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HISTORIAS
ESTRAORDIN ARIAS.
SEVILLA.-Oficina tipográfica de esta Biblioteca, Churruca 1,
BIBLIOTECA ECONÓMICA DE ANDALDCÍA.
EDGAR POE.
HISTORIAS
ESTRAORDINARIAS.
YERSION CASTELLANA,
CON UNA NOTICIA SOBRE EDGAR POE Y SUS OBRAS,
POR
MANUEL GANO Y GUETO.
SEVILLA.
EDUARDO PERIÉ, EDITOR.
PLAZA DE SANTO TOMÁS, 13.
1871.
noticia
SOBRE EDGAR POE Y SUS OBRAS.
«Desespera y muere.»
Chatterton (Álfr. de Vigni.)
I.
. Cruzado por el rio más grande del mundo
vive él pueblo, emblema de la grandeza moder¬
na; grandeza materialista que se traduce en
esos portentosos adelantos materiales que nada
valen, y nada significan en el mundo moral.
ara ese pueblo no hay dificultades, ni obs¬
táculos. Se tiene amor al hombre, porque de¬
trás del hombre se vé una industria, un capi¬
tal una productiva empresa. La teología del
sentimiento suprime el infierno por amor al
genero humano; se propone un sistema de se¬
guros, una suscricion á cuarto por cabeza para
6 EDGAR POE.
la supresión de la guerra; la industria es una
manía nacional; en la omnipotencia del taller
se cifra la fé; hé dicho la fé, no, Dios, el úni¬
co Dios. Quemar negros encadenados, estable¬
cer la poligamia en los paraisos del Oeste, fijar
en las paredes anuncios, sin duda para consa¬
grar la libertad ilimitada, sobre la curación de
las enfermedades de nueve meses, tales son al¬
gunos de los rasgos característicos, algunas ilus¬
traciones morales del .noble pais de Franklin, el
inventor de la moral de mostrador, el héroe de
un siglo entregado á la materia.
Es preciso convenir que los Estados-Unidos
no es el pais propio para formar poetas.
Fábricas por do quiera, que encubren con su
humo de carbón de piedra el azul del cielo; tra¬
ficantes por todas partes; por todas partes mer¬
caderes; iglesias frias y desnudas: ni un monu¬
mento, ni un recuerdo, ni un mármol, ni un
templo gótico, ni una ruina, que eleven el pensa¬
miento al pasado y á Dios.
¿Cómo pueden nacer poetas en los desiertos?
En esa sociedad materialista hasta la degra¬
dación, positivista hasta la infamia, no debían
nacer más que mercaderes.
Parecen plantas exóticas, anacronismos in¬
disculpables, esos maravillosos hijos del genio ,
colocados entre traficantes y agiotistas.
Si hoy no se oyen los nombres de los már¬
tires, es porque el bullicio, la febril agitación
de la sociedad del tanto por ciento, no tiene
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 7
tiempo para ocuparse de los que bajan al se¬
pulcro.
Chatterton! Malfilatre! Balzac! Hoffman! Ed¬
gar Poe! ¡Cuánto nombre ilustre y desventu¬
rado!
El uno, luchando contra la calumnia y la mi¬
seria, el otro contra la miseria y la opinión;
este contra la fortuna; aquel contra el destino;
Poe contra sí mismo, contra el destino y contra
la fortuna.
Lucha gigante, en que el genio cae siempre
vencido, arrollado por la fatalidad!
Un biógrafo nos dirá gravemente que Poe,
si hubiera querido regularizar su ingenio y
aplicar sus facultades creadoras más apropia¬
das al suelo americano, hubiera podido llegar
á ser un autor de dinero,-á money maMng au~
thor. Otro biógrafo, un cínico ingénio repetiría
que por bueno que sea el génio de Poe, le hubie¬
ra valido más no tener más que talento, porque
el talento halla más salida en la plaza que el
génio.
Otro, director de periódicos y revistas, amigo
del poeta, confiesa qüe era difícil emplearlo y
que se veía obligado á pagarle menos que á los
otros porque escribía en un estilo muy por de¬
bajo del vulgar. \ Quelle odeur demagasin\ como
decía Joseph de Maistre.
Algunos se han atrevido á más, y uniendo
en lazo monstruoso la más tosca inteligencia
á la ferocidad de la hipocresía villana, le han
EDGAR POE.
8
insultado y después de su repentina desapa¬
rición, han modelado rudamente un cadáver
odioso, particularmente M. Rifus Griswold, que,
para recordar aquí la espresion vengadora de
M. George Graham, cometió entónces una in¬
mortal infamia.
Poe, esperimentando tal vez el siniestro pre¬
sentimiento de una muerte súbita, liabia desig¬
nado á los M. M. Griswold y Willis, para colec¬
cionar sus obras, escribir su vida y restaurar su
memoria. Este pedagogo-vampiro ha disfamado
largamente á su amigo en un enorme artículo,
cobarde y odioso, colocado á la cabeza de la edi¬
ción póstuma de sus obras. ¿No hay en Amé¬
rica edictos que prohíben á los perros la en¬
trada en los cementerios? En cuanto á M. Wi¬
llis ha probado, al contrario, que la benevolen¬
cia y el decoro marchan siempre unidos con el
verdadero ingénio, y que la caridad hácia nues¬
tros compañero^, que es un deber moral, es tam¬
bién uno de los preceptos del gusto.
Hablad de Poe con un americano, y confe¬
sará tal vez su génio; tal vez se encontrará or¬
gulloso de tenerlo por hermano; pero en tono
sardónico os hablará de la vida desarreglada
del poeta, de su alcoholizado aliento que hubiera
podido encender un fósforo, de sus costumbres
vagabundas; os dirá que era un planeta sin
órbita, un sér errante y estrambótico, que an¬
daba corriendo de Baltimore á New-York, dp
New-York á Phiiadelphia, de Philadelphia á
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 0
Boston, de Boston á Baltimore, y de Baltimore
á Richmond.
Y si estremecido el corazón por estos pre¬
ludios de una historia lastimera, dais á enten¬
der que el individuo no es tal vez el solo cul¬
pable, y que debe ser difícil pensar y escribir
cómodamente en un país en que hay millares
de soberanos, soberanías mercantiles, formadas
trabajosamente sin sentimientos delicados, co¬
mo por lo regular sucede á los hijos del tráfi¬
co, en un pais sin capital hablando propiamen¬
te, en un país sin aristocracia, entonces vereis
que los ojos del americano despiden chispas y
que su boca, inflamada por el patriotismo, lan¬
za injurias sin cuento á la Europa, su vie¬
ja madre, y á la filosofía sana de los antiguos
tiempos..
Edgar Poe no estaba al nivel de su pátria,
ni los Estados Unidos estaban al nivel de Poe.
Los Estados Unidos son un país gigantesco
y niño celoso hasta la hipérbole del viejo con¬
tinente. Orgulloso de su desenvolvimiento mate¬
rial, anormal y casi monstruoso, mira con des¬
precio todo lo venerando que no tiene, ni puede
tener.
La actividad material, exagerada hasta las
proporciones de un febril delirio, deja bien poco
lugar en los espíritus para las cosas que no
son de la tierra.
Poe,. naturaleza elevada, y que jcreía que la
desgracia de su país era no tener una aristocra-
EDGAR POE.
10
cia de sangre, atendiendo, como él decía, que en
un pueblo sin aristocracia, el culto de lo bello no
puede menos de corromperse, aminorarse y desa¬
parecer; que acusaba en sus conciudadanos, en su
lujo enfático y costoso, todos los síntomas del
mal gusto característico de los parvemis, que
consideraba al progreso, la gran idea moderna,
como un éxtasis de los papa-moscas; Poe, pues,
era una inteligencia singularmente solitaria.
Colocad en medio de una sociedad agiotista
é indiferente al sentimiento de la belleza, á un
hombre como Poe, á quien el amor de lo bello
hacía sentir todas las dulzuras y todos los de¬
seos de una pasión mórvida, de una exquisita
delicadeza de gusto, de imaginación soñadora,
con todos los delirios y todas las auroras de
una cabeza meridional y acabareis por com¬
prender que la vida para un hombre semejan¬
te venga á ser un infierno, y cuando el mal ha¬
ya concluido, os admirareis que haya podido
durar tan largo tiempo.
El poeta es un enfermo, un monomaniaco.
Su enfermedad, su monomanía, son el deseo y
el amor de lo bello! Rara vez puede satisfacer
su deseo; rara vez puede aliviar su enfermedad.
Ver un cielo y hallar un infierno, soñar en lau¬
reles, y tener que trabajar para buscar pan, en¬
noblecer la humanidad y verse olvidado de ella,
descorrer ante la vista del mundo todos los iris,
todas las divinas ilusiones del génio y del amor,
ser el águila caudal á quien el sol no ciega,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 11
tener el pié en la tierra y la cabeza á los piós
de Dios, y en el instante que ese vértigo cesa,
que ese fuego inspirador se apaga, comprender
el aislamiento, el frió, las necesidades materia¬
les que la sociedad no quiere satisfacer por ver
en el poeta, las más de las veces, un holgazán
ó un loco!
El poeta llega á comprender á la sociedad y
quiere luchar contra ella. Lucha inclemente,
en que mil veces los que valen menos sacri¬
fican en aras de su orgullo á los que valen
más.
Publicidad! Publicidad! ¿qué eres sino un in¬
fame pilori, donde al pasar el profano, puede in¬
sultar al génio impunemente?
Al llanto de hoy, contesta la esperanza con
el mañana vengador; pero ay! no hubieran ven¬
dido Chatterton, Cea, y mil otros, todas las glo¬
rias de la inmortalidad incierta por un presen¬
te digno y decoroso.
Hay un juego, común en los niños, que todo
el mundo conoce. Se forma un círculo de car¬
bones encendidos, se coge un escorpión, y se po¬
ne en el centro. El animal permanece inmóvil
hasta que el calor le quema; entónces se asusta
y se agita; esto promueve la risa. Marcha dere¬
cho á la llama, intenta valerosamente abrirse
un camino á través de las áscuas, pero el dolor
es escesivo y se retira. Esto sigue promoviendo
la risa. Dá vuelta lentamente al círculo y busca
por todas partes un pasage imposible. Entónces
12 EDGAR POE.
vuelve al centro y entra en su primera, pero más
sombría inmovilidad.
Por fin, toma un partido estremo, vuelve
contra sí mismo su dardo emponzoñado, y cae
muerto en el instante. Entónces los niños rien
más fuertemente que nunca. Esto, es sin duda,
cruel y culpable; y sin embargo, los niños son
buenos é inocentes.
Cuando un hombre muere de esta manera, no
es él el suicida, no. Es la sociedad quien le arro¬
ja á la hoguera.
Edgar Poe, era un mártir, y si cercenó su vi¬
da con el abuso del alcohol, era para matar su
inteligencia, su inteligencia humillada y depri¬
mida, que á cada momento le gritaba como al
autor de Childe-Harold, «Desespera y muere.»
II.
La familia de Poe era una de las más respe¬
tables de Baltimore. Su abuelo materno había
servido, como quartermaster-general, en la guer¬
ra de la Independencia, y Lafayette le tenia en
grande estima y amistad. Su bisabuelo se había
casado con una hija del almirante inglés Mac-
Bride, que estaba aliado con las familias más
nobles de Inglaterra.
David Poe, padre de Edgar é hijo del gene-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 13
ral, se enamoró violentamente de una actriz in¬
glesa, Elizabeth.
Arnal, célebre por su belleza, hulló con ella
y se casó.
Para mezclar más íntimamente su destino con
el de su amada se hizo cómico y apareció con
su muger en diferentes teatros, en las principales
ciudades de la Union. Los dos esposos murieron
en Richmond, casi al mismo tiempo, dejando en
el abandono y en la miseria más completos á
tres hijos pequeños, uno de ellos Edgar.
Edgar Poe había nacido en Baltimore, en
1813.
Poe fué el verdadero hijo del amor y de la
aventura.
Un rico negociante de la ciudad, Mr. Alian,
se enamoró de este lindo desventurado, á quien
la naturaleza había dotado con todos sus encan¬
tos, y como no tenia hijos, le adoptó. Este se lla¬
mó desde entónces Edgar Alian Poe. Así, pues,
fué educado en el lujo y en la esperanza legíti¬
ma de poseer un dia una fortuna considerable.
Sus parientes adoptivos le llevaron consigo en
un viaje que hicieron á Inglaterra, Escocia é
Irlanda, y habiendo de volver á su pais, le deja¬
ron en casa del doctor Biauzby, que tenia un
importante colegio en Stoke-Newington, cerca
deLóndres. El mismo Poe, en Wüliam Wilson ,
describe esta estraña casa, construida en el viejo
estilo de la época de la reina Isabel, y las impre¬
siones de su vida de escolar!
14 EDGAR POE.
Volvió á Richmond en 1822, y continuó sus
estudios en América, bajo la dirección de los
mejores maestros de derecho. En la Universidad
de Charlottewille, donde entró en 1825, se dis¬
tinguió no solamente por una inteligencia casi
maravillosa, sino también por una abundancia
casi siniestra de pasiones, una precocidad ver¬
daderamente americana, que, por último, fué la
causa de su espulsion.
Es oportuno notar que Poe habia ya, en Char¬
lottewille, manifestado una aptitud de las más
notables por las ciencias físicas y matemáticas,
de las cuales hizo uso frecuente en sus estra-
ñós cuentos.
Algunas malaventuradas déudas de juego
trageron consigo una pequeña disensión entre
él y su padre adoptivo, y Edgar, hecho de los más
curiosos y que prueba la dósis de espíritu caba¬
lleresco que ardia en su cerebro impresionable,
concibió el proyecto de mezclarse en la guerra
de los Helenos y marchar á combatir contra los
turcos. Partió para la Grecia, como Lord By-
ron lo habia hecho en otro tiempo, y ¿qué vina
á ser de él en Oriente? Nadie lo sabe. Le encon¬
tramos en San Petersburgo, sin pasaporte, com¬
prometido en un negocio que le obliga á lla¬
mar al ministro americano, Henry Middleton,
para librarse de la penalidad rusa y volver á
su casa.
De regreso en América, en 1829, manifestó el
deseo de entrar en la escuela militar de West-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 15
Point; fué admitido, y allí, como en todas partes,
dió muestras de una inteligencia maravillosa¬
mente dotada; pero indisciplinable, y al fin de
algunos meses fué espulsado del colegio.
Al mismo tiempo sucedia en su familia adop¬
tiva un acontecimiento, que debia tener para
Poe las más graves consecuencias. Madama
Alian, por la cual tuvo un cariño verdadera¬
mente filial, murió y Mr. Alian se casó de nue¬
vo con una muger muy jóven.
Una disensión doméstica tuvo aquí lugar,
una historia tenebrosa que no puedo referir por
no estar completamente esplicada por ningún
biógrafo. Querella que dió tristes y notables
resultados. Poe fué definitivamente separado de
Mr. Alian, y habiendo este tenido sucesión de
su segundo matrimonio, quedaron frustradas
las esperanzas de una herencia bastante cuan¬
tiosa.
Poco tiempo después de haber abandonado á
Richmond, Poe publicó un pequeño volúmen de
poesías: aquellas poesías eran una aurora res¬
plandeciente. Tenían un acento extra-terrestre,
calma melancólica, deliciosa solemnidad, espe-
riencia precoz, esa esperiencía innata que ca¬
racteriza á los grandes poetas.
La miseria le hizo algún tiempo soldado, y
es probable que en los ócios de la vida de guar¬
nición preparase los materiales de sus futuras
composiciones, composiciones estrañas que pa¬
recen haber sido creadas para demostrar que
EDOAR POE.
16
la originalidad es una de las partes integrantes
de lo bello. Vuelto á la vida literaria, el solo
elemento donde pueden respirar ciertos seres
privilegiados, Poe morra en una estrema mi¬
seria, cuando un suceso dichoso le levantó de
nuevo.
El propietario de una revista acababa de
abrir un certámen, dando dos premios, uno para
el mejor cuento y el otro para el mejor poema.
Una letra, singularmente hermosa, atrajo la
atención de Mr. Kennedy, que presidía el comité
y le inspiró el deseo de examinaV por sí mismo
los manuscritos.
Se encontró que Poe había ganado los dos
premios, pero solo se le concedió uno. El pre¬
sidente de la comisión tuvo curiosidad de ver
al incógnito.
El editor del diario le preséntó á un jó ven
de una hermosura sorprendente. Tenía como
Byron una cabeza de Apolo, con un vestido an¬
drajoso, abotonado hasta la barba, y mostraba el
aire y la distinción de uu gentil-hombre, tan
orgulloso como hambriento.
Kennedy se portó bien con él. Le presentó á
Mr. Thomás White, que habia fundado en Ri-
chmond el Southern Literary Messenger. Mr.
White era un hombre audaz, pero sin ningún
talento literario; le faltaba un ayudante, un
colaborador, un sosten.
Poe se encontró á los veinte y dos años di¬
rector de una revista, cuyo destino descansa-
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 17
ba sobre él. Él creó su prosperidad. El Sout¬
hern Literary Messenger ha reconocido después
que á este escéntrico narrador, á este borracho
incorregible, debía su clientela y su fructuosa
notoriedad.
_ es te periódico fué donde apareció por la
primera vez la Sin igual aventura de un tal
Hans Pfaally y muchos otros cuentos que nues¬
tros lectores verán desfilar ante sus ojos.
Durante el transcurso de dos años, Edgar
Poe con un ardor maravilloso, asombró al pú¬
blico con una serie de composiciones de un gé¬
nero completamente nuevo y por artículos crí¬
ticos, cuya vivacidad, precisión, severidad ra¬
zonada, eran muy dignos de llamar la aten¬
ción.
Es bueno que se sepa que todo este traba¬
jo considerable se hacía por quinientos do-
llars.
Inmediatamente y dice Griswold, lo que quie¬
re decir, se creía bastante rico el imbécil, se casó
con una jóven, bella, encantadora, de una na¬
turaleza amable y heróica, pero gue no tenía
un cuarto , añade el mismo Griswold con tono
de desprecio. Su esposa era la señorita Virginia
Ciernen, suprima.
No obstante los servicios hechos á su perió¬
dico, M. White se disgustó de Poe al cabo de dos
años, en los cuales había alcanzado su publi¬
cación un éxito grande.
La razón de la separación de Edgar se halla
EDGAR POE.
18
evidentemente en los accesos de hipocondría y
en las crisis de embriaguez del poeta, acciden¬
tes característicos que manchaban los horizon¬
tes de su vida.
Desde entónces veremos al desgraciado trans¬
portar sus ligeros penates por las principales
ciudades de la Union. Veremos por anuncios, que
hieren el alma, anuncios insertos en los periódi¬
cos que M. Poe y su muger se encuentran peli¬
grosamente enfermos en Fordham y sumidos en
la miseria más absoluta.
Poco tiempo después de la muerte de su
adorada Virginia, Poe sufrió los primeros ata¬
ques del deliriun tremens.
Desde entónces Poe sostuvo una lucha incle¬
mente, pero gigante, contra su fortuna y contra
el destino. Vencido siempre, pero quedándole
siempre el valor y la esperanza para comenzar
de nuevo la lucha, Edgar quiso librarse de la
miseria y empleó uno por uno todos los médios
que le sugirió su ingenio.
Fundó una revista esperando tener el con¬
curso de sus amigos de colegio y de sus cola¬
boradores de West-Point. Hacia tiempo había
publicado en Nueva-York Eureha , poema cos¬
mogónico, que habia levantado las mayores dis¬
cusiones.
Visitó, pues, las principales ciudades de Vir¬
ginia en busca de medios y aliados, y Rich-
mond volvió á ver al que había conocido tan
pobre, tan desamparado.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 19
Todos los que no habían visto á Poe desde
el tiempo de su oscuridad corrieron en tropel á
contemplar á su ilustre compatriota. Apareció,
bello, elegante, correcto como el génio. Yo creo
que desde hacía algún tiempo había llevado su
condescendencia hasta hacerse admitir en una
sociedad de la templanza. La buena acogida que
se le hizo innundó de alegría su pobre corazón
hasta el punto de pensaren establecerse definiti¬
vamente en Richmond y acabar su vida en los
lugares que su infancia le había hecho tan que¬
ridos. 4
Sin emoargo, tenía un negocio en New-Yok,
y partió el 4 de Octubre quejándose de temblo¬
res y desfallecimiento. Sintiéndose siempre mal
llegó á Baltimore la tarde del 6, hizo llevar
su equipage al embarcadero de donde debía par¬
tir á Philadelphia y entró en una taberna para
tomar allí un escitante. Allí, desgraciadamente,
encontró antiguos conocimientos, y se marchó
tarde á su casa.
A la mañana siguiente, á la pálida luz del
indeciso amanecer, se encontró un cadáver sobre
la via pública. ¿Era un cadáver? no, un cuerpo
vivo todavía, pero á quien la muerte había se¬
llado con todos sus horrores. Sobre este cuer¬
po, cuyo nombre se ignoraba, no se hallaron ni
papeles, ni dinero y fué conducido á un hospi¬
tal. Allí murió Poe, la tarde del domingo 7
de Octubre de 1849, á la edad de 37 años, ano¬
nadado por el delirium tremens , este terrible
EDGAR POE.
20
mal que había ya trastornado su cerebro una
ó dos veces. Así desapareció de este mundo uno
de los más grandes héroes literarios, «1 hom¬
bre de génio que había escrito en el Gato negro
estas palabras fatídicas:
«El mal es comparable al alcohol!»
Esta muerte es casi un suicidio, un suicidio
preparado desda largo tiempo. Ay! el que habia
superado, vencido en las alturas más árduas de
la estética, el que se habia hundido en los abis¬
mos menos esplorados de la intelectualidad hu¬
mana, el que á través de una vida semejante á una
tempestad sin calma, habia encontrado medios
nuevos, procedimientos desconocidos para asom¬
brar la imaginación, para seducir á los espíri¬
tus sedientos de lo bello, acababa de morir en
un hospital, pobre, abrasado por el delirio, suici¬
dado, valiéndose del arma más traidora y terri¬
ble ¡el alcohol!
¡Lástima que un hombre que debía despertar
con su recuerdo la admiración, solo al conocer
su nombre, produzca en el alma un sentimien¬
to de tristeza y compasión al ver esos lamenta¬
bles errores del génio, que debía ser todo luz
y armonía, y que muchas veces solo es degrada¬
ción y tinieblas!
Este ejemplo, unido á muchos otros desven¬
turados, ha hecho nacer entre el vulgo el falso
axioma de que el verdadero génio es desordenado.
Indisculpable error. El génio, para ser tal génio,
tiene que ser armonioso y claro como el sol.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 21
Edgar Poe es el fundador sin duda de un
género nuevo. Su fantasía es estraña; hay en
ella algo de escalpelo, algo de matemático, por
decirlo así.
• No es un soñador como Hoffman.
Hoffman tenía una fantasía desarreglada, ne¬
bulosa, propiamente alemana.
Poe es el poeta de sentimiento: su Annabel
es la inspiración gigante desarrollándose ám-
pliamente en Eureha y en El Cuervo, poema de
notas misteriosas y sobrenaturales 1 , y sobre todo
en sus cuentos, el autor de una imaginación fe¬
cundísima, que no dice una palabra que no sea
una intención, que no tienda, directa ó indirec¬
tamente, á perfeccionar un designio premeditado.
Es preciso haber contado la revuelta, la des¬
arreglada, la fatal vida de Poe, para que sus
cuentos sean comprendidos. La musa de lo Ter¬
rible ha inspirado muchos de ellos; no hay un
escritor en los presentes tiempos que tenga tan
grandes facultades para hacer la novela de las
íntimas sensaciones del alma.
¡Edgar Poe ha muerto!
El pais de los mercaderes ha perdido á una
de sus más resplandecientes auroras.
Esperemos que la posteridad haga justicia al
grande hombre americano, y nosotros perdoné¬
mosle sus vicios y sus defectos, como perdona¬
mos á Chaterton la última dósis de ópio, que
le hizo dormir el sueño de la muerte.
M. Cano y Cueto.
—__ 1
I.
EL GATO NEGRO.
Relativamente á la más estraña y sin embar¬
go más familiar historia, que voy á estender por
escrito, no aguardo ni solicito el crédito. Ver¬
daderamente sería insensato esperarlo en un ca¬
so en que mis sentidos arrojan su propio tes¬
timonio. Sin embargo, yo no estoy loco, y cier¬
tamente no sueño. Pero mañana muero, y hoy
querría aliviar mi alma. Mi designio inmedia¬
to es presentar ante el mundo, clara, sucin¬
tamente, y sin comentarios, una série de simples
acontecimientos domésticos. Por sus consecuen¬
cias, estos acontecimientos me han aterrorizado,
me han torturado, me han anonadado. Con to¬
do, yo no trataré más que de aclararlos. Pa¬
ra mí no han presentado quizás más que hor¬
ror, á muchas personas parecerán menos ter¬
ribles que estrambóticos. Quizás, mas tarde, se
encontrará una inteligencia que reducirá mi
fantasma á su estado natural; inteligencia, más
calmada, más lógica, y sobre todo menos es-
EDGAR POE.
24
citable que la mía, que no encontrará en las
circunstancias que relato con terror más que
una sucesión de cáusas y de efectos muy natu¬
rales.
En mi infancia había sido conocido por la
docilidad y humanidad de mi carácter. Mi ter¬
nura de corazón era tan estremada que ha¬
bía hecho de mí el juguete de mis camaradas.
Tenía frenesí, particularmente por los ani¬
males, y mis parientes me habían permitido po¬
seer una gran variedad de favoritos. Pasaba
con ellos casi todo el tiempo y nunca me con¬
sideraba tan feliz como cuando les daba de co¬
mer ó acariciaba. Esta particularidad de mi ca¬
rácter aumentó con los años y cuando llegué
á ser .un hombre, vino á constituir uno de los
principales motivos de placer. Para los que han
profesado afecto á un perro, fiel é inteligente,
no tengo necesidad de esplicar la naturaleza ó
la intensidad de goces que puede esto propor¬
cionar. Hay en el desinteresado amor de un
animal, en su abnegación, alguna cosa que vá
directamente al corazón del que ha tenido fre¬
cuentemente la ocasión de esperimentar la hu¬
milde amistad y la fidelidad de la envoltura
del hombre natural. Me casé jó ven, y fui di¬
choso con encontrar en mi muger una dispo¬
sición simpática á la mia. Observando mi afec¬
ción por estos favoritos domésticos, no perdió
ocasión alguna de proporcionarme los de la espe¬
cie mas agradable. Teníamos pájaros, un pez
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 25
dorado, un perro bellísimo, conejos, un pequeño
mono y un gato.
Este último animal era notablemente robusto
y hermoso, completamente negro y de una sa¬
gacidad maravillosa. Refiriéndose á su inteli¬
gencia, mi muger, que en el fondo no era po¬
co supersticiosa, hacía frecuentes alusiones á la
antigua creencia popular, que miraba en todos
los gatos negros brujas disfrazadas.
No significa esto que ella hablase siempre
sériamente sobre este punto, y si yo lo men¬
ciono, es sencillamente porque me viene á la
memoria en este momento.
Pluton, este era el nombre del gato, era mi
favorito, mi camarada. Yo le daba de comer y
él me seguía por la casa adonde quiera que
fuese.
Esto me tenía tan sin cuidado, que llegué
á permitirle me acompañara por las calles.
Nuestra amistad subsistió así muchos años,
durante los cuales el total de mi carácter, por
obra del demonio de la intemperancia, me aver¬
güenzo de confesarlo, sufrió una alteración ra¬
dicalmente mala. Me hice de dia en dia más ta¬
citurno: más irritable, más indiferente á los sen¬
timientos de los otros.
Me permití emplear un lenguage brutal con
mj muger.
Con el tiempo aún la injurió con violencias
personales. Mis pobres favoritos naturalmente
debieron sentir el cambio de mi carácter. No
26 EDGAR POE.
solamente los abandoné, sino que los maltra¬
taba.
En cuanto á Pluton, todavía tenía para él
una consideración suficiente que me impedía pe¬
garle, mientras que no me daba escrúpulos de
maltratar á los conejos, al mono y aun al per¬
ro, cuando por acaso ó por cariño se encontra¬
ban en mi camino. Mi mal me invadía cada vez
más, porque el mal es comparable al alcohol, y
con el tiempo Pluton mismo, que mientras tanto
envejecía y que naturalmente se iba haciendo
un poco desapacible, Pluton miWo empezó á
conocer los efectos de mi carácter malvado.
Una noche, como yo entrase en casa muy
ébrio, saliendo de una de mis habituales ta¬
bernas del barrio, imaginé que el gato evitaba
mi vista. Lo agarré, mas él espantado de mi vio¬
lencia, me hizo en una mano con sus dientes
una herida muy leve. Mi alma original pareció
que abandonaba mi cuerpo, y una rábia super-
diabólica, saturada degin, penetró en cada fibra
de mi sér. Saqué del bolsillo del chaleco un cor¬
tapluma, lo abrí, agarré al pobre animal por
la garganta y deliberadamente le hice saltar un
ojo de su órbita.
Me avergüenzo, me abraso, me estremezco al
escribir esta abominable atrocidad.
Cuando mi razón volvió con la mañana,
cuando se hubieron disipado los vapores de mi
crápula nocturna, esperimenté una sensación
mitad horror, mitad remordimiento, porelcrí-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 27
mea de que me había hecho culpable; pero era
todo á lo más un débil y equívoco sentimiento, y
el alma no sufrió las heridas.
Me sumí en los escesos y bien pronto aho¬
gué en vino todo recuerdo de mi acción.
Entre tanto el gato sanó lentamente. La ór¬
bita del ojo perdido presentaba, es verdad, un
aspecto horroroso, pero en adelante no pareció
sufrir. Iba y venía por la casa, según su costum¬
bre; pero como llegara á verme, huia de mi aproc-
simacion con horror estremo.
Me restaba lo bastante de mi antiguo cora¬
zón para sentirme afligido por esta antipatía
evidente de parte de un sér que tanto me ha¬
bía amado otras veces. Pero este sentimiento
dió bien pronto lugar á la irritación. Y en-
tónces apareció como para mi postrera ó irre¬
vocable caida, el espíritu de la Perversidad. De
este espíritu la filosofía no dá cuenta alguna.
Con todo, tan seguro como existe mi alma, yo
creo que la perversidad es uno de los primi¬
tivos impulsos del corazón humano; una de las
indivisibles primeras facultades ó sentimien¬
tos que dán la dirección al carácter del hombre.
¿Quién no se ha sorprendido cien veces cometien¬
do una acción sucia ó vil, por la sola razón qüe
él sabía no la debía cometer? ¿No tenemos una
perpétua inclinación, no obstante la escelen-
cia de nuestro juicio, á violar lo que es Ley,
simplemente porque comprendemos que es Ley?
Este espíritu de perversidad, repito, llegó á cau-
28 EDGAR POE.
sar mi ruina completa. Es ese deseo ardiente,
insondable del alma de atormentarse ásí mis¬
ma , de violentar su propia naturaleza, de ha¬
cer el mal por amor al mal, quien me im¬
pulsaba á.continuar y últimamente á indisponer
el suplicio que habia impuesto al inofensivo
animal. Una mañana, á sangre fria, le puse un
nudo corredizo ai rededor del cuello y lo ahorqué
de una rama de un árbol: lo ahorqué arrasados
en lágrimas mis ojos, con el más amargo remor¬
dimiento en el corazón: lo ahorqué porque yo sa¬
bia que él. me había amado y porque sentía que
no me hubiese dado ningún motivo de cólera:
lo ahorqué porque sabia que haciéndolo así co¬
metía un pecado, un pecado mortal que compro¬
metía mi alma inmortal, al punto de colocarla,
ai tal cosa es posible, fuera de la misericor¬
dia infinita del Dios Misericordiosísimo y Ter¬
ribilísimo.
En la noche que siguió al dia, en que fué con¬
cebida esta cruel acción, fui despertado á los gri¬
tos de i fuego! Las cortinas de mi lecho esta¬
ban convertidas en llamas. Toda la casa estaba
•ardiendo. No sin gran dificultad escapamos del
incendio mi muger, un criado y yo. La destruc¬
ción fué completa. Fué absorvida toda mi fortu¬
na, y entónces me entregué á la desesperación.
No pretendo establecer %na relación de la
causa con el efecto, entre la atrocidad y el de¬
sastre: estoy muy por encima de esta debilidad.
Mas doy cuenta de una cadena de hechos y no
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 29
quiero descuidar ni un solo eslabón. Eldia que
siguió al incendio visité las ruinas. Los muros
hablan caido á tierra, esceptuando uno solo, y
esta sola escepcion se encontró ser un tabique
interior poco sólido, situado casi en la mitad de
la casa y contra el cual se apoyaba la cabece¬
ra de mi lecho. La fábrica, había aquí resis¬
tido en gran parte á la acción del fuego, cosa
que yo atribuí á que recientemente se había
renovado. En rededor de este muro, una mul¬
titud estaba apiñada y muchas personas pare¬
cían examinar una porción particular con mi¬
nuciosa y viva atención. Las palabras ¡extraño!
¡singular! y otras espresiones semejantes esci-
taron mi curiosidad. Me aproximó y vi seme¬
jante á un bajo relieve, esculpido sobre blanca
superficie, la figura de un gato gigantesco. La
Imágen estaba copiada con una exactitud ver¬
daderamente maravillosa.
Había una cuerda al rededor del cuello del
animal,
En seguida de ver esta aparición, porque yo
no podía menos de considerar esto como una
aparición, mi asombro y mi temor fueron estraor-
dinarios. Pero al fin, la reflexión vino en mi
ayuda.
Recordé que el gato había sido ahorcado en
nn jardín adyacente á la casa. A los gritos de
alarma, el jardín habría sido inmediatamente in*
vadido por la multitud y el animal debió haber
sido descolgado del árbol por alguno y arrojado
30 EDGAR POE.
en mi cuarto á través de una ventana abierta.
Esto, sin duda, había sido hecho con el fin
de despertarme. La caida de los otros muros ha-
bia comprimido á la víctima de mi crueldad en
eJ yeso recientemente estendido; la cal de este
muro, combinada con las llamas y el amonia¬
co del cadáver, habrían obrado la imágen, tal
cual yo la veia. Auque yo.satisfice así á mi razón
prontamente, sino tan rápidamente á mi con¬
ciencia, relativamente al suceso sorprendente
que acabo de contar, obró sobre mi imaginación
una impresión profunda.
Durante muchos meses no pude desembara¬
zarme de la sombra del gato y durante este
período envolvió á mi alma un semi-sentimiento,
que parecía ser, pero que no era, el remordi¬
miento mismo. Llegué hasta llorar la pérdida del
animal y buscar en rededor mió en los tugurios
miserables, que en tanto frecuentaba habitual-
mente, otro favorito de la misma especie, y de
una figura parecida, que le supliera.
Una noche, como estuviese sentado medio
aturdido, en una tasca más que infame, fué re¬
pentinamente atraída mi atención hácia un ob¬
jeto negro que reposaba en lo alto de uno de sus
inmensos toneles de gin ó rom, que componían
el principal mueblage de la sala.
Hacia algunos momentos que miraba á lo alto
de este tonel y lo que rae sorprendía era no lia-
haber notado desde luego el objeto colocado en¬
cima.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 31
Me aproximé, tocándole con la mano.
Era un gato negro; un enorme gato, al menos
tan grande como Pluton, igual á él en todo, es-
cepto en una cosa.
Pluton no tenia ni un pelo blanco en todo el
cuerpo, al par que este tenia una salpicadura
arga y blanca, mas de una forma indecisa, que
le cubría casi toda la región del pecho.
Apenas le hube tocado cuando se levantó sú¬
bitamente, prorrumpió en ronca y continuada
carretilla , (1) se frotó contra mi mano y pareció
encantado de mi atención.
Era, pues, el verdadero animal que yo bus¬
caba.
En seguida propuse al dueño de la tasca com¬
prarlo, pero éste no se dió por entendido: no
e conocía; no le había visto nunca, hasta aquel
momento.
Continué mis caricias y cuando me preparaba
á volver á mi casa, el animal se mostró dispues¬
to á acompañarme. Permitíle hacerlo, bajándome
de cuando en cuando y acariciándole al ir an¬
dando.
Cuando llegó á mi casa, se encontró como en
a suya, y llegó á ser en seguida gran amigo de
mi muger.
Por mi parte, bien pronto sentí nacer la an¬
tipatía contra él. Era casualmente lo contrario
que yo había esperado; pero no sé ni como ni
(l) Hacer la carretilla, rourouer.
32 EDGAR POE.
porqué sucedió esto: su evidente ternura me dis¬
gustaba, fatigándome casi. Lentamente estos sen¬
timientos de disgusto y fastidio llegaron hasta
la amargura del ódio.
Evitaba su presencia y una especie de sensa¬
ción de vergüenza y el recuerdo de mi primer
acto de crueldad me impidieron maltratarle.
Durante algunas semanas me abstuve de pegar
al gato ó golpearle violentamente; llegué á to¬
marle un indecible horror, y á huir silenciosa¬
mente de su odiosa presencia, como de la peste.
Lo que aumentó, sin duda, mi ódio contra el
animal fué el descubrimiento que hice en la
mañana después de haberlo traido á casa, que
como Pluton, él también habia sido privado de
uno de sus ojos.
Esta circunstancia no contribuyó más que á
hacerle aun más querido á mi muger, que como
ya he dicho, poseia en alto grado esta ternura de
sentimiento que habia sido mi rasgo caracterís¬
tico y el manantial frecuente de mis más senci¬
llos y puros placeres.
Sin embargo, el cariño del gato para conmi go
parecía acrecentarse en razón directa de mi aver¬
sión contra él.
Seguía mis pasos con una tenacidad que seria
difícil hacer comprender al lector. Cada vez que
me sentaba, él se acurrucaba bajo mi silla ó sal¬
taba sobre mis rodillas cubriéndome de sus ca¬
ricias horrorosas.
Si me levantaba para andar, él se metía entre
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 33
mis piernas y casi me dejaba caer al suelo, ó
bien introduciendo sus largas y agudas garras
en mis vestidos, trepaba de esta manera hasta
mi pecho.
En estos momentos, aunque yo deseaba ma¬
tarle de un golpe, me detenia, en parte por el
recuerdo de mi primer crimen, pero principal¬
mente, debo confesarlo, por un verdadero terror
Que me causaba el animal.
Este terror no era positivamente el terror de
tm mal físico, y sin embargo, rae sería muy di¬
fícil definirlo de otra manera. Estoy casi aver¬
gonzado de confesarlo. Si; aun en este lugar de
criminales, casi me avergüenzo al confesar que
el terror y el horror que me inspiraba el animal
se Habían aumentado por una de las más grau-
des quimeras que es posible concebir.
Mi mugar habia llamado mi atención más de
una vez sobre el carácter de la mancha blanca
e que he hablado y que constituía la única di¬
ferencia visible entre el nuevo animal y el que
yo habia matado. El lector recordará sin duda,
Que esta marca, aunque grande, estaba primi-
vivamente indefinida en su forma, pero lenta¬
mente, por grados, por grados imperceptibles, y
que mi razón se esforzó largo tiempo en consi¬
derar como imaginarios, habia tomado á la larga
una rigorosa precisión de contorno.
Era, pues, la imágen de un objeto que me ha¬
ce estremecer al nombrarlo: era lo que sobre
todo me hacia tener al mónstruo horror y re-
2
34 EDGAR POE.
pugnancia, y que rae habría impulsado á librarme
de él si me hubiera atrevido', era pues, como
digo, la imágen de una cosa horrorosa y sinies¬
tra, la imágen de la horca.— ¡Oh! lúgubre y
terrible máquina, máquina del horror y del cri¬
men, de agonía y de muerte.
Y hé aquí que yo era un miserable, más allá
de la miseria posible de la humanidad. Una bes¬
tia bruta, de la cual yo había con desprecio
destruido al hermano, una bestia bruta crean¬
do para mí,—para mí hombre formado á la imá-'
gen del Dios Altísimo,-un tan grande é intolera¬
ble infortunio. Ay! yo no conocía el descanso
del reposo, ni de dia ni de noche. Durante el dia
el animal no me dejaba ni un instante, y en Ja
noche, á cada momento, cuando salía de mis sue¬
ños llenos de angustia indefinible, era para sen¬
tir el tibio aliento de la alimaña sobre mi rostro,
y su inmenso peso, encarnación de una pesadilla
que yo era impotente para sacudir, posada eter¬
namente sobre mi corazón.
Bajo la presión de tormentos semejantes, lo
poco de bueno que restaba.en mí, sucumbió.
Pensamientos malvados vinieron á ser mis ínti¬
mos—los más sombríos y malvados de mis pensa--
mientos. La tristeza de mi humor habitual acre¬
centó hasta odiar todas las cosas y toda la hu¬
manidad y sin embargo mi muger no se queja¬
ba nunca, ay! era mi sufre-dolores ordinario,
la más paciente víctima de mis repentinas, fre¬
cuentes é indomables erupciones de una furia
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 35
á la cual me abandonaba ciegamente.
f Un dia me acompañó, para un quehacer do¬
méstico, al sótano del viejo edificio donde nues¬
tra pobreza nos obligaba á habitar. El gato me
seguía, por los rígidos escalones de la escalera
y habiéndome tirado de cabeza, me exasperó
hasta la demencia. Levantando el hacha y olvi¬
dando en mi furor el temor pueril que hasta
entonces había retenido mi mano, dirijí al ani¬
mal un golpe que hubiera sido mortal si le hu¬
biese alcanzado, como deseaba; pero el golpe fué
detenido por la mano de mi muger. Esta inter¬
vención me produjo una rábia más que diabó¬
lica. desembarace mi brazo del obstáculo y le
hundí mi hacha en el cráneo.
Cayó al instante muerta, sin exhalar un ge¬
mido.
Terminado este horrrible asesinato, me puse
inmediata y muy deliberadamente á tratar de
esconder el cuerpo.
Comprendí que no podia hacerle desaparecer
de la casa, ni de dia ni de noche, sin correr el
peligro de ser observado por los vecinos. Mu¬
chos proyectos se cruzaron en mi mente.
Pensé un momento en dividir el cadáver en
pequeños pedazos y destruirlos por el fuego.
Resolví después cavar una fosa en el suelo
de la bóveda. Luego imaginé arrojarlo al po¬
zo del patio: mas tarde meterlo en un cajón,
como mercancía, en las formas usadas y encar¬
gar á un mandadero lo llevase fuera de la casa.
36 EDGAR POE.
Finalmente, me detuve ante un espediente que
consideré como el mejor de todos.
Determiné emparedarlo en el sótano, como
se dice que los monges de la edad media empa¬
redaban á sus víctimas.
El sótano parecía muy bien dispuesto para
semejante designio. Los muros estaban construid
dos descuidadamente y hacia poco habian sido
cubiertos, en toda su estension, de una masa do
mezcla, que la humedad había impedido endu¬
recer.
Ademas, en uno de los muros había un bulto
causado por una falsa chimenea, ó especie de
hogar, que había sido tapado y fabricado en
el mismo género que el resto del sótano. No du¬
dó que me sería fácil quitar los ladrillos de
este sitio, introducir el cuerpo y emparedarlo
del mismo modo, de manera que ningún ojo
humano pudiera imaginar nada sospechoso.
Y no fui engañado en mi cálculo-. Con la
ayuda de una palanca quité facilísimamonte los
ladrillos y habiendo aplicado cuidadosamente
el cuerpo contra el muro interior lo sostuve
en esta postura hasta que restableciese, sin gran
trabajo, toda la fábrica en su primitivo es¬
tado.
Habiéndome procurado una argamasa de cal
y arena con todas las precauciones imagina¬
bles, preparó una masa, una blanqueadura, que
no podía distinguirse de la antigua y cubrí con
ella escrupulosamente el nuevo tabique. El mu*
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 37
to no presentaba la más ligera señal de renova¬
ción.
Quité todos los escombros con el esmero más
prolijo y espurguó el suelo, por decirlo así. Mi¬
ré triunfalmente en rededor mió y me dije:
Aquí d lo menos mi trabajo no lia sido per¬
dido.
Mi primer pensamiento fuó buscar al ani¬
mal que habia sido causa de desgracia tan gran¬
de, porque yo al fin habia resuelto darle muerte..
Si hubiera podido encontrarle en aquel mo¬
mento, su destino estaba cumplido, pero parecía
que el artificioso animal se había alarmado por
la violencia de mi acción reciente y tenia cui¬
dado de no presentarse en mi actual estado de
humor.
Es imposible describir ó imaginar la profun¬
da, la feliz sensación de consuelo que la au¬
sencia del detestable animal obraba en mi co¬
razón. No se presentó en toda la noche, y así
esta fuó la primera buena noche, desde su entra¬
da en la casa, en que yo dormí tranquila y
profundamente: sí, dormí como un bienaven¬
turado con ei peso del crimen sobre el alma.
Pasaron el segundo y el tercer dia, y sin
embargo no vino mi verdugo. Una vez más
respiré como hombre libre. El mónstruo en su
terror habia abandonado para siempre aquellos
lugares. No le volvería á ver. Mi dicha era su¬
prema. La criminalidad de mi tenebrosa acción
no me inquietaba mucho.
38 EDGAR POE.
Se había abierto una especie de sumaria la
cual se había dado en seguida por satisfecha, i
Una indagación se había ordenado también, pero
naturalmente nada podía descubrirse. Al cuar¬
to dia después del asesinato, una porción de
agentes de policía se presentaron inopinada- ¡
mente en la casa y se procedió de nuevo á una
esquisita investigación de lugares. Confiando sin
embargo en la impenetrabilidad del escondrijo,
no esperi’menté ninguna turbación. Los oficia- >
les me hicieron acompañarles en la pesquisa. No
dejaron de ver ni un rincón, ni un ángulo. Por
fin, por tercera ó cuarta vez bajaron al sótano, j
Mi corazón palpitaba pacíficamente, como el de
un hombre que duerme en la inocencia. Recorrí
de punta á punta el sótano, crucé mis brazos
sobre mi pecho y me paseé descuidadamente de
un lado para otro.
La justicia estaba plenamente satisfecha, y
se preparaba á marchar. La alegría de mi co¬
razón era demasiado fuerte para ser reprimida.
Me quemaba el deseo de decir una palabra, so- j
lo una palabra en señal de triunfo, y hacer
duplicadamente palpable la convicción acerca
de mi inocencia.
—Caballeros, dije al fin, cuando la gente subía
la escalera, estoy satisfecho por haber desva¬
necido vuestras sospechas. Os deseo á todos bue¬
na salud y un poco más de cortesanía. Sea di¬
cho de paso, caballeros, ved aquí una casa
singularmente bien construida (en mi rabioso '
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 39
deseo de decir alguna cosa con aire delibera¬
do, entendía apenas lo que hablaba). Yo puedo
asegurar que esta es una casa admirablemente
construida. Estos muros... vais á marcharos ca¬
balleros? estos muros están fabricados sólida¬
mente.
Y aqui, por una fanfarronada frenética, gol¬
peé fuertemente con un bastón que tenía en la
mano justamente sobre la pared del tabique,
detrás del cual estaba el cadáver de la esposa
de mi corazón.
Ah! que al menos Dios me proteja y me li¬
bre de las garras del Archidemonio. Apenas el
eco de mis golpes turbaron el silencio, cuando
una voz me respondió del fondo de la tumba:
un lamento primero, velado y entrecortado co¬
mo el sollozo de un niño, luego, enseguida, in¬
flamándose en un grito prolongado, sonoro y
continuo, anormal y anti-humano, un aullido,
un alarido mitad horror, mitad triunfo, como
solamente puede salir del infierno, horrible ar¬
monía brotando á la vez de las gargantas de
los condenados en sus torturas y de los demo¬
nios regocijándose en su condenación.
Contaros mis pensamientos sería insensato.
Me sentí desfallecer y caí tambaleando contra el
muro opuesto.
Durante un momento los agentes colocados
sobre los escalones quedaron inmóviles, estu¬
pefactos por el terror.
Un instante después, una docena de brazos
40 EDGAR POE.
robustos caían demoledores sobre Ir pared que
vino á tierra de ün golpe.
El cuerpo, ya muy destrozado y cubierto
de sangre cuajada, estaba derecho ante los ojos
de los espectadores.
Sobre su cabeza, con las rojas fauces dila¬
tadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba
colocada la abominable béstia cuya astucia me
habia inducido al asesinato y cuya voz acusa¬
dora me habia entregado al verdugo.
Yo había emparedado al mdnstruo en la
tumba mi infortunada víctima.
II.
EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD.
Al examinar las facultades é inclinaciones,
—móviles primordiades del alma humanad¬
los frenólogos han dejado de enumerar una ten¬
dencia que, aunque visiblemente existe como
sentimiento primitivo, radical é indestructible,
no ha sido tampoco enumerada por ninguno de
los moralistas que han precedido á aquellos. To¬
dos, en la infatuación completa de la razón,
nos hemos olvidado de ella. Hemos consentido
que su existencia se ocultase á nuestros ojos
solo por falta de creencia,—de fé,—otra fuese
la fé fundada en la revelación ó ya en lacábala.
Su idea no nos ha ocurrido jamás por efecto
simplemente de su carácter especial.
No hemos sentido la necesidad de comprobar
esta inclinación, —esta tendencia. No podíamos
concebir que fuese necesaria. No podíamos ad¬
quirir fácilmente el conocimiento de este pri-
mum mobüe , y aun cuando por fuerza hubiese
penetrado en nosotros, no hubiéramos- podidp
42 EDGAR POE.
comprender jamás qué papel representa dicha
inclinación en el órden de las cosas humanas así
temporales como eternas. Es innegable que la
frenología y gran parte de las ciencias metafísi¬
cas han sido concebidas á priori. El hombre de
la metafísica, de la lógica, pretende, mas bien
que el de la inteligencia y la observación, com¬
prender los designios de Dios,—dictarle planes.
Después de haber penetrado así á su placer las
intenciones de Jehovah, con arreglo á dichas in¬
tenciones ha formado innumerables y capricho¬
sos sistemas. En frenología, por ejemplo, he¬
mos asentado, cosa por otro lado muy natural,
que por designio de Dios debió comer el hombre.
Después hemos señalado en el hombre un órgano
de alimentabilidad , y este órgano es el estímulo
por el cual obliga Dios al hombre á que, de gra¬
do ó por fuerza, coma. Hemos decidido en segun¬
do lugar que voluntad de Dios era que el hombre
perpetuase su especie, y acto continuo hemos
descubierto un órgano de amatividad. Del mis¬
mo modo hemos encontrado la combatividad , la
idealidad , la casualidad y . la constructividad—
y en suma, todos los órganos que representan
ya una inclinación, ya un sentimiento moral ó
ya una facultad de intelijencia pura. En esta
recolección de principios de la acción humánalos
Spurzheimistas no han hecho más que seguir en
sustancia, con razón ó sin ella, en todo ó en par¬
te, los pasos de sus predecesores; deduciendo y
asentando cada cosa con arreglo al supuesto des-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 43
tino del hombre y tomando por fundamento las
intenciones del Creador.
Más prudente y seguro hubiese sido fundarla
clasificación (ya que por absoluta necesidad te¬
nemos que clasificar) sobre los actos habituales
del hombre, como también sobre los que ejecuta
ocasionalmente, siempre ocasionalmente, que no
sobre la hipótesis de que la Divinidad le obliga
á ejecutarlos. ¿Cómo, si no podemos comprender
á Dios en sus obras visibles, podremos compren¬
derle en sus impenetrables pensamientos 1 que
dan vida á aquellas obras? ¿Cómo, si no podemos
concebirle en sus creaciones, habremos de conce¬
birle en sus incondicionales modos de ser y por
su aspecto creador?
La inducción d posteriori hubiera llevado
la frenología hasta el punto de admitir como prin¬
cipio primitivo é innato de la acción humana,
un no sé qué de paradógico que nosotros, á falta
de palabra más propia, llamaremos perversidad.
Esto, en el sentido que aquí se toma, es realmen¬
te ün móvil sin motivo, un motivo inmotivado.
Por su influjo obramos sin objeto inteligible, y
por si en estas palabras se encuentra contradic¬
ción, podemos modificar la proposición diciendo
que, por su influjo, obramos sin más razón que
Porque no deberíamos hacerlo. No puede haber
en teoría una razón más antiracional; pero de
hecho no hay nada más incontestable. Para cier¬
tos espíritus,.en condiciones determinadas, lle¬
ga á ser absolutamente irresistible. Mi propia
44 EDGAR P0E.
existencia no es para mí más cierta que esta
proposición: la certeza del pecado ó error que
un acto lleva consigo es frecuentemente la úni¬
ca fuerza invencible que nos obliga á ejecutar¬
lo. Y esta tendencia que nos obliga á hacer el
mal por amor del mal, no admite análisis ni des¬
composición alguna. Es un movimiento radical,
primitivo, elemental. Dirase, yo lo espero, que
si persistimos en ciertos actos porque sabemos
que no deberíamos persistir en ellos, nuestra
conducta no es más que una modificación de
aquella á que dá origen la combatividad freno¬
lógica; pero una simple ojeada bastará para
descubrir la falsedad de semejante idea. La
combatividad frenológica tiene por causa la
necesidad de la defensa personal: ella es nues¬
tra salvaguardia contra la injusticia; su prin¬
cipio tiende á favorecer nuestro bienestar; así
es que al mismo tiempo que la combatividad
se desarrolla, crece en nosotros el deseo del
bienestar. Síguese de aquí que el deseo del
bienestar debiera excitarse en todo principio,
que no fuera otra cosa sino modificación de
Ja combatividad; pero en el caso de este no sé
qué, á que llamo perversidad , no solamente no se
despierta el deseo del bienestar, sino que aparece
un sentimiento completamente contradictorio^
La mejor respuesta al sofisma de que se tra¬
ta, la encuentra cada cual examinando su pro¬
pio corazón. Ninguno que lealmente consulte
á su alma se atreverá á negar lo absolutamente
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 45
radical de la tendencia en cuestión. Tan fácil
es de conocer y distinguir como imposible de
comprender. No hay hombre, por ejemplo, que
en ciertos momentos no haya sentido un vivo
deseo de atormentar niquele escucha con cir-
uue está 10 d- y r °í° S - Bien sabe eI «»• “1 habla
que está disgustando; sin embargo de ordina-
hJL!' en0 , a “ ejor intenci< m de agradar, es
y ° ar0 en sus razonamientos, y de sus
lábios sale un lenguaje tan lacónico como lu¬
minoso; solo, pues, con gran trabajo puede vio-
lentar de tal manera su palabra; por otra parte
el sugeto de que se trata teme provocar el mal
ob^ O n+A d0 h- aqUel á qUÍen se dirige ’ Est0 no
obstante hiere su imaginación el pensamiento
e provocar aquel mal humor con ambages y
sf movw’ + ^ SÍmple P ensamien to basta.
v l ~ ent( > se convierte en veleidad, la
e dad crece hasta trocarse en deseo, el de¬
seo acaba por ser necesidad irresistible, y la
Heces^ad se satisface, con gran pesar y mor¬
tificación del que habla y arrostrando todas las
consecuencias.
roJnr er í 10 l Una obli » aci °n que cumplir y cuyo
“ lent ° f 0 admitQ ^mora. Sabemos que
C ei menor retardo va nuestra ruina. La crisis
thás importante de nuestra vida reclama nues¬
tra inmediata acción y energía con alta é impe¬
riosa voz. La impaciencia de poner manos á la
Pbra nos abrasa y consume; el placer anticipa-
4<> un ^loriotso éxito inflama nuestra alma.
46 EDGAR POE.
Es preciso, es necesario que la obligación se
cumpla hoy mismo,—y sin embargo la dejamos
para mañana;—¿y por qué? No hay más espli-
cacion sino por que conocemos que esto es ¡per- :
verso’,— sirvámonos déla palabra sin compren¬
der el principio. Llega mañana y crece nuestro
afan de cumplir con el deber; pero al mismo
tiempo que el afan se aumenta, nace un deseo
ardiente, sin nombre, de dilatar el cumplimien¬
to de la obligación,—deseo verdaderamente ter¬
rible, porque su naturaleza es impenetrable. A
medida que el tiempo huye es más y más fuerte
el deseo. No nos queda más que una hora, esta
hora es nuestra. Nos hace estremecer la vio¬
lencia de la lucha que en nosotros pasa,— del
combate entre lo positivo y lo indefinido, entre
la sustancia y la sombra. Pero si la lucha
llega hasta este estremo, es porque la sombra
nos obliga á ello; nosotros nos resistimos en
vano. El reloj suena, su sonido es el doble mor¬
tuorio de nuestra felicidad; y para la sombra
que nos ha aterrado tanto tiempo es el canto
matutino, la diana del gallo victorioso de los ¡
fantasmas. La sombra huye,—desaparece,—so¬
mos libres. Nuestra antigua energía renace. Aho¬
ra trabajaríamos, pero ¡ay! ya es tarde.
Nos asomamos á un precipicio,—miramos el
abismo,—sentimos malestar y vértigos. Nuestra
primer intención es de retroceder y alejarnos
del peligro; pero sin saber por qué permanece¬
mos inmóviles. Poco á poco el mal estar, el vér-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 47
tigo y el horror se'confunden en un solo senti¬
miento nebuloso, indefinible. Gradual, insensible¬
mente esta nube toma forma como el vapor de la
botella de donde se levanta el génio de las Mil
y una noches. Pero de nuestra nube se levanta,
al borde del precipicio, cada vez más palpable
una sombra mil veces más terrible que ningún
génio ó demonio de la fábula; y sin embargo
no es más que un pensamiento; pero un pensa¬
miento horrible, que hiela hasta la médula de
los huesos, infiltrando hasta ella las delicias fe¬
roces de su horror. Es simplemente la idea ¿de
qué sentiríamos durante el descenso si cayése¬
mos de semejante altura? Y por cuanto esta cai-
da y horroroso anonadamiento llevan consigo la
más terrible y odiosa de cuantas imágenes odio¬
sas y terribles de la muerte y del sufrimiento
podemos figurarnos, por tanto la deseamos con
mayor vehemencia. Y porque nuestra razón nos
aleja violentamente del abismo, por esto mismo
nos acercamos á él con más ahinco. No hay pa¬
sión más diabólica en la naturaleza que la del
hombre, que espeluznándose de horror á la boca
de un precipicio, siente que por, sus mientes cru¬
za la idea de echarse en él. Dejar libre el pensa¬
miento, intentarlo siquiera un solo instante, es
perderse irremisiblemente; porque la reflexión
nos manda abstenernos, y por eso mismo , re¬
pito, no yodemos hacerlo . Si no hay tin brazo
amigo que nos detenga, ó somos incapaces de
un esfuerzo repentino para huir lejos del abis-
48 EDGAR POB.
mo, nos arrojamosá él, somos perdidos.
Si examinamos estos actos y otros análogos
encontraremos siempre que su sola causa es el
espíritu de perversidad, y que los perpetramos
únicamente porque conocemos que no debiéra¬
mos perpetrarlos.
—Ni en unos ni en otros liay principio inte¬
ligible; de modo que, sin peligro de equivocarnos»
podemos considerar esta perversidad como ins*
tigacion directa del Arcliidemonio, á no ser
evidente’que algunas veces sirve para realizar
el bien.
He sido tan prolijo en cuanto llevo dicho por
satisfacer de algún modo vuestra curiosidad y
vuestras dudas,— por esplicaros por que estoy
aquí;—y porque sepáis á qué debo las cadenas
que arrastro y la celda de recluso en que habito.
A no haber sido tan minucioso, o no me enten¬
deríais, ó me tendríais como á otros muchos por
loco; mas después de haber oido las anteriores
razones comprendereis fácilmente que soy una
de las innumerables víctimas del demonio de la
Perversidad.
No es posible ejecutar un acto con delibera¬
ción más perfecta. Durante semanas y meses en¬
teros no hice más que meditar sobre la manera
más segura de cometer un asesinato; Deseché
mil proyectos porque la realización de todos ellos
debia dejar algún cabo pendiente por donde
el crímen'se descubriese algún dia. Por fin, le¬
yendo unas memorias francesas- acerté á encon'
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 49
trar la historiado una enfermedad casi mortal
que padeció Mra. J?ilau por haber aspirado el
tufo de una bugía casualmente envenenada. La
idea hirió súbitamente mi imaginación: yo sabia
que mi víctima acostumbraba á leer en la cama;
sabia también que la estancia en que dormía era
pequeña y mal ventilada. Mas ¿á quó fatigaros
con inútiles pormenores? No os contaré de qué
modo logré sustituir la bugía que estaba junto
á la cama con otra emponzoñada: es el caso que
una mañana se encontró al hombre muerto en su
lecho, y que la autoridad, después de recono¬
cerle, juzgó que su muerte habia sido repentina.
Yo heredé el caudal de mi víctima y todo me
salió perfectamente durante muchos años. Jamás
pasó por mis mientes la idea de que el crimen
pudiera descubrirse: yo mismo había destruido
los restos de la bugía fatal, y no había dejado
sombra ni indicio, capaz de escitar la menor sos¬
pecha. Con dificultad podrá imaginar nadie cuán
grande era mi satisfacción al reflexionar sobre
mi completa seguridad. Habíame acostumbrado
á deleitarme con tan grato sentimiento, el cual
me causaba un placer mayor y más verdadero,
que cuantos beneficios meramente materiales
habia reportado á consecuencia del crimen. Pero
llegó una época desde la cual fué trasformándose
aquel sentimiento de placer, por una degradación
casi imperceptible, hasta convertirse en un te¬
naz pensamiento, que con tal frecuencia ocupaba
mi imaginación que me cansaba, sin que apenas
50 EDGAR POE.
pudiera librarme de él un solo instante. No es
cosa rara tener fatigados los oidos, ó más bien
• atormentada la memoria por una especie de tin¬
tín, ó ya por el estribillo de una canción vul¬
gar ó ya en fin por un trozo insignificante de
ópera; no siendo menor el tormento porque la
canción ó el trozo de ópera sean buenos. Así me
acontecía con aquel pensamiento; de modo que
sin cesar me sorprendía á mí mismo pensando
maquinalmente en- mi seguridad y repitiendo por
lo bajo estas palabras: estoy salvó.
Paseando un dia por la calle, caí en que iba
murmurando, no ya como de costumbre, sino
en alta voz las consabidas palabras; mas'por no
sé qué mezcla de petulancia daba al concepto es¬
ta nueva forma: estoy salvo, si , estoy salvo\
—porque no soy tan tonto que vaya á delatarme
á mí mismo.
No bien había pronunciado estas palabras
cuando sentí que un frió glacial penetraba en
mi corazón. Yo conocía por esperiencia estos
arrebatos de perversidad (cuya singular natu¬
raleza he esplicado con harto trabajo) y recordaba
muy bien, que jamás había podido resistirme á
sus victoriosos ataques. Entonces una suges¬
tión fortuita, nacida de mí mismo, esto es, el
pensar que yo podría ser bastante necio para
descubrir mi delito, se me presentó delante como
si fuera la sombra del asesinado, y me llamara á
la muerte.
Hice al momento un esfuerzo para sacudir
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 51
aquella pesadilla de mi alma, y apresuré el pa¬
so, mas de prisa,—cada vez más de prisa,—al
cabo eché á correr: sentía un' deseo delirante de
gritar con toda mi fuerza. Cada agitación suce¬
siva de mi pensamiento me abrumaba con un
nuevo terror; porque ¡ay! bien sabia yo, de¬
masiado bien, que, en el estado en queme encon¬
traba, pensar era perderme. Aceleré aun más el
paso, y corrí como un loco por las calles, que
estaban llenas de gente. Alarmóse al fin el popu¬
lacho y corrió detrás de mí. Yo entonces sentí
la consumación de mi destino: si hubiera podido
arrancarme la lengua lo hubiera hecho; pero
una voz ruda resonó en mis oidos, y una mano
más ruda todavía me cogió por la espalda. Yol-
vime y abrí la boca para aspirar; sentí en un
instante todas las ágonias de la sofocación; qué¬
deme sordo y ciego y como ébrio; y entonces creí
que algún demonio invisible me golpeaba la
espalda con su ancha mano. El secreto, tanto
tiempo aprisionado, se escapó de mi alma.
Dicen que hablé y me espresé bien clara y dis¬
tintamente, pero con tal energía y precipitación,
como si temiera ser interrumpido antes de acabar
aquellas breves pero importantes frases que me
entregaban al verdugo y al infierno.
Después de revelar lo necesario para que no
quedase duda de mi crimen, caí aterrado y desva¬
necido. ¿Para qué decir mas? ¡Hoy arrastro ca¬
denas y me encuentro aq.ui\ ¡Mañana estaré li¬
bre! ¿Más, dónde?
III.
EL HOMBRE DE LA. MULTITUD.
«E«a desgracia de no poder estar solo»,
(La Bruyere.)
Se ha dicho con justo motivo do cierto libro
aleman —Est loesst sích nicht lesen ,—«no se deja
leer.» Esto significa que hay secretos que no
permiten su revelación. Hay hombres que mue¬
ren en el silencio de la noche, estremeciéndose
entre las manos de espectros que los torturan
con solo mantener fija sobre ellos su implacable
mirada; hombres que mueren con la desespera¬
ción en el alma y un hierro candente en la la*
rinje, á causa del horror de los misterios que no
consienten que se les descubra. Algunas veces
la conciencia humana soporta un peso de tal
enormidad que solo encuentra alivio en el des¬
canso de la tumba. Así es como la esencia del
crimen queda incógnita con harta frecuencia.
Hace poco tiempo que liácia el .declive de
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 53
tma tarde de otoño estaba yo sentado delante
de la acristalada ventana de un café de Lóndres,
Habia estado enfermo algunos meses, y entrado
en convalecencia, sentía con el recobro de la
«alud esa especie de bienestar, antítesis de las
nieblas del hastío; esperimentando esas felices
disposiciones, en que el espíritu exaltado sobre¬
puja su potencia ordinaria tan prodigiosamente
como la razón vigorosa y sencilla de Leibnitz se
eleva sobre la vaga é indecisa retórica de Gorgias.
Respirar libremente era para mí un goce indefi¬
nible, y de muchos asuntos verdaderamente pe¬
nosos sacaba mi fantasía sobrescitada extraños
manantiales de positivos placeres. Todos los
objetos me inspiraban una especie de interés
reflexivo, pero fecundo en atractivas curiosida¬
des. Con un cigarro en la boca y un periódico
en la mano, habíame entretenido largamente
después de la comida; mirando luego los anun¬
cios, observando después los grupos de la con¬
currencia que ocupaba el café, y fijándome en
la gente que pasaba, y que parecían sombras
á través de los cristales, empañados por el am¬
biente exterior.
La calle era una de las arterias principales
de la inmensa ciudad, y de las más concurridas
por consiguiente. A la caída de la tarde el con¬
curso fue creciendo de un modo extraordinarios,
y cuando quedaron encendidos los reverberos del
alumbrado público, dos corrientes de población
se encontraron, confundiéndose delante de mi
EDGAR POE.
54
vista en un choque incesante. Jamás me había
encontrado en situación análoga, ó por mejor
decir, nunca había tenido conciencia de aquella
situación, aunque hubiera pasado por ella mil
veces, y este tumultuoso océano de humanas
cabezas me proporcionaba una deliciosa emoción
de gustosa novedad. Concluí por no prestar
atención alguna á lo que pasaba en el interior
del hotel, absorviéndome en la contemplación
de la escena que ofrecía la espaciosa calle.
Mis observaciones tomaron desde luego un
giro abstracto y generalizador; mirando á los
transeúntes como masas, y no considerándolos
más que en sus relaciones colectivas: Pronto,
sin embargo, entré en pormenores, examinando
con interés minucioso la innumerable variedad
de figuras, trazas, aires, maneras, rasgos y
accidentes.
El mayor número de los que pasaban tenían
un exterior agradable y parecían preocupados
por sérios asuntos; no pensando en otra cosa
generalmente que en abrirse camino al través
de la multitud. Fruncían las cejas y giraban los
ojos con vivacidad, y cuando los transeúntes los
impelían, tropezando con ellos, no daban señales
de impaciencia, sino se solian abotonar para
ofrecer menos volumen al frecuente choque de
importunos, distraídos ó rateros.
Otros, y la clase era bastante numerosa, de¬
nunciaban en sus movimientos cierta inquietud;
expresando su fisonomía una singular ajitacion;
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 55
hablando entre si con gesticulaciones várias, y
como si se creyeran aislados, por lo mismo que
los rodeaba aquel hirviente remolino de la mu¬
chedumbre. Cuando se sentian detenidos en su
rumbo, estas gentes cesaban en su monólogo;
pero redoblaban sus gestos, aguardando, con
sonrisa distraída y como forzada, el paso de las
personas que les servían de obstáculo. Cuando
los empujaban, saludaban maquinalmente á los
que obstruían su paso; pareciendo disculpar sus
distracciones en aquel mar-e magnum.
En estas dos vastas clases de hombres, fuera
de lo que acabo de notar, no encontraba nada
más de propio y característico. Sus vestidos en¬
traban en esa clasificación, exactamente definida
por el adjetivo decente. Eran, sin duda alguna,
caballeros, negociantes, mercaderes, provisio-
nistas, traficantes, los eupatridas griegos, ó sea
el común del órden social; hombres acomodados
ó acomodándose ó deseando acomodarse: activa¬
mente ocupados en sus personales asuntos, con¬
ducidos bajo su propia responsabilidad. Estos no
provocaban mi atención particularmente.
La raza de los comisionistas comerciales me
presentó sus dos principales divisiones. Reco¬
nocí á los dependientes del comercio al por
menor, de novedades y de artículos de moda
efímera; jóvenes coquetos, pretenciosos en sus
modales, presumidos en su porte; bota barniza¬
da, riza cabellera y aire de satisfacción de su
emperejilado individuo. Apesar de ese prolijo
56 EDGAR POE.
cuidado del aderezo y autorización de su en'
greida persona, que la gente maligna denota con
el vulgar epíteto de hortera , toda la elegancia
de esta parodia de la verdadera distinción llega
cuando más al límite, en que un actor cómico
puede afectar el augusto decoro del papel régio
que en el teatro representa.
En cuanto á la clase de empleados en casa»
de giro y banca, era imposible confundirla. So
les reconociaen sus vestidos, de más solidez qü 0
lujo, en sus corbatas y chalecos blancos, en sfl
calzado de duración, protejido por botines de
paño, y en la severidad clásica de su tipo. Casi
todos se resentían de una calvicie prematura»
completa en algunos, y la oreja derecha de estos
laboriosos ciudadanos, acostumbrada al ordina'
rio peso de la pluma, había contraido una de'
nunciadora desviación de la cabeza. Observé qu 0
se quitaban y ponían el sombrero con ambaíj
manos, y que aseguraban sus relojes con cade¬
nas cortas de oro, de un modelo antiguo y nado
complicado en su labor. Estos afectaban la reS'
petabilidad, y no cabe afectación más digna*]
á falta de la respetabilidad verdadera y justii
ficada. 1
Conté buen número de esos individuos d 0
brillante apariencia, reconociendo con gran
cil.idad que pertenecian á la familia de los rato'
ros de alto bordo, de que 'están infestadas toda 0
las ciudades de alguna consideración. Estudio
curiosamente esta especie de la familia rapante
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 57
extrañando que pudieran pasar por sujetos
honrados aun entre los sujetos honrados en
realidad. La exageración de sus apariencias, un
excesivo aire de franqueza habitual, parecian
deberlos descubrir á una inteligencia media'
namente ejercitada en el conocimiento de. las
personas y de las cosas, como hoy se acostumbra
á decir.
Los jugadores de profesión, y no había pocos
en aquella confusión de gente, se descubrían al
primer golpe de vista, por más que usaran los
más diversos exteriores, desde la facha de char¬
latán jugador de manos, con su chaleco de pana,
su corbata llamativa, su gruesa cadena de cobre
dorado y sus botones de filigrana, hasta el as¬
pecto clerical, tan escrupulosamente ascético
que se perdía en la oscuridad de las sombras.
Todos, sin embargo, distinguíanse por una tez
ajada y amarillenta, por cierta opacidad vapo¬
rosa en su dilatada pupila, y la compresión y
palidez de sus lábios. Una observación más
atenta brindaba á la curiosidad otros dos signos
aun más determinantes: el tono bajo y reservado
de su conversación y la separación extraordi¬
naria de su dedo pulgar hasta formar ángulo
recto con los otros dedos de la mano derecha.
Frecuentemente, en compañía de tales bribones,
he observado á ciertos hombres, que se diferen¬
ciaban de ellos por sus hábitos; pero me conven¬
cí pronto de que eran pájaros, de la misma plu¬
ma. Se les puede considerar como gentes que
58 EDGAR POE.
viven de una misma industria, formando, por
decirlo así, dos falanges, la civil y la mili¬
tar: la primera maniobra con largos cabellos y
afable sonrisa; la segunda con aire despegado y
desplantes jaquetones.
Bajando gradualmente en la escala de la
clase media, encontré asuntos de meditación
más profunda y más sombría. Vi traficantes ju¬
díos, con ojos de azor hambriento, contrastando
con la abyecta humildad de sus pálidos sem¬
blantes: mendigos procaces y cínicos, atrope¬
llando á los pobres vergonzantes, que la deses¬
peración habia lanzado en las sombras noctur¬
nas para implorarla caridad de sus convecinos;
inválidos llenos de angustiosa fatiga, y semejan¬
tes á espectros, sobre quienes la muerte parecía
extender una roano segura; tropezando ó arras¬
trándose entre el bullicio, con los ojos en acecho '
afanoso de un rostro benevolente, que les haga
esperar un consuelo fortuito: modestas jóvenes
Volviendo de un trabajo asiduo y de escaso pro¬
ducto, dirigiéndose hacia su pobre hogar, bajo ¡
la obsesión insultante, cuando no impúdica, de
los libertinos y de los antojadizos, cuyo directo
contacto no podían evitar en aquella confu¬
sión.
Venían por su órden las mugeres pecadoras
dé todos tipos y de todas edades: la incontestable
hermosura, en todo el realce de sus primicias
ópimas; haciendo recordar aquella estátua de
Luciano, cuyo exterior era de mármol de Páros,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 59
estando llena de inmundicia en el interior: la
leprosa, cubierta de harapos infectos, desca¬
rada y repugnante: la veterana del vicio, rugo¬
sa, pintada, coloreada por el arrebol, cargada
de dijes, y haciendo un alarde imposible de ar¬
dor juvenil: la niña de formas indecisas; pero
ya avezada á la provocación sensual por ensa¬
yos infames y lecciones depravadoras, acosada
por el imperioso deseo de ascender en el escala¬
fón de las sacerdotisas del inmundo Príapo.
Surcaban el mar de la muchedumbre 'los
borrachos en sus especialidades más indescripti¬
bles: estos destrozados, asquerosos, desarticula¬
dos casi; con la fisonomía enbrutecida y vidriosa
la mirada: aquellos menos desarrapados, pero su¬
cios ; andando sin rumbo; rostros rojizos y gra-
nugientos; lábios gruesos y sensuales: otros ves¬
tidos con cierta elegancia, pero en el desórden .
que indica el furor de la bacanal: hombres que
andaban con paso firme y elástico, pero cuyos
semblantes teñía una mortal palidez, cuyos ojos
parecían inyectados en funesta combinación por
la sangre y la bilis, y que en el vaivén de aquel
oleage humano tenían que asirse con mano tré¬
mula á los objetos que encontraban á su al¬
cance.
Por lo demás abundaban en aquel gentío los
pasteleros y droguistas ambulantes; los espen-
dedores de carbón y de leña; los tocadores de or¬
ganillo y sus inseparables los que enseñan mar¬
motas ó hacen trabajar á los monos; los vende-
00 EBGAR POE.
dores de papeles públicos; los trovadores del val¬
go y los saltimbanquis; artesanos y trabajadores,
rendidos de fatiga después de tantas horas de
sugecion y de faenas; y todo esto, lleno de una
actividad ruidosa y desordenada, que abru¬
maba el oido con sus discordancias, produciendo
una sensación dolorosa á la vista del observador
reflexivo.
A proporción que adelantaba la noche el in¬
terés de la escena tomaba incremento y me cau¬
tivaba con su estraño prestigio; porque no solo
8e alteraba el carácter general da la multitud,
sino que los resplandores del alumbrado, débiles
cuando luchaban con los reflejos últimos del dia,
cobrando brio en la densidad de las sombras, ar¬
rojaban destellos vivos y brillantes sobre los
objetos en su radio luminoso. En igual propor¬
ción, los accidentes más notables de aquella mul¬
titud, perdiéndose con el retiro gradual de la
parte sana de la población, cedían su puesto en
aquel torbellino espumante á los accidentes más
groseros, que en un relieve fantástico, acumu¬
laban en grupos vigorosos todas esas infamias
que la noche evoca de sus tugurios y hace salir
de sus antros. Todo allí era negro, aunque bri¬
llante, como ese lustroso ébano, áque ha compa¬
rado la crítica el peculiar estilo de Tertuliano.
Los escéntricos efectos de aquella luz rojiza
y vacilante me indujeron á examinar los rostros
de aquellos individuos, y aunque la rapidez ver-
tijinosa con que aquel mundo de luz lucía delan-
HISTORIAS HSTRAORD1NARIAS. 61
te de la ventana me impidiera detenerme á mi
Sabor en aquel exámen, me pareció que» gracias
á la singular disposición moral en queme encon¬
traba, podia leer en brevísimo intérvalo y de una
ojeada ansiosa la historia de largos años en
la mayor parte de las fisonomías.
Apoyada la frente en la ventana, y embebido
enteramente en la contemplación de la multitud,
se presentó á mi vista de improviso una cara par¬
ticular la de un hombre gastado y decrépito, de se¬
senta y cinco á setenta años, fisonomía que desde
luego absorvió en sí mi atención completamente,
merced á la absoluta idiosincracia de su espre-
sion.
Hasta entonces jamás habia yo visto nada
Semejante á esta espresion, ni aun en grado re¬
moto.
Recuerdo perfectamente que mi primer pen¬
samiento viendo esta cara, fué que Retzch, al
verla como yo, la hubiese preferido á todas las
figuras, en las cuales ha intentado su génio dia¬
bólico encarnar el espíritu de las tinieblas. Gomo
yo procurase, bajo la impresión de aquel espec¬
táculo, establecer un análisis del sentimiento ge¬
neral que me había comunicado, sentí elevarse
confusamente en mi alma las ideas de vasta in¬
teligencia, circunspección, malicia, codicioso de¬
seo, sangre fría,malignidad, sed sanguinaria, as¬
tucia diabólica, terrores y alborozos, pasiones
ardientes y suprema desesperación.
Me reconocí dominado, seducido, cautivo.
62 EDGAR POE.
en fin, de aquel singular personaje.
—Qué particular historia (dije entre raí) es la
trazada en ese lívido y cadavérico semblante!»
Y entonces rae asaltóla tentación irresistible de
no perder de vista á aquel hombre, con el vehe¬
mente afan de inquirir quién era y lo que ha¬
cia.
Me puse precipitadamente mi paletotde abri¬
go, me calé el sombrero hasta las cejas, y empu¬
ñando mi grueso bastón, me lancé á la calle; en¬
golfándome atrevidamente en el piélago de la mul¬
titud en busca de mi hombre, y en la dirección
que le había visto tomar, porque él habia desa-i
parecido. Con alguna dificultad conseguí encon¬
trar sus huellas; le alcancé por fortuna, y me
consagré á seguirle, si bien con ciertas precau¬
ciones, procurando que no se apercibiera de mi
propósito.
Podia al fin estudiar á mi gusto su persona.
Era de pequeña estatura, delgado y débil en apa¬
riencia. Sus vestidos estaban sucios y desgarra- ■
dos; pero al pasar por el foco lumínico de. loS
reverberos me apercibí que su camisa, manchada
y rota, era fina y de hechura escalente; y si no me
engañaron mis fascinados ojos, éntrelos pliegues
de su capa, al embozarse una vez, entrevi los j
resplandores sucesivos de un diamante en el ín¬
dice y un puñal en la diestra. Estas observa¬
ciones exaltaron mi curiosidad y determiné
seguir al desconocido por donde quiera que
llevara sus inciertos y mal seguros pasos.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 63
Estaba bien entrada la noche, y una niebla
espesa y húmeda envolvia la 'capital en su denso
manto, resolviéndose en una lluvia pesada y con¬
tinua.
Este cambio de tiempo produjo un efecto ra¬
ro en la multitud, queajitada por un movimien¬
to oscilatorio, buscó abrigo en la infinidad de pa¬
raguas, levantados sobre las cabezas, como bur¬
bujas sóbrela superficie de las aguas removidas.
La ondulación, los, codeos y los murmullos, se
hicieron más de notar en aquel precipitado tu¬
multo de los transeúntes. Yo no me afecté por
la lluvia, porque tenía aun en la sangre una efer¬
vescencia febril y la humedad me producia un
voluptuoso fresco. Anudé un pañuelo en torno
de mi boca para evitar el resfriado y continué
mi camino detras del hombre que espiaba.
En el espacio de media hora, el viejo, que yo
seguia con pertinacia, se franqueó el paso con
alguna dificultad, hasta cruzar la grande arte-
r * a ’ y y° Procuraba adherirme á su ruta, rece¬
lando perder su pista en aquel bullicio. Como no
volvía la cabeza, cuidándose únicamente de ade¬
lantar, no pudo apercibirse de mi táctica, y con¬
tinué mis pesquisas con creciente ardor, retenido
no obstante por la prudencia. Pronto se deslizó
por una calle transversal, que aun llena de gen¬
te presurosa, no estaba tan incómoda para el
tránsito como la principal que abandonaba, can¬
sado de luchar contra multiplicados óbices. Aquí
se verificó un cambio evidente en mi hombre;
64 EDGAR POE.
tomando un paso más lento y casi podría decirse
vacilante. Cruzó en distintas direcciones la tra¬
vesía, formando caprichosos zigs-zags de una
acera en otra, y entre los que iban y los que
venían tuve que someterme á surcar las aguas
de mi perseguido, temeroso de perder su estela
siguiendo el camino más regular y directo. Era
la tal calle estrecha y larga, y aquel paseo de
cerca de una hora me fatigó bastante; viendo
reducirse la multitud á la cantidad de gente que
se nota por lo común en Broadvay, cerca del
parque, al medio dia; tan grande es la diferen¬
cia entre el gentío de Londres y el de la ciudad
americana más populosa.
Al cabo de la dilatada calle travesera entra¬
mos en una plaza, brillantemente iluminada por
el gas y rebosando exhuberante vida. El indivi¬
duo recuperó el primer aire que tanto me habia
chocado al verle. Dejó caer la barba sobre el pe¬
cho y sus ojos chispearon rutilantes bajo sus
contraidas cejas, al registrar los objetos en su
contorno, pero no detrás de él, por fortuna mia.
Apresuró el paso; pero no convulsivamente, sino
con regularidad y en gradación calculada, y no
fué poca mi sorpresa al ver que dando la vuelta
á la plaza, volvía atrás, comenzando su estram¬
bótico paseo como una tarea impuesta. Entonces
me vi precisado á una porción de hábiles ma¬
niobras, para evitar que en uno de aquellos re¬
trocesos súbitos descubriese mi curioso espio¬
naje.
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 65
En este peregrino paseo empleamos una hora,
mucho menos molestados por los transeúntes que
lo fuéramos al entrar en la plaza; porque la llu¬
via crecía, arreciaba el viento, y el temporal
retiraba la gente al amor de los hogares. Ha¬
ciendo un gesto de impaciencia, el hombre er¬
rante pasó á una calle obscura y comparativa¬
mente desierta, y la recorrió en toda su longi¬
tud con una agilidad que jamás habria sospe¬
chado en un sér tan caduco; pero una agilidad
que me cansó extraordinariamente, en mi em¬
peño de seguirlo de cerca. En pocos minutos des¬
embocamos en un vasto y concurridísimo bazar.
El desconocido parecía estar al corriente de to¬
das las localidades, y allí tomó su marcha primi¬
tiva, abriéndose paso sin especie alguna de pri¬
sa ni de atropello, y sin provocar la atención de
los que vendían y compraban en el espacioso es¬
tablecimiento.
Cerca de hora y media pasamos en aquel re¬
cinto; teniendo que redoblar mis precauciones á
fin de que no advirtiese el viejo la insistencia
valerosa de mi curiosidad que me confundía ma¬
terialmente con la sombra de su endeble cuerpo.
Yo llevaba chanclos de caoutchouc, que me per-
mitian ir y volver sin producir ruido que de¬
nunciara mis pasos. Mi hombre entraba sucesi¬
vamente por todas las tiendas, sin pedir nada, y
sin preguntar por nadie: fijando en las personas
y en los efectos una mirada fija, incoherente y
sin destallo. Su conducta me extrañaba sobre-
3
66 EDGAR POE.
manera, afirmándome en mi resolución de no s®'
pararme de él sin haber satisfecho plenamente
la curiosidad que me hacía girar en su órbita
como un satélite.
Un reloj de sonoro timbre dejó oir once vi'
braciones de una solemnidad pausada, y esta
la señal para que el bazar quedase desocupada j'
de allí á poco. Uno de los tenderos al cerrar ufl
muestrario dió un empellón á mi hombre efl
el impulso vigoroso de su faena, y el viejo, eS'
tremeciéndose á este contacto, rudo y purameH'j
te involuntario, se precipitó á la acera opuesta*]
y como aguijoneado por el terror, se introdujo
con velocidad increible en una série de callejue'
las tortuosas y solitarias, á cuyo fin llegamos i
de nuevo á la calle arterial, deque habiamoSi
partido juntos, donde estaba el cafó en que ha'
bia yo pasado la tarde tan distraído.
La calle no presentaba ya el mismo aspecto*!
y aunque alumbrada por el gas, como llovia si^j
tregua, eran raros los transeúntes, y los pocoSl
que la atravesaban lo hacian con marcada prfl'j
mura.
El incógnito palideció, aventurando sus pai
sos tristemente en aquella avenida, antes ta®
animada, y después, exhalando un profundo suS'
piro, tomó la dirección hácia el Támesis, y sí'
guió un laberinto de vías excusadas y obscuras*,
hasta llegar frente á uno de los principales te®'
tros de la capital. Era el momento preciso &
terminar el espectáculo, y el concurso desea 1 '
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 67
bocaba en la calle por las várias puertas del co¬
liseo. Entonces vi á mi hombre abrir la boca
para respirar con fuerza, y sumirse en la bulla
como en su elemento, calmándose por grados la
angustia profunda de su fisonomía. La barba
volvió á caer sobre el pecho, apareciendo tal
como le habia visto la vez primera que en él
fijé mis ojos. Noté que se dirigia hácia donde
afluia con preferencia el público; pero, en suma,
me era imposible comprender los móviles de su
conducta singular.
Mientras adelantaba en su marcha, disemi¬
nábase el concurso, y al advertir esto, el des¬
conocido parecía afectado por una emoción afa¬
nosa y pródiga en incertidumbres. Durante algún,
tiempo siguió de muy cerca un grupo de diez ó
doce personas; pero poco á poco, y uno á uno, el
número fué disminuyendo hasta reducirse átres
individuos, que se instalaron en reservada con¬
versación á la entrada de una callejuela estre¬
cha, oscura y de difícil paso. Mi hombre hizo
una pausa, y estuvo algunos instantes como su¬
mido en vagas reflexiones, y luego, con una aji-
tacion marcadísima, se introdujo rápidamente
por un pasaje estrecho, que nos llevó al extre¬
mo de la ciudad, y á regiones bien diferentes de
las que hasta entonces habíamos recorrido.
Estábamos en el barrio más infecto de Lón-
dres, y en donde todo lleva impreso el candente
estigma de la pobreza más deplorable y del vicio
sin arrepentimiento ni redención posible. A.1 ac-
68 EDGAR POE.
cidental fulgor de un empañado reverbero, di**
tinguíanse las casas de madera, altas, antiguas»
grieteadas, amenazando ruina, y en tan extra¬
vagantes direcciones que apenas se acertaba ¿
andar por aquel confuso laberinto.' El pavimento
estaba lleno de simas, y la3 piedras rodaban fué'
ra de sus huecos, sacadas de sus alveolos por el
cesped negruzco, signo de las vías desiertas. $1
lodo fétido de la corriente impedía el líbre curso
de las aguas pluviales, que formaban lagunas
en los hoyos del empedrado destruido. La sucio'
dad del piso manchaba en salpicaduras hediofl'
das las paredes y la atmósfera impregnábase do
los miasmas deletéreos de la desolación.
Adelantando en aquellos sombríos lugares,
los ruidos de la vida humana se hicieron cadfl
vez más perceptibles, y al fin numerosas bandaí
de hombres, los más infames entre el populacho
déla capitál, mostráronse á nuestra vista como
.naturales figuras de aquel cuadro siniestro. $
incógnito sintió de nuevo reanimarse su decaido
espíritu, como la luz de una lámpara que recibo
el aceite que necesita para el alimento de sO
combustión. Estiró sus miembros y pareció a3'
pirar al brio y al desenfado, característicos de W
juventud.
De repente volvimos una esquina, y una lítf
de vivo resplandor, dejándonos casi deslumbré
dos por su contraste con la oscuridad de aquo!
recinto, nos permitió reconocer uno de esos te#'
píos suburbanos de la intemperancia, dondO*
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 69
moderno Baal, se sacrifican los hombres depra¬
vados al demonio del gin.
Estaba amaneciendo; pero un tropel de beo¬
dos inmundos se agolpaban á la puerta de aquel
lugar de perdición.
Ahogando un grito de alegría frenética, el
viejo se abrió paso lentamente por los grupos
de bebedores y de repugnantes borrachos, y ra¬
diante la odiosa fisonomía ante aquel espec¬
táculo desconsolador, fuá y vino de arriba aba¬
jo y de abajo arriba por aquel trozo de calle
como si no tuviera saciedad para él el panorama
de la degradación y del embrutecimiento. No
hubiese dado tregua á este convulsivo paseo á
través de aquellos miserables si el movimiento
de cerrar las puertas de aquella caverna mal¬
dita no indicara la hora de poner fin al tráfico de
la noche en semejantes establecimientos. Lo que
observó en la fisonomía de aquel ente escepcional
que espiaba, sin experimentar cansancio en tan¬
ta vuelta y revuelta, fuó una cosa más intensa
aun que la misma desesperación. No titubeó,
apesar de esto, en su .carrera; antes bien, con
loca energía, volvió atrás de improviso, diri¬
giéndose con decisión firme al corazón de la
populosa capital de la Gran Bretaña.
Corrió impávido y largo tiempo, y yo siem¬
pre en su pista, como atraído irresistiblemente
por una fuerza mágica que centuplicaba las
mías; determinado á todo trance á no .perder
tmo de sus pasos, en esta indagación que abr-
70 EDGAR POE.
sorvia en su interés todas mis facultades, así,
morales como físicas.
El sol irradió en un cénit despejado, después
de una noclie lluviosa, y llegado que hubimos á
la arteria principal, en que estaba sito el café»j
de donde salí á la zaga del diabólico viejo, pudej
advertir que la calle presentaba un aspecto de
actividad y continuo movimiento, análogo al que i
ofreció en las primeras lloras de la noche pre'j
cedente; siendo aquel, según mis observaciones,!
el flujo matutino del reflujo nocturno, en el
cuadro de mareas humanas del mar insondable
y turbulento del vecindario de Lóndres.
Allí, en medio de una confusión creciente
por momentos, persistí con empeño obstinado en
la persecución del incógnito; pero este personal I
je sombrío y fatal iba, venía, pasaba y repasabaí
por aquella extensa calle, pareciendo entregado-
como frágil arista á los remolinos de una troifl'
ba, girando sobre sí misma con aterradora ra - ].
pidez. Ya se aproximaban las sombras de la no-,
che, y sintiéndome quebrantado por aquel trá-j
fago, que resentía con intolerables dolores la-
médula de “mis huesos, me detuve frente al hom- j'
bre errante con aire de interpelación insolente,;
mirándole ceñudo, y decidido á formular doá
agresivas preguntas:
—¿Quién eres y qué haces?
Pero aquel sér infatigable y fantástico me
evitó con un giro raudo, como el arranque del ;
vuelo del halcón, y le vi alejarse entre la multi'
HISTORIAS ESTRAOR.DINARIAS. 71
tud, como la gaviota cuando roza sus alas con
las crestas del oleage, en que la blanca espu¬
ma esmalta con sus copos el azul del piélago'que
sirve de espejo á Dios. Yo no pude, ni quise,
continuar mis infructuosas pesquisas, y entré á
descansar de mi loca excursión en el café, de que
habia salido buscando la clave de un enigma so¬
cial, sospechado por mi arrebatada fantasía en
aquel tipo singular y repelente.
—Este viejo, dije para mí, es el génio del
crimen tenebroso y profundo. Su afan consiste
en no estar solo, y por eso es el hombre volun¬
tariamente perdido en la multitud. En balde le
hubiera seguido un dia y otro para saber su
secreto ó conocer sus actos. El arcano es el sello
de su particular destino. El peor corazón del
mundo es un libro mil veces más infame y odioso
que ese Hortulus animoe de G-rlinninger, de
quien ha dicho Alemania su délebre: esi loesst
sich niéhtlesen. Quizás sea una de las mayores
misericordias del Sér Supremo que , esas almas
condenadas sean como aquel libro inmundo, y así
permite que no se dejen leer.
IY.
EL CORAZON REVELADOR.
¡Credme! Yo soy muy nervioso, espantosa¬
mente nervioso, siempre lo he sido. Mas ¿pof
qué os empeñáis en que estoy loco? La enfer¬
medad ha dado mayor perspicacia á mis senti¬
dos: no los ha destruido ni embotado. Entra
todos se distingue, sin embargo, el oido como
superior en firmeza: yo he oido todas las cosas
del cielo y de la tierra y no pocas del infierno.
¿Cómo, pues, he de estar loco? Atención! Y con*
templad con cuánta calma y cordura puedo con¬
taros toda mi historia.
No es posible esplicar como me pasó por la3
mientes la idea por primera yez; pero ya que
me pasó, no cesó de perseguirme noche ydia*
Verdaderamente no había en ella objeto ni pa*
sion de mi parte. Yo quería al pobre viejo:
él no me había hecho mal ninguno: jamás me
había insultado: yo no codiciaba su oro... ¡Ah!
¡Sí, esto es! Uno de sus ojos parecía de buitre: era
un ojo azul apagado y con una catarata. Cada
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 73
vez que aquel ojo se fijaba en mí la sangré so
me helaba; así fué que lentamente y por gra¬
dos, se me puso en la cabeza matar á aquel
viejo, para de este modo librarme de aquel
ojo para siempre.
Hé aquí, pues, la dificultad. Me creeis loco,
pues bien; los locos no saben nada de nada: ¡pe-
ro si me hubiérais visto! ¡Si hubiérais visto
con qué sagacidad me conduje! ¡Con qué precau¬
ción, con qué previsión y disimulo acometí mi
empresa! Nunca estuve tan amable con el vie¬
jo como durante la semana que precedió al ase¬
sinato. Y cada noche, hácia la media noche,
descorría el pestillo de su puerta y abría, ¡oh!
tan suavemente! Y cuando había entreabierto
lo suficiente para que cupiese mi cabeza, in¬
troducía una linterna sorda, bien cerrada, sin
dejar que asomase un solo rayo de luz; después
metía la cabeza ¡cómo os hubiérais reido de
ver cuán diestramente metía la cabeza! Movíala
lentamente, muy lentamente, para no turbar el
sueño del viejo. Una hora empleaba, cuando me¬
nos, en introducir la cabeza por la abertura, has¬
ta ver al viejo acostado en su cama. ¿Un loco ha¬
bría sido, por ventura, tan prudente? Y cuando
habia metido toda la cabeza, abría ya la linter¬
na con precaución, ¡oh! ¡Con qué precaución, con
qué precaución, porque rechinaba el gozne! Abría
lo preciso no más para que un rayo impercep¬
tible de luz cayese sobre el ojo de buitre. Re¬
petí la operación durante siete interminables
74 EDGAR POE.
noches, á media noche exactamente; pero como
siempre encontrase el ojo cerrado, no pude rea¬
lizar mi propósito; porque no era el viejo mi
eterna pesadilla, sino su maldito ojo. Cada ma¬
ñana, apenas amanecía entraba yo resuelta¬
mente en su cuarto y le hablaba con despar¬
pajo, llamándole cordialmente por su nombre,
é informándome de cómo había pasado la no¬
che. Muy listo había de ser el viejo para sos-j
pechar que cada noche, á media noche, le espia¬
ba yo durante su sueño.
La octava noche, redoblé las precauciones
para abrir la puerta. El horario de un relój se
mueve con más velocidad que en aquel mo¬
mento se movía mi mano. Hasta aquella noche
no había yo meditado todo el alcance de mis fa¬
cultades y de mi sagacidad. Apenas podía con-'
tener la sensación que me causaba el triunfo-
¡Pensar que yo estaba allí, abriendo poco á po¬
co la puerta, y que él no soñaba siquiera ni
mis intentos! Esta idea me arrancó una ligera
sonrisa que él oyó sin duda; porque se revol¬
vió súbitamente en la cama como si desperta¬
se. Creereis quizá que me retiré, pues no. La
habitación estaba tan negra como la pez, seguO
que eran espesas las tinieblas, porque las ven-;
tanas estaban cuidadosamente cerradas por mie¬
do á los ladrones. Así, pues, en la inteligencia
de que. él no podría ver la abertura de la puer¬
ta continué abriéndola más y más.
Ya había metido la cabeza, y principiaba ¿
HISTORIAS ESRAORDINARIAS. 75
abrir la linterna cuándo mi pulgar resbaló so¬
bre el cierre de hoja de lata, y el viejo se in¬
corporó en la cama gritando: ¿Quién anda ahí?
Quedóme absolutamente inmóvil y sin decir
una palabra. Durante una hora entera no mo-
yi hi un músculo, y en todo este tiempo no oí
que se volviera á acostar. Permanecía incorpo¬
rado y alerta, lo mismo que yo había hecho
noches enteras escuchando las arañas en la
pared.
Mas hé aquí que oí un débil gemido y cono¬
cí que era producido por un terror mortal: no
era un gemido de dolor ó de disgusto, ¡oh na!
era el ruido sordo y ahogado de un alma sobre¬
cogida de espanto. Yo conocía bien este ruido:
bastantes noches, á media noche en punto,
mientras que el mundo entero dormía, se había
-escapado de mi propio seno, aumentando con su
terrible eco los terrores que me asaltaban. Di¬
go, pues, que conocía bien aquel ruido. Yo sabía
lo que el viejo estaba pasando, y tenía piedad de
él, aunque mi corazón estaba alegre. Sabía que
estaba despierto desde que, al oir el primer rui¬
do, se había aumentado por momentos: había
querido convencerse de que su terror no tenia
causa; pero no habia podido. Habíase dicho á sí
mismo: ¡esto no es mas que el viento que sue¬
na en la chimenea, ó un ratón que corre por
el entarimado! Si, había querido recobrar el
valor con semejantes hipótesis; pero en vano;
en vano , porque la muerte que se acercaba
EDGAR POE.
76
había pasado por delante de él, envolviendo con
su sombra negra á su víctima. La influencia de
aquella sombra fúnebre era la que le hacía
adivinar, aunque nada habia visto ni oido,
la presencia de mi cabeza en su habitación.
Después de esperar largo tiempo, y con gran
paciencia, sin oir que volviera á acostarse, me
resolví á entreabrir un poco la linterna, pero
tan poco, tan poco, que no podía ser menos. Abrí"
la, pues, ¡tan suavemente! ¡tan suavemente! que
fuera imposible imaginarlo, hasta que al fi 11
un rayo de luz, pálido como un hilo de aran»»
penetró por la abertura y fuá á dar en el oje
de buitre.
Estaba abierto, abierto del todo, y yo ape*
ñas le miré, me encendí en cólera. Le vi el»'
ra y distintamente todo entero, de un azul em'
pañado, y cubierto de una tela horrible, que m fi
"heló hasta la médula de los huesos; pero u°
pude ver ni la cara ni el cuerpo del viejo, pof'
que había dirigido el rayo, como por instinto» j
precisamente al sitio maldito.
Ahora bien: ¿no os dije que lo que tomáis pó*
locura no es más que un refinamiento de l° s
sentidos? Pues bien, lié aquí que oí un rüid 0
sordo, apagado y frecuente, semejante al q u0
haría un reló envuelto en algodón y lo recon°'j
cí perfectamente: era el latido del corazón
viejo. Con él creció mi furor, como el coraj 0
del soldado se exaspera con el redoble de 1°*
tambores.
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 77
CóiitíiYeme sin embargo, y permanecí inmóvil
y respirando apenas. Empleé mi esfuerzo en sos¬
tener fija la linterna y el rayo de luz en dere¬
chura del ojo. Al mismo tiempo el latir infernal
del corazón era cada vez más fuerte, y más pre¬
cipitado, y sobre todo más alto. El terror del
Viejo debía ser extremo. Estos latidos, dije yo
entre mí, son cada minuto más fuertes. ¿Me
comprendéis bien? Ya os he dicho que soy ner¬
vioso: por lo tanto aquel ruido tan extraño, en
medio de la noche y del medroso silencio que
reinaba en aquella vieja casa, me causaba un
temor irresistible. Aun pude, sin embargo, con¬
tenerme durante algunos minutos; pero los la¬
tidos iban siendo aun más fuertes. Yo creía que
el corazón iba á rebentar; y hé aquí que una
nueva angustia se apoderó de mí: aquel ruido
podía ser oido por algún vecino. La hora del
viejo había sonado. Di un alarido, abrí brusca¬
mente la linterna y me precipité en la habita¬
ción. El viejo no dió ün grito; ni un solo gri¬
to. En un momento le arrojé sobre el entari¬
mado y cargué sobre él todo el peso aplastadór
de la cama. Entonces sonreí de satisfacción ál
ver tan adelantada mi obra. Durante algunos
minutos latió todavía el corazón con un sonido
ahogado; pero esto ya no me atormentó como
antes, porque el ruido no podía ser escuchado á
través del muro. Al fin, el ruido cesó: el vie¬
jo había ya muerto. Levanté la cama y exa¬
minó el cuerpo: estaba rígido ó inerte. Püsele la
78
EDGAR. POE.
mano sobre el corazón y la mantuve así durante j
muchos minutos: ninguna pulsación: estaba ri'
gido é inerte. El ojo maldito no podía atormefl'i
tarme más.
Si persistís en creerme loco, vuestra creen'
cia se desvanecerá, cuando os diga los injeni^l
sos medios que empleó para ocultar el cadáver* j;
La noche avanzaba, y yo trabajaba velozmente;^
pero en silencio. Primeramente cortó la cabezaili
después los brazos y por último las piernas* '?
Luego arranqué tres tablas del entarimado, í:
coloqué debajo aquellos restos; volviendo á cQ|
locar las tablas tan hábil y diestramente, qü 0
ningún ojo humano—¡ni aun el suyo!— hubiej*
ra podido descubrir algún indicio sospechoso®
No había nada que dudar: ni una mancha, m
un rastro de sangre: yo había tenido gran pr«
caución y había puesto una cubeta para que re'
cibiera toda la sangre. ¡Ah! ah!
Cuando hube concluido estos trabajos eral 1
las cuatro; pero estaba tan oscuro como á me';
dia noche. Daba el reloj la hora, cuando H a " i
marón á la puerta de la calle. Bajó á abrir cofl|
el corazón sereno, porque ¿qué tenía yo que te.'.j
mer? Entraron tres hombres que se me dieron
á conocer como agentes de policía. Un vecih 0 :
había oido un grito durante la noche, y sospa'j
chando alguna desgracia, había dado aviso á I a
oficina de policía, en vista de lo cual había* 1
sido enviados aquellos señores para reconoc^l
el sitio de donde había salido el grito.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 79
Yo me sonreí; porque ¿qué tenía que temer?
Saludé á los agentes y les dije que el grito lo había
dado yo en sueños. El viejo añadí, está de viaje.
Llevé á mis visitadores por toda la casa y
les invité á que registrasen bien. Por último
los conduje á su habitación, y les enseñé sus te¬
soros en perfecto órden y seguridad.
En el entusiasmo de mi confianza, llevé si¬
llas á la habitación y supliqué á los agentes
que descansaran, mientras que yo, con la loca
audacia de un completo triunfo, coloqué mí
silla sobre el sitio mismo en que estaba escon¬
dido el cuerpo de la víctima .
Los agentes estaban satisfechos: mi tranqui¬
lidad había disipado toda sospecha. Yo me en¬
contraba completamente sereno. Sentáronse,
pues, y hablaron familiarmente, alternando yo
con igual familiaridad. Pero al cabo de un corto
rato, conocí que me ponía pálido, y principié á
desear que se fueran. Sentía mal en la cabeza y
me parecícá que me zumbaban los oidos; pero los
agentes permanecían sentados y hablando. El
zumbido principió á ser más perceptible, y po¬
co después más perceptible y claro aun; yo ani¬
mé entonces la conversación y hablé cuanto pu¬
de para desembarazarme de aquella sensación tan
tenaz; mas el ruido continuó hasta ser tan cla¬
ro y determinado, que conocí que no estaba en
mis oidos.
Sin duda debí ponerme entonces muy pálido;
pero seguí hablando con más rapidez, alzando la
EDGAR POE.
80
voz. El ruido seguía, sin embargo, en aumen¬
to, ¿y qué podía yo hacer? Era un ruido soF'
do, apagado, frecuente, semejante al que haría
un relé envuelto en algodón. Yo respi raba tra-
bajosamente; los agentes no oían nada toda¬
vía. Aceleró aun más la conversación y habl¿
con mayor vehemencia; pero el ruido crecía sil 1
cesar. Levantóme y disputó sobre futilezas o* 1
alta voz y con una gesticulación violenta; pe'
ro el ruido crecía, crecía cada vez más. ¿PQf
qué no querían irse? Yo medí el entarimado, á
grandes y ruidosos pasos,-como exasperado po f
las observaciones que los agentes me hacíaflí
pero el ruido crecía, crecía por grados. ¡Oh Dios!
¿qué podía yo hacer? Rabié, pateó y juró, arras¬
tré mi silla y la hice resonar sobre el entarP
mado; pero el ruido lo dominaba todo y crecía
indefinidamente. ¡Más fuerte, más fuerte! Sieb 1 '
pre más fuerte!! Y los hombres continuaban ha'
blando, y bromeando y sonriendo. ¿Era posible
que no oyeran? ¡Dios todopoderoso! no! no! ello$
oian! ¡Sabian, se burlaban de mi espanto!
lo creí entónces y todavía lo creo. Cualquier co¬
sa hubiera sido más tolerable que esta burla. ^°,
no podía soportar por más tiempo aquellas hP
pócritas sonrisas , y entretanto el ruido, ¿lo oí^
escuchad, más alto! más alto! siempre más alto*
Siempre más altol
—¡Miserables! grité, ¡No disimuléis más tieiO'
po!yo lo confieso! Arrancad esas tablas! Ahí está!
Ahí está! Ese es el latido de su horrible corazoO'
V.
EL ESCARABAJO DE ORO.
Hace algunos arios me uní intimamente con
un tal William Legrand. Era hijo de una anti¬
gua familia protestante, y habia sido rico en
tiempos lejanos; pero una série de desgracias le
habia reducido á la miseria. Para evitar la hu¬
millación de sus desastres, abandonó á Nueva-
Orleans, la ciudad de sus abuelos, y se estable¬
ció en la isla de Sullivan, cerca de Charleston,
en la Carolina del Sur.
Esta isla es de las más singulares. Su suelo
no está compuesto más que de arena y tiene cer¬
ca de tres millas de ancho; de largo no tiene más
que un cuarto de milla.
Está separada del continente por un arroyo
apenas visible, que filtra á través de una masa
de cañas y de fango, lugar de cita habitual pa¬
ra las gallinetas.
La vegetación, como se puede suponer, es po-
bre, ó, por decirlo así, enana. No se encuentran
árboles más que de una determinada dimensión.
82 EDGAR POE
Hacia la estremidad occidental, en el sitio donde
se eleva el fuerte Moultrie y algunas miserables
barracas de madera, habitadas por los que huyen
de los temporales y las fiebres de Charleston, se
encuentra la palmera enana setígera; pero toda
la isla, á escepcion de este punto occidental y de
un espacio triste y blanquecino que rodea la
mar, está cubierto de espesas malezas de mirto
oloroso, tan estimado por los horticultores in¬
gleses.
El arbusto se eleva frecuentemente á una
altura de quince ó veinte piés, y forma un soto
casi impenetrable, impregnando la atmósfera
con sus perfumes. En lo más profundo de esto
soto, no lejos de la estremidad oriental de la
isla, es decir do la más apartada, Legrand se ha¬
bía fabricado una pequeña choza que habitaba
cuando por vez primera, y por acaso, le conocí-
Este conocimiento degeneró bien pronto en amis¬
tad, porque ciertamente había en el querido so¬
litario circunstancias para escitar el interés y
la estimación
Conocí que habia recibido una sólida educa¬
ción, felizmente secundada por facultades espi¬
rituales poco comunes, pero estaba infestado de
misantropía y sujeto á desgraciadas alternati¬
vas de melancolía y de entusiasmo.
Sus principales distracciones consistían en
cazar y pescar, ó recorrer la playa á través de
los olorosos mirtos en busca de conchas y ejem¬
plares entomológicos. Su colección la hubie-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 83
ra envidiado un Sir Ammerdan.
En sus escursiones era acompañado ordina¬
riamente por un viejo negro, que habia sido com¬
prado antes de las desgracias de la familia, pero
á quien no se habia podido decidir, ni por amena¬
zas ni por promesas, á abandonar á su joven
amo VVill y creia estar en su derecho siguién¬
dolo á todas partes.
Es probable que los parientes de Legrand,
juzgando que este tenia la cabeza un poco des¬
compuesta, conftrmáran á Júpiter en su obstina¬
ción, con el ñn de poner una especie de guardián
y de centinela cerca del fugitivo.
Bajo 1 latitud déla isla de Sullivan los in¬
viernos rara vez son rigurosos y es un aoonte-
cimiíinto, cuando al declinar el año, la chimenea
se hace indispensable. Sin embargo, hácia la mi¬
tad de Octubre de 18.... hubo un dia de frió no¬
table. Precisamente, antes de anochecer, me abrí
un camino á través del soto en dirección de la
choza de mi amigo, á quien no habia visto ha¬
cia algunas semanas: yo vivia entonces en Char-
leston, á una distancia de nueve millas de la isla
y 1 as condiciones para ir y venir no eran ni mu¬
cho ménos tan buenas como las de hoy. Al lle¬
gar á la choza, llamé según mi costumbre y no
obteniendo respuesta, busqué la llave donde sa¬
bía que estaba escondida, abrí la puerta y en¬
tré. Un hermoso fuego ardía en el hogar. Era
una sorpresa y seguramente una de las más agra¬
dables. Me desembarazó de mi paletot, arrimé
EDGAR POE.
84
un sillón cerca de las encendidas léñas y aguar-
dé pacientemente la llegada de mis huéspedes.
Poco después de caida la noche, llegaron ha¬
ciéndome un recibimiento cordial.
Júpiter riendo á carcajadas, no se daba punto
de reposo preparando algunas gallinetas para la
comida. Legrand estaba en una de sus crisis de
entusiasmo, porque ¿qué otro nombre dar á
aquello?
Habia encontrado un vivalbo desconocido,
formando un género nuevo; y mejor aun que ésto
habia cazado y atrapado, con la asistencia de Jú¬
piter, un escarabajo que creia de una nueva es¬
pecie y sobre el cual deseaba saber mi opinión
al dia siguiente.
—Y por qué no esta noche? le pregunté, fro¬
tándome las manos delante de las llamas y en-'
viando al diablo mentalmente toda la raza de los
éscarabajos.
—Ah! si yO hubiera sabido que estabais aquí!
dijo Legrand; pero hace mucho tiempo que no OS
he visto. ¿Y cómo podía yo adivinar que ule visi¬
taseis precisamente esta noche? Viniendo á mi
morada, íne encontré al teniente G... del fuerte,
y muy aturdidamente le he prestado el escaraba¬
jo; de suerte que os será imposible verle hasta
maiiana. Quedaos aquí esta noche y yo envia'ré
á Júpiter á buscarle al salir el sol. ¡Es la cosa
más linda de la creación!
—¡Qué, el alba!
—Eh! no! qué diablo! el escarabajo! Es de un
HISTORIAS ESTRAORBINARIAS. 85
brillante color de oro, grueso como una gran
nuez, con dos manchas de un negro azabache á
una estremidad del dorso y una tercera, un poco
más dilatada, al otro. Las antenas.
—No hay nada de antenas sobre él, amo'Will.
Yo os lo apuesto, interrumpió Júpiter; el escara¬
bajo, es un escarabajo de oro, de un lado á otro,
por dentro y por fuera, esceptuando las alas; yo
no he visto en mi vida un escarabajo' ni la mi¬
tad de pesado que ese.
—Está bien; supongamos que teneis razón
Júpiter, replicó Legrand más vivamente, á loque
ine pareció no soportando la interrupción, ¿es
esta una razón para dejar quemar las galline¬
tas? El color del insecto, y se volvió hácia mí,
bastaría en verdad á hacer plausible la idea de
Júpiter. Jamás habéis visto un resplandor metá¬
lico más brillante que el de estos élytros; pero
no podréis juzgar de ello hasta mañana. Entre¬
tanto yo ensayaré daros una idea de su forma.
Y hablando así, se sentó al lado de una peque¬
ña mesa sobre la cual liabia una pluma y tintero,
pero no papel. Le buscó en una gabeta, pero no
lo halló.
—No importa, dijo al ñn, esto es suficiente.
Y sacó del bolsillo de su chaleco una cosa que
me produjo el efecto de un pedazo de vitela muy
súcia, é hizo encima una especie de cróquis con
la pluma.
Durante este tiempo yo hábil guardado mi si¬
tio junto al fuego porque seguia teniendo mucho
86 EDGAR POE.
frió. Cuando hubo acabado su dibujo, me lo dtf
sin levantarse. Al par que yo lo recibí de su ma*
no, se oyó un fuerte gruñido, seguido de un conti'
nuo rascar en la puerta. Júpiter abrió, y'unenof'
me terranova, que pertenecía á Legrand, se prój
cipitó en la habitación, saltó sobre mis espalda* |
y me colmó de caricias, porque yo me habia ocUi
pado mucho de él en mis visitas precedentes-
Cuando terminó sus saltos, miré el papel, y ¿
decir verdad me sorprendió bastante el dibujo da j
mi amigo.
—Sí, dije, después de haberle contemplado all
g 1 - 1 nos minutos, este es unestraño escarabajo, 1¿|
confieso; es nuevo para mí, no he visto nunca na-j
da semejante, á menos que esto no sea un cráneo j
ó una calavera, á lo que se parece más que ¿
ninguna otra cosa que se me haya dado á exa-l
minar.
—¡Una calavera! repitió Legrand. Ah! sí, hay
algo de eso en el papel, ya comprendo. Las do*
manchas negras superiores hacen de ojos y 1®
más larga que está más baja figura la boca ¿no
es eso? Además, la forma general es oval.
—Puede ser, dije, pero me temo, Legrand, que
no seáis muy artista. Yo espero á ver al animal»!
para formar una idea de su fisonomía.
—Muy bien; yo no sé como ha sucedido esto,j
dijo un poco picado en su amor propio: yo dibujo i
bastante bien, ó al menos deberia hacerlo, por¬
que he tenido buenos maestros, y me lisonjeo |
de no ser del todo un bruto.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 87
—Pues entonces, querido camarada, esclamé,
os burláis; esto es un cráneo bastante pasable:
yo aun puedo afirmar que es un cráneo perfec¬
to, según todas las ideas recibidas relativamen¬
te destaparte déla osteología, y nuestro esca¬
rabajo sería el mas singular de todos los escara¬
bajos del mundo, si se pareciese á esto. Podría¬
mos establecer alguna pequeña superstición que
pasme. Yo presumo que denominareis á vuestro
insecto seurabaeus-caput hominis, ó algún térmi¬
no parecido. Hay en los libros de historia natu¬
ral muchas denominaciones de este género. Pero
¿en donde están las antenas de que vos me ha¬
blabais?
Las antenas! dijo Legrand que se acaloraba
inesplicablemente, debeis ver las antenas, yo es¬
toy seguró. Las he dibujado tan distintas como
son en el original y yo presumo que esto es bien
suficiente.
—Enhorabuena, dije, supongamos que las ha¬
yáis dibujado, más es cierto siempre que yo no
las veo.
Y le entregué el papel, sin añadir ninguna
observación, no queriendo irritarle, pero estra-
ñando mucho el sesgo que había tomado el asun¬
to. Su mal humor me llamaba la atención, y en
cuanto al croquis del insecto, no tenia positiva¬
mente antenas visibles y el conjunto parecía, sin
equivocarme, á la imágen ordinaria de una cala¬
vera.
Tomó su papel con aire áspero, y en el mo-
88 EDGAR POE.
mentó de estrujarle, sin duda para arrojarle al
fuego, su vista cayó por acaso sobre el dibujo y
toda su atención pareció encadenada allí. En ufl
instante su rostro se puso de un color rojo ifl'
tenso; después pálido sucesivamente. Durará
algunos minutos, sin moverse de su sitio, contí'
nuó examinando el dibujo minuciosamente. A I a
larga se levantó, tomó una bujía de sobre Ó
mesa y fué á sentarse sobre un cofre, al otro o 3 '
tremo de la sala.
Allí volvió de nuevo á examinar curiosa'
mente el papel, volviéndole en todos sentidos. j
Entretanto nada dijo y su conducta me oatfj
saba un gran asombro, pero no juzgué oportuó
exasperar con ningún comentario su mal humó
creciente. En fin, sacó del bolsillo de su traje uó
cartera y guardó el papel cuidadosamente y 10
depositó todo en un pupitre que cerró con llaV0*
Volvió d hablar del asunto con palabras mó
serenas, pero su entusiasmo había desapareció
totalmente. Tenia el aire más bien concentrad 0
que mohíno. A medida que la noche avanzaba
él se absorvia más y más en su meditación, f
ninguna de mis agudezas pudo distraerle. PÓ'
mitivamente, había tenido la intención de pasó
la noche en la cabaña, como había hecho más ó
una vez; mas viendo el humor de mi huésped
juzgué más conveniente despedirme. No hió
ningún esfuerzo para retenerme; pero cuanÓ
partí, me apretó la mano con una cordiathM
aun más viva que de costumbre.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 89
Cerca ¿le un mes después de esta aventura, y
durante este intérvalo no habiendo oido hablar de
Legrand, recibí en Charleston una visita de su
servidor Júpiter. No había visto nunca al bueno
y viejo negro tan completamente abatido, y temí
que le hubiese sucedido á'mi amigo alguna gran
desgracia.
—Y bien, Júpiter, dije, ¿qué hay de nuevo?
¿Cómo está tu amo?
—Pardiez! á decir verdad, amo no está tan
bien como debiera.
—No está bien! Ciertamente que me ha dolido
saber esto. Pero de qué se queja..?
—Ah! ved ahí la cuestión! nunca se queja de
nada, pero sin embargo él está bien malo.
—Bien malo, Júpiter! Y porqué no dijistes
esto en seguida. ¿Está en cama?
—No; no; no está en cama! No se encuentra
bien en parte alguna: ved aquí donde el zapato
me aprieta: yo tengo el ánimo muy inquieto
acerca del pobre amo Will.
—Júpiter, yo querría comprender bien alguna
cosa de todo lo que tú me cuentas. Tú dices que
tu amo está malo. ¿No te ha dicho de qué padece?.
—Oh! Señor, es bien inútil romperse los cascos;
amo Will dice que no tiene nada, absolutamente
nada. Pero entonces, ¿por qué pues,, vá de ceca
en meca, pensativo, los ojos puestos en tierra,
la cabeza baja, las espaldas encorvadas y pálido
como un gamo? Y por qué, pues, está, siempre,
siempre haciendo números?
90
EDGAR POE.
—¿Qué hace, Júpiter?
—Hace cifras con signos sobre una pizarra-
ios signos más estraños que he visto. Yo coinienz 0
á tener miedo, igualmente. Es preciso que teng 3
siempre el ojo abierto sobre él, nada más q 110
sobre él. El otrodia se me levantó antes de am a '
necer y tomó las de Villadiego por todo el san'
to dia.
Yo había cortado un buen garrote, espresa'j
mente para administrarle una corrección de to'
dos los diablos cuando volviese; pero soy ta#
bestia que no tuve valor para ello; tenia un ai* 10
tan desventurado, tan triste.
—Ah! ciertamente! Y bien, después de todO;
yo creo que tú has obrado mejor con ser indull
gente con el pobre muchacho. No es preciso darl 0
de latigazos, Júpiter. Quizá no esté en estado &
soportarlos. Pero ¿no te puedes formar una ide 3
de lo que ha ocasionado esta enfermedad, ó má 0
bien, cambio de conducta? ¿Le ha sucedido algún 3
sensible aventura desde que os he visto?
—No; amo, no ha pasado nada sensible desd{
entonces; pero anúes de esto, sí: yo tengo miedo
sucedió el mismo dia que vos estuvisteis allá.
—Cómo! qué quieres decir?
—Eh! señor! quiero referirme al escarabajo
hé aquí todo...
—¿A quién?
—Al escarabajo: yo estoy seguro que afli 0
Will ha sido mordido en alguna parte de la cab 0 '
za por ese escarabajo de oro.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 91
—¿Y qué razón tienes, Júpiter, para hacer
suposición semejante?
—Tiene bastantes garras para esto, amo, y
una boca también. Yo no he visto nunca un es¬
carabajo tan endiablado: coje y muerde todo lo
que se aproxima. Amo Will le habia cogido des¬
de luego, pero bien pronto le soltó, yo os lo ase¬
guro: entonces sin duda es cuando le mordió. La
traza de este escarabajo y su boca no me gustan
nada ciertamente. Tampoco yo lo quise cojer con
mis dedos, pero tomé un pedazo de papel y coji
al escarabajo en el papel, en el papel lo envolví,
con un pedazo de papel en la boca, y vé aquí como
yo lo tomé.
—¿Y tú piensas, pues, que tu señor ha sido
realmente mordido por este escarabajo y que es¬
ta mordedura le ha puesto malo?
—Yo no pienso nada de bueno, lo sé. ¿Porqué
pues, sueña siempre con oro, sino es porque ha
sido mordido por ese escarabajo de oro? Ya he
oido yo hablar de estos escarabajos de oro.
—Pero como sabes tú que sueña con oro?
—¿Como lo sé? porque habla de eso hasta dor¬
mido; ved ahí porque lo sé.
—En cuanto al hecho, Júpiter, quizá tengas
razón; pero ¿á qué dichosa circunstancia debo el
honor de tu visita hoj^?
—¿Qué queréis decir, amo?
—¿Me traes un recado de M. Legrand?
—No señor, os traigo una carta; héla aquí.
Y Júpiter me entregó un papel en que leí:
92
EDGAR POE.
«Querido*.
¿Porqué no os he visto después de tan larg°
tiempo?
Yo espero que no habréis sido tan niño coro 0
para formalizaros por una pequeña viveza d°
genio de mi parte; pero no, esto es demasiad°
improbable.
Desde que no os he visto, tengo un gran m°'
tivo de inquietud. Tengo alguna cosa que deciros!
pero apenas sé yo como decírosla. ¿Sé yo misro°
si os la diré?
Yo no he estado, bien del todo desde hace al'
gunos dias y el pobre viejo Júpiter me fastidia
insoportablemente con todas sus buenas intefl'
ciones y atenciones.
¿Lo creereis? El otro dia tenia preparado ^
grue so bastón para castigarme por haberme eS'
capado y haber pasado el dia, solo, en mitad d°
las colinas, sobre el continente.
Yo creo, en verdad, que mi mala traza ha si'
do la que me ha salvado solamente de la paliza*
No he añadido nada á mi colección desde q°°
nos hemos visto.
Venid con Júpiter, si no os lo impiden m#'
chos inconvenientes.
Venid , venid’, deseo veros esta tarde para ^
asunto grave.
Os aseguro que es de la más alta impof'
tancia.
Vuestro afectísimo,
WlLLIAM LEGRAND.»
HISTORIAS ESTRAORDINA.RIAS. 93
Había en el estilo de esta carta alguna cosa
que me causó una gran inquietud. Este estilo
di feria absolutamente del habitual de Legrand.
¿En qué diablos soñaba? ¿Qué nueva locura había
tomado posesión de su escesivamente escitable
cerebro? ¿Qué negocio de tan alta importancia
podía él tener que cumplir? La relación de Júpi¬
ter no presagiaba nada bueno; temía que la pre¬
sión continua del infortunio no hubiera, á la
larga, trastornado irremisiblemente la razón de
mi amigo. Sin vacilar un instante, me preparé
á acompañar al negro.
Llegando al muelle, noté una guadaña y tres
azadas, todas igualmente nuevas, que yacían en
el fondo del esquife en que íbamos á embar¬
carnos.
¿Qué significa todo esto, Júpiter? pregunté.
—Esto, son una guadaña y azadas, señor.
—Ya lo veo, pero ¿qué hace ahí todo eso?
—Amo Will me ha mandado comprar para él
en la ciudad esta guadaña y estas azadas; las he
pagado bien caras; esto nos cuesta un dinero de
todos los diablos.
—Pero, en nombre de todo lo que hay aquí
de misterioso, ¿qué es lo que tu amo Will vá á
hacer con la guadaña y las azadas?
—Me preguntáis más de lo que sé; el mismo
amo no safce más; el diablo me lleve si yo no es¬
toy convencido de ello. Pero todo esto lo trae el
escarabajo.
Viendo que no podía sacar ningún rayo de luz
' 94 EDGAR POE.
de Júpiter, cuyo entendimiento parecía aturdido
por el escarabajo, zarpé en el barco y tendí $
viento la vela.
Una fuerte y fresca brisa nos llevé bien pronto ¡
á la pequeña ensenada al norte del fuerte Moiffl
trie y después de un paseo de cerca de dos millaá,
llegamos á la choza. Eran poco más ó menos laS
tres de la tarde. Legrand nos aguardaba con vi'
va impaciencia. Me estrechó la mano con un frío
nervioso que me alarmó y reforzó mis naciente®
sospechas.
El color de su rostro era de una palidez de
espectro, y sus ojos naturalmente muy hundidos»
bridaban con un resplandor sobrenatural. ' j
Después de algunas preguntas relativas á sU
salud, le interrogué, no hallando nada mejor que;
decirle, si el teniente G... le había al fin vuelto
su escarabajo.
—Oh! si, replicó él, ruborizándose mucho, 1°
recobré á la siguiente mañana. Por nada del
mundo me desprendbría yo de este escarabajo* í
¿Sabéis que Júpiter, con todo, tenía razón en 1° j
tocanteáél?
—¿En qué? pregunté, con un triste presentí'
miento en el corazón.
—Suponiendo que es un escarabajo de verda'
dero oro.
Y dijo estas palabras con una seriedad taU
profunda, que me hizo un daño indecible.
—Este escarabajo está destinado á hacer
fortuna, continuó con una sonrisa de triunfo, ^
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 95
reintegrarme de mis bienes de familia. ¿Es, pues,
pasmoso que yo lo estime en tan alto precio? Pues
que la Fortuna ha tenido á bien concedérmelo,
yo no tengo más que usar de él conveniente-
men e y yo llegaré hasta el oro de que él es un
indicio. Júpiter, tráemelo.
—¿Qué, el escarabajo, señor? Quisiera no te¬
ner nada que ver con el escarabajo; vos sabéis
bien cogerle.
_ Entonces Legrand se levantó con aire grave
é imponente y fuó á buscarme el insecto bajo
una campana de cristal donde estaba colocado.
Era un escarabajo soberbio, desconocido en esta
I 1 * 6 10 k S naturalistas . y que debia tener
g n precio bajo el punto de vista científico,
euíd en una de las estremidades del dorso dos
! S w ^ y . red0ridas ’ y en la otra una
a e orma dilatada. Los élytros eran esce-
sivamente duros y relucientes y realmente tenían
e aspecto de oro bruñido. El insecto era nota-
emente pesado, y considerado bien, no podía
reírme de la opinión de Júpiter; pero que Le¬
grand conviniese con él en este asunto, hó aquí
lo que me era imposible comprender y aun cuan¬
do se hubiere tratado de mi vida no hubiera en¬
contrado la clave del enigma.
—Os he enviado á buscar, dijo con un tono
magnífico, cuando hube concluido de examinar
el insecto, os he enviado ábuscar á fln de pediros
consejo y ayuda para cumplir los designios del
destino y del escarabajo.
96 EDGAR POE,
—Mi querido Legrand, esclamé interruifl'
piándole, no estáis bueno seguramente, y haréis
muy bien en tomar algunas precauciones. Id ^
acostaros y os acompañaré algunos dias hasta
que os hoyáis restablecido. Teneis fiebre y...
—Tomadme el pulso, dijo.
Lo hice y á decir verdad, no encontré el
leve síntoma de calentura.
—Mas podriais muy bien estar enfermo sífl
tener fiebre, repliqué. Permitidme, por esta
solamente, hacer con vos las veces demédicO't
Antes de todo, id á acostaros, en seguida...
—Os engañáis, interrumpió; estoy mejor da
loque puede esperarse en el estado de eseitacio 11
en que me encuentro. Si realmente queréis vero 10
bueno de un golpe, calmareis esta escitacion. 1
—¿Y qué es preciso para ello?
—Una cosa muy sencilla. Júpiter y yo pal"
timos para una espedicion en las colinas, sobr 0
el continente, y tenemos necesidad de la ayüdH
de una persona de quien nos podamos fiar absolví
tamente. Vos sois esta única persona. Que nueS'¡
tra empresa se frustre ó se logre, la escitacion qü 0
encontráis en mí ahora, será igualmente ap a “Í
gada.
—Tengo el vivo deseo de serviros en todo»]
repliqué, pero me diréis si vuestro infernal eH
carabajo tiene alguna relación con vuestra e s/ |
pedición á las colinas.
—Sí, ciertamente.
—Entonces, Legrand, me es imposible coo J ]
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 97
perar á una empresa tan completamente ab¬
surda.
—Lo siento mucho, mucho, porque nos será
preciso intentar el negocio nosotros solos.
Vosotros solos! Ah! el desventurado está
loco de remate.
Mas veamos; ¿cuánto tiempo durará vues¬
tra ausencia?
—Probablemente toda la noche. Vamos á par¬
tir inmediatamente y en todo caso, estaremos de
vuelta antes del amanecer.
—¿Y me prometéis, por vuestro honor, que
pasado este capricho y el negocio del escarabajo
¡buen Dios! evacuado á vuestra satisfacción,
volvereis á vuestra casa y seguiréis exactamen¬
te mis prescripciones, como si fuesen las de vues¬
tro médico?
—Sí, os lo prometo; y ahora partamos, porque
no tenemos tiempo que perder.
Acompañé á mi amigo de mala gana. A las
cuatro nos pusimos en camino, Legrand, Júpi¬
ter, el perro y yo. Júpiter tomando la guadaña y*
las azadas, insistió en encargarse de ellas, más
bien, á lo que me pareció, por temor de dejar
uno de estos instrumentos en las manos de su
amo que por esceso de celo y complacencia. Te¬
nia un humor de perros y las palabras condena¬
do escarabajo , fueron las únicas que se le esca¬
paron en toda la duración del viaje. Yo, por mi
parte, iba cargado con dos linternas sordas. En
cuanto á Legrand, se habia contentado con el
98 EDGAR POE.
escarabajo que llevaba atado al fin de un troz°
de bramante y que hacia girar alrededor de sí
marchando con aire de mágico. Cuando observó
este síntoma seguro de demencia en mi pobr 0
amigo, apenas pude contener las lágrimas.
sé muchas veces que valía más halagar su jactan'
cia, al menos por el momento, hasta que pudieS®
tomar algunas medidas enérgicas con esperan^
de éxito. Sin embargo, trataba, aunque inútil'
mente, de sondear su pensamiento, en lo relativa
al fin de la espedicion. Habia conseguido pe f '
suadirme á acompañarle y parecia poco dispueS'
to á entrar en conversación sobre un asunto d 0
tan poca importancia. A todas mis cuestioné
no se dignaba responder más que por un
—Ya veremos.
Atravesamos en un esquife el ancón por l l
punta de la isla, y trepando por los montuoso*
terrenos de la orilla opuesta, nos dirigimos h¿'
cia el nordeste, á través de un país horriblemefl'
te salvaje y desolado, donde era imposible de*'
cubrir la huella de un pié humano.
Legrand seguia el camino con decisión, d#'
teniéndose solo de tiempo en tiempo, para con'
sultar ciertas señales, que parecía Haber dejad 0
él mismo en una ocasión precedente.
Anduvimos así cerca de dos horas, yesta^
el sol en el momento de ocultarse, cuando
tramos en una región infinitamente más sinio*'
tra que todo lo que habiamos visto hasta eU'
tonces. Era una especie de meseta, cerca de ^
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 99
Cima de una montaña horriblemente escarpada
cubierta de bosque de la base á la cima, y sem-
brada de enormes pedruscos que aparecían des-
pan-amados en confusionsobre el suelo y de los
t^do! , U ° h0S seria “ ^faliblemente precipi-
los drlwlí 08 VaUeS inferiores si " «1 socorro de
fundas + 0S ’ c ' a ales se apoyaban. Pro-
orrenteras irradiaban en diversas di-
á la GSCena un carác ter de so¬
lemnidad más lúgubre.
La plataforma natural, sobre la cual estába¬
mos encaramados, estaba tan espantosamente
qUeVÍm ° S que sin ,a guadaña.
Jftniter nh f lmposible abrirnos un camino.
men Z 6 ¿ d Clend0las órdeMS d « ™ amo, co-
“n hUiit 7T T Z S “ Camino has ‘a e l le
Pañía de oeh g ^ gantesco ( l Ue se elevaba en com-
ma detou a d ‘ eZ enoinas ’ sobre la Platafor-
dos' los árbo? ° SOt>re *° das ’ as! 00m0 sobre to-
tonces tr'Tí y° ha bia visto hasta en¬
ge Por el innT b ® de SU forma * de su folla-
más P y oor 1 S ° deSenTblvimiento do susra-
Cuando hnV magesta(i general de su aspecto,
se dirigió á 1 j Uegado á este árbol, Legrand
capaz de trtpa 7£ ¿ SÍ 86 Creia
Poresta°pnt^° Parecid ligeramente aturdido
tes sin rp*nn T*’ y perman eoió algunos instan-
a Proximó ti n eruna P a labra. Sin embargo, se
"Vuelta alr , eaome tronco, dió lentamente una
U alred0dor ^ él y le examinó con una
100 EDGAR POE.
atención minuciosa. Cuando hubo acabado Sü
examen, dijo sencillamente:
—Sí, amo; Júpiter no ha visto nunca un áf"
bol donde no se pueda subir.
—Entonces, sube, vamos, vamos, y sin r0*
déos, porque bien pronto estará demasiado
oscuro para ver lo que tenemos que hacer.
—¿Hasta dónde es preciso subir, amo? pr 0,
guntó Júpiter.
—Ahora sube sobre el tronco, y desjpues t 0
diré qué dirección debes seguir. ¡Ah! un instan'
te: lleva este escarabajo contigo.
—¡El escarabajo, amo Will, el escarabajo d 0
oro! gritó el negro retrocediendo de terror: ¿po f
qué es preciso que yo lleve este escarabajo'
conmigo sobre el árbol? Que me condena si hago
yo eso.
—Júpiter, ¿teneis miedo? Vos, un negro enoi"
me, un robusto y fuerte negro, de tocar á n0
insectillo muerto é inofensivo? Y bien, podéis
llevarle con este bramante; pero si no le llevad
de una manera ó de otra, me veré puesto en I a
cruel necesidad de hendiros la cabeza con est 0
azada.
—¡Dios mió! ¿qué es lo que os pasa, am 0 '
dijo Júpiter, á quien la vergüenza, hacía evi'
dentemente más tratable, ¿es necesario que sien 0 '
pre busquéis camorra á vuestro viejo negr°^
Era una broma, hé aquí todo. Yo, tener mi 0 '
do al escarabajo! yo hago poco caso del escara
bajo.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 101
Y tomando con precaución el final de la cuer¬
da, manteniendo al insecto tan distante de su
cuerpo como lo permitían las circunstancias, se
puso en disposición de trepar por el árbol.
En un principio el tulipífero, ó Lirio deu-
dron Tulipiferum, el más magnífico de los fo¬
restales americanos, tenía un tronco singular¬
mente liso que frecuentemente se eleva á una
gran altura sin brotar ramas laterales, pero
cuando llega á su madurez, la corteza se pone
rugosa y desigual, y pequeños brotes de ra-
mage se manifiestan sobre el tronco en gran
número. Así la subida, en el caso presente era
más difícil en apariencia que en realidad. Abra¬
zando con comodidad el enorme cilindro con sus
brazos y piernas, agarrando con las manos algu¬
nos brotes, apoyando los desnudos piés en otros,
Júpiter, después de haberse visto amenazado de
caer una ó dos veces, subid al fin hasta la pri¬
mera gran cruz del árbol, y pareció mirar des¬
de allí como virtualmente cumplido su cometi¬
do. En efecto, el peligro principal de la empre¬
sa había desaparecido, bien que el valiente ne¬
gro se encontraba á sesenta ó setenta piés del
suelo.
-¿De qué lado es preciso que vaya ahora,
amo Will? preguntó.
—Sigue siempre la rama más gruesa, la de
este lado, dijo Legrand.
. El ne S ro obedeció pronta y aparentemente
sin mucho trabajo; subió; subió siempre, de
102 EDGAR POE.
suerte que al fin su cuerpo servil y rehecho des
apareció en la espesura del follage; estaba in vl<
sible del todo. Entonces se hizo oir su voz l 0 '
jana y gritó: |
—¿Hasta dónde es preciso subir todavía?
—¿A qué altura estás? preguntó Legrand.
—Tan alto, tan alto, replicó el negro»,
puedo ver el cielo á través del fin del árbol.
—No te ocupes del cielo y ten atención
lo que voy á decirte. Mira el tronco, y cuenta 1**
ramas que están debajo de tí, de este lado. ¿Cuán,
tas ramas has pasado?
—Una, dos, tres, cuatro, cinco he pasado; cinl
co gruesas ramas. De este lado, amo.
—Entonces sube una rama más.
Al cabo de algunos minutos, su voz se hi^|
oir de nuevo. Anunciaba que había alcanzó
do la séptima rama.
—Ahora, Júpiter, gritó Legrand, presa de tt^J
manifiesta agitación, es preciso que encuentre I
el medio de avanzar sobre esa rama tan lejos 1
mo puedas. Si ves alguna cosa singular me
dirás. 1
Desde entonces, algunas dudas que había tra'
tado de conservar relativamente á la demenc^i
de mi pobre amigo, desaparecieron completa'
mente. No podía menos de considerarlo como p r0 j|
sa de enagenacion mental, y comenzaba á i n
quietarme sériamente de los medios de volver! •
á su casa. , J
Mientras que yo meditaba en lo que mej° r
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 103
debía hacer, la voz de Júpiter se hizo oir de
nuevo.
—Tengo mucho miedo de aventurarme un po¬
co lejos sobre esta rama. Es una rama seca en
casi toda su estension.
—¿Dices que es una rama seca, Júpiter? gritó
Legrand con una voz vibrante de emoción.
—Si, amo, seca como un viejo clavo, es ne¬
gocio hecho, esta muerta, sin vida.
—En nombre del cielo, ¿qué hacer? preguntó
Legrand que parecía presa de un verdadero des¬
aliento.
—¿Qué hacer? dije yo, alegre de encontrar la
ocasión para hablar una palabra razonable, vol¬
ver á casa é irnos á acostar. Yamos, venid! Sed
amable, camarada. Se hace tarde y luego acor¬
daos de vuestra promesa.
—Júpiter, gritó sin escucharme una palabra,
¿me oyes?
—Sí, amo WiU, os oigo perfectamente.
—Hiere con tu cuchillo la madera y dime si
la encuentras muy podrida.
Podrida, amo, bastante podrida, replicó en¬
seguida el negro, pero no tan podrida como po¬
día estarlo. Yo podria aventurarme un poco más
sobre su rama, pero yo solo.
—Tú solo, ¿qué es lo que quieres decir?
—Quiero hablar del escarabajo. Es muy pe¬
sado este escarabajo. Si en seguida lo dejase, la
rama soportaría, sin romperse, el peso de un
negro.
104 EDGAR POE.
—¡Pillo infernal! gritó Legrand, que tenia el
aire muy templado, ¡qué tonterías me cuentas
ahí! Si dejas caer el insecto, te tuerzo el cuello*
Ten cuidado con ello, Júpiter, tú me entiendes,
no es esto?.
—Sí, amo, no vale la pena de tratar así á ub
pobre negro.
—Y bien, escúchame ahora. Si tú te arries¬
gas sobre la rama tan lejos como puedas ha¬
cerlo sin peligro, sin soltar el escarabajo, yo te
regalaré un dollar de plata tan pronto como ha¬
yas bajado.
—Ya voy, amo Will, heme aquí, replicó proh'
tamente el negro. Ya estoy casi al fin.
—Al fin, gritó Legrand muy suavizado. ¿Quié'
res decirme qué hay al fin de esa rama?
—Ya estoy prontamente al fin, amo, oh! ob!
oh! Señor Dios!misericordia! qué hay aquí sobre
el árbol!
—Y bien, gritó Legrand, en el colmo de la ale'
gría, ¿qué es lo que hay ahí?
—¡Eh! ¡no es nada ménos que un cráneo! Al"
guno ha dejado su cabeza sobre el árbol y loS
cuervos se han comido toda la carne.
—¿Un cráneo, dices? Muy bien. ¿Cómo está su¬
jeto á la rama? qué es lo que lo retiene?
—¡Oh! se tiene bien; pero es preciso verlo. Ah¡
es una friolera, por mi honor, hay un grande cía'
vo en el cráneo que lo sujeta al árbol.
—Bien, ahora, Júpiter, haz exactamente 1°
que voy á decirte, ¿me entiendes?
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 105
—Si, amo.
—Ten atención: encuentra el ojo izquierdo
del cráneo.
—¡Oh! oh, ¡esto sí quo es divertido! No tiene
ojo izquierdo.
Maldito estúpido! ¿Sabes distinguir tu ma¬
no derecha de tu mano izquierda?
Sí lo sé; lo sé todo eso; mi mano izquierda
es esta con la cual corté la madera.
—Sin duda, eres zurdo, y tu ojo izquierdo es¬
tá del mismo lado que tu mano izquierda. Aho¬
ra supongo, que puedas encontrar el ojo izquier¬
do del cráneo, ó el sitio donde estaba el ojo. Lo
has hallado?
_ "~ El ojo izquierdo del cráneo es también el del
mismo lado de la mano izquierda del cráneo?
ero el cráneo no tenía manos. Esto no im¬
porta nada, ya he hallado el ojo izquierdo: hé
aquí el ojo izquierdo. ¿Qué es preciso hacer
ahora?
Vó largando el escarabajo á través, tan léjos
como dé de sí el bramante; pero guárdate de sol¬
tar la punta de la cuerda.
„ ~ Ya est , 4 hecho ’ amo wiU: es cosa fácil ha-
vedle bajar.' 6SCarabajo por el a Sujero; mirad;
hahb, llran ^ e J eSt:e diálogo ’ el ™erpo de Júpiter
había redado invisible, pero el insecto que de-
brml ae - r aparec,a á punta de la cuerda, y
timos ro a , Dna b0la Se 0r ° b ™&Mo ^ «-
timos rayos del sol poniente, de los cuales algu-
106 EDGAR POE.
nos iluminaban todavía débilmente la eminencia
en donde estábamos colocados. Al bajar el esca¬
rabajo sobresalía de las ramas, y si Júpiter le
hubiese dejado caer habría caido á nuestros piés.
Legrand tomó inmediatamente la guadaña y des¬
enmarañó un espacio circular de tres ó cua¬
tro yardas de diámetro, justamente debajo del
insecto y habiendo concluido esta maniobra, or¬
denó á Júpiter dejar la cuerda y bajar del
árbol.
Con un cuidado escrupuloso, mi amigo enter¬
ró en la tierra una estaca en el sitio donde había
caido el escarabajo y sacó de su bolsillo una cin¬
ta de medir. La ató por una punta en el peda¬
zo de tronco más cercano á la estaca, la esten-
dió hasta ella y continuó desarrollándola así en
la dirección dada por estos dos puntos, la esta¬
ca y el tronco, en la distancia de cincuenta piés.
Durante este intérvalo Júpiter segaba las ma¬
lezas, con la guadaña. En el punto asi encon¬
trado, clavó una segunda estaca que tomó co¬
mo punto céntrico, y alrededor del cual descri¬
bió groseramente un círculo de cerca de cuatro
pies de diámetro. Tomó entonces una azada y
dió otra á Júpiter y otra á mí, suplicándonos
cavar cuanto más deprisa nos fuera posible.
Hablando francamente, no había tenido nunca
afición á semejante entretenimiento, y en el pre¬
sente caso lo hubiere dejado con muchísimo gus¬
to: porque la noche avanzaba y me sentía re¬
gularmente fatigado por el ejercicio que ya ha-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 107
bía hecho, mas no encontraba ningún medio de
sustraerme á ello y temí turbar con una ne¬
gativa la prodigiosa serenidad de mi pobre ami¬
go. Si hubiera podido contar con el auxilio de
Júpiter, no hubiera dudado en llevar por fuer¬
za á ‘su casa á nuestro loco; pero conocía muy
bien el caso de una lucha personal con su due¬
ño, en .cualquier circunstancia. No dudé que
Legrand. tuviese el cerebro inficionado de una
de las innumerables supersticiones del Sud, re¬
lativas á ios tesoros enterrados, y que esta ima¬
ginación no hubiera sido confirmada por el ha¬
llazgo del escarabajo ó quizás aun por la obs¬
tinación de Júpiter en sostener que era un es¬
carabajo de oro verdadero. Una cabeza predis¬
puesta á la locura podía muy bien dejarse lle¬
var de semejante sugestión, sobre todo, cuando
ella estaba en perfecto acuerdo con sus ideas
favoritas, preconcebidas. Después recordé el dis¬
curso del pobre muchacho relativamente al es¬
carabajo, indicio de su fortuna. Sobre todo, es-
aba cruelmente atormentado y confuso, pero
en fin resuelto á oponer contra el destino buen
caTar de b «ena voluntad para con-
Pb^una d^moir 0 — 10 10 máS PTOnt0 posible -
por una demostración ocular, de la vanidad de
sus ensueños. vanidad de
Encendimos las linternas,
y emprendimo
una igualdad y un celo dig-
nuestro trabajo, con_
caK^eh ^ cau f raás racional > y como la luz
re nuestras personas y útiles, no pude
EDGAR POE.
108
menos de pensar que componíamos un grupo asaz
pintoresco, y que si algún intruso hubiera apa¬
recido por acaso en medio do nosotros, le hu¬
biéramos aparecido como haciendo una obra bien
estraña y sospechosa.
Cavamos durante casi dos horas. Hablábamos
poco. Nuestro principal estorbo lo causaban los
ladridos del perro que tomaba un interés escesi-
vo en nuestros trabajos.
A la larga, se puso tan turbulento que temí"
mos que pusiese en alarma á algunos vagabuu*
dos de las cercanías.
Esto principalmente causaba el gran temor
de Legrand; porque en cuanto á mí, me hu¬
biera regocijado de toda interrupción que m®
hubiese permitido conducir mi vagabundo á sü
casa. Al fin, el estrépito fué apagado, gracias á
Júpiter que, lanzándose fuera del hoyo con ai¬
re furioso, le puso un bozal con uno de sus ti¬
rantas, y después volvió á su tarea con una
pequeña sonrisa de triunfo, muy grave en suS
lábios.
Pasadas dos horas, habíamos abierto un»
profundidad de cinco pies, y ningún indicio d 0
tesoro se encontraba. Hicimos un descanso gene-
ral, y comencé á esperar que la broma tocaba á
su fin. Sin embargo, Legrand, aunque evidente'
mente muy desconcertado, enjugó el sudor de
su frente con aire pensativo y volvió á tomar
su azada. Nuestro hoyo ocupaba ya toda la este»'
sion de un círculo de cuatro piés de diámetro*
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 109
Rompimos ligeramente este límite y cavamos
dos piés todavía. Nada apareció. Mi buscador
de oro, del cual yo me había compadecido seria¬
mente, saltó en fin, fuera del hoyo con el más
horrible desaliento pintado en el rostro, y se de¬
cidió, lentamente y como á su pesar, á tomar su
trage que se había quitado antes de empezar la
obra. Por mi parte, me guardé mucho de ha¬
cer ninguna advertencia. Júpiter á una señal de
su amo comenzó á recoger los instrumentos. He¬
cho esto y quitádose al perro el bozal, tomamos
nuestro camino en un silencio profundo.
Habíamos quizás dado una docena de pasos
cuando Legrand, arrojando un terrible voto, saltó
sobre Júpiter y le echó mano al cuello. El negro
estupefacto abrió los ojos y la boca en toda su
estension, soltó la azada y cayó de rodillas.
—¡Malvado! gritó Legrand, haciendo silvar
las sílabas entre sus dientes ¡Negro infernal! mi¬
serable negro! habla, te digo, respóndeme al ins¬
tante y sobre todo no prevariques. ¿Cuál es, cuál
•es tu ojo izquierdo?
—¡Ah misericordia! Amo Will, ¿no es este por
ventura mi ojo izquierdo? rugió Júpiter asusta¬
do, poniendo su mano sobre el órgano derecho
de la visión y manteniéndola allí con la persis¬
tencia de la desesperación, como si hubiese temi¬
do que su señor quisiese arrancárselo.
—Yo dudaba, yo lo sabía! hurra! vociferó Le¬
grand, soltando al negro y ejecutando una série
de piruetas y cabriolas, con grande asombro de
EDGAR POE.
110
su siervo, que levantándose, dirigía sus miradas
de su dueño á mí, y de mí á su dueño, sin 'mur¬
murar una frase.
—Vamos, es preciso volver, dijo este, la par¬
tida no está perdida.
Y tomó el camino hácia el tulipífero.
—Júpiter, dijo, cuando hubimos llegado al pié
del árbol, ven aquí. ¿El cráneo está clavado en
la rama, con la cara vuelta al esterior ó pues¬
ta contra la rama?
—La cara está vuelta al esterior, amo, de
suerte que los cuervos han podido comerse los
ojos sin trabajo alguno.
—Bien. Entonces ¿es por este ojo 6 por este por
el que has hecho colar al escarabajo?
Y Legrand tocaba alternativamente los dos
ojos de Júpiter.
—Por este ojo amo, por el izquierdo, precisa¬
mente como me habíais dicho.
Y todavía indicaba el pobre negro su ojo
derecho.
—Vamos, vamos, es preciso comenzar.
Entonces mi amigo con la locura en la cual
veia, ó creía ver ciertos indicios de un método,
llevó la estaca que marcaba el sitio donde ha-
bia caido el escarabajo, á tres pulgadas hasta
el oeste de su primera posición.
Alzando de nuevo su vista al punto más cer- v
cano al tronco hasta la estaca, como lo habia
hecho antes, y continuando estendiéndola en lí¬
nea recta á una distancia de cincuenta pies.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 1X1
scmIó im nuevo punto, alejado muchas yardas
ael sitio donde habíamos cavado anteriormente.
Al rededor de este nuevo centro se trazó un
circulo,, un poco más grande que el primero, y
*n©s pusimos en seguida á cavar.
Yo estaba estraordinariamente fatigado; pero
n arme cuenta de lo que ocasionaba un cam-
dio en mi pensamiento, ya no sentia tan gran¬
de aversión por el trabajo que se me habia
impuesto.
Tal vez habia en toda la estravagante con¬
ducta de Legrand cierto aire deliberado, cierta
cosa patética que me impresionaban. Cavé ar-
dientemente, y d e tiempo en tiempo me sor¬
prendía buscando, por decir asi, con los ojos,
con una sensación que semejaba á la esperanza,
ese tesoro imaginario, cuya visión habia en-
oquecido á mi infortunado camarada. Bu uno
e es os momentos, en que estos desvarios esta-
ban más singularmente enseñoreados de mi, y
meT/ a c UWéSem ° S traba j ado cerca de hora y
med,a fuimos interrumpidos de nuevo por los
OTimer S aUlhdos del P eIT0 - s “ inquietud en el
p ímer caso no era cordialmente más que el
resultado de un capricho, d de una alegrTa lo¬
ca, pero esta vez tomaba un tono más violento
de”uevo raCteriZad0 ' C ° m ° Júpiter Se esf «rzara
tri° . P ° r ponerie un boza l. hizo una resis-
& escarvIr°i Sa V y Saltando en ‘ el a « u gero, se puso
nos. En ali a tlerra frenétioament e con sus ma-
algunos segundos, habia descubierto
112 EDGAR POE.
una porción de huesos humanos, formando dos
esqueletos completos, revueltos con muchos bo¬
tones de metal, una cosa que nos pareció ser
lata vieja podrida y desmenuzada. Uno ó dos
azadonazos hicieron saltar la hoja de una gran
nabaja. Cavamos más y tres ó cuatro monedas
de oro aparecieron desparramadas.
A su vista, Júpiter pudo apenas contener su
alegria; pero el rostro de su amo retrató una
espantosa contrariedad.
Suplicónos sin embargo que redobláramos
nuestros esfuerzos, y apenas habia acabado de
hablar cuando tropezó y caí de boca: la punta de
mi bota se habia enganchado en un gran anillo
de hierro que yacia medio sepulto bajo un mon¬
tón de tierra fresca.
Volvimos al trabajo con mucho ardor: jamás
he pasado diez minutos en una exaltación tan
viva.
Durante este intérvalo, desenterramos com¬
pletamente un cofre de madera de forma oblon¬
ga, que á juzgar por su perfecta conservación y
su asombrosa dureza, habia sido evidentemente
sometido á algún procedimiento de minerali-
zacion, tal vez al bicloruro de mercurio.
Este cofre tenia tres piés y medio de longi¬
tud, tres de ancho y dos y medio de profundé
dad. Estaba sólidamente amparado por dos hojas
de hierro forjado, remachadas y formando todo
alrededor una especie de enrejado.
De cada lado del cofre, cerca de la tapa, ha-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 113
toa tres anillos de hierro, seis en total, por
medio de los cuales seis personas podían tras¬
portarlo. Todos nuestros esfuerzos reunidos no
lograron más que moverlo ligeramente de su
lecho.
Conocimos en seguida la imposibilidad de
cargar con un peso tan enorme. Por ventura,
la tapa no estaba sugeta más que por dos cer¬
rojos que hicimos correr, pálidos y temblando
de ansiedad. En el instante, un tesoro de un
valor incalculable se estendió deslumbrador an¬
te nuestros ojos. Los rayos de las linternas
caían en la fosa, y hacían saltar de un monton
confuso de oro y alhajas relámpagos y esplen¬
dores, que nos salpicaban positivamente los ojos.
No trataré de describir las sensaciones con
que yo contemplaba este tesoro. El estupor, como
se puede suponer, lo dominaba todo. Legrand
parecía desfallecido por su misma escitacion, y no
pronunció más que algunas palabras. En cuanto
á Júpiter, su rostro se puso tan mort límente pá¬
lido como es posible á un rostro negro. Parecía
pasmado: como herido de un rayo. Bien pronto
cayó de hinojos en la fosa y bañando sus desnu¬
dos brazos hasta el codo en el oro, Ies dejo así
largo tiempo, como si gozase de las voluptuosi¬
dades de un baño.
En fin, gritó con un profundo suspiro, como
hablando consigo mismo.
—Y todo esto viene del escarabajo de oro? El
precioso escarabajo de oro! el pól^e escarabajito
EDGAR POE.
114
de oro á quien injuriaba, á quien calumniaba!
¿No tienes vergüenza de tí mismo, negro tunan¬
te? Eh! ¿qué respondes?
Fué preciso que yo despertase, por decirlo
así, al señor y al criado y que les hiciese com¬
prender la urgencia que había en trasportar el
tesoro.
Se hacía tarde y era necesario emplear algu¬
na actividad si queríamos que todo estuviese
con seguridad en nuestras moradas antes del
dia.
No sabíamos qué partido tomar, y perdía¬
mos mucho tiempo en deliberaciones: tan desor¬
denadas teníamos las ideas. Finalmente, aligera¬
mos el cofre sacando las dos terceras partes de
su contenido, y pudimos, al fin, no sin poco tra¬
bajo todavía, arrancarlo de su agujero.
Los objetos que habíamos sacado fueron de¬
positados bajo las zarzas y confiados ála guardia
del perro á quien Júpiter encargó estrictamente
no ladrar bajo ningún pretesto, y ni aun abrir
la boca hasta nuestro regreso. Entonces nos pu¬
simos precipitadamente en marcha con el co¬
fre, llegamos á la choza sin accidente alguno,
pero después de haber pasado una espantosa fa¬
tiga, y á la una de la noche, rendidos como es¬
tábamos, no podíamos inmediatamente dar mano
á la obra; esto hubiera sido traspasar las fuerzas
naturales. Descansamos hasta las dos, después
cenamos y nos pusimos en camino para las mon¬
tañas, provistas de tres grandes sacos que por
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 115
dicha encontramos en la cabaña. Llegamos un
poco antes de las cuatro á la fosa, partimos tan
igualmente como se pudo el resto del botin, y sin
el trabajo de rellenar el agujero, nos pusi¬
mos en marcha hácia nuestra casa, donde deposi¬
tamos por segunda vez nuestros preciosos fardos,
al tiempo que las primeras bandas de la aurora
aparecían al este, por encima de las copas de los
árboles.
Estábamos completamente destrozados; pero
la profunda exaltación actual, nos impidió el des¬
canso. Después de un sueño inquieto de tres ó cua¬
tro horas, nos levantamos, como si lo hubiéra¬
mos convenido para proceder al examen de nues¬
tro tesoro.
El cofre habia sido rellenado^hasta los bordes,
y pasamos todo el dia y la mayor parte de la no¬
che siguiente en inventariar sa contenido. No se
habia llevado ningún órden ni arreglo de colo¬
cación: todo había sido amontonado confusamen¬
te. Cuando hubimos hecho cuidadosamente una
clasificación general, nos encontramos en pose¬
sión de una fortuna que superaba á todo lo que
nos habíamos figurado.
Habia en especies más de 450,000 dollars,
estimando el valor de las piezas tan rigurosamen¬
te como era posible según las tablas de la época.
En todo esto ni una partícula de plata, todo era
de oro de antigua fecha y de una variedad gran¬
de, moneda francesa, española, alguna guinea
inglesa y algunas piezas de las que no habíamos
116 EDGAR POE.
visto nunca ningún modelo. Había muchas mo¬
nedas, muy grandes y pesadas, pero tan gastadas
que nos fué imposible descifrar las inscripciones.
Ninguna moneda americana.
En cuanto al avaluó de las joyas, fué negocio
un'poco más difícil. Encontramos diamantes, al¬
gunos de los cuales eran muy hermosos y de un ta¬
maño singular: en total, ciento diez; ni uno habia
pequeño: diez y ocho rubíes de un brillo notable;
trescientas diez esmeraldas, todas bellísimas:
veintiún zafiros y un ópalo. Todas éstas piedras
habian sido desmontadas y arrojadas en confu¬
sión en el cofre.
En cuanto á las monturas, de las cuales hici¬
mos una distinta categoría del otro oro, pare¬
cían haber sido machacadas á martillo, como
para hacer imposible todo reconocimiento.
Ademas de todo esto, habia una enorme canti¬
dad de adornos de oro macizo; cerca de doscientas
sortijas ó pendientes gruesos; magníficas cadenas
en número de treinta, sino me engaña mi memo¬
ria; ochenta y tres crucifijos muy grandes y pesa¬
dos: cinco incensarios de oro de gran valor; una
gigantesca ponchera, adornada de hojas de parra y
de bacantes prolijamente cinceladas; dos empuña¬
duras de espada maravillosamente trabajadas y
una porción de artículos más pequeños y de los
que he perdido el recuerdo.
El peso de todos estos valores ascendia á más
de 350 libras, y en esta evaluación he omitido
ciento noventa y siete relojes de oro soberbios.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 117
délos cuales tres valían 500 dollars, tirando cor¬
to. Muchos eran muy viejos, y sin ningún valor
como piezas de relogeria, habiendo perdido la
maquinaria más ó menos por la acción corrosiva
de la tierra; pero todos estaban magníficamente
adornados de pedrería, siendo las cajas de gran
precio. Evaluamos esta noche el contenido total
del cofre, en millón y medio de dollars: y cuando
mas tarde dispusimos de las joyas $ pedrería, des¬
pués de haber guardado algunas para nuestro uso
particular, encontramos que nos habíamos queda¬
do cortos en la evaluación del tesoro.
Cuando al fin hubimos terminado el inventa¬
rio, y nuestra terrible exaltación disminuyó en
gran parte, Legrand, que veia que me mataba
la impaciencia de poseer la solución de este
enigma prodigioso,entró en los más completos
pormenores de todas las circunstancias que se
referian á aquel asunto.
_Os acordareis, dijo, de la tarde en que os
enseñé el grosero dibujo que había hecho del
escarabajo.
Recordareis también que me estrañó no poco
vuestra insistencia en sostener que mi dibujo se¬
mejaba una calavera.
La primera vez que soltásteis esta aserción,
creí que os burlábais: enseguida me vinieron á la
memoria las manchas particulares sobre el dorso
del insecto, y reconocí que vuestra observación
tenia en suma algún fundamento.
Con todo eso vuestra ironía respecto á mis
EDGAR POE.
118
facultades gráficas me irritaba; porque se me
mira como á artista bastante regular, así que,
cuando me pedísteis el pedazo de pergamino, es¬
taba á pique de estrujarlo con ira y arrojarlo
al fuego.
—Queréis hablar del pedazo de papel, dije.
—No; tenia toda la apariencia de papel, y yo
mismo habia desde luego supuesto que eso fuese;
pero cuando quise dibujar encima, descubrí en¬
seguida que era un pedazo de pergamino muy
delgado. Recordareis que estaba muy sucio. En
el momento en que iba á quemarlo, mis ojos
se fijaron en el dibujo que habíais mirado y no
podréis concebir cuál fuese mi asombro, cuando
vi la imagen positiva de una calavera en el si¬
tio mismo en que yo habia creido dibujar un es¬
carabajo. Durante un momento, me sentí dema¬
siado aturdido para pensar con rectitud.
Sabia que mi cróquis difería de este nuevo di¬
bujo por todos sus detalles, bien que hubiese cier¬
ta analogia en el contorno general. Tomé enton¬
ces una bujía, y sentándome al otro estremo de
la sala, procedí áun análisis mas atento, del per¬
gamino. Dándole vueltas, vi mi propio trazado
sobre el reverso, justamente c >mo lo habia he¬
cho.
Mi primera impresión fue completamente de
sorpresa; había una analogía re ilinente notable
en el contorno, y era una coincidencia singular
este hecho de la imágen de un cráneo, desconoci¬
da para mí, ocupando el otro lado del pergamino,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 119
inmediatamente debajo de mi dibujo del escara¬
bajo y un cráneo que semejaba tan exactamente
á mi dibujo, no solamente por el contorno sino
también por la dimensión.
Aseguro que la singularidaddeestacoinciden-
cia me asombró positivamente por un instante.
Este es el efecto ordinario de esta clase de coinci¬
dencias. El espíritu se esfuerza en establecer un
órden, una relación de causa con efecto, y encon¬
trándose impotente para resolverlo, sufre una es¬
pecie de parálisis momentánea. Pero cuqndosalí
deeste estupor, sentí lucir en mí por grados una
convicción que me asombró aun más todavía que
esta coincidencia. Comencé á recordar distinta,
positivamente, que no había ningún dibujo sobre
el pergamino cuando hice mi croquis del escara¬
bajo. Adquirí la perfecta certidumbre; porque
me acuerdo de haberlo vuelto y revuelto buscando
el sitio más conveniente. Si la calavera hubiera
estado visible, yo infaliblemente la hubiese no¬
tado. Allí había realmente un misterio que yo
me sentía incapaz de aclarar; pero desde este
mismo momento, me pareció ver prematuramen¬
te despuntar una débil claridad en las regiones
más profundas y secretas de mi entendimiento;
una especie de gusano de luz intelectual; una
concepción embrionaria de la verdad, de la que
nuestra aventura nocturna nos ha dado una tan
espléndida demostración.
Me levanté decididamente, y limpiando cui¬
dadosamente el pergamino, rechacé toda reflexión
EDGAR POE.
120
ulterior hasta el momento en qne pudiese estar
solo.
Cuando hubisteis maróhado, y 'cuando Júpiter
estuvo bien dormido, me entregué á una investi¬
gación del asunto, un poco mas metódicamente.
Y enseguida me esforcé en comprender cómo este
pergamino había caído en mis manos. El sitio en
que descubrimos el escarabajo estaba sobre la
costa del continente, cerca de una milla al este
de la isla, pero á un breve espacio bajo el nivel
de la alta marea. Cuando lo cogí, me mordió cruel¬
mente y lo solté. Júpiter, con su prudencia acos¬
tumbrada, antes de coger al insecto que había
volado á su lado, buscó al derredor de sí una hoja
ó alguna cosa análoga con que pudiese cogerle.
En este momento sus ojos y los míos se fijaron
en el pedazo de pergamino que yo tomé entonces
por un papel. Estaba medio enterrado en la are¬
na, con una punta al aire. Cerca del sitio donde
lo encontramos, observé los restos del casco de
una gran embarcación, tanto al menos como pude
juzgar. Estos despojos de naufragio estaban allí
probablemente desde hacía algún tiempo, porque
apenas podía encontrarse la figura de un arma¬
zón de buque.
Júpiter cogió el pergamino, envolvió en él al
insecto y me lo dió.
Poco tiempo después tomamos el camino de
la choza, y nos encontramos al teniente Q-. Le
enseñé el insecto, y me suplicó le permitiese lle¬
varlo al fuerte.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 121
Consentí en ello, y él lo metió en el bolsillo de
su chaleco sin el pergamino que le servia de cu¬
bierta, y que yo tenia en la mano mientras él
examinaba el escarabajo.
Tal vez temió que yo cambiase de opinión, y
juzgó prudente asegurar su presa. Sabéis perfec¬
tamente que tiene delirio por la historia natural
y por todo lo que con ella se relaciona. Es evi¬
dente, que entonces, sin pensar en ello, guardé el
pergamino en mi bolsillo.
Recordareis que cuando me senté junto á la
mesa para hacer un cróquis del escarabajo, no
encontré papel en el sitio en que ordinariamente
lo guardo. Busqué en mis bolsillos, esperando
encontrar alguna antigua carta, cuando mis de¬
dos tropezaron en el pergamino. Os detallo minu¬
ciosamente toda la serie de circunstancias que lo
han traido á mis manos; porque todas estas cir¬
cunstancias me han asombrado singularmente.
Sin duda, me consideraríais como un soñador,
pero yo había establecido ya una especie de con¬
vención. Habia unido dos eslabones de una gran
cadena. Un barco perdido en la costa, y no lejos
de este barco un pergamino, no un papel, llevando
la figura de un cráneo.
Vais á preguntarme naturalmente donde está
esta relación? Os responderé que el cráneo ó la
calavera es el emblema bien conocido de los pira¬
tas. Siempre, en todas sus empresas han hizado
el pabellón de la calavera, el pabellón de la
muerte.
122 EDGAR POE.
Os he dicho que este era trozo de un pergamino
y no de papel.
El pergamino es una cosa durable, casi impe¬
recedera.
Rara vez se conflan á un pergamino documen¬
tos de pequeña importancia, puesto que responde
mucho menos bien que el papel á las necesidades
de la escritura y del dibujo. Esta reflexión me
indujo á pensar que debia haber en la calavera
alguna relación; algún sentido singular. No me
engañé al observar la forma del pergamino. No
obstante que una de sus puntas hubiese sido
destruida por algún accidente, se veia bien que
la forma primitiva era oblonga. Era pues una de
estas tiras que se escogen para escribir, para
consignar un documento importante, una nota que
se quiere conservar largo tiempo y cuidadosa"
mente.
—Pero, interrumpí, ¿no decís que el cráneo
no estaba sobre el pergamino cuando en él dibu-
jásteis el escarabajo?
¿Cómo pues podéis establecer una relación en¬
tre el barco y el cráneo, puesto que este último,
según vuestra propia confesión, ha debido ser di¬
bujado, Dios sabe cómo ó por quién, posterior¬
mente á vuestro dibujo del escarabajo?
—¡Ah! por ahí encima es por donde rueda todo
el misterio: bien que yo he tenido comparativa¬
mente poco cuidado en resolver este punto del
enigma.
Mi senda era segura y no podía conducirme
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 123
más que á un solo resultado. Yo razonaba así,
por ejemplo: cuando dibujé mi escarabajo, no ha-
bia ni sombra de cráneo alguno sobre el perga¬
mino y cuando hube concluido mi dibujo y os lo
di, no os quité el ojo hasta que me lo hubisteis
vuelto. Por consecuencia no érais vos quien ha¬
bíais dibujado el cráneo, y no había aquí ningu¬
na otra persona para hacerlo. No habia sido
creado por la acción humana, y no obstante, lo
veia, estaba allí, á mis ojos!
Llegando á este punto de mis reflexiones, me
apliqué á recordar y recordé en efecto, y con
una perfecta exactitud, todos los incidentes acae¬
cidos en el intérvalo en cuestión.
La temperatura era fria: ¡oh feliz, y rara ca¬
sualidad! y un gran fuego ardia en la chimenea.
Estaba suficientemente acalorado por el ejercicio,
y me senté cerca de la mesa.
Yos, entretanto, habíais puesto' vuestra silla
muy cerca de la chimenea. Justamente en el mo¬
mento en que os puse el pergamino en la mano,
y al irlo vos á examinar, Wolf, mi terra-nova,
entró y saltó sobre vuestras.espaldas. Le acari-
ciásteis con la mano izquierda, y tratábais de
echarlo á un lado, dejando caer descuidadamente
vuestra mano derecha, la que tenia el pergamino,
entre vuestras rodillas y muy cerca del fuego.
Creí un momento que la llama iba á alcanzarle,
é iba á recomendaros el cuidado, más antes que
hubiese hablado, lo retirás teis, y os habíais pues¬
to á examinarle.
124 EDGAR POE.
Cuando hube considerado bien estas circuns¬
tancias, no dudé un instante que el calor hubiese
sido el agente que habia hecho aparecer sobre el
pergamino el cráneo, cuya imágen veia.
Bien sabéis que hay, y ha habido en todos
tiempos, preparaciones químicas, por medio de
las cuales se puede escribir sobre papel ó sobre
vitela caractéres que no se hacen visibles más
que cuando están sometidos á la acción del
fuego.
Se emplea algunas veces el safre, macerado
en agua régia y diluido en cuatro veces su peso
de agua; resulta una tinta verde. El régulo de
cobalto, disuelto en espíritu de nitro, dá un co¬
lor rojo. Estos colores desaparecen más ó menos
pronto según que la sustancia sobre la cual
se ha escrito se enfria, pero reaparecen á vo¬
luntad por una nueva aplicación de calórico.
Examiné entonces la calavera con gran cui¬
dado.
Los contornos esteriores, es decir, los más
cercanos al borde de la vitela, estaban mucho más
distintos que los otros.
Evidentemente la acción del calórico habia
sido imperfecta ó desigual.
Encendí inmediatamente fuego, y sometí
cada parte del pergamino á un calor sofo¬
cante.
Por de pronto, esto no dió otro resultado que
reforzar las líneas un poco pálidas del cráneo;
pero, continuando laesperiencia, vi aparecer, en
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 125
un estremo de la banda, en la punta diagonal-
mente opuesta á en la que había sido trazada la
calavera, una figura que desde luego supuse ser
la de una cabra. Pero un exámen más atento me
convenció que se había querido representar un
cabrito.
—Ah! ah! dije, no tengo ciertamente el derecho
de burlarme de vos: un millón y medio de dollars
es cosa bastante seria para tomarlo á burlas;
pero vos no vais á añadir un tercer eslabón á
vuestra cadena: no encontrareis ninguna rela¬
ción especial entre vuestros piratas y una cabra;
los piratas, bien lo sabéis, no tienen nada que
hacer con las cabras. Esto queda para los ca¬
breros.
—Mas acabo de deciros que la figura no era
la de una cabra.
—Bien! Yaya que sea un cabrito: casi es la
misma cosa.
—Casi, pero no del todo, dijo Legrand. Ha¬
bréis quizás oido hablar de un tal capitán Kidd.
Enseguida miré á la figura de este animal como
una especie de firma logogrífica ó hieroglífica
(Kidd, cabrito).
Digo firma porque el lugar que ocupaba sobre
el pergamino sugería naturalmente esta idea.
En cuanto á la calavera, colocada en la punta
diagonalmente opuesta, tenía las trazas de ser
un sello, ó estampilla.
Pero quedé cruelmente desconcertado por
la falta del resto, del cuerpo del fondo de mi
126 EDGAR POE.
documento soñado, del testo de mi contesto.
—Presumo que esperaríais encontrar una car¬
ta entre el timbre y la firma.
—Algo como eso. El hecho es que yo me sen¬
tía como irresistiblemente penetrado del pensa¬
miento de una inmensa fortuna, inminente. ¿Por¬
qué? No sabría decirlo.
Después de todo, quizás ésto era mas bien un
deseo que una creencia positiva ¿pero creereis
que el dicho absurdo de Júpiter, que el escaraba¬
jo era de oro macizo, ha influido notablemente
en mi imaginación? Y después esta serie de acci¬
dentes y coincidencias era verdaderamente tan
estraordinaria! ¿Habéis notado todo lo que hay
de casual en todo esto? Ha sido preciso que todos
estos acontecimientos sucediesen el solo dia de
todo el año en que ha hecho, ó ha podido hacer
bastante frió para necesitar del alivio del fuego:
y sin este fuego, y sin la intervención del perro
en el momento preciso en que apareció, no hubie¬
ra nunca visto la calavera, y no habría nunca
poseído este tesoro.
—Hablad, hablad, estoy en áscuas.
—Y bien! conoceréis sin duda la multitud de
historias que se cuentan, mil rumores vagos re¬
lativos á tesoros enterrados en una parte de la
costa del Atlántico por Kidd y sus compa¬
ñeros.
En total, si estas voces corrían desde tan largo
tiempo y con tanta persistencia, esto no podía de¬
pender según mi raciocinio más que de un hecho;
HISTORIAS E STR AORDINARI AS. 127
esto es, que el tesoro enterrado, enterrado estaba
aun.
Si Kidd había enterrado su botín en un tiem¬
po dado y sacádolo después, estos rumores no
habían sin duda llegado hasta nosotros en su
forma actual é invariable.
Notad que los historiadores en cuestión tratan
siempre de buscadores, y nunca de gentes que
hallan tesoros. Si el pirata había recobrado su
dinero, el asunto hubiera quedado allí.
Parecíame que por alguna casualidad, como
por ejemplo, la pérdida de la nota que indicaba
el sitio preciso, había debido privarle de los me¬
dios de recobrarle. Suponía que este accidente
había llegado al conocimiento de sus compañeros,
que de otra manera, nunca hubieran sabido que
un tesoro había sido enterrado, y que, por sus
pesquisas, infructuosas, sin guia y sin notas
positivas, habían dado motivo á este rumor uni¬
versal y á estas leyendas hoy tan comunes.
¿Habéis alguna vez oido hablar de un teso¬
ro importante que haya sido enterrado en la
costa?
—Nunca.
—Pero es notorio que Kidd había.acumulado
riquezas inmensas. Consideraba pues como cosa
segura que la tierra las guardaba aun y no os
asombrareis mucho cuando os diga que me alen¬
taba una esperanza, una esperanza que casi lle¬
gaba á la certidumbre, de que el pergamino, tan
singularmente encontrado, contendría la indica-
128 EDGAR POE.
cion perdida, del sitio en que se había hecho el
depósito.
—¿Más qué procedimiento habéis usado?
—Puse nuevamente el pergamino á la acción
del fuego, después de haber aumentado el caló¬
rico, pero nada apareció sin embargo. Pensé que
la capa de grasa podia influir un tanto en esta
falta de éxito y limpié cuidadosamente el perga¬
mino, vertiendo por encima agua caliente, des¬
pués lo coloqué en una cacerola de oja de lata,
el cráneo hácia abajo, y puse la cacerola sobre
una estufilla con carbones encendidos.
Al cabo de algunos minutos, estando la ca¬
cerola perfectamente calentada, retiró la banda
de vitela, y vi, con una inesplicable alegria, que
estaba marcada en muchos sitios de signos que
semejaban cifras puestas en líneas. Yolvi á po¬
nerlo en la cacerola y allí la tuve un minuto
todavía, y cuando la retiré, estaba tal como vais
á verla.
Y aquí, Legrand, habiendo calentado de nue¬
vo el pargamino, le sometió á mi exámen. Los
siguientes caracteres aparecieron en color rojo,
groseramente trazados sobre la calavera y el
cabrito.
53 ||f 305)) 6*; 4826) 4 |.); 806*; 48 f 8960))
85; | | (;:|*8f | 83 (88) 5*f ; 46 (;88*96* 2 ; 8) *|
(;485) ; 5*f 2 (;4956*2 (5*—4) 898*; 4069285)
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 129
;)' 6f 8) 4 || ; 1(^9; 48 081; 8:8^1 ; 48f85 ; 4)
485f528806*81 (| 9 ; 48 ; (88 ; 4 (| ? 34 ; 48) 4 | ;
161;: 188 ; | ? ; .
—Pero, esclamé, volviéndole la tira de vitela:
yo nada veo ahí claramente. Si todos los tesoros
de Golconda llegasen á ser para mí el precio
de la solución de un enigma, estoy completamen¬
te seguro de no poder ganarlos.
—Y sin embargo, dijo Legrand, la solución no
es ciertamente tan difícil como uno se imagina¬
ria al primer golpe de vista. Estos caracteres,
como se puede adivinar fácilmente, forman una
cifra, es decir, que presentan un sentido; pero
según lo que sabemos de Kidd, no debía supo¬
nerle capaz de fabricar un modelo de criptogra¬
fía profunda. Juzgué pues de antemano que este
era de una especie sencilla, tal, sin embargo,
que á la inteligencia grosera del marino debió
parecer absolutamente insoluble sin la clave.
—¿Y la habéis resuelto, realmente?
—Con gran comodidad; he resuelto otras, diez
mil veces más complicadas. Las circunstancias
y cierta inclinación me han hecho tomar interés
por esta clase de enigmas, y es dudoso realmente
que el ingenio humano pudiese crear un enigma
de este género del cual el humano ingenio no
llegase á una conclusión clara por una aplica¬
ción suficiente.
5
130 EDGAR POE.
Así piies, una vez que hube logrado estable¬
cer una série de caracteres legibles, no me dig¬
nó apenas pensar en la dificultad de desenvolver
la significación.
En el caso actual, y en total, en todos los
casos de escritura secreta, la primera cuestión
que hay que resolver, es la lengua de la cifra;
porque los principios de solución, particular¬
mente cuando se trata de las cifras más sencillas ,
dependen de la índole de cada idioma y pueden
ser modificadas. En general no hay otro medio
que ensayar sucesivamente, dirigiéndose, según
las probabilidades, á todas las lenguas que os
son conocidas, hasta que hayais encontrado la
que hace al caso.
Pero en la cifra que nos ocupa, toda dificultad
en este punto estaba resuelta por la firma. El
geroglíflico sobre la palabra Kidá no es posible
más que en la lengua inglesa. Sin esta circuns¬
tancia, hubiera comenzado mis ensayos por el
español y el francés, como siendo las lenguas en
las cuales un pirata de los mares españoles ha-
bia debido más lógicamente encerrar un secreto
de esta naturaleza. Pero en el caso actual, pre¬
sumí que el criptógramo era inglés.
Veis que no hay espacios entre las palabras.
Si hubiese habido espacios, el trabajo hubiera
sido notablemente más fácil. En este caso hubie¬
ra comenzado por hacer un cotejo y un análisis
de las palabras más cortas, y si hubiera hallado,
como esto es siempre probable, una palabra de
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 131
una sola letra, a 6 1 (un yo) por ejemplo, hubie¬
ra considerado la solución como asegurada. Pero
puesto que no habia espacios, mi primer deber
era notar las letras predominantes, así como
las que se encontraban más rara vez.
Las contó todas y formé la tabla siguiente:
El carácter 8 se
encuentra 33
veces.
•»
;
»
26
»
>
4
»
19
»
| y)
16
*
»
*
»
13
»
6
»
12
*
»
6
»
11
f y 1
8
El carácter 8 se
encuentra
6
veces.
9 y 2
5
■»
i y 3
»
4
»
5
3
»
»
i
»
2
— y .
7
T>
Asi pues, la letra que se encuentra más fre¬
cuentemente en inglés es la e . Las otras letras
se suceden en este érden:
a o i dhn r s tu y c f g l mwb hp qx z.
La E predomina tan singularmente que es
müy raro encontrar una frase, algo larga, donde
no sea el carácter principal.
Tenemos, pues, en el comienzo, una base de
operaciones que produce algo más que una con¬
jetura. El uso general que se puede hacer de
132 EDGAR POE.
esta tabla es evidente; pero para esta cifra par¬
ticular no nos serviremos 1 de ella más que muy
parcamente. Puesto que nuestro carácter domi¬
nante es 8, comenzaremos por tomarle para la e
de nuestro alfabeto natural. Para verificar esta
suposición, veamos si el 8 se encuentra con fre¬
cuencia doble, porque la e se dobla muy fre¬
cuentemente en inglés, como por ejemplo en las
palabras: meet , fleet, speed, seen , been, agree ,
etc. Así pues, en el presente caso, vemos que
no se dobla menos de cinco veces, aunque el
criptógramo sea muy corto.
Así pues, 8 representa e. Al presente de todas
las palabras de la lengua, the es la más usada;
por consecuencia, nos es preciso ver si no encon¬
tramos repetida muchas veces la misma combi¬
nación de tres carácteres, siendo este 8 la últi¬
ma de las tres. Si encontramos repeticiones de
este gépero, representarán probabilísimamente
la palabra the. Verificado esto, no hallamos me¬
nos de 7 ; y los carácteres son ;48. Podemos, pues,
suponer que ; representa t, que 4 representa h ,
y que 8 representa e , encontrándose así el valor
de esta última confirmado de nuevo. Hay pues,
dado un gran paso.
No hemos determinado más que una sola pa¬
labra, pero esta palabra sola nos permite esta¬
blecer un dato mucho más importante, es decir,
los principios y determinaciones de las otras pa¬
labras. Vemos, por ejemplo, el penúltimo caso
donde se presenta la combinación ;48, casi al fin
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 133
ae la cifra. Sabemos que el ; que viene inme¬
diatamente después es el principio de una pala¬
bra, y, de los seis carácteres que siguen á este
the , no conocemos menos de cinco.
Reemplacemos pues, estos carácteres por las
letras que representan, dejando un espacio para
lo desconocido:
t eeth.
Debemos desde luego desechar el th como in¬
capaz de formar parte de la palabra que comien¬
za por la primera f, puesto que vemos, ensayan¬
do sucesivamente todas las letras del alfabeto
para llenar el vacío, que es imposible formar una
palabra de la cual este th pueda constituir parte.
Reduciendo, pues, estos carácteres á
t ee %
y tomando de nuevo todo el alfabeto, si es ne¬
cesario, formamos la palabra trre (árbol) como la
sola versión posible. Ganamos así una nueva le¬
tra, r, representada por (, mas dos palabras
unidas, , , .
the tree (el árbol.)
Un poco más lejos, hallamos la combinación
;48, y nos servimos de terminación á lo que pre¬
cede inmediatamente. Esto nos dá la coordina¬
ción siguiente:
the tree ; 4 ( ^ ¿ 34 the,
6, sustituyendo las letras naturales á los carác¬
teres que conocemos,
the tree thr ^ ¿ 3 h the
134 EDGAR POE.
Ahora, si á los carácteres desconocidos susti¬
tuimos por espacios ó puntos, tendremos
the tree tlir... th the,
y la palabra through (por, á través) se despe¬
ga por decirlo así, de sí misma. Más este descu¬
brimiento nos dá tres letras más, o, u y g repre¬
sentadas por
\ ? y 3.
Ahora, busquemos atentamente en el criptó-
grarao combinaciones con los carácteres conoci¬
dos, y encontraremos, no lejos del comienzo la
coordinación siguiente:
83 (88, ó egree ,
que es evidentemente la terminación de la pala¬
bra áegree (grado) y que nos produce aun la le¬
tra d representada por*h Cuatro letras mas le¬
jos que esta palabra degr'ee , encontrárnosla com»
binacion
; 46 (;88,
de que traducimos los carácteres conocidos y re¬
presentamos el desconocido por un punto *, es
nos dá ;
th . rtee.
coordinación que nos sugiere inmediatamente la
palabra thinteen (trece), y nos resultan dos letras
nuevas ¿yn, representadas por
6 y *.
Trasladómosno al comienzo del criptógramo,
y hallamos la combinación
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 135
Traduciendo como anteriormente hemos he¬
cho, obtenemos
.good
lo que nos demuestra que la primera letra es una
a, y que las dos primeras palabras son a good
(un bueno, una buena.)
Sería tiempo ahora, para evitar toda confu¬
sión, de disponer todos nuestros descubrimientos
en forma de tabla.
Esto nos dá una idea de la clave.
5 representa a
+
»
d
8
»
e
3
»
9
4
n
6
»
i
*
»
n
+
+
0
(
»
r
;
t
Así, no poseemos menos de diez letras, las más
importantes, y es inútil que prosigamos la so¬
lución á través de todos estos detalles. Os he
dicho bastante para convenceros que cifras de
esta naturaleza son fáciles de resolver, y para
daros una idea del análisis razonado que se
emplea en desenvolverlas.
Pero tened por cierto que la muestra que
tenemos á nuestros ojos, pertenece á la categoría
más sencilla de la criptografía. No me falta más
EDGAR POE.
130
que daros la traducción completa del documento
como si hubiéramos descifrado sucesivamente
todos los carácteres.
Yedla aquí:
A good glas , in the bishop's hostel in the de -
viVs seat forty one degrees and thirteen minu¬
tes northeast and by north masis branch se -
venth hinb east side Shoot from the left eye oj
the death i - s-head a bee hice from the tree
through the shotfifty feetout.
(Un buen vidrio en la hostería del Obispo en
la silla del Diablo cuarenta y un grado y trece
minutos nordeste cuarto de norte principal tron¬
co séptima rama lado este soltad del ojo izquier¬
do de la calavera una línea de abeja del árbol á
través la bala cincuenta piés al ancho.
—Pero, esclamé, el enigma me parece de una
especie tan desagradable como antes. ¿Como pue¬
de formarse un sentido de toda esta jerga de
silla del Diablo , calavera y hostería del Obi spot
• —Convengo, replicó Legrand, que el negocio
tiene el cariz bastante serio, al simple golpe de
vista. Mi primer cuidado fue mayor de encon¬
trar en la frase las divisiones naturales que es¬
taban en la imaginación del que las escribió.
—De la puntuación, queréis hablar.
—Algo parecido á eso.
—Pero ¿cómo diablos os habéis cómpueáto?
-—Reflexioné que el escritor se habia pro¬
puesto juntar sus palabras sin división alguna,
esperando hacer así más difícil la solución. Así,
H ISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 137
pues, un hombre que no sea escesivamente sutil
estará siempre dispuesto en semejante tentati¬
va, á traspasar la barrera. Cuando en el curso
de su composición, llega á una interrupción de
sentido que pediría naturalmente una pausa ó
un punto, está fatalmente obligado á estrechar
los carácteres más que de costumbre. Examinad
este manuscrito, y descubriréis fácilmente cinco
pasages de este género donde hay por decir así
balumba de carácteres.
Y guiándome por este indicio, establecí la di¬
visión siguiente:
A good glass in the bishop’s hostel in the devil s
seat-forty-one dergees and tilinteen minulés-nort -
Tieas and by north-main branch seventh limb
east sidejhoot from the eye ofthc diattis-head-
a be e-Une from the free fhrough the shet jifoy
feet out.
(Un buen vidrio en la hosteria del Obispo en
la silla del Diablo—cuarenta y un grado y tre¬
ce minutos nord-este cuarto de norte—principal
tronco séptimo rama lado este—soltad del ojo
izquierdo \de la calavera una línea de abeja
del árbol á través- de la bola cincuenta piés al
ancho.)
—No obstante vuestra división, dige, me
quedo siempre á oscuras.
—Yo mismo me quedé en tinieblas durante
muchos dias, replicó Legrand. Durante este tiem¬
po, hice grandes pesquisas en la vecindad de la
isla de Sullivan sobre un edificio que debía lia-
138 EDGAR POE.
marse Hotel del Obispo; porque no me inquieta*
ba apenas la antigua ortografía de la palabra
hostel.
No habiendo encontrado indicio alguno sobre
este asunto, estaba dispuesto á estender la esfe¬
ra de mis búsquedas, y proceder de una manera
más sistemática. Cuando una mañana, se me
ocurrió repentinamente que este Btsgop's hotel
podría tener relación con una antigua familia
del nombre de Bessop, que de tiempo inmemo¬
rial estaba en posesión de una antigua morada
cerca de cuatro millas al norte de la isla. Fui
pues á la plantación, é interrogué largamente á
los negros antiguos de aquel sitio. En fin, una
de las mujeres más ancianas, me dijo que ella
había oido hablar de un sitio como Bessop’s cas-
tle (castillo de Bessop) y que creía poderme con¬
ducir allí, pero que no era ni un castillo, ni una
posada, sino una gran roca.
Le ofrecí pagarla bien su trabajo, y después
de alguna incertidumbre,.consintió en acompa¬
ñarme hasta el paraje designado. Lo descubri¬
mos sin mucha dificultad, despedí á la mujer, y
comencé á examinar aquei lugar. El castillo con¬
sistía «n un conjunto de picos y rocas de las
cuales una era tan notable por su altura como
por su aislamiento y su configuración casi ar¬
tificial. Trepé á la punta, y ya allí me sentí muy
embarazado de lo que debía hacer en adelante.
Mientras pensaba en esto, mis ojos se fijaron en
.un estrecho suelo en el lado oriental de la roca,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 139"
cerca de una yarda bajo la punta donde estaba
colocado.
Este suelo se estendía diez y ocho pulgadas
poco más ó menos, no teniendo apenas más que
un pié de ancho: un nicho escavado justamente
encima, le daba un grosero parecido con las si¬
llas de cóncavo respaldar, de las cuales se servían
nuestros abuelos. No dudé que esta fuese la sillar
del diablo , de la que se hacía mención en el ma¬
nuscrito y me pareció que poseia desde entonces-
todo el secreto del enigma.
El buen vidrio , lo sabía, no podía significar
otra cosa que un anteojo de larga vista, porque
nuestros marinos emplean rara vez la palabra
glas en otro sentido. Comprendí en seguida que
en esta cuestión era preciso servirse de un an¬
teojo, colocándose en un punto de vista defini¬
do, no admitiendo variación alguna . Así pues,
las frases cuarenta y un grados y trece minu¬
tos, y nordeste cuarto de norte , no dudé un ins¬
tante en creerlo, deberian dar la dirección para
apuntar el anteojo. Fuertemente conmovido por
todos estos descubrimientos, me precipité en mi
casa, me hice de un anteojo y volví á la roca.
Me dejé resbalar sobre la cornisa y me aper¬
cibí que no se podia estar sentado mas que
en una determinada posición. Esto confirmó mi
conjetura. Naturalmente los cuarenta y un gra¬
dos y trece minutos, no podían tener relación
biás que á la elevación de por encima del hori¬
zonte sensible, puesto que la dirección horizon-
140 EDGAR POE. .
tal estaba claramente indicada por las palabras,
nord-este cuarto de norte. Establecí esta direc¬
ción por medio de Una brújula de bolsillo; des¬
pués apuntando, tan justamente como era posible
por aproximación, mi anteojo á un ángulo de
cuarenta y un grados de elevación, le moví con
precaución de alto á bajo y de bajo á alto, has¬
ta que mi atención fué detenida por una especie
de agujero ó buharda en el follaje de un gran
árbol que dominaba á todos sus vecinos en laes-
tension visible.
En el centro de este agujero, apercibí un
punto blanco, pero no pude desde luego distin¬
guir lo que era.
Después de haber ajustado el foco de mi an¬
teojo, miré de nuevo, y me convencí, por fin,
que era un cráneo humano.
Después de este descubrimiento que me llenó
de confianza, consideré el enigma como resuelto;
porque la frase, principal tronco, sétima rama,
lado este , no podia tener relación más que con la
posición del .cráneo sobre el árbol, y este soltad
del ojo izquierdo de la calavera, no admitía
tampoco más que una interpretación, puesto que
se trataba de la rebusca de un tesoro enterrado.
Comprendí que era preciso dejar caer una bala
del ojo izquierdo del cráneo, y que una línea de
abeja, ó en otros términos* una línea recta, par¬
tiendo del punto más aproximado al tronco, y
estendióndose, á través de la bala, es decir, á
través del punto donde cayese la bala, indicaría
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 141
el ltlgar preciso, y bajo este sitio juzgaba que era
por lo menos posible, que un rico depósito aun
estuviese oculto.
—Todo esto, dije, es escesivamente claro, y á
la vez ingenioso, sencillo y esplícito. ¿Y cuando
hubisteis dejado La Hostería del Obispo , qué
hicisteis?
—Habiendo cuidadosamente estudiado mi ár¬
bol, su forma, y suposición, volví á mi casa. Ape¬
nas hube abandonado la silla del diablo , el agu¬
jero circular desapareció, y por cualquier lado
que me volviese, me fué desde entonces imposible
apercibirlo. Lo que me parecia la obra maestra
del ingenio en todo este negocio es este hecho,
porque he repetido la esperiencia y me he con¬
vencido que esto era un hecho; que la abertura
circular, en cuestión, no es visible más que desde
un solo punto, y este único punto de vista es la
estrecha cornisa sobre el flanco de la roca.
En esta espedicion á la Hostería del Obispo
había sido acompañado de Júpiter, que sin duda
observaba desde hacía algunas semanas mi aire
preocupado, y tomaba un particular cuidado en
no dejarme solo. Pero al dia siguiente me levantó
muy temprano, logré escaparme, y corrí por las
montañas en busca de mi árbol. Mucho trabajo
me costó encontrarlo. Cuando llegué á mi casa
á la noche, mi doméstico se disponía á darme
una paliza. En lo concerniente al resto de la
aventura, presumo que estáis tan bien enterado
como yo.
142 EDGAR POE.
—Supongo, dije, que en nuestras primeras
escavaciones habíais errado el sitio por culpa
de la tontería de Júpiter, que dejó caer el esca¬
rabajo por el ojo derecho del cráneo en lugar de
dejarle pasar por el izquierdo.
—Precisamente; esta equivocación daba lugar
á una diferencia de cerca de dos pulgadas y me¬
dia relativamente á la bala, es decir á la posi¬
ción de la estaca cercana al árbol; si el tesoro
hubiese estado bajo el sitio marcado por la bala>
este error no hubiera tenido importancia; pero
la bala y el punto más aproximado al árbol eran
dos puntos que no servian más que para estable¬
cer una línea de dirección; naturalmente, el
error, muy pequeño al principio, aumentaba en
proporción de la longitud de la línea, y cuando
hubimos llegado á una distancia de cincuenta
pies, nos habia completamente perdido.
—Pero vuestro énfasis, vuestras actitudes
solemnes, balanceando al escarabajo, ¡qué estra-
vagancias! Yo os creia positivamente loco. ¿Y
porqué habéis querido absolutamente dejar caer
del cráneo vuestro insecto, en lugar de una
bala?
—¡A. fó mia! pero os seré franco, os confesaré
que me sentía un poco vejado por vuestras
sospechas relativas al estado de mi espíritu, y
resolví castigaros tranquilamente, á mi manera,
por un pequeño trozo de mistificación. Yed ahí
porque balanceaba el escarabajo, y ved ahí
porque quise hacerle caer de lo alto del árbol.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 143
Una observación que hicisteis sobre su peso
singular me sugirió esta última idea.
—Sí, comprendo, y ahora no hay más que un
punto que me hace pensar. ¿Qué dirémos de los
esqueletos hallados en el agujero?
—¡Ah!’ es Una pregunta á la cual no sabría
responder mejor que vos. No veo más que una
manera plausible de esplicarla, y mi hipótesis,
implica atrocidad tal, que es horrible creerla.
Es claro que Kidd, si es Kidd quien enterró el
tesoro, de lo que para mí no tengo duda, es
claro que Kidd debió hacerse ayudar en su
trabajo. Pero acabado este, pudo juzgar con¬
veniente hacer desaparecer á todos los que sa¬
bían su secreto. Dos azadonazos han bastado
quizás, mientras que sus ayudantes estaban
ocupados en la fosa y tal vez necesitó una docena.
¿Quién podrá decirlo?
VI.
EL BARRIL DE AMONTILLADO.
Soporté cuanto pude las injusticias de Fortu¬
nato; pero cuando estas llegaron hasta el insul¬
to, juré vengarme. Vosotros, que conocéis mi
alma, debeis suponer que de mi boca no salió la
más ligera amenaza. A la larga había de ven¬
garme; era cosa definitivamente resuelta; la más
completa resolución alejaba de mí toda idea de
peligro. Debía no solo castigar, sino castigar
impunemente. Una injuria no se venga cuando el
castigo alcanza al desfacedor, ni se venga cuando
el vengador no tiene necesidad de hacerse conocer
del que ha cometido la injuria.
Debo hacer constar que jamás di á Fortunato
motivo alguno para que dudase de mi buena fé,
ni por mis acciones, ni por mis palabras. Continué,
según costumbre, sonriéndole siempre, y él no
comprendía, que mi sonrisa era la fórmula del
pensamiento que yo de su inmolación abrigaba.
Fortunato tenía un flaco por donde podía ata¬
cársele, aun cuando por todo lo demás era hom-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 145
bre respetable y aun temible. Se vanagloriaba
de ser gran conocedor de vinos.- Pocos italia¬
nos tienen el don de ser conocedores; su entu¬
siasmo es casi siempre prestado, acomodado al
tiempo y á la oportunidad: es un charlatanis¬
mo para esplotar á los ingleses'y austríacos
millonarios. Igualmente en pinturas y piedras
preciosa!, Fortunato, como sus compatriotas,
era un charlatán; pero en materia de vinos
añejos era sincero. Sobre este punto en nada
me diferenciaba de él: yo me creia inteligen¬
te, y compraba partidas considerables siempre
que podia.
Una noche, entre dos luces, á mitad del car¬
naval, encontré á mi amigo. Me saludó con ín¬
tima cordialidad, porque había bebido muchísi¬
mo. Mi hombre estaba de máscara. Vestía un
traje ajustado de dos colores, y en la cabeza lle¬
vaba un gorro cónico, con campanillas y cascabe¬
les. Tan feliz me juzgué al verle, que jamás creí
que acababa de estrecharle la mano.
Díjele:—Mi querido Fortunato, os encuen¬
tro en buena ocasión. ¡Qué magnífica facha te-
neis con semejante traje! Es el caso que acabo
de recibir un barril de vino amontillado, ó por
lo menos por tal me lo han dado, y tengo mis
dudas.
—¿Cómo? dijo, ¿de amontillado? ¿Una pipa?
¡Imposible! ¡y á mitad de carnaval!
—Tengo mis dudas, repliqué, y he sido tan
tonto que lo he pagado sin consultaros antes. No
EDGAR POE.
146
pude encontraros, y temí perder una ganga.
—¡Amontillado!
—Digo que dudo.
—¡Amontillado!
—Y puesto que estáis invitado á algo, voy á
buscar á Luchesi. Si alguno hay que sea conoce¬
dor, es él. Él me dirá.
—Luchesi es incapaz de distinguir el amonti¬
llado del Jerez.
—Y sin embargo hay imbéciles que comparan
sus conocimientos con los vuestros.
—Vamos allá.
—¿Dónde?
—A vuestras bodegas.
—Amigo mió, no: yo no quiero abusar de
vuestra bondad. Sé que estáis invitado. Lu¬
chesi.
—Nada tengo que hacer. Marchemos.
—No, amigo mió, no. No es la cosa nuestros
quehaceres, sino el frió cruel que noto estáis
sufriendo. Las bodegas son muy húmedas, como
que están cubiertas de nitro.
—No importa; vamos. El frió nada supone.
¡Amontillado! Os han engañado. Y en cuanto á
Luchesi, repito que es incapaz de distinguir el
Jerez del amontillado.
Así charlando, Fortunato se cogió de mi bra¬
zo. Me puse una careta de seda negra; y embo¬
zándome en mi capa, me dejó llevar hasta mi
palacio.
No había en él ni un solo criado: estaban to-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 14T
dos haciendo los honores al carnaval. Les había
dicho que no volvería hasta bien entrado el dia,
y mandado que no dejasen sola la casa. Yo bien
sabia que esta sola órden bastaba para que todos,
sin escepcion alguna, se largasen en cuanto yo
volviese la espalda.
Tomé dos luces, di una á Fortunato, y nos
dirigimos atravesando muchas piezas y salones
hasta el vestíbulo que álas cuevas conducía. Ba¬
jó delante de él la escalera, larga y tortuosa,
volviendo várias veces la cabeza para advertirle
que cuidase de no tropezar. Llegamos al fin, y
juntos nos hallamos sobre el húmedo suelo de
las catacumbas de Montresors.
El paso de mi amigo era vacilante, y las cam¬
panillas y cascabeles de su gorro sonaban á ca¬
da uno de sus pasos.
—¿Y la pipa de amontillado? dijo.
—Está más lejos, le dije; mirad los blancos
bordados que centellean sobre las paredes de es¬
tas cuevas.
. Volvióse hácia mí y miróme con ojos vidrio¬
sos, goteando lágrimas de embriaguez.
—¿El nitro? preguntó por fin.
—El nitro, dije. ¿Desde cuándo teneis esa
tos?
—Euh, euh, euh, euh, euh.
Mi pobre amigo no pudo contestarme, hasta
después de algunos minutos.
—No es nada—dijo.
—Venid— dije secamente—vamos fuera de
148 EDGAR POE.
aquí; vuestra salud es preciosa. Sois rico, respe¬
tado 1 , admirado, querido; como yo en otro tiem¬
po: sois un hombre que dejaría un vacio inocu-
pable. Por mí nada importa. Vámonos; podriais
caer enfermo. Ademas Luchessi... *
—Basta,—dijo,—la tos no vale nada.—No
me matará: yo no he de morir de un cons¬
tipado.
—Es verdad,—es verdad,—contesté;—y os
aseguro que no intento alarmaros inútilmente;
—pero debeis tomar algunas precauciones, un
trago de Medoc os defenderá de la humedad.
Cogí una botella, de entre otras muchas que
en larga fila allí cerca estaban enterradas, y la
rompí el cuello.
—Bebed,—dije,—y le di el vino.
Acercó á los lábios la botella, y me miró con
el rabo del ojo. Hizo una pausa, me saludó fa¬
miliarmente, (sonaron las campanillas del gorro),
y dijo:
—¡A la salud de los difuntos que á nuestro
alrededor reposan!
—Yo á la vuestra.
Se agarró de mi brazo y seguimos adelante.
—Qué grandes son estas cuevas! dijo.
—Los Montresors,—contesté,—eran familia
muy numerosa.
—No recuerdo vuestras armas.
—Un pió de oro sobre campo azul, reven¬
tando una serpiente que se le enrosca mordiendo
el talón.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 149
—¿Y la divisa?
—Nenio me impune lacessít .
—¡Muy bien!
Centelleaban sus ojos por el vino, y los cas¬
cabeles y campanillas del gorro sonaban y sona¬
ban. El Medoc había exaltado mis ideas. Había¬
mos llegado al medio de unas murallas de huesos
mezclados con barricas, en lo más profundo de
las catacumbas. Paréme de nuevo, y esta vez me
tomé la libertad de coger del brazo á mi Fortu¬
nato por más arriba del codo.
—El nitro,— dije,—ya veis que aumenta.
Cuelga como el musgo á lo largo de las bóvedas.
Estamos bajo el lecho del rio. Las gotas de agua
se filtran á través de los huecos. Venid, vámo¬
nos, antes de que sea demasiado tarde. Vuestra
tos....
—No es nada, continuemos.—Venga otro tra¬
go de Medoc.
Rompí una botella de vino de greve, y se
la ofrecí. La bebió de un trago. Brillaron sus
ojos, se rió, y arrojó al aire la botella haciendo
un gesto que no pude comprender. Mírele con
sorpresa, repitió el gesto, un gesto grotesco.
—¿No comprendéis?—me dijo.
—No,—contesté.
—Entonces no sois de la lógia.
—¿Qué?
—No sois franc-mason.
—¡Sí, sí!—dije—¡Sí, sí!
—¿Vos? ¡Imposible! ¿Vos masón?
150 EDGAR POE.
—Sí, masón,—le respondí.
—¿Un signo?—me dijo.
—Vedle,—repliqué y saqaé un palaustre de
debajo de los pliegues de mi capa.
—Queréis reiros,—gritó;—y tambaleándose,
vamos al amontillado, me dijo.
—Sea,— contestó guardando mi herramienta
y dándole el brazo. Se apoyó pesadamente en él»
y continuamos en busca de nuestro amontillado.
Pasamos bajo una galería de arcos muy chatos;
bajamos, dimos algunos pasos, y descendiendo más
aun, llegamos á una profunda cripta, donde la
impureza del aire era tal, que en ella, más que
brillaban se enrojecian nuestras luces.
En el fondo se descubría otra cripta más
pequeña aun. Estaban revestidos los muros de
restos humanos, apilados en la cuevaá la manera
que están en las grandes catacumbas de París.
Del otro lado se habían derribado los huesos y
apiñados en el suelo formaban una muralla de
alguna altura. En el muro, escueto por la sepa¬
ración de los huesos, notamos, otro nicho pro¬
fundo como de unos cuatro piés, de tres de lar¬
go y de siete ú ocho de alto. No parecía hecho
para un objeto dado, pues se formaba simplemen¬
te por el hueco que dejaban dos enormes pila¬
res que sostenían las bóvedas de las catacumbas,
y por uno de los muros de granito macizo, que
limitaban su cabida.
En vano Fortunato, adelantando su mortuo¬
ria antorcha, luchaba por medir la profundidad
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 151
del nicho. La luz se debilitaba y no nos permi¬
tía ver el fin.
—Avanzad, le dije, ahí es donde está el
amontillado. Tocante á Lnchesi...
—¡Es un ignorante! interrumpió mi amigo
andando de costado delante de mí, mientras yo
le seguía paso á paso.
En un momento llegó al fin del nicho y
tropezando con la roca so paró, estúpidamen¬
te absorto. Un instante después ya le había yo
encadenado al granito. Sobre la pared había
dos grapas, á dos piés de distancia la una do
la otra, en sentido horizontal. De una de ellas
colgaba una cadena de la otra un candado.
Habiéndole colocado la cadena al rededor de
la cintura, sujetarle era cosa de algunos se¬
gundos. Estaba muy asustado para oponer la
menor resistencia. Cerró el candado, saqué la
llave y retrocedí algunos pasos salióndome del
nicho.
—Pasad la mano por la pared, dije; vos no
podéis oler el nitro. Está sumamente húmedo.
Permitidme una vez suplicaros que os ivayais.
¿No? Entonces es preciso que os abandone: vol¬
veré inmediatamente para proporcionaros cuan¬
tos cuidados, pueda.
—¡El amontillado! gritaba mi amigo, que aun
no había vuelto de su espanto.
—Es cierto, contestó: el amontillado.
Al decir estas palabras empujó la pila de
huesos de que ya hice mención, los arrojó á un
EDGAR POE.
152
lado y descubrí gran cantidad de piedras y de
mortero. Con estos materiales y con mi palaus-
tre comencé á cerrar y murar la entrada del ni¬
cho; á hacer un tabique.
Casi no había colocado la primera hilada de
piedras, cuando noté que la embriaguez do For¬
tunato se había disipado muchísimo. El primer
indicio de ello fué un grito sordo, un gemido que
salid del fondo del nicho. ¡Aquel era el grito de
un hombre borracho!
Después nada se oyó. Coloqué la segunda hi¬
lada, la tercera, la cuarta... y oí el ruido que
producían violentas vibraciones de la cadena.
Este ruido duró algunos minutos, durante los
cuales suspendí mi trabajo y apoyándome sobre
los huesos me estuve gozando en él. Cuando ce¬
só, cojí de nuevo mi palaustre y sin interrup¬
ción acabé la quinta, sesta y sétima hilada. La
pared llegaba ya á la altura de mis hombros.
Me paré de nuevo y levantando las luces por en¬
cima de la pared, dirigí sus rayos al persona-
ge allí incluido.
Grandes, agudos y dolorosos gritos lanzó el
encadenado, y casi me tumbaron de espaldas.
Durante un momento hasta temblé, me arrepen¬
tí. Saqué la espada y con ella comencé á abrir
el nicho; pero un instante de reflexión bas¬
tó para tranquilizarme. Me apoyé sobre el muro,
respondí á los quejidos de mi hombre, los hice
eco, los acompañé, los ahogué con mi voz.
Eran las doce de la noche y mi trabajo se
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 153
acababa. Terminé la octava, novena y décima
hilada. Concluí gran parte de la oncena y últi¬
ma: una sola piedra faltaba para acabar del to¬
do mi tarea, y estaba ya ajustándola cuando
sentí escaparse del fondo del nicho una risotada
ahogada que me herizó el cabello. A las carcaja¬
das siguió una voz lastimera, que reconocí di¬
fícilmente ser la del noble Fortunato. La voz
decía:
—Há! há! há! hé! hó! Chistosa broma, en
verdad, escelente farsa! Cuánto hemos de reir¬
la en casa, hé! hé! ¡Nuestro buen vino! hé!,
hé! hé!.,
—¡El amontillado!, dije. '
—Hé! hé! Sí, el amontillado. ¿Pero no se ha¬
ce tarde ya? ¿No nos esperan en mi palacio la
señora Fortunato y los otros?. Vámonos.
—Si dije, vámonos.
—\Por el amor de Dios , Montresorsl
—Sí, contesté, por el amor de Dios.
Y nada replicó: escuché y nada oí. Me im¬
pacienté. Le llamé á gritos, ¡Fortunato! y nada.
Llamó de nuevo ¡Fortunato! y nada. Metí una
antorcha por el único agujero que el nicho te¬
nía, y la dejé caer al fondo: oí ruido de casca¬
beles y campanillas. Me sentí malo, sin duda
alguna por la humedad de las catacumbas. Era
preciso concluir: hice un esfuerzo; tapé el agu¬
jero y le cubrí de cal.
Requiescat in pace.,.
VIL
ENTERRADO YlVO.
Hay hechos, cuyo relato despierta vivísimo in
terés, y que son demasiado horribles para servir
de asunto en la novela. Ningún novelista podría
echar mano de ellos, sin grave peligro de disgus¬
tar y hasta de hacer daño al lector. Para que
puedan aceptarse asuntos semejantes, es indis¬
pensable que se presenten con el severo traje de
la verdad histórica. Estremece la lectura de los
pormenores del paso del Beresina, del terremoto
de Lisboa, déla epidemia de Lóndres, del degüe¬
llo del dia de San Bartolomé, ó de la asfixia de
los ingleses prisioneros en el Blachhole de Cal¬
cuta; pero son los'hechos, la realidad y en una
palabra, la historiado que nos conmueve. Si re¬
latos tales fuesen únicamente parto de la imagi¬
nación, no engendrarían más sentimiento que el
del horror.
He citado unas cuantas de las más terribles
y célebres calamidades que la historia consigna;
pero loque más hiere nuestra imaginación, es
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 155
la magnitud y naturaleza de esas calamidades.
Contemplo inútil advertir que mi trabajo pu¬
diera reducirlo únicamente á escojer entre el in¬
menso catálogo de las miserias humanas, casos
aislados de un dolor cualquiera, más material y
más individual, que el que surge de la generali¬
dad de esos desastres gigantescos.
Efectivamente, el verdadero dolor, el límite
del sufrimiento, no es general, sino particular;
y debemos dar gracias á Dios, que en su bondad
no permitió que semejante esceso de agonía lo
sufriese el hombre-masa ó colectivo, sino el hom¬
bre-unidad ó individual.
Ser enterrado vivo... es indudablemente el
sufrimiento más horrible de los que hablaba
antes, y es bien seguro, que habrá pocas per¬
sonas, entre las que se llaman discretas, que nie¬
guen la frecuencia con que se repiten casos nue¬
vos de sufrimiento semejante, pues los límites
entre la vida y la muerte permanecen siempre
indeterminados, vagos y tenebrosos. ¿Quién pue¬
de marcar el punto en que termina la una y
comienza la otra? Sabido es que ciertas enfer¬
medades producen una cesación completa, en
apariencia, de las funciones vitales: la cual no
es más que una suspensión momentánea de la
animación esterior; una especie de pausa en el
movimiento de ese incomprensible mecanismo.
Algunos instantes bastan para que un principio
invisible y desconocido imprima otra vez mo¬
vimiento á. esos maravillosos resortes, y á esos
156 EDGAR POE.
engranajes invisibles. No se ha roto todavía el
arco, y aun puede vibrar la cuerda.
Es forzoso conceder á priori, que los nume¬
rosos ejemplos que todos los dias se presentan
de interrupción en la vitalidad, justifican la sos¬
pecha de que los entierros prematuros deben
abundar. Pero además de tan lógica considera¬
ción, ahí están para acabar de demostrarla, los
médicos y la esperiencia. Podría en caso necesa¬
rio referir un centenar de casos plenamente jus¬
tificados; citaré entre otros uno que acaba de
producir en Baltimore profunda sensación, y
cuyos pormenores son bastante curiosos. La
esposa de uno de los ciudadanos más apreciados
de dicha población (abogado de gran talento y
miembro del Congreso), fué atacada de una en¬
fermedad súbita é inesplicabje, en la cual se es¬
trellaron todos los esfuerzos de los facultativos.
Al cabo de mil sufrimientos, murió ó cayó por
lo menos en un estado tan parecido á la muerte,
que nadie sospechó, ni pudo sospechar, la queda¬
se el mas leve soplo de vida. Dilatadas sus enfla¬
quecidas facciones por una larga enfermedad,
presentaban la inmovilidad de la muerte; los ojos
vidriosos, los lábios con palidez marmórea, y los
miembros helados. No se percibía pulsación al¬
guna, y espuesto por espacio de tres dias el cuer¬
po, llegó á adquirir la rigidez de una estátua.
Aceleróse el funeral al cabo, en vista de ciertas
señales de descomposición; se depositó el cadáver
en un panteón subterráneo de la familia, que
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS . 157
quedó cerrado por algunos años, hasta que el
marido quiso hacer se construyese un sarcófago;
¡qué horrible revelación le aguardaba! Penetra
delante de todos en el asilo de la muerte, y no
bien abre las hojas de la pesada puerta, cuando
un objeto envuelto en un blanco lienzo, cae en
sus brazos con un ruido lúgubre. Era el esque¬
leto de su mujer, encerrado en los pedazos de la
mortaja.
Examinado todo luego con minuciosidad, no
quedó duda de que la desgraciada debió volver
en sí, uno ó dos dias después de su entierro, y
con los esfuerzos hechos al tornar á la vida, ca¬
yóse el féretro desde una especie de nicho ó cor¬
nisa en que estaba colocado, y se rompió contra
el pavimento; de suerte que la infeliz, hubo de
verse libre así, de la caja en que la encerraron.
En los primeros peldaños de la estrecha esca¬
lera por donde se bajaba al tenebroso recinto,
yacía un trozo grande de la caja, del cual de¬
bió servirse probablemente la mujer del aboga¬
do, con la loca esperanza de batir en brecha aque¬
lla firmísima puerta, ó con el más acertado fin
de llamar la atención.. Allí debió desmayarse, á
no dudarlo, de cansancio y morir á poco de ter¬
ror y de hambre. Enganchado el lienzo de la mor¬
taja á un saliente cualquiera del herraje, pu¬
drióse de pié y quedó de aquella manera, colga¬
da á la puerta de su tumba.
Otro caso de inhumación prematura, ocurrido
en 1810, demuestra que muchas veces la fábula,
158 EDGAR POE.
no llega en rarezas hasta donde alcanza la ver¬
dad misma. La heroína de esta historia, Yicto-
rina Lafourcade, muchacha de buena familia,
rica y de notable hermosura, tenia, como es na¬
tural, muchos pretendientes, de los cuales uno
era un pobre periodista ó literato, llamado Ju¬
lián Bossuet, cuyo talento y bello carácter pro¬
dujeron no poca impresión en la jóven, que á po¬
co hubo de enamorarse. Sin embargo, él orgullo
venció al amor, y Yictorina se casó con un tal
M. Renelle, especulador-diplomático, muy en¬
salzado en la Bolsa, quien no tardó en olvidarse
de la mujer, á la cual hasta se dijo maltrataba.
Después de algunos años de matrimonio nada fe¬
liz, una enfermedad, ayudada por muchos dis¬
gustos, produjo la muerte de Yictorina, ó al
menos un estado tan parecido á la muerte mis¬
ma, que todos hubieron de engañarse, y se la
enterró, no en una bóveda, sino en el cementerio
de la aldea en que había nacido. Desesperado
Julián, sale de París, y á pesar de la distancia,
se pone en camino, con el romántico fin de apo¬
derarse de las sedosas trenzas, de aquella á quien
tanto amó. Yiaja sin detenerse un solo momen¬
to, y llega á la tumba de Yictorina; á la media
noche desentierra el féretro, lo abre, y cuando ya
se disponía á cortar la deseada cabellera, estre¬
mécese al ver que Mme. Renelle abre dulcemen¬
te los ojo 3 . La liabian enterrado viva, y su aman¬
te llegó en el momento en que salía de su pro¬
fundo letargo. Medio loco de gozo, la coje Julián
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 159
en brazos, y la lleva á la habitación que tenía en
la aldea; la aplica cuantos medios le sugieren
sus conocimientos, bastante grandes en medici¬
na, logrando al cabo volverla á la vida y darse
á conocer por su salvador.
Permanece á su lado, teniéndola oculta á
los ojos de todo el mundo, y consigue poco á
poco restablecer nuevamente su salud. Como el
corazón de la pobre mujer no era de mármol, y
como también tenía hartos motivos de arrepen¬
timiento, por haberse dejado arrastrar de la va¬
nidad y del orgullo, cedió al fin á su primer
amor. En lugar de volver á casa de su marido,
ocultó su resurrección, y se marchó á América
con su amante. Pasados veinte años, creyó la di¬
chosa pareja poder volver á Francia, pensando
que los estragos del tiempo, no permitirían á los
amigos de Madame Renelle reconocer sus fac¬
ciones. Se engañaron, sin embargo, porque así
que el banquero la encontró, hubo de reconocer¬
la y mandarla se viniese con él: negóse ella ro¬
tundamente y el asunto vino á los tribunales.
Los jueces sentenciaron á favor de la muger,
apoyándose en que una separación de veinte
años, acompañada de circunstancias escepciona-
les, había legal y raoralmente destruido los de¬
rechos del marido.
El Diario Quirúrgico de Leipsick, revista
científica muy autorizada, publica espantosos
pormenores de un hecho análogo y reciente. Un
oficial de artillería, dotado de gran fuerza y no
160 EDGAR POE.
menos robustez, se cayó del caballo é hizo una
gran herida en la cabeza, perdiendo en el acto
los sentidos. La fractura del cráneo era simple,
y permitía esperar la curación. Se le hizo la
operación del trépano sin dificultades, pero sin
embargo, cayó gradualmente en un atolondra¬
miento é insensibilidad más y más grandes, hasta
que finalmente se le supuso muerto.
Enterrósele con precipitación, por el mucho
calor que hacía, verificándose los funerales un
jueves. El domingo siguiente Se llenó de pasean¬
tes según costumbre el cementerio. Al medio dia
notábase cierta emoción éntrelas gentes, porque
un paisano aseguró habia sentido cierto movi¬
miento ligero como si quisiera levantarse la tier¬
ra que tenía debajo, mientras estuvo sentado só¬
brela tumba del oficial. Al principio apenas se le
hizo caso, pero persistió de modo tal en su aserto,
y manifestaba tanto terror, que acabó por con¬
vencer al auditorio. Tragáronse inmediatamente
azadones, y en muy pocos minutos, la fosa que
tenía menos profundidad de la que debía, quedó
espedíta y dejó ver la cabeza del oficial, muerto
en la apariencia, que se hallaba sentado en el
féretro roto por sus esfuerzos.
Llevado inmediatamente al hospital más cer¬
cano, aseguraron los médicos que respiraba aun,
manifestando todos los síntomas de una asfixia
reciente. Al cabo de algunas horas volvió en sí,
reconoció y dió gracias á várias de las personas
que rodeaban su lecho, refiriendo con frases en-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS 161
Recortadas la agonía y angustias por las cua¬
les acababa de pasar. No perdió el conocimiento
de cuanto á su alrededor sucedió, sino una hora
antes de ser sepultado, que cayó en un estado de
absoluta insensibilidad. Rellenada precipitada¬
mente la tumba con tierra muy porosa no quedó
cerrado del todo el paso al aire. El ruido de los
honores fúnebres que se le hicieron, por razón
de su grado, es decir, el fuego del pelotón que
disparó encima de la sepultura, le despertó úni¬
camente. En vano trató de que le oyesen, porque
el lúgubre silencio que á poco , reinó, le puso en
el caso de apreciar la horrible situación en que
se hallaba,
Gracias al cuidado que con el enfermo se em¬
pleó, se consideraba como muy probable el com¬
pleto restablecimiento, cuando murió víctima
del charlatanismo de los esperimentos médicos.
Púsosele en relación con una batería galvánica
y falleció presa de uno de esos paroxismos está¬
ticos que las más veces provocan.
La cita que acabo de hacer de la batería gal¬
vánica, me recuerda otro ejemplo, en el cual un
medio idéntico, dió por resultado volver á la vi¬
da á un abogado jóven de Lóndres, que había
permanecido dos dias enterrado. Este suceso
pasó en 1831, y llamó la atención bastante para
que aun se acuerden muchos de mis lectores.
M. Edward Stapleton, murió al parecer de un
ataque de fiebre tifoidea, complicada con vários
.síntomas estraordinarios que llamaron mucho la
6
162 EDGAR POE.
atención de los médicos y escitaron su curiosi¬
dad. Rogaron por esto á los parientes del supues¬
to muerto, les permitieran hacer la autopsia
del cadáver, pero se les negó la autorización.
Como suele suceder en tales casos, los médicos
resolvieron exhumar el cadáver secretamente y
disecarlo luego á sus anchas. Tomaron sus me¬
didas al efecto, y gracias á la cooperación de
los muchísimos resucitadores que tanto abunda¬
ban en Lóndres en aquella época, la misma no¬
che que siguió al dia del entierro, se sacó el ca¬
dáver de una fosa de ochó piés de profundidad,
y fué llevado á una sala de disección, inmediata
á la casa de un profesor.
Acababa de practicársele una incisión bas¬
tante estensa en el abdomen, cuando la carencia
de todo rastro de descomposición, sugirió la idea
de hacer algunos ensayos de galvanismo. Hi-
ciéronse vários esperimentos sin resultado que
pudiera decirse notable; observándose única¬
mente, que los movimientos convulsivos im¬
presos al cadáver, producían una imitación mu¬
cho más exacta de los de la vida que los que se
observan ordinariamente.
Hacíase tarde, y próximo el amanecer, se tra¬
tó al fin de proceder á la disección. Mientras tan¬
to un estudiante, ansioso de hacer cierta espe-
riencia, sobre una teoría especial suya, quiso
verificar el último ensayo, poniendo en comuni¬
cación la batería con uno de los músculos pec¬
torales. Practicó una incisión profunda con un
HISTORIAS ESTRAORDINARTAS. 163
golpe de escalpelo, y luego introdujo en ella el
conductor metálico. A su contacto el cadáver se
levantó con precipitación, pero no de un modo
convulsivo; se puso de pié, llegó hasta el centro
de la sala, arrojó alrededor de sí una mirada
inquieta y luego habló. Lo que dijo no fué inte¬
ligible, distinguiéndose bien las sílabas, pero no
el sentido. Después de hablar se desplomó sobre
el pavimento.
Quedáronse los circunstantes inmóviles algu¬
nos momentos, de espanto y de terror; pero in¬
mediatamente lo urgente del caso les volvió la
serenidad. No cabe duda de que M. Stapleton es¬
tá vivo y acaba de caer en un síncope, bastando
algunas gotas de éter para volverlo en sí. Mien¬
tras hubo el más pequeño peligro de una recaí¬
da, se guardó un profundo secreto sobre su re¬
surrección, pero es difícil imaginar la sorpresa
y la alegría de sus amigos, cuando ya pudo co¬
municárseles la ventura nueva.
Lo más interesante de este suceso, es lo dicho
por el mismo M. Stapleton, que asegura no ha¬
ber tenido un solo instante de insensibilidad y
que sabía, dé un modo vago y confuso, todo cuanto
sucedía, desde el momento en que los médicos le
dieron por muerto, hasta caer desmayado sobre
el pavimento de la sala de disección. Estoy vi¬
vóla fueron las palabras incomprensibles que
pronunció al reconocer eí lugar donde se en¬
contraba.
Fácil sería por demás citar una infinidad de
164 EDGAR POE.
casos semejantes; pero me abstendré de hacerlo
porque creo no sean necesarios tantos ejemplos.
Cuando se piensa en lo difícil que es descubrir
semejantes hechos, y de los muchos que, sin em¬
bargo, se descubren, no es dable dejar de conve¬
nir, en que muy frecuentemente habrán de su¬
ceder, por más que casi siempre lo ignoremos.
En efecto, siempre que por cualquier motivo se
remueven en un espacio, por corto que sea, los
cadáveres de un cementerio, es muy raro no en¬
contrar algunos en posturas que inspiran horri¬
bles sospechas.
¡Horribles sospechas! Pero menos horribles
que la realidad. No hay suplicio alguno que pueda
producir tal paraxismo y tan espantosa combi¬
nación de sufrimientos físicos y morales. El peso
intolerable sobre los pulmones, los vapores so¬
focantes de la tierra húmeda, la presión de la
mortaja, la convicción de lo inútil de las propias
fuerzas, la lobreguez de una noche absoluta, la
presencia cierta é invisible del gusano destruc¬
tor, cuya llegada presentimos; unido todo á la
imágen del aire y de la vegetación que hallaría¬
mos algunos piés más arriba, unido también al
recuerdo de los amigos que acudirían presurosos
á libertarnos, si pudieran sospechar nuestra si¬
tuación, y esto con la horrible certidumbre de
que para ellos permanecerá eternamente ignora¬
da, de que os tendrán todos por muerto, y de que
realmente lo estáis para todos, menos para vos
mismo; digo, pues, que esto origina en ese co-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 165
razón que palpita debajo de tierra, un horror
indecible ante el cual la imaginación más aguer¬
rida retrocede espantada. No existe agonía- se¬
mejante sobre la tierra y es imposible forjar un
suplicio, más repugnante ni más feroz, para el
mismo infierno. Esta es la causa de que todos los
relatos sobre semejante asunto produzcan tan
honda impresión, y que no obstante, y en razón
déla misma intensidad de la emoción esperimen-
tada, se apoye principalmente nuestra fé en la
veracidad del relatante. Lo que por mi parte
quiero contar, no puede ser más cierto, porque
se trata de mi propia historia, y es resultado de
mi esperiencia personal.
Hace muchos años padecía yo ataques de
esa enfermedad singular, que los médicos llaman
catalepsia, á falta de otro nombre más carac¬
terístico. Sin embargo de que las cáusas inme¬
diatas y originarias, así como el diagnóstico de
dicha enfermedad sean aun un misterio, los sín¬
tomas son bastante conocidos y varían única¬
mente en la intensidad.
Aveces el sueño letárgico solo dura veinte y
cuatro horas: el enfermo permanece inmóvil é
insensible en la apariencia, pero se anuncian
débilmente los latidos del corazón, mientras un
resto del calor y una coloración, aunque ligera
en las megillas, indican que la vida ha huido
completamente del cuerpo. Acercando un espe¬
jo á los labios puede apreciarse la existencia de
una respiración torpe, desigual y vacilante. En
1d6 EDGAR POE.
otros, por el contrario, dura ese sueño de plomo
semanas enteras, y el más detenido estudio y las
más rigorosas pruebas, no bastan á descubrir
diferencias aparentes entre el estado del enfermo
y el de un cadáver. Frecuentemente aquellos que
padecen esta rara enfermedad, no pueden liber¬
tarse de una larga agonía, sino gracias á sus
amigos, que sabedores de que se hallan sujetos á
tales accesos, se obstinan hasta los últimos mo¬
mentos en dudar de su muerte, y no ceden sino
á la vista de la descomposición. Felizmente la
enfermedad sigue una marcha progresiva; sus
primeros síntomas son fáciles de reconocer, los
accesos van creciendo en duración y en inten¬
sidad, debiéndose á esta progresión que sean
menos las probabilidades de entierros pre na-
turos. El infeliz, cuyo primer acceso tuviera la
gravedad de las crisis subsecuentes, sería á no
dudarlo encerrado vivo en el féretro.
La enfermedad, de que adolecía yo, no se di¬
ferenciaba en circunstancia alguna importante
de las señaladas en las obras de medicina. Ave¬
ces, sin causa aparente, caia insensiblemente en
síncope; me*acontaban; quedaba tendido en la
cama sin poder levantar un dedo, y hasta pri¬
vado de la facultad de pensar, pero con un sen¬
timiento vago é indefinible de la existencia y
presencia de cuantos sucesivamente se acerca¬
ban ámi cabecera, hasta que una nueva crisis
de la enfermedad me arrancaba de aquel letargo.
En otras ocasiones me sentía atacado súbitamen-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 107
te, presa de un vértigo, abrumado de abati¬
miento, y transido de frió quedaba en pocos ins¬
tantes completamente atolondrado é inerte.
Cuando esto sucedía, permanecía inmóvil y mu¬
do como la muerte misma semanas enteras, y
es imposible concebir anonadamiento más abso¬
luto, porque ni el mundo existía para mí, ni yo
para el mundo. Al salir de estos ataques, mi
despertar era tan lento cuanto repentino el ac¬
ceso, tal cual aparecen los primeros albores
del dia al vagamundo sin hogar y sin amigos,
que pasa las noches desoladas del invierno, er¬
rante por las desiertas calles; del mismo modo
ó más bien con igual sensación de laxitud y
abatimiento, sentía yo renacer en mi ser la luz;
del alma.
Fuera de aquellas crisis letárgicas, mi salud
se podia en general considerar como satisfacto¬
ria, y no observé se deteriorara por tan estra-
ños fenómenos, cuya influencia se mostraba
hasta en mis sueños ordinarios. Cuando habia
dormido unas cuantas horas, solo por grados
podia recobrar la posesión completa de los sen¬
tidos, y más d'e diez minutos después de desper¬
tar, estaba como un hombre alelado, faltándome
las facultades mentales y especialmente la me¬
moria.
Ningún dolor físico me producía semejante
estado, pero el sufrimiento moral era grandísi¬
mo. Convertíaseme la imaginación en un osario
y no veía más que catafalcos, gusanos, esquela*
168 EDGAR POE.
tos, médicos, tumbas, epitafios y mortajas. Su¬
mido en ensueños de muerte, no podía separar
de mi cabeza la idea fija de un entierro prema¬
turo á que me suponía predestinado. El pensa¬
miento del horroroso peligro á que me hallaba
espuesto me acosaba incesantemente; era de dia
mi tormento y de noche se convertía en suplicio.
Así que las tinieblas envolvían la tierra, estre¬
mecíame con indecible espanto y temblaba como
los penachos fúnebres que el viento agita en
los cuatro ángulos de un carro mortuorio. Más
tarde, cuando rendida la naturaleza no podía
luchar contra el cansancio de una vigilia pro¬
longada, solo después de un violento combate
cedía al sueño, porqué me estremecía al pensar
que pudiera despertarme dentro del féretro; así
que cuando al fin llegaba á dormirme, era úni¬
camente para caer sin transición en una región
de fantasmagorías sepulcrales.
Estos ensueños aterradores, que así turba¬
ban mi reposo durante la noche, estendieron
también su sombría influencia hasta sobre mis
horas de vigilia. Distendidos los nervios com¬
pletamente, fui presa de perpétuos terrores: ni
me atrevía á montar á caballo, ni pasear á pié,
ni á entregarme á ningún ejercicio que me ale¬
jase demasiado de casa, y finalmente, titubeaba
antes de aventurarme á estar separado de aque¬
llos que conocían mi enfermedad, receloso de
que gentes extrañas, viéndome en una de mis
crisis habituales, me creyeran muerto. Dudaba
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 169
de la fidelidad y de las promesas de mis mejo¬
res amigos, persuadido deque ante un paroxismo
de mayor duración que los ordinarios, acabarian
por dejarse convencer de que mi muerte definitiva
era indudable. Hasta llegué á suponer, que con
el fastidio continuo que les causaba, se alegra¬
rían de encontrar en un letargo duradero, pre¬
testo para librarse de mí. En vano trataban de
tranquilizarme con reiteradas protestas y pro¬
mesas, pues no paré hasta exigirles me jurasen
de un modo solemne, que por nada en el mundo
dejarían fuese enterrado, antes de que la des¬
composición llegara á un grado que quitase to¬
da duda respecto á la certidumbre de mi muerte.
Ni aun este juramento bastó para tranquili¬
zarme, para disipar mi terror perpétuo; así es
que tomé multitud de precauciones originalísi-
mas. Entre otras, reconstruí el panteón de mi
familia, de modo que la puerta pudiera abrirse
por sí misma á favor de muchos resortes colo¬
cados en el interior, de tal manera, que la pre¬
sión más leve en uno, bastase para abrirla. Dejé
libre entrada al aire y á la luz, hice colocar
agua y provisiones en diversos nichos abiertos
cerca de la caja, que también almohadillé per¬
fectamente, y á la cual puse una tapa construi¬
da con las mismas condiciones que la puerta, es
decir, con resortes que obedecían á la presión
más ligera. Además, una cuerda atada á mi
muñeca, comunicaría con una campana colocada
en el sonoro centro de la bóveda del panteón.
EDGAR POE.
170
¡Cuán inútiles son las precauciones mejor calcu¬
ladas, y la vigilancia más previsora para con¬
trarrestar la voluntad del destino! ¡Nada es bas¬
tante para evitarlas agonías de una inhumación
prematura, al desgraciado que se halle condenado
por los hados á esperimentarla!
Un dia, como otras muchas veces me habia
ya sucedido, sentíame renacer (por decirlo así),
gradualmente, á una vaga percepción de la vida;
y con lentitud, muy lentamente, miraba dibu¬
jarse la aurora apagada y tibia del dia físico.
Inquieta pesadez, apática indiferencia, sensación
de molestia indeterminada, carencia absoluta
de cuidados, de esperanzas, ni de esfuerzos; más
tarde, y pasado un intérvalo largo, ruidos en
los tímpanos; y tras un espacio de tiempo más
grande aun, picazón y hormigueo en las estre-
midades; luego un período al parecer eterno de
quietud profunda, en que despertando el pensa¬
miento trabaja con ahinco para ordenar las ideas;
después una recaida en el anonadamiento, y por
fin la vuelta á la vida que se manifiesta con una
conmoción apenas perceptible en los párpados.
Al propio tiempo, rápida como un choque eléc¬
trico, una sensación de intenso terror agólpala
sangre toda al corazón. La imaginación intenta
entonces su esfuerzo primero, pide auxilio á la
memoria, y solo lo obtiene de un modo incom¬
pleto y muy parcial. Sin embargo, mi memoria
se ha despertado lo bastante para que se me al¬
cance un tanto de la verdad de mi posición.
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 171
Conozco que no despierto de mi sueño ordinario
y recuerdo que padezco crisis catalépticas. Fi¬
nalmente, como con la irrupción súbita de un
occéano, hiólaseme el alma al pensar en el hor¬
roroso peligro que corro.
Durante algunos minutos permanezco inmó¬
vil como una estátua, no atreviéndome á tentar
el menor esfuerzo que pueda patentizarme la
verdad... Y sin embarco, siento en el corazón
una voz que me dice: \Eas sufrido tu suertel La
desesperación (tal cual no existen palabras que
la pinten), me obliga al fin tras un número in¬
finito de resoluciones, á levantar los entorpeci¬
dos párpados. Abro los ojos: la oscuridad me ro¬
dea; oscuridad absoluta, y siento que aquellas
tinieblas son las de una noche sin fin. Quiero gri¬
tar; remuevo convulsivamente los lábios y la
lengua desecados, pero en vano. No puedo arran¬
car sonido alguno del pecho, que se me figura
tenerlo bajo la presión de una montaña. Cada
vez que con el mayor esfuerzo lo levanto al as¬
pirar, padezco una agonía indescriptible.
La inutilidad de mis tentativas para gritar
indica que me han atado la mandíbula inferior,
como suele hacerse con los muertos. Reparo al
mismo tiempo que me hallo tendido sobre una
materia dura que por todos lados me oprime el
cuerpo. Hasta aquel instante no me habia atre¬
vido á hacer el menor movimiento; pero al fin
tiendo violentamente los brazos que tenía cru¬
zados sobre el pecho, y tropiezo con una ta-
172 EDGAR POE.
bla colocada horizontalmente por encima de mí,
y á unas seis pulgadas del rostro. Ya no es
posible que dude; me hallo encerrado en un fé¬
retro.
Hasta en semejante momento de suprema mi¬
seria, no me abandona el ángel de la esperanza;
pienso en todas las precauciones que tengo to¬
madas; me retuerzo; hago esfuerzos sobrehu¬
manos para levantar la tapa, que no cede; busco
mi las muñecas el cordon de la campana, y no le
tengo. Entonces me abandona también la espe¬
ranza; no puedo menos de reparar en la falta de
almohadillado que tan cuidadosamente dispuse
yo; luego siento de repente un olor muy marca¬
do de tierra mojada. La deducción no puede ser
más que una; no me hallo en el panteón; en al¬
guna salida de las mias me ha acometido el
desmayo entre gentes estrañas; cuándo y como,
no me es posible recordarlo aun; me han enter¬
rado como á un perro, metido y clavado en un
féretro cualquiera, y arrojado en el fondo de una
fosa sin nombre.
Cuando penetró en el alma tan horrible cer¬
tidumbre, traté de hacerme oir otra vez, y con¬
seguí arrojar un grito prolongado, salvaje y
continuo, que más bien era el último aullido
de la agonía, y que resonó en el silencio de
aquella noche subterránea....
—¡Hola, he, hola! respondió üua bronca voz.
—¿Qué demonios sucede? preguntó otra voz.
—¡Bajadme de aquí! añadió un tercero.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 173
—¿Acabareis de aullar de ese modo? dijo un
nuevo interlocutor.
Y agarrándome los autores del cuarteto, me
zarandearon sin ceremonia algunos minutos; no
mostrando tener manos de manteca, ni mucho
menos aquellas gentes, de cuya rudeza no se me
ocurrió quejarme. No me despertaron, porque
cuando grité me hallaba yo bien despierto; pero
me ayudaron á recobrar el uso de la memoria, y
recordé dónde me encontraba.
El suceso tenía lugar en Richmond, estados
de Virginia; yohabia salido á cazar con un ami¬
go, y nos alejamos por la márgen del rio James,
hasta que entrada la noche, una tempestad nos
sorprendió. Un lanchon cargado de tierra que
estaba anclado inmediato á la orilla, fué el único
abrigo que se halló á nuestra disposición. Ha¬
ciendo de necesidad virtud, nos conformamos á
pasar la noche á bordo; yo me acosté en uno de
los dos camarotes del barco, que con decir que
no tendría más de sesenta toneladas de cabida,
se puede suponer lo que sería el tal camarote;
es decir, que sin exageración, se parecia mucho
á una caja de difunto. Con dificultad pude esten-
derme y dormí profundamente; así que mi fan¬
tasma (pues no era ni sueño ni pesadilla), fué
consecuencia natural de las circunstancias en
que me encontré, del carácter ordinario de mis
pensamientos, de la dificultad que tenía para
coordinar mis ideas, y sobre todo para recobrar
la memoria después de un sueño largo.
EDGAR POB.
174
Dos hombres de los que me agarraron, forma¬
ban parte de la tripulación, y los otros doshabian
venido para ayudarles á descargar el barco. De
la carga misma procedía el olor terroso que sen¬
tí, y la venda que me rodeaba la cabeza era sim¬
plemente un pañuelo que me puse por carecer
del gorro de noche que solía ponerme en la
cama.
Sea como se quiera, esperimentó tormentos
completamente iguales á los que me hubiera pro¬
ducido un entierro verdadero. Fueron horribles,
atroces, imposibles de describir. Pero como no
hay mal que por bien no venga, el mismo esca¬
so de impresión me produjo una revolución salu¬
dable. Mi alma adquirió tono y se- Vigorizó;
me acostumbré á salir; me entregue á ejercicios
violentos; respiró el aire libre; quemé mis libros
de medicina; el tratado de Buchan; dejó de leer
las sepulcrales Noches de Young, á quien debe¬
ría llamarse el poeta zampa-muertos, y evitó
con la mayor energía y voluntad toda clase de
cuentos como este, que me produjeran pesadillas.
Desde entonces no volví á tener aquellos terro¬
res fúnebres, y desaparecieron mis ataques de
catalepsia, que sin dudadebian serla consecuen¬
cia y no la causa de aquellos sustos.
Hay ocasiones en que, hasta examinándolo
con el frió escalpelo de la razón, puede parecer
un infierno el mundo de nuestra triste humani¬
dad; porque la imaginación del hombre no es un
mago que pueda impunemente esplorar todas las
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 175
cavernas. La tenebrosa legión de horrores que
he descrito no es fantástica, pero es muy peli¬
groso evocarla; porque asemejándose mucho á la
délos demonios que acompañaron á Afrasiab
cuando bajó al Oxus, devoran al que los des¬
pierta.
VIII.
UNA BESTIA EN CUATRO.
Antíocho Epifanes es generalmente considera¬
do como El Gog del profeta Ezequiel; pero este
honor corresponde de derecho á Cambises, hijo
de Ciro, y ademas deque el carácter del monarca
sirio no ha menester de modo alguno adornos
suplementarios. Su advenimiento al trono, ó me¬
jor dichola usurpación de la soberanía, ciento
setenta y un años antes de la venida de Cristo,
la tentativa que hizo para saquear el templo de
Diana en Epheso, su implacable saña á los judios,
la violación del Santo de los Santos y su misera¬
ble muerte en Tala, después de once años de tan
tumultuoso reinado, circunstancias son de re¬
lieve tanto, que preocuparían á los historiadores
de su tiempo, mucho más aun que las impias,
libertinas, absurdas y fantásticas hazañas, que
es forzoso relatar para detallar el cuadro de su
vida privada, y dar á conocer su reputación.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 177
Supongamos, lector gracioso, que estamos
en el año del mundo tres mil ochocientos treinta,
y que solo por algunos minutos trasportados nos
yernos al mas fantástico de los habitáculos hu¬
manos, en la notabilísima ciudad de Antioquia.
Verdad es, que entre las de Siria y las de otras
partes, hubo hasta diez y seis ciudades de este
nombre, sin contar en ellas aquella de que esclu-
sivamente nos vamos á ocupar. La nuestra, pues,
es la llamada Antioquia Epidaphné, por hallarse
en ella un templo consagrado á esta divinidad.
Fué'fundada (aunque esto es cuestionable,) por
Seleuco Nicator, primer rey del país después de
Alejandro el Grande, en memoria de su padre An-
tioco, llegando inmediatamente á ser la capital
de la monarquia Siria. En los dichosos tiempos
del imperio romano, era la residencia ordinaria
del Prefecto de las provincias orientales; y mu¬
chos emperadores de la ciudad eterna (entre los
cuales debe hacerse especial mención de Verus 6
Valenti,) pasaron en ella gran parte de su vida.
Pero se me figura que hemos llegado á la ciudad.
Subamos á esta plataforma y echemos una ojea¬
da áeljfo y sus álrededores.
—¿Cuál es ese rápido y ancho rio que se
abre paso saltando de cascada en cascada por
medio de tantas montañas y de tantísimos edi¬
ficios?
—Es El Oreste, cuyas únicas aguas, á escep-
cion de las del Mediterráneo, vemos estenderse
como vasto espejo unas doce millas al Sur. Todo
EDGAR POE.
178
el mundo ha visto el Mediterráneo; pero muy po¬
cos han gozado del golpe de vista de Antioquía;
muy pocos, quiero decir, han gozado, como usted
y como yo, del beneficio reportado por la moder¬
na educación. Así, pues, dejad en paz la mar, y
poned toda vuestra atención en esta masa de ca¬
sas que á nuestros piés se estiende. No olvide us¬
ted que estamos en el año tres mil ochocientos
treinta del mundo. Si fuera después, por ejemplo,
el año mil ochocientos cuarenta y cinco de N. S.
J. C., privados nos veríamos de tan estraordina-
rio espectáculo. En el siglo diez y nueve Antio¬
quía está, quiero decir, estará en el más lamen¬
table estado de ruina. De aquí á allá, Antioquía
se habrá completamente destruido por tres tem¬
blores de tierra sucesivos. A decir verdad, lo
poquísimo que quedará de su primer estado, ha-
llárase en tal desalación y ruina, que el patriar¬
ca habrá juzgado conveniente trasladar á Damas¬
co su residencia. Está bien. Veo que seguis mis
cQnsejos y que aprovecháis el tiempo inspeccio¬
nando los sitios para saciar la vista en los re¬
cuerdos y famosos objetos , que constituyen la
gran gloria de esa ciudad.
—Pido á usted mil perdones, amigo mió; me
olvidaba que Shakespeare no florecerá sino mil
setecientos cincuenta años después. Y dígame us¬
ted; ¿el aspecto de Epidaphné no justifica la cali¬
ficación de fantástica que la he dado?
—Se halla bien fortificada; yen cuanto á es¬
to, tanto debe al arte como á la naturaleza.
historias estraordinarias. 179
-—Justamente.
—¡Qué infinidad da palacios suntuosísimos!
—En efecto.
—¡Y esos riumerosos, y magníficos templos
pueden compararse con los más célebres de -la
antigüedad!
—Debo concedéroslo. Sin embargo, veo un
sin fin de chozas hechas de tierra, y de abomina¬
bles barracas; y preciso es que hagamos constar
la maravillosa abundancia de inmundicias, que
por todos los arroyos corre; y gracias á la in¬
mensa humareda del incienso idólatra, que sino
mal podríamos aguantar el intolerable hedor que
de ellos se desprende. ¿Habéis visto jamás calles
tan insoportablemente estrechas y casas tan pro¬
digiosamente altas? (Qué oscuridad proyectan sus
sombras en el suelo! Es una dicha que tantas
lámparas, suspendidas en esas interminables co¬
lumnatas, alumbren todo el día; pues sinó ten¬
dríamos aquí las tinieblas del Egipto en los tiem¬
pos de su desolación.
—; Verdaderamente es este un sitio estraño!
¿Qué significa aquel singular edificio de allá aba¬
jo? ¡Miradle! ¡domina á los demás y se estiende
á Jo léjos al Este del que parece ser el palacio del
rey!
—Es el nuevo templo del Sol, adorado en Si¬
ria, bajo el nombre de Elah Gabala. Andando el
tiempo, un famosísimo emperador romano insti-
tituirá su culto en Roma, y por ende se llamará
Heliógabalo. Aseguro á usted, que mucho ha de
180 EDGAR POE.
agradable ver esta divinidad. No necesita usted
mirar al cielo; su magestad el Sol no está allí, al
menos el Sol adorado por los sirios. Esta deidad
se encuentra en el interior del edificio, situado
allá abajo. Es adorada bajo la forma de un gran
pilar, cuya punta termina en un cono ó pirámi-
d 3 y por lo que está significada la pira y el
Fuego.
—¡Oiga usted! ¡Mire usted! Quiénes serán
esos seres ridículos, medio desnudos, con la cara
pintada, que con tantos gestos y gritos á la turba
se dirigen?
—Algunos, aunque pocos, son saltimbanquis:
otros pertenecen particularmente á la raza de los
filósofos, y la mayor parte, que casi siempre di¬
rijan á palos al populacho, son los altos digna¬
tarios de palacio, que ejecutan, como es su obli¬
gación, alguna escelente rareza, de invención ]del
Rey.
—¡Pero helos de nuevo! ¡Cielos! La ciudad
es un hormiguero de bestias feroces! ¡Qué espec¬
táculo tan terrible! ¡Qué singularidad tan peli¬
grosa!
—Terrible, si queréis; pero peligrosa ni piz¬
ca. Cada animal, observadlo, marcha tranquila¬
mente, trás su dueño. A algunos los llevan ata¬
dos con una cuerda al cuello, pero solo porque
pertenecen á las especies más tímidas ó más pe¬
queñas. El león, el tigre, el leopardo marchan con
entera libertad. Se les ha educado sin la mas mí¬
nima dificultad para su profesión; y siguen á
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 181
sus respectivos dueños como pudiera hacerlo un
lacayo. Cierto es que se dan casos en los que la
naturaleza reconquista su usurpado imperio; pe¬
ro un heraldo devorado, un buey sagrado estran¬
gulado, circustancias son, demasiado vulgares
para hacer sensación en Epidaphné.
—¿Pero qué estraordinario ruido es ese? Esto
es lo que se llama mucho ruido , aun para Antio-
quía. Algo notabilísimo debe suceder.
—Sí, indudablemente. El rey ha ordenado al¬
gún nuevo espectáculo, alguna fiesta de gladia¬
dores en el hipódromo, quizá una degollación de
prisioneros Scytas, ó el incendio de su mejor pa¬
lacio, ó mas bien, creo que haya dispuesto mag¬
nífica hoguera para achicharrar algunos judíos.
La zambra va en aumento; hasta el cielo llegan
las risotadas y los gritos, los instrumentos da %
viento y el desaforado clamoreo de mil endiabla¬
das gargantas atruenan el espacio; bajemos por
amor á la alegría, veamos que diablos pasa. Por
aquí, ¡cuidado! Henos en la calle principal, la
calle de Timarchus.
Las oleadas de un inmenso populacho llegan
hasta aquí: nos será imposible avanzar más; ved
como inundan la calle de Heraclides, que parte
directamente de palacio: probablemente el Rey
vendrá entre esa multitud. ¡Sí! oigo los gritos de
los heraldos que proclaman su venida con la
pomposísima fraseología oriental. Podremos ver¬
le perfectamente cuando pase delante del templo
de Ashimah. Guarezcámonos en el vestíbulo del
182 EDGAR POB.
Santuario: debe llegar muy pronto. Mientra?
tanto veamos esta figura. ¿Qué es esto? ¡Ah! Es el
Dios Ashimah en persona. Reparad que ni es cor¬
dero, ni macho cabrío, ni sátiro, ni tiene pizca
de semejanza con el Pándelos Arcadios. Y sin
embargo, todos estos caractéres han sido, ¡per-
don! serán atribuidos por los eruditos de*los si¬
glos futuros al Ashimah de los Arcadios. Calaos
vuestros anteojos y ved qué es esto.
—Así Dios me salve como esto es un mono.
— Verdaderamente que sí, un mono babino:
pero de ningún modo una deidad. Su nombre es
una derivación del griego Simio , ¡qué hor r i Má¬
mente. ton tos son los anticuarios! Pero ved allá
abajo correr aquel pilluelo andrajoso. ¿Donde vá?
¿Qué grita? ¿Qué dice? Dice ¡que el rey viene en
triunfo; que viste el trage de las grandes cere¬
monias; que acaba ahora mismo de matar con
su propia mano mil prisioneros israelitas ¡en¬
cadenados'. ¡Atención! Hé aquí un tropel de gen¬
te uniformemente emperegilada. Han compuesto
un himno en latin á la valentía del Rey, y vie¬
nen cantándole:
Mille, mille, mille
Mille, mille mille
Decollavimus unus homo!
Mille, mille, mille, mille decollavimus!
Mille, mille, mille!
Yivat qui mille, mille'occidít!
Tantum vinus habet neino
Cuantumsanguinis effudit!
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 183
Lo qae puede traducirse así:
Mil, mil, mil,
Mil, mil, mil.
Un hombre solo ha degollado á mil!
Mil, mil, mil, mil,
Cantemos siempre mil!
Hurrah!—Cantemos, cantemos sin cesar:
Viva nuestro rey que supo degollar
Con tanto desparpajo de hombres un millar.
Hurrah, hurrah, hürrah,
Hurra, hurra,ha...
Con todas vuestras fáuces
Gritad, gritad, gritad:
Más sangre ha derramado el Rey nuestro señor
Que vino dá la Siria,
Viva el que á mil mató!
—¿Oís esos trompetazos?
—Sí, el rey llega. Ved al pueblo jadeando de
admiración y levantando los ojos al cielo con el
más fervoroso de los cariños! ¡Ya llega! ya llegó!
aquí está.
¿Quién? ¿dónde? ¿El Rey? no le veo, juro á us¬
ted que no le veo.
—Estaréis ciego.
—Lo estaré, pues solo veo inmenso tropel de
idiotas y de locos que se precipitan para proster¬
narse delante de un gigantesco cameleopardo y
que se esfuerzan por dar un beso al animal en
una de las patas. Ved, 1a bestia acaba ahora mismo
de espachurrar á uno del populacho, y ahora á
otro y á otro, ¡y á otro! Ala verdad queme admi-
184 EDGAR POE.
ra ese animal por el excelente uso que de sus pa¬
tas hace.
—¡Populacho!... si esos son los nobles y los li¬
bres ciudadanos de Epidaphne. ¿La bestia habéis
dicho? ¡Tened cuidado que no os oiga alguno! ¿No
veis que el animal tiene cara humana? Amigo
mió, ese cameléopardo no es otro que Antiocus
Epiphanes. Antiocus el ilustre rey de Siria, el
más poderoso de todos los autócratas de Oriente!
Vedad es que algunas veces le decoran con el
nombre de Antiocus Epimanes, Antiocus el Lo¬
co', pero eso es hijo deque no todo el mundo es
capaz de apreciar sus méritos. Lo cierto es que
ahora, está encerrado en la piel de una bestia, y
que hace cuanto sabe para representar el papel
de cameleopardo; pero tan solo con el intento de
sostener mejor su dignidad de rey. Además, el
monarca tiene gigantesca estatura, y ni el traje
le está mal, ni le viene muy grande. Y segura¬
mente debemos suponer que, solo á causa de al¬
guna solemne ceremonia, se habrá vestido así.
Así... ved un verdadero acontecimiento, ¡la ma¬
tanza de un millar de judios! ¡Con qué prodigiosa
dignidad se pasea el monarca sobre las cuatro pa¬
tas! Como veis, le tienen cojida por la punta y
levantada la cola sus dos principales concubinas,
Elina y Argelais. Su facha entera seria algún
tanto agradable si no fuese por la protuberan¬
cia de los ojos, que le salen de la cabeza, y por
el estraño color de la cara, que es ya cosa indefi¬
nible á causa de la inmensa cantidad de vino que
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 185
ya se ha sorbido. Sigámosles al Hipódromo, que
es á donde se dirige, y escuchemos el canto de
triunfo que empieza él mismo á entonar.
¿Quién sino Epiphanes puede ser rey?
¿Decidme, lo sabéis?
¿Quién sino Epiphanes puede ser rey?
¡Muy bien, muy bien, muy bien!
No hay más rey que Epiphanes
Ni le puede haber,
Derribad cuantos templos tengamos,
¡El sol apagad!
—¡Bien, muy bien, admirablemente bien can¬
tado! El populacho le saluda con los nombres de
Príncipe de los poetas , Gloria del Orlente , De¬
licias del Universo , y en fin el más sublime de
los Camaleopardos. Le hacen repetir la gran obra
maestra; y escuchad, otra vez la empieza. Cuando
llegue al Hipódromo, le entregarán la corona
poética, como predestinado vencedor en los próxi¬
mos juegos olímpicos.
—Pero ¡Gran Júpiter! ¿qué le sucede á la
muchedumbre que tras de nosotros se agru¬
pa?
—¿Detrás de nosotros habéis x dmho? ¡Ah! ya
sé, ya comprendo. Amigo mió, felizmente habéis
hablado á tiempo; pongámonos á salvo lo más
pronto posible. ¡A.quí! cobijémonos bajo el arco
de este acueducto y os esplicaré el origen de tan¬
ta agitación.
Esto, como yo mo figuraba, va á acabar mal.
El singularísimo aspecto de este cameleopardo.
186 EDGAR POE.
con su cabeza de hombre, creo qne ha ofendido
las ideas de lógica y de armonía aceptadas por
los animales salvajes domesticados en la villa.
Esto ha producido un pronunciamiento, y como
en semejantes casos sucede, inútiles serán cuan¬
tos esfuerzos humanos se practiquen para conte¬
ner el movimiento. Ya han devorado muchos ju¬
díos; pero los patriotas de cuatro patas parece
que están unánimemente de acuerdo para comer¬
se al cameleopardo. El Príncipe de los Poetas
está de pié, sostenido sobre las patas de atrás,
por que la cosa va de veras y se trata de su vida.
Le han abandonado sus cortesanos y sus concu¬
binas han hecho lo mismo. ¡Delicias del Univer¬
so! ¡mal parado te encuentras! ¡Gloria del Orien¬
te! \estás en peligro de que te casquen! ¡No mires,
pues, tan lastimosamente tu cola! ¡Indudable-
mente ha de barrer el fango; y para esto no ha¬
brá remedio! ¡No vuelvas atrás tus ojos; no te
ocupes de su inevitable deshonor; pero sé valien¬
te, aprieta los talones y lárgate al Hipódromo?
Acuérdate de que eres AnUochus Epiphanes, An-
tiocus el Ilustre , y por ende el Príncipe de los
Poetas , la Gloria del Oriente , las Delicias del
Universo , el más sublime délos Cameleopardos!
¡Justo cielo! ¡qué poderosa velocidad despliegas
en tu marcha! Tienes las más poderosas piernas,
las mejores. \Principel ¡Bravo \Epiphanes\ ¡Bien
vas Carneleopardol ! Glorioso Antiocho! ¡Corre!
¡Brinca! ¡Vuela! Como una piedra disparada por
una catapulta se aproxima al Hipódromo. ¡Brin-
HISTORIAS ESTRAORDINARTAS. 187
ca! ¡Grita! ya llegó! Eres feliz; porque, ¡oh Glo¬
ría del Oriente\ si tardas medio segundo más en
traspasar las puertas del anfiteatro no hubiera
habido en todo Epidaphné un miserable osillo que
no hubiera roido tu esqueleto. Vámonos; parta¬
mos; porque nuestras modernas orejas son dema*
siado delicadas para soportar la inmensa zambra
que va á comenzar en honor de la libertad del
rey! Oid, ya empezó. Ved, toda la ciudad está re¬
vuelta.
•—¡Ahí teneis la más pomposa ciudad del Orien¬
te! ¡Qué hormigueo de pueblo! ¡qué confusión de
categorías y de edades! ¡qué multiplicidad de
sectas y de naciones! ¡qué variedad de trajes!
¡qué babel de lenguas! ¡qué gritos de bestias! ¡qué
batahola de instrumentos! ¡qué monton de filó¬
sofos!
—Venid, salvémonos.
—Un momento no más: decidme, ¿qué signi¬
fica ese tumulto que veo en el Hipódromo?
—¿Eso? ¡Ah! nada. Los nobles y ciudadanos
libres de Epidaphné se hallan, según ellos mis¬
mos declaran, muy satisfechos de la lealtad, bra¬
vura, sabiduría y divinidad de su rey; y además,
como han sido testigos de su reciente y sobre hu¬
mana agilidad, juzgan que ellos no hacen más que
lo que deben, depositando sobre la frente de su
rey una nueva corona, premio de la carrera á
pié, corona que será menester que alcance en las
fiestas de la próxima olimpiada, y que natural¬
mente ahora le entregan á buena cuenta.
IX.
WILLIAM wilson.
¿Qué dirá? ¿Qué dirá esta conciencia horrible»
Este espectro que marcha en mí camino?
Chambe rlayn e .— ( PJiarronida .)
Séame permitido, por el momento, denomi¬
narme William Wilson. La página virgen, ex¬
puesta ante mí, no debe ser manchada por mi
verdadero nombre. Este nombre continuamente
no ha sido más que un objeto de vergüenza y de
horror, una abominación para mi familia. ¿Es
que los vientos indignados no han esparcido
hasta las más lejanas regiones del globo su in¬
famia incomparable? ¡Oh, de todos los proscriptos,
tú el proscripto más abandonado! ¿no has muerta
nunca á este mundo? ¿á esos honores, á esas flo¬
res, á esas doradas aspiraciones? y una espesa
nube, lúgubre, ilimitada, ¿no ha estado suspen¬
dida eternamente entre tus esperanzas y el
cielo?
No querría, aun cuando pudiese, encerrar
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 189
hoy en estas páginas el recuerdo de mis prime¬
ros años de inefable miseria y de irremisible
crimen. Este período reciente de mi vida ha lle¬
gado repentinamente á una altura de infamia
de la cual quiero simplemente determinar el
origen. Este es por el momento mi solo fin. Los
hombres, en general, suelen ser viles por gra¬
dos. Pero yo, toda virtud se desprendió de mí
en un minuto, de un solo golpe, como una capa.
De una perversidad relativamente ordinaria,
he pasado, por un paso de gigante á las enormi¬
dades más queheliogabálicas. Permitidme con¬
tar de corrido qué lance, qué único accidente
ha acarreado esta maldición. La Muerte se
aproxima, y la sombra que la precede ha arro¬
jado una influencia calmante sobre mi corazón.
Suspiro, pasando á través del sombrío valle de
la simpatía, iba á decir la compasión, de mis se¬
mejantes. Querría persuadirles que he sido en
algún modo el esclavo de circunstancias que
desafian toda la crítica humana. Desearía que
descubriesen para mí en los detalles que voy á
darles, algún pequeño oasis de fatalidad en un
Saharah de error. Yo querría que me otorgasen,
lo que no pueden rehusar de otorgar, que, aunque
este mundo haya conocido grandes tentaciones,
nunca el hombre ha sido hasta aquí tentado de
esta manera, y ciertamente, nunca ha sucumbi¬
do de este modo. ¿Es, pues, por esto, por lo que
no ha conocido nunca sufrimientos iguales? En
verdad no he vivido yo en un sueño? ¿Es que yo
190 EDGAR POR.
no ranero víctima del horror y del misterio de
las'más estrañas de todas las visiones sublu-
mares?
Soy el descendiente de una raza que se ha
distinguido en todo tiempo por un temperamen¬
to imaginativo y fácilmente escitable; y mi pri¬
mera infancia probé que había heredado plena¬
mente el carácter de familia. Cuando avancé en
edad, este carácter se dibujé más fuertémente
y llegé á ser por mil razones Una causa de sé-
ria inquietud para mis amigos y de indudable
detrimento para mí mismo. Me hice voluntario¬
so, aficionado á los caprichos más salvajes; fui
la presa de las más indomables pasiones!
Mis parientes que eran de espíritu apocado,
y que se veian atormentados por los defectos
constitucionales de mi naturaleza, no podían
hacer gran cosa para detener las malas tenden¬
cias que me distinguían. Hicieron, por su parte,
algunas tentativas, débiles, mal dirigidas, que
se frustraron por completo, y que se torcieron
para mí en triunfo completo. Desde aquel ins¬
tante, mi capricho fué ley doméstica, y á una
edad en que pocos niños han dejado los andado¬
res, quedé abandonado á mi libre albedrío, y
llegué á ser el dueño de todas mis acciones, es-
cepto de nombre.
Mis primeras impresiones de la vida de esco¬
lar están ligadas á una grande y estravagante
■casa del tiempo de Isabel, en una sombría aldea
de Inglaterra, adornada por numerosos árboles
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 191
nudosos y gigantescos, y en la que todas las ca¬
sas eran de una remotísima antigüedad. En
verdad, era un lugar que semejaba un sueño,
y nada mejor para encantar el alma que esta
venerable ciudad antigua. En este mismo mo¬
mento siento en mi mente el susurro refrigeran¬
te de sus avenidas profundamente sombrías;
respiro la emanación de sus mil sotos, y me es¬
tremezco aun, con indefinible voluptuosidad, á
la profunda y sorda nota de la campana, des¬
garrando á cada hora, con rugido súbito y mo«
roso, la quietud de la obscura atmósfera en la
cual se escedía adurmiendo al campanario góti¬
co erizado de picos.
Tal vez encuentro tanto placer, como me es
dado esperiinentar en este momento, distrayendo
mi pensamiento con estos recuerdos minuciosos
de la escuela y sus ilusiones. Hundido en la des¬
gracia como estoy, desgracia, ay de mí! que es
demasiado, ved! se me perdonará el buscar un
alivio, bien corto y ligero, en estos pueriles y
divagadores detalles.
Además, aunque absolutamente vulgares y
risibles por sí mismos, toman en mi imagina¬
ción una importancia circunstancial, á causa
de su íntima conexión con los lugares y la época
en que distinguí los primeros preludios ambi¬
guos del destino, que desde entonces me han en¬
vuelto tan profundamente en su sombra. Dejad¬
me, pues, recordar.
Ya he dicho, que el edificio era antiguo ó
192 EDGAR POE.
irregular. La propiedad era grande, y un alto
y sólido muro de ladrillos, coronado de una ca¬
pa de mezcla y vidrio rotos, formaba el circuito.
Esta muralla digna de una prisión formaba el
límite de nuestro dominio; nuestras miradas
no lo tra spasaban más que tres veces por sema¬
na; una vez cada sábado, á las doce, cuando
acompañados por dos inspectores, se nos permi¬
tía dar cortos paseos en comunidad por la cam¬
piña vecina, y dos veces el domingo, cuando
íbamos, con la regularidad de las tropas en la
parada, á asistir á los oficios religiosos de la
tarde y de la mañana en la única iglesia de la
villa. El rector de nuestro colegio era pastor
de esta iglesia. ¡Con qué profundo sentimiento
de admiración y de perplejidad me había acos¬
tumbrado á contemplarle, desde nuestro banco
escondido en la tribuna, cuando subía al pulpito
con paso lento y solemne. Esta persona venera¬
ble, de rostro tan modesto y tan benigno, de
vestidura tan lustrosa y tan clericalmente on¬
deante, de peluca tan escrupulosamente empolva ¬
da, tan erguido, tan arrogante, podiaser el mis¬
mo hombre, qne hacía un instante, con rostro
ágrio, y con vestidos manchados de tabaco, ha¬
cía cumplir, férula en mano, las draconianas
leyes de la escuela. ¡Oh! gigantesca paradoja,
•cuya monstruosidad, escluye toda solución.
En un ángulo del macizo muro, reclinaba
una puerta aun más macisa, cerrada sólidamen¬
te, plagada de cerrojos y abrazada por un ma-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 193
torral de viejas herraduras dentadas. ¡Qué pro¬
fundas sensaciones de tristeza inspiraba! Nun¬
ca se abría más que para las tres salidas y en¬
tradas periódicas de que he hablado; y entonces,
en cada castañeteo de sus robustos goznes, en¬
contrábamos una plenitud de misterio; todo un
mundo de observaciones solemnes ó de medita¬
ciones más solemnes todavía.
El vasto recinto era de forma irregular y di¬
vidido en muchas partes, de las cuales tres ó
cuatro de las mayores constituían el pátio de
recreación. Estaba llano y cubierto de menuda
y áspera arena. Recuerdo bien que no habia en
ella ni bancos, ni árboles, ni cosa que se le pa¬
reciese. Estaba situado naturalmente tras del
edificio. Ante la fachada se estendía un jardin-
cito, plantado de bojes y otros arbustos; pero
no penetrábamos en este sagrado óasis más que
en rarísimas ocasiones, tales como la primera
entrada en el colegio ó la partida última, é tal
vez cuando un amigo, un pariente, habiéndonos
hecho llamar, tomábamos alegremente el cami¬
no de la casa paterna, en las vacaciones de Na¬
vidad ó de San Juan.
Pero la casa, ¡qué curiosa muestra de edifi¬
cio antiguo! ¡qué verdadero palacio encantado
para mí! Era difícil en cualquier momento dado,
clecir con certeza, si se encontraba uno en el
primero ó en el segundo piso. De una á otra ha¬
bitación, se estaba Siempre seguro de encontrar
tres ó cuatro escalones que subir ó que bajar.
7
194 EDGAR POE.
Luego las subdivisiones lateráles eran innume¬
rables, iñconcebibles, volviendo y revolviendo
tan bien sobre sí mismas, que nuestras más
exactas ideas relativas al conjunto del edificio,
no eran muy distintas de lasque á través de las
cuales considerábamos el infinito. En los cinco
años de residencia, no he sido nunca capaz de
determinar con precisión en qué lugar lejano
estaba situado el pequeño dormitorio que me
habia sido señalado en compañía de otros diez
y ocho ó veinte escolares.
La sala de estudio era la más grande de
toda la casa, y aun del mundo entero, al menos
yo no podía menos de conceptuarla así. Era muy
larga, muy estre'cha y lúgubremente baja, con
ventanas en ojiva y un cielo raso de madera. En
un ángulo separado, de donde emanaba el ter¬
ror, habia un cuadrado recinto de ocho ó diez
piés, representando el sanctum de nuestro rec¬
tor, el venerable Bramby, durante las horas de
estudio. Era de sólida construcción, con una
maciza puerta; antes que abrirla en' ausencia
del dómine , hubiéramos preferido morir con
agonía fuerte y cruel. En los otros dos ángulos
había otras dos celdas análogas, objetos de una
veneración mucho menor, es cierto, pero siem¬
pre inspirando un terror bastante considerable;
una la cátedra del maestro de humanidades, y la
otra, la del maestro de inglés y matemáticas.
Desparramados en medio de la sala innumera¬
bles bancos y pupitres, espantosamente carga-
HISTORIAS ESTRAORDINARIaS. 195
dos de libros manchados por los dedos, cruzán¬
dose en una irregularidad ilimitada, negros,
viejos, destruidos por el tiempo, y también ci¬
catrizados de letras iniciales, de nombres en¬
teros, de grotescas figuras y obras numerosas
del cortaplumas, que habían perdido ámplia*
mente lo escaso de originalidad de formas, que
les había sido dada en dias muy lejanos. A una
estremidad de la sala había una enorme tinaja
llena de agua, y á la otra un reloj de dimensio¬
nes prodijiosas. -
Encerrado en los macizos muros de esta ve¬
nerable escuela, pasó sin fastidio y sin tristeza
los años del tercer lustro de mi vida. La fe¬
cunda imaginación de la infancia no exije un
mundo esterior de incidentes para ocuparse ó
divertirse, yla monotonía, lúgubre en aparien¬
cia, de la escuela abundaba en escitaciones más
intensas que todas aquellas que mi juventud
más madura ha pedido al deleite ó mi virilidad
al crimen. Con todo eso, debo creer que mi pri¬
mer desenvolvimiento intelectual fué, en gran
parte, poco ordinario y aun desarreglado. En
general, los acontecimientos de la edad infantil
no dejan sobre el hombre, llegado á la edad
madura, una impresión bien definida. Todo es
pardusca sombra, débil ó irregular recuerdo,
registro confuso de pequeños placeres y de do¬
lores fantasmagóricos. Para mí no es así. Pre¬
ciso es que haya sentido en mi infancia, con la
energía de un hombre formado, todo esto que
190 EDGAR POE.
encuentro hoy aferrado en mi memoria en le¬
tras tan vivas, tan profundas, tan duraderas
como las inscripciones de las medallas cartagi¬
nesas.
Y sin embargo, en realidad, bajo el punto de
vista ordinario, había allí pocas cosas, para es-
citarel recuerdo. El madrugar, el acostarse, las
lecciones que aprender, las recitaciones, las se-
mi-huelgas periódicas, y los paseos, el pátio de
recreación con sus disputas, sus juegos, sus in¬
trigas, todo esto por una mágia física, descono¬
cida, contenía en sí un desbordamiento de sen¬
saciones, un mundo rico de incidentes, un uni¬
verso de emociones variadas, y de oscitaciones
las más apasionadas y embriagadoras. / Oh! qué
huen siglo es este siglo de hierro!
En realidad, mi ardiente naturaleza, entu¬
siasta, imperiosa, bien pronto hizo de mí un
carácter señalado entre mis camaradas, y poco á
poco, naturalmente, me dió un ascendiente so¬
bre todos los que no eran mayores que yo, so¬
bre todos, esceptuando solo uno. Era este un co¬
legial, que sin ningún parentesco conmigo, lle¬
vaba el mismo nombre de bautismo y el mismo
apellido de familia; circunstancia poco notable
en sí, porque el mió, no obstante la nobleza de
mi origen, era uno de estos apellidos vulgares
que parecen ser de tiempo inmemorial, por de¬
recho de prescripción, la propiedad común del
vulgo. En esta relación, me he dado el nombre
de William Wilson, nombre ficticio que no está
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 197
muy distante del verdadero. Mi homónimo solo,
entre los que, según el dialecto escolar, compo¬
nían nuestra clase, se atrevía á rivalizar con¬
migo en los estudios del colegio, en los juegos
y en las disputas de la recreación, rehusar una
ciega creencia á mis asertos y una completa
sumisión á mi voluntad, en una palabra, con¬
trariar mi dictadura en todos los casos posibles.
Si alguna vez ha habido un despotismo supre¬
mo y sin reserva, este es el despotismo de un
niño de talento sobre las almas menos enérgicas
de sus camaradas.
La rebelión de "Wilson era para mí la fuente
del más grande disgusto; tanto más cuanto en
despecho de la fanfarronada, con queme había
hecho un deber de tratarle públicamente, á él
y sus pretensiones, sentía en el fondo que le te¬
mía, y no podía abstenerme de considerar la
igualdad que tan fácilmente mantenía frente á
mí, como probando una superioridad verdadera
puesto que hacía por mi parte esfuerzos supre¬
mos para no ser dominado. Sin embargo, esta
superioridad, ó más bien esta igualdad, no estaba
reconocida realmente más que por mí soló; mis
camaradas por una inesplicable ceguedad, no
parecían ni aun adivinarla. Y ciertamente, su
rivalidad, su resistencia, y particularmente su
impertinente ó indigesta intervención en todos
mis designios, no veian más allá que una inten¬
ción privada.
Él parecía igualmente desapercibido de la
EDGAR POE.
198
ambición que me arrastraba á dominar y de la
apasionada energía que me suministraba los
medios. Se le hubiera podido creer, en esta ri¬
validad, dirigida únicamente por un deseo fan¬
tástico de contrarestarme, de asombrarme, de
mortificarme; bien que hubiese casos en que yo
no podía menos de notar con una confusa sen¬
sación de aturdimiento, de humillación y de có¬
lera, que mezclaba á sus ultrages, á sus imper¬
tinencias y á sus contradicciones, ciertas mues¬
tras de afecto las más intempestivas, y segura¬
mente las más enfadosas del mundo. No podía
darme cuenta de tan estraña conducta, qué
suponiéndola el resultado de una perfecta sufi¬
ciencia, permitíase el tono vulgar del patrocinio
y de la protección.
Quizás fuera este último rasgo de la conduc¬
ta de Wilson, quien uniendo á nuestro homo-
nismo y al hecho puramente accidental de nues¬
tra entrada simultánea en el colegio, esten.lió
entre nuestros condiscípulos délas clases supe¬
riores la opinión deque éramos hermanos. Habi¬
tualmente no se informan con mucha exactitud
de los negocios de los más jóvenes.
Ya he dicho ó he debido decir, que Wilson no
estaba ni aun en el grado más lejano emparen¬
tado con mi familia. Pero seguramente, si hubié¬
ramos sido hermanos, habriamos sido gemelos;
porque después de haber abandonado la casa del
doctor Bramby, he sabido por acaso, que mi ho¬
mónimo había nacido el 19 de Enero de 1813, y
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 199
esta es una coincidencia bastante notable, por¬
que ese dia es precisamente el de mi naci¬
miento.
Estraño puede parecer que en despecho de la
continua ansiedad que me causaba la rivalidad
de Wilson y su insoportable espíritu de contra¬
dicción, no fuese arrastrado á odiarle mortal-
mente. Teníamos, seguramente, casi todos los
dias una disputa, en la cual, concediéndome
públicamente la palma de la victoria, se esforza¬
ba ep algún modo en hacerme sentir que era él
quien la habia merecido; sin embargo, un senti¬
miento de orgullo de mi parte, y de la suya una
verdadera dignidad, siempre nos mantenía en
los términos de estricta conveniencia, al par
que él tenía puntos bastante numerosos de con¬
formidad en nuestros caracteres para despertar
en mí un sentimiento que nuestra respectiva si¬
tuación tal vez impedía que llegase á madurar
en amistad.
En verdad, me es difícil definir ó aun descri¬
bir mis verdaderos sentimientos acerca de él;
formaban una amalgama abigarrada y hetereo-
génea, una petulante animosidad que no habia
llegado aun al ódio, estimación mucho más que
respeto, gran temor y una inmensa é inquieta cu¬
riosidad. Es supérfluo añadir para el moralista,
que Wilson y yo éramos los más inseparables
camaradas.
Fué sin duda la anomalía y la ambigüedad
de nuestras relaciones quien vació todos mis
200 EDGAR POE.
ataques contra él, y francos ó disimulados, eran
numerosos, en el molde de la ironía y de la ca¬
ricatura (la bufonería no causa escelentes heri¬
das) antes que en una hostilidad más séria y más
determinada. Pero mis esfuerzos sobre este pun¬
to no obtenían regularmente un triunfo comple¬
to, aun cuando mis planes estaban lo más inge¬
niosamente imaginados; porque mi homónimo
tenía en su carácter mucho de esta austeridad
llena de reserva y de calma, que al gozar de la
mordedura de sus propias burlas, no muestra
jamás el talón de Aquiles y se libra absoluta¬
mente del ridículo. No podía hallar en él más
que un solo punto vulnerable, y este era en un
detalle físico, que proviniendo tal vez de una fla¬
queza constitucional, hubiera sido despreciado
por todo antagonista menos encarnizado á sus
fines que yo lo estaba; mi rival tenía una debi¬
lidad en el aparato vocal que le impedía siempre
elevar la voz más allá de un cuchicheo muy
bajo. No me descuidaba en sacar de esta im¬
perfección todo el pobre partido que estaba en
mi mano.
Las represalias de Wilson eran de más de
un género, y tenia particularmente una especie
de malicia que me inquietaba desmedidamente.
Como tuvo al principio la sagacidad de descubrir
que una cosa bastante pequeña podía vejarme,
esta es una cuestión que no he podido nunca re¬
solver; mas una vez que la hubo descubierto prac¬
ticó obstinadamente esta tortura.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 201
Yo siempre estaba lleno de aversión con mi
desgraciado nombre de familia, tan sin elegan¬
cia, y contra mi pronombre, tan trivial sino
del todo plebeyo. Estas sílabas eran un veneno
para mis oidos; y cuando, el mismo dia de mi
entrada, un segundo Willian Wilson se presen¬
tó en el colegio, quiero denominarle de esta ma¬
nera, me disgustaba doblemente del nombre por¬
que un estraño lo llevaba, unestraño que sería
causa que lo oyese pronunciar con doblada fre¬
cuencia, que constantemente estaría en presen¬
cia mía, y cuyos asuntos, en el curso ordina¬
rio de las cosas del colegio, estañan frecuente
é invitablemente, por razón de esta coinciden¬
cia detestable, confundidos con los mios.
El sentimiento^ de irritación nacida de este
accidente vino á ser más vivo á cada circuns¬
tancia que tendía á poner de manifiesto toda
la semejanza moral ó física entre mi rival y
yo. No había descubierto aun esta notabilísima
paridad en nuestra edad; pero veia que éramos
de la misma estatura, y notaba que aun había
"Una siugular semejanza en nuestra fisonomía ge¬
neral y en nuestras acciones.
Me desesperaba igualmente la voz que corría
sobre nuestro parentesco y que generalmente ha¬
llaba eco en las clases superiores. En una pa¬
labra, nada podía irritarme más sériamente
(aunque ocultaba con el mayor cuidado toda
niuestra de esta irritación) que una alusión cual¬
quiera á nuestra semejanza, relativa al espíritu,
202 EDGAR POE.
á el individuo, ó al nacimiento; pero realmente
no tenía razón alguna para creer que esta se¬
mejanza (á escepcion de la idea del parentesco y
de todo lo de Wilson mismo) hubiese sido nunca
un motivo de comentario aun notado por nues¬
tros compañeros de clase. Que él lo observase
bajo toda sus fases, y con tanto cuidado como
yo mismo, era seguro; pero que él hubiera po¬
dido descubrir en semejantes circunstancias una
mina tan rica de contrariedades, no puedo atri¬
buirlo, como yá he dicho, más que á su pene¬
tración estraordinaria.
Se me presentaba con una perfecta imitación
de mí mismo, en gustos y palabras, y representa¬
ba admirablemente su papel.
Mi vestido era cosa fácil de copiar; mis movi¬
mientos y mi continente en general, sin dificultad
se los había apropiado. En despecho de su falta
constitucional, mi misma voz no se le había
escapado. Naturalmente no la ensayaba en los
tonos elevados, pero la clave era idéntica, y su
voz , siempre que hablaba bajo , venía á ser el
eco perfecto de la mía. A qué punto este curio¬
so retrato (porque no puedo propiamente llamar¬
lo caricatura) me atormentaba, no trataré de
decirlo. No tenía más que un consuelo, y era,
que la imitación, á lo que me parecía, no era
notada más que por mí solo, y que simplemen¬
te tenía que soportar con paciencia las sonri¬
sas misteriosas y estrañamente sarcásticas de
mi homónimo. Satisfecho de haber producido so-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 203
bre mi corazón el apetecido efecto, parecía re¬
gocijarse secretamente de la panzada que me
había dado, y mostrarse singularmente desde¬
ñoso á los públicos aplausos que el éxito de
su ingenio le hubieran conquistado fácilmen¬
te. ¿Cómo nuestros camaradas no adivinaban su
designio, no lo veian puesto en obra, 'y no par¬
ticipaban de su burlona alegría? Esto fué duran¬
te muchos meses de inquietud un enigma indes¬
cifrable para mí.
Quizás la gradual lentitud de su imitación
la hiciese menos visible, ó más bien debía yo mi
tranquilidad á la apariencia de maestría que
tomaba tan perfectamente el copista, que desde¬
ñaba el estilo , todo lo que los espíritus obtusos
pueden comprender fácilmente en la pintura, no
limitándose más que al perfecto espíritu del ori¬
ginal para mi mayor admiración y mi mayor
disgusto personal.
He hablado muchas veces del aire ircitante
de protección que habia tomado conmigo y de
su frecuente y oficiosa intervención en mi vo¬
luntad. Esta intervención tomaba habitualmen¬
te el carácter enfadoso de un consejo, consejo
que no era dado abiertamente, sino sugerido,
insinuado. Lo recibía con una repugnancia que
crecía á medida que crecía en edad. Sin embargo,
en esta época ya lejana, quiero hacer la estricta
justicia de reconocer que no recuerdo un solo
caso en que las sugestiones de mi rival hubie¬
sen participado de este carácter de horror ó de
EDGAR POE.
204
locura, tan natural en su edad, generalmente
desnuda de madurez y de esperiencia; que su
sentido moral, sino yá su talento y su pruden¬
cia eran mucho más buenos que los mios; y
que yo seria un hombre mejor y por consiguien¬
te más dichoso, si hubiera desechado menos re¬
pentinamente los consejos incluidos en estos
cuchicheos significativos que no me inspiraban
entonces más que un ódio tan cordial y tan
amargo desprecio.
Así yo llegué á ser con el tiempo escesiva-
mente rebelde á su odiosa vigilancia y detesta¬
ba cada dia más abiertamente lo que miraba
como una intolerable arrogancia. He dicho que
en los primeros años de nuestras relaciones mis
sentimientos para con él hubieran fácilmente
degenerado en amistad; pero durante los últi¬
mos meses de mi estancia en el colegio, aunque
la importunidad de sus maneras habituales sin
duda fuó disminuida en mucha parte, sin senti¬
mientos, en una proporción casi semejante, me
habían inclinado hácia un ódio positivo. Lo co¬
noció en cierta circunstancia, y desde entonces
evitó mi presencia ó afectó evitarla.
Esto sucedió casi en la misma época, si bien
recuerdo, en que en un altercado violento que
con él tuve, en que hubo perdido su habitual
reserva, y hablaba y accionaba con una impetuo¬
sidad casi estraña á su naturaleza, descubrí ó
imaginé descubrir en su acento, en su aire, en
su fisonomía en general, algo que me hizo es-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 205
tremecer al principio, y que después rae intere¬
só profundamente, haciendo nacer en mi alma
oscuras visiones de mi primera infancia, estra-
ños recuerdos, confundidos, prensados, de un
tiempo en que mi memoria aun no recordaba na¬
da. No sabré definir mejor la sensación que me
oprimía, que diciendo que me era difícil desem¬
barazarme de la idea que ya había conocido es¬
tar colocada ante mí, en una época muy antigua,
en un pasado estraordinariamente remoto. Esta
ilusión, sin embargo, se desvaneció con tanta
rapidez como me había asaltado, y yo no me
ocupo de ella más que para señalar el dia de la
última plática que tuve con mi singular homó¬
nimo.
La antigua y gran casa, en sus innumera¬
bles subdivisiones, comprendía muchas grandes
habitaciones que comunicaban entre sí y servían
de dormitorio al mayor número de colegiales.
Había naturalmente (como no podía menos de
suceder en un edificio tan malamente trazado)
una porción de vueltas y revueltas, puntas y
desperdicios de la construcción, que el ingenio
economista del doctor 'Bransby, habia transfor¬
mado igualmente en dormitorios; pero como es¬
tos no eran más que pequeños gabinetes, no po¬
dían servir más que á un solo individuo. Una
de estas pequeñas piezas estaba ocupada por
"Wilson.
Una noche, hácia el fin de mi quinto año de
colegio, ó inmediatamente después del altercado
EDGAR POE.
206
de que ya he hecho mención, aprovechándome de
que todo el mundo estaba entregado al sueño, me
levanté de mi lecho, y con una lámpara en la
mano, me deslicé á través de un laberinto de
estrechos pasillos desde mi dormitorio al de mi
rival. Había maquinado largamente á su costa
una de estas ruines burlas, una de estas mali¬
cias en las cuales había tan completamente fra¬
casado hasta entonces. Tenia el pensamiento de
poner mi plan en ejecución y. resolví hacerle
sentir toda' la fuerza del encono de que estaba
lleno mi pecho. Al llegar á su gabinete, entré
en él sin hacer ruido, dejando mi lámpara á la
puerta con un tragaluz encima. Avancé un poco,
y escuché el ruido de su tranquila respiración.
Ciertamente estaba completamente dormido, vol¬
ví á la puerta, tomé mi lámpara y me aproximó
nuevamente al lecho. Estaban cerradas las cor¬
tinas, las abrí dulce y lentamente para poner
en ejecución mi plan, pero una luz viva cayó
de lleno sobre el dormido y al mismo tiempo
mis ojos se clavaron en su fisonomía. Miré; y
un estupor, una sensación de hielo, penetraron
instantáneamente todo mi sér. Mi corazón pal¬
pitó, mis piernas vacilaron, toda mi alma fué
presa de un intolerable é inesplicable horror.
Respiré convulsivamente, y acerqué más la
lámpara á su rostro. Eran aquellas, eran aquo-
llas ciertamente las facciones de Willian Wilson.
Veia claramente que eran sus facciones, más
temblaba, como presa de un acceso de fiebre,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 207
imaginándorne que las suyas no fuesen. ¿Qué
había, pues, en ellas que pudieran confundirme
hasta este punto? Lo contemplaba, y mi cerebro
se retorcía bajo el peso de mil pensamientos in¬
coherentes. No se me aparecía asi , no cierta¬
mente, no se me aparecía de tal modo en las
activas horas en que estaba despierto. El mis¬
mo nombre, las mismas facciones, entrados en
el mismo dia en el colegio.! Y luego, esta indi¬
gesta é inesplicable imitación de mis movimien¬
tos, de mi voz, de mis vestidos y de mis mane¬
ras! Estaba, en verdad, en los límites de la posi¬
bilidad humana que lo que yo veza entonces fue¬
se el simple resultado de esta costumbre de imi¬
tación característica? Herizado de espanto, pre¬
sa de terror, apagué la lámpara, salí silenciosa¬
mente de la habitación, y abandoné felizmente
el recinto del colegio para nunca más volver
á él.
Después del trascurso de algunos meses, que
pasé en casa de mis parientes, en la dulce hol¬
ganza, fui puesto en el colegio de Ton. Este cor¬
to intervalo había sido suficiente para dismi¬
nuir en mí el recuerdo de los sucesos de la es¬
cuela del doctor Bramby, ó al menos para obrar
un notable cambio en la naturaleza de senti¬
mientos que estos recuerdos me-inspiraban. La
realidad, el lado trágico, no existia. Encontra¬
ba entonces algunos motivos para dudar del tes¬
timonio de mis sentidos, y recordaba rara vez
ios sucesos sin admirar hasta donde puede con-
EDGAR POE.
208
ducir la credulidad humana, y sin sonreirme de
la prodigiosa fuerza de mi imaginación que ha-
hia heredado de mi familia. Ademas, la vida que
llevaba en Ton no contribuía poco á aumentar
esta especie de escepticismo.
El torbellino de locura, en que me hundí in¬
mediatamente y sin reflexión alguna, lo destru¬
yó todo, escepto la espuma de mis horas pasadas,
que absorvió de un solo golpe toda impresión
sólida y seria, y no dejó absolutamente en mi
recuerdo más que los aturdimientos de mi exis¬
tencia precedente.
No tengo ahora intención de trazar aquí la
historia de mis miserables desórdenes, desórde¬
nes que desafiaban toda ley y eludían toda vigi¬
lancia. Tres años de locura, gastados sin pro¬
vecho, no habían podido darme más que cos¬
tumbres de vicio inveterado, y habían acrecen¬
tado de una manera casi anormal mi desenvol¬
vimiento físico. Un dia, después de una semana
entera de disipación embrutecedora, invité á
una orgia secreta en mi habitación. Nos reuni¬
mos á una hora avanzada de la noche, porque
nuestra crápula debía prolongarse religiosamen¬
te hasta el dia. El vino corría libremente, y
otras seducciones que más peligrosas quizás no
habían sido olvidadas, si bien que como el alba
empalidecía el cielo en el oriente nuestro deli¬
rio y nuestras estravagancias habían llegado
á su apojeo. Furiosamente inflamado por los
naipes y por la embriaguez me obstinaba en
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 209
llevar una conversación estrañamente indecente,
cuando mi atención fue repentinamente distraida
por una puerta que se entreabrió rápidamente y
por la voz precipitada de un criado. Me dijo que
una persona que manifestaba muchos deseos, de¬
seaba hablarme en el vestíbulo.
Singularmente escitado por el vino,.esta ines¬
perada interrupción me causó más placer que
sorpresa.
Me levanté tambaleándome, y en algunos pa¬
sos estuve en el vestíbulo de la casa. En esta
sala baja y estrecha no habia lámpara alguna
y no recibía otra luz que la del alba, sucesiva¬
mente débil, que entraba á través de la cimbra¬
da ventana. Al poner el pié en el dintel, dis¬
tinguí la persona de un jóven, de mi estatura
poco más ó menos, vestido con una bata de ca¬
simir, cortada á última moda, como la que yo
llevaba en aquel momento. Débil claridad me
permitió ver todo esto; pero las facciones de su
cara no pude distinguirlas.
Apenas hube entrado se precipitó hácia mí,
y cogiéndome por el brazo con un gesto impe¬
rativo de impaciencia, me cuchicheó al oido es¬
tas palabras: William Wilson!
En un momento se desvanecieron los vapo¬
res del vino.
Habia en el acento del estrangero, en el tem¬
blor nervioso de su dedo que tenia levantado en¬
tre mis ojos y la luz, alguna cosa que me llenó
de un completo asombro; mas no era esto pre-
EDGAR POE.
210
cisamente lo que tan violentamente me había
sobrecogido. Era la gravedad, la solemnidad de
la amonestación, contenida en esa palabra singu¬
lar, baja, silbadora; y por encima de todo, el ca¬
rácter, el tono, la clave de esas sílabas, simples,
familiares, y tan misteriosamente cuchicheadas ,
que vinieron, con mil recuerdos acumulados de
pasados dias, á derrocarse sobre mi alma, como
una descarga de pila voltáica.
Aunque este nuevo hecho habia al punto pro¬
ducido un efecto muy grande sobre mi imagina¬
ción desarreglada, sin embargo, este efecto, tan
vivo, llegó á desvanecerse prontamente. En ver¬
dad, durante muchas semanas ora me entrega¬
ba á la más atenta investigación, ora quedaba
envuelto en una nube de meditación mórbida.
No trataba de disimular la identidad del singu¬
lar individuo que se mezclaba tan enfadosamen¬
te en mis asuntos y me cansaba con sus oficiosos
consejos.
Mas ¿quién podría ser este, sino Wilson? ¿De
dónde venia? ¿Cuál era su fin? A ninguno de es¬
tos puntos pude contestar satisfactoriamente;
yo pensaba solamente tocante á él, que algún
accidente repentino en su familia, le habia he¬
cho dejar el colegio del doctor Bramby, al si¬
guiente dia del que yo me habia escapado. Pero
al cabo de algún tiempo, cesé de pensar en esto,
y mi atención fué absorvida completamente por
un viageproyectado á Oxford. Allí, permitién¬
dome la vanidad pródiga de mis parientes te-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 211
ner un costoso tren y entregarme á mis ca¬
prichos, al lujo ya tan deseado por mi corazón,
llegué prontamente á rivalizar en prodigalida¬
des con los más soberbios herederos de los más
ricos condados de la Gran-Bretaña.
Fomentado el vicio por semejantes medios,
mi naturaleza estalló con doble ardor, y en la
loca embriaguez de mis crápulas, pisoteé las
vulgares trabas de la decencia. Mas sería ab¬
surdo detenerme en los detalles de mis estrava-
gancias. Bastará decir que sobrepujé á Heredes
en disipaciones, y que dando nombre á multi¬
tud de locuras desconocidas, añadí un copioso
apéndice al largo catálogo de vicios que reina¬
ban por entónces en la universidad más disoluta
de Europa.
Parecerá difícil creer que estuviese tan olvi¬
dado de mi rango de caballero, que buscase fa¬
miliarizarme con los artiíicios más villanos del
jugador de oficio, y que llegara á ser un adepto
de esta ciencia miserable, y que la practicase
habitualmente como medio de acrecentar mi for¬
tuna, enorme ya, á expensas de aquellos de mis
camaradas cuyo carácter era más débil.
Y sin embargo tal sucedía. Y la enormidad
misma de este atentado contra todos los senti¬
mientos de dignidad y de honor era evidente¬
mente la principal, si no la sola razón, de mi
impunidad. Porque ¿quién de mis más deprava¬
dos camaradas, no hubiera despreciado el más
claro testimonio de sus sentidos, antes que sos-
212 EDGAR POE.
pechar una conducta semejante en el alegre,
en el franco, en el generoso Wilson, el más no¬
ble y liberal compañero de Oxford, de aquel de
cuyas locuras decían sus parásitos, no eran más
que estravios de una juventud y una imagina¬
ción sin freno, cuyos errores no eran más que
inimitables caprichos, los más negros vicios,
una indiferente y soberbia estravagancia?
Ya habia pasado dos oños en esta alegre vi¬
da, cuando llegó á la universidad un jóven de
reciente nobleza, llamado Glendinning, rico, decía
la voz pública, como Herodes Aticus, y á quien
su riqueza no le habia costado trabajo alguno.
Descubrí juntamente que era de débil inteligen¬
cia, y naturalmente lo marqué como una exce¬
lente víctima de mis talentos. Le instaba fre¬
cuentemente á jugar, y me aplicaba, con la ha¬
bitual astucia del jugador, á dejarle ganar su¬
mas considerables para enredarlo más eficaz¬
mente en mis redes. En fin, estando mi plan bien
madurado, me avisté con él, con la intención
bien combinada de dar término á aquella empre¬
sa, en casa de uno de nuestros camaradas,
M. Preston, igualmente amigo de los dos, pero á
quien debo hacerle esta justicia, no tenia la
menor sospecha de mi designio. Para dar á todo
esto un escelente color, habia tenido el cuidado
de convidar á ocho ó diez personas, y habia pro¬
curado particularmente que el juego pareciese
un suceso accidental, y no diese lugar más que á
la proposición del fráude que tenia en mien-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 213
tes. Para abreviar un asunto tan despreciable,
no descuidé ninguna de esas villanas sutilezas,
tan generalmente practicadas en ocasiones se¬
mejantes, y que asombra que haya siempre gen¬
tes tan necias que de ellas sean víctimas.
Habíamos prolongado nuestra velada bastan¬
te entrada la noche, cuando obré en fin de mo¬
do que logré quedarme con Glendinning, por mi
único adversario. El juego, era mi favorito, el
ecarté.
Las otras personas de la sociedad, interesa¬
das por las grandiosas proporciones de nuestro
juego, habían dejado sus cartas y hacían círculo
á nuestro alrededor. Nuestro parvenú , á quien
había hábilmente hostigado al principio de
nuestra soiree á beber en grande, barajaba, daba
y jugaba de una manera estraordinariamente
nerviosa, en la cual, pensé, que tomaba parte su
embriaguez, pero que no me esplicaba entera¬
mente.
En muy poco tiempo, había llegado á ser mi
deudor de una fuerte suma, cuando, habiendo
bebido una gran copa de Oporto, sucedió, justa¬
mente lo que yo había previsto con frialdad: pro¬
puso doblar nuestra apuesta, ya altamente es-
travagante.
Con una feliz afectación de resistencia, y so¬
lamente después que mi repulsa reiterada le
hubo conducido á pronunciar ágrias palabras que
dieron á mi consentimiento la apariencia de un
pique, últimamente yo me avine. El resultado
214 EDGAR POE.
fué el que debía ser; la presa estaba completa¬
mente enredada en mis redes; en menos de una
hora había cuadruplíca lo su deuda. Desde hacia
algún tiempo su fisonomía había perdido la ro¬
sada tinta que le prestaba el vino; peroentónces,
vi con asombro que se había trocado en una pa¬
lidez verdaderamente temible. Digo con asombro,
porque había tomado acerca deGlendinning pro¬
lijos informes; se me había representado como
inmensamente rico, y las cantidades que había
perdido hasta entonces, aunque fuertes real¬
mente, no podían, yo lo suponía al menos, ator¬
mentarle sériamente, y todavía menos afectarle
de un modo tan violento.
La idea que se presentó más naturalmente
á mi imaginación, fué que estaba aturdido por
el vino que acababa de beber, y con el fin de
salvar mi honor á los ojos de mis camaradas,
más bien que por un motivo desinteresado, iba
á insistir perentoriamente en interrumpir el
juego, cuando algunas palabras pronunciadas á
mi lado entre los circunstantes y una esclama-
cion de Glendinning que manifestaba la más
completa desesperación, me hicieron comprender
que había obrado su ruina completa, en térmi¬
nos que habían hecho de él un objeto de compa¬
sión para todos, y le hubieran protegido aun
contra los malos oficios de un demonio.
Qué conducta hubiese yo adoptado en tal
circunstancia, me será difícil decirlo. La deplo¬
rable situación de mi fráude habia arrojado so-
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 215
bre todos un velo de mortificación y tristeza;
reinó un silencio profundo durante algunos mi¬
nutos, durante el cual sentí á pesar mió, hervir
mis mejillas bajo’ el peso de las miradas ardien¬
tes en desprecio y en reprobación de los menos
endurecidos de alma de la sociedad. Aun confe¬
saré que mi corazón se encontró momentánea¬
mente descargado de un intolerable peso de an¬
gustia. Las pesadas hojas de la puerta de la sala
se abrieron de par en par, de un solo golpe, con
una impetuosidad tan violenta y tan vigorosa
que todas las bugías se apagaron como por en¬
cantamiento. Más la luz moribunda me permitió
ver que un extrangero había entrado, un hom¬
bre casi de mi estatura, y completamente en¬
vuelto en una capa. En aquel momento las tinie¬
blas eran completas y podíamos solamente sentir
que estaba enmedio, de nosotros. Antes que
alguno de nosotros hubiese vuelto del escesivo
asombro en que nos había conducido esta vio¬
lencia, oimos la voz del intruso:
—Caballeros, dijo con una voz muy baja, pero
distinta, con un acento inolvidable que penetró
hasta la médula de mis huesos, caballeros, no
trato de justificar mi conducta, porque obrando
así, no he hecho más que cumplir un deber. No
conocéis sin duda el verdadero carácter de la
persona que ha ganado esta noche una suma
enorme al ecarté á lord G-lendinning. Voy á
proponeros un medio espedito y decisivo para
procuraros conocimientos útilísimos. Examinad».
216 EDGAR POE.
os suplico, á vuestro gusto, el forro de la vuelta
de su manga izquierda y algunos pequeños
paquetes que se le encontrarán en los bolsillos
bastante grandes de su bata bordada.
Mientras hablaba, el silencio era tan profun¬
do que se hubiera oido caer un alfiler sobre la
alfombra. Cuando hubo acabado, desapareció de
improviso, tan [bruscamente, como había en¬
trado.
Puedo describir, ¿describiré mis sensaciones?
Es preciso decir que esperimenté todos los hor¬
rores del condenado. Tenia ciertamente poco
espacio para reflexionar. Multitud de manos me
asieron rudamente, y se procuró inmediatamente
luz. Siguió á esto un reconocimiento. En el forro
de mi manga se encontraron todas las figuras
esenciales del ecarté y en los bolsillos de mi
bata un cierto número de barajas exactamente
parecidas á las que nos servian en nuestras
reuniones, con la diferencia que las mías eran
de estas que se llaman, propiamente, recortadas,
estando los triunfos ligeramente convexos sobre
los lados pequeños, y las cartas bajas impercep¬
tiblemente convexas sobre las grandes. Gracias
á esta disposición, el que corta, como de costum¬
bre, á lo largo de la baraja, corta invariable¬
mente de modo que dá un triunfo á su adversario;
mientras que el griego, cortando por lo ancho,
no dará nunca á su víctima nada que pueda
apuntar á su favor.
Una tempestad de indignación me hubiera
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 217
afectado menos que el silencio despreciado!* y la
calma sarcástica con que fué acogido este descu¬
brimiento.
—Señor Wilson, dijo nuestro huésped, baján¬
dose para recoger bajo sus piés una capa magní¬
fica forrada de una tela preciosa; señor Wilson,
esto es vuestro. (El tiempo estaba frió y al aban¬
donar mi habitación habia echado por encima
de mi trage de mañana un capote que me quitó
al llegar al teatro del juego.) Presumo, añadió
mirando los pliegues del vestido con amarga
sonrisa, que es bien inútil buscar aquí nuevas
pruebas de vuestra habilidad. Verdaderamente
tenemos bastantes. Espero que comprendereis la
necesidad de alejarse de Oxford ó en todo caso
-salir al instante de mi casa.
Deshonrado, humillado así hasta el cieno, es
probable que hubiera castigado este lenguage
insultante por una inmediata violencia perso¬
nal, si toda mi atención no hubiese estado con¬
centrada en este momento en un suceso de la
más sorprendente naturaleza.
El capote que yo habia llevado tenia un forro
precioso, de una rareza y de un precio estrava-
gante, es inútil decirlo. El corte era un corte de
fantasía, de mi invención; porque en estas mate¬
rias frívolas era dificultoso, y llevaba los capri¬
chos del dandysmo hasta el absurdo.
Así pues, cuando Mr. Preston me dio lo que
habia tirado en el suelo, cerca de la puerta de
la sala, con un asombro cercano del terror aper-
218 EDGAR POE.
cibí que ya tenia el mió sobre el brazo, donde
sin duda lo había colocado sin pensar, y el que
me presentaba era la exacta falsificación en todos
sus más minuciosos detalles. El sér singular que
me había tan desastrosamente desenmascarado
estaba, bien me acuerdo, embozado en unacapa, y
ninguno de los presentes individuos, escepto yo,
la habían traido consigo. Conservé alguna pre¬
sencia de ánimo, tomé la que me ofrecía Preston,
la coloqué, sin que se hiciese cuenta en ello, sobre
la mia, salí de la habitación con un reto y una
amenaza en la mirada, y en la mañana misma,
antes de rayar el dia, huí precipitadamente de
Oxford hácia el continente, con una verdadera
agonía de horror y de vergüenza.
Huia en vano. Mi destino maldito me persi¬
guió triunfante, probándome que su poder mis¬
terioso no había hecho hasta entonces más que
comenzar.
Apenas hube puesto el pié en París, cuando
tuve una prueba nueva del detestable interés que
Wilson tomaba en mis asuntos. Los años cor¬
rieron y yo no tuve punto de reposo. ¡Miserable! 1
En Roma ¡con qué importuno rendimiento, con
qué ternura de espectro se interpuso entre mi
ambición y yo! Y en Yiena! y en Berlín! y en
Moscow! Dónde no encontraba alguna razón
amarga para maldecirle desde el fondo de mi co¬
razón! Poseído de pánicf), tomé en fin, la huida
ante su impenetrable tiranía como ante una pes¬
te, y hasta el fin del mundo, huí, hui en vano.
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 219
Y siempre, siempre interrogando secreta¬
mente á mi alma, repetia mil veces mis pregun¬
tas. ¿Quién es? de dónde'viene? y ¿cuál es su de¬
signio? Más no hallaba respuesta. Y analizaba
entonces con minucioso cuidado las formas, el
método, y los rasgos de su insolente vigilancia.
Pero aúnen esto no encontraba gran cosa que
pudiese servir de base á una conjetura. Era una
cosa verdaderamente notable que en los'numero¬
sos casos en que habia atravesado recientemente
mi camino, no hubiese hecho nunca por descar¬
riar planes ó descomponer operaciones, que si
hubieran tenido buen éxito, no hubieran termi¬
nado más que en un amargo percance.
Pobre justificación, en verdad, para una au¬
toridad tan imperiosamente usurpada. Pobre
indemnidad para estos derechos naturales, ar¬
bitrio para estos derechos tan enfadosos y tan
insolentemente negados.
Me encontraba también obligado á notar que
mi verdugo ejercitándose escrupulosamente y con
una maravillosa destreza en el capricho de llevar
un trage idéntico al mió, se habia siempre com¬
puesto de modo que no pudiese ver las facciones
de su semblante. Como quiera que fuese este con¬
denado Wiison, rodeado de misterio semejan¬
te, era el cúmulo del disimulo y de la necedad.
Podia suponer un instante que en el dador del
consejo en Eton, en el destructor de mi honra
en Oxford, en el que habia contrarestado mi
ambición en Roma, mi venganza en París, mi
220 EDGAR POE.
pasión en Nápoles, en Egipto quien ponia en
tortura mi concupiscencia, que en este sér, mi
gran enemigo, mi genio malo, no reconociese yo
al William Wilson de mis años de colegio, el ho¬
mónimo, el camarada, el rival, el rival execrado
y temido de la casa Bransty. ¡Imposible! Pero
dejadme llegar á la temible escena final del
drama.
Hasta entonces me habia sometido cobarde¬
mente á su imperiosa dominación. El sentimien¬
to de profundo respeto, con que me habia acos¬
tumbrado á • considerar el carácter elevado, la
prudencia majestuosa, la omnipresencia y la
omnipotencia aparentes de Wilson, unido á no
sé qué sensación de terror que me inspiraban
otros determinados rasgos de su naturaleza y
determinados privilegios, habian hecho nacer en
mí la idea de mi completa flaqueza y de mi im¬
potencia, y me habian aconsejado una sumisión
sin reserva, aunque llena de amargura y re¬
pugnancia á su arbitraria dictadura. Más desde
estos últimos tiempos, me habia entregado com¬
pletamente al vino, y su influencia exasperante
sobre mi temperamento hereditario me hizo
odiar más y más toda vigilancia. Comencé á
murmurar, á vacilar, á resistir. ¿Fué simple¬
mente mi imaginación quien me indujo á creer
que la obstinación de mi verdugo disminuiria en
razón de mi propia firmeza? Es posible, más en
todo caso, comencé á sentir la inspiración de
una ardiente esperanza, y acabé por alimentar
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 221
en el secreto de mis pensamientos la sombría y
desesperada resolución de librarme de esta es¬
clavitud.
Era en Roma durante el carnaval de 18... Yo
estaba en un baile de máscaras en el palacio del
duque del Broglio de Nápoles. Había abusado del
vino aun más que de costumbre y la atmósfera
sofocante de los salones atestados de gente me
irritaba de un modo insoportable. La dificultad
de abrirme un camino, á través de la barahunda,
no contribuyó poco á exasperar mi humór; por¬
que yo buscaba con ansiedad (no diré para que
motivo indigno) á. la jóven, á la alegre, á la bella
esposa del viejo y estravagante del Broglio. Coa
una confianza bastante imprudente, me había
confiado el secreto del trage que debía llevar; y
como acababa de apercibirlo á lo lejos, tenia an¬
sias de llegar á ella. En este momento sentí una
mano que se posó dulcemente sobre mi espalda,
y luego este inolvidable, este profundo, este
maldito cuchicheo , en mis oidos! Presa de rabia
frenética, me volví bruscamente hácia el que así
me había perturbado, y lo cogí violentamente
por el cuello.
Llevaba, como lo esperaba, un trage absolu¬
tamente igual al mió; una capa española de ter¬
ciopelo azul y alrededor del talle un cinturón
carmesí de donde pendía una larga espada. Una
careta de seda negra cubría enteramente su
rostro.
—¡Miserable! grité con voz enronquecida por
222 EDGAR POE.
la rabia, y cada sílaba que se me escapaba era
como un tizón para el fuego de mi cólera. ¡Mise¬
rable impostor! ¡malvado! ¡maldito! no me .se¬
guirás más la pista; no me impacientarás hasta
la muerte. Sígueme ó te atravieso con mi espa¬
da en el acto.
Y me abri camino por la sala de baile hácia
una pequeña antesala inmediata, arrastrándole
tras de mí.
Fué á caer contra el muro; cerré la-puerta
blasfemando y le mandé sacar la espada.
Vaciló un segundo: luego con un ligero sus¬
piro, sacó silenciosamente la espada y se puso
en guardia.
El combate ciertamente no fué largo. Estaba
exasperado por las más ardientes oscitaciones
de todo género, y sentía en un solo brazo la ener¬
gía y el poder de una multitud. En algunos se¬
gundos le acosé por la fuerza del puño contra la
pared y alli, teniéndolo á mi discreción le hun¬
dí, multitud de veces, la punta de mi espada en
el pecho con la ferocidad de un bruto.
En este momento alguien tocó á la cerradura
de la puerta. Traté de prevenir una invasión
inoportuna y volví inmediatamente hácia mi
adversario moribundo. Pero qué lengua humana
puede poner de relieve el asombro, el horror
que se apoderó de mí al espectáculo que entonces
vieron mis ojos. Ei corto instante durante el
cual yo me habia vuelto de espaldas, había bas¬
tado para producir, en apariencia, un cambio
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 223
material en las disposiciones del otro estremo de
la sala.
Un gran espejo, en mi turbación aquello me
se apareció entonces así, se levantaba allá donde
no habia visto señal momentos antes; y como yo
marchase presa del terror hácia este espejo, mi
propia imágen, pero con un semblante pálido y
manchado de sangre, avanzó á mi encuentro con
paso débil y vacilante.
Era mi adversario, era Wilson que estaba
delante de mí en su agonía. Su careta y su capa
yacian en el pavimento, allí donde él las habia
arrojado.
Ni un hilo en su trage, ni una línea en toda
su figura que no fuese mió, que no fuese mia\
aquello éralo absoluto en la identidad.
Aquel era Wilson, pero Wilson no cuchi¬
cheando más sus palabras! Tan bien que yo hubie¬
ra podido creer que era yo mismo quien hablaba
cuando él me dijo:
—Tú has vencido y yo sucumbo . Pero desde
ahora en adelante estás muerto también', muer¬
to al Mundo, al Cielo y ala Esperanza. ¡En mi
existias tú, yvé en mi muerte, vé por esta imá¬
gen, que es la tuya, cómo te has radicalmente
asesinado á tí mismol
X.
DEBATE CON UNA MOMIA.
No poco cansados hallábanse mis nérvios, con
el Symposium de la noche de ayer. Terrible ja¬
queca me abrumaba y me caia de sueño. En vez
de pasar la noche fuera de casa, como intentado
tenía, ocurrióseme que el partido más prudente
que debería seguir era cenar una friolerilla y
acostarme.
Finalizado mi frugal banquete y después de
haberme calado el gorro de dormir, con la de¬
liciosa esperanza de gozar hasta las doce de la ma¬
ñana, cuando menos, acurruqué la cabeza sobre
la almohada y á favor de la santa tranquilidad
de mi conciencia, caí instantáneamente en el más
profundo sueño.
Pero ¿cuándo ha visto el hombre realizadas
sus esperanzas? Quizá no habría acabado de
dar el tercer ronquido, cuando un furioso re¬
piquete estremeció la puerta de la calle y las
impacientes aldabadas me hicieron despertar
sobresaltado. Un minuto después, estando aun
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 225
frotándome los ojos, metíame mi muger por los
mismos, una carta de mi antiguo amigo el Doctor
Ponnonner que decia así: «Venid á buscarme á
despecho de todo,- mi querido amigo, en el mo¬
mento mismo en que esta recibáis. Venid á par¬
ticipar de nuestra alegria. Al fln, gracias á mi
terca diplomacia, he arrancado á los directores
del Museo de la ciudad el permiso de examinar
mi momia: ya sabei3 de cual os hablo. Tengo
permiso de desenvolverla y si lo creo necesario
hasta de abrirla. Algunos amigos presenciarán
la-operación. Sois uno de ellos, por de contado.
La momia está en mi casa, y comenzaremos á
desfajarla á las once de la noche.»
Antes de llegar al «Ponnonner» quise con¬
vencerme de que estaba todo lo despierto que un
hombre puede desear. Salté de la cama, loco de
alegría y atropellando cuanto hube á las manos,
vestime con una presteza verdaderamente mila¬
grosa y con toda la celeridad de que soy capaz,
me dirigí á casa del Doctor.
Allí encontré reunida una sociedad animadí¬
sima. Me habían esperado con la mayor impa¬
ciencia: la momia estaba tendida sobre la mesa
del comedor, y en el momento que entré, comenzó
el exámen.
Era esta momia una délas dos que trajo, no
ha mucho* el capitán Arturo Sobretahs, primo
de Ponnonner. Habíala sacado de una tumba
cerca de Eleuthias en las montañas de la Libia
á. gran-distancia de Thébas, sobre el Nilo. En
226 EDGAR POE.
este sitio las turabas, aunque no tan suntuosas
como los sepúlcros de Thébas, son de mucho más
mérito é interés porque ofrecen mayor número
de ilustraciones sobre la vida privada de los Egip¬
cios. El salón de donde habíamos sacado nuestro
ejemplar pasaba por el más rico en cosas de esta
naturaleza; las paredes estaban completamente
cubiertas de pinturas al fresco y bajo-relieves;
estátuas y vasos y un mosáico de muy esquisito
dibujo, atestiguaban sobradamente la soberbia
fortuna de los muertos.
Este tesoro se depositó en el Museo, en el
mismo estado exactamente en que el capitán
Sobretash la encontró: es decir, que la caja esta¬
ba intacta. Por espacio de ocho años permaneció
espuesta á la pública curiosidad, en cuanto á
su esterior únicamente. Teníamos la momia á
nuestra completa disposición; solo á los que sa¬
ben cuán raro es que lleguen á nuestras playas
estas antigüedades sin ser destrozadas, les es da¬
do juzgar las grandes razones que teníamos para
felicitarnos mútuamente por nuestra buena di¬
cha.
Acerquéme á la mesa y la vi dentro de una
gran caja ó cajón, de unos siete piés de largo, ca¬
si tres de ancho y dos y medio de profundidad.
Era oblonga pero no en forma de atahud. Inme¬
diatamente supimos que la madera era Acacia
Sicomorus Platinus , pero raspándola, reconoci¬
mos que era de cartón, ó más propiamente dicho,
de una pasta dura hecha de papyrus. Estaba pro-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 227
fusamente ornada de pinturas, que representa¬
ban escenas fúnebres y diversos asuntos lúgu¬
bres, entre los que serpenteaba un semillero de
caractéres geroglíñcos, colocados en todas direc¬
ciones y que evidentemente, significaban el nom¬
bre del difunto. Por fortuna era de la partida
Mr. GHiddon y con la mayor facilidad nos tradu¬
jo aquellos signos simplemente phonetilos y que
componian la palabra «Allamistákeo.»
No nos costó poco trabajo abrir la caja sin
estropearla, y al lograrlo, hallamos dentro otra
en forma de atahud, bastante más pequeña que la
caja esterior, pero muy parecida en todo lo de¬
más. El intérvalo, entre las dos comprendido, es¬
taba lleno de resina y esta hasta cierto pun¬
to habia destruido los colores de la segunda
caja.
Después de abierta, cosa que fácilmente hi¬
cimos, hallamos otra tercera, de la misma forma
de atahud, parecidísima de un todo á la segunda,
fuera de la materia que era cedro y que exhalaba
el olor sumamente aromático que á esta madera
caracteriza. Entre la segunda y la tercera caja
no habia intérvalo alguno, pues encajaban exac¬
tamente la una en la otra.
Deshecha la tercera caja, descubrimos el cuer¬
po y le sacamos. Encontrarle esperábamos, como
de costumbre, envuelto en infinidad dé cintas 6
fajas de lienzo; pero en vez de estas nos hallamos
con una especie de estuche, hecho de papyrus y
revestido de una capa de yeso, groseramente pin-
228 EDGAR POE.
tada y dorada. Representaban estas pinturas di¬
versos asuntos de los diferentes deberes que su¬
ponían tener que llenar el alma á su presenta¬
ción á las divinidades, y además muchas figuras
humanas parecidas entre sí, retratos sin duda al¬
guna de personages embalsamados. De piés á ca¬
beza se estendia una inscripción vertical en ge -
rogllfleos phonéticos, espresandoel nombre y tí¬
tulos fiel difunto y sus déudos.
Alrededor del cuello, que fácilmente desfaja¬
mos, veíase un collar de cuentas cilindricas de
vidrio, de diversos colores, colocadas de manera
que figuraban retratos de divinidades; entre ellas
la del Escarabajo con el globo alado. Rodeábala el
talle otro collar ó cinturón fie la misma índole
que aquel.
Separado el papyrus, hallamos las carnes en
perfecto estado de conservación y sin olor al¬
guno.
Era de color rojo y la piel consistente, lisa
y brillante. El cabello y losfiientes parecían ha¬
llarse en buen estado. Los ojos, al parecer, los
habían reemplazado por otros de vidrio muy her¬
mosos, y maravillosamente imitados, salva la
pronunciada é imponente fijeza. Las uñas y los de¬
dos estaban brillantemente dorados.
Del rojo color de la epidermis inferia Mr.
Gliddon que únicamente el asphalto había sido
la sustancia empleada para el embalsamamiento;
pero habiendo rascado un poco la superficie déla
piel, con un instrumento de acero y echado al fue-
historias estraordinarias. 229
go el polvo así obtenido, notamos olor de alcan¬
for y gomas aromáticas.
Con escrupuloso cuidado registramos todo el
cuerpo, en busca de señales que forzosamente
debian haber dejado las incisiones, practicadas
para extraer las entrañas; pero grande fué nues¬
tra sorpresa cuando ni rastros de ellas encontra¬
mos. Ninguno de nosotros sabíamos entonces que
no es raro dar con momias enteras y sin incisiones.
Sabíamos sí, que ordinariamente se estraia la
masa encefálica por los narigales, y los instes-
tinos por un costado; que el cuerpo luego se afei¬
taba, lavaba y salaba; que se le dejaba así por
espacio de algunas semanas y que entonces era
cuando verdaderamente comenzaba la operación
del embalsamamiento.
Como no encontrábamos señal alguna de las
tales incisiones, el doctor Ponnonner preparaba
ya sus instrumentos de disección; pero le hice
notar que eran ya más de las dos de la noche. Tu¬
yo eco mi advertencia; determinamos suspender
nuestras investigaciones hasta la noche siguien¬
te é íbamos á separarnos cuando uno de los
compañeros nos apuntó la idea de que hiciésemos
algunos esperimeqtos con la pila de Yolta.
Aplicar la electricidad á una momia, lo me¬
nos de tres ó cuatro mil años, era una idea sino
muy sensata á lo menos sobradamente original;
y como tal la cogimos al vuelo. Para efectuar
proyecto tan soberbio, en el que entraba por lo
menos una décima parte de formalidad y nueve
230 EDGAR POE.
décimas de broma, montamos una batería eléc¬
trica en el gabinete del doctor, y allí nos trasla¬
damos con nuestro Egipcio.
Muchos trabajos pasamos para descubrir al¬
guna parte del músculo temporal,que nos pare¬
ció el de menos rigidez marmórea entre todos los
del cuerpo; pero como natural y racionalmente
esperamos, ningún indicio de susceptibilidad
voltáica esperimentó la víctima cuando la pusi¬
mos en contacto con el hilo eléctrico.
Este primer ensayo nos pareció decisivo y to¬
dos, riéndonos á carcajadas de nuestro absurdo,
nos dábamos ya recíprocamente las buenas no¬
ches, cuando por casualidad fijó la vista en los
ojos déla momia, y en ella se me quedó clavada
de espanto. La primera mirada me bastó para
cerciorarme de que los ojos que nosotros creía¬
mos de vidrio y que como tal se caracterizaron
por su singular fijeza, se hallaban en aquel mo¬
mento tan encubiertos por los párpados que
solamente quedaba visible un poco de la túnica
aWujinea.
Lancé un grito, y llamé la atención sobre es¬
te hecho, que bien pronto fué para todos eviden¬
tísimo.
No diré si este fenómeno me alarmó, porque
tal palabra en este caso no seria precisamente
la verdadera, la adecuada; pero tal vez me encon¬
traria algún tanto nervioso.
En cuanto á mis compañeros, ningún esfuer-
co hicieron por ocultar su marcadísimo terror.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 23t
El doctor Ponnonner daba lástima. Mr. Gliddon,
no sé por qué secreto procedimiento, hablase he¬
cho invisible. Creo que Mr. Silk Buckingham no
tendrá la audacia de negar queá gatas se escon¬
dió debajo de la mesa.
Pasado el primer momento de terror, ya al¬
gún tanto tranquilizados, resolvimos por de
contado, intentar otro esperimento. Dirigimos
nuestras operaciones al dedo gordo del pié de¬
recho. Para ello practicamos una incisión en la
región del hueso se samoideum pollicis pedís ,
llegando así al nacimiento del músculo abduetor.
Yuelta á cargar la batería, aplicamos el hilo con¬
ductor al músculo escueto, cuando en un movi¬
miento, más vivo que la misma vida, retira la
momia la rodilla debecha como para aproximarla
todo lo posible al vientre, y estirándola después
con una fuerza inconcebible, asentó al pobre
doctor Ponnonner tan tremenda coz, que tuvo por
resultado disparar á este caballero, como el pro¬
yectil de una catapulta, arrojándole á la calle por
el hueco de una ventana.
Todos nos precipitamos en tropel á recoger
los restos del malaventurado sábio, pero tuvi¬
mos la dicha de hallárnosle en la escalera, su¬
biéndola con incomprensible ligereza, abrasado
por el más vivo fuego filosófico y más que nunca
convencido de la absoluta necesidad de seguir
adelante nuestros esperimentos con pertinacia y
esquisito celo.
Así,pues, y siguiendo su consejo, hicimos una
EDGAR POE.
232
profunda incisión en la punta de la nariz de nues¬
tra momia, y el Doctor, apoyando allí ambas ma¬
nos con suma fuerza verificó violentamente el
contacto del hilo eléctrico.
Moral, física, metafísica y literalmente el
efecto fué, eléctrico. En primer lugar el cadáver
abrió los ojos y comenzó á guiñarlos con inmen¬
sa rapidez, como Mr. Baznes en la pantomima,
estornudó, se sentó, amenazó con el puño al doc¬
tor Ponnonner, y por último, volviéndose hácia
Mr. Gliddon y Buckingam les dirigió, en el egip¬
cio mas clásico, el siguiente discurso.
—«Debo decir á ustedes, señores, que me ha
estrañado cuanto mortificado su-conducta para
conmigo. Tocante al doctor Ponnonner, no es¬
peraba menos deéhesunpobretontuelo-gordin-
flon, incapaz de otra cosa. Le compadezco y le
perdono. Pero usted, Mr. Gliddon, y usted, Mr.
Silk, que ha viajado y vivido en Egipto hasta el
punto de creérselos hijos de nuestra tierra; us¬
tedes, digo, que han vivido tanto entre nosotros,
que poseen el Egipcio, según creo, hasta escri¬
birle correctamente como la lengua materna: us¬
tedes á quienes me había acostumbrado á mirar
como los más firmes y verdaderos amigos de las
momias: yo, señores, esperaba de ustedes más
cortés comportamiento. ¿Qué no debo pensar de
la impasible neutralidad observada por ustedes
al verme tan maltratado? ¿Qué no deboyo supo¬
ner cuando permiten ustedes á Pedro y á Pablo
despojarme de mis vestiduras, de mis atahudes,
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 233
bajo este clima de hielo? ¿Cómo, en fin, debo juzgar
del hecho de haber ayudado y aun incitado á es¬
te miserable títere, este doctor Ponnonner, para
que me tirase de las narices?»
Cualquiera creeria, sin duda alguna, que. al
oir semejante discurso y en tales circunstancias,
habríamos escapado á correr ó sido acometidos
del más violento ataque de nervios, ó nos hubié¬
ramos desmayado por unanimidad. Cualquiera
de estas tres cosas hubiera sido probable y na¬
tural. Cualquiera de estas tres líneas de conduc¬
ta hubiera sido muy lógica. Y bajo mi palabra
aseguro que no comprendo cómo fué no seguir
ninguna. Pero quizá la razón verdadera debe
buscarse en el espíritu de este siglo, que proce¬
de exactamente por la ley de las contradicciones,
considerada hoy como solución de todas las an¬
tinomias y fusión de todo lo contradictorio. Y
sobre todo quizá á causa del tono y maneras su¬
mamente naturales y familiares con que la' mo¬
mia se nos dirigió, se alejaría de nosotros toda
idea de terror. Sea'lo que sea, el hecho positivo
es que ninguno de nosotros di<5 la menor señal
de espanto, ni se le ocurrió que allí pasaba algo
de particular.
Por mi parte puedo decir que me hallaba con¬
vencidísimo de que todo aquello era muy natural,
y que con mucha tranquilidad de espíritu rae co¬
loqué al lado y fuera de distancia de puñetazo
del Egipcio. El doctor Ponnonner se metió las
manos en los bolsillos del pantalón, miró á la
234 EDGAR POE.
momia con semblante fosco, y se puso escesiva-
mente colorado. Mr. Gliddon se atusó las patillas
y arregló el cuello de la camisa. Mr. Buckingham
bajó la cabeza y se metió el dedo pulgar de
la mano derecha en la orilla izquierda de la
boca.
Miróle el Egipcio con torvo ceño por espa¬
cio de algunos minutos, y con burlona risa le
dijo:
—¿Por qué no habla usted, señor Buckin¬
gham? ¿Ha oido usted lo que le he preguntado: si,
ó_no? ¿Hace usted el favor de quitarse ese dedo de
la boca?
Mr. Buckingham se sobresaltó, quitó el dedo
pulgar de la mano derecha de la orilla izquierda
de la boca, y en justa compensación de su obe¬
diencia se metió el dedo pulgar de la mano iz¬
quierdo en la orilla derecha de la susodicha aber¬
tura. La momia, no consiguiendo nada de Mr.
Buckingham* dirigióse con cierta sorna á Mr.
Gliddon, y le suplicó que le esplicase en conjunto
cuáles eran nuestras intenciones.
Satisfizo por fin Mr. Giiddon los deseos del
Egipcio en phonético , y á no ser porque en las
imprentas norte-americanas no se encuentran ca-
ractóres geroglíficos, sería para mí del mayor pía-
cer trascribir íntegro y en lengua original su
escelente discurso.
Aprovecharé esta ocasión para hacer notar
que toda la conversación subsiguiente tuvo lu¬
gar en Egipcio primitivo, sirviendo de intérpre-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 235
tes para mí y los demás compañeros que no había¬
mos viajado, MM. Gliddon y Buckingham. Ha¬
blaban estos Señores la lengua pátria de la momia
con una gracia y una fluidez inimitables: pero no
pude menos de notar que los dos viajeros, sin du¬
da á causa déla introducción de imágenes ente¬
ramente modernas y naturalmente nuevas para
el estranjero, se veian de cuando en cuando for¬
zados á emplear formas sensibles para hacer com¬
prender á huéspedes de tan antiguo tiempo cier¬
tas ideas particulares.
Sucedió esto por ejemplo cuando Mr. Gliddon
no pudo hacer comprender al Egipcio la palabra
la política : felizmente ocurriósele la idea de di¬
bujar en la pared con un carbón un hombre pe¬
queño, de nariz granugienta, puesto en jarras,
subido en un pedestal, la pierna izquierda bastan¬
te retirada hácia atrás, el brazo derecho estendido
hácia adelante, el puño cerrado, la vista dirigida
al cielo y la boca abierta formando un ángulo de
noventa grados.
Del mismo modo Mr. Buckingham jamás hu¬
biera logrado traducir la idea absolutamente mo¬
derna la peluca, si á una seña del doctor no se
hubiese puesto pálido y consentido en quitarse
la suya.
Como era muy natural, nada tenia de estra-
5o que Mr. Gliddon apoyase su discurso princi¬
palmente, en los inmensos beneficios que la cien¬
cia podria prometerse del desenfajamiento y des¬
tripamiento de las momias; medio ingenioso de
EDGAR POE.
236
justificarnos de cuantos disgustos le hubiéramos
podido causar á ella en particular, momia llama*
da Allamistákeo: concluyó, pues, insinuando, por
que no fué mas que una insinuación, quejsupues»
to hallarse todas estas cuestiones incidentales
suficientemente aclaradas, podia procederse al
exámen proyectado. Al oir esto el doctor Pon-
nonner aprestó sus instrumentos.
Relativamente á las últimas especies, vertidas
por el orador, parecía que Allamistákeo tenia
ciertos escrúpulos de conciencia, de cuya natu¬
raleza no estoy suficientemente enterado; pero
muestráse de tal manera satisfecho de nuestras
justificaciones y escusas, que bajándose de la
mesa, diónos á todos el más amistoso y cordial
apretón de manos.
Finalizada esta ceremonia fué nuestro primer
cuidado reparar el daño, causado por el escalpelo
en la persona de nuestro nuevo amigo. Se le cosió
la herida de la sien; se le vendó el pié y le pe¬
gamos una pulgada cuadrada de tafetán inglés
en la punta de la nariz.
Entonces notamos que al conde—tal era al
parecer el título de Allamistákeo—le daban al¬
gunos ligeros escalofríos á causa del clima, sin
duda alguna. El doctor fué inmediatamente á su
guarda-ropa, y bien pronto se nos apareció con
un frac negro, un pantalón de tartan azul celeste
con medias , una camisa de color de rosa de al¬
godón estampado, un chaleco de brocado, un ga¬
bán ó saco blanco, un bastón de pico de cuervo,
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 237
un’ sombrero sin alas, unas botas de cuero de
nueva invención, unos guantes de cabritilla de
color de paja, un lente, un par de patillas y una
corbata de< moaré. La diferencia detalle entre
el doctor y la momia—su proporción era como
de dos áuno—dió lugar á que no pudiéramos
ajustarla la ropa tal y cual era nuestro deseo;
pero cuando todo se arregló, no podia negarse
que estaba bien vestida. Mr. Gliddon dió enton¬
ces el brazo al conde y le llevó á una cómoda bu¬
taca, enfrente de la chimenea, mientras el doc¬
tor pedía á un-'criado vino y cigarros.
Bien pronto se animó la conversación. In¬
mensa era la curiosidad que teníamos por saber
la causa estraña por la cual Allamistákeo estaba
vivo.
—Yo hubiera apostado—dijo Mr. Gíliddon—á
que hacía muchísimo tiempo que estaba usted
muerto.
—¡Cómo!—replicó el conde espantadísimo—
¡Si apenas tengo setecientos años! Mi padre vi¬
vió mil, y absolutamente pensaba en chochear
cuando murió.
Siguió á esto inmensa série de preguntas
por medio de las cuales sacamos en consecuencia
que la antigüedad de la momia habia sido tor¬
pemente calculada. Cinco mil quinientos años y
algunos más hacía que la momia se depositó én
las catacumbas de Eleuchias.
—Pero mi reparo—volvió á decir Mr. Buckin-
gham—no es sobre la edad de usted en la época
238 EDGAR POE.
de su embalsamamiento; pero sí respecto á la
inmensidad de tiempo que acabo de escuchar de
su propia boca, que ha permanecido usted con¬
fitado en el asfalto.
—¿En qué? dijo el conde.
—En el asfalto,—persistió Mr. Buckingham.
—¡Ah! sí; conservo una idea vaga de lo que
me quiere usted decir;—en efecto, esto podria
valernos de algo—pero en mis tiempos solamente
empleábamos el bicloruro de mercurio.
—Pero lo que nos es imposible comprender—
dijo el doctor Ponnonner—es, cómo habiendo
usted muerto y sido embalsamado en Egipto hace
cinco mil años, se encuentra usted ahora entera¬
mente vivo y en el mejor estado de salud.
—Si en aquella época, como usted dice—con¬
testó el conde—me hubiese yo muerto, es más que
probable que muerto seguiría; pero veo que us¬
tedes están hoyen la infancia del galvanismo, y
que no pueden ustedes obtener por este agente,
lo que en nuestro antiguo tiempo era cosa vul¬
gar entre nosotros. Es el hecho que fui atacado
de catalepsia, y que mis mejores amigos creye¬
ron que estaba muerto ó que debía estarlo; y esta
fué la causa de que me embalsamaran inmedla-
tamente.-r-¿Creo que ustedes conocerán el prin¬
cipio capital del embalsamamiento?
—Absolutamente.
_¡Ah! ya caigo; ¡deplorable condición de la
ignorancia! Por de pronto me es imposible en¬
trar en detalles; pero debo esplicar á ustedes que
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 239
en Egipto embalsamar, propiamente hablando,
es suspender por tiempo indefinido todas las fun¬
ciones animales sometidas al procedimiento. Uso
la palabra animal en su más lato sentido, como
implicando el sér moral y vital igualmente que
el físico. Repito que el primer principio del em¬
balsamamiento consiste, entre nosotros, en parar
inmediatamente y tener en suspenso perpétua-
mente todas las funciones animales al procedi¬
miento sometidas. En fin, para abreviar, cual¬
quiera que sea el estado en que se encuentre el
individuo en la época del embalsamamiento, tal
será en el que continuará. Ahora bien, como yo
tengo el honor de ser de la sangre de Escarabajo,
íuí embalsamado vivo, tal como ustedes me están
viendo.
—¡La sangre de Escarabajo!—gritó el doctor
Ponnonner.
—Sí. El Escarabajo era el emblema, las armas
de una familia patricia muy distinguida y poco
numerosa. Ser de la sangre de Escarabajo es sim¬
plemente ser de la familia cuyo emblema es el
Escarabajo. Hablo en sentido figurado.
—¿Pero qué tiene que ver eso con la actual
existencia de usted?
—A eso voy; en Egipto era costumbre gene¬
ral, antes de embalsamar un cadáver, estraerle
los intestinos y el cerebelo; únicamente la raza
fie los Escarabajos era la sola no sujeta á esta
costumbre. Si yo no hubiese sido Escarabajo hu¬
biera perdido mis tripas y mis sesos, y vivir sin
240 EDGAR POE.
•estas : dos visceras, la verdad, no debe ser có¬
modo.
—Lo creo así—dijo Mr. Buckingham—y pre¬
sumo que cuantas momias enteras llegan á
nuestras manos, son de la raza de los Escara¬
bajos.
—Sin duda alguna.
—Yo creia—dijo Mr. GHiddon con mucha timi¬
dez—que el Escarabajo era uno de los Dioses
Egipcios.
—¿Uno d equé Egipcios? gritó la momia dando
un brinco.
—Uno de los Dioses—replicó el viajero.
—Señor Gliddon, me espanta oir hablar á us¬
ted de ese modo, dijo el conde volviéndose á
sentar. Ninguna nación sobre la redondez de la
tierra ha reconocido jamás sino un Dios. El Sea-
rabajo, el Ibis, etc., eran para nosotros (lo que
otras criaturas han sido para otras naciones)
los símbolos, los intermediarios por los cuales
rendíamos culto al Creador, inmensamente au¬
gusto para dirigirse á él directamente.
Al llegar aquí hubo una pausa, que terminó
el doctor Ponnonner.
—¿No es improbable, juzgando por las espli-
caciones de usted—dijo—que puedan existir en
las catacumbas, cercanas al Nilo, más momias
de la raza de Escarabajo, con las mismas condi¬
ciones de vitalidad?
—Eso no puede dar motivo á una pregunta
—contestó el conde.—Todos los Escarabajos que
HISTORIAS estraordinarias. -241
por cualquier accidente hayan sido embalsa¬
mados vivos, vivos estarán. Aun algunos de los
que hayan sido de este modo embalsamados
adrede , y olvidados por sus ejecutores testamen¬
tarios, estarán en sus tumbas.
—¿Tendría usted la amabilidad de esplicarme
—le dije—qué es lo que usted entiende por em¬
balsamados de este modo , adredet
—Con muchísimo gusto—dijo ella.—La dura¬
ción ordinaria de la vida del hombre, en mi
tiempo, era ochocientos años próximamente. Po¬
cos hombres morían (no siendo por accidentes
muy estraordinarios) antes de cumplir seiscien¬
tos años; muy pocos vivían más de diez siglos;
pero ocho siglos se consideraban como el térmi¬
no natural. Desde el descubrimiento del princi¬
pio del embalsamamiento, tal cual le he espli-
cado, ocurrióseles á nuestros filósofos que se po¬
dría satisfacer una laudable curiosidad y al
mismo tiempo servir considerablemente á los in¬
tereses de la ciencia, dividiendo la duración me¬
dia de la vida y viviendo la vida natural por in-
térvalos.
Relativamente á la historia, la esperien-
cia ha demostrado que aun hay por hacer al¬
go indispensable. Por ejemplo, un historiador,
á la edad de quinientos años, escribe un libro
con el mayor esmero: en seguida se hace embal¬
samar con el mayor cuidado; deja á sus testa¬
mentarios el encargo pro tempore de resuci¬
tarle después de cierto tiempo, supongamos, qui-
242 EDGAR POE.
nientos ó seiscientos años. Vuelve á la vida con
la esperiencia de su época, encuentra su grande
obra, invariablemente convertida, en una espe¬
cie de acta de noticias acumuladas al acaso, es
decir, en una especie de palenque literario,
abierto á las conjeturas contradictorias, á los
enigmas y á las sarracinas personales de todos
los bandos de exasperados comentadores. Estas
conjeturas, estos enigmas, que llevan el nom¬
bre de anotaciones ó correcciones, han embrolla¬
do, torturado y revuelto el testo, de tal modo
que el autor tiene que huronear cada una de
las hojas con una linterna para poder hallar su
propio libro. Pero ya encontrado, el pobre libro
jamás vale los sinsabores que el autor ha padeci¬
do para recuperarle. Después de haberle vuelto
á escribir de cabo á rabo, aun falta al historia¬
dor una necesidad que satisfacer, un deber im¬
perioso que cumplir: este es correjir, con arre¬
glo á su ciencia y esperiencia propia, las tradi¬
ciones actuales y las de la época en que vivió.
Así, pues, este procedimiento de recomposición
y rectificación, personalmente ejecutado, prose¬
guido de un tiempo á otro por diferentes sábios,
evitaría que nuestra historia degenerase en una
pura fábula.
—Usted perdone—dijo entonces el doctor Pon-
nenner, posando dulcemente una mano sobre un
brazo del Egipcio—dispénseme usted, caballero,
¿puedo permitirme interrumpir á usted por un
momento?
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 243
—Perfectamente, caballero, contestó el conde
separándose un poco.
—Deseo simplemente hacer á usted una pre¬
gunta. Habla usted de correcciones, personales
del autor, relativamente á las tradiciones que
conciernen á su época. ¿Quiere usted decirme en
qué proporción se encuentra generalmente mez¬
clada la verdad con estos embolismos?
—Generalmente sucede que estos embolismos,
sirviéndome de vuestra escelente definición, se
hallan exactamente mezclados por mitad, con los
hechos relatados en la historia misma no escrita;
es decir, que jamás se halla una j de verdad ni
en lo uno ni en lo otro.
—Pero—como es bien notorio—replicó el
Doctor—que han transcurrido lo menos cinco mil
años desde vuestro enterramiento, tengo por
cierto que vuestros anales de esa época, ya que
no vuestras tradiciones, se hallarán bien termi¬
nantes sobre un punto de interés general, sobre
la creación, la cual tuvo lugar como usted sabe
muy bien, diez siglos antes, poco más ó menos.
—¡Caballero!—aclamó Allamistákeo.
El doctor volvió á espetar su relación, y
después de la más prolija adición ó esplicacion
adicional, consiguió por fin hacerse entender
del estranjero; y este le contestó con la mayor
perplejidad.
—Las ideas que usted me manifiesta son, se
lo digo á usted con franqueza, enteramente nue¬
vas para mí. En mi tiempo no hubiera ocurrido
244 EDGAR POE.
al más ignorante la idea tan peregrina de que
el universo (ó este mundo, como usted quiera)
haya tenido un principio. Recuerdo que una vez
un hombre muy sábio me habló de una tradición
sumamente vaga sobre el oríjen de la raza hu¬
mana; y para ello usó como usted de la palabra
Mam, ó tierra roja. Empleó además, un sentido
genérico, relativamente á la generación por el
barro—juntamente como un millar de animale-
jos,—á la germinación espontánea de cinco gran¬
des-hordas de hombres simultáneamente situadas
en cinco distintas partes del globo, casi iguales
entre sí.
Al llegar aquí la reunión se encojió de hom¬
bros, y algunas personas diéronse unas palma¬
das en la frente con aire muy significativo.
Mr. Silk Buckinghan paseando la mirada desde
el occipucio al sincipucio de Allamistákeo, to¬
mó la palabra y dijo así:
—La longevidad humana en vuestros tiem¬
pos, unida á la general costumbre que usted
mismo acaba de esplicarnos, consistiendo en vi¬
vir la vida á trozos, hubiera en verdad debido
contribuir poderosamente al desarrollo general y
á la acumulación de conocimientos. Por ende
presumo yo, que el notable atraso de los anti¬
guos Egipcios en todas las ciencias, comparati¬
vamente con los modernos y más principalmente
con los Yankees, debe atribuirse únicamente al
poquísimo espesor del cráneo de los Egipcios.
—Vuelvo á confesar,—replicó el conde, con la
historias estraordinarias. 245
mayor urbanidad—que me cuesta trabajo com¬
prender lo que ustedes me quieren decir; dígame
usted, y usted dispense, ¿de qué parte de la cien¬
cia me habla usted?
Todos en coro citamos las afirmaciones de
la frenología y las maravillas del magnetismo
animal.
Después de oirnos, nos refirió el conde algu¬
nas anécdotas, probándonos con la mayor cla¬
ridad que los prototipos de Gall y deSpurzheim,
florecieron y se desacreditaron en Egipto; pero
en época tan remota que casi hubiese de ella per¬
dido toda memoria; y que los procedimientos de
Mesmer eran miserables, comparados con los
verdaderos milagros hechos por los sábios de
Thébas, que creaban piojos y otra infinidad de
seres semejantes.
Preguntó entonces al co^ide si sus compatrio¬
tas habian sido capaces de calcular los eclip¬
ses. Se sonrió con desdeñoso ademan y me afirmó
que sí.
Túrbeme algún tanto, pero comencé á dirigirle
más preguntas sobre conocimientos astronómi¬
cos; pero uno de mis compañeros que no habia
desplegado sus lábios, me dijo al oido que si yo
necesitaba detalles sobre el particular, mejor me
sería consultar á un señor Ptoloméo, y también
á otro tal llamado Plutarco, en el artículo faoie
Irnos.
Luego interrogué á la momia sobre los cris¬
tales lenticulares y en general sobre la fabrica-
246
EDGAR POE.
cion del cristal; pero aun no había acabado mí
pregunta, cuando mi silencioso compañero, dán¬
dome con suavidad un codazo, me rogaba por el
amor de Dios, que ojease á Diodoro de Sicilia. En
cuanto ai conde, me preguntó sencillamente en
tono de súpliba si nosotros los modernos poseía¬
mos microscopios por medio de los cuales pudié¬
semos grabar las ónices, con la perfección de
los Egipcios. Mientras yo buscaba la respuesta,
el pequeñuelo doctor Ponnonner se aventuró á
entrar en la senda más estraordinaria.—;Ved
nuestra arquitectura! gritó á despecho de la
indignación de los dos viajeros que le pellizcaban
sin compasión, pero sin lograr que se callase.
—Id á ver—volvió á gritar entusiasmado,—
la fuente del juego de bolos en Nueva-York! ¡ó si
no la juzgáis digna de contemplación, mirad por
un instante el capitolio de Washington, D. C.l
Y el bueno del mediquillo siguió, hasta de¬
tallar minuciosamente las proporciones de los
edificios en cuestión. Esplicó que solo el pórtico
tenía nada menos que veinte y cuatro columnas
de cinco pies de diámetro, colocadas á diez pies
de distancia una de otra.
El conde nos dijo, que sentía no poder acor¬
darse en aquel momento, de la exacta dimensión
de cualquiera de las principales construcciones
de la ciudad de Aznac, cuya fundación se pierde
en la noche de los tiempos, y cuyas ruinas aun
existían en la época de su entierro, en una her¬
mosa llanura de arena al oeste de Thóbas. Tam-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 247
poco recordaba á propósito de pórticos, uno que
él tenía allí, en un palacio secundario, en una es¬
pecie de arrabal llamado Carnac, formado de
ciento cuarenta y cuatro columnas de treinta y
siete piés de circunferencia cada una, y distante
una de otra veinte y cinco piés. íbase desde el
Nilo á este pórtico por un paseo de dos millas de
largo, cercado de esfinges, estátuas y obeliscos de
veinte, sesenta y aun cien piés de elevación. El
palacio mismo según pudo acordarse, tenía en
una sola dirección dos millas de largo y cómo¬
damente tendría siete millas de superficie. Las
paredes interiores y esteriores se hallaban ri¬
camente adornadas de pinturas geroglíficas. No
pretendía afirmar, sin embargo, que hubiera
podido construirse entre los muros de un palacio
cincuenta ó sesenta capitolios como el del Doctor;
pero que no le habian demostrado de qué manera
sería posible amontonar allí con gran trabajo
doscientos ó trescientos. Y en resúmen el palacio
de Carnac no era más que una insignificante
casita. En consecuencia el conde no podia ne¬
garse á reconocer la magnificencia^ el estilo
ingenioso, la superioridad de la fuente del juego
de bolos, tal y corno el Doctor la habia descrito.
Nada igual, preciso es confesarlo, se ha visto
nunca fuera ni dentro de Egipto.
Pregunté al conde qué pensaba de nuestros
caminos de hierro.
—Nada de particular, dijo.—Son algo débiles
bastante mal concebidos y toscamente ensam-
248 . EDGAR POE.
blados. No pueden compararse con los grandes
arrecifes con ranuras de hierro horizontales y
rectas, sobre las que trasportaban los Egipcios
templos enteros; y macizos obeliscos de ciento
cincuenta piós de alto.
Le habló entonces de nuestras gigantescas
fuerzas mecánicas. Convino en que solía hacerse
alguna cosilla en el particular, y me preguntó,
que como nos hubiéramos compuesto nosotros,
para colocar las impostas de los dinteles del chi¬
co palacio de Carnac.
Creí muy del caso hacer como que no enten¬
día su pregunta, y contéstela preguntando si
tenía idea de los pozos artesianos; pero él arqueó
las cejas, mientras Mr. Q-liddon me guiñaba el
ojo, y decía en voz baja, que los ingenieros en¬
cargados de taladrar el terreno del gran Oasis
en busca del agua acababan de descubrir uno.
Entonces citó nuestros aceros; pero el estran-
jero levantó las narices y preguntóme si nues¬
tros aceros habrian podido nunca tallar las
marcadas y vigorosas esculturas que decoraban
los obeliscos, ejecutadas con herramientas de
cobre.
Esto ya nos desconcertó de tai manera, que
creimos oportuno hacer una escursion á la me¬
tafísica. Mandamos por un ejemplar de una obra
llamada El Día, y de él leimos uno ó dos capítulos
de una materia no muy clara en verdad; pero
que las gentes de Boston definen; el gran movi¬
miento ó el progreso .
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 249
Át esto nos dijo.sencillamente que en sutiem-
po dos grandes movimientos eran cosas terrible¬
mente comunes, y que en cuanto al progreso,
en su época fué una verdadera calamidad, pero
ja-más progreso.
Entonces hablamos de Ir inmensa belleza é
importancia de la democracia, y mucho trabaja¬
mos para que el conde comprendiese la natura¬
leza positiva de las grandes ventajas,, de que
gozábamos los que vivíamos en un país donde
el sufragio era adlíMtum, y donde no había rey.
Escuchábamos con sumo interés, y hablando
en plata, parecíanos que se divertía de veras.
Cuando acabamos, nos dijo que algo parecido ha¬
bía ocurrido entre ellos, muchísimo tiempo hacía.
Trece provincias Egipcias resolvieron repentina¬
mente ser libres, dando así magnífico y saludable
ejemplo al resto de la humanidad. Reuniéronse
sus sábios y tramaron la más ingeniosa consti¬
tución que imaginarse p¡uede. Durante algún
tiempo, todo iba bien; pero había ciertas costum¬
bres que eran prodigiosas. La cosa, sin embargo,,
acabó así: las trece provincias Egipcias y. algu¬
nas otras más, hasta quince ó veinte, se conso¬
lidaron y formaron el más odioso é insoportable
despotismo de cuantos se haya hablado en la
redondez'de- la tierra.
Pregunté cual era el nombre del tirano usur¬
pador.
Por lo que se acordó el conde,, el tirano se
llamaba- «La Canalla.»
250 EDGAR POE.
No sabiendo qué contestarle, según costum¬
bre, comencé á compadecerme en alta voz de
la ignorancia de los Egipcios relativamente al
vapor.
El conde por toda respuesta me miró con
asombro; y el silencioso caballero, dándome un
terrible codazo, me dijo que ya una vez me habia
suficientemente comprometido, y me preguntó
si de veras era tan inocente que ignoraba que la
máquina de vapor moderna se originó de la in¬
vención de Hero, de paso para Salomón de Caus.
Encontrámonos en gran peligro; íbamos á ser
vencidos; pero nuestra buena estrella quiso que
el doctor Ponnonner, rehaciéndose, viniese á
socorrernos y preguntase si la nación Egipcia
pretendía formalmente rivalizar con las moder¬
nas en los artículos de tocador, tan importantes
como complicados.
Al oir esta palabra lanzó el conde una mirada
álas medias de su pantalón, y después tomando
por la punta una de las faldetas del frac, la es¬
tuvo examinando atentamente por algunos se¬
gundos. Al fin la dejó colgar, y abriendo la boca
de oreja á oreja, no sé si lo que dijo fué, ó no,
una súplica.
Desde este momento recobramos nuestras
perdidas fuerzas, y el doctor, aproximándose á
la momia con aire de magestuosa dignidad, la
suplicó con el mayor candor, que dijese, bajo su
palabra de caballero, si los Egipcios conocieron
en alguna época la fabricación, bien de las pas-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 251
tillas de Ponnonner, ó bien de las píldoras de
Morison.
Con ansiedad aguardábamos la respuesta, pero
fué inútil. La respuesta no llegaba. El Egipcio
se ruborizaba y bajaba la cabeza. No bay ejemplo
de mayor triunfo; jamás derrota alguna se so¬
portó de peor gana. Mi delicadeza no me per¬
mitía prolongar por más tiempo el espectáculo
de la humillación de la pobre momia. Cogí el
sombrero, saludé con cierto embarazo, y me
marché.
Al entrar encasa vi que eran las cuatro dadas
y me acosté. Me he levantado después de las
siete, y escribo estas líneas para instrucción de
mi familia y de la humanidad. A la primera,ya
nunca la veré. Mi mujer es una furia del averno.
Es la verdad que esta en general, y el siglo XIX
en particular, me dan náuseas. Estoy convencido
de que todo marcha al revés. Además deseo saber
quién será elegido Presidente el año 2045. Por
todo lo dicho, después de afeitarme y tomar café,
me voy á casa de Ponnonner á que me embalsame
por un par de siglos.
XI.
EL RETRATO OVAL.
El castillo, en el cual mi criado habia pensa¬
do entrarme á la fuerza, más bien que dejarme,
deplorablemente herido como estaba, pasar una
noche al aire libre, era uno de estos edificios,
mezcla de grandeza y de melancolía que desde
remotos tiempos han levantado sus soberbias
frentes en mitad de los Apeninos tan grandes en
la realidad como en la imaginación de Mistress
Radcliffe. Según toda apariencia habia sido
y muy recientemente, abandonado.
Nos instalamos en uno de los salones Thás
pequeños y menos suntuosamente amueblados.
Estaba situado en una torre separada del edifi¬
cio. Su decorado era rico, pero antiguo y destro¬
zado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías
y adornados de numerosos trofeos heráldicos de
toda, forma, así como de un número verdadera¬
mente prodigioso de pinturas modernas, ricas
de estilo, encerradas en sendos marcos de oro, de
un gusto arabesco.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 853
Me escitaron un profundo interés, y quizás mi
delirio, que comenzaba, fuese la causa de ello;
me escitaron un profundo interés estas pinturas
que estaban colgadas no solamente sobre las
principales paredes, sino también en una porción
de escondrijos que la arquitectura caprichosa
del castillo hacia inevitables; si bien ordené á
Pedro cerrar los pesados postigos del salón., pues
ya era hora avanzada; encender un gran cande¬
labro de muchos mecheros, colocado al lado de
mi cabecera y abrir completamente las cortinas
de negro terciopelo, guarnecidas de faralaes que
rodeaban el lecho. Deseaba que esto se hiciese
así, para que pudiese al menos, si no reconci¬
liaba el sueño, distraerme alternativamente con
la contemplación de estas pinturas, y por la lec¬
tura de un pequeño volúmen que había encon¬
trado sobre la almohada y que contenía su crí¬
tica y su análisis.
Leí largo tiempo, largo tiempo; contemplé
religiosa, devotamente;' las horas huyeron, rá¬
pidas y gloriosas, y la profunda media noche
llegó. La posición del candelabro me incomoda¬
ba, y estendiendo la mano con dificultad para
no turbar á mi adormecido criado, lo coloqué
de modo que arrojase la luz de lleno sobre el
libro.
Pero esta acción produjo un efecto comple¬
tamente inesperado. La luz de las numerosas
bujías (que tenia muchas) cayeron entonces so¬
bre un nicho del salón que una de las columnas
254 EDGAR POE.
del lecho había hasta entonces cubierto con una
sombra profunda. Vi envuelta en viva luz una
pintura que no había notado desde luego.
Era el retrato de una jó ven, ya formada, casi
muger. Miré la pintura rápidamente y cerré los
ojos. Porque no lo comprendí bien desde luego:
pero mientras que mis ojos permanecieron cer¬
rados analicé rápidamente la razón que me los
hacia cerrar así. Era un movimiento involunta¬
rio para ganar tiempo y para pensar, para au¬
gurarme que mi vista no me habia engañado,
para calmar y preparar mi espíritu á una con¬
templación más fria y más segura. Al cabo de
algunos instantes miré de nuevo la pintura fija¬
mente.
No podía dudar, aun cuando dudar hubiese
querido; que no me hubiera allí Ajado desde lue¬
go; porque el primer destello de la luz sobre es¬
te lienzo habia disipado el estupor delirante de
que mis sentidos estaban poseídos, y me habia
hecho volver repentinamente á la vida real.
El retrato, como ya he dicho, era el de una
jóven. Era simplemente un retrato de medio
cuerpo, todo en este estilo, que se llama en len-
guage técnico, estilo de viñeta\ mucho de la
manera de pintar de Sully en sus cabezas de
predilección. Los brazos, el seno, y en las pun¬
tas de sus cabellos radiantes, se perdían intan¬
giblemente en la sombra vaga, pero profunda
que servia de fondo al conjunto. El marco era
oval, magníficamente dorado y labrado en el
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 255
gusto morisco. Más bien puede ser que no fuese
ni la ejecución de la obra, ni la inmortal belleza
de la fisonomía, quien me impresionó tan repen¬
tina y fuertemente. Todavía menos podía yo
creer que mi imaginación al salir de un semi-
sueño, hubiese tomado la cabeza por la de una
persona viva.
Yí enseguida que los detalles del dibujo, el
estilo de viñeta y el aspecto del marco, me ha¬
bían preservado de toda ilusión aun momentá¬
nea. Haciendo estas reflexiones, y muy viva¬
mente, quedé medio acostado, medio sentado,
casi una hora entera, los ojos fijos en este re¬
trato. Había adivinado fyue el encanto de la pin¬
tura era una espresion vital absolutamente ade¬
cuada á la misma vida, que al principio me
había hecho estremecer, y últimamente me ha¬
bía confundido, subyugado, espantado. Con un
terror profundo y respetuoso coloqué el cande¬
labro en su primera posición. Habiendo así qui¬
tado de mi vista la causa de mi profunda agita¬
ción, busqué ansiosamente el volúmen que con¬
tenia el análisis de los cuadros y su historia.
Buscando directamente el número que mar¬
caba el retrato oval, leí la vaga y singular re-
iacion siguiente:
«Era una jóven de belleza nada común, y que
ho era menos amable que llena de gracia, y
maldita fué la hora en que ella vió, amó y se
desposó con el pintor.
Él, apasionado, estudioso, austero y habiendo
EDGAR POE.
286
hallado una esposa en su arte; ella, jóven, de ra¬
rísima belleza, y no menos amable que llena de
gracia, nada más que luz y sonrisas, y la ale¬
gría de un cervatillo; y queriéndolo todo; no
odiando más que el arte que era su rival; no
temiendo más que á la paleta y los pinceles, y
demás instrumentos importunos que la privaban
del rostro de su adorado. Fuó una cosa temible
para esta dama oir al pintor hablar del deseo de
copiar aún á su jóven esposa. Más era humilde
y obediente, y sentóse con dulzura durante lar¬
gas semanas en la sombría y alta habitación de
la torre, donde la luz filtraba sobre el pálido
lienzo solamente por el cielo raso.
Más el pintor cifraba su gloria en su obra,
que avanzaba de hora en hora, de dia en
dia.
Y era un hombre apasionado, estrañ), pen¬
sativo y que se perdía en ensueños; tanto que
no quería ver que la luz que casi tan lúgubre¬
mente en esta torre aislada secaba la salud y los
encantos de su muger que se consumía visible¬
mente para todos, escepto para él.
No obstante, ella sonreía más y más, porque
veia que el pintor (que tenia un gran renombre)
recibía un vivo y abrasador placer en su tarea,
y trabajaba-de noche-y dia para copiará la que
tanto amaba, pero que se ponía de dia en dia
más consumida y débil. Y en verdad, aquellos
que contemplaban el retrato, hablaban en voz
baja de su parecido, como de un poder maravi-
HISTORIAS estraordinarias. 257
iloso y como una prueba no menos grande del
génio del pintor que del profundo amor por
aquella que él pintaba tan maravillosamente.
Pero á la larga, como el trabajo tocase á su fin,
nadie fué admitido en la torre; porque el pintor
había llegado á enloquecer por el ardor con que
tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez
del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su
nauger. Y no quería ver que los colores que es-
tendía sobre el lienzo, eran sacados de las meji¬
llas de aquella que estaba sentada á su lado. Y
cuando muchas semanas hubieron pasado, y no
quedaba que hacer más que una cosa muy pe¬
queña, nada más que dar un toque sobre la
boca y una veladura sobre los ojos, el alma de la
dama palpitó aun, como la llama en el mechero
de una lámpara. Y entonces el toque fué dado, y
la veladura también; y durante un momento el
pintor quedó en éxtasis ante el trabajo que ha¬
bía hecho; más un minuto después, como lo
contemplase todavía, tembló, palideció quedó
herido de terror, y gritando con voz terrible:
En verdad que era la vida misma! volvióse
bruscamente para mirar á su amada; y... estaba
muerta!»
XII.
NOTABILIDADES.
Soy, digo, he sido todo un hombre célebre;
aunque no soy el autor de Junius, ni el hombre
de la máscara de hierro. Me llamo, según creo,
Roberto Jones, y nací no sé en qué parte de la
ciudad de Fum-Fudge.
La primera acción de mi vida fue agarrarme
las narices con ambas manos. Mi buena madre,
al verlo me llamó ingenio; mi pobre padre llo¬
ró de alegría y me premió regalándole un tra¬
tado de nasologia. Ya era yo un sábio en esta
ciencia antes de vestir calzones.
Este hecho decidió mi marcha en el camino
déla ciencia; por él comprendí que todo hombre,
con tal que tenga unas narices suficientemente
suficientes, puede sin más que dejarse arrastrar
por su propio instinto, llegar á la alta dignidad
de notabilidad. No me fijé esclusivamente en las
puras teorías de mi ciencia, sino que, todas las
mañanas de todos los dias de Dios, me tiraba
dos veces de la punta de mi trompa, finalizan-
HISTORIAS estraordinarias. 259
do esta maniobra, como consecuencia indispen¬
sable para el buen resultado de mi propósito, con
media docena de copitas que á continuación me
bebia.
Un día, cuando fui mayor de edad, me pre¬
guntó mi padre si quería seguirle á su gabinete.
Seguíle, y sentándonos frente á frente me pre¬
guntó:
—Hijo mió, en qué te ocupas, ¿cuál es tu por¬
venir? ¿Cuál tu misión?
—Padre, le respondí, el estudio de la naso-
l ogia.
—¿Y qué es eso de nasologia, Roberto?
—Señor, la ciencia que trata de las na¬
rices.
—¿Y puedes decirme, hijo, cual es la signi¬
ficación de la palabra narices?
—Padre, las narices, contesté, bajando al¬
go la voz, las han definido muy diferentemente
billares de sábios; (al decir esto saqué el reló,
miré la hora y dije): aun no son las doce del dia,
hasta las doce de la noche tendremos tiempo de
Pasar revista á todas estas definiciones. Comien¬
do, pues. La nariz según Bartholius es esta pro¬
tuberancia, esta giba, esta escrescencia, es¬
ta.
—Todo eso está muy bien, Roberto, inter¬
rumpió mi padre, me confieso anonadado por la
inmensidad de tus conocimientos, te lo juro,
(dijo cerrando los ojos y poniéndose la mano de¬
recha sobre el corazón) ¡Acércate! y me cojió
260 EDGAR POE.
del brazo: tu educación está terminada, creo
que es ya tiempo de que hagas tu entrada en el
mundo, y para marchar en él, lo mejor que de¬
bes hacer es seguir simplemente tus narices.
Así, pues, y por lo tanto, lárgate y que Dios te
asista, gritóme; añadiendo á sus palabras sendos
puntapiés, que yo iba recibiendo hasta que lle¬
gué á la puerta de la calle.
Bueno, más aun, útil creí el aviso paternal
y resolví seguir á mis narices. Con mayor fuer¬
za de la acostumbrada me di de ella tres tirones
mayúsculos y de ellas brotó un ensayo sobre
la nasologia.
Todo Fum Fudge se quedó vizco con mi
opúsculo.
—¡Admirable ingenio! Dijo el Quarterly.
—¡Preciosa Phisiología! Dijo el Westminster.
¡No está mal pillo! Dijo el Foreign.
—¡Buen escritor! Dijo el Edimburgo.
—¡Profundo pensador! Dijo el Dublin.
—¡Grande hombre! Dijo Bentley.
—¡Alma divina! Dijo Fraser.
—¡Uno de los nuestros! Dijo Blackwood.
—¿Quién será? Dijo la señora Media-Azul.
—¿Qué será? Dijo la señorita Media-Azul.
No paré mientes en cuanto dijeron de mí
estas gentecillas, y desdeñándolas me fui al es¬
tudio de un artista.
Estaba este retratando á la Duquesa de Dios-
me-Bendiga; el Marqués de Tal-y-tal tenia el
perrito de aguas de la Duquesa; el Conde de Es-
historias estraordinarias. 261
tas-y-otras-cosas jugueteaba con el pomo de sales
de aquella señora, y su Alteza Real de Noli-
me-Tangere se columpiaba en su butaca.
—¡Oh! Bellísimas! Suspiró Su Gracia.
—¡Oh! ¡Socorro! Tartamudeó el marqués.
—¡Oh! Inaguantables! Murmuró el conde.
—¡Oh! Abominables! Gruñó su Alteza Real.
—¿Cuánto queréis? Me preguntó el artista.
—¿Por las narices? gritó Su Gracia.
—Mil libras, contesté, sentándome.
_¿Mil libras? Me dijo el artista medita¬
bundo.
—Mil libras, respondí.
—Muy buenas son, me dijo entusiasmado.
—Pues valen mil libras, añadí.
—¿Las garantizáis? preguntó volviéndome
las narices hácia la luz para apreciar las me¬
dias tintas.
—Las garantizo, dije, sonándolas con estré-
pito.
—¿Son originales, verdaderas? interrogó pal¬
pándolas con algún temor.
—¡Vaya! dije, cogiéndolas y volviéndolas brus¬
camente.
—¿No son copia? me preguntó examinándolas
con un microscopio.
_Absolutamente, le respondí hinchándolas.
—¡Admirable! gritó entusiasmado por la ma¬
niobra.
—Mil libras, díjele.
—¿Mil libras? díjome.
262
EDGAR P0E.
—Precisamente, dije.
—¿Mil libras ? dijo.
—Justas y cabales, contesté.
—Las tendréis respondió; ¡vaya' un cacho
enorme!!
Me entregó un billete y sacó una copia de mis
narices. Alquilé un cuarto en Jermyn-Streel;,
y dediqué á Su Magestad la noventa y nueve
edición de mi Nasologia , con el retrato de mi
trompa.
El Príncipe de Gales, ese tunantuelo liberti¬
no, me convidó á comer.
Éramos todos notabilidades y gentes del me¬
jor tono.
Allí estaba un neoplatoniano que citó á Por-
phiro, Jamblique, Platino, Proclus, Hierocles,
Máximo de Tur y Syrianus. Un profesor de per¬
fectibilidad humana, que citó á Turgot, Price,
Priestley, Cóndorcet, de Stael y Ambitius Stu-
dent in Yll Health.
Sir Positivo Paradoja, me dijo que todos los
locos eran filósofos, y que todos los filósofos eran
locos.
Sir Teólogo Teología me charló sobre Eu-
sebio y Arrio; sobre la heregía y el concilio de
Nicea, sobre el Puseismo; y el Consustancialis-
mo; sobre Homoousios y Homoiosios.
Sir Guisado que habló de la lengua á la es¬
carlata de las coles á la salsa velouteé , de la vaca
á la sainte Menchoitld, del escabeche d la San
Florentino y los sorbetes de naranja en mosáico .
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 263
Bibulus ó Bumper, que dijo cuatro palabras
sobre el Marhbrunen, el Champagne mousseux ,
el Chaulbertin , el Vicheboirg y el San Jorge',
sobre el Haut-brian, el Ecoville y el Medoc\
sobre el Grave, el Sautern, el Laffitte y el Saini-
Peray y meneando la cabeza con ademan des¬
preciativo, añadió que se preciaba de saber dis¬
tinguir con los ojos cerrados el amontillado del
Jerez.
Allí el signor Tintontintino de Florencia, ha¬
blaba de Cimabue, de Arpiño, Caspacio y Agos-
tino; de las tinieblas de Caravaggio; de la sua¬
vidad de Albano, del colorido de Ticiano, de las
comadres de Rubens y de las picardigtlelas de
Juan Steen.
Allí el rector de la universidad de Jum-Tud-
ge emitió su opinión de que la luna se llama¬
ba Bendis en Thracia, Bubastes en Egipto, Dia¬
na en Roma, y Artemisa en Grecia.
Allí habia un gran turco de Stambul, que no
podia menos de creer que los ángeles son caballos,
gallos, y toros: qüe en el sétimo cielo existia
uno que tenia setenta mil cabezas, y que la tier¬
ra estaba sostenida por una vaca azul celeste,
con incalculable número de cuernos verdes.
Allí Delfín Poligloto nos dijo lo que habian
llegado á ser las ochenta y tres tragedias de
Eschylo, las cincuenta y cuatro oraciones de
Isaías, los trescientos noventa y un discursos
de Lysias, los ciento ochenta tratados de Theo-
phrasto, el octavo libro de las secciones cóni-
264 EDGAR POE.
cas de Apollonio, los himnos y ditirambos de
Píndaro y las cuarenta y cinco tragedias de Ho¬
mero el Jóven.
Allí Fernando Fitz-Tossillus Feldspar hizo
una reseña de los fuegos subterráneos y de las
capas terciarias, aeriformes, fluidiformes y soli-
d i formes; de las esquitas y chorlos ; de la mica-
esquita y la pudinga; el cianito y el lipidolitho;
la amatista y la tremolita; el antimonio y la
calcedonia; el manganeso y todo lo que quiso
hablar.
Allí estaba YO; que hablé de mí, de mí, de mí
y de mí; de Nasología, de mi folleto y de mí.
Enseñé mis narices, y hablé de mí.
—¡Hombre feliz! maravillosa criatura! dijo
el Príncipe.
—¡Soberbio! dijeron todos los convidados; y la
mañana siguiente, su Gracia de Dios-me-Bendi-
ga me visitó.
—¿Vendréis á Almack, preciosa criatura?
me dijo ella, haciéndome una caricia en la
barba.
—Os lo prometo bajo palabra de honor, la
contesté.
—¿Con todas vuestras narices sin escepcion?
me preguntó.
—Por mi vida que sí, respondí.
—Hé aquí una esquela de convite, bellísimo
ángel. ¿Diré que vendréis?
—Querida Duquesa, con todo mi corazón.
—¡Quién os habla de vuestro oorazon! con
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 265
vuestras narices, con todas vuestras narices ¿no
es verdad?
—Ni una hebra menos, amor mió, la dije. Me
las retorcí una ó dos veces y me fui á Almack.
Los salones estaban atestados de gente.
—¡Ya llega! dijo uno en la escalera.
—¡Ya llega! dijo otro desde un poco más ar¬
riba.
—¡Ya llega! dijo otro desde más arriba aun.
—¡Llega! gritó la duquesa. Ya llegó nuestro
ángel. Y asiéndome con las dos manos, me dió
tres besos en las narices.
Inmediatamente la asamblea dió señaladas
muestras de desaprobación.
— \Díavolo\ gritó el conde Capricornutti.
—\Dios le guardel murmuró en español Don
Navaja.
—\Mílle tonnerres\ juró el príncipe de Gre-
noville.
—\MÜ tiaplosl gruñó el elector de Bludden-
nuff.
Esto no puede quedar así, pensé. Me cargué,
me encaré, con Bluddennuff y le dije:
—Caballero, sois un monigote.
—Caballero, replicó después de una pausa,
relámpagos y truenos.
No hubo necesidad de más; cambiamos nues¬
tras targetas y á la mañana siguiente en Chalk-
Farm le aplasté las narices, y por lo tanto pude
presentar las mias á mis amigos.
—¡Béstia! Me llamó el primero.
EDGAR POE.
266
—¡Tonto! El segundo.
—¡Avestruz! El tercero.
—¡Burro! El cuarto.
—¡Simple! El quinto.
—¡Badulaque! El sesto.
—¡Largo de aquí! Me dijo el sétimo.
Esto me apesadumbró sobre manera, y fui á
ver á mi padre.—Padre mió, le pregunté, ¿cuál
es la misión de mi vida?—Hijo mió, me contestó,
el estudio de la nasoiogia\ pero al desnarigar
al Elector has traspasado los límites de tus pro¬
pósitos. Tienes unas narices preciosísimas; pero
Bluddennuff ya no las tiene. Te concedo que en
Fum-Fudge la grandeza de una notabilidad es
proporcionada á la dimensión de su trompa; pe¬
ro, por Dios, hijo, sabe que no hay rivalidad po¬
sible para con una notabilidad que no tenga abso¬
lutamente ninguna.
XIII.
HANS PFAALL.
¿Qué me contais amigo?. . . .
(SCHILLER.)
Rotterdam se halla actualmente en unasitua-
cion singular de efervescencia filosófica, y á la
verdad, la causa justifica semejante situación,
porque son de tal naturaleza, tan nuevos y tan
inopinados los fenómenos que acaba de contem¬
plar, y se hallan en tan absoluta contradicción
con todas las opiniones recibidas, que indudable¬
mente la Europa entera sufrirá un trastorno an¬
tes de mucho; y es más que probable suceda otro
tanto con las ciencias físicas, mientras que la
astronomía y hsata la razón se darán al traste.
Cierto dia de cierto mesfno recuerdo la fechad
inmenso gentío sa hallaba reunido, sin pue yo
pueda decir el objeto, en la gran plaza de la Bol¬
sa de Rotterdam. El tiempo por demás caluroso
fiara la estación, qnitaba todo lo que pudieran
268 EDGAR POE.
tener de molestas algunas ligeras lloviznas que ♦'
se desprendían por intérvalos sobre la muche¬
dumbre, desde las nubes que esparcidas entre¬
cortaban el azul del.cielo.
De repente, hácia la mitad del dia, se notó
entre la gente, ligera pero marcada agitación, á
la cual sucedió una algazara de diez mil pulmo¬
nes: un minuto después diez mil rostros se vol¬
vieron hácia el cielo, diez mil pipas cayeron si¬
multáneamente de otras tantas bocas, y un gri¬
to, comparable no más al rugido del Niágara,
resonó elevándose furiosamente á través de la
ciudad toda de Rotterdam y sus alrededores.
No tardó en descubrirse y ser patente el ori¬
gen de semejante trastorno; veíase desembocar
en uno de los espacios azulados del firmamento,
saliendo de úna masa de nubes contorneada dura
y vigorosamente, un sér estraño, heterogéneo,
sólido en la apariencia, de tan estraordinaria con¬
figuración, organizado tan fantásticamente, que
la muchedumbre, mirándolo desde abajo con la
boca abierta, ni podía comprenderlo, ni cansarse
de admirarlo.
¿Será un presagio? ¿Qué podrá ser? Nadie lo
sabia, nadie podía adivinarlo, nadie, ni aun el
mismo burgomaestre Mynheer Superbus Yon Un-
derduk, tenia ni conocía el más ligero indicio
para descifrar tal misterio; de modo que á falta
de mejor cosa que hacer, todos los habitantes de
Rotterdam, como pudiera un solo hombre, colo¬
caron de nuevo sus pipas en la boca, y fijando un
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 269
ojo en el fenómeno, tornaron á sus aspiraciones
de humo; hicieron una pausa columpiándose y
meciéndose de derecha á izquierda, dieron un
significativo gruñido, después se mecieron de
izquierda á derecha gruñeron de nuevo, hicie¬
ron otra pausa, y finalmente comenzaron la as¬
piración de nuevas bocanadas de humo.
Veíase mientras tanto, bajar siempre hácia
la pia ciudad de Rotterdam el objeto de tamaña
curiosidad. A pocos minutos la cosa pudo distin¬
guirse con exactitud, y parecia ser, digo mal,
era sin duda alguna una especie de globo; pero*
tal, que de fijo Rotterdam no había contemplado
hasta entonces otro semejante. Porque ¿quién ha
oido hablar siquiera de un globo construido con
periódicos viejos y grasientos? En Holanda na¬
die, y allí en las barbas de la población entera,
se estaba viendo la cosa en cuestión realizada,
hecha (puedo apoyar mi afirmación en autorida¬
des irrecusables) con la antedicha materia, de
la cual no hay ejemplo se haya valido aereonáu-
ta alguno para la construcción de su vehículo.
Aquello era un insulto enorme, hecho al sentido
común de los rotterdaneses.
Todavía más extraña y reprensible era la for¬
ma del fenómeno, que tenia la de un gigantesco
gorro de loco puntiagudo vuelto del revés; símil
que en nada perdía de su exactitud con la proxi¬
midad, porque analizándole de más cerca, la mu¬
chedumbre contempló una enorme bellota col¬
gando de su punta, y al rededor del borde supe-
EDGAR POE.
270
rior, ó como si dijéramos de la base del cono, una
fila ú orla de instrumentuelos á manera de cen-
cerrillos de ganado, que repiqueteaban continua¬
mente la música de Betti Martin.
Aun no era esto lo peor del caso y lo terrible
del asunto: colgaba con cintas azules, meciéndose
al estremo del fantástico aparato y á modo de
barquilla, un sombrero colosal de castor gris
americano, con alas superlativamente anchas,
copa semi-esférica, cinta negra y hebilla de pla¬
ta. Cosa estraña; más de un ciudadano de Rot¬
terdam hubiese jurado conocer ya aquel sombre¬
ro, que la reunión entera miraba, por decirlo
así, como se mira á un objeto con el que nuestra
vista se halla familiarizada; mientras la señora
Grettel Pfaall prorumpia al contemplarlo en
una esclamacion de alegría y sorpresa, asegu¬
rando positivamente que aquel era el sombrero
de su mismo marido. Conviene sepan nuestros
lectores una circunstancia muy importante, á
saber, que Pfaall, con otros tres compañeros, de¬
sapareció de Rotterdam haria cinco años, de una
manera súbita é inesplicable, sin que hasta el
momento en que comienza este relato, fuera da¬
ble esplicar satisfactoriamente aquella desapa¬
rición. En cierto parage muy retirado al Este
déla ciudad, se habían descubierto recientemen¬
te huesos humanos, mezclados con un montón de
escombros estraños, todo lo cual dió lugar á la
hipótesis hecha por várias personas, de que en
aquel sitio debió perpetrarse algún horrible ase-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 271
sinato, siendo Han Pfaall y sus compañeros pro¬
bablemente las víctimas. Pero volvamos de nue¬
vo á nuestra historia.
El globo (que en verdad no era otra cosa), ba¬
jó hasta encontrarse á cien piés del suelo, per¬
mitiendo á la muchedumbre contemplar al indi¬
viduo que lo ocupaba, que por cierto era un per-
sonage bastante raro. Su estatura no escede-
ria de dos piés, pero sin embargo de tal exigüi¬
dad, pudiera sobrado bien haber perdido el equi¬
librio cayendo desde su barquilla, sin la inter¬
vención de una especie de pasamano ó balaus-
trada_puesta en el borde circular, que llegándole
ála altura del pecho, estaba unida y sugeta á
las cuerdas del globo. El hombrecillo tenia un
cuerpo tan voluminoso, que sobrepujaba en es¬
trañeza de proporciones á la más atrevida cari¬
catura, dando al conjunto de su persona una es¬
fericidad, por no decir rotundidez, singularmen¬
te absurda. Naturalmente era imposible verle
los piés, pero las manos eran monstruosamente
gruesas; los cabellos entrecanos, atados en la
nuca á manera de coleta; la nariz, verdadero
prodigio en longitud, corva y amoratada; los
ojos cargados, vivos y penetrantes; la barba y
las mejillas, no obstante las arrugas de que se
hallaban surcadas por la vejez, eran anchas y
carnosas, pero en los lados de la cabeza no habia
señal siquiera de orejas. Su traje consistia en un
paletot ó saco de paño azul celeste, calzón ajus¬
tado por la rodilla con hevillas de plata, un cha-
EDGAR POE.
272
leco de tela amarilla muy brillante, una gorra
de tafetán blanco picarescamente inclinada á un
lado de la cabeza, y finalmente, como complemento
de tal equipaje, un pañuelo color de grana puesto
al cuello, formando un lazo superlativo, cuyas
puntas estraordinariamente largas caian preten¬
ciosamente sobre el pecho.
Situado, como ya dejo dicho, á cien piés del
suelo, el viejecillo mostró súbitamente ser. presa
de una agitación nerviosa y dió señales de no
tener gran deseo de acercarse más á la tierra
firme. Arrojó cierta cantidad de arena de un
saco en que la llevaba y que levantó con gran
trabajo, logrando con esta operación permanecer
estacionario un corto espacio de tiempo, que
aprovechó en sacar dal bolsillo de su paletot, con
rapidez y agitación, una gran cartera de tafile¬
te, examinándola con recelosa sorpresa, eviden-
mente admirado de su peso. Abrióla al fin, sacó
de ella una enorme carta sellada con lacre rojo
y cuidadosamente envuelta con un hilo del pro¬
pio color, y la dejó caer exactamente á los piós
del burgomaestre Superbus Yon Underduk.
Su Escelencia se inclinó para recogerla, pero
el aereonáuta, mostrando siempre la misma in¬
quietud, y no teniendo por lo visto otros nego¬
cios que le detuviesen en Rotterdam, comenzó
precipitadamente á arreglar sus preparativos de
marcha, arrojando uno tras otro hasta media
docena de sacos del lastre que llevaba, con el in¬
tento de poder así elevarse nuevamente; mas co-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 273
mo no quiso tomarse la molestia siquiera de
vaciarlos, fueron todos á dar sobre las costillas
del mal aventurado burgomaestre, que hubo de
verse aporreado y puesto, bien contra su volun¬
tad, seis veces seguidas en cuclillas á los ojos de
la ciudad entera de Rotterdam.
No se crea por esto que el gran Underduk
dejase impune semejante impertinencia departe
del vejete, sino que al contrario, castigó el ul-
trage de los seis porrazos, con otras tantas bo¬
canadas de humo, que con furia estrujo de su ado¬
rada pipa, sujeta siempre entre los dientes con
todas sus fuerzas, tal cuál se propone mantener¬
la (si Dios no se lo impide), hasta el dia mismo
de su muerte.
El globo mientras tanto subia como una ¡alon¬
dra, acabando por desaparecer tranquilamente
detras de una nube semejante á la otra de que
surgió de modo tan singular, perdiéndose com¬
pletamente de vista á los espantados ojos de los
honrados vecinos de Rotterdam.
La atención general se fijó desde este momen¬
to sobre la carta, cuya tramision, unida á las
consecuencias que la siguieron, estuvo á pique
de ser fatal á la persona y á la dignidad de su Es-
celencia Yon Underduk. Entretanto nuestro fun¬
cionario cuidó, mientras duraban sus movimien¬
tos giratorios, de poner á buen recaudo y en
seguridad la parte más importante del asunto,
es decir la carta, que á juzgar por el sobre esta¬
ba en manos de su verdadero., dueño, en razón
274 EDGAR POE.
á que venia dirigida en primer lugar á su per¬
sona y además al profesor Rudabub, designados'
ambos por sus respectivas dignidades de presi¬
dente y vice-presidente del colegio astronómico
de Rotterdam. Abierta inmediatamente por estos
señores, hallaron la siguiente estraordinaria co¬
municación, bien grave á fé mia:
A Sus Escelencias Von Underduk y Rudabub ,
-presidente y vice-presidente del colegio na¬
cional astronómico de la ciudad de Rotter¬
dam.
Tal vez Sus Escelencias no se acordarán si¬
quiera de un humilde artesano, cuya profesión
era componer fuelles, llamado Hans Pfaall, y
que desapareció de Rotterdam de la noche á la
mañana con otras tres personas más, de una ma¬
nera que imagino difícil haya nadie podido to¬
davía esplicar; pero este mismo Hans Pfaall es
hoy, quien con perdón de Sus Escelencias les di¬
rige la presente comunicación. Es un hecho bien
notorio entre la mayor parte de mis conciudada¬
nos, que por espacio de cuarenta años habité la
casita de ladrillo que se halla á la entrada de la
callejuela de Sauer 7iraut (l) y allí moraba aun
en la época de mi desaparición. Mis antepasados
vivieron esta misma casa desde tiempo 'inmemO" .
rial, y como yo, tuvieron siempre la misma res-
(á) Berzas ágrias.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 275
petable y lucrativa profesión de componer y re¬
mendar fuelles; profesión, que en verdad, hasta
estos últimos años, en que todo lo ha invadido
la política levantando á nuestra generación de
cascos, era la industria más productiva que po-
dia ejercer en Rotterdam un ciudadano honrado,
tal cual siempre lo he sido yo. Estaba acreditado,
me sobraba parroquia, y no me faltaban dinero ni
buenos deseos; mas como ya dejo indicado, no
tardé en sufrir los efectos de la libertad, de las
peroratas interminables, del radicalismo y otras
drogas semejantes; porque á algunos que hasta
aquella época habian sido los mejores parro¬
quianos del mundo, les faltaba el tiempo necesa¬
rio para pensar en mí, no teniendo suficiente
para estudiar la historia de las revoluciones, y
vigilar afanosos los progresos de la inteligencia
y el espíritu del siglo.
Eneendian la lumbre sin más fuelle que los
periódicos, y á la par que crecía la debilidad
del gobierno, adquiría yo la convicción de que
el cuero y el hierro aumentaban en tenacidad
y resistencia de modo tal, que acabó por no
encontrarse en todo Rotterdam un solo fuelle
que hubiese menester compostura, ni que exi¬
giese las caricias del martillo. Semejante situa¬
ción era insostenible; no tardé mucho tiempo
en Yerme más pobre que una rata, y como por
añadidura tenia mujer é hijos que mantener, mis
obligaciones llegaron á hacérseme insoportables,
de manera que concluí por ocupar todo mi tiem-
276 EDGAR POE.
po en reflexionar sobre el mejor medio de suici¬
darme.
Entretanto mis importunos acreedores apenas
me dejaban libre un solo momento de meditación,
y mi casa se hallaba literal y materialmente si¬
tiada por ellos desde la mañana hasta la noche.
Tres especialmente me incomodaban de un modo
espantoso, haciendo la centinela continuamente
en mi puerta y amenazándome siempre con los
tribunales. Propúseme tomar venganza de aque¬
llos tres maldecidos, si alguna vez llegaba á te¬
ner la dicha de poderlos coger entre mis uñas;
asi que la dulce esperanza de realizar tal deseo,
fué la causa que me impidió ejecutar inmediata¬
mente el plan de suicidio, reducido á levantar¬
me la tapa de los sesos de un trabucazo. Mien¬
tras tanto pensé convendria más disimular la cóle¬
ra, ser largo en promesas y no escaso en buenas
palabras, para dar así tiepapo á que la veleidosa
fortuna ofreciera ocasión propicia al logro de
mi venganza.
Un dia que conseguí burlar la vigilancia de
mis acreedores y que me hallaba más abatido
que de costumbre estuve vagando mucho tiem¬
po sin objeto ni fin alguno por las calles más
lóbregas hasta darme un encontrón con el pues¬
to de un librero ambulante; dejóme caer sobre
un sillón allí colocado para comodidad de los
lectores, y sin darme razón de lo que hacía,‘con
un humor endiablado, abrí el primer libro que en¬
contré á la mano. Era un reducido folleto de as-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 277
tronomfa especulativa, escrito no sé si por el pro¬
fesor Enckede Berin, ó por un francés cuyo nom¬
bre tenía con el de este mucha semejanza. Aunque
mis conocimientos en tal materia no pasaban
de ser muy ligeros, quedé tan absorto en la
lectura de la obra, que la leí dos veces desde el
principio hasta el fin, antes de poder darme
cuenta de lo que me rodeaba.
Estaba ya anocheciendo y hube de volver á
casa, pero la lectura del folleto (que coincidía
con un descubrimiento pneumático que acababa
de trasmitirme un primo mió desde Nantes como ..
un-secreto importantísimo), produjo en mi ima¬
ginación una impresión indeleble; de manera
que vagando por las calles, envueltas enpas som¬
bras del crepúsculo, repasaba en la memoria
los razonamientos estraños y poco inteligibles
del escritor, con especialidad algunos trozos que
me chocaron estraordinariamente. Cuanto más
reflexionaba sobre ellos, más crecia el interés
que meescitaban, y aunque mis conocimientos
generales eran pocos, como he dicho, y en lo
que tuviera relación con la filosofía natural,
mucha mi ignorancia, lejos de desconfiar de mi
aptitud para comprender lo leido, ó de mirar
con recelo las nociones vagas y confusas que
pudo hacer surgir la lectura en mi imaginación;
todo se convertía únicamente en aguijón más y
más fuerte del deseo, siendo yo harto vanidoso
6 tal vez sensato, para llegar hasta la sospe¬
cha de si ciertas ideas? difíciles de digerir, que
278 EDGAR POE.
á veces producen las cabezas más desarregla¬
das, no contienen en su seno (cuando tan per¬
fectamente lo muestran al parecer), toda la
fuerza, realidad y demás propiedades inheren¬
tes al instinto y la intuición.
Llegué á mi casa tarde y me metí en la cama
inmediatamente; pero demasiado preocupado
para dormir, pasé la noche entera meditando;
levantéme muy temprano y me dirigí al pues¬
to del librero, y allí gastó el poco dinero que
tenía comprando algunos tomos de mecánica y
astronomía prácticas, que cual un tesoro llevó
á mi aposento, en donde desde aquel punto me
encerré consagrando á la lectura todo el tiem¬
po de que podía disponer. Hice de este modo
bastantes adelantos en el nuevo estudio, para
poner por obra cierto proyecto, que el diablo ó
mi ángel tutelar debieron inspirarme.
Esforzábame mientras tanto en captarme la
voluntad de los acreedores que constituían mi
tormento, lográndolo con vender la mayor par¬
te de mis muebles para satisfacer la mitad de
su crédito, prometiéndoles saldar la diferen¬
cia después que realizara un proyecto que me
bullía en la cabeza, y que necesitaba de su coo¬
peración para llevarse á cabo. Merced á estos
medios y á la circunstancia de que los tres eran
muy ignorantes, conseguí sin gran dificultad
que me ayudaran.
Arregladas de esta manera las cosas, me de¬
diqué, auxiliado por mi mujer, tomando siem-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 279
pre grandes precauciones y con el mayor sigilo, á
vender todo cuanto tenía, y á reunir por medio de
cortos préstamos, pedidos bajo diversos pretes-
tos, una cantidad razonable en dinero contante,
sin dárseme un ardite, y sin tomarme la pena
(con rubor lo confieso), de si podría ó no devol¬
verlo.
Gracias á este aumento en mis recursos, pu¬
de ir comprando muchas piezas de buena batis¬
ta, de á doce yardas cada una, bramante, una
porción de barniz de cautchouc, una cesta de
mimbres grande y honda, hecha á propósito, y
finalmente otros vários enseres y artículos ne¬
cesarios para la construcción de un globo de di¬
mensiones estraordinarias. Encargué el cosido á
mi mujer, así como la precipitación en la obra,
dándola cuantas instrucciones necesitó para lle¬
varla á cabo.
Con el bramante hice al mismo tiempo una
red bastante grande para cubrir un aro que su¬
jeté con cuerdas, y reuní gran número de instru¬
mentos y materias útiles para hacer esperien-
cias en las regiones elevadas de la atmósfera.
De noche y con cautela llevé á un lugar apar¬
tado y oculto, al este de Rotterdam, cinco bar¬
ricas con aros de hierro, de cabida de unos cin¬
cuenta gallones, y otra mayor que las anterio¬
res; seis tubos de hoja de lata de tres pulgadas
de diámetro y diez piés de largo, dispuestos ad
hoc; cantidad suficiente de cierta sustancia me¬
tálica ó semimetálica , cuyo nombre me callo, y
280 EDGAR POE.
una docena de castañas ó vasijas, llenas de cier¬
to ácido muy común. El gas resultante de esta
combinación es desconocido y no fabricado has¬
ta hoy más qué por mí, ó cuando menos soy el
único que lo haya aplicado á semejante objeto.
Cuanto puedo decir en este lugar es que forma
una de las partes constitutivas del ázoe , mira¬
do hace tanto tiemdo como irreductible, siendo
su densidad treinta y siete veces y cuatro dé¬
cimas menor que la del hidrógeno. Carece de sa¬
bor, mas no de olor, arde cuanto está puro, pro¬
duce una llama verdosa, y ataca rápidamente
la vida animal. Ninguna dificultad tendría en
dar mi secreto á conocer, mas pertenece de de¬
recho, como ya dejo indicado,. á un vecino de
Nantes, que me lo ha trasmitido con ciertas con¬
diciones.
La misma persona, sin idea alguna de mi
proyecto, me ha enseñado un procedimiento pa¬
ra construir los globos, con un tegido animal,
que imposibilita totalmente las fugas de gas;
pero como este tegido era mucho más caro para
mí, hube de contentarme con batista revestida
de barniz de cautchouc que creí y hallé ser igual¬
mente buena. Menciono esto, por parecerme pro¬
bable que el sugeto en cuestión intentará un dia,
que no está lejos, una ascensión, valiéndose del
nuevo gas y de la materia citada, y en manera
alguna quiero arrebatarle el honor de tan ori¬
ginal invento.
Secretamente abrí un hoyuelo en cada uno de
HíSTORIAS ESTRAORDINARIAS. 281
los sitios que habían de ocupar las barricas pe¬
queñas, de modo que estos hoyos se hallasen co¬
locados á distancias iguales y sobre una cir¬
cunferencia de veinticinco piés de diámetro; y
en el centro que debía estar la barrica mayor
hice un hoyo de más profundidad, colocando
después en los primeros, sendas cajas de hoja
de lata, que contenían unas cincuenta libras de
pólvora, y en el del centro un barril con cien¬
to cincuenta libras de igual materia esplosiva.
Puse en comunicación con regueros de pólvora
cubiertos el barril y las cinco cajas; metí en
una de estas la punta de una mecha de cuatro
piés de largo, rellené el hoyo, planté sobre él la
barrica, dejando saliese únicamente por bajo de
la misma una pulgada escasa de la otra punta
de la mecha, con lo que era sumamente difícil
apercibirla; y finalmente, rellenos los hoyos res¬
tantes, coloqué encima las demás barricas.
También llevé á mi depósito general ocul¬
tándolo allí, á más de los objetos referidos, uno
de los aparatos perfeccionados de Grimm para la
condensación del aire atmosférico. Este apara¬
to necesitaba modificaciones singulares, para
ser aplicable al uso que me proponía hacer de
él; pero gracias á la incesante perseverancia y
al trabajo tenaz que empleé, conseguí resulta¬
dos satisfactorios, tanto en este como en los
demás preparativos. No tardó en ver mi globo
concluido; su volúmen pasaba de cuarenta mil
piés cúbicos, pudiendo sin dificultad levantar,
282 EDGAR POE.
según calculé, no solo mi persona y todos los
efectos que pensaba llevar, sino que bien mane¬
jado y dirigido, podría levantar al propio tiem¬
po ciento setenta y cinco libras de lastre. Con
las tres capas ó manos que le di de barniz, la
batista sustituía sin mucha diferencia á la se¬
da, siéndola casi igual en fuerza y muy superior
en baratura.
Arreglado ya todo, exigí á mi muger jura¬
ra mantendría un secreto absoluto sobre mis ac¬
ciones desde el dia de mi primera visita al libre¬
ro, prometiéndola yo á mi vez en cambio, vol¬
ver inmediatamente que las circunstancias me
lo permitieran; despedime de ella y la entregué el
poco dinero que me quedaba. A decir verdad no
me inquietaba dejar sola á mi muger, que era
lo que comunmente se llama en el mundo una
muger escepcional y notable, harto capaz de
manejarse sin auxilio mió; y luego también, si
he de decirlo todo, tengo la convicción de que
siempre me ha mirado como á un infeliz haragan
á propósito únicamente para hacer castillos
en el aire, de manera que debió congratularse
de mi marcha y de su libertad. Era ya de noche
cuando me despedí de ella, y en compañía de los
tres acreedores, que tanto me habían hecho ra¬
biar, á guisa de ayudantes de campo, llevamos
el globo, la barquilla y demás accesorios, por
un camino estraviado, al lugar en que ya esta¬
ban los útiles restantes, y que hallamos in¬
tactos, y de modo que inmediatamente puse
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 283
con mis compañeros manos á la obra.
Estábamos á primero de Abril, la noche era
muy oscura, no se percibia una estrella y la
espesa llovizna que caía á ratos nos molestaba
mucho. Hallábame inquieto por el globo, que á
despecho del barniz que lo cubría, comenzaba á
pesar con la humedad, mientras también temía
que la pólvora se averiase. Hice por lo mismo
trabajar con ahinco á mis tres nécios, rodear de
hielo la barrica central y remover el ácido en
las demás. Entretanto no cesaban de fastidiar¬
me á preguntas, encaminadas todas á averiguar
lo que trataba yo de hacer con aquel aparato,
manifestando bien á las claras su disgusto há-
cia el penoso trabajo que les imponía. Decíanme
que no les era dable comprender lo que pudiera
resultar de bueno con calarse hasta los huesos
de aquel modo, únicamente para ser cómplices
con tan abominable hechicería. Principié pues,
á recelar un tanto, y puse todo mi conato en
adelantar la obra, porque ya era indudable que
aquellos idiotas se imaginaban que tenía pac¬
to con el diablo, y cuanto ejecutaba les ponía
más intranquilos. Tuve un momento serios te¬
mores de que me dejaran plantado, y procuré
calmarlos ofreciendo pagarles hasta el último
maravedí, tan luego como concluyésemos nues¬
tro trabajo. Como debe suponerse, interpreta¬
ron á su gusto mis promesas, y creyeron sin
duda que de un modo ó de otro, puesto que
lba á hacerme dueño de una inmensa canti-
284 EDGAR POE.
dad de dinero contante, y les pagaba la déu-
da por completo y con más algún piquillo por
razón de su ayuda, les importaba poco el pe¬
ligro que pudieran correr sus almas ni mis
huesos.
Al cabo de cuatro horas y media me pareció
que el globo se hallaba ya bastante hinchado; col¬
gué la barquilla, coloqué todo mi equipaje, un
telescopio, un barómetro con ciertas modifica¬
ciones importantes, un termómetro, un elec¬
trómetro, compás, brújula, un relój con indica¬
dor de segundos, una campana, una bocina, etc.,
etc., y asimismo una esfera de cristal en que lia-
bia hecho el vacío, herméticamente cerrada,
el aparato condensador, cal viva, una barra de
lacre, agua en abundancia, víveres no escasos, y
entre ellos el pemmican, (1) que tanta materia
nutritiva contiene en un volúmen muy reduci¬
do, y finalmente puse en mi barquilla un par
de pichones y una gata.
Próximo el amanecer, creí llegado el momen¬
to de verificar la partida, dejó caer al suelo el
cigarro encendido, y al bajarme para recojerlo,
puse cautelosamente fuego á la mecha cuya pun¬
ta, como ya dije, sobresalia un poco por deba¬
jo de una de las barricas menores. Hecha esta
maniobra, de que ni por pienso pudieron aper¬
cibirse mis tres verdugos, salté á la barquilla,
(1) Pkmma del latin, vianda cocida , y micon del griego,
un poco.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 285
cortó la cuerda única que la sugetaba á la tier¬
ra, y lleno de gozo observé que me elevaba con
rapidez inconcebible, soportando el globo sus
ciento setenta y cinco libras de lastre de plo¬
mo, tan perfectamente, que tuve la persuasión
de que hubiese aguantado doble peso. Cuando
dejó la tierra, señalaba el barómetro treinta
pulgadas, y el termómetro centígrado diez y
nueve grados.
Habría subido ya como unas cincuenta yar¬
das, cuando una tromba de fuego, piedras, ma¬
dera y metales inflamados, revuelto todo con
miembros humanos destrozados, me alcanzó con
un rugido espantoso, dejándome tan sobrecojido,
que me arrojé temblando de miedo en el fondo
de la barquilla. Comprendí entonces cuan espan¬
tosamente había cargado la mina y que aun me
restaba sufrir las principales consecuencias de
la sacudida. Con efecto, no había trascurrido
un segundo, cuando toda la sangre se agolpó en
mis sienes, y súbita inmediata ó inopinada, una
conmoción, que jamás se borrará de mi memo¬
ria, estalló en medio de la oscuridad, como si
se rasgase en dos pedazos el firmamento mismo.
Más tarde y cuando ya pude reflexionar, no de¬
jé de explicarme la causa de la estremada vio¬
lencia de la esplosion, que no era otra sino la
de que yo me hallaba situado en la vertical
que pasaba por la mina, y de consiguiente en
la línea en que su acción debía de ser más po¬
derosa. Como es de suponer, en tal momento
286 EDGAR POE.
no pensé más que en salvarme. El globo se aplas¬
tó primero, después se estiró con furia, luego
comenzó á dar vueltas con una rapidez verti¬
ginosa, y finalmente tambaleándose y revol¬
viéndose, como un hombre borracho, me arrojó
por encima del borde de la barquilla, dejándome
á una altura espantosa, enganchado y cabeza
abajo, de la punta de una cuerda muy delgada
de tres piés de larga, casualmente pendiente al
través de una hendidura del fondo de la cesta, y
que providencialmente hubo de enredárseme ai
pié izquierdo cuando caí. Es imposible, de abso¬
luta imposibilidad, formar una idea exacta del
horror de mi situación: abrí convulsivamente
la boca para respirar, y un calofrío, semejante
al producido por la calentura, recorrió mis nér-
vios y músculos y todo mi sér; creí saltaban mis
ojos de sus órbitas; un mareo espantoso me do¬
minó y me desmayé perdiendo completamente- el
conocimiento.
No podré fijar el tiempo que en tal estado per¬
manecí; pero debió de trascurrir mucho, porque
cuando recobré en parte el uso de los sentidos,
tí que amanecía ya; el globo se hallaba á una
altura prodigiosa y sobre la inmensidad delOccéa-
no, no percibiéndose en todo a-quel vastísimo ho¬
rizonte señal alguna de tierra. Al volver en mí
no esperiraenté sensaciones tan dolorosas como
era de creer debía sufrir, y á la verdad podía con
harta exactitud calificarse de locura la contem¬
plación plácida con que en un principio me puse
HISTORIAS estraordinarias. 287
á analizar mi situación. Llevé las manos una
tras otra delante de los ojos, y tratando admira¬
do de dar con la causa de la hinchazón de las
venas y el horrible ennegrecimiento de las uñas:
después examiné cuidadosamente la cabeza, sa¬
cudiéndola repetidas veces y palpándola con mi¬
nuciosa atención, hasta que por fin me persuadí
de que felizmente no tenia el tamaño de globo,
tal cual horrorizado llegué á imaginar: luego,
con la costumbre de quien conoce perfectamente
el lugar ocupado por sus bolsillos, palpé tam¬
bién los del pantalón y reparé habia perdido mi
libro de apuntes y mi palillero; mas no pudien-
do lograr darme razón de esta desaparición, sen¬
tí un disgusto inesplicable. Parecióma entonces
que tenia un dolor muy vivo en el empeine del
pié izquierdo, y aunque confusa y vagamente
comenzó á pintarse en mi entendimiento la con¬
ciencia de mi situación. Lo raro es que no es-
perimente admiración ni terror; y si alguna emo¬
ción pasó por mí, fué la de una especie de satis¬
facción ó de complacencia, pensando en la des¬
treza que tendria que desplegar para salir de
sifuacion tan estraña; porque ni por un solo
instante me asaltó la idea de la muerte. Perma¬
necí algunos minutos sumido en profunda medi¬
tación, y hasta recuerdo perfectamente, que más
de una vez apreté los lábios, coloqué el índice á
un lado de la nariz, y hasta gesticulé de la mis¬
ma manera que suele hacerlo una persona cómo¬
damente arrellanada en un sillón cuando medita
288 EDGAR POE.
sobre asuntos complicados é importantes.
Así que á juicio mió hube reunido lo necesa¬
rio mis ideas, llevé con la más perfecta delibe¬
ración las manos á la espalda y me quité una
hevilla de hierro grande que tenia en la cintura
del pantalón. La hevilla era de tres púas, que
un poco oxidadas ya, giraban con dificultad sobre
su eje; pero á fuerza de paciencia logré hacer
formasen un ángulo recto con el cuerpo de la
hevilla, observando con alegria que se mante¬
nían con firmeza fijas en dicha posición. Con
esta especie de instrumento entre los dientes me
dediqué á deshacer el nudo de la corbata, ma¬
niobra que ejecuté descansando á ratos, pero que
verifiqué al cabo. En una punta de la corbata
sugeté la hevilla, y para mayor seguridad me
até la otra á la muñeca. Desplegando entónces
una prodigiosa fuerza muscular, levanté el cuer¬
po y conseguí al primer golpe arrojar la hevilla
enganchándola en el reborde circular de mim¬
bres. Mi cuerpo quedó formado con la pared es¬
tertor de la barquilla un ángulo de cuarenta y
cinco grados; más no se entienda por esto que
semejante inclinación fuese con respecto á la
vertical, sino que más bien al contrario, me
encontraba yo en un plano casi paralelo al ho¬
rizontal, pues que la nueva posición que tomé,
separó de la suya el fondo de la barquilla, ha¬
ciendo mayor el riesgo en que me hallaba.
Suponiendo que al principio hubiese yo caído
de la barquilla quedando vuelta la cara al globo,
HISTORIAS ESTARA ORDINARIAS. 289
en ; yez de volverla como la tenia al lado opuesto,
6 bien que la cuerda en que quedé enganchado
colgara por casualidad del, borde superior en
lugar de atravesar, una hendidura del fondo,
fácilmente se comprenderá que en ambas hi¬
pótesis hubiérame sido totalmente imposible
realizar semejante milagro, perdiendo por com¬
plete, I a posteridad estas revelaciones. Muchos
motives tenia para bendecir á la fortuna; pero
quedé tan estupefacto y tan incapaz de obrar,
queme mantuve colgando cerca de un cuarto de
hora • en tan singular posición, abismado en una
estraña .calma y una beatitud idiota, sin inten¬
tar un esfuerzo nuevo, ni aun el más ligero: pero
semejante estado de mi ser se disipó pronto y
dió lugar-á un sentimiento de horror, espanta
y absoluta desesperación. Lo cierto fué que
la sangre acumulada por tanto espacio en los
vasos de la cabeza y garganta, causándome una
especie de saludable delirio, semejante en su
acción á la energía, empezó á refluir y circular
tomando su nivel, de manera que con el aumento
de, lucidez, crecía en mí la percepción del riesgo
y me quitaba el valor y la sangre fria necesarios
para arrostrarlos. Felizmente no duró mucho
este decaimiento; la energía de la desesperación
volvió de nuevo, y dando gritos y haciendo es¬
fuerzos frenéticos, me arrojé convulsivamente
con incansable insistencia, hasta que producién¬
dose un sacudimiento general, pude por fin agar-
al anhelado borde con las manos más
10
rarme
290 EDGAR POE.
apretadas que un tornillo, y retorciendo el
cuerpo por encima, caí de cabeza y jadeando en
el fondo de la barquilla.
Hasta que hubo transcurrido cierto tiempo,
no fui bastante dueño de mí mismo para ocupar¬
me del globo, pero así que pude hacerlo, lo exa¬
miné atentamente y observé con la mayor ale¬
gría que ningún daño habia sufrido, hallando
asimismo intactos mis instrumentos todos y sin
menoscabo por dicha el lastre, ni las provisio¬
nes; aunque bien es verdad, que todo lo habia
yo sujetado con firmeza en su lugar y era difi¬
cilísimo trastorno alguno. Miré el reloj y eran
las seis: continuaba ascendiendo, rápidamente y
según la observación de mi barómetro estaba
á tres millas y tres cuartos de altura. Exacta¬
mente debajo del globo, percibí en el Occéano un
objeto negro y pequeño, y un tanto alargado,
semejante en dimensiones á una ficha de dominó
y parecido más que á otra cosa á un juguete: le
dirigí el telescopio y vi con claridad era un na¬
vio inglés de noventa y cuatro cañones balan¬
ceándose pesadamente en el mar, orzando y con
la proa al este-sud-oeste. Escepto este buque no
vi absolutamente objeto alguno sino el mar, el
cielo, y el sol que hacia tiempo ya se hallaba en
el horizonte.
Es llegado el caso de manifestar á Vuecen-
cias el objeto de mi viage. Supongo no habrán
Vuecencias echado en olvido que mi deplorable
situación en Rotterdam acabó porque me deci-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 291
diese al suicidio, y siiv embargo no sentia dis¬
gusto verdadero de la vida misma, sino que es¬
taba fatigado y cansado hasta más no poder de
las miserias accidentales de mi posición. Con el
ánimo tan atribulado, ansiando vivir todavía y
sin embargo aburrido de la vida, encontré un
recurso en mi imaginación, al leer en casa del
librero aquel folleto, apoyado con el oportuno
descubrimiento hecho en Nantes por mi primo.
Tomé un partido definitivo; resolví abandonar la
tierra, pero no la existencia; salir del mundo
sin dejar la vida; y para acabar de una vez con
enigmas y rodeos, propúseme sin reparar en na¬
da, ver de encontrar, á ser dable, caminos y me¬
dios para llegar hasta la luna.
Para que ahora no se me tenga por más loco
que lo que soy, espondré minuciosamente y como
mejor se me alcance, las consideraciones que me
indujeron á suponer, que semejante empresa aun¬
que erizada de dificultades y llena de peligros,
no era totalmente imposible para un espíritu
emprendedor.
Lo primero que necesitaba considerar era la
distancia material de la luna á la tierra. La dis¬
tancia media ó aproximada entre los centros del
planeta y su satélite, es de cincuenta y nueve
veces más una fracción, el rádio terrestre en el
ecuador, ó lo que es lo mismo, unas 237.000 mi¬
llas. Aunque he dicho distancia media ó aproxi¬
mada, se comprenderá fácilmente, que siendo la
órbita lunar una elipse, cuya escentricidad no
292 EDGAR POE.
baja de 0.05484 de su semi-eje mayor, y hallán¬
dose la tierra en uno de los focos de esta elipse;
logrando yo de un modo cualquiera encontrar á
la luna en el perigéo, se disminuía reparable¬
mente la distancia evaluada antes, y por tanto
mi viaje. Mas dejando aparte tal hipótesis, era
lo cierto, que de las 237.000 millas, debía restar
los rádios de la tierra y de la luna, de 4,000 el
primero y de 1.080 el segundo, por manera que
quedaba reducida á 231.920 millas la estension
aproximada de mi camino, cuyo espacio no era
á mi parecer tan estraordinariamente conside¬
rable. Viajamos sobre la tierra con una veloci¬
dad de sesenta millas por hora, y es de suponer
sea con el tiempo mayor aun la que se logre al¬
canzar; pero contentándome con la primera, de¬
berían bastarme 161 dias para llegar á la super¬
ficie lunar. Gran nfimero de circunstancias me
inducían ademas á creer que la rapidez, con que
se verificaría mi viage, seria mucho mayor que
la de 60 millas por hora; mas como estas consi¬
deraciones me produjeron una impresión profun¬
dísima, necesito esplicarlas estensamente y esto
lo haré más adelante.
La segunda cuestión, que necesitaba exami¬
nar, tenia una importancia muy diferente. Según
las indicaciones barométricas, sabemos que ele¬
vándose por encima de la superficie terrestre
1.000 pies, déjase debajo, casi una treintava par¬
te de la masa atmosférica; elevándose á 10,600
piés, dejamos una tercera parte; y á los 18,009
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 293
que es próximamente la altura del Cotopaxi,
quédasenos por debajo la mitad de la masa fluida
ó de la parte ponderable del aire que rodea nues¬
tro globo. Hállase calculado asimismo, que á
una altura que no esceda de la centésima parte
del diámetro terrestre, ó lo que es lo mismo, de
unas 80 millas, la rarefacción debe ser tal, que
la vida animal no pueda sostenerse; y que ade¬
mas por delicados y sutiles que fueren los medios
empleados para conocer la presencia de la atmós¬
fera, serian inútiles, vanos é insuficientes. No
dejé sin embargo de tener en cuenta, que estos
últimos cálculos se hallaban apoyados únicamen¬
te en nuestros conocimientos esperimentales de
las propiedades del aire y de las leyes mecánicas
que rigen á su dilatación y compresión, cuan¬
do tales esperiencias tienen lugar no más que
(comparativamente hablando), en la proximidad
ó inmediación de la masa terrestre. Considerase
como un hecho cierto, que á.una distancia dada
pero inaccesible de la superficie, la vida ani¬
mal es y debe ser esencialmente incapaz de mo¬
dificación; pero también es verdad, que todo ra- •
ciocinio de esta especie, hecho con datos seme¬
jantes, no puede evidentemente ser mas que una
pura deducción por analogía. Veinte y cinco mil
piés, puede decirse, es la altura máxima á que
ha llegado el hombre, pues no pasó de esta la
ascensión aérea de M., M. Gay Lussac y Biot
altura harto escasa, comparada con las 80 millas
en cuestión, de suerte que me pareció queda-
294 EDGAR. POE.
ba lugar á la duda y vasto campo á las conje¬
turas.
Suponiendo verificada una ascensión á una
altura cualquiera dada, es el hecho, que la can¬
tidad de aire ponderable que se atraviesa du¬
rante todo el período ulterior de la ascensión,
no se encuentra en proporción con la altura
adicional adquirida, según ha podido verse por
lo que ante dijimos, sino que tiene con ella una
razón constantemente decreciente. Será por tan¬
to evidente, que si nos elevamos á la mayor al¬
tura posible, no podamos literalmente llegar á
un límite ó término, mas allá del cual cese ab¬
solutamente de existir la atmósfera. Mi conclu¬
sión fué que debía existir , por más q\iQ podría
á la verdad, tener un estado de rarefacción in¬
finito.
Bien sé que por otra parte no escasean los
argumentos para probar que la atmósfera tiene
un límite real y determinado, pasado el cual no
hay aire respirable; pero existe una circuns¬
tancia, que los que así opinan no han tenido en
cuenta, y que si bien no es una concluyente re¬
futación de su doctrina, es asunto sobrado dig¬
no de una investigación concienzuda y grave.
Comparando los intérvalos de tiempo entre los
pasos sucesivos del cometa de Encke por su pe-
rihelio, y tomando en cuenta todas las pertur¬
baciones producidas por la atracción planetaria;
Temos que los períodos disminuyen gradual¬
mente, ó lo que es lo mismo, el eje mayor de la
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 295
elipse que recorre el cometa, va acortándose
lentamente, pero de un modo regular. Esto mis¬
mo, que vemos por medio de la observación, es
lo que debe tener lugar precisamente, si supone¬
mos que el cometa esperimenta la resistencia
que le opondría un medio ethéreo escesivamen »
te raro que invadiese las regiones por las cuales
pasa su órbita; porque indudablemente este me¬
dio debe, retardando la velocidad del cometa,
aumentar su fuerza centrípeta y disminuir la
centrífuga; que viene á ser en otros términos lo
mismo que decir, que haciéndose cada vez más
poderosa la fuerza de atracción solar, el cometa
se acercará más y más al sol. Lo cierto es que
no hay otro modo de esplicar satisfactoriamente
esta variación.
Queda otro hecho importante que hacer no¬
tar y es, que el diámetro verdadero de la parte
nebulosa del mismo cometa, se ha observado
disminuye con rapidez á medida que se aproxi¬
ma al sol; y aumenta con la misma prontitud,
á medida que se aleja caminando hácia su afe¬
lio. ¿No podría yo razonablemente suponer, como
Mr. Vals, que esta condensación ó reducción de
volúmen, la producía la compresión ejercida por
el medio ethéreo de que acabamos de hablar, y
cuya densidad está en razón inversa de la dis¬
tancia al sol? El fenómeno que afecta la forma
lenticular, conocido con el nombre de luz zodia¬
cal, no deja tampoco de merecer la atención has¬
ta cierto punto. Esta luz tan perceptible entro
296 EDGAR POE.
los trópicos y que no es dable confundir con la
de un meteoro cualquiera, elévase con oblicui¬
dad respecto al horizonte y sigue generalmente
la línea del ecuador del sol; juzgué por tanto,
que debía proceder evidentemente de una atmós¬
fera de poca densidad, que se estendía desde el
sol hasta niás allá de la órbita de Venus cuando
menos, y según mi juicio indefinidamente más
lejos; porque no podía suponer que la curva que
sigue el cometa en su marcha, fuera precisa¬
mente el límite de tal atmósfera, ni que tampoco
se hallase esta reducida á ocupar únicamente la
inmediación del sol. Es más sencilla la suposi¬
ción contraria, de que envuelve y llena la región
entera de nuestro sistema planetario, conden¬
sándose en derredor de los planetas, y constitu¬
yendo lo que.nosotros llamamos atmósfera, mo¬
dificada tal vez en algunos por circunstancias
puramente geológicas, ó alterada en sus propor¬
ciones ó en su naturaleza constitutiva, por las
materias volatilizadas que pueden emanar de los
globos respectivos.
Mirando así la cuestión, ya no tenia porqué
titubear. Suponiendo que en el camino encon¬
trase una atmósfera esencialmente semejante á
la que envuelve á la tierra, reflexioné que á fa¬
vor del ingeniosísimo aparato de Mr. Griró, po¬
dría sin dificultad condensarla en cantidad sufi¬
ciente á las necesidades de la respiración, que¬
dando allanado así el principal obstáculo de un
viaje á la luna. Gasté por tanto algún dinero
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 297
y no poco trabajo en disponer y adaptar el apa¬
rato al objeto propuesto, y tenia confianza plena
en sus resultados; con tal de que mi viaje no
me costara mucho tiempo, circunstancia que
me trae de nuevo á la cuestión de velocidad.
Todo el mundo sabe que los globos, en el pri¬
mer período de su ascención, se elevan con una
rapidez comparativamente moderada. La fuerza
ascensional procede únicamente de la diferencia
de peso entre el aire y el gás del globo; así, á
primera vista no parece probable ni verosímil,
que el globo al ganar en elevación y ocupar su¬
cesivamente capas atmosféricas de menor densi¬
dad, pueda adquirir más viveza y acelerar su
velocidad primitiva. Por otra parte, no recuerdo
que en ninguna relación de anteriores esperien-
cias, esté consignado haya habido disminución
aparente en velocidad absoluta de la ascensión,
por más que esto pudiera suceder en razón á
.fugas del gás á través del globo mal confeccio¬
nado, ordinariamente cubierto de barniz sin las
condiciones necesarias, ó por cualquiera otras
causas. Parecióme que el efecto de estas pérdi¬
das, podía no más contrabalancear la acelera¬
ción que debería adquirir el globo á medida que
se alejase del centro de gravitación. Deduje,
pues, que con tal de que en la travesía halla¬
se el medio que imaginaba, y su esencia fue¬
ra la misma que la esencia de lo. que nosotros
llamamos, aire atmosférico, poco cuidado me
daba encontrarlo en tal ó cual grado de rare-
298 EDGAR POE.
facción, por lo que se refiere á mi fuerza as-
censional; pues no solo el gás del globo se en¬
contraría sometido á la misma rarefacción (en
cuyo caso bastaba dar salida á una cantidad pro¬
porcional de gás bastante para evitar una ex¬
plosión), sino que por la naturaleza misma del
gás, siempre habría de ser específicamente más
ligero que cualquiera compuesto de ázoe puro y
oxígeno. Tenia indudablemente una probabilidad
y muy grande, de que en ningún período de mi
ascensión llegase á un punto, en el que la suma
de los pesos reunidos de mi inmenso globo, del
gás inconcebiblemente raro que encerraba , de
labar quilla y su contenido, pudiesen igualar
el peso de la masa de atmósfera ambiente de -
salo¡ada\ concibiéndose fácilmente que esto, so¬
lo podía detener mi fuga ascendente; quedán¬
dome todavía el arbitrio, si llegaba al punto en
cuestión, de poder arrojar el lastre y otros obje¬
tos pesados que llevaba, y que juntos formarían
un total de cerca de 300 libras.
Debiendo la fuerza centrípeta disminuir siem¬
pre en razón del cuadrado de las distancias, lle¬
garía con una velocidad prodigiosamente acele¬
rada á remotas regiones, donde la fuerza de atrac¬
ción lunar sustituiría á la terrestre.
Quedábame otra dificultad, que no dejaba de
inquietarme. Se ha observado que en las ascen¬
siones hechas hasta alturas considerables, ade¬
mas de la dificultad en la respiración, se esperi-
menta en la cabeza y en todo el cuerpo un in-
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 299
menso malestar, acompañado las más veces de
hemorragia en la nariz, y otros síntomas bastan¬
te alarmantes; creciendo esto y haciéndose menos
soportable, á medida que se aumenta en altura.
(1) Tal consideración no dejaba de ser un tanto
pavorosa, porque ¿no sería muy probable que
aquellos síntomas creciesen en intensidad, hasta
terminar con la muerte misma? Después de
un maduro exámen me pareció que no debía su¬
ceder así. Solo cabe atribuir tal fenómeno á la
desaparición progresiva de la presión atmosfé¬
rica, á la cual está la superficie de nuestro cuer¬
po acostumbrada, y á la distensión inevitable
de vasos sanguíneos superficiales, pero de modo
alguno es de creer una desorganización positiva
del sistema animal, como la dificultad en respirar,
porque la densidad atmosférica sea químicamente
insuficiente parala renovación regular déla san¬
gre en un ventrículo del corazón. Escepto solo en
el caso de que faltara esta renovación, no podía
yo hallar causa ni razón bastante, para que la
vida dejara de conservarse en el vacío; porque la
espansion y compresión del pecho, que se lla¬
ma ordinariamente respiración, es una acción
puramente muscular, siendo por tanto la causa
(l) Hecha la primera publicación de Hans Pfaall, he sa¬
bido que Mr. Green célebre aereonauta del globo La me¬
san y otros no menos célebres, se halla en contradicción
por lo que hace á este hecho, con las aseveraciones de Mr. de
Humboldt, y más bien por el contrario, dicen existe una
incomodidad siempre decreciente , lo cual está acorde en un
todo con la teoria presentada en este lugar,-E. A. P.
300 EDGAR POE.
y no el efecto de la respiración. En una palabra,
comprendí que el cuerpo, acostumbrándose á
la falta de presión átmosférica, tendria una
disminución gradual en las sensaciones dolo-
rosas; y para soportarlas el tiempo que pudie¬
ran durar, confiaba yo en mi vigorosa consti¬
tución.
Dejo ya espuestas algunas consideraciones,
aunque no todas por cierto', dé las que me in¬
dujeron á formar un proyecto de viaje á la luna,
y ahora voy, con permiso de Yuecencias, á ma¬
nifestarles el resultado de una tentativa, cuya
concepción parece tan audaz y que seguramen¬
te no tiene igual en los anales de la huma¬
nidad.
Llegado á la altura que dije ya de tres millas
y tres cuartos, arrojé fuera de ■ la barquilla un
puñado de plumas, y vi que el ascenso continua¬
ba con suficiente rapidez, no siendo necesario
arrojar lastre. Quedé muy satisfecho de que así
sucediese, porque deseaba Conservar todo el que
me fuese posible, por la sencilla razón de que
no tenía dato alguno cierto respecto á la atrac¬
ción y á la densidad atmosférica de la luna.
Ninguna molestia física sentía, respiraba con
perfecta libertad, y ningún dolor esperimenta-
ba en la cabeza. La gata, tendida solemnemente
encima de la levita que me había quitado, miraba
á los pichones con .cierto aire de indiferencia,
y estos últimos, que até por una pata para que
no pudiesen volar, se entretenían en picotear
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 301
los granos de arroz que para ellos eché en el
£ondo de la barquilla.
A las seis y veinte minutos me daba el ba¬
rómetro una elevación de 26.400 piés, ó cinco
millas, con diferencia de una fracción; la pers*
pectiva carecía al parecer de límites, y sin em¬
bargo es bien fácil, con el auxilio de la trigo¬
nometría esférica, calcular la estension de la su¬
perficie terrestre que abarcaba mi vista. La su¬
perficie convexa de un segmento esférico, es á
la superficie total de la esfera, como el seno verso
del segmento es al diámetro de la esfera. En
el caso actual, el seno verso, es decir, el es¬
pesor del segmento situado por bajo de mi glo¬
bo, puede tomarse con muy escasa diferen¬
cia por igual á la elevación que yo tenía, ó que
tenía sobre la superficie terrestre el punto de
vista. La relación entre cinco millas y ocho mil
millas (1), será la misma existente entre la su¬
perficie abarcada por mi vista y la total; de ma¬
nera que yo debía percibir la mil seiscientos ava
parte de la superficie total de la tierra.
A pesar de que con el telescopio observé que
la mar se hallaba agitada de un modo violento,
á la simple vista parecía tersa como un espejo,
y no se veía al navio que sin duda se hallaba se¬
parado al este. Comencé entonces á sentir por
intérvalos, y singularmente en los oidos, un do¬
lor fuerte de cabeza, pero no por eso dejaba de
(1) Estension del diámetro de la tierra.
302 EDGAR POE.
respirar casi con perfecta libertad; en cuanto á
la gata y los pichones no daban muestras de
sufrir incomodidad ni molestia alguna.
A las siete menos veinte minutos el globo en¬
tró en la región ocupada por una nube grande
y espesa, circunstancia que me fastidió mucho,
dañando algún tanto el aparato condensador y
dejándome calado hasta los huesos. Hallé es-
traordinario semejante encuentro, porque nun¬
ca creí que una nube de tal naturaleza pudiera
sostenerse á tanta elevación. Consideré acertado
arrojar dos pedazos de lastre de cinco libras cada
uno, quedándome así con ciento sesenta y cin¬
co libras todavía; y gracias á esta operación
atravesé rápidamente el obstáculo, observando
inmediatamente que había ganado en velocidad
de una manera prodigiosa. Pocos segundos des¬
pués de salir de la nube, un deslumbrador re¬
lámpago la cruzó de uno á otro estremo incen¬
diándola totalmente, dándola todo el aspecto de
una masa de carbón encendido. Hay que acor¬
darse de que esto tenía lugar en medio del dia, y
nada contemplo capaz de dar una idea de la su¬
blimidad que presentaría semejante fenómeno
en medio de las tinieblas de la noche, retratan¬
do ai vivo, por decirlo así, el infierno mismo;
pues que como yo lo vi, bastó el espectáculo pa¬
ra erizarme los cabellos. En tanto que sondaba
con la vista los abismos, dejaba á la imaginación
engolfarse y correr hácia espacios cubiertos de
inmensísimas bóvedas, cavernas y profundas si-
HISTORIAS EXTRAORDINARIAS. 303
mas, siniestras y enrojecidas por un fuego es¬
pantoso y sin fin. Acababa de escapar de una
buena; porque si- el globo permanece un minu¬
to más en la nube, es decir, si la incomodidad
que sentí no engendra mi resolución de arrojar
lastre, mi destrucción hubiese sido probablemen¬
te la consecuencia inmediata; y aunque peligros
semejantes apenas se tienen en cuenta ordina¬
riamente son sin embargo los mayores que pue¬
den correrse en un globo. La altura á que el mió
llegó entretanto, era ya suficiente para quitar¬
me cualquier temor de que el hecho se repi¬
tiese.
Seguía subiendo con mucha rapidez, y el ba¬
rómetro me indicaba estar á una altura de nue¬
ve millas y media. Empecé á tener mucha difi¬
cultad para respirar; la cabeza me hacia sufrir
también mucho, y como sintiese hacía un rato
humedad en las megillas, descubrí que era san¬
gre que me salía de los tímpanos por las orejas:
los ojos también me producian no poca inquie¬
tud, pues al pasar por ellos la mano sentí que
los tenía muy abultados y como propendiendo á
salir de sus órbitas, presentándoseme todos los
objetos contenidos en la barquilla y el globo
mismo, bajo formas monstruosas y falsas. Estos
síntomas escedian á los que yo esperaba,' y me
alarmaron algo. En tal situación cometí sin re¬
flexión la imprudencia de arrojar fuera de la bar¬
quilla tres pedazos de lastre de cinco libras ca¬
da uno, y esto aceleró tanto la velocidad de as-
304 ÜO&Á& Íoe.
cension, que con una Rapidez' éScesiva, llegué
sin la necesaria graduación á una capa atmos¬
férica tan rarefacta, que faltó poco para que mi
espedicion y mi persona tuvieran un desastro¬
so fin. Acometido por un espasmo que me dúró
más de cinco minutos, y aun después que Cesó
en parte, me encontré con que no podia respi¬
rar sino con intérvalos muy largos y de una
manera convulsiva, sangrando todo este tiempo
copiosamente por narices, orejas y hasta lige¬
ramente por los ojos. Los pichones al parecer su¬
frían una angustia violenta y pugnaban por es¬
caparse, en tanto que la gata mayaba lastimera¬
mente, dando traspiés de una á otra parté de la
barquilla, como pudiera hacerlo un animal que
hubiese tomado un veneno.
Entonces vi demasiado tarde lo enorme de la
imprudencia que cometí arrojando el lastre; y
por demas aturdido aguardaba únicamente la
muerte, y la muertb en unos cuantos minútos;
pues el sufrimiento físico que ésperimentaba,
contribuía asimismo á aumentar mi incapacidad
de tentar un esfuerzo cualquiera que me sal¬
vase la vida. Apenas me quedaba ya la‘ facul¬
tad de reflexionar, y la violencia del dolor de
cabeza parecía acrecentarse por instantes; com¬
prendí entonces que iba á perder todos los sen¬
tidos y tenía ya cogida una de las cuerdas de la
válvula, cuando recordé la pasada que acaba¬
ba de hacer á mis tres' acreedores, y el temor
de las consecuencias que esto pudiera acar-
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 305
rearme volviendo, me espantó y detuvo por el
pronto echado en el- fondo de la barquilla hice
un esfuerzo para reunir mis ideas, y después
que lo conseguí algún tanto, quise ensayar ha¬
cerme una sangría.
Como carecía de lanceta, tuve que valerme
para esta operación de un corta-plumas, con el
cual llegué como pude á abrirme .una vena del
brazo izquierdo. No bien comenzó á correr la
sangre, esperimentó alivio y cuando ya salió la
que cabría en media jofaina de regular tamaño,
casi habían desaparecido los síntomas que más
me alarmaron. Sin embargo, no creí prudente
por el momento intentar ponerme en pié, sino
que vendado el brazo lo mejor que pude perma¬
necí sin moverme cerca de un cuarto de hora.
Al cabo de este tiempo me levanté sintiéndome
más libre y despejado de toda clase de molestia,
que lo había estado en los cinco cuartos de hora
precedentes. Sin embargo, disminuyó muy po¬
co la dificultad que tenía para respirar y calcu¬
lé que pronto tendría necesidad de usar del con¬
densador. A este tiempo miré á la gata que se
había vuelto á instalar cómodamente sobre mi
levita y con sorpresa vi que mientras mi in¬
disposición había creído conveniente dar á luz
una camada de cinco gatillos. Aunque de ningu¬
na manera podía yo preveer este aumento de
viajeros, me alegré del suceso, porque me ofre¬
cía una ocasión de cerciorarme de una conje¬
tura que más que todas influyó en mi ánimo pa-
306 EDGAR POE.
ra decidirme á intentar la ascensión.
Pensaba yo qüe la costumbre de la presión
atmosférica en la superficie terrestre, entraba
por mucho como causa de los sufrimientos que
esperimenta la vida animal á cierta distancia
por cima de dicha superficie; de modo, que si
los gatillos llegaban á sufrir malestar en gra¬
do igual que su madre , debería contemplar
errónea mi teoría y si se verificaba lo contrario,
sería un apoyo escelente para confirmarla.
A las ocho llegué á una altura de diez y siete
millas, así que tuve la evidencia de que no solo
crecía la velocidad ascensional, sino que seme¬
jante crecimiento hubiera sido apreciable aun¬
que ligeramente hasta en el caso de no haber
arrojado lastre como lo hice. Los dolores de ca¬
beza y de oidos me asaltaban por intórvalos con
violencia, y á ratos también seguía arrojando
sangre por las narices, sin embargo de que en
definitiva sufría mucho menos de lo que pensaba
haber sufrido. Con todo, la respiración se me
hacía más dificultosa por minutos y cada inha¬
lación iba acompañada de un movimiento espas-
raódico dél pecho fatigosísimo. Entonces estendí
el aparato condensador á fin de ponerlo á funcio¬
nar inmediatamente.
El aspecto de la tierra en este período de mi
ascensión era magnífico en verdad: hasta donde
alcanzaba mi vista por el oeste, norte y sur, se
estendía una sábana ilimitada de mar al pare¬
cer inmóvil, que de segundo en segundo toma-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 307
ba üna tinta azul más y más fuerte. A una gran
distancia al este, percibíanse las islas británi¬
cas, las costas occidentales de Francia y España
y una corta estension de la parte septentrional
del continente africano. No era dable percibir
rastro ni indicio de las construcciones y las ciu¬
dades más soberbias y orgullosas de la huma¬
nidad, que aparecían borradas por completo de
la haz de la tierra.
Una de las cosas que me admiraron más par¬
ticularmente entre las que tenía debajo, fué la
aparente concavidad de la superficie del globo,
pues neciamente creí que su convexidad real se¬
ria más apreciable y se mostraría más distinta¬
mente á proporción que me elevara; pero me bas¬
taron algunos momentos de reflexión para espli-
carme aquella contradicción. La parte de la ver¬
tical que pasaba por mí, comprendida entre el
globo y la tierra, ó la altura de aquel sobre
esta, formaba el cateto ó lado menor de un
triángulo rectángulo, del cual el otro cateto era
la horizontal, siendo la hipotenusa mi visual al
limite del horizonte; y como la elevación mia
era una cantidad despreciable ó muy corta,
comparada con la estension abarcada por mi
vista, ó en otros términos, como la base y la hi¬
potenusa del triángulo supuesto, eran tan esten-
sas comparadas con la altura, se podrían mirar
ó considerar como paralelas. Por tal motivo, el
horizonte del aereonauta aparece siempre como
de nivel con su barquilla, y como el punto de la
EDGAtt POE.
308
tierra situado inmediatamente debajo del globo
lo vé y se halla á una distancia muy grande,
aparentemente lo encuentra el observador como
si también se hallara á una inmensa distancia
por debajo del horizonte. Resultado deestoes la
impresión de concavidad, que no cesará hasta
táiito que la altura se halle respecto á la esten-
'sion de la perspectiva, en una relación tal que
el paralelismo aparente entre la base y la hipo¬
tenusa desaparezca.
Paréciéndome que los pichones sufrían hor¬
riblemente, traté de ponerlos en libertad, y con
«este fin desaté uno, que era un soberbio palomo
manchado de melocotón y lo coloqué en el borde
de la barquilla. Mostróse allí desazonado y muy
inquieto, aleteaba mirando azorado alrededor,
y daba arrullos muy violentamente acentuados,
sjn determinarse á volar fuera de la barquilla.
Al cabo lo cojí y arrojé á seis ó siete yardas del
globo, pero en vez de descender como yo pensaba,
se esforzó cuanto pudo para volver, arrojando
ai mismo tiempo agudos y penetrantes chillidos,
consiguiendo al fin recobrar su primitiva posi¬
ción en el borde de la cesta; más no bien logró
hacerlo, inclinó la cabeza sobre el pecho y cayó
muerto en el fondo de la barquilla. No fué tan
triste la suerte del otro, porque para estorbar¬
le siguiese el ejemplo de su compañero volviendo
al globo, lo precipité hácia la tierra con toda
mi fuerza, y observé con placer continuaba ba¬
jando velocísimamente, empleando para ello las
HISTORIAS estraordinarias. 309
alas de un modo completamente natural. En muy
poco tiempo lo perdí de vista y no dudo haya
llegado á puerto seguro. La gata que parecía
repuesta casi totalmente de su crisis, celebraba
un festín con el pichón difunto, quedándose'des¬
pués de terminarlo, dormida y con muestras de
completo contentamiento y satisfacción: en cuan¬
to á los gatillos, con perfecta vitalidad, no ma¬
nifestaban el indicio más leve de molestia.
A las ocho y cuarto, no siéndome posible ya
respirar sin un dolor intolerable, principié á
colocar alrededor de la barquilla el aparato anejo
al condensador; aparato que necesita algunas es¬
piraciones. Espero que Yuecencias no hayan
olvidado el objeto que me propuse y que era en
primer lugar encerrar completamente la barqui¬
lla con mi persona, cortando así toda comuni¬
cación con la atmósfera estremadamenterara, en
cuyo seno estaba, para introducir luego dentro,
merced al condensador, una cantidad de aire,
propio para ser respirable.
Con este objeto llevaba va arreglado un saco
muy grande de caoutchouc, flexible, fuerte y
completamente impermeable. La barquilla entera
quedaba hasta cierto punto colocada en el saco,
cuyas dimensiones calculé á este propósito, por¬
que pasando por debajo del fondo de la canasta,
estendíase por los bordes, y subía esteriormente
apoyándose en las .cuerdas hasta el aro ó cerco
en que se hallaba sujeta la red. Estendido ya el
saco, y cerradas herméticamente las uniones
310 EDGAR POE.
laterales, restábame sujetar la parte superior 6
boca, pasando la tela de caoutchouc por encima
del aro, ó en otros términos, entre el aro y la
red; pero si separaba la red del aro para veri¬
ficar la operación, ¿cómo se podría sostener la
barquilla?'La red no se hallaba sujeta al aro de
una manera fija y permanente, sino que la unión
tenía lugar por medio de una série de bridas
móviles ó nudos corredizos, y estos los iba yo
deshaciendo y anudando alternativamente, sin
dejar nunca muchos sueltos á la vez, para que
la barquilla pudiera estar en suspensión con los
demás. De¡este modo hice pasar cuanto pude de
la parte superior del saco, volví á sujetar las
bridas (no al aro, porque lo estorbaba absolu¬
tamente la funda de caoutchouc,) sino á una
série de botones gruesos, cosidos en la funda,
tres piés por bajo de la boca del saco y en losin-
térvalos correspondientes á los que tenían las
bridas. Hecho esto, separé del aro otras bridas,
introduje una porción nueva de la funda, y las
bridas separadas las sujeté, á sus respectivos
botones, de suerte que con este procedimiento,
pude hacer pasar toda la parte superior del saco
entre la red y el aro.
Cuando todo el peso de la barquilla y su con¬
tenido estuviesen sustentados únicamente por
la fuerza de los botones, es indudable que el
aro debía caer en la barquilla; y aunque á pri¬
mera vista este sistema pareciese no presentaba
garantías bastantes de resistencia, las tenía más
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 311
que suficientes, en razón á que además de ser
muy fuertes los botones, se hallaban tan cerca
uno de otro, que cada cual solo sustentaba real¬
mente una parte muy ligera y pequeña del pego
total; de manéra que aun teniendo la barquilla
y su contenido un peso triplo, ningún temor me
habria asaltado. Después de la operación referida
levanté el aro y lo coloqué dentro de la funda
de caoutchouc en tres varas ó jalones ligeros
que ya tenía preparado para este fin. Esto tenía
por objeto mantener el saco bien estirado por la
parte superior y lograr que la inferior de la red
tomara la posición apetecida. Solo me restaba
anudar la boca del saco, y esto lo conseguí jun¬
tando los pliegues del caoutchouc, que retorcí
apretándolos con una especie de torniquete de
mano.
En los costados de la filuda, estendida de este
modo alrededor de la barquilla, había colocado
tres aberturas con cristales redondos muy grue¬
sos y claros, á través délos que podía ver fácil¬
mente en derredor mió y en todas las direccio¬
nes horizontales. En el fondo del saco había
practicado una abertura semejante, que corres¬
pondía á otra hecha en el piso de la misma bar¬
quilla, dejándome dirigir así la vista por debajo
en la dirección de la vertical. No me fue posible
acomodar una invención del propio género en la
parte superior, ácausa del medio particular que
me vi precisado á emplear para cerrar la boca
del saco llena de pliegues, de modo que hube da
312 EDGAR POE.
renunciar á ver los objetos en mi cénit. No di á
esto gran importancia, porque aun suponiendo
que hubiese podido colocar una ventana en la
parte superior, de nada me hubiera servido, en
razón á que el globo me hubiera impedido esten-
der la vista por ella.
Un pié, poco más ó menos, por debajo de una
de las ventanas laterales, había una abertura
circular de tres pulgadas de diámetro, con un
reborde de cobre construido dé manera, que pu¬
diera interiormente adaptársele la hélice de un
tornillo. En este reborde se atornillaba el tubo
del condensador, que naturalmente se hallaba
dentro de la camara de caoutchouc. Hecho el
vació en el cuerpo de la máquina, el tubo aspi¬
raba ó atraía una masa de la atmósfera rarefac-
taambiente, y la derramaba condensada y mez¬
clada al aire ligero contenido en la cámara. Re¬
petida muchas veces esta operación, llenábase la
cámara de una atmósfera propia para ser res-
pirable; pero siendo el espacio tan estrecho, esta
atmósfera debia de viciarse al poco tiempo por
el contacto repetido con los pulmones, perjudi¬
cando la vitalidad; por lo tanto, érame necesa¬
rio entonces darla salida por una válvula peque¬
ña colocada en el suelo de la barquilla, y por la
cual se precipitaba con rapidez el aire denso en
la atmósfera ambiente mucho más rara. A fin de
evitar que en un momento dado tuviese lugar en
la cámara un vacío completo, nunca debía veri¬
ficarse la ya esplicada purificación de una sola
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 313
vez, sino gradualmente; de manera que perma¬
neciendo la válvula abierta unos cuantos se¬
gundos, se cerraba inmediatamente, basta tanto
que uno ó dos golpes de la bomba del condensa-
dor,.engendrasen la cantidad de aire que había
de reemplazar al que acababa de ser desalojado.
Con mi afición á hacer esperiencias* colgué la
gata y sus hijuelos en una cesta pequeña por la
parte esterior de, la barquilla, atando la cesta
á un boton inmediato al fondo y próximo á la
válvula, por la cual podía cuando era necesario
darles alimento.
Verifiqué esta maniobra antes de cerrar la
abertura de la cámara, no sin cierta dificultad
porque hube menester para alcanzar á la parte
de debajo de la barquilla, valerme de una de las
varas ó jalones de que antes hablé y que tenía
un gancho á la punta. No bien penetró en la cá¬
mara el aire condensado, dejaron de ser útiles
el aro y las varas, porque la espansion déla
atmósfera introducida, estiró grandemente el
caoutchouc.
Cuando terminé estos arreglos y acabé de
llenarla cámara de aire condensado, eran las
nueve menos diez minutos. Mientras hice todas
estas operaciones padecí horriblemente con la
dificultad de respirar, arrepintiéndome con
amargura del descuido, ó por mejor decir, de la
increíble imprudencia que había cometido dejan¬
do para tan tarde asunto tan primordial é im¬
portante.
314 EDGAR POE.
Así que concluí, comencé á disfrutar de las
ventajas de mi invención, porque me hallé con
que respiraba con libertad y desembarazo com¬
pleto, como no podía menos de suceder. Sorpren¬
dióme también agradablemente verme casi exen¬
to de los agudos dolores que me aquejaban hasta
entonces, pues únicamente me quedó un leve
dolor de cabeza, con una sensación de plenitud ó
distensión en las muñecas, tobillos y garganta.
En vista de esto, era ya indudable que la mayor
parte del malestar originado por la carencia de
presión atmosférica se habia disipado, y que casi
todos los dolores que esperimentó en las dos horas
precedentes, eran efecto no más que de la difi¬
cultad en respirar.
A las nueve menos veinte (es decir, poco
antes de cerrar la abertura de la cámara), el
mercurio habia llegado al límite estremo, ca¬
yendo todo en la cubeta del barómetro, que ya
he dicho tenía grandes dimensiones. Esto mos¬
traba que mi altura era de 132.000 piés ó de 25
millas, y por consiguiente la parte de superficie
terrestre que podía abarcar con la vista, no
bajaba de un trescientos veinte avo de la total. A
las nueve perdí nuevamente de vista la tierra
por el este, pero antes observé que el globo de¬
rivaba ó se apartaba con velocidad hácia el nor-
nor-oeste; seguía siempre pareciéndome cóncavo
el Occéano, y solo me robaban su vista algunas-
masas de nubes interpuestas á trechos.
A las nueve y media volví á hacer la espe-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS • 315
rienda de las plumas y arrojé un puñado por
la válvula. No oscilaron tambaleándose como yo
esperaba, sino que cayeron verticalmente, reu¬
nidas como una bala y con tal velocidad, que las
perdí de vista en muy pocos segundos. Por de
pronto no supe á qué atribuir semejante fenó¬
meno, pues hallaba muy difícil que mi velocidad
de ascensión se hubiera acelerado de modo tan
prodigioso y repentino; pero no tardó en reflec-
sionar, que en una atmósfera tan dilatada y li¬
gera como la que me rodeaba, las plumas no po¬
dían sostenerse y bajaban realmente con gran
rapidez, tal cual á mí me pareció lo hacían;
por manera que la causa de mi sorpresa, la pro¬
dujo únicamente ver sumadas las velocidades de
su caída y mi ascenso.
A las diez no tenía ya cosa alguna de impor¬
tancia que hacer, ni que reclamase mi inmediata
atención, por manera que podía muy bien decir
que mi negocio caminaba viento en popa: ade¬
más estaba persuadido de que el globo ganaba
en altura con velocidad siempre creciente, sin
embargo de que carecía de medios para apreciar¬
lo ó medirlo. Nada me incomodaba ni molestaba
gozando de un bienestar que no había esperi-
mentado desde que salí de Rotterdam; empleaba
el tiempo en arreglar y verificar los instrumen¬
tos, y otros ratos en renovar la atmósfera de la
•cámara, cuya última operación determiné ocu¬
parme de ella con intérvalos iguales de cuarenta
minutos, más bien por garantir completamente
316 EDGAR POE.
mi salud, que por tener una absoluta precisión
de hacerlo. Mientras esto tenía lugar, me entre¬
gaba involuntariamente á diversas conjeturas
y proyectos, corriendo mi imaginación por las
estrañas y quiméricas regiones déla luna. Com¬
pletamente libre el pensamiento de toda traba,
vagaba á su albedrío entre las maravillas mul¬
tiformes de un planeta tenebroso y variable; ya
contemplaba venerables y seculares bosques, ro¬
callosos precipicios y atronadoras cascadas, der¬
rumbándose en abismos sin fondo; ya me en¬
contraba súbito en tranquila soledad bañada por
un sol ardiente, sin que soplara la ráfaga de aire
más leve, distinguiéndose hasta donde la vista
alcanzaba, inmensos prados cubiertos de ama¬
polas y esbeltas flores semejantes á la azucena,
envuelto todo en el silencio y la inmovilidad; y
luego tras mucho andar y andar, llegaba á una
región completamente ocupada por una laguna
tenebrosa y vaga, envuelta por todas partes de
nubes. Estas imágenes no eran las únicas que
tomaban posesión de mi cerebro; "porque en otras
ocasiones, los pensamientos que me dominaban
eran de una naturaleza tan espantosa y aterra¬
dora, que llegaban hasta conmover las últimas
fibras de mi espíritu, con la sola hipótesis de su
realización.
A pesar de todo, no dejaba yo mucho tiem¬
po á la imaginación abandonada á tales desva¬
rios, porque comprendía demasiado, que los
peligros verdaderos y materiales del viaje eran
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. SI 7
sobrado grandes para absorver por completo to¬
da mi atención.
A las cinco de la tarde, mientras renovaba
la atmósfera, estuve observando por la válvula
á la gata y sus hijuelos. Parecióme que la ma¬
dre sufría mucho, y sin titubear creí debía atri¬
buirlo particularmente á la dificultad de respi¬
rar; pero en cuanto á los gatillos, produjo un
resultado bien sorprendente mi esperimento.
Como es natural, esperaba yo que manifestaran
alguna sensación de disgusto ó de malestar aun
cuando fuera en menor grado que la madre, y
esto hubiese confirmado suficientemente mi teo¬
ría respecto á la presión atmosférica; pero por
más que los observé detenida y escrupulosamen¬
te, no percibí el síntoma más leve de alteración
en susalud, ni la menor señal de malestar. He¬
cho tan estraño era inesplicable, á menos de
ampliar mi teoría, suponiendo que la atmósfera
ambiente en estremo rara, podía (contra lo que
yo pensé desde un principio) no ser química¬
mente insuficiente ó impropia para la vitalidad;
de manera que una p’ersona nacida en aquel
medio tan raro, no sentiría molestia al respirarle,
mientras que llevada á respirar en capas atmos¬
féricas más cercanas á la tierra y por consi¬
guiente más densas, parecía verosímil sufriese
dolores análogos á los esperimentados por mí en
aquel dia. Poco después tuvo lugar un desgra¬
ciado incidente, cuyo recuerdo siempre me pro¬
ducirá disgusto, y que consistió en perder mi
318 EDGAR POE.
gata y sus gatillos, dejándome en la imposibili¬
dad de profundizar como deseaba esta cuestión
por medio de esperiencias más repetidas. Al pa¬
sar la mano por el hueco de la válvula con una
taza llena de agua para la gata, enredóseme la
manga de la camisa en la hevilla que sujetaba
la cesta y repentinamente se soltó, desapare¬
ciendo de mi vista de una manera tan abrupta é
instantánea, que era imposible escamoteo más
completo, aun suponiendo se hubieran evapora¬
do en el aire la cesta y su contenido. Indudable¬
mente no medió un décimo de segundo, entre
soltarse y desaparecer la cesta, gata y gatillos.
Quedéme deseándoles un viaje feliz, pero natu¬
ralmente pensé que ni la madre ni los hijos po¬
drían sobrevivir para contar su Odisea.
A las seis observé que mucha parte de la
superficie visible de la tierra hácia el este, se
hallaba sumergida en una sombra oscura que
avanzaba sin cesar con gran rapidez, quedando
la superficie total envuelta en las tinieblas de
la noche, á las siete menos cinco minutos. Algu¬
nos segundos después dejaron de herir al globo
los rayos del sol poniente, y esta circunstancia
que ya esperaba yo, no dejó sin embargo de pro¬
ducirme un gran placer. Sin duda alguna por la
mañana podría contemplar al cuerpo luminoso
cuando se alzara, muchas horas antes de que
pudieran hacerlo los ciudadanos de Rotterdam,
á pesar de que se encontraban más al este; de
modo que de dia en dia y á medida que creciera
HISTORIAS ESTRAORDIN ARIAS. 319
mi altura, gozaría de mayores períodos de tiem¬
po de la luz solar. Entonces determiné redactar
un diario de mi viaje, contando los dias de veinte
y cuatro horas consecutivas, y sin tener en cuen-’
ta los intérvalos de oscuridad.
A las diez empecé á sentirme con sueño y tra¬
té de acostarme para pasar la noche durmiendo;
pero me ocurrió una dificultad, en que no había
pensado, á pesar de lo palmaria, hasta aquel
momento. Si me dormía cual pensé hacerlo, ¿có¬
mo renovar el aire de la cámara? Respirar su
atmósfera más de una hora era completamente
imposible, y hacerlo hora y cuarto, tendría in¬
dudablemente deplorables consecuencias. Grave
inquietud me causó esta cruel alternativa, y no
parece creíble, que después de los muchos peli¬
gros ya superados, me arredrara yo tanto, que
desesperase de realizar mi intento, y pensara
sériamente en resignarme á la necesidad de des¬
cender.
Semejante perplejidad no fué sin embargo
más que momentánea. Reflexioné que el hombre
es el mayor esclavo de la costumbre, y que así
considera como esencialmente importantes para
su existencia, mil cosas á las cuales se ha habi¬
tuado y que no tienen tal importancia, sino
porque la rutina las ha convertido en necesi¬
dades. Es cierto que sin dormir no podría yo
estarme, pero con facilidad y sin inconveniente
podría acostumbrarme á despertar de hora en
hora. Bastaban cinco minutos para renovar
EDGAR P0E.
320
completamente la atmósfera, así que la única
dificultad que tenía que vencer, consistía en in¬
ventar un procedimiento para despertarme en
el momento requerido, y debo confesar, que me
produjo no escasa desazón la solución de i este
problema.
Había yo oido el cuento del estudiante, que .
para no dormirse mientras quería trabajar, tenía
en una mano una bola de cobre qu-e al dormirse
se le escapaba de las manos y caía sobre una jo¬
faina del mismo metal, produciendo un estrépito
capaz de despertarle; pero mi situación era muy
distinta de la suya, pues no trátaba de estarme
en vela, sino de despertarme con intérvalos re-,
guiares. Imaginé pues el espediente que voy á
decir, y cuyo descubrimiento, á pesar de ser tan
sencillo, produjo en mi ánimo una impresión
absoluta y exactamente comparable á la que de¬
bieron producir en sus autores, la del telesco¬
pio,’ de la máquina de vapor y dé la imprenta
misma.
Debe tenerse presente que el globo, á la
altura en que estaba, continuaba subiendo con
perfecta regularidad, y la barquilla por consi¬
guiente al seguirle, no esperimentaba la más
ligera oscilación. Esta circunstancia favorecía
en estremo el plan que adopté. Tenia embarcada,
la provisión de agua en barriles de cinco gallo¬
nes cada uno, que se encontraban sujetas sólida¬
mente á las paredes de la barquilla: desaté uno
de ellos, y tomando dos cuerdas, las aseguré al
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 321
reborde de la canasta, de modo que cruzando la
barquilla paralelamente y á un pié de distancia
una de otra, formasen una especie de estante,
sobre el cual coloqué el barril y lo sujeté, de
forma que su eje quedara en una posición ho¬
rizontal.
A cosa de unas ocho pulgadas por bajo de
estas cuerdas y á cuatro piós por encima del
fondo de la barquilla, dispuse otro estante, que
hice con una tabla delgada, única de su especie
que estuviera en mi poder; y sobre este último
estante y exactamente debajo de uno de los
bordes del barril, coloqué un cántaro pequeño de
barro.
Hice un agujero en el fondo del barril, por
cima del cántaro y coloqué en él un tarugo de
madera de forma cónica, que apretándolo más
ó menos, y al cabo de algunos tanteos, quedó de
tal suerte, que solo permitia la salida por el
agujero de una cantidad de agua tal, que el cán¬
taro se llenaba hasta rebosar en un espacio de
tiempo de sesenta minutos. Conseguí esto último
sin gran trabajo, haciendo observaciones repeti¬
das de la parte de cántaro que se llenaba de agua
en un tiempo dado. Después de lo dicho, no es ya
difícil comprender lo demás, ni adivinarlo.
Tenia colocada la cama en el fondo de la bar¬
quilla, de modo que estando acostado quedaba
sobre mi cabeza la boca del cántaro. Indudable¬
mente al cabo de una hora, completamente lle¬
no el cántaro, rebosaría el agua, cayendo sobre
n
322 EDGAR POE.
mi rostro desde una altura de cerca de cuatro
pies y despertándome instantáneamente, por pro¬
fundo que fuese el sueño en que me hallara su¬
mido.
Serian lo menos las once cuando concluí es¬
tos preparativos y sin perder un momento me
acostó, con entera confianza en la eficacia de mi
invención. No fué mi esperanza vana, y de se¬
senta en sesenta minutos me despertaba puntual¬
mente el nuevo y fidelísimo cronómetro; me le¬
vantaba; vaciaba el contenido del cántaro en el
barril; hacia funcionar el condensador y volvia
enseguida á acostarme. Menos cansancio me
produjeron estas interrupciones regulares de sue¬
ño que lo que esperaba yo, y cuando me levanté
de la cama definitivamente, eran ya las siete y
el sol se hallaba algunos grados por encima de
mi horizonte.
3 de Abril .—El globo llegó á una altura in¬
mensa, y la convexidad de la tierra se presentó
de un modo muy marcado. Vi debajo en el Occéa-
no una multitud de puntos negros que induda¬
blemente debían ser islas; por encima parecióme
que tenia el cielo un negro azabache, y las es¬
trellas centelleaban perfectamente visibles, fenó¬
meno que observé desde el dia primero de mi as¬
censión. Muy lejos y hácia el Norte, percibí en
el contorno del horizonte una faja ó línea del¬
gada, blanca y muy brillante; que desde luego
imaginé había de ser el límite Sur de los hielos,
en los mares del polo Norte. Sobrescitóse mi cu-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 323
riosidad con la esperanza de que ganando en
latitud hácia el'Norte, llegaría tal vez á colo¬
carme sobre el polo mismo, y deploraba que la
grande altura á que se encontraba el globo no
me dejara examinarlo tan bien como hubiera yo
querido: sin embargo de que aun así, siempre
hallaría observaciones notables que hacer.
Nada estraordinario me ocurrió en este dia;
el aparato .funcionaba con la mayor regulari¬
dad, y el globo continuaba siempre subiendo, sin
vacilación alguna aparente. El frió era intenso
y tuve que arroparme bien con un paletot: cuan¬
do la tierra quedó envuelta en sombra, me metí
en la cama, por más que la luz debía para mí
continuar todavía por muchas horas: el reloj
hidráulico cumplió fielmente su cometido, y salvo
las interrupciones periódicas, dormí muy bien
hasta la mañana siguiente.
4 de Abril .—Me he levantado con buena salud
y mejor humor, y he admirado mucho lo sin¬
gular del cambio que observo en el color del mar
que yaü no es como antes azul oscuro, sino blan¬
co plomizo tan brillante, que hiere la vista y
me deslumbra. La convexidad del Occéano es
tan evidente y manifiesta, que toda la masa de
agua cercana al contorno de la tierra, aparece
como precipitándose en los abismos del horizon¬
te, causándome tal ilusión, que involuntaria¬
mente he suspendido mi atención para escuchar
los ecos que la inmensa catarata debiera pro¬
ducir.
324
EDGAR POE.
No he visto las islas, tal vez por que han pa¬
sado al otro lado de mi horizonte por el sud-este,
ó tal vez porque mi grande elevación las pone
ya fuera del alcance de la vista, aunque más
bien creo lo último. El frió ha cedido mucho.
Nada me ha ocurrido importante, y como tuve
la previsión de traer bastantes libros conmigo,
he pasado el dia entero leyendo.
5 de Abril .—-He contemplado el singular fe¬
nómeno de ver salir el sol, mientras que toda la
parte visible de la tierra se hallaba envuelta en
las tinieblas de la noche. Poco más tarde comen¬
zó la luz á bañar todos los objetos y volví á ver
la línea de hielos en el Norte, con la diferencia
deque se me presentó con más claridad y tenien¬
do un tinte más oscuro que las aguas del Occéa-
no. Indudablemente me acerco con mucha rapi¬
dez. Creo distinguir aun una faja de tierra hácia
el Este y otra hácia el Oeste, pero no me es po¬
sible asegurarlo. Dulce temperatura. Nada no¬
table me ha sucedido en todo el dia, y aunque es
temprano voy á meterme en la cama.
6 de Abril .—Sorprendido he quedado al ver
la faja de hielos, á una distancia no muy grande,
sin que todo el horizonte por el Norte sea otra
cosa que un vastísimo espacio helado. A no du¬
darlo, continuando el globo en la dirección que
lleva, pronto debe llegar á colocarse sobre el
Occéano boreal y se acrecienta mi esperanza de
ver el polo. Todo el dia seguí acercándome á los
hielos.
]
H ISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 325
Al anochecer he visto de un modo casi repen¬
tino y muy sensible crecer la estension del ho¬
rizonte, lo cual no puede ser efecto de otra cosa,
sino de que como la forma de nuestro planeta,
es una esfera aplastada por los polos, mi globo
se acercaba cada vez más al cénit del achata-
miento que ocupa el círculo ártico en su mayor
parte. Más tarde, y ya envuelto en las tinieblas
de la noche, me acosté con gran ansiedad, te¬
miendo pasar por encima del polo, objeto que
tanto escita la curiosidad, sin poder observarle
bien.
7 de Abril .—Me levanté temprano, y con gran
satisfacción vilo que sin titubear consideré que
era el mismo polo norte. Allí estaba indudable¬
mente bajo mis piés; pero*por desgracia la ele¬
vación del globo era tanta, que no podia distin¬
guir cosa alguna con exactitud. Haciendo un
cálculo deducido de la progresión seguida por
las cifras que representaban las alturas ocupadas
por el globo en diferentes tiempos tomados desde
el 2 de Abril á las seis de la mañana, hasta las
nueve menos veinte minutos de la misma, (mo¬
mento de caída del mercurio en la cubeta del
barómetro); haciendo, digo, este cálculo, era
consiguiente que el globo tenia en aquel instante
(cuatro de la mañana del 7 de Abril,) una altura
de 7.254 millas lo menos sobre el nivel del mar.
Tal vez parezca enorme semejante elevación,
pero la estima en que se funda, debe más bien
dar probablemente un resultado inferior con
326 EDGAR POE.
mucho á la verdad. De todos modos se mostraba
á mis ojos indudablemente la totalidad del diá¬
metro máximo terrestre: veia el hemisferio
Norte como representado en un mapa y en pro¬
yección ortográfica, y el círculo máximo ecuato¬
rial casi coincidía con el que formaba mi hori¬
zonte. Es bien claro que Yuecencias concebirán
sin dificultad, que unas regiones no esploradas
hasta hoy, y que se hallan dentro del círculo
polar ártico, por más que las tuviese á mis
plantas, y por consecuencia visibles sin escorzo
alguno, érame imposible examinarlas detallada¬
mente por lo disminuidas que se hallaban en ta¬
maño y por lo escesivamente lejano que se en¬
contraba^ punto de observación.
A pesar de esto, lo que á mis ojos se presenta¬
ba era de naturaleza bien singular é interesan¬
te. Al norte de la orla inmensa que ya dije antes
y que puede definirse, salvo ligeras restricciones,
llamándola límite de las esploraciones humanas
en aquellas regiones, se estiende sin interrup¬
ción, ó casi sin interrupción, una sábana de hie¬
lo. A la inmediación de su contorno ó frontera,
1 a superficie de este mar pierde sensiblemente su
curvatura; más lejos, llega á deprimirse hasta
parecer plana, y finalmente degenera en cóncava,
terminando en el mismo polo, en una cavidad
circular, de bordes muy marcados, cuyo diáme¬
tro aparente tenia desde el globo unos 65 se¬
gundos. El color de este espacio era variable¬
mente oscuro, siempre en mayor grado que nin-
HISTORIAS ESTRAORDIJN'ARIAS. 327
gun punto del hemisferio visible, convirtiéndose
algunas veces en negro completo. Nada más era
posible percibir que lo que ya he mencionado. A
las doce del dia se hallaba muy reducida la cir¬
cunferencia del hueco central, y á las siete do
la tarde la perdí completamente de vista; el globo
caminaba hácia el límite oeste de los hielos y
marchaba velozmente, dirigiéndose hácia el ecua¬
dor.
8 de Abril .—Observó una disminución sensi¬
ble en el diámetro aparente de la tierra y una
alteración real en su color y aspecto general.
Toda la superficie visible, tenia en diferentes
grados un tinte amarillo claro, que en algunos
sitios brillaba de tal manera que ofendia loo
ojos. La vista no podia sin gran trábajo, por
la densidad de la atmósfera, descubrir el planeta
si no de tiempo en tiempo y á través de las ma¬
sas de nubes que ocultaban las inmediaciones de
la superficie. En las cuarenta y ocho últimas
horas robábanme la vista más ó menos estos
obstáculos; pero luego la elevación excesiva,
aproximaba y confundía aquellas masas flotan¬
tes de vapor, haciendo el estorbo más y más sen¬
sible á medida que crecía la altura. No obstante,
podia distinguir con facilidad que el globo se
hallaba sobre el grupo de los estensos lagos del
Norteamérica, y que corría directamente hácia
el Sur, aproximándome á los trópicos cada vez
más.
Mucho celebré esta circunstancia, que pude
328 EDGAR POE.
mirar como un augurio feliz del buen éxito de
mi empresa. Realmente estaba inquieto por la
dirección que hasta entonces habia llevado, pues
era evidente que siguiéndola mucho tiempo, ja¬
más habría podido llegar á la luna, cuya órbita
solo forma un ángulo de 5 grados, 8 minutos,
48 segundos con la elíptica. Por más raro que
parezca, debo decir, que solo en aquel momento
ya tardío, principié á comprender el error in¬
menso en que incurrí con no verificar mi ascen¬
sión, partiendo de un punto de la tierra colocado
en el plano de la órbita lunar.
9 de Abril .—Ha disminuido muy notablemente
el diámetro de la tierra y la superficie vá to¬
mando por horas un tinte amarillo más y más
pronunciado. El globo, sin cesar de correr direc¬
tamente al Sur, ha llegado á las nueve del dia
astronómico (1) á colocarse sobre la costa norte
del golfo de Méjico.
10 de Abril. Serian las cinco de la mañana,
cuando me ha despertado repentinamente un
gran ruido, un terrible crugido, cuya causa no
he podido adivinar. Duró poco, pero estoy cierto
sin embargo, de que no tenia semejanza alguna
con ningún ruido terrestre, cuya sensación re¬
cordase. Escuso decir lo mucho que me alarmó,
porque mi primera suposición fué la de que el
globo se habia desgarrado: examinó con suma
atención todo el aparato, y sin embargo, no pude
(1) Nueve de la nocbe.
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS, 329
encontrar ninguna avería. Pasé casi todo el dia
meditando sobré tan extraordinario aconteci¬
miento, sin poder dar con una esplicacion satis¬
factoria, y me acosté muy disgustado con gran
agitación y no poca ansiedad.
11 de Abril .—He hallado decrecimiento sen¬
sible en el diámetro aparente de la tierra; en el
de la luna (ála que faltan pocos diaspara llegar
al plenilunio) encontré un aumento considerable,
circunstancia que por primera vez observé. Con
mucho trabajo y tiempo hice la operación de
condensar aire atmosférico suficiente para soste¬
ner la vida.
12 de Abril .—La dirección en que marchaba
el globo, ha cambiado de un modo notable y á
pesar de que así suponía sucediese, me ha cau¬
sado mucho placer. Sin apartarse de su dirección
primitiva, llegó hasta el paralelo veinte de lati¬
tud sur, cambió súbitamente el rumbo al Este,
formando un ángulo agudo con el rumbo ante¬
rior y se ha mantenido todo el dia, con corta
diferencia, por no decir completamente, dentro
del plano mismo de la órbita lunar. Debo adver¬
tir una circunstancia muy reparable, que pro¬
dujo el referido cambio de dirección, pues origi¬
nó una oscilación muy marcada en la barquilla,
que duró «muchas horas de un modo más ó menos
violento.
13 de Abril.— He tenido un susto nuevo al
sentir otra vez el ruido formidable que tanto
me aterró el dia 10, pero por más que he discur-
EDGAR POE.
330
rido y meditado, no he podido hallar una razón
que me satisfaga respecto á la causa. Gran de¬
crecimiento en el diámetro aparente de la tierra
<iue solo medía desde el globo un ángulo de poco
más de 25 grados: no he podido ver la luna que
se halla casi en mi cénit; sigo caminando dentro
-del plano de su órbita y avanzo muy poco hácia
el Este.
14 de Abril .—Disminución escesivamente rá¬
pida del diámetro terrestre. No he dejado de
pensar todo el dia en que la ruta del globo era
la del perigeo por la línea misma de los ápsides,
—ó en otros términos diré,—que se me figura
lleva el camino que de la tierra conduce más
directamente á la luna, cuando esta ocupa en su
órbita el punto de la elipse más cercano á la
tierra. La luna sigue á mis ojos oculta, porque
se halla sobre mi globo enteramente. Me cuesta
gran trabajo y mucho tiempo,la operación in¬
dispensable de condensar el aire de la atmósfera.
15 de Abril.—Y & no me es posible distinguir
siquiera sobre el planeta los contornos de con¬
tinentes y mares: sobre las doce del dia he sen¬
tido por tercera vez el mismo ruido espantoso
que tanto me sorprendió; ha durado algunos
instantes y ha sido mucho más fuerte. Después
de algún tiempo, estupefacto y aterrorizado,
esperando lleno de anhelo y ansiedad mi destruc¬
ción de un modo espantoso y desconocido, ha
oscilado la barquilla con extraordinaria violen¬
cia, y una masa de materia que me faltó tiempo
HISTORIAS ESTR A ORDINARIAS. 331
para distinguir, pasó por un lado del globo, gi¬
gantesca, inflamada, atronadora y rugiente como
la voz de mil truenos juntos. Cuando me repuse
del terror y admiración, reflexionó naturalmente
que debía ser algún enorme fracmento volcánico,
vomitado por la luna, á la cual con tanta rapidez
me iba acercando y probablemente un trozo de
las mismas sustancias singulares, que en algunas
- ocasiones se encuentran en la tierra, llamadas
aereólitos, á falta de apelativo más exacto.
16 de Abril .—Mirando boy alternativamente
por las ventanas laterales y hácia la parte su¬
perior del modo único que podía hacerlo, percibí
con gran satisfacción y alegría, una pequeñísima
porción del disco lunar, que rebasaba por decirlo
así, fuera ó alrededor de la estensa circunferen¬
cia del contorno del globo. Esto me conmovió
extraordinariamente, porque desvanecía cuantas
dudas pudiera tener de alcanzar el término de
viaje tan peligroso.
Acrecentado hasta hacerse casi continuo el
trabajo necesario para condensar el aire, apenas
me daba tréguas; no podía ya entregarme al sueño;
sentíame verdaderamente enfermo y estaba tré¬
mulo de desfallecimiento, resistiéndosela natu¬
raleza humana á soportar por más espacio un
padecimiento de semejante intensidad. En el cor¬
tísimo período que yo tenía ya de tinieblas, cru¬
zó muy inmediata al globo otra piedra meteóri-
ca, produciéndome una inquietud bastante séria
lo frecuente de tales fenómenos.
332 EDGAR POE.
Ylde Abril .—La mañana de este dia ha hecho
época en mi viaje. Recuérdese que el dia 13 sub¬
tendía la tierra para mí un ángulo de 25 grados;
que disminuyó mucho este ángulo el dia 14; que
el 15 observé una disminución más rápida toda¬
vía, y que el 16 antes de acostarme, calculó que
dicho ángulo no pasaba de 7 grados y 15 minutos.
No es posible formar idea de lo estupefacto que
yo quedaría, cuando al despertar en la mañana
de este dia 17, después de un sueño corto y
agitado, vi que la superficie planetaria que te¬
nía debajo, había aumentado súbita y espanto¬
samente de volúmen, subtendiendo su diámetro
aparente un ángulo que no bajaba de 39 grados.
Quedóme aterrado, y no es dable hallar palabras
que indiquen siquiera el horrible ó inmenso
estupor de que fui presa: temblaron faltándome
las rodillas, castañeteáronme los dientes, y se me
herizó el cabello. ¡Se harebentado el globo!.
Esta fué la primera idea que me acudió á las
mientes; se ha roto indudablemente y me preci¬
pito con la velocidad mayor y con la impetuosi¬
dad más furiosa que es posible imaginar. Si he
de juzgar por el espacio inmenso que he recorri¬
do ya tan rápidamente, debo llegar á la superfi¬
cie de la tierra antes de diez minutos. ¡Dentro
de diez minutos estaré aniquilado, deshecho!.
Al cabo la reflexión vino en mi ayuda; hice
una pausa, medité y comencé á dudar. Era im¬
posible descenso tan violento y rápido, y además»
aunque evidentemente me acercaba á la super-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 333
ficie que tenía debajo, mi velocidad real, no era
ni con mucho la espantosa que en el primer mo¬
mento imaginé.
Estas consideraciones sirvieron de eficaz
calmante á la perturbación de mis ideas, y al
cabo pude mirar el fenómeno bajo su verdadero
punto de vista. Si el espanto no me hubiera em¬
bargado los sentidos, trastornando sus aprecia¬
ciones, no era posible hubiese dejado de reparar
la inmensa diferencia que habia entre el aspecto
de la superficie que se hallaba á mis piés y el de
mi planeta natal. Este se encontraba encima de
mi cabeza completamente oculto por el globo,
mientras que la luna,—-la luna misma en todo su
esplendor,—se mostraba bajo mis plantas.
La sorpresa y estupor que produjo en mi es¬
píritu tan extraordinario cambio de situación,
era en resumidas cuentas, lo más pasmoso y
menos esplicable de la aventura; porque seme¬
jante trastorno , sobre ser tan natural como ine¬
vitable, con mucha antelación lo tenía previsto
tal cual no podía menos de preveer una circuns¬
tancia sencilla, consecuencia inmediata de llegar
al punto del camino, en que la atracción plane¬
taria fuese sustituida por la del satélite; <5 ha¬
lando con más exactitud, cuando la gravitación
del globo, fuese mayor hácia la luna que hácia
la tierra.
También es verdad que me despertaba de un
profundo sueño, y todos mis sentidos se encon¬
traban embotados, cuando súbitamente se me
334 EDGAR POE.
presentó un fenómeno tan sorprendente, que
aunque lo aguardaba, no era en aquel momento.
La vuelta debió verificarse de un modo suma¬
mente lento y graduado, de suerte que es muy
probable que aun cuando me hubiera desperta lo
ipientras se operaba, no hubiera podido darme
razón del trastorno, ni percibido síntoma alguno
interioré inversión,—quiero decir, de molestia,
ó incomodidad, ó desconcierto en mí mismo ó en
el aparato.
Se comprenderá fácilmente, que tan pronto
como fui dueño de mi persona y hube sacudido
el terror que se había apoderado de mi sér, di¬
rigí única y esclusivamente la atención á con¬
templare! aspecto general de la luna. Estendíase
á mis piés como unanapa, y aunque comprendía
la considerable distancia á que se encontraba,
dibujábanse todas las desigualdades de su su¬
perficie con tal claridad y determinación que no
sabía á qué atribuir tal fenómeno. La carencia
absoluta de occéano, mar, lago y toda especie de
rio, fué lo que más estraordinario encontró en
sus condiciones geológicas á primera vista.
Sin embargo, causábame estrañeza ver es-
tensas regiones planas y con un carácter deter¬
minado de aluvión, por más que casi todo el
hemisferio visible estaba cubierto de innumera¬
bles montañas volcánicas en forma de conos, de
aspecto tal, que parecían más bien que formadas
por la naturaleza cortadas artificialmente. La
de mayor elevación no escedía de tres millas y
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 335
tres cuartos, más una carta de las regiones
volcánicas de Cam,pi Phlegraei , dará idea mu¬
cho mejor á Yuecencias de la superficie en ge¬
neral, que todas las esplicaciones que trate yo
de hacer. Las más de estas montañas se halla¬
ban evidentemente en estado de erupción, dán¬
dome una idea terrible de su furia y poder, con
la multitud de. piedras impropiamente llama¬
das metéóricas, que partiendo de sus cráteres,
pasaban cerca de mi globo con una frecuencia
más y más espantosa.
17 de Abril. Hoy he hallado un aumento con¬
siderable en el volúmen aparente de la luna
y la velocidad conque descendía, manifiesta¬
mente acelerada, me llenó de cuidado. Recuér¬
dese que al principio y cuando comencé á
querer aplicar mis sueños á la posibilidad de
un viaje á la luna, entró por mucho en mi cál¬
culo, la hipótesis de la existencia de una atmós¬
fera ambiente, cuya densidad deberia ser propor¬
cionada al volúmen del planeta; hipótesis con¬
traria por cierto, no solo á la teoría admitida,
sino opuesta también á la preocupación univer¬
sal de la inexistencia de atmósfera en la luna.
Además de las ideas qüe ya he dejado consigna¬
das con respecto al cometa de Encke y á la luz
zodiacal, corroboraban mi opinión ciertas obser¬
vaciones de M. Shroeter de Linienthal. Este, te¬
niendo la luna dos dias y medio de edad, por
la noche, poco después de puesto el sol y antes
que la parte oscura fuese visible, principió á
336 EDGAR POE.
observar el satélite hasta que la parte oscura
se hizo visible.
Primero vió que los dos cuernos parecían
como si se afilaran en una especie de prolon¬
gación muy aguda, cuya estremidad ilumi¬
naban ténuemente los rayos solares, en tan¬
to que todas las partes restantes del hemisfe¬
rio oscuro eran invisibles absolutamente; acla¬
rándose en fin, al poco tiempo después, toda la
orilla ó contorno sombrío. Supuse que esta pro¬
longación de los cuernos hasta más de la semi¬
circunferencia, era producida por la refracción
de los rayos solares en la atmósfera de la luna.
Calculé también que la altura de esta atmósfera
(que podia refractar bastante luz en el hemisfe¬
rio oscuro, para producir un crepúsculo más
luminoso que la luz reflejada por la tierra cuando
la luna dista unos 32 grados de su conjunción),
debía ser de 1.856 pies; de resultas de lo cual
deduje que la mayor altura capaz de refractar
el rayo solar era de 5.376 piés. Asimismo con¬
firmaba mis ideas sobre este asunto, un párrafo
del tomo ochenta y dos de las Transacciones Fi¬
losóficas, en que dice, que al verificarse una
ocultación de los satélites de Júpiter, desaparece
el tercero, después de haber quédalo indistinto
durante uno ó dos segundos, y el cuarto se
muestra con mucha indeterminación al acer¬
carse al limbo. (1)
(1) Helveliusdice, que ha observado, en. ocasiones, cuan¬
do el cielo estaba perfectamente límpido y hasta las estre-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 337
En lo que fundaba yo la esperanza de descen¬
der sano y salvo, era en la resistencia ó más bien
en el apoyo que me ofreciera una atmósfera en
cierto estado de densidad hipotética. Finalmente,
siendo absurda la conjetura que hice, el desen¬
lace mejor que mi aventura podria tener, era
hacerme añicos contra la escabrosa superficie
del satélite; así que resumiendo diré me sobra¬
ban razones para tener miedo, la distancia á
que me encontraba de la luna, era comparati¬
vamente insignificante, y el trabajo que tenia
que emplear con el condensador no me parecia
disminuir, por manera que no encontraba indi¬
cio alguno de que la densidad atmosférica fue¬
se mayor.
19 de Abril .—Esta mañana, con mucha ale¬
gría, hácia las nueve, viéndome espantosamente
cercano á la superficie lunar y sobrescitados mis
Has de sesta y sétima magnitud brillaban distintamente,
que, con la misma altura de luna, igual elongación de la
tierra é idéntico escelente telescopio, la luna y sus manchas
no se mostraban siempre igualmente luminosas. Bajo este
supuesto, es evidente que la causa del fenómeno no se halla
en nuestra atmósfera, ni en el telescopio, ni en la luna, ni en
el ojo del observador; sino que debe proceder de otra cosa
(¿atmósfera?) existente en rededor de la luna.
Casini ha observado muchas veces que Saturno, Júpiter
y las estrellas fijas, en el momento que su ocultación por la
luna tiene lugar, pierden su forma circular tomándola ova¬
lada; mientras que en otras ocultaciones no ha percibido
cambio alguno de forma. Pudiera por lo tanto inferirse, que
en algunos casos, si bien no en todos, la luna se halla en¬
vuelta por una materia densa, en que son refractados los ra¬
yos de las estrellas. E. P.
338 EDGAR POE.
temores hasta el grado más inminente, el pistón
del condensador ha mostrado de un modo evi¬
dente una alteración en la atmósfera. A las diez
no pude dudar ya del considerable aumento que
tenía de densidad. A las once, no era menes¬
ter emplear sino muy escaso trabajo con el apa¬
rato y á las doce me determiné con cierto recelo
á destornillar la manga. Viendo que ningún in¬
conveniente me producía, abrí sin titubear la
cámara de caoutchouc y desenfundó la barquilla.
Según debí haber previsto, la consecuencia in¬
mediata de esperiencia tan precipitada y llena
de peligros, fué una violenta jaqueca acompaña¬
da de espasmos; más como semejantes inconve¬
nientes y vários otros también en la respiración,
ao eran de suficiente magnitud para poner en
riesgo la vida, me resignó á sufrirlos con tanta
más paciencia, cuanto que todo contribuía á que
creyese durarían muy poco, y desaparecerían
progresivamente y de minuto en minuto, según
me fuera acercando á capas más y más densas
de la atmósfera lunar.
Entretanto mi descenso se verificaba con una
extraordinaria impetuosidad y no tardé en cer¬
ciorarme con espanto, de que si bien no me ha-
bria probablemente equivocado al contar con
una atmósfera, cuya densidad fuese proporcional
al volúmen del satélite; habia sí cometido el er¬
ror de contar, con que semejante densidad pudie¬
se ni aun en la superficie, ser bastante á sopor¬
tar el peso enorme, contenido en la barquilla del
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 33&
globo. Esto debió verificarse desigual manera
que en la superficie terrestre, suponiendo que
en el planeta y su satélite la gravedad ó peso
real de los cuerpos, se hallase en razón de la
densidad atmosférica; pero no se verificó según
mi caída precipitada lo demostraba con sobrada
evidencia. ¿Por qué? Es imposible esplicarlo de
otro modo que por medio de aquellas perturba¬
ciones geológicas cuya teoría establecí anterior¬
mente en este relato.
Ya casi llegaba el satélite de la tierra, y
seguía cayendo con terrible impetuosidad: sin
perder un instante, arrojó fuera de la barquilla
todo el lastre, después los barriles de agua, el
aparato condensador, el saco de caoutchouc y fi¬
nalmente dejé vacia la barquilla. De nada sir¬
vió esto y seguía descendiendo con horrible ve¬
locidad, no distando ya más de media milla de
la superficie. Como último remedio tiré el pale-
tot, el sombrero, las botas, y desaté del globo
la barquilla misma, que no dejaba de pesar bas¬
tante, cogiéndome entonces con las manos de
la red.
Apenas había tenido tiempo de reparar que
todo el pais hasta donde alcanzaba la vista, es¬
taba sembrado de casas lilliputienses, cuando
vine á caer en el centro mismo de una ciudad
de aspecto fantástico, y en medio de un gentío
grande de miserable plebe, sin que ni uno solo
de aquellos individuos pronunciase una sílaba,
ni se tomara la menor molestia por ayudarme.
340 EDGAR POE.
Hallábanse todos con los brazos puestos'en jar¬
ras, como un rebaño de idiotas, gesticulando de
un modo ridículo, y mirando de reojo mi globo
y persona.
Volvíles las espaldas con soberano despre¬
cio, y levantando los ojos hácia la tierra que
acababa de abandonar y de la que me dester¬
raba tal vez para siempre, vi tenía la for¬
ma de un ancho y sombrío escudo de cobre de
unos dos grados de diámetro, fijo ó inmóvil en
el cielo, y guarnecido por un lado con una res¬
plandeciente y dorada media-luna, ó si se quie¬
re mejor media-tierra. No era posible distin¬
guir rastro, ni indicio de mares, ni continentes;
hallándose toda la superficie visible, salpicada
de manchas variables, y cruzada por las zonas
tropicales y ecuatorial, como con otras tantas
fajas.
Por tanto, tras una série dilatada de angus¬
tias, peligros inauditos, y apuros sin cuento, diez
y nueve dias después de salir de Rotterdam, ha¬
llábame al fin en el término del viaje más ex¬
traordinario, y de mayor importancia, que se
ha llevado á cabo, emprendido, ni imagina¬
do siquiera, por ningún ciudadano de ese pla¬
neta.
Réstame contar mis aventuras, porque no dudo
que Vuecencias comprenderán sin dificultad que
después de una permanencia de cinco años en un
planeta tan interesante ya por sí mismo, dupli¬
case este interés, por el lazo íntimo conque co-
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 341
mo satélite suyo se halla enlazado al mündo que
el hombre habita; así que me propongo mante¬
ner con el Colegio Nacional Astronómico una
correspondencia secreta sobre el viaje que [tan
felizmente he hecho, de mayor importancia que
no la que puede darse á sencillos detalles, por
sorprendentes que parezcan.
La verdadera cuestión es la siguiente: aquí
hay muchas cosas que contar, y tendría un ver¬
dadero placer en referíroslas; hay mucho que de¬
cir sobre el clima de este planeta; sobre las al¬
ternativas sorprendentes de frió y calor; sobre
esta claridad solar que dura quince dias, im¬
placable y abrasadora; y esta temperatura gla¬
cial, más que polar, que dura otros quince; so¬
bre una traslación constante de humedad que se
verifica por destilación, como en el vacío, des¬
de el punto del planeta más cercano al sol, has¬
ta el más distante; sobre la raza misma de los
habitantes, sobre sus costumbres, trajes, institu¬
ciones políticas y leyes, sobre su organismo par¬
ticular, su fealdad, su falta de orejas, apéndices
inútiles en una atmósfera tan extraordinaria¬
mente modificada; sobre su ignorancia por consi¬
guiente del uso y propiedades de la palabra; so¬
bre el medio singurar de trasmitir las ideas que
sustituye al lenguaje; sobre la relación incom¬
prensible que liga á cada ciudadano de la luna,
con cada uno de los del globo terrestre, relación
análoga y dependiente de la que rige también
á los movimientos del planeta y su satélite, y
342 EDGAR ROE.
por medio de la cual, el sino y la existencia de
los habitantes de uno de estos planetas, está en¬
lazado al sino y existencia de los habitantes del
otro; añadiéndose á todo, lo que tendré que refe¬
rir á Yuecencias sobre los tenebrosos y horri¬
bles misterios existentes en las regiones del otro
hemisferio lunar, que gracias á la concordancia
casi milagrosa de la rotación del satélite sobre
su eje, con la revolución sideral del mismo al¬
rededor de la tierra, estas regiones no se han
vuelto jamás hácia nosotros, y Dios mediante no
se mostrarán nunca á la curiosidad de los teles¬
copios humanos.
Esto quiero contaros, y además otras mu¬
chas cosas; pero en cambio os exijo un premio ó
recompensa.
Quiero poder reunirme con mi familia y vol¬
ver á mi casa y en consideración á la luz que
puedo proporcionar, si me acomoda, respec¬
to á muchos ramos importantes de las cien¬
cias físicas y metafísicas, han de pagarse mis
comunicaciones futuras, con el apoyo que ese
respetable cuerpo, que tan dignamente presiden
Vuecencias, prestará á mi solicitud, de que se
me perdone el crimen que cometí matando ámis
acreedores al salir de Rotterdam. He aquí el ob¬
jeto de esta carta, cuyo portador es un habitan¬
te de la luna, que se ha prestado á ser mi men¬
sajero y lleva cuantas instrucciones mias ha
menester.
Aguardará cuanto dispongan Yuecencias, y
HISTORIAS ESTRAORDINARIAS. 343
me traerá el perdón impetrado, si fuere dable
obtenerlo.
Tengo el honor de ofrecerme á Vuecencias
•como su más humilde servidor:
Hans Pfaall.
Terminada la lectura de tan estraño docu¬
mento, el profesor Rudabub, en el colmo de la
sorpresa, hay quien afirma dejó caer al suelo la
pipa; y Mynheer Superbus YonUnderduk, se qui¬
tó, limpió y guardó los anteojos en el bolsillo,
y olvidándose de sí mismo y de su dignidad, lle¬
gó hasta hacer tres piruetas sobre el talón iz¬
quierdo, víctima de la quinta esencia del pasmo
y de la admiración.
Se obtendría el indulto; esto no podía ofrecer
la más ligera duda; al menos el buen profesor Ru¬
dabub así lo juró y perjuró con un verdadero ju¬
ramento, siendo idéntico el parecer del ilustre
Vtm Underduk, que cogiendo del brazo á su có-
lega, anduvo sin desplegar los lábios la mayor
parte del camino que mediaba hasta su casa en
que quisieron comenzar ya á tomar aquellas me¬
didas de mayor urgencia. Sin embargo, llega¬
dos á la puerta ocurriósele al profesor que pues¬
to que el mensagero había considerado opor¬
tuno marcharse (aterrado indudablemente al
ver las fisonomías salvajes de los vecinos de
Rotterdam), sería de escasísima utilidad el per-
don, porque solo un habitante de la luna era
EDGAR POE.
344
capaz de emprender tan largo viaje.
Ante tan juiciosa observación, cedió el bur¬
gomaestre y el asunto no tuvo otras consecuen¬
cias, más no sucedió otro tanto con las conje¬
turas y rumores. Publicada la carta, produjo mil
chanzonetas y otros tantos pareceres. Los unos,
los más prudentes y cáutos, ridiculizaron el he¬
cho hasta presentarlo como una verdadera grilla.
En mi sentir ciertas gentes llaman grilla á todo
aquéllo que es superior á'su inteligencia, y no
comprendo, á decir verdad, qué fundamento tu¬
vieron en este caso para hablar así. Estampa¬
remos sus asertos:
Primo .—Que ciertos burlones de Rotterdam
profesaban cierta antipatía especial hácia cier¬
tos burgomaestres y ciertos astrónomos.
Secundo .—Que un enanillo estrambótico, de
oficio fullero, con las orejas cortadas al rape en
pago de alguna de sus fechorías sin duda, habia
desaparecido de Bruges, que está cerca de Rot¬
terdam, pocos dias antes del suceso.
Tertio.—Que las gacetas pegadas alrededor
del giobo eran gacetas de Holanda y por consi¬
guiente no era posible procedieran de la luna.
Cuarto .—Que el mismo Hans Pfaall, borra-
chon y bellaco, con los tres haraganes á quien
aquel llama acreedores suyos, se les ha visto
juntos, dos ó tres dias antes, en una taberna de
los arrabales, y en el momento mismo en que
volvían con algún dinero de un viaje á Amé¬
rica.
HISTORIAS ESTRAORDNARIAS. 345
Último.—.Que con harta justicia es muy co¬
mún opinión que el Colegio de los Astrónomos de
la ciudad de Rotterdam, así como todos los co¬
legios astronómicos restantes, de las demas par¬
tes del universo (sin hablar de los colegios de los
astrónomos en general), no es, por no decir otra
cosa, ni mejor, ni más instruido, ni más listo,
que lo precisamente necesario.
INDICE.
Páginas
Noticia sobre Edgar Poe y sus obras. . . 5
I.
El gato negro., 23
II.
El demonio de la perversidad. 41
III.
El hombre de la multitud. ...... 52
IY.
El corazón revelador.. 72
V.
El escarabajo de oro. 81
VI.
El barril de amontillado.144
VIL
Enterrado vivo.154
VIH.
Una béstia en cuatro.170
IX.
William Wilson.I 88
X.
Debate con una mómia.224
XI.
El retrato oval.202
XII.
Notabilidades .258
XIII.
Hans Pfaall.207
Aig'suasga