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Full text of "Biografia de D. Serafin Estébanez Calderón y critica de sus obras"

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COLECCIÓN 


DE 


ESCRITORES   CASTELLANOS 


críticos 


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«EL  SOLITARIO»  Y  SU  TIEMPO 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2011  with  funding  from 

University  of  Toronto 


http://www.archive.org/details/biografiadedsera02cnov 


TIRADAS  ESPECIALES 


25  ejemplares  en  papel  China ^  ^  ^^^ 

23  ))  en  papel  Japón XXVI  á  L 

,00  »  en  papel  de  hilo t   á   100 


«EL  SOLITARIO»  Y  SU  TIEMPO 


^^^ 


BIOGRAFÍA 


de 


^.  serafín  estej 


CALDERÓN 

Y  CRÍTICA  DE  SUS  OBRAS 


DON  A.  CÁNOVAS   DEL  CASTILLO 

Director  de  la  Real  Academia  de  la  Historia, 

individuo  de   número  de  la   Española  ,  dj  Ja  de  Ciencias 

Morales  y  Políticas  y  eUcto  de  la  de   Bellas  Artes 

de  San  Femando,   MietnV'o  de  la  Real  Academia  de  Ciencias, 

Letras  y  Artes   de  Bélgica, 

Presidente  del  Ateneo  de  Madrid,  &c.,  &c. 


TOMO    lí 


MADRID 

IMPREirrA  DE  A.  ^ÉREZ  DUBRULL 

Flor  Baja,  núm,  22 
1 883 


CAPITULO  IX. 


«EL  SOLITARIO»  EN  SEVILLA. 


Sumario. — Los  vencedores  de  la  Granja  despopularizados.— 
Constitución  de  1837. — Nuevo  cambio. — Los  moderados  otra 
vez. — Estébanez,  jefe  político  de  Sevilla. — Su  entusiasmo  por 
aquella  ciudad, — Sus  buenos  propósitos. — Creaciones  admi- 
nistrativas.— Museo  y  Liceo  Bético. — La  literatura  en  Se- 
villa.—  Reseña  de  las  cosas  políticas  en  1838.  —  Actos  y 
caída  del  gabinete  Ofalia. — Ministerio  del  duque  de  Frías, — 
Continúa  la  impotencia  en  los  gobiernos.  —  Córdova,  diputa- 
do.— Su  actitud  en  el  Congreso. — Narvaez  y  el  ejército  de 
reserva. — Discordias  de  Espartero_,  Córdova  y  Narvaez.— 
Aspiración  á  que  suba  Córdova  al  poder. — Razones  que  abo- 
naban este  propósito.  —  Su  posibilidad. — Dejan  Narvaez  y 
Córdova  á  Madrid. 


oco  después  de  darse  á  luz  Cristianos  y 
Moriscos ,  entró  la  carrera  de  escritor  de 
Estébanez  en  otro  eclipse,  y  muy  lar- 
go. Iniciólo  su  nuevo  nombramiento  de  jefe 
político ,  con  destino  á  Cádiz  ,  en  virtud  del 
real  decreto  de  9  de  Noviembre  de  1837,  y  lue- 
go á  Sevilla,  por  otro  de  12  de  Diciembre  del 
propio  año.  Basta  enunciar  esto  para  compren- 
der, aunque  no  se  tratara  de  caso  tan  conocido. 


8  ((EL    SOLITARIO»    Y    Sü    TIEMPO. 

que  la  política  española  había  experimentado, 
desde  que  tomó  Estébanez  á  Madrid,  grandes 
mudanzas.  Y  con  efecto:  restablecida  por  la  re- 
volución que  consumaron  los  triunfantes  y,  des- 
pués de  todo,  desinteresados  sargentos  de  la  Gran- 
ja, la  Constitución  de  1812,  mientras  Gordo  va 
y  Estébanez  dejaban  sus  puestos ,  dolorido ,  y 
desesperanzado  éste  último,  tal  vez,  de  que  el 
total  programa  encerrado  en  sus  cartas  al  fun- 
dador de  El  Español  se  realizara  nunca,  cons- 
tituyóse á  gusto  de  los  revolucionarios  el  minis- 
terio exaltado  ó  doceañista.  Presidiólo,  y  era  su 
jefe  natural,  D.  José  María  Galatrava,  el  hombre 
animoso,  austero  y  probo,  aunque  siempre  lleno 
de  preocupaciones  revolucionarias ,  que  puso  á 
la  firma  de  Fernando  VII  el  último  y  olvidado 
decreto  constitucional  de  este  Monarca,  en  30 
de  Setiembre  de  1823  '  ^^  abandonando,  hasta 
que  la  abandonaron  todos ,  por  manifiesta  im- 
posibilidad de  seguir  adelante ,  la  defensa  tibia 
que  pudo  entonces  hacerse  de  la  causa  liberal. 
Ya  la  llamada  lógica  de  los  hechos ,  que  no 
es  más  que  la  imperante  fuerza  bruta,  al  vulgo 
tan  simpática ,  había  vencido.  Al  amparo  de 
ios   cristinos  de  1833  ,    Y   ^^  ^^^  liberales  mo- 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  9 

derados  ó  estatutistas  de  1834,  se  habían  ido 
modestamente  acercando  al  poder  los  vencidos 
de  Cádiz ;  pero  sintiéndose  luego  indispensables 
por  las  circunstancias ,  y  contando  con  la  irre- 
mediable flaqueza  del  trono  durante  la  guerra 
dinástica ,  de  día  en  día  acrecentaron  sus  pre- 
tensiones, hasta  exigir,  según  hemos  visto, 
el  restablecimiento  de  cuanto  sucumbió  años 
antes  al  peso  de  la  indiferencia  general,  toda- 
vía más  que  de  la  insolente  y  fácil  invasión 
francesa.  Tras  diversos  accidentes  y  peripe- 
cias varias,  que  en  anteriores  capítulos  reseño, 
quedó  tal  intento  conseguido ,  al  encargarse  Ca- 
latrava  de  la  presidencia  del  Consejo  de  Minis- 
tros, en  14  de  Agosto  de  1836,  acompañado  por 
supuesto  de  Mendizábal.  Como  ninguna  inter- 
vención tuvo  Estébanez  en  los  sucesos  que  in- 
mediatamente se  siguieron,  no  cabe  en  el  plan  de 
mi  obra  examinarlos  con  detención. 

Baste  ,  ahora  ,  recordar  que  durante  el  resto 
de  1836  ,  y  todo  el  año  subsiguiente  ,  conti- 
nuó más  bien  empeorando  que  mejorando  el 
estado  de  la  guerra,  no  obstante  la  gran  victoria 
obtenida  por  el  nuevo  general  en  jefe  Espartero 
contra  los  carlistas,  sobre  el  puente  de  Luchana, 


10  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

y  las  alturas  que  por  allí  cerca  dominan  á  Bilbao. 
Los  que  entonces  no  vivían  ,  jamás  podrán  for- 
marse idea  exacta  del  punto  á  que  por  aquel  he- 
cho de  armas  llegó  el  entusiasmo  en  las  poblacio- 
nes liberales.  De  allí  adelante  fué  Espartero  el  más 
importante  personaje  del  bando  de  la  Reina;  po- 
sición que  más  que  á  su  valor  extremado ,  y  su 
indisputable  probidad  personal,  debió  sin  dudaá 
la  perseverancia  de  su  ambición,  á  su  astucia,  y 
á  la  fortuna,  ya  que  en  altas  cualidades  le  aven- 
tajaban otros  de  sus  compañeros  de  armas,  y 
sobre  todo  Córdova.  Ello  fué ,  en  tanto  ,  que 
ni  otro  voto  de  confianza  dado  á  Mendizábal 
en  materias  económicas;  ni  su  famoso  anticipo 
de  doscientos  millones,  mal  repartido  y  peor  co- 
brado por  las  circunstancias;  ni  el  envío  al  ejér- 
cito del  Norte  de  una  comisión  de  diputados,  pa- 
rodia de  las  de  la  revolución  francesa;  ni  la  des- 
amortización misma  con  los  recursos  inmensos 
que  encerraba,  y  hubiera  ciertamente  producido 
á  realizarse  con  más  orden,  calma  y  acierto;  ni 
la  apropiación  fiscal  de  los  diezmos  y  primicias, 
que  hasta  allí  había  cobrado  la  Iglesia  ;  ni  el 
popular  restablecimiento  de  las  leyes  liberales 
sobre  vinculaciones  y  señoríos;  nada,  en  fin,  de 


«EL    SOLITARIO))    EN    SEVILLA.  11 

cuanto  se  hizo  por  el  gobierno  exaltado  ,  logró 
mejorar  un  ápice  la  mísera  suerte  de  la  patria. 

Las  Cortes  Constituyentes,  reunidas  con  arre- 
glo á  la  Constitución  de  1812,  tuvieron  más  for- 
tuna que  el  gabinete  doceañista  ,  gracias  á  su 
inesperada  moderación.  Su  primera  resolución 
solemne  fué  aceptar,  haciendo  como  que  se  con- 
firmaba, la  Regencia  de  la  Reina  Cristina,  y  aun- 
que afectasen  la  soberanía,  que  han  pretendido 
poseer  en  España  todas  las  llamadas  constituyen- 
tes, no  se  declararon  por  sí  indisolubles  hasta  la 
reunión  de  otras,  sino  en  virtud  de  una  ley,  cuya 
iniciativa  y  sanción  dejaron  á  la  Corona.  Acer- 
taron también  á  hacer  aquel  Código  fundamen- 
tal tan  superior  al  de  1812,  que  rigió  durante 
ocho  años  con  el  título  de  Constitución  de  1837. 
Esta,  con  sus  defectos  y  todo,  entre  los  cuales 
merece  principal  mención  la  ineficaz  contextura 
de  su  Senado  para  cumplir  los  fines  á  que  donde 
quiera  se  destinan  las  dobles  Cámaras,  con  sólo 
admitirlas  en  principio,  y  reconocer  explícita- 
mente las  prerogativas  necesarias  de  la  Corona, 
fué  muy  bien  recibida  por  los  hombres  templados 
é  imparciales del  bando  de  la  Reina,  inclusos  los 
que  acababa  de  derribar  la  revolución  de  1836. 


12  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

De  Estébanez  sé  decir  que,  no  sólo  se  opuso  á  la 
reforma  constitucional  de  1845,  ^^^^  ^^^^  ^^^  ^^ 
los  que  no  perdonaron  á  su  propio  partido  el 
haber  vuelto  á  poner  mano ,  sin  necesidad  ab- 
soluta, en  el  Código  fundamental  del  país.  «¡Ple- 
gué á  Dios  (le  dijo  luego  burlesca,  pero  amarga- 
mente, al  lector,    en  su  proemio  á  las  Escenas 
Andaluzas)  que  vivas  más  años  que  la  Consti- 
tución de    1845!))  Todo  lo  cual  da  á  entender 
que  no  le  escandalizaba  tanto  como  á  los  mode- 
rados de  esa  época  el  mero  principio  teórico  de 
la  soberanía  nacional  ,   puesto  al  frente  de  la 
Constitución  de  1837,  cuya  supresión  fué  el  prin- 
cipal motivo  de  su  reforma,  quizá  porque  no  se 
recordase  bien  que  ninguno  de  nuestros  políticos 
antiguos  llegó  á  negar  que  todos  los  poderes  de 
una  nación  traigan  origen  de  ella,  por  la  volun- 
tad de  Dios,  nunca  ausente  del  régimen  de  las 
cosas.  La  verdadera  y  grave  cuestión  consiste, 
no  en  quien  reside  esencialmente  la  soberanía, 
sino  en  quien  debe  y  puede  con  legítimo  dere- 
cho representarla  ó  ejercerla  en  cada  caso. 

No  bien  terminada  la  Constitución  y  la  ley 
electoral ,  comenzaron  á  sentirse  por  todas  par- 
tes los  efectos  ineludibles  de  las  falsas  máximas 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  1 3 

de  gobierno  del  partido  exaltado  ,  que  poco  á 
poco  fué  cambiando  este  nombre  en  el  de  pro- 
gresista de  allí  adelante.  Enseñoreóse  un  género 
de  anarquía  mansa  de  las  poblaciones  y  pro- 
vincias sometidas  al  trono  constitucional ,  sin 
que,  al  parecer,  se  enterase  de  ello  el  gabinete 
progresista  ,  achaque  eterno  de  los  de  su  clase, 
mientras  que,  por  otro  lado,  varias  de  las  medi- 
das gubernamentales  y  de  los  proyectos  presen- 
tados en  las  Cortes,  singularmente  el  de  arreglo 
del  clero ,  acrecentaban  cada  vez  más  el  des- 
contento religioso,  que  tanto  servía  á  los  carlis- 
tas para  aumentar  sus  recursos  y  sus  huestes. 
Pronto  llegó  el  instante  en  que  el  ministerio 
Calatrava ,  con  ser  tan  liberal ,  por  no  saber, 
ni  poder  remediar  los  males  públicos,  se  halló 
no  menos  impopular,  hasta  entre  los  más  de 
los  doceañistas  violentos  ,  que  cualquiera  otro 
de  los  anteriores.  Y  no  osando  al  fin  y  al  cabo 
sostenerse  más,  dejaron  el  i8  de  Agosto  el  man- 
do Calatrava ,  Mendizábal  y  algunos  otros  de 
sus  compañeros ,  encargándose  nominalmente  la 
presidencia  del  que  luego  se  formó  al  nuevo  con- 
de de  Luchana,  Espartero,  que,  según  era  natu- 
ral, prefirió  seguir  rigiendo  el  ejército  del  Norte. 


14  «EL    SOLITARIO»    Y   SU    TIEMPO. 

Entonces  el  Sr.  Bardají  y  Azara  ocupó  el  pues- 
to vacante,  y  durante  su  breve  ministerio  se 
mandó  proceder  á  las  nuevas  elecciones. 

El  nombramiento  de  Estébanez,  para  Cádiz, 
cinco  días  después,  dijo  ya  sobrado  claro  que  la 
influencia  política  de  El  Español,  en  el  cual   co- 
laboró  algo  aquél  desde  Logroño  ,   y  continuó 
siempre  colaborando,  bajo  la  dirección  de  Borre- 
go, abiertamente  comenzaba  á  predominar;  pero, 
ni  la  débil  constitución  del  gabinete,  ni  la  proxi- 
midad de  unas  elecciones,  délas  cuales  quedaba 
aún  pendiente  la  futura  dirección  de  los  nego- 
cios, podían  ser  parte  á  que  el  nuevojefe  político 
tomase  entonces  posesión  de  su  cargo ,   y  no  la 
tomó   en  efecto.   Aguardó  para  resolver  á  que 
se  reunieran  aquellas  nuevas  Cortes,  en  que,  no 
obstante  las  ordinarias  violencias  de  los  progre- 
sistas, obtuvo  mayoría  el  partido  que  denomi- 
naba £'/£'5/)awí}Z  monárquico-constitucional,  bien 
que  la  generalidad  le  apellidara  moderado  toda- 
vía, por  contraposición  al  título  de  exaltado  que 
antes  ostentó  su  adversario.  Lo  que  nunca ,  por 
desgracia,  se  ve  ya  en  nuestros  tiempos,  aconte- 
ció por  aquella  sazón.  Los  electores,  con  las  ar- 
mas pacíficas  del  sufragio,   bajo  un  ministerio 


C(EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  1 5 

desnudo  de  eficaz  influjo,  deshicieron  las  conse- 
cuencias de  la  revolución  ,  á  que  no  sin  motivo 
dan  nombre  los  sargentos  de  la  Granja.  Martínez 
de  la  Rosa  y  Toreno,  jefes  de  los  anteriores  go- 
biernos moderados,  lo  fueron  también  de  la  ma- 
yoría de  las  Cortes.  A  Bardají  le  sustituyó  con 
ventaja  el  Conde  de  Ofalia,  embajador  que  había 
sido  en  Francia,  y  ministro  de  Fomento  en  los 
comienzos  del  nuevo  reinado,  hombre  de  expe- 
riencia y  diestro  ,  que ,  aunque  naturalmente 
representó  á  la  mayoría  moderada ,  no  produ- 
cía con  su  escasa  significación  igual  alarma  ,  ni 
despertaba  tantos  odios  entre  los  ardientes  libera- 
les, cuanto  las  verdaderas  cabezas  del  partido 
vencedor,  A  este  tiempo  ya ,  había  sido  nom- 
brado Estébanez  jefe  político  de  Sevilla  ,  empleo 
que  aceptó  al  punto  ,  y  donde  á  su  actividad  y 
saber  se  abría  campo  bastante  para  que  se  mar- 
chase á  desempeñarlo,  no  bien  organizado  el 
nuevo  gabinete. 

Diez  mesesgobernó  aquella  provincia  con  satis- 
facción propia,  no  obstante  que  se  hallara  de  bue- 
nas á  primeras  con  una  inundación  del  Guadalqui- 
vir, no  conocida  tal  desde  dos  siglos  antes ,  y  á 
pesar  de  sus  prematuras  quejas,  ya  por  no  tener 


1 6  ((EL   SOLITARIO))    Y  SU    TIEMPO. 

alojamiento  oficial  ni  haberlo  encontrado  cómo- 
do y  decoroso,  ya  por  los  chismes ,  según  decía, 
de  la  gente.  Pero  no  podía  ser  que  ninguna  otra 
población  le  contentase  tanto.  Para  míEstébanez 
debía  de  haber  visitado  anteriormente  aquella 
ciudad  insigne,  su  Mairena  del  Alcor,  su  Carmona 
y  todas  las  alegres  y  ricas  poblaciones  de  alrede- 
dor, tal  vez  cuando  en  1824  volvía  á  Málaga  des- 
de Gibraltar.  Lo  cierto  es  que  antes  de  ir  de  jefe 
político,  conocía  muy  bien  y  miraba  con  parti- 
cularísima predilección  aquella  tierra.  ((No  hay 
más  decir  (había  escrito  ya  en  Púlpete  y  Balheja) 
sino  que  Andalucía  es  la  mapa  de  los  hombres 
rigiilares  ,  y  Sevilla  el  ojito  negro  de  tierra  de 
donde  salen  al  mundo  los  buenos  mozos ,  ios 
bien  plantados,  los  lindos  cantadores,  los  tañe- 
dores de  vihuela ,  los  decidores  en  chiste ,  los 
montadores  de  caballos,  los  llamados  atrás,  los 
alanceadores  de  toros,  y,  sobre  todo,  aquellos 
del  brazo  de  hierro  y  de  la  mano  airada.))  Ó  lo 
que  es  lo  mismo  :  que  nuestro  Solitario,  no  tan 
sólo  reputaba  á  Sevilla  capital  artística  de  Es- 
paña, reina  del  Guadalquivir,  é  imperio  un  tiem- 
po dedos  mundos,  según  dijo  en  su  artículo 
sobre  Manolito  Gázquez ,  sino  que  la  tenía  tam- 


C(EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  I7 

bien  por  la  verdadera  metrópoli  de  aquellas  ca- 
ras provincias,  en  que  al  vivo  se  representa- 
ban sus  Escenas  Andalu:(as.  a  Hallándome  allí 
(escribe,  por  más  demostración,  en  su  Batk  en 
Triana),  y  habiéndoseme  encarecido  sobremane- 
ra la  destreza  de  ciertos  cantadores  ,  la  habilidad 
de  unas  bailadoras,  y,  sobre  todo,  teniendo  en- 
tendido que  podría  oir  algunos  de  los  romances 
desconocidos,  dispuse  asistir  á  una  de  estas  fies- 
tas. El  Planeta,  el  Filio,  Juan  de  Dios,  María  de 
las  Nieves  ,  la  Perla,  y  otras  notabihdades,  así 
de  canto  como  de  baile ,  tomaban  parte  en  la 
función.  Era  por  la  tarde,  y  en  un  mes  de  Mayo 
fresco  y  florido.  Atravesé  con  mi  comitiva  de 
aficionados  el  puente  famoso  de  barcas  para 
pasar  á  Triana,  y  á  poco  nos  vimos  en  una  casa 
que  por  su  calle  y  traza  recordaba  la  época  de 
la  conquista  de  Sevilla  por  San  Fernando.  El 
río  bañaba  las  cercas  del  espacioso  patio ,  cu- 
biertas de  madreselvas  ,  arreboleras  y  mirabe- 
les, con  algún  naranjo  ó  limonero  en  medio  de 
aquel  cerco  de  olorosa  verdura.»  Vese,  pues, 
cómo  perfeccionaba  por  allá  su  ciencia  de  las  cos- 
tumbres, estudiándolas  al  natural.  Tras  lo  di- 
cho describe  un  baile ,  en  términos  que  nada 
-  XII  -  2 


1 8  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

dirían  de  nuevo  al  lector  ,  dado  que  en  uno  de 
los  antecedentes  capítulos  se  ha  visto  el  retra- 
to que  de  la  perfecta  bailadora  hizo  en  su  Asam- 
blea general  Y  tales  andanzas  y  regocijos  procla- 
man ,  en  conclusión,  que  si  en  Granada  acabó  y 
perfeccionó  los  estudios  académicos  comenzados 
en  Málaga,  fué  Sevilla  la  Universidad  donde  ele- 
vó al  doctorado  la  licenciatura  que  de  su  natal 
ciudad  traía  para  ejercer,  no  tan  solamente  de 
abogado,  sino  de  escultor  y  pintor,  de  historia- 
dor y  poeta  épico,  todo  á  un  tiempo,  por  lo  to- 
cante á  personajes  y  asuntos  originales  de  An- 
dalucía. Por  otro  lado,  husmeaba  en  Sevilla, 
según  le  escribió  á  Gayangos,  no  menos  que 
«el  tesoro  de  los  libros  viejos  y  manuscritos,» 
mientras  le  añadía  con  franqueza,  ccque  no  echa- 
ba de  menos  allí  ni  el  desenfado  ni  la  alegría.» 
Era  aquella,  en  suma,  una  verdadera  Capua  para 
Esíébanez ,  y  tan  capaz  como  la  itálica  de  ener- 
var cualquiera  voluntad  enérgica,  cuanto  más  la 
suya ,  dispuesta  siempre  á  toda  laya  de  goces  y 
placeres.  4 

Nada  de  eso  apagó,  sin  embargo ,  el  anhe- 
lo de  acción   y  los  buenos  propósitos   de  ad-  ,; 
ministrador  y  hombre  de  gobierno  con  que  por 


«EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  1 9 

segunda  vez  dejara  á  Madrid.  A  poco  más  de  un 
mes  de  haber  tomado  posesión  del  gobierno,  es- 
cribió al  general  Córdova,  que  llevaba  aun  traba- 
jo infernal,  y  esperaba  coger  opimos  frutos,» 
añadiendo  en  su  peculiar  estilo:  «Si  llego  á  com- 
pletar seis  meses  de  reinado, — hoy  día  es  una 
dinastía  ,^ — verá  V.  algo  de  creación  y  realizado 
un  poco  del  bien  de  que  tanto  se  habla,  y  nadie 
se  cura  de  hacer  efectivo.»  Breves  días  después, 
en  21  de  Febrero,   le  decía  :   «Aquí  estoy  bien, 
aunque  no  á  mon  aise;  el  país  es  bueno,  y  como 
mis  antecesores  no  han  trabajado ,   puedo  pre- 
sentar   resultados   brillantes    en    poco    tiempo, 
resultados  que  deben  darme  nombre.»  Por  últi- 
mo, en  31  de  Marzo  le  añadió  :  «Aunque  mi  si- 
tuación es  fastidiosa,   no  dejaré  esto  sino  por 
Madrid,  pues  aquí  voy  planteando  mejoras  que 
siempre  lisonjean.  El  que  tiene   algo   de  chispa 
en  la  frente  tiene  necesidad  de  crear,  y  allí  don- 
de produce,  cría  raíces.» 

Y,  con  efecto,  antes  de  mucho  había  ya  creado 
el  Museo  de  pintura  y  escultura,  que,  comen- 
zando por  dar  asilo  en  sus  salas  á  gran  número 
de  los  abandonados  lienzos  délos  conventos  su- 
primidos ,   tuviesen  ó  no  singular  mérito ,   ha 


20  C(EL    SOLITARIO))    Y   SU   TIEMPO. 

acabado  por  ser  ,  gracias  principalmente  á  las 
maravillosas  obras  de  Murillo  que  encierra,  el 
más  notable  de  España ,  después  de  los  de  Ma- 
drid, y  uno  de  los  más  dignos  de  ser  visitados 
en  todo  el  mundo.  De  aquellos  mismos   con- 
ventos ó  monasterios  desiertos,  recogió  millares 
de  volúmenes,  con  los  cuales  pobló  y  organizó 
una  biblioteca  de  provincia  sin  rival  en  su  cla- 
se. Por  su  influjo  y  esfuerzos  se  estableció  tam- 
bién ,  según   se  lee  en   El  Panorama  de  Madrid^ 
periódico  de  aquella  época,   el  Liceo  Béíico,  á 
semejanza  del  de  la  corte,  con  objeto  de  que  en 
la  gran  capital  andaluza  todo  talento  continuara 
ejercitándose  ,  y  particularmente  el  poético  ,  que 
había  dado  ya  origen  á  dos  afortunadas  agrupa- 
ciones de  hombres  de  letras,  las  cuales  ,  por  su 
propia  importancia  y  su  considerable  influjo  ex- 
terno, así  como  por  los  principios  fijos  á  que  ajus- 
taron sus  obras,  llegaron  á  merecer  el  nombre  de 
escuelas ,  en  nuestro  siglo  de  oro  la  una,  la  otra 
en  el  presente.  La  reputación  de  escritor  de  £/ 5í)- 
litario  le  aprovechó  en  gran  manera  para  llevar 
tales  empresas,    no  fáciles  siempre,  á  buen  fin, 
tanto  cuando  menos  como  la  autoridad  política 
que  ejercía.    Ni  ésta  le  impidió  descender  cual 


((EL   SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  21 

uno  de  tantos  justadores  á  la  arena  literaria; 
que  aún  recuerdan  en  Sevilla  las  sesiones  bri- 
llantes de  aquel  Liceo ,  que  enalteció  con  sus 
propias  poesías.  Al  calor  de  la  nueva  corpora- 
ción, volvió  á  emprenderse  en  Sevilla  una  pu- 
blicación de  bellas  letras  que  recordaba  El  Co- 
rreo de  otros  tiempos,  y  en  la  cual  figuraron 
los  nombres  insignes  ya  de  El  Solitario  y  el  du- 
que de  Rivas ,  al  lado  de  los  de  otros  muy  jó- 
venes, y  bien  conocidos  después,  como  D.  Ga- 
briel García  Tassara,  D.  Salvador  Bermüdez  de 
Castro,  D.  José  Lorenzo  Figueroa,  D.  Fernando 
de  la  Vera  y  D.  Lorenzo  Nicolás  Quintana,  que 
de  todo  punto  dejó  luego  la  práctica  de  la  poesía 
por  la  de  la  administración  pública ;  siendo  el 
coleccionador,  más  bien  que  editor,  de  tales  tra- 
bajos D.  Miguel  Tenorio ,  en  quien  apuntaban 
no  escasas  dotes  poéticas.  La  Lira  Andaluza  se 
titulaba  esta  publicación,  y  allí  se  dio  á  luz  el 
romance  morisco  de  El  Solitario  titulado  La 
Despedida  de  Omir,  que  empieza  con  los  siguien- 
tes versos : 

a  Linda  Jaira  ,   linda  Jaira  , 
Tan  ingrata  como  hermosa  , 
¿Más  dura  que  el  alto  risco 


22  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Donde  se  estrellan  las  olas; 
Levanta  el  enhiesto  cuello 
De    las   pérmicas    alfombras, 
Que  mullen  el  albo  lecho, 
Donde  entre  sedas  reposas,»  etc. 

Una  de  las  obras  que  pienso  y  he  dicho  que  es- 
tarían bien  halladas  en  cualquier  romancero 
español. 

Mantenían  todavía  en  el  ínterin  la  represen- 
tación de  la  segunda  escuela  sevillana ,  casi  de- 
sierta desde  los  primeros  años  del  siglo,  don 
Francisco  Rodríguez  Zapata  ,  poeta  de  robus- 
ta y  clásica  entonación,  y  D.  Juan  José  Bueno, 
asimismo  literato  y  poeta  muy  estimable  ;  y 
no  son  de  omitir,  ya  que  por  completo  no  pue- 
da citar  los  del  gran  número  de  personas ,  en 
su  mayor  parte  jóvenes  ,  y  todas  inteligentes  y 
estudiosas,  cuyos  trabajos  protegió  y  alentó  la 
iniciativa  de  Estébanez ,  nombres  tales  como  el 
de  Fernández  Espino  y  el  de  Amador  de  los 
Ríos.  Fué  ilustrado  y  muy  juicioso  crítico  el  pri- 
mero, y  hombre  el  segundo  á  quien  no  cabe  ne- 
gar que  deba  servicios  eminentes  la  literatura 
castellana,  cuyos  orígenes y^primitivos  desenvol- 
vimientos investigó  como  nadie  antes  de  él ,  y 
que,  empeñado  en  muy  distintos  trabajos  de  eru- 


C(EL    SOLITARIO))    EN    SEVILLA.  23 

dición  Ó  iPzgenio  ,  recogió  en  todos  apreciables 
frutos.  Quizá,  si  más  espontánea  y  llanamente  se 
hubiera  reconocido  su  indudable  mérito,  pade- 
ciera menos  Amador  de  los  Ríos  del  más  repara- 
ble de  sus  defectos,  que  era  decir  en  alta  voz  de 
sí  propio  lo  que  injustamente  omitían  ó  excusa- 
ban otros  confesar.  De  todas  suertes  ,  fué  dig- 
no de  respeto  en  vida ,  y,  en  mi  concepto,  será 
siempre  acatada  su  memoria  por  cuantos  profe- 
sen afición  á  nuestras  letras. 

Menos  en  el  ínterin  que  en  Madrid  se  ocupó 
por  allá  Estébanez  en  sus  estudios  árabes ;  pero 
no  dio  paz  á  la  mano  por  lo  que  toca  á  bus- 
car Cancioneros  ,  Romanceros  y  romances  para 
su  proyectada  colección ,  ni  libros  viejos  caste- 
llanos de  poesía  y  novelas.  En  esta  época  su  fu- 
ror de  adquirir  libros  había  llegado  ya  á  aquel 
punto  extremo  en  que  se  conservó  hasta  que 
dejó  él  de  existir.  Su  correspondencia  de  entonces 
principalmente  está  consagrada  á  pedirlos  y  en- 
cargarlos por  todas  partes,  y  sobre  todo  á  Lon- 
dres, donde  Gayangos  ,  que  no  era  todavía  su 
rival  como  bibliófilo  y  colector,  sin  descuidar, 
sin  duda,  su  propia  librería  naciente,  le  prestaba 
constantes  y  buenos  servicios.  De  estas  cosas 


24  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

agradables  sácame  ahora  la  necesidad  en  que 
estoy  de  volver,  y  con  otro  detenimiento  que 
antes,  los  ojos  á  la  situación  general  del  país, 
para  que  se  comprenda  mejor  el  acontecimiento 
que  sobrevino  á  los  diez  meses  de  estar  Estéba- 
nez  en  Sevilla,  obligándole  á  salir  de  allí  preci- 
pitadamente. 

Hemos  visto  que  su  correspondencia  con  Cór- 
dova  continuó  desde  aquella  capital  tan  ínti- 
ma y  constante  como  fué  desde  Logroño;  pero 
falta  examinarla  bajo  el  punto  de  vista  político. 
Desde  el  lo  de  Febrero  le  ofreció  ya  ,  que  ,  de 
acuerdo  con  el  general  D.  Pedro  Méndez  Vigo, 
haría  cuanto  buenamente  pudiese  á  fin  de  que 
saliera  diputado  en  una  vacante  de  Sevilla,  si  an- 
tes no  lograba  serlo  por  otro  lado.  Decíale,  ade- 
más, que  contribuyese  á  que  Narvaez  resumiera 
á  un  tiempo  el  mando  del  ejército  de  Andalucía 
y  del  de  reserva  ,  encareciendo  los  propósitos 
que  lo  propio  que  él  tenía  de  influir  cuanto  pu- 
diera para  verle  en  los  escaños  rojos ,  ó  sean  los 
del  gobierno,  y  no  sin  añadir  que,  por  lo  que  ob- 
servaba, jamás  aquel  antiguo  compañero  de  ar- 
mas le  sería  ingrato.  Prosiguiendo  la  idea  mis- 
ma, declaraba,  en  21  de  Febrero,  «que,  desde  el 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  25 

punto  que  se  trató  de  elecciones,  se  había  acor- 
dado de  Górdova  como  medio  de  ponerle  en  tea- 
tro en  que  políticamente  pudiera  hacer  tanto  bien 
como  mandando  las  tropas  de  Mendigorría.» 
Y  por  cierto  que  manifiesta  asimismo  Estébanez 
en  esta  correspondencia  grande  amistad  hacia 
Casa-Irujo,  luego  duque  de  Sotomayor,  hacien- 
do de  paso  no  poca  estima  de  otro  de  los  candi- 
datos, es  á  saber,  del  abogado  Seoane,  hermano 
del  que  más  tarde  fué  conde  de  Velle ,  á  quien 
califica  de  ((hombre  picante,  charlante  y  cantan- 
te, que  podría  dejar  atrás  en  las  Cortes  al  Divino, 
ó  sea  Arguelles,  y  á  Ruinas ,  ó  sea  López ,  pero 
en  mejor  cuerda.^)  Traslúcese  bien  en  todo  esto  el 
vivo  espíritu  político  que  nuevarnente  lo  anima- 
ba. Con  su  ayuda  fué  elegido  ,  en  efecto,  Cór- 
dova,  bien  que  no  llegara  á  tanto,  que  no  se  es- 
tilaba ni  podía  prestarse  entonces,  como  la  que 
se  suele  á  los  candidatos  dar  ahora,  sustituyen- 
do por  completo  la  voluntad  del  que  manda  á 
la  del  cuerpo  electoral.  Sonde  verlas  delicadezas 
y  escrúpulos  que,  tocante  á  esto,  revelan  las  car- 
tas de  Logroño  y  Sevilla  de  Estébanez.  Al  comu- 
nicarle á  Córdova  la  noticia ,  prevínole  que  la 
opinión  andaba  muy  torcida;  ((que  en  España 


26  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

(decía)  se  tuerce  tan  fácilmente  como  los  vinos 
claretes ,  por  falta  de  fijeza  en  los  principios  que 
se  sostienen  ó  combaten,  y  porque  sólo  un  inte- 
rés mezquino  y  una  avaricia  insaciable  presiden 
en  las  personas  que  agitan  y  conmueven  los  par- 
tidos.» Por  lo  que,  no  sabiendo  qué  grande  de- 
nuesto disparar  contra  políticos  tales ,  ocürresele 
apodarlos  holandeses^  cual  si  fuera  un  historiador 
de  Flandes,  y  el  caso  de  encarnizada  guerra  toda- 
vía con  aquellos  herejotes  rebeldes. 

Harto  más  práctico  é  intencionado  era  su 
empeño  por  unir  estrechamente  á  los  dos  Ge- 
nerales de  mayor  prestigio  y  valer  que  hubie- 
se entre  los  que  sinceramente  profesaban  ideas 
monárquicas  y  conservadoras,  ponderándole, 
sin  cesar,  á  Córdova  la  fiel  amistad  de  Narvaez. 
((En  él  (le  decía  en  otra  carta)  encontrará  V. 
siempre  un  amigo  y  un  agradecido  ;  varias  ve- 
ces me  ha  repetido,  y  con  fruición  y  gloria, 
que  todo  lo  que  era  se  lo  debía,  y  esto  siempre 
que  venía  á  cuento.))  Luego  añadió  :  «Narvaez 
tiene  bastante  sagacidad  para  dejarse  llevar  á 
los  extremos  de  los  chicos  revoltosos  de  la  fami- 
lia (aludiendo  indudablemente  á  la  liberal),  que, 
así,  forcejean,  como  si  estuvieran  luchando  sobre 


<(EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  27 

blandos  colchones ,  siendo  así  que  están  al  borde 
de  precipicios,  y  de  precipicios  sin  redención. 
Narvaez  querría  guardar  el  centro;  pero  ¿quién 
podrá  lisonjearse  de  lograr  tan  alta  empresa  por 
mucho  tiempo?  Repito  ahora  lo  que  yo  decía  dos 
años  hace  :  se  puede  valer  de  buena  maña  un  jefe 
si  la  crisis  ha  de  durar  poco ;  pero  si  ésta  dura,  se 
dilata,  ¿cómo  mantenerse  en  situación  tan  espi- 
nosa? Más  fácil  es  agitarse  arriba,  abajo,  que  no 
guardar  inmóvilmente  la  perpendicular  como  un 
soldado  en  facción.»  Ó  mucho  me  equivoco,  ó 
tales  frases  revelan  que  el  quedarse  en  el  centro, 
ó  sea  en  medio  de  los  partidos ,  como  al  parecer 
pretendía  Narvaez ,  era  para  Estébanez  imposi- 
ble, inclinándose  á  que  hombres  de  tal  peso  en 
el  país  tomasen  definitiva  posición.  No  debía  ser 
ya  la  que  prefiriese  ninguna  dictadura  militar, 
pues ,  según  iremos  advirtiendo,  la  experiencia 
había  madurado  más  su  criterio,  y  sus  soldades- 
cos ímpetus  de  1836  estaban  en  gran  manera  cal- 
mados. Por  lo  demás,  desde  fines  de  Marzo  avisó 
á  Córdova  que  (das  sociedades  secretas,  que  pa- 
recían dormir,  volvían  á  agitarse  con  grande  in- 
terés, y  que  en  Sevilla  habían  reclutado  en  pocos 
días  un  número  considerable  de  personas,  de  no 


28  «EL   SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

despreciable  importancia, y)  ¿Se  contarían  entre  és- 
tas algunas  de  las  que  veremos  figurar  en  el 
pronunciamiento  de  Sevilla  bien  pronto?  Adiví- 
nelo luego  el  curioso  lector. 

Armado  Córdova,  por  su  parte,  con  el  acta  de 
diputado ,  se  lanzó  resueltamente  á  la  lucha  par- 
lamentaria ,  en  la  cual  dicho  está  que  no  sostu- 
vo su  fama  de  orador  en  los  salones ,  por  más 
que  no  sea  seguro  que  se  mostrase  inferior  á 
otros  militares  que  han  logrado  altísimas  po- 
siciones políticas  después.  Apoyó  ya  en  8  de 
Marzo  una  proposición  sobre  recompensas  á  los 
defensores  de  Zaragoza  en  la  sorpresa  de  Ca- 
bañero y  acerca  de  esta  sorpresa  misma ;  luego 
habló  de  nuestros  prisioneros  y  del  trato  que  de 
los  rebeldes  recibían  ;  antes  de  terminar  aquel 
mes,  recordando  su  carrera  diplomática,  discutió 
un  arreglo  que  se  propuso  de  la  secretaría  de  Es- 
tado, usando  varias  veces  de  la  palabra;  en 
suma,  apenas  hubo  punto  importante  que  no  exa- 
minase. Ley  orgánica  de  ayuntamientos,  propo- 
siciones sobre  descuento  de  sueldos ,  retiros  mi- 
litares, contribución  extraordinaria  de  guerra, 
todo  le  dio  ocasión  para  discursos.  Una  de  sus 
más  notables  proposiciones  fué  la  que  presentó 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  29 

con  el  fin  de  que  se  extendiese  el  voto  de  gracias 
otorgado  á  Espartero  y  sus  tropas  por  la  batalla 
gloriosa  de  Luchana ,  á  los  generales  Iriarte  y 
Latre  ,  recompensando  también  sus  distingui- 
dos y  algo  desdeñados  servicios.  La  última  vez 
que  habló  en  aquella  legislatura  fué  el  13  de 
Junio;  y  si  hubiera  de  juzgársele  como  orador 
por  el  texto  del  Diario  de  las  Sesiones ,  fuerza  se- 
ría contarle  por  más  dichoso  que  supone  la  cons- 
tante tradición  parlamentaria.  Prueba  de  que, 
según  afirmó  en  su  primer  discurso,  no  estaba 
afiliado  aún  á  ningún  partido,  ofrece  el  ver  que 
en  sus  proposiciones  solía  juntar  su  nombre  á  los 
de  Mendizábal ,  San  Miguel,  Madoz  y  el  conde 
de  las  Navas.  Pero  si  por  ventura  lo  ignoraba  él 
mismo,  no  ignoraban  los  demás  que  pocos  hom- 
bres se  conocían  con  espíritu  ó  con  instinto  más 
de  veras  conservadores. 

Lo  que  había  era  que  ni  moderados  ni  exalta, 
dos  querían  entonces  al  gobierno,  y  coincidían 
continuamente.  ((La  opinión  (le  escribió  de  nuevo 
Estébanez  á  Córdova)  se  ha  torcido  mucho  con 
la  cuestión  de  los  diezmos  y  la  ley  de  ayunta- 
mientos. Nadie  quiere  pagar,  y  nadie  quiere  obe- 
decer; por  consecuencia,  ¿cómo  no  habían  de 


30  c(i:l  solitario»  y  su  tiempo. 

aprovecharse  les  faiseurs  de  mouvements?  Aquí  me 
lisonjeo  que  no  estallarán,  pero  el  primer  reme- 
dio está  en  esa  heroica  villa  y  en  esos  bancos  ro- 
jos» (los  del  gobierno),  «ó  escarolados,»  nom- 
bre que  por  su  color  daba  á  los  que  ocupaban 
á  la  sazón  los  diputados.  «Es  preciso,  añadía, 
que  los  hombres  que  valen  algo,  que  tienen  al- 
guna reputación  adquirida,  que  tienen  algún  lazo 
con  el  país  ,  no  estimulen  á  las  sociedades  y 
clubs ;  que  calmen  las  pasiones  con  sus  palabras 
y  repriman  la  perversidad  con  sus  acciones.  Si 
no  se  hace  así,  nos  hundimos,  como  lo  vatici- 
naba yo  en  1836.»  Recordaba  en  otra  ocasión 
un  dicho  de  Córdova  :  «que  en  España  todo  iba 
saturado  con  pimiento  picante,  por  lo  cual  no 
se  necesitaba  de  nada  para  que  se  convirtiese 
en  una  caldera  de  Pero  Botero.  »  Y  el  4  de 
Agosto  continuaba  diciendo  «que  los  agitado- 
res se  movían  allí,  aunque  tal  vez  lo  hacían 
más  por  cumplir  que  por  esperar  un  buen  resul- 
tado, sin  embargo  de  lo  cual  estaba  alerta  y 
concitándose  de  la  gente  revolucionaria  tanta 
impopularidad  como  en  Logroño  dos  años  an- 
tes.» Indicaba  esto  último  que  los  revolucio- 
narios de  ideas  ,  de  instinto,  ó  de  oficio,  eran, 


«EL    SOLITARIO»     EN    SEVILLA.  3  I 

como  siempre,  incorregibles ,  y  algo  más ,  á 
saber,  que  todos  los  males  públicos  continua- 
ban sin  alivio,  y  aun  se  agravaban  diariamente; 
que  cada  cuál  exigía  de  su  enemigo  peniten- 
cia por  lo  pecado  entre  todos ;  que  recíproca- 
mente pedían  unos  á  otros  milagros ,  el  país  al 
gobierno,  el  gobierno  al  ejército,  el  ejército  al 
país ,  aunque  éste  ya  no  pudiera  dar  más  de  lo 
que  daba ;  que  el  descontento  y  la  murmura- 
ción universales  no  representaban,  en  suma,  si- 
no la  anarquía  en  que  se  hallaba  la  infeliz  Espa- 
ña. Todo  se  podía  predicar  entonces  á  la  genera- 
lidad de  las  gentes  con  éxito ,  menos  la  pacien- 
cia y  la  moderación.  Ninguna  otra  voz  que  la 
del  patriotismo  solía  ,  en  tanto  ,  guardar  silen- 
cio. Estébanez,  quemas  que  liberal  ó  monár- 
quico ,  literato  ó  político ,  era  español ,  y  espa- 
ñol tan  castizo  y  vehemente,  ¿cómo  no  había  de 
tener  el  corazón  partido  en  tales  circunstancias? 
Cuanto  aquí  sus  cartas  textualmente  descubren, 
podíase  haber  supuesto,  sin  miedo  de  errar,  por 
los  que  le  conocimos. 

El  levantamiento  del  sitio  de  Morella  y  la  re- 
tirada de  Oráa  delante  de  Cabrera  no  fué  desas- 
tre ni  vergüenza  militar;  pero  sí  el  solo  pretexto 


32  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

que  al  descontento  unánime  le  faltaba.  No  tardó, 
pues,  en  sucumbir,  tan  desgraciado  comosus  pre- 
decesores, el  ministerio  Ofalia ,  en  el  cual,  sea 
dicho  de  paso,  se  distinguió  ya  D.  Alejandro 
Món  ,  bastante  joven  todavía ,  como  ministro 
de  Hacienda  y  por  su  carácter  entero.  El  nuevo 
cambio  tuvo  lugar  á  29  del  mismo  mes  en  que 
está  fechada  la  última  carta  de  Estébanez ,  de 
que  he  copiado  tristes  frases  ;  y  no  cayó  el  mi- 
nisterio aquel  porque  perdiese  la  mayoría  en 
las  Cortes,  que  estaban  cerradas  ya  entonces,  ni 
porque  la  Corona  le  retirase  su  confianza  Ubérri- 
mamente,  sino  antes  bien  por  miedo  á  las  voci- 
feraciones sediciosas ,  pasquines  y  proclamas  de 
los  revolucionarios  en  Madrid  ,  y  á  la  agitación 
amenazadora  que  se  sentía  en  ciertas  otras  ciu- 
dades. 

Habíanse  modificado  mucho  á  todo  esto  los 
primeros  miramientos  de  los  liberales  unos  con 
otros,  cuando,  al  principio  del  nuevo  reina- 
do, todavía  estaban  frescos  los  suplicios  y  los 
destierros  discrecionales  del  anterior.  Alguno 
que  otro  capitán  general  daba  serias  muestras  de 
querer  conservar  á  todo  trance  el  orden ,  y  aun- 
que fuese  á  costa  de  pasar  por  reaccionario,  dis- 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  )^ 

tinguiéndose  especialmente  Palarea,  que,  no  sin 
ruda  y  hasta  sangrienta  arbitrariedad,  mandaba 
en  Málaga,  y  el  conde  de  Cleonard,  que  con  el 
régimen  de  los  estados  de  sitio  mantenía  en  ra- 
zón la  otra  parte  de  Andalucía,  donde  ganó  por 
su  severidad   no  menos  que  el  sobrenombre  de 
tirano  de  Cádi^  *.   Pero  nada  de  esto  daba  au- 
toridad á  gobiernos  que,  no  tan  sólo  solían  te- 
ner contra  sí ,  por  una  causa  ü  otra ,  á  todos  los 
partidos  de  la  nación  á  un  tiempo,  sino  que  es- 
taban además  constantemente  cohibidos  ó  ame- 
nazados desde  el  ejército  por  Espartero,  mucho 
más  ambicioso  y  harto  menos  mirado  que  Cór- 
dova,  y  que  venía  ya  ensayando  el  papel  que, 
andando  los  días,  representó  en  la  historia.  Bien 
sabido  es  cuanto  se  quejó  de  eso  el  ministe- 
rio Calatrava  en  sus  postreros  tiempos ,   y  de 
lo  mismo  se  lamentó  con  razón  el  de  Ofalia. 

A  este  último,  siguióse  otro  de  escaso  prestigio 
también  y  de  poco  diferente  matiz  político,  bajo 
el  amparo  siempre  de  Martínez  de  la   Rosa  y 


«  Clonard  en  Cádii.  Reseña  histórica  de  la  conducta  obser- 
vada por  el  Urano  de  Cádi^,  conde  de  Clonard.  Madrid  :  im- 
prenta de  El  Eco  del  Comercio  ,  Enero  de  1839.— Folleto  ano- 
nimo. 

-  XII  -  9 


34  ^(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Toreno.  En  él  presidió  el  duque  de  Frías ,  y  fue 
ministro  Ruíz  de  la  Vega,  excelente  humanista, 
aunque  poeta  infeliz,  á  quien  tuvo  por  catedrático 
Estébanez  en  Granada,  y  consideró  siempre  mu- 
clio  como  amigo  particular.  Poeta  de  muy  otro 
mérito  que  su  colega,  era,  en  verdad,  el  jefe  de 
aquel  Ministerio;  pero  tanto  y  más  que  él  des- 
conocía quizá  la  administración  pública  ,  sin  re- 
unir tampoco  á  sus  grandes  condiciones  de  ilus- 
tración é  hidalguía,   las  especiales  que  necesita 
un  hombre  de  Estado.  Hubiéralas  tenido  mayo- 
res ,   y  su  situación  y  la  suerte   de  su  gobier- 
no habrían  ,  no  obstante ,  sido  muy  poco  dife 
rentes. 

Porque  á  todos  los  males,  obstáculos  y  cau- 
sas de  flaqueza  que  dejo  reseñados,  se  fué  juntan- 
do, poco  á  poco,  hasta  rebosar  y  saltar  con  vio- 
lencia ,  como  río  sus  diques  ,  un  gran  peligro: 
el  que  á  la   simple  vista  ofreció  luego  la  dis-|^ 
cordia  entre  los  mejores  y  más  influyentes  gene* 
rales  de  la  Reina  ,  que  eran  sin  duda  Córdova,* 
Espartero  y  Narvaez.  Dueño  ya  el  segundo  del 
ejército,  y  popularísimo  después  del  triunfo  de 
Luchana,  como  hombre  que  lo  guardaba  para  sí 
todo,  ardía  en   recelos  de  su  antecesor  y  riva 


((EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  35 

Córdova,  que,  á  su  ver,  no  pensaba  más,  des- 
de ios  bancos  del  Congreso,   que  en  entorpe- 
cer sus  acciones  y  reemplazarle.  No  menores, 
en  tanto,  se  los  inspiraba  Narvaez,  grande  amigo 
de  Córdova,  según  hemos  visto  por  la  corres- 
pondencia de  Estébanez,  y  de  tan  conocida  reso- 
lución,  que  sabemos  que  este  último  quiso  in- 
tentar con  él  sólo  la  resistencia  que  nadie  osaba 
oponer  á  la  consumada  revolución  de  la  Granja. 
Conviene  ya  decir  que  Narvaez  ,  no  sin  eficaz 
ayuda  de  Estébanez,  desde  Sevilla,  acababa  de 
organizar  en  breve  tiempo,   y  con  escasísimos 
medios,  en  Andalucía,  un  cuerpo  de  reserva, 
cuyo  mando,  siendo  tan  sólo  brigadier,  se  le  en- 
comendara ,  destinándosele  á  salir  al  encuentro 
de  invasiones  semejantes  á  las  de  D.  Carlos  y 
Zariátegui,  que  en  lo  sucesivo  amenazasen  á  Cas- 
tilla la  Nueva,  y  á  limpiar  de  paso  su  territorio 
de  guerrillas  facciosas.  Después  de  servir  brillan- 
temente á  las  órdenes  de  Córdova,  y  operar  con 
fortuna  en  Aragón  ,  y,  durante  la  expedición  y 
persecución  de  Gómez,  en  Andalucía ,  así  como 
de  sus  contiendas,  sobradamente  famosas,  con  el 
general  Alaix ,   su  compañero,  y  varios  de  los 
ministros  de  la  Guerra  ,  fué  aquella  la  primera 


^6  ((EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

ocasión  que  le  deparó  su  buena  estrella,  para  dar 
la  medida  de  sus  grandes  condiciones  persona- 
les. No  era  hombre,  ni  con  mucho,  de  la  cultura, 
del  alto  espíritu  político  y  diplomático ,  de  las 
dotes  de  estadista  y  militar  europeo  que  Córdo- 
va  atesoraba;  pero  le  igualaba  en  valor ,  poseía 
clarísimo  talento  natural,  y  por  ser  más  ambi- 
cioso y  menos  mirado,  le  aventajaba  en  calidades 
para  figurar  con  provecho  en  naciones  y  épocas 
perturbadas.  Tanto  cuanto  le  repugnaba  la  su- 
perioridad jerárquica  de  Espartero ,  no  recono- 
ciéndosela por  su  persona  ,  sinceramente  res- 
petaba á  Córdova ,  y  de  aquí  su  amistad ,  que 
Estébanez ,  en  bien  de  las  ideas  conservadoras, 
procuraba ,  según  se  ha  visto ,  estrechar  más  y 
más.  Pronto  por  su  actividad  y  habilidad,  con 
sólo  una  real  orden ,  que  fuera  en  otras  manos 
irrisoria ,  y  el  concurso  de  amigos  y  admirado- 
res, se  halló  Narvaez  al  frente  de  suficientes  tro- 
pas para  pacificar  con  rapidez  suma ,  aunque 
sangrientamente,  la  Mancha.  Compartió  así  por 
el  momento  la  popularidad  con  Espartero  en  Ma- 
drid, llegando  á  aventajarle  en  Andalucía  ;  que  ' 
para  muchos  le  servían  de  mérito  hasta  los  fusi- 
lamientos de  carlistas  que  sin  piedad  ordenó,  ya 


CCEL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  37 

que  sólo  deploraban  cosas  tales  aquellos  pocos 
que  no  participaban  del  furioso  y  recíproco  en- 
cono de  los  bandos  beligerantes. 

Mas  la  boga  misma  de  Narvaez  ,  juntamente 
con  el  intento  de  Córdova  de  acrecentar  con  tí- 
tulos parlamentarios  los  que  tenía  alcanzados  en 
la  diplomacia  y  la  guerra,  fueron  parte  á  precipi- 
tar y  exasperar  la  discordia,  sacando  de  quicio 
contra  uno  y  otro  á  Espartero  y  á  la  parcia- 
lidad militar  que  acaudillaba,  en  no  poco  grado 
compuesta  de  caudillos  cual  él  formados  en  las 
campañas  de  América  ,  y  que ,  en  punto  á  dis- 
ciplina, traían  de  allí  antecedentes  y  ejemplos 
lastimosísimos.  Sin  entrar,  que  no  hace  falta,  en 
discernir  las  razones  recíprocas  ,  ó  los  mutuos 
agravios  ,  baste  decir  que  Córdova  y  Narvaez 
indudablemente  pagaban  con  igual  moneda  la 
hostilidad  de  que  eran  objeto.  Ni  cabe  dudar  que 
en  el  fondo  del  famoso  proyecto  que  tan  adelan- 
tado estuvo  de  extender  hasta  cuarenta  mil  el 
número  de  los  soldados  de  Narvaez,  delegándose 
además  en  él  toda  la  autoridad  del  gobierno  en 
las  provincias  andaluzas,  no  ya  sólo  la  militar 
que  Estébanez  quería,  hubo  el  propósito  de  opo- 
ner otro  gran  núcleo  de  fuerzas  al  del  Norte ,  y 


38  «EL   SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

á  un  General  otro,  no  menos  resuelto  y  ambicio- 
so, con  el  fin  de  imposibilitar  lo  que  el  afortu- 
nado caudillo  de  los  ejércitos  reunidos  realizó 
dos  años  después.  Tampoco  es  dudoso  para  mí 
que  los  amigos  íntimos  de  D.  Luís  de  Córdova, 
comenzando  por  Narvaez ,  cosa  ya  descubierta 
en  una  de  las  cartas  de  Estébanez,  y  por  éste 
mismo ,  conforme  se  ha  de  ver  clarísimamente 
ahora,  tenían  al  primero  en  mientes  para  que 
presidiese  en  ocasión  oportuna  un  verdadero  go- 
bierno. ¿Cómo  había  de  traslucir  sin  disgusto,  ni 
dejar  correr  todo  esto  tranquilamente,  dadas  sus 
propias  ambiciones  militares  y  políticas ,  el  ge- 
neral Espartero? 

No  habrá  olvidado  el  lector  que  en  carta  de 
que  tomé  antes  algo ,  escrita  poco  después  de 
su  llegada  á  Sevilla,  hay  expresas  palabras  del 
nuevo  jefe  político  ,  ofreciendo  toda  su  ayuda 
á  Córdova  para  que  a.\canza.se  tma  posición  po- 
litica  igual  á  la  que  tenia  en  las  armas.  Pues  por 
más  abiertos  términos  todavía ,  manifestóle  esa 
esperanza  en  la  subsiguiente  epístola ,  que  con- 
tiene lo  que  se  va  á  leer :  «Si  las  elecciones  de 
Málaga  se  anulan,  me  presentaré  allí  por  candi- 
dato; tengo  muy  buenas  cartas,  y  pienso  salir 


((EL    SOLITARIO))    EN    SEVILLA.  39 

airoso  en  el  juego  ;  y  si  nos  reuniéramos  en  el 
palenque,  en  verdad  que  haríamos  algo,  V.  con 
sus  muchos  medios,  yo  con  mi  grande  arma,)) 
aludiendo,  sin  disputa,  á  su  pluma.  Añadía  des- 
pués: aSi  V.  llega  á  presidir,  y  salgo  por  Málaga 
en  la  elección ,  pudiéramos  hacer  algo  de  bue- 
no.)) No  hay,  por  de  contado,  en  esta  correspon- 
dencia el  menor  indicio  de  que  el  ilustre  General 
rechazara  semejantes  propósitos;  ni  ¿por  qué  ha- 
bía de  rechazarlos,  cuando  ningún  hombre,  y 
él  debía  de  sentirlo  y  de  saberlo ,  le  igualaba  en 
la  nación  por  el  conjunto  de  sus  cualidades  po- 
líticas y  militares?  Si  la  dictadura  no  estaba  á  su 
alcance,  aun  para  ejercida  á  nombre  de  la  Rei- 
na Gobernadora,  por  falta  de  peculiares  condi- 
ciones para  ello  y  todavía  más  de  popularidad, 
conforme  he  expuesto,  no  podía  ser  de  igual  suerte 
imposible  á  sus  ojos  que,  recibiendo  su  investidu- 
ra de  la  libre  prerogativa  del  Trono,  y  apoyado 
por  la  mayoría  conservadora  de  ambos  cuerpos 
colegisladores,  así  como  por  la  parte  sensata  y 
templada  del  país,  tan  numerosa  y  alentada  que 
había  triunfado  casi  siempre  hasta  allí  en  las 
elecciones,  constituyese  él  bajo  su  dirección  un 
gobierno  capaz  de  mejorar  el  estado  de  la  gue- 


40  «EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

rra  y  todos  los  asuntos  públicos.  Precisamente 
los  monárquico-constitucionales  ó  moderados, 
por  llevar  tal  ventaja  en  las  urnas  ,  eran  los 
únicos  que  todavía  hubiesen  formado  gobiernos 
realmente  constitucionales.  Lo  que  á  éstos  les 
había  faltado  ,  y  por  desgracia  continuó  fal- 
tándoles, fué  la  aptitud  necesaria  y  la  suma  de 
fuerzas  indispensable  para  defender  y  mantener 
el  orden  legal  contra  las  acometidas  de  los  que 
constantemente  querían  sobreponerse  por  medio 
de  rebeliones ,  ó  pronunciamientos ,  á  las  preroga- 
tivas  de  la  Corona,  á  las  del  cuerpo  electoral,  y 
á  las  de  las  Cortes.  En  1838  tenían  necesidad 
los  gobiernos  además  de  poseer ,  dentro  ó  fuera 
de  ellos,  un  hombre  de  guerra  de  bastante  valer 
y  prestigio  ,  para  contrabalancear  ó  destruir  la 
prepotencia  invasora  de  Espartero. 

Yeso,  á  más  de  otras  cosas,  éralo  que  sus  ami- 
gos esperaban  sin  duda  hallar  en  Córdova,  y  lo 
que  él  mismo  podía  suponer  de  sí ,  quizá  con 
error,  pero  sin  gran  sinrazón  ni  excesiva  vana- 
gloria. De  todos  modos ,  ó  á  él  ó  á  nadie  po- 
día fiarse  en  1838  la  formación  de  un  gabinete 
sólido  y  constitucional.  No  había  más  que  inten- 
tarlo y  lograrlo,  ó  dejarse  pasivamente  arrastrar 


í(EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  4 1 

por  la  corriente  de  pasiones  irreflexivas  y  mal 
digeridos  propósitos  en  que  se  despeñaba  el  país, 
para  dar  más  tarde  ó  más  temprano  en  una  dic- 
tadura militar  y  revolucionaria  á  un  tiempo, 
como  la  que  Espartero  al  fin  alcanzó ,  y  en  las 
reacciones  y  revoluciones  subsiguientes,  que  aún 
nos  mantienen  ,  por  algunas  de  sus  consecuen- 
cias de  tan  difícil  remedio,  en  el  más  bajo  esca- 
lón de  nuestra  historia  nacional. 

Mas  no  se  crea  que,  aun  siendo  posible,  á  mi 
juicio,  un  gobierno  parlamentario  con  Górdova, 
si  los  conservadores  le  apoyaban  en  todos  sus 
matices  y  muchos  de  los  progresistas  templados 
(entre  los  cuales  se  hubiera  quizá  ingerido,  por 
lo  que  hemos  de  ver,  el  insigne  abogado  don 
Manuel  Cortina),  de  todo  punto  afirme  yo  que 
hubiera  podido  realizarse  la  empresa ,  y  menos 
sin  vencer  obstáculos  grandísimos.   Digo  sólo, 
téngase  en  cuenta  ,  que   era  posible  ;   contra- 
poniendo esto  en  mi  mente  á  la  dictadura  de 
campamento  ,   que  sedujo  algún  tiempo  antes  á 
Estébanez,  la  cual  expuse,  y  pienso  que  era,  en 
Córdova  ,  sobre  todo,  irrealizable.  La  campaña 
parlamentaria  de  éste,  las  relaciones  políticas  que 
se  apresuró  á  cultivar  con  muchos  de  los  hom- 


42  ((EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

bres  de  gobierno  del  partido  progresista ,  aque- 
llas declaraciones  constantes  deque  no  pertenecía 
á  parcialidad  determinada ,  todo  parece  demos- 
trar que  si  nada  trabajó  por  ser  poder  desde  el 
ejército,  y  al  frente  como  él  hizo  notar  en  su  Me- 
moria justificativa  de  cien  mil  hombres,  más  ó 
menos  nominales ,  ya  estaba  en  otros  ánimos 
y  comprendía  bien  el  solo  medio  que  había 
en  1838  de  alcanzarlo,  y  ejercerlo  con  racionales 
probabilidades  de  buen  éxito.  La  restauración, 
poco  menos  que  inevitable  ,  según  dije,  del  ré- 
gimen vencido  en  1823  ,  es  decir,  la  revolución 
doctrinal,  estaba  concluida,  llevándosela  hasta 
el  punto  que  los  propios  doceañistas  quisieron. 
Poseíase,  al  fin  ,  una  Constitución  común  ,  de  la 
cual  había  ya  dicho  Martínez  de  la  Rosa  en  las 
Cortes  :  ((El  partido  de  los  que  no  han  tenido 
parte  en  ella ,  ni  siquiera  órgano  que  le  repre- 
sente, puede  decir  con  orgullo  á  sus  autores: 
vosotros  la  habéis  hecho ;  pero  son  nuestras 
doctrinas  las  que  encierra;  son  los  principios 
conservadores  que  nos  guían ;  y  por  eso  la  mi- 
ramos como  nuestra  bandera. y>  El  cetro  estaba 
también  con  común  consentimiento  en  manos  de 
la  Reina  Gobernadora,  princesa  liberal,  pero  no 


((EL    SOLITARIO))    EN    SEVILLA.  43 

desposeída  seguramente  de  los  sentimientos  mo- 
nárquicos y  de  gobierno  que  cumplían  á  su  edu- 
cación y  á  su  cuna.  Tratábase,  pues,  sólo  de  alcan- 
zar la  fuerza  suficiente  para  reprimir  y  desarrai- 
gar los  malos  hábitos,  por  tanta  ilegal  y  violenta 
mudanza  adquiridos ,  de  impaciencia  y  pesimis- 
mo ,  de  difamación  é  instabilidad,  de  anarquía. 
La  convicción  y  concordia  de  un  corto  número 
de  hombres  políticos  ,  pertenecientes  á  los  dos 
principales  partidos ,  hubiera  hecho  aquello  po- 
sible, sin  duda  alguna;  pero  ¿se  habrían  conse- 
guido? ¡Quién  lo  sabe!  De  todas  maneras  se  tenía 
que  luchar  con  tan  grande  obstáculo,  que  bien 
hubiera  podido  llegar  á  ser  insuperable,  como 
era  la  rivalidad  entre  nuestros  primeros  gene- 
rales, acompañada  de  la  exclusiva  y  ya  no- 
toria ambición  de  Espartero.  Hablóse  en  vano 
de  conciliación,  idea  imposible.  Guando  Ruíz 
de  la  Vega  escribió  á  Estébanez  que  Espartero 
y  Narvaez  se  pondrían  de  acuerdo,  con  tal  que 
fuera  ministro  de  la  Guerra  Alaix,  para  que  sir- 
viera éste  de  lazo  entre  los  dos,  no  sin  razón  dijo 
el  jefe  político  de  Sevilla  á  Górdova ,  al  trasmi- 
tirle la  noticia,  que  era  aquella  una  candidez  im- 
propia de  ministro  y  hombre  de  talento.  Preci- 


44  «EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

sámente  Narvaez  y  Alaix  eran  los  más  irrecon- 
ciliables de  todos. 

Estalló  en  Madrid  la  lucha  en  tanto,  más  ó  me- 
nos encubiertamente,  entre  los  respectivos  parti- 
darios de  los  enemistados  Generales :  la  Reina 
Gobernadora,  que  presentía  el  gran  peligro  que 
pudiera  de  allí  venir,  titubeaba  naturalmente,  ha- 
lagando ya  á  la  unaya  á  la  otra  de  las  parcialida- 
des, por  quedar  de  buenas  con  ambas  ,  bien  que 
cualesquiera  que  luego  fuesen  las  quejas  de  Cór- 
dova,  mucho  más  le  aproximaran  á  él  que  á  Es- 
partero sus  naturales  inclinaciones.  De  repente, 
Narvaez  ,  que  entre  sus  grandes  condiciones  de 
hombre  de  acción  no  contaba,  según  he  indicado, 
la  paciencia,  malcontento  por  las  murmuracio- 
nes y  suposiciones  de  que  era  objeto,  con  moti- 
vo de  su  conducta  amenazadora  durante  una  de 
las  frecuentes  alarmas  que  á  la  sazón  ocurrían  en 
la  corte ,  cerca  de  la  cual  tenía  sus  tropas  acan- 
tonadas, y  quejoso  de  que  el  gobierno  ,  cuyas 
órdenes  cumplió ,  no  le  justificase  hasta  donde 
debía,  pidió  licencia,  y  la  obtuvo,  para  marchar- 
se á  su  casa  en  Loja.  Con  lo  cual  el  ejército  del 
centro,  su  necesario  apoyo  para  todo  lo  expues- 
to anteriormente,  y  las  grandes  esperanzas  que 


«EL    SOLITARIO»    EN    SEVILLA.  45 

originaba  ó  sustentaba,  se  desvanecieron  casi  por 
entero.  Quedó  Madrid,  donde  Narvaez  era  simpá- 
tico á  tantos  liberales  exaltados,  en  confusión  in- 
explicable, porque  éste,  de  quien  se  quejaba  pre- 
cisamente, era  de  los  moderados  de  más  ó  menos 
significación  que  componían  el  gobierno.  Con 
harta  razón,  pues,  escribió  Estébanez  á  Córdova 
en  16  de  Octubre  estas  palabras  melancólicas: 
«En  cuanto  á  Madrid,  los  papeles  públicos  hablan 
más  alto  que  la  trompeta  del  juicio  ,  cuyo  eco 
creo  oir  sonar  sobre  las  ruinas  de  nuestra  patria. 
Se  puede  decir  que  no  hay  gobierno  y  que  no  se 
puede  gobernar.»  Al  28  del  propio  mes  corres- 
ponde la  última  carta  de  esta  correspondencia,  é 
inmediatamente  después  debió  salir  de  Madrid 
Córdova  con  dirección  á  Cádiz.  Inoportuno  via- 
je, á  la  verdad,  aunque  fuese  por  causa  de  salud, 
pues  como  advirtió  luego  Espartero  en  una  de 
sus  exposiciones  á  la  Reina  Gobernadora ,  ver- 
dadera acusación  fiscal  contra  Córdova  y  Nar- 
vaez ,  faltaban  sólo  diez  días  para  la  reapertura 
de  las  Cortes,  que  había  de  tener  lugar  el  8  de 
Noviembre.  Y  sin  embargo,  fué  aquel  viaje  de 
Córdova ,  como  el  de  Narvaez  ,  de  todo  punto 
inocente  y  ajeno  á  las  suposiciones  posteriores. 


CAPITULO  X. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  DE  1 838  Y  ((EL  SOLITARIO.» 


Sumario. — Alarma  súbita  en  Sevilla. — ^Los  síndicos  del  Ayun- 
tamiento y  el  pabildo  de  12  de  Noviembre. — Supuesto  pro- 
yecto de  desarme  de  la  milicia. — Dejan  sus  puestos  las  auto- 
ridades.— Relación  del  Ayuntamiento. — La  de  Huidobro  y 
Cortina.  —  Cuenta  Estébanez  el  caso, — Córdova  y  Narvaez  en 
el  pronunciamiento. — Valor  de  las  diversas  justificaciones. — 
Las  sociedades  secretas. — ¿Qué  se  proponíanlos  fautores  del 
movimiento? — Motivos  distintos  por  que  se  comprometieron 
ambos  Generales. — Clara  explicación  de  la  conducta  de  Esté- 
banez.— Cleonard  3^  Espartero. — Desenlace  rápido  de  los 
sucesos. — Las  tropas  y  los  revolucionarios. — Pone  Córdova 
fin  al  pronunciamiento. — -¿Qué  hizo  en  aquel  entonces  don 
Manuel  Cortina  ? — Consideraciones  generales. — Importancia 
posterior  de  todo  ello. 


LEGO  ahora  á  tratar  de  aquel  aconteci- 
miento hasta  aquí  oscurísimo,  que  puso 
término  á  la  residencia  en  Sevilla,  y  aun 
á  la  carrera  administrativa  de  Estébanez ,  pues 
cuando  volvió  á  servir,  sólo  desempeñó  ya  em- 


48  C(EL   SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

pieos  de  jurista.  Justamente  hacia  el  día  lo  de 
Noviembre,  en  que  mi  relación  comienza,  debió 
de  hallarse  más  alentado  que  nunca  en  sus  nue- 
vos proyectos  políticos ,  porque  ,  después  de  re- 
pugnarlo al  principio  y  desearlo  con  algún  em- 
peño más  tarde,  fué  diputado  propietario  al  fin, 
no  ya  suplente ,  por  Málaga  ,  en  el  escrutinio 
de  II  de  Junio  de  aquel  año,  y  tenía  á  mano 
ocupar  un  puesto  al  lado  de  Córdova  en  la  in- 
mediata legislatura.  No  más  que  de  campañas 
parlamentarias  habían  hablado  en  su  corres- 
pondencia íntima  él  y  Córdova  hasta  entonces, 
y  de  no  separarse  en  política  nunca.  ¿Por  qué 
arte  de  encantamento ,  en  virtud  de  qué  causa 
singularísima  se  vio  muy  pocos  días  después 
de  su  ultima  carta ,  no  sólo  desposeído  de  su 
autoridad,  sino  fugitivo,  dejando  detrás  de  sí  en 
Sevilla  una  situación  política  contraria  á  sus 
convicciones,  de  todo  punto  ilegal,  y  en  primer 
término  representada  por  el  propio  general  Cór- 
dova? El  caso  vale  la  pena  de  ser  bien  inquirido 
y  contado  ;  para  lo  cual  he  de  examinar  con 
detención  ante  todo  los  varios  papeles  y  folletos 
sacados  á  luz  en  el  propio  año  de  1838,  donde 
están  las  explicaciones  que  de  sus  actos  die- 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO».       49 

ran  los  actores  principales  en  aquella  extraña 
comedia  ^ 

Ningún  documento  trae  los  hechos  con  tan 
minuciosos  detalles  como  el  manifiesto  de  los 
síndicos  del  Ayuntamiento  en  defensa  de  la  con- 
ducta de  los  alcaldes,  y  de  toda  la  corporación  ^ 
Según  este  papel,  tanto  el  General  segundo  cabo 
que  mandaba  las  armas,  por  residir  á  la  sazón  en 
Cádiz  el  Capitán  general  del  distrito  Cleonard, 
cuanto  el  jefe  político  Estébanez ,  comenzaron 
desde  principios  de  Noviembre  á  recelar  que  la 
tranquilidad  pública  se  alterase,  bien  que  no  ad- 
virtieran los  alcaldes  indicio  alguno.  Pregunta- 
j  dos,  pues,  confidencialmente,  aseguraron  que 
no  tenían  motivo  para  temer  tal  cosa,  añadien- 
do que  precauciones  poco  oportunas  podrían  so- 
liviantar los  ánimos ,  por  lo  cual  aconsejaban 
suma  circunspección.  Que  el  jefe  político  á  lo 
menos  tenía  recelos ,  bien  lo  sabemos;  pero  ni  el 

Estos  documentos,  que  forman  un  verdadero  expediente, 
los  debo  al  general  D.  Fernando  Fernández  de  Córdova,  y  á  su 
hijo  D.  Luis,  á  quienes  vuelvo  á  decir  que  estoy  muy  recono- 
cido por  el  auxilio  que  me  han  prestado. 

2  Manifiesto  de  los  síndicos  del  Excmo.  Ayuntamiento  de 
Sevilla  en  defensa  de  esta  corporación,  sobre  los  últimos  acon- 
tecimientos de  esta  capital.  Sevilla  5  de  Diciembre  de  1838. 

-  XII  -  4 


50  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

estado  de  Madrid,  ni  las  recientes  turbulencias  en 
algunas  ciudades  importantes ,  permiten  supo- 
nerlos infundados,  cual  pretendían  los  alcaldes. 
Ello  es  que,  sin  saberse  de  dónde,  no  tardaron 
en  salir  voces  de  que  se  trataba  de  desarmar 
á  los  milicianos  nacionales  ,  con  cuyo  fin  debía 
llegar  de  un  momento  á  otro  el  Capitán  general. 
Los  síndicos  afirmaban  que  los  alcaldes ,  por  su 
parte,  no  tan  sólo  desmintieron  la  noticia,  sino 
que  trabajaron  con  afán  inútil  por  desautori- 
zarla. 

En  el  entretanto  ,  y  á  la  caída  del  antecitado 
día  10,  puso  el  Segundo  cabo  sobre  las  armas  la 
guarnición,  sin  consultar  á  los  alcaldes,  consti- 
tuyéndose por  su  persona  en  el  cuartel  de  artille- 
ría, para  esperar  la  llegada  del  correo,  que  temía 
que  trajera  noticias  graves.  No  se  convocó  á  la 
par  fuerza  ninguna  de  la  milicia  nacional  ,  y 
esto  ,  que  sonó  á  desconfianza,  fué,  al  decir  del 
tal  documento ,  como  una  mina ,  á  su  placer 
explotada  por  los  interesados  ,  que  no  revela 
quién  fueran,  en  el  desorden.  Reunidos  los  alcal- 
des entonces  ,  trataron  de  la  situación  de  las 
cosas  en  compaíiía  del  subinspector  de  la  mili- 
cia,  que  casualmente  llegó,   á  lo  que  parece,  á 


I 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.))        5  I 

las  Casas  Consistoriales,  conviniendo  en  que  lo 
mejor  era  inclinar  el  ánimo  del  Segundo  cabo  á 
que  diera  ciertas  satisfacciones  á  la  milicia,  cosa 
que  éste  se  prestó  con  efecto  á  hacer  al  día  si- 
guiente. Fué  ya  en  vano.  Porque  si  bien  al  otro 
día,  que  era  dom.ingo,  no,  desde  el  anochecer  del 
lunes  se  notó  bastante  efervescencia ,  form.ándo- 
se  numerosos  grupos  en   la  plaza  y  frente  á  los 
cuarteles  de  la  milicia  nacional.  Pidieron  ciertos 
concejales,  en  vista  de  ello,  un  cabildo  extraor- 
dinario para  tratar  del  modo  de  impedir  que  pa- 
raran las  cosas  en  mal;  y  el  primer  alcalde,  cum- 
pliendo, ajuicio  de  los  síndicos,  con  su  deber, 
acordólo  al  punto,   citando  con   urgencia  para 
aquella  noche.  Reunido  el  cabildo,  expuso  el  ob- 
jeto de  la  convocatoria  su  presidente  ;  hablaron 
los  que  la  provocaran  ,  exponiendo  sus  temores 
cada  cuál,  y  en  este  punto  se  presentó  Estébanez 
en  el  salón. 

Aquí  es  donde  para  mí  entra  naturalmente  el 
principal  interés  del  cuento.  A  creer  á  los  síndi- 
cos, comenzó  aquél  por  enterarse  con  breve- 
dad de  lo  ocurrido,  y  en  seguida  hizo  presen- 
te que,  hallándose  el  distrito  en  estado  de  guerra, 
á  la  autoridad  militar,  no  á  él ,  tocaba  conser- 


52  «EL   SOLITARIO»   Y    SU   TIEMPO. 

var  el  orden,  por  lo  cual  ninguna  parte  tenía 
en  sus  prevenciones,  y  se  limitaba  á  trasmitirle 
las  noticias  que  recibía.  Y  á  esto  los  síndicos  su- 
ponen que  añadió:  «Que  en  el  sistema  político 
vigente  era  indispensable  que  gozaran  de  ma- 
yor prestigio  las  autoridades,  que  él  sin  duda 
tenía  ya,  y  que ,  siendo  diputado,  y  habiendo  de 
concurrir  de  todas  suertes  al  Congreso  en  breve 
plazo ,  creía  prestar  servicio  al  país  en  general, 
anticipando  su  marcha ,  sobre  lo  cual  pedía  al 
Ayuntamiento  consejo. »  No  tomando  nadie  la 
palabra,  concluyó,  según  los  mismos  afirman, 
su  discurso  por  tales  términos  :  «Este  silencio 
es  muy  elocuente  para  mi;  estoy  resuelto  á  dejar  el 
mando. yy  Pero  mientras  hablaba  ,  confiesan  los 
narradores  que  no  cesaron  de  llegar  avisos  de 
que  los  síntomas  alarmantes  crecían  ,  presen- 
tándose por  donde  quiera  turbas  amenazadoras. 
Sin  demora  acordó ,  en  consecuencia,  el  Ayun- 
tamiento que  pasara  una  comisión  á  exponerle  al 
General  el  estado  del  pueblo.  Compusiéronla  un 
alcalde,  un  regidor  y  un  síndico,  el  subinspector 
de  la  milicia,  y  Estébanez,  que  gustosamente,  al 
decir  de  los  concejales,  se  prestó  á  ello,  constitu- 
yéndose, mientras  volvían  ,   el  Ayuntamiento 


I 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  C(EL  SOLITARIO.))       53 

en  sesión  permanente.  Hasta  aquí  la  primera 
parte  de  esta  relación  ,  y  es  lo  cierto  que ,  desde 
aquél  punto  y  hora,  no  ejerció  autoridad  algu- 
na Estébanez  en  Sevilla. 

Cuando  la  comisión  volvió,  iba  acompañada 
del  Segundo  cabo,  el  cual,  fundándose  en  lo  que 
Estébanez  había  hecho,  y  dicho  á  su  presen- 
cia, también  renunció  el  mando.  Recibiólo  el 
brigadier  Fontecilla,  gobernador  miUtar  de  la 
plaza  ,  con  repugnancia ;  y  acto  continuo  el  al- 
calde, que  había  formado  parte  de  la  comisión, 
protestó  de  ciertas  palabras  dirigidas  al  General 
por  Estébanez  ,  con  las  que  había  éste  dado  á 
entender  que  la  corporación  municipal  anhelase 
la  retirada  de  ambas  autoridades ,  alardeando 
de  que  él  y  sus  colegas  nada  pedían ,  nada  exi- 
gían ,  nada  deseaban.  Pero  ¿quiénes  movían  y  fa- 
vorecían aquello  que  pasaba?  Lleno  está  de  re- 
ticencias el  manifiesto  municipal ,  que  de  nada 
sirven  para  descifrar  el  misterio. 

¿Y  por  ventura  ilustra  más  este  punto  esen- 
cial la  reseña  histórica  que  el  subinspector  de 
la  milicia  de  Sevilla,  D.  P.  L.  Huidobro  \  casi 

»  «Reseña  histórica  ó  rápida  ojeada  sobre  los  sucesos  de 
Sevilla  desde  el  día  10  al  30  de  Noviembre :  escrita  por  D.  Pe- 


54  ^(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

á  par  que  su  papel  los  síndicos,  dio  á  la  es- 
tampa? No  por  cierto.  Con  escasa  diferencia 
en  las  palabras  ,  la  narración  de  los  hechos  es 
idéntica.  Interrogados  ,  según  Huidobro  ,  los 
jefes  de  la  milicia,  y  él  mismo,  acerca  de  la  si- 
tuación ,  en  el  Ayuntamiento,  declararon  todos 
la  inquietud  de  la  fuerza  ciudadana  ,  por  vir- 
tud de  los  rumores  de  desarme.  Y  una  vez  plan- 
teada la  cuestión,  difícil  era,  dice  Huidobro; 
señalar  sus  límites  ,  porque  al  paso  que  se  dis- 
cutía, multiplicábase  la  concurrencia  en  la  vecina 
plaza  ;  y  la  extensión  de  los  debates  y  la  hora  á 
que  tenían  lugar,  estimulaba  el  tumulto,  dando 
ocasión  á  que  lo  comenzado  por  simple  descon- 
fianza, tomase  bien  pronto  las  proporciones  de  un 
verdadero  pronunciamiento.  Facilitó  esto  ,  para 
el  subinspector,  la  prontitud  con  que  se  prestó 
Estébanez  á  abandonar  sus  funciones,  y  la  subsi- 
guiente dimisión  del  Segundo  cabo,  añadiendo, 
que  una  vez  entrados  en  el  resbaladizo  terreno  de 
las  concesiones  ,  no  era  fácil  contenerse  ;  razón 
por  la  cual  aquella  noche  misma  se  pretendió  ya 

dro  L.  Huidobro,  subinspector  de  la  milicia  nacional  de  la  pro- 
vincia.» Sevilla  ,  imprenta  de  D.  J,  H.  Dávila  y  compañía.  Di- 
ciembre de  1838. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.»       55 

que  la  llegada  del  capitán  general  Gleonard  com- 
prometería el  orden ,  y  se  le  previno,  aunque 
en  buenos  términos ,  que  no  se  aproximase  á 
una  ciudad  por  tan  breve  modo  sublevada  con- 
tra su  autoridad  y  la  del  gobierno.  El  lenguaje 
de  Huidobro  parece  de  hombre  extrañísimo  al 
acontecimiento,  que  por  de  contado  condenó  en 
su  folleto  bastante  explícitamente.  Antes  de  mu- 
cho hemos  de  ver  lo  que  pensaba  y  de  él  decía, 
en  tanto ,  el  fugitivo  jefe  político  ,  que  no  de- 
bía andar  ayuno  de  lo  que  en  realidad  había 
pasado. 

Pero  el  más  importante  testimonio  que  citar 
quepa,  fuera  del  de  Estébanez  ,  es  el  de  D.  Ma- 
nuel Cortina  ,  por  demás  conocido,  y  harto  pre» 
senté  aún  á  la  memoria  de  todos ,  para  que 
intente  yo  retratarlo  ahora.  Baste  decir,  que, 
ni  con  mucho ,  había  en  Sevilla  ciudadano  de 
tanta  cuenta  por  aquel  tiempo.  Pues,  ante  to- 
das cosas,  confesó  éste,  en  su  vindicación  ',  que 
vivamente  deseaba  ,   cuando  tuvieron  los  suce- 

I  Titúlase  así  :  (cA  sus  conciudadanos  el  coniandante  del 
segundo  batallón  de  milicia  nacional  de  esta  ciudad  en  Novienm- 
bre  de  1838,  Manuel  Cortina. — Sevilla  :  imprenta  de  D.  Joa- 
quín Roselló,  1839.» 


56  ((EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

SOS  lugar,  que  el  gobierno  cambiase ,  terminan- 
do la  dictadura ,  en  su  sentir  funesta ,  que  afligía 
á  Sevilla.  ((Decidido  y  verdadero  amante  (aña- 
día) de  una  bien  entendida  libertad ,  aceptada 
por  mí ,  con  la  mayor  sinceridad  y  convicción 
de  su  conveniencia,  la  Constitución  de  1837,  no 
podía  ser  indiferente  á  que  se  neutralizaran  todas 
sus  consecuencias ,  como  se  procuraba  á  toda 
costa ,  ni  convenir  nunca  en  la  retrogradación 
intentada  y  ensayada  de  mil  maneras ;  quería, 
como  quiero  hoy ,  que  llegásemos  al  término, 
y  que  á  mezquinos  intereses  de  partido,  á  pa- 
siones rateras,  á  venganzas  propias  de  almas 
envilecidas,  no  se  sacrificasen  los  intereses  de 
la  patria ;  en  una  palabra  :  lejos  de  profesar  los 
principios  llamados  moderados  de  los  gobernan- 
tes, estaba  decidido  por  los  que  pudieran  propor- 
cionar el  progreso  legal,  objeto  de  nuestro  anhelo 
desde  que  se  emprendió  la  lucha  que  nos  devora. 
Pero  á  la  vez  que  deseaba  éste  con  vehemencia, 
jamás  estuve  conforme  en  que  se  empleasen 
otros  medios  que  los  legales  para  obtener  el  cam- 
bio apetecido  ;  y  en  Noviembre  de  1838  ,  como 
siempre  ,  he  estado  en  contra  de  los  movimien- 
tos que  ha  habido  en  esta  ciudad  ,   no  porque  no 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO)).       57 

estuviera  conforme  con  su  objeto  ,  sino  porque 
estoy  profundamente  convencido  de  que  son 
siempre  perjudiciales,  aun  cuando  lleven  al  tér- 
mino deseado,  y  éste  sea  justo..  .  Tal  era  mi 
posición  la  tarde  del  lo  de  Noviembre,  en  cuya 
fecha  desempeñaba  interinamente  la  subinspec- 
ción  de  milicia  nacional.))  Tras  esta  declaración, 
en  apariencia  tan  explícita  ,  'narraba  la  ya  co- 
nocida sesión  del  Ayuntamiento,  apoco  más  ó 
menos  como  los  demás  ,  continuando :  a  Con- 
cluida la  sesión,  creí  de  mi  deber  visitar  á  Es- 
tébanez  Calderón  ,  mi  amigo ,  aunque  no  po- 
lítico ,  y  ofrecerle  en  aquellos  momentos  mis 
servicios.  No  habiéndolo  encontrado  en  sus  ca- 
sas, fui  á  buscarlo  á  otras  donde  presumí  podría 
estar.  Tampoco  lo  encontré,  y  á  mi  regreso  hallé 
en  el  barrio  del  Duque  al  general  D.  Luís  Fer- 
nández de  Córdova,  que  se  retiraba  de  su  tertu- 
lia, y  supo  por  mí  lo  ocurrido,  sorprendiéndose 
sobremanera  de  que  hubiesen  tenido  lugar  los 
acontecimientos  que  le  referí,  sin  haberse  obser- 
vado bulla  ni  desórdenes  de  ninguna  especie. 
Prueba  sería  esta  para  mí  suficientísima  de  la 
absoluta  inculpabilidad  de  tan  respetable  español 
en  los  sucesos  de  Noviembre,  aun  cuando  no 


58  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

tuviese  otras  muchas  que  llevan  mi  convicción 
al  último  grado  posible.  Volví  á  las  casas  de 
Estébanez  Calderón  ,  y  después  de  haberse  reti- 
rado varias  personas  que  se  hallaban  allí  con  el 
mismo  objeto  que  yo,  me  manifestó  temores  de 
que  atentasen  contra  su  persona.  Aunque,  cono- 
ciendo como  conozco  á  Sevilla  ,  jamás  creí  fue- 
sen fundados  ,  me  ofrecí  á  ponerlo  á  cubierto  de 
cualquier  golpe  de  mano,  en  la  forma  que  qui- 
siese. Resolvió  ocultarse  en  mis  casas;  nos  vini- 
mos á  ellas,  y  al  fin  de  la  noche  determinó  mar- 
charse á  Huelva.  Le  proporcioné  cuanto  necesitó; 
le  di  recomendaciones  para  el  Condado  ,  y  le 
acompañé  hasta  dejarlo  fuera  de  la  ciudad  ,  y 
en  el  camino  de  Sanlúcar  la  Mayor.»  Según  se 
ve,  ni  una  coma  he  omitido  de  cuanto  importe  á 
la  justificación  de  los  personajes  políticos  sevi- 
llanos, ni  de  lo  que  toca  á  las  flaquezas  que  atri- 
buyeron á  Estébanez. 

Que,  bien  mirado,  no  parece  hasta  aquí  sino 
que  el  mudar  Sevilla  de  autoridades  súbitamen- 
te, reemplazando  á  las  legítimas  otras  por  la  vo- 
luntad popular  instituidas  ,  y  cuanto  allá  acon- 
teció, en  fin,  del  10  al  13  de  Noviembre,  tuvo 
por  sola  causa  el  miedo  de  Estébanez ;  miedo 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.))       59 

distinto  del  que  recae  en  varón  constante,  según 
la  fórmula  jurídica  ;  verdadero  pánico  con  que 
receló  primero,  sin  razón  ninguna,  que  estallase 
un  movimiento  sedicioso ,  resignó  el  mando  sin 
resistencia,  y  contagió  al  Segundo  cabo  ,  pi- 
diendo, por  último,  auxilio  á  persona  de  otras 
opiniones  para  salvar  cobardemente  la  vida. 
¿Pero  es  eso  verosímil  ?  Aquel  valeroso  Auditor 
de  ejército,  que,  sin  la  menor  obligación  ,  tantas 
veces  había  desafiado  la  muerte  en  Navarra  ó 
Álava;  aquel  jefe  político  cuya  serenidad  y  fir- 
meza ni  un  instante  se  quebrantaran  durante 
la  pavorosa  crisis  de  1836  ,  sintiendo  bam- 
bolearse el  suelo  debajo  de  sí  y  de  su  amigo  el 
General  en  jefe;  aquel  hombre  que,  sin  apo- 
yo en  un  gobierno  destinado  á  ser  la  primera 
víctima ,  ni  en  el  ejército,  desconcertado  por  la 
conspiración  doceañista ,  y  harto  más  inclinado 
á  subvertir  que  mantener  el  orden  ,  tuvo  fir- 
memente empuñado  su  bastón  de  mando  hasta 
la  última  hora  ,  y  cuando  todo  el  mundo  se 
había  dejado  vencer,  todavía  intentó  la  temeri- 
dad inútil  de  la  resistencia,  ¿se  había  de  amila- 
nar por  falsos  rumores  de  conjuración  ,  y  ren- 
dir su  autoridad  á  grupos  de  meros  curiosos,  no 


6o  ((EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

siquiera  ante  una  milicia  ciudadana  ,  si  descon- 
tenta, tan  subordinada  y  pacífica,  como  Huido- 
bro  y  Cortina  ,  sus  dos  jefes  más  importantes, 
pretendieron  después?  Mas  en  todo  caso,  y  aun- 
que se  hubiera  tornado  de  repente  otro  que  era, 
¿tenía  alguna  necesidad  para  salvarse  de  contri- 
buir á  que  el  Segundo  cabo  abandonara  su  pues- 
to? ¿Ni  cómo,  á  todo  esto,  hallándose  cual  se 
hallaba  en  Sevilla  á  la  sazón  su  amigo  íntimo» 
su  protector,  su  bandera,  su  indisputado  jefe 
hasta  allí  en  las  cosas  públicas,  su  confidente 
en  las  privadas,  su  constante  corresponsal  desde 
lejos,  el  general  Córdova,  en  conclusión,  dejó 
precisamente  de  estar  en  relaciones  con  él  duran- 
te aquellos  días,  los  más  desagradables  á  no  du- 
dar que  pasó  en  su  vida?  ¿Por  qué  en  lugar  de 
encontrarle,  muy  adelantados  ya  los  sucesos. 
Cortina,  según  refirió  luego,  regalándose  tran- 
quilamente en  una  confitería  (cosa  en  sí  nada  ex- 
traña, pues  aquel  docto  jefe  político  pasó,  siem- 
pre y  con  motivo,  por  muy  goloso),  no  le  halló 
por  ventura  en  casa  de  Córdova,  pidiéndole 
consejo ,  cuando  ayuda  no ,  para  salir  del  mal 
paso  en  que  estaba?  Reflexionándolo  todo,  y  no 
sin  poner  en  ejercicio  aquél  ,  si  no  instinto,  casi 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y   ((EL  SOLITARIO.))       6l 

instinto,  que  para  descifrar  hechos  históricos 
da  á  los  hombres  la  larga  y  personal  experien- 
cia de  ellos ,  vine  pronto  á  caer  en  conclusio- 
nes ,  que  no  tienen  ya  gran  valor,  atento  el  de- 
cisivo testimonio,  á  última  hora  adquirido ,  de 
que  paso  á  dar  cuenta.  Pero  afirmo  como  hombre 
honrado,  y  varias  personas  lo  saben  bien  ,  que 
tenía  escrita,  y  dispuesta  para  la  imprenta,  toda 
esta  parte  de  mi  obra,  sin  haber  hecho  más  alte- 
raciones luego  que  aquellas  á  que  la  posesión  del 
nuevo  dato  obligaba ,  sobrado  antes  que  llegase 
á  mis  manos.  Dígolo ,  no  por  vanagloria,  sino 
porque  eso  muestre  hasta  qué  punto  ha  de  ser 
hoy  firme  mi  convencimiento,  de  que  la  expli- 
cación, que  al  cabo  ofreceré  á  los  lectores  de  los 
arcanos  sucesos  de  Sevilla,  es  la  verdadera. 

Trátase  de  una  carta  donde  el  mismo  Estéba- 
nez  se  los  cuenta  en  confianza  á  aquel  sujeto  á 
quien  miraba  más  por  hermano  que  por  amigo, 
conforme  dijo  cien  veces;  que  ni  se  mezclaba  en- 
tonces en  la  política,  ni  apenas  se  ha  mezclado 
después  ;  que  careciendo  de  toda  importancia 
entre  los  partidos,  para  nada  podía  servir,  malo 
ó  bueno  ,  en  los  negocios  públicos ,  pues  ni  si- 
quiera residía  ni  quería  residir  en  España  á  la  sa- 


02  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

zón,  voluntaria  y  resueltamente  apartado  de 
cuanto  pudiera  ofrecérsele  que  no  fuesen  traba- 
jos de  arabista.  Es  este  hombre,  que  de  seguro 
ha  conocido  ya  el  lector,  D.  Pascual  Gayan- 
gos.  La  carta  remitida  de  Málaga  á  Londres 
lleva  dos  fechas  distintas,  por  no  haberse  ter- 
minado de  una  vez  ,  la  última  del  5  de  Febrero 
de  1839  ,  y  no  refiere  sólo  estos  sucesos  que 
intento  exclarecer,  antes  bien  trata  de  otros  de 
diferente  índole  ,  ya  particulares ,  ya  literarios. 
((Malos  trances  (  dice  en  ella  Estébanez  )  he 
pasado  en  la  farsa  de  Sevilla.  Quisiera  remi- 
tirte una  copia  del  informe  que  he  prestado  en 
la  causa  que  sobre  aquellos  acontecimientos  se 
sigue;  pero  las  dificultades  del  correo  me  arre- 
dran, contando  con  enviártela,  siempre  que  al- 
gún amigo  ó  conocido  vaya  para  esa  capital  de 
la  mercachiflería  ^  Entre  tanto,  te  diré  que  los 
acontecimientos  de  Sevilla,  en  su  origen  ,  estu- 
vieron unidos  á  los  de  Zaragoza  y  Valencia; 

I  Londres. — Estébanez  solía  hablar  todavía  con  el  funesto 
desdén  de  los  españoles  antiguos ,  de  la  gente  que  sólo  pen- 
saba en  ganar  dinero;  y  esto  escrito  desde  Málaga,  cuando  aca- 
baba de  emparentar  con  los  primeros  comerciantes  de  aquella 
ciudad  ,  pone  aquí  de  manifiesto  una  de  sus  peculiares  preocu- 
paciones. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.))        6} 

que  la  aquiescencia  imbécil  del  gobierno  á  los 
primeros  dio  aliento  en  Sevilla  para  hacer  una 
intentona ,  pues  vieron  y  calcularon  los  fautores 
que  no  había  riesgo  en  verificarla;  que  los  avi- 
sos que  yo  di  se  despreciaron  por  el  gobierno 
y  por  Cleonard;  que  el  Segundo  cabo  que  man- 
daba en  Sevilla,  por  ausencia  del  Conde  (Cleo- 
nard), por  echarse  fuera  del  peligro,  me  hacía  á 
mí  aparecer  como  el  único  que  organizaba  re- 
sistencias; que,  en  su  consecuencia,  perdí  toda 
mi  influencia  con  el  Ayuntamiento  y  con  la 
benemérita;  que  él  y  ésta  me  faltaron  y  me 
vendieron,  singularmente  los  alcaldes  y  el  siibins- 
pector  de  la  milicia  nacional ;  que  me  obligaron 
á  dimitir  saliendo  á  escape  á  la  media  hora, 
y,  en  medio  de  la  noche,  con  lo  encapillado, 
y  sin  un  real  ,  pues  para  nada  tuve  tiempo; 
y  que  Córdova ,  que  se  hallaba  en  Sevilla,  ni 
Narvaez,  que  venía  de  camino  para  Loja ,  tu- 
vieron participación  en  el  pronunciamiento,  pe- 
ro que,  ya  hecho,  vio  el  primero  una  probabili- 
dad en  hacerse  dueño  del  movimiento  y  vengarse 
de  Espartero ,  asociando  su  nombre  y  su  destre- 
za con  el  nombre  y  prestigio  de  Narvaez,  á 
quien  comprometieron  para  que  viniese  á  Sevi- 


64  «EL    SOLITARIO»   Y    SU    TIEMPO. 

lia.  Este  es  el  bosquejo  de  los  sucesos.  En  cuan- 
to á  mí,  pasé  amargura  y  trabajos.  En  algún 
pueblo  me  quisieron  traer  preso  á  Sevilla,  pues 
por  todas  partes  hay  patriotas  inquisitoriales. 
Disipada  la  farsa,  conoció  el  gobierno  y  Cleo- 
nard  que  yo  había  cumplido  bien,  y  que,  por 
mi  resistencia  al  movimiento,  anduve  en  peli- 
gro; pero  Cleonard,  que  quería  perder  á  Córdo- 
va  y  Narvaez,  no  creyó  conveniente  el  que  yo 
estuviese  en  Sevilla  durante  la  causa,  pues  á pe- 
sar de  haber  estado  en  linea  diversa  á  ellos ,  siempre 
presumía  que  yo  les  ayudaría  á  salir  del  mal  paso  en 
que  una  fatalidad  invencible  los  había  coloca- 
do.» Tal  el  texto,  que  podrá  reservar  algo,  pero 
que  en  todo  cuanto  dice  expresamente  ostenta 
un  carácter  de  veracidad ,  que  se  impone  desde 
luego  al  lector. 

Lealmente  indico  esto  de  que  la  carta  no  dice 
quizá  lo  que  pudiera  por  entero  ;  y  la  imparcia- 
lidad exige  que  con  razonables  conjeturas  supla 
ahora  lo  poco  que  sospecho  que  falte.  No  le 
mintió,  no  podía  mentirle  Estébanez  á  Gayan- 
gos  ,  en  confianza ,  y  menos  voluntaria  y  gra- 
tuitamente, en  relato,  además,  que  no  lepe- 
día  nadie ,  á  que  su  corresponsal ,   embebecido 


EL  PRONUNCÍAMÍENTO  Y  <(EL  SOLITARIO.))        6'^ 

en  pensamientos  tan  diferentes,  ni  había  de  dar- 
le, ni  le  dio,  por  lo  que  he  llegado  á  colegir, 
importancia  ninguna.  Pero  rara,  rarísima  es  la 
vez  que  una  persona ,  por  veraz  que  sea ,  lo 
cuenta  todo  absolutamente.  Algo  cuando  menos 
hay  que  se  reserva  y  debe  reservarse,  por  mu- 
cha confianza  que  el  confidente  inspire,  y  es 
aquello  que  importa  á  otros ,  que  á  otros  pu- 
diera perjudicarles ,  máxime  habiendo  de  fiarse 
en  hoja  de  papel  manuscrita  á  las  inseguridades 
del  porvenir.  Callar  ó  disimular  no  es  indicio 
en  tal  caso  de  inveracidad ,  sino  señal  más  bien 
de  delicadeza  y  prudencia. 

Acababa  de  llegar  D.  Luís  Fernández  de  Cór- 
dova  á  Sevilla,  de  vuelta  de  Cádiz,  cuando  ocu- 
rrió todo  esto;  y  la  relación  de  Cortina  suscita 
desde  luego  una  dificultad :  ¿Era  posible  que  po- 
cos momentos  antes  de  la  salida  de  Estébanez  de 
aquella  ciudad  ,  cuando  todo  estaba  consumado, 
no  tan  sólo  ignorase  Córdova  la  resolución  de 
éste,  sino  que  tampoco  tuviera  noticia  de  bullicio 
alguno?  La  alarma,  comenzada  el  día  lo,  dura- 
ba ya  tres  días  ,  lo  que  ofrece  otro  problema: 
¿Por  qué  singular  acaso,  si  Estébanez  no  había 
acudido  para  nada  á  Córdova,  tampoco  éste 
-  xn  -  5 


66  C(HL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

se  interesó,  por  su  parte,  en  lo  más  mínimo,  ni 
por  mera  curiosidad  ,  en  el  curso  de  un  asun- 
to que  á  nadie  le  había  al  íin  de  importar  tanto 
como  á  aquel  jefe  político,  que  era,  si  no  el 
mejor,  uno  de  sus  mejores  amigos?  ¿  Ni  siquie- 
ra se  le  ocurrió  preguntarle  á  Cortina  por  la 
suerte  de  Estábanez  ,  ni  recomendarle  la  segu- 
ridad de  su  persona,  ya  que  no  acudiese  él  mis- 
mo, tan  esforzado,  tan  fácil  á  la  abnegación,  en 
casa  de  la  autoridad  vencida,  para  cubrirla  con 
el  prestigio  de  que  pocas  horas  después  se  vio 
que  gozaba?  Y,  pues,  se  supone  á  Estébanez 
sobrecogido  de  un  pánico,  ¿quién  como  Cór- 
dova,  notoriamente  inaccesible  al  miedo,  po- 
día confortarle  3^  estimularle  para  que,  auxiliado 
por  tan  fieles  capitanes  cual  Huidobro  y  Cortina 
pretenden  que  eran,  sometiese  á  ios  descontentos 
y  mantuviera  su  autoridad  legítima?  Pero  sabe- 
mos, por  otro  lado,  que  todo  paró  en  ser  elegi- 
do á  los  tres  días,  el  15,  D.  Luís  de  Córdova, 
presidente  de  la  Junta  que  tumultuariamente 
asumió  los  derechos  del  gobierno  y  de  sus  au- 
toridades ,  hasta  los  de  la  militar  que  por  ins- 
tantes ejerció  Fontecilla:  y  sábese  más  ;  que  tal 
elección  no    ftié  casual  ó  irreílexiva ,   sino   mo- 


EL  PRONUNGÍAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO, ))       Ó7 

vida  y   encaminada  por  alguien   que   de  ante- 
mano comprometía  votos,  según  declaró  Huido- 
bro.  ¿No  es  verdad  que  este  alguien  por  fuerza  se 
ha  de  suponer  dentro  de  aquel  poder  anónimo, 
de  aquellos  fautores  del  movimiento,  que  todos 
los  papeles  justificativos  denuncian,  sin  que  nin- 
guno los  nombre  ó  designe  claramente?  Con  al- 
guna m.enos  discreción  ,  hubieran  quizá  acabado 
sus  autores  por  venderse  á  sí  propios.  De  todas 
suertes,  el  oculto  centro  que  para  Córdova  agen- 
ciaba los  votos,  tampoco  es  verosímil  que  im- 
provisase tan  importante  resolución.  Para  algo 
y  para  alguno  se  iniciaba  y  realizaba  aquel  plan 
con  tanta  habilidad  y  facilidad  cumplido  ,  y  en 
el  cual  no  se  advirtió  por  un  momento  siquiera 
la  inevitable  confusión  de  las  espontáneas  agita- 
ciones populares. 

Francamente  diré  que,  no  tan  sólo  por  la 
declaración  íntima,  explícita,  de  Estébanez,  sino 
por  los  antecedentes  todos  y  el  conocimien- 
to mismo  del  carácter  de  Córdova,  estoy  per- 
suadido de  que,  á  pesar  de  los  indicios  que 
aparecen  en  contra,  el  plan  se  formó  sin  con- 
tar previamente  con  éste  último  ,  y  más  para 
comprometerle  que  para  favorecerle.  Sus  gran- 


68  ccEL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

des  cualidades,   su  claro  nombre ,  su  prestigio, 
hacían  falta,  y  no  se  titubeó  en  aprovecharlos, 
contando  con   que  el  bien   conocido  estado  de 
su  ánimo  lo   arrastraría  hasta    donde  querían 
otros,  cual  en  efecto  sucedió.  ¿Pero   podía  ig- 
norar Estébanez,  tan  atento  a  ios  trabajos  revo- 
lucionarios,  semejante  plan  cuando  empezó  á 
ponerse  en  ejecución?  Difícil  es  admitirlo ;  que 
no  suelen  andar  tan  guardados  los  secretos  de  las 
conspiraciones  ,  obra  siempre  de  bastante  núme- 
ro de  hombres ,  para  que  falten  indiscretos.  Por 
lo  que  todas  no  se   previenen  es  porque  en  el 
embrollo  de  ciertas  y  falsas  noticias  que  hay 
durante  los  períodos  de  agitación ,  llega  á  ser 
difícil  y  hasta  imposible  distinguir  la  verdad  de 
la  mentira ;  mas  todo  se  dice,  todo  se  oye  en  ta- 
les casos,  máxime  por  los  que  tienen  interés  en 
prestar  oído  atento.  Hace  más  inconcebible  eso 
mismo  la  reserva  de  Estébanez  con  Górdova.  Que 
lo  natural  era  que  tan  pronto   como  sonara  el 
nombre  del  General  en  el  asunto ,  por  misterio- 
samente que  fuera ,  con  tal  que  lo  supiese  Esté- 
•  banez  ,  tuviera  alguna  explicación  éste  con  él  y 
con  él  contara  para  desvanecer  el  rumor  y  la 
intrio-a.  Ni  hay  oue  pensar  que  durante  el  breve 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))        69 

tiempo  trascurrido  desde  28  de  Octubre,  fecha 
de  la  última  carta  que  he  citado  aquí,  donde 
resalta  la  más  cordial  y  recíproca  intimidad, 
hasta  el  12  de  Noviembre,  día  en  que  Estébanez 
depuso  el  bastón  de  mando,  hubiera  entre  ios 
dos  ningún  resfriamiento  de  relaciones.  ¡Qiié 
habíade  haberlo,  si  su  recíproca  amistad  sobrevi- 
vió á  todo  aquello!  Ya  se  ha  visto  cómo  habló  á 
GavaníTos  Estébanez  respecto  á  lo  que  estaba  dis- 
puesto  á  hacer  á  favor  de  Córdova,  si  el  gobier- 
no de  Sevilla  se  le  hubiera  devuelto.  PuesCórdo- 
va,  por  su  parte,  escribió  después  de  ios  sucesos, 
y  en  carta  como  entre  hermanos,  al  hoy  general 
D.  Fernando,  lo  siguiente:  «Mucho  me  alegro  de 
io  hecho  por  Estébanez  Calderón,  al  cual  asegura- 
rás que  de  mí  no  tenga  que  esperar  sino  amistad 
_y  consecuencia,  nunca  hostilidad.»  No:  la  intimi- 
dad del  ejército,  de  Logroño,  de  Madrid,  de  los 
diez  meses  de  gobierno  en  Sevilla  ,  continuaba 
íntegra  cuando  el  pronunciamiento  sobrevino; 
y  el  trozo  de  carta  que  de  citar  acabo  evi- 
dencia además  que ,  no  sólo  antes  de  él ,  sino 
e  1  los  días  mismos  en  que  se  desarrolló  y  con- 
sumó, Córdova  estuvo  certísimo  de  que  para 
él  Estébanez  era  lo  que  hasta  allí  había  sido. 


70  <(E1.    SOLITARIO)^    Y    SU  TIEMPO. 

En  su  carta  á  Gayangos  declaró  ,  sin  embargo. 
Esíébanez  que  en  lo  de  Sevilla  había  estado  en- 
frente de  Gordo  va  ;  y  por  ser  tan  verdad  esto, 
juzgó  el  General  necesario  escribirle  á  su  herma- 
no, para  que  se  lo  trasmitiera,  que  no  esperase 
nunca  su  hostilidad,  es  decir,  que  no  había  que- 
dado quejoso  de  él  en  modo  alguno. 

Todo  esto  prueba  ,  sin  disputa  ,  una  cosa: 
que  en  un  momento  que  no  es  posible  fijar, 
Estébanez  supo  y  vio  claro,  antes  de  resolverse 
á  abandonar  á  Sevilla ,  que  Córdova  se  deja- 
ba arrastrar  por  fni  al  movimiento.  Guál  fuese 
tal  instante  ,  es  lo  que  calla  aquél  ,  aunque  hay 
que  suponer,  por  lo  que  dice ,  que  el  movi- 
miento estaba  ya  ,  no  sólo  iniciado ,  sino  ade- 
lantado, cuando  tomó  el  General  su  resolu- 
ción. Sintiéndose,  por  una  parte,  entonces  sin 
voluntad  para  luchar  con  hombre  á  quien  sin- 
ceramente amaba,  y  en  el  cual  había  encarnado 
hasta  allí  todas  sus  esperanzas  de  porvenir,  de 
fortuna ,  y  hasta  de  gloria  ;  por  otra ,  con  hon- 
radez sobrada  para  hacer  traición  á  sus  debe- 
res ,  adhiriéndose  á  los  enemigos  del  gobierno, 
renunció  desde  luego  á  toda  resistencia ,  rin- 
dióse á  la  fatalidad  de  su  situación,  hiciéronsele 


EL    PRONUNCIAMÍENTO  Y  ((HL  SOLíTARíO.  >•»       7  I 

siglos  los  instantes  que  tardó  tras  eso  en  aban- 
donar á  Sevilla.  Y  así  todo  se  explica,  y  se  ex- 
plica bien,  lo  que  dice  como  lo  que  calla  Esté- 
banez  en  el  importante  documento  que  ültima- 
merrte  he  dado  á  conocer,  y  esclarece  de  hoy 
más  una  página  curiosísima  de  la  historia  de 
España  en  el  siglo  presente. 

No  sé  si  parecerá  ocioso  al  lector  que  me  de- 
tenga aquí  tanío.  Sépase,  en  todo  caso„  que  no 
me  mueve  únicamente  la  importancia  grande  que 
alcanza  en  la  vida  de  Estébanez  este  aconteci- 
miento, ni  siquiera  el  propósito,  para  mí  inex- 
cusable, de  justificar  su  conducta,  por  muy  di- 
versos modos  juzgada  después.  Lo  que  hay  es 
que,  puesto  á  contar  lo  que  realmente  sucedió 
en  Sevilla  en  1838,  tengo  obligación  de  aclarar- 
lo todo,  hasta  donde  lleguen  mis  fuerzas.  Que 
no  se  trata  de  asunto  leve ,  cual  pudieran  creer 
los  que  juzguen  por  su  aspecto  externo  y  sus 
efectos  inmediatos.  Comparando  lo  que  referí 
ya  con  algún  cuidado  en  el  anterior  capítulo,  y 
lo  que  acabo  de  relatar  en  este,  pronto  se  viene 
en  conocimiento  de  que  fué  importantísimo. 
Bastaría  recordar  el  influjo  que  tuvo  en  la  suer- 
te de  Córdova  y  Narvaez,  para  no  contarle  en- 


72  «HL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

íre  los  insignificantes;   pero  sus  consecuencias 
fueron  mucho  mayores  para  España. 

Rápidamente  he  de  recordar  ante  todo  lo  que 
nadie  ignora ,  y  es  que  Córdova  aceptó ,  sea 
como  quiera,  la  presidencia  de  la  Junta  ilegal  de 
Sevilla ,  recogiendo  mal  de  su  grado  la  respon- 
sabilidad del  pronunciamiento.  Cortina  fué  de  su 
parte  á  buscar  á  Narvaez,  y  no  sin  verdadera  re- 
sistencia ;  pero  ,  cediendo  á  las  súplicas  que  la 
carta  credencial  contenía  ,  y  á  los  amistosos 
consejos  del  mensajero,  se  presentó  en  Sevilla 
al  fin ,  donde  fué  recibido  con  entusiasmo.  No 
tardó  el  capitán  general  Cleonard  en  declarar  re- 
beldes ,  con  severísimas  palabras,  á  aquellos  dos 
émulos  de  Espartero.  Y  éste,  á  su  vez ,  repután- 
dolo todo  por  conjuración  enderezada  contra  su 
persona,  redactó  cierta  Exposición  célebre,  apa- 
rentemente dirigida  á  la  Reina  Cristina,  y  en 
realidad  á  la  nación  y  al  ejército ,  pidiendo  gra- 
ves castigos  para  los  Generales,  impensadamen- 
te comprometidos  en  tal  aventura  ^  Pocos,  muy 

I  Exposición  dirigida  á  S.  M.  la  augusta  Reina  Gobernado- 
ra sobre  los  sucesos  de  Sevilla,  por  el  Capitán  general  de  los 
ejércitos  nacionales  Gciids  de  Luchana,— Madrid  1838. — ín-i- 
prenta  á  cargo  de  H.  Martínez. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  C(EL  SOLITARIO.»       J-i, 

pocos  días  duró  ésta,  en  tanto  ;  que,  viéndose 
Seviiia  sola  ,  se  inclinó  á  someterse  á  las  auto- 
ridades del  gobierno  tan  fácilmente  como  las 
había  repudiado.  Ski  ninguna  dificultad  entregó 
entonces  Córdova  el  mando  al  general  San  Jua- 
nena  ,  que  coxi  cortísimas  fuerzas  se  aproximó 
allí,  por  mandado  del  Capitán  general.  El  go- 
bierno, aunque  estuviese  compuesto  de  mode- 
rados, por  propio  despecho  de  una  parte,  y  por 
complacer  de  otra  á  Espartero,  dispuso  que  Cór- 
dova y  Narvaez  fuesen  rigurosamente  procesa- 
dos. Con  lo  cual  ,  después  de  contestaciones  ás- 
peras,  Córdova  emigró  á  Portugal,  donde  por 
desgracia  murió  antes  de  dos  años,  el  día  29  de 
Abril  de  1840;  y  Narvaez  huyó  primero  á  Tán- 
ger y  á  Francia  luego  ,  de  donde  no  volvió 
sino  para  echar  á  Espartero  de  la  Regencia  del 
reino  en  Torrejón  de  Árdoz.  Como  en  ninguno 
de  tales  hechos  intervino  Estébanez,  bien  puedo 
pasar  tan  de  ligero  por  ellos;  pero  tocante  á  los 
antecedentes  y  consecuencias  del  pronuncia- 
miento en  sí  mismo  ,  todavía  necesito  exten- 
derme un  poco  más. 

indudablemente  Narvaez  primero,   y  después 
Córdova,  salieron  de  Madrid  muy  despechados. 


74  ^<f^'-    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

ardiendo  en  cólera  contra  Espartero,  y  sin  con- 
fianza alguna  en  que  los  hombres  que  ocupaban 
el  poder,  aunque  representasen  á  los  moderados, 
seriamente  se  opusieran  á  la  humillante  prepon- 
derancia de  aquél ,  ni  á  sus  ulteriores  planes. 
También  debían  considerar  perdida  toda  espe- 
ranza de  vencerle  en  lucha  legal ,  una  vez  des- 
hecha la  idea  de  que  se  formase  aquel  otro 
grande  ejército ,  de  que  había  de  ser  núcleo  el 
de  reserva ,  á  cuya  sombra  se  pudiera  organizar 
y  mantener  un  gobierno  independiente,  capaz 
de  destituir  al  ambicioso  caudillo  del  Norte. 
Todo  esto  se  comprende  bien  con  sólo  lo  que 
dije  en  el  capítulo  antecedente.  Mas  para  opi- 
nar, no  obstante,  como  Estébanez,  en  mejor 
situación  que  nadie  de  saberlo,  que  ninguno 
de  los  dos  marchó  á  Andalucía  con  propósitos 
sediciosos ,  tengo  fundamentos  irrecusables.  No 
hay  en  la  correspondencia  anterior  de  Estéba- 
nez  y  Córdova  ,  con  ser  tan  íntima  ,  el  menor 
indicio  de  tal  propósito;  ¿y  cómo  podía  ima- 
ginarlo tan  siquiera  el  último  sin  contar  con 
el  hombre  de  más  confianza  que  tenía  á  la  sa- 
zón ,  y  el  que  más  se  lo  podía  facilitar ,  ó  con- 
trariar tal  vez?  Ya  que  del  correo  no  se  fiase 


HL  PRONUNXIAMÍENTO  Y  KE!.  SOiJTARIO.  )>       7^ 

Córdovaj  contendrían  en  tal  supuesto  las  cartas, 
ya  reticencias,  ya  alusiones  más  ó  menos  reca- 
ladas, que  no  existen.  Y  por  lo  que  hace  á  Nar- 
vaez,  oíle  á  Estébanez  yo  mismo,  muchos  años 
después  ,  con  ocasión  de  cierta  frase  amarga 
que  á  propósito  de  lo  de  Sevilla  se  dirigió  á 
aquel  en  el  Senado,  lo  siguiente  :  ((Fácil  le  será 
probar  que  fué  allí  únicamente  arrastrado  por  su 
cariño  á  Córdova,  y  sin  otro  fin  que  ayudarle  á 
salir  de  aquel  mal  paso.)>  Lo  mismo  que  ahora 
resulta  de  su  carta  á  Gayangos. 

También  dijo  la  verdad  pura  Estébanez  res- 
pecto al  origen  de  los  sucesos.  Para  mí  es 
clarísimo  que  lo  que  se  pretendió  al  principio  en 
Sevilla,  cual  en  otras  ciudades  por  entonces,  fué 
impedir  que  deliberasen  de  nuevo  las  Cortes, 
convocadas  para  el  8  de  Noviembre,  tal  y  como 
se  intentó  y  logró  en  1836.  Los  promovedores, 
al  decir  de  Huidobro  ,  eran  ((  personas  muy  ex- 
trañas á  la  milicia  nacional,  que  se  interponían 
y  gritaban  descompasadamente  ,  encubriendo 
muchas  de  ellas  sus  rostros  para  no  ser  conoci- 
das;» y  desde  el  primer  instante  hubo,  según  él, 
quien  aspirase  á  cosas  distintas  de  las  que  se  di- 
jeron en  el  Ayuntamiento.  Los  síndicos  de  éste, 


76  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

al  vindicarlo,  hablan  también  de  aun  foco  en  que 
se  fraguaban  las  niaqNinadones,  á  que  no  les  había 
sido  posible  descender.»  Y  las  diversas  alusiones 
de  igual  clase  que  se  hallan  en  otros  de  los  pa- 
peles publicados,  demuestran  que  todo  el  mundo 
convenía  en  que  el  centro  que  organizó  el  mo- 
vimiento era  un  centro  secreto  y  reconocido 
por  tal. 

Parece,  pues,  seguro,  fuesen  más  ó  menos  ino- 
centes lu^go  los  concejales  y  jefes  de  la  mi- 
licia ,  culpables  para  Estébanez  .  que  aquellas 
sociedades  secretas  poderosamente  reorganiza- 
das en  Sevilla,  como  advirtió  á  tiempo  éste,  obe- 
deciendo la  voz  de  su  supremo  centro,  crearon 
artificialmente  la  alarma  y  dirigieron  ía  acción. 
De  allí  partieron  sin  duda  ios  mensajes  diferen- 
tes que  recibió  Huidobro,  en  la  reunión  de  dele- 
gados de  la  milicia  nacional  ,  para  que  hiciese 
elegir  Presidente  de  la  Junta  á  Córdova ,  y  los 
que  con  idéntico  objeto  se  enviaron  á  los  demás 
votantes.  Pero,  ¿qué  mucho,  si,  al  decir  de  Hui- 
dobro mismo,  en  la  reunión  celebrada  por  Fon- 
teciila  el  día  14,  unánimemente  se  proclamaba 
ya  á  Córdova  por  una  necesidad,  y  «  como  res- 
taurador de  la  perdida  calma?»  ;Unánimemente 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))       77 

nada  menos!  ¡Ah!  no:  no  parece  siquiera  dudo- 
so que  aquello  de  poner  al  ilustre  vencedor  de 
Mendigorría  al  frente  del  pronunciamiento  fué 
cosa  de  antemano  acordada,  aunque  el  interesado 
mismo  lo  ignorase.  El  foco  activo,  organizado  y 
potente,  aunque  anónimo,  en  quien  todos  reco- 
nocían el  origen  y  dirección  del  movimiento, 
por  fuerza  fué  quien  tal  pensó  y  realizó  sucesi- 
vamente. No  falta  sino  inquirir  la  razón  que 
para  ello  hubiera. 

Y  esta  se  cifra  para  mí,  en  el  indisputable  pres- 
tigio militar  que  alcanzaban  los  nombres  de 
Córdova  y  su  amigo  Narvaez ,  y  en  la  popula- 
ridad del  último,  especialmente  por  Andalucía. 
Quísose  otra  revolución  por  los  más  violentos 
de  los  liberales,  tal  como  en  1840,  ó  1843,  Y  ^^'^ 
propio  modo  que  siempre  se  procuró  contar 
con  el  ejército.  El  único,  aunque  inútil  acier- 
to del  tal  foco  de  Jas  maqui^mciones,  fué  compro- 
meterlos á  los  dos  ,  uno  tras  otro,  Narvaez  lo 
fué  por  Córdova,  y  éste,  se  dejó,  por  su  parte, 
comprometer,  no  en  virtud  de  otra  causa  que  la 
que  dijo  Estébanez,  por  odio  á  Espartero,  pen- 
sando aprovecharse  de  aquella  revolución  para 
desvanecer  su   influjo  ilegítimo  y  su  peligroso 


yS  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TíEMPO. 

poder.  Por  lo  mucho  que  de  él  he  dicho  sabe  bien 
el  lector  que  era  hombre  Córdova  muy  fácil  de 
conmover  y  exaltar,  una  vez  persuadido  de  que 
obraba  con  miras  patrióticas.  Mas  á  la  ingénita 
irritabilidad  que  en  momentos  dados  le  impelía 
á  saltar  por  cima  de  cualquiera  contradicción, 
sábese  igualmente  que  en  él  se  aunaba  cierta 
propensión  al  cansancio ,  al  retiro  ,  al  sacrificio 
de  su  persona.  Tales  condiciones  sobradamente 
se  mostraron  en  la  aceptación,  en  el  mando,  en 
sus  frecuentes  dimisiones ,  del  ejército  del  Nor- 
te ;  y  así  también  se  explica  su  adhesión  al  pro- 
nunciamiento de  Sevilla  y  su  desistimiento  de 
él,  tan  rápido  y  generoso.  Que  Córdova  y  Nar- 
vaez  habrían  dado  harto  más  que  hacer  que 
dieron  ,  si  hubieran  sido  verdaderos  y  desalma- 
dos revolucionarios. 

Pero  al  primero,  aunque  ambicionara  por  aquel 
tiempo  el  poder  ,  de  cierto  no  le  lisonjeaba  reci- 
birlo de  una  ó  muchas  juntas  rebeldes.  Tampoco 
era  hombre  que  sin  escrúpulos  se  sobrepusiera  á 
la  ley,  ni  violase  la  Ordenanza  sin  pena.  Y  con 
todo  eso,  si  el  levantamiento  de  Sevilla  se  hu- 
biera generalizado,  los  actos  indudables  de  in- 
dependencia que  ejecutó  ,   sin  tener  para   nada 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))        79 

en  cuenta  al  gobierno  legítimo,  actos  muy  hábil- 
mente recogidos  por  Espartero  en  su  manifiesto, 
no  permiten  dudar  que  estuviese  dispuesto  á  ha- 
cer suyo  el  triunfo,  destituyendo  á  los  ministros 
y  al  General  en  jefe  del  ejército  del  Norte,  y  co- 
locándose á  la  cabeza  de  todo  ,  ó  no  más  que  á 
la  de  las  tropas,  según  las  circunstancias.  Lo  que 
no  sé  yo  es  qué  papel  le  habría  tocado  en  esto  á 
Narvaez ,  hombre  de  corazón ,  y  capaz  ,  como 
en  aquel  caso  demostró,  de  amistad  sincera, 
pero  susceptible,  ambicioso  y  con  quien  no  era 
posible  dejar  de  contar  después  del  triunfo.  Más 
á  propósito,  conforme  dije  y  se  ha  visto  luego, 
que  Córdova  para  tiempos  de  revolución,  tenía, 
lo  propio  que  éste,  el  defecto  de  hartarse  pron- 
to de  luchar  con  pequeños  inconvenientes,  tra- 
yéndole  su  impaciencia,  en  ocasiones  varias,  á 
abandonar  prematuramente  el  campo.  Por  eso 
en  el  fácil  desenlace  de  los  sucesos  de  Sevilla  se 
entendieron  Córdova  y  Narvaez  tan  perfectamen- 
te. No  es  improbable,  por  cierto,  que  en  un  go- 
bierno presidido  por  el  primero  hubiera  tocado 
al  segundo  el  mando  enjefe  del  ejército  del  Nor- 
te ,  si  es  que  se  lograba  arrancarlo  de  las  manos 
de  Espartero;  y  entonces  creo  yo   que  habría 


8o  «EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEIVIPO. 

dejado  un  nombre  más  militar  que  político ,    lo 
contrario  de  lo  que  llegó  á  suceder. 

Por  su  parte,  los  genuínos  revolucionarios  no 
intentaban  hacer  de  Córdova  y  Narvaez  sino  ma- 
teriales instrumentos  para  alcanzar  sus  vagos,  pe- 
ro disolventes  propósitos:  loque  lograron á  fines 
de  1840  con  Espartero,  de  quien  tanto  desconfia- 
ban, por  los  sucesos  de  Aravaca  tres  años  antes; 
lo  que  se  les  frustró,  y  harto  tristemente  para  ellos, 
con  Narvaez  en  1843 '  ^^  ^^^  ^"^^  ^'^^^  ^^^  ^  ^^" 
dias  consiguieron  en  1854  con  O'Donneil  y  del 
todo  deshizo  éste  á  la  postre ,  mediante  su  re- 
flexiva  y  lenta  pero  indomable  energía.  Eran, 
por  conclusión,  diferentísimos  los  móviles  que  á 
unos  ü  otros  guiaban  en  aquel  caso,  como  suele 
acontecer.  Moderado  el  gabinete  del  duque  de 
Frías,  los  iniciadores  escondidos  del  movimien- 
to, los  que  encaminaron  el  golpe  de  las  socieda- 
des secretas ,  no  podían  menos  de  ser  ó  llamarse 
progresistas  y  liberales  ardientes.  Ni  era  esto  tan 
raro  cual  pudiera  hoy  parecer,  porque  ya  dije  en 
el  anterior  capítulo,  que  Córdova  no  estaba  de- 
cididamente afiliado  á  parcialidad  alguna.  «No 
tengo  (decía  después  de  los  sucesos)  títulos  ni  de- 
rechos para  solicitar  la  defensa  y   asistencia  de 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))       8 1 

ningún  partido,  á  ninguno  perteneciendo  ^))  Las 
palabras  y  acciones  de  Cortina,  no  dejan  duda, 
por  otro  lado,  de  que  aun  declarándose  progre- 
sista, fuesen  Córdova  y  Narvaez  á  la  sazón  sus 
hombres ,  ni  más  ni  menos  que  los  de  Estéba- 
nez.  Pero  esto  no  indica  más  sino  que  ambos, 
el  progresista  y  el  moderado,  habrían  tirado  de 
ellos  en  opuestas  direcciones  tan  pronto  como 
hubieran  llegado  entonces  por  cualquier  camino 
al  poder.  Narvaez  dijo  también,  aislándose  de 
todo  partido  desde  Tánger  :  «Nunca  puse  ni  in- 
tenté poner  en  la  balanza  política  la  espada  que 
me  entregó  la  p.  tria  para  exterminar  á  sus  ene- 
migos ^))Y  en  el  ínterin.  Espartero,  muy  odiado 
en  1837  por  Mendizábal  y  el  ministro  de  la  gue- 
rra progresista  Seoane,  y  muy  contrario,  según 
declaró  él  mismo,  ala  continuación  del  gabinete 
Calatrava,  aunque  en  la  rebeldía  de  Aravaca  de- 
clinase toda  participación ,  tampoco  era  progre- 

'  Manifestación  provisional  que  hace  al  público  el  general 
Córdova  ,  sobre  los  sucesos  de  Sevilla. — Madrid :  imprenta 
déla  Compañía  Tipográfica,  Diciembre  de  1838. 

2  Manifiesto  del  mariscal  de  campo  D.  Ramón  María  Nar- 
vaez, en  contestación  á  las  acusaciones  del  capitán  general 
conde  de  Luchana.  Madrid :  imprenta  de  la  Compañía  Tipo- 
gráfica, 1839. 

-  XII  -  6 


82  «EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

sista  aún ,  ni  mucho  menos.  Todos  los  tres  cau- 
dillos estaban  ,  en  suma  ,  á  ver  venir ,  bien  que 
con  diferentes  inclinaciones  naturales. 

Difícil  es  á  todo  esto  negar ,  por  mucho  que 
se  acate  su  memoria ,  en  varios  conceptos  digna 
de  estima,  que  más  que  á  nadie  se  debió  á  Espar- 
tero la  pretensión  posterior  de  los  caudillos  del 
ejército  de  dirigir  á  título  de  tales  la  política 
española.  No  era  esto  lo  mismo  ,  aunque  á  pri- 
mera vista  lo  parezca ,  que  los  pobres  héroes  de 
la  Isla  habían  querido  en  1820.  Cualquiera  que 
fuese  el  móvil  de  su   rebelión,  aun  dado   que 
verdaderamente  los  guiasen  sentimientos  políti- 
cos incompatibles  con  la  monarquía  absoluta, 
una  cosa  se  puede  afirmar  con  certeza ;  y  es  que 
ni  Quiroga,  ni  O'Daly,  ni  Riego  ,  pensaron  en 
llegar  á  ministros  por  tal  camino,  encargándose 
de  dirigir  la  política  interior  y  exterior  de  la 
nación.   En  la   actitud  revolucionaria  del  ejér- 
cito en  1836,  indudablemente  hubo  exaltación 
política ,  odio  vehemente  contra  las  ideas  carlis- 
tas, y,  por  lo  tanto,  verdadera  adhesión  alas 
más  liberales.   Pero  nadie ,  y  menos  que  nadie 
los  sargentos  de  la  Granja,  pensó  en  el  ejército 
por  entonces  en  tomar  para  sí  el  poder  con  la 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.»      83 

Violación  de  la  disciplina  conquistado  ,  sino  en 
entregarlo  á  los  hombres  políticos  que  represen- 
taban las  doctrinas  preferidas  y  triunfantes.  Con 
Espartero   apareció  ya  el  caudillo,   que  astu- 
tamente  encaminaba  sus  acciones  á  asaltar  y 
poseer  el  poder,  auizá  era  esto,  ya  por  uno,  ya 
por  otro,  y  antes  ó  después,  inevitable,  hallán- 
dose ocupado  el  trono  por  hembras  ;  pero  la 
distinción    que   acabo   de  establecer  paréceme 
digna  de  nota.   Y  por  supuesto  que  nada  tiene 
que  ver  lo  que  digo,  con  el  propósito  de  alcan- 
zar el  poder  en  las  Cortes  que  tuvo ,  á  mi  juicio, 
Córdova,  porque  eso  era  tan  natural  y  loable  en 
un  soldado  cuanto  en  otro  cualquiera.  La  con- 
ducta de  Espartero  desde  que  se  encontró  de  Ge- 
neral en  jefe ,  ya  con  el  ministerio  de  Calatrava 
y  Mendizábal,  ya  con  el  del  conde  de  Ofalia  y 
D.  Alejandro  Mon,  ya  con  el  del  mismo  duque 
de  Frías  y  Alaix  ,  que  fué  quien  principalmente 
lo  inspiró  al  fin,  me  da  sobrado  motivo  para 
pensar  lo  que  pienso.  Y  como  todo  ejemplo,  ma- 
yormente si  es  malo ,  cunde ,  no  tengo  tampoco 
duda  yo  de  que  en  Sevilla  á  toda   costa  quisie- 
ron, por  un  momento  al  menos,  sus  rivales  de- 
rrocarlo y  escalar  el  poder  con  la  espada,  no  de 


84  «EL   SOLITARIO))    Y   SU    TIEMPO. 

otro  modo  que  se  hizo  al  cabo,  si  con  infaustas 
resultas  en  1841 ,  con  éxito  felicísimo  dos  años 
más  tarde. 

Pero  en  1838,  no  tan  sólo  se  quedó  el  movi- 
miento aislado  en  su  cuna,  sino  que  las  tropas, 
aún  no  hechas  á  faltar  siempre  á  sus  deberes, 
no  obstante  los  deplorables  casos  que  ya  había, 
recibieron  con  frialdad  primero  y  casi  con  hos- 
tilidad al  fin ,  en  Sevilla  mismo,  el  mando  ilegí- 
timo de  los  dos  Generales  ;  viendo  lo  cual  los 
revolucionarios  de  veras,  y  que  carecían  así  de 
todo  medio  para  obtener  el  triunfo ,  amainaron 
los  bríos  tan  de  repente ,  como  se  ha  dicho,  de- 
clarándose por  la  sumisión.  A  Córdova,  en  el 
ínterin,  le  sobraban  entendimiento  y  experiencia 
para  saber  que ,  dada  la  actitud  indiferente  de 
las  tropas  y  del  país ,  y  la  decidida  y  violenta 
del  General  en  jefe  del  ejército  del  Norte,  no  era 
posible  otra  cosa  ya  que  perturbar  más  y  más 
á  la  nación ,  con  provecho  sólo ,  cual  siempre 
hasta  allí,  de  D.  Carlos.  Por  eso,  y  por  sus  cono- 
cidas  condiciones  de  carácter ,  hizo  ,  pues ,  tan 
nobles  esfuerzos  para  arreglar  las  cosas,  abrien- 
do brevemente  las  puertas  de  la  ciudad  á  San 
Juanena.  La  mayor  culpa  que  un  analista  con- 


I 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))      85 

servador  ha  hallado  luego  S  en  su  conducta, 
consiste  en  la  dura  respuesta  que  dio  á  la  pro- 
clama de  Cleonard  contra  él,  ciertamente  pro- 
vocativa y  de  hombre  'resuelto  á  borrar  sus 
equivocaciones  con  la  punta  de  la  espada.  Mas 
hay  que  tener  en  cuenta  que  Ccrdova,  sin  ser 
insolente,  sino  antes  bien  lo  opuesto,  pecaba  de 
susceptible  por  todo  extremo  en  punto  á  honor. 
Tan  áspera  y  más  que  la  suya,  por  de  contado, 
fué  la  contestación  que  dio  Narvaez  á  Esparte- 
ro ,  no  obstante  que  su  proceder  era  más  dis- 
culpable ,  quedando  desde  entonces  planteado 
aquel  gran  duelo  entre  los  dos  ,  terminado  con 
la  emigración  del  último  á  Inglaterra,  no  sin 
haber  primero  visto  en  sus  ciertamente  valero- 
sas manos  el  cetro ,  de  que  se  apoderó  en  mal 
hora,  hecho  vil  caña.  [Tardíos  arranques,  por 
otra  parte,  de  energía  los  de  Córdova  y  Narvaez 
en  aquel  trance!  Las  cosas  hay  que  quererlas  ó 
no  de  veras  en  la  vida  púbHca ;  y  no  diría  yo 
aquí  la  verdad  toda  si  callase  que  ninguno  de 
ambos  Generales  dejó  tan  alto  su  nombre  al  salir 
como  al  llegar  á  Sevilla  lo  tenía. 

No  es  en  esto  que  estoy  terminando,  lo  menos 

*     Burgos  :  Anales  de  Doña  Isabel  11, 


86  ((EL   SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

difícil  de  resolver,  si  D.  Manuel  Cortina  fué  tan 
indiferente  á  lo  que  pasó ,  cuanto  decía.  No 
llevaba  muy  adelantada  aún  su  carrera  pública 
en  aquel  tiempo  ,  y  muéstralo  una  de  las  car- 
tas ,  escrita  á  Córdova  por  Estébanez  ,  tratan- 
do de  elecciones,  pocos  meses  antes.  Allí  se  lo 
da  á  conocer  como  aun  tal  Cortina  ^  abogado, 
comandante  de  nacionales,  hombre  de  acción, 
sobre  todo  muy  mañoso  y  apasionado  del  general 
Narvae:(  ^))  Pero  con  no  tener  gran  talla  política 
todavía  ,  tan  ciertas  eran  las  dotes  que  desde  el 
principio  descubrió  en  él  Estébanez,  que  su  in-^ 
flujo  no  contaba  en  Sevilla  rival ,  ni  en  la  mili- 
cia  ni  en  el  pueblo.  A  mí  me  parece,  ante  todo^ 
y  ya  lo  he  dicho ,  que  á  la  sazón  pensaba  Corti- 
na ,  como  Estébanez ,  servir  de  lazo  de  unión 
entre  Córdova  y  su  grande  amigo  Narvaez.  Ni 
su  posterior  viaje  en  busca  de  este  último  puede 
hallar  otra  verosímil  explicación.  ¿Y para  qué  de- 
mostrar ahora  que  no  era  moderado,  sino  progre- 
sista^ que  estaba  muy  descontento  de  la  marcha 
del  gobierno,  que  juzgaba  tiránicamente  gober- 

I  Carta  de  Estébanez  á  Córdova  de  lo  de  Febrero  de  1838, 
puesta  á  mi  disposición  por  D.  Fernando  de  Córdova ,  actual 
marqués  de  Mendigorría. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.))       87 

nado  aquel  país  por  el  concie  de  Cleonard  y 
el  estado  de  sitio  que  éste  le  había  impuesto, 
que  vivísimamente  anhelaba  un  cambio  político? 
Todo  esto  lo  declaró  francamente  él  mismo  en 
su  citado  manifiesto.  Lo  que  queda  por  saber  es, 
si  el  aborrecimiento  á  todo  lo  que  sonara  á  re- 
volución ,  de  que  aquel  documento  habla  ,  era 
tan  sincero,  cuanto  probó  Estébanez  que  el  suyo 
era ,  y  tal  que  de  todo  punto  le  impidiese ,  ni  os- 
tensible ni  disimuladamente,  contribuir  á  un  pro- 
nunciamiento ordenado ,  como  el  que  tuvo  á  la 
postre  por  jefe  al  general  Córdova ;  y  si  el  gran- 
dísimo apoyo  que  le  prestó  á  éste ,  ayudándole  á 
comprometer  á  Narvaez ,  fué  por  su  parte  cosa 
de  todo  en  todo  inocente.  Su  sagacidad  bien  co- 
nocida hace  difícil  que  crean  muchos  en  candor 
tamaño.  Lo  que  yo  sé  decir,  tocante  á  sus  es- 
crúpulos en  materia  de  revolución ,  es  que  ma- 
terialmente parecen  arrancadas  de  su  manifiesto 
de  1838  algunas  frases  del  de  2  de  Noviembre 
de  1840,  que  lleva  su  firma  al  pie,  juntamente  con 
la  del  general  Espartero,  duque  ya  de  la  Victoria. 
Encarécese  en  dicha  proclama  sobre  toda  ponde- 
ración el  mérito  contraído  por  el  pueblo  de  Ma- 
drid ,  el  de  las  provincias  y  el  ejército,  al  volver 


88  «EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

las  armas  contra  el  legítimo  gobierno  de  la  Reina 
Gobernadora ,  obligando  á  esta  augusta  señora  á 
que  abandonase  la  regencia  y  el  país.  ¡Oh!  ¡Es- 
taban lejanos  aún  en  1840,  y  todavía  más  natu- 
ralmente en  1838  ,  los  días  en  que  de  verdad  y 
de  todo  corazón  abominase  Cortina  de  las  revo- 
luciones !  Fué  luego  sincerísimo  en  ello,  que  na- 
die ha  re|iunciado  tan  voluntariamente  al  poder 
y  hasta  á  la  política ,  encerrándose  en  el  ejercicio 
de  su  profesión ,  y  no  más.  Pero,  entre  tanto,  y 
por  lo  que  hace  á  su  conducta  en  el  pronuncia- 
miento referido ,  lo  menos  que  se  ha  de  creer, 
es  que  fué  uno  aquel  de  los  casos  en  que,  ya  que 
no  entrase  en  un  proyectado  trastorno,  solía, 
cual  en  su  manifiesto  confesara,  encerrarse  en  la 
inercia.  Esta  ,  en  hombre  como  él ,  y  dadas  las 
circunstancias  por  que  pasó  Sevilla  en  1838,  se 
parecía  á  la  complicidad  extraordinariamente. 
Cuanto  más  que  no  fué  inercia  ir  á  comprometer 
á  Narvaez.  Autor  ó  cómplice,  nada  pierde  en 
ello  un  hombre  que  fué  de  todas  suertes  el  alma 
del  ministerio-regencia  en  1840;  y  sobre  todo  en 
siglo  y  nación  donde,  por  legítimos  y  buenos,  ó 
malos é  inicuos  motivos,  todo  el  mundo  ha  acudi- 
do á  la  fuerza  alguna  vez  para  fundar  gobiernos. 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  ((EL  SOLITARIO.»       89 

Hora  es  de  que  ponga  término  al  presente  ca- 
pítulo ;  mas  no  sin  recordar  antes  que ,  según  he 
dicho,  fueron  las  consecuencias  de  todo  esto 
mucho  mayores  que  se  pudieran  á  primera  vista 
temer  ó  esperar.  Las  cosas ,  como  se  expone  en 
el  capítulo  anterior  ,  habían  cambiado  bastante 
desde  1836,  á  poder  de  los  desengaños  que  á 
sus  propios  adeptos  dieran  los  vencedores  de  la 
Granja  ,  y  por  el  triste  espectáculo  que  á  los 
ojos  de  todo  el  mundo  ofreció  la  radical  impo- 
tencia de  los  gobiernos  que  se  siguieron.  Para 
todos  por  igual,  los  males  del  país  comenza- 
ban á  ser  insufribles.  Una  corriente  de  deseos  ra- 
zonables y  prácticos  comenzaba,  más  ó  menos 
latente  ó  descubiertamente  ,  á  establecerse  y 
predominar  en  la  opinión  pública.  En  medio 
de  la  desesperación  unánime  á  que  se  asistía, 
fijábanse  no  pocos  por  seguro  puerto  en  el  esta- 
blecimiento *de  una  legalidad  estricta  ,  con  la 
aplicación  sincera  de  la  Constitución  recién  pro- 
mulgada y  aceptada  por  todos  los  liberales  sin 
distinción.  No  podían  pretender  ya  siquiera  los 
moderados  cerrar  el  paso  á  los  vencidos  de  Cá- 
diz ;  antes  bien  se  inclinaban  los  más  á  buscar 
una  conciliación  sincera  entre  todos  los  hombres 


90  <(EL   SOLITARIO»   Y   SU   TIEMPO. 

políticos ,  á  quienes  el  sucesivo  ejercicio  de  un 
poder  desnudo  de  propia  fuerza  y  sin  adecua- 
dos medios  para  acudir  al  bien  de  la  patria,  te- 
nía convencidos  de  la  absoluta  necesidad  de  for- 
mar partidos  de  gobierno.  Comprendíase  muy 
generalmente,  en  fin  \  la  necesidad  de  que  las  re- 
sistencias fueran  eficaces ,  é  incontrastable  la  le- 
galidad constitucional,  mucho  más  cuando  todos 
veían  venir,  sin  saber  bien  con  qué  bandera  ,  un 
conflicto  inevitable  y  mayor  que  cuantos  habían 
ocurrido  desde  la  muerte  del  Rey ,  que  era  el 
conflicto  entre  las  legítimas  instituciones  del  Es- 
tado y  el  General  que  mandaba  en  jefe  la  más 
considerable  parte  del  ejército  nacional.  Todo 
esto  no  es  sino  recuerdo  y  ampliación  de  lo  que 
al  fin  del  capítulo  anterior  dejé  consignado.  Vuél- 
vome  á  hacer  cargo  de  ello,  porque  aquí  es  don- 
de oportunamente  he  de  decir  que  tales ,  y  quizá 
tan  útiles  cosas,  se  precipitaron,  sin  estar  todavía 
maduras ,  por  causa  del  movimiento  de  Sevilla, 
y  fracasaron  allí  totalmente,  quedando  toda  po- 
sibilidad de  verdadero  gobierno  constitucional 
descartada,  y  por  largo  tiempo.  No  quiero  prose- 
guir; pero  ¿se  dudará  aún  de  que  los  sucesos 
de  que  hablo  produjeran  gravísimas  consecuen- 


EL  PRONUNCIAMIENTO  Y  «EL  SOLITARIO.))       9 1 

cias?  Las  primeras  se  experimentaron  ya  en  1841 
y  1843  :  las  últimas  se  están  tocando  todavía. 
Porque  otras  cosas  hemos  logrado  ;  pero  no  re- 
cobrar el  cuerpo  electoral  que  entonces  poseía- 
mos, falta  tan  esencial  que  no  cabe  lamentarla 
con  exceso.  Pocos  ó  ninguno  previeron  entonces 
tales  consecuencias.  Estébanez  sí,  con  maravillo- 
so instinto  ;  y  aun  por  eso,  desde  que  se  disipa- 
ron aquellos  proyectos  honrados  de  1838  ,  no 
volvió  á  ocuparse  con  formalidad  en  las  co- 
sas políticas.  Jamás  tornó  á  esperar ,  sin  duda, 
que  nuestros  males  interiores  tuvieran  remedio, 
sino  mediante  el  extraordinario  y  también  im- 
posible recurso  de  que  hablaré  después. 


^ 


CAPÍTULO  XI. 


«EL  SOLITARIO))  EN  LA  VIDA  PRIVADA. 


Sumario. — Vuelta  á  Málaga  y  matrimonio  de  Estébanez.— Ob- 
servaciones sobre  la  felicidad  doméstica  en  general^  y  la  suya 
en  particular.— Sinsabores  en  otras  cosas.  —  Inopinado  tér- 
mino de  la  guerra  civil. — Entusiasmo  de  Estébanez. — Consue- 
los que  ofrecen  las  letras.- — Triunfo  personal  de  Espartero  en 
1840. — Vuelta  de  Estébanez  á  Madrid. — La  Empresa  de  la 
sal.  —  Más  sobre  libros  viejos. — ^Viajes  por  la  Península, 
Francia  é  Inglaterra. —  Pensamiento  predominante  de  Esté- 
banez desde  esta  época.— La  escarapela. — La  marcha  nacio- 
nal.— Cuestión  de  Marruecos. — Patriotismo  de  Estébanez.— 
Diferente  punto  de  vista  del  autor  de  esta  obra. — Recuerdos 
históricos. — ¿Qué  fué  la  España  de  otros  tiempos  y  qué  pue- 
de hoy  ser?^ — Quijotismo  de  nuestro  espíritu  nacional. — Lo 
que  pretendía,  en  suma,  Estébanez. 


OR  grande  que  sea  la  excusa  que  su 
proceder  merezca ,  preciso  es  confesar 
que  tampoco  salió  tan  airosamente  Es- 
tébanez de  Sevilla  ,  como  del  ejército  y  de  Lo- 
groño. Durante  mucho  tiempo  quedó  luego 
reducido  á  la  vida  privada  ,  sin  que  ni  siquie- 


94  ((EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

ra  llamara  sobre  sí  la  atención  con  publicacio- 
nes importantes  ,  hasta  que  se  hizo  historiador, 
en  la  ocasión  y  forma  que  dirá  otro  capítulo, 
no  el  presente.  Los  años  corren  para  él  de  aquí 
adelante,  y  en  mi  trabajo,  con  muy  distinta  rapi- 
dez que  en  los  ocho  trascurridos ,  desde  que  dejó 
á  Málaga ,  período  que  sin  disputa  fué  el  más 
interesante  y  agitado  de  su  carrera ;  ni  com- 
parable al  que  le  había  precedido,  ni  compa- 
rable al  que  empiezo  ahora  á  narrar.  Ya ,  á  la 
verdad,  estaban  ,  si  no  en  el  punto  más  alto, 
bien  poco  menos,  su  reputación  literaria  y  su 
carrera.  Frisaba  en  los  cuarenta  años ,  zenit  or- 
dinario de  la  vida ;  su  saber  podía  extenderse, 
que  no  hay  término  en  eso  ,  acrecentando, 
además ,  el  número  de  obras  sus  títulos  á  la 
fama  ;  mas  no  tenía  que  esperar  su  inteligencia 
mayor  desarrollo,  ni  podía  ser  más  indisputable 
su  mérito.  Este  cambio  de  circunstancias  que 
tuvo  naturalmente  lugar  en  su  existencia ,  por 
fuerza  ha  de  reflejarse  en  este  libro  que  de 
ella  es  trasunto  y  fiel  espejo.  Cinco  años  nada 
menos  tardó  en  ensayarse  en  el  género  histó- 
rico. Diputado  propietario  no  lo  fué  ya  hasta 
trascurrir  igual  período,  y  representando  en- 


I 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.  95 

tonces  á  Orense.  No  volvió  tampoco  á  desem- 
peñar cargos  públicos,  sino  ocho  años  después 
que  dejase  á  Sevilla.  ¿Cómo  ha  de  dar,  pues, 
materia  su  biografía  durante  este  tiempo  para 
tantos  capítulos  como  el  anterior? 

Pero  con  todo  eso ,  fué  el  más  dichoso  de  su 
vida  este  cambio,  pues  al  fin  y  al  cabo  logró 
unirse  en  matrimonio  con  la  mujer  que  tan  de 
antiguo  y  con  tal  constancia  amaba,  y  pronto 
alcanzó  también  la  fortuna  de  tener  descendencia. 
Muy  entrado  debía  de  estar  el  mes  de  Diciembre 
de  1838  cuando  sentó  otra  vez  su  planta  en  la 
ciudad  nativa,  y  anduvo  tan  de  prisa  en  propo- 
ner de  nuevo,  arreglar,  y  llevar  á  término  el  ca- 
samiento, dominando  todas  las  antiguas  dificul- 
tades, que  pudo  celebrarse  á  23  de  Enero  del 
año  siguiente. 

Tenía  por  nombre  su  esposa  Matilde,  y  sus 
apellidos  eran  Lívermoore  y  Salas.  Al  enlazarse 
con  ella  emparentó  con  D.  José  de  Salamanca, 
de  quien  por  bien  conocido,  nada  hay  que  decir, 
casado  con  una  cuñada;  con  D.  Manuel  Agustín 
Heredia,  marido  de  otra ,  y  persona  muy  noto- 
ria, así  por  sus  singulares  servicios  á  la  industria 
y  navegación  españolas,  como  por  su  cuantió- 


96  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

sa  y  bien  adquirida  fortuna,  no  sólo  en  Málaga, 
sino  en  toda  España,  y  fuera  de  España;  con  otras 
importantes  familias,  en  fin  ,  del  comercio  de 
aquella  plaza.  Los  hijos  que  de  su  enlace  tuvo, 
y  en  muy  corto  espacio,  fueron  tres,  de  los  cua- 
les viven  dos  hoy  solamente  ,  habiendo  falleci- 
do uno  de  los  varones  en  la  flor  de  la  juventud, 
cuando  le  auguraba  todo  brillante  carrera. 

No  tiene  aquel  matrimonio  historia  ;  circuns- 
tancia todavía  más  feliz  para  los  maridos  que 
para  las  naciones,  aunque  sea  cosa  en  éstas  que 
no  falte  quien  repute  ventajosísima.  Pero  ya 
que  tengo  hablado  de  los  castos  y  largos  amo- 
res, de  que  fué  dichoso  término ,  todo  loque 
consiente  la  costumbre  hablar  en  España  de  la 
vida  íntima  de  los  hombres  ,  aunque  sean  céle- 
bres, ha 'de  permitirme  aquí  el  lector  que,  sobre 
la  vida  doméstica  de  estos  esposos ,  le  comuni- 
que algunas  noticias  también. 

Con  toda  verdad  digo ,  que  he  visto  pocos  tan 
bien  hallados  en  familia  como  Estébanez.  Era 
él,  por  su  lado,  respetuoso  y  galante  esposo,  pa- 
dre indulgente  y  tiernísimo  ,  porque  en  su  per- 
sona, ya  lo  he  dicho  ,  se  daba  una  de  tantas 
contradicciones  como  á  cada  paso  ofrecen  la  rea- 


((EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.  97 

lidad  de  una  parte,  y  de  otra  la  apariencia ;  con- 
tradicción que  suele  ser  más  flagrante  que  en 
nadie ,  en  los  poetas  y  los  autores  varios  de 
obras  de  imaginación.  Tal,  que  inunda  en  llan- 
to con  la  indecible  ternura  de  sus  palabras  á  las 
lectoras  candidas,  hace  en  su  casa  llorar  bas- 
tante más  á  los  míseros  seres  que  pone  el  mun- 
do bajo  su  mano,  con  acciones  prosaicamente 
crueles.  Otro  que  se  pierde  por  publicar  libros 
satíricos,  al  parecer  saturados  de  escepticismo 
amargo  y  frío,  es  en  su  hogar  crédulo,  dulce  y 
sensibilísimo  ,  un  bendito  de  Dios  ,  por  decirlo 
de  una  vez.  Perenne  manantial  de  chistes  éste 
en  la  conversación,  pone  melancólico  y  mohí- 
no á  cualquiera  con  las  desconsoladas  y  pe- 
nosas páginas  que  imprime.  Poeta  cómico  aquél, 
y  tal  que  no  escribe  frase  que  no  traiga  risa 
al  rostro  de  quien  asiste  á  sus  comedias,  ja- 
más emplea  entre  amigos  la  menor  partícula 
de  su  ingenio,  antes  bien  parece  de  continuo 
malhumorado.  A  lo  mejor,  el  pensador  profun- 
do y  grave,  es  chancero  y  regocijado,  y  el  sai- 
netero trivialísimo  es  callado  y  muy  formal. 
Diríase  ,  en  suma,  que  los  más  de  los  autores, 
sólo  aquello  que  no  gastan  entre  los  suyos  ,   ni 

-  XII  -  7 


98  C(EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

para  sí,  es  justamente  lo  que  regalan  al  públi- 
co. Quien  esto  tome  á  paradoja,  repase  sus  pro- 
pios recuerdos,  y  se  convencerá  deque  hablo  ver- 
dad. Por  lo  que  hace  á  Estébanez ,  no  se  puede 
negar  que  su  carácter,  sus  gustos,  su  conversación 
y  sus  artículos  de  costumbres ,  anduviesen  acor- 
des de  todo  en  todo.  Pero,  en  cambio,  nadie  diría, 
al  leer  su  prosa  desenfadada  y  satírica ,  sus  ver- 
sos desnudos  de  inspiración  subjetiva,  vivamente 
sensuales,  cautivos  en  la  naturaleza,  ó  encerra- 
dos por  decirio  de  otro  modo  en  la  realidad  ob- 
jetiva ,   perseguidores  sólo  de  la  belleza  que  se 
toca ,  se  palpa  ó  se  ve ;  nadie  al  contemplar  su 
persona  robusta,  corpulenta,  lozana  (pues  no  le 
calumnió  Gallardo,  hallando  cierto  día  en  esto 
motivo  de  burlas) ,  que  fuera  tan  fino ,   y  plató- 
nico enamorado  primero ,  cual  se  ha  visto  an- 
tes ,  y  en  su  matrimonio  tan  delicado  y  senti- 
mental,  tan  de  veras  tierno  esposo   y  padre, 
como  le  contemplé  yo  constantemente.   Tuvo 
afectos,  no  ya  sólo  para  su  íntima  familia,  sino 
para  sus  deudos  y  amigos,  que  dudo  que  el  ma. 
yor  número  de  los  escritores  patéticos  ,  y  dados 
á  producir  enternecimientos,  haya  experimenta- 
do de  verdad  jamás. 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.  99 

Mas,  con  eso  y  todo,  ¿por  qué  negarlo?: 
en  su  casa,  cuanto  en  las  pocas  ó  muchas  que 
del  favor  divino  alcanzan  la  incierta  dicha  do- 
méstica, no  era  él  quien  mereciese  el  lugar  pri- 
mero, ni  quien  fuera  un  perfecto  dechado,  que  tal 
honor  correspondía,  por  muchos  títulos,  á  su  ad- 
mirable m.ujer.  ¡Ah!  Si  desde  el  cielo,  donde,  hu- 
manamente juzgando,  ha  de  estar,  que  casi  nadie 
en  otro  caso  debería  esperarlo,  pudiera  poner 
atención  á  estas  cosas  de  la  tierra,  por  primera 
vez  sabría  ahora  todo  el  respetuoso  afecto  que 
la  profesó  en  vida  aquel  joven  modesto  que  ,  por 
Noviembre  de  1845,  traspasó  en  Madrid  sus 
umbrales,  buscando  lo  que  su  propio  esposo  ha- 
bía buscado  quince  años  antes;  bien  que  en  edad 
temprana,  y  sin  carrera  ni  merecimientos  toda- 
vía. Todo  se  lo  ha  otorgado  desde  entonces  la 
suerte,  y  con  prodigalidad  quizá,  menos  la  sa- 
tisfacción de  conocer  mucho  número  de  personas 
que  se  le  parezcan.  Las  hermanas  de  ella  se  le 
asemejaban,  sin  embargo,  todas.  Vivo  ejemplo, 
en  tanto,  doña  Matilde  de  la  Perfecta  casada  y 
ni  el  más  grande  de  nuestros  místicos  se  la  ima- 
ginó mejor.  Fácilmente  contentable ,  paciente, 
serena  y  piadosísima,  nunca  vi  que  la  ira  desfi- 


100  C(EL   SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

gurase  su  hermosa  cara,  nunca  noté  que  deja- 
ran de  mirar  con  dulzura  sus  ojos.  Pudo  Esté- 
banez  proseguir  á  su  lado ,  sin  la  contrarie- 
dad más  mínima,  la  vida  de  erudito,  no  siempre 
entretenida  para  las  mujeres  propias;  pudo  usar 
y  usó  de  libertad  igual  á  la  de  soltero,  para  fre- 
cuentar toda  reunión  ó  espectáculo  de  su  gusto; 
pudo,  en  fin,  continuar  su  carrera,  como  le  plu- 
go bien,  sin  hallar  en  su  compañera  obstáculo 
alguno.  Toda  espíritu  práctico  ,  moderación, 
sentido  común,  ni  siquiera  sé  yo  si  al  indudable 
amor  que  profesaba  á  su  marido  contribuía  ó  no 
por  algo  el  gran  mérito  literario  que  éste  tenía. 
Mas  si  por  ventura  se  complació  en  leer  las 
Escenas  Andaluzas  ,  lo  que  es  de  asistir  á  ellas, 
positivamente  no  gustaba.  Al  verla  en  el  hogar, 
no  parecía  que  tan  completamente  llenase  su  al- 
ma ningún  afecto  humano  ,  sino  el  puro  senti- 
miento del  deber.  Mas  no  por  eso  se  entienda  que 
lo  cumpliese  á  modo  de  quien  se  rinde  sumiso 
á  imperativa  ley,  sino  que  amaba  el  deber  y  lo 
servía  como  si  él  también  fuera  un  ser  vivo  y  real. 
Su  origen  era  inglés  por  parte  de  padre,  y  lo  re- 
cordaban juntamente  el  tipo  de  su  belleza  y  la 
naturaleza  de  su  carácter.  ¿Por  qué  teniéndolo,., 


((EL  SOLITARIO))  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         lOl 

tan  ciistinto  del  de  su  marido,  le  quiso  tanto?  Ocii- 
rreseme  la  interrogación,  y  no  la  respuesta.  Tan 
sólo  Dios  creo  yo  que  lo  sepa,  que  él  no  más  tras- 
pasa y  descifra  los  arcanos  del  corazón,  y  conoce 
las  encubiertas  causas  de  que  brote,  dure  ó  pe- 
rezca el  amor.  No  tengo  motivos  para  pensar 
que  la  honrada  mujer  de  quien  hablo,  estuviera 
en  caso  igual  ;  pero  he  conocido  bien  á  algu- 
na que  llevaba  muy  á  mal  las  ocupaciones  y 
aficiones  de  su  marido;  que  ni  un  punto  se  enor- 
gullecía con  el  peculiar  mérito  que  se  solía  reco- 
nocer en  él  ,  y  ,  sin  embargo,  lo  amaba  ,  y  con 
pasión  indudablemente.  ¿Por  qué?  El  origen  de 
ese  linaje  de  electricidad  moral  ,  que  se  llama 
amor,  no  es  menos  desconocido  que  el  de  la  ver- 
dadera electricidad  en  la  naturaleza.  Únicamen- 
te se  sabe  que  unos  cuerpos  son  conductores,  y 
aisladores  otros  ,  sin  razón  aparente  ,  y  que  si 
dos  cuerpos  sus(:eptibles  de  diferente  electricidad 
se  atraen  ,  dos  que  tienen  electricidad  igual  se 
repelen.  Positivamente  se  nota  algo  así  entre 
mujeres  y  hombres.  Y  no  niego  yo  que  cier- 
tos prestigios  ,  el  de  la  elegancia  ,  ó  la  admira- 
ción ,  por  ejemplo,  suelan  disponer  las  mujeres 
al  amor.  La  última,  sobre  todo,  ejerce  influjo  en 


102  t(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

las  de  más  inteligencia;  y  obtuvo  así  algún  afec- 
to Estébanez ,  que  fué  á  la  par  estéril  y  eterno. 
Mas  no  hay  que  fiar  en  eso  siempre ;  que  todos 
sabemos  cuan  ingenuamente  se  lamentó  Cha- 
teaubriand en  sus  Memorias  de  que  su  mujer,  sin 
ser  muy  lerda,  jamás  se  persuadiese  de  todo  su 
mérito.  Debe  de  ser  muy  dulce  situación  la  de 
sentirse  admirado  por  persona  amada  ;  pero  no 
se  necesita  de  tanto  para  merecer  amor.  Mere- 
ciólo y  grande  Estébanez  de  su  excelente  espo- 
sa, leyera  ó  no  las  Escenas  Andaluzas,  que  bien 
pudo  esto  último  suceder,  por  más  que  ni  el  pro 
niel  contra  me  atreva  yo  á  afirmar  con  decisión. 
No  todo  había  de  ser  tan  agradable  como  lo 
que  dicho  dejo  para  nuestro  héroe  durante  el 
nuevo  estado.  Las  desfavorables  circunstancias 
personales  y  políticas  en  que  se  verificó  su  ma- 
trimonio, era  imposible  que  algún  tanto  no  le 
preocupasen  al  fin.  Por  eso  le  decía  en  5  de  Febre- 
ro de  1839  á  Gayangos:  «He  dado  el  salto  mor- 
tal que  hay  que  dar  en  la  vida;  es  decir,  que  me 
he  casado :  las  antiguas  relaciones  que  conser- 
vaba con  Matilde,  la  consecuencia  delicada  que 
ella  me  ha  guardado  á  pesar  de  tanta  distancia, 
tiempo  y  vicisitudes,  me  han  movido  aun  paso 


((EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         IO3 

que,  no  estando  en  estos  antecedentes,  parecería 
más  bien  ser  novela  que  no  resolución  de  hom- 
bre ya  hecho,  y  que  está  corriendo  las  fortunas 
tempestuosas  de  esta  quisicosa  que  se  llama  re- 
volución.» Algo  hay  aquí  que  suena  á  disculpa, 
y  no  me  sorprende.  La  locura  no  se  confiesa 
nunca,  y,  por  el  contrario,  todo  el  mundo  quiere 
que  parezca  que  en  sus  acciones  preside  la  más 
severa  razón.  El  momento  era  de  los  menos 
oportunos  para  casarse,  y  de  aquí  que  el  novel 
marido  se  diera  esos  aires  de  sacrificado  á  antiguas 
obligaciones  ,  cuando  la  corta  porción  que  ha 
llegado  á  mis  manos  de  su  correspondencia  ínti- 
ma, en  los  días  que  precedieron  al  matrimonio, 
me  lo  muestra  verdaderamente  loco  de  amor. 
Ni  pudo  ser  de  otro  modo,  porque  era  estribillo 
suyo,  que  le  oí  cien  veces,  que  no  se  debía  ir  al 
altar  mientras  se  estuviese  en  razón ,  sino  cuan- 
do la  embriaguez  del  am.or  rindiese  el  ánimo 
por  entero. 

De  todas  suertes  ,  es  cierto  que ,  á  muy  poco 
de  casarse ,  comenzó  de  nuevo  á  experimentar 
aquellas  fortunas  tempestuosas  de  que  hablaba,  y 
que  más  y  más  le  apartaron  de  la  vida  publi- 
ca, enclavándole  todavía  con  mayor  fuerza  en  la 


104  ^^EL    SOLITARIO))   Y    SU    TIEMPO. 

privada.  Con  su  casamiento  desapareció  la  ur- 
gencia de  ir  á  tomar  asiento  en  el  Congreso; 
ni  ¿para  qué  había  de  ir  ya  entonces  allí,  ha- 
biéndose venido  abajo  en  Sevilla  de  un  golpe 
toda  la  gran  fábrica  de  sus  esperanzas  políticas? 
Sin  embargo  ,  al  verificarse  nuevas  elecciones 
más  tarde,  su  amor  propio  ,  más  que  otra  cosa, 
le  incitó  á  procurar  ser  elegido  por  Málaga  otra 
vez.  Tuvo  con  esta  ocasión  el  disgusto  de  reñir 
estrepitosamente  con  todos  los  deudos  de  su  mu- 
jer, de  quienes  nunca  había  estado  hasta  allí 
contento ,  así  como  ellos  tampoco  le  habían  he- 
cho completa  justicia  todavía.  Para  Estébanez 
fué  lo  más  crudo  haber  de  declararse  vencido 
á  manos ,  según  él  pensaba  y  escribió  á  Borrego 
y  á  Gayangos,  de  la  oligarquía  de  la  Alameda  S 
apodo  y  censura  que  echaba  sobre  la  mejor 
parte  de  su  nueva  parentela.  De  resultas  in 
tentó  marcharse  al  punto  de  Málaga,  hacien- 
do gestiones  para  ser  colocado  en  Madrid  ó  en 
otra  nueva  jefatura  política,  pero  no  lo  consi- 
guió tampoco;  y  esto,  el  tener  allí  á  su  tía  Isa- 
bel, muy  anciana  ya,  que  le  veía  entonces  por 

*     Todo  el  que  conoce  á  Málaga  sabe  que  en  el  sitio  denomi- 
nado allí  así  han  solido  vivir  los  principales  comerciantes. 


«EL  SOLITARIO))  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         IO5 

üitima  vez,  el  natural  deseo  de  su  esposa  de 
permanecer  todo  el  tiempo  posible  al  lado  de 
su  familia  ,  el  nacimiento  de  su  primer  hijo,  el 
cuidado,  en  fin,  de  su  modesto  caudal,  por  lar- 
gos años  fiado  á  manos  inhábiles,  que  hicieron 
buenas  algunas  de  las  melancólicas  previsiones 
del  romance  á  La  Golondrina ,  fueron  parte  á  de- 
tenerle en  su  ciudad  natal  todo  el  año  de  1839,  y 
lo  más  del  siguiente. 

Allá  estaba  por  cierto  cuando  hubieron  de  ce- 
lebrarse los  regocijos  públicos,  á  que  dio  ocasión 
el  convenio  de  Vergara ,  y  en  ellos  tomó  cor- 
dialísima  parte.  Lo  primero  que  se  le  ocurrió, 
como  era  de  esperar,  á  propósito  de  la  paz,  fué 
ensalzar  á  España.  El  valor  por  unos  y  otros 
mostrado,  es,  decía  en  un  brindis  : 

«Fianza  de  que  nunca  extraña  garra 
Presumirá  apresar  la  patria  mía.» 

Añadiendo  luego  : 

«juntos  hendiendo  el  aire  ambos  pendones, 
¿Quién    ya  osará  encender    la   hispana    saña?» 

Tampoco   vaciló   en   pronunciar  en    público 
banquete   otro     brindis    tan    entusiasta    hacia 


106  <(EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

Espartero ,   cual   se   ve    por    estos    medianos 
versos : 

«Y  tejamos  un  dosel 
Que  cubra  al  de  la  Victoria , 
Al  ejército  y  su  gloria , 
Con  flores,  rosas,  laurel  ».» 

Lo  cual  prueba  una  vez  más  su  desapasiona- 
miento político,  pues  nada  esperaba,  nada  que- 
ría, antes  lo  temía  todo  del  general  triunfador. 
Su  amistad  con  Córdova  y  Narvaez  lo  hacía  in- 
compatible con  la  gente  que  rodeaba  y  empu- 
jaba á  aquel  caudillo  en  todas  sus  aventuras,  y 
con  él  mismo.  Por  otra  parte,  no  faltaba  quien 
observase  que  no  se  había  vencido  al  bando  con- 
trario por  fuerza  de  armas,  sino  mediante  un 
tratado  muy  ventajoso  para  los  generales,  jefes 
y  oficiales  carlistas,  y  no  tan  honroso  al  fin  para 
la  nación  en  general,  como  se  quería,  por  la  in- 
terpretación dada  al  artículo  referente  á  los 
fueros  de  las  Provincias  vascas.  Pero  la  buena 
fe  de  Estébanez  no  le  consentía  pedir  grandes 
cosas  en  asunto  que  conocía  tan  de  cerca  ;  que 

1  Descripción  délos  festejos  públicos  celebrados  en  la  ciu- 
dad de  Málaga. — Málaga^  1839.  Citada  por  el  Sr.  Guillen  y 
Robles. 


I 


((EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         IO7 

justamente  había  él  sido  de  los  muchos  que  lle- 
garon á  creer  que ,  sin  una  intervención  france- 
sa ,  tendría  dos  monarquías  España  por  plazo 
de  tiempo  indefinible,  la  una  allende,  y  la  otra 
aquende  del  Ebro,  ambas  con  ramificaciones  en 
el  bajo  Aragón,  Cataluña  y  Valencia.  Y,  en  reali- 
dad, el  problema  se  planteó  de  tal  modo,  que  no 
cabía  esperar  más  que  una  de  estas  soluciones :  ó 
la  intervención  ,  siempre  amarga  para  el  amor 
propio  nacional ,  ó  que  las  divisiones  y  dis- 
cordias de  los  carlistas ,  sobrepujando  un  día 
á  las  de  los  liberales,  y  haciéndose  todavía  más 
hondas  y  sangrientas,  trajesen  adonde  vinieron 
al  cabo  á  parar  las  cosas.  Equilibradas  como  es- 
taban las  condiciones  de  la  lucha  entre  uno  y 
otro  bando,  al  menos  insensato  le  correspondía 
el  triunfo ;  y  fué  maravilla  que,  en  esta  compe- 
tencia dolorosa,  quedasen  los  carlistas,  á  la  lar- 
ga ,  por  más  locos  ó  necios  que  sus  adversarios. 
Mentira  parece  que  así  aconteciera  con  los  pro- 
nunciamientos y  todo,  con  las  desavenencias  de 
los  mejores  Generales ,  con  la  enardecida  y  lue- 
go irreconciliable  enemistad  entre  exaltados  ó 
progresistas,  y  monárquico-constitucionales  ó 
moderados,  que  constantemente  minaban  el  Tro- 


I08  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

no  de  la  Reina.  No  fué  del  todo  buena  aquella 
paz;  pero  fué  útil,  acaso  necesaria,  y  Estébanez 
lo  reconoció  leal  y  noblemente. 

Ni  observó  tal  conducta,  en  verdad,  porque 
del  triunfo  de  Espartero  aguardase  bienes  para 
la  nación ,  ya  que  para  sí  no  los  esperara.  Mu- 
chos de  los  moderados,  de  los  carlistas,  de  los 
indiferentes,  fueron  bastante  candidos  por  en- 
tonces para  imaginarse  que  el  convenio  de  Ver- 
gara  era  el  principio  de  ejecución  de  un  plan 
profundísimo,  en  que  juntamente  entraban  Es- 
partero, Maroto,  y  aun  la  Santa  Alianza  ,  con 
objeto  de  encaminar  las  cosas  al  matrimonio 
de  la  Reina  doña  Isabel  con  el  hijo  primogé- 
nito de  D.  Carlos,  cuando  llegasen  á  edad  com- 
petente. Otros,  ya  más  sensatos,  pensaban  que, 
terminada  la  guerra,  y  rigiendo  un  ministerio 
moderado  al  país,  quedarían  para  siempre  ven- 
cidos los  incorregibles  revolucionarios.  Estéba- 
nez, por  el  contrario,  le  escribió  á  Gayangos, 
mucho  antes  de  sobrevenir  los  sucesos  de  Se- 
tiembre de  1840,  que,  dándose  por  entero  á  las 
letras  ,  se  quería  reservar  de  los  cercanos  aza- 
res que  preveía,  porque  á  su  juicio  el  horizonte 
se  cerraba  por  todas  partes ,  no  había  ya  piloto 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         IO9 

((que  acertara  á  decir  de  qué  lado  ü  hacia  dónde 
llevaría  las  cosas  la  tempestad,»  y  el  país  y  el 
Trono  estaban  mu}^  próximos  á  caer  totalmen- 
te en  manos  de  la  revolución.  Hombre  aue 
así  pensaba,  y  hablaba,  tan  resuelto  á  permane- 
cer en  su  retiro  por  largo  tiempo,  si  encareció  á 
Espartero,  y  recitó  en  loor  suyo  versos,  claro 
está  que  no  pudo  ser  sino  porque  en  él  miraba, 
ante  todo  y  sobre  todo,  al  triunfador,  fuese 
como  quiera,  del  ejército  carlista,  que  tantos 
días  de  luto  había  ocasionado  á  España. 

¡Dulce,  incomparable  refugio  el  de  los  libros! 
¡Nada  hay  más  difícil  que  ser  de  todo  punto  des- 
graciado, por  contrariedades  sumas  que  se  expe- 
rimenten en  la  vida,  teniéndoles  la  afición  que 
Estébanez!  Cierto  que  las  primicias  de  la  feli- 
cidad conyugal  no  le  hubieran  permitido,  en  nin- 
gún caso,  el  llamarse  desgraciado  ala  sazón.  Pero 
no  hay  duda  que  la  interrupción  de  su  carrera,  el 
desvanecimiento  de  sus  brillantes  ,  si  pasajeros 
sueños  de  ambición,  la  pérdida  de  todas  sus  ilu- 
siones políticas,  habrían  alcanzado  para  él  otro 
valor,  faltándole  sus  libros,  y  en  especial  sus  li- 
bros viejos.  Ellos  le  consolaron  de  todo  ,  has- 
ta de  ver  bien  pronto  á  Espartero  en  el  augusto 


no  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

lugar  que  ocupaba  la  Reina  Gobernadora,  pri- 
mero so  color  de  Presidente  del  Ministerio-Re- 
gencia, y  más  tarde  á  título  de  Regente  único. 
A  su  lado  vio  figurar  en  preeminente  puesto  á 
D.  Manuel  Cortina  ,  tan  apasionado  casi  como 
él,  de  Gordo  va,  difunto  ya,  y  mucho  más  que 
él,  deNarvaez.  Muy  rápida  y  confusamente  ha- 
bían corrido  los  sucesos  desde  que  Estébanez  de- 
jó á  Sevilla  hasta  que  eso  sucedió.  Aquella  aproxi- 
mación y  reconciliación  ventajosísima  de  que  ha- 
blé en  el  anterior  capítulo,  se  convirtió,  poco 
después  de  fracasar  el  pronunciamiento  de  1838, 
según  indiqué  ha  un  instante,  en  discordia  más 
airada  y  rencorosa,  sin  que  bastase  á  tem- 
plar la  rabia  de  unos  ú  otros  la  deseada  paz. 
Dijérase ,  antes  bien  ,  que  acaloró  más  los  áni- 
mos, libres  por  ella  del  poco  freno  que  les  ha- 
bía hasta  allí  puesto  el  inminente  peligro  de  dar 
á  los  carlistas  la  victoria. 

Gayó  el  duque  de  Frías,  formóse  en  Diciembre 
de  1838  el  ministerio  Pérez  de  Gastro,  del  que 
fué  alma  Arrazola  ,  y  las  Gortes  ,  reunidas  el  8 
del  mes  anterior,  fueron  disueltas  por  Junio  del 
año  siguiente.  Irritados  los  moderados  ,  que 
estaban  en  mayoría  ,  como  se  sabe  ,  de  la  di- 


((EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         1 1  I 

solución ,  y  de  la  conducta  de  aquellos  corre- 
ligionarios suyos  que  con  tamaño  encarniza- 
miento perseguían  desde  el  poder  á  Córdova 
y  Narvaez  ,  cuando  tal  flaqueza  mostraban  ante 
la  arrogancia  creciente  de  Espartero  y  sus  se- 
cuaces, tomaron  escasa  parte  en  las  elecciones. 
Los  progresistas  obtuvieron  fácilmente  mayo- 
ría, por  lo  tanto,  y  una  total  mudanza  política 
se  hizo  de  nuevo  indispensable.  Hase  visto  po- 
cas veces  en  la  historia  mayor  incapacidad  que 
los  moderados  que  estaban  en  el  gobierno  de- 
mostraron entonces.  La  Reina  Gobernadora,  mu- 
chísimo menos  censurable  que  los  ministros  por 
razón  de  su  natural  inexperiencia ,  volvió  á  pe- 
car de  impotentemente  temeraria ,  el  mayor  de 
los  defectos  en  el  poder.  No  se  había  resistido  en 
1838  con  Córdova  y  Narvaez,  el  ejército  del  cen- 
tro ,  la  discordia  de  los  progresistas  con  Espar- 
tero, y  una  mayoría  decidida  en  las  Cortes, 
cuando  por  todo  eso  era  indudablemente  posible 
y  hasta  indispensable ;  pero  intentóse ,  en  cam- 
bio, bajo  auspicios  diferentes  y  aun  opuestos, 
desde  fines  de  1839  ^  Agosto  de  1840.  No  hubo 
más  remedio,  en  tanto,  que  romper  con  Alaix,  el 
hombre  de  confianza  de  Espartero  en  el  gobier- 


I  12  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

no,  disolver  las  Cortes  recién  elegidas,  y  con- 
vocar otras,  que  se  reunieron  en  i8  de  Febrero 
del  año  antecitado.  Aquella  vez  ,  alentado  por 
la  decidida  actitud  de  sus  jefes,  luchó  el  partido 
moderado  en  las  urnas,  obteniendo  en  ellas  nue- 
va pero  fatalísima  victoria. 

Porque  ya  á  aquella  hora  no  había  otro  ver- 
dadero poder  en  España  que  el  del  General  en 
jefe  de  los  ejércitos  reunidos ,  D.  Baldomero  Es- 
partero. La  realidad,  que  era  esa,   no  se  podía 
encubrir  ni  anular  por  medio  de  combinacio- 
nes parlamentarias.  Para  mí ,   aquel  afortunado 
caudillo  había  hasta  allí  obrado  siempre  con  el 
propósito  que  alcanzó;  pero  no  es  improbable 
que  desde  el  principio  se  lo  sugiriesen  los  desdi- 
chados políticos  que  miran  sólo  la  conveniencia, 
tratando  de  explotar  su  fortuna,  y  paréceme  se- 
guro que  estos  tales  le  fortificaron  luego    en 
él  ,  y  aun  le  estimularon  al  fin  á  que  lo  llevase 
á  cabo.  Desde  bien  antes  de  Setiembre  de  1840, 
nada   se   hacía  ya  en  España  sin    contar  con 
Espartero  :  la  Reina  Gobernadora  ,  por  tener- 
le   á   su  devoción;  los  más    de  los  ministros, 
por  miedo;  bastantes  militares  y  no  pocos  polí- 
ticos,  por  granjeria ;   muchos  liberales  ardien- 


C(EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         I  1) 

tes,  con  la  idea  absurda  de  que  pudiera  darse  la 
libertad,  como  el  vil  imperio  de  Roma,  por  cual- 
quier jefe  de  preteríanos.  Una  carta  del  secretario 
de  Espartero  á  los  periódicos,  y  otra  de  Espar- 
tero mismo  á  la  Regente,  firmada  á  19  de  Di- 
ciembre de  1839  ^^  ^^  cuartel  general  de  Mas 
de  las  Matas ,  patentizaron  la  realidad  y  fué  in- 
útil ya  cerrar  los  ojos ,   por  no  mirarla.   Falta- 
ba sólo  pretexto,   y  lo  dio  mínimo  ,   pero  sufi- 
ciente, un  proyecto  de  ley   de  Ayuntamientos. 
¡A  Espartero  le  pareció  también   tiranía  inso- 
portable que  nombrase  alcaldes  la  corona,  como 
lo  está   haciendo  en  el  instante  mismo  en  que 
I  escribo  estas  líneas,    después  de  cuarenta  años 
más  de  gobierno   representativo  ,   de   grandes 
revoluciones  ,  y  con  un  gobierno   que  se   las 
echa  de  liberal  extremado !  En  el  entretanto, 
Cortina,  que  era  diputado   ya  en  1840,  fué  co- 
misionado por  la  Junta   revolucionaria  de  Ma- 
drid para  conferenciar  con  Espartero ,  y  pudo 
bien  preverse  desde  entonces  que  con  él  entraría 
en  el  poder,  sin  que  hubiera  quizá  en  esto  incon- 
secuencia de  principios ,  porque  en  Sevilla  espe- 
raba, á  mi  ver,  algo,  si  no  todo,  de  lo  que  lue- 
go representó  por  un  momento   el  caudillo  que 
-  XII  -  8 


114  ^^EL   SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

había  sobrepuesto  á  sus  dos  émulos  la  suerte. 
Para  mí  no  ofrece  duda  que  Cortina  hubiera  te- 
nido de  todos  modos,  como  tuvo  al  ñn,  templa- 
das ideas  liberales  y  buenos  principios  de  gobier- 
no; pero  á  haber  ocupado  en  1838,  con  Narvaez 
y  Córdova,  y  bajo  la  Regencia  de  doña  María 
Cristina,  una  posición  parecida  á  la  que  en  1840 
obtuvo  con  Espartero,  no  habría  hallado  tanto 
de  que  lamentarse  y  apartarse  voluntariamente 
en  el  último  tercio  de  su  vida.  No  debió  de  pa- 
recerle  bien  á  Estébanez,  sin  embargo,  que  el 
amigo  íntimo  de  sus  propios  amigos  se  entendie- 
se tan  bien  con  el  adversario  común,  porque, 
aludiendo  á  la  sagacidad  y  trastienda  ,  que  en  el 
letrado  sevillano  se  aunaban  con  la  suma  gra- 
vedad de  la  persona ,  le  disparó ,  algo  después, 
en  cierto  artículo  literario,  un  dardo  agudísimo, 
al  titular  con  burlesco  elogio  á  Sevilla  patria  de 
Monipodio  y  del  Sr.  Cortina.  Frase,  sin  otro  al- 
cance que  el  que  acabo  de  decir,  porque  en  otras 
cosas  bien  sabía  Estébanez ,  y  todo  el  mundo, 
que  nada  había  más  opuesto  á  Monipodio  que  un 
tal  modelo  de  probidad  y  austeridad  como  en 
la  vida  privada  era  aquel  sin  par  abogado. 
Estébanez  se  volvió  á  Madrid  antes  de  termi- 


I 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         I  I  5 

nar  el  año  de  1840,  y  el  mismo  hombre,  sin 
quitar  ni  poner,  de  entonces,  hallé  yo  cinco  años 
justos  más  tarde,  en  una  casa  de  la  calle  del  Ca- 
ballero de  Gracia ,  que  se  com.unicaba  con  la 
que  vivía  á  la  sazón  D.  José  de  Salamanca  en 
la  de  Alcalá.  Allí  mismo  residía  D.  Luís  Pastor, 
trabajando  los  dos  de  consuno,  bajo  la  dirección 
del  primero,  en  la  administración  de  la  renta  de 
la  sal  que  arrendó  á  éste  el  gobierno.  Nuestro 
literato,  en  particular,  repartía  el  tiempo  entre 
su  familia,  su  oficina,  sus  códices  árabes  y  sus  li- 
bros ;  pero  sin  olvidar  las  corridas  de  toros ,  de 
que  era  apasionadísimo,  cuyas  crónicas  se  dedicó 
á  escribir,  con  sin  igual  conocimiento  y  gracejo, 
en  El  Correo  Nacional  y  El  Corresponsal ,  ni  las 
fiestas  populares ,  entre  las  cuales  prevalecía  la 
de  San  Isidro,  á  que  no  creo  que  faltase  una  vez 
sola.  La  ya  en  él  tradicional  capa  azul  no  se  le 
caía,  ni  en  día  tal  siquiera,  de  los  hombros ,  por 
donde  llegó  á  ser  tan  maestro  en  su  manejo  y  sus 
alardes ,  cual  deja  ver  el  delicioso  artículo  titu- 
lado Gracias  y  donaires  de  la  capa.  Tampoco  re- 
gateaba sus  aplausos  á  las  bailadoras  naciona- 
les ó  extranjeras,  que  de  todo  había ,  en  quienes 
por  aquella  época  renacieron  y  llegaron  á  altí- 


Il6  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

simo  punto  de  perfección  las  danzas  españolas. 
Pero,  á  la  verdad,  casi  todo  cuanto  podía  decirse 
de  él,  en  1845,  está  incluido  en  las  precedentes 
páginas.  Su  vida  había  entrado  en  un  cauce  de 
que  en  raras  ocasiones  se  separó  ya  hasta  el  fin. 
El  principal  de  sus  afanes  era  siempre  con- 
tinuar acumulando  libros  viejos.  Encargábase- 
los  sin  cesar  á  Gayangos  desdé  Málaga  y  luego 
desde  Madrid,  ó  desde  las  salinas  de  Poza,  en 
la  provincia  de  Burgos,  que  fué  á  visitar,  ó 
desde  Salamanca  :  por  donde  quiera,  en  suma, 
que  estaba ,  aunque  á  las  veces  fuera  por  breves 
horas.  Ni  hay  que  decir  si  los  buscaría  él  por  sí 
mismo  en  tierra  de  España ,  aprovechándose  de 
las  distintas  expediciones  que  le  obligó  á  hacer, 
por  acá  ó  por  allá,  el  negocio  de  la  sal.  Había- 
sele ,  además ,  logrado  ,  no  sin  haberlo  de- 
seado antes  mucho  inútilmente,  el  ir,  en  los 
principios  de  1843,  á  París  y  Londres,  para  ac- 
cidentes financieros  de  ¡a  sal,  conforme  decía  en 
una  de  sus  cartas;  y  fué  para  él  este  viaje  otra 
gran  campaña  bibliográfica.  Mas  nada  le  com- 
plació tanto  como  volver  á  ver  á  Gayangos  en 
Londres ,  donde  llegó ,  sin  advertírselo  ,  á  las 
siete  de  la  mañana  del  4  de  Abril  de  1843.  ccNo 


C(EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         II7 

salgo  hasta  que  vengas, »  fué  el  primer  renglón 
que  allí  escribió.  Pasaron   en  alegre  compañía 
los  dos  amigos  algunos  quince  días,  con   sus 
libros  viejos  castellanos  de  una  parte,  y  de  otra 
sus  códices  árabes,    hasta  que  tuvo  que  vol- 
ver Estébanez  á  París ,  que  fué  antes  de  fin  de 
mes ;  y  pronto  retornó  á  España ,  casi  al  tiempo 
mismo  de  estallar  el  nuevo  pronunciamiento  de 
1843.   ¿Y  qué  se  pensará  que  le  preocupó  más 
al  soldado  valeroso  de  1835  ,  al  singular  político 
de  1836  y  de  1838,  en  aquel  suceso?  Pues  no 
fué  sino  la  esperanza  de  que  por  consecuencia 
de  él,  podría  traerse  á  Gayangos  á  Madrid,  para 
reanudar  sus  interrumpidos  repasos  de  árabe. 
Así  es  que  el  30  de  Junio  le  escribía  :  «Apenas 
hay  rincón  que  no  se  encuentre  pronunciado,  y 
muy  pronto  obligarán  á  Madrid  á  que  lo  haga. 
De  todos  modos,   vengan  tirios  ó  troyanos ,  tu 
buena  recepción  está  asegurada.  Me  lisonjeo  que 
habrás  hecho  muy  buenas  adquisiciones ,  y  que 
me  traerás  algunos  romancerillos,  novelejas  y 
librejos  de  caballería.»  Y  ya  en  29  del  siguiente 
JuHo  le  añadió  alborozado  :  «El  desenlace  tuvo 
lugar.  Es  necesario  que  al  punto  te  vengas  para 
colocarte.  Pecho  al  agua,  y  manos  á  la  obra. 


Il8  «EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

Siempre  habrá  ocasión  para  volver  por  esas  bi- 
bliotecas y  museos.  Tú  te  alojarás  en  mi  casa 
por  lo  pronto.»  Así  aconteció,  en  efecto,  vinien- 
do á  fines  de  aquel  año  Gayangos  á  vivir  una 
buena  temporada  con  Estébanez ,  por  lo  que  si- 
guió éste,  con  más  ardor  y  provecho  que  nunca, 
el  estudio  del  árabe  en  su  compañía ,  sin  acor- 
darse de  que  en  tales  momentos  se  realizaba  una 
de  las  mayores  mudanzas  de  la  política  española 
durante  la  actual  centuria.  Sola  su  Musa  se 
conmovió  en  él  hondamente,  lamentando  en 
versos  enérgicos  el  bombardeo  de  Sevilla  por 
Espartero.  Pero  ni  un  mínimo  indicio  de  ambi- 
ción se  advierte ,  en  tanto ,  en  toda  su  corres- 
pondencia de  aquel  tiempo.  La  sal ,  el  árabe,  los 
romanceros ,  cancioneros  y  libros  de  caballería, 
llenaban  toda  la  parte  de  su  vida  que  no  consa- 
graba á  la  familia ,  ó  á  aquellas  fiestas  original  y 
exclusivamente  españolas  á  que  no  quiso  nunca 
renunciar.  Verdad  es  que  escribió  artículos  polí- 
ticos en  El  Correo  Nacional,  de  Borrego,  y  en  El 
Corresponsal,  deD.  Luís  María  Pastor,  diarios  am- 
bos monárquico-constitucionales,  según  rezaban 
sus  primeros  renglones;  pero  sin  asiduidad  ni  ar- 
dor, prefiriendo  ser  en  uno  y  otro  periódico  re- 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         II  9 

dactor  literario,  cuando  no  cronista  de  toros.  De 
estos  últimos  trabajos  debieran  los  aficionados  á 
la  tauromaquia,  que  le  citan  ya  en  sus  obras 
con  sumo  encomio ,  formar  especial  colección, 
que  sería  de  doctrina  muy  provechosa  en  el  di- 
cho arte,  y  de  por  extremo  alegre  lectura. 

Tocante  á  literatura,  no  hizo  cosa  de  gran 
cuenta  durante  este  período  de  retiro ,  pues  no 
me  parece  que  de  tal  época  sean  otras  de  las 
Escenas  Andalu:(as  que  la  Feria  de  Mayrena  ,  dada 
á  luz  en  La  España  Artística  y  Monumental,  y  La 
Celestina,  publicada  en  Los  españoles  pintados  por 
si  mismos.  Fué  algo  más  adelante  cuando  escribió 
La  Asamblea  general  y  El  Roque  y  el  Bronquis  ,  du- 
rante un  venero  de  inspiración  de  esta  índole  que 
hacia  1846  renació  y  persistió  en  él  por  breve 
plazo  de  tiempo.  Por  entonces  compuso  su  Don 
Opando  ó  tinas  elecciones ,  que  aunque  sea  histo- 
ria de  Andalucía ,  toca  á  las  costumbres  polí- 
ticas en  general.  Tengo  yo  para  mí  que  se  vengó 
allí  sangrientamente  de  las  malas  tretas  de  al- 
gún adversario  suyo  en  elecciones ;  y  no  lo  po- 
dría jurar,  pero  antójasem.e  que  conozco  muy 
bien  al  D.  Opando,  vivo  y  sano  todavía.  Si  el 
que  pienso  que  es  ha  leído  el  tal  escrito,  no  dudo 


120  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

que  se  haya  reconocido  al  punto  ,  aunque  lo 
calle.  Y  así  en  sus  artículos  de  índole  varia, 
como  en  los  de  toros ,  señaladamente  en  estos 
últimos ,  dio  Estébanez  suelta ,  por  aquel  tiem- 
po, con  no  escasa  frecuencia,  á  su  espíritu  sa- 
tírico, y  epigramático  ,  disparando  sobre  los  po- 
líticos, con  sobria  y  muy  original  agudeza,  frases 
aceradísimas  ,  algunas  de  las  cuales  he  puesto 
de  ejemplo.  Entre  tanto ,  cuando  no  estudiaba 
árabe  él  propio,  se  daba  á  enseñarlo,  llaman- 
do cariñosamente  á  sí  cuantos  jóvenes  querían 
aprenderlo.  Ya  he  contado  en  otra  ocasión  que 
la  primera  persona  que  conocí  en  Madrid  fué  el 
hoy  distinguido  académico  D.  Eduardo  Saave- 
dra,  muy  dedicado  en  1845  al  estudio  de  aque- 
lla lengua  erudita ,  y  nuestro  encuentro  fué  en 
casa  deEstébanez,  por  decontado.  Allá  traté  tam- 
bién, con  igual  motivo,  á  D.  Enrique  Ahx,  ad- 
mirable estudiante  y  profesor ,  que  habría  dado 
días  de  gloria  á  las  letras  españolas,  si  su  salud 
le  hubiese  acompañado  más,  y  lograra  menos 
rápido  fm.  Años  más  tarde  trabó  Estébanez  rela- 
ciones, por  mediación  mía,  con  D.  Francisco  Ja- 
vier Simonet,  hoy  catedrático  de  árabe  en  Gra- 
nada ,  y  ,  como  á  todo  joven  que  se  le  presenta- 


«EL    SOLITARIO»    EN    LA    VIDA    PRIVADA.         121 

ba,  sin  excluirme  á  mí.  preguntóle  ante  todo  si 
quería  tomar  sus  lecciones  de  árabe.   Simonet 
aceptó ,  y  en  ello  ha  hallado  base  para  adquirir 
reputación  y  una  honrosa  carrera  profesional. 
En  cuanto  á  mí,  el  demonio  de  la  política  ,  que 
ha  quebrado  las  más  espontáneas  y  decididas 
aficiones  de  mi  vida,  sedújome  muy  pronto,  casi 
adolescente ;  y  no  supe  aprovechar  en  el  pre- 
cioso   cultivo    de  la  lengua  árabe  el  espíritu 
propagandista  de  mi  pariente.  La  suma  de  los 
placeres  intelectuales  de  Estébanez  no  se  reali- 
zaba ,   en  conclusión ,  sino  allí  donde  miraba 
aunados  y  confundidos  su  amor  á  las  cosas  vie- 
jas castellanas,  y  su  am.or  á  las  cosas  arábigas. 
Dudo  que  escribiera  nunca  renglones  que  más  le 
contentaran  y  envanecieran  interiormente,  que 
estos  de  una  carta  suya  de  Málaga  á  Gayan- 
gos  :  ((He  recogido  cuatro  romances  descono- 
cidos ,  que  andaban  en  la   boca   de  los  jánda- 
los y  cantadores  del  país.  Estos  oyen  mi  to- 
nada morisca  con  sumo  gusto ,  y  dicen  que  mi 
estilo  es  lo  más  legítimo  que  se  oye ,  y  que  el 
cante  del  señorito  sabe  al  hueso  de  la  fruta.» 
¿No  se  ve  ahí  todo  entero  á  un  tiempo  al  rendido 
amador  de  romances,  al  arabista,  al  restaurador 


122  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Ó  inventor  en  España  de  los  artículos  de  costum- 
bres ,  al  autor  de  las  Escenas  Andaluzas?  Apenas 
se  necesita  para  conocer  á  Estébanez ,  bajo  ta- 
les aspectos,  añadir  á  esas  suyas  una  sola  pa- 
labra más.  Lo  único  que  cabe  agregar  es  que,  no 
solo  entre  jándalos  y  cantadores  ,  sino  entre  la 
gente  principal,  solía  echar  sus  tonadas  moris- 
cas en  los  patios  floridos  de  Sevilla,  según  re- 
cuerdan muchas  que  eran  allí  jóvenes  y  her- 
mosas entonces ,  las  cuales  no  menos  alaban  su 
gracejo  incomparable ,  que  su  celo  por  las  cosas 
de  beneficencia,  de  que  queda  alta  memoria  en- 
tre las  dichas  hijas  del  Betis  todavía. 

Pero  en  medio  de  todo  su  apartamiento  de  las 
cosas  presentes,  de  su  desapasionamiento  é  indi- 
ferencia política  ,  allá  por  los  días  á  que  me  re- 
fiero ahora  ,  no  tan  sólo  estaba  simpre  tirante 
y  vibrante  en  el  corazón  de  Estébanez  la  cuer- 
da del  españolismo,  sino  que  el  hastío  y  la  fal- 
ta de  fe  tocante  á  las  cosas  ordinarias  del  país, 
acabó  por  llevar  á  una  exageración  singular  y 
muy  curiosa  su  amor  á  la  patria.  Esto  era  lo 
único  que  lo  sacaba  al  punto  de  libros  y  códices, 
y  lo  empujaba  á  la  vida  ardiente  y  batalladora 
de  sus  mejores  años.  Un  incidente  ,  para  los 


«EL  SOLITARIO»   EN  LA  VIDA  PRIVADA.         I  25 

más  insignificante,  la  supresión  de  la  escarapela 
encarnada,  y  su  sustitución  por  la  bicolor,  ama- 
rilla y  roja,  que  hoy  nuevamente  se  usa,  le  hizo 
improvisar  cierto  artículo  en  defensa  del  anti- 
guo emblema  ,  que  movió  á  Narvaez  ,  no  poco 
sensible  en  este  género  de  asuntos,  á  restaurarlo. 
Vuelta  á  suprimir  la  escarapela  encarnada,  y  res- 
tableciéndose después  de  la  revolución  de  1868  la 
bicolor,  creíme  yo  obligado  en  memoria  suya 
á  tomar  sobre  mí  la  defensa,  que  difunto  él  no 
podía  proseguir.  Con  este  motivo  tuve  oca- 
sión de  hacer  patentes  algunos  hechos  sencillos 
y  fáciles  de  averiguar ,  sobre  los  cuales  la  pere- 
za nacional  nos  tenía  en  absoluto  error.  Súpose 
por  primera  vez  así  que  ,  aunque  el  color  he- 
ráldico español  fuese  ciertamente  el  rojo,  no 
se  trasmitía  éste  nunca  á  las  banderas  en  los 
tiempos  pasados ,  siendo  completamente  arbitra- 
rio en  nuestras  campañas  de  Italia  y  Flandes ,  el 
que  fuesen  moradas,  blancas  ó  bicoloras,  por- 
que lo  único  que  distinguía  su  nacionalidad 
era  el  escudo  ú  emblema  que  ostentaban.  Con 
no  menor  ardimiento  que  el  color  de  la  escara- 
pela, pretendió  luego  Estébanez  que  se  tocase 
la  marcha  española  por  las  bandas  de  tambores, 


124  í^EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

cuando  nadie  pensaba  que  se  suprimirían  como 
ahora.  Con  tal  intento  escribió  un  soneto  A 
los  Alabarderos  de  la  Real  Casa  y  á  los  demás 
cuerpos  que  conservaban  la  marcha  antigua  española, 
en  que  pretendía,  no  sé  con  qué  razón,  que  era 
aquella  la  marcha  misma  de  las  Navas  y  el  Sa- 
lado ,  dirigiéndole  al  soldado  que  tenía  la  di- 
cha de  servir  en  tropa  que  la  usaba  aún ,  estos 
versos : 

«Que  el  moderno  compás ,  sin  aire  y  gala  , 
No  alienta  el  corazón  ,  no  tiene  historia , 
Ni  el  oído  ,   ni  el  ánimo  regala ; 
Mas  tú  marchando  al  son,  eco  de  gloria. 
Que  al  uso  antiguo  el  atambor  señala , 
Siempre  obtendrás  en  lides  la  victoria.» 

Hoy  ya  sonará  esto  á  insignificante  en  mu- 
chos oídos ;  pero  sin  participar  de  las  ilusio- 
nes de  Estébanez,  cual  se  ha  de  ver  pronto,  soy 
yo  también  de  los  que  piensan  que  todo,  hasta 
lo  más  mínimo,  merece  respeto  muy  alto,  cuan- 
do, sin  oponerse  á  ningún  progreso  cierto,  es 
expresión  del  propio  carácter  y  de  la  vida  his- 
tórica en  las  naciones.  Pero,  sobre  todo,  lo  que 
en  1844  exaltó  hasta  el  último  punto  el  patrio- 
tismo de  nuestro  literato ,  haciendo  que  lo  de- 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         1 25 

más  se  le  olvidase  ,  fué  la  idea  de  que  ,  con 
motivo  de  cierto  agravio  recibido,  se  disponía  á 
romper  España  la  guerra  con  Marruecos. 

Permítaseme  á  este  propósito  una  digresión, 
que  si  algo  extensa,  noserá  del  todo  inoportuna, 
pues  tratar  de  ello  es  tratar  muy  especialmente 
■  de  Estébanez,  y  en  lo  más  permanente  ó  carac- 
terístico de  su  pensamiento  y  sus  afectos.  No 
hay  que  decir  que  la  España  de  1844,  dada  su 
malísima  situación,  se  habría  expuesto  á  terri- 
bles desastres  en  una  lucha ,  cuyas  dificultades, 
en  tiempos  mucho  más  favorables  ,  hemos  teni- 
do después  ocasión  de  aprender ;  y  por  de  pron- 
to, es  claro  que  el  puñado  de  hombres  reunidos 
entonces  en  Algeciras  no  hubiera  podido  perder 
de  vista  los  muros  de  Ceuta ,  sin  inminente  pe- 
ligro de  ser  deshecho.  Y,  de  advertir  es  asimis- 
mo, que  tales  anhelos  de  guerra  y  conquista  no 
han  sido  exclusivos  de  Estébanez,  que  yo  mismo, 
sin  ir  más  lejos ,  he  escrito  alguna  vez ,  movido 
por  iguales  sentimientos,  naturalmente  engen- 
drados en  el  patriótico  entusiasmo  de  mi  insigne 
deudo  y  maestro ,  estas  palabras  :  a  La  frontera 
natural  de  España  por  la  parte  del  Mediodía  no 
es  el  canal  angostísimo  que  junta  los  dos  mares, 


120  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

sino  la  cordillera  del  Atlas  contrapuesta  al  Piri- 
neo;)) cosa  que  ahora  creo  después  de  todo,  io 
mismo  que  cuando  lo  di  á  la  imprenta. 

Pero  el  estudio  atento  de  nuestra  historia  ,  y 
el  conocimiento  exacto  de  nuestro  estado  eco- 
nómico y  político  ,  así  como  de  las  circunstan- 
cias en  que  el  mundo  se  encuentra ,  me  obligan 
á  hacer  hoy,  tocante  á  la  realización  de  aquel 
hermoso  ideal,  grandes  reservas.  Ellas  servirán 
aquí  de  crítica  benévola,  pero  imparcial,  de  las 
ordinarias  y  manifiestas  opiniones  de  Estébanez 
en  punto  á  nuestra  política  nacional ,  la  única 
que  le  preocupó  ya  desde  1840  en  adelante. 
Triste,  pero  honrado  papel,  permítaseme  decir- 
lo ,  me  ha  tocado  á  mí  en  lo  referente  á  la  his- 
toria de  España  ,  que  durante  algunos  años  he 
cultivado  con  cierto  empeño.  Nací  y  he  vivi- 
do entre  españoles  ,  justamente  soberbios  de  su 
grandeza  antigua  ;  pero  poco  curiosos  por  inqui- 
rir y  analizar  los  motivos  que  la  originaron  y 
las  causas  por  que  decayó  tan  brevemente :  con- 
vencidos de  que  tal  decaimiento  es  excepción,  y 
natural  estado  el  de  su  grandeza,  sin  sospechar 
siquiera  que  á  esta  tierra  ,  ó  á  sus  habitadores 
en  general ,  se  deba  la  inferioridad  en  que  nos 


I 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         I  27 

hallamos  ahora  respecto  á  los  demás  pueblos 
numerosos  y  de  límites  extensos :  seguros  ,  por 
último,  de  que  ciertos  Reyes  y  ciertos  ministros, 
algunas  instituciones  y  algunas  leyes ,  eclesiásti- 
cas ó  profanas,  son  las  causas  únicas  del  doloro- 
so cambio  de  fortuna  que  experimenta  España. 
Del  poco  tiempo  que  mi  agitada  vida  me  ha  con- 
sentido dedicar  á  los  libros ,  he  consagrado  ya 
bastante  á  desvanecer  tales  errores,  y  no  sin  éxi- 
to, pues  las  más  de  aquellas  ideas  mías ,  que  un 
día  se  tuvieron  por  paradojas ,  comienzan  á  ha- 
cerse vulgares,  siendo  patrimonio  común  hoy  to- 
dos ,  ó  la  mayor  parte  de  mis  puntos  de  vista  so- 
bre la  historia  de  nuestra  nación ,  que  como  tal 
no  existe  sino  desde  que  en  Carlos  V  se  unieron 
con  Castilla ,  Aragón  y  Navarra.  Mas  no  ha  fal- 
tado quien  piense  que  minaba  yo  la  gloria  de 
nuestras  banderas  al  poner  de  relieve  hecho  tan 
claro,  como  el  de  que  sin  el  matrimonio  de  doña 
Juana  la  Loca,  jamás  hubiera  alcanzado  España 
el  predominio  que  en  los  días  de  Carlos  V  y  Feli- 
pe II,  por  no  tener  riqueza,  ni  soldados  en  bastan- 
te número  para  lograrlo ,  bien  que  éstos  fueran 
los  más  disciplinados  y  valientes  de  aquel  tiem- 
po. Laméntase  que  atribuya  así  en  mucha  parte 


128  «EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

al  azar  de  los  sucesos,  lo  que  sin  él  era  humana- 
mente imposible  que  se  lograse.  Ni  falta  quien 
crea  que  al  decir  una  vez  y  otra,  para  refre- 
nar esperanzas  quiméricas  y  peligrosos  deseos, 
que  lo  que  fuimos  en  el  siglo  xvi  no  lo  se- 
remos jamás  ya,  reducidos  á  nuestros  recursos 
propios ,  infundo  el  desaliento  y  amenguo  los 
impulsos  nobles  de  la  generación  presente,  ofre- 
ciendo además,  á  las  futuras,  un  tímido  y  fatal 
ejemplo.  El  patriotismo  que  en  el  alma  siento 
es  tal  y  tan  grande,  que  fácilmente  puedo  des- 
deñar tamaños  errores  de  crítica ,  y  proseguir 
mi  empresa.  Por  eso  aquí  no  me  espanta  ,  pues 
trato  de  las  constantes  ideas  de  Estébanez  sobre 
la  política  nacional  de  España ,  el  recoger  de 
frente  los  cargos  que  hacérseme  pudieran  por 
pensar  lo  que  pienso  ahora,  y  por  no  mantener 
mis  primitivas  ilusiones  patrióticas,  antes  que  á 
propia  reflexión  debidas  al  poderoso  influjo  que 
tenía  cerca. 

No  sólo  la  experiencia  de  mi  tiempo ,  sino  la 
adquirida  en  otros ,  que  con  alguna  profundidad 
he  procurado  conocer,  por  documentos,  que  no 
por  libros  retóricos  ,  me  obligan  á  saber  que  no 
cabe  positiva  y  duradera  grandeza  militar  y  na- 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         1 29 

cional  donde  hay  pobreza,  é  impotencia  econó- 
mica. Toda  la  historia  de  España  está  en  este  he- 
cho, al  parecer  insignificante,  de  que  en  otra  oca- 
sión hice  mérito:  los  soldados  que  el  Gran  Capi- 
tán llevó  de  Málaga  para  conquistar  á  Ñapóles 
iban  ya  descalzos  y  hambrientos.  Así  se  corren 
aventuras  á  las  veces  gloriosísimas ;  mas  no  se 
fundan  permanentes  imperios.  En  vano  se  busca 
en  la  Inquisición,  en  la  amortización ,  en  la  exa- 
geración del  principio  monárquico,  en  los  defec- 
tos de  los  Reyes ,  en  la  incapacidad  de  sus  priva- 
dos ó  ministros,  la  causa  única  de  nuestras  des- 
gracias :  hay  ahí  muchos  vanidosos  sofismas  de 
secta  ó  escuela,  numerosas  preocupaciones  de 
ignorancia,  postulados  de  la  razón  cuando  más, 
que  no  responden  á  los  desnudos  hechos.  Nues- 
tras instituciones  antiguas  no  fueron  perfectas, 
como  tampoco  en  parte  alguna;  ni  han  sido 
grandes  y  honrados  políticos  todos  los  que  nos 
han  gobernado  hasta  ahora,  que  tamaña  di- 
cha no  la  ha  alcanzado  ninguna  nación  jamás. 
Pero  el  pecado,  el  gran  pecado  de  nuestra  his- 
toria ,  no  es  individual ,  sino  nacional ,  y  eso 
se  ve  en  que  desdichadamente  existe  aún ,  y  ha 
sobrevivido  á  tantísimas  mudanzas  ó  revolu- 
-  xií  -  C) 


130  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

ciones.  Sepámoslo  de  una  vez  :  nuestra  en  gran 
parte  nativa  pobreza,  nuestra  falta  de  espíritu  de 
economía,  nuestro  desorden  administrativo,  así 
en  lo  público  como  en  lo  particular,  nuestra  pro- 
digalidad viciosa,  la  desproporción,  en  fin  (y 
desdeñen  por  sencilla  esta  razón  cuanto  quieran 
los  retóricos),  entre  nuestras  fuerzas  y  nuestros 
intentos,  bastarían  por  sí  solos  para  explicar 
los  fracasos  del  sagaz  y  concienzudo  Felipe  11;  la 
inercia  de  Felipe  III  y  de  Lerma ,  que  no  tenía  si- 
no un  solo  mérito  entre  defectos  enormes,  la  pru- 
dencia ;  las  catástrofes ,   en  fin  ,   que  padecimos 
con  Felipe  IV  y  su  privado  ó  primer  ministro  el 
Conde-Duque,  el  cual  no  cometió  falta  más  gra- 
ve que  la  de  no  resignarse  con  tiempo  á  renun- 
ciar la  gran  posición  que  artificialmente  mante- 
nía España  en  Europa  :  posición  que  no  debiera 
resistir  al  menor  embate ,  y  resistió  milagrosa- 
mente muchos  y  muy  grandes,  de  la  instable  for- 
tuna. En  harto  menores  intentos  sucumbió  con 
Felipe  V,  Alberoni:  tan  sólo  en  empresas  más  pro- 
porcionadas á  nuestro  tesoro  y  nuestra  población 
Felipe  V  y  Carlos  III  luego  triunfaron.  Pero  so 
brevino  la  revolución  moderna,   en  tanto,  y  á 
mí,  que  soy  también  de  sus  hijos,   me  cuesta 


I 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         I3Í 

dolor  confesar  que  entonces  fué  cuando  nos  sali- 
mos ya  del  todo,  no  sé  si  para  siempre,  del  cauce 
universal  del  progreso,  porque  ella  no  ha  sido  en- 
tre nosotros  pasajero  fenómeno ,  sino  el  estado 
normal  de  tres  cuartos  de  siglo.  Y  de  resultas  de 
todo  este  pecar,  antiguo  y  moderno,  nunca  de- 
biéramos pensar  como  en  1844  pensaron  algu- 
nos, entre  ellos  Estébanez ,  en  conquistas,  ó  ad- 
quisición de  más  costosos  dominios  en  el  África 
inhospitalaria  y  bárbara ;  ni  se  debió  culpar  en 
1860  al  ilustre  O'Donnell,  porque,  contento  con 
haber  vengado  injurias,  restaurado  nuestro  ho- 
nor militar,  hecho  patente  que  conservábamos  el 
heredado  valor,  ya  que  no  los  medios  de  brillar 
y  predominar  cual  antes,  firmase  la  paz  que  fir- 
mó, renunciando,  no  tan  sólo  á  Tánger,  sino  á 
Tetuán,  en  el  glorioso  campo  de  Guad-rás.  Ni  to- 
davía menos  ahora ,  ensanchada  ,  según  de  día 
en  día,  y  por  desventura  nuestra,  se  va  ensan- 
chando ,  la  distancia  á  que  estamos  de  las  otras 
grandes  naciones,  que  en  el  Mediterráneo  reflejan 
sus  banderas,  debemos  desear  que  desaparezca  del 
lado  allá  del  Estrecho  un  imperio,  que  es  el  más 
inofensivo  y  menos  deshonroso  vecino  que  haya 
de  otorgarnos  allí  la  Providencia.  Para  que  de 


132  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEAIPO. 

Europa  se  pudiese  pasar  al  África  sin  permiso 
de  Inglaterra  ,  haría  falta  horadar  con  un  túnel, 
bastante  menos  largo  que  el  comenzado  bajo 
el  Canal  de  la  Mancha,  pero  dificilísimo  de 
abrir  y  mantener  libre,  por  muchos  motivos,  el 
Estrecho  entre  Tarifa  y  Ceuta.  ¿Cuándo  estará 
la  nación  española  en  disposición  de  acometer 
cosa  tal  y  realizarla?  Pues  pensar  por  allá  en 
tanto  en  conquistas,  é  importantes  adquisiciones 
territoriales,  no  es  sino  pura  y  peligrosísima 
quimera. 

¡Ah!  ¡Plegué  á  Dios  conservarnos  por  siempre 
siquiera  la  mermada  herencia  que  recibimos  de 
nuestros  padres!  Aun  para  eso  será  preciso  que 
cambiemos  mucho  de  modo  de  vivir  ;  aun  para 
eso  ha  de  ser  forzoso  que  no  continúe  siendo  el 
leal  y  valiente,  pero  soñador  y  anticuado  D.  Qui- 
jote, la  representación  exacta  de  nuestro  carácter 
y  nuestro  espíritu  nacional.  Si  algún  sentido  ocul- 
to hubiese  en  los  volúmenes  inmortales  de  Cer- 
vantes, este  de  que  voy  á  hablar,  debiera  de  ser. 
Nunca  leo,  dicho  sea  en  paz,  sin  que  seriamente 
medite  en  nuestros  hechos,  las  siguientes  pala- 
bras de  D.  Quijote  en  la  venta  :  ((Yo  no  puedo 
contravenir  á  la  Orden  de  los  caballeros  andan- 


((EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         1 33 

tes,  de  los  cuales  sé  cierto  (sin  que  hasta  ahora 
haya  leído  cosa  en  contrario)  que  jamás  pagaron 
posada  ni  otra  cosa  en  venta  donde  estuviesen, 
porque  se  les  debe  de  fuero  y  de  derecho  cual- 
quier buen  acogimiento  que  se  les  hiciere,  en 
pago  del  insufrible  trabajo  que  padecen  buscan- 
do las  aventuras  de  noche  y  de  día,  en  invierno 
y  en  verano,  á  pie  y  á  caballo,  con  sed  y  con 
hambre ,  con  calor  y  con  frío,  sujetos  á  todas  las 
inclemencias  del  cielo  y  á  todos  los  incómodos 
de  la  tierra.»  Paréceme  que  se  nos  pudiera  haber 
respondido  en  la  historia  muchas  veces,  lo  que 
replicó  el  ventero :  ((Poco  tengo  yo  que  ver  en 
eso.  Pagúeseme  lo  que  se  me  debe ,  y  dejémo- 
nos de  cuentos  ni  de  caballerías;  que  yo  no  ten- 
go cuenta  con  otra  cosa  que  con  cobrar  mi  ha- 
cienda.» Toda  la  vida  racional  consiste  ante  todo 
en  cosa  tan  humilde  y  vulgar  :  en  tener  cuenta 
con  la  propia  hacienda ,  y  no  gastar  nunca  más 
que  aquello  que  se  ha  de  pagar  cabalmente. 
Prosa  es  esto,  pura  prosa ,  pero  buen  espejo  para 
vernos  el  rostro  :  sentencia  que ,  por  ser  tan  ge- 
nuínamente  español,  no  comprendía  el  sabio 
Estébanez  tratándose  de  política  internacional; 
consideración  que,  bien  mirada,  y  aplicada  con 


134  ^<E^'    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

discreción ,  serviría  para  gobernar  á  España  me- 
jor que  ha  solido  y  suele  ser  gobernada.  No  hay 
otra  gran  novedad  á  que  por  de  pronto  aspirar 
aquí  que  á  la  de  ajustar  bien  cuentas.  Después  se 
ha  de  ir  pensando  en  reponer,  restaurar,  conser- 
var lo  que  todos  los  días  envejece  ó  se  inutiliza 
de  cuanto  hicimos  otras  veces;  y,  si  nuestra  for- 
tuna es  tanta ,  podráse  tratar  más ,  mucho  más 
tarde,  de  tomar  de  nuevo  la  perdida  senda  del 
progreso  nacional,  que  no  es  cosa  idéntica  al 
universal  progreso  de  que  necesariamente  parti- 
cipamos ,  sino  bien  especial ,  relativo ,  de  que 
hace  un  siglo  estamos  privados. 

Téngase,  por  el  lector,  en  consideración  que 
yo  no  puedo,  al  fin  y  al  cabo,  dejar  de  discul- 
par errores  en  que  persona  tan  querida  para  mí 
incurriera ,  y  yo  propio  incurrí ,  aunque  por 
poco  tiempo,  y  en  mi  primera  edad.  Mas  eso 
mismo  me  obliga  á  combatirlos  hoy  enérgica- 
mente, por  verdadero  amor,  y,  como  verdade- 
ro, ingenuo,  hacia  la  patria.  Mi  ilustre  deudo 
pensaba  ,  en  resumen ,  que  el  único  y  extra- 
ordinario recurso  que  le  quedase  á  España  para 
salir  de  sus  mezquindades  interiores,  era  una  po- 
lítica nacional  activa,  osada,  y  conforme  con 


«EL  SOLITARIO»  EN  LA  VIDA  PRIVADA.         1 35 

nuestras  tradiciones  antiguas;  pensamiento,  no 
tan  sólo  arriesgado,  sino,  cual  tengo  expuesto, 
irrealizable.  Lo  que  ya  he  dicho  yo,  en  cam- 
bio ,  é  infundiría  en  mis  conciudadanos  ,  si  para 
tanto  alcanzase  autoridad ,  es  esto  otro  :  «Tra- 
bajad ,  inventad ,  economizad  ,  ahorrad  sin  tre- 
gua ;  no  contraigáis  más  deudas ;  no  preten- 
dáis tanto  adquirir  como  conservar;  no  fiéis  sino 
en  vosotros  mismos  ,  dejando  de  tener  fe  en  la 
fortuna ;  no  toméis  ios  nombres  ó  las  aparien- 
cias fáciles  por  realidades,  que  estas  son  siempre 
menos  accesibles ;  no  pidáis  á  los  que  os  gobier- 
nen milagros,  pero  tampoco  les  consintáis  que 
adulen  vuestros  defectos  y  los  exageren ;  ni  de- 
clinéis en  instituciones  ó  individuos  ,  por  po- 
derosos que  sean ,  las  faltas  de  la  colectivi- 
dad, sean  de  todos,  sean  del  mayor  número: 
que  vuestro  patriotismo  sea,  en  fin,  callado, 
melancólico,  paciente,  aunque  intencionado, 
constante,  implacable.  Así,  no  recobraréis,  por 
cierto,  el  predominio  antiguo ,  que  aquello  fué 
casual  y  no  puede  más  volver  ;  pero  todavía 
hallaréis  qué  hacer  en  este  mundo  ,  de  sobra,  y 
podréis  mostraros  dignos  de  descender  de  quien 
descendéis,  y  llevar  con  justo  orgullo  el  glorio- 


136  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

SO  nombre  de  españoles.»  He  ahí,  en  resumen, 
lo  que,  andando  los  años ,  separó,  como  separa 
hoy,  mi  espíritu  del  que  inspiró  muchos  de  los 
actos  de  Estébanez  Calderón  ,  especialmente  en 
el  último  tercio  de  su  vida. 


,«*jrS»'V-'vV'- 


% 


CAPITULO  XII. 


((EL   SOLITARIO»    HISTORIADOR. 


Sumario. — Tres  demostraciones  prácticas  del  patriotismo  de 
Estébanez. — El  Manual  del  Oficial  en  Marruecos. — Fuentes 
de  que  se  valió  para  escribirlo. — Su  carácter. — Parte  histó- 
rica.— Su  estilo. — La  batalla  de  Alcázar-Kebir.— Estébanez 
en  la  Academia  de  la  Historia. — Su  discurso.  — Expedición 
á  Italia. — Cartas  al  duque  de  Valencia. — Sus  juicios  sobre 
el  gobierno  en  Roma. — La  Historia  de  la  Infantería  Española. 
— Su  pensamiento  y  plan. — Auxiliares  y  trabajos  ejecuta- 
dos.— Trozos  dados  á  la  publicidad.  —  Estébanez  más  artista 
que  investigador. — Pintura  del  soldado  almogávar. — Vicisi- 
tudes y  estado  en  que  quedó  aquella  obra.— Trabajos  ins- 
pirados por  los  suyos. — El  duque  de  Aumaie  y  la  batalla  de 
Rocroy. — La  toma  de  Tetuán  y  dos  diferentes  sonetos  de 
El  Solitario. 


ONSECUENCiAS  prácticas  de  aquel  pensa- 
miento casi  único  en  que  apacentó  su 
ánimo  Estébanez  durante  los  años  de 
que  trato ,  fueron  estas  tres  cosas:  la  publicación 
de  su  Manual  del  Oficial  en  Marruecos;  su  viaje  á 
Italia ,  como  Auditor  general  en  comisión  del 
cuerpo  de  tropas  enviado  allí  por  nuestro  gobier- 
no en  1849;  el  proyecto,  en  fin,  que  comenzó  á 


l38  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

poner  en  ejecución  y  llegó  á  tener  muy  adelan- 
tado ,  de  escribir  una  historia  de  la  infantería, 
ó,  mejor  dicho,  de  toda  la  milicia  española, 
desde  los  más  remotos  tiempos.  De  todas  tres 
voy  sin  demora  á  tratar,  aplazando  para  el  últi- 
mo capítulo  de  esta  obra  incidentes  y  sucesos 
de  otra  índole  que  el  orden  cronológico  pediría 
aquí ,  pero  que  me  podrían  ahora  embarazar. 

No  es  enteramente  el  Manual  citado  arriba  un 
libro  de  historia,  ni  del  todo  original,  pues  ya 
su  autor  advierte  que  toda  la  parte  estadística  y 
descriptiva,  lo  tocante  á  las  costumbres  y  en 
mucho  grado  lo  geográfico  ,  están  tomados  del 
Spechio  geográfico  e  staiistico  delV  Impero  di  Ma- 
roccOy  de  conde  Graberg  de  Hemsóo,  cónsul  del 
reino  de  Cerdeña  en  aquel  país  por  largo  tiem- 
po. Contiene,  sin  embargo,  dos  partes  rigurosa- 
mente históricas  :  la  una  es  compendio  de  las 
vidas  y  hechos  de  los  soberanos  del  Mogreb- 
alacsa  ,  nombre  árabe  de  la  costa  setentriona) 
de  África ,  que  hoy  pertenece  al  imperio  de  Ma- 
rruecos; la  otra  una  relación  de  las  principa- 
les campañas  que  allá  hicieron,  así  castellanos 
como  portugueses,  durante  los  siglos  xvi  y  xvii. 
Para  lo  primero  se  sirvió  bastante,  como  hube 


UEL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 39 

de  hacer  yo  ,  cuando  traté  igual  asunto ,  de 
la  antigua  obra  arábiga  atribuida  á  Aben-Mo- 
hammed-Assaleh-el-garnati  (ó  de  Granada),  que 
se  intitula  El  agradable  y  divertido  Cartas  ó  có- 
dice que  trata  de  los  soberanos  de  Mauritania  y  fun- 
dación de  la  ciudad  de  Fe{.  De  este  libro,  que  Esté- 
banez  pudo  gozar  en  su  lengua  original ,  hay 
traducción  latina,  y  tuve  yo,  además,  á  mano 
otras  dos,  que  pasan  por  excelentes  en  ios  idio- 
mas vulgares,  portuguesa  la  una,  la  otra  france- 
sa. Luís  del  Mármol  en  su  Descripción  de  África, 
fray  Juan  del  Puerto  en  su  Misión  historial,  el 
singular  viajero  Badía  y  Leblich  entre  los  espa- 
ñoles, y  entre  los  extranjeros  algunos  viandan- 
tes franceses  ó  ingleses,  fueron  las  principales  au- 
toridades de  que  se  valió  además ,  cual  me  valí 
yo  luego  también ,  dejando  aparte  muchos 
otros  nombres  de  autores  y  libros  ,  por  no  ve- 
nir de  todo  punto  aquí  al  caso  \  Pero  más, 
harto  más  importantes  que  las  que  encierran  la 
compendiada  historia  de  los  soberanos  de  Ma- 

>  Refiérome  en  lo  que  de  mí  hablo  aquí,  á  los  Apuntes  para 
la  Historia  de  Marruecos ,  obra  que  ligeramente  escribí  ,  vi- 
viendo Estébanez,  por  dilatar  algo  más  su  narración  histórica, 
con  ocasión  de  la  guerra  de  África. 


140  ((EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

rruecos,  son  en  la  obra  de  Estébanez  aquellas 
páginas  que  consagra  á  las  expediciones  em- 
prendidas en  la  Península  contra  el  territorio 
marroquí ,  alguna  parte  del  cual  habría  alcanza- 
do á  distinguir  de  niño  nuestro  autor,  como  to- 
dos  los  malagueños  desde  su  patria ,  en  ciertos 
días  de  atmósfera  purísima  y  serena  mar,  por  lo 
cual  mirábalo  como  propio,  más  bien  que  como 
extraño.  Allí  demostró  una  vez  más  que  sabía 
acomodar  á  cualquier  género  su  estilo,  pues  no 
cabe  duda  que  en  la  riqueza ,  gravedad  y  elo- 
cuencia de  él  compite ,  sin  parecerse  á  ningu- 
no ,  con  los  historiadores  particulares  que  en 
tiempo  de  ios  Felipes  austríacos  enaltecieron 
tanto  nuestra  lengua.  Los  tres  capítulos  pura- 
mente históricos  del  Manual  tampoco  contienen 
investigaciones  originales  ,  sobre  documentos  ó 
papeles  viejos,  porque  se  compusieron  sobrado 
rápidamente  para  que  pudieran  encerrar  tamaño 
trabajo.  En  cambio,  las  narraciones  de  Pedro  de 
Salazar,  délas  guerras  con  infieles  desde  1545  á 
1565  ^ ;  la  relación  de  los  sucesos  de  los  Xarifes 

»  «Historia  en  la  cual  se  cuentan  muchas  guerras  sucedidas 
entre  christianos  y  infieles,  así  en  mar  como  en  tierra.» — Medina 
del  Campo,  1570. 


«EL  SOLITARIO»    HISTORIADOR.  14I 

Ó  Xerifes  '  (que  hoy  no  sé  por  qué  llamamos  che- 
rifes  á  la  francesa);  las  descripciones  de  la  batalla 
de  Alcázar-Kebir,  de  D.  Juan  de  Baena  Parada  % 
y  de  Franchi  Conestaggio,  testigo  de  aquel  es- 
trago horrible,  si,  como  parece,  fué  su  verdade- 
ro autor  D.  Juan  de  Silva,  embajador  de  Feli- 
pe II  cerca  del  Monarca  lusitano  ^ ;  el  discurso 
sobre  la  presa  de  la  Mamora,  de  Agustín  de  Ho- 
rozco  4;  los  relatos  varios  de  la  toma  de  posesión 
de  Larache,  y,  por  decirlo  de  una  vez,  cuanta 
prosa  se  ha  escrito  hasta  nuestros  días  para  cele- 
brar las  victorias  ó  referir  tristemente  los  reveses 
de  la  gente  española  en  Marruecos,  quedó  os- 
curecida :  que  todo  parece  frío  y  pobre  si  se  com- 
para con  lo  que  de  nuevo  contó  Estébanez.  Bajo 
este  aspecto,  tiene  el  Manual  un  mérito  :  el  de 
haber  dado  á  conocer  al  público,  y  al  autor  mis- 
mo ,  lo  mucho  que  de  su  pluma  podía  espe- 
rar la  historia,  si  acertaba  á  poner  mano  en  un 
asunto  grande,  y  aplicaba  á  él  mayor  constancia 
y  tiempo  que  solía  consagrar  á  cada  uno  de  sus 

1  Istoria  délos  Xarifes, — Sevilla,  1585. 

2  Deír un ¿one  del  regno  de  Portogallo,  etc. — Genova,   1585. 

3  Historia  del  Rey  Don  Sebastián. — Madrid  ,  1615. 

4  Discurso  historial,  tXc, — Madrid.  161 5. 


142  ((EL   SOLITARIO»    Y  SU    TIEMPO. 

diversos  trabajos  literarios.  De  todos  los  géneros 
en  que  ejercitó  Estébanez  su  estilo,  he  dado  aquí 
alguna  muestra,  y  para  no  renunciar  á  esa  cos- 
tumbre ,  que  el  lector  de  buen  gusto  aplaudirá, 
voy  á  copiar  una  parte  de  su  narración  de  la 
batalla  de  Alcázar-Kebir ,  tomándola  desde  el 
punto  aquel  en  que  la  victoria  comenzó  á  la- 
dearse del  lado  de  las  gentes  del  ya  muerto  Mo- 
luco  ^ 

c(En  este  punto  llegó  (  escribe  el  novel  histo- 
riador) un  hidalgo  del  Rey,  y  le  dijo  que  los 
moros  tenían  ya  casi  presa  la  artillería  :  y  el  Mo- 
narca ,  acompañado  de  muchos  caballeros  y 
gente  de  cuenta ,  se  lanzó  por  entre  los  moros, 
que  peleaban  sobre  la  artillería,  con  tanto  cora- 
je, que  les  hizo  soltar  lo  que  ya  tenían  gana- 
do, haciendo  después  el  Rey  con  los  que  le 
seguían  y  otros  hidalgos  que  se  le  juntaron,  va- 
rias entradas  en  los  moros.  Pero  poco  efecto  y 
resultado  muy  lastimoso  había  de  venir  con  tal 
desigualdad  de  fuerzas,  pues  aunque  como  cam- 

I  Manual  del  Oficial  en  Marruecos,  ó  cuadro  geográfico,  es- 
tadístico ,  histórico ,  político  y  militar  de  aquel  imperio,  por 
D.  Serafín  E.  Calderón  ,  auditor  de  aquel  ejército.  —  Ma- 
drid, 1844. 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 43 

peones  pelearon  los  dos  mil  caballos  cristianos, 
¿qué  adelanto  pudieran  conseguir  contra  más  de 
cuarenta  mil  jinetes,  que  es  el  menor  número  que 
algunos  conceden  á  los  alarbes?  Ello  es  que  el  de 
Aveiro,  arrebatado  por  la  corriente  de  tanta  mul- 
titud enemiga,  embistió  forzosamente  con  los 
tudescos  ,  y  les  desordenó  los  piqueros ;  y  pre- 
guntando por  el  Rey,  y  no  teniendo  razón  de  su 
paradero,  reunió  otros  hidalgos  á  los  pocos  que 
le  habían  quedado,  y,  para  no  volver  á  parecer, 
se  entró  de  nuevo  por  los  moros,  lanceando  y  de- 
gollando. Los  caballos  del  xerife  (aliado  de  D.  Se- 
bastián), acosados  por  los  moros,  y  no  hallando 
plaza  desembarazada  por  donde  entrar  al  abri- 
go de  los  escuadrones  cristianos,  dieron  tam- 
bién en  el  campo  de  batalla,   desordenando  y 
atropellando.   El  escuadrón  de  aventureros,  al 
dar  la  arremetida  que  casi  puso  la  victoria  en 
manos  de  los  cristianos ,   había  perdido  todos 
sus  arcabuceros,  pues  adelantándose  estos  con 
el  ardor  de  la  pelea,   quedaron  anegados   en- 
tre las  olas  de  la   morisma.  Así,   pues,  estos 
valerosos  soldados  estuvieron   sirviendo  de  te- 
rrero y  blanco  á  la  numerosa  arcabucería  de  á 
caballo  que  tenían  los  moros  ,  dirigida  por  un 


144  ^^^^    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

renegado  genovés  llamado  Lalaba,  que  fué  de 
quien   más   daño   recibió  el  campo   cristiano. 
Todo  comenzó  á  ser  ya  confusión  y  desventu- 
ras. La  multitud  de  alarbes  que  se  habían  man- 
tenido á  la  mira  en  las  montañas  ,   comenzaron 
á  bajar  para  participar  del  triunfo ,  y   el  cerco 
en  que  se  miraban  encerrados  los  cristianos  co- 
menzó á  estrecharse  por  todas  partes.   Los  ter- 
cios portugueses  de  la  batalla  y  de  la  retaguar- 
dia peleaban  fíojamiente  ,    como  formados  de 
gente  cogida  y  armada  á  la  fuerza  ;  y  amonto- 
nados y  descompuestos,  no  se  atrevían  á  salir  al 
campo  á  dar  ayuda  á  sus  compañeros,  por  más 
que    con  sus  palabras  y  acciones  los  incitaran 
y  alentasen  sus  coroneles  y  capitanes.  El  Rey 
en  este  tiempo  andaba  por  todas  partes  pelean- 
do personalmente,   y  como  si  en  el  valor  de 
su   brazo  fincase  el  remedio  de  tamaño  mal. 
Por  su  propia  mano  había  tomado  dos  banderas 
de  los  moros  ,  perdiendo  otro  caballo  en  la  de- 
manda ,   pues  llevaba  ya  muertos  en  aquella 
hora  dos.  En  aquel  trance  le  ofreció  otro  ca- 
ballo Jorge  de  Alburquerque  ,  y  acompañado 
de  este  hidalgo  ,  de  su  inseparable  Cristóbal  de 
Tabora,  del  paje  de  su  guión,  que  en  aquel  día 


((EL   SOLITARIO»    HISTORIADOR.  I45 

hizo  maravillas,  Jorge  Tello,  y  de  otros  caba- 
lleros que  acertaron  á  estar  por  aquel  sitio,  bien 
certificado  de  los  últimos  términos  en  que  las 
cosas  estaban  ,  quiso  tentar  la  postrer  fortuna, 
antes  por  desdeñar  la  congojosa  vida  que  por 
presuponer  alegres  esperanzas.  Entró  ,  por  eí 
apiñado  escuadrón  mahometano,  haciendo  gran 
riza  y  abriendo  ancha  calle ,  pues  conocién- 
dolo ya  ,  se  apartaban  de  ser  blanco  inmedia- 
to de  sus  iras.  Aquí  murió  Juan  Carvallo  ,  que 
trayendo  una  lanza  pasada  por  los  pechos  se 
encontró  con  su  hijo  Pedro,  heredero  de  su 
casa,  tan  bañado  en  sangre  por  dos  cuchilladas 
que  llevaba  en  la  cabeza  ,  que  apenas  era  co- 
nocido ;  y  abrazándose  como  en  mutuo  confor- 
tamiento ,  volvieron  á  la  lid  á  morir  en  gloriosa 
compañía.  En  este  último  conflicto  murieron 
muchos  y  buenos  caballeros  ,  que  fuera  prolijo 
referir;  y  los  que  aún  vagaban  con  vida  por 
el  campo,  peleaban  aquí  y  allá  sin  orden  ni 
concierto,  peleando,  no  ya  por  la  victoria,  sino 
para  vender  caras  sus  vidas.  Allí  murió  don 
Alonso  de  Aguilar,  coronel  de  los  castellanos, 
que  mirando  cuan  forzosa  era  la  retirada,  siem- 
pre decía,  arremetiendo  más  fuerte  con  los  mo- 
-  xii  -  10 


146  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

ros  :  ((Nunca  Dios  quiera  que  vuelva  atrás  la 
))casa  de  Aguilar.»  También  cayeron  el  capi- 
tán Aldana,  haciendo  cosas  de  inmortal  me- 
moria como  buen  soldado,  D.  Gonzalo  Chacón, 
caballero  castellano,  el  marqués  de  Eterlin ,  que 
mandaba  los  italianos,  y  monsieur  de  Tamberg, 
jefe  de  los  tudescos  ,  con  D.  Juan ,  hijo  del  du- 
que de  Braganza,  de  la  casa  real,  y  cien  y  cien 
capitanes ,  caballeros  y  hombres  principales.  El 
Rey,  conociendo  bien  tanta  desventura,  después 
que  le  mataron  otro  caballo,  iba  acompaña- 
do de  los  pocos  hidalgos  que  le  quedaban  cuan- 
do se  vieron  todos  cercados  de  crecidas  bandas 
de  jinetes  enemigos.  Entonces  uno  de  los  caba- 
lleros ,  poniendo  un  lenzuelo  sobre  la  punta  de 
la  espada,  se  avanzó  á  ellos  diciéndoles  que  allí 
estaba  el  Rey.  Los  moros  respondieron  que  en- 
tregasen las  armas  lo  primero,  para  tratar  des- 
pués lo  que  convenía;  lo  que  oído  por  el  Rey, 
y  retirando  su  brazo  del  conde  de  Vimioso,  que 
le  iba  á  recoger  la  espada  ,  huyendo  de  que  al- 
gún moro  se  atreviese  á  llegar  á  su  persona,  se 
lanzó  furioso  contra  la  chusma  ,  seguido  de  los 
pocos  que  le  quedaban,  que  pelearon  con  deses- 
perada osadía ,  viéndosele  caer  después  de  ren- 


«EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  I47 

dido  el  caballo.  Allí  quedaron  tendidos  á  su 
lado  el  conde  de  Vimioso  y  D.  Cristóbal  Tabo- 
ra ,  que  murió  tan  cerca  de  él  como  había  vi- 
vido.)) 

Quien  quiera  que  compare  con  este  lenguaje 
y  estilo  los  de  la  Asamblea  general ,  de  que  copié 
en  otro  capítulo  largos  párrafos,  se  maravillará, 
á  mi  ver,  del  grande  espacio  en  que  se  podía 
mover  y  ostentar  el  talento  de  prosista  de  Es- 
tébanez.  No  diré  que  mirando  atentamente  no 
se  descubra  que  es  uno  mismo  el  arte  que  da 
vida  á  esta  descripción  de  batalla  perdida  y 
á  la  de  aquella  ruhia  bailadora;  pero  ¡qué  varie- 
dad en  el  tono,  qué  nuevas  notas,  jamás  en 
nuestro  autor  escuchadas  antes ,  qué  paso  tan 
fácil,  tan  seguro,  de  lo  regocijado  y  cómico  á 
lo  patético  y  trágico ,  de  la  invención  pondera- 
tiva y  pródiga  que  deslumhra  en  el  artículo  de 
costumbres,  á  la  relación  exacta,  severa,  aunque 
elocuentísima  y  pintoresca  ,  que  tan  hondamen- 
te conmueve  el  alma  en  la  página  histórica  i  No 
tenía  secretos  la  prosa  para  Estébanez.  En  ningu- 
na ocasión  que  echara  mano  de  ella  encontró, 
no  ya ,  cual  otros ,  lugares  sin  salida,  sino  ni 
siquiera  la  más  sencilla  dificultad. 


148  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Esta  publicación  del  Manual  del  Oficial  en  Ma- 
rine eos  le  valió  ,  en  17  de  Mayo  de  1844,  que 
fuese  elegido  por  uno  de  los  diez  y  seis  indivi- 
duos supernumerarios,  que,  con  doce  de  núme- 
ro y  otros  tantos  meramente  honorarios,  compo- 
nían entonces  la  Real  Academia  de  la  Historia; 
juntando  este  carácter  al  de  individuo  de  laSocie- 
dad  de  Amigos  del  País ,  de  Granada ,  que  obtu- 
vo antes  de  ir  al  ejército ,  y  al  de  miembro  de 
la  de  igual  índole  en  Ecija ,  que  unánimemente 
mereció  ,  siendo  jefe  político  de  Sevilla.  Pero  lo 
que  colmó  sus  votos  fué  la  incorporación  de  los 
individuos  supernumerarios  á  los  de  número, 
realizada  en  la  Academia  de  la  Historia  el  5  de 
Marzo  de  1847,  por  virtud  del  Real  decreto 
de  25  de  Febrero  del  propio  año,  que  reorganizó 
estas  doctas  corporaciones.  Su  título  llevaba  la 
fecha  de  i.^  de  Abril,  y  su  medalla  fué  la  que 
tiene  al  reverso  grabado  el  número  6,  y  honra 
hoy  el  pecho  de  su  distinguido  sucesor  D.  Juan 
Facundo  Riaño.  Con  motivo  de  este  definitivo 
ingreso  en  el  Cuerpo ,  leyó  ante  él  Estébanez  un 
erudito  discurso  acerca  de  los  aventureros  espa- 
ñoles, y  en  especial  castellanos,  que  por  dis- 
tintas épocas  fueron  mercenariamente  á  servir 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  149 

á  los  Reyes  de  Fez  ó  Marruecos :  trabajo  digno 
de  ser  impreso,  por  tratarse  de  uno  de  los  mu- 
chos episodios  oscuros  de  nuestros  anales.  Fué 
Estébanez  asistente  asiduo  á  la  Academia  ,  y  pú- 
biicamente  dijo  con  frecuencia  que  no  quería  per- 
tenecer sino  á  ella  sola,  entre  todas,  por  demos- 
tración del  respeto  y  cariño  que  la  profesaba. 
No  fué  otra  la  genialidad  que  privó,  en  mi  juicio, 
á  la  Academia  Española  de  contar  al  autor  de 
las  Escenas  Andahi^as  entre  sus  miembros. 

Hombre  tal  en  punto  á  opiniones  patrióti- 
cas, que  hallaba  oportuno  en  1844  el  renovar 
las  antiguas  empresas  de  África ,  no  había  de 
dejar  de  sentir  alborozado  su  corazón  ,  cuando 
supo  en  1849  que  estaba  acordado  el  que  nues- 
tras armas  pasasen  de  nuevo  á  sus  bien  cono- 
cidos campos  de  Italia.  No  tengo  por  qué  re- 
ferir aquí  las  causas  ni  los  medios,  los  hechos 
ñi  las  consecuencias  de  aquella  expedición.  Me- 
jor que  pudiera  nadie,  acaba  de  llevarlo  á  fe- 
liz término  el  propio  jefe  de  la  misma,  don 
Fernando  Fernández  de  Córdova ,  con  su  in- 
teresante libro  denominado  :  La  revolución  de  Ro- 
}fia  y    la  expedición  española  á  Italia  en    í8¿tg  '. 

'     Madrid  ,   imprenta  de  Hernández,  1882. 


150  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

No  quiero  por  mi  parte  decir  más,  sino  que  la 
intención   del  gobierno   que   acometió   aquella 
aventura  militar  fué  excelente,  porque,  no  ya 
sólo  bajo  el  de  la   Iglesia  católica ,   sino  bajo  el 
punto  de  vista  temporal  de  España,  la  conserva- 
ción del  poder  civil  del  Papa  era  por  extremo  con- 
veniente, sea  cualquiera  el  respeto  que  hoy  me- 
rezca el  estado  de  cosas  admitido  por  el  derecho 
internacional.  Añadiré  que  nuestras  tropas,  bien 
organizadas  ,   bien  mandadas,  y   dirigidas  con 
acierto,   hicieron  en  los- territorios  pontificios 
que  ocuparon  cuanto  podían  hacer,  dado  su  cor- 
to número,  y  la  situación  difícil  que  les  crearan, 
así  la  varia  actitud  y  las  pretensiones  opuestas 
de  las  grandes  naciones  europeas  ,   como  nues- 
tra peculiar  y  notoria  flaqueza ,   que ,  mientras 
dure,  ¡y  ojalá  que  no  sea  siempre!,  nos  incapa- 
cita para  representar  gran  papel  en   ninguna 
cuestión   europea.   Ni  los  grandes  talentos  de 
Martínez  de  la  Rosa  y  del  duque  de  Rivas,  que 
en  Roma  y  Ñapóles  nos  representaban  á  la  sa- 
zón ;  ni  la  habihdad  de  D.  Fernando  de  Córdova 
y  la  brillantez  de  su  estado  mayor  general,  en 
que  figuraban  Zavala  y  Lersundi ,  dos  de  los  me- 
jores  soldados  españoles  de  nuestro  tiempo;  ni 


«EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  I5I 

la  pericia  y  denuedo  de  los  jefes,  oficiales  y  tro- 
pa, podían  hacer  que  la  hostilidad  poco  disimula- 
da de  Inglaterra ,  y  la  mala  voluntad  de  Francia, 
potencias  entre  quienes  se  repartía  el  dominio  de 
los  mares,  dejasen  lugar  á  la  acción  indepen- 
diente y  libre  de  ningún  ejército  español,  cuanto 
más  á  la  de  unos  cuantos  batallones,  penosa- 
mente conducidos  en  viejos  ó  pequeños  bajeles, 
á  toda  hora  en  peligro  de  ver  cortadas,  sin  resis- 
tencia posible,  sus  comunicaciones  con  la  ma- 
dre patria,  no  bien  pretendieran  obrar  por  su 
sola  cuenta.  Hubieran  sido  en  tan  gran  número, 
como  escasos  eran  nuestros  soldados,  y  de  igual 
modo  tuviéramos  que  someternos  en  Italia  á  cuan- 
to los  franceses  en  especial  quisieran.  Mandara  el 
propio  Gran  Capitán  á  aquellos  españoles  ,  y  no 
por  eso  hubieran  hecho  mayor  papel.  Confieso 
que  no  me  hallo  á  gusto  tratando  de  hechos  que 
para  las  personas  que  por  debida  obligación  to- 
maron parte  en  ellos  siempre  serán  honrosos,  mas 
no  tanto  para  una  nación  acostumbrada  á  otro 
género  de  respeto  en  el  mundo. Ceñiréme,  pues, 
á  tratar  solo  de  Estébanez,  durante  esta  expe- 
dición, que  forma  uno  de  los  más  interesantes 
episodios  de  su  biografía  seguramente,  y  donde 


1^2  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

él  se  ostentó,  por  supuesto,  tal  cual  de  los  pre- 
cedentes de  su  vida  se  podía  inferir. 

No  sé  yo  bien  si  se  le  llamó  para  aquel  pues- 
to, ó  más  bien  se  anticipó  él  á  ofrecerse,  en  una 
ú  otra  forma ,  bien  que  supongo  que  lo  segun- 
do sea  lo  cierto.  Desde  Barcelona,  donde  fué  á 
embarcarse,  escribió  al  duque  de  Valencia  en- 
tusiasmado «con  el  aspecto  marcial  de  los  sol- 
dados, y  sobre  todo  copi  el  contento  y  satisfacción 
que  llevaban  pintados  en  el  rostro,  recordándole  á 
nuestros  antepasados  cuando  salían  seguros  de  triun- 
far en  Oriente  y  en  Italia. y^Y  di  en  Terracina  se  con- 
gratulaba de  que  hubiese  salido  Córdova  de  los 
diplomáticos  de  Gaeta,  por  suponer  que  lo  trata- 
ban acornó  á  escolar  de  primeras  letras,  que  para  que 
diese  gusto  á  todos,  había  de  dejarse  llevar  la  mano  por 
los  mal  torcidos  renglones  de  la  mala  plana  que  cada 
imo  se  había  tra{ado  en  su  fantasía  ó  caletre;  dando 
cuenta  además  del  acuerdo  de  todos  los  Genera- 
les de  descartar  sobre  los  diplomáticos  de  Gaeta  la  res- 
ponsabilidad del  iMBROGLio  de  la  cuestión  romana . » 
Luego,  en  Valmontone,  formuló  en  estos  térmi- 
nos, que  recordaré  luego,  el  programa  de  lo  que 
debía  ser  la  restauración  del  poder  temporal,  con 
las  palabras  que  siguen  :  «Sea  (  decía  )  fuerte  y 


(íEL    SOLITARIO»    HÍSTOi<IADOR.  1 53 

respetable  el  gobierno  del  Papa,    tenga  un  ejér- 
cito fiel,  redútese  el  Sacro  Colegio  de  tina  manera 
más  conveniente  v  que  lleve  á  Roma  intereses  genera- 
les de  todos  los  países  católicos,  y  por  consiguiente  á 
muchas  personas  adictas;  ábrase  la  mano  para  que 
muchos  participen  de  ciertos  beneficios  y  peque- 
ños empleos,  y  por  de  pronto  los  Cardenales  que 
están  en  juego  engrandezcan  y  eleven  sus  ideas, 
y  den  algo,  y  prometan  mucho,  no  sólo  para  el 
mundo  venidero,  sino  también  para  el  presente; 
y  crea  que  el  Santo  Padre,  dentro  de  algún 
tiempo,  puede  haber  hecho  resucitar  los  siglos 
de  los  Clementes,  de  los  Leones  y  de  los  Píos.» 
Y  por  último ,   píntale  al  Presidente  del  Conse 
jo ,  en  frases  que  por  extremo  recuerdan  las  Es- 
cenas Andalu:(as ,  el  espíritu  de  alguna  parte  del 
país,  y  el  de  nuestras  tropas,  desde  Terni,  en  es- 
tos términos  pintorescos:  «El  terror  (dice),  por  tí- 
tulo de  herencia  que  quería  legarla  finada  Repú- 
blica, lo  puso  últimamente  á  la  orden  del  día 
cierta  plancha  ^  ó  circular  que  desde  Malta  diri- 

«  Debe  aquí  aludir  á  las  famosas  planchas  de  descrédito, 
»  sea  circulares  con  que  nuestras  sociedades  secretas  de  1820  á 
1823  mandaban  difamar  en  un  día  dado^  por  toda  España  á  un 
tiempo,  á  quien  quiera  que  les  convenía. 


154  í^EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

gió  Mazzini  á  los  círculos  y  sociedades  secre- 
tas. En  ella  se  decía  que  se  protestase  con  he- 
chos, por  más  horribles  que  fueran  ,  contra  la 
ocupación  extranjera.  En  su  consecuencia,  prin- 
cipiaban las  pedradas,  las  heridas  y  los  asesina- 
tos, las  amenazas,  los  insultos  y  las  miradas  tor- 
vas y  siniestras.  Las  señoras  que  han  salido  á  los 
paseos  que  nosotros  frecuentamos,  han  sido  in- 
famadas con  pasquines  y  ultrajados  sus  maridos, 
padres  y  hermanos.  Esto  ha  hecho  despertar  á 
los  muchachos,  que  guardaban  una  compostura 
de  padres  de  almas ,  y  han  principiado  á  jugar 
de  la  morena,  y  han  malherido  por  aquí  en  Ter- 
ni,  ayer  noche,  á  alguno  de  los  insultadores  y 
gente  levantisca.  Aquí  los  síntomas  han  sido 
más  hostiles,  por  haberse  refugiado  en  la  ciudad 
y  sus  alrededores  los  sicarios  de  Ancona  y  Bolo- 
ña  y  los  tunos  de  la  Romanía  ,  huyendo  de  la 
amabilidad  tudesca,  y  por  la  permanencia  tam- 
bién de  los  desterrados  de  Roma  por  los  france- 
ses. Estas  variaciones  y  alteraciones  del  termó- 
metro han  hecho  el  que  así  muchachos  como 
capataces,  andemos  suficientemente  abrigados 
de  verdugados  de  Toledo  y  de  confidentes  de 
Guadix  y   de  Albacete.  Según  las  efemérides  y 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  I  55 

diarios  de  policía,  no  se  encontraba  una  navaja 
para  un  remedio  en  toda  la  división,  y  ya  ayer 
los  muchachos  ofrecían  un  par  de  ellas  cada 
cuál,  quedando  siempre  con  la  correspondiente 
defensa  y  salvaguarda.  La  insolencia  y  el  atre- 
vimiento es  regular  que  cedan;  pues  de  otro  mo- 
do fuera  insufrible,  y  era,  entregando  el  país  así 
al  Santo  Padre,  darle  un  caballo  resabiado  que 
pronto  lo  había  de  trepar  y  revolcar.»  Razón 
tenía  en  temerlo  Estébanez;  pero  con  eso  y  todo, 
dudo  que,  sin  los  batallones  de  Víctor  Manuel, 
hubiera  sido  derrocado  el  poder  temporal ,  por- 
que no  llegaba  hasta  procurarlo  eficazmente  la 
pasión  por  la  unidad  itálica  de  los  romanos,  bien 
que  no  fuesen  muy  afectos,  en  su  generalidad, 
al  gobierno  pontificio ,  según  observé  yo  más 
tarde. 

Pero,  en  mi  concepto,  nada  supera  en  sagaci- 
dad y  exactitud  al  retrato  que  hizo  Estébanez  de 
Antonelli.  ((Es,  en  verdad  (dice),  joven  todavía; 
como  cenceño  zanquilargo  y  de  rostro  magro; 
demostrando  agilidad  y  desembarazo;  y  con  dos 
ojos  grandes,  negros  ,  penetrantes  y  escudri- 
ñadores ,  que  manifiestan  querer  saber  los  tres 
tiempos,  lo  pasado,  lo  presente  y  lo  futuro;  y, 


156  C(EL    SOLITARIO»    V    SU    TIEMPO. 

sin  embargo  .  no  se  sabe  en  qué  aplica  aqi^Ik  acti- 
vidad que  reveía  su  tra:(a,   ni  qué  pensamientos  lo 
ocupan ,  y  si  los  tiene ,  qué  medios  emplea  para 
realizarlos.»  La  explicación  de  la  imprevisión  y 
esterilidad  de  los  últimos  años  del  poder  tempo- 
ral ,  está  toda  encerrada  en  esos  renglones.  No 
emprendió  nada  Antonelli  de  lo  que  le  convenía 
como  Rey,  al  Papa,  en  mucho  plazo,  y  cuando 
era  oportuno,  por  el  espíritu  de  reacción  monár- 
quica que  en  Europa  entera  reinaba;  y  si  obró  al- 
go luego  fué  á  deshora ,  por  manera  que  cuanto 
hizo,  en  suma,  lo  hizo  mal  y  tarde.  El  Pontifica- 
do necesitaba  probar  con  tiempo  que  era  capaz 
de  vivir  de  por  sí,  y  sin  la  intervención  perma- 
nente de  Austria  ó  Francia  ;  tenía  que  hacer  pa- 
tente que  era  un  verdadero  gobierno  regular,  or- 
ganizando   lenta   pero  sólidamente   su   propio 
ejército ,  su  propia  administración   y  su  propia 
hacienda  ;  no  había  otro  medio  de  alejar  pretex- 
tos, y  cuando  menos,  dejar  de  todo   punto  des- 
nuda la  violencia.  Pero  en  cosa  ninguna  de  estas 
pensó  seriamente  Antonelli  ,  adormecido  con  la 
tranquilidad  y  seguridad  de  los  primeros  años 
del  imperio  napoleónico,  sin  sospechar  siquiera 
que  aquel  caprichoso  é  imprevisor  poder  pudiera 


«EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 57 

cambiar  derumbo  cualquier  día,  como  estaba  en 
lo  íntimo  y  esencial  de  la  naturaleza  de  su  jefe: 
hombre  de  no  malas  intenciones  ,  pero  de  más 
fantasía  que  juicio  en  las  graves  materias  del 
Estado.  Nada  más  arrogante ,  en  tanto ,  nada 
más  confiado  ,  nada  más  candido  ,  en  realidad, 
que  el  habilidoso  ministro  de  decadencia  que 
dirigió  ,  por  desgracia  ,  la  política  de  la  Santa 
Sede  durante  los  últimos  años  de  pontificado 
del  venerable  Pío  IX ,  sin  duda  glorioso,  por  la 
santa  resignación  y  la  dignidad  heroica  con  que 
sobrellevó  sus  infortunios  y  los  de  la  Iglesia 
católica. 

Narvaez'y  el  marqués  de  Pidal,  en  tanto,  que 
con  mucho  más  elevados  fines  que  se  obtuvie- 
ron habían  iniciado  aquella  empresa,  Córdova, 
los  jefes  todos  de  nuestras  tropas ,  y  no  el  último 
Estébanez  de  cierto,  acabaron  por  desear  con 
ardor  ponerla  término,  no  bien  comprendieron 
la  impotencia  en  que  estaban  para  realizar  el 
bien  apetecido  ;  y  se  apresuraron  á  volver  á 
la  Península  tan  pronto  como  pudieron.  De 
aquel  viaje  sacó  Estébanez  una  cariñosa  amis- 
tad, la  de  D.  Juan  Valera.  Y  á  la  verdad  que 
rara  vez  se  habrán  juntado   fuera    de   España 


158  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

tantos  nombres  esclarecidos  como  por  entonces 
en  Gaeta ,  donde  estuvieron  á  un  tiempo  con 
Estébanez  y  Valera ,  el  insigne  Martínez  de  la 
Rosa  y  el  gran  duque  de  Rivas.  Fuera  de  las 
cartas  á  Narvaez  ,  de  que  se  dará  mayor  razón 
en  el  apéndice  ,  y  de  alguna  correspondencia 
interesante  á  El  Heraldo  de  Madrid  sobre  festejos 
del  ejército  ,  lo  único  que  produjo  la  pluma  de 
El  Solitario  en  Italia  fué  una  pintura  de  la  Gruta 
a:(ul  de  Ñapóles  ;  trozo  descriptivo,  que,  como 
en  todo  aquello  en  que  se  ejercitaba  su  prosa 
sucedía,  no  tiene  hoy  superior  en  castellano. 

Pero  antes  de  esta  expedición  había  ya  aco- 
metido Estébanez  cierta  obra  con  que  se  propu- 
so desahogar  por  más  alta  manera  todavía  su 
entusiasmo  hacia  las  cosas  españolas  en  gene- 
ral ,  y  particularmente  hacia  el  ejército.  Habió 
del  proyecto  de  escribir  una  Historia  de  la  In- 
fantería Española,  en  que  trabajó  más  á  la  vuelta 
que  antes  de  partir  para  Italia,  pero  que  había  co- 
menzado á  poner  en  ejecución  anteriormente.  No 
sin  gestiones  suyas  ,  sin  duda  alguna  eficací- 
simas, logró  que  por  Real  orden  de  26  de  Oc- 
tubre de  1847  se  le  diese  el  oficial  encargo 
de  escribir  dicha  historia.    Para  mí  no  es  du- 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 59 

doso  que  el  texto  misino  de  aquella  disposición 
está  redactado  por  él.  Era  presidente  entonces 
del  Consejo  de  Ministros  el  general  Narvaez, 
duque  de  Valencia ,  y  ocupaba  un  alto  puesto 
militar  el  teniente  general  D.  Fernando  Fernán- 
dez de  Córdova.  Estos  y  D.  Eduardo  Fernández 
de  San  Román,  también  ahora  teniente  general, 
que  desempeñó  la  subsecretaría  de  la  Guerra, 
fueron  los  principales  protectores  de  la  idea.  Con 
tan  robustos  apoyos,  nada  tiene  de  extraño  que 
se  pusieran  á  su  disposición  todos  los  elementos 
necesarios  para  traer  la  empresa  á  buen  térmi- 
no, ni  que  desde  luego  se  le  confiase  la  redac- 
ción de  la  Real  orden  ,  á  fin  de  que  en  ella  se 
fijase  bien  la  naturaleza  de  la  grande  obra  que 
se  ordenaba  escribir.  No  hay  mejor  modo,  por 
tanto,  de  dar  á  conocer  su  primitivo  pensamien- 
to y  plan ,  que  copiar  los  principales  párrafos  de 
la  antedicha  disposición. 

«El  gobierno  de  S.  M.  (decía  el  documento 
de  que  trato),  oyendo  preliminarmente  el  dic- 
tamen de  personas  autorizadas  en  la  materia, 
ha  resuelto  que  se  escriba  una  Historia  de  la  In- 
fantería Española  desde  los  tiempos  de  los  seño- 
res Reyes  Católicos  hasta  la  finalización  de   la 


l6o  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

guerra  de  la  Independencia.  Con  efecto  :  siendo 
la  infantería  el  instituto  que  forma  la  base  de 
los  ejércitos,  y  en  los  de  España  el  arma  que 
más  ha  provocado  la  admiración  de  los  gran- 
des capitanes  y  hombres  versados  en  las  cosas 
de  la  guerra,  parece  cierto  que  la  historia  de  la 
infantería  española  ha  de  llenar  cumplidamente, 
así  el  pensamiento  del  gobierno,  como  los  deseos 
de  los  amantes  de  nuestras  glorias  militares.  Es 
indudable  que  en  este  cuadro  han  de  aparecer 
en  justa  proporción  los  servicios  y  hazañas  de 
los  demás  institutos  militares,  por  la  relación  es- 
trecha é  íntima  que  en  los  grandes  sucesos  de  la 
guerra  tienen  y  obran  entre  sí  las  diversas  par- 
tes que  componen  un  ejército ;  sin  que  por  ello 
sea  necesario  descender  á  pormenores  y  consi- 
deraciones apartadas,  propias  sólo  para  los  es» 
tudiosos  de  cada  ramo  particular  de  la  guerra  ó 
de  cada  instituto  militar.  Así,  pues,  la  obra  que 
va  inmediatamente  á  emprenderse,  llevará  por 
título  Historia  de  la  Ifffanteria  Española,  abra- 
zando, como  ya  queda  indicado,  el  período  que 
media  desde  los  Reyes  Católicos  hasta  la  termi- 
nación de  la  guerra  de  la  Independencia.  Este 
período  ofrecerá  en  un  cuadro  claro  y  distinto, 


C(EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  l6l 

además  de  las  calidades  peculiares  del  soldado 
español,  el  pie  y  fuerza  de  la  infantería  españo- 
la, la  naturaleza  y  cargo  de  sus  cabos  y  jefes, 
su  organización  interior,  armamento,  propor- 
ción que  éste  guardaba  entre  sí,  su  táctica  y  sus 
movimientos  y  maniobras,  sus  vicisitudes  y 
mudanzas  hasta  las  últimas  épocas.  Al  propio 
tiempo  en  la  relación  de  los  nobles  hechos  en 
que  tuvo  parte  la  infantería  española,  deberán 
hacerse  notar  las  causas  por  donde  alcanzó  la 
superioridad  que  le  concedieron  los  grandes  ge- 
nerales de  toda  Europa;  así  como  también  el 
origen  de  su  decadencia,  apuntando  convenien- 
temente sus  relaciones  con  las  demás  armas  del 
ejército  y  tropas  de  diversas  naciones  que  le 
componían.  De  esta  manera  la  obra,  ofreciendo 
la  exposición  sencilla  de  las  hazañas  de  nuestros 
mayores,  ha  de  contener  también  la  historia  del 
arte  y  sus  progresos  y  variaciones,  con  la  ra- 
zón filosófica  que  dé  explicación  á  los  grandes 
problemas  de  la  ciencia  militar  en  aquella  épo- 
ca, la  naturaleza  y  vigor  de  sus  instituciones, 
las  reglas  de  su  disciplina,  el  espíritu  de  las  le- 
yes militares,  la  administración  de  la  justicia, 
los  trajes  y  galas,  la   manera  de  existir,  así  en 

-  XII  -  1  I 


102  C(FX    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

los  cuarteles  como  en  el  campamento,  el  modo 
de  pelear,  de  ir  al  asalto  y  á  la  carga,  los  acci- 
dentes de  las  marchas,  de  los  alardes  y  mues- 
tras;  en  fin,  todo,  desde  lo  más  sustancial  hasta 
lo  que  parezca  más  accesorio  en  la  gloriosa  vi- 
da del  ejército  español,  deberá  resaltar  en  esta 
historia,  de  modo  tal,  que,  sin  rayar  en  lo  dema- 
siadamente prolijo,  quede  consignado  cuanto 
conduzca  á  la  gloria  de  nuestros  antepasados  y 
á  la  enseñanza  y  curiosidad  de  los  que  empren- 
dan la  carrera  de  las  armas.»  Vasto,  vastísimo 
plan  sin  duda  alguna,  que  todavía  extendió  mu- 
cho más  Estébanez  en  la  ejecución,  dando  por 
cimiento  á  su  obra  un  prolijo  estudio  de  los  orí- 
genes de  la  milicia,  y  de  lo  que  ella  fué,  así  en 
la  antigüedad  de  egipcios,  griegos  y  romanos, 
como  en  los  tiempos  posteriores  á  la  invasión 
de  los  bárbaros,  y  en  la  Edad  Media,  no  sin  dila- 
tar muy  especialmente  el  trabajo  acerca  de  la  or- 
ganización y  costumbres  militares  de  los  árabes, 
cual  era  de  esperar  de  su  conocida  afición  á  aque- 
lla gente.  De  buen  grado  reconoció  el  autor  lue- 
go su  exceso,  diciendo  que  era  «achaque  discul- 
pable cuando  en  España  se  habla  de  cosas  y 
glorias  militares.» 


«EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 63 

Para  dar  principio  á  aquellas  ,  de  cualquier 
modo  prolijas  tareas  ,  pidió   Estébanez  que  se 
crease  una  comisión,  bajo  su  presidencia,  en- 
cargada de  reunir  los  varios  ,  dispersos  y  abul- 
tadísimos materiales  que  necesitaba.   Dióle  en- 
tonces el  gobierno  por  auxiliares  áD.  José  Ferrer 
de  Couto,  tan  célebre  después  por  su  denodado 
españolismo  en  América,  que  había  sido  oficial 
en  el  ejército,  y  á  D.  Manuel  Juan  Diana,  em- 
pleado en  el  archivo  del  ministerio  de  la  Guerra; 
personas  ambas  entusiastas  de  las  cosas  milita- 
res, y  laboriosas ,   que  rebuscaron  y  copiaron, 
principalmente  en  Simancas ,  muchísimos  pape- 
les relativos  á  nuestras  cosas  de  guerra  en  los 
siglos  XVI,  XVII  y  primer  tercio  del  xviii.  Para 
el  estudio  de  la  milicia  latina,  griega  y  árabe  se 
sirvió,   por  igual  suerte,  de  D.  Enrique  Alix, 
aquel  joven  de  tan  admirable  saber  para  su  edad, 
de  quien  ya  he  hablado,  que  era  sobre  todo  una 
especialidad  en  las  lenguas  sabias.  De  otras  per- 
sonas de  las  que  tuvo  á  su  lado  sucesivamente 
se  valió  también  de  vez  en  cuando ,  que  todo  era 
menester  para  bosquejar  siquiera  tamaña  obra. 
Como  á  ella  le  llevó  su  entusiasmo  patriótico  y 
militar,  formó  firmísima  resolución  de  sobrepo- 


, 


164  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

nerse  á  su  nativa  impaciencia  y  genial  distrac- 
ción de  espíritu  ,  que  tan  poco  propio  le  hacían, 
cual  dije  anteriormente,  para  largos,  sostenidos 
y  minuciosos  trabajos ;  y  en  verdad  que  mostró 
mucha  mayor  constancia  en  esto  que  ninguno 
de  cuantos  le  conocían  bien  pudo  esperar.  Mas 
no  era  posible  que  de  todo  en  todo  venciese  su 
modo  de  ser,  y  con  harta  claridad  se  revela  en 
lo  que  ha  quedado  de  la  Historia  de  la  Infantería 
Española.  Hablo,  como  quien  asistió,  y  alguna 
mínima  parte  tomó  en  ello ,  por  lo  cual  sé  bien 
que  ni  aun  entonces  pudo  Estébanez  resignarse  á 
trabajar  continua,  ordenada  y  metódicamente.  Lo 
que  hizo  fué  acumular  materiales  inmensos,  con 
el  concurso  de  la  comisión  puesta  á  sus  órdenes, 
y  escoger,  en  el  ínterin,  cierto  número  de  episo- 
dios militares,  los  que  más  lisonjeaban  su  gusto, 
ó  más  esclarecidos  tenía  ya,  para  redactarlos  in- 
mediatamente, fuera  cual  fuera  la  época  á;  que 
correspondiesen.  De  éstos  son  conocidos  el  de 
los  almogávares  y  sus  maravillosas  expedicio- 
nes, el  de  la  conquista  de  Ñapóles  por  el  Gran 
Capitán,  parte  del  que  toca  á  la  milicia  de  los  ára- 
bes y  parte  del  de  las  campañas  de  Portugal  en 
tiempo  de  Felipe  IV.  El  primero  está  escrito  sobre 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  iG"? 

libros  anteriores ,  como  por  ejemplo  los  de  Mun- 
taner,  Desclot,  uno  manuscrito  de  Corvera,  y  el 
de  Moneada  ,  que  había  extractado  los  demás 
en  su  precioso  relato ;  y  el  segundo  lo  com- 
puso también  ajustándose  á  lo  que  dijeron  Guic- 
ciardini ,  Jovio ,  Herrera  y  hasta  Quintana ,  en 
su  biografía  de  Gonzalo  de  Córdova.  Para  la  mi- 
licia mahometana  compulsó  ya  y  examinó  con 
otro  ahinco  y  detenimiento,  no  tan  sólo  cier- 
tas obras  extranjeras,  sino  los  principales  códi- 
ces arábigos  que  tratan  de  la  materia  >  señala- 
damente alguno  interesantísimo  del  Escorial. 
Los  papeles  de  Simancas  púsolos  á  contribu- 
ción asimismo,  y  muy  concienzudamente  exa- 
minados, para  la  descripción  de  nuestras  in- 
faustas campañas  del  siglo  xvii  en  la  frontera 
portuguesa.  De  esta  índole  de  trabajos,  en  que 
la  investigación  es  nueva  y  profunda ,  y  digna 
del  estilo,  podrían  sacarse  aún  de  sus  papeles 
otros  grandes  trozos  que  honrarían  altamente 
nuestra  historia  miütar. 

Imposible  es  desconocer,  con  todo,  que  en 
nuestro  Estébanez  historiador  supera  con  mucho 
siempre  el  arte  á  la  minuciosa  investigación,  ó 
la  crítica  recelosa  y  escéptica  de  que  hacen  ofi- 


1 66  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

cío  y  gala  los  autores  modernos.  El  gran  saber 
que  poseía  en  todo  linaje  de  cosas  españolas, 
y  hasta  en  las  especialmente  militares  ,  los  ma- 
teriales enormes  que  bajo  su  docta  dirección 
se  acumularon  luego  á  su  alrededor  ,  el  lar- 
go número  de  años  que  consagró  á  estas  tareas, 
no  permiten  dudar  que  la  Historia  de  la  Infan- 
tería Española  hubiera  sido,  á  quedar  terminada, 
no  sólo  obra  de  arte ,  sino  también  de  copio- 
sa y  segura  erudición.  Pero  el  arte  tenía  que 
preponderar  en  ella  de  todos  modos,  por  la  na- 
turaleza misma  del  escritor.  Ni  siquiera  quiso  em- 
pedrar sus  narraciones  con  llamadas  de  notas  y 
citas ,  á  la  moderna  ,  reservando  unas  y  otras 
para  raros  casos.  Escribía  como  Tito-Livio,  Ma- 
riana y  Moneada  de  lo  que  no  vieron  ;  y  no 
cito  aquí  á  Tácito  ,  Mendoza  ó  Meló ,  porque 
estos  asistieron  á  los  hechos  ,  poniendo  mano 
á  vQCts  en  su  ejecución.  Dado  este  linaje  de 
historia ,  dificilísimo  es  llevar  más  lejos  el  mé- 
rito que  lo  llevó  Estébanez  en  los  trozos  de 
todo  punto  terminados  de  su  trabajo.  Pero  por 
más  que  me  sienta  yo  imparcial  ,  con  frecuen- 
cia temo  que  al  juzgarlo  me  acusen  de  ser  me- 
jor pariente  que  crítico  los  lectores.   Por  eso  he 


«EL   SOLITARIO»    HISTORIADOR.  167 

citado  de  continuo  ejemplos  de  lo  que  afirma- 
ba, y  tengo  para  mí  que  el  que  puse  del  Ma- 
nual del  Oficial  en  Marruecos  era  ya  suficiente  á 
demostrar  lo  que  acabo  de  decir.  No  hay  bata- 
lla mejor  narrada  en  castellano  que  la  de  Alcá- 
zar-Kebir  por  Estébanez.  Y  si  ahora  se  quiere  un 
ejemplo  más,  léase  la  siguiente  página  de  la  His- 
toria de  la  Infantería ,  en  que  describe  al  olvidado 
guerrero  almogávar  de  nuestra  Edad  Media, 
cuyo  nombre  puso  en  moda  de  allí  adelante : 

((De  estatura  aventajada  (dice),  alcanzando 
grandes  fuerzas ,  bien  conformado  de  miembros, 
sin  más  carnes  que  las  convenientes  para  trabar 
y  dar  juego  á  aquella  máquina  colosal ,  y  por 
lo  mismo  ágil  y  ligero  por  extremo,  curtido  á 
todo  trabajo  y  fatiga,  rápido  en  la  marcha,  fir- 
me en  la  pelea,  despreciador  de  la  vida  propia 
y  así  señor  despiadado  de  las  ajenas ,  confiado 
en  su  esfuerzo  personal  y  en  su  valor,  y  por  lo 
mismo  queriendo  combatir  al  enemigo  de  cerca 
y  brazo  á  brazo  para  satisfacer  más  fácilmente 
su  venganza,  complaciéndose  en  herir  y  matar, 
el  soldado  almogávar  ofrece  á  la  mente  un  tipo 
de  ferocidad  guerrera  que  hace  eclipsar  la  idea 
del  falanjista  griego  y  del  legionario  romano. 


1 68  ((EL    SOLITARIO»    Y   SU    TIEMPO. 

Su  gesto  feroz  parecía  más  horrible  con  el  cabe- 
llo copioso  y  revuelto  que  oscurecía  sus  sienes; 
los  músculos  ,  desiguales  y  túrgidos ,  se  enros- 
caban por  aquellos  brazos  y  pechos  como  si  las 
sierpes  de  Laocoonte  hubieran  querido  venir  á 
dar  más  poder  y  ferocidad  á  aquellos  atletas 
despiadados.  Su  traje  era  la  horrible  mezcla  de 
la  rusticidad  goda  y  de  la  dureza  de  los  siglos 
medios;  abarcas  envolvían  sus  pies,  y  pieles  de 
las  fieras  matadas  en  el  bosque  le  servían  de 
antiparas  en  las  piernas;  una  red  de  hierro  cu- 
briéndole la  cabeza  y  bajándole  en  forma  de 
sayo  como  las  antiguas  capellinas ,  le  prestaba 
la  defensa  que  á  la  demás  tropa  ofrecían  el  cas- 
co, la  coraza  y  las  grebas;  el  escudo  y  la  adarga 
jamás  los  usaron ,  como  si  en  su  ímpetu  san- 
griento buscasen  más  la  herida  y  muerte  del 
enemigo  que  la  defensa  propia;  no  llevaban  más 
armas  que  la  espada  ,  que ,  ó  bajaba  del  hombro 
pendiente  de  una  rústica  correa ,  ó  se  ajustaba 
al  talle  con  un  ancho  talabarte ,  y  un  chuzo  pe- 
queño, á  manera  del  que  después  usaron  los  al- 
féreces de  nuestra  infantería  en  los  tercios  del 
siglo  XVI  ;  la  mayor  parte  llevaba  en  la  mano 
dos  ó  tres  dardos  arrojadizos  ó  arconas ,  que  por 


((EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 69 

la  descripción  que  de  ellos  se  hace  se  recuerda 
al  punto  el  terrible  pilum  de  los  romanos;   ni 
los  desembrazaban  y  arrojaban  con  menor  acier- 
to ni  menos  pujanza ;  bardas ,  escudos  y  arma- 
duras, todo  lo  traspasaban,  hasta  salir  la  punta 
por  la  parte  opuesta.    En  el  zurrón  ó  esquero, 
que  llevaban  á  la  espalda,  ponían  el  pan,  único 
menester  que  necesitaban  en  sus  expediciones, 
pues  el  campo  les  prestaba  hierbas  y  agua,  si  no 
llegaban  al   término  de  ellas,  ó  en  las  ciudades 
y  reales  enemigos  encontraban   después  larga- 
mente todo  género  de  manjares.  El  río  más  cau- 
daloso lo  pasaban  á  nado.  Ni  el  rigor  de  la  es- 
carcha ó  hielo,  ni  el  ardor  del  sol  más  riguroso, 
hacían  mella  en  aquellos  cuerpos  endurecidos; 
la  jornada  más  dilatada  y  áspera  era  obra  de 
pocas  horas  para  ellos,  y  diestrísimos  en  la  lid, 
cautos  cuando   convenía  ,   silenciosos  á  veces 
para  ser  más  horribles  en  su  alarido  llegado  el 
caso,  excesivos  en  sus  saltos,  muy  ágiles  en  sus 
movimientos  ,  y  por  consiguiente  certísimos  en 
los  asaltos  é  interpresas ,  jamás  hallaron  obs- 
táculos ni  imposibilidades,   ya   marchasen,  ya 
peleasen  ó  combatiesen  ciudades  ó  castillos.  Sus 
banderas  y  estandartes  eran  los  de  Aragón  y 


1 70  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

Sicilia,  SU  grito  de  guerra  el  más  siniestramente 
elocuente  que  pudo  imaginar  la  ferocidad  del 
soldado.  Tal  grito,  azotando  el  hierro  contra  el 
hierro,  ó  contra  la  tierra,  era  decir:  Hierro,  hie- 
rro, despiértate,  y  ya  toda  misericordia  estaba  por 
demás.  Esta  fué  la  milicia  y  tales  los  soldados 
que  aparecieron  inopinadamente  en  Italia  para 
defender  los  derechos  de  la  casa  de  Aragón  á  la 
corona  de  las  Dos  Sicilias ,  llenando  primero  de 
extrañeza  y  luego  de  espanto  á  todas  aquellas 
comarcas  y  á  los  capitanes  y  tropas  que  allí 
combatían.))  ¿Hay  cosa  mejor  en  todo  Mendoza, 
ni  en  Meló?  Respondan  las  personas  de  gusto,  y 
amantes  fieles  de  la  divina  lengua  en  que  aque- 
llos insignes  historiadores  escribieron. 

No  puedo  dilatarme  en  este  punto  más,  que 
no  he  de  hacer  mi  obra  interminable.  Limitaré- 
me  á  decir  que  este  último  trabajo  de  Estéba- 
nez  pasó  por  vicisitudes  singulares.  Hacia  el  año 
de  1854,  tenía  presentados  legajos  como  para 
dos  tomos  grandes  en  el  ministerio  de  la  Gue- 
rra ,  y  pasaron  al  depósito  de  aquel  departa- 
mento, del  cual  fueron  trasladados  á  la  Secre- 
taría, donde  tengo  idea  de  que  están ,  aunque 
muy  descabalados  y  maltrechos.  Los  dichos  to- 


«EL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  I7I 

mos  contenían  sólo  la  introducción,  enderezada 
á  dar  á  conocer  la  milicia  de  ios  antiguos,  antes 
de  entrar  en  el  propio  y  peculiar  asunto  de  la 
obra.  El  resto  de  esta  lo  tenía  su  autor  en  tanta 
estima,  que  durante  los  acontecimientos  de  1854 
y  1856  húbolo  de  depositaren  casa  del  represen- 
tante de  Holanda.  Hoy  guardan  tales  borradores 
sus  hijos,  y  fuera  seguramente  útil  examinarlos, 
coordinarlos  y  dar  á  la  estampa  cuantos  en  es- 
tado de  ello  se  encuentren,  con  lo  cual  se  aumen- 
taría la  gloria  de  Estébanez,  mas  nada  perdería, 
en  verdad,  la  de  la  nación  española.  De  1856  en 
adelante  hizo  nuevas  gestiones  para  que  se  le 
continuasen  facilitando  los  auxilios  que  primiti- 
vamente había  obtenido ,  con  el  fin  de  terminar 
su  trabajo ,  invocando  para  ello  la  amistad  del 
duque  de  Valencia  ;  pero  por  el  desasosiego  y 
falta  de  estabilidad  de  las  cosas  no  logró  su  deseo 
entonces.  Luego  ya  ,  sus  desgracias  de  familia, 
el  quebrantamiento  de  su  salud ,  los  dolorosos 
avisos  que  preceden  á  la  muerte,  fueron  hacién- 
dole olvidar  lentamente  la  colosal  empresa. 

Ahora  habrá  de  perdonarme  el  lector  que  ha- 
ble algo  de  mí,  porque,  bien  mirado,  no  lo 
puedo  excusar.  Los  pocos  ó  muchos  que  se  ha- 


172  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

yan  tomado  la  pena  de  seguir  los  pasos  de  mi 
poco  fructuosa  carrera  literaria,  sin  duda  ha- 
brán reparado  que  á  los  trabajos  históricos  de 
Estébanez  han  correspondido  otros  míos  de  más 
ó  menos  extensión  ,  por  los  suyos  inspirados. 
Hora  es  de  decir  que  esto  fué  necesario  y  jus- 
tísimo tributo  pagado  á  su  superioridad  ,  y 
al  magisterio  que  en  mí  ejerció  durante  mis 
primeros  años  juveniles.  Como  él  escribí  sobre 
Marruecos,  procurando  aumentar  ,  con  ocasión 
de  nuestra  última  guerra  de  África,  las  noticias 
que  contiene  el  Manual  del  Oficial  en  Marrue- 
cos acerca  de  la  historia  de  aquel  país,  tan  poco 
conocida  en  España  anteriormente.  También  tra- 
té en  cierto  librejo  de  aquellos  fieros  almogava- 
reas que  admiró  él  tanto  con  razón,  aunque  por 
mi  parte,  en  forma  novelesca  ;  y  por  señas  que 
encabezó  mi  obra  con  un  prólogo  como  suyo,  en 
el  cual  á  un  tiempo  brillan  sus  galas  de  estilo,  su 
saber,  su  inimitable  gracejo,  y  aquella  rica  vena 
epigramática  que  no  acertaba  casi  nunca  á  refre- 
nar, ofreciéndose  allí  de  esto  curiosísima  mues- 
tra. Porque,  después  de  haberme  colmado  de 
cuantas  alabanzas  y  encomios  le  inspirara  el  cari- 
ño, concluyó  diciendo  :  ((  No  creemos  que  este 


«EL    SOLITARIO))    HISTORIADOR.  1 75 

juicio ,  dictado  con  el  propósito  más  firme  de  im- 
parcialidad y  de  justicia  ,  vaya  mucho  más  allá 
de  los  términos  de  una  sana  crítica,  hasta  trope- 
zar con  los  términos  de  la  inconsiderada  alaban- 
za. Si  alguien  se  subleva  ahora  contra  él,  sin  du- 
da que  al  concluir  la  lectura  de  La  Campana  de 
Huesca j  ó  ha  de  estar  en  cabal  acuerdo  con  nos- 
otros ,  ó  no  ha  de  hallarse  muy  distante  de  los 
nuestros  en  sus  apreciaciones  y  juicios.  Pero  aun 
en  este  último  caso  le  podríamos  dar  por  excusa 
que  cuando  es  llegado  el  trance  de  las  manipula- 
ciones y  tratamientos,  sin  excluir  la  misma  escue- 
la instigadora  de  Cristo,  nadie  trata  mal  adrede 
á  sus  propias  carnes  ^))  Con  que,  sin  querer,  vino 
á  destruir  todo  el  efecto  de  las  favorables  cosas 
que  había  dicho  hasta  allí  de  mi  novela.  Y  cito 
esto  por  ser  un  señalado  rasgo  de  su  particular 
modo  de  ser,  que  no  he  de  perdonar  medio  algu- 
no para  que  exacta  y  profundamente  se  conozca. 

I  Aunque  según  su  etimología  y  frecuente  ejemplo  de  nues- 
tros antiguos  escritores  ,  la  palabra  almogáhar  pudiera  escri- 
birse con  ¿7,  hemos  preferido  el  uso  contrario  de  escribirla  con 
V.  por  seguirse  esa  costumbre  en  las  publicaciones  últimas  que 
mencionan  esta  clase  de  milicia.  Lo  mismo  podemos  decir  usan- 
do la  voz  aharo  con  h  en  vez  de  avaros,  pueblos  que  vinieron  de 
a  Scitia.  (Nota  de  Estébanez.) 


174  <^^F'L    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

No  dejé  de  hacer  asimismo  algunos  trabajos 
sobre  puntos  que  no  había  él  tocado  todavía,  re- 
lativos á  la  milicia  española.  í\  los  primeros  dio 
motivo  el  haber  visitado  las  orillas  del  Tíber 
y  las  del  Tessino,  donde  tuvieron  lugar  dos  de 
los  más  importantes  hechos  de  armas  de  nuestra 
infantería  en  el  siglo  decimosexto  :  la  batalla  de 
Pavía  y  el  asalto  de  Roma.  Puesto  ya  en  tal  ca- 
mino, escribí,  después  de  morir  mi  erudito  maes- 
tro, una  obrilla,  algo  más  extensa  que  las  ante- 
riores, sobre  el  principio  y  fin  que  tuvo  la  supre- 
macía militar  de  los  españoles,  describiendo  por 
primera  vez  con  detenimiento  la  infausta  batalla 
deRocroy,  tan  célebre  en  los  fastos  europeos.  Por 
cierto  que  di  tiempo  ha  por  inutilizado  ü  enterra- 
do para  siempre  aquel  corto  trabajo  mío  con  la 
publicación  de  la  historia  de  ¡a  Casa  de  Conde  del 
duque  de  Aumale  ',  no  menos  distinguido  por 
armas  y  letras  que  por  su  excelso  nacimiento. 
Que  tal  suele  quedar  toda  narración  histórica ,  á 
que  otra  ú  otras  suceden  ,  pues  los  nuevos  auto- 
res sin  ningún  escrúpulo  aprovechan,  y  es  natu- 
ral ,  cuanto  inquirieron  y   recogieron  sus  prede- 

I     La  premiere  campagm  de  Conde  :  Reviie  des  Deux  Mondes, 
números  del  l.oy  15  de  Abril  de  1883. 


((EL   SOLITARIO))    HISTORIADOR.  1 75 

cesores,  juntándolo  en  uno,  y  añadiendo  el  fruto 
desús  particulares  investigaciones,  con  lo  cual  se 
logra,  á  la  larga,  descubrir  y  depurar  la  verdad 
totalmente.  En  Francia  se  llama  á  esto  último, 
tener  ó  encontrar  las  cosas  su  definitivo  histo- 
riador. Mas  no  ha  sucedido  ahora  así  en  lo  de  Ro- 
croy;  y,  como  no  sé  cuándo  volveré  á  coger  la 
pluma,  me  apresuro  á  decirlo,  aunque  declaran- 
do que  no  tanto  considero  esto  fortuna  mía, 
cuanto  desgracia  de  la  historia.  Aparte  del  mayor 
conocimiento  del  terreno  en  que  la  batalla  se  li- 
bró por  haber  tenido  á  su  disposición,  sin  duda, 
oficiales  de  estado  mayor  que  lo  estudien ,  y  tal 
cual  documento  oficial  francés ,  que  nada  esen- 
cial añade  á  los  hechos  ya  sabidos  y  expuestos, 
la  relación  de  la  batalla  de  Rocroy  por  el  duque 
de  Aumale  carece  de  valor  histórico ,  porque  su 
disculpable  amor  nacional  le  ciega  al  punto  de 
desconocer  y  negar  la  verdad  en  hechos  intere- 
santísimos y  con  toda  evidencia  demostrados. 
Al  principiar  la  obra  todavía  pensaba  su  eleva- 
do autor  que  fué  nuestro  gran  conde  de  Fuentes 
quien  dirigió  en  Rocroy  la  última  resistencia  de 
los  españoles,  siguiendo  el  generalizado  error 
de  Bossuet.  Enterado  después  de  que  se  trataba 


176  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

sólo  de  un  cierto  conde  de  Fontaine ,  y  de  que 
éste  pudo  pasar  luego  más  bien  que  por  español 
por  francés,  empéñase  en  que  él  y  no  otro  acau- 
dilló la  inaudita  defensa  del  último  escuadrón  ó 
cuerpo  español,  que  mantuvo  el  campo ,  ejecu- 
tando una  de  las  más  grandes  hazañas  de  ios 
hombres.  Y  no  sólo  tacha  con  tal  objeto  de  par- 
cial la  detallada  relación  de  Vincart,  que  ni  po- 
día mentir,  escribiendo  á  su  Rey  y  á  la  Reina  de 
Francia  á  un  tiempo,  ni  tenía  interés  ninguno  en 
ello ,  sino  que  desconoce  lo  que  claramente  re- 
sulta del  incontrovertible  testimonio  de  don 
Francisco  Dávila  Orejón  ,  en  su  Politíca  Mecánica 
y  Militar,  que  fué  uno  de  los  soldados  que  toma- 
ron parte  en  aquella  heroica  resistencia  \  Aquel 
buen  veterano,  por  fuerza  tenía  que  saber  mucho 
mejor  quién  se  hallaba  allí  y  quién  no,  que  todos 
los  franceses  que  tuvo  enfrente,  y  no  hay  que  decir 
que  el  duque  de  Aumale,  por  grande  que  su  au- 
toridad sea  en  otras  cosas.  Y  lo  que  literalmente 
dice  es  esto:  que,  después  de  haber  defendido  sus 

í  Política  mecánica  y  militar  para  Sargento  Mayor  de  ter- 
cio ^  por  el  Maestre  de  Campo  D.  Francisco  Dávila  Orejón,  etc. 
— Nueva  impresión. — Bruselas,  1684. — La  primera  edición  es 
de  Madrid ,  1669. 


((EL  SOLITARIO))    HISTORIADOR.  1 77 

propios  tercios  más  délo  que  parecía  posible  los 
Maestres  de  Campo  conde  de  Garcies  y  D.  Jorge 
de  Castelví,  que  lo  era  suyo,  con  otros  muchos  ofi- 
ciales y  soldados  (entre  ellos  el  narrador)  ,  llega- 
ron ((descompuestos  á  com.ponerse  en  aquel  pe- 
ñasco de  fortalecía,)')  que  formaba  todavía  el  tercio 
del  duque  de  Alburquerque,  que  gobernaba  á  la 
sazón  su  Sargento  Mayor  Juan  Pérez  de  Peralta. 
Preguntando  el  gran  Conde,  duque  entonces  de 
Enghien,  antes  de  embestir  con  sus  triunfan- 
tes tropas ,  quién  mandaba  allí  para  intimar  la 
rendición,  respondiósele,  que  eran  Garcies,  Cas- 
telví y  Peralta.  ¿  Dónde  andaba  el  conde  de 
Fontaine  á  aquella  hora?  Pues  de  no  figurar  en- 
tre los  fugitivos,  que  ni  siquiera  se  lo  permitía 
su  mal  estado ,  por  fuerza  estaba  muerto,  como 
Vincart  dijo  ,  y  desde  los  primeros  tiros  que  en 
la  batalla  se  cruzaron  :  lo  cual  no  amengua  su 
honor  seguramente,  pero  desvanece  del  todo  la 
leyenda  ya  secular  que  ha  corrido  á  su  nombre, 
sin  que  baste  á  restablecerla  el  duque  de  Auma- 
le,  por  principal  que  sea  su  jerarquía.  Su  idea 
de  que  Vincart  quisiera  quitarle  á  Fontaine  la 
gloria ,  por  ser  extranjero,  es  muy  extraña  á  los 
ojos  de  los  que  ,  conociendo  bien  los  libros  y 
-XII-  12 


178  «EL    SOLITARIO»    Y   SU    TIEMPO. 

documentos  españoles  de  la  época  ,  saben  que 
jamás  éstos  distinguen,  ni  muestran  preferencia 
entre  los  que  servían  al  Monarca  común,  fuese 
cual  fuese  la  parte  del  mundo  en  que  nacieran. 
Pero,  ¿y  Dávila  Orejón?  ¿Había  de  omitirle  tam- 
bién éste,  cometiendo  una  verdadera  mentira 
en  su  libro,   siendo  así  que  debían   vivir  tan- 
tísimos de  los  testigos  todavía ,  y  cuando  Fon- 
taine  ,  que  era  Maestre  de  Campo  General,  go- 
zaba de  mayor  categoría  que  los  tres  jefes  que 
nombró,   Garcies,  Castelví  y  Peralta?  Por  ser 
estos  entre  sí  iguales ,  se  dieron  á  un  tiempo  sus 
nombres  al  que  preguntó  quién  mandaba ,  que 
si  no ,  claro  está  que  se  habría  respondido  que 
allí  mandaba  sólo  Fontaine  ,  como  Maestre  de 
Campo  General.  Otros  errores  manifiestos  é  im- 
portantes contiene  esa  historia,  de  que  no  quie- 
ro hoy  hablar.  Tanto  como  á  mi  propio  interés 
ahora  ,  correspondo  á  lo  que  de  mí  aguardaba 
Estébanez  ,  y  debo  á  los  documentos  ó  consejos 
que  me  dejó  por  herencia  ,  defendiendo  á  su 
ejemplo,  y  en  la  medida  de  mis  fuerzas  ,  estas 
cosas  de  la  patria,  sin  llegar  á  la  sinrazón  nun- 
ca, pero  no  cediendo  jamás  en  lo  justo  ,  sea 
cualquiera  el  respeto  que  el  contrario  merezca. 


«EL  SOLITARIO))    HISTORIADOR.  1 79 

Creo  en  conciencia  que,  por  lo  que  hace  á  esto, 
he  llenado  hasta  aquí  sus  deseos ,  y  espero  lle- 
narlos siempre  en  lo  que  me  quede  de  vida. 

Fué  tal  la  similitud  de  mis  pensamientos  con 
ios  de  Estébanez  durante  ios  primeros  años  de 
mi  carrera ,  que  aun  sin  habernos  comunicado 
nuestras  apreciaciones  recíprocas,  en  ciertos 
asuntos  ,  lialio  ahora  ,  por  las  correspondencias 
que  acaban  de  venir  á  mi  poder,  singularísimas 
coincidencias  entre  los  dos.  Jamás  me  habló,  y 
va  de  ejemplo,  por  su  delicadeza  extrema  sin 
duda ,  en  todo  cuanto  de  cerca  ó  de  lejos  tocaba 
á  la  Iglesia  católica ,  de  las  opiniones  que  en 
Roma  había  formado  respecto  á  la  organización 
de  su  gobierno,  y  al  cardenal  Antonelii  en  espe- 
cial. Pues  su  juicio  ,  respecto  á  éste  ,  en  pocos 
días  formado,  y  que  ya  el  lector  conoce,  fué  de 
todo  punto  idéntico  al  que  formé  yo  luego  ,  en 
dos  años  de  observación  atenta ,  é  inspirada  por 
un  interés  sincerísimo  á  favor  del  Pontificado; 
como  saben  los  muchos  que  me  oyeron  hablar, 
no  todos,  naturalmente,  con  gusto  ni  aplauso, 
cuando  volví  de  Italia.  Pero  en  cosa  todavía 
mayor,  tengo  que  citar  igual  ejemplo.  A  mi  en- 
trada en  la  Real  Academia  de  la  Historia ,  quiso 


l8o  «EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

Estébanez  y  tomó  á  su  cargo  el  contestarme. 
Aun  advirtiendo,  como  debió  advertir,  que  algu- 
na de  las  ideas,  que  confidencialmente  trasmitió, 
en  cumplimiento  de  su  deber  ,  al  duque  de  Va- 
lencia, como  jefe  del  gobierno  de  su  país,  tocan- 
te á  la  organización  del  gobierno  pontificio ,  es- 
taba sobremanera  conforme  con  cierta  aprecia- 
ción grave  de  mi  discurso,  principalmente  desen- 
vuelta en  las  notas ,  no  me  dijo  sobre  ello  una 
palabra  siquiera.  Pensaba  yo  por  eso  hasta  aquí 
que  nadie  había  observado  ó  dicho  con  tanta 
verdad  y  franqueza  como  yo  el  lado  más  flaco 
que  presentaba  el  poder  temporal  la  víspera,  por 
decirlo  así,  de  su  caída.  Con  gran  gusto  veo 
ahora  que  me  precedió  en  ello  mi  ilustre  pa- 
riente. 

Lo  que,  respecto  á  la  constitución  del  poder 
pontificio,  dije  en  el  discurso,  sobre  la  domina- 
ción de  los  españoles  en  Italia  ,  con  que  fui  re- 
cibido en  aquella  Academia,  es  esto  que  sigue: 
((Sábese  que,  á  la  muerte  de  Adriano  VI,  el  pueblo 
de  Roma  seguía  furioso  á  los  Cardenales  que  iban 
al  Conclave,  gritándoles  que  no  eligiesen  Papa 
extranjero  ;  y  anunciándoles  que  si  lo  hacían, 
tomarían  de  ellos  sangrienta  venganza.  Lo  cierto 


((HL    SOLITARIO»    HISTORIADOR.  l8l 

es  que  ,  con  efecto,  el  elegido  fué  ya  italiano,  y 
desde  entonces  acá  no  ha  vuelto  á  ser  nombrado 
Papa  ninguno  que  no  lo  fuese,  cuando  poco  antes 
habían  ocupado  la  Cátedra  de  San  Pedro  tantos 
extranjeros  de  diversas  naciones,  y  aun  dos  espa- 
ñoles. Un  vivo  sentimiento  nacional,  represen- 
tado en  el  conocido  programa  átfuori  i  harhari, 
que  intentó  ya  realizar  Julio  II,  se  fué  induda- 
blemente desenvolviendo  desde  aquel  tiempo 
en  Roma.  Nadie  conceptuó  allí  desde  el  siglo  xvi 
en  adelante  á  los  franceses  ó  españoles  por  tan 
naturales  como  á  los  italianos  :  nadie  creyó 
desde  entonces  que  Rom.a  no  fuera  de  los  ro- 
manos, ó  cuando  más  de  los  italianos  solos,  á 
quienes  consideraban  siempre  como  hijos  de 
una  nación  misma. . . . »  Y  lo  que  hay  que  procurar 
es  «que  los  católicos  de  todas  las  naciones  del 
mundo  vean  en  Roma  una  segunda  patria  co- 
mún ,  se  sientan  allí  todos  con  iguales  derechos, 
y  rechacen ,  por  lo  mismo,  el  que  el  gobierno 
espiritual  esté  en  manos  de  una  nación  extranjera, 
que  es  lo  que  hace  recelar  la  absorción  de  Roma 
por  el  reino  itálico....»  Porque,  dejando  lo  de- 
más aparte,  «¿es,  ni  ha  sido  nunca  la  Roma 
italiana  tan  rica  en  hombres  de  primer  orden, 


1 82  C(EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

como  lo  ha  sido  la  Iglesia  universal  constante- 
mente ?  ¿No  hace  ahora  más  falta  que  nunca 
que  preponderen  la  inteligencia  y  el  saber  en 
Roma  ?  Si  aquella  fuera  una  sociedad  universal, 
y  no  un  círculo  municipal  como  es  ,  ¿no  sería 
dado  reunir  allí  mucha  más  suma  de  capacida- 
des y  de  luces  ?  Los  Jesuítas  ,  reclutados  entre 
todas  las  naciones  ,  ¿  no  son  ,  al  cabo  ,  los  que 
más  resplandecen  en  Roma  al  presente?  ¿  Por  qué 
los  Prelados  más  eminentes  de  la  Cristiandad  no  ha- 
hian  de  componer  del  propio  modo  la  clase  gobernan- 
te en  Roma .?))  Espero  que  la  cita  se  me  perdone, 
aun  siendo  mía,  en  atención  á  la  materia.  Com- 
parando esto  con  ciertas  palabras  señaladas,  de 
intento,  en  la  carta  que  desde  Valmontone  escri- 
bió al  duque  de  Valencia ,  se  verá  con  claridad 
que  no  hice  yo  luego  sino  desenvolver  más,  me- 
diante mi  propia  experiencia  y  observación ,  lo 
que  había  indicado  Estébanez  somera  pero  muy 
exacta  y  sagazmente. 

Mi  intervención  directa  y  eficaz  en  la  política, 
cuando  fui,  bajo  el  reinado  de  doña  Isabel  II, 
una  y  otra  vez  ministro,  coincidió  luego  con  el 
completo  retiro  de  los  negocios  y  con  la  deca- 
dencia misma  de  Estébanez  ,  que  no  llegó  á  co- 


((EL   SOLITARIO»    HISTORIADOR.  183 

nocer  ,  según  veremos  ,  la  mayor  de  nuestras 
revoluciones.  Confundida  en  gran  parte  su  vida 
y  la  míaj  durante  sus  postreros  años  de  activi- 
dad y  los  primeros  de  mi  carrera  literaria  y  pú- 
blica ,  nada  ha  habido  más  diferente  después.  Ai 
firmarse  el  tratado  deGuad-ras,  estuve  para  reñir 
con  mis  amigos  políticos  más  íntimos ,  porque 
yo  era  de  los  que  ya  querían  la  paz  á  todo  tran- 
ce ;  opúseme  luego  cuanto  pude  á  la  expedición 
de  Méjico,  por  más  que  no  me  pareciese  bien  que 
rompiésemos  sin  consideración  alguna  la  alianza 
francesa ,  que  tan  útil  nos  había  sido  por  enton- 
ces en  América  y  África  ;  miré  con  sumo  dis- 
gusto la  anexión  de  Santo  Domingo  ,  y  opiné 
siempre  que  debía  abandonarse  ,  aunque  no  sin 
dominar  antes  á  toda  costa  la  insurrección, 
porque  ,  una  vez  allí,  pensaba  y  dije  en  las  Cor- 
tes, sin  que  me  hayan  desmentido,  por  cierto, 
los  hechos,  que  el  reconocernos  incapaces  de  lu- 
char y  vencer  bajo  el  sol  de  las  Antillas,  en  aquel 
caso,  nos  obligaría  pronto  á  demostración  más 
sangrienta  y  onerosa  de  nuestro  poder,  en  Cuba. 
De  Estébanez,  en  tanto,  quédame  por  referir  un 
hecho,  para  mí  propio  desconocido  hasta  que  he 
sido  dueño  de  todos  sus  papeles,  aun  los  más  se- 


184  «EL   SOLITARIO»    Y   SU   TIEMPO. 

cretos ,  del  cual  se  infiere  que  conservó  íntegra 
hasta  lo  último  su  fe  en  que  la  salvación  de  la 
patria  estaba  en  volver  la  vista  á  empresas  exte- 
riores. A  nadie  le  sorprenderá  ,  desde  luego,  que 
se  alborotara  su  Musa,  y  remontase  el  vuelo  nue- 
vamente al  saber  la  toma  de  Tetuán,  suceso  que 
conmovió  todos  los  corazones  españoles  con 
único,  y  ya  desusado  entusiasmo.  Esta  cansada 
y  enferma  España  gozó  entonces  horas  felices, 
que  no  se  pueden  recordar  por  nadie  sin  enter- 
necimiento. La  alegría  de  Estébanez  rayó  en 
locura,  y  se  explayó  en  un  largo  romance,  que 
está  sin  limar  entre  sus  papeles.  Pero  esto  no  era 
bastante  para  él  ,  y  acordándose  naturalmente 
en  aquel  punto  y  hora  del  gran  Cardenal  Cisne- 
ros  y  su  conquista  de  Oran ,  escribió  también  el 
siguiente  soneto: 

«  Sal  del  hondo  sepulcro  ,  gran  Prelado , 
Héroe  de  Oran,  terror  del  agareno, 
Para  ver  tu  pendón  de  gloria  lleno 
En  Tetuán  por  siempre  enarbolado. 

Tu  hispano  pensamiento  abandonado 
Lo  encontró  otra  Isabel  de  altivo  seno, 
Que ,  dando  sucesor  á  Alfonso  Onceno, 
Más  jornadas  prepara  del  Salado. 

Mas  antes  de  cobrar  la  tumba  yerta, 


«EL   SOLITARIO»    HISTORIADOR.  1 85 

Bendice  al  Capitán  y  las  legiones 
Que  logran  florecer  laureles  secos ; 

Duerme,  y  sólo  de  nuevo  te  despierta 
Para  ver  los  castillos  y  leones 
En  Fez,  en  Tarundante  y  en  Marruecos.» 

Paréceme  que  no  hay  más  que  pedir,  para  los 
españoles  de  aquel  tiempo,  para  su  Reina,  ni 
para  el  insigne  jefe  del  ejército  D.  Leopoldo 
O'Donnell ,  á  quien  no  debía  por  cierto  favores, 
sino  perjuicios  de  monta  en  su  carrera,  lo  cual 
no  impidió ,  según  se  está  viendo ,  que  hasta 
bendiciones  para  él  solicitara,  por  su  gran  vic- 
toria. Pues  el  tal  soneto  lo  convirtió  el  día  des- 
pués de  la  honrosísima  paz  de  Guad-rás  ó  Te- 
tuán ,  en  este  otro  que  se  va  á  leer  : 

(íSal  del  hondo  sepulcro,  en  faz  severa  , 
Lumbre  del    claustro^  gloria  del  Estado  ; 
Sal  y  contempla  en  lágrimas  bañado 
Lo  que  es  España  y  lo  que  España  era  ^ ; 

Sal  y  contempla  su  gloriosa  esfera 
Que  tú ,  adalid,   político ,  y  prelado  , 
Supiste  al  cielo  alzar  ,  venciendo  al  hado, 
Cual  se  desquicia  en  rápida  carrera. 


í  Este  verso  parece  tomado  de  una  composición  de  otro 
autor  de  menos  valer ;  pero  como  su  formación  es  tan  natural^ 
quizá  no  lo  tuvo  presente,  ó  se  le  vino  á  las  mientes  sin  caer  en 
la  reminiscencia  en  que  incurría. 


l86  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Acaso  al  verte,  los  de  estirpe  mora 
Con  el  galo  temblaran  y  el  britano , 
Ganando  el  león  de  España  nuevos  soles ; 

Mas  no  :  vuélvete  á  hundir,  húndete  y  llora  ; 
Tu  empeño  y  7ni  anhelar  fueran  en   vano ; 
Todo  ignominia  es  ya ,  no  hay  españoles,» 

\  Ultima  y  triste  protesta  de  aquellos  altísimos 
sentimientos  de  patriotismo,  por  la  inexorable 
realidad  burlados!  Pero  en  verdad  que  se  nece- 
sitaba fe  ciega  para  creer  que  podía  España  ir  á 
Fez,  á  Tarudante  y  á  Marruecos  con  el  espec- 
táculo que  por  los  propios  días  de  la  paz  de 
Guad-ras  ofreció  al  mundo  el  más  histórico  de  los 
partidos  españoles  en  San  Carlos  de  la  Rápita. 


CAPITULO  XÍII. 

«EL  SOLITARIO»  Y  D.   BARTOLOMÉ  j.  GALLARDO. 

Sumario. — Cuál  sea  la  participación  en  el  presente  capítulo  del 
autor  de  esta  obra.  —  Los  verdaderos  autores.— Querella  de 
Estébanez  contra  Gallardo. — Historia  del  asunto  por  él  con- 
tada.—£/  Buscapié. — Carta  en  que  califica  Gallardo  El  Busca- 
pié de  falso. — Alude  á  Estébanez,  y  apodos  con  que  le  de- 
signa.— Cólera  de  Estébanez, — Confesión  con  cargos  de  Ga- 
llardo, en  que  zahiere  de  nuevo  á  Estébanez  y  á  un  cierto 
deudo  suyo  de  paso.  —  Ampliación  de  dicha  confesión.— 
Agravios  que  resultan  elogios.  — Sentencia  de  primera  ins- 
tancia contra  Gallardo. ^ — Muere  éste  en  Alcoy. — Examen  de 
las  respectivas  ofensas. — Terrible  soneto  de  Estébanez  contra 
Gallardo. — Benignidad  relativa  de  éste. — Una  falsa  aserción 
— Carácter  joco-serio  y  anticuado  de  la  contienda. 

STE  capítulo  no  se  puede  decir  que  sea 
mío ,  pues  casi  todo  él  se  compone  de 
documentos  ajenos,  que  no  he  tenido 
otra  cosa  que  hacer,  sino  perseguir,  escoger  y 
ordenar ,  acá  copiando  ,  allá  extractando  ,  con 
sólo  breves  aclaraciones.  No  por  eso  será  de  los 
menos  interesantes  de  este  libro  ,  antes  bien  de 
los  que  más  ;  que  si  el  asunto  no  es  tan  grave, 
ni  con  mucho,  cual  imaginaban  sus  verdaderos 


1 88  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

autores  ,  ostentará,  en  cambio  ,  primores  ex- 
quisitos y  galas  de  lenguaje  y  estilo  de  dos  in- 
comparables maestros  en  el  decir  ,  y  en  el  decir 
castizamente  español.  Ni  siquiera  tengo  que  ex- 
plicar por  mí  mismo  la  cuestión.  Diré  aquí  no 
más,  sino  que  dio  mucho  que  hablar  en  su  tiem- 
po entre  la  gente  de  letras,  y  que,  aun  tratándose 
de  cosa  que  exacerbó  y  amargó  por  extremo  á 
Estébanez ,  hasta  hacerlo  por  momentos  muy 
desgraciado  ,  nadie  podrá  enterarse  de  él  ahora, 
sin  que  luego  acuda  á  sus  labios ,  si  no  mal  in- 
tencionada, irresistible  sonrisa.  A  mí  propio,  que 
tomé  alguna  parte  en  el  suceso  ,  y  no  sin  indig- 
nación entonces,  me  parece  hoy  asunto  cómico, 
que  no  serio,  ó  con  razón  doloroso  para  nadie. 
Pero  basta  de  exordio,  que  acaso  el  curioso  lec- 
tor anhele  ya  que  entre  en  materia.  Estébanez 
mismo  va  á  referir  lo  ocurrido.  Tomo  sus  pala- 
bras del  borrador  de  la  querella  que  en  el  juzga- 
do de  las  Vistillas  de  Madrid  presentó  á  17  de 
junio  de  1851  ,  notoriamente  redactada  por  él, 
aunque  firmada,  como  era  natural,  por  su  procu- 
rador. Por  más  que  le  quite  la  fastidiosa  forma 
forense,  para  darle  la  de  narración,  y  algo  omita 
ó  supla,  por  innecesario  aquello,  y  esto  por  indis- 


((EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  189 

pensable ,  fácilmente  comprenderá  el  lector  que 
el  querellante  y  no  otro  es  quien  habla ,  por  lo 
apasionado  de  los  términos.  He  aquí  ya  el  caso. 
Un  ingenio  de  Cádiz  (D.  Adolfo  de  Castro) 
publicó  en  el  año  de  1848  un  opúsculo  atribuido 
á  Cervantes ,  con  el  nombre  de  Buscapié,  suceso 
literario  que  había  dado  y  aún  daba  lugar ,  al 
tiempo  de  la  querella,  á  cuestiones  literarias  en- 
tre todas  las  personas  aficionadas  á  esta  clase 
de  estudio.  Algunos  opinaban  por  que  el  opúsculo 
era  verdaderamente  de  Cervantes ,  y  otros  juz- 
gaban que  era  fruto  de  algún  estudioso  del  habla 
castellana,  y  consagrado,  sobre  todo,  á  imitar, 
y  con  feliz  éxito ,  las  gracias  y  el  estilo  de  aquel 
inmortal  ingenio,  atribuyéndoselo  á  D.  Adolfo 
de  Castro,  sujeto  dado  á  conocer  ventajosamen- 
te de  antemano  en  la  república  de  las  letras, 
á  pesar  de  su  entonces  temprana  edad.  Sobre 
este  acontecimiento  literario  se  escribieron  va- 
rias epístolas  á  D.  Bartolomé  José  Gallardo,  res- 
pondiendo lo  que  sobre  el  caso  le  sugería  su 
inteligencia  en  la  materia ,  y  más  que  todo  su 
malignidad,  que  encontraba  en  esto  accidente 
para  cebarse  en  la  reputación,  no  sólo  literaria, 
sino  también  moral,  de  varias  personas.  Una  de 


190  «EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

ellas  fué  Estébanez,  que,  ajeno  de  todo  punto 
á  la  cuestión  que  se  ventilaba,  y  consagrado  ex- 
clusivamente á  otras  tareas,  no  podía  sospechar 
que  le  escogiese  Gallardo  para  blanco  de  su 
mordacidad  y  de  sus  injurias.  En  una  carta,  pues, 
que  en  contestación  á  otra  escribió  á  D.  Domin- 
go Delmonte,  su  fecha  en  la  Alberquilla  (  casa 
de  campo,  próxima  á  Toledo)  en  30  de  Febrero 
de  1848,  atribuyó  Gallardo  á  Estébanez  Isl  fecho- 
ría, como  él  la  llamaba,  de  la  suposición  del 
Buscapié;  y  esto  (entiéndase  que  es  el  propio 
agraviado  quien  habla),  con  las  palabras  más  des- 
compuestas y  la  intención  más  torcida. 

Asentando  tales  suposiciones  en  su  carta,  Ga- 
llardo faltaba  siempre  á  los  fueros  de  la  justicia 
y  á  los  términos  de  la  buena  correspondencia 
(según  Estébanez),  porque  él  siempre  había  to- 
mado la  voz  y  causa  del  agresor,  ya  para  de- 
fenderle en  las  reyertas  literarias  en  que  se  había 
mezclado,  ya  para  explicar  y  disminuir  las  gra- 
ves imputaciones  que  se  le  habían  hecho  y  ha- 
cían. Pero  si  estas  razones  no  eran  parte  para 
que  excusase  Gallardo  los  apodos  con  que  señaló 
á  Estébanez ,  ni  para  omitir  la  calificación  de 
fautor  de  suposiciones  y  falsedades ,  con  que  le 


«EL   SOLITARIO»    Y   GALLARDO.  I9I 

acusó  en  el  caso  citado,  todavía  tales  injurias 
quedaban  hasta  cierto  punto  en  el  secreto  de  la 
correspondencia  particular,  sin  ofrecer  gran- 
de escándalo  ;  diciéndose  sólo  hasta  cierto  pun- 
to, porque  como  siempre  había  sido  el  objeto 
del  Gallardo  zaherir  sin  piedad  alguna,  tuvo 
buen  cuidado  de  derramar  copias  de  la  citada 
carta  entre  varias  personas  de  dentro  y  fuera  de 
la  corte.  Pero  no  contento  del  alcance  y  de  la 
malignidad  de  aquellas  injurias  (siempre  habla 
el  querellante),  las  llevó  «hasta  el  último  punto 
del  escándalo,  por  medio  de  la  imprenta.» 

Y  lo  peor  fué  luego  ,  que  ,  ofendido  don 
Adolfo  de  Castro  del  desenfado  injurioso  con 
que  el  D.  Bartolomé  lo  traía  en  lenguas,  des- 
acreditándolo literariamente ,  y  con  el  fin  tam- 
bién de  corregir  ciertos  deslices  y  errores  en 
que  había  éste  incurrido  en  sus  obras ,  tratán- 
dose de  puntos  en  que  él  se  tenía  y  daba  por 
autoridad  infahble  ,  publicó  en  el  periódico  ti- 
tulado La  Ilustración  unas  cartas  con  el  seudó- 
nimo de  Lupián  Zapata,  en  las  que  debatía  con 
su  antagonista  tales  cuestiones  literarias.  Ga- 
llardo, en  vez  de  entrar  en  lid  con  Castro,  con 
más  ó  menos  chiste,  con  más  ó  menos  destreza, 


192  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

y  con  muchos  ó  pocos  fundamentos  ó  docu 
mentos  históricos  y  Hterarios,  se  desentendió  de 
la  dificultad,  y  hacinando  (decía  Estébanez)  ((es- 
pecies inconexas,  copiándose  así  propio,  que 
era  la  abundancia  de  su  esterilidad,  y  multipli- 
cando injurias  y  dicterios  contra  toda  clase  de 
personas,  con  los  que  militaban  ó  no  milita- 
ban en  la  prensa,  con  los  vivos  y  con  los  difun- 
tos ,  y  con  personas  venerables  por  su  edad, 
sus  altos  servicios  y  elevada  posición,»  fraguó 
entonces  un  folleto  incalificable ,  que  circuló  pro- 
fusamente por  Madrid,  con  el  título  siguien- 
te :  Zapatazo  á  Zapatilla,  y  á  su  falso  Buscapié  un 
puntillado. 

En  dicho  folleto,  y  su  página  14,  línea  quin- 
ta, fué  donde  dirigió  la  primer  injuria  á  Estéba- 
nez ,  denominándolo  y  señalándolo,  en  el  con- 
cepto de  éste  ,  (( con  apodos  y  remoquetes  de 
mala  especie.»  Las  frases  eran  las  que  siguen: 
((Otro  también,  gran  sage  en  lo  del  leer  de  allá 
para  acá ,  que  á  él  le  llaman  por  chunga  el  Al- 
jami  Malagón  Farfalla.yy  Y  dialogando  luego,  en 
su  carta,  con  Delmonte  ,  á  quien  iba  dirigida, 
añadió  :  ((Pero  si  de  Cervantes  no,  ¿de  quién 
será? — Si  yo  no  soy  mal  zahori  de  pensamien- 


«EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  1 93 

tos,  en  SUS  medias  palabras  de  V.  le  deletreo  el 
de  colgarle  ese  perendengue  al  Aljamí  Malagón 
Farfalla.  ¿Adivino  justo?  Si  ese  tal  es  el  que  ha 
querido  V.  señalar  con  el  dedo,  no  andí  errado 
á  mi  ver  de  todo  en  todo,  porque  le  tengo  por 
muy  abonado  para  esa  tal  fechoría,  Pero  ha  ha- 
bido otro  que  le  ha  tomado  la  delantera.»  A  la 
penetración  del  tribunal  (decía  ya  sin  quitar  ni 
poner  nuestro  Estébanez )  se  le  alcanzará  muy 
bien  «que  la  perversidad  no  queda  satisfecha  si 
no  puede  gozarse  después  de  su  obra  con  el  sar- 
casmo y  la  ironía ,  dejándose  campo  para  huir 
el  cuerpo  y  evitar  la  responsabilidad.  La  mal- 
dad descubierta  tiene  cierta  nobleza  que  no  cua- 
dra muy  bien  á  la  condición  de  ciertos  hom- 
bres. D.  Bartolomé  José  Gallardo  no  nombra 
al  que  ofende ,  acaso  para  procurarse  después 
el  placer  y  el  gozo  de  herir,  dañar,  morder 
y  afrentar  sin  responsabilidad  alguna,  ni  en  su 
persona  directamente  por  ser  un  anciano,  ni  en 
su  condición  ni  intereses  por  haberse  frustra- 
do de  antemano  con  destreza  la  acción  y  los 
efectos  de  la  ley.  Sin  embargo,  su  impaciencia 
porque  la  injuria  fuese  más  vehemente  siendo 
más  patente,  y  su  deseo  de  fijar  los  tiros  y  que 
-  xn  -  13 


194  «EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

la  opinión  pública  no  vacilase  en  señalar,  distin- 
guir y  apuntar  con  el  dedo  á  la  persona  que  se 
propuso  afrentar,  le  ha  hecho  y  provocado  á 
Gallardo  á  descomponerse  de  su  guardia,  á  sa- 
lirse de  su  derecho  y  á  descubrirse  de  su  repa- 
ro, ofreciéndose  á  todo  el  efecto  y  severidad  de 
las  leyes.  Porque  en  muchos  de  los  ejemplares 
que  ha  distribuido  entre  los  que  él  considera  co- 
mo secuaces  suyos,  y  que  en  su  vanidad  pueril 
juzga  han  de  recibir  su  producción  con  palmas 
de  alborozo  y  éxtasis  de  pasmo,  ha  señalado  al 
margen  de  los  pasajes  respectivos  los  nombres 
de  las  personas  á  quienes  ha  querido  afrentar, 
fijándolos  y  escribiéndolos  con  su  propio  puño 
y  letra,  lo  más  atildadamente  posible,  que  si  no 
deja  lugar  á  que  se  dude  de  la  persona  afrenta- 
da, queda  también  de  la  manera  más  cierta  y 
verídica  quién  es  el  autor  del  folleto ,  y  la  in- 
tención que  ha  llevado  en  sus  alusiones  y  apo- 
dos. Uno  de  estos  ejemplares  ha  sido  puesto  en 
manos  del  ofendido  por  una  persona  que  mira 
con  enojo  el  que  así  se  abuse  de  la  imprenta ,  y 
vendrá  á  los  autos  en  tiempo  oportuno  para 
que  produzca  los  efectos  que  marcan  las  leyes.» 
Pero  no  contento  el  D.  Bartolomé  José  Ga- 


C(EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  1 95 

llardo  ( continuaba  el  querellante  aún )  con  las 
injurias  estampadas  en  dicho  papel  ,  todavía  se 
manifestó  resuelto  á  proseguir  en  el  mismo  cami- 
no, sin  duda  el  más  agradable  para  él.   «Fué  el 
caso  (dijo),  que  dirigiéndose  por  la  calle  de  Hor- 
taleza  un  martes,  á  las  diez  de  la  m.añana ,  acom- 
pañado de  D.  Fernando  Azancot  y  de  D.  Francisco 
Simonet,  hubo  de  encontrarse  con  el  D.  Bartolo- 
mé José  Gallardo,  que  venía  de  vuelta  encontra- 
da. Como  no  podía  excusarse  al  encuentro  y  re- 
conocimiento ,   le  mostró  el  ofendido  su  senti- 
miento comedidamente  por  su   mala  acción  y 
correspondencia,  y  que  por  lo  mismo  iba  á  acu- 
dir á  las  autoridades  y  tribunales  para  que  hi- 
ciesen justicia ;  y  el  D.  Bartolomé  José  Gallar- 
do, en  lugar  de  excusarse,  de  atenuar  su  falta, 
ó  de  prometer  reparación  del  daño  inferido ,  se 
afirmó  procazmente   en  sus  injurias,  añadiendo 
con  insolencia,  que  no  podía  concebirse  habien- 
do leyes  y  tribunales,  que  él  sería  siempre  el 
perdidoso ,  porque  peor  sería   la  descalabradura 
que  el  araña{0  ,  y  mucho  peor  el  golpe  y  la  herida 
que  la  descalabradura. y)   En   vista   de  todo  ello, 
Estébanez   dejaba   á  la  justificación    del  tribu- 
nal, que  apreciara  todos  los  hechos  relatados; 


196  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

pero  con  hombres  (añadía)  como  el  Gallardo, 
(cno  se  puede  esperar  agradecimiento  por  el 
perdón  de  una  injuria ,  ni  reconciliación  por  la 
generosidad  que  se  le  dispense.  Todo  esto  para 
él  son  señales  de  debilidad,  que  lo  envalentonan 
y  multiplican  su  insolencia.  Sólo  la  acción  salu- 
dable  de  los  tribunales  y  la  severidad  de  las  le- 
yes pueden,  si  no  enmendarlo,  ajustarlo,  siquiera 
sólo  sea  ostensiblemente  y  por  fuerza,  á  las  con- 
sideraciones y  respetos  de  la  vida  civil.»  Cono- 
cido así  lo  más  esencial  del  texto  de  la  querella, 
supongo  que  el  lector  me  dará  la  razón ,  convi- 
niendo en  que  era  mejor  extractar  ó  copiar  esto, 
que  referirlo  por  mi  sola  cuenta. 

No  hay  para  qué  entrar  ahora  en  todos  los 
detalles  de  la  causa  ,  que  originalmente  conoz- 
co y  he  compulsado.  El  procedimiento  que  se 
siguió  fué  el  ordinario  y  bien  conocido,  que  has- 
ta hace  poquísimo  tiempo  ha  estado  en  uso  en 
España.  Lo  que  el  lector  querrá  conocer  es 
la  sustancia  de  la  contestación  y  defensa  de  Ga- 
llardo,  en  toda  su  esencia  y  valor;  y  eso  está 
contenido  en  la  confesión  con  cargos ,  dada  á  luz 
ya,  en  el  número  2  de  El  Ateneo,  periódico  litera- 
rio que  se  publicó  en  Sevilla  en  1874.   Entre- 


C(EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  1 97 

góse  en  su  parte  interesante  á  la  imprenta,  por 
un  borrador  autógrafo  de  Gallardo,  que  poseyó 
el  general  Fernández  de  San  Román  ,  y  donó  al 
conocido  literato  sevillano  D.  José  María  de 
Álava.  Ahora  tengo  yo  á  la  vista  el  proceso 
original ,  mas  no  tomaré  de  él  sino  lo  absoluta- 
mente indispensable,  para  no  dilatar  fuera  de 
medida  este  punto.  La  tal  confesión  con  cargos 
es,  como  de  Gallardo,  donosísima,  y  en  ella  hay 
dardos  que,  contra  su  voluntad,  son  alabanzas 
para  Estébanez,  y  palabras  contra  mí  también, 
que ,  en  vez  de  agraviarme  hoy ,  me  suenan  á 
exageradamente  lisonjeras.  Gallardo  se  explicó 
del  modo  que  sigue  : 

((Según  fuero  y  estilo  corriente  en  la  república 
de  las  letras  (  decía  ) ,  que  habiendo  de  nom- 
brar ocasionalmente  al  escritor  Estébanez  Cal- 
derón ,  le  nombró ,  no  por  su  nombre  propio  y 
vulgar,  sino  por  un  nombre  perifrástico  y  festi- 
vo ,  Aljami  Malagón  Farfalla  ,  apelativos  todos 
inocentes,  como  lo  demostraría  el  análisis  gra- 
matical y  etimológico  de  cada  uno,  á  saber: 
Aljami  era  nombre  alusivo  á  la  pericia  de  Esté- 
banez en  la  lengua  moruna,  perito,  además, 
como  se  preciaba  D.  Serafín  de  serlo,  en  la  cas- 


198  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

tellana ;  la  cual  rajaba  y  cortaba  como  era  de  ver 
por  sus  escritos ,  y  ,  señaladamente  de  los  joco- 
sos ,  por  las  Escenas  Andahí^as,  que  publicara  en 
los  pasados  años.  Moro  aljamiado  se  llamaba  en 
tiempo  de  moros  al  que  era  ladino  en  la  lengua 
mora  y  en  la  cristiana,  como  decían  entonces.  Por 
cierto,  añadió  Gallardo ,  que  su  afición  al  árabe 
se  la  debía  Calderón  al  confesante ,  á  quien  ha- 
biendo (había  más  de  veinte  años)  enviado  en 
borrador,  desde  Málaga  á  Sevilla,  donde  este  úl- 
timo residía ,  su  Poema  al  jnar ,  para  que  sobre 
su  mérito  ó  demérito  le  dijese  lo  que  entendía, 
viendo  rutilar  allí  ciertos  destellos  de  pompa 
oriental  ,  le  aconsejó  que ,  para  desarrollar  por 
este  gusto  más  su  ingenio ,  se  aplicase  al  estu- 
dio del  árabe:  consejo  que  siguió  luego  dócil  el 
joven  entonces  D.  Serafín.  MaJagón  se  le  llama- 
ba propiamente  por  dos  razones :  la  primera  por 
ser  Calderón  natural  de  Málaga.  Y  aunque  por 
esta  razón  se  le  pudiera  llamar  simplemente  Ma- 
lagueño ,  se  le  llamó  en  forma  aumentativa  más 
apropiadamente  Malagón^  por  ser  aquella  señoría 
ilustrísima  persona  granada,  gruesa  y  rebolluda: 
fortuna  que  debían  agradecer  los  hombres  á 
quienes  el  cielo  hizo  tales  ;  porque  el  ser  así 


((EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  I99 

personudo  y  de  gran  coramvohis  debía  de  dar 
autoridad  á  los  sujetos ;  y  así  es  que  el  príncipe 
de  la  elocuencia  romana  en  sus  célebres  arengas, 
para    engrandecer  á  los  senadores,  ante  quienes 
oraba,  los  llamaba  amplissimos  judices .  Por  esta 
primera  y  potísima  razón,  el  confesante,  que  se 
preciaba  de  castizo  lengüista,  usó  en  este  caso 
del  aumentativo  con  preferencia  al  positivo.  Se- 
gunda razón  :  llamaba  Gallardo  á  Estébanez  Cal- 
derón con  el  aumentativo,  como  escritorazo  que 
era  de  Málaga  ,  para  distinguirle  de  otro  escri- 
torcillo  malagueño  principiante,  llamado  Cáno- 
vas, sobrino  de  D.  Serafín,  ¡que  iba  á  ser  otro 
tío!!  Y  como  era  m.uy  factible  que  el  confesante, 
tiempo  andando,  tuviese  que  nombrar  de  molde 
juntos  al  tío  y  al  sobrino,  para  proceder  con  la 
debida  distinción  ,  jugando  del  vocablo  propia 
y  debidamente  ,  al  uno  llamaba   Malagiiilla  y 
al  otro  Malagón. y)  Por  fin  :  el  epíteto  Farfalla  te- 
nía ,  según  Gallardo,  esta  etimología  :  El  voca- 
blo, de  origen  latino,  compuesto  del  infinitivo 
fari,  áQfar-faris,  que  significa  hablado,  de  alia, 
terminación  plural  de  alius  (otras  cosas) ;  y  de  es- 
tas dos  voces  juntas,  alteradas  en  pronunciación 
y  escritura,  conforme  al  genio  de  la  lengua  cas- 


200  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

tellana,  duplicado  t\  fari  (hablar,  hablar),  resul- 
taba el  nombre  Far....  far....  alia,  y  Farfalla, 
convertida ,  según  regla  de  ortopeya ,  la  termi- 
nación lia  con  ella  :  de  que  pudiera  el  confesante 
producir  multitud  de  ejemplos  de  nuestro  vo- 
cabulario, si  el  tribunal  ante  quien  tenía  la  hon- 
ra de  confesar  fuese  la  Academia  de  la  Lengua 
Castellana. 

Hasta  aquí  en  el  proceso  original  la  dicha 
confesión  con  cargos;  pero  en  el  escrito  publi- 
cado por  El  Ateneo  de  Sevilla ,  que  era  un  bo- 
rrador ,  se  lee  esto  más  :  (( Que  ese  apodo  (  el  de 
Farfalla)  aludía  á  la  vena  versátil  y  prosaica 
de  Calderón  ,  quien  ,  siempre  fecundo ,  fácil  y 
aun  facilitón  ,  era  una  especie  de  Fa-presto ,  un 
Vaniscopio  viviente,  que,  en  vaciando  la  cornu- 
copia de  su  ingenio  exuberante ,  que  hablase  ó 
que  escribiese,  en  verso  ú  en  prosa,  asombraba 
en  la  variedad  de  sus  producciones  ,  en  todos 
géneros  y  estilos,  anónimas,  seudónimas  y  autó- 
nimas....  El  Solitario,.,,  Las  Escenas  Andalu:(as.}y 
Sea  por  lo  que  quiera ,  no  consta  el  antecedente 
párrafo  en  el  proceso  original. 

Mucho  menos  burlón  que  en  todo  eso  estuvo 
Gallardo  en  la  ampliación  ,  hasta  ahora  inédita, 


((EL   SOLITARIO»    Y   GALLARDO.  20I 

que  se  le  exigiera  de  su  confesión  con  cargos. 
Aunque  el  temor  de  la  justicia  le  hiciera  mirarse 
mucho  ya  en  lo  que  decía,  que  no  tocara  mera- 
mente al  mérito  literario  de  Estébanez,   como 
quiera  que  en  esto  último  no  entienden,  ni  esto  lo 
amparan  los  tribunales ,  pudo  bien  ensañarse ,  y 
aun  cobrarse  allí  de  lo  que  á  su  juicio  tuviera  que 
rebajar  demás  en  aquellas  otras  imputaciones  y 
frases  que  estaban  entre  las  garras  del  Código 
penal.  No  hizo  eso,  ni  mucho  menos;  antes  bien 
declaró:  Que  lo  de  que  amadrigaba  Estébanez  al 
loquillo  cadiceño,  quería  sólo  decir  que  le  trataba 
y  celebraba  su  travesura  literaria ;  que  la  expre- 
sión gran  sage,  en  lo  de  leer  de  acá  para  allá,  lejos 
de  envolver  injuria,  era  una  perífrasis  galana  y 
festiva  para  significar  que  aquel  á  quien  llama- 
ba él  Aljami ,  era  perito  ó  muy  entendido  en  la 
lengua  árabe,  que  se  escribe  al  revés  y  se  lee  de 
derecha  á  izquierda,  por  lo  cual,  lejos  de   ofen- 
der al  querellante,  le  había  honrado,  dándole  á 
conocer  como  sabio  en  la  lengua  árabe ,  á  los 
que  no  le  conociesen,  por  el  tal  seudónimo  festi- 
vo; quehabía  aludidoenlo  de  El  Buscapié,  tan  sólo 
al  talento  y  pericia  del  querellante  en  el  estilo  cer- 
vantesco, sin  querer  decir  que  tuviese  la  torcida 


202  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

intención  de  engañar  al  público  ^  pueslejosdeeso, 
pudo  hacerse  un  gran  servicio  alas  letras,  decla- 
rando después  que  el  tal  Buscapié  no  era  de  Cervan- 
tes, para  desengañar  á  los  ilusos  que  aun  creían 
que  este  ingenio  dejó  escrito  su  Buscapié;  que 
tal  idea,  que  el  propio  confesante  había  conce- 
bido y  también  pudo  concebirla  Estébanez,  lejos 
de  ser  reprochable  ,  habría  sido  tan  honrosa, 
cuanto  que  él  estaba  pesaroso  de  no  haberla  lie 
vado  á  cabo;  que,  en  suma,  estaba  el  querellan- 
te empeñado  en  ofenderse  á  sí  mismo,  «dando 
tormento  á  palabras  inocentes  para  hacerlas  des- 
tilar ofensas  que  nunca  producirían  ,  porque  ni 
ellas  eran  ofensivas,  ni  en  la  mente  de  su  autor 
estuvo  el  que  lo  fueran.»  Tales  fueron  sus  de- 
finitivas disculpas  y  atenuaciones. 

Y  no  mintió  ciertamente  aquel  crítico  cruel,  en 
el  primero  de  los  documentos  extractados  ,  al 
decir  de  mí  que  era  un  principiante,  pues  que  to- 
davía cursaba  las  aulas  de  jurisprudencia  ;  no  en 
que  fuese  un  escritorcillo,  cosa  bien  propia  de  mis 
años,  y  menos  cuando  le  servía  eso  de  término  de 
comparación  para  apellidar  escritorazo  á  El  Soli- 
tario. En  lo  que  desgraciadamente  se  equivocó, 
fué  en  que  yo  anduviera  en  camino  de  ser  otro  él, 


((EL    SOLITARIO»    Y   GALLARDO.  2O3 

lisonja  involuntaria  que  nunca  le  agradeceré  bas- 
tante ,  por  lo  mismo  que  hoy  no  está  ,  ni  mucho 
menos,  confirmada  su  predicción.  Tuvo,  de  otra 
parte,  justo  motivo  el  implacable  satírico  para 
hacerme  participar  de  su  cólera  por  un  artículo 
que  publiqué  entonces  en  La  Ilustración^  defen- 
diendo ostensiblemente  á  D-  Adolfo  de  Castro 
por  ser  amigo  mío ;  pero  no  sin  que  el  agravio 
de  Estébanez  moviese  ante  todo  mi  inexperta 
pluma.  Debióle  doler  al  viejo ,  y  aunque  hoy 
confiese  yo  contrito  que  le  traté  sin  el  respeto 
que  su  saber  y  sus  canas  merecían  ,  no  dejó  de 
lisonjearme  algo  por  aquel  tiempo  el  mucho  caso 
que  hizo  de  mi  apasionada  crítica.  Verdadera- 
mente mi  proceder  con  él  merecía  también  ex- 
cusas, porque  ,  no  sólo  había  atacado  burlona- 
mente  en  sus  últimos  folletos ,  sin  ton  ni  son  ,  á 
Estébanez,  sino  también  ,  y  sin  venir  tampoco  á 
cuento  ,  á  D.  Manuel  José  Qjjintana ,  persona 
á  quien  respetaba  y  trataba  yo  como  á  pontí- 
fice, ó  cuando  menos  patriarca  de  la  poesía,  y  al 
cual  debí  estímulo  y  consejos  en  mis  estudios;  ya 
designándole  con  el  apodo  de  Panduntur,  ya  ca- 
lificándolo por  mofa  de  autorazo  de  gran  tumbo 
y  retumbo,  para  venir  á  parar  en  que  parecía 


204  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

suyo,  por  lo  enorme  ,  alguno  de  los  disparates 
que  á  Castro  atribuía.  Sobraba  con  eso,  en  el  ar- 
dor de  mis  años  juveniles,  para  que  yo  saliese  de 
campeón  á  la  palestra,  y  ,  con  efecto  ,  en  La  Ilus- 
tración del  14  de  Junio  de  1851  publiqué  un 
atrevido  artículo  contra  Gallardo,  que  denomi- 
né: Cuatro  palabras  sobre  el  folleto  titulado  aZapa- 
ta;(o  á  Zapatilla ^y)  escritas  en  defensa  de  un  amigo 
ausente  ,  y  en  desagravio  de  las  letras ,  mientras  lle- 
gan otras  más  autori:(adas .  Tal  fué  la  ocasión  que 
el  iracundo  anciano  tuvo  para  emprenderla  tam- 
bién conmigo,  y  nunca  le  acompañó  quizá  tanto 
la  razón,  que  al  fin  había  sido  agresor  él  toda  la 
vida ,  y  en  aquel  caso  era  el  agredido,  y  por  un 
jovenzuelo,  cuyo  nombre  leía,  acaso,  por  prime-  j| 
ra  vez.  Cosa  esta  enojosa,  á  la  verdad,  para  aquel 
hombre  que,  comenzando  por  su  ctuqI  Apología  de 
los  palos  dados  al  Excmo.  Sr.  D.  Lorenzo  Calvo  por 
el  teniente  coronel  D.  Joaquín  de  Osma;  continuando 
por  su  Carta  blanca  y  su  Vida,  virtudes  y  milagros 
del  Pobrecito  Holgarán  ó  sea  Miñano ,  su  diatriba 
contra  Burgos,  en  el  libelo  intitulado  Las  letras, 
letras  de  cambio ,  y  sus  injurias  á  los  Gaceteros  de 
Bayona;  concluyendo,  en  fin,  para  no  hacer  esto 
interminable  ,  por  sus  dos  furibundos  folletos 


«EL    SOLITARIO»    Y   GALLARDO.  205 

contra  Castro  ,  enderezado  el  primero  á  El  Busca- 
pié  ^  directamente ,  y  el  segundo  ,  ó  sea  Zapatazo 
a  Zapatilla,  á  la  sola  persona  que  lo  había  dado 
á  luz ,  y  sus  amigos ,  casi  por  único  empleo  tuvo, 
en  su  larga  vida ,  el  difamar  á  los  contemporá- 
neos. Porque  lo  primero  que  él  requería  en  sus 
víctimas,  era  que  fuesen  hombres  de  gran  repu- 
tación ,  como  los  citados  ya ,  ó  Lista  ,  Reinoso, 
Hermosilla,  Bretón  de  los  Herreros  ,  Martínez  de 
la  Rosa  y  Duran  ,  de  quien  llegó  en  particular 
á  decir  é  imprimir  burlas  groserísimas.  Y  para 
mí  lo  que  más  le  debió  pesar  de  mi  artículo  fué 
que  no  tuviese  yo  aún  pellejo  ,  ó  sea  reputación 
bastante,  que  arrancarme  en  castigo  á  pedazos; 
en  lo  cual  tenía  tanta  razón,  que,  según  he  indi- 
cado antes ,  no  sabría  yo  hoy  mismo  con  qué 
pagarle  su  pretendido  agravio  ;  y  ¡ojalá  que  lo 
que  me  dijo  se  hubiera  cumplido !  Harto  más 
satisfecho ,  en  tal  caso ,  estaría  ,  que  esté  de  mí 
mismo. 


1  He  aquí  los  títulos  enteros  de  estas  dos  últimas  obrillas, 
que  tanto  se  citan  en  el  presente  capítulo.  El  de  la  primera  era 
«£/  Buscapié,  Rasgos  volantes ,  escritos  á  varios  de  mis  amigos, 
sobre  e!  que  ha  publicado  como  de  Cervantes  D.  Adolfo  de  Cas- 
tro.» El  del  segundo  decía  así  :  nZapafa:^o  á  Zapatilla,  y  á  su 
faho  Buscapié  un punt iliaco.  i> 


206  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Probó,  en  el  ínterin,  Estébanez  que  á  él  y  no 
otro  iban  enderezados  los  epítetos  de  Aljami  Ma- 
¡agón  Farfalla ,  por  ciertas  palabras  escritas  con 
lápiz  y  de  la  propia  letra  del  autor  en  muchos  de 
los  ejemplares  de  Zapata:(0  á  Zapatilla ,  que ,  al 
margen  de  la  página  en  que  los  tales  epítetos  se 
encuentran  ,  decían :  ((Este  es  Serafín  Calderón.» 
Además  se  demostró  esto  por  las  declaraciones 
contestes  del  sabio  y  malogrado  D.  Tomás  Mu- 
ñoz, y  del  propio  amigo  de  Gallardo  D.  Domin- 
go Delmonte,  literato  cubano,  que  sospechó,  ai 
parecer,  que  fuera  Estébanez  el  verdadero  inven- 
tor de  El  Buscapié,  dando  origen  á  la  contienda. 
Otras  declaraciones  mediaron  de  personas  muy 
conocidas,  mas  de  que  no  hay  porqué  hacer 
aquí  mención.  En  cuanto  á  Gallardo,  resulta  del 
proceso  que  se  negó  á  asistir  al  juicio  de  conci- 
liación, y  aun  á  responder  al  principio  á  la  que- 
rella ;  pero  no  por  eso  dejó  de  seguir  ella  natu- 
ralmente todos  sus  trámites.  Tuvo,  pues,  que 
mostrarse  parte  al  cabo ,  y ,  finalizada  en  pri- 
mera instancia  la  causa  en  el  juzgado  de  las  Vis- 
tillas de  esta  corte  ,  recayó  sentencia  á  25  de 
Agosto  de  1852,  por  la  cual  declaró  el  juez  que 
debía  de  condenarle,  j'  condenaba  á  D,  Bartolomé 


«EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  2O7 

José  Gallardo  á  sufrir  diei  y  ocho  meses  de  destierro 
á  distancia  de  die:(  leguas  de  esta  corte  ,  con  prohi- 
bición de  entrar  en  ella  durante  el  tiempo  de  la 
condena;  al  pago  de  todas  las  costas  y  gastos  del 
juicio ;  y  no  haciéndolo  de  estos  ,  á  un  día  de 
prisión  correccional  por  cada  medio  duro  que 
importasen  ,  sin  que  pudiera  exceder  de  dos 
años.»  De  tal  sentencia  apelaron  ambos  liti- 
gantes, pareciéndole  injusta  al  uno  por  carta  de 
más,  y  al  otro  por  carta  de  menos.  Pero  Gallar- 
do no  esperó  en  este  mundo  á  que  definitiva- 
mente se  acabara  la  causa.  A  muy  poco  de  dic- 
tar sentencia,  fué  advertido  en  forma  el  juez  de 
que  el  15  de  Setiembre  inmediato  ,  es  decir,  diez 
y  seis  días  después  de  firmarla ,  había  sido  en- 
terrado ,  en  el  cementerio  de  la  ciudad  de  Al- 
coy,  parroquia  de  Santa  María,  Gallardo,  que 
tenía  á  la  sazón  setenta  y  cinco  años ,  muerto  de 
resultas  de  un  ataque  cerebral  ;  con  lo  que  no 
hubo  que  hablar  más.  Sin  duda  había  ido  el  in- 
cansable filólogo  tras  de  algún  raro  libro  caste- 
llano á  Alcoy,  y  allí,  como  en  su  campo  del  ho- 
nor, le  sorprendió  la  muerte. 

No  es  posible  que  deje  este  asunto  de  la  ma- 
no, sin  ofrecer  mayores  datos  al  lector,  para  que 


2o8  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

se  dé  mejor  cuenta  del  desusado  furor,  y  la  sa- 
ña inaudita  que  mostró  en  aquel  caso  Estébanez, 
poniendo  á  su  vista,  además,  los  materiales  que 
necesita  para  decidir  en  qué  tenían  y  en  qué  no 
razón  los  dos  antiguos  amigos,  durante  su  diver- 
tida contienda.  Dije  en  uno  de  los  primeros  capí- 
tulos que  cuando  tratase  de  esto  extractaría  de  la 
correspondencia  de  Estébanez  y  Gayangos  cier- 
tas frases  con  que  haría  patente  la  sinceridad  del 
afecto  que  llegó  el  primero  á  profesar  á  Gallardo: 
hora  es  de  cumplir  aquel  ofrecimiento.  Desde  Vi- 
toria, con  fecha  20  de  Diciembre  de  18355  le  es- 
cribía á  Gayangos  Estébanez :  ce  Dime  si  Gallardo 
está  en  Madrid  todavía,  é  indícame  su  casa,  pues 
quiero  escribirle.»  Y  en  3  de  Enero  siguiente  le 
añadió  :  a  Habíame  de  Gallardo.»  No  más  que 
catorce  días  después  volvió  á  escribirle  :  «Dile 
mil  cosas  á  D.  Bartolo  José ,  é  indícame  dónde 
vive,  pues  quiero  escribirle.  Es  infame  lo  que 
han  hecho  con  él.  Tal  es  la  suerte  de  este  país: 
ó  ser  gobernado  por  cafres,  ó  por  almas  tan  apo- 
cadas, que,  no  cuadriculando  con  ellas  hasta  en 
la  menor  seminima,  ponen  en  excomunión  á  los 
hombres  más  eminentes.»  No  sé  yo  bien  de  qué 
agravio  pudiera  quejarse  á  principiosde  i836Ga- 


((EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  209 

llardo  ,  que  tamaños  se  los  hacía  á  todos ;  pero 
Hstébanez  hablaba  con  pasión,  según  se  ve,  en 
su  favor  ,  desmandándose  contra  los  que  proba- 
blemente se  vengarían  de  él  con  harto  motivo. 
E\  7  de  Febrero  de  aquel  propio  año  mezclaba 
Estébanez  el  nombre  de  Gallardo  con  los  de  sus 
caros  autores  arabistas,  en  estos  términos:  aNada 
me  has  contestado  á  lo  que  te  escribí  sobre  la 
nueva  edición  del  GoUo,  sobre  el  ejemplar  que 
tenía  Gutiérrez,  y  sobre  los  proyectos  y  an- 
danzas de  mi  buen  Gallardo,  cosas  todas,  y 
singularmente  esta  última ,  que  me  interesan 
como  aficionado  á  las  letras  árabes  y  castellanas,  ^y 
Durante  todo  el  año  de  1837  ,  que  pasó  luego 
Estébanez  en  Madrid ,  continuó  teniendo,  como 
en  su  lugar  indiqué,  muy  íntimo  trato  con  Ga- 
llardo, á  pesar  de  que  le  obligara  eso  á  dejar 
fuera  de  su  puerta  á  otros  amigos,  que  no  po- 
dían encontrarse  con  el  erudito  extremeño  sin 
reñir,  en  parte  ninguna.  Ya  en  el  período  de  1840 
á  1843  ^^  ^^^  menos  ,  y  aun  tomó  por  extrava- 
gancia su  especie  de  emigración  á  la  Alherquilla, 
la  modesta  casa  de  campo  que  vivió  tantos  años 
junto  á  Toledo ;  pero  por  ningún  lado  consta 
que  mediase  disgusto  de  cualquier  clase  entre 
-XII-  14 


2  10  (.(EL     SOLITARIO»    Y    Sü    TIEMPO. 

los  dos.  Estébanez  afirmó  además  en  su  querella 
que  cuando  recibió  la  primera  agresión ,  á  pro- 
pósito de  El  Buscapié,  ningún  antecedente  se  la 
dejaba  esperar  ó  temer.  Entonces  fué  cuando 
con  grandísima  sorpresa  se  encontró  apellidado 
Aíjami  Malagón  Fa ¡falla,  en  la  carta  de  Gallardo  á 
D.  Domingo  DeJmonte.  Pero  no  bien  leyó  eso,  natu- 
ralmente, adivinó  al  punto  que  de  él  se  trataba, 
y  ardiendo  en  una  ira  rencorosa ,  para  él  extra- 
ña y  desusada,  aunque  fuese  de  condición  irri- 
table, pero  castizamente  literaria,  arcaica,  de 
aquella  con  que  recíprocamente  se  azotaron  el 
rostro  en  el  siglo  xvi  nuestros  mejores  ingenios, 
y  con  que  tanto  dieron  que  hablar  ,  á  falta  de 
otras  cosas,  en  el  xviii,  Forner,  Huerta,  el  P.lsla, 
Iriarte  y  otros  autores,  empuñó  la  pluma,  re- 
quirió la  cortante  cuchilla  de  su  estilo  burlesco, 
invocó  la  Musa  de  Que  vedo  en  sus  horas  más 
destempladas  y  feroces,  puso  á  contribución  su 
infinita  ciencia  de  los  vocablos ,  y  casi  improvi- 
sadamente ,  que  esto  lo  sé  bien,  como  aquel  á 
quien  por  manera  de  viento  en  popa,  le  sopla  el 
estro,  en  momentos  de  pasión  arrebatada ,  escri- 
bió un  soneto  que  dio  á  luz  Castro  ,  al  frente  de 
su    asperísima    respuesta  intitulada  a  Aventuras 


«EL    SOLITARIO»    Y   GALLARDO.  2  I  I 

literarias  del  iracundo  biblio-pirata  D.  Bartolo- 
ünico-Gallardo  ; »  soneto  que  al  pie  de  la  letra 
dice  lo  que  sigue  : 

«Á  D.  BARTOLO   GALLARDETE,  SONETO    DE    UN    SU  AMIGO  .    ESTANTF. 
EN  CORTE  DE  S.   M. 

Caco,  cuco,  faquín  .  biblio-pirata  , 
Tenaza  de  los  libras ,  chuzo,  púa  : 
De  papeles ,  aparte  lo  ganzúa , 
Hurón  ,  carcoma  ,  polilleja  ,  rata. 

Uñilargo,  garduño,  garrapata , 
Para  sacar  los  libros  cabria  ,  grúa  , 
Argel  de  bibliotecas  ,  gran  falúa  , 
Armada  en  corso,  haciendo  cala  y  cata. 

Empapas  un  archivo  en  la  bragueta  , 
Un  Simancas  te  cabe  en  el  bolsillo  , 
Te  pones  por  corbata  una  maleta. 

Juegas  del  dos,  del  cinco  y  por  tresillo; 
Y  al  fin  te  beberás  como  una  sopa  , 
Llenas  de  libros  ,  África  y  Europa.» 

Aquí  no  puedo  menos  de  confesar  que  la  ven- 
ganza de  Estébanez,  lejos  de  quedarse  corta,  fué 
extremada,  que  no  hay  más  modos  de  llamar  la- 
drón de  libros  á  un  hombre,  ni  términos  de  más 
encarecimiento.  El  soneto  parece  propiamente 
de  Quevedo,  y  prueba  hasta  qué  punto  se  ase- 
mejaban el  ingenio  de  uno  y  otro  gran  satírico, 
y  que  de  no  ser  la  índole  de  Estébanez  mucho 


212  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

más  blanda,  hubiera  igualado  al  otro  en  la  acer- 
bidad del  maldecir,  puesto  que  esta  vez  que  se 
le  acercó  en  la  mala  intención,  se  le  adelantó 
quizá  en  la  energía  injuriosa  de  los  conceptos. 
Pienso  yo  á  todo  esto  que,  aparte  el  asunto, 
que  es  de  mera  curiosidad ,  y  no  puede  infamar 
ya  la  memoria  de  Gallardo  ,  ese  tal  soneto  es 
digno  de  conservarse  como  piedra  preciosa  de  la 
lengua  castellana.  No  es,  en  mi  concepto,  mejor 
aquel  tan  celebrado  de  Quevedo  ,  que  empieza: 

«Erase  un  hombre  á  una  nariz  pegado,»  etc. 

La  ingratitud  anterior  y  la  provocación  previa 
de  Gallardo  eran  evidentes:  pero  ¿cómo  pudo 
sorprenderse  ya  Estébanez  ,  después  de  haber 
compuesto  y  publicado  versos  tales,  deque  repi- 
tiese el  apodo  y  agravase  algo  la  injuria  toda- 
vía el  fiero  D.  Bartolomé  en  su  réplica  á  Castro? 
Francamente :  si  Gallardo  conoció  la  mano  de 
Estébanez  en  el  soneto,  y  yo  creo  que  la  conoce- 
ría, por  no  haber  otro  ninguno  que  pudiera  ser 
su  autor ,  antes  pecó  de  sobrio  y  manso  en  Za- 
patazo a  Zapatilla  con  Estébanez,  que  de  aquella 
ordinaria  insolencia  y  procacidad  que  padecía  y 
hacía  que  bajo  su  poder  padeciesen  los  mejores 


«EL    SOLITARÍO»    Y   GALLARDO.  213 

de  SUS  contemporáneos.  No  digo  yo  que  el  ser  pú- 
blicamente llamado  ladrón  de  libros  viejos  le  hi- 
ciese á  Gallardo  todo  el  mal  efecto  que  á  otro 
hombre  de  bien  pudiera,  porque  los  que  profesa- 
mos alguna  afición  á  las  rarezas  de  tal  linaje,  te- 
nemos bien  sabido  que  no  llega  la  sangre  al  río 
entre  bibliófilos  de  veras  ,  porque  recíprocamen- 
te se  atribuyan  ciertas  lenidades  tocante  al  séti- 
mo mandamiento  de  la  ley  de  Dios,  en  materia 
que  para  el  caso  se  mira  como  especial,  ex- 
cepcional y  privilegiada.  No  :  el  mismo  Esté- 
banez ,  que  fué  magistrado  integérrimo ,  hom- 
bre de  bien  á  carta  cabal  toda  su  vida,  y  tan  sus- 
ceptible, además,  cual  este  capítulo  muestra, 
guardó  religiosamente  entre  sus  papeles  una  sá- 
tira en  décimas  contra  él,  que  no  sé  de  quién 
fuese,  entre  las  cuales  se  léela  siguiente  : 

«Recibe  mi  enhorabuena 
Nuevo  Horacio  ,  aunque  no  flaco  i 
Libros  viejos  mete  a  saco 
Y  la  gaveta  rellena. 
Dicen  que ,  á  barriga  llena , 
Todos  los  duelos  son  chanza  ; 
Bien  redonda  está  tu  panza  : 
Guarda  el  bulto  y  anda    listo, 
Porque  ,  si  no  ^  ¡  vive  Cristo  ! 
Se  puede  acabar  la  danza.» 


2  14  ^íEL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO, 

Aunque  hay  en  esta  décima  burlas  á  ia  per- 
sona de  Estébanez,  que,  por  más  que  no  carecie- 
sen de  razón ,  debieran  importarle  poco  ,  paréce- 
me  que  de  cierto  le  hubiera  movido  á  hacer  tri- 
zas papel  semejante ,  ó  echarlo  al  fuego ,  por 
que  nunca  cayese  en  otras  manos,  aquello  de  me- 
ter libros  viejos  á  saco,  si  ello  fuera,  entre  aficiona- 
dos y  eruditos,  tan  grave  imputación  y  for- 
mal pecado  como  en  gente  profana  á  las  letras. 
Pero  este  género  de  abuso ,  violación  ó  despo- 
jo de  cosa  ,  bien  guardada  y  preciosa,  no  es  de 
aquello  en  que  se  peca  por  el  vil  interés,  ni  con 
intento  impuro  de  granjeria,  sino  antes  bien  por 
irresistible  pasión  y  ciego  impulso  del  corazón 
enamorado;  que  amor  es,  entiéndanlo  ó  no  las 
mujeres  hermosas ,  el  de  los  libros  viejos  tam- 
bién. Y  dejando  asuntos  espinosos  á  un  lado, 
con  serena  imparcialidad  repito,  que  Gallardo  se 
vengó  del  furioso  soneto  de  Estébanez  benigna- 
mente en  Zapata:(o  á  Zapatilla  ,  pues  que  no  es- 
cribió en  él  sino  las  siguientes  palabras,  por  la 
querella  citadas,  que  literalmente  aluden  á  Adol- 
fo de  Castro  primero  ,  luego  á  Gayangos,y  por 
último  á  Estébanez ,  según  se  va  á  ver :  «Vol- 
viendo á  Zapatilla  y  á  Zapatilla  le  conozco  yo  mu- 


«EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  21  ^ 

che,  y  mucho  tiempo  ha ;  le  he  visto  mucho  en 
Cádiz ,  y  aquí  le  veo  también  no  poco  en  casa  de 
un  padrino  suyo  que  le  da  á  él  mucho  barro  á 
mano,  y  á  quien  alaba  él  mucho  en  sus  papeles; 
que  es  un  semi-mágico  allá  medio  de  extranjís, 
de  estos  que  ahora  se  usan  mucho  en  Francia  y 
en  otras  tierras  de  allende,  que  saben  leer  hacia 
atrás. yy  Aquí  es  ya  donde  viene  aquello  de  «otro 
también  gran  sage  en  lo  del  ker  de  allá  para  acá^ 
que  á  él  le  llaman  por  chunga  el  Aljami  Malagón 
Farfalla,  diz  que  también  le  amadriga  mucho  al 
loquillo  cadiceño.»  ¿No  es  verdad  que  aunque 
llevara  todo  esto  el  nombre  de  Estébanez  escrito 
con  lápiz  al  margen,  quienquiera  que  no  hu- 
biese sido  hombre  de  letras  y  hombre  chapado 
á  la  antigua  (cuando  no  se  soñaba ,  por  ejem- 
plo, en  la  libertad  de  imprenta),  amén  de  ser  lo 
vehemente  y  exagerado  que  de  nuestro  héroe 
sabemos  ,  lo  tomara  á  risa  y  broma  probable- 
mente, en  vez  de  enfadarse  hasta  el  punto  que 
él  se  enfadó?  Por  supuesto  que  Gallardo  se  lo 
tenía  todo  merecido  en  otros  casos,  porque  á 
Castro  mismo,  por  ejemplo ,  con  la  donosa  sal- 
vedad de  que  no  le  injuriaba  sino  en  cuanto 
hombre  de  letras,  dejando  aparte  su  persona  ,  le 


2l6  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

llamó  á  propósito  de  El  Buscapié  ,  pilludo  con  to- 
das sus  letras.  Con  otra  salvedad  semejante  se 
dio  por  absuelto  de  no  escasas  injurias  á  Martí- 
nez de  la  Rosa. 

Consultados  los  papeles  de  Gallardo,  que  con 
gran  esmero  coleccionó  D.  Alberto  de  la  Ba- 
rrera, entre  los  cuales  unos  hay  que  están  en  la 
Biblioteca  Nacional ,  y  otros  posee  el  Sr.  Bar- 
bieri ,  tan  conocido  por  sus  obras  musicales  y 
por  su  afición  á  las  cosas  literarias ,  resulta  en 
uno  de  ellos  cierta  especie  ,  que  no  quiero  pasar 
por  alto  aquí,  aunque  confieso  no  haber  podido 
apurarla;  es  á  saber  :  que  Estébanez  fué  tam- 
bién procesado  y  multado,  á  instancia  de  Ga- 
llardo, por  la  publicación  del  injurioso  soneto 
que  ya  conoce  el  lector.  No  se  comprende  á  pri- 
mera vista  cómo  esto  pudo  ser,  pues  que  había 
que  probar  que  el  soneto  no  era  de  Castro,  que 
lo  dio  á  luz ,  sino  de  Estébanez ,  á  menos  que 
este  último  se  allanara  á  confesarse  por  su  au- 
tor, cosa  extraña,  sobre  todo  en  quien  tenía 
que  guardar  tanto  su  persona  de  un  proceso ,  por 
lo  mismo  que  ocupaba  un  asiento  en  uno  dé  los 
dos  Supremos  Tribunales  de  Justicia  que  á  la  sa- 
zón teníamos.  Por  lo  demás,  á  Castro  no  debía 


((EL    SOLITARIO»    Y    GALLARDO.  217 

pesarle  nada  la  responsabilidad  del  soneto  ,  por- 
que eran  tales  y  tan  graves  los  insultos  de  Ga- 
llardo contra  él,  que  en  lid  de  papel  sellado,  to- 
davía le  hubiera  llevado  á  su  contrincante  ma- 
yor ventaja  que  en  el  papel  impreso. 

Pero  al  recordar  de  nuevo  ahora  lo  mal  que 
trataba  Gallardo  á  sus  contrincantes ,  debo  ser 
del  todo  justo,  diciendo  que  su  malignidad,  di- 
rectamente heredada  de  los  eruditos  del  siglo  pa- 
sado, cuyos  papeles  y  folletos  debieron  hacer  las 
delicias  de  su  niñez  y  de  su  juventud  primera,  si 
brutal  en  los  términos ,  era  con  frecuencia  can- 
dida en  el  fondo,  por  más  que  tan  honda  y  ve- 
nenosa le  pareciera  á  mi  pariente.  Pruébalo  el 
que,  no  sólo  contra  mí,  que  poco  ó  nada  tenía 
entonces  que  perder  á  sus  manos,  pero  ni  aun 
contra  Estébanez,  que  en  su  alta  reputación  le 
ofrecía  tanto  blanco ,  propagó  en  realidad  con- 
ceptos ,  que  haya  hoy  que  refutar  seriamente 
porque  den  materia  á  un  grave  desprestigio 
personal.  Diré  más,  y  es  que  así  en  los  dos  fo- 
lletos cuanto  en  la  confesión  con  cargos  ,  está 
muy  lejos  de  tratar  Gallardo  á  Estébanez  con 
el  injusto  desprecio  con  que  trató  á  tantos  otros 
hombres  de  valía.  Excedióle  éste  en  eso,  echan- 


2l8  aEL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

dolé  en  cara  su  esterilidad,  que  era  incontestable, 
y  el  decírselo,   por  tanto  ,  muy  poco  caritativo 
á    lo  menos  ,  mientras  que  Gallardo  se  limitó 
á  motejar  en  él  la  espontaneidad  y  abundancia, 
en  términos  que  casi  suenan  á  alabanza  ,  y  que 
por  eso  mismo  suprimió  quizá  en  parte  de  la 
confesión  con  cargos.    aFarfalla  (había  de  todos 
modos  escrito)  no  alude  sino  á  la  vena  versátil 
y  prosaica  de  Calderón,  quien,  siempre  fecundo, 
fácil  y  aun  facilitón,  es  una  especie  de  Fa-presto, 
un  Vaniscopio  viviente  que,  en  vaciando  la  cor- 
nucopia de  su  ingenio  exuberante,  que  hable  ó 
que  escriba  en  verso  ú  en  prosa,  nos  asombra  en 
la  variedad  de  sus  producciones.»  Para  mí  eso 
tenía  poquísimo  de  irónico  ,  y  menos  de  insul- 
tante. Permítaseme  ahora  que  cuente,  con  igual  , 
imparcialidad ,  que  ,  con  ocasión  de  una  de  las 
cosas  que  afirmó  en  la  dicha  confesión  con  car- 
gos, he  cogido  á  Gallardo  en  una  mentirilla  li- 
teraria, de   aquellas  que  prueban  que  nunca  de- 
bió en  ellas  de  ser  avaro.  Léense  allí  textualmente, 
como  se  recordará  bien,  las  siguientes  palabras: 
«Su  afición  al  árabe  se  la  debe  Calderón  al  con- 
fesante, á  quien,  habiendo  enviado  en  borrador 
su  Poema  al  mar,  para  que,  sobre  su  mérito  ó  de- 


((EL    SOLITARIO))    Y    GALLARDO.  219 

mérito,  le  dijese  lo  que  entendía,  Gallardo,  vien- 
do rutilar  allí  ciertos  destellos  de  pompa  oriental, 
le  aconsejó  que ,  para  desarrollar  por  este  gusto 
más  su  ingenio,  se  aplicase  al  estudio  del  árabe.» 
¡Rara  casualidad  ciertamente !  Existe  entre  los 
papeles  de  este  último  la  copia  misma  que  envió 
á  Gallardo  del  referido  poema,  cuyo  nombre 
cambió  luego  infelizmente  en  el  de  Anacreón- 
ticas al  Mar ;  y  en  la  cubierta  se  lee  aún,  de  letra 
indubitada  de  aquel  \  por  completo  inteligible, 
aunque  algo  borrosa  por  estar  escrita  con  lápiz, 
el  juicio  y  consejo  de  que  se  hace  mención :  con 
lo  cual  poseemos  prueba  plena  de  que  lo  que 
entonces  dijo  no  era  verdad.  Estaría  trascordado 
si  no  mentía  de  intento ;  pero,  lo  que  respondió 
al  joven  D.  Serafín,  desde  Sevilla  ,  no  fué  lo  que 
pretendió  luego,  sino  lo  siguiente  :  ((Este  poema 
es  una  mina  nueva  de  poesía  descubierta  en  nues- 
tro Parnaso  por  el  ingenio  de  su  autor.  Pero 
esta  mina  necesita  todavía  de  m.ás  beneficio  :  su 
metal  necesita  refinarse  de  toda  Hora.   Sobre- 


di?' 


1  No  fiándoine  de  hacer  la  coaiprobación  por  mí  sólo,  he 
acudido  á  otras  personas  de  las  que  han  visto  más  la  letra  de 
Gallardo,  y  más  la  conocen,  y  todas  declaran  que  es  suya  sin 
la  menor  duda. 


220  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

abundan  los  epítetos,  los  cuales  deben  apurarse 
con  arte,  y  no  quedar  sino  los  propios  (y  és- 
tos sin  exceso),  asentados  con  toda  propiedad. 
Sobra  en  él,  sin  duda,  un  cierto  amago  prosaico 
que  quita  propiedad  y  poesía  á  no  pocos  de  sus 
más  especiales  (ó  esmerados)  versos.»  Buena 
crítica ,  para  mí  ,  es  ella  ,  y  justa  ;  consejo  de 
amigo  hay  ahí ;  pero  ni  una  palabra  que  indi- 
que que  se  le  hubiese  ocurrido  á  Gallardo  vein- 
ticinco ó  treinta  años  antes  el  dislate  de  que  el  i 
estudio  de  la  lengua  arábiga  preparara  ó  dispusie- 
ra  á  componer  buenas  poesías  al  mar,  cuando  el 
mar  es  lo  que  menos  ha  cantado ,  conocido  y 
aun  recorrido  la  gente  que  la  habló  un  día .  y 
aun  hoy  pasa  por  hablarla,  bien  que  mal. 

Basta  ya  de  dimes  y  diretes  literarios.  No  so- 
lamente nc  me  pertenece  este  capítulo  por  la 
mayor  parte,  sino  que  su  asunto  tampoco  parece 
cosa  del  presente  siglo.  Ni  cabe  dudar  que  Esté- 
banez  y  Gallardo  malgastaran  inútilmente  bi- 
lis, paciencia  y  tiempo  en  aquella  fiera  cam- 
paña. Lo  único  en  que  no  perdieron  fué  en  su 
reputación  de  hablistas  y  de  satíricos  ,  que  pue- 
de desafiar  toda  contradicción. 


CAPITULO  XIV. 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    «EL    SOLITARIO.)) 


Sumario.—  Menor  importancia  de  este  período. — Lo  que  resta 
que  decir  de  la  carrera  de  Eslébanez. — Su  cesantía  en  1 854. 
—Nuevos  viajes. — Su  jubilación. — Su  vuelta  al  servicio  en 
1 856  como  consejero  de  Estado. — Sus  Diputaciones  á  Cortes. 
—Es  nombrado  Senador  vitalicio. — La  cuestión,  y  el  último 
tratado  sobre  límites  con  Francia. — Discurso  de  Estébanez  en 
este  asunto. — Comienza  su  decadencia. — Faliecimiento  de  su 
nriujer. — Situación  de  ánimo  en  que  le  deja  este  suceso. — Su 
envejecimiento  prematuro. — De  ¡os  últimos  trabajos  sueltos 
que  hizo. — Colaboración  en  periódicos. — Las  vacaciones  del 
muchacho. — Discurso  suyo  en  Málaga,  al  ser  nombrado  Minis- 
tro el  autor  de  la  presente  obra. — Motivos  que  éste  ha  tenido 
para  escribirla. ^ — Postreras  consideraciones. 


UANDO  á  la  vuelta  de  la  expedición  de 
'•^'  Italia  se  halló  de  nuevo  Estébanez  en  el 
seno  de  su  familia,  no  contaba  más  que 
cincuenta  años ;  y  ,  sin  embargo  ,  lo  que  queda 
que  escribir  de  su  biografía  es  tan  poco ,  que 
cabe  en  sólo  un  capítulo.  Vivió,  es  verdad,  to- 
davía diez  y  siete  ;  pero  dando  muy  escasa 
materia  que  añadir  á  lo  que  ya  está  dicho.  De 


222  aiíL    SOLITARIO»    V    SU    TIEMPO. 

allí  adelante  su  vida  fué  más  monótona  cada'' 
vez:  naturalmente,  aparecían  menores  sus  em- 
presas y  esfuerzos,  notábase  menos  novedad  en 
lo  poco  ó  mucho  que  hacía.  El  capítulo  prime- 
ro, que  abraza  su  infancia  y  su  primera  juven- 
tud, y  este  último,  en  que  están  comprendidos 
sus  años  de  cansancio  y  de  decadencia,  habían 
por  fuerza  de  ser,   y  son,    aquellos   de  su    vida 
en  que  más  fácilmente  quepa  condensar  el  tiem- 
po y  los  hechos.  Lo  más  de  lo  que  me  resta  que 
decir  no  pertenece,  por  otra  parte,  á  su  exis- 
tencia pública  ;   y  aun  por   eso   quiero  y   debo 
también  atravesar  con  más  rapidez  este  perío- 
do :  que ,  según  he  indicado  ya ,  los  meros  de- 
talles de  la  vida  particular  de  los  hombres  inte- 
resan mucho  menos  que  en  otras  naciones  aquí 
en  España,  aunque  se  trate  de  los  más  grandes. 
Tocante  á  su   carrera ,   sabemos  ya  que  fué 
ministro  togado  del  Tribunal  Supremo  de  Gue- 
rra y  Marina,  habiéndosele  nombrado  por  real 
decreto  de  14  de  Junio  de  1847.  Desempeñó  este 
destino  celosamente  hasta  el  29  de  Agosto  de 
18^4,  en  que  fué  declarado  cesante  por  el   mi- 
nisterio del  duque  de  la  Victoria,  constituido 
á  consecuencia  de  la  revolución  de  aquel  año, 


ULTÍAIOS    ANOS    DF.    ((EL    SOLITARIO.»  223 

en  que  pasaron  los  progresistas  tan  impensada 
y  rápidamente  á  ser,  de  tibios  auxiliares,  ven- 
cedores. Pidió  entonces  su  jubilación ,   que    el 
inmediato  19  de  Setiembre  le  fué  otorgada.  Mas, 
cuando  de  nuevo  fueron  derrocados  Espartero 
y  sus  progresistas,   y  al  triunfante  y  pasajero 
ministerio  de  O'Donnell  sucedió  otra  vez  el  del 
duque  de  Valencia  con  el  partido  moderado,  vol- 
vió bien  pronto  ai  servicio  en  el  empleo  de  Con- 
sejero de  Estado.  Hanse  visto  ya  en  otro  capí- 
tulo las  objeciones  y  dificultades  que  opuso,  al 
recibir  el   real  decreto  de  22  de  Noviembre  de 
1856  en  que  se  le  comunicó  tal  nombramiento, 
por  no  resignarse  á  perder  el  fuero  y  los  hono- 
res del  Supremo  Tribunal  militar;  pero  no  hay 
que  decir  que,  obtenido  esto,  cumplió  concien- 
zudamente sus  deberes  en  el  Consejo,  como  en 
todas  partes.  En  el  ínterin ,  había  sido  nombrado 
durante  el  año  de  1847  comendador  de  número 
de  la  orden  de  Carlos  III ,   distinción  que ,   por 
más  rara,  prefieren  tantos  á  alguna  de  nuestras 
mayores  condecoraciones,  y  en  1852  se  le  hizo 
también  caballero  gran  cruz  de  Isabel  la  Cató- 
lica. Hasta  1864,  ^^  Que  pidió  que  se  renovase 
su  jubilación,  continuó  en  el  Consejo  de  Estado. 


224  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Pero  en  un  hombre  como  Estébanez ,  todos  es- 
tos pormenores  biográficos  importan  poco.  Si  fué 
un  supremo  magistrado  intachable,  y  un  conse- 
jero excelente,  tan  buenos  como  él  los  ha  habido 
siempre,  y  no  es  por  extremo  difícil  que  los 
haya  ahora.  Otros  son  los  motivos,  diferentes 
los  fines  para  que  esta  obra  se  ha  escrito,  que 
los  de  referir  aquello  en  que  no  discrepó  mucho 
Estébanez  del  común  de  los  hombres.  De  lo  que 
ya  he  dicho  de  él ,  y  de  lo  que  me  resta  que  es- 
cribir todavía ,  espero  que  sacará  por  conse- 
cuencia el  lector  que  fué  persona  aparte,  hombre 
extraordinario  en  realidad ,  ya  como  literato, 
ya  como  patriota.  Bajo  estos  dos  puntos  de  vis- 
ta he  querido,  pues,  considerarlo  y  representarlo 
ante  todo ;  que  ni  habrá  ya ,  según  todas  las 
probabilidades,  literatos  de  índole  tan  castiza, 
tan  exclusivamente  española  como  él ,  ni  pa- 
triotas de  tan  alto  y  constante  entusiasmo,  tan 
ilusos,  pero  tan  magníficamente  ilusos  á  la  par. 
Tampoco  la  vida  parlamentaria  de  Estébanez, 
semejante  en  esto  á  su  carrera  oficial  ,  se  sale  de 
lo  común  ú  ordinario.  Su  dificultad  en  el  decir, 
que  en  algunos  instantes  parecía  tartamudez, 
aunque  más  fuese  obra  de  su  impaciencia  psico- 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    «EL    SOLITARIO.))         22^ 

lógica  Ó  fisiológica  que  de  ningún  vicio  ó  de- 
fecto local ,  le  impedía  ya  ser  buen  orador;  y  la 
naturaleza  de  su  ingenio  ,  por  su  propia  espon- 
taneidad desordenado  ^  y  menos  lógico  que  vas- 
to ,  agudo  ü  hondo ,  tampoco  le  ayudaba  á 
ello.  No  pudo,  en  fin,  por  todos  estos  motivos 
juntos  ponerse  en  el  caso  de  otros  que ,  así  en 
lo  antiguo  como  en  lo  moderno ,  lograron  ven- 
cer las  dificultades  de  su  pronunciación  y  ele- 
varse á  la  más  alta  elocuencia.  Diputado  en 
1838,  en  la  segunda  legislatura  de  1843,  desde 
1844  á  1B43,  desde  1845  ^  ^^46,  desde  1846  á 
1847,  y  ^^sde  1847  á  1848,  figuró  siempre  entre 
los  moderados  más  prudentes  ó  más  liberales, 
fué  contrario  á  la  reforma  de  1845,  se  sentó  en- 
tre los  llamados  puritanos ,  en  compañía  de  su 
concuñado  Salamanca  ,  y  asistió  con  mucha 
constancia  á  las  sesiones  ;  pero  no  sé  si  intentó 
siquiera  formalmente  usar  de  la  palabra.  La 
sala  de  Conferencias,  donde  sus  chistes  y  epi- 
gramas corrían  de  boca  en  boca  ,  fué  el  solo 
teatro  en  que  allí  lució  su  ingenio.  Nombrado 
en  1853  senador  vitalicio,  ocupó  su  asiento  den- 
tro del  propio  año ,  y  en  aquel  alto  Cuerpo  ha- 
bló ya  alguna  que  otra  vez.   Sobre  nada  de  po- 


226  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

lítica  diaria  y  menuda  por  de  contado  ;  y  en  ia 
única  ocasión  que  lo  hizo  con  grande  empeño, 
fué  al  discutirse ,  en  la  sesión  de  4  de  Junio  de 
1857,  ^^  ratificación  del  tratado  de  límites  entre 
España  y  Francia  ,  por  la  parte  de  frontera  per- 
teneciente á  las  provincias  de  Guipúzcoa  y  Na- 
varra. 

Convínose  por  el  artículo  9.°  de  aquel  tratado 
en  que  la  línea  de  división  de  ambas  nacio- 
nes bajaría  por  el  centro  de  la  corriente  princi- 
pal del  río  Vidasoa  durante  la  baja  marea,  hasta 
entrar  con  él  en  la  rada  de  Higuer,  conservando 
su  actual  nacionalidad  las  islas,  y  quedando  la 
de  los  Faisanes  común.  Estébanez  sostuvo  enér- 
gicamente que  todo  el  río  Vidasoa  por  una  y 
otra  orilla  pertenecía  á  España.  Y  la  verdad  es 
que  ,  según  Garibay  refiere  ,  en  las  vistas  de 
Luís  XI  y  nuestro  Enrique  IV  en  la  frontera,  no 
tan  sólo  llegó  éste  á  la  orilla  derecha  ,  sino  que 
caminó  cuanto  mojaba  la  corriente,  reconociéndose 
expresamente  que  tenía  hasta  allí  señorío  por 
el  Monarca  francés.  Tales  derechos  fueron  con 
facilidad  mantenidos,  bajo  Carlos  V  y  Felipe  ÍI, 
unas  veces  llevándose  pacíficamente  á  cabo 
ciertos  actos  de  jurisdicción  por  parte  de  las  jus- 


I 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL    SOLITARIO.))         227 

ticias  españolas  de  la  orilla  izquierda  del  río .  y 
Otras  tronando  contra  cualquiera  fortificación 
que  se  levantaba  Hendaya  en  el  cañón  domi- 
nante de  Fuenterrabía.  Pero  ello  es  también,  que 
varias  entrevistas  de  personas  reales  se  celebra- 
ron por  aquel  tiempo  mismo,  en  las  cuales,  no 
sin  protestar  siempre  Irún  y  Fuenterrabía ,  pero 
tolerándolo  España  ,  se  partió  ya  del  supuesto 
de  que  el  lado  derecho  del  río  era  francés ;  v  en 
1 61 5,  cuando  tuvieron  lugar  los  desposorios  de 
Felipe  IV  con  Isabel  de  Borbón,  y  Luís  XIÍI  con 
Ana  de  Austria,  de  hecho  reconoció  ya  nuestra 
corona  por  territorio  extranjero  la  mitad  de  la 
isla  de  los  Faisanes  y  del  mismo  río  Vidasoa. 
Alegaban  tales  antecedentes  los  negociadores  y 
defensores  del  tratado  de  una  parte ,  y  de  otra 
las  modernas  reglas  del  derecho  internacional, 
tocante  á  ríos  fronterizos  ;  mas  ya  se  supondrá 
que  no  hubo  medio  de  convencer  el  celoso  pa- 
triotismo de  Estébanez  de  lo  que  se  pretendía. 
Y  no  era  tal  opinión  solamente  suya  en  ver- 
dad. Á  la  vista  tengo  una  minuciosa  Memoria 
redactada  en  1804  por  el  docto  Vargas  Ponce, 
donde  con  muy  buenas  razones  se  sustenta  ((que 
era  claro  el  derecho  de  España  á  todo  el   Vida- 


228  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

soa.»  No  llegó  éste,  sin  embargo,  á  negar  que 
la  Carta-pítehla  á  los  primeros  vecinos  de  Fuen- 
terrabía  por  D.  Alfonso  VIII,  en  que  quedó  con- 
signado el  derecho  de  ellos  á  las  dos  orillas  del 
río  ,  se  otorgó  cuando  aquél  reinaba  en  uno  con 
doña  Leonor  de  Aquitania ,  su  esposa  ,  ni  que 
en  los  propios  días  de  Luís  XI  y  Enrique  IV  pre- 
tendieran los  de  la  parte  de  Hendaya  que  la  de- 
recha del  río  les  pertenecía,  porque  los  derechos 
de  aquella  princesa  no  eran  sino  usurpaciones, 
según  su  modo  de  ver,  de  la  corona  francesa 
Pero  sea  de  esto  lo  que  quiera ,  como  la  respec- 
tiva entrega  de  princesas  en  el  caso  antecitado 
se  hizo  ya  en  el  centro  del  río  '  ,  reinando  en 
España  Felipe  III ,  quedó  en  realidad  desarmado 
el  gobierno  español  para  pretender  otra  cosa  de 
allí  adelante.  Así  fué ,  que  al  ir  á  negociar  la 
paz,  que  se  llamó  de  los  Pirineos,  D.  Luís  de  Haro, 
no  se  curó  más  ya  sino  de  que  la  mesa  sobre  la 
cual  habían  de  hacer  sus  apuntes  Mazarino  y  él 
descansase  sobre  la  mitad,  estrictamente  reparti- 
da, de  la  citada  isla  de  los  Faisanes,  á  fin  de  que 
no  pareciese  que  trataba  de  paz  fuera  del  pro- 

»     Pedro  Mantuano  ,  Casamientos  de  España  y  Francia  .   etc. 
Madrid,  1618.  Imprenta  Real. 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    C(EL    SOLITARIO.»  229 

pió  territorio  un  primer  ministro  de  España. 
Poco  más  tarde  se  verificaron  allí  del  mismo 
modo  la  entrega  de  la  infanta  doña  María  Teresa 
á  Luís  XIV,  y  la  entrevista  de  Felipe  IV  con  doña 
Ana  de  Austria,  su  hermana,  después  de  haber 
sostenido  entre  sí  tan  porfiada  guerra  '.  Pensar, 
pues,  con  todo  eso  que  en  1850  fuera  posible  vol- 
ver atrás  ,  y  hacer  buenas  las  antiguas  reclama- 
ciones de  Irún  y  Fuenterrabía,  era  pensar  un  im- 
posible. Otro  tanto  se  puede  decir  de  varias  de 
las  reclamaciones  sobre  diversos  puntos  de  la 
frontera,  por  mucho  tiempo  ,  y  originariamente 
con  razón,  mantenidas  hasta  allí  de  nuestra  par- 
te. Pero  Estébanez  era,  bien  se  sabe,  de  los  que 
en  materia  de  patriotismo  oyen  pocas  razones. 
Mostróse,  con  todo,  algo  menos  ciegamente  en- 
tusiasta esta  vez  que  otras,  diciendo:  ccque  debie- 
ran haberse  dejado  correr  los  tiempos,  y  no 
traer  al  terreno  délas  negociaciones  diplomáticas 
lo  que  muy  bien  pudiera  quedar  á  contingencias 
y  vicisitudes  de  mejor  coyuntura ,  pues  no  era 
ocasión  oportuna  de  tratar,  cuando  nuestras 
discordias  nos  enflaquecían,  aumentándolas  exi- 
gencias de  nuestros  rivales.  Para  contratar  (con- 

i     Castillo,  Viaje  de  Felipe  IF:  Madrid,  1667. 


230  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

cluía)  ,  las  condiciones  de  las  partes  deben  ser 
iguales.»  Pero,  ¿cuándo,  por  desdicha  nuestra, 
cuándo  volverá  para  nosotros  aquella  igualdad 
á  que  se  refería  Estébanez  entonces?  No  conten- 
to, en  el  entretanto  ,  con  culpar  al  gobierno, 
censuró  vivamente  á  la  prensa  periódica  porque, 
siendo  (da  atalaya  de  los  acontecimientos,»  (da 
campana  de  Velilla  ,»  según  él,  de  los  sucesos 
aciagos  ,  guardaba  en  tal  cuestión  silencio ,  sin 
llenar  sus  columnas  de  documentos  é  investiga- 
ciones ,  sin  enviar  á  sus  redactores  mismos  á  la 
frontera  para  estar  al  reparo  de  las  flaquezas  de 
nuestros  diplomáticos.  ¡Bien  se  sienten  todavía 
en  todo  esto  las  fogosas  respiraciones  de  su  co- 
razón español,  que  tan  caras  pudieron  ya  cos- 
tarle  en  1824,  cuando  protestaba  su  Musa,  en 
medio  del  terror  que  el  nuevo  gobierno  abso- 
luto infundía ,  contra  la  entonces  popular  ó  casi 
popular  intervención  francesa ! 

En  una  cosa  que  Estébanez  no  tocó  hubiérale 
yo  acompañado  con  sumo  gusto ;  á  saber  :  en 
pedir  que  se  borrase  del  dicho  tratado  de  lími- 
tes la  cláusula,  según  la  cual  se  levantó  después 
el  modesto  ,  mas  importuno  monumento  que 
recuerda  en  la  isla  de  los  Faisanes  la  necesaria 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL    SOLITARIO.»         23  I 

pero  desventajosa  paz  de  los  Pirineos.  Costóle 
harto  duelo  aceptarla  al  corazón  magnánimo  de 
Felipe  IV,  para  que  hoy  se  alce  allí ,  bajo  sus 
descendientes ,  un  trofeo  que  no  lo  es  sino  de  la 
fortuna  de  la  Francia  y  de  nuestra  inevitable 
pero  dolorosa  decadencia.  El  monumento  refe- 
rido conmemora  la  primera  desmembración  del 
gran  territorio  unificado  por  Felipe  II  :  la  pérdi- 
da del  Rosellón ,  tan  catalán  un  día,  como  cual- 
quier punto  de  Cataluña  ahora ;  precedente  tris- 
te del  nuevo  apartamiento  de  Portugal  y  de  la 
conquista  de  Gibraltar  por  los  ingleses.  A  per- 
petuar la  memoria  de  eso  no  era  ,  ni  mucho  me- 
nos, preciso  que  nos  resignásemos. 

Hizo  Estébanez  en  el  último  período  de  su 
vida  varios  viajes  á  Málaga,  y  uno  á  París,  don- 
de residió  algún  tiempo,  para  librar  á  su  familia 
de  los  peligros  del  cólera  que  azotó  á  España  en 
1855  y  1856.  Con  una  de  las  temporadas  en  que 
habitó  por  entonces  su  ciudad  natal,  va  enlaza- 
do un  recuerdo  suyo,  para  mí  halagüeño.  Mi 
propia  carrera,  comenzada  bajo  sus  auspicios, 
y  desarrollada  ,  no  sin  accidentes  varios  ,  y  á 
costa  de  no  pocas  tareas  y  esfuerzos,  llegó  has- 
ta donde  podía  llegar ,  en  1864,  que  fué  cuando, 


232  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

después  de  dimitir  el  de  la  Gobernación,  para  1 
el  que  llegué  á  estar  nombrado  sin  saberlo,  y  de 
rehusar  otros  por  distintas  veces,  acepté  al  cabo 
un  ministerio.  Hallábase  ,  como  digo  ,  en  Mála- 
ga Estébanez  al  tiempo  de  jurar  yo  el  cargo  de 
ministro  de  la  Gobernación  ,  para  el  cual  se  me 
había  nuevamente  nombrado ,  y  fué  testigo  del 
natural  regocijo  con  que  recibieron  la  noticia 
mis  antiguos  compañeros  y  amigos  de  aquella 
ciudad ,  con  cuya  representación  vine  por  pri- 
mera vez  á  las  Cortes.  Luego  después  ,  dicho 
sea  en  muestra  de  gratitud  ,  he  alcanzado  hasta 
ocho  veces,  en  elecciones  generales,  el  honor  de 
merecer  sus  sufragios  ,  y  alguna  mediante  una 
lucha  con  el  gobierno  de  la  época  ,  que  por  lo 
violenta  y  atentatoria  al  derecho  de  los  electo- 
res ,  merece  especial  recordación  hasta  en  Espa- 
ña. Festejóse  el  suceso  de  mi  subida  al  Ministe- 
rio con  un  banquete  el  6  de  Marzo  de  1864,  y 
Estébanez  ,  naturalmente  invitado  á  él,  y  exci- 
tado á  brindar  ,  hizo  que  se  leyese  á  su  presen- 
cia un  discurso  que  improvisadamente  escribió, 
en  el  cual  se  hallan  los  párrafos  siguientes  ,  que 
siempre  copiaría  por  agradecimiento  y  cariño 
hacia  él ;  pero  que  principalmente  recuerdo  aquí 


ÚLTIMOS   ANOS    DE    ((EL    SOLITARIO.»         2)} 

porque  contribuyen  al  propósito  de  dar  á  cono- 
cer su   espíritu  y  carácter  de   todo  en  todo. 

((Queridos compatricios,  convecinos  y  amigos 
(dijo)  :  Mis  achaques  y  dolencias,  no  sólo  me 
apartan,  sino  me  prohiben  participar  de  vuestro 
júbilo,  aunque  en  mi  espíritu  puedo  asegurar 
que  es  completa  mi  alegría.  La  bondad  de  la 
Reina  nuestra  señora  ha  llamado  á  sus  consejos 
á  un  buen  español  ,  buen  liberal  ,  y  malagueño 
á  todo  trance.  Este  título  le  impone  grandes  de- 
beres, á  los  cuales  será  fiel  ,  como  lo  ha  sido 
siempre  á  los  buenos  principios  ,  así  en  política 
como  en  administración.  La  inteligencia  se  la 
ha  dispensado  la  mente  divina ,  tiene  fácil  pala- 
bra, y  más  que  todo  recto  juicio.  La  luz  y  el  am- 
biente que  bebió  en  esta  su  tierra  natal,  ha  pro- 
ducido justo  merecimiento.  Yo  sólo  he  podido 
servirle  para  que  siga  los  buenos  senderos  en 
su  carrera  y  en  sus  conocimientos ;  y  el  mayor 
galardón  que  puede  alcanzar  un  pariente  ,  un 
amigo  y  un  maestro,  lo  he  alcanzado  ya  con 
las  mayores  creces.  Él,  dentro  de  la  familia,  y 
ios  muchos  ejemplos  de  patriotismo  que  en  to- 
dos tiempos  ha  dado  Málaga,  serán  un  vivo  es- 
tímulo para  no  defraudar  nuestras  esperanzas 


234  ^ÍEL    SOLITARIO))   Y    SU    TIEMPO. 

Su  abuelo.  Mayor  de  esta  plaza,  murió  como 
un  valiente  el  5  de  Febrero  de  181  o,  en  los  alre- 
dedores de  Martirícos  ,  defendiendo  á  esta  ciudad 
de  la  invasión  francesa  ,  como  otros  muchos 
malagueños  que  vendieron  caras  sus  vidas,  aun- 
que  casi  sin  armas,  contra  la  pericia  militar  y 
los  muchos  medios  de  que  los  franceses  dispo- 
nían ^  Este  mismo  abuelo  aún  todavía  se  re- 
sentía de  las  heridas  que  sufrió  defendiendo  una 
de  las  máquinas  que  llamiaban  los  empalletados 
en  el  sitio  de  Gibraltar,  donde,  á  pesar  desús  he- 
ridas, pudo  ganar  la  orilla.))  Aquí  se  extendió  ya 
bastante  sobre  las  glorias  históricas  de  Málaga  des- 
de la  reconquista,  concluyendo  de  este  modo: 
((Repito  que  Cánovas  del  Castillo  tiene  en  nuestra 
patria  incesantes  é  históricos  recuerdos  de  haza- 
ñas y  de  patriotismo  que  imitar.  Estas  lecciones, 
que  son  tan  comunes  en  la  historia  de  Málaga, 
las  tendrá  muy  presentes  D.  Antonio  Cánovas 
del  Castillo,  y  no  se  separará  un  momento  de  tal 
dechado  de  abnegación  y  de  patriotismo.  Ha- 

I  Esto^  por  saber  que  le  había  causado  gran  impresión  en  su 
niñez,  lo  he  referido  ya  en  su  propio  lugar  ;  pero  no  he  querido 
privar  tampoco  al  lector  de  conocer  el  tono  patriótico  que  en 
sus  palabras  reina^  como  siempre. 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    c(EL    SOLITARIO.))         235 

blando  con  Málaga  ,  y  para  Málaga  ,  y  siendo  la 
mayor  parte  malagueños  los  que  esto  escuchan, 
sólo  concluiré  diciendo  :  ¡  Viva  Isabel  I  de  Cas- 
tilla 3  conquistadora  y  restauradora  de  Málaga! 
¡Viva  Isabel  II  ,  su  augusta  nieta  ,  clave  de  la 
monarquía  y  sociedad  española,  y  viva,  en  fin, 
por  último  y  soberanamente  ,  nuestra  Patrona, 
la  Santísima  Virgen  de  la  Victoria  ,  que  es  la 
empresa  y  el  timbre  glorioso  de  nuestra  ciu- 
dad '!))  ¡Siempre  ,  como  se  ve,  la  patria,  lo  pa- 
triótico ,  las  glorias  nacionales,  y  los  deberes  de 
los  españoles  por  encima  de  todo!  ¡Siempre  tam- 
bién católico  á  la  española  ,  y  religioso  á  la 
usanza  antigual 

Poco,  según  he  dicho  ya,  escribió  en  estos 
años  postreros ,  y  de  lo  que  comenzó  á  escribir 
se  quedó  sin  acabar  la  mayor  parte.  Desde  1841 
había  publicado  trabajos  suyos  en  verso  y  pro- 
sa en  el  Semanario  Pintoresco  Español,  y  desde 
185  I  en  La  I  Ilustración  Universal,  no  dejando  de 
honrar  tales  periódicos  con  su  firma  de  vez  en 
cuando,  hasta  que  uno  y  otro  dejaron  de  exis- 

I  Copiado  de  El  j^visador  Malagueño  de  8  de  Marzo  de  1 864. 
Leyó  este  discurso  el  director  de  aquel  periódico,  D.  Ramón 
Franquelo. 


236  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

tir.  De  las  cosas  sueltas  que  escribió  en  prosa, 
sin  duda  fué  una  de  las  mejores  el  discurso  que 
leyó  en  el  Ateneo  de  Madrid ,  al  inaugurar  su 
cátedra  de  lengua  arábiga  en  1848,  donde  prin- 
cipalmente trató  de  la  aljamia,  aquel  sistema  de 
escribir  la  lengua  castellana  con  los  peculiares 
caracteres,  que,  durante  su  vasallaje,  usaban 
los  moros  ó  moriscos  españoles.  Publicó  tam- 
bién algunas  cosas  en  La  América  ,  en  La  Espa- 
ña, en  El  Heraldo,  en  El  Diario  Español,  en  fin, 
que  no  temió  imprimir  sus  quevedescas  redondi- 
llas tituladas  El  Rey  de  Capadocia ,  y  firmadas 
con  el  seudónimo  de  Sefinaris ,  en  su  número  de 
20  de  Octubre  de  1857.  No  sé  todavía  yo  si  esta 
singular  poesía  se  comprenderá  ó  no  en  la  nue- 
va colección.  Por  de  contado,  que  de  las  cosas 
por  concluir,  que  entre  los  papeles  de  Estébanez 
se  encuentran ,  no  es  posible  determinar  cuáles 
pertenecen  á  la  postrera  época  de  su  vida  ,  ó 
cuáles  están  así  desde  mucho  antes.  Hay  ,  por 
ejemplo  ,  en  borrador,  y  sin  acabar ,  un  Doctri- 
nal del  folletinista  de  toros  ,  obra  verdaderamente 
preciosa,  por  lo  ingenioso  y  regocijado  del  fon- 
do y  lo  exquisito  de  la  forma,  que  fuera  lástima, 
aun  tal  como  está ,  que  se  quedara  sin  ver  la  luz 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    «EL   SOLITARIO.))  237 

pública.  También  existen,  y  esas  son  de  1846 
ó  1847  ,  cuartillas  en  gran  número  de  un  dono- 
sísimo prólogo,  por  terminar,  que  debía  estam- 
parse á  la  cabeza  de  una  colección  de  las  fábulas 
humorísticas  de  D.  Miguel  de  los  Santos  Alvarez, 
que  corren  de  boca  en  boca  ,  tanto  tiempo  ha, 
sin  probabilidad  por  ahora  de  que  ni  prólogo, 
ni  fábulas ,  regocijen  en  libro  impreso  al  públi- 
co español.  De  cierto  artículo  titulado  Un  baile 
de  figurón  se  conservan  sólo  algunas  cuartillas 
sin  orden,  lo  propio  que  de  una  tragedia,  escri> 
ta  en  hermosos  versos,  y  algún  otro  ensayo 
dramático.  Sería,  por  lo  demás,  interminable  el 
decir  todo  lo  que  comenzó  y  no  acabó ,  lo  más 
de  esto  último,  sin  duda,  hacia  el  fm  de  su  vida. 
Ni  sé  yo  si  todo  lo  que  entre  sus  papeles  queda 
completo ,  y  no  he  visto  impreso ,  en  realidad 
está  inédito.  No  lo  está,  por  ejemplo,  su  artículo 
sobre  el  Monasterio  de  las  Huelgas  de  Burgos; 
pero  hay  otros  de  que  no  puedo  afirmar  nada 
cierto.  Entre  los  artículos  políticos  que  publicó 
aquí  ó  allá,  merece  mención  uno,  en  que  descri- 
bió cierta  sesión  del  Congreso,  con  este  epígra- 
fe :  Corrida  de  toros  en  eJ  Salón  de  Oriente,  poco 
antes  que  se  trasladase  aquel  cuerpo  colegisía- 


2}S  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

dor  á  su  modex^-no  palacio ;  artículo  acerbamen- 
te agudo,  que  muestra  también  que  nadie  le  ha- 
bría igualado  en  la  sátira  política,  de  tenerle  á 
ella,  y  á  la  política,  en  general,  mayor  afición. 
Pues  que  ya  he  hablado  de  escritos  suyos  en 
prosa,  añadiré  ahora  que  lo  más  importante 
que,  sin  duda,  hizo  en  verso,  durante  sus  pos- 
treros años,  fué  una  poesía  burlesca  inserta  en 
1 847  en  El  Semanario  Pintoresco  Español ,  con  el 
título  de  Las  Vacaciones delmuchacho.  Dije  ya  que 
no  había  dejado  nunca  del  todo  la  poesía  de  la 
mano,  porque  la  poesía,  cuando  una  vez  llega 
á  seducir  á  los  hombres,  no  es  cosa  para  aban- 
donada jamás;  y  ciertamente  pudiera  hablar 
aquí  de  idilios  deliciosos,  uno  sobre  todo  que 
lleva  por  nombre  El  Huerto  de  las  Man:(anas,  que 
es  de  lo  más  excelente  de  que  su  Musa  pudo  en- 
vanecerse ,  y  obra ,  no  obstante ,  de  sus  años 
maduros.  Pero  de  copiar  algo  prefiero  que  sea 
de  Las  Vacaciones  del  muchacho,  no  tan  sólo  á 
causa  de  su  sobresaliente  mérito ,  sino  porque 
no  he  dado  aún  á  conocer,  por  la  más  pequeña 
muestra,  su  estilo  festivo  en  verso.  Léanse, 
pues,  estos  trozos  de  la  referida  composición, 
que  harto  siento  no  publicar  aquí  toda  entera, 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    «EL    SOLITARIO.))        239 

y  dígaseme  qué  cosa  hay  mejor  de  Quevedo, 
con  quien,  no  sin  sobra  de  razón,  lo  he  compa- 
rado frecuentemente  : 

CABILDO  DE  CHICOS. 

c(  Dando  lustre  á  un  plato , 
A  puro  lamerlo , 
Se  mira  á  un  muchacho 
En  cierto  aposento.... 
Era  el  buen  Chichones 
En  forma  talego , 
De  intenciones  bizcas , 
Si  en  los  ojos  tuerto  ; 
Cabezón  in  folio , 
Buchón  y  rehecho. 
Que  en  riña  y  pedrea 
Fué  siempre  puntero. 
Rellenóse ,  digo  , 

Y  al  sabroso  empleo 
Volvió  de  los  chupes  , 
Relames  y  besos 

Y  en  tanto  que  monda 
El  último  hueso , 
Volvióse  á  la  puerta  , 

Y  dijo  gañendo  : 

«  Entren  mis  compañas  , 
»  Soldados  selectos , 
))  De  la  cuchipanda 
))Que  sigue  mi  ejemplo,* 
Si  á  conjuros  que  hace 
Nigromante  fiero 


240  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Demonios  acuden 

Con  rabos  y  cuernos  , 

Al  gañir  Chichones 

Más  pronto  acudieron 

Enjambres  de  chicos^ 

Diablos  regimientos  : 

Bien  que  agora  mochos . 

Cual  futuros  ciervos , 

Ricos  en  rabillos , 

Según  ojos  vieron. 

Allí  entró  Churretas , 

Coscoja,  Chundelo, 

Agallas,  Relumbras^ 

En  fin  .  treinta  al  menos ; 

Todos  de  Chichones 

Muy  al  retortero , 

Con  gran  reverencia 

Tomaron  asiento.... 

AHÍ  habló  Churretas , 

Que  aún  muestra  en  su  gesto 

Manchas  de  granada 

Del  pasado  invierno. 

Garduño  en  vivares  , 

Hurón  de  conejos , 

Del  reino  volátil 

Enemigo   eterno,... 

Calló ,   y  don    Baúles 

Levantóse  enhiesto , 

El  traga  comidas 

Del  mundo  universo, 

Capaz  en  dos  tragos 

De  engullirse  al  vuelo 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL    SOLITARIO.»        24I 

Cuatro  toneladas 
De  puches  de  afrecho. 
— Yo,    muchachos,    dijo, 
Qiie  asaz  soy  severo.,.. 
A  Garfín ,  que  es  gato 
Romano  y  artero  , 
Que  fuera  ganzúa 
A    nacer  de   hierro ; 
Ministro  en  finanzas^ 
Propio  de  estos  tiempos  , 
Uñas  de  intendente. 
Audaz  ,  ladrón  diestro  , 
Jurisdicción  neta 
Al  caso  cometo , 
Con  instruccioncillas 
Y  su  reglamento.... — 
Garfín,  que  era  arpiño 
Al  husmo  lardero 
Que  da  la  gatera  , 
Se  apresta  al  saqueo. 
Del  hopo  me  halaga , 
Va  y  viene  roncero  ; 
Al  botín  lo  lanzo  ; 
El  Cid  hizo  menos. 
Fué  un  jamón  Trevélez 
Su  primer  estreno , 
Salchichas  por  resmas . 
Chorizos  por  cientos. ...>» 

No  puedo  copiar  más,  ni  hace  falta  para  com- 
probar mi  último  aserto. 

Pero  en  tanto  la  decadencia  de  Estébanez  se 

-XII-  16 


242  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

pronunció  ya ,  por  rápida  pendiente ,   desde  el 
año  de  1856.  Fué  indudablemente  el  principio 
de  ella  la  muerte  de  su  esposa.  Hallábase  el  ma- 
trimonio disfrutando  con  sus  hijos  muy  apaci- 
ble y  alegremente  de   una  temporada  de   resi- 
dencia  en    Málaga ;    residencia    que  marido  y 
mujer  preferían,  hasta  en  el  rigor  del  verano,  á 
cualquiera  otra,  incluso  las  más  renombradas 
por  sus  arboledas  frondosas ,   su  temperatura 
húmeda  y  fresca,  sus  comodidades  para  vivir, 
su   divertida ,  brillante  y   cosmopolita  concu- 
rrencia.  Ni  eran  los  únicos  malagueños  que  en 
los  propios  días  de  Agosto  se  hayan  solido  con- 
tar por  felices ,  respirando  las  brisas  cálidas  del 
mar,  que  allá  enfrente  besa  las  costas  africanas; 
que  á  tanto  alcanza  en  los  hijos  de  aquella  tie- 
rra el  dulce  amor  de  la  patria.    Era ,   además, 
Estébanez  de  los  que  más  se  complacían  en  vi- 
sitar las  vides  y  almendros  de  sus  haciendas ,  los 
aloes  y  nopales  de  los  secos  arroyos,   que  allí 
sirven  con  frecuencia  de  linderos,   las  adelfas, 
que  impensadamente  esmaltan ,   por  acá  ó  por 
allá ,  con  sus  vivos  colores  de  rosa ,  los  cauces 
pedregosos,  y  las  amarillentas  márgenes ,  todo, 
c'i  ñn,  cuanto  se  aprende  á  querer  en  la   infan- 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL   SOLITARIO.))         243 

cia,  y  que  él  particularmente  quería  y  en  Mála- 
ga prefería,  sin  acordarse  de  la  verdura  eterna 
y  en  verdad  monótona  de  otras  comarcas.  Du- 
rante una  de  esas  cortas  expediciones,  en  que  se 
creyó  que  trataba  también  de  ver  de  cerca  el 
campo  de  Monda ,  por  si  podía  mantener  la  opi- 
nión ,  ya  casi  abandonada ,  de  que  por  allá,  y 
no  por  ninguna  otra  provincia  vecina ,  hubiese 
estado  la  Munda  de  César,  le  asaltó  un  doloro- 
so aviso ,  que  no  encerraba ,  sin  embargo ,  toda 
la  funesta  verdad.  Su  esposa  había  fallecido  ca- 
si repentinamente  el  21  de  Agosto.  Súpolo  en  el 
instante  mismo  de  llegar  á  Málaga,  viendo  en- 
lutados á  sus  deudos;  y  no  hay  que  ponderar 
su  dolor.  Pocos  duelos  habrá  habido  más  sin- 
ceros. 

Pero  pasaron  ,  como  pasan  siempre ,  las  lá- 
grimas ,  volvió  á  Madrid ,  y  recobró  al  parecer 
su  tranquilidad ,  continuando  en  sus  aficiones  y 
ocupaciones  ordinarias.  ¡Mera  apariencia  !  Desde 
aquel  punto  no  fué  ya  el  mismo  :  su  existencia 
estaba  herida  de  muerte.  No  pienso  yo  que  en- 
cierre la  vida  otro  igual  dolor  al  que  general- 
mente causa  entre  jóvenes  esposos,  que  se  llevan 
bien  ,  la  prematura  falta  de  uno  de  ellos ;  parece 


244  ^^EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

como  que  es  pedazo  de  uno  mismo  lo  que  se 
arranca ,  como  que  el  propio  ser  queda  así  mu- 
tilado, incompleto.  Mas,  con  todo,  no  es,  ni  de 
lejos,  tan  funesto  ese  caso  como  el  de  la  viudez 
en  edad  algo  avanzada;  que  entonces,  hasta  los 
cónyuges  que  no  han  dado  antes  muestras  de 
quererse,  ni  respetarse  recíprocamente  cuanto 
fuera  bien  ,  se  suelen  echar  á  tal  punto  de  me- 
nos, que  en  muchas  ocasiones  la  del  uno  prece- 
de poco,  y  precipita  en  el  otro  la  muerte.  Fenó- 
meno es  este  de  que  no  da  razón  la  lógica,  pero 
de  que  la  naturaleza  ofrece  cada  día  ejemplos. 
Y  todavía  creo  yo,  dicho  sea  sin  propósito  de 
ofender  los  corazones  femeniles ,  que  para  los 
hombres  de  cierta  edad  es  la  viudez  más  inso- 
portable que  para  las  mujeres.  Porque  no  se  tra- 
ta aquí  ya ,  por  lo  común  ,  de  amor  ó  de  ter- 
nura, que  en  eso  reconozco  yo  que,  cuando 
existe,  nos  ganan  siempre  las  mujeres.  Trátase 
de  que  para  los  hombres  en  general  significa  la 
viudez  el  rompimiento  con  toda  la  parte  adqui- 
rida de  su  modo  de  ser,  que  es  segunda  natura- 
leza ;  con  sus  hábitos ,  con  sus  comodidades, 
con  los  gustos  que  están  más  al  alcance  ya  de 
personas  que  suelen  asistir  á  la  sociedad  con 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL   SOLITARIO.»  245 

fastidio,  con  indiferencia  á  las  lides  de  la  ambi- 
ción ,  sin  entusiasmo  á  las  obligaciones  que 
á  cada  cuál  impone  su  posición  ó  carrera, 
que  viven  por  vivir  únicamente,  j  Ah!  :  la  mu- 
jer no  es  sólo  un  objeto  de  deseo,  de  amor 
y  celos  ,  de  placer  ó  entretenimiento,  como 
de  joven  se  piensa.  Desde  niño  se  experimenta, 
y  en  madura  edad  se  sabe ,  que  hay  un  ele- 
mento en  ella  ,  el  eterno  femenino  de  Goethe  ,  sin 
el  cual  nunca ,  en  ninguna  edad  ,  la  vida  huma- 
na está  entera. 

Y  si  todo  esto  me  ha  parecido  á  mí  siempre 
cierto,  crea  el  lector  que  en  el  caso  de  Estébanez 
lo  vi,  lo  toqué,  lo  percibí  con  evidencia.  Cuan- 
to en  tales  casos  les  sucede  á  todos ,  ó  casi  todos 
los  hombres,  tenía  en  mayor  grado  que  suce- 
derle  á  él ,  que  poseía  poquísimo  sentido  prác- 
tico para  las  cosas  más  ordinarias  de  este  mun- 
do, pero  más  indispensables.  Sus  libros,  sus 
imaginaciones ,  sus  sueños  de  todo  linaje ,  le 
habían  mantenido  siempre  á  cierta  distancia  de 
la  realidad ,  y  más  y  más  de  año  en  año ,  hasta 
perderla  de  vista  en  ocasiones.  Mientras  su  mu- 
jer vivió,  bastábase  ella  con  su  singular  buen 
sentido  para  atender  á  todo.  Luego  ya  ,  perdí- 


246  «EL   SOLITARIO))    Y   SU   TIEMPO. 

dos  los  hábitos  de  la  soltería ,  sin  haber  del  todo 
adquirido  las  ordenadas  costumbres  de  la  fami- 
lia, quedó  Estébanez  sin  centro,  como  ciego  en 
paraje  que  no  conoce.  Y  era  á  todo  esto  padre 
de  hijos  en  corta  edad  todavía ,  entre  ellos  de 
una  niña ,  que  no  pudo  pensar  en  tener  más  á 
su  lado  desde  que  perdió  la  madre.  Nadie  menos 
capaz  que  él ,  por  otra  parte  ,  para  el  paciente 
ejercicio  de  la  educación ,  y  no  fué  corta  dicha 
que  de  sus  hijos  no  recibiera  disgusto  alguno. 
Sábese  que  nada  esperaba  en  la  política;  de  sus 
ilusiones  patrióticas  no  recogía  sino  diarios  des- 
engaños; tenía  ya  tantos  libros  viejos,  que  no 
podía  menos  de  ir  de  día  en  día  disminuyéndose 
el  placer  de  sus  adquisiciones  :  la  Historia  de  la 
Infantería  claramente  vio  ya  que  no  se  podía 
terminar,  ni  aun  proseguir;  de  los  estudios  y 
artículos  de  costumbres  le  alejaba  la  gravedad 
de  sus  años  :  ¿dónde  habían,  pues,  de  hallar 
refugio,  ni  su  fantasía  exuberante,  ni  su  vehe- 
mente corazón?  Pronto  fué  viejo  sin  serlo.  La 
única  pasión  que  le  conmovió  algo  ya  de  allí 
adelante  fué  la  de  la  fortuna,  no  por  ser  la  pos- 
trera en  los  más  de  los  hombres,  sino  porque 
entonces  cayó  él  repentinamente  en  cuenta  de 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    ((EL    SOLITARIO.»         247 

que  con  sus  anacreónticas  y  sus  romances ,  sus 
cuadros  de  costumbres ,  sus  novelas  y  sus  pa- 
trióticas páginas  de  historia ,  los  hijos  no  habían 
de  vivir,  y  que  era  preciso  que  atendiese  más  á 
su  caudal ,  acrecentándolo  hasta  donde  posible 
fuera.  Tomólo,  como  quien  sale  de  entre  nubes, 
deslumhrado,  lleno  de  afán,  y  no  halló  en  esto 
pequeño  motivo  de  angustias  y  trabajos  en  sus 
años  postrimeros. 

En  el  entretanto  ,  fué  poco  á  poco  abando- 
nando todo  regalo  ,  y  hasta  las  necesarias  co- 
modidades de  su  persona.  Lo  último  que  puso 
aparte ,  fueron  los  banquetes ,  con  que  gustaba 
singularmente  de  obsequiar  á  sus  amigos  ,  y  de 
recrearse  él  mismo.  Dei  todo  no  dejó  nunca  en 
desuso  su  chispeante  ingenio  ;  pero  en  sus  chis- 
tes de  esta  época  notábase  ya  de  ordinario  cier- 
to tinte  de  resignada  melancolía.  Llegó  su  indi- 
ferencia á  punto,  y  perdóneseme  este  rasgo  que 
excusa  cien  otros  ,  de  no  cuidar  de  que  se  al- 
fombrase su  casa ,  con  ser  de  las  personas  más 
sensibles  al  frío  que  hayan  existido  jamás.  Dí- 
celo  eso  todo.  La  soledad  de  su  hogar  lo  fué 
dejando  lentamente  como  insensible.  Partía 
aquella  decadencia  ,  cuando  estuvo  ya  pronun- 


248  «EL   SOLITARIO))    Y    SU   TIEMPO. 

ciada  ,  el  corazón.  Y  le  acontecía  todo  esto  á 
poco  más  de  sesenta  años.  Viven  en  España 
mucho  menos  que  en  otras  partes  los  hombres, 
principalmente  los  de  genio  ;  pero  el  fin  de  Es- 
tébanez  ,  sin  que  ninguna  enfermedad  especial 
le  aquejase  ,  fué  ,  entre  todos  ,  prematuro  é  in- 
esperado. Moríase  de  un  mal  moral  ,  antes  que 
físico,  para  el  cual  no  había,  por  desdicha,  me- 
dicamento alguno. 

¿Buscólo,  por  ventura ,  alguna  vez,  ó  en  cier- 
tos momentos,  procurando  despertar  en  su  vida 
inoportunas  pasiones?  No  lo  sé  ,  y  aunque  lo 
supiera,  no  lo  habría  de  decir.  Pero  hubiera 
sido  más  ponzoña  que  remedio  ese  tal  para  la 
incurable  enfermedad  que  padecía.  Con  frecuen- 
cia se  ve ,  no  obstante  ,  que  los  hombres  procu- 
ran por  ese  estilo  aturdirse  cuando  no  son  feli- 
ces, y  sin  restaurar  sus  fuerzas  morales,  quítan- 
les  el  fundamento  de  la  salud  ,  de  que  ellas  en 
tanta  parte  dependen,  precipitando  su  total  rui- 
na. Sea  lo  que  quiera  ,  es  lo  cierto  que  poco  á 
poco  hasta  la  vivacidad  de  su  ingenio  en  la  con- 
versación se  fué  sucesivamente  apagando  en 
Estébanez.  De  las  postreras  cosas  en  que  lo  de- 
mostraba  era   en    su   constante   facilidad  para 


ÚLTIMOS    ANOS    DE   ((EL   SOLITARIO.))         249 

poner  felices  apodos.  Todo  el  mundo  ,  y  mejor 
que  nadie  los  interesados  naturalmente,  sabían 
quién  fuese  Tragaleyes,  quién  Pilatos,  cuál  Albon- 
diguillas y  cuál  El  Negro  sensible,  sin  que  tomara 
ninguno  á  ofensa  su  peculiar  apodo  ,  ni  dejara 
de  usar  en  sus  conversaciones  con  él ,  si  no  del 
propio  ,  de  los  de  los  demás.  Llegó  en  esto  á 
punto  de  no  emplear  casi  nunca  los  nombres 
verdaderos,  cosa  que  dificultaba  muchas  veces 
entenderlo ,  y  hasta  lo  hacía  imposible  para  los 
que  no  frecuentaban  mucho  su  trato.  La  última 

aspiración  quizá  de  su  musa  fué  ,  en  el  ínterin, 
esta  melancólica  poesía  escrita  en  un  viaje  que 

en  1865  hizo  todavía  á  Málaga,  para  visitar  á 

su  hija  que  residía  allí  : 

<(Á  LA  FUENTE  DE  OLLETAS. 

Cuando  infante,  dormí  cabe  esta  fuente ; 
Niño  después ,  partiendo  sus  cristales , 
Islas  forjé  ^  y  Alhambras  orientales , 

Y  aquí ,  rey  chico  fui ,  á  mínima  gente. 
Aquí  también  de  amor  probé  demente 

Los  gustos  y  zozobras  celestiales  , 

Y  más  tarde ,  entre  hervores  infernales , 
Del  oro  y  la  ambición  la  sed  ardiente. 

Vuelvo  aquí ,  al  cabo  ,  anciano  peregrino, 
Hallo  el  sitio,  el  raudal,  la  gruta  umbrosa, 


25o  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

La  tosca  piedra^  asiento  en  mi  camino  : 

Todo  cual  en  mi  infancia   igual   reposa 
Sólo  yo  falto ,  fúnebre  vecino  , 
Con  la  lámpara,  y  cruz  sobre  mi  fosa.» 


No  pongo  al  pie  de  la  letra  este  soneto  ,  por- 
que sea  perfecto  modelo  en  su  género;  pero 
dentro  de  él  es  ,  sin  embargo,  lo  mejor  quizá 
que  escribió  su  autor.  Después  de  todo,  y  nin- 
gún reparo  tengo  en  confesarlo,  como  menos 
valía  Estébanez  era  como  poeta  sentimental,  ó 
de  los  que  ahora  se  suelen  llamar  subjetivos.  A 
título  de  documento  biográfico  lo  copio  princi- 
palmente, y  en  este  concepto  tiene  más  valor 
todavía  ,  no  tanto  naturalmente  para  todos, 
cuanto  para  aquellos  que  conocemos  el  sitio ,  la 
fuente ,  y  algo  hemos  sentido  y  soñado  allí  de 
lo  que  sintió  y  soñó  El  Solitario.  Todo ,  en  ver- 
dad, estaba  en  aquel  humilde  paraje,  muy  ve- 
cino al  cementerio  ,  como  sesenta  años  antes 
estaba,  menos  él  :  lo  único  en  que  ya  se  podían 
asemejar  él  y  la  fuente  era  en  estar  tan  cerca 
los  dos  del  eterno  asilo  de  la  muerte.  Ésta ,  con 
efecto  ,  y  á  más  andar,  se  aproximaba  á  Es- 
tébanez. 

A  últimos  de  Diciembre  de  1866  recibí  yo  una 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL    SOLITARIO.»         25I 

orden  del  gobierno  de  la  época  ,  mandándome 
salir  de  Madrid  en  el  término  de  veinticuatro 
horas,  con  temporal  de  nieves  no  visto  acaso 
en  Castilla  jamás ,  por  haber  puesto  mi  firma  al 
pie  de  una  exposición  de  los  diputados  á  la  Rei- 
na ,  pidiendo  la  reunión  de  las  Cortes ,  cuando, 
después  de  haberlo  resistido  largamente,  no  po- 
día excusarlo ,  sin  nota  de  flaqueza  ,  ejecutadas 
ya,  como  se  ejecutaron,  con  los  presidentes  de 
los  cuerpos  colegisladores,  ciertas  violencias. 
Poco  importaría  esto,  si  no  fuera  porque  de  re- 
sultas vi  yo  á  Estébanez  por  postrera  vez  en- 
tonces. Hállele  ya  claramente  enfermo ,  con  se- 
ñales inequívocas  de  corta  vida.  Todavía  los 
muebles  de  su  aposento  estaban  hechos  rimeros 
de  libros  de  toda  especie ,  y  de  entre  los  colcho- 
nes mismos  de  su  cama  me  sacó  y  mostró  al- 
gunos, de  los  que  habían  pertenecido  al  difunto 
Gallardo  ,  que  á  gran  costa  acababa  de  adquirir, 
no  de  otra  suerte  que  el  sórdido  avaro  guarda 
sus  doblones,  pero  con  harta  más  dulce  codi- 
cia y  menos  censurable. 

Agravóse  ya  después  de  día  en  día,  y  dícen- 
me  que  en  una  de  las  postreras  visitas  de  Ga- 
yangos,  exclamó  al  verle  jocosamente :  «Toda- 


252  C(EL    SOLITARIO»   Y    SU    TIEMPO. 

vía  no  ,  todavía  no  es  tiempo  de  que  vengas  á 
apropiarte  los  mejores  de  mis  libros.»  Que  es  de 
advertir  que  uno  de  los  temas  de  disensión  en 
tono  agridulce,  mas  siempre  cariñoso  en  el  fon- 
do ,  solía  ser,    entre  Gayangos  y  Estébanez ,  el 
de  quién  de  los  dos  se  daba,  se  negaba  ó  se  qui- 
taba de  las  manos  más  libros  viejos.    Desde  al- 
gunos años  antes,  no  solamente  la  biblioteca  del 
primero  rivalizaba  con  la  suya,   sino  que  la 
aventajó  bastante  ,  gracias  á  la  asiduidad  y  per- 
sistencia continua  con  que  aquél  había  seguido 
adquiriéndolos,  ayudado  de  una  salud  á  toda 
prueba ,  y  de  sus  frecuentes  viajes  á  Inglaterra 
y  Francia,  donde  han  llegado  á  estar  en  estos 
tiempos  los  principales  mercados  de  rarezas  bi- 
bliográficas castellanas.   Estébanez  murió  que- 
jándose de  que  Gayangos   tenía  libros  suyos: 
Gayangos  me  ha  afirmado  no  ha  mucho  á  mí 
propio  que  entre  los  que  se  hallaron  en  la  bi- 
blioteca de  Estébanez ,  y  el  Estado  adquirió  más 
tarde,  los  había,  y  más  de  cuatro,  que  á  él  y 
no   otro  le  pertenecían.   No  me  toca  á  mí  dar 
la  razón  ahora  á  ninguno  de  los  dos.   ((Échame 
(parece  que  le  decía  también  con  estoica  sonri- 
sa Estébanez  al  general  Fernández  de  San  Ro- 


ÚLTIMOS    AÑOS    DE    «EL    SOLITARIO.))         253 

man ,  á  quien  profesó  entrañable  afecto ,  en  una 
de  las  últimas  ocasiones  que  le  vio):  échame 
unas  hojas  de  malvas  de  olor  cuando  me  pasen 
por  debajo  de  tus  balcones.))  Aquel  General  vi- 
vía y  vive  aún  muy  cerca  del  número  1 1  de  la 
calle  de  San  Mateo,  donde  Estébanez  falleció. 
Estos  amargos  chistes  no  tuve  yo  la  desgracia 
de  oirlos.  La  Providencia ,  con  las  bien  pasade- 
ras privaciones  y  molestias  d«  un  destierro  en 
Falencia  y  en  Carrión  de  los  Condes,  me  quitó 
de  delante  aquel  espectáculo,  que  para  mí  hu- 
biera sido  desgarrador. 

Por  fin ,  en  la  tarde  del  5  de  Febrero  de  1867, 
acabó  su  existencia.  Cumplidos  todos  los  debe- 
res religiosos ,  como  he  dicho  ya  en  otra  oca- 
sión ,  y  tardando  en  llegar  la  muerte  algún  tan- 
to más  que  pensaba  ,  todavía  quiso  oir,  antes 
de  dar  á  Dios  el  alma,  una  ó  dos  de  las  hones- 
tísimas y  apacibles  páginas  del  Don  Quijote.  Mo- 
ría, pues,  como  había  vivido:  con  maravillosa 
unidad  de  espíritu  y  obras. 

Ningún  ruido  hizo  su  muerte :  tan  solo  sus 
deudos  y  amigos  íntimos  la  lloraron  ó  deplora- 
ron cuanto  se  debía.  Que  dije  ya  al  principio  de 
este  libro  que  no  fué  nunca  escritorpopular,  y  dije 


254  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

también,  y  es  certísimo,  que  no  alcanzó  en  vida 
toda  la  estimación  y  aprecio  que  su  mérito  re- 
clamaba. Si  lograse  yo  ahora  llamar  la  atención 
sobre  sus  obras ,  ya  que  de  nuevo  se  piensa  en 
reunirías  y  darlas  juntas  á  luz  ,  bien  recompen- 
sado consideraría  mi  desaliñado  trabajo.  Pero 
si  esto  siquiera  no  lograse,  habré  cumplido  de 
todos  modos  el  deseo  que  me  ha  movido  á  es- 
cribir, y  que,  no  satisfecho,  hubiera  positiva- 
mente entristecido  el  ñn  de  mi  carrera.  A  nadie 
le  importa  saber,  pero  á  mí  me  cuesta  trabajo 
callar ,  que  él  es  la  única  persona  de  este  mundo 
á  quien  he  debido  auxilios  y  protección.  Todo 
lo  demás  lo  he  conseguido  ó  conquistado  sin 
deberlo  absolutamente  á  nadie ,  sino  á  mí  pro- 
pio. Todavía  llegaron  á  tiempo  los  progresos 
de  mi  carrera  para  no  serle  inútil  á  él,  ni  serlo 
á  sus  hijos ;  pero  dije  ya  cierto  día  ,  al  dedicarle 
una  de  mis  primeras  obras,  que  la  cuenta  de  la 
gratitud  es  cuenta  que  no  se  cerraba,  en  mi 
concepto  ,  jamás.  Abierta  está,  y  abierta  que- 
dará, pues,  para  mí;  pero  mientras  más  me 
aproxime  al  justo  pago,  más  contento  he  d^ 
quedar.  En  su  experiencia  larga,  quizá  no  aguar- 
daba de  mí  gratitud  el  cariñoso  deudo  que  me 


ÚLTIMOS    ANOS    DE    C(EL    SOLITARIO.))         255 

tendió  un  día  su  mano ;  que  yo  de  mí  sé  decir 
que  hace  muchísimo  tiempo  ya  que  no  la  espe- 
ro por  ningún  servicio  ni  por  favor  alguno.  Pe- 
ro en  tai  caso,  cualquier  beneficio  se  ha  de 
agradecer  más,  si  por  ventura  se  agradece. 
También  para  mí  se  han  ido  muchas  cosas  ya; 
otras  van  de  camino ,  y  á  largo  paso ;  pero  ob- 
servo con  mayor  claridad  cada  día  que  lo  único 
que  queda  perenne ,  mientras  todo  lo  demás  de 
la  vida  se  ausenta ,  es  el  testimonio  de  concien- 
cia que  dice,  que  no  se  ha  dejado  por  cumplir 
ningún  deber. 

Aquí  termina  esta  obra,  donde  quisiera  yo 
dejar  bien  retratado  á  un  hombre  que  ,  bajo  to- 
dos conceptos,  fué  una  de  las  más  singulares 
personalidades  de  su  tiempo;  en  quien  encontró 
nuestra  antigua  y  gloriosa  nacionalidad  su  últi- 
ma representación  genuína  y  completa ;  cuyas 
ideas  y  sentimientos  solían  hallarse  en  discordia 
con  lo  presente,  y  en  gran  parte  abandonará 
por  fuerza  el  porvenir;  pero  cuya  memoria  de- 
be siempre  ser  venerada  entre  los  españoles, 
como  acabado  tipo  de  lo  que  ellos  eran,  cuan- 
do en  el  mundo  pasaban  por  más  dignos  de  es- 
tima que  ahora.  Y  si  alguno  piensa  que  hombre 


256  ((EL  SOLITARIO»   Y   SU   TIEMPO. 

tal  como  Estébanez  nació  á  deshora,  diréle  yo 
que  es  hora  siempre  de  que  alguien  recuerde  á 
las  naciones  lo  que  han  sido,  para  que  puedan 
tomarlo  por  punto  de  partida  de  lo  que  quie- 
ran y  merezcan  ser. 


FIN. 


APÉNDICES 


VII  - 


17 


APÉNDICE  A. 


artículos  de  costumbres 


DE 


DON    JUAN    DE    ZABALETA 


SANTIAGO    EL    VERDE    EN    MADRID 

ESEANDO  están  la  tarde  del  día  de  San  Felipe  y  San- 
tiago, que  es  á  primero  de  Mayo,  cuantas  órde- 
nes de  gente  seglar  contiene  la  corte.  ¡  Válgame 
Dios!  ¿Qué  querrán  hacer  con  esta  tarde  santa,  más  que 
con  las  otras?  ¿Bajar  al  Sotillo?  ¿Y  qué  es  el  Sotillo?  Un 
pedazo  de  tierra  que  dista  de  Madrid  ,  por  cualquiera  de 
sus  salidas  ,  más  de  un  cuarto  de  legua.  A  la  ida  muy  cuesta 
abajo :  ¿cuál  será  á  la  vuelta?  Hay  en  ella  unos  árboles,  ni  mu- 
chos ,  ni  galanes ,  ni  grandes  ;  más  parecen  enfermedad  del 
sitio,  que  am.enidad  influida.  Humedece  este  soto,  dividido  en 
listas.  Manzanares,  poco  más  que  si  señalaran  la  tierra  con  el 
dedo  mojado  en  saliva.  Estas  no  son  cosas  de  llamar  gente; 
algo  más  debe  de  haber.  Unas  pisadas  hay  de  unas  paredes, 
unas  mal  averiguadas  reliquias  de  una  ermita  que  se  dice  fué 


26o  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

dedicada  á  estos  dos  Apóstoles.  ¡  Oh  inaudita  devoción  de  la 
corte  !  Hacer  peregrinación  gustosa  á  venerar  las  señales  de 
unas  paredes  que  fueron  santas.  De  cuantos  bajan  al  Sotillo,  no 
debe  de  haber  tres  que  sepan  que  hubo  en  él  tales  paredes.  Pues 
¿á  qué  bajan?  A  verse  unos  á  otros.  ¡Oh  sagrados  principios 
de  las  cosas !  Este  concurso  le  empezó  la  devoción  y  le  conserva 
el  vicio.  No  se  caerá  tan  aprisa  esta  mala  costumbre  como  las 
paredes  de  la  ermita.  De  más  duración  que  de  cal  y  canto 
son  los  vicios  públicos.  En  fin ,  á  verse  los  unos  á  los  otros 
bajan.  Pues  ¿no  conseguían  lo  mismo  con  concurrir  en  la 
calle  Mayor?  Sí,  pero  no  sabía  tan  bien  ,  que  costaba  menos 
trabajo.  La  fiesta  que  muele  es  grandísima  fiesta. 

Un  mes  antes  del  día  del  Sotillo  está  pensando  la  dama  que  ha 
de  ocupar  aquella  tarde  estribo  en  coche ,  qué  gala  sacará  que 
embelese  los  otros  coches.  Piensa  mil  boberías  de  varios  colores; 
comunícalas  con  el  galán  que  le  ha  de  dar  el  coche  y  la  gala  :  y 
él,  indeterminable  en  la  confección  del  vestido,  la  dice  que  se 
lo  deje  comunicar  con  su  camarada  D.  Fulano  ,  que  tiene  donde 
saborear  vestidos.  Es  el  dicho  camarada  un  mozo  ocioso,  pobre, 
vicioso,  de  cuerpo  de  caballero,  de  habla  de  bien  criado,  y  de 
impaciencias  corregidas  ,  que  señalan  debajo  del  entendimiento 
grande  profundidad  de  valor.  De  esta  profesión  llevan  muchos 
hombres  los  lugares  muy  grandes.  De  éstos,  algunos  fueron 
soldados  mientras  pensaron  que  era  holgura  la  guerra ,  y  la 
dejaron  porque  vieron  que  era  muy  peligroso  el  arrepenti- 
miento tardío.  Comunica  nuestro  galán  con  su  chupante  el 
vestido  que  ha  de  sacar  su  dama  el  día  del  Sotillo,  y  como  no 
ha  de  pensar  en  cómo  lo  ha  de  pagar,  tiene  más  lugar  de  pen- 
sar en  cómo  ha  de  ser,  y  guísale  sabroso,  y  guísale  como  por 
libro  de  cocina  á  muchísima  costa.  Procura  tener  la  parte  en  el 
vestido,  por  ver  si  puede  tener  parte  en  el  mérito^  y  cria  trai- 
dora esperanza  para  el  premio. 


APÉNDICES.  25l 

Llega  la  noche  del  último  día  de  Abril ,  y  no  duerme  á  dere- 
chas el  galán  que  ha  de  dar  coche  á  su  dama  el  día  siguiente, 
téngale  propio,  ó  no  le  tenga.  El  que  le  tiene  propio,  hizo  herrar 
IdS  muías  aquella  tarde  :  acostóse  temiendo  no  le  hubiesen 
clavado  alguna,  y  durmió  cojeando.  El  que  no  le  tiene  propio, 
sino  ofrecido,,  se  acuesta  temblando  de  tantos  accidentes  como 
se  llevan  una  palabra  ;  y  el  ruido  que  hace  el  coche  en  su  sueño, 
le  despierta  aquella  noche  treinta  veces. 

Amanece ,  pues ,  el  deseado  día  que  da  principio  al  Mayo ,  y 
abre  la  tierra  tantos  ojos,  cuantas  rosas  despliega.  Vea  amane- 
cer una  dama ,  la  que  á  él  le  pareciere  á  todas  horas  rosa ,  la 
hallará  con  el  cabello  apretado  en  trenzas ,  y  con  la  cabeza  sin 
cabello,  de  tal  arte  trabado  lo  uno  con  lo  otro,  que  parece  cabeza 
de  loca,  que  se  ha  prendido  al  pellejo  tiras  de  bayeta.  Los  ojos 
donde  suelen  estar;  pero  sin  las  cejas  con  que  anochecieron.  Las 
mejillas  pálidas,  la  nariz  morada,  los  labios  secos,  los  dientes 
turbios,  el  aliento  presado,  y  la  garganta  sin  lustre.  Pues  ¡  vál- 
game Dios!  ¿Qué  encanto  es  este?  A  las  once  del  día  todas  las 
señas  tiene  de  rosa.  Vayase  tras  de  ella  en  saliendo  de  la  cama,  y 
verá  el  encanto.  Sale  en  enaguas  y  justillo;  vase  al  sitio  deter- 
minado para  la  reformación  ;  siéntase  en  una  almohada  pequeña, 
arrímale  la  criada  un  espejo  hendido  á  un  taburete  bajo,  abre 
ella  una  arquilla  que  tiene  á  la  mano  derecha ,  y  saca  de  ella 
más  aderezos  de  engañar  los  ojos ,  que  un  jugador  de  manos  de 
la  bolsa  ceñida.  ¡  Paciencia  de  Dios ,  y  las  maldades  que  se 
pone  en  aquella  cara !  Mientras  ella  se  está  traspintando  por 
delante ,  la  está  blanqueando  por  detrás  las  espaldas  la  criada, 
que  arrollando  el  justillo  hacia  las  sangraduras  ,  lo  permite.  Esta 
es  tarea  larga ,  y  trabajosa  :  yo  pienso  que  ha  de  venir  á  parar 
en  albañiles.  Acabado  este  negocio,  se  encargan  ambas  déla 
Provincia  de  la  cabeza.  Una  peina  por  delante,  y  otra  por  de- 
trás ;  correspóndense  ambos  gobiernos  ,  y  queda  el  pelo  muy 


202  aEL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

bien  ordenado.  Si  las  mujeres  supieran  gobernar  sus  pensa- 
mientos como  sus  cabellos ,  fueran  las  mejores  cabezas  del 
mundo.  Remata  esta  obra  una  lazada  de  colonia  de  color  ale- 
gre, y  remátala  con  agrado.  Ya  este  demonio  ha  tomado  forma 
de  ángel  de  luz ,  y  son  tan  bobos  los  hombres ,  que  sabiendo 
que  todas  amanecen  demonios  ,.  se  dejan  engañar  de  la  luz  menti- 
rosa que  se  aplican.  Por  cumplir  con  estos  vestiglos  se  hacen 
pedazos.  Haciéndose  pedazos  andan  el  primer  día  de  Mayo  por 
la  mañana  los  que  han  de  dar  coche  á  alguna  dama  á  la  tarde. 
Por  el  suceso  siguiente   se  verá   cuáles  andan. 

En  la  calle  del  Príncipe  paraba  un  caballero  de  Burgos ,  que 
gozaba  cumplido  mayorazgo.  Éste  había  ofrecido  su  coche  para 
el  Botillo  a  una  dama  que  galanteaba.  El  mismo  día  á  la  una  llegó 
á  su  posada  á  caballo  el  Corregidor  de  Madrid^  que  era  su  tío,  y 
sin  apearse  le  envió  á  llamar  :  él  salió ,  y  el  Corregidor  le  dijo: 

— Sobrino,  3^0  he  menester  dar  un  coche  esta  tarde,  y  no  le 
tengo,  porque  en  el  mío  va  mi  mujer.  Tan  grande  es  el  empeño, 
que  será  menor  cualquiera  razón  que  haya  para  no  dármele_,  y 
así  el  de  vuesa  merced  esté  esta  tarde  á  las  tres  á  la  puerta  de 
mi  casa.  Adiós  ,  que  es  día  muy  ocupado.-— 

Fuese ,  y  quedó  el  hombre  en  el  umbral  de  la  puerta  tan  sin. 
movimiento,  y  sin  voz,  como  si  fuera  de  piedra.  Cobróse  un  poco, 
y  díjole  á  un  criado  con  voz  desagradada ,  que  en  comiendo  las 
muías  llevase  el  coche  á  la  puerta  de  su  tío,  y  entróse  en  su  cuar- 
to. En  él  tomó  la  espada  y  la  capa,  y  sin  acordarse  de  que  había 
de  comer  aquel  día,  se  salió  de  la  posada,  comd fuera  de  sí.  Cogió 
la  calleja  de  la  Lechuga,  que  estaba  enfrente,  pareciéndole  que 
hombre  á  quien  sucedía  aquel  desaire  no  podía  andar  por  calles 
en  que  hubiese  luz.  Entróse  luego  por  la  del  Gato,  también  por 
calleja,  y  salió ,  sin  saber  dónde  iba^  á  la  plazuela  del  Ángel. 
Como  era  mediodía ,  estaban  á  las  puertas  principales  algunos 
coches  sin  muías,  y  entre  ellos  uno  con  una  cédula,  señal  de 


APÉNDICES.  263 

que  se  vendía.  Reparólo  el  hombre,  creciéronle  un  tercio  los  ojos, 
partió  como  una  flecha  al  coche .  informóse  de  la  cédula  de  la 
persona  con  quien  había  de  tratar  de  la  compra ,  y  encontróla 
fácilmente,  porque  la  hora  le  tenía  en  casa.  Empezóse  á  hablar 
en  la  materia ,  y  el  dueño  del  coche  le  conoció  la  enfermedad  al 
húrgales ,  y  pensó  en  vendérsele  como  si  le  vendiera  la  salud. 
Hizo  el  comprador  que  sacasen  las  muías  al  patio,  más  por  ver 
si  estaban  vivas  que  por  ver  si  eran  buenas.  Concertó  al  ün  el 
coche  lo  más  aprisa  que  pudo,  porque  no  se  arrepintiese  el 
dueño  de  venderle  aquel  día ,  y  concertóle  en  setecientos  duca- 
dos de  contado.  Hízole  poner,  y  con  la  persona  que  había  de 
recibir  el  dinero  se  fué  en  él  á  su  posada.  Sacaron  cuanto  di- 
nero suyo  había  en  ella ,  que  fueron  seis  mil  reales  ,  y  por  mil 
y  setecientos  que  faltaban  ,  dio  una  sortija  de  diamantes  en 
prendas  á  quitar  el  día  siguiente. 

Nadie  ha  cogido  de  repente  una  corona  con  tanto  gusto, 
como  él  estaba  con  su  coche  repentino.  Enviósele  á  la  dama; 
y  vino  por  él  el  coche  de  los  amigos  que  le  habían  de  llevar 
á  la  fiesta.  Encontró  en  el  campo  á  su  dama.  Ella  le  hacía  con 
los  ojos  halagos,  y  él  echaba  el  corazón  por  los  ojos.  Ano- 
checió ,  pasóse  á  un  estribo  del  coche  en  que  ella  iba ,  y  acom- 
pañóla. Amaneció  el  día  2  de  Mayo^  y  hallóse  con  dos  co- 
ches ,  y  sin  blanca.  Fué  preciso  vender  con  mucha  brevedad 
el  uno,  porque  los  estómagos  son  acreedores  muy  puntuales. 
Sacó  el  más  moderno  á  la  puerta  de  Guadalajara ,  y  despa- 
chóle presto.  En  cosa  coniprada  con  necesidad  ,  y  vendida  con 
necesidad,  bien  se  conoce  cuál  sería  la  compra  y  cuál  sería  la 
venta.  Él  compró  el  coche  en  mucho  más  de  lo  que  valía,  y  le 
vendió  en  mucho  menos  de  lo  que  valía.  Dióle  en  doscientos  y 
cincuenta  ducados,  ¡Oh  gallardía  española!  Dar  por  el  alquiler 
de  un  coche  de  sola  una  tarde  cuatro  mil  novecientos  y  cincuen- 
ta reales.  Linda  limosna  hizo  por  cierto  la  tarde  santa  del  día 


264  c(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

de  dos  Apóstoles.  Este  coche  hizo  por  entonces  con  este  hombre 
lo  que  su  carro  con  Plutón ;  que  le  metió  en  el  infierno  con  una 
dama. 

Dan  las  tres  de  la  tarde  ,  y  empiezan  á  bajar  los  coches,  lle- 
nos de  mujeres  los  unos,  llenos  de  hombres  los  otros.  Al  llegar 
al  hospital  de  la  Pasión,  los  que  llevan  el  camino  por  la  Puerta 
de  Atocha  ven  salir  un  entierro   de  una  pobre,  á^quien  algún 
deudo  suyo   enterraba  en  la  parroquia.  ¡  Ah  ,  señoras  damas- 
Gran  sermón,  y  breve.  Mujer  moza,  hermosa,  muerta  y  pobre. 
¿Qué  se  les  da  á  las  otras  de  eso?  Por  la  Puerta  de  Valencia 
baja  esta  tarde  otro  hormiguero  de  coches.  Á  ver  los  que  van 
en  ellos  bajan  algunas  personas  de  las  que  ni  se  atreven  al  can- 
sancio,  ni  pueden  sufrir  la  inquietud  que  mete  en  las  casas  la 
fiesta  que  hay  fuera  de  ellas.  Siéntanse  por  las  angostas  sombras 
que  hacen  las  encogidas  paredes  de  aquellas  pobres  casas  algu- 
nas mujeres,  y  junto  á  ellas  se  paran  algunos  hombres.  Hablan 
unos  con  otros,  y  de  cuando  en  cuando  ellos  con  ellas.   Ven 
venir  á  una  mujer  al  estribo  de  un  coche,  sentada  al  sesgo,  ni 
bien  toda  la  cara  á  la  calle,   ni  bien  adentro  toda.   Si  no  tuvie- 
ra movimiento,  era  un  medio  perfil ;  con  él  es  veleta  cabal;  fle- 
chando (á  su  parecer)  con  los  ojos  todos  los  vientos  y  los  cora- 
zones. Llevaba  fuera  del   estribo  media  vara  de  guardainfante 
cubierto  con  una  basquina  de  chamelote  de  aguas ,  que  es  muy 
dificultosa  de  recoger  la  vanidad.  Cuando  ofrece  al    pueblo  la 
espalda  es  una  sierra  de  nieve;  cuando  ofrece  el  rostro  una  Au- 
rora.  Pues  no  ha  cuatro  horas  que  ni  era  nieve  su  espalda,  ni 
Aurora  su  rostro ;  pero  no  hay   mejor  colorido  en  España  que 
el  de  sus  botes.  Algunas  veces  que  da  el  rostro  al  pueblo,  se  le 
da  cubierto  del  abanico,  mas  es  por  descubrir  la  mano  ;  cuando 
no  usa  de  esta  maña,   con  la  que    tiene   vacía   se  corrige  una 
guedeja.    Sabe  ella  que  son  blancas  y  bien  formadas.  Tan  bien 
tratadas,  que  parecen  manos  domingueras,  y  que  toda  la  sema- 


1 


APÉNDICES.  265 

na  se  sirve  de  otras.  Yo  pienso  que  si  los  ojos  á  estar  cerrado? 
se  pusieran  hermosos,  no  los  abrieran  las  mujeres,  sino  muy 
pocas  veces  al  año.  Y  no  se  puede  dudar  qué  hiciera  esta 
gente,  que  por  sacar  algunas  veces  las  manos  blancas  ,  están 
mancas  toda  la  vida.  Ellas  deben  de  haber  pensado,  como  las 
gitanas  les  dicen  por  las  manos  la  buenaventura^  que  está  su 
buenaventura  en  sus  manos.  Si  usan  mal  de  ellas ,  no  está  en 
ellas,  sino  en  su  desdicha.  Lleva  la  tal  dama  el  cabello  puesto 
de  arte,  que  se  la  vea  por  donde  quiera  la  garganta.  Hs  blanca 
y  carnuda.  A  lo  blanco  ya  le  sabemos  el  secreto;  á  lo  carnudo 
le  hemos  menester  averiguar  la  significación.  Los  que  tratan 
de  fisonomía,  dicen  que  la  garganta  cubierta  de  mucha  carne 
acusa  á  su  dueño  de  pronto  á  la  ira.  A  costa  de  buena  tacha  da 
el  cielo  esto  que  á  los  ojos  es  bueno. 

No  pueden  todos  los  coches  salir  de  una  vez  por  la  puerta,  y 
páranse  unos  para  que  salgan  otros.  Párase  el  de  nuestra  dama, 
y  dice  una  de  las  mujeres  mironas  á  otra  que  estaba  junto  á 
ella  : 

— ¿No  es  aquella  Fulanilla? 
— Sí ,  amiga ,  y  está  en  grande  altura. 
■ — Yo   la  conocí   más  muchacha  (replicó   la   primera),  y   no 
era  el  imposible  del  barrio.  De   puro  agradable,    no   sabía  dar 
una  mala   respuesta.  Harto   deslucidilla  andaba,  ¿Quién  la  ha- 
bla ahora? 

— Un  caballero  (dijo  la  otra)  muy  poderoso ;  gasta  mucho 
con  ella.  Aquel  mozo  galán,  que  va  en  aquel  caballo  de  color 
de  huevo  añejo,  es  criado  suyo  y  guarda  de  la  tal  señora. 
Apenas  oyó  esto  un  hombre  entrecano  que  estaba  junto  á 
ellas,  cuando  se  sonrió.  Advirtiólo  la  una,  y  díjole  que  de  qué 
se  reía.  Y  él   respondió  con  este  cuento  : 

— Iba  á   uno  de  los  garitos  de  la  corte   continuamente  un 
caballero,  que  cuando  tenía  dinero  jugaba,  y  cuando  no  lo  te- 


206  <(EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

nía  se  entretenía  en  ver  jugar  á  los  otros.  Entró  una  tarde  de 
verano  en  el  patio  de  la  casa  un  muchacho,  vendiendo  abani- 
cos de  papel.  El  caballero  concertó  uno  con  poca  prolijidad  en 
seis  maravedises ,  y  estúvose  haciendo  aire  con  él  toda  la  tar- 
de. Súpole  bien  el  airecillo,  y  cuando  se  quiso  ir ,  por  hallar 
allí  el  día  siguiente  el  mismo  regalo,  se  llegó  al  aposento  de 
un  criado  de  la  casa  ,  y  díjole  al  criado  que  le  guardase  aquel 
abanico,  porque  era  de  su  gusto,  y  que  por  el  cuidado  le  daría 
cuatro  cuartos  cada  día  ;  y  que  mirase  no  se  hiciese  aire  na- 
die con  él.  El  hombre  tomó  el  abanico  y  los  cuatro  cuartos, 
y  puso  el  abanico  en  una  alhacena.  Apenas  el  caballero  volvió 
las  espaldas ,  cuando  el  primero  que  se  refrescó  con  el  abanico 
fué  el  guarda,  y  después  todos  cuantos  quisieron. 

Dijo  entonces  la  mujer : 

— Parece  que  vuestra  merced   quiere  decir.... 

Y  el  hombre,  antes  que  acabase,  se  quitó  el  sombrero  y  se  fué, 

Al  otro  lado  estaban  cuatro  hombres  en  conversación ,  como 
que  iban  juntos ,  o  como  conocidos  que  allí  se  habían  encon- 
trado. Entre  ellos  estaba  un  estudiante  de  barba  nueva,  de 
cabello  corto  y  de  semblante  compuesto,  con  punta  de  alcalde 
mayor.  Enfrente  de  ellos  estaban  algunos  coches  parados  ,  que 
distintamente  ocupaban  ambos  sexos.  Encarósele  uno  al  Licen- 
ciado, y  dijo: 

—Allí  está  Amaltea. — 

Fueron  los  ojos  de  todos  á  un  mismo  tiempo  al  coche ,  y 
á  un  mismo  tiempo  se  rieron  todos.  El  preguntó  con  mesura 
de  qué  se  reían ,  y  ellos  respondieron  que  de  no  ver  en  el  co- 
che que  él  señalaba  persona  en  quien  asentase  bien  el  apodo, 
porque  no  había  en  él  sino  seis  hombres  con  las  barbas  hasta 
los  párpados.  El  escolar  dijo  entonces  : 

— Pues  uno  de  esos  es  Amaltea,  y  se  lo  llaman  con  mucha 
propiedad. 


APÉNDICES,  267 

— La  razón — dijeron  ellos. 

Y  él  dijo  : 

— He  aquí  la  razón.  Amaltea  es  una  diosa,  á  quien  pintan 
siempre  abrazada  con  uno  de  aquellos  infelices  huesos  que  qui- 
tan á  los  toros  de  la  frente,  cuyo  nombre,  injustamente  abatido, 
no  tiene  lugar  entre  las  voces  hidalgas  de  los  españoles.  La  parte 
hueca  de  este  hueso  la  ocupa  de  espigas,  uvas  y  flores.  Las  frutas 
están  en  lo  escondido;  cuando  mucho  el  trigo  asoma  espiga, 
cuando  mucho  el  racimo  asoma  un  grano.  Las  flores  ocupan  la 
superficie ,  con  tanta  pompa ,  que  con  la  sombra ,  si  no  le 
desparecen  del  todo ,  embozan  lo  restante  del  vaso.  Este  hue- 
so, airosamente  revuelto,  es  en  España  símbolo  necio  de  la 
nota  que  deja  la  flaqueza  de  la  mujer  casada  en  el  mal  afortuna- 
do esposo,  y  esta  diosa ,  abrazada  á  este  hueso,  es  jeroglífico 
de  los  descorazonados  maridos  ,  que  de  las  flaquezas  de  sus 
mujeres  sacan  fruto,,  y  cubren  el  fruto  y  la  flaqueza  de  flores. 
Flores,  como  no  ir  á  su  casa  algunas  veces ,  cuando  piensan 
que  pueden  embarazar;  como  ir  otras  á  ser  de  susto,  y  no  de 
peligro;  como  llamar  primero  al  adúltero  tolerado;  como  decir 
á  sus  mujeres  que  busquen  doscientos  ducados  sobre  sus  jo- 
yas, y  recibir  los  doscientos  ducados  y  ver  las  joyas  en  casa. 
Y  como  decir  con  mucho  secreto  á  seis  ó  siete  personas  dife- 
rentes (número  que  no  guarda  secreto)  que  su  mujer,  debajo 
de  aquellas  galas ,  trae  un  cilicio  que  le  come  las  carnes ;  y  que 
debajo  de  lo  rosado  postizo  del  rostro  trae  la  palidez  de  muchos 
ayunos.  Uno  de  los  que  en  aquel  coche  vemos  cubre  sus  tor- 
cidas conveniencias  de  estas  flores ,  y  por  eso  el  renombre  de 
Amaltea  íe  está  como  cortado  á  su  medida.— 

Van  desembocando  en  el  campo  los  coches,  y  entre  ellos  mu- 
chos hombres  lucidos  á  caballo.  Pasa  uno  de  estos  hombres  por 
entre  dos  coches,  y  va  metiendo  en  el  uno  las  colonias  de  la 
crin.  Dice  uno  de  los  que  van  en  el  coche: 


268  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

— Muchas  cintas  gasta  este  caballero  en  su  rocín :  yo  me 
acuerdo  cuando  no  las  tenía  en  los  zapatos. 

Dice  otro : 

— Pues  en  verdad  que  habría  menester  muchas,  porque  según" 
va  mal  puesto  en  el  caballo,  parece  que  ha  andado  toda  su  vida 
á  pie. 

Pasa  otro  en  un  caballo  muy  ancho  de  caderas  por  junto  á 
un  coche  de  damas ,  y  dice  una: 

— Este  caballero  tiene  singular  gracia  en  engordar  caballos  y 
en  enflaquecer  lacayos.  Al  caballo,  porque  no  lo  trabaja  y  lo  sus- 
tenta, y  al  lacayo  porque  no  le  sustenta  y   le  trabaja. 

Dice  otra  muy  severa : 

— Tendrá  más  prolijidad  con  las  bestias  que  con  los  hom- 
bres. ¿No  veis  que  van  vuestros  caballos  haciendo  poetas?  En 
lo  que  entienden  estos  caballeros  es  en  ir  mirando  á  las  da- 
mas ,  pareciéndoles  todas  bien ,  y  deseando  parecer  bien  á 
todas.  Tiberio  César  tuvo  un  caballo  que  parecía  que  echaba 
llamas  por  la  boca.  Todos  estos  caballos  me  parecen  á  mí 
el  del  César.  La  plebe  ínfima ,  desgranada  por  aquellos  sue- 
los, ya  se  junta  en  ranchos,  ya  se  aparta  en  pendencias  ^  ya 
se  muele  en  bailes  ,  ya  se  apelmaza  á  tragos.  A  esto  holgura 
llaman. 


APÉNDICES.  2Ó9 


EL  GALÁN 


Despierta  el  galán  el  día  de  fiesta  á  las  nueve  del  día,  atado 
el  cabello  atrás  con  una  colonia.  Pide  ropa  limpia,  y  dánsela 
limpia  y  perfumada.  Dícele  á  un  criado  que  le  dé  de  vestir,  que 
otro  vaya  á  llamar  al  barbero  y  al  zapatero.  Pónese  un  jubón 
cubierto  de  oro  :  cálzase  luego  ,  y  pónese  unas  medias  de  pelo 
tan  sutiles^  que  después  de  habérselas  puesto  con  grande  cui- 
dado ,  es  menester  cuidado  grande  para  ver  si  las  tiene  pues- 
tas. Ajustase,  en  fin ,  las  medias  nuestro  galán  á  las  piernas, 
con  unos  ataderos  tan  apretados^  que  no  parecen  que  aprietan, 
sino  que  cortan. 

Pónese  en  pie ,  pregunta  si  ha  venido  el  zapatero  ó  el  barbe- 
ro. Entra  el  zapatero  oliendo  á  cansado.  Saca  de  las  hormas  los 
zapatos  ,  con  tanta  dificultad  como  si  desollara  las  hormas. 
Siéntase  en  una  silla  el  galán ,  híncase  el  zapatero  de  rodillas^ 
apodérase  de  una  pierna  con  tantos  tirones  y  desagrados  como 
si  le  enviaran  á  que  le  diera  tormento.  Mete  un  calzador  en  el 
talón  del  zapato ,  encapíllale  otro  en  la  punta  del  pie ,  y  luego 
empieza  á  guiar  el  zapato  por  encima  del  calzador.  Apenas  ha 
caminado  poco  más  de  los  dedos  del  pie  ,  cuando  es  menester 
arrastrarle  con  unas  tenazas,  y  aun  arrastrando  se  resiste.  Pó- 
nese en  pie  el  paciente ,  fatigado  ;  pero  contento  de  que  los  za- 
patos le  vengan  angostos  ;  y  de  orden  del  zapatero  da  tres  ó 
cuatro  patadas  en  el  suelo  ,  con  tanta  fuerza  ,  que  ,  pues  no  se 
quiebra,  debe  de  ser  de  bronce. 

Acoceados  dan  de  sí  el  cordobán  y  la  suela  :  pellejos,  en  fin, 


270  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

de  animales,  que  obedecen  á  golpes.  Vuélvese  á  sentar  el  tal 
señor ;  dobla  hacia  fuera  el  copete  del  zapato  ,  cógele  con  la 
boca  de  las  tenazas  ,  hinca  el  oficial  junto  á  él  entrambas  rodi- 
llas^ afírmale  en  el  suelo  con  la  mano  izquierda  ^  y  puesto  de 
bruces  sobre  el  pie,  hecho  arco  los  dos  dedos  de  la  mano  dere- 
cha ,  que  forman  el  jeme,  va  con  ellos  ayudando  á  llevar  por 
el  empeine  arriba  el  cordobán ,  de  quien  tira  con  las  tenazas  su 
dueño.  Vuelve  á  ponerse  en  una  rodilla,  como  primero  estaba, 
empuña  con  la  mano  la  punta  del  pie,  y  con  la  palma  de  la  otra 
da  sobre  su  mano  tan  grandes  golpes,  como  si  los  diera  con  una 
pala  de  jugar  á  la  pelota. 

Ajustada  ya  la  punta  del  pie  ,  acude  al  talón  ,  humedece  con 
la  lengua  los  remates  de  las  costuras  ,  porque  no  falseen  las  cos- 
turas de  secas  por  los  remates.  Desdobla  el  zapatero  el  talón, 
dale  una  vuelta  con  el  calzador  á  la  mano,  y  empieza  á  encajar 
en  el  pie  la  segunda  porción  del  zapato.  Manda  que  se  baje  la 
punta,  y  hácese  lo  que  manda.  Llama  á  sí  el  zapatero  con  tal 
fuerza ,  que  entre  su  cuerpo  y  el  espaldar  de  la  silla  abrevia 
torpe  y  desaliñadamente  al  que  calza.  Dícele  luego  que  haga 
talón ,  y  el  hombre  obedece  como  un  esclavo.  Ordénale  des- 
pués que  dé  en  el  suelo  una  patada ,  y  él  da  la  patada  ,  como 
se  le  ordena.  Vuelve  á  sentarse  ,  saca  el  cruel  ministro  el  cal- 
zador del  empeine,  y  por  donde  salió  el  calzador  mete  un  palo, 
que  llaman  costa  ,  y  contra  él  vuelve  y  revuelve  el  sacabocado, 
que  saca  los  bocados  del  cordobán  para  que  entren  las  cintas; 
deja  en  el  empeine  del  pie  un  dolor  y  unas  señales ,  como  si 
hubieran  sacado  de  allí  los  bocados.  Agujerea  las  orejas  para  la 
cinta  con  una  aguja ,  lleva  las  orejas  á  que  cierren  el  zapato, 
ajústalas  y  da  luego  con  tanta  fuerza  el  nudo,  que  si  pudieran 
ahogar  á  un  hombre  por  la  garganta  del  pie,  le  ahogara.  Hace 
ia  rosa  después  con  más  cuidado  que  gracia.  Vuelve  á  deva- 
narse á  la  mano  el  calzador,  que   está  colgando  del  talón ,  tira 


APÉNDICES.  271 

de  él  como  quien  retoca,  da  con  la  otra  mano  palmadas  en  la 
planta  como  quien  asienta,  y  saca  el  calzador,  echándose  todo 
hacia  atrás.  Pone  el  galán  el  pie  en  el  suelo,  y  quédase  mirán- 
dole. Levántase  el  zapatero,  arrasa  con  el  dedo  el  sudor  de  la 
frente  ,  y  queda  respirando  como  si  hubiera  corrido.  Todo  esto 
se  ahorra  con  hacer  el  zapato  un  poco  mayor  que  el  pie.  Pade- 
cen luego  entrambos  otro  tanto  con  el  pie  segundo.  Llega  el 
último  y  fiero  trance  de  darle  el  dinero.  Recoge  el  oficial  sus 
baratijas.  Recibe  su  estipendio,,  sale  por  la  puerta  de  la  sala 
mirando  si  es  buena  la  plata  que  le  han  dado,  dejando  á  su  due- 
ño de  movimientos  tan  torpes ,  como  si  le  hubieran  echado  unos 
grillos. 

Entra  el  barbero  dando  prisa  desde  que  entra  ;  pide  lumbre 
para  los  hierros,  y  dice  que  pongan  ei  escalfador  en  la  lumbre. 
Siéntase  el  galán  en  una  silla ,  y  en  sentándose  pierde  el  domi- 
nio de  su  cuerpo  ;  porque  no  se  puede  menear  sino  hacia  donde 
el  barbero  le  manda.  Pónele  un  peinador  muy  plegado,  que  es 
¡o  mismo  que  ponerle  unas  enaguas  por  el  cuello.  Rodea  una 
toalla  al  cuello  del  peinador,  en  forma  de  muceta ,  ajústale 
bien  detrás  de  las  orejas  el  cabello,  echa  el  agua  vaheando  en 
la  bacía ,  encájale  por  la  muesca  la  bacía  en  la  garganta,  y  déjale 
la  cabeza  como  cabeza  de  degollado  que  llevan  de  presente. 
Empieza  á  bañarle  oliéndole  las  manos  á  lo  que  almorzó,  y 
nunca  es  bueno  lo  que  almuerza.  Salpícale  con  la  lejía  los  ojos, 
y  deslízansele  por  entre  los  dedos  algunos  chorros  hacia  la  boca. 
Ruédale  el  jabón  por  la  cara ,  y  déjale  la  cara  de  picaro  de 
Carnestolendas.  Desahógale  de  la  bacía  ;  saca  una  navaja  del 
estuche ,  limpíala  por  ambas  haces  en  la  palma  de  la  mano  iz- 
quierda, como  quien  la  afila ,  y  empieza  á  raerle  con  ella  el  ros- 
tro. Córtale  un  poco  en  un  carrillo^  y  pónele  el  dedo  de  en 
medio  de  la  mano,  que  gobierna  la  cabeza  ,  como  que  afirma 
sobre  la  cortadura ,  por    quitarle   la  sangre  con  el  dedo  ;    esta 


272  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

atención  dura  hasta  que  vuelve  á  bañarle ,  que  entonces  se  lim- 
pia la  sangre  de  todo  punto.  Báñale  segunda  vez  :  repásale  con 
la  navaja,   y  por  quitarle  bien  los  pelos  del  perfil  del  labio  in- 
ferior, le  mete  dos  ó  tres  veces  el  dedo  en  la  boca,    y    echa  de 
ver  que  es  bobo  en  que  se  lo  sufre.  Refréscale  la  cara  con  agua 
fría,  y  cogiéndola  con  la  toalla  entre  sus  dos  manos  se  la  en- 
juga. Mira   si  están  los   hierros  bien  puestos  en  la  lumbre,  y 
reconoce  que  están   bien  puestos.   Desenvaina  un  peine  y  unas 
tijeras  del  estuche,  y  parte  al  miserable  paciente,  abriendo  y 
cerrando  en  cl  aire  las  tijeras.   Arremángale  las  narices  con  el 
dedo  pulgar  de  la  mano  en  que  lleva  el  peine,   y  con  las  tijeras 
que  lleva  en  la  otra  se  las  desenzarza.  Corre  luego  á  las  orejas, 
y  escómbraselas.  Anda  de  aquí    para   allí  despuntando  pelos! 
Sacude  al  fin  en  el  peine  las  tijeras  :  encaja  el  peine  en  su  ca- 
bello, deposita  las  tijeras  en  la  pretina.  Arrebata,  como  quien  se 
quema,    los  hierros  de  la  lumbre,   y  échalos  por  los  anillos  en 
el  agua  que  quedó  en  la  bacía  :  huye  el  calor,  quejándose,  del 
sitio  que  el  agua  moja.  Riega  lo  que  resta  hasta  el  fiel,  y  hace 
con  los  rocíos  el  hierro   caliente  el  mismo  ruido  que  hlcen  los 
que  labran  sombreros.   Empúñalos,  sacúdelos ,  enjúgalos  ,  exa- 
mínalos, y  embiste  á  los  mojados  bigotes  con  el  mismo  arroja- 
miento  que  si  estuviera  aquel   cuerpo  difunto.  Valos  el   hierro 
tirando  y  el  calor  endureciendo.  Después  de  muchas  tenazadas, 
los  deja  tan  arrimados  al  rostro  y  tan  aguzados  de  puntas  ,  que 
más  parecen  fingidos  con  un  pincel  que  aliñados  con  un  hierro. 
Cobra  dé  su  pretina  las  tijeras  y  del  cabello  el  peine,  acude  al 
pelo  que  se  desmanda,  y  córtale.  Escudriña  todo  el  rostro,  por 
ver  si  falta  algo,  y  déjale  como  ve  que  no  falta.  Trae  el  espejo, 
bésale,  entrégale,  y  mientras  el  galán  se  mira,  le  va  desamor^ 
tajando  ;  en  esto  se  echa  de  ver  que  resucita  quien  sale  vivo  de 
aquel  tormento.  Sacúdele  de  la  garganta  con  el  peinador  los  pe- 
los pegados  :  dícele  al  paciente  que  le  guarde  Dios,   y  recoge 


APÉNDICES.  273 

ti  espejo.  Junta  sus  trastos ,  toma  su  capa  ,  carga  con  ellos  ,  y 
Yáse  como  quien  huye. 

Pónese  luego  la  golilla,  que  es  como  meter  la  cabeza  en  un 
cepo ,  tormento  inexcusable  en  España.  Esta  es  la  nación  entre 
cuantas  la  razón  cultiva  que  menos  cuida  de  sus  comodidades. 
Está  la  golilla  aforrada  en  blanco,  por  dejar  de  la  valona  no  más 
de  algunos  visos.  Ya  les  llega  á  los  galanes  la  enfermedad  de  las 
medias  á  la  garganta;  ¡plegué  á  Dios  que  no  los  ahogue!  Estré- 
chase en  la  ropilla  ,  muriendo  por  quedar  muy  entallado.  No  haj 
hombre  mozo  que,  desde  el  remate  de  los  pechos  á  la  cintura,  no 
quisiera  caber  en  un  cañuto.  Arquéase  las  costillas  tanto,  que  no 
sé  cómo  no  saltan.  Abolla  y  arruga  el  estómago.  Esto  lo  debió 
de  inventar  algún  mezquino,  por  comer  á  menos  costa,  cabién- 
dole menos.  Enangosta  de  manera  el  camino  de  la  respiración^ 
que  entra  y  sale  de  tres  veces  el  aire  que  había  de  entrar  y  salir 
de  una.  Aun  por  vehementísimos  indicios  de  delincuente  parece 
demasiadamente  cruel  el  tormento  de  la  cincha ,  y  hay  quien  se 
le  dé  á  Sí  mismo ,  sólo  por  el  crédito  de  bien  entallado.  Si  el  darle 
allí  parece  duro,  el  sufrirle  aquí  es  locura.  Intenta  allí  ceñirse 
con  la  pretina  el  vientre ,  y  está  forcejando  un  gran  rato  con 
la  pretina  ,  para  juntarla  por  los  dos  extremos. 

En  estando  con  toda  esta  fuerza  metido  en  cintura  ^  desenlaza 
la  colonia  que  le  aprisionaba  el  cabello.  Toma  el  peine  de  des- 
enredar, y  derrama  en  ondas  por  los  hombros  la  guedeja.  Echa 
la  cabeza  hacia  atrás  para  peinarse ,  que  es  lo  mismo  que  echar 
á  rodar  el  juicio;  aplica  luego  los  menudos  dientes  del  peine  de 
pulir,  y  deja  de  por  sí  cada  hebra.  Desta  manera  son  las  cabe- 
zas de  metal ,  por  de  fuera  muy  acabadas  ,  y  por  de  dentro  aire. 
Vuelve  á  tomar  el  peine  más  vacío,  y  ahuécase  la  melena  en 
forma  de  espuma  :  déjala  hecha  un  golfo  con  quien  juega  el 
viento.  Toma  la  espada,  y  pónesela ,  que  era  harto  mejor  no 
ponérsela  ;  y  si  no,  dígame  :  ¿  contra  quién  se  la  ponen  en  la  paz 
-  XII  -  18 


2  74  ^^EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

los  hombres?  Nuestro  galán,  en  fin  ,  se  puso  su  espada,  y  era 
con  la  vaina  abierta ,  que  tannbién  Jebe  de  entrar  en  la  gala  dar 
á  entender  un  hombre  que  anda  fácil  para  una  pendencia  ,  y 
debe  de  ser  parte  del  bien  parecer ,  parecer  que  no  se  teme  á 
la  justicia.  Pónele  un  criado  en  los  hombros  una  capa  de  baye- 
ta ,  rodeada  toda  de  puntas  al  aire ,  cuajado  el  cuello  y  los  es- 
cudos, tan  erizada  por  donde  quiera  ,  que  da  miedo  tocarla  con 
la  mano.  ¡  Mas  si  tuviese  pretensiones  de  rosa  quien  se  embra- 
vece de  puntas  ! 

Toma  luego  el  sombrero  de  castor,,  labrado  en  París,  negro 
y  luciente  como  el  azabache,  de  precio  tan  crecido,  que  con  lo 
que  él  costó  pudieran  tener  mantos  con  que  ir  aquel  día  á 
misa  seis  viudas  pobres ,  que  por  estar  sin  ellos  se  quedan 
sin  ella.  Ordena  con  la  mano  las  puntas  de  humo  de  !a 
toquilla  ,  no  habiendo  mano  tan  desordenada  como  laque  com~ 
pro  aquellas  puntas.  Anochece,  y  no  desparece  entre  ellas  el 
listón  de  color  que  le  dio  por  favor  la  dama ,  secreto  pare- 
cido á  su  secreto,  pues  el  favor  que  más  encubre,  le  encubre  de 
manera ,  que  le  divisan  todos.  Pónase  el  sombrero  en  la  cabeza, 
y  danle  el  espejo  ;  en  él  se  hace  el  galán  una  visita  de  cumpli- 
miento á  sí  mismo,  porque  parece  que  era  dejar  una  obligación 
vacía  salir  de  casa  sin  haberse  mirado.  Agradase  de  verse  tan 
compuesto,  y  dase  la  norabuena  de  lindo. 

Entra j  pues,  nuestro  galán  en  la  iglesia,  haciendo  de  su 
misma  sombra  espejo.  Quien  en  su  sombra  se  halla  galán,  bien 
pudiera  hallarse  en  sí  mismo  sombra.  Lo  primero  en  que  pone 
los  ojos  es  en  las  damas :  él  quedará  sin  ojos.  Llega  delante  del 
altar  mayor ,  pone  la  punta  del  lado  derecho  de  la  capa  en  el 
suelo,  y  pone  en  ella  U  rodilla.  En  cumpliendo  con  aquella  ce- 
remonia se  levanta  ,  arrímase  á  una  capilla ,  y  habla  con  la  mu- 
jer hermosa  más  cercana.  Sale  una  misa  ,  y  lo  primero  que  hace 
el  galán  que  la  aguardaba,  es  mirar  si  tiene  señas  de  breve. 


APÉNDICES.  275 

¡Válgame  Dios!  ¡tanto  espacio  con  el  zapatero  y  con  el  bar- 
bero^ y  tanta  prisa  con  el  sacerdote!  Parécete  á  propósito,  y 
busca  un  banco  á  que  arrimarse.  Hinca  una  rodilh  en  el  suelo, 
y  déjase  caer  sobre  el  banco.  A  quien  hace  esto  ,  parece  que  le 
pesa  de  no  tener  allí  su  cama.  El  tiempo  que  había  de  gastar 
en  atender  á  aquel  espectáculo  divino,  le  gasta  en  ahuecar- 
se el  pelo,  en  enderezarse  la  golilla,  en  mirarst  los  hombros,  y 
en  arrimarse  con  la  palma  de  la  mano  la  liga  á  la  pierna.  Acá- 
base la  misa  ,  y  hace  con  gran  puntualidad  la  cortesía  á  las  da- 
mas que  están  cerca  de  él. 

Parécele  á  nuestro  galán  que  es  ya  hora  de  comer  ,  y  mirando 
si  le  miran ,  dando  pasos  de  agradar ,  toma  el  camino  de  su 
casa.  En  esto  gasta  este  hombre  la  mañana  del  día  de  fiesta: 
oyó  misa  sin  atención ,  y  puso  grande  atención  en  el  adorno 
con  que  había  de  ir  á  misa. 


276  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU  TIEMPO, 


LA    DAMA. 


Amanece  para  la  dama  el  deseado  día  de  fiesta,  para  ella  ver- 
daderamente de  holgar,  porque  ha  de  salir  á  ser  vista.  Entrase 
en  el  tocador  á  medio  vestir,  engólfase  en  el  peinador,  pónese 
á  su  lado  derecho  la  arquilla  de  los  medicamentos  de  la  her- 
mesura ,  y  empieza  á  mejorarse  el  rostro  con  ellos.  Esta  mujer 
no  considera  que  si  Dios  gustara  que  fuera  como  ella  se  pinta, 
Él  la  hubiera  pintado  primero.... 

Esto  hecho ,  se  pone  el  guardainfante.  Este  es  el  desatino 
más  torpe  en  que  el  ansia  de  parecer  bien  ha  caído.  Si  una 
mujer  tuviese  aquella  redondez  de  cuerpo  desde  la  cintura  aba- 
jo, ¿hubiera  quien  se  atreviera  á  mirarla?  Ponerse  postizo  un 
defecto,  ¿puédelo  hacer  sino  quien  ésta  sin  juicio?  Ponerse  pos- 
tizo un  ojo,  ¡vaya!,  porque  los  ojos  son  hermosura;  pero  ponerse 
una  hinchazón  contrahecha,  ¿quién  lo  puede  hacer  que  no  esté 
fuera  de  tino?  Si  un  hombre  se  pusiese  postiza  una  corcova, 
¿no  le  tendrían  las  mujeres  por  mentecato?  , 

Échase  sobre  el  guardainfante  una  pollera  con  unos  ríos  de 
oro  por  guarniciones.  Á  las  plazas  fuertes  las  guarnecen  mucho, 
porque  no  se  rindan,  y  las  mujeres,  por  la  mayor  parte,  se  guar- 
necen mucho  para  rendirse.  La  rosa  que  tiene  el  pie  más  áspero 
y  más  tosco,  es  la  que  huele  mejor.  La  mujer  que  trae  muy 
pulidos  los  bajos,  no  me  huele  bien. 

Pónese  sobre  la  pollera  una  basquina  con  tanto  ruedo,  que 
colgada  podía  servir  de  pabellón.  Ahuécasela  mucho ,  porqu^ 


APÉNDICES.  277 

haga  más  pompa ,  ó  porque  coja  mucho  aire  con  que  hacer  su 
vanidad  mayor. 

Entra  luego  por  detrás  en  un  jubón  emballenado ,  y  queda 
como  con  un  peto  fuerte.  Estas  señoras  nos  podrán  decir  lo  que 
le  pasó  á  Jonás  en  el  vientre  de  la  ballena ,  pues  andan  en  una 
ballena  todo  el  día.  Lo  que  Dios  le  dio  á  un  hombre  por  casti- 
go, toman  ellas  por  gala.  Si  una  mujer  muy  virtuosa  trújese 
aquel  tormento  debajo  de  un  saco,  sería  alabada,  y  con  razón, 
de  muy  penitente ;  y  es  el  diablo  tan  sutil,  que  hace  creer  que 
para  la  estimación  humana  importa  mucho  aquel  tormento. 
Este  jubón ,  según  buena  razón ,  había  de  rematar  en  el  cuello: 
mas  por  el  pecho  se  queda  en  los  pechos ,  y  por  la  espalda  en 
la  mitad  de  las  espaldas.  Cierto  que  las  mujeres  que  se  visten 
al  uso  se  visten  de  manera  que  estoy  por  decir  que  anduvieran 
más  honestas  desnudas.  Los  jubones  se  escotan  de  suerte  que 
traen  ios  hombros  fuera  de  los  jubones.  Mucho  debe  de  pesar- 
les la  honestidad  ,  pues  no  la  pueden  traer  al  hombro.  De  los 
pechos  les  ven  los  hombres  la  parte  que  basta  para  no  tener 
quietud  en  el  pecho  :  de  las  espaldas  la  parte  que  sobra  para  que 
dé  la  virtud  de  espaldas.  A  las  mujeres^  que  se  visten  al  uso 
presente,  no  les  falta  para  andar  desnudas  del  medio  cuerpo 
arriba ,  sino  quitarse  aquella  pequeña  parte  de  vestidura  que 
les  tapa  el  estómago.  De  los  pechos  se  ve  lo  que  hay  en  ellos 
más  bien  formado  :  de  las  espaldas  se  descubre  lo  que  no  afean 
las  costillas  ;  de  los  brazos  los  hombros  están  patentes ;  lo  res- 
tante en  unas  mangas  abiertas  en  forma  de  barco,  y  en  una  ca- 
misa que  se  trasluce.  Lo  que  tiene  muy  cumplido  el  jubón, 
quizá  porque  no  es  menester,  son  los  faldones,  y  tan  cumplidos 
y  tan  grandes ,  que  echados  hacia  la  cabeza ,  pueden  servir  de 
mantellinas. 

Ahora  entra  una  ropa  hecha  de  líneas  casi  invisibles.  Vn 
triangulito  por  espalda  ,   una  cinta   por  cola ,  dos  circulitos  por 


278  ((EL   SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

brahones,  y  dos  castañas  por  mangas,  ¿De  qué  sirve  esto?  Nada 
de  esto  sirve  ni  de  decencia  ni  de  abrigo.  Para  no  traer  ropa, 
¿no  era  mejor  no  traerla? 

Llega  la  valona  cariñana ,  que  es  como  una  muceta,  con  más 
labores  que  si  fuera  labrada  en  la  China.  Ésta  se  prende  toda  al- 
rededor. De  sólo  puntas  de  alfileres  es  cara:  ¿qué  hará  de 
esotras  puntas? 

Corre  luego  desde  la  garganta  por  encima  de  la  valona  un 
chorro  de  oro  y  perlas.  Las  perlas  fueron  antes  lágrimas  de 
la  Aurora ,  y  se  están  volviendo  lágrimas  :  llanto  del  cielo  son 
alli  de  ver  aquella  soberbia. 

Vuelve  á  tomar  el  espejo  para  retocarse  ,  y  dase  la  última 
mano  en  el  espejo.  Allí  vuelve  á  la  mata  con  cariño  el  cabello, 
que  se  desordenó  de  la  mata.  Alli  la  hoja  de  la  lazada,  que  dejó 
su  lugar,  la  vuelve  á  su  lugar  blandamente.  Allí  la  parte  de  la 
cariñana ,  que  se  desarrimó  del  cuerpo,  la  prende  por  incorre- 
gible;  y  allí,  en  fm,  queda  todo  en  la  perfección  última.... 

Pónele  una  criada  el  manto  de  humo ;  ella  queda  como  sin 
manto  ;  tan  en  cuerpo  se  está  como  se  estaba ;  y  de  aquella 
manera  quiere  ir  á  la  calle  ,  como  si  fuera  á  otro  cuarto  de  su 
casa.... 

En  teniendo  el  manto  puesto  ,  pide  los  guantes  ,  y  dánselos 
con  unas  vueltas  labradas  de  tantos  enruedos  hermosos ,  que 
no  acierta  la  vista  á  salir  de  ellos. 

Dánle  luego,  ú  es  en  invierno,  la  estufilla  de  martas ,  que 
costó  más  que  costaran  ocho  carros  de  carbón.  Para  calentar 
unas  manos  hacen  trasudar  un  caudal ,  y  dejar  un  arca  vacía 
porque  estén  ocupadas  unas  manos ;  si  lo  que  se  trae  de  más 
lejos  es  lo  mejor,  bien  pudieran  estimar  en  más  el  juicio  que 
las  martas  j  porque  las  martas  vienen  del  Norte  y  el  juicio  del 
cielo.  Si  es  en  verano,  le  dan  un  abanico,  que  costó  seis  escu- 
dos. Hasta  que  se  usaron  los  abanicos,  costó  el  aire  de  balde; 


APÉNDICES.  279 

los  otros  tres  elementos  ha  muchos  siglos  que  son  mercancía. 
La  tierra  de  la  casa  en  que  se  vive  ha  muchos  años  que  cuesta 
dineros.  El  agua  que  se  bebe ,  ha  muchas  edades  que  se  paga 
el  conducirla  á  la  casa  propia.  Muy  antiguo  es  en  el  mundo 
valer  muy  caro  el  fuego,  porque  no  se  puede  dar  fuego  acá  bajo 
sin  materia ,  y  esta  materia  se  ha  vuelto  preciosa  con  la  nece- 
sidad del  fuego.  El  aire  se  halló  de  balde  donde  quiera,  hasta 
que  se  inventaron  los  abanicos... 

Entra  en  el  templo  nuestra  dama  ,  convirtiendo  á  si  los  ojos 
de  todos ,  y  arrastrándose  en  reverencias.  Toma  lugar  ,  y  tó- 
male enfadándose  con  las  que  no  se  le  dejan  muy  desahogado^ 
porque  presume  que  el  mejor  vestido  merece  el  mejor  lugar.... 
Oye  algunas  pesadumbres ,  y  hace  que  no  las  oye.  Quien  no 
sabe  sufrir  algo,  sufre  más  de  lo  que  había  de  sufrir. 

Pónese  de  rodillas  porque  se  usa ,  no  porque  ella  usa  de 
aquel  rendimiento  para  nada .  ¡  Qué  de  cristianos  hay  que  tie- 
nen de  cristianos  sólo  lo  que  está  en  uso!.... 

Sale  la  misa,  y  óyela  ,  holgándose  de  ser  mirada,  y  mirando 
sólo  por  gravedad  á  la  misa.  Responde  tal  vez  si  la  dicen  algo^ 
y  aunque  no  haya  de  responder,  se  alegra  de  que  la  digan. 
Mira  con  mucha  atención  las  perfecciones  ó  los  defectos  de  los 
galanes  para  contarlos  á  la  tarde  entre  sus  amigas.  Esíásc  en 
la  iglesia  hasta  que  el  sacristán  hunde  la  puerta  á  golpes  para 
que  se  vayan ,  que  hay  malos  para  quien  es  holgura  la  iglesia. 
Entonces  sale  con  unos  pasos  muy  serenos  ,  toma  el  camino 
de  su  casa  gustosa  ,  y  deja  el  templo  lleno  de  ofensas. 


APÉNDICE   B. 


CARTAS  DE  D.   SERAFÍN    ESTEBANEZ  CALDERÓN  SOBRE 
LA  EXPEDICIÓN    ESPAÑOLA  Á  ITALIA. 

Barcelona  22,  á  las  doce  de  la  noche. 

Excmo.  Si\  Duque  de  Valencia, 

ENosya ,  mi  siempre  querido  General ,  con  el  pie  en 
el  estribo.  Las  tropas  se  pusieron  en  movimiento 
á  las  cuatro,  y  desfilaron  por  delante  de  los  balco- 
nes del  general  Concha.  No  quiero  encarecer  ni  su 
aire  ni  su  soltura,  ni  todas  esas  cualidades  que  se  adquieren 
después  de  curtidos  en  esta  especie  de  guerra  por  espacio  de 
dos  años ;  pero  sí  me  admiró  el  contento  y  satisfacción  que  to- 
dos llevaban  pintados  en  el  rostro ,  y  no  irían  de  otra  manera 
nuestros  antepasados  cuando  salían  de  aquí  seguros  de  triunfar 
en  Oriente  y  en  Italia. 

Toda  Barcelona  ocupaba  el  vasto  espacio  del  anfiteatro  del 
muelle,  y  no  me  equivocaré  mucho  asegurando  que  todos  pro- 
baban cierto  orgullo  viendo  que  ya  españoles  iban  á  tomar  parte 
en  cuestiones  y  países  en  donde  se  agitan  las  grandes  naciones 
de  Europa. 


282  UEL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

A  las  seis  principió  el  embarque.  Más  bien  que  una  ope- 
ración improvisada  parecía  el  último  ensayo  de  algún  des- 
pejo. El  brigadier  Bustillos  y  el  Capitán  del  puerto  habían  to- 
mado tales  medidas ,  y  estaban  tan  ajustadas  á  las  necesidades 
del  momento,  que  todo  parecía  un  mecanismo  que  funcionaba  á 
compás.  La  operación  se  verificaba  por  tres  puntos  á  un  tiem- 
po. Había  en  el  agua ,  y  confinando  con  la  escalinata  del  muelle, 
unas  planchas  flotantes  que  establecían  una  verdadera  calzada 
ó  camino,  de  modo  que  las  compañías  entraban  desfilando  bien 
veinte  varas  allá  del  agua ,  y  por  un  lado  y  otro  iban  introdu- 
ciéndose en  los  botes  y  lanchas.  Éstas,  enfestonadas  por  calabro- 
tes y  chicotes  que  iban  á  dar  en  los  botes  de  la  marina,  se  deja- 
ban remolcar  vistosamente  cada  cuál  á  su  destino.  En  un  mo- 
mento se  cubrió  el  puerto  de  soldados  navegantes.  Las  músicas 
tocaban ,  los  tambores  redoblaban ,  las  cornetas  se  hacían  sen- 
tir, y  hasta  el  modesto  clarín  de  la  mitad  de  la  escolta  daba  sus 
ecos  al  viento.  Como  los  buques  de  la  marina  estaban  empave- 
sados, los  botes  tenían  cada  cuál  su  bandera^  é  iban  y  venían 
y  discurrían  por  todas  partes  ;  todo  aquello  presentaba  una  de 
aquellas  escenas  que  tanto  nos  fascinan  cuando  leemos  las  des- 
cripciones marinescas  de  Venecia.  En  fin :  á  los  cinco  cuartos 
de  hora  todas  las  tropas  estaban  recogidas  en  sus  respectivos 
buques ,  sin  que  un  soldado  siquiera  tropezase ,  y  sin  que  se 
mojase  un  ribete  de  un  capote. 

Después  fuimos  con  el  General  á  visitar  cada  buque.  Ya  las 
mochilas  estaban  recogidas ,  el  armamento  depositado,  alzados 
los  chacos  y  la  tropa  toda  como  de  cuartel.  Con  la  buena  dili- 
gencia habida  para  el  embarque,  rivalizaba ,  sin  duda ,  la  previ- 
sión y  perfecto  esmero  empleados  á  bordo.  Aunque  yo  tenía 
buena  idea  de  las  dotes  de  Bustillos,  la  operación  ejecutada  hoy 
me  lo  hace  tener  en  mucho.  Creo  que  el  espíritu  de  la  tropa  es 
inmejorable  :   hay  en  ella  algo  de  aquel  espíritu  emprendedor  y 


APÉNDICES.  283 

de  aventuras  de  nuestros  buenos  tiempos.  No  quisiera  ver  las 
cosas  demasiadamente  color  de  rosa  ;  pero  me  parece  que  este 
país  ha  de  tomar  algún  respeto  viendo  llevar  á  cabo  estas  em- 
presas por  parte  del  gobierno ,  y  que  con  habilidad  no  sería 
extraño  que  tomase  parte  en  ellas  con  toda  voluntad  y  con 
orgullo.  A  los  catalanes  siempre  ha  sido  cosa  de  tocarles  sonajas 
cuando  se  les  ha  hablado  de  Oriente  y  de  Italia. 

Dentro  de  una  hora  nos  iremos  al  Vulcano ,  y  dentro  de  cua- 
tro días  estaremos  ya  viendo ,  si  no  abrazando,  las  costas  de  la 
Italia. 

Mi  querido  General  sabrá  disimular  el  poco  aseo  de  esta  carta, 
pues  escribiendo  con  garabatos  por  letras  y  con  corcovas  por 
renglones,  se  junta  después  los  malos  adminículos  que  hay  para 
escribir  á  estas  horas,  tropezando  con  los  tatarretes  del  agua  y 
de  la  tinta.  De  todos  modos,  queda  siempre  afectísimo  servidor 
y  antiguo  veterano  amigo,  Q.  S.  M.  B., 

Serafín  E.  Calderón. 


Terracina  5  de  Junio  de  1849. 
Excmo.  Sr.  Duque  de  Valencia. 

Mi  siempre  querido  General :  Ya  estamos  en  Terracina,  sir- 
viendo á  un  tiempo  la  causa  del  Santo  Padre  y  á  los  intereses 
militares  del  Rey  de  Ñapóles.  La  parte  oficial  y  las  cartas  del 
General  le  habrán  suministrado  á  V.  datos  suficientes  para 
juzgar,  así  la  cuestión  en  todos  sus  extremos,  como  en  el  punto 
particular  de  las  operaciones.  La  alteración  en  sus  disposicio- 
nes del  Rey  de  Ñapóles  pudo  embrollar  los  negocios  de  un  modo 
lamentable ,  porque,  como  V.  sabe  muy  bien  ,  no  hay  una  cosa 
peor  para  un  General  que  ¡leva  á  su  cargo  una  cuestión  política 


284  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

y  militar  á  un  tiempo,  que  ocupar  una  posición  equívoca  y  no 
fija  y  bien  determinada.  El  buen  sentido  de  Fernando  ha  reme- 
diado esternal,  restableciendo  la  cuestionen  sus  primitivos 
términos.  La  división  expedicionaria  tiene  por  principal  y  casi 
exclusivo  objeto  el  restablecimiento  de  la  autoridad  pontificia; 
luego  el  encaminarse  á  él  debe  ser  el  ánimo  del  General  que  la 
manda ,  si  con  grandes  medios  y  con  un  ejército  numeroso^  de 
frente  y  poderosamente,  y  si  con  sólo  los  recursos  de  la  expe- 
dición,  operando  con  detenimiento,  pulso  y  discreción.  Esto 
creo  que  se  ha  hecho  ocupando  á  Terracina. 

Sin  embargo  de  que  esta  ciudad  dista  sólo  ocho  leguas  de 
Gaeta,  y  de  que  tiene  aquí  su  asiento  la  poderosa  familia  de  An- 
tonelli ,  las  noticias  eran  lentas  é  inexactas.  Se -nos  decía  que 
encontraríamos  aquí  dos  mil  romanos ,  y  se  tomaron  en  conse- 
cuencia admirablemente  las  disposiciones  oportunas  para  copar- 
los; y  después  nos  hallamos  con  que  ni  un  solo  rebelde  había 
puesto  aquí  el  pie  después  del  inmotivado  y  antimilitar  abandono 
que  de  esta  ciudad  hicieron  los  napolitanos.  Esto  le  demostrará 
á  V.  que  la  tibieza  aquí  es  tanta  ,  que  casi  raya  en  desafecto^  y 
que  se  necesitan  manos  muy  idóneas  y  una  inteligencia  muy 
profunda  para  remediar  esto.  El  abandono  de  los  napolitanos 
(que  sea  dicho  de  paso  saquearon  de  camino  al  pueblo)  ha  aca- 
bado de  desmayar  á  los  habitantes,  que  sólo  á  duras  penas 
volverán  á  sus  hogares ,  pues  temen  el  verse  de  nuevo  abando- 
nados. La  noticia  de  estar  esto  ocupado  por  los  rebeldes  alcanzó 
tal  crédito,  que  nuestro  embajador  tuvo  por  oportuno  enviar  un 
extraordinario  para  que  nos  alcanzase  en  el  camino  con  la  nue- 
va. En  Italia,  como  en  España  ,  se  fabrican  así  para  deslumhrar 
y  confundir ;  pero  es  desconsolador  sobremanera  no  encontrar 
atractivos  para  esto  en  la  buena  voluntad  de  un  pueblo  que  ha 
vivido  siempre  feliz  bajo  la  mano  del  Santo  Padre. 

La  ocupación  de  Terracina  ,  si  tiene  el  carácter  de  duradera, 


APÉNDICES.  285 

la  considero  de  gran  importancia.  Desde  este  país  podrá  co- 
menzar sus  trabajos  de  organización  y  reformas  el  gobierno 
papal ,  si  quiere  ganar  el  ascendiente  perdido.  Sobre  este  punto 
le  dará  á  V.  datos  curiosos  é  importantes  el  obispo  de  Cuenca, 
que  al  llegar  ésta  á  mano  de  V.  ya  se  hallará  en  Madrid.  Aquí, 
si  se  quiere  adelantar  algo,  es  necesario  aplicar  de  lleno  la  polí- 
tica hábil  y  firme  de  V.  y  valerse  para  ello  de  cuantos  elemen- 
tos españoles  sea  posible.  En  lo  tocante  á  la  cuestión  militar, 
se  puede  hacer  mucho  en  cuanto  el  Rey  de  Ñapóles  se  tran- 
quilice respecto  de  su  propio  país ,  y  quiera  convencerse  de  que 
á  veces  se  vencen  mejor  fuera  los  enemigos  interiores  que  no 
dentro.  Ello  es  cierto  que  para  caminar  desembarazadamente 
en  esta  ardua  cuestión  es  necesario  entenderse  con  la  política 
francesa  ;  pero  de  todos  modos ,  al  Rey  de  Ñapóles  le  vendrá 
muy  bien  fijar  sus  ideas  militares  en  el  negocio,  sin  tomar  hoy 
una  por  su  cuenta  para  dejarla  después.  Con  nuestra  ocupa- 
ción de  Terracina  le  hemos  dejado  disponible  la  división  Cctsella 
que  cubría  todo  el  país  que  hay  desde  la  frontera  hasta  Gaeta 
y  el  Careliano.  Hemos  visto  algunos  batallones  de  estas  tropas 
en  Istria,  y  nos  parecieron  muy  bien,  singularmente  los  cazado- 
res suizos.  Se  puede  decir  con  seguridad  que  la  gente  del  ejér- 
cito napolitano  es  granada  y  de  la  mejor  presencia  ,  pudiéndose 
esperar  todo  de  ella  si  para  ser  buenos  soldados  sólo  se  requi- 
riesen las  condiciones  de  la  persona. 

Ayer  hubo  algún  desorden  á  nuestra  entrada  en  Terracina. 
Los  soldados  napolitanos  y  el  escuadrón  que  nos  acompaña  in- 
dujeron á  los  nuestros  para  que  los  siguiesen  en  sus  excursiones 
de  merodeo.  Unos  napolitanos  se  atrevieron  hasta  ir  á  robar 
el  alojamiento  de  un  comandante  de  San  Marcial ,  á  quien  hi- 
rieron. El  mal  era  necesario  atajarlo  á  toda  costa.  Se  cogieron 
algunos  culpados;  se  publicó  un  bando  severísimo,  y  se  les  apli- 
caron palos  á  los  delincuentes .  El  soldado  napolitano  que  hirió 


286  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

al  comandante  llevó  300  palos  mandados  aplicar  por  el  coman- 
dante Colonna ,  y  otro  individuo  de  la  misma  nación  llevó 
otros  200.  Fernando ,  después  de  leído  el  bando  y  verificados 
los  castigos ,  entró  en  el  cuadro  y  les  dirigió  ,  con  espada  en 
mano,  una  alocución  reprobándoles  á  los  soldados  sus  excesos 
y  amenazándoles  con  el  castigo,  y  recordándoles  sus  deberes 
como  españoles  y  como  soldados ,  con  tal  felicidad  y  con  tal 
fuego,  que  puede  considerarse  como  un  modelo  de  arenga  mi- 
litar. No  creo  que  el  síntoma  vuelva  á  repetirse.  Entre  tanto, 
los  objetos  robados  se  han  pagado  á  los  interesados,  de  modo 
que  es  de  creer  que  la  confianza  vaya  renaciendo  por  momen- 
tos, y  ya  van  llegando  habitantes  y  provisiones  de  las  cer- 
canías. 

Los  franceses  atacaron  el  3.  Sigue  el  cañoneo,  y  oficialmente 
tendrá  V.  los  pocos  detalles  que  por  aquí  corren.  Por  lo  de- 
más,  siempre  suyo  servidor  y  cordial   amigo  Q_.  S.  M.  B. 

Serafín  E.  Calderón. 


Terr AGINA  21  de  Junio  de  1849. 
Excmo.  Sr.  Duque  de  Valencia. 

La  correspondencia  oficial  ,  mi  siempre  querido  General, 
pondrá  á  V.  al  corriente  de  nuestras  expediciones  si  se  habla  de 
operaciones  militares,  y  de  nuestra  esgrima  diplomática  con  na- 
politanos, Cardenales  y  embajadores,  que  cada  cuál  á  su  ma- 
nera ,  y  según  sus  intereses ,  miras  y  preocupaciones ,  han  pre- 
tendido dirigir  nuestros  movimientos.  No  parecía  sino  que  tenían 
al  general  Córdova  como  á  escolar  de  primeras  letras,  que  para 
que  diese  gusto  á  todos  había  de  dejarse  llevar  la  mano  por  los 
mal  torcidos  renglones  de  la  mala  plana  que  cada  uno  se  había 


APÉNDICES.  287 

trazado  en  su  fantasía  ó  magín.  El  gobierno  ha  echado  su  mon- 
tante y  ha  decidido  la  cuestión  magistral  y  convenientemente, 
poniéndonos ,  con  la  resolución  de  los  refuerzos  ,  en  completa 
independencia,  y  haciendo  al  general  Córdova  dueño  de  sus  mo- 
vimientos ,  dándole  por  lo  mismo  espontaneidad  y  facultad  para 
tener  inspiraciones.  Como  los  refuerzos  llegarán  pronto ,  es  lo 
mismo  que  decir  que  pronto  también  estaremos  en  Vellctri, 
asegurando  al  Papa  una  grande  extensión  de  terreno,  y  asegu- 
rando también  (que  es  lo  más  importante)  el  estado  sanitario 
futuro  de  nuestra  división.  Cerraré  esta  parte  de  mi  carta  di- 
ciéndole  á  V.  que  desde  el  general  Oudinot  hasta  el  general 
Nunziante  están  de  acuerdo  en  descargar  sobre  los  diplomáticos 
de  Gaeta  la  responsabilidad  del  imhrogUo  de  la  cuestión  roma- 
na.  El  no  haber  previsto  contingencia  alguna,  el  no  haber  fija- 
do nada  con  claridad,  y  el  dejar  la  resolución  de  puntos  litigio- 
sos para  cuando  se  enredaba  más  la  cuestión ,  han  puesto  las 
cosas  en  punto ,  que  más  parecían  laberinto  que  problema  di- 
plomático.  Si  Roma  es  forzada,  todo  podrá  resolverse  fácilmen- 
te; si,  por  desgracia ,  la  petulancia  francesa  sigue  sufriendo 
mortificaciones  ,  se  necesita  que  toda  su  inspiración  de  V.  y 
toda  la  atención  del  gobierno  se  dirija  sobre  los  Estados  Roma- 
nos y  la  Italia. 

Me  he  aplicado  durante  mi  permanencia  á  estudiar  el  país, 
y  quiero  participarle  á  V.  mis  observaciones  ,  por  si  pueden 
prestar  alguna  utilidad.  Desde  que  se  comenzó  á  hablar  de 
Italia  juzgué  que  el  reino  de  Ñapóles  estaba  calcinado  por 
la  revolución,  y  que  Roma  era  presa  sólo  de  la  violencia  de 
cuatro  tunos  :  que  el  primero  existía  sólo  por  el  auxilio  ruso  y 
austríaco,  y  que  bastaba  sólo  tender  la  mano  á  la  segunda  para 
que  se  levantase  gallarda  y  resueltamente,  como  el  hombre  que 
ha  venido  al  suelo,  no  por  falta  de  fuerzas,  sino  sólo  por  el  an- 
tilugio  de  alguna  zancadilla.  Pues  este  primer  juicio  mío  ha  su* 


288  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

frido  grande  rectificación.  Ñapóles  es  verdad  que  tiene  la  llaga 
todavía  palpitante  de  la  Sicilia,  el  hueso  de  la  Calabria  y  la  mala 
simiente  de  los  Abruzzos ;   pero .  en  cambio ,  el   Rey  tiene  un 
gran  partido  en  el  bajo  pueblo  y  cuenta  con    el  ejército  como 
con  su  brazo.   Esto  es  mucho  ,  y  con  tales    elementos  pudiera 
contarse  todavía  por  más  fuerte  si  sus  resoluciones  fueran  más 
fijas  y  si  sus  consejeros  supieran  calificar  los  síntomas   y  los 
sucesos  con  más  criterio  y  con  más  sangre  fría ;  pero  hoy  pro- 
meten, mañana  niegan;  ayer  avanzaban  tropas,  mañana  las  harán 
retirar,  y  siempre  vacilan;  pero,  de  todos  modos,  en  Ñapóles  hay 
miga  y  fondo,  y  hny  materia  sobre  que  trabajar  y  contar.  Aún 
hoy  mismo  creo  que  la  opinión  se  modifica  en  Ñapóles.   En  la 
nobleza  podría  haber  amigos  de  novedades  con  el  aliciente  de 
adquirir  importancia  política;   pero  convencidos  de  que  los  re- 
formistas en  Italia  no  son  un  partido  sino  una  secta  ,   que  no 
se  creen  obligados  ni  á  los  juramentos,  ni  á  los  empeños,    ni  al 
agradecimiento,  y  que  caminan  fría  y  resueltamente    á  triturar 
la  propiedad,  la  sociedad  y  dar  al  viento  hasta  los  últimos  ele- 
mentos de  lo  existente;  creo,  repito,   que  vuelven  atrás  y  que 
se  van  incorporando  de  buena  fe  con  el  partido  conservador. 

En  los  Estados  Pontificios  es  otra  cosa  muy  diversa.  En  nin- 
guna parte  se  encuentra  el  principio  de  la  resistenc¡a;_y  lo  exis- 
tente, considerándolo  temporalmente  ,  parece  como  una  grande 
montaña  de  sal ,  que  por  dilatada  que  sea  se  concibe  la  disolu- 
ción si  llega á  tocar  el  agua.  El  bajo  pueblo  es  idiota,  y  si  tiene 
creencias,  no  tiene,  en  cambio,  el  conocimiento  de  que  debe  de- 
fenderlas ;  las  otras  clases  tienen  un  egoísmo  glacial,  sin  tomar 
en  cuenta  la  corrupción  revolucionaria  ,  que  en  verdad  ha  gana- 
do mucho  en  los  últimos  tiempos ;  y,  por  último ,  el  clero  ha 
adquirido  tal  timidez ,  que  con  dificultad  podrá  esperarse  de  sus 
individuos  ni  de  sus  corporaciones  los  rasgos  de  valor ,  entu- 
siasmo y  abnegación  que  hemos   admirado  tantas  veces  en  el 


APÉNDICES.  289 

nuestro.  Acaso  si  en  el  Sacro  Colegio  hubiese  algunos  hombres 
de  chispa,  hábiles  y  prácticos,  se  pudiera  llevar  el  espíritu  de 
vida  á  los  elementos  de  organización  que  deben  existir ;  pero, 
por  desgracia ,  yo  no  encuentro  tales  individuos.  Antonelli  es, 
en  verdad ,  joven  todavía ,  como  cenceño  ,  zanquilargo  y  de 
rostro  magro;  demostrando  agilidad  y  desembarazo,  y  con  dos 
ojos  grandes,  negros,  penetrantes  y  escudriñadores,  manifestan- 
do querer  saber  los  tres  tiempos  ,  lo  pasado^  lo  presente  y  lo 
futuro,  y,  sin  embargo  ,  no  se  sabe  en  qué  aplica  aquella  acti- 
vidad que  revela  su  traza  ,  ni  qué  pensamientos  lo  ocupan ,  y 
si  los  tiene  qué  medios  emplea  para  realizarlos.  Si  V.  pudiese 
trocar  sus  armiños  de  duque  por  la  púrpura  cardenalicia,  pron- 
to por  lo  menos  se  restablecería  el  fuego  en  este  país;  no  siendo 
esto  posible  ,  y  no  variando  los  elementos  actuales ,  el  éxito  lo 
deberá  el  Santo  Padre  á  la  Providencia  ,  que  ha  de  mirar  al  fin 
por  su  causa,  ó  á  móviles  extraños,  que  pondrá  enjuego  y  sa- 
brá dirigir  esta  misma  Providencia.  Pero  esta  carta  traspasa 
sus  límites  para  rayar  en  autos  ó  proceso.  No  quiero  cansar 
más  á  V.  por  hoy ,  y  siempre  suyo  cordial  amigo  y  aficionado 
que  le  quiere  y  S.  M.  B. 

Serafín  E.  Calderón. 


Velletri  6  de  Julio  de  1849. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Majencia, 

La  anticipada  rendición  de  Roma,  según  mis  cuentas,  mí 
querido  General ,  ha  redimido  á  V.  déla  lectura  de  algunos 
pliegos  de  papel  sobre  el  giro  que  los  franceses  daban  á  sus 
operaciones;  pero  sí  querré  decir  á  V.  la  conclusión  lógica  que 
sacará  siempre  de  ellas ;  á  saber  :  que  Oudinot  ha  causado  un 
-    XII  -  19 


290  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

gran  mal  á  la  paz  futura  del  mundo  permitiendo,  por  ios  medios 
ineficaces  empleados  para  la  conclusión  de  aquella  farsa ,  el  que 
ésta  haya  tomado  importancia  histórica^  importancia  que  ha  de 
influir  algún  día  en   los  destinos  de   Italia. 

No  hay  causa ^  por  desesperada  ó  repugnante  quesea,  que 
no  pueda  hermosearse  con  ciertos  resplandores  de  gloria.  Este 
es  el  gran  pecado  de  Oudinot,  y  del  que,  absuelto  por  su  go- 
bierno y  por  sus  contemporáneos,  no  encontrará  por  cierto 
conmiseración  en   la  historia. 

Los  italianos,   y  con  más    singularidad  los  romanos,  sepa- 
rados de  su  antigua  grandeza   por   el  espacio    de   muchos  si- 
glos, apocados    por   su  división  territorial,  sin  hechos  colec- 
tivos á  que  agruparse,   ni  ideas  de  unidad  nacional,  sirviendo 
siempre  intereses  ajenos  para  buscar  el  inmediato  interés  per- 
sonal ó  de  territorio,  han  ido  poco  á  poco,  de  cincuenta  años 
á  esta  parte ,   corrigiendo  algunos   de  estos  defectos  ,   llenando 
algunas  de  tales  lagunas,  y  acercándose  á  la  resolución  de  algu- 
nos de  tales  problemas ,  merced  al  influjo  de    la  revolución  de 
Francia ,    á  las  obras  de  Napoleón  constituyendo  el  reino   de 
Italia,    y  más  que  todo  con  las   profecías   que  se  entretuvo  en 
dar  al  viento  desde  su  prisión  de  Santa  Helena.  A  pesar  de  todo, 
la  falta  de  gloria  militar  era  un  gran  vacío   para  la  obra  gigan- 
tesca que  querían  acometer  los  modernos  regeneradores  italia- 
nos ,  y  sin  ella^  aunque  hubieran  realizado   cualquier  sueño  de 
gobierno,    siempre  hubiera  sido   cosa  rompediza,  aérea,  aun  á 
sus  propios  ojos.  Pero  con  los  hechos  últimamente  consumados, 
desapareciendo  la  república  y  su  comparsa^  queda,   además  de 
la  idea,  el  convencimiento  de  que  es  cosa  realizable,  y  io  que  es 
más ,  de  que  se  puede  conservar  con  vida  propia  y  á  despecho 
de  cualquier  embate ,  mostrándose  todos   los   romanos  sus  re- 
cientes cicatrices ,  sus  ruinas  y  sus  calles  ensangrentadas  como 
contraseña  de  unión  y  como  norte  fijo  adonde  caminar,  si  no  es 


APÉNDICES.  291 

hoy,  mañana ;  si  no  en  las  circunstancias  presentes ,  en  las  que 
pueden    presentarse  en  el  estado  actual  de  Europa. 

El  carácter  de  estas  gentes  es  cosa  digna  de  estudiar  al  pre- 
sente. Encendidas  las  cabezas  con  sus  versos  y  canciones,  des- 
pertando como  de  un  sueño  con  los  discursos  y  artículos  de  sus 
tribunos,  y  roto  todo  freno  á  lo  que  en  otro  tiempo  era  respe- 
table y  digno  de  veneración  ,  se  consideran  como  hijos  injusta- 
mente desheredados  de  una  especie  de  primogenitura,  que  quie- 
ren reivindicar  á  toda  costa.  Algunas  veces  creo^  al  leer  algunos 
de  sus  papelotes ,  y  al  oir  á  algunos  de  los  adeptos  que  quedan 
por  aquí  ó  por  acullá  agazapados,  que  han  de  venir  á  pedir,  lle- 
gado el  caso,  el  proconsulado  de  las  Gallas  ó  el  gobierno  de  las 
Españas.  como  si  fuesen  los  Césares  ó  los  Scipiones.  Esta  ¡dea 
les  hace  ser  desagradecidos,  porque  se  creen  con  derecho,  no 
á  recibir  algo,  sino  á  tomarlo  todo,  y  acusan  de  tirano  al  que 
siquiera  habla  de  otros  derechos,  y  de  ladrón  al  que  no  se  des- 
nuda por  entregarlo  todo.  Este  mismo  exceso  en  las  exigencias, 
tal  sinrazón  en  las  demandas  ,  y  semejante  ceguedad  para  no  oir 
nada,  reparar  en  nada  ni  detenerse  en  punto  alguno,  pudieran 
ofrecer  remedio  en  la  propia  exageración  é  injusticia,  si  delante 
tuviesen  principios  mejor  representados,  enemigos  con  más 
vida,  sistema  más  organizado,  y  hombres,  en  una  palabra^  que 
rayasen  tan  alto  ,  como  supremos  los  trances  3'  los  aconteci- 
mientos por  donde  vamos  pasando. 

Antes  de  entrar  en  esta  segunda  parte  de  mi  prédica  ó  re- 
tahila, le  diré,  mi  querido  General,  que  esto  lo  escribo  sin 
amor  ni  odio  contra  las  personas  ,  y  sí  con  interés  filial  por 
la  causa  del  Santo  Padre  ,  con  la  independencia  de  espíritu 
necesaria  para  conocer  el  mal  ,  y  más  que  todo  para  señalar 
los  remedios  que  pueden  aplicarse.  Y  le  hablaré  con  toda  la 
franqueza  de  mi  condición  ,  porque  esto  lo  considero  de  algu- 
na utilidad  ,    puesto  que  para   el    bien  del  país   es  necesario 


292  «EL    SOLITARIO))    Y    SU  TIEMPO. 

que  por  mucho,  mucho  tiempo  ,  tenga  V.  entre  sus  manos  el 
timón  de  sus  negocios ,  y  que  esta  cuestión  de  Roma  la  mire 
como  de  la  mayor  importancia. 

La  primera  idea  que  es  necesario  consigne  V.  en  su  juicio  es 
que  en  los  Estados  Romanos  la  opinión  se  encuentra  enteramente 
extraviada,  si  no  corrompida  del  todo.  Todo  cuanto  se  diga  en 
contrario  es  ver  lo  que  no  existe ,  ó  decir  lo  que  no  se  cree.  Los 
nobles  de  Roma  no  tienen  entusiasmo  por  nadie.  Recuerdan  el 
tiempo  del  Imperio,  viven  con  el  Papa  y  ven  sin  recelo  á  la  re- 
pública. Son  como  esos  parásitos  de  las  cortes  que  se  sientan 
en  todas  las  mesas,  si  es  que  se  encuentran  en  ellas  con  manja- 
res suculentos ,  sabrosos,  y  sobre  todo  abundantes.  Los  propie- 
tarios de  la  provincia  ,  hidalgos  de  nuestras  aldeas  ,  cuyos  hijos 
serían  Monseñores  con  el  Papa  y  altos  dignatarios  ,  ven  con  la 
república  la  probabilidad  de  heredar,  de  todo  al  todo,  los  bienes 
del  clero,  puesto  que  ellos  solos  son  los  que  pueden  disponer  de 
algún  capital  para  adquirir  y  comprar.  Los  abogados,  menestrales 
y  tal  ó  cual  traficante,  son  novadores  furiosos ,  tan  incorregibles 
como  los  socialistas  de  París ,  quedando  ese  pueblo  idiota,  que 
adora  pero  que  no  cree ,  y  que  no  creyendo  con  el  ánimo,  no 
tiene  ni  entusiasmo,  ni  abnegación ,  ni  la  vocación  para  los 
grandes  sacrificios.  Esta  disposición  de  espíritu  es  tan  general, 
que  ni  aun  el  clero,  que  se  da  por  partidario  de  la  buena  causa, 
es  capaz  de  hacer  ningún  sacrificio.  Ni  una  confidencia,  ni  una 
noticia,  ni  un  proyecto  dan  ni  imponen.  En  fin:  todavía  está 
por  gastar  un  peso  duro  en  estas  gestiones^  cuando  el  General 
excita ,  brinda  y  promete  por  todas  partes.  Por  consiguiente, 
con  esta  carne  momia ,  con  esta  mole  sin  vida ,  con  esta  masa 
sin  calor  alguno,  puede  V.  figurarse  cómo  habrán  jugado  los 
revolucionarios  de  Roma ,  flor  y  nata  de  la  agitación  ,  de  la 
malignidad,  avisados,  activos,  fértiles,  y  que  se  han  entrado  á 
fondo  con  toda  fe  y  á  corps  perdu  en  la  cuestión.  Esta  vida  y 


APÉNDICES-  293 

aquella  muerte ,  este  movimiento  y  aquel  letargo,  estos  recursos 
y  aquella  esterilidad  han  producido  los  necesarios  efectos,  gran- 
des esperanzas  en  los  novadores ,  mayor  desanimación  en  los 
contrarios  :  los  conservadores  nada  han  hecho  y  nada  harán  ;  los 
revolucionarios  todo  lo  tentarán  y  ensayarán  de  nuevo  en  cuan- 
to el  país  deje  de  estar  ocupado.  Este  país  no  es  un  amigo  á 
quien  dándole  la  mano  y  poniéndolo  á  su  buen  talante  podrá 
mantenerse  y  combatir ;  nada  de  eso :  es  un  difunto,  ó,  por  lo 
menos ,  un  aletargado,  que  por  más  armadijos  que  se  le  arri- 
men ,  vendrá  al  suelo  inevitablemente.  Entonces ,  me  replicará 
V.,  esa  es  una  causa  perdida  ,  que  para  hundirla  mañana,  mejor 
fuera  abandonarla  hoy ;  que,  puesto  que  ha  de  morir^  más  vale 
ahorrar  el  costo  de  antídotos  y  las  mortificaciones  del  régimen. 
Yo ,  mi  General ,  no  saco ,  sin  embargo  ,  tal  consecuencia  ,  y 
aunque  el  papel  y  el  tiempo  se  acaban  á  un  mismo  tiempo,  le 
daré  algunas  explicaciones  á  V,  por  ahora  ,  dejando  para  otro 
correo  y  mejor  ocasión  latitud  y  aun  detalles  muy  minuciosos  si 
fuera  necesario. 

Ya  le  he  dado  á  V.  en  mis  anteriores  alguna  muestra  y 
ciertas  ideas  de  los  hombres  que  dirigen  estos  negocios  por 
parte  del  Santo  Padre.  Ai  verlos  tan  sonámbulos ,  he  llegado 
á  sospechar  que,  llevados  de  un  desprendimiento  sobrenatural 
verdaderamente ,  se  han  propuesto  dejar  á  otros  el  cuidado  de 
ios  propios  negocios,  para  agradecerlo  todo  al  cielo  en  caso 
de  buen  éxito,  ó  para  merecer  de  sus  contrarios  toda  com- 
pasión y  misericordia  en  el  duro  trance  de  una  completa  de- 
rrota. No  quieren  defensa  ni  lucha  :  esperan  milagros ,  y  en 
todo  caso  quieren  aguardar  perdón.  Por  lo  mismo,  ni  una  me- 
dida todavía  de  reorganización ,  nada  de  armamento,  nada  de 
constituir  nuevo  ejército,  nada  de  consultar  sobre  puntos  tan 
esenciales  ni  á  las  personas  ni  á  los  gabinetes;  todo  es  pereza, 
todo  sonambulismo,  ó  cuando  más,  ocuparse  de  cuestiones  cu- 


294  ^<EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

rialescas ,  como  la  entablada  con  nosotros  sobre  jurisdicción 
militar,  y  sobre  lo  cual  llamo  la  atención  de  V.  y  del  gobierno 
en  la  consulta  que  va  hoy  por  el  correo.  ¡  Quiere  Antonelli ,  y 
lo  apoya  nuestro  embajador,  que  las  cuestiones  de  deserción  y 
de  espionaje  las  abandonemos  á  las  decisiones  de  los  tribuna- 
les pontificios!!!  En  fin ,  mi  querido  General^  ars  langa,  vita 
brevis ;  esto  es ,  la  materia  dilatada  ,  el  papel  corto,  brevísimo 
el  tiempo ;  pero  como  la  voluntad  es  mucha  y  los  correos  se  re- 
producen ,  en  otro  tendrá  el  gusto  de  mancharle  algunas  carillas 
de  papel  su  aficionado  amigo  Q_.  B.  S.  M., 

Serafín  E.  Calderón. 


Valmontone  i  2  de  Julio  de  1849. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Valencia, 

Le  apuntaba  á  V.,  mi  querido  General^  en  mi  anterior  la  in- 
explicable tibieza  de  los  amigos  de  Su  Santidad  y  su  ninguna 
voluntad  de  poner  en  juego  las  medidas  que  son  necesarias  para 
llamar  la  vida  de  nuevo  á  este  cadáver.  Como  no  se  puede  pre- 
sumir mala  fe  en  tal  conducta ,  pues  el  provecho  exclusivo  es 
para  ellos ,  es  necesario  atribuirla  al  poco  conocimiento  que  tie- 
nen de  negocios^  y  que,  de  estrechas  miras,  no  se  atreven  á  consi- 
derarlos en  grande  en  su  conjunto  y  á  vista  de  pájaro.  De  aquí 
nace  su  mezquindad,  no  se  atreven  á  arriesgar  nada^  no  digo 
ya  de  dinero,  pero  ni  aun  de  promesas ,  ni  de  esperanzas  ;  y  por 
lo  mismo,  no  teniendo  ni  los  medios  de  convencer,  porque  no 
son  los  más  sabios,  ni  empleando  los  recursos  para  cautivar, 
porque  son  cortos  de  manos  y  raquíticos  de  voluntad  ,  es  gente 
perdida  abandonada  á  sí  misma.  Yo  no  considero  aquí  la  causa 
en  lo  que  tiene  de  divina  y  providencial^  sino  con  arreglo  á  los 
medios  humanos  que  deben  emplearse  para  su  triunfo,  y  bajo 
este  punto  de  vista  le  repito  á  V.  que  los  defensores  romanos 


APÉNDICES.  295 

de  Su  Santidad  van  enteramente  descaminados^  y  que  es  nece- 
sario inspirarles  ,  infiltrarles  otro  sistema  ,  otros  medios  ,  para 
que  lleguen  á  su  propósito  (que  es  el  de  las  potencias  católi- 
cas) de  asegurar  el  poder  temporal  del  Pontífice.  No  piense  V.^ 
ni  aun  por  un  instante ,  el  que  entre  en  tal  sistema  la  idea  más 
remota  de  las  concesiones.  Si  las  concesiones  siempre  son  peli- 
grosas ,  aquí  serían  absurdas  después  de  lo  pasado  y  atendiendo 
á  la  naturaleza  de  este  gobierno.  La  primera  condición  que  ha 
de  reivindicar  este  gobierno  es  el  respeto  y  la  sumisión ,  y  para 
ello  debe  principiar  siendo  fuerte.  A  conseguir  esto  deben  diri- 
girse los  esfuerzos  católicos ,  y  singularmente  los  de  nuestro 
gabinete.  Esto  no  se  alcanzará  sin  la  base  de  un  ejército  fiel  y 
leal ,  y  que  mire  en  el  Pontífice  á  un  tiempo  una  divinidad  y 
un  príncipe  y  señor  natural ,  sin  cortapisas  ni  salvedades.  Los 
romanos  jamás  podrán  servir  solos  para  esto ,  y  hoy  día  no  pue- 
den entrar,  teniendo  presentes  los  sucesos ,  sino  en  razón  muy 
corta  en  la  fuerza  que  se  organice.  Los  soldados  suizos  tampoco 
han  sido  tan  fieles  como  se  hubiera  podido  esperar  en  los  acon- 
tecimientos de  Bolonia  :  y  además  ,  la  confederación  parece  que 
se  opone  á  nuevos  enganches  y  contratas,  y  por  consecuencia  las 
tropas  pontificias  deben  buscarse  en  otras  partes.  Yo  creo  que 
de  España  es  de  donde  deben  tener  origen  estas  fuerzas,  si  no  ex- 
clusivas ,  al  menos  en  la  mayor  parte.  Nosotros  tenemos  oficia- 
les^ jefes  y  soldados  que  servirán  al  Santo  Padre  con  el  amor  de 
hijos  y  con  el  corazón  de  leones^  y  todo  esto  lo  necesita,  por 
desgracia,  para  entregarse  después  á  su  obra  de  restauración,  y  á 
laño  menos  laboriosa  de  escamondar  la  mucha  zizaña  que  por  to- 
das partes  brota  en  sus  Estados  y  por  todas  partes  se  reproduce. 
A  pesar  de  todo  esto  ,  nada  se  habría  adelantado  si  el 
Sacro  Colegio  no  se  templa  y  calza  con  mejores  aceros.  El 
Sacro  Colegio  nada  más  debería  representar  que  los  intereses 
generales  del   Catolicismo  y  de  los  grandes   Estados    que    lo 


296  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

componen  ,  y  antes  que  eso,  de  mucho  tiempo  acá ,  sólo  repre- 
senta casi  los  intereses  de  Italia ,  y  en  ella  los  intereses  per- 
sonales de  treinta  ó  cuarenta  familias  aristocráticas.  De  aquí 
los  abusos ,  el  espíritu  de  nepotismo  ó  de  ñimiliaje ,  las  mez- 
quindades y  las  miserias  que  han  concluido  por  quitar  toda  au- 
toridad, ya  que  no  todo  respeto  y  veneración,  al  Santo  Padre  y 
á  su  gobierno.  Esto  debe  corregirse  :  todas  las  provincias  ca- 
tólicas tienen  derecho  á  tener  en  el  Sacro  Colegio  Cardenales 
naturales  suyos ,  no  sólo  para  el  derecho  de  entrar  en  Conclave, 
sino  también  para  gobernar,  administrar  y  dirigir  los  asuntos  de} 
Catolicismo  y  de  los  Estados  Romanos  en  particular  Esto  llevará 
á  este  centro  de  la  verdad  una  vida ,  un  calor,  una  insistencia  y 
una  perseverancia  que  se  necesitan  por  cierto  para  sacar  adelante 
é  incólume  al  Patrimonio  de  San  Pedro.  Esté  será  un  medio 
seguro  de  que  en  el  Sacro  Colegio  haya  un  número  crecido  de 
hombres  firmes  ,  ascéticos ,  animosos  y  venerables,  que  presten 
á  la  Iglesia  el  poder  y  la  autoridad  de  que  tanto  se  necesita  para 
la  paz  del  mundo.  De  otro  modo,  seguirá  el  Sacro  Colegio 
siendo  una  cofradía  brillante  y  útil  para  doscientas  ó  menos  fa- 
milias ,  teniendo  por  lo  mismo  en  su  seno  un  germen  de  floje- 
dad ,  de  pereza  y  de  irresolución  que  ha  de  llamar  muchas 
más  veces  ,  como  el  cebo  á  los  peces ,  la  actividad  codiciosa  de 
los  revolucionarios. 

No  puede  V.  figurarse,  mi  querido  General,  cuántos  recur- 
sos tiene  en  su  mano  el  gobierno  papal  para  hacer  esfuerzos.  El 
país  es  muy  rico.  No  hay  pueblo  que  no  tenga  grandes  rentas, 
no  en  los  derechos  del  patihendido ,  ramillo  del  viento,  situado, 
renta  del  cuerno ,  géneros  y  especies  estancados,  y  otras  gabe- 
las que  V.  conoce  de  nuestros  pueblos,  sino  en  propios  y  tierras 
que  poseen.  Terracina  tiene  20,000  duros ,  Velletri  50,000,  y 
todas  las  demás  poblaciones  á  este  tenor.  Cuatro  amigos  leales 
bien   pudieran  tomar  á  su  cargo  por  empresa  el  restablecer  al 


APÉNDICES.  297 

Santo  Padre  en  la  integridad  de  sus  derechos,  bien  seguros  que  no 
perderían  el  ntíandado.  Y  no  piense  V.  que  la  condición  del  país  y 
de  los  habitantes  es  nnala.  En  primer  lugar,  no  conocen  ni  la  ^«m- 
ia  ni  la  matricula  ,  ni  otra  alguna  contribución  de  sangre.  La  pro- 
piedad no  paga  niel  15  por  100,  y  los  medios  de  vivir  son  tan  ba- 
ratos, que  en  los  pueblos  que  no  nos  han  sido  muy  hostiles  (  han 
sido  pocos),  ha  podido  meter  gallina  el  soldado  en  el  rancho,  y 
todos  los  medios  de   subsistencia  y  existencia  al  propio  tenor. 
El  descontento  del  pais  (si  se  exceptúan  los  abogados,  alguno, 
menestrales  y  mercachifles)  se  cifra  sólo  en  deseo  de  justicia 
Hay  flojedad  en   la  criminal  y  algo  de  impureza  en   la  civil ,  y 
sobre  todo  en  los  empleos,  que  se  reparten  de  media  estafa,  y, 
como  quien  dice,  de  escalera  abajo:  sólo  se  atiende  á  ser  comen- 
sai  ó  criado  de  los  monseñores  y  Cardenales,  y  no  á  otra  conside- 
ración alguna.  Esto,  por  lo  pronto ,  merece  más  pronto  remedio; 
y  es,  por  cierto,  mucho  más  fácil  que  esto  que  llaman  secularizar 
el  poder.  Yo  concibo  que  podrá  haber  conveniencia  en  que  los 
seglares  no  estén  excluidos  de  ciertos  cargos  y  de  aquellos  em- 
pleos y  destinos;  pero  esta  es  cuestión  delicada  y  para  tratarla  con 
mucho  pulso  y  detenimiento.  Sea  fuerte  y  respetable  el  gobier- 
no del  Papa ,  tenga  un  ejército  fiel,  reclútese  el  Sacro  Colegio  de 
una  manera  más  conveniente  y  que  lleve  á  Roma  intereses  ge- 
nerales de  todos  los  países  católicos ,   y,  por  consiguiente  ,  á 
muchas  personas  adictas ,  ábrase  la  mano  para  que  muchos  par- 
ticipen  de  ciertos  beneficios   y  pequeños   empleos ,  y ,  por  de 
pronto,  los  Cardenales  que  están  enjuego  engrandezcan  y  eleven 
sus  ideas  ,  y  den  algo  y  prometan  mucho,  no  sólo  para  el  mundo 
venidero,  sino  también  para  el  presente,  y  crea  V.  que  el  Santo 
Padre  dentro  de  algún  tiempo  puede  haber  hecho  resucitar  los 
siglos  de  los  Clementes ,  de  los  Leones  y  de  los  Píos. 

Ya  que  no  viene  V.  á  Italia ,  infiltre  V.  á  nuestros  diplomá- 
ticos alguna  de  sus  inspiraciones ,  aunque  digan  que  son  suyas, 


298  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

y  habrá  hecho  cosa  tan  grande ,  que  dejará  atrás  las  muchas 
grandes  llevadas  á  cabo  por  V. 

Mucho  han  enfadado  al  General  los  artículos  que  sobre  la  expe- 
dición han  salido  en  La  Revista  Militar.  Esto  ha  perjudicado  mu- 
cho al  entusiasmo  que  animaba  á  estas  tropas.  Lo  peor  es  que 
tales  artículos  han  salido  escritos  ya  -y  disparados  desde  aquí. 
Esto  debe  hacer  conocer  que  en  el  ejército  abundan  demasiado 
los  razonadores  y  disertantes ,  teniendo  más  confianza  para  sus 
ascensos  en  el  campo  que  les  ofrece  un  pliego  de  papel ,  que  en 
el  que  prestan  en  las  playas  de  Italia.  Muchos  habían  creído  que 
la  expedición  iba  á  cifrarse  en  dar  la  guardia  en  Roma  y  disertar 
de  camino  con  los  militares  franceses  y  con  les  esprits  forts  de 
Italia  sobre  el  tema  de  que  había  espirado  ya  el  poder  temporal 
del  Papa ,  tomando  ascensos  y  empleos ,  y  ganando  el  renombre 
de  filósofos  y  marisahidillos ,  cuando  son  más  necios  que  Fr.  Ju- 
nípero. El  General,  que  es  soldado,  y  que  lo  que  siente  es  no 
habérselas  con  Garibaldi ,  aunque  anduviéramos  de  barriga  y 
sin  comer  veinte  días,  y  los  demás ^  como  yo,  que  deseamos 
ver  al  ejército  cual  debe  serlo,  hemos  mirado  esto  con  cólera  de 
vilipendio  para  sus  autores.  Toda  demostración  será  pálida  con- 
tra semejante  demasía. 

He  tenido  el  desplacer  de  saber  que  ha  estado  V.  malo.  Fer- 
nando me  lo  ha  dicho,  así  como  los  recuerdos  afectuosos  de  V. 
No  se  cuide  V.  de  escribir.  Necesita  V.  mucho  tiempo  para 
cosas  de  mayor  importancia.  Consérvese  bueno,  ó  haga  por  res- 
tablecerse ,  pues  en  ello  tendré  un  placer  y  una  obligación  como 
español.  Suyo  afectísimo  amigo  y  aficionado,  Q.  S.  M.  B., 

Serafín  E.  Calderón. 


APÉNDICES.  299 

RiETi  20  de  Julio  de  1849. 

Exento.  Sr,  Duque  de  Valencia. 

En  mis  dos  cartas  últimas  ,  mi  querido  General ,  le  dejé  bos- 
quejada á  V.  la  situación  moral  y  política  en  que  se  encuentra 
este  país  y  la  influencia  que  tal  estado  de  cosas  puede  tener 
para  lo  sucesivo ,  influencia  que  puede  ser  fatal  á  los  intentos 
de  las  potencias  católicas,  si  no  se  acude  con  tiempo  á  dar  otra 
dirección  á  los  negocios.  Desde  que  supimos  la  rendición  de 
Roma  y  la  vagancia  de  Garibaldi  con  sus  bandas  de  un  punto 
para  otro,  creímos  todos  que  todas  las  provincias  seguirían  el 
ejemplo  de  la  capital,  viniéndose  abajo  por  si  mismo  el  orden 
de  cosas  revolucionario ,  no  pudiendo  contar  el  jefe  fugitivo 
con  más  que  con  el  terreno  que  sucesivamente  fuese  ocu- 
pando. Por  lo  mismo  puede  V.  pensar  cuál  habrá  sido  nuestra 
maravilla  al  llegar  á  Rieti ,  ciudad  de  gran  importancia ,  de 
20,000  habitantes,  rica  y  capital  de  una  vasta  provincia ,  y  en- 
contrarla sujeta  al  régimen  republicano ,  con  su  árbol  de  liber- 
tad (que  ha  servido  á  nuestros  soldados  para  guisar  sus  ran- 
chos), y  capitaneando,  como  metrópoli  que  es,  á  120  pueblos  en 
el  propio  orden  de  cosas.  Puede  V.  figurarse  el  embarazo  en 
que  se  habrá  visto  el  General  con  tal  situación  de  cosas,  con  los 
argumentos  de  Antonelli  y  de  Martínez  de  la  Rosa,  que  asegu- 
ran que  el  país  no  se  encuentra  en  estado  de  guerra ,  y  no  te- 
niendo á  mano  ni  instrucciones  cortas  ó  largas  á  que  atenerse^ 
ni  personas  revestidas  de  poderes  suficientes  con  quien  aseso- 
rarse y  á  quien  encomendar  la  restauración  del  antiguo  orden 
de  cosas.  Esta  imprevisión  es  tanto  más  notable^  cuanto  que 
Rieti  dista  sólo  dos  millas ,  un  paseo,  de  la  frontera  napolitana, 
y  que  por  lo  mismo  debiera  haber  sido  objeto  preferente  para 
obrar  sobre  ella  y  su  territorio,  así  militar  como  políticamente, 
con  toda  energía  y  por  todos  los  medios  posibles.  Esto  no  se 


300  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

comprende,  y  ni  aun  se  puede  ensayar  su  explicación,  sino 
considerando  la  cuestión  con  todos  los  antecedentes  que  ya  he 
suministrado  á  V.  La  cosa  es  tal,  que  las  gentes  de  Rieti  se 
han  quedado  atónitas ,  así  de  nuestra  aparición  como  del  viaje 
que  hemos  traído  y  territorio  que  hemos  atravesado.  La  reso- 
lución del  problema  la  podían  aguardar  de  los  napolitanos ,  de 
los  austríacos ,  acaso  de  los  franceses ,  pero  jamás  de  los  espa- 
ñoles. Ellos  creían,  razonablemente  discurriendo,  que  no  nos  mo- 
veríamos de  Terracina  ó  del  litoral ,  y  en  todo  caso  que  ven- 
dríamos por  las  etapas  conocidas  del  camino  real  ,  y  por  conse- 
cuencia, al  saber,  cuatro  horas  antes  de  nuestra  entrada^  que 
nos  dirigíamos  hacia  la  ciudad  ,  nos  consideraron  como  llovidos 
del  cielo,  ó  que  habíamos  venido  por  el  aire,  puesto  que  las 
cordilleras  y  valles  que  hemos  atravesado,  jamás  holladas  por 
tropa  armada ,  los  consideraban  inaccesibles  para  soldados  ex- 
tranjeros. 

En  verdad  sea  dicho  ,  nuestra  marcha  es  operación  que 
honra  á  Fernando  ,  así  por  la  osadía  en  la  concepción  como 
por  el  mecanismo  de  llevarla  á  cabo.  Las  brigadas  y  divisiones 
han  sido  dirigidas^  como  piezas  de  ajedrez,  á  un  pensamiento 
dado:  el  de  no  confundirse  y  poder  atender  á  la  subsistencia  por 
un  país  más  escaso  que  el  mismo  Maestrazgo,  y  al  propio  tiem- 
po tan  íntimamente  eslabonadas ,  que  pudieran  todas  entrar  en 
línea  y  en  combate  en  el  espacio  de  tres  ó  cuatro  horas.  Los 
campamentos  se  han  hecho ,  si  con  necesidad  indeclinable ,  con 
tan  buen  método,  con  tal  seguridad  y  precauciones  y  con  tales 
comodidades  militares,  que  las  tropas  los  han  considerado  antes 
como  un  recreo  que  como  una  penalidad  de  la  campaña.  Aun 
la  noche  de  la  tempestad,  si  se  exceptúa  el  General^  que  ocupaba 
con  su  choza  el  centro  de  la  herradura ,  adonde  daban  las  ver- 
tientes de  las  posiciones  ocupadas ,  todas  las  tropas  resistían 
con  ventaja  al  temporal,  por  tener  árboles,  bardales  y  algunos 


APÉNDICES.  301 

caseríos  en  que  refugiarse.  Era  por  cierto  cuadro  pintoresco, 
aunque  terrible,  presenciar  tempestad  tan  horrible,  abiertas  las 
cataratas  del  cielo,  descacharrándose  los  firmamentos^  como  se 
dice  vulgarmente,  con  truenos  y  exhalaciones,  y  ver  arder- 
nuestras  hogueras,  que  apenas  podían  resistir,  á  pesar  de  su 
intensidad  y  tamaño ,  los  cauces  de  agua  que  sobre  ellas  caían, 
llegar  los  soldados  á  enjugarse  y  restaurarse  y  gritar  de  cuando 
en  cuando  :  /  Viva  Pió  IX I  ¡  Viva  Isabel  II! ,  con  otros  chistes 
y  cosas  de  regocijo.  El  General  por  dos  veces  se  enjugó  al 
fuego,  y  otras  tantas  quedó  rehogado  en  agua  pura  y  cris- 
talina. A  pesar  de  tantas  incomodidades,  la  salud  es  buena 
en  las  tropas,  y  se  van  corrigiendo  sucesivamente  las  fiebres  y 
otras  afecciones  que  se  iban  desarrollando.  Si  logramos  dar  un 
golpe  á  Garibaldi,  ó  le  obligamos  á  criar  pluma,  y  los  diplomá- 
ticos de  Gaeta  hacen  que  el  gobierno  de  Su  Santidad  resucite 
con  más  energía  y  más  agilibtts ,  la  intervención  de  la  España 
en  estos  negocios  habrá  sido  eficaz  y  provechosa. 

Entre  tanto,  hoy  ha  llegado  aquí  el  general  Nunciante,  y  de  sus 
proyectos  y  de  sus  miras  político-militares  será  regular  que 
Fernando  hable  á  V.  muy  pormenor,  limitándome  yo  á  decir 
que  dándole,  como  le  concedo,  cierto  valor  á  las  tropas  y  á  los 
recursos  del  rey  de  Ñapóles ,  dudo  mucho  de  los  resultados  que 
pueda  producir  con  todos  sus  elementos,  por  la  timidez  de  sus 
consejeros ,  y  sobre  todo  por  la  voluble  é  incierta  conducta  que 
sigue  en  las  ocasiones  solemnes  y  en  los  trances  decisivos  ,  de 
lo  cual  tiene  dadas  hartas  pruebas.  En  fin  :  esta  carta  la  con- 
cluiré con  el  estribillo  obligado  de  las  otras ;  á  saber  :  que  la 
cuestión  de  Roma  debe  fijar  la  atención  de  V.,  no  sólo  para  su 
resolución  inmediata ,  sino  más  particularmente  para  las  con- 
tingencias futuras. 

En  el  Sacro  Colegio  es  conveniente ,  es  forzoso,  no  sólo  por 
la  política,  sino  también  por  el  Catolicismo,  el  que  se  infiltren 


302  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO, 

otros  nuevos  elementos  de  vida   de  las  demás  naciones  ortodo- 
xas,  debiendo  ocupar  lugar  preferente  el  elemento  español.  Este 
es  el  que  puede  prestar  vida ,  energía  y  poder  al  gobierno  pon- 
tificio, sin  recelos  de  que  tengamos  en  esta  obra  miras  algunas 
interesadas.  Conozco  la  dificultad  de  encontrar  persona  diplo- 
mática entre    nuestros  estadistas   que  pueda  venir   á    Italia  á 
inspirar,  convenciendo,  tales  ideas  con  la  autoridad,  la  habili- 
dad y  el  acierto  que  el  caso  requiere ,    si  es  que  se  exceptúa  al 
antiguo  coronel  de  la  Princesa.  La  cuestión  está  á  la  altura  del 
nombre  de  V. ;  las  medias  espadas  que  se  ocupan  de  ella  muy 
por  debajo,  y  en  tal  disposición,  no  pudiendo  V.  venir  á  Italia, 
ni  debiendo,  se  necesita  que  desde  ahí  trastee  V.  los  bártulos, 
y  que,  inspirándose  con  las  grandes  ideas  que  aquí  se  debaten, 
traslade  V.  intuitivamente,  por  decirlo  así,  su  pensamiento  en 
la  cabeza  y  en  el  corazón  de  la   persona  ó  personas  que  hayan 
de  llevar  á  cabo  esta  grande  obra ,  que  abrazará  á  un  tiempo  la 
paz  presente  de   la    Italia  y   de  la  Europa ,   y   el  porvenir  del 
mundo  todo.  La  situación  de  espíritu   de  V.  y  su  vida  laborio- 
sísima no  le  permiten  entregarse  á  lecturas  dilatadas  y  acaso 
moportunas;  pero,  sin  embargo,  fuera  conveniente  que  tuviera 
V.  á  la  vista  algún   destello  ó  espécimen   de  los  tres   sistemas 
que  se  dividen  al  presente  la  opinión  en   Italia  ,   y  que  se  en- 
cuentran consignados  en  tres  libros  muy  notables  :  el  primero, 
escrito  por  el  corifeo  Mazzini ,  y  que  se  llama  La  Joven  lialia  ;  el 
segundo,  por  Gioberti ,  que  se  intitula  El  Primado  de  Italia  ,  y 
el  tercero,  por  un  tal  Balbo,  llamado  Las  Esperanzas  de  Ualia. 
Un  resumen  hecho  sucinta  y  diestramente  por  algún  secretario 
de  V.,  y  que  pudiera  V.  leerlo  en  pocas  horas ,  sería  cosa  muy 
conveniente  y  provechosa,  pues  además  de  suministrarle  datos 
que  acaso  estarán  de  acuerdo  con  mis  observaciones  presentes 
y  pasadas,    le  harían    considerar  la  cuestión  á  vista  de  pájaro, 
abarcándola  en  todas   sus  ramificaciones   y  consecuencias.  En 


APÉNDICES.  303 

los  sueños  y  en  los  sistemas  de  estos  escritores ,  poco  ó  nada 
habrá  que  pueda  aprovecharse  ;  pero  se  adquieren  conoci- 
mientos ciertos  de  los  escollos  que  han  de  evitarse ,  corrientes 
de  que  es  preciso  huir,  y  rumbos  que  hay  previamente  que  co- 
rregir y  enmendar. 

El  correo  marcha ,  mi  querido  General ,  y  sólo  tengo  tiem- 
po para  ofrecerme ,  como  siempre ,  su  afecto  y  cordial  ami- 
go, Q..  B.  S.  M., 

Serafín  E.  Calderón. 


Terni  2   de  Agosto  de  1849. 

Excmo.  Sr.  Duque  de  Valencia. 

Mi  muy  querido  General :  Tuve  el  gusto  y  satisfacción  más 
cumplida  leyendo  la  que  se  sirvió  dirigirme  desde  Madrid  con 
fecha  16  del  espirado  Julio.  Formará  pareja  de  afecto  y  colección 
de  recuerdos  con  otra  carta  y  papeles  que  conservo  de  V.  de 
época  trasañeja ,  en  que  además  de  la  amistad  que  le  profesaba 
por  confrontación  de  ángeles ,  como  dicen  en  nuestra  tierra,  lo 
consideraba  como  la  esperanza  de  mis  ideas  políticas  y  españo- 
las ,  haciéndome  yo  entonces  adivino  y  zahori  de  lo  que  había 
V,  de  efectuar  de  grande  para  honra  de  su  propio  nombre  y 
gloria  y  felicidad  de  nuestro  país.  Sigan  cumpliéndose  mis  de- 
seos y  tomen  realidad  mis  ilusiones  y  ensueños ,  y  acaso  bajo 
el  dilatado  gobierno  de  V.  veremos  aproximarse,  si  no  llevado 
á  cabo,  el  cumplimiento  de  la  obra  de  la  grandeza  y  preponderan- 
cia Ibérica,  Tenga  yo  parte  en  las  tareas  para  la  consecución 
de  tan  noble  empresa,  y  estaré  contento. 

Los  malos  trances ,  mi  querido  General ,  por  donde  ha  pa- 
sado la  cuestión  italiana ,  pues  es  forzoso  hablar  de  ella ,  tienen 
una  explicación  muy   sencilla ,  así  como  á  las  dificultades    que 


304  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO, 

han  de  sobrevenir  se   les  pueden  desde  ahora  asignar  causas 
conocidas  y  de  alto  relieve.  Yo,  en  este  punto,  como  en  otros 
que  he  tenido  que  calificar  durante  mi  vida  política,  procederé 
con  entera  mdependencia  de  espíritu,  ajeno  á  toda  preocupación 
Creo  que  hablando  se  puede  ceder,   y  se  puede  aun   tam- 
b.en  callar  toda  la  verdad  ,  porque  así  lo  aconseje  el  respeto    ó 
porque  no  se  tome  por  despiques  de    amor   propio   lo  que'er 
reahdad  sea  sólo  defensa  de  lo  justo;   pero  por  escrito,  en  que 
se  pueden  medir  las  palabras,  y  donde  se  pueden  guardar  to- 
dos los  fueros  á  la  dignidad,   al  respeto  y  á  la  veneración  mis- 
ma, deben  trasladarse  al  papel   todos  los  fundamentos  de   la 
convicción  propia  y  las  consecuencias  que  hace  surgir  y  brotar, 
sm  periuico  de  alterar  aquélla  y  contradecir  éstas  si  se  demues- 
tra lo  contrario.  Esto,  pues,  es  lo  que  yo  me  propongo  hacer 
ahora.  Abandonados  en  España,  cincuenta  años  hace,  los  es- 
tudios  canónicos  y  eclesiásticos,  apenas  queda  uno  de  nuestros 
hombres  de  Estado  que  pueda  abordar  con  desembarazo   con 
superioridad,  ninguna  de  esas  cuestiones.  Los  unos  salen  del 
paso  con  las  palabrotas  del  iiltramontanismo  y  exigencias  de  la 
curia  romana,  haciéndose  casi  jansenistas;  y  los  otros,  apocados- 
de  espíritu ,  ó  que  vienen  de  vuelta  hacia  el  arrepentimiento  de 
pecadillos  atrasados,  se  achican   con  los  de  aquí   ó   se  hacen 
paladines  con  aquéllos.  Por  otra  parte,  los  libros  franceses  han 
agobiado  la  inteligencia  española  con  su  número  y  monserga .  y 
no  dejan  lugar  para   leer   y  aprender  otras  muchas;   de  modo 
que   son  del  todo  casi  desconocidos  los  escritos   italianos  que 
han  dirigido   y  formado  la  opinión  de  diez   y   seis  años  á  esta 
parte.  Con  aquella  falta  no  hay  cimientos;   con  esta  ignorancia 
no  hay  materiales  para  fábrica  alguna ,  y  así,  nuestra  diploma- 
cia en  Italia,  más  bien  procede  con  buena  fe,  con  puras  y  rec- 
tas intenciones ,  que  por  rumbo  cierto  y  con  apoyos  históricos 
y   de  actualidad.  Nuestra  diplomacia   ha  querido    frotarse  en 


APÉNDICES.  305 

Italia  con  la  francesa ,  y  si  bien  los  grandes  alientos  me  cautivan 
siempre,  mucho  más  empleándolos  contra  gabachos,  he  tem- 
blado más  de  una  vez  en  la  cuestión  presente ,  viendo  compro- 
metida para  algún  tiempo  la  suerte  del  Catolicismo.  No  sé  lo 
que  hubiera  sucedido  si  la  Francia,  hastiada  de  la  oposición  de 
Martínez  de  la  Rosa  y  halagada  por  las  insinuaciones  de  los  re- 
volucionarios italianos,  los  hubiera  dejado  hacer.  Yo,  que  como 
creyente  adoro  en  la  Providencia ,  veo  en  los  sucesos  que  se 
pasan  una  prueba  irrecusable  de  ella.  No  se  puede  concebir, 
sino  con  esas  creencias,  el  que  la  Francia  republicana,  vacilante 
entre  los  extravíos  del  socialismo  y  del  comunismo,  y  contami- 
nada en  gran  parte  todavía  por  las  doctrinas  siniestras  de  los 
enciclopedistas ,  haya  venido,  á  despecho  de  todo,  y  acaso  con- 
tra sus  propios  intereses  aparentes  ,  á  restablecer  al  Papa  en 
sus  dominios  y  en  su  autoridad.  Las  donaciones  de  Pipino  y  de 
Carlomagno,  origen,  con  la  herencia  de  la  condesa  Matilde, 
del  Patrimonio  de  San  Pedro^  han  sido  confirmadas  al  cabo  de 
trece  ó  catorce  siglos  por  la  Francia  casi  atea.  Vasto  campo 
para  reflexiones  y  prodigio  inexplicable  para  los  incrédulos.  Los 
franceses  ahora ,  Oudinot ,  ó  el  gobierno  de  París  acaso ,  que- 
rrán convertir  este  gran  suceso  en  provecho  exclusivo  de  la 
Francia.  Esto  es ,  á  mi  entender,  imposible.  La  Francia  en 
Junio  podía  eliminar  al  Papa  de  Italia  ;  pero  en  Agosto 
tiene  que  limitar  sus  gestiones  á  lo  meramente  justo ,  razo- 
nable y  diplomático.  Esto  de  derecho  se  le  debe  dar ,  pero 
cualquiera  petición  inconveniente,  irritante  ó  solapada  tiene  su 
correctivo  eficaz  y  de  indeclinable  resultado  con  la  voluntad  del 
Papa,  su  actitud  inerte  y  su  resistencia  pasiva,  pero  irresis- 
tible. La  suerte,  pues ,  de  Italia  y  del  mundo  todo  se  encuentra 
en  manos  del  Papa  y  de  su  gobierno  de  nuevo.  Si  el  Papa  ,  en 
vez  de  ser  sólo  el  varón  justo,  fuera  un  hombre  político  de  los 
alcances  de  otros  Pontífices  antiguos ,  y  si  sus  Cardenales  tu- 

-  XII  -  20 


306  ((EL   SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

vieran  la  superioridad  intelectual  que  en  otros  tiempos  alcan- 
zaron, la  cuestión  era  resuelta,  y  todo  entraría  en  su  antiguo 
cauce.  Pero  aquí  justamente  es  en  donde  principia  la  dificul- 
tad. Al  Santo  Padre  no  hay  que  pedirle  ni  estatutos  ni  con- 
cesiones ,  ni  fraccionamiento  de  autoridad ,.  ni  participaciones 
en  el  poder,  ni  ninguna  otra  exigencia;  pero  al  Pontífice  hay  que 
imponerle  una  obligación ,  y  es  la  de  que  sea  fuerte.  Esta  cir- 
cunstancia es  forzosa  ,  y  se  necesita  además  que  sea  inmediata, 
instantánea.  Desde  que  llegamos  á  Gaeta  y  á  Terracina  la  noté 
y  se  la  participé  á  V.  con  extrañeza.  Este  síntoma  sigue  y  me 
desespera.  El  General  dirá  á  V.  los  hechos  que  se  iban  desen- 
volviendo en  fuerza  de  tal  abandono ,  y  que  ha  sido  preciso 
prepararse  á  comprimir.  Esto  se  hubiera  prevenido  y  se  corta- 
ran en  su  raíz  los  desmanes  que  aún  habrá  que  deplorar ,  si 
con  la  división  hubiesen  venido  los  delegados  y  comisarios 
apostólicos  respectivos  ,  con  sus  funcionarios  correspondientes, 
y  trayendo  cada  cual  en  su  bolsillo  ya  redactados  los  bandos  y 
disposiciones  que  habían  de  regir,  y  formadas  las  listas  de  las 
personas  de  que  habían  de  valerse  y  la  letanía  de  los  sujetos 
nocivos  ,  sicarios  y  asesinos  para  ponerlos  á  recaudo.  No  hay 
nada  que  tanto  perjudique  á  un  gobierno,  sobre  todo  si  se  va 
á  inaugurar,  como  la  nota  de  imprevisión,  singularmente  si  ha 
tenido  tanto  tiempo  para  estudiar  la  lección  cuanto  han  disfru- 
tado los  refugiados  en  Gaeta.  En  cuanto  á  fuerza  pública ,  de 
ninguna  disponen  todavía.  Los  Cardenales  les  son  ya  cono- 
cidos á  V.  por  mis  anteriores.  Hablando  en  general,  están  muy 
debajo  de  las  circunstancias  que  han  alcanzado  ,  y  es  necesario 
que  así  ellos  como  el  alto  clero  y  los  familiares  y  demás  que 
forman  la  clase  gobernante  recobren  la  supremacía  intelectual 
que  los  distinguía  no  muchos  años  ha.  Necesitan  ,  pues  ,  reclu- 
tarse_,  ó  hacerlos  reclutarse  de  gente  superior  entre  los  italia- 
nos y  de  gente  de  nervio  entre  las  demás  naciones  católicas. 


APÉNDICES.  307 

Eí  poder  del  Pontífice  deberá  su  nueva  adopción  intelectual  en 
las  masas  italianas  á  los  escritos  superiores  y  profundamente 
pensados  y  razonados  elocuentemente  de  Gioberti ,  Balbo  ,  Ris- 
mini  y  otros  ,  y  con  hombres  como  estos  y  sus  iguales  nece- 
sita reforzarse  la  falange  papista  que  aquí  ha  de  gobernar.  Con 
ellos  y  no  con  otros  es  con  quienes  deben  adoptarse  las  medi- 
das de  indulgencia,  si  es  que  pueden  haberse  deslizado  en  algún 
exceso  sobre  la  independencia  italiana,  que  fué  también  el  desliz 
de  Pío  IX.  Sin  estos  escritos  elocuentes ,  el  libro  de  Mazzini 
(La  Joven  Italia)  hubiera  quedado  sin  triaca  y  contraveneno,  y 
habría  acabado  de  corromper  á  todo  el  país.  Merced  á  ellos, 
esta  declamación  tiene  sólo  séquito  entre  la  gente  perdida  de  los 
cafés  y  las  ciudades,  sin  que  se  haya  interesado  ni  la  gente  del 
campOj  ni  la  gente  docta ,  y  por  lo  mismo  puede  tener  reme- 
dio la  enfermedad  moral  y  política  que  aqueja  á  la  Italia.  Estas 
clases  honradas  y  bien  nacidas  entraron  contentas  y  aun  con 
entusiasmo  en  las  reformas  :  los  revolucionarios  las  aceptaron 
para  trocarlas  luego  en  anarquía  y  comunismo  ,  y  aquellos  los 
admitieron  á  la  parte  confiando  siempre  en  el  mayor  poder  del 
propio  número  y  en  el  influjo  de  los  buenos  principios.  Los  in- 
cautos no  sabían  que  las  sierpes  y  los  reptiles  crecen  pronto,  y 
que  ya  crecidos  tienen  su  placer  en  la  sangre  y  la  destrucción. 
Así  sucedió ,  y  los  moderados  y  conservadores,  de  su  confianza 
pasaron  al  terror  durante  la  República,  siguen  en  él,  en  casi  to- 
das partes  soñando  el  regreso  de  los  verdugos  y  sicarios ,  y 
quedarán  después  por  mucho  tiempo  en  un  estupor  y  desmayo 
que  les  hará  incapaces  para  nada.  Por  esta  razón  es  necesario 
que  el  gobierno  del  Papa  se  inaugure  con  vigor,  con  fijeza,  sin 
vacilación  y  sin  ambajes. 

El  terror  por  título  de  herencia  que  quería  legar  la  finada 
República,  lo  puso  últimamente  á  la  orden  del  día  cierta  plancha 
ó  circular  que  desde  Maka  dirigió  últimamente  ÍVIazzini  á  los 


308  ((EL    SOLITARIO))    Y    SU   TIEMPO. 

círculos  y  sociedades  secretas.  En  ella  se  decía  que  se  protes- 
tase con  hechos,  por  más  horribles  que  fuesen,  contra  la  ocu- 
pación extranjera.  En  su  consecuencia,  principiaron  las  pedra- 
das ,  las  heridas  y  los  asesinatos  ,  las  amenazas  ,  los  insultos  y 
las  miradas  torvas  y  siniestras.  Las  señoras  que  han  salido  á 
los  paseos  que  nosotros  frecuentamos  han  sido  infamadas  con 
pasquines  y  ultrajados  sus  maridos  ,  padres  y  hermanos.  Esto 
ha  hecho  despertar  á  los  muchachos  ,  que  guardaban  una  com- 
postura de  padres  de  almas ,  y  han  principiado  á  jugar  de  la 
morena ,  y  han  malherido  por  aquí  en  Terni  ayer  noche  á  algu- 
nos de  los  insultadores  y  gente  levantisca.  Aquí  los  síntomas 
han  sido  más  hostiles  por  haberse  refugiado  en  la  ciudad  y  sus 
alrededores  los  sicarios  de  Ancona  ,  Boloña  y  los  tunos  de  la 
Romanía,  huyendo  de  la  amabilidad  tudesca ,  y  por  la  perma- 
nencia también  de  los  desterrados  de  Roma  por  los  franceses. 
Estas  variaciones  y  alteraciones  del  termómetro  han  hecho  el 
que  así  muchachos  como  capataces  andemos  suficientemente 
abrigados  de  verdugados  de  Toledo  y  de  confidentes  de  Guadix 
y  de  Albacete.  Según  las  efemérides  y  diarios  de  policía,  no  se 
encontraba  una  navaja  para  un  remedio  en  toda  la  división  ,  y 
ya  ayer  los  muchachos  ofrecían  un  par  de  ellas  cada  cuál, 
quedando  siempre  con  la  correspondiente  defensa  y  salvaguar- 
dia. La  insolencia  y  el  atrevimiento  es  regular  que  cedan,,  pues 
de  otro  modo  fuera  insufrible ,  y  era  ,  entregando  el  país  asi  al 
Santo  Padre ,  darle  un  caballo  resabiado  que  pronto  lo  había  de 
trepar  y  revolcar. 

Estos  días  pasados  fuimos  algunos  amigos  á  ver  cierta  cas- 
cada, sitios  pintorescos  y  lagos  muy  vistosos  de  estos  alre- 
dedores. Yendo  embarcados  me  pareció  ver  un  árbol  de  la 
libertad  en  un  pueblo  llamado  Piediluco.  Propuse  ir  á  derri- 
barlo :  se  me  repuso  que  no  llevábamos  armas ;  pero  á  mis 
reflexiones  vinieron  en  acompañarme.  Así  que  atracó  la  lancha 


APÉNDICES.  309 

á  la  orilla  ,  coronada  de  gentes  y  algunos  cívicos ,  pregunté  por 
el  Gonfaloniero,  el  anciano   ó  cualquiera   autoridad,  y  se  me 
presentó  un  futraque  con  cara  de  periodista  y  un  estache  muy 
grande,    pero  muy  encasquetado.    Así    que  llegóme  á  tiro,  le 
sacudí  un  revés  al  sombrero,  haciéndole  piragua  en  el  lago,  ad- 
virtiéndole que  á  toda  autoridad ,  y  singularmente  á  un  Conse- 
jero de  la  Reina  de  España,  se  le  hablaba  siempre  descubierto. 
Le  advierto  á  V.,   entre  tanto,'    que  hablo  en  italiano   casero, 
muy   semejante  á  aquel  francés  que  cusciirreaha  Antonio  Pa- 
rejo en  Paris ,    y   por  cuyo  medio  trato    y  contrato  con  estas 
gentes  á  las   mil  maravillas.  En  fin  :  en  tanto  que  dábamos  fin 
á  la  expedición  ,  se  abatió  el  árbol ,  se  alzó  el  pendón  del  Papa, 
se  hicieron   las  salvas    y  los  repiques,  y  quedó  aplazado  el  Te 
Deum.  Luego  hice  quitar  ciertas  losas   puestas   en   la  fachada 
de  la  iglesia  para  el  juego  de  la  pelota ,   y  poniendo  á  pescar  á 
dos  cívicos  para  que  se  distrajesen  y  nos  regalásemos  (y  pagan- 
do, sin  duda),  dejé  asegurada  la  conquista,   trayéndome  testi- 
monio del  ayuntamiento,   que  acompaño  á  V.,  para  que  se   lo 
muestre  á  Sartorius  y  vea  que  no  se  me   ha  olvidado  el   ser 
jefe  político.  Este  papelote,  por  lo  curioso,  me  10  guardará  V., 
ó  lo  dirigirá,  si  es  que  se  acuerda  de  ello,  á  mi  casa,  por  mano 
de  Zaragoza  i. 

I  El  documento,  cuyo  original  tengo  á  la  vista,  dice  así: 
«Magistratura  del  comune  di  Piediluco. — Si  certifica  da 
noi  sottoscritli,  che  in  questo  giorno  25  Luglio  1849,  ^  -^^^'^  <^*' 
nuovo  rialherato  il  VessiUo  Pontificio  con  sparo  de  mortali ;  e 
siíono  de  sagri  hronci,  e  ció  e  proceduto  con  il  massimo  ordine^  e 
quiete ,  mediante  Vordine  dell'Eccelso  Sig.  Don  Serafino  Calderón, 
Consigliere  della  Guerra,  e  auditor e  in  commissione  dclle  trupe 
Spagnole ,  accompagnato  dal  Sig.  Colonnelto  Don  Enrice  OdoneU 
del  Regimentó  di  Cavalleria  di  Lussitania  ,  e  dal  Sig.  Colonnello 
Don  Gioacchino  Huet ,  e  di  altro  Colonnello  Ruano,  e  dal  Capitano 
Vignamil ,  ed  altri  Capitani  Mena,  Logo,   Landa,  e  dei  Tenienti 


3 10  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Fernando  le  escribirá  á  V.  sobre  la  situación  militar.  Es  in- 
dudable que  la  disolución  de  Garibaldi,  ya  esté  consumada,  ó 
va  esté  próxima  solamente ,  se  debe  á  la  posición  escogida  por 
el  General  y  á  la  operación  atrevida  que  ejecutó  atravesando  la 
Sabina  y  ocupando  á  estas  dos  provincias  de  Rieti  y  la  Umbría. 
Sin  nuestra  posición  aquí ,  es  claro  que  Garibaldi ,  tropezando 
con  los  tudescos,  volvería  á  desandar  lo  andado  y  vagaría  inde- 
finidamente por  los  Apeninos  ,  acechando  la  ocasión  de  pene- 
trar en  los  Abruzzos  y  manteniendo  en  vida  las  esperanzas  de 
estos  republicanos.  Garibaldi  ha  tenido  fortuna  de  que  Roma  se 
entregase  ocho  días  más  temprano  de  lo  necesario,  y  luego  en 
que  las  expediciones  se  hayan  retardado  más  de  lo  probable; 
pero  es  muy  prudente  en  no  arriesgar  otro  albur,  poniéndose  á 
tiro  de  las  piernas  de  nuestros  soldados ,  ya  restablecidos  de 
sus  padecimientos  y  enfermedades.  En  el  próximo  correo  le 
expondré  á  V.  la  manera  cómo  considero  ia  cuestión  de  Roma 
en  este  segundo  período,  menguado  por  cierto  mucho  en  im- 
portancia é  influencia. 

Siempre  suyo,  mi  querido  General  ,  y  afectísimo  y  cordial 
amigo  Q..  S.  M.  B.  , 

Serafín  E.  Calderón. 

Lussenio,  Mendoza,  León,  Mora,  cdiafi,:c  eü  Sig.  Tenente  Colon- 
nello  Gradúalo  bargas,  li  quali,  avendo  osservato  esislere  ancora  il 
Vessillo  Republicano,  hanno  ordinalo  che  venisse  dislrulto,  siccome 
solio  i  loro  occhi  e  slato  eseguíto.  Non  si  e  cántalo  pero  l'Inno 
Ambrosiano  di  ringrasiamento  per  esscre  giorno  feríale,  ma  sié  tras- 
ferito  al  giorno  feslivo  25?  detto,  per  celebrarsi  lale  santa  funcione 
con  maggiore  apparato,  e  per  avere  il  concorso  della  popóla ^ione , 
essendo  gia  affisso  V invito  alie  porte  di  qiiesta  chiesa  parrocchiale. 
Si  la  rilase  ia  il  presente  in  onore^  e  lode  del  la  Iperita,  e  afjin  ckc 
apparisca  nel  publici  atti.  Enfede.  —  Picdüuco  2^  Liiglio  184^. 
V.  PAsautTTi^  Prioke. —  Giuseppe  Crifoni,  segretario.» 


APÉNDICES,  311 

Roma  i  o  de  Agosto  de  1849. 

Ex  ano.  Sr.  Duque  de  Valencia, 

Mi  muy  querido  General  :  Aquí  me  tiene  V.  con  el  objeto  y 
las  miras  que  Fernando  le  escribirá  á  V.  más  por  menor.  El 
nuevo  gobierno  necesita  apoyarse  y  aparecer  sostenido  con  vi- 
gor y  sin  ambajes  ni  cortapisas  ,  y  para  ello  ha  venido  muy 
bien  esta  demostración  de  uno  de  los  generales  de  las  potencias 
católicas  que  han  tomado  parte  en  esta  cuestión.  Los  tres  Car- 
denales que  forman  la  comisión  de  gobierno  se  mostraron  muy 
satisfechos,  y  aun  contentos  del  objeto  y  contenido  del  pliego 
que  les  entregué.  En  el  curso  de  la  conferencia  en  que  les  m.a- 
nifesté  el  mal  estado  en  que  se  encontraba  la  opinión  en  Terni  y 
Narni ,  y  que  tales  síntomas  se  empeoraban  con  la  debilidad  y  el 
desmayo,  y  que  era  preciso  principiar  siendo  fuertes  para  luego 
ser  justos  y  luego  clementes,  se  mostraban  en  un  éxtasis  de 
placer.  Pero  yo  creo  que,  á  pesar  de  tan  buenas  disposiciones,  no 
acierten  á  inaugurar  su  política  sobre  bases  sólidas.  La  pereza 
y  desidia  que  Fernando  y  yo  le  indicábannos  á  V.  como  que 
presidían  en  Gaeta ,  dan  ahora  sus  necesarios  frutos.  Nada  hay 
pensado,  nada  con  sistema  ,  nada  con  dirección  fija  y  vigorosa. 
Por  cierto  que  estos  señores  no  se  parecen  á  los  que  nosotros 
tenemos  (y  líbrenos  Dios  de  ellos),  que  tienen  un  arsenal  de 
decretos  preparados  para  gobernar  á  todas  direcciones  y  á  todos 
vientos.  Todos  los  extremos  se  tocan.  Ello  es  que  estas  gentes 
sin  hábitos  de  administración  y  gobierno ,  con  una  opinión  no 
vencida  ni  reprimida  militarmente  y  con  actitud  de  insolencia 
apoyada  en  esperanzas  de  trastornos  aquí  ó  allá^  se  encuentran 
en  una  situación  embarazosa ,  difícil  y  casi  inevitable.  El  medio 
término  que  han  tomado  de  rebajar  el  papel  en  un  35  por  100, 
dándole  así  curso  forzoso,  les  ha  puesto  en  oposición  á  todos 
los  usureros  y  hombres  de  negocios ,  y  ha  dado  asidero  á  los 


312  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

rumores  más  absurdos,  que  saben  esparcir  los  revolucionarios, 
que  siguen  en  su  organización  para  obrar  y  en  sus  propósitos  de 
evangelizar.  Dicen  que  ese  ^^  por  loo  lo  aplican  los  Cardenales 
para  reembolsarse  de  los  perjuicios  sufridos  en  la  quema  de  los 
carruajes  y  otros  daños;  y  semejantes  desvarios  han  tenido  bas- 
tante fuerza ,  sin  embargo ,  para  inutilizar  una  demostración 
que  se  tenía  preparada  el  domingo  por  el  pueblo  de  los  Barrios 
en  favor  del  Papa. 

Los   franceses ,  por  otra  parte ,  ni  por  su  situación  política, 
ni    por   su    propio  carácter  voluble,   ni  por  la  condición   del 
mismo   Oudinot ,   que  es  incierto  y  vacilante ,  son  los   más  á 
propósito  para  dar  fijeza,  ni  norte,  ni  voluntad  cierta  y  vigo- 
rosa  al  nuevo   gobierno.  Y  por  otra  parte,   la   posición  polí- 
tica que  al  presente  ocupan   las   fuerzas  inmensas  de  que  dis- 
ponen en  el  territorio,  y  el  ascendiente  que  naturalmente  les  da 
su  entrada  en  Roma ,  los  pone  en  el  caso,  al  menos  por  ahora,  de 
ser  los  verdaderos  ^í3!//ws  de  este  corral ,  la  potencia  ófulerum  de 
esta  máquina,  y  los  arbitros  y  jueces  de  este  palenque.  Yo  creo 
que  con  tales  precedentes  ,  que  más  bien  los  exagera  que  no  los 
templa  la  arrogancia  francesa ,  se  está  en  el  caso  de  tocar  llamada 
hacia  España.  Nuestra   situación  aquí ,  por  otra  parte ,  ni  es 
gloriosa,  ni  útil ,  ni  segura.  No  hay  que  combatir,   se  gasta  el 
dinero  en  país  extraño,  y  no  ocupamos  plaza  ni   punto  que  nos 
ponga  á  cubierto  de  un  golpe  de  mano,  ni  de  una  sublevación. 
Y  esto  sin  tomar   en  cuenta  las  probabilidades  de  un  rompi- 
miento entre  franceses  y  austríacos  ,  que  nos  pondría  en  trance 
más  equívoco  y  peligroso.  Ñapóles  se  ha  salido  de  la  cuestión, 
si  no  con  mucha  caballerosidad,  con  tanta  habilidad,  que  tiene 
sus  collares  y  ribetes  de  perfidia.  Nosotros  nos  hemos  quedado 
solos  con  nuestra  buena  fe,  jugando  la  partidar ,  y  por  cierto  que 
es  mal  caudal  para  habérselas  con  los  diestros  que  tenemos  de- 
lante.  En  este  género  de  esgrima ,  mi   querido  General ,  no  me 


APÉNDICES.  313 

la  dan  ,  ni  me  la  darán  á  mí  por  inocente  ,  ni  por  acudir  inadver- 
tidamente á  oponer  falsas  paradas  á  estocadas  que  tienen  direc- 
ción muy  sabida.  Nuestra  marcha  sobre  Rieti  y  Terni ,  ocupan- 
do, desarmando,  tranquilizando  y  sujetando  al  Papa  á  la  Sabina 
y  á  la  Umbría  ,  operación  atrevida  y  de  resultados  que  hará  mu- 
cho honor  al  General ,  creo ,  y  pienso  no  equivocarme ,  que  ha 
servido  y  servirá  de  estudiado  pretexto    á   los  franceses  para 
mostrar  cierto  desabrimiento,  tomar  cierto  aire   hauteur,  hacer- 
se los  interesantes  y  explicar  así  la  ocupación  de  Gen^ano   por 
ellos  j  punto  á  legua  y  media  de  Velletri ,  que  fué  ya  estableci- 
miento nuestro,  y  único  pueblo  en  donde  se  respira  aire  vitable 
en  el  picaro  territorio  que  nos  ha  tocado  en  suerte  en  la  distri- 
bución leonina  que  se  hizo  entre  los  diplomáticos  de  Gaeta.  No 
sé  hasta  qué  punto  nuestra  embajada  habrá  epousée  esta  pre- 
vención francesa  ;  pero  de  cualquiera   manera  ,  es  bueno  que 
sepa  V,    que  los   revolucionarios  nos  han  increpado  y  nos  in- 
crepan mucho  estas  operaciones,  diciendo  que,  á  tener  nosotros 
orgullo,  debiéramos  no  haber  salido  de  Velletri ,  puesto  que  los 
franceses  nos  habían  ocupado  los  caminos  reales ,  encerrándonos 
como  osos  en  los  montes.  El  verdadero  objeto  de  estas  hablillas  y 
el  solo  motivo  era  el  ver  privado  á  Garibaldi  de  los  recursos  que 
le  daba  el  ancho  país  que  le  quitábamos ,  y  el  imposibilitarlo  de 
volver  atrás  desde  las  fronteras  de  Toscana  y  desde  las  Marcas, 
cosa  que  á  no  ser  así  le  hubiera  permitido  el  entrar  y  salir ,  ro- 
dar, contramarchar  y  dar  vueltas ,  prolongando  la  guerra  y  es- 
perando  algunos  de    los  grandes  acontecimientos  de  Francia, 
Alemania  ó  Hungría,  que  ha  sido  y  es  todavía  su  soñado  adve- 
nimiento. 

Entre  tanto,  Arnau  ha  salido  esta  mañana  para  Terni  para 
hablar  con  el  General.  A  mí  todavía  no  me  han  despachado,  y 
supongo  que  tal  viaje  tenga  por  objeto  traer  en  utilidad  y  gloria 
de  la  diplomacia  lo  que  ha  sido  objeto  de  las  inspiraciones  del 


314  ^(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

buen   sentido  y  discreción  del  General,  Pero  esto  es  de    poca 
innportancia,  si  se  obtiene  algún  resultado. 

Los  franceses^  entre  tanto^  no  puede  V.  figurarse  con  el  es- 
tudio y  afectación  que  viven.  No  miran  á  una  mujer,  ceden 
siempre  la  acera,  y  más  parecen  sombras  que  se  mueven  que 
no  hombres  con  sangre  y  vida.  Esto  es  demasiado  tirante  para 
que  pueda  durar,  y  no  sé  si  piensan  enamorar  al  Papa  ó  al  Cas- 
tillo de  Santángelo.  Esto  ensoberbece  á  los  romanos.  Era  nece- 
sario que  viera  V.  sus  aires  ^  sus  miradas  y  sus  razones  cuando 
hablan  del  sitio.  Siempre  que  los  miro  me  acuerdo  de  aquellos 
versos  que  tanto  le  agradaban  á  V, 

Vosotros  nacionistas 
Y  liberales 
Andabais  puseídos 
De  ayies  marciales  , 

No  se  puede  dar  mayor  continente  de  comparsas.  Los  me- 
nestrales y  barberos,  al  entrar  en  la  sala,  saludan  llevando  la 
mano  á  la  frente  militarmente ,  no  sin  gracia  y  buen  aire.  Crea 
V.  que  este  flujo  militar  y  tal  prurito  por  la  soldadesca  tiene 
mucha  influencia  en  las  cosas  que  aquí  pasan  ó  pueden  suceder. 
Entre  tanto ,  ayer  salieron  de  aquí  6,000  franceses  con  ocho 
piezas.  Quién  dice  que  van  á  Viterbo,  quién  que  á  Florencia 
para  relevar  á  los  austríacos  que  van  hacia  Venecia.  Se  miente 
mucho ,  pues  este  es  el  ardid  que  con  objeto  ó  por  entreteni- 
miento usan  ahora  con  preferencia  los  revolucionarios. 

Se  va  el  correo  y  queda  pendiente  el  hilo  :  siempre  suyo 
verdadero  y  cordial  amigo  Q.  S.  M.  B. 

Serafín  E.  Calderón. 


APÉNDICES.  315 

Roma  17  de  Agosto  de  1849. 
Excmo.  Sr.  Duque  de  Valencia, 

Mi  queridisimo  General:  Sigo  en  Roma  corriendo  calles^  visi- 
tando monumentos  ,  exornando  antigüedades ,  admirando  igle- 
sias, peregrinando  basílicas,  curioseando  dijes  ,  alhajas  y  precio- 
sidades, adorando  reliquias  y  santuarios,  y  pasando  malos  ratos 
con  las  estatuas  desnudas  que  se  le  meten  á  uno  por  los  ojos, 
esto  es,  las  de  Venus  ,  Diana  y  otras  santas  mujeres  por  el  es- 
tilo. Esta  distinción  es  saludable  cuando  se  escribe  desde  Roma. 

Tengo  el  gusto  de  remitirle  á  V.  el  plano  de  Roma  con  el 
bosquejo  de  los  ataques  de  los  franceses  hasta  la  rendición. 
Esto  es  trabajo  hecho  por  nuestros  ingenieros,  concienzuda- 
mente desempeñado  ^  habiéndoles  yo  acompañado  varias  veces 
para  la  inspección  del  terreno.  Quiero  que  tenga  V.  á  la  mano 
este  documento ,  hoy  de  alguna  importancia  ,  por  cuanto  en 
Marsella  se  ha  hecho  una  publicación  sobre  el  sitio  de  Roma 
sumamente  equivocada,  que  nada  explica  y  que  todo  lo  embro- 
lla. Con  este  plano  y  su  apéndice  se  hará  V,  cargo  del  ataque 
y  la  defensa.  Le  advierto  á  V.  que  las  baterías  números  12  y  13 
no  llegaron  á  servir  casi  ;  fué  lujo  de  arte  y  demostración  de 
los  grandes  medios  de  que  disponían  los  sitiadores. 

Aqui  ninguna  novedad  ocurre  de  gran  monta  ,  aunque  todo 
es  de  importancia.  El  Sr.  Savelli ,  ministro  del  interior,  aún  no 
se  había  hecho  ayer  cargo  del  departamento.  Está  en  diferen- 
cias con  Rotoland  ,  encargado  por  los  franceses  de  la  policía. 
Es  difícil  de  que  á  cada  paso  no  salten  disturbios  y  choques 
entre  ambos  elementos,  el  francés  y  el  del  gobierno  de  Su  San- 
tidad. Los  Jesuítas  se  han  hecho  ya  cargo  de  sus  edificios  y 
bienes ,  y  hoy  ha  principiado  ya  á  montar  la  guardia  en  el  Va- 
ticano una  compañía  suiza  de  alabarderos.  Parecen   papagayos 


3l6  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

en  la  librea  y  una  colección  de  ermitaños  por  su  edad  y  traza. 
Tres  son  las  cuestiones  que  urgen  hoy  sobremanera.  La  de  la 
Hacienda,  la  del  ejército  y  fijar  la  suerte  de  los  antiguos  mili> 
tares  que  no  pueden  tener  aplicación  alguna  con  el  Papa  ,  y  la 
de  los  desterrados  políticos,  que  vuelven  á  refluir  sobre  Roma, 
porque  en  parte  alguna  los  quieren  recibir. 

Es  una  lástima  que  mi  cuñado  Salamanca  no  estuviese  en 
situación  de  jugar  aquí  financieramente.  La  situación  es  difí- 
cil en  verdad;  pero  ya  le  he  indicado  á  V.  que  es  país  rico  y  de 
grandes  recursos;  pero  todos  sus  hombres  son  gurruminos  y 
apocados,  y  no  pueden  tener  ni  inspiración  ni  pecho  para  aco- 
meter aquí  un  empréstito,  ni  otra  alguna  operación  en  grande. 
Aquí  se  puede  repetir  aquel  aforismo  que  á  veces  solía  proferir 
en  tono  solemne  el  profeta  Burgos  :  ¡  Hay  mucho  oro  que  ad- 
quirir, hay  mucha  gloria  que  ganar!!! 

Estoy  esperando  resolución  de  Fernando,  pues  yo,  dando 
una  gira  por  Florencia  y  Ñapóles  para  gastar  algunos  reales  y 
adquirir  algunos  más  libros  viejos,  pienso  solicitar  el  irme  á  mi 
calle  de  Atocha,  á  ver  diariamente  al  barón  de  Meer,  mi  presi- 
dente. Esto  entra  ya  en  el  compás  sabido  del  dos  por  cuatro  ,  y 
no  necesita  gran  maestro  de  capilla  en  cuanto  al  ejército. 

Siempre  suyo  verdadero  amigo  y  cordialmente  aficiona- 
do Q_.  S.  M.  B. 

Serafín  E.  Calderón. 


APÉNDICE  C. 


CARTAS    SOBRE    VARIOS    ASUNTOS. 


Vitoria  i  i  de  Octubre. 


E  has  dado,  Pascual  de  mi  corazón  ,  un  placer  ver- 
daderamente voluptuoso  con  tu  carta ,  que ,  aun- 
que sin  fecha,  supongo  debe  ser  del  último  tercio 
de  Setiembre ,  pues  en  ella  me  hablas  de  la  partida 
de  Fanny  para  el  14.  Por  desgracia ,  cuando  llegó  tu  carta,  me 
encontraba  yo  persiguiendo  facciosos  por  esos  breñales  y  aspe- 
rezas de  Navarra;  pues  el  15  de  Setiembre  me  puse  en  movi- 
miento con  Rodil ,  saliendo  de  Vitoria  con  una  división ,  fortifi- 
cando algunos  puntos,  entrando  en  Pamplona  y  regresando 
después  de  la  exoneración  de  aquel  General.  En  este  tiempo 
de  peregrinación ,  que  duró  veinte  días  ,  no  tuve  el  gusto  de 
reunirme  con  mi  correspondencia  hasta  mi  llegada  aquí ,  y  en- 
tonces repasé  y  releí  tus  renglones  bilingües ,  treinta  ó  cuarenta 
veces. 

Es  indudable  que  has  hecho  progresos  asombrosos  en  el  ára- 
be, así  como  yo  me  voy  poniendo  cada  día  más  premioso, 
como  puerta  que  ni  se  abre  ni  se  cierra ,  concluyendo  acaso  por 


3í8  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

olvidarlo  del  todo,  si  alguna  circunstancia  feliz  no  me  reúne 
contigo  y  con  mis  libros  en  esa  corte  ,  en  las  bibliotecas  y  en 
nuestro  soñado  Escorial.  Ahora  he  hecho  esfuerzos  para  volver 
ahí,  pues,  dividido  el  ejército  y  habiendo  un  Auditor  en  cada 
distrito,  debo  yo  ser  ascendido  ó  colocado  ventajosamente ,  y  á 
trueque  de  proseguir  en  mis  estudios,  sacrificaría  cualquier  ven- 
taja.  Esto  es  cosa  de  casualidad,  y  nada  más.  Tú  sabes  que 
cuando  salí  de  Madrid,  tenía  fundadas  esperanzas  de  volver  para 
entregarme  á  mis  proyectos  literarios  con  más  ardor;  pero  los 
amigos  se  olvidan  de  los  idos,  y  la  utilidad  que  se  pudiera  pres- 
tar  se  reemplaza  con  el  empeño  ó  la  impresión  inmediata  de  un 
postulante  presente. 

Entre  tanto,  Pascual  mío,  si  te  se  ofrece  hablar  de  proyectos 
arabescos  con  el  ministro,  indícale  siempre  mi  nombre,  así 
como  lo  hice  yo  el  año  pasado  en  Burgos  respecto  de  ti.  Mi 
afición  á  esto  no  se  entibia ,  y  si  los  facciosos  hubieran  cogido 
mi  equipaje,  hubieran  tenido  que  reír  encontrando  tantos  gara- 
batos entre  mis  cartas,  libros  y  papeles.  Sin  Wilmet  puedes 
figurarte  que  estoy  sin  alas,  y  así  no  hago  más  que  revolver 
el  Erpenio  y  la  Tabla  de  Cebes,  únicas  herramientas  que  me 
traje.  Dime  si  no  has  recogido  alguna  noticia  más  del  manus- 
crito que  buscábamos  del  Madrisi.  Si  éste  se  encontrara,  haría 
una  solicitud  para  ser  encargado  de  su  traducción  ,  pues  siendo 
esto  de  cierta  importancia  ,  nada  de  extraño  tendría  que  lo  so- 
licitara. 

Si  le  escribes  á  Fanny ,  dale  mis  expresiones  más  encareci- 
das ,  y  que  la  encargaré,  cuando  se  venga,  unos  cuantos  libros. 
Si  es  cierto  que  va  embarazada,  me  llamo  al  padrinazgo.  Á 
propósito  :  si  esto  es  así,  ¿por  qué  le  quitas  á  tu  hijo  el  carác- 
ter de  español?  Aunque  es  cierto  que  los  hijos  siguen  la  natu- 
raleza del  padre ,  siempre  es  bueno  afectarlos  al  país  donde  han 
de  vivir   y  donde  han  de  tener   pan  y  patria.  Para   remediar 


I 
i 


APÉNDICES.  319 

esto,  debes  hacer  que  se  bautice  en  la  capilla  de  la  embajada 
española,  como  subdito  español ,  etc.,  etc.  Esto,  que  parece 
indiferente ,  no  lo  es. 

Adiós  :  escríbeme  largo,  y  sobre  árabe  mucho.  Da  memorias 
á  tu  madre  y  amigos,  y  quiere,  para  pagarle  así,  á  tu  afec- 
tísimo, 

Srrafín. 


Vitoria  6  de  Diciembre. 

Querido  Pascual  :  He  recibido  el  Wilmet  mondo  y  lirondo, 
y  aunque  esperaba  carta  tuya,  con  el  recibo  de  la  diligencia, 
no  ha  llegado  ;  siendo  así  que  por  casualidad  me  han  entí*ega- 
do  el  paquete  sin  el  documento. 

Con  esta  son  tres  las  cartas  mías  que  tienes  sin  contestar. 
Esto  es ,  sin  duda ,  por  no  tener  que  disculparte  en  no  haberme 
enviado  un  manuscrito  ó  dos  agradables  y  curiosos  para  entrete- 
nerme en  copiarlos.  El  fragmento  de  Sindab  es  lo  que  copio, 
pues  los  otros  no  llenan  mi  objeto,  aunque  los  traduciré  con  la 
ortografía  arábigo-hispana,  por  curiosidad  de  hablista.  Te  ad- 
vierto que  debes  haber  dejado  entre  tus  mamotretos  algunas 
fojas  de  tu  copia  ,  pues  la  historia,  de  Caled  no  viene  concluida, 
ni  el  principio  aquel  de  los  Setenta  cahetanechs  con  que  se  enca- 
bezaba el  manuscrito  de  la  biblioteca^  tampoco  ha  venido. 

Escríbeme,  para  escribir  al  mejor  de  tus  amigos, 

Serafín. 
Esto,  como  siempre  ;  es  decir,  malo  :  memorias  á  tu  mamá. 


320  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Vitoria  7  de  Febrero. 

Querido  Pascual  ;  He  recibido  tu  favorecida  con  mi  original 
enmendado,  fineza  que  te  agradezco  cual  siempre.  Te  remito  el 
capítulo  de  la  a  Excursión  de  Faukatmir-kan  ,  Sultán  de  los  tár- 
taros ,  »  no  porque  esto  sea  el  correlativo,  sino  porque  estando 
ya  en  él  al  recibir  la  tuya  ,  quiero  enviártelo,  sin  perjuicio  de 
que  vayan  los  otros  después ,  pues  en  ellos  hay  grandes  obser- 
vaciones que  hacerme. 

Ya  notarás  que  adelanto ,  á  pesar  de  las  malas  herramientas 
que  tengo  :  ahora,  con  estar  á  tu  lado  un  par  de  meses ,  y  sin 
otro  objeto  de  estudio ,  podría  seguirte  las  aguas  después. 

Mucho  me  maravillan  las  novelas  de  Pérsico  id  y  Clorinda,  y 
aunque  en  esta  es  disculpable  cualquier  desliz  por  la  situación 
mortificante  en  que  se  encontraba,  no  tiene  aquél  descargo  al- 
guno para  cosas  tan  feas  como  me  cuentas.  Parece  imposible 
olvidarse  hasta  tal  punto  de  los  principios  del  pundonor  y  de  la 
delicadeza. 

Esto  va  de  peor  en  peor,  en  tanto  que  esas  gentes  charlotean 
en  el  pulpitillo.  Figúrate  lo  más  malo,  y  acertarás  sin  duda. 

Nada  me  has  contestado  á  lo  que  te  escribí  sobre  la  nueva 
edición  del  Golio,  sobre  el  ejemplar  que  tenía  Gutiérrez ,  y  sobre 
los  proyectosy  andanzas  de  mi  buen  Gallardo,  cosas  todas,  y  sin- 
gularmente esta  última,  que  me  interesan  como  aficionado  á  las 
letras  árabes  y  castellanas.  También  quiero  saber  cómo  vas  de 
tu  copia  del  Tremeceni ,  y  si  te  lisonjeas  poseerlo  todo  entero. 

Me  alegro  mucho  que  me  escojas  por  compadre,  y  veremos 
si  tú  has  tenido  buen  tino  para  cuajar  un  chiquillo  como  un 
becerro,  y  yo  buena  mano  para  que   llegue  á  ser  Papa. 

Aunque  no  tendría  nada  de  extraño  que  hubiésemos  de  ir  to- 
dos á  copiar  manuscritos  árabes  á  las  bibliotecas  de  Londres  y 
Oxford,  para  ganar  la  vida  y  olvidar  á  la  madre  España;  sin 


APÉNDICES.  321 

embargo,  te  reencargo  el  que  tu  hijo  se  bautice  en  la  capilla 
católica  de  la  embajada  española ,  pues  un  Gayangos  debe  ser 
siempre  español. 

En  fin  :  todo^  "no  ha  de  ser  garabatos.  Suelta  tu  maldita ,  que 
me  gusta  por  murmuradora ,  y  hazme  una  revista  de  personas 
y  cosas. 

Cuando  le  escribas  á  Fanny  dila  tantas  cosas  de  su  compadre, 
asi  como  también  te  encargo  mil  expresiones  para  tu  mamá. 

Adiós,   adiós. 

Serafín. 


Madrid   14  de  Julio  de  1837. 

Pascual  querido  :    He  recibido  hoy  tu  última. 

Ya  sabía  yo  que  en  Burgos  no  encontrarías  nada  ostensible 
de  lo  bueno,  y  si  algo  hemos  de  hallar,  ha  de  ser  por  estilo  de 
io  de  esa  Marquesa. 

Ayer  almorzaron  aqui  Madrazo  y  Castellanos,  y  en  m.edio  de 
la  fiesta  llegó  Gallardo,  quedándose  Castellanos  de  fuera  para 
evitar  quisquillas.  Gallardo  se  estuvo  más  de  tres  horas  :  hizo 
conocimiento  con  Madrazo,  y  habló  mucho  de  libros,  etc.,  etc., 
con  sus  invectivas  á  Duran,  la  Biblioteca  y  otros  auxiliares, 
concluyendo  con  encarecer  la  severidad  con  que  se  va  á  llevar 
á  efecto  el  no  dejar  pasar  libro  ninguno  de  las  fronteras  para  el 
extranjero,  ni  tampoco  ningún  cuadro.  Sobre  esto  se  armó  una 
buena  disputa ,  demostrándole  yo  que,  después  de  haber  sido 
bárbaros  en  destruir  sin  preparación  y  sin  discernimiento  los 
mismos  conservadores  que  había  en  el  país,,  eso  iba  á  traer  mil 
extorsiones ,  después  de  ser  ¡os  ministros  y  las  Cortes  criados 
de  los  embajadores  de  Francia  é  Inglaterra^  que  harían  pasar 
por  delante  de  los  hocicos  de  todos  todo  el  Escorial ,  todo  el 
Museo  y  todo  Palacio,  si  necesario  fuera. 

-  XII  -  21 


322  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Qiiedo  enterado  de  tu  encargo  s¡  voy  al  Escorial^  sobre  lo 
cual  te  diré  que  Pita  me  ha  enviado  á  decir  que,  antes  de  su 
salida,  dejó  decretado  de  su  puño  mi  memorial,  pero  lo  dejó 
sobre  su  mesa  entre  papeles  revueltos ,  y  Vega  se  ha  hecho 
cargo  de  buscarlo :  de  todo  te  avisaré  con  la  mayor  escrupulo- 
sidad. Veo  los  romances  é  historias  que  has  comprado  ,  y  veo 
que  te  faltan  muchos  todavía.  Debes  comprar  un  ejemplar  de 
todos  los  más  antiguos  ,  sin  olvidar  á  Belardo  y  Lucinda  ,  por 
ser  de  donde  sacó  Moratín  los  versos  disparatados  de  El  Médico 
á  palos ,  á  Octavio  y  Lucrecia,  que  contiene  el  germen  de  una 
novela  lastimosa,  y  otros  á  este  jaez. 

Con  estas  cosas,  invasiones  y  fuyendas,  nuestro  Romancero 
no  progresa,  y  luego  después  de  todo,  nuestro  Duran  mani- 
fiesta tanto  celo  y  recelos  ,  estrechez  y  mezquindad  ,  que  regu- 
larmente Usoz  y  yo  nos  cansaremos  de  él. 

Mira  si  ese  jefe  político  tiene  algunas  relaciones  aquí  para 
buscarlas,  y  hacer  que  le  escriban  en  favor  tuyo,  y  que  te  de- 
jen ver  esos  manuscritos  árabes. 

Aguardo  con  impaciencia  las  noticias  relativas  á  la  Bibliote- 
ca, y  me  lisonjeo  de  que  tendrás  discreción  y  tacto  para  saber 
hacer  de  modo  que  hagamos  un  buen  negocio. 

Memorias  á  Fanny,  besos  á  la  niña,  y  para  ti  un  abrazo  de  tu 
cordialísimo  amigo 

Serafín. 


Madrid  i8  de  Julio. 

Querido  Pascual :  He  recibido  tu  última ,  que  me  ha  sido  tan 
gustosa  por  las  noticias  bibliográficas  que  en  ella  me  das,  como 
fastidiosa  por  la  resolución  intempestiva  que  has  tomado  de  irte 
á  Santander  tan  pronto.  Todas  tus  determinaciones  son  por  el 


APÉNDICES.  323 

propio  orden;  sin  embargo  de  que  ahora  tienes  disculpa^  porque 
jUsto  es  que  te  pongas  en  disposición  de  dominar  las  contin- 
gencias de  la  guerra,  y  no  que  ellas  te  dominen  á  ti. 

Como  tienes  esa  cabeza  tan  particular,  no  me  dices  si  el  so- 
bre que  me  señalas  es  para  Burgos  ó  para  Santander ,  y  por  lo 
mismo  te  dirijo  ésta  por  mano  de  Barrenechea  ,  quien  es  re- 
gular que  haya  quedado  con  nota  para  ponerte  el  sobre. 

También  le  he  escrito  á  Barrenechea  sobre  los  encargos  de 
las  monedas  y  el  de  los  libros  y  manuscritos  del  venerable  de 
la  Cartuja  :  si  tú  no  has  podido  hacer  nada  ,  déjame  nota  de 
los  que  tú  quieres,  para  adquirirlos  en  nombre  tuyo,  y  si  tú  los 
has  adquirido,  sepárame  aquello  que  te  parezca  más  adecuado 
á  mis  estudios,  rogándote,  tanto  en  el  uno  como  en  el  otro  caso, 
que  las  cosas  pertenecientes  á  nuestra  historia  no  las  enajenes 
ni  por  un  ojo  de  la  cara.  Yo  confío  de  que  al  cabo  al  cabo  la 
cola  ha  de  estar  junto  al  rabo ,  es  decir,  que  tú  y  yo  habremos 
de  reunimos. 

Cuidado  de  que  desde  Santander  me  remitas  los  anversos  de 
las  medallas ;  el  Examen  de  Ingenios ,  y  cualesquiera  otro  libro 
que  adquieras  para  mí ;  pues  yo  confío  en  la  capital  de  la  Can- 
tabria que  encontrarás  algo  de  bueno. 

Hubiera  querido  que  me  hubieras  extractado  la  Flor  poética 
de  Miguel  de  Barrios;  pero  tú  has  roto  la  cadena  para  nunca 
más  volver  á  ella ,  como  el  cristiano  en  el  peñón  de  los  Ena- 
morados. 

Aún  todavía  no  ha  parecido  la  solicitud  mía  entre  los  pape- 
les expolios  del  Sr.  Pita;  pero  Veguilla  me  promete  hoy  en  una 
esquela  buscarla  á  todo  trance. 

La  inglesa  no  me  hadado  aún  el  dinero,  ni  Carderera  ha 
venido,  ni  el  residuo  de  tus  trebejos  ha  logrado  tampoco  com- 
prador. El  danzante  de  Tapia  ^  como  tú  dices  ,  no  ha  parecido  á 
tomar  lenguas  de  ti,  lo  que  me  hace  creer  que  ya  habrá  recibí- 


324  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

do  alguna  filípica  tuya.  Si  desde  Santander  pides  algunos  de 
los  libros  españoles  que  te  puedan  hacer  falta  en  Inglaterra^  lo 
haces  con  tiempo,  para  que  se  puedan  sacar  con  mayor  equidad 
regulares  ediciones.  Gallardo  estuvo  de  nuevo  aquí  anteayer, 
y  entre  otras  cosas  me  dijo  que  se  habían  reimpreso  los  Can- 
cioneros de  Gil  Vicente  y  de  Resende;  infórmate  tú  de  ellos^  y 
adquiere  un  ejemplar  para  mí  de  uno  y  otro. 

Adiós  ,  Pascual  mío ;   recibe  un  abrazo  de  tu  casi   hermano 

Serafín. 


Madrid  5  de  Agosto. 

Pascual  querido  :  He  recibido  dos  tuyas  desde  Santander,  y 
no  he  querido  contestarte  hasta  poderte  enviar  los  3,000  rs., 
como  lo  hago  al  presente  por  la  adjunta  letrita.  Bien  sabía  yo 
que  necesitarías  de  dinero,  y  por  eso  quería  yo  habértelo  deja- 
do en  Guadarrama,  porque  después,  como  tú  sabes,  con  los  aza- 
res que  vienen  á  hombres  disipados  como  tu  amigo,  suelen  no 
estar  las  cosas  á  punto. 

Pablo  te  escribe  sobre  tus  trebejos .  y  yo  me  ahorro  de  gas- 
tar papel  por  duplicado.  Si  por  casualidad  se  retardase  el  va- 
por ó  tu  salida  ,  y  necesitas  de  más  dinero,  libra  contra  mí 
desde  esa,  para  ahorrar  tiempo.  Cuidado  que  no  te  pongas  en 
escasez  ,  ni  te  prives  de  nada  por  dinero. 

Son  endiablados  los  precios  de  esos  libros.  Sin  embargo, 
mira  si  tiene  alguna  novelilla  además  de  los  Alivios  de  Casan- 
dra ,  y  algún  romancerillo  de  segundo  ó  tercer  orden.  Valtc 
para  ello  de  la  lista  que  te  di ,  y  por  si  acaso  se  me  pasó,  ten 
desde  ahora  presente  en  Inglaterra  el  título  del  Cancionero  de 
Enamorados^  y  el  Romancero,  de  Quirós ,  libros  que  necesito  in- 
dispensablemente. 


APÉNDICES.  325 

Ya  tengo  en  mi  poder  la  real  orden  para  visitar  la  Biblioteca 
Escuriaiense^  objeto  de  tantos  desvelos  nuestros.  Si  los  cami- 
nos y  las  cosas  no  estuviesen  tan  enredados ,  como  que  á  esta 
hora  dicen  que  atacan  á  Segovia  y  que  piden  raciones  á  la 
Granja  los  facciosos,  sería  cosa  para  que  tu  rehrousasse  ázchemin, 
y  vinieses  á  asomar  la  cabeza  por  aquí.  Pero  esto  es  hablar  de 
la  luna.  Mientras  los  facciosos  estén  por  aquí ,  puedes  hacerte 
cargo  de  que  no  pienso  salir  más  allá  de  la  puerta  de  San  Vi- 
cente. 

Barrenechea  está  decidido  á  venirse  aquí  en  cuanto  afloje  el 
calor.  Hace  bien  ,  pues  allí  estaría  comprometido.  No  sé  cómo 
podré  adquirir  entonces  aquellas  alajitas  que  tú  sabes. 

Adiós ,  Pascual  querido :  memorias  á  Fanny  muy  encarecidas 
y  mil  besos  á  la  niña ,  á  quien  todo  lo  debes  sacrificar.  Escrí- 
beme á  menudo,  aunque  no  sea  mucho,  y  quiere  para  pagarle 
á  tu  casi  hermano , 

Serafín. 


Madrid  i. o  de  Noviembre. 

Pascual  querido :  He  recibido  á  esta  hora  dos  tuyas  desde 
Londres  :  la  una  del  22  de  Setiembre,  y  la  otra,  abultada  y  llena 
de  vida  para  un  pobre  orientalista,  del  14  al  17  de  Octubre. 
La  primera  la  recibí  por  el  correo,  adonde  la  echaría  el  herejo- 
te  de  tu  corresponsal ,  que  no  se  dignó  enviármela  por  algún 
criado ;  la  segunda  por  conducto  de  Viniegfa ,  que  me  ha  ase- 
gurado no  haber  recibido  otra  alguna  ,  de  donde  deduzco  que  la 
que  me  anunciabas  en  la  del  22  como  habérmela  dirigido  la 
semana  anterior,  que  equivale  del  14  al  20  de  Setiembre^  se  ha 
extraviado,  ó,  por  mejor  decir,  no  la  escribistes.  Puedes  figu- 
rarte con  la  inquietud  que  habré  estado,  careciendo  de  tus  noti- 


320  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

cías  desde  mediados  de  Agosto  ,  y  sólo  un  alma  de  estuco  y  un 
distraído,  casi  estatua,  como  tú  ,  puede  haberse  así  olvidado 
de  lo  que  debe  á  un  amiguillo,  casi  hermano,  como  Serafín. 
Como  en  las  que  he  recibido  nada  me  cuentas  ni  de  tu  viaje, 
ni  de  la  travesía  ,  ni  si  tocastes  en  Francia,  ni  de  los  pormeno- 
res de  tu  instalación ,  maldigo  tu  picara  distracción  ó  la  fatali- 
dad que  ha  hecho  perder  esa  carta  de  que  me  hablaste.  ¿  Sobre 
quién  caerá  mi  conjuro?  Dímelo  ,  y  llena  este  vacío  por  medio 
de  Fanny ,  pues  no  quiero  defraudarme  por  estos  pormenores 
de  otras  noticias  y  fragmentos  que  espero  ansiosamente  ,  seme- 
jantes á  los  que  he  recibido,  y  con  los  que  me  estoy  regalando 
sabrosísimamente.  Quedamos  ,  pues ,  en  que  los  detalles  del 
viaje,  desde  Santander  hasta  la  instalación  en  Barton-Crescent, 
es  cosa  que  atañe  y  toca  á  Fanny. 

Como  yo  no  soy  distraído,  y  en  mi  desorden  tengo  orden, 
te  diré  la  serie  de  ocurrencias  mías  desde  Agosto  último. 

Yate  dije  que  llegué  á  alcanzar  el  permiso  para  ir  al  Escorial; 
pero  cuando  pensaba  hacer  el  uso  que  tanto  ansiaba ,  vino  el 
Sr.  Zariategui  á  aguarme  mi  determinación ,  y  apenas  á  los 
veinticinco  días  me  proponía  recomponer  mi  plan  y  mi  excur- 
sión ,  hete  aquí  á  D.  Carlos,  que  se  nos  pone  de  centinela  en 
Atocha  ,  que  amenaza  y  visita  todos  los  contornos  ,  que  sus 
partidas  visitan  todos  los  caminos ,  y  entre  tanto,  yendo  y  vi- 
niendo días  ,  se  nos  entró  el  invierno  con  muy  buenos  vientos 
y  fríos ,  y  cátate  aplazado  el  proyecto  hasta  mejor  estación. 

Con  respecto  al  Golio,  he  hecho  diligencias  las  más  eficaces, 
poniendo  un  artículo  en  el  Diario  de  Avisos,  que  me  costó 
24  rs.,  contando  el  lance  y  citando  al  tenedor,  ó  al  que  de  él 
noticias  tuviese ,  para  que  se  presentase  en  la  librería  de  Esca- 
milla  para  tomar  un  buen  regalo  ;  pero  nadie  ha  parecido,  y 
esto  creo  que  es  negocio  sin  esperanzas. 

Á  propósito  del  GoliOy  te  diré  que  tu  distracción  ,  sin  embar- 


APÉNDICES.  327 

go  del  buen  concepto  que  me  ha  merecido  siempre,  la  tengo 
ahora  en  mayor  consideración  que  nunca.  Me  encargas  el  hallaz- 
go del  GoUg  de  Salamanca  por  medio  de  Carderera,  etc.,  etc.,  y 
salimos  ahora  con  que  ese  diccionario  fué  el  que  adquirió  Perales, 
y  que  obra  ahora  en  poder  de  Bermúdez.  ¿No  quieres  que  nos 
volvamos  locos???  Enmiéndate,  y  vamos  adelante. 

Desde  tu  ausencia  he  copiado  íntegra  ,  minuciosa  y  correcta- 
mente todo  el  libro  de  Campo-Alange ,  que  es  un  tesoro  sin  pre- 
cio; aquel  Cancionero  del  siglo  xv^  que  estaba  en  la  Biblioteca 
en  vitela  marcado  con  M.  48  ,  y  un  apéndice  que  tiene  Duran  al 
Cancionero  general,  formado  de  todas  las  piezas  que  constan 
en  las  diferentes  ediciones  del  siglo  xvi  y  faltan  al  de  Amberes, 
de  modo  que  con  esto  que  poseo,  disfruto  de  una  colección  com- 
pleta de  aquellas  preciosidades. 

Después  que  te  fuistes  he  escrito  algo  y  con  Usoz  en  El  Oh' 
servatorio  Pintoresco^  de  Castellanos ;  pero  todos  los  remedios 
han  sido  infructuosos  ,  y  al  fin  ha  muerto  lastimosamente,  por 
no  habérmelo  querido  ceder  ó  vender  bajo  condiciones  razo- 
nables. 

Aquella  reunión  nocturna  de  en  casa  de  Fernández  de  la  Vega 
ha  tomado  un  incremento  maravilloso,  y  se  ha  bautizado  con  el 
nombre  de  Liceo.  Las  reuniones  son  los  jueves  ,  desde  las  ocho 
hasta  las  once  de  la  noche.  Se  dibuja ,  se  pinta ,  se  recitan  ver- 
sos y  algunas  dosis  de  prosa,  y  se  oye  buena  música,  bien  ó 
mal  tocada.  Es  cosa  de  moda.  Estos  días  pasados  se  leyó  aquel 
romance  mío  de  La  golondrina;  gustó  tanto,  que  tuvo  el  honor 
de  ser  leído  por  dos  noches  seguidas. 

El  Casino  sigue  existiendo,  no  mereciendo  ya  tanta  ojeriza 
de  parte  de  los  patriotas  ;  pero  se  conoce  falta  de  dinero. 

Vamos  á  cosas  más  importantes. 

He  retardado  el  escribirte  ocho  ó  diez  días ,  presumiendo  que 
al  cabo  te  podría  escribir  algo  de  lisonjero  con  respecto  á  mi 


328  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

persona  y  de  miras  halagüeñas  relativamente  á  ti.  En  virtud  de 
conexiones  nuevamente  adquiridas,  y  de  reflexionar  sobre  la  situa- 
ción mía,  prometí  días  pasados  admitir  una  jefatura  política 
en  Andalucía,  y  me  ofrecieron  la  de  Sevilla^  lo  cual  está  al 
despacho ,  y  no  sé  si  saldrá  pronto  este  negociado  ó  se  aguará 
lastimosamente,  como  es  muy  de  suceder  y  esperar  en  las  tor- 
mentas que  se  forman  súbita  y  espantosamente  en  las  regiones 
altas  del  poder ,  así  como  aquellas  que  presenciamos  en  las  cres- 
tas del  Guadarrama  allá  por  el  mes  de  Julio.  Si  esto  se  verifica, 
te  avisaré  inmediatamente. 

Con  respecto  á  ti ,  estoy  tratando  y  tengo  muy  adelantado  el 
que  te  se  dote  con  la  amistad  de  24  ó  30,000  rs.  para  explicar 
académica  y  trascendentalmente  una  cátedra  de  árabe.  Si  tu  mal- 
dito viaje  se  hubiera  retrasado  algo ,  pudiera  haber  sucedido 
que  á  estas  horas  estuvieses  comiendo  árabe ,  que  es  el  mejor 
guisado  que  puedi  tener  tan  rico  plato.  El  hablarte  de  las  inte- 
rioridades de  este  asunto,  es  cuento  que  pica  en  historia,  y  que 
merece  más  ancho  lugar  y  más  holgado  vagar,  que  no  una  car- 
ta y  un  día  de  correo . 

El  éxito  se  reduce  á  poderte  tener  al  lado,  pues  no  quiero 
ocultarte  que  no  puedo  pasar  sin  tus  distracciones ,  murmura- 
ciones ,  gula ,  maldita  lengua ,  refunfuños  y  bufadas.  En  una 
palabra :  me  haces  falta  para  vivir ;  diciéndote  esto ,  no  para 
que  te  ensanches  y  que  des  suelta  á  tu  frialdad  egoísta ,  y  que 
tú  hagas  el  pieza  como  lo  sueles  hacer,  sino  para  que  me  pagues 
y  me  seas  un  amiguillo  á  cceur  chaud.  Para  tranquilizarte  sobre 
la  verdad  de  los  24  ó  30,000  rs.,  te  diré  que  serán  indepen- 
dientes casi  del  gobierno  ,  y  pagados  por  la  Junta  de  Jerusalén. 
Á  mí  me  han  ofrecido  esto,  pero  yo  tiro  por  otro  rumbo.  Si 
esto  se  verifica ,  debes  poner  de  lado  al  Sr.  Londres  ,  donde 
siempre  serás  un  parche  postizo ,  y  venirte  al  punto  ,  dejando 
por  algún  tiempo  á  Fanny ,  si  ésta  se  empeña  en  comer  rost- 


APÉNDICES,  329 

hcef  por  algún  tiempo  más.  La  guerra  ha  tomado  un  carácter 
tal  cual  yo  te  lo  tenía  trazado ;  á  saber  :  que  del  lado  allá  del 
Ebro  nada  podremos  nosotros  ;  así  como  del  lado  de  acá  no 
podrá  D.  Carlos  nada  difinitivo,  al  menos  por  ahora.  Esto  dará 
lugar  á  transacción ,  casamiento ,  protocolo ,  ó  no  sé  qué  dia- 
blos ;  pero  no  hay  que  esperar  ninguna  peripecia  violenta ,  como 
hubo  lugar  de  temerla  ahora  cincuenta  días. 

Entre  tus  papeles  tendrás  la  nota  que  te  di  para  que  buscases 
novelas ,  y  en  esto  no  quiero  que  te  descuides.  Visita  algunas 
librerías ,  y  adquiéreme  alguna  preciosidad  ,  siquiera  para  deses- 
perar al  amigo  Maestre.  En  cuanto  á  romancerillos  de  segundo 
y  tercer  orden,  también  te  di  nota,  pero  te  reencargo  el  Can- 
cionero de  Enamorados ,  Manojuelo  de  Romances,  de  Gabriel  Laso 
déla  Vega;  Guirlanda  de  Damas  y  Galanes,  por  Timoneda, 
ó  cualquiera  otra  obra  de  este  autor,  á  quien  ya  conoces,  Ra- 
mírez Pagan,  etc.  También  te  encargué  copia  de  algunas  co- 
medias, de  las  que  te  di  también  nota,  y  las  repito  ahora.  Vaya 
otro  encargo  de  suma  importancia. 

Ya  sabes  el  valor  del  libro  de  Campo-Alange ,  que  puede 
considerarse  como  libro  solitario  y  sin  par  para  la  literatura 
española  y  costumbres  del  siglo  xvi :  pues  es  el  caso  que  me 
han  dicho  que  el  lord  Holland  posee  tres  ó  cuatro  volúmenes 
del  propio  género,  formados,  como  el  de  C.  A.,  de  pliegos 
sueltos  ,  impresos  al  vuelo  en  diferentes  villas  ó  ciudades  de 
España ,  y  que  eran  como  ahora  los  romances  de  ciego,  de 
que  yo  tengo  colección  ;  género  que  se  perdió  por  las  persecu- 
ciones de  la  Inquisición ,  pues  era  muy  libre  su  entonación ,  ó 
por  la  moda  petrarquista ,  que  despreciaba  todo  lo  antiguo  y 
de  la  escuela  castellana  pura.  Es  necesario,  pues  ,  que  averigües 
esto,  avistándote  con  el  lord  Holland ;  sacudiendo  el  miedo  ser- 
vil que  inspiran  á  esos  hombres  libres  reformados  el  poder  de 
los  señorones,  revistiéndote  de  la  noble  dignidad  de  hidalgo  es- 


330  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO, 


^ 


pañol ,  y  atropellando  por  todo  hasta  avistarte  con  esas  joyas 
preciosas  de  tu  patria  y  de  tu  idioma ,  y  tratar  de  restituírnoslas 
por  medio  de  copia  ,  para  lo  cual  estoy  pronto  á  hacer  cualquier 
sacrificio. 

Para  que  no  pierdas  la  ilación  en  todos  mis  encargos,  quiero 
que  esta  carta  no  la  pierdas  ;  y  como  semejantes  azares  son 
independientes  de  tu  voluntad,  puedes  entregarla  á  Fanny,  para 
que  te  sirva  de  libro  de  memoria,  y  te  haga  no  olvidar  nada 
cuando  vayas  á  responderme. 

Por  este  medio  no  me  olvido  yo  de  nada  de  lo  que  tengo  que 
decirte,  y  asi  te  indico  que  el  Examen  de  Ingenios  ha  llegado  á 
mis  manos,  bien  que  no  he  recibido  las  inscripciones  que  de- 
bías haberme  remitido. 

De  la  inglesa  no  he  recibido  dinero  alguno ,  pero  de  Carde- 
rera  he  percibido  lOO  reales  y  unos  libros  para  ti  y  que  conser- 
vo, con  lo  que  saldó  su  cuenta. 

He  recibido,  como  te  he  indicado,  tus  extractos  del  Rabadán, 
de  Rueda  de  Río  Jalón ,  y  te  doy  mil  gracias  por  tu  trabajo  y 
mil  plácemes  por  tu  buena  suerte.  Si  aquel  moro,  como  él  pro- 
pio indica,  no  sabía  más  que  arar,  al  menos  debía  tener  un 
conocimiento  grande  de  los  romances  y  literatura  contemporá- 
nea. Tus  extractos  los  tiene  el  presidente  de  la  Junta  de  Jerusa- 
lén,  y  acaso  te  dará  de  la  besogne;  mientras  estés  por  ahí ,  pues, 
trabaja  con  asiduidad  para  conocer  la  filosofía  del  Islam ,  y  las 
miras  providenciales  que  pudo  haber  para  que  se  estableciese 
una  religión  menos  civilizadora  que  el  cristianismo,  cuando  éste 
progresaba  por  todas  partes. 

Extraño  cómo  ya  no  has  hecho  alguna  excursión  por  los  de- 
partamentos de  ese  Museo  pertenecientes  á  nuestra  literatura, 
y  no  me  has  apuntado  las  joyas  más  interesantes,  tanto  en  al- 
jamia, como  en  romancenllos,  etc.,  etc.  Llena  este  hueco  inme- 
diatamente. 


APÉNDICES.  331 

De  esta  carta,  que  es  la  base  de  nuestra  correspondencia  ac- 
tual ,  te  remitiré  copia  por  duplicado.  La  primera  irá  por  mano 
de  Manuel  Viniegra ,  y  la  otra  directamente.   Adiós  por  hoy. 

Serafín. 

5  de  Noviembre.— Estoy  hecho  cargo  de  la  cátedra  de  árabe, 
miércoles  y  sábados;  Usoz  tiene  la  de  hebreo,  y  Lozano  la  de 
griego.  Si  yo  marcho  á  Sevilla ,  vuelve  á  quedar  manca  la  en- 
señanza. Sol  ha  venido  á  matricularse,  y  no  ha  dejado  de  ade- 
lantar.— Adiós,  con  mil  abrazos. 


Sevilla  10  de  Enero  de  1838. 

Querido  Pascual :  Ya  habrás  recibido  la  mía  escrita  el  mismo 
día  de  mi  salida  de  Madrid  para  Andalucía  ,  y  que  te  la  dirigi- 
ría Viniegra  por  la  embajada  española  en  Londres,  Estando  ya 
en  esta  ciudad  y  desempeñando  mi  destino,  he  recibido  una 
tuya  que  me  la  ha  dirigido  D.  Enrique  el  secretario  de  la  em- 
bajada inglesa ,  quien,  habiéndoseme  brindado  afectuosamente 
para  ser  nuestra  estafeta  intermedia ,  pienso  aprovecharme  de 
su  bondad,  y  por  su  mano  recibirás  ésta. 

Debes  consolarte  de  esas  pérdidas  que  supones,  pues  el  pri- 
mer tomo  del  Antar  lo  encontré  al  tiempo  de  empaquetar  de- 
trás del  baúl  viejo  de  los  papeles^  adonde  se  deslizó  indudable- 
mente cuando  pusiste  allí  los  libros  tuyos.  La  Historia  de  la 
ciudad  de  Alalón  también  la  tengo  traducida ,  y  tengo  también 
algunas  de  las  traducciones  tuyas^  pero  no  todas,  y  así  es  pre- 
ciso que  revuelvas  entre  tus  papeles  y  me  digas  las  que  con- 
servas. El  manuscrito  constantinopolitano  es  cosa  de  tal  volu- 
men ,   que  no  puede  haberse  extraviado  fácilmente,  y   por  lo 


)^2  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

mismo  juzgo  (y  estoy  autorizado  á  todo  por  tu  cabeza)  que  el 
tal  libro  debe  estar  entre  los  que  dejaste  en  poder  de  Caste- 
llanos. 

No  he  recibido  la  carta  esa  que  me  indicas  relativamente 
al  viaje  de  África ,  y  espero  con  ansia  el  ver  si  está  en  manos 
de  Viniegra.  Entre  tanto ,  te  diré  que  si  alguna  vez  se  llega  á 
tener  influencia  y  las  circunstancias  mejoran,  se  llenarán  cum- 
plidamente tus  deseos. 

Por  mi  carta  última  habrás  visto  los  artículos  que  quiero  de 
esas  curiosidades,  y  como  me  dices  que  andas  escaso,  libra  contra 
mí  ó  ponte  de  acuerdo  con  el  secretario  D,  Enrique,  y  te  remi-. 
tiré  lo  que  estimes  necesario.  Nada  ha  venido  á  mis  manos  de 
ese  Romancero  gótico  que  me  indicas  en  la  tuya  del  15  ,  y  por 
lo  mismo  quiero  que  me  des  las  noticias  más  escrupulosas  que 
puedas  de  él,  enviándome  el  bicipit  de  cada  composición. 

Viniendo  ahora  á  cuento  ,  te  recordaré  que  es  preciso  que 
hagas  esfuerzos  para  que  veas  los  Romanceros  de  este  orden 
que  posee  el  lord  Holland,  y  de  lo  cual  ya  te  tengo  hablado. 

Yo  me  encuentro  en  la  capital  artística  de  España  y  en  el  te- 
soro de  los  libros  viejos  y  manuscritos  ;  pero  hasta  ahora  nada 
he  visto,  pues  mis  atenciones  administrativas  me  absorben  todo 
mi  tiempo.  Si  al  entrar  la  primavera  quieres  desenfrailar  quince 
ó  veinte  días  y  ver  esa  parte  de  Andalucía  que  no  conoces,  á 
pesar  de  ser  tu  país ,  métete  en  un  vapor  y  ven  á  dar  un  abrazo 
á  tu  casi  hermano 

Serafín. 


Sevilla  22  de  Marzo. 

Mi  querido  Pascual:  Recibí  anteayer  tu  carta  del  3  de  Febrero. 
Southen  la  remitió  por  el  correo  de  Galicia  ,  y  ha  venido  dando 


APÉNDICES.  335 

la  vuelta  por  Extremadura,  y  así  ha  peregrinado  por  espacio  de 
cuarenta  días  el  dichoso  papel.  Desesperado  yo  de  tu  silencio^  te 
escribí  por  mano  de  D.Juan  Werether  para  procurarnos  un  ca- 
mino más  corto  y  expedito  de  podernos  entender.  Se  ha  perdi- 
do indudablemente  la  carta  en  que  me  remitías  el  índice  de  ese 
Romancero  gótico  que  me  indicas ,  y  si  rehaces  tu  trabajo,  te 
doy  desde  ahora  tres  mil  quinientos  y  ochenta  y  nueve  besos. 
Los  romances  que  me  apuntas  los  conozco  todos,  y  no  ofrecen 
interés.  Como  aquí  en  Sevilla  hay  colección  de  este  género 
degenerado,  completaré  la  mía,  y  si  apurado  todo  me  falta  algu- 
no, te  lo  encargaré  que  me  lo  copies;  pero  por  ahora  aténgome 
á  lo  gótico  y  del  siglo  xvi. 

¡  Cómo  te  envidio  el  hallarte  en  ese  elemento  todo  español, 
todo  literario  ,  en  medio  de  un  suelo  extraño  y  en  medio  del 
materialismo  comercial  de  ese  pueblo  !!!  ¡  Cuánto  diera  yo  por 
estar  á  tu  lado  ! !  j 

Entre  tanto  ,  te  digo  que  tienes  razón  en  no  indicarme  esos 
artículos  de  puro  lujo  como  Amadises  y  Palmerines  ;  pero  hay 
otros  que  es  preciso  adquirir.  Si  hubiese  llegado  á  tus  manos 
mí  última  carta  escrita  en  Madrid ,  hubieras  visto  los  artículos 
que  te  pedía  de  los  que  entonces  me  indicaste  ;  pero  reserván- 
dome repetírtelo  cuando  reconozca  mis  papeles  y  relea  tus  car- 
tas ,  te  ruego  que  me  adquieras :  El  Cancionero  de  Enamorados, 
de  Linares;  El  Esteh anillo  de  16^4,  que  cuesta  12  rs.;  la  Histo- 
ria tragicómica,  de  D.  Enrique  de  Castro;  El  Pastor  de  Filida, 
de  Montalvo,  en  25  rs.,  y  nada  más  de  la  última  lista.  De  la 
antigua  me  acuerdo  que  te  encargaba  :  la  Guirlanda  de  Damas  y 
Galanes  y  El  Cabañero,  de  Timoneda,  y  El  Gallardo  Escarramán, 
de  Solórzano.  Te  reencargo  algo  de  Barbadillo ,  pues  quisiera 
completar  sus  obras. 

Dime  qué  diferencia  hay  entre  el  Cancionero  de  Amheres  de 
i^4y  y  el  General  de  la  misma  ciudad.  Yo  tengo  el  primero. 


334  ^^^L    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

Los  libros  que  me  adquieras  me  los  empaquetarás,  y  aguar- 
darás á  que  nos  pongamos  de  acuerdo  por  este  nuevo  conducto 
para  ver  si  pueden  venir  seguros.  Ahora  me  valgo  para  escri- 
birte del  favor  del  administrador  de  correos  de  Cádiz  ,  mi  íntimo 
amigo  y  compañero  D.  Joaquín  Marqués. 

Se  va  el  portador  de  ésta,  y  no  puedo  ser  más  largo.  Mil  y 
mil  abrazos  á  Emilia ,  expresiones  á  Fanny  y  tuyo  hermano 
que  te  quiere 

Serafín. 


MÁLAGA  15  de  Enero  de  1839. 

Eres ,  querido  Pascual ,  muy  cruel  amigo  cuando  me  amena- 
zas con  la  resolución  que  habías  tomado  de  no  volver  más  á 
escribirme,  atribuyendo  á  falta  de  cariño,  ó  á  descuido  al  me- 
nos, el  no  haber  tenido  cartas  mías  en  mucho  tiempo.  Ya  tie- 
nes pruebas  de  que  estas  lagunas  en  mi  correspondencia  no 
dependen  ni  de  mi  poca  eficacia  ni  de  mi  sobrada  pereza  :  son 
sin  duda  efecto  de  extravío  de  cartas  como  el  que  sufren  tam- 
bién las  tuyas.  Has  de  saber  que  el  25  de  Setiembre  último, 
hallándome  en  Écija  (Astigis)  ,  adonde  fui  á  asuntos  del  servi- 
cio, y  encontrándome  con  un  rato  de  vagar,  te  escribí  una  muy 
larga,  que  te  la  remití  por  el  vapor.  En  ésta  me  hacía  cargo  de 
la  última  que  recibí  tuya  ,  que  era  de  fines  de  Julio ,  y  desde 
entonces  no  he  vuelto  á  ver  letra  de  Pascual  hasta  esta  carta 
que  ahora  tengo  á  la  vista ,  que  por  no  tener  fecha ,  sólo  puedo 
atribuirla  á  una  posterior  al  4  de  Noviembre  ,  en  cuyo  día  me 
anuncias  en  estos  cortos  renglones  haberme  escrito  otra  que  no 
he  recibido,  bien  que  he  escrito  á  Madrid  para  que  me  la  re- 
cojan. 


APÉNDICES.  335 

5  de  Febrero. 

Los  anteriores  renglones^  querido  Pascual,  fueron  escritos, 
como  ves,  ya  hace  algún  tiempo ,  y  en  cuyo  espacio  he  dado  el 
salto  mortal  que  hay  que  dar  en  la  vida  ,  es  decir,  que  me  he 
casado.  Las  antiguas  relaciones  que  conservaba  con  Matilde ,  la 
consecuencia  delicada  que  ella  me  ha  guardado^  á  pesar  de  tan- 
ta distancia,  tiempos  y  vicisitudes,  me  han  movido  á  un  paso 
que,  no  estando  en  estos  antecedentes ,  parecería  más  bien  ser 
novela  que  no  de  hombre  ya  hecho  ,  y  que  está  corriendo  las 
fortunas  tempestuosas  de  esta  quisicosa  que  se  llama  revolu- 
ción. En  fin;  ya  me  tienes  ornado  con  la  diadema  de  Himeneo. 
Ya  soy  un  grado  más  tu  leal  cornpañerillo,  y  así  nos  podremos 
hablar  con  más  confianza  de  los  sinsabores  inevitables  del 
estado  en   que  nació  y    vivió  nuestro    padre  Adán, 

Malos  trances  he  pasado  en  la  farsa  de  Sevilla.  Quisiera  remi- 
tirte una  copia  del  informe  que  he  prestado  en  la  causa  que  so- 
bre aquellos  acontecimientos  se  sigue ;  pero  las  dificultades  del 
correo  me  arredran,  contando  con  enviártela  siempre  que  algún 
amigo  ó  conocido  vaya  para  esa  capital  de  la  mercachiflería. 
Entre  tanto  te  diré  que  los  acontecimientos  de  Sevilla ,  en  su 
origen,  estuvieron  unidos  á  los  de  Zaragoza  y  Valencia;  y  que  la 
aquiescencia  imbécil  del  gobierno  á  los  primeros  dio  aliento  en 
Sevilla  para  hacer  una  intentona ,  pues  vieron  y  calcularon  los 
fautores  que  no  había  riesgo  en  verificarla ;  que  los  avisos  que 
yo  di  se  despreciaron  por  el  gobierno  y  por  Clonard ;  que  el  Se- 
gundo Cabo,  que  mandaba  en  Sevilla  por  ausencia  del  Conde,  era 
un  mandria  de  primera,  que  por  echarse  fuera  del  peligro  me 
hacía  á  mí  aparecer  como  el  único  que  organizaba  resistencias; 
que^  en  su  consecuencia^  perdí  toda  influencia  con  el  ayunta- 
miento y  con  la  benemérita;  que  éstos  me  faltaron  y  me  vendie- 
ron, singularmente  los  alcaldes  y  el  subinspector  de  la  milicia 


}^6  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 


nacional^  que  me  obligaron  á  dimitirme ,  saliendo  á  escape  á  la 
media  hora  y  en  medio  de  la  noche  con  lo  encapillado  y  sin  un 
real,  pues  para  nada  tuve  tiempo;  y  que  Córdova,  que  se  hallaba 
en  Sevilla,  ni  Narvaez,  que  venía  de  camino  para  Loja,  tuvieron 
participación  en  el  pronunciamiento;  pero  que  ya  hecho,  v;ó  el 
primero  una  probabilidad  de  hacerse  dueño  del  movimiento  y 
vengarse  de  Espartero  ,  asociándose  su  nombre  y  su  destreza 
con  el  nombre  y  prestigio  de  Narvaez,  á  quien  comprometieron 
para  que  viniera  á  Sevilla.  Este  es  el  bosquejo  de  los  sucesos. 
En  cuanto  á  mí  ,  pasé  amarguras  y  trabajos.  En  algún  pueblo 
me  quisieron  traer  preso  á  Sevilla  ,  que  por  todas  partes  hay 
patriotas  inquisitoriales.  Disipada  la  farsa,  conoció  el  gobierno 
y  Clonard  que  había  cumplido  bien,  y  que  por  mi  resistencia  aJ 
movimiento  anduve  en  peligro;  pero  Clonard  ,  que  quería  per- 
der á  Córdova  y  Narvaez ,  no  creyó  conveniente  el  que  yo  es- 
tuviese en  Sevilla  durante  la  causa,  pues,  á  pesar  de  haber  esta- 
do yo  en  línea  diversa  á  ellos,  siempre  presumía  que  yo  les  ayu- 
daría á  salir  del  mal  paso  en  que  una  fatalidad  invencible  los 
había  lanzado.  Entre  tanto,  he  venido  aquí,  en  donde  ya  he  sida 
requerido  para  que  vaya  á  ocupar  mi  asiento  en  el  Congreso,  lo 
cual  haré  si  antes  el  Congreso  no  ha  sufrido  algún  puntillonazo 
de  algún  granadero.  Mis  asuntos  domésticos  los  he  encontrado 
en  mal  estado. 

Volviendo  á  nuestros  libros,  te  recuerdo  que  aquel  Roman- 
cero manuscrito  en  tres  tomos  que  me  anunciaste  el  año  pasa- 
do, si  puede  adquirirse,  que  lo  hagas.  Ya  te  decía  yo  que  sos- 
pechaba si  podría  ser  uno  de  Barbadillo  que  se  anuncia  y  no  se 
encuentra.  A  mi  paso  por  Cádiz  me  regalaron  un  Cancionero  de 
Montemayor,  y  adquirí  otro  muy  raro  de  un  tal  Luzón,  y  del 
cual  no  tenía  noticia  alguna.  Este  Cancionero  versa  todo  sobre 
asuntos  sagrados  y  morales.  En  Sevilla  tuve  la  fortuna  de  ver  y 
copiar  unas  cuantas  hojas  de  cierto   libro  solitario  que  existía  en 


í 


APÉNDICES.  337 

el  Escorial  sin  fecha  ni  lugar  de  la  impresión  ,  que  se  cita  en  el 
Centón  Epistolario  ,  hablando  de  las  coplas  de  Fernán-Pérez,  joya 
que  sacó  nuestro  Gallardo  de  aquel  sagrado,  que  corrió  mil  vicisi- 
tudes y  que,  mutilado  y  sin  orden  en  las  fojas,  recogió  un  curio- 
so sevillano,  que  me  lo  prestó  para  copiar,  sin  descubrirme  su 
nombre  :  con  tal  reserva  quiere  vivir.  Te  reencargo  ,  querido 
Pascual^  que  si  alcanzas  á  ver  algún  códice  de  Alcázar,  me  lo 
compres  ó  copies.  Esto  seria  una  alhaja  para  nuestra  literatura 
y  un  blasón  para  cualquiera  publicación  que  se  haga.  De  Francia 
me  han  traído  la  l^ida  de  Erasto  ,  hijo  del  emperador  Dioclecia- 
no,  Experiencias  de  Amor  y  Fortuna,  y  alguna  que  otra  noveleja» 
Cuidado  con  estos  artículos. 

De  Madrid  me  escriben  que  no  parece  la  carta  que  me  anun- 
ciastes  haber  escrito  con  fecha  15  de  Noviembre.  Recuerda  bien 
adonde  la  dirigiste,  para  buscarla  á  todo  trance.  Tampoco  ha 
parecido  la  de  tu  mujer.  Habíame  de  tus  proyectos.  Confieso  que 
tienes  más  talento  que  yo  cuando  desechastes  mis  buenos  propó- 
sitos de  traerte  á  España.  Tú  desde  afuera  estabas  más  en  autos 
que  no  yo  que  estaba  en  el  baile.  Te  advierto  que  en  el  cajón 
que  envíes á Machado^  pongas  «DeP.  Gayangos,»  para  que,  sir- 
viendo de  contraseña ,  lo  remitan  á  Málaga.  Cualquier  artículo 
que  adquieras  ,  para  lo  cual  harás  une  enquéte  por  esas  librerías, 
si  no  te  alcanza  el  dinero,  libra  contra  mí.  Sello  esta  con  un  anillo 
encontrado  cerca  de  Écija.  Dime  si  le  entiendes  bien  el  mote. 
Memorias  á  Fanny  y  también  de  parte  de  Matilde.  A  tu  niña 
mil  besos,  y  tuyo  como  hermano, 

Serafín. 


XII  -  22 


33^  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

MÁLAGA  21  de  AbriL 

Me  aprovecho,  querido  Pascual,  del  viaje  á  Londres  de  don 
Manuel  Agustín  Heredia  ,  para  ponerte  estas  cuatro  letras,  aun- 
que no  he  tenido  noticias  posteriores  tuyas  al  3  de  Marzo,  sin 
embargo  de  la  promesa  que  en  ella  me  hacías  de  escribirme  á 
la  semana  entrante  ,  con  inclusión  de  notas  y  catálogos ,  aín- 
da mais  del  billete  de  Fanny  para  Matilde.  Entre  tanto,  ya  ha- 
brás tú  recibido  por  Climens  la  anterior  mía,  en  la  que  te  ha- 
blaba de  mil  y  un  asuntos,  remitiéndote  también  un  ejemplar 
para  Fanny  de  mi  novela.  No  necesito  encargarte,  para  que  lo 
hagas  con  eficacia ,  que  en  el  caso  de  formar  un  articulejo  sobre 
los  Moriscos  y  Cristianos,  cosa  que  te  agradeceré  mucho,  me 
envíes  al  punto  un  número  del  periódico  en  que  le  des  suelta, 
así  como  también ,  llegado  el  caso,  de  un  ejemplar  de  Telein^a- 
niy  cuando  lo  publiques.  Por  aquí  ninguna  adquisición  he  hecho 
ni  creo  que  la  logre.  Tan  desnudo  se  encuentra  esto  de  libros, 
y  mucho  menos  de  los  que  son  de  nuestro  agradable  dominio 
Por  no  perder  tiempo,  voy  recogiendo  algunos  romances  orales 
que  se  encuentran  en  la  memoria  de  los  cantores  y  jándalos, 
mis  antiguos  camaradas  ,  romances  que  no  se  encuentran  en 
ninguna  colección  de  las  publicadas ,  ni  antigua  ni  moderna. 
El  uno  es  el  romance  de  Gerineldos ,  otro  es  el  del  Ciego  de  la 
Peña ,  y  me  han  prometido  cantarme  y  dejarme  aprender  otro 
que  se  llama  el  de  la  Princesa  Celinda  ,  que  sospecho  pueda  ser 
alguno  de  los  moriscos  del  Romancero  general.  Si  me  preguntas 
por  qué  estos  romances  no  se  hallan  impresos  ,  de  dónde  han 
venido  .  por  qué  se  han  conservado  en  esta  parte  de  Andalucía 
y  no  en  otra  parte ,  son  cuestiones  á  que  no  podré  satisfacer 
cumplidamente.  Esto  añade  algo  al  vague,  que  tan  bien  sienta 
á  esta  quinta  esencia  de  lo  romántico.  Por  supuesto^  que  en  es- 
tos cantares  se  sorprenden  á   veces  versos  y  aun   cuartetillos 


APÉNDICES.  339 

casi  íntegros  de  los  antiguos  romances,    lo  que  hace  conocer 
que  son  todos  dehris  de  una  propia  fábrica. 

Es  preciso  que   encargues   por  ahí  y  me  propongas  el  precio 
de  las  medallas  antiguas  de  familia : 
Alliena.  junia  (Ed.  Mars.  c.^       Numonia. 

Arria.  de  Bruto).  Statia. 

Atia.  Ventidia.  Vipsania   (cabeza  de 

Dumisa.  Minatra  (Cabeza  de  Agripa). 

Horatia.  Pompeyo). 

Este  es  encargo  de  un  aficionado  á  antigüedades ,  que  tam- 
bién posee  buenos  libros  de  nuestro  gusto,  y  acaso  lograría  yo 
cambios  ventajosos  proporcionándole  algunos  artículos  de  los 
anotados. 

Supongo  que  me  escribirás  muy  por  extenso,  respondiéndo- 
me detalladamente  á  los  proyectos  que  en  mi  anterior  te  pro- 
ponía ,  ó  indicándome  tú  otros  medios  para  acercarnos  ó  re- 
unirnos,  pues  este  es  el  pío-pío  de  mi  afición,  de  mis  gustos  é  in- 
clinaciones, y  la  réve  de  mi  fantasía  ,  asegurándome  tú,  empero^ 
que  has  de  dejar  aquellos  resabios  de  egoistilla  y  de  caprichoso 
con  que  tanto  me  mortificabas. 

Esto  va  nada  bien.  Según  el  correo  de  hoy,  nuestras  ope- 
raciones de  Aragón  son  más  propias  para  considerar  invenci- 
bles á  los  facciosos  que  para  lisonjearnos  de  un  triunfo.  Sin  lar- 
revueltas  de  Sevilla ,  Córdova  y  Narvaez  mandarían  dentro  de 
poco  los  dos  ejércitos  del  Norte  y  Centro,  y  nos  pudiéramos 
lisonjear  de  un  esfuerzo  y  de  algunos  resultados;  pero  las  cosas 
como  están  ,  no  hay  claraboya  por  donde  entre  un  rayo  de  luz 
en  nuestra  mísera  patria. 

Ten  cuidado  en  tus  hallazgos  con  cuanto  haga  relación  con 
romanceros  y  noveladores.  ¿No  has  encontrado  todavía  algún 
códice  íntegro  de  Alcázar???  Esta  liebre  es  preciso  que  la 
sigas  con  ardor    y    perseverancia.  Alcázar    puede  considerar- 


340  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

se  como  Anacreonte  y  Horacio  en  una  pieza  á  la  española.. 
Adiós ,  querido  Pascual :  dale  memorias  á  Fanny  las  más  en- 
carecidas, y  mil  besos  á  mi  ahijadita  Emilia.  Esta  carta  la  pon- 
drá en  la  estafeta  Hcredia ,  pues  regularmente  no  pensará  en 
distraerse  de  sus  asuntos  de  comercio. — Adiós  ,  adiós. 

Serafín. 


MÁLAGA   1 8  de  Junio. 

Recibí  ayer,  querido  Pascual ,  la  tuya  del  5  de  Mayo,  única 
que  he  recibido  desde  la  del  1 1  de  Abril ;  y  como  entre  tanto 
te  había  escrito  dos,  una  por  Climens  y  otra  por  Heredia,  ó  Ma- 
tías Huelín ,  ya  estaba  yo  con  cuidado.  Aun  la  fecha  del  5  de 
Mayo  no  era  muy  lejana  de  la  del  1 1  de  Abril ;  pero,  ¿  cómo  es 
que  ha  llegado  tan  tarde?  La  mejor  interpretación  que  puede 
darse  es  que  te  has  dormido  escribiendo  la  carta  esa^  la  menos 
copiosa  de  cuantas  me  has  escrito,  pues  la  letra  era  mucho  más 
gorda  que  la  común  tuya;  y  de  ese  modo,  con  la  intención  de 
escribirme ,  y  con  la  carta  en  tu  bufete,  me  estabas  achacando 
de  tardío  ó  perezoso  en  escribirte ,  siendo  así  que  desde  la  de 
Climens  á  la  que  te  llevó  Heredia  apenas  hay  quince  días  de  in- 
tervalo. Luego  me  dices  en  la  tuya  que  la  novela  te  la  llevó 
Heredia ,  siendo  así  que  fué  por  conducto  de  Climens  ;  de  donde 
vengo  á  deducir  que  tus  ocupaciones  te  tienen  vuelta  la  cholla 
en  estos  últimos  días,  y  que  te  olvidastes  de  proseguir  la  carta 
principiada  el  3  ,  y  de  escribirme  en  nada  con  asiento.  En  pri- 
mer lugar  ,  si  Climens  no  quiere  hacerse  cargo  de  mis  libros  (¿y 
cómo  no  ha  de  querer?),  pudieras  haberlos  entregado á  Heredia, 
y  no  que  lo  dejas  todo  así  á  la  casualidad ,  sin  dar  jije:^a  á  nada, 
y  teniéndome  siempre  en  inquietud,  no  sea  que  se  pierda  lo  que 
tantos  sudores  y  sacrificios  nos  cuesta,  ó  ya  que  dejemos  pasar 
alguna  buena  ocasión  de  reunirme  yo  con  las  adquisiciones   he- 


APÉNDICES.  341 

chas  para  proseguir  con  mi  tarea.  Ya  te  tengo  dicho  y  repito 
ahora  que  es  conveniente  el  que  en  todas  las  cartas  hagas  lo 
que  yo,  á  saber  :  que  te  acuso  el  recibo  de  la  última ,  ó  últimas, 
y  que  te  indico  la  fecha  de  mi  anterior.  Ya  puedes  considerar 
que  esto  da  claridad  á  la  correspondencia,  y  manifiesta  desde 
luego  al  propio  tiempo  las  lagunas  que  ha  habido  por  la  pérdida 
ó  extravío  de  alguna  carta.  Basta  de  sermón  ,  y  dame  y  recibe 
mil  y  mil  abrazos. 

El  mes  pasado  estuve  en  Vélez ,  y  adquirí  un  Argote  de  Mo- 
lina (nobleza  de  Andalucía),  ejemplar  magnífico,  y  un  Zarate, 
historia  del  Perú,  pero  le  faltan  algunas  hojas.  Nada  te  he  di- 
cho todavía  del  paradero  de  los  muchos  y  buenos  libros  que 
dejé  aquí  cuando  en  830  tomé  el  vuelo  para  Madrid.  Mi  encar- 
gado aquí ,  que  fué  un  secretario  mío  por  estilo  de  D.  Jerónimo, 
hizo  paz  y  guerra  con  ellos  en  la  parte  de  más  fácil  salida, 
como  códigos ,  libros  de  leyes  y  de  amena  lectura.  Entre  éstos, 
aunque  viejos ,  han  desaparecido  algunas  curiosidades ,  como  el 
Bernardo,  de  Balbuena ,  primera  edición  ;  idem  del  Gu:(mán  de 
Alfar ach e ;  la  edición  de  Villegas  de  Nájera  ,  etc.  Por  casuali- 
dad han  quedado  otras  que  me  han  alegrado  el  corazón ;  por 
ejemplo  :  un  Espinosa ,  Flores  de  Poetas  ilustres  ;  un  Herrera  ,  y 
algunos  libros  curiosos  de  Historia,  que  los  he  recogido  con 
ternura  y  fruición.  Por  fortuna  se  ha  sa.lvado,  y  encontré  ante- 
ayer entre  unos  cartapacios  ,  revueltos  con  papeles  viejos  ,  que  mi 
tía  indudablemente  tenía  sentenciados  para  algún  auto  de  fe, 
un  cierto  manuscrito  sobre  historia  de  Ronda ,  que  yo  adquirí 
allí  el  año  de  27  ó  28.  Tiene  de  singular  varias  anécdotas  rela- 
tivas al  levantamiento  de  los  moriscos  por  aquellas  Serranías, 
que  figurarán  algún  día  en  esa  colección  de  cuentos  que  he  de 
publicar  ,  y  para  la  cual  ya  me  tienes  tú  recogidas  algunas  jo- 
yas. Una  de  estas  anécdotas  te  la  copiaré  otro  día  ,  pues  tiene 
tales  rasgos  de  heroísmo  por  uno  y  otro  bando  de  los  nuevos  y 


342  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

viejos  cristianos  ,  que  elevan  el  corazón.  Por  supuesto,  que  se- 
guiré indagando  el  paradero  y  sinonimia  actual  de  algunos  de 
los  pueblos  que  me  indicas.  Tengo  que  saber  el  paradero  de 
un  tal  Ramírez,  de  Córdoba,  bastante  versado  en  antigüedades, 
y  que  ha  publicado  un  manual  de  las  curiosidades  de  aquella 
provincia,  con  el  nombre  del  Indicador  Cordobés.  Este  me  envió 
á  pedir  el  año  pasado  ,  durante  mi  permanencia  en  Sevilla ,  una 
explicación  de  los  nombres  arábigos  de  varios  pueblos  de  aque- 
lla comarca ,  lo  cual  hice  con  gusto ;  y  por  vía  de  galardón 
me  regaló  un  Matías  de  los  Reyes  (Para  Algunos),  aunque  falto 
de  la  portada.  Me  acuerdo  que  uno  de  los  pueblos ,  cuya  sig- 
nificación me  pedía ,  era  el  de  Almodóvar,  que  yo  le  traduje ,  ó 
bien  como  Defensorio,  ó  bien  como  Pabellones  ó  tiendas,  toman- 
do el  significado  de  una  de  las  Crestomatías  alemanas  que  ya 
te  acordarás.  No  le  pude  dar  satisfactoriamente  el  significado 
de  Monttirque ,  ciudad  rica  y  antigua  ,  y  que  debe  ser  acaso  el 
equivalente  de  algunos  de  esos  pueblos  que  me  indicas.  Entre 
tanto,  te  diré  que  sospecho  debe  de  estar  Sogeil ,  no  hacia  la 
parte  Occidental,  sino  hacia  la  Oriental  de  la  misma.  Du- 
rante mi  visita  á  Vélez  tomé  noticias  y  apuntaciones  ;  á  dos 
ó  tres  leguas  hay  un  pueblo  llamado  Sehella  ,  ó  Sedella ,  co- 
mo más  vulgarmente  se  le  denomina  ahora  á  la  castellana ,  y 
al  lado  de  este  pueblo  hay  un  pico  altísimo  que  se  une  con 
Sierra  jefea ,  que  le  llaman  el  Lucero.  Como  la  costa  allí  forma 
un  ancón  muy  saliente,  se  puede  desde  lo  alto  enfilar  el  estre- 
cho y  alcanzarse  á  ver,  por  esta  coincidencia  de  la  elevación  del 
pico  y  abertura  del  mar  ,  la  constelación  Canopus.  Todas  estas 
circunstancias  casi  me  dan  una  seguridad  en  mi  presunción  to- 
pográfica. En  la  Serranía  de  Ronda  cualquier  monte,  por  ele- 
vado que  sea ,  por  ser  ya  comarca  tan  mediterránea ,  ha  de 
tropezar  con  otros  montes  en  el  horizonte.  Sobre  '^^J^^i/^ 
Tirano  recuerdo  la  ortografía  exacta  del  nombre),   no  puedo 


APÉNDICES.  343 

adelantar  presunción  alguna.  Dando  el  viajero  ese  itinerario  des- 
de Tir  á  Sogeil ,  debe  ser  fácil  con  cualquier  otra  seña  venir  á  dar 
en  el  sitio  ó  equivalencia  actual  de  if^;,^ '  Suponiendo  que 
Sogeil  fuera  Sehella ,  viniendo  el  viajero  de  la  parte  Occidental 
de  la  región ,  y  no  habiendo  por  allí  hasta  Marbella  grandes  po- 
blaciones árabes ,  sería  preciso  asignarle  á  Tir  el  sitio  de  la 
Ftiengirola ,  el  antiguo  Sivel  del  itinerario  de  Antonino  Pió,  lu- 
gar cuyo  nombre  actual  es  castellano,  y  que,  sin  embargo,  tiene 
minas  y  fábrica  morisca  de  un  castillo.  Basta  de  geografía. 

Yo  seré  ahora  objeto  de  una  lid  electoral.  Pero  los  de  acá  lleva- 
remos lo  peor  de  la  batalla.  Nos  ha  venido  de  refuerzo  Salaman- 
quina, alias  la.  Junanta,  hecho  un  moderado  rabioso.  Ahora  me 
da  él  lecciones  de  esta  opinión  parlamentaria,  y  el  club  central 
moderado  de  Madrid ,  por  la  ortodoxia  actual  del  largo,  largo, 
lo  ha  enviado  á  dirigir  la  batalla.  Me  ha  preguntado  por  ti,  y 
me  encarga  memorias.  El  papel  se  acaba,  y  sólo  quiero  decirte 
que  si  alcanza  ésta  á  que  Climens  se  halle  en  esa ,  no  le  pagues 
los  2,ooG  reales,  y  libra  contra  mí  y  en  su  favor  por  dicha  suma 
á  veinte  días.  Te  encargo  encarecidamente  que  me  escribas  cada 
quince  días.  No  gasto  dinero  más  á  gusto  que  el  que  por  tu 
causa  gasto  en  el  correo.  No  me  tengas  meses  enteros  sin  tus 
noticias  ;  y  en  cuanto  á  mí ,  descuida,  pues  soy  más  exacto  que 
tú.  Ésta^  que  se  principió  el  18,  se  concluye  el  25  de  Junio. 
Los  preparativos  electorales  me  llaman  también  la  atención.  Si 
puedes  adquirir  la  C,  novelas  de  Bocaccio,  tómalas,  si  el  precio 
no  es  alguna  barbaridad  ;  y  al  propio  tiempo  está  alerta  sobre 
romanceros ,  siempre  singularmente  los  manuscritos.  Ya  creo 
que  te  dije  que  he  recogido  cuatro  romances  desconocidos ,  que 
andaban  en  la  boca  de  los  jándalos  y  cantadores  del  país.  Éstos 
oyen  mis  tonadas  moriscas  con  sumo  gusto,  y  dicen  que  mi 
estilo  es  lo  más  legitimo  que  se  oye,  y  que  el  cante  del  Señorito 
sabe  al  hueso  de  la  fruta.  ¿Y  mi  ahijada,  cómo  está  ?  i  Cuándo  la 


344  ^^EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

daré  mil  y  mil  besos,  y  le  pondré  yo  en  sus  dos  orejitas  de  pes- 
tiño dos  pestiños   de  zarcillos ! 

Dos  candados  eran 
Para  que  no  oyese 
Palabras  de  amores 
Que  otros  la  dijesen. 

Mil  expresiones  y  recuerdos  á  Fanny.  Aguardo  con  impa- 
ciencia carta  tuya  de  Oxford ;  y  como  las  de  March  creo  que 
se  vierojí  con  Matías  Huelín  en  este  mes  de  Julio,  aguardo  con 
ellas  mis  encargos  y  papel  viejo.  Te  reencargo  de  nuevo  lo  de 
las  C.  novelas  del  Bocaccio ,  suponiendo  que  no  estén  corregi- 
das.— Adiós,  adiós,  Pascual  mío:  tengo  hambre  de  darte  un 
abrazo. 

Serafín, 

Memorias  de  Pablo,  que  me  las  encarga  para  Fanny  y  la  niña 
también. 


MÁLAGA  15  de  Agosto  de  1839. 

Acabo  de  recibir  la  tuya  ,  que  aunque  le  pones  15  de  Junio, 
debe  de  estar  equivocada  la  fecha  y  ser  15  de  Julio.  ¡Valiente  in- 
troito tiene  tu  carta !  Te  pareces  á  los  que  tienen  razón  pocas 
veces ,  que  cuando  una  vez  la  ven  de  su  parte ,  alborotan  el 
mundo,  llamando  á  la  gente  que  pasa  por  la  calle  para  que  la 
vean  y  la  remiren  allí  en  donde  más  nunca  han  de  verla.  Es  el 
caso,  señor  mío,  que  te  escribí  desde  Sevilla  contestándote  á 
varias  de  tus  preguntas  repetidas  ahora.  En  primer  lugar,  te  he 
dicho  entonces  y  después  ,  que  no  he  recibido  el  catálogo  im- 
preso ,  y  mucho  menos  la  carta  vía  de  Madrid  con  retazos  de 
versos  copiados.  Esto  lo  he  sentido  como  si  me  sacasen  un  ojo 
de  la  cara.  Encargué  á  D.  Jerónimo  que  anduviese  de  ceca  en 


APÉNDICES,  345 

meca  hasta  dar  con  la  carta ,  y  siempre  ha  sido  desgraciado  en 
sus  investigaciones ;  bien  es  verdad  que  tus  señas  son  tan  lacó- 
nicas,  que  ni  me  decías  si  había  venido  por  la  embajada,  ó  por 
otra  tercera  persona,  ó  sencillamente  por  el  correo. 

Desde  Écija  te  escribí  una  larga  carta  sobre  el  P.  Martín  Ar- 
jona.  Este  buen  señor  nada  sabe  de  la  lengua  de  los  Bereberes. 
Como  no  salió  jamás  de  Tánger  ,  apenas  tiene  noción  de  que  se 
hable  en  las  montañas  otro  idioma  que  el  árabe.  Te  decía  que 
hablaba  el  vulgar  muy  bien  ;  que  el  literal  no  le  era  tan  fami- 
liar, ni  con  mucho,  y  que  no  tenía  gran  lectura  en  él ,  tropezan- 
do^ por  consecuencia ,  en  dificultades  que  para  ti  hace  mucho 
tiempo  que  las  tienes  vencidas.  Sin  embargo,  escríbele  una 
carta ,  y  se  la  dirigiré  á  Cádiz ,  en  donde  lo  encontré  y  me  vi- 
sitó por  Diciembre.  Si  mi  ínsula  de  Sevilla  hubiera  sido  menos 
deleznable^  tenía  pensado  Ikvármelo  á  la  biblioteca  que  yo  iba 
formando,  y  que  abriera  una  cátedra  de  árabe  que  sembrase  los 
conocimientos  orientales  en  nuestra  Andalucía.  Todos  mis  cas- 
tillos vinieron  al  suelo,  y  el  P.  Martín  de  Arjona  se  está  en 
Cádiz,  cuidando  de  un  museo  particular  que  allí  tienen  los  inge- 
nieros. En  Sevilla  le  presenté  el  Antar,  y  ya  sea  por  lo  malo 
del  carácter,  ó  ya  por  las  dificultades  del  texto ,  apenas  podía 
caminar.  Repito  que,  sin  embargo,  puede  contarse  como  buen 
arabista.  Estoy  seguro  de  que  te  hablé  de  la  manera  que  me 
hallé  con  la  compañía  agradable,  aunque  inesperada,  del  Antar, 
que  por  una  casualidad  no  lo  has  perdido.  Detrás  del  baúl  mío 
viejo,  en  donde  fuistes  arreglando  tus  trebejos,  encontré  el 
Antar,  ó  lo  encontró  Pablito ,  arrancándome  su  hallazgo  un 
grito  de  miedo  y  de  sorpresa  agradable  ,  lo  primero  consideran- 
do lo  fácil  que  hubiera  sido  perder  tal  alhaja  ,  y  lo  segundo  por 
verme  en  disposición  de  traducir  algunos  retazos  entretenidos. 
Lo  mismo  sucedió  con  los  traslados  moriscos.  Pero  éstos  están 
en  la  mayor  parte  (los   tuyos)  metidos ,  como   D.  Enrique  de 


346  «EL    SOLITARIO»    Y    SU   TIEMPO. 

Villena  en  la  redoma,  en  el  cajón  que  dejé  en  Madrid  en  poder 
de  D.  Cayetano  con  mis  manuscritos  y  libros  de  Historia.  Esto 
lo  he  sacado  por  brújula,  pues  al  guardar  yo  el  poema  de  José 
y  los  Códices  traducidos  por  mi  ,  me  dejó  Pablito  unos  pape- 
les como  esos  que  estaban  en  la  rinconerilla ,  los  metí  en  el 
cajón ,  y  por  estar  ya  todo  empaquetado  y  marchar  al  día  si- 
guiente ,  ni  me  pasó  por  la  imaginación  desenvolver  los  dos 
cajones  que  con  otros  muchos  libros  tengo  en  poder  de  don 
Cayetano  Gil.  Yo  tengo  aquí ,  aunque  guardados  (pues  como 
vivo  cerca  de  mi  suegro  no  puedo  extenderme),  los  traslados 
míos ,  y  creo  que  los  retazos  que  me  copiabas  tú  en  caracteres 
árabes.  Con  todo  esto  pensé  hacer  una  publicación  en  Sevilla 
con  el  título  de  Flores  de  literatura  morisco-hispana  ó  aljamiada; 
en  la  que  hacía  una  minuciosa  mención  tuya,  de  tus  trabajos 
y  de  la  utilidad  y  nombre  que  darías  á  nuestra  literatura.  Yo 
poseo ,  pues  ,  eljosé^  la  Ciudad  de  Alatón,  la  Profecía  del  Padre 
Santo  astrólogo,  el  Jardín  de  Jalifa ,  algunos  sortilegios  sacados 
de  unos  papeles  tuyos  que  debes  tener  ahí,  y  alguna  que  otra 
friolera ,  creo  que  la  Princesa  Arcaiona ,  copiada  por  mí  hasta 
la  mitad  en  los  últimos  días.  Si  yo  voy  á  hacerte  una  visita,  en 
ocho  días  haremos  un  libro^  puesto  que  en  esa  Babilonia  debe 
haber  y  hay  manuscritos  de  la  clase  que  deseamos,  y  si  yo  paso 
por  Madrid  sacaré  tu  tesoro  é  irá  conmigo. 

¡Me  hablas,  picaronazo,  de  tus  buenos  oficios  para  conmigo, 
y  has  dejado  escapar  aquellos  Romanceros  que  ,  por  lo  mismo 
de  ser  manuscritos,  tenían  más  utilidad  para  mi  proyecto,  y 
daríanle  mayor  curiosidad!!!  Por  Dios,  que  no  me  piques  el 
apetito,  para  dejarme  después  como  á  Tántalo.  Esos  Roman- 
ceros me  los  brindaste  desde  el  año  pasado ,  y  no  hay  la  excusa 
del  viaje  á  Oxford.  En  fin  :  vamos  á  desquitar  lo  perdido.  Quiero 
el  Romancerillo  del  capitán  Pinto  ,  Engaños  de  este  siglo ,  Caba- 
llero de  la  Estrella ,  Tomo  de  poesías  del  siglo  xvi,  idem  del  xvii. 


APÉNDICES.  347 

con  el  poema  de  Demofonte ,  Tomo  de  papeles  varios,  si  son  del 
siglo  xvii ,  impresos  ,  Rodomontadas  castellanas,  Universidad  del 
amor  y  escuelas  del  interés ,  por  Antolínez; — Villalobos,  Modo  de 
peleará  la  jineta  y  Platos  de  las  Musas ,  Horas  de  recreación, 
Auroras  de  Diana ,  Noches  de  invierno,  Coro  de  las  Musas  ,  Esta- 
feta del  Dios  Momo,  Relaciones  de  Don  Juan  de  Pcrsia  ,  Sevilla 
restaurada.  Lentiscar  de  Cartagena.  Ahora  bien  :  yo  te  remito 
mil  reales,  pues  ahora  estoy  apurado  con  la  compra  de  algunos 
artículos  de  la  librería  Gámez.  Esta  pequeña  suma  te  servirá 
para  las  adquisiciones  sucesivas .  y  ver  si  me  puedes  reatrapar 
algunos  de  los  Romanceros  que  me  indicaste  el  año  pasado ,  y 
de  los  cuales  me  dijiste  haber  adquirido  el  Cancionero  de  Ena- 
morados. También  echo  de  menos  la  tragi- comedia  de  D.  En- 
rique ,  á  no  ser  que  sea  la  que  me  señalas  como  de  Louvayssin 
de  la  Marca.  Te  encargo  que  me  busques  la  Casa  de  juego  y  el 
Gallardo  Escarramán.  En  cuanto  á  las  novelas  de  Bocaccio^ 
examínalas j  leyendo  alguna  de  las  más  libres,  y  si  ves  que  está 
traducida  con  viveza  y  desenfado^  toma  el  ejemplar,  regateando 
lo  que  puedas.  Si  hay  un  buen  Amadis,  como  de  precio  dos  li- 
bras, ó  lo  más  tres,  puedes  tomarlo  ;  pero  es  preciso  que  estén 
los  ocho  libros  completos.  Hay  una  edición  que  tiene  también 
las  Sergas  de  Esplandián ,  que  ,  aunque  no  gótica  y  por  consi- 
guiente menos  rara  y  de  menos  valor,  la  preferiría  yo,  por  hacer- 
me más  juego. 

Por  la  adjunta,  que  tenía  ya  cerrada  cuando  recibí  tu  última, 
verás  las  adquisiciones  que  tengo  hechas  para  nuestro  pequeño 
comercio,  y  que  irán  en  un  cajón  grande  con  el  primer  barco 
que  vaya  al  Támesis  ó  de  Climens  ó  de  Heredia.  Para  entonces 
es  regular  que  haya  adquirido  algunos  artículos  más.  Con  esta 
factura ,  que  va  mal  copiada  por  no  poderme  yo  detener  á  ha- 
cerlo, puedes  contratar  con  el  judío  bibliopola.  Las  obras  de  Fo- 
cio  y  las  de  San  Juan  Crisóstomo  es  cosa  hermosa  y  de  valor.  Tú 


34^  CCEL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

las  arreglarás  como  te  parezca.  En  cuanto  á  la  especulación  de 
la  librería  de  Gámez ,  me  contestarás  al  punto,  puesto  que  el 
amable  PenroseMarke  se  hace  cargo  de  nuestra  correspondencia 
con  la  más  fina  obligeance.  Por  esta  adquisición  que  he  hecho, 
merced  á  tu  sagaz  indicación  ,  fin  mdtin  que  tu  es ,  podemos  cor- 
respondernos  con  menos  sobriedad  y  más  celeridad,  entre  tanto 
que  sale  ese  bilí  del  penique  por  carta,  que  disfrutaremos  tú  y  yo 
con  amplia  y  sabrosa  fruición.  Penrose  es  regular  que  te  incluya 
alguna  esquelita,  y  en  ella  te  dará  las  instrucciones  convenien- 
tes para  que  escribas  con  seguridad  y  recibas  las  mías  con  pron- 
titud. De  consiguiente ,  ya  no  tienes  disculpa  para  dejar  de 
escribirme  cada  quincena,  y  contestarme  á  la  propuesta  de  espe- 
culación inmediatamente.  Para  que  formes  juicio  del  valor  de 
los  libros,  te  diré  que  el  Romancero  general  de  Flores,  Madrid, 
1604,  está  en  4,000  reales,  faltando  la  portada  al  primero  y  una 
hoja  del  índice  al  segundo  tomo  de  Madrigal.  El  Cancionero  de 
Juan  de  la  Encina,  edición  de  Zaragoza,  i  ,20o  reales;  el  Cancionero 
de  Llavia  se  cree  en  1481  ,  3,000  reales.  Por  supuesto  que  esto 
es  carísimo;  pero  metiendo  la  cuchilla  de  las  dos  terceras  que- 
dan la  mayor  parte  de  los  artículos  á  un  precio  regular  ,  aun- 
que nunca  se  podrá  sacar  gran  ganancia.  En  fin:  escríbeme  con 
detenimiento  y  conocimiento  de  causa,  de  manera  que  yo  pueda 
resolver.  Si  tú  vieses  que  la  especulación  pudiera  hacerse  por 
nosotros  dos,  porque  estuviese  asegurado  en  esa  el  mercado  y 
la  venta  ,  entonces  ya  veríamos  el  modo  de  acometer  la  em- 
presa,  aunque  yo  supongo  que  será  mejor  siempre  contar  con 
el  dinero  y  apoyo  de  alguno  de  tantos  judiotes  como  especulan 
en  esa  Babilonia.  En  caso  de  que  esto  pudiera  hacerse,  me 
daría  asidero  para  entrar  con  el  mismo  judío  ó  con  otro  en  el 
gran  plan  de  imprimir  un  Romancero  y  un  Cancionero;  te  visi- 
taría ,  te  abrazaría ,  me  familiarizaría  con  ese  país ,  aprendería 
mucho ,  adquiriría  algunos   buenos  libros  ,  y  sobre  todo  pasa- 


APÉNDICES.  349 

ría  agradablemente  seis  ú  ocho  meses,  y  dejaría  venir  los  acon- 
tecimientos sin  temor  de  ser  víctima  de  ellos  ,  reservándome  de 
los  azares  que  han  de  sobrevenir,  sin  que  el  más  piloto  sepa  decir 
de  qué  parte  ó  hacia  dónde  nos  han  de   llevar. 

Muchos  necios,  tanto  de  Madrid  como  de  las  provincias,  que 
no  conocen  ni  el  teatro,  ni  los  actores ,  pensaban  que  Espartero 
tenía  un  gran  plan  de  pacificación  ,  caminando  de  acuerdo  con 
Maroto  y  aun  con  la  Santa  Alianza;  que  por  lo  mismo  dejaba 
entronizarse  á  los  exaltados  para  desacreditarlos,  y  con  ellos  al 
mismo  sistema  representativo,  según  está  planteado  en  España; 
que  después  ,  aprovechándose  del  cansancio  ,  de  las  injusticias 
cometidas  contra  el  trono  ,  las  creencias  y  los  hábitos  del  país, 
se  presentaría  como  duque  de  la  Victoria,  con  una  escritura  de 
esponsales  en  la  mano,  con  promesas,  y  sobre  todo  con  80,000 
hombres,  para  dar  el  golpe  de  Estado  y  dejarlos  á  todos  con- 
tentos. Pues  cuando  se  pensaba  esto  por  los  moderados,  hay 
temores  que  vuelva  la  guerra  á  muerte  ;  el  encarnizamiento  es 
mayor ,  las  Cortes  serán  rabiosas ,  el  horizonte  se  cierra  por 
todas  partes ,  y  ahora  ese  ministerio  que  parecía  desafiar  á  los 
exaltados  para  mandarlos  á  lo  cabo  de  escuadra,  se  muestra  dis- 
puesto á  abandonar  los  sillones,  entregando  ei  país  en  manos  de 
los  revolucionarios  ,  y  al  trono  dejándolo  sin  guia.  Puedes  figu- 
rarte cuáles  estarán  los  ánimos.  Por  lo  mismo,  proporcióname 
esa  especulación,  ábreme  la  posibilidad  de  imprimir  ahí  mis 
romances  y  canciones  escritas  en  una  Babilonia  de  dos  Torres  ,  y 
me  tienes  á  tu  lado  por  cinco,  seis  ú  ocho  meses. 

Nada  me  has  dicho  de  mi  novela,  justamente  cuando  has 
hecho  un  artículo  sobre  moriscos,  debería  llamarte  la  atención 
una  producción  que  ,  aunque  en  bosquejo ,  pinta  el  modo  de 
existir  juntos  dos  pueblos  tan  distintos  y  tan  enemigos  En  fin: 
no  quiero  engañarte ,  y  antes  bien  es  preciso  hacerte  muchos 
halagos  para  que  remitas  tus  artículos,  tus  notas  y  demás  arre- 


350  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

quives  que  faltan  á  las  pruebas  que  me  has  enviado  del  Tlem- 
:(am.  En  cuanto  adquieras  lo  que  te  dejo  indicado  y  cualquier 
cosa  más,  bajo  la  salvaguardia  de  la  factura  que  te  envío  y  que 
te  seguiré  remitiendo^  me  formarás  con  tales  artículos  y  con 
los  que  he  escogido  de  tu  lista  un  cajoncito,  que  lo  remitirás  á 
los  Sres.  F.  X.  Machado,  en  Gibraltar,  para  remitir  á  D.  Ma- 
nuel Agustín  Heredia  ,  en  Málaga.  No  tengas  cuidado  en  hacer 
este  envío ,  pues  viene  con  gran  seguridad  por  cualquier  vapor 
británico,  y  si  hay  algún  costo  me  lo  cargarás  en  cuenta.  En 
el  cajón  que  te  enviaré  irá  un  Guadalajara  ^  Expulsión  de  Ios- 
moriscos.  Sé  que  lo  tienes  en  italiano,  pero  bueno  es  que  lo 
tengas  en  el  idioma  natal.  Al  fm  hay  un  diálogo  de  Ripoll  sobré 
el  mismo  asunto,  que  es  muy  raro.  Adiós,  querido  Pascual; 
creo  que  te  he  contestado  á  todo,  punto  por  punto.  Si  quieres 
que  recoja  desde  luego  el  baúl  de  Castellanos ,  envíame  una 
orden  tuya.  Te  portaste  muy  mal  cuando  hiciste  esa  confianza 
de  él  en  perjuicio  ó  desaire  de  nuestra  confraternidad  eterna. 
Ya  te  escribiré  sobre  mis  proyectos.  Entre  tanto ,  evacúa  mis 
encargos  y  sé  eficaz  en  mis  cosas.  Yo  creo  que,  comiendo  en  , 
tu  casa,  podré  estar  en  Londres  á  poco  precio.  Adiós,  adiós,  con 
mil  besos  á  Emilia  y  otros  tantos  abrazos  para  ti  de  tu 

Serafín. 


MÁLAGA  1 8  de  Setiembre  1839. 

Estos  son  los  romances ,  querido  Pascual ,  que  has  de  adqui- 
rir ó  copiar  del  librero  Thorp ,  pues  los  otros  de  su  catálogo 
los  tengo  ya  copiados  del  Romancero  de  Campo-Alange  : 

Ruíz  de  Santillana  (Antonio),  Romance  nuevamente  com- 
puesto por,  con  su  glosa  é  otra  glosa  al  romance,  que  dizen:  «En 
Sevilla  está  una  hermita,»  y  otra  glosa  al  romance,  que  dizen: 


APÉNDICES.  351 

<x Contemplando  en  mis  pasiones ;  »  con  otros  villancicos  del 
mismo,  io  verse^  with  wood-cut,  4to.  fine  copy,  morocco, 
giltedges,  extremely  rare,  21  2s.  about  1530. — 2.  Montalván 
(Gonzalo  de),  Glosa  de  esperanca  mia  por  quien  fecha  per  Gon- 
zalo de  Montalván ,  estante  en  las  quadrillas  del  Sr.  Pero  López 
Zagal ,  black  ietter,  in  verse,  with  woot-cut,  4to.  morocco,  gilt 
edges  it  I  is  6d,  1535. — 3.  Diez  maneras  de  romances  con  sus 
villancicos;  y  aqueste  primero  fué  hecho  al  conde  Oliva,  in 
verse,  with  curious  wood-cut,  4to.  fine  copy  morocco,  gilt  ed- 
•ges,  1530.^ — 4.  Aretino,  Coloquio  de  las  damas  ,  agora  nueva- 
mente corregido  y  emendado,  por  Francisco  Xuarez,  1607. — 
5.  Conjuro  de  amor^  hecho  por  Costana  ,  con  una  nao  de  amor; 
y  otras  coplas  de  unos  galanes  maldiziendo  á  una  dama,  1535. 
— 6.  Marquina,  Aquí  comiencan  más  glosas  nuevamente  hechas 
y  glosadas  por  Francisco  Marquina :  Las  cuales  son  las  siguien- 
tes :  Una  glosa  de  tiempo  bueno  y  otra  de  Abelerma ;  otra  de 
un  romance  que  dize  :  «Descúbrase  rni  pensamiento,»  y  otra 
glosa  de  «Acordaos  de  quien  se  olvida,»  y  un  romance  que  dize: 
«Pues  de  Amor  fuistes  dotada,»  del  mesmo  auctor,  agora  nue- 
vamente hechas ,  1535. — 7.  Castillo  (Luiz  del,).  Canción,  con 
sus  glosas  y  otras  muchas  canciones  glosadas  ,  y  villancicos  y 
motes,  1535.^ — 8.  Muchas  maneras  de  coplas  y  villancicos  de 
muchos  auctores,  1535  — 9.  Peralta  (Luiz  de),  Glosa  sobre  el 
romance  de  Fajardo,  1535. — 10.  Tirante  (Pedro  de),  Dos  ma- 
neras de  glosas  :  y  esta  primera  es  de  las  Lamentaciones  ,  que 
dicen:  «Salgan  las  palabras  mías.»  E  otra  glosa  á  un  villan- 
cico, que  dizen  :  «Las  tristes  lágrimas  mias.»  É  otras  coplas 
que  dizen :  «Si  en  las  sierras  do  nací.»  E  otras  que  dizen  :  «No 
me  sirváis,  caballero.»  E  otras  de  la  Madalena.  É  un  romance 
del  Rey  Marsin,  1534. —  ii.  Toro  Coxo  (Alonzo  de),  Coplas 
sobre  la  abundancia  del  vino  que  Dios  ha  dado  en  el  año  de  3 1 
y  en  el  año  de  32,  1532.  — 12.  Ciertos  romances  con  sus  glosas 


352  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

nuevamente  hechas,  y  este  primero  es  «Por  la  matanza  va  el 
viejo,»  con  su  glosa,  y  otra  «Que  me  crece  la  barriga  y  se  me 
acorta  el  vestir,»  con  una  glosa  nueva  y  muy  gentil ,  mejor  que 
otra  que  vino  hecha  á  este  romance  con  una  glosa  de  Rosa  fres- 
ca, así  mesmo  nueva  y  muy  graciosa.  Ninguna  destas  glosas  trae 
el  nombre  de  quien  las  hizo,  porque  son  de  tales  personas  que 
huelgan  que  se  vean  sus  obras  y  se  encubran  sus  nombres, 
1530. 

Ya  sabes  ,  querido  Pascual ,  que  de  Campo-Alange  copié  el 
precioso  y  único  libro  que  existe  de  esta  clase  de  composiciones^ 
pues  aunque  en  la  librería  de  Heber  se  hayan  encontrado  estos 
arriba  apuntados  y  los  demás  que  me  adquiriste  y  poseo,  siem- 
pre será  cierto  que  aquel  contiene  composiciones  enteramente 
desconocidas.  Por  lo  mismo  me  he  encontrado  que  las  coplas 
de  las  Comadres  de  Reinosa  las  tenía  copiadas  ,  y  aunque  esto 
no  le  quita  el  mérito,  siempre  hubiera  preferido  adquirir  otra  ' 
joya  más  de  las  que  no  conocía.  Para  evitar  esto  es  para  io  que 
me  he  tomado  el  trabajo  de  copiarte  los  títulos  de  las  composi- 
ciones peregrinas  que,  por  no  conocerlas  yo,  es  preciso  adquirir 
ó  copiármelas.  Para  lograr  que  las  deje  copiar  el  judío  Thorp, 
puedes  comprar  los  cuatro  ó  seis  anteriores  que  no  son  de  glo- 
sas ^  pues  estas  siempre  valen  menos,  y  lo  menos  curioso  lo  pue- 
des hacer  copiar.  No  se  puede  com^^rar  todo  esto^  porque  el 
precio  es  una  locura.  Para  nuestro  objeto  basta  la  adquisición 
de  unas  y  la  copia  de  otras  de  tales  composiciones.  Siempre  será 
cierto  que  poseeremos  la  colección  más  completa  y  rica  de 
una  especie  de  literatura  tan  desconocida  casi  como  la  aljamia- 
da. Ten  cuidado,  sin  embargo,  de  que  las  copias  sean  escrupu- 
losamente hechas.  En  las  que  me  enviastes  distaba  mucho  de 
esto  su  exactitud;  faltan  palabras,  y  aun  versos  enteros.  Para 
no  dejar  pendiente  en  este  particular  nada ,  te  añadiré  que  en- 
tre las  cosas  curiosísimas  que   me  copiaste  hay  unos  cánticos 


APÉNDICES.  353 

que  dicen  Cancionero  de  Galanes,  etc.,  y  de  éste  no  aparece 
copiado  sino  dos  composiciones,  y  es  preciso  que  revuelvas  el 
mundo  hasta  tropezar  con  el  original  y  hacérmelo  copiar  de 
cabo  á  rabo. 

He  recibido  tus  dos  cartitas ,  números  5  y  6  ,  una  por  mano 
de  las  de  Marke,  y  la  otra  por  dirección  del  inglés  que  me  men- 
cionas ,  y  que  entregaría  á  Machado,  pues  la  recibí  por  casa  de 
Heredia.  Aún  todavía  no  ha  llegado  el  herejote  de  ese  inglés 
por  aquí,  y  por  consecuencia  no  he  recibido  ni  los  impresos  que 
me  anuncias,  ni  esa  carta  sobre  libros  que  deseo  leer.  Esto 
es  una  contrariedad  que  nos  perjudica.  Ya  habrás  recibido 
los  dos  volúmenes  de  mis  dos  cartas  gemelas  ,  que  bautizo  con 
los  números  i  y  2 ,  y  por  ellaí.  verás  que  necesitas  responderme 
pronto  y  largo,  si  hemos  de  acometer  algo  de  provecho  en  ma- 
teria de  libros.  Entre  tanto  ,  te  diré  que  he  hecho  una  cosa 
heroica.  Voy  á  participártela  ,  porque  he  contado  contigo  (como 
cuento  en  todo)  para  ella ,  y  para  el  proyecto  que  he  forma- 
do. He  comprado  de  la  librería  de  Gámez  por  valor  de  36,000 
reales  de  aprecio  y  12,000  efectivos,  sirviéndome  de  corredor 
el  amigo  D.Jerónimo.  Por  supuesto  que  había  desaparecido  mu- 
cho bueno;  pero,  sin  embargo,  hemos  adquirido  mucho  tam- 
bién. De  libros  de  caballería  he  atrapado  el  Don  Clarimundo, 
el  Clarisel  de  Bretaña ,  el  Palmerín  de  Oliva,  y  el  Don  Policis- 
ne  de  Beocia.  Hemos  atrapado  de  manuscritos  :  La  guerra  tro- 
yana,  de  Hita,  en  verso;  la  Conquista  de  Granada,  por  Colla- 
do, y  el  Gafrido  de  Cauliaco.  Hemos  tomado  los  Triunfos  de 
Fregenal ,  los  Cuarenta  cantos  de  Fuentes ,  y  algunos  cancio- 
neros manuscritos.  He  juntado,  con  lo  adquirido  aquí  y  con  lo 
que  yo  poseía ,  una  colección  de  crónicas  y  de  historias  ^  la  más 
copiosa  y  rara  que  puedes  pensarte ;  y  ahora  me  dirás  :  i  estás 
loco???  Te  responderé,  pues,  que  la  baja  es  bastante  conside- 
rable para   sacar  el  importe  en  cualquier  mercado,   y  después, 

-  XII  -  23 


354  ^^EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

que  he  pensado  que  con  nuestros  conocimientos  adquiridos  y 
con  las  herramientas  que  ya  tenemos  y  que  podemos  aún  alle- 
gar, estamos  en  el  caso  de  poder  nosotros  dos  escribir  una  His-^ 
toria  de  la  Literatura  EspaíioJa,  la  más  consciencieuse  y  mejor 
rumiada  que  exista ,  y  que  acertando  á  escribirla  con  un  poco 
de  sabor ,  habremos  hecho  una  obra  que  nos  asegure  claro  y 
duradero  renombre.  Los  Cancioneros  de  Castillo  y  Llavia  y  En- 
cina habían  desaparecido;  pero  como  yo  tengo  el  de  1574  de 
Amberes,  y  después^  concordados  con  él,  los  antiguos  y  poste- 
riores ,  este  ramo  lo  tenemos  al  corriente.  Romanceros  genera- 
les hay  los  de  1599,  '^*^2  7  ^^'4  »  pe^<^  con  unos  precios  dispa- 
ratados ,  como  de  4,000  rs. ,  estando  defectuosos;  pero  ya  re- 
cordarás que  tengo  un  ejemplar  del  de  16 14,  y  después  copiado 
el  de  Madrigal ,  ó  sea  su  segunda  parte.  Ahora  he  adquirido  el 
Romancero  de  Ledesma.  Esto  supuesto,  ya  ves  que  tu  vigilan- 
cia debe  ahora  multiplicarse  en  esa  Babilonia  para  adquirir  de 
libros  de  caballerías,  y  de  romances  y  novelas^  cuanto  se  pre- 
sente á  regular  precio. 

Octubre  4. 

Mis  tesoros  en  este  ramo  ya  sabes  que  pueden  competir  con 
los  más  peregrinos.  Te  principio  á  escribir  veinte  días  después 
de  la  fecha  que  está  en  cabeza.  En  ese  tiempo  he  recibido  tu 
última,  núm.  7  ,  y  poco  después  los  Catálogos,  los  Moriscos  y 
las  pruebas  de  tu  obra.  Anteriormente  había  recibido  también 
las  dos  pequeñas  cartas  venidas  por  conducto  de  PenroseMarke. 
La  del  núm.  7,  que  traía  un  sobre  interior  para  Heredia,  ha 
costado  un  dineral.  Dice  Heredia  que  pongas  el  sobre  á  Macha- 
do, con  dirección  á  D.  M.  A.  Heredia,  y  que  saldrán  más  ba- 
ratas. Ya  recibí  una  así ,  aunque  no  debemos  perder  ocasión  de 
aprovecharnos  de  la  amabilidad  de  Penrose.  Este  me  ha  asegu- 


APÉNDICES.  355 

rado  que  te  dirá  el  modo  de  que  le  remitas  la  correspondencia 
mía  libre  de  porte.  He  leído  tu  carta  con  la  atención  que  me- 
rece. Ya  he  escrito  á  Madrid  para  ver  de  hallar  los  tesoros  de 
librerí  a  que  ahí  tienen  valor  y  poderlos  remitir.  Si  el  año  pa- 
sado me  hubieras  indicado  algo  de  eso,  hubiéramos  hecho  bue- 
nas adquisiciones  en  el  ramo  de  Santos  Padres  y  Biblias.  Entre 
tanto,  será  bueno  que  me  adquieras  el  Brunet ,  como  tú  mismo 
me  avisas.  Sin  esto,  es  andar  á  ciegas.  Al  ver  la  mala  espe- 
ranza que  me  das  con  la  remesa  de  libros  cuya  lista  te  remití, 
suspendo  el  enviártelos.  Sería  muy  duro  que  nos  costase  el  di- 
nero el  primer  ensayo.  El  San  Juan  Crisóstomo  y  el  Focio  eran 
muy  buenos ,  y  las  Plantinianas  y  Elzevirianas  ya  sabemos  lo 
que  es.  Creo  que  ese  librero  miró  muy  por  cima  la  lista.  Estoy 
aquí  sondando  la  librería  dei  canónigo  Yera ,  que  existe  en  la 
mayor  parte.  Los  precios  son  subidos ,  pero  tiene  todos  los  ar- 
tículos buscados  en  ciencias  eclesiásticas.  Los  herederos  se  en- 
cuentran fuera ,  en  un  pueblecillo  de  la  montaña ,  y  mientras 
van  y  vienen  las  cartas  es  un  siglo.  Hay  Santos  Padres  Bene- 
dictinos,  hay  una  Políglota  Antuerpiana,  y  hay  un  Herculano 
completo.  Este  artículo,  ¿tiene  valor  en  esa  Babilonia??? 

Octubre  12. 

Queridísimo  Pascual :  Matilde  ha  parido  un  chico,  á  quien  se 
le  ha  puesto  Serafín.  Con  este  incidente  he  tenido  que  olvi- 
dar por  unos  días  los  Catálogos ,  tus  pruebas  y  los  Moriscos. 
Entre  tanto  te  diré  que  he  adquirido  un  gran  número  de  artícu- 
los raros,  y  rarísimos  en  historia.  La  crónica  de  Navarra^  de 
Ramire^  de  la  Piscina,  manuscrita;  una  crónica  del  Cura  de  los 
Palacios ,  ídem,  y  de  la  que  tú  me  hablabas  en  una  de  tus  an- 
teriores ;  otra  de  Diego  Enríquez  del  Castillo,  asimismo  manus- 
crita. La  vida  del  marqués  de  Pescara  ,  primera  edición  ,  que  es 


356  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

la  traducida  por  Valles.   La  de  D.  Juan  el  Segundo,  edición  de 
Logroño ,  y   algunas   historias  de   ciudades.    Pero  el  verdadero 
hallazgo  está  en  un  manuscrito  de  letra  del  siglo  xvi ,  que  dice 
así  :   Cronicón  de  7  Reyes  de  Castilla  y  de  León ,  y  luego  Cró- 
nica  del  Rey  D   Alfonso  VI,  que  ganó  á  Toledo  ¿Anacephaleosis^ 
((Era  libro  de  grande  antigüedad,  del  que  se  copiaron  estas  cró- 
*nicas,    primera  del    Rey  D.  Alfonso  el  VI,  que  ganó  á   To- 
))ledo,  estaba  sin  principio  veintidós  fojas  atrás  en  el  discur- 
))so  de   la  historia  ,  como  iré  notando  ;    otras    muy  maltrata- 
))das ,  que  se  han  de  leer  con  gran   trabajo  ;  no  lo  perdonaré; 
«porque   queda   en   la  libreria,   que  si  fuera  entero,  era  á  mi 
ajuicio    inestimable ,  viniendo  al   caso   en  el    nombre  de  Dios; 
«comienzo  el  libro  ¿  Anacephaleosis?  d'esta  manera:  «Cuéntala 
«historia  que  por  la  borden  mesma,  etc.  ,»  y  cada  párrafo  dice 
cuenta  la  historia.  Por  esta  señal  conocerás  que  debe  haber, 
como  lo  hay  efectivamente,   mucho  arabismo  en  todo  el  libro, 
que  tendrá  180  fojas   de  letra  muy  metida.    La    Historia  llega 
hasta  doña    Berenguela ,  madre  de  D.   Fernando.  También  he 
adquirido  en  otra  bolichada  la  crónica  de  Hespania,  por  Mossen 
Diego  de  Valera,  edición  de  1505  ;  una  historia  manuscrita  de 
fines  del  siglo   xv  de   los    Reyes  Católicos^  falta  de  una  ó  dos 
hojas ,  que  tengo  que  ver  si  será  la  de  un  tal  Valles ,  que  des- 
pués se  imprimió,  y  las  crónicas  de  San  Fernando  y  de  D.San- 
cho el  Bravo  y  D.  Fernando  el  de   los  Caravajales.   ¿Qué  tal? 
Pues  oye  :  además  he  adquirido  un  manuscrito    del  siglo  xiv^ 
ó  acaso  anterior ,   que  es  la  traducción   del  Bocacio ,    Cayda   de 
Principes  ;  y  en  la  portada ,  con  letra  del  siglo  xvi ,  el  resto  de 
un  letrero,  pues  no  está  integro;  que  dice  :  «....ñera  de  hablar 
antigua  de  España  ,    y  así  se    debe  mucho  estimar    como  cosa 
tan  antigua  y  buena ,  y  el  que   lo   tuviera   téngale  en  mucho, 
que  cierto  es  de  estimar.  Fué  el  autor  dé!  Juan  Bocacio,  discí- 
pulo  del    Petrarca^  como    él    mismo  lo   dice    en   el   capítu- 


APÉNDICES.  357 

lo  LVí , »  etc.  Este  precioso  libro  tiene  encarnadas  las  rúbricas 
de  los  capítulos ,  pero  algunos  no  vienen  bien  con  el  índice  de 
ellos.  El  papel  es  de  algodón,  de    mucho   cuerpo,  y  las  fojas 
están  numeradas  á  lo  romano,  pero    de  mano  muy  posterior. 
No  sé  de  quién  podrá  ser  esta  traducción.   El  lenguaje  es  de 
los  tiempos  del  conde  Lucanor.  En  fin  :   es  un  tesoro.  Tengo 
la  crónica  de  Muntaner  ;  pero  es  tan  rara,  y  mi  colección....  en 
este  género  es  tan  copiosa,   que  no  me  atrevo  á  deshacerme  de 
ella.  El  conde  Lucanor  lo  tengo  también,  pero  no  duplicado.  El 
tuyo  lo  tendrás  guardado,   pues  á  mi  mano  no  llegó.   Lo  ten- 
drá Castellanos.    El  núm,  2  manuscrito   lo  cambié  con  Usoz. 
Sin  embargo,  es    libro  que    puede   adquirirse   por  seis   duros 
aquí,  es  decir,  en  Madrid,  y  siempre   es  buena  ganancia.  Ten 
presente  que  hay  dos  ediciones,  la  primera  de  1580  y  tantos,  y 
la  otra   con  notas  y  otras  curiosidades,  de  Argote  de  Molina. 
De  éste  he  adquirido  varios  opúsculos   inéditos.  En  cuanto  á 
literatura  amena,  sólo  he  podido  haber  á  las  manos  El  asalto 
y  conquista  de    Antequera  por  Rodrigo  Carbajal.    Es  de  los  li- 
bros más  raros   de  nuestra  literatura,  y  ni  por  veinte  libras  lo 
encontrarías.  Tú  conocerás  el  catálogo  de  Salva  ,  publicado  en 
183Ó.  De  éste    he   tomado   algunos  antiguos  nada  más,  pues 
todo  lo  curioso  estaba  vendido.  Sin  embargo,  he  comprado  de 
allí  el  núm.    15 14,   Crónica  de  D.  Francés  de  Zúñiga.  Yo  me 
figuraba  que  sería  un  libro  de  historia ,  cuando  me    encuen- 
tro un  manuscrito  de  mediados  del  siglo  xvi ,  y  no  del  xvu,  como 
dice  Salva,  remedando  la  intención  y  objeto  del  Centón  Episto- 
lario del  Br.  de  Cibdad  Real,  siendo  el  teatro  la  corte  de  Car- 
los V.  Estoy  averiguando    si  existió    tal  autor  ,  ó  si  todo  es 
una   ficción.    Nuestra   literatura   es   todo    problemas.    Encua- 
dernadas ,  en  medio  de  este  libro ,    hay  seis  novelas  en  verso 
por   el  mismo  estilo    que    la  del   Corderito  que  conoces  y  yo 
poseo ;   es  decir,  que   son   tan   lascivas ,  graciosas  y  picantes 


35^  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

como  las  de  Casti.   ¡  Qué  buenos  ratos  pasaremos  si  nos  vol- 
vemos á  reunir!!! 

No  necesitas  autorización  mía  para  adquirirme  las  Mtl  y  una 
noches,  pues  ya  desde  Madrid  te  había  indicado  lo  conveniente 
que  su  adquisición  me  sería.  Las  novelas  de  Bocacio  es  preciso 
que  las  compres,  si  se  presenta  alguna  proporción.  Gomóla  lista 
de  los  libros  que  te  iba  á  remitir  da  luz  bastante,  y  estos  libros 
eran  para  cambiar ,  puedes  ver  si  te  hacen  proposiciones  de 
cambio  con  algunos  de  los  antiguos  que  la  lista  contiene,  y  en- 
tonces con  ellos  y  alguna  otra  cosa  que  adquiera  para  entonces, 
te  haré  un  pequeño  paquete  para  remitírtelo  á  la  primera  oca- 
sión. Esta  es  la  manera  de  ahorrarse  de  fletes  en  balde  y  de 
otras  pérdidas. 

Octubre  23. 

Hoy,  querido  Pascual ,  cierro  esta  y  la  envío  por  mano  de 
Penrose  Marke.  Por  las  adquisiciones  que  he  hecho  en  historia 
y  crónicas  ,  puedes  ver  que  estamos  en  el  caso  de  emprender 
una  colección  de  éstas ,  prosiguiendo  el  proyecto  de  Sancha  y 
caminando ,  aunque  más  de  prisa  ,  por  el  sendero  que  tiene 
trazado  la  Academia  de  la  Historia.  Yo  creo  que  poseo  cosas 
inapreciables  ,  siendo  una  de  ellas  la  Crónica  de  los  siete  Reyes, 
que  está  escrita  por  estilo  árabe ,  y  que  es  inédita  y  descono- 
cida. También  me  han  recogido  una  gramática  y  vocabulario 
de  P.  Alcalá,  ejemplar  perfecto  y  que  también  cambiaría  por 
artículos  que  guardaran  proporción  con  su  alto  precio ;  ya  sa- 
bes que  Salva  le  asigna  á  uno  que  tiene  200  francos.  Si  el  libre- 
ro Thorp  quisiera,  le  cambiaría  el  Duarte  Día^ ,  Conquista  de 
Granada ,  el  Celidón  de  Hihernia ,  el  ejemplar  falto  que  tú  cui- 
darías de  completar  copiando  del  otro  las  cuatro  hojas  que  fal- 
tan,  el  Don  Philesbián  y   la    Crónica  esa  del  rey  D.  Alfonso, 


APÉNDICES.  359 

cuidando  antes  de  averiguar  que  no  es  la  de  Villaizán.  Este 
articulo  adquiriría  mayor  mérito  si  pensásemos  publicar  algu- 
nas crónicas.  Si  en  estos  cambios  hubiese  déficit  de  parte  mía 
se  saldará  con  dinero.  No  quiero  olvidar  de  decirte  que  muchos 
de  los  artículos  que  he  debido  recoger  de  en  casa  de  Gámez 
me  los  han  fullereado  por  la  inadvertencia  del  D.  Jerónimo.  Aca- 
so me  enrede  en  pleito.  Como  tengo  tantas  cosas  en  el  magín 
siempre  que  comienzo  á  escribirte,  se  atropellan  las  unas  á  las 
otras,  y  algunas  quedan  trasconejadas.  Digo  esto  porque  se  me 
olvidaba  decirte  que  tengo  también  por  cambiar  un  Cancione- 
ro de  Luzón,  impreso  en  Burgos  por  Juan  de  Junta  en  1508, 
y  del  cual  pienso  haberte  hablado  en  otra  ocasión.  A  pro- 
pósito de  esto ,  te  diré  que  entre  los  versos  que  me  enviaste 
últimamente  copiados  _,  venía  una  composición  sacada  del  Can- 
cionero de  Galanes,  ¿  Por  qué  no  me  lo  haces  copiar  todo ,  ó 
no  lo  compras  si  está  de  venta  ?  ¿  De  dónde  hiciste  copiar  esta 
composición  ?  Desde  el  año  pasado  te  tengo  encargado  el 
Cancionero  de  Enamorados  ;  me  dijiste  tú  que  estaba  de  venta 
y  no  lo  adquiriste,  y  creo  que  llegó  á  tiempo  la  remesa  de  los 
2,000  rs.  El  Manojuelo  de  romances  también  es  cosa  que  quiero 
poseer.  Creo  que  con  las  indicaciones  mías  y  conocimiento  que 
tienes  de  m.i  gusto  y  de  mis  trabajos ,  puedes  hacer  la  elección 
conveniente  entre  los  artículos  que  se  presenten,  si  no  da  lugar 
á  consultarme  ó  á  proporcionar  el  dinerillo  oportuno  hasta  que 
yo  libre.  Ahora  sólo  te  repetiré  que  de  estos  romances  y  trovas 
de  Thorp  elijas  poco  y  ninguna  glosa,  á  no  ser  que  los  dé  muy 
baratos,  haciendo  copiar  lo  que  te  parezca  ,  de  modo  que  haya 
seis  de  esta  clase  por  uno  que  compres.  El  Cancionero  de  Gala^ 
ne^ ,  el  de  Enamorados,  el  Manojuelo  de  romances ,  el  Romancero 
de  Quirós  ,  el  Cancionero  de  Maldonado,  las  Novelas  de  Boca- 
cio^  y  no  menciono  el  Romancero  de  Pinto,  porque  ya  lo  habrás 
adquirido.    El  Manuscrito  de  poesías  del  siglo  xv  que  tú  tienes 


360  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

¿es  el  mismo  que  pone  Thorp  en  su  catálogo?  Si  es  diverso, 
deberías  copiar  lo  que  esté  inédito.  Puesto  que  se  habla  de  in- 
éditos, te  diré  que  abras  la  edición  del  Centón  Epistolario  en  la 
Vida  de  Fernán  Pére^  de  Guarnan,  y  leas  en  la  pág.  191  el 
párrafo  que  principia:  ((Ninguno  de  estos  libros.,.,»  Aquel 
tomo,  que  estaba  en  el  Escorial ,  libro  precioso  y  solitario  ,  se 
perdió  en  Sevilla  entre  los  papeles  de  Gallardo,  y  unas  cuantas 
fojas  las  compró  y  conserva  un  curioso  eminentísimo  de  aquella 
ciudad,  tan  medroso  y  recatado,  que  no  he  podido  saber  quién 
sea,  á  pesar  de  mis  diligencias  eficaces,  bien  que  por  segunda 
mano  me  permitió  copiar  aquellos  venerables  versos  de  nuestra 
antigua  poesía  ,  y  entre  los  cuales  hay  una  canción  de  F,  Iñigo 
de  Mendoza  (diferente  del  otro),  dirigida  á  la  reina  doña  Isabel 
sobre  las  turbulencias  de  aquel  tiempo,  que  es  cosa  divina.  To- 
das las  fojas  que  quedan  están  anotadas  y  foliadas  por  mano 
de  Gallardo  y  de  lápiz.  Principian  por  el  número  quince  y  con- 
cluyen en  el  cuarenta  y  tantos,  dejando  mutilada  una  composi- 
ción. Como  el  editor  del  Centón  Epistolario  no  cita  sino  las  obras 
de  Fernán  Pérez  de  Guzmán,  no  podemos  saber  ni  apreciar  lo 
perdido.  De  este  autor  comienza  lo  conservado  por  algunos 
himnos;  de  manera  que  lo  perdido  debe  reducirse,  en  cuanto 
á  él ,  solamente  á  las  coplas  de  Vicios  y  Virtudes.  Mi  copia  nos 
asegura  estos  tesoros.  El  original  se  conoce  que  fué  impresión 
de  lujo.  El  papel  es  hermoso  y  de  mucho  cuerpo,  y  la  estampa 
vistosísima.  Parece  imposible  que  se  tirase  un  solo  ejemplar  de 
tal  libro,  y  si  se  tiraron  más  y  el  asunto  es  de  los  que  no  me- 
recían las  garras  de  la  Inquisición,  ¿cómo  es  que  no  se  conser- 
va algún  otro  ejemplar  por  bibliotecas  y  archivos?  Este  es 
uno  délos  infinitos  problemas  de  nuestra  literatura  y  erudición 
bibliográfica.  Entre  los  libros  que  dejé  aquí  y  felizmente  he 
encontrado,  á  trueque  de  otros  varios  perdidos ,  es  uno  el  Pe- 
dro Espinosa,  Flores  de  poetas  ilustres.  Te  anticipo  también  que 


APÉNDICES.  361 

acaso  recogeré  un  expediente  original  de  la  expulsión  de  los 
nnoriscos  en  una  ciudad  principal  de  Andalucía,  y  la  causa  que 
se  formó  á  un  canónigo  por  haber  ocultado  una  Morisca  her- 
mosa. Te  avisaré  cuando  lleguen  á  mis  manos  estos  tesoros.  Si 
sale  por  ahí  la  Conquista  de  Granada,  por  Afán  de  Ribera,  cóm- 
prala también ,  bajando  ó  siendo  cosa  de  una  libra.  Teniendo,  ó 
esto,  ó  el  Duarte  Día:(  y  el  Manuscrito  que  he  comprado  de  la  li- 
brería de  Gámez,  Conquista  de  Granada ,  por  Agustín  Collado, 
tengo  cuanto  se  ha  escrito  de  algún  provecho  sobre  el  mejor 
asunto  épico  que  tiene  toda  la  historia  occidental. 

No  te  podrás  quejar  de  mi  pluma  ni  de  mi  abundancia  escri- 
turil.  Aprende  á  imitarme.  Penrose  m.e  dice  que  te  incluirá  una 
esquela  advirtiéndote  cómo  me  has  de  poner  el  sobrescrito. 
Esto  es  bueno,   pues  ahorra  algunos  cuartos. 

Matilde  sigue  tan  mejorada  ,  y  el  chico ,  aunque  delgadito, 
porque  se  adelantó  el  parto,  se  encuentra  robusto  y  con  buena 
voluntad  de  vivir,  siendo  tan  tragón  como  su  padre.  La  carilla 
no  ha  salido  tan  opaca  como  la  casta  daba  á  presumir.  En  fin: 
ya  tengo  un  árabe  en  miniatura  para  que  galantee  á  tu  hija. 
Besos  á  ésta  y  memorias  á  Fanny,  mías  y  de  Matilde,  que  aún 
sigue  casi  en  cama.  Tuyo,  tuyo, 

Serafín. 


MÁLAGA  30  de  Noviembre  de  1839. 

Me  has  dejado  en  la  inquietud  mayor  que  te  puedes  figurar, 
querido  Pascual,  con  tu  carta  de  24  del  pasado.  Aunque  tu 
vida  tan  atareada  y  sedentaria  no  me  agradaba  de  ningún  mo- 
do, jamás  pude  sospechar  que  te  retocases  de  los  nervios  ;  pero 
ya  que  esto  ha  sucedido ,  es  preciso  que  tomes  precauciones 
para  lo  venidero.  Tú  sabes  que  yo  soy  tragón ,  que  uso  de  la 


362  <(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

vida  y  que  no  soy  nada  aprensivo,  y  sin  embargo  de  tener  más 
años  que  tú  y  de  haber  pasado  muchas  fatigas,  me  ves  con  una 
salud  como  un  toro.  Pues  bien :  esto  lo  debo  al  ejercicio,  y  al 
ejercicio  acelerado.  El  día  que  hago  un  exceso  en  la  comida, 
aquel  día  duplico  mi  dosis  de  paseo,  y  quedo  bueno.  Esto  mis- 
mo has  de  hacer  tú  ,  que  como  te  andes  diariamente  una  legua, 
y  á  paso  redoblado ,  yo  te  aseguro  largos  y  saludables  años  de 
vida.  En  estos  últimos  días  que  he  dejado  de  pasear  por  el  mal 
tiempo,  ya  me  siento  algo  pesado,  cosa  que  remediaré  inmedia- 
tamente. Sacude  la  pereza  y  abraza  este  método,  y  verás  qué 
bien  te  va  ;  teniendo  cuidado  de  remudar^  esto  es,  de  no  hacer 
siempre  á  una  misma  hora  la  comida  fuerte.  Un  día  cargar  la 
mano  en  el  almuerzo,  otro  al  mediodía  ;  y  aunque  de  tarde  en 
tarde  lo  hagas  en  la  cena,  no  tengas  cuidado.  Estos  son  reme- 
dios moriscos,  y  por  lo  mismo  deben  serte  más  aceptables  ,  ade- 
más de  la  experiencia  que  ya  tienen  acreditada  en  mi  persona. 
He  notado  la  nota  tuya ,  y  el  pasaje  de  la  carta  de  Fanny,  que 
hablan  de  os  encajes.  Sabrás  que  hace  dos  años  se  presentó 
en  casa  de  Sanz  ,  en  las  Carnecerías  de  aquí,  tienda  de  blondas, 
una  señora  inglesa ,  que  por  extravagancia  dijo  que  quería  ver 
los  viejos  alguaciles  del  establecimiento,  l.e  sacaron  encajes, 
blondas  de  hace  tres  siglos  ,  cosas  arrumbadas ;  y  por  extrava- 
gancia dijo  también  que  los  compraría.  Hizo  empleo  por  ocho 
ó  diez  mil  reales ,  y  á  los  pocos  días  llegó  Juan  Sanz  de  París, 
en  donde  ya  había  percibido  el  gusto  por  esas  antiguas  maneras 
de  lujo,  y  contando  con  seis  ó  siete  mil  duros  de  su  blondaje,  se 
encontró  con  que  la  extravagancia  de  la  inglesa  le  había  ahorrado 
de  tal  fastidio.  Esto  es  decirte  que  ya  esto  está  vendimiado  en 
ese  ramo  también ,  y  á  duras  penas  Matilde  ha  encontrado  un 
poquito  de  encaje,  que  envía  de  recuerdo  á  tu  mujer.  Como  to- 
davía no  he  recibido  contestación  á  la  mía  muy  larga  del  20  de 
Octubre,  principiada  á  escribir  en  Setiembre,  no  sé  qué  razón 


APÉNDICES.  363 

me  darás  del  librero  Thorp  respecto  á  los  romances  góticos 
que  aún  conservaba  ;  pero  es  el  caso  que  Salva,  desde  París, 
me  ofrece  en  venta  los  mismos  artículos  ,  ú  otros  semejantes; 
de  manera  que  he  llegado  á  pensar  si  el  librero  de  París  habrá 
hecho  ancheta  con  el  judío  de  Londres.  Cada  autógrafo  lo  ha 
bautizado  con  70  francos,  y  algunos  con  85  francos  :  de  modo 
que  si  no  te  has  quedado  con  copia ,  vamos  á  tener  que  tirar 
aquí  treinta  ó  cuarenta  duros  para  lograr  el  derecho  de  tras- 
cribir. Escríbeme  al  punto  sobre  esto,  pues  no  quiero  perder 
tiempo,  y  que  en  París  se  vendan  estos  joyeles  solitarios  sin 
poder  luego  allegar  copia.  Echo  de  menos  en  la  lista  que  me 
ha  enviado  Salva  dos  artículos  en  este  género,  á  saber  :  Mu- 
chas maneras  de  romances ,  coplas  e  villancicos  de  diversos  auto- 
res ,  y  Peralta  (Luís),  Glosa  sobre  el  romance  de  Fajardo,  sobre 
la  conquista  de  Granada,  A  toda  costa  es  necesario  que  me  hagas 
sacar  copia  de  estas  dos  composiciones. 

Dos  días  antes  de  recibir  la  ya  citada  del  24,  en  que  me 
anunciabas  tu  enfermedad ,  recibí  otra ,  vía  Madrid ,  con  sobre 
de  la  letra  cuya  muestra  va  adjunta,  y  que  contiene  una  Ro- 
gativa para  tiempo  de  seca ,  y  unos  pedazos  de  romances  copia- 
dos. La  carta  principia:  «Querido  Serafín.  Vaya  una  carta, 
sobre  un  pedazo  de  romance ,  que  empecé  á  copiar  y  se  me 
echó  á  perder  ,»  etc.  i  En  qué  época  me  mandastes  esta  carta ,  y 
los  fragmentos  de  romances  que  la  acompañaban  ?  Yo  creo  que 
me  hallaba  todavía  en  Sevilla ,  y  estos  papeles  hubistes  de  en- 
tregarlos á  persona  que  abrió  la  carta ,  y  al  cabo  de  dos  años  se 
le  ha  antojado  remitir  los  pedazos  que  no  se  le  han  extraviado. 
Estos  pedazos  son  tres.  La  letra  del  sobre  la  conozco  ,  pero  no 
recuerdo  de  quién  sea.  Tú  me  sacarás  de  esta  duda  con  el  ¿5/¿- 
cimen  que  te  remito.  Ya  creo  que  me  mirarás  con  algún  res- 
peto viendo  las  cosas  curiosas ,  peregrinas  y  aun  solitarias  que 
poseo.  Si  algún  día  nos  reunimos,  ¡  qué  buenos  ratos  hemos  de 


364  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

pasar;  qué  servicios  no  podremos  hacer  á  nuestra  historia  y  lite- 
ratura ,  si  tenemos  tiempo  ,  y  algunos  medios  !!!  Después  de  mí 
anterior  he  adquirido  las  poesías  de  Francisco  Aldana_,  El  coro 
de  las  Musas  de  Barrios .  libro  que  tú  vistes  en  Burgos,  y  el 
Espejo  de  Príncipes  y  Caballeros,  libro  de  Caballerías  ,  con  otros 
varios  libros  curiosos  de  que  sería  largo  hacerte  mención.  Ahora 
voy  á  adquirir  la  traducción  del  siglo  xvi  que  hay  de  la  Caída 
de  Príncipes,  para  cotejarla  con  mi  manuscrito  inapreciable. 
Supongo  que  no  te  olvidarás  de  mis  anteriores  encargos  del 
Dante  y  otros  librejos  del  judío  Thorp.  Si  puedes  adquirirme 
aquellos  romanceros  manuscritos  que  me  indicaste  antes ,  y  el 
Cancionero  de  Enamorados,  no   lo  descuides. 

Aquí  ya  habrás  sabido  el  nuevo  sacudimiento.  Los  modera- 
dos han  sacado  la  cabeza  y  se  preparan  á  combatir  en  el  campo 
electoral,  y  si  es  necesario  en  las  calles  y  en  el  campo.  Tal  es, 
al  menos,  su  bello  propósito;  veremos  á  ver  si  lo  cumplen. 
Aquí  piensan  presentarme  y  sacarme  á  todo  trance  por  dipu- 
tado. En  el  estado  de  mi  fortuna  ,  y  viendo  que  se  me  cierran 
todas  las  puertas,  tengo  que  cerrar  los  ojos  y  dejarme  ir.  Si 
yo  pudiera  contar  siquiera  con  igual  renta  que  vosotros ,  ya  me 
tendrías  en  Londres,  viviendo  y  trabajando  de  mitadilla,  ahor- 
cando la  política  ,  y  entregándome  á  las  letras  y  al  estudio. 

Volviendo  á  la  conversación  favorita  de  los  libros ,  te  diré 
que  en  París ^  y  en  casa  de  Salva,  he  comprado  el  Ariosto, 
traducido  por  Nicolás  Espinosa  ,  cuya  segunda  parte  es  rarísi- 
ma. Te  advierto  que  acaso  podamos  adquirir  el  misal  que  es- 
taba en  la  red  de  San  Luís ,  y  que  estoy  á  los  alcances  de  los 
manuscritos  de  Salamanca.  De  esto,  si  hacemos  negocio,  saca- 
remos en  dinero  metálico  la  parte  principal ,  que  vendrá  á  punto 
para  seguir  la  especulación ,  y  la  ganancia  la  emplearemos  en 
ese  mercado  en  libros  de  nuestro  gusto.  D.Jerónimo  me  dice 
que  le  piden  700  reales  las  personas  á  cuyo  poder  ha  ido  el  mi- 


APÉNDICES.  ^6^ 

sal.  Ahora  mismo  acabo  de  recibir  carta  de  D.Jerónimo,  y  me 
dice  que  en  Salamanca  no  parece  manuscrito  alguno  de  Ta- 
vira.  Según  la  carta  de  su  corresponsal  que  tengo  á  ia  vista, 
cree  que  no  ha  hecho  la  diligencia  bien.  Se  repetirá.  Nada  me 
has  dicho  de  mi  novela  :  ¡  qué  descuidado  eres !! !  Mi  chico  sigue 
criándose  muy  bien  :  ¡  qué  lástima  que  tu  Emilia  no  hubiese 
nacido  ahora  ! ! !  ¡  Qué  colonia  de  arahi-hispano-ingleses  había- 
mos de  formar!!!  Por  si  es  tiempo  todavía,  dime  en  la  primera 
que  me  escribas  en  qué  casa  ó  librería  de  Salamanca  estaban  esos 
manuscritos  en  vitela  de  Santos  Padres  que  pertenecieron  á 
Tavira.  En  la  que  me  hicistes  la  indicación  no  distes  las  señas 
que  en  lo  del  misal,  y  por  eso  éste  ha  parecido.  Vuelvo  á  en- 
cargarte que  estés  á  la  mira  de  algún  índice  ó  códices  de  Al- 
cázar, el  de  los  epigramas  ;  ello  es  que  este  Anacreonte  espa- 
ñol existía  á  mediados  del  siglo  pasado  en  manuscrito  por  nues- 
tras bibliotecas.  Lo  libre  de  sus  versos  y  picante  le  impedía 
imprimirse  íntegro  ,  y  esto  debe  estar  en  esa  Babilonia.  No  me 
has  enviado  la  carta  para  Castellanos:  ¿será  suya  la  letra  de 
ese  sobre  ?  Te  encargo  de  novelas  :  Ninfas  y  Pastores  de  Hena- 
res, la  Casa  de  Juego  y  los  Pastores  de  Guadalquivir.  Adiós, 
querido  Pascual;  ponte  bueno,  pues  estoy  en  una  zozobra  muy 
penosa  hasta  que  sepa  que  estás  completamente  bueno.  Pasea 
mucho  diariamente  de  prisa  hasta  trasudar.  Ayer  anduve  yo 
legua  y  media.  Por  el  próximo  correo,  contando  antes  con 
Penrose  y  su  amabilidad,  irá  el  encaje.  Son  tres  varas,  como 
para  una  pañoleta ,  3'  por  supuesto  que  no  es  de  lo  superior. 
Memorias  á  Fanny  y  besos  á  Emilia  ,  y  treinta  abrazos  para  ti 
de  tu  casi  hermano, 

Serafín. 


^66  «EL  SOLITARIO»   Y   SU   TIEMPO. 

MÁLAGA  13  de  Enero  de  1840. 

Hoy ,  querido  Pascual ,  he  tenido  un  gran  placer  y  me  has 
quitado  de  encima  una  gran  pesadilla.  He  recibido  tu  carta 
del  15  de  Diciembre,  y  me  ha  tranquilizado  respecto  de  tu 
enfermedad^  que  me  tenía  con  sumo  cuidado,  y  de  la  que  nada 
me  dices  en  tu  última.  Veo  que  no  has  recibido  la  que  te  es- 
cribí á  últimos  de  Noviembre ,  y  por  el  tiempo  que  echó  en 
llegar  á  tus  manos  la  muy  larga  mía  concluida  en  fines  de  Oc- 
tubre, observo  que  echan  doble  tiempo  las  cartas  por  el  con- 
ducto de  Penrose,  aunque  en  verdad  no  es  poco  alivio  el  ahorro 
de  portes  tan  subidos.  Si  es  cierto  que  los  portes  bajan  á  un 
penique  para  todas  partes  desde  i.o  del  corriente,  será  preciso 
multiplicar  nuestra  correspondencia.  Si  esto  no  es  así ,  prose- 
guiremos en  el  antiguo  método,  y  sólo  rogaré  á  Penrose  que  no 
se  descuide  en  remitir  á  tiempo  las  mías.  La  tuya  ,  que  ha  ve- 
nido via  Falmouth ,  ha  echado  también  un  mes  justo ,  cuando 
quince  días  eran  suficientes.  Aunque  Penrose  ha  quedado  en 
explicarte  el  modo  de  dirigirme  tus  cartas  por  su  medio  ,  cosa 
que  si  es  asequible  y  no  hay  variación  en  los  portes  será  muy 
buena  ,  sin  embargo ,  estimaría  mucho  que  la  respuesta  á  la 
mía  de  fines  de  Noviembre  viniera  muy  pronto ,  aunque  me 
costase  caro  el  porte.  Ya  conocerás  que  esto  lo  digo  para  saber 
si  Thorp  ha  vendido  sus  artículos  á  Salva,  y  para  que  aligeres 
cuanto  puedas,  si  esto  no  es  así,  el  copiarme  lo  que  te  indicaba 
y  adquirirme  algunos  de  los  artículos  más  interesantes.  Ya 
creo  que  me  tendrás  hasta  respondido  á  esta  carta  ,  y  de  un 
momento  á  otro  tendré  en  mis  manos  la  contestación.  Veo  los 
artículos  que  has  adquirido  por  mi  cuenta;  pero  te  advierto 
que  si  la  novela  de  Aurelio  é  Isabela  no  tiene  portada,  que  hagas 
por  buscar  un  ejemplar  que  la  tenga.  Fuera  ya  muy  pesado  el 
poner  una  lista  de  las  novelas  que  poseo ,  y  por  lo  tanto ,  vale 


APÉNDICES.  367 

más  hacerte  indicaciones  de  las  que  necesito.  Además  de  las 
notas  que  ya  tienes  mías  ,  y  de  las  que  acaso  te  repetiré  algunas 
aquí ,  quiero :  i  ,  los  Pastores  del  Guadalquivir,  por  un  tal  Saa- 
vedra;  2,  Ninfas  y  Pastores  de  Henares  ;  3 ,  las  de  Bocaccio; 
4,  El  Gallardo  Escarramán ,  que  es  comedia  ó  novela  dialoga- 
da; 5,  La  Flora  mal  sabidilla;  6,  La  incasable  mal  casada; 
7,  El  necio  bien  afortunado ;  8 ,  El  cortesano  descortés  ;  9 ,  La 
casa  de  placer  honesto;  10,  Pedro  Urdemalas;  ii,  El  caballero 
perfecto;  í2,  El  caballero  puntual;  13,  Boca  de  todas  verdades; 
¡4,  Carnestolendas  de  Madrid;  15^  Jornadas  alegres;  16,  Tar- 
des entretenidas ;  17,  Lisardo  enamorado;  18  ,  Las  harpías  de 
Madrid;  19,  El  licenciado  Talega;  20,  El  celoso,  por  Vaz  de  Ve- 
lasco ;  21,  Las  auroras  de  Diana;  22,  Lazarillo  de  Manzanares; 
23,  Excesos  amorosos  ;  24,  El  novelero;  25  ,  Vida  de  Carlos  y 
Rosaura,  ó  Retiro  lie  cuidados;  26,  Teatro  popular  de  nove- 
las; 27,  La  bella  Cotalda  ,  ó  Cerco  de  París;  28  ,  El  Menandro 
con  novela;  29,  Tragicomedia  de  Lisandro  y  Roselia;  30,  Clave- 
llinas de  Recreación;  31,  Sarao  de  Aranjuez;  32,  Tragedias  de 
amor,  ó  los  enamorados  Acrisio  y  Lisidora ;  ^},  Los  más  fieles 
amantes  Leucippe  y  Clitofonte ;  34  ,  Meriendas  del  ingenio; 
35,  Carnestolendas  de  Zaragoza;  ^6,  Carnestolendas  de  Casti- 
lla; 37,  Novelas  de  novelas;  38,  Ratos  de  recreación  ;  39,  Jo- 
coserias burlas;  40,  El  amor  enamorado;  41^  El  pastor  de  Cle- 
narda;  42,  Novelas  ejemplares  y  prodigiosas  historias,  de  Pina; 
43,  Cueva  encantada;  44,  Varias  fortunas;  45^  Epítome  de  las 
fábulas  de  la  antigüedad;  46,  Novelas  varias,  de  Cintia;  47,  E^ 
forastero,  por  Arnal  de  Bolea;  48,  Rumbos  peligrosos;  49,  La 
casa  de  Juego;  50,  El  coche  de  las  estafas.  Te  advierto  que  las 
Carnestolendas  de  Castilla,  por  Lucas  Hidalgo,  las  tengo,  y  que 
las  he  apuntado  porque  me  figuro  que  hay  otro  libro  de  entre- 
tenimiento con  el  mismo  título.  También  tendrás  cuidado  de 
atrapar  Proceso  de  cartas  de  amores,  prosa  y  verso,  y  la  Clara 


368  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Diana,  de  Fr.  Bartolomé  Ponce.  De  esas  no  velejas  de  tercer  or- 
den adquiéreme  El  Bobistán,  La  estafeta  del  Dios  Momo,  Corte 
en  la  aldea  y  El  buen  humor  de  las  Musas ,  que  todo  es  29  che- 
lines. La  Tertulia  de  la  aldea  no  es  cosa  útil ,  pero  sí  lo  puede 
ser  Lofrasso  Fortuna  de  amor,  por  8  chelines;  ya  que  Riego  pide 
un  disparate  por  la  edición  primera.  Te  advierto  que  tengo  La 
corte  en  la  aldea  ,  por  Morales  ,  y  así  desquitarás  esos  6  che- 
lines en  mi  pedido  Tengo  el  Boyardo  ,  traducido  por  Garrido 
de  Villena ,  y  también  las  primeras  empresas  suyas  ,  por  Pedro 
de  Calatayud.  Estas  dos  adquisiciones  las  he  hecho  en  casa  de 
Gámez;  pero  te  encargo  que  me  busques  las  Empresas  de  Or- 
lando, por  López  Enríquez,  y  el  Orlando  determinado,  por  Bo- 
lea y  Castro,  Zaragoza,  1578.  El  López  Enríquez  está  en  Va- 
lladolid,  1594.  Ahora  caigo,  al  estampar  estas  palabras,  que  este 
López  Enríquez  es  el  mismo  Calatayud  ,  y  ^or  consiguiente,  el 
encargo  debe  reducirse  al  Bolea  y  Castro.  Aún  no  he  visto  esas 
adquisiciones ,  porque  las  tengo  en  Madrid ,  y  por  esto  suelo 
tropezar ,  pues  mi  memoria ,  aunque  fiel ,  no  es  infalible.  Los 
Ratos  de  recreación  ,  de  Mondragón^  y  el  Novelas  de  novelas, 
por  Asensio,  también  los  tengo.  Ya  sé  yo  que  no  tengo  todo  lo 
que  hay  que  tener  con  el  Cancionero  de  Amberes  ;  pero  has  de 
saber  que  tengo  una  copia  muy  bien  hecha  y  encuadernada  de 
cuantas  composiciones  contienen  los  otros  Cancioneros,  y  que 
no  las  recopiló  el  de  Amberes.  Así,  pues,  tengo  el  Pleito  del 
manto,  obsceno,  y  otras  por  este  jaez  ,  sin  que  por  esto  deje  yo 
de  conocer  que  habrá  mucho  esparcido  por  otros  libros  y  ma- 
nuscritos. Es  preciso  que  me  adquieras  ese  Cancionero  de  Thorp, 
que  no  le  encuentro  en  los  artículos  del  catálogo  que  aquí 
tengo  suyo.  Si  es  el  de  Amberes  dime  lo  que  te  falta  ,  y  te  ¡o 
haré  copiar  para  que  tengas  una  guía;  pero  si  es  otra  cosa,  de- 
bes cedérmelo.  Entre  los  libros  de  Gámez  había  un  Cancionero 
de  Castillo;  pero  lo  birlaron,  y  me  quedé  á  oscuras.  Si  de  esas 


APÉNDICES.  369 

cosas  que  encuentras  del  siglo  xv  me  fueses  remitiendo  los  dos 
primeros  versos,  yo  te  diría  si  están  en  los  Cancioneros  y  si  son 
ó  no  son  conocidas,  y  en  consecuencia  las  haría  copiar  ó  se  de- 
jarían. En  cada  carta  podrías  enviarme  cuatro  ó  seis  encabeza- 
mientos. En  cuanto  á  Cancioneros  inéditos,  ninguno  tan  curioso 
coino  el  que  descubrí  en  la  Biblioteca,  y  lo  tengo  todo  copiado, 
y  pertenece  á  los  poetas  de  Aragón  de  tiempos  de  D.  Alonso 
el  Grande ,  conteniendo  también  composiciones  de  Macías  y  de 
algún  otro  poeta  castellano.  Esto  es  un  verdadero  tesoro.  Te 
remitiré  lo  más  pronto  posible  una  nota  de  los  primeros  versos 
de  las  composiciones  de  Campo-Alange,  para  que  sepas  á  punto 
fijo  lo  que  me  has  de  copiar.  Te  reencargo  que  busques  el  Can- 
cionero de  Enamorados  y  el  Manojuelo  de  Romances.  Cualquier 
colección  de  romances  de  aquellas  que  me  anunciaste  y  dejaste 
ir.  debes  adquirirla.  Esto  es  siempre  dinero,  y  es  lo  más  curioso 
de  nuestra  literatura. 

Me  alegro  mucho  que  hayas  rehusado  hacerte  cómplice  de 
las  miras  odiosas  de  los  protestantes,  mayormente  en  una 
época  en  que  todo  el  mundo  vuelve  los  ojos  hacia  la  unidad 
católica.  Es  regular  que  no  te  admitan  la  propuesta  de  la  His- 
toria de  los  Moriscos,  pues  tupian^  casi  todo  literario,  no  ha 
de  ajustar  bien  con  las  ideas  de  la  Sociedad,  que  serán  única- 
mente de  propaganda  y  de  chismografía  religiosa.  Aún  no  he 
podido  recoger  los  expedientes  de  los  moriscos :  estos  serían  un 
tesoro. 

Dejemos  los  libros,  y  vamos  á  cosas  públicas  y  domésticas.  Es- 
tas, en  mí,  han  formado  un  todo  indisoluble  de  incomodidades  y 
mortificaciones.  Es  el  caso  que  para  las  próximas  elecciones  es- 
taba yo  presentado  por  candidato  por  cierto  círculo.  En  su  razón 
no  quise  formar  parte  de  la  comisión  directora  de  trabajos  ,  para 
no  dar  el  escándalo  de  ofrecerme  yo  mismo  por  candidato.  Des- 
pués de  esto  viene  Salamanca  de  Madrid  piando  por  ser  dipu- 

-  XII  -  24 


370  «EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

tado.  Heredia  lo  patrocinó  ,  y  como  él  también  quiere  ser  degU 
animali  parlanti,  resolvió  combatir  mi  candidatura,  para  que  no 
se  dijese  que  de  una  familia  salían  las  elecciones  de  Málaga. 
Para  esto  formó  una  liga  con  la  oligarquía  correspondiente  de 
la  Alameda.  Mis  amigos  me  abandonaron  cobardemente ,  y  en 
una  asamblea  electoral  tenida  para  fijar  la  candidatura  defini- 
tiva, y  para  la  cual  iban  confabulados  todos  los  de  Calle  Nueva 
y  Alameda  con  su  numerosa  clientela  ,  no  obtuve  votos  sufi- 
cientes para  figurar  en  la  candidatura.  Al  principiar  la  sesión 
tuve  que  combatir  la  presidencia  de  Heredia ,  que  era  parte 
del  plan  concebido  para  dirigir  las  elecciones  en  el  interés  de 
cierto  reducido  círculo. 

Así,  pues,  pronto  partiré  para  Madrid,  y  antes  te  escribiré 
para  decirte  cómo  hemos  de  correspondemos.  Mi  situación  es 
penosa,  pues  no  tengo  posición  política,  y  he  de  encontrar  con- 
trariedades poderosas.  En  la  candidatura  en  la  cual  yo  no  he 
tenido  lugar,  figuran  muchos  de  los  individuos  más  rabiosos 
en  836.  Uno  de  ellos  es  Fernández  del  Pino.  Los  exaltados 
me  ofrecieron  en  el  mismo  día  del  choque  mío  un  lugar  en  la 
candidatura  suya;  pero  ya  te  harás  cargo  que  no  admitiría. 
En  Madrid  necesito  buscar  algún  medio  de  existir ,  pues  mi 
fortuna  no  mejora  y  mi  nuevo  estado  no  me  ha  procurado  ma- 
yores medios.  A  Matilde  la  dejo  aquí  por  ahora,  y  luego  resol- 
veré qué  haya  de  hacerse.  Si  quieres,  allí  recogeré  los  libros 
del  poder  de  Castel  anos,  buscaré  los  papeles  moriscos,  y  los  re- 
mitiré. Si  me  quieres  asociar  á  tu  Historia  de  los  Moriscos  te 
lo  agradeceré ,  y  á  cualquier  otra  tarea  que  procure  algún 
dinero. 

Entre  tanto,  consérvate  bueno.  Nada  me  has  dicho  de  tu 
salud,  de  Fanny,  ni  de  la  niña.  Mi  chico  va  bien,  y  ya  pasó  la 
vacuna.  Recibe  un  abrazo  muy  estrecho  mío  y  mil  besos  á  tu 
niña.  A   Fanny  mis  expresiones  y  de  Matilde,  que  no  os  es- 


APÉNDICES.  371 

cribe  porque  con  las  incomodidades  de  estos  días  está  en  cama. 
Adiós ,  y  sé  feiiz,  como  te  lo  desea  tu  afectísimo  amigo  y  her- 
mano que  te  quiere. 

Serafín. 


Madrid  16  de  Junio  de  1841. 

Querido  Pascual :  Acabo  de  recibir  ía  tuya  de  26  del  pasado, 
que  por  cierto  me  ha  procurado  uno  de  esos  placeres  indefini- 
bles .  que  no  todos  lo  podrán  concebir.  Bien  es  verdad  que  tú 
has  tenido  cuidado  en  escatimármelo,  escribiéndome  poco.  De 
todos  modos  ,  tu  carta  me  ha  sido,  hablando  orientalmente, 
como  para  el  peregrino  que  se  encuentra  en  un  desierto  el  ha- 
llazgo de  otro  pasajero.  No  puedes  tener  una  idea  de  las  vicisitu- 
des y  continuas  contrariedades  que  me  han  seguido  persiguiendo 
desde  mi  salida  de  Málaga.  En  Sevilla  te  escribí  una  carta  y 
desde  aquí  otra ,  no  habiendo  yo  recibido  desde  entonces  nin- 
guna tuya ,  sino  una  que  me  trajo  Matilde  por  el  mes  de 
Octubre  ,  y  que  le  había  entregado  el  cónsul  inglés  de  Málaga. 
Esperando  contestación  á  las  mías  y  el  no  saber  tu  dirección, 
ha  motivado  mi  silencio  ;  y  como  ya  estoy  tan  acostumbrado  á 
los  olvidos  de  todos ,  suponía  que  también  te  hubieras  olvidado 
de  mi.  Por  lo  mismo  te  digo  que  en  todas  las  que  me  escribas 
sucesivamente,  sin  faltar  una,  me  pongas  el  nombre  de  tu  calle 
y  número  de  tu  casa,  fijándome  también  el  que  tenga  la  carta 
que  me  escribas ,  guardando  orden  con  la  del  26  que  tengo  á  la 
vista  y  deberá  llamarse  primera.  Puedes  figurarte  que  en  mi 
situación  he  tomado  en  desplacer  así  los  hombres  como  los  li- 
bros, y  si  alguna  vez  abro  alguno  de  éstos  ^  es  para  procurarme 
un  pasatiempo  muy  fugaz.  He  escrito  muy  poco,  y  esto  desde 
ahora  últimamente.  En  El  Correo  Nacional^  desde  Mayo  último, 
han  ido  algunos  artículos  de  costumbres  y  de  toros,  no  sé  si  lo 


372  C(EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

habrás  conocido.  Lo  que  ahora  escribo  más  de  tu  gusto  son  los 
Cuentos  del  Gen^ralife ,  ó  el  Collar  de  Perlas,  y  que  se  publi- 
can en  la  Revista  de  Teatros.  Van  ya  cinco  publicados.  En  ellos 
pienso  ingerir  cuantas  tradiciones  y  novelas  se  conservan  por 
aquel  país  ,  cuantos  disparates  con  alguna  novedad  y  talento  me 
pasen  por  la  cabeza ,  y  cuantos  desperdicios  halle  en  los  manus- 
critillos  aljamiados  que  pueda  haber  á  las  manos  y  tú  me  propor- 
ciones. Haz  por  leerlos.  Aquí  han  gustado  mucho,  y  pienso  que 
harán  impresión  entre  los  literatos.  Como  esta  carta  va  á  ser  sólo 
un  itinerario,  te  remitiré  por  mano  de  tu  primo  un  ejemplar  de 
los  números  en  que  han  insertado  esta  colección,  que  proseguiré 
hasta  que  cansen  ó  me  cansen ,  quedando  de  todos  modos  pu.es- 
ta  la  urdimbre  de  una  colección  original  y  entretenida.  Así,  pues, 
quisiera  que  me  enviaras  el  final  de  la  Historia  de  la  ciudad  de 
Alatón  ó  Algofar,  que  íntegra  adquiriste  al  llegar  á  esa,  tenien- 
do presente  que  yo  tengo  en  el  manuscrito  que  tú  me  diste 
hasta  el  punto  en  que  Muza-ben-Rozeir  llega  con  los  suyos  á 
!os  muros  de  la  misma  ciudad.  Es  decir,  que  ya  faltará  poco. 
He  encargado  unas  Mil  y  una  noches  y  un  Mil  y  un  días  de  las 
traducciones  que  figuran  en  el  Panteón  Francés.  Dime  si  las 
Mil  y  una  noches  esas  son  las  más  completas.  Como  yo  en  mis 
cuentos  pienso  ser  original ,  no  necesito  sino  que  me  des  ideas 
de  algunos  cuentos  ó  historietas  ,  pues  yo  las  amplificaré  ó  con- 
dimentaré á  mi  gusto.  Si  tienes  noticia  de  alguna  otra  colec- 
ción ,  me  la  enviarás,  y  si  posees  algo  árabe,  envíamelo  también 
ó  tradúceme  algo.  Cuando  se  interrumpió  nuestra  correspon- 
dencia, tenías  para  enviarme  el  Cancionero  de  Pinto,  Los  pas- 
tores de  Sierra  Bermeja,  el  Don  Enrique ,  de  la  Marca,  y  algu- 
nas otras  fi"ioleras ,  y  de  ellas  nada  me  dices.  ¡Descuidado! 
I  Perezosote  !  ¿  A  que  desde  entonces  acá  no  me  has  comprado 
nada?  En  fin:  veremos  qué  me  dices  en  tu  respuesta.  Excuso 
decirte  que  no  he  encontrado  ninguna  de  las  anteriores  tuyas 


APÉNDICES.  373 

y  que  me  decías  haberme  remitido  por  diversos  conductos. 
Cuida  al  anudar  nuestro  comercio  amistoso  literario,  que  no  sr 
repita  tan  lastimoso  extravío.  Para  remitirme  los  libros  que 
me  tengas  adquiridos,  lo  mismo  que  el  tomo  de  tu  obra,  te 
sobrarán  medios,  ya  directamente  aquí,  ó  bien  á  Málaga,  por 
medio  de  Climens.  Si  ese  amigo  Usoz  no  se  te  hubiera  mani- 
festado tan  desdeñoso,  pudiera  servirnos  de  enlrepót;  pero  sien- 
do asi,  dejarlo.  Si  hubieras  visto  por  ahí  á  Manolito  Heredia, 
también  pudiera  él  haber  traído  ese  encargo.  Por  otra  parte, 
como  aquí  puede  ser  de  alguna  utilidad  á  cualquier  curioso  ó 
literato  que  venga  de'  ese  país  á  visitar  éste ,  se  hará  cargo  fá- 
cilmente de  tomar  de  ese  modo  una  introducción  de  tal  fineza 
para  mí ,  y  que  se  convertiría  en  obsequios  sucesivos  para  él. 
Te  recomiendo  de  nuevo  el  Manojuelo  de  romances  de  Laso  de 
la  Vega,  la  Guirlanda  de  damas  y  galane-s ,  de  Timoneda,  y 
cualquier  otro  articulejo  de  este  género,  ya  edito,  ya  manuscri- 
to. En  cuanto  á  novelas ,  te  encargo  las  de  Bocaccio,  traduci- 
das^ y  cualquiera  obra  del  catálogo  que  te  remití  desde  Sevilla, 
y  que  te  repetiré  en  la  que  primero  te  escriba,  y  singular- 
mente Teresa  la  de  los  embustes.  A  Castellanos  lo  vi  cuando  lle- 
gué; pero  conocí  que  no  quiere  soltar  los  libros  tuyos ,  y  así  no 
ha  vuelto  á  verme.  También  recibió  para  mí  unas  copias  hechas 
en  Cádiz ,  y  no  me  las  entrega.  A  Duran  lo  echaron  de  la  bi- 
blioteca, y  Maestre,  el  masoncillo  viejo,  se  quedó  sin  destino, 
pues  tuvo  el  talento  de  acangrejarse  cuando  iban  á  triunfar  los 
patriotas. 

Mi  suerte  es  muy  mala ;  á  pocos  meses  de  llegar  aquí  sucedió 
el  movimiento  ;  gasté  y  sigo  gastando  sin  ganar  nada.  No  ha- 
brán pasado  de  2,000  reales  lo  que  me  han  dado  mis  artículos. 
Matilde  se  vino,  y  vivimos  muy  reducidos  aquí  y  mirados  de 
reojo  por  su  familia  ,  que  toda  está  en  la  mayor  abundancia  y 
opulencia.  Pepillo  Salamanca  solo  tiene  tres  ó  cuatro  coches  y 


374  ^^^^    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

tres  tiros.  Vive  calle  de  Alcalá,  cuarto  que  fué  de  Martínez  de 
la  Rosa,  y  bajo  un  pie  que  no  lo  puedes  concebir  ni  aun  des- 
pués de  leer  La  Lámpara  Maravillosa.  Isabelita  Heredia  se  casó 
con  el  conde  de  Zaldivar,  sobrino  de  San  Lorenzo,  y  está  con 
toda  la  grandeza ,  aunque  el  dote  no  llegó  más  que  á  pesos 
fuertes  50,000;  pero  las  esperanzas  son  de  princesa.  Ahora  acu~ 
ña  su  padre  mensualmente  en  Barcelona  de  6  á  8,000  libras  de 
plata  de  Sierra  Almagrera.  Tal  es  mi  estado,  querido  Pascual. 
En  todas  mis  amarguras  no  pienso  más  que  en  ti ,  y  si  te  tu- 
viera aquí  con  nuestros  librotes  ,  sería  muy  feliz ,  si  es  que  no  te 
habías  impregnado  en  la  atmósfera  de  egoísmo  y  frialdad  de  co- 
razón en  la  época.  Si  puedo  vivir  el  último  tercio  de  la  vida 
contigo,  en  un  mismo  país,  me  daré  por  desquito  de  tantos 
sinsabores  y  disgustos.  Tú  tienes  dos  gorgojos,  aunque  de  di- 
verso sexo  ;  yo  tengo  dos  también ,  pero  son  varones.  El  6  de 
Diciembre  Matilde  tuvo  otro  niño,  y  se  le  puso  Tomás,  por  su 
abuelo.  Si  el  tuyo  hubiera  sido  hembra,  ó  al  contrario,  ya  te- 
níamos matrimonio.  Escríbeme  largo,  y  abrazando  cuantos  ex- 
tremos yo  te  toco,  y  no  á  la  diabla,  como  siempre  has  acos- 
tumbrado. 

En  cuanto  á  tus  preguntas  arabescas  ,  te  contestaré  más 
despacio  cuando  recoja  datos.  Entre  tanto,  te  diré  que  Arra- 
yale no  hay ,  como  tú  lo  das  á  entender ,  sino  Arriate ,  en 
la  Serranía  de  Ronda,  y  su  nombre  viene  de  la  raíz  que  tú  sa- 
bes y  que  quiere  decir  regar.  En  la  Historia  de  Mármol  bas- 
ca el  levantamiento  de  un  pueblo  llamado  Villaverde^  cerca  de 
Alora  y  Valle  de  Abdalaxis.  Este  pueblo,  cuyas  ruinas  he  visto, 
tiene  trazas  de  haber  sido  casa  de  recreo,  pues  está  en  muy  bella 
situación  á  orillas  del  río  Guadalhorce.  El  nombre  de  Víllaverde 
no  podía  ser  el  suyo,  sin  embargo  de  que  ya  Mármol  le  conoce 
así_,  y  por  consiguiente  aquí  tiene  lugar  el  poderse  dar  cabida 
á  alguna  población  algo  notable.  Cerca  de  Vélez  hay  dos  nom- 


APÉNDICES.  375 

bres  que  en  dos  pueblos  se  acercan  al  sonido  de  los  que  tú  me 
indicas:  uno  es  Ya~nate   vJi^L;        v^^íí.  ,    y   otro  Almayate, 

que  debe  venir  de  wV^.  En  una  de  las  que  me  escribistes 
á  Sevilla  ó  á  Málaga  habrá  dos  años,  recuerdo  que  me  dijistes  que 
ya  sabías  que  Raya  era  propiamente  Málaga,  ¿Sigues  en  esta 
opinión,  ó  la  has  modificado???  Yo  he  leído  ahora  en  Málaga  los 
repartimientos  hechos  á  los  conquistadores ,  y  he  visto  también 
los  deslindes  y  amojonamientos  de  Vélez ,  Antequera ,  Ronda 
y  Montilla  con  Málaga ;  y  no  he  encontrado  nombres  como 
estos.  El  repartidor  y  deslindador  era  el  bachiller  Alonso  Se- 
rrano_,  que  iba  acompañado  de  fieles  ó  almines  moros  para  to- 
das estas   operaciones.    Indudablemente,   el   nombre      »UXó»¿» 

es  ya  castellano,  San  Antonio  ó  Santa  Ana,  y  he  de  preguntar 
si  el  título  del  conde  de  Santa  Ana  de  Granada  radica  sobre  al- 

guna  hacienda  ó  terreno  llamado  así  cerca  de  Jaén.   El    ^  ^  ^/•>^ 

de  Pelayo  debe  ser  perteneciente  á  las  tradiciones  cristianas  de 
Córdoba.  Ya  sabes  que  el  Patrón  de  Córdoba  es  San  Pelayo, 
martirizado  por  Abderramen.  Todavía  hay  un  colegio  que  se 
titula  así,  y  ese  castillo  debe  guardar  ilación  con  esta  historia. 
Siempre  que  me  preguntes  cosas  por  este  estilo,  dime  de  qué 
época  es  el  escritor.  Ten  entendido  que  desde  que  los  cristianos 
se  apoderaron  de  Sevilla  ,  ya  se  encuentra  una  algarabía  infernal 
r.n  los  cantones  limítrofes  con  respecto  á  los  nombres.  Ya  se  co- 
noce que  esos  nombres  que  no  son  árabes,  como  j.:lA*-.w)  deben 
ser  africanos,  y  desde  que  los  almohades  fueron  echados ,  esta 
nomenclatura  iría  perdiendo  terreno  y  dando  lugar  á  otra  má*; 
antigua,  ó  poniendo  apodos  ó  epítetos  á  los  pueblos ,  que  des- 
pués quedaron  como  nombres  propios.  En  fin  :  como  yo  le  doy 
tal  importancia  á  este  estudio,  pues  por  él  he  aprendido  lo  poco 


370  «EL    SOLITARIO))    Y    SU    TIEMPO. 

que  sé  de  árabe ,  puedes  contar  conmigo  para  seguir  adelan- 
te tus  investigaciones.  A  Fanny  tantas  cosas  y  muchas  expre- 
siones de  Matilde  para  ella  y  para  ti ,  y  besos  de  los  niños.  Á 
los  tuyos  mil  y  mil  de  mi  parte.  Dime  cómo  se  llama  el  nuevo 
Benjamín  ,  pues  todo  te  se  pasa.  Ya  ves  que  por  batidor  é 
itinerario  ,  vale  ésta  por  diez  de  tus  cartas.  Si  tú  fueses  bueno, 
verías  milagros  de  mi  pereza  convertida  en  actividad.  Si  te 
hacen  falta  algunos  cuartos  para  las  compras  que  me  tienes 
hechas ,  avísame  ;  y  puesto  que  no  estás  mal ,  no  dejes  de 
adquirirme  lo  necesario,  que  al  punto  te  satisfaré.  Adiós,  queri- 
do Pascual,  casi  hermano  mío.  Para  darme  un  rato  de  consuelo., 
dime  ,  aunque  sea  como  una  especie  de  novela ,  en  qué  época 
piensas  dar  una  vuelta  por  aquí  y  en  qué  circunstancias  te  re- 
solverás á  fijarte  en  este  país  de  maldición.  Tú  has  visto  más 
claro  que  yo,  ó,  por  mejor  decir,  yo  he  ido,  como  Casandra^  va- 
ticinando los  infortunios,  y  siempre  siendo  víctima  de  ellos. 
Adiós  ,  adiós  ,  con  mil  y  un  abrazos.  Escríbeme  sobre  mis  libros 
y  sóbrelos  cuentos  é  historietas  que  necesitas.  Adiós  otra  vez. 

Serafín. 


Pozas  6  de  Mayo  de   1842. 

Me  ha  cogido  tu  carta  del  17  del  pasado  Abril,  querido  Pas- 
cual ,  en  este  pueblo  de  la  provincia  de  Burgos  ,  famoso  por 
sus  salinas  ,  y  en  cuya  visita,  y  de  otras  sus  dependientes,  me 
tienes  ocupado  ,  y  hasta  cierto  punto  divertido.  Mucho  echa- 
ba de  menos  tus  cartas ,  y  por  cierto  que  no  perdono  á  los 
alarbes  de  la  secretaría  la  mala  obra  que  hacen  reteniendo  y 
perdiéndolas  ,  para  mí  tan  preciosas  en  más  de  un  concepto. 
Sucede  con  estas  interrupciones  en  nuestra  correspondencia 
que  perdemos  el  hilo,  y  luego  no  entendemos  bien  las  cartas 
subsiguientes.   Así,  por  ejemplo,  no  entiendo  lo  que   me  dices 


APÉNDICES.  377 

de  la  publicación  de  la  Alhamhra ,  que  deberá  ser  algún  retazci. 
como  la  Historia  de  la  Ciudad  de  Alaton ,  ó  cosa  semejante.  Ex- 
plícame lo  que  ello  pueda  ser.  Efectivamente:  pocos  hombres  se 
hallarán  de  más  garbo  y  esplendidez  en  sus  acciones  que  mi 
cuñado  Salamanca.  Yo  he  tenido  mis  diferencias  y  quejas  con 
él,  pero  su  proceder  noble  en  situaciones  para  mí  críticas  me 
ha  desarmado  y  concluido  por  cautivarme  de  nuevo  á  su  anti- 
guo cariño  y  amistad.  Lo  he  esperado  en  estos  días  por  Vitoria 
y  Miranda  de  Ebro,  pero  no  pasó  ;  y  á  esta  hora  ignoro  toda- 
vía si  habrá  llegado  ya  á  Madrid. 

Va  adjunta  esa  inscripción  encontrada  en  un  sitio  apartado  de 
la  Serranía  de  Ronda.  A  mí  me  la  remitieron  presumiendo  que 
fuese  árabe,  para  que  la  tradujese  ;  pero  por  más  que  he  traba- 
jado en  hallar  en  sus  caracteres  el  distintivo  cúfico  por  este  ó 
aquel  perfil^  por  una  ú  otra  leve  semejanza  ,  al  fin  he  desistido 
en  mi  tarea,  y  me  someto  á  tu  mayor  destreza  y  conocimientos 
más  ejercitados.  Avísame  del  resultado  de  tus  investigaciones  y 
estudio. 

Por  cierto  que  soy  muy  desgraciado  en  las  remesas  que  me 
haces.  El  mamiscriio  que  me  enviastes  por  Apecechea,  aún  no 
lo  he  recogido.  El  que  después  me  enviabas  por  Gutiérrez,  ni 
lo  he  recogido  ,  ni  sé  tampoco,  ni  he  podido  descubrir  quién  sea 
este  sujeto.  Ahora  se  detiene  Carderera  en  París ,  y  sabe  Dios 
si  llegará .  si  querrá  entregarme  ios  libros ,  ó  no  los  cambiará 
con  el  masoncillo  viejo  de  Maestre  ó  con  su  Pílades  el  Esopo 
de  Duran.  Entre  tanto ,  he  recibido  una  cosa  que  no  me  has 
anunciado,  y  por  cuyo  conducto  pudieran  haber  venido ,  por  lo 
menos,  los  libros  de  Carderera.  Hablo  del  primer  tomo  del  Al- 
Makari ,  que  lo  dejó  en  mi  casa,  sin  carta  ni  papel  tuyo,  un 
Beltrán  de  Lis,  que  parece  ha  venido  de  Inglaterra,  Por  Dios 
que  tomes  bien  tus  medidas  para  hacer  llegar  á  mis  manos  esos 
tesoros  de  nuestros  gustos  y  esos  preciosos  manjares  para  núes- 


37^  ^íEL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Ira  inteligencia.  Entre  tanto,  no  consta  en  los  libros  que  me 
trae  Carderera  la.  Historia  de  D.  Enrique,  por  Lamarca,  que 
me  anunciaste  tenerme  comprada.  ¿  Habrá  venido  por  otro  con- 
ducto, y  también  habrá  corrido  fortuna  naufragando  al  fm? 
Nada  te  he  hablado  de  tu  nuevo  destino.  Es  una  ironía  cruel 
enviarte  con  esa  categoría ,  con  tal  sueldo  y  bajo  tal  jefe ,  á  la 
costa  de  África.  Sólo  nuestros  hombres  pueden  hacer  eso.  Ellos 
son  como  el  buey  :  si  hablan,  es  para  decir  mu.  Quiere  alguno 
hacer  unos  pinitos  en  la  línea  de  la  ilustración ,  cometen  una 
barbaridad  que  encoleriza.  Sólo  la  pasión  noble  que  te  anima 
por  el  estudio  que  tanto  te  cautiva  ,  puede  hacerte  despojar  de 
tu  justa  susceptibilidad  como  funcionario  y  como  hombre  útil 
en  esa  carrera,  admitiendo  tal  viceconsulado.  No  te  combatiré 
yo  tu  determinación,  encontrándose  tan  adelantado  el  negocio. 
Esto  fuera  merecer  el  dictado  de  ligero  é  inconsiderado  ;  pero 
siempre  te  aconsejaré  que.  satisfecha  tu  curiosidad  ,  aprovecha- 
dos tus  sacrificios  en  favor  de  la  literatura  y  de  tu  afición  á  ese 
ramo  de  estudios ,  abandones  el  puesto  en  cuanto  veas  que  no 
se  apresuran  estos  bárbaros,  ó  los  que  les  sucedan^  á  promo- 
verte á  un  Consulado  general.  Como  Salamanca  ha  de  estar 
siempre  en  relaciones  con  el  gobierno ,  deberás  conservar  por 
mi  conducto  una  especie  de  correspondencia  con  él ,  pues  no 
fuera  extraño  que  su  influencia  en  una  circunstancia  dada  pu- 
diera más  que  tu  mérito  y  lo  peregrino  de  tus  estudios.  Mucho 
me  alegrara  que  mi  cuñado  Pepe  volviera  pronto  para  Ingla- 
terra, pues  haría  un  esfuerzo  para  que  me  llevase,  y  te  ase- 
guro que  todo  mi  objeto  en  tal  viaje  se  reduciría  á  darte  un 
abrazo  y  pasar  largas  horas   hablando  de  los  Moritos. 

Hablemos  ahora  de  nuestras  compras  y  adquisiciones.  Ello 
es  que  en  cuanto  á  romances,  poseo  copias  de  casi  todos  ellos; 
esto  es,  de  los  sueltos  que  tiene  Thorp.  Sospecho  que  no  tengo 
algunos  que  te  anotaré  ,  y  éstos  los  comprarás. 


APÉNDICES.  369 

1.®  Romance  de  Z)í)«  Fergi'io  ,  glosado  con  otros  dos  ro- 
mances del  amor. 

2.0  Coplas  de  Guárdame  las  vacas.  Do  tienes  as  mientes,  y 
el  romance  de  Ma i-quina. 

De  Thorp  nada  más ,  á  no  ser  que  en  este  tiempo  hubiese 
adquirido  algún  Romancero  nuevo  ó  cancionerillo.  Si  en  fuer- 
za de  tu  trato  con  él  hay  que  completarle  hasta  las  cinco  li- 
bras ,  mira  si  existe  entre  sus  libros  el  poema  de  Duarte  so- 
bre la  toma  de  Granada,  ó  si  no,  un  libro  de  caballería  llamado 
Don  Felisbián ,  de  cuyos  dos  artículos  ya  creo  que  te  tengo 
hablado  en  mis  anteriores  ,  y  teniendo  yo  á  mano  los  catálo- 
gos ,  los  cuales  ya  conocerás  que  no  estarán  conmigo  en  es- 
tas asperezas.  De  los  libros  que  marcas  como  tomados  para 
mí,  es  fuerza  que  descartes:  i.o  El  Yagüe  de  Salas,  Aman- 
tes de  Teruel.  2.0  £/  Ariosto  por  Urrea  y  la  Segunda  parte  por 
Espinosa  Anvers ,  1556  y  1558;  pues  ambos  poemas  los  po- 
seo tiempo  hace.  Desde  luego  acoto  por  míos  el  Nieva  Cal- 
vo, el  Niño  inocente ,  el  P^rasso  ,  Fortunas  del  amor  ,  Salas  Bar- 
badillo,  Coronas  del  Parnaso,  Louvaysin^  Engaños  de  este  siglo. 
Polo  de  Medina  no,  pues  lo  tengo,  y  acoto  también  á  la  Picara 
montañesa  y  al  Para  todos  de  Montalván,  primera  edición.  De 
la  lista  que  me  envías,  tomarás:  l.^  Unas  Novelas  de  Zayas 
que  no  estén  corregidas  ó  capadas.  ¿Por  qué  la  edición  de  1653 
es  tan  subida  de  precio  respecto  á  la  de  1637  de  Zaragoza??? 
2.0  Camerino,  Novelas  amorosas.  3.^  Salas  Barbadillo,  Corte- 
sano descortés.  Id.,  Casa  de  placer  honesto:  estas  dos  están 
apuntadas  en  mi  lista,  y,  por  consiguiente  ,  has  podido  tomar- 
las. 3."  Asneyda,  obra  irrisoria  de  las  necedades  de  las  gentes. 
4.0  Solorzano,  Alivios  de  Casandra.  5."  Castillejo,  Obras,  Ma- 
drid, 1373.  6.*  Boyardo,  Orlando  enamorado ,  por  Villena,  Al- 
calá ,  1577.  7.0  Cancionero  de  Sepúlveda  :  Anvers,  1573. 
Nada  hay  más  en  la  lista  que  me  pueda  convenir.    Los  libros 


380  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

de  caballerías  tientin  un  precio  fabuloso.  Digo  lo  que  la  zorra: 
están  verdes.  Hasta  aquí  soy  bastante  explícito  y  terminante. 
Ahora  entrará  el  ejercicio  de  tu  buena  discreción.  Si  vieses 
que  á  pesar  de  tus  esfuerzos  y  buena  diligencia  y  voluntad  no 
encuentras  los  artículos  que  te  tengo  encargados  en  mis  listas, 
que  ruego  vuelvas  á  releer  de  vez  en  cuando  ,  y  se  acercase  el 
tiempo  de  tu  salida ,  entonces  podrás  emplear  el  residuo  del 
dinero  en  algunos  libros  de  caballería.  Deseo  tener  un  Amadis 
de  Caula  gótico  ,  de  Salamanca;  pero  que  no  pase  de  5  libras. 
Ese  de  Venecia  será  grifo  é  incorrecto ,  y  sobre  todo  caro 
para  estudiantes.  Hay  una  edición  del  Amadís  con  las  Sergas 
de  Esplandián,  que  suele  acomodar  á  los  literatos  ,  porque  con 
un  precio  se  logran  dos  alhajas.  Pero  esto  no  me  sucede  á  mi. 
Entre  tanto,  desde  tu  carta  hasta  el  día  y  desde  hoy  hasta  que 
leves  anclas,  ya  saldrán  nuevos  catálogos  y  se  ofrecerán  almone- 
das nuevas,  y  teniendo  presentes  mis  listas,  que  sospechóme  las 
pierdes  y  no  las  lees  ,  me  emplearás  el  importe  de  las  30  libras. 
Nada  me  has  dicho  de  Fanny  ni  de  tus  niños.  Eres  todavía 
más  distraído  que  yo.  Dales  á  éstos  mil  besos ,  en  particu- 
lar á  Emilia ,  que  es  á  la  que  conozco  ,  y  muchos  recuerdos 
á  su  mamá.  Desde  luego  te  conjuro  porque,  si  te  ves  en  Tú- 
nez, separes,  acotes ,  deputes  y  señales  para  nosotros  cuan|:o 
interesante  te  se  presente  para  nuestra  historia,  literatura  y 
geografía.  Sobre  esto  ya  hablaremos.  Yo  quisiera  que  hicieses 
un  esfuerzo  por  pasar  por  aquí.  Yo  batiría  el  terreno  con  un  par 
de  artículos  sobre  tus  glorias  adquiridas.  Como  los  patriotas  no 
tienen  prevención,  te  aplaudirían,  y  acaso  acaso^  ó  no  necesita- 
rías trascurrir  los  dos  años  para  el  consulado  general ,  ó,  á  mal 
dar,  aligerarías  mucho  este  período.  Tengo  inspiracrón  de  que 
este  viaje  te  acomodaría  mucho.  En  mi  casa  tienes  cuarto..,. 
¡Qué  ratos  tan  deliciosos  pasaríamos!....  Anímate^  y  escríbeme 
pronto  tu  resolución.  Acabo  de  recibir  noticia  de  que  Pepe  ha 


APÉNDICES.  j8l 

pasado  por  Burgos  para  Madrid.  Yo  pronto  pasaré  á  Bilbao  «i 
negocios  déla  Empresa.  Desde  allí  te  escribiré.  Tú  hazlo  por  el 
correo,  pues  no  gasto  dinero  con  más  placer  que  el  que  doy  al 
cartero  por  tus  cartas.  Al  ver  los  sobrescritos  con  tu  letra  lim- 
pia, gentil  y  airosa,  cree  que  se  me  regocija  el  corazón.  Adiós; 
otra  vez  memorias  y  besos ,  y  tuyo  de  todo  afecto  tu  casi  her- 

niano, 

Serafín. 

Cómprame  el  Cancionero  de  burlas  de  üsozy  el  libro  de  Bo- 
rrows  sobre  los  gitanos.  No  se  ha  acordado  de  remitirme  un 
ejemplar,  cuando  tantos  datos  le  procuré.  Dile  que  no  sabe 
cómo  se  llama  el  pesebre. 


Madrid  7  de  Julio. 

Querido  Pascual:  He  regresado  de  mi  expedición  salinera, 
y  he  encontrado  á  Pepe  Salamanca  tan  prendado  de  ti  como 
tú  lo  puedes  estar  de  él.  Se  ha  alegrado  mucho  de  la  noti- 
cia que  le  he  dado  de  que  vendrás  por  aquí.  Desde  luego 
te  anuncio  que  podrás  vivir,  ó  en  su  casa ,  ó  en  la  mía ,  que 
tiene  puerta  de  comunicación  con  aquélla.  De  todos  modos, 
cuento  con  que  estaremos  juntos ,  juntos  todo  el  tiempo  que 
permanezcas  aquí.  Como  tienes  una  cabeza  infeliz ,  nada  me 
dices  de  la  inscripción  desconocida  que  te  remití^  y  con  esto 
y  ver  que  ya  no  recuerdas  los  artículos  que  te  encargué  ,  me 
desespero  de  mi  poca  suerte  en  esto  de  correspondencia  lite- 
.-aria.  Pepe  me  anuncia  que  me  trae  algunos  libros;  pero  como 
no  me  has  dicho  tú  cuáles  sean  éstos,  no  podré  saber  si  alguno 
habrá  sufrido  extravío,  y  no  podré  hacer  diligencias  en  su  ha- 
llazgo. Haz  un  esfuerzo  por  encontrar  y  traerme  cuando  te  ven- 
gas,  \a.s  Novelas  de  Bocaccio ,  traducidas  é  impresas  en  Medina 
del  Campo;  El  prado  de  Valencia,  y  Isl  Segunda  y  Tercera  Celesti- 


382  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

lias.  En  cuanto  á  romanceros,  he  adquirido  el  Cancionero  de  ro- 
tnauces  i  que  me  h\  costado  400  rs.,  y  está  en  regular  estado. 
Desconfio  que  tengas  presentes  mis  encargos,  sacados  de  tu 
carta  de  1 7  de  Abril ,  y  por  eso  te  los  repito  aquí : 

Acepto  el  Cancionero  de  Sepúlveda 3   L, 

Adquiere  el  Boyardo  de  Viilena  Toledo 2        12       6 

»         Castillejo.  Madrid,  ¡573 2        12       6 

»         Nieva ,  Niño  inocente.  Bruselas 15 

»         Frasso  ,  Los  die:(  libros  de  fortuna  de 

amor i         5 

»         Salas  Barbadillo ,    Cortesano    descortés, 

Madrid,   1621.., 12 

»  ))      Casa  de  placer  honesto.  Madrid, 

1620 15 

»         Asneyda  ,  obra  irrisoria,  etc 2         2 

)'»  Camerino,    Novelas  amorosas.   Madrid, 

1624. ., 10 

»  Montalvo,  Pastor  de  Filida.  Barcelona, 

1613 5 

»  Encinas ,   Diálogo    de   amor.    Burgos, 

1543 10      6 

T>  Montalbán  ,  Para  todos.  Primera  edi- 
ción    14 

»         Louvaysin  ,     Engaños    de     este    siglo. 

París  ,1615 I  2 

))  Ubeda ,  P/<:¿//í7  montañesa.   1607 10 

Adjunta  va  la  nota  de  novelas  que  busco,  que  con  esta  hace 
diez  veces  que  te  la  remito :  también  van  los  romances  de  Thorp, 
qua,  no  teniéndolos  yo  ni  originales  ni  copiados,  podrán  conve- 
nirme. Basta  por  ahora  de  libros. 

Has  de  saber  que  en  San  Sebastián  encontré,  horas  antes  de 


APÉNDICES  383 

salir,  á  Usoz.    Lo  peregrino  del  caso  es  que  habíamos  estado 
quince  días  viviendo  bajo  un  mismo  techo,  y  si  á  esto   añades 
que  todo  San    Sebastián  tiene   poco  más  ámbito  que  el  patio 
de  Correos ,  podrás  formar  idea  de  la  manera   exótica  con  que 
vivía  este  singularísimo  flaneur.  En    las  dos  horas  que  estu- 
vimos juntos ,  le  hablé  de  ti  y  le  increpé  su  frialdad  para  con- 
tigo.   ¿Qué  piensas  que  me  dijo?  Que  su  conciencia   le  hacía 
mirar  con  prevención  á  quien  había   vendido  en    el   moneta- 
rio  francés  unas  medallas    árabes  ,   sacadas  de  España.    Como 
le   repliqué  que  tales  medallas   eran  tuyas  ^  y  que  las  mone- 
das árabes  no    eran  objeto  de   gran   lucro  ,   como  las  mone- 
das latinas,  griegas^  asirías  ,  etc.,  me  dijo  que  habías  tú  hecho 
mal.  En  San  Sebastián  ha   reimpreso  una  carta  de  Garcilaso, 
señor  de  Batrcs .   en  que  se  habla  de  las  intrigas  de  Roma.  El 
objeto  es  tirar  al  Catolicismo.  Se  ha  convertido  el  tal  Luís  en 
un  herejote  de  primera  clase.  Cuando  me  burlé  de  su  puritanis- 
mo habiendo  reimpreso  el  Cancionero  de  hurlas ,  se  quedó  como 
sonrojado  ;  pero  después ,  repuesto  de  su  sorpresa  ,  me  dijo  con 
una  frescura  que  me  enamoró,  que  había  reimpreso  el  tal  li- 
bro para  hacer  ver   cuál  era  la  educación  que  los  frailes  habían 
dado  á  este  país ,    y  que  en    esto  había  hecho  un  servicio  á  la 
humanidad  entera.  Con  ideas  tan  particulares  ,  con  tal  extrava- 
gancia ,  ¿  qué  quieres  hacerle???  Pensaba  irse  á  Santander  y  lue- 
go á  Bilbao.  Le  he  descubierto  que  es   muy  miserable.  Se  me 
excusó  de  darme  un  ejemplar  de  su  Cancionero.  ¿  Cómo  no  ha- 
bía de  tener  ó   consigo  ó  en  Madrid  tres   ó  cuatro  de  tales  jo- 
yas???  En  fm :  nos  separamos  con  varios  proyectos  en  fárfara 
sobre   romanceros   y  cancioneros,    i  Pudieras  traerte  algo    de 
teatro  antiguo  anterior  á  Lope  de  Vega  ???  Si  encontrases  la  Te- 
bayda  y  la  Hipólita,  6  algunas   de  ese  género,  vendrían   bien. 
Entre  tanto,  déjame  ahí  en  correspondencia  con  algún  aficiona- 
do  con    quien  pueda  yo   entenderme   para  algún  pedido.    Las 


384  t<EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

circunstancias  de  este  corresponsal  deberán  ser^  algo  de  inteli- 
gencia y  mucho  de  exactitud,  pues  fuera  triste  gracia  quitárselo 
uno  de  su  comer  y  de  su  vestir,  y  que  algún  gringo  ó  inglesa- 
do se  gastase  los  cuartos  á  la  salud  de  uno. 

En  fin :  yo  te  aguardo  con  impaciencia ;  me  saboreo  con  tus 
pláticas  y  taravillas  ;  me  divierto  con  tus  embustes  y  pondera- 
ciones (pues  al  fin  eres  andaluz),  y  siento  ya  de  antemano  ei 
momento  de  nuestra  separación.  Si  llegas  pronto,  hallarás  aquí 
al  antiguo  vicecónsul  de  Túnez.  Es  un  genovés  que  solicita  su 
jubilación.  Quisiera  que  le  oyeras  ,  y  te  desencantarías  mucho 
del  esplendor  y  utilidades  que  puedes  atribuir  á  tu  plaza.  Adiós, 
adiós.  Mil  expresiones  á  Fanny  y  muchos  besos  á  tus  hijos.  Tuyo 
afectísimo  amigo,  compañero  y  casi  hermano , 

Serafín. 

Memorias  de  Pepe. 


Madrid  27  de  Julio  de  1842. 

Querido  Pascual  :  Te  confirmo  mi  anterior,  y  te  ruego  que 
desempeñes  mis  encargos  con  esmero  y  exactitud.  Has  de  saber 
que  Pepe  Salamanca  quiere  que  mi  colección  contenga  un  buen 
Aniadis ,  del  cual  carezco.  Si  ves  que  ese  ejemplar  que  tu  lista 
ofrece,  impresión  de  Venecia,  es  bueno,  adquiérelo;  aunque  pre- 
sumo que  ha  de  ser  defectuosa  la  edición.  La  mejor  es  la  de 
Salamanca,  y  sobre  ello  podrás  consultar  al  Brunet ,  puesto 
que  tú  lo  tienes.  También  la  linda  Bella  Melosina  ,  por  Juan  de 
Arras,  Sevilla,  1526.  El  exceso  que  hayas  gastado  lo  tendrás 
cuando  aquí  llegues ,  pues ,  según  tus  indicaciones  ,  te  supongo 
que  estarás  ya  con  un  pie  en  el  estribo.  Si  esa  edición  de  Ve- 
necia  es  una  que  contiene  las  Sergas  de  Esplandián ,  no  vaciles 
en  comprarla.  Me  preguntabas  meses  pasados  quién  era  un  doc- 
tor VvLÚ  ,  de  quien  constan  grandes  trabajos  en  ese  Museo.  Te 


APÉNDICES.  385 

diré  que  ese  señor  era  un  médico  que  por  los  años  de  60  á  70  del 
pasado  siglo  obtenía  una  cátedra  en  los  Reales  estudios,  que 
regularmente  sería  de  árabe  ,  pues  se  daba  por  muy  inteligente 
en  él.  Tradujo  una  obra  sobre  los  baños  de  Sacedón  de  un  ma- 
nuscrito arábigo,  que  él  achacaba  á  un  buen  médico  muslim 
de  Toledo  ;  pero  hay  fundadas  sospechas  de  que  el  tal  manus- 
cristo  fué  apócrifo ,  y  que  el  buen  doctor  quiso  imitar  con  sus 
tramoyas  á  los  otros  embaucadores ,  Alonso  del  Castillo  y  Mi- 
guel de  Luna.  Estoy  deseando  el  verte.  No  hemos  de  hablar 
más  que  en  aljamia ,  puesto  que  así  puede  llamarse  el  árabe 
que  ahora  hablan  nuestros  camaradas  del  lado  allá  del  Estrecho. 
Ello  es  que  aquí  he  hecho  conocimiento  con  un  judío  á  quien 
bautizó  el  Rey  Fernando,  siendo  su  padrino  ^  que  tiene  muchas 
nociones,  y  como  habla  perfectamente  el  español,  yes  entendido, 
explica  todas  las  dificultades,  y  satisface  bien  á  cuantas  cuestio- 
nes y  preguntas  se  le  hacen.  Mucho  te  servirá  este  aprendizaje 
para  tu  viaje,  si  al  fin  te  resuelves  á  hacerlo.  Aún  el  italiano 
que  ha  desempeñado  el  viceconsulado  de  Túnez ,  se  encuentra 
en  Madrid. 

Habrás  de  saber  que  Gallardo  abandona  á  Madrid.  Se  va  á 
Toledo,  á  una  quinta  que  compró  de  bienes  nacionales,  hu- 
yendo de  la  gente  que  manda ,  á  quien  él  no  mira  con  menos 
rencor  que  á  los  moderados.  Se  ha  llevado  todos  sus  libros,  y 
piensa  entregarse  enteramente  á  sus  estudios  favoritos  de  filolo- 
gía y  literatura.  Veremos  si  produce  algo ,  que  siempre  será 
interesante. 

El  infante  D,  Francisco  marcha,  obligado  á  ello  por  Espartero 
y  su  gobierno.  Olózaga  y  Cortina  se  han  puesto  á  la  cabeza 
del  partido  que  sostiene  al  Infante,  y  esto  desunirá  más  y  más 
al  partido  progresista.  ¡  Qué  amor,  y  qué  delicia  !!! 

Volviendo  á  nuestra  conversación  de  libros,  te  encargo  tam- 
bién, si  á  mano  te  vienen,  el  Fuenlana  de  Música^  1554-  — 
XII  -  25 


386  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Bermudo,  Instrumentos  músicos,  id.  Estos  libros  son  conve- 
nientes para  los  artículos  de  costumbres  y  novelas  que  pinten 
aquella  época. 

Le  dirás  mil  cosas  á  Fanny  de  parte  de  Matilde,  que,  bre- 
gando siempre  con  los  dos  chicos ,  que  son  malísimos  y  precio- 
sos ,  no  tiene  ni  un  momento  para  pasear,  ni  para  escribir.  Ya 
te  dije  que  mi  suegro  murió  repentinamente  meses  pasados. 
Este  acontecimiento  lo  sentí  en  el  alma.  Dale  mil  besos  á  Emi- 
Ra  y  á  tu  chico,  cuyo  nombre  ignoro  todavía  ,  pues  tu  cabeza 
es  tal,  que  ni  aun  siquiera  me  lo  has  dicho. 

Pásalo  bien,  y  no  te  descuides  en  escribirme.  Si  vienes  por 
París,  allí  encontrarás  á  Artacio  Parejo.  Al  tiempo  de  entrar 
en  España  me  avisarás  ,  pues  quisiera  saber  el  día  de  tu  llegada 
para  salirte  á  recibir  en  coche.  Memorias  de  Pepe  Salamanca, 
y  tuyo  afectísimo  compañero  y  hermano, 

Serafín. 


Madrid  28  de  Agosto  de  1848. 

Querido  Presidente  :  He  recibido  la  tuya  del  22,  que  principia 
sin  cruz  y  concluye  con  la  fecha,  costumbre  que  viene  en  son  de 
hallarte  entre  gente  aljamiada  si  no  turquesca.  He  sabido  de  tu 
familia  por  el  vejete  Swn  es  fuit,  y  le  he  hecho  un  encargo  para 
Pozuelo ,  que  voy  á  repetírtelo  en  este  lugar  :  es  saber  si  a! 
modo  de  insacular  en  tu  bolsillo  alguna  noveleja  de  Solórzano 
ó  Salas  Barbadillo,  ó  algún  Romancerillo  de  tercer  orden  ,  te 
has  embolsado  dos  pañuelos  míos  y  con  mi  propia  marca.  Si 
hay  algo  de  esto,  no  los  pierdas  cual  los  has  adquirido,  y  con- 
sérvalos para  traérmelos  llenos  de  dátiles. 

Ya  sabía  yo  que  eso  andaba  escaso  de  gangas ;  mas  ,  sin  em- 
bargo, no  te  vendrás  sin  algún  alón  ó  pechuga  de  alguna  cosa 
muy  buena. 


APÉNDICES.  387 

Como  yo  soy  tu  antípoda  en  esto  de  vigilar  y  atalayar  por 
los  intereses  de  mis  amigos,  te  diré  que  de  la  Luisiana  te  voy  á 
encontrar  grandes  tesoros  para  que  puedas  llevar  bien  la  tienta 
á  esos  herejotes  mixtos  de  francés  ,  inglés  y  español.  Al  mo- 
mento que  encuentre  la  veta  se  principiará  el  trabajo  ,  sin 
aguardar  tus  remesas ,  pues  en  conciencia  me  considero  tu  deu- 
dor por  los  40  ó  50  reales  de  la  Crónica  de  Sicilia. 

Llevo  dos  ó  tres  días  de  inquietud  y  malestar  por  aquel  negro 
negociado  del  Banco^  cuyo  término,  que  es  como  la  cabeza  de  la 
Hidra,  se  reproduce  hoy.  Proh  dolor! 

Te  deseo  feliz  pasaje  para  Tánger,  Tetuán  y  Larache.  Puesto 
que  manejas  la  pluma  con  soltura  ,  tráete  algunos  perfiles  de 
las  fortificaciones  antiguas  de  estos  tres  puntos  .  singularmente 
del  Castel  de  Genoveses  que  defiende  la  entrada  del  Río  Lucus: 
es  regular  que  entre  las  curiosidades  de  Tánger  halles  en  algún 
álbum  ó  cuadernos  algo  de  esto. 

Si  ves  al  P.  Pedro  en  Cádiz,  dale  muchas  expresiones  y  re- 
cuerdos ,  y  dile  que  si  voy  á  Andalucía  pasaré  por  Cádiz  sólo 
por  el  gusto  de  darle  un  abrazo. 

Te  encargo  que  no  te  olvides  de  mí  en  cuanto  á  adquisicio- 
nes de  antiguallas  árabes^  singularmente  en  cuanto  á  tratadis- 
tas militares  ,  pues  si  me  trajeses  un  Tortosí,  me  bebía  contigo 
una  botella  de  Champagne,  En  fin  :  ten  tú  por  mis  cosas  esta 
oficiosidad  é  interés  que  por  esta  esclavitud  en  que  me  tienes, 
tengo  yo  por  las  tuyas.  Digo  esto,  porque  has  regalado  el  Pres- 
cott  á  Bedia,  sabiendo  tú  que  yo  no  lo  tenía.  Al  oir  esto,  debe- 
rías caer  postrado  de  hinojos  y  decir  como  Nabuco  :  «  Mi  per- 
dona ,  mi  perdona.» 

Dios  saque  á  salvo  tu  castidad  dorsal  de  la  antigua  Tingitania: 
dale  memorias  á  Pabilo,  y  escríbeme  siempre  que  tengas  lugar. 

Tuyo  afectísimo  que  te  quiere , 

Serafín. 


388  «EL   SOLITARIO»   Y    SU   TIEMPO. 

Madrid. 

Serafín  Calderón  ,  poeta  saliente,  á  Javier  de  Quinto,  histórico 
entrante,  salutem  phirimam  : 

Aunque  te  escribo  en  este  picadillo  b'lingüe^  ya  se  me  al- 
canza que  hablo  con  el  rey  Marsilius  de  Zaragoza  ,  así  como 
pudieras  tú  sospechar  que  te  las  habías  con  algún  Aben- 
Jussef  de  los  de  Granada ;  y  dígolo  esto ,  porque  no  nos 
podemos  maravillar  de  la  costumbre  oriental  que  ambos  usa- 
mos de  reservar  nuestros  libros  á  modo  de  mujeres  en  los 
Serrallos  y  Harenes.  Y  en  verdad  sea  dicho,  que  los  libros 
buenos  y  mujeres  hermosas  ,  si  pueden  cederse  y  trocarse 
en  lances  muy  contados ,  nunca  merecen  el  que  se  les  mire 
con  desdén  y  desprecio ,  descuidándolos  y  dándolos  á  présta- 
mo, buscando  ocasión  ó  tragándose  uno  el  anzuelo  de  que  pue- 
dan ser  olvidados  y  perdidos  forzosamente.  Es  decir  ,  que  se 
puede  ceder,  como  lo  hizo  cierto  Bey,  la  mujer  que  se  quiere 
para  sanar  á  un  hijo  querido,  y  dar  algún  libro  que  procure  y 
sea  causa  de  la  aparición  de  otro  mejor  ó  tan  bueno.  Pero  ya 
se  deja  conocer,  en  uno  y  o.tro  caso,  que  han  de  vivir  razones 
forzosas  para  ello. 

La  Crónica  de  Corbera  sobre  los  reyes  de  Sicilia,  que  poseo, 
la  tendrás  á  disposición  tuya,  y  esto  por  dos  fundamentos: 
siendo  el  primero  esta  propensión  ,  en  que  no  me  puedo  ir  á  la 
mano  de  querer  lo  esquinado  y  avieso,  y  por  cierto  que  tú  no 
eres  muy  liso  y  llano  ;  y  es  el  segundo,  que,  tratándose  de  glo- 
rias españolas,  revolvería  yo  el  mundo  entero,  no  ya  el  facili- 
tar unos  papeles  viejos  para  arrimar  por  mi  parte  á  la  obra 
meritoria  el  material  bueno,  ó  ripio  impertinente  que  estuviese 
á  mis  alcances  ;  pero  yo  también  estoy  en  trabajos  ,  y  mi  de- 
mostración merece  asimismo  algo  de  tus  finezas.  Aparte,  pues, 
de   los  fueros  de  Aragón  que  tú  tienes  en   códices ,   es  pre- 


APÉNDICES.  389 

ciso  que  me    hagas    presente  de  todos   aquellos   pasajes ,  citas 
y  fragmentos  que  halles ,    y  en   los  que  se  hable   de  la  guerra 
como  arte ,  ó  que   señalen   algún   hecho  curioso ,  portentoso  y 
desconocido^  de  los  cuales  hay  tantos  en  el  período  que  vas  á 
recorrer.  Por  lo  demás ,  en  el  Corbera  no  encontrarás  nada  que 
no  te  sea  muy  conocido  y  familiar.  Sus  investigaciones  no  sa- 
lieron de  los  autores   reinícolas ,   y  no   muestra    gran   conoci- 
miento en  los  autores  italianos  de  la  época  ,  ni  gran  perspicacia 
ni  sagacidad  para  combatir  malas  aserciones ,    ni  para  asentar 
nuestros  hechos  favorables,    ni  para   autorizar   la  justicia  de 
nuestra  dominación  en  la  utilidad   de  ella  para  aquellas  partes. 
Corbera  se  propuso  imitar  á  Tácito  ,  y  siendo  tal   su  exclusivo 
propósito,  todo  lo  sacrifica  á  ello,  ó  al  menos  lo  descuida  entera- 
mente :  es  más  bien  un  libro   retórico  que  no   un  libro  de  his- 
toria. Con  tales  premisas  ,  el  día  feriado  que  te  se  antoje  ,  pues 
no  puedo  faltar  á  mi  Consejo,  y  mediando  aviso  para  tener  algo 
de  condumio  en  forma  de  almuerzo ,  te  vienes  con  el  Códice  de 
los  fueros  debajo  del  brazo  á  pasar  una  mañana  conmigo  ;  y  de 
la  vuelta  de  afuera  llevarás  la  Crónica  de  Corbera  ,  pudiéndonos 
fijar  el  término  de  un  mes   para   devolvernos  nuestras  joyas, 
quedando  yo  entonces  en  ser  tu  visitante,  y  pagándome  en  me- 
jor almuerzo,  porque  eres  más  rico,  potente  y  opulento,  el  aga- 
sajo mío.  Ten  por  advertencia  que  Andrés  Borrego  tuvo  años 
hace  el  mismo  pensamiento  que  tú ,  y  que  en  su  vuelta  por  Ita- 
lia recogió  datos,    noticias,    libros    y  apuntes   singularmente 
italianos.   El  se  proponía  hacer  descollar  en  todo  el  vasto  cuadro 
que  se  trazaba  por  manera  y  dimensión  gigantesca  la  figura  de 
D.  Rodrigo  de   Borja.   Como  Andrés   Borrego    es  hombre  de 
prendas   muy   altas  y  liberales ,  tratándose   de  las  letras  ,  será 
muy  natural  y  hacedero   que    te  facilite  totalmente  su  ajuar  si 
ha  abandonado  su  pensamiento,  ó  que  te  suministre   al  menos 
los  datos  convenientes  á  tu  propósito. 


390  ^(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

Quedan  ,  pues ,  establecidos  los  preliminares  de  nuestra  co. 
fradía  literatesca  ,  reservando  y  asignándote  á  ti  el  que  pongas  el 
sello  á  la  negociación  cuando  y  como  tú  quieras,  y  debiendo  íljai* 
tú  también,  con  la  advertencia  indicada  ,el  día  de  fiesta  en  qu^ 
hayamos  de  canjear  las  credenciales. — Vale. 


Madrid  28  de  Setiembre  de  1857. 

Querido  Merimée  :  Sin  duda  que  soy  perezoso ;  pero  acha- 
que V,  también  mi  silencio  á  mis  muchas  ocupaciones,  á  mis 
infinitos  cuidados  y  sinsabores  domésticos,  y  no  tienen  tam- 
poco poca  parte  los  achaques  que  me  acometen.  Ello  es  que, 
atravesando  por  el  Bosforo  incómodo  y  desagradable  de  esta 
dolencias  y  dolamas ,  me  preparo  á  navegar  á  pleine  voile,  si  no 
por  el  Mar  Negro,  por  los  mares  agradables  de  la  vejez.  No  sé 
si  en  medio  del  golfo  tendré  más  resignación  y  menos  melan- 
colía que  por  ahora;  pero  como  V.  se  me  quejaba  en  los  pasa- 
dos días  en  sus  cartas  de  la  misma  disposición  de  espíritu, 
quiero  hacerle  á  V.  el  dúo  ,  porque  estoy  al  unísono  con  V.  en 
estos  desabrimientos  y  tristezas. 

He  ido  recibiendo  sucesivamente  por  una  y  otra  parte  los  re- 
cuerdos literarios  y  regalos  de  libros  que  me  ha  ido  enviando. 
Todos  los  aprecio  ,  y  todos  me  sirven ,  así  para  entretener  el 
tiempo  como  para  fijar  ciertas  y  ciertas  ideas  ,  dilatarlas  y  dar- 
las mejor  orden.  Todo  esto  no  me  dará  más  que  algún  consuelo 
y  leve  satisfacción ;  porque  en  cuanto  á  sacar  provecho ,  ni  tí- 
tulo de  gloria,  me  parece  ya  demasiado  tarde  para  emprender 
obra  que  lisonjee  mi  vanidad  ó  pueda  servir  de  algo  útil  para 
mi  país.  Otros  vendrán  después  y  sabrán  llenar  estos  vacíos. 

He  tenido  el  gusto  de  conocer  y  tratar  al  barón  de  Bande,. 
que  es  un  joven  muy  apreciable^  y  á  quien  he   visto  también 


APÉNDICES,  391 

en  casa  de  la  condesa  del  Montijo.  En  cuanto  refresque  más  el 
tiempo,  me  lo  traeré  un  día  á  casa  para  que  pruebe  los  guiso- 
tes españoles ,  si  es  que  no  es  difícil  de  paladar  en  esto  de  !a 
pitanza.  De  todos  modos,  siendo  amigo  de  V.  y  recomendado, 
habrá  aprendido  á  ser  indulgente ,  y  por  cierto  que  si  no  lo  es, 
la  carrera  que  tiene  le  impone  la  obligación  de  saber  disimular* 
y  esto  basta  para  esta  clase  de  penitencias. 

Vea  V.  si  tendré  poco  gusto  ,  que  no  he  hecho  más  que  una 
ó  dos  visitas  á  Carabanchel ,  y  un  día  que  prometí  ir  á  comer 
allá  brazo  con  brazo  acompañado  de  Valera  ,  me  sentí  de  pronto 
tan  malo,  que  hubo  de  irse  solo  en  su  carruaje  nuestro  buen 
amigo.  En  uno  de  estos  días  pienso  ir  por  allá  y  espaciar  mi 
alma  por  aquella  quinta,  y  sobre  todo  disfrutando  de  la  con- 
versación de  nuestra  buena  amiga,  que  siempre  me  recrea,  me 
rejuvenece  y  me  vuelve  á  los  tiempos  del  Conde,  de  Carnerero 
y  de  nuestra  antigua  tertulia ,  que  tan  gratos  recuerdos  me  han 
dejado  en  la  memoria. 

Adjunta  va  una  ordencita  de  algunos  francos  para  los  pedi- 
dos que  pienso  irle  haciendo  á  V.  de  algunos  librotes,  y  para 
que  estimule  V.  la  buena  voluntad  de  ese  oso  blanco  de  Du- 
mont ,  que  tan  rehacio  se  hace  en  desempeñar  mis  comisio- 
nes. Le  dirá  V.  que  si  llega  á  conseguir  el  descubrir  el  paradero 
de  la  tercera  parte  de  la  Celestina ,  llamada  Roselia  y  Lisardo, 
que  consta  en  el  índice  de  la  Biblioteca  Imperial ;  pero  que  no 
parece  ó  no  quieren  que  parezca,  le  regalo  80  francos,  sin  per- 
juicio de  pagarle  lo  que  quiera  por  la  copia  que  me  ha  de  hacer, 
puesto  que  sabe  bastante  castellano  para  ello ,  y  que  además  es 
hombre  curioso  y  entendido. 

A  propósito  de  esto,  le  diré  á  V.  que  le  agradecería  mucho, 
sobre  todo  si  aplicase  eficacia  en  la  ejecución  del  encargo ,  que 
me  remitiese  las  bases  ó  reglamentos  que  tienen  Vds.  para  su 
gobierno  en  la  sociedad  de  Bibliófilos  á  que  V.  pertenece,  y  en 


392  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

la  cual  hubiera  yo  entrado  si  Vds.  me  hubieran  admitido,  á  ha- 
ber permanecido  por  algún  más  tiempo  en  Francia. 

Yo  quiero  implantar  esa  institución  en  España  por  mí  y 
ante  mí ,  y  si  llega  el  caso  y  V.  es  gustoso,  su  nombre  de  V. 
constará  entre  los  fundadores.  Esto  me  entretendrá  sin  gran 
trabajo  de  la  inteligencia,  y  estoy  tan  resuelto  á  ello,  que  en 
cuanto  tenga  contestación  de  V.  pondré  mano  á  la  obra,  y  aun- 
que yo  sea  el  solo  empresario  ,  al  muy  poco  tiempo  aparecerá 
lindamente  impreso  alguno  de  los  diamantes  desconocidos  de  la 
literatura  española. 

Dígame  V.  algo  de  sus  proyectos  andantes  para  los  meses 
sucesivos ,  indicándome  el  derrotero  que  piensa  tomar.  Yo  no 
he  podido  salir  este  verano,  ni  siquiera  á  visitar  mis  pobres  te- 
jas y  terrones ,  que  puede  V.  figurarse  cómo  andarán  ,  cono- 
ciendo V.  mi  pereza  y  desgobierno.  Mis  chicos  principian  á  ocu- 
parse de  este  punto^  y  esto  me  aliviará,  aunque  en  ello  no  lle- 
ven grande  utilidad.,  Si  bien  mirado  no  fuera  peor  no  tener 
nada  ,  mi  opinión  sería  que  el  poseer  poco  no  merece  la  pena. 
Los  chicos  se  acuerdan  mucho  de  V.,  y  como  el  retrato  está 
en  el  gabinete,  apenas  hay  día  que  no  hagamos  conversación 
de  V.  Saludan  á  V.  afectuosamente  ,  y  yo  me  despido  con  un 
afectuoso  abrazo  y  un  buen  estrechón  de  manos,  sin  olvidar  á 
nuestra  buena  y  oficiosa  amiga  la  señorita  inglesa  ,  á  quien  dará 
V.  mil  expresiones. 


APÉNDICE  D. 


DOCUMENTOS    DE   LA    CAUSA    SEGUIDA    CONTRA    DON 
BARTOLOMÉ   jOSÉ    GALLARDO. 

ACUSACIÓN. 


_^^-^  ON  José  San  Bartolomé ,  en  nombre  del  Excmo.  c 
limo.  Sr,  D.  Serafín  Estébanez  Calderón ,  en  la 
causa  contra  D.  Bartolomé  José  Gallardo  sobre  in- 
jurias j  haciendo  uso  de  la  comunicación  que  se  me 
ha  conferido  para  formalizar  la  acusación  ,  digo  :  Que  D.  Bar- 
tolomé José  Gallardo,  en  sus  declaraciones,  y  con  especialidad 
en  la  primera  ,  se  ha  propuesto  dos  objetos  :  el  primero,  confir- 
mar las  injurias  inferidas  á  mi  representado,  repitiéndolas  ante 
la  presencia  judicial ;  y  el  segundo,  confundir  la  escena  escan- 
dalosa de  la  calle  de  Hortaleza ,  presenciada  por  D.  Francisco 
Simonet  y  D.  Fernando  Azancot,  con  otro  encuentro  y  diálogo 
anterior,  ocurrido  en  la  calle  del  Clavel  como  veinte  días  antes 
de  la  segunda  ocurrencia.  Es  indudable  que  el  D.  Bartolomé 
José  Gallardo,  sacando  en  el  caso  presente  las  esperanzas  de  sa- 
lir indemne ,  animado  sin  duda  con  lo  que  otras  veces  le  ha  su- 


394  ^^EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

cedido,  se  propone  seguir  el  mismo  sistema ,  añadiendo   el  sar- 
casmo á  la  procacidad  y  la  reiteración  de  las  injurias  ante  los 
mismos  tribunales ,    porque   ese  es  el  intento  y  pretensión  de 
las  personas  que  aspiran  á  la  triste  gloria  que  dicho  señor  pare- 
ce ha  ambicionado  siempre.   Los  sofismas  de  que  se   vale  para 
llevar  adelante  su  injuria,  prontamente  se  desvanecerán  ante  el 
criterio  judicial,    y  por  ello  se  nos   ha  de  permitir  el  entrar  en 
algunos  pormenores.  Dice  el  injuriante  :  «Que  en  efecto  se  re- 
fiere á  dicho  caballero,  porque  en  el  círculo  de  los  literatos  es 
conocido  entre   los  amigos   festivamente  en  el  estilo  jocoso  en 
que  está  escrito  el  folleto  con  tal  seudónimo,  así  como  al  de- 
clarante se  le  conoce  por  el  Licenciado  Palomeque ,  el  Bachiller 
de  Fornoles  ,  el  Domine  Lucas  y  el  Bachiller  Tomé  Lobare,  y 
otros  nombres  festivos  de  que  el  declarante  no  se  da  por  ofendi- 
do ni  agraviado.»   El  injuriante  pretende  confundir  con  este  tri- 
vial descargo  lo  que  es  el  seudónimo  con  el  apodo  y  remoquete. 
Ha  sido  muy  común  desde  el  renacimiento  de  las  letras  el  que 
los  aficionados  á  ellas  se  hayan  nombrado  á  sí  mismos  y  distin- 
guido á  sus  amigos  con  ciertos  nombres  tomados  del  dominio 
de  la  historia  ó  de  la  fábula  ,  empleando  para  ello  nombres  so- 
noros ,  suaves  y  numerosos,  propios   más  bien  para  imprimir 
una  idea  favorable ,   que  no  un  dictado  injurioso  ó  denigrativo. 
Los  nombres  de  Salicio,  Nemoroso,  Vandalio  y  otros  ciento  que 
abundan  en  nuestra  buena  literatura  del  siglo  xvi ,  xvii ,   y  aun 
en  los  mismos  tiempos  de  Meléndez  y  Jovellános  ,  no  son  cierta- 
mente del  calibre  y  sonsonete  con  que  ha  querido  injuriar  don 
Bartolomé  José  Gallardo  á  mi  representado.  Si  algún  literato  de 
mal  gusto ,  y  más  bien  aficionado  al  cinismo  que  á  la  limpieza 
literaria,  ha  querido  bautizarse  con  nombres  mal  sonantes  y  de 
rara  catadura  ,  la  culpa  será  suya^  y  usa  de  un  derecho  que  na- 
die le  disputará,  aunque  siempre  se  mirará  con  desdén  por  los 
hombres  que  tengan  en  algo  su  propia  dignidad.  Los  apodos 


APÉNDICES.  395 

y  remoquetes  con  que  se  ha  connominado   á  sí  propio  D.    Bar- 
tolomé José  Gallardo  justifican  y  comprueban  el  uso  de  este  de- 
recho ;  pero  sin  entrar  por  ahora  en  la  calificación  de  cada  uno 
de  ellos  ,  no  hay  ninguno,  entre  los  seis  ó  siete  que  cita,  que  se 
dirija   ni    que  pueda  imprimirle  tacha  y  nota  de  importancia; 
pero  pudiendo  él  calificarse  como  parte ,   no  tiene  derecho  para 
tomar  como  objeto  de  sus  chistes ,  chanzas  ó  malignidad  á  nin- 
guna persona   honrada,    poniéndole  dictado  alguno,  ni   aun  de 
esos  mismos  con  que  á  sí  mismo  se  ha  confirmado.  Al  dominio 
de   la   prensa   no  puede  someterse,  por  lo  mismo  que  es  cosa 
eminentemente  pública,    sino  lo  que  importa  vitalmente  al  in- 
terés del  público ;  y  no  está  en  este  caso  la  persona  de  un  ciu- 
dadano particular.   Sin  duda  el   D.   Bartolomé  José  Gallardo^ 
previendo  la  argumentación  que  sobre  el  caso   se  le  podía  ha- 
cer, ha  querido  responderla,    ó  debilitarla  al  menos ,    dando   á 
entender  que  los  apodos  con  que  señala   á  mi  defendido  eran 
usuales    y  corrientes,  Pero  si  esto  fuera  así ,  ¿por  qué  se  toma 
el  trabajo  de  apuntar  y  señalar  con  su  propio  puño  y  letra  en 
cada  ejemplar,   y  en  los  parajes  que  apoda  á  mi  representado, 
el  nombre  de   Calderón?  ¿No  conocía  que  este  prurito  por  da- 
ñar le  había  de  ser  perjudicial  legalmente  ante  los    tribunales? 
En  su  ampliación  á  la  confesión  con  cargos  procura  atenuar  esto; 
pero  si ,  como  indica,  se  propuso  dar  á  conocer  á  los  profanos 
las  personas  á  quienes  aludía,   esto  lo  que  prueba  es  que  rece- 
laba que  sus  tiros  no  hiciesen  la  cruel  herida  que  deseaba ,  y  no 
tan  inmediatamente  y  con  la  generalidad  que  buscaba ;  y  por 
eso  quiso  emplear  la    apostilla  y  la  rúbrica  ignominiosa  en  los 
pasajes   de  que   nos  vamos   haciendo   cargo.  ¿  Y  qué  motivos 
podía  tener  el    D.    Bartolomé  para   esta  saña  y   tal  encarniza- 
miento? ¿Ha  sido    alguna  vez  zaherido  ó  ultrajado  por   mi  re- 
presentado en  sus  palabras  ó  en  sus  escritos  ?  Muy  al  contrario 
de  ello.  Ha  tenido  siempre  una  satisfacción  gustosa  en  realzar 


396  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

sus  cualidades  de  literato  y  en  proporcionarle  medios  de  defen- 
sa en  las  persecuciones  judiciales  que  ha  sufrido.  Prueba  de 
aquello  será  las  manifestaciones  que  ha  hecho  á  los  jóvenes  afi- 
cionados á  las  letras  del  estudio  que  merecían  los  conocimientos 
lingüísticos  y  filológicos  de  D.  Bartolomé  José  Gallardo  ;  y  de 
esto,  la  parte  que  tuvo  en  1827,  en  que  andaba  preso  y  en- 
vuelto en  procedimientos  políticos,  para  que  tomase  su  defensa 
gratuitamente  en  Granada  el  Excmo.  Sr.  D.  José  de  la  Peña  y 
Aguayo,  amigo  de  mi  representado,  y  que  por  sus  gestiones 
y  súplicas  no  desamparó  al  injuriante  hasta  sacarlo  á  salvo 
cumplidamente.  Las  buenas  ausencias  literarias  que  ha  tenido 
siempre  en  mi  defendido  D.  Bartolomé  José  Gallardo,  se  pue- 
den fácilmente  comprobar  por  el  testimonio  de  D.  Pascual  Ga- 
yangos,  D.  Ramón  Mesonero  Romanos,  D.  Antonio  y  D.  Emi- 
lio Cánovas ,  de  los  mismos  D.  Tomás  Muñoz  y  D.  Domingo 
del  Monte,  y  de  cuantos  han  cultivado  y  tenido  afición  á  las 
letras  castellanas  de  muchos  años  á  esta  parte  ,  sin  dejar  de 
mencionarse  los  elogios  que  á  manos  llenas,  aunque  merecida- 
mente ,  le  derramaba  mi  representado  en  varios  3^  repetidos 
números  de  la  publicación  que  hace  años  veía  la  luz  en  esta 
corte  con  el  nombre  de  Cartas  Españolas.  Aunque  estas  de- 
mostraciones fueron  merecidas,  ¿dejarán  por  eso  de  reclamar 
alguna  benevolencia  y  alguna  cordialidad  de  parte  del  elogiado 
y  del  defendido?  Por  muchos  que  sean  los  títulos  del  D.  Barto- 
lomé José  Gallardo ,  nunca  serán  tantos  y  tales ,  que  lo  exho- 
neren  de  todo  agradecimiento,  de  toda  buena  correspondencia. 
Su  injusticia  en  contra  de  mi  defendido  resalta  tanto  más, 
cuanto  que  no  conocía  á  D.  Adolfo  de  Castro  sino  por  sus 
obras,  y  sólo  pocas  semanas  antes  de  la  publicación  del  folleto 
titulado  Zapata:(0  á  Zapatilla,  yendo  por  la  calle  del  León,  se 
encontró  á  D.  Pascual  Gayangos  ,  que  venía  acompañado  de 
un  caballero  bastante  joven  ,  presentándolo  á  mi  defendido  como 


APÉNDICES.  397 

el  editor  ó  autor  del  Buscapié.  Mi  defendido^  que  había  admi- 
rado las  dotes  de  escritor  de  D.  Adolfo  de  Castro,  y  su  exqui- 
sita erudición  en  la  literatura  española,  le  hizo  los  ofrecimientos 
corteses  que  la  ocasión  exigía  ,  recibiéndole,  por  consecuencia, 
una  vez  en  su  casa ,  y  pagándole  después  la  visita  en  la  calle 
de  Peligros,  donde  vivía  el  D.  Adolfo,  en  compañía  de  D.  Do- 
mingo del  Monte.  Justificados  estos  hechos ,  se  verá  que  la  in- 
juria inferida  á  mi  representado  es  tanto  más  maligna ,  cuanto 
que,  además  de  las  consideraciones  que  siempre  le  ha  debido  el 
D.  Bartolomé  Gallardo,  ni  aun  siquiera  tenía  el  leve  motivo  de 
ser  amigo  anterior  del  D.  Adolfo  de  Castro  y  de  participar  de 
sus  opiniones  y  rencores  literarios  :  el  comportamiento ,  por 
consecuencia ,  del  D.  Bartolomé  Gallardo ,  ha  sido  lo  más  ma- 
ligno y  de  m.ás  torcida   intención  que  darse  pueda. 

Convencido  Gallardo  de  cuan  injustificable  es  su  proceder, 
intenta  persuadir  que  no  hay  injuria  en  los  apodos  y  calificacio- 
nes que  atribuye  á  mi  defendido,  y  para  ello  dice  que  le  llama 
Aljatni ,  por  suponerlo  familiarizado  con  el  conocimiento  de  la 
lengua  árabe  ;  pero  esto  se  llama  en  buen  castellano  arabista  ú 
orientalista ;  y  si  todavía  se  le  quiere  dar  un  sesgo  chistoso, 
se  le  puede  llamar  arabizante^  pero  no  Aljamiado.  La  habilidad 
que  presupone  tener  Gallardo  en  estas  contiendas  le  hace  supo- 
ner que  son  ignorantes  los  demás,  hiriendo  á  su  sabor  é  inter- 
pretando después  las  frases  y  palabras  á  su  antojo,  haciendo 
mayor  el  daño  procurando  excusarlo.  La  palabra  Aljami,  antes 
que  la  significación  que  le  atribuye  el  Gallardo,  puede  significar, 
y  significa ,  el  que  concurre  á  las  sinagogas  ó  aljamas  de  los 
judíos  ó  moros  ;  de  modo  que,  sin  violencia  alguna,  esta  pala- 
bra puede  considerarse  ser  una  de  las  cinco  famosas  de  la  ley, 
y  no  se  necesita  sino  ojear  los  diccionarios  de  la  lengua  para 
convencerse  de  la  intención  del  Gallardo,  que  presume  que 
sólo  él  y  ningún  otro ,  y  ni  aun  la  sabiduría  de  los  tribunales. 


398  C(EL    SOLITARIO)^    Y    SU    TIEMPO. 

puede  penetrar  c^os  arcanos  de  idioma  que  él  sólo  supone  po- 
seer. Lo  mismo  puede  decirse  y  demostrarse  de  la  palabra /ar- 
falla  ;  para  convencerse  que  la  intención  y  significado  que  le 
atribuye  no  viene  del  verbo  for-faris  latino ,  desusado  entera  • 
mente  en  la  primera  persona ,  sino  de  la  palabra  f anilla  ó  far- 
fullar ,  y  esto  porque  se  enlaza  perfectamente  al  pensamiento 
de  Gallardo  en  su  diatriba  y  libelo,  que  es  el  suponer  adecuado 
á  mi  defendido  para  imitar  las  que  él  llama  fechorías  y  trapace- 
rías de  D.  Adolfo  de  Castro.  El  Gallardo  debería  saber  que 
cualquier  persona  medianamente  instruida  en  conocimientos 
filológicos  sabe  que  para  que  un  derivado  se  afilie  á  una  pala- 
bra primitiva ,  es  necesario  que  en  aquél  existan  las  letras  radi- 
cales,  y  por  más  tortura  que  dé  á  su  ingenio  el  D.  Bartolomé, 
nunca  demostrará ,  ni  por  la  doctrina  ni  por  el  ejemplo ,  que 
el  ^poáo  f arfa! la  significa  lo  que  él  quiere  ahora  dejar  traslucir, 
sino  lo  que  desde  luego  se  propuso  proclamar,  á  saber,  de  que 
mi  defendido  era  dado  á  tal  género  de  engaños  y  trapacerías. 
Con  respecto  al  otro  apodo  de  M alagan ,  considerándolo  acaso 
el  Gallardo  como  el  más  inofensivo,  no  se  habrá  encapado  á  la 
penetración  del  juzgado  cómo  aprovecha  la  ocasión  de  dar  su 
descargo  para  morder  y  zaherir  á  D.  Antonio  Cánovas  del  Cas- 
tillo, llamándolo  Malaguilla  en  sentido  desfavorable  ;  y  esto  nada 
más  que  por  ser  este  joven  aventajado  pariente  de  mi  defen- 
dido. El  Gallardo  cree ,  sin  duda ,  que  se  falta  á  sí  propio 
cuando,  presente  la  ocasión,  deja  de  dar  una  dentellada  ,  ó  pro- 
ferir una  injuria,  aun  cuando  sea  en  los  actos  más  solemnes  y 
respetables. 

Apremiado,  como  se  ha  dicho,  por  el  cargo  de  que  de  su  pro- 
pio puño  y  letra  ha  marginado  muchos  ejemplares  de  su  libelo 
para  señalar  con  nombre  y  apellido  á  las  personas  injuriadas, 
contestó  que  lo  había  hecho  en  un  ejemplar  dirigido  á  una  señora 
respetable  é  ilustre,  no  estando  familiarizada  con  la  historia  li- 


APÉNDICES.  399 

íeraria  de  la  época.  El  D.  Bartolomé  José  Gallardo  se  olvida,  al 
afirmar  esto,  de  los  ejemplares  que  distribuyó  á  D.  Miguel 
Puche  y  Bautista ,  á  D.  Ángel  Fernández  de  los  Ríos  y  á  otros 
ciento  que  ha  derramado  por  acá  y  por  allá,  y  de  los  cuales 
podrían  presentarse  varios  otros  si  no  se  creyese  innecesario. 
Conociendo  D.  Bartolomé  Gallardo  que  otro  de  los  graves 
cargos  que  resultaban  contra  él  era  el  suponer  que  mi  defen- 
dido era  abonado  para  una  fechoría  como  la  que  atribuye  al 
que  es  eí  objeto  principal  de  sus  iras  en  el  citado  lolleto  de 
Zapatazo  á  Zapatilla ,  hace  esfuerzos ,  aunque  inútiles ,  para 
desvanecerlo.  Afirma  que  en  ello  alude  tan  sólo  al  talento  y 
pericia  de  mi  defendido  ;  pero  que  esta  no  fué  su  intención  ,  y, 
sobre  todo,  que  esto  no  es  loque  significan  las  palabras  de  que  se 
sirvió  para  expresar  su  pensamiento,  lo  prueba  concluyentc- 
mente el  contenido  de  dicho  folleto.  En  su  página  50  se  con- 
tienen algunos  párrafos  de  la  carta  que  desde  la  Alberquilla  es- 
cribió á  D.  Domingo  del  Monte  con  fecha  28  de  Febrero  de  1848. 
Allí .  encareciendo  lo  feo  que  sería  el  atribuir  á  Cervantes  el 
Buscapié  publicado,  considerando  tal  acción  como  un  delito,  ó 
como  una  falsedad ,  se  dice  claramente ,  y  con  grande  insis- 
tencia ,  que  mi  defendido  era  capaz  de  semejante  fechoría.  Es- 
tas palabras,  aunque  siempre  descomedidas,  é  inmerecidas 
siempre  por  parte  de  mi  defendido,  adquieren  una  perversa  ma- 
lignidad dándolas  á  la  prensa ;  y  como  si  el  apodo  fuera  insu- 
ficiente todavía  ,  añadir  la  indicación  propia  del  nombre  y  por 
la  mano  misma  del  injuriante.  Si  Gallardo  cree  que  es  una  fal- 
sedad ,  un  delito,  una  calumnia  atribuir  á  Cervantes  el  Busca- 
pié puhVicdiáo ,  y  cree  capaz  á  mi  defendido  de  tal  superchería, 
y  lo  publica,  y  lo  estampa  ,  y  lo  significa  de  todas  las  maneras 
posibles,  es  indudable  que  acusa  al  mismo  tiempo  que  injuria, 
y  que  es  merecedor  de  todas  las  penas  que  las  leyes  antiguas  y 
las  disposiciones  modernas  previenen   contra  los  detractores  é 


400  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU  TIEMPO. 

injuriantes.  El  buen  nombre  y  fama  de  mi  representado  es 
claro  que  no  puede  menoscabarse  por  las  injurias  del  D.  Barto- 
lomé José  Gallardo  ;  pero  no  es  menos  cierto  que  su  intención 
ha  sido  el  perjudicarlo,  y  que  sin  un  fallo  judicial  que  conija  el 
intento  suyo  y  rectifique  la  opinión  de  los  que  tienen  co- 
nocimiento de  este  asunto,  la  condición  civil  de  mi  defendido, 
si  no  queda  vacilante,  queda  muy  lejos  ,  sin  embargo,  de  las 
buenas  condiciones  de  que  es  acreedor. 

Que  el  ánimo  de  Gallardo  fué  injuriar  y  ofender  á  mi  defen- 
dido, lo  prueba  el  hecho  que  ocurrió  en  la  calle  de  Hortaleza 
después  déla  publicación  del  folleto  mencionado,  donde  contestó 
á  las  reconvenciones  que  aquél  le  hizo,  que  peor  sería  la  desca- 
labradura que  el  arañazo ,  y  la  herida  que  la  descalabradura. 
Convencido  de  esto  Gallardo,  procuró  en  un  principio  oscure- 
cer los  hechos ,  confundiendo  aquél  con  otro  que  es  completa- 
mente diverso.  Es  cierto  que  por  el  mes  de  Mayo  de  1S51  se 
encontró  mi  representado  en  la  calle  del  Clavel  con  D.  Barto- 
lomé José  Gallardo,  y  como  aquél  iba  acompañado  de  D.  Sal- 
vador López  Enguídanos ,  jefe  político  que  ha  sido  de  Murcia, 
se  lo  presentó  al  Gallardo,  como  que  éste  había  sido  amigo  del 
padre  de  D.  Salvador,  y  entonces  fué  cuando  le  suplicó,  en 
nombre  de  su  antigua  amistad  ,  y  sirviendo  también  de  empeño 
el  dicho  señor  de  Enguídanos,  para  que  omitiese  en  su  folleto 
toda  designación  de  su  persona ,  á  lo  cual  pareció  acceder  el 
D.  Bartolomé,  ó  que  al  menos  borraría  toda  calificación  ca- 
lumniosa ó  de  injuria.  Obsérvase ,  pues  ,  que  es  muy  diverso 
este  encuentro  del  ocurrido  en  la  calle  de  Hortaleza  un  mes 
después  ,  cuando  ya  el  folleto  se  había  publicado,  y  cuando  en 
lugar  de  los  descargos  y  explicaciones  que  en  buena  amistad 
podía  esperar  del  Gallardo ,  éste  le  replicó  ante  D.  Francisco 
Simonet  y  D.  Fernando  Azancot,  que  peor  había  de  ser  la  des- 
calabradura que  el  arañazo,  y  la  herida  que  la  descalabradura. 


APÉNDICES.  401 

Para  atenuar  su  proceder  en  dicho  primer  encuentro,  dice  don 
Bartolomé  José  Gallardo  que  cuando  se  le  hizo  la  súplica,  ya 
estaba  impreso  el  libelo ;  pero  si  él  hubiera  tenido  benevolencia 
al  dar  esta  disculpa,  se  le  hubieran  retribuido  y  reembolsado  los 
gastos  y  el  desembolso  para  corregir  los  pasajes  injuriosos, 
porque  la  sabiduría  del  tribunal  conocerá  que  la  persona  que, 
á  pesar  de  su  posición  ,  dependía  á  súplicas  y  ruegos  ,  con  ma- 
yor motivo  y  hasta  con  gusto  hubiera  sacrificado  algunos  po- 
cos duros  por  evitarse  sinsabores  como  los  que  ha  probado  des- 
de la  publicación  del  mencionado  folleto.  Es  incalificable,  en 
verdad,  la  conducía  del  Gallardo  en  el  presente  caso  ,  y  sólo  se 
puede  sospechar  que  le  daba  tal  importancia  á  la  publicación  de 
los  pasajes  concernientes  á  mi  defendido  ,  por  los  tesoros  de  sa- 
biduría y  erudición  que  en  ellos  se  encerraban  y  por  el  chiste 
y  primores  de  estilo  y  de  dicción  en  que  venían  expresados, 
que  se  le  hizo  cargo  de  conciencia  el  privar  al  público  y  á  la 
posteridad  de  semejantes  lindezas  ,  arrostrando,  para  ello  la  se- 
veridad de  las  leyes,  y  ultrajando  cruelmente  los  fueros  de  la 
amistad  y  de  la  buena  correspondencia. 

Por  lo  demás,  no  incumbe  á  mi  representado ,  ni  es  del  caso 
averiguar  para  los  méritos  de  esta  querella,  saber  si  están  ter- 
minados ó  no  los  procedimientos  que  se  siguieron  contra  el 
D.  Bartolomé  José  Gallardo  per  el  folleto  que  se  imprimió  en 
1834,  titulado  Las  letras  de  cambio ,  y  dirigido  contra  la  perso- 
na de  D.  Francisco  de  Paula  Burgos  ;  pero  siempre  quedará 
consignado  que  se  fulminó  mandamiento  de  prisión  contra  el 
agresor,  y  que  no  es  esta  la  vez  primera  que  se  mira  procesa- 
¿o  por  semejantes  desmanes. 

De  todo  resulta   que  la  deliberada    intención   del    D.  Barto- 
lomé José  Gallardo  fué  injuriar  á  mi  defendido;  que  para  apar- 
tarlo de  su  resolución    no  bastaron  el  convencimiento   de  que 
no  tenía  participación  alguna  en   la  publicación   del  Buscapié; 
-  XII  -  26 


402  C(EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

que  ningunas  relaciones  de  intimidad  anteriores  le  ligaban  con 
D.  Adolfo  de  Castro,  y  que  ni  las  súplicas  y  ruegos  directos 
del  injuriado,  ni  la  interposición  de  personas  respetables  ,  como 
D,  Salvador  López  Enguídanos  ,  pudieron  ablandar  al  inju- 
riante ni  desviarlo  de  su  propósito  ,  bien  que  asi  el  D.  Salva- 
dor como  el  injuriíido  creyeron  que  cedía  y  se  apartaba  de  su 
intención  en  la  entrevista  que  tuvieron  en  la  calle  del  Clavel 
antes  de  la  publicación  del  folleto.  La  injuria  es,  pues ,  clara  y 
manifiesta^  porque  D.  Bartolomé  José  Gallardo  ha  proferido  en 
dicho  folleto  expresiones  conocidamente  en  deshonra,  descrédito 
y  menosprecio  del  Excmo.  é  ílmo,  Sr.  Estébanez  Calderón, 
magistrado  del  Tribunal  Supremo  de  Guerra  y  Marina.  Y  estas 
injurias  son  graves,  como  comprendidas  en  los  párrafos  2.*, 
^.<i  y  4.0  del  artículo  380  del  Código  penal ;  por  lo  que,  habiendo 
sido  hechas  por  escrito  y  con  publicidad ,  y  concurriendo  en 
ellas  las  circunstancias  agravantes  expresadas^  que  deben  repu- 
tarse tales,  según  el  párrafo  23  del  articulo  10,  además  de  las  se- 
ñaladas en  los  párrafos  6  y  20,  deben  ser  castigadas  con  la  pena 
de  destierro  en  su  grado  máximo  y  multa  con  arreglo  á  lo  dis- 
puesto en  el  párrafo  i.**  del  artículo  381.  Y  en  esta  atención, 

A  V.  S.  suplico  se  sirva  condenar  á  D.  Bartolomé  José  Ga- 
llardo en  la  pena  de  tres  años  de  destierro  y  multa  de  quinien- 
tos duros ,  con  las  demás  accesorias,  gastos  del  juicio  y  costas, 
todo  conforme  á  lo  prevenido  en  los  citados  artículos ,  y  en  el 
15  ,  26 ,  46 ,  58  ,  69 ,  párrafo  3.0  del  74 ,  75  ,  78  y  109  ,  pues 
para  ello  formalizo  la  acusación  criminal  más  procedente  :  en 
justicia  que  pido,  jurando  lo  necesario,  etc. 

I. o  Otrosí.  Digo  :  que  renuncio  la  ratificación  de  los  testi- 
gos del  sumario. — A  V.  S.  suplico  se  sirva  haber  por  hecha 
esta  renuncia,  á  los  efectos  convenientes  en  justicia,  etc. 

2.<'  Otrosí.  Digo:  que  al  derecho  de  mi  representado  con- 
vic::e  que,  previa  citación  contraria  ,  declarebajo  juramento  el 


APÉNDICES.  403 

Sr.  D.  Salvador  López  Enguídanos,  si  es  cierto  que,  yendo  en 
Mayo  de  1851  por  la  calle  del  Clavel,  en  compañía  del  Sr.  Es- 
tébanez  Calderón ,  se  encontraron  á  D.  Bartolomé  José  Gallar- 
do^ y  que  habiendo  unido  sus  instancias  á  las  del  Sr.  Calderón 
para  que  omitiese  Gallardo  en  su  folleto  toda  designación  de  la 
persona  del  mismo  señor,  pareció  acceder  á  esto,  sin  que  indi- 
cara entonces  que  esto  no  era  posible  porque  el  folleto  estu- 
viera impreso  ya.  Por  lo  que:  A  V,  S.  suplico:  Que  reci- 
biendo estos  autos  á  prueba  con  calidad  de  todos  cargos  por  el 
breve  término  que  estime  conveniente ,  se  sirva  proveer  y  de- 
terminar como  en  este  otrosí  dejo  pedido  en  justicia  como  an- 
tes ,  etc. 

3.0  Otrosí.  Digo  :  que  en  la  misma  forma  conviene  á  mi  re- 
presentado que  el  Excmo.  Sr.  D.  Francisco  de  la  Peña  y  Agua- 
yo declare  si  es  cierto  que,  á  instancia  de  aquel ,  de  quien  es 
amigo,  tomó  en  1827  gratuitamente  la  defensa  de  D.  Bartolomé 
Gallardo,  con  quien  no  se  hallaba  ligado  con  ninguna  relación 
que  le  obligase  á  dispensarle  tal  favor,  y  si  siempre  ha  oído  á 
dicho  Sr.  Estébanez  Calderón  mostrar  deferencia  hacia  el  refe- 
rido D,  Bartolomé  Gallardo,  y  buenas  ausencias  literarias  cuan- 
do se  ha  hablado  de  él  en  su  presencia. — A  V.  S.  suplico  se 
sirva  estimarlo  así  en  justicia  como  antes,  etc. 

4.0  Otrosí.  Digo  :  que  de  la  misma  manera  conviene  de- 
clare D.  Pascual  Gayangos ,  al  tenor  de  los  particulares  si- 
guientes: primero,  si  es  cierto  que  en  la  primavera  de  1851, 
yendo  por  la  calle  del  León  en  compañía  de  D.  Adolfo  de  Cas- 
tro, se  encontraron  con  mi  representado,  y  el  declarante  le 
presentó  al  Sr.  Castro  como  el  editor  ó  autor  del  Buscapié ;  se- 
gundo, si  es  cierto  que  siempre  que  ha  hablado  de  D.  Barto- 
lomé José  Gallardo  con  el  Sr.  Estébanez  Calderón  hi  oído  á 
este  buenas  ausencias  literarias  del  dicho  Sr.  Gallardo,  á  quien 
ha  procurado  generalmente  defender  de  los  cargos  que  se  le 


4O4  «EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

hacían  sobre  asuntos  de  esta  clase.  Y  para  ello  :  Á  V.  S.  su- 
plico se  sirva  proveer  y  determinar  como  en  este  otrosí  dejo 
solicitado,   etc. 

5.0  Otrosí.  Digo :  que  igualmente  conviene  á  mi  repre- 
sentado que  de  la  misma  manera  declare  D.  Ramón  Mesonero 
Romanos,  al  tenor  del  segundo  y  último  particular  del  anterior 
otrosí :  y  á  V.  S.  suplico  se  sirva  estimarlo  así  en  justicia, 
com.o  antes,  etc. 

Madrid  2  de  Marzo  de  1852. 

Ldo.  Valeriano  Casanueva. 

José  San  Bartolomé. 

SENTENCIA. 

En  la  villa  de  Madrid  ,  á  veinte  y  cuatro  de  Agosto  de  mil 
ochocientos  cincuenta  y  dos  ,  el  Sr.  D.  Francisco  Sánchez 
Ocaña,  Juez  de  primera  instancia  del  Centro  de  esta  capital,  por 
ausencia  de  su  compañero  el  Sr.  D.  Juan  Fiol ,  que  lo  es  de  las 
Vistillas ,  habiendo  visto  esta  causa  seguida  á  instancia  del 
Excmo.  é  limo.  Sr.  D.  Serafín  Estébanes  Calderón  contra  don 
Bartolomé  José  Gallardo,  por  injurias ;  de  la  que  resulta  que  este 
último  escribió  y  publicó  en  el  año  último  un  folleto  titulado  Za- 
pata:(o  á  Zapatilla  y  á  su  falso  «  Buscapié))  un  puntilla:(o,  en  el 
que,  hablando  del  Sr.  D.  Serafín  Estébanez  Calderón,  se  vale 
para  designarle  del  apodo  de  Aljami  Malagón  Farfalla  ;  cali- 
ficándole de  capaz  de  amadrigar  la  suplantación  de  una  obra 
literaria,  y  aun  de  hacerlo  por  sí  ,  y  considerando  que  consti- 
tuye el  delito  de  injuria  toda  expresión  proferida  por  acción 
ejecutada  en  deshonra^  descrédito  ó  menosprecio  de  una  per- 
sona :  considerando  que  también  constituye  el  mismo  delito  el 
atribuir  á  una  persona  falta  de  moralidad  :  considerando  que  en  el 


APÉNDICES.  405 

folleto  referido,  entre  otros  epítetos,  se  señala  con  el  átFarfalla 
al  querellante ,  que,  si  bien  examinándola  gramaticalmente,  no 
parece  ofensiva  esta  expresión  ,  en  que  ordinariamente  se  toma: 
considerando  que  la  suposición  de  ser  capaz  de  suplantar  una 
obra  de  Cervantes  ó  de  amadrigar  al  suplantador  de  la  misma, 
envuelve  una  calificación  de  falta  de  moralidad,  y  que  esto  se 
atribuye  al  Sr.  Calderón  por  escrito  ;  Su  Señoría,  por  ante  mí  el 
escribano,  dijo  :  Que  debía  de  declarar  y  declara  á  D.  Bartolo- 
mé José  Gallardo  autor  de  injurias  graves  con  publicidad  y  por 
escrito;  y  teniendo  presentes  el  artículo  trescientos  setenta  y 
nueve,  los  casos  segundo  y  cuarto  del  trescientos  ochenta,  el 
trescientos  ochenta  y  uno,  ciento  nueve,  cuarenta  y  nueve, 
cuarenta  y  seis  y  cuarenta  y  siete  del  Código  penal ,  dehia 
de  condenarle  y  le  condenaba  á  sufrir  die:^  y  ocho  meses  de  des- 
tierro á  distancia  de  die^  leguas  de  esta  Corte,  con  prohibición  de 
entrar  en  ella  durante  el  tiempo  de  la  condena;  al  pago  de  todas 
las  costas  y  gastos  del  juicio,  y  no  haciéndole  de  éstos,  á  un  día 
de  prisión  correccional  por  cada  medio  duro  que  importen,  sin 
que  pueda  exceder  de  dos  años.  Consúltese  esta  sentencia  con 
la  Excma,  Audiencia  del  territorio,  adonde  se  remita  la  causa 
original  por  conducto  del  limo.  Sr.  Regente,  previa  citación 
y  emplazamiento  de  las  partes.  Y  por  esta  su  sentencia,  que 
con  fuerza  de  definitiva  Su  Señoría  proveyó,  así  lo  mandó  y 
firma ,  de  que  doy  fe. 

Francisco  Sánchez Ocañ a. 

Francisco  Montoya. 


índice 


DEL      TOMO      SEGUNDO 


CAPITULO  IX, 


«EL   SOLITARIO»    EN    SEVILLA. 


Sumario  .—Los  vencedores  de  la  Granja  despopulariz;> 
dos.  —  Constitución  de  1 837.  —  Nuevo  cambio. — Los 
moderados  otra  vez. — ^Estébanez,  jefe  político  de  Se- 
villa.— Su  entusiasmo  por  aquella  ciudad. — Sus  bue- 
nos propósitos. —  Creaciones  administrativas.  —  Museo 
y  Liceo  Bético. — La  literatura  en  Sevilla. — 'Reseña  de 
las  cosas  políticas  en  1838.  —  Actos  y  caída  del  gabine- 
te Ofalia.  —  Ministerio  del  duque  de  Frías. — Continúa 
la  impotencia  en  los  gobiernos.— Córdova  ,  diputado. — 
Su  actitud  en  el  Congreso.  —  Narvaez  y  el  ejército  de 
reserva,  —  Discordias  de  Espartero,  Córdova  y  Nar- 
vaez.— Aspiración  á  que  suba  Córdova  al  poder. — Ra- 
zones que  abonaban  este  propósito. — Su  posibilidad. — 
Dejan  Narvaez  y  Córdova  á  Madrid 

capítulo  X. 


Pdgs. 


KL    PKONUNCIAMIENTO    ÜE    1838    Y    «EL    SOLITARIO.)) 

Sumario. — Alarma  súbita  en  Sevilla.  —  Los  síndicos  del 
Ayuntamiento  y  el  cabildo  de  12  de  Noviembre.  —  Su- 


408  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

puesto  proyecto  de  desarme  de  la  milicia. — Dejan  sus 
puestos  las  autoridades.  —  Relación  del  Ayuntamiento. 

—  La  de  Huidobro  y  Cortina.  —  Cuenta  Estébanez  el 
caso. — Córdova  y  Narvaez  en  el  pronunciamiento.  — 
Valor  délas  diversas  justificaciones.  —  Las  sociedades 
secretas.  —  ¿Qué  se  proponían  los  fautores  del  movi- 
miento?—  Motivos  distintos  por  que  se  comprometie- 
ron ambos  Generales. — Clara  explicación  déla  conduc- 
ta de  Estébanez. — Cleonard  y  Espartero. —  Desenlace 
rápido  de  los  sucesos.  —  Las  tropas  y  los  revoluciona- 
rios. —  Pone  Córdova  fin  al  pronunciamiento.  —  ¿Qiié 
hizo  en  aquel  entonces  D.  Manuel  Cortina?  —  Consi- 
deraciones generales.  —  Importancia  posterior  de  todo 

ello ,        47 

CAPÍTULO  XI. 

«EL    SOLITARIO»    EN    LA    VIDA    PRIVADA. 

Sumario. — -Vuelta  á  Málaga  y  matrimonio  de  Estébanez. 
— Observaciones  sobre  la  felicidad  doméstica  en  gene- 
ral, y  la  suya  en  particular. — Sinsabores  en  otras  cosas. 

—  Inopinado  término  de  la  guerra  civil. — Entusiasmo 
de  Estébanez.  —  Consuelos  que  ofrecen  las  letras.  — 
Triunfo  personal  de  Espartero  en  1840.  —  Vuelta  de 
Estébanez  á  Madrid.  — ■  La  Empresa  de  la  sal.  —  Más 
sobre  libros  viejos. —  Viajes  por  la  Península,  Francia 
é  Inglaterra. —  Pensamiento  predominante  de  Estéba- 
nez desde  esta  época, — La  escarapela. — La  marcha  na- 
cional.— Cuestión  de  Marruecos.  —  Patriotismo  de  Es- 
tébanez. —  Diferente  punto  de  vista  del  autor  de  esta 
obra. — Recuerdos  históricos.  —  ¿Qwé  fué  la  España  de 
otros  tiempos  y  qué  puede  hoy  ser?  — Quijotismo  de 
nuestro  espíritu  nacional. — Lo  que  pretendía,  en  suma, 
Estébanez 93 


índice.  409 

CAPÍTULO  XII. 

«EL    SOLITARIO»    HISTORIADO». 

Sumar io.-'-'TrQS  demostraciones  prácticas  del  patriotismo 
de  Estébanez.  —  El  Manual  del  Oficial  en  Marruecos. 
—Fuentes  de  que  se  valió  para  escribirlo. — Su  carác- 
ter.— -Parte  histórica,  —  Su  estilo.  — La  batalla  de  Al- 
cázar-Kebir. — Estébanez  en  la  Academia  de  la  Histo- 
ria.—  Su  discurso.  —  Expedición  á  Italia. — Cartas  al 
duque  de  Valencia. — Sus  juicios  sobre  el  gobierno  en 
Roma,  —  La  Historia  de  la  Infantería  Española,  —  Su 
pensamiento  y  plan. — Auxiliares  y  trabajos  ejecutados. 
— Trozos  dados  á  la  publicidad.  —  Estébanez  más  artis- 
ta que  investigador. — Pintura  del  soldado  almogávar. 
—Vicisitudes  y  estado  en  que  quedó  aquella  obra.— • 
Trabajos  inspirados  por  los  suyos,— El  duque  de  Auma- 
le  y  la  batalla  de  Rocroy, — La  toma  de  Tetuán  y  dos 
diferentes  sonetos  de  El  Solitario 137 

CAPÍTULO  XIII. 

((EL    SOLITARIO»    Y    D,    BARTOLOMÉ   J.    GALLARDO. 

Sumario, — Cuál  sea  la  participación  en  el  presente  capítu- 
lo del  autor  de  esta  obra. — Los  verdaderos  autores.— 
Querella  de  Estébanez  contra  Gallardo.  —  Historia  del 
asunto  por  él  contada.  —  El  Buscapié. — Carta  en  que 
califica  Gallardo  El  Buscapié  de  falso, — Alude  á  Estéba- 
nez, y  apodos  con  que  le  designa, — Cólera  de  Estéba- 
nez.— Confesión  con  cargos  de  Gallardo,  en  que  zahiere 
de  nuevo  á  Estébanez  y  á  un  cierto  deudo  suyo  de  paso. 
— Ampliación  de  dicha  confesión, — Agravios  que  resul- 
tan elogios. —  Sentencia  de  primera  instancia  contra 
Gallardo. — Muere  éste  en  Alcoy.  —  Examen  de  las  res- 
pectivas ofensas. — Terrible  soneto  de  Estébanez  contra 
Gallardo. — Benignidad  relativa  deéste.  —  Una  falsa  aser- 
ción,—  Carácter  joco-serio  y  anticuado  de  la  contienda.. .      187 


410  ((EL    SOLITARIO»    Y    SU    TIEMPO. 

capítulo  XIV, 

ÚLTIMOS    AÑOS    DE    ((EL    SOLITARIO.» 

Sumario,-'-'  Menor  importancia  de  este  período. — Lo  que 
resta  que  decir  de  la  carrera  de  Estébanez.  —  Su  ce- 
santía en  1854. — Nuevos  viajes. — Su  jubilación. — Su 
vuelta  al  servicio  en  1856  como  consejero  de  Estado. — 
Sus  Diputaciones  á  Cortes.  —  Es  nombrado  Senador 
vitalicio.  — La  cuestión  ,  y  el  último  tratado  sobre  lími- 
tes con  Francia. — Discurso  de  Estébanez  en  este  asun- 
to. —  Comienza  sü  decadencia.  —  Fallecimiento  de  su 
mujer. — Situación  de  ánimo  en  que  le  deja  este  suceso. 
— Su  envejecimiento  prematuro. — De  los  últimos  tra- 
bajos sueltos  que  hizo.  —  Colaboración  en  periódicos. 
— Las  vacaciones  del  muchacho. — Discurso  suyo  en  Má- 
laga, al  ser  nombrado  Ministro  el  autor  de  la  presente 
obra. — Motivos  que  éste  ha  tenido  para  escribirla. — 
Postreras  consideraciones. ....    221 

APÉNDICES. 

APÉNDICE       A  » 

Artículos  de  costumbres  de  D.  Juan  de  Zahaleta. 

Santiago  el  Verde  en  Madrid 261 

El  galán 269 

La  dama 276 

APÉNDICE    B. 

Cartas  de  D.  Serafín  Estébanez  Calderón   sobre  la  expe- 
dición española  á  Italia , 281 

APÉNDICE    C. 

Cartas  sobre  varios  asuntos 317 

APÉNDICE    D. 

Documentos  de  la  causa    seguida  contra   D.   Bartolomé 
José  Gallardo 393 

FIN    DEL    ÍNDICE    DEL   TOMO    II. 


Este  libro  se  acabó  de  imprimir 

en  Madrid,  en  casa  de 

Antonio  Pére^  Dubrull , 

el  10  de  Setiembre 

del  año  de 

i883. 


i 


I 


COLECCIÓN 

DE 

ESCRITORES  CASTELLANOS. 


OBRAS  PUBLICADAS. 

Romancero  espiritual  del  Maestro  Valdivielso.— Un 
tomo,  con  el  retrato  del  Autor,  y  un  prólogo  del  Rdo.  Pa- 
dre Mir,  4  pesetas. —Ejemplares  especiales  á  6,  io,25,  3o, 
y  25o  pesetas. 

Teatro  de  D.  A,  L.  de  Ayala.— Tomos  i,  ii  y  iii  (el  i.**  con 
el  retrato  del  Autor),  5,4  y  4  pesetas.—Ejemplares  espe- 
ciales á  6,  7  V25  i<'S  -25,  3o  y  2bo  pesetas. 

Poesías  de  D.  Andrés  Bello,  con  un  prólogo  de  don 
íM.  a.  Caro,  Director  de  la  Academia  Colombiana,  y  el  re- 
trato del  Autor.— Un  tomo,  4  pesetas.— Tiradas  especia- 
les de  6  á  2bo  pesetas. 

Odas  ,  epístolas  y  tragedias,  por  D.  M.  Menén- 
dez  y  Pelayo.— Un  tomo  de  lxxxviii-3o/1.  páginas,  con  el  re- 
trato del  Autor  y  un  prólogo  de  D.  Juan  Valera,  4  pesetas. 
—Ejemplares  especiales,  á  6,  10,  20  y  3o  pesetas. 

Novelas  cortas  de  D.  Pedro  a.  de  Alarcon. — i.*  serie, 
(con  el  retrato  y  la  biografía  del  Autor) :  Cuentos  amato- 
rios.—.2."  serie:  Historietas  nacionales. — 3.^  serie  :  Na- 
rraciones inverosímiles. —  Tres  tomos,  á  4  pesetas  cada 
uno. 

El  Escándalo,  novela,  por  el  mismo.— Un  tomo,  4 
pesetas. 

La  Pródiga,  novela,  por  el  mismo.— Un  tomo,  4  pe- 
setas. 


El  Sombrero  de  tres  picos,  novela,  por  el  mismo. 

— Un  tomo^  3  pesetas. 
Cosas    que  fueron  ,   cuadros    de  costumbres  ,   por   el 

mismo. — Un  tomo,  4  pesetas. 
La  AlpuJARRA,  por  el  mismo.— Un  tomo,  5  pesetas. 
Viajes  POR  España,   por    el    mismo.  — Un  tomo,   4 

pesetas. 

El  Solitario  y  su  tiempo,  biografía  de  D.  Se- 
rafín EsTÉBANEz  Calderón,  y  crítica  de  sus 
obras,  por  D.  A.  Cánovas  del  Castillo.— Tomo  i,  con 
el  retrato  de  D.  Serafín  Estébanez  Calderón,  4  pesetas.— 
Ejemplares  especiales  á  6,  10,  20  y  3o  pesetas. 

(De  todas  las  obras  del  Sr.  Alarcon  hay  ejemplares  de 
hilo  numerados,  á  10   pesetas.) 

edición  pequeña,  de  lujo. 

La  Perfecta  casada,  por  el  Maestro  Fr.  Luís  de  León, 
con  el  retrato  del  Autor.— Un  precioso  tomito,  con  tira- 
das especiales  en  pergamino,  papel  china,  Japón  é  hilo 
desde  2  á  5o  pesetas  ejemplar  encuadernado. 

OBRAS    EN    prensa. 

Teatro  de  D.  a.  L.  de  Ayala.— Tomo  iv. 

Historia  de  las  ideas  estéticas  en  España,  por 
D.  M.  Menéndez  y  Pelayo. 

El  Solitario  y  su  tiempo,  por  D.  Antonio  Cánovas 
del  Castillo. — Tomo  11. 

Escenas  andaluzas,  por  D.  Serafín  Estébanez  Calde- 
rón (El  Solitario). 

Derecho  internacional,  por  D.  Andrés  Bello. 


OBRAS    EN  PREPARACIÓN. 
Teatro  de  D.  A.  L.  de  Ayala.-Tomo  v. 
MÁS  VIAJES  POR  España,  de  D.  P.  A.  de  Alarcon. 
Juicios  literarios  y  artísticos,  del  mismo. 
Obras  de  D.  Alejandro  Pidal  y  Mon. 
Obras  de  D.  José  Eusebio  Caro. 
Obras  de  D.  Juan  Eugenio  Hartzenbusch. 
Historia  de  Carlos  V,  por  Pedro  Mexia  (inédita). 
Novelas  escogidas,  de  Salas  Barbadillo. 
Obras  escogidas,  de  P.  Martín  de  Roa. 

(Los  pedidos  de  ejemplares  ó  suscriciones  de  la  Colec- 
ción de  escritores  castellanos  se  harán  á-la  librería  de  Mu- 
rillo,  calle  de  Alcalá,  7.) 


OBRAS 

DE 

D.   SEVERO   CATALINA 


La  Mujer. — Un  tomo,  4  pesetas. 
Roma.— Tres  tomos,  12  pesetas. 
La  verdad  del  progreso.— Un  tomo,  4  pesetas. 
Viaje  de  SS.  MíM.  á  Portugal.— La  Rosa  de  oro. 
Discurso  académico.-Un  tomo,  4  pesetas. 


Poesías,  cantares  y  leyendas,  por  D.  Mariano  Cata- 
lina, de  la  Real  Academia  Española.— Un  tomo,  5  pe- 
setas. 


OTRAS    OBRAS 

(en  diversas  ediciones) 

DE 

D.  PEDRO  A.  DE  ALARCON, 

DE  QUE  HAY  EJEMPLARES 
A  LA  VENTA  EN  LAS  PRINCIPALES  LIBRERÍAS. 


Diario  de  un  testigo  de  la  guerra  de  África. 
— Historia  de  lodos  los  combates  de  aquella  campaña,  en 
que  el  Autor  fué  soldado  voluntario  :  relación  de  los  Je- 
fes y  Oficiales  muertos  en  ella:  descripción  de  Tetuán  y 
de  las  costumbres  de  Moros  y  Judíos.— Tres  tomos,  á  3 
pesetas  cada  uno. 

De  Madrid  a  Ñapóles. — Relación  del  viaje  del  Autor 
por  Italia.  Descripción  de  ciudades,  monumentos,  mu- 
seos, etc.— Segunda  edición  ,  con  24.  magníficas  láminas. 
—Un  tomo  en  4°  mayor  de  58o  páginas,  7  pesetas. 

Poesías.  —  Colección  completa,  con  un  prólogo  de  don 
Juan  Valera. — Un  tomo,  5  pesetas. 

El  niÑo  de  la  bola,   novela.— Un  tomo,  4  pesetas. 

El  final  de  Norma,   novela.— Un  tomo,  3  pesetas. 

El  Capitán  Veneno,   novela.— Un  tomo,  3  pesetas. 

Discursos  sobre  la  moral  en  el  arte,  leídos  por 
los  Sres.  Alarcon  y  Nocedal  al  ser  recibido  públicamente 
el  primero  en  la  Real  Academia  Española.— 2  pesetas. 


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