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Full text of "Bolívar y la emancipación de las colonias españolas desde los orígenes hasta 1815; obra premiada (el texto francés) por la Académie française con el premio Marcellin Guérin. Con un retrato y un mapa"

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LA  EMANCIPACIÓN  DE  LAS  COLONIAS  ESPAÑOLAS 


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Bolívar  kn  isio 

Seaún  el  retrato  de  Ch.Gill, 


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lUQlES    MANCINI 


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OLIVAR 


LA  EMANCIPACIÓN  DE  LAS  COLONIAS  ESPAÑOLAS 
DESDE  LOS  ORÍGENES   HASTA   1815 


OBRA  PREMIADA  (EL   TEXTO  FRANGES) 

POR   LA   ACADÉMIE    FRANCAISE    CON    EL   PREMIO    MARCELLIN    GUÉRLN. 


CON     UN    RETRATO     Y     I'  N    MAPA 


THADUGGIÓN  DE  CARLOS  DOGTEUR 


LIBRERÍA   DE   LA    V"^   DE    G.   BOURET 


PARÍS 

23,    BUE    VISCON'TI,  23 


MÉXICO 

i"),    AVENMDA    CINCO    DE    MAYO,    45 


1914 


Quedan  asegurados  los  derechos  conforme  a  la  ley. 


PROLOGO 


Por  sus  efectos  sobre  la  vida  política  y  social  de  los 
pueblos,  la  Emancipaci<)ii  de  las  Colonias  españolas  es 
un  acontecimiento  de  importancia  tan  considerable  como 
el  descubrimiento  del  continente  en  que  fueron  esta- 
blecidas. 

La  ludia  entablada  por  los  criollos  contra  España,  a 
raíz  de  la  Revolución  francesa,  y  proseguida  durante 
un  cuarto  de  siglo  con  idéntica  saña  por  parte  de  ambos 
contendientes  fué  la  prolongación,  sobre  un  nuevo 
teatro,  del  conflicto  secular  entre  las  dos  ideas  cuyos 
alternativos  éxitos  y  derrotas  dominan  la  Historia  :  el 
Tradicionalismo  y  la  Libertad.  En  efecto,  a  los  resul- 
tados de  la  Independencia  sudamericana  debió  el  gran 
movimiento  de  1789,  a  punto  de  ceder  bajo  el  empuje 
restaurador  de  1815,  el  cobrar  nuevos  ánimos  en 
Europa  y  el  triunfar  en  1830.  Los  pueblos  despertaron 
a  la  vida  y  a  la  conciencia  nacionales.  El  mundo 
moderno  evolucionó  hacia  el  ideal  republicano. 

Bolívar  es,  para  América,  el  imperecedero  símbolo  de 
este  ideal.  Si  algún  hombre  ha  podido  resumir  en  sí  los 
elementos,  las  tendencias  de  una  época,  y  personificar 
una  idea,  ese  hombre  es  verdaderamente  aquel  a  quien 
sus  conciudadanos  saludan  con  el  insigne  título  de 
Libertador.  La  vida  de  Bolívar  es  el  adecuado  marco  de 
la  Revolución  de  que  fué  principal  protagonista.  Su 
nombre  es  inseparable  de  la  obra  sostenida  por  él  con 
maravilloso  ardor. 

Inmenso  es  el  campo  de  acción  que  él  mismo  se 
asignó  :  la  América  española  desde  Méjico  a  la  Tierra 


PRt)L()(;ü 


de  Fuego.  Aunque  su  vasto  genio  la  al)razaia  de  con- 
tinuo Y  por  entero,  iniciativas  aisladas,  que  agrupaban 
sus  esfuerzos  en  torno  del  de  Bolívar,  fueron  necesarias. 
Una  pléyade  de  héroes  secundó  al  Libertador.  Y,  entre 
sus  colaboradores,  el  gran  argentino  San  Martín  com- 
parte con  él,  durante  la  fase  decisiva  de  la  guerra,  el 
mérito  eminente  de  haber  fundado  la  Independencia. 

No  obstante.  San  Martín  se  retiró,  abandonando  a 
su  competidor  la  gloria  de  completar  la  obra  emjDren- 
dida,  y  la  amargura  de  registrar  los  inevitables  desen- 
gaños inherentes  a  toda  empresa  magna. 

Pero  no  fué  perdido  el  esfuerzo  del  Libertador. 
Aunque  tardos  en  madurar,  con  mayor  brillo  aparecen 
los  frutos  de  su  energía  y  de  su  voluntad.  El  espectá- 
culo que  presenta  hoy  día  la  América  del  Sur,  en  la 
que  veinte  Repúblicas  crecen  bajo  las  miradas  por  íln 
seducidas,  del  universo,  tiene  esplendores  de  apoteosis. 

Más  prestigioso  aún  j)arece  presentarse  el  porvenir. 
Después  de  haber  asegurado  en  el  mundo  la  victoria  de 
la  democracia  y  de  la  nacionalidad,  la  América  latina 
tiene  sin  duda  en  reserva  la  solución  de  los  problemas 
nacidos  del  nuevo  orden  social  cuyo  advenimiento  ha 
sido  determinado  por  ella. 

La  epopeya  de  donde  habían  de  proceder  estas 
lejanas  y  magníficas  consecuencias  :  tal  es  el  cuadro 
que  nos  hemos  propuesto  trazar'. 


1.  A  mas  de  las  obi-as  publicadas  hasta  la  fecha  acerca  de  la  Eman- 
cipación de  las  Colonias  españolas,  nos  hemos  impuesto  el  deber  de 
consultar  los  archivos  de  los  principales  Estados  Sudamericanos,  los 
de  Londres,  de  París  y  de  España;  de  donde  resulta  que  las  fuentes 
oficiales  citadas  en  nuestro  trabajo  son  casi  todas  inéditas. 

Hemos  tenido  también  a  nuestra  disposición  archivos  de  familia 
cuyo  estudio  nos  ha  permitidt)  completar  la  documentación  de  la 
presente  obra. 

En  fin,  hemos  recorrido  o  visitado  los  países  en  que  se  desarro- 
llaron los  acontecimientos  que  relatamos,  intentando  reconstituirlos 
en  su  marco  original. 


BOLÍVAR 

LA  EllWCIPlfJÓV  DE  LAS  COLOVIAS  ESPAAOLAS 


LIBIIO    PUIMERO 

ORÍGENES  DE  LA   REVOLUCIÓN 
SUDAMERICANA 


CAPITULO  PRLMERO 

LAS   INDIAS  OCCIDENTALES 

I 

Los  últimos  años  del  siolo  qiiinoe  v  los  primeros  años 
del  dieciséis  señalaron  el  apof^eo  de  la  grandeza  de 
España.  Una  lucha  épica,  sostenida  por  espacio  de  ocho- 
cientos años  en  cuatro  mil  campos  de  batalla,  había  con- 
sagrado la  unidad  definitiva  de  la  Península  y  justificado 
la  lama  de  heroísmo  del  pueblo  español,  que  resultaba 
ser  la  nación  militar  por  excelencia.  El  Turco  obligado  a 
retroceder;  Italia  v  Portugal  conquistados;  un  i'ey  de 
Francia,  un  papa  hechos  ])ris¡oneros  ;  Inglaleira  humillada  ; 
los  corsarios  de  Barbarroja  sometidos  cu  África ;  asegurada 
en  Asia  la  fundación  de  estal)lecimicntos  prc'ysperos  :  tales 
son  algunas  de  las  proezas  de  los  ejéicilos  esjiañoh^s.  1^1 
Despacho  Uni^'ersdl  de  ^ladrid  oprimía  a   todas    las   cortes 


8  orígenes    de    la    ÜEVOLUCION    SUDAMElilCAXA 

en  sus  inevitables  tramas;  su  política  irresistible  iba  a 
apoderarse  de  la  Coronado  Carlomagno.  El  Renacimiento, 
que,  según  creencia  general,  iba  a  resucitarla  Edad  de  oro, 
parecía  hallar,  en  la  Iberia  reconquistada,  otra  tierra 
escogida  :  en  ningún  otro  sitio  el  reciente  invento  de 
Gutenberg,  cuyas  maravillosas  consecuencias  podían  entre- 
verse ya  desde  entonces,  tuvo  mejor  acogida  que  en  las 
numerosas  y  florecientes  universidades  de  Castilla.  En 
todas  partes,  las  letras,  las  ciencias,  las  artes,  las  costum- 
bres se  alimentaban  en  las  fuentes  del  genio  español.  Y  la 
Fortuna  misma,  al  hacer  brotar  un  nuevo  mundo  de  los 
abismos  del  Océano,  parecía  sierva  sumisa  de  la  gloria  de 
los  reyes  de  España,  quienes  midieron  por  el  curso  del  sol 
la  prodigiosa  extensión  de  sus  dominios. 

Los  soberanos  que  desde  Isabel  a  Felipe  II  se  habían 
sucedido,  capaces,  prudentes,  y  fieles  al  espíritu  de  los 
primeros  reyes  de  Aragón  que  con  tanta  altivez  se  dieía  en 
otro  tiempo  el  pueblo,  personificaban  esa  grandeza  misma 
y  ese  esplendor.  Su  poder,  templado  por  las  extensas 
prerrogativas  de  las  Cortes,  se  ejercía  con  rectitud,  dando, 
además,  pruel)as  de  un  liberalismo  único  entre  todos  los 
Gobiernos  de  la  época'. 

Pero  las  seguridades  que  la  nación  hallaba  bajo  tal 
régimen,  la  inclinaron  insensiblemente  a  descuidar  la  ins- 
titución mejor  combinada  para  salvaguardia  de  sus  franqui- 
cias. Las  ciudades,  al  ver  firmes  sus  privilegios  y  respetados 
sus  derechos,  cesaron  poco  a  poco  de  enviar  sus  diputados 
a  las  Cortes.  Y  el  rey,  investido  de  mayor  confianza,  llegó  a 
sufrir  con  impaciencia  las  trabas  que,  no  obstante,  tenía 
derecho  a  oponer  a  sus  voluntades  la  Asamblea.  Nada, 
por  cierto,  fijaba  límites  a  dichas  voluntades;  y,  cuando 
la  prescripción  le  permitió  declarar  las  Cortes  en  estado 
de  incapacidad  perpetua,  se  apresuró  a  valerse  de  este 
pretexto'".  El  despotismo,  al  pronto  benévolo  y  paternal 
que  lo  había  invocado,  tomó,  con  los  soberanos  que  ocu- 
paron después  el  trono,  la  forma  de  un  peligroso  absolu- 
tismo. 


1.  Y.  Chateaubriand,    Con^rí's  de  Vérone,  cap.  iir. 

"2.   V.   A.   TiiiiRRY,  Dix   (ins  d'élndi's  liistorifjiies,  lib.   XX. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALES  9 

Por  otra  parle,  el  tradicional  ascendiente  del  clero  sobre 
la  piadosa  nación  española  se  había  impuesto  a  la  realeza 
como  un  excelente  medio  de  gobierno  y  de  dominación'. 
Se  esforzó,  pues,  por  g'anarlo.  No  tardó  el  clero  en  ocupar 
el  primer  puesto  en  los  Consejos  en  que  la  nobleza,  que 
lo  esperaba  todo  del  rey,  posponía  cada  vez  más  los 
intereses  públicos  a  sus  propios  intereses.  El  Tribunal  del 
Santo  Oficio,  instituido  en  sus  comienzos  para  que  por  la 
persuasión  volvieran  a  las  «  sanas  creencias  »  los  disi- 
dentes, no  tardó  en  agravar  las  atribuciones  de  sus 
inquisidores  y  recurrió  al  teri'orismo  ([ue  desde  entonces 
lo  ha  caracterizado.  La  Inquisicicui  se  convirtió  en  institu- 
ción de  Estado-;  la  Iglesia  adquirió  formidable  influencia 
en  España.  La  corte  misma  se  convirtió  en  un  claustro;  los 
conventos,  multiplicados,  se  poblaron.  La  extremada 
indigencia  intelectual  del  bajo  clero,  al  hacer  el  vacío  en 
torno  de  ella,  atrofió  los  cerebros,  ahogó  toda  iniciativa. 
El  fanatismo,  la  intolerancia,  la  dureza  de  corazón, 
desarrollados  va  en  la  lucha  secular  contra  los  herejes 
dueños  del  territorio,  celebraron  las  hecatombes  que,  con 
pretexto  de  unificación  de  las  creencias  religiosas,  puso  en 
auge  la  Inquisición.  El  Santo  Oficio  depravó  a  España 
al  mismo  tiempo  que  la  terrorizaba  ^  :  por  todas  pai'tes  se 
insinuaron  la  hipocresía  y  la  delación,  convirtiéndose  en 
otras  tantas  virtudes.  Un  velo  sangriento  y  tenebroso  se 
extendió  sobre  este  país,  y  no  parecía  sino  que  un  genio 
perverso  se  había  empeñado  en  ir  precipitándolo  a  la  ruina. 

Un  cúmulo  de  acontecimientos  acentuó  el  rápido  des- 
censo de  España.  Los  Moros,  que  constituían  una  cuarta 
parte  del  conjunto  de  la  población,  dispersos,  aniquilados, 
vieron  perecer  con  ellos  la  industria  y  la  agricultura,  a  las 

1.  ((  La  autoridad  de  los  religiosos  no  tenía  por  única  base  la  fe 
de  los  pueblos  :  procedía,  además,  de  una  causa  política.  Ya  desde  el 
año  852,  los  mártires  de  Córdoba  :  Aurelio,  Juan  Félix,  Jorge,  Mar- 
cial, Rogelio,  decapitados  o  arrojados  al  Betis,  se  sacriíicaron  tanto 
por  la  libertad  nacional  como  por  el  triunfo  de  la  religión  Cristiana. 
Los  frailes  combatieron  con  el  Cid  y  habían  entrado  con  Fernando 
en  Granada.  »  Ciia.ti:aubria.\d,  Congrés  de  Vérone,  cap.  ii,  t.  XII  de 
las  Obras  complptiis. 

2.  Y.  GuizüT.  Cis'ilisation  en  En  rape,  lección  XL 

A.  P.  DK  Saint-Yictür,  Nomines  et  Díeux.  La  Coitr  d'Espagne  sous 
Charles  II. 


lo  ORÍGENES    DE    LA    ÜEVOLUCIÓX    SU1)AME1!ICA> A 

que  piu'tu'ularmcnte  se  dedicaban  y  cuya  prosperidad 
hal)íaii  asegurado.  í^os  judíos,  perseguidos,  acosados, 
huyeron  en  masa^  llevándose  la  casi  totalidad  de  los 
capitales  que  alimentaban  el  comercio,  f.a  despol)lación  se 
aceleró  por  el  monaquismo  y  por  las  pérdidas  de  hombres 
ocasionadas  por  las  guerras,  la  emigración,  el  sostenimiento 
de  importantes  guarniciones  en  Italia,  en  los  Países  Bajos, 
en  África  y  en  las  Indias.  A  partir  de  Felipe  III.  una  serie 
de  soberanos  degenerados  acabó  la  decadencia  de  España, 
decadencia  tan  sorprendente  como  lo  había  sido  su  gran- 
deza, y  que  se  acentuó  hasta  convertirse  en  tema  favorito 
de  los  sabios  y  de  los  moralistas  al  disertar  acerca  de  la 
instabilidad  de  las  cosas  humanas  '. 

La  pobreza  que  desde  hacía  tiempo  arreciaba  sobre 
España,  y  de  la  que,  según  se  dice,  no  se  eximió  Carlos 
Quinto  mismo,  tomó,  con  los  sucesores  de  este  monarca, 
proporciones  increíbles  en  todas  las  clases  sociales.  Las 
cargas  a  que,  a  pesar  de  todo,  no  conseguía  hacer  frente 
la  corte,  bastaban  por  sí  solas  para  absorber  los  impuestos 
que  un  espantoso  régimen  fiscal  arrancaba  a  las  provincias. 
Tal  agotamiento  de  recursos  conocieron  éstas,  c^ue  en 
Castilla  habían  vuelto,  como  en  la  infancia  de  las  socie- 
dades, al  trueque,  es  decir,  a  cambiar  objeto  por  objeto, 
mercancía  por  mercancía  ^  Hubo  años  de  carestía  en  que 
no  le  quedó  al  pueblo  más  recurso  que  hacerse  bandido  o 
mendigo.  La  nobleza,  cuya  pobreza  era  proverbial,  presuraba 
inútilmente  al  campesino,  o  iba  a  la  corte  a  engrosar  el 
número  de  cortesanos  que  con  avidez  solicitaban  alguna 
merced.  Pobre  :  tal  era  el  epíteto  que  requería  infalible- 
mente el  nombre  de  español,  y  los  largos  ayunos  del 
Caballero  de  la  Triste  Figura,  o  el  harapiento  ropaje  de 
Lazarillo  de   Tormes   son  más   simbólicos    que  novelescos. 

Pero,  esta  miseria,  en  los  comienzos  del  período  histórico 
llamado  de  los  Tiempos  Modernos,  no  arreciaba  sólo  sobre 
España.  Cierto  f[ue  se  manifestaba  más  en  este  país  con  el 

1.  8U0  000  salieron  tle  España.  DuKuy,  Histoire genérale,  París,  1891. 

2.  V.  BucKLi;,  Ilisloire  de  la  Civilisatioii  en  Ajigleterre,  1.  IV, 
cap.  xv.  —  Véase  tanil)ién  L.VFiF.Nrr.,  Historia  General  de  España, 
t.  X  a  XIV. 

•i.  V.  Sainte-Hiuvi;,  Mcnioires  de  la  Cour  d  Espagne  par  le  Maréchul 
de   Villars.  Nous'eau.r  landis,  t.  II.   p.  'iG. 


I, AS     INDIAS    OCCIDENTALES  •  11 

carácler  somljiío  v  licio  ijue  su  t'oustitucióii  y  la  naluialcza 
de  sus  pudrios  le  coinunicahau ;  mas  no  s(!  hallaban  cii 
mejor  sitiiaeión  las  demás  naciones.  El  Antiguo  Mundo 
suliia  una  «  crisis  económica  »,  como  diríamos  hoy.  ci-isis 
([ue  parecía  insolulde  en  los  días  mismos  en  que  las 
carabelas  de  Clolón.  ol)tenidas,  por  cierto,  al  cabo  de 
orandes  dificultades,  navegaban  obscuramente  hacia  sus 
inmensos  destinos.  El  Mediterráneo,  encrucijada  de  los 
orandes   d<>rroteros  comerciales,    se  iba  cerrando  cada  vez 

o 

más,  a  medida  ([ue  Turcos,  Moros  v  Árabes  ocupaban  sus 
ribazos  en  Aírica.  en  Asia,  v  hasta  en  Europa  :  la  toma  de 
Constantinopla.  al  entregar  la  llave  del  Oriente  a  los 
peores  enemigos  de  la  civilización,  planteaba  de  nuevo  el 
problema  del  porvenir  del  i-omercio  occidental,  y  se  con- 
vertía en  intVan(|ueable  valla  en  el  único  camino  abierto  hacia 
ese  El  Donido  oriental  que.  desde  la  más  remota  antigiíc- 
dad,  la  humanidad  toda  había  anhelado  '.  La  Liga  Anseática 
se  debilitaba;  el  incierto  tráfico  c[ue  por  largo  tiempo 
habían  permitido  los  estrechos  mares  del  Norte,  no  ofrecía 
ya  esperanzas,  v  el  Océano  parecía   una  eterna  frontera. 

En  medio  de  tales  amenazas,  de  tal  aislamiento,  las 
Indias  Occidentales,  cuyo  primer  reconocimiento  termi- 
naban los  Descubridores  hacia  mediados  del  siglo  dieciséis, 
aparecieron  como  providencial  y  suprema  solución  :  el 
Atlántico  se  convertía  en  un  inmenso  camino  abierto  a 
todas  las  empresas  solicitadas  esta  vez  por  un  magnífico 
y  seguro  Dorado.  El  famoso  Thesaurus ,  buscado  por  todos 
los  hombres  de  todas  las  edades,  según  dice  Michelet"^, 
parecía  encontrado  por  fin  v  abierto  para  siempre.  A  las 
miradas  de  Europa  se  ofrecían  las  deslumbrantes  promesas 
de  un  nuevo  continente.  El  Oro,  buscado  sin  descanso  por 
revés  v  pueblos,  v  a  cuva  pi-oducción  renunciaban  ya  los 
alquimistas  desesperados,  se  hallaba  a  profusión  en  el 
mundo  nuevo.  \<)  había  sido  necesario  que  Colón,  atormen- 
tado por  el  deseo  de  completar  su  obra,  celebrara,  a  su 
regreso,  las  ventajas  de  la  «  cosa  excelente  con  la  c[uc  se 
forman  los  tesoros,  se  consigue  cuanto  se  desea,  y  hasta  se 


1.  Octave  Noki.,  Jlisioire  clit  Commerce  du  Monde,  t.  I.  p.  o06. 

2.  Ilisloire  de  Franco.  Le  Moren  a^e. 


12  -  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

hacen  llegar  las  almas  al  paraíso  '  ;>,  para  que  un  arranque 
de  unánime  entusiasmo  aunara  bajo  el  estandarte  del 
genovés  y  de  sus  sucesores,  codicias  que  desde  hacia  tanto 
tiempo  exasperaba  el  hamljre. 

La  Iglesia,  después  de  haber  tachado  de  impiedad  a 
quienes  pretendían  ir  a  aquel  continente  cuya  existencia 
era,  según  ella,  contraria  a  los  dogmas,  descubrió  de 
repente,  al  cabo  de  más  detenido  examen  de  las  Escrituras, 
serias  razones  para  alentar  la  conquista  de  aquellas  lejanas 
tierras.  Ningún  escrúpulo  habían  tenido  los  Reyes  Católicos 
en  favorecer  ostensiblemente  los  proyectos  de  su  Gran 
Almirante,  puesto  que  a  su  vez  iba  a  beneficiar  de  ellos 
la  cristiandad,  por  la  conversión  de  los  habitantes  del 
Nuevo  Mundo.  Y,  finalmente,  el  pueblo  español,  mas  aven- 
turero que  otro  cualquiera,  y  más  azotado  por  la  miseria 
universal,  se  puso  en  movimiento,  haciendo  caso  omiso  de 
las  desalentadoras  angustias  de  una  empresa  que  por  tantas 
dichas  iba  a  ser  sin  duda  recompensada. 

Porqueros,  como  Pizarro;  niños  abandonados,  como 
Almagro;  monjes  guerreros,  como  Fernando  de  Luc[ue ; 
Balboa,  Orellana.  nobles  desconsiderados;  Bastidas, 
escribano  en  un  humilde  arrabal  de  Sevilla;  Quesada, 
abogado  famélico;  Hernán  Cortés  y  Bernal  Díaz,  Heredia  y 
Colmenares,  únicos,  o  casi,  cuyos  blasones  fueran  ilustres, 
toda  la  barabúnda  de  aquellos  aventureros  desarrapados  y 
sublimes,  inmortalizados  por  la  historia  con  el  magnífico 
nombre  de  Conquistadores,  fué  la  primera  en  arrojarse, 
ávida  de  pelea,  de  estocadas,  de  toisones  de  oro  que  con- 
quistar, de  cruzadas  que  predicar.  Los  relatos  que  los  que 
regresaban  hacían  de  fabulosas  comarcas  en  donde,  entre 
selvas  llenas  de  cantos  de  aves  y  de  perfumes,  entre 
manantiales  de  leche  pura  y  de  miel,  se  alzaban  los 
resplandecientes  palacios  del  Rey  Dorado  y  jardines  que 
recordaban  los  de  las  Hespérides,  mecían  los  encantados 
ensueños  del  pueblo  de  España,  exaltando  la  fiebre  que  le 
arrastraba,  más  ebrio  de  día  en  día  de  gloria  y  de  fortuna, 
hacia   las  Islas  Nuevas  -. 


1.  Citado  por  Miciielet.  ibid. 

2.  V.  la  descripción  de  El  Dorado  en  Candido,  de  >'oltairi:,  inspi- 


LAS    INDIAS    OCCIDENTAMÍS  1.3 

La  Gesta  ele  los  (^<)ii(|uistadores  es  la  epopeya  sin 
ejemplo  de  la  energía  humana.  Ningún  poema  podrá  nunca 
cantar  debidamente  su  excelsitud,  ninguna  descripción 
podría  pintarnos  su  heroísmo.  Es  preciso  conocer  las  altí- 
simas montañas,  los  desiertos  infinitos,  las  exuberantes 
selvas,  las  costas  peligrosas  v  los  climas  mortíferos  de 
aquel  mundo,  en  donde  todo  es  colosal,  para  comprender, 
«  por  los  formidables  obstáculos  de  hoy  lo  que  entonces 
hicieron  los  Conquistadores'  ».  Alentaba  en  ellos  un  alma 
de  hierro  como  su  armadura.  Indiferentes  a  peligros 
siempre  renacientes,  a  las  terroríficas  sorpresas  de  la 
naturaleza  tropical,  escalando  los  inasequibles  Andes  y 
tomando  posesión  de  los  Océanos,  todo  ello  con  idéntica 
serenidad,  seguían  avanzando... 

Tres  grandes  imperios,  poblados  y  relativamente  adelan- 
tados en  civilización,  se  rindieron  a  aquel  puñado  de 
hombres.  Abominables  ingratitudes  pagaron  la  amedren- 
tada V  confiada  debilidad  de  los   indiVenas :  el  valor   gfue- 

o  o 

rrero  de  los  que  no  quisieron  entregarse  tuvo  que  buscar 
asilo  en  las  selvas. 

Ni  la  miseria,  ni  el  cansancio,  ni  el  hambre,  ni  las  enfer- 
medades, ni  la  muerte  que  de  continuo  amenazaba,  enti- 
biaron nunca  el  ardor  de  los  Conquistadores.  Sostenidos 
por  el  fanatismo,  la  codicia  y  el  valor  que  la  época  aquélla 
—  representada  por  dichos  hombres,  cosa  que  no  hay  que 
olvidar  —  había  llevado  al  paroxismo,  los  Españoles  de  los 
siglos  quince  y  dieciséis  imprimieron  de  esta  suerte,  en  la 
conquista  de  América,  el  sello  de  sus  virtudes  v  de  sus 
vicios  -. 

En  menos  de  quince  años,  su  obra,  a  la  vez  devastadora 
y  fecunda,  resultaba  terminada,  y  a  la  corona  de  España 
quedaba  agregado  el  imperio  colonial  más  admirable  de 
que  pueblo  alguno  haya  podido  enorgullecerse  en  el  tras- 
curso délos  siglos.  Mas  no  había  de  sacar  provecho  España 
de  las  magníficas  hazañas  de  los  Conquistadores.  En  efecto, 


rada   por   las    Crónicas,    de   Orellana;    las   ctiispeantes    pa'ginas    de 
J,  M.  DE  Hekkdia  al  comentar  Bernal  Díaz  del  Castillo,  etc. 

1.  J.  M.  Samper,  Ensayo  sobre  las  Revoluciones  políticas  y  la  condi- 
ción social  de  las  Bepúhlicas  Colombianas,  cap.  I. 

2.  Cf.  Sampf.r.  op.  cii.,  ibid. 


14  ORir.ENES    DE    LA    REVOLUCIÓN  .  SUDAMERICANA 

las  conclicioiics  en  que  se  efectuó  la  conquista  facilitaron 
la  extensión  de  la  decadencia  ([ue  niinai^a  la  metrópoli, 
hasta  los  lejanos  países  sometidos  a  su  régimen.  En  la  vasta 
transformación  econcimica  que  para  el  mundo  cristiano 
haljía  de  resultar  de  atjuella  nueva  cruzada,  y,  sobre  todo, 
en  las  ventajas  que  recogió,  a  España  no  le  cupo  sino  una 
parte  precaria  cuya  fingida  grandeza  le  sirvió  sólo  para 
deplorar  más  hondamente  la  ext(Misión  de  sus  desgracias 


II 

Desde  la  primera  mitad  del  siglo  dieciséis,  los  contornos 
de  América  fueron  visitados  casi  por  completo.  Por 
entonces,  la  s'eooi'alía  del  Nuevo  Mundo  había  sido  deter- 
minada  también  con  bastante  exactitud  ;  pero  la  noción  que 
de  ella  se  tenía  en  Europa  ([uedó  bastante  imprecisa  hasta 
los  célebres  viajes  de  Humboldt.  a  hnes  del  siglo  dieciocho. 

Cierto  que  se  sabía  que  dicho  territorio  se  extendía 
desde  el  74°  del  polo  tártico  hasta  el  56°  del  polo  antartico, 
iórmando  la  tercera  parte  del  globo  habitable.  I^os  explo- 
radores habían  mencionado  la  lertilidad  del  suelo  y  hi 
variedad  ds  los  climas.  Habían  comparado  el  sistema  mon- 
tañoso del  continente  con  una  especie  de  enorme  «  espina 
dorsal  »  cuyos  cimientos  están  bañados  al  oeste  por  el  mar 
Pacífico  por  espacio  de  quince  mil  millas  de  longitud; 
habían  hablado  de  los  ramales  que  proyecta  al  este  la  cor- 
dillera, llegando  algunos  de  ellos  hasta  el  Atlántico.  Los 
navegantes  habían  quedado  desconcertados  ante  el  colosal 
volumen  de  los  ríos  alimentados  por  innumerables  to- 
rrentes salidos  de  la  Cordillera  v  ([ue  recorren  soledades 
inmensas  y  extensas  llanuras  cubiertas  de  selvas  y  de 
pastos.  No  obstante,  los  nuevos  dueños  de  aquel  prodigioso 
dominio  dislaban    mucho    de    imaginar    con    exactitud    sus 

o 

particularidades  físicas. 

Cifras  y  nomenclaturas,  desciipciones  pintorescas  no 
eran  suficientes  para  expresar  la  realidad. 

Habría  sido  menester  multiplicar  diez  veces  los  Alpes 
poi'  los  Pií'iueos  v  los  ApiMiiuos  para  llegar  a  una  a|)roxi- 
mada    conccpciiMí  de     los    Andes:    suponei'   s()lido  el   Medí- 


I. AS    INDIAS    OCCIDENTALES  15 

k'i'i'áneo.  siiroailo  por  líos  anchos  como  el  caiiíil  tic 
Gibraltai".  azotado  por  indecibles  huracanes,  cubierto  hasta 
lo  infinito  de  gramíneas,  de  boscpies  de  bambúes,  de  pal- 
meras y  de  plantas  giganti'scas,  para  representarse  uno  las 
pampas  de  La  Plata  o  los  llanos  del  Orinoco;  imaginar  el 
Vesuvio  o  el  Etna  sobre  un  pedestal  de  hielo  dos  o  tres 
veces  más  elevado  ([ue  el  jNIonte  Blanco,  para  valuar  el 
Chimborazo.  el  Cotopaxi,  el  Antisana.  los  negados  y  los 
volcanes  de  América.  Las  sierras  de  Guadarrama,  la  Nevada 
V  la  Morena,  de  España,  son  grupitos  de  colinas,  compa- 
radas con  his  Cordilleras.  Y  todo,  en  aquel  mundo,  hervi- 
dero de  tuerzas  y  de  vida,  alcanza  semejantes  propor- 
ciones... lia  tierra  fermenta  día  y  noche  con  tal  potencia 
creadora,  que  le  parece  a  uno  percibir  los  resoplidos  de 
su  respiración  y  las  pulsaciones  de  su  fiebre.  Casi  puede 
decirse  que  la  huella  de  cada  paso  cjue  uno  va  dando  queda 
en  seguida  borrada  bajo  una  vegetación  frondosa,  c[ue 
nace,  crece  y  muere,  para  renacer  centuplicada,  en  un 
perpetuo  estremecimiento  de  vehemencia  y  de  amor ;  en  el 
camino  abierto  hoy,  no  veremos,  mañana,  si  intentamos 
pasar  de  nuevo  por  él.  más  que  intrincada  maleza.  Edifí- 
quese  una  casa  en  el  llano;  y.  si  no  lucha  uno  de  continuo 
contra  las  invasoras  vitalidades  del  suelo  y  del  espacio,  no 
tardará  en  ser  despedido  de  un  asilo  c[ue  creía  seguro. 
Construid  un  puerto,  un  dique,  un  puente  confiando  en  la 
aparente  mansedumbre  de  las  aguas,  v.  algunos  días  más 
tarde,  si  la  obra  no  ha  sido  reforzada  de  formidable 
manera,  el  torrente  convertido  en  río,  la  cascada  vuelta 
catarata,  y  el  i'ío  cambiado  de  repente  en  mar.  harán  des- 
aparecer en  un  instante  vuestra  obra'. 

Las  nociones  del  Viejo  ■Mundo  en  materia  de  coloniza- 
ción eran,  en  la  época  de  la  CoiKjuista.  de  naturaleza  a  la 
vez  harto  simplista  y  harto  absoluta  para  adaptarse  útil- 
mente a  las  complejísimas  necesidades  de  la  explotación 
de  semejante  territorio.  Cualquiera  de  los  vastos  imperios 
hallados  por  los  Españoles  habiía  suministrado  un  campo, 
demasiado  vasto  a  la  nación  —  entre  todas  las  demás 
naciones  europeas  —  cuyo  espíritu  era  más  rebelde  a  los 

1.  Según,  .1.  .M.  Sampek,  o¡).  c//.,  cap.  i. 


16  orígenes    de    la    IIEVOLUCK'»'    SUDAMEniCANA 

escrúpulos  y  a  la  incansable  paciencia  que,  poiv  rudimen- 
tarios que  fuesen  entonces  sus  preceptos,  exigía  ya  la  colo- 
nización. Así,  pues,  ni  siquiera  pensó  España  en  modificar 
dichos  preceptos  :  dotó  rigurosamente  el  conjunto,  de  día 
en  día  más  extenso,  de  su  dominio,  de  la  organización 
menos  adecuada  para  que  resultara  próspero. 

Un  dominio,  en  efecto,  en  el  sentido  más  absoluto  de  la 
palabra,  era  el  que  se  habían  apropiado  los  reyes  de  Cas- 
tilla V  de  León.  «  Rn  nombre  del  Rey  nuestro  Señor,  v 
ante  notario  ))  —  según  consta  en  las  Noticias  Historiales 
—  Descubridores  y  Conquistadores  «  habían  tomado  pose- 
sión de  las  que  llamamos  Occidentales  Indias'  ».  El  papa, 
dispensador  supremo  de  todos  los  bienes  terrenales,  había 
confirmado  este  principio,  desde  el  segundo  viaje  de  Colón, 
«  confiriendo  a  la  Corona  de  Castilla  la  plena  propiedad 
de  los  países  habitados  por  los  paganos  de  Occidente  »,  al 
mismo  tiempo  que  reconocía  a  los  portugueses  «  el  señorío 
de  todas  las  tierras  del  Este  aquende  las  Azores  y  el  Cabo 
Verde  '"  ». 

Quienes  han  censurado  el  sistema  colonial  tal  como  lo 
comprendieron  y  lo  aplicaron  los  soberanos  de  España  no 
han  tenido  en   cuenta  este  dato   esencial   :    sin   género  de 

o 

duda,  de  tal  sistema  resultaron  odiosos  abusos,  males  sin 
cuento  ;  pero  es  indispensable  no  olvidar  que,  en  aquella 
época,  en  toda  Europa  eran  consideradas  las  colonias 
como  dependencias  del  Estado  que  el  Estado  había  de 
explotar  en  única  ventaja  suya,  sacando  de  ellas  cuantos 
recursos  fuera  posible^. 

El  gobierno  de  las  nuevas  provincias  de  la  Monarquía  en 


1.  Ver  la  fórmula  consagrada  de  toma  de  posesión  de  las  tierras 
descubiertas  en  Antonio  de  Herrera  :  Historia  General  de  los  Hechos 
de  los  Castellanos  en  las  Islasy  Tierra  Firme  del  Mar  Océano.  Madrid, 
1601,  década  I,  lib.  YII,  cap.  xvi.  —  Yer  también  Fr.  Bartolomé  de 
LAS  Casas.  Historia  do  las  Indias,  lib.  I. —  Fr.  Pedro  Simón,  Abolidas 
historiales  de  la  Conquista  de  Tierra  Firme,  passim,  etc. 

2.  Bula  dada  en  Roma  por  Alejandro  VI  el  4  de  mayo  de  1493, 
reproducida  en  Solorzano,  Política  Indiana.  1565,  lib.  1,  cap.  x, 
fos  45-48. 

3.  V.  P.  Leroy-Beaulieu,  De  la  Colonisation  chez  les  peuples 
niodernes.  Prefacio  de  la  1^  edición.  —  V.  también  Seeley.  L'Expan- 
sion  de  lAngleterre.  Primera  serie,  lectura  I  Y,  y  Seignobos,  Histoirc 
de  la  Ciyilisation,  cap.  ii. 


I, AS    INDIAS    OCClDKMALIiS  17 

las  Indias  Occidciiialcs  il);i  |)ii(>s  a  soi-,  como  en  l'lspana, 
entregado,  en  su  eoninnlo,  a  los  nii('inl)ros  de  la  aristo- 
craeia  y  del  elero,  sostenes  tradieionales  de  la  (borona.  Era 
natural  también  que  el  rey  buseara  medidas  eapaees  de 
paliar  los  inevitables  abusos  de  poder  de  la  administración, 
tan  lejana,  de  su  nobleza  y  de  la  Iglesia.  De  ahí.  las  com- 
plicaciones del  sistema  de  intervención  que  instituyó  para 
atenuar  los  inconvenientes  de  una  temil)le  colaboración,  y 
los  privilegios  excesivos  (jue  tuvo,  además,  que  conceder  a 
dicha  administración,  a  fin  de  asegurarse  él,  personalmente, 
la  parle  a  que  creía  tener  derecho. 

El  pueblo  español  estaba  representado  en  las  Indias  por 
los  Conquistadores,  cuya  avidez,  cuya  crueldad  y  cuyo 
espíritu  caballeresco  habían  sido  exaltados  aún  al  ascender, 
casi  todos  ellos,  a  la  cateooi'ía  de  señores  feudales; 
después,  funcionarios  de  ínfimo  orden,  v  sacerdotes  y 
frailes  de  todas  las  órdenes  acudieron  a  América,  formando 
así  el  complemento  de  la  sociedad  española;  de  esta 
suerte,  toda  ella  se  transportó  al  nuevo  continente,  con 
las  cualidades  y  los  defectos  inherentes  a  cada  uno  de  sus 
elementos. 

Sufrieron  éstos  en  el  Nuevo  Mundo,  en  el  transcurso  de 
los  tres  siglos  que  duró  la  Dominación,  una  evolución 
paralela  a  la  que  los  caracterizaba  en  la  Península.  Las 
Colonias  periclitaron  en  la  medida  misma  en  que  pericli- 
taba la  metrópoli.  Al  mismo  tiempo,  constituíase  una 
sociedad  propiamente  americana,  cuvas  naturaleza,  pasiones 
y  necesidades  acusaban  a  su  vez  un  genio  propio  y  profun- 
damente opuesto  al  de  las  clases  españolas.  Por  su  forma- 
ción etnológica,  sus  condiciones  de  existencia  y  las  aspira- 
ciones de  que  se  sentía  capaz,  esta  nueva  sociedad  se  fué 
adaptando  cada  vez  menos,  a  medida  que  se  desarrollaba, 
a  los  anticuados  moldes  en  que  la  madre  patria,  haciendo 
tan  penosos  como  inútiles  esfuerzos,  se  empeñaba  en  suje- 
tarla. Este  estado  de  cosas  preparó  la  ruina  del  sistema 
colonial  aplicailo  poi*  España,  v  cuyo  conjunto  v  cuya 
constitución  vamos  ahora  a  bosquejar. 

Nueva  íllspaña  —  el  Méjico  actual  —  y  el  Perú  tenían 
fama  de  ser  las  comarcas  más  ricas  de  América.  Los 
Aztecas,     los    Incas     habían    fundado    en     citas     <>randes 


18  OUIGEXES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

imperios  cuyo  grado  de  civilización  sorprendió  a  los 
Conquistadores,  y  que  ha  sido  objeto  de  crónicas  memo- 
rables*. En  España  conservábase  recuerdo  de  los  tesoros 
enviados  por  Fernán  Cortés  y  sus  compañeros,  o  traídos 
por  ellos.  Hacíanse  cálculos  acerca  del  valor  de  las  minas 
de  Tasco,  de  Cananjas,  de  Guanajuato;  el  descubrimiento 
de  la  veta  principal  de  esta  última,  la  {>eta  madre,  en  1560, 
inflamaba  las  imaginaciones-.  En  cuanto  al  reino  de 
Atahuallpa.  tan  considerables  eran  las  riquezas  que  se  le 
atribuían,  que,  desde  fines  del  siglo  dieciséis,  «  para 
expresar  que  un  hombre  posee  granelísima  cantidad  de 
oro  y  de  plata,  —  escribe  un  contemporáneo*  —  se  dice 
proverbialmente  que  tiene  un  Perú  ». 

México  y  Lima,  fundada  por  Pizarro,  fueron  pues  desde 
luego  asignados  como  residencia  a  los  dos  Virreyes  en 
quienes  delegaba  el  rey  de  España  su  autoridad  sobre  las 
nuevas  tierras.  Si  se  considera  que.  durante  más  de  dos 
siglos,  la  jurisdicción  de  jNléxico  comprendió  toda  la  parte 
septentrional  del  Nuevo  Mundo,  desde  el  mar  Bermejo 
hasta  la  Florida,  v  desde  Nueva  Navarra  hasta  Panamá; 
y,  la  de  Lima,  todo  el  continente  meridional,  será  fácil 
imaginar  cuál  podía  ser  el  poderío  de  aquellos  virreyes, 
verdaderos  sátrapas,  que  gozaban  de  sueldos  enormes  y  de 
provechos  ilícitos  más  considerables  aún,  rodeados  de 
guardias  de  corps,  de  pajes,  de  numerosa  corte,  investidos 
de  omnímodos  poderes  civiles,  militares,  y  hasta  judiciales. 
Las  Audiencias ,  instituidas  sobre  el  modelo  de  los  tribu- 
nales de  España,  fueron,  no  obstante,  encargadas  de 
administrar  justicia,  al  mismo  tiempo  c[ue  constituían  una 
de  las  trabas  con  que  la  metrópoli  se  proponía  templar 
los  excesos  de  poder  de  sus  representantes.  Más  tarde, 
Nueva   Granada  v   la  Plata  fueron  eriaidas  en  virreinatos. 

o 

cuando  se  hicieron  intolerables  los  inconvenientes  que 
resultaban  de  las  demasiado  extensas  jurisdicciones  primi- 

1.  La  más  célebre;  es  la  de  Bkknal  Díaz  del  Castillo.  Historia 
verídica  de  lo  Coiif/uisia  de  Nueva  España.  La  admirable  traducción 
que  de  ella  ha  hecho  .1.  M.  dií  Hiíredia  es  una  obra  maestra. 

2.  Alkxandue  dk   Humboi.ut,  Essai  sur  la  i\ous'clU'-Espagne. 

3.  El  P.  Anello  Oliva,  Historia  del  Perú,  publicada  en  1631, 
traducida  [Histoirc  du  Pérou)  del  manuscrito  original  por  Terneaux- 
Compans,  Paris.  Jeannet,  1857. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALES  19 

tivas;  y,  en  cuanto  a  Buenos  Aires,  también  como  descon- 
fianza respecto  cl<^  Poituoal.  por  temor  a  que  pudieran 
extenderse  sus  establecimientos  del  Brasil.  Mas,  no  menos 
lucrativos  fueron  los  nuevos  empleos  creados  así  a  favor 
de  la  nobleza.  En  (niatemala,  después  en  Cliilc,  en 
Caracas,  mucho  niiís  tarde  en  Quito  y  en  Charcas,  los 
Capitanes  Generales  y  los  Presidentes  dependían  directa- 
mente del  rey  de  España,  y  sólo  en  tiempo  de  guerra  se 
hallaban  bajo  la  inmediata  autoridad  de  los  virreyes. 

Para  administrar  las  provincias  secundarias,  el  soberano 
nombraba  Gobernadores.  Corregidores,  con  funciones  por 
cierto  mal  determinadas,  y  sometidos  a  la  dirección  del 
virrey.  Los  municipios.  Cabildos,  elegían  Alcaldes^  cuyas 
funciones  se  ejercían  durante  un  año. 

En  (in.  el  Consejo  Supremo  de  Indias,  instituido 
desde  1511,  reclutado  en  su  mayoría  entre  los  altos  fun- 
cionarios de  América,  igual  en  honores  y  poderes  al 
Consejo  de  Castilla,  tenía  su  asiento  en  Madrid.  Revisaba, 
sin  apelación,  los  fallos  de  las  Audiencias,  con  las  cuales 
correspondía  directamente,  y  promulgaba  Leyes  y  Regla- 
mentos en  materia  civil,  militar  v  religiosa,  que  el  rey 
sancionaba  como  Emperador  de  las  Indias,  y  que  regían 
especialmente  a  las  Colonias,  sin  perjuicio  de  quedar  éstas 
sometidas,  en  principio,  a  la  legislación  en  vigor  en  la 
metrópoli.  La  autoridad  del  Consejo  superaba  a  la  de  todos 
los  demás  representantes  de  la  Corona  en  las  provincias  de 
ultramar,  y  completaba  el  conjunto  del  sistema  coloniaP. 

Cuatro  y  cinco  años  duraba,  en  el  Nuevo  Mundo,  el 
cargo  de  los  altos  funcionarios;  a  su  expiración,  casi  todos 
regresaban  ricos  a  España. 

La  corriente  de  emigración  de  la  metrópoli,  relativa- 
mente poco  considerable  durante  el  siglo  que  siguió  al 
descubrimiento  de   América,  acabó  no  obstante  por  acen- 

1.  Con  motivo  del  Consejo  Supremo,  Seeley,  en  apoyo  de  la  tesis 
según  la  cual  los  Estados  Europeos  que  poseían  colonias  separadas 
de  ellos  por  el  mar  las  consideraban  como  partes  inherentes  de  su 
territorio,  eslima  «  que  sería  posible  probar  que  el  Consejo  español 
de  las  Indias  fué  guiado,  en  la  época  de  su  creación,  por  los  prece- 
dentes que  ofrecía  la  República  de  Venecia  en  sus  relaciones  con 
Candia  y  con  sus  dependencias  en  el  Adriático  ».  Expansión  de 
l'Angleierre,  op.  cil.,  p.  79. 


20  OlílCEXES    DE    LA    ÜEVOLL'CIÓX    SI  DAMEIUCANA 

tuai'se,  a  pesar  de  las  preseripcioncs  que,  más  o  menos., 
la  estorbaron  siempre.  Así  pues,  las  Indias  no  sirvieron 
de  asilo  únieamente  a  aventureros  o  a  empleados  sin 
escrúpulos  sobre  los  medios  de  enriquecerse  :  andaluces, 
entusiastas  y  curiosos;  aragoneses,  tenaces;  castellanos, 
de  espíritu  sutil  y  reflexivo;  catalanes,  vascos,  gallegos, 
laboriosos  y  calculadores,  suministraron  a  América  nume- 
roso V  bonrado   continiíente ;    iormaron   éstos   el   elemento 

o 

más  sano  de  la  sociedad  colonial,  contribuyendo  ])odero- 
samcnte  a  legarle  las  preciosas  cualidades  de  la  raza 
española,  y  transmitiéndole,  en  su  pureza  casi  integral, 
la  lengua  que  la  América  latina,  merced  a  ellos,  ba  con- 
servado. 

Pero  los  primeros  emigrantes  se  reclutaron  entre  la 
^milicia  y  la  nobleza  pobre.  Los  que  no  eran  agentes 
directos  de  la  Corona  tuvieron  que  comprometerse,  de 
todos  modos,  a  asegurarle  los  beneficios  que  esperaba 
ella  de  sus  nuevos  territorios.  Les  fueron  éstos  distribuidos 
en  lotes,  divididos  en  encomiendas,  a  modo  de  concesiones 
momentáneas.  En  realidad,  los  titulares  de  dicbas  enco- 
miendas las  consideraron  siempre  como  bien  propio. 
Además,  era  más  fácil  conceder  gratuitamente,  o  ceder  a 
bajo  precio,  como  más  tarde  imaginó  Felipe  II,  tierras  a 
los  segundones  pobres,  que  decidirles  a  sacar  partido  de 
ellas.  La  lenta  y  penosa  carrera  de  la  agricultura  no 
tentaba  mucho  a  hombres  que  no  pensaban  en  atravesar 
el  Océano  sino  empujados  por  la  esperanza  de  rápida 
fortuna. 

Por  otra  parte,  con  tan  cabal  exactitud diabían  descrito 
las  regiones  mineras  del  Nuevo  Mundo  los  historiógrafos 
de  la  Conquista',  y  con  tanta  predilección  reglamentaba 
su  explotación  el  Consejo  de  Indias,  que  forzoso  era 
considerar  las  minas  como  única  ocupación  estimable  y 
posible.  Por  tal  motivo,  éstas,  y  sobre  todo  las  minas  de 
oro  V  de  plata,  lueron,  en  los  comienzos,  la  única  industria 
apetecida  por  los  colonos.  Cierto  que  crecidos  impuestos 
se  llevaban  la  mayor  parte  de  los  beneficios ;  pero,  aun  asi. 

1.  V.  priiicipalinente,  en  las  Nolirias  /íisluriules  de  !'"/■.  Pkdro 
Simón  (1620),  la  nonieiulalura  y  la  niinuciosa  valuación  de  casi  todas 
las  minas  de  oro  o  de  plata  del  Nuevo  Keino  de  Gi-anada. 


I.AS    INDIAS    OCCini-NTAl.KS  21 

eran  ósIíís  (•onsith'i-ables.  Los  cultivos  eran  scvrrainentc 
limitados.  La  imprevisora  avidez  de  la  metrópoli  no 
admitía  <[iie  sus  si'il)ditos  se  dedicaran  a  e\[)lotaeiones  de 
orden  menos  rcinuuerador  para  el  tesoro.  Sólo  a  fines  del 
siglo  diecisiete  se  pensó  en  los  recursos  ([ue  podía  ofrecer 
la  aoricultura. 


III 

En  los  piimeros  tiempos,  los  indígenas  fueron  quienes 
suministraron  el  contingente  de  trabajadores.  De  sus 
antepasados  :  altivos  Aztecas,  nobles  Incas.  Chibchas^ 
industriosos  y  prudentes,  los  indios  —  como  más  tarde 
fueron  llamados,  sin  más  distinción  de  origen  —  habían 
consei"^ado  s(')lo  el  egoísmo,  la  desidia  y  la  astucia,  trans- 
mitidos en  el  fondo  de  una  sangre  que  terribles  heca- 
tombes empobrecieron  cada  vez  más.  A  las  sistemáticas 
matanzas  de  los  primeros  tiempos  de  la  Conquista  había 
sucedido  una  servidumbre  más  mortífera  aún.  Rl  sistema 
del  tributo  o  de  la  mita-,  al  obligar  a  los  indios  a  un  con- 
tinuo y  extenuante  trabajo  en  las  minas;  las  epidemias  que 
de  esto  resultaron;  las  torturas;  la  deportación  a  las 
Antillas,  en  donde  eran  vendidos  como  esclavos  aquellos 
desgraciados,  acabaron  por  provocar  una  espantosa  despo- 
blación. En  menos  de  un  siglo,  los  quince  a  veinte  mi- 
llones de  autóctonos  que  contaba  el  Nuevo  Mundo 
quedaron  reducidos  a  la  tercera  partea  A  consecuencia  de 
las  generosas  protestas  del  célebre  fraile  dominico  Las 
Casas  %  el  Consejo  de  Indias,  que.  desde  la  primera  mitad 
del  siglo  dieciseis,  se  había  alarmado  ante  las  consecuen- 
cias de  la  posible  desaparición  de  los  antiguos  habitantes 
de  la  América  española,  tomó  en  favor  de  ellos  medidas  de 

1.  Los  Chihchas  ocupaban  las  altas  mesetas  de  Nueva  Granada. 
Después  de  los  habitantes  de  Méjico  y  los  del  Perú,  constituían  la 
mas  importante  y  mas  adelantada  de  las  razas  aborígenes. 

'2.  Nombre  que  daban  en  Méjico  al  tra])ajo  obligatorio  en  las  minas. 

:i.  L.  Josí;  AcosTA.  Historia  natural  \  ¡noval  de  los  Indios.  Sevilla, 
1596,  1  vol.,  in-'i". 

4.  Las  Casas  (Bartolomé  del.  nacido  en  Sevilla  en  147i,  fallecido 
en  Madrid  en  1566,  Kn  1502  fué  a   Santo  Domingo,  donde  recibió  las 


22  OlUGENES    DE    I.A    ÜEVOLUCION    SUDAMEIUCAXA 

protección.     Pero     los     Estatutos,     así    promulgados,     no 
mejoraron  mucho  la  situación  de  aquellos  desgraciados. 

Cercados  en  sitios  a  que  se  dio  el  nombre  de  resguardos, 
especies  de  comunidades  agrarias  en  las  que  gozaban  de 
un  remedo  de  administración  autónoma,  los  múltiples 
censos  a  que,  no  obstante,  quedaban  sometidos,  y  el  des- 
precio de  que  eran  objeto  condenaban  a  los  indios  a  una 
servidumbre  tan  degradante  como  la  primera.  Algunas 
tribus  irreducibles  se  refugiaron  en  los  llanos.  Otras 
fueron  cayendo  en  la  ignorancia  y  la  abye(;ción,  aunque 
animadas  de  una  resignación  cargada  de  odio  hacia  sus 
opresores.  La  insurrección  llamada  de  Tupac  Amaru,  cuyos 
orígenes  determinaremos  más  lejos,  y  que  reunió  bajo  la 
bandera  de  un  inca  mestizo  los  irresueltos  restos  de  los 
pueblos  peruanos,  fué  el  supremo  esfuerzo  de  una  raza 
llegada  al  término  final  de  su  papel  histórico,  y  destinada 
a  fundirse  definitivamente  en  el  amplio  molde  de  la  que 
había  de  sucederle  en  la  tierra  natal. 

Cuando  la  despoblación  se  hubo  acentuado  hasta  dejar 
entrever  la  inminente  ruina  de  las  obras  emprendidas, 
los  Españoles  recurrieron  cada  vez  más  á  la  importación 
de  los  negros  de  la  costa  del  Dahomey,  efectuada  ya  por 
los  primeros  colonos.  Y,  con  el  tiempo,  Portugueses,  Fran- 
ceses e  Ingleses  se  convirtieron  en  proveedores  de  los 
nuevos  esclavos  exigidos  por  las  minas  y  los  cultivos. 

Los  criollos,  es  decir  los  Españoles  establecidos  en 
América  para  siempre,  formaron  así  la  sola  raza  superior 
que  dominaba  a  las  otras  dos  y  que,  poco  a  poco,  se  las  iba 
asimilando. 

Tanto  más  enorgullecidos  de  su  origen  cuanto  que 
quedaban  como  indiscutibles  dueños  de  serviles  huma- 
nidades, los  criollos  fueron,  no  obstante,  por  espacio  de 
mucho  tiempo,  celosos  de  la  pureza  de  su  sangre,  hasta  el 

órdenes  sacerdotales  en  1510.  A  partir  de  1515,  hizo  varios  viajes  a 
Europa  con  objeto  de  tomar  la  defensa  de  los  indios.  Obispo  de 
Chiapas  en  1544,  se  desistió  en  1550.  En  1547  había  vuelto  a  España, 
de  donde  no   salió  mas. 

Sus  dos  principales  obras  son  :  Ilisloiia  de  las  Indias,  que  se 
extiende  de  14^)2  a  1520,  y  que  no  fué  publicada  hasta  1875-1876,  e 
Historia  Apologética  de  las  Indias,  cuya  mayor  parte  ha  quedado 
inédita. 


I.AS    INDIAS    OCC.IDKN  TAIKS  23 

punto  (lo  considerar  como  ¡nranianic  su  mezcla  c<»n  cual- 
quiera de  las  razas  establecidas  junio  a  ellos.  Tardó,  pues, 
en  efectuarse  la  fusión;  y,  si  aun  en  nuestros  días  no  está 
del  todo  terminada,  podía  ya  observarse,  desde  mediados 
del  siolo  dieciocho,  la  existencia,  en  el  continente  ameri- 
cano,  de  una  nueva  raza  que,  independientemente  de  los 
cruces,  comenzaba  a  ser  constituida  por  las  iníluencias 
climatéricas  y  regionales'. 

Sus  elementos  etnolóoicos  son  de  una  diversidad  casi 
infinita.  Los  pueblos  aborígenes  habían  sido  formados  de 
esencias  finesas,  mongolas,  malayas,  y  hasta  islandesas  y 
escandinavas-;  y,  cuando  los  blancos  de  Europa  y  los 
negros  africanos  se  instalaron  en  América,  pudo  decirse, 
con  justo  motivo,  que  el  Nuevo  Mundo  era  «  el  Valle  de 
Josafat  de  los  vivos''  ».  En  efecto,  allí  se  daban  cita  todas 
las  razas  del  globo,  y  sólo  por  necesitarlo  así  la  síntesis 
histórica  ha  sido  reducido  a  las  tres  grandes  familias  : 
indígena,  blanca  y  negra  el  conjunto  de  los  factores  étnicos 
de  la  raza  sudamericana. 

Al  lado  de  los  indios  propiamente  dichos,  en  vías  de 
desaparición,  y  de  los  negros,  cuyas  particularidades 
resistieron  más  a  la  asimilación,  se  puede  pues,  desde  1750, 
considerar  el  conjunto  de  la  población  de  las  Colonias 
españolas  como  formando  un  grupo  homogéneo  en  que  se 
elabora  con  certeza  la  conciencia  de  un  común  porvenir. 
Los  criollos  representan  la  aristocracia  del  cuerpo  social; 
los  mestizos,  de  innumerables  matices,  fruto  de  la  mezcla 
de  las  tres  razas,  v,  en  fin,  los  negros  y  los  indios  com- 
ponen sus  capas  inferiores  y  diferenciadas. 


1.  La  teoría  de  la  formación  de  las  razas  liumanas  bajo  la  influencia 
del  suelo,  del  clima  y  de  la  presión  atmosférica,  que  se  lia  vuelto  uno 
de  los  lugares  comunes  de  la  etnología  y  de  la  filosofía  contempo- 
ráneas, fué  enunciada  por  vez  primera  en  1808,  en  Santa  Fe,  por  el 
admirable  sabio  sudamericano  Francisco  Josef  de  Caldas.  Es  probable 
que  liallara  los  elementos  de  su  teoría  en  Montesquieu,  Cabanis, 
Ciondillac,  Helvetius  y  Destutt  de  Tracy;  pero  supo,  mucho  antes  que 
Stendhal  o  Taine,  extraer  de  ellos  la  síntesis  definitiva  y  luminosa, 
V.  Josí;  María  Vkrgara  y  Yergaka.  Historia  de  la  Literatura  en  Nueva 
Granada,  1867,  1"  parte,  p.  3í)H. 

2.  V.  GoKiNEAu.  Essai  sur  Flnégalité  des  Races  humaines,  t.  IV. 
cap.  VII. 

;}.  Samper,  up.  cii.,  cap.  v,  p.  78. 


2'i  OIU'CEN'ES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

Quédanos  el  determinar  aún  los  caracteres  distintos  de 
cada  una  de  estas  clases.  Sn  examen  es  necesario  paia 
comprender  el  desarrollo  y  los  efectos  de  la  revolución 
hacia  la  cual  se  encaminan. 

Las  facilidades  que  los  criollos  —  sobre  todo  en  los 
comienzos  de  la  Conquista  —  tenían  para  enriquecerse, 
la  ausencia  de  vigilancia  efectiva,  la  abundancia  de  todo, 
generalizaron  en  ellos  la  afición  al  lujo  y  a  los  placeres,  la 
prodigalidad,  el  valor,  facultades  inherentes  al  carácter 
español,  -a  los  que  imprimió  su  sello  particular  el  ambiente 
americano.  En  la  Plata  y  en  Chile,  en  dónde  las  fortunas 
eran  luucho  menos  considerables  por  la  ausencia  de 
explotaciones  mineras  y  por  las  restricciones  impuestas  a 
la  agricultura,  la  aristocracia  colonial  acusó,  desde  el 
principio,  tendencias  más  utilitarias  y  más  ordenadas'. 

De  todas  las  clases  hispanoamericanas,  el  mulato  es  la 
más  interesante  y  la  más  característica  por  sus  cualidades 
y  sus  defectos.  Del  negro  tiene  la  aptitud  a  los  trabajos 
penosos  y  la  fidelidad;  tiene  el  orgullo  quisquilloso  y  la 
hidalguía  del  castellano;  es  jactancioso,  expansivo  y  senti- 
mental, sensual,  y,  como  el  indio,  extremado  en  sus  aten- 
ciones y  alabanzas,  y  muy  palabrero  y  engatusador".  La 
clase  de  los  mestizos,  escribe  Robertson  ^  en  1778  \  «  posee 
una  constitución  muy  robusta;  ejerce  todas  las  artes 
mecánicas  y  lodos  los  empleos  de  la  sociedad  que  requieren 
actividad,  pero  que  por  pereza  y  por  orgullo  son  desde- 
ñados por  los  ciudadanos  de  las  clases  superiores  ». 

No  obstante,  aquellas  clases  superiores  acabaron  por 
dedicarse  a  los  oficios  tan  despreciados,  a  medida  ([ue  se 
veían  apartadas  de  los  empleos  públicos  por  los  chapetones, 
como  en  casi  toda  América  eran  llamados  los  Españoles 
que  salían  de  la  Península  y  se  volvían  a  ella,  una  vez 
terminada  su  misión   :    era   muy  natural  que  la  metrópoli 

i.  Vicemt:  J.  Quksada.  La  sociedad  hlapano-americana  bajo  hi 
dominación  española.  Madrid,  1893,  p,  7. 

2.  V.  Sampkr,  pp.  cii.,  cap.  v. 

3.  RoiíKRTsoN  (William),  liistoriador  inglés,  nacido  en  Escocia  en 
1721,  fallecido  en  1793.  Sus  princij)ales  obras  son  :  History  of  Scolland 
during  tlie  reinas  of  Mary  and  of  King  James  17,  1759;  History  of 
Charles   T,  1769,  e  líistory  of  America,  1777.  2  vol.,  in-'i". 

4.  Histuire  de  r Amérique,  !■'  edición  francesa,  t.  II,  lib.  VIII. 


LAS    INDIAS    OCCIDEM'ALES  25 

i'('S(M'vara    sus    lavori's    a    aquellos    áv    sus    subdilos    cuyos 
ver(lail<M'os  inlorcscs  ([ucdahaii  fu  iMiropa. 

La  viveza,  el  clou  ile  rápida  asimilaeicui  que.  a  su  v<íz, 
aportaron  los  criollos  a  la  agricultura,  al  comercio  y  a  las 
industrias,  eran,  después  de  todo,  cualidades  comunes  a 
todos  los  Americanos.  Afuidase  a  esto  los  entusiasmos  ver- 
sátiles, cierta  falta  de  iniciativa,  v,  al  mismo  tiempo,  facul- 
tades innatas  para  la  elocuencia  a  veces  declamatoria.  Esta 
u  manía  de  discursear  v  de  perorar  '  »  la  habían  padecido 
también  sus  antepasados  indígenas,  a  ([uienes  caracterizaba 
igualmente  el  espíritu  de  independencia  y  el  «  republica- 
nismo extremado  »  propios  de  todas  las  razas  muv 
mezcladas-.  Estos  rasgos  se  señalaron  profundamente  en 
la  nueva  sociedad  sudamericana.  A  más  de  esto,  el  carácter 
individual  de  sus  representantes  se  modificaba,  según  las 
regiones,  con  los  contrastes  que  ofrece  la  naturaleza  física. 
Los  habitantes  de  las  altas  mesetas  se  distinguían  por  una 
amenidad  más  refinada,  sangre  fría,  reserva,  inclinación  al 
escepticismo,  v.  también,  a  la  superstición  ;  en  tierra  tem- 
plada, en  las  vertientes  occidentales  de  los  Andes,  la 
dulzura,  la  indolencia  eran  más  acusadas;  en  los  valles 
bajos  V  en  las  costas,  el  predominio  de  los  negros  había 
dado  a  los  temperamentos  ardores  más  impulsivos  y  apasio- 
nados. En  fin,  ciertas  regiones  en  que  los  cruces  eran  más 
complejos,  y  especialísimas  las  condiciones  de  existencia, 
produjeron  poblaciones  de  facultades  singulares  :  los 
llaneros  de  las  llanuras  de  Venezuela,  jinetes  impetuosos, 
que  cazan  con  lanza  el  tigre  v  el  caimán,  y  que  ignoran  el 
miedo  hasta  el  punto  de  que  no  existe  tal  palabra  en  su 
vocabulario,  ingobeiiiables  v  feroces,  cancioneros  chistosos 
y  zumbones,  v  n(ttables  en  el  cuento  de  leyendas;  los  cholos 
de  las  montañas  peruanas,  insensibles  a  las  más  duras 
fatigas;  \os  ¿gauchos  de  las  pampas  argentinas ;  l()s  rotos  do 
Chile,  reyes  del  lazo,  indisciplinados  y  valientes  hasta  la 
extravagancia,  verdaderos  centauros  que  han  sido  compa- 
rados con  los  árabes  v  con  los  cosacos,  pues  son  como 
éstos,  en  efecto,  fatalistas  v  valientes. 


1.  GoBIMAf.  op.  cít..  p.  273. 

2.  GoBiNEAi.  op.  cit..  p.  27;i 


26  OIUGENUS    DE    LA    HEVOI.UCIÓX    SUDAMERICANA 

Mirándolo  bien,  estas  diversidades  de  carácter  no  eran 
sino  particularidades,  en  la  expresión,  de  intereses  y  de 
instintos  por  todas  partes  semejantes  en  su  principio,  o 
que  no  dilerían  esencialmente  sino  a  (grandísimas  distancias 
geográficas'.  Bastaban,  sin  embargo  para  suscitar  entre 
los  Americanos  oposiciones  tanto  más  vivas  cuanto  que  de 
continuo  se  aplicaba  en  sostenerlos  la  metrópoli.  La  dis- 
cordia así  azuzada  por  España  era  una  de  las  bases  de  su 
sistema  administrativo.  El  alejamiento  de  sus  provincias 
de  ultramar,  las  dificultades  que  desde  los  comienzos  tuvo 
para  imponer  en  ellas  su  autoridad,  le  parecían  justificar, 
más  que  en  otro  sitio  cualquiera,  la  aplicación  del  «  divide 
ut  imperes  »,  considerado  por  los  gobiernos  europeos  como 
la  máxima  primordial  de  toda  buena  política.  La  minuciosa 
subdivisión  de  los  mestizos  en  castas  más  o  menos  despre- 
ciadas según  su  color;  las  dilerencias  de  trato  general 
adoptadas  por  la  administración  colonial  respecto  de  los 
mulatos  propiamente  dichos,  de  los  tercerones,  de  los 
cuarterones,  de  los  zambos",  habían  creado  celos  violentos 
en  los  que  tomaban  parte  los  criollos  por  el  irreducible 
desdén  c[ue  manifestaban  por  todas  las  demás  categorías 
sociales.  Cada  uno  envidiaba  la  casta  superior  a  la  suya, 
y  todas  se  odiaban  entre  ellas.  Hasta  los  orígenes  regio- 
nales se  habían  convertido  en  motivo  de  riñas.  El  habitante 
de  las  altas  mesetas,  al  llamar  costeño  al  individuo  de  las 
costas,  pronunciaba  este  epíteto  con  insolencia  tan  desde- 
ñosa como  la  empleada  por  el  costeño  al  calificar  al  otro 
de  montañés. 

Nada  como  este  estado  de  espíritu  podía  prestarse  mejor 
a  la  sumisión  absoluta  que  la  Corona  anhelaba  imponer  a 
sus  subditos  de  América,  y  en  la  cual  trataba  de  mante- 
nerlos el  clero.  Desde  los  primeros  tiempos  se  había 
pensado  que,  el  mejor  medio  de  asegurar  la  obediencia  de 
los  indígenas  era  hacerlos  cristianos.  Una  vez  convertidos 
—  v  harto  abominables  lueron.  con  sobrada  frecuencia, 
los  medios  empleados  por  los  iVailes  de  la  Conquista  para 
enviar  al   cielo  a   los  recalcilianics  ^  —   importaba  que  los 

1.  V.  Doctor  JouRüA>MT,  Lo  Mex¡(¡uc  et  VAinéii([iie  impicolc,  cap.  i. 

2.  Nacidos  de  indio  y  de  nejara. 

3.  IjOS    frailes    bautizaban    a   un    liompo    a    numerosos    indígenas, 


LAS    l.\J)IAS    OCCIDENIAI.KS  27 

supei'vivienles,  v  m;is  lardo  sus  tlcsccnclicntes,  ([iicdariui 
penetrados  de  «  que  la  autoridad  de  los  reyes  venía  del 
Cálelo'  ))  V  no  intentaran  profundizar  su  condición  de 
subditos  sometidos  a  leyes  indiscutibles.  El  sostenimiento 
sistemático  de  la  ignorancia  era  el  natural  resultado  de 
esta  política.  Los  sacerdotes  la  fomentaron  con  tanto  más 
fervor  cuanto  que  favorecía  su  interés  personal  al  mismo 
tiempo  que  el  de  la  metrópoli. 

No  obstante,  sería  injusto  condenar  en  conjunto  el  papel 
del  clero  en  la  colonización  española.  Repetidas  veces,  los 
primeros  misioneros  protegieron  a  los  indios  contra  los 
abusos  V  las  matanzas.  La  abolición  de  la  mita  fué,  en 
gran  parte,  obra  de  ellos,  y  la  noble  y  heroica  caridad  de 
los  Sahagunes  -  v  de  los  Acosta^  basta  para  mitigar  muchas 
faltas  V  muchas  flaquezas.  Sabido  es  también  qué  inteli- 
gente apóstol  fué  el  admirable  Las  Casas,  cuyas  ideas 
inspiraron  a  los  Jesuítas  para  el  establecimiento  de  sus 
famosas  Reducciones  del  Paraguay,  de  California  y  de 
Nueva  Granada.  Hubo,  en  este  último  país,  un  ensayo 
social  que  merecería  por  sí  solo  un  largo  estudio.  En  un 
territorio  igual,  como  extensión,  a  la  mitad  de  Francia, 
algunos  religiosos,  de  espíritu  singularmente  indepen- 
diente, fundaron  una  especie  de  Estado  comunista,  esen- 
cialmente agrícola,  que  prosperó  por  espacio  de  dos  siglos. 
Aplicaron  a  su  constitución  las  doctrinas  del  socialismo  más 
avanzado,  v  fundaron  una  república  ideal  y  afortunada *^. 

exterminándolos,  quemándolos  vivos  después,  con  la  mayor  sere- 
nidad. Y.  los  relatos  de  Garcilaso  di.  la  Vega,  de  Bermal  Díaz  dil 
Castillo,  ele. 

1.  J.  M.  Restrepo,  Revolución  de  la  República  de  Colombia.  Intro- 
ducción, p.  XXXIV. 

2.  SahagÚ.n  (Benardino  de),  monje  franciscano,  nacido  en  España, 
fallecido  en  México  en  1590.  Partió  como  misionero  para  Méjico  en 
1529.  Fué  profesor  en  el  colegio  de  Santa  Cruz  en  México,  aprendió 
la  lengua  de  los  indios  y  fué  siempre  su  defensor.  Hay  de  él,  entre 
otras  obras.  Historia  General  de  las  cosas  de  Nues'a  España,  México, 
1829,  18:30,  3  vol.,  in^". 

3.  Agosta  (José  de),  jesuíta  español;  nació  hacia  1539.  murió  en 
Salamanca  en  1600.  Segundo  provincial  de  la  orden  de  los  Jesuítas 
en  el  Perú.  Trabajó  con  ardor  en  la  conversión  de  los  indios,  y 
regresó  a  España  en  1588.  Publicó  Historia  Natural  y  Moral  de  los 
Indios.  Sevilla,  1590. 

'*.  V.  P.  d"Espagnat,  Sousenirs  de  la  Xcuvelle-Grenade.  —  ^  . 
también  Cassani,  Historia  de  la  provincia  de  Santa-Fe.  de  la  Com- 


28  OniCEXES    I)F.    I. A    REVOLUCIÓN    SUDAMEKICANA 

Mas.  cual([uiera  ([ue  fuera  la  felicidad,  muy  negativa  por 
ciei'to.  de  ([ue  gozaban  las  gentes  así  administradas  por 
ellos,  tanto  los  Jesuítas  como  los  Carmelitas,  como  los 
Dominicos,  como  los  Franciscanos,  atendieron,  en  definitiva, 
en  el  Nuevo  Mundo,  mucho  nitás  a  lo  temporal  que  a  lo 
espiritual.  Trabajaban  ante  todo  para  la  Corona  v  no 
olvidaban  lo  bastante  las  prácticas  de  la  caridad  bien 
ordenada.  Además,  la  constitución  de  la  iglesia  americana 
confería  a  ésta  una  independencia  mucho  más  extensa  que 
en  la  Península.  El  papa,  que  quedaJja  siendo,  en  Europa, 
jefe  absoluto  del  clero,  sólo  un  poder  nominal  tenía  sobre 
el  clero  del  Nuevo  Mundo.  Las  prerrogativas  concedidas 
por  la  Santa  Sede  a  los  monarcas  españoles  hacían  de  éstos, 
en  las  Indias,  verdaderos  jefes  de  Iglesia  nacional.  Su 
patronato  era  ilimitado.  Disponían  de  todos  los  beneficios 
y  de  todos  los  empleos; ;  ninguna  bula  era  recibida  sin 
previos  examen  v  aprobación  del  Consejo  de  Indias.  No 
obstante,  con  la  administración  eclesiástica  ocurrió  lo  que 
sucedía  con  la  administración  civil  :  se  subtraía  a  toda 
intervención  de  los  soberanos;  y,  a  pesar  del  complicado 
sistema  de  vigilancia  mutua  instituido  por  ellos  en  su 
dominio  colonial,  eran  de  continuo  engañados  por  agentes 
siempre  infieles. 

De  España  llegaban  los  obispos  acompañados  de 
numeroso  séquito  de  parientes,  de  aliados,  de  ahijados,  a 
quienes  distribuían,  violando  así  las  prescripciones  reales, 
los  empleos  mejor  remunerados,  los  más  productivos 
curatos.  Los  Jesuítas  pagaban,  a  modo  de  censo,  un 
peso  por  cabeza  de  catecúmeno;  pero,  en  cambio,  reser- 
vaban a  la  Compañía  casi  todo  el  producto  del  trabajo 
d(í  los  neófitos'.  A  más  de  esto,  ocultaban  con  espe(úal 
(íuidado  los  detalles  de  su  gestión.  Por  ejemplo,  pintaban 
la  California,  en  donde  su  poderío  era  todavía  más 
considerable  que  en  el  Paraguay,  como  siendo  un  país  tan 
malsano     y    tan    estéril,    que     únicamente    el    celo     de    la 

pañia  de  Jesús,  y  vida  de  sus  iarones  ilustres,  1  vol.,  in-5'^,  Madrid, 
1741.  —  J.  M.  RivAíí  Groot,  Historia  eclesiástica  y  cá'¿7  de  Nues'u 
(¡ranada,  t.  II,  cap.  xxvn.  —  Ji;an  Rivf.ro,  Historia  da  las  inisioties 
de  los  Llanos  de  Casanare.  Bogotá,  Silvestre  y  C'".  1884 . 

1.  V.  J.  Criítineau-Joly,  Ilistoire  relif^ieuse  el  politi(¡ue  de  la 
Compagnie  de  Jésus.  Paris,  1851,  1.  III. 


LAS     INDIAS    OCCIDENTALES  29 

(•((aversión  ile  los  ¡lulios  liiibía  podido  dcteriniíiai'  a  sus 
inisioiiei'os  a  ostablecerst;  en  tal  país';  y  las  Reducciones 
de  la  cuenca  del  Plata  estaban  rodeadas  de  (osos  y  de 
delensas  a  los  ([ue  nadie,  ni  siquiera  los  ^•(d)ernadorcs  y 
los  obispos,  se  acercaba  sin  permiso".  I'^n  íin,  a  pesar  de 
los  crecidos  diezmos  ([ue  el  clero,  autorizado  por  la 
Corona,  cobraba  de  conliiuio,  todavía  solicitaba,  sin 
descanso,  de  los  fieles,  donativos  de  todo  género,  llab/a 
conseouido  inculcarles  la  idea  de  que  no  era  buen 
cristiano  (|uien  no  dejaba,  por  testamento,  parte  de  sus 
bienes  a  las  iglesias.  De  esta  manera,  una  impoi'tante  parte 
de  la  ri([ucza  pública  pas('>  a  manos  de  las  congregaciones, 
las  cuales  pulularon  en  Méjico,  en  el  Perú  y  en  Nueva 
Granada  '. 

Por  su  parte,  estaba  atenta  la  Inquisición  a  que  en  ningún 
sitio  de  América  penetraran  las  ideas  subversivas.  En 
Sevilla,  antes  de  salir,  y  a  su  llegada  a  las  Indias,  los 
lil)ros  eran  sometidos  a  una  implacable  censura.  Cada 
año  se  efectuaban  registros  en  las  librerías  y  en  las  biblio- 
tecas  de  los  particulares,  y  la  única  lectura  que  favorecía 
el  clero  era  la  de  obras  como  :  el  Año  cristiano  o  el  Ejer- 
cicio cotidiano'. 

Pocos  eran,  en  los  primeros  tiempos  de  la  dominación 
española,  los  criollos  que  tenían  afán  por  instruirse ;  sin 
gran  trabajo  se  sometieron  a  estas  prohibiciones  que  sólo 
más  tarde  fueron  para  ellos  una  molestia;  en  cuanto  al  resto 
de  la  población,  ni  siquiera  se  daba  cuenta  de  tales  exi- 
gencias. Con  mucha  menos  facilidad  soportaban  todas  las 
clases    sociales    las    trabas   que    el    régimen    comercial    e 


1.  V.  Venegas.  Historia  de  la  California,  2  vol.,  in-8",  t.  I, 
cap,  xxvi. 

2.  Cf.  Deberlp:,  líisloire  de  1  Aiiiérif/iie  du  Siid ,  Paris,  1876,  cap.  in. 
—  SciiOELL,  Cours  d'liisfüire  des  Etats  Européens^  t.  XXXIX.  —  De 
Movs.sY,  Mémoire  historii¡ue  sur  la  décadence  ct  la  ruine  des  Missions 
des  Jésuiles  dans  le  hassiji  de  la  Plata,  Paris,  186'j. 

3.  En  vano  se  quejaba  I'eli])e  III,  por  carta  escrita  en  1620  al  virrey 
de  Lima,  de  que  los  conventos  ocuparan  mas  sitio  on  ésta  que  el 
resto  de  la  ciudad;  y.  en  i6'i4,  el  cabildo  de  Mé.xico  solicitaba  del 
rey  que  no  se  fundaran  nuevos  monasterios,  y  que  fuesen  limitados 
sus  beneficios,  «  por  miedo  a  que  las  comunidades  ya  existentes  se 
incautaran  de  toda  la  comarca  ».   Leroy-Beauluu,  op.  cit.,  p.  22. 

4.  Restrepo,  op.  cit.,  t.  I,  introducción. 


30  orígenes  de  la  revolución  sudamericana 

industrial     oponía     al    desarrollo     económico     del     Nuevo 
Mundo. 

Los  impuestos,  opresivos  en  simio  grado,  y  percibidos 
con  despiadado  rigor,  hacían  que  la  agricultura  no  resul- 
taba lo  bastante  remuneradora,  y  la  condenaban  a  perecer. 
Ordenanzas,  originadas  tanto  por  las  intrigas  de  los  colo- 
nos, celosos  unos  de  otros,  como  por  las  nefastas  tenden- 
cias de  la  metrópoli  a  fomentar  aquellas  rivalidades, 
llegaban  hasta  reglamentar  los  cultivos  en  contradicción 
con  las  necesidades  verdaderas  o  las  facultades  productoras 
de  las  distintas  colonias*.  No  mejor  entendidas  ni  reglamen- 
tadas estaban  las  condiciones  de  la  industria.  Se  toleraba, 
a  lo  sumo,  la  fabricación  de  algunas  telas  burdas.  Las  pro- 
vincias de  España  en  que  se  cultivaban  las  artes  mecánicas 
no  habrían  permitido  competición  alguna  :  todos  los  obje- 
tos de  utilidad  y  de  lujo  habían  de  proceder  de  ellas.  «  La 
inercia  y  la  pobreza  parecían  haber  sido  impuestas  a  la 
tierra,  como,  a  los  habitantes,  la  sumisión  y  la  ignoran- 
cia" )). 

Las  transacciones  con  los  países  extranjeros  estaban 
severamente  prohibidas.  Tampoco  podían  comerciar  entre 
ellas  las  Colonias.  La  Casa  de  Contratación,  de  Sevilla, 
vigilaba  el  tráfico  con  América.  Esta  autoridad  adminis- 
trativa y  judicial,  instituida  desde  el  siglo  quince,  e  incor- 
porada después  al  Consejo  de  las  Lidias,  reglamentaba  la 
salida  de  los  navios  que  llevaban  las  expediciones  de  la 
Península.  Salían  dos  veces  al  año,  escoltados  por  las 
escuadras,  para  arribar  :  unos,  la  flota,  a  Veracruz;  los 
otros,  los  galeones,  a  Puerto  Bello.  Sólo  estas  dos  puertas 
de  entrada  y  de  salida  tenía  el  comercio  español  con  el 
conjunto  del  continente  americano.  Al  principio,  Sevilla 
fué  su  solo  punto  de  salida,  y  sólo  en  1720  compartió  con 
Cádiz  este  privilegio. 

De  este  sistema  resultaron  las  consecuencias  más  deplo- 
ral)les,  así  para  la  metrópoli,  que,  a  pesar  de  una  vigilancia 

1.  Por  ejemplo,  la  viña,  autorizada  en  el  Perú,  estaba  prohibida  en 
Quito.  En  Chile,  los  magnílicos  resultados  que  atjuella  había  de  alcan- 
zar niíís  tarde,  y  cuya  posibilidad  se  veía  ya,  eran  fomentados,  adrede, 
de  manera  mezquina  e  insuficiente.  Y.  Robkktsok,  <>/>.  cii.,  lib.  VIII. 

2.  RoBERTSo.N.  op.  cil^. ,  lib.    VIII. 


I.AS    INDIAS    OCCIDKNTALIiS  31 

tan  niülesta  como  costosa,  tuvo  que  contar  con  el  clesentre- 
nado  contrabando  de  las  demás  naciones,  como  para  los 
colonos,  ohlioados  a  veces  a  pa^ar  hasta  quinientas  o  seis- 
cientas veces  el  valor  de  los  protluctos'  ([ue  penosamente 
les  llevaban  las  caravanas,  pasando  por  inmensos  y  peli- 
orosos  territorios.  La  represión  en  (pie  incnrri'an  los  Ame- 
ricanos, inclinados  por  natnraleza  a  transgredir  medidas 
tan  restrictivas,  era  aplicada  con  todo  rigor.  Acerca  de  este 
ilelito.  el  código  colonial  solía  prever  la  confiscación,  y 
hasta  la  muerte. 


IV 

Pero,  ni  las  prohibiciones  y  las  severidades  del  régimen 
comercial;  ni  la  antoridad  suspicaz  que  se  extendía  desde 
el  alcalde  hasta  las  audiencias,  y  desde  el  comendador 
hasta  el  virrey;  ni  la  esclavitud  y  la  credulidad,  fomenta- 
dos por  el  clero  en  una  población  en  la  que  los  demás 
delegados  de  la  Corona  se  habían  propuesto  excitar  celos 
y  odios,  consiguieron  destruir,  ni  siquiera  neutralizar,  en 
América,  el  espíritu  de  libertad  y  de  independencia. 

Bastara,  para  avivar  ese  primordial  y  dominante  instinto 
del  carácter  sudamericano,  bastara  con  el  insoportable 
yugo  que  se  esforzaba  por  contener  sus  más  normales 
aspiraciones;  pero  hubo,  para  excitarlo  aún  v  empujarlo 
hasta  el  paroxismo,  si  así  puede  decirse,  un  estimulante 
tanto  más  incoercible  cuanto  que  resultaba  del  ambiente 
mismo  de  la  tierra  natal. 

Bajo  aquel  sol  que  todo  lo  abulta,  las  pasiones  se  exaltan, 
hierven  con  vértigo  parecido  al  que  hace  estremecerse  la 
naturaleza.  Su  solo  contagio  bastó  para  exagerar  los  furores 
de  la  Conquista.  Los  antecedentes  de  sus  protagonistas 
hacían  presagiar,  desde  luego,  atrocidades  como  en  la 
época  más  violenta  de  la  historia;  pero  nunca  se  habría 
supuesto  que  un  frenesí  criminal  no  conocido  hasta 
entonces,  o  las  terribles  privaciones  ([ue  sufrieron,  empu- 
jaran a  los  Conquistadores  a  matarse  unos  a  otros,  y  hasta 

1.  ^  .  G.  Juan  y  Antonio  de  Li.i.oa,  Viaje  liislórico  por  la  América 
luériclional,  2  vol.,  in-»",  1752,  t.  I,  lib.   Y.  cap.  vii. 


32  orígenes    de    la    KEVüLLCJON    SUDA.MElilCAXA 

a  mancharse  con  lírutalidades  que  se  lesiste  nno  a  nom- 
brar'. El  trágico  destino  de  los  Pizarros,  de  los  Almagros, 
de  Balboa,  Dávila.  Robledo.  Benalcázar,  v  tantos  otros, 
muriendo  a  manos  de  sus  compañeros  de  armas ;  los  solda- 
dos asesinando  a  sus  capitanes;  las  rebeliones  de  éstos  con- 
tra la  autoridad  del  soberano,  y  los  espantosos  tormentos 
con  que  fueron  castigados,  componen  un  cuadro  palpitante 
de  horror  cuvos  orígenes  resultan  más  hondos  que  las 
viciadas  costumbres  de  la  época  o  el  simple  desencadena- 
miento de  aptitudes  para  la  crueldad. 

Tales  ejemplos  en  los  albores  de  la  sociedad  americana 
la  predispusieron  más  a  las  sediciones,  la  dotaron  de  vol- 
cíinica  impetuosidad,  y  el  poder  real  tuvo  que  reprimir  de 
continuo  perpetuas  insurrecciones. 

T^a  mayoría  de  éstas,  sofocadas  en  el  silencio  de  comar- 
cas aisladas,  no  han  dejado  rastros.  Se  manifestaban  cual 
repentinas  llamaradas  de  la  inmensa  hoguera  revoluciona- 
ria c[ue,  en  todos  los  tiempos,  fueron  las  Colonias  españolas. 

Sin  embargo,  no  habría  que  creer  que  tales  rebelioiies 
no  obedecían  a  más  motivo  que  la  vehemencia  de  los  carac- 
teres o  el  deseo  de  sacudir  una  dominación  dolorosa,  y  que 
se  manifestaban  de  una  manera  alocada.  Una  idea  sin  fór- 
mula fija  durante  largo  tiempo,  una  idea  fugaz,  pero  esen- 
cial, gobierna  las  energías  en  ebullición  :  la  de  que  podrían 


1.  Juzgúese  de  ello  por  este  extracto  de  uno  de  los  más  fidedignos 
cronistas  de  la  Conquista.  «  En  el  curso  de  su  segunda  expedición, 
hallándose  Alfinger  por  las  orillas  del  Magdalena,  decidió]  remitir 
a  Coro  la  cantidad  de  oro  que  había  recogido,  calculada  en  30  000  pesos, 
y  la  confió  a  veinticuatro  hombres  mandados  por  un  capitán  Bascona, 
Vasconia  o  Vascoña.  Extraviáronse  a  poco  y  acabados  los  bastimentos 
que  llevaban,  ya  medio  muertos  de  hambre  enterraron  el  oro  al  pie 
de  un  árbol,  para  volver  a  buscarlo  en  mejor  ocasión.  Mas,  como 
sus  fuerzas  del  todo  les  iban  faltando,  acordaron,  y  de  hecho  lo 
hicieron,  de  ir  matando  de  los  pocos  indios  e  indias  que  les  habían 
quedado  de  servicio,  e  Írselos  comiendo  cada  día  el  suyo...  sin  dejar 
cosa  de  ellos,  tripas  ni  lo  demás,  porque  nada  les  sabía  mal;  y  aún 
sucedió  que  matando  el  postrer  indio  y  arrojando  cuando  lo  hacían 
cuartos  el  miembro  genital...  era  tanta  la  hambre  rabiosa  de  un 
soldado  llamado  Francisco  -JNJarlín  (relator  del  suceso]  que  como 
un  perro  arremetió  y  lo  cogió  y  se  lo  engulló  crudo  diciendo  :  "  Pues 
esto  arrojáis  en  estas  ocasiones?...  »  Dividiéronse  luego  unos  de 
otros,  por  temor  de  que  el  hambre  los  obligara  a  matarse  entre  sí  ». 
Fkat  Pedro  Simón,  op.  cit.  Segunda  noticia,  cap.  v  y  vi.  Citado  por 
José  Gil  Fortoul,  Historia  Constitucional  de  Venezuela,  t.  l.cap.  i,p.6. 


LAS    IXDIAS    OCCIDENTALES  33 

constituirse  Estados  que  fuesen  independientes  de  la  metró- 
poli. Esta  idea,  ([uc  late  en  el  cerebro  de  la  mayor  parte 
de  los  habitantes  del  Nuevo  Mundo,  sólo  en  el  espíritu  de 
algunos  ad([uiere  cabal  precisión.  Que  se  pronuncien  éstos, 
que  enarbolen  una  bandiíra,  y  verán,  siempre,  agruparse 
en  torno  de  ellos  el  pueblo.  Las  generaciones  sucesivas 
reproducirán  este  fenómeno  con  las  variantes  del  tiempo  y 
de  los  personajes;  pero  su  desarrollo  presentará  caracteres 
idénticos. 

Tan  pronto  como  un  hombre  se  revela,  encarnando  en 
él.  si  así  puede  decirse,  la  idea  de  independencia,  se  ve 
rodeado  por  el  grupo  de  aquellos  a  quienes  anima  más 
particularmente  el  mismo  pensamiento;  prodúcese  un  inci- 
dente, fútil  las  más  veces,  pero  que  pone  en  evidencia  el 
profundo  antagonismo  del  Español  y  del  Americano,  y,  en 
seguida,  la  muchedumbre,  sin  dirección  apárente  y  sin 
haber  recibido  órdenes  de  nadie,  llena  tumultuosamente  las 
calles  y  las  plazas  públicas.  Allí  está  el  JioDthrc.  Del  grupo 
que  le  rodea,  sale  una  voz  pidiendo  que  se  reúna  el  Cabildo. 
Este  es  el  que,  sin  duda  alguna,  dará  con  el  remedio,  con 
la  solución  deseados.  El  cabildo  se  pronuncia,  designa  al 
hombre  cuyo  nombre,  sin  que  se  sepa  por  qué,  se  halla 
ahora  en  todas  las  bocas  :  a  él  toca  entrar  en  acción. 

Tal  es,  hasta  la  fecha  magna  de  1810,  el  proceso  habitual 
de  los  pronunciamientos  coloniales.  Si  toman,  en  esta 
época,  una  extensión  más  considerable  y  casi  universal,  es 
porque  la  Idea,  más  vigorosa,  se  ha  insinuado  también  con 
uiás  fuerza  y  en  mayor  número  de  cerebros.  Entonces, 
habrá  dado  España  el  ejemplo  de  sus  Juntas.  El  cabildo 
propondrá,  pues,  la  constitución  de  una  asamblea  de  este 
género,  más  capaz  de  resolver  el  problema,  y  a  la  cual  el 
prestigio  del  papel  que  se  la  ve  desempeñar  en  la  metró- 
poli conferirá  más  autoridad  para  entrar  en  discusión  con 
el  virrey,  con  el  presidente  o  con  el  capitán  general.  Se 
procederá  sin  demora  a  la  elección  de  diputados.  Estos 
representarán  seguramente  las  aspiraciones  generales  ;  pero, 
en  realidad,  obrarán  a  impulsos  del  liombre  que,  desde 
aquel  día.   les  dirigirá  abiertamente'. 

1.  Cf.  Sampi  R,    op.  cit.,  cap.  ixi 


34  orígenes  de  i,a  «evolución  sudamericana 

Pero,  las  posibilidades  de  éxito  de  las  revoluciones  que 
así  comienzan,  dependerán  del  valor  moral  del  que  las 
haya  instigado.  Cuanto  más  sincero  sea,  cuanto  más  desin- 
teresado y  consciente  de  la  idea  cuyo  triunfo  pretende 
asegurar,  más  poderoso  será  el  movimiento  desencadenado, 
más  difícil  de  ser  reprimido  por  el  adversario. 

He  ahí  por  qué,  personificada  en  tres  ocasiones  distintas 
la  noción  de  independencia  nacional,  durante  el  período 
colonial  anterior  a  1810,  y  de  una  manera  más  acentuada 
cada  vez,  tres  grandes  levantamientos  se  han  producido; 
y,  es  tanto  más  importante  anotar  su  encadenamiento  v  sus 
similitudes,  cuanto  aparecen  como  otros  tantos  ensavos  de 
la  revolución  definitiva. 

Ya  hemos  visto  que  la  institución  de  los  Ayunlcunientos 
o  Cabildos  foi-mó  parte  de  la  organización  primitiva  del 
régimen  colonial.  Al  igual  de  los  antiguos  cabildos  de 
España,  fueron  investidos  por  el  rey  de  franquicias  y  de 
privilegios  muv  extensos  a  veces.  Por  ejemplo,  los  muni- 
cipios del  Paraguay  tenían,  en  caso  de  quedar  vacante  el 
cargo  de  gobernador,  derecho  a  elegir  ellos  directamente 
otro  gobernador.  Se  veía  en  esto  el  espíritu  democrático  e 
igualitario  que,  en  otros  tiempos,  fué  gloria  de  las  Comu- 
nidades de  Asturias  y  de  León.  Poco  a  poco,  la  autoridad 
real  fué  reduciendo  las  prerrogativas  de  los  cabildos  ;  pero 
distaba  mucho,  sobre  todo  a  comienzos  del  siglo  dieciocho, 
de  cjue  los  pueblos  paraguayos,  cuyas  clases  bajas  esta- 
ban dominadas  en  absoluto  por  los  Jesuítas,  aceptaran  sin 
murmurar  la  sujeción  a  que,  a  su  vez,  trataban  de  some- 
terlas los  misioneros.  La  raza  nacida  del  cruce  de  los  Espa- 
ñoles con  indígenas  manifestai)a  en  aquella  región  de  la 
cuenca  del  Plata,  un  carácter  tan  independiente  y  tan 
belicioso.  (|ue,  desde  J579,  el  tesorero  Don  Hernando  de 
Montalvo  crevó  deber  señalarlo  a  las  autoridades  de  la 
metr('>poli.  «  Hav,  escribía  dicho  señora  hijos  de  la  tierra, 
<|ue.  de  las  cinco  partes  de  la  gente  española,  las  cuatro  son 
de  ellos,  v  cada  día  va  en  aumento,  teniendo  muy  poco 
respeto  a  la  justicia,  a  sus  padres  y  mayores,  muy  curiosos 

1.  Informe  del  Tesorero  ü.  Hernando  ile  .M()ntal\o;  manuscrito  del 
ArcliivQ  de  Indias,  en  Buenos  Aii'es,  citado  poi-  Baktolo.mk  Mitre, 
Historia  de  San  Martin,  t.  I,  p.  35. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALES  35 

en  las  armas,  diestros  a  pie  y  a  caballo,  fuertes  en  los  tra- 
bajos, amigos  do  la  guerra  y  muy  amigos  de  novedades.  » 

En  electo,  en  pleno  siglo  dieciséis,  el  Paraguay  era  una 
diminuía  repú])li('a  turbulenta  y  celosa  de  libertad,  cuyos 
colonos  derribal)an  los  agentes  del  rev  al  grito  de  «  ¡  Mue- 
ran los  tiranos!  )>.  elegían  mandatarios  por  mayoría  de 
votos,  consiguiendo  conservar  por  largo  tiempo  intactos 
sus  fueros  K 

D.  Diego  de  los  Reyes  Balmaseda,  ([ue  administiaba  el 
Paragnav  en  1720.  habiendo  querido  un  día  oponerse  a  la 
reunión  del  cabildo  de  La  Asunción,  prodújose  un  motín. 
El  pueblo,  abrumado  de  impuestos,  pareció  tan  resuelto  a 
sostener  las  reivindicaciones  de  su  ayuntamiento,  que  tuvo 
(pie  someterse  el  gobernador.  Los  concejales  eligieron  en 
seguida  un  gobernador  paraguayo,  Josef  Antequera",  muy 
popular  en  La  Asunción,  y  sobre  cuyas  capacidades  funda- 
ban grandes  esperanzas  sus  compati-iotas  para  mejora- 
miento de  su  suerte. 

Antequera  distaba  mucho  de  ser  un  ambicioso  vulgar.  A 
despecho  de  las  acusaciones  de  tiranía  con  que  le  abruman 
los  historiadores  españoles,  obligados,  en  más  de  una  oca- 
sión, a  mostrarse  menos  severos,  para  no  ser  tachados  de 
parciabilidad  ^  no  puede  ponerse  en  duda  su  desinterés. 
Las  violencias  que  ejerció  para  conservar  el  poder  que  le 
había  sido  confiado,  son  excusadas  por  las  persecuciones 
que  arreciaban  sobre  sus  partidarios.  Durante  los  cuatro 
años  que  duró  su  administración  (1721  a  1725).  se  dedicó 
a  poner  en  práctica  los  principios  libertarios  proclamados 
por  él.  Arrestado  por  fin,  conducido  a  Lima,  y  supliciado 
en  presencia  del  virrey,  pudo  xVntequera,  antes  de  morir 
confiar  a  uno  de  sus  compañeros,  Fernando  de  Mompox, 
el  encargo  de  continuar  su  obra. 

Bajo  la  conducta  de  este  nuevo  jefe,  empuñaron  de  nuevo 

1.  V.  MiTRi:,  op.  cit.,  t.  I,  cap.  i. 

2.  V.  para  la  historia  de  la  rebelión  de  Antequera  y  de  los  Comu- 
neros paraguayos  el  P.  Ciiarlkvoix,  Jlisloire  du  Paraguay,  1757, 
J.  MioiEi.  lloBO.  Historia  general  de  las  antiguas  colonias  hispano- 
americanas, 3  vol.,  in-8",  Madrid,  1875,  t.  I,  pp.  8(3  a  216. 

'¿.  <(  En  el  corazón  de  cuyo  autor  no  tuvieron  abrigo  la  codicia  ni 
ninguna  otra  pasión  de  las  que  constituyen  al  hombre  en  ser  despre- 
ciable ».  Lobo,  op.  cit.,  p.  193. 


86  ORÍGENES    DE    hX    liEVOIAlClÓN    SUnAMEIUCANA 

las  armas  los  insurrectos,  tomando  esta  vez  el  caracterís- 
tico nombre  de  Comuneros,  que  doscientos  años  antes  había 
inmortalizado  el  célebre  Juan  de  Padilla,  en  España,  en  el 
campo  de  batalla  de  Villalar.  Durante  alj^unos  meses  más, 
los  Comuneros  del  Paraguay  pusieron  en  peligro  las  auto- 
ridades reales,  y  fuéles  muy  ditícil  a  los  Jesuítas,  de  con- 
tinuo expuestos  a  sus  ata([ues.  recuperar  su  prestigio.  «  El 
17  de  lebrero  de  17^52.  refiere  el  P.  Charlevoix'.  aquellos 
furiosos,  en  número  de  dos  mil  jinetes,  entraron,  a  eso  de 
mediodía,  en  la  ciudad  de  La  Asunción,  se  fueron  dere- 
cho al  colegio  arrojando  desaforados  gritos,  v,  con  tal 
precipitación  hicieron  salir  a  los  Padres,  que  ni  siquiera 
tuvieron  éstos  tiempo  para  coger  sus  breviarios...  »  Por 
fin  sucumbieron  a  la  represión  los  Comuneros,  y,  por  algún 
tiempo  aún.  reinó  en  el  Paraguay  el  orden,  siempre  ame- 
nazado, de  la  vida  colonial. 

En  efecto,  no  había  tranquilidad  para  los  agentes  de  la 
corona  de  España.  No  edificaban  sus  fortunas  sino  entre 
perpetuas  alarmas.  En  la  época  misma  en  que  la  insurrec- 
ción de  los  Comuneros  le  obligaba  a  movilizar  sus  fuerzas 
(1730),  el  virrey  de  Lima  tenía  que  reprimir  un  levanta- 
miento en  Cochabamba;  y,  apenas  reprimido  el  movimiento 
de  Fernando  de  Mompox,  el  capitán  general  de  A  enezuela 
tropezaba,  en  el  establecimiento  de  los  mon(>|)(>li()s  conce- 
didos a  la  Compañía  de  Guipúzcoa',  con  la  resistencia  de 
los  habitantes  de  Caracas.  En  Quito,  en  17(35.  los  colonos 
se  insubordinan  también  con  motivo  de  la  aplicación  del 
impuesto  de  las  (ilcahalas,  o  derechos  sobre  las  ventas. 

Asimismo,  la  pretensión  de  los  gobernadores  de  los  distri- 
tos de  Chayanta  y  de  Tinta,  en  el  Perú,  de  someter  a  sus 
administrados  a  nuevos  vcpartiniionlos.  sirvió  de  pretexto 
a  la  gran  insurrección  de  Tupac-Amaru.  en  17S().  Dábase 
el  nombre  de  reparlim'enío  a  un  privilegio  concedido  a 
principios  de  la  Conipiista  a  los  corr<'gidores.  v  que  les 
investía  d(d  dereciio  de  suininistiar  a  b)s  indios  todos  los 
objetos  necesarios  para  el  consumo.  (Cierto  <{ue  las  leyes 
reglamentaban  y  limitaban  este   privilegio;  pero   no  lardó 


1.  Op.  cit..  l.  V,  lib.  XIX,  I).  tl2. 

2.  V.  in/'ra,  cap.  iii. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALES  37 

(>n  (M)iivei'tirse.  en  niíuios  de  los  luncionarios  coloniales, 
en  fuentes  ele  abusos  y  de  exacciones.  í^a  mita,  auníjue 
suprimida  olicialnienh'  desde  (ines  del  si<^lo  dieciséis, 
sefjui'a.  tanihiiMi.  siendo  aplicada  en  el  Perú,  y  pesaba 
cruehnenle  sobre  los  indios,  relalivaniente  numerosos  aún 
en  el  país. 

P'xasperados  por  est(^  tloble  régimen,  entraron  éstos  en 
relación  con  los  mestizos,  los  cuales  componían  la  reducida 
población  de  los  campos,  v  que  padecían  igualmente  de  la 
codicia  de  los  agent(?s  coloniales.  Indios  v  mestizos  no 
lardaron  en  percibir,  en  las  ambiciones  del  cacit{ue  del 
Hesgiiordo  de  Tungasuca,  el  eco  personificado  de  sus  velei- 
dades de  independencia.  Dicho  cacique,  José  Gabriel  Con- 
dorcan([ui.  había  tomado  el  nombre  del  último  emperador 
de  los  Incas,  Tupac-Amaru,  decapitado  en  1572  por  el 
virrey  D.  Francisco  de  Toledo.  Condorcanqui  descendía, 
en  efecto,  por  su  madre,  de  una  de  las  hijas  del  Inca.  Inte- 
ligentísimo, ilustrado,  de  noble  apostura,  y  poseyendo  todas 
las  cualidades  de  un  conductor  de  hombres,  había  ganado 
por  completo  la  confianza  de  los  pueblos  peruanos  por 
haber  decidido  a  dos  de  sus  parientes  a  que  fueran  a 
petlirle  al  rey  Carlos  III  la  supresión  definitiva  de  la  mita  y 
de  los  repartimientos.  Dichos  enviados  recibieron  buena 
acogida  en  Madrid,  pero  fallecieron,  acaso  envenenados, 
poco  tiempo  después  de  su  llegada  a  la  corte,  y  Tupac- 
Amaru,  comprometido,  expuesto  a  la  venganza  del  corre- 
gidor de  su  distrito,  tuvo  ([ue  declararse  abiertamente  en 
rebelión. 

En  realidad,  no  había  esperado  miis  que  un  pretexto.  Al 
cabo  de  algunos  días,  todos  los  caciques  de  pueblos  situa- 
dlos en  un  circuito  de  cien  leonas  hicieron  causa  común  con 

o 

él.  Engrosada,  a  poco,  por  las  clases  populares  de  los  vi- 
rreinatos del  Perú  y  de  Buenos  Aires,  la  insurrección  tomó 
proporciones  aterradoras.  Persuadido  Tupac  de  que  el 
número  de  sus  partidarios  inmediatos  sería  suficiente  para 
lograr  el  éxito  apetecido,  había  descuidado  el  asegurase  el 
concurso,  indispensable,  de  las  clases  elevadas.  Además, 
los  orígenes  puramente  indios  de  (pie  se  enorgullecía  con 
ostentación  chocaban  los  prejuicios  de  la  mavoría  de  los 
criollos,    quienes    no    habrían    consentido    en    confiar    sus 


38  orígenes    de    la    HEVOLICIÓN    SUDAMERICANA 

destinos  en  manos  de  un  indio,  por  excelsa  que  fuera  su 
alcurnia.  Hicieron,  pues,  causa  común  con  las  autori- 
dades. Tupac,  que  se  presentó  ante  Cuzco  con  más  de 
40  000  hombres,  debió  el  inesperado  pánico  que  de  repente 
los  dispersó,  al  terror  que  hábiles  intrigas  habían  susci- 
tado entre  sus  soldados  y  hasta  entre  sus  íntimos.  La  escasa 
guarnición  y  las  improvisadas  milicias  de  la  ciudad  no 
tuvieron  casi  que  hacer  uso  de  sus  armas. 

El  cacique  de  Tungasuca  pagó  su  intentona  con  un  espan- 
toso suplicio  al  que  fueron  sometidos  también,  en  presencia 
suya,  su  mujer,  su  hijo,  niño  de  corta  edad,  y  seis  de  sus 
allegados.  Estos  desgraciados,  llevados  el  18  de  mayo  de 
1781  a  la  plaza  mayor  de  Cuzco,  fueron  despedazados  vivos 
por  los  verdugos.  En  tal  peligro  había  puesto  a  la  domina- 
ción metropolitana  el  levantamiento  de  Tupac-Amaru,  que 
tan  horrible  escena,  que  nos  causa  hoy  día  estremeci- 
mientos V,  pareció  apenas  ejemplar  a  los  Españoles  de 
entonces.  No  podían  dejar  de  convenir  en  que  una  acción 
mejor  concertada  y  una  política  más  hábil  habrían  evitado 
a  Tupac  el  enajenarse  a  los  criollos.  Estos  acechaban  ya 
una  ocasión  para  realizar  una  independencia  a  la  que 
deseaban  únicamente  mayor  alcance,  y,  si  Tupac,  víctima 
de  la  fatalidad  que  perseguía  las  últimas  hazañas  de  su 
raza,  no  pudo  sentar  las  bases  de  una  nacionalidad,  no 
fueron  inútiles  sus  esfuerzos  :  es  más,  hasta  hay  que  consi- 
derarlo como  una  especie  de  precursor. 

La  facilidad  con  que  se  había  propagado  la  rebelión 
abría  a  los  criollos  perspectivas  no  sospechadas  por  ellos 
para  el  éxito  de  futuras  empresas.  Además,  las  relaciones 
que  existían  entre  el  levantamiento  de  Tupac-Amaru  y  la 
independencia  de  las  Colonias  españolas  han  sido  consig- 
nadas en  una  carta  memorable  que,  cuarenta  y  cinco  años 
más  tarde,  el  propio  hermano  de  José  Gabriel  dirigió  a 
Bolívar.  Escapado  por  milagro  a  la  carnicería  de  Cuzco,  y 
libertado  por  José  Bonaparte  de  un  cautiverio  de  más  de  un 
cuarto  de   siglo    en    las   cárceles   de   Madrid,    escribía,    en 

1.  ((  ...  acompañando  a  aquellos  suplicios  circunstancias  atroces, 
cuya  relación  hace  erizar  los  cabellos,  y  no  puede  ni  copiarse  sin 
repugnancia,  ni  leerse  con  ánimo  sereno  y  sin  estremecerse  de  horror.  » 
Lakuintü,  op.  cit.,  t.  XVIII,  cap.  ix. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALKS  39 

electo  :  «  Si  lia  sido  un  dcher  de  los  amigos  de  la  Patria 
de  los  Incas,  ciiva  memoria  me  es  la  más  tierna  y  respe- 
tuosa, íolicitar  al  Ilcroe  de  Colombia  y  Libertador  de  los 
vastos  países  d(!  la  América  del  Sur,  a  mí  me  obliga  un 
doble  motivo  a  manifestar  mi  corazón  lleno  del  más  alto 
júbilo....  cuantío  he  sido  conservado  hasta  la  edad  de 
80  anos,  en  medio  jde  los  mayores  trabajos  y  peligros  de 
perder  mi  existencia,  para  ver  consumada  la  obra  grande  y 
siempre  justa  ([ue  nos  pondría  en  el  goce  de  nuestros 
derechos  y  nuestra  libertad;  a  ella  propendió  D.  José 
Gabriel  Tupamaro,  mi  tierno  y  venerado  hermano,  mártir 
del  Imperio  peruano,  cuya  sangre  fué  el  riego  que  había 
preparado  a([uella  tierra  para  iructificar  los  mejores  frutos 
que  el  gran  Bolívar  había  de  recoger  con  su  mano  valerosa 
V  llena  de  la  mavor  oenerosidad  '   ». 


V 

Tanto  más  herido  se  sentía  el  gobierno  español  por  los 
progresos  que  en  sus  colonias  parecía  realizar  el  espíritu 
de  insurrección,  cuanto  que,  arrastrado  por  la  política  de 
Choiseul  y  de  sus  sucesores,  érale  preciso  por  entonces 
(1779)  asociarse  a  la  guerra  de  desc[uite  que  Francia  pro- 
seguía contra  Inglaterra,  y  proceder  a  armamentos  consi- 
derables. 

Las  tesorerías  reales  de  América,  que  era  a  las  que 
acudía  sobre  todo  el  gabinete  de  Madrid  para  hacer  frente 
a  los  gastos  de  la  guerra,  acusaban  no  obstante  impor- 
tantes déficits.  El  sistema  fiscal  impuesto  a  las  Colonias 
había  tenido  que  dar,  fatalmente,  este  resultado.  Apenas 
llegada  al  primer  término  de  su  formación,  y  sometida  al 
régimen  económico  más  funesto  a  su  desarrollo,  la  sociedad 
sudamericana  carecía  del  vigor  necesario  para  subvenir  a 
los  innumerables  censos  con  que  despiadadamente  la  abru- 
maba la  metrópoli.  Por  cierto  que  ésta  no  hacía  sino 
aplicar,  así  en  esto  como  en   materia  de  colonización,  los 


1.  Juan  Bautista  Tupac-Amaru  a   Bolívar,  15  de  mayo  de  1825,  en 
O'Leaky,  Memorias,  paite  documentaría,  t.  X,  p.  5. 


^lO  OIUGEN'ES    DE    LA    HEVOLUCION    SUDAMERICANA 

principitís  observados  en  a([iiella  época  por  todos  los 
gobiernos.  Era  opiniíui  coiriente  en  Europa  que  el  Estado 
constituía  una  entidad  distinta  de  la  Nación  .  esta  tenía 
que  subvenir  a  todas  las  necesidades  de  aquél;  y,  si  seme- 
jante verdad  pudiera  implicar  algunas  salvedades,  janicás  se 
habría  pretendido  hacerlas  extensivas  a  las  Colonias,  con- 
sideradas por  definición  y  por  excelencia  como  sumisas  en 
absoluto  a  todas  las  imposiciones  de  la  «  real  gana  ». 

Así,  pues,  sin  preocuparse  por  las  necesidades  inherentes 
a  las  particularísimas  condiciones  de  existencia  de  sus 
dominios,  el  gobierno  españ(d  había  instituido  en  ellos  un 
régimen  fiscal  que  comprendía  un  número  casi  incalculable 
de  impuestos,  a  cual  más  abrumadores,  que  de  continuo 
eran  aumentados  v  que  gravaban,  sin  excepción,  todas  las 
manifestaciones  de  la  vida  económica  y  social.  I^as  compli- 
cadas modalidades  exigidas  por  tal  régimen  lo  liacían,  en 
i-esumidas  cuentas,  del  todo  perjudicial  a  ios  intereses  de 
la  metrópoli.  Así,  por  ejemplo,  mientras  el  gobierno  regía 
por  sí  mismo  las  distintas  administraciones,  las  aduanas  y 
todas  las  fuentes  de  ingresos  fijos,  arrendaba  o  sacaba  a 
pública  subasta,  los  impuestos  de  valor  variable,  cuyos 
adjudicatarios,  casi  siempre  gente  sin  escrúpulos,  eran  los 
únicos  en  sacar  provecho  de  dichos  impuestos  '.  A  lo  sumo, 
cuando  resultaban  demasiado  escandalosos  los  abusos, 
designaba  la  Corona  ciertos  mandatarios,  los  Visitadores, 
encargados  de  poner  coto  a  la  gestión  de  los  prevarica- 
dores..., y  de  dar  pruebas  de  su  capacidad  sacando  más 
dinero  a  la  colonia  en  cjue  se  ejercía  su  acción. 

Por  ejemplo,  en  1779,  D.  Juan  Gutiérrez  de  Piñerez  fué 
enviado  al  Nuevo  Reino  de  Granada,  en  donde  el  déficit 
anual  ascendía  a  170  000  pesos  ^.  A  su  llegada  tomó  Piñerez 
algunas  felices  medidas;  pero,  deseoso  de  proporcionar  a 
la  tesorería  de  Madrid  los  recursos  de  que  tan  necesitada 
la  sabía,  puso  de  nuevo  en  vigor  el  antiguo  impuesto, 
llamado  de  barlovento,  abolido  desde  hacía  largo  tiempo, 
y  que  obligaba  a  los  colonos  a  pagar  un  censo  personal 
relativamente  considerable.  Fué  más  lejos  aún,  y  aumentó 


1.  V.  Samper,  op.  cit.,  cap.  vi. 

2.  Rkstriípo,  o¡).  cit,,  t.  I,  cap    i,  p.  15. 


LAS    IMMAS    OCCIDKNTAIJÍS  VI 

sensilílementc  la  odiada  cuola  de  la  alcubcdd .  La  población 
granadina  del  noi'to.  a  la  (jiie  la  tabiicación  de  las  tedas  de 
algodón  había  asegurado  hasta  entonces  una  existencia 
casi  soportable,  se  sintió,  desde  aquel  momento,  amenzada 
de  una  miseria  inevitable.  No  tardaron  en  producirse 
motines.  El  16  de  marzo  de  1781,  una  mujer  del  |Hieblo 
arrancó  el  edicto  del  visitador,  pegado  a  la  pared  de  la 
casa  municipal  de  Socorro  y  lo  pisoteó.  En  el  acto  se 
subleva  la  población,  se  arma,  como  puede,  de  escopetas  v 
picas,  y.  bajo  el  luando  de  criollos,  entre  ellos  Juan  Fran- 
cisco Berbeo  y  José  Antonio  Galán,  más  de  ochenta 
puel)Ios  de  la  región  se  insurreccionan  en  pocos  días. 

Emisarios,  que  se  suponía  enviados  del  Perú,  esparcían 
la  noticia  del  levantamiento  de  Tupac.  Aquello  fué  como  un 
reguero  de  pólvora  :  tal  incremento  tomó  la  insurrección, 
(¡ue  parecía  preparada  desde  larga  lecha.  Todo  el  norte  de 
Nueva  Granada  hasta  Maracaíbo,  v  aun  hasta  Panamá,  se 
declaró  en  rcl)elión.  Algunos  pueblos  aclamaron  a  Tupac- 
Amaru.  Los  haJ)itantes  de  las  ceicanías  de  Tunja  persua- 
dieron a  un  tendero  del  ai'rabal  de  Nemocón,  Ambrosio 
Pisco,  quien  pretendía  ser  el  último  superviviente  de  los 
antiguos  Zipas.  solieranos  de  Cundinamarca ',  a  que  los 
capitaneara.  No  obstante,  Berbeo  y  Galán  conservaban  la 
dirección  general  del  movimiento. 

El  11  de  mayo,  los  Comuneros  —  tal  es  el  nombre  que  se 
daban  los  insurrectos  —  avanzaron,  en  número  de  veinte 
mil,  hasta  Zipaquirá,  a  diez  leguas  escasas  de  la  capital. 
Un  destacamento  de  milicianos  enviado  a  su  encuentro 
renunció  a  hacer  uso  de  sus  armas;  el  virrey,  Flórez,  había 
salido  para  Cartagena  con  objeto  de  vigilar  las  obras  de 
defensa  marítima  contra  Inglaterra;  no  quedaba  guarnición 
en  Santa  Fe;  el  cabildo,  del  que  formaban  parte  los  prin- 
cipales representantes  de  la  aristocracia  colonial,  entre  ellos 
el  influentísimo  D.  José  Lozano  de  Peralta,  marqués  de  San 
Jorge,  se  mostraba  favorable  a  los  Comuneros.  La  situación 
parecía  perdida.  Piñerez,  que  desempeñaba  el  cargo  de 
virrey  interino,  consiguió  no  obstante  enardecer  el  ánimo 

1.  Antiguo  nombre  de  la  meseta  de  Bogotá.  Significaba,  en  la  lengua 
de  los  Chibchas  :  «  Región  elevada  en  donde  se  halla  el  cóndor  ».  V. 
Fereika,  Estados  Unidos  de  Colombia,  1  vol.,  Bogotá,  s.  d. 


42  orígenes    de    la    REVOLUCIÚA"    SUDAMElilCANA 

de  algunos  de  los  miembros  del  cabildo.  Les  intimidó  por 
el  anuncio  de  la  próxima  llegada  de  un  importante  contin- 
gente de  tropas  que  Flórez  acababa  de  enviar  desde  la 
costa  :  la  rebelión  sería  castigada  severamente.  El  cabildo 
se  dejó  persuadir  a  entablar  negociaciones  con  los  insu- 
rrectos. El  arzobispo  Caballero  y  Góngora  prometió  tratar 
de  que  renunciaran  los  Comuneros  a  sitiar  la  capital. 

Las  negociaciones  fueron  laboriosas  :  las  imponentes 
fuerzas  de  que  disponían  Berbeo  y  Galán  les  permitían 
mostrarse  exigentes.  Piñerez  tuvo  que  acceder,  en  nombre 
del  rey,  a  cuantas  satisfacciones  le  imponían,  y  autorizó  al 
arzobispo  a  firmar  (8  de  junio  de  1781)  las  «  Capitulaciones 
de  Zipaquirá  ».  A  cambio  de  la  dispersión  de  la  liga,  con- 
cedíase solemnemente  la  amnistía  general,  la  supresión 
de  las  alcabalas,  la  disminución  de  algunos  otros  impues- 
tos. A  más  de  esto,  el  visitador  se  comprometía  a  salir  del 
país. 

Tranquilizados,  los  insurrectos  se  desbandaron.  Pero,  a 
su  regreso  de  Cartagena,  algunas  semanas  después,  des- 
garró el  virrey  el  tratado  y  mandó  arrestar  a  los  promotores 
de  la  insurrección.  Berbeo  despareció.  Galíui»  al  tener 
noticia  de  la  violación  del  pacto  de  Zipaquirá,  intentó 
fomentar  de  nuevo  la  rebelión ;  pero  cayó  casi  en  seguida 
eñ  una  emboscada,  y  fué  ejecutado  en  Santa  Fe  con  tres  de 
sus  compañeros  (diciembre  de  1782).  Entonces,  el  pueblo 
se  sublevó  de  nuevo;  pero  el  arzobispo  Caballero,  que  no 
tardó  en  suceder  a  Flórez  en  el  cargo  de  virrev  *,  tuvo  la 
suerte  de  pacificar  el  país. 

A  pesar  de  la  facilidad  con  que  fué  apaciguada,  la 
sublevación  de  los  Comuneros  de  Nueva  Granada  queda 
como  la  expresión  más  característica  del  sentimiento  que 
hemos  creído  descubrir  en  las  tendencias  de  los  Sudame- 
ricanos de  antes  de  1810,  y  cuyas  manifestaciones  sucesivas 
hemos  indicado.  El  nombre  de  Comuneros,  adoptado  por 
los    insurrectos  granadinos   como  años    antes   por    los    del 


1.  En  realidad,  el  sucesor  de  D.  Manuel  Antonio  Flórez  fué  D.  Juan 
de  Torresal  Díaz  Pimienta,  mariscal  de  campo  de  los  Realfs  Ejércitos; 
pero  falleció  dos  días  después  de  la  loma  de  posesión  de  su  cargo;  y 
el  arzobispo,  que  había  asumido  por  ínlcrim  las  funciones  de  virrey, 
fué  nombrado  definitivamente. 


LAS    INDIAS    OCCIDENTALES  43 

Paraguay,  es  aquí  inás  significativo  aún.  En  eíeclo.  la 
intentona  del  Socorro  presenta  impresionantes  analogías 
con  la  de  los  comuneros  de  Castilla  bajo  Carlos  Quinto ^ 
En  ambas  hay  idéntico  deseo  de  formar  una  nación  iguali- 
taria, el  ancestral  instinto  de  independencia",  existente 
asimismo  en  los  partidarios  de  Padilla,  v  que  empujaba, 
de  manera  más  conlusa,  sin  duda,  pero  con  igual  entu- 
siasmo, a  los  habitantes  de  las  ciudades  y  de  los  pueblos 
colombianos  a  unirse  bajo  la  bandera  de  los  Galanes,  de 
los  Berbeos,  hasta  de  los  Piscos,  campeones  de  la  libertad 
nacional. 

Los  Colombianos,  al  poner  a  su  cabeza  al  degenerado 
heredero  del  Zipa;  los  Peruanos,  al  dejarse  arrastrar  por 
el  descendiente  de  los  Incas,  seguían  también  en  esto  la 
tradición  de  los  Comuneros  españoles,  quienes  propusieron 
a  Juana  la  Loca  que  levantara  el  cetro  del  reino,  el  mismo 
precisamente  que  se  proj)()iiían  destruir.  Los  criollos  que 
dirigían  el  movimiento  no  habían  suscitado  la  candidatu- 
ra de  Ambrosio  Pisco  sino  para  ganar  más  directamente  a 
su  causa  a  los  pueblos  indios.  El  estado  mayor  de  la  revo- 
lución del  Socorro  contaba  jefes  muy  distinguidos  cuyas 
tendencias  políticas,  sin  ser  puramente  republicanas,  cosa 
que  sería  absurdo  pretender,  se  inspiraban  no  obstante  en 

1.  El  historiador  colombiano  E.  Posada  ha  apuntado  algunas  muy 
singulares.  Las  exacciones  contra  las  cuales  se  habían  sublevado  los 
Comuneros  de  1628  procedían  también,  observa  el  historiador,  de  los 
arruinadores  gastos  que  en  aquella  época  ocasionaban  a  España  las 
guerras  del  Santo  Imperio.  El  rey  se  hallaba  ausente,  como  aquí  el 
virrey,  y  el  cardenal  Jiménez  ejercía  en  su  nombre  los  mismos  poderes 
de  que  estaba  investido  el  visitador  Piñerez.  La  corte  pareció  ceder 
a  las  pretensiones  de  los  rebeldes;  por  eso,  muchos  de  ellos  aban- 
donaron la  causa  después  de  los  arreglos  que  intervinieron,  y  Padilla 
y  sus  dos  compañeros  sirvieron  de  víctimas  expiatorias,  como  en 
Nueva  Granada  Galán  y  sus  tres  fieles  tenientes.  Posada  e  IbÁñf.z. 
Los  Comuneros,  1  vol.,  in-8°,  Bogotá,  1905.  Prólogo,  p.  6.  —  Y. 
también  acerca  de  los  Comuneros  :  M.  Briceño,  Historia  de  la  insu- 
rrección de  1781,  1  vol.,  Bogotá,  1880.  —  C.  Franco.  Los  Comuneros, 
1  vol.  1888.  —  A.  M.  Galán,  Los  Comuneros,  1  vol.,  1906. 

2.  «  La  independencia,  es  cosa  antigua;  lo  que  es  moderno  es  el 
despotismo  »,  ha  dicho  enérgicamente  Mme  de  Staél;  y,  con  está  sola 
palabra,  pinta  toda  nuestra  historia  y  la  historia  de  toda  Europa.  INo 
hay  para  qué  separar  el  destino  de  España  de  este  destino  común... 
Si  las  cosas  de  este  mundo  tuvieran  un  curso  igual  y  uniforme, 
España,  en  cuestión  de  libertad  civil,  se  habría  adelantado  mucho  a 
Francia  ».  A.  Tuierry,  Dix  <.ins  d'études  hisloriques,  1886,  p.  218. 


44  OniGENES    DE    LA    liEVOLUCloN    SUDAMEIilCANA 

sentimientos  netamente  igualitarios  :  al  menos,  no  desper- 
diciaban ocasión  de  proclamarlos  en  las  arengas  o  los 
llamamientos  que  dirigían  al  pueblo.  Si  la  vacilante  reso- 
lución de  los  jefes,  v  sobre  todo  su  inexperiencia,  no  los 
luibiesen  paralizado  en  los  comienzos  de  la  empresa,  hay 
motivos  para  suponer  que  habrían  tratado  de  organizar  un 
gobierno  tan  liberal  como  posible  en  sus  principios,  cual- 
quiera que  fuera  la  forma  aparente  que  las  circunstancias 
les  hubiesen  obligado  a  darle. 

Por  otra  parte,  los  provectos  de  los  jeles  de  los  Comu- 
neros granadinos  parecen  haber  tenido  mucha  más  amplitud 
de  lo  que  al  pronto  pudiera  creerse.  Berbeo,  cuyo  papel 
había  sido  preponderante  en  el  transcurso  del  período 
activo  de  la  revolución,  desapareció,  es  verdad,  cuando 
los  bríos  de  los  Comuneros  cedieron,  harto  inopinada- 
mente, quizás,  a  sus  ojos,  ante  las  concesiones  de  la  auto- 
ridad real.  Pero  el  historiador  más  documentado  del 
levantamiento  de  1781*  asegura,  según  tradiciones  locales, 
fidedignas,  dice  él,  que  Berbeo,  refugiado  en  Curasao  bajo  el 
nombre  de  Vicente  Aguiar,  siguió  trabajando  por  la  causa 
de  la  independencia  granadina.  Parece  haber  tenido  por 
colaborador  a  José  Lozano  de  Peralta,  marqués  de  San 
Jorge,  quien,  haciéndose  llamar  Dionisio  de  Contreras, 
fué  a  reunirse  con  él  en  las  Antillas.  Cierto  c[ue,  por 
entonces.  Lozano  estuvo  ausente  de  Santa  Fe  por  espacio 
de  mucho  tiempo ;  a  su  regreso,  en  1780,  fué  arrestado  y 
encarcelado  en  Cartagena,  en  donde  falleció  algún  tiempo 
después.  Lo  muy  probable  es  que  el  hecho  de  haber  sido, 
en  el  seno  del  cabildo  de  la  capital,  el  abogado  decidido 
de  los  Comuneros,  no  justificó  por  sí  solo  una  medida  tan 
tardía  como  rigurosa.  Parece  ser  que  las  autoridades  colo- 
niales descubrieron"  que  Lozano  había  sido  uno  de  los 
más  ardientes  cómplices  de  los  promotores  de  la  insurrec- 
ción. El  era  quien  les  aconsejaba,  quien  hacía  llegar  a 
ellos  las  proclamas  de  Tupac-Amaru,  y  les  enviaba,  repro- 
ducido por  millares  de  ejemplares,  una  especie  de  himno, 
(myos   versos    eran,    en    verdad,    detestables,    pero    cuyas 


1.  M.  BkiceÑo,  op.  cit.,  cap.  vii,  p.  492. 

2.  Posada,  op.  cit.,  Prólogo,  p.  XI,  y  Documentos,  pp.  425-430. 


I, AS    INDIAS    OCCIDENTALES  '|5 

palabras  de  «  lihcrtad  »  v  de  «  patria  »  oxaltahan  los 
iinpiH>visados  soldados  de  Galán  y  de  Berbeo,  hasta  td 
|)iint()  de  <jue  muchos  de  ellos  llevaban  dicho  himno  cosido 
a   su  esca[)ulaiio,  a  modo  de  íetiche. 

De  todas  maneras,  lo  cierto  es  que,  en  mayo  de  1784. 
I  res  misteriosos  personajes  :  un  italiano  (?)  Luis  Vidalle, 
Antonio  Pita,  v  Juan  Bautista  ■Morales,  desembarcaron  en 
[jondres.  Iban  a  solicitar  recursos  para  una  revolución 
decisiva  en  Nueva  (llanada,  y.  bajo  el  amparo  del  general 
Dallin^'.  antiguo  gobernador  de  la  Jamaica,  pidieron  una 
audiencia  al  ministro  de  Gobernación,  lord  Sydney. 
Decíanse  «  Comisionados  de  los  Comuneros  del  Nuevo  Reino 
de  Granada,  enviados  por  D.  Vicente  de  Aguiar,  rico 
criollo  de  30  años  de  edad,  nacido  en  La  Grita,  e  instalado 
(lespU(''s  en  Santa  Fe,  v  D.  Dionisio  de  Contreras.  rico 
también,  con  una  fortuna  de  dos  millones  de  pesos,  doctor 
en  leyes  y  abogado'.  » 

No  parece  haberse  apresurado  mucho  lord  Sydney  a 
recibir  a  aquellos  embajadores  cuyos  manejos  sospechosos 
habían  inquietado  la  vigilancia  del  ministro  de  España 
anie  la  corte  de  Londres,  v  que  en  favor  de  sus  solicita- 
ciones hacían  valer  argumentos  tan  comprometedores  como 
inesperados.  «  Don  Vicente  Aguiar  y  Don  Dionisio  de  Con- 
treras. decían  los  comisionados,  están  de  acuerdo  con  Don 
José  Gabriel  Tupac-Amaru,  Inca,  descendiente  de  los  reyes 
de  las  Indias  en  el  Reino  del  Perú.  Los  correos  recorren 
en  sesenta  días,  ida  v  vuelta,  el  travecto  entre  el  Reino  de 
Lima  V  el  de  Santa  Fe.   rá[)idos  como  las  aves  en  los  aires. 

o  como  los  peces  en  el  mar »  Los  comisionados  hablaron 

también  de  la  adhesicui  de  la  población  granadina  al  pueblo 
inglés,  recordando  ([ue,  en  aquel  momento.  España  pro- 
tegía la  emancipaciíHi  de  las  colonias  británicas,  v  aña- 
diendo que.  a  su  vez.  no  debía  tener  esci'íipulos  la  Gran 
Bretaña  en  favorecer  a  la  independencia  de  Sudamérica  ». 
A  cambio  de  los  socorros  que  les  fueran  concedidos,  los 
comisionados  aseguran  (jue  sus  mandantes  se  hallan  en 
situaciíMi  de  hacer  declarar   la   libertad  de   comercio  v   la 


1.  Meniorandum  del  Comisario  Luis  Vidalle  al  Gobierno  británico. 
Londres.  12  de  mayo  de  I78'i.  Doc.  cil.  por  Bricfño,  op.  cit,,  p.  231. 


46  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

libertad  de  cultos,  y  que.  «  si  menester  fuera,  se  procla- 
marían subditos  británicos'  ». 

En  fin,  la  interpretación  que  Vidalle,  Pita  y  Morales 
daban  de  las  Capitulaciones  de  Zipaquirá,  aceptadas  como 
medio  de  ganar  tiempo  para  asegurar  mejor  el  éxito  de 
la  lucha,  era  sin  duda  ingeniosa,  pero  no  tenía  ya  su  razón 
de  ser,  por  el  hecho  de  que,  tanto  Nueva  Granada  como  el 
Perú  parecían  haberse  apaciguado  desde  hacía  tiempo. 
Por  todos  estos  motivos,  el  ministro  inglés  se  negó  a 
atender  a  los  deseos  de  los  comisionados.  Acosado  por  la 
policía  secreta  de  la  legación  de  España,  Vidalle  se  refugió 
en  Francia;  pero  el  conde  de  Aranda,  embajador  de  Su 
Majestad  Católica,  hizo  que  lo  arrestaran  en  París  y  lo 
envió  a  España  con  buena  escolta.  Murió  probablemente 
en  las  prisiones  de  Cádiz.  Pita  desapareció.  Morales  sufrió 
más  tarde  la  misma  suerte  c|ue  Vidalle.  Antes,  había  tra- 
tado de  ponerse  en  relación  con  los  agentes  sudamericanos 
que  posteriormente  fueron  a  Inglaterra  en  busca  de 
socorros. 

El  paso  dado  en  Londres  por  aquellos  tres  desgraciados 
había  de  ser  repetido  por  los  principales  de  entre  los 
futuros  libertadores,  lo  cual  constituye  una  razón  más 
para  conceder  a  la  insurrección  del  Socorro  importancia 
excepcional  en  el  examen  de  los  pródromos  de  la  Revolu- 
ción de  1810.  No  obstante,  el  resultado  más  apreciable  de 
esta  insurrección  fué  el  inspirar  a  acjuellos  a  quienes  ani- 
maba a  tomar  de  nuevo  la  dirección  de  los  movimientos 
emancipadores,  la  certidumbre  de  que  las  clases  populares 
se  hallaban  determinadas  a  seguirles. 

Sin  embargo,  pretender  que.  ya  desde  entonces,  tuviese 
el  sentimiento  nacional  raíces  inflexibles  en  el  alma  apenas 
balbuciente  de  los  pueblos  del  Nuevo  Mundo,  sería  una 
afirmación  inconsistente.  Por  no  haber  tenido  en  cuenta 
estas  incertidumbres  verán  los  libertadores  alejarse,  por 
espacio  de  tanto  tiempo,  el  horizonte  de  las  tierras  prome- 
tidas. Menester  serán  muchos  sinsaboi'cs  y  muchos  reveses 
antes  de  que  la  noción  verdaderamente  patriótica  de  la 
Independencia  se  imponga  a  todos  los  espíiitus.  De  ahí  su 

1.  Op.  cit. 


I..VS    INDIAS    OCCIDENTALES  47 

maleabilidad,  si  así  puede  decirse,  sus  sobresaltos,  sus 
aberraciones  a  veces  desconcertantes.  Mas  no  por  eso  deja 
de  existir,  y.  aunque  prolongando,  en  el  transcurso  de  los 
períodos  ulteriores,  los  desbordamientos  de  su  inexpe- 
riencia, tiene  demasiado  vigor  nativo  para  no  triunfar,  al 
fin  y  al  cabo,   de  todos  los  obstáculos. 

A  raíz  de  los  acontecimientos  que  acaban  de  producirse, 
vemos,  mientras  tanto,  reanimarse  en  todas  partes  las 
fuerzas  revolucionarias.  En  las  provincias  venezolanas,  en 
Quito,  las  autoridades  españolas  son  de  nuevo  amenazadas. 
Cuéstales  mucho  trabajo  a  los  virreyes  de  Lima  y  de 
Buenos-Aires  reprimir  la  efervescencia  que  amenaza;  en 
todas  partes  se  traman  conspiraciones',  estallan  sediciones. 
El  Centroamérica  se  halla  en  continuo  trastorno  por  san- 
grientas riñas  entre  criollos  v  mestizos,  fin  Méjico,  las 
reformas  con  que  inauguró  su  reinado  Carlos  111  incitaban 
a  incesantes  exigencias  a  los  colonos.  El  descontento 
crecía  con  la  prosperidad,  la  cual  no  bastaba  para  cal- 
marlo. 

Para  mantener  el  orden  así  alterado,  los  Españoles,  al 
mismo  tiempo  que  recurrían  a  mejoras  tardías,  habrían 
debido  tratar  de  perfeccionar,  o,  cuando  menos,  de 
extender  su  poderío  militar  en  las  colonias.  Los  regi- 
mientos que  enviaban  de  España,  a  más  de  ser  poco 
numerosos,  estaban  diseminados,  separados  por  distancias 
enormes,  mal  mandados,  casi  siempre,  por  oficiales  some- 
tidos a  la  dirección  de  las  autoridades  civiles,  y  cuya 
menor  iniciativa  era  contrariada  por  ellas,  sistemática- 
mente. Más  tarde  se  formaron  algunos  batallones  de 
indios,  mezclados  entre  tropas  españolas;  pero  estos  sol- 
dados, reclutados  por  fuerza  y  sin  método,  sólo  odio 
sentían  por  un  oficio  que  les  había  sido  impuesto,  a  nin- 
guna de  cuyas  ventajas  podían  pretender,  y  que  se  acos- 
tumbraron a  mirar  como  la  menos  envidiable  de  las 
servidumbres.  Aisladas  en  fortalezas  que,  siquiera,  estaban 

1.  Eu  Chile,  en  enero  de  1781,  dos  franceses  :  Antoine  Gramusot 
y  Alexandre  Bernay,  se  pusieron  a  la  cabeza  de  una  conspiración  que 
la  traición  de  un  aíiliado  hizo  fracasar  a  último  momento  y  (c  enca- 
minada a  la  emancipación  de  aquel  país  ».  V.  M.  Lobo,  op.  cit., 
t.  I,  p.  :{00. 


48  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

admirablemente  construidas,  sino  bien  provistas,  las  guar- 
niciones se  convertían  con  harta  frecuencia  en  centros  de 
vagancia  y  de  brutalidad.  Únicamente  las  milicias  criollas 
que  los  virreyes  y  los  capitanes  generales  instituyeron  en 
la  segunda  mitad  del  siglo  dieciocho,  y  en  cuyo  estado 
mayor  tenían  a  gala  servir  los  cadetes  de  las  buenas 
familias  establecidas  en  Sudamérica,  prestaron  a  veces 
alünnos  servicios.  Pero  los  criollos  eran  de  continuo 
blanco  de  los  insultos  y  desprecios  de  los  chapetones,  y, 
cuando,  con  el  tiempo,  adquirieron  más  instrucción,  no 
í'ué  casi  posible  contar  con  las  milicias  coloniales.  Ya, 
cuando  los  últimos  levantamientos  de  Quito  y  de  Venezuela, 
las  autoridades  habían  juzgado  más  prudente  pedir 
refuerzo  a  los  regimientos  de  La  Habana.  No  obstante,  la 
organización  militar  era  menos  defectuosa  en  Méjico.  La 
metrópoli  reservaba  a  esta  región  lo  mejor  de  sus  contin- 
gentes coloniales;  la  mayor  proximidad  permitía,  así  como 
la  vecindad  de  Cuba,  renovar  con  más  frecuencia  los 
efectivos. 

Así,  pues,  en  el  período  a  que  hemos  llegado,  en  el  his- 
tórico del  Nuevo  Mundo,  aparece  va  que,  tolerando  con 
creciente  impaciencia  las  restricciones,  las  torpezas  v  los 
rigores  del  régimen,  y  trabajados  sordamente  también  por 
su  vocación  de  independencia  y  su  instinto  nacionalista, 
los  pueblos  sudamericanos  no  se  hallan  muy  lejos  de  una 
evolución  decisiva.  De  uno  a  otro  extremo  del  continente, 
aquellas  Indias  Occidentales,  sobre  las  cuales  los  reyes  de 
España  habían  fundado  tantas  esperanzas,  acpiellas  admi- 
rables joyas  de  su  corona,  se  desprenden  sensiblemente 
do  las  gastadas  garras  que,  ya,  no  las  sujetan.  Los  grandes 
acontecimientos  que  se  preparan  en  Europa  y  que  van  a 
trastornar  la  humanidad  toda,  repercutirán  en  el  continuo 
empuje  de  las  Colonias  españolas  hacia  la  independencia, 
V  cuvos  períodos  dolorosos,  desgarradores,  en  el  transcurso 
de   los  siglos,  acabamos  de  presentar. 


CAPITULO  II 

LA  AURORA  DE   LA   LIBERTAD 

I 

Incalculal)lcs  consecuencias  sobre  los  destinos  mundiales 
habían  de  tener  las  modificaciones  esenciales  que  el  descu- 
brimiento del  Nuevo  Continente  introdujo  en  los  princi- 
pios económicos  de  la  Europa  del  siglo  dieciséis.  El 
régimen  conocido  con  el  nombre  de  nie/'can/ilismo,  preco- 
nizado, en  el  siglo  quince,  por  los  hombres  de  Estado  de 
Venecia  v  de  Florencia,  v  en  el  cual  seguían  inspirándose 
los  sistemas  prokihilii'os.  comúnmente  observados  por  los 
gobiernos,  cesó  de  ser  aplicable  tan  pronto  como  la  abun- 
dancia del  oro  v  de  la  plata  sacados  de  América  hubo 
demostrado  que  la  producción  de  las  liquezas  tenía  fuentes 
más  complejas  de  lo  que  se  había  creído  :  la  economía 
política  había  nacido.  Su  estudio  conduce  lógicamente  a 
las  doctrinas  sociales  y  religiosas  de  los  filósofos  ingleses 
del  siglo  dieciocho.  La  revolución  de  1088,  al  dejar  subsistir 
en  Inglaterra  una  sociedad  cuya  vitalidad  no  parecía  más 
desquiciada  por  la  destrucción  del  despotismo  real  que 
por  el  establecimiento  de  la  tolerancia  religiosa,  había 
suministrado  un  argumento  tangible  a  las  atrevidas  doc- 
trinas de  los  Lockc.  de  los  Shaltesburv,  d"e  los  Bolino- 
brokc '. 

Acogidas  por  los  Franceses,  en  quienes  «  el  aián  de 
pensamiento  libre  corría  desde  los  romances  de  la  Edad 
Media,  pasando  por  Rabolais.  Montaigne.  Moliere  v 
Bayle"  »,  esas  doctrinas  adquirieron  una  forma  prestigiosa. 

1.  Cf.  SiiGNOKos,  Ilisloire  de  la  Civilisation  conlcmpovaine,  cap.  m. 

2.  S.  Upinacii.  Orpheus.  p.  498. 


50  OUUÍENES    DE    LA    ÜEVOLl  ClON    SL  UAMElilCANA 

El  inoenio  de  Voltaire  v  la  sensatez  de  Montesquieu  las 
hicieron  asequibles  y  seductoras.  Hicieron  éstos  brotar  las 
primeras  chispas  de  la  gran  antorcha  cuyos  resplandores 
iban  a  esparcirse  sobre  el  universo,  y  lo  más  distinguido  de 
la  intelectualidad  francesa,  con  d'Alembert  y  Diderot. 
pareció  fijar,  en  la  Enciclopedia ,  un  término  definitivo  a 
los  largos  tanteos  del  conocimientt). 

Fué  aquel  el  tiempo  en  que,  como  dice  Michelet  «  el 
alma  humana  ganaba  algunos  grados  más  de  calor  ». 
Francia  se  convirtió  en  foco  de  las  «  luces  »  impaciente- 
mente deseadas  por  la  sociedad  europea.  Catalina,  Fe- 
derico II,  los  príncipes  de  Maguncia,  de  Badén  y  de 
Weyniar.  Gustavo  de  Suecia,  José  de  Austria,  y  los  minis- 
tros que  gobernaban  en  nombre  de  su  soberano  en 
Ñapóles,  en  Portugal  o  en  España,  sintieron  entusiasta 
admiración  por  las  ideas  francesas  y  las  propagaron  por 
todas  partes  ^ 

Merecer,  por  una  reforma  digna  de  la  «  razón  )>,  — 
como  entonces  se  decía  —  la  aprobación  de  los  «  filósofos  » 
era,  para  los  hombres  de  Estado,  y  hasta  para  los  prín- 
cipes, excitados  por  la  emulación,  la  más  envidiada  de  las 
recompensas. 

En  primera  fila  de  los  ministros  convencidos  de  la 
bondad  de  las  nuevas  máximas,  y  deseosos  de  ponerlas  en 
práctica,  se  distinguía,  en  España,  el  conde  de  Aranda". 
Su  sincero  patriotismo  padecía  por  el  rebajamiento  inte- 
lectual y  material  de  su  país,  y  anhelaba  ponerla  de  nuevo 
((  al  tono  de  Europa  *  ».  Imitado  en  esto  por  sus  colegas 
Campomanes  y  Florida  Blanca,  había  aconsejado  al  rey 
Carlos  lll  las  más  sabias  medidas  para  levantar  a  España 
y  rejuvenecerla.  No  había  tardado  xiranda  en  convencerse 
del  peligro  que  el  aferramiento  a  principios  anticuados 
hacía  correr  a  la  política  colonial  del  reino,  y  había  puesto 

1.  SourcL,  LEurope  et  la  Révolution  francaise,  t.  I,  cap.  in. 

2.  AraMja  (Pedro  Pablo  Abaraca  y  Bolea,  conde  de),  nació  en  1718, 
falleció  en  1799.  Presidente  del  Consejo  de  Castilla  en  1765,  expulsó 
a  los  jesuítas  en  I7()7.  Alejado  del  poder  en  177.'?,  fué  nombrado 
embajador  en  París,  y  con  tal  calidad,  firmó  el  tratado  de  París  en 
1783.  Llamado  de  nuevo  al  ministerio  en  1792,  estuvo  poco  tiempo  en 
el  poder. 

3.  Sorel,  Ibid.,  p.  309. 


KA    AlUOllA    l)K    KA    I.IlíEIflAI)  51 

especial  empefio  cu  iinpiiiniíle  más  sanas  direcciones.  A 
instancias  suyas,  importantes  rclormas  estaban  en  vías  de 
aplicación  en  Sudaméi'ica;  Aranda  medilaha  el  extenderlas 
aún. 

I.e  pareció  ([ue  el  mejor  medio  para  lograr  sus  deseos  era 
revelar  resueltamenle  a  Europa  la  situación  de  las  (Colonias 
españolas,  v  estimidar  el  c(do  de  su  soberano  haciéndole 
pedir,  por  el  más  aulori/ado  de  los  (ibjsoíos  de  entonces, 
el  complemento  de  las  mejoras  que  hal)ia  cpie  introducir. 
Así  íué  cómo  uno  de  los  últimos  colaboradores  de  la  Enci- 
clopedia, el  abate  Raynal,  escribió,  con  documentos 
comunicados  por  Aranda,  su  Histoire  phHosophi<jue  des 
dcu.v  Indes^,  cuya  repercusión  fué  enorme  y  cuya  inlluencia 
fué  consideraljle  en  el  movimiento  que  precedió  a  la  revo- 
lución de  las  Colonias  españolas,  y  aun  a  la  Revolución 
francesa.  En  dicha  obra,  el  fogoso  «  Defensor  de  la  Libertad, 
de  la  Verdad  y  de  la  Humanidad  »  —  tales  eran  los  títulos 
que  daban  a  Raynal,  —  abusando  cjuizá  de  los  impulsos 
de  su  inspirador,  trazaba  un  cuadro  propiamente  desas- 
troso de  la  política  colonial  de  España,  aplaudía  a  los 
cambios  que  acababan  de  introducirse  en  ella,  y  con  gran- 
dilocuentes apostrofes,  exhortaba  a  la  Corona  a  que  diera 
léliz  cumplimiento  a  la  obra  emprendida  :  «  Monarcas 
españoles,  exclamaba,  tenéis  a  vuestro  cargo  la  felicidad 
de  las  más  hermosas  regiones  de  los  dos  hemisferios. 
Mostraos  dignos  de  tan  altos  destinos.  Al  cumplir  con  este 
deber  augusto  y  sagrado,  repararéis  el  crimen  de  vuestros 
predecesores  y  de  vuestros  subditos'  j). 

Apasionadamente  deseoso  de  realzar  el  prestigio  de  su 
imperio,  y,  según  intentaban  todos  los  soberanos  de 
aquella  época,  anhelando  borrar  en  sus  Estados  los  «  ras- 
tros de  la  barbarie  »,  Carlos  III  no  pedía  sino  dejarse 
convencer.  Las  reformas  llevadas  a  cabo  por  él  eran  segura 
garantía  de  las  que  su  (f  esclarecido  despotismo  »  estaba 
dispuesto  a  aceptar.  Desde  1764,  comunicaciones  mensuales 
habían  sido   establecidas  con  la  mavor  parte  de  los  puertos 

1.  /¡¿stoirr  pliilo.^ophit/ne  el  politique  des  Elablisseinents  et  du 
Commcrce  des  Eitropéeiis  dnns  les  Deux  ludes,  parGuiLLAUME  Thomas 
IIav.nai..  Amsleidam,  1770,  i  vol.,  in-8". 

2.  l^AYXAL,  op.  cit.,  Ikl.  de  1780.  Ginebra,   t.    IV.  p.  2Í(3. 


52  orígenes  de  la  revolución  sudamericana 

de  ultramar;  el  Consejo  de  Indias  autorizo  progresiva- 
mente, en  el  transcurso  de  los  años  siguientes,  el  libre 
tráfico  de  los  almacenes  de  depósito  marítimos  de  la 
metrópoli  con  todos  los  de  las  Colonias.  Quedó  abrogada 
la  antigua  real  orden  que  prohibía,  salvo  raras  excep- 
ciones, que  los  extranjeros  penetraran  en  las  Indias 
Occidentales  y  se  establecieran  en  ellas.  Las  encomiendas 
fueron  anuladas ;  los  recaudadores  recibieron  orden  de 
tener  más  miramientos  para  con  los  contribuyentes.  Lms 
restricciones  que  hacían  tan  penosas  las  relaciones  comer- 
ciales entre  las  distintas  provincias  del  interior  fueron 
abolidas  en  parte. 

Este  régimen  más  liberal  señaló  para  las  Colonias  una 
era  de  sorprendente  prosperidad.  El  comercio  de  España 
con  las  Indias  de  Occidente,  que  en  1778  había  ascendido 
a  la  cifra  de  148  millones  y  medio  de  reales,  llegó,  diez 
años  más  tarde,  a  1  104  millones'.  Todo  el  antiguo  estado 
de  cosas  resultó  modificado;  fué  aquella  la  época  magna  de 
la  vida  colonial.  Libre  de  sus  más  pesadas  trabas,  la 
América  española  despertaba  de  una  pesadilla  que  sus 
habitantes  pudieron  creer  que  había  de  durar  eterna- 
mente. 

En  Méjico,  la  administración  de  Revillagigedo  -  sobre- 
salía por  obras  útiles  y  sabios  reglamentos.  Se  abrieron 
caminos,  la  agricultura  progresó,  la  industria  de  las  minas 
suministró  mayores  rendimientos.  Las  provincias  de 
Sonora,  de  Sinaloa,  la  California  y  la  Nueva  Navarra,  en 
donde  acababan  de  ser  descubiertos  importantes  yaci- 
mientos auríferos,  recibieron  un  gobierno  especial.  Así 
mismo  fué  reducida  la  jurisdicción  de  los  virreyes  de 
Lima,  de  Santa  Fe  y  de  Buenos  Aires,  lo  cual  dio,  entre 
otros  resultados,  el  de  mejorar  la  suerte  de  los  distritos 
aislados  en  los  extremos  de  aquellas,  hasta  entonces, 
demasiado  extensas  divisiones  administrativas.  Planta- 
ciones enriquecieron  las  costas  de  Nueva  Granada,  los 
valles  del  Perú  y  de  Chile.  Aumentó  la   población  en  las 

1.  Gervinls,  Histoire  du  XIX'^  siéde,  París,  18G5,  t.  VI,  p.  38, 
según  RoscHER,  CoJonien,  p.  188. 

2.  Revillagigedo  (Juan  Vicente  de  Güemes  Pacheco  de  Padilla, 
conde  de),  virrey  de  Méjico  desde  1789  a  179'!. 


I, A    AUnOUA    DE    LA    LIBEIITAD  53 

capitales,  (>ml)cllecidas  por  hermosos  monumentos  y  por 
jardines.  En  México,  en  Santa  Fe,  en  Lima  edificábanse 
establecimientos  científicos;  Caracas  se  rodeaba  de  fértiles 
campiñas;  Quito,  Guayaquil,  y  sobre  todo  Buenos  Aires, 
en  donde  iban  tomando  oran  incremento  la  cría  del  efanado 

o  o 

y    el  comercio    de  pieles,  esperaban  florecientes  destinos. 

La  esclavitud  perdió  mucho  de  su  rudeza.  Establecié- 
ronse costumbres  patriarcales.  Organizóse  una  existencia 
laboriosa  y  apacible  en  las  haciendas,  en  donde  los 
cultivos,  mejor  dirigidos,  enriquecían  rápidamente  a  los 
colonos.  En  las  ciudades,  el  amplio  bienestar  de  la  nobleza 
criolla  y  su  fastuosa  generosidad  habían  casi  suprimido  el 
pauperismo.  Se  supo,  en  fin,  lo  que  podía  ser  «  la  dulzura 
de  vivir  ». 

En  las  azoteas  y  en  los  patios,  adornados  a  veces  con 
saltaderos  de  agua  y  pajareras,  alrededor  de  las  cuales  se 
abrían  las  altas  y  frescas  habitaciones  de  la  casa,  reuníase 
de  noche  la  brillante  y  alegre  sociedad  de  las  ciudades 
tropicales,  v  se  organizaban  bailes  o  fiestas,  aunque  sin 
prolongarlos  demasiado,  pues  la  escrupulosa  devoción  de 
los  criollos  no  les  permitía  exponerse  a  faltar  a  misa,  al 
día  siguiente  por  la  mañana.  En  las  regiones  templadas  o 
frías,  las  habitaciones,  más  bajas,  con  historiadas  tapi- 
cerías, adornadas  de  retratos  de  familia  y  de  imágenes  de 
devoción,  con  pesadas  mesas  de  caoba,  sillones  altos  y 
estrechos  y  tapizados  de  cuero,  y  con  ventanas  guarnecidas 
de  cortinas  adamascadas,  invitaban  a  más  tranquilas 
intimidatles.  Cierto  que  el  ambiente  claustral  del  México, 
del  Lima  o  del  Santa  Fe  de  entonces,  las  preocupaciones 
religiosas,  sostenidas  v  avivadas  por  la  presencia  de 
demasiados  conventos,  trazaban  una  existencia  algo  lenta 
que  se  desarrollaba  en  el  inmutable  y  preciso  círculo  de 
las  cuatro  témporas  y  de  las  vigilias;  pero,  ¿  no  tenían, 
bají>  su  rutinaria  monotonía,  una  seducción  delicada, 
aquellas  tertulias,  por  ejemplo,  en  las  que  los  jóvenes  de 
ambos  sexos  cambiaban  frases  ingenuamente  apasiouadas, 
bajo  las  vigilantes  miradas  de  las  personas  de  edad,  quienes 
hablaban  de  teolofría  v  de  moral,  mientras  saboi'caban  cho- 
colate  aromatizado  con  canela?... 

La  vajilla   de  plata,  ([ue    toda  casa    bien   ordenada  ponía 


54  OliíCENES    DE    LA    1{E\ OLUCIÓX    SlDAMEItlCAXA 

empeño  en  presentar  en  la  mesa,  revelaba  nn  bienestar 
que  solía  verse  basta  en  las  ciudades  pequeñas.  Los 
virreyes  il)an  a  su  cargo  acompañados  de  buenos  obreros, 
a  veces  de  verdaderos  artistas,  de  España,  de  P'rancia  o 
de  Italia,  no  tardando  los  sudamericanos  en  asimilarse  la 
manera  de  trabajar  de  dicbos  artífices,  y  su  gusto.  Todavía 
boy  se  ven,  en  las  anticuas  familias,  papeleras  incrustadas 
de  nácar,  de  marfil  y  de  mosaicos,  suntuosos  trabajos  de 
orfebrería  ostentando  enormes  blasones,  miniaturas  con 
marcos  de  oro  y  de  concha,  en  las  que  la  amable  sonrisa, 
la  aíabilidad  aristocrática  y  sana  de  los  antepasados 
empelucados  dan  testimonio  de  la  campechanía  v  de  los 
refinamientos  de  una  época  muy  simpática. 

A  su  vez,  se  elevaba  el  espíritu.  Por  las  brechas  abiertas 
en  la  muralla  que  desde  hacía  tanto  tiempo  tenía  separadas 
del  mundo  a  las  Colonias,  se  abría  camino  la  ciencia.  I^os 
franceses  Bonguera  Godin -,    y    La    Condamine^   inaugu- 

1.  BouGUER  (Pierre),  nació  en  Le  Croisic,  en  i69H,  falleció  en  París 
en  1758.  En  1735,  fué  enviado  al  Perú  con  La  Condamine  y  Godin.  De 
regreso  a  I*" rancia,  publicó  el  resultado  de  sus  observaciones  en  una 
obra  titulada  Théorie  de  Ja  figure  de  la  Ten-e  (1749). 

2.  Godin  (Louis),  nacido  en  París  en  1704,  fallecido  en  Cádiz  en 
1760.  ¡Miembro  de  la  Academia  de  Ciencias  en  1725.  Formó  parte  de 
la  misión  enviada  en  1735  para  medir,  con  Bouguer  y  La  Condamine, 
el  grado  del  meridiano.  Terminadas  las  operaciones  de  la  misión, 
el  virrey  del  Perú  le  obligó  a  quedarse  para  profesar  matemáticas  en 
Lima,  en  donde  residió  hasta  1751.  De  regi-eso  a  Francia,  viéndose 
sin  situación  lija,  tuvo  que  aceptar  el  puesto  de  director  de  la  Escuela 
de  Guardias  Marinas,  en  C;ídiz. 

3.  J^A  Condamine  (Charles-Marie  de),  nació  en  París  en  1701,  y 
falleció  en  la  misma  ciudad  en  1774.  Se  dedicó  primero  a  la  milicia, 
y  asistió  al  sitio  de  Rosas,  en  1719.  Mas,  pareciéndole  harto  lento  el 
ascenso,  se  volvió  hacia  las  ciencias,  siendo  admitido,  en  1730,  por 
la  Academia  de  Ciencias  como  cjuímico  suplente.  En  1731,  se  embai-có 
con  la  escuadra  de  Duguay-Trouin,  que  visitó  el  Levante.  A  su 
regreso,  solicitó,  —  y  lo  obtuvo,  merced  a  la  protección  de  Maurepas 
—  formar  parle  de  una  misión  que  se  disponía  a  salir  para  el  Perú, 
con  objeto  de  medir  la  longitud,  en  el  Ecuador,  de  un  grado  del 
meridiano.  Salió  La  Condamine  del  puerto  de  La  Rochelle,  en  com- 
pañía de  Bouguer  y  Godin,  el  16  de  mayo  de  1735,  llegando  a  ()uito 
en  junio  de  1736.  La  medición  del  grado  duró  cuatro  años,  de  1736 
a  1740.  Durante  todo  aquel  tiempo  reinó  de  continuo  completo  des- 
acuerdo entre  La  Condamine  y  Bouguer.  Superaba  éste  al  otro  como 
ciencia,  pero  La  Condamine  era  más  activo  y  más  hiíbil,  y,  merced 
a  él,  pudo  la  misión  cumplir  cuanto  se  había  propuesto.  Dichas 
disensiones  retuvieron  a  la  misión  en  Quito  hasta  1742.  En  esta 
época,  Bouguer  regresó  a  Francia  directamente;  pero  La  Condamine 


LA    AllíOlt.V    I)K    I.A    I.lüKinAn  55 

laron,  en  I7.'}4.  una  serie  de  magníficas  exploraciones  ([iie, 
en  todo  el  transcurso  del  siglo,  habían  de  enriquecer  la 
aeoorafía.  la  astronomía  v  la  física.  Como  ellos,  Félix  de 
Azara*,  después  Jorge  Juan-  v  Antonio  de  UUoa',  pasaron 
largo  tiempo  en  las  regiones  andinas.  Sus  Relaciones 
o/iciales  y  secretas.  pul)licadas  por  las  academias  de 
Europa,  enunciaban  principios  científicos  y  políticos 
nuevos,  y  los  colaboradores  improvisados  de  que  se  habían 
rodeado  en  el  transcurso  de  su  viaje  fueron  los  primeros 
en  recibir  las  sugestivas  confidencias  de  dichos  ilustres 
sabios. 

La  afición  al  estudio,  favorecida  por  la  llegada  sucesiva, 
en  casi  todas  las  comarcas  americanas,  de  excelentes  pro- 
lesores,  no  tardó  en  convertirse  en  verdadera  pasión  en 
los  jóvenes  criollos,  entregándose  a  él  con  toda  la 
vehemencia  de  su  naturaleza.  Rompiendo  con  las  tradi- 
ciones del  peripatetismo  confuso  enseñado  hasta  entonces 
por  frailes  incapaces,  los  Jesuítas,  que  se  habían  convertido 
en  educadores  universales,  daban,  al  mismo  tiempo,  una 
dirección  seductora  a  los  estudios.  No  tardó  en  tomar 
extraordinario  desarrollo  la  cultura  de  los  sudamericanos. 
Ya  desde  mediados  del  siglo  dieciocho,  los  estableci- 
mientos   científicos    del    Perú    llamaban    la    atención    del 


prefirió  abrir  un  camino  nuevo  :  atravesó  el  Perú,  bajó  el  río  de  las 
Amazonas,  y  llegó  a  Cayena.  De  regreso  a  Francia  en  1744,  su  disputa 
con  Bouguer  se  prolongó.  En  1760  fué  recibido  miembro  de  la  Aca- 
demia Francesa. 

1.  Azara  (Félix  de),  nacido  en  Aragón  en  1746,  fallecido  en  1811. 
Uno  de  los  comisarios  encargados,  en  1781,  de  deslindar  las  pose- 
siones de  l^spaña  y  de  Portugal  en  América.  Emprendió  el  trazado 
del  mapa  de  esta  región,  y  no  regresó  a  Europa  hasta  1801.  El 
resultado  de  sus  trabajos  fué  publicado  en  la  olira  :  Vovage  dons 
rAincriqíie  Méfidionale  (lepáis  17S1  jusqu'eii  1801.  Paris.  1809,  4  vol., 
in-S*^,  con  atlas 

2.  Juan  v  Sa.ntacima  iJorge),  oficial  de  marina  y  matemático 
español,  nacido  en  1712,  fallecido  en  1774.  Fué  enviado  por  su 
gobierno,  así  como  Antonio  de  Ulloa,  con  la  misión  de  La  Conda- 
mine,  Bouguer  y  (iodin.  De  regreso  a  Europa  en  1744,  fué  nombrado, 
en  1753,  comandante  de  las  GuardiasMarinas. 

3.  Ulloa  (Antonio  de),  oficial  de  marina  y  sabio  español,  nacido  en 
1716,  fallecido  en  1795.  l'ué  designado,  en  17o4,  con  Jorge  Juan, 
para  tomar  parte  en  la  misión  de  La  Condamine.  Regresó  a  Europa 
en  1744.  Fué,  más  tarde,  jefe  de  escuadia  v  gobernador  de  la 
Luisiana,   1766-1768. 


56  (>iu(;exes  de  la  revohcion  sudamericana 

mundo  sal)i(),  Pedro  Maldonado  y  Sotomayor'  recorrió  en 
todos  sentidos  la  reí^ión  de  Quito,  y  describió  sus 
particularidades  geográficas  en  monografías  tan  perfectas, 
que  sus  estudios  le  valieron  el  título,  sin  precedente  entre 
los  criollos,  de  miembro  corresponsal  de  la  Academia  de 
Ciencias  de  París. 

Hacia  1762,  José  Mutis",  llamado  a  Nueva  Granada  por 
el  virrey  Messia  de  La  Cerda  ^  abre  un  curso  de  cosmo- 
grafía en  el  colegio  de  Rosario  de  Santa  Fe  y  revela  a  su 
asombrado  auditorio  que  la  tierra  gira  alrededor  del  sol. 
x\lgún  tiempo  después,  el  más  célebre  de  los  discípulos  de 
Mutis  ^  escribía  :  «  Ya  han  dejado  de  pasar  por  herejes 
Copérnico  y  Galileo,  y  la  «  filosofía  nueva  »  hace  cada  día 
nuevos  prosélitos^  ».  Menos  de  diez  años  más  tarde,  la 
Universidad  de  Santa  Fe  resultó  ser  la  más  brillante  de 
las  que  habían  sido  creadas  en  todas  las  capitales  colo- 
niales. Contaba  tres  facultades,  colegios  mayores,  en  que, 
bajo  la  dirección  de  maestros  eminentes,  los  estudios 
estaban  mucho  más  adelantados  y  eran  más  seguidos  que 
en  la  metrópoli.  La  famosa  E.vpedicióji  botánica,  comen- 
zada el  1°  de  abril  de  1783,  bajo  la  dirección  de  Mutis,  ha 
quedado  como  el  más  hermoso  monumento  de  la  ciencia 
sudamericana  en  aquella  época.  Ilumboldt  se  extasiaba 
ante  las  admirables  colecciones  reunidas  y  clasificadas  por 
Mutis  y  sus  discípulos;  constaban  de  más  de  veinte  mil 
especies  de  plantas  secas,  de  dos  mil  reproducciones 
«  maravillosas  como  precisión,  y  cuyos  colores  procedían, 
en  su  mayoría,  de  tintes  indígenas  desconocidos  en 
Europa  »,  de  muestras  de  esencias,  en  número  casi  infinito. 
(f    Mucho   antes  de  que  tuviéramos   conocimiento  de  tales 


1.  Maldonado  y  Sotomaioh  (Pedro  Vicente),  sabio  geógralb  y 
naturalista,  nacido  en  Río  Bamba  (Ecuador),  fiacia  1689,  fallecido  en 
Londres  en  1746. 

2.  Mutis  (José  Celestino),  nacido  en  Cádiz  en  1732,  doctor  en 
medicina  de  las  facultatles  de  Sevilla  y  de  Madrid,  uno  de  los  sabios 
más  notables  cjue  ha  tenido  España.  Falleció  en  Santa  Fe  el  11  de 
septiembre  de  1808. 

'Á.  La  Ckrda  (Pedro  Messia  de),  marqués  de  la  Vega  de  Armijo, 
virrey  de  Nueva  Granada,  de  1761  a  1773. 

4.  Caldas,  V.  infra. 

5.  Yfrgara  y  Vlrgaka,  op.  cit.,  cap.  i.V. 


LA    AUUOHA    I)K    I, A     LIHEIITAD  57 

tesoros,  añado  Humlíoldt',  era  célebre  en  Europa  el 
nombre  de  Mutis,  debido  a  la  correspondencia  que  sostuvo 
con  Linneo.  Al  sabio  botánico  de  Santa  1^'e  s<í  debe  el 
descubrimiento  do  casi  todos  los  oéiicros  de  quinas 
enumerados  en  el  Suplemento,  y  pudo  decir  Linneo,  al 
hablar  de  la  especie  mulisia  :  nomen  iinnujrfnle  (¡uod  nulhi 
setas  unquain  delehit.  » 

Más  tarde,  la  universidad  de  México  sobrepujó  a  la  de 
Santa  Fe  :  de  todos  los  países  de  América  enviaban  a  ella 
sus  hijos  las  fauíilias  acomodadas.  Lima,  Quito,  Buenos 
Aires  poseyeron  también  excelentes  facultades,  y  hasta 
ciudades  de  segundo  orden  :  Cuzco  y  Arequipa  en  el  Perú, 
o  Córdoba  en  la  Plata,  se  convirtieron  en  notables  centros 
de  cultura  literaria  o  científica. 

Así.  pues,  el  renacimiento  «  borbónico  »,  fugaz  en 
España  y  mal  acogido  por  la  nación,  cuyas  aptitudes  eran 
contrariadas  por  las  reformas  de  Carlos  líl,  se  había 
extendido  ampliamente  en  las  provincias  de  ultramar,  en 
donde  todo  parecía,  al  contrario,  presagiarle  un  fecundo 
porvenir.  Aunque  haciendo  algunas  salvedades  acerca  de 
los  vicios  que  entrañaban  aún  las  instituciones  coloniales, 
los  historiadores  de  la  época  eran  unánimes  en  reconocer 
las  felices  mejoras  que  debían  a  los  esfuerzos  de  la  metró- 
poli. Terminaba  Robertson  "  su  importante  y  substancial 
Historia  de  América  con  un  reconfortante  cuadro  de  la 
situación  comercial  y  política  del  Nuevo  Mundo. 

Cierto  que  trastornos  y  sediciones  imprimían  con 
frecuencia  conmociones  profundas  a  a([uella  sociedad  com- 
pleja y  abigarrada,  a  la  cual  los  progresos  de  la  civilización 
acababan  de  dar  un  carácter  cuyas  tendencias  habría  sido, 
más  que  nunca,  prudente  observar.  Pero,  sólo  más  tarde, 
y  cuando  ya  era  muy  difícil  atajar  las  ambiciones  subver- 
sivas de  los  sudamericanos,  sintió  dicha  necesidad  el 
generoso  ardor  de  los  jefes  de  Estado  v  de  los  ministros 
reformadores.  Lejos  de  destruir  en  ellos  el  odio  al  opresor 
o  el  deseo  de  liberación,  la  política  de  Carlos  111  no  sirvió 
sino  para   avivarlos.  Los  colonos   se  mostraron   tanto   más 

\.  Voyage  aux  liégious  E(/tiinoxi((Ies  dii  Noiivcau  Coiiiinenl,  París, 
1816-1831,  1.  V. 

2.  Op.  cit.,  lib.  VIII, 


68  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

insaciables  cuanta  más  benevolencia  se  les  demostraba.  Al 
abolir  parte  de  las  instituciones  de  otra  edad,  hacíase  cien 
veces  más  odioso  lo  que  de  ellas  subsistía.  Esta  observación 
de  Tocqueville  ',  con  motivo  del  estado  de  ánimo  que  se 
manifestaba  en  Europa,  en  la  que,  precisamente  entonces, 
estaba  a  punto  de  determinar  un  trastorno  general  la  obra 
de  las  reformas,  resulta  más  verídica  aún  tratándose  de 
las  Colonias  españolas. 

Menos  preparadas  para  un  tan  brusco  cambio  de  régimen, 
éstas,  o,  cuando  menos,  las  clases  a  quienes  más  inaguan- 
table resulta  el  yugo  desde  que  pesa  menos  sobre  ellas, 
hallarán,  en  la  repentina  prosperidad  por  medio  de  la  cual 
ha  creído  el  gobierno  ganar  su  gratitud,  un  elemento  más 
para  el  éxito  de  las  empresas  que  meditaban  contra  él  :  el 
primer  empleo,  que  de  sus  ricjuezas  harán  los  sudameri- 
canos será  el  ponerlas  al  servicio  de  la  Revolución. 


II 

De  todas  las  medidas  que  la  «  filosofía  »  había  inspirado 
al  conde  de  Aranda,  ninguna  iba  a  tener  más  extensos 
efectos  en  el  Nuevo  Mundo  como  la  expulsión  de  los 
Jesuítas. 

Aranda  profesaba,  respecto  de  ellos,  la  íntima  animo- 
sidad que  la  mayor  parte  de  los  hombres  de  Estado  sentían 
hacia  las  harto  invasoras  ambiciones  de  la  célebre  Com- 
pañía. 

Después  de  haber  prestado  señaladísimos  servicios  a  las 
reales  casas  de  España  y  Portugal,  los  Jesuítas  habían 
adquirido  absoluto  dominio  sobre  ellas.  Tal  era  su  poder 
sobre  el  gobierno,  que  no  les  costó  mucho  trabajo  a  sus 
enemigos  alarmar  contra  ellos  el  absolutismo  real".  Y, 
aunque  Carlos  III  y  su  ministro  no  tenían  ([ue  invocar 
sobre  este  punto  tan  serias  razones  como  José  I"  de 
Portugal,  o  Carvalho,  futuro  marcjués  de  Pombal,  su 
consejero,  eran   demasiado   adictos   a   la   corte  de  Francia 

1.  L' Anden  Rcgime  el  la  fíei'ohilion.  lil).  II,  oap.  i,  p.  47. 

2.  Y.  RoussKAu,  Le  JRegne  de  (liarles  III  cF Espagne,  2  vol.,  in-S", 
París.  1907. 


1,A    AI  HOItA     DE    I. A    LIIÍKHTAI)  59 

para  vacilar  ante  una  niedida  que  el  clu([ue  de  Choiseul 
había  creído  deber  tomar  en  1761. 

A  estas  consideraciones  de  política  general  se  añadían 
otras  más  apremiantes  :  los  considerables  recursos  que  de 
América  sacaba  la  Compaííía  eran  una  presa  tentadora 
para  un  gobierno  cuya  hacienda  estaba  siempre  empeñada. 
y  tantos  menos  esci'iipulos  sentía  el  rey  al  despojar  a  los 
Jesuítas  cuanto  que  podía  imputarles  el  haberse  enriquecido 
a  expensas  suyas. 

Por  otra  parte,  la  avidez  de  los  luncionaiios  coloniales, 
a  quienes  ariancaban  los  Padres  notable  parte  de  sus 
provechos,  se  hermanaba  con  los  celos  de  los  Dominicos  y 
de  los  Franciscanos,  cuya  situación  era  muchísimo  más 
modesta,  v  unos  v  otios  acumulaban  feroces  acusaciones 
contra  aquellos  competidores  más  afortunados  :  la  más 
frecuente  era  la  de  usura.  ^  erdad  que  la  suntuosidad  de 
los  edificios  de  la  Compañía  y  de  las  ceremonias  que  en 
ellos  celebraba  constituía  un  argumento  incontestable.  En 
todas  las  fiestas  se  podían  ver  :  «  en  el  templo  ricamente 
adornado  ».  iluminado  por  «  el  brillo  de  mil  luces  »  que  res- 
plandecían sobre  «  preciosas  arañas  de  cristal  y  candelal^ros 
de  exípiisita  plata  labrada  »  a  los  sacerdotes  «  revestidos  con 
magníficos  ornamentos  bordados  de  oro  y  perlas  finas  »  ante 
el  altar,  en  que  brillaba  «  un  cáliz  de  finísimo  oro,  esmaltado 
de  piedras  preciosas,  y  en  la  misma  proporción  eran  las 
demás  cosas  que  servían  para  el  servicio  del  culto  ^..  »  En 
jNléjico.  las  minas  de  plata  más  productivas  pertenecían  a 
los  Jesuítas,  quienes  poseían,  además,  en  aquel  país, 
inmensas  propiedades,  refinerías  de  azúcar,  rebaños.  Las 
Misiones  eran  fuente  de  beneficios  incalculables,  según 
opinión  general,  y  los  170000  neófitos  del  Paraguay  tra- 
bajaban casi  únicamente  en  provecho  de  los  Padres.  «  Los 
Jesuítas  buscan  un  acrecimiento  de  fortuna  y  de  poder  — 
escribe  el  autor  de  la  Historia  filosófica  (llistoire  philoso- 
phique)  —  allí  donde  no  deberían  ver  m;ís  que  la  gloria 
del  cristianismo  y  el  bien  de  la  humanidad,  y  es  gran 
crimen  el  de  robaí-  a  los  pueblos  en  América  para  comprar 

1.  José  Caicido  Rojas,  Repertorio  Colonihiano.  t.  IV.  p.  142.  — 
Y.  también  J.  M.  Rivas  Ghoot,  Historia  Eclcsi/istica  y  Civil  de  Nueva 
Granada,  cap.  xxvii. 


CO  OUIGENES    DE    LA    liEVOLUCIOX    SI  DAMEllICANA 

crédito  en  Europa  y  para  aumentar  sobre  todo  el  globo 
una  influencia  que  ya  desde  ahora  constituye  un  grave 
peligro'  )).  Esta  observación  revela  abiertamente  el  motivo 
principal  que  determinó  a  Carlos  III  a  ai-rojar  de  su  reino 
a  los  Jesuítas. 

La  dispersión  de  esta  orden,  (jue  se  efectuó  en  España 
en  medio  de  la  indiferencia  casi  unánime,  produjo,  en 
cambio,  en  América,  una  impresión  cuya  profundidad  y 
cuya  importancia  no  sospechara  el  conde  de  Aranda. 

El  real  decreto  de  27  de  febrero  de  1767,  que  decretaba 
((  la  expulsión  general  de  los  miemljros  de  la  Compañía  de 
Jesús  de  los  dominios  de  España,  de  las  Indias,  de  las 
Islas  Filipinas  y  demás  sitios  »,  había  sido  transmitido  a 
las  autoridades  coloniales,  quienes,  según  las  instrucciones 
precisas  del  primer  ministro,  habían  de  reservar  para  sí  la 
noticia  hasta  el  1°  de  agosto.  En  esta  fecha,  en  cada  sitio 
y  a  la  misma  hora,  se  anunciaría  a  los  superiores  que,  en 
compañía  de  todos  los  miembros  de  la  comunidad  o  de  la 
Misión,  salieran  de  sus  casas  en  el  término  de  dos  días,  y? 
del  territorio,  en  el  más  breve  plazo  posible. 

Y  así  se  ejecutó  la  medida.  Una  catástrofe  no  habría 
impresionado  más  a  la  población  de  las  Colonias  que 
aquella  repentina  expulsión  a  la  que  nadie  se  esperaba.  El 
estupor,  y  luego  la  ira,  se  apoderaron  de  los  espíritus.  En 
las  ciudades,  llegó  a  su  colmo  la  exaltación.  Hubo  levan- 
tamientos armados  en  Guanajuato,  en  Pázcuaro,  en  San 
Luis,  en  Méjico.  En  Lima,  el  virrey  don  Manuel  Amat  y 
Junient^  tuvo  que  reprimir  un  motín  formal;  y,  en  Buenos 
Aires,  don  Francisco  Bucareli^  tuvo  que  movilizar  todas 
las  tropas  de  la  guarnición  para  asegurar  la  rigurosa  eje- 
cución de  las  prescripciones  reales. 

Una  anécdota,  recogida  de  la  boca  misma  de  un  contem- 
poráneo de  dichos  acontecimientos',  pinta  cumplidamente 
el  estado  de  ánimo  de  las  clases  superiores  frente  al  decreto 


1.  Raynal,  op.  cit.,  t.  IV,  p.  265. 

2.  Amat  Junient   Planella  Aimekic  y  Santa  Pau,   virrey  del  Perú, 
de  1761  a  1776,  antes  gobernador  de  Chile,  de  175.5  a  1761. 

H.  BucAuííLi  Y  UitsuA    (Francisco  de  Paula),  gobernador  de  Buenos 
Aires,   de  1766  a  1770. 

/j.  José  Caicedo  Rojas,  op.  cit.,  p.   14'.). 


LA    AUROKA    1)K    r,A    LIBERTA»  61 

de  expulsi(')n.  Merece,  además,  ser  retenida,  porque  deja 
entrever  sentimientos  que,  desde  aquel  momento,  comen- 
zaron a  imponerse  a  todos.  Un  joven  criollo,  perteneciente 
a  una  de  las  familias  más  distinguidas  de  la  capital 
granadina,  había,  el  31  de  juHo  de  1767,  celebrado  matri- 
monio con  una  joven  a  quien  él  adoraba.  La  ceremonia  se 
había  efectuado  al  anochecer,  según  costumbre  de  Santa 
Fe,  y,  en  compañía  de  la  feliz  pareja,  padres,  parientes  y 
amigos  habían  cenado  alegremente.  Después,  formando 
cortejo,  y  alumbrados  por  faroles,  todos  habían  ido  a 
acompaíiar  hasta  su  casa  a  los  nuevos  esposos.  Y  cada 
cual  regresó  luego  a  la  suya,  pidiendo  al  cielo  que  derra- 
mara sus  dones  sobre  la  feliz  pareja.  «  Pero  muchas 
veces,  observa  nuestro  autor,  los  que  se  prometen  ser  más 
felices,  apenas  llevan  la  copa  a  los  labios,  cuando  huvc  de 
ellos  la  dicha  como  sombra  impalpable...  En  la  misma 
noche  de  aquel  día...  se  preparaba  en  las  tinieblas  y  se 
consumaba  sigilosamente  el  acto  más  tiránico  que  registran 
los  anales  del  reinado  del  buen  rey  Carlos  III.  Así  que,  a 
los  plácemes  y  vítores  de  la  parentela,  sucedieron  la  tris- 
teza, el  dolor,  la  agonía  y  desconsuelo,  y  el  pan  de  la 
boda  se  convirtió  en  pan  de  lágrimas.  «  Cuando  al  día 
siguiente  por  la  mañana  oyeron  los  novios  los  sollozos  y 
lamentos  de  las  gentes  de  la  casa,  saltaron  presurosos  del 
lecho,  y  sin  saber  lo  que  hacía,  el  recién  casado  tomó  el 
mismo  vestido  de  boda  que  había  dejado  la  noche  anterior  : 
el  rico  casacón  de  terciopelo  morado,  forrado  en  tafetán 
l)lanco,  con  botones  de  resplandeciente  acero,  el  calzón 
de  lo  mismo,  chaleco  de  raso  blanco  bordado  de  sedas  de 
colores,  con  botonaduras  de  esmeraldas,  que  le  bajaba 
hasta  los  cuadriles,  largas  chorreras  en  cuello  y  mangas 
de  encajes  flamencos,  y  zapatos  escarpines  con  enormes 
hebillas,  que  hacían  juego  con  los  botones  del  casacón.  » 
Enterado  del  caso,  se  le  olvida  la  peluca  y  sale  precipita- 
damente a  la  calle  «  con  el  objeto  de  informarse  más  por 
menor  de  todo  lo  ocurrido.  Habló  con  varios  sujetos  que, 
en  medio  de  su  aflicción,  no  podían  menos  de  mirar  con 
extrancza  el  traje  en  que  iba  nuestro  amigo,  ([ue  no  era  de 
coslumbrc  cu   hora   tan  temprana  tic  la  mañana...  » 

Llega  el  joven   al  palacio  del  virrey.  Allí  ve.  guardando 


62  orígenes  de  la  revolución  sudamericana 

antesala,  a  otras  varias  personas  de  distinción;  reina  suma 
impaciencia,  v  los  coloquios  tienen  ruidosa  animación.  Por 
fin  llega  Don  Pedro  Messia  de  la  Cerda;  un  oidor  y  otros 
empleados  de  categoría  le  acompañan.  Se  adelanta  en 
medio  de  los  dignos  señores  que  le  rodean,  y  que,  en  su 
asjfitación,  descuidan   las  habituales  fórmulas  de  cortesía  : 

o 

sin  esperar,  y  sin  venia,  toman  con  vehemencia  la  palabra, 
pidiendo  merced  en  favor  de  los  Padres  jesuítas,  por  ser 
inexplicable  el  rigor  con  (jue  son  tratados,  y  porque  su 
salida  va  a  sumir  en  la  angustia  a  toda  una  población.  «  El 
virrey,  después  de  haberlos  oído  a  todos,  les  contestó  con 
dignidad,  pero  con  tono  benévolo,  que  la  orden  o  decreto 
de  expulsión  no  era  obra  suya,  sino  que  había  venido  por 
real  cédula,  y  sin  apelación,  no  sólo  para  expulsar  a  la 
compañía  del  Nuevo  Reino,  sino  de  todos  los  dominios 
españoles  en  Europa,  América  y  Filipinas;  que  por  más 
que  lamentase  él  mismo  esta  inesperada  medida,  cuyos 
verdaderos  motivos  ignoraba,  y  por  más  doloroso  que  le 
fuese  su  cumplimiento,  no  podía  excusarse  de  ello  sin 
hacerse  traidor  al  Rey  y  a  sus  deberes.  Fundamentos  muy 
poderosos  habrá  tenido  S.  M.  para  hacerlo,  agregó  el 
virrey,  y  a  nosotros  no  nos  toca  sino  callar  y  obedecer, 
como  fieles  vasallos  ». 

(c  Al  oir  estas  palabras,  que  el  Señor  Cerda  acentuó  un 
poco,  termina  el  cronista,  nuestro  elegante  novio  se  sintió 
indignado,  se  le  subió  la  sangre  al  rostro,  y.  por  primera 
vez  en  su  vida  le  ocurrió  preguntai'se  a  sí  mismo  :  ¿cómo 
es  posible  que  un  hombre  solo,  que  si  bien  puede  ser  un 
ángel,  puede  ser  también  un  demonio,  disponga  a  su 
voluntad  de  la  suerte  de  pueblos  enteros  hollando  los  más 
santos  y  caros  intereses?» 

Tal  fué.  en  efecto,  la  primera  consecuencia  de  la  expul- 
si()n  de  los  Jesuítas.  No  tardaremos  en  ver  cuántas  zozobras 
y  cuántas  angustias  valió  a  la  (borona  este  acto  de  violencia 
contra  agentes  suyos  de  quienes,  en  toda  justicia,  tenía 
menos  que  quejarse,  v  de  quienes,  en  cambio,  podía  temer 
serios  peligros  para  el  mantenimiento  de  su  doininacií'm. 

Para  decir  verdad,  la  obra  d(í  los  Jesuítas  en  el  Nuevo 
Mundo,  y  las  tradiciones  introducidas  por  ellos  fueron  los 
solos  resultados  fecundos  de   la  política   colonial.   Aunque 


I. A    AllidüA     DE     I. A     MlllílMAl)  63 

los  Padres  aleiidieran  ante  tocio  a  aventajar  a  su  orden,  v 
aunquíí.  como  proclamaban  sus  detractores,  «  se  señalaran 
en  las  Indias  Occidentales  como  una  sociedad  de  comer- 
ciantes ([ue,  hixj¡o  el  velo  de  la  relig-iíni.  sólo  de  un  sórdido 
interés  se  ocupahan'  ».  no  es  menos  cierto  que  a  favor  de 
ellos  (jueda  una  importantísima  suma  de  sacrificios  merito- 
rios V  de  notables  éxitos  pai'a  bien  de  la  civilizaciiui  en 
Sudamérica. 

En  las  Misiones,  cuvos  difíciles  comienzos  conviene  no 
olvidar,  y  cuva  prosperidad,  pagada  con  la  sangre  de  nume- 
rosos mártires,  no  fué  obtenida  sino  a  costa  de  luchas 
admirables  de  valor  y  de  paciente  sagacidad^,  sostenidas 
de  continuo  contra  una  naturaleza  a  veces  más  temible  y 
más  rebelde  que  la  barbarie  de  los  salvajes,  en  aquellas, 
vastas  regiones,  incultas  v  desiertas  al  principio,  en  las 
que  con  rapidez  se  habían  levantado  numerosas  ciudades 
rodeadas  de  granjas  y  de  plantaciones  florecientes,  los 
indios  se  habían  iniciado  al  cultivo  del  mate,  de  la  quina, 
del  cacao,  de  la  viña,  del  algodón,  de  la  miel  y  de  la  cera. 
Si  no  siempre  conseguían  los  directores  inspirar  a  cada 
uno  de  sus  neófitos  el  amor  al  trabajo,  cuando  menos  los 
habían  vuelto  capaces  de  apreciar  sus  beneficios.  Para  rea- 
lizar esta  obra,  la  asombrosa  aptitud  psicológica  de  los 
Jesuítas  recurrió  a  medios  cuyo  delicado  ingenio  es  de  todo 
punto  admirable.  Por  ejemplo,  imponían  a  los  indios  tra- 
bajos que  requerían  tiempo  y  mucha  habilidad,  con  objeto 
de  desarrollar  en  ellos  ese  noble  orgullo  del  trabajo  cum- 
plido, tan  necesario  para  que  se  le  tenga  cariño.  Los 
encajes  que  parecen  tejidos  por  arañas,  o  las  joyas  minu- 
ciosamente cinceladas,  que  los  indios  del  Paraguay  o  de 
Méjico  fabrican  aun  hoy  día,  no  sin  orgullo,  subsisten 
cual  testimonio  de  la  destreza  y  de   la  emulación  que  los 


1.  Rav.nal,  up.  cit.,  t.  IV,  p.  204. 

2.  Los  Jesuítas  liabían  comenzado  por  aprender  las  lenguas  o  los 
dialectos  de  las  gentes  a  quienes  se  proponían  evangelizar  y  someter. 
Desde  fines  del  siglo  dieciséis  había  en  México,  en  Santa  Fe  y  en 
Buenos  Aires  cursos  de  quichua,  de  inuysca  y  de  guaraní,  seguidos 
escrupulosamente  por  los  misioneros  antes  de  ir  al  puesto  que  les 
era  designado.  —  V.  F.  de  P.  Barrira,  los  Jesuítas  Misioneros  y  la 
expulsión  de  los  Dominios  españoles.  Boletín  de  Historia.  Bogóla, 
año  1,  p.  83. 


64  orígenes  de  la  revolución  sudamericana 

misioneros  supieron  despertar  en  otro  tiempo  en  el  alma 
obscura  de  los  guaranis  ^  o  de  las  hordas  aborígenes  de 
Nueva  España. 

Maestros  en  la  ciencia  de  las  facultades  humanas  y  en  el 
arte  de  dirigirlas,  los  Jesuitas,  que  casi  siempre  habían 
logrado  atraerse  la  profunda  veneración  de  los  indios,  no 
fueron  menos  afortunados  con  las  demás  clases  de  la 
sociedad  sudamericana.  Ellos  fueron  los  únicos  en  com- 
prender la  delicadeza  quisquillosa  y  las  tendencias  de  insu- 
bordinación que  las  caracterizaban.  Su  flexible  intuición 
sacó  partido  de  aquella  mentalidad  especial,  adaptándose 
en  todas  partes  a  las  costumbres  y  a  las  pasiones  de  los 
habitantes  del  Nuevo  Mundo.  Para  complacer  a  la  afición 
de  los  mestizos  por  todo  lo  que  brillaba  y  era  aparatoso, 
inventaron  una  serie  de  fiestas  suntuosas  y  teatrales,  y 
supieron  tender  al  escepticismo  inquieto  de  los  criollos  el 
famoso  «  camino  de  terciopelo  ^  »  que  exigían  sus  escrú- 
pulos prontos  a  exasperarse  ante  las  brutales  asperezas  de 
una  fe  más  rigorista.  Así  los  hicieron  adictos  suyos  por  las 
fibras  más  secretas,  no  costándoles  ya  trabajo  alguno 
gobernar  su  conciencia  v  su  voluntad. 

Como  se  ve,  la  prosperidad  material  y  moral  de  las 
Colonias  a  fines  del  siglo  dieciocho  había  sido  preparada 
muy  de  antemano  por  los  Jesuítas.  La  imprenta,  que  en 
1535  introdujeron  en  Méjico,  y  cincuenta  años  más  tarde 
en  el  Perú  y  en  Nueva  Granada;  las  bibliotecas,  relativa- 
mente ricas,  instaladas  en  sus  colegios;  los  estudios 
locales  c|ue  emprendieron  desde  los  primeros  tiempos  y 
que  salvaron  del  olvido  la  historia  y  la  lengua  de  las  razas 
autóctonas,  sirvieron  de  base  al  despertar  de  la  curiosidad 
científica,  favorecida  en  sumo  grado  por  los  Jesuítas, 
cuando  llegó  el  momento  oportuno.  Casi  todos  los  nombres 
ilustres  de  la  época  colonial  les  pertenecen  :  Maldonado 
y  Sotomayor,  Mutis,  José  Domingo  Duquesne,  que 
encontró  en  Nueva  Granada  los  rastros  de  la  casi  abolida 
civilización  muysca.  En  sus  seminarios  se  habían  Ibrmado 


1.  Nombre    que   llevaban    los  indios   del   Paraguay   y  de   ciertas 
regiones  de  la  Bolivia  actual  y  del  Brasil.  También  los  llamaban  tupis. 

2.  Rémy  de  Gourmont. 


I. A    AlliOliA    l)K    I, A     I.IIÍKllTAI)  65 

Moreno  v  l^scaiulóii '.  ÍAina  l^izai'ro-,  ronovaJorcs  del 
iiiéloclo  lilosólico  en  las  universidades  de  Santa  Fe  y  de 
Areijnipa;  Martínez  de  Rosas^,  que  profesó  derecho 
natural  en  las  de  Chile;  Manuel  Salas \  l'undador  de  la 
pi'iniera  ciitedra  de  inatenuUieas  en  la  universuhul  de 
Sanliao'o;  J3eán  Funes',  euvas  doctrinas  uu)rales  y  polí- 
ticas, tan  avanzadas  como  atrevidas,  predispusieron  sin 
dnila  a  la  juventud  de  Córdoba  a  los  pi(')Xiiuos  contagios 
rev(»lueionarios''. 

Fa  trausloriuación  que  así  se  electualja  en  las  ideas  de 
la  joven  América  bajo  el  impulso  de  la  enseñanza  progre- 
siva de  los  Jesuítas  no  tenía  probabilidades  de  seguir 
desari'ollándosc  sin  peligros  para  la  conservación  del 
imperio  colonial  sino  bajo  la  expresa  condición  de  inte- 
resar a  aquellos  mismos  de  quienes  dependía  orientar,  a 
su  antojo,  los  movimientos  del  espíritu  público.  En  este 
sentido,  la  expulsión  de  los  .Jesuítas  l'ué  una  de  las  Taitas 
más  graves  que  la  metr(')p(di  había  de  cometer  respecto  de 
sus  colonias. 

Mientras,  v  tan  pronto  como  se  hubieron  marchado  los 
Padies,  las  Misiones  comenzaron  a  periclitar.  Los  Domi- 
nicos v  los  Franciscanos  las  administraron  de  una  manera 


1.  MoKE.NO  Y  EscANDÓN  (Francisco  Antonio),  jurisconsulto  colom 
biano,  nacido  en  Mariquita  en  1736,  muerto  en  Santiago  el  24  de  fe 
brero  de  1792.  Ocupó  varios  puestos  judiciales  en  Santa  Fe,  en  Lima 
y  en  Chile.  Autor  de  una  Historia  del  Nueyo  Reino  de  Granada. 

2.  Lu.NA  PizARKO  (Francisco  Javier),  sacerdote  peruano,  juriscon- 
sulto y  filósofo,  decano  de  Arequipa,  obispo  de  Alalia,  arzobispo 
de  Lima. 

3.  Martínez  dk  Rosas  (Juan),  nacido  en  Mendoza,  c{ue  formaba 
entonces  parle  de  Chile,  en  1759.  y  allí  falleció  en  181o.  V.  infra. 
lib.  III,  cap.  I. 

4-  Salas  (Manuel  de),  nacido  en  Santiago  el  4  de  junio  de  1755, 
muerto  el  28  de  noviembre  de  1841:  filósofo  y  filántropo  chileno, 
miembro  del  primer  Congreso  de  1811.  Deportado  a  Juan  Fernández 
desde  1814  a  1817.  Creó  en  Chile  gran  número  de  establecimientos 
de  educación  y  de  caridad,  introdujo  el  cultivo  de  varias  plantas,  etc. 

5.  Fines  (Gregorio),  apodado  El  Deán  Funes,  literato  argentino: 
nació  en  (.Córdoba  en  1749,  falleció  en  Buenos  Aires  en  1840.  Recibió 
las  órdenes  en  177)»,  y  llegó  a  ser  redor  de  la  l'niversidad  de  su 
ciudad  natal,  l^no  de  los  oradores  sagrados  más  eminentes  de  la 
América  del  Sur.  Autor  del  Ensovo  déla  Historia  Cis'il  del  Paraguay, 
Buenos  Aires.  1816,  :>  vol. 

6.  Cf.  Becerra,  Ensayo  histutico  documentado  de  la  vida  de  Don 
Francisco  de  Miranda.  Discurso  preliminar,  cap.  ix. 

5 


(i6  OUIGENES    DK    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

deplorable.  En  el  Paraguay,  los  indios  se  dispersaron 
rápidamente,  y  las  Reducciones  eaycron  en  decadencia.  El 
gobernador  Morpbi'  creyó  deber  dar  parte  a  Madrid  de  lo 
c[ue  ocurría.  Recibió  la  orden  de  poner  en  venta  los 
bienes  confiscados  a  la  Compañía;  pero  se  presentaron 
pocos  compradores  :  aquello  fué  una  ruina  completa  ^.  No 
más  feliz  suerte  tuvieron  las  Misiones  de  California.  Los 
establecimientos  tan  prósperos,  en  los  que  los  Jesuítas 
gobernaban  a  todo  un  pueblo  de  indios  liostiles,  en  quienes 
babían  conseguido  borrar  su  odio  al  nombre  español, 
periclitaron  y  acabaron  por  desaparecer. 

Lo  mismo  ocurrió  en  Casanare  y  en  los  llanos  del  Ori- 
noco. Fué  menester  sul)stituir.  en  estos  sitios,  la  nefasta 
gestión  de  los  Dominicos  por  la  de  los  Agustinos  v  de  los 
Capucbinos.  que  no  dio  mejores  resultados.  Estos  reli- 
giosos aplicaron,  en  cada  uno  de  los  pueblos  que  admi- 
nistraban, sistemas  distintos  y  capricliosos,  aprobados  a 
cieoas  por  la  inexperiencia  y  la  apatía  de  sus  superiores. 
Al  cabo  de  algunos  años,  la  «  Viña  de  predilección  »,  cuva 
abundancia  v  prosperidad  verdaderamente  milagrosas  eran 
celebradas  por  uno  de  sus  fundadores,  el  P.  Cassani^ 
desapareció  en  medio  de  una  anar([uía  completa.  Los 
indios  huyeron  a  los  líoscjues,  olvidando  el  uso  de  sus 
instrumentos  de  trabajo,  en  tanto  que  los  rebaños  de 
bueves  v  de  caballos,  dispersos,  volvían,  como  ellos,  al 
estado  salvaje.  En  los  sitios  mismos  en  que  centenares 
de  aldeas  habían  vivido  felices,  no  hubo,  a  fines  del 
siglo,  más  que  la  selva  virgen  o  el  desierto. 

Así,  pues,  las  bajas  clases  sudamericanas  recayeron,  casi 
en  todas  partes,  en  el  embrutecimiento  del  c[ue,  a  cierto 
momento,  pareció  que  iban  a  salir,  y  para  siempre.  En  las 
ciudades  mismas,  las  escuelas  indias  desaparecieron.  El 
pueblo    se  volvió    de    nuevo,    más    que    nunca,    una    masa 


1.  ¡MoRPiii  (Carlos),  gobernador  del   Pai-aguay,  de  l/GG  a  1772. 

2.  V.  Arcos,  Im  Plata.  Estudio  histórico,  p.  IOS. 

'.i.  Cassam  (José),  jesuíta  español,  nacido  en  Madrid  en  167.3,  donde 
falleció  en  1750.  Profesó  las  matemaücas  en  Madrid,  siendo  después 
provincial  de  Nueva  Granada.  De  él  tenemos  :  Historia  de  la  Pioviacia 
de  Sania  Fe,  de  la  Compañía  de  ./fí?/s-,  v  i'ida  de  sus  varones  ilustres, 
1  vol.,  iii -'i'',  Madrid,  1741. 


LA    AlltOHA    DE    LA    LlIiKIl'IAI)  (57 

inerte,  estúpida  y  disoluta,  pronta  a  sufrir  todas  las 
induencias.  Y,  singular  regreso  de  las  cosas,  de  toda 
aquella  gente  inferior,  íué  precisamente  la  que  había 
estado  más  directamente  sometida  a  los  Jesuítas  :  los  ¿>au- 
c/ios  de  las  antiguas  misiones  de  Buenos  Aires,  y  los 
llaneros  de  los  establecimientos  de  Nueva  Granada,  la  que 
constituyó,  más  tarde,  el  elemento  decisivo  de  la  victoria 
de  los  independientes,  después  de  haber  sido,  durante  el 
primer  período  de  la  guerra,  bajo  el  mando  de  jefes  realis- 
tas, los  peores  adversarios  de  la  Revolución.  Este  suceso 
permitió  al  gol)ierno  español  medir  el  alcance  de  uno  de 
los  efectos  más  angustiosos  del  error  cometido  por  él  al 
dejar  que  volvieran  a  la  barliarie  pueblos  que,  con  una 
educación  m;is  adelantada,  habrían  podido  ser  encarrilados 
hacia  la  defensa  de  la  causa  del  absolutismo. 

Esta  ])articularidad  se  hizo  sentir  más  netamente  aún 
respecto  a  los  criollos.  Mientras  que  los  indios  v  el  bajo 
pueblo  se  hundían,  por  largo  tiempo,  en  una  obscuridad 
tan  preñada  de  incógnitas,  el  desarrollo  intelectual  de  las 
altas  clases,  entregadas  a  su  propio  instinto,  rebasó 
peligrosamente  los  límites  que  sus  iniciadores  cesaban  de 
señalarles.  Los  frailes,  que  después  de  1767  pretendieron 
asumir  la  tarea,  peligrosa  por  demás,  del  destino  de  las 
inteligencias,  se  entregaron  a  ella  con  celo  brutal  y  faná- 
tico que  pareció  insoportable  a  los  criollos,  irritándolos  sin 
conseguir  sujetarlos. 

En  fin,  los  poderosos  lazos  que  hasta  entonces  habían 
unido  la  corona  de  España  y  la  Iglesia  cjuedaron  rotos 
bruscamente.  La  violencia  arbitraria  de  que  el  rev.  quien, 
como  recordarán  nuestros  lectores,  disponía  de  un  patro- 
nato absoluto  sobre  el  clero  de  Sudamérica,  acababa  de  dar 
|»ruebas  respecto  del  ((  mieml)ro  más  poderoso  de  la  jerar- 
([uía  )),  despertí)  la  int[uietud  de  las  órdenes  mismas  cuyos 
clamores  habían  influido  tanto  sobie  la  decisión  soberana'. 
El  gobierno  español  tuvo  que  consentir  las  más  costosas 
concesiones  para  calmar  sus  aprensiones  y  asegurarse  su 
apoyo,  torpe  e  ilusorio,  por  cierto.  El  bajo  clero,  que  se 
reclutaba  ya  casi  exclusivamente  entre  los  Sudamericanos, 

I,  Cf.  Gervims,  Histoire  du  A'/.V^  siécle,  Paris,  18G5,  p.  42. 


68  orígenes  de  la  uevolucióx  sudamericana 

y  que  había  perdido  nuu'ho  de  su  valor  desde  que  la 
dirección  de  los  seminarios  había  sido  Cjuitada  a  los  Jesuí- 
tas, vio.  por  la  misma  causa,  rebajado  su  prestigio.  Su 
lealismo  se  entiljió.  Los  curas  de  aldea  se  volvieron 
comúnmente  partidarios  de  la  independencia,  y,  en  Méjico, 
hasta  tuvieron  la  iniciativa  de  los  levantamientos,  y  los 
capitanearon. 

La  expulsión  de  los  .lesuítas  ejercic»  una  influencia 
todavía  más  directa  en  la  Revoluci('>n  sudamericana.  Los 
ocho  o  diez  mil  relij^iosos  de  la  Compañía  que  iiabían  sido 
desterrados  del  Nuevo  Mundo,  y  de  los  cuales  muchos 
habían  nacido  en  Sudamérica.  se  relugiaron  en  los  Esta- 
dos Unidos,  en  Inglaterra,  en  Rusia,  en  Alemania,  v  en  los 
Estados  Pontiíici(>s.  Las  privaciones,  la  pobreza  que  allí 
conocieron  les  hicieron  echar  de  menos  con  más  amargura 
la  amable  v  amplia  existencia  de  otros  tiempos,  la  venera- 
ción que  les  demostraban  poblaciones  sumisas  o  del  todo 
adictas  :  todo  aquello  que  hacía  de  -las  Colonias,  aun  para 
aquellos  que  no  eran  originarios  de  ellas,  una  verdadera 
patria.  Al  cariño  que  sentían  por  acjuel  hogar  perdido  se 
mezclaba,  en  el  alma  de  los  antiguos  Jesuítas,  un  rencor 
proi'undo  contra  el  gobierno  que  los  había  arrojado  de  él, 
llegando,  a  poco,  su  encono  hasta  desear  ardientemente 
que  la  corona  de  España  quedara  desposeída  de  aquellos 
dominios,  y  se  convirtieron,  en  Europa,  en  decididos 
propagandistas  de  la  Revolución.  Desde  entonces,  en  todas 
las  conspiraciones  que  se  traman  contra  la  dominación 
colonial,  se  ve  la  instigación  de  los  Jesuítas.  Se  han  afilia- 
do a  los  emisarios  de  los  Comuneros,  y  el  ministro  de 
España  en  Londres,  al  informar  al  gojjierno  de  los  manejos 
de  Vidalle.  declara  que  «  este  perturbador  esta  de  acuerdo 
con  alo-unos  antiguos  Jesuítas,  no  caracterizados,  sin  duila 
alguna,  impulsados  únicamente  por  los  provechos  ([ue 
pudieran  sacar'  ». 

Otros  no  vacilan  en  predicar  abiertamenle  la  rcbelicui. 
De  éstos  es  el  P.  Juan  Pablo  Vizcardo  y  Guzmán,  nacido  en 
Arequipa,  fallecido  en   Londres  en  1798,   v  que,  en    1701. 

1.  Informe  de  D.  Bernardo  del  Campo,  ministro  de  S.  M.C.  en 
Londres,  al  conde  de  Floridablanca,  julio  de  1784,  Brici.ño.  o/),  cit., 
doc.  33,  p.  218. 


I.  A  mhoha   di;   la   i,ii!i:ií  i  ad  G9 

publicó  un  loUetü  de  propaoaiula  cu  varias  lenguas,  lollelo 
leído  ávidamente  por  los  primeros  «  patriotas  ».  El  epígra- 
le  «  Vincet  amor  palrid  »,  que  s(!  ve  en  la  primera  página 
del  libro',  revela  el  sentimiento  en  que  se  inspira,  y  aeerea 
del  cual  insiste  muy  particularmente  el  autor  en  el  transcurso 
de  su  obra.  «  El  Nuevo  Mundo,  dice  él.  es  nuestra  patria.  Su 
historia  es  la  nuestra.  Puede  resumirse  en  cuatro  palabras  : 
ingratitud,  injusticia,  esclavitud,  desolación.  Tales,  en  efec- 
to, la  suerte  de  los  Jesuítas.  La  muerte  ha  librado  ya,  a  la 
mavoría  de  a([uellos  desterrados,  de  los  padecimientos  de 
todo  género  que  les  han  acompañado  hasta  la  tumba.  Los 
demás,  arrastran  una  vida  miserable,  y  son  una  prueba  más 
lie  esa  crueldad  de  carácter  que  tantas  veces  ha  sido  repro- 
chada a  la  nación  española,  aunque,  en  realidad,  tal  repro- 
che no  deba  recaer  sino  en  el  despotismo  de  su  gtdjierno.  » 
Después  de  hacer  el  elogio  de  los  «  generales  americanos 
de  Nueva  Granada  en  la  insurrección  de  los  Comuneros  », 
examina  Guzmán  los  argumentos  que  militan  en  favor  de  la 
liberación  de  las  provincias  de  ultramar,  y  ahrma  :  «  Bajo 
cualquier  aspecto  que  se  considere  nuestra  dependencia  de 
España,  se  verá  que  todos  nuestros  deberes  nos  obligan  a 
terminarla  »;  v,  tomando  ejemplo  de  lo  que  acaban  de 
hacer  los  habitantes  de  las  colonias  inglesas,  anuncia  a 
sus  compatriotas  que,  también  para  ellos  «  ha  llegado  el 
momento  de  ser  libres'-  ». 


III 

A  pesar  del  liberalismo  de  su  espíritu  nacional,  Ingla- 
terra, desde  la  segunda  mitad  del  siglo  dieciocho,  no 
lograba  va  mantener  en  la  obediencia  sus  posesiones  de  la 
América  del  Norte.  La  organización  profundamente  demo- 
crática de  los  emiorantes,  o  como  se  llamaban  a  sí  mismos, 

o 

de  los  peregrinos  de  la  Nueva  Inglaterra,  rompía  el  dema- 
siado   estrecho    molde    de    las    antiouas    tradiciones    colo- 


1.  Lellre  (lux  Espagnols  américains  par  un  de  Iciirs  coiiipairiotes, 
Edic.  francesa.  l'iladeHia,  1799. 

2.  Ibid.,  pp.  2i--2y. 


70  üKHiENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMEIUCAXA 

niales.  La  historia  de  Robfnson.  que  hacía  ya  Las  Jelieias 
de  los  lectores  de  ambos  mundos,  y  cuyo  modelo  había 
sido  precisamente  hallado  por  el  genial  Daniel  de  Foe  entre 
aquellos  colonos  inf^leses,  «  ([ue  conquistaban  un  imperio 
sobre  el  mar  y  lo  organizaban  siempre  para  resultados 
positivos  *  )),  da  la  clave  de  la  formación  política  y  social 
de  aquel  pueblo  nuevo  cuya  audacia  y  cuyo  positivismo 
resultaban  ser  las  cualidades  dominantes.  Las  pedantes 
empresas  de  los  ministros  de  Jorge  III,  al  acentuar  más 
las  impropiedades  del  sistema  colonial,  acabaron,  en  1775. 
por  empujar  a  la  rebelión  a  los  descontentos  de  Virginia 
y  de  Massachusetts. 

Sin  duda  que  no  imaginaban  éstos  con  qué  simpatía 
fraternal  los  futuros  caudillos  de  la  Independencia  sudame- 
ricana seguían,  en  lo  recóndito  de  su  corazón,  las  peripecias 
de  la  lucha  entablada  contra  una  metrópoli  europea.  A 
pesar  de  la  extremada  lentitud  con  que  a  las  Colonias 
españolas  llegaban  las  noticias  del  extranjero,  y  a  pesar  de 
la  vigilancia  de  los  familiares  del  Santo  Oficio,  los  criollos 
de  Caracas,  de  Buenos  Aires,  de  Quito,  de  Santa  Fe,  de 
Lima,  minuciosamente  informados  de  los  acontecimientos 
de  Norteamérica,  aplaudían  la  Declaración  del  Congreso 
de  P'iladelfia  de  4  de  julio  de  i77G,  y  se  regocijaban  cual 
si  se  tratara  de  un  éxito  personal.  Hasta  tal  punto  conser- 
varon su  recuerdo,  que,  cuando  a  su  vez  entablaron  la 
lucha,  su  primer  cuidado  fué  el  de  repetir  los  términos  de 
aquella  famosa  proclama,  reproduciendo  de  ella  hasta  la 
fecha  misma-.  Cierto  que  las  resoluciones  y  la  táctica  del 
plantador  .lorge  Washington,  en  la  que  se  veía  el  sello  de 
la  reflexión,  desconcertaban  un  tanto  la  exubeíancia  con 
que  los  criollos  habrían  manifestado  su  propio  valor;  pero 
se  estremecían  de  placer  cuando  a  sus  oídos  llegaban  los 
ecos  de  los  éxitos  alcanzados  por  los  i/isií/-¿;e/it,s.  los  insu- 
rrectos, y  las  derrotas  de  éstos  los  conmovían  profunda- 
mente... 

l^or  fin.  el  tratado  de  París  de  1783  garantizó  la 
soberanía  de  los  listados  Unidos,  y  España,  de  quien  había 


1.  VoGÜK,  liohiiison  Crusoé,  en  líisloirc  el  Porsie. 

2.  V.  lib.  II,  cap.  n,  §  '*. 


I.  A    A  uno  I!  A     l)K     I.A     l.lliKIi  TAI)  71 

conscoiiiclo  Frauciii  que  concín  ricia  a  su  liberación,  tuvo 
(|ue  celehrai'  este  existo,  no  obstante  tan  contrario  a  los 
intereses  de  su  política.  Mas,  preciso  es  reconocer  que  no 
tardó  en  alarmarse  el  conde  de  Aranda  ante  las  conse- 
cuencias ([ue  la  victoria  de  los  Norteamericanos  iba  a  tener 
])ara  la  seguridad  de  los  dominios  españoles.  No  sin  suma 
in([uietutl  había  visto  a  l'^spaña  tomar  parte  en  tan  escabrosa 
aventura.  VA  ('xito  de  los  colonos  ingleses  en  su  lucha  por 
la  independencia  había,  fatalmente,  de  alentar  las  aspira- 
ciones siempre  en  acecho  de  los  criollos,  y,  tanto  más 
dil'ícil  iba  a  resultar  el  predicarles  la  obediencia,  cnanto 
que  de  manera  tan  manifiesta  acababa  Kspaíia  de  sostener 
la  rebelión.  Comprendía  Aranda  qne  era  inminente  nn 
levanlauíiento  en  las  colonias  sudamericanas.  Tenía  aviso 
de  las  tormentas  que  en  ellas  se  preparaban;  había 
proí'undizado  las  causas  de  dichas  tormentas.  Entonces, 
su  patriotismo  le  dictó  el  deber  de  exponerlas  directamente 
al  ley.  y,  al  día  siguiente  al  de  la  firma  del  tratado, 
entregó  a  su  señor  una  importante  memoria  acerca  de  la 
Independencia  de  los  Estados  Unidos,  y  sus  probables 
lonsecuencias. 

«  No  he  de  detenerme  aquí,  —  comenzaba  diciendo  el 
conde  de  Aranda  — ,  en  examinar  la  opinión  de  algunos 
hombres  de  Estado,  así  nacionales  como  extranjeros,  que 
comparto  con  ellos,  acerca  de  la  dificultad  de  conservar 
nuestra  dominación  en  América.  Nunca  posesiones  tan 
extensas,  situadas  a  tan  larga  distancia  de  las  metrópolis, 
han  sido  largo  tiempo  conservadas.  A  esta  causa  general 
para  todas  las  colonias,  hav  ([ue  añadir  otras,  especiales 
para  las  ])osesioues  españolas,  que  son  :  la  dificultad  de 
socorrerlas  cuando  puedan  necesitarlo;  las  vejaciones  de 
los  gobernadores  para  con  aquellos  desgraciados  habi- 
tantes; el  alejamiento  de  la  autoridad  suprema,  a  la  cjue 
necesitan  recurrir  para  ({ue  sean  escuchados  v  corregidos 
sus  agravios,  lo  cual  hace  c[ue  transcurren  años  antes  de 
([U('  sean  oídas  sus  quejas;  las  venganzas  a  í[ue  quedan 
expuestos,  mientras  tanto,  por  parte  de  las  autoridades 
locales;  la  dificultad  de  conocer  cumplidamente  la  verdad, 
a  distancia  tan  considcralíh' ;  en  fin,  los  medios  que  a 
virreyes  y  a  gobernadores   no    pueden   laltar,   en  su  calidad 


/2  <)Itl(;EAES    DE    I. A    liEVOLl'CIOX    SlDAMElilCANA 

de  españoles,  para  obtener  declaraciones  favorables  en 
Flspaña  :  todas  estas  circunstancias  habrán  de  descontentar, 
infaliblemente,  a  los  habitantes  de  América,  v  les  moverán 
a  intentar  esfuerzos  para  obtener  la  independencia  tan 
pronto  como  se  les  presente  una  ocasión  propicia  )>... 

«  Sin  entrar  tampoco  en  ninguna  de  estas  considera- 
ciones, me  limitaré  ahora  —  proseguía  el  ministro  —  a  la 
que  nos  ocupa  respecto  del  temor  a  vernos  expuestos  a 
peligros  por  parte  de  la  nueva  potencia  que  acabamos  de 
reconocer,  en  un  país  en  que  no  existe  otra  alguna  capaz 
de  atajar  sus  progresos.  Esta  república  federal  ha  nacido 
pigmea,  por  decirlo  así;  ha  necesitado,  para  llegar  a  la 
independencia,  el  apoyo  y  la  fuerza  de  dos  Estados  tan 
poderosos  como  Francia  y  España.  Llegará  un  día  en  que 
sea  eiofante.  hasta  coloso,  temible  en  esas  comarcas. 
Entonces  (dvidará  los  beneficios  recibidos  por  las  dos 
potencias,  y  no  pensará  más  que  en  agrandarse.  La 
libertad  de  conciencia,  la  facilidad  de  establecer  una 
nueva  población  en  inmensos  terrenos,  así  como  las 
ventajas  del  nuevo  gobierno,  llamarán  allí  a  agricultores  y 
a  artesanos  de  todas  las  naciones,  pues  los  hombres 
corren  siempre  tras  la  fortuna,  y,  dentro  de  algunos 
años,  veremos,  con  verdadero  dolor,  la  existencia  tiránica 
de  ese  mismo  coloso  de  que  hablo  ». 

«  El  primer  paso  que  dé  esa  potencia,  cuando  haya 
llegado  a  agrandarse,  será  el  apoderarse  de  las  Floridas 
para  dominar  el  golfo  de  Méjico.  Después  de  habernos 
dificultado  de  la  suerte  el  comercio  con  Nueva  España, 
aspirará  a  la  conquista  de  ese  vasto  imperio  que  no  nos 
será  posible  defender  contra  una  potencia  formidable, 
establecida  sobre  el  mismo  continente  y  en  su  vecindad. 
Estos  temores  son.  Señor,  demasiado  fundados  y  habrán 
de  realizarse  dentro  de  pocos  años,  si  antes  no  ocurriesen 
otros  más  funestos  en  nuestras  Américas  ». 

Reivindicando  entonces  la  paternidad  de  un  proyecto 
indicado  por  Raynal ',  proponía  Aranda  una  organización 
nueva  ([ue,  al  mismo  tiempo  (|ue  asegurara  la  felicidad  de 
Améiica.     permitiría    además    salvar    lo    (pie    a    España    le 

1.  Üjj.  t/7.,  l    IV,  p.  294. 


L.V    AIIUOHA     DI-:     I.A     l.lliKlilAI)  73 

quechil);!  como  prestigio  y  coino  poderío  :  el  vcv  Iciiía  (jiie 
«  desprenderse  de  todas  sus  posesiones  del  conlinente 
americano,  conservando  solamente  las  islas  de  Cuba  y 
Puerto  Rico  en  la  parte  septentrional,  v  al(>'una  otra  í[ue 
pueda  convenir  en  la  meridional,  con  el  objeto  de  (jue 
nos  sirva  como  de  escalas  o  laclorías  para  el  comercio 
español.  A  fin  de  ejecutar  este  ^ran  pensamiento  de  una 
manera  que  convenga  a  la  l^^spaña,  deberán  colocaise  tres 
infantes  en  América  :  uno,  rey  de  Méjico;  otro,  rey  del 
Perú,  y,  el  tercero,  de  Costa  Firme'.  Vuestra  Majestad 
tomará  el  título  de  Emperador... 

«  En  cuanto  al  comercio,  habría  de  hacerse  en  el  con- 
cepto de  la  mayor  reciprocidad  :  las  cuatro  naciones 
deberían  mirarse  como  unidas  por  la  alianza  más  estrecha, 
oiensiva  v  defensiva,  para  su  conservación  v  jjrosperidad. 
\o  estando  nuestras  fábricas  en  estado  de  proveer  a 
América  de  cuantos  objetos  manufacturados  pudiera 
necesitar,  sería  menester  que  Francia,  nuestra  aliada,  le 
suministrara  todos  los  artículos  que  nos  fuera  imposible 
enviar,  con  exclusión  absoluta  de  Inglaterra.  A  este  efecto, 
los  tres  soberanos,  al  tomar  posesión  del  trono,  firmarían 
tratados  formales  de  comercio  con  España  y  Francia, 
descartando   siempre  a  los  Ingleses'  ». 

Para  dar  a  este  proyecto  alguna  probabilidad  de  realiza- 
ción, habría  sido  menester,  a  más  del  consentimiento  de 
Europa,  una  amplitud  de  ideas  poco  común  en  un 
soberano  absoluto.  Por  generoso  que  se  le  supusiera,  no 
podía  Carlos  III,  sin  gran  detrimento  para  su  dignidad 
real,  consentir  en  una  especie  de  abjuración  que,  bien 
mirado,  le  habría  valido  beneficios  aleatorios  y  discutibles. 
Desechó  el  proyecto  y  despidió  al  ministro. 

Aun  suponiendo  que  se  hubiese  intentado  aplicarlo,  el 
proyecto  del  conde  de  Aranda  no  habría  sido  fácilmente 
aceptado  en  América.   En  efecto,  el  desgraciado  ensayo  de 


1.  Diibase  el  nombre  de  Costa  Firme  a  toda  la  parte  comprendida 
entre  el  istmo  de  Panamá',  y  las  bocas  del  Orinoco,  y,  por  extensión, 
ii  Nueva  Granada  y  a  Venezuela. 

2.  Manuscrito  de  la  Colección  del  duque  de  San  Fernando,  lín 
(]()xi:,  L'Esp(iíi¡ne  sous  les  Hois  de  la  Maison  de  Bombón,  París,  1827, 
6  vol.,  in-8",  t.  III,  cap.  iii.  p.  45. 


ék  OlUGENES    DE    LA    ItEVOLLCIUN    SLDAMEIUCAXA 

reforma  administrativa  que,  veinte  años  antes,  liabía 
emprendido  el  Consejo  de  Indias  en  parte  del  imperio 
eolonial,  era  de  naturaleza  a  dejar  entrever  a  cuánta 
paciencia  y  habilidad  fuera  menester  recurrir  para  hacer 
admitir  por  los  colonos  un  cambio  de  régimen,  si  no 
había  de  aportarles  las  más  extensas  libertades.  Obede- 
ciendo a  indicaciones  del  duque  de  Choiseul,  el  comisionado 
Gálvez  Villalba,  al  que  acompañaba,  por  lo  cjue  pudiera 
ocurrir,  una  expedición  de  200  hombres  de  tropa  buena, 
llegó,  en  1763,  a  Méjico,  provisto  de  instrucciones  para 
una  reorganización  completa  y  perfeccionada  de  la  admi- 
nistración fiscal  :  los  pueblos,  alarmados,  se  creyeron 
amenazados  de  nuevos  impuestos,  siendo  así  que,  al 
contrario,  se  trataba  de  mejorar  su  suerte;  los  trastor- 
nado res,  en  acecho  de  todo  pretexto  plausible,  excitaron 
un  levantamiento,  y  Villalba  tuvo  que  renunciar  a  llevar  a 
cabo  su  misión.  Lo  mismo  ocurrió  en  Quito.  El  menor 
cambio  en  las  tradiciones  del  gobierno  colonial  determi- 
naba perturbaciones  que  se  convertían  en  motivos  de 
rebelión. 

La  nueva  iorma  de  vasallaje  implicada  en  el  plan  del 
conde  de  Aranda  no  podía  seducir  a  los  criollos,  en 
quienes  la  independencia  de  la  América  del  Norte  hacía 
concebir  ilimitadas  esperanzas.  Tenían  la  seguridad  de 
Cj[ue  las  nacionalidades,  con  cuyo  próximo  establecimiento 
soñaban,  hallarían  en  los  Estados  Unidos  solícitos  protec- 
tores. E  Inglaterra,  debilitada  por  la  defección  de  las 
más  ricas  provincias  de  su  imperio,  no  podría  resistir, 
creían  ellos,  al  cebo  de  las  ventajas  comerciales  ([ue  habrían 
de  proponerle,  a  cambio  de  un  apoyo  decisivo. 

Los  nuevos  motivos  de  «  trastornos  »  de  (pie  hablaba 
Aranda  no  iban  a  tardar  en  manifestarse.  A  Carlos  IH, 
fallecido  en  1788,  había  sucedido  un  príncipe  tan  débil 
como  atrasado.  Su  advenimiento  paralizó  en  seguida  el 
impulso  reformador:  la  reacción  que  se  introdujo  en 
España  ganó  las  (Colonias,  v  la  opresión  tradicional 
recuperó  en  ellas  sus  derechos,  con  más  dureza  que  nunca. 

En  a([uel  momento  estallaba  la  Revolución  francesa. 
Todos  los  hombres  de  Améi'ica  capaces  de  seguir  su  asom- 
broso desarrollo  sintieron  brotar  en  su  coi'azóii  indecibles 


LA    ALUOKA    DE    LA    LlIiEllTAl)  75 

emociones.  La  abrasadoi'u  eloeiieiieia  de  nuestros  li¡l)iiuos; 
sus  ademanes,  impelidos  por  amplísima  audacia;  el 
heroísmo  de  los  soldados  de  la  República;  las  escenas  del 
prodigioso  drama  representado  en  el  otro  lado  del 
Océano,  comunicaban  a  las  almas  americanas  una  exal- 
tación que  siouió  vibrando  en  ellas.  El  genio  latino  que 
trastoinalja  al  mundo  hablaba,  esta  vez,  un  lenguaje 
comprendido  de  todos,  v  los  ecos  de  los  colosales  Andes 
repetían  en  tumulto  las  mágicas  palabi-as  de  Libertad,  de 
Igualdad  y  de  Fraternidad . 

La  generación  que  en  Sudamérica  se  preparaba  a  la 
revolución  veía,  en  tan  fulgurantes  ejemplos,  el  término 
evid(Mile  de  sus  propias  aspiraciones.  Salida  de  cuerpo 
entero  de  la  Revolución  Irancesa,  de  la  que  tomará  los 
procedimientos,  las  máximas,  v  hasta  los  símbolos,  la 
Revolución  sudamericana  iba  a  tener  tanto  más  derecho  a 
ponerse  bajo  la  bandera  de  su  primogénita  cuanto  que  el 
parentesco  espiritual  común  de  los  precursores  fué  tan 
íntimo  como  era  posible  serlo.  Había  en  el  Nuevo  Mundo, 
a  la  cabeza  de  las  masas. -^  menos  ilustradas  ciertamente, 
en  su  conjunto,  que  las  de  Europa,  una  élite  semejante, 
cuyos  ardores  eran  tan  nobles  y  tan  bellos,  cuvos  entu- 
siasmos eran  tan  vibrantes  v  tan  firmes.  Los  leofisladores. 
los  hombres  de  Estado,  los  generales  de  la  Independencia 
perfeccionaban  su  formación  con  las  lecciones  mismas  que, 
en  las  asambleas  o  en  los  campos  de  batalla,  ponían  tan 
soberbiamente  en  práctica,  en  aquel  momento,  los  actores 
de  la  Revolución  francesa. 

Muchos  jóvenes  de  Méjico,  de  Nueva  Granada  o  de  la 
Plata  habían  ido  a  Europa,  a  Francia  sobre  todo,  para 
Impregnarse  de  la  atmósfera  intelectual  que  tantos  extran- 
jeros anhelaban  respirar  en  París ;  los  criollos  que  se 
quedaban  en  América  aprendían  el  francés  y  se  iniciaban 
en  la  literatura  francesa,  con  celo  más  ferviente  que  el  que 
mostraba  la  juventud  europea.  En  ningún  sitio  del  globo 
lué  más  comentado  VEsprit  des  lois,  v  en  ningún  otro  sitio 
lué  Montes(juieu.  inspirador  de  la  constitución  de  los 
Estados  L  nidos,  más  admirado  que  en  los  centros  intelec- 
tuales de  las  Colonias  españolas.  En  la  Histoire  philoso- 
phiíiue  de  Raynal  era  donde  aprendían  historia  los  jóvenes 


76  ORICENES    DE    LA    ÜEVOLUCIOJÍ    SUDAMElilCANA 

sudameri(;anos.  Rousseau  suscitaba  fogosos  discípulos.  En 
las  «  Sociedades  literarias  »  que  se  fundaban  en  todas  las 
ciudades  coloniales,  leíanse,  declamábanse  con  pasión  las 
tragedias  clásicas  francesas.  Las  réplicas  de  los  personajes 
de  Corneille  enardecían  los  ánimos;  entusiasmaban  las 
alusiones  de  Tanaedo  : 

Jjinjuslice  i\  la  lin  prodiiit  rindépendauce, 

el  frenesí  de  las  heroínas  de  Racine,  que  las  admirables 
amazonas  de  la  Revolución  americana  se  disponían  a 
hacer  revivir.  Así,  pues,  el  a  Mundo  »  era  más  «  francés  » 
aún  de  lo  que  imaginaba  Rivarol  ^ 

Y,  no  obstante,  ¡qué  de  precauciones  eran  menester  para 
aprovisionarse  de  todos  esos  libros,  y  qué  gozo  cuando 
por  fin  llegaban  a  manos  de  sus  aficionados,  a  despecho  de 
la  Inquisición  y  de  sus  rigores!  Acaso  hubiesen  costado  la 
vida  semejantes  atrevimientos.  Y,  sin  embargo,  según  lo 
atestigua  un  párrafo  de  carta,  el  ñno  v  elegante  descuido 
de  los  criollos,  y  la  complicidad  de  una  simple  mujer, 
solían  reirse  de  todos  aquellos  obstáculos.  En  1787,  el 
célebre  patriota  chileno  Antonio  Rojas-  escribía  desde 
París  a  una  joven  dama  de  Santiago  :  «  Tengo  la  nota  de 
los  perversísimos  libros  que  encierran  los  consabidos 
cajones,  y  porque  no  la  he  podido  encontrar  no  la  incluyo. 
Pero,  ¿para  qué  la  necesita  usted?  ¿No  es  usted  dueña  de 
los  cajones  y  del  dueño  de  los  cajones?  Pues,  ¿para  qué 
notas  V  preguntas?  Mas,  si  éstas  se  reducen  a  saber  lo  que 
contenían,  para  no  abrirlos  si  no  agradaban,  diré  algo, 
según  me  acuerdo.  Encontrará  usted  unos  56  tomitos  en 
folio,  qvie  son  dos  ejemplares  del  malísimo  y  pestífero 
diccionario     enciclopédico    que    dicen     es     peor     que     un 

1.  Discours  sur  CUiúversalité  de  la  hinque  francaise. 

2.  Rojas  (José  Antonio),  nacido  en  1743,  muerto  hacia  181().  l'no 
de  los  mayorazgos  de  la  colonia.  En  su  juventud  fué  capitán  de  caba- 
llería en  las  milicias  de  Santiago.  Viajó  por  Europa  y,  de  vuelta  a 
su  país,  tomó  pai'te  en  la  conspiración  de  Gi-amuset  y  Berney.  Sin 
embargo,  por  política.  Rojas  no  fué  molestado.  I*"ué  uno  de  los  pro- 
motores de  la  Revolución  de  1810.  Cuando  el  país  cayó  de  nuevo 
bajo  la  dominación  española  en  1H11,  Rojas  fué  transportado  a  la  isla 
de  Juan  Fernández,  l'or  razón  de  salud,  fué  llevado  de  nuevo  a  San- 
tiago, donde  murió  poco  después. 


LA    AlUOn.V    1)K    I.A    I.MÍERTAD 


tabardillo.  ítem,  las  ojjras  de  un  viejo  (jiie  vive  cu  Oinebra. 
cuya  opinión  está  tan  en  duda,  que  unos  dieen  es  apóstol 
V  otros  anticristo.  ítem,  las  de  oti'o  chisgarabís  que  nos 
ha  quebrado  la  calveza  con  su  .lulia.  Ileni.  la  jjella  historia 
natural  de  M.  Bullón.  ^  no  sé  (|ué  olios,  ([uc,  según 
malicio  V  conjeturo  por  el  d(q)i'avado  gusto  del  inajadei'o 
([ue  los  pidió,  deben  de  ser  tambiiMi  malos,  como  dicen  en 
la   tierra  de  usted  '.   » 

Con  aíjuella  logosa  impetuosidad  que  hacía  madurar,  en 
América,  los  productos  d(d  ingenio  al  igual  de  los  de  la 
naturaleza,  el  pensamiento,  puesto  en  movimiento  a 
j)rincipios  de  la  segunda  mitad  del  siglo,  había  alcanzado, 
en  el  espacio  de  algunos  anos,  su  pleno  florecimiento.  Por 
todas  partes  se  fundaron  «  centros  humanistas  ».  «  clubs  ». 
])eriódicos.  En  Lima,  el  Mercurio  Peruano,  que  el  sabio 
Lnaniíe  -  hizo  salir  a  luz  hacia  1792,  y  que.  según  expresión 
del  célebre  Vicuña  Mackena^.  peruano  también,  fué  el 
«  Silabario  de  la  literatura  nacional  del  Perú,  y  la  escuela 
en  que  se  preparó  la  Revolución  ».  Otro  tanto  hav  que 
decir  de  la  Gaceta  de  Buenos  Aires,  dirigida  más  tarde  por 
Mariano  Moreno*,  uno  de  los  precursores  de  la  indepen- 
dencia argentina,  quien  contribuyó  poderosamente  a  la 
difusión  de  las  nuevas  ideas  entre  los  habitantes  de  la 
Plata;  el  Papel  Periódico  de  Santa  Fe,  que  se  publicó 
desde  1791 ;  en  fin.  el  Nuevo  Luciano,  de  Quito,  fundado  y 
redactado  por   José  Espejo  '^ ,  v  cuvo  subtítulo  :  El  Desper- 

1.  Citado  por  Becerra,  op.  cit.,  1.  I,  p.  i.vi. 

2.  Unaxúe  (José  Hipólito),  sabio  peruano,  nacido  en  Arica  en  1758, 
muerto  en  1833.  Cuando  la  llegada  de  San  Martín  al  Perú  y  de  la 
instalación  del  gobierno  independiente.  Unanúe  fué  nombrado  mi- 
nistro de  Hacienda.  Después  fué  presidente  del  primer  Congreso 
(constituyente.  Bolívar  le  nombró  más  tarde  presidente  del  consejo 
de  ministros  y  lo  encargó  de  gobernar  el  país  durante  su  ansencia. 
l'nanúe  se  retiró  luego  de  la  vida  política.  Ha  dejado  varias  obras 
cientííicas  y  las  Guías  del  Perú,  pulDÜcadas  desde  t793  a  1797. 

3.  Vicuña  Mackena  (Benjamín),  historiador  chileno  nacido  en 
Santiago  en  1831,  fallecido  eji  188().  Sus  principales  obras  son  : 
El  Sillo  del  Chillan  en  ]SI3,  1860.  Revolución  del  Perú,  18fyl,  etc.  Ha 
publicado  además  tres  tomos  de  la  Historia  de  Chile. 

\.  Moreno  (Mariano),  nacido  en  Buenos  Aires  en  1778,  fallecido  en 
mar  en  1811.  V.  infra,  lib.  II,  cap.  iii. 

5.  lisPE-io  (José  Eugenio  de  la  Cruz  y)  nació  en  Quito  en  1755,  de 
una  muy  humilde  familia  del  país.  Partidario  entusiasta  de  las  ideas 
republicanas,    publicó,    al  mismo  tiempo   que  el   Luciano,   una   hoja 


78 


OHKÍKXES    DE    LA    liEVOI.l  CIÓN    SI DAMEHICANA 


tador  de  los  In¿>e/iios  resume  la  obra  de  incitación  y  de 
propaganda  revolucionarias  a  la  que  en  todas  partes  se 
había  dedicado  lo  más  selecto  de  la  juventud  intelectual 
sudamericana. 


lY 

En  la  antigua  Santa  Fe,  que  en  1538  fué  declarada 
capital  del  Nuevo  Reino  de  Granada,  por  el  conquistador 
Jiménez  de  Quesada  ',  era  donde  la  idea  republicana  había 
hallado  más  ferviente  asilo  entre  los  hombres  mejor 
organizados  para  comprenderla  y  acogerla.  Los  dogmas 
Igualitarios  d(í  la  Revolución  francesa,  a  pesar  de  lo  poco 
compatibles  que  eran  con  las  tradiciones  de  la  sociedad 
colonial,  predispuesta  manifiestamente  a  poderosos  anta- 
gonismos por  sus  innumerables  distinciones  de  clases, 
habían  penetrado,  desde  los  comienzos,  entre  los  «  ciuda- 
danos ))  de  la  Atenas  de  Sudamérica.  Ya  desde  fines  del 
siglo  dieciocho  ponía  empeño  Santa  Fe  en  merecer  este 
hermoso  calificativo  que  le  dio  Humboldt  algunos  años  des- 
pués. Era  entonces,  cuando  menos  respecto  de  las  letras 
y    del  ingenio,    la  ciudad   más  brillante  del  Nuevo  Mundo. 

El  arzobispo  virrey  Caballero-  había  sabido  dar  al 
comercio  y  a  la  agricultura  un  impulso  tan  favorable  como 
a  la  instru(;ción  pública  del  país.  Su  administración,  de  un 
humanitarismo  sorprendente  para  la  época ^  fué  conti- 
nuada, de   1789   a  1707   por  D.    José  de  Ezpeleta'\  el  más 

salírica  :  el  Golilla,  cuyos  artículos  incendiarios  le  valieron  ser 
encarcelado  varias  veces.  En  1793,  el  gobernador  le  mandó  ir  a 
Santa  Fe.  Allí  trabó  Espejo  amistad  con  Nariño  y  Zea.  Falleció  en 
Quito  en  1796. 

1.  QiKSAUA.  (Gonzalo  Jiménez  de),  nació  en  Córdoba  hacia  1499, 
falleció  en  1579,  el  16  de  febrero,  en  Mariquita  (Nueva  Granada). 
Fundó  Santa  Fe  de  Bogotá,  el  6  de  agosto,  de  1538. 

2.  Caballero  y  Góncora  (Antonio),  arzobispo  y  virrey  de  Nueva 
Granada,  de  1782  a  1789. 

3.  Por  primera  vez  en  el  Nuevo  Mundo,  organizó  Caballero  una 
Asistencia  pública  obligatoria. 

4.  Ezí'KLETA  Y  YiciKE  DK  Galdeano  (José  de),  nació  en  Pamplona  en 
1741;  gobernador  de  Cuba  desde  1785  a  1789.  Virrey  de  Nueva 
Gr-anada  desde  1789  a  1797.  De  regreso  a  líspaña,  fué  nombrado,  al 
año  siguiente,  vii-rey  de  C>ataluña.  Hecho  prisionero  por  los  l'"ranceses 
en  1809,  no  volvió  a  su  patria  hasta  en  1815.  Fernando  Vil  lo  nombró 
capitán  general  de  Navarra.  Falleció   en  1823, 


LA    AUnOltA    nií    LA    LIBEIITAD 


pi-ogrcsista  v  el  más  prudente  de  los  funcionarios  coloniales 
en  un  tiempo  en  ([ue  los  Rcvillagigedo  en  Méjico,  y  los 
O'Hion-ins'  en  Chile  se  hacían  notar  por  su  sensatez  v  su 
liberalismo.  De  Europa  acudieron  artistas,  profesores, 
ingenieros,  entre  ellos  un  francés,  d'Elhuyart-.  ([uien  dio 
nuevo  impulso  a  la  industria  minera  de  Nueva  Granada. 
Hospitales,  hospicios,  fueron  establecidos  en  las  grandes 
ciudades.  Ezpeleta  autorizó  en  Santa  Fe  la  creación  de  un 
colegio  superior  para  doncellas,  el  primero  que  de  este 
oéncro  se  fundaia  en  la  colonia,  v  cuva  organización  fue 
dirigida  por  una  mujer  «  tan  ilustre  por  su  nacimiento 
como  por  la  nobleza  de  sus  sentimientos  »,  como  la  califi- 
caba el  virrev  mismo  :  Doña  Clemencia  de  Caicedo.  Se 
abrieron  escuelas  públicas  en  todas  las  parroquias  impor- 
tantes. La  facultad  de  medicina  de  la  capital  tuvo  un  gabi- 
nete de  física  de  los  más  completos,  y  varios  laboratorios. 
La  universidad  da  Santa  Fe  llegó  por  entonces  a  su 
apogeo.  Mutis  era  el  decano  de  un  cuerpo  docente  que 
contaba  juristas  como  Camilo  Torres^  Joaquín  Camacho  ^ ; 
filósofos  como  Félix  Restrepo^;  humanistas  como  Zea'', 
igualmente  notables  por  la  perfección,  la  originalidad  y  el 
atrevimiento  de  su  enseñanza.  Los  estudiantes,  que  a 
menudo  tenían  poca  menos  edad  que  sus  maestros, 
componían  una  pléyade  admirable  de  ardor  y  de  inteli- 
gencia, que  se  disponía  a  añadir,  a  la  aureola  del  saber, 
resplandeciente  va,   por  ejemplo,   en    Francisco    Josef  de 


1.  O'HiGGiNs  (Ambrosio),  marqués  de  Osorno,  gobernador  y 
capitán  general  de  Chile  desde  1788  hasta  1796;  después,  virrey  del 
Perú,  1796-1801 . 

2.  Elhuyart  o  Elhuyar  (José  d),  químico  de  origen  francés; 
estudió,  como  su  hermano  Fausto,  en  Freiberg,  hacia  1780.  Fausto 
esludió  también  química  en  Upsala,  bajo  Bergmann.  Llevó  a  Nueva 
España,  en  donde  llegó  a  ser  director  general  de  las  minas  de  México, 
mineros  de  Sajonia,  mientras  José,  su  hermano,  era  director  tle  las 
minas  de  Santa  Fe,  Allí  falleció  este  último  hacia  1802.  Su  hijo, 
Luciano  d'ElIiuyart,  fué  uno  de  los  liéroes  de  la  guerra  de  la  Inde- 
pendencia. 

3.  V.  iiifrfí,  líb.  II.  cap.  lu. 

4.  Id. 

5.  l'iíLix  Rf.stuf.po.  nació  en  Envigado  (Nueva  Granada)  en  1760. 
Profesor  de  filosofía  en  las  Universidades  de  Santa  Fe  y  de  Popayan, 
En  1811  contribuyó  a  la  defensa  de  esta  plaza.  Murió  en  18^2. 

<").  V.   infra,  lib.   11.  cap.  i. 


80  OIIIGEXES    DE    LA    HEVOLVCIÓN    SinAMEBICAXA 

Caldas',  la  del  martirio  patriótico.  I^a  historia  se  ha 
encargado  de  grabar  la  lista  inmortal  de  aquella  juventud 
en  cuyas  filas  se  reclutaron  la  mayoría  de  los  Proceres  de 
la  Independencia. 

No  iba  a  tardar  vVntonio  Nariño  en  encabezar  la  oloriosa 

o 

lista.  Su  vida,  en  la  que  las  más  felices  casualidades 
alternan  con  increíbles  reveses,  puede  ser  considei'ada 
como  una  especie  de  cuadro  simbólico  del  destino  que 
acechaba  a  los  hombres  (|ue  llevaron  a  cabo  la  Revolución 
sudamericana.  A  la  vez  hombre  de  pensamiento  v  de 
acción,  literato,  periodista,  diplomático,  tribunc».  conspi- 
rador, guerrero,  táctico  y  dictador,  aporta  a  estas  múltiples 
actividades,  exigidas  sin  duda  por  la  complexidad  de  la 
obra  colosal  que  pretendieron  realizar  los  Proceres,  el 
valor,  la  perseverancia,  v,  también,  esa  maña,  cuyas  ines- 
peradas candideces  desconciertan,  pero  que  es  general  en 
todos,  aunque,  desde  luego,  en  grados  distintos.  En 
Nariño,  esta  flexibilidad  va  acompañada  de  aticismo,  de 
caballerosidad,  de  humoradas,  ([ue  son  las  características 
de  su  raza  y  de  los  habitantes  de  su  ciudad  natal  ^. 

I  labia  venido  al  mundo  en  Santa  Fe,  el  14  de  abril 
de  1765,  de  una  familia  patricia  originaria  de  Andalucía, 
y  establecida  desde  hacía  tiempo  en  Nueva  Granada. 
Después  de  notables  esludios  en  el  colegio  de  San  Barto- 
lomé, que.  con  el  del  Rosario,  compartía  el  privilegio  de 
recibir  a  los  jóvenes  de  la  aritocracia.  Nariño  fué  nombrado 
por  el  virrev  Ezpeleta,  de  quien  era  visita  su  íamilia.  al 
importante  cargo  de  «  tesorero  de  diezmos  ».  Algún  tiempo 
después,  y  a  pesar  de  su  poca  edad,  sus  compatriotas  le 
eligieron  para  teniente  alcalde  de  Santa  Fe.  La  vigilancia 
de  vastos  cultivos  de  tabaco,  de  cacao,  y,  sobre  todo,  de 
(juina,  a  ([uc  luego  se  dedicó,  no  le  impidió  completar  sus 
estudios,  siendo  éstos  tan  extensos  ([ue  no  tardó  en  ad([uirir 
la  justificada  reputación  de  sabio  sin  igual  entre  tantos 
otros  sabios.  Tenía  Nariño.  lo  cual  no  cía  raro  cu  el  medio 
en  (|ue   vivía,    nociones    literarias    v   cicnlílicas  sumamente 

1.  Caldas  (Francisco  Josef  de),  apollado  El  Sabio  Caldas.  Nació 
en  Popayán,  en  1771;  fusilado  en  Sania  I''e  el  29  de  octuhi-e  de  1816. 
Y.  infra. 

2.  Cf.  Vj.  a.  TonKKs.  La  EsUtlua  del  Prccursur.  ^  II,  p.  G. 


LA    Al'lUUlA     di:    i. a     LIÜKinAl)  81 

extensas  y  variadas,  pero  domiiiáiulolas  a  l'oiido;  v  natu- 
ralista de  primer  orden,  teólogo  eonsuniado,  sabia  además, 
en  cuestión  de  medicina,  cuanto  de  esto  podía  conocerse 
entonces  en  las  mejores  lacultades  europeas. 

Ponderábase  la  biblioteca  de  cerca  de  6  000  tomos  cnie 
el  joven  santaíercño  liabia  logrado  reunir  en  su  casa  sola- 
liega  de  la  plazuela  de  San  Francisco^  extensa,  algo  baja, 
y  achatada  además  bajo  su  techumbre  de  tejas  grises;  de 
un  solo  piso,  con  portal  dominado  por  un  escudo  de 
piedla,  y  cuyas  piezas,  alumbradas  por  anchas  ventanas 
con  rejas  labradas,  daban,  por  deu-tro,  a  un  amplio  patio 
embaldosado  de  mosaicos.  All!,  en  los  atenienses  crepús- 
culos de  los  hermosos  días  de  la  Sabana,  tendida  cual 
mantel  inmenso,  semblada  de  ricos  cultivos  v  de  jardines, 
a  los  pies  de  la  capital  granadina,  allí,  en  su  «  librería  )), 
recibía  Nariño  a  toda  la  juventud  apasionada  por  saber, 
aficionada  a  preguntar  y  a  discutir,  y  cpie  comulgaba  toda 
en  la  confianza  y  el  gozo  (jue  inspiran  las  convicciones 
entusiastas  y  los  juveniles  ideales.  Un  retrato  de  Fi'anklin. 
en  un  marco  de  ébano  con  adornos  de  concha  v  de  marfil, 
se  destacaba  en  sitio  preferente,  sobre  el  papel  pintado 
de  la  pared,  entre  mapas,  figuras  de  silueta,  de  moda 
desde  hacía  poco,  grabados  representando  escenas  de  la 
historia  de  Grecia  y  de  Roma,  por  encima  de  los  estantes 
que  se  combaban  bajo  el  peso  de  libros  y  de  manuscritos. 
Sof'ás  y  butacas  de  caoba  tendidos  de  damasco  de  color 
amarillo  pálido  ;  dos  globos  con  armaduras  de  cobre,  una 
máquina  eléctrica,  rodeaban  la  vasta  pieza  cuyo  centro 
estaba  ocupado  por  grandes  mesas  cubiertas  con  tapetes 
verdes,  sobre  las  cuales  no  tardaban  en  ponerse  candeleros 
de  plata  con  velas  encendidas'^ 

La  lectura  en  alta  voz,  el  comentario  de  los  literatos  y 
de  los  filósofos  franceses,  cuya  lengua  poseía  cabalmente 
Xarifio  y  por  quienes  era  apasionado,  componían  el  habi- 


1.  Ahtcim)  Qlijano.  casas  históricas  tle  Bogot;í,  en  el  JJoleíín  ele 
Historia  \  Antiuüedudes^  t.  III,  p.  ;i67. 

2.  Según  ol  inventario  de  confiscación  de  Jos  bienes  de  D.  Antonio 
-Xariño,  efectuado  en  Santa  t'e  en  29  de  agosto  de  1794  por  el 
Alguacil  .Mayor  del  Juzgado,  publicado  en  Posada  e  TbÁnez  :  El 
Precursor,  pp.   Hil  y  sig. 

6 


82  OltlGENES    DK    LA    HEVOLUCIOX    SUOAMEUICAXA 

tiial  prog ruina  de  aquellas  veladas.  En  los  momentos  de 
descanso,  Naiiño  llevaba  a  sus  amigos  al  «  laboratorio  », 
o  a  la  iinpr(Mitita.  organizados  por  él  en  dos  piezas  conti- 
guas a  la  biblioteca.  Ejercía  sobre  su  auditorio,  cada  vez 
más  numeroso,  al  que  con  frecuencia  acudía  algún  toras- 
tero  de  paso  })or  la  capital,  Elspejo.  por  ejemplo,  el  joven 
redactor  del  Luciano  de  Quito',  un  ascendiente,  un  pres- 
tigio extraordinarios.  De  estatura  mediana  y  bien  propor- 
cionada, tez  clara,  cabellera  rubia  cuyos  bucles  rodeaban 
el  óvalo  alargado  de  un  rostro  cuyos  ojos  azules  ligera- 
mente saltones,  cuyos  labios  voluptuosos  y  cuya  barbilla 
un  tanto  maciza  babrían  dado  a  la  fisonomía  demasiada 
molicie,  sin  el  contraste  de  una  trente  ancba,  huesuda,  y 
una  nariz  arqueda  y  abultada,  seíial  de  voluntad  firme  y 
decisiva"-,  Nariño  se  expresaba  con  elocuencia  cuya  seduc- 
ción es  proverbial. 

Sus  biógrafos,  poco  numerosos^,  aseguran  que  en 
aquellas  reuniones  fué  donde  los  futuros  tribunos  de  la 
Revolución  se  iniciaron  en  las  fórmulas,  exhumadas  por 
entonces  de  un  clasicismo  a  veces  discutible,  por  las 
asambleas  francesas,  y  de  las  que  con  tanta  abundancia  se 
hizo,  después,  uso  en  Sudamérica.  A  pesar  de  su  afinada 
cultura,  complacíase  en  ellas  Nariño  con  superticioso 
ardor,  por  toda  la  virtud  secreta  que  le  parecían  contener  : 
si  se  quería  derribar  «  la  hidra  de  la  tiranía  »  y  hacer 
valer  «  los  derechos  sagrados  de  un  ])ueblo  libre  )•>.  ¿no 
parecía  eficaz  aclimatar,  en  aquíd  lado  del  Atlántico,  tales 
metáforas  jacobinas  cuyo  empleo  consagraba,  en  Francia, 
las  victorias  de  la   Revolución?   Cuanto  podía  recordarlos 

1.  V.  Vii.LAviciiNcio.  Geografía  de  la  Hepúlilica  del  Ecuador. 
Nueva  York,  1858,  p.  186. 

2.  Retrato  de  Nariño  por  Espinosa,  pintor  colomljiano  de  la  época, 
en  el  ¡Museo  nacional  de  Bogotá. 

3.  VuRGARA,  Vida  y  escritos  del  (ieneral  Antonio  !\'ariíio,  Bogotá, 
1859  (la  obra  liabía  de  constar  de  dos  lomos,  pero  el  tomo  II  no 
fué  publicado).  L.  S.  Scarpetta  y  Yeiigaua,  Diccionario  biográfico 
de  los  Campeones  de  la  Libertad,  Bogotá,  1879,  artículo  Nariño. 
Vergara  y  Vi.rgara,  Historia  de  la  Literatura,  etc.,  cap.  xi.  — 
V.  también  Bi;gI'RRa,  Vida  de  Miranda,  t.  I,  pp.  111  y  sig.  Posada  e 
liiÁÑKz,  El  Precursor  (Bil)lioteca  de  Historia  Nacional),  Bogotá,  190o, 
importante  colección  de  documentos  sobre  la  vida  de  Nariño,  prece- 
dida de  un  elocuente  prefacio  de  I^osaüa.  —  Vergara  v  ^'El.AS(;o, 
Historia  Patria,  Bogotá,  1910,  pp.  19,  2'í3-2'í8,  27'i,  etc. 


I.A    Al  l!(»l!A     IH:     I.A     I.IllKli  lAI) 


orígenes  y  la  gíMiesis  de  lales  \  ¡etorias  parecíale  a  Nariño 
(le  preciosa  opoitinudad.  Así.  por  ejeinplo.  proveclal)a 
íiintlar  una  «  Sociedad  literaria  »  de  la  que  habrían  formado 
|)arte  los  ni;is  conspicuos  ingenios  de  Santa  Fe,  y  ])ara  la 
cual  deseaba  preparar  una  sala  cuyos  únicos  órnalos  ñiei-an 
írases  tomadas  de  Rousseau.  ^  oltaire  v   Montes(juieu. 

Un  encuentro,  lortuilo  al  parecer,  como  suelen  serlo 
aquellos  de  donde  resultan  los  más  formidables  aconteci- 
mientos, al  mismo  tiempo  ([ue  suministrara  a  Nariño  una 
ocasión  para  continuar  la  prueba  de  su  táctica  favorita, 
iba  a  dar  toda  la  medida  del  poder  germinador  de  las 
manifestaciones  del  pensamiento  francés,  y  a  justificar  la 
])rofecía  que  acabal)a  de  formular  iVndré  Chénier  :  «  La 
Uevolueión  que  toca  a  su  fin  en  nuestro  país  lleva  en  su 
seno  los  destinos  del  mundo  '  ». 

Una  noche  de  los  primeros  meses  de  1794.  estaba  Nariño 
trabajando  en  su  biblioteca,  cuando  entraron  a  decirle  que 
el  capitán  de  la  guardia.  Rodríguez  de  Arellano,  con  quien 
estaba  en  relaciones,  pedía  verle.  Recibió  Nariño  su  visita, 
V  el  oficial,  que  conocía  la  afición  de  su  amigo  por  los 
libros  franceses,  le  entregó  una  obra  que  el  virrey  acababa 
de  recibir,  obra  que  sin  duda  le  interesaría,  pidiéndole 
([ue  no  la  enseñara  a  nadie,  por  si  acaso;  pues,  aunque 
la  Inquisición  había  mitigado  mucho  sus  antiguos  rigores, 

quizás   se  le   ocurriera  enojarse Era,  en  tres   tomos,  la 

Ilistoire  de  lAssemblée  Constituante,  de  Salart  de  Montjoie. 
Ya  que  se  hubo  marchado  Arellano.  abrió  Nariño  el  tomo 
tercero.  Contenía  el  texto  in  extenso  de  la  Déclaration  des 
Droils  de  l'Hoinnie.  texto  que  no  le  había  sido  posible 
procurarse  hasta  entonces,  y  que  le  parecía  ser  el  nuevo 
Decálogo  en  el  que  se  resumían  los  sublimes  principios  de 
la  ((  Sociedad  regenerada  ».  Además,  todos  aquellos  que 
seguían  por  entonces  los  acontecimientos  que  se  habían 
desarr()llado  en  Francia  y  en  Eui'opa  participaban  más  o 
menos  de  este  sentimiento,  v  muchos  habían  sido  atraídos 
p(»r  el  «  torbellino  eléctrico  »  de  que  habló  Mirabeau. 
Desde  aquel  momento,  sufrió  Nariño  la  influencia  de  aquel 
I    torbellino    ».    Fn    un    arrebato    de    místico    entusiasmo, 

1.  Avis  OHX   Franjáis,  28  ele  agosto   de   17U(). 


84  OHÍGENES    ü£    LA    líEVOLUCION    SUUAMEIUCANA 

presintió  el  prodigioso  efecto  (pie  en  sus  compatriotas 
había  de  producir  la  difusión  de  aípiellas  Tablas  de  la  Lev 
de  la  Revolución,  y  resolvió  publicarlas. 

La  prensa  instalada  por  él  estaba  lista.  Cerró  Nariuo 
su  puerta  a  todo  el  mundo,  «  no  creyendo  obrar  mal  al 
encerrarse  así  en  su  casa  «  —  había  él  de  decir,  con  mali- 
ciosa zumba,  algunas  semanas  más  tarde,  en  su  defensa  — 
«  puesto  que  hacía  otro  tanto  para  leer  la  Sagrada  Biblia  '  »  ; 
tradujo  sin  parar  los  diecisiete  artículos  de  la  Declaración. 
y  en  seguida  se  puso  a  tipograíiarlos.  Pocos  días  después, 
el  folleto  impreso  «  en  un  papel  grande,  grueso,  y  prieto, 
en  cuarto,  y  con  mucho  margen  ;  todo  de  letra  bastardilla  ^  », 
era  tirado  a  miles  de  ejemplares,  distribuido,  copiado, 
reproducido  a  profusión  en  la  ciudad,  en  la  provincia,  y, 
poco  después,  esparcido  en  todas  las  capitanías  vecinas,  y 
hasta  en  los  confines  de  Méjico  y  de  la  Tierra  de  Fuego. 

Inmenso  fué  el  alcance  de  tal  publicación.  Señala  clara- 
mente en  el  Nuevo  Mundo  el  punto  de  partida  de  una  nueva 
era.  De  la  aparición  de  aquellas  hojas  impresas  con  carac- 
teres mal  sentados  y  casi  imprecisos,  data  la  confirmación 
o  el  nacimiento  definitivos  de  la  noción  de  independencia 

1.  Defensa  de  Nariño  ante  el  Tribunal  Snpremo  de  la  Audiencia 
de  Santa  Fe,  septiembre  de  1794,  en  El  Precursor,  p.  96. 

2.  Circular  del  capitán  general  de  Venezuela  a  los  prelados  y 
gobernadores  de  provincias,  mandando  que  sean  recogidos  lodos  los 
ejemplares  en  circulación  de  un  pasquín  sedicioso  capaz  de  trastornar 
a  las  gentes  de  poco  entendimiento,  y  titulado  :  Los  Derechos  del 
Hombre.  Caracas,  1™  de  noviembre  de  1794,  Documentos  para  la 
historia  de  la  Vida  Pública  del  Libertador,  t.  I,  192. 

Los  Documentos,  etc.,  que  comprenden  14  tomos  en  4^.  han  sido 
publicados  en  Caracas,  de  1875  a  1877,  por  .losé  Félix  Blanco  y 
Ramón  Azpurúa,  por  orden  del  general  Guzniiín  Blanco,  ^i'^tísidente 
de  los  Estados  Unidos  de  Venezuela.  Es  una  reedición,  considera- 
blemente aumentada,  de  la  colección  similar  en  22  tomos  en  12 
menor,  que,  de  1826  a  1830,  publicaron,  igualmente  en  Caracas,  los 
venezolanos  Mendoza,  Yanes  y  Guzm;ín.  Bolívar  había  autorizado  a 
sus  compatriotas  a  sacar  copia,  en  el  archivo  colombiano,  de  todos 
los  documentos  oliciales  relativos  a  su  vida  pública.  José  Blanco  y 
Ramón  Azpurúa,  al  añadir  a  esta  obra  extractos  de  gran  número  de 
documentos  y  de  ol)ras  inéditas  concernientes  al  Libertador  y  a  la 
América  del  Sur,  han  hecho  de  su  colección  una  publicación  pai'ti- 
cularmente  preciosa  para  la  historia  de  la  Emancipación  de  las 
Colonias  españolas. 

En  el  transcurso  de  la  présenle  obra,  las  llamadas  a  los  Documentos 
serán  designadas  por  la  inicial  D  seguida  de  la  mención  del  tomo  y 
del  número  de  orden  del  documento  citado. 


I, A    AlIlOliA     !)!■:     I.A     l.lüKinAl»  85 

en  el  alma  de  todos  los  [)rolao()nislas  de  la  insurrección  que 
se  aproximaba.  Parecen  haber  tomado,  en  las  virtudes  de 
aquella  carta,  que  condensaba  en  algunos  renolones,  con 
la  aureola  del  prestigio  de  la  Revolución  francesa  y  con  la 
hechicera  voluptuosidad  de  la  IVuta  prohibida,  todas  las 
aspiraciones  de  los  tiempos  modernos,  la  tuerza  y  la  le 
necesarias  para  su  magna  empresa.  Brotada  del  instinto 
mismo  de  la  raza  que  utilizaba  la  iniciativa  del  más  con- 
vencido de  sus  hijos  para  juntar  las  voluntades  indispen- 
sables, era  aquélla  la  voz  de  las  angustias  pasadas  y 
presentes  de  los  pueblos  de  América,  de  sus  aspiraciones 
infinitas  hacia  la  felicidad;  voz  que,  sacudiendo  de  su 
letargo  la  tierra  de  los  Andes,  la  despertaba  a  la  aurora 
de  la  Libei'tad.   .. 

Desde  aquel  momento,  la  vida  de  Nariño  se  convierte, 
según  escribió  más  tarde  el  capitán  inglés  Stuart  Gochrane, 
en  ((  una  verdadera  novela,  y  sus  padecimientos  rebasan  la 
medida  común'  ».  La  «  divulgación  de  los  diecisiete  artí- 
culos  de  la  Declaración  »,  le  valió,  según  sus  propias  pala- 
bras, «  otros  tantos  años  de  prisión  y  de  trabajos''  ». 

Ante  la  tormenta  desencadenada  por  el  «  pasquín  sedi- 
cioso )).  la  indulgencia  del  virrey  se  tornó  en. rigor.  Mandó 
que  arrestaran  a  Nariño.  v,  con  él.  a  unos  diez  amigos 
suyos,  entre  ellos  a  Zea  y  a  dos  franceses  :  Louis  de  Rieux 
V  Emmanuel  de  Froés^,  uno  y  otro  doctores  en  medicina  de 
la  Facultad  de  iNlontpellier,  «  relacionados  con  Nariño,  dice 
el  re([uisitorio  *,  familiares  de  las  reuniones  de  la  plaza  de 
San  Francisco  v  partidarios  decididos  del  sistema  de  la 
Francia,  v  de  establecer  a([uí  una  república  independiente, 
a  ejemplo  de  la  de  Filadelfia  ».  El  tribunal  de  la  Audiencia 
pi'onunció  contra   los  acusados  la  pena  de  deportación  en 


1.  Journal  of  a  residencc  and  Paraléis  in  Colombia  durin^  the 
Years  182:{  and  1824  by  Capt.  St.  Clochrane  of  tlic  Royal  Navy, 
London,  182.J. 

'2.  El  Precursor,  prefario,  p.  lo. 

•i.  FkíjEs  (l-lnimanuel  de),  nació  en  Sanio  Domingo  en  1779,  volvió 
a  Nueva  Granada  en  1810.  Abrazó  con  ardor  la  causa  de  la  Revo- 
lución, siguió  a  Nariño  durante  la  campaña  de  1813,  estuvo  luego 
pi-eso  en  l'uerto  (laijelio,  y,  después  de  1820.  fué  elegido  senador  de 
'Colombia.  l'"alleció  eu  Bogóla  en  18t0. 

^.  El  Precursor,  pp.  119-121. 


86  OliUaíXES    DK    LA    HEVOLUCION    SlDAMElilCANA 

los  presidios  de  iilVica.  Nariño  íué.  naturalmente,  tratado 
con  mayor  rigor  :  sus  bienes  fueron  confiscados  y  vendidos 
en  pública  subasta;  su  familia  fué  desteri-ada,  y  él  se  oyó 
condenar  a  diez  años  de  presidio. 

Pero,  aprovechando  un  momento  en  que  era  escasa  la 
vicrilancia,  a  la  llegada  a  Cádiz  del  navio  en  que  había  sido 
embarcado,  logró  Nariño  escaparse.  Llega  a  INIadrid,  en 
donde  parientes  suyos  influentes  solicitan  su  indulto  v  lo 
obtienen.  Se  hace  presentar  a  Godoy,  aboga  ante  él,  con 
sobrado  calor,  por  la  causa  de  América,  y,  comprendiendo 
que  está  poco  seguro  en  la  corte,  gana  la  frontera,  llega  a 
Francia,  es  recibido  por  Tallien,  que  sólo  buenas  palabras 
pudo  darle,  y  pasa  a  Inglaterra,  en  donde  Pitt  trata  de 
convencerle  por  la  insidiosa  seducción  de  su  política.  Des- 
esperando de  encontrar  apoyo  en  los  gobiernos  europeos, 
Nariño  se  decide  a  regresar  a  su  país. 

Al  cabo  de  un  viaje  interminable,  durante  el  cual  sufre 
privaciones  de  todo  género  y  padecimientos  increíbles, 
llega  a  Santa  Fe  en  1797.  Descubierto,  arrestado  de  nuevo, 
enviado  a  Madrid,  pero  con  buena  escolta  esta  vez,  pasa 
allí  algunos  años  en  la  cárcel.  Es  indultado,  o  quizá  se 
evade,  —  no  se  sabe,  — -  pero  se  le  ve  en  Santa  Fe  en  1801). 
Al  día  siguiente  de  su  llegada,  es  denunciado  al  virrey 
Amar  y  Borbón',  quien  le  envía  a  España.  Pero,  en  el 
Magdalena,  consigue  escaparse  aún.  Vuelven  a  prenderle 
en  Santa-Marta.  Conducido  a  Cartagena,  pasa  cerca  de  un 
año,  con  grillos  en  los  pies  v  sujeta  la  cintura  por  una 
cadena  de  seis  metros,  en  las  terril)les  búi>edas,  siniestros 
calabozos,  abiertos  bajo  las  murallas  al  ras  del  Océano,  ya 
célebres  por  entonces,  y  que  lo  iueron  más  con  la  guerra 
de  la  Independencia. 

El  levantamiento  de  1810  devuelve  por  cierto  tiempo  la 
libertad  a  Nariño.  Arrastrado  por  la  tormenta  revolucio- 
naria, sucesivamente  redactor  cáustico  y  elocuente  del 
pei'iódico  La  Bagatela .  cuyos  artículos  exaltan  el  civismo 
desfalleciente  de  los  granadinos,  presidente  del  nuevo 
Estado  de  Cundinamarca,  empujado  a  la  guerra  civil,  en 
(in     bi'illante    general,    a    pcsai'    de     bis    inevitables    Jaitas 

1 .  A.MAit  Y  BoRB(')Nf  Anloiúo),  virrey  <1l'  Xucva  Granada,  df  180))  a  1810. 


LA    AlliOHA     HK    I. A    I.lliK  ItTAl)  87 

debidas  a  su  harto  preinaliira  oxpciieiicia  militar.  Ikm-oc 
do  la  i'élebi'c  campaña  del  Sur,  que  con  un  poco  m;is  de 
suerte  habría  sido  decisiva,  Nariño  entonces  muestra 
un  alma  diniia  de  los  héroes  de  la  Anli<iiuMla(I .  IJevado 
iMi  triunfo  por  el  pueblo,  instalado  en  el  palacio  mismo  de 
l<»s  viri'cvcs  (|ue  años  antes  le  hal)ían  hecho  encarcelar,  se 
ve,  algunos  meses  más  larde,  burlado,  vituperado  de  todos, 
amenazado;  al  sicario  a  quien  descubre,  una  noche,  escon- 
dido en  su  casa,  entrega  tranquilamente  las  llaves  de  la 
puerta.  «  para  ([ue  pueda  huir  después  de  cometido  el 
delilo  )).  —  «  Xo,  vo  no  mataré  a  Nariño  »,  exclama  el  mise- 
rable, desarmado  por  tanta  serenidad.  —  «  Sentaos  entonces, 
(1  ícele  aquél,  y  hablemos  de  estas  cosas  de  la  patria  ».  Y, 
cuando,  vencido  delante  de  Pasto,  el  12  de  mayo  de  1814, 
disperso  su  ejército,  busca  él  su  salvación  en  la  huida,  y, 
al  cabo  de  tres  días  de  andar  errante  por  la  montaña,  cae 
en  manos  de  sus  enemigos,  oyendo,  durante  el  trayecto 
hasta  la  ciudad,  vociferaciones  homicidas  de  la  plebe 
realista,  también  en  esta  ocasión  acude  a  sus  labios  una 
frase  a  lo  Mario,  que  paraliza  a  sus  asesinos  :  «  Aquí 
tenéis  al  general  Nariño  ». 

o 

El  cautiverio  sufrido  entonces  por  el  Piócer  fué  el  más 
abominable  de  cuantos  hasta  entonces  había  padecido.  Por 
espacio  de  tres  años  fué  llevado,  de  los  fétidos  calabozos  de 
Pasto  a  las  malsanas  prisiones  de  Quito  y  del  Callao;  en 
este  último  punto  íué  embai'cado  en  un  malísimo  navio 
velero  que  tardó  casi  diez  meses  en  llegar  a  las  costas  de 
Kspaua;  encadenado,  abrasado  por  la  fiebre,  apenas  man- 
tenido, el  desgraciado  estuvo  muchas  veces  a  punto  de 
expirar.  En  Cádiz,  pasa  otros  terribles  cuatro  años  en  un 
calabozo  de  la  Cárcel  real.  «  desnudo,  y  comiendo  el 
rancho  de  la  enfermería,  sin  que  se  le  permitiese  saber  de 
su  familia'  ».  En  1820.  la  insurrección  española  lo  saca  por 
lin  de  la  cárcel.  Menos  de  dos  meses  después,  Nariño,  que 
conservaba  íntegra  su  energía,  presidía,  en  la  isla  de  León, 
un  club  revolucionario  del  que   formaban   parte  Quiroga  ", 

1.  Defensa  de  ISariño  ante  el  Senado  de  la  República  de  Colombia, 
el  14  de  mayo  de  182!i,  en  El  Precursor,  p.  551. 

2.  Qlikoga  (Antonio),  general  español,  uno  de  los  jefes  del 
levantamiento  de  1820;  nació  en  1784,  falleció  en  1841. 


88  OIUCÍENFS    DE    I.A    HKVOLlClÓX    SUDAMEItlCANA 

Riego'  y  Alcalá  Galiano",  y  en  violentos  aitículos  denun- 
ciaba las  «  crueldades  del  general  Morillo'^  »,  quien,  por 
entonces,  agotaba  sus  fuerzas  en  la  reconquista  de  la  Costa 
Firme. 

No  obstante,  vigilado  de  continuo  por  la  policía,  Nariño 
se  refugia  en  Gibraltar,  y  es  elegido,  por  mediación  del 
gobierno  de  España,  para  las  funciones  de  representante 
provisional  en  las  Cortes  para  Nueva  Granada.  «  ¿Que  te 
parece  esta  monserga?  dice  él  a  uno  de  sus  correspon- 
sales'. Por  un  lado  andan  las  requisitorias  para  reducirme 
a  mi  antiguo  domicilio  de  la  cárcel,  y  por  otro  soy  fracción 
de  la  Soberanía  española...   » 

Veremos  de  nuevo  a  Nariño,  vicepresidente  de  la  Repú- 
blica de  Colombia,  en  1823,  obligado  a  defenderse,  ante  el 
Congreso  de  Cuenta,  contra  calumniosos  y  pérfidos 
ataques,  y  hallando,  para  confundir  a  sus  acusadores,  la 
vibrante  elocuencia  de  sus  días  más  gloriosos;  y  en  fin, 
falleciendo,  aquel  mismo  año,  en  Leiva.  en  la  soledad  v  el 
abandono,  legando  a  la  posteridad  estas  supremas  pala- 
bras :  «  Amé  a  mi  Patria.  Cuánto  fué  ese  amor,  lo  dirá 
algún  día  la  historia^  ». 


En  las  «  Defensas  »  que  en  i7í)7  y  en  1809  tuvo  que  pre- 
sentar al  Tribunal  de  la  Audiencia,  y,  en  1823,  ante  los 
miembros  del  Congreso  colombiano,  alude  Nariño  con 
frecuencia  a  las  negociaciones  que  intentó  entablar  en 
Europa  para  obtener  socorros   en   favor  de   los  iiabitantes 


1.  Rir.GO  (Rafael  del),  general  español,  uno  de  los  jefes  del  levan- 
tamiento de  182U;  nació  en  1785,  fué  ahorcado  en  Madrid  el  7  de 
nov.  de  1823. 

2.  Galiako  (Antonio  Alcalá),  literato  y  hombre  político  español; 
nació  en  178Í),  falleció  en  1865.  Tomó  pacte,  con  Riego  y  con  Quiroga, 
en  la  insurrección  de  1820.  Fué  ministro  de  la  Instrucción  Pública 
en  1864. 

o.  A  estas  «  Cartas  »,  firmadas  con  el  seudónimo  :  líurique  Somoyar, 
responden  las  Memorias  del  (¡eiteidl  Murillo.  \ .  inf'rti. 

4.  Carta  a  Zea,  (iibrallar,  I'''*  de  junio  de  1820,  en  El  Prertirsor, 
p.  481. 

5.  Testamento  de  iVai-iño,  en  Yi.rgar.v.   Vida  y  escritos,  ele. 


I.A    AtH(»H.\     l)K     LA    I.IREKTAI)  89 

de  Nueva  Granada.  Es  interesante  ver  en  estas  palahias  el 
testimonio  de  lo  miieho  ([ue  esperaban  los  Sudamericanos 
del  apovo  del  extranjero. 

Los  colonos  ([ue  soñaban  con  libertad  para  su  país,  y  a 
quienes  su  mayor  cultnra  separaba  de  la  masa,  sin  que  por 
esto  desconocieran  las  aspiraciones  y  las  energías  latentes 
del  pueblo,  se  habían,  temprano,  convencido  de  las  venta- 
jas que  el  socorro  europeo  podría  reservar  a  la  causa  de  la 
Independencia.  El  ejemplo  de  los  Pastados  Unidos  acababa 
de  confirmar  la  exactitud  de  tales  previsiones.  Las  Colonias 
españolas,  en  las  que  las  divisiones  y  los  celos  originales 
facilitaban  en  tan  alto  grado  a.  la  metrópoli  el  manteni- 
miendo  de  su  dominación,  y  en  las  que  distaba  mucho  de 
que  el  conjunto  mismo  de  los  criollos  se  hallara  dispuesto 
a  desear  un  cambio  de  régimen,  carecían  por  esto  mismo, 
infinitamente  más  que  la  América  del  Norte,  «  de  la  íuerza 
que  da  la  unidad  en  la  extensión  territorial,  y  de  la  uná- 
nime resolución  del  pueblo'  ».  Así,  pues,  los  campeones 
de  la  Independencia  sudamericana  se  habían  decidido  a 
suplir,  por  medio  de  socorros  del  extranjero,  a  este  estado 
de  cosas.  Los  Comuneros  habían  abierto  el  camino,  y 
Nariño,  tan  pronto  como  las  circunstancias  se  lo  permitieron, 
no  dejó  de  renovar  la  tentativa  de  1784. 
•  Ya  porque  un  cariño  íntimo  le  inclinara  con  preferencia 
hacia  la  patria  de  los  Dereclios  del  Hombre,  va  porque  se 
sintiera  dotado  del  suficiente  don  de  persuasión  para  ganar 
en  dicha  patria  partidarios  a  una  causa  que  respondía  esen- 
cialmente a  los  principios  de  la  República  francesa,  a  París 
fué  donde  resolvió  Nariño  acudir  en  primer  lugar.  Corría 
entonces  el  otoño  de  171^)4,  v  parece  ser  que  sus  auiigos  de 
Madrid  le  habían  dado  cartas  de  introducción  para  la 
hermosa  Teresa  Cabarrus,  con  la  que,  meses  antes,  se 
había  casado  Tallien.  El  célebre  convencional  recibió  a 
Nariño,  (juien  le  confió  sus  proyectos  y  le  pidió  que  los 
apoyara  ante  el  Directorio;  pero  la  amistad  con  España 
sellada  recientemente  por  la  paz  de  Basilea  (14  de  julio 
de  1795),  los  peligros  que  seguían  amenazando  a  Francia, 
eran  obstáculos  insuperables  c[ue  se  oponían  a  los  deseos 

1.  Geuvim  s,  an.  cil.,  t.  \  I,  lib.   IV,  c.ip.  i. 


'JO  OKICENES    DE    LA    liEVOI.lCIOX    SUDAMERICANA 

del  joven  sudamericano.  A  más  de  esto,  Tallien  había  per- 
dido todo  prestiíJ-io,  estaba  ya  casi  gastado  y  no  desempe- 
ñaba ningún  papel  político.  No  insistió  Nariño,  y  se  fué 
a  Londres,  en  donde  se  ofrecían  más  halagüeñas  espe- 
ranzas. 

Siempre  le  habían  interesado  a  Inglaterra  las  Colonias 
españolas,  v.  desde  los  tiempos  más  remotos,  los  aconteci- 
mientos habían  inclinado  a  los  habitantes  de  éstas  a  ver  en 
la  Gran  Bretaña  la  única  potencia  extranjera  de  la  que 
podrían  esperar  algún  cambio  a  su  condición.  Por  otra 
parte,  desde  el  establecimiento  del  imperio  español  en  el 
Nuevo  Mundo,  el  sostenimiento  de  relaciones  comerciales 
seguidas  con  los  mercados  sudamericanos  se  había  impuesto 
a  la  ((  gran  isla  mercante  »  que  es  Inglaterra,  como  uno  de 
los  axiomas  fundamentales  de  su  política  exterior.  Y,  un 
siglo  tras  otro,  a  pesar  de  todos  los  obstáculos,  y  aun  de 
todas  las  consideraciones  que,  más  de  una  vez,  pudieron 
aconsejarle  la  retirada,  dedicó  su  prudencia  calculadora  y 
su  tan  perseverante  como  ingeniosa  voluntad  en  hacer  que 
prevaleciera  dicho  sostenimiento  de  relaciones  comer- 
ciales. 

El  secuestro  en  (jue  Portugal  y  España  mantenían  sus 
establecimientos  determinó  a  Inglaterra  a  favorecer  la 
institución,  en  el  mar  Caribe  y  en  el  golfo  de  Méjico,  de 
un  sistema  de  contrabando  al  que  la  toma  de  Jamaica,  en 
t655,  permitió  dar  una  verdadera  organización.  Pero,  las 
flotas  de  España,  v.  sobre  todo,  los  corsarios  franceses,  que 
tantas  veces  habían  estorbado  el  funcionamiento  de  aquel 
tráfico  ilícito,  cesaron  de  oponerle  serias  trabas  durante  el 
largo  período  de  las  guerras  de  Sucesión. 

También  cu  aquel  momento  se  espaciaron  las  comuni- 
caciones entre  España  y  las  Colonias,  acabando  por  inte- 
rrumpirse. Los  ingleses  aprovecharon  esta  circunstancia 
para  apoderarse  de  todo  el  comercio  de  América  y  granjearse 
cu  ella  una  útilísima  popularidad.  Agentes  secretos  se 
dedicaron  con  celo  a  esta  empresa,  y  los  colonos  llegaron  a 
convencerse  de  la  iiecesidad  de  sostener  relaciones  amisto- 
sas con  la  poderosa  Inglaterra.  Esta  noción  penetró  hasta  en 
los  indios  del  Perú,  persuadidos,  según  lo  aíirmaba  una 
tradición   hiibilmenle  resucitada,  de  ((ue  «    los  Incas  serían 


I.V     Al   ÜOlíA     l>i;     I.A     I.IÜKIil  Al)  91 

i'cslal^lcculos  |)()i'  el  pueblo  de  I nolalcrra  '  ».  Al  misino 
lleinpo.  Irt  diplomacia  liiitáiiica  se  dedicaba  a  hacer consa- 
orar  estos  éxitos  por  las  metrópolis  europeas.  El  convenio 
de  Methiien  (1703),  al  abrir  a  los  buques  ingleses  todos  los 
puertos  de  Portuoal.  había  convertido  al  Brasil  en  una  ver- 
dadera colonia  paia  la  dran  Bi-etaña-.  Mientras  tanto,  la 
corte  de  Madrid  se  dejaba  arrancar  interesantes  concesiones, 
tales  como  la  explotación  del  campeche  en  la  bahía  de  Hon- 
duras y  en  el  Yucatán.  En  íin,  en  la  paz  de  Utrecht,  en  1713, 
Inglateri'a  adquirió  derechos  de  considerable  alcance. 

Al  mismo  tiempo  que  obtenía  ésta  la  autorización  de 
enviar,  una  vez  al  año,  sus  buques  a  Yeracruz  v  a  Poito 
Bello,  lo  cual  la  colocaba  en  excelente  situación  paia 
iiacei'  a  sus  rivales  una  desastrosa  competencia,  el  tratado 
llamado  del  Asiento  le  conícría  el  privilegio  exclusivo 
de  introducir  en  la  América  del  Sur  los  negros  nece- 
sarios para  las  plantaciones  y  las  minas,  privilegio  que 
se  convertía  en  oportuno  pretexto  para  el  establecimiento 
de  factorías  en  las  costas  de  la  Plata  y  de  Nueva  Granada. 
Yerdad  que  España  se  había  reservado  un  tanto  en  el  tráfico 
de  esclavos,  y  derechos  de  registro  en  los  «  -barcos  de  per- 
miso )) ;  pero  estos  convenios  se  prestaban  a  equívocos,  y, 
en  más  de  una  ocasión,  no  tuvo  reparo  Inglaterra  en  inter- 
pretar las  cláusulas  de  los  tratados  en  el  sentido  aconsejado 
por  su  codicia. 

La  profunda  tensión  que  se  manitestó  en  las  relaciones 
angloespañolas  a  consecuencia  de  repetidísimas  disen- 
siones suscitadas  por  esta  conducta,  contribuvó  a  un  choque 
entre  amjjas  potencias  a  la  muerte  del  emperador  Caídos  ^  I. 
Los  Ingleses  sufrieron  serios  reveses  en  el  mar  de  las 
Antillas.  Vn  ataque  imprudente  de  su  escuadra  contra  los 
galeones  refugiados  en  la  rada  de  la  Guavra  fué  rechazada 
con  vigor,  y  los  Españoles  vengaron  después  el  bombardeo 
lie  Porto  Bello  causando,  durante  la  heroica  delensa  de 
Cartagena  (13  de  marzo-."j  de  mavo  de  1740).  pérdidas  muy 
sensibles  a  la   tl(»ta  del  almirante  A'eriion  ^.  Hasta  dejó  éste 

I.  Gervinus,  ibid.,  p.  6.3. 

2  V.  BocRGEOis.  Manuel  liistoviqíio  de  Palitique  étifingeie,  t.  I, 
cap.  XI. 

•».  A  iRNON-  (Edward  .  marino  inglés:  nació  en  168'»,  lalleció  en 
1757.  Vicealmiraiilc  en  1739. 


92  OliKÍENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

en  poder  del  enemigo  una  serie  de  medallas  que  los  comer- 
ciantes de  la  Ciudad  habían  hecho  grabar  de  antemano 
para  conmemorar  la  rendición  de  la  plaza'... 

El  tratado  de  Aquisgrán,  en  1748.  puso  término  a  las 
hostilidades,  y  las  tendencias  pacificas  de  Fernando  YI 
permitieron  a  Inglaterra  reanudar  relaciones  con  las  Colo- 
nias españolas;  comenzó  de  nuevo  el  contrabando  en  el 
mar  de  las  Antillas,  y  hubo  considerable  aumento  de 
importaciones  en  la  Plata  v  el  Perú.  Los  notables  éxitos 
del  poder  naval  británico  durante  la  guerra  de  los  Siete 
Años  (1756-1763)  parecieron  asegurarle  el  imperio  marí- 
timo; el  «  Pacto  de  Familia  »  mediante  el  cual  el  rev  de 
España  hacía  de  nuevo  causa  común  con  los  más  decididos 
enemigos  de  Inglaterra,  eximía  al  gabinete  de  Londres  de 
todo  escrúpulo  respecto  de  su  política  americana.  Si  bien 
las  vías  comerciales  del  continente  español  no  le  quedaban 
tan  anchamente  abiertas  como  lo  halaría  deseado,  cuando 
menos  podía  entrever  con  confianza  su  próxima  conquista. 

La  insurrección  de  la  América  del  Norte  y  su  éxito  final 
en  1783  comprometieron  por  cierto  tiempo  tan  halagiíeñas 
esperanzas.  jNIuv  resentida  por  la  larga  lucha  que  acababa 
de  sostener.  Inglaterra  volvió,  no  obstante,  con  tanta 
obstinación  como  energía,  a  sus  tradicionales  planes  de 
acaparamiento  económico  de  las  Colonias  españolas.  Más 
([ue  nunca  necesitaba  el  comercio  británico  morcados  donde 
pudiera  expender  sus  mercancías.  Los  Ingleses  emprendie- 
ron de  nuevo,  y  con  ahinco,  su  obra  de  propaganda.  La 
rebelión  de  Tupac-Amaru  les  suministró  oportuna  ocasión 
])ara  recordar  a  los  indios  las  tradiciones  de  relaciones 
anticruas  con  los  Incas'.  C^ada  vez  más,  los  criollos  diriffie- 
ron  miradas  confiadas  hacia  Inglaterra.  Londres  se  convir- 
tió en  su  centro  de  atracción.  Después  de  la  tentativa  rea- 
lizada a  fines  de  1785  por  los  Comuneros,  tres  de  los 
miembros  más  importantes  de  la  aristocracia  sudamericana  : 


1.  Bi-CKRKA.  op.  rit..  p.  *il,  y  B.  Mitrk,  Monetario  ar^cnlino- 
americano. 

2.  Por  ejemplo,  los  peruanos  Iransformaban  su  jirimcr  Inca  Manco- 
Capac  en  un  «  Incasman  Copacac  »,  así  como  en  el  Brasil  los  indios 
de  Loloculo  decían  que  un  inglés  llamado  Camaruru  (hombre  de 
fuego)  había  sido  su  primer  rey  y  legislador,  Geuvimjs,  op.  cit.,  p.  63, 


I, A     VniOHV    l)K    I, A    LIBEKTAD  ;»3 

ol  conde  de  la  Tone-Cossío.  el  conde  de  Santiago  y  el 
marques  de  Gnardiola,  quienes  decían  obrar  «  en  nombre 
de  la  ciudad  tle  México  y  del  reino  de  Méjico  »,  enviaron 
un  emisario  a  Londres.  Este,  Francisco  de  Mendiola, 
estaba  encardado  de  soliíutar  cesiones  de  municiones  v  de 
armas,  a  cambio  de  un  ventajosísimo  tratado  de  comercio  '. 
De  este  modo,  las  ilusiones  de  la  joven  diplomacia  sud- 
americana ofrecían  nuevas  posibilidades  al  ladino  realismo 
de  los  negociados  del  Foreign  Office.  En  Madrid,  los 
embajadores  ingleses  recibieron  orden  de  solicitar  sin 
descanso  del  primer  ministro  concesiones  en  favor  de  los 
negociantes  de  la  Gran  Bretaña. 

o 

Precisamente  en  el  momento  en  (jue  ante  Aarifio  se 
abrían  la«  puertas  del  palacio  de  Godoy,  acababa  éste  de 
ser  «  duramente  solicitado  »  por  el  repiesentante  de  la 
corte  de  Inglaterra,  quien  deseaba  concluir  cuanto  antes 
un  tratado  de  comercio  ^  Tal  impaciencia  podía  favorecer 
los  provectos  de  Nariño,  (juien  salió  entonces  para  Londres, 
donde,  desde  su  llegada,  trató  de  ser  puesto  en  relaciones 
con  los  ministros.  Dos  comerciantes  de  la  Cindad  le 
presentaron  a  loi*d  Liverpool.  El  rompimiento  con  España 
era  inminente,  y  el  joven  sudamericano  recibió  atenta 
acogida.  «  No  pude  prescindir,  refiere  Nariño^,  de  mani- 
festarles un  estado  de  las  fuerzas  del  Reino,  de  su  población 
y  de  sus  frutos:  lo  primero  para  haceiles  ver  que  procedía, 
con  conocimiento,  v  que  mi  plan  no  era  aventurado;  y  lo' 
segundo  pai'a  moverlos  con  el  interés  de  las  grandes 
ventajas  que  se  ofrecían  a  su  comercio,  a  que  accedieran  a 
mi  solicitud  ».  Algunos  días  después,  lord  Liverpool  hizo 
contesta)"  a  Nariño  que.  «  siempre  que  redujera  su  soli- 
citud a  entregar  el  Reino  a  la  Gran  Bretaña  tendría  todos 
los  auxilios  necesarios;  que  propusiera  por  escrito  todo 
cuanto  contemplara  conducente  a  este  efecto...  y  se  apron- 
taría una  fragata  de  cuarenta  cañones  para  que  lo  trans- 
portara con  seguridad;  que  en  caso  de  un  mal  éxito  tendría 
un  asilo   en   la    Inglaterra,    y  si    la  cosa    salía    bien    podía 

1.  Carla    credencial   de  D.    Francisco  de   Mendiola.   México,    10  de 
nov.  de  178.Ó.  Record  Office.  Chalhatn  Coirespondence,  n°  345. 

2.  Sonii..  L  Eiiriipc  el  la  liéyolulion  frangaise,  1.  IV,  cap.  vi. 
:>.  Súplica  al  virrey  de  Nueva  Granada.  El  Precursor,  p.  225. 


9't  <)HI(;ENES    I)K    i. a    IíKVOLUCIUN    sudameiíicaxa 

prometerle  una  iortuna  brillante.  »  «  Neguéme  entera- 
mente a  esta  propuesta,  añade  Nariño,  porque  jamás  íiic  mi 
iinimo  solieitar  una  dominaeión  extranjera,  v  reduje  mi 
solieitud  a  sólo  saber  si  en  caso  de  una  ruptuia  con  la 
metrópoli  nos  auxiliaría  la  Inglaterra,  con  armas  v  muni- 
ciones y  una  escuadra  que  cruzase  en  nuestros  mares  para 
impedir  el  que  entrasen  socorros  de  España,  a  condición 
de  algunas  ventajas  ])articulares  que  se  les  olreciesen  sobre 
nuestro  comercio'  ». 

La  política  sudamericana  de  Inglaterra,  que  se  revelaba 
así  con  tanta  decisión,  entra,  desde  aquel  momento,  en 
una  fase  distinta.  Ya  no  persigue  sólo  la  adquisición  del 
comercio  de  las  Colonias  españolas,  sino  el  atrevido 
proyecto  de  apoderarse  de  sus  territorios.  Seguro  de  la 
adhesión  de  los  colonos,  el  gabinete  de  Londres  está  fan 
convencido  de  su  debilidad  como  de  la  de  su  metrópoli.  En 
efecto,  los  Jesuítas,  quienes,  después  de  su  expulsión, 
habían  hallado  refugio  en  Inglaterra,  y  a  quienes  sumi- 
nistraba subsidios  Pitt,  se  mostraban  dispuestos  a  servir  a 
los  Ingleses  de  dóciles  instrumentos  en  un  ataque  contra 
Méjico,  y,  desde  hacía  algún  tiempo,  le  pintaban  como 
empresa  fácil  la  conquista  de  las  provincias  de  América  ^. 

Mientras  se  presentaba  la  ocasión  de  dar  un  alcance 
efectivo  a  esta  nueva  orientación,  preparaba  Inglaterra  su 
advenimiento  apoderándose  de  Trinidad  (17  de  febrero  de 
1797).  La  posesión  de  esta  isla,  situada  Irente  al  delta  del 
Orinoco  y  a  quince  millas  de  las  costas  de  Venezuela, 
facilitó  niiís  el  contrabando  con  Costa  Firme,  y  dio  a  esta 
institución  una  amplitud  no  conocida  hasta  entonces.  Más 
de  400  navios  se  dedicaban  al  iVaude.  Por  su  sola  parle. 
Puerto  Cabello  contribuía  con  100  goletas  al  tráfico,  siendo 
así  ([ue,  hasta  entonces,  no  había  habido  arriba  de  5  barcos 
españoles,  poi-  año,  en  dicho  puerto^.  Salían  a([uellos 
barcos  con  pretextt)  de  tener  que  transportar  mercancías  a 
las  colonias  i'rancesas  o  neuti-ales,  y  regresaban  a  sus 
puertos  con  papeles  falsilicados  en  las  islas  inglesas,  y  <[uc 


t.  Jü  Precursor,  p.  22.j. 

2.  Cf.  Casti.kreach,   Corresponclciice,  1.   V,  II,  [)p.  'IM  y  sig. 

3.  (lERviNcs,  00.  cit.,  p.  66. 


1. A     VriiOliA    1)K    I.A    LIliEHTAI)  95 

el  clcsouido  de  las  aiiloriJadcs  españolas  no  sonieU'a  a  muy 
riguroso  examen'.  Al  misino  tiempo  que  desviaha  así,  en 
provecho  de  sus  almacenes  de  depósito  de  las  Antillas,  todo 
el  comercio  de  España  con  aquella  parte  del  Nuevo  Mundo, 
Inglaterra  podía  vigilai'  de  cerca  Nueva  Granada  y  Vene- 
zuela. V  asegurarse  tambic'n  la  posibilidad  de  dirigir  en 
ellas,  hasta  cierto  punto,  los  acontecimientos. 

Esto  es  lo  que  el  secretario  de  Estado,  lord  Mclville, 
hizo  comprender,  desde  el  momento  en  que  las  autoridades 
inglesas  fueron  instaladas  en  Trinidad,  al  gobernador  de 
la  isla,  sir  Thomas  Picton.  El  26  de  junio  de  1797,  este 
último  dirioía  a  «  todos  los  cabildos  v  habitantes  de  la 
(^osta  Firme  ».  una  proclama  en  que  se  les  aseguraba  el 
concurso  de  la  Gran  Bretaña  «  sea  en  fuerzas,  o  en  armas 
o  municiones  ».  para  el  caso  en  que  se  resolvieran  a  a 
resistir  a  la  autoridad  opresiva  de  su  gobierno  ».  Termi- 
naba la  proclama  con  esta  seductora  frase  :  «  j  Dios  guarde 
a  W.  EE.  y  les  abra  los  ojos!-  » 

No  tardaron  en  hacerse  sentir  las  consecuencias  de 
estas  excitaciones.  Las  constantes  comunicaciones  que  se 
establecían  entre  los  diferentes  puertos  de  la  Costa  Firme 
y  las  Antillas,  sobre  todo  las  inglesas,  regidas  por  princi- 
pios mucho  menos  estrechos  que  los  de  la  política  espa- 
ñola, introdujeron  entre  los  colonos  ilustrados  nociones 
([ue  acabaron  de  ibrtalecer  en  ellos  el  deseo  de  indepen- 
dencia^. Por  otra  parte,  en  caso  de  persecución,  las 
Antillas  inolesas  resultaban  un  asilo  evidente  desde  donde 
con  toda  seguridad  podrían  los  caudillos  seguir  fomentando 
las  tentativas  insurreccionales. 

Así,  pues,  a  pesar  de  su  egoísmo,  de  sus  variaciones  o 
de  sus  equívocos,  la  política  inglesa  ha  de  ser  considerada 


1.  GiuviMs.  up.  cii.,  p.  66. 

2.  Proclama  de  Sir  Tti.  Piclon,  gobernador  de  la  isla  da  la  Trini- 
dad, a  los  cabildos  y  habitantes  de  la  Costa  Firme,  l'uei'lo  España, 
junio  26  de  1797.  D.",  t.  I.  20Ó. 

3.  Desde  mediados  del  siglo  dieciocho,  sucursales  de  la  Gran  Logia 
de  Inglaterra  se  establecieron  en  las  Antillas  inglesas.  V.  Rebold, 
Ilisluire  Céiiévíde  ele  la  l-'raiic-Maconnerie,  Paris,  1851,  p.  t57.  (k)n- 
Iribuyeron  en  mucho  a  la  importación  de  las  doctrinas  filosóficas  y 
de  la  idea  enciclopedista,  de  la  que,  como  hemos  visto,  fueron, 
rápidamente,  fervientes  adeptos  los  jóvenes  sudamericanos. 


96  orígenes  de  la  hevolución  sudamericana 

como    uno    de    los    iactoies    originales    de    la    revolución 
sudamericana. 

Esta,  era  ya  inevitable.  La  nueva  era  de  represión  que 
Carlos  IV  había  pretendido  inaugurar  contra  la  mayor 
parte  de  las  reformas  de  su  predecesor  extremó  la  amar- 
gura y  el  odio  de  los  criollos.  Con  más  severidad  que 
nunca  jierseguía  la  Inquisición  toda  veleidad  intelectual. 
De  esta  época  data  la  lamosa  declaración  pronunciada  por 
algún  harto  celoso  gobernador,  y  que,  desde  entonces, 
tanto  se  ha  reprochado  a  España  :  «  Para  nada  necesita 
saber  leer  un  americano.  Bástele  con  reverenciar  a  Dios  v  a 
su  representante,  el  rey  de  España  w.  Cada  vez  más  eran 
apartados  de  todos  los  empleos  los  indígenas,  v  el  minis- 
terio  de   las  Indias  Uesfó  hasta  nombrar  desde  Madrid  los 

o 

funcionarios,  hasta  para  los  puestos  más  ínfimos. 

A  fuerza  de  ver  llegar,  a  lo  que  consideraban  va  como 
«  patria  »  suya,  a  españoles  necesitados  e  ignorantes,  los 
criollos  se  pusieron  a  despreciar  a  aquellos  de  quienes,  en 
otro  tiempo,  envidiaban  el  nacimiento  y  la  calidad.  Pro- 
dújose  profunda  división  entre  los  indígenas  y  los  peninsu- 
lares e  isleños  —  los  canarios,  numerosos  principalmente 
en  las  colonias  septentrionales.  El  inglés  Stevenson  '  obser- 
vaba ya,  cuando  desembarcó  en  América,  hacia  1794.  «  la 
jactancia  »  con  que  renegaban  de  sus  orígenes  los  criollos 
y  se  proclamaban  «  Americanos  ».  K  este  desdén  respon- 
dían con  mayor  desdén  aún  los  Españoles.  Con  frecuencia 
les  oyó  decir  Stevenson  «  cpie  c^uerrían  más  a  sus  hijos  si 
no  hubiesen  nacido  en  América  ».  Algún  tiempo  después, 
cuando  se  hubieron  precisado  los  primeros  síntomas  de  la 
revolución,  «  solían  decir  los  americanos  que  de  buena 
gana  matarían  a  sus  hijos  si  pudieran  creer  que  hubiesen 
de  tomar  parte  en  la  insurrección  «.  Así  se  precisaba  el 
carácter  inexorable  de  la  próxima  lucha. 

En  todas  partes,  la  cohorte  de  los  Proceres  tiene  ansia 
por  lanzarse  a  la  consquista  de  su  ideal.  Para  todos,  sin 
embaríJfo,  «  la  acción  ser;í  la  hermana  del  ensueño  ».  v  sólo  a 

o 

costa  de   incansables  esfuerzos  habr;in  de  obtener  aquella 


1.  Sti-.vknson,  Bel  (Ilion  d' un  séjoiir  ele  s'in^l  années  dans  VAmérUjue 
du  Siid,  París,  1826. 


I.A    Al'IiOliA     l)H     I. A    LllíKltTAI) 


97 


indopciulencia  por  la  cual   laníos  héroes  y  tantos  niárlires 
están  prontos  a  sacriliearsc. 

El  mas  oíandc  d(!  lodos,  asi  por  el  genio  como  por  el  pres- 
tioio,  Simón  Bolívar,  no  espera,  para  presentarse  en  el  gran 
escenarlo  de  la  hisloria.  sino  el  desealahro  (|ne  al  poderío 
español  iba  a  haeei'  suirir  la  cou(|uistadoi'a  ambición  de 
Napoleón. 


CAPTIULO   III 

EL  JURAMENTO   DEL    MONTE    SACRO 

I 

Cuando  Alonso  de  Ojeda'.  acompañado  de  Améi'igo 
Vespucio'.  llegó,  en  noviembre  de  1499.  a  las  costas, 
llamadas  d/c  Maracapana,  visitadas  ya  el  í\\\o  antes  por 
Cristóbal  Colón,  halló  en  ellas  una  mísera  y  reducida 
ciudad  lacustre,  compuesta  de  algunas  chozas  asentadas 
sobre  estacas  poi'  encima  de  las  aguas  estancadas  de  lo  que 
fué  más  tarde  la  laguna  de  jMacaraibo\  Lo  probable  es 
que  íueraal  florentino  Vespucio  a  quien  primero  llamara  la 
atención  el  parecido  de  aquella  pequeña  Yenecia  tan  ines- 
perada, humilde  y  lejana,  con  la  Reina  del  Adriático.  No 
obstante,  Ojeda  dio  a  la  nueva  tierra  el  nombre,  tierna- 
mente despreciativo,  de  Venezuela  :  «  pobre  Venecia 
chica  )). 

Prosiguiendo  hacia  el  oeste  su  exploración,  que  se  anun- 
ciaba bajo  tan  poco  lirillantes  auspicios,  los  Descubridores 
no  encontraron    sino  aldeas  perdidas   en   medio   de  selvas 

L  Nació  en  Cuenca  hacia  1465,  acompañó  a  Colón  en  su  segundo 
viaje,  1493;  hizo,  en  1499  y  1501,  dos  viajes  por  las  costas  de  la 
América  del  Sur.  En  1508,  a  la  cabeza  de  una  nueva  expedición,  fundó 
San  Sebasliíin  en  el  golfo  del  Darien,  y  falleció  poco  después  en 
Santo  Domingo. 

2.  Vf.spucci  (Amérigo),  navegante  italiano  al  servicio  de  Portugal 
y  de  España.  Nació  en  Florencia  en  1454,  murió  en  Sevilla  en  1512. 
El  relato  de  parle  de  sus  viajes  fué  publicado  en  1507  en  Saint-Dié  a 
continuación  de  una  Cosmoi^rapli¡¿e  Introdiivlio  de  Martin  Wald- 
seemüUei.  quien  propuso  dar  al  nue\o  coiUinente  el  nombre  de 
América ,  pues  parece  ser  que  Ameiigo  ^'espucci  desembarcó  en  el 
continente  antes  de  Colón  mismo. 

¡5.  V.  Oviedo  y  Baños,  Historia  de  la  conquista  v  polilacióii  de 
Venezuela,  en  fol.,  Madrid,  1723,  pj).  2  y  sig. 


Kl.    .M  liAMKN'K»     DKL    MONI  K    SACliO  í»9 

riccuoiitadas  j)(»i-  (ieras,  v  cuvos  hostiles  habitantes  no 
poseían  niiiouno  chí  los  ol)jetos  de  oro  o  de  plata  en  cuva 
husea  habían  eíeeUiado  el  viaje.  El  resultado  de  éste  íué 
deplorable  :  los  eineuenta  v  eineo  aventureros  no  pudieron 
repartii'se  más  ([ue  quinientos  tincados'. 

Así,  pues,  la  eolonización  de  Venezuela  parecía  ser  tan 
ingrata  como  improductiva,  y,  sin  embargo,  en  los  cons- 
tantes eslnerzos  que  hicieron  los  soberanos  españoles  para 
establecerla  puede  verse  una  prueba  elocuente  de  las  buenas 
intenciones  que  les  animaban.  No  es,  como  por  largo  tiem- 
|)o  se  ha  dicho,  repitiendo  lo  adelantado  por  los  primeros 
historiadoies.  no  es  como  compensación  de  las  crecidas 
cantidades  que  debía  a  los  Welser,  que  Garlos  Quinto  arrend(') 
Venezuela,  en  1528,  a  aquellos  poderosos  banqueros  de 
Augsburgo.  Al  contrario,  fueron  éstos  quienes  ofrecieron 
sus  servicios  a  la  Corona ;  v  la  confianza  c|uc  se  tenía  en  la 
habilidad  de  los  mineros  de  Alemania  «  para  el  descubri- 
miento de  las  vetas  de  oro,  de  plata  y  de  otros  metales  que 
pudiei-an  hallarse  en  las  tierras  y  las  islas  »  determinó  a  la 
reina  .luana,  entonces  recente  del  reino,  a  establecer  con 

o 

I']nri<[ue  Ehinguer  y  Jerónimo  Sayler,  mandatarios  de  k)s 
^^elser.  convenios  en  virtud  de  los  cuales,  y  mediante 
ciertos  títulos  v  ventajas,  se  comprometían  éstos  a  entregar 
al  Tesoro  la  mayor  parte  de  los  beneficios  que  se  esperaba 
verles  sacar  de  la  colonia-. 

Cuando  este  privilegio  les  fué  retirado  definitivamente  en 
155G.  gobernadores  capaces,  entre  ellos  Villegas.  Pimeutel, 
Osorio,  en  los  siglos  dieciséis  y  dieciocho,  dedicaron  sus 
esfuerzos  a  hacer  que  progresara  Venezuela.  En  1728  y 
hasta  en  1785,  la  administración  de  la  Real  Compañía  Gui- 
piizcoana  consiguió,  a  pesar  de  los  excesos  y  de  las  torpezas 
de  sus  agentes,  desarrollar  en  A  ])aís  los  elementos  de  una 
prosperidad  a  la  que  dio  piecisión  el  renacimiento  borbóni- 
co. En  fin,  las  misiones  de  los  Padres  capuchinos,  fundadas 
i'ii  virtud  de  cédulas  i-eales,  desde  fines  del  siglo  diecisiete, 

1.  V.  para  este  período  de  la  Iiisloria  de  Venezuela,  la  obra  tan 
ricamente  documentada  y  tan  concienzuda  de  Iuli.s  IIumbkrt,  Les 
Origines  Vénézuéliennes,  Paris,  1905. 

1.  Carla  del  27  de  marzo  de  1528.  V.  Humuiíki,  I.' üccitpaiioii  aUe- 
mande  du  Venezuela  au  XVI''  siécte,  1905. 


loo  OUIGKXES     l)K     I, A     1!  i:\()IA  CION    SL  I)  A  MEIi  ICAN  A 

ea  los  llan(>s  do  la  (riiavaiia.  v  (jue  reunieron  hasta  25  000 
indios,  no  tuvieron,  easi  siempre,  en  vista  más  que  «  el 
bienestar  de  los  indígenas  y  la  grandeza  de  España'.  » 

Sin  enibargíK  la  penuria  de  las  explotaciones  minei'as 
hizo  que  se  descuidara  a  Venezuela  para  acudir  a  colonias 
más  ricas.  Al  mismo  tiempo  qoe  los  Ingleses  y  los  Holan- 
deses establecían.  sol)re  todo'en  la  Guavana.  un  contraban- 
do al  cual  estallan  duramente  s(»metidos  los  hal^itantes.  los 
gobernadores  alemanes  v  los  capitanes  cs|)añoles.  incitados 
por  idéntico  furor  de  enri([uecimiento.  se  entregaban  a 
abominables  crueldades  sobre  los  indios,  cuva  pacificación 
no  fué  obtenida,  y  no  del  todo,  sino  hacia  mediados  d(d 
siglo  dieciocho.  La  primera  parte  de  la  historia  de  Vene- 
zuela es  mucho  más  rica  que  la  de  las  demás  regiones  (h; 
las  Indias  Occidentales  en  exploraciones  de  loca  audacia, 
en  atrevimientos  magníficos  y  en  terribles  aventuras.  Por 
espacio  de  ciento  cincuenta  años,  las  proezas  de  los  Alfin- 
ger"",  de  los  Lope  de  Aguirre,  de  Hohermuth^.  a  quien, 
dice  Herrera^,  «  la  fiebi'e  deloro  atormentaba  de  tal  manera, 
que  se  volvió  loco  furioso  »;  Federmann"  y  de  tantos  otros, 
llenan  las  páginas  de  la  sangrienta  y  maravillosa  crónica 
de  la  Coníinista. 


1.  HuMBERT,  Les  Origines  Vénézuéliennes,  op.  cit.,  p.  3o5. 

2.  O,  según  la  Allgemeiiie  Deutsche  Biogvaphie,  Dalfingev 
(Ambrosio),  aventurero  alemán;  recibió  encargo  de  los  \\'elser  de 
Augsburgo  de  ir  a  ocupar,  con  el  titulo  de  gobernador,  la  costa  de 
Venezuela.  Salió  de  Sevilla  en  1528,  llegó  a  Coro,  y  efectuó,  en  1530 
y  1532,  expediciones  en  el  interior;  durante  la  última,  llegó  al  Magda- 
lena, y,  herido  en  un  combate  con  los  indígenas,  regresó  a  Coro, 
donde  falleció. 

3.  HoHER.MUTH  (Jorge),  (conocido  también  con  el  nombre  de  Jorge 
de  Spire,  falleció  en  1540.  Aventurero  alemán,  enviado  por  los 
Welser  para  substituir  como  gobernador  a  Juan  Alemán,  muerto  en 
1533;  salió  de  Sanlúcar  en  1534,  llegó  a  Coro  al  año  siguiente,  y  en 
seguida  se  puso  en  camino  pai'a  una  importante  expedición  en  el  sur, 
la  cual  duró  liasla  en  1538,  en  el  transcurso  de  la  cual  llegó  a  los 
afluentes  de  izquierda  del  Orinoco.  Murió  al  ii-  a  salir  paj-a  una 
nueva  expedición. 

4.  Antonio  dk  Hi.iuikr.v,  llislorid  General  de  los  ¡leclios  de  los 
castellanos  en  las  islas  y  tierra  firme  del  Mar  Océano,  4  vol.  en  f", 
Madrid,  1601-1615.  Citado  por  ITi'mbf-kt,  l.'occiipation  allemande, 
etc.,  op.  cit.,  p.  56. 

5.  Fkdiíkma.nx  (Nicolás),  aventurero  alemán  enviado  a  Venezuela  en 
1530.  Salió  el  mismo  año  para  un  viaje  a  la  cuenca  norte  del  Orinoco, 
y  regresó  a   Coro  en  1531.    Volvió  a   Augsburgo,  y,  en    1535,  estaba 


El,   .iri! AMi;.\  1(1    i)i:i.    mon  ii;    sacüo  lol 

Eslc  lal  betltMiiiann  liic  con  .rmiciicz  de  (^)iicsa(la  v 
Sebastián  de  Belalc;i/ar '.  el  lirioí^  de  la  coincidcneia.  sin 
duda  más  extraordinaria,  que  pueda  eitar  la  historia. 
Impulsado  por  el  deseo  de  apoderarse  de  RI  Dorado,  salii» 
Quesada  de  Santa  Marta,  el  ()  de  agosto  de  Iti.'^G.  con  800 
hombres  v  un  centenar  de  caballos;  en  la  misma  época, 
Belalciizar.  ([uien,  más  afortunado  que  sus  compañeros, 
había  iMectuado  rii-as  presas  en  el  Perú,  decidió  emprender 
el  deseul)rimiento  del  prestigioso  país,  y,  a  su  vez.  salió 
en  busca  suva;  Fetlei'uiann.  atravesando  los  interminables 
llanos  de  Casanare  v  la  inase([uible  barr<'ra  de  los  Andes 
orientales,  sé  encaminaba  también  hacia  la  misma  empresa. 
A  íines  de  julio  de  1538.  las  tres  partidas,  compuestas 
exactamente  del  mismo  número  de  su])ervivientes.  IGO.  un 
sacerdote  v  un  iraile.  desembocaron  del  noi'te,  del  oeste  y 
del  este,  en  el  mismo  sitio  de  la  Sabana  de  Bogotá.  Ves- 
tidos con  telas  de  algodón  tejidas  por  los  indios,  los  de 
Santa  Marta  observaban  con  extiafieza  a  los  Venezolanos 
cubiertos  de  j)ieles  de  animales,  v  a  los  Peruanos  vestidos 
de  seda,  con  casco  adornado  de  plumas.  Fué  aquél  un 
momento  de  indecible  estupor...  Los  tres  campamentos, 
establecidos  en  triángulo  en  la  llanura,  parecían  amena- 
zarse ((  como  fieras  disjniestas  a  devorarse-.  »  Por  fin  los. 
frailes  gritan  que  aquello  es  un  milagro,  y  abrazándose, 
renuncian  los  competidores  a  la  fratricida  matanza.  Quedó 
convenido,  mediante  considerable  rescate,  el  dejar  a  Que- 
sada el  gobierno  del  territorio... 

El  con([uistador  Diego  de  Losada^,  después  de  haber 
sometido  la  belicosa  tribu  de  los  Caracas,  fundó,  en  1567, 
con  (d  nombre  de  San/ir/¿io  de  León  de  Caracas,  la  ciudad 
([uc  había  de  ser  la  capital  de  \  enezuela.  Sus  comienzos, 
contrariados  |)oi'  las  hu'has  que  de  e(»ntinuo  provocaban  los 

de  nuevo  en  Venezuela,  marchando  en  seguida  para  la  expedición 
que  le  condujo  a  la  meseta  de  Santa  Fe.  Se  ignora  la  fecha  de  su 
muerte.  Ha  escrito  el  relato  de  su  primer  viaje,  el  cual  relato  fué 
impreso  en    1.577. 

1.  Bfi. Al. CAZAR  o  Benalciízar  (Sebastián),  conquistador  español,  hijo 
de  un  leñador.  Acompañó  a  los  Pizarros  en  la  conquista  del  l'ei'ú, 
tomó  posesiÓTi  de  Quito  y  sometió  Popayán.  Murió  en   15'il. 

2.  Id.,  según  Topf.  Dculsclie  Slatlliaitcr. 
•i.  Falleció  en  Tocuyo  en  1569. 


102  onÍGKNHS    |)K     l,,V    HKVOIACIÓX    SI"  DAMERICAXA 

goljcinadores  con  los  indios  del  interior,  por  los  ataqnes 
de  los  corsarios  ingleses,  v  por  la  ausencia  de  toda  vida 
económica,  fueron  muv  lentos.  En  1580.  apenas  había 
2  000  habitantes  en  Caracas;  v.  en  lOOG.  el  historiador 
Oviedo  y  Baños  le  da  a  lo  sumo  6000.  Interesados  única- 
mente por  los  recuerdos  de  las  heroicas  atrocidades  de  sus 
antepasados,  ocupados  en  distracciones  religiosas  que  la 
sombría  imaginaci(')n  de  las  cofradías  se  ingeniaba  menos 
en  variar  ([ue  en  miilliplicar.  aislados  del  mundo,  indo- 
lentes e  ignorantes,  los  caraqueños,  según  expresión  de  un 
escritor  venezolano'.  «  hacían  una  vida  que  podría  resu- 
mirse en  estas  sinijiles  palabras  :  comer,  doi'mir.  i'ezar  v 
pasear;  per<>.  añade  el  mismo  autor,  estos  cuatro  verbos 
eran  conjugados  en  todos  sus  tiempos.   » 

Al  conceder,  en  1728.  a  imitación  de  lo  ([ue  hacían  los 
Ingleses  para  sus  colonias  de.  las  Indias  Orientales,  a  un 
cuerpo  de  comerciantes  de  las  provincias  vascongadas  de 
Guipúzcoa,  el  monopolio  exclusivo  del  comercio  en  Cara- 
cas V  Cumauíi,  bajo  la  condición  de  armar  a  expensas  suvas 
un  número  suficiente  de  barcos  para  purgar  la  costa  de 
gente  sospechosa'",  Felipe  V  iba.  por  fin,  a  poner  término 
a  aquel  letargo,  favorecido,  por  cierto,  en  todo  el  país  por 
la  casi  nulidad  de  comercio  con  la  metrópoli.  Para  dar  una 
idea  de  tal  situación,  bastará  con  decir  que  la  Casa  de 
Contratación  de  Sevilla  no  menciona,  en  sus  Noticias,  la 
salida  de  ningún  barco  de  los  puertos  de  Venezuela  para 
España,  de  1700  a  1724 ^  La  creación  de  las  primeras  lac- 
torías  de  la  Compañía  de  Guipúzcoa  hería  gravemente  el 
contrallando  extranjero,  lo  cual  motivó  trastornos  popula- 
res cuvos  instigadores  fueron,  según  toda  probabilidad,  los 
Holandeses  de  Curazao ;  pero  el  gobierno  de  la  colonia, 
erigido  desde  1733  en  capitanía  general,  consiguió  no 
ol)stante  sofocarlos. 

Ya  desde  1730,  y  hasta  1740.  a  pesar  de  los  servicios  ([ue 


J.  A.  Hojas,  Leyendas  liislóricas,  rlliulo  poi-  IIumbi-rt.  op.  rit.. 
p.  iV.t. 

2.  V.  SoRAi.uGií  Y  ZunizARRi'.TA,  Ifi-itorta  de  la  Real  Compnñia 
Guipuzcoan"  de  Caracas,  Madrid,  1876.  —  Roas.  Estudios  liistóricos. 
Caracas,  1891.  —  Humhert,  ap.  cit. 

3.  KoBiiRTHoy,  fíistoire  de  I Amériqítt',  1.  TI,  lib.   Vil,  nota  X(-VI. 


i;i,    .ILIt.V.MKNTO     DKI.     MONTE    SACIKl  lOI) 

la  Compañía  hiilx)  de  prostar,  (luíanle  ese  mismo  peiiodo, 
a  l'^spana  entonces  en  <>nei'i'a  con  Inglaterra',  la  atinada 
adniinistrai'ión  de  sus  dlicetorcs  y  de  sus  agentes  modificó 
por  completo  las  condiciones  económicas  de  la  provincia  de 
Caracas  v  de  las  comarcas  circunvecinas.  Las  s(dvas  peligro- 
sas, los  pantanos,  las  áridas  sabanas  fueron  substituidos  por 
cam[)os  esmeradamente  labrados  y  regados.  En  las  haciendas 
hul)(>  sabios  cultivos.  El  calé,  el  tabaco,  el  añil,  y  sobretodo 
<d  cacao,  dieron  fructuosas  cosechas.  Casas  bien  edificadas, 
almacenes  espaciosos  substituyeron  a  las  guaridas  de  piratas 
v  a  las  cabanas  de  pescadores  de  Coro  y  de  Puerto  Cabello, 
([ue.  desde  entonces,  rivalizó  con  los  mejores  puertos  de 
Costa  Firme.  Pronto  iba  a  enorgullecerse  Caracas  con  el 
título  de  Cádiz  occidental-. 

No  obstante,  la  Compañía  se  hacía  odiosa  a  aquellos  cuva 
prosperidad  hal)ía  ella  asegurado.  Sus  representantes  se 
conducían  como  dcs|)otas.  Por  otra  parte  el  bienestar  hacía 
a  los  A  enezolanos  más  sensibles  al  opresivo  trato  de  los 
luncionarios  coloniales.  Los  tactores  de  la  Compañía  se 
nt'gal)an  a  toda  concesión.  Se  tramaron  conspiraciones.  En 
1749.  los  colonos,  a  cuvos  ojos  la  Compañía,  al  extender 
hasta  su  límite  extremo  las  prerrogativas  que  le  habían 
sido  concedidas  por  la  Corona,  personificaba  cada  vez  más 
una  dominación  execrada,  se  sublevaron  bajo  el  mando 
de  Don  Juan  Francisco  de  León,  «  teniente  de  .Justicia  » 
de  la  población  del  valle  de  Caucagua,  al  este  de  Caracas. 

Los  propietarios  v  los  campesinos,  a  cuya  cabeza  con- 
sintió ponerse  el  «  capitán  León  »,  formaron  una  tropa  de 
1)  000  homl)res.  la  cual.  «  a  son  de  tambor  y  con  banderas 
desplegadas  ».  se  puso  en  marcha  hacia  Caracas.  Los 
insurrectos,  que  cedieron  al  pronto  ante  las  promesas  del 
gobeinador.  empuñaron  de  nuevo  las  armas  al  ver  que 
lia!)ían  sido  engañados.  Entonces  recurrió  a  medidas  vió- 
lenlas (d  capitán  general  Ricardos^  pero  sólo  en  1751  fué 


1.  El  primer  director  de  la  Compañía  en  ('aracas,  Iturriaga,  dirigió 
la  defensa  de  I^a  (luayra,  cuando  fué  ésta  atacada  porta  flota  inglesa 
mandada  p(jr  Knowles.  el  ¡5  de  marzo  de  1743. 

'1.  CA'.  Uo.i AS,  Estadios  liisióiicos,  pp.  145  y  sig. 

<i.  Ricardos  í  l'"elipe).  gobernador  v  capitán  general  de  Venezuela, 
<le  1752  a  1760. 


104  OliÍGENES    DF     LA    liE\  OI.UCIÓN    SLDAMERICANA 

cuando  consi|Tuió  dominai'  la  rebelión'.  Restablecida  en 
sus  privilegios,  después  de  un  ruidoso  proceso,  la  Com- 
pañía subsistió  durante  veinticinco  años  más.  y,  a  pesar 
de  haber  perdido  la  adhesión  de  los  habitantes  de  Vene- 
zuela, no  por  esto  dejó  de  seguir  desempeñando  un  papel 
eminentemente  civilizador. 

La  institución  de  la  Compañía  Guipuzcoana  había  acre- 
cido mucho,  durante  el  largci  período  de  su  lunciona- 
mienlo.  la  importancia  del  elemento  vascongado,  cuvas 
primeras  emigraciones,  en  esta  región  del  Nuevo  Mundo, 
remontaban  a  los  primei'os  días  de  la  Conquista.  En  electo, 
numerosos  vascos  acompañaban  a  Colón  y  a  Ojeda.  Las 
cualidades  de  la  «  raza  milenaria,  falta  de  expansión  en 
sus  gargantas  de  los  Pirineos"-  »,  su  índole  aventurera,  su 
intrepidez,  su  espíritu  práctico  y  su  constancia,  se  armo- 
nizaban esencialmente  con  los  peligros  remuneradores  de 
las  nuevas  invasiones.  La  Conquista  tuvo  en  los  vascos  a 
sus  más  fieros  y  brillantes  capitanes,  al  mismo  tiempo  que 
suministraban  a  la  Colonización  sus  más  h;ibiles  agró- 
nomos. 

Les   veremos  íiffurar  también,  así  en  Chile,  en  la  Plata, 

o 

en  Méjico  y  en  el  Alto  Perú  como  en  Venezuela,  en  la  pri- 
mera fila  de  los  Proceres  de  la  Independencia,  y  a  la  raza 
de  los  «  gigantes  de  la  montaña^  »  pertenece  también 
Bolívar. 

El  primer  representante  en  América  de  la  lamilia  del 
Libertador  lleva  su  mismo  nombre  de  pila.  En  L587, 
Simón  de  Bolívar^,  señor  de  la  Re/nenteria  de  la  «  villa  » 

1.  León,  declarado  ((  rebelde  y  traidor  a  la  Corona  )>,  fué  enrarce- 
lado  -en  España,  adonde  había  sido  deportado  con  sus  dos  hijos. 
Rescató  su  pena  aceptando  más  tarde  el  servir  en  las  tropas  enviadas 
para  reprimir  la  rebelión  de  las  colonias  africanas.  León  se  distinguió 
por  su  valor,  y  murió  después  de  su  regreso  a  la  Península. 

2.  MicHF.LET,  Nutre  Fraiice. 
:í.  Id. 

'i.  O  mejor  dicho  BnJüxir  —  originariamente  Bolibarjáurregui 
(prado  del  molino),  Antonio  dk.  Trukba,  Venezuela  y  los  Vascos  (en 
la  Ilustración  Española  y  Americana,  1876,  estudio  reproducido  por 
Ro.iAs,  Orígenes  Venezolanos,  pp.  127  y  sig.  —  «  El  molino,  dice 
Humberl,  liabía  existido  realmente  en  el  alegre  prado  que  costea  el 
modesto  río  de  Ondarroa.  al  pie  del  monte  Oiz.  El  solar,  la  (c  casa 
infanzona  »  de  los  Bolibar  se  alzaba  en  el  burgo  de  este  nombre,  en 
donde   liabian  edificado  la   iglesia   de   Santo  Tomas.  Compuesto   de 


i:i.    .iriiAMKNTO    DKI.     MOMK    SACIU»  105 

(\c  IJolívar  cu  \  izcava.  cuyos  antepasados  se  habían  ilus- 
trado, en  el  siglo  once,  eii  las  luchas  contra  los  obispos 
de  Armentia,  combatiendo  con  energía  por  el  mtínteni- 
miento  de  las  libertades  del  pueblo  vasco',  llegó  a  Vene- 
zuela con  el  gobernador  Don  Diego  de  Osorio  y  Villegas, 
su  pariente-.  Las  relevantes  aptitudes  de  Simón  de  Bolívar 
le  valieron,  en  1590,  ser  enviado,  en  calidad  de  a  Procu- 
rador y  Comisionado  Regio  »,  cerca  de  Felipe  II,  y  obtener 
de  este  soberano  la  concesión  de  medidas  juzgadas  nece- 
sarias para  el  mejoramiento  moral  y  material  de  la 
colonia.  Los  primeros  historiadores  de  Venezuela  hablan 
ya  con  elogio^  de  este  antepasado,  que  compai'tiendo.  a 
su  regreso,  la  magistratura  suprema  con  Osorio,  fundó 
ciudades  y  pueblos,  distribuvó  tierras,  fomentó  la  agri- 
cultura y  el  comercio  cuanto  era  posible  en  aquellas  épocas 
trágicas.  Es  más.  Simón  de  Bolívar  pensó  hacer  de 
Caracas,  que  por  cierto  le  debió  sus  armas  v  escudo  (una 
venei-a  f[ue  sostenía  un  león  rampante  coronado,  en  la  cual 
figuraba  la  cruz  de  Santiago'),  un  centro  intelectual  capaz 
de  rivalizar  con  los  que  comenzaban  a  formarse  en  otras 
partes,  más  favorecidas,  de  las  Indias  Occidentales*'. 

Emparentados  con  las  más  nobles  casas  de  Navarra,  de 
Galicia  y  de  Andalucía  que  se  establecieron  en  ^'enezuela, 
tales  como  los  Villegas,  los  Andrade.  l(»s  Ponte,  los 
Narváez,  los  descendientes  del  «  Procurador  »  no  desme- 
recieron de  su  ilustre  origen.  Hicieron  construir  a 
expensas  suyas  el  puerto  de  La  Guayra,  los  caminos  prin- 
cipales, y  fundaron  las  hermosas  colonias  agrícolas  de  los 
valles  de  Araana  v  del  Túv.  en  donde  en  aran  número  se 
habían  reunido  las   principales  familias  vascas  de  la  capi- 

casas  dispersas  en  las  orillas  del  Ondarroa,  y  habitado  por  unas 
seiscientas  almas,  el  pueblo  actual  de  Bolíbar,  a  siete  leguas  de 
Bilbao,  forma  parte  de  la  (intci^lesia  de  (Jenarruiza,  una  de  las  ciento 
veinticinco  pequefias  repúblicas  que  constituían,  antes  de  la  abolición 
de  los  «  fueros  »,  el  Señorío  de  Vizcaya.  »  Origines  Vrncziiéliciint's, 
op.  cit..  p.  57. 

1.  Id. 

2.  Id.   V.  también  Fi.our.s   di;  Oi:ahiz,  f.ihro  primevo  de  las  Cienea- 
logías  del  Nue^-o  Reino  de  Granada.  Madrid,  l()6'i.  t.  I.  ]>.  262. 

Á.  Oviedo  y    Baños,  op.  cil. 

'i.  Hojas.  Estudios  liisíóricos.  p.   l'.iH. 

5.  HuMBriRT,  Orig.    Vcnez..  p.  G)!. 


lOG  ()iu(;enes   de   i. a   üevoución   sidameiíican a 

tañía  en  la  época  de  la  dispersión  de  la  Conipañía  guipuz- 
coana.  Desmontada  y  cultivada  bajo  su  dirección,  desde 
comienzos  del  siglo  dieciocho,  aquella  vasta  región,  que 
se  extiende  desde  el  lago  de  Valencia  hasta  orillas  del 
Portuguesa  y  del  Apure,  se  cubrió  de  las  plantaciones  y  de 
los  pastos  más  ricos  de  Venezuela.  En  1722,  Juan  de 
Bolívar  y  Villegas  puso  allí  los  cimientos  de  la  ciudad  de 
San  Luis  de  Cura'.  Varias  «  reales  cédulas  »  confirmaron 
a  sus  herederos  el  «  señorío  »  de  las  comarcas  circunve- 
cinas, en  donde  no  tardaron  en  (establecer  florecientes 
haciendas. 

El  nieto  de  Juan,  Don  Juan  Vicente,  marqués  de 
Bolívar  y  Ponte,  poseía,  a  más  del  dominio  de  (Aira,  el 
señorío  igualmente  patrimonial  de  Aroa.  También  tenía  el 
título  de  vizconde  de  Caporete.  Casado  en  1773  con  Doña 
Concepción  de  Palacios  Blanco,  dama  noble  asimismo, 
y  de  notable  hermosura",  tuvo  de  ella  cuatro  hijos^  de  los 
cuales  el  último.  Simón,  vino  al  mundo  en  Caracas,  en  la 
noche  del  24  al  25  de  julio  de  1783". 


1.  Una  memoria  redactada  con  este  motivo,  en  loor  de  Juan  de 
Bolívar  y  Villegas,  enumera  los  títulos  de  gloria,  no  sólo  del  fun- 
dador de  Cura,  sino  de  sus  antepasados  jDaternos  y  maternos, 
remontando  hasta  los  primeros  de  ellos  que  vivieron  en  Venezuela. 
Es  mencionada  por  primera  vez  por  Humbert,  Origines  Vénézue- 
liennes,  p.  34,  quien  la  consultó  en  el  Archivo  Nacional  histórico  de 
Madrid,  y  tiene  el  título  siguiente  :  fíelación  de  los  méritos  y  sers-icios 
de  D.  Juan  de  Volii'ar  Villegas,  Poblador  y  Fundador  de  la  villa 
de  S.  Luis  de  Cura,  en  la  provincia  de  Venezuela,  en  obsequio  de  Su 
Majestad,  j  los  de  su  padre  r  demás  ascendientes  por  ambas  líneas. 
Madrid,  Arch.  Nac,  legajo  848. 

2.  O'Levky.  Memorias,  t.  I,  cap.  i,  p.  3. 

3.  1°  Juan  Vicente,  nacido  en  1788  en  Caracas,  muerto  en  mar  en 
agosto  o  septiembre  de  1810  (V.  infra),  tuvo  tres  hijos  :  Juana, 
Felicia,  que  casó  con  el  General  Laurencio  Silva,  y  Fernando,  que 
falleció  sin  posteridad. 

2"  María  Antonia,  que  casó  con  Pablo  Clemente   y  Palacios. 
3°  Juana,  casada  con  Dionisio  Palacios. 

4.  Partida  de  bautismo  de  Bolívar.  «  En  la  Ciudad  Mariana  de 
Caracas,  en  30  de  Julio  de  1783  años,  el  Doctor  Don  Juan  Félix  Jeres 
y  Aristeguieta,  presbítero,  con  licencia  que  yo  el  infrascripto 
Teniente  Cura  de  esta  Santa  Yglesia  Catedral  le  concedí,  bautizó, 
puso  óleo  y  Crisma  y  dio  bendiciones  a  Simón,  José,  Antonio,  de  la 
Santísima  Trinidad,  párvulo,  que  nació  el  24  del  corriente,  hijo  legí- 
timo de  D.  Juan  Vicente  Bolívar  y  de  Doña  María  Concepción  Palacio 
y  Sojo,  natui'ales  y  vecinos  de  esta  Chindad.  Fué  su  padrino  13.  l-'eli- 
ciano   Palacio  y  Sojo  a  quien  se  advirtió  el  parentesco   espiritual  y 


KK    .UIJAMENTO     DI'.I.    MO.NIK     SACHO  107 

Asi  on  VcMirzíicIa  como  en  las  dcinas  colonias,  sentíanse 
los  Icliccs  electos  de  las  i'clornias  de  C^.arlos  III.  Era 
oíMieial  el  bienestar.  VA  comercio  prospeíaha.  Las  aduanas 
hacían  inorcsar  importantes  recursos  en  las  arcas  del 
tesoro;  habían  sido  disminuidos  los  impuestos;  el  cacao, 
(d  cale  eniiípiecíau  a  los  /lacc/idcros;  los  llanos  producían 
\io(,i()so  oanado.  exportado  por  los  colonos,  en  gran  can- 
tidad, a  las  Antillas'. 

Kl  conde  Felipe  de  Séoui-.  que  en  uno  de  los  bu([ues  de 
la  ilota  de  M.  de  Yaudreuil  ■'  i-egresaba  de  los  Estados 
Unidos,  con  dirección  hacia  Francia,  y  a  quien  los  azares 
de  la  navegación  condujeron  hacia  la  Costa  Firme  apunta, 
en  una  amenísima  página  de  sus  Memorias,  la  impresión 
(pu' conservaba  de  su  estancia  en  la  capital  de  Venezuela. 
\  de  los  valles  cercanos.  Dice  :  «  La  existencia '^  parece 
tomar  aquí,  actividades  nuevas  para  hacernos  gozar  de  las 
más  suaxcs  sensaciones  de  la  vida.  Si  no  fuera  por  los 
frailes  ¡lupiisidores,  por  los  adustos  alguaciles,  por  algunos 
tigres.  \  por  los  empleados  de  \n\  intendente  general 
ávido,  casi  habría  pensado  que  el  valle   de  Caracas  era  un 

rincón  del  paraíso  terrenal n  Con  sus  lindas  casas  claras, 

de  tejas  i'ojas.  rodeadas  de  jardines  siíímpi'e  floridos,  sus 
ruidosas    plazas,    sus    calles    estrechas    v    tran([uilas,    sus 

oljlit^aiión.  t'ara  que  conste  lo  firmo.  Fecha  ul  siipra  ».  Bachiller 
Manuel  Auluuio  l'"ajard().  (Rúbrica)  Sacado  de  los  lihios  pai-roquiales 
de  la  la  Iglesia  Metropolitana  de  Canicas,  año  178;>. 

1.  IIiMBíji.DT.  Varage  aa.r  Régions  equinoxiales.  lib.  W ,  cap.  vii, 
habla  de  unas  ¡iO  UUO  cabezas  anualmente. 

2.  Skcuk  (Louis-Philippe,  conde  de),  nació  y  falleció  en  t^arís, 
i T.")!!- 1830).  Voluntario  en  la  expedición  mandada  por  Rochambeau. 
y  enviada  en  socorro  de  los  Norleamericanos,  embajador  en  San 
l'elei-sburgo,  Roma  y  Rei'lin,  gran  maestro  de  ceremonias  en  la  corte 
imperial,  eU*.  Él  mismo  ha  resumido,  en  un  pasaje  de  sus  Memorias 
los  distintos  puestos  que  ocupó  durante  su  aventurera  vida.  «  El 
azar  ha  querido  que  fuese,  sucesivamente  ;  coronel,  olicial  general, 
viajero,  navegante,  cortesano,  hijo  de  ministro,  embajador,  nego- 
ciador, prisionero,  cultivador,  soldado,  elector,  poeta,  autor  dramá- 
tico, colaborador  de  periódicos,  publicista,  historiador,  diputado, 
consejero  de  Estado,  senador,  académico,  y  par  de  Francia  n. 

:5.  Vaudreuii-  ( Louis-Fhilippe  Rigaud,  marqués  de),  marino  francés; 
nació  en  1725.  falleció  en  1802.  Jefe  de  escuadi-a  en  1777,  lomó  gran 
parte  en  las  campañas  navales  de  la  guerra  de  la  Independencia 
americana.  Diputado  en  los  Estados  Generales  (Francia)  en  178',». 

4.  StciUH.  Mémoires  el  soas-enirs  oit  anecdotes.  París,  1827,  t.  I, 
p.  'i46. 


103  OliíCEXES    DI-:     LA     l!i:\  OI.l  ClÚX     SIDAMEHICAXA 

iglesias  y  sus  puentes,  muellemente  tendida  sobre  las 
suavizadas  pendientes  del  monte  Avila  euyas  grisáceas 
cumbres  se  pierden  en  las  Jiubes,  Caracas  ofrecía  segura- 
mente a  la  vista  un  panorama  lleno  de  frescura  v  de  gracia. 
La  ciudad  parecía  formar  parte  del  campo,  en  donde  las 
límpidas  aguas  del  duaiie  coiren  entre  céspedes  a  los 
pi(\s  de  copudos  árboles  vibrantes  de  cantos  de  pájaros. 
Era  entonces,  después  de  México  v  Lima,  la  tercei'a,  como 
importancia,  de  las  capitales  de  Sudamérica.  y  su  población 
ascendía  acerca  de  45()U0  almas'. 

Xo  obstante,  las  familias  de  alia  alcurnia,  como  la  familia 
Bolívar,  cuya  lortuna  estaba  constituida  sobre  todo  por 
bienes  raíces,  preferían,  a  la  existencia,  a  pesar  de  todo 
algo  monótona  v  sin  vida,  de  Caracas,  la  existencia  más 
amplia  y  señoril  de  su  dominios. 

Consistía  ésta  :  durante  el  día.  en  detenidas  visitas  por 
los  cultivos,  en  compañía  de  los  administradores,  alter- 
nando con  las  cacerías  los  paseos  a  caballo,  o  las  giras 
campestres.  Al  ano(diecer,  después  de  tocar  la  campana  la 
oración,  comenzaba,  bajo  la  galería  de  la  imponente 
morada  central,  el  largo  desfile  de  los  esclavos  que  acudían 
a  solicitar  del  amo  que  autorizara  un  casamiento,  que 
aceptara  el  padrinazgo  de  un  recién  nacido,  que  curara  a 
un  enfermo,  que  zanjara  una  contienda.  Tratados  con 
dulzura,  aquellos  bombres  querían  a  su  señor,  a  su  amo, 
como  decían  ellos  con  intención  de  afectuoso  agradeci- 
miento. En  San  Mateo,  en  Cura,  haciendas  de  la  lamilla 
Bolívar,  llevaban  filialmente,  según  la  moda  de  entonces, 
el  nombre  patronímico  de  Don  Juan  Vicente,  quien,  cual 
reyezuelo  patriarcal,  reinaba  sobre  aquel  sumiso  pueble- 
cito-. 

A  veces,  después  de  la  cena,  la  familia  se  sentaba  en  un 
lado  del  vasto  patio,  sin  más  techo  ([ue  el  cielo,  atenta  a 
las  historias  o  leyendas  que  contaba  algún  viejo  negro. 
Casi    siempre   se   trataba   de    las    inagotables    hazañas    del 

\.  V.  Di;  PoNs,  Voyago  ¿t  la  pdvtie  oiienlale  de  la  7'erre-Fernie  de 
PAmérique  Méridionalf,  conleiuint  la  dcscripiiojí  de  la  Capilai/ieiie 
Genérale  de  Caracas.  3  vol.,  ¡11-8»,    París.  18(»().  1.  1. 

2.  V.  Briceíño,  Caracas,  en  ul  Papel  Periódico  /lustrado  de  liogotá, 
ano  III.  j).  74. 


KI,     jriiA.MKN  I O     DKl.     MO.NIl-;     SACliO  109 

Tiniiio  Aiiitiri  ('  \  liniii'H  legendaria  (le  los  [niiiicros  lieinpos 
(le  la  (loiujiiisla.  cuya  alma,  inaiichada  tic  hoiTÍbles  inal- 
datles.  v  ahoi'a,  luceclta  azotada  por  el  viento  de  la  noche, 
anarecc  en  lornia  de  liieo()s  latuos  en  las  llanuras  de 
l3arquisini(íto  v  ile  la  costa  de  IJiirhurata.  o,  a  veces  aún, 
sohrc  el  d  Samán  »,  especie  de  cetlro  colosal  v  centenario, 
oroullo  de  la  selva  vecina,  v  cuya  cumiare,  <[ue  se  veía 
desde  la  casa  misma  de  Bolívar,  despedía  a  veces  tenues 
resplandores  Ibslorescentes -.  Bajo  las  miradas  sonrientes 
de  los  padres,  a  quienes  divertían  atjuellos  relatos,  la 
neo-ra  Matea,  encargada  de  tener  en  brazos  al  (iniilo 
Si/iió/f\  sentada  en  la  primera  fila  del  auditorio,  se  exta- 
siaba al  oír  todo  a([uello,  en  tanto  que  el  niño,  alelado, 
fijaba  sus  nrandes  ojos  negros  sobre  el  narrador. 

1.  El  «  tirano  Aguirre  »,  originaiio  de  Oñate  en  la  provincia  de 
Guipúzcoa,  cuyas  aventuras  habían  quedado,  hasta  estos  últimos 
años,  en  el  dominio  de  la  leyenda,  ha  sido  estudiado  por  Rojas 
[L'.stiidios  históricos,  1891),  y,  sobre  todo  por  Humbert  [Origines 
VL'iiézueliennps,  1905,  pp.  08  a  50).  Las  pacientes  investigaciones  de 
nuestro  compatriota  han  dado  publicidad  a  un  manuscrito  de  la 
Biblioteca  Nacional  de  Madrid  (¡SIss.  I,  136),  que  precisa  los  puntos 
de  la  vida  de  Aguirre  que  habían  quedado  en  la  obscuridad,  k  b^eo, 
flaco,  cojo  y  manco  »,  López  de  Aguirre,  que  desembarcó  hacia  1550 
on  las  Indias  Occidentales,  recibió  encargo,  en  1557,  al  mismo 
tiempo  que  Pedro  de  Ursúa,  del  virrey  del  Perú,  marqués  de  Cañete, 
de  conquistar  el  reino  de  los  Omaguas,  que  se  suponía  entre  el 
Amazonas  y  el  Orinoco,  en  la  Guayana  venezolana,  y  en  el  que 
situaban  El  Dorado  los  peruanos.  Aguirre  se  rebeló  durante  el  viaje, 
asesinó  a  su  compañero,  se  declaró  él  mismo  u  traidor  hasta  la 
muerte  ».  Durante  cuatro  años,  a  la  cabeza  de  una  banda  de  forajidos, 
a  quienes  incitaba  a  «  robar,  matar  y  a  hacerse  moros,  gentiles  o 
judíos,  con  tal  que  quedaran  sometidos  a  él  »,  sembró  el  terror  en 
todo  Venezuela.  Su  estancia  en  la  isla  Margarita  fué  señalada  por 
crímenes  atroces.  Mató  al  gobernador,  a  su  mujer,  a  sus  hijos, 
saqueo  todas  las  ciudades,  y  exterminó  a  la  mayoría  de  sus  habi- 
tantes. Los  c(  Pobladores  »  Guevara  y  Paredes  tuvieron  que  movilizar 
todas  las  tropas  disponibles  de  la  región  de  Barquisimeto  para 
apoderarse  del  <^  traidor  ».  Le  cercaron  en  una  casa  de  dicho  pueblo 
el  27  de  octubre  de  1561.  Aguirre  mató  a  su  propia  hija,  «  que  había 
sitio  testigo  de  todos  sus  crímenes  y  el  consuelo  de  Ititlas  sus  penas  », 
se  negó  a  enliegarse,  y  fué  asesinado  poi"  sus  soldados,  que  temían 
verse  vendidos  por  su  antiguo  jefe.  Sus  restos  fueron  conducidos  a 
las  ciudades  de  Venezuela  y  desparramados  por  los  caminos  públicos. 

2.  AMtNÁTr(;ii,  Vida  de  D.  Andrés  Jiello,  Santiago  de  Chile,  1882, 
¡n-8'\  p.  22, 

o.  V.  Papel  Periódico,  etc.,  1.  III.  p.  74.  Aotas  de  Briceño,  tjuien, 
en  188o,  vio  a  acfuella  antigua  esclava,  tjue  entonces  tenía  110  años, 
y  habló  con  ella.  .Matea  Bolívar  no  falleció  hasta  en  1886,  y  sus 
exequias  fueron  celebradas  a  expensas  del   municipio  de  Caracas. 


110  OliÍGEMiS     DE     I.A    HKVOLICIÓN     SI  DAMEIUCANA 

II 

Después  del  l'alleciiiiiento  de  su  marido,  que  sohrevluo 
en  1786,  Dona  Concepción  de  Bolívar  no  volvió  casi  a  sus 
haciendas  sino  en  los  meses  de  verano.  Retenida  en  Caracas 
por  la  mala  salud  de  su  padre,  que  tenía  ya  mucha  edad,  habi- 
taba, el  resto  del  año.  la  casa  solariega  de  la  plaza  de  San 
Jacinto  \  de  fachada  clara  y  sencilla,  semejante  a  la  mavor 
parte  de  las  construcciones  de  los  tiempos  coloniales  ;  paredes 
espesas,  altas  ventanas  con  reja,  y  adornadas  por  sencilla 
moldura.  Por  encima  de  la  pesada  puerta  claveteada  de  cobre, 
que  se  abría  sobre  un  zaguán  con  piso  de  mosaicos  de  i'orma 
de  tabas,  ostentábase,  rodeado  de  lambrequines,  el  escudo 
«  en  campo  azul,  una  torre  blanca  con  guirnalda  de  cinco 
almenas  y  tres  gradas  al  pie,  sostenida  por  dos  leones  de  oro 
empinantes  á  la  torre,  con  el  un  pie  en  la  primera  grada  », 
que  son  las  armas  de  la  familia  Bolívar". 

Esta  silenciosa  inorada  no  se  animaba,  como  todas  sus 
semejantes,  sino  con  motivo  délas  fiestas  del  Jueves  Santo, 
del  Corpus  Cristi,  de  Santiago,  que  desencadenaban  en 
Caracas  un  verdadero  vértigo  ^  Las  calles,  tranquilas  habi- 
tualmente,  se  cubrían  de  llores;  se  abrían  las  ventanas, 
aderezábanse  las  señoras  de  pies  a  cabeza,  ostentando 
las  más  ricas  joyas  para  ver  pasai'  al  Santísimo,  llevado 
bajo  magnífico  palio  a  la  cabeza  de  la  procesión,  seguida 
por  los  milicianos  con  traje  de  gala,  las  corporaciones  de 
la  ciudad,  y  la  mayoría  de  la  población  \  La  venta  de  la 
«  bula  de  la  Santa  Cruzada^'  »,  el  día  de  San  Juan,  y, 
también,  el  nacimiento  o  el  cumpleaños  de  los  reyes  y  de 
los   infantes    de    España,    los    besamanos    de    la    capitanía 

1.  Miis  tarde,  a  plaza  de  El  Yenezulaiio  ».  Hoy  dia,  callo  Sud  1.  El 
ten-emolo  de  1812  hizo  desmoronarse  el  piso  superior  de  la  casa, 
que  fué  reparada  después,  y  que  sigue  en  pie. 

2.  Flórkz  de  Ocákiz,  op.  cil  .  p.  262. 

3.  HuMBERT,  üj'ig.  Vénóz.,  op.  cit.,  p.  158. 

4.  V.  Rojas,  Leyendas  históricas,  II,  passini. 

5.  Bula  concedida  por  el  Papa,  en  la  época  de  las  Cruzadas,  a  los 
que  iban  a  Tierra  Santa,  extendida  luego  a  los  que  combatían  contra 
los  Moros,  y  a  los  Adelantados,  que  se  dedicaban  a  la  civilización  de 
los  «  gentiles  »  en  las  Indias  Occidentales.  La  bula  constituía  un 
gran  comercio  en  el  Nuevo  Mundo. 


EL    .ILltAMKM O     DKI.     MONIK    SACIiO  111 

ocneral,    eran    también   motivo   de    ccieinoiiias  tl('S{)U(''S   de 
las  cuales  hal)ía  roo-ocijos  populares. 

Los  criollos  aprovechaban  aquellos  días  de  (iesla  para 
visitarse  ceremoniosamente.  Entonces  hacía  abrir  doña 
(Concepción  los  «  salones  de  <^ala  j).  vastas  piezas  ador- 
nadas de  hermosos  tapic(>s.  cortinones,  col<^a<hiras,  amue- 
bladas de  sillas  y  solaes  con  asiento  de  cuero,  y  pesadas 
mesas  con  pies  dorados.  Una  hilera  de  altas  butacas  lla- 
madas los  a  asientos  de  honor  »,  daba  cara  a  la  «  cama  de 
adorno  »,  de  madera  esculpida,  recargada  de  dorados  y 
cubierta  de  una  colcha  enriquecida  de  l)ordados  y  encajes  ^ 
En  una  de  las  piezas  abiertas  en  los  dos  extremos  del 
salón,  los  hombres,  que  a  de  Segur  le  habían  parecido 
(c  demasiado  graves  v  taciturnos  »,  jugaban  al  tresillo;  en 
cambio,  las  señoras  «  tan  notables  por  la  belleza  de  sus 
facciones,  por  la  riqueza  de  sus  tocados,  por  la  elegancia 
de  sus  modales  como  por  la  viveza  de  una  coquetería  que 
sabía  muv  bien  hermanar  la  alearía  con  la  decencia^  », 
ejecutaban  trozos  de  canto. 

Un  tío  de  D''  Concepción,  el  Padre  Sojo.  había  sido  el 
introductor  de  la  música  clásica  en  Venezuela,  y  la  lectura 
de  las  partituras  de  ^íozart.  de  Pleyel  y  de  Haydn,  que 
acababan  de  enviarle  los  dos  naturalistas  alemanes  Bred- 
meyer  y  Schultz,  con  quienes  había  estado  en  excelentes 
relaciones  en  el  trancurso  del  reciente  viaje  de  éstos  a 
Venezuela  ^  formaban  el  atractivo  principal  de  aquellas 
reuniones.  Los  convidados  eran  personas  escogidas  y  dis 
tinguidas  :  Don  Francisco  Carlos  y  Don  Feliciano  Palacios, 
tíos  maternos  de  Bolívar;  Bartolomé  Blandin.  hijo  de  un 
francés^,  muy  aficionado  a  música,  discípulo  del  Padre 
Sojo,  como  también  sus  hermanas  :  María  de  Jesús  y 
Manuela,  «  quienes,  a  sus  viitudes  domésticas,  unían  una 
educación   superior'^    »  ;  José  Miguel   Sauz  %  jurisconsulto 

1.  V.  DF.  PoNs.  V'orage,  etc.,  op.  cit.,  III.  pp.  63  y  sig. 

2.  Segur,  Mémoires,  etc.,  np.  loe.  cii. 

'i.  Rojas,  Ley.  hist.  I,  p.  17).  —  V.  también  Plaza,  Ensayo  sohre  el 
arta  en  Venezuela,  in-4'\  ISS.'í,  p.  9."). 

'«.  Picrre  Blandin;  lle^i^ó  a  Caracas  en  1740.  y,  al  año  siguiente, 
fundó  allí  la  primera  farmacia. 

5.  Rojas.  Ley.  hist..  I,  p.  15. 

6.  Sanz   (José   Miguel),    nació   en    Valencia    (Venezuela),    en   1754. 


112  ORÍGENES    DE    LA    liEVOLUCIUN    SUDAMERICANA 

de  talento;  los  hermanos  Ustáritz,  cuya  casa  era  una  especie 
de  Academia  literaria  particular;  el  li'sico  Ralael  de  Esca- 
lona; el  caballero  de  Aristeguieta  y  sus  hijas,  una  de  las 
cuales,  Ermenejilda,  dice  también  de  Segur.  «  parecía  el 
vivo  retrato  de  la  condesa  Jules  de  Polignac  '.   » 

Sinioncito,  como  le  llamaban  entonces,  era  festejado, 
mimado  por  todos.  Las  travesuras,  la  gracia,  las  reflexiones 
de  niño  despierto  y  precoz  que  fué  en  edad  muy  temprana, 
su  voluntad  ya  muy  acusada  hacían  de  él  un  personaje  en 
miniatura  al  que  daban  importancia,  y  el  niño  sabía  sacar 
partido  de  tantos  halagos.  Cuando  cumplió  siete  años,  el 
obispo  de  Caracas,  según  la  costumbie  colonial,  le  admi- 
nistró la  confirmación,  y.  muchos  años  después,  hablaba  el 
Libertador  de  los  innumerables  regalos  que  recibió  aquel 
día. 

Aquellos  continuos  mimos  no  tardaron  en  hacer  que 
resultara  incorregible  Simoncito.  Mostrábase  entusiasta, 
loaoso.  indómito,  se  enlurecía  con  facilidad,  sin  hacer  caso 
tle  las  reprensiones.  No  obedecía  a  casi  nadie  más  que  a 
Don  Miguel  Sauz,  a  ([uien  la  Audiencia  de  Santo  Domingo, 
en  cuva  jurisdicción  especial  se  hallaba  la  capital  venezo- 
lana, había  noml)rado  administrador  (id  litem  de  un  mayo- 
razgo legado  al  hijo  menor  de  Don  Juan  Vicente  por  su 
pariente  Don  José  Félix  Aristeguieta. 

l^ropuso  Sanz  a  Doña  Concepción  llevarse  al  niño  por 
algún  tiempo,  y  la  buena  señora,  que  no  conseguía  hacer 
carrera  del  terrible  Simoncito,  consintió  gustosa.  Pasó  el 
niño  cerca  de  dos  años  en  la  casa  de  los  Sanz  ",  compar- 

Jurisconsullo,  escriluí'  de  tálenlo  y  orador  notable,  fué  uno  de  los 
que  firmaron  el  Acia  de  Independencia  de  Venezuela.  Perseguido 
cuando  capituló  el  general  Miranda,  estuvo  preso  en  La  Guayra  y 
en  Puerto  Cabello.  Recibió  encargo  de  Bolívar,  al  mismo  tiempo  que 
Francisco  Javier  Ustanlz,  de  redactar  el  proyecto  de  Constitución 
de  IHi;!.  Después  del  desastre  de  la  Puerta,  tuvo  Sanz  que  emigrar  a 
la  isla  Margarita,  y,  en  el  transcurso  del  viaje,  perdió  los  manus- 
critos de  una  importante  Historia  de  Venezuela,  casi  terminada.  En 
1814  se  reunió  con  el  general  Rivas,  y  pereció  en  el  combale  de 
Úrica,  el  5  de  diciembre  de  aquel  mismo  año.  Sanz  ejerció,  de  1786  a 
1788,  las  funciones  de  administrador  ad  litem  del  mayorazgo  de 
Bolívar. 

i.  SiíGiu,  ñ/éiiioil  e.s,  (ij).  loe.  cit. 

'2.  Todavía  existe  en  (^aiacas.  en  la  Calle  Sud  5.  n"  '.),  la  casa  de 
I  .   M.   Sanz. 


i;i.    .11  liVMKNTO     DEI-    >r()NTE    SACHO  113 

tiendo  el  tiempo  entre  las  vagas  lecciones  que  le  daba  un 
capuchino,  el  Padre  Andújar  ',  y  paseos  con  su  tutor  por  los 
alrededores  de  la  ciudad.  El  grave  D.  Miguel  aprovechaba 
a([aellos  paseos  para  ilustrar  a  su  pupilo,  quien  de  conti- 
nuo le  hacía  preguntas  y  que  tenía  mucha  retentiva.  Con 
frecuencia  salían  a  caballo;  montaba  Sanz  un  soberbio 
alazán  que  Simón,  instalado  prudentemente  sobre  un  borri- 
(piillo  negro,  miraba  con  envidia.  Un  día  en  que  el  niño 
excitaba  a  su  harto  sosegada  montura,  empeñado  en  dejar 
atrás  al  hermoso  caballo  de  su  compañero,  le  dijo  éste  : 
«  No  hay  ([ue  agitarse  de  esa  manera,  Simón.  Usted  no 
será  jamás  hombre  de  a  caballo...  —  ¿Q"t'  <{uiere  decir 
hombre  de  a  caballo?  )■>  preguntó  en  el  acto  el  rapaz.  Y,  va 
(jue  D.  Miguel  le  hubo  dicho  que,  el  hombre  de  a  caballo  es 
aquel  que  sabe  montar  y  manejar  bien  un  caballo,  replicó 
el  niño  con  su  acostumbrada  viveza  :  «  ¿Y,  cómo  podré  vo 
ser  hombre  de  a  caballo  montando  en  un  burro  que  no 
sirve  para  cargar  leña-?  n 

Pero,    va    iba    creciendo    Simón,    v    había    lleofado    el 

o 

momento  de  pensar  en  su  educación.  A  pesar  de  que  la 
enseñanza  superior  estaba,  en  aquella  época,  bastante  ade- 
lantada en  los  colegios  y  en  las  universidades  de  Sudamé- 
rica,  siendo  hasta  notable  en  ciertas  capitales,  la  instruc- 
ción primaria  estaba,  en  general,  muy  descuidada.  Los 
jóvenes  criollos  aprendían  a  leer  en  su  familia;  un  fraile, 
las  más  veces,  les  inculcaba  rudimentos  bastante  ineptos  de 
historia  sagrada,  de  gramática,  y,  si  acaso,  de  aritmética, 
con  lo  cual  quedaban  preparados  para  entrar  en  el  colegio, 
v  sólo  entonces  comenzaban  a  recibir  lecciones  más  útiles 
y  mejor  concertadas.  La  universidad  de  Caracas,  única  por 
cierto  que  existía  en  Venezuela,  estaba  menos  adelantada 
que  las  de  las  demás  grandes  ciudades  coloniales^  El  fondo 

1.  Algunos  años  m;ís  (arde,  en  1800.  el  P.  Andújar  acompañó  a 
Huniboldt  y  a  Bonpland  en  la  expedición  que  efectuaron  éslos  de 
Caracas  a  Barinas.  a  la  Sierra  de  Mérida  y  a  Angostura  de  Guyana, 
después  de  haber  bajado  el  Orinoco.  Y.  Le  tires  América  ¿nes 
d'Alexandre  de  Huniholdi,  par  H.\^my.  Caita  al  barón  de  Forcll,  de 
Caracas,  3  de  febrero  de  IHOO,  p.  66. 

2.  Rojas,  f.erendas  históricas,  II,  p.  255.  Esta  anécdota  le  fué 
contada  a  Rojas  por  los  pi-opios  hijos  de  J.  M.  Sanz. 

3.  Y.  García  del  Río,  /.a  Instrucción  en  la  América  colonial  a 
principios  del  siglo  A'LV.  Caracas,   1886. 


ll't  ORIGEXES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

de  SU  enseñanza  se  reducía  al  latín,  porque  era  necesario 
para  el  estado  eclesiástico,  a  la  jurisprudencia  civil  y  canó- 
nica enseñada  según  métodos  tan  huecos  como  intolerantes, 
y,  en  fin.  a  una  medicina  en  la  que  casi  todo  era  teoría'. 
Razón  por  la  cual  los  padres  acíunodados  solían  enviar  a 
sus  hijos  a  México,  a  Santa  Fe.  v.  sobre  todo,   a  Europa. 

Tal  había  sido  el  proyecto  de  1).  .luán  Vicente  para  sus 
hijos;  pero  la  madre,  y,  sobre  todo,  el  abuelo  ele  Simón, 
antiguo  aristócrata  de  ideas  medioevales,  distaban  mucho 
de  adherirse  a  tales  planes.  Les  repugnaba  también  el  sepa- 
rarse de  un  hijo  tan  (|uerido;y,  desde  que  le  vieron  adelan- 
tar en  edad,  se  preocuparon  por  encontrarle  un  preceptor  en 
Caracas.  Andrés  Bello",  de  poca  más  edad  que  Simón 
Bolívar,  le  fué  dado  a  éste,  mientras  tanto,  como  profesor. 
Bello  era,  en  efecto,  un  verdadero  pequeño  sabio.  Sus  éxitos 
escolares,  dice  uno  de  sus  bi(')grafos^  le  habían  valido  tal 
reputación  en  toda  la  ciudad,  que  las  familias  le  pedían  que 
diera  instrucción  a  sus  hijos.  Enseñó  a  Bolívar,  cuya  inte- 
ligencia ya  notable  rescataba  los  defectos  del  mal  colegial 
c|ue  seguía  siendo,  un  poco  de  geografía  v  de  aritmética. 
Mientras  tanto,  Andújar.  a  quien,  a  falta  de  alguien  mejor, 
había  sido  agregado  el  P.  Negrete.  capuchino,  le  enseñaba 
gramática,  y  un  amigo  de  la  familia.  Guillermo  Pelgrón  ^, 
le  daba  las  primeras  lecciones  de  latín. 

Un  joven  caraqueño,  cuya  palabra  elegante  y  fácil,  cuya 

1.  HiMBF.RT,  Orig.   Vénéz.,  op.  cit.,  p.  184. 

2.  Bello  (Andrés).  Nació  en  Caracas,  el  30  de  noviembre  de  1780; 
falleció  en  Santiago  de  Chile  el  15  de  octubre  de  1865.  Uno  de  los 
sabios  y  literatos  más  notables  de  la  América  española.  Empleado 
en  la  Capitanía  general  de  Vencz.uela,  en  1808,  formó  parte,  en  18J0, 
de  la  Delegación  venezolana  a  Londres  (V.  infra,  lib.  III,  cap.  iii,  §5). 
En  1822,  entró  al  servicio  de  la  República  de  Chile,  fué  secretario 
de  la  legación  chilena  en  Londres  1 1822-182'»).  Senador,  director  del 
ministerio  de  relaciones  exteriores,  y,  después,  rector  de  la  univer- 
sidad de  Santiago,  desde  1843  hasta  su  muerte.  La  Academia 
Española  le  nombró,  en  1851,  miembro  honorario.  Bello  ha  dejado 
numerosísimos  escritos.  Sus  poemas  cuentan  entre  las  más  hermosas 
producciones  de  la  lengua  española.  Redactó  el  Código  ci\'il  chileno, 
y  publicó  muchas  obras,  entre  las  cuales  hay  que  citar  :  Lecciones 
ds  Ontología  r  métrica  (1835).  Principios  de  Derecho  Internacional 
(1844),  y  Gramática  de  la  lengua  castellana  (1847). 

3.  Amunátegli,   Vida  de  D.  Andrés  Helio,  op.   cit.,  p.  26. 

4.  Pelgrón  (Guillermo)  fué  uno  de  los  actores  principales  de  la 
jornada  del  19  de  abril  de  1810,  en  Caracas.  Cf.  lib.  II,  cap.  ii,  !>  3. 


Kl.     H   IIAMKMO     I»K1,    -M(»NTE    SACHO  115 

erudición,  y,  sobre  todo,  cuyas  teorías  políticas  fijaban, 
desde  hacía  algunas  semanas,  la  atención  de  los  familiares 
de  la  «  academia  »  de  los  Ustaritz  :  Simón  Rodríouez, 
acababa  de  llegar  muy  opoi-tunamente.  de  un  largo  viaje  al 
extranjero,  paia  sacar  de  apuros  a  la  familia  de  Bolívar, 
Seduc-ido  lambién  Ü.  Miguel  Sanz  por  las  cualidades  de 
aipiel  joven,  dio  su  consentimiento,  y  d(»sde  aqu<d  momento 
y  para  largo  tiempo.  tuv<t  el  joven  Bolívar  un  maestro  v  un 


amigo 


Siiinular  liiiura.  la  de  SiuKui  Rodríouez'.  1^1  único 
retrato  íiue  de  él  conocemos  lo  muestra  va  de  edad  v  aleo 
encorvado,  pero  conseivando  aún,  en  la  mirada  recta  bajo 
las  gafas,  totla  la  viveza  sana  de  esos  ojos  obscuros  que  se 
v(>u  rn  los  pasteles  de  La  Tour;  labios  delgados,  nariz 
laiga  V  descarnada;  barbilla  pronunciada  y  cuadrada:  el 
conjunto  tiene  cieito  aire  de  Francia,  y,  a  no  ser  por  la 
dcplorabb;  factura  del  retrato  en  cuestión,  compensada, 
tlice  la  tradición,  por  el  gran  parecido  con  el  modelo, 
darían  ganas  de  creer  que  ha  sido  tomado  de  alguna  gale- 
lía  de  los  filósofos  franceses  del  sifflo  dieciocho-. 

o 

Nacido  hacia  1771.  de  Don  Cavetano  Carreño  y  de  Doña 
Rosalía  Rodríguez,  y  quedado  huérfano  en  edad  temprana, 
tal  disputa  tuvo,  a  los  catorce  años,  con  su  hermano 
mayor  \  que.  para  no  tener,  en  lo  sucesivo,  nada  de  común 
con  ('1.  tomó  (d  nombre  de  su  madre,  sentó  plaza  de  gru- 
mete en  un  navio  que  estaba  a  punto  de  hacerse  a  la  vela, 
y  llegó  a  Europa,  viviendo,  sucesivamente,  en  España. 
Alemania,  v  Francia. 

Extraña  en  verdad  debió  de  ser  la  odisea  de  aquel  ado- 

1.  Amunátigci,  Bioí^rafía  ele  Simún  Rodríguez,  Santiago  de  Ctiile, 
1876.  Libro  de  el  Centenario.  Bogot.í,  188'i.  p.  73.  —  O'Learv,  Memo- 
rias, cap  I  V  Correspondencia,  etc.,  t.  I,  pp.  .350  y  sig-.,  y  t.  IV, 
p.  :!02:  1.  IX,  p.  511:  t.  XXIX,  p.  ü'il;  t.  XXX.  p.'lOB.  —  .1.  Gil 
FoRTOi  L.  Prefacio  para  la  obra  de  Schryver.  Esquisse  de  la  vie  de 
Boüvar.  Bruselas,  1899.  —  Ro.tas.  Leyendas  históricas,  t.  II,  pp.  262 
y  sig.  —  Ei.oY  G.  (ioNzÁi.Ez.  Al  Margen  de  la  Epopeva.  p.  25.  — 
MiTHt,  Llistoria  de  San  Martin,  t.  III,  cap.  XXXVI,  etc. 

2.  Kn  el  Museo  Nacional  de  Bogóla  m"  161  del  Catalogo).  Es, 
probablcmenle,  de  1823. 

•{.  Cayetano  Carreño  nació  en  Caracas,  el  7  de  agosto  de  1766. 
Discípulo  del  P.  Sojo,  uno  de  los  mejores  músicos  de  N'enezuela.  Es, 
sobre  lodo,  aulor  de  un  oratorio  :  La  Oración  del  Huerto,  de  elevada 
inspiíacion  y  de  irreprochable  técnica. 


116  OlUGENES    I)K    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMEIUCANA 

lesceiite  recorriendo  a  pie  los  caminos  del  antiguo  mundo, 
y  es  de  lamentar  que  sólo  vagas  alusiones  haya  dedicado 
a  aquella  época,  en  las  pocas  cartas  que  de  él  se  conocen. 
Por  cierto  que  hubo  de  renovar,  y  más  de  una  vez,  aquella 
odisea,  dando,  de  su  temperamento  inquieto  que  le  movió 
a  repetidos  viajes,  esta  ingeniosa  excusa  :  «  Yo  no  quiero 
parecerme  a  los  árboles,  ([ue  echan  raíces  en  un  lugar,  sino 
al  viento,  al  agua,  al  sol,  y  a  todas  esas  cosas  que  marchan 
sin  cesar'  )).  No  obstante,  en  1790  volvió  a  su  ciudad  natal 
para  recoger  un  modesto  patrimonio,  y  allí  se  casó  con 
Doña  María  Ronco,  de  quieii  tuvo,  cinco  y  seis  años  más 
tarde,  dos  hijos,  a  quienes,  por  su  afición  a  la  Revolución 
francesa  V  ateniéndose  al  calendario  de  Fabre  d'Efílantine, 
puso,  resueltamente,  nombres  de  legumbres^. 

Entre  tanto,  y  desde  su  llegada  a  Caracas,  Rodríguez 
había  buscado  lecciones  que  le  ayudaran  a  vivir,  y,  al 
mismo  tiempo,  le  permitieran  dedicarse  a  la  pedagogía, 
objeto  de  su  inclinación  favorita.  La  lectura  del  Etnile  le 
había  revelado  su  vocación.  En  espera  de  que  algún  feliz 
acontecimiento  le  permitiera  experimentar  por  sí  mismo 
los  métodos  de  Rousseau,  trataba  de  popularizarlos,  v 
estaba  escribiendo  una  importante  memoria  que,  poco 
después,  presentó  él  a  la  municipalidad  de  Caracas,  con 
este  título  :  Reflexiones  sobre  los  defectos  que  cicúin  la 
escuela  de  primeras  letras  de  Caracas  y  medio  de  lograr  su 
reforma  por  un  nuevo  establecimiento^ . 

Si  bien  el  influjo  de  Rousseau  sobre  la  juventud  que 
llevó  a  cabo  la  influencia  sudamericana  fué  tan  efectivo  y 
duradero  como  el  que  ejerció  sobre  los  hombres  de  la 
Revolución  francesa,  en  ninguno  de  los  discípulos  del 
prodigioso  ginebrino  se  nota  más  singularmente  —  y  más 


1.  Ro.)As.  Ley.  hist.,  op.  cit.,  p.  265. 

2.  Plaza,  Historia  del  Arte,  etc.,  al  citar  este  rasgo,  no  explica  su 
origen,  atribuyéndolo  a  la  manía  de  singularizarse  que,  segúu  él, 
caracterizaba  a  su  compatriota. 

3.  El  manuscrito,  dice  Humbkrt  {Orig.  Vénéz.,  op.  cit.,  p.  185)  fué 
estudiado  seriamente  por  todos  los  concejales,  y,  el  25  de  junio 
de  1795,  votaron  el  aumento  del  número  de  escuelas,  decretando  que 
se  establecería  una  en  cada  parroquia.  Ademas,  concedían  a  Rodríguez 
un  testimonio  escrito  de  la  estima  que  les  merecían  sus  servicios  y 
su  intervención  en  favor  de  la  juventud  caraqueña. 


EL    JUltEMENTO    DEL    MONTE    SACHO  117 

sugestivamente  —  esa  iuHueiicia,  ([ue  en  Sinum  Rodríguez. 
Rn  este  sentitlo  hav  (jue  considerar  sobre  todo  al  piceeptor 
de  Bolívar.  ímieo  liornl)re  enlre  ciiaiilos  han  lralad(>  al 
Lihei'tador,  (|ue  hava  ejercido  alguna  acción  sobre  su 
espíritu.  Nunca  se  dirá  lo  bastante  iiasta  ([ué  punto  ha 
tenido  consecuencias  sol)re  la  l()rniaci(ni  del  mundo 
moderno  el  a  lenómeno  histórico  '  »  que  fué  Rousseau,  y, 
acerca  de  esto,  la  instauración  de  las  nacionalidades  del 
nuevo  mundo  oliecería  un  campo  de  observación  tan 
iiuev(»  como  lértil. 

Las  ideas  subversivas  de  Juan  Jacobo  Rousseau,  su 
sentimentalismo,  y.  también,  la  seducción,  el  énfasis 
declamatorio  y  no  obstante  magnánimo  de  su  estilo, 
habían,  por  i'uerza,  de  llegar  al  corazón  mismo  de  la 
juventud  liberal  del  Nuevo  Mundo,  y  de  arrebatar  delicio- 
samente su  imaginación,  entusiasta  y  fogosa  como 
ninguna.  A  estas  cualidades,-  arraigadas  en  él  como  en 
sus  compatriotas  v  por  los  mismos  motivos,  añadía 
Rodríguez  disposiciones  particulares  que  hicieron  de  él, 
durante  toda  su  existencia,  una  especie  de  caricatura  de 
.luán  Jacobo.  Las  excentricidades,  las  debilidades  o  las 
manías  del  angustiado  escritor  de  las  Confesiones  reviven 
incorporadas  en  el  dromomano'  impenitente,  en  el 
preceptoi-  sistemático,  en  el  sofista,  y,  en  fin,  en  el 
visionario  hipocondríaco,  que,  al  renunciar,  en  1840.  a  la 
pedagogía  por  el  comercio  de  velas  en  Valparaíso,  decía 
a  un  visitante  :  «  Yo  que  desearía  hacer  de  la  tierra 
un  paraíso  para  todos,  la  convierto  en  un  infierno  para 
m  í  '^ .  » 

No  tardó  Simón  Rodríguez  en  tener  mucho  imperio 
sobre  el  joven  Bolívar,  cuva  dirección  exclusiva  le  iba 
siendo  abandonada  cada  vez  más.  F^u  efecto,  doña  Concep- 
ción falleció  en  julio  de  1792,  v.  a  los  pocos  meses,  murió 
también  su  padre.  Don  Esteban,  y  luego  Don  Carlos 
Palacios,  fueron  sucesivamente  nombrados  tutores  de  los 
hijos  de  D.  Juan  Vicente.  Carlos  Palacios,  hombre  apacible 

1.  La  e.Kpresión  es  de  Melchior  de  Yogué. 

'2.  Doctor  Regís,  La  Dromomanic  de  Jean-Jucques  Rousseau^ 
Burdeos,  1909. 

3.  Rujas,  Ley.  hisí.,  II,  p.  295. 


118  ouÍ(;enes  de  la  hevollcióx  sudamericana 

y  al  que  asustabaií  las  responsaljilidades,  creyó  cumplir 
cabalmente  con  su  deber  respecto  de  sus  sobrinos  dejando 
a  Rodríguez  toda  latitud  para  (pie  continuara,  según 
lo  entendiera.  la  educación  de  ambos  jóvenes.  Rodrigue/ 
daba  también  algunas  lecciones  a  Juan,  el  primogénito, 
que  era.  como  temperamento,  todo  lo  contrario  de  Simón, 
]íues  era  sosegado  y  aplomado;  además,  resultaba  una 
figura  borrosa  al  lado  de  su  bermano  menor;  sin  embargo, 
a  pesar  de  una  corta  y  melancólica  existencia,  prestó, 
como  más  tarde  veremos,  servicios  a  su  patria.  Y,  final- 
mente, Don  Miguel  Sanz  hizo  transmitir  a  Rodríguez  la 
tutela  del  mayorazgo  de  Simón'. 

Investido  de  la  suerte  de  omnímoda  autoridad  sobre  su 
discípulo  predilecto,  pensó  entonces  Rodríguez  en  realizar 
un  proyecto  particularmente  grato  a  su  corazón,  el  de  tratar 
de  poner  en  práctica  el  sistema  por  excelencia  de  educación 
preconizado  por  Rousseau.  El  niño  que  le  había  sido 
confiado  era.  como  debe   ser  Emilio,    «  rico   »,   «  de  eran 

o 

linaje  m,  «  huérfano  »,  «  robusto  y  sano^  »,  y,  a  su  vez, 
¿no  realizaba  Rodríguez  el  ideal  del  preceptor  deseado  por 
Juan  Jacobo?  «  Joven  ».  «  prudente  »,  «  célibe  e  indepen- 
diente M.  ((  un  alma  sublime^  »,  cualidades  o  atributos  a 
cjue  podía  pretender  Simón  Rodríguez,  quien,  por 
entonces,  tenía  veintiún  años,  gozaba  de  la  reputación  de 
ser  el  mejor  profesor  de  la  ciudad,  esposo  más  que  descui- 
dado, y  a  cjuien  su  extremada  independencia  de  aficiones 
y  de  carácter  permitía  trato  íntimo  con  los  más  amplios 
pensamientos...  Se  dedicó,  pues,  al  «  difícil  estudio  de  no 
enseñar  nada  a  su  discípulo^  ».  A  fin  de  que  pudiera  éste 
(juedar  en  el  «  estado  natural  »  y  prepararse  a  justificar  el 
axioma  según  el  cual  «  la  razón  del  sabio  suele  asociarse 
al  \  igor  del  atleta^  »,  Rodríguez  prolongó  la  estancia  en  el 
campo.  V  consiguió  al  menos  desarrollar  en  Bolívar  la 
maravillosa  a[)titiid  a  los  ejercicios  corporales,  llegando  a 
ser   el   andador    incansable,  el  notable  jinete,  el   intrépido 


1.  Hojas,  Ley.  Iiisl..  op.  cit.,  t.  11,  p.  269. 

2.  Rousseau,  Einile  au  ele  I' Educalion,  lib.  II. 
•¿.  Id. 

4.  Id. 

5.  Id. 


i;i.     .11   liA.MKNTO     DKI.     .MONllí     S.VCliO  11"J 

nadador  ooii  (jiiicii.  más  tarde,    no   pudo  coiniK'tir  iiinnimo 
de  sus  compañeros  ile  armas. 

Al  cumplir  los  ticce  años.  Simón  hahía  llenado, 
ateniéndose  en  un  lotlo  a  las  prescripciones  del  educador, 
la  primera  parle  del  programa  trazado  por  Rousseau.  Las 
caminatas  por  la  selva,  las  correrías  a  caballo  en  la  sabana, 
los  ejercicios  de  remo  en  el  lago  de  Valencia  le  habían 
dado,  cumplidamente,  fuerza  y  destreza. 

A<[uella  educación,  tan  bien  comenzada,  iba.  no  obstante, 
a  ser  interrumpida  bruscamente.  Estaban  por  entonces  a 
lines  de  1796,  y  graves  acontecimientos  se  preparaban  en 
la  capitanía  general.  Una  sedición  popular  había  estallado, 
el  año  antes,  en  Coro.  Las  autoridades  la  habían  sofocado 
con  bastante  íacllidad;  pero,  desde  entonces,  violenta 
lermentación  })arecía  haberse  apoderado  de  todas  las  clases 
tle  la  sociedad,  v.  en  particular,  de  los  criollos.  Los 
lulminantes  decretos  de  la  Liquisición  no  habían  podido 
impedir  ([ue  en  todas  partes  se  introdujera  y  circulara  el 
escrito  de  Nariño.  Por  otra  parte,  la  prolongada  estancia, 
en  La  Guavra,  de  los  deportados  políticos  franceses, 
camino  de  la  Guavana,  contribuyó  a  esparcir  en  el  país  las 
doctrinas  revolucionarias.  En  fin,  la  índole  naturalmente 
belicosa  de  la  población  de  las  costas,  y  la  proximidad  de 
las  Antillas  inglesas,  de  donde  menudeaban  las  exhorta- 
ciones que  va  sabemos,  favorecían,  más  que  en  los  demás 
sitios  de  Venezuela,  la  posibilidad  de  un  levantamiento 
deseado  por  toda  la  juventud  criolla,  y  cuya  dirección 
habría  sido  asumida  con  placer  por  muchos  de  los 
miembros  de  la  aristocracia  caraqueña.  Desde  hacía  algún 
tiempo.  Rodríguez  se  ausentaba  con  frecuencia  de  la  casa 
de  los  Bolívar,  acudiendo,  casi  a  diario,  a  misteriosas  citas. 
Tramábase  una  conspiración.  Don  Manuel  Cual,  capitán 
retirado  del  batallón  a  Veterano  »  de  las  milicias  de  Cara- 
cas, y  José  María  de  España',  justicia  mayor  del  pueblo  de 
Macuto,  de  acuerdo  con  tres  prisionei'os  de  Estado,  con- 
finados en  la  fortaleza  de  La  Cuavra  por  haber  tomado  parte, 
en    llspaña.    en    la    conspiración   de   San   Blas,   en    lebrero 

1.   Infijfuie  di;  l;i    lleal  Audiencia  de   Su  Majestad.   C!aracas.    1798. 
D.,  I,  230. 


120  OIU'CENES    DE    LA    HEVOLUCIÜN    SUDAMEIilCANA 

de    1796,   la    cual   tendía   a   subslituii"  a   la   nionaiquía  un 
régimen  del  todo  semejante   al   gobierno  de   la  República 
íi'ancesa,  oi'íi'anizaban  un  vasto  movimiento  insurreccional. 
El     plan    de    los  conjurados   liabía    sido   elaborado  con 
esmero.    Los    ti'es    detenidos    :     .luán    Bautista   Picornell, 
Cortés     Campomanes    y     Sebastián     Andrés,     babían    de 
evadirse  y  refugiarse  en   la  Trinidad,  en  donde   el  gober- 
nador les  reservaba  buena  acogida,  y  en  Curazao,  en  donde 
íranceses,    entre     otros    el    ciudadano     Cadet,     «     agente 
comercial  de   la  República  »,  estaban   dispuestos   a  darles 
asilo*.   Desde    allí,  enviarían  armas  v    socorros.   Mientras 
tanto,   todas  las  medidas  babían  sido  tomadas  para  favo- 
recer el  movimiento,    ün   Iranciscant)  anunciaba,   «   liaber 
tenido    revelación    para   predicar   a   ac[uellos  pueblos  que 
recobrasen  su  antigua  libertad,  pues   tenían   a  su  favor  el 
brazo  del  Todo-Poderoso^  ».  La  guarnición  de  La  Guayra, 
y    parte  de  la  de  Caracas,   estaban     ganadas   a    la  conspi- 
ración.   Picornell     había     tenido     tiempo    suficiente    para 
componer  las  palabras  de  una  Carmañola  americana,  de  la 
que   se   estaban  imprimiendo  centenares  de  ejemplares  en 
la    Guadalupe,     al     mismo    tiempo    que    el    texto    de    los 
Dereclios   del  Hombre.    Acechábase  la  próxima  llegada  de 
los  folletos.  Un    reglamento  que  constaba  de  44  artículos, 
distribuido   a   los   conjurados,   precisaba   la    conducta  que 
habían   de    seguir  y   el  plan  que  sus  jefes  se  proponían;  a 
cierta    señal    convenida,    los    habitantes    de    la    capitanía 
general    habían    de    conseguir,   por  todos   los    medios,    la 
dimisión  de  las  autoridades  españolas.  En  cada  ciudad  o 
pueblo,   establecerían    una    Junta   provisional   antes    de  la 
elección  de   los  diputados,  quienes  acudirían  cuanto  antes 
a    la    capital    para    proclamar     la    República    y   votar    la 
Constitución  definitiva;  los   impuestos  serían  luego  supri- 
midos o  notablemente   reducidos;   quedarían   abiertos   los 
puertos,    y    la  igualdad  reconocida   para  todos   los  ciuda- 
danos. El  nuevo   Estado,   compuesto   de   las  provincias  de 
Caracas,   Macaraibo,  Cumaná,    la  Guavana,  tomaría   como 


1.  Informe  de  la  Real  Audiencia  de  Su  Majestad.  Caracas,  1798.  D., 

1,  2:io. 

2.  Id..  §  67. 


El.    JlltAMENTO    DEL    íMONTE    SACHO  121 

emblema  de  la  bandera  nacional  el  blanco,  el  aznl,  el 
amarillo  y  el  encarnado  en  alusión  a  las  antiguas  cuatro 
castas  de  blancos,  pardos,  negros  e  indios'. 

Este  programa,  (jue  contenía  ya  en  germen  el  que  iba  a 
realizar    la   Revolución  de    ISIO-,    fué  cooido   en    casa    de 

o 

uno  de  los  conjurados,  D.  Manuel  Montesinos  y  Rico,  en 
la  noche  del  13  de  julio  de  1797.  Ya  era  tiempo.  Ya 
Ricornell  y  Campomanes  habían  huido  de  La  Guayra.  El 
capitán  general  Carbonell  hizo  prender  a  un  centenar  de 
personas,  entre  ellas  a  Rodríguez,  que  fué  puesto  en 
libertad  por  falta  de  pruebas.  Logró  Manuel  Gual  llegar  a 
la  Trinidad,  en  donde  falleció  algún  tiempo  después. 
Sebastián  Andrés,  y  el  año  siguiente,  el  8  de  mayo  de 
1799,  José  ^Nlaría  de  España,  quien,  después  de  haber 
huido,  había  tenido  la  imprudencia  de  volver  a  Caracas, 
fueron  ejecutados.  Los  restos  de  España,  encerrados  en 
jaulas  de  hierro,  fueron  puestos  en  las  encrucijadas  de  la 
capital  y  de  La  Guayra.  Cuarenta  y  cinco  de  sus  cómplices, 
la  mayor  parte  de  los  cuales  pertenecían  a  la  aristocracia 
criolla,  perecieron  igualmente  de  mano  del  verdugo  o  en 
las  cárceles  donde  fueron  encerrados. 

Una  vez  libre,  y  atormentado  de  nuevo  por  su  manía  de 
viajes,  juzgó  prudente  Rodríguez  alejarse  del  país,  y,  en 
el  transcurso  de  julio  de  1797,  se  despidió  de  su  discípulo. 
¡Adiós  hermosos  proyectos  a  lo  Juan  Jacobo !  Simón  tenía 
catorce  años  :  la  sociedad  de  algunos  jóvenes,  de  Bello 
sobre  todo,  a  cuya  frecuentación  se  había  él  aficionado  de 
nuevo,  desde  que  veía  a  su  maestro  embargado  por  hondas 
preocupaciones,  había  despertado  en  él  curiosidad  por 
conocer  algunas  obras  literarias.  Habló  de  esto  a  Rodrí- 
guez, enseñándole  al  mismo  tiempo  unos  cuantos  libros 
(pu'  BeUo  le  había  prestado.  ¡  Libros !...  tuvo  remordi- 
mientos el  preceptor.  De  sobra  sabía  qué  libro  había  de 
leer  Emilio  «  el  primero,  el  solo  que,  durante  largo 
tiempo,  había  de  componer  toda  su  biblioteca  »,  el  mara- 


1.  Informe  de  la  Real  Audiencia  de  Su  Majestad.  Caracas,  1798.  D., 
I,  230,  ^:í7. 

2.  Gil  Koktoii..  Historia  Constitucional  de  Venezuela,  np.  cit.,  t.  I, 
p.  9'i. 


122  OlilGENES    DE    LA    liEVÜLlCIOX    SI  DAMEIUCAXA 

villoso  Ci'usoe^,  V.  seguramente  ([iie  en  loor  de  Juan 
Jacobo,  y  movido  por  un  sentimiento  de  reparación 
secreta  y  de  pesar,  una  vez  más  cambió  de  nombre  Rodrí- 
guez, adoptando,  desde  aquel  día.  el  de  Robinson. 


III 

El  descubrimiento  de  la  conspiración  y  las  terribles 
medidas  de  represión  decretadas  contra  sus  autores  habían 
emocionado  profundamente  la  capitanía  general.  Sin 
embargo,  el  patriciado  criollo  contaba  aún  cierto  número 
de  partidarios  convencidos,  o  que,  al  menos,  ostentaban 
tales  opiniones.  Y,  los  mismos  c[ue,  algún  tiempo  después, 
habían  de  mostrarse  más  dispuestos  a  sacrificar  sus  inte- 
reses más  queridos  a  la  causa  republicana,  apreciaban 
demasiado  los  privilegios  de  su  condición  para  decidirse  a 
lenunciar  a  ellos  gratuitamente.  Así  pues,  la  mayor  parte 
de  ellos  estimaron  que,  dada  la  situación,  la  mejor  de  las 
políticas  sería  temporizar  y  disimular.  Al  palacio  de  la 
capitanía  general  afluyeron  protestas  de  fidelidad,  y  los 
principales  de  Caracas  llegaron  hasta  proponer  al  capitán 
general  el  reforzar  las  milicias  a  expensas  de  ellos-.  Hasta 
ocurrió  que  el  comandante  del  batallón  más  aristocrático 
de  la  provincia  :  los  Volimtarios  blancos  de  los  valles  de 
Aragua,  arrestó  con  su  propia  mano  a  uno  de  los  conju- 
rados, D.  .Javier  Arrambide,  y  su  lealismo,  con  el  de  otros 
miembros  de  la  nobleza  caraqueña,  fueron  elogiosamente 
señalados,  por  el  capitán  general,  a  la  benevolencia  del  rev\ 

Las  milicias  de  Aragua  habían  sido  organizadas  en 
1759  por  Juan  de  Bolívar,  que  fué  coronel  de  ellas,  v  lo 
mismo  Juan  Vicente,  su  hijo,  padre  de  Simón.  Según  las 
tradiciones,  no  dejó  D.  Carlos  Palacios,  en  enero  de  1797, 
de  hacer  que  admitieran  al  joven  en  el  cuerpo  de  cadetes. 

i.  Rousseau,  Einilc.  etc.,  lib.  III. 

2.  Exposiciones  de  la  Nobleza  de  Caracas  a  Su  Majestad  que  Dios 
guarde,  1°  y  4  de  agosto  de  1797.  D.  I.  214  y  215.  En  ellas  se  ven 
los  nombres  de  la  mayor  parte  de  los  parientes  de  Bolívar,  en  parti- 
culai-  el  de  su  tío  Don  Carlos  Palacios. 

3.  Informe  de  D.  Pedro  (]arbonell  al  Excelentísimo  Príncipe  de  la 
Paz,  etc.  Caracas,  28  de  agesto  de  1797.  D.,  I,  221. 


VA.    .HHAMKNTO     DKI.    >l()XTi:     SACliO  123 

Cual  consta  (mi  las  notas  de  sus  jefes',  el  joven  Bolívar  se 
sometió  gustoso  a  su  nuevo  estado.  En  julio  del  ano 
siguiente  recibió  el  grado  de  allérez,  llevando  con  agrado 
a([U('l  un¡^ornle^  Seguía  Bello  dándole  lecciones;  pero. 
aun([ue  Simón  se  aplicaba  más,  sus  progresos  seguían 
siendo  muv  medianos^.  Aconsejado  por  D.  Miguel  Sanz, 
D.  Carlos  Palacios  se  decidió  entonces  a  enviarlo  a 
Europa.  Avisó  a  su  hermano  D.  Esteban,  que  vivía  en 
Madrid;  v.  habiendo  contestado  este  último  que  gustoso 
recibiría  en  su  casa  a  su  s<djrino,  quedó  decidido  el  viaje. 
El  I!)  de  enero  de  17l)í),  Simón  se  embarcó  en  La  Guayra 
en  (d  biKjuc  de  tres  palos  Sa/i  Ildefonso,  que  salía  para 
l^spaña. 

Algunas  semanas  después,  una  caria  llegada  a  Caracas 
anunció  a  D.  Pedro  Palacios  (jue  su  joven  pariente  había 
electuado  sin  contratiempo  la  primera  parte  de  su  viaje.  En 
un  estilo  detestable,  y  adornado  además  con  asombrosas 
fallas   de    ortografía '.  Bolívar  daba  parte   de  su   llegada  a 

1.  Hoja  de  servicio  y  notas  de  1).  Simón  de  Bolívar  a  ílnes  de 
diciembre  de  1798. 

<(  Batallón  de  Voluntarios  Blancos  de  los  valles  de  Aragua. 

El  subteniente  D.  Simón  de  Bolívar,  su  edad  :  15  años;  su  país  : 
Caracas;  su  calidad  :  ilustre:  su  salud  :  buena;  sus  servicios  y 
circunstancias  las  que  se  expresan  : 

TIEMPO    EN  TIüMl'O    QLK    SIRVE 

(Ifli     COMENZÓ    A    SERVIR.  EMPLEOS.  Y    CUANTO    CADA    EMPLEO. 

i.Qs  EMPLEOS.  —  Años.  Mcscs.  Días. 

14  Enero  1797.    .    .      cadete  1  5  21 

4  Julio  1798    .    .    .      subteniente  5  26 

Total  hasta  fin  de  diciembre  1798   .1  11  17 

Regimiento    donde    ha    servido    :    En   estas   milicias. 

Campañas  y  acciones  de  guerra  en  que  se  ha  hallado  :  En  ninguna. 

Valor  ;  Conocido.  —  Aplicación  :  Sobresaliente.  —  Capacidad  : 
Buena.  —  Conducta  :  ídem.  —  Estado  :  Soltero. 

Como  ayudante  mayor  que  ejeice  las  funciones  del  sargento  mayor 
que  se  halla  ausente  :  Francisco  Lozano  Pompa  (firma  y  rúbrica). 
Manuel  Sanz  (firma  y   rúbrica). 

Arch.  gen.  de  Simancas,  Secretaría  de  Guerra.  1.  7295,  citado  por 
llumbert.  Orig.   Vénéz.,  op.  cit,,  p.  69. 

2.  Nota  biográfica  referente  a  Simón  de  Bolívar,  por  su  tío  Esteban 
Palacios.  D.  I.,  159. 

;{.  Id. 

4.  Simón  de  Bolívar  a  D.  Pedro  Palacios.  México,  20  de  marzo 
de  1799.  Correspondencia  del  Libertador,  t.  I,  n"  7. 


124  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

México.  En  efecto,  el  San  Ildefonso  hacía  escala  en  Vera- 
cruz.  Estaban  en  guerra  Inglaterra  y  España,  y  el  bloqueo 
de  Cuba  por  la  flota  británica  obligó  al  comandante  del 
navio  a  prolongar  hasta  fines  de  marzo  su  estancia  en  las 
aguas  mejicanas.  El  joven  viajero  aprovechó  aquel  tiempo 
para  visitar  cumplidamente  la  capital. 

La  efervescencia  que  en  aquella  época  se  hacía  sentir  en 
todo  Sudamérica  había  ganado  Nueva  España.  Cuando 
llegó  allí  Bolívar,  estaban  todavía  instruyendo  el  proceso 
del  célebre  Juan  Guerrero,  aventurero  sin  escrúpulos, 
que,  cinco  años  antes,  había  estado  a  punto  de  apoderarse 
por  sorpresa  de  la  persona  del  virrey  Revillagigedo,  pro- 
poniéndose, con  la  complicidad  de  varios  oficiales  de  la 
guarnición,  derribar  el  gobierno  español  y  substituirlo 
por  una  república  de  la  que  él  habría  sido  el  primer  pre- 
sidente. Guerrero  había  de  tener  imitadores  en  la  persona 
de  Benítez  Gálvez,  que  se  dejó  sorprender  a  fines  de  1798, 
y,  sobre  todo,  de  un  preceptor  de  México  :  Pedro  Portilla, 
c|ue,  en  aquel  momento  mismo,  preparaba  la  conspiración 
llamada  de  los  Mochetes^  Fué  descubierta  ésta  en 
octubre  de  1799,  y  seguida,  en  el  transcurso  de  los  pri- 
meros años  del  siglo  diecinueve,  de  una  serie  casi  ininte- 
rrumpida de  conspiraciones,  de  levantamientos  y  de  suble- 
vaciones parciales,  poco  temibles  sin  duda,  pero  cuya  fre- 
cuencia presagiaba  a  las  autoridades  una  próxima  explosión. 

Durante  su  estancia  en  México  recibió  Bolívar  la  hospi- 
talidad de  un  miembro  de  la  Audiencia  :  Aguirre",  quien 
lo  presentó  al  virrey,  D.  José  de  Azanza^  Se  ha  dicho 
que  el  joven  oficial  venezolano  proclamó  ante  su  augusto 
interlocutor  los  derechos  de  la  independencia  americana. 
Es  posible,  como  lo  afirma  uno  de  los  confidentes  del 
Libertador*,    que  tuviera    tales    sentimientos,    aun    en    su 

í.  Del  nombre  de  los  machetes,  que  había  hecho  fabricaren  gran 
cantidad  para  armar  a  sus  partidarios.  —  Y.  AlamÁn,  Hisioria  de 
México,  5  t.  en  f".  Méx/ico,  1849,  t.  I,  cap.  iii. 

2.  O  quizá  del  marqués  de  Ulapa,  según  pretende  Larrazabai..  Vida 
y  Correspondencia  de  Simón  Bolívar.  Nueva  York,  2  t.  1883,  t.  I, 
p.  6. 

3.  AzANZA  (Miguel  José  de),  virrey  de  Méjico,  17981800. 

4.  V.  General  Tomás  C.  dk  Mosquera.  Memorias  sobre  la  Vida  del 
Lihertador  Simón  Bolivar,  1  t.  en  8».  Nueva  York,  1853,  p.  7.  — 
V.  también  Larrazahal,  op.  cit.,  i.  I,  p.  7. 


KL    .H'liAMKNTO    DKI.    MONTE    SACHO  125 

nrimciH  juvcnliul.  Las  últimas  desventuras  tle  su  preceptor 

V  el  estado  de  ánimo  de  sus  compañeros  de  Caracas  dan 
ciertameule  valor  a  este  aserto.  De  todos  modos,  el  virrey 
trató  corlésmente  a  su  huésped  y  le  dio  cartas  de  reco- 
mendación para  el  gobernador  de  La  Habana.  En  abril 
llegó  a  este  puerto  el  San  Ildefonso;   quedó   poco  tiempo, 

V  prosiguió  su  camino  hacia  Santofia.  desde  donde  Bolívar 
se  fué  a  Madritl  por  Bilbao. 

Desde  su  llegada  a  la  capital,  se  instaló  en  casa  de  su  tío 
l^steban.  muv  bien  visto  en  la  corte  en  aquella  época,  por 
su  amistad  con  D.  Manuel  Mallo,  caballero  de  hermosa  pre- 
sencia, originario  también  de  Nueva  Granada,  y  que  compar- 
tía con  Godov  los  favores  de  la  reina  María  Luisa.  Con  tal 
motivo  pudo  Bolívar  frecuentar  muy  de  cerca  aquella  corte 
de   Carlos  IV,   cuyos  escándalos   eran   motivo   de  burla  en 
Europa,  la   cual,  además  despreciaba  su  política.  Habíase 
mostrado,  sucesivamente,  enfeudada  a  Inglaterra,  luego  a 
Francia;    había   tratado   benévolamente   a    la    Revolución, 
condenándola  más  tarde  con  violencia  y  combatiéndola  sin 
vigor  ;  después  de  haber  tratado  de  aliarse  con  el  Directorio, 
se  abandonaba  poco  a  poco  al  Primer  Cónsul',  tan  variable 
en  sus  intenciones  respecto  a  Europa  como  desconcertada 
])or  los  acontecimientos  de  América  e  incapaz  de  dirigirlos. 
Por  ejemplo,  después  de  haber,  por  real  cédula  con  fecha 
de  18  de  noviembre  de  1797,  abierto  todos  los  pueblos  de 
ulti-amar  al  tráfico  de  las  naciones  amig-as  v  aliadas,  cuva 
concurrencia  no  podía  sino  serle  fatal,  retiró  bruscamente 
dicha  licencia   por  otra  cédula  de  18  de   febrero  de   1800. 
En    el    acto    cobró    nuevo   vi^or    el    contrabando    inglés    v 
holandés,  hasta  que   una  nueva  decisión  del  20  de  marzo 
de  1801  devolviera  las  Colonias  al  comercio  de  los  neutra- 
les   :   lo   cual  era  poner  de  manifiesto   ante   el   enemigo   la 
debilidad  de  los  gobernantes,  su  torpeza,  su  inconstancia. 
Mientras  tanto  las   intrigas  más  mezquinas  ocupaban  la 
mente  de  Go<lov.  ([uien.  entre  los  peligrosos  sobresaltos  de 
aquella  política,  atendía  sólo  a  sostener  su  amenazada  for- 
tuna. En  casa  de  D.  Manuel  Mallo,  adonde  acudían  muchos 
jóvenes  sudamericanos  residentes  en  ^Madrid,  de  los  cuales 

1.  Cf.  SoRii.,  I.'Eurupe  ct  ¡<i  Révolution^  etc.,  1.  I.  cap.  iii, 


126  ORÍGENES    DE    LA    HEVOLICIOX    SUDAMEIIICAN A 

algunos,  como,  por  ejemplo,  el  venezolano  Mariano  jNIon- 
tilla',  que  cumplían  en  los  guardias  de  corps  su  tiempo  de 
servicio  como  oíiciales,  oía  Bolívar  comentar  las  conspira- 
ciones que  a  cada  momento  urdían  contra  el  príncipe  de  la 
Paz  los  cortesanos,  el  clero,  los  agentes  de  los  Borbones  de 
Ñapóles,  el  gran  inquisidor,  el  confesor  mismo  de  la  reina "^. 
El  ascendiente  que  el  favorito  ejercía  sobre  la  mujer  de  su 
señor  le  permitía,  no  obstante,  burlar  siempre  aquellos 
complots;  pero,  nada  había  tan  movedizo  como  la  fidelidad 
de  María  Luisa.  Bolívar  había  panado  la  confianza  íntima 

o 

de  Mallo,  y  le  fué  fácil  convencerse  de  todo  aquello. 

A  veces  ci'a  admitido  a  las  cenas  íntimas  que  su  feliz 
compatriota  daba  en  honor  de  su  real  querida  ^.  y  las 
impresiones  del  joven  criollo,  recién  llegado  de  un  país  en 
donde  los  soberanos  españoles  solían  ser  reverenciados 
como  una  emanación  de  la  Divinidad,  debieron  de  ser  muy 
poco  edificantes.  Mallo  le  había  hecho  invitar  a  la  corte, 
en  donde  conoció  al  príncipe  de  Asturias,  su  contempo- 
ráneo. Hasta  fué,  su  primera  entrevista  con  el  futuro  Fer- 
nando VII,  señalada  por  un  incidente  que  Bolívar  solía 
contar  en  los  últimos  años  de  su  vida,  y  cuyo  simbolismo  no 
carecía  ciertamente  de  sabor.  Ocurría  esto  en  el  palacio  de 
Aranjuez.  Los  dos  jóvenes  acababan  de  terminar,  en  pre- 
sencia de  la  reina  y  de  algunos  gentileshombres,  el  primer 
juego  de  un  partido  de  pelota,  cuando,  por  descuido,  dio 
Bolívar  tan  violento  golpe  de  raqueta  sobre  la  cabeza  de  su 
contrario,  que  el  príncipe,  irritado,  se  negó  a  seguir 
jugando.  Intervino  la  reina  y  continuó  el  juego...  El 
Libertador  dejaba  entenderá  sus  oyentes  que,  aquel  partido, 
no  lo  había  perdido  él.  v  concluía  de  este  modo  la  anéc- 
dota  :   «  ¿(^ui<'n   le  hul»iera  anunciado  a  Fernando  \l\  ([ue 


1.  Mo.NTiLLA  (Mariano),  nació  y  murió  en  Caracas  (1782-18.")!). 
Oficial  en  los  guardias  de  corps  del  príncipe  de  la  Paz.  Hizo  la 
campaña  de  Portugal  en  1801  y  recibió  una  herida  en  el  sitio  de 
Olivenca.  Volvió  a  Caracas  en  1808,  formó  parte  de  las  Juntas  revo- 
lucionarias de  1809  y  1810,  y  combatió  durante  toda  la  guerra  de  la 
Independencia  en  las  lilas  de  los  republicanos.  V.n  18;};i,  fué  enviado 
extraordinario  y  minisifo  ])lenipotonciai-i()  de  Venezuela  en  Londres 
y  en  jMadrid. 

2.  Sorel,  L'Europe  el  la  Révolalion,  op.  cit.,  t.  \  ,  cap.  i,  p.  3. 

3.  Mosquera,  Memorias,  etc.,  oj).  t/7.,  p.  8. 


KI,    ,ir  11  AMENTO    DKL    MONTE    SACHO  127 

l;il  acoi(U'nt(!  ora  o\  presagio  de  que  yo  le  debía  arranear, 
la  más  preeiosa  joya  de  su  corona'?...  » 

Sin  embargo,  deseaba  Bolívar  dedicar  más  tiempo  al 
estudio  que  al  placer,  para  lo  cual  buscaba,  con  preferencia 
a  las  demás,  la  compañía  de  su  pariente,  el  marcjués  de 
Ustárilz.  digno  v  sabio  anciano,  que  recibía  en  su  casa  a  la 
más  ilustrada  sociedad  de  Madrid.  Como  D.  Esteban  Pala- 
cios, implicado  quizás  en  alguna  intriga  cortesana,  había 
tenido  que  salir  bruscamente  de  la  capital,  Bolívar  vino  a 
vivir  en  el  palacio  de  Ustáritz,  y  en  él  siguió  hasta  ([ue  se 
marchó  de  Madrid.  Desde  aquel  momento  —  el  de  su  en- 
Iratla  en  el  palacio  de  Ustáritz,  sintió  profunda  adhesión 
hacia  el  hombre  venerable,  decía  él",  «  cuyas  virtudes  com- 
paraba a  las  de  los  virtuosos  griegos  que  se  presentan  como 
modelos  ».  Ustáritz  mismo  dio  a  Bolívar  las  primeras  lec- 
ciones provechosas  que  hasta  entonces  recibiera,  y  no  tardó 
en  declarai'se  casi  demasiado  satisfecho  de  su  discípulo  : 
con  tal  entusiasmo  se  dedicó  éste  al  estudio,  que  estuvo  a 
punto  de  caer  enfermo.  Este  ardor  que  Bolívar  iba  poniendo, 
cada  vez  más.  en  todas  sus  empresas,  resultaba  la  caracte- 
lística  misma  de  su  alma  fogosa.  Trabajaba  con  ahinco, 
mezclando  la  lectura  de  obras  literarias  con  las  de  obras 
científicas,  sin  que  su  poderoso  cerebro  dejara  de  asimi- 
larse nada  de  su  substancia.  Su  cultura  intelectual,  tan  des- 
cuidada hasta  entonces,  hizo  progresos  asombrosos,  con  lo 
cual  colmó  de  sorpresa  a  cuantos  le  trataban,  acostumbrados 
a  no  ver  en  él  sino  a  un  adolescente  mediano  y  frivolo. 

A  comienzos  del  verano  de  1800.  y,  probablemente,  en 
las  cercanías  de  Bilbao,  trabó  conocimiento  Bolívar  con 
D.  Bernardo  Rodríguez  del  Toro,  y  con  la  familia  de  éste. 
Pertenecía  D.  Bernardo  a  la  primera  aristocracia  de  Cara- 
cas, en  donde  su  hermano  mayor  D.  Francisco  poseía  el 
título  de  marqués  del  Toro.  Otro  de  sus  hermanos,  D.  Fer- 
nando "^  ([ue    pítr  entonces  era   oficial  de  la  guai'dia   real, 


1.  Mosquera,  Memorias,  ele.  d/).  rit.,  p.  8. 

2.  Id.,  p.  8. 

3.  Toro  (Fernando  del).  Nació  en  (Caracas,  se  fué  muy  joven  a 
España,  allí  sirvió,  y  fué  nombrado  coronel  después  del  combate  de 
Tarancona.  De  regreso  a  Caracas  en  180Í),  abrazó  la  causa  de  la 
Independencia  y  tomó  parte  en  las   primeras  campañas  de  la  guerra. 


128  OUÍGEXES    DK    LA    HEVOLlClÓX    Sl'DAMEHICAXA 

sirvió  de  introductor  a  Bolívar.  No  tardó  éste  en  enamorarse 
de  la  hija  mayor  de  D.  Bernardo,  María  Teresa,  y  pidió  su 
mano.  Desde  su  llepfada  a  Madrid,  en  septiembre,  escribió 
a  su  tío  Pedro  Palacios  para  ponerle  al  corriente  de  sus 
proyectos*,  y  rogarle  que  le  enviara  su  consentimiento. 
Bolívar  estaba  perdidamente  enamorado  de  María  Teresa. 
Desde  aquel  momento,  nada  existió  ya  para  él  fuera  de  su 
amada.  El  amor  se  había  apoderado  de  su  alma  fogosa  y  la 
abrasaba  toda  entera.  Tenía  impaciencia  por  efectuar  aquel 
matrimonio,  desesperándole  los  aplazamientos  impuestos 
por  la  paternal  prudencia  de  D.  Bernardo.  Algunos  meses 
ti'anscurrieron  así.  Volvió  la  primavera,  los  Rodríguez  se 
marcharon  a  Bilbao.  Bolívar  quedó  en  Madrid,  esperando 
de  un  momento  a  otro  la  contestación  de  su  tío. 

En  el  transcurso  de  un  paseo  a  caballo,  en  los  primeros 
días  de  octubre,  pasaba  el  joven  cerca  del  puente  de 
Toledo,  cuando  fué  detenido  por  unos  cuantos  agentes  de 
policía,  pretextando  para  ello  que  los  encajes  de  los  puños 
que  llevaba  el  joven  estaban  adornados  con  brillantes,  y 
que  un  decreto  reciente  prohibía  tal  uso.  Se  desmonta 
Bolívar  del  caballo  y  trata  de  explicarse  ;  pero,  al  ser  inter- 
pelado con  cierta  brusquedad  por  uno  de  los  alguaciles, 
desenvaina  y  cierra,  espada  en  mano,  con  la  gente  poli- 
ciaca. Transeúntes  llegaron  a  tiempo  para  impedir  que 
tomara  mal  giro  el  asunto.  Y  en  efecto,  a  punto  estuvo  éste 
de  tomar  mal  cariz.  Era  Godoy  quien  había  imaginado 
aquella  estratagema,  por  sospechar  que  pudiera  llevar 
Bolívar  algún  amoroso  mensaje  para  la  reina.  Se  hizo 
entender  al  joven  que  obraría  prudentemente  saliendo  de 
Madrid.  Insistió  Ustáritz,  y  Bolívar  tomó  el  camino  de 
Bilbao. 

Tales  eran  su  despecho  y  su  ira  por  no  haber  podido 
vengar  la  afrenta  que  acababan  de  hacerle,  que,  al  verle 
llegar  en  aquel  estado,  creyó  D.  Bernardo  que  estaba 
demente.    Quería  Bolívar    casarse    en   seguida    y    salir   de 


Gravemente  herido,  se  refugió,  en  1812,  en  Trinidad,  regresando  a 
Venezuela  en  1821,  despuós  de  la  batalla  de  Carabobo.  Falleció  en 
Caracas  el  26  de  diciembre  de  1823. 

1.  Bolívar  a   U.    Pedro   Palacios  y  Sojo.  Madrid,  oO  de  septiembre 
de  1800.  D.,  II,  277. 


EL    JUllAMENTO    DEL    MOXTE    SACHO  129 

España  para  siempre.  Sólo  a  fuerza  de  razones  se  calmó. 
El  padre  de  María  Teresa  le  declaró  que  no  le  daría  su 
hija  sino  más  larde,  v  le  aconsejó  que  viajara.  Obligado 
se  vio,  pues,  el  impaciente  Bolívar,  a  encaminai'se  hacia 
Barcelona,  desde  donde  se  embarcó  para  Marsella.  Pasó 
lodo  el  invierno  en  l^arís,  v  a  principios  de  abril  de  1802, 
entró  de  nuevo  en  Madrid.  D.  Fernando  del  Toro  había 
aprovechado  la  ausencia  de  su  amigo  para  alcanzarle  la 
merced  deseada.  Obtuvo  pues  Bolívar  la  autorización  real 
indispensable  a  los  oficiales  de  su  rango  para  contraer 
matrimonio  ',  se  casó  con  María  Teresa  en  el  transcurso  de 
mayo,  salió  para  la  Coruña  el  día  mismo  de  la  boda,  y, 
desde  allí,  se  embarcó  para  Caracas. 

Parecía  sonreirle  la  felicidad,  una  felicidad  tranquila  y 
deliciosa  a  la  que  soñaba  él  con  dar  por  marco  los  radiantes 
valles  de  Aragua.  Allí  transcurriría  la  vida,  sosegada  y  suave, 
lejos  de  las  detestadas  intrigas  v  dvA  odioso  tumulto  de  las 
ciudades.  Apenas  llegados  a  Caracas,  fallece  la  joven 
esposa,  arrebatada  por  una  fiebre  perniciosa,  el  22  de  enero 
de  1803.  Bolívar  quedaba,  a  los  diecinueve  años,  viudo  y 
desesperado. 

Desesperación  sombría,  ardiente,  trágica,  cual  era  de 
esperar  del  alma  tempestuosa  y  dominante  que  de  repente 
se  había  creído  en  posesión  de  la  felicidad,  y  que,  de 
repente  asimismo,  se  veía  vacía,  desorientada,  palpitante. 
Dada  la  poca  edad  del  Libertador,  ac[uella  crisis  había  de 
decidir  de  toda  su  vida.  Es  indudable  c[ue  se  ilusionaba  al 
imaginar  que  pudiera  haber  «  muerto,  como  él  mismo  lo 
confesó",  en  el  pellejo  de  un  simple  alcalde  de  San 
Mateo  )) ;  tarde  o  temprano,  su  genio  le  habría  colocado 
entre  los  actores  que  el  gran  drama  de  la  Independencia 
llamaba  a  escena.  Pero,  acaso  no  habría  desempeñado  el 
primer  papel  en  dicho  drama  si,  tomando  de  las  amargas 
fuentes  del  dolor  las  necesarias  energías,  no  se  hubiese 
preparado  a  él,  desde  aquel  momento,   por  el  estudio,  por 

1.  jN'ota  del  ministro  Caballero  al  capitán  genei'al  de  Venezuela, 
fechada  en  Aranjuez  el  15  de  mayo  de  1802,  citada  por  O'Lfary, 
Memorias,  etc.,  op.  cit.,  t.  I,  p.  12. 

2.  La  Croix.  Diavio  de  Biicaramanga,  Paris,  Walder,  en  18,  1869, 
p.  62. 


130  OUIGENES    DE    LA    ÜEVOLUCIÓN    SUDAMEniCANA 

el  conocimiento  de  los  hombres  y  de  las  cosas  que  habían 
de  darle  sus  viajes,  por  las  prestigiosas  enseñanzas  que  le 
reservaban.  Su  preparación,  incompleta  y  sin  método  ni 
ilación,  tomaba,  en  fin,  un  rumbo  más  directo  y  más 
seguro. 

Ante  todo.  Bolívar  resolvió  marcharse.  Durante  su  corta 
estancia  en  Europa,  había  él  presentido,  a  través  del  velo 
que  sus  harto  acariciados  pensamientos  interponían  entre 
ellos  y  la  realidad,  todo  un  mundo  de  conocimientos  que 
necesitaba  adquirir,  y,  también,  placeres  de  los  cuales  sólo 
el  perfume  había  saboreado.  Se  enterneció  al  recordar  que, 
años  antes,  había  prometido  a  Simón  Rodríguez,  su  con- 
fidente y  el  único  que.  sin  duda  alguna  sabría  consolarle, 
reunirse  con  él  para  que  juntos  visitaran  el  Antiguo  Mundo. 

Era  menester  asegurar  la  administración  de  las  fincas, 
y  esto  retuvo  algunos  meses  más  a  Bolívar  en  Venezuela. 
Por  fin.  después  de  haber  escogido  por  administradora  su 
hermano  Juan,  salió  de  su  país. 

La  travesía  iué  larga,  y  Bolívar  acudió  a  la  lectura  para 
llenar  las  horas  de  ocio  '.  Había  tomado  para  el  viaje  Plu- 
tarco, Montesquieu,  Voltaire,  Rousseau,  sobre  todo  éste, 
cuyo  sortilegio  respiraba  nuestro  joven.  Los  infortunios  de 
los  amantes  de  la  Nue<,>a  Heloisa  debieron  de  arrancarle 
lágrimas  de  aquellas  en  que  tanto  se  complacía  la  «  sensi- 
bilidad ))  de  la  época,  extravagancia  que  padeció  Bolívar 
como  sus  demás  contemporáneos,  pero  que,  siquiera  en  él, 
tenía  por  sincera  excusa  los  ecos  despertados  en  un  corazón 
cuya  herida  estaba  tan  reciente.  En  las  obras  filosóficas 
del  «  ciudadano  de  Ginebra  »  vio  de  nuevo  las  teorías 
preteridas  de  su  maestro,  y  hasta  pasajes  enteros  que 
Rodríguez  le  recitaba.  Animábase  en  su  espíritu  el  entu- 
siasmo de  las  virtudes  públicas.  Este  sentimiento  se  preci- 
saba a  veces  hasta  dejarle  entrever,  en  repentinos  fulgores, 
visiones  de  porvenir.  ¡La  Libertad!  esta  palabra  causaba 
en  él  hondísimos  estremecimientos.  ¿No  estaba  él  desti- 
nado a  consagrarse  a  su  vez  a  la  religión  nueva  de  la  que 
había  hallado  más  numerosos  adeptos  en  su  reciente  visita 
a  Caracas?  Tal  era,  sin  duda  su  pensamiento,  y.  tan  pronto 

\.  OLeary,  Memorias,  etc.,   op.  cit.,  I,  p.  14. 


El.    JL'UAMIM'O    DEL    MONTE    SACHO  131 

como  desembarcó  en  (]átliz,  se;  puso  eii  relaciones  con 
compatriotas  desconocidos  acudidos  a  su  encuentro, 
quienes,  pocos  días  después,  le  admitían  a  los  misterios 
de  la  «  Gran  Logia  Americana  '  »,  en  la  que  le  hicieron 
prestar  el  solemne  juiamento  :  Nunca  reconocerás  por 
gobierno  legitimo  de  lu  patria  sino  a  a(¡uel  (jiie  sea  elegido 
por  la  libre  y  espontánea  voluntad  de  los  pueblos;  y  siendo 
el  sistema  republicano  el  más  adaptable  al  gobierno  de  las 
Américas,  propenderás  por  cuantos  medios  estén  a  tus 
alcances,  a  (¡iie  los  pueblos  se  decidan  por  él'. 

No  obstante,  continuó  hacia  INIadrid,  donde  vio  los 
rastros  de  su  cortísima  felicidad,  y  lloró  copiosamente  con 
el  padre  de  María  Teresa.  El  dolor  se  apoderaba  de  nuevo 
de  el.  Pero,  era  demasiado  joven  Bolívar,  y  estaba  harto 
penetrado  de  sus  recientes  lecturas,  jjara  que,  insensible- 
mente, no  fuera  haciéndose  menos  punzante  aquella  pena. 
El  recuerdo  de  la  tierna  esposa  tan  pronto  desaparecida 
se  atenuaba,  tomaba  una  forma  novelesca,  cuyo  encanto, 
expresado  más  tarde  por  el  Libertador  mismo,  se  halla 
todo  entero  en  esta  confesión  :  ce  Jamás  he  olvidado,  decía, 
mi  entrevista  con  D.  Bernardo  cuando  le  llevé  las  reliquias 
de  María  Teresa;  padre  e  hijo  mezclaban  sus  lágrimas; 
escena  de  delicioso  tormento,  poi'que  es  deliciosa  la  pena 
del  amor  ^   » 

Salió  Bolívar  de  INLidrid.  con  dirección  a  París.  En  la 
gran  capital  francesa  no  tardó  en  entregarse  a  una  exis- 
tencia de  lujo  y  de  placeres,  por  medio  de  la  cual  esperaba 
aturdirse  y  olvidar.  Se  mostró  altanero,  atormentado, 
desengañado  de  todo  en  apariencia,  ostentando  un  mal 
incurable,  ciñéndose  lo  más  posible  a  Rene,  puesto  de 
moda  entonces  por  la  novela  de  Chateaubriand.  Deslum- 
hraba con  su  boato  a  D.  Fernando  del  Toro,  con  ([uieii  de 
nuevo  se  había  encontrado,  al  mismo  tiempo  ([ue  con  un 
grupo  de  jóvenes  criollos  cuya  figura  más  saliente  era 
Carlos   ]\lontúfar^,   originario  de   Quito,  hijo  del   marqués 

1.  V.  infra,  lib.  II,  cap.  ni,  !;  1. 

2.  Y.  AIiTRE,  Historia  de  Belgiano,  3  t.,  Buenos  Aires,  1860,  1.  II, 
cap.  xxiii,  p.  272. 

3.  Mosquera,  Memorias  sobre  la  {'¿da,  etc.,  op.  cit.,  p.  10. 

'».  MoNTiiAR  (Carlos),  nació  en  Quito  en  1778.  Esludió  en  España, 
y  fué  a  Venezuela  en  1808,   en  donde  tomó  parle  activa  en  los  acón- 


132  OHIGEXES    DE    LA    liEVOLtClÜN    SUDAMERICANA 

de  Selva-Alegre.  Por  ellos  supo  que  D.  Samuel  Robinsón, 
—  tales  erau  los  nuevos  nombre  y  apellido  de  Rodríguez, — 
se  hallaba  en  Viena,  y  se  fué  en  busca  suya. 

«  Yo  esperaba  mucho,  escribía  Bolívar  algún  tienípo 
después,  de  la  sociedad  de  mi  amigo,  del  ct)mpañero  de 
mi  infancia,  del  confidente  de  todos  mis  goces  y  penas, 
del  Mentor  cuyos  consejos  y  consuelos  han  tenido  siempre 
para  mí  tanto  imperio.  ¡Ay!  en  esta  circunstancia  fué 
estéril  su  amistad.  El  señor  Rodríguez  sólo  amaba  las 
ciencias...  Lo  hallé  ocupado  en  un  gabinete  de  física  y 
química  que  tenía  un  señor  alemán...  Apenas  le  veo  yo  una 
hora  al  día.  Cuando  me  reúno  a  él  me  dice  de  prisa  :  Mi 
amigo,  diviértete,  reúnete  con  los  jóvenes  de  tu  edad,  vete 
al  espectáculo,  en  fin,  es  preciso  distraerte,  y  este  es  el 
solo  medio  que  hay  para  que  te  cures...  Comprendo  entonces 
que  le  falta  alguna  cosa  a  este  hombre,  el  más  sabio,  el 
más  virtuoso,  y  sin  que  haya  duda,  el  más  extraordinario 
que  se  puede  encontrar.  Caigo,  muy  pronto  en  un  estado 
de  consunción  ;  y  los  médicos  declaran  que  voy  a  morir  : 
era  lo  que  yo  deseaba.  Una  noche  que  estaba  muy  malo, 
me  despierta  Rodríguez  con  mi  médico;  los  dos  hablaban 
en  alemán.  Yo  no  comprendía  una  palabra  de  lo  que  ellos 
decían;  pero,  en  su  acento  y  en  su  fisionomía  conocía  que 
su  conversación  era  muy  animada.  El  médico  después  de 
haberme  examinado  bien,  se  marchó.  Tenía  todo  mi  cono- 
cimiento, y  aunque  muy  débil,  podía  sostener  todavía  una 
conversación.  Rodríguez  vino  a  sentarse  cerca  de  mí  :  me 
habló  con  esa  bondad  afectuosa  cpie  me  ha  manifestado 
siempre  en  las  circunstancias  más  graves  de  mi  vida.  Me 
reconviene  con  dulzura  y  me  hace  conocer  que  es  una 
locura  el  abandonarme  y  quererme  morir  en  la  mitad  del 

tecimientos  del  19  de  abril  de  1810.  Marchó  luego  a  Quito,  y  nom- 
brado comandante  jefe  de  las  ti-opas  republicanas,  fué  derrotado 
varias  veces  por  los  generales  españoles  'racón  Aymerich  y  Sámano. 
Montúfar  brillaba  más  por  su  valor  y  su  patriotismo  que  por  sus 
conocimientos  militares.  Prisionero  al  mismo  tiempo  que  Nai'iño  en 
1813,  consiguió  llegar  a  Santa  Fe;  pero  de  nuevo  fué  hecho  prisio- 
nero, después  del  combate  de  la  Cuchilla  del  Tambo,  y  fusilado  en 
Popayán  el  3  de  septiembre  de  18 IG. 

Su     padre,    Juan    Pió    Montúfar,    marqués     de    Selva-Alegre,    fué 

firesidente  de  la   primera   Junta   sudamericana,  la  de  Quito,  en  1808 
V.  infra). 


El-    JURAMENTO    DEL    MONTE    SACRO  133 

camino.  Me  hizo  comprender  que  existía  en  la  vida  de  un 
hombre  otra  cosa  ([uc  el  amor,  y  que  podía  ser  muy  feliz 
dedicándome  a  las  ciencias  o  enti-egándome  a  la  ambición. 
Sabéis  con  que  encanto  persuasivo  habla  este  hombre; 
aun([ue  diga  los  sofismas  más  absurdos,  cree  uno  que 
tiene  razón.  Me  persuade  como  lo  liacc,  siempre  que 
(juiere 

((  La  noche  siguiente,  exaltándose  mi  imaginación  con 
todo  lo  que  yo  podría  hacer,  sea  por  las  ciencias,  sea  por 
la  libertad  de  los  pueblos,  le  dije  :  Sí,  sin  duda,  yo  siento 
que  podría  lanzarme  en  las  brillantes  carreras  ({ue  me 
presentáis,  pero  sería  preciso  cjue  fuese  rico...  sin  medios 
de  ejecución  no  se  alcanza  nada;  y  lejos  de  ser  rico  soy 
pobre  y  estoy  enfermo  y  abatido.  ¡Ah  Rodríguez!  prefiero 
morir!...  Le  di  la  mano  para  suplicarle  que  me  dejara 
morir  tranquilo.  Se  vio  en  la  fisonomía  de  Rodríguez  una 
revolución  súbita  :  queda  un  instante  incierto,  como  un 
hombre  que  vacila  acerca  del  partido  que  debe  tomar.  En 
este  instante  levanta  los  ojos  y  las  manos  hacia  el  cielo, 
exclamando  con  voz  inspirada  :  ¡  Se  ha  salvado  I  Se  acerca  a 
mí.  toma  mis  manos,  las  aprieta  en  las  suyas,  C[ue  tiemblan 
y  están  bañadas  en  sudor;  y  en  seguida  me  dice  con  un 
acento  sumamente  afectuoso  :  Mi  amigo,  ¿si  tú  fueras  rico, 
consentirías  en  vivir?  Di...  Respóndeme!  Quedé  irreso- 
luto :  no  sabía  lo  que  esto  significaba;  respondo  :  sí.  Ah ! 
exclama  él,  entonces  estamos  salvos...  el  oro  sirve,  pues, 
para  alguna  cosa?  Pues  bien.  Simón  Bolívar,  ¡sois  rico! 
Tenéis  actualmente  cuatro  millones !  '   » 

A  su  prima,  Fanny  de  Trobriand.  hija  de  una  hermana 
del  señor  de  Aristeguieta,  el  mismo  de  quien  Bolívar  había 
heredado  su  mayorazgo,  es  a  quien  dirigía  el  joven  esta 
curiosa  carta.  Fanny  tenía  veintiocho  años.  En  1796  se 
había  casado  con  M.  Dervieu  du  Villars,  de  mucha  más 
edad  que  ella,  y  demostraba  a  su  primo  un  afecto  que  éste 
había  acogido  con  agradecimiento.  Los  du  Villars  habían 
conocido  a  su  pariente  en  Bilbao,  antes  de  su  casamiento. 


1.  Esta  carta,  con  techa  de  París  180'i,  formaba  parte  del  archivo 
de  la  familia  de  Trobriand.  Se  halla  in  e.vtenso  en  Rojas.  í.py.  Ifist., 
2^  serie,  op.  cil.,  pp.  272-277. 


Í34  OliíCENES    l)K    LA    liKVOLl  :CI(')\    SUDAMEIÍICANA 

y  le  habían  i  ecibido  con  nuicho  cariño  a  su  llegada  a  París. 
Fanny  se  había  instituido  en  consejera,  en  directora  suya  : 
exigía  confidencias*,  no  tardando  en  convertirse  en  aquella 
«  a  quien  no  obstante  no  podía  negai-  nada-  «.  Una  cor- 
respondencia seguida  se  estableció  entre  Bolívar  y  su 
prima,  a  quien  llamaba  él  «  Teresa  » ^  en  aquellas  cartas 
en  que  trataba  de  pintarle  las  fases  por  que  había  pasado 
«  el  ptd^re  chico  de  Bilbao,  tan  modesto,  tan  estudioso,  tan 
económico^  »  para  llegar  a  ser  loque  era  hoy.  «  el  Bolívar 
de  la  calle  Vivienne.  murmurador,  perezoso  v  ])ródigo  ■'  ». 
Su  estilo  se  i-esiente  marcadamente  del  aire  del  siglo,  de 

o 

los  deliquios,  de  los  suspiros  y  de  las  miradas  al  cielo  de 
que  están  cuajados  los  escritos  de  Saint-Preux  y  de  Julia. 
Hacía  ya  tiempo  que  conocía  Bolívar  su  situación  de  for- 
tuna. En  la  carta  enviada  por  él  a  Caracas  para  manifestar 
a  su  tío  D.  Pedro  su  futuro  matrimonio'^  alude  al  «  impor- 
tante mayorazgo  »  que  correría  él  riesgo  de  perder,  si. 
«  conformemente  a  las  voluntades  del  legatario  »,  no  fuese 
a  establecerse  a  Caracas,  y  las  precauciones  que  había 
tomado,  de  acuerdo  con  su  hermano,  antes  de  salir  por 
segunda  vez  de  Venezuela,  con  objeto  de  que  sus  rentas 
le  luesen  servidas  con  regularidad,  no  dejan  duda  alguna 
acerca  de  su  previsión.  Esas  cartas  a  «  Teresa  »  son  pues, 
puro  romanticismo;  pero  por  eso  mismo  resultan  más 
características  del  estado  de  alma  del  discípulo  de  Rodrí- 
guez y  del  apasionado  lector  de  Juan  Jacobo  Rousseau  : 
«  El  presente  no  existe  para  mí,  es  un  vacío  completo 
donde  no  puede  nacer  un  solo  deseo  que  deje  alguna 
huella  graJjada  en  mi  memoria.  ¡Ah,  Teresa,  esto  será  el 
desierto  de  mi  vida!...  Apenas  tengo  un  ligero  capricho  lo 
satisfago  al  instante,  y  lo  que  yo  creo  un  deseo,  cuando  lo 
poseo,  sólo  es  un  objeto  de  disgusto.  Los  continuos  cambios 
que   son  el    iiuto   de   la   casualidad  ¿reanimarán    acaso    mi 

t.  Rojas.  J.oy.  fíi.si.,  2''  serie,  op.  ril.,  pp.  272-277. 

2.  Id. 

3.  Una  de  las  hermanas  menores  de  Fanny  de  Trobriand  se  llamaba 
Teresa,  pero  está  fuera  de  duda  que  la  verdadera  destinataria  de  las 
carias  en  cuestión  no  era  sino  jNímc  du  Yillars. 

4.  Rojas.  Ley.  I/isi.,  2''  serie,  op.  cit.,  pp.  272-277. 

5.  Id. 

6.  V,  sil  pía. 


EL    JURAMENTO    DEl,    MONTE    SACliO  135 

vida?  Lo  ignoro  ;  porc).  si  no  sucede  esto,  volveré  a  caer 
en  el  estado  de  consunción  de  cjue  me  había  sacado  Rodrí- 
guez al  anunciarme  mis   cuatro  millones.   » 

Es  posible  (juc  después  de  todo,  la  escena  de  Viena  haya 
ocurrido  tal  como  la  refería  Bolívar,  y  que  Rodríguez, 
deseoso  de  reanudaí'  el  interrumpido  hilo  de  la  educación  de 
su  Emile,  volviera  a  su  papel  de  ayo-preceptor,  a  quien, 
como  es  sabido,  toca  revelar  a  su  discípulo  que  no  se  halla 
«  tan  cerca  )>  como  creía  «  del  estado  de  los  pol)res  '  ». 
Pero  no  le  dio  tiempo  Bolívar  para  añadir  que  «  la  edad  de 
licencia  (de  vida  licenciosa)  para  los  demás  debe  ser  la 
edad  de  razón  para  Entile-  ».  En  Viena,  luego  en  Londres, 
en  Madrid,  en  Lisboa,  sostiene  un  tren  de  príncipe,  juega, 
perdiendo  en  una  sola  noche  cien  mil  iVancos.  prodiga  el 
oro  «  a  la  simple  apariencia  de  los  placeres  «.  «  No  había 
deseado  las  riquezas,  escribe  Bolívar  después  de  una  de 
aquellas  costosas  diversiones  :  ellas  se  me  presentan  sin 
buscarlas,  no  estando  preparado  para  resistir  a  su  seduc- 
ción, ^le  abandono  enteramente  a  ellas.  Nosotros  somos 
los  juguetes  de  la  Fortuna;  a  esta  gran  divinidad  del  uni- 
verso, la  sola  que  reconozco,  es  a  quien  es  preciso  atribuir 
nuestros  vicios  y  nuestras  virtudes.  Si  ella  no  hubiese 
puesto  un  inmenso  caudal  en  mi  camino,  servidor  celoso 
de  las  ciencias,  entusiasta  de  la  libertad,  la  gloria  hubiese 
sido  mi  solo  culto,  el  único  objeto  de  mi  vida.  Los  placeres 
me  han  cautivado,  pero  no  largo  tiempo.  La  embriaguez  ha 
sido  corta,  pues  se  ha  hallado  muy  cerca  del  fastidio. 
Pretendéis  que  vo  me  inclino  menos  a  los  placeres  que  al 
fausto,  convengo  en  ello;  porque  me  parece  que  el  fausto 
tiene  un  falso  aire  de  gloria...  Fastidiado  de  las  grandes 
ciudades  que  he  visitado,  vuelvo  a  París  con  la  esperanza 
de  hallar  lo  que  no  he  encontrado  en  ninguna  parte,  un 
género  de  vida  que  me  convenga.  Pero.  Teresa,  no  soy  un 
hombre  como  todos  los  demás,  y  París  no  es  el  lugar  c[ue 
puede  poner  término  a  la  vaga  incertidumbre  de  que  estoy 
atormentado.  Sólo  hace  tres  semanas  que  he  llegado  aquí, 
v  va  estov  aburrido  ». 


1.  Emile,  Hb.  III. 

2.  Id.,  lib.  lY. 


136  OHÍGENES    DE    LA    HEVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 


IV 

Esta  vez,  carecía  Bolívar  de  ofalanlería.  v.  sobre  todo, 
de  sinceridad,  y  la  literatura  le  imponía  un  lenguaje  que 
desmintió  él  en  más  de  una  ocasión.  ((  Conservaba  de 
París,  escribe  uno  de  sus  lamiliares  ',  el  recuerdo  que  se 
conserva  de  una  primera  pasión.  En  medio  de  las  graves 
preocupaciones  del  Libertador,  era  para  él  como  un  recreo 
de  colegial  el  dar  mentalmente  un  paseo  por  el  Palais- 
Royal.  Dotado  entonces  de  extremado  ardor  para  el  placer, 
y,  en  particular,  para  los  placeres  fáciles,  era  cosa  real- 
mente extraordinaria  ver  al  libertador  de  su  patria  citar, 
una  por  una,  a  cuantas  bellezas  femeninas  había  conocido 
en  Francia,  con  una  exactitud  y  una  precisión  que  honra- 
ban a  su  memoria  :  citaba  los  retruécanos  de  Brunet.  can- 
taba los  «  couplets  ))  en  boga,  y  reía  de  sus  calaveradas 
de  joven  con  una  expresión  verdaderamente  ingenua  ». 
Aquellos  de  sus  confidentes  más  íntimos  que  le  han  consa- 
grado biografías^  abundan  en  recuerdos  en  que  se  ve  la 
constancia  de  estos  sentimientos,  resumidos  por  Bolívar 
mismo  en  esta  confidencia  al  general  Mosquera  :  «  Si  no 
me  acordara  que  hay  un  París,  y  que  debo  verlo  otra  vez, 
sería  capaz  de  no  querer  vivir ^.  » 

El  salón  de  madame  du  Villars.  que  en  el  biillantísimo 
París  del  Consulado  y  de  los  primeros  tiempos  del  Imperio 
rivalizaba  con  el  de  los  Suger,  de  madame  de  Tallcyrand, 
de  madame  Suard  y  de  madame  d'lloudetot.  a  los  que 
también  asistía  Bolívar,  ofrecía  recursos  de  ingenio  y  de 
amable  distinción  que   no  podían  soñarse  más  cumplidos. 


1.  Skrviiz  (V.  infra.,  lib.  II,  cap.  iv  J;  IV)  en  VAide  de  cainp  ou 
Vauteur  inconnu.  Souvenirs  des  Deux  Mondes,  publicados  por  Mau- 
rice  de  Yiarz,  1  t.  en  8",  París,  18l¡2,   p.  133. 

2.  Ver  J.  M.  Restrrpo,  Diario^  uiss.  Arch.  Restrepo,  Bogotá, 
passiin.  —  La  Ckoix,  Diario  de  Bucarctmariga,  etc.,  op.  cii.,  p.  63. 
—  Mosquera,  Memorias ,  etc.,  op.  cit.,  cap.  i.  —  O'Lkary,  Memorias, 
op,  cit.,  cap.  I.  —  DücouDKAY-Iloi.sTKíN,  IUstoirc  de  Simón  fJoli^'ar, 
París,  1831,  2  vol.  ín-8",  passim.  —  Lk  Movni:,  La  Nouvelle  Grenade, 
París,  1880,  t.  I.  —  Millkr,  Biographical  Sketch  of  general  Bolívar, 
1828,  etc. 

3.  Mosquera,  Memorias,  op.  cit.,  p.  14. 


EL    JUHAMKNTO     OEI,    MOXTR    SACHO  137 

A  veces  acudían  a  ellos  las  «  reinas  del  día  »  :  niadanie 
Récamier  y  madame  de  Slael',  los  honibies  políticos  más 
célebres,  el  vizconde  Lainé,  los  hermanos  de  Lameth^, 
quienes  se  habían  distinguido  en  los  Estados  Unidos  bajo 
las  órdenes  de  Roehambeau;  generales  magníficos,  entre 
ellos  Oudinot  y  Eugenio  de  Beauharnais ;  sabios  como 
Humboldt;  Taima,  el  famoso  actor  de  la  Comédie-Fran- 
gaise  (el   Teatro   Francés),   agasajadísimo    por   Bonapartc. 

Impulsivo,  de  palabra  fácil  y  amena,  y  amigo  de  discutir, 
ocupaba  Bolívar  en  aquella  sociedad  un  puesto  al  que 
parecía  no  haber  podido  pretender,  así  por  su  juventud 
como  por  su  calidad  de  extranjero.  Reñía  con  el  príncipe 
Eugenio,  por  haberse  éste  permitido  cortejar  a  aquella 
misma  Teresa  con  quien  tan  elocuentemente  correspondía 
el  discípulo  de  Rodríguez.  No  temía  ostentar  sus  ideas  libe- 
rales, en  una  época  en  que  hasta  los  más  avanzados  juz- 
gaban oportuno  atenuar  el  color  de  sus  opiniones.  Rebelde 
por  temperamento,  gustábale  criticar  a  los  comensales  de 
madame  du  Yillars,  deseoso  más  bien  de  asombrarles  que 
de  convencerles,  y  un  chiste  oportuno  le  devolvía,  siempre, 
la  indulgencia  de  aquella  amable  y  culta  sociedad.  En 
aquel  medio  refinado,  Bolívar  era  una  nota  de  exotismo, 
exotismo  algo  brusco,  pero  cuyo  ingenioso  atrevimiento  a 
todos  interesaba,  a  todos  se  imponía. 

Bolívar  era,  en  aquella  época  un  joven  de  noble  y  her- 
mosa apostura.  Donde  quiera  que  estuviera,  difícilmente  se 
habrían  dirigido  hacía  otro  las  miradas  de  los  circuns- 
tantes.  Ya  desde  entonces  emanaba  de  toda  su  persona 
aquel  irresistible  magnetismo  que,  más  tarde,  había  de 
obligar,  hasta  a  sus  enemigos  más  decididos,  a  permanecer 
sumisos  en  su  presencia.  Bajo  los  párpados  algo  carnosos, 
adornados  de  largas  pestañas  negras,  sus  obscuras  y 
ardientes  pupilas  despedían  tantos  chispazos  como  son- 
risas. Su  tez  era  mate,  caldeada  por  hermoso  tono  dorado: 


1.  Stenger,  La  Snciéíé  frarií^aise  pendant  le  Consulat,  t.  III. 

2.  Alejandro,  nació  en  1760,  falleció  en  1829;  se  hallaba  con  de 
Seguren  aquel  de  los  buques  de  la  flota  de  M.  de  Vaudreuil  que,  en 
1783,  fué  a  Puerto  Cabello.  Alejandro  de  Lamelh  fué  de  Puerto 
Cabello  a  Caracas  por  tierra,  y  pasó  algunos  días  en  la  capital 
venezolana. 


138  OKIGENES    DE    LA    liEVOLUClÓN    SUDAMEIUCANA 

tenía  la  nariz  larga,  recta,  correctamente  arqueada,  de 
aletas  acusadas  y  finas;  la  boca  ei-a  de  un  dilnijo  firme, 
remontando  ligera  y  delicadamente  en  la  comisura  de  los 
labios,  que  eran  salientes  y  no  demasiado  encarnados;  el 
labio  superior  sobresalía  de  notable  manera,  sombreado 
por  naciente  bigote ;  barbilla  saliente,  cuadrada,  con 
bovuelo  poco  profundo.  Patillas  de  color  castaño,  formando 
contraste  con  una  cabellera  negra  que  en  rizosos  bucles 
caía  hasta  el  cuello,  seguían  el  muy  alargado  (Walo  de  la 
cara.  De  mediana  estatura,  busto  estrecho,  piernas  largas, 
esbelto,  y.  no  obstante,  bien  formado  y  robusto,  ostentaba 
la  más  refinada  elegancia  en  el  atavío  de  su  persona  y  en 
sus  modales.  Pero  la  viveza  de  sus  ademanes,  su  andar 
agitado,  su  voz  aguda  y  sonora  parecían  mal  adaptadas  al 
estrecho  marco  de  una  habitación  :  nos  imaginamos  más 
bien  a  Bolívar  en  el  vasto  teatro  de  un  frondoso  y  soleado 
paisaje  natural. 

Sin  idea  fija  acerca  de  su  destino,  seguía,  a  falta  de  otras 
fiebres,  buscando  en  los  placeres  el  indispensable  alimento 
de  su  alma.  El  libertinaje,  la  pasión  del  juego  le  absor- 
bieron. Las  galej-ias  de  madera  del  Palais-Royal  eran  eco 
de  sus  ruidosas  locuras.  No  obstante,  las  súplicas  de 
Teresa  acabaron  por  impresionar  a  aquel  deplorable  primo. 
Perdió  una  suma  considerable,  v  Rodríguez,  (jue  con  tal 
motivo  había  acudido  de  Yiena.  le  riñó  seriamente.  Ocurría 
esto  a  fines  de  noviembre.  Dejó  Bolívar  su  piso  de  la  calle 
Vivienne  y  se  fue  a  la  calle  de  Lancry',  barrio  más  tran- 
quilo. Se  serenó,  volvió  a  sus  libros.  Entonces  fue  cuando 
se  puso  a  frecuentar  a  Ilumboldt.  a  quien  había  sido  pre- 
sentado, algún  tiempo  antes,  por  madame  du  Villars. 

El  jjarón  Alejandro  de  Ilumboldt.  que  fué,  en  efecto, 
durante  el  otoño  y  el  invierno  de  1804,  el  huésped  privi- 
legiado de  los  salones  de  París,  acababa  en  compañía  de 
un  joven  alumno  de  la  Escuela  de  Medicina  y  del  Jardín  de 
Plantas  :  Aimé  Goujaud  Bonpland  ^.  de  electuar,  ])or  la 
América  meridional  y  Méjico,  un  viaje  de  9  000  leguas,  la 
exploración    mas    grandiosa   (jue    hasta   entonces   se  había 


1.  Pedro  María  Moore,   Centenario  de  Bolívar,  Paris,    IH8o,  p.  12. 

2,  Nació  en  La  llochelle,  en  177;>;  falleció  en  1858. 


i:r.     M  HAMKN'IO    DKI.    MONTK    S.VCliO  139 

llevado  a  cabo  en  regiones  mal  eoiioculas  y  mal  visitadas 
todavía.  Merced  a  las  observaciones  de  Juan  de  Ulloa.  de 
La  Condamine  v  de  Azara,  babíati  sido  IkícIios  con  más 
precisión  l<»s  mapas  de  Amí'rica  y  la  determinación  de  las 
coordinadas,  pero  la  geogralia  del  Nuevo  INlundo  meri- 
dional había  quedado  caracterizada  muy  imperfectamente 
hasta  fines  del  siglo  dieciocho.  Sus  verdaderos  creadores 
fueron  Ilumboldt  y  Bonpland.  Tan  pronto  como  éstos 
regresaron  a  Europa,  publicó  Delamétherie.  en  su  Journal 
de  physique,  con  techa  de  mesidor  año  xir,  una  reseña 
detallada'  del  itinerario  seguido  por  los  dos  viajeros  en  el 
transcurso  de  su  exploración,  la  cual  no  duró  menos  de 
cinco  años. 

Provistos  de  recomendaciones  de  la  corte  de  España,  se 
embarcaron  el  15  de  junio  de  1799  en  la  fragata  Pizarro, 
y,  después  de  pasar  una  temporada  en  las  Canarias,  tocaron 
tierra  en  América  en  el  puerto  de  Cumaná.  Recorrieron 
sucesivamente  las  antiguas  provincias  venezolanas  de  Nueva 
Andalucía  y  de  Nueva  Barcelona,  la  Guayana,  y  residieron 
algún  tiempo  en  Caracas  y  en  los  valles  de  Aragua.  De 
Puerto  Cabello,  se  dirigieron  al  sur.  penetranto  desde  la 
costa  del  mar  de  las  Antillas  hasta  los  límites  del  Brasil 
hacia  el  ecuador.  Después  de  haber  atravesado  los  llanos 
de  Calabozo  y  del  Apure,  emprendieron,  a  partir  de  San 
Fernando,  la  bajada  de  este  río.  y.  por  el  (3rinoco  y  el  río 
Gnaviare.  penetraron  hasta  el  nacimiento  del  río  Negro,  el 
cual  los  condujo  hasta  la  frontera  del  Para.  Humbíddt,  y  su 
compañero  volvieron  luego  al  Orinoco  v  lo  bajaron  hasta 
las  bocas  de  Angostura.  De  aquí  fueron  a  Barcelona,  de 
nuevo  a  Cumaná.  después  a  Cartagena,  desde  donde  w  el 
deseo  de  ver  al  célebre  Mutis  »  les  llevó  a  Santa  Fe.  Dos 
meses  estuvieron  en  esta  capital.  En  1802,  estaban  en  Quito 
y  en  el  Perú;  en  enero  del  año  siguiente,  en  Guavaquil. 
luego  en  Méjico,  recorriéndolo  en  todos  sentidos.  En  fin, 
visitaron  La  Habana,  Filadelfia,  Washington".  En  los  pri- 
meros días  de  agosto  de  1804  entraban  en  Burdeos,  trayendo 

1.  Inseita  en  la  obra  de  T.  E.  Hamy,  Letlres  ainéricaines  d'A- 
lexandre  de  Iliiinboldt  (1787-1807).  Paris,  en  8'\  1909,  y  redactada 
según   documentos,  cartas  y  notas  de  ambos  viajeros. 

2.  Y,  CoDAzzi,  Atlas  do  la  Repúhlica  de  Colombia.  Paris  1889.  Hiñe- 


140  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

los  materiales  del  célebre  :  Voijas^e  aii.v  régions  éf/u¿noj:iales 
dii  Noin^eou  Continent.  cuya  clasificación  v  cuya  redacción 
completa  necesitaron  cerca  de  treinta  años  (1805-1832),  y 
que  contiene  inmensa  cantidad  de  documentos  de  suma 
importancia  acerca  de  la  geogralía.  de  la  arqueología,  de  la 
agricultura  y  de  los  distintos  ramos  de  la  historia  natural. 

Ilumboldt  dispensó  a  Bolívar,  quien  casi  a  diario  le  visi- 
taba, una  acogida  de  lo  más  afectuosa.  El  joven  sudameri- 
cano estaba  emparentado  con  las  familias  de  la  sociedad  de 
Caracas  que  se  habían  disputado  los  minutos  del  «  sabio 
barón  »,  que  le  habían  rodeado  de  atenciones,  y  de  quienes 
conservaba  Humboldt,  un  recuerdo  realzado  por  entusiasta 
ternura  que  asoma  a  cada  momento  en  su  correspondencia 
y  en  sus  obras'.  Los  Ustáritz.  los  Toro,  Avila,  Soublette, 
Montilla,  Sanz,  y  otros  más,  habían  festejado  al  viajero  en 
sus  casas  o  en  sus  haciendas  -;  Bello  le  había  acompañado 
a  la  Silla  del  Avila.  La  familia  del  futuro  general  Ibarra^ 
le  recibió,  así  como  a  Bonpland.  en  aquella  finca  de  Bello 
Monte,  en  donde,  el  día  de  Reyes  de  1800,  se  creyó  Hum- 
boldt transportado,  como  él  mismo  decía,  «  a  una  mansión 
de  hadas  ».  El  parque,  inmenso  y  muy  bien  cuidado,  ador- 
nado de  surtidores  de  agua,  de  cenadores  formados  por 
graciosas  palmeras,  de  estatuas  y  de  ruinas  pintorescas, 
había  servido  de  marco  a  una  suntuosa  fiesta  que  reunía 
una  sociedad  distinguida,  y  en  la  que  todos  «  rivalizaban 
entre  sí  para  hacernos  agradable  nuestra  permanencia  en 
aquellos  lugares;  y  antes  de  internarnos  en  las  selvas  del 
Orinoco,  gozamos  por  una  vez  más,  de  todas  las  ventajas 
de  una  civilización  adelantada*.  » 

Cada  una  de  las  etapas  de  Humboldt  y  de  su  compañero 

rarios  de  Ilumlwldt  y  Bonpland,  Mapa  n"  10,  y  Boletín  de  Historia  y 
Antigüedades,  publ.  cif.,  5'^  año,  p.  65. 

1.  V.  princípalmenle  Hamy.  Lettres  américaines  d'Alexandre  de 
Humholdt.  Correspondance  avcc  Montenegro,  Tovar  Ponte,  etc. 

2.  V,  acerca  de  la  estancia  de  Humboldt  en  Venezuela,  A.  Rojas. 
Estudios  y  Lectura.  (Caracas,  1876,  pp.  468  y  sig. ;  500  y  sig. 

3.  Ibarra.  (Diego),  nació  en  Guacara,  en   1798;  falleció  en  1837;  fué 
ayudante  de  campo  general  de  Bolívar,  a  quien  asistió  en  sus  últimos  , 
momentos.   Tomó  parte    en  casi  todas  las  campañas  de  la  guerra  de 
Independencia,   señaláudose  por  su    inli-epidz    y    sus    conocimientos 
militares. 

4.  Rojas,  Estudios  y  Lecturas,  op.  cit.,  p.  476. 


EL    JUIlAMENTO    DEL    MONTE    SACRO  141 

en  las  capitales  americanas  había  sido  señalada  por  otros 
tantos  testimonios  de  solícita  estimación.  En  todas  partes 
hallaron,  no  sólo  hombres  que  les  comprendían,  sino 
también  sabios  cuya  colaboración  les  fué  útil  :  «  sudame- 
ricanos o  españoles,  en  su  mayoría  ingenieros,  marinos, 
cosmógrafos,  profesores  de  ciencias  naturales,  con  instruc- 
ción variada,  llenos  de  virtudes  y  de  talento,  con  quienes 
se  podría  —  sigue  diciendo  Humboldt  —  componer  una 
lista  de  nombres  suficiente  por  sí  sola  para  la  ilustración 
de  todo  un  siglo'  ».  En  Santa  Fe,  Mutis  había  dado 
hospitalidad  a  sus  sabios  colegas,  poniendo  a  su  dispo- 
sición los  tesoros  de  sus  mejores  colecciones,  y  dándoles, 
para  servirles  de  guía,  su  discípulo  preferido  :  Caldas-, 
«  un  verdadero  prodigio,  decía  Humboldt,  que  ha  sabido 
elevarse  solo,  construir  barómetros,  sectores,  cuartos  de 
círculo,  medir  latitudes  con  gnómones  de  i5  a  20  pies. 
He  calculado  alturas  que  diferían  apenas  de  4  a  5  líneas 
de  las  que  Caldas  había  obtenido  con  sus  intrumentos. 
¡Adonde  no  llegaría  este  joven  si  la  suerte  le  hubiese 
hecho  nacer  en  un  medio  más  culto,  en  donde,  siquiera, 
no  hay  que  esperarlo  todo  del  propio  esfuerzo  !  Sin  embargo, 
el  genio  no  se  apaga.  Se  le  ve,  aquí,  seguir  las  huellas  de 
la  gloriosa  carrera  abierta  por  Bouguer  y  La  Condamine. 
La  Audiencia  de  Quito  ha  podido  destruir  \rs  pirámides^, 
mas  no  será  posible  ahogar  el  genio  que  parece  formar 
parte  integrante  de  la  tierra  americana ''^  ».  No  menos 
brillantes  recuerdos  habían  dejado  en  el  espíritu  de 
Humboldt  Lima  y  Quito  ^.  México  le  había  «  deslum- 
hrado )).  Ninguna  ciudad  del  Nuevo  Continente  poseía 
siquiera  un  establecimiento  científico  comparable  a  los  de 
esta  capital.  La  Escuela  de  minas,  el  Jardín  botánico,  la 
Academia  de    pintura  y  de    escultura,   las   «  Nobles   Artes 


1.  V.  IIa.my,  Lettres  ainéricaines,  etc..  op.  cit.  Prefacio.  V.  — 
también  Mémoires  du  Prince  de  la  Paix  D.  Manuel  Godor,  duc 
d' Alcudia,  etc.,  4  t.  en  8",  Paris.  1836,  t.  III,  cap,  xvii. 

2.  Y.  supra.  cap.  ii,  §  4,  etc. 

3.  Levantadas  por  estos  sabios  para  conmemorar  los  resultados 
de  sus  experimentos. 

4.  Correspondencia  de  Caldas  en  Repertorio,  Colombiano,  t.  XXII. 

5.  V.  Essai  ¡xilitique  sur  le  Borauíne  de  la  Nouselle  Espagne,  t.  I, 
lib.  II,  cap.  \u. 


U2  orígenes  de  la  revolución  sudamericana 

de  Méjico  »,  como  la  llamaban,  fueron  para  él  motivo 
(i  de  sorpresa  y  de  admiración  '  ». 

Tales  frases  eran  para  Bolívar  otras  tantas  afirmaciones 
tan  halagiieñas  como  reconfortantes.  Zaherido  al  principio 
por  sus  compañeros  madrileños,  en  quienes  su  calidad  de 
criollo  excitaba  burlas  que  el  jovert  tuvo  qu(;  sufrir  en 
silencio;  admitido  luego  entre  extranjeros  que  pensaban 
haber  colmado  las  pretensiones  del  joven  fingiendo  olvidar 
sus  orígenes,  sentía  éste,  más  que  nunca,  crecer  en  él  el 
orgullo  de  tales  orígenes,  ahora  que  el  sabio  más  respetado 
y  más  halagado  por  la  sociedad  parisiense  -  le  hacía  tan 
sobresaliente  pintura  de  sus  compatriotas. 

Sentía  también  ternura  y  admiración  por  aquellos  mag- 
níficos países  cuyos  innumerables  y  siempre  grandiosos 
aspectos  describía  con  frecuencia  la  complaciente  erudición 
de  riumboldt.  Los  valles  de  Aragua,  en  que  el  lago  de 
Valencia  recuerda  «  invenciblemente  el  cuadro  del  de 
Ginebra,  pero  embellecido  por  la  majestad  de  la  vegetación 
tropical-  )) ;  los  ardorosos  desiertos  de  los  grandes  llanos, 
«  en  que  la  arena  es  semejante  al  horizonte  del  mar^  » : 
los  interminables  caminos  por  entre  los  prados,  que 
obligan  al  viajero  a  dirigir  su  ruta  incierta,  pero  como 
ebria  de  espacio  y  de  libertad,  «  ateniéndose  al  curso  de 
los  astros  o  por  medio  de  algunos  escasos  troncos  de 
mauritia  y  de  embothrium  cpie  se  descubren  de  tres  en 
tres  leguas*  »  ;  las  gigantescas  navegaciones  por  aquellos 
ríos,  calificados  ya  por  La  Condamine  de  «  mares  chicos 
de  agua  dulce  »  ;  la  casi  completa  ascensión  del  Chimbo- 
razo,  cuyos  detalles  exactos  son  citados  por  Ilumboldt, 
no  sin  legítimo  orgullo  :  «  a  3300  pies  más  altos  que  La 
Condamine  y  Bouguer,  a  3036  toesas  sobre  el  nivel  del 
océano  Pacífico,  habiendo  visto  brotar  sanare  de  nuestros 
ojos,  de  nuestros  labios  y  de  nuestras  encías,  y  helados 
por  un  frío  que  ya  no  indicaba  el  termómetro'^  ».  De  esta 


1.  Y.  Essai  politique  sur  le  Royanme  de  la  Nuiívelle  Espagne,  t.  I, 
lili.  II,  cap.  vil. 

2.  Reseña  de  Delaméllierie,  ¡oc.  cii. 

3.  fd. 

4.  Id. 

5.  Id. 


EL    JUHAMENTO    l)EL    MONTE    SACHO  143 

manera,  v  por  ve/,  primera,  se  revelaban  al  arrebatado 
espíritu  de  Bolívar  la  vegetaeión,  la  fauna,  los  reeursos 
minerales  del  Nuevo  Mundo,  tan  variados,  tan  ricos  como 
lo  es  en  sus  aspectos  la  tierra  inajTotablementc  pi'ódiga 
en  que  se  hallan  '. 

Tampoco  había  omitido  Ilumboldt  el  hablarle  de  los 
sentimientos  y  de  las  aspiraciones  que  se  manileslaban  en 
los  pueblos  sudamericanos.  Decía  haberse  sentido  impre- 
sionado hondamente  por  la  emoción  y  la  ira  que.  sobre 
todo  en  Venezuela,  había  causado  la  ejecución  de  España 
y  de  sus  compañeros'^.  Esta  era  la  conclusión  habitual  de 
aquellas  conversaciones,  a  las  que  era  cada  vez  más  asiduo 
Bolívaí',  escuchando  con  suma  atención  a  su  sabio  inter- 
locutor. Un  día.  exclamó  el  joven  :  «  ¡Radiante  destino, 
en  verdad,  el  del  Nuevo  Mundo,  si  sus  pueblos  se  vieran 
libres  de  su  yngo,  y  qué  empresa  más  sublime  !  »  —  «  Yo 
creo  que  su  país  ya  está  maduro,  contestó  su  interlocutor, 
mas  no  veo  al  hombre  que  pueda  realizarla^  ». 

Aquel  día,  salió  Bolívar  pensativo  del  cuarto  de  trabajo 
de  Humboldt.  Un  resplandor  había  iluminado  su  espí- 
ritu. Acababa  de  ver  el  objetivo  hacia  el  cual  habían 
de  tender  sus  energías,  la  obra  magna  a  la  que,  desde 
aquel  momento,  ardía  en  deseos  de  consagrarse.  Resolvió 
no  continuar  viviendo  tan  inútilmente.  Desde  aquel 
momento  se  consagró  a  la  libertad  como  se  había  entre- 
gado al  placer  :  con  todo  el  arranque  de  un  temperamento 
formidable  que  encontraba,  por  fin,  el  puro  manantial 
capaz  de  saciar  la  ardiente  sed  que  le  devoraba.  No  por 
eso  se  mostrará  indiferente  a  las  voluptuosidades  mate- 
riales, pero    sus  llamaradas   pasajeras  no  se  adueñarán  de 

1.  Antes  de  la  aparición  de  las  obras  de  Humboldt,  los  habitantes 
del  Nuevo  Mundo,  los  Europeos,  y  hasta  los  Españoles  mismos,  no 
tenían  sino  una  idea  confusa  del  valor  de  la  América  del  Sur  y  de 
los  recursos  que  podía  ofrecer.  «  L'Essai  poUtiqíte  sur  la  Nouvelle 
Espagne  (1811),  dice  Lucas  Alama'n  (Historia  de  jNIéjico,  op.  cit.,  t.  I, 
cap.  iii),  descubrió  ¡Méjico  a  los  mejicanos.  Hasta  llegaron  a  pensar 
éstos  que,  de  tal  maiaera  era  rico  su  país,  que,  cuando  lograra  ser 
independiente,  ningún  otro  podría  competir  con  él  en  cuanto  a 
poderío  ». 

2.  Vojage  aux  régions  éqiiinoxiales,  etc.,  t.  IV,  pp.  t<i6-167. 

3.  Documentos  relativos  a  la  Vida  del  Libertador.  Prólogo  de  la 
edición  oficial  publicada  en  vida  de  Bolívar,  182G-1827.  1.  I,  p.  7. 


144  orígenes    de    la    IlEVOLUCION    SUDAMERICANA 

SU  espíritu.    Ya   couoce   el   camino    que  necesita   y   quiere 
seo'uii"- 

o 

En  aquel  momento,  prepárase  inaudito  acontecimiento  : 
la  gran  figura  del  Emperador  acaba  de  aparecer  en  el 
horizonte  de  los  hombres,  y  el  viento  que  agita  el  prodi- 
gioso vuelo  de  su  águila  arrastra  las  últimas  vacilaciones 
del  futuro  libertador.  París  iba  a  celebrar  la  coronación  de 
Napoleón.  Dos  años  antes,  Bolívar  había  asistido  a  las  fiestas 
motivadas  por  la  firma  del  tratado  de  Amiens.  Aunque 
por  entonces  tenía  el  joven  «  la  cabeza  llena  de  los 
ensueños  del  más  violento  amor'  »,  como  decía  él  mismo 
al  referirse  a  aquella  época  de  su  vida,  no  fué  insensible 
a  las  sugestiones  de  aquel  espectáculo.  Las  magnificencias 
de  la  coronación  le  parecieron  como  una  espléndida 
prolongación  de  dicho  acontecimiento.  Al  aparato  teatral 
de  la  ceremonia  en  la  basílica  de  Nuestra  Señora  de  París 
y  de  los  regocijos  que  siguieron  mezclábase  una  incon- 
testable grandeza.  «  Aquel  acto  magnífico,  dirá  más 
tarde  Bolívar-,  me  entusiasmó,  pero  menos  su  pompa  que 
los  sentimientos  de  amor  que  un  inmenso  pueblo  mani- 
festaba por  el  héroe.  Aquella  efusión  general  de  todos  los 
corazones,  aquel  libre  y  espontáneo  movimiento  popular 
excitado  por  las  glorias,  por  las  heroicas  hazañas  de 
Napoleón,  victoreado  en  aquel  momento  por  más  de  un 
millón  de  personas,  me  pareció  ser,  para  el  que  recibía 
aquellas  ovaciones,  el  último  grado  de  las  aspiraciones 
humanas,  el  supremo  deseo  y  la  suprema  ambición  del 
hombre...  Esto,  lo  confieso,  me  hizo  pensar  en  la  esclavi- 
tud de  mi  país  y  en  la  gloria  que  conquistaría  el  que  la 
libertase^  ». 

Pero,  ya  desde  aquel  momento,  quedó  colmado  el  vacío 
que  tanto  padecimiento  causaba  al  alma  magnánima  de 
Bolívar  :  el  amor  de  la  Patria  impera  en  él,  para  siempre. 


1.  La  Croix.  Diario,  ele,  op.  ci(.,  p.  64. 

2.  Id.,  p.  65. 

3.  La  Ckoix.  Diario,  etc.,  p.  6't. 


EL    JUHAMENTO    DKI,    MONTK    SACHO  145 


V 

A  comienzos  de  la  primavera,  salió  Bolívar  para  Italia, 
en  eonipañía  de  Rodríguez.  Cedía,  con  toda  la  juventud  de 
entonces,  al  atractivo  de  la  tierra  de  elección,  del  suelo 
ilustre,  «  compuesto  del  polvo'  de  los  muertos  y  de  las 
ruinas  de  los  imperios  »,  adonde  parecen  haber  ido  en 
busca  de  inspiración,  en  aquella  época,  tantas  notables 
personalidades  a  quienes  tenía  reservados  días  gloriosos 
el  Destino.  Ninguna  de  ellas  sentía  más  avidez  que 
Bolívar  por  fortalecer  sus  energías  ante  aquellos  vestigios 
de  la  Historia  Magna,  a  la  que  tan  admirables  capítulos 
habían  añadido  los  jóvenes  héroes  de  los  ejércitos  republi- 
canos al  combatir  por  la  libertad  de  las  naciones. 

Los  últimos  meses  pasados  en  Paris  habían  hecho  de  él 
otro  hombre  :  había  observado,  reflexionado,  alimen- 
tándose cada  vez  más  de  sus  filósofos,  y,  apadrinado  por 
Rodríouez.  había  conseouido  su  admisión  en  una  looia 
masónica'.  Allí  veía,  dirá  él  más  larde,  al  lado  de 
«    fanáticos    »    insiafuificantes,   a    muchos    «    hombres   de 

o 

mérito"  ».  1804-1805  fué,  en  efecto,  la  época  más  l>rillante 
de  la  Masonería.  Los  príncipes,  los  ministros,  los  maris- 
cales de  Francia,  los  oficiales,  los  magistrados  :  todos  los 
hombres,  en  fin,  notables  por  su  gloria  o  considerables 
por  su  situación,  ambicionaban  el  hacerse  iniciara  La 
intimidad  que  con  ellos  mantuvo  Bolívar,  al  mismo  tiempo 
que  era  la  más  a  propósito  para  afirmarle  en  sus  recientes 
resoluciones,  conti'ibuía  a  madurar  su  carácter  y  a  des- 
arollar  su  espíritu. 

Por  eso,  Italia.  «  tierra  despedazada,  sierva  de  los 
extranjeros*  »,  a  la  que,  no  obstante,  profetizó  un  próximo 
renacimiento  el  poeta  Alfieri,  v  cuya  corona  levantó  tan 
airosamente  Napoleón,  Italia  había  de  apoderarse  del 
alma  de  nuestro  joven  por  cuantos  recuerdos  y  esperanzas 

1.  V.  L.v  Croix,  Difirió,  ole.  (ip.  ril..  p.  71. 

2.  Ib  id. 

3.  V.  Rkbold,  Histoire  genérale  de  la  Franc-Maconnorie.  Paris, 
1851.  FiNDEL,  Gesclüchíe  der  Freimaurerei,  1883,  etc. 

^.  Alíieri. 

10 


/ 

146  ORÍGENES    DE    LA    REVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

vibraban  en  sus  pueblos.  Complacíase  Bolívar  en  ver  en 
ella  impresionantes  semblanzas  con  el  único  objeto  de  sus 
pensamientos.  Los  cuadros  cjue  podía  él  evocar,  y  aquellos 
que  a  su  vista  se  ofrecían,  ¿no  componían,  en  sublime 
síntesis,  el  pasado  mismo  y  acaso  el  porvenir  de  su 
América?  Sentíase  penetrado  por  el  gran  soplo  de  epopeya 
que  campeaba  entonces  por  Europa,  y  podemos  imagi- 
narnos con  qué  bríos  acompañó  al  ejército  hasta  Milán, 
aquel  ejército  a  quien  ambas  primaveras  :  la  de  la  edad  y 
la  del  año,  hacían  invencible  y  magnífico;  con  qué  emoción 
asistió  a  los  esplendores  de  la  segunda  coronación,  con 
qué  patriótico  fervor  siguió,  a  pocos  pasos  del  Emperador, 
perdido  en  la  muchedumbre  c[ue  le  aclamaba,  el  desfile  de 
los  60  000  hombres  de  la  revista  de  Montechiaro '. 

A  pie  las  más  veces,  Bolívar  y  Rodríguez  recorrieron 
las  llanuras  lombardas,  visitaron  Venecia.  después  Boloña 
y  Florencia;  a  fines  de  junio  llegaron  a  Roma.  En  esta 
ciudad  se  detuvo  algunas  semanas  Bolívar  antes  de  ir  a 
Ñapóles  para  reunirse  con  Ilumboldt  -,  cuyo  hermano 
Guillermo,  a  la  sazón  representante  de  Prusia  ante  la 
Santa  Sede,  trató  con  suma  cortesía  al  joven  sudamericano. 


1.  V.  La  Croix,  Diario,  ele,  op.  cit..  p.  65. 

2.  Bolívar  hizo  entonces,  en  compañía  de  este  sabio,  varias  excur- 
siones a  las  cercanías  de  Ñapóles.  Gay-Lussac  se  unió  a  ellos  para 
visitar  el  Vesubio.  (V.  notes  sur  Ale.K.  de  Humboldt  por  J.-B.  Bous- 
singault,  dans  IIamy,  Leiíres  américaines,  op.  cit.,  p.  305). 

Durante  todo  el  resto  de  su  vida  quedó  el  Libertador  en  correspon- 
dencia con  Ilumboldt,  y  hasta  estuvo  éste  a  punto  de  ir  a  verle,  en 
1822,  y  de  establecerse  en  Sudamérica  (v.  il)id.  y  caria  de  Elumboldt 
a  Boussingault,  fecha  22  de  agosto  de  1822,  en  Lett.  amér.,  p.  291). 
En  OLeary,  Documentos,  t.  XII,  pueden  verse  algunas  de  las  cartas 
de  Humboldt  a  Bolívar.  Alude  a  sus  comunes  recuerdos  de  Italia  y 
de  Francia  :  «  en  una  época,  dice,  en  que  hacíamos  votos  por  la 
independencia  y  libertad  del  Nuevo  Continente  »  (29  de  julio  de  1822, 
O'Leary,  Doc,  t.  XII,  p.  234).  También  siguió  Bolívar  en  relaciones 
amistosas  con  Bonpland,  quien  fué  nombrado  más  tarde  mayordomo 
de  la  Malmaison.  Después  del  fallecimiento  de  Josefina  y  de  la  caída 
del  Imperio,  el  Libertador  le  ofreció  la  dirección  de  establecimientos 
científicos  que  se  proponía  él  fundar  en  Bogotá.  Bonpland  se  embarcó 
para  Colombia;  pero,  deseoso  de  pasar  antes  una  temporada  en  la 
Plata,  tuvo  la  mala  idea  de  adelantarse  hasta  el  Paraguay,  de  donde, 
por  espacio  de  diez  años,  se  negó  el  dictador  Francia  a  dejarle  salir. 
Entre  las  numerosas  reclamaciones  que  de  varios  Gobiernos  motivó 
la  detención  de  Bonpland,  es  preciso  mencionar  la  que  firmó  Bolívar 
(v.  O'Lfart,  Memorias,  t.  II,  p.  231). 


El,    JURAMENTO    DEL    MONTE    SACIU)  ÍM 

Una  sociedad  de  las  más  escogidas,  frecuentada  por  (d 
historiador  Sismondi,  Raucii.  el  gran  escultor  alemán,  su 
coleoa  Thorwaldsen.  v.  durante  algunos  días  aún.  madame 
de  Stael.  daba  sumo  atractivo  a  la  legación  prusiana. 
Bolívar  i\\v  uno  de  sus  más  seductores  y  más  festejados 
contei'tulios.  El  embajador  de  España  le  llevó  a  una  de  las 
audiencias  del  papa  Pío  VII.  v  le  escandalizó  en  sumo 
grado  la  conducta  de  a(|uel  joven  que,  aunque  depen- 
diente de  su  jurisdicción,  no  temía,  al  negarse  a  ano- 
dinarse para  besar  la  sandalia  del  papa',  romper  con  los 
usos  más  respetables.  Esta  salida  divirtió  mucho  a  sus 
nuevos  amigos,  y  acabó  sin  duda  de  ganar  por  completo 
sus  voluntades  al  proclamar  —  en  uno  de  aquellos 
arranques  de  oportunismo  solapado  que  tuvo  en  algunas 
ocasiones  de  su  vida  —  que  «  Bonaparte  había  perdido 
mucho  al  convertirse  en  César"  ». 

Para  decir  verdad,  las  veladas  de  la  legación  prusiana 
sólo  una  distracción  pasajera  eran  para  Bolívar  :  su  ser 
íntimo  estaba  fuera  de  allí,  abandonado  al  encanto  de 
Roma.  Las  imágenes  que  de  todas  partes  surgen,  en  el 
recinto  de  las  antiguas  murallas,  en  las  cumbres  y  en  los 
flancos  de  las  colinas  famosas,  invadidas  a  un  tiempo 
|)or  los  palacios,  las  basílicas  y  la  desolada  majestad 
d(!  la  Campiña  cuyas  ondulaciones  cubren  a  lo  lejos 
la  borrada  estela  de  tantos  pueblos,  despertaban  en 
Bolívar  los  sentimientos  que  palpitaban  en  toda  su  gene- 
ración, despertados,  excitados  por  la  magia  del  verbo  de 
Chateaubriand. 

Todavía  conservaban  las  gradas  del  Coliseo  las  huellas 
de  las  pisadas  de  Reni^  cuando  a  su  vez  las  hollaron  las 
plantas  de  Bolívar.  Con  una  Eneida  v  con  un  Tácito  en  el 
bolsillo,  visitó  las  ruinas  gloriosas,  elocuentes,  inspira- 
doras. Allí  soñó  sin  duda  ante  la  «  palmera  solitaria  que 
parece  haber  sido  colocada  adrede  sobre  aquellos  restos 
para  los  pintores  y  para  los  poetas^  »  v  que  le  hacía  pensar 
en    la    patria    lejana.   El     «    Genio   del   Recuerdo    »,    que 

1.  O'Leary,  Memorias^  cap.  i,  p.  23. 

2.  Id. 

3.  Chateaubriand.  Voyage  en  lialie.  Carla  a  de  I'ontanes.  Roma, 
10  de  enero  de  180i. 


1'j8  OIU'gENES    de    la    HEVOLUCIÓN    SUDAMERICANA 

dirigía  las  atormentadas  meditaciones  de  Rene  ^  no  era  el 
único  en  a  sentarse  al  lado  »  de  aquel  otro  adolescente. 
Sin  .  embargo,  su  alma,  no  menos  grande,  sólo  bajo  su 
convencional  apariencia  conocía  aún  la  Tristeza.  No  quería 
verse  limitada  por  ningún  obstáculo,  y  el  Genio  del 
Porvenir,  aquel  «  Dios  de  Colombia  »  que  babía  de 
promover  los  románticos  «  Delirios  »  del  Libertador  -, 
anima  ya  las  primeras  inspiraciones  de  su  genio. 


1.  V.  Chateaubriand,  Rene,  Obras  completas.  Paris,  Garnier, 
t.  III,  p.  77. 

2.  Probablemente  en  1824  fué  cuando  Bolívar  escribió,  después  de 
su  ascensión  al  Chimborazo,  el  célebre  Delirio,  obra  de  verdadera 
inspiración  romántica.  A  esta  asombrosa  página  cuadraría  el  final  del 
relato  de  Chateaubriand  :  «  Echo  du  rivage  américain,  répétez  les 
accents  de  Rene...  » 

<(  Yo  venía  envuelto  con  el  manto  de  iris  (")  desde  donde  paga  su 
tributo  el  caudaloso  Orinoco  al  Dios  de  las  aguas.  Había  visitado  las 
encantadas  fuentes  amazónicas,  y  quise  subir  a  la  Atalaj-a  del 
Universo.  Busqué  las  huellas  de  La  Condamine  y  de  Humboldt  ; 
seguílas  audaz  :  nada  me  detuvo  :  llegué  a  la  región  glacial;  el  éter 
sufocaba  mi  aliento.  iSinguna  planta  humana  había  hollado  la  corona 
diamantina  que  puso  las  manos  de  la  eternidad  en  las  sienes  excelsas 
del  dominador  de  los  Andes.  Yo  me  dije  :  este  manto  de  iris  que  me 
ha  servido  de  estandarte  ha  recorrido  en  mis  manos  sobre  regiones 
infernales  :  ha  surcado  los  mares  dulces  :  ha  subido  sobre  los 
hombros  gigantescos  de  los  Andes  :  la  tierra  se  ha  allanado  a  los 
pies  de  Colombia,  y  el  tiempo  no  ha  podido  detener  la  marcha  de  la 
libertad  :  Belona  ha  sido  humillada  por  los  rastros  de  iris¿  y  yo  no 
podré  trepar  sobre  los  cabellos  canosos  del  gigante  de  la  tierra?  Sí 
podré;  y  arrebatado  por  la  violencia  de  un  espíritu  desconocido  para 
mí,  que  me  parecía  divino,  pasé  sobre  los  pies  de  Humboldt, 
empañando  aún  los  cristales  eternos  que  circuyen  al  Chimborazo. 
Llego  como  impulsado  por  el  genio  que  me  animaba,  y  desfallezco 
al  tocar  con  mi  cabeza  la  copa  del  firmamento  y  con  mis  pies  los 
umbrales  del  abismo. 

«  Un  delirio  febril  embarga  toda  mi  mente  :  me  siento  como  encen- 
dido de  un  fuego  extraño  y  superior  :  —  Ero  el  Dios  de  Colombia 
que  1)1  e  poseía. 

((  De  repente  se  me  presenta  el  tiempo  bajo  el  semblante  venerable 
de  un  viejo  cargado  de  los  despojos  de  las  edades,  ceñudo,  inclinado, 
calvo,  rizada  la  tez,  una  hoz  en  la  mano. 

«  Yo  soy  el  Padre  de  los  siglos  :  soy  el  arcano  de  la  fama  y  del 
secreto  :  mi  madre  fué  la  eternidad  :  los  límites  de  mi  imperio  los 
señala  el  infinito  :  no  hay  sepulcro  para  mí,  porque  soy  más  pode- 
roso que  la  muerte  :  miro  lo  pasado,  miro  lo  futuro,  y  por  mi  mano 
pasa   lo    presente.    ¿Porqué    te    envaneces,    niño  o    viejo,   hombre    o 

(a).  Los  coloros  fundamentales  del  arco-iris,  el  azul,  el  amarillo  y  el  rojo, 
habían  sido  escogidos  por  los  colombianos  para  su  bandera.  V.  infra, 
lib.  II,  c.  III. 


EL    .lUKAMENTO    DEL    MONTE    S.VCIU)  149 

IJiiíi  larde  tic  inediados  di;  agosto,  cu  inoniciUo  ca  que  ¡lja 
va  apagándose  el  ardoi'  del  sol.  el  uzai-  de  un  paseo  por  la 
Campiña  condujo  a  Bolívar  y  a  Rodríguez  a  orillas  del  Anio, 
al  pie  del  Monte  Sagrado.  Subieron  el  cerro  al  iniciarse  el 
crepúsculo  y  se  sentaron  sobre  un  cuerpo  de  columna  que 
yacía  entre  zarzas.  No  tardó  en  salir  la  luna,  dejando  adi- 
vinar en  cercana  lontananza  la  inmensa  presencia  de  Roma. 
Rodríguez  recorcjaba  a  su  compañero  los  episodios  de  la 
retirada  al  INIonte  Aventino,  ingeniándose  en  establecer  un 
parangón  entre  los  plebeyos  de  Menenio,  sublevados  contra 
la  tiranía  de  los  patricios  y  del  Senado,  y  la  impaciencia 
desesperada  de  los  pueblos  de  América,  sin  tribunos  auto- 
rizados para  defenderlos  contra  los  opresores. 

De  repente,  Bolívar  se  pone  en  pie.  Una  emoción 
sobrehumana  le  anima;  sus  cabellos,  levantados  por  el 
viento,  le  hacen  una  aureola.  Sus  mejillas  palidecen  y  se 
animan,  una  llama  arde  en  su  mirada.  De  su  boca  brotan 
frases  entrecortadas,  sonoras  :  «  ¿Conque  este  es,  dijo, 
el  pueblo  de  Rómulo  y  Numa,  de  los  Gracos  y  los 
Horacios,  de  Augusto  y  de  Nerón,  de  César  y  de  Bruto, 
de  Tiberio  y  de  Trajano?  Aquí  todas  las  grandezas  han 
tenido  su  tipo  v  todas  las  miserias  su  cuna.  Octavio  se 
difraza  con   el   manto  de  la  piedad  pública  para  ocultar  la 

héroe?  ¿Crees  acaso  que  el  Universo  es  algo?  ¿Que  montar  sobre  la 
cabeza  de  un  alfiler  es  subir?  ¿Pensis  que  habéis  visto  la  santa 
verdad?  ¿Imagináis  locamente  que  vuestras  acciones  tienen  algún 
precio  a  mis  ojos?  Todo  es  menos  que  un  punto  a  la  presencia  del 
infinito  que  es  mi  hermano.  Sobrecogido  de  un  sagrado  terrol', 
¿cómo  ¡  oh  Tiempo!  respondí,  no  ha  de  desvanecerse  el  mísero 
mortal  que  ha  subido  tan  alto?  He  pasado  a  todos  los  hombres  en 
fortuna,  porque  me  he  elevado  sobre  la  cabeza  de  todos.  Yo  domino 
el  Universo  con  mis  plantas  :  toco  al  Eterno  con  mis  manos  :  siento 
las  prisiones  infernales  bullir  bajo  mis  pasos  :  estoy  mirando  de  una 
guiñada  los  rutilantes  astros  :  los  soles  infinitos  :  he  visto  sin 
asombro  el  espacio  que  encierra  la  materia:  y  en  tu  rostro  leo  la 
historia  de  lo  pasado,  y  los  libros  del  destino.  Observa,  me  dijo, 
aprende,  conserva  en  tu  mente  lo  que  has  visto,  dibuja  a  los  ojos  de 
tus  semejantes  el  cuadro  del  Universo  físico,  del  Universo  moral; 
no  escondas  los  secretos  que  el  cielo  te  ha  revelado:  di  la  verdad  a 
los  hombres...  la  fantasma  desapareció. 

('  Absorto,  yerto,  por  decirlo  así.  quedé  exánime  largo  tiempo,  ten- 
dido sobre  aquel  inmenso  diamante  que  me  servía  de  lecho.  En  fin, 
la  tremenda  voz  de  Colombia  me  grita  :  resucito  :  me  incorporo  : 
abro  con  mis  propias  manos  mis  pesados  parpados  :  vuelvo  a  ser 
liombre.  y  escribo  mi  deliriu  ».  D.  XIV,  4550. 


150  ORÍGENES    DE    LA    ÜEVOIA  CIÓX    SUDAMERICANA 

suspicacia  de  su  carácter  y  sus  arrebatos  sanguinarios; 
Bruto  clava  el  puñal  en  el  corazón  de  su  protector,  para 
reemplazar  la  tiranía  de  César  con  la  suya  propia;  Antonio 
renuncia  los  derechos  de  su  gloria  para  embarcarse  en  las 
galeras  de  una  meretriz ;  sin  proyectos  de  relorma,  Sila 
degüella  a  sus  compatriotas  y  Tiberio,  sombrío  como  la 
noche  y  depravado  como  el  crimen,  divide  su  tiempo  entre 
la  concupiscencia  y  la  matanza.  Por  un  Cincinato  hubo 
cien  Caracallas  ;  por  un  Trajano  cien  Calígulas  y  por  un 
Vespasiano  cien  Claudios...  Este  pueblo  ha  dado  para  todo, 
menos  para  la  causa  de  la  humanidad  :  Mesalinas  corrom- 
pidas, Agripinas  sin  entrañas,  grandes  historiadores, 
naturalistas  insignes,  guerreros  ilustres,  procónsules 
rapaces,  sibaritas  desenfrenados,  aquilatadas  virtudes  y 
crímenes  groseros ;  pero  para  la  emancipación  del  espíritu, 
para  la  extirpación  de  las  preocupaciones,  para  el  enalte- 
cimiento del  hombre  y  para  la  perfectibilidad  definitiva  de 
su  razón,  bien  poco,  por  no  decir  nada  )).  Y  luego, 
volviéndose  hacia  Rodriguez  :  «  Juro  delante  de  usted; 
juro  por  el  Dios  de  mis  padres;  juro  por  mi  honor,  juro 
por  la  Patria,  que  no  daré  descanso  a  mi  brazo,  ni  reposo 
a  mi  alma,  hasta  que  haya  roto  las  cadenas  que  nos 
oprimen  por  voluntad  del  poder  español.  '  » 

El  Libertador  iba  a  cumplir  tan  ambiciosa  promesa.  Los 
sacrificios  que  habían  de  confirmarla  y  que  Bolívar  presen- 
tía con  certeza  le  dan  conmovedora  amplitud.  La  empresa 
escogida  por  el  futuro  libertador  para  entregarse  a  ella 
por  completo,  aceptando  de  antemano  todas  las  peripecias 
posibles  inherentes  a  una  empresa  magna  era  digna  de  la 
grandeza  de  su  alma.  Y.  descartando  de  él  la  ampulosidad 
romántica,  el  juramento  del  ^lonte  Sacro  lleva  el  sello  de 
una  indiscutible  sublimidad. 

Romántico,  Bolívar  lo  era  por  esencia,  y  nunca  dejó  de 
serlo,  pues  estaba  impregnado  de  aquella  «  superabundan- 
cia de  vida  »  que  sólo  un  instante  pidió  Chateaubriand  a 
las  libres  y  fértiles  soledades  del  Nuevo  Mundo-.  Los  orí- 

1.  Recuerdos  recogidos  de  boca  de  D.  Simón  Rodriguez  y  publi- 
cados en  El  libro  del  Centenario.  Bogotá,  1883,  por  Manuel  Uribe, 
t.,  p.  74. 

2.  V.  (^ha.teaubriak;u,  Rene. 


El,    JUliAMENTO    l)KL    MOX'IK    SACIU)  151 

genes  españoles,  exaltíulos  por  el  sol  tropical,  pretlispo- 
nían  sin  chula  a  Bolívar  a  ser,  en  este  sentido,  el  más 
<2¡eniiino  representante  de  su  época.  Había  cumplida  asi- 
milación, entre  ésta  y  él,  en  cuanto  a  sentimientos  y  en 
cuanto  a  lenguaje.  Nadie  sintió  en  más  alto  grado  las  tor- 
mentas, (d  orgullo,  la  vanagloria  y  las  quimeras  del  roman- 
ticismo, y  ninguno  hizo  mayor  abuso  de  las  prosopopeyas  y 
de  las  grandilocuencias.  Pero  hay  siempre  belleza,  iuerza 
y  grandeza  en  su  estilo,  como  las  había  en  su  conducta,  y 
sus  insaciadas  ambiciones  llevan  todas  el  sello  de  la  gene- 
rosidad. Rousseau,  que  no  en  vano  ha  sido  calificado  de 
«  padre  del  romanticismo  ^  »,  ejercía  de  este  modo  una 
acción  indirecta  y  lógica  sobre  el  espíritu  de  Bolívar, 

Ciei'to  que  la  poderosa  personalidad  del  Libertador  no 
es  de  aquellas  en  que  es  f;ícil  descubrir  influencia  extraña, 
l'ero,  no  le  fué  posible  sustraerse  al  ascendiente  de  los  dos 
iiombres  cuyo  pensamiento  y  cuya  acción  dominan  el  siglo, 
v  a  Juan  Jacobo  v  a  Napoleón  es  a  quienes  pedirá  Bolívar 
lecciones  y  ejemplos. 

En  efecto,  el  conquistador  legislador  y  el  escritor 
(llósolo  son  los  padrinos  del  genio  de  Bolívar.  Les  debe, 
si  así  podemos  expresarnos,  sus  cumplidas  glorias  y  sus 
cumplidos  errores.  Verdad  que  se  ha  guardado  de  invocar 
el  nombre  de  Rousseau;  si  por  casualidad  habla  de  él,  es 
para  decir  que  «  su  estilo  es  quizás  admirable,  pero  que 
sus  libros  le  molestan'"  »  ;  sin  embargo,  constituyen  éstos, 
en  toda  ocasión,  su  lectura  favorita  ^  Toma  de  \os  Discur.sofi 
el  londo  de  su  vocabulario,  hasta  tal  punto  que,  al  leer  a 
Bolívar,  cree  uno  a  veces  leer  una  traducción  de  Rousseau. 
Cuando  se  trata  de  celebrar  con  fiestas  los  primeros  éxitos 
de  los  ejércitos  libertadores,  consulta  la  Leí/re  suj-  les 
spectacles.  El  Conirat  Social  «  faro  de  los  legisladores  '  », 
es  su  código  en  política,  y  la  Profes.sion  de  foi  du  vicaire 
snvoyard  le  sirve  de  religión^. 

iNlás  severo  aún  se  mostró  Bolívar  respecto  de  Napoleón. 


1.  V.  PiKRiii;   Lasseure,  Le  Romantisme  frdiicais,  Paris,  1907. 

2.  La  Croix.  Diario,  etc.,  op.  cit.,  p.  43. 
«5.  V.  Dicoi  DUAY-lIoLSTEiN,   Mémoires,  etc. 

4.  Joseph  de  Chénier. 

5.  V.  La  Croix,  Diario,  etc..  passiin  y  p.  97. 


152  ORÍGENES    DE    LA    REVüLüCIüX    SUDAMERICANA 

En  varias  ocasiones  lo  colma  de  invectivas  :  «  Se  hizo 
emperador,  decía  él  cierta  vez  a  su  ayudante  de  campo 
O'Leary'.  y  desde  aquel  día  le  miré  como  un  tirano  hipó- 
crita, oprobio  de  la  libertad  v  ol)stáculo  al  progreso  de 
la  civilización  ».  Y  al  general  Mosquera-  le  dice  :  «  Desde 
que  Napoleón  fué  rey,  su  gloria  misma  me  parece  el  res- 
plandor del  infierno,  las  llamas  del  volcán  que  cubría  la 
prisión  del  mundo.  »  Pero  la  violencia  misma  de  estos 
ataques  bastaría  para  hacer  dudar  de  su  sinceridad,  de  no 
estar  averiguado  que  le  fueron  dictados  al  Libertador  por 
las  circunstancias,  y  de  no  aparecer  en  cada  uno  de  los 
períodos  de  su  vida  la  preocupación,  la  obsesión  misma  de 
ajustarse  en  todo  al  Emperador  y  de  igualarse  en  gloria 
con  él. 

Hemos  oído  a  Bolívar,  delante  del  único  de  sus  confi- 
dentes a  quien  manifestó  el  fondo  de  su  pensamiento  :  el 
general  de  La  Croix^.  a  quien  ambicionaba  también  «  con- 
vertirlo en  su  Las  Cases''  »,  manifestar  la  profunda  emo- 
ción que  le  invadió  cuando  la  coronación  de  Napoleón. 
Pues  bien,  una  emoción  del  todo  semejante  se  apoderó  de 
él  cuando,  conducido  por  Rodríguez,  efectuó  la  peregri- 
nación   a   las    Gharmettes '",    i'esidencia   inmortalizada    por 

1.  V.  O'Leary,  Memorias^  etc,,  op.  cit.,  cap.  i,  p.  15. 

2.  Mosquera,  Memorias  sobre  la  vida,  etc  ,  op.  cit.,  p.  11. 

3.  La  Croix  (Louis,  Perú  de),  nacido  en  Montelimar,  antiguo  oficial 
de  la  guardia  imperial,  pasó  a  América  en  1818  y  sirvió  fielmente  a 
Bolívar  hasta  1830.  Desterrado,  cuando  la  muerte  del  Libertador, 
La  Croix  volvió  a  Venezuela  en  1836,  tomó  parte  en  la  revolución, 
llamada  de  las  Reformas,  en  Caracas  el  8  de  julio  de  ese  mismo  año, 
fué  desterrado  de  nuevo,  volvió  a  Francia  y  murió  suicidado  en 
París  en  1837. 

Durante  el  tiempo  que  estuvo  con  Bolívar  en  Bucaramanga,  en 
1828,  fué  cuando  La  Croix  escribió  el  diario  llamado  Diario  de 
Bucaramanga  y  del  cual  sólo  una  parte  fué  publicada  en  París  en 
1869  por  mediación  de  Fernando  Bolívar,  sobrino  del  Libertador. 

En  él  se  hallan  anécdotas  y  sobre  todo  juicios  valiosos  recogidos 
de  la  misma  boca  de  Bolívaí'  acerca  de  los  hombres  y  los  aconteci- 
mientos de  su  época. 

D.  Ismael  López,  diplomiítico  y  literato  colombiano,  ha  descu- 
bierto muy  recientemente  en  Caracas  el  manuscrito  original  de 
La  Croix  y  se  propone  hacer  publicar  una  edición  completa  de  ese 
manuscrito,  del  cual  ha  tenido  a  bien  comunicarnos,  muy  amable- 
mente, el  texto  inédito. 

4.  V.  Diario...  passim,  y,  principalmente,   pp.  12  y  l'i. 

5.  O'Leary,  Memorias,  ele...,  p.  25. 


EL    .rURAMEN'TO    DKL    MONTK    SACIÍO  153 

Rousseau.  Y,  en  íin,  ¿no  es  tíMuísinio  lestinionio  de 
íntima  v  suprema  predilccoión  el  haber  legado  por  testa- 
mento a  su  ciudad  natal,  aquel  ejemplar  del  Contrat  social 
que  había  pertenecido  al  desterrado  de  Santa  Elena,  y  que 
con  tan  constante  cariño  hal)ía  hojeado  el  í^ihertador '? 

Como  contraposición  a  la  influencia  ejercida  por  Rous- 
seau sobre  Bolívar,  no  carece  de  cierto  interés  el  notar  la 
que  el  filósolo  de  Ginebra  acabó  por  tomar  sobre  Rodrí- 
guez. Después  del  viaje  a  Italia,  maestro  y  discípulo  se 
perdieron  de  vista  durante  unos  veinte  años.  Mientras  subía 
su  Emilio  los  escalones  de  una  sublime  carrera,  D.  Samuel 
Robinsón  seguía  recorriendo  Alemania,  Turquía,  Rusia, 
en  donde,  Pestalozzi  desdeñado,  proseguía,  no  sin  heroísmo, 
un  obscuro  apostolado  pedagógico.  La  fortuna  de  Bolívar 
le  llevó  de  nuevo  a  América  en  1824.  Llegó  allí  con  proyec- 
tos considerables,  no  siendo  el  menor  de  ellos  la  consti- 
tución de  las  nacionalidades  del  Nuevo  Mundo  en  un  vasto 
Estado  comunista  en  donde  reinaran  únicamente  la  igual- 
dad y  la  dicha. 

Indulgentísimo  para  los  atrevimientos  de  su  antiguo 
maestro,  le  dio  carta  blanca  el  Libertador  :  salió  Rodríguez 
para  el  Alto  Perú,  provisto  de  recomendaciones  para  el 
presidente  Sucre.  Pero  ya  había  gastado  más  de  doce  mil 
pesos  antes  de  la  inauguración  de  la  primera  de  las  escue- 
las modelos  en  las  que  pretendía  formar  jóvenes  ciuda- 
danos dignos  de  su  República.  Pronto  tuvo  Sucre  que 
mandar  cerrar  aquel  extraño  y  costoso  establecimiento. 
No  mejor  suerte  tuvo  un  nuevo  ensayo  en  Colombia.  Pro- 
rrumpió en  amargas  quejas  Rodríguez.  Mas,  ya  era  dema- 
siado tarde.  Bolívar,  en  el  ocaso  de  su  carrera  no  pudo  ya 
prestar  oídos  complacientes  a  las  empresas  del  infortunado 
D.  Simón.  Las  angustiosas  cartas  c[ue  dirigía  al  Libertador 
({uedaron  sin  contestación.  «  ...  Al  lado  de  Ud.  haría  una 
función  importante...  Mientras  Ud.  conserve  algún  poder 
tendrá  muchos  amigos,  y  a  centenares  quien  lo  sirva  por 
servirse  a  si  mismos;  no  sé  si  Ud.  cávese  en  desgracia. 
<[uién  sería  su  Bertrand...  Si  Ud.  continúa  influyendo  en 
los  negocios  públicos,  sov  capaz  de  hacer,  y  deseo  hacer  lo 

1.  Testamento  de  Bolívar,  D.,   XIV,  4556. 


154  OHÍgEXES    de    la    liEVOLUClÓX    SUDAMERICANA 

que  ninguno  (sea  quien  luere)  por  el  l)ien  de  la  causa  y  por 
honor  de  Ud...  y  si  por  desgracia  de  la  América  tuviese  Ud. 
que  retirarse  a  alguna  Santa  Elena,  lo  seguiría  gustosí- 
simo' ».  Con  la  muerte  de  Bolívar  se  fueron  las  últimas  espe- 
ranzas de  D.  Simón,  quien  se  retiró  a  Iluaymas.  en  el 
Perú,  en  donde  acabó  tristemente  sus  días  (1854). 

Y,  no  obstante,  en  la  misma  fuente  habían  bebido  maes- 
tro y  discípulo,  en  la  peligrosa  fuente  de  Juan  Jacobo,  for- 
taleza de  las  almas  vigorosas,  filtro  fatal  para  los  espíritus 
desfallecientes. 

Nunca  olvidó  Bolívar  que  Rousseau  le  había  sido  revelado 
por  Rodríguez.  Escuchemos  con  qué  ardientes  palabras 
le  acoge  a  su  regreso  a  América;  con  qué  entusiasmo  le 
incitaba,  medio  convencido  él  mismo,  a  intentar,  en  la 
espaciosa  libertad  de  una  tierra  nueva,  el  experimento  pri- 
mitivista :  «  ¡Oh,  mi  maestro!  ¡Oh,  mi  amigo!  ¡Oh,  mi 
Robinson!  Ud.  en  Colombia,  Ud.  en  Bogotá,  y  nada  me  ha 
dicho,  nada  me  ha  escrito!  Sin  duda  es  Ud.  el  hombre 
más,.,  extraordinario  del  mun-do.  Podría  Ud.  merecer 
otros  epítetos;  pero  no  quiero  dárselos,  por  no  ser  des- 
cortés al  saludar  a  un  huésped  que  viene  del  Viejo  Mundo 
a  visitar  el  Nuevo.  Sí,  a  visitar  su  patria  que  ya  no  conoce... 
que  tenía  olvidada;  no  en  su  corazón,  sino  en  su  memoria. 
Nadie  más  que  yo  sabe  lo  queUd.  quiere  a  nuestra  adorada 
Colombia  ¿Se  acuerda  Ud.  cuando  fuimos  al  Monte  Sacro  en 
Roma,  a  jurar  sobre  aquella  tierra  Santa  la  libertad  de  la 
Patria?  Ciertamente  no  habrá  Ud.  olvidado  aquel  día  de 
eterna  gloria  para  nosotros;  día  que  anticipó,  por  decirlo 
así,  mi  juramento  profético  a  la  misma  esperanza  que  no 
debíamos  tener. 

«  Ud.,  maestro  mío¡  cuánto  debe  haberme  contemplado 
de  cerca,  aunque  colocado  a  tan  remota  distancia!  con  qué 
avidez  habrá  Ud.  seguido  mis  pasos,  dirigidos  muy  antici- 
padamente por  Ud.  mismo...  No  puede  Ud.  figurarse  cuan 
hondamente   se  han   orabado  en   mi  corazón  las  lecciones 

o 

que  Ud.,  me  ha  dado  :  no  he  podido  jamás  borrar  siquiera 
una  coma  de  las  grandes  sentencias  que  Ud.  me  ha  regalado  : 


1.  Carta  de  Oruro,  30  de  septiembre  de  1827.  OLiary.  Documentos 
t.  IX,  p.  514. 


f 


EL    JURAMENTO     DKI.    MONTE    SVCIU»  155 

s¡(Mn|)re  présenles  a  mis  ojos  las  lie  seguido  como  guias 
iiiral¡l)l('s...  Mil  veces  dichoso  el  día  en  que  Ud.  pisó  las 
playas  de  Colombia.  Un  sabio,  uu  juslo  lUtás,  corona  la 
frente  de  la  erguida  cabeza  de  Colombia.  Yo  desespero 
por  saber  qué  designios  tiene  Ud.  sobre  todo:  mi  impacien- 
cia es  mortal...  Ya  que  no  puedo  volar  hacia  Ud.,  hágalo  Ud. 
hacia  mí;  no  perderá  Ud.  nada.  ContemplaráUd.  con  encanto 
la  inmensa  patria  que  tiene  labrada  en  la  roca  del  despo- 
tismo por  el  buril  victorioso  de  los  libertadores,  de  sus 
hermanos  de  Ud.  No,  no  se  saciaría  la  vista  de  Ud.  delante  de 
los  cuadros,  de  los  colosos,  de  los  tesoros,  de  los  secretos, 
de  los  prodigios  que  encierra  y  abarca  esta  soberbia  Colom- 
bia. Venga  Ud.  al  Chimborazo.  Profane  Ud.  con  su  planta 
atrevida  la  escala  de  los  Titanes,  la  corona  de  la  tierra,  la 
almena  inexpugnable  del  Universo  Nuevo.  Desde  tan  alto 
tenderá  Ud.  la  vista,  y  al  observar  el  cielo  y  la  tierra,  admi- 
rando el  pasmo  de  la  creación  terrena,  podrá  decir  :  «  Dos 
eternidades  me  contemplan,  la  pasada  y  la  que  viene...  » 
Amigo  de  la  naturaleza,  venga  Ud.  a  preguntarle  su  edad,  su 
vida  v  su  esencia  primitiva...  Allá  está  encorvada  bajo  el 
peso  de  los  años,  de  las  enfermedades  y  del  hálito  pestífero 
de  los  hombres  :  aquí  está  doncella,  inmaculada,  hermosa, 
adornada  por  la  mano  misma  del  Creador  ^..  » 

1.    Carta   de   Pativilca,   17   de  enero  de  1824.  Correspondencia  del 
Libertador,  t.  1,  p.  392. 


LIBRO  11 
EL    PRECURSOR 


CAPITULO    PRIMERO 

MIRANDA 

I 

Salió  Bolívar  de  Roma  en  septiembre  de  1805  y  fué  a 
Ñapóles,  en  donde  pasó  varios  meses.  Se  resentía  del 
excesivo  cansancio  del  año  anterior,  y,  a  pesar  de  su 
impaciencia  por  volver  a  Venezuela,  sólo  a  fines  de  mavo 
de  1806  le  fué  posible  pensar  en  el  regreso. 

Se  fué  entonces  a  París,  con  Rodríguez,  sin  hacer  escala 
alguna  en  el  camino.  Fanny,  sabedora  de  las  resoluciones 
de  su  primo,  a  quien  tanto  había  ella  exhortado  antes  a 
que  acometiera  una  empresa  gloriosa  que  había  de  iniciarse 
con  aquel  viaje,  se  desesperaba  ahora,  al  considerar  lo 
inminente  de  la  separación.  Suplicó  a  Bolívar  que  aplazara 
su  salida.  Pero  fueron  vanos  sus  ruegos.  Según  había  ella 
de  decirle  más  tarde  :  a  Ya  el  amor  a  la  gloria  se  había 
apoderado  de  todo  su  ser,  y  sólo  pertenecía  Ud.  a  sus 
semejantes  por  el  prestigio  que  les  ocultaba  el  genio  que 
las  circunstancias  han  aumentado \  » 

Por  los  Países  Bajos  v  Alemania,  en  donde  pasó  otras 
cuantas  semanas,  lleoó  Bolívar  a  Ilamburefo.  en  donde  se 
embarcó,  en  septiembre,  para  America. 

1.  Carta  de  Mme  du  Yillars  al  Libertador.  París,  6  de  abril  de  1826. 
OLkÁry.  Doc,  t.  XII,  p.  293. 


158  EL    PUECUIiSOli 

Poco  después  llegaba  a  Boston,  saliulal^a  coa  entusiasmo 
los  campos  de  Lexington.  y  visitaba  las  principales  ciu- 
dades de  la  joven  república.  El  stage  coach  le  condujo  a 
Nueva  York,  tan  poblada  ya.  llena  de  movimiento,  alegre, 
en  donde  ya  se  anunciaba  la  prosperidad.  Fué  a  Filadelfia, 
pasó  algunos  días  en  Washington,  después  en  Charleston. 
en  donde,  por  fin,  se  embarcó  en  un  navio  de  comercio 
que  salía  para  las  costas  de  Venezuela,  y  que  llegó  a  La 
Guayra  hacia  mediados  de  febrero  de  1807\ 

Los  acontecimientos  que  se  habían  efectuado  en  la 
colonia  durante  la  ausencia  de  Bolívar  le  interesaron 
mucho  esta  vez,  y  oyó  con  gran  emoción  su  detalle.  En  el 
momento  mismo  en  que  la  cabeza  ensangrentada  de 
España  era  izada  a  una  horca,  a  la  entrada  del  puerto  de 
La  Guayra,  el  19  de  mayo  de  1799,  las  autoridades  de  la 
capitanía  general  acababan  de  descubrir  otra  conspiración. 
Su  instio-ador.  Francisco  Javier  Pirela.  oficial  de  las  mili- 
cias  de  los  mulatos  de  JNlaracaibo.  fué  arrestado  y  conde- 
nado, en  30  de  julio  de  LSOO.  a  prisión  perpetua,  con  diez 
de  sus  cómplices.  La  severidad  empleada  para  con  aquellos 
conspiradores  sobre  quienes  no  pesaban,  preciso  es  recono- 
cerlo, sino  presunciones  bastante  vagas,  parecía  haber 
asegurado  por  largo  tiempo  la  paz  en  Venezuela,  cuando 
de  nuevo  se  vio  amenazada  por  la  expedicicui  del  general 
Miranda,  en  1806. 

Aunque  no  pareció  que  esta  tentativa  había  de  producir 
más  resultado  que  las  demás,  las  circunstancias  que  habían 
acompañado  su  preparación,  el  atrevimiento  de  su  pro- 
motor, los  apovos  con  que  se  sajjía  que  contaba  en  los 
Estados  Unidos,  y  sobre  todo  en  Inglaterrra.  la  posibilidad 
de  verle  aparecer  de  nuevo  cuando  menos  se  le  esperara, 
habían  provocado  particular  emoción  en  los  círculos 
políticos  de  Caracas.  El  nombre  de  Miranda,  célebre 
entonces  en  toda  Europa,  era  pronunciado  con  fervor  en 
las  Colonias  españolas  por  todos  aquellos  que,  desde 
Méjico  a  la  Plata,  soñaban  con  independencia,  y  la  causa 
a  la  que  había  consagrado  ya  treinta  años  de  la  existencia 


1.  Correspondencia  de  A.  Dchollain-Arnoux  con  Bolívar.  O'Lkary, 
Doc,  t.  XII,  pp.  289-292. 


MIliANDA  159 

niiis  aoiíada  ([iie  pueda  concebirse,  parecía  haber  de  tener 
en  él  el  más  calibeado  campeón. 

La  duquesa  de  Abrantés  refiere  en  sus  Memorias  que  el 
general  Bonaparte.  en  una  visita  que  hizo  a  su  madre, 
Madanie  de  l^ermon,  después  de  las  jornadas  de  «  prai- 
rial  )),  dijo  que  había  comido  hacía  poco  «  con  personas 
muy  notables.  Hay  entre  ellas  una  con  quien  desearía 
volverme  a  encontrar,  añadió  Bonaparte  :  es  otro  Don 
Quijote  salvo  la  locura  )i.  — ¿Cómo  se  llama?  le  preguntó 
mi  madre.  —  El  general  Miranda.  Este  hombre  tiene  en 
su  alma  el  fuecfo  sagrado'.   » 

o  o 

La  vida  toda  de  Miranda  fué  la  paráfrasis  de  este  juicio. 
Nacido  el  M\  de  junio  de  1756,  en  Caracas,  de  padres 
españoles  — •  de  origen  vasco  por  su  familia  paterna  — 
Francisco  de  Miranda  tenía  diecisiete  años  cuando  su 
padre  asignó  ante  la  Audiencia  a  ciertos  representantes  de 
la  aristocracia  que  le  negaban  derecho  nobiliario  para  el 
mando  de  una  de  las  milicias  criollas.  Una  real  orden  de 
12  de  septiembre  de  1770,  al  fallar  a  favor  de  D.  Sebastián 
de  Miranda,  mandaba  a  las  autoridades  v  a  los  miembros 
de  la  nobleza  colonial  «  que  le  reconocieran,  so  pena  de 
graves  sanciones,  los  orígenes  v  las  cualidades  reivindi- 
cadas ú.  Francisco,  cuyo  carácter  altivo  se  había  sentido 
ajado  con  aquel  proceso,  salió  casi  en  seguida  de  su 
ciudad  natal  v  se  fué  a  España,  deseoso  de  hacerse  allí 
un  porvenir  en  la  carrera  de  las  armas. 

Tuvo  pronto  ocasión  de  distinguirse  bajo  las  órdenes 
del  conde  de  O'Reilly^,  que  mandaba  la  expedición 
enviada  contra  Argel  por  el  ministro  Grimaldi.  en  1774. 
Cinco  años  después,  en  1779.  salió  para  América  del 
Norte,  en  donde  contribuyó  al  éxito  de  la  campaña  del 
Misisipí.  Formaba  entonces  parte  del  estado  mayor  del 
general  Calvez^,  con  grado  de  capitán.  Terminada  la 
guerra.  Miranda   fué  enviado  de  guarnición  a  La  Habana. 

1.  Duquesa  de  Abrantís,  Mémoires.  l^aris.  183J,  t.  1,  cap.  XVIII. 
p.  329. 

2.  O'Reili.y  (Alejandro,  conde  de),  general  español,  nacido  hacia 
1722,  muerto  en  Í79'i.  Nombrado  gobernador  de  la  Luisiana  en 
1/68,  se  hizo  odioso  por  sus  ferocidades  contra  los  colonos  franceses, 

3.  GÁLVEz  (Bernardo  .Madrid  Cabrera  Ramírez  y  Márquez,  conde 
de),  general  español;  nació  en  1756,  falleció  en  1794.  Gobernador  de 


160  EL    PRECURSOR 

pero  quedó  allí  poco  tiempo  :  su  rápido  ascenso,  la  estima 
y  la  amistad  que  le  demostraba  el  capitán  general  de 
Cuija.  Don  Juan  ^Manuel  de  Cajigal,  habían  excitado  celos. 
Encargado  por  su  jefe  de  la  misión  secreta  de  iníormarse 
acerca  de  la  organización  de  la  defensa  de  las  Antillas 
inglesas,  se  vio,  a  su  regreso,  acusado  por  sus  enemigos 
de  malversaciones  y  de  contrabando.  Implicado  él  mismo 
en  aquella  acusación,  el  capitán  general  tuvo  que  intentar 
un  proceso  que  fué  arrastrándose  y  cuyo  fallo,  por  cierto 
favorable  a  Cajigal  y  a  Miranda,  sólo  en  1800  fué  pronun- 
ciado. Hizo  dimisión  Miranda  y  se  marchó  a  los  Estados 
Unidos. 

Allí  residió  por  espacio  de  algunos  meses,  y  aquella 
estancia  le  descubrió  su  vocación.  «  Mi  primer  pensa- 
miento, decía  él  recordando  aquella  época  de  su  vida,  fué 
un  sentimiento  de  celos,  de  celos  patrióticos,  al  pensar  en 
la  emancipación  de  los  Estados  Unidos,  y  lo  primero  que 
brotó  de  mi  alma  fué  un  ferviente  voto  por  la  libertad  de 
la  tierra  que  me  había  visto  nacer,  pues  no  me  atrevía,  por 
entonces,  a  llamar  patria  a  la  América  del  Sur*  ». 

Desde  aquel  momento  encarnábase  en  Miranda  el  espí- 
ritu enciclopedista  que  puso  en  movimiento  la  Revolución 
francesa  v  que  había  de  inspirar  la  emancipación  de  la 
América  latina.  No  obstante,  la  iniciación  de  este  verda- 
dero precursor  a  tales  doctrinas  databa  de  su  primera 
llegada  al  Viejo  Mundo,  cuando,  apenas  terminados  sus 
estudios  en  España,  se  había  ido  a  París,  en  1112,  deseoso 
de  adquirir  mavor  instrucción.  «  Era  aquella  la  época  en 
que  florecía  la  gloria  del  célebre  abate  Barthélemv.  quien 
a  más  del  latín  y  del  griego,  sabía  hebreo,  caldeo,  árabe, 
matemáticas;  había  seguido  a  Choiseul  cuando  fué  de 
embajador   a  Roma,  y  acababa   de   publicar   su  libro    Les 

Antif/uités    d'Iíerculanum El   espíritu    latino    de    Bruto 

resucitaba  triunfante  contra  la  autocracia  íVanca  de  los 
Capetos".  ))  Penetrado  de  aquel  espíritu,  y  apasionada- 
mente seducido  por  la  nueva    moral  que  de   él    resultaba, 

la  Luisiana,  ronquisló  la  l'lorida  en  1781,  v  fué  virrey  de  Méjico 
(1785-178(i). 

1.  Si  Rviiíz,  L'A'tde  de  Canij)  ou  VAiileur  inconnu,  op.  cit.,  cap.  x. 

2.  Paul  Adam,   L'espiit  de  Miranda,  1902.  ■ 


MI  HAN  DA  161 

Miranda  hizo  oii  Francia  considerable  acopio  de  obras 
filosóficas,  y,  de  regreso  a  Madrid,  no  tardó  en  reunirse 
con  el  reducido  grupo  de  pensadores  independientes  cuyo 
entusiasmo  no  se  acobardaba  ante  los  amenazadores 
rigores  de  la  Inquisición.  Se  afilió  a  la  Masonería,  y 
cuando,   a   solicitud    de   Franklin.    «    las  Logias   francesas 

o 

enviaron  tropas  a  los  fíladelfos  de  la  América  del  Norte 
con  objeto  de  ayudarles  a  arrojar  la  aristocracia  inglesa 
de  sus  ciudades  liberales'  »,  Miranda  se  alistó  en  el  cuerpo 
expedicionario  español  que,  con  el  de  Rochambeau, 
contribuyó    a   la  emancipación  de  los  Estados  Unidos. 

Este  precedente,  y  las  hazañas  que  motivó,  habían  de 
merecer  notable  prestigio  a  Miranda  entre  los  principales 
personajes  militares  y  políticos  de  la  República  federal.  El 
joven  teniente  coronel,  que.  desde  su  llegada  a  la  Amé- 
i'ica  del  Norte,  había  sido  presentado  al  general  Washington 
por  el  ministro  de  España  en  Filadelfia,  halló  de  nuevo 
iraternal  acogida  en  aquel  medio.  Miranda  se  dedicó  a 
ganar  sus  simpatías  en  favor  de  la  causa  de  la  que  se 
constituía  el  apóstol.  Esta  es,  en  electo,  la  sola  palabra 
que  puede  definir  cabalmente  la  infatigable  y  múltiple 
actividad  con  que  Miranda,  sacrificando  desde  aquel 
momento  su  reposo  y  su  vida  al  triunfo  de  su  ideal,  iba  a 
recorrer  tres  continentes  en  busca  de  los  medios  que  le 
permitieran  realizarlo. 

Verdad  que  estaba  dotado  superiormente  para  llegar 
adonde  deseaba.  De  gran  estatura,  «  de  apostura  y  de 
rostro  nada  comunes,  más  por  su  originalidad  que  por  su 
belleza,  tenía  la  mirada  fogosa  de  los  Españoles,  tez 
morena,  labios  delgados  de  los  cuales  brotaba  ingenio, 
aun  en  su  silencio  mismo""  )) ;  nariz  bastante  corta, 
recta  v  afilada  en  su  extremidad;  barbilla  ancha,  cuello 
bien  afirmado  sobre  anchos  hombros,  andar  firme  y  alta- 
nero; de  modales  algo  bruscos,  siempre  sencillo  y  limpio 
en  el  vestir;  voz  baja,  vibrante  y  ruda;  todo  en  él  indicaba 
el  hombre  de  acción,  el  militar,  el  jefe.  No  obstante,  era 
cultísimo,    discreto,     sagaz,     ingenioso,    de    conversación 


1.  Paul  Adam,  L'Esprit  de  Miranda,  1902. 

2.  Mémoives  de  la  duchesse  d'Jhianles,  op.  cit.,  p.  331. 

11 


I(i2  El,    PRECURSOH 

brillante  y  amena,  aunque  a  veces  también.  soml)río. 
silencioso  y  concentrado,  lo  cual  desconcertaba  a  sus  inter- 
locutores. Dotado  de  poderosa  voluntad,  «  lo  que  quería, 
queríalo  con  una  especie  de  encarnizamiento'  ».  La 
libertad  de  su  patria  fué  su  única  pasión  y  el  móvil  de 
cada  uno  de  sus  actos.  Para  conseguirla,  puso  todos  los 
recursos  de  su  espíritu  al  servicio  de  la  intriga,  y  no 
vaciló  en  acudir  a  todos  los  medios.  Contaba  menos  con 
los  acontecimientos  que  con  los  hombres,  los  cuales  casi 
siempre  le  traicionaron.  Se  dejaba  sorprender  y  descon- 
certar por  la  fortuna,  sin  desviarse  nunca  de  la  abnega- 
ción de  sí  mismo,  que  parece  haber  sido  su  virtud  domi- 
nante, y  de  \íx  «  frialdad  heroica^  »  que  nunca  lo  aban- 
donó. 


II 

Al  marcharse  délos  Estados  Unidos,  hacia  fines  de  1784, 
Miranda  ambicionaba  obtener  para  la  América  del  Sur  lo 
cjue  Franklin  había  obtenido  para  la  América  del  Norte  : 
socorros  políticos,  financieros  y  militares,  la  valiosa  y 
generosa  ayuda  de  otro  La  Fayette.  y  la  amistad  de  un 
soberano  poderoso^. 

La  emperatriz  Catalina  de  Rusia  se  ofreció  a  desempeñar 
este  último  papel,  aunque  no  del  mismo  modo  que  lo 
entendía  Miranda.  Seducida  por  la  apostura  y  la  elocuencia 
del  conde  de  Miranda  —  título  con  el  cual  había  sido  pre- 
sentado por  Potemkine  en  1787  —  la  zarina  le  recibió  en 
Kieff,  en  donde  se  hallaba  ella  entonces.  Le  escuchó  con 
interés,  le  ofreció,  desde  la  primera  entrevista,  un  nombra- 
miento de  coronel,  y  pareció  conquistada  a  sus  proyectos, 
prometiendo  su  ayuda.  Admitido  a  la  intimidad  de  la  empe- 
ratriz, Miranda  la  siguió  a  Petersburgo.  soñando  de  con- 
tinuo con  libertad  en  medio  de  las  fiestas  y  de  las  delicias 
del  Ermitage.   Mas.   no   tardó  en  convencerse  de  que  «  la 

1.  Serviez,  VAidede  Camp,  etc.,  op.  cit.,  cap.  x. 

2.  MicHELET,  Juicio  sobrc  Miranda,  Ilistoire  de  la  Réyolution 
francaise,  1879,  t.   VI,  p.  341. 

3.  C(.   Paul  Adam,   op.  cit. 


MIRANDA  163 

indulgencia  de  Catalina  para  las  ideas  nuevas  procedía 
menos  de  la  superioridad  de  su  espíritu,  de  su  correspon- 
dencia y  de  sus  relaciones  con  algunos  filósofos,  que  de  la 
seguridad  en  que  se  hallaba  respecto  de  su  poder  abso^ 
luto^  )).  Renunció  pues  a  obtener  de  su  poderosa  amiga 
algo  más  precioso  para  él  que  halagos,  favores  y  promesas 
vagas.  V  de  nuevo  se  puso  en  camino. 

Ya  en  1785.  en  Potsdam,  había  tenido  que  resignarse  a 
una  decepción,  aunque  menos  imprevista.  Federico  el 
Grande  le  ccdmó  de  atenciones  y  consejos,  y  le  invitó,  al 
tiempo  ([ue  a  La  Fayctte.  a  ver  maniobrar  sus  granaderos. 
Al  año  siguiente,  no  menos  estima  le  demostró  José  II ;  pero, 
como  los  demás,  se  limitó  a  vagas  promesas  de  apoyo. 

En  los  intervalos  de  estas  visitas,  Miranda  viajaba. 
Recorrió  Holanda,  Dinamarca,  Suecia.  Polonia.  Italia, 
Grecia,  Turquía,  la  Crimea,  el  Asia  Menor,  y  por  fin 
Egipto  ^,  de  donde  pasó  nuevamente  a  Inglaterra  a  princi- 
pios de  1790,  diríase  que  más  aguerrido,  y  más  consciente 
de  su  misión,  después  de  aquel  largo  aprendizaje  de  migra- 
ciones y  de  aventuras.  Habríase  dicho  que  traía  alguna 
revelación  profunda,  algún  desconocido  prestigio.  Su 
riqueza  y  su  austeridad,  las  relaciones  que  se  le  veía  sos- 
tener familiarmente  con  los  hombres  más  considerables,  su 
memoria  «  inconcebible  »,  dice  un  contemporáneo^,  su 
polimatía,  la  gravedad  de  su  conducta,  el  velo  con  que  la 
encubría,  hacen  de  él  un  personaje  que  sorprende  tanto  por 
su  amplitud  como  por  su  misterio. 

En  esto,  acababa  de  estallaren  Francia  la  tormenta  revo- 
lucionaria, y  se  apercibía  el  nuevo  gobierno  a  luchar  contra 
la  Coalición.  Miranda  se  debía  a  sí  mismo  el  desempeñar 
un   papel   en   «    aquel   campo   de   batalla  de  sus  ideas*   ». 


1.  Conversación  de  Miranda  con  Serviez,  L'Aide  de  camp.  etc., 
up.  cit.,  cap.  IX. 

2.  Y.  BixKRRA,  Vida  de  Miranda,  1.  II,  cap.  xxvi,  y  James  Biggs, 
The  history  of  D.  Francisco  Miranda\s  attenipt  io  effect  a  Resoluiion 
in  Snath  America  in  a  series  of  leiters  by  a  gentleman  whu  was  an 
officer  under  íhaí  General,  to  his  friends  in  the  United  Síaíes.  Boston, 
1810,  Letter  XXVII. 

o.  Baiikas,  Méinoiros,  publicadas  por  Georges  üuruy,  Paris,  1895, 
t.  II,  cap.   III,  p.  36. 

4.  Lamartine,  Histoire  des  Girondins,  lib.  XXVII,  cap.  ii. 


164  EL    PRECURSOR 

Llega  a  París  el  25  de  agosto  de  1792.  El  1°  de  sep- 
tiembre, se  une  a  Dumouriez,  en  Sedan,  con  el  grado  de 
mariscal  de  campo  de  los  ejércitos  de  la  República. 

Desde  las  primeras  operaciones  dio  Miranda  la  medida 
de  sus  capacidades.  Merced  a  su  admirable  sangre  fría 
pudo  efectuarse,  después  de  la  sorpresa  de  los  desfiladeros 
de  la  Aroonne.  la  famosa  retirada  de  Islettes  a  Sainte- 
Menehould,  que  salvó  del  desastre  el  ejército.  El  29  de 
octubre,  la  ciudadela  de  Amberes  se  entrega  al  primer 
lugarteniente  de  Dumouriez.  Algunas  semanas  después,  la 
popularidad  del  capitán  general  descontenta  a  los  Jacobi- 
nos, despierta  desconfianza  en  Brissot,  y  está  a  punto  de 
valerle  a  Miranda,  ahora  teniente  general,  el  mando 
supremo  que  ejercía  él  durante  la  ausencia  de  Dumouriez. 

La  ejecución  de  Louis  XVI,  subleva  a  toda  Europa  contra 
Francia.  Reanúdase  la  campaña  en  Bélgica,  y  Dumouriez 
se  deja  arrastrar  cada  vez  más  a  la  terrible  aventura  que  ha 
de  cubrir  de  eterno  oprobio  su  memoria.  La  primera  ope- 
ragión  del  plan  premeditado  por  él  es  la  toma  de  Maés- 
tricht.  El  18  de  febrero,  Miranda,  encargado  de  aquel 
ataque  cuyos  peligros  ha  previsto,  se  ve  obligado  a  obe- 
decer. La  plaza  resiste,  llegan  los  Austríacos,  y,  el  3  de 
marzo,  el  ejército  se  repliega  sobre  Lieja.  El  pueblo  se 
sublevaba  en  Flandes.  Dumouriez,  que  desde  aquel 
momento  está  resuelto  a  romper  con  la  República,  escribe 
al  presidente  de  la  Convención  su  famosa  carta  del  12  de 
marzo.  La  enseña  a  Miranda,  cuya  fe  revolucionaria  se 
rebela   :  «  ¿Volver  a  París,  exclama,  y,  con  qué  objeto?  » 

—  «A  la  cabeza  del  ejército,  contesta  Dumouriez,  para 
restablecerla  libertad  ».  —  «  Este  remedio,  ciudadano  gene- 
ral, es  peor  que  el  mal,  y  a  ello  me  opondré  con  todas  mis 
fuerzas  ».  —  «  ¿Qué,  se  batiría  usted  contra  mí?  »  — 
«  Desde  luego,  si  usted  se  bate  contra  la  República  ».  — 
«  ¿De  modo  que  será  usted  Labieno?  »  —  «  Labieno 
o  Catón,  siempre  me  verá  usted  del  lado  de  la  Repú- 
blica* )). 

Desde   aquel   momento,   Dumouriez  descartó   a  Miranda 

1.  V.  Marqués  df.  Rojas,  El  general  Mivunda.  I^aris,  188'i,  p.  271. 

—  Becerra,  Ensayo  histórico,  etc.,  op.  cit.,  t.  II,  cap.  xxvi.  —  Ciiu- 
QUET,  La  Trahison  de  Dumouriez,  I'aris,  1891,  p.  138, 


MIHANDA  ie5 

de  SUS  Consejos.  La  batalla  de  Nerwindcn,  cu  la  que,  eomo 
ha  dicho  Michelet.  el  general  en  jefe  reservaba  a  su  acu- 
sador posible  «  el  papel  de  ser  derrotado  '.  )>  se  eCecluó 
algunos  días  después.  El  ala  izquierda,  mandada  por 
Miranda,  se  componía  principalmente  de  voluntarios  inex- 
pertos v  de  los  batallones  menos  seguros.  Sufrió  un  furioso 
ataque.  Hizo  Miranda  cuanto  pudo  para  reunir  las  tropas 
dispersas  y  resistir  al  empuje  de  los  soldados  de  Benjowski, 
a  las  repetidas  cargas  de  los  escuadrones  del  archidu([ue 
Carlos.  Pero  tuvo  que  ceder  ante  el  número,  la  audacia  y 
el  valor  del  enemigo.  Dumouriez  había  publicado  su  carta 
a  la  Convención  y  se  sentía  comprometido  sin  remedio. 
Intentó  hacer  desviar  sobre  su  lugarteniente  las  presun- 
ciones que  sentía  él  pesar  sobre  su  propia  cabeza.  Mientras 
acudía  Miranda  a  París  para  justificarse  de  las' calumniosas 
acusaciones  de  aquel  jete  que  no  temía,  después  de  haberle 
sacrificado,  imputarle  el  desastre  de  Nerwinden,  Dumou- 
riez, rodeado  de  jinetes  austriacos.  atravesaba  la  frontera  y 
se  pasaba  al  enemigo. 

Acusado*ante  el  comité  de  la  Guerra,  no  le  costó  tra- 
bajo a  Miranda  convencer  a  sus  jueces.  Demostró  que 
Dumouriez  se  había  negado  a  escucharle  y  que  había 
despreciado  sus  avisos,  limitándose  a  enviarle  por  correo 
órdenes  que  él  había  ejecutado  lo  mejor  posible.  «  Fracasó 
la  acusación,  dice  un  contemporáneo'-,  tanto  por  el  talento 
de  ^liranda  como  por  la  bondad  de  su  causa  ».  La  firme 
seguridad  de  sus  contestaciones,  la  noble  altivez  de  su 
actitud  hicieron  superflua  la  elocuente  defensa  de  Chauveau- 
Lagarde.  Y,  aunque  los  Girondinos,  a  cuya  influencia 
debía  Miranda  el  haber  sido  enviado  al  ejército,  en  la 
actualidad  perdidos  en  la  opinión  pública,  no  podían  alzar 
la  voz  a  favor  de  su  antiguo  protegido,  v  a  pesar  de  que  este 
mismo  recuerdo  constituía  un  terrible  motivo  de  cargo 
contra  el  acusado,  el  tribunal  revolucionario,  por  unanimi- 
dad de  votos,  le  declaró  exento  de  toda  cul[)abilidad.  Cada 
jurado,   cada  juez,  al  emitir  su  opinión,  añadió  un   elogio 

J.  Michelet,  Ilistoire  de  la  fíé^'olutiun,  up.  cit.,  t.    VI,  p.  423. 

2.  CnAMr'Af;NELx.  Suppl'jment  atix  nolices  historifjiies  de  la  Révolu- 
tiuii  poiir  faite  siiite  aux  Méinoires  puvliculiers  de  Mme  Rolaiid. 
Collection  Barsiére,  Paris,  Wú ,  t.  VIII,  p.  483. 


166  EL    PRECURSOR 

para  Miranda,  y  éste,  cuya  cabeza  era  pedida  días  antes,  fué 
llevado  en  triunfo  hasta  su  casa'. 

La  fatalidad,  que  persiguió  siempre  a  Miranda,  se  mofó 
de  él  cruelmente.  De  nada  le  servían  las  cualidades  y  el 
talento  desplegados  durante  aquella  campaña.  Desde  luego, 
su  profundo  cariño  a  la  Revolución  francesa  le  movió  a  com- 
batir entre  sus  defensores :  pero  le  impulsaba  sobre  todo  la 
esperanza  de  conquistar  una  gloria  con  cuya  recompensa 
contaba  él  para  servir  los  intereses  de  su  patria.  Quedaba 
íntima  y  fielmente  adicto  al  proyecto  de  emancipación  de 
América,  para  el  cual  había  contado  con  el  apoyo  de  la 
Francia  de  la  Libertad;  pues  pensaba  él  que  no  había  de 
negar  tal  apoyo  a  uno  de  sus  salvadores. 

Además,  este  proyecto  secreto  no  era  ignorado  del  Con- 
sejo ejecutivo,  y  varias  veces,  en  el  transcurso  del  año  1792, 
se  había  tratado  de  la  independencia  de  la  América  espa- 
ñola. Miranda  había  tomado  parte  en  las  combinaciones 
que  Dumouriez,  ministro  de  Relaciones  exteriores,  preco- 
nizó en  marzo,  pretendiendo  asociar  a  ellas  a  Inglaterra, 
con  la  cual  se  obtenía  su  neutralidad.  Después  del  10  de 
agosto,  el  agente  Noel  había  recibido  encargo  de  insinuar 
en  Londres  «  la  idea  de  una  acción  común  destinada  a  ase- 
gurar al  comercio  de  los  dos  países  las  colonias  españolas 
de  la  América  del  Sur  »,  y  las  instrucciones  que  llevaba 
Talleyrand,  cuando  a  su  vez  salió  para  Inglaterra,  el  8  de 
septiembre,  le  prescribían  también  que  tratara  de  hacer 
que  el  gobierno  del  rey  Jorge  adoptara  aquel  mismo 
provecto  ^. 

La  llegada  de  Miranda  a  París  y  las  precisiones  que 
suministró  al  Consejo  ejecutivo  acerca  de  la  situación  de 
América  determinaron  al  ministro  Lebrun  a  insistir  con 
los  agentes  franceses  en  Londres  para  que  decidieran  a 
a  los  Ingleses  a  aceptar  el  proyecto  :  «  Sabemos,  escribía 
Lebrun  a  Chauvelin,  el  14  de  septiembre,  que  los  habi- 
tantes de  la  Luisiana  desean  sacudir  el  yugo.  Tanto  más 
favorable  es  el  momento  para  Inglaterra,  respecto  de  esa 
conquista,  cuanto  (pie  España  está  entregada  a  sus  propias 

1.  CiíAMPAGNELx,  up.  c'it.,  y  Arcliives  Nationales.  W.  I  bis.  Tribu- 
naux  révolutioniKiircs,  Affairc  Miranda,  .lugemcnt  du   16  mai  1793. 

2.  V.  Sorel,  L'Eiiiope  el  la  liíh'olutioii,  t.  II,  p.p.  420-422. 


Mlli.VNDA  167 

Tuerzas  v  sin  esperanza  de  socorro  |)t»i'  paite  nuestra  ». 
Xoi'l  tenía  encarno  de  propagar  esta  idea  entre  el  púljlico*. 

\jí\  <>uerra  haln'a,  por  entonces,  niotlilicado  los  planes  del 
Consejo  ejecutivo;  pero,  desde  fines  de  17t)2.  Brissot  y  l<»s 
ani¡o<)s  de  INIiranda  se  pusieron  en  campana  para  que  se 
realizara  el  provecto.  La  desconfianza  con  <[ue  la  Conven- 
ción miraba  a  sus  generales,  sospechados  por  ella,  en  prin- 
cipio, de  estorbar  los  progresos  de  la  República,  no  se 
extendía  hasta  el  «  peruano  »  Miranda  ;  sin  duda  que  era 
el  solo  contra  quien  no  pareciera  aplicable  «  la  ingratitud, 
virtud  necesaria  a  los  republicanos  ».  Los  ejércitos  fran- 
ceses ocupaban  Bélgica,  varias  ciudades  del  Rin,  Niza  y 
Saboya.  Tomaba  incremento  la  idea  de  una  propaganda 
para  la  libertad  universal  de  los  pueblos.  Los  ministros 
concibieron  el  proyecto  «  de  incendiar  las  cuatro  puntas  de 
F^uropa  )),y  formaron  planes  de  guerra  contra  Italia,  Suiza, 
Alemania,  Ñapóles  y  España;  sobre  todo  contra  estas  dos, 
por  ser  las  dos  monarquías  borbónicas^. 

Sabedor  del  peligro  a  que  una  revolución  de  las  Colonias 
españolas  expondría  a  su  soberano,  pensó  de  nuevo  Lebrun 
en  sublevar  la  Costa  Firme.  Decidió  enviar  a  los  Estados 
Unidos  el  embajador  Genet,  con  misión  secreta  de  fomen- 
tar dicha  revolución^.  Los  establecimientos  franceses  de 
Santo  Domingo,  en  donde  se  reunirían  tropas,  habían  de 
formar  una  base  que  parecía  excelente.  «  La  suerte  de  la 
empresa,  escribía  Brissot  a  Dumouriez,  depende  de  un 
hombre.  El  está  a  vuestro  lado;  le  conocéis  y  le  estimáis; 
es  ^Miranda.  Nuestros  ministros  buscan  un  hombre  con 
quien  reemplazar  a  d'Esparbésen  Santo  Domingo.  Un  rayo 
de  luz  me  ha  ve'nido  v  les  he  dicho  :  Nombrad  a  Miranda. 
Este  hombre  apaciguará  en  breve  las  miserables  querellas 
de  los  colonos,  dominará  la  turbulencia  de  los  blancos,  se 
liará  amar  de  las  gentes  de  color,  y  en  seguida  con  cuánta 
lacilidad  podremos  insui'reccionar  las  islas  vecinas,  y  aún 
<d  continente   entero  (juc   domina  el   gobierno   español^». 

1.  V.  SuuF.i..  L'Europp  el  la  Ilé\'oliitioii,  i.   III,  pp.  2Ü-21. 

2.  V.  Dareste,  Ilistoire  de  Fntiice,  1885.  t.   VII,  lib.  XLVIII,  §  7. 

3.  V.  SoRui,,  L  Euiope  el  la  Róvolution,  t.  III.  p.  157. 

4.  BicKRKA,  Vida  de  Miranda,  op.  vil.,  1.  II,  p.  358.  —  V.  tam- 
bién AuisTiDES   R().iAs,  Miranda  en  la  Revolución  francesa.  Caracas, 


168  EL    PliECURSÜB 

Harto  })¡en  ¡ntormado  de  los  escasos  recursos  que  para 
tal  operación  ofrecía  Santo  Domingo,  se  negó  Miranda  a 
secundar  este  proyecto.  Además,  tenía  miras  más  altas 
respecto  de  los  socorros  que  pudiera  obtener  de  la  Con- 
vención. Mientras  tanto,  sometió  a  Pétion  y  a  Brissot  un 
plan  de  ataque  y  de  organización  délas  Colonias  españolas* 

cuyo   éxito    le    parecía   más    seguro Las    circunstancias 

que  tan  rudo  golpe  acababan  de  asestar  a  las  esperanzas 
de  Miranda,  iban  por  cierto  a  agravarse  aún,  reduciendo, 
esta  vez,  a  nada  sus  proyectos. 

Instaurábase  el  Terror.  Halló  a  Miranda  instalado  en 
una  casa  de  campo  comprada  por  él  en  las  puertas  de 
París,  en  Menilmontant.  Allí  estaba,  rodeado  de  libros, 
de  cuadros,  de  objetos  de  arte,  gozando  de  amplio  bienestar 
y  tratando  espléndidamente  a  sus  amigos '-.  Semejante 
lujo  no  constituía  seguramente  un  «  certificado  de  civismo  », 
y  el  Comité  de  salud  púl)lica  no  estaba  dispuesto  a  la 
indulgencia  respecto  a  Miranda.  Los  Girondinos,  en 
quienes  había  buscado  apoyo,  caían  unos  tras  otros  en 
manos  de  sus  enemigos,  y  la  denuncia  de  un  ci'iado,  el 
ciudadano  ^lalissart,  vino  a  punto  para  legalizar  la  acusa- 
ción de  «  sospechas  »  c[ue  pesaba  •  sobre  la  cabeza  del 
amiffo  de  la  facción  vencida.  Miranda  fué  arrestado  el  9  de 

o 

julio  de  1793  \  Conducido  a  la  prisión  de  la  Forcé,  pasó 
en  ella  más  de  dieciocho  meses,  sobrellevando  con  un 
estoicismo  c[ue  admiró  a  sus  compañeros  de  infortunio  las 
angustias  y  las  alarmas  de  aquel  temible  cautiverio^.  A 
pesar  de  la  caída  de  Robespierre  y  de  haber  finalizado  el 
régimen  terrorista,  sólo  en  diciembre  de  1794  recobró 
Miranda  su  libertad. 

Después  de  aquel  largo  y  dramático  entreacto,  le  vemos 
volver  con  más  ai'dor  que  nunca  a  su  apostolado.  La  casa 
de  Menilmontant  es  el  centro  de  reunión  de  todos  los 
emisarios  de   los  liberales   sudamericanos.  Ningún  hombre 


1889.  —  Mai.i.et  uv   I*an,  Coiisidéidlions  sur  la  luiluic  de  la  I{é\'olu- 
tion  de  France,  p.  37,  y  Arcli.  Nal.  F7,  6318  b. 

1.  El  mismo  que  propuso  a  Pitt  en  179'í.  V.  i;  siguiente. 

2.  V.  Champagnkux,  op.  cit.,  p.  'i93. 

3.  Arch.  Nat.  F^  4774. 

4.  V.    CuAMI'AGNKUX,  il)id. 


# 


MIRANDA  169 

de  cuantos  han  desenipeñado  algún  papel  en  el  período 
preliminar  de  la  emancipación  de  las  Colonias  españolas, 
ha  dejado  de  estar,  desde  a(juel  momento,  en  relaciones 
seguidas  con  Miranda,  ya  personalmente,  ya  por  corres- 
pondencia. Estaba  encarcelado  cuando  pasó  por  París 
Nariño;  así,  pues,  no  pudo  éste  verle;  pero  logró  Miranda 
hacer  llegar  hasta  Nariño  instrucciones  precisas  para  la 
misión  que  llevó  a  cabo  en  Londres  \  y  su  compañero 
Zea-,  ([ue  representábalas  aspiraciones  de  Nueva  Granada, 
fué,  algún  tiempo  después,  uno  de  los  familiares  de  las 
reuniones  de  Ménilmontant. 

Además,  Miranda  tenía  varios  domicilios  en  París  :  en 
la  calle  Saint-Florentin,  en  la  calle  del  Mont-Blanc,  en  la 
calle  Saint-Honoré  ^,  v.  sucesivamente,  el  venezolano 
Iznardi,  el  habanero  José  Caro.  Baquijano ',  mandatarios 
de  los  patriotas  del  Perú;  el   chileno  (Cortés  Madariaga^,  y 

1.  Copy  of  a  papcr  delivered  to  lord  Melville.  October  14  tli.  180'». 
Record  Office.  War  Office,  I,  n°  161. 

2.  Zka  (Francisco  Antonio),  nació  en  ^ledellin,  provincia  granadina 
de  Antioquía  en  1770.  Hizo  buenos  estudios  en  los  colegios  de 
Popayán  y  de  San  Bartolomé  en  Santa  Fe.  Implicado  en  1794  en  el 
proceso  de  Nariño,  lué  enviado  a  Madrid.  F'ué  indultado,  pero  no  se 
le  permitió  volver  a  su  patria.  Entonces  publicó  hermosos  artículos 
científicos  y  literarios  en  el  Mercurio  EspaTiol.  En  1804,  fué  nombrado 
director  del  Jardín  Botánico  de  Madrid.  Fué  uno  de  los  diputados  de 
la  Junta  de  Bayona,  en  julio  de  1808,  y,  luego,  director  general  del 
ministerio  de  Gobernación  hasta  fines  de  la  ocupación  francesa.  De 
regreso  a  América  en  181.5,  le  veremos  presidente  del  Congreso  de 
Angostura  en  1819,  vicepresidente  y  primer  ministro  plenipotenciario 
de  Colombia  en  Europa,  en  1821.  Falleció  en  Bath  (Inglaterra)  el 
28  de  noviembre  de  1822. 

3.  Arch.  Nat.,  F'  3688. 

4.  Baquijano  Carrillo  (José),  jurisconsulto  peruano,  miembro  de  la 
Audiencia  de  Lima,  director  de  Estudios  en  la  universidad  de  dicha 
ciudad.  Más  larde,  consejero  de  Estado  en  España,  y  conde  de  Villa 
Florida. 

5.  M.VDARiAGA  (José  Cortés),  nació  hacia  1770  en  Santiago  de  Chile. 
Después  de  varios  años  pasados  en  España,  adonde  fué  a  terminar 
sus  estudios  teológicos,  regresó  a  América  en  1806,  fijándose  en 
Caracas.  Enviado  como  plenipotenciario  de  Venezuela-  a  Nueva 
Granada,  tirmó  allí  el  primer  tratado  de  alianza  entre  ambos  países, 
el  28  de  junio  de  1811.  Arrestado,  y  luego  enviado  a  España  después 
de  la  caída  de  Miranda,  fué  encerrado  en  la  fortaleza  de  Gibraltar, 
de  donde  consiguió  escaparse  en  febrero  de  1814.  En  1816,  vemos  a 
Madariaga  en  Jamaica.  El  8  de  mayt)  de  1817,  forma  parte  del  Con- 
greso llamado  de  Cariaco:  vuelve  a  Jamaica  el  año  siguiente,  y,  de 
allí,  va  a  Cartagena.  Falleció,  olvidado,  en  Río  Hacha  ¡Nueva  Granada) 
en  1826. 


170  EL    PRECUliSOU 

otros  más,  fueron  sus  cx)mensales  en  dichas  moradas. 
Periódicamente,  aquellos  delegados  recibían  la  convocatoria 
siguiente  :  «  Mañana,  a  la  hora  de  siempre,  y  en  el  sitio 
acostumbrado,     le   espera  a    usted    un   grupo    de   filósofos 

amigos '  »  Entonces  se  reuníany  concertaban  con  ardor 

las  medidas  que  convenía  tomar.  La  conspiración  de  Gual 
y  España,  cuyas  peripecias  eran  seguidas  con  ansiedad 
por  «  el  grupo  »  a  fines  de  1797,  sin  duda  que  había  tenido 
su  punto  de  partida  en  aquellas  reuniones. 

Con  Francia  es  con  quien  más  contaban  entonces  los 
Sudamericanos.   Su  tradicional   generosidad  seguía  siendo 

o  o 

para  ellos  inderrocable  dogma.  Aquellos  amantes  de  la 
Libertad  esperaban  con  confianza  el  resultado  de  los  des- 
tinos que  se  elaboraban  en  el  formidable  crisol  de  la 
Revolución.  Miranda  seguía  de  cerca  los  acontecimientos 
y  no  renunciaba  a  la  esperanza  de  tomar  parte  en  ellos 
algún  día;  también  él  publicó,  a  ejemplo  de  los  hombres 
de  fama  por  entonces,  sus  Reflexiones  sobre  el  estado  de 
Francia,  y  medios  más  adecuados  para  remediar  sus  des- 
gracias^, y  se  esforzaba  sobre  todo  por  entablar  amistad 
con  todos  aquellos  que  le  parecían  sucesivamente  capaces 
de  desempeñar  un  papel  sobresaliente. 

A  la  elección  de  aquellas  relaciones  procedía  con  un 
eclecticismo  que  con  justo  motivo  había  de  sorprender  a 
aquellos  de  sus  contemporáneos  que  desconocían  el  secreto 
pensamiento  del  Precursor.  No  tardó  en  tener  fama  de 
ser  «  el  hombre  más  intrigante  de  Europa^  ».  En  electo, 
desde  fines  del  año  111,  se  le  veía  de  continuo  convidado 
a  comer  por  el  embajador  Barthélemy'%  que  fué,  en  aquella 
época,  el  verdadero  ministro  de  Relaciones  exteriores  del 
Comité  de  salud  pública  ^  Nadie,  y  esto  se  concibe  fácil- 

1.  Arch.  Nat,  F'  6285. 

2.  Véase  un  largo  extracto  de  ese  escrito,  casi  imposiljle  de 
encontrar  hoy  día,  en  la  obra  de  Becerra,  1.  II,  cap.  xxvm.  Es  un 
elocuente  llamamiento  a  la  moderación  y  a  la  concordia,  al  que  sirve 
de  epígrafe  la  sentencia  : 

Tu,  dalle,  exempJd  populas  moderare  memento. 

3.  V.  principahueulc  el  juicio  de  Barras  sobre  Miranda,  en 
Mémoires,  op,  cit.,  i.  II,  cap.  ni. 

4.  Arch.  Nat.  F'  6283. 

5.  Y.  SoKEL,  iJ'Europe  rl  la  Rcs'olution,  op.  cit.,  t.  IV,  lib.  II, 
cap.  II.  >;  2. 


MIRANDA  171 

ineiile.  Lomaba  más  interés  que  Miranda  en  las  largas 
iioíioeiaciones  para  la  paz  con  España,  cuyos  hilos  estaban 
(MI  manos  de  Barlhélemy.  Algunas  semanas  antes  de  los 
motines  de  «  prairial  »,  el  general  Menou,  que  gozaba  de 
gran  lavor  entre  los  hombres  de  la  Convención,  se  hizo 
íntimo  de  Miranda.  Alfio  mas  tarde,  trató  éste  de  entablar 

o 

relaciones  con  Bonaparte,  a  quien  había  visto  por  primera 
vez.  el  año  antes.  «  en  una  comida  en  casa  de  una  corte- 
sana (•rl(>brc,  Julic  Segur,  favorita  de  Taima,  la  cual  vivía 
en  la  Cliaussée  d'Antin  ». 

«  Gomo  Bonaparte  era  entonces  desconocido,  refiere 
Miranda',  apenas  hice  caso  de  él;  pero  supo  que  era  yo 
sudamericano,  lo  cual  le  incitó  a  conversar  conmigo,  y  me 
dirigió  un  diluvio  de  preguntas  a  las  que  no  contesté  sino 

a(|ucIlo  (|ue  exigía  la  cortesía Otro  día  queme  encontré 

con  él  en  casa  de  Madame  de  Permon...  le  convidé  a 
comer  en  mi  casa  de  la  calle  del  Mont-Blanc,  en  el  hotel 
Mirabeau,  donde  residía  yo  entonces.  Como  mi  fortuna  me 
permitía  asegurarme,  en  todos  los  sitios  en  donde  me 
pluguiera  establecerme,  fondos  bastante  considerables, 
tenía  yo  a  mi  disposición  costeados  por  mí,  a  unos  cuantos 
de  esos  agentes  que  sirven  bien  a  quienes  los  pagan,  y 
vivía  con  gran  holgura.  Pero  me  veía  obligado  a  ocultarla 
exteriormente.  El  día  en  que  vino  a  comer  a  mi  casa 
Bonaparte,  noté  su  aire  de  asombro  al  aspecto  del  lujo  de 
mi  casa.  Mis  convidados  eran  algunos  de  los  más  enérgicos 
restos  de  la  Montaña.  En  medio  de  ellos,  Bonaparte, 
preocupado,  soñador,  manifestaba,  con  movimientos  de 
cabeza,  su  asombro  ante  la  violencia  de  nuestros  expre- 
siones. Desde  entonces,  ha  dicho  de  mí  :  «  Miranda  es  un 
demagogo;  no  un  republicano  ». 

Miranda  era  sobre  todo  un  oportunista,  y  no  desdeñaba 
la  alianza  de  ninguno  de  los  partidos  que  la  incertidumbre 
(le  los  tiempos  podía  conducir  al  poder.  Con  lo  cual  tuvo 
un  pie  en  todos  los  complots.  El  13  «  vendémiaire  »  estaba 
con  Marchena .  Lafond,  Vaublanc,  Delalot  y  Richard 
Sérisy,  entre  los  agitadores.  Fué  arrestado;  pero,   al  cabo 


1.    Si;uvii:z,    L'Aide   do   Camp.    op.    <:it.    Confidencias    de  Miranda, 
ip.  X. 


172  EL    PRECURSOR 

de  un  mes  de  detención  en  Plessis,  hubo  que  soltarlo,  por 
falta  de  pruebas'.  El  i8  «  fructidor  )),  Miranda,  compro- 
metido de  nuevo,  es  aprehendido  y  comprendido  en  la  lista 
de  los  deportados  a  Cayena-.  Esta  vez,  ya  no  le  era  posible 
seguir  residiendo  en  Francia.  Obtuvo,  sin  embargo,  no  se 
sabe  por  qué  medio,  el  poder  pasar  cuatro  meses  más  en 
París,  y,  sin  ser  en  modo  alguno  molestado,  salió  para 
Inglaterra  a  fines  de  diciembre  de  1797. 


III 

Las  tradiciones  de  la  política  sudamericana  de  la  Gran 
Bretaña  habían,  infaliblemente,  de  conducir  al  más  infor- 
mado de  los  obreros  de  la  Independencia  a  solicitar  de 
Londres  aquel  apoyo  del  que  tanto  esperaban  los  precur- 
sores para  la  realización  de  su  proyecto.  Así  es  que,  no 
era  ésta  la  primera  vez  que  iba  Miranda  a  Inglaterra. 

Su  carrera  de  agitador  había  comenzado,  precisamente, 
por  una  visita  de  solicitación  al  Foreign  Office.  En  aquel 
tiempo  se  presentó  en  éste  lleno  de  ilusiones  y  de  defe- 
rencia para  con  el  solo  país  en  que  le  parecía  posible 
encontrar  fácilmente  las  simpatías  v  los  socorros  nece- 
sarios. Sin  embargo,  ningún  éxito  obtuvo  aquella  tentativa. 
Profunda  impresión  causó  en  Miranda  tal  desengaño ;  y, 
cuando,  rechazado  por  otra  parte,  acudió  de  nuevo  a  los 
ministros  británicos,  no  sin  repugnancia  se  decidió  a  ello  : 
esperábale  otro  fracaso.  Ahora,  por  tercera  vez  le  lleval)an 
a  Londres  las  circunstancias,  sin  haber  abdicado  nada,  sin 
duda,  de  su  esperanza,  pero  ulcerado,  sintiendo  pesar 
sobre  él  la  violencia  de  una  atracción  que  se  hacía  más 
penosa  desde  que  la  juzgaba,  por  decirlo  así.  fatal,  y. 
también,  comprometedora. 

Las  vicisitudes  de  las  relaciones  de  Miranda  con  el 
gobierno  inglés,  de  1785  a  1810,  resumen  esencialmente 
las  relacione^  de  las  Colonias  españolas  y  de  Inglaterra 
durante  aquel   período,    y    los   sentimientos  del   leprescn- 

1.  Arch.  Nat.  F'  o688. 

2.  Decreto  del  18   de   [''ructidoi-,  año    V.  Bulletiii  ch's  Lois,   año  V, 
2''  serie,  t.  X.  Bulletin,  n"  l'i2. 


MIHANDA  173 

tantc  de  los  liberales  sudamericanos  son  también  el  reflejo 
mismo  de  los  que  se  impusieron  a  sus  compatriotas. 

Desde  el  día  en  que  los  criollos,  entusiastas  y  confiados, 
al  entregar  los  destinos  de  su  independencia  en  manos  de 
la  Gran  Bretaña,  se  enfeudaron  a  su  política,  no  tardaron 
en  convertirse  en  esclavos  de  ella.  Y,  si  al  pronto  la  consi- 
deraron como  la  protectora  evidente  hacia  quien  había 
de  ser  legítimo  y  ligero  su  agradecimiento,  la  detestaron 
luego  como  a  uua  proveedora  ineludible  con  la  que  no 
hay  más  lazos  posibles  que  los  del  interés.  La  aversión 
al  extranjero,  dogma  instintivo  y  fundamental  de  las  nacio- 
nalidades jóvenes,  penetraba  también  la  conciencia  de  los 
sudamericanos  a  medida  que  los  socorros  exteriores  les 
aparecían,  como  más  necesarios,  y  a  medida  que  progre- 
saba su  civismo.  La  frágil  barquilla  de  la  naciente  patria 
sudamericana  había  ambicionado  figurar  en  la  histórica 
estela  del  buque  de  Albión.  No  tardó  éste  en  arrastrarla 
hacia  la  marejada  y  las  tormentas.  La  barquilla  se  sentía 
expuesta  a  romperse  contra  los  escollos,  y  al  mismo  tiempo 
sentía  apretarse  más  a  ella  el  cable  de  remolque  :  hastiada 
de  tal  sujeción,  la  tripulación  de  la  barca  pretendió  un 
día  desatar  el  cable;  pero  comprendió,  iracunda  y  deses- 
perada, que  no  estaba  ya  en  su  poder  el  bogar  indepen- 
diente. 

Reducidos  a  no  ser  más  que  una  puesta  en  el  juego  de  la 
política  inglesa,  o  convertidos  en  objeto  de  su  codicia,  se 
dieron  cuenta  los  criollos  de  que  se  hallaban  ya  a  merced 
de  esta  potencia.  Entonces  se  dedicaron  a  suplir  su  debi- 
lidad por  la  habilidad  y  la  astucia.  Fué  aquél  un  duelo 
silencioso,  solapado,  trágico,  en  el  que,  bajo  las  aparien- 
cias de  concesiones  v  de  halados,  los  Sudamericanos  disi- 
mulaban  su  rencor  alarmado  contra  un  adversario  insen- 
sible, conocedor  admirable  de  sus  propios  intereses, 
atento  únicamente  a  subordinar  a  ellos  las  contingencias, 
y,  al  mismo  tiempo,  impecable  en  la  exteriorización  de  sus 
relaciones  y  en  la  obstinación  de  su  conducta. 

Esta  evolución  sentimental  ha  influenciado  muy  directa- 
mente la   Revolución  sudamericana  :  a  ninouna  otra  causa 

o 

nías  cierta  obedecen  el  aparente  ilogismo  de  sus  comienzos, 
los  contradictorios  altibajos  de  su  desarrollo. 


174  EL    PRECURSOR 

Desde  su  primera  llegada  a  Inglaterra  a  fines  de  la 
primavera  de  1785,  requirió  Miranda  las  amistades  que  en 
los  círculos  políticos  de  la  capital  se  había  granjeado, 
para  hacerse  anunciar  como  meritísimo  negociador  :  a  Ha 
llegado  a  nosotros  la  noticia,  decía  el  Political  Hei'ald,  que 
hay  en  Londres,  en  este  momento,  un  americano  español 
de  gran  importancia,  que  posee  la  confianza  de  sus  conciu- 
dadanos y  aspira  a  la  gloria  de  ser  el  libertador  de  su 
país.  Como  amigos  de  la  libertad  que  somos,  nos  abste- 
nemos de  entrar  en  más  detalles  respecto  de  ese  intere- 
sante personaje.  Admiramos  su  talento,  estimamos  sus 
virtudes,  y  cordialmente  deseamos  prosperidad  al  proyecto 
más  noble  que  pueda  ocupar  el  espíritu  de  un  mortal, 
quienquiera  que  sea  :  el  de  esparcir  sobre  millares  de  sus 
semejantes  los  beneficios  de  la  libertad'.  » 

No  valió  a  Miranda,  tan  halagüeña  presentación,  las 
ventajas  que  esperaba.  Por  influencia  que  tuviesen  en  el  con- 
sejo, los  «  amigos  de  la  libertad  »  no  podían  pensar  en 
exponer  a  Inglaterra,  muy  debilitada  por  la  guerra  de 
América,  al  peligro  de  inmediatas  peleas  con  España  y 
Francia.  Los  agentes  de  los  Comuneros,  con  quienes  no 
dejó  de  reunirse  Miranda",  acababan  de  recibir  un  desen- 
gaño por  parte  de  los  ministros  de  la  Corona,  y  las  tenta- 
tivas aisladas  del  joven  agitadoi-  para  obtener  una  audiencia 
oficial  estaban  condenadas  a  no  tener  mejor  resultado.  Lo 
único  que  había  conseguido  con  el  paso  que  acababa  de 
dar  había  sido  avivar  la  vigilancia  de  los  espías  del 
gobierno  español  \ 

Sólo  unos  cinco  años  después,  a  su  regreso  de  Egipto, 
logró  Miranda  hacerse  escuchar  en  Londres.  Esta,  vez.  el 
momento  era  más  favorable  para  sus  pretensiones.  Habíase 
efectuado  un  cambio  de  notas  agridulces  entre  el  repre- 
sentante del  rey  Jorge  en  Madrid  y  el  conde  de  Florida 
Blanca,    con  motivo  de  la   posesión  de  la  bahía  de  Nootka, 

1.  Extractado  de  The  Polilical  Herald,  mayo  de  1785.  Expedien  te 
del  Asunto  Miranda.  Tribunales  Revolucionarios,  179o.  Arcli.  Nat., 
W  I  bis,  doss.  271,  piéce  49. 

2.  Informe  del  conde  de  Aranda  al  conde  de  Florida  Blanca.  Paris,  22 
de  julio  do  1786,  en  Buiceño,  Los  Comuneros,  op.  cit.,  Doc.  37,  p.  2:^8. 

3.  V.  Loiiü,  Historia  de  las  Anticuas  colonias,  etc.,  op.  cit.,  t.  I, 
p.  3'tl,  nota  (a). 


Mili  AND  A  175 

en  la  costa  noroeste  del  continente  septentrional  de  Anié- 
ricas.  Avivávase  el  antif^uo  antagonismo  de  España  y  de 
Inglaterra.  William  Pitt  estaba  en  el  poder;  anunciábase 
una  era  de  poderosa  prosperidad  para  la  Gran  Bretaña,  y 
el  hijo  segundo  de  lord  Chatham  acariciaba  el  proyecto  de 
vengar  la  patriótica  muerte  de  su  padre,  tomando  sobre  la 
rival  tradicional  y  caída  un  desquite  de  las  recientes 
luiniillaciones.  Pitt  concedió,  en  los  primeros  días  de 
enero  de  i7í)0,  la  audiencia  que  Miranda  le  pedía. 

Este  último  se  creyó  entonces  muy  cerca  del  fin  que 
perseguía.  La  libertad  de  acción  que  la  explosión  de  la 
Revolución  íranccsa  dejaba  a  Inglaterra  era  de  naturaleza 
a  favorecer  aún  más  las  esperanzas  de  los  Sudamericanos. 
Pensaban  éstos  que  el  comercio  británico  no  dejaría 
escapar  una  ocasión  tan  propicia  de  asegurarse  preciosas 
ventajas,  y,  en  el  transcurso  de  las  entrevistas  casi  diarias 
que  tenía  Miranda  en  Whitehall  con  el  representante  del 
ministerio  inglés,  no  dejó  de  hacer  valer  a  sus  ojos  los 
«  incomparables  beneficios  »  que  obtendría  Inglaterra  de 
sus  compatriotas  a  cambio  del  apoyo  que  solicitaban.  No 
obstante.  Pitt  exigió  indicaciones  precisas  y  proposiciones 
detalladas,  y  el  6  de  mayo,  Miranda  le  entregó  un  volu- 
minoso legajo  que  «  encerró  cuidadosamente  el  ministro 
en  una  cartera  de  tafilete  verde,  prometiendo  someterlo  a 
la  deliberación  del  consejo  ». 

El  legajo  de  Miranda  comprendía,  en  primer  lugar,  un 
«  Proyecto  de  constitución  para  las  colonias  hispanoame- 
ricanas ».  Tratábase  de  hacer  de  la  América  española  un 
vasto  imperio,  limitado  :  al  norte,  por  una  línea  que  pasara 
por  medio  del  río  Misisipí,  desde  su  embocadura  hasta  su 
nacimiento,  y,  desde  éste,  continuando  la  misma  línea,  en 
derechura  hasta  el  oeste  por  el  45°  de  latitud  septentrional, 
hasta  su  punto  de  reunión  con  el  mar  Pacífico.  Al  oeste,  el 
océano  Pacífico,  desde  el  punto  arriba  indicado  hasta  el 
cabo  de  Hornos,  incluso  las  islas  distantes  de  diez  grados 
de  esta  costa.  Al  este,  el  océano  Atlántico,  desde  el  cabo  de 
Hornos  hasta   el  golfo  de  Méjico,  y,   desde  aquí,  hasta  la 

1.  Florida  Blanca  (José  Monino,  conde  de),  hombre  de  Estado 
español,  nació  en  1728,  falleció  en  1809.  Ministro  de  Estado  desde 
1777  hasta  1792. 


176  EL    PRECUHSOR 

embocadura  del  río  Misisipí.  «  No  están  comprendidos  en 
este  confín  el  Brasil  y  la  Guayana.  Las  islas  situadas  a  lo 
largo  de  la  costa  no  formarán  parte  de  este  Estado,  dado 
que  el  continente,  ya  lo  bastante  vasto,  debe  ser  suficiente 
para  una  potencia  puramente  terrestre  y  agrícola.  Se  con- 
servará únicamente,  y  como  excepción,  la  isla  de  Cuba,  en 
atención  al  puerto  de  La  Habana,  que  es  la  llave  del  golfo 
de  Méjico.  « 

Como  se  ve,  era  bastante  seductora  la  parte  reservada  a 
la  potencia  marítima  e  industrial  cuya  intervención  había  de 
favorecer  el  nacimiento  del  nuevo  imperio  ;  a  más  de  esto, 
Miranda  tomaba  la  constitución  inglesa  como  modelo  para  el 
gobierno  que  había  de  ser  instituido  en  Sudamérica.  El  po- 
der ejecutivo  sería  delegado  a  un  Inca  hereditario  «  con  el 
título  de  Emperador.  »  La  «  Alta  Cámara  »,  compuesta  de 
senadores  o  Caciques  vitalicios,  nombrados  por  el  InCa,  y, 
la  «  Cámara  de  los  Comunes  »,  escogida  por  todos  los  ciu- 
dadanos del  imperio,  habían  de  tener  atribuciones  casi 
semejantes  a  las  del  parlamento  inglés.  El  Inca  nombra 
«  los  miembros  del  poder  judicial  n.  cuvos  cargos  son  vita- 
licios. Dos  «  Censores  »,  elegidos  por  el  pueblo,  confirma- 
dos por  el  Emperador,  y.  encargados  «  de  velar  por  las 
costumbres  de  los  senadores  v  las  de  la  juventud  ».  «  Edi- 
les )),  ((  Cuestores  ».  nombrados  por  la  Cámara  de  los 
Comunes,  completan  el  sistema. 

Al  Proyecto  iban  unidas  una  memoria  referente  a  las  dos 
últimas  insurrecciones  de  Lima  y  de  Santa  Fe  en  1781.  y 
una  ((  lista  de  los  nombres  v  residencias  de  300  Padres 
jesuítas,  naturales  de  Sudamérica,  desterrados  por  el  rey, 
y  que  por  entonces  residían  en  los  dominios  del  Papa  ». 
«  Dichos  Jesuítas  —  afirmaba  Miranda  —  se  compromete- 
rían a  secundar  la  noble  empresa.  Podrán  ser  de  gran  uti- 
lidad para  dirigir  nuestros  establecimientos  y  vigilar  las 
relaciones  que  no  dejarán  de  establecerse  entre  los  natura- 
les de  las  costas  de  la  América  del  Sur  y  los  comerciantes 
ingleses,  relaciones  que  pronto  se  extenderán  a  las  grandes 
ciudades  del  continente  por  medio  de  las  influencias  y  de 
las  amistades  con  que  cuentan  los  Padres  ^  » 

1.  Estos  detalles  y  citas  relativos  a  las  negociaciones  de  Londres 
en  1790  y  1791  eslán  extraídos  de  un  «  Memor;índuni  recapitulativo   d 


MIKANDA  177 

Las  instantes  solicitudes  de  iMirunda,  el  hijo  de  doeunieu- 
tación  con  <[ue  las  apovaba,  traicionaron  no  obstante  sus 
esperanzas.  Las  dificultades  pendientes  entre  la  corte  de 
Londres  y  la  de  Madrid  no  habían  tardado  en  resolverse 
amistosamente,  y  los  primeros  acontecimientos  de  la  Revo- 
lución iVancesa  absorbían  demasiado  la  atención  del  minis- 
terio británico  para  permitirle  ocuparse  de  la  realización 
de  tan  vastas  y  tan  lejanas  empresas. 

Además,  desde  hacía  algunos  meses,  Miranda  asistía  a 
la  violenta  reacción  que  la  opinión  manifestaba  en  Ingla- 
teria  contra  la  propaganda  de  las  ideas  francesas.  Bnrke  \ 
en  sus  famosas  Reflexiones  sobre  la  Rei>oluc.ión  de  Francia, 
se  había  convertido  en  intérprete  de  tal  reacción  desde 
íines  de  1790,  lanzando  furiosos  anatemas  contra  la  sobe- 
ranía del  pueblo  y  centrados  principales  directores  de  la 
Revolución.  Nada  podía  herir  más  hondamente  que  aquellos 
ataques  las  más  caras  convicciones  del  Precursor,  nada, 
salvo  la  popularidad  que  veía  que  iban  tomando.  Esto  le 
impulsó  tanto  más  a  probar  fortuna  en  Francia,  en  donde 
meditaba  por  entonces  realizar  por  fin,  y  de  manera  bri- 
llante, sus  proyectos. 

Sin  embargo,  negociador  previsor  v  deseoso  de  dejar  una 
puerta  abierta  para  el  porvenir,  no  salió  Miranda  de 
Inglaterra  sin  llevarse  la  «  promesa  formal,  por  parte  del 
gabinete  inglés,  de  cooperar  a  la  independencia  de  la 
América  meridional,  en  caso  de  guerra  entre  España  e 
Inglaterra,  en  el  mismo  sentido  en  que  Francia  la  había 
garantizado  a  las  colonias  inglesas  ([ue  forman  hoy  día  los 
Estados  Unidos  de  América-.  » 

Mientras  Miranda,  después  de  haberse  ilustrado  en  los 
campos  de  batalla  de  la  República,  auníjue  con  menos 
brillo  V  suerte  de  lo  que  él  soñara,  se  obstinaba  en  bus- 
car en  Francia  las  simpatías  desinteresadas,  elicaces.  ([ue 
eslimaba  él  no  pod(>i'  encontrar  en  ningún  sitio  tan  decisi- 
vas como  en  este  país^,  las  miras  de  Inglaterra  respecto  de 

(liritfido    por   Miranda    a   Pitt,    el  8  de    septiembre  de    1791.    R.    O. 
Clidtham  Mss.  v.  ;5'i5. 

1.  Blrki;  (Edmundo  i,  publicista  y  hombre  polílico  inglés,  nació  on 
Dublin  en  1730,  falleció  en  1797. 

2.  Arch.  Nat.  pe  G318  i,. 

3.  «  Según  el  estudio  seguido   que  he  hecho  del  carácter  y  de  los 

12 


178  EL    PRECLHSOli 

las  Colonias   españolas   acababan    de   orientarse  en    la  vía 
nueva  cuyos   primeros  resultados  lian  sido  ya  indicados*. 
El  temor  de  ver  a  España  enfeudarse  exclusivamente  a  la 
política  francesa  fué  el  origen  de  esos  planes  de  dominación 
territorial  absoluta  que  habrán  de  caracterizar  en  lo  suce- 
sivo la  política  sudamericana  de  la  Gran  Bretaña.   Burke, 
que  en  poco  tiempo  había  llegado  a  ser  el  táctico  político 
más  escuchado  de  su  país,  se  preocupaba  ya   en   1792  por 
los  peligros  que  acarrearía  para  Inglaterra  la  preponderan- 
cia francesa  allende  los  Pirineos.  «  tln  el  actual  estado  de 
cosas,  proclamaba  él  en   sus  Memorias  sobre  los  Asuntos 
de  Francia-,   nada   hemos  de   temer  de    España,    ni    como 
potencia  continental,  ni  como  potencia  marítima,  ni  como 
rival  de  comercio.  Tenemos  mucho  que  temer  de  las  alian- 
zas que  España  puede  verse  obligada  a  contraer  :  el  exa- 
men de  sus  posesiones  territoriales,  de  sus  recursos  y  de 
su  estado  civil  y  político  nos   autoriza  a   adelantar  con   la 
mayor  confianza  que  España  no  es  una  potencia  que  pueda 
sostenerse  por  sí  misma  :  necesita  apoyarse  en  Francia  o  en 
Inglaterra.    Tanto   importa    a  la  Gran  Bretaña  impedir  la 
preponderancia  de  ios  Franceses   en  España,  como  si  este 
reino  fuera  una  provincia   de   Inglaterra   o  un  Estado  que 
en  efecto  dependiera  de  ella  tanto  como,  al  parecer,  Por- 
tugal.  Esta    dependencia   de  España   es   de   mucha  mayor 
importancia  que   si   estuviera  :   o  destruida,  o    sometida  a 
otro  poder  cualquiera;  mucho  más  funestas  serían  las  con- 
secuencias. Si  España,  por  la  fuerza  o  por  el  terror,   se  ve 
obligada    a   firmar   un    tratado    con    Francia,    tendrá    que 
abrirle  sus  puertos,  admitir  su  comercio,  mantener  comu- 
nicaciones por  tierra  con  los  campesinos  franceses. 

«  Puede  Inglaterra,  si  le  parece  bien,  consentir  en  ello,  y 
Francia  firmará  una  paz  triunfante  y  tendrá  a  España  bajo 


principios  de  ]\íir;inda  durante  nuestro  cautiverio,  dice  Champagneux, 
puedo  asej^urar  que,  a  pesar  de  sus  elogios  a  los  gobiernos  inglés  y 
norteamericano,  prefería  el  suelo  de  Francia;  y  que,  aunque  cele- 
brando la  vida  de  Londres  y  de  Filadelíia.  no  habría  cesado  de 
habitar  entre  nosolios  si  no  se  hubiese  opuesto  a  ello  el  gobierno  ». 
SuppJómont  flux  Notices  hislo'if/ues,  etc.,  up.  cil.,  p.  499. 

1.  V.  Suprn,  lib.  I,  cap.  ii,  Í5  5. 

2.  BuRKE.  Memuvias  sohre  Ion  Asuntos  de  Fronda,  \79'2,  Mém.,III. 
p.  12. 


179 


SU  (loiuiíuición  V  abrirá  para  sí  todas  sus  pueitas...  con  lo 
cual  invita  a  la  Gran  Bretaña  a  que  por  su  lado  se  repar- 
ta los  despojos  del  Nuef^o  Mundo  y  a  desmembrar  la  nwnar- 
(juia  espailola.  Preferible,  sin  duda  alguna,  sería  hacer  esto 
a  permitir  que  Francia  poseyera  sola  esos  despojos  y  ese 
territorio  :  puede  hacerlo  v  querrá  hacerlo,  si  no  nos  opone- 
mos a  tales  proyectos.   » 

Estas  sugestiones  se  imponían  con  fuerza  al  gobierno  de 
la  Gran  Bretaña  :  emanaban  del  publicista  que  tenía  Fama 
de  ser  el  que  reflejaba  más  atinadamente  los  sentimientos 
de  la  opinión  pública.  Justificaban  también  las  resoluciones 
que  un  conjunto  de  indicaciones  y  de  experiencias  dictaba 
ahora  al  gabinete  de  Saint-James  :  las  súplicas  que  en  el 
transcurso  de  los  años  precedentes  le  habían  dirigido  los 
liberales  de  todas  las  Colonias  españolas ;  las  proposiciones 
que  a  Sidney,  a  Liverpool  y  a  Pitt  les  habían  hecho,  sucesi- 
vamente, los  Comuneros,  Narifío  y  Miranda;  la  probada 
impotencia  de  España  para  mantener  su  dominio;  en  fin,  la 
inditerencia  de  los  pueblos  sudamericanos  respecto  de  su 
porvenir,  v  la  incompetencia  de  sus  jeíes,  consideradas 
una  y  otra  por  ciertas  por  la  política  inglesa,  le  representa- 
ban como  empresa  eminentemente  realizable  la  pura  v  sim- 
ple toma  de  posesión  de  la  casi  totalidad  de  las  provincias 
del  Nuevo  Mundo,  por  poco  que  a  ello  se  prestara  el  esta- 
do de  los  asuntos  europeos. 

Pero  la  lucha  contra  la  Revolución  francesa,  entablada 
por  Pitt.  desconcertaba  de  continuo  su  política.  Las  furio- 
sas acometidas  que  sufría  Inglaterra,  la  derrota  de  los  alia- 
dos, no  le  dejaban  descanso.  A  pesar  de  todo,  y  en  el 
momento  en  que  más  amenazada  parecía  su  existencia, 
consiguió  apoderarse  de  la  isla  de  Trinidad,  en  el  mar  de 
las  Antillas;  más  aún  :  logró  conservarla  definitivamente. 

La  importancia  de  este  acontecimiento  en  cuanto  a  los 
destinos  de  Sudamérica  era  considerable.  El  comodoro 
llarvey'.  no  sólo  había  humillado  la  fama  de  la  marina 
española  al  obligar  a  uno  de  sus  más  famosos  almirantes, 
D.  Sebastián  de  Apodaca,  a  destruir  él  mismo  su  escuadra 


1.  IIarvf.y  i  Sir  Henry).   almirante  inglés,  nacido  en    1737,  fallecido 
en  1810. 


180  EL    PUECUIiSOlí 

al  verla  a  punto  de  caer  en  manos  del  enemigo,  sino  que, 
además  y  de  rechazo,  al  establecer  una  colonia  inglesa  a 
las  puertas  ile  Venezuela,  y  por  las  consecuencias  econó- 
micas y  políticas  que  habían  de  resultar,  menguó  la 
dominación  española  en  la  CostaFirme. 

Algunas  semanas  más  tarde,  Harvey  pretendió  apode- 
rarse también  de  Puerto  Rico.  Esta  vez,  tropezó  con  una 
resistancia  heroica  de  la  guarnición,  mandada  por  D.  Ramón 
de  Castro,  y  de  un  corto  destacamento  de  tropas  fran- 
cesas, enviado  de  la  (aiadalupe  por  Víctor  Ilugues',  (pie 
se  cubrió  de  gloria  en  la  playa  de  Cangrejos  el  17  de  abril 
de  1797.  Allí  dejaron  los  Ingleses  dos  mil  hombres  de  los 
diez  mil  que  Harvey  había  desembarcado.  Este  desquite 
de  la  toma  de  Trinidad,  no  compensó  sus  funestos  electos, 
como  tampoco  pudo  impedir  que  las  Antillas  y  las  costas 
de  Venezuela  tjuedaran  a  merced  de  nuevos  ataques  cuyo 
resultado  podía  sei-  fatal.  La  escuadra  de  La  Habana,  que 
quedaba  como  única  fuerza  con  la  cual  podía  contar 
España  en  aquellos  parajes,  y  que  desde  hacía  cuatro 
años  era  dejada  sin  socorros,  quedaba  leducida  a  la 
inacción  v  a  la  impotencia' 


IV 

En  momento  en  que  veía  Miranda  desaparecer  toda 
esperanza  de  obtener  algún  éxito  en  Francia,  fué  cuando 
llegaron  a  sus  oídos  estas  noticias.  Sin  duda  que  le  habrían 
determinado  a  salir  de  París,  en  donde,  además,  no  se 
hallaba  ya  en  seguridad,  v  a  volver  a  Inglaterra,  de  no 
haber  deseado  llevar   antes  a  cabo,  una   negociación  de  la 

1.  Nació  en  Marsella  en  1770,  falleció  en  t826.  Fué  enviado  a  las 
Antillas  en  1794,  con  Le  Bas,  comisario  de  la  Convención  en  las 
islas  del  Viento.  Tomó  a  los  Ingleses  la  Guadalupe,  la  Deseada,  las 
Santas,  María  Galante  y  Santa  Lucia.  Volvió  a  Francia  en  1799,  y 
fué  nombrado  entonces  gobernador  de  la  (iuayana,  puesto  que  ocupó 
hasta  1808,  en  que  se  vio  obligado  a  devolver  Gayena  a  los  anglo- 
portugueses.  Inocentado  por  el  consejo  de  Guerra,  i'Cgresó  a  la 
Guayana,  pai-a  vivir  allí  como  simple  particular.  Perdió  la  vista,  y 
entonces  volvió  a  Francia,  eu  1822. 

2.  V.  Louo,  Historia  de  las  Anticuas  Colunias,  np.  cil.,  le,  lib.  II, 
cap.  IV. 


MIHANDA  181 

qii(>  augiiraha  oi-andos  ventajas.  Esla  vez  coiispiraha  con 
los  Jesuítas.  Concíbese,  desde  luego,  ([iic  nada  ¡gnoiaha 
Miranda  de  las  inlrigas  lonientadas.  casi  en  lodas  parles, 
por  aquellos  apóstoles  de  la  Enianci[)ación.  Mantenía  con 
ellos  iclaciones  constantes,  y  uno  de  sus  primei-os  cuidados 
fué  el  avivar  sus  rencores  v  el  sacar  pai'lido  de  ellos.  i*]n 
este  sentido,  los  esfuerzos  del  Precursor  l'ueron  coronados 
de  cumplido  éxito.  Desde  1791,  los  Jesuítas  estaban  en 
completo  acuerdo  con  Miranda,  quien,  entre  otras  cosas, 
les  inspií'ó  la  famosa  Carta  a  los  Espailoles  Americanos  '. 
V  la  casa  de  Ménilmontant  se  liabía  vuelto  el  cuartel 
oeneral  en  que  centralizaban  su  propaganda  los  Padres 
refugiados. 

Hizo  más  todavía  Miranda.  A  instigación  suva.  los 
exjesuítas  Manuel  Salas  "^,  natural  de  Chile,  y  José  del 
Pozo  y  Sucre,  natural  del  Perú  (Trujillo).  habían  fundado 
en  1795,  en  Madrid,  de  acuerdo  con  el  peruano  Pablo  de 
Olavide '.  una  especie  de  asociación  secreta  :  la  «  Junta  de 
las  ciudades  y  provincias  de  la  América  meridional  ». 
Aunque  sólo  vagos  indicios  se  poseen  acerca  de  esa 
asociación,  y  a  pesar  de  que  han  quedado  en  la  obscuridad 
la  mayor  parte  de  sus  miembros,  es  no  obstante  cierto, 
como  lo  declaró  Miranda  ulteriormente,  que  se  hallaba  en 
relaciones  con  los  liberales  de  ultramar,  y  reunía  en  la 
capital  española  «  representantes  de  cada  una  de  las 
comarcas  americanas  que  trabajaban  con  ardor  en 
preparar,  por  medio  de  las  medidas  más  eficaces,  la  inde- 
pendencia del  Nuevo  Mundo ^  ».  Así,  hacia  fines  de  1797. 
Salas    y    Pozo   se    hicieron  delegar   por   sus    comj)atriotas 


1.  V.  supra.  lili.  I.  cap.  ii,  §  II. 

2.  Id. 

3.  Oi.AviDE  (Pablo  Antonio  Josef  del,  hombre  de  estado  español, 
narido  en  l^inia  en  1725,  muerto  en  180o.  Había  sido,  en  París,  secre- 
tario de  embajada  del  conde  de  Aranda.  Asociado  a  las  empresas  de 
su  jefe  contra  los  .Jesuítas,  Olavide  sufrió  las  consecuencias  de  la 
caída  de  aquel  ministro.  Fué  encarcelado  en  los  calabozos  de  la 
Inquisición,  en  Sevilla,  en  1776:  y,  en  1778,  condenado  a  reclusión 
perpetua.  Consiguió  evadirse,  y  se  fué  a  París,  donde  vivió  en  la 
sociedad  de  los  librepensadores  mas  notorios.  En  1798,  el  conde  de 
Lorenzana  le  hizo  conceder  la  autorización  de  volver  a  España. 

4.  R.  O.  Chalhain  Mss,  vol.  345,  documento  anejo  a  una  carta  de 
Pitl.  Londres,  16  de  enero  de  1798, 


182  EL    PRECURSOR 

para  ir  a  pedirle  a  Miranda  qne  elaborase  un  plan  de 
acción  definitivo. 

Tratábase  de  determinar  con  precisión  aquellas  poten- 
cias cuyo  apoyo  parecía  más  probable;  de  estipular  las 
condiciones  que  les  serían  ofrecidas  a  cambio  de  su 
intervención,  y  de  confiar  a  los  miembros  de  la  Junta 
más  caracterizados  para  tan  delicado  ministerio  la  misión 
de  hacerlas  aceptar.  Miranda,  Pozo  y  Salas  se  pusieron 
rápidamente  de  acuerdo  sobre  cada  uno  de  estos  puntos. 

Por  el  tratado  firmado  en  19  de  agosto  de  179G  en  San 

o 

Ildefonso,  el  Directorio  se  había  comprometido  a  perpetua 
alianza  con  España.  Así  pues,  ya  no  había  que  contar  con 
el  gobierno  francés;  en  cambio,  los  testimonios  oficiales 
de  animación  que  por  medio  de  las  autoridades  de  sus 
colonias    de  las    Antillas   acababa   Inolaterra    de    enviar  a 

o 

los  liberales  venezolanos,  parecían  no  dejar  duda  alguna 
acerca  de  sus  disposiciones.  Quedó  pues  convenido  que  se 
dirigirían  a  ella  al  mismo  tiempo  que  a  los  Estados  Unidos. 
La  política  extranjera  de  la  República  federal,  que  se 
orientaba  hacia  Francia  o  hacia  Inglaterra  según  que  las 
alternativas  de  su  política  interior  llevaban  al  poder  uno 
de  los  dos  grandes  partidos  :  republicano  o  federalista, 
inclinaba  en  aquel  momento  a  los  Americanos  del  Norte  a 
una  aproximación  hacia  la  Gran  Bretaña.  El  descontento 
causado  en  Francia  por  la  conclusión  del  tratado  Jay', 
que  concedía  ventajas  importantes  al  comercio  inglés;  los 
ataques  publicados  con  este  motivo  contra  los  Estados 
Unidos  en  la  prensa  parisiense;  el  celo  descortés  de  Adet, 
representante  de  la  República  en  Filadelfia,  suministraban 
a  los  partidarios  de  una  inteligencia  con  Inglaterra  otros 
tantos  motivos  para  concillarse  fácilmente  los  sufragios 
de  la  opinión  pública.  Se  llegó  a  pensar  seriamente  cu  una 
alianza  ofensiva  contra  el  Directorio.  Si  los  Estados 
Unidos  se  mostraban  de  la  suerte  animados  de  hostilidad 
para  con  Francia,  de  quien  habían  de  temer  además  las 
ambiciones  respecto  de  la  Luisiana  y  de  la  Florida,  no 
podían  ser  distintos  sus  sentimientos  para  con  el  gobierno 

1.  19  (le  noviembre  de  179'i.  Este  Iralado  aseguraba  la  evacuación 
de  las  tropas  inglesas  de  los  p.uestos  que  ocupaban  aún  en  el  norlc 
de  los   Estados   Unidos,  diez  años  después  del  tratado  de  Yersalles. 


MIRANDA  183 

español,  aliado  del  Directorio  y  dueño  de  aquellas 
resfiones.  v  los  liljeralos  sudamericanos  demostraban 
clarividente  hal)il¡dad  al  tiatar  de  que  la  alianza  de  los 
anglosajones  de  los  Dos  Mundos  se  efectuara,  en  defini- 
tiva, a  expensas  de  la  monarquía  española. 

Sin  enibaroo.  los  Americanos  del  Norte,  y,  sobre  todo, 
los  federalistas,  en  ningún  modo  tendían  a  ensanchar  el 
horizonte  de  sus  miras  exteriores  hasta  pactizar  con  las 
pretensiones  de  sus  vecinos  del  Sur;  pero  éstos  conside- 
raban el  apoyo  de  los  Estados  Unidos  como  un  elemento 
harto  decisivo,  para  no  estimar  indispensable  el  acudir  a 
todos  los  medios  para  provocarlo.  Opinaban  que  nunca  se 
hal)ían  mostrado  más  propicias  las  circunstancias  para 
permitirles  obtenerlo. 

Los  «  Comisionados  enviados  a  Francia  cerca  de  Don 
Francisco  de  jNIiranda,  principal  agente  de  la  Junta, 
después  de  solicitar  la  asistencia  del  señor  Dupeyron, 
secretario  »,  firmaron  pues,  el  2  de  diciembre  de  1797,  un 
«  Convenio  solemne  y  definitivo  »  en  18  artículos  en  que 
se  hallaban  cuidadosamente  determinadas  las  ventajas  que 
los  habitantes  de  las  Colonias  españolas  se  proponían  reco- 
nocer a  los  oobiernos  de  Inglaterra  y  de  los  Bastados  Unidos 
«  como  premio  de  su  alianza  y  de  su  cooperación  efectiva 
en  hombres  y  en  numerario  »,  para  el  establecimiento  de 
la  libertad  en  la  América  meridional'. 

«  Las  colonias  hispanoamericanas,  habi(;ndo  unánime- 
mente resuelto  —  comenzaban  por  declarar  los  firmantes 
—  proclamar  su  independencia  y  sentar  su  libertad  sobre 
bases  inquebrantables,  se  dirigirán  con  confianza  a  la 
Gran  Bretaña,  invitándola  a  sostenerlas  en  una  empresa 
tan  justa  como  honrosa.  En  efecto,  si,  en  plena  paz  y  sin 
previa  provocación,  Francia  y  España  han  favorecido  y 
proclamado  la  independencia  de  los  Angloamericanos, 
cuya  opresión  no  era,  seguramente,  tan  vergonzosa  como 
lo  es  la  de  las  Colonias  españolas,  no  vacilará  Inglaterra 
en  concurrir  a  la  independencia  de  las  colonias  de  la 
América  meridional,   hoy   que   está  comprometida  en  una 


1.   R.   O.   Chatham,  popers.   T.   3'i5,  12  pp.   en  f",  en  francés.  Año 
de  1798. 


184  EL    PUECUHSOU 

guerra  de  las  más  violentas  por  parte  de  España  y  de 
Francia,  quien,  al  mismo  tiempo  que  preconiza  la  libertad 
y  la  soberanía  de  los  pueblos,  no  se  avergüenza  de 
consagrar,  por  uno  de  los  artículos  del  tratado  de  alianza 
ofensiva  y  defensiva  con  España,  la  esclavitud  más  absoluta 
de  cerca  de  catorce  millones  de  habitantes  y  de  su 
posteridad.  » 

Inglaterra  había  de  suministrar  a  Sudamérica  veinte 
buques  de  guerra,  un  cuerpo  expedicionario  de  8  000  hom- 
bres de  infantería  y  5  000  de  caballería  «  con  objeto  de 
favorecer  el  establecimiento  de  su  independencia,  sin 
exponerla  a  funestas  convulsiones  políticas  ».  A  cambio 
de  esto  se  ofrecería  a  la  Gran  Bretaña,  a  más, de  un  tratado 
de  comercio  que  le  garantizara  «  naturalmente  y  de 
manera  segura,  el  consumo  de  la  mayor  parte  de  sus 
manufacturas,  la  posesión  de  varias  Antillas  y  el  pago  de 
una  suma  considerable  en  dinero,  cuyo  importe  quedaba 
por  determinar  ».  En  fin.  por  ser  de  sumo  interés  para 
Inglaterra  «  la  navegación  por  el  istmo  de  Panamá,  el  cual 
ha  de  ser  transitable  dentro  de  poco,  así  como  la  pronta  y 
fácil  comunicación  del  mar  del  Sur  con  el  océano  Atlántico, 
la  América  meridional  le  garantiría,  por  cierto  número  de 
años,  la  navegación  de  uno  y  otro  pasaje  en  condiciones 
que,  aunque  más  favorables  para  ella,  no  habrían,  sin 
embargo,  de  ser  exclusivas  ». 

No  menos  interesante  era  el  conjunto  de  las  concesiones 
reservadas  a  los  Estados  Unidos,  quienes  habían  de 
suministrar  5  000  hombres  de  infantería  y  2000  de 
caballería.  Los  Sudamericanos  les  garantizaban  :  en  primer 
lugar,  la  posesión  de  la  Luisiana.  de  la  Florida,  y  de  las 
Antillas  cjue  no  hubiesen  de  ser  inglesas,  salvo,  no 
obstante,  Cuba.  Los  Estados  Unidos  «  obtendrían  igual- 
mente el  paso  del  istmo  de  Panamá,  así  como  el  del  lago 
de  Nicaragua,  para  todas  sus  mercancías.  Asimismo  sería 
fomentada  la  exportación,  en  buques  norteamericanos,  de 
todos  los  productos  de  la  Améi'ica  meridional  ». 

Por  otra  parte,  estipulaba  el  convenio  la  formación  de 
una  alianza  defensiva  entre  Inalaterra.  los  Estados  Unidos 
y  la  América  meridional,  a  Está  de  tal  modo  mandada  — 
dice  el  texto  —  por  la  naturaleza  de  las  cosas,  la  situación 


MIRANDA  185 

gooo'iáíioa  (le  catla  uno  de  los  tres  países,  los  producios  de 
su  industria,  sus  necesidades,  sus  costumbres  y  su  carácter, 
que  es  imposible  que  no  sea  dr  larrea  duración,  sobre  todo 
si  se  tiene  cuidado  con  consolidarla  por  la  analogía  en  la 
forma  política  de  los  tres  gobiernos,  es  decir  por  el 
disfrute  de  una  libertad  civil  sabiamente  entendida, 
sabiamente  organizada.  Hasta  podría  decirse  que  es  ésta  la 
sola  esperanza  que  queda  a  la  Libertad,  audazmente 
ultrajada  por  las  detestables  máximas  propaladas  por  la 
República  francesa  :  es.  también,  el  solo  medio  de  formar 
un  equilibrio  de  poderes  capaz  de  refrenar  la  ambición 
destructora  v  devastadora  del  sistema  francés  ». 

Las  operaciones  militares,  cuya  dirección  suprema  sería 
confiada  a  Miranda,  babían  de  comenzar  «  por  el  istmo  de 
Panamá  y  bacia  Santa  Fe.  tanto  por  la  importancia  del 
puesto  como  por  el  estado  de  ánimo  de  los  pueblos, 
dispuestos  a  armarse  en  favor  de  la  independencia,  tan 
pronto  como  recibieran  el  primer  aviso  ». 

En  fin,  según  lo  determinaba  su  acuerdo.  Pozo  y  Sucre 
y  Manuel  Salas  habían  de  salir  para  Madrid  con  objeto  de 
dar  cuenta  de  su  misión  a  la  Junta,  «  no  esperando  ésta 
más  que  el  regreso  de  aquellos  dos  comisionados  para 
disolverse  en  seguida  y  marcharse  a  los  diferentes  puntos 
del  Continente  americano,  en  donde  la  presencia  de  los 
miembros  que  la  componen  es  indispensable  para  provocar, 
a  la  llegada  de  los  socorros  de  los  aliados,  una  explosión 
general  y  combinada  por  parte  de  los  pueblos  de  la 
América  meridional  )). 

Miranda,  y  a  falta  de  él  D.  Pablo  de  Olavide,  o  D.  Pedro 
Caro  «  actualmente  empleado  en  Londres  en  una  misión 
de  confianza  ».  tenían  plenos  poderes  para  tratar,  tanto 
con  Inglaterra  como  con  los  Estados  Llnidos.  sobre  las 
bases  así  concertadas. 

Provisto  de  este  nuevo  sistema  de  diplomacia  v  de 
alianzas  que  no  desesperaba  él  de  hacer  adoptar  por  el 
gal)inete  de  Sainl-.lames,  Miranda  contaba,  además,  con 
ser  bien  acogido  personalmente  a  su  llegada  a  Inglaterra. 
Ciei'to  que  a  instigación  suya  el  consejo  ejecutivo  había 
publicado  hacía  poco  el  famoso  decreto  de  16  de  noviembre 
de    1792   acerca    de   la   libre    navegación  del   Escalda,   que 


186  EL    PRECURSOR 

tantas  y  tan  justas  alarmas  había  motivado  en  los  Ingleses. 
Pero  el  antiguo  general  de  los  ejércitos  republicanos  había 
padecido,  desde  entonces,  suficientes  persecuciones  de 
los  gobiernos  de  Francia,  para  que  toda  prevención  contra 
él  hubiese  desaparecido  del  otro  lado  del  estrecho.  Al 
contrario,  el  hecho  de  haber  sido  algún  día  motivo  de 
preocupación  para  la  Gran  Bretaña  había  de  valerle,  por 
parte  de  ésta,  un  título  precioso  de  estima  y  consideración. 

Así  al  menos  lo  entendía  Miranda  cuando,  el  16  de 
enero  de  1798,  manifestaba  en  estos  términos  a  William 
Pitt  las  intenciones  que  de  nuevo  le  llevaban  a  Londres  : 
«  El  infrascrito,  agente  principal  de  las  colonias  sudame- 
ricanas, ha  sido  designado  por  la  Junta  de  los  diputados 
de  Méjico.  Lima,  Chile,  Buenos  Aires,  Caracas,  Santa 
Fe,  etc.,  para  presentarse  a  los  ministros  de  Su  Majestad 
Británica  con  objeto  de  reanudar,  a  favor  de  la  independencia 
absoluta  de  dichas  colonias,  las  negociaciones  comenzadas 
en  1790,  V  conducirlas,  con  la  mayor  brevedad  posible,  al 
punto  de  madurez  que  el  momento  actual  parece  ofrecer, 
terminándolas  en  fin  por  un  tratado  de  alianza  semejante 
—  en  cuanto  pueda  permitirlo  la  distinta  situación  de  las 
cosas  —  al  ofrecido  por  Francia,  y  concluido  por  ella, 
en  1778,  con  las  colonias  inglesas  de  la  América  del  Norte. 

«  Además,  el  infrascrito  se  declara  gozoso  de  que  una 
feliz  casualidad  le  haya  escogido  para  recabar,  bajo  los 
auspicios  del  muy  honorable  William  Pitt,  ante  Su 
Majestad  Británica,  la  protección  de  la  nación  inglesa  en 
favor  de  la  independencia  de  su  país,  y  de  establecer  un 
tratado  de  amistad  y  de  alianza  mutuamente  útil  y  venta- 
joso para  ambas  partes...  Muy  esperanzado  por  la  impor- 
tancia y  la  utilidad  recíproca  de  su  misión,  convencido 
además  de  (|ue  el  momento  es  de  los  más  favorables, 
puesto  que  por  parte  de  España  existe  una  guerra  violenta 
contra  Inglat(!rra,  época  que  siempre  fijó  el  muy  honorable 
William  Pitt  para  comienzos  de  esta  empresa,  este  último 
se  complace  en  creer  que  sus  compatriotas  no  habrán  de 
languidecer  mucho  tiempo  en  la  incertidumbre '.   » 


1.  R.   O.    Chatliam    papéis.    N"^  345.    Miranda    lo    ihc    Honorable 
William  l'ill.,  16  de  enero  de  17í)8. 


MIli.VN'DA  187 

Corla  hahi'a  de  ser  la  ¡lusióii.  \ín  a(|U('l  mojneiito  pesaba 
sobre  Iiiolaterra  hi  doble  amenaza  de  una  invasión  francesa 
y  de  un  levantamiento  en  Irlanda,  lo  eual  la  ol)lioaba  a 
tratar  con  miramientos  a  la  corte  de  Madrid,  no  desespe- 
rando de  obtener  que  rompiera  su  alianza  con  el  Directorio. 
La  leoación  de  Kspaña  hal)ía  visto  con  malos  ojos  la 
presencia  de  Miranda.  La  señaló  al  g()l)ierno  británií'o, 
pidiendo  el  arresto  del  agitador';  y,  para  acreditar  la 
])olítica  de  abstención  cuyas  apariencias  ostentaba  el 
ministerio  frente  a  un  aliado  posible,  Miranda  se  vio 
condenado  a  un  tristísimo  incógnito.  Oculto  en  un  piso  de 
Broad  Street  bajo  el  nombre  de  Martin  Esq'%  tuvo  que 
esperar  ocasiones  más  favorables  cuyo  próximo  adveni- 
miento le  era  prometido,  en  secreto,  por  Pitt'. 

La  noticia  de  la  victoria  de  Xelson  ante  Abukir  y  la 
destrucción  de  la  flota  de  Irlanda  reavivaron  las  esperanzas 
de  Miranda,  quien  creyó  llegado  el  momento  de  probar  de 
nuevo  fortunad  No  se  equivocaba  al  conjeturar  que  la 
renaciente  seguridad  movería  al  gabinete  de  Londres  a 
dirigir  de  nuevo  sus  miradas  hacia  la  América  del  Sur. 
Pero  Pitt,  preocupado  únicamente  por  reanudar  una 
coalición  contra  las  ambiciones  francesas,  no  veía,  en  la 
proyectada  expedición,  más  que  una  operación  de  comercio 
y  de  dinero,  un  medio  de  apoderarse  de  los  «  metales 
preciosos  acumulados  en  el  Nuevo  Mundo,  y  con  los  cuales 
se  acuñaría  moneda  para  la  buena  causa  ^  ». 

Buen  cuidado  tuvo  Pitt  de  descartar  a  Miranda  de  este 
proyecto  que  tal  desprecio  hacía  de  las  aspiraciones  y  del 
interés  de  los  criollos.  El  piloto  consumado  que  de  nuevo 
íicababa  de  tomar  la  dirección  suprema  de  los  destinos  de 
Inglaterra  pretendía  asignar  a  Miranda  un  papel  más 
importante.  Al  mismo  tiempo  ([ue  fomentaba  las  espe- 
ranzas del  mandatario  de  los  Sudamericanos,  reservándose 
el  satisfacer  sus  deseos  cu  la  medida  que  cdnviniera  a  la 
Gran  Bietaña.  engañaba  a  España  acerca  del  alcance  de 
los   compromisos  que   con   ella   tenía.    Los   representantes 

1.  V.  Lobo,  op.  cit..  t.  I,  p.  ü'jO. 

2.  Arch.  Nat.  [•''  6283. 

3.  R.  O.  Clialham  Corrcspondence.   V.  345. 

4.  Sorel,  L'Europe  el  la  Révohition,  t.  V,  p.  350. 


188  EL    PHEClIiSOl! 

ingleses  en  Madrid  no  despordieiaban  ocasión  de  insinuar 
que  los  liberales  de  Sudamérioa  entra lían  eu  campaña  al 
primer  aviso  que  les  llegara  de  Londres,  v  que  de  la  actitud 
de  España  dependía  que  dicho  aviso  fuera  dado,  o  no. 
Comunicaban  el  plan  de  Miranda,  asegurando  que  su 
gobierno  sabría  estorbarlo,  por  poco  que  España  mani- 
lestara   serios  deseos   de   adhesión  a  Inglaterra. 

Mientras  tanto.  Pitt  concedía  audiencias  a  Miranda.  A 
fines  de  1798'  le  aconsejaba  ([ue  negociara  con  los  Estados 
Unidos.  De  esta  suerte,  concentraba  en  su  mano  los  hilos 
de  las  intrigas  que  con  gran  trabajo  se  esforzaba  Miranda 
en  anudar.  Acerca  de  esto,  la  correspondencia  del  ministro 
de  los  Estados  Unidos  en  Londres,  Rufus  Kino-.  es  instruc- 

n 

tiva.  Escribe  a  su  gobierno  :  «  Al  mismo  tiempo  que  se 
trasmiten  á  España  tales  informes,  el  gobierno  ordena  a  las 
autoridades  de  Trinidad    fomentar   la    revolución    en    Sud 

América  y  prepara  una  expedición  en  su  apoyo Miranda. 

impaciente  con  las  dilaciones  de  este  ministerio,  e  igno- 
rando sus  pasos  en  la  corte  de  Madrid,  ha  decidido  enviar 
a  Filadelfia  a  su  amigo  y  colaborador  el  señor  Caro...-  » 
Como  se  ve,  Miranda  no  había  esperado  las  direcciones 
de  Pitt.  Hacía  tiempo  que  había  informado  directamente  al 
presidente  Adams  de  sus  proyectos  y  solicitado  la  interven- 
ción del  jefe  de  los  federalistas,  Hamilton;  del  general 
Knox,  de  Jay,  y  de  todos  aquellos  con  cuya  amistad  contaba 
en  los  Estados  Unidos ^  Un  impedimento  sobrevenido  a 
última  hora  hizo  que  no  pudiera  Caro  ponerse  en  camino, 
pero  había  dirigido  copia  del  2  de  diciembre  al  secretario 
de  Estado  Pickering,  conocido  suyo.  Estaba  persuadido  de 
tener  en  él  al  más  solicitó  de  los  abogados.  Circunvenido 
por  Miranda,  King  insistía  cada  vez  más  para  que  el  proyecto 
fuese  tomado  en  consideración  ;  hasta  habló  de  él  con  lord 
Grenville;  y.  «  a  pesar  de  que  este  ministro  le  había  mani- 
festado que  sólo  a  título  privado  le  escuchaba  ».  lan  segura 
le  parecía  la  cooperación  de  Inglaterra,  va  en  julio  de  17!)8, 
que     no    vacilaba    en    preconizar    una    acción    inmediata''. 

1.  Arch.  i\al.  F'  6318  i>. 

2.  Despacho  del  6  de  abril  de  1798,  eu  Bkckrka,  (ip.  cií.,  i.  I,  p.   15. 

3.  V.  Randall,  Life  of  Jeffcvson. 

4.  Despacho  de  17  de  agosto  de  1798.  Bex:i:iíra,  op.  cil.,   1.  I,  p.  16. 


MIHANDA  189 

Kscrihía  a  llaiiulton  :  «^  El  dí'stino  del  Nuevo  Mundo,  (|ue 
creo  íirniemcnte  ha  de  ser  lelíz  y  glorioso,  está  hoy  en 
nueslras  manos.  Tenemos  no  solo  el  derecho  sino  el  deber 
de  deliberar  y  proceder  en  el  asunto,  no  como  accesorios, 
sino  como  principales.  El  objeto  y  la  ocasión  son  tales, 
([ue  por  respeto  á  nosotros  mismos  y  a  los  demás  no 
debemos  desperdiciar  la  oportunidad'.  »  llamilton.  que 
con  justo  motivo  tenía  laina  de  ser  uno  de  los  hombres  más 
iuHuentes  de  Norteamérica,  parecía  interesarse  mucho  por 
la  cuestión  de  las  Colonias  españolas.  Consideraba  su 
emancipación  como  un  acontecimiento  de  importantísimo 
interés  para  los  Estados  Unidos,  esperaba  decidir  a  ella 
al   aoliienio.  v   hasta   se    ofrecía   a  tomar  el   mando  de   la 

o 

expedición  cpie  pudiera  ayudarla". 

Avisado  por  Ring-  v  por  llamilton  mismo  de  tan  benévolas 
intenciones,  v  no  dudando  tan  poco  del  apoyo  de  Ingla- 
terra si  obtenía  el  de  los  Estados  Unidos.  Miranda,  por  su 
parte,  insistía  cerca  del  antiguo  avudante  de  Washington 
para  que  influyera  en  este  sentido  con  el  presidente 
Adams.  En  19  de  octubre, le  escribe  :  «  Todo  está  arreglado 
y  lo  único  que  ialta  es  el  fiat  de  su  ilustre  Presidente  para 
partir  como  el  rayo  ^.  » 

Por  desgracia  para  Miranda,  una  vez  más  tomaron  las 
circunstancias  un  giro  contrario  a  sus  proyectos.  .lohn 
Adams.  cuvos  sentimientos  íntimos  eran  opuestos  a  la 
alianza  inglesa,  se  inclinaba  hacia  las  medidas  pacíficas  y 
acechaba  una  ocasión  que  permitiera  acercarse  a  Francia. 
El  ministro  de   los  Estados  Unidos  en  La  líava  neffociaba 

o 

para  reanudar  relaciones  con  el  Directorio.  Además,  se 
acentuaba  la  decadencia  del  partido  federalista,  y  llamilton 
luchaba  únicamente  para  retardarla.  Pocos  meses  después, 
volvieron  al  poder  los  republicanos  con  Jeirerson,  y  las  ilu- 
siones de  Miranda  no  sobrevivieron  a  este  acontecimiento. 
Mas.  no  quebranta  esto  en  nada  la  increíble  tenacidad 
del  Precursor.  .Abandonado  por  los  ministi'os,  acude  a  la 
opinión  pública.  Sabe  (jué  peso  tiene  ésta  en  las  decisiones 
oficiales.    La   ilustrará    más,    pondrá   su   empeñí»   en  popu- 

1.  Carta  del  31  de  julio  de  1798.    Ihid . 

2.  V.  Randall.   op.  cit. 

'■'>.   Citado  por  Bkcf.rra.  op.  cit..   t.   I,  p.  20. 


190  EL    PHECUHSOR 

larizar  la  causa  sudamericana  para  el  porvenir.  Durante 
todo  a(|uel  período,  los  diarios,  las  revistas  más  impor- 
tantes de  los  Tres  Reinos  publicaron  innumerables  artí- 
culos en  que  la  importancia  v  líi  variedad  de  recursos  que 
al  comercio  de  Inglaterra  ofrecería  la  libre  América 
estaban  infatigable  y  sabiamente  expuestos  por  Miranda  *. 

No  sin  amargura,  sin  embargo,  se  resignaba  a  aquel 
papel  harto  evasivo  de  publicista;  los  llamamientos  cada 
vez  más  apremiantes  de  sus  compatriotas  contribuyeron  a 
que  se  le  hiciera  intolerable.  En  las  Colonias  acentuábase 
la  fermentación.  Era  preciso  obrar.  «  ¡  Miranda,  le  escribía 
Manuel  Gual,  refugiado  en  Trinidad  después  del  descubri- 
miento del  complot  de  España,  si  por  lo  mal  que  le  han 
pagado  a  usted  los  hombres  :  si  por  amor  a  la  lectura  y  a 
una  vida  privada,  como  enunciaba  de  usted  un  diario,  no 
ha  renunciado  usted  estos  hermosos  climas,  y  la  gloria 
pura  de  ser  el  salvador  de  su  Patria;  el  Pueblo  Americano 
no  desea  sino  uno  :  venga  usted  aserio...  Miranda!  yo  no 
tengo  otra  pasión  que  de  ver  realizada  esta  hermosa  obra, 
ni  tendré  otro  honor  que  de  ser  un  subalterno  de  usted".  » 

Además,  Miranda  se  sentía  acosado  por  la  policía  de  la 
legación  de  España;  los  ministros  se  negaban  a  recibirle. 
La  estancia  en  Londres  le  resultaba  penosa,  y,  además, 
peligrosa.  Pensó  en  probar  de  nuevo  fortuna   en  Francia. 

1.  En  particular,  La  Revista  de  Edimburgo  puhVicó  por  entonces  uu 
notable  estudio  económico  en  la  que  se  ven  curiosas  precisiones 
acerca  de  la  posibilidad  de  abrir  un  canal  por  el  istmo  de  Panamá. 
«  Trátase,  decía  [Miranda,  de  la  empresa  sin  duda  más  extraordinaria 
que  los  aspectos  físicos  de  nuestro  globo  puedan  ofrecer  a  la 
imaginación.  Poco  conocida  en  este  país,  no  pertenece,  cual  podría 
suponerse,  al  dominio  de  la  aventura  o  de  la  novela.  Es,  al  con- 
trario, de  una  realización  fácil.  El  i-ío  Chagres,  que  desemboca  en 
el  Atlántico,  es  navegable  hasta  la  villa  de  Las  Cruces,  distante  de 
15  millas  de  la  ciudad  de  Panamá,  situada  en  la  costa  del  Pacífico; 
y,  aunque  el  valle  facilita  la  construcción  del  canal,  las  dificultades 
podrían  ser  reducidas  aun  por  la  utilización  del  Trinidad,  afluente 
del  Chagres  y  navegable  durante  la  casi  totalidad  de  su  curso.  La 
naturaleza  ha  dotado  los  dos  extremos  de  esta  vía  interoceánica  de 
dos  bahías  cabalmente  apropiadas  a  las  necesidades  del  tráfico  más 
considerable  :  la  de  Porto  Belo,  en  el  Chagres,  en  donde  fondearon 
los  74  buques  de  guerra  ingleses  que  en  1740,  bajo  el  mando  del 
Capitán  Knowley  bombardearon  la  fortaleza  de  San  Lorenzo,  y  la 
de  Panamá,  en  el   Pacífico,  que  es  igualmente  amplia   y  segura.  » 

2.  A.  Miranda.  Puerto  de  España,  12  de  julio  de  1799.  Bkchrka, 
op.  cit.,  t.  II,  p.  481, 


191 


La  caída  del  Directorio  v  el  advenimiento  de  Bonaparte 
parecían,  por  cierto,  ser  el  preludio  de  una  era  nueva 
solemnemente  proclamada  por  el  INlanifieslo  del  24  de 
«  frim&ire  »  del  ano  VIII.  Había,  entre  los  Franceses,  más 
deseo  de  paz;  pero  la  paz.  tal  como  la  entendían  por 
entonces,  no  era  incompatible  con  el  cumplimiento  de  los 
planes  más  grandiosos.  Se  contaba,  para  realizarlos,  con 
el  joven  Cónsul,  radiante  de  inteligencia,  coronado  por 
la  Victoria,  y  que  había  ganado  todos  los  corazones.  «  La 
guerra  con  el  Antiguo  Mundo,  la  paz  con  el  Nuevo,  el 
amor  a  la  libertad  americana  y  el  odio  a  ínoflaterra  »  eran, 

o 

según  dice  un  contemporáneo  '.  los  (f  oráculos  mismos  « 
<[ue  brotaban  de  las  apoteosis  que  París  consagraba  al 
vencedor  de  Marengo. 

El  regreso  de  los  proscritos  de  Fructidor,  las  brillantes 
reparaciones  de  que,  en  su  mayoría,  eran  objeto,  aquella 
atmósfera  de  seguridad  y  de  quietud  que  resplandecía  en 
Francia,  animaban  a  Miranda  a  tratar  de  contar  entre  los 
favorecidos.  Sus  íntimas  predilecciones  se  reanimaban 
ante  la  esperanza  de  ganar  el  ánimo  de  Bonaparte,  y  la 
orden  del  día  ([ue  el  Primer  Cónsul  acababa  de  dirigir  al 
ejército  con  motivo  del  fallecimiento  de  \\  ashington,  pare- 
cíale de  feliz  agüero  al  campeón  de  la  Independencia 
sudamericana  :  «  Ha  fallecido  Washington.  Aquel  grande 
hombre  luchó  contra  la  tiranía,  consolidó  la  lii)ertad.  Su 
memoria  será  siempre  grata  al  pueblo  francés,  como  a 
todos  los  hombres  libres  de  ambos  mundos,  y  especial- 
mente a  los  soldados  franceses,  quienes,  como  él  y  los 
soldados  americ^anos,  combaten  por  la  igualdad  y  la 
libertad  )>. 

Estas  palabras,  y  la  ceremonia  (pie  algunos  días  más 
tarde  (el  18  de  febrero  de  1800)  les  sirvió  de  comentario 
en  la  Iglesia  de  los  Inválidos,  transformada  en  Templo  de 
Marte  para  armonizarse  con  la  circunstancia,  no  eran  pura 
hipocresía,   u  Cierto  que  la  había,  pero  también  había   en 

1.  Memorial  áii  í .  de  Norvins.  Paris,  18'.t6.  t.  II.   p.  235. 


ly2  EL    I'ÜECUUSOR 

ellas  las  ilusiones  de  aquel  tiempo  y  de  todos  los  tiempos  '  )>. 
La  seducción  sobre  Miranda  íué  decisiva  :  se  decidió  a  salir 
de  Londres. 

Mas  no  sin  diíicultades  se  efectuó  esta  salida.  Tuvo  que 
intervenir  Rufus  King,  insistir  ante  el  Foreign  Office  ;  en 
fin,  como  último  recurso,  dio  a  su  administrado  ocasional 
un  pasaporte  que  el  gobierno  francés  no  se  apresuró  a  san- 
cionar. Tuvo  que  esperar  varios  meses,  en  Holanda,  los 
resultados  de  las  instancias  que  los  senadores  Barthélcmy 
y  Lanjuinais,  el  consejero  de  Estado  Portalis,  el  general 
Victor  habían  presentado,  en  favor  suyo,  a  Fouché  y  al 
Primer  Cónsul. 

Bonaparte  acabó  por  dejarse  convencer.  Pero  la  realiza- 
ción de  los  nuevos  proyectos  del  Precursor  seguía  siendo 
muy  improbable.  Habría  podido  persuadirse  de  ello  en  el 
momento  mismo  en  que,  a  fines  de  octubre,  salía  de  Amberes 
para  ir  a  París.  En  efecto,  un  corresponsal  anónimo,  pero 
probablemente  español  o  sudamericano,  a  juzgar  por  las 
groseras  faltas  de  ortografía  y  de  estilo  de  su  carta,  le  escri- 
bía :  «  En  fin,  querido  Miranda,  me  pongo  a  escribirle  a 
usted.  Sus  amigos  se  han  ocupado  mucho  de  usted.  A  todos 
he  consultado,  y  envío  a  usted  el  parecer  de  ellos.  Comienzo 
por  felicitar  a  usted  de  que  haya  podido  salir  de  Ingla- 
terra... Era  ésta,  para  usted,  una  cárcel,  y  supongo  que,  ya 
al  final,  debía  usted  de  tener  la  persuasión  de  que.  allí, 
nunca  se  realizarían  sus  deseos.  ¿Será  usted  más  feliz 
aquí?  Confieso  a  usted  que  no  lo  creo.  Al  observar  esto 
atentamente,  veo  mil  obstáculos,  y  hasta  temo  por  ciertas 
relaciones  con  un  pais  vecino,  que  esté  usted  aquí  menos 
en  libertad  que  en  Inglaterra.  Aquí  no  se  ocupan  de  Sud- 
américa,  ni  se  ocuparán  de  ella,  y,  lo  que  hasta  ahora  ha 
considerado  usted  como  una  desgracia,  acuso  sea  su  mayor 
suerte.  Temeré  la  intervención  de  cual<[uier  potencia  euro- 
pea. Dche  usted  haslai'se  a  si  mismo,  a  no  ser  que  no  linija 
lle¿ir¿(f()  el  mo/ne/tf.o.  Y  cuestión  tan  Imporlanle  no  ])ue(le 
tralai'si!  a  mil  leguas  de  distancia  :  acercándose  al  teatro 
en  (|ue  s(;  han  de  desarrolla)'  los  sucesos  es  c<'>mo  podrá 
usled  juzgar  sanamente   de  las  cosas.  Todos  aquellos  (|ue 

J.   TiiiKus,   Ilistoirc  du  Con.sulai  et  de  t'E?npiie,  1845,  t.   I,  lib.  II. 


.Mili  ANDA  193 

se  consag-ran  a  la  causa  que  usted  persiirne  deben  estar  en 
el  Nuevo  Muu<l().  Xo  se  oana  la  voluntad  de  una  mujer 
vivicndí»  lc|OS  de  (día. 

«  Tales  son  mis  ideas,  amioo  mío.  Pero,  si  desea  usted 
volv(>r  a  estos  luoaros.  que  ])or  tanlos  motivos  deben  de 
interesarle  a  usted  ;  si  eree  usted  poder  abandonarlos  cuando 
o'usle:  si  no  cree  usted  que  al  venir  aquí  no  haoa  sino 
cand)iar  de  cárcel,  y  si  estima  que  su  estancia  en  b  rancia 
no  lia  de  peijiidicar  a  lo  ([iie,  basta  abora.  lia  sido  objeto 
de  todos  sus  pensamientos,  creo  poderle  asegurar  a  usted 
que  el  eni])eno  con  que  sus  amigos  solicitan  su  r«>greso 
acabará  por  ol)t('ner  satisl'acción.  Maníame  P.  '  desea  saber 
en  ([ué  eslado  se  bailan  sus  asuntos  de  usted,  .luntos  hemos 
vist(>  a  T^js"  :  se  interesa  mucbo  por  usted  y  cree  en  el 
éxito.  .\un  cuando  afirmo  que  es  verdad  cuanlo  le  digo  a 
uslctl,  tleseo  no  obstante  verle,  y  su  talento  puede  vencer 
dificultades  que  serían  insuperables  para  otro  cualquiera. 
La  amistad  ([iie  le  profeso  me  obliga  a  hablarle  a  usted  con 
sinceridad.  .1  Juicio  mió.  tiempo  es  ya  de  acabar  el  tomo 
de  Europa,  y  de  comenzar  el  tomo  de  América.  Pero,  si 
desea  usted  añadir  al  primero,  al  que  tanto  interés  ha  sabido 
usted  dar.  un  capítulo  más,  nadie  lo  leerá  con  tanto  placer 
como  yo,  nadie  tendrá  tanto  gusto  en  verle  a  usted  de 
nuevo.  Adiós,  mi  querido  Miranda.  Su  sincero  amigo  ^.   j) 

Las  previsiones  de  aquel  misterioso  consejero  se  reali- 
zaron a  la  letra.  Traicionado  por  su  antiguo  secretario 
Dupevron.  quien  vendió  sus  secretos  al  ministro  de  España 
en  Londres'.  jNliranda  fué,  desde  su  llegada  a  París,  el 
9  de  «  frimaire  n  del  año  L\.  puesto  bajo  la  vigilancia  de 
la  policía.  La  legación  de  Su  Majestad  Católica,  invocando 
las  relaciones  del  «  incorregible  perturbador  »  con  el 
gídjierno  inglés,  pedía  encarecidamente  su  arresto,  v  las 
persecuciones  (jue  el  atentado  de  la  calle  Saint-Nicaise 
motivó,  días  después,  contra  lodo  a(|uello  que  podía  pasar 
por  rev(ducionario,    fueron   un    pretexto  acogido  con   tanta 


1.  Pétion. 

2.  Lanjuinais. 

3.  Carta  del   IG  de   octubre  de  1800.  dirijíida  al  general   Miranda, 
al  hotel  del  Oso.  a  Auiberes.  Arcli.  Nat.  V'  (■)318  '>. 

4.  Arch.  Nat.  F'  6246. 

13 


19i  KI-    PREClllSOli 

más  facilidad  cnanto  (jue  no  se  qnería  entonces,  en  Francia, 
contrariar  por  tan  ])Oco  los  deseos  del  pais  pecino  v  aliado. 

Acnsado  «  de  espionaje  y  correspondencia  con  los  enemi- 
gos del  Estado*  ».  ^Miranda  fué  arrestado  en  su  casa  de  la 
calle  Saint-IIonoré  y  encarcelado  en  el  Temple,  el  1/i  de 
((  ventóse  ».  No  sin  trabajo  consiguieron  sus  amigos,  ocho 
días  después,  que  fuera  puesto  en  libertad;  pero  tuvo  que 
comprometerse  a  salir  para  siempre  del  territorio  de  la 
República. 

Una  vez  más.  volvió  a  Londres,  adonde,  después  de  cada 
una  de  sus  tentativas  en  otros  países,  lo  traía  su  destino. 

Pitt  había  salido  del  ministerio;  pero  el  gabinete  for- 
mado por  Addington  parecía,  por  el  momento,  perseverar 
en  la  política  del  que  le  había  precedido.  Inglaterra  tendía 
con  todas  sus  luerzas  a  desbaratar  la  Liga  de  los  Neutros. 
que  podía  ser  paia  ella  la  señal  de  la  ruina.  A  pesar  del 
decaimiento  del  espíritu  público,  pensábase  en  nuevos 
sacrificios  y  en  nuevas  luchas.  Volvieron  a  flote  los  proyec- 
tos de  ataque  contra  las  Colonias  españolas,  pero  no 
tardó  en  desvanecerse  la  esperanza  que  acerca  de  esto 
pudo  haber  concebido  Miranda.  El  nuevo  gabinete  inglés, 
llamado  sobre  todo  al  poder  para  facilitar  un  armisticio 
cuya  necesidad  se  hacía  universalmente  sentir,  no  tardó  en 
abrir  negociaciones.  Importantes  acontecimientos  sobrevi- 
nieron aún,  los  cuales,  al  mejorar  la  situación  exterior  de 
la  Gran  Bretaña,  la  encaminaban  hacia  la  paz.  El  asesinato 
de  Pablo  1"  rompió  los  lazos  de  la  coalición  marítima  del 
norte,  muv  quebrantada  ya  por  Nelson  con  la  victoria  de 
Copenhague.  El  principio  de  la  visita  de  los  barcos  neu- 
tros fué  reconocido  por  Rusia  y  sus  aliados,  los  Franceses 
evacuaron  a  Egipto  :  éxitos  todos  para  la  política  inglesa. 
El  tratado  de  Amiens  fué  firmado  en  25  de  marzo  de  1802. 

Aunque  veía  Miranda  alejarse  la  realización  de  sus  espe- 
ranzas, no  por  eso  las  abandonaba  en  modo  alguno.  El 
matrimonio  de  inclinación  ([ue  por  entonces  contrajo  con  la 
señorita  Andrews,  no  lué,  en  su  terrible  existencia,  sino  el 
indispensable  oasis,  después  de  tantos  azares  y  de  tantos 
reveses,  para  recobrar  luerzas  y  volver  a  la  lucha. 

1.   Arch.   Nat.  F^  63181'. 


MIli.VNDA  195 

No  hal)ía  Pitl  lonunciado  por  mucho  tiempo  a  la  direc- 
ción oficial  del  poder.  Ilahía  asistido  con  dolor  a  los  conti- 
nuos engrandecimientos  de  b'iancia  <lnrante  aquellos  últi- 
mos años,  y  ni  Inolaterra  ni  el  se  resignaban  a  los  compro- 
misos que  habían  firmado.  La  devolución  a  Francia  y  a  sus 
aliados  de  las  numerosas  colonias  de  que  en  ambos  mundos 
se  hal)ían  apoderado  los  marin(>s  ingleses  cu  el  transcurso 
de  las  últimas  guerras;  el  abandono  del  Cabo  a  Hohinda, 
y  de  Malta,  llave  del  Mediterráneo,  eran  denunciados  como 
una  traición.  Por  otra  parte.  las  injurias  v  las  violencias 
de  hi  prensa  inglesa  exasperal)an  al  Primer  Cónsul;  las 
disensiones  se  envenenaban.  \  la  guerra  jiarecía  probable. 
La  reaparición  de  Pitt  en  los  Comunes  en  la  célebre  sesión 
del  24  de  mavo  de  1803  fué  la  señal  de  nuevas  hostilidades. 

En  seguitla  vuelve  a  escena  Miranda,  y  una  vez  más  hace 
ofrecimientos  de  servicio  al  ministeiio  británico.  Reanu- 
daba Pitt  una  coalición  contra  Francia,  v  Bonaparte  con- 
testaba a  ella  con  la  más  terrible  de  las  amenazas.  En  el 
campamento  de  Boulogne  activávanse  los  preparativos 
para  invadir  a  Inglaterra  :  fué  aquel  el  momento  en  que  en 
las  cancillerías  europeas  se  pensó  en  la  eventualidad  de 
una  oportuna  desaparición  del  Primer  Cónsul.  Tuvo  enton- 
ces ^liranda  que  medir  los  peligros  de  la  sujeción  dema- 
siado absoluta  que  le  habían  impuesto  las  circunstancias. 
Desde  hacía  algunos  años,  recibía  con  regularidad  subsi- 
dios  del  Foreign  Office,  y,  a  veces,  de  la  embajada  de  Rusia 
en  Londres.  Sin  duda  que  los  consideraba  como  simples 
adelantos  reembolsables  tan  pronto  como  mejorara  su 
situación  ^  Pero,  la  confiscación  sucesiva  de  sus  posesiones 
de  Venezuela  v  de  los  bienes  que  tenía  en  Francia  le  había 
reducido,  con  el  tiempo,  a  la  situación  equívoca  de  un 
agente  pagado  cuyas  obligaciones  crecían  con  la  patente 
imposibilidad  de  cumplir  con  sus  compromisos.  Había  de 
esperarse  el  ser  solicitado  para  las  niiis  tenebrosas  cmpre- 


1.  En  efecto,  en  uno  de  sus  informes  a  Fitt,  Miranda  declara  en 
propios  términos  :  I  explicitely  desire  llial  a  sufíicienl  annual  support 
would  be  grantod  to  me  as  a  loan  only  till  I  could  come  to  tlie  posses- 
sion  of  my  properly,  when  I  mean  to  rej)ay  cvcry  ihiníJ  advanced  to 
me...  (To  the  honorable  W.  Pitt,  2  de  enero  de  17íU.  K.  O.  Chtttlunn 
mss.  vul.  345*. 


196  EL    PRECURSOn 

sas.  En  efecto  trataron  de  iniciarle  en  el  complot  de  Piche- 
ffru.  Sólo  a  fncrza  de  prudencia,  de  presencia  de  ánimo  y 
de  sutileza  logró  Miranda  no  empañar  su  gloria  en  seme- 
jante manejo  '. 

Apartados  estos  peligros,  iba  a  persuadirse,  no  obstante, 
de  que  el  régimen  de  las  concesiones  por  el  cual  hal)ía 
creído  hasta  entonces  ganar  a  Inglaterra  no  satisl'acía  va  la 
codicia  de  esta  potencia. 

Apenas    habían     transcurrido    algunos    meses   desde    la 

vuelta  de  Pitt  al  poder,  y  ya  todo  había  cambiado  de  aspecto. 

Inglaterra  se  sentía  temible.   Su  flota  igualaba  casi  a  todas 

las   demás   de  Europa.   Sus   marinos  eran   los   mejores  del 

mundo.   El  cfenio  de   Pitt  no   se  arredraba  ante   las  ambi- 
re 

ciones  de  Bonaparte,  que  acababa  de  tomar  el  título  de 
Emperador.  Las  contestaciones  evasivas  de  la  corle  de 
^ladrid  a  las  continuas  amenazas  del  gabinete  de  Londres, 
deseoso  de  que   se  declarara  aquélla  a  favor  de  Francia  o 

1.  Se  ha  conservado  la  contestación,  tan  ingeniosa  como  categórica 
hecha  entonces  por  Miranda  a  cierto  billete  del  conde  Woronzoff, 
en  el  que,  sin  duda,  un  exceso  de  prudencia,  le  hacía  sospechar 
alguna  asechanza  : 

'<  El  general  Miranda  agradece  sinceramente  al  señor  conde  todas 
sus  bondades,  pero  cree  no  deber  aprovechai-  su  generosa  oferta  en 
los  momentos  actuales,  porque  el  general  Miranda  no  ha  tenido  nunca 
ningún  género  de  relaciones  con  el  general  Pichegru,  sin  embargo  de 
que  junios  iban  ;í  ser  proscriptos  por  los  mismos  motivos,  y  no  quiere 
mezclarse  directa  ni  indirectamente  en  los  negocios  de  Francia,  puesto 
que  desde  su  arribo  a  Londres  ha  tenido  conocimiento  de  las  intrigas 
encaminadas  a  perpetual-  los  disturbios  de  aquel  país,  y  con  ellos 
las  desgracias  de  las  potencias  vecinas.  El  general  INliranda  reitera 
el  testimonio  de  su  respeto  al  señor  conde  de  WoronzoíT,  cuya  feli- 
cidad le  interesará  siempre.  El  reconocimiento  del  general  Miranda 
hacia  la  Rusia  y  sus  votos  más  sinceros  por  la  prosperidad  del 
imperio  y  la  dicha  de  los  augustos  descendientes  de  Catalina  II 
durarán  lo  que  su  vida.  »  (Becerra,  op.  cit.,  t.  II,  pT  480). 

Del  mismo  modo  había  esquivado,  años  antes,  los  ofrecimientos 
del  gobierno  inglés  con  motivo  de  un  desembarqne  en  España,  cuyo 
mando  le  habría  sido  confiado  :  «  Entiendo,  había  contestado  Miranda, 
que  no  se  exigirá  de  mí  tal  género  de  servicios.  Trátase  aquí  de  un 
escrúpulo  que  sabréis  apreciar,  aunque  el  derecho  de  gentes  y  el 
ejemplo  de  muchos  hombres  grandes  y  virtuosos  de  los  tiempos 
antiguos  y  modernos  me  autorizarían  a  aceptarlos  ».  «  That  services 
to  be  requested  from  me  against  Spaín,  wilh  any  other  motive,  being 
a  poinl  of  delicacy  vvith  me  tho,  autorised  by  the  riglits  of  nations 
and  the  exemple  of  many  great  and  virtuous  nien  in  modern  and 
ancient  times  )>.  (Miranda  a  Pitt,  enero  de  i7'.tl).  l\.  O.  Clmtham 
papers.  Y.  345. 


Mili  ANDA  197 

contra  ésta,  (lelcnniuaroii  el  inopinado  ata([ue  de  los  últi- 
mos galeones  frente  al  cabo  de  Sania  María.  A  esta  agre- 
sión contestó  España  con  nna  declaración  de  gnerra  (12  de 
tlicicnibre  de  1804). 

En  seguida  alliiveron  al  W  ar  OKice  v  al  iMuiirantazgo 
provectos  de  expedición  contra  las  (Colonias.  Los  comer- 
ciantes, marinos,  soldados  o  viajeros  británicos  que,  por 
un  motivo  cualquiera,  se  hallaban  en  relaciones  con  la  Amé- 
rica del  Sur  o  que  la  habían  visitado,  preconizaban  la  toma 
de  posesión,  por  Inglaterra,  de  aquellos  territorios,  siendo 
unánimes  en  proclamar  «  su  riqueza  y  la  debilidad  de  sus 
habitantes '  ». 

Eos  Estados  Unidos  habían  ad(|ulrido  el  inestimable 
territ()rio  de  la  Luisiana.  v  este  acontecimiento  incitaba  a 
todos  los  Ingleses  a  apropiarse  el  resto,  o,  cuando  menos, 
parte  de  los  despojos  de  España  en  las  Indias  occidentales. 

No  desesperaba  todavía  Miranda.  Cambió  de  táctica, 
sujetándose  a  estar  al  tanto  de  lo  que  decidiera  el  gobierno 
respecto  de  Sudamérica.  Escribió  a  los  ministros',  tuvo 
numerosas  conferencias  con  Pitt,  se  dio  a  conocer  a  la 
mavór  parte  de  aquellos  a  quienes  interesaban  los  asuntos 
del  Nuevo  Mundo,  les  sirvió  de  informador  benévolo,  con- 


1.  Los  mus  serios  parecen  haber  sido  : 

El  proyecto  del  coronel  inglés  al  servicio  de  los  Estados  Unidos, 
NVilliamson,  enviado  desde  Xueva  York  el  5  de  diciembre  de  1803. 
Inglaterra  y  los  Estados  Llnidos  obraran  de  concierto  para  apode- 
i-arse  de  Cuba  y  de  parte  de  ¡Méjico.  R.  O.  War  Office,  J.  1109. 

El  de  \Villiam  Jacob  Esq'''%  director  de  una  de  las  mas  importantes 
casas  de  la  City,  que  hacían  comercio  con  Sudamérica:  más  tarde, 
representante,  en  los  Comunes,  de  los  conservadores  de  Rye 
(Sussexi.  Tres  expediciones  saliendo  de  Inglaterra,  de  Irlanda  y  de 
Madras,  atacarán  al  mismo  tiempo  las  colonias  de  Panamá,  de  la 
Plata  y  do  Chile,  las  cuales  serán  en  seguida  n  ocupadas  e  incorpo- 
radas por  la  potencia  británica  »,  6  de  octubre  de  1804.  Chatiunn 
Coriespaiicleiicp,  o't5.  —  La  correspondencia  de  ^V.  Jacob  con  los 
ministros  ingleses  menciona  varias  veces  al  general  Miranda  como 
siendo  «  el  personaje  cuyo  concurso  es  mas  útil  al  proyecto  ».  — 
Carta  a  Pitt,  21)  de  nov.  de  IBO'i.  Clia'ham  Correspondonce,  l'i8,  y 
W'fír  Office,  t.    II  i:]. 

En  fin,  el  «  Plan  de  ocupación  de  las  Comarcas  de  la  América 
Meridional  »  por  el  teniente  coronel  Jackson,  quien  en  1796  visitó 
las  costas  de  Méjico,  etc.,  marzo  de  1805.  Cartas  a  Pitt.  Cluitham 
Corvespondeiicc.  1  'í8. 

2.  15  de  mayo  de  180'f  a  lord  Melville,  primer  lord  del  Almiran- 
tazgo :  29  de  septiembre  de  180'*,  a  Pitt,  Chalham  Covrespondciice,  160 


198  EL     l'liKCLlíSOIÍ 

siouiendo  circunvenirles  v  persuadir  a  los  niíis  calificados 
que  era  para  ellos  el  indispensahle  auxiliar.  Sin  enibar<>-o, 
nada  conseguía  tan  hábil  conducta  :  Ino^laterra  se  encami- 
naba visiblemente  hacia  una  política  egoísta  a  la  que  sólo 
la  experiencia  habría  de  determinarla  a  renunciar. 

A  pesar  de  las  preocupaciones  que  le  embargaban,  el 
gabinete  de  Londres  examinaba  atentamente  los  provectos 
de  anexiones  sudamericanas.  Uno  de  ellos  pareció  ser  de  su 
agrado,  v  de  tal  manera  fué  bien  acogido  (|ue  incitó  a  su 
instigador,  el  capitán  Popham,  a  ponerlo  en  ejecución. 

Sir  Home  Higgs  Popham  era  uno  de  los  mejores  oficiales 
de  la  marina  británica.  Había  conducido  varias  expedi- 
ciones importantes,  y,  enviado  en  1800  al  mar  Rojo  para 
apoyar  las  operaciones  de  Abercromby,  acababa  de  obtener 
del  nuevo  virrey  de  Egipto  varias  concesiones  en  favor  de 
la  Compañía  de  las  Indias,  las  cuales,  entre  otras  ventajas, 
valían  a  Inglaterra  el  monopolio  de  los  cafés  árabes.  Acu- 
sado, —  falsamente,  por  cierto,  —  de  concusión,  Popham 
esperaba  en  Londres,  desde  hacía  algunos  meses,  que  la 
Cámara  de  los  Comunes  declarara  su  inocencia  en  aquel 
asunto,  y,  bajo  la  dirección  de  Melville,  primer  lord  del 
Almirantazgo,  y  que,  de  todos  los  ministros,  era  el  que  más 
enterado  estaba  de  los  asuntos  sudamericanos',  se  dedicaba 
a  buscar  por  ([ué  medios  se  podría  realizar  una  empresa 
eficaz  contra  las  Colonias  españolas.  El  secretario  suplente 
de  la  Tesorería,  Nicolás  Yansittart,  no  tardó  en  poner  a 
Popham  en  relaciones  con  ^liranda.  Por  su  parte,  Yansit- 
tart se  había  ocupado  mucho  de  la  América  del  Sur-;  a 
Miranda,  a  (juien  conocía  el  desde  hacía  tres  o  cuatro  años, 
profesábale  gran  estima  v  una  amistad  que  nunca  se  des- 
mintió. Estuvo  a  medias  con  él  en  la  redacción  del  proyecto 
que,  el  10  de  octubre  de  1804,  Popham  y  Miranda  prcsan- 
taron  a  loi'd  Melville. 

Comenzaba    el    provecto    por    la   declaración   siguiente    : 

1.  lín  el  Archivo  inglés  liay,  'le  él,  niuclios  iiiformos  muy  detallados 
referentes  a  la  América  del  Sur.  Cliaihaní,  Correspondeiice,  243. 

2.  British  Museum.  Wiiidliam  papers  add.  mss.  212IÍ7.  Consérvase, 
entre  otras  cosas,  ui\  Plan  de  expedición  a  las  Colonias  españolas, 
de  agosto  de  17',)6,  cu  cuya  redacción  manifiesta  Vansitlart  un 
prot'iindü  conocimiento  do  la  situación  política  y  comercial  de  las 
coma  I-cas  sudamericanas. 


MI!!  ANDA  I'.IQ 

«  1^11  nmnnii  modo  entrevemos  una  coiujinsta  propiamenle 
dielia  lie  la  América  del  Sur.  Es  ésta  una  idea  irrea- 
lizalilc;  pero,  lo  que  sí  es  posible,  es  ocupar  en  U({ucl 
conlinente  ciertos  puntos  ini|)orlanles,  instalar  en  ellos 
guarniciones  fijas,  v  privar  así  a  l''>uropa  de  los  beneficios 
que  saca  de  aquellas  reoiones.  Incalculables  son  las  ventajas 
comerciales  que  nos  reservarían  aquellas  comarcas,  incal- 
culables la  vitalidad  v  el  desarrollo  que  nuestra  presencia 
determinaría,  v  este  magnífico  resultado  depende  de  una 
operación  cuyo  éxito  está  asegurado...  » 

Las  localidades  que  habría  que  ocupar  han  sido  fijadas 
«  según  las  indicaciones  del  general  Miranda,  cuya  com- 
petencia es  notoria  »,  y  ([ue  podría  asumir  «  la  dirección 
suprema  de  las  operaciones  »  :  Miranda  se  embarcará 
secretamente  en  Lymington  e  irá  a  la  Trinidad,  en  donde 
se  concentrarán,  con  la  mayor  rapidez  posible,  las  fuerzas 
de  tierra  v  de  mar  que  habrán  de  tomar  parte  en  la  expe- 
dición (2  000  hombres  de  infantería,  dos  regimientos  de 
caballería,  dos  compañías  de  artillería,  independientemente 
de  los  reclutas  que  se  levarán  en  la  isla;  tres  fragatas,  una 
corbeta,  dos  cañoneras,  tres  bergantines,  dos  balandras  y 
cinco  transportes  armados).  La  expedición  desembarcará 
en  la  costa  de  Venezuela,  desde  donde  la  Gran  Bretaña 
sabrá  fácilmente  asegurarse  luego  una  especie  de  protec- 
torado sobre  toda  la  Nueva  Granada.  El  segundo  punto 
fijado  para  un  desembarque  es  Buenos  Aires.  «  La  toma  de 
este  puerto  v  la  ocupación  de  las  ricas  provincias  del  inte- 
rior constituven  una  verdadera  operación  militar  que  nece- 
sitará lo  menos  3  000  hombres.  »  «  En  fin,  una  tercera  expe- 
dición que  se  formaría  en  las  Indias  tendría  como  obje- 
tivo Valparaíso,  en  el  Pacífico  :  en  ella  tomarían  parte 
4  000  cipavos  e  igual  número  de  tropas  europeas'  )). 

Al  someter  él  mismo  este  provecto  al  agrade»  de  Pitt,  el 
22  de  octubre  de  1804,  Miranda  le  suplicaba  «  que  contes- 
tara a  él  con  urgencia.  Deseo,  añadía,  que  tenga  usted  a 
bien  excusar  mi  ansiedad  ;  se  trata  aquí  de  un  asunto  cuyo 
éxito  no  puede  entreverse  sino  a  condición  de  no  perder  un 


I.  Cupy  of  a   pajjer  dulixcied   lo  lüid   Melville.  H)  de  ocl.   de  18Üi 
U'a?-  Office,  11"  161. 


200  EL    PHECUKSOli 

día.  De  todos  modos,  querría  yo  no  ser  retenido  más 
tiempo  en  Londres,  pues  tengo  prisa  por  ir  a  llevarle  a  mi 
desgraciada  patria  la  asistencia  que,  cuando  menos,  tiene 
derecl'.o  a  esperar  de  mi  persona*  ». 

El  plan  de  Popliam,  que  la  (lipl(»macia  de  Miranda  no 
hal)ía  conseguido  atenuar  en  lo  (pie  de  harto  atrevido  tenía, 
perjudicaba,  en  electo,  demasiado  las  verdaderas  inten- 
ciones de  los  criollos  paia  que  juzgara  oportuno  compro- 
meterse el  representante  de  éstos.  Aceptarlo  era,  al  mismo 
tiempo  que  entregar  a  sus  compatriotas,  manchar  su  vida 
toda,  mentir  a  su  pasado,  o  exponerse  a  traicionar  la  con- 
lianza  que  pretendían  infligirle  sus  protectores;  pues,  una 
vez  efectuada  la  priuKMa  parte  del  proyecto,  no  habría 
dejado  Miranda  de  acudir  a  todos  ios  medios  para  desviarlo 
del  fin  (pie  se  proponían  los  Ingleses.  El  Precursor  entendía 
no  exponerse  a  tales  sospechas  ni  al  riesgo  de  tal  alterna- 
tiva. \.  por  otra  parte,  ¿podía  romper  abiertamente,  y, 
aunque  lo  pudiera,  tenía  derecho  a  romper  con  una  potencia 
de  quien,  después  de  todo,  era  el  obligado,  v  cuva  coope- 
ración, o  cuando  menos  cuya  complicidad,  (juedaba,  en 
definitiva,  como  íinica  probabilidatl  de  que  disponían  los 
Sudamericanos  para  el  cumplimiento  de  sus  deseos?  En  la 
actualidad,  Inglaterra  se  mostraba  irreducible;  pero,  acaso 
la  obligara  el  porvenir  a  modificar  su  conducta,  a  recurrir 
a  las  transacciones.  Habría  sido  gran  torpeza  el  no  reser- 
varse tal  eventualidad.  Quedábale  pues  un  partido  a 
Miranda  :  el  recobrar  cuanto  antes  su  libertad.  A  esto  limi- 
taba ya  su  esperanza.  Ya  no  solicitaba  sino  por  escrúpulo 
de  conciencia  y  pai'a  ganar  tiempo.  Si  pedía  al  ministro 
que  se  apresurara  a  tomar  una  decisión  inmediata  respecto 
de  las  proposiciones  de  Popham,  era  para  determinarlo  a 
abandonarlas  cuanto  antes. 

Sin  embarcfo,  sólo  a  fines  de  febrero  de  1805   se  decidió 

o 

a  esto  Pitt.  Ciei'to  que  desde  los  primeros  momentos  había 
mandado  armai'  una  fragata  de  64,  \a  Diadoni.  con  objeto  de 
que  sirviera  en  una  de  las  expediciones.  Pero  el  interés 
que  de  esta  manera  demostraba  el  gabinete  británico  por 
los   proyectos   sudamericanos    luvo   <pn'    <[uedar    pospuesto 

\.  A.  Piü,  22  de  octubre  de  18()'i.  R.  O.  Cliatlitiin,  Carrc.spondence, 
u"    lÜU. 


MlllANUV  201 

casi  (MI  seoiiida  a  las  lii(|iil('ludcs  que  inspiraban  los  |)eli<)i()s, 
iniiv  lomihles  esta  vez.  de  una  invasión  francesa.  El. secreto 
(l(d  inmenso  proiiecto  de  Napoleón  acababa  de  ser  descii- 
])ierl()  V  transmitido  a  Londres;  Pitt  no  pensaba  va  más 
(jue  en  salvar  a  Inglaterra.  Hl  em[)eradoi'  de  Rusia,  cuya 
alianza  era  caj)ilal.  (juería  (|ue  se  tuviesen  miramientos 
para  con  España;  pues,  en  sus  planes  de  su])remacía 
europea,  esperaba  alejarla  de  Francia,  l'.n  el  transcurso  de 
las  nei4(»('iaci()nes  entabladas  en  Londres  \mv  el  embajador 
Novosillotr  para  la  conclusión  del  tratado  anolo-ruso  de 
1  I  de  abril,  (juedó  convenido  que  Inglaterra  renunciaría  a 
toda  tentativa  contra  las  Indias  Occidentales. 

Las  guerras  que  se  preparaban  y  que  babían  de  retener 
para  tiempo,  en  los  mares  de  Europa,  asi  las  ilotas  inglesas 
como  las  españolas,  pareciéronle  a  Miranda  deber  favo- 
recer, en  cierta  medida,  las  esperanzas  sudamericanas. 
Había  llegado  pues  el  momento  de  dar  un  prólogo  a  aquel 
tomo  de  América,  del  que  sus  corresponsales  le  aconse- 
jaban. V  cada  día  más,  se  encargara  él  por  cuenta  propia. 
Pero  seguía  crevendo  Miranda  que  necesitaría  algún  cola- 
borador. V  una  vez  más.  puso  su  esperanza  en  los  Estados 
Unidos. 

La  cuestión  de  los  límites  de  la  Luisiana  había  suscitado 
disensiones  entre  España  v  la  República  norteamericana. 
Las  cartas  que  Miranda  recibía  de  Nueva  York  y  de  Fila- 
delíia,  las  confidencias  del  plenipotenciario  norteamericano 
Monroe' dejaban  entrever  un  próximo  rompimiento,  quizás 
una  guerra.  En  este  caso,  sería  fácil  decidir  al  gobierno 
federal  a  que  avudara  a  la  emancipación  de  las  Colonias 
españolas.  Resolvió  Miranda  intentar  esta  nueva  aventura, 
y  pidió  pasaportes  para  los  Estados-Unidos"'.  No  tardó,  sin 
embargo,  en  compiender  que  los  Americanos  del  Norte  no 
poseían  una  organización  militar  suficiente  para  que  se 
pudiera  pensar  seriamente  en  una  guerra.  El  ejército, 
puede  decirse  ([ue  no  existía;  y  la  ai-mada  se  reducía  a 
algunos  bu([ues:  las  milicias  carecían  de  educación  militar; 
la  defensa  de  las  costas  era  ilusoria. 

i.  MoNROF.  (Jarues\  ITÓS-lHol,  presidente  de  los  Estados  Unidos 
de  1817  a  182o. 

2.  A.  Pilt,  ll)  de  junio  de  1803.    Cliathain  Corre.spüiidence,  160. 


202  EL    PRECUIlSOli 

Quedaba  no  obstante  una  esperanza  :  la  de  prejjarar  en 
los  puertos  de  la  Unión,  merced  al  rompimiento  de  rela- 
ciones con  España,  una  expedición  ([ue  bastaría  sin  duda 
para  provocar  la  explosión  decisiva,  l^ero  era  menester 
encontrar  subsidios.  Miranda,  cuya  suprema  babilidad  con- 
sistió en  evitar  todo  compromiso  formal,  obtuvo  que  el 
f]fobierno  inglés  tomara  a  su  cargo  los  gastos  de  la  expedi- 
ción. Vansittart  le  entregó  6  000  libras  esterlinas  al  salir 
de  Londres,  en  los  primeros  días  de  octubre  de  1805, 
autorizándole  a  ([ue  girara  sobre  el  tc^soro  por  valor  de  una 
suma  equivalente. 

Hasta  se  llevó  Miranda  la  seguridad  oficiosa  de  que  sus 
planes  serían  eventualmente  secundados  en  la  medida  de 
lo  posible  V  según  las  circunstancias  ^ 

1.  1^.  O.  Aclmiíaltv  Adiniral  s  Desputches,  Nortli  America,  vol.  17 
y  Gil   Fortoul,   op.  cif.,  p.  100. 


CAPITULO  II 

LEALISMO    COLONIAL 

I 

Al  desein barcal'  en  Xucva-Yoik.  el  !\  de  noviembre 
de  1805,  tuvo  Miranda  que  persuadirse  de  que  la  política 
de  los  Estados  Unidos  se  prestaba  a  sus  proyectos  mucho 
menos  aún  de  lo  que  él  había  esperado.  La  prensa  seguía 
publicando  artículos  contra  España,  y  podía  preverse  que, 
en  la  próxima  apertura  del  Congreso,  el  mensaje  del  pre- 
sidente contendría  pasajes  belicosos,  aunque  no  habían  de 
ser.  en  cierto  modo,  más  que  una  especie  de  concesión  a  la 
opinión  pública;  pues,  en  realidad,  el  gobierno  federal  v 
la  corte  de  Madrid  se  disponían  a  hacer  las  paces.  Sabedor 
de  esta  situación,  no  le  quedaba  a  Miranda  tiempo  que 
perder. 

Uno  de  sus  antiguos  amigos,  el  coronel  William  Smith, 
yerno  del  presidente  Adams,  a  quien  había  conocido 
Miranda  en  Londres,  en  1785.  en  la  legación  de  los  Esta- 
dos Unidos,  v  (jue  era  ahora  inspector  general  de  las  adua- 
nas de  Nueva  York,  se  ofreció  a  secundarle.  Le  puso  en 
relaciones  con  un  rico  armador.  Samuel  Ogden.  quien 
prometió  proporcionar  buques.  Dio  encargo  Miranda  a  su 
secretario  Mollini,  v  a  un  emigrado  francés  que  le  había 
acompañado.  M.  de  llouvrav.  de  entenderse  con  Ogden 
para  los  primeros  preparativos  de  la  expedición  proyec- 
tada, y  salió  para  ^^  ashington. 

Contaba,  sin  embargo,  con  encontrar  allí  buena  acogida 
por  parte  de  .leíl'erson  y  de  su  secretario  de  Estado.  Madi- 
son,  a  ([uienes  conocía  y  cuyo  patrocinio  aun  oficioso, 
seguía  siendo  lnd¡spensal)le.  Les  confió  sus  proyectos,   sin 


•20'i  EL    PHECL'liSOn 

ocultarles  los  medios  que  le  permitirían  realizarlos  siempre 
que  contase  seguramente  con  la  aprobación  tácita  del 
gobierno  federal';  como  de  costumbre,  estuvo  apremiante, 
elocuente,  persuasivo;  y  JeíTerson,  aunque  recomendándole 
que  fuera  prudente,  le  concedió  el  asentimiento  solicitado-. 

Asi,  desde  fines  de  Enero  de  1806  la  corlietilla  de 
200  toneladas,  el  Leander,  armada  en  el  puerto  de  New 
York,  teniendo  a  bordo  un  capitán  norteamericano  Lcwis, 
y  un  segundo,  el  inglés  Armstrong,  200  bombres  de  tri- 
pulación, 18  cañones  montados.  40  piezas  de  campaña, 
1  500  fusiles,  otras  tantas  lanzas,  municiones  abundantes 
y  una  imprenta,  estaba  lista  para  defender  las  pretensiones 
de  Miranda.  A  ella,  babía  de  unirse,  en  Puerto  Príncipe, 
una  fragata,  el  Einperoi\  ([ue  sería  armada  en  las  Antillas 
y  que  completaría  la  expedición. 

Tal  era,  en  definitiva,  el  modesto  paradero  de  las  espe- 
ranzas tan  largo  tiempo  acariciadas  por  el  Precursor. 
Preciso  era  estar  bien  decidido  para  tener  confianza  en 
tan  pobres  medios  v  mucho  más  optimismo  se  necesitaba 
para  no  desesperar  de  su  éxito.  Pero  la  firmeza  era  natural 
en  Miranda,  y,  en  todo  caso,  la  certeza  que  tenía  de  hallar 
a  sus  compatriotas  preparados  para  la  independencia,  le 
habría  reconfortado.  «  Pensaba  Miranda,  escribe  uno  de 
los  oficiales  de  la  expedición,  que  bastaría  que  apareciera 
él  para  que  desde  aquel  instante  dejara  de  pertenecer  al 
rey  de  España  la  América  meridional ^  » 


1.  Carta  de  ¡Miranda  a  VVilliam  Sniith,  Wasliington,  ti  de  diciembre 
de  1805.  ds.  Bicerra,  op.  cit.,  p.  75. 

2.  Desde  la  salida  de  la  expedición  de  Miranda,  el  marqués  de  Casa 
Irujo,  ministro  de  España  en  los  Estados  Unidos,  protestó  violenta- 
mente contra  la  benevolencia  de  que  había  sido  objeto  aquel «  revolu- 
cionai-io  »  por  parte  del  gobierno.  Por  otro  lado,  como  la  prensa 
federalista  sacó  partido  del  incidente  para  atacar  a  JeíTerson,  y  como 
interviniera  a  su  vez  Tureáu,  ministro  de  Francia,  el  gobierno 
se  vio  obligado  a  dar  satisfacción  a  las  reclamaciones  españolas. 
Destituido  Smilh,  fué,  como  Ogden,  declarado  en  estado  de  acusación. 
Pero  la  campaña  que  se  sostenía  en  la  pi-ensa  pesó  sobre  el  gran  tri- 
bunal del  distrito  de  New-York  que  les  absolvió.  El  ministro  de 
España  volvió  a  la  carga  y  no  desistió  hasta  que  supo  la  caída  de 
Miranda.  —  V.  Hknry  Adams.  IIÍsídi-y  of  (he  U.  S.  of  America  iluvin^ 
the  second  adinituslraliaii  of  7/uiiiuis  Jeffei:soti,  t.  I'",  y  Bickkra, 
op.  clt.,  i.  1'°,  cap.  xiii. 

•i.    The  liisloi-y  of  D.  Francisco  Miranda,   etc.,  up.  cil.  Carta  XXV. 


LEALISMO    COLOMAI.  205 

Kl  Lcander  se  hizo  a  la  vela  el  3  de  lebrero,  v  desde 
entonces  empezaron  las  desiinsiones  de  Miranda.  Desde 
la  lle<>ada  a  PvHMto  Príncipe,  el  capil.ín  íje\\  ¡s  tnvo  una 
disputa  con  su  herniano,  ([ue  había  de  mandar  <d  Einperor. 
V  el  cual  se  negó  a  salir,  y.  con  td.  toda  su  tripulacicui.  No 
sin  trabajo  se  procuró  Miranda  dos  goletas  :  la  ¡iacchus  v 
la  Ih'c,  con  las  que  tuvo  que  contentarse.  Discusiones  a 
bordo  ;  encuentros  con  corsarios  a  cuvas  garras  se  subs- 
traían por  milagro;  con  cruceros  ingleses  que.  afortunada- 
mente, no  se  opusieron  a  que  la  flotilla  siguiera  su  camino, 
tempestades,  enfermedades  :  tales  fueron  los  incidentes  de 
la  travesía.  Los  víveres  se  agotaron.  Tuvo  Miranda  (|ue 
hacer  escala  en  Jacmel,  y,  luego,  en  la  isla  de  Oruba. 

Ninguno  de  estos  contratiempos  le  había  abatido.  A 
fuerza  de  energía,  de  audacia,  llegó  a  disciplinar,  a  alentar 
a  su  turbulenta  tripulación,  y  todo  el  mundo  estaba  dis- 
puesto a  cumplir  con  su  deber,  cuando,  el  12  de  mayo  por 
la  mañana,  los  vigías  señalaron  por  fin  las  costas  venezo- 
lanas. Se  hallaban  a  algunas  millas  al  este  de  Puerto  Cabello. 
Miranda  dirigió  la  proa  hacia  el  puertecito  vecino  de  Ocu- 
mare.  con  objeto  de  efectuar  su  desembarco  con  más  segu- 
ridad. 

No  era  inútil  esta  medida,  pues  el  capitán  general 
D.  Manuel  de  Guevara  y  Vasconcellos,  avisado  desde  hacía 
un  mes  por  el  ministro  de  il.spaña  en  Washington,  había 
tenido  tiempo  para  prepararse  :  150  bocas  de  fuego  guar- 
necían los  altos  de  La  Guavra,  y  los  fuertes  de  San  Fran- 
cisco y  Padrastro  en  Guayana,  de  San  Antonio  en  Cumaná, 
San  Felipe  el  Real  en  Puerto  Cabello;  los  de  Zapará  v  San 
Carlos  en  Maracaibo  habían  sido  provistos  tan  completa- 
mente como  lo  permitía  la  escasez  de  recursos  militares  de 
([ue  disponían  las  autoridades.  Los  navios  más  resistentes 
vinilaban  la  costa. 

o 

No  eran  numerosos,  pero  es  de  creer  (pie  cumplían  bien 
con  su  obligación  o  que  una  feliz  casualidad  les  favoreció, 
pues  apenas  echaba  el  ancla  ante  Ocumare,  el  15  de  marzo, 
la  pe([ueña  división  de  Miranda,  cuando  se  vio  atacada  por 
dos  poderosos  bu([ucs  de  la  marina  real  :  el  Argos  y  el 
Zeloso.  La  lucha  era  demasiado  desigual  para  que  pudiera 
ofrecer   alguna   probabilidad   de   salvación;  la  escuadrilla, 


206  EL    PliECURSÜR 

que  había  intentado  ganar  la  alta  mar  fué  alcanzada  en 
seguida;  el  enemigo  se  apoderó  de  las  dos  goletas  e  hizo 
prisioneros  a  sus  tripulaciones.  No  consiguió  salvarse  el 
Lea fider  sino  tirando  al  mar  su  artillería  y  sus  municiones'. 
Mientras    Venezuela     so    veía,    a     costa    de    tan    libero 

o 

esfuerzo,  libre  de  ^liranda.  un  peligro  mucho  más  grave 
amenazaba,  al  sur,  los  dominios  coloniales  del  rev  de 
España.  Las  consecuencias  económicas  de  la  guerra  que 
Inglaterra  sostenía  desde  hacía  tres  años  se  habían  hecho 
sentir  duramente.  Era  necesario,  por  todos  los  medios, 
encontrar  salidas  para  las  mercancías.  No  obstante,  victo- 
riosos en  Trafalgar,  los  Ingleses  recuperaban  la  soberanía 
marítima  v  podían  pensar,  sin  riesgos  esta  vez,  en  la  posi- 
bilidad de  grandes  empresas.  De  nuevo  se  impuso  al  gabi- 
nete de  Londres  el  proyecto,  tantas  veces  meditado,  de 
incorporar  al  imperio  británico  alguna  de  las  colonias  espa- 
ñolas del  Nuevo  INIundo,  y  todo  induce  a  creer  que  habrían 
dado  órdenes  para  su  ejecución,  si.  cu  aquel  momento 
mismo,  no  se  hubiese  adelantado  a  sus  intenciones  sir 
Home  Popham. 

Después  del  fracaso  de  las  negociaciones  del  año  ante- 
rior. Popham  había  salido  para  una  nueva  expedición,  v 
acababa  de  ganar  el  grado  de  comodoro  al  apoderarse  de 
la  colonia  holandesa  del  cabo  de  Buena  Esperanza.  No 
había  dejado  de  pensar  en  su  gran  proyecto  sudamericano, 
meditando  de  continuo  en  los  medios  para  realizarlo. 
Icrnoraba  las  aventuras  ile  Miranda,  no  dudaba  de  (lue  sus 
planes  siguieran  siendo  los  mismos,  y,  como  a  él  habían 
lleefado    informes    muv    favorables    acerca    de   los    débiles 

o 

medios  de  defensa  con  que  contaban  Montevideo  y  Buenos 
Aires,  V  acerca  de  las  disposiciones  de  los  habitantes  de 
esta  colonia,  asumió  la  i'esponsabilidad  de  emprender  su 
couíjuista. 

Quiso,  sin  embargo,  justificar  ante  el  Almirantazgo  (|ue. 
en  este  caso  no  había  obcdecitlo  ni  «  a  irreflexivo  impulso 
ni  al   deseo  de   satisfacer  vanos  caprichos  de   aventura-  ». 

1.  Según  el  relato  de  Francisco  I.  Yanes,  contemporáneo  de  estos 
sucesos,  en  Compendio  de  la  líistorid  de  Venezuela,  !'■'  parle,  cap.  vii. 

2.  Popham  al  primer  lord  del  Almirantazgo.  Santa  Elena,  oo  de 
abril  de  18Ü6.  \\.  O.  Admira  I  ty  Secretorv   in  letters,   n"  58. 


LEALISMO    COLONIAL  207 

Kn  el  extenso  informe  ([ue  dirigió  a  Londres  desde  su  pri- 
mera escala  en  Santa  Elena,  el  30  de  abril  de  180G,  tuvo 
buen  cuidado  de  señalar  que  «  la  expedición  de  Buenos 
Aires,  cuya  oportunidad  ha  sido  minuciosa  y  detenidamente 
examinada  por  los  distintos  gabinetes  y  cuyo  principio  no 
ha  provocado  nunca  objeciones  por  parte  de  ellos...  es  la 
realización  parcial  del  plan  concerniente  a  la  América 
española,  cuya  dirección  suprema  debe  quedar  en  manos 
del  general  Miranda,  actualmente  en  Londres'  ».  Añadía 
que  «  la  toma  del  Río  de  la  Plata  n(>  podrá  dejar  de  tener 
considerables  consecuencias  para  el  i'eliz  resultado  de  los 
intentos  que  había  que  efectuar  eft  los  demás  puntos  del 
continente"  ».  En  efecto,  Buenos  Aires  era  el  princi|jal 
almacén  tle  depósito  del  comercio  de  las  provincias  del 
centro  y  del  sur  de  la  América  meridional.  A  más  de  esto 
ofrecía  tales  perspectivas  de  ventajas  para  la  importación 
de  las  manufacturas  británicas,  que  «  sólo  esta  considera- 
ción, decía  atinadamente  Popham,  Jjastaría  para  legitimar 
mi  tentativa para  compensar  sus  riesgos  v  sus  gastos^.  » 

El  gobierno  británico  pareció  adoptar  esta  maneía  de 
pensar  y  se  apresuró  a  tomar  medidas  para  reforzar  la 
escuadra  de  sir  Home  Popham*.  la  cual  se  componía  va 
de  6  fragatas,  3  corbetas  v  5  navios  que  llevaban  un  cuerpo 
expedicionario  de  300  highlanders  del  71"  y  600  soldados 
de  marina  bajo  las  órdenes  del  valiente  general  Beres- 
ford  \ 

Grande  fué  el  asombro  de  don  Rafael  de  Sobremonte  ". 


1.  Fopham  al  primer  lord  del  Almirantazgo.  Santa  Elena,  ¡50  de 
abril  de  18U6.  R.  O.  Admiraltr  Secretnrv  in  letters,  n'^  58. 

2.  Id. 

3.  Id. 

4.  El  secretario  de  Estado  de  las  Colonias  a  los  lores  comisionados 
del  Almirantazgo.  Downing  Street.  24  de  julio  de  1806.  R.  O.  JFai' 
Office,  6/3   South  America,  18U6. 

5.  Bf.resford  (William  Carr,  vizconde),  general  inglés,  nacido 
en  1768,  muerto  en  1854,  tomó  brillantemente  parte  en  todas  las 
guerras  de  la  Revolución  y  se  distinguió  especialmente  durante  la 
campaña  de  Egipto.  Después  sirvió  en  las  guerras  de  España.  V. 
para  la  expedición  de  Buenos  Aires  :  Sassenay,  ¡Wipoléon  /'"''  et  la 
fundation  de  la  République  Argeiitine,  Paris,  1892.  Lobo,  op.  rit., 
t.  I,  pp.  385,  y  sigs.  y  Documentos  del  t.  III,  pp.  224  a  460.  Historia 
de  Belgrano,  Buenos-Aires,  1887,  t.  I,  etc. 

6.  Virrey  de  la  Plata  de  1804  a  1807. 


EL    PREClUiSOli 


por  entonces  virrov  de  Buenos  Aires,  al  saber  el  10  de  junio, 
que  una  esciuidra,  enarholando  pa1)ellón  Jjritánieo,  entraba 
en  las  aguas  del  JMata.  Sin  embargo,  era  imperdonable 
por  baberse  dejado  sorprender,  pues,  desde  la  salida  de 
Pophaní  para  los  mares  del  Sur  en  1805,  el  ministro  de 
España  en  Londres  liabía  dado  la  alarma  a  su  gobierno, 
quien  se  apresuró  a  avisar  a  Sobremonte  para  que  tomase 
las  debidas  precauciones.  Pero,  como  pasaron  semanas, 
meses,  el  virrey  se  creyó  a  salvo  de  todo  ataque.  La  repen- 
tina Uearada  de  los  Ingleses  le  causó  ti-emenda  anoustia. 
Comenzó  por  concentrar  en  Montevideo  toda  la  guarnición 
disponible,  creyendo  'que  esta  plaza  sería  la  primera 
sitiada.  Pero  siguió  Popham  su  camino  bacia  Buenos  Aires, 
y  Sobremonte  se  consideró  perdido.  Sin  esperar  a  que  se 
efectuara  la  completa  movilización  de  las  milicias,  encargó 
al  comandante  de  la  plaza  que  obtuviera  una  capitulación, 
cualesquiera  que  fueran  las  condiciones  impuestas  por  el 
enemigo,  y  huyó  a  Córdoba. 

El  25  de  junio,  las  tropas  inglesas  efectuaban  su  desem- 
barco en  la  pequeña  playa  de  Quilmes,  a  unas  diez  millas 
al  sur  de  Buenos  Aires.  El  27,  Beresford,  que  sin  gran 
esfuerzo  habla  desbaratado  un  destacamento  de  tres  a  cua- 
tro mil  hombres,  entró  en  la  capital,  declarando  «  tomar 
posesión  de  ella  en  nombre  de  .Jorge  III  ».  La  proclama 
que  hizo  fijar  en  los  muros  de  la  cindadela  hizo  saber  a 
los  habitantes  que,  «  en  lo  sucesivo,  el  rey  de  la  Gran- 
Bretaña  velaría  por  ellos  y  por  su  descendencia  ».  «  Es 
la  más  graciable  intención  de  S.  M.  decía,  que  la  gente 
de  Buenos  Aires  y  cualesquiera  otras  provincias  en  el  Río 
de  la  Plata,  que  pueden  eventualmente  caer  bajo  su  pro- 
tección, gocen  del  entero  y  libre  ejercicio  de  la  Religión 
católica...  Con  la  promesa  de  tan  rígida  protección  a  la 
Religión  dominante  del  país  y  el  ejercicio  de  sus  leyes 
civiles,  confía  A  Mavor  general,  que  todo  buen  ciudadano 
se  reunirá  con  ('-I  en  sus  esfuersos  para  mantener  la  ciudad 
quieta  y  pacífica,  pues  pueden  ahora  gozar  un  comercio 
libre,  y  todas  las  ventajas  de  las  i(daciones  comerciales 
con  la  Cran  Bictaña,  en  donde  no  hay  opresión,  que, 
como  entiende,  ha  sido  lo  único  ([ue  han  deseado  las  ricas 
Provincias  del  Río  de  la  Piala  y  los  habitantes  de  la  Amé- 


LEALIS.MO     COLON  fAr.  '20'J 

rica  dv\  Sur  cu  ocncral  pura  liaccrlas  el  país  más  próspero 
tlcl  imiiulí»  '.   )) 

Mas  no  liu'  asi,  y  no  tardó  en  convencerse  de  ello  Beres- 
íord.  Los  hal)itantes  de  líuenos  Aii'cs  nianifeslaljan  senti- 
mientos muy  dislintos  de  los  que  esperaba  el  general  inglés  ; 
en  la  ciudad  rcinal)a  visible  agitación.  Patrullas  recorrían 
las  calles  y  amotinaban  a  la  población,  cpie,  después  de  los 
pi-imeros  momentos  de  sorpresa,  amenazaba  ahora  a  los 
Ingleses  encerrados  en  la  cindadela,  maldecía  al  virrey  v 
pedía  un  jefe.  En  aquel  momento  llegaba  a  Buenos  Aires 
un  gentilhombre  francés  al  servicio  de  España  :  el  caballero 
Jacques  de  Liniers",  cuya  brillante  figura  se  destaca  airosa, 
elegante,  con  singular  bravura,  sobre  esta  página  de  la 
historia  sudamericana.  Venía  de  Barragán,  puertecito  de 
las  orillas  del  Plata,  cuva  defensa  le  había  sido  confiada 
en  época  anterior. 

Liniers  pertenecía  a  la  marina  española  desde  1774. 
época  en  que  dejó  el  regimiento  de  Piémont  Royal-Cava- 
lerie  en  donde  servía  con  el  grado  de  alférez,  para  sentar 
plaza  como  simple  voluntario  en  la  flota  de  D.  Pedro  Cas- 
tejón.  Había  tomado  parte,  al  lado  de  Miranda,  en  la  expe- 
dición de  Argelia,  y  luego  en  la  del  Brasil  en  1776.  Las 
guerras  que  de  1780  a  1790  mediaron  entre  España  e  Ingla- 
terra suministraron  a  Liniers.  enemiofo  irreconciliable  de 
los  Ingleses  y  temido  de  éstos,  ocasión  para  señalarse  en 
todos  los  mares.  Fué  nombrado  capitán  de  navio  en  1792 
v  quedó  encargado  de  organizar  una  flotilla  de  lanchas 
cañoneras  con  las  cuales  protegió  las  costas  de  la  Plata 
contra  los  incesantes  ataques  de  los  cruceros  y  corsarios 
británicos.  Después  de  1803,  pasó  tres  años  en  el  Para- 
guay gobernando  interinamente  las  antiguas  Misiones  de 
los  .jesuítas,  al  cal»o  de  (mivo  tiempo  se  encargo  de  niuívo 
del  mando  de  la  flotilla. 

¡Los  Ingleses  en  Buenos  Aires!  Liniers  se  juró  a  sí 
mismo  vengar  semejante  injuria.  Al  cabo  de  un  mes,  había 

I.  Declai'aciones  del  general  en  jefe  al  mando  de  las  tropas  de 
S.  M.  li.  Buenos  A¡i-cs,  28  de  junio  de  1806,  Inc.  cil.  por  Loiio.  1.  III. 
p.  267. 

1.  Nacido  en  .N'iort  el  lió  de  julio  de  175o.  V.  su  /lioí:ra fia  por 
JiLi;s  RicnARU,  1   vol.  en  8",  Niort,  s.  d. 

1'» 


210  EL    PRECUKSOR 

hecho  milagros.  Se  hizo  dar  600  hombres  por  el  gobierno 
de  Montevideo,  y  reforzó  este  pequeño  ejército  con  los 
300  marinos  de  su  flotilla,  con  unos  sesenta  milicianos  y 
con  sesenta  y  tres  corsarios  franceses  al  mando  del  capitán 
Mordeille.  El  10  de  agosto  pasó  revista  a  sus  tropas  en  un 
barrio  al  oeste  de  Buenos  Aires  e  intimó  a  Beresford  en 
estos  atrevidos  y  perentorios  términos  :  «  General,  os  doy 
quince  minutos  para  que  optéis  por  una  de  las  dos  deci- 
siones siguientes  :  o  exponer  vuestra  guarnición  a  una 
destrucción    total,    o    entreiíaros    a    la    discreción    de    un 

o 

enemigo  generoso  ».  Beresford  contestó  sencillamente  ((  que 
se  defendería  tanto  tiempo  como  lo  exigiera  su  honor  ».  Al 
cabo  de  un  combate  que,  durante  tres  días,  ensangrentó 
las  calles  de  Buenos  Aires  y  durante  el  cual  los  dos  parti- 
dos rivalizaron  de  heroísmo,  los  Ingleses  se  vieron  obliga- 
dos a  aceptar  las  condiciones  del  caballero  de  Liniers. 

Los    1  200    supervivientes    de    la    fortaleza,     a    quienes 
había  concedido  éste  los  honores  de  la  ofuerra,  desfilaron, 

o 

por  delante  de  la  tropa  de  Liniers.  «  Era  objeto  verdade- 
ramente raro  y  singular,  dice  un  testigo*,  ver  pasar  la 
tropa  inglesa,  compuesta  de  soldados  y  oficiales  muy  asea- 
dos, por  entre  filas  de  los  nuestros,  negros,  sucios,  des- 
calzos y  emponchados  ».  Los  Ingleses  habían  perdido  cerca 
de  500  hombres,  y  dejaban  en  poder  del  vencedor  «  las 
banderas  del  71°  regimiento,  35  piezas  de  sitio,  29  piezas 
de  campaña  y  1600  fusiles  ». 

Si  bien  los  Whigs  demócratas  que  a  raíz  de  la  muerte 
de  Pitt  (23  de  enero  de  1806),  se  habían  agrupado  en 
torno  de  lord  Grenville,  parecían  menos  inclinados  que  sus 
predecesores  a  la  guerra  sin  descanso  contra  Napoleón,  su 
política  seguía  netamente  ofensiva  hacia  España,  y  nunca 
había  sido  más  firme  el  proyecto  de  apropiarse  las  Colo- 
nias. Ya  hemos  visto  cómo,  al  tener  noticia  de  la  salida  de 
Popham  para  el  Río  de  la  Plata,  el  gabinete  de  Londres  se 
disponía  a  tomar  medidas  con  objeto  de  asegurar  el  éxito 
de  a(juella  1(;iilativa.  Tampoco  le  dejaba  indiferente  la  ; 
emprendida  por  el   al   mismo  tiempo   cu   Costa  Firme.   Y, 


1.  Pa?ítaleón   Rivakola,   lioiiunicc  Itislúrica,   cilado  por  Lobo,   1.  I, 
p.  431. 


LEALISMO    COLONIAL  211 

aunqnc  esporaba  a  conocer  los  primeros  resultados  del 
ataque  de  Buenos  Aires  para  decidir  qué  conducta  habría 
de  observar  con  Venezuela,  cumplíase  la  promesa  dada  a 
Miranda,  y  las  autoridades  de  las  Antillas  recibían  orden, 
si  no  expresa,  cuando  menos  muy  comprensible,  de  pres- 
tarle ayuda. 

Ateniéndose  a  estas  instrucciones,  el  almirante  Cochrane', 
f[ue  mandaba  la  división  naval  inglesa  en  las  Antillas,  al 
tener  noticia  del  fracaso  de  Miranda,  envió  en  seguida 
barcos  en  busca  suya.  Por  cierto  que  fué  bastante  inesperado 
el  encuentro  de  éstos  con  el  Leander.  La  corbeta,  casi 
desmantelada,  que,  desde  Ocumare,  seguía  luchando  contra 
el  temporal,  sin  víveres,  y  con  una  tripulación  reducida 
a  sus  dos  terceras  partes,  llegó,  al  cabo  de  nueve  semanas 
de  navegación  (el  24  de  mavo  de  1806)  a  los  parajes  de  la 
Granada,  cuando  vio  llegarse  a  ella  dos  buques  encontrados 
tres  días  antes  v  a  los  que  con  gran  trabajo  se  había  subs- 
traído. Juzgando  que,  esta  vez,  no  era  posible  la  huida, 
tomó  el  Leander  disposiciones  de  combate.  Los  buques  se 
acercaron,  Por  fortuna,  eran  barcos  ingleses.  Pudo  Miranda 
atracar,  reparar  sus  averías,  hacer  acopio  de  víveres,  y, 
por  fin,  al  cabo  de  algunos  días,  ponerse  de  nuevo  en 
camino  hacia  la  Barbada,  en  donde  le  esperaba  el  almirante 
Cochrane.  Los  bergantines  de  S.  M.  B.  Lilij  y  Express 
remolcaron  el  Leander  hasta  Bridgetown, 

Durante  su  estancia  en  la  Granada,  Miranda  fué  objeto 
de  tan  corteses  atenciones,  halló  tal  afectuosa  solicitud  en 
lord  Seaxhort,  gobernador  de  la  Barbada,  y  en  el  almirante 
Cochrane,  que  crevó  deber  obrar  con  la  más  estricta  pru- 
dencia. El  Timeo  Dañaos  le  obsesionaba.  Cierto  que  no 
había  dejado  de  declarar,  desde  los  comienzos  de  la  expe- 
dición. «  que  estaba  en  un  todo  de  acuerdo  con  el  gobierno 
de  Inglaterra  y  que  tenía  la  esperanza  de  haber  interpre- 
tado sus  intenciones  con  tanta  discreción  como  fidelidad-  ». 


i.  CociiKANE  (Sir  Alexander  Forrester),  almirante  inglés.  Nació 
en  1758,  falleció  en  IH'.i'l.  Comandante  en  jefe  de  las  Islas  de  Sota- 
vento en  18U5,  se  apoderó  de  la  Guadalupe  en  1810,  y  gobernó  esta 
isla  hasta  en  1814. 

1*.  Carta  a  Madison.  \ew  York,  26  de  enero  de  1806.  Becerra, 
op.  cit.,  t.  1,  p.  207. 


212  HL    PliECUHSOl! 

El  t'oniaiulante  de  la  i'ra(»ata  iiiolesa  Cleopatra  encontró  al 
Leander  írenle  a  las  BernuKles,  el  12  de  lebrero  de  1806; 
V.  al  dar  aviso  de  esto  al  Almirantazgo  hacía  observar 
c(  que  de  su  conversación  privada  con  Miranda  resulta  que 
este  general  posee  la  absoluta  confianza  del  ministerio'  ». 
Pero  estos  testimonios  de  adhesión  al  Gobierno  cuyos 
socorros  seguía  solicitando  Miranda  no  implicaban  en 
modo  alguno  que  el  protagonista  de  la  Independencia 
sudamericana  entendiera   secundar   las   miras   inodesas   en 

o 

un  sentido  opuesto  a  los  intereses  de  sus  compatriotas. 

Tanto  es  así  que  Cochrane.  de  ([uien,  poco  después, 
consiguió  el  Precursor  otros  barcos  para  una  nueva  expe- 
dición, al  mismo  tiempo  que  la  autorización  de  alistar 
voluntarios  en  la  Barbada  misma  y  en  la  isla  de  la  Trinidad, 
no  obtuvo,  a  cambio  de  tales  concesiones,  más  que  «  el 
privilegio,  para  el  comercio  británico  con  Nueva  Granada, 
de  un  trato  semejante  a  aquel  de  que  habrían  de  gozar  los 
naturales  de  aquella  comarca.  Este  privilegio  podrá  exten- 
derse a  los  Estados  Unidos  de  la  América  del  Norte, 
quedando  convenido  desde  ahora  que,  tan  pronto  como 
sea  proclamada  la  independencia  de  Venezuela,  el  general 
Miranda  pondrá  todo  su  empeño  en  conseguir  que  este 
tratamiento  de  favor  sea  sancionado  por  el  nuevo  gobierno. 
Inglaterra  tendrá  dercidio  a  instalar  cónsules  v  vicecónsules 
donde  juzgue  oportuno.  Beneliciarán  éstos  de  las  prerro- 
gativas de  la  nación  más  lavorecida.  y  los  productos  de 
todos  los  países,  salvo  la  Gran  Bretaña  v  los  Estados  Unidos, 
satisí'arán.  a  su  entrada  en  el  territorio,  un  derecho  adicional 
de  10  p.  lOt)  sobre  el  que  adeuden  los  artículos  ya  impoi- 
tados  por  los  barcos  y  comercianles  británicos-  ». 

No  era  casi  posible  aventurar  más  vagas  promesas  y 
negociar  a  menos  coste.  Tal  fué  el  parecer  de  lord  Seaxhort 
Y  del  general  Bowier,  comandante  de  las  tropas  de  tierra 
de  la  Barbada,  (piienes,  aunque  sin  atreverse  a  desaprobar 


t.  Informe  del  comandante  Joluí  Wiglit.  febrero  de  IHOfi.  R.  O.  Admi- 
vülty  AdmiiaVs  Dcspatcltes.  Noitli  Aineiicti.  V.  17.  Y.  también  Gil 
I'^ORTOUL,  up.  cil.,  [).    10(1. 

2.  Acuerdo  firmado  el  '2  de  junio  ile  ISOC)  a  iiordo  del  Xoi  lliiinilx'r- 
land  por  Miranda  v  (Á)eliiane.  II.  O.  Adinutilh  Scnclan.  In  Icllcis. 
no  256. 


LEAI.IS.MO    COLONIAL  213 

los  compi'oinisos  Hnnados  por  el  aliniraiilc  (^oclii'aiic, 
iiUeularoii  ruaiulo  menos  rctliioir  su  iinporlanoia  y  ganar 
tiempo.  De  donde  resultó  que  Miranda  tropezó  con  grandes 
(lificullades  en  los  reclutamientos  que  trató  de  eteetuar  en 
la  Bai-bada  v  en  Trinidad.  Los  ool)ernadorcs  invocaron  la 
n(H'esidad  de  no  lieiir  en  sus  justas  pretensiones  a  los 
numerosos  comerciantes  españoles  y  irances(!S  de  Bridge- 
town, y.  sobre  todo  de  Port-of  Spain  :  el  llamaniiento  a 
las  armas  no  había  de  llevar  firma  alguna.  Por  otra  parte, 
el  armamento  de  los  buques  prometidos  se  efectuaba  con 
desesperante  lentitud.  Sólo  a  fines  de  julio  c[uedaron  ter- 
minados los  preparativos. 

Aunque  esta  nueva  expedición  dista!)a  mucho  de  responder 
a  la  importancia  deseada  por  Miranda,  estaba  sin  embargo 
mejor  organizada,  v,  sobre  todo,  mejor  compuesta  que  la 
primera.  Los  alistamientos  habían  dado,  como  efectivo  de 
tropas  de  desembarque,  algo  más  de  600  hombres;  incluso 
ios  oficiales,  entre  quienes  había  «  unos  treinta  personajes 
respetables  y  valerosos'  ».  Se  ven  nombres  de  antiguos 
emigrados  franceses,  tales  como  el  coronel  conde  de 
Rouvray,  los  capitanes  de  Loppenot,  de  Belhay  y  de 
Frécier ;  la  escuadra  comprendía  el  Leander  con  16  cañones  ; 
la  Lih/,  el  Express,  el  Attentive  y  el  Prévost,  con  12  ;  4  trans- 
portes v  un  bergantín  cargado  de  víveres.  Estos  buc^ues 
llevaban  además  considerable  cantidad  de  armas  de  todo 
género  destinadas  a  los  voluntarios  venezolanos,  con  cuya 
cooperación  contaba  más  que  nunca  Miranda. 

La  expedición  salió  de  Port-of-Spain  el  27  de  julio. 
Seis  días  antes,  los  57  oficiales  y  marineros  que  componían 
la  tripulación  de  los  barcos  capturados  delante  de  Ocumare, 
comparecían,  en  Puerto  Cabello,  ante  la  comisión  militar 
encargada,  por  el  capitán  general,  de  determinar  acerca 
de  su  suerte.  Diez  de  ellos'  fueron  condenados  a  la  horca, 
sentencia  que  fué  ejecutada  (d  21  de  julio,  en  (d  patio  de 
la  fortaleza  de  San  Felipe,  en  presencia  de  las  tropas  y  de 
los  habitantes  de  la  ciudad  :  los  demás  desfilaron  en  silencio 

1.  The  history  of  D.  F.  Miranda,  etc.,  op.  cit.  Carta  XVI. 

2.  5.  americanos  del  Norte  :  Farghnarson,  Cli.  Johnson,  Tliomas 
Billops.  t'owell.  Hall;  3  ingleses  :  O'Danoluco,  John  Ferris,  James 
Gardner;  I  polaco  :  Argudd,  y  1  portugués  :  Paul  George. 


214  EL    PRECUÜSOl? 

ante  los  cadáveres  de  los  supliciados,  y.  cuando,  días 
después,  salieron  para  Cartagena,  en  donde  la  mayoría  de 
ellos  iban  a  purgar,  en  las  siniestras  bóvedas,  su  condena 
de  diez  años  de  presidio,  pudieron  Aer,  Trente  al  mar  y 
plantadas  sobre  estacas,  las  jaulas  de  hierro  en  que,  según 
costumbre,  habían  sido  expuestas  las  cabezas  cortadas  de 
sus  desgraciados  compañeros. 


II 


La  indiferencia  con  que  los  habitantes  de  Venezuela 
acogían  la  ejecución  de  los  prisioneros  de  Ocumare  aparecía 
con  justo  motivo  al  capitán  general  Guevara  y  Vasconcellos  ' 
como  precioso  indicio  de  los  sentimientos  del  espíritu 
público  y  como  un  perentoria  testimonio  de  éxito  para  la 
línea  de  conducta  que  seguía  obstinadamente  desde  su  ins- 
talación en  Caracas. 

Había  comprendido  este  gobernador  que  la  adhesión  de 
la  masa  popular  sudamericana,  demasiado  atrasada  aún 
para  dejarse  ganar  a  las  nuevas  doctrinas,  era  de  capital 
importancia  para  la  segundad  de  la  dominación  española. 
Por  consiguiente,  había  puesto  especial  empeño  en  conso- 
lidar o  en  sostener  en  las  clases  inferiores  las  muestras  de 
sumisión  a  la  metrópoli  que  todavía  subsistían  en  ellas. 
Guevara  no  se  negaba  a  recibir  a  los  humildes,  solícito  ante 
sus  necesidades,  benévolo  para  sus  flaquezas.  La  popula- 
ridad que  le  valía  esta  tan  laudable  cuan  hábil  táctica  le 
j)ermitía  oponer  a  la  propaganda  de  los  criollos  imbuidos 
de  liberalismo,  la  más  eficaz  de  las  resistencias.  Las  espe- 
ranzas que  el  Precursor  fundaba  ])recisamente  en  la  acogida 
de  sus  compatriotas  impulsaron  al  capitán  general  a 
redoblar  de  celo,  y,  tan  pronto  como  tuvo  noticia  de  los 
nuevos  preparativos  de  Miranda,  puso  especial  empeño  en 
anuinarlo   (ui   la   opinión. 

Las  circunstancias  le  facilitaron  notablemente  esta 
tarea.  Herida  por  el  despreciativo  trato  que  la  aristocracia 

1.  Guevara  y  Vasconcf.li.os  (Manuel  de),  gobernador  y  capitán 
general  de  Venezuela,  de  1799  a  1807. 


LEALISMO    COLONIAL  215 

criolla  no  sabía  moderar,  la  importante  población  mcs.tiza 
de  Caracas  y  de  las  grandes  ciudades  d(í  Venezuela,  tendía, 
en  efecto,  desde  hacía  algún  tiempo,  a  amistarse  con  las 
autoridades,  por  verlas  tan  dispuestas  a  pactar  con  ella  : 
los  campeones  revolucionarios  veían,  en  este  estado  de 
ánimo,  una  disminución  de  su  prestigio  para  con  aquel 
elemento,  que,  por  ser  menos  ignorante,  prestaba  más 
fácilmente  oídos  a  las  nuevas  ideas.  Por  otra  parte,  los 
liberales,  por  su  ii'reducible  odio  a  España  v  por  sus  aspi- 
raciones de  independencia,  eran  resueltamente  hostiles 
a  Miranda  :  también  acerca  de  esto  beneficiaba  el  capitán 
general  de  su  propósito  bien  decidido  de  quedar,  por 
entonces,  extraño  a  toda  iniciativa. 

Por  paradógica  ([ue  pareciera  esta  actitud,  justificábanla 
motivos  valederos.  Por  de  pronto,  los  criollos  no  conse- 
guían entenderse  acerca  de  la  naturaleza  de  los  compro- 
misos contraídos  por  Miranda  con  Inglaterra.  Sabían 
que  costeaba  los  gastos  de  la  expedición,  lo  cual  desper- 
taba    desconfianza     en     todos.     Algunos     Helaban     basta 

o  o 

pretender  que  su  compatriota  obraba  por  cuenta  única  de 
los  Ingleses,  a  c[uienes  se  había  vendido.  Los  mejor  infor- 
mados no  querían  dudar  de  la  lealtad  de  Miranda,  pero  le 
creían  engañado  por  los  ministros  británicos,  y  les  asus- 
taban las  compensaciones,  sin  duda  exageradas,  cuya 
promesa  habían  sabido  arrancarle.  Privados  también  de 
dirección,  intimidados  por  los  tristes  resultados  de  las 
recientes  tentativas  y  por  el  poco  espanto  que  provocaban, 
los  liberales  estimaban  pues  prematuro  el  aventurar  un 
movimiento  condenado,  de  todos  modos,  a  pronta  y  brusca 
parada,  sin  resultado  alguno  para  su  causa. 

Sabedor  de  tan  felices  disposiciones,  el  capitán  general 
las  había  alentado  con  habilidad,  haciendo  esparcir  sola- 
padamente las  más  jx^rfidas  alegaciones  respecto  del 
desinterés  de  Miranda.  La  Inquisición  de  Cartagena  había 
proclamado  a  este  último  «  enemigo  de  Dios  y  del  Rey*  » 
v  el  silencio  de  los  criollos  hacía  más  decisivo  aún  este 
(alio  a  los  ojos  del  fanatismo  popular. 


1.     Fraacisco     González     Guinán,     Historia     Contemporánea     de 
Venezuela j  Caracas,  1909,  5  vol.  en  8'',  t.  I,  cap.  I,  p.  15, 


216  El,    IMiFXinsoii 

Así  se  había  ido  íormaiido  en  la  eolonia  una  atmósfera 
del  todo  desfavorable  para  el  Precursor,  y  era  una  suerte 
para  las  autoridades  españolas  tal  estado  de  los  ánimos, 
pues  no  disponían  de  serios  medios  de  defensa.  No 
descuidó  Guevara  el  mejorarlos  en  la  medida  de  lo  posible. 
Solicitó  el  concurso  del  general  Ernouf^  gobernador  de 
la  colonia  francesa  de  Guadalupe,  v  utilizó  la  prolongada 
estancia  de  Miranda  en  las  Antillas  inglesas  para  efectuar 
levas  de  tropas  y  organizar  las  milicias  de  Caracas  y  de 
las  ciudades  de  provincias. 

Los  socorros,  poco  considerables  por  cierto,  que  el 
general  Ernouf  envió  a  Guevara  contiibuveron  a  asestar, 
desde  los  comienzos,  sensible  golpe  a  la  nueva  empresa 
del  Precursor.  A  ruegos  del  embajador  de  España  en  París, 
el  ministro  de  la  Marina  había  autorizado  al  gobernador 
de  Guadalupe  a  prestar  ayuda  a  los  establecimientos  de 
Costa  Firme;  y,  a  pesar  de  que  los  Ingleses  tenían  entonces 
casi  en  estado  de  bloqueo^  a  las  colonias  francesas  de  las 
Antillas,  no  creyó  el  general  Ernouf  deber  negarse  a  las 
instancias  del  capitán  general  de  Venezuela.  «  A  raíz  de 
la  primera  tentativa  de  Miranda  en  la  costa  de  Caracas, 
escribía  Ernouf  al  ministro  de  la  Marina^,  el  señor  de 
Guevara,  gobernador  de  este  país,  solicitó  mi  ayu^da  para 
vigilar  los  manejos  de  ese  rebelde.  Deseoso  de  cumplir  las 
órdenes  de  su  Majestad  Imperial  y  Real,  y  las  de  Vuestra 
Excelencia,  consignadas  en  vuestras  cartas  del  i.3  de 
«  nivóse  ))  y  22  de  mesidor  del  año  xiii.  y  queriendo  probar 
mi  agradecimiento  al  señor  de  Guevara,  el  único  de  los 
gobernadores  españoles  ([ue  ha  dispensado  buena  acogida 
a  los  Franceses,  mandé  en  seguida  a  M.  d'Allégre  que 
tomara  el  mando  del  corsario  Austerlitz,  buen  velero  listo 


1.  Ernouf  (Jean-Augustin,  barón),  general  francés;  nació  en  1753, 
falleció  en  1827.  Enviado  como  capitán  general  a  Guadalupe,  en  1803, 
supo  conservar  esta  colonia  hasta  1810,  época  en  que  tuvo  que  capi- 
tular. Conducido  a  Inglaterra  y  canjeado  en  1811,  fué  desterrado  a  5 
leguas  de  París.  La  Restauración  anuló  el  proceso  comenzado  contra 
él  y  le  devolvió  su  grado. 

2.  Cf.  Poyen,  í.es  Gueires  des  Antilles  de  1193  a  ISl').  Paris,  en  8", 
1896,  cap.  XXI. 

3.  jirchives  des  Colonies,  Guadeloupe.  Correspondanre  genérale, 
1896,  registro  n"  65.  Citado  por  Povin,  op.  cit.,  p.  293. 


1 


I-F,AMS.MO    COLOMAI,  217 

para  hacerse  a  la  mar.  y  que  íiiera  a  Saintes,  en  donde 
embarcaría  un  destacamento  de  i5o  hombres  y  6  oficiales, 
mandados  por  el  jefe  de  batallón  Madier,  para  dirigirse 
luego  a  las  costas  de  Cumaná  y  de  Caracas,  seguir,  tanto 
como  fuera  posible  la  expedición  de  Miranda,  y  desem- 
barcar el  destacamento  ya  en  Cumaná,  ya  en  La  Guavra. 
o,  en  fin.  en  el  sitio  en  que  pareciera  necesario.  » 

Estas  órdenes  fueron  ejecutadas  punto  por  punto,  y  el 
3o  de  julio,  el  Auste/'litz.  al  acercarse  a  la  costa  de 
Cumancí,  se  halló  en  presencia  del  Prévost,  que  navegaba 
separado  de  los  demás  barcos  de  la  escuadra  de  Miranda. 
Al  cabo  de  un  combate  que  duró  una  hora,  el  corsario 
francés  fué  al  abordaje  y  venció  al  Précost,  pudiendo  luego 
efectuar  su  desembarque  en  la  costa  de  Caracas  ^ 

Este  incidente  disuadió  a  Miranda  de  tomar  tierra,  como 
era    sin    duda   su   intención,   en    la    isla   de    la    Maroarita. 

o 

convirtiéndola  desde  entonces  en  la  base  de  operaciones 
por  excelencia  que  llegó  a  ser  algunos  años  más  tarde.  El 
valeroso  ataque  del  Austerlitz  le  hizo  creer  que  este  barco 
formaba  parte  de  una  escuadra  quizás  importante,  y,  por 
otra  parte,  los  informes  que  recogió  en  Trinidad  le  hacían 
creer  que  la  región  de  Coro,  al  oeste  de  Caracas,  ofrecía 
probabilidades  favorables  a  su  desembarque;  por  lo  cual 
decidió  ir  a  dicho  sitio.  Obedecía  también  secretamente  al 
pensamiento  de  dar  como  punto  de  partida  a  la  Revolución 
aquella  ciudad  de  Coro,  la  más  antigua  de  Venezuela,  v  la 
primera,  como  fecha,  entre  las  capitales  coloniales.  Pero, 
la  mala  suerte  perseguía  a  ^liranda.  En  efecto,  los  8  a 
loooo  habitantes  que.  aunque  caída  de  su  antigua  prospe- 
ridad,   contaba    todavía    Coro,    hostiles    a    la    aristocracia 


1.  Carta  de  D.  Juan  de  Casas  a  S.  A.  el  Príncipe  Gran  Almirante 
de  España.  Caracas.  30  de  enero  de  1808.  ArcJi.  des  Aff.  Etr.,  Etats- 
Unis,  61,  t'  254. 

El  destacamento  francés  pasó  Ki  meses  en  Caracas.  El  capit;ín 
general  anunció  su  salida  en  estos  términos  al  general  Ernouf.  en  un 
despacho  del  28  de  marzo  de  1808  :  «  ¡  Ojalá  el  mar  y  la  fortuna 
favorezcan  a  los  bravos  oficiales  y  soldados  que,  para  obedecerá  las 
órdenes  de  V.  E.,  van  a  Guadalupe,  al'rontando  tan  grandes  peligros 
sobre  el  elemento  tiranizado  por  nuestros  enemigos  !  Espero  que 
V.  E.  tendrá  la  bondad  de  darme  parte  de  la  feliz  llegada  de  estos 
valientes,  a  fin  de  disipar  las  inquietudes  en  que  nos  dejan.  »  Arch. 
des  Aff.  Eir.,  Etats-Unis,  n"  61. 


218  EL    PRECUHSOn 

criolla  que  por  tan  lar^o  tiempo  v  tan  Juramento  los  había 
explotado,  eran,  y  habían  de  seguir  siéndolo  durante  todo 
el  período  de  las  guerras  de  la  Independencia,  los  más 
lealmente  adictos  a  las  instituciones  españolas.  Miranda, 
ausente  de  su  patria  desde  hacía  tanto  tiempo,  había  sido 
engañado  por  los  informadores  que  pérfidamente  le  susci- 
taban sus  enemigos'. 

Empujada  por  viento  favorable,  la  escuadra  prosiguió 
pues  su  ruta,  y  el  2  de  agosto,  al  despuntar  el  día,  ancló 
ante  la  Vela  de  Coro,  a  12  millas  de  la  antigua  capital.  En 
seguida  tomó  Miranda  minuciosas  disposiciones  para  el 
desembarque.  Pero  fué  menester  aplazarlo  hasta  el  día 
siguiente,  por  el  mal  estado  del  mar.  y  esta  tregua  permitió 
al  jefe  del  distrito.  D.  José  de  Salas,  hacer  que  los  habi- 
tantes de  Coro  se  marcharan  a  los  pueblos  del  interior. 
Cuando,  en  fin,  el  coronel  de  Rouvray.  que  mandaba 
un  primer  destacamento  de  260  hombres,  se  hubo  apo- 
derado, casi  sin  combate,  del  puertecito  de  San  Pedro, 
y  que.  el  4  de  agosto  por  la  mañana.  Miranda,  a  la 
cabeza  del  resto  de  sus  voluntarios,  se  presentó  ante 
Coro,  no  encontró,  por  decirlo  así,  a  nadie '*^,  y  compren- 
dió c[ue  el  resultado  de  su  expedición  era  un  lamentable 
desastre. 

Se  hallaba  a  80  leguas  de  Caracas,  lejos  de  todo  recurso, 
en  un  punto  árido  y  miserable  de  las  costas  venezolanas, 
y  los  oficiales  enviados  por  él  a  las  cercanías  para  publicar 
la  llegada  de  los  libertadores  volvían,  unos  después  de 
otros,  anunciando  la  hostilidad  de  los  habitantes,  el  éxito 
de  las  autoridades  reales,  que  procedían  a  considerables 
alistamientos  de  fuerzas.  Quedaba  sólo  el  confesar  la  in- 
utilidad de  todo  esfuerzo  y  resolverse  al  abandono  de  la 
empresa.  Miranda  hizo  poner  en  varios  sitios  de  la  ciudad 
una  proclama  ([uc  explicaba  su  conduela,  recordando  a  los 
Sudamericanos  los  motivos  que  «  debían  moverles  a  apar- 
tarse de  España  y  a  seguir  el  ejemplo  de  los  Estados 
Unidos,   cuyos  ,'300  ()()()  habitantes  han  conseguido  sacudir 

1.  Yanes,  op.  loe.  cit.,  menciona   a  un  tal  (^obacliic  lie. 

2.  Despachos  de  Miranda  al  almirante  (^ochrane  y  al  almirante 
Daci'cs,  comandante  jefe  en  Jamaica.  Cuartel  general  de  Coro,  6  y 
8  de  agosto  de  1806.  R.  O.  Aclmivalty  Secretuvy.  In  letíers,  n"  256. 


I 


I.KALISMO    COLONIAL  219 

el  vuí^'o  di'  la  poderosa  Inglaterra'  ».  después  de  lo  cual 
clíó  la  oi'deu  de  eiuhai-quíí  -  (13  de  agosto  de  18()G). 

Blanco  de  las  invectivas  de  compañeros  despechados,  a 
merced  de  un  ataque  de  las  flotas  enemigas,  casi  deseado, 
tales  eran  su  descorazonamiento  y  su  amargura,  Miranda 
se  alejaba  de  líuevo  de  aquellos  ribazos,  más  crueles  con 
él  esta  vez.  puesto  ([ue  de  ellos  le  despedían  sus  propios 
compatriotas. 

Lo  que  más  entristecía  sin  duda  al  Precursor  era  el 
haber  sido  falsamente  informado  acerca  del  estado  de 
ánimo  de  los  pueblos  de  la  provincia  de  Coro,  y  pensaba 
que  otra  hubiera  sido  su  suerte,  de  haber  establecido  en 
otro  punto  la  base  de  sus  opei-aciones  ^.  No  iba  a  tardar 
en  perder  esta  suprema  ilusión.  La  toma  de  Buenos  Aires, 
cuva  noticia  acababa  de  llegar  a  Venezuela,  provocó  una 
emoción  que  las  autoridades  mismas  no  hubieran  esperado 
de  sus  administrados,  emoción  que  iban  a  acentuar  aún 
las  noticias  sucesivas  de  las  hazañas  de  Liniers  y  de  la 
derrota  de  los  Insfleses.  La  instintiva  nobleza  del  senti- 
miento  pújjlico  se  despertaba  en  presencia  de  aquel  ata([ue 
brutal  que  sufría  España.  Amenazada  por  un  invasor 
extranjero  y  enemigo  de  la  fe,  convertíase  para  el  pueblo 
en  lina  madre  patria  verdadera,  y  muchos,  entre  los 
criollos  enamorados  de  independencia,  sintieron  quebran- 
tadas sus  convicciones  y  tendieron  a  pactar  con  la  metró- 
poli. En  fin.  los  liberales,  a  pesar  de  lo  resueltos  que 
estaban,  decidieron  aplazar  la  manifestación  de  sus  reivin- 
dicaciones e  hicieron  causa  común  con  los  Españoles, 
movidos  por  un  pensamiento  que  meses  después  expresaba 
con  altivez  el  patriota  argentino  Belgi'ano  *  :  «  Queremos  al 
amo  i^iejo  o  a  niñísimo".  » 

1.  Proclama  de  Miranda  a  los  liabilanles  de  Sudamérica.  Cuartel 
general  de  Coro,  7  de  agosto  de  180'"),  en  Beckkr.v,  op.  rit.,  i.  I. 
pp.  t61.  ir,9. 

2.  ^liranda  abandonó  en  la  playa  de  Coro  el  material  de  impi-enta 
que  había  llevado.  La  colonia  de  Venezuela  no  tenía  ninguno  todavía. 
E\  de  -Miranda  fué  utilizado  durante  varios  años  por  las  uuloridades 
reales,  Ilistoire  de  linipriinerie  na  Venezuela.  D.,  II,  ',i\'¿. 

3.  The  Insloír  of  ]).  F.  Miiunda,  etc.,  op.  cit..  Carta  XXY. 

4.  Bki.(;r.v.n()  (Manuel),  nació  en  Buenos  Aires  en  1770,  y  allí  fa- 
lleció en  182Ü. 

ó.  Mitre,  Historio  de  liel^irtiio,  op.   cii.,  t.  I,  p.  154. 


220  KL    PRECURSOli 

Impacientes  por  vengar  la  afrenta  infligida  a  sns  armas, 
habían,  desde  ({ne  Liniers  les  tomó  a  Bnenos  Aires, 
organizado  a  toda  prisa  nna  nueva  expedición.  Esta 
vez,  parecía  ésta  prometer  segura  victoria.  Cerca  de 
GOOO  hombres  de  refuerzo  habían  llegado  del  Cabo  con  el 
genei'al  sir  Samuel  Auchmutv  '.  al  ([ue  no  tardó  en  unirse 
el  brigadier  Robert  Craulurd".  con  otro  cuerpo  de 
4  400  hombres.  1  630  soldíidos  escogidos,  enviados  en  mayo 
de  1(S07.  completaron  la  expedición  cnvo  mando  supremo 
fué    confiado   al   teniente   general   John    W  hitelocke  ^.    Sus 

o 

instrucciones  le  prescribían  que,  a  toda  costa,  se  apoderara 
de  la  Plata '\ 

No  obstante,  el  caballero  de  Liniers  había  provisto 
admirablemente  a  la  defensa  de  Buenos  Aires  y  suscitado 
entre  su  apacible  población  de  obreros,  de  comerciantes 
y  de  agricultores,  un  notable  espíritu  militar.  Creó  un 
cumplido  ejército  al  que  instruvó  con  tanta  paciencia 
como  suerte;  hizo  construir  fuertes,  poniendo  en  ellos 
baterías,  aprovisionar  la  ciudad,  y,  tal  ardor  patriótico 
supo  inspirar  a  los  habitantes,  que  dieron  éstos,  para 
hacer  balas  de  todo  género,  cuanto  plomo,  cuanto  estaño 
y  cuanta  plata  poseían  ". 

Apenas  estaban  terminados  los  preparativos,  cuando 
los  Ingleses,  después  de  hal)ersc  apoderado  de  Monte- 
video, v  dueños  del  Río  d(^  la  Plata,  se  presentaron,  el  28 
de  junio  de  1807.  con  una  ilota  de  20  buques  y  90  trans- 
portes, dispuesta  a  desembarcar  12  000  hombres  de  tropa 
ante  Buenos  Aires,  que  no  tenía,  para  su  defensa,  sino 
un  poco  más  de  8  000  combatientes.  A  pesar  de  esta  des- 
igualdad de  fuerzas,  el  general  Whitelocke  se  veía  <d)ligado. 
el  7  de  julio,  a  firmar  una  capitulación  que  cstipulal)a. 
para  los  Ingleses,  «  la  obligación  de  reembarcarse  en  (d 
plazo  de    diez    días    v    de    devolver.   (M1  el  término   de   dos 

1.  1756-1822.  Había  tomado  parle  en  la  guerra  de  América  y  en  la 
de  la  India,  y,  después,  en  la  campaña  de  Egipto  con  Beresford. 
Sirvió  luego  en  las  Indias  y  en  Java. 

2.  1764-1812.  Sirvió  luego  en  España  y  fué  matado  en  el  sitio  de 
(>iudad  Rodrigo. 

3.  1 757-1 8:!:^. 

4.  R.  O.,   War  Office.  6/3,  South  America,  f"  96. 

5.  Sassenay,  op.  cit.,  pp.  50-53. 


LEALIS.M(»    COI.OMAI.  221 

meses,  la  lorlaleza  de  Montevkleo  con  lotla  su  artillería  v 
en  el  eslailo  en  ([lie  se  hallaba  en  el  nionieuto  de  la  len- 
dieión  '    ». 

La  sei^iinda  lil)erae¡('»n  de  Buenos  Aires  airaslraha 
consioi»    la  tie   toda    la   colonia.    A    (día    hahían   eoneiirrido 

o 

ron  ardor  el  cabildo  v  la  poblacKni ;  pero,  lo  mismo  que  el 
año  precedente,  a  Liniers  correspondía  v\  mérito  de  tan 
hermoso  resultado.  El  Gobierno  español  le  nombró  jeie 
de  escuadra  v  virrey  de  la  Plata,  en  substitución  del 
incapaz  Sobremonte,  ratificando  así  el  sulragio  de  los 
habitantes,  cuvo  entusiasmo  por  su  defensor  rayaba  en 
adoración.  Saludaron  a  Liniers  con  el  nombre  de  Recon- 
f/ui,s-iador,   y  su  gloria  se  esparció  por  todo  el  continente. 

La  tendencia  innata  de  las  razas  latinas,  más  particu- 
larmente acentuada  en  los  Sudamericanos,  a  cristalizar. 
si  así  puede  decirse,  en  un  hombre  sus  pasiones,  sus 
intereses,  sus  ambiciones  o  sus  victorias,  y  a  no  adherirse 
a  él  sino  bajo  esta  condición  esencial,  se  concretaba  por 
primera  vez  en  la  persona  de  Liniers.  El  relato  de  sus 
hazañas,  embellecido,  magnificado  por  la  imaginación 
tropical,  exaltó  los  corazones.  Las  clases  populares, 
agitadas  desde  hacía  tanto  tiempo  por  la  propaganda 
liberal,  ([ue  se  esl'orzaba  por  arrastrarlas  en  pos  de  un 
uleal  demasiado  abstracto  para  ser  comprendido  con 
lacilidad  por  lodos,  se  inílamaron  espontáneamente,  y, 
desde  las  Ironteras  de  INIéjico  a  las  de  Chile,  el  caballe- 
lesco  aventurero  benefició  de  una  popularidad  cuyo 
recuerdo  se  había  perdido  desde  la  época  de  la  Conquista^. 

En  todas  partes  se  cantó  el  Te  Deuni.  hubo  regocijos 
públicos,  fiestas,  bailes  para  conmemorar  la  victoria  alcan- 
zada sobre  los  invasores.  En  cada  una  de  las  capitales 
coloniales  levantáronse  arcos  de  triunío  al  nuevo  virrey  de 
la  Plata.  Los  cabildos  colocaron  su  retrato  en  sus  salas  de 
sesiones.  El  oroullo  de  haber  wencido  a  la   temible  lupla- 

o  o 

lei'ra  corrió  un  velo  sobre  todos  los  rencores.  Los  Ame- 
licanos  se   abandonaron  a   la  ilusión  de   poseer  va  aquella 

1.  l'iMliiclo  íirinado  el  7  de  julio  de  J807  por  el  general  NVliiielocke 
y  el  oontralmirante  .lolin  Murray,  por  Inglaterra,  y  por  Liniers, 
Halljiani  y  Velasco,  por  España.  V.  Sasse.nay,  op.  cil.,  p.  7o. 

2.  (>f.   Sassknay.  op.  (•//.,  cap,  iii. 


222  EL    PHECURSOn 

patria  que  los  más  ilustrados  de  entre  ellos  prometían 
como  la  recompensa  suprema  de  largos  y  penosos  sacri- 
ficios. Se  reprocharon  el  haber  desconocido  a  España,  se 
pusieron  a  amarla,  a  querer  al  rey  lejano  que  sabía  inspirar 
tan  hermoso  heroísmo  al  defensor  de  Buenos  Aires. 

Este  lealismo,  del  que  pronto  iban  a  poder  dar  brillantes 
testimonios  los  Americanos,  si  bien  tenía  por  origen  la 
popularidad  de  Liniers,  no  por  esto  era  menos  evidente. 
Pudo  haber  sido  singularmente  eficaz  si  la  metrópoli,  en 
aquel  momento  decisivo,  hubiese  consentido  en  mostrarse 
más  atenta  y  mejor  intencionada  para  con  sus  subditos  de 
ultramar. 

Pero,  la  corte  de  Madrid.  (|ue.  durante  aquellas  trágicas 
aventuras  no   había  enviado  socorros   de   ningún  ffénero  a 

o  o     ■ 

su   amenazada   colonia,    sepuía  demostrando    la  más  cicoa 

o 

indiferencia  por  cuanto  ocurría  en  América.  La  alarma 
dada  desde  Londres  o  desde  Filadelfia  por  los  represen- 
tantes de  España  provocal)a  a  lo  sumo  alguna  vaga  instancia 
cerca  del  gobierno  francés,  cuva  avuda  en  tal  circunstancia 
se  limitaba,  ya  lo  hemos  visto,  al  envío  de  algún  corsario. 
El  único  ministro  que  pareció  no  haber  olvidado  del  todo 
a  las  Colonias  era  Godoy;  pero,  según  escribía  por 
entonces  el  embajador  de  Francia  en  Madrid,  la  existencia 
del  príncipe  de  la  Paz  dependía  ya  sólo  «  de  un  soplo  del 
Emperador'  »  y  sus  proyectos  pertenecían  mucho  más  a  lo 
que  con  cierto  desenfado  llamaba  él  «  la  gran  política  », 
la  «  que  permite  la  vaguedad  del  pensamiento  y  dispensa 
del  trabajo  j),  que  a  un  conocimiento  profundo  de  las 
situaciones  y  a  un  firme  deseo  de  resolverlas. 

Examinándolo  con  atención,  el  a  Plan  solare  las  Amé- 
ricas  »,  imaginado  por  el  príncipe  de  la  Paz  en  1803,  no 
era.  sin  embargo,  tan  despreciable.  Consistía  en  substituir 
a  los  virreyes  temporales  por  infantes  de  España  con  el 
título  de  príncipes  regentes.  Al  lado  de  cada  uno  de  ellos 
habría  habido  un  consejo  de  Estado  compu(^sto  :  mitad  de 
Americanos  v  mitad  de  Españoles,  formando  un  senado  cuyo 
primer  cuidado  sería  el  modificar  la  legislación  colonial 
en    favor   de  hts    habitantes    del  país.   Estos   no    habían    de 

1.  BEUu^o.wiLLn  a  Talleyrand,  5  de  agosto  de  I8U5. 


LK.VLISMO    COI.ÍtMAL  223 

scc  soiuetulos  va  in;is  ([uc  a  sus  propios  tiihunalcs,  salví) 
caso  de  intert's  (rcneral  v  coim'iii  eiilrc  las  Colonias  v  la 
metrópoli  '. 

Tal  provecto  era,  con  algunas  modilicacioncís.  el 
proyecto  (jue,  veinte  auos  antes,  proponía  el  conde  de 
Aranda.  Sin  embargo,  niega  Godoy  en  sns  Memorias  el 
haber  querido,  «  como  pretendía  imprudentemente  su 
predecesoí',  fraccionar  la  América  española  y  separarla 
de  la  madre  patria-  »  ;  deseaba,  ante  lodo,  conservar  sus 
dominios  a  la  Corona,  aunque  otorgando  a  las  Colonias 
las  justas  concesiones  que  pedían.  De  inspiración  menos 
liberal  qne  el  proyecto  de  Aranda,  el  del  príncipe  de  la 
Paz  era.  no  obstante,  de  más  práctica  realización.  Implicaba, 
en  efecto,  el  advenimiento,  más  o  menos  lejano,  de  los 
pueblos  del  Nuevo  Mundo  a  la  vida  nacional.  A  esto, 
después  de  todo,  es  a  lo  que  aspiraba  su  instinto;  y  «  su 
lealtad,  tan  pronunciada  en  aquel  tiempo  »,  según  atinada 
observación  del  mismo  Godov.  acaso  se  contentara  con 
un  régimen  cuvas  halagüeñas  transiciones  prometían  a 
España  un  largo  patronato  qne,  aunque  menos  exclusivo, 
habría  resultado  ventajoso. 

Al  pronto,  le  sedujo  esta  idea  a  Carlos  IV;  consultó  al 
ministro  Caballero,  v  después,  a  un  consejo  de  los  obispos 
del  reino,  que,  por  unanimidad,  se  pronunció  en  tavor  del 
proyecto.  Sin  embargo,  vacilaba  el  rey;  pasó  tiempo. 
«  Todo  va  despacio  en  España  »,  añade  Godoy.  quien, 
por  su  parte,  sin  duda  que  sostuvo  flojamente  su  proyecto. 
Y  iué  éste  abandonado. 

La  mayoría  de  los  liberales  sudamericanos  lamentaron 
este  fracaso.  A  pesai"  de  la  entereza  de  sus  convicciones,  se 
sentían,  en  aquel  momento,  desconcertados  por  los  crecien- 
tes progresos  del  lealismo;  a  más  de  esto,  nutridos  de  teo- 
rías humanitarias,  se  habrían  resignado  de  mejor  gana  a 
las  promesas  lejanas  pero  pacíficas  del  proyecto  de  Godoy, 
que  a  las  perspectivas  de  violencias  que  todos  presumían 
inevitables  y  que  muchos  temían.  Produjéronse  algunas 
detecciones.   No  obstante,  cuando   resultó   bien   cierto  que 


k 


1.  Cf.  Gkandmaison,  L'Espa^ne  rt  Napoleón,  Pai-is,  I9ÍI8.  |).  'iH. 
1.  Momovias  riel  Principe  de  la  Paz.  í'iiris.  1836,  t.  III,  cap.  wii. 


224  EL    PliEClliSOR 

España  no  iiitcuLaiía  ya  nada  para  mejorar  la  suerte  de 
Sudamérica,  los  campeones  de  la  Independencia,  reanu- 
daron sus  tareas  con  tanto  más  empeño  cuanto  que.  al 
mismo  tiempo  que  resultaban  ellos  disminuidos,  se  habían 
acumulado  los  obstáculos. 

Miranda  les  dará  ejemplo.  No  había  de  renunciar  a  sus 
proyectos  de  expedición  sino  después  de  haber  agotado 
todas  la  probabilidades  de  éxito;  y.  no  bien  de  regreso  a 
Ijondres.  deseoso  únicamente  de  seguir  tomando  parte  en 
la  propaganda  revolucionaria,  se  abrirá  camino  disipando 
las  prevenciones  posibles  por  medio  de  una  carta  al  cabildo 
de  Buenos  Aires,  de  la  que  enviará  copias  a  todos  los  cen- 
tros liberales  del  Nuevo  Mundo  :  «  lie  tenido  la  doble 
satisfacción  de  ver  que  mis  amonestaciones  al  gobierno 
inglés,  en  cuanto  a  la  imposibilidad  de  conquistar  o 
subyugar  a  nuestra  América  fueron  bien  fundadas,  al  ver 
repelida  con  heroico  esfuerzo  tan  odiosa  tentativa'   ». 


III 


Desde  fines  de  1807,  en  Caracas  es  (h)ude  con  niils  ardor 
se  encendió  de  nuevo  el  foco  revolucionarlo.  Las  decla- 
raciones de  ^Ii)"anda,  en  sus  proclamas  de  Coro,  tranqui- 
lizaron a  los  liberales  de  la  capital  venezolana,  v  el  regreso 
de  Bolívar  hizo  más  lirme  su  valor.  En  la  plaza  mayor  de 
Caracas,  mezclados  a  la  multitud  indiferente,  habían  asis- 
tido a  la  ejecución  en  efigie  de  Miranda,  cuyas  proclamas 
lúeron  (juemadas  también  por  mano  del  verdugo,  y  puesta 
a  precio  su  cabeza.  Para  h)s  ciiollos  que  permanecían  fieles 
a  la  causa  independiente,  hubiera  sido  desastroso  y  estéril 
demostrar  Irancamenle  la  indignación  cpu'  sentían  ante 
aquellas  medidas  de  rlgoi'.  En  previsión  de  un  regreso 
olenslvo  de  Miranda,  el  capitán  general  había  llegado  a 
movilizar  cei'ca  de  800  hombics  de   liopa.  al  mismo  tiempo 

i.  2(t  (le  juliii  di;  lyOH.  Aicluvo  de  la  Audiencia  de  Buenos  Aires. — 
Mniii;,  ¡lialnria  de  San  Martín,  op.  cil.,  t.  1,  p.  50.  —  í^as  copias  de 
esta  (;arla  fuei'un  enviadas,  el  2'i  de  julio  de  1808,  a  México,  y,  el 
I"  de  se|)liciiibr(',  a  (¡aracas.  l^as  núnulas  se  hallau  en  el  R.  O., 
l''orei^n  Office,  Spain,  vol.  8'.*. 


LEALISMO    COLONIA!,  226 

(lue  ieo¡l)ía  taiiihión  de  Guadalupe  importantes  refuerzos  de 
armas  v  municiones  de  guerra,  y  la  más  ligera  manifesta- 
ción habría  valido,  a  los  imprudentes  (|ue  la  huhieseu  pro- 
vocado, un  castigo  terrible  y  sin  gloria. 

Así  pues,  los  liberales  se  hallaban  reducidos  a  concer- 
tarse en  secreto  acerca  de  los  medios  que  les  permitieran 
recobrar  algún  prestigio  entre  los  habitantes,  quienes,  por 
desgracia,  eran,  de  día  en  día,  más  adictos  a  España.  Se 
reunían,  tanto  como  lo  permitía  la  vigilancia  del  gober- 
nador, y  seguían  pidiendo  a  la  lectura  de  los  filósofos  y  de 
los  clásicos  el  alimento  de  aquella  paciencia  que  tan  nece- 
saria les  era.  y  del  fueg()  sagrado  que  les  animaba. 

En  oeueral.  los  conciliábulos  se  efectuaban  en   casa   de 

o 

Bolívar.  Su  hermano  .luán  Vicente,  los  Toro.  D.  Josef  ^ 
i).  Martín  Tovar '.  José  Félix  Rivas"  y  Luis  Rivas  Dávila^ 
Salias'%  Guillermo  Pelgrón '.  Germán  Roscio ".  Vicente 
Tejera.  Nicolás  Anzola,  Lino  de  Clemente",  los  hermanos 

1.  TovAR  PoNTK  (Martíu).  nacido  en  Caracas  el  17  de  septiembre 
de  1772,  de  una  familia  ilustre  y  rica,  tomó  parte  en  las  campañas 
de  1812  a  1814.  Miembro  de  los  cougresos  de  Angostura  en  1819,  de 
Cúcuta  en  1821,  de  Valencia  en  18H0.  Muerto  en  Caracas  en  1843, 
el  26  de  noviembre. 

2.  Riv.vs  (José  Féli.K),  nacido  en  Caracas  el  19  de  septiembre 
(Je  1775,  siguió  a  Bolívar  a  Curazao  y  a  Cartagena  en  1812,  hizo  con 
él  la  campaña  de  Xueva  Granada  y  las  de  Venezuela,  se  cubrió  de 
gloria  en  cien  combates  y  hecho  prisionero  después  de  la  toma  de 
Maturín,  fué  ejecutado  por  los  Españoles  el  15  de  diciembre  de  1814. 

3.  Rivas  Dávii.a  (Luis),  nació  en  Caracas  hacia  1780:  muerto  en  el 
combate  de  la  Victoria,  el  13  de  febrero  de  1814. 

4.  Salías  (Pedro),  nació  en  Caracas  en  1784,  murió  en  la  batalla 
de  Aragua.  el   18  de  agosto  de  1814. 

5.  Pel(;ró.\  (Guillermo),  era  padre  :  1»  de  Félix  Pelgrón,  que  hizo 
con  Bolívar  la  campaña  de  Nueva  Granada  en  1815,  tomó  parte  en 
los  combates  del  Palo  y  de  la  Cuchilla  del  Tambo,  y  fué  ejecutado 
en  Santa  Fe,  el  3  de  septiembre  de  181G.  con  los  patriotas  detenidos 
entonces  en  las  prisiones  de  la  capital  granadina ;  2°  de  Guillermo 
Pelgrón.  muerto  en  el  combate  de  San  Sebastian  de  los  Morros, 
en  1812;  3"  de  Ramón.  José  María,  y  Agustín,  oficiales  distinguidos 
en  los  ejércitos  republicanos.  —  Guillermo  Pelgrón  iiabía  sido  uiio 
de  los  profesores  de  Bolívar.  V.  lib.  I,  cap.  ni,  §  2.  • 

6.  Ro^^cio  (Juan  (Jerman).  naóió  en  Caracas  en  1782.  Miembro  del 
Congreso  de  1811.  Enviado  a  España  y  preso,  desde  1812  hasta  1814, 
en  las  cárceles  de  Gibrallar  y  los  presidios  de  África  al  mismo 
tiempo  que  Madariaga,  .Mires,  Iznardi,  etc..  Vicepresidente  del 
Congieso  de  Angostura  en  1819.  Muerto  en  Cúcuta,  el  8  de  marzo 
de  1821. 

7.  Clemi-nti-:    i^Lino    de.    Miembro    del    (iougreso    ilc     1 1-!  1  I .    lomó 

15 


22G  EL     PRECUnSOR 

Avala '  y  Ustáritz,  herederos  délas  i'amilias  más  ricas  v  más 
consideradas  de  la  colonia,  casi  siempre  estaban  allí-, 
Andrés  Bello  que  era  secretario  segundo  de  la  capitanía 
general;  Tomás^  v  Mariano  Monlilla.  v  otros  más. 

Bolívar  trataba  con  magnificencia  a  sus  amigos^.  Les 
daba  suntuosos  lianquetes,  había  elegantes  reuniones  a  las 
que  la  gravedad  de  aquellos  convidados,  dispuestos  a  sacri- 
ficar su  juventud  y  su  lortuna  al  más  ntdjle  ideal,  daba,  no 
obstante,  la  fisonomía  de  una  radiosa  academia  de  patrio- 
tismo. Bello  había  traducido  algunas  de  las  tragedias  de 
Corneille  y  de  Yoltaire,  pasajes  de  Tácito  y  de  Virgilio,  y 
a  veces  declamaba  trozos,  con  gran  satisfacción  y  aplauso 
de  sus  compañeros^.  Bolívar,  Montilla  contaban  sus  recuer- 
dos de  viaje,  hablaban  de  Roma  y  de  París.  Las  alusiones 
patéticas  hallaban  eco  en  todos  los  corazones.  Corríales 
siempre  prisa  el  hallarse  en  compañía  íntima,  y,  tan  pronto 
como  terminaba  la  comida,  despedían  a  los  esclavos,  cerra- 
ban las  puertas,  y  volvían,  al  asunto  predilecto,  al  que 
embargaba  el  pensamiento  de  todos  :  la  libertad,  la  inde- 
pendencia. 

La  expedición  de  Miranda  no  era  tan  vana  en  resultados 
como  lo  imaginaban  las  autoridades  coloniales,  y,  entre 
a([uellos  jóvenes,  atormentados  de  ambiciones  generosas, 
la  iniciativa  del  Precursor   provocaba   íecunda  emulación. 


parte  en  todas  las  campañas,  desde  1812  hasta  1829.  Miembro  del 
Congreso  de  Angostura  en  1819,  volvió  casi  en  seguida  a  su  puesto 
en  el  estado  mayor  del  ejército  republicano,  peleando  contra  los 
Españoles  hasta  que  terminó  la  Guerra  de  la  Independencia.  Secre- 
tario de  Estado  de  Venezuela  en  1826,  fué  uno  de  los  promotores  de 
la  separación^  de  Venezuela  y  de  Colombia,  en  1829.  Falleció 
hacia  18oü. 

1.  Ayal\  (Ramón),  nació  en  Venezuela  en  178U,  tomó  parte  en 
todas  las  campañas  de  la  Independencia  hasta  1826.  Miembro  del 
Congreso  de  Venezuela,  del  6  de  mayo  de  1830;  falleció  hacia  18'it). 
Sus  hermanos  Juan  Pablo  y  Mauricio  combatieron  igualmente  al 
lado  de  Bolívar  :  1813  a  1825. 

2.  V.  Díaz,  Recueidns  de  la  Rebeliúii  de  Curacits,  Madrid,  1829, 
p.  9. 

3.  MoNTii.LA.  (lomas),  hei'mano  de  Mariano;  tomó  parte  en  las 
campañas  de  1813  y  1815.  Gobernador  de  la  Guayana  en  1818. 
Miembro  del  Congreso  de  Angostura  en  1819.  Falleció  en  Caracas, 
el  25  de  junio  de  1822. 

4.  AMUj<ÁTK(a;i,  Vida  de  D.  Andrés  Bello,   op.  cit.,  [>.  61. 

5.  Ihid. 


[.KAl.IS.MO    COLOMAI,  227 

Casi  lodos.  Olí  busca  del  héroe  (|in'  realizara  sus  ensueños, 
desianaban  ahora  a  Miranda  como  siendo  éste  el  salvador 
esperado.  Acababan  de  tener  noticia  de  la  campaña  del 
Leandcr.  y  evocaban  con  lervoi'  sus  detalles.  Una  escena 
entre  olías  exaltaba  a  los  luluros  libertadores.  El  12  de 
marzo  de  1806,  al  salir  el  sol  '.  ([ue  precisaba  en  el  hori- 
zonte el  paisaje  de  la  tierra  americana,  Miranda  había 
izado  sobre  el  Leandcr  el  pabellón  azul,  amarillo  y  rojo- 
de  la  patria  futura  :  la  Coloinhia^ ,  y  todos  los  oficiales  y 
soldados  de  la  expedición  habían  saludado  con  entu- 
siastas vivas  aquel  ondeante  arco  iris  (juc  por  primera 
vez  se  alzaba  Irente  a  los  Andes,  en  la  majestad  del  azul 
tropical... 

Cierto  que  la  mayor  parte  de  los  testigos  de  aquella 
escena  habían  sucumbido.  Los  demás,  bajo  la  conducta  de 
Miranda,  andaban  errantes,  quizás  abandonados,  dispersos, 
miserables,  mas  no  descorazonados  mientras  les  quedara 
un  soplo  de  vida.  Los  patriotas  de  Caracas  juraron  conti- 
nuar a  todo  trance  la  obra  del  Precursor. 

El  lallecimiento  del  capitán  general  Guevara,  sobreve- 
nido poco  después  (7  de  octubre  de  1807),  íué  acogido  por 
aquellos  jóvenes  con  tal  satisfacción,  que  algunos  llegaron 
hasta  manifestarla  en  público '.  Era,  en  efecto,  gran  desgra- 
cia para  España,  la  desaparición  de  aquel  gobernador  tan 
popular,  y  una  pérdida  difícilmente  reparable  para  la  causa 
que   él    representaba.    El   coronel    D.    Juan   de    Casas  %    su 

1.  Tlte  Ilistory  of  D,  Francisco  Miranda,  ole,  Lell.  XX. 

2.  Al  rojo  y  al  amarillo  españoles  añadía  una  faja  del  azul  con  que 
Washington  dotó  la  «  Orden  de  Cincinato  ».  Según  ciertos  autores 
venezolanos,  la  intención  de  Miranda  al  escoger  aquellos  tres  colores 
fué  la  de  simbolizar  por  ellos  <i  los  campos  de  oro  de  América,  que 
el  azul  del  Océano  separó  de  la  sangrienta  España  ».  V.  Azpurl'a, 
El  pabellón  tricolor  de  Miranda  en  Biografías  de'  Honihres  noiahlos 
de  América,  Caracas,  1877,  t.  IV,  Apéndice,  p.  7.  La  bandera  colom- 
biana ondeó  por  vez  primera  sobre  el  continente  americano  desde 
el  3  al  13  de  agosto  de  18Uü  en  la  fortaleza  de  San  Pablo,  en  la  Vela 
de  Coro.  Fué  adoptada  como  emblema  nacional  por  el  Congreso  de 
Venezuela  el  14  de  julio  de  1811,  y  ha  sido  conservado  por  las  repú- 
blicas actuales  de  Colombia,  de  Venezuela  y  del  Ecuador. 

3.  Es.  en  efecto,  Miranda  quien  le  puso  este  nombre,  como  home- 
naje al  descubridor  de  América. 

4.  V.  DÍAZ.  Recuerdos,  etc.,  p.  8. 

5.  Gobei'uadoi'  y  capitán  general  de  N'enezuela,  por  ínterim. 
de  1807  a  1809. 


228  EL    P)!ECUIiS(JK 

sucesor  interino  hasta  la  llegada  de  un  nuevo  capitán 
general,  no  poseía  ninguna  de  las  cualidades  de  su  prede- 
cesor. Era  inexperto,  pusilánime,  apático,  v  los  manejos 
revolucionarios  iban  a  poder  darse  libre  curso  bajo  su 
administración.  Siquieía  por  este  lado,  los  patriotas,  sin 
disimularse  las  arduas  dillcullades  de  su  empresa,  entre 
veían  más  risueñas  esperanzas.  Inglaterra,  cuya  conduela 
en  Buenos  Aires  les  hai)ía  inspirado  tanta  inquietud,  iba 
a  adoptar  una  política   más  tranquilizadora.   ' 

No  le  había  costado  trabajo  a  Liniers  hacer  que  los  ofi- 
ciales criollos  y  los  miembros  del  cabildo  de  Buenos  Aires 
compartieran  los  sentimientos  que  caracterizaban  su  natu- 
raleza caballeresca.  Los  Ingleses  habían  sido  tratados  por 
sus  vencedores  con  benevolencia  y  cordialidad'.  La  guar- 
nición tuvo  a  honra  el  asistir  a  las  exequias  de  los  oficiales 
y  de  los  soldados  enemigos.  Los  prisioneros  l'ueron  trata- 
dos con  toda  clase  de  miramientos.  A  los  heridos,  recogi- 
dos en  las  iglesias  transformadas  en  hospitales  militares, 
se  les  permitió  recibir  la  visita  de  sus  propios  cirujanos 
mientras  los  religiosos  españoles  los  cuidaban  con  cariñosa 
solicitud.  «  Prueba  bien  noble,  decía  un  periódico  de 
Buenos  Aires,  de  que  la  verdadera  virtud  castellana  aún 
se  encuentra  en  una  remota  colonia  de  España  casi  inde- 
pendiente de  su  metrópoli  -.  » 

Tanta  mejor  impresión  hicieron  en  Inglaterra  tales  proce- 
deres, cuanto  que  por  uno  de  los  artículos  de  la  capitulación, 
había  hecho  Liniers  una  notable  concesión  a  los  negociantes 
británicos  :  la  de  permitirles  desembarcar  la  considerable 
cantidad  de  mercancías  que,  en  su  certidumbre  por  el 
éxito  de  la  operación,  se  habían  apresurado  a  dirigir  al  Río 
de  la  Plata  ^.  Por  otra  parte,  la  experiencia  de  las  dificul- 
tades casi  insuperables  que  se  oponían  a  la  conquista  de 
las  Colonias  españolas  inclinaba  a  los  miembros  más  sesu- 
dos del  gobierno  británico  a  renunciar  a  una  política 
estéril  y  costosa.  Vn  paitido  considerable  se  formaba  para 

1.  Cf.  Sassenay,  op.  cit.,  cap.  iii. 

2.  Lobo,  op.  cit.,  t.  III,  Apéudiro,  p.  36;>. 

3.  Archives  Nationales.  Archives  de  la  Marine,  1513''  'i09.  Misión 
del  capitán  Drouault.  conianíianlt»  de  la  fragata,  l.a  Diiclicsse  de 
Berry,  nov.  de   1819. 


I-IÍALISMO    COLONIAL  229 

coinbaüila.  En  la  época  misma  cu  ([iic  nadie  dudaba  del 
éxito  de  la  segunda  expedición  de  Buenos  Aires,  lord  Castle- 
leagh  '  publicó  una  memoria  (1°  de  mayo  de  1807)  para 
[)oner  al  gabinete  en  guardia  contra  «  la  intención,  des- 
provista de  toda  esperanza  de  éxito,  de  conquistar  territo- 
rios tan  extensos,  sin  contar  con  el  apoyo  de  sus  ha])i- 
tantes  ».  Ponía  también  en  ouardia  a  los  ministros  (¡ontra 

o 

((  el  inconveniente  que  habría  en  disolver  los  gobiernos 
establecidos  en  las  Colonias,  porque  era  de  temer  que,  en 
sustitución  de  éstos  se  desarrollaran  sistemas  jacobinos  y 
democráticos  ». 

Esta  eventualidad,  a  la  que  podían  dar  especial  gravedad 
los  últimos  éxitos  de  Napoleón  en  Europa,  pues  se  atribuía 
al  Emperador  la  intención  de  enviar  «  a  América  algunos 
de  sus  atrevidos  corsarios,  de  organizar  allí  una  clientela 
y  de  hacer  entrar  en  Francia  la  cosecha  que  ofrecían 
aquellas  tierras  "  »,  incitó  al  gobierno  británico  a  examinar 
un  sistema  medio  que  garantía  la  separación  de  las  Colo- 
nias españolas  de  con  la  metrópoli  «  sin  efectuar  conquista 
alguna  v  sin  establecer  nuevas  democracias^  ». 

o 

FA  duque  de  Orleans.  que  desde  hacía  algunos  años  resi- 
día en  Inglaterra,  se  declaró  dispuesto  a  tomar  parte  en  el 
proyecto.  En  relaciones  amistosas  con  el  príncipe  de  Gales, 
profundamente  hostil  al  emperador  de  los  Franceses,  com- 
prendiendo también  la  necesidad  de  «  realzar  el  ilustre 
apellido  que  su  padre  había  empañado  »,  gustoso  habría 
aceptado  el  gobernar  un  «  Reino  »  de  Mf'jico  o  de  la  Plata. 
Luis  Felipe  acababa  de  pasar  una  larga  temporada  en  Cuba 
V  en  los  Estados  Unidos.  Pasaba  por  conocer  bien  los 
asuntos  de  América,  v  creía  él  contar  allí  con  partidarios. 
(Colocándolo,  al  mismo  tiempo  ([ue  sus  hermanos,  en  los 
li'onos  de  a({uellas  colonias,  una  vez  independientes,  Ingla- 
teria  tendría  en  el  Xuevo  Mundo  otros  tantos  amigos  segu- 
ros coutra  el  usurpador  francés.  Esto  es.  al  menos,  lo  que 
Dumouriez,  Bertrand  de  Molleville.  anticuo  ministro  de 
Luis  X\'I,  el  conde  de  Montferiand,  y  otros  emigrados  que 

1.  Cf.  Correspondencp.  t.  Vil,  p.  '.\\\,  y  Gervinus.  np.  cif.,  t.  VI, 
p.  78. 

'2.  Cf.  Corrcsnoitdriicp,  1.  YII. 

:5.  Id. 


230  EL    PltRCfliSOH 

frecuontaban  ai  principo,  hicieíoii  valer  ante  el  gabinete 
de  Londres.  Hasta  apovó  Lnis  Felipe  con  su  íirma  una 
((  Memoria  acerca  de  este  proyecto  y  de  las  ventajas  que 
de  él  ba})ían  de  resultar  para  Inolatcrra  '  ». 

Mas  no  se  apresuró  el  gobierno  británico  a  examinar  el 
proyecto,  v  lo  abandonó  por  completo  cuando  los  aconte- 
cimientos ([ue  se  efectuaban  en  la  Península  movieron  a  la 
Gran  Bretaña  a  modificar  radicalmente  su  política  respecto 
de  su  antigua  rival  sublevada  contra  Napoleón. 

Mientras  no  les  dictaran  otra  regla  de  conducta  las  cir- 
cunstancias, los  Ingleses  renunciaban  a  toda  veleidad  de 
concpiista  en  la  América  del  Sur.  La  reciente  adquisición 
de  las  islas  Maluinas,  los  establecimientos  que  se  habían 
asegurado  en  Trinidad  v  los  que  habían  conservado  en  la 
costa  de  ^losquitos  les  permitían  ser  dueños  de  la  emboca- 
dura de  cada  uno  de  los  tres  grandes  ríos  sudamericanos, 
y  esperar  con  paciencia  las  ventajas  que  tal  situación 
pudiera  procurarles.  Importaba,  luientras  tanto,  que,  así 
los  criollos  como  España,  estuviesen  persuadidos  de  la 
lealtad  británica;  por  eso  Popham,  de  regreso  a  Inglaterra, 
se  vio  desaprobado  oficialmente;  un  consejo  de  guerra  le 
demostró  que  había  obrado  sin  autorización,  y  le  infligió 
una  censura"'^.  Whitelocke,  a  quien  incumbía  la  responsa- 
bilidad del  mando  supreino  de  la  expedición  de  Buenos 
Aires.  íuú  llevado  a  su  vez  ante  el  tribunal  marcial  y 
declarado,  al  cabo  de  un  ruidoso  proceso  que  ocupó  treinta 
v  una  sesiones.  «  incapaz  (u/i//t)  e  indigno  (umvortJuj)  de 
desempeñar  en  lo  sucesivo  empleo  algnno  en  el  servicio  de 
Su  Majestad  ». 

No  podía  substraerse  Miranda  a  las  consecuencias  de 
aquel   cambio    en   la   política  inglesa;   y  en   efecto,  apenas 

1.  R.  O.,  War  Office,  n"  í,  lili.  «  Acerca  de  un  pioyeclo  para 
separar  de  la  Monarquía  Española  el  (Continente  de  América  y  formar 
en  éste  Estados  Independientes;  ventajas  que  de  ello  resultarían  para 
Inglaterra,  y  medios  de  ejecución  de  tal  empresa  ».  Correspondencia 
del  conde  de  Montferrand.  diciembre  de  1806.  Indicaciones  también 
en  Forrign  Office,  France,  n"  78.  Fapers  concerning  Duke  of  Orléans, 
1808-1809,  y  en  Gf.iívinls,  p.  79.  Guili.Ermy,  Papiers  (Vun  Emigré, 
p.  196.  Crí.tinf.au-Joi.y,  l.nuis-Philippe  et  COrh-anisme.  t.  1,  p.  260. 
Gband.maison,   l.'Earope  et  Napoleón,  p.  \Vi?>. 

2.  Popham  recibió  después  el  mando  de  la  estación  de  Jamaica, 
en  1817,  y  allí  falleció  en  1820. 


I.KAl.lSMO    COLONIAL  231 

Iniciados  los  pichulios  do  dicho  cambio.  sulVieron  rudo 
o()l|)c.  de   rechazo.   h)s  provectos  del  Preciiisoí-. 

Desde  his  piinieías  noticias  de  la  derrota  de  las  tropas 
de  Beresh)rd  en  Buenos  Aires,  el  gabinete  de  Londres  se 
apresuró  a  prescrii)ir  a  los  gobernadores  de  las  Antillas 
que  observasen  con  ■Miranda  una  conducta  tan  reservada 
como  prudente.  Por  otra  parte,  el  fracaso  de  Coro  latismaba 
demasiado  el  prestigio  del  representante  de  los  liberales 
sudamericanos  para  que  no  se  impusiera  a  las  autoridades 
británicas  una  rigurosa  interpretación  de  las  instrucciones 
oficiales. 

Por  estos  motivos,  no  había  de  encontrar  Miranda  cerca 
de  ellas  los  socorros  y  el  estímulo  de  que  hasta  entonces 
había  beneficiado,  y  que  su  inquebrantable  esperanza  le 
movía  a  solicitar  una  vez  más.  En  efecto,  no  había  tardado 
en  sobreponerse  a  su  descalabro,  y  refugiado  en  la  isleta 
de  Oruba.  envió,  el  15  de  agosto  de  1806,  es  decir,  dos  días 
después  de  abandonar  las  costas  de  Venezuela,  al  conde 
de  Rouvrav  con  misión  de  pedir  al  gobernador  de  la  Jamaica 
los  subsidios  necesarios  para  una  tercera  expedición.  Al 
mismo  tiempo,  otro  de  sus  oficiales  salía  para  Trinidad 
con  idéntico  encargo. 

Transcurrió  más  de  un  mes  sin  que  recibiera  noticias 
Miranda.  Hasta  estuvo  a  punto  de  caer  en  manos  del  coman- 
dante del  Aiistcrlitz.  que  se  había  propuesto  ii'  a  arrancarle 
de  su  isla.  La  prcsiMicia  de  tres  considerables  buques  de 
guerra  ingleses  impidió  que  el  corsario  llevara  a  cabo  su 
provecto  '  :  el  Seinc.  el  Granada  \  el  Meli>ille,  procedentes 
de  Port  ot  Spain.  llegaron  a  Oruba  a  fines  de  septiembre, 
pero  sin  más  instrucción  que  la  de  llevar  a  Miranda  hasta 
la  Barbada,  adonde  no  llegó  sino  el  2  de  noviembre,  des- 
pués de  Una  detestable  travesía. 

El  gobernador  se  negó  casi  a  recibirle  v  le  declaró  neta- 
mente que  no  podía  prestarle  asistencia  alguna.  No  mejor 
suei'te  había  tenido  en  Kingston  el  conde  de  Rouvrav: 
pero,  según  indicaciones  de  Miranda,  se  había  entonces 
marchado  a  Londres,  y  el  Precursor  seguía  abrigando  la 
esperanza   de  que  no   serían   desatendidas  sus  encarecidas 

1.  Cf.  Poyen,  Les  (iaerres  des  Aiitilles,  op.  cit.,  cap.  xxi. 


232  EL    PllECUnSOR 

súplicas  a  los  ministros'.  Sin  embargo,  no  recibió  contes- 
tación de  dichos  ministros.  «  Cerca  de  tres  semanas  hace 
que  estamos  aquí,  escribe  uno  de  h»s  oficiales  de  la  expe- 
dición^ con  fecha  26  de  noviembre...  Ya  no  hacen  caso 
de  nosotros.  Con  mil  trabajos  hemos  podido  enterrar  a 
dos  de  los  nuestros  :  nos  faltaba  dinero  para  comprar  las 
cajas...  ¡De  qué  distinta  manera  nos  trataban,  hace  sólo 
unos  meses!...  Entonces,  vivía  Miranda  en  casa  del  gober- 
nador, quien  le  prodigaba  mil  atenciones.  La  muchedum- 
bre nos  vitoreaba  al  pie  de  nuestra  morada...  Hoy  día,  todo 
ha  cambiado.  Nos  tratan  con  el  mayor  desprecio.  Ya  no 
podemos  ir  a  tierra  para  alojarnos.  Nos  toman  por  ladrones, 
a  pesar  del  hambre  que  denotan  nuestros  semblantes,  y 
a  pesar  de  nuestro  mísero  ropaje.  Hace  poco,  éramos  los 
Colomhianos,  los  Mirandistofi.  Hov  día,  hemos  descendido 
a  la  categoría  de  aventureros  y  de  pillos...  El  populacho 
nos  insulta.. .  )) 

En  a])ril  de  1807,  salió  Miranda  para  Trinidad,  en  donde 
el  Leandei-  fué  vendido  en  pública  subasta;  el  escaso  pro- 
ducto de  la  venta  fué  repartido  entie  los  supervivientes  de 
la  expedición.  Entonces,  pidió  Mirauda  volver  a  Londres, 
h^scribe  a  lord  Castlereao'h  :  v  El  continentí^  sudamericano 

o 

se  halla  en  un  estado  de  conlíisión  v  de  anarquía  que 
hacen  que.  por  el  momento,  resulte  inútil  mi  presencia  en 
a({uellos  sitios...  Los  acontecimientos  de  Buenos  Aii'es  han 
desencadenado  entre  aquellos  pueblos  violenta  animosidad 
contra  la  Gran  Bretaña...  ¿No  he  opinado  siempre  que 
semejante  tentativa  sería  tan  impiqiular  como  de  difícil, 
si  no  imposible,  ejecución^?...  »  Sin  embargo,  tians- 
currió  todo  el  año  sin  que  se  le  concediera  a  Miranda  per- 
miso para  volver  a  Liglaterra.  El  gobernador  de  Trinidad, 
.1.  Hislop,  de  (juien  Miranda  había  conseguido  que  se  inte- 
resara por  su  suerte,  unió  sus  instancias  oficiales  a  las  del 
((  infortunado  general  cuya    sociedad  privada  me  ha   sido 


1.  Miranda  a  Mclville.  Oruba,  19  de  sept.  de  1806,  y  Carlisle  Bay, 
Barbada,  3  de  nov.  de  1806.   —  R.  O.,  IVar  Office,  I.  'lll3. 

2.  James  Biggs,  Tlw  liisioiy  of  I).  Fianrisro  Miraiiild.  etc.,  op.  cii., 
Carta  XXIV. 

3.  Miranda    a  lord   (^aslloreagli.   'l'rinidad,    10    de    junio   de    1807. 
R.  O.,  Colonial  Office,  295.  n'^   17. 


LEAI.ISMO    COLONIAL  233 

tan  grata  —  asoguraba  Hislop,  —  y  cuya  situación,  tan 
triste  como  injusta,  merece  una  compensación'  «.  Por  fin, 
el  31  de  diciembre,  Miranda  se  embarcaba  en  el  A/cwan- 
dria  con  destinación  a  Liverpool. 

A  pesar  de  que  las  circunstancias  parecían  prestarse 
entonces  menos  ([ue  nunca  a  nuevas  empresas  sobre  el 
Nuevo  Mundo,  un  rayo  de  esperanza  iba  a  lucir  aún  para 
Miranda.  Las  consecuencias  del  decreto  de  Berlín  v  los 
gastos  enormes  ocasionados  por  las  últimas  guerras  habían 
gravado  tan  considerablemente  el  tesoro  inglés,  que,  una 
vez  más,  se  dirigieron  las  miradas  hacia  aquella  siempre 
maravillosa  América.  Las  minas  de  Nueva  España  eran  lo 
bastante  ricas  para  salvar  a  Inglaterra  de  la  ruina.  Pareció 
inspiración  providencial  la  idea  de  arrancar  a  Méjico  a  su 
metrópoli.  Resolvió  Grenville  reunir  diez  mil  hombres  en 
•lamaica  y  enviarlos  a  la  conquista  del  virreino  bajo  las 
órdenes  de  Arthur  Wellesley^.  En  la  primavera  de  1808, 
hubo  conferencias  entre  el  duque  de  Portland,  Canning, 
secretario  de  la  Guerra,  y  ^liranda,  conferencias  acerca  de 
la  proyectada  expedición,  que  seguía  organizándose  en 
Cork.  Hubo  un  momento  en  que  se  trató  de  dirigirla  a  las 
costas  de  Caracas  ^. 

Pero,  de  repente,  recibió  otra  destinación,  v  sir  Arthur 
Wellesley,  en  vez  de  hacer  vela  hacia  América,  salió,  el 
12  de  julio,  para  España,  en  donde  acababa  de  estallar  la 
guerra  famosa  que  iba  a  señalar,  para  el  Nuevo  Mundo,  el 
comienzo  de  una  crisis  decisiva. 


IV 


Napoleón  parecía  habcT  llegado,  en  Tilsit.  a  la  cumjjre 
del  poderío  y  de  la  gloria.  No  obstante,  su  ambición  exigía 
más  amplias  y  señaladas  victorias.  El  ineluctable  encade- 
namiento   de    las    medidas    a    que   de   continuo    tenía  <[ue 

1.  El  Gobernador  de  la  Trinidad  al  Secretario  de  las  Colonias. 
Trinidad,   21  de  orlubre  de  1807.    R.   O..  Colonial   Ofpce,  2ͻ5,  n"  IG. 

2.  Dlqli;  de   Wei.li.ngton,  1769-1852. 

o.  Record  Office,  Foreign  Office,  Spain,  Y.   105. 


23't  líL    PliECl'liSOR 

recurrir  el  Empoi'ador  con  objeto  de  subyugar  «  al  más 
poderoso,  más  tenaz  «.  ya  que  no  «  al  más  generoso  de 
sus  enemigos  »,  le  arrastró,  a  comienzos  de  1808,  a  la 
desastrosa  expedición  de  España,  donde  había  de  iniciarse 
el  ocaso  de  su  estrella. 

El  bloqueo  de  Inglaterra,  (c  combinación  colosal  »  que  en 
el  espíritu  de  Napoleón  había  sustituido  al  provecto  marí- 
timo de  180/i  y  de  18o5 '.  implicaJja  la  sujeción  de 
Europa.  En  seguida  acometió  esta  empresa  el  Emperador  : 
la  declaración  de  destronamiento  de  los  Borbones  de 
Ñapóles,  la  expropiación  del  Papa,  la  invasión  de  Portugal, 
fueron  golpes  de  fuerza  ejecutados  con  tanta  rapidez  como 
suerte,  pero  cuyo  complemento  indispensable  era  la 
conquista  de  España. 

Creyó  fácil  Napoleón  esta  conquista.  Los  Españoles  se 
habían  comprometido  por  el  tratado  firmado  en  Fontai- 
nebleau  el  27  de  octubre  de  1807.  Los  Braganzas  huían 
hacia  el  Brasil;  el  ejército  francés  ocupaba  Lisboa  :  todo 
parecía  presentarse  a  medida  del  deseo  del  Emperador.  El 
pretexto  para  intervenir  en  España  se  ofreció  poco  después 
por  sí  mismo. 

Escandalosas  discoi-dias  habían  estallado  entre  el  prín- 
cipe de  Asturias,  impaciente  por  subir  al  trono,  y  que.  para 
lograr  cuanto  antes  sus  deseos,  puso  empeño  en  desacre- 
ditar al  príncipe  de  la  Paz,  v  los  reyes,  más  adictos  que 
nunca  a  su  indispensable  Alajiiiel.  Apoyado  en  numeroso 
partido,  Fernando  se  declara  en  fin  abiertamente  en 
rebeldía  :  la  reina  y  Godov  se  ven  perdidos.  Este  último 
propone  aún.  y  esta  vez  para  salvar  la  dinastía,  que  vayan 
a  America  los  infantes^;  pero  el  motín  de  Aranjuez 
desbarató  este  proyecto.  Godoy  se  salvó  por  milagro  de  la 
muerte,  y  Carlos  lY  tuvo  que  abdicar  en  favor  de  su  hijo. 
Cuatro  días  después,  el  2.3  de  marzo,  so  pretexto  de  man- 
tener el  orden,  Murat,  a  la  cabeza  de  las  tropas  francesas, 
toma  posesión  de  Madrid.  Un  mes  más  tarde,  el  Empe- 
rador, a   quien  padre  e  hijo   habían  tomado  como  arbitro 

i.  V.  SoKEL,  L'Europe  et  la  RévoJution^  1.  VII.  cap.  11, 
2.  ((  listo  ofrecía  entonces  poc[uís¡inas  dificultades,  dice  el  príncipe 
de   la    l'az,    y    la    diseminación   de    los    Borbones   habría    atajado    la 
inquina  de  que   ei'an   objeto  >i.  Mano  lias,  op.  cit.^  t.  III,  cap.  xvii. 


LKAMS.MO    COI.OMAI.  235 

(le  SUS  disensiones,  hizo  (¡ue  lueran  a  Bayona,  les  arrancó 
su  abdicación,  los  hizo  prisioneros  al  mismo  tiempo  (|uc 
a  Godoy  v  a  la  reina,  y  José  Bonaparte  lué  nombrado  rey 
de  España  y  de  Indias. 

Si  bien  las  endebles  esperanzas  de  los  liberales  sudame- 
ricanos podían  creerse  sostenidas  por  Inglaterra,  iban  a 
tener  que  contar  ahora  con  otras  amenazas.  Todavía  no  se 
había  puesto  en  camino  hacia  su  capital  el  nuevo  soberano. 
V  va  Napoleón  se  empleaba  en  asegurarle  la  posesión  de 
las  provincias  de  ultramar,  que  formaban  ciertamente  la 
parte  más  hermosa  y  más  envidiable  de  la  herencia  de 
Carlos  Quinto '. 

No  era  aquélla  la  primera  vez  ([ue  Napoleón  volvía  sus 
miradas  hacia  la  América  española.  Hacía  ya  tiempo  que 
su  absorbente  genio  se  había  propuesto,  si  no  añadir  el 
Nuevo  Mundo  a  sus  conquistas,  cuando  menos  desviar 
hacia  él  la  atención  de  sus  enemio()s.  o  convertir  alouno  de 
sus  territorios  en  elemento  de  alguna  combinación  política. 
Además,  la  seducción  que  ejercieron  siempre  en  el  espíritu 
del  Emperador  las  expediciones  marítimas  le  habría 
animado  más  de  una  vez  a  intentar  aquella  aventura,  de 
haber  tlispuesto  de  tiempo  suficiente,  y,  sobre  todo  de 
medios.  ¿No  envió,  apenas  terminados  los  preliminares  de 
la  paz  de  Amiens.  a  uno  de  sus  genérales  más  estimados,  a 
su  propio  cuñado,  el  general  Leclerc-,  a  Santo  Domingo  con 
cerca  de  20000  hombres  de  excelentes  tropas,  compuestas, 
en  su  mayoría,  de  veteranos  de  los  ejércitos  de  Italia  y  de 
Egipto?  Tal  ostentación  de  fuerzas  ocultaba  sin  duda  exten- 
sos proyectos  que,  por  cierto,  no  tardaron  en  desentrañar 
los  Ingleses,  y  que  no  dejaron  de  denunciar.  Conocida  es 
la  suerte  funesta  de  aquella  expedición  :  diezmada  por  la 
fiebre  amarilla,  la  muerte  prematura  de  su  jefe,  la  inesperada 
e  indomable  bravura  de   las   tropas  de  Christophe^,  Tous- 

1.  Cf.  Sassenay,  op.  cif.,  cap.  i,  p.   2. 

2.  Leclerc  (Charles-Victor-Emmanuel).  nació  en  Pontoise  (Sena) 
en  1772,  falleció  en  Santo  Domingo  en  1802. 

•i.  CiiRiSTOPHF.  (Henry),  nació  en  la  isla  de  la  Granada  en  (767. 
hombrado  presidente  vitalicio  de  la  República  de  Haíti  en  1807,  se 
hizo  pioclamar,  en  1811,  emperador  de  Ilaíli  con  el  nombre  de 
línrique  1".  Vencidas  sus  tropas  en  1820  por  el  general  Boyer,  se 
malo  en  sn  castillo  de  Sans-Souci. 


236  EL    PÜECUIiSOU 

saint-Louverture '  v  Dessaliiics ",  y  (jue  tciniinó.  a  fines 
de  i8o3,  por  la  capitulación  del  Cabo  y  la  proclamación 
de  la  independencia  de  Haiti. 

Aunque  los  comienzos  de  la  expedición  no  anunciaban 
tan  deplorables  resultados,  después  de  la  toma  del  Cabo 
Francés  y  la  rendición  de  Toussaint,  vemos  una  indicación 
de  los  pensamientos  secretos  del  Primer  Cónsul  en  la 
misión  confiada  por  el  general  Leclerc  a  su  amigo  Norvins^, 
a  quien  «  la  afición  al  cambio,  el  donquijotismo  de  la 
curiosidad  y  del  peligro  »  habían,  según  pintoresca  confe- 
sión suya^,  atraído  hacia  el  Nuevo  Mundo.  Tratábase  de 
llevar  a  cabo  en  Nueva  Granada,  en  el  Perú,  y  aun  en 
Méjico.  «  una  misión  que,  probablemente,  había  de  durar 
unos  dos  años,  y  cuyo  objeto  sería  explorar,  en  interés 
político  y  comercial  de  Francia,  las  vastas  comarcas  que  la 
celosa  España  se  había  impuesto  conservar  constante  y 
rigurosamente  cerradas  a  todo  extranjero...  »  A  más  de 
esto,  había  para  Norvins  una  instrucción  secreta  en  la  que 
«  hallaría  el  verdadero  pensamiento  de  Bonaparte  acerca 
de  aquel  viaje  ^  ».  La  repentina  y  general  insurrección  de 


1.  Nació  en  1743.  Toussaint,  apodado  Louverturf..  tomó  parte, 
desde  1791,  en  la  insurrección  haitiana  contra  los  Franceses.  Se 
reconcilió  con  ellos  en  1795,  y,  nombrado  por  el  Directorio,  en  1796, 
generalísimo  de  los  ejércitos  de  Santo  Domingo,  hizo  embarcar  para 
Francia  al  comisario  francés  .S'anthonax,  y.  desde  entonces,  fué  de 
hecho  soberano  independiente  de  Haiti.  Después  de  la  capitulación 
del  Cabo,  Toussaint-Louverture  fué  arrestado  y  trasladado  al  Fuerte 
de  Joux.   en  donde  murió  en  IKOH. 

2.  Dessalim-s  (Jean-Jacques),  nació  en  Haiti  en  1758.  Contribuyó, 
de  concierto  con  los  Ingleses,  a  que  Francia  evacuara  Haiti  en  JH03, 
y  al  año  siguiente  se  hizo  proclamar  gobernador  general,  y  luego 
emperador  de  Haiti  con  el  nombre  de  Santiago  1".  Fué  matado  en  1806, 
durante  una  revista,  a   instigación  de  Pélion. 

3.  Norvins  (Jacques  Marquet,  barón  de  Montbrelon  de),  nació  en 
París  en  1769,  falleció  en  185'f.  Arrestado  como  antiguo  emigrado  y 
puesto  en  libertad  después  del  18  de  brumario.  dedicó  agradeci- 
miento decidido  a  Napoleón.  Siguió  en  1801-1802  a  Santo  Domingo 
al  general  Leclerc.  como  secretario.  Desempeñó  después  varios 
cargos  al  servicio  de  Jerónimo,  rey  de  Westfalia,  siendo  luego  nom- 
bi'ado,  en  18J0,  diiector  general  de  la  policía  de  los  Estados  Romanos, 
y  en  Roma  quedó  hasta  J814  De  J830  a  18o2,  fué  sucesivamenle  pre- 
fecto de  la  Dordogne  y  de  la  Loire.  Es  conocido  sobre  lodo  por  su 
Jíistoíre  de  Napoleón,  cuya  primera  edición  es  de  1827. 

4.  Memorial  de  J.   de  Novi'ins,  op.  ril..  t.  II,  p.  308. 

5.  Id.,  1.  III,  pp.  32-33. 


l.EAI.ISMO    COLONIAL  237 

los   negros,  sobrevenula  pocos   días  dospiiés.  hizo  aplazar 
el  proveció,  que  nunca  lué  realizado. 

No  obstante,  tanto  menos  se  apartaba  de  las  Indias  Occi- 
dentales la  atención  del  Emperador  cuanto  que  seguía  los 
constantes  progresos  de  Inglaterra  en  aquellas  regiones. 
Estaba  muy  al  corriente  de  las  importantes  compensaciones 
([ue,  sin  ruido  v  sin  riesgos,  hallaba  ella,  contra  las  moles- 
lias  del  bloqueo,  en  a([uella  parte  del  mundo.  La  expe- 
dición de  Miranda  recrudeció  las  alarmas  del  Emperador, 
|)ues  no  se  dudaba  en  París  de  que  el  antiguo  general  de 
la  República  fuese  agente  de  los  Ingleses.  Joseph  de  Pons'. 
a  quien  la  reciente  pül)licación  de  un  Viaje  a  la  parte 
oriental  de  la  Tierra  Firme  -  daba  por  entonces  cierta  noto- 
riedad, recibió  encaro'o  de  redactar  una  memoria  confiden- 
ciaP  en  la  que  luil)ían  de  ser  examinados  los  medios  más 
propicios  para  contiarrestar  los  planes  de  la  Oran  Bretaña. 
«  Si  obtiene  éxito  Miranda,  observaba  el  autor  de  la 
memoria,  las  Colonias  españolas  se  separarán  sucesiva- 
mente de  su  metrópoli,  e  Inglaterra  fundará  en  ellas  una 
potencia  igualmente  funesta  a  Francia,  a  España  y  al 
comercio  del  mundo  entero.  Y,  aunque  fracasara,  lo  cual 
no  es  probable,  sus  reveses  no  modificarían  en  nada  los 
proyectos  de  los  Ingleses.  Sólo  un  medio  hav  para  combatir 
esos  proyectos  :  que  España,  a  quien  es  imposible  velar 
por  sus  colonias,  las  ceda  a  Francia...  Únicamente  poniendo 
a  su  poderosa  aliada  a  la  cabeza  de  sus  amenazados  domi- 
nios podrá  esperar  desafiar  los  esfuerzos  que  hacen  y  que 
puedan  hacer  para  quitárselos.  Y,  para  tan  importante 
empresa,  ningún  país  tan  adecuado  como  la  capitanía 
general  de  Caracas,  que  cubre  igualmente  cuanto  España 
posee  cu  la  América  meridional,  salvo  el  virreinato  de 
Buenos  Aires  *.  » 

Por   desgracia,  las   guerras   de  Europa  y  la  inferioridad 

1.  Poxs  (Fraucois-Raymond-Joseph  de"",  viajero  francés,  uació 
en  1751  en  Souston  (isla  de  Santo  Domingo),  falleció  en  París 
hacia  1812.  Agente  de  Francia  en  Caracas,  resignó  sus  funciones 
hacia  1792,  se  retiró  a  Inglaterra,  yendo  luego  a  París  en  18U'». 

2.  Üp.  cit.,  París,   1806. 

o.  .Memorias  acerca  de  la  cesión  de  la  Capitanía  general  de  Caracas 
a  Francia.   180(3.  Arch.des  .í/f.  Etr..  Colombia.  I  (1801-1825). 
'i.   Id. 


238  EL    PUECUBSüR 

luiniérica  de  la  marina  iVanccsa  dejaban  a  las  colonias 
Americanas  fueía  del  alcance  del  Enipeíador  y  lo  conde- 
naban a  la  inacción. 

La  abdicación  de  los  sobeíanos  españoles  pai-eció  pro- 
porcionar, en  íin,  la  ocasión  tan  largo  tiempo  deseada. 
Tan  desconocedor  de  la  verdadera  mentalidad  de  los 
criollos  como  del  carácter  íntimo  de  los  futuros  subditos 
de  su  hermano,  acerca  de  cjuienes  se  hacía  tantas  ilusiones 
Napoleón,  pensó  éste  que  la  conquista  del  Nuevo  Mundo 
se  agregaría  por  sí  sola  a  la  de  España,  y  que  un  entu- 
siasmo sincero  movería  las  Colonias  a  hacer  causa  común 
con  la  metrópoli  ce  regenerada  '  )). 

En  realidad,  los  gobernadores  de  las  Antillas  Irancesas 
habían  atribuido  el  fracaso  de  Miranda  a  la  sola  presencia, 
en  la  capitanía  general,  del  corto  electivo  de  la  Guadalupe  '; 
y,  si  algunos  centenares  de  combatientes  habían  bastado 
para  proteger  a  Buenos  iVires,  era,  según  Liniérs  mismo  \ 
porque  «  los  sucesos  constantes  y  siempre  prósperos  de  las 
armas  del  Emperador  habían  electrizado  un  pueblo  hasta 
entonces  tan  pacíhco  n.  Los  informadores  del  gabinete 
imperial  eran  unánimes  en  declarar  que  mil  doscientos  a 
mil  quinientos  soldados  franceses  serían  apenas  necesarios 
para  asegurar  ((  la  fácil  conquista  de  la  isla  Trinidad  y  de 
la  capitanía  de  Caracas^  «.De  Pons  había  ido  más  lejos 
aún  ;  escribía  :  «  Para  los  españoles  de  América,  el  solo 
nombre  de  Napoleón  significa  valor,  heroísmo,  beneficencia, 
genio,  poderío  v  lealtad.  El  gozo  y  la  obediencia  serán 
universales.  Los  hombres  de  bien  cobrarán  nuevas  energías; 
los  espíritus  inquietos  y  turbulentos,  que  verán  que  ya  no 
tienen  frente  a  ellos  una  metrópoli  cuya  debilidad  conocen. 

1.  u  Vuestra  nación  perecía  :  lie  visto  vuestros  males  y  voy  a  reme- 
diarlos; quiero  que  mi  recuerdo  quede  en  la  memoria  de  vuestros 
nietos,  y  que  puedan  decir  :  Ftié  el  legeneraclov  de  nuestra  Patria  ». 
(Proclama  de  Napoleón  a  los  Españoles,  el  24  de  mayo  de  1808). 

2.  Cf.  Poyen,  op.  cit.,  cap.  xxi,  p.  294. 

¡j.  Carta  de  Liniers  a  Napoleón,  20  de  julio  de  1807,  citada  por 
¡\IiTKi;,  Uisloria  de  Belgrano,  5''  éd.,  1902,  t.  1,  p.  163. 

4.  Int'ornie  acerca  de  la  isla  de  la  Trinidad  considerada  como 
Almacén  de  Depósito  del  Comercio  de  los  Europeos  con  el  Alto  Perú, 
Tierra  l"'irme,  la  provincia  de  Caracas,  y  como  principal  punto  militar 
de  las  Islas  de  Barlovento  de  América,  por  S.  Dauxion-Lavayssi:, 
27  de  enero  de  1808.  Avch.  des  Ajf.  Etr.  Estados  Unidos,  Reg.  61. 


LEALISMO    COLONIAL  239 

sino  al  primero  y  más  poderoso  ác  los  monarcas,  se 
volverán  los  más  ardientes  parlidaiios  de  la  cesión.  La 
acooeián  como  una  victoria  ganada  sobre  España.  En  nna 
|)alal)ra.  a  la  voz  del  Emperador  de  los  Fi-anceses  v  Rey  de 
Italia,  el  orden  reinará   de  nuevo  en  aquellas  regiones'  ». 

Pero,  la  impresión  producida  en  ¡Madrid  por  los  aconte- 
cimientos de  Bayona,  la  repentina  y  furiosa  resistencia 
ilel  pueblo  de  España,  y,  sobre  todo,  la  entrada  en  escena 
de  los  Ingleses,  cambiaron  las  disposiciones  de  Napoleón. 
Los  esíuerzos  que  multiplicaba  Inglaterra  para  avivar  la 
insurrección  en  la  Península  no  dejaban  duda  acerca  de  su 
acción  en  América.  Importaba  impedirla  y  concertar  sin 
retraso  una  línea  de  conducta  que  desbaratara  las  intrigas 
que  iba  ella  a  fomentar  en  aquellos  países.  Desde  el  i3  de 
abril,  de  Pons,  consultado,  preconizó  «  el  envío  al  Nuevo 
Mundo  de  comisionados  franceses  destinados  a  poner  en 
guardia  a  las  autoridades  y  a  los  habitantes...  La  edad,  las 
sanas  costumbres  y  los  principios  de  dichos  comisionados 
habrán  de  inspirar  confianza...  Convendrá  que  prometan 
a  los  criollos  la  conservación  de  sus  empleos...  que  declaren 
que  el  Emperador  está  resuelto  a  mantener  la  religión 
católica,  la  jerarquía  eclesiástica,  los  derechos  v  privilegios 
de  las  iglesias,  la  continuación  del  pago  de  las  pensiones, 
y  a  fomentar,  sobre  nuevas  bases,  la  agricultura  v  el 
comercio...  Los  comisionados  harán  comprender  a  los 
pueblos  aquéllos,  qué  desgracias  les  acarrearía  una  resis- 
tencia inútil  o  una  conducta  desleal"  ». 

La  repercusión  que  habían  tenido  las  expediciones 
inglesas  al  Río  de  la  Plata  hacía  que  la  atención  del  Empe- 
rador se  fijara  más  bien  en  esta  colonia.  «  Deslumhrado 
por  la  gloria  de  Napoleón  »,  LLniers  le  escribía  cartas 
vibrantes  para  darle;  cuenta  de  sus  éxitos.  Se  podía,  pues, 
esperar  encontrar  en  aquel  virrey  tan  popular  en  las  Indias 
Occidentales   un    pai'tidario    ganado   de    antemano,    v    que 


1.  Memoria  citada.  —  Era  éste  el  lenguaje  mismo  qne  iba  a  tener 
Napoleón  hablaudo  de  España,  cuando  escribía  a  Talieyrand,  el  8  de 
junio  de  18U8  :  <(  La  llegada  del  rey  acabara  de  disipar  los  disturbios, 
iluminará  los  espíritus,  restablecerá  la  tranquilidad  ».  Citado  por 
Sorel.  VEuiope.  et  la  Révolution.  t.  VII,  p.  271. 

2.  Arch.  iWiit.  A.  V .  IV.  IGIO, 


240  EL    PRECUIiSOU 

gustoso  aceptaría  el  convencer  a  los  habitantes  de  Chile  y 
del  Perú.  En  seguida  se  puso  Napoleón  en  busca  de  un 
negociador  a  quien  daría  encargo  de  entenderse  con 
Liniers.  Mientras  tanto,  hizo  armar  en  el  Ferrol,  en  Cádiz 
y  en  Cartagena  buques  en  los  cuales  contaba  embarcar  un 
cuerpo  de  tres  a  cuatro  mil  hombres  que  habían  de  seguir 
al  embajador  con  algunos  días  de  intervalo,  v  cuya  pre- 
sencia en  las  costas  de  la  Plata  lacilitaría  su  misión.  Decrés 
y  Maret,  encargados  de  descubrir  el  negociador,  comen- 
zaron sus  tareas.  Decrés  propuso  al  capitán  de  navio  Jurien 
de  la  GraviéreS  amigo  de  Liniers.  Maret  designó  al 
marqués  de  Sassenay,  antiguo  diputado  de  la  bailía  de 
Chálon-sur-Saóne  en  los  Estados  Generales,  antiguo  oficial 
del  ejército  de  Conde,  que  había  residido  largo  tiempo  en 
las  Antillas  y  que  también  conocía  al  virrev  de  Buenos 
Aires.  En  aqnella  época,  el  marqués  se  había  retirado  a 
una  finca  que  poseía  en  Borgoña  y  de  la  que  llevaba  el 
nombre. 

((  Verdadero  asombro  fué  el  de  M.  de  Sassenay,  refiere 
su  biógrafo",  cuando,  en  un  hermoso  día  de  mayo  de 
1808,  vio  bajar  de  un  coche  de  posta,  que  se  había 
detenido  a  la  puerta  de  su  castillo,  a  un  correo  de  gabinete 
portador  de  una  orden  del  Emperador,  en  la  que  le  decía 
éste  que  acudiese  ante  su  persona.  Muy  perplejo,  trató  el 
marqués,  aunque  en  vano,  de  obtener  algunos  informes  del 
correo  de  gabinete.  Este,  nada  sabía,  y  sus  instrucciones  se 
limitaban  a  conducir  a  Bayona  al  marqués.  Hizo  Sassenay  a 
toda  prisa  algunos  preparativos,  y,  después  de  angustiosa 
despedida  a  su  mujer  y  a  sus  dos  hijos,  subió  al  coche  que 
le  estaba  esperando.  El  viaje  se  hizo  con  la  rapidez  posible 
en  aquella  época...  Sassenay  llegó  a  Bayona  el  99  de  mayo. 
Se  apresuró  a  mudarse  de  ropa  y  se  presentó  en  el  castillo 
de  Marrac,  en  donde  residía  el  Emperador,  quien  le 
admitió  inmediatamente  ante  su  presencia. 


1.  Jurien  de  la  Graviére  (Pierre-Roch),  nacido  en  1772,  muerto  en 
1849.  Capitán  de  navio  en  1803.  En  febrero  de  1805,  a  la  cabeza  de 
tres  fragatas,  venció,  frente  a  Sables  d'Olonne.  a  una  escuadra 
inglesa  compuesta  de  6  buques  de  guerra.  Contralmirante  en  1817, 
vicealmirante  en  181)1,  fué  par  de  Francia  desde  18!J0  hasta    18'i8. 

2.  Sassenay,  op.  cit.,  cap.  i,  pp.  9-11. 


LE.VM.SMO    (:()IJ)MAL  241 

«  La  audiencia  íué  corta  y  característica.  Napoleón  se 
paseaba  con  cierta  agitación  en  su  cuarto  de  tiabajo. 
Apenas  introducido  Sassenay,  la  interpeló  con  su  habitual 
l)rus([uedad.  «  Usted  se  halla  en  relaciones  de  amistad 
con  INI.  de  Liniers.  le  preguntó  ».  —^  a  Si.  Señor  », 
contestó  el  marcpiés.  —  Está  bien,  es  lo  que  me  ha  dicho 
Maret.  «  repuso  el  Emperador.  »  Pues,  siendo  así.  vov  a 
encargarle  a  usted  de  una  misión  cerca  del  virrey  de  la 
Plata.  ((  —  Estoy  a  las  órdenes  de  Nuestra  Majestad;  pero 
Vuestra  Majestad  tendrá  por  conyeniente  permitirme  ([ue 
yaya  a  poner  en  orden  mis  asuntos  paiticulares  antes  de 
emprender  un  viaje  tan  largo  y  tan  peligroso  w. 

—  ((  Imposible  ».  Tal  íué  la  contestación  del  Emperador. 
«  Es  preciso  que  mañana  mismo  se  ponga  usted  encamino. 
Dispone  usted  de  sólo  veinticuatro  horas  para  prepararse. 
Haga  usted  su  testamento  :  Maret  se  encargará  de  enviarlo 
a  su  familia  de  usted.  Por  el  momento,  vava  usted  a  ver 
a  Champagnv.  quien  le  notificará  mis  instrucciones  ». 
Y.  con  un  simple  ademán  de  mano.  Napoleón  despidió  a 
su  interlocutor  absolutamente  aterrado. 

El  marqués  de  Sassenay  se  embarcó,  en  efecto,  al  día 
siguiente,  en  un  bergantín  pequeño  :  Le  Consolateur, 
destacado  de  una  flotilla  destinada  por  el  Emperador  a 
las  comunicaciones  que  había  que  establecer  entre  las 
colonias  españolas  y  francesas,  y  que  no  pudo  ser  armado 
sino  someramente,  dada  la  penuria  del  arsenal  de  Bayona. 
El    ministro    de     relaciones    exteriores    hizo    entreoar    a 

o 

Sassenav,  a  bordo  del  navio,  un  saco  de  despachos  desti- 
nados a  las  autoridades  coloniales,  al  mismo  tiempo  que 
un  pliego  que  contenía  instrucciones  secretas,  de  las  que 
no  había  de  enterarse  Sassenay  sino  cuando  llegase  a 
alta  mar. 

Napoleón  hubiera  podido  encontrar  aún  comisítrios 
para  Costa  Firme  y  Méjico.  De  Pons  se  ofreció  a  llevar  a 
Caracas  la  nueva  del  advenimiento  del  rev  José.  Esciibía 
al  Emperador  :  «  Tengo  la  sensación  íntima  de  ([ue  si 
Vuestra  Majestad  se  dignaia  concederme  esa  honrosa 
misión...  obtendría  yo.  así  de  las  autoridades  locales  como 
de  los  habitantes,  los  testimonios  de  la  más  cumplida 
sumisión   y   de   una   fidelidad  inalterable,  y  el  ejemplo  ch; 

16 


242  EL    PUECUUSOlt 

Caracas  sería  sogurameiitc  imitado  por  el  virreino  de 
Santa  Fé,  limítrole  de  éste...'  »  El  teniente  Galabert,  del 
estado  mayor  del  ejército  de  Dahnacia,  propuso  sus  servi- 
cios para  Méjico,  haciendo  valer  que  lo  había  «  atravesado 
de  uno  a  otro  mar.  La  provincia  de  Puebla  es  el  punto  de 
defensa  de  aquel  país.  M.  Flon  está  allí  de  gobernador. 
Está  adherido  por  completo  al  Emperador  y  a  los  Fran- 
ceses... Creo  a  M.  Flon  incorruptible.  Su  posición,  su 
conducta  en  este  momento  pueden  influir  mucho  en  la 
suerte  de  Méjico.  Lo  (jue  mi  amigo  M.  de  Liniers  ha 
hecho  en  Buenos  Aires.  M.  Flon  puede  hacerlo  en  el  país 
sometido  a  su  mando-  ». 

Mas  no  juzgó  indispensable  el  Emperador  hacer  tan 
grandes  gastos  para  aquellas  colonias  cuyo  estado  de 
ánimo  no  parecía  amenazar,  según  los  informes  que  le 
hal)ían  dado,  con  ninguna  oposición  seria  a  sus  miras. 
Se  hajjía  limitado  a  dar  órdenes  para  (jue  el  capitán 
general  de  Guadalupe  y  el  comandante  de  la  Guayana 
francesa  hiciesen  salir,  con  la  mayor  rapidez  posible, 
«  hacia  los  establecimientos  de  Costa  Firme,  de  Puerto 
Rico,  La  Habana,  Méjico  y  la  Florida,  hombres  seguros  e 
inteligentes  que  dieran  la  mayor  publicidad  posible  a  los 
últimos  acontecimientos  ».  Los  ministros  de  la  marina  y 
de  relaciones  exteriores  reproducían,  con  algunas  ligeras 
variantes,  en  las  instrucciones  del  F^mperador,  las  obser- 
vaciones sugeridas  por  de  Pons^ 

Los  despachos  del  gabinete  imperial  llegaron  primero, 
el  3  de  julio,  a  Cayena,  en  donde,  desde  hacía  unos  diez 
años,  era  gobernador  el  fogoso  Victor  Hugues*.  Ya  en  su 
juventud.  Hugues  había  vivido  largo  tiempo  en  las  Antillas 
y  en  la  América  del  Sur,  y  hasta  había  asistido  en  Santa 
Fe,  en  1780.  a  la  insurrección  de  los  Comuneros^.  Poseía 
de  la  suerte  una  noción  bastante  profundizada  de  los 
hombi'es    y    de    las    cosas    del    Nuevo    Mundo,    conocía    la 

1.  22  de  junio  de  1808.  Arch.  Nat.  A.  F.  IV.  1610. 

2.  28  de  junio  de  1808.  Arch.  Nat.  A.  F.  IV.  1610. 

3.  11,  le'y  20  de  mayo  de  1808.  Airli.  de  la  Marine.  B13''  27'i,  í"  2:57 
y  Jrch.  des  Aff.  Elr.  61,  l'«  250  y  277,  Elals-l'nis. 

4.  V.  supráj  lib.  II,  cap.  i,  J;  III. 

5.  Mémoire  sur  la  Cóle  l'ernie  et  le  Mexique,  par  Victor  Hugues. 
Julio  de  1808.  Arch.  des  Jff.  Etr.,  Etals-Unis,  61,  f"  286  y  sig. 

á 


LEALIS.MO     COl.OMAI.  2'l3 

influencia  ejercida  |)<>r  los  funcionarios  coloniales  o  la 
aristocracia  criolla  solare  a([U(dlas  gentes  impresionables 
y  sediciosas  por  instinto,  y  no  ignoraba  lanipoco  los 
medios  de  que  disponían  los  Ingleses  en  aquellas  regiones 
y  la  vehemencia  con  que  tratarían  de  desj^aratar  los 
proyectos  del  Emperador. 

Así  es  ([ue,  si  bien  se  apresuró  a  ejecutar  las  instruc- 
ciones tic  sus  jefes,  no  lo  hizo,  según  todas  apariencias, 
sino  contra  su  voluntad  y  sin  gran  esperanza  de  éxito. 
Y,  aunque  en  el  año  de  gracia  de  1808  y  4°  del  reinado  de 
Napoleón,  no  solían  discutirse  —  bien  lo  había  visto 
Sassenay  *  —  las  órdenes  del  Emperador,  el  comandante 
de  la  Guavana  Irancesa  creyó  deber  señalar  al  ministro  de 
relaciones  exteriores '  los  temores  que  le  inspiraba  la 
situación    :    «    ¿No  había   agitación  en   aquellas   inmensas 

posesiones? Sería  menester  adueñarse  de  Puerto  Cabello, 

de  Cartagena,  de  Porto  Belo,  Panamá.  San  Juan  de  Ulloa. 
Veracruz estableciendo  en  ellos  numerosa  guarnición... 

o 

V  entonces  se  podría,  sin  consecuencias  graves,  dejar  que 
se  agite  interiormente  el  país...  a  menos  que  algún  oficial 
entregue  a  los  rebeldes  las  plazas  fuertes  que  acabo  de 
nombrar.   » 

Al  mismo  tiempo  que  tranquilizaba  así  su  conciencia, 
no  perdía  Rugues  un  minuto.  «  El  bergantín  Sei-pent,  el 
aviso  Rapide  y  el  Phénix  están  ya  en  mar  para  cumplir  las 
diferentes  misiones,...  noche  y  día  se  ha  trabajado  en 
armarlos  y  avituallarlos  ».  El  Rapide  iba  hacia  Veracruz 
«  como  un  simple  importador  de  despachos  »  v  el  Phénix 
hacia  Guadalupe,  desde  donde  el  general  Ernouf,  «  por 
estar  más  al  alcance  v  por  disponer  de  más  medios,  »  podría 
enviar  los  comisarios  destinados  a  Méjico,  a  la  Florida,  a 
Puerto  Rico  y  a  La  Habana.  El  Serpent,  cuvo  mando  fu(' 
coiifiado  al  teniente  de  Lamanon.  «  hombre  de  buen 
sentido  y  de  reconocida  prudencia.  »  debía  hacer  escala 
sucesivamente  en  La  Guayra.  Puerto  Cabello,  Santa  Marta 
y  Cartagena  de  Indias. 

Lamanon  salió  de  Cayena  (d  5  de  julio,  «  bien  jx-nclrado, 

1.  Sassenay.    op.  loe.  rit. 

2.  Cayena,  24  de  julio  de  1808.  Arrh.  des  Aff.  Eir  .   Elats-fnis.  Gl 
f'  277. 


244  I£L    PRECUnSOll 

afirma  Victor  Iluoiies,   ele  la  importancia  de  su  misión  » 
Era  esta,  en  realidad,  tan  delicada  como  peligrosa,  según 
pudo   verlo   el    joven   oficial   al   tomar  conocimiento   de  la 
instrucción    que     le    fué    entregada    en    el     momento    de 
embarcarse. 

Decía  ésta  : 

«  El  objeto  de  la  misión  de  M.  Paul  de  Lamanon, 
teniente  de  navio,  bajo  cuyo  mando  se  halla  la  corbeta  de 
Su  Majestad  :  le  Seipent,  se  halla  todo  entero  en  las 
instrucciones  de  S.  E.  el  Ministro  de  la  Marina  v  de  Ins 
Colonias,  fechadas  en  París  el  16  de  mavo  de  1808,  que 
le  entrego  (n°  1),  y  en  los  despachos  con  lecha  11  del 
mismo  mes,  de  SS.  EE.  el  Ministro  Secretario  de  Estado 
y  el  Ministro  de  Relaciones  Exteriores,  fechados  en 
Bayona  por  orden  de  Su  Majestad,  cuvo  contenido  vov  a 
darle  a  conocer. 

«  Estos  despachos  me  invitan  a  poner  en  conocimiento, 
por  distintas  vías  y  por  todos  los  medios  posibles,  de  las 
posesiones  españolas  de  América,  las  actas  oficiales  adjuntas 
que  entrego  a  M.  de  Lamanon,  tanto  en  español  como  en 
francés,  rubricadas  por  S.  E.  el  Secretario  de  Estado,  así 
como  varias  cartas  dirigidas  a  los  diferentes  virreves,  capi- 
tanes generales,  obispos,  etc.,  de  las  provincias  que 
M.  de  Lamanon  debe  recorrer. 

«  Las  piezas  oficiales  consisten  en  las  actas  siguientes  : 

«  1°  La  carta  del  Rev  Carlos  al  Príncipe  de  Asturias. 

«  2°  La  carta  del  Príncipe  de  Asturias  al  Infante 
D.  Antonio  como  Presidente  de  la  Junta,  con  la  que  va 
incluida  una  carta  del  Príncipe  de  Asturias  a  su  padre. 

3°  El  decreto  del  Rey  Carlos  declarando,  teniente  general 
del  reino  al  Grand  Duque  de  Berg. 

«  4"  El  acta  del  Rey  Carlos  por  la  cual  cede  sus  derechos 
al  Emperador  Napoleón. 

«  5"  La  carta  del  Piíncipe  de  Asturias,  con  idéntico 
objeto. 

«  6"  Varios  periódicos,  tanto  en  trances  como  en  español, 
a  los  cuales  habrá  (jue  dar  la  mavor  publicidad. 

((  M.  de  Lamanon  aniinc¡ar;í  también  (d  advenimiento 
de  un  Príncipe  de  la  Casa  Imperial  a  la  Corona  de  España, 
el  rey  de  Ñapóles,   José  Nap(deón,  a  <[uien   sus  principios 


LKAI.IS.MO    CÜI.OM  VI.  2'l5 

i-eliai<)S(>s.   sus  reales   virtudes,   su   laleulo   v   su   valor   han 

o 

uieríH'ido  el  cariiM»  de  cuantos  han  leuido  la  dicha  de 
conocerlo. 

((  Al  encarj^^ar  a  M.  de  Laniaiion  tle  esta  ini|j()rlante 
misión,  cumplo  los  deseos  de  Su  Majestad,  nuestro  Augusto 
Señor,  ([uien  me  manda  no  conliaila  sino  a  hombres  de 
juicio  sano  y  recto,  y  prndentes. 

«  Por  tanto,  en  los  distintos  sitios  designados  en  las 
instrucciones  n°  1,  ]M.  de  Lamanon,  seguido  de  nno  o 
varios  oficiales,  con  uniíorme  de  gala,  se  presentará  ante 
los  obispos,  y  demás  personas  para  quienes  tiene  despachos, 
con  gravedad,  decencia,  y  con  esa  amenidad  francesa  que 
tantas  voluntades  nos  ha  granjeado  en  a([uellas  regiones; 
les  comunicará  las  piezas  oficiales  de  que  es  portador,  les 
animará  a  que  mantengan  a  los  pueblos  en  la  obediencia  y 
el  respeto,  asegniándoles  de  que  los  sentimientos  del 
Emperador  respecto  a  España  no  dan  lugar  a  duda  alguna; 
dichos  sentimientos  son  :  interés,  benevolencia  v  constante 
solicitud  por  su  gloria  y  su  prosperidad ;  les  dirá  que  a 
oficiales  y  a  obispos  se  les  presenta  una  buena  ocasión  de 
probar  su  afecto  a  su  nuevo  soberano,  a  su  metrópoli  y  a 
sus  hermanos  de  España  mostrándose  inasequibles  a  las 
sugestiones  de  los  Ingleses,  de  sus  partidarios  y  de  gente 
malévola  que  querría  establecer  su  dominación  de  un  ins- 
tante sobre  montones  de  cadáveres  de  buenos  y  valientes 
Españoles. 

«  El  Emperador,  nuestro  Augusto  Señor,  al  elevar  a  su 
amado  hermano  el  Rey  de  Ñapóles  al  trono  de  España  ha 
consaorado  los  bienes,  las  leyes,  las  iglesias  v  la  religión 
católica,  su  independencia  absoluta  y  la  integridad  do  la 
Monarquía  española  y  de  todos  los  países  de  ultramar. 

«  M.  de  Lamanon  pintará  con  los  más  vivos  colores  el 
desorden  que  en  el  Río  de  la  Plata  ha  causado  la  presencia 
de  los  Ingleses,  las  matanzas,  las  profanaciones  de  los 
templos,  de  los  conventos,  el  horror  ([ue  a  los  Ingleses 
inspira  la  religión  católica. 

«  Asimismo  pintará  la  dicha  de  ser  gobernado  por  prín- 
cipes de  sentimientos  elevados,  justos  v  piadosos,  ase([ui- 
bles  a  sus  subditos,  ([ue  <|nieren  la  prosperidad,  la  gloria  do 
su  país,  felicidad  úc  que  gozan  ya  los  Españoles  de  España. 


246  EL    PHECUliSOí; 

«  M.  de  Lamanon  quedará  sólo  tres  o  cuatro  días  en 
cada  uno  de  los  sitios  designados  en  las  instrucciones  n°  1, 
salvo  en  Cartagena,  en  donde  podrá  permanecer  algunos 
días  más,  con  objeto  de  proveerse  de  lo  necesario  para 
efectuar  su  regreso  a  Europa  con  la  mayor  prudencia 
posible... 

«  Comprenderá  la  necesidad  de  preceder  a  los  Ingleses 
en  los  relatos  que  pudieran  haber  hecho  ellos  acerca  de 
estos  grandes  acontecimientos,  v  cumplirá  su  misión  con 
la  mayor  celeridad... 

«  La  confianza  que  tengo  en  M.  Paul  de  Lamanon  me 
ha  determinado  a  confiarle  esta  importante  misión.  Sin 
colaborador,  sentirá  la  necesidad  de  llevarla  a  cabo  con 
exactitud,  sensatez  y  prudencia,  sobre  todo  con  celeridad. 
Me  será  muy  grato  tener  noticia  de  su  regreso  a  Europa, 
de  que  su  viaje  haya  cumplido  los  deseos  de  nuestro 
Augusto  Emperador,  y  de  que  le  haya  manifestado  éste  su 
alta  satisfacción*.   » 


V 


Mientras  los  buques  a  cuvo  bordo  il)an  los  emisarios 
del  Emperador  se  dirigían  a  toda  vela  hacia  el  continente 
americano,    se    ignoraba    en    éste    los   recientes    aconteci- 

o 

mientos  de  Europa.  El  motín  de  Aranjuez  y  el  adveni- 
miento de  Fernando  YII,  acerca  del  cual  no  se  conocían, 
después  de  todo,  más  que  vagos  detalles,  eran  las  últimas 
noticias  conocidas  en  las  Colonias. 

Entre  tanto,  a  Caracas  había  llegado,  a  principios  de 
julio,  un  ayudante  de  campo  de  D.  .luán  ^lanuel  de  Cajigal '-, 
jefe  de  Cumaná,  poitador  de  un  voluminoso  paquete  de 
periódicos  ingleses  que  Cajigal  había  recibido  del  Gober- 
nador de   Trinidad,   y  que   él  a    su  vez  dirigía  a  D.   Juan 

1.  Instrucciones  de  M.  Víctor  Iliigues,  oficial  de  la  Legión  de 
Honor,  C-oinisionado  de  Su  Majestad  Imperial  y  Real.  Comandante 
supremo  de  la  (iuayana  Francesa.  Cayena,  5  de  julio  de  1808.  —  Aic/i. 
(le  la  Mari  IIP,  BB'^  '21 't. 

2.  Antes,  gobernador  de  Cuba,  en  donde,  según  hemos  visto  ya, 
fué  protector  y  amigo  de  Miranda. 


á 


LKALISMO    IXtl.OMVr.  247 

d(!  Cusas,  con  una  simple  caita  ilc  Iransiiiision.  I']slc  lacó- 
nico despacho  no  iin|)iesionó  al  capitán  ocucial  :  dejó, 
dos  o  tres  días,  los  periódicos  sobrcí  su  mesa,  sin  desdo- 
blarlos. V  luego  los  entreoó  a  su  secretario  Andrés  Bello 
para  que  éste  tiatlujera,  si  menester  era,  los  artículos  <|ue 
pudieran  ofrecer  al<>ún  interés.  Bello  se  llevó  el  pa([uete, 
sólo  dos  días  después  se  enteró  de  su  contenido. 

Apenas  hid^o  leído  los  primeros  renglones,  quedó,  dice 
él',  como  petrificado.  Aquellos  periódicos  contenían  el 
relato  de  la  abdicación  de  los  soberanos  en  manos  de 
Napoleón;  referían,  con  todos  sus  detalles,  las  escenas  de 
Bayona,  el  advenimiento  al  trono  de  España  del  hermano 
del  emperador  de  los  Franceses,  el  destierro  de  la  familia 
real,  y,  en  apoyo  de  tan  increíbles  informaciones,  citaban 
los  documentos  oficiales 

ü.  Juan  de  Casas,  a  quien  Bello  se  apresuró  a  poner  al 
corriente,  se  negó  primero  a  dar  crédito  a  noticias  «  tan 
desatinadas  »,  declaró  él,  y  que  sola  «  la  notoria  perfidia 
de  los  gacetilleros  ingleses  había  podido  imaginar  ».  Sin 
embargo,  convocó  al  presidente  de  la  Audiencia,  ^losquera, 
al  tesorero  Ignacio  Canivell  y  a  otros  altos  funcionarios, 
les  manifestó  lo  que  había  y  les  pidió  Qonsejo.  A  pesar  de 
(Canivell,  que  había  residido  largo  tiempo  en  Londres  y 
(jue  hizo  observar  que  el  Times  era  un  periódico  dema- 
siado serio  ])ara  lanzar  sin  fundamento  tales  noticias,  los 
consejeros  del  capitán  general  declararon  que  eran  del 
mismo  parecer  que  su  jefe.  Transcurrió  cerca  de  una 
semana  :  nada  vino  a  confirmar  aquellas  noticias,  v,  cada 
vez  más.  crevó  Casas  en  una  mistificación. 

Xo  iba  a  tardar  en  ver  que  no  había  tal.  En  la  mañana 
del  15  de  julio  se  esparció  en  la  ciudad  el  rumor  de  (|ue 
un  l)ei'gantín  con  pabellón  francés  había  fondeado  delante 
de  La  (luavra  a  las  dos  o  las  tres  de  la  madrugada.  En 
seouida.    una    embarcaci(>n    había    llevado    a    tierra    a    dos 


1.  Amixátkgli.  Vida  de  D.  Andrés  Bello,  op.  cit..  cap.  vi,  p.  38. 
Son  éstos  los  recuerdos  que  fieraos  ineiicioiíado,  completándolos  con 
los  informes  relativos  a  la  misión  del  com'"  de  l.,anianon  [Avch.  de  la 
Marine,  Bli'^  2741.  los  despachos  del  com'"  Beaver,  que  mandaba  la 
fraf^ata  inglesa  Acasta  (R.  O.  Adniiraliy  Leewards  Islands,  1808, 
n"  321),  y  con  los  de  las  autoridades  españolas  de  Caracas.  D.  II,  348. 


248  EL    l'líECLllSOn 

oficiales,  con  uniforme  de  gala,  ([uienes  habían  ahjuílado 
caballos  v  estaban  a  punto  de  llegar  a  Caracas.  Daba  la 
una  cuando,  en  efecto,  el  comandante  de  Lamanon  y  el 
teniente  de  navio  de  Courtay  desembocaron  por  el  último 
recodo  del  camino,  a  la  entrada  del  vecino  arrabal  del 
Calvario.  La  gente  que  había  ido  a  su  encuentro  les  escoltó 
hasta  el  palacio  del  Gobernador,  ante  el  cual  no  tardaron 
en  llegar. 

El  capitán  general  les  recibió  en  seguida;  pero,  como 
ninguno  de  los  dos  oficiales  hablaba  español,  y  como 
tampoco  Casas  hablaba  IVancés,  se  recurrió  a  Bello.  Tan 
pronto  como  el  joven  secretario,  llamado  con  urgencia, 
entró  en  el  despacho  del  Gobernador,  se  entabló  la  conver- 
sación :  «  Os  traigo.  Excelencia,  mis  felicitaciones,  dijo  el 
comandante,  y  vengo  a  recibir  las  vuestras  con  motivo  del 
advenimiento  al  trono  de  España  y  de  sus  Indias,  de  Su 
Majestad  el  rey  José  Napoleón,  hermano  de  mi  augusto 
Señor,  el  emperador  de  los  Franceses.  He  a(juí  las  cartas 
que  harán  conocer  a  Vuestra  Excelencia  las  circunstancias 
en  que  se  ha  efectuado  este  feliz  acontecimiento,  w  Casas, 
según  Bello  que  nos  ha  dejado  el  relato  de  la  entrevista. 
«  Casas  creyó,  al  oir  aquellas  palabras,  que  el  rayo  había 
caído  a  sus  pies.  Tomó  el  pliego  que  sonriente  le  tendía  el 
oficial,  y,  volviéndose  hacia  el  intérprete  :  «  Constéstele 
usted,  dijo,  que  voy  a  entei-arme  de  estos  despachos  y  que 
le  haré  saber  las  decisiones  que  me  hayan  inspirado.  «  El 
francés  se  despidió,  saludó,  salió.  Apenas  se  había  cerrado 
la  puerta  detrás  de  él,  cuando  Casas,  como  dei-ribado  en 
su  sillón,  se  puso  a  sollozar.  Acudieron  su  mujer  y  sus 
hijos,  y  les  costó  mucho  trabajo  calmarle. 

Mientras  los  magistrados  y  los  principales  funcionarios 
de  Caracas,  convocados  con  toda  urgencia  a  palacio,  deci- 
dían, de  acuerdo  con  el  capitán  general,  aplazar  toda 
medida  hasta  saber  por  cuál  de  los  dos  soberanos  convenía 
pronunciarse,  el  pueblo,  avisado  de  la  llegada  de  los  comi- 
sionados y  de  las  nuevas  que  traían,  se  reunía  en  tumulto 
bajo  las  ventanas  del  gobernador.  Había  allí  cerca  de 
10  000  manifestantes  que  gritaban,  íi-enéticos  :  «  ¡^'iva 
nuestro  rey!  »  «  ¡Muera  el  usurpador!  »  El  cabildo  se  había 
reunido.  Envió  una  tras  otra   tres  delegaciones  al   capitán 


LEAI.ISMO    COLONIAL  2'i9 

ncneral  para  pedirle  que  proclamara  a  Fernando  VIL 
Aumentaba  el  gentío.  Janiás  se  había  sentido  agitado  por 
semejante  efervescencia.  Casas  tuvo  que  someterse. 

xV  las  4  salió  de  palacio,  en  compañía  del  obispo,  de  los 
miembros  de  la  Audiencia  v  de  los  altos  funcionarios  del 
gobierno  v  declaró  solemnemente  reconocer  los  derechos 
de  Fernando  VII.  Algunos  instantes  después,  formábase 
ante  palacio,  en  la  plaza,  el  cortejo  de  ritual  :  los  portaes- 
tandartes, con  bandei'as  desplegadas,  los  heraldos,  las 
trompetas,  el  municipio  con  trajes  de  ceremonia,  los 
oficiales  de  las  milicias,  con  uniforme  de  gala,  tomaban  el 
camino  de  la  catedral  v  del  cabildo,  saludados  por  los 
entusiastas  vivas  de  la  muchedumbre 

Tan  pronto  ct)mo  terminó  su  audiencia,  los  ílos  oficiales 
franceses  se  habían  dirigido  hacia  la  posada  del  A?igel. 
Distribuyeron  en  el  camino  las  gacetas  españolas  que 
llevaban  consigo,  y  observaron,  no  sin  sorpresa,  que  la 
gente  acogía  muy  mal  aquellas  noticias,  y  mucho  peor  a 
los  embajadores.  A  su  paso  prorrumpía- en  gritos  hostiles 
la  muchedumbre,  y  ésta  se  agolpaba  delante  de  la  posada 
a  ([ue  a  tiempo  llegaban  Famanon  v  Courtay  para  sus- 
traerse a   almilla   agresión.  Los  manifestantes   amenazaron 

o  o 

entonces  con  derribaí-  las  puertas,  y  el  posadero,  aterrado, 
suplicaba  a  sus  huéspedes  que  se  quitaran  el  uniforme  y 
que  se  evadieran  por  una  puerta  trasera;  la  situación  resul- 
taba crítica. 

Los  oficiales  del  Emperador  no  eran  gente  que  se  alar- 
mara por  tan  poco.  Se  pusieron  tranquilamente  a  la  ven- 
tana, yes  de  creer  que  su  gallarda  apostura  y  su  serenidad 
impusieron   cierto    respeto   al  populacho,  pues  cesaron  los 

gritos Algunos  jóvenes,  cuya  llegada  fué  oportunísima, 

arengaron  a  la  muchedumbre  y  se  la  llevaron  hacia  la 
plaza  del  palacio  del  gobernador.  Lamanon  y  su  teniente 
salieron  entonces  sin  ser  molestados,  v  llegándose  a  casa 
de  un  comerciante  llamado  Jouve  que  vivía  en  un  bari-io 
lejano,  esperaron  los  acontecimientos. 

Eran  las  5  cuando  Bello,  por  orden  de  D.  .Juan  de  Casas, 
fué  a  \isilarles.  Les  puso  al  corriente  de  la  decisión  que 
había  tenido  que  tomar  id  capitán  general  y  les  suplicó 
que   se  maichasen  :  «  A  uestra  vida,  señores,  corre  graves 


250  EL    PKECURSOlt 

pelif^ros ;  sólo  por  milagro  os  habéis  sustraído  al  furor  de 
la  luucheduiiibre.  En  este  momento  mismo  es  proclamado 
el  rey  Fernando,  y  el  estado  de  ánimo  de  la  población  es 
tal,  que  Su  Excelencia  no  podría  ya  responder  de  vuestra 
seguridad  :  estáis  perdidos  si  la  gente  llega  a  descubrir 
vuestro  retiro.  »  ■ — ■  «  Os  ruego  pidáis  a  vuestro  capitán 
general,  contestó  Lamanon  sin  inmutarse,  que  me  dé 
media  docena  de  soldados  y  que  no  se  inquiete  por  lo 
demás  :  me  encargo  de  hacer  que  callen  todos  estos  vocin- 
gleros   )) 

Se  marchó  Bello.  Uno  de  los  marineros  del  Serpent  se 
presentó  entonces  a  Lamanon  anunciándole  que,  horas 
después  de  su  desembarque,  una  fragata  inglesa,  con 
pabellón  español  en  el  trincjuete,  se  había  presentado  ante 
La  Guayra.  A  todo  esto,  grupos  armados  recorrían  las  calles 
gritando  :  «  ¡  Viva  nuestro  rey  Fernando !  ¡  Mueran  los 
Franceses!  »  Holgábanlas  baladronadas.  Llegó  la  escolta 
de  Casas,  mandada  por  su  propi()  hijo.  Los  comisionados  de 
Napoleón  tuvieron  que  rendirse  a  la  evidencia.  Los  Ingleses 
estaban  en  La  Guayra.  Era  menester  marcharse,  intentar 
sustraerse  a  ellos  a  favor  de  la  obscuridad  de  la  noche, 
so  pena  de  perecer  miserablemente  sin  haber  terminado 
la  misión  apenas  comenzada,  pues  Caracas  no  constituía 
sino  el  primer  paso  de  la  empresa. 

Lamanon  redactó  en  seguida  un  despacho  para  el  gober- 
nador :  «  Acabo  de  saber,  le  decía,  que  una  fragata  inglesa 
se  propone  venir  a  La  Guayra  bajo  pabellón  parlamentario, 
sin  mas  objeto  que  el  de  infectar  la  provincia  de  Caracas 
de  noticias  falsas  acerca  de  los  asuntos  políticos  de  nues- 
tras metrópolis.  Ruego  a  Vuestra  Excelencia  tenga  a  bien 
dar  orden  al  señor  comandante  de  La  Guayra  de  que  no 
permita  que  el  pabellón  inglés  tremole  sol)re  la  costa. 
aunque  se  presente  bajo  los  auspicios  del  de  Su  Majestad 
Católica  José  Napoleón'.  »  Y  se  dirigió  hacia  su  barco. 
Hacia  las  2  de  la  madrugada,  se  cruzó  con  el  capitán  de  la 
fragata    inglesa    Acasta,     ([uien.     acompañado    de    varios 


1.  Lamanon,  cap.  de  fragala,  a  S.  E.  13.  Juan  de  Casas,  cap.  general 
déla  provincia  de  Caracas,  15  de  julio  de  1808.  Avch.  de  la  Marino, 
BB*  274,  f"  243. 


I.KAl.lS.Mi»     l.Ol.OM.VL  251 

oliciales.  so  eiicaiuiíiaha  hacia  Caracas.  No  medió  saludo 
albullo  cnü'cí  ambos  orupos. 

VA  primer  pensamiento  de  Lamanon  al  regresar  a  l)or(lo 
lile  de  hacerse  en  seguida  a  hi  vela  ;  pero  no  había  viento. 
Pidió  entonces  al  comandante  de  La  Guayra  ([uc  diera  al 
Acasía  orden  de  alejarse,  mas  no  logró  convencerle.  Vio 
volver  a  los  oficiales  enemigos,  intentó  de  nuevo,  después 
de  la  puesta  del  sol,  hacerse  a  la  vela  arriando  el  cal)o; 
pero,  al  notar  (pie  el  inglés  efectuaba  el  mismo  movi- 
miento, aplazó  totla  tentativa.  Al  día  siguiente  por  la 
mañana,  se  levantó  brisa,  v  el  Serpent.  salió,  largando 
todas  sus  velas,  con  dirección  al  noroeste.  El  Acasta  cortó 
su  cable  y  salió,  persiguiendo  al  Serpent. 

El  bergantín  era  buen  velero,  pero  la  brisa  cayó  casi  por 
completo,  y  la  fragata  le  ganó  en  velocidad.  «  A  las  10  de 
la  mañana,  dice  el  diario  de  a  bordo,  se  hallaba  al  alcance 
de  la  voz.  Torció  a  babor  y  nos  descargó  varias  andanadas ; 
arriamos  todas  nuestras  alas  rastreras  y  pusimos  las  amuras 
a  babor;  en  aquel  momento  fué  cortada  la  driza  del 
pabellón.  En  el  acto,  M.  Lamanon  mandó  izar  de  nuevo 
al  grito  de  «  ¡Viva  el  Emperador!  »  El  enemigo  seguía 
tirando  sobre  nosotros,  y  tuvimos  varios  bajos  obenques 
cortados,  así  como  los  estayes  del  palo  mayor  y  del  artimón. 
También  fué  cortado  el  palo  mayor  por  debajo  de  las  barras 
de  gavias.  Entonces  mandó  M.  Lamanon  echar  el  áncora 
de  baboi-.  orden  que  fué  ejecutada  inmediatamente,  y  fué 
arriada  la  bandera  \   » 

Las  aventuras  de  ^L  de  Sassenay,  quien,  días  después 
de  estos  acontecimientos  (el  9  de  agosto),  desembarcaba  a 
la  entrada  del  llío  de  la  Plata,  presentan  notable  parecido 
con  las  de  Lamanon.  Hasta  habían  de  terminarse  de  una 
manera  más  triste  para  el  amigo  de  Liniers.  Sassenay,  a 
cpiien  sus  instrucciones  prescribían  también  «  que  diese  a 
conocer  a  América  qué  gloria  rodea  a  Francia  y  ([ué 
influencia  ejerce    sobre   Eurcqia    (d  poderoso  genio   que  la 

g<d)ieriia ([ue  observara  con   especial   atención  el  (dVcto 

producido...   poi'    la   nolicla    del    Icliz    cambio  efectuado   (Mi 


1.  Informe  acerca  de  la  captura  del  berirantín  le  Serpent.  Arch.  de 
la  Marine,  BB^  27'»,  f  2i8. 


252  EL    I'HECUnsOR 

España...  y  que  apresurara  su  rejrreso  a  Europa  para  traer 
noticias  '  ».  apianas  haljía  salido  del  Consolafenr,  puesto  al 
pairo  ante  el  puerto  de  Maldonado,  cuando  dos  poderosos 
buques  in<^'leses  salieron  contra  el  bergantín.  La  ausencia 
de  viento  impidió  al  teniente  Dauriac  escapar.  Hizo  varar 
el  barco  y  ganó  a  nado  la  tierra,  con  la  tripulación.  Los 
Ingleses  se  apoderaron  del  Consola teur.  lo  sa(|uear()n,  y 
Sassenay,  que,  mientras  tanto,  había  podido  llegar  a 
Montevideo,  y  luego  a  Buenos  Aires,  en  donde  se  presentó 
el  12  de  agosto  por  la  noche,  recudió  una  acogida  bas- 
tante fría  por  parte  de  Liniers. 

Cualesquiera  que  fueran  sus  sinceras  preferencias  por 
José  Napoleón,  cuyo  advenimiento,  al  reunir  su  patria  de 
adopción  a  su  patria  de  nacimiento,  le  dejaba  entrever  los 
más  brillantes  destinos',  el  virrev  de  la  Plata  no  sentía 
menos  inquietudes  que  su  colega  de  la  capitanía  de  Caracas. 
Temiendo  comprometerse,  reunió  también  a  sus  conse- 
jeros. Se  interpuso  el  cabildo,  y,  al  día  siguiente,  Sas- 
senay fué  embarcado  para  Montevideo,  acompañado  por 
una  escolta  mandada  por  D.  Luis,  hijo  primogénito  de 
Liniers.  El  gobernador  de  Montevideo.  D.  Javier  Elío  ^, 
mandó. encarcelar  al  embajador,  a  pesar  de  las  órdenes  del 
virrey.  Acjuel  mismo  día,  estalló  un  motín  en  la  ciudad  :  el 
populacho  invadió  el  patio  de  la  fortaleza  a  los  gritos  de  : 
«  i  Viva  el  Rey!  ».  «  ¡Mueran  los  traidores!  )>.  pues  Elío, 
enemigo  encarnizado  de  Liniers,  cuya  gloria  envidiaba, 
había,  además,  excitado  el  furor  de  la  turba  declarando 
que  el  virrey  pactaba  con  el  emperador  de  los  Fran- 
ceses. 

Liniers  vio  derrumbarse  su  populai'idad.  a  pesar  de  la 
proclamación  oficial  de  Fernando  \  11,  a  la  (|ue  procedió 
bajo  el  peso  del  entusiasmo  general.  Algunos  meses 
después,  el  gobierno  de  Sevilla  le  envió  un  siu'esor. 
1).  Baltasar  de  Cisneros.  Liniers  tuvo  cjue  retirarse  a 
C(')ril(>i>a.  Al  año  siguiente,  habiendo  ([uerido  Icvantai'  la 
causa  ya  perdida  del  realismo.  (|uc  cual  buen  y  leal  caba- 


1.  Sassf.na'í  ,   (III.  cil.,   pp.  l32-lol>. 

2.  (>f.  Sassknay,  cap.  v. 

o.  Elío  (Fi'ancisco  Javier),  virrey  de  Buenos  Aires  en   1811 


LEALISMO    COLONIAL  2r.3 

llei'o  SO  había  creído  obliáado  a  servir  hasta  el  fin,  tralcio- 
na(h>  por  sus  amigos,  abandonado  por  sus  tropas,  el 
aiatiguo  defensor  de  Buenos  Aires  rayó  en  manos  de  los 
jetes  del  partido  patriota,  ([uienes  le  hicieron  despiada- 
damente ejecutar  (2G  de  agosto  de    1810). 

Adicto  de  corazón  a  España,  prefirió,  según  atinada 
observación  de  su  historiador  ',  el  ingrato  papel  de  víctima 
desconocida  al  de  lirillante  iundador  de  una  república. 
Sólo  de  él  dependió  el  ponerse  a  la  cabeza  del  movimiento 
|)atriótico  cuyas  tendencias  certeras  v  cuva  consecuencia 
inevitaJjle  había  discernido  el  aun  antes  de  que  se  pre- 
sentara en  la  Plata  el  comisionado  imperial.  Sassenay  cjuedó 
más  de  diez  meses  prisionero  en  la  cindadela  de  Monte- 
video. A  principios  de  1810  lué  transladado  a  Cádiz,  sitiado 
entonces  por  el  general  Yictor,  y  consiguió  evadirse  con 
los  1  500  prisioneros  del  pontón  Castilla  la  Vieja,  y  ganar, 
bajo  el  terrible  fuego  de  las  baterías  españolas,  la  orilla 
ocupada  por  el  ejército  francés". 

El  lealismo.  al  que  Liniers  se  había  sacrificado  heroi- 
camente, había  tomado  considerable  amplitud.  La  exaltación 
manifestada  en  Caracas,  en  Montevideo  y  en  Buenos 
Aires  ganaba  todo  el  continente.  Los  gobernadores  de 
las  Antillas  francesas  se  abstuvieron,  en  lo  sucesivo,  de 
enviar  otros  emisarios.  Parece  ser  que  un  agente  del  rey 
José  en  Baltimore  envió  secretamente  algunos^;  pero 
aquellos  negociadores  ocasionales  debieron  de  renunciar 
por  sí  mismos  a  una  misión  que  resultaba  peligrosa  y  que 
habría  sido  necesario  sostener,  sin  gran  esperanza  de 
éxito,  por  expediciones  importantes. 

Al  delirante  entusiasmo  de  los  pueblos  de  la  Península 
por  su  soberano  el  Deseado,  los  habitantes  de  las  Colonias 
respondían  con  igual  Irenesí.  La  Junta  de  Sevilla  había 
delegado  comisionados  a  la  América  del  Xoite  v  a  la  del  Sur 

o 

con  objeto  de  anunciar  la  declaración  de  guerra  a  Francia. 


1.  Sassenay,  op.  cit..  p.  180. 

2.  Sassenay  regresó  a  Francia,  tué  olvidado  por  el  gobierno  impe- 
rial, y  falleció  el  8  de  noviembre  de  18't0. 

;>.  Según  Caulos  Calvo  Anales  históricos  de  la  Re^'oluciún  de  hi 
América  latina.  París,  186'i,  t.  I,  p.  47.  Se  dice  que  uno  de  aquellos 
enviados  fué  arrestado  v  fusilado  en  La  Habana  (?) 


254  EL    PHECUHSOR 

líi  derrota  v  matanza  de  los  Franceses  en  España  '.  D.  Manuel 
de  Goyenechc',  D.  José  San  Llórente,  designados  por  la 
Plata  y  Nueva  Granada,  salieron  en  los  barcos  mismos  que 
Napoleón  había  hecho  armar  en  Cádiz,  en  el  Ferrol  v  en 
Cartagena  y  que  habían  de  seguir  a  Sassenay.  En  Méjico, 
en  Nueva  Granada,  en  el  Perú,  en  la  Plata,  dichos  comi- 
sionados fueron  acogidos  con  transportes  de  alegría.  En 
todas  partes  fué  proclamado  Fernando  YII.  Hubo  fiestas, 
celebraron  misas.  Las  ciudades  iluminaron.  Estuvo  de  moda 
el  ([ue  los  hombres  adornaran  su  sombrero  con  una  esca- 
rapela en  la  c[ue  se  lucían  los  colores  españoles,  o  con  una 
cinta  carmesí  en  la  que  ostentaban,  en  letras  de  oro,  la 
inscripción  :  Vencer  o  morir  por  mi  Rey  Fernando  Séptimo  ^ 
Y  no  se  limitaron  a  platónicos  testimonios  las  protestas 
de  lealismo.  Afluyeron  los  donativos  :  7o  millones  fueron 
enviados  a  Sevilla^.  Sólo  en  Nueva  España  recogieron,  en 
menos  de  diez  días,  «  2  955  435  pesos,  dados  por  11(3  sus- 
criptores.  sin  que  ninguno  de  ellos  figurara  por  menos  de 
1000  pesos;  varios  de  ellos  habían  dado  50  000,  algunos 
100  000,  y  hasta  400  000^  ».  En  Santa  Fe.  las  señoras  se 
despojaron    de   sus  joyas  y  las  ofrecieron   a  la   Junta". 

La  noticia  de  la  victoria  de  Bailen  acreció  aún  el  entu- 
siasmo, y  las  autoridades  coloniales,  que  hasta  entonces 
parecían  reservar  su  actitud,  hicieron  causa  común  con  el 
sentimiento  popular. 

Salvo  el  sensato  y  firme  marqués  de  la  Concordia ',  virrey 
del  Perú,  los  gobernantes  españoles  habían  mostrado  poco 
apresuramiento  en  reconocer  abiertamente  a  Fernando  VIL 
Iturrigarav  **  en  Méjico,  Amar  y  Borbón  en  Santa  Fe,  Ruiz 


1.  Cf.  Grandmaison,  VEspagne  et  Napoleón,  segunda  parte,  cap.  iv. 

2.  GoYF.NECHE  (José  Maiiuel  de),  teniente  general  español;  nació  en 
el  Perú  en  J773;  Talleció  en  Madrid  en  184G.  Fué  capitán  general  y 
presidente  de  la  Audiencia  de  Cuzco  de  1809  a  18i;{,  época  en  que 
salió  deíinitivamente  de  América. 

o.  Vida  de  D.  Ignacio  Gutiérrez  Vergara.  Londres,  1900,  t.  I,  p.  'i'». 
/(.    TouENo,    Historia    del    Levantamiento  y   de   la   L'evolacian   de 
España.  Madrid,  18'i8,  t.  II,  lib.  VIII,  p.  298. 

5.  Gaceta  de  México,  n"  del  II  de  agosto  de  1809. 
G.  ToRKNo,  op.  cit.,  t.  II,  p.  165. 

7.  Abascal  (.losé  de),  marqués  de  la  Concordia,  virrey  del  Perú  de 
1806  a  1816. 

8.  Iturrigaray  (José  de),  virrey  de  Méjico,  de  1803  a   1808, 


LEAMSMO    COLOMAI,  255 

(le  Castilla  oii  (hiito*.  Carrasco-  <mi  Chile,  habían  Icroi- 
versado  ])or  espacio  de  bastante  tiempo,  y  hasta  habían 
combatido  cuanto  les  fué  posible  el  arrebato  lealista  de 
los  pueblos.  El  incontestable  prestigio  con  c[ue  aparecía 
el  conquistador  sin  igual  a  quien  cada  batalla  valía  una 
victoria  y  cada  victoria  un  reino,  ante  quien  hasta  el  Sumo 
Pontífice  mismo  se  había  inclinado,  no  permitía  casi  ilu- 
siones en  el  espíritu  de  los  gobernadores  de  la  x\mérica  espa- 
ñola acerca  de  la  eficacia  de  la  resistencia  que  pudiera  oponer 
la  metrópoli  a  las  Aoluntades  del  omnipotente  Emperador. 

Y  así  es  que.  desde  los  primeros  momentos,  la  mayoría 
de  ellos  fué  secretamente  adicta  a  la  dinastía  napoleónica, 
hué  éste,  como  va  hemos  visto,  el  primer  impulso  de 
Einiers;  y  no  de  otra  manera  opinaba,  aunque  movido 
por  sentimientos  menos  elevados,  el  capitán  general  de 
Venezuela,  cuya  «  Proclamación  »  en  favor  de  P^ernando 
era  más  bien  una  exposición  de  los  motivos  que  le  obli- 
gaban a  reconocer  al  hijo  de  Carlos  IV  :  no  había  omitido 
Casas  de  mencionar,  en  aquel  documento,  ni  la  insurrec- 
ción de  los  habitantes  de  su  capital,  ni  las  repetidas  y 
conminatorias  solicitaciones  del  cabildo  ^  El  capitán 
Beaver,  que  mandaba  e\  Acasta.  fué  «  tan  fríamente  recibido 
por  el  gobernador  como  bien  acogido  por  la  población^  ». 
Se  negó  Casas  a  prestarse  a  la  presa  de  la  corbeta  francesa 
anclada  en  aguas  de  La  Guayra.  Hasta  declaró  al  oficial 
inglés  que  el  comandante  de  la  fortaleza  recibiría  orden 
de  hacer  fuego  sobre  su  navio  si  intentaba  éste  apoderarse 
del  Serpent  ^. 

Fué  menester  el  fracaso  de  las  armas  francesas  en  España 
para  modificar  estas  disposiciones.  Y,  aun  así,  las  auto- 
ridades coloniales  renunciaron  a  ellas,  movidas  sobre  todo 
por  el  temor  que  les  inspiraban  los  progresos  de  la  pro- 
paganda liberal.  El  movimiento  lealista  se  orientaba  en 
una  vía  cada  vez  más  peligrosa  para  el  mantenimiento  de 

1.  Gobernador  de  Quito  de  1808  a   1812. 

2.  Carrasco  (Francisco  Antonio  (iarcía).  gobernador  y  capitán 
general  de  Chile,  de  1812  a  18J6. 

;].  Aminátegui,   Vida  de  D.  Andrés  fíello,  op.  cit.,  p.  46. 

4.  Informe  del  com"  Beaver,  18  de  julio  de  1808.  R.  O.  Admirolly 
Leenaids  Islands,  '.i2l. 

5,  fd. 


256  EL    PHECI:KS<)H 

la  doininaeión  española  ;  y  la  tenacidad  con  que  los  cabildos 
reclamaban  la  constitución  de  juntas  municipales  inspiraba 
legítimas  alarmas  a  la  clarividencia  de  los  virreves.  Sabido 
es  que  esta  forma  de  gobierno,    que    les  despojaba  de  su 
autoridad,  no  era  nueva.  Esta  vez,  parecía  sin  duda  inspi- 
rada por  un   exceso  de   adhesión   a   la   madre  patria,   y   el 
establecimiento  de  las  juntas  provinciales  en  España  legi- 
timaba la  conducta  de  los  Sudamericanos  en  este  sentido; 
pero  el  papel  tradicional  de  los  cabildos  en  las  tentativas 
de    sublevaciones    coloniales    era    un    precedente    que    los 
gobernantes    de    ultramai-  temían,    con    justo    motivo,   ver 
reaparecer   en   las   circunstancias    críticas    que   arreciaban 
en    aquel    momento.    Tampoco    podían  olvidar  la  altanera 
independencia  con   que    la    Junta    de   notables    de  Buenos 
Aires,  constituida  a  raíz  de  la  liberación  de  la  ciudail.  había 
entregado   el  poder  a   Liniers  y  destituido  a  Sobremonte. 
Además,  los  liberales  contaban  con  poderosas  influencias 
en  los  cabildos  y  las  utilizaban  con  habilidad.  Partidarios 
convencidos,  al  parecer,  de  Fernando  el  Deseado,  estaban 
tan    resueltos    como    nunca    a    no    guardarle    fidelidad,    y 
acechaban  en  secreto  el  momento  favorable  en  que.  despo- 
seído éste,   pudieran  ellos  realizar  sus  planes.   Con  incan- 
sable  vigilancia   seguía  Miranda  dirigiendo    la    acción   de 
los    criollos    en   todas  las    provincias    de    América,    y    les 
enviaba    con    regularidad    instrucciones    categóricas.    Les 
escribía  :  «  La  España  ahora  sin  soberano,  y  en  manos  de 
diversas  parcialidades,  que  reunidas  unas  á  los  Fi^anceses. 
y  otras  á  la  Inglaterra,  procuran  por  medio  de  una  guerra 
civil  sacar  el  partido  que  mas  convenga  á  sus  vistas  parti- 
culares,  es  natural  procure  atraernos  cada  cual  á  su  par- 
tido... Suplico  á  Vss.  muy  de   veras,  que  reuniéndose  en 
un  cuerpo  municipal   representativo   tomen  á   su  cargo   el 
gobierno  de  esa  provincia  :  v  que  enviando  sin  dilación  á 
esta    capital    personas   autorizada's    y  capaces    de  manejar 
asuntos  de  tanta  entidad,  veamos  con  este  gobierno  lo  que 
convenga  hacerse  para  la  seguridad  y  suerte  futura  del  Nuevo 
.Mundo...    De   ningún   modo    conviene  se  ])recipiten    \ss... 
Sírvanse  igualmente...  enviai'  ('()|)ia  de  este  aviso  á  las  demás 
])rovincias  limítrofes...   á   lin    (jue  haciendo  el  debido  uso, 
marchemos  unánimes  al  mismo  punto;  pues  con  h\  (h'sunión 


I-EALISMO    COLONIAL  257 

solamente  eorreiii  licsoo.  ¡i  mi  paiecci'.  imeslia  s;tl\  ac¡<'>ii 
é  intereses  *  ». 

Sin   eniharoo.    la    coniunidad   de   acción    ¡¡rcconizada  poi- 
Miranda   tlistaha    inncho  de  ser    iiiiurosaniente    observada. 

o 

Los  eanipeones  de  la  ¡nd<;[)endencla  se  liai>ían  dividido 
en  dos  partidos  cnva  op¡ni('»n  difería  acerca  de  los  medios 
de  realizar  el  provecto  (|ue.   no  obstante,  todos  deseaban. 

El  «  poder  supremo  de  España  \  de  las  Indias  »  había 
sido  transferido,  el  25  de  septiembre  de  1808,  a  la  Junta 
Central  de  Aranjuez,  de  origen  más  popular  que  la  que  le 
había  precedido.  Uno  de  los  primeros  actos  de  la  nueva 
asamblea  había  sido  el  proclamar  ([ue  «  los  vastos  y  pre- 
ciosos dominios  que  la  España  posee  en  las  Indias  no  son 
.propiamente  colonias,  o  factorías,  sino  una  parte  esencial 
e  integrante  de  la  monartjuía  española  ».  Erales  conce- 
dida, para  lo  sucesivo,  «  una  representación  nacional  e 
inmediata""  ».  Pero,  al  dar  a  las  Colonias  este  testimonio 
de  su  agradecimiento  por  los  socorros  que  acababan  de 
enviar  a  la  metrópoli,  la  Junta  Central  se  mostraba  parsi- 
moniosa :  en  tanto  c[ue  los  10  a  12  millones  de  Españoles 
de  la  Península  habían  de  ser  representados  por  3()  dipu- 
lad(>s,  toda  Sudamérica,  con  sus  15  millones  de  habitantes, 
sólo  12  diputados  obtenía.  Debían  éstos  ser  escogidos  y 
designados  por  las  autoridades  coloniales. 

Aun  así,  la  medida  pareció  suficiente  a  muchos  ciiollos 
que  veían,  en  el  acceso  a  estas  inesperadas  prerrogativas, 
un  primer  paso  hacia  la  autonomía  definitiva.  Comprendían 
fpie  la  renuncia  de  la  dinastía  borbónica  había  loto  todo 
lazo  entre  España  y  x\mérica,  v  se  sabían  a  salvo  de  las 
acometidas  de  Napoleón.  Así  pues,  la  independencia  se 
preparaba  por  sí  misma,  y  se  realizaría  tan  sencillamente 
como  se  había  efectuado  la  del  Brasil  desde  (|ue  sus  antiguos 
monarcas  se  habían  establecido  en  éP.  Hasta  movió  este 
ejemplo    a    cicitos    inicm]»ros    de   la  oligar(|iiía  ciiolla   en 

1.  Londres,  24  de  julio  de  18U8.  Carla  a  los  cabildos  de  CaracaS) 
Buenos  Aires,  Méjico,  Sania  Fe,  Quito,  La  Habana,  ele.  R.  O* 
Foreign  Office.  Spain,  89.  —  Becfrra,  op.  cit..  t.  II,  p.  504,  y 
Mitre,  Ilisioritt  de  San  Martín,  t.  I,  p.  50. 

2.  Decreto  de  22  de  enero  de  1809.  D.  H,  368. 

3.  Cf.  Gervinus,  líisioire  dn  A7A'<"  siécle,  op.  cit.,  1.  VI,  p.  83. 

17 


258  EL    PIlECUltSOH 

Nueva  Granada,  en  Chile,  en  el  Perú,  y  sobre  todo  en  la 
Plata,  a  entrever  la  posibilidad  de  establecer  monarquías 
independientes,  de  íorma  constitucional,  a  cuya  cabeza 
serían  llamados  soberanos  de  la  familia  desposeída  por 
Napoleón.  Los  jóvenes  liberales  de  Buenos  Aires,  que 
reconocían  por  jeie  a  Belgrano.  aceptaron  presurosos  este 
provecto  que  estuvo  a  punto  de  realizarse  a  lavor  de  la 
infanta  Carlota,  hermana  de  Fernando  VII,  esposa  del 
principe  regente  de  Poilugal  y  del  Brasil,  conocido  más 
tarde  con  el  jiombre  de  Juan  lY '.  Pero  las  pretensiones  de 
la  princesa,  las  intrigas  del  ministro  de  Inglaterra  en  Río 
de  Janeiro,  lord  Strangford,  y  el  giro  tomado  por  los  acon- 
tecimientos de  la  Península  determinaron  a  los  patriotas 
a  abandonar  la  empresa. 

En  oposición  a  este  partido  moderado  cuyas  versatili- 
dades y  cuya  incertidumbre  no  habían  dado  aún  con  su 
verdadero  camino,  el  comité,  menos  numeroso  pero  resuelto, 
de  los  liberales  «  irreducibles  ))  proseguía  con  íii-meza  su 
propaganda.  Tenía  su  equivalente  en  España  en  aquel 
«  reducido  grupo  de  preclaros  espíritus  »  cuyos  hábiles 
manejos  eran  señalados  a  Champagny  por  el  agente  imperial 
La  Forest^,  quien  sabia  muy  bien,  según  la  expresión  de 
un  historiador,  que  «  las  cintas  y  las' escarapelas  no  cons- 
tituyen un  resistente  bozal  para  el  monstruo  democrá- 
tico desencadenado.  Aquellos  ambiciosos,  que  se  creían 
llamados  a  desempeñar  los  principales  papeles  en  el  teatro 
político  cuyo  escenario  y  cuyo  decorado  hubiesen  recor- 
dado al  Versalles  de  1789.  excitaban  que  se  formase  una 
Junta  Suprema  en  Madrid,  con  la  secreta  idea  de  reunir 
los  elementos  de  una  Constituvente,  quizá  de  una  Con- 
vención, para  luego  encaminarla  hacia  sus  miras,  con 
ayuda  de  clubs  cuvo  núcleo  existía  ya^  ».  Tal  eia  precisa- 

1.  V.  MiTRi:,  Historia  do  Bi'lgiano.  op.  cit.,  1.  I,  cap.  vi. 

2.  J^a  Forest  a  Champagny,  25  de  agosto  de  1808,  Aicli.  des  Aff. 
Etr.,  V,  676. 

Grandmaison,  VEspagne  et  Napoleón,  op.  cit.,  p.  323. 

3.  Coiilesióii  que  se  le  escapó  al  mismo  José  Domingo  üíaz,  conse- 
jero de  la  Audiencia  y  uno  do  los  adversarios  más  violentos  y  ma's 
encarnizados  de  los  c  ])atriolas  »  de  Caracas.  «  Allí  por  la  primera 
vez.  dijo,  se  vio  una  re\  olución  ti-amada  y  ejecutada  pt)r  las  personas 
que  más  tenían  que  perder  :  por  el  ¡Marqués  del  Toro,  y  sus  her- 
manos Don  Fernando  y  Don  José  Ignacio,  familia  de  las  principales, 


I.EAI.IS.MO    COLONIAL  259 

mente  la  lá('ti(;a  ele  los  «  es|)írltiis  preelaros  »  siulameri- 
cauos  en  casi  todas  las  capitales  coloniales,  tle  los  liberales 
venezolanos  sobre  todo,  imbuidos  más  ([ue  los  demás  de 
las  tradiciones  de  la  Rcvolucúón  francesa,  y  que  hacían 
pedir  con  ruda  instancia,  por  el  cabildo,  el  establecimiento 
de  una  «  Junta  Gubernativa  de  Caracas  ».  Mientras  que  los 
liberales  de  Madrid  obraban  con  un  fin  egoísta  y  personal, 
los  de  Caracas  ol)edecían  a  sentimientos  elevados  y 
generosos. 

A  comienzos  de  1808  se  habían  organizado  en  una 
sociedad  secreta  que  desde  ac[uel  momento  tuvo  vara  alta 
sobre  el  movimiento  revolucionario.  Una  de  las  estancias  de 
Bolívar,  en  las  inmediaciones  de  Caracas,  servía  de  sitio 
de  reunión  ',  v  allí  fué  dónde,  semanas  antes  de  la  llegada 
de  los  emisarios  del  gobierno  imperial,  Salias,  Pelgrón, 
Montilla,  Rivas,  y  algunos  otros,  se  dieron  cita  para  desig- 
nar un  jefe.  La  candidatura  de  Simón  Bolívar,  presentada 
por  su  hermano  Juan  Vicente,  estuvo  a  punto  de  triunfar, 
pero  sobrevino  desacuerdo  entre  los  votantes".  Sin  embargo, 
la  influencia  de  Bolívar  parece  haber  sido  preponderante 
sobre  las   iniciativas  hábiles,   firmes   y  decisivas  de  aquel 

de  grandes  riquezas,  que  merecía  la  pi'imera  estimación  de  todos  los 
mandatarios,  y  que  llena  de  un  orgullo  insoportable  se  creía  y  se 
tenía  por  superior  a'  los  demás  :  por  Don  Martín  y  Don  José  Tovaí-, 
jóvenes  hijos  del  conde  del  mismo  nombre,  é  individuos  de  la  casa 
más  opulenta  de  Venezuela  :  por  Don  Juan  Vicente  y  Don  Simón  de 
Bolívar,  jóvenes  de  la  nobleza  de  Caracas,  el  primero  con  25  000  pe- 
sos de  renta  anual,  y  el  segundo  con  20  000  :  por  Don  Juan  José  y 
Don  Luis  de  Rivas,  jóvenes  parientes  de  los  condes  de  Tovar,  y  de 
riquezas  muy  considerables  :  por  Don  Juan  Germán  Roscio,  Don 
Vicente  Tejera  y  Don  ¡Nicolás  Anzola,  abogados  que  gozaban  la  esti- 
mación de  lodos  sus  conciudadanos  :  por  Don  I^ino  de  Clemente, 
oficial  retirado  de  la  marina  española,  y  altamente  considerado  de 
todos  :  por  Don  Mariano  Montilla,  antiguo  guardia  de  corps  de  S.  M., 
y  su  hermano  Don  Tomás,  los  jóvenes  de  la  moda,  y  los  individuos 
de  una  casa,  la  primera  en  el  lujo  y  esplendor  :  por  Don  Juan  Pablo, 
Don  Mauricio  y  Don  Ramón  Ayala,  oficiales  del  batallón  veterano, 
estimados  universalmenle  por  la  honradez  de  su  casa  y  por  el  lustre 
de  sus  mayores,  y  por  otros  pocos  de  las  mismas  ó  casi  iguales  cir- 
cunstancias. Allí  no  tuvieron  la  principal  parte  ni  representaron  el 
principal  papel  los  hombres  de  las  revoluciones,  los  que  nada  tienen 
que  perder,  los  que  deben  buscaí-  su  fortuna  en  el  desorden,  y  los 
que  nada  esperan  del  imperio  de  las  leyes,  de  la  religión  y  de  las 
costumbres...    »  Recuerdos,  etc.,  p.  21. 

1.  Lakrazabal,  Vida  de  Bolívar,  op.  cit.,  p.  41. 

2.  Cf.  Mosquera,  Memorias,  op.  cit.,  p.  15. 


260  EL    IMÍECUKSOR 

orupo  (jiic,  cada  vez  inás.  daba  inuestias  de  su  apiitud  en 
sacar  partido  tle  los  acontecimientos  y  de  la  psicología  de 
las  masas  populares. 

Todavía  estaban  los  oficiales  del  Serpenl  en  el  camino 
de  La  Guayra  a  Caracas,  cuando  acude  Bolívar  a  la  ciudad 
y  reúne  a  sus  amigos  en  casa  de  Rivas,  situada  a  dos 
pasos  del  palacio  del  gobernador;  les  entera  Bello  de  lo 
que  acaba  de  ocurrir,  y,  v  aquella  juventud  sediciosa  que 
ignoraba  aún  el  arte  de  rebelarse  y  quiso  prácticamente 
aprenderlo'  ».  se  es|)arce  en  seguida  por  las  calles,  avisa 
a  los  afiliados  al  cabildo,  v  se  sujeta  «  a  representar  un 
papel  diametralmente  opuesto  a  sus  proyectos  y  aspira- 
ciones^ ».  Se  leve  arengar  a  la  muchedumbre,  convencerla, 
desencadenarla,  dictarle  sus  movimientos,  apartarla  del 
barrio  en  (jue  se  han  reiugiado  los  Franceses,  arras- 
trarla hacia  palacio,  apuntarle  sus  vivas  y  sus  aídama- 
ciones. 

Dos  días  después,  siempre  por  Bello,  a  quien,  por  des- 
confianza, hacen  quitar  su  puesto  de  secretario  los  conse- 
jeros del  capitán  general,  saben  los  jóvenes  liberales  las 
palabras  ([ue  mediaron  entre  Casas  y  el  capitán  inglés 
Beaver,  y  las  vacilaciones  y  angustiosas  dudas  del  gober- 
nador... Pide  entonces  el  cabildo  la  lormación  de  una 
«  Junta  Gubernativa  para  la  provincia  de  Caracas  a  imita- 
ción de  la  de  Sevilla  »,  y  Casas,  el  1<S  de  julio,  se  deja 
arrancar  su  consentimiento. 

En  esto,  llega  a  La  Guayra  (5  de  agosto)  el  delegado  de 
la  Junta  Suprema,  D.  José  ^leléndez  Bruna,  y  el  gober- 
nador cambia  de  parecer.  Pero  los  patriotas,  que,  merced 
a  Dionisio  Sojo,  Nicolás  Anzola.  Silvestre  Tovar.  José 
María  Blanco  e  Isidoro  López  Méndez^  disponen  de  la 
mayoría  en  el  cabildo,  incitan  a  la  asamblea  a  que  renueve 
sus  instancias.  Uno  de  los  conjurados  denuncia  sus  mani(t- 
bras,    y    algunos    son    arrestados.    í^a    casa    de    recreo    de 

1.  ('.  Sucesos  cuya  verdad  obscurecida  por  el  iuterés  do  muchos, 
me  fué  descubierta  cuando  vuelto  ;i  mi  patria  me  lo  refirieron  los 
principales  sediciosos  comprendidos  en  ellos  »,  añade  Díaz,  lievuer- 
dos,  etc.,  p.  9. 

2.  Id. 

'.i.  Méndez  formó  parte  de  la  embajada  venezolana  (]ue,  al  año 
siguiente,  fué  enviada  a  Londres  (v.  cap.  siguiente). 


I.KM.ISMO    COLOMAI  261 

Bolívar  (^stá  vi<>ila(lii  |K>r  la  policía.  \  las  iciiiiioiics  se 
eíectúan  on  la  do  Uivas.  VA  cabildo  imilli[)l¡ca  las  <(  lept'e- 
scnlacíoiics  al  capitán  general  ».  Los  palrioias  son  tiai- 
(rionados  una  \(V,  nnis.  Ccdientlo  a  escrúpulos  (|uc  su 
conciencia  lial)r¡i  de  rcpiochaile  ni;ís  tarde.  r\  marcpiés 
del  Toro  enliei'a  al  üohernador  las  instrucciones  secre- 
tas  de  Miranda'.  Bolívar  v  sus  amigos  no  parecen  por 
ningúi;  silio,  pero  sioucn  in<is  acérrimos  (|ue  nunca. 
Ahora,  las  «  primeras  notabilidades  »  unen  sus  solicitudes 
a  las  del  cabildo-.  La  efervescencia  gana  al  pueblo.  Des- 
concertado, el  gobernador  ve  flaquear  el  Icalismo  del  sen- 
timiento g(MieraI.  Las  vehementes  predicaciones  del  clero, 
la  propaganda  de  los  mieml)ros  de  la  Audiencia  parecen 
no  hallar  ya  eco  en  la  habitual  sumisión  del  pueblo. 

A  pesar  de  las  órdenes  de  la  Junta  Suj)rema,  estricta- 
mente observadas  por  las  autoiidades  coloniales,  «  (pie 
mantuviesen  a  los  pueblos  en  una  perfecta  ilusión,  ocul- 
tándoles todas  las  noticias  ([ue  pudieran  descubrir  el  ver- 
dadero estado  de  la  Península^  ».  emisarios  que  burlan 
la  vigilancia  de  las  autoridades  esparcen  las  noticias  de 
España.  x\hora  se  sabe  que  a  los  primeros  reveses  suceden 
las  victorias,  que  Napoleón  ha  entrado  en  Madrid,  que  en 
todas  partes  reinan  la  desorganización  y  la  discordia,  y 
que  las  Juntas  sucesivas,  cuyos  delegados  van  llegando 
unos  tras  otros,  no  logran  hacerse  respetar.  Cada  uno  de 
a([uellos  delegados  c<  acudía  a  solicitar  la  sumisión  v  los 
socori'os  de  los  fieles  subditos  de  América  ».  Pero  hacía 
demasiado  tiempo  que  aquellos  pueblos  estaban  abi'umados 
de  impuestos,  v.  además,  hondamente  removidos  por  los 
partidos  sucesivos,  por  todo  lo  cual  eran  una  presa  fácil 
|)aia  ([uien  supiera,  llegado  el  momento,  dar  pruebas  de 
energía  v  decisión. 

«  Si  el  restablecimiento  de  los  Boi'bones  tardai-a  dema- 
siado en  efectuai'se.  ci-eo  poder  afirmar,  escribí!  el  capitán 


1.  (]arla  de  la  Junta  Suprema  acusando  al  capitán  general  de  Caracas 
recibüde  dichos  documentos.  Sevilla.  22  de  marzo  de  ISO'J.  D.  II,  o7  I . 

2.  Representación  de  las  primeras  notabilidades  de  (Caracas  a  .S.  K. 
el  capitán  general,  22  de  nov.  de  1H(J8.  D.  II,  ¡JGO. 

¡t.  Oficio  de  la  Junta  Supiema  a  los  virreyes,  capitanes  generales, 
I"  de  nov.  de  1808.  citado  por  Larrazahal,  op.  cit.,  j).  43. 


262  KL    PKECUnSOH 

Beaver  a  su  salida  de  Caracas,  que  los  habitantes  de  este 
país  se  darán  a  sí  mismos  la  independencia  ^  »  Esto  es 
igualmente  cierto  respecto  del  resto  de  América.  La  Revo- 
lución es  un  hecho  en  todas  las  conciencias,  y  aquellos 
que  se  han  asignado  por  misión  el  proclamar  su  adveni- 
miento V  asegurar  su  triunfo  se  hallan,  en  t(»das  partes, 
en  su  puesto  de  combate. 

1.  Julio  de  1808.  R.  O.  Admiralty  Lee^vards  Islands.  n"  329. 


á 


CAPITULO  Ilí 

1810 

Los  ecos  ele  la  derrota  de  Ocaña  v  de  la  toma  de  Gerona, 
que  tan  desastrosamente  terminaban  para  los  Españoles  la 
campaña  de  1809.  repercutieron  en  el  Nuevo,  Mundo  cual 
toque  Fúnebre  de  la  monaríjuía.  Los  desfiladeros  de  la  Sierra 
Morena  se  abrían  ante  los  ejércitos  franceses,  dueños  ya 
de  Andalucía.  José  había  efectuado  su  entrada  triunfal  en 
■Madrid.  La  Junta  Central  de  Sevilla,  reunida  el  29  de 
enero  de  1810  en  la  isla  de  León,  decidió  su  inmediata 
disolución  V  resignó  sus  poderes  en  manos  de  un  consejo 
de  regencia  hipotético,  «  ¡España  ha  caducado!  »  Tal  fué 
la  palabra  que  sirvió  de  señal  de  reunión  a  los  criollos  y 
la  que  les  animó  a  lanzarse  a  la  acción  '.  Parece  ser  que 
Dumouriez  escribió  por  entonces  :  «  La  Revolución  en 
estos  imperios  está  ya  escrita  en  los  libros  de  la  Provi- 
dencia :  será  francesa,  o  inglesa,  o  americana"  ». 

Si  en  Europa  podían  quedar  algunas  ilusiones  acerca  de 
ios  verdaderos  destinos  del  gran  movimiento  que  se  prepa- 
raba del  otro  lado  de  los  mares,  ya  no  eran  dudosos  dichos 
destinos,  dada  la  situación  de  los  partidos  en  presencia. 
Los  crueles  descalabros  de  la  guerra  de  España  van  a 
obligar  a  Napoleón  :  primero  a  aplazar  y  luego  a  renun- 
ciar a  toda  empresa  que  interese  las  Colonias.  A  veces,  en 
el  transcurso  de  su  trágica  carrera,  exasperado  por  la  furiosa 
resistencia  de  los  subditos  de  su  hermano,  detrás  de  la 
cual  adivina  primero,  v  descubre  poco  después,  el  impla- 
cable  y    tenaz    esfuerzo    de    los   Ingleses,    el    Emperador 

1.  Cf.  MiTRF,  Ili.slorid  de  Belgrano,  t.  I.  cap.  ix. 

2.  Ménioires  et  Coirespondance  inédits  dii  general  Dumouriez,  183'i, 
en  8»  Paris,  2  vol.,  t.  II.  p.  480.  apócrifos  o  arreglados  según 
Mirliaud.  su  contemporáneo  i Biographie). 


264  EL    PRECURSOR 

medita  todavía  colosales  expediciones  marítimas  «  que 
producirán  espanto  en  Inglaterra  porque  amenazarán  todas 
sus  colonias  :  30  000  hombres  se  apoderarán  de  Jamaica  y, 
en  caso  de  necesidad,  invadirán  las  costas  americanas  en 
que  llorece  el  contrabando  enemigo'  ».  Pero,  tales  combi- 
naciones eran  abandonadas  casi  tan  pronto  como  imagi- 
nadas, fugaces  resplandoies  de  un  rayo  cuyo  alcance  era 
más  reducido.  Inglaterra  se  libra  fácilmente  de  sus  iras. 
Como  premio  de  la  alianza  que,  entonces,  impone  ella  a 
los  Españoles,  se  esfuerza  en  arrancarles  un  tratado  que  le 
reconozca  oficialmente  las  ventajas  económicas  de  que  va 
está  ella  beneficiando  en  las  Colonias  españolas.  Dueña 
absoluta  en  este  terreno,  único  que  para  ella  tiene 
valor,  podrá  con  toda  tranquilidad  extender  y  reglamentar 
a  su  antojo  los  progresos  que  le  sea  posible  efectuar  en 
ellas  :  la  tienen  harto  al  corriente  los  informes  de  sus 
agentes,  y  está  demasiado  escarmentada  por  los  duros 
experimentos  de  los  años  anteriores,  para  no  limitar  a 
esto  su  ambición.  No  obstante,  en  América,  los  varios 
elementos  que  han  de  tomar  parte  en  la  insurrección 
están  firmemente  resueltos  a  entablar  la  lucha.  Todo  hace, 
pues,  prever  que  la  Revolución  terminará  a  favor  de  los 
Americanos. 

Recosfiendo  en  su  conciencia  el  sentimiento  alm)  borroso 
del  pueblo,  los  liberales  se  hallan  en  la  vanguardia.  Bajo 
este  apelativo  convencional  de  liberales  hay  que  com- 
prender :  primero,  la  casi  totalidad  de  los  criollos  :  abo- 
gados, médicos,  literatos,  profesores;  oficiales  de  las  mili- 
cias coloniales,  habiendo,  algunos  de  ellos,  comenzado 
por  servir  en  los  regimientos  de  Cataluña  o  de  Castilla; 
empleados  v  funcionarios;  dueños  de  fincas  rurales.  Luego, 
entre  los  mestizos,  el  bajo  clero  seglar,  casi  todo  él  de 
origen  plebeyo,  los  dueños  de  fincas  de  menor  cuantía,  los 
artesanos  de  las  ciudades.  Y.  por  fin.  las  mujeres,  «  las 
mujeres  de  ese  mundo  exuberante  en  lodo  »,  a  quienes  la 
historia  de  la  emancipación  sudamericana  «  habrá  de  con- 


1.  Carlas  o  proyectos  de  cartas  del  Emperador  a  Alejandro,  a 
Caulaincourt,  a  l<'ederico  Augusto  de  Sajonia,  enero-febrero  de  1809. 
V.  Sorel,  L'Eurojjc  el  la  Hés'olutioii,  t.  VII,  lib.  I,  cap.  v. 


1810  2f;5 

sagrar,  para  ser  justa,  — scoiiii  dicho  de  .1.  M.  Sainper '.  — 
las  mas  hermosas  é  instructivas  páginas  ». 

La  mujer  sudamericana,  a  más  de  la  liclleza,  hi  lindeza 
o  la  gracia  casi  universales,  posee  cualidades  sumamenle 
atractivas  y  serias.  Una  gravedad  matizada  de  tristeza  Jjajo 
una  expansiva  jovialidad,  una  imaginacitSn  ardiente,  gene- 
rosa, sentimental,  que  ejerce  un  impei'io  que  desde  la 
infancia  se  afirma  y  que  padre,  madre,  tutor,  hermano  o 
marido  le  reconocen  gustosos,  sahe  merecer  de  cuantos  la 
i'odean  un  respeto  tierno  y  elevado.  «  No  sé  si  es  influencia 
del  ambiente  de  la  tierra  americana  —  observa  al  des- 
cribir a  las  Colombianas  un  viajero  en  quien  hay  también 
un  psicólogo "  —  o  corolario  lógico  de  ese  espíritu  de 
emancipación,  de  ese  esfuerzo  hacia  la  generación  del  por- 
venir... primero  como  dispensadora  de  amor,  luego  como 
vestal  de  la  llama  religiosa  en  el  seno  de  la  familia...  no 
lo  sé,  pero  creo  que  la  mujer  de  este  país,  cuando  menos 
hasta  la  viudez,  tiene  más  verdadera  influencia  y  más  acción 
que,  la  de  Europa,  una  autoridad  oculta  más  soberana  ». 
Y  no  es  esto  menos  verdad  respecto  de  las  finas  Mejicanas, 
de  las  apasionadas  Peruanas,  de  las  ingeniosas  Chilenas  o 
de  las  esculturales  Argentinas  :  de  todas  las  Sudameri- 
canas,  en  fin.  cuya  exclusiva  preocupación,  mientras  se 
elaboraban  los  destinos  nacionales,  fué  la  de  grabar  en  lo 
más  profundo  del  corazón  de  sus  hijos  este  sentimiento, 
tan  vivo  en  ellos  desde  entonces,  y  tan  poderosamente 
característico  :  la  «  mezcla  de  ternura  y  de  melancolía^  » 
llamada  el  amor  patrio. 

En  efecto,  adictas  desde  los  comienzos  a  la  idea  de 
independencia,  las  criollas  no  tardarán  en  ganar  a  su 
ejemplo  a  sus  hermanas  más  humildes;  unas  y  otias  mos- 
trarán idéntico  y  sublime  arranque  :  serán  las  educadoras 
decisivas,  las  Cíunpañeras  incansables,  las  frenéticas 
amazonas,  y,  a  veces  también,  las  «  libertadoras  de  los 
libertadores   ».  (]on   la   complicidad   v    bajo   el    amparo  de 

i.  Ensayo  sobre  las  rei'oliicianes  políticas,  ele,  op.  cii.,  caj).  x, 
p.  161. 

2.  PiERKE  d'Espagn.vt,  Soin>e?iirs  de  la Nouvelle-Grenade,  Paiis,  1901. 

''i.  La  expresión  es  de  Chateaubri.vnd,  Essai  sur  les  Revolutions, 
cap.  IX. 


^66  EL    PRECURSOIÍ 

las  patricias  de  Quito,  de  Santa  Fe,  de  Cai'aeas.  se  orga- 
nizan las  conspiraeiones.  Una  vez  iniciada  la  Revolución, 
las  Americanas  oíVecerán  a  los  patriotas  sus  bienes  y  su 
fortuna,  cual  hizo  Doña  Gregoiia  Pérez,  quien  escribía  a 
Belgrano,  jefe  de  las  tropas  de  la  Junta  de  Buenos  Aires  : 
«  Pongo  á  la  orden  y  disposición  de  V.  E.  mis  haciendas, 
casas  y  criados,  desde  el  río  Feliciano  hasta  el  puesto  de 
las  Estacas,  en  cuyo  trecho  es  V.  E.  dueño  de  mis  cortos 
bienes,  para  que  con  ellos  pueda  auxiliar  al  ejército  de  su 
mando,  sin  interés  alguno*  »...  Estalla  la  guerra,  y  las 
Amei-icanas  envían  sus  esposos,  sus  hijos  a  la  batalla; 
aceptan  y  sulren,  con  la  más  admirable  abnegación,  la 
soledad,  la  pobreza,  el  destierro;  en  fin.  se  ofrecen  ellas 
mismas  en  holocausto,  y  Policarpa  Salabarrieta "  ocupa 
un  puesto  en  el  Panteón  sublime  de  las  heroínas  de  la 
patria. 

Mientras,  en  la  retaguardia  de  los  ejércitos  de  la  Inde- 
pendencia vemos  formarse  esa  cohorte  sorprendente  —  y 
desde  entonces  tradicional,  en  ciertas  regiones  del  Niyjvo 
Mundo,  —  de  las  Juanafi,  mujeres  o  compañeras  del 
soldado,  llevando  a  la  espalda  —  andamiaje  pintoresco  y 
enternecedor  —  la  poca  ropa,  algunos  malos  platos  y 
pucheros,  alguna  olla,  que  componen  el  ajuar  de  la 
choza  abandonada;  con  frecuencia  también,  al  chiqui- 
tín medio  desnudo,  nacido  a  orilla  del  camino,  «  ayu- 
dando, proveyendo  de  alimentos,  sacudiendo  con  su  ale- 
gría y  su  abnegación  el  cansancio,  el  hambre  y  sed  de  la 
etapa,  dando,  con  el  resto  de  juventud  que  les  queda, 
un  poco  de  amor  a  su  compañero,  un  poco  de  leche  a  su 
pequeño,  hasta  exponerse  a  morir,  hasta  el  frente  de  la 
batalla^  curando  la  última  herida,  arrancando  el  fusil  que 
en  las  manos  crispadas  acaba  de  callarse,  y  vengando 
a  sus   mueitos   antes   de   caer  ellas  a  su  vez.    con   el   arma 


J.  MiTRi:,  Ilistorid  de  Belgrano,  t.  I,  p.  271. 

2.  Nació  en  Guaduas  (provincia  de  Cundinamarca,  Nueva  Granada) 
en  1797.  Conspiró  contra  el  régimen  español  restaurado  en  Nuev  a 
Granada  en  1816,  y  fué  ejecutada  en  Santa  Fe  por  orden  del  general 
Sámano,  el  17  de  noviembre  de  1817.  Dio  pruebas  de  gian  valor,  y 
su  muerte  motivó  el  levantamiento  general  que  dio  por  resultado  la 
independencia  delinitiva. 


1810  '267 

a  la  cadiMii.  sobre  el  catlávor  del  hombre  aniaib)'  »... 
Aun(|iie  bi  niavoiía  chí  los  liberales  no  sospechaban 
siquiera  horas  tan  trágicas,  hal)ía  cuando  menos  una 
noción  que  les  era  común  :  la  de  la  oportunidad  de  poner 
por  íin  término  a  su  estado  de  siervos.  El  principio  secular. 
y  de  todo  tiempo  invocado  por  los  representantes  del  rev 
de  España  en  las  provincias  Americanas,  según  el  cual 
lormaban  éstas  otros  tantos  dominios  agregados  a  la 
C>orona,  había,  en  electo,  cesado  de  tener  valor  alguno 
desde  ([ue  va  no  había  monarca  legítimo  en  Madrid.  Así 
|)ues.  la  soberanía  de  las  provincias  correspondía  a  sus 
habitantes,  cual  resultal)a  además  de  las  numerosas  pro- 
clamas de  las  Juntas  europeas. 

Esta  fué  precisamente  la  tesis  que.  de  común  acuerdo, 
los  jefes  del  movimiento  liberal  propagaron  desde  fines  del 
año  1809.  Esta  tesis  permitía,  no  sólo  contestar  a  la  obje- 
ción de  los  partidarios,  harto  visiblemente  interesados,  de 
la  dominación  peninsular,  sino  que  ofrecía  además  la 
ventaja  de  calmar  los  escrúpulos  de  algunos  criollos  vaci- 
lantes aún.  v.  en  íin.  suministraba  un  aroumento  decisivo 
para  combatir  el  lealismo.  por  cierto  bastante  en  baja,  de 
los  pueblos.  De  modo  que,  la  victoria  de  los  liberabas 
había  de  quedarles  legalmente  asegurada  si  la  dinastía 
napoleónica  se  afirmaba  en  la  Península ;  v  si  vídvían  a 
ocupar  el  trono  los  Borbones,  —  hipótesis  poco  probable. 
y.  en  todo  caso,  lejana.  —  el  rey  legítimo  se  vería,  ante  el 
hecho  consumado,  impotente  para  derribar  el  nuevo  orden 
de  cosas.  Sin  duda  que  el  consejo  de  regencia  iba  a  pres- 
cribir a  las  autoridades  coloniales  que  hiciesen  valer  a  los 
ojos  de  los  habitantes  los  beneficios  de  la  representación 
directa  en  las  asambleas  metropolitanas,  recién  decretada 
por  la  Junta  Central;  pero  nadie  en  América  se  dejaría 
ya  seducir  por  el  cebo  de  una  concesión  tardía  v  que 
resultaba  irrisoria.  Acerca  de  esto,  ningún  trabajo  les  costó 
a  los  liberales  persuadir  a  aquellos  de  suíj  congéneres,  aun 
a  los  más  moderados,  ([ue  formaban  parte  de  los  cal)ildos. 

Sostuvieron  con  éxito  que  América  había  cumplido 
sobradamente   con   sus  deberes  hacia  la  metiópoli,  al  rcs- 

1.    PlF.RRE   u'EsPAGNAT,   Op.    cit. 


•268  EL    IMiECritSOl! 

pondcr  con  tanto  brío  a  los  llamamientos  de  la  Junta 
Suprema,  y  eontribuído  con  bastante  generosidad  a  so(;o- 
rrerla,  para  no  baber  ganado  el  derecbo  de  no  pensar  va 
más  que  en  sus  propios  intereses  :  «  Disuelta  la  monar(|uía 
y  perdida  la  España,  nos  hallamos,  dirá  uno  de  los  pro- 
tagonistas de  la  Emancipación  ',  en  el  mismo  caso  en  que 
estarían  los  hijos  mayores  después  de  la  muerte  del  padre 
común.  Cada  hijo  entra  en  el  goce  de  sus  derechos,  pone 
su  casa  aparte  y  se  gobierna  por  sí  mismo  ». 

Unánimes  en  su  intención  de  romper  con  España,  los 
liberales  lo  fueron  también  en  la  elección  del  medio  que 
había  de  conducirles  a  ello.  En  este  instante,  que  podríamos 
llamar  psicológico,  todas  las  disensiones  se  acallan,  todas 
las  voluntades  se  coaligan.  Tan  perfecto  es  el  concierto,  tan 
completa  la  armonía,  que,  a  pesar  de  los  obstáculos  natu- 
rales que  aislan  unas  de  otras  las  vastas  regiones  del  conti- 
nente inmenso,  simultáneamente,  y  en  toda  su  extensión, 
vamos  a  presenciar  la  explosión  revolucionaria.  Los  pro- 
motores de  la  insurrección  pertenecen,  en  cada  sitio,  a  las 
mismas  clases  sociales ;  hallan  en  los  cabildos  igual  y 
poderoso  punto  de  apovo  ;  las  Juntas  populares  se  organizan 
del  mismo  modo,  adoptan  análogos  procedimientos;  sus 
reivindicaciones  son  motivadas  por  el  mismo  estado  de 
cosas,  traducen  idénticas  aspiraciones,  idénticas  preocupa- 
ciones; la  actividad,  el  ardor,  las  pasiones  son  los  mismos 
en  todas  partes  -. 

Con  tal  motivo,  se  ha  podido  ol)servar  que  la  Revídu- 
ción  estaba  entonces  «  en  la  lógica  del  tiempo  y  de  los 
antecedentes,  en  las  necesidades  de  la  situación,  en  totlos 
los  espíritus...  que  era  una  evolución  de  la  civilización  '  ». 
Aun  así,  no  es  menos  cierto  que  las  antinomias  resultantes 
de  la  desemejanza  de  las  condiciones  geográficas  y  hasta 
políticas  particulares  a  los  colonos  españoles,  sus  rivali- 
dades intestinas  y  de  castas,  la  extremada  dificultad  o  la 
ausencia  de  todo  medio  de  comunicación  recíproca,  habrían 

1.  Carta  de  (laniilo  'forres  a  D.  Ignacio  Tenorio.  Santa  l<'e, 
2Í)  de  mayo  de  1810.  Reperlorio  Colniiihidiio.  IS8'i.  y  Bi ciikra,  Vida 
de  Mira/idii,  t.  II,  p.  55. 

2.  Cf.  Samper,  Ensayo,  etc.,  cap.  x. 

3.  Cf.  Sampkr,  Ensayo,  etc.,  cap.  x,  p.  165. 


1810  260 

debido  coiiliiiriar,  si  no  imposibilitar,  la  cspoiilancidad. 
la  piccisióii  de  conjunto,  earaeleiístieas  evidentes  del  inovi- 
iniciilo  revoliieionaiio.  Así  pues,  (piedaríau  estas  inexpli- 
cables, de  no  admitir  la  inteivencuní  de  una  voluntad 
superior  \  direetoia. 

y\  Miranda  corresponde  este  papel.  [)aptd  cu\a  niaonitnd. 
unida  a  la  habilidad  <jue  fué  necesaria  para  desempeñarlo, 
hacen  del  Pi'(>cui'sor  un  tramoyista  épico.  En  la  [)enumbra 
en  ([ue.  en  acecho  durante  laníos  años  parece  ([uerer 
dejarle  la  Historia,  sin  duda  por  la  costumbre  que  tiene 
de  verle  así,  Miranda  había  sido  el  autor  invisible  del 
íormidable  prólogo,  en  punto  ya  para  ser  representado  en 
cada  una  de  las  es<'enas  del  inmenso  teatro  cuyo  conjunto 
ajjarcaba  él  con  sólo  una  ojeada.  Su  largo  apostolado,  sus 
geniales  intiigas.  las  instancias  de  continuo  repetidas, 
durante  un  cuarto  de  siglo,  en  todas  las  cancillerías,  y 
contrariadas  siempre  por  las  defecciones  y  la  mala  fortuna, 
las  furtivas  apariciones  efectuadas  por  él  en  las  costas  de 
América,  sus  incansables  paciencias,  tenían  por  fin,  esta 
vez,  el  resultado  perseguido. 

Sólo  de  una  manera  imperiécta  conocemos  el  método 
complejo  empleado  por  Miranda  en  la  elaboración  subte- 
rránea de  aquella  (djra  magna;  pero  sabemos  lo  bastante 
acerca  de  ciertos  trabajos  del  Precursor  para  reeonocei'. 
en  las  realizaciones  de  sus  mandatarios,  su  universal  insti- 
gación. El  principal  instrumento  de  propaganda  de  (pn-  se 
sirvió  parece  haber  sido,  en  efecto,  la  vasta  asociación 
secreta  ([ue,  hacia  1797.  fundó  él  en  Londres,  y  cuyo  papel 
lué  considerable  sobre  los  destinos  de  la  Emancipación. 

Iniciado  en  las  prácticas  de  la  Francmasonería  en  una 
('poca  en  (|ue  los  dogmas  igualitarios  de  que  ella  se  inspira 
comenzaban  a  socavar  los  cimientos  del  Anticuo  Mundo, 
Miranda  había  asistido,  v  contribuido  j)or  sí  mismo,  a  los 
prodigiosos  comienzos  de  aquel  cambio  radical.  Desde 
a([uel  momento,  el  antiguo  compañero  de  los  filadelf'os 
ambicionó  formar  una  legión  de  adeptos  (|ue  a  su  vez 
es|)arcicran  en  Sudamérica  las  luces  del  nueve)  espíritu. 
Títmando  modelo   sobre  la   organización   de  las  sociedades 

o 

de  los  iluminados,  reunió  en  torno  de  él  a  todos  aquellos 
de  entre  sus  compatriotas  a  quienes  animaban  las  mismas 


270  KL    IMiECUIiSOli 

esperanzas,  y  se  instituyó  Gran  Maestre  de  una  «  Logia 
Americana   ». 

La  asociación,  modesta  al  principio,  no  tardó  en  agrupar 
a  \r  totalidad  de  los  criollos  que  acudían  a  Europa  para 
perfeccionar  su  educación  o  para  avudar  a  la  Revolución. 
Dicha  Logia  tuvo  filiales  en  Paris,  en  Madrid,  con  el 
nombre  de  «  Junta  de  las  ciudades  y  provincias  de  la 
América  meridional  »  ;  en  Cádiz,  con  el  de  «  Sociedad  de 
Lautaro  «  o  de  los  «  Caballeros  racionales  ».  Los  criollos 
afluían  a  Cádiz,  su  principal  puerto  de  llegada,  motivo  por 
el  cual  fueron  muy  numerosos  los  «  Caballeros  racionales  », 
sobre  todo  en  1808,  año  en  que,  según  documentos  publi- 
cados por  primera  vez  por  el  señor  Mitre  ^  hasta  contaban, 
entre  sus  adherentes,  a  varios  miembros  de  la  aristocracia 
española.  Sin  embargo,  de  Londres  era  de  donde  salían 
las  órdenes  del  «  Supremo  Consejo  »  para  las  logias  conti- 
nentales. El  taller  se  hallaba  en  la  casa  de  Grafton 
Square,  en  donde,  hasta  en  1810,  Miranda  dio  personal- 
mente la  luz  a  todos  los  apóstoles  de  la  Revolución 
americana. 

O'Higgins  ^,  Montiifar  y  Rocafuerte  ^,  de  Quito:  del  Valle, 
de  Guatemala;  Monteagudo ',  del  Perú;  Caro,  de  Cuba; 
Servando  Teresa  Mier  \   de  Méjico;    Carrera,   de   Chile"; 

1.  Mitre,  Historia  de  Belgrano,  t.  II,  cap.  xxiv,  e  Hisloriu  de  San 
Marlí'n,  inti-oducción. 

2.  0'Hi(;gins  y  Ri()ui:lme  (Bernardo),  el  gran  patriota  chileno,  nació 
en  Chillan  el  20  de  agostó  de  1776,  falleció  en  Lima  el  24  de  agosto 
de  1812.  —  V.  Vicuña  Magkenna,  Vida  de  O'íliggins,  1.   I,  p.  130. 

3.  RocAiuERTE  (Yicente),  nació  en  Guayaquil  en  1783,  talleció  en 
Lima  en  J847.  Diputado  de  la  provincia  de  Guayaquil  en  las  Cortes 
españolas  de  1812.  Pasó  luego  a  Méjico,  y,  de  1824  a  1830  fué  sucesi- 
vamente secretario  de  legación,  y  ministi'o  de  Méjico  en  Londres.  De 
regreso  a  su  país,  fué  pi-esidente  de  la  República  del  Ecuador,  de 
1834  a  1831). 

4.  MoNTKAGVDO  (Bei'nardo),  nació  en  Tucuman  en  1787,  asesinado 
en  Lima  en  1825.  Tomó  parle  en  las  sublevaciones  de  1809  y  1810. 
De  1818  a  1821,  fué  auditor  de  guerra  con  el  general  San  Martín.  En 
1821,  habiéndose  este  proclamado  Prolector  del  Perú,  nombró  a 
Monteagudo  ministro  de  la  guerra  y  de  la  marina.  En  1822,  tomó  la 
cartera  de  Relaciones  Exteriores,  desempeñando  este  cargo  hasta  su 
muerte. 

5.  Abogado  mejicano,  diputado  en  las  Corles  de  1812. 

6.  Carrera  (José  Miguel).  Primer  presidente  de  la  República  de 
Chile:  nació  en  Santiago  en  1785;  fusilado  en  Mendoza  el  4  de  sep- 
tiembre de  1821 . 


1810  271 

Marlaun  Moieiu» ',  de  la  IMala.  dcslilaiíni  sucesivamente 
ante  el  Precursor,  llevando  lue^*)  la  palaln-a  de  éste  a 
sus  pati'ias  de  oi-igíMi.  Bolívar  acudió  tambi('Mi  a  renovar 
ante  el  Gran  Maestre  el  juramento  pronunciado  hacía  poco, 
así  como  Xariño,  en  (]ádiz,  cuando  su  segundo  viaje  a 
Eui'opa.  San  Martín  lué  asimismo  iniciado  en  I.ondres,  en 
1811,  con  Alvear'-  v  /apiola^,  sus  compatriotas,  en  Graí- 
ton  Sqiiare  ^  también,  de  donde  acababa  de  salir  Miranda, 
dejando  allí  instala{b)S,  (M»mo  pronto  veremos,  a  los  dipu- 
tados de  Caracas. 

San  Martín,  Alvear  v  /apiola,  los  ties  principales  pro- 
ta<>(uiistas  de  la  emanci[)ación  de  las  provincias  de  la  Plata, 
íundaron  al  año  siguiente,  en  Buenos  Aires,  la  célebre 
«  Loffia   de  íjautaro   ».  la  cual    sirvió   de  fromento  decisivo 

o 

para  la  Rev<dución  argentina,  y  de  paladio  para  sus  discor- 
dias. La  Lt>pia  de  Lautaro  fué,  en  realidad,  la  s<da  aso- 
ciación  de  este  género  en  la  Améric'a  del  Sur.  Pero,  si 
bien  no  había  logrado  el  Supremo  Consejo  encender  otros 
locos  aparentes  en  las  Colonias,  contaba  allí,  no  obstante, 
con  un  verdadero  ejército  de  adeptos  aislados  en  quienes 
subsistía,  inextinguible,  alguna  chispa  del  fuego  sagrado 
de  Miranda. 

Además,  aunque  el  Precursor  hubiese  inspirado  sólo  a 
B(dívar,  a  San  Martín  y  a  O'IIiggins,  bastaría  esto  para 
justificar  el  título  de  Padie  de  la  Independencia ,  que.  en 
su  tardía  gratitud,  le  prodigan  hoy  día  los  Sudamericanos. 

1.  Nació  en  Buenys  Aires  en  1778;  murió  en  J81i.  Doctor  en  leyes 
en  1800  en  la  ciudad  de  Charcas  (Alto  Perú),  ejerció  eu  ella  su  pro- 
fesión de  abogado,  y  regresó  a  su  ciudad  natal  en  1805.  para  ejej'cer 
la  abogacía.  Después  de  un  viaje  a  Europa,  fué  uno  de  los  jefes  de  la 
I-evolución  argentina.  Redactó  luego  la  Gaceta  de  Buenos  Aires. 
Encargado  de  una  misión  a   Inglaterra,  falleció  en  la  travesía. 

2.  AL^F.AR  I  Carlos  María),  nació  en  Buenos  Aires.  Fué  Director  de 
las  provincias  Unidas  de  la  Plata  en  1815.  Eu  1821,  desempeñó  una 
misión  en  Inglaterra  y  en  los  Estados  Unidos.  En  1827,  mandó  las 
fuerzas  argentinas  que  derrotaron  al  ejército  imperial  brasileño  en 
Itusaingo.  Murió  en  Montevideo. 

3.  Z.APioL.v  (José  María),  nació  en  Buenos  Aires  eu  1780,  y  allí 
falleció  en  1874.  Tomó  parte  en  los  acontecimientos  mas  gloriosos 
de  la  gueria  de  la  Independencia,  sobre  todo  en  las  batallas  de 
(]hacabuco  y  <.le  .Maypú. 

i.  Recuerdos  del  General  Za piola,  citados  por  Mitkt.  Historia  de 
San  Martin,  I.  I,  cap.  ii. 


EL  PRECURSOR 


Pues,  no  son  sólo  los  esl'uerzos  directos,  y,  si  así  pnede 
decirse,  concretos,  de  Miranda,  los  (|ue  determinaron  el 
nacimiento  de  la  Independencia  americana  :  sn  pensa- 
miento mismo,  al  presidir  el  nacimiento  de  las  nnevas 
nacionalidades,  va  a  perpetuarse  en  este  gran  aconteci- 
miento. Y,  la  vicloi'ia  consagrada  por  este  acontecimiento. 
es.  la  de  la  Revolución  propiamente  dicha  —  de  la  cual 
ha  de  ser  considerado  Miranda,  en  el  Nuevo  Mundo,  como 
siendo  su  representante  y  su  personificación  misma  ■ — 
sobre   los  principios  seculares  del  Antiguo  Réginie?i. 

Y  no   han    de  tardar,    los    iniciados    de   la    Gran    Losia 

o 

Americana  y  sus  prosélitos,  no  han  de  tardar  en  ver  ligarse 
contra  ellos  todas  las  fuerzas  del  absolutismo  :  los  nego- 
ciantes canarios  o  gallegos,  poseedores  de  privilegios,  la 
Inquisición,  las  dignidades  eclesiásticas,  los  consejeros  de 
las  Audiencias,  en  quienes  sobrevivió  lodo  el  empaque  de 
la  vieja  España  rígida  y  doctrinal,  y  que  fueron  los  últimos 
en  desarmar. 

Cuando  la  lucha  haya  pasado  de  lo  que  podría  llamarse 
la  fase  teórica  —  ya  los  liberales  cumple  la  honra  de 
haberse  obstinado  en  circunscribir  a  ella  la  declaración  de 
sus  «  derechos  »  —  a  la  fase  guerrera,  los  dos  grandes 
principios  en  antagonismo  se  precisarán,  cada  uno  con  su 
carácter  esencial,  y  el  espíritu  de  Miranda,  armando  el 
brazo  de  los  libertadores,  y  triunlándo  aún  de  sus  incerti- 
dumbres  constitucionales,  se  afirmará  en  el  radiante  adve- 
nimiento de  las  Repúblicas  latinas. 


II 

El  pueblo  en  su  conjunto,  arbitro  supremo  de  la  lucha 
(pie  pone  frente  a  frente  a  los  partidarios  de  la  educación 
revolucionaria  y  a  los  de  la  tradición  conservadora,  y  cuya 
adhesión  van  a  disputarse  con  saña  unos  y  otros,  el  pueblo 
se  halla  entonces,  casi  en  todas  partes  dinaniizado.  en 
cierto  modo.  Las  aspiraciones  atávicas  lo  trabajan  sorda- 
mente, acabando  de  despertar  en  él  los  instintos  de  rebe- 
lión y  de  motín,  anunciadores  del  sentimiento  de  indepen- 
dencia   nacional    ([ue,    no   obstante,    había    de    tardar    en 


1810  273 

manifestarse  claramente,  y  m;is  aún  en  desechar  sus 
primeras  incertidiimbres. 

Pero  consideradas  en  el  detalle  de  su  (;onjunt(»,  las  clases 
inferiores  se  muestran  muy  desioualmente  dispuestas.  Los 
pueblos  mestizos  del  campo  serán  más  inasc(|uibles  al  libe- 
ralismo en  las  regiones  montañosas  y  de  tierra  fria,  que 
en  los  países  de  (ierra  caliente  o  en  los  llanos;  los  llaneros 
de  Venezuela,  cuya  intervención  decidió  de  la  suerte  de  las 
guerras  de  la  Independencia,  se  dejaron  ganar  mucho  más 
pronto  que  los  habitantes  semiindios  de  las  regiones  de 
Cuzco,  en  el  Perú,  o  de  Pasto,  en  Nueva  Granada'.  Los 
negros  esclavos,  incapaces,  por  su  estado,  de  decidirse, 
con  conocimiento  de  causa,  por  uno  u  otro  de  los  com- 
petidores, se  verán  alistados,  alternativamente,  en  cada 
uno  de  los  campos  contrarios,  según  que  la  victoria  favo- 
rezca o  traicione  a  sus  amos.  Pero  la  hostilidad  al  prin- 
cipio revolucionario  es  el  sentimiento  dominante  en  la 
mayoría  de  la  plebe  americana.  La  corriente  lealista,  cuyas 
vibraciones  se  atenúan  en  la  superficie  del  cuerpo  social, 
penetra  precisamente  las  capas  profundas,  y  en  ellas  se 
impregna  con  tanta  más  fuerza  cuanto  que  son  las  últimas 
heridas,  razón  por  la  cual  se  prolongan  en  ellas  dichas 
vibraciones. 

Por  estos  motivos,  los  liberales  habrán  de  maniobrar 
con  mucho  tino  y  mucha  cautela,  a  fin  de  no  chocar  brus- 
camente, desde  los  primeros  momentos,  con  la  opinión 
general,  y  no  habrá  que  extrañarse  de  verles,  en  muchas 
circunstancias,  recurrir  a  la  astucia,  y  hasta  a  la  dupli- 
cidad. Les  veremos  escudarse  con  Fernando  VII,  obrar  en 
nombre  de  «  sus  derechos  legítimos  ».  en  tanto  que  el 
soberano,  desposeído  v  resignado  definitivamente  a  su 
destronamiento  se  ha  rebajado  hasta  el  punto  de  felicitar 
al  Emperador  por  sus  victorias  v  de  solicitar  a  la  honra 
insigne  n  de  obtenerla  banda  de  la  orden  creada  en  España 
por  el  jefe  de  la  dinastía  napoleónica' 

Cierto  que  el  cabildo  de  La  Paz  se  erigía  atrevidamente, 
el  19  de  julio  de  1809,  en  «  .lunta  Protectora  de  los  Dere- 

1.  V.  Samper,  op.  cit.,  cap.  x. 

2.  Y.  HuBBARD,  Ilistoire  coloniale  de  l'Espagne,  1869,  t.  I,  p.  2't9. 

18 


274  EL    PRECl'RSOR 

ellos  dol  Hombre  ».  y  proelamaba  en  un  manifiesto  que  era 
((  iiíMupo  en  fin.  de  levantar  el  estandarte  de  la  libertad 
en  estas  desgraciadas  colonias,  adquiridas  sin  el  menor 
título,  V  conservadas  con  la  mayor  injusticia  y  tiranía...  *  ». 
Sin  embargo,  los  patriotas  de  la  ciudad  de  Charcas, 
entonces  capital  del  Alto  Perú  -,  quienes,  el  25  de  mayo 
de  1809,  fueron  los  primeros  en  alzar  la  voz  en  favor  de  la 
independencia;  y  los  de  Quito,  el  10  de  agosto  siguiente, 
se  dicen  al  mismo  tiempo  «  resueltos  a  conservar  a  su  rey 
legítimo  y  dueño  soberano,  aquella  parte  de  su  reino''  », 
y  declaran  constituirse  en  «  una  Junta  suprema  que  gobierne 
á  nombre  y  como  representante  de  nuestro  legítimo  sobe- 
lano  el  señor  Don  Fernando  Vil.   » 

E\  capitán  Salinas,  que  mandaba  la  infantería  de  Quito, 
encargado  por  los  revolucionarios  de  asegurarse  el  con- 
curso de  los  soldados,  les  dijo  que  su  rey  estaba  prisio- 
nero en  Francia,  que  las  actuales  autoridades  de  América 
querían  entregar  el  país  al  enemigo  común,  y  —  refiere 
un  testigo  —  terminó  su  arenga  preguntándoles  «  si  que- 
rían defender  la  causa  de  Fernando  o  convertirse  en 
esclavos  de  Bonaparte.  En  seguida  gritaron  los  soldados 
«  ¡Viva  Fernando  VII!  »  «  ¡Viva  Quito  ^!  «y  corrieron  al 
palacio  del  presidente.  Lo  era  entonces  el  viejo  conde 
Ruíz  de  Castilla,  quien  resignó  dócilmente  sus  funciones  y 
se  dejó  substituir  por  un  patriota,  el  marqués  de  Selva 
Alegre.  Selva  Alegre  tomó  el  título  de  presidente  de  la 
«  .Tunta  soljerana  »,  la  cual,  desde  a([uel  momento,  asumía 
el  o'obierno  de  la  colonia. 

o 

Mas,  sólo  una  existencia  efímera  tuvieron  las  nuevas 
.1  untas.  El  general  de  Goyeneche,  delegado  de  Sevilla, 
aca])aba  de  llegar  al  Perú,  después  de  efectuada  su  misión 
en  la  Plata,  cuando  se  produjeron  las  primeras  explosiones. 


1.  Manifiesto  de  los  patriotas  de  La  Paz  a  los  pueblos  del  Pein'i, 
el  ir,  de  julio  de  1809. 

2.  La  Eolivia  actual.  Charcas  fué,  después,  Chuquisaca ;  hoy,  es 
la  ciudad  de  Sucre. 

3.  La  Junta  Soberana  al  conde  Kuíz,  ex  presidente  de  Quilo,  el 
10  de  agosto  de  ÍSO'J.  D.  II,  :i7G. 

4.  V.  Stiovenson,  fíclalion  historique  et  deacription  dUiíi  séjour  de 
vingt  ans  dans  VAinérifjue  du  Sud,  etc.,  trad.  del  inglés  por  Sétier. 
Paris,  3  voL,  IS'iG,  1.  III,  p.  15. 


1810  275 

Kl  virrcv  de  íiima.  Ahascal.  nombi-í)  a  Goveneclic  aober- 
jiador  do  Cuzco,  puso  uu  cuerpo  de  tropas  bajo  sus  órdenes, 
y  pidió  socorros  a  Buenos  Aires  y  ^  Santa  Fe.  Los  pueblos 
peruanos,  los  cholos  sobre  todo,  «  descendientes  de  mestizos 

V  de  indios,  ejercitados  en  todos  los  oficios  que  requieren 
vigor  y  esfuerzos,  y,  por  consiguiente,  hombres  facilísimos 
de  arrastrar  a  una  j-cvolución '  »,  no  se  hallaban  más  dis- 
puestos a  ella  que  los  indios  propiamente  dichos.  Goyeneehe 
era  un  jefe  capaz  y  enérgico.  La  represión  fué  inmediata. 
Los  liberales  de  Cliarcas,  abandonados  por  la  opinión, 
lueron  arrestados  y  condenados  a  muerte  o  a  la  deportación, 
en  tanto  que  las  tropas  reales  tomaban,  sin  dilicultad, 
posesión  d(!  la  ciudad  (24  de  diciembre). 

Por  otra  parte,  la  llegada  de  los  refueizos  de  Lima,  de 
Guavaípiil  y  de  Santa  Fe   aterró  a  los  haljitantes  de  Quito 

V  descorazonó  a  los  patriotas.  El  marqués  de  Selva  Alegre 
desapareció  a  tiempo  para  substraerse  a  las  despiadadas 
persecuciones  que  iban  a  arreciar  sobre  sus  colegas  de  la 
«  .[unta  »  :  Salinas,  Morales,  Quiroga  y  sus  compañeros 
lueron  condenados  a  muerte  v  encerrados  en  horribles 
calabozos,  en  espera  de  la  revisión  de  su  proceso  por  la 
Audiencia  de  Santa  Fe;  el  marqués  de  Mirañores  murió 
de  pena  en  su  propia  casa,  que  le  servía  de  prisión. 

Asustado  por  tales  medidas,  el  cabildo  de  La  Paz  trató, 
a  pesar  de  la  oposición  de  los  patriotas,  de  negociar  con 
el  virrey  de  Buenos  Aires.  Pero,  en  esto  lleoó  Goyeneehe 
(25  de  octubre)  ante  las  murallas  de  la  ciudad,  derrotó  los 
escasos  contingentes  revolucionarios  que  por  un  momento 
habían  pretendido  oponerse  a  su  paso,  y  Pedro  de  Murillo- 
pagó  con  su  cabeza  los  atrevimientos  del  manifiesto  redac- 
tado por  él.  Pudo,  sin  embargo,  antes  de  morir,  pronun- 
ciar estas  proféticas  palabras  :  «  Yo  muero,  pero  la  tea  que 
he  encendido  nadie  la  apagará  ». 

El  deplorable  resultado  de  estas  tentativas  prematuras 
habría  podido  recordar   a  los  criollos  de  Buenos  Aires  y 


t.  Brackenridge,  Reise  nach  Südainerika,  Leipzig,  1826,  citado 
por  Gervials,  op.  cit.,  t.  VI,  p.  107. 

2.  MuRiLLo  (Pedro  Domingo  de)  nació  en  La  Paz  hacia  1780.  Desde 
1805  tomó  parte  en  los  conciliábulos  que  prepararon  la  Indepen- 
dencia. 


276  EL    PRECURSOR 

de  Caracas  la  circunspección  que  más  que  nunca  les 
aconsejaba  Miranda,  si  por  otra  parte  no  hubiesen  estado 
bien  resueltos  a  resistir  a  los  impulsos  de  un  entusiasmo 
harto  impaciente.  Caracas  y  Buenos  Aires,  por  ser  los 
centros  políticos  y  comerciales  más  considerables  de  las 
dos   arandes    subdivisiones   del    continente   sudamericano, 

o 

estal)an  designados  para  desempeñar  el  papel  primordial 
V  determinante  en  la  emancipación  íulura.  Tanto  los  cara- 
queños como  los  porteños  '  tenían  cabal  conciencia  de  tan 
alta  misión.  Se  seutían  los  protagonistas  de  una  revolución 
legítima  que  no  esperaba,  para  imponerse  al  beneplácito 
universal,  sino  el  haber  alcanzado  su  luminosa  madurez. 
Esto  no  quiere  decir  que  se  ilusionaran  acerca  de  las 
disposiciones  presentes  de  los  pueblos.  Sabían  muy  bien 
que  no  podrían  forzar  su  sufragio  sino  sorprendiéndolo, 
por  decirlo  así,  por  un  golpe  que  sonara  y  fuera  al  mismo 
tiempo  un  golpe  maestro.  Este  golpe,  Miranda  lo  había 
concertado  desde  larga  fecha,  y  sus  lugartenientes,  puestos 
sobre    aviso,  estaban  en  espera   de  la  señal  convenida. 

El  brigadier  Don  Vicente  de  Emparán,  designado  por 
la  Junta  Suprema  para  las  funciones  de  capitán  general  de 
Venezuela,  había  llegado  a  Caracas  el  i7  de  mayo  de  1809. 
Antes  gobernador  de  la  provincia  de  Cumaná,  había 
sabido,  por  su  cortesía,  su  bondad,  su  rectitud,  ganarse 
la  simpatía  de  todos,  motivos  por  los  cuales  su  elevación 
a  la  primera  magistratura  colonial  fué  igualmente  bien 
acogida  por  los  Españoles  y  por  los  criollos.  Los  Espa- 
ñoles se  regocijaban  de  ver  que  D.  Juan  de  Casas  era 
substituido  por  un  hombre  virtuoso,  estimado,  y  que 
sabría,  sin  duda,  realzar  el  prestigio  de  su  cargo;  y,  Ios- 
criollos,  fundaban  precisamente  grandes  esperanzas  en  el 
espíritu  de  tolerancia  que,  según  fama,  animaba  sobre 
todo  el  nuevo  capitán  general,  y  veían  en  esto  una  proba- 
bilidad de  éxito  para  sus  proyectos. 

Sin  embargo,  ya  había  pasado  el  tiempo  en  que  la 
dulzura  ])udiera  ser  un  medio  eficaz  de  dominación  y  de 
gobierno  sobre  un  pueblo  irritable  y  sobrexcitado.  Ciertas 
medidas  algo  severas  (¡ue  Flmparán  adoptó  contra  la  puijli- 

1,  Nombre  dado  a  los  habitantes  de  Buenos  Aires. 


IHIO  277 

(Mcióii  O  lu  |)r()pa<;>aiKl;i  dt;  los  «  libros  sediciosos  »  liKMon 
acogidas  con  viólenlas  erítieas;  el  ooheriiador  pretendió 
inipoiiei'  silencio,  v  vio  en  seguida  al  cabildo  pronunciarse 
irremediablemente  contra  él.  J.os  lilxírales  se  agitaban;  el 
número  de  sus  partidarios  aumentaba  de  día  en  día.  I'.l 
antiguo  capitán  de  la  guardia  real,  D.  Fernando  del  Toro, 
a  (¡uicn  la  Junta  había  nombrado  coronel  inspector  de  las 
milicias  coloniales,  y  ([ue  había  llegado  de  España  al 
mismo  tiempo  que  Emparán,  se  había  unido  a  su  hermano, 
el  marqués  del  Toro,  a  sus  parientes  de  apellido  Bolívar 
y  a  los  compañeros  de  éstos ;  en  vaiK)  les  exhortaba  a  la 
obediencia  el  capitán  general.  Algunos  años  antes,  Toro 
y  Simón  Bolívar  habían  sido,  en  Madrid,  familiares  de 
Emparán.  No  se  atrevía  éste  a  mostrarse  severo  con  ellos, 
tratando  al  contrario  de  convencerles,  y  no  logrando  sino 
comprometerse. 

El  marqués  de  Casa  León,  uno  de  los  miembros  de  la 
nobleza  de  Caracas  quedados  fieles  a  la  causa  metropoli- 
tana, de  connivencia  con  el  gobernador,  hizo  convocar  un 
día  a  los  más  determinados  entre  los  patriotas  —  se  les 
designó  después  con  este  nombre  —  e  hizo  cuanto  pudo 
para  convencerles  de  que  corrían  graves  peligros  persis- 
tiendo en  «  su  absurda  conducta  ».  Un  consejero  de  la 
Audiencia  se  encargó  de  hacer  comprender  a  los  jóvenes 
liberales  que  serían  colmados  de  favores  si  renunciaban  a 
las  «  ideas  subversivas  )),  v  que,  al  contrario,  atraerían  sobre 
ellos  tremendas  desgracias  si  persistían  en  tales  ideas  : 
a  lo  que  contestó  Bolívar  «  que  todo  aquello  estaba  muy 
bien  pintado,  pero  que  él  v  sus  asociados  habían  decla- 
rado la  guerra  á  España,  v  verían  como  saldrían'.  »  El 
gobernador  llegó  hasta  dar  fiestas  en  honor  de  sus  terri- 
bles amigos;  pero  nada  conseguía;  es  más,  en  un  ban- 
quete, propuso  Bolívar  brindar  «  por  la  libertad  del  Nuevo 
Mundo  ))  -. 

Por  su  parte,  los  patriotas  habían  llegado  a  concebir  el 
provecto  de  obligar  al  capitán  general  a  pactar  con  ellos. 
Mas,  no  llegaban  a  tanto  las  indulgentes  disposiciones  de 

J.  J.   F.   IIiRKDiA.  Memorias  sobre  las  Revoluciones  de  Venezuela, 
publicadas  por  D.  Enrique  l^iñeyro.  Paris.  Garnier,  1895,  p.  123. 
2.  Memorias,  de  OI^k.mív,  p.  2'i. 


EL    PUECUnSOR 


Empalan.  Rechazó  con  firmeza  las  instancias  del  cabildo, 
quien  más  que  nunca  insistía  en  pedir  el  establecimiento  de 
la  Junta,  mandó  arrestar  a  los  conspiradores  más  caracte- 
rizados :  los  hermanos  Ramón  y  Pedro  Avmerich,  Anto- 
ñanzas,  el  alférez  Fernando  Carabaño  '  (20  de  marzo 
de  1810),  y  previno  a  los  demás  de  (pie  se  le  había  aí^o- 
tado  la  paciencia. 

Para  decir  verdad,  no  parecían  éstos  dispuestos  a  hacer 
caso  de  aquellos  harto  generosos  avisos.  Seguían  etectuán- 
dose  reuniones  secretas  en  casa  de  Bolívar,  de  Rivas,  a 
veces  en  la  de  Doña  Juana  Antonia  Padrón,  madre  de 
los  Montilla,  en  donde,  desde  hacía  algún  tiempo,  un 
nuevo  afiliado,  el  canónisfo  José  Cortés  de  Madariasa  ^, 
tomaba  parte  activa  en  las  deliberaciones  de  los  patriotas. 
Oi'iginario  de  Chile,  Madariaga  había  abrazado  muy  joven 
el  estado  eclesiástico;  a  comienzos  del  siglo  había  residido 
largo  tiempo  en  Europa,  en  donde  había  entrado  en  rela- 
ciones con  Miranda.  Fué  de  aquellos  a  quienes  enviaba  a 
América  el  Precursor,  para  que  esparcieran  las  buenas 
doctrinas  y  predicasen  la  «  cruzada  de  la  razón  ».  Desde 
1806,  época  de  su  llegada  a  Venezuela,  era  Madariaga 
canónigo  de  la  catedral  de  Caracas.  Alto  y  esbelto,  de  ojos 
negros,  de  cabello  obscuro  que  hacía  resaltar  más  la  palidez 
de  un  rostro  de  facciones  finas  y  correctas,  su  voz  y  su 
ademán  encantaban  a  su  auditorio.  Su  elocuencia  acabó 
de  hacer  del  canónigo  de  Chile,  como  le  llamaban,  el  pre- 
dicador favorito  del  pueblo. 

Si  hasta  entonces  no  había  dejado  INIadariaga,  en  sus 
discursos  públicos  transparentar  nada  de  su  fe  revolucio- 
naria, era  sin  duda  para  no  asustar  a  sus  jefes,  ni  siquiera 
a  su  auditorio,   reservándose    así  una    influencia  que    uti- 

1.  Ca-rabaño  (Fernando),  nació,  como  asimismo  su  hermano  Miguel, 
en  Caracas,  hacia  1780.  En  1812,  ambos  se  hallaron  en  Puerto  Cabclhi 
con  Bolívar.  Al  año  siguiente,  se  reunieron  con  él  en  Nueva  Granada 
y  combatieron  con  denuedo  a  su  lado  durante  las  campañas  de  181o, 
1814  y  1815.  Acompañaron  al  Libertadora  Jamaica  en  1815;  pero, 
impacientes  por  reanudar  la  lucha  contra  los  Españoles,  intentaron 
entrar  en  Cartagena  entonces  sitiada  por  la  flota  y  el  ejército  del 
general  Morillo.  Los  hermanos  Carabaño  fueron  hechos  prisioneros 
y  fusilados:  Miguel,  en  Ocaña,  el  9  de  febrero  de  1816,  y,  Fernando, 
en  Mompox,  el  J 1  de  marzo  del  mismo  año. 

2.  V.  siiprci,  lib.  II,  cap.  r,  ¡í  2. 


1810  2-9 

liziuía  el  coiiK»  Ljiislaia  v  cuantío  la  |)arcc¡(Ma  oporliiiio. 
Podemos,  pues,  iinaoiniíi'iios  la  alegría  de  los  lil)ei'ales 
cuando  supieron  (pie  Madaiiaga  estaba  con  ellos.  ¿(Coin- 
cidió  esta   revelación   (!on    la  llegada  de    la   señal  decisiva 

o 

([lie  ¡)arecían  espeiar  para  proclamaren  (in  el  advenimienlo 
del  nuevo  rí'oimen?  Lo  cierto  es  (pie,  desde  a(juel  momento, 
los  ('(nicil  ¡áhulos  se  multiplican;  un  apresuramieulo  lehril 
se  apodera  de  los  conjurados;  se  urden  las  tramas.  KI 
mar(pi('>s  del  Toro  v  su  hermano  declaran  ([ue  cuentan  con 
el  concurso  de  las  milicias  de  Aragua.  Han  podido  procu- 
rarse armas.  Queda  decidido  el  movimiento  para  la  noche 
del  1"  al  2  de  abril  :  se  apoderarán  de  la  persona  del 
gobernador,  v  en  seguida  podrá  constituirse  la  .lunta. 

Pero,  los  jetes  del  complot  opinan  (]ue  no  está  lo  Jjastante 
preparado;  temen  tambit'ii  el  celo  exagerado  de  algunos 
de  sus  compañeros ;  el  cambio  ha  de  parecer  efectuarse 
por  sí  solo;  no  hav  ([ue  manchar  con  sangre  el  triunfo  de 
la  Libertad;  sólo  así  puede  esperarse  contar  con  la  adhe- 
sión del  pueblo.  Y  la  casualidad,  o  mejor  dicho,  la  más 
artificiosa  de  las  precauciones,  interviene  entonces  oportu- 
namente :  Andrés  Bello,  dicen  unos,  Mauricio  Ayala, 
según  otros,  avisó  al  gobernador;  y  semejante  paso  sería 
absurdo,  denotaría  inadmisible  traición,  de  no  haber  sido 
concertado.  Todo  hace  creer  c[ue,  en  efecto,  lo  fué.  El 
30  d(>  marzo  por  la  noche,  Emparán  hizo  encarcelar  a  la 
mayor  parte  de  los  conspiradores;  pero  la  sumaria  no 
reveló  contra  ellos  ningún  motivo  grave  de  acusación.  Fué 
menester  ponerles  en  libertad,  a  los  pocos  días.  Verdad 
([ue  los  Bolívar  y  otros  inculpados  de  alta  categoría  reci- 
bieron orden  de  no  salir  de  sus  posesiones  de  los  valles 
de  Aragua;  pero,  la  vigilancia  destinada  a  cuidar  de  que 
no  salieran  de  su  «  prisión  »  no  debió  de  ser  muy  rigurosa, 
pues  desde  fines  de  la  semana  siguiente  estaban  todos  de 
regreso  en  Caracas,  mostrándose  públicamente. 

El  gobernador,  ([ue  solía  calificar  de  «  desvarios  inofen- 
sivos ))  a(|uellas  conspiraciones,  sentía  en  a([uel  momento 
alarmas  más  fundadas,  creía  él  :  las  noticias  de  España 
eran  malísimas.  Los  inlormes  oficiales  traídos  por  la  mala 
de  Cádiz  anunciaban  la  entrada  de  las  tropas  francesas 
en  .\ndalu(ía.  \   la  disolución  de  la  .lunta  Central. 


.280  EL    PliECUllSÜIÍ 

El  17  (le  abril,  un  berounlía  clcsciii barco  en  La  Guayra 
a  un  capitán  de  lia^ata,  Antonio  Villavicencio  '  v  al  conde 
D.  Carlos  de  Montúlar.  encargados  de  hacer  acatar  :  el 
primero  en  Nueva  Granada,  y  el  segundo  en  Quito,  la 
autoridad  del  Consejo  Supremo  de  Regencia,  en  (piieu 
había  delegado  sus  poderes  la  Junta  Central.  Los  Montillas, 
los  Bolívares,  los  Toros  veían  en  aquellos  dos  personajes 
a  antiguos  y  fieles  amigos;  se  apresuraron  a  su  encuentro 
y  les  oyeron  confirmar  las  noticias  cjue  ya  el  gobernador 
no  conseguía  disimular  al  pueldo.  El  barco  destinado  a 
llevar  los  despachos  de  Elspaña  a  Puerto  Cabello  había 
llegado  días  antes  sin  correo.  Bastó  esto  para  que  el  rumor 
de  la  toma  de  Cádiz  por  los  Franceses  se  esparciera  por 
toda  la  comarca  limítrofe  de  Caracas,  y  en  la  capital,  en 
donde  campesinos,  en  aquel  momento  mismo,  la  estaban 
anunciando. 

Emparán  perdióla  cabeza.  Hizo  fijar  en  todas  las  encru- 
cijadas un  boletín  con  las  últimas  noticias.  Nada  podía 
favorecer  mejor  los  planes  de  los  patriotas  :  el  pueblo,  que 
durante  tanto  tiempo  había  ignorado,  por  voluntad  de  las 
autoridades,  los  acontecimientos  de  la  metrópoli,  al  ser 
enterado  de  ellos  por  el  gobernador  mismo,  los  creyó 
irreparables;  profunda  emoción  se  apoderó  de  él.  Los 
conjurados  comprendieron  que,  esta  vez,  ya  no  podían 
retroceder. 

A  la  caída  de  la  tarde  del  18,  quedaban  definitivamente 
fijadas  las  líneas  generales  del  plan  que  resolvieron  poner 
a  ejecución.  El  cabildo  entraría  en  sesión  a  las  7  de  la 
mañana,  y  en  seguida  convocaría  al  capitán  general.  Este 
se  oiría  ofrecer,  o  mejor  dicho  imponer,  la  presidencia  de 
una  «  Junta  Conservadora  »  que  la  situación  de  la  metró- 
poli  hacía  ahora  inevitable.    Los   batallones   de  la  milicia 

1.  ViLLA-ViciíNcio  (Antonio),  hijo  de  los  condes  de  Real  Agrado,  ori- 
ginario de  Quito,  desde  donde  fué  a  España  para  completar  su  edu- 
cación. A  su  regreso  a  América,  se  alistó  entre  los  que  combatían 
por  la  Independencia,  de  la  que  habia  sido  siempre  partidario.  Formó 
parte  de  la  comisión  enviada  por  el  Congreso  de  la  I_ln¡ón,  en  1813, 
al  ejército  de  Bolívar.  Gobernador  de  Tanja  en  1815,  y  de  Mariquita 
alano  siguiente,  se  puso  a  la  cabeza  de  las  tropas  republicanas.  De- 
rrotado en  la  acción  de  Honda  el  30  de  abril  de  1816,  fué  ejecutado  en 
Santa  Fe  el  6  de  junio  siguiente. 


IHIO  281 

iiilcrveiuli  í;m  en  caso  de  (jiic  las  li'<»pas  reales  opusíeraii 
una  resisleiuia  (jiie.  por  cierlo.  nadie  preveía.  Prometió 
Madai'iaiía  i|iie,  en  caso  de  necesidad,  arengaría  al  pueblo, 
V  se    declaró    seffui'o  de   convencerle.    Durante    la    noche, 

o 

hnlx)  nueva  reunión  de  conjuratlos  :  Simón  Bt)lívar  y  su 
hermano  Juan  Vicente,  Dionisio  Sojo,  ¡Narciso  Blanco. 
Mariano  v  Tomás  Montilla,  José  Félix  Rivas,  Nicolás 
Anzola,  Martín  Tovar,  Manuel  Díaz  Casado  quedaron  en 
permanencia  en  casa  de  José  Ángel  Álamo,  adonde,  unos 
tras  otros,  acudiei-on  los  conjurados  para  los  últimos 
acuerdos. 

El  Diecinueve  de  Abril  de  1810  era  jueves  de  semana 
santa.  Según  costumbre,  los  miembros  de  la  Audiencia  y 
del  cabildo  habían  de  asistir,  en  corporación,  al  oficio 
solemne,  celebrado  en  la  catedral,  y  por  el  cual  comen- 
zaban las  ceremonias  del  día.  Apenas  despuntaba  la  aurora, 
la  muchedumbre  llenó,  en  tumulto,  la  plaza  mayor  de 
Caracas,  en  la  que,  frente  a  frente,  las  Casas  Consisto- 
riales :  palacio  de  la  municipalidad  y  de  la  Audiencia,  — 
de  aspecto  sencillo  bajo  su  techumbre  de  tejas,  largas, 
formadas  de  dos  pisos,  v  cuya  planta  baja  estaba  adornada 
de  arcos  —  y  la  iglesia  metropolitana,  con  su  portada 
adornada  de  pretensiosas  arcaturas,  con  el  frontis  guar- 
necido de  columnitas  terminadas  en  volutas  y  rematadas 
por  doble  cruz  de  oro.  con  la  linterna,  de  triple  hileras  de 
campanas,   erguían   sus   empavesadas  y   floridas   fachadas. 

Llegaron  sucesivamente  el  teniente  alcalde  Don  Martín 
Tovar,  los  regidores  Don  Feliciano  Palacios,  Don  Dionisio 
Sojo.  Don  Xic(dás  Anzola,  Don  Silvestre  Tovar.  Don  Fer- 
nando Kev  Muñoz,  Don  José  María  Blanco,  Don  Valentín 
Rivas  Herrera  y  Don  Isidoro  López  Méndez,  quienes  for- 
maban parte  de  la  conspiración;  el  alcalde  primero,  Don 
José  de  las  Llamosas,  Don  Hilario  Mora  y  Don  Pablo 
González.  Todos  entraron  en  el  cabildo.  Las  puertas  se 
cerraron  tras  ellos;  al  cabo  de  un  instante  se  abrieron  de 
nuevo,  dejando  paso  a  dos  delegados  portadores  de  una 
convocación  de  urgencia  para  el  capitán  general. 

Emparán  estaba  acabando  de  vestirse  cuando  se  pre- 
sentaron a  él  los  emisarios  del  cabildo.  Intimidado  quizá, 
o  dando   crédito  a    la  suma    gravedad   de  las   noticias   ([ue, 


282  EL    PHECUUSOU 

según  le  dijeron,  hacían  indispensal)lc  una  delibeiaeión 
inmediata,  el  goljernador  siguió  dócilmente  a  los  dele- 
gados. Mediaban  más  de  trescientos  metros  entre  la  capi- 
tanía general  y  la  residencia  municipal.  Precedido  por  los 
dos  regidores,  que  con  mucho  trabajo  le  abrían  paso  por 
entre  la  muchedumbre,  que  se  agolpaba,  v  por  entre  los 
grupos  que  con  agitación  comentaban  los  bandos  oficiales, 
llegó  Emparán  a  la  entrada  del  cabildo.  Le  fué  posible  ver 
y  reconocer,  bajo  el  sombrero  calado  hasta  los  ojos,  y  la 
capa  en  que  se  envolvían,  a  unos  veinte  jóvenes  cuyos 
nombres  y  cuya  audacia  conocía  él  de  sobra.  Sin  embargo, 
su  categoría  social  les  daba  derecho  a  figurar  al  lado  de  él 
en  el  cortejo,  y  era  cosa  insólita  y  muv  singular  el  que 
estuviesen  mezclados  con  el  gentío   hacinado  ante   la   casa 

o 

consistorial. 

Las  sospechas  del  gobernador  se  trocaron,  momentos 
después,  en  amarga  certidumbre,  cuando  después  de 
ocupar  el  «  sillón  de  honor  »,  se  oyó  proponer,  sin  preám- 
bulos, el  que  sancionara  el  inmediato  establecimiento  de 
la  «  Junta  de  Caracas  ».  «  La  situación  de  la  Península, 
le  decían,  no  permitía  ya  vacilaciones  ni  aplazamientos. 
Un  gobierno  autónomo  era  sólo  capaz  de  consagrar  los 
legítimos  derechos  del  soberano  A  Vuecencia  pertenece, 
excusado    es    decirlo,    la    presidencia    de     la    Junta.     Sus 

miembros   serán  escogidos   entre  nosotros »  Emparán, 

que  no  había  podido  pronunciar  todavía  una  palabra,  inte- 
rrumpe el  discurso  :  a  Esto  lo  examinaremos  luego,  señores, 
después  de  la  ceremonia.  El  asunto  es  importantísimo,  y 
requiere  meditación.  »  Y,  cubriéndose,  se  levanta,  y.  con 
paso  firme  y  con  la  cabeza  erguida,  se  dirige  hacia  la 
salida. 

Mientras  tanto,  la  compañía  de  escolta  del  capitán  general 
ha  llegado  a  la  plaza.  Formados  en  dos  filas,  los  soldados  han 
apartado  a  la  gente  y  despejado  el  camino  que  habrán  de 
seguir  el  gobernador  y  los  miembros  del  cabildo,  para  ir 
a  la  catedral.  Un  piquete  de  «  granaderos  de  la  Reina  » 
acaba  de  colocarse  en  uno  y  otro  lado  de  la  lachada.  Son 
las  ocho.  Tjas  campanas  tocan  a  vuelo. 

La  gente  se  impacienta.  Por  fin  sah^  Kmj)aián.  Ma(|ui- 
nalmente,  los  conjurados  le  siguen,  soiprcndidos,  ansiosos, 


ISIO  283 

coiifcrUiudosc  con  la  miiaila.  Su  plan  ha  sido  l)uriaclo.  Kl 
gobernador,  avlsatlo.  imetlc  hacerlos  arrestar  en  seguida. 
Los  granaderos  esk'ui  a  su  lavor.  v  la  tropa  piesenla  las 
armas,  l^hnparán  sigue  avanzando  sin  pronunciar  una 
palabra.  Acaso  espere  estar  en  la  iglesia,  en  donde,  sin 
duda,  tomará  consejo  de  los  miembros  de  la  Audiencia.   Y 

dará    ordenes Es,     aquél,    un     momento    de     suprema 

annustiu.  El  gobernador  va  a  iñsar  el  umbial  de  la  iolesia 

De  repente,  el  patriota  Pedro  Salias  se  destaca  delgi-upo 
de  los  regidores,  al  que  acaba  de  unirse.  Coge  por  el  brazo 
al  gobernador  :  «  Vuelva  al  cal^ildo  Vuecencia,  es  nece- 
sario.  Está  en  juego  la  salvación  pública »  Ante  seme- 
jante audacia,  los  granaderos,  por  instinto,  preparan  sus 
fusiles.  Pero  su  capitán,  Luis  Ponte,  manda  con  energía  : 
«  ¡Descansen  armas!  »  v  obeceden.  Se  oyen  gritos  en  el 
gentío.  El  gobernador  regresa  al  cabildo.  Limóviles.  los 
soldados  le  miran  pasar  sin  presentarle  las  armas.  Esta 
actitud  acaba  de  contundir  a  Emparán.  Dos  recién  llegados, 
que  no  iorman  parte  de  la  asamblea,  Juan  Germán  Roscio 
y  Félix  Sosa  le  esperan  en  la  sala.  Se  dicen  «  diputados 
del  pueblo  ».  Aun  antes  de  que  todos  havan  ocupado  sus 
asientos,  intiman  al  gobernador  a  que  consienta  la  consti- 
tución de  la  Junta.  Anonadado,  Emparán  balbucia. 
«  ¡Acepta,  acepta!  »  exclaman  los  regidores,  y  ya  se  dis- 
ponía Roscio  a  redactar  el  acta  de  establecimiento,  cuando 
vio  Ueoar  a  Madariaaa. 

o  o 

Venía  el  canónigo  de  la  iglesia  de  la  Merced,  situada  en 
la  parte  alta  de  Caracas,  a  bastante  distancia  de  la  plaza. 
Pronto  a  responder  al  llamamiento  de  sus  amigos,  desde 
el  alba  estaba  en  observación,  en  aquel  puesto  alejado, 
con  objeto  de  asegurarse  la  adhesión  de  los  habitantes  del 
barrio  de  la  ciudad  sobre  el  cual  tenía  él  más  influencia. 
Como  Roscio  v  Sosa,  comenzó  autorizándose  con  su  calidad 
de  ((  diputado  »  para  justificar  su  presencia  en  el  cabildo. 
Declaró  que  tomaba  la  palabra  en  nombre  del  clero.  Mas, 
no  perdió  tiempo  en  precauciones  oratorias,  y,  con  voz 
([ue  afirmó  el  ánimo  de  los  Proceres,  exclamó  :- «  ¡Fuera 
subterí'uoios  v  medidas  a  medias!  Ya  no  hav  aobierno  en 
España.  Después  de  todo  lo  ([ue  se  ha  hecho  por  ella, 
¿seguiíemos   dejando   al  desconsiderado  representante   de 


284  EL    PliECUllSOU 

una  rccí^encia  impotente  y  sin  mandato  la  dirección  de 
nuestros  destinos?  El  gobierno  que  necesitamos  no  puede 
ser  compuesto  sino  de  Americanos.  Su  primer  deber  es  el 
de  pronunciar  la  caducidad  del  capitán  general,  cuya 
autoridad  no  cuenta  ya  para  nosotros.  Esta  medida,  exigida 
por  el  interés  público,  pido  f[ue  se  lleve  a  cabo  en  nombre 
de  la  justicia,  de  la  patria  y  de  la  libertad!   » 

Emparán.  que  sólo  por  la  forma  seguía  resistiendo,  se 
dirigió  hacia  la  ventana,  abierta  de  par  en  par  y  que  daba 
a  la  plaza,  en  donde  se  oían  ya  rumores  de  motín.  Trató 
de  arengar  al  pueblo;  pero,  viendo  que  no  lo  conseguía, 
gritó  cuanto  pudo  :  «  ¿Os  satisface  mi  gobierno?  «  Mada- 
riaga,  que  se  había  colocado  detrás  del  capitán  general, 
dictó  con  señas  la  contestación.  «  ¡No  lo  queremos!  » 
gritaron  entonces  los  conjurados,  que  se  hallaban  entre 
la  muchedumbre.  Dócil,  repitió  ésta  el  grito,  ya  enar- 
decida, inflamada,  sabiendo  por  fin  qué  se  esperaba  de 
ella  y  lo  que  había  de  contestar  :  «  ¡Fuera,  fuera!  ¡Muera! 
¡  Ya  no  le  queremos  a  usted !  » 

«  Está  bien,  señores,  dijo  Emparán  volviéndose  hacia 
los  regidores.  ¿No  quieren  que  gobierne?  Pues  tampoco 
lo  quiero  yo.  »  Estas  palabras  fueron  inmediatamente 
transcritas  en  el  acta  de  la  sesión  del  cabildo  que  consa- 
graba la  caducidad  del  gobernador  y  la  instalación  de  la 
Junta  de  Caracas'.  Después,  se  pidió  a  Emparán  que 
firmara  órdenes  relevando  de  sus  funciones  a  los  coman- 
dantes de  La  Guayra  y  de  Puerto  Cabello  y  substituyén- 
dolos por  hombres  adictos  a  la  conspiración.  Estos  fueron 
los  últimos  actos  oficiales  del  capitán  general.  Por  cierto 
que  los  patriotas  se  mostraron  atentísimos  con  él.  Recibió, 
a  más  de  sus  emolumentos,  cuantiosos  viáticos,  y.  condu- 
cido a  La  Guayra  por  una  escolta  de  honor,  pudo,  dos 
días  después,  con  toda  seguridad,  embarcarse  para  los 
Estados  Unidos  v  España-. 


1.  D.  II.  W.K 

2.  El  bergantín  Nuestra  Se/lora  del  Pilar  llego,  el  'A\  de  mayo 
siguiente,  a  Norfolk  (Estados  Unidos),  desde  donde,  días  después, 
dirigió  Emparán  al  Rey  un  relato  detallado  de  los  acontecimientos 
que  preceden.  Este  relato  se  halla  en  el  Arcliivo  histórico  de  Madrid, 
legajo  5636. 


1810  285 

III 

El  funcionario  español  José  Domingo  Díaz,  al  describir 
en  su  Historia  de  la  rebelión  de  Caracas  los  aconteci- 
mientos que  acabamos  de  relatar,  hace  observar,  con 
motivo  de  la  conduela  del  capitán  general,  que  Emparán, 
«  llegó  y  entregó  con  el  mando  aquellas  provincias,  y  una 
gran  parte  del  mundo  al  incenílio,  al  robo,  a  la  muerte  v 
a  la  aniíjuilación '  ». 

Estas  conclusiones  de  un  testigo  tan  parcial  como  apa- 
sionado detractor  de  la  revolución  venezolana,  contienen 
si({uiera  una  parte  de  verdad  en  el  sentido  de  que  la  eman- 
cipación general  de  las  Colonias  españolas  arranca  del 
Diecinueve  de  Abril  de  1810.  Apenas  constituida  en  «  Junta 
Conservadora  de  los  Derechos  de  Fernando  VII  »,  la 
municipalidad  de  Caracas,  que  desde  aquel  momento  asume 
el  gobierno  de  Venezuela,  dirigía,  en  efecto,  a  todos  los 
cabildos  sudamericanos  una  proclama  solemne  invitándoles 
a  seguir  su  ejemplo  :  «  Caracas,  dícese  en  ella  expresa- 
mente, debe  encontrar  imitadores  en  todos  los  habitantes 
de  la  América,  en  quienes  el  largo  hábito  de  la  esclavitud 
no  haya  relajado  todos  los  nuelles  morales;  y  su  resolu- 
ción debe  ser  aplaudida  por  todos  los  pueblos  que  con- 
serven alguna  estimación  a  la  virtud  v  al  patriosiomo 
ilustrado.  US.  es  el  órgano  más  propio  para  dilundir  (!Stas 
ideas  por  los  pueblos  a  cuyo  frente  se  halla,  para  despertar 
su  energía,  v  para  contribuir  á  la  grande  obra  de  la  con- 
lederación  americana  española-,  n 

Mas  no  tuvo  que  esperar  a  este  llamamiento  el  cabildo 
de  Buenos  Aires  para  erigirse  a  su  vez  en  Junta  de  gobierno. 
Tanto  para  los  liberales  de  la  Plata  como  para  los  de 
Caracas,  la  señal  procedía  de  ^liranda;  y,  dada  sin  duda 
en  la  misma  época,  llegó  a  Buenos  Aires  en  los  primeros 
días  de  mayo.  Esto  explicaría,  cuando  menos,  el  recrude- 


1.  Op.  cit.,  p.  17. 

2.  Proclama  de  la  «  Junta  Suprema  Conservadora  de  los  derechos 
de  Fernando  Vil  en  Venezuela  »,  a  los  cabildos  de  las  Ciudades  de 
América,  etc.  Caracas,  27  de  abril  de  1818,  D..  11,  'i|8, 


286  EL    PRECURSOIt 

ciniientü  de  agitación  que  desde  aquel  momento  se  mani- 
íestó  en  el  grupo  liberal. 

La  opinión  pública  se  bailaba  infinitamente  mejoi'  dis- 
puesta en  Buenos  Aires  que  en  los  demás  sitios  en  íavor 
de  la  Revolución,  y  la  propaganda  de  los  liberales  babía 
sido  allí  tanto  más  fructuosa  cuanto  (pie  los  recuerdos 
gloriosos  de  1806  y  1807  exaltaban  aún  patrióticamente 
los  ánimos.  El  gran  papel  desempeñado  entonces  por  el 
cabildo  seguía  valiéndole  sumo  prestigio,  y  todo  anun- 
ciaba que  le  sería  lacil  justificar  la  esperanza  que  sobre  él 
fundaban  los  discípulos  de  Miranda.  Lo  importante  para 
ellos  era  asegurar  la  mayoría  de  votos  en  el  cabildo,  v  a 
esto  acababan  de  dedicarse  con  tenaz  perseverancia.  El 
éxito  coronó  sus  esfuerzos,  y  la  insuficiencia  política  del 
viri'cy  Don  Baltasar  Hidalgo  de  (>isneros  '  les  sirvió  más 
de  lo  que  se  atrevían  a  suponer. 

Desconociendo  los  prudentes  consejos  de  Liniers,  su 
predecesor,  Cisneros.  al  conceder  bruscamente  la  libertad 
de  comercio,  había  herido  a  los  numerosos  negociantes 
españoles  de  la  Colonia  a  quienes  con  justa  razón  irritaba 
esta  medida,  pues  arruinaba  sus  privilegios  en  provecho 
del  comercio  británico  y  de  los  dueños  de  fincas  rurales, 
casi  todos  ellos  americanos.  Lo  mismo  que  lo  intentado 
por  Emparán  en  Caracas,  buscó  Cisneros  entre  los  criollos 
partidarios  que,  no  obstante,  no  podían  sino  desear  su 
pérdida.  Le  persuadieron  insidiosamente  a  que  por  medio 
de  la  prensa  combatiera  la  oposición  del  partido  español, 
v  Belgrano.  Mariano  Moreno,  Passo".  Monteagudo  publi- 
caron entonces  en  el  Correo  del  Comercio  de  Buenos  Aires 
estudios  de  fdosofía  histórica  que.  con  pretexto  de  defender 
los  intereses  del  vii-rey,  vulgarizaban  las  ideas  y  las  doc- 
trinas revolucionarias. 

Los  informes  que,  mientras  tanto,  se  esparcían  con. 
motivo  de  los  acontecimientos  de  España,  hallaron  pues 
una  opinión  pública  perfectamente  preparada  para  descu- 
biir  en  ellos  algún  pretexto  capaz  de  favorecerlos  proyectos 

1.  CisM.KOs  y  La  Torrií  (Baltasar  Itidalgo  de),  virrey  de  la  Plata 
de  1801)  a  1810. 

2.  O  Paso  (Juan  José),  miembro  de  la  Juiila  de  gobierno,  de  1810 
a  1813. 


1810  287 

de  los  patriotas.  El  io  de  mayo,  una  liagata  inglesa  llevó 
a  Montevideo  las  notieias  mismas  que,  un  mes  antes,  había 
dado  a  los  habitantes  de  La  Guayra  el  correo  de  Cádiz. 
El  17.  circulaban  por  Buenos  Aires  dichas  noticias,  y  el 
pueblo  manifestaba  una  agitación  que  los  patriotas  resol- 
vieron explotar  cuanto  antes. 

Asustado,  reunió  Cisneros  el  20  por  la  noche,  en  la 
fortaleza,  a  los  jefes  militares,  en  consejo;  pero  ya  Bel- 
grano,  Francisco  Antonio  Ocampo*.  Terrada.  Thomson. 
Matías  Irigoycn  ■.  Beruti,  Chichinad  l^asso.  Hipólito 
Vieytes*  y  su  hermano,  Agustín  Donado'',  así  como  el 
coronel  del  regimiento  de  \o^  Pa//-icios,  Cornelio  Saavedra ''. 
\  ¡amonte  '  v  .luán  Ramón  Balcarce^,  reunidos  secretamente 
en  casa  tlel  comandante  Maitin  Rodríouez".  deciden  hacer 

o 

proNocar  por  el  cabildo  una  asamblea  general  de  notabili- 
dades v  funcionarios,  el  cabildo  abierto. 

Se  efectuó  éste  el  22  de  mayo.  El  obispo  Lúe  abre  la 
sesión  :  «  Mientras  quede  en  España  una  fanega  de  tierra, 
y  manden  en  ella  los  Españoles,  América  toda  les  per- 
tenece; V,  mientras  quede  un  solo  Español  en  el  Nuevo 
Mundo,    ese   Español    es    el    que   debe    gobernarlo.    »   — 


1.  Fué  luego  jefe  de  la  expedición  enviada  en  socorro  de  la.s 
provincias  del  interior. 

2.  Olicial  de  la  marina  española;  había  combatido  en  Trafalgar  en 
ISUó.  Miembro  de  la  comisión  de  gobierno  en  1816,  y,  después,  jefe 
de  la  escuadrilla  enviada  el  mismo  año  contra  los  rebeldes  de 
Santa  Ve. 

1.  Chiclana.  (Feliciano^.  Miembro  de  la  .lunta  de  gobierno  en  1811 
y  1812. 

4.  Fué,  en  1812,  secretario  de  la  Asamblea  Nacional,  y  falleció  en 
Buenos  Aires  en  1815. 

5.  Relegado  a  San  Luis  en   1815. 

6.  rs'ació  en  Potosí  hacia  1760,  falleció  en  Buenos  Aires  en  1829. 
Sirvió  en  el  ejército  argentino  hasta  en  1821,  época  en  que  se  retiró. 

7.  O  ViAMONT  (Juan  José).  Nació  en  1770.  Después  de  haber 
tomado  parte  en  las  campañas  del  Perú  hasta  en  1820,  fué  varias 
veces  diputado,  y,  desde  1833  a  183'i,  gobernador  y  capitán  general 
de  la  provincia  de  Buenos  Aires,  cargo  que  por  entonces  equivalía 
al  de  presidente  de  la  República. 

8.  Nació  en  Buenos  Aires  en  1773.  Gobernador  de  Buenos  Aires 
en  1820,  fué,  en  1832,  elegido  para  once  legislaturas  gobernador  y 
capitán  general  de  la  provincia  de  Buenos  Aires;  pero,  derribado 
por  Rosas,  se  retiró  a  la  provincia  de  Entre  Ríos,  en  donde  falleció. 

9.  General  y  gobernador  de  Buenos  Aires  desde  1820  hasta 
I82't. 


288  EL    PRECURSOR 

Entonces,  Juan  José  Castelli'.  que  desempeña  aquí  el 
papel  de  Madariaga,  toma  la  palabra,  pronuncia  un  arre- 
batado discurso,  y,  a  modo  de  conclusión  dice,  aplaudido 
frenéticamente  por  el  pueblo  que  llena  las  largas  avenidas 
de  la  Plaza  Mayor  :  «  España  está  desposeída  de  su  poder, 
y  las  autoridades  que  la  representan  están  tan  desposeídas 
como  ella.  En  lo  sucesivo,  el  pueblo  debe  asumir  la  sobe- 
ranía del  monarca  y  constituir  un  gobierno  detensor  de  sus 
derccbos.  »  Queda  entonces  decidido  que  todas  las  fun- 
ciones del  virrey  serán  desempeñadas  por  el  cabildo,  quien, 
a  su  vez,  nombrará  una  Junta  con  Cisneros  a  la  cabeza. 
Pero,  el  24,  Saavedra  intima  al  virrey  que  dimita,  y,  el 
Veinticinco  de  Mayo  de  1810,  el  cabildo  sanciona  el  esta- 
blecimiento definitivo  de  la  «  Junta  gubernativa  »  exclusi- 
vamente compuesta  de  Americanos. 

Aquel  día,  los  habitantes  de  Buenos  Aires  enarbolaron 
la  escarapela  azul  y  blanca,  colores  adoptados  por  el  regi- 
miento de  los  Patricios  cuando  la  invasión  inglesa,  y  que 
iban  a  convertirse  en  emblema  nacional  de  la  República 
Argentina". 

Escenas  semejantes,  salvo  alguna  que  otra  modificación, 
se  produjeron  en  Nueva  Granada.  Menos  sostenidos  en 
esta  última  por  la  opinión  popular,  v  en  escaso  número, 
relativamente,  los  patriotas  habían  desplegado  tanto  más 
ardor  en  su  propaganda.  Al  mismo  tiempo,  revestía  ésta  un 
carácter  particularmente  elevado,  por  destacarse  la  noble 
y  viril  figura  de  Camilo  Torres''  en  la  vanguardia  de  aquellos 
Proceres  «¿ranadinos.  aislados  en  sus  montañas,  v  cuvo 
espíritu,  mantenido  vil>rante  por  cl  poderoso  soplo  de  la 
ilimitada  extensión,  parecía  haber  recogido  la  quintaesencia 
misma  del   pensamiento  nuevo. 

Lo  mismo  que  Caldas.  Torres  era  originario  de  la  antigua 


t.  General;  nombrado  miembro  de  la  Junta  de  gobierno,  él  fué 
quien,  en  1811,  hizo  fusilar  a  Liniers.  Mandó  después  el  ejército  de 
la  Plata,  y  murió  en  Buenos  Aires  hacia  1825. 

2.  Cf.  MiTKR,   Historia  de  Belgrano,  i.  1,  cap.  ix  y  x. 

3.  Nació  el  18  de  noviembre  de  1766  en  Popayán,  en  donde  esludió 
con  notable  aprovechamiento,  completando  luego  sus  estudios  en  la 
universidad  de  Santa  Fe.  En  ésta  ocupó  la  cátedra  de  derecho  civil. 
Presidente  de  las  Provincias  Unidas  desde  1812  hasta  1816.  Fué 
ejecutado  en  Santa  Fe  el  5  de  septiembre  de  1816. 


1810  281» 

ciiulad  dotada  de  un  dliina  «  inventado  por  los  poetas'  », 
de  Popayán,  orgullo  de  los  armoniosos  valles  del  Cauca, 
que  son,  para  el  pintoresco  cuadro  de  sus  blasonadas 
casas,  de  sus  iglesias  y  de  sus  calles  de  color  do  ocre,  como 
flexible  cintura  de  plata  y  esmeralda.  Provisto  de  profunda 
y  firme  educación  clásica,  dotado  de  una  elocuencia  sobria 
y  altiva,  i'cvélase  por  vez  primera  en  la  memorable  reu- 
nión etectuada  el  4  de  septiembre  de  1809  por  los  funcio- 
narios, los  oficiales  y  las  notabilidades  de  Santa  Fe'-.  La 
revolución  de  Quito  había  insjjirado  vivas  alarmas  al  virrey 
D.  Antonio  Amar  y  Borbón,  y  motivado  a([uella  asamblea 
extraordinaria  de  la  (|ue  las  autoridades  esperaban  inducir 
preciosos  indicios  respecto  de  los  sentimientos  de  sus  admi- 
nistrados. Tomó  Torres  valientemente  la  palabra  v  pro- 
clamó (|ue  Santa  Fe  había  de  seguir  el  ejemplo  de  Quito  y 
constituir  a  su  vez  un  gobierno  autónomo.  Esta  declara- 
ción produjo  el  electo  de  un  trueno  en  medio  de  la  calma 
^de  la  vida  colonial,  calma  turbada  únicamente,  desde  los 
Comuneros,  por  las  audacias,  por  cierto  pronto  repri- 
midas, de  Nariño,  y  que,  desde  entonces,  parecía  haber 
recobrado  su  acostumbrada  placidez. 

Animado  por  el  partido  español,  que  representaba  una 
incontestable  mayoría,  el  virrey  no  dio  oídos  a  las  reivindi- 
caciones de  los  patriotas,  y  envió  una  expedición  en  socorro 
del  presidente  de  Quito.  Pero  la  elección  de  los  diputados 
convocados  por  la  Junta  de  Sevilla  no  tardó  en  suministrar 
a  Torres  nueva  ocasión  de  volver  a  la  lucha.  Recibió 
encargo  del  cabildo  de  redactar  la  exposición  de  las  soli- 
citudes de  reformas  que  había  que  presentar  al  gobierno 
metropolitano,  el  Pliego  de  las  provincias  de  Nueva  Gi-anada. 
Compuso  entonces,  con  el  título  de  Memorial  de  Agra{>ios, 
un  escrito  sumamente  notable  en  el  que  la  prosopopeva, 
la  hipérbole,  procedimientos  muy  de  uso  en  aquel  tiempo, 
ocupan  sin  duda  amplio  puesto,  pero  cuva  profundidad  de 
inspiración  queda  siendo  genial,  y  que  con  justo  derecho 
figura  entre  los  más  poderosos  productos  de  la  literatura 
política  sudamericana. 

1.  Según  expresión  de  Caldas. 

2.  V.  J.  Al.  Qli.ia.\o  Wali.is,  Biogvafía  de  Camilo  Turres, 
Bogotá,  1910. 

19 


290  EL    PUECURSOR 

Después  de  haber  flagelado  los  vicios  y  las  durezas  del 
régimen,  expuesto  y  justificado  las  quejas  de  sus  compa- 
triotas, insistido  acerca  de  la  buena  voluntad  de  éstos  y  de 
la  moderación  de  sus  deseos  presentes,  concluía  Torres 
solicitando  la  asimilación  leal  de  las  provincias  de  ultramar 
a  las  provincias  de  España  :  «  Igualdad,  escribía,  santo 
derecho  de  la  igualdad;  justicia  que  estribas  en  esto  y  en 
dar  á  cada  uno  lo  que  es  suvo,  inspira  á  la  España  europea 
estos  sentimientos  de  la  España  americana.  Estrecha  los 
vínculos  de  esta  unión;  que  ella  sea  eternamente  dura- 
dera, y  que  nuestros  hijos,  .dándose  recíprocamente  las 
manos  de  uno  á  otro  continente,  bendigan  la  época  feliz 
que  les  trajo  tanto  bien.  ¡Oh,  quiera  el  Cielo,  que  otros 
principios  y  otras  ideas  menos  liberales  no  produzcan  los 
funestos  efectos  de  una  separación  eterna!  » 

Este  Memorial,  que,  por  juzgarlo  harto  subversivo, 
se  negó  el  cabildo  a  ratificar,  circuló  sin  embargo  en 
copias  manuscritas  entre  los  criollos.  Muchos  se  mostra- 
ban aún  refractarios  a  la  causa  revolucionaria;  pero, 
igualmente  sensibles  a  las  seducciones  del  estilo  bri- 
llante, lleno  de  imágenes  y  sugestivo  de  los  patriotas,  se 
dejaban  poco  a  poco  doctrinar  y  seducir.  Las  Cartas  de 
Suba  de  Frutos  Gutiérrez',  las  ardientes  Peticiones  y  los 
conmovedores  Escritos  de  Ignacio  de  Herrera^,  quienes 
unían  sus  esfuerzos  a  los  de  Torres,  suscitaban  a  diario 
prosélitos. 

Nariño,  cuyas  obras  habían  sido  también  reeditadas  por 
los  liberales,  fué  arrestado  por  entonces  en  Cartagena. 
Tan  pronto  como  se  esparció  esta  noticia  por  Santa  Fe, 
una  emoción  considerable  se  apoderó  de  los  espíritus  y 
ganó  las  clases  inferiores,  quienes,  sin  pronunciarse  todavía 
por  los  pati'iotas.  comenzaban  a  demostrar  desconfianza  en 
las  autoridades  coloniales.  Algunos  curas  predicaron  ideas 
liberales.  El  virrey  tuvo  que  convencerse  de  los  progresos 
efectuados  por  éstas,  aun  en  los  campos.  Mandó  proceder 

1.  Gutiérrez  de  Caviedes  (Frutos  Joaquín),  nació  en  Cúcuta  en 
1770,  falleció  en  Pore  el  26  de  octubre  de  1816. 

2.  Herrera.  Vergara  (Ignacio),  nació  en  1769  en  Cali.  Presidente 
de  la  Corte  Suprema  en  Santa  Fe,  en  1820.  Presidente  del  Congreso 
de  182'*.  Falleció  en  Bogotá  el  II  de  marzo  de  1840. 


1810  291 

a  pesquisas  arbitrarias,  a  niiinei-osos  arrestos,  y  crevó  hábil 
buscar,  al  mismo  tieuipo,  his  simpatías  de  los  ciiollos  de 
Sauta  Fe.  La  Audiencia  le  manifestó  en  seguida  una  hosti- 
lidad que  podía  ser  peligrosa,  pues  los  oidores  le  amena- 
zaron con  pedir  su  destitución.  No  consiguió  calmarlos 
sino  cambiando  bruscamente  de  táctica  y  abandonando  a 
los  criollos. 

A  principios  de  1810,  Amar  hizo  reconocer  por  el  cabildo 
la  autoridad  del  consejo  de  regencia,  cuyos  delegados 
habían  de  llegar  pronto.  Se  supo,  a  fines  de  mayo,  que 
Villavicencio  y  Montúfar  habían  llegado  a  Cartagena; 
pero,  semanas  después,  y  a  pesar  de  todas  las  precauciones 
del  virrey,  se  tuvo  también  noticia  de  la  revolución  de 
Caracas.  En  seguida  se  reanimó  la  efervescencia,  llegando 
a  poco  a  su  paroxismo  cuando  a  las  noticias  de  Venezuela 
se  agregaron  las  de  los  acontecimientos  que  acababan  de 
realizarse  en  las  provincias  mismas  del  virreino.  Los 
patriotas  de  Cartagena,  después  de  haber,  el  14  de  junio, 
depuesto  al  gobernador  Montes,  lo  habían  embarcado  para 
La  Habana,  y  la  municipalidad  había  constituido  una  Junta 
provisional.  Mientras  los  comisarios  regios  se  encami- 
naban hacia  Santa  Fe,  estallaba  la  insurrección  en  todo  el 
país,  en  todas  partes  se  había  entablado  la  lucha  entre 
cabildos  y  gobernadores.  En  Casanare.  dos  jóvenes  pa- 
triotas expiaban  en  el  cadalso  el  complot  que  habían  pre- 
parado contra  el  corregidor.  Pamplona  y  el  Socorro  depo- 
nían a  los  suvos. 

La  municipalidad  de  Santa  Fe,  cuya  mayoría  es  ahora 
favorable  a  la  Revolución,  y  que,  desde  el  19  de  junio,  no 
ha  cesado  de  dirigir,  casi  a  diario,  instancias  al  virrey 
para  obtener  el  cabildo  abierto,  renueva  esta  vez  sus 
instancias  en  tono  conminatorio.  Los  antigfuos  odios  des- 
piertan,  los  Españoles  son  insultados  en  las  calles.  Los 
patriotas  publican,  en  forma  de  carteles,  las  noticias  de 
Espaíia.  Asegúrase  que  al  rey  se  le  ha  hecho  traición,  que 
el  virrey  está  vendido  a  Napoleón.  El  pueblo,  sobrexcitado, 
se  agolpa  ante  palacio,  y  cuéstales  mucho  trabajo  a  los 
soldados  del  batallón  Au.riliar  dispersar  a  los  manifes- 
tantes. 

El    10  de  julio  por  la   noche.   Camilo   Torres,   Herrera, 


292  EL    PRECURSOR 

Gutiérrez,  Miguel  de  Pombo  ^  Joaquín  Cainacho-,  José 
Acevedo  \  y  algunos  más.  se  reúnen  en  las  hal)itaei()nes 
de  Caldas  en  el  Observatorio.  Había  ([uedado  convenido 
que  la  muy  próxima  llegada  de  los  comisionados  regios 
serviría  de  pretexto  para  el  paso  deílnitivo  ante  el  virrey 
para  obligarle  a  aceptar  la  Junta  que  los  patriotas  estaban 
seguros  de  ver  reclamar  poi-  la  mayoría  del  cabildo  abierto. 
Mientras,  los  conjurados  habían  cb;  ir.  a  caballo,  al 
encuentro  de  los  comisionados,  haljían  de  tratar  de  ganarlos 
a  su  causa,  y,  al  volver  a  la  ciudad,  darían  la  señal,  a  la 
que,  seguramente,  respondería  el  pueblo.  Sin  embargo, 
se  anunciaba  que  Villavicencio  y  Montúíar  se  hallaban 
aún  bastante  distantes  de  la  capital.  Por  otra  parte,  la 
agitación  presente  era  de  demasiado  buen  agüero  para  quo 
no  trataran  de  sacar  provecho  de  ella  :  «  Todo  está  prepa- 
rado, dice  Torres;  pero  para  esegurar  el  éxito,  es  nece- 
sario que  la  chispa  incendiaria  parta  del  vivac  enemigo...  » 
Francisco  Morales^  propuso  tratar  de  conseguirlo.  Hacía 
tiempo  que  estaba  enemistado  con  un  rico  negociante 
español,  D.  José  Llórente,  conocido  además  por  su  carácter 
violento;  encontraría  algún  medio  para  provocarle  públi- 
camente, y  ésta  sería  la  chispa  que  prendería  fuego  a  la 
pólvora.  Se  formaría  una  aglomeración  de  público,  y  los 
patriotas  arrastrarían  al  pueblo.  El  día  siguiente,  viernes, 
era  día  de  mercado  :  habría  más  gente  que  nunca  en  las 
calles.  Los  conjurados  aceptaron. 

El  20  de  julio,  todos  estaban  en  su  puesto.  Morales  se 
presentó,  como  había  dicho,  niuv  temprano,  a  casa  de 
Llórente,  cuyos  almacenes  estaban  situados  en  la  calle  más 
frecuentada,  la  Calle  Real,  y  con  tono  d(!  /.umba.  le  pidió 
que   le  prestara    un    florero    para    adornar    la   mesa  de   un 

1.  Nació  en  Popay;ín  en  1770.  aconipafió  a  Mutis  en  la  expedición 
botánica.  Fusilado  en  Santa  Fe  el  6  de  julio  de  1816. 

2.  Nació  en  Pamplona  en  1776.  Miembro  del  Congreso  de  Leiva 
en  1811,  y  del  jjoder  ejecutivo  de  Nueva  Granada  en  181'i.  Estaba 
ciego  y  totalnicnle  impedido  cuando  el  consejo  de  guerra  instituido 
por  el  general  Morillo  en  Santa  Fe,  en  1811,  lo  mandó  encarcelar  y 
fusilar  el  31  de  agosto. 

o.  AcEVEDo  y  Gómez  (José).  Nació  en  Santa  Fe  en  1780;  murió  de 
pena  en  Mocoa,  en  1816,  durante  el  terror  bogotano. 

4.  MoRALE.s  Fernández  (Francisco),  nació  en  Santa  Ve:  f'usihulo  el 
22  de  noviembre  de  1816,  durante  el  terror  bogotano. 


1810  293 

hanquotc  ([ac,  tlcí-ía  el.  ([uería  ofrecer  a  los  chapetones. 
(^onlestó  Llórente  con  una  injuria,  y,  a  continuación  de 
cierto  a(l(Mnán  ([ue  hizo  Morales  ve  que  el  Español  se  pre- 
cipita hacia  él  con  el  puño  levantado.  Alza  entonces  la  voz 
el  criollo.  La  ffente  se  amotina,  v,  mientras  Llórente  se 
resguarda  en  su  tienda,  los  conjurados  se  esparcen  por  las 
calles  gritando  :  «  ¡  Que  asesinan  a  los  Americanos  !  ¡  Mueran 
los  chapctones\  ¡Cabildo  abierto!  ¡Junta!  »  Poco  después, 
la  ciudad  toda,  se  alborota,  los  patriotas  hacen  tocar  a 
rebato,  el  pueblo  se  precipita  hacia  la  Plaza  Mayor,  ante 
las  casas  consistoriales. 

El  cabildo  envía  diputaciones  al  virrey,  ([ue  acaba  por 
ceder,  v  convoca  la  asamblea  extraordinaria  para  aquella 
misma  noche.  Discutieron  sin  descanso  hasta  las  tres  de  la 
madrufiada.  A  cada  instante  se  asomaban  a  la  ventana  los 

o 

regidores  v  tenían  al  pueblo  al  corriente  de  las  lases  del 
debate.  Con  íirme  tranquilidad,  el  innumerable  gentío  que 
llenaba  la  plaza  y  las  calles  que,  de  todas  las  direcciones, 
desembocan  en  ella,  esperaba  el  resultado  de  la  delibera- 
ción. La  resolución  del  pueblo  era,  en  efecto,  inquebran- 
table en  aquel  momento,  y  los  patriotas  ([ue  tomaban  la 
palabra  en  el  cabildo  v  se  decían  «  diputados  de  la  nación  » 
estaban  seguros  de  verse  sostenidos. 

Hubo  un  momento  de  inquietud  acerca  de  las  disposi- 
ciones del  regimiento  de  la  guarnición  :  bastó  esto  para 
que  los  manifestantes  acudieran  en  gran  número  a  las  puer- 
tas de  los  cuarteles.  «  Una  mujer,  refiere  Caldas  en  su 
Periódico^ ,  reunió  a  muchas  de  su  sexo  y  a  su  presencia 
tomó  de  la  mano  a  su  hijo,  le  dio  la  bendición  y  dijo  : 
«  Ve  a  morir  con  los  hombres.  Nosotras  las  mujeres  mar- 
chemos delante;  presentemos  nuestros  pechos  al  cañón  : 
que  la  metralla  descargue  sobre  nosotras;  y  los  hombres 
que  nos  siguen  y  a  quienes  hemos  salvado  de  la  primera 
descarga,  pasen  sobre  nuestros  cadáveres  :  que  se  apo- 
deren de  la  artillería  y  libren  la  Patria  ».  En  el  acto,  los 
soldados  declararon  hacer  causa  común  con  el  pueblo,  y 
su  coronel.  Molledo,  se  unió  a  los  patriotas. 


1.  Extractos  publicados  por  el  Papel  periódico  Ilustrado  de  Bogotii , 
!"■  año,  pp.  350-393. 


294  EL    PRECURSOR 

La  energía  y  las  reservas  de  heroísmo  que  tales  senti- 
mientos revelaban  en  aquel  pueblo  durante  tanto  tiempo 
sumiso  y  silencioso,  no  dejaban  esperanza  al  virrey.  Juzgó 
tan  peligroso  como  superfluo  prolongar  la  resistencia,  y  se 
sometió  a  las  decisiones  de  los  regidores.  A  las  tres  y  media 
de  la  madrugada  quedaba  firmada  el  acta  de  la  sesión,  y 
Santa  Fe,  como  Buenos  Aires  y  Caracas  tenía  su  Junta 
independiente.  Sólo  cinco  días  la  presidió  Amar.  Los 
patriotas  le  obligaron  a  dimitir,  y,  poco  después,  lo  envia- 
ron a  España. 

En  Santiago  de  Chile,  la  Revolución  se  efectuó  casi  del 
mismo  modo^  Juan  Martínez  de  Rosas"  fué  su  hábil  e  infa- 
tigable promotor.  Profesor,  abogado  y  jurisconsulto,  Rosas 
era  secretario  particular  del  comandante  García  Carrasco, 
a  quien  el  repentino  fallecimiento  del  gobernador  Luis  Mu- 
ñoz de  Guzmán  había  hecho  elevar  a  la  magistratura 
suprema.  Rosas  agrupaba  en  torno  suyo  a  cierto  número 
de  jóvenes  criollos,  los  más  ricos  y  los  más  considerados 
de  la  ciudad  :  Bernardo  O'Higgins,  Manuel  Salas,  empa- 
pados de  las  recientes  lecciones  de  Miranda,  los  hermanos 
Prieto^,  Infante*,  Eyzaguirre^;  otros  más,  y  los  introdujo 
en  casa  del  nuevo  capitán  general,  cuya  confianza  no  tar- 
daron en  ganar.  Disensiones,  hábilmente  suscitadas,  entre 
Carrasco  y  los  funcionarios  de  la  Audiencia  y  del  cabildo, 
suministraron  a  aquellos  liberales  motivo  para  obtener  la 
entrada  en  el  consejo  de  doce  regidores  adictos  a  sus  ideas, 
quienes,  desde  aquel  momento,  emplearon  toda  su  influencia 
en  preparar  al  pueblo  a  la  independencia.  Las  noticias  de 

1.  V.  Gay,  Historia  de  Chile,  t.  IV. 

2.  V.  nolicia  lib.  I,  cap.  n,  5^  2. 

3.  El  m;ís  conocido  es  Ángel,  que  nació  hacia  1779,  y  falleció  hacia 
1854.  Fué  hecho  prisionero  en  1814  después  de  la  batalla  de  Ran- 
cagua,  y  no  recobró  la  libertad  hasta  en  1817.  Había  perdido  todos 
sus  bienes,  y  fué,  de  1820  a  1833,  director  de  las  aduanas  chilenas  y 
diputado  durante  cuatro  legislaturas. 

4.  Infante  (José  Miguel).  Nació  en  Santiago,  en  1778,  y  allí  falleció 
en  1844.  Miembro  de  la  Junta  de  Gobierno  en  1813  y  1814,  de  la 
Junta  provisional  en  1823:  miembro  del  Consejo  Directorial  en 
1825-1826. 

5.  Eyzaguikki:  (Agustín).  Nació  en  Chile  en  1766,  falleció  en  San- 
tiago en  1837,  Miembrode  la  Junta  de  gobierno  en  1813-1814.  Después 
de  la  derrota  de  Rancagua,  fué  internado  en  Juan  Fernandez  desde 
1815  hasta  1817. 


1810  295 

las  victorias    francesas    llcoaion   a    Chile    a   comienzos  de 

o 

mayo.  Por  la  emoción  que  piovocaron.  por  la  animosidad 
general  qne  en  seguida  notó  contra  cl.  acal)ó  (tarrasco  por 
darse  cuenta  de  que  los  que  le  rodeai>an,  lejos  de  favore- 
cerle, habían  trabajado  en  contra  suya;  y,  tan  pronto  como 
tuvo  noticia  de  los  acontecimientos  de  Buenos  Aires  hizo 
arrestar  a  Rosas  y  a  varios  de  sus  cómplices,  y  dio  orden 
de  que  fuei'an  conducidos  a  Lima  para  ser  juzgados. 

hintonces  los  liberales  excitaron  al  pueblo  e  hicieron 
pedir  por  el  cabildo  la  libertad  de  los  presos  y  el  estable- 
cimiento de  una  Junta.  Después  de  haber  opuesto  desdeñosa 
frialdad  a  tales  ruegos.  Carrasco  «  aprendió  sin  embargo  a 
despojarse  de  ella,  como  Emparán  había  prontamente  olvi- 
dado su  severidad  »,  cuando  oyó  bajo  sus  ventanas  los  gritos 
de  «¡  Cabildo  abierto  M  »  La  asamblea  se  reunió  el  11  de 
julio,  pronunció  la  destitución  de  Carrasco  y  nombró  en 
su  lugar  al  conde  de  la  Conquista,  de  ochenta  y  seis  años 
de  edad.  Los  liberales,  a  quienes  no  podía  satisfacer  tal 
cambio,  siguiert)n  conspirando,  consiguiendo,  al  cabo  de 
algunas  semanas,  provocar  la  reunión  de  un  nuevo  cabildo 
abierto.  Esta  vez.  de  los  400  funcionarios  o  notabilidades 
que  lo  componían,  las  tres  cuartas  partes  se  pronunciaron 
por  los  patriotas,  y  cl  conde  de  la  Conquista  resignó  sus 
poderes  en  manos  de  la  «  Junta  Gubernativa  »,  de  la  cual 
fué  Rosas  elegido  presidente  :  ocurrió  esto  el  Dieciocho 
de  Septiembre  de  1810. 

Dos. días  antes,  el  Dieciséis  de  Septiembre,  en  el  otro 
extremo  del  continente,  Manuel  Hidalgo-  sublevaba  a  su 
vez  a  Nueva  España.  En  aquel  reino  en  donde,  según 
expresión  de  un  contemporáneo,  «  la  independencia  nacio- 
nal estaba  atajada  por  la  dependencia  doméstica'  »,  el 
partido  metropolitano  conservaba,  a  pesar  de  frecuentes 
alertas,  preponderante  influencia.  La  aristocracia  colonial, 
más  ([ue  las  demás  en  favor  en  la  corte  de  Madrid,  sufría 
profundamente  también  el  ascendiente  de  las  clases  espa- 

1.  Ga.y,  Historia  de  Chile,  t.  IV,  cap.   \'I. 

2.  HiD.vLGo  Y  Costilla  (Manuel),  nació  en  el  Estado  de  Guanajuato 
en  1753;  fusilado  el  1°  de  agoslo  de  1811. 

3.  Zavala,  Ensayo  liistóvico  de  las  Re^'oliicioiies  de  México, 
París,  J830. 


296  EL    PRECURSOR 

ñolas  establecidas  en  el  país.  El  sensato  virrey  Iturrig'arav 
concedió  a  los  criollos,  hacia  1808,  amplias  concesiones 
políticas;  pero  los  Españoles  manifestaron  celos,  pretex- 
tando que  aquellas  franquicias  mermaban  sus  privilegios; 
y,  después  de  haberse  apoderado  de  la  persona  del  virrey 
y  de  haberlo  enviado  a  España  para  que  allí  respondiera 
de  su  conducta,  obtuvieron  que  fueran  anuladas  todas  las 
medidas  decretadas  en  favor  de  los  criollos.  Estos  se  de- 
jaron despojar  sin  pronunciar  una  palabra,  de  tal  manera 
estaba  «  arraigado  »  en  ellos  el  temor  que  les  inspiraba  el 
poder  español.  Portales  motivos,  la  propaganda  de  INIiranda, 
dirigida  en  Nueva  España  con  tanto  vigor  como  en  las 
demás  colonias,  había  tenido  que  confinarse  casi  exclusi- 
vamente en  los  campos.  Por  cierto  que  encontró  adeptos 
solícitos  entre  los  miembros  del  bajo  clero,  dueño  abso- 
luto de  la  mente  de  los  pueblos  indios,  que  no  pedían  sino 
dejarse  convencer. 

Los  indios,  descendientes  de  las  tribus  aborígenes,  se 
habían  multiplicado  bastante  desde  la  abolición  del  régi- 
men mortífero  de  la  primera  época  colonial;  su  esperanza 
de  reconstituir  el  imperio  ancestral,  al  mismo  tiempo  que 
su  odio  tenaz  hacia  el  Español,  les  inclinaba  naturalmente 
a  pactar  con  la  insurrección.  Era  ésta  preparada  con  ardor. 
Cuando  el  nuevo  virrey,  don  Francisco  Javier  de  Lizana '  arzo- 
bispo de  México,  tomó  posesión  del  gobierno  (julio  de  1809), 
la  agitación  hacía  ya  enormes  progresos  en  las  provincias 
y  ganaba  la  capital.  Sin  embargo,  los  regimientos,  las  mili- 
cias estaban  muy  bien  organizados.  Venegas^,  gobernador 
incapaz  que  la  Regencia  enviaba  a  Nueva  España  «  para 
quitarse  aquel  estorbo  )),  y  que  substituyó  a  Lizana  el  14 
de  septiembre  de  1810,  se  creyó  a  salvo  de  toda  sorpresa. 

Pero,  los  ecos  de  las  sublevacionas  de  Caracas,  Buenos 
Aires,  Santa  Fé^  se  esparcían  por  el  país.  Los  patriotas 
trataban  de  persuadir  al  cabildo  a  que  tomara  la  iniciativa 
del     movimiento,    según    prescribía    Miranda  ^    Sintiendo 

1.  Lizana  y  Beaumont  (t'i'ancisco  Javier  de),  virrey  de  Méjico,  de 
1809  a  1810. 

2.  Venegas  (I'^rancisco  Javier  de),  virrey  de  Méjico  de  1810  a  1813. 

3.  Carta  de  Miranda  al  cabildo  de  México.  Londres,  'l'i  de  julio  de 
1808.  R.  O.  F.  O.  España,  vol.  89. 


1810  297 

(Icst'onliauza  por  las  precíauoiones  tomadas  cu  Ionio  del 
virrey,  el  cabildo  no  se  atrevió,  sin  embaroc).  a  dar  tal 
señal,  V  t^t^  Manuel  Hidalgo,  cura  del  pueblo  de  Dolores, 
en  la  rica  región  minera  de  Guana juato.  (juien  desencadenó 
la  insurrección. 

Kn  el  espacio  de  algunos  días,  aquel  sacerdote  guerrero, 
ilustrado,  muv  ([uerido  de  sus  feligreses  y  dotado  de 
terrible  firmeza,  reunió  en  torno  suyo  a  más  de  100  000  com- 
batientes, con  armas  insuílcientes.  desde  luego,  pero 
temibles  por  su  crecido  número.  El  ejercito  de  Hidalgo 
podía  con  facilidad,  desde  lo  alto  de  la  meseta  de  Guana- 
juato.  en  donde  estaba  tomando  consistencia,  caer  cual 
torrente  sobre  el  reino  entero,  invadir  la  capital,  ocupar, 
por  la  nada  difícil  toma  de  Acapulco  y  de  Veracruz,  las 
comunicaciones  con  los  dos  océanos,  v  hacer  imposible 
toda  resistencia. 

No  parecía  influir  en  el  Perú  aquella  universal  y  profunda 
sacudida  del  imperio  español.  La  incontestable  mayoría  de 
los  partidarios  del  régimen  colonial,  cuyos  rigores  sabía 
suavizar  con  habilidad  un  virrey  justamente  popular,  había 
ahogado  la  voz  de  los  liberales  en  Lima.  Pero,  aunque 
diseminados  e  impotentes,  no  por  esto  dejaban  de  concebir 
con  fervor  y  confianza  el  pensamiento  vivaz  del  patrio- 
tismo '. 

Así  pues,  salvo  este  virreino,  el  rompimiento  con  la 
metrópoli  era  un  hecho  consumado  en  cada  una  de  las 
grandes  unidades  de  la  América  latina.  La  dominación  tres 
veces    secular  resultaba,   en    un  instante,   por  decirlo   así, 

1.  V.  las  poesías  y  cantos  populares  compuestos  en  Lima  en  1810, 
y  que,  bajo  su  forma  ca'ndida,  pintan  las  preocupaciones  patrióticas 
de  los  habitantes  de  aquel  virreino  : 

o...  Dios  piadoso, 
Rómpeme  ya  las  cadenas 
De  la  tirana  opresión; 
Cese  el  luto  que  atormenta 
Por  tres  dilatados  siglos 
A  mi  constante  prudencia. 
Buenos  Aires,   Santa  Fe, 
Caracas  y  Chile  bella 
Ya  disfrutan  de  la  gracia ; 
Disfruta,  Lima  sincera...  » 

(Canción  popular  peruana,  1810.  en  D.  II,  533). 


298  EL    PRECURSOR 

subsliLuída,  sin  etiisxón  de  sangre  y  casi  sin  disputa,  por 
un  gobierno  nuevo  al  que.  únicamente,  había  que  despojar 
de  su  decorado  ficticio  para  poner  en  plena  luz  la  definitiva 
autonomía  de  la  cual  era  él  la  expresión.  Aunque  con 
mezquino  pretexto  y  por  maquiavélicos  medios,  el  plan 
iínaginado  y  preparado  por  Miranda  parecía  realizado,  o  a 
punto  de  estarlo,  y  tal  como  lo  deseaban  sus  promotores  : 
la  explosión  de  la  máquina  revolucionaria  resultaba  una 
inotensiva  apoteosis. 

Respetuosos  ante  su  ideal,  y  firmemente  resueltos  a 
conservar  intacta  la  belleza  que  veían  en  él,  los  obreros 
de  la  Independencia  creían  poder  saludar  en  fin  el  adveni- 
miento, en  todas  partes  eíectuado,  de  su  próxima  libera- 
ción. 


IV 

Los  acontecimientos  que  acalcaban  de  producirse  no 
eran,  sin  embargo,  más  que  el  prólogo  del  gran  drama 
revolucionario  cuyas  futuras  escenas  reservaban,  por 
desgracia,  a  aquellas  harto  generosas  ilusiones,  una  larga 
serie  de  trágicos  desmentidos. 

o 

Es  más,  ni  siquiera  estaba  terminado  en  su  conjunto  este 
prólogo  mismo,  cuando,  —  aunque  hecho  aislado  y  ocu- 
rrido en  una  apartada  provincia  de  segundo  orden,  —  un 
sangriento  episodio  desconcertó  ya  su  armonía. 

Mientras  que  los  patriotas,  encarcelados  en  Quito 
después  de  la  llegada  de  las  tropas  auxiliares  de  Nueva 
Granada  y  del  Perú,  esperaban  a  que  la  Audiencia  de 
Santa  Fe  decidiera  de  su  suerte,  cierto  número  de  soldados 
de  la  guarnición,  cuya  actitud  había  obligado,  poco  antes, 
al  presidente  Ruiz  a  reconocer  la  Junta,  y  que,  desde 
entonces,  se  haljían  refugiado  en  el  campo,  regresaron  a 
la  ciudad,  suponiendo  que  habían  cesado  ya  las  persecu- 
ciones y  que  no  serían  molestados.  Sin  embargo,  fueron 
arrestados,  encarcelados,  y  la  población  manifestó  desde 
aquel  momento  viva  hostilidad  hacia  las  tropas  de  ocupa- 
ción, las  cuales,  por  su  lado,  se  entregaban  a  toda  clase 
de  desórdenes,  maltratando   a   los   habitantes  bajo   el  más 


1810  299 

liilil  pretexto.  Aeal);ii<»n  estos  [)or  tietrarse  a  aprovisionar  a 
los  soldados  españoles.  El  ]>rulal  Aréchaga  y  el  siniestro 
Arredondo,  ([iie  los  niaiidahan,  se  habían  resignado  con 
trabajo  a  la  relativa  indulgencia  del  presidente  Ruiz  para 
con  los  patriotas,  a  quienes  habrían  querido  ver  fusilar  tan 
pronto  como  fueran  arrestados  :  la  resistencia  de  los  habi- 
tantes de  Quito'  les  exasperó,  v  estaban  en  acecho  de  una 
ocasión  que  les  permitiera  vengarse.  No  había  de  tardar 
ésta  en  presentarse. 

El  2  de  agosto  de  1810,  a  la  una  de  la  larde,  unos  diez- 
soldados  recientemente  aprisionados  sorprendieron  a  sus 
guardianes,  se  apoderaron  de  s?js  armas,  v.  contando  con 
el  apoyo  de  la  población,  corrieron  a  los  cuarteles  ocupados 
por  la  guarnición  peruana.  Pero  en  seguida  se  dio  la 
alarma  :  apenas  los  fugitivos  habían  llegado  a  la  Plaza 
Mayor,  donde  estaban  los  cuarteles,  cuando  los  Españoles, 
haciendo  fuego  por  las  ventanas,  los  mataron  a  la  primera 
descarga.  Además,  nadie  había  intentado  seguir  a  aquellos 
desgraciados,  y  ya  parecía  terminado  el  incidente,  cuando, 
saliendo  de  los  cuarteles,  se  esparcieron  por  las  calles  los 
soldados  de  Lima,  gritando  :  «  ¡Venganza,  venganza, 
nuestro  capitán  ha  sido  asesinado!  »  A  todo  esto,  Aréchaga 
y  los  demás  oficiales  españoles  estaban  tranquilamente  en 
la  explanada  del  palacio,  y  en  presencia  de  ellos  comenzó 
el  degüello.  La  desencadenada  soldadesca  empujó  hacia  la 
plaza  a  los  transeúntes,  no  muv  numerosos,  por  fortuna, 
a  (juienes  pudo  sorprender  fuera  de  sus  casas  a  aquella 
hora  del  día,  v  más  de  trescientas  personas,  entre  ellos 
muchos  niños  y  mujeres,  fueron  degollados  en  un  momento. 
No  cesó  la  matanza  sino  ante  el  cebo  del  saqueo  :  el  tras- 
torno, el  pavor  general  hacían  tentadora  la  ocasión.  La 
soldadesca  hundió  las  puertas  de  las  tiendas  v  de  las 
casas  del  barrio  rico,  las  saqueó,  y  volvió  a  sus  cuarteles 
«  tan  cargada  de  botín,  ([ue  hasta  había  abandonado  sus 
armas  '  ». 

Mientras  tanto,  los  soldados  prisioneros,  en  número  de  un 
centenar,  y  los  patriotas,  eran  asesinados  en  sus  celdas  :  la 
mayor  parte  de  ellos,  fusilados   a  boca  de  jarro:  Morales, 

1.  Steve.nso.n,  op.   cit.,  cap.  ii.  p.  30. 


3C0  EL    PKECURSOK 

Quiíoga.  Salinas.  RiolVío,  y  algunos  inás.  rematados  a 
navajazos  v  a  hachazos. 

En  momento  en  que  los  Proceres  se  regocijaban  de  los 
éxitos  de  las  iniciativas  revolucionarias,  tales  escenas  de 
degüello  no  se  habían,  ciertamente,  repetido  en  Quito,  ni 
en  los  reinos  v  provincias  limítrofes.  Pero  la  durísima 
oposición  de  las  tuerzas  españolas  al  ímpetu  de  los  insu- 
rrectos mejicanos,  y  los  terribles  excesos  cometidos  por 
éstos  en  sus  primeras  victorias,  lueron.  poco  después, 
anuncio  de  una  era  de  luchas  y  de  conílictos  sangrientos 
destinada  a  extenderse  al  resto  del  continente  español. 

A  pesar  de  su  optimismo,  los  Prócei-es,  a  í'alta  de  pre- 
sentimiento certero,  parecían  haber  sentido  la  inmediata 
inquietud  de  tal  porvenir.  Dicho  optimismo,  que,  para 
decir  verdad,  no  había  sido,  en  algunos  de  ellos,  más  que 
un  optimismo  ficticio,  no  cegó  a  los  demás  hasta  el  punto 
de  hacerles  descuidar  las  precauciones  indispensables  para 
la  seguridad  de  las  nuevas  instituciones.  Aun  cuando 
ninguna  nube  asomal^a  todavía  en  el  horizonte,  las  Juntas 
coloniales  trataban  de  rodearse  de  un  verdadero  arsenal 
de  declaraciones  justificativas,  de  decretos  y  de  ordenanzas. 

Por  cierto  que  a  ello  se  veían  obligadas  por  las  inevi- 
tables amenazas  que  habían  de  resultar  del  programa 
subversivo  que  las  circunstancias  les  habían  hecho  pro- 
clamar. Negarse,  desde  el  principio,  a  reconocer  la 
Regencia  de  Cádiz,  abrir  los  puertos  al  comercio  de  todas 
las  naciones,  abrogar  toda  una  categoría  de  impuestos  o 
modificar  su  sistema,  anunciar  la  próxima  abolición  de  la 
esclavitud,  disolver  la  Audiencias  o  diezmarlas;  invitar,  en 
fin,  a  las  provincias  a  enviar  sus  diputados  a  Asambleas 
Constituyentes,  tal  como  lo  habían  hecho  o  pretendían 
hacerlo  Caracas,  Buenos  Aires,  Sjintiago  y  Santa  Fe,  era, 
a  la  vez.  enajenarse  para  siempre  el  partido  español, 
arruinado  en  sus  privilegios,  y  modificar  de  una  manera 
harto  radical  las  costumbres  de  un  pucl)lo  sumido  aún  en 
seculai'  sujeción. 

La  gente  del  campo  quedaba  ¡ntliferente,  o  casi,  a  los 
recientes  acontecimientos.  Los  Proceres  sabían  también  (|né 
movedizo,  ilusorio  y  peligroso  era  el  concurso  de  las  clases 
inferiores.  Veían  a  aquellas  plebes  vibiantes.  ebi-ias  por  la 


1810  301 

ropontiiui  revelación  de  su  poder,  dispuestas  a  llevar  en 
triunfo,  y  en  el  misino  momento  a  degollar,  a  sus  tiranos 
o  a  sus  libertadores,  quienes  distinguían  ellas  imperfeeta' 
ineiile  unos  de  otros.  Casi  por  sorpresa  era  cómo,  en 
Quilo,  en  (Caracas,  lo  mismo  que  en  Santa  Fe  v  en  Santiago, 
los  patriotas  habían  podido  indicar  al  pueblo  el  papel  que 
había  de  desempeñar.  Y.  aun  en  Buenos  Aires,  en  donde  la 
¡uiciación  política  tenía  más  motivos  para  haberse  genera- 
lizado, no  se  atrevían  los  Proceres  a  valuar  en  más  de  dos 
mil  el  número  de  personas  conscientes  del  cambio  que 
habían  ellas  contribuido  a  determinar*. 

Y.  por  lo  tanto,  ¡  ([ué  lujo  de  seducciones  van  a  desplegar 
los  Proceres  para  intentar  captar  la  indispensable  adhesión 
del  proletariado  sudamericano!  En  primer  lugar,  habrá  el 
juramiíuto.  extrañamente  paradógico,  prestado  ante  el 
«  Pueblo  Soberajio  »  por  los  miembros  de  la  Junta, 
quienes  juran  gravemente  «  verter  hasta  la  última  gota  de 
su  sangre  en  defensa  de  nuestra  santa  religión  católica, 
apostólica,  romana,  de  nuestro  amadísimo  monarca  Don 
Fernando  VII,  y  de  la  libertad  de  la  patria"  ». 

La  adhesión  a  la  Corona,  considerada  como  artículo  de 
fé  por  los  pueblos  de  la  América  latina,  no  estaba  menos 
inveterada  en  ellos  que  la  afición  a  la  pompa  exterior  y  al 
brillo,  afición  tan  cumplidamente  satisfecha  hasta  entonces 
por  los  gobernantes  españoles.  Importaba,  pues,  atender  a 
tales  exigencias,  y  tampoco  omitirán  los  patriotas  publicar 
una  serie  de  decretos  que  reglamenten  minuciosamente  los 
títulos,  honores  y  prerrogativas  de  que,  en  lo  sucesivo, 
estarán  investidas  las  Juntas  coloniales.  A  imitación  de  las 
de  España,  se  dan  a  sí  mismas  los  títulos  de  «  Alteza  », 
hasla  de  «  Majestad  )>,  atribuyen  a  sus  miembros  suntuosos 
unitormes,  establecen  categorías,  asisten  en  corporación  a 
las  fiestas  y  ceremonias  religiosas,  e  instituyen  otras  nuevas. 

1.  V.  Gekvinus,  op.  rii.,  p.  125,  según  un  folíelo  sobre  la  revolución 
de  Buenos  Aires,  en  Bit.vcKKNRinoK.  Vinjo  a  Ja  América  del  Sur, 
Leipzig.  lH-21,  t.  II. 

2.  tórmula  del  juramento  solemne  prestado  por  los  miembros  de 
la  Junta  de  Sania  Fe  en  pi-esencia  del  Ilustre  Cabildo  y  de  los  dipu- 
tados del  l'ueblü  Soberano.  Restrki'o,  op.  rit.,  t.  II,  p.  78.  Fué,  salvo 
algunas  variantes,  la  misma  para  todas  las  Juntas  coloniales.  En 
todas  ellas  constan  las  palabras  «  defensa  de  Fernando  Yll  »  y 
«  libeitad  de  la  pati'ia  ». 


302  EL    PRECURSOR 

El  pueblo,  oficialmente  calificado  de  «  Soberano  »,  lo  fué 
en  realidad,  siquiera  los  primeros  días,  en  Caracas,  en  Santa 
Fe  sobre  todo,  en  donde,  durante  la  semana  que  siguió  al 
Veinte  de  Julio,  los  liabitantes  invitados  a  participar  desde 
la  plaza  a  las  deliberaciones  de  la  Junta,  le  enviaban  reso- 
luciones escritas  que  sus  representantes  mandaban  ejecutar 
en  el  acto.  Varios  oidores  y  ciertos  españoles  fueron,  d« 
la  suerte,  arrestados  y  encarcelados.  Tuvo  la  Junta  que 
mandar  que  algunos,  cargados  de  grillos,  fuesen  paseados 
por  las  calles;  y  en  cambio,  fué  menester  dar  libertad  a 
presos   cuya  excarcelación  era  exigida   por  el  pueblo. 

Esta  ingerencia  directa  del  elemento  popular  en  el 
gobierno,  no  dejaba  de  indignar  a  gran  número  de  criollos 
cuyos  sentimientos  verdaderamente  aristocráticos  estaban 
en  pugna  con  un  sistema  absurdo,  según  ellos,  y  cuyo 
resultado  había  de  ser  la  anarquía.  Los  jefes  tuvieron  que 
emplear  todas  las  facultades  de  persuasión  de  que  eran 
capaces,  para  calmar  tan  justificadas  quejas. 

A  más  de  esto  se  imponían  preocupaciones  de  orden 
más  grave.  Urgentísimos  esfuerzos  eran  necesarios  para 
determinar  las  provincias  del  interior  a  pactar  con  el 
régimen  naciente.  Muchas  regiones  adonde  no  había 
podido  llegar  la  propaganda  o  que  se  mostraban  rebeldes 
a  ella  a  consecuencia  del  predominio  del  elemento  español, 
se  convertían  ya  eir  poderosos  focos  de  reacción. 

En  el  virreino  de  la  Plata,  las  ciudades  de  La  Colonia 
y  de  jNIaldonado,  las  de  Las  Misiones,  Corrientes,  La 
Bajada  y  Santa  Fe,  de  San  Luis  en  las  pampas,  de 
Mendoza  y  San  Juan  al  pie  de  los  Andes,  de  Salta  y 
Tucumán  en  las  fronteras  del  Alto  Perú,  habían  respon- 
dido, como  Santiago  de  Chile,  a  la  señal  que  partió  de 
Buenos  Aires.  Pero  en  Montevideo,  en  Córdoba  sobre 
todo,  con  Liniers  por  jefe,  se  organizaba  la  resistencia. 
El  Paraguay  no  se  había  pronunciado.  Belgrano,  Mariano 
Moreno,  Saavedra,  «  el  incorruptible  »  Castelli,  el  sen- 
sato Passo,  el  austero  Larrea,  Matheu,  iVlberti,  Miguel 
AzcuénagaS  miembros  directores  de  la  Junta  gubernativa. 

1.  Tomó  parle  después  en  las  campañas  del  Perú,  llegó  a  general 
y  falleció  en  Buenos  Aires. 


1810  303 

se  apresuraron  a  enviar  a  todas  partes  emisarios  que,  en 
caso  de  necesidad,  serían  apoyados  por  una  expedición. 
Desde  el  1°  de  junio,  1500  hombres  aguerridos,  núcleo 
del  futuro  ejército  de  la  Junta,  estallan  listos  para  entrar 
en  campana. 

En  la  medida  de  (|ue  se  lo  permitían  los  reducidos 
medios  de  acción  de  que  disponía,  la  .Tunta  de  Caracas 
recurrió  a  medidas  semejantes.  Se  había  constituido  defi- 
nitivamente el  25  de  abril,  teniendo  a  su  cabeza  a  los 
alcaldes  Llamosas  y  Martín  Toyar  Ponte.  Casi  todos  los 
antiguos  regidores  fueron  llamados  a  tomar  parte  en  el 
consejo  de  la  Junta,  la  cual  creó  cuatro  secretarios  de 
Estado,  con  Fernando  Key  Muñoz  en  Gobernación,  Nicolás 
Anzola  en  Gracia  v  Justicia,  Lino  de  Clemente  en  la 
Guerra,  y  Juan  Germán  Roscio  en  Relaciones  Exteriores. 
Su  primer  cuidado  fué  nombrar  delegados  encargados  de 
procurar  la  adhesión  de  las  capitales  de  provincia.  El 
marqués  del  Toro  y  su  hermano  obtuvieron  con  facilidad 
que  Valencia  se  pronunciara  por  la  Revolución.  Barcelona. 
Cumaná,  la  isla  de  la  Margarita,  Barinas  siguieron  aquel 
ejemplo,  desde  el  27  de  abril  al  1°  de  mayo.  Coro  y  Mara- 
caíbo  se  negaron  a  ello. 

Para  reducir  esta  oposición,  que  se  anunció  en  seguida 
con  un  carácter  de  violencia  no  sospechada,  no  le  iba  a 
quedar  más  recurso  a  Caracas  que  proceder,  como  había 
hecho  Buenos  Aires,  a  un  alistamiento  de  voluntarios.  A 
esto  se  resolvió  meses  más  tarde  la  Juma,  cuando,  a  insti- 
gación de  sus  gobernadores  D.  Fernando  Miyares  *  y 
D.  José  Ceballos -,  los  cabildos  de  Coro  y  Maracaíbo 
hicieron  encarcelar  y  maltratar  a  sus  delegados.  Pero,  a 
más  de  las  dificultades  de  reclutamiento  y  de  organización 
de  un  cuerpo  expedicionario,  mucho  más  difíciles  de 
vencer  en  la  capital  venezolana  que  en  la  de  la  Plata,  la 
perspectiva  de  una  guerra  civil  inevitable  asestaba  un 
golpe  fatal  al  más  hermoso  de  los  planes  íntimos  de  los 
patriotas  de  Caracas. 


1.  Nombrado  capitán  general  de  Caracas  en  1810. 

2.  Ceballos   y  Moxo  (José),  fué  gobernador  y   capitán  general  de 
Venezuela,  de  1815  a  1820. 


304  EL    PnECUIiSOIl 

En  efecto,  creían  poder  enorgullecerse  de  haber  sentado, 
no  sólo  las  bases  de  una  patria  local,  sino  las  de  la  gran 
patria  americana.  El  concepto,  íauíiliar  en  Miranda,  de 
una  «  Confederación  general  de  Sudamérica  »  preocupaba, 
en  Caracas,  a  sus  discípulos  más  inmediatos,  quienes 
habían  recibido,  en  vísperas  de  la  Revolución,  un  nuevo  y 
alentador  comunicado.  Desde  el  mes  de  julio  de  1809,  el 
gobierno  de  los  Estados  Unidos  había  dado  a  entender, 
en  casi  todos  los  centros  sudamericanos,  a  los  criollos 
influentes,  que  estaba  dispuesto,  si  sus  respectivos  países, 
una  vez  proclamada  su  independencia,  enviaban  delegados 
al  Congreso  federal,  a  acogerles  fraternalmente  y  a  exa- 
minar, de  acuerdo  con  ellos,  la  eventualidad  de  una 
(c  confederación  panamericana'  ». 

Estas  insinuaciones,  más  que  desinteresadas,  al  parecer, 
no  íueron  acaso  extrañas  a  la  redacción  del  manifiesto  del 
27  de  abril  ^,  por  el  cual  la  Junta,  al  mismo  tiempo  que 
invitaba  a  los  cabildos  a  erigirse,  a  ejemplo  suyo,  en 
gobiernos  autónomos,  les  sugería  también  que  prestaran 
su  concurso  a  la  obra  magna  de  la  confederación  de  la 
América  española.  «  Nuestra  causa  es  una,  añadía  el  mani- 
fiesto, una  debe  ser  nuestra  divisa  :  fidelidad  á  nuestro 
desgraciado  monarca,  guerra  a  su  tirano  opresor;  frater- 
nidad y  constancia  ». 

A  este  llamamiento,  el  patriota  chileno  Martínez  de 
Rosas  respondió  tratando  de  hacer  discutir  por  sus  colegas 
de  la  Junta  de  Santiago,  en  la  sesión  del  26  de  noviembre 

o 

de  1810,  la  «  posibilidad  de  una  unión  de  toda  América 
por  medio  de  un  Congreso  genci-al  ».  No  se  dio  desarrollo 
a  esta  tentativa,  y  el  «  tratado  de  amistad,  unión  y  alianza 
federativa  »,  firmado  al  año  siguiente,  el  28  de  mayo  de 
1811,  en  Santa  Fe,  por  el  canónigo  Madariaga  en  nombre 
de  Venezuela,  y  por  el  presidente  Lozano  por  Nueva 
Granada,  había  de  ser  la  consecuencia,  única  y  precaria 
por  cierto,  tic  aquellos  harto  vastos  planes  políticos. 

Sin  embargo,  mientras  llegaba  la  hora  de  tener  que 
renunciar  a  sus  deseos,  los  Proceres  de  Caracas  habían,  en 


1.  V.  Gil  Fortoul,  op.  cif.,  p.  128. 

2.  V.  supra,  ^  '-i. 


1«10  305 

el  primer  niomeiito  de  eulusiasino.  resuelto  el  envío  tle  ujki 
misión  diplomúlica  a  Washington,  y  escogido  como  emba- 
jadores a  Juan  Vicente  Bolívar  v  a  Telésioro  de  Orea. 
Pero,  cuando  se  disponían  éstos  a  |)oncrse  en  camino, 
hacia  la  segunda  semana  de  mavo.  recibieron  por  sola 
instrucción  el  obtener  del  fjobierno  ícderal  la  autorización 

o 

de  proceder  a  compras  de  municiones  y  de  armas.  Había 
pasado  la  hora  de  las  grandes  ambiciones,  y  la  tan  notoria 
ausencia  de  unanimidad  en  los  sentimientos  de  los  pueblos 
venezolanos  relegaba  a  una  fecha  indeterminada  toda 
preocupación  que  no  fuese  la  de  asegurar,  por  la  tuerza, 
la  adhesión  de  las  provincias  refractarias.  Pero,  no  había 
en     Venezuela    ningún     elemento     serio    de    organización 

o  o 

militar  :  era  menester  recurrir  a  la  ayuda  de  extraños,  y 
no  tardó  la  Junta  en  decidir  de  enviar  igualmente  emisa- 
rios a  las  Antillas  inglesas  :  Vicente  Sallas  y  Mariano 
Montilla  recibieron  encargo  de  ir  a  solicitar  a  las  autori- 
dades de  Jamaica  y  de  Curazao. 

Desde  luego,  no  habían  omitido  los  Proceres  el  notificar 
oficialmente  a  los  gobernadores  británicos  el  advenimiento 
de  la  Junta,  y  éstos  les  dirigieron  en  seguida  las  más  insi- 
nuantes felicitaciones.  «  La  manera  de  como  acabáis  de 
asumir  el  gobierno  de  las  provincias  de  Venezuela,  escribía 
el  brigadier  general  Layard,  gobernador  de  Curazao,  a 
«  Su  Alteza  »  la  Junta  %  debe  ser  y  será  ciertamente 
motivo  de  admiración  para  las  edades  venideras...  Vuestra 
Alteza  ha  tenido  a  bien  darme  la  seguridad  de  que,  cual- 
quiera que  sea  el  destino  de  la  metrópoli,  la  América  espa- 
ñola ha  de  quedar  amiga  fiel  e  íntima  aliada  de  la  Gi-an 
Bretaña.  Tales  sentimientos  me  son  infinitamente  gratos, 
así  como  la  intención  manifestada  por  Vuestra  Alteza  de 
unirse  a  Su  Majestad  Británica  por  lazos  más  estí'echos  y 
de  reservar  a  los  subditos  ingleses  mayores  ventajas  comer- 
ciales tan  pronto  como  las  circunstancias  permitan  a 
Vuestra  Alteza  examinar  con  más  detenimiento  tan  impor- 
tante asunto  ».  El  general  Layard  ponía  también  en  cono- 
cimiento de  la  Junta  que  pedía  a  Londres  autorización 
respecto  de  las  armas,  que  no  se  haría  esperar  dicha  auto- 

l.  Palacio  de  Curazao.  1'»  de  mayo  de  1810.  W.  O.  1/103,  n"  13. 

20 


306  EL    PUECURSOH 

rización  y  que  concedeiía  él  eu  seguida  «  toda  especie  de 
facilidades  en  este  sentido  a  los  enviados  venezolanos  que 
tuviera  a  bien  la  Junta  acreditar  cerca  de  su  persona  ». 
No  menor  apresuramiento  mostró  el  almirante  Cochrane  en 
cumplimentar  a  los  miembros  de  la  Junta,  y  les  anunciaba, 
desde  Bridgetown,  que  tenía  a  su  disposición  un  barco 
para  en  caso  de  que  gustaran  de  enviar  una  misión  diplo- 
mática a  Inglaterra'. 

Es  fácil  concebir  la  satisfacción  que  debieron  de  pro- 
ducir en  Caracas  tales  ofrecimientos.  Los  Proceres  descu- 
brieron en  ellos  la  confirmación  de  las  esperanzas  que 
Miranda  les  había  hecho  entrever,  recientemente,  de  un 
patronato  siempie  posible  de  la  Gran  Bretaña.  Tampoco 
dejaba  de  temer  la  Junta  la  eventualidad  de  un  cambio 
feliz  en  los  asuntos  de  la  Península,  el  cual,  al  devolver 
firmeza  y  prestigio  al  partido  español  en  América,  podía 
contrariar  profundamente,  si  no  comprometer,  la  viabi- 
lidad del  régimen  naciente.  Así  pues,  el  apovo  de  Ingla- 
terra era  doblemente  codiciable,  y.  sin  más  tardar,  se 
procedió  a  designar  negociadores  de  los  más  calificados 
para  obtenerlo. 

La  candidatura  de  Bolívar  reunió  todos  los  votos.  El 
espíritu  de  intriga  de  que  acababa  de  dar  pruebas,  la  estima 
en  que  le  tenían  sus  compatriotas,  su  gallarda  apostura, 
su  fortuna,  sus  capacidades,  el  ardor  de  su  fe  liberal,  le 
designaban  para  el  delicado  y  sabio  papel  que  había  de 
desempeñar  en  Londres.  En  efecto,  allí  habría  de  discutir 
quizá,  de  justificar  cuando  menos,  las  manifiestas  preten- 
siones de  Venezuela,  y  dejar  entender  lo  bastante  las 
demás,  para  crearse  derechos  a  verlas  sostener  cuando 
conviniera  proclamarlas.  El  joven  embajador  había  de  dar 
asimismo  a  los  ministros  ingleses  una  idea  ventajosa  del 
gobierno  y  de  los  representantes  de  su  país,  y.  en  fin, 
maniobrar  con  la  suficiente  habilidad  para  ganar  a  la  causa 
sudamericana  las  simpatías  del  gabinete  de  Londres,  a 
falta  de  su  colaboración. 

1.  Sir  A.  Cochrane  al  presidente  de  la  Junta  provincial  de  Caracas, 
17  de  mayo  de  1810.  Barbadoes,  4ms.  Neptunc.  —  R  O.  F.  O.  Spain, 
vol.  í»8. 

2.  Y.  supia,  lib.  II,  cap.  ii.  J;  5. 


1810  307 

Bolívar,  a  ([uicn  la  Juiíla  conlcría,  para  la  circunstancia, 
el  grado  de  coronel  y  el  título  de  «  diputado  principal 
(le  Caracas  »,  tomó  al  industrioso  J^ópez  Méndez  como 
«  segundo  diputado  »,  y  a  Andrés  Bello  como  secretario'. 

Las  instrucciones  oficiales  que  redactó  Roscio  para  «  los 
comisionados  cuva  previsión  y  cuyos  sentimientos  alta- 
mente patri(')ticos  son  conocidos  de  Su  Alteza  »,  se  limi- 
taban (c  a  intlicar  <d  modo  con  (|"  ha  de  satisfacerse  á  las 
([uestiones  siguientes  q"  son  las  ([''  mas  natural  v  oportu- 
namente deben  proponerse  por  parte  del  Ministerio  Bii- 
tanico  ». 

«  Primera  preííunta.  ¿Qué  motivos  ha  habido  p^'  la 
remoción  de  las  autoridades  constituidas  p'"  la  Junta  Cen- 
tral de  España,  p'  la  instalación  del  nuevo  Gobierno  de 
Caracas? 

«  Contestación.  Fué  el  primero  la  ilegitimidad  de  aquella 
Junta...  la  qual  p'"  la  autoridad  del  Monarca  desconocido, 
solo  podía  ser  delegada  p''  la  comunidad  de  Españoles  de 
ambos  Mundos...  Fué  el  segundo  motivo  p"  nuestra  reso- 
lución la  arbitrariedad  con  q^  se  administraba  la  justicia 
p''  parte  de  unos  Magistrados  á  quienes  las  atenciones  pre- 
lerentes  de  nuestro  Gobierno  supremo  habían  constituido 
en  la  mas  absoluta  independencia...  Por  otra  parte...  no 
había  mas  partido  saludable  p''  los  Americanos  q"^  imitar  el 
ejemplo  mismo  de  las  Provincias  de  España,  cada  una  de 
las  quales  se  formó  una  Junta  compuesta  de  individuos  de 
su  confianza...   » 

(c  Segunda  pregunta  :  ¿Quales  son  las  miías  que  tiene  el 
Gobierno  actual  de  Caracas? 

<(  Contestación  :  Primeramente  consultar  la  opinión  de 
los  habitantes  de  las  Provincias  de  Venezuela,  convocando 
niputados  elegidos  p''  todos  los  pueblos...  Son  tan  uni- 
\ersales  los  sentimientos  en  favor  de  nuestra  adhesión  á 
la  Melr(')poli,  si  prevalece  en  ella  la  buena  causa;  tan  deci- 
dida la  disposición  general  á  invocar  la  protección  britá- 
nica p''  el  establecimiento  de  nuestra  independencia  en  el 
caso  contiario.  (['  aun  los  Gobiernos  actuales  de  la  Penín- 
sula,   no   deben    ni    desaprobar    ni    temer    un    acto   ([''  solo 

I.  Caceta  de   Caracas,  \  de  junio  de  1810. 


308  EL    PRECURSOR 

servirá  para  hacer  mas  solemnes  nuestros  votos  de  fide- 
lidad al  mismo  tiempo  q^  nos  asegura  contra  los  peligros 
q*^  podría  correr  nuestra  libertad  política,  encomendada 
exclusivamente  á  la  opinión  particular  de  unos  Xeles 
extraños  p^  nosotros,  llenos  de  conexiones  con  los  payses 
ocupados  p''  los  Franceses  y  q''  en  todas  partes  han  estado 
menos  prontos  q*^  la  masa  del  pueblo  á  abrazar  y  proclamar 
la  buena  causa.  Si  el  voto  de  Venezuela  emitido  de  un  modo 
tan  auténtico  y  solemne,  no  puede  menos  de  ser  lisonjero 
á  la  Gran  Bretaña,  como  q*^  le  manifestará  nuestra  dispo- 
sición á  colocarnos  baxo  sus  auspicios  p^  salvarnos  de  los 
males  de  una  horfandad  política;  la  magnanimidad  del 
Gobierno  Británico  no  le  permitirá  desentenderse  de  una 
confianza  tan  gloriosa,  y  su  generosidad  debe  empeñarle 
á  usar  de  ella  p"  nuestra  salud  y  beneficio... 

«  2°  Organizar  nuestros  medios  defensivos,  aligerar  las 
cargas  enormes  q*^  pesan  sobre  nuestra  agricultura  y 
comercio,  hacer  mas  imparcial  y  menos  gravosa  la  admi- 
nistración de  justicia,  eran  puntos  de  primiera  necesidad 
y  que  estaban  absolutamente  desatendidos.  El  Gobierno  de 
Caracas  ha  dirigido  una  parte  de   su  atención  á  ellos...    » 

«  Venezuela  adherirá  siempre  á  los  intereses  generales 
de  América,  y  estará  pronta  á  enlazarse  intimamente  con 
todos  los  pueblos  q''  resten  inmunes  de  la  usurpación  fran- 
cesa, V  q*^  reconozcan  estas  bases  preliminares  :  conser- 
vación de  los  derechos  de  nuestro  amado  Soberano  el 
Señor  Don  Fernando  VII;  sufragfio  libre  de  los  ciudadanos 

o 

españoles  del  Nuevo  Mundo  en  los  puntos  q*^  directamente 
interesan  á  su  destino  presente  y  futuro  :  integridad  y 
pureza  de  la  religión  de  Jesu-Gristo.  » 

«  Tercera  pregunta  :  ¿Baxo  q"  aspecto  considera  Caracas 
á  la  Metrópoli  del  Imperio  Español,  y  al  Consejo  de 
Regencia? 

«  Contestación  :  Caracas  se  considera  como  parte  inte- 
grante de  la  España...  Los  comisionados  tendrán  presente 
lo  expuesto  en  nuestra  contestación  al  Consejo  de  Regencia, 
y  en  otros  papeles  q^  se  han  dado  á  luz  p""  esta  Junta.  Una 
copia  del  plan  p''  el  establecimiento  de  una  diputación  gral 
de  Venezuela  puede  también  servirles  oportunamente  p" 
calificar  los  principios  equitativos  y  francos  de  S.  A.  » 


1810  309 

((  Cuarta  jjregunta  :  ¿Qual  es  el  partido  ele  Venezuela 
con  respecto  á  las  pretensiones  de  la  Casa  del  Brasil '  ó  de 
otras  q^  tengan  relaciones  con  nuestra  dinastía?  « 

«  Contestación  :  Venezuela  estará  pronta  á  conformarse 
con  el  voto  de  la  pluralidad  de  todas  las  partes  libres  del 
Imperio  Español,  siempre  q^  este  voto  sea  pronunciado  con 
libertad  v  conforme  á  los  principios  q"  quedan  expuestos.  » 

Las  instrucciones  prescribían  además  a  los  comisionados 
que  pidiesen  al  gobierno  inglés  autorización  para  comprar 
armas;  habían  de  conducirse  con  moderación  y  dignidad, 
en  caso  de  que  las  circunstancias  los  pusieran  en  presencia 
de  los  embajadores  españoles  acreditados  en  Londres  y  les 
obligaran  a  comunicar  con  ellos  oficial  o  privadamente. 
La  sola  instrucción  positiva  que  de  este  documento  inten- 
cionalmente  confuso,  verboso  y  prolijo  había  de  retener 
Bolívar  estaba  contenida  en  la  lacónica  frase  que  lo  termi- 
naba :  «  -Manejarse  en  todo  como  lo  exijan  nuestros  inte- 
reses bien  entendidos"  ». 

Los  jefes  de  la  revolución  venezolana  estaban,  a  pesar 
de  todo,  lo  bastante  bien  informados  de  la  situación  polí- 
tica de  la  Gran  Bretaña,  para  contar  obtener  de  ella  algo 
más  que  la  neutralidad  complaciente,  la  semicomplicidad, 
a  lo  sumo,  harto  favorable  a  los  intereses  políticos  britá- 
nicos, sin  que  fuera  necesario  ir  a  provocar  su  confirma- 
ción oficial.  Tal  era.  cuando  menos,  la  opinión  íntima  de 
los  Proceres  que  formaban  parte  del  reducido  grupo  que 
dirigía  el  movimiento.  El  inesperado  celo  de  los  goberna- 
dores de  las  Antillas  inglesas  no  les  ilusionaba  sobrema- 
ñera.  Pero  habían  acogido  presurosos  aquel  pretexto  para 

1.  Se  trata  aquí  de  la  princesa  Carlota,  cuyas  intrigas  en  Buenos 
Aires  hemos  señalado,  y  que  pretendía  ponerse,  en  España  misma, 
a  la  cabeza  del  gobierno.  Seguía  tratando  de  entrar  en  relaciones  con 
los  patriotas  de  Chile,  del  Perú  y  de  las  dem;ís  regiones  sudameri- 
canas. Algún  tiempo  después,  sostuvo  correspondencia  seguida  con 
los  delegados  coloniales  en  Cádiz.  Muchos  de  los  Proceres,  sobre 
lodo  en  Buenos  Aires,  creían  aún  en  la  posibilidad  del  estableci- 
miento de  un  gobierno  independiente  en  América,  del  cual  habría 
sido  jefe  Carióla. 

2.  Instrucciones  de  Su  Alteza  la  Junta  Suprema  de  Venezuela  a 
sus  Comisionados  delegados  a  la  Corte  de  Londres.  Caracas,  2  de 
junio  de  1810.  Una  copia  de  este  documento  inédito,  y  del  que  no 
existe,  que  nosotros  sepamos,  ningún  otro  ejem-plai-,  se  halla  en  el 
Archivo  inglés.   If'ar  Office  {Curazao)  1/104. 


310  EL    PRECUllSOH 

decidir  a  la  Junta  al  envío  de  una  embajada,  pues  acababan 
de  concebir  el  atrevido,  y,  según  ellos,  providencial 
proyecto  de  llamar  en  ayuda  suya  a  Miranda.  Y,  después 
de  todo,  quizá  trajesen  los  comisionados  alguna  seguridad 
más  precisa  del  gabinete  de  Londres,  lo  cual  sería  del 
todo  beneficioso.  En  todo  caso,  Bolívar  prometía  a  sus 
amigos   traerles  al  Gran  Maestre. 

El  9  de  junio,  el  bergantín  de  guerra  General  Lord 
Wellinglon,  destacado  por  el  almirante  Cochrane  de  la 
estación  naval  de  la  Barbada,  v  que.  desde  hacía  dos  días, 
fondeaba  en  La  Guayra,  se  hacía  a  la  vela,  llevando  a  su 
bordo  a  los  «  diputados  »  de  Caracas. 


V^ 


La  actitud  de  las  autoridades  coloniales  inglesas  para 
con  la  nueva  Junta  merecía,  cuando  menos,  una  censura 
por  parte  del  gobierno  aliado  de  España.  No  obstante,  la 
argumentación  empleada  por  el  conde  de  Liverpool,  secre- 
tario de  Estado  para  las  colonias,  para  justificar  aquella 
indispensable  reprimenda  suavizaba  singularmente  su 
rigor  :  «  No  habéis  estado  acertado,  escribía  al  general 
Lavard,  en  haber,  no  sólo  reconocido  al  gobierno  de  Cara- 
cas, sino  además  aprobado  sus  actos,  en  documentos  ofi- 
ciales V  públicos...  Mientras  la  nación  española  persevere 
en  su  resistencia  a  la  invasión  francesa,  y  que  una  espe- 
ranza razonable  de  éxito  quede  siendo  posible.  Su  Majestad 
tiene  el  deber  de  desanimar  toda  iniciativa  que  pueda  tener 
por  resultado  provocar  una  separación  entre  las  provincias 
españolas  y  la  madie  patria.  Si  España  sucumbiera.  Su 
Majestad  defendei'ía  las  Colonias  españolas  contra  la  España 

1.   Times  de  27  de  julio,  11  y  16  de  agosto  de  1810. 

Mornin^  Chroiiicle  de  12,  18  y  2't  de  julio,  15  y  23  de  agosto,  5,  6, 
11  y  25  de  septiembre  de  1810. 

Mnrning  Herald^  19,  25,  26  de  julio.  11  de  agosto,  7  de  septiembre 
de  1810. 

Morning  Posl,  II,   17  de  septiembre  de  1810. 

Boyle's  Comí   Cuide,  1810. 

Amunáthgui,  Vida  de  1).  Andrés  Bello,  op.  ri'í.  líxtractos  en  D.  11, 
471.  Rojas,  Simón  Bolis'ar  (Documentos),  París,  1883, 


1810  311 

francesa...  Taiii|)(>('0  puede  Sii  Majestad  sostener  una  parte 
de  la  monar(juía  española  contra  otra,  desde  el  momento 
que  reconocen  ¡oualmente  al  mismo  soberano  y  se  oponen 
a  la  usurpación.  Sin  embargo,  el  Rey  consiente  en  desem- 
peñar el  papel  de  mediador,  pero  no  tiene  paia  que  inter- 
venir en  lo  que  i-especta  a  la  forma  interior  de  gobierno 
que   pudieran  darse  las  provincias   de  Caracas  o  toda  otra 

provincia  de  la  monarquía No  cumple  a  Vos  hacer  acto 

de  hostilidad  directa  o  indirecta  hacia  las  autoridades  o  los 
habitantes  de  esas  provincias,  en  caso  de  cjue  persistan  en 
su  determinación  de  independencia.  Habréis  de  evitar  asi- 
mismo el  recurrir  a  medidas  que  tengan  carácter  de  reco- 
nocimiento o  que  puedan  ser  interpretadas  como  tales;  no 
obstante,  es  indispensable  que  nada  perjudique  las  rela- 
ciones comerciales  u  otras  establecidas  entre  el  país  de 
vuestra  residencia  y  Caracas...  El  gobierno  se  halla,  por 
culpa  vuestra,  en  una  situación  muv  embarazosa  :  una 
denegación  formal  descontentaría  a  las  Colonias  españolas ; 
una  no  denegación  descontentaría  a  España'  ». 

Bajo  el  aspecto  de  este  dilema  es  comc^  se  presenta  enton- 
ces la  política  sudamericana  de  Inglaterra.  Pero  la  supre- 
macía adquirida  por  la  Gran  Bretaña,  su  poderío  y  su  pros- 
peridad, la  superior  habilidad  de  sus  hombres  de  Estado 
le  permiten  entrever,  sin  gran  inquietud,  la  solución  de 
una  dificultad,  secundaria  además,  frente  a  sus  preocupa- 
ciones del  momento.  Y  hasta  parece  resuelto  a  medias  el 
problema,  pues  nadie  se  atrevería  a  negar  al  despotismo 
británico  el  monopolio  del  comercio  marítimo  que  el  Bloqueo 
ha  dejado  subsistir.  Acerca  de  esto,  no  tiene  Inglaterra, 
sobre  todo  en  el  Nuevo  Mundo,  que  temer  competencia  de 
ningún  género.  Aun  la  metrópoli  misma,  ¿qué  podría 
contra  un  rival  que  reina  por  la  fuerza  en  todos  los  sitios 
en  que  no  reina  como  dueño  absoluto  por  el  contra])ando  "? 
Hasta  tal  punto  que,  de  no  tener  en  cuenta  el  tradicional 
empeño  de  Iiiglaterra  en  conservar  las  apariencias  de  una 
perfecta  corrección  política,  no  sería  posible  explicarse  la 


1.  El  conde  de  Liverpool  al  general   Layard,   29  de  junio  y  10  de 
julio  de  1810.  W.  O.  I/IOIJ. 

2.  \.  Sorel,  L'Europe  el  la  Révolulion,   1.  Vil.  lib.  II.  cap.  ii,  §  5. 


312  EL    PRECURSOU 

insistencia  con  que,  en  este  momento,  pide  al  gobierno 
español  el  reconocimiento  oficial  de  privilegios  comerciales 
adquiridos  ya  en  principio  y  de  hecho. 

Esta  negociación  había  sido  entablada  a  raíz  de  la  firma 
del  tratado  de  Londres  del  14  de  enero  de  1809,  por  el  cual 
Su  Majestad  Británica  prometía  a  Fernando  VII  «  toda  su 
asistencia  para  hacer  causa  común  contra  los  Franceses*  », 
Sin  embargo  ni  los  esfuerzos  de  Canning  cerca  de  los 
embajadores  de  España  en  Londres,  D.  Pedro  de  Ceballos 
y  el  almirante  de  Apodaca,  ni  los  del  ministro  de  Ingla- 
terra en  Sevilla,  marqués  de  Wellesley,  cerca  de  D.  Martín 
Garay,  secretario  general  ^le  la  Junta  Suprema,  habían 
dado  por  resultado  la  conclusión,  deseada  por  el  gabinete 
británico,  de  un  tratado  de  comercio  entre  ambos  países. 
Hacía  más  de  un  año  que  duraba  la  discusión,  cuando  llegó 
a  Londres  la  noticia  de  los  acontecimientos  de  abril  de  1810. 
El  marqués  de  Wellesley  acababa  de  substituir  a  Canning 
en  el  Foreign  Office.  En  seguida  prescribió  a  su  hermano, 
sir  Henry,  que  al  mismo  tiempo  le  había  sucedido  en  la 
legación  de  Inglaterra,  transferida  por  entonces  a  Cádiz, 
que  reanudara  las  negociaciones  pendientes  para  la  conclu- 
sión del  convenio  comercial  :  «  Los  socorros  que  hasta  la 
fecha  ha  concedido  a  España  Su  Majestad,  escribía  el  13  dfe 
julio  de  1810^,  no  han  sido  limitados  sino  por  la  extensión 
de  los  recursos  de  su  reino ;  pero  es  evidente  que  este 
apoyo  debe  cesar  si  no  nos  son  suministrados  con  preci- 
sión recursos  adicionales.  Consisten  éstos  ante  todo,  como 
bien  sabéis,  en  abrir  a  los  subditos  de  Su  Majestad  algunas 
de  las  grandes  ramas  del  comercio  con  las  Colonias  espa- 
ñolas. Tened  a  bien  hacerlo  entendei'  en  los  términos  más 
claros...  Los  diputados  de  Caracas  acaban  de  llegar  a 
Londres...  No  dejo  de  abrigar  la  esperanza  de  que  este 
acontecimiento  pueda  contribuir  al  resultado  que  perse- 
guimos )). 

«  Al  mismo  tiempo,  es  necesario  que  os  prevenga,  aña- 
día confidencialmente  Wellesley,  que,  aun  en  caso  de  que 
la  provincia  de  Venezuela  siguiera  desconociendo  la  auto- 

1.  R.  O.  F.  O.  Treaties,  Protocoles.  Spaiii  51,  n^  6. 

2.  A  Sir  Henry  Wellesley,    F.  O.    Spain,   93,  desparhos  nos  2  y  22. 
Confidencial. 


1810  313 

rielad  del  consejo  de  reoencia.  no  entra  en  las  intenciones 
del  gobierno  de  Su  Majestad  el  renunciar  a  relaciones 
amistosas  con  esa  colonia.  Y  menos  aún  habríamos  de 
prestarnos  a  obligarla  por  la  luerza  a  someterse.  Es  éste 
un  punto  muy  delicado,  y  a  vos  dejo  el  cuidado  de  sacar  de 
él  el  partido  más  ventajoso.  » 

De  estas  indicaciones  se  desprende,  pues,  la  línea  de 
conducta  que  en  lo  sucesivo  va  a  seguir  el  gabinete  de 
Saint-James  :  por  una  parte,  intimidar  al  consejo  de  regen- 
cia por  el  solo  hecho  de  recibir  y  de  escuchar  a  los  emba- 
jadores de  la  colonia  rebelde,  y  determinar  así  a  España  a 
que  acate  la  voluntad  inglesa;  dar  al  mismo  tiempo  a  Vene 
zuela  la  impresión  de  que  sólo  el  respeto  debido  a  compro 
misos  solemnes  prohibe  el  ser  más  complacientes  para  con 
ella,  y,  con  esto,  reservarse  los  beneficios  eventuales  de  su 
gratitud;  presentarse  como  mediadora  inevitable  entre 
ambos  partidos,  y,  bajo  las  apariencias  de  trabajar  en  inte- 
rés de  cada  uno,  no  trabajar,  en  realidad  más  que  para  ella 
sola  :  tal  es  el  plan  que  se  ha  impuesto  Inglaterra,  v  que 
se  dispone  a  observar  exactamente  su  ministro  en  el 
momento  en  que  Bolívar  y  su  séquito  desembarcan  en 
Southampton. 

Ocurría  esto  el  11  de  julio.  Los  primeros  testimonios  de 
deferencia  que  Wellesley  entendía  reservar  a  la  misión  vene- 
zolana no  se  hicieron  esperar.  Desde  el  12,  los  pasaportes 
para  la  capital,  solicitados  directamente  por  los  diputados 
al  Foreign  Office,  estaban  a  su  disposición,  y,  a  su  llegada, 
al  día  siguiente,  al  INIorin's  Hotel,  en  Londres,  hallaron 
una  carta  muy  cortés  de  bienvenida  por  la  cual,  contes- 
tando a  su  solicitud  de  audiencia,  Wellesley  les  manifes- 
taba el  placer  que  tendría  en  recibirles  en  su  casa  de  recreo 
de  Aspley,  tan  pronto  como  lo  descaran.  El  joven  William 
Wellesley,  sobrino  del  secretario  de  Estado,  recibió 
encargo  de  entenderse  con  ellos  acerca  de  la  fecha  de 
aquella  primera  entrevista,  que  quedó  fijada  para  el  17  de 
julio. 

Bajo  la  favorable  im|)resión  de  aquella  acogida.  Bolívar, 
acompañado  de  López  Méndez  y  de  Bello,  se  presentó,  el 
día  convenido,  en  Aspley  House.  Los  diputados,  introdu- 
cidos en  seguida  ante  el  marqués,  le  entregaron  sus  cartas 


314  EL    PRECUlíSOlí 

credenciales,  y,  tan  pronto  como  terminó  éste  su  lectura, 
Bolívar,  dejándose  arrastrar  con  tanta  mayor  facilidad  por 
su  i'ogoso  temperamento  cuanto  que  la  forma  privada  de 
la  entrevista  le  permitía,  según  él,  menos  reserva,  resumió 
ios  acontecimientos  de  Caracas,  hizo  un  cuadro  patético 
de  la  situación  de  sus  compatriotas  «  ansiosos  de  sacudir, 
lucra  como  fuera,  un  yugo  inaguantable  »,  y  concluyó 
suplicando  al  ministro  que  concediera  el  apoyo  de  Ingla- 
terra a  Venezuela,  la  cual  podría,  entonces,  proclamarse 
independiente... 

Wellesley  había  escuchado  impasible  la  arenga.  Contestó 
que  le  era  imposible  dar  oídos  a  semejante  lenguaje*, 
(c  Vuestras  palabras,  precisó,  están  en  flagrante  contradic- 
ción con  el  texto  de  las  cartas  que  me  entregáis.  ¿No  es 
«  En  nombre  de  Don  Fernando  VII.  rey  de  España  y  de 
las  Indias  »  que  «  la  Junta  Suprema,  conservadora  de  Sus 
derechos  en  Venezuela-,  os  acredita  ante  el  gobierno  de 
Su  Majestad?  »  Satisfecho  entonces  del  desconcierto  que 
se  leía  en  los  semblantes  de  sus  interlocutores,  Wellesley, 
reanudando  en  tono  menos  severo  la  conversación,  expuso 
a  los  diputados  que  los  lazos  que  unían  su  país  a  España 
y  que  resultaban  de  un  tratado  solemne,  no  permitían  al 
gobierno  británico  prometer  a  Venezuela  más  que  el 
apoyo  de  sus  flotas,  en  caso  de  un  ataque  de  los  Franceses  : 
«  No  podemos  intervenir  en  vuestras  contiendas  con  la 
Regencia,  y  no  puedo  sino  animaros  a  someteros  a  ese 
consejo  reconocido  por  nosotros.  La  constante  lealtad  de 
los  Venezolanos  hacia  su  soberano  legítimo  ha  de  quedar 
aquí  para  vosotros  una  máxima  invariable.  Y  sólo  a  esta 
condición  me  será  permitido  escucharos  ».  El  ministro 
autorizó,  bajo  esta  salvedad,  a  los  diputados  a  que  le 
manifestaran,  por  nota  verbal,  la  expresión  de  sus  deseos. 
x\ñadió  sin  embargo  que  la  recepción  oficial  que  pronto 
les  concedería  no  podría  efectuai'se  sino  en  presencia  de 
los  embajadores  de  España  acreditados  en  Londres. 

Los  diputados  se  retiraron,  contentos,  después  de  todo, 
de   la  entrevista.    Sentían  algún   despecho  por  haber  oído 

1.  V.  el  relato  de  Bello.  Amunátegui,  op.  loe.  cil. 

2.  Carlas  credenciales  de  los  diputados  de  Venezuela,  F.  O.  Spain, 
vol,  106. 


1810  315 

qiic  la  alianza  de  liiolatcira  con  España  lema  un  caiáclcí' 
más  estrecho  ele  lo  (¡ne  en  Caracas  se  imaginaban.  Pero, 
esta  consideración  misma,  añadida  a  lo  <[ue  sabían  acerca 
de  los  modales  despóticos  y  de  la  habitual  nervosidad  del 
mar([ués  de  Wellesley.  avaloraba  más  las  circunlocuciones 
con  que  el  ministi'o  había  adornado  su  negativa.  Habían 
sido  escuchados,  lo  cual  era  va  mucho.  En  el  inlorme  (jue 
Bolívar  y  López  Méndez  dirigieron  a  la  Junta,  las  impre- 
siones que  les  había  producido  la  audiencia  se  expresajjan 
muy  justamente  en  estos  términos  :  «  A  pesar  de  cuanto 
se  ha  hecho  para  desanimarnos..,  las  insinuaciones  de 
Venezuela  han  sido  acogidas  y  registradas  por  lord  We- 
llesley con  toda  la  imparcialidad  v  deferencia  que  podíamos 
esperar'  ». 

Las  atenciones  que  la  sociedad  londinense  prodigaba  a 
los  diputados  eran  por  sí  solas  lo  bastante  halagüeñas  para 
ahorrarles  todo  motivo  de  disgusto.  Según  escribían  a  sus 
amibos   de  Venezuela'.    «    su  lleíi'ada  había  causado  cierta 

o  o 

sensación  en  Londres  ».  Recibían  en  el  Morin's  Hotel 
numerosas  visitas.  El  conde  de  Mornington,  el  hermano 
del  almirante  Cochrane  se  hacían  anunciar  a  diario.  El 
duque  de  Gloucester,  sobrino  del  rey,  organizaba  «  par- 
tidas de  placer  »,  les  convidaba  a  comer.  «  Los  Embaja- 
dores de  la  América  del  Sur'»  — con  este  título  designaban 
los  periódicos  a  Bolívar  v  a  López  ^léndez  —  trataban  de 
justificar,  por  una  fastuosa  elegancia,  las  distinciones  de 
que  eran  objeto.  Aprovechando  los  últimos  hermosos  días 
de  la  estación,  se  mostraban  en  Bond-Street  o  Hvde-Park 
en  magnífico  carruaje.  Los  diarios  señalaban  su  presencia 
en  la  Opera,  en  Astely's  Amphithéátre ;  Bolívar  había 
tomado  día  en  el  estudio  de  GilP,  el  pintor  de  moda.  La 
recepción  oficial  de  los  diputados  en  el  Foreign  Olfice  se 
efectuó  el  líl  de  julio.  \  los  embajadores  de  España  :  du([ue 

1.  liolívar  y  López  Méndez  a  la  Junta,  2  de  agosto  de  1810.  W.  O. 
1/105.  Los  despaclios  de  los  comisionados  venezolanos  fueron  enviados 
a  su  gobierno  por  medio  del  general  Layard,  teniente  gobernador  tle 
Curazao. 

2.  V.  la  llamada  anterior. 

3.  Gilí.  (Charles),  pintor  retratista,  hijo  de  un  pastelero  de  Batli. 
Fué  discípulo  preferido  de  Revnolds.  y  expuso  en  la  Royal  Academy, 
de  1772  a   1819. 


316  RL    PRECURSOR 

de  Albuquerque  y  almirante  Apodaca,  que  a  ella  habían 
sido  convocados,  no  dejaron  de  manifestar  cuáles  habían 
sido  su  sorpresa  y  su  disgusto  al  ver  tratar  con  tales  dis- 
tinciones a  los  diputados  de  Caracas*. 

Por  otra  parte,  éstos  se  apresuraban  a  redactar  y  a 
dirigir  al  secretario  de  Estado  la  nota  verbal,  que  de  nuevo 
les  i'ué  pedida  por  Wellesley  en  el  transcurso  de  la  recep- 
ción oficial.  Este  documento,  que  lleva  la  fecha  de  21  de 
julio  ^,  comenzaba  insistiendo  acerca  del  hecho  de  que 
((  Venezuela,  lejos  de  aspirar  a  romper  los  lazos  que  la  han 
unido  a  la  metrópoli,  desea  sólo  poder  adoptar  una  línea 
de  conducta  capaz  de  sustraerla  a  los  peligros  que  la  ame- 
nazan. Aunque  independiente  del  consejo  de  regencia,  no 
por  eso  se  considera  la  colonia  menos  fiel  a  su  rey,  ni 
menos  interesada  en  la  lucha  santa  que  sostiene  España  «. 
Los  diputados  piden  la  protección  de  Inglaterra  contra 
Francia,  y  armas  «  para  asegurar  la  defensa  de  la  colonia 
contra  el  enemigo  común  ».  Solicitan  «  la  excelsa  media- 
ción de  Su  Majestad  Británica  para  el  mantenimiento  de 
la  paz  entre  los  habitantes  de  Venezuela  y  sus  hermanos 
de  los  dos  hemisferios  ».  Se  dicen  autorizados  en  nombre 
de  su  gobierno  para  «  informar  al  de  Inglaterra  que  sería 
oportuno  enviar  instrucciones  a  las  autoridades  civiles  y 
militares  de  las  Antillas  inglesas,  con  objeto  de  que  éstas 
favorezcan,  con  todo  su  poder,  los  deseos  arriba  indicados 
de  la  Junta  de  Caracas,  y  que  se  apliquen  especialmente 
en  mantener  las  relaciones  comerciales  entre  los  habi- 
tantes de  Venezuela  y  los  subditos  de  Su  Majestad  Britá- 
nica, debiendo  éstos,  en  todos  los  casos,  beneficiar  del 
trato  de  nación  más  favorecida.  )> 

Era  difícil  expresarse  en  lenguaje  más  sutil  y  más  hábil. 
Al  mismo  tiempo  que,  en  expresiones  mesuradas,  manifes- 
taban su  propósito  de  quedar  unidos  a  la  metrópoli,  y  su 
adhesión  a  los  derechos,  notoriamente  ilusorios,  de  Fer- 
nando VII,  los  Venezolanos  señalaban  expresamente  que  la 
Junta  no  dependía  de  la  Regencia,  lo  cual  venía  a  ser  como 
sentar  en  principio  la   autonomía   absoluta   de   la  colonia. 

1.  üespacho  n"  83  de  Ik'iirv  Wellesley  al  marqués  de  Wellesley. 
Cádiz,  29  de  agosto  de  IHIO.  F.  O.  Spain  97. 

2.  F.  O.  Spain,  vol.    lOG, 


1810  317 

Rii  este  sentido  era  cóiik»  solieilalja  \ Ciiezuela  una  niedia- 
eión,  la  cual,  poi'  el  lieelio  de  seile  consentida,  iialn'a  de 
investir  a  la  Junta  de  una  sobeíanía  i^ual  a  la  del  consejo 
de  regencia.  En  fin,  los  privileoios  comerciales  ofrecidos 
a  Inglaterra  constituían  el  aroumento  seduí-lor  por  exce- 
lencia y  decisivo  '. 

En  el  ((  Memorándum  de  las  conferencias  efectuadas 
entre  el  marqués  de  Wellesley  y  los  comisionados  de  Vene- 
zuela" »,  que  servía  de  contestación  a  aquella  nota  v  fué 
comunicado  oficialmente,  el  8  de  agosto,  a  los  embajadores 
españoles,  el  gabinete  de  Londres  parecía  no  tratar  sino 
de  justificarse  cerca  de  su  aliada  por  haber  acogido  a  los 
representantes  del  gobierno  de  Caracas  :  «  De  los  docu- 
mentos examinados  resulta  que  Venezuela  queda  fielmente 
adicta  a  la  causa  de  Fernando  VII,  que  ha  constituido  las 
autoridades  provisionales  de  su  gobierno  en  nombre  y  en 
interés  de  este  príncipe...  que  esa  colonia  manifiesta  la 
firme  resolución  de  oponerse  a  los  progresos  del  poder  de 
Francia —  Estos  consideraban  el  carácter  amistoso  de  la 
acogida  que  el  gobierno  de  Su   Majestad  ha  creído   deber 

reservar  a  los  comisionados  diputados  por  Venezuela No 

obstante,  al  recibirles  de  aquel  modo,  no  omitió  lord  Wel- 
lesley el  manifestarles  claramente  los  peligros  que  para  los 
intereses  generales  de  la  monarquía  española  y  de  los 
aliados  habrían  de  resultar  de  la  no  aceptación  por  Vene- 
zuela del  gobierno  reconocido  en  la  Península;  se  ha 
esforzado  a  persuadirles  de  la  necesidad  que  a  esa  colonia 
se  impone  de  adoptar  sin  retraso  una  actitud  más  concilia- 
dora y  de  reconocer  la  autoridad  ejercida  mutuamente  por 
el  gobierno  de  la  metrópoli  en  nombre  del  soberano 
común )) 

Además,  los  comisionados  venezolanos  recibieron  una 
nota,  con  fecha  de  O  de  agosto  '\  v  que  respondía  explíci- 
tamente a  cada  una  de  sus  proposiciones  :  «  Inglaterra 
promete  a  Venezuela  protección  contra  Francia.  La  Junta 
habrá  de  tratar  de  reconciliarse  con  el  gobierno  central. 
Para  ello,  Inglaterra  interpfmdrá  su  mediación.  El  mante- 

1.  Cf.  Gil  Fortoül,  op.  cit.,  t.  I.  lib.  II,  cap.  i. 

2.  F.  O.  Spain,  vol.  106. 

3.  F.  O.  Spain,  vol.  106. 


318  EL    PRECURSOR 

nimiento  de  las  relaciones  de  comercio  y  de  amistad  con  la 
madre  patria  es  necesario,  así  como  lo  es  el  envío  de  sub- 
sidios a  ésta.  —  Las  instrucciones  pedidas  han  sido  enviadas 
a  las  autoridades  coloniales  inglesas.  » 

Había  pues  motivo  para  que  Bolívar  y  Méndez  rebajaran 
mucho  del  optimismo  de  sus  primeras  impresiones  si, 
según  toda  probabilidad,  no  hubiesen  es  lado  al  tanto,  por 
Wellesley  mismo,  de  la  contestación  que  se  veía  obligado 
a  darles  públicamente.  Aunque  bastante  delicado  de  salud 
en  aquel  momento,  el  ministro  había  (juerido  recibirles  de 
nuevo,  el  /(  de  agosto,  en  Aspley-House.  Les  prometió 
poner  a  su  disposición  un  buque  de  guerra  que  les  trans- 
portara a  América,  y  no  limitó  a  esto  las  demostraciones 
de  su  benevolencia,  si  se  ha  de  dar  crédito  al  informe  con 
que  los  diputados  dieron  cuenta  a  la  Junta  del  resultado 
de  esta  última  entrevista  :  «  Los  procederes  del  ministro 
no  han  podido  ser  más  favorables,  dadas  las  circunstancias 
actuales.  Los  aeentes  de  la  Reoencia  han  intrigado  muchí- 
simo  y  hecho  contra  nosotros  cuant(>  han  podido.  Gozan 
aquí  de  considerable  influencia '.    )) 

Mientras  llegaban  las  instrucciones  del  consejo  de 
regencia  que  le  permitiesen  expresar  oficialmente  al  marqués 
de  Wellesley  «  el  marcadísimo  sentimiento  con  que  consi- 
deraba su  gobierno  las  explicaciones  que  acababan  de 
serle  dadas ^  »,  el  embajador  de  España  había  hecho  oir  en 
Cádiz  las  más  vivas  protestas  respecto  de  la  condescen- 
dencia demostrada  por  Inglaterra  a  los  enviados  sudame- 
ricanos. Desde  el  31  de  julio,  el  consejo,  cediendo  en  parte 
a  las  sugestiones  de  Apodaca,  declaró  Costa  Firme  en 
estado  de  bloqueo,  y  de  rebelión  manifiesta  á  sus  habi- 
tantes. Los  diputados  de  Caracas  no  tenían  va  motivo 
para  tratar  con  los  aliados  de  España.  Habían  de  consi- 
derar su  mandato  como  terminado,  v  así  lo  notificaron 
expresamente  al  gobierno  británico  el  10  de  agosto,  «  per- 
mitiéndose hacerle  observar  que,  siendo  el  no  recono- 
cimiento del  consejo  de  regencia   una  dv  las  ])ases  l'unda- 

1.  Informe  del  21  de  agosto,  W.  O.   I/IOG. 

2.  Contestación  del  almirante  Apodaca  al  meniocandnm  relativo  a 
los  diputados  sudamericanos.  Londres,  8  de  octubre  de  1(S10.  F.  O. 
Spain,  vol.  101. 


1810  319 

mentales  de  la  Junta  gubernativa,  sólo  hajo  reserva  ele 
esta  condición  podría  ésta  subscribir  a  bis  indicaciones 
del  oobierno  de  Su  Majestad  Británica  '  )>. 

Así  pues,  en  lo  que  concernía  a  Inolateri-a,  Bolívar  babía, 
en  definitiva,  cumplido  sus  instrucciones  con  más  éxito 
aún  del  que  se  liabrían  atrevido  a  esperar  sus  compatriotas. 
Sin  embargo,  el  objeto  piincipal  de  la  misión  era,  como  ya 
hemos  visto,  decidir  a  Miranda  a  que  íuese  a  asumir  la 
dirección  del  movimiento  en  América,  y,  desde  su  llegada 
a  Londres,  los  diputados  de  Caracas  no  habían  descuidado 
de  tantear,  acerca  de  esto,  el  estado  de  ánimo  del  Pre- 
cursor. Pero,  sobre  todo  desde  el  momento  en  que  iban  a 
finalizar  las  negociaciones  con  el  gobierno  británico,  vemos 
a  Bolívar,  aprovechando  la  libertad  de  acción  que  acababa 
de  recuperar,  perseguir  con  ardor  la  realización  del 
proyecto  al  que  más  encariñado  estaba. 

El  sólo  hecho  de  entablar  negociaciones  con  Miranda 
constituía  un  paso  muy  grave,  y  acerca  del  cual  se  habían 
mostrado  de  lo  más  explícitas  las  instrucciones  de  la 
Junta  :  «  Miranda,  el  General  cf  fué  de  la  Francia,  maquinó 
contra  los  dros.  de  la  Monarquía  q'^  tratamos  de  conservar, 
y  el  Gobierno  de  Caracas,  p''  las  tentativas  q"  practicó 
contra  esta  Provincia  en  el  año  de  1806  p''  la  costa  de 
Ocumare  y  p""  Coro,  ofreció  30  000  pesos  p""  su  cabeza. 
Nosotros  consequenles  en  nuestra  conducta  debemos 
mirarlo  como  rebelado  contra  Fernando  VII,  y  baxo  de 
esta  inteligencia  si  estuviese  en  Londres,  ó  en  otra  parte 
de  las  escalas  ó  recaladas  de  los  comisionados  de  este 
nuevo  Gobierno,  y  si  se  acercase  á  ellos  sabrán  tratarle 
como  corresponde  á  estos  principios,  y  á  la  inmunidad 
del  territorio  donde  se  hallase  :  y  si  su  actual  situación 
pudiese  contribuir  de  algún  modo  q"  sea  decente  á  la 
comisión,  no  será  menospreciado".   » 

Este  párrafo  distaba  mucho  de  reflejar  las  intenciones 
verdaderas  de  los  jefes  de  la  revolución  a  instigación  de 
los  cuales  obraba    la  Junta.    Deseosos  de   concillarse   más 


t.   Nota  de  los  diputados  de  Caracas  a  Su  Excelencia  el  marqués 
de  Wellesley,  el  10  de  agosto  de  1810.  F.  O.  Spain,  vol.  106. 
2.  Instrucciones,  etc.,  v.  supra. 


320  EL    PUECllliSOR 

completamente  la  benevolencia  del  gabinete  de  Londres. 
y  obligados  además  a  recurrir  a  la  mediación  de  las  auto- 
i'idades  británicas  de  las  Antillas  para  todos  los  comuni- 
cados que  hubiesen  de  intervenir  entre  el'  gobierno  de 
Caracas  v  sus  embajadores,  los  Proceres  habían  hecho 
autorizar  a  los  diputados  a  que  dieran  conocimiento  de 
sus  instrucciones  a  los  ministros  ingleses.  Era  pues  impo- 
sible expresarse  de  otra  manera  en  un  documento  oficial 
cuyo  contenido,  además,  sólo  bajo  esta  condición  habría 
sido  aprobado  por  muchos  de  los  patriotas  de  la  Junta. 
Los  diputados  habían  interpretado  perfectamente  tales 
reticencias,  v  también  acerca  de  este  punto  parecen  haber 
demostrado  alguna  complacencia  los  representantes  del 
gobierno  británico  :  hasta  fué  éste  uno  de  los  más  vehe- 
mentes agravios  de  los  embajadores  de  España  en  Londres 
quienes  seguían  pidiendo,  aunque  sin  éxito,  contra 
Miranda  los  rigores  de  la  policía  inglesa  en  el  momento 
mismo  en  que  el  secretario  de  Estado  daba  audiencia  a 
«  impudentes  criollos  »  públicamente  en  relaciones  con  el 
agitador. 

Sin  embargo,  Bolívar  había  conservado  a  aquellas  rela- 
ciones toda  la  discreción  a  que  le  obligaba  su  calidad 
diplomática.  No  vaciló,  desde  la  promulgación  del  decreto 
de  bloqueo,  en  dar  la  mayor  ostentación  posible  a  su  nueva 
actitud.  Aún  no  se  había  despedido  del  ministro  de  rela- 
ciones exteriores  la  misión  venezolana,  cuando  ya  mencio- 
naban los  diarios  la  presencia  en  el  teatro,  o  la  visita  a 
los  monumentos  públicos,  de  los  diputados  de  Caracas, 
siempre  «  en  compañía  del  ilustre  general  Miranda  ».  Poco 
después,  el  pintor  Gilí  terminó  el  retrato  de  Bolívar, 
y  la  elegante  clientela  del  estudio  de  Chandler  Street 
podía  descifrar,  sobre  la  medalla  que  el  joven  americano 
había  hecho  añadir  a  su  traje,  y  que  estaba  sujeta  por  la 
cinta  tricolor  de  Miranda,  uno  de  los  lemas  preferidos 
también  del  Precursor  :  Sin  libertad  no  hay  patria.  Los 
diputados  de  Caracas  eran  ahora  los  fervientes  comensales 
de  Gralton  Square.  Allí  eran  presentados  por  Miranda  a 
todas  las  celebridades  de  Londres.  José  Lancaster.  entre 
otros,  cuyo  famoso  sistema  hacía  entonces  furor,  recordaba 
más  tarde  al  Libertador,  que  se  había  convertido  en  pro- 


1810  -.m 

tcctoi'  suyo  ',  «  los  largos  discuisos  con  (jiu-.  decía  el, 
expresaba  yo  coin[)eii(liosamente  mi  mélodo  a  los  (l¡|)iitados 
de  (Caracas  (de  (|ne  tú  i'orinahas  parte)  en  la  habitación  del 
General  Miranda,  en  (Iralton  Street.  Piccadillv.  I^ondres, 
haeia  el  2()  ó  27  de  septiembre  de    1810^  w. 

Bolívar  recibió  entonces  del  l^reeursor  en  persona  el 
supremo  grado  de  iniciación  de  la  «  Gran  í^ogia  Amei'i- 
cana  »,  y  repitió,  dándoles  esta  vez  todo  su  sentido,  las 
lórmulas  que  ha  poco  había  pronunciado  ante  los  adeptos 
de  la  Logia  de  Cádiz '. 

Una  profunda  simpatía  unió,  desde  su  primer  encuentro, 
a  aquellos  dos  hombres  en  quienes  se  resumían  todas  las 
esperanzas  de  la  libertad  del  Nuevo  Mundo.  Su  colaboia- 
ción  fué  tan  espontánea  como  activa.  Ateniéndose  a  los 
consejos  de  Miranda,  quien,  durante  aquellos  últimos 
años,  había,  más  infatigablemente  que  nunca,  prose- 
guido su  fecunda  propaganda  de  prensa,  comenzó  Bolívar 
su  carrera  de  publicista,  que  tan  brillantes  y  útiles  éxitos 
había  de  proporcionarle.  La  Revista  de  Edimburgo  y  los 
periódicos  de  Londres  insertaron  los  vibrantes  llama- 
mientos que  los  dos  venezolanos  dirigían  a  la  opinión 
europea.  Comentando  en  una  larga  «  Correspondencia  », 
fictivamente  fechada  de  Cádiz,  publicada  por  el  Morning 
Chronicle  del  5  de  septiembre  de  1810,  las  consecuencias 
del  decreto  de  bl(»<[ueo.  Bolívar  exhortó  una  vez  más  a 
Inglaterra  que  interviniese  :  ((  ¡  Cómo,  decía  él,  podría  la 
Gran  Bretaña  renunciar  a  los  privilegios  ([ue,  según  nos 
lo  aseguran,  le  han  sido  concedidos  por  Venezuela !  ¡  (]ómo 
no  ve  que  los  recursos  mismos  de  su  alianza  son  empleados 
contra  ella!...  El  día.  que  no  está  lejos,  en  ([ue  los  Venezo- 
lanos se  convenzan  de  (pie  su  moderación,  el  deseo  que 
demuestran  de  sostener  reUuúones  pacíficas  con  la  metró- 
poli, sus  sacriíicios  pecuniarios  en  fin.  no  les  hayan 
merecido    el     respeto     ni    la     gratitud     a    (pie   creen    tener 

1.  De  182'i  a  1829,  cuando  Lancaster,  emigrado  en  América,  Iraló 
de  organizar  la  enseñanza  mutua  en  (Colombia.  Tuvo  que  renunciar 
a  ello  a  la  muerte  de  Bolívar.  Lancaster  falleció  poco  de.spué.s,  en 
situación  precaria  en  Montreal.  a  la  edad  de  G2  años. 

2.  Carla  de  Lancaster  a  Bolívar  Caracas.  ".I  de  julio  de  182'».  Docu- 
mentos OLi  ARv,  t.  XII,  p.  2't4. 

'.\.  V.  Siipra.  lib.  I,  cap.  iii,  í;  '■>. 

21 


322  EL    I'ÜKCURSOI! 

derecho,  alzarán  delinitivaiiieiite  la  Ijaiulcra  de  la  Indepen- 
dencia y  declararán  la  guerra  a  España.  Tampoco  descui- 
darán de  invitar  a  todos  los   pueblos  de  América  a  que  se 
unan  en  confederación.  Dichos  pueblos,  preparados  ya  para 
tal  proyecto,  seguirán  presurosos  el  ejemplo  de  Caracas.  » 
La    entusiasta   confianza    que    se   transparenta    en    estas 
frases  procedía  de  que  Bolívar  estaba  ya   seguro   de  haber 
ganado  a  Miranda  a  sus  proyectos.  El  Precursor,  dirigién- 
dose a  la  Junta  venezolana  (3   de   agosto),  le   había  mani- 
festado en  estos  términos  su  decisión  :  «  Permítame  V.  A. 
que  uno  de    sus  fieles    y  menores    conciudadanos  llegue    á 
darles    la    enhorabuena    por  los   gloriosos   y    memorables 
hechos  del   19    de    Abril  de    1810;    época  la    mas    célebre 
en  la  historia  de  esa  provincia,  y  para  los  anales  del  Nuevo 
Mundo...  No    es   creíble   el   júbilo  que   estas  noticias  han 
producido  tanto   en   estos  países,  como   entre  los  mejores 
españoles  y  hombres   buenos   de   la    aflijida  Europa...   La 
sabia  elección  que  V.  A.  hizo  en  los  diputados,  D.    Simón 
de  Bolívar  y  D.  Luis  López  Méndez,  enviados  á  esta  Corle, 
no  ha  contribuido  menos  para  la   favorable  acojida  y  buen 
éxito    que    promete    esta    importante    negociación.    Infor- 
mados,   pues  estos   S.  S.   al  arribo  á  esta  capital,  de  los 
pasos  que  antecedentemente  yo  tenía  dados  sobre  el  propio 
asunto.  V  aprovechando  todas  estas  circunstancias,  proce- 
dieron con   tal  tino  y  destreza,  en  las  primeras  conferen- 
cias, que  se  han  adquirido  bastante  honor  personalmente 
y  mucho  crédito  para  el  país  que  aquí  los  envió...  He  pre- 
sentado á  este  Gobierno  el   memorial  adjunto...  poniendo 
así  término  á  las   negociaciones  ([ue  desde  veinte  años   á 
esta   parte  tenía  establecidas  en   favor  de   nuestra  emanci- 
pación ó  independencia,  y  solicitando  al  mismo  tiempo  el 
permiso    debido    para    regresar   ;'i    mi    amada    patria,    en 
calidad  de  uno  de  sus  ciudadanos.   No  dudo    me  conceda 
este  ministerio   tan  justa  y  equitativa  demanda;  y  espero 
que  V.  A.  apruebe  igualmente  estos  deseos,  dictados  por 
mi  celo,   V    unos   sentimientos  tan  pati'ióticos  como   natu- 
rales ^  » 


1.  Miranda  a    la  .Iiiiila  Supreiiia.   Londres,  o  de  agosto  de   1^)1(J.   D. 
Jl,   'iS',. 


1810  323 

Las  recientes  negociaciones  a  (jue  así  alndía  Miranda, 
entabladas  el  25  de  jidio  con  el  ministro  de  relaciones 
exteriores',  no  '  habían  sin  embargo  terminado  aún  a 
principios  de  la  segnnda  ([uincena  de  septiembre.  Bolívar, 
informado  el  16  por  el  Foreign  Oíílcc  de  que  el  bergantín 
SappJiire,  puesto  a  su  disposición  por  el  Almirantazgo, 
estaba  listo  para  hacerse  a  la  mar,  no  podía  diferir  su 
salida.  Se  despidió  de  Miranda,  quien  le  prometió  que, 
sucediera  lo  que  sucediera,  se  apresuraría  a  reunirse  con 
él,  y,  el  21  de  septiembre,  dejó  las  costas  de  Inglaterra^. 

El  retraso  de  Miranda  era  intencionado  :  como  en  1805, 
ambicionaba  interesar  directamente  a  su  causa  al  gobierno 
británico.  Persuadido  como  siempre  de  que  la  indepen- 
dencia sería  irrealizable  sin  la  ayuda  extraña,  se  obstinaba 
en  arrancar  a  los  Ingleses  la  promesa  de  dicha  ayuda;  y, 
sostenido  por  sus  numerosos  amigos  de  Londres,  entre 
ellos  el  antiguo  secretario  de  Estado  Vansittart,  y  sirvién- 
dose de  Ricardo  Wellesley  como  intermediario,  multipli- 
caba ante  el  jefe  del  Foreign  Office  las  más  insinuantes 
instancias.  La  situación  de  su  patria,  los  llamamientos  de 
sus  compatriotas  no  le  dejaban  ya,  decía  él,  alternativa 
acerca  de  la  posibilidad  de  quedarse  más  tiempo  en  Ingla- 
terra, o  no.  Tenía  que  regresar  a  América.  Pero  no  quería 
marcharse  sin  el  pleno  asentimiento  de  la  nación  de  quien 
tantas  preciosas  muestras  de  generosidad  v  benevolencia 
había  recibido,  y  que  anhelaba  él  las  hiciera  Inglaterra  exten- 
sivas a  su  país Insistía  asimismo  para  que  le  fuese  conti- 
nuada su  pensión,  entendiendo  quedar  al  servicio  inglés 

«  Pero,  añadía,  estov  pronto  a  renunciar,  desde  ahora,  a 
toda  condición  pecuniaria...  no  teniendo,  en  realidad,  más 
deseo  que  formular  que  el  de  poder  contribuir  a  la  salva- 
guardia de  los  intereses  de  la  América  del  Sur  y  al  mante- 
nimiento del  apoyo  que  es[)era  ella  de  la  Gran  Bretaña^,  w 

1.  Carta  de  Miranda  a  Wellesley,  25  de  julio  de  1810.  li.  O.  F.  O. 
Spain.  vol.  1ü;J. 

1.  Diario  del  capitán  Davies,  bajo  cuyo  mando  estaba  el  bergantín 
de  S.  M.  Sappliire,  R.  O.  Ca/jtaiii's  Journal,  n°  2ü57,  y  Admiraltr 
Mdstcrs.  Series  II,  n''  316^.  líolívar  llevaba  consigo  el  bagaje  de 
-Miranda.  Dos  esclavos  —  José  y  Juan  Pablo  —  le  acompañaban. 

o.  Carta  a  Wellesley.  29  de  agosto,  24  de  septiembre,  3  de  octubre. 
—  F.  O.  Spain,  vol.  l'ü3,  i04  y  1Ü5. 


32'i  EL  PRECURSüU 

Mas,  sólo  a  medias  cedió  Wellesley  a  las  seduccionos  de 
este  lenguaje.  Miranda  obtuvo  únicamente  la  autorización 
de  regresar  a  Venezuela,  y  los  gobernadores  de  las  Antillas 
inglesas  recibieron  orden  íorn^al  de  facilitar  su  entrada  á 
su  patria'.  Con  esta  orden  podían  creerse  autorizados 
dichos  gobernadores  a  dar,  en  lo  sucesivo,  asilo  a  Miranda, 
y,  a  lo  sumo,  a  tolerar,  llegado  el  caso,  que  se  aprovisio- 
nara, en  el  territorio  de  su  mando,  de  elementos  militares. 
Las  seguridades  verbales  que  le  diera  el  ministro  en  el 
transcurso  de  las  conferencias  que  con  él  tuvo  Mii-anda 
¿eran  siquiera  de  tal  naturaleza  que  justificaran  la  espe- 
ranza de  una  más  amplia  cooperación  de  Inglaterra?  Hay 
motivos  para  ponerlo  en  duda.  Los  interlocutores  conocían 
demasiado  la  situación  para  arriesgarse  a  comprometerse 
más  allá  de  ofrecimientos  superficiales  cuyo  valor  y  cuyo 
alcance  sólo  al  porvenir  tocaba  lijar  y  precisar.  Por  una  y 
por  otra  parte  se  imponían  las  restricciones  y  los  equívocos 
en  aquella  última  fase  de  la  partida  diplomática  jugada, 
desde  hacía  un  cuarto  de  siglo,  por  la  América  española  y 
la  Gran  Bretaña  en  la  persona  de  Miranda  y  de  los  hombres 
de  Estado  que   se  habían  sucedido  en  el  Foreign  Office. 

En  este  juego  de  sutiles  maniobras,  el  Precursor,  cual- 
quiera que  fuera  la  habilidad  de  su  táctica,  resultaba  ven- 
cido de  antemano,  y,  en  cambio,  Wellesley  quedaba  dueño 
de  escoger  el  momento  en  (jue  fuera  oportuno  para  Ingla- 
terra convertirse,  según  deseos  de  Miranda,  en  «  punto  de 
apoyo  de  una  nueva  palanca  de  Arquímedes  ».  Esta 
suprema  y  peligrosa  intriga,  por  la  inevitable  suspición 
con  que  manchaba  los  sentimientos,  desinteresados  no. 
obstante,  de  Miranda,  tuvo  además  como  consiH'uencia 
inmediata  el  comprometerle  a  los  ojos  de  sus  compatriotas. 
y  condenar  sus  miras  a  los  tr¡ig¡c(»s  resultados  (k'  un  latal 
desconocimiento. 

Miranda  se  embaicó  en  los  pniner(»s  días  de  (t(tid)re, 
dejando  la  casa  de  Gralion  Scpiare  a  disposición  de  López 
Méndez  y  de  Bello.  Quedal)an  encargados  de  velar  por  la 
(íontinuacióu  de  las  relaciones  entre  Venezuela  e  Inglaterra. 
y    de    ag'iupar    (M1    loino    de    ellos    a    los    delegados   ([ue    las 

1.   II  .  O.  1/100. 


1810  325 

provincias  ele  Aiiu'iica  pudieran  enviai'  a  liendres.  Méndez 
se  dedieó  a  enniplii  con  la  misión  de  <[ne  le  habían  enear- 
«^ado.  Por  espaeio  de  varios  años  lué  agente  activo  y  fiel, 
si  no  siempre  afortunado,  de  los  liberales  venezolanos. 
Hacia  1815.  Bidb)  se  separó  de  su  compañero,  conoció 
entonces  las  amarguras  de  una  existencia  de  tareas  ingratas 
y  de  sinsabores,  v  acabó  por  entrar  al  servicio  del  gobierno 
chileno,  llegando  a  ser  uno  de  sus  hombres  de  lisiado  más 
notal)les.  al  mismo  tiempo  ([ue  (d  representante  más  justa- 
mente   célebre   de    la   literatura    sudamericana    en   el   sifflo 

o 

diecinueve.  Se  ha  dicho  (jue  por  espacio  de  bastante  tiempo 
guardó  rencor  a  sus  compañeros  de  la  .lunta  de  Caracas 
poi'  no  haberle  atribuido,  en  la  composición  de  la  embajada 
de  Londres.  m;is  ([ue  un  puesto  interior  a  su  mérito.  Y,  es 
l(»  cierto  ([ue.  en  los  recuerdos  (jue  nos  ha  tlejado,  se 
muestra  notoriamente  parcial  para  con  Bolívar,  al  que  sin 
duda  hacía  responsable  de  su  desilusión. 

Se  dio  también  cierto  crédito  en  Venezuela  a  crueles 
calumnias  relativas  a  su  conducta  durante  los  aconteci- 
mientos del  19  de  abril,  calumnias  que  supo  desbaratar  con 
noble  entereza,  perí>  que  motivaron  su  resolución  de  expa- 
triarse para  siempre'. 

Estos  comienzos  de  conlusión,  de  mala  inteligencia  y  de 
envidia  que  apartaban  de  la  causa  de  la  Independencia  a 
uno  de  sus  mejores  obreros,  iban  por  cierto  a  dominar  el 
nuevo  período  de  la  Revolución  Americana,  señalado  por 
la  lleaada  de  ^Miranda. 


1.  Entre  todas  las  glorias  de  líello,  hay  que  tenerle  en  cuenta  la 
de  haber  sido  el  primero  en  rendir  homenaje  al  Precursor  y  en 
señalar  su  memoria  al  agradecimiento  de  sus  compatriotas.  La  Oda 
a  Miranda  íigura  hoy  en  la  pagina  de  honor  de  las  Antologías 
Americanas  : 

Con  reverencia  ofrezco  a  tu  ceniza 

Este  humilde  tributo:  y  la  sagrada 

Rama  a  tu  efigie  venerable,  ciño, 

Patriota  ilustre,  que,  proscrito,  errante, 

Xo  olvidaste  el  cariño 

Del  dulce  hogar  que  vio  mecer  tu  cuna, 

Y,  ora  blanco  de  las  iras  de  fortuna, 

Ora  de  sus  favores  halagado, 

La  libertad  americana  hiciste 

Tu  primer  voto  y  tu   primer  cuidado. 


CAPITULO  IV 
PRIMERA  REFÚRLIGA   DE   VENEZUELA 

I 

Las  preocupaciones  que  embargaban  el  ánimo  de  los 
jefes  de  la  revolución  venezolana  cuando  se  puso  en  camino 
la  misión  se  liabían  sinoularmente  agravado.  En  Coro,  en 
Maracaibo.  los  cabildos  habían  i-econocido  solemnemente 
la  Regencia,  calificado  de  «  infame  »  la  conducta  de  Caracas, 
arrestado  y  metido  en  los  calabozos  subterráneos  de  Puerto 
Cabello  a  los  delegados  de  la  Junta.  Los  gobernadores 
Miyáres  y  Ceballos  hacían,  entre  los  atrasados  y  fanáticos 
habitantes  de  aquellas  provincias,  una  contrapropaganda 
tan  activa  como  temible.  Levantaban  milicias,  pedían 
socorros  a  Santa  Fe,  a  Cuba,  a  Puerto  Rico,  esparcían 
pérfidas  calumnias  contra  los  patriotas,  hacían  predicar 
por  todas  partes  la  resistencia,  enviaban  emisarios  a  las 
regiones  vecinas  v  hasta  a  la  Guayana.  Barcelona,  que  al 
pronto  se  había  adherido  a  la  Junta,  se  proclamó  contra 
ella.  Angostura  siguió  este  ejemplo.  Conspiraciones  se 
tramaron  en  Caracas,  en  donde  recuperaba  ventajas  el 
partido  español.  Los  Proceres  instituyeron  un  tribunal  de 
salvación  pública  (22  de  junio  de  1810).  pero  no  consi- 
guieron sino  alimentar  en  el  pueblo  un  espíritu  peligroso 
de  trastorno  v  de  alarma. 

Auuíjue  agotada  por  la  gueri'a  defensiva  y  reducida  al 
iiiínimum  de  previs¡()n  política.  I'^spaua  comenzaba  ya  a 
iu([ui('tarse  ante  una  situación  cunos  peligros  no  podía  ella 
disimularse.  Las  piolesias  de  luhdidad  a  Fernando  Vil  no 
habían  engañado  mucho  tiíMupo  a  la  Regencia  de  Cádiz,  y, 
a   falla   de    loda   oira    |>irsunci(')U .   el    lenguaje  empleado  por 


I'liniERA    líKPnü.ICA    l)K    VKNRZrF.I.A  .'i27 

las  Juntas  coloniales  cu  las  «  Rcprcscnlacioiics  »  (|uc  le 
enviaban'  la  habrían  ilustrado  lo  baslaulc  acerca  de  las 
inlenciones  verdaderas  do  los  criedlos. 

V.  sin  embargo,  tenía  conciencia  de  babci'  colmado, 
respecto  de  ellos,  la  medida  de  las  concesiones  posibles. 
Uno  de  sus  primeros  cuidados,  al  llamarlos  a  las  Cortes, 
¿no  había  sido  el  de  declarar,  bajo  la  forma  de  solemne 
alocución'-,  que.  los  Americanos  hasta  entonces  «  mirados 
con  inditerencia.  vejados  por  la  codicia  y  destruidos  por 
la  ignorancia  »  se  hallaban  en  lo  sucesivo  «  elevados  á  la 
di<i¡-nidad  de  hombres  libres  >■>  v  cesaban  de  ser  «  los  mis- 
mos  que  antes,  encorvados  bajo  un  yugo  mucho  mas  duro 
mientras  mas  distantes  estaban  del  centro  del  poder?  »  El 
17.  de  mayo  de  1810.  la  víspera  misma  del  día  en  que  los 
acontecimientos  de  Caracas  iban  a  ser  conocidos  en  Cádiz, 
estaba  ya  a  punto  de  sei-  promulgado  un  decreto,  (juc  con- 
cedía a  America  amplias  facultades  comerciales.  Motivos 
todos  que  autorizalian  al  Consejo  a  calificar  de  ingratitud 
el  desconocimiento  hostil  que  en  aquel  momento  le  demos- 
traban las  municipalidades  coloniales. 

La  noticia  de  la  revolución  de  Buenos  Aires  puso  el 
colmó  a  esta  indignación,  cuyos  efectos  fueron  provocados 
por  los  manejos  de  los  representantes  del  comercio  de  Cádiz. 
La  audacia  de  los  criollos  al  hablar  de  «  tiranía  »  y  de 
«  injusticia  »  después  de  haber  ellos  mismos,  por  su  propia 
autoridad,  declarado  la  libertad  de  tráfico  con  todas  las 
naciones,  parecíales  inaguantable  a  los  negociantes  gadi- 
tanos, quienes,  hasta  entonces,  habían  sido  los  únicos  en 
beneficiar  de  aquel  comercio,  y  c[ue,  además,  gozaban  de 
gran  influencia  en  las  decisiones  de  los  miembros  de  la 
Regencia.  Les  debían  éstos  considerables  atenciones,  por 
haber,  más  de  una  vez,  recurrido  a  ellos  para  empréstitos 
nacionales,  y,  a  veces,  hasta  para  préstamos  particulares. 

Así  pues,  el  Consejo  accedió  gustoso  a  la  adopción  de 
las  medidas  de  rigor  ([ue,  por  otra  parte,  los  informes  de 
la  legación  regia  en  Londres  le  aconsejaban  no  demorara. 

1.  \.  priucipalinenle.  Maiiilleslo  do  la  .luiita  do  Caracas  a  la 
Regencia,  II  de  mayo  de  1810.  —  D.  II,  'ilíl. 

2.  Alocución  del  consejo  de  regencia  a  los  Españoles  Americanos. 
Isla  de  León,  I»  do  lebróro  do  1810.  —  D.  II,  :!88. 


32S  Kl,     IMiKCüIiSOI! 

Quedó  anulado  el  decreto  del  17  de  mayo,  y  Costa  Firme 
fué  declarada  en  estado  de  bloqueo.  Al  mismo  tiempo,  uno 
de  los  miembros  del  consejo.  D.  Antonio  Ignacio  de  Corta- 
barría,  era  enviado  a  Venezuela  en  calidad  de  comisionado 
regio  con  misión  de  proveer  a  los  medios  de  restal)lecer 
la  paz  «  en  la  ciudad  v  provincia  de  Caracas  y  algunas 
otras  de  su  distrito  que.  conducidas  de  falsos  conceptos, 
se  han  sustraído  de  la  debida  obediencia  al  Consejo 
supremo  de  España  é  Indias'  ». 

En  seguida  se  hizo  sentir  en  Caracas  el  contragolpe  de 
las  decisiones  metropolitanas.  A  fines  de  septiembre,  los 
Españoles  organizaron  en  ella  un  complot  que  estuvo  a 
punto  de  lograr  éxito,  por  haber  conseguido  los  hermanos 
Fiancisco  y  Manuel  de  Linares  asegurarse  el  concurso  de 
gian  número  de  antiguos  empleados  y  de  eclesiásticos. 
Denunciados  a  tiempo,  los  conjurados  fueron  encarcelados, 
no  sin  ruidosas  manifestaciones  del  populacho  (1°  de  octu- 
bre). 

Sin  embargo,  la  Junta  estaba  muy  al  tanto,  en  aquella 
época,  de  los  detalles  de  las  revoluciones  de  la  Plata  y  de 
Nueva  Granada;  así  como  de  las  matanzas  de  Quito. 
Aquellas  noticias,  que  supo  ella  explotar  hábilmente,  le 
valieron  nueva  popularidad,  pero  de  corta  duración.  El 
comisionado  de  la  Regenciadesenibarcó  en  Puerto  Cabello  el 
24  de  octubre,  y  no  tardó  en  secundar  con  ardor  los  esfuer- 
zos reaccionarios  de  los  o'()bernadores  de  la  costa  occidental. 
Miyáres,  nombrado  pttr  la  Regencia  capitán  general  de 
Venezuela,  hizo  serios  preparativos  militares,  anunciando 
que  no  tardaría  en  dirigirse  con  fuerzas  hacia  la  capital. 
Una  serie  de  decretos  conminatorios,  de  proclamas  hábil- 
mente redactadas  por  Cortabarría,  la  llegada  a  Coro  de  un 
destacamento  enviado  por  el  gobernador  de  La  Habana  rea- 
nimaron la  esperanza  de  los  partidarios  de  la  Regencia. 
Todos  los  lazos  amenazaron  romperse  en  torno  de  Caracas. 
La  región  de  Aragua,  que  los  Proceres  creían  indefectible- 
mente adicta  a  la  causa  patriótica,  se  dejó  ganar  a  la  reac- 
ción.  Una  im[)ortante  conspiraciíui  <jue  (ué  descubierta  en 


1.    Inslriicciones  oíiciales  del  comisionado  i-egio  D.  A.  J.  de  Corla- 
bari-ia,  Ciídiz,  i"  de  agosto  de  ISIO.  D.  II,  528.' 


IMilMF.RA    liEiM  lil.ICA    l)K    \  líXK/AlELA  329 

dicha  i'cnióii,  al  mismo  tiempo  (jiie  mi('V(»s  coinnlots. 
ahogados  esta  vez  en  hi  sangre,  aniena/ahan  la  Junta  en 
Caracas. 

En  esto,  Baiceh)na  pldi()  pcrdiui  a  h\  Junta  y  la  reco- 
noció el  12  de  octubre.  La  espontánea  adhesión,  días  des- 
pués, de  las  ciudades  de  Trujillo  y  de  Mérida  en  la  pro- 
vincia contra-revolucionaria  de  Maracaibo,  decidió  a  la 
Junta  a  adelantarse  a  los  planes  hostiles  de  Miyáres  y  a 
enviar  contra  él  las  tropas  a  quienes  acababa  de  instiuir 
y  de  equipar  lo  menos  mal  posible.  Su  mando  fué  confiado 
al  marqués  del  Toro. 

Este  refinado  representante  de  la  Iracción  del  patriciado 
criollo  que  hasta  entonces  había  quedado  nicas  aferrada  a 
sus  privilegios  de  casta,  había  solicitado  él  mismo  el  puesto 
de  generalísimo  de  los  ejércitos  de  la  .lunta.  Tenía  impa- 
ciencia por  dar  pruebas  solemnes  de  su  íé  revolucionaria, 
ahora  inquebrantable,  y  cuyas  convicciones  largo  tiempo 
vacilantes  le  habían  conducido,  como  va  sabemos,  a  trai- 
cionar, en  época  reciente,  la  confianza  de  Miranda.  Pero 
las  capacidades  del  antiguo  coronel  de  las  milicias  distaba 
mucho  de  igualar  la  nobleza  de  sus  intenciones.  Por  sus 
orígenes,  su  edad  y  su  carácter,  el  marqués  del  Toro  se 
hallaba  tan  mal  preparado  como  posible  a  la  vida  militar, 
a  la  penosa  empresa  de  dirigir,  de  animar,  de  sujetar  a 
tropas  primitivas,  compuestas  de  voluntarios  sediciosos,  de 
burdos  campesinos  y  de  la  hez  de  la  furibunda  plebe  de 
las  ciudades. 

Los  tres  a  cuatro  mil  hombres  que,  por  bandas,  se  pre- 
sentaron, a  fines  de  octubre,  en  el  cuartel  general  de 
Carora,  se  fueron  a  lo  largo  de  los  caminos,  sin  disciplina 
y  sin  orden,  en  hilera;  apenas  si,  de  cada  diez  soldados, 
había  uno  con  fusil ;  los  demás  estaban  armados,  o  mejor, 
dicho,  llevaban  como  estorbo  espingardas  anticuadas,  picas, 
garrotes.  Del  Toro  se  había  rodeado  de  una  guardia  esco- 
gida que  valía  más  por  sus  lujosos  uniformes  que  por  sus 
aptitudes  guarreras.  Se  hacía  seguir  de  numerosos  y  moles- 
tos bagajes  y  de  pesadas  piezas  de  campaña  en  cuyos 
armones  no  había  casi  municiones.  Al  cabo  de  150  leguas, 
recorridas  por  desiertos  áridos  o  por  senderos  intransi- 
tables, llegó  el  ejército  frente  a  Coro  el  28  de  noviembre. 


330  EL    PliECUHSOl! 

Bien  atrincherados  detrás  de  las  murallas  de  la  eindad, 
los  Españoles  hicieron  una  brusca  descarga  sóbrelas  tropas 
de  Caracas,  que,  desmoralizadas  por  aquel  ataque  impre- 
visto, se  desbandaron.  Toro  las  reunió  y  las  llevó  hasta  el 
pie  de  las  murallas;  pero  seguían  vomitando  metralla  las 
armas  enemigas,  y  los  sitiadores  quedaron  diezmados.  Al 
día  siguiente,  el  general  quiso  intentar  nuevo  esfuerzo, 
pero  supo  que  llegaba  INIiyáres  con  numerosas  tropas,  y  se 
resignó  a  la  retirada.  Se  efectuó  ésta  en  el  más  lamentable 
desorden.  Una  victoria,  alcanzada  el  2  de  diciembre  en  la 
Sabaneta,  peleando  con  fuerzas  muy  superiores  como 
número,  y  que  habían  sido  apostadas  en  aquel  sitio  por  uno 
de  los  tenientes  de  Miyáres,  fué  el  único  acontecimiento 
feliz  de  aquella  campaña,  tan  desastrosa  por  sus  residtados 
como  por  los  peligros  cuya  inminencia  resultaba  ahora 
más  segura. 

Tal  era  la  situación  en  Venezuela,  cuando,  al  alborínir  el 
4  de  diciembre,  el  Snpphire,  (|ue  traía  a  Bolívar,  fondeó 
ante  La  Guayra.  Los  Proceres  acogieron  con  entusiasnu)  al 
joven  embajador.  Se  sentían  tranquilizados  por  su  pre- 
sencia, contaban  con  sus  probados  dones  de  persuasión,  y, 
también,  con  el  prestigio  que  no  podía  menos  de  valerle 
el  recibimiento  que  había  tenido  en  Londres,  para  reani- 
mar el  debilitado  ánimo  de  los  patriotas  y  empujarlos 
hacia  los  actos  decisivos.  Aunque  el  comité  director  había 
conseffuido  oanar  los  votos  de   la  mavoría  de  la  Junta,  los 

o  o 

moderados,  los  vacilantes  sobre  todo,  seguían  contando 
en  ella  partidarios,  más  numerosos  desde  la  desgraciada 
expedición  de  Coro.  Martín  Tovar  Ponte,  que  desde  hacía 
alo-unas   semanas    había     substituido    al    tímido    Llamosas 

o 

en  la  presidencia  de  la  asamblea,  no  ocultaba  a  sus  ami- 
gos cuántas  inquietudes  le  hacían  concebir  las  disposi- 
ciones de  sus  colegas. 

Xo  hal)ía  de  ser  fácil,  por  consiguiente,  determinarles  a 
dai'  su  adhesión  oficial,  como  así  lo  entendían  los  Proceres, 
al  i'cgreso  de  Miranda.  El  gobierno  de  Caracas  seguía 
actuando  «  en  nombi-e  de  Fernando  Vil  y  para  la  defensa 
de  sus  derechos  ».  v  ei-a  atentar  gravemente  contra  (dios 
(d  llamar  a  \  eneznela  al  adveisario  más  encarnizado  d(d 
rey  de  l^s|)aria.  al  cierno  (■(»ns|)irad()r,  al  contumaz,  en   (in, 


I' I! I. mi: I!. \   liiii'i' lu.icA   \)\'.   \  icNKzur.i.A  :in 

cuya  coiulciiación  a  la  ¡xMia  capilal  liahía  sido  conliiniada, 
cuatro  auos  anU's.  por  el  cabildo  mismo.  coiistiluid(t  ahora 
cu  .Imita  ouhcfiiativa.  La  expedición  dirigida  contra  las 
provincias  de  occidente  podía,  despu(''S  de  tod(K  ser  consi- 
derada como  una  medida  de  orden  interior,  v  no  parecía 
quitar,  a  los  partidarios  numerosos  aún  de  una  transacción 
con  la  metrópoli,  toda  esperanza  de  arreglo.  Pero  el  hecho 
de  acooer  ahiertamente  a  Miranda  cortaba  toda  retirada  a 
los  patriotas. 

A  esto,  justamente,  pretendían  empujarles  los  Prck-eres. 
Bolívar,  Tovar  Ponte,  Roscio,  y  el  grupo  de  los  «  irredu- 
cibles »  se  dedicaron  a  ello  con  la  energía,  la  sutileza  y 
la  audacia  a  que  sistemáticamente  acudían  para  con  sus 
asustadizos  compañeros.  El  12  de  diciembre,  el  te.xto  '  de 
un  «  Manifiesto  al  general  Miranda  »  era  aceptado  por 
unanimidad  por  los  miembros  de  la  Junta  v  lijado  en  las 
paredes  de  la  ciudad  :  <(  Es  mnv  distinta  al  presente  la 
perspectiva  (jiie  esta  misma  patria  ofrece  á  las  miras 
de  Ud.  :  á  la  antigua  tiranía  ha  sucedido  un  gobierno  cuyo 
único  objeto  es  la  lelicidad  de  los  pueblos  que  le  están  á 
cargo...  ))  Esta  vez  se  trataba  en  realidad,  y  casi  sin  equívoco, 
de  una  declaración  de  guerra  a  España.  Además,  los  Pro- 
ceres habían  precipitado  el  acontecimiento.  Avisado  por 
Bolívar,  hacía  tres  días  que  el  ilustre  proscrito  había  salido 
de  Curazao,  adonde  hal)ía  llegado  la  semana  antes.  El  13 
de  diciembre,  en  el  momento  mismo  en  que  la  población 
de  Caracas  era  puesta  en  conocimiento  de  su  próxima 
llegada,  las  vigías  de  La  Guavra  anunciaban  la  llegada  del 
buque  de  guerra  de  Su  Majestad  Británica.  c\  Avon,  ([ue 
traía  a  Miranda-. 

El     barco    londcí»   a    alunuas    millas    de   la    rada.    Al   día 

o 

siguiente  por  la  mañana,  el  Precursor,  avisado  de  las 
intenciones  favorables  de  sus  compatriotas,  pasó  a  una  de 
las  embarcaciones  de  a  bordo,  v  mandó  a  los  marineros 
que  remaran  hacia  tierra.  Estaba  solo  en  la  proa  de  la 
canoa,  en  pie,  con  los  brazos  cruzados,  v  sin  duda  (pac  su 

\.  lín  Brci  KUA,  o;,  c/7.,  1.  11.  |j.   I'.*. 

I.  Informe  del  brigadier  general  Layard  a  lord  Liverpool,  fiovcine- 
ineul   llouse-C-uacao.    17    de  diciembre  de  IHIO.  /?.  O.   W.  O.    I    lOK. 


332  F.l.    iMiF.criisoií 

corazón  latía  de  einoción  y  de  esperanza  al  oír  los  entu- 
siastas «  vivas  ))  de  la  población,  apiñada  en  los  nuielles 
de  La  Guavra.  Un  sol  de  fiesta  embellecía  el  panorama  del 
ribazo,  iluminando  las  azuladas  pendientes  de  las  mon- 
tañas, las  palmeras  de  ^Nlaiquetía.  el  enmarañamiento 
piimaveral  de  Macuto.  cnl)riendo  de  tonos  cobrizos  la 
i'ocosa  muralla  contra  la  cual  se  precisaban  cada  vez  más 
las  blancas  casas  de  la  ciudad...  Redoblaron  las  aclama- 
ciones cuando,  pisando  poi-  fin  la  playa  Miranda,  se  ecbó 
en  brazos  de  Bolívar,  de  Tovar  Ponte,  delegados  por  la 
Junta  a  su  encuentro,  v  contestó  con  bermoso  ademán 
beroico  a   los   bravos  de  la  mucbedumbre. 

Comprendiendo  ([ue  convenía  producir  sobresaliente 
efecto,  se  babía  puesto  el  uniforme  del  93;  y,  a  pesar  de 
medio  siglo  de  luchas,  de  combates  y  de  aventuras,  su 
estatuía,  que  seguía  derecha  v  firme,  sabía  dar  a  dicho 
unilorme  el  prestigio  que  requería.  El  bicornio  con  plumas 
sobre  la  cabellera  peinada  en  catogán  v  recién  empolvada, 
la  corbata  negra,  la  oreja  adornada  de  un  aro,  la  levita 
azul  con  hojas  de  oro,  la  banda,  con  los  colores  republi- 
canos, de  la  que  colgaba  el  largo  sable  corvo,  al  ajustado 
calzón  blanco,  las  botas  altas  con  espuelas  doradas, 
componían  un  impresionante  conjunto  al  que  sabía  dar 
gran  aire  el  veterano  general. 

Alzando  contra  el  viento  de  alta  mar  su  poderosa  cabeza. 
de  mirada  sombría  animada  por  repentinos  relámpagos, 
parecía  Miranda,  en  aquel  momento,  el  pensamiento,  la 
encarnación  mismos  de  la  Emancipación  americana.  Favo- 
recido primero  por  España,  perseguido  después  de  con- 
tinuo por  ella,  protagonista  de  las  dos  grandes  Revolu- 
ciones madres,  ¿no  era  también  el  inveterado  comensal  de 
la  prestigiosa  Inglaterra,  el  perpetuo  urdidor  de  tramas,  el 
confidente  v  colaborador  de  los  Jesuítas,  el  adepto  miste- 
rioso de  las  francmasonerías?... 

La  conciencia  popular  comprendió  en  seguida  el  símbolo, 
y.  aunque  confusamente  atraída  hacia  Mirantla.  manifes- 
taba sin  embargo  algún  reparo  ante  aquel  «  gran  demonio 
de  fiancí's  »,  hereje  y  regicida.  En  la  muchedumbi'e 
apiñada  cm  lorno  del  Precursor,  que  cabalgaba  abora  por 
el    camino    dv.   (^ai'acas.    comenzaba    a    despuntar    el   senti- 


i'iii.MKii.v   liHi'i  lü.icA   i)K   vi;.M:zri:i,  V  3^3 

iiiK'iilo.  í'oiiipucslo  (le  (.'uriosulad  más  bien  (|ii<'  de  sini|)atí;i 
V  (le  cáudido  terior  a  la  vez.  ([ue  hahián  de  deiuosl  raile 
los  pueblos  venezolanos'.  Se  enlibiaban  las  acdaniaeiones. 
Fiailes.  niez(dad(>s  enti'e  los  niaii¡lestanl(>s.  ¡nsinuahan  en 
voz  baja  ([ue  sería  menesler  aeiisaise.  en  eonlesKMi.  de 
a(jnellos  vivas  en  l'avoi'  de  un  exeoniulnado.  Intimidados  a 
su  vez,  los  patriotas  disimulaban  bajo  una  exe(^siva  dele- 
reneia  el  repentino  temor  de  ([ue  el  (glorioso  general  deseo- 
nociera  o  desdeñara  sus  ambiciones,  sus  disensiones,  de 
apariencia  harto  niez(|uina.  ([uizás.  ante  sus  ojos.  Bolívar, 
con  un  elegante  traje  obscuro,  con  sombrero  de  copa  de 
ala  estrecha,  inclinada  por  delante  y  por  detrás,  v  levantada 
por  los  lados,  con  enorme  corbata  de  las  de  moda  entonces, 
y  con  pelo  corto,  sonriendo  a  su  ensueño,  inquieto, 
nervioso,  cabalgaba  al  lado  de  ^liranda,  bota  contra  bota, 
íormando  con  éste  el  más  in([uietante  contraste.  Aquellas 
dos  almas,  en  quienes  se  agitaban  tan  grandes  pensa- 
mientos, ¿llegarían  a  comprenderse? 

Esto  se  preguntaba  sin  duda  Miranda,  repasando  en  su 
memoria  los  vejámenes  ([ue  los  padres  de  aquellos  j()venes, 
algo  cohibidos  en  su  actitud  respetuosa  de  hov,  habían 
infligido  en  otro  tiempo  a  su  juventud.  Acaso  también,  el 
Español  (pie  había  en  él  sentía  renacer,  en  aquella  atm(')S- 
lera  olvidada,  algo  de  la  arrogancia  de  raza  trente  al 
cri(tllo,  un  instintivo  desprecio  hacia  el  mulato  v  el  indio. 
Los  odios  originales,  los  yerros,  las  incomprensiones  recí- 
procas, toda  la  suma  de  las  l'atalidades  que  pesaban  sobre 

1.  l'uede  descubrirse  su  expresión  característica  en  las  cauciones 
populares  de  la  época.  Y.  en  Ro.ias,  Leyendas  históricas,  2"  serie, 
op.  cit.,  p.  tyi,  la  canción  de  /-«  Coiií(a,  por  ejemplo,  compuesta 
cuando  la  campaña  de  los  valles  de  Aragua  (v.  inf'ra],  y  cuyo  estri- 
billo recordaba  la  interjección  familiar  a  Miranda  : 

\  eiuticinco  franceses 
(lai-í;aban  su  cañón  : 
Alón,  alón,  camina 
Alón,  mozos,  alón. 

Becerra  menciona  igualmente,  op.  cit.  (1.  11.  p.  541  >.  otra  cancicni 
contemporánea  en  la  que  los  soldados,  aludiendo  al  aro  de  oro  que 
Miranda  llevaba  en  la  oreja,  según  moda  del  93,  uo  ocultaban  su 
certidumbre  de  su  condenación  eterna  : 

...  l^n  la  oreja  lleva  el  aro 
Que  llevar.!  en  el  inlieriio. 


•'?3't  líL    PliECUilSOl! 

a([uellos  ilotas  de  la  Independencia  americana  se  hallaban 
en  esencia  en  cada  uno  de  los  peregrinos  de  la  caravana 
([ue,  a  la  hora  del  crepúsculo,  llegaron  a  las  puertas  de 
Caracas '. 

Desde  que  se  presentó  en  casa  de  Bolívar,  en  donde  le 
esperaba  una  hospitalidad  ya  menos  fraternal,  y  cuando 
los  Proceres,  después  de  haberle  enterado  exactamente  de 
la  situación  general,  le  dejaron  solo  con  sus  reflexiones,  la 
amargura  de  un  irremediable  desengaño  invadió  profunda- 
mente al  Precursor.  Acaso,  según  pretende  uno  de  los  más 
recientes  historiadores  de  Venezuela,  acaso,  en  el  navio  que 
le  llevaba  hacia  el  Nuevo  Mundo,  se  dejara  Miranda  mecer 
por  la  confusa  esperanza  de  hallar  allí,  a  su  vez,  los 
sublimes  destinos  del  gran  Emperador,  hacia  quien,  por 
entonces,  se  dirigían  las  miradas  de  los  hombres.  Pensaba 
quizá  que  no  menos  bien  sentaría  a  su  cabeza  el  diadema 
del  Inca,  que  la  corona  de  Carlomagno  a  la  del  antiguo 
general  del  ejército  de  Italia.  En  cuyo  caso,  cruel  debió  de 
ser  el  desengaño  de  Miranda.  Acababa  de  ver  el  aspecto 
miserable  que  presentaba  el  país  :  aldeas  espaciadas,  villo- 
rrios, una  capital  que,  a  lo  sumo,  producía  el  efecto  de  un 
pueblo  grande;  la  gente  baja,  fanática  y  limitada;  las 
clases  más  elevadas,  hostiles;  una  sociedad  de  costumbres 
todavía  patriarcales,  a  la  que  sólo  superficialmente  pare- 
cían alumbrar  las  «  luces  »;  el  ejército,  pobres  hombres 
descalzos,  harapientos,  con  brazos  en  cabestrillo,  con 
cabezas  vendadas  y  cubiertas  por  un  mal  sombrero  de 
paja,  y  que,  momentos  antes,  presentaban  torpemente  las 
armas,  al  pasar  el  Precursor...  Aquellas  tropas,  mandadas 
por  un  general  absurdo,  contra  quien  Miranda  tenía 
también  serios  motivos  de  rencoi-,  se  habían  mostrado 
incapaces  de  defender  la  end(dde  fachada  detr;is  de  la  cual 
la  Junta,  desatentada,  diclal)a  medidas  incoherentes. 
Acumulábanse  los  peligros.  Dueños  tlel  bajo  Orinoco,  de 
las  regiones  de  Coro  y  de  Maracaibo,  los  Españoles  podían, 
con  suma  facilidad,  sublevar  a  todo  el  país. 

¿  Se  podía,  siquiera,  contar  con  alguna  avuda  de  íuera? 


1.    /r.   O.   l'lUü.  Inl'ui'iiit;   del   l)rigudiei-  Layurd   al   coiido  de   Liver- 
pool, (iiciembre  de  1810,  y  Bf.cekra,  II,  cap.  xiv  y  xviii,  etc. 


i'iii.MHiiA    nKi'i  lu.icA    i)K   vi;m;/i  Kl. A  ?3.") 

^ícjor  ([lu-  nadie  sabía  Miranda  a  qué  podría  reducirse  el 
beneficio  de  Ui  mediación  inglesa.  Desde  Puerto  Rico,  el 
comisionado  reoio  seo-nía  lanzando  impunemente  llama- 
mientos incendiarios  a  la  conira-revolución.  Mn  los 
Estados  Unidos,  los  delegados  de  la  Junta  sólo  platónicas 
demostraciones  de  amistad  babían  recibido  del  secretario 
de  Estado  Uicbard  Smitli.  l\d(''s('oi'o  de  Orea  acababa  de 
regresar  a  Caracas  muy  mal  impresionado.  Juan  Vicente 
Bolívar  babría  podido  encargar  a  las  manulacturas  de  P'ila- 
delíia  el  armamento  cuya  adquisición  le  había  sido  enco- 
mendada por  sus  compatriotas;  pero  el  conde  de  Oñiz, 
ministro  de  España,  había  conseguido  persuadir  al  joven 
patriota  de  que  no  tardaría  en  reconocer  la  Junta  su 
gobierno.  Los  60  000  duros  confiados  por  ésta  al  mayor  de 
los  Bolívar  habían  sido  candidamente  empleados  por  él  en 
la  compra  de  máquinas  agrícolas;  máquinas  que,  por 
cierto,  no  llegaron  a  Venezuela,  pues  Juan  Vicente  las 
traía  consigo  en  un  navio  que  se  fué  a  pique  frente  a  las 
costas  de  la  Florida...  Miranda,  cuya  inquebrantable  con- 
fianza había  sobrevivido  a  tantos  desastres,  sintió  sin 
duda,  V  por  primera  vez,  ílaquear  su  firmeza  en  el  des- 
aliento. 


II 


Al  decretar  el  regreso  de  Miranda,  la  Junta  estimaba 
haber  cumplido  lo  bastante  con  sus  obligaciones  revolu- 
cionarias. Espantados  por  su  audacia,  los  moderados  no 
habían  tardado  en  recapacitar  :  consintieron,  el  16  de 
diciembre,  en  reconocer  oficialmente  al  Precursor  la  validez 
de  sus  grados  militares,  y,  opinando  c|ue  con  esto  habían 
llegatlo  al  límite  de  los  atrevimientos  permitidos,  lo  rele- 
garon, por  decirlo  así,  al  segundo  término.  En  efecto, 
muchos,  entre  los  patriotas,  retrocedían  de  continuo  ante 
la  perspectiva  de  un  rompimiento  declarado  con  la  metró- 
poli, y  se  obstinaban  en  seguir  contando  con  su  indul- 
gencia. Los  Proceres  se  esforzaban  en  disuadirles  de 
tan  peligroso  error,  pero  la  momentánea  inacción  de  los 
gobernadores    españoles    dv    las     [>i<»v¡ncias    occidentales 


336  EL    PKECLliSÜK 

íu-entiiaba  la  ilusión  en  que  se  eomplaeían  los  indecisos. 
Los  días  que  siguieron  a  la  llegada  de  Miranda  fueron 
perdidos  en  estériles  discusiones,  y  la  causa  de  la  inde- 
pendencia pareció  periclitar  en  aquel  momento  en  que 
circunstancias  favorables  nuevas  halarían  debido,  al  con- 
trario, favorecer  sus  progresos. 

A  tal  decaimiento  del  sentimiento  patriótico  habían  de 
contestar  los  Proceres  con  un  redidjlamiento  de  actividad. 
A  ruego  de  éstos,  prometió  Miranda  colaborar  en  las 
intrigas  que  resolvieron  preparar  sin  tardanza.  Debió  de 
serle  penoso  el  tener  c[ue  desempeñar  de  nuevo,  en  su 
propia  patria,  el  papel  ingrato  y  subalterno  de  conspi- 
rador; pero  aceptó  estoicamente  aquella  prueba  y  comenzó 
su  tarea.  Bolívar  acometió  aquella  nueva  lucha  con  su  acos- 
tumbrada fogosidad;  se  instituyó  lugarteniente  del  Pre- 
cursor. 

La  cercana  reunión  del  Congreso,  al  que,  desde  su  insta- 
lación, había  convocado  la  Junta  a  las  provincias  venezo- 
lanas, ofrecía  a  los  Proceres,  dirigidos  ahora  con  inflexible 
ardor,  una  ocasión  sin  igual  para  proclamar  solemnemente 
la  independencia.  No  obstante,  era  indispensable  recurrir 
a  un  instrumento  capaz  de  orientar  las  decisiones  de  la 
futura  asamblea.  Propuso  Miranda  establecer  un  comité  de 
salvación  pública  a  modo  del  de  los  Girondinos  do  1793. 
Este  comitt',  reducción  del  Congreso  al  cual  habría  de 
servir  de  modelo,  vigilaría  sus  deliberaciones,  le  dictaría 
su  conducta,  le  indicaría  el  íin  anhelado  v  le  guiaría  hacia 

o 

él.  A  más  de  esto,  podría  ser  un  poderoso  medio  de  pro- 
paganda y  de  acción  sobre  la  opinión  pública.  Tales 
fueron  las  miras  que  dirigieron  la  institución  y  el  luncio- 
namiento  de  la  Sociedad  Patriótica  de  Caracas. 

Esta  sociedad  existía  de  hecho  desde  hacía  algunos 
meses.  Su  creación  constaba  en  las  primeras  medidas 
decretadas  por  la  Junta  v  que  respondían  a  sus  preocupa- 
ciones humanitarias  y  progresistas.  En  un  principio,  estaba 
destinada  a  agrupar  a  los  agricultores  «  |)ara  el  adelanta- 
miento de  lodos  los  ramos  de  industria  rural  de  que  es 
susceptible  el  clima  de  Venezuela^  ».  Fácil  le  fué  a  Miranda 

1.  Decreto  del   II    <le  a^roslo  de    181(1.  D.  II.    iS9. 


PlilMEHA    ItEin  líMCA    DK    VI'.NKZl'KI.A  337 

C()iiv(!nc"('r  a  los  patriotas  que  t'oiiiiabau  la  inavoiía  do  la 
reunión,  tle  ([ue  importaba  discutir  cuestiones  iníís  apre- 
miantes que  las  cuestiones  económicas.  I^es  decía  :  «  Se 
trata,  ante  todo,  de  vuestra  existencia  misma.  Comenzad 
por  asegui-arla.  y  después  atenderéis  a  lo  demás  ».  Desde 
comienzos  de  1811.  la  Sociedad  Patriótica  se  convirtió  en 
verdadera  universidad  revolucionaria  al  mismo  tiempo  que 
en  una  especie  de  conspiración  permanente  v  púl)l¡ca. 

Mientras  tanto,  en  todo  Venezuela  se  piocedía  a  las 
operaciones  electorales.  Acercábanse  los  últimos  días  de 
lebrero,  y  hacía  ya  dos  meses  que  los  diputados  hubieran 
debido  hallarse  reunidos  en  Caracas.  Pero,  las  larcas  dis- 
tancias  que  separaban  las  circunscripciones,  las  dificul- 
tades con  que  tropezaba  la  votación,  y  la  lentitud  con  que 
ésta  se  efectuaba  habían  sido  causa  de  que,  de  los  44  dipu- 
tados con  que  contaba  el  Congreso,  sólo  30  habían  podido 
responder  al  llamamiento  de  la  Junta.  Mas,  apremiaba  el 
tiempo,  los  Proceres  se  mostraban  impacientes,  y,  a  pesar 
de  que  no  había  de  ser  cubierto  el  quorum  legal,  la  lecha 
de  apertura  de  los  trabajos  de  la  asamblea  quedó  definiti- 
vamente fijada  para  el  2  de  marzo  de  1811. 

Elegidos  por  las  provincias  que  se  habían  declarado 
adicUis  a  la  Junta,  o  ([ue.  i-uando  menos,  eran  favorables  a 
la  Revolución,  los  miembros  presentes  del  Congreso,  así 
como  aquellos  cuya  próxima  llegada  era  esperada,  pertene- 
cían casi  todos  al  partido  liberal.  Aunque,  unos  tras  otros, 
se  habían  prestado  a  figui-ar  en  la  lista  de  la  Sociedad  Patrió- 
tica, se  negaban  a  manifestaciones  más  ruidosas,  v  temían 
asestai'.  exabrupto,  rudo  golpe  al  principio  de  la  soberanía 
real.  Así  pues,  reunidos  en  día  fijo  en  la  sala  principal  en 
donde  actuaba  la  Junta,  los  diputados  juraron  solemnemente 
fidelidad  a  Fernando  \'II,  fueron  en  corporación  a  la  cate- 
dral para  renovar  en  ésta  su  juramento  sobre  los  Evan- 
oelios,  v  declararon  constituirse  en  «  Reunión  Conser- 
vadora  de  los  Derechos  de  la  Confederación  Amci-icana  de 
Venezuela  y  del  Señor  Don  Fernando  ».  Las  decisiones 
tomadas  en  el  transcurso  de  las  piimeras  sesiones  del 
Congreso,  para  el  cual  había  sido  preparada  la  capilla  del 
antiguo  seminario  de  Caracas,  en  la  que  va  no  se  celebraba 
culto,  fueron  una  nueva  muestra  de  la  falta  de  atrevimiento 

22 


338  EL    PIIECURSÜH 

V  del  espíritu  de  irresolución  que  caracterizaban  la  mayoría 
tic  la  asamblea.. 

Ksta.  al  reunir  en  grupo  a  los  hombres  más  distinguidos 
del  país,  representaba  en  esencia  toda  la  nobleza  de  los 
sentimientos  en  que.  desde  el  principio,  deseó  inspirarse 
el  ideal  de  los  Proceres.  La  evolución  sufrida  por  los 
miembros  del  (iomilé  revolucionario  no  había  tenido 
iuHuencia  alguna  sobre  los  patriotas.  Seguían  éstos  para- 
lizados por  las  especulaciones  filosóficas,  por  imaginaciones 
generosas,  sin  atreverse  a  ninguna  medida  definitiva. 
Aunque  resueltos  a  proclamar  la  independencia,  querían, 
no  obstante,  evitar  a  la  vez  recurrir  a  medios  extremos  y 
favorecer  el  inmediato  advenimiento  del  pueblo  al  gobierno. 
La  anarquía  que  les  parecía  haber  de  resultar  de  tal  suceso 
les  atajaba  tanto  como  la  guerra.  En  fin,  teóricos  imbuidos 
de  recuerdos  clásicos,  los  congresistas  soñaban  con  dotar 
a  su  país  de  una  constitución  republicana  que  para  nada 
había  de  tener  en  cuenta  las  tradiciones  ni  la  educación, 
ni,  tanipoco,  el  verdadero  interés  de  los  pueblos  ame- 
ricanos. A  este  complejo  conjunto  de  intenciones  y  de 
principios,  que  entrañaba  consecuencias  desgraciadas  para 
el  porvenir  político  de  Venezuela,  hay  que  atribuir  también 
la  persistente  timidez  y  las  contradicciones  que  pueden 
notarse  en  los  primeros  actos  del  Congreso. 

La  asamldea  comenzó  por  atribuirse  el  título  de  Majestad. 
Nombró  presidente  a  Felipe  Fermín  Paúl',  v  fueron  minu- 
ciosamente discutidos  y  prescritos  los  honores  a  que  había 
de  tener  derecho.  La  Junta  abdicó  solemnemente  en  favor 
del  nuevo  poder  ejecutivo,  el  cual  recibió  el  título  de 
Alteza    y    fué    delegado    a    Cristóbal    de   Mendoza-,    Juan 

1.  Nació  en  Caracas,  el  7  de  diciembre  de  1774.  Presidente  del 
colegio  de  abogados  en  1809.  Emigró  después  de  la  caída  de  la 
República  en  18i'i.  Nombrado  miembro  de  las  Cortes  españolas  y 
vicepresidente  de  esta  asamblea,  sostuvo  en  ella  con  ardor  la  causa 
americana.  De  regreso  a  Venezuela  en  1824,  fué  nombrado  rector 
de  la  universidad  de  Caracas.  Murió  el  17  de  junio  de  1843. 

2.  Nació  en  Trujillo  (Veiiezuela)  en  1772.  Emigró  a  Nueva  Granada 
después  déla  caída  de  Miranda;  Bolívar  le  halló  en  Mérída  en  1813 
y  le  nombró  gobernador  de  esta  provincia.  Fué,  algún  tiempo 
después,  gobernador  de  Caracas.  Tomó  parte  en  la  Asamblea  de 
notables  del  2  de  enero  de  1814.  En  1816  estaba  en  Jamaica,  donde 
colaboró  en  la  campaña  de  prensa  organizada  por  el  Libertador. 
Cristóbal  de  Mendoza  falleció  en  Caracas  en  1829. 


PHI.MEliA    HEPÍIJLICA    DE    VENEZUELA  839 

Es(íal<>na  '  y  Baltasar  Padrón.  El  examen  de  estas  cues- 
tiones preliminares  ocupó  varias  sesiones.  Quedó  decidida 
la  creación  de  un  consejo  de  Estado,  la  institución  de  una 
corte  suprema  que  había  de  desempeñar  las  funciones  de 
la  antigua  Audiencia,  y  de  un  tribunal  llamado  «  de  vigi- 
lancia y  scoui'idad  ».  para  conocer  de  los  delitos  de  alta 
traición.  Se  concedió  amnistía  general  a  los  condenados, 
y  luc  votatlo  un  reglamento  para  la  atribución  de  los  bene- 
ficios eclesiásticos.  Se  nombraron  comisiones  encargadas 
de  elaborar  los  códigos;  Francisco  Javier  Ustáritz,  Roscio 
y  jNlartín  Tovar  Ponte  emprendieron  la  redacción  del 
proyecto  de  (Constitución.  Algunos  nuevos  diputados  acu- 
dieron en  abril  a  las  sesiones.  Así  transcurrían  las  semanas, 
y  nadie  se  había  atrevido  aún  a  pedir  la  discusión  que,  en 
realidad,  se  halaba  de  establecer  antes  que  otra  cualquiera. 
En  todas  las  almas  se  hallabfl  el  pensamiento  de  la  inde- 
pendencia, pero  en  todos  los  labios  se  detenían  las  pala- 
bras que  habían  de  expresarla. 

Sin  embargo,  Proceres  y  congresistas  se  sentían  menos 
cohibidos  en  la  Sociedad  Patriótica.  En  el  sencillo  y 
vasto  local"-  en  que  se  efectuaban  las  tumultuosas  sesiones 
de  aquel  otro  Club  de  los  Jacobinos  se  oían  cada  noche 
discursos  incendiarios  en  que  se  exaltaba  el  ánimo  de  los 
patriotas  y  que  alentaban  a  los  vacilantes.  En  él  fué  cele- 
brado con  vehemencia  el  primer  aniversario  del  Diecinueve 
de  Abril.  Una  muchedumbre  entusiasta  invadió  temprano 
la  sala,  ocupando  los  bancos,  agarrándose  a  los  barrotes 
de  las  ventanas,  aclamando  a  Miranda  cuando  entró  éste 
para  presidir  la   sesión,  a  Bolívar,   a  Yanes  ^   a  Peña  ^,  a 

1.  Nació  en  Caracas.  Tomó  parte  en  las  campañas  de  la  guerra  de 
1813  a  1826.  Defendió  heroicamente  a  Valencia  en  1814  (V.  infra), 
fué  miembro  del  Congreso  de  Angostura,  y,  después,  gobernador  de 
Coro  y  de  Cai'acas  en  1826.  Falleció  en   1832. 

2.  La  casa  que  Bolívar  y  Miranda  escogieron  para  instalar  en  ella 
la  Sociedad  Patriótica  era  una  de  las  más  amplias  de  Caracas. 
Pertenecía  a  la  familia  Blanco,  y  se  hallaba  situada  en  la  esquina  de 
la  calle  designada  todavía  hoy  con  el  nombre  de  La  Sociedad  y  de 
la  por  largos  años  llamada  de  Las  Gradillas.  Artículos  de  Antonio 
L.  Guzmán  en  Opinión  Nacional  de  Caracas,  n*^*  2091  y  2092  de  los 
7  y  8  de  abril  de  1876. 

3.  Yam-s  (Francisco  Javier),  originario  de  Cuba.  Murió  en  Caracas 
en  1842. 

4.  Peña  (Miguel),  nació  en  Valencia  (Venezuela)  el  29  de  septiembre 


340  EL    PliECUIiSOU 

Espejo,  a  Ustáritz.  a  los  Salías,  a  Tejera,  a  Sanz,  quienes, 
sucesivamente,  subieron  a  la  tribuna.  El  diputado  Coto 
Paúl',  a  quien  su  estatura,  su  cabeza  enorme,  sus  pode- 
rosas facciones,  su  melena  leonina  daban  un  parecido  con 
Dantón.  cuya  elocuencia  parodiaba,  exclamó  con  voz  de 
trueno  :  «  Que  la  anarquía,  con  la  antorcha  de  las  furias 
en  la  mano,  nos  guie  al  Congreso,  para  que  su  humo 
embriague  á  los  facciosos  del  orden,  y  la  sigan  por  calles 
y  plazas  gritando  libertad!  Para  reanimar  el  mar  muerto 
del  Congreso  estamos  aquí,  estamos  aquí  en  la  alta  Mon- 
taña de  la  santa  demagogia.  Cuando  esta  haya  destruido 
lo  presente,  y  espectros  sangrientos  hayan  venido  por 
nosotros,  sobre  el  campo  que  haya  labrado  la  guerra  se 
alzará  la  libertad!..  »  El  joven  Muñoz  Tebar-,  quien  con 
Vicente  Salias  redactaba  el  Patriota  de  Venezuela,  órgano 
de  la  Sociedad,  resumió  la  opinión  general  :  «  Hov  es  el 
natalicio  de  la  Revolución.  Termina  un  año  perdido  en 
sueños  de  amor  por  el  esclavo  de  Bonaparte  :  cjue  prin- 
cipie ya  el  año  primero  de  la  independencia  y  la  libertad!  ^  » 
Influenciado  por  estos  atrevimientos,  el  Congreso  modi- 
ficó un  poco  su  habitual  prudencia.  Nombró,  el  1°  de  junio, 
una  comisión  compuesta  de  los  24  diputados  de  Caracas, 
para  «  examinar  los  medios  de  asegurar  la  soberanía  v  la 
independencia  de  la  provincia  metropolitana  ».  En  el  acto 
solicitó  dicha  comisión  que  pidiera  la  asamblea  los  Dere- 
chos del  Hombre,  la  abolición  del  tormento,  la  libertad 
de  la  prensa.  Pero  los  patriotas  no  se  atrevieron  aún  a 
adoptar  tales  medidas.  Habían  vuelto  a  sus  escrúpulos, 
impresionados  por  las  observaciones  de  los  representantes 

de  1781.  Era  gobernador  de  La  Guayra  en  1812,  cuando  cayó  Miranda. 
Se  asegura  que  se  hallaba  con  Escalona  en  la  defensa  de  Valencia. 
Miembro  del  Congreso  de  Cúcuta  en  1821.  Presidente  de  la  Alta 
Cámara  en  Bogotá  en  1825.  Miembro  del  Congreso  de  Valencia,  6  de 
mayo  de  1831.  Presidente  de  esta  asamblea,  fué  uno  de  los  autores 
de  la  conslilución  elaborada  por  ella  y  que  rigió  a  Venezuela  hasta 
en  1857.    Falleció  en  Valencia,  el  8  de  febrero  de  1833. 

1.  Francisco  Antonio,  hermano  de   Felipe  Fermín. 

2.  Muñoz  Tekak  (Antonio).  Nació  en  Caracas  en  1787.  Hizo  la  cam- 
paña de  Nueva  Granada  en  1813,  y  la  de  Venezuela.  Llegó  a  ser 
secretario  y  primer  ayudante  del  Libertador.  Fué  matado  el  2  de 
junio  de  1814  en  la  segunda  batalla  de  la  Puerta.  V.  Infra. 

3.  Gil  Fortoul,  op.  cit.,  t.  I,  pp.  139-140,  según  Gonzálf.z,  Bio- 
grafía de  José  Félix  liivas. 


PIMMKKA    niíPlBLlCA    DE    VENEZUELA  3'il 

del  partido  español,  (juieiies,  desde  hacía  algunos  días, 
tomajjau  parte  con  ellos  en  las  sesiones.  El  canónigo 
Manuel  Vicente  Maya,  diputado  realista  de  La  Grita,  a 
quien  la  dignidad  y  la  energía  de  su  carácter  valían  consi- 
deiable  ascendiente  sobre  sus  colegas,  comentaba  las 
exposiciones  del  comisionado  regio  Cortabarría,  quien, 
desde  su  pueslo  de  Puerto  Rico,  amenazaba  de  continuo  con 
próximo  y  ejemplar  castigo  a  los  gobiernos  rebeldes.  Ya 
desde  el  5  de  junio  rormal)a  dos  bandos  la  comisión  acerca 
de  la  cuestión  de  la  subdivisión  en  dos  departamentos  de 
la  provincia  de  Caracas,  asunto  que  motivó  ociosas  discu- 
siones en  las  que,  con  tanto  celo  como  inconsistencia,  se 
complacían  los  congresistas. 

El  22  de  junio,  Miranda,  elegido  por  el  casi  desconocido 
pueblo  de  Pao  en  la  provincia  de  Barinas,  ocupó  puesto 
en  el  Congreso.  Por  fin,  el  Precursor  iba  a  poder  exhortar 
de  más  cerca  a  aquellos  de  sus  compatriotas  de  quienes 
dependía,  a  que  consagraran  el  éxito  de  la  revolución, 
l^arece,  en  electo,  como  que  sólo  la  presencia  inmediata 
de  Miranda  esperaban  los  congresistas  para  pasar,  de  las 
dilaciones  y  de  la  debilidad,  a  las  revoluciones  definitivas. 
Desde  aquel  momento,  un  aliento  nuevo  se  insinúa  en  la 
asamblea,  un  irresistible  impulso  la  arrastra.  Las  palabras 
ele  Libertad,  de  Bepública  surcan,  cual  relámpagos,  los 
debates  cada  vez  más  borrascosos  que  los  Proceres,  con 
cualquier  pretexto,  suscitan.  La  Gaceta  Oficial  publica 
artículos  en  que,  por  primera  vez,  es  tomada  en  conside- 
ración la  idea  de  tolerancia  reliííiosa.  Dichos  artículos 
producen  verdadera  emoción  en  los  círculos  políticos. 

En  el  Congreso,  las  discusiones  se  acaloran;  pero  las 
exaltadas  arengas  de  los  patriotas  cubren  las  protestas  de 
los  realistas,  cuyo  asombro  crece  de  día  en  día.  La  deser- 
ción del  capitán  español  Feliciano  Montenegro,  cuyos 
servicios  había  aceptado  anteriormente  la  .Junta  y  que 
(h^sempeñaba  importante  cargo  en  el  departamento  de 
instado  de  la  gueira,  provoca  en  el  seno  de  la  asamblea, 
el  29    de  junio,   nuevas   alusiones,   murmullos   cargados  de 

ira,   ré|)licas   luriosas Montenegro  había  substraído    los 

planes  de  movilización.    Iba   a   entregarlos  al  comisionado 
regio.  Seguir   vacilando   seiía  un  crimen.    Desencadénase, 


342  EL    PRECUnSOli 

fogoso,  el  Ímpetu  de  los  patriotas.  El  proyecto  de  declara- 
ción de  los  Derechos  del  Hombre,  presentado  ha  poco  por 
los  diputados  de  Caracas,  es  aclamado,  votado  el  i°  de 
julio.  Esta  votación  habrá  de  ser  el  brulote  cuyas  explo- 
siones aticen  más  tarde,  entre  las  clases  populares,  las 
sediciones  y  la  anarquía,  pero  que,  por  el  momento, 
arrastra  a  los  ciudadanos  entusiasmados  hacia  los  Proceres, 
de  quienes  van  a  ser  decisivos  colaboradores.  En  fin,  el 
3  de  julio,  el  presidente  del  Congreso.  Rodríguez  Domín- 
guez, declara  que  ha  llegado  ya  «  el  momento  de  tratar 
sobre  la  Independencia  absoluta  ». 

Por  vez  primera,  no  faltaba,  aquel  día,  ninguno  dé  los 
representantes.  La  luz  de  la  mañana  entraba  libremente 
por  las  altas  y  estrechas  ventanas  espaciadas  a  lo  largo  de 
las  bóvedas  de  la  nave  cuyas  seculares  sombras  alumbraba. 
El  ornato  litúrgico  de  las  paredes,  los  cuadros  de  devoción 
componían  inesperado  mai'co  a  la  tumultuosa  asamblea 
que  se  agrupaba  en  el  recinto.  Al  pie  de  la  tribuna  colo- 
cada delante  del  altar,  en  torno  de  ancha  mesa  cubierta 
por  tapete  de  terciopelo  encarnado  con  franjas  de  oro, 
apííianse  los  oradores,  impacientes  por  tomar  la  palabra. 
Entre  ellos  hay  patricios  de  ademanes  arrogantes,  prelados 
taciturnos,  rudos  oficiales,  robustos  tribunos,  jóvenes  de 
fisonomías  decididas  o  soñadoras.  Miranda,  altanero, 
imperioso;  Bolívar,  febril,  con  paso  brusco  y  rápido,  van 
de  uno  a  otro,  encarándose  con  los  indecisos,  alentando 
a  los  sospechosos.  Las  puertas  se  abren  de  par  en  par 
dejando  paso  a  la  ola  de  ciudadanos  de  todas  las  condi- 
ciones y  de  todas  las  clases  :  mujeres,  niños,  señores, 
comerciantes,  campesinos,  obreros,  mozos  de  cuerda, 
hasta  esclavos;  multitud  abioanada.  vibrante,  emocio- 
nada,  consciente,  en  a(|uel  minuto,  de  sus  entusiasmos  y 
de  sus  esperanzas'. 

Acaba  de  saludar  con  formidable  aclamación  la  moción 
audaz  del  presidente  de  la  asamblea.  Martín  Tovar, 
Peñalver,  Álajno,  Ortiz.  Alcalá,  Pérez  de  Pagóla,  la 
apoyan    sucesivamente   con  enérgicos  argumentos.    Alzase 

1.  Según  el  cuadro  de  'l'üvaí-  y  Tcivar  en  el  l^anle(')n  de  Caracas. 
V.  también  acias  de  las  sesiones  del  (-ongreso.  D.  III,  565-567,  y 
Eloy  G.  González,  Al  Mareen  de  la  Epopeya,   op.  cit.,  cap.   i. 


l'lil.MKüA     liKlM  lU.ICA     l)K    VüNE/rKI-.V  ^ki 

Maya  con  valor  contra  una  «  doclai  ación  Ilegal,  ascoura 
él,  y  vituperable  ».  Vanes  resume  elocuentemente  el  debate, 
invocando  «  los  derechos  sagrados  cuyo  reconocimiento 
inmediato  exige  la  nación  ».  —  «  Está  cjucmándose  nuestra 
casa,  exclama  a  su  vez  Fernando  Toro,  y  disputamos  sobre 
el  modo  y  tiempo  de  apagar  el  íuego !  »  Francisco  Her- 
nández, diputado  por  San  Carlos  de  Austria,  se  esfuerza 
aún  por  desconcertar  a  sus  colegas.  Les  recuerda  ([ue  la 
persona  del  rev  es  inviolable  v  sagrada;  «  tocar  a  ella  es 
atentar  a  Dios  mismo  ».  Teme  también  la  intervención  de 
España,  de  Inglaterra,  de  los  Estados  Unidos.  —  «  Dice 
usted  que  el  rey  Fernando  es  inviolable,  porque  su  poder 
es  divino,  replica  seguidamente  José  María  Ramírez,  repre- 
sentante de  Aracrua  :  en  ese  caso,  debiéramos  también  no 
curarnos,  ni  comer,  ni  delendernos,  porque  las  calenturas, 
el  hambre  y  la  guerra  vienen  tam])ién  de  Dios —  Decla- 
remos la  independencia,  y  si  nos  la  niegan,  sabremos 
defenderla.  »  Miranda  se  adhiere  a  la  declaración  de 
Ramírez.  Pero  el  presidente  levanta  la  sesión  y  aplaza  al 
día  siguiente  la  continuación  de  los  debates. 

Esta  suspensión  había  sido,  en  realidad,  provocada 
secretamente  por  los  Proceres.  Las  opiniones  de  la  asamblea 
les  parecían  demasiado  confusas  todavía.  A  ejemplo  de  los 
Girondinos  de  la  Convención,  querían  dar  a  la  declaración 
de  su  independencia  «  la  solemnidad  del  más  importante 
acto  orgánico  que  pueda  efectuar  una  nación  »'.  Para  ello, 
era  menester  asegurarse  de  la  unanimidad  de  votos.  El 
comité  revolucionario  redobló  de  insistencia  y  de  tenacidad. 
Nunca  la  reunión  de  la  Sociedad  Patriótica  había  sido  tan 
numerosa  como  lo  lué  en  la  noche  del  3  de  julio.  La  dis- 
cusión ocupó  toda  la  velada.  Miranda,  Bolívar.  Espejo, 
Peña,  incansables,  electrizaion  a  sus  oyentes  :  «  Se  dis- 
cute en  el  Congreso  nacional  lo  (|ue  debiera  estar  deci- 
dido, exclamó  Bolívar...  Y  qué  dicen?...  Que  deljcmos 
atender  á  los  resultados  de  la  política  de  España.  Que  nos 
importa  que  España  venda  á  Bonaparte  sus  esclavos  ó  que 
los  conserve,  si  estamos  resueltos  á  ser  libres?...  Que  los 
grandes  provectos  deben  prepararse  en  calma!  Trescientos 

i.  V.  I.AMAUTiM',  IUstoive  (¡68    G  iro  II  cI  i  US .  Libro  XXIX,  cap.  i\. 


344  tL    IMíKCLliSOl! 

años  de  calina^  no  bastan?  La  .lanía  patiiólica  respeta, 
eomo  debe,  al  Congreso  de  la  nación,  pero  el  Congreso 
debe  oir  cá  la  Junta  patriótica...  Pongamos  sin  temor  la 
piedra  fundamental  de  la  libertad  sud-americana  :  vacilar 
es  perdernos'.  «  Los  Proceres  tuvieron  por  felicísimo 
agüero  los  frenéticos  vítores  del  pueblo  y  los  aplausos  de 
los  diputados,  presentes  casi  todos.  Antes  de  (|ue  el  ama- 
necer pusiera  punto  final  a  la  deliberación  suprema  de  los 
pah'iotas,  quedó  convenido,  según  proposición  de  Bolívar, 
que  una  'comisión  presidida  por  Miguel  Peña  llevaría  al 
Congreso  la  expresión  de  los  votos  de  la  Sociedad  «  como 
representante  de  la  opinión  unánime  de  la  nación.   » 

Peña  se  encaminó  directamente  hacia  la  asamblea,  y, 
tan  pronto  como  se  abrió  la  sesión,  pidió  la  palabra.  Los 
Proceres  habían  abrigado  la  esperanza  de  que  el  prestigio 
de  la  fecha  del  4  de  julio,  aniversario  de  la  proclamación 
de  la  Independencia  de  los  Estados  Unidos,  arrastraría  las 
últimas  vacilaciones  de  los  congresistas.  Sin  embargo,  la 
discusión  general  en  la  que  se  distinguieron  sobre  todo 
Miranda,  Roscio,  Yanes  y  Peñalver^,  no  dio  más  resultado 
que  el  de  provocar  una  moción,  votada  por  la  mayoría,  y 
que  encargaba  al  presidente  que  «  conferenciase  con  el 
Poder  Executivo,  sobre  si  era  compatible  con  la  seguridad 
pública  la  declaratoria  de  independencia  '  ». 

Cuando,  el  5  de  julio  por  la  mañana,  se  reanudó  la 
sesión,  dio  lectura  el  presidente  de  la  respuesta  afirmativa 
que  acababan  de  enviarle  los  miembros  del  ejecutivo.  A 
continuación,  hizo  saber  Miranda  que  las  últimas  noticias 
de  España  anunciaban  la  retirada  del  ejército  de  Masséna. 
Añadió  que  la  metrópoli  iba  a  hallarse  ya  en  situación  de 
intentar,  por  las  armas,  la  sumisión  de  Venezuela.  Esta 
insinuación,  al  estallar  en  una  atmósfera  caldeada  por  el 
patriotismo,  produjo  el  efecto  que  esperaba  el  Precursor. 

1.  D.,  III,  5G8. 

2.  Pi^ALVKR  (Fernando),  nació  en  Piritú  en  t7(i5.  Perseguido  por 
Monteverde  en  1812,  huyó  de  las  prisiones  de  Puerto  (labello  a  la 
llegada  de  Bolívar  en  ISllJ,  y  regresó  a  Caracas.  Fué  presidente  del 
Congreso  de  Cuenta,  en  1821.  Gobernador  de  la  provincia  de  Cara- 
bobo  en  1827.  Senador  en  el  Congreso  de  Venezuela  en  1831,  falleció 
el  7  de  mayo  del  mismo  año. 

3.  Acta  de  la  sesión  del  Congreso  del  \  de  julio.  D.  III,  570. 


I'HI.MKÜV    liKI'l  lil.IC.V    l)K    VKNKZUUI.V  345 

lliilji»  una  explosión  ele  piolcstas.  Juan  Bermúdcz,  dipiilado 
ele  Cumana,  invocando  la  pennila  de  medios  de  delensa 
de  que  disponían  las  costas  de  la  provincia,  suplicó  a  sus 
colegas  ([ue  aplazaran  la  declaración.  Los  clamores  que 
cubrieron  su  aienga  atestiouahan  <[ue  lial)ía  unanimidad 
en  la  asamblea.  Los  diputados,  basta  entonces  menos 
resueltos  ([ue  los  demás,  creveron  deber  protestar  de  su 
adhesión  a  los  principios  revolucionarios.  «  Mi  estado 
(eclesiástico),  dijo  el  Padre  Unda,  representante  de  Gua- 
nare,  no  me  preocupa  ciegamente  á  iavor  de  los  reyes,  ni 
contra  la  felicidad  de  mi  patria,  y  no  estoy  imbuido  en 
los  prestigios  y  antiguallas  que  se  quieren  oponer  contra 
la  justicia  de  nuestra  resolución  que  conozco  y  declaro... 
Subscribo  pues,  á  nombre  de  mis  comitentes,  a  la  inde- 
pendencia absoluta  de  Venezuela.  «  En  el  acto  hicieron 
una  declaración  semejante  :  Peñalver  por  Valencia,  Álamo 
por  Barquisimeto,  Pérez  de  Pagóla  por  Ospino. 

El  presidente  puso  el  asunto  a  votación.  Todos  los  dipu- 
tados se  pronunciaron  por  la  afirmativa,  salvo,  única 
excepción,  el  canónigo  Maya  ^  El  decreto  que  lleva  el 
nombre  de  Actíi  de  la  Independencia  de  Venezuela-  fué 
redactado  a  continuación  por  Roscio  e  Isnardy,  leído  a  la 
asamblea  dos  días  después,  7  de  julio  de  1811,  y  aprobado 
y  firmado  por  los  41  diputados  que  asistían  a  la  sesión. 

La  proclamación  de  la  Independencia  recibió  delirante 
acogida  por  el  pueblo  de  la  capital  y  por  el  de  la  mayor 
parte  de  las  provincias.  Los  cuerpos  constituidt)s.  las  auto- 
ridades civiles  y  eclesiásticas,  los  funcionarios,  la  guar- 
nición de  Caracas,  convocados,  en  conmemoración  de  la 
gran  fecha  francesa  :  el  14  de  julio,  en  la  Plaza  Mayor, 
reconocieron  solemnemente  «  la  soberanía  y  absoluta  inde- 
pendencia, que  el  orden  de  la  Divina  Providencia  ha  resti- 

1.  Acta  de  la  sesión  del  Congreso  nacional  de  5  de  julio  de  1811. 
D.  III,  571. 

2.  El  archivo  venezolano  no  posee  el  original  de  este  documento, 
que,  muy  probablemente,  fué  destruido  al  año  siguiente  por  los 
Españoles.  El  Ac-ta  de  Independencia  fué  [)iiblicada  en  Londres,  en 
inglés  y  en  español,  en  1812,  por  meiliacióu  de  López  Méndez,  con  . 
el  título  de  :  Documentos  oficiales  interesantes  rclati'.os  a  las  Pro- 
vincias Unidas  de  Venezuela .  Londres,  1  vol.  en  8",  1812.  Ver  el 
interesante  estudio  de  Gii.  Fon  roí  l  y  C.vrlos  A.  Yii.i.amkva,  en 
Historia  Constitucional  de  Venezuela,  t.   I,  p.   519, 


346  EL    PRECUUSOIt 

tuido  a  las  Provincias  Unidas  de  Venezuela,  ya  libres, 
y  exentas  para  siempre  de  toda  sumisión  y  dependencia 
de  la  monarquía  española,  y  de  cualquiera' corpoiación  ó 
jefe  que  la  represente  ó  representase  en  adelante  ». 

Los  colores  de  Miranda,  adoptados  oficialmente  por  la 
asamblea'  como  emblema  del  pabellón  nacional,  fueron 
cnarbolados  entonces  por  vez  primera,  saludados  por  los 
aplausos  del  pueblo.  VA  nuevo  estandarte,  depositado  en 
la  Sociedad  Patriótica",  lué  entregado  solemnemente  a  los 
hijos  de  José  María  España,  cabiéndoles  la  honra  de  pre- 
sentarlo a  las  tropas  en  el  sitio  mismo  en  que.  once  años 
antes,  había  sido  ejecutado  el  padre  de  dichos  jóvenes. 
Después,  los  circunstantes  juraron,  «  á  Dios  y  á  los  santos 
Evangelios...  obedecer  y  respetar  los  magistrados  consti- 
tuidos y  que  se  constituyan,  y  las  leyes  que  fueren  legiti- 
mamente  sancionadas  y  promulgadas...  defender  con  todas 
sus  fuerzas  los  Estados  de  la  Confederación  Venezolana, 
conservar  y  mantener  pura  é  ilesa  la  Santa  Religión  Cató- 
lica, Apostólica,  Romana,  única  v  exclusiva  en  esos  países, 
y  defender  el  misterio  de  la  Concepción  Inmaculada  de  la 
Virgen  María  nuestra  Señora.  » 

Esta  reedición  de  las  fórmulas  sacramentales  en  uso 
bajo  el  régimen  colonial,  fué  arrancada  a  los  Proceres  por 
el  clero,  cuya  colaboración  les  era  indispensable.  Mas  no 
dejaron  de  criticar,  los  periódicos  liberales,  la  debilidad 
que  con  tal  fórmula  demostraban  para  con  «  un  fanatismo 
absurdo.  Si  son  menester,  decían  los  periódicos,  /uisterios 
para  fundar  la  República,  ¿no  nos  basta  con  el  misterio 
de  Fernando  Vil?  » 

No  era  sin  embargo  inútil  la  previsión  del  comité  revo- 
lucionario :  distaba  mucho  de  que  hulñese  desaparecido  el 
fanatismo,  v  no  iban  a  tardar  en  probarlo  los  aconteci- 
mientos. ^Mientras  tanto,  los  jefes  de  la  revolución  sintieron 
hondo  júbilo  al  ver  realizado  su  proyecto.  Por  frágiles  que 
parecieran  las  consecuencias  de  la  nueva  era,  saludaban, 
enternecidos,  su  advenimiento.  Las  reuniones  íntimas  de 
los   Proceres   fueron   señaladas  por  efusiones  semejantes  a 


1.  D.  III,  580. 

2.  Artículo  de  la  Opinión  Nacional,  yí\   citado.  D.   lY,  8'»2. 


PlíI.MEliA    HRPt  ni.ICA    l)K    VENEZUKI.A  347 

las  (le  los  Girondinos  clespiics  tic  la  proclamación  de  la 
República,  cuando  «  corriendo  volunlariamente  el  velo  de 
la  ilusión  sol)re  las  zozobras  del  niauana  y  s(dire  las  obs- 
curidades del  porvenir,  se  entrcf^abau  por  entei'o  al  mayor 
g-occ  que  Dios  ha  concedido  al  hombre  en  este  mundo  : 
(d  alumbramiento  de  su  idea,  la  contemplación  de  su  obra, 
la  posesión  de  su  ideal  realizado  '  )).  Mejoi'  ([ue  nadie  sabía 
Miranda  adonde  conduciría  aquella  exaltación;  con  el  alma 
angustiada  asistía  a  acjuellas  escenas  que  recordaban  un 
pasado  trágico,  v  cuvos  siniestros  presagios  había  él  sentido 
de  cerca;  a  juicio  suvo.  no  podían  ser  sino  lo  ([ue  en  electo 
eran  :  una  corta  tregua,  un  episodio  de  la  lucha,  la  cual 
entraba  ahora  en  su  lase  inexorable. 

En  el  momento  mismo  en  ([ue  se  preparaba  el  Congreso 
a  lanzar  a  la  metrópoli  el  desafío  de  su  Declaración,  el 
3  de  julio,  una  escuadra,  enviada  de  Puerto  Rico  por  el 
comisionado  regio,  compuesta  de  una  fragata  de  44  :  la 
Cornelia,  de  una  corbeta,  de  dos  bergantines  y  de  tres 
goletas,  montadas  por  mil  hombres  de  tropas,  se  presen- 
taba ante  Cumaná.  La  Junta,  a  cuya  cabeza  se  hallaba 
Vicente  Sucre,  organizó  rápidamente  la  resistencia,  puso 
en  pie  2000  hombres,  con  lo  cual  hizo  imposible  todo 
desembarque.  Mas  no  por  tan  poco  se  dejaba  intimidar 
Cortabarría ;  como  los  reducidos  medios  de  que  disponía 
no  le  habían  permitido  hacer  efectivo  el  bloqueo,  ponía 
todo  su  empeño  en  provincias,  esparciendo  por  todas  partes 
calumnias  contra  los  patriotas,  anunciando  los  terribles 
castigos  que  esperaban  a  los  a  rebeldes  ».  Los  capuchinos 
de  las  misiones  de  Caroni.  cerca  de  x\ngostura,  capital  de 
la  Guavana,  que  imperaban  en  absoluto  sobre  los  habitantes 
de  la  comarca,  trabajaban  con  éxito  en  favor  de  la  reacción. 
Los  patriotas  tuvieron  que  convencerse  de  que  no  podían 
contar  con  esta  provincia.  En  otros  sitios  estallaron  sedi- 
ciones. Las  Juntas  pudieron  sofocarlas  fácilmente,  pero 
menudeaban,  resultando  más  peligi'osas  cada  vez. 

Desde  hacía  dos  meses,  el  partido  español  de  Caracas 
recibía  secretas  excitaciones.  Don  Juan  Díaz  Flórez,  rico 
neofociante    canario,    recibií)    cncaroc)    de    Cortabarría    de 

1.  L.^.MARTJ^E.  Ilistuire  des  Gironclins.   lib.  XXX,  cap.  ii. 


348  KL    l'üKCl  liSOl! 

foiiienlai'  una  icvolucúui  eii  la  capital.  Cicvó  Flóiez  conse- 
guirlo :  aliste)  a  alounos  oficiales  v  a  un  centenar  de  desdi- 
chados a  quienes  seducía  la  perspectiva  de  oanar  el  paraíso 
combatiendo  a  «  los  demonios  del  Congreso  ».  El  11  de 
julio,  mientras  se  estaban  preparando  las  fiestas  de  la 
proclamación  pública  de  la  Independencia,  los  conspira- 
dores, ostentando  corazas  de  boja  de  lata  y  escapularios 
de  grandísimo  tamaño,  blandiendo  trabucos  y  sables 
mellados,  se  reunieron  en  el  terraplén  de  Los  Teques.  que 
domina,  al  oeste,  una  de  las  salidas  de  la  ciudad,  enarbo- 
laron  un  estandarte  con  la  imaoen  de  la  Virgen  del  Rosario, 

o  o 

y  se  pusieron  en  marcha  a  los  gritos  de  :  <(  ¡Viva  el  Rey! 
¡Mueran  los  traidores !  » 

Acjuella  mascarada  tuvo  un  fin  trágico.  Cercados  por  la 
muchedumbre  y  el  pueblo,  los  canarios  fueron  desarmados, 
arrestados  y  encarcelados ;  y  el  tribunal  de  vigilancia, 
arrastrado  por  deplorable  exceso  de  celo,  condenó  a  los 
cabecillas,  en  número  de  dieciséis,  a  la  pena  capital. 
Fueron  fusilados  el  15  de  julio,  y,  según  antigua  costumbre 
f[ue  choca  ver  renovada  por  los  patriotas,  las  cabezas  cor- 
tadas fueron  expuestas  en  las  encrucijadas  de  la  población'. 

En  esto,  preparábase  en  Valencia  una  insurrección 
mucho  más  grave.  Celosa  de  su  antigüedad,  esta  ciudad, 
en  otro  tiempo  capital  de  Venezuela,  había  acariciado  la 
esperanza  de  que  el  proyecto  de  subdivisión  de  la  provincia 
de  Caracas  le  devolvería  algunos  de  sus  privilegios  de 
ciudad  metropolitana.  Los  agentes  de  Cortabarría  hacían 
en  ella  activísima  propaganda.  Excitaron  el  amor  propio 
de  la  Junta  asegurando  que  los  patriotas  de  Caracas  obe- 
decían sólo  a  motivos  de  aml)ición  personal,  y  esparcieron 
entre  el  pueblo  el  rumor  del  arresto  del  arzobispo.  El  clero 
regular,  ofendido  por  el  desdén  con  que  le  trataban  las 
autoridades   eclesiásticas  de   la  capital,   hizo  causa   común 

1.  Aunque  no  citado  por  los  historiadores  contemporáneos  de 
Venezuela,  el  Iieclio  parece  innef^abie.  Ija  Memoria  para  sers-ir  ti  la 
Historia  de  la  Caj)ilaiiía  General  de  Vararas,  publicada  en  Pai-is  en 
18 J. 5,  lo  menciona  expresamente,  lo  mismo  que  la  Esr/nisse  de  la 
I{é\olutinii  de  VAniéri(¡uc  espabílale  (Bosquejo  tle  la  Revolución  de 
la  América  española),  l'an's,  1817,  pp.  115  y  116,  cuyo  autor, 
Manuel  Palacios,  delegado  en  Europa  por  el  gobierno  revolucio- 
nario, no  es  sospechoso. 


l>liI.Mi;HA    lil'.l'l  lü.lCA    l)K    VKNK/UKI.A  349 

con  los  a<^¡  I  adores,  llccordó  \alriu'¡a  (|ii('  on  su  blas(ni 
íit;iii'al)a  el  lema  «  Fiel  al  Rey  »■  Los  iVailcs  predicaron 
la  cruzada,  y  se  comenzó  a  levantar  tropas  paia  (guerrear 
contra  los  a  herejes,  los  ateos  y  los  Irancmasones  de 
Caracas  ». 

Cruel  desengaño,  al  mismo  tiempo  que  seria  alarma  fué 
para  éstos  tal  sublevación.  Habían  contado  siempre  con  la 
adhesión  de  Valencia  y  de  las  ricas  regiones  circunvecinas, - 
cuva  ayuda  era  preciosa  por  demás.  Su  vecindad  con  las 
provincias  realistas,  la  proximidad  del  excelente  puerto  de 
Puerto  Cabello,  por  el  cual  podría  Cortabarría  introducir 
poderosos    refuerzos,    constituían    otras    tantas    amenazas. 

El  ejecutivo,  investido  de  facultades  extraordinarias  por 
el  Congreso,  pidió  socorro  a  las  Antillas  inglesas.  Los 
gobernadores  contestaron  que  sus  instrucciones  se  limitaban 
a  las  relaciones  comerciales  de  las  Colonias  con  Costa 
Firme  :  podían  estas  relaciones  contar  con  la  absoluta  pro- 
tección de  las  autoridades  británicas.  Respecto  a  lo  demás, 
era  preciso  esperar  órdenes  del  gabinete  de  Londres'. 

Quedó  entonces  decidida  una  expedición  contra  Valencia. 
Los  cuatro  a  cinco  mil  hombres  que  el  gobierno  revolucio- 
nario había  seguido  sosteniendo  y  ejercitando  lo  mejor 
que  podía,  recibieron  orden  de  ponerse  en  marcha  contra 
la  piovincia  rebelde.  La  dirección  de  las  operaciones  fué, 
también  esta  vez,  confiada  al  marqués  del  Toro,  ([uien 
tomó  a  su  heimano  Don  Fernando  como  jefe  de  estado 
mavor.  Al  principio,  ganaron  algunas  acciones  los  inde- 
pendientes. Toro  batió  un  destacamento  enemigo  en  el 
cerro  de  los  Corianos.  cerca  de  INIariara.  Pero  tuvo  que 
replegarse  casi  en  seguida  sobre  ]NLaracay,  desde  donde 
pidió  desesperadamente  refuerzos  a  Caracas  (  lí)  de 
julio). 

Entonces  decidió  el  Congreso  recurrir  a  Miranda.  (|ulen 
no  había  esperado  menos  de  siete  meses  el  puesto  de  con- 
fianza que  esperaba  verse  ofrecer  desde  su  llegada  a  Vene- 
zuela, y  del  que,  sólo  obligados  por  la  necesidad,  le  encar- 
gaban sus  compatriotas. 


1.    Contestación   del   gobernador    de    Trinidad,    Monroe,  al  poder 
ejecutivo  citado  por  Restrepo,  op.  cit.,  t.  II,   cap.  iil,  p.  29. 


350  EL    PUECUUSOK 


III 

No  sin  oposición  manifiesta  consintió  el  poder  ejecutivo 
en  ratificar  la  designación  de  Miranda  como  «  general  en 
jeíe  de  los  ejércitos  nacionales  »  ;  la  animosidad  que  los 
Venezolanos,  jenófobos  por  instinto,  liahi'an  manifestado 
en  scpuida  al  Precursor,  se  había  agravado  desde  entonces 
con  todos  los  desdenes  que  éste  les  oponía.  No  había  querido 
Miranda  disimular  sus  desengaños  ni  su  amargura.  Lleno 
de  la  más  ferviente  convicción,  había  aceptado  el  papel 
secundario  que  le  habían  designado;  pero  su  secreto  resen- 
timiento al  verse  así  postergado,  se  había  manifestado  con 
frecuencia  por  alusiones  despreciativas,  poi'  frases  mordaces 
que  herían  el  amor  propio  de  los  criollos.  No  les  ocultaba 
cuan  mezquinas  eran  sus  disensiones,  y  cucán  ridículos  le 
parecían  sus  escrúpulos.  Le  exasperaban  el  fanatismo  y 
la  mojigatería  de  las  clases  populares.  Aquella  resignación 
serena  que  Miranda  se  había  impuesto  como  deber  primor- 
dial desde  hacía  tantos  años,  le  faltaba  ahora  por  la  cosa 
más  insignificante.  Ostentaba  un  tono  agrio  con  sus  jóvenes 
compañeros.  En  fin,  llamado  a  ocu|)ar  el  puesto  más 
elevado  que  pudiera  ambicionarse  en  el  estado  actual  del 
país,  el  viejo  general,  lejos  de  mostrarse  agradecido  a  la 
^^lelerencia  que,  por  tardía  que  fuera,  le  manifestaban,  hizo 
críticas  sobre  la  mala  apostura,  la  indisciplina  de  las 
tropas,  la  incompetencia  de  los  oficiales. 

Desde  la  entrada  en  campaña,  Bolívar,  se  apresuró  a 
pedir  servicio  y  solicitó  el  mando  de  un  regimiento.  Miranda 
se  negó  a  ello,  alegando  la  falta  de  experiencia  del  j<)ven 
coronel  de  milicias  «  cuyos  títulos,  declaró,  no  justificaban 
en  manera  alguna  las  pretensiones  ».  Indignado,  Bolívar, 
exigió  ser  escuchado  por  un  consejo  de  guerra,  e  hizo  que 
interviniera  el  marqués  del  Toro,  pariente  suyo,  para 
inducir  al  poder  ejecutivo  a  revocar  el  decreto  del  general'. 
Entre  tanto,  éste  último,  consintió  en  que  Toro  tomase  a 
Bolívar  como  ayudante.  Quedó  terminada  la  discusión, 
pero  indispuso  toda  la  aristocracia  criolla  conlia  Miranda. 

1.    V.    LarKAí5ÁBAL,    Op.   cit.,  t.    I,    ch.    VI. 


l'lilMEliA    liElH  ÜLICA    DE    VENEZUELA  :io\ 

Benóvolo  ii  pesar  de  sus  altaneros  ímpetus,  exaoeraha 
adrede  las  severidades  y  las  rudezas  que  creía  útiles  para 
el  aprendizaje  militar  y  cívico  de  sus  compatriotas,  no 
consiguiendo  más  que  ii'ritarlos  inúlilmentí!.  Lo  (jue  le 
hizo  perder  por  completo  las  simpatías  d<d  comité  guber- 
namental, ya  muy  escasas,  fue  la  moción  que  presentó  al 
Congreso,  la  víspera  de  su  salida  para  Valencia,  en  favor 
de  españoles  establecidos  en  Venezuela.  El  comité,  desde 
entonces,  manifestó  una  reserva  hostil  al  nuevo  general 
en  jefe. 

^liranda,  a  quien  repugnaba  profundamente  la  guerra 
civil,  no  había  aceptado  sino  por  abnegación  la  ingrata 
tarea  que  le  habían  confiado.  Tarea  que  hacían  más  penosa 
los  poderes  sospechosos  y  restringentes  de  que  había  sido 
provisto.  El  20  de  julio  salió  de  Caracas  a  la  cabeza  de  las 
tropas  de  refuerzo,  y  se  reunió  sin  tardar  con  el  cuartel 
general  del  marqués  del  Toro  en  jNIaracay.  Sus  instrucciones 
le  prescribían  conducir  rápidamente  las  operaciones  y  des- 
baratar a  todo  trance  la  resistencia  de  los  rebeldes  ;  pero 
en  seguida  comprendió  los  peligros  a  que  iba  a  exponer  el 
porvenir  de  la  Independencia,  la  obediencia  rigurosa  de 
aquellas  indicaciones.  En  efecto,  la  rebelión  de  Valencia 
tenía  un  carácter  más  grave  de  lo  que  los  Proceres  creían. 
La  Junta  de  Valencia,  al  declararse  contra  el  gobierno  de 
Caracas,  había  cedido  más  bien  a  la  presión  de  las  clases 
bajas  que  a  la  simple  vanidad  de  hacer  prevaler  aspiraciones 
separatistas. 

No  eran  unánimemente  compartidas  estas  aspiraciones, 
y  los  más  convencidos,  hasta  entre  los  criollos,  las  hubieran 
tal  vez  sacrificado  al  interés  general  de  la  causa  revolucio- 
naria. Pedro  Peñalver,  comisionado  por  la  Junta  ante 
INIiranda,  se  lo  dio  a  entender  claramente  durante  una 
entrevista  en  Guacara,  adonde  había  llegado,  el  2.3  de  julio, 
el  ejército  independiente.  Pero  Peñalver  añadió  que  sus 
colegas  tenían  que  contar  con  una  población  fanatizada  por 
los  agentes  realistas  v  que  podía  ejercer  sus  violencias 
contra  los  criollos,  de  no  ser  obedecidas  las  órdenes  de 
aquella.  Los  frailes  franciscanos  habían  excitado  pérfida- 
mente la  antigua  rivalidad  de  casta  entre  los  hiestizos  y  los 
esclavos  ([ue  componían  la   inmensa  mayoría  de  los  habi- 


352  EL    PKECriiSOli 

tantos  de  Valencia  y  de  sns  an-abales,  hasta  el  punto  de 
que,  más  tarde,  una  de  las  máximas  corrientes  de  la  polí- 
tica española  era  :  ((  que  los  pardos  eran  fieles,  y  revolu- 
cionarios los  blancos  criollos  con  quienes  era  necesario 
acabar'  ». 

Previo  INIiranda  aquellas  terribles  consecuencias,  pues 
la  propaganda  de  los  emisarios  de  Cortabarría  ganaba  con 
extremada  rapidez  la  región  entera  e  invadía  las  provincias 
vecinas  :  por  todas  partes  los  esclavos  tomaban  las  armas 
y  se  alistaban  bajo  las  banderas  reales.  Hubieran  sido 
menester  hábiles  maniobras,  pacientes  demostraciones  para 
apaciguar  las  discordias  y  disipar  el  error.  La  superioridad 
de  las  fuerzas  independientes  quitaba  toda  probabilidad  de 
victoria  inmediata  a  los  rebeldes;  pero  también  era  cierto 
que  un  castigo  demasiado  riguroso  habría  alimentado  el 
odio  que  los  excitadores  hubiesen  fomentado  entonces  más 
que  nunca.  Por  eso.  Miranda,  deseaba  ardientemente 
reducir,  en  la  medida  de  lo  posible,  la  publicidad  de  la 
represión. 

El  delegado  Peñalver  pareció  adelantarse  a  sus  deseos 
al  proponerle  un  armisticio  en  nombre  de  la  Junta.  Animó 
a  Miranda  a  que  se  acercara  a  la  ciudad  y  a  que  enviara 
parlamentarios,  asegurándole  las  probabilidades  de  un 
acuerdo.  Miranda  se  dejó  convencer.  Tomó  en  seguida  el 
camino  de  Valencia,  a  la  cabeza  de  un  destacamento  consi- 
derable, y  fué  recibido  a  cañonazos  al  llegar  frente  a  la 
fortaleza  del  Morro  que  domina  el  oeste  de  la  ciudad.  Los 
soldados  se  precipitaron  al  asalto  de  las  trincheras,  por 
cierto  mal  defendidas,  se  apoderaron  del  fuerte,  hicieron 
prisionera  a  la  guarnición,  y,  envalentonados  por  este 
éxito,  continuaron  su  marcha  hasta  las  puertas  de  Valencia. 
Los  arrabales  estaban  tran([uil()s ;  siguieron  adelante.  De 
repente,  al  volver  la  ^esquina  de  la  calle  que  atraviesa  la 
ciudad  V  acaba  en  la  Plaza  Mayor,  los  independientes 
vi(>ron  ])arricadas,  tropas  en  orden  de  batalla,  artillería. 

A  pesar  de  los  esfuerzos  de  Miranda  por  contener  a  su 
gente,  comenzó  la  acción.  Los  insurrectos  aparentan  dis- 
persarse, pero  una  terrible  fusilería  estalla  en  las  fachadas 

1.  HiíRKUiA,  [{evoluciones  de  Venezuela,  op.  cit.,  p.  30. 


1>1!1M1;HA     liKI'l  HLICA    Dli    VENEZUELA  358 

del  cuartel  llamado  de  los  Mestizos  v  del  convenio  tle  San 
Francisco,  extendiéndose  a  lo  larüo  de  los  dos  lados  de  la 

o 

plaza  y  translormados  en  cindadelas.  Bajo  la  metralla  que 
llovía  de  las  ventanas,  las  columpias  independientes  se 
mermaban.  Miranda  veía  caer  cerca  de  él  a  los  jóvenes 
oficiales  impasibles.  La  infantería  flaquea,  la  caballería 
retrocede.  Por  primera  vez' va  a  dar  Bolívar  la  medida  de 
su  valor. 

El  y  Fernando  del  Toro  acaban  de  recibir,  del  general 
en  jefe,  la  orden  de  reunir  las  tropas  y  de  apoderarse  de 
las  fortalezas  improvisadas.  La  aguda  voz  de  Bolívar 
domina  el  tumulto,  su  ademán  imperioso  precipita  los 
hombres,  se  arroja,  seguido  de  un  numeroso  grupo  de 
jinetes;  pero  las  puertas  resisten  al  furioso  empuje  de  los 
asaltadores.  La  temeraria  empresa  fué  inútil;  los  caballos 
se  hacinan  al  pie  de  las  murallas  sobre  las  cuales  pega  la 
impotente  artillería.  A  Fernando  del  Toro  lo  recogen  con 
las  piernas  rotas  por  una  bala  de  cañón.  Sigue  el  fuego. 
Bolívar  escapa  providencialmente  a  la  muerte  que  no  había 
dejado  en  pie  más  que  un  puñado  de  sus  compañeros. 

Tuvo  iNliranda  que  mandar  tocar  a  retirada.  Volvió  a 
Guacara,  ocupando  de  nuevo  sus  posiciones,  las  reforzó  con 
nuevos  efectivos  y  organizó,  durante  la  semana  que  siguió, 
pequeñas  expediciones  contra  Ocumare  v  Cata,  ocupán- 
dolas casi  sin  resistencia.  El  8  de  agosto  emprendió  el 
cerco  de  Valencia.  Los  independientes  emplearon  aún 
cinco  días  en  hacerse  dueños  de  ella.  Un  cordón  cuidado- 
samente establecido  alrededor  déla  ciudad  había  impedido 
a  los  sitiados  el  abastecerse.  Tuvieron  que  rendirse  a  dis- 
creción, el  13  de  agosto,  no  sin  haber  opuesto  una  resis- 
tencia desesperada,  a  la  acometida  tle  las  tropas  indepen- 
dientes, que,  después  de  un  supremo  combate,  llegaron 
por  fin  a  lorzar  las  puertas  del  convento  y  del  cuartel,  en 
donde  los  defensores  de  Valencia  habían  agotado  sus 
últimas  municiones.  La  escuadrilla  insurrecta  que  ocupaba 
la  laguna  vecina,  se  sometió,  al  mismo  tiempo.  La  campaña 
había  terminado,  costando  800  hombres  y  1  500  heridos  al 
ejército  independiente. 

Al  menos,  hubiera  sido  lógico  que  Miíanda,  utilizando 
l<»s   4000  s(ddados  válidos  que   le  (¡uedaban  aún,  comple- 

23 


354  KL    PliECUllSOR 

tara  la  padíicación.  obtenida  tan  caramente,  con  la  de  las 
provincias  de  Coro  y  íMaracaiho  en  donde  la  contra-revo- 
lución seguía  siendo  preponderante.  «  Puesto  que  se  había 
resuelto  emplear  la  ÍUQrza,  era  necesario  emplearla  hasta 
el  fin.  ))  El  Precursor,  a  quien  sus  instrucciones  prescribían 
volver  a  Caracas  hizo  valer  este  argumento  ante  el  ejecutivo 
y  solicitó  continuar  las  operaciones.  El  gobierno  se  negó 
a  ello^  Envidiosos  de  un  éxito  del  qiie  el  Precursor  mismo 
no  se  envanecía,  sus  enemigos  lo  obligaron,  con  sus 
intrigas,  a  dejar  su  puesto.  Tuvo  que  resignarse  una  vez 
más;  encargó  a  Bolívar,  al  que,  por  razón  de  su  valeroso 
comportamiento  proponía  oficialmente  para  el  grado  de 
coronel,  de  llevar  a  Caracas  la  noticia  del  éxito  de  los 
«  ejércitos  colombianos  n  y  volvió  para  tomar  parte  en  el 
Congfreso  el  22  de  agosto. 

Los  diputados  declararon,  desde  el  día  siguiente,  cjue  la 
asamblea  reasumiría,  hasta  nueva  orden,  las  funciones  del 
poder  ejecutivo,  y  que  iba  a  consagrarse  exclusivamente  a 
la  discusión  de  la  Constitución.  Los  debates  se  abrieron  en 
seguida,  procurando  a  los  patriotas,  aun  embriagados  de 
sus  recientes  valentías  y  exaltados  por  la  idea  de  una 
libertad  que  creían  haber  conquistado  para  siempre,  la 
ocasión  de  discursos  y  de  retumbantes  controversias. 

Sin  embargo,  jamás  las  circunstancias  se  habían  pres- 
tado menos  a  aquel  intermedio  declamatorio  que,  en  su 
deseo  de  imitar  las  costumbres  de  las  asambleas  de  la 
Revolución  francesa,  los  congresistas  se  complacían  en 
prolongar.  Hasta  llegaion  a  pi'ctender  infligir  a  ^lirauda 
el  ti'atamiento  de  suspición  (|ae  usalian  los  convencionales 
para  con  los  generales  de  la  República.  Algunos  dipu- 
tad(>s,  a  ([uienes  exaltaba  la  preocn|)ac¡ón  de  reencainar  a 
los  R<d)cspierre  v  a  los  b\)ii<|ui('r- rinville.  no  temieron 
jx'dir  (|U('  fuera  procesado  Miiaiida.  Invocaban  el  recuerdo 
de  Ciisline  v  recordaban  (|ue  su  ejecución  había  parecido, 
en  otia  época,  necesaria  para  la  salvación  del  pueblo  y  de 
la  República... 

Por  iorluna.  esta  siniestra  comedia,  aconsejada  [)()r  la 
envidia  y  el   odio,  sólo  a   medias  engañó  al  Congreso.  Las 

J.  V.  Zi£A,  Historia  de  Colovihia.  Londres,  1822, 


l'lilMKliA     liKPI  lil.lCA    DI-:    VKNKZIELA  355 

ovacioiK's  del  piihlict»  admilido  a  la  sesión  cii  «juc  debía 
discutirse  la  acusación,  vengaron  a  Miíaiida.  Pero  este  no 
pudo  contenerse  de  descargar  altaueíos  sarcasmos  sobre 
sus  enemigos.  Añadió  que  desdeñaba  las  olensas,  que,  no 
obstante,  deídaraba  que  hacían  mal  en  desatender,  por 
|)ar<)dias   ridiculas,  los  verdaderos   intereses  de  la   patria. 

Kn  electo,  (d  Congreso  parecía  descuidarlos  de  extraña 
manera.  Licenciaba  las  tropas,  y.  tales  fueron  entonces  el 
desaliento,  la  impotencia  o  el  rencor  de  Miranda,  que, 
lejos  de  protestar  contra  aquella  deplorable  medida, 
tomaba,  al  contraiio,  la  responsabilidad  de  ella,  decre- 
tando, en  su  calidad  de  general  en  jcíe,  el  desarme  general 
del  cuerpo  expedicionario. 

Así  pues,  como  él  mismo  lo  había  anunciado,  y  como 
era  de  prever,  el  comisionado  regio  multiplicaba  las  intrigas 
paia  hacer  durar  la  lesistencia.  Asegurado  Cortabarría  de 
la  completa  adhesión  de  las  provincias  occidentales, 
preparaba  en  ellas,  con  toda  comodidad,  una  importante 
expedición  y,  por  otra  parte,  estimulaba  con  ardor  el  celo 
de  los  agentes  realistas  en  Guayana. 

Casi  tanto  trabajo  les  costaba  a  éstos  el  reclutar  y 
organizar  voluntarios,  como  a  los  gobernadores  republi- 
canos de  las  provincias  limítrofes  de  Barinas,  Cumaná 
y  Barcelona.  En  uno  y  otro  campo  había  que  recuirir 
a  verdaderas  cazas  de  hombres  para  llegar  a  reunir,  a 
costa  de  innumerables  dificultades,  algunos  soldados  indó- 
ciles cuya  mayor  preocupación  era  escapar  de  los  deberes 
([ue  de  ellos  se  esperaba. 

Al  principio,  los  independientes  (djtuvieron  sobre  este 
punto  mejores  resultados  que  sus  adversarios.  A  fines  de 
agosto  habían  llegado  a  concentrar  efectivos  en  las  prin- 
.'ipales  localidades  de  la  orilla  izquierda  del  Orinoco, 
|)rincipalmente  en  Barrancas  y  Santácruz.  Pero  carecían 
(le  medios  de  transportes  fluviales,  en  tanto  que  los  Espa- 
ñoles disj)onían.  de  una  impoi'tante  llotilla.  Así  pues,  a 
estos  últimos  jes  lile  j)OsibIe  desembarcar  -varias  expedi- 
ciones pe([ueñas  <[ue  batiei'on  separadamente,  durante  el 
mes  de  se|)t¡eml)re.  las  débiles  guaní iciones  («scalonadas  a 
lo  largo  del  río.  jj  capitán  que  mandaba  una  de  esas 
expediciones,   compuesta  de   300  hombres.   Don  Francisco 


35fi  EL    PRECURSOR 

Queveclo.  avanzó  valieiiteincutc  hasta  Pao,  inieiitias  olio 
partido  realista  destrozaba  los  defensores  de  Santaeruz,  y 
que  otro  penetraba  en  la  provincia  de  Barinas.  Diezmados 
o  rechazados  en  cada  sitio,  los  independientes  vieron 
pronto  caer  en  poder  de  los  Españoles  toda  la  cuenca 
del  Orinoco.  Esto  era  una  de  las  más  graves  amenazas 
para  Venezuela  y  para  Nueva  Granada,  cuya  capital  misma 
resultaba  de  este  modo  asequible  a  una  invasión  por  el 
Meta  y  el  rio  Negro,  afluentes  del  Orinoco,  navegables 
hasta  las  regiones  vecinas  de  Santa  Fe.  El  canónigo  Mada- 
riaga  que  había  vuelto  a  Caracas  algunos  meses  antes, 
había  seguido  precisamente  este  camino,  y  en  el  relato 
que  publicó  de  su  viajen  no  dejó  de  indicar  expresamente 
el  peligro. 

La  extraña  confianza  de  los  patrit)tas  no  pareció  conmo- 
verse por  ello.  El  2  de  septiembre,  Ustáritz,  había  pre- 
sentado a  sus  colegas  el  proyecto  de  Constitución  elabo- 
rado por  la  comisión  que  él  presidía,  y,  desde  entonces, 
los  congresistas  se  entregaron  con  decidido  entusiasmo  a 
las  controversias  y  a  los  juegos  oratorios  que  parecían 
haberse  convertido  en  primordial  objeto  de  sus  activi- 
dades. Sin  embargo,  no  había  sólo  dogmatismo  y  retórica 
en  aquellos  discursos.  Un  sentimiento  más  elevado  animaba 
a  los  patriotas  y  sobre  todo  a  los  Proceres  que  voluntaria- 
mente olvidaban  en  aquellos  momentos  los  obstáculos 
acumulados  para  impedir  el  éxito  de  su  noble  empresa. 
Para  ellos,  la  constitución  era  la  coronación  suprema  del 
edificio  que  querían  ellos  fuera  admirable  y  perfecto,  a 
fin  de  que  los  pueblos  tuviesen  más  valor  para  defenderlo 
después.  Importaba  pues  emplear  materiales  de  primer 
orden  en  la  construcción  de  aquella  ciudad  ideal.  ¿No  era 
necesario  también  que  el  espíritu  de  los  grandes  reforma- 
dores del  pasado  acudiera  a  colaborar  en  la  prestigiosa 
obra?  Al  apasionado  patriotismo  de  los  obreros  de  la 
Independencia  se  imponía  el  examen  escrupuloso  de  los 
precedentes  históricos.  Por  otra  parte,  al  invocar  los 
recuerdos,     los    episodios,    los    augustos    nombres    de    la 

1.  Diario  y  Observacioues  de  1).  José  Cortés  de  Madariaga  en  su 
regreso  de  Santa  Fe  a  Caracas  por  la  vía  de  los  ríos  Negro,  Meta  y 
Orinoco,  etc.    Caracas,  octubre  de   1811.  D.  III,  610. 


PRIMERA    RKPi;i¡I,ir.A    DK    VENR/UKLA  .{57 

Francia  republicana,  los  Proceres  entendían,  al  mismo 
tiempo,  tril)utar  homenaje  solemne  a  principios  que  les 
habían  servido  de  sostén,  de  ((uía.  conduciéndolos  al  puerto 
de  salvación. 

Por  eso,  las  doctrinas  de  la  Revolución  írancesa  lueion 
entonces  proclamadas  con  una  devoción  que  rayaba  en 
lanatismo.  Hubo  en  aquel  Congreso,  como  en  las  asam- 
Ideas  similares  ocupadas  entonces  en  la  elaboración  de 
las  primeras  carias  de  las  nacionalidades  apenas  nacidas, 
como  un  reflorecimiento  maravilloso  del  pensamiento 
trances.  Montesquieu.  Voltaire,  Rousseau  y  sus  discí- 
pulos, en  ninouna  parte  fueron  jamás  tan  citados,  comen- 
tados V  llevados  al  pináculo,  comí»  en  aquella  tierra  de 
América,  en  donde  se  podía  vei-  revivir,  en  una  esplendo- 
losa  pléyade  de  simpáticos  visionarios,  los  apóstoles  d(í 
1785J.  La  fascinación  embaroó  al  pueblo  mismo.  Entonó  el 
himno  de  alegría  y  de  agradecimiento  con  cuyos  acentos 
se  fortalecía  la  virtud  de  los  Proceres,  en  vísperas  de 
seguras  catástrofes.  Por  fin  fué  promulgada  la  Constitu- 
ción el  21  de  diciembre  de  1811,  y,  aquel  día,  los  dipu- 
tados fueron  llevados  hasta  sus  casas,  en  medio  de  un 
cortejo  numerosísimo  de  ciudadanos  llenos  de  gozo  cuyas 
aclamaciones  se  confundían  con  las  salvas  y  el  repique  de 
las  campanas. 

La  primera  Constitución  de  Venezuela^  que,  por  la 
solemnidad,  la  claridad,  la  lógica  y  la  perfección  de  su 
texto,  merece  ser  citada  como  modelo  de  este  género, 
erigía  las  siete  provincias  de  la  antigua  capitanía  general 
en  otros  tantos  cuerpos  políticos  soberanos,  ligados  por 
i'ccíprocas  garantías,  y  cuyo  conjunto  formaba  una  repú- 
blica federativa.  El  poder  legislativo,  el  derecho  de  paz  o 
d(?  guerra  eran  confiados  a  una  cámara  de  representantes 
y  a  un  senado  que  debían  reunirse  todos  los  años,  el  15 
de  enero,  en  la  ciudad  que  fuera  escogida  como  capital  de 
la  confederación.  «  Esta  nunca  podrá  ser  capital  de  nin- 
guna provincia.  »  Tres  ministros  responsables  designados 
poi'  los  colegios  electorales,  ejercen,  en  tiempo  oportuno, 
el  poder  ejecutivo  v  tienen   a  su  cargo  los  nonibiamicntos 

I.  D.  ni,  031. 


358  EL    PRECURSOR 

para  los  empleos  ele  la  administración  v  para  el  ejército. 
El  poder  judicial  está  depositado  en  una  corte  suprema, 
en  tribunales  de  segunda  y  de  primera  instancia.  Los  Dere- 
chos del  Hombre,  la  igualdad  para'  todos  v  la  religión 
católica  forman  las  bases  morales  de  este  acto  de  unión'. 
Terminaba  por  esta  apostrofe  característica  :  «  Pueblo 
soberano,  oye  la  voz  de  tus  mandatarios  :  el  proyecto  del 
contrato  social  que  ellos  te  ofrecen  fué  sugerido  solo  por  el 
deseo  de  tu  felicidad  :  tú  solo  debes  sancionarlo-  :  coló- 
cate antes  entre  lo  pasado  v  lo  futuro  :  consulta  tu  interés 
y  tu  gloria  y  la  patria  quedará  salvada.  » 

Tal  era  en  sus  líneas  principales  aquel  código  de 
228  artículos  en  que  los  ensueños  del  Contrat  Social  \  las 
lecciones  del  Esprit  des  lois  se  mezclaban  a  las  doctrinas 
de  los  Estados-Unidos  de  la  América  del  Norte,  que 
acababa  por  consagrar,  de  la  noche  a  la  mañana,  la 
garantía  de  todas  las  libertades  en  favor  de  una  población 
incapaz  de  asimilárselas,  sin  aprendizaje,  y  mucho  menos 
capaz  de  ponerlas  en  práctica. 

Cierto  que  el  federalismo,  como  aglomeración  de  pode- 
res independientes  pero  ai-moniosamente  escalonados,  que 
colaboran  al  cumplimiento  de  unánimes  aspiraciones, 
debe  ser  considerado  como  la  más  alta  expresión,  la  sín- 
tesis perfecta  y  el  fin  de  toda  evolución  política  Y  es 
también  privilegio  admirable  de  la  América  del  Sur  el  que 
todo  se  halle  en  ella  clasificado  y  agrupado  separada- 
mente por  la  naturaleza,  al  mismo  tiempo  c[ue  en  correla- 
ción de  reciprocidad  y  de  armonía.  La  naturaleza  es  fede- 
ralista en  el  Nuevo  Mundo  más  que  en  ninguna  otra 
región  del  globo  :  la  confederación  (separación  y  unión 
al  mismo  tiempo),  se  halla  en  los  Andes  y  las  pampas,  en 
los  ríos  y  las  altas  mesetas,  en  las  zonas  climatéricas, 
en  la  composición  y  en  la  distribución  de  las  razas  v  de 
las  castas,  en  los  elementos  de   toda  producción,  en   todo 

1.  V.  Gil  Fortoul,  on.  cit..  1.  I,  Corisiitiiciün  Federal  de  18J1, 
pp.  157-171. 

2.  Cf.  Roussf.au  :  «  Los  dipulados  del  pueblo  no  son,  pues,  ni 
pueden  ser  sus  representantes:  no  son  mas  que  sus  comisionados:  no 
pueden  tomar  ningún  acuerdo  definitivo.  Toda  ley  que  el  pueblo  en 
persona  no  lia  ratificado,  es  nula:  no  es  una  ley  ».  Coatrat  Social^ 
liv.  III,  ch.  XV. 


PRIMERA    REPÍRLTCA    \^V.    VENEZUELA  359 

lo  ([lie  puede  servir  de  })ase  a  la  constitución  y  a  la  dura- 
ción de  una  sociedad  ^ 

Pero,  apenas,  proclamada  la  independencia,  el  cuerpo 
social  se  hallaba  más  alejado  <[ue  otro  cualquiera  de  aquel 
armonioso  conjunto;  la  sociedad  americana,  en  pleno 
trabajo  de  evolución  social  y  aun  etnológico,  presentaba 
todavía  todos  los  caracteres  de  incoherencia  y  variedad 
inherentes  a  los  comienzos  de  las  transformaciones  polí- 
ticas; poderes  contiguos,  divididos  y  rivales  de  las  razas, 
de  las  subdivisiones  de  razas,  de  las  clases,  de  las  corpo- 
raciones, de  las  familias^. 

Por  otra  parte,  ya  hemos  visto  cómo  el  prestigio  indi- 
vidual bastaba  casi  siempre  para  provocar  sediciones, 
cuan  lácilmente  se  propagaban  éstas,  y  hemos  observado 
el  partido  que  los  promotores  de  desórdenes  continuaban 
sacando  de  la  recíproca  y  coexistente  hostilidad  de  los 
varios  grupos  sociales.  Hasta  las  más  avanzadas  entre  las 
entidades  coloniales,  carecían  de  los  elementos  indispen- 
sables para  el  establecimiento,  siquiera  superficial,  del 
nuevo  régimen.  Fuera  de  las  capitales  o  de  las  grandes 
ciudades,  los  hombres  capaces  de  desempeñar  funciones 
públicas  constituían  una  ínfima  minoría.  Las  provincias  no 
tenían  presupuesto  propio  v  las  modificaciones  que  se 
trataba  de  introducir,  apenas  esbozadas  por  cierto,  dista- 
ban tanto  de  una  aplicación  posible  como  de  un  funciona- 
miento regular. 

Estas  defectibilidades  aperecían  sobre  todo  en  Venezuela. 
Los  habitantes,  a  quienes  la  Constitutión  acababa  de  con- 
ferir el  ambicioso  título  de  ciudadanos,  diseminados  en 
número  de  700000,  próximamente,  en  un  territorio  que 
podía  contener  cómodamente  el  décuplo  de  esta  población, 
iban  a  encontrarse  más  divididos  aún.  aislados  política- 
mente, inaptos,  por  su  falta  de  instrucción  cívica  y  de  sus 
recursos  materiales,  para  subvenir  a  la  creación  y  a  la 
conservación  de  gobiernos  autónomos. 

Cualesquiera  que  fuesen  las  ilusiones  de  los  patriotas 
acerca  de  esto,  no  haJjía  correlación   alguna  entre  las  con- 

1.  Cf.  Sampir,  op.  cil..  p.  171. 

2.  Cf.  Tardt,  Les  Transforma  I  ¿o  iis  dii  powi'oir,  1  vol.  Pai'is  1899, 
ch.  X. 


•{60  EL    PliECURSOl! 

dieiones  sociales,  morales  v  políticas  de  las  colonias  espa- 
ñolas de  la  América  del  Sur  y  las  de  las  posesiones  inglesas 
de  la  América  del  Norte.  Inferir,  como  ellos  pretendían 
«  el  porvenir  de  unas  del  pasado  de  otras'  »,  era  un  error 
peligroso.  La  revolución  de  la  América  del  Norte  había  en 
realidad  consagrado  una  situación  de  hecho.  «  La  libertad 
se  había  aclimatado  allí  antes  que  la  independencia-.  »  Los 
tolerantes  y  hábiles  principios  de  la  colonización  inglesa, 
la  homogeneidad  de  la  población,  sus  orígenes  y  sus 
instintos  elevados,  la  frecuencia  de  las  comunicaciones 
con  la  metrópoli,  el  reparto  igualitario  de  la  instrucción  y 
de  las  fortunas,  la  bondad  del  clima,  las  ventajas  de  un 
territorio  fertilizado  y  provisto  de  grandes  ríos  navegables, 
de  excelentes  vías  de  comunicación,  los  progresos,  cre- 
cientes, de  la  industria  y  del  comercio,  todo  invitaba  a  los 
Americanos  del  Norte  a  sentar  de  una  vez  las  bases  defini- 
tivas de  una  gran  nación. 

En  cambio,  en  las  Colonias  españolas,  había  que  acabar 
primeramente  la  toma  de  las  formidables  bastillas  en  que 
las  pasiones,  los  prejuicios,  la  ignorancia  de  una  pobla- 
ción heleróclita  defendían  obstinadamente  un  arsenal  de. 
instituciones  medioevales,  a  Extremados  contiastes  en  la 
distribución  de  la  propiedad,  dividían  la  sociedad  toda; 
un  despotismo  semioriental  mantenía  a  las  clases  eleva- 
das sujetas  a  las  instituciones  mon;ír([uicas  poi'  todos  los 
lazos  de  la  fuerza,  de  la  vanidad,  del  eooísmo.  Estos 
mismos  lazos  encadenaban  lo  mismo  a  los  gentileshombres 
seculares,  a  quienes  los  más  orgullosos  criollos  tenían 
costumbre  de  besar  los  pies,  que  a  la  nobleza  clerical, 
ante  la  cual  los  gentileshombres,  a  su  vez,  se  arrastraban 
en  el  polvo  ;  del  mismo  modo  que  la  gran  masa  de  los 
Españoles  y  de  sus  partidarios  que,  estrechamente  unidos 
y  por  mil  distintos  lazos,  a  la  sociedad  americana, 
minaban  la  causa  nacional  y  patriótica  hasta  cuando 
eran  perseguidos  y  culpables'.  »  Separados  del  mundo, 
«  encerrados  entre  inmensas  cordilleras  á  solas  con  la 
ignorancia  y  la  superstición  ¿cómo,  esci-ibía  más  tarde  un 

1.  V.   Gf.kvinus,  op.  rií.,  1.  VI,  p.    1!>8. 

2.  Jd. 

3.  Gkkvií\us,  op.  rit.,  t.  VI,  p.   140. 


PIUMEHA    ÜRPIBLICA    I)F,    VENRZUF.I.A  :{6I 

hombre  ele  h'^slado  sudamericano',  podíamos  pasar,  de  la 
noche  á  la  mañana,  de  la  abyección  a  la  libertad,  y  com- 
prender, en  un  inslante,  nuestros  intereses,  y  adivinar  en 
otro  la  ciencia  diiicil  del  gobierno?  )> 

Miranda  fué  el  primero  en  darse  cuenta  de  estas  dife- 
rencias esenciales,  y,  también,  en  tener  conciencia  de 
las  obligaciones  y  de  la  táctica  que,  desde  aquel  momento, 
se  imponían  a  los  Proceres.  Sin  importarle  el  incurrir 
una  vez  más  en  la  animadversión  de  sus  compatriotas, 
denunció  el  peligro  a  que.  la  aplicación  de  las  teorías  de 
que  él  había  sido,  hasta  entonces,  partidario  notorio  y 
convencido,  iba  a  exponer  a  Sndamérica  :  «  La  organiza- 
ción federalista,  declaró  él  en  la  tribuna  del  Congreso,  no 
presenta  ninguna  de  las  garantías  de  claridad  y  de  sencillez 
necesarias  para  una  institución  duradera  en  estos  países. 
No  tiene  suficientemente  en  cuenta  las  costumbres  y  los 
usos  que  los  hábitos  seculares  de  sumisión  han  introducido 
y,  por  decirlo  así,  arraigado  en  ellos.  Lejos  de  agrupar  a 
los  Americanos  en  un  cuerpo  social  homogéneo,  no  servirá 
sino  para  dividirlos  más  aún  para  desgracia  de  la  salvación 
común  y  para   mayor  daño  de  la  Independencia  misma.  )) 

De  tales  consideraciones  resultaba  fatalmente  una  dolo- 
rosa  comprobación  :  la  proclamación  de  la  Independencia 
había  sido  prematura.  Esta  verdad,  que  no  iba  ya  a  dejar 
de  atormentar  secretamente  a  los  libertadores,  llevaba  en 
sí.  como  consecuencia,  la  necesidad  de  una  centralización 
firme,  de  un  gobierno  netamente  unitario.  En  el  espíritu 
de  Miranda,  como  por  cierto  no  iba  a  dejar  de  producirse 
en  el  de  los  jefes  sucesivos  de  la  Revolución-,  esta  convic- 
ción llegó  a  sei'  un  dogma.  En  suma,  este  fué  el  origen 
del  gran  partido  centralista  que  subsistió  hasta  nuestros 
días,  al  cual  vinieron,  con  el  tiempo,  a  reunirse  los  ele- 
mentos conservadores  y  que  pareció  así  renegar  de  los 
piinelpios  mismos  que  habían  regido  su  formación. 

Los  Proceres,  al  instituirse  en  defensores  del  unita- 
rismo, no  desconocían  la  excelencia  y  la  legitimidad  de 
las    doclriiias    federales,    ni    el     porvenir    particularmente 

1.  Carlos  Holguí.n,  Estudios  históricos,  Bogotá,  1878. 
12.  Ustáritz  y  Peñalver.  autores  de  la  Constitución  federal  de  1811, 
dos  años  más  tarde,  se  vuelven  partidarios  del  centralismo. 


362  EL    PRECURSOR 

próspero  que  le  prometían  las  posibilidades  esenciales  del 
Nuevo  Mundo.  Reconocían  solamente  que  lo  que  ellos 
habían  creído  realizable,  en  un  comienzo,  no  podría  serlo 
sino  después  de  un  período  intermedio  ;  por  instinto,  se 
atenían  aquí  a  los  preceptos  históricos  erigidos  desde 
entonces  en  ley  general  por  la  sociología,  y  según  los 
cuales  :  «  los  poderes  al  pronto  divididos  v  hostiles  se  han 
centralizado  para  dividirse  de  nuevo,  pero  de  acuerdo 
entre  ellos  ^  )>.  Aunque  el  antagonismo  entre  federalistas  y 
centralistas  había  de  servir,  en  adelante  y  con  demasiada 
frecuencia,  de  pretexto  para  las  ambiciones  personales, 
para  las  rivalidades  de  provincia  contra  provincia  o  de 
ciudad  contra  ciudad,  no  es  menos  cierto  que  hay  que 
atribuir,  sobre  todo  en  los  comienzos  de  la  Emancipación, 
al  muy  sensato  y  consciente  alan  del  bien  público,  las 
repetidas  tentativas  de  dictaduras,  los  provectos  monár- 
quicos et'ectuados  v  muchas  veces  pi'econizados  por  los 
campeones  de  la  Independencia. 

Mientras  tanto,  Bolívar  se  había  aproximado  a  Miranda, 
de  cuyas  ideas  sobre  este  punto  fué  partidario  desde  el 
primer  momento-.  Juntos  colaboraron  en  una  ardiente 
campaña  de  prensa  y  combatieron  con  todas  sus  fuerzas 
las  tendencias  que  iban  arraigándose  en  torno  de  ellos  : 
comprendían  pues  la  importancia  de  la  decisión  C[ue  iba  a 
intervenir  y  preveían  sus  funestos  resultados.  Pero,  inde- 
pendientemente del  ejemplo  de  los  Estados  Unidos  y  de  la 
atracción  de  las  doctrinas  de  la  filosofía  francesa,  el  con- 
cepto eminentemente  particularista  que  los  criollos  tenían 
de  la  patria  los  encaminaba  en  principio  hacia  las  teorías 
del  federalismo. 

Estas,  por  otra  parte,  prevalecieron  y  se  generalizaron 
con  tanta  rapidez,  que  los  esfuerzos  de  Miranda  y  de 
Bolívar  fueron  inútiles.  El  Congreso  hizo  imprimir  y 
distribuir  un  enorme  número  de  ejemplares  del  texto  de 
la  Constitución.  Comenzó  la  discusión  de  una  ley  electoral, 
declaró  abolida  la  tortura  y  suprimida  la  Inquisición.  En 
fin,  como  prenda  de  la  magnanimidad  de  sus  senti- 
mientos,   los    diputados    eligieron    Valencia  como   capital 

1.  Tarde,  op.  cit.,  p.  200. 

'2.  V.  O'Leary,  Memorias,  t.  I,  p.   36. 


l'lil.MKHA     ItKPl'BLICA    l)E    VRNKZIELA  W.i 

ícdt'ral  y  clecret.ii'on  que  la  asamblea  al)i'iiía  allí  la 
próxima  sesión  el  P  de  marzo  siguiente.  Los  agitadores, 
hechos  prisioneros  cuando  el  sitio  de  la  ciudad  rebelde, 
beneficiaron  de  aquellas  generosas  disposiciones.  El 
tribunal  de  vigilancia  los  absolvió  pura  v  simplemente  de  la 
acusación. 

Sin  embargo,  el  comisionado  regio  y  sus  agentes  volvían 
a  tomar  la  ofensiva  y  la  guerra  empezaba  de  nuevo  por  todas 
partes.  Cada  día  se  reforzaban  en  la  Guayana  los  partidos 
españoles.  Durante  las  últimas  semanas  de  diciembre 
de  1811,  se  habían  apoderado  de  las  plazas  de  Guayana 
Vieja  y  de  Angostui-a  del  Orinoco,  habían  aumentado  su 
flotilla  con  varias  unidades  y  sublevado  toda  la  región 
contra  los  independientes.  El  gobierno  de  Caracas  tuvo 
cjue  organizar  con  urgencia  un  cuerpo  expedicionario  de 
1  500  hombres  cuyo  mando  fué  confiado  al  coronel  González 
Moreno.  Por  su  parte,  los  gobernadores  de  Cumaná  y  de 
Barcelona  equipaban  tropas  y  las  dirigían  hacia  la  Guayana. 

Tenían  éstas  por  jefes  a  los  coroneles  Manuel  Villapol 
y  Félix  Sola,  oficiales  distinguidos  del  ejército  español, 
pasados  al  servicio  de  los  republicanos.  Los  patriotas  de  la 
isla  Margarita  armaron  también  algunas  lanchas  caño- 
neras que,  hacia  fines  de  febrero  de  1812,  subieron  el 
Orinoco,  obtuvieron  una  seria  victoria  sobre  la  flotilla  espa- 
ñola, a  la  que  capturaron  dos  baicos,  y  se  reunieron  en 
Barrancas  con  las  tres  divisiones  independientes  que  allí 
se  hallaban.  El  7  de  marzo  estaban  los  republicanos 
delante  de  Angostura;  les  hubiera  sido  relativamente 
fácil  echar  de  allí  a  los  realistas,  pero  perdieron  tiempo 
precioso  en  conciliábulos  con  los  oficiales  españoles,  a 
quienes  querían  hacer  aceptar  una  capitulación,  y  torpe- 
mente se  separaron  de  su  escuadrilla  enviándola  a  vigilar 
los  movimientos  de  la  flotilla  enemiga.  Las  quince  o 
dieciséis  goletas  de  que  ésta  se  componía,  sorprendieron, 
el  25  de  marzo,  la  escuadrilla  independiente  en  la  bahía  de 
Sorondo,  a  cierta  distancia  de  Guayana  Vieja.  Hubo  un 
primer  encuentro  :  los  republicanos,  a  consecuencia  de 
varias  falsas  maniobras,  se  vieron  rodeados  por  los  realis- 
tas que  les  tomaron  tres  chalupas  al  abordaje,  después  de 
un  mortifero  combate. 


■•?64  El.    IMtKCURSOn 

Al  día  siguiente  la  lucha  continuó.  La  escuadrilla  repu- 
blicana, muy  mutilada  por  el  combate  precedente,  opuso, 
sin  embargo,  la  mayor  resistencia  al  hábil  y  fogoso  ataque 
de  los  realistas.  Estos  eran  ayudados  por  una  batería  que, 
desde  la  orilla  cañoneaba  vivamente  a  sus  adversarios.  La 
derrota  de  los  independientes  fué  completa;  sus  navios, 
todos,  destruidos  o  capturados,  cerca  de  400  hombres  fuera 
de  combate,  y  el  resto  en  huida.  Mientras  tanto,  González 
Moreno,  Yillapol  y  Sola  habían  pasado  el  río  para  intentar 
un  ataque  de  flanco  sobre  Angostura.  Pero  al  saber  el 
desastre  de  Sorondo,  Moreno  y  Sola  se  consideraron  per- 
didos y  no  pensaron  más  que  en  retirarse.  Algunos  días 
después,  acabaron  por  abandonar  a  sus  soldados  que,  se 
rindieron  miserablemente  a  la  caballería  española  enviada 
en  su  persecución.  Sólo  Yillapol  manifestó  una  intrepidez 
de  la  que  no  daban  ejemplo  sus  colegas  :  volvió  a  pasar  el 
Orinoco,  río  abajo  de  Angostura,  a  la  cabeza  de  su  divi- 
sión a  la  que  condujo  sana  y  salva  hasta  la  ciudad  de 
Maturín. 

En  las  provincias  occidentales,  el  éxito  de  la  reacción 
realista  se  había  señalado,  desde  principios  de  año.  bajo 
auspicios  más  desgraciados  aún  para  la  causa  republicana. 
Ceballos,  Mivares  habían  recibido  de  Puerto  Rico  algunos 
nuevos  refuerzos  y  se  ocupaban  con  gran  actividad  en 
reorganizar  la  milicia  de  Coro  de  manera  a  hacer  de  ella 
una  tropa  capaz  de  cooperar  útilmente  con  la  tropa  de 
línea,  en  una  expedición  proyectada  contra  la  provincia  de 
Caracas.  Sin  embargo.  Ceballos  carecía  de  armas  y  de 
municiones.  La  adhesión  espontánea  de  los  habitantes  de 
la  región  india  de  Siquisique,  en  la  provincia  de  Valencia, 
que  el  cura  André.s  Torrellas  fué,  a  primeros  de  febrero, 
a  prometer  al  gobernador  de  (]oro,  hizo  concebir  a  este 
último  próximas  esperanzas  de  éxito.  En  el  momento 
mismo  en  que  los  miembros  del  Congreso  se  reunían 
solemnemente  en  Valencia,  el  10  de  marzo,  un  cuerpo 
expedicionario  de  unos  500  hombres,  de  los  cuales  una 
compañía  de  infantería  de  marina,  un  escuadrón  de  dra- 
gones de  la  Reina  y  una  compañía  de  fusileros  españoles 
de  la  guarnición  de  Maracaibo  formaban  los  cuadros, 
partía  de  (^.oro  con  direi-ción  a  la  ciudad  federal. 


l'IU-MEltA    lilil'l  lU.ICA    IH:    VENEZUELA  .!65 

VA  (apilan  (le  IragaUi  Doininní»  de  Montev'erdc ',  oiioi- 
nario  de  las  islas  Gaiíai'ias.  (|ue  poeo  antes  se  había  dis- 
tin<^iiid<)  eu  la  deíensa  del  Ferrol  y  a  ([uien  el  antio-uo  j)ro- 
leelor  de  Miranda,  el  brigadier  Juan  Manuel  de  Cajigal, 
acababa  de  enviar  a  Coro,  tomó  el  mando  de  la  expedición. 
En  menos  de  una  semana  la  expedición  llegó  a  Siqui- 
sique;  y  mientras  los  congresistas  de  Valencia  discutían 
con  copia  de  citas  filosóficas  sobre  el  punto  de  saber  si 
era  legítimo  v  conforme  a  los  preceptos  del  derecho  de 
gentes,  el  enviar  los  soldados  de  la  provincia  o  las  tropas 
federales  contra  Monteverde,  éste  sublevaba  todo  el  país 
en  torno  de  Siquisique,  se  apoderaba,  el  23  de  marzo,  de 
Carora,  cuya  población  iué  pasada  a  cuchillo,  y,  contando 
ya  con  un  efectivo  casi  diez  veces  mayor,  se  ponía  atre- 
vidamente en  marcha  hacia  Barquisimeto. 

Los  independientes  habían  acantonado  en  este  último 
punto  una  división  superior,  como  calidad  y  como  número, 
a  las  tropas  de  Monteverde,  v  que  se  aprestaba  a  rechazar 
victoriosamente  la  invasión.  Cuando  una  formidable 
catástrofe  vino,  inopinadamente  a  arruinar  la  ya  débil 
esperanza  de  la  república  venezolana. 


IV 

El  jueves  santo,  26  de  marzo  de  1812.  a  las  cuatro 
de  una  tarde  serena,  un  ruido  espantoso  retumbó  de 
repente.  La  tierra,  sacudida  por  conmociones  sucesivas, 
tembló,  se  levantó,  se  abrió  tragándose  la  cuarta  parte  de 
las  casas  y  de  los  habitantes.  En  algunos  minutos  aquella 
capital,  momentos  antes  risueña  y  descuidada,  ofrecía 
indescriptible  espectáculo  a  las  despavoridas  miradas  de 
los  supervivientes.  El  hundimiento  de  los  edificios  había 
sepultado  a  más  de  diez  mil  personas.  Otras  seis  mil 
habían  desaparecido  en  las  grietas  del  suelo  momentánea- 
mente abiertas  v  en  seguida  cerradas.  Gemidos,  sollozos 
ahogados  se  oían  por  las  encrucijatlas  inesperadas  que,  por 
alalinos    sitios,     se     lormaban     al     abrirse     los    edificios. 

o 

1.  Gobernador  y  rapitan  general  de  Venezuela  de  1812  a   1814. 


366  KL    l'liECLliSOI! 

(>iil)icii()s  de  sangre  y  ele  polvo,  los  clesgiaeiaclos  salvados 
de  la  catástrole  tr(>pezaban,  en  sus  desatentadas  carreras, 
con  murallas  de  enmarañados  restos  que  cerraban  las 
calles  desbaratadas,  las  plazas  llenas  de  cadáveres  co- 
rromj)idos,  por  las  cuales  era  imposible  el  paso. 

El  tiesastre  se  extendía  a  la  piovineia  de  Caracas,  a  las 
de  Barinas  y  de  Maracaibo  hasta  los  confines  de  Nueva 
Granada.  Salvo  Valencia,  Maracaibo  y  Coro,  ninguna 
ciudad  se  sustrajo  a  la  catástrofe.  Las  poblaciones  disemi- 
nadas a  lo  largo  de  la  costa,  desde  Paria  a  Cartagena, 
fueron  destruidas,  en  su  mayoría,  y,  por  extraordinaria 
coincidencia,  parecía  como  que  el  azote,  al  salvar  de  todo 
daño  a  las  ciudades,  a  las  provincias  que  permanecían  fieles 
a  España,  y,  fenómeno  más  increíble  aún,  a  Monteverde 
y  a  sus  tropas  que,  sin  embargo,  se  hallaban  en  la  región 
devastada,  había  escogido  en  cada  lugar  sus  víctimas  entre 
los  defensores  de  la  causa  independiente.  La  guarnición 
de  Caracas  pereció  casi  toda,  la  de  La  Guayra  fué  también 
cruelmente  diezmada.  En  este  puerto,  el  más  floreciente 
de  Venezuela,  sólo  las  murallas  y  una  única  casa,  la  de  la 
antigua  Compañía  de  Guipúzcoa,  (juedaron  indemnes.  Del 
ameno  pueblecito  vecino  Maiquctía  no  quedó  piedra  sobre 
piedra.  Seiscientos  milicianos  que  los  patriotas  enviaban 
para  reforzar  las  tropas  acantonadas  en  San  Felipe,  llega- 
ron a  esta  ciudad  en  el  momento  de  la  catástrofe  y  fueron 
destruidos  hasta  el  último  con  toda  la  división  a  la  que 
venían  a  ayudar.  Los  1  200  defensores  de  Barquisimeto. 
el  cuerpo  que  se  disponía  a  -entrar  en  campaña  en  jMérida. 
los  parques  militares,  los  almacenes  de  abastecimiento, 
desaparecieron  a  su  vez  en  aquel  cúmulo  de  desolaciones  y 
de  ruinas. 

Pero,  de  totlas  las  i-iudades  de  la  conlederacióii  venezo- 
lana. Caracas  había  sido  la  más  hei-ida.  El  clero,  aunque 
los  edificios  del  culto  también  habían  sido  en  gran  parte 
destruidos,  no  dejó  de  hacer  notar  que  la  catástrole 
era  como  un  castigo  del  cielo  contia  la  obra  de  los  patrio- 
tas. Penetrados  de  una  especie  de  arrebato  místico,  o  más 
bien,  tal  vez.  deseosos  de  aprovecharse  de  las  circunstan- 
cias para  r('cu|)erar  en  vi  aiiinu»  de  los  pucldos  el  piesligio 
de  (|U(!  había   pretendido  despojarles  el  nuevo  régimen,  se 


l'lil.MKIi.V     ItKI'l  líl.lCA    DE    VENEZUELA  867 

vi('>    ciiloiices  a    los    Irailes    cxlioitai'    a  los    liahilaiites    ate- 
rrorizados a  que  renunciaran  a  la  indej)en(lei}o¡a. 

Hubo  jjredicacioncs  al  aire  libre,  y  la  ciudad,  en  aquel 
momento,  según  relato  de  los  contemjsoráneos,  presentó 
sinoularísimo  aspecto.  Durante  el  día,  la  mucliedumbre, 
espaulada,  llorando  se  precipitaba  ante  el  atrio  de  las 
iglesias  en  donde  Laniota.  prior  de  los  Dominicos,  el  Padre 
Ortigosa,  V  otros,  subidos  sobre  tablados  improvisados 
pronunciaban  sermones  íúnebres  y  trágicos.  ¿No  había 
sido  también  en  jueves  santo,  cuando,  dos  años  antes,  la 
impía  Caracas  había  enarbolado  el  estandarte  de  la  rebe- 
lión? La  cólera  celeste  vengaba  la  olensa.  Era  un  crimen 
la  revolución,  los  revolucionarios  eran  sacrilegos.  Dios 
mismo  ordenaba,  por  boca  de  sus  ministros,  el  arrepenti- 
miento y  la  sumisión  '. 

Llegada  la  noche,  los  mismos  discursos  se  repetían  a  la 
humeante  claridad  de  los  cirios  propiciatorios  ante  los 
altares  erigidos  a  lo  largo  de  las  calles  en  donde,  bajo  los 
escombros,  se  corrompían  los  cadáveres.  Los  fieles  se 
golpeaban  el  pecho,  pidiendo,  a  gritos,  misericordia  al 
Señor,  misericordia  a  Don  F'ernando.  Algunos  confesaban 
públicamente  sus  pecados.  Los  frailes  evocaban  a  Sodoma 
y  a  Gomorra.  Y  la  comparación,  al  menos  en  lo  concer- 
niente a  las  costumbres  disolutas  del  bajo  pueblo,  no 
carecía  de  oportunidad.  La  población,  en  su  conjunto, 
manifestó  edificantes  remordimientos.  Cierto  que  hubo 
<[ue  deplorar  algunos  serios  desmanes  favorecidos  por  la 
consternación  general,  pero  «  los  que  habían  vivido  en 
ilícitos  amores  se  unieron,  dice  el  memorialista  O'Leary -. 
con  los  lazos  santos  é  indisolubles  del  matrimonio  ». 
Añade,  sin  embargo,  este  autor  que  «  p<n'  mucho  que  con 
esto  ganase  la  moral  pública,  la  causa  de  la  Independencia 
perdía  lerrenc»  día  j>or  dia\  » 

Vemos     entonces     a    i^olívar.     con     maífuífica     audacia. 

o 

invulnerable,  y  cuya  grande  alma  se  cernía  por  encima  de 
la  desesperación  de  todos.  Se  ha  hundido  el  piso  princ¡[)al 
de  su   casa,  y  las   puei'tas.  arrancadas,   podiián  dejar  paso 

1.  V.  Lalliímknt,   Histoire   de  la    Colonibie,  Paiis,  I.S2G.  p|).   ítO-'.H. 

2.  OLeary,  Memorias,  op.  cit.,  1.  I,  caja.  II,  p.  51. 

3.  Ihid. 


368  EL    PRECUUSOK 

a  los  ladrones.  Poco  le  importa.  Mace  que  le  sigan  algunos 
amigos,  se  lleva  a  sus  esclavos,  translormándolos  en 
camilleros,  recorre  la  ciudad,  reconíorta  a  los  heridos, 
hace  enterrar  a  los  muertos,  insensible  al  hostil  murmullo 
con  que  es  acogido,  luchando,  victoriosamente  a  veces, 
contra  la  coalición  exasperada  del  fanatismo,  de  la  igno- 
rancia y  del  miedo. 

Le  vemos  atravesar  la  Plaza  Mayor.  Entre  los  escombros 
apenas  apartados,  todo  un  pueblo,  aturdido,  retemblando 
bajo  las  frenéticas  exhortaciones  de  un  traile  dominico 
que  les  predica  :  «  ¡  De  rodillas,  desgraciados!  Ha  llegado 
la  hora  de  que  os  arrepintáis.  El  brazo  de  la  justicia  divina 
pesa  sobre  vuestras  cabezas  porque  habéis  insultado  a  la 
majestad  del  Altísimo,  al  poder  del  más  virtuoso  de  los 
monarcas,  vuestro  señor  Don  Fernando  VII...  )>  Sale 
Bolívar  del  grupo  de  amigos  que  le  acompañan,  sube  al 
tablado,  arroja  de  él  al  fraile  y,  terrible,  con  la  espada 
alzada,  manteniendo  a  distancia  a  la  multitud,  envolvién- 
dola toda  en  un  grito  de  ira  épica  exclama  :  «  ¡  La  natura- 
leza conspira  con  el  despotismo.  Pretende  atajarnos  el 
paso.  Pues  bien,  lucharemos  contra  ella  y  la  haremos  que 
nos   obedezca ' !  » 

Si  bien  Bolívar  conseguía  de  este  modo  reanimar,  niuy 
pasajeramente,  por  cierto,  la  vacilante  llama  del  patrio- 
tismo en  Caracas,  sus  focos  se  iban  apagando,  unos  tras 
otros  en  las  provincias.  En  todas  partes,  los  habitantes,  y 
los  criollos  mismos  se  inclinaban  a  la  sumisión.  Conven- 
cidos los  realistas  de  estar  protegidos  por  la  providencia, 
hallaban  en  esta  creencia  un  nuevo  valor  para  la  realiza- 
ción total,  ya  más  fácil,  de  su  empresa.  La  «  naturaleza  » 
les  servía  más  de  lo  que  ellos  hubieran  podido  esperar  : 
hasta  ella  misma  procuraba  armas  a  Monteverde  quien,  de 
las  ruinas  de  Barquisimeto,  sacaba  cañones,  fusiles,  balas 
y  cartuchos  en  excelente  estado.  Los  soldados  republi- 
canos, desertando  en  masa,  vinieron  a  aumentar  aún  los 
efectivos  de  sus  enemigos.  A  pesar  de  la  energía  con  que 
el  coronel  español,  Diego  Jalón,  al  servicio  de  la  Indepen- 


1.  Según,  J.   Día/,,  Recuerdos  sobre  la  Rebelión  de  Caracas,  etc., 
op.  cit.,  p.  39. 


PRIMERA    REPÚBLICA    DE    VENEZUELA  369 

ciencia,  defendió  a  San  Carlos,  la  traición  de  un  oficial 
entregó  esta  ciudad  a  Monteverde,  el  cual  la  ocupó  el  25  de 
aln'ü.  Ocho  días  después  entiaha  en  Valencia  saludado 
como  libertador  por  la  población. 

Despavoridos,  los  congresistas  habían  evacuadí»  la 
capital  federal  desde  hacía  un  mes;  el  gobierno  se  había 
trasludad()  a  (Caracas,  en  donde  se  dio  cuenta  de  los  pro- 
gresos realizados  por  la  icación.  l']l  arzobispo  Coll  v  Prat, 
con  cuva  colaboración  habían  siempre  creído  poder  (Contar 
los  patriotas,  publicó  una  pastoral  condenando  la  causa 
sudamericana;  el  clero  redobló  de  celo  para  combatirla; 
los  odios,  las  divisiones  vinieron  a  aumentar  las  desgra- 
cias de  la  i'epública.  Las  cajas  del  tesoro  estaban  vacías. 
\ín  ollas  había  unt>s  tres  millones  de  pesos  de  reserva  en 
el  momento  de  la  salida  de  los  Españoles.  Los  inconsi- 
derados gastos  ([ue  se  había  hecho  para  realzar  el  pies- 
ligio  del  régimen,  habían  consumido  la  mitad  de  aquella 
reserva,  y  la  guerra  se  llevó  el  resto.  Para  hacer  frente  al 
déficit,  el  gobierno  comenzó  por  establecer  nuevos 
impuestos;  emitió  luego  un  millón -de  pesos  en  asignados 
de  curso  forzoso.  Desacreditado,  aquel  papel  moneda 
paralizaba  el  comercio,  en  vez  de  favorecerlo  como  se 
había  creído.  El  abandono  de  la  agricultura,  la  pérdida 
de  las  cosechas,  y  por  último  el  temblor  de  tierra  acabaron 
de  arruinar  al  país. 

En  presencia  del  extremado  peligro  a  que  se  encontraban 
expuestos  los  destinos  nacionales,  el  ejecutivo,  siguiendo 
el  ejemplo  de  la  República  Romana,  decidió  investir  de  la 
autoridad  suprema  a  un  dictador.  El  marqués  del  Toro, 
designado  primeramente,  tuvo  el  buen  gusto  de  declinar 
este  honor.  Miranda  juzgó  oportuno  aceptarlo.  El  26  de 
abril  se  le  confirió  el  título  de  «  dictador  y  generalísimo 
de  los  ejércitos  de  ti^srra  y  mar  de  Venezuela  ».  Pro- 
metió, como  se  lo  pedían  los  ciudadanos  miembros  del 
poder  ejecutivo.  Fernando  del  Toro  y  Francisco  Javier 
Ustáritz,  al  entregar  sus  poderes  en  manos  de  Miranda, 
«  tomar  todas  las  medidas  que  juzgara  necesarias  pai-a  la 
salvación  común  ». 

En  Valencia  recibió  Miranda  la  noticia  de  su  nombra- 
miento;   su    mandato   de   diputado   le  había  llamado   a    la 

24 


;?70  EL  PRECURSOR 

ciudad  federal  a  principios  de  marzo;  habíase  quedado 
allí  después  de  la  disolución  del  Congreso  con  el  fin  de 
organizar  la  defensa  de  la  plaza  amenazada  de  próximo 
ataque  por  parte  de  IMonteverde.  Sin  embargo,  los  prin- 
cipales recursos,  en  dinero  y  en  hombres,  con  que  hubiera 
podido  contar  el  generalísimo,  estaban  en  Caracas.  El 
coronel  Pablo  Avala,  que  había  substituido  a  Fernando 
del  Toro  en  las  funciones  de  inspector  general  del  ejército, 
consiguió,  merced  a  la  preciosa  colaboración  de  Bolívar, 
concentrar  de  cuatio  a  cinco  mil  reclutas  en  la  capilal ;  v, 
también  voluntarios  extranjeros  :  franceses  e  ingleses,  en 
su  mavoría  recién  llegados  a  ésta.  Miranda  confió  el  mando 
de  Valencia  al  mejor  de  sus  oficiales,  al  coronel  Ustáritz, 
y  partió  precipitadamente.  El  21)  de  abril,  estaba  en 
Caracas. 

Su  primera  providencia  fué  preparai-  una  ley  marcial 
convocando  a  las  armas  a  todos  los  Venezolanos  sin  distin- 
ción de  casta  o  de  color.  Un  millar  de  hombres  iban  a  res- 
ponder a  este  llamamiento  que  el  dictador  no  pudo,  por 
cierto,  hacer  público  hasta  el  20  de  mayo  siguiente.  Era 
éste  un  glorioso  esfuerzo,  pues  aquellos  ciudadanos  perte- 
necían todos  a  la  región  caraqueña  y  no  se  podía  exigir 
más  a  pueblos  tan  terriblemente  azotados.  Desde  la  pro- 
clamación de  la.  Independencia,  la  circunscripción  de 
Caracas  soportaba,  exclusivamente,  puede  decirse,  el  peso 
de  la  guerra.  Las  provincias  de  Barcelona,  Cunianá  y  la  isla 
de  la  Magarita  habían  limitado  su  concurso  al  envío  de 
algunos  destacamentos  a  Guayana,  mientras  que,  en  el 
oeste.  Trujillo  v  Mérida  ponían  en  pie  a  un  corto  número  de 
reclutas  apenas  equipados.  El  mayor  contingente  de  las 
tropas  federales,  la  artillería,  las  armas  y  las  municiones 
habían   sido  suministrados  por  la  provincia  metropolitana. 

Aunque  relativamente  numeroso,  el  ejército  que  acababa 
ésta  de  dar  a  Miranda,  dejaba,  sin  embaigo.  mucho  ([ue 
desear  desde  el  punto  de  vista  del  vigor,  de  la  instruc- 
ción y  de  la  disciplina.  El  reclutamiento  a  que,  primera- 
mente, había  procedido  el  coronel  Ayala,  se  había  efec- 
tuado en  las  condiciones  menos  favorables  para  una  sana 
reconstitución  de  los  cuadros.  La  mayor  parte  de  los 
nuevos   delensoics    de    la   libertad,  ariancados  por  fuerza  a 


PRIMERA  HEPl  BLICA  DE  VENEZUELA  871 

SUS  ocupaciones  agrícolas,  habían  sido  conducidos  a 
Caracas,  con  esposas  en  las  manos.  En  general  algunos 
días  de  cuartel,  y,  sobre  todo,  de  servicio  en  campaña,  bas- 
taban para  transformar  aquellos  soldados  involuntarios 
en  combatientes  aceptables.  Pero  era  más  fácil  exaltar  en 
ellos  el  entusiasmo  ([ue  la  obediencia,  ^lal  vestidos,  mal 
alimentados,  y  peor  pagados,  estaban  s¡(>mpre  dispuestos 
a  desertar  bajo  el  inenoi-  pretexto. 

No  obstante,  el  espíritu  de  aquellas  tropas,  piometía 
excelentes  esperanzas,  por  poco  que  la  casualidad  o  la 
habilidad  de  sus  jefes  supiera  retenerlos  cierto  tiempo 
bajo  las  armas.  Se  asimilaban  pronto  las  más  ele- 
vadas viitudes  militares  ;  valientes  por  naturaleza,  podían 
adquirir,  y  por  fin  adquirieron,  por  el  solo  efecto  de  la 
duración  de  la  guerra  y  de  las  necesidades  de  ésta,  la 
tenacidad,  la  resistencia,  y.  también,  el  patriotismo. 

Lo  mismo  hay  que  decir  del  cuerpo  de  los  oficiales. 
Nacidos  en  buena  cuna,  procedentes  de  carreras  liberales, 
antiguos  cadetes  o  graduados  en  las  milicias,  su  cualidad 
común  era  la  atrevida  jovialidad  de  la  juventud  y  el  valor. 
Excepto  Mariano  Montilla,  que  tenía  entonces  veintiocho 
años,  y  Manuel  Cortés  Campomanes  \  que  no  tenía  mucho 
más  de  treinta,  quienes,  uno  y  otro,  habían  hecho  su 
aprendizaje  de  guerreros  en  los  campos  de  batalla  de 
Europa,  ninguno  de  los  oficiales  criollos  poseía  conoci- 
mientos técnicos.  Sin  embargo,  entre  los  que.  meses 
antes,  habían  tomado  parte  en  la  campaña,  José  Félix 
Rivas,  Juan  Escalona,  Domingo  Meza,  se  señalaban  ya  por 
su  serenidad,  su  habilidad,  su  maestría  estratésfica,  de 
las  que  habían  de  dar  más  tarde  épico  testimonio.  Como 
ellos,  el  caballeresco  joven  alférez  Antonio  José  de  Sucre, 
nacido   en    Cumaná.    en    1793,    de  una   antigua  familia  de 


1.  Campo.manes  (Manuel  André-Cortés),  nacido  en  España  hacia  1770 
Oficial  ¿el  ejército  real,  formaba  parte  de  las  tropas  españolas  puestas 
al  mando  de  Bernadotte  en  1807:  distinguióse  en  el  sitio  de  Stralsund. 
Llegado  a  A'enezuela,  en  1810,  Campomanes  se  alistó  en  el  ejército 
republicano.  En  181.'J  se  reunió  con  Nariño  en  A'ueva  Granada  y  fué 
su  primer  ayudante  en  la  campaña  del  Sur.  Estuvo  en  el  sitio  de  Car- 
tagena, en  1815.  después  se  refugió  en  Jamaica  de  donde  volvió, 
con  Bolívar,  para  combatir  en  Venezuela.  Tomó  parte  en  los  com- 
bates de  Quebrada  Honda,  Alacrán.  San  Félix,  etc. 


:}72  EL    ITiECUllSOli 

origen  flamenco,  y  a  ({uien  veremos  alcanzar  los  más  puros 
y  altos  destinos,  se  preparaba  a  ello  en  la  escuela  de  la 
guerra. 

Por  desgracia,  aquellos  dones  universales,  aquellas  pro- 
mesas eran  estropeados  por  una  vocación  harto  general  a 
la  indisciplina,  que.  agravándose  con  las  envidias  de  casta, 
siempre  dispuestas  a  despertarse,  dificultaban  en  sumo 
grado  el  cometido  del  comandante  en  jete.  Los  blancos  no 
conseguían  hacerse  obedecer  de  la  gente  de  color  o  de 
los  mestizos,  y  si,  píu'  casualidad,  alguno  de  éstos  llegaba 
a  igualarse  en  grado  a  los  oficiales  criollos,  en  seguida 
sobrevenían  livalidades.  Entonces,  así  en  el  estado  mayor 
como  cu  las  filas,  del  ejercito  republicano,  era  muy  fre- 
cuente la  deserción,  y  hasta  la  traición,  fomentadas  d§ 
continuo  por  los  agentes  realistas. 

En  aquel  ejército  figuraban  también  varios  oficieiales 
españoles.  Las  más  veces,  habían  servido  en  él  de  instruc- 
tores, v  sólo  ellos  poseían,  por  lo  menos  en  los  comienzos, 
algunas  nociones  precisas  de  la  ciencia  de  las  armas.  Casi 
todos  se  habían  distinguido  en  las  recientes  campañas  y 
el  comportamiento  de  Villapol.  de  los  Jalón  era  citado 
como  modelo  de  lealtad  y  de  heroísmo.  No  obstante,  su 
ejemplo  corría  peligro  de  no  tener  muchos  imitadores 
entre  los  jetes  españoles  de  nacimiento,  envidiados  por  sus 
colegas,  a  cjuienes  eran  sospechosos  no  contando  sino 
imperfectamente  con  la  confianza  de  la  tropa,  y  a  quienes 
acechaban  las  tan  constantes  como  insidiosas  solicitaciones 
de  sus  antiguos  hermanos  de  armas. 

Completaba  el  conjunto  del  ejército  republicano,  un 
pecjueño  grupo  de  voluntarios  y  oficiales,  emigrados  de 
Europa,  de  las  Antillas  y  de  los  Estados  Unidos.  Las 
guerras  de  la  Independencia  i'csei'vaban  a  algunos  de 
aquellos  soldados  de  fortuna  la  parte  de  gloria  v  de  fama 
que  habían  ido  a  buscar  en  América.  Por  ejemplo,  el 
escocés  Mac  Gregor',  cabecilla  excelente,  sediento  de  una 


t.  Mac  Crkgor  (Sir  Gregor).  So  fué  a  Cai-acas  en  1811  y  tomó 
brillaiitenieule  pai'te  en  las  dil'ereutes  campañas  de  Venezuela  y  de 
Nueva  Granada,  l^legó  a  genei'al  de  tlivisión.  Luego  se  le  ve  compro- 
metido en  varias  e^.^.presas  de  íílibuslería.  En  1817  se  apoderó  de  la 
isla  Amelia  en  la  costa  de  Florida  y    en   18H*  hizo  una   expedición  a 


l'lilMERA    KBPUIILICA    DE    VENEZUELA  37:1 

anil)ic¡ón  cuyos  peligrosos  extravíos  no  supo  tal  vez 
evilai'.  pero  sobrado  de  ardor  guerrero  v  de  valentía* 
imponiéndose  a  la  admiración  de  sus  com|)aMeros  de 
armas,  adorado  de  sus  sokhulos. 

Al  mismo  tiempo  que  los  IVanceses  du  (]avla.  Schom- 
hourg  V  Raphael  (^hatiilon  '.  llegados  como  él  a  Garacuis  a 
unes  (-le  1811.  Mac  Gregoi'  había  sido  encargado  de  orga- 
nizar y  de  instruii'  la  caballería  venezolana.  Los  cuatro 
oficiales  ('umplieron  admirablemente  su  cometido,  y 
Miranda  los  tomó  en  su  estado  mayor.  El  capitán  Kmnia- 
nuel  de  Serviez  era,  en  dicho  estado  mayor,  el  oficial  más 
estimado  j)or  el  generalísimo.  De  una  excelente  familia 
del  mediodía  de  Francia,  descendiente  del  célebre  mariscal 
([(>  Thémines.  hijo  y  nieto  de  soldados,  Serviez,  después 
de  haber  tomado  parte  en  todas  las  primeras  campañas  de 
la  Revolución  v  del  Imperio  al  lado  de  su  padre,  a  (juien 
Napoleón  nombró  general  de  brigada  en  1806,  se  hallaba 
en  Pau  en  el  momento  en  ([ue  iba  a  estallar  la  guerra  de 
Kspaua.  Tenía  veinticinco  años,  llevaba  con  altivez  sus 
galones  de  capitán  de  dragones  de  la  guardia,  y  fué  distin- 
guido por  la  joven  condesa  F...,  esposa  de  uno  de  los 
generales  más  ilustres  y  que  más  honores  había  recibido. 
Según  su  propia  expresión,  no  tardó  Serviez  en  «  tener  la 
desgiacia  de  ser  feliz  ».  Salió  para  España  hacia  fines  de 
octubre  con  el  mariscal  Lefebvre ;  pero,  herido  en  el 
combate  de  Vimeira,  volvió  a  Pau,  en  donde  se  reunió  de 
nuevo  con  su  querida,  v,  algunas  semanas  después,  se  fué 
con  ella  a  Inglaterra. 

Entonces  comienza  una  existencia  desgraciada  :  primero 

l'üi'to  Belo.  En  182J  dejó  deíinitivaiuente  el  servicio  de  Venezuela; 
se  estableció  entre  los  indios  Poyáis  en  la  costa  de  Mosquitos,  en 
donde  tomó  el  título  de  cacique  y  de  rey,  y,  en  los  años  siguientes, 
liizo  varias  tentativas  desgraciadas  para  introducir  emigrantes  esco- 
ceses. En  1839,  pidió  y  obtuvo  del  gobierno  de  Venezuela  ser  rein- 
legiado  en  su  grado  de  general.  .Murió  en  (Caracas  el  4  de  diciembre 
de  1845.  V.  entre  otros  el  estudio  que  le  ha  dedicado.  C.  Rodríguez 
.M.VLDO.NADO  en  Hisl.  de  Bul.  y  Aiitig,  op.  cit.,  Año  V,  n"  58. 

1.  Ex-capitan  del  ejército  francés:  después  de  la  caída  de  .Miranda 
siguió  a  Bolívar  a  Curazao  y  Cartagena  en  donde  entró  al  servicio 
del  gobierno  de  esta  provincia.  líl  presidente  Torices  le  confió  el 
mando  de  la  expedición  que  Cartagena  enviaba  contra  Santa  Marta 
i'u  1813.  Chatillon  fué  muerto  en  el  combate  de  Santa  ¡Marta  el  1 1 
de  mayo  de   1813. 


374  EL    PRECUHSOU 

en  Richmoncl,  luego  en  Londres,  el  nacimiento  de  un  hijo, 
la  salida  para  los  Estados  Unidos,  vanas  instancias  al 
presidente  Madison  para  obtener  un  empleo  en  el  ejército 
federal ;  por  último  el  anuncio  de  la  insurrección  de  Vene- 
zuela y  de  la  presencia  de  Miranda  en  aquel  país.  Serviez 
había  conocido  en  otro  tiempo  a  Miranda;  se  embarcó  para 
La  Guayra,  se  reunió  con  el  generalísimo  en  Valencia,  le 
ofreció  sus  servicios  y  fué  admitido  en  el  acto  en  calidad 
de  comandante  en  jefe  del  cuerpo  de  caballería  y  de 
ayudante  general  del  dictador. 

Desde  el  año  anterior,  el  teniente  Carlos  Soublette', 
desempeñaba  las  funciones  de  primer  ayudante  de  Miranda. 
De  veintitrés  años  de  edad,  gallardo  jinete,  de  cara  alta- 
nera, de  una  frialdad  y  de  una  circunspección  que  contras- 
taban con  su  amable  fisonomía,  con  la  graciosa  dulzura 
de  sus  facciones  y  con  la  amenidad  de  sus  modales.  Sou- 
blette,  que  hasta  entonces  no  parecía  haberse  distinguido 
por  nada  más,  debía  su  rápido  ascenso  a  sus  orígenes 
medio  franceses.  Un  día,  le  dijo  Miranda  :  «  Usted  no  tiene 
para  mí  más  que  un  defecto,  y  es  el  de  ser  jnantuano, 
aunque  sólo  á  medias  ». 

En  efecto,  más  (jue  nunca,  por  entonces,  apartaba  el 
generalísimo  de  sus  simpatías  y  hasta  de  su  estima,  a 
los  Americanos.  Y,  sin  preocuparse  por  lo  que  de  ello 
pudieran  pensar  los  patriotas,  se  rodeaba  casi  exclusiva- 
mente de  extranjeros,  sobre  todo  de  Franceses.  Si  bien 
está  fuera  de  duda  que  esta  preferencia  fué  inspirada  a 
Miranda  por  su  constante  predilección  por  «  la  gran 
nación,  patria  de  la  libertad  en  el  Antiguo  Mundo  »  — 
con  estos  términos  designaba  siempre  a  Francia-  — ,  es  de 
creer  que  también  contribuyó  a  ella  la  actitud  adoptada 
recientemente  por  el  gobierno  impo'ial  respecto  de  Sud- 
américa. 

En  1810  y  1811,  Napoleón  había  llegado  a  a  la  cúspide 
de     las     cosas    humanas,    y,     Francia,    al    apogeo    de    su 


1.  Nacido  eu  Claracas,  tomó  parte  en  casi  todas  las  cauípañas  de 
Nueva  Granada  y  de  Venezuela.  Fué  presidente  de  la  República 
venezolana  en  1837  y  1838.  Muerto  en  Caracas  el  11  de  febrero 
de  1870. 

2.  Sí:rvikz,  op.   cit.,  ch.  X. 


PIU.MEKA    IIEPÚBI.ICA    l)K    VENEZUELA  .{75 

poderío'  ».  El  renombre  íranccs  llenaba  el  universo.  ¡De 
qué  embriagadoras  esperanzas  debieron  de  sentirse  pene- 
trados los  liberales  del  Nuevo  Chindo  al  saber  ({ue  el 
Emperador  había  íormalmente  declarado,  en  la  exposición 
de  la  situación  del  imperio,  leída  ante  el  Curi  pe»  legisla- 
tivo el  12  de  diciembre  de  i80í),  que  no  se  opontlría  nunca 
a  la  independencia  de  las  naciones  continentales  de 
América,  que  «  dicha  independencia  forma  parte  del  orden 
necesario  de  los  acontecimientos  »,  que  «  Francia,  que  ha 
establecido  la  independencia  de  los  Estados  Unidos  de  la 
América  Septentrional  v  contribuido  a  aumentarlos  con 
varias  provincias,  estará  siempre  dispuesta  a  defender  su 
obra  » ! . . . 

Por  difícil  que  fuera  al  gobierno  venezolano,  en  las  cir- 
cunstancias en  que  se  hallaba  el  país,  prestar  a  los  intereses 
de  la  política  exterior  toda  la  atención  que  era  de  desear, 
el  poder  ejecutivo,  al  tener  conocimiento  de  las  felices 
disposiciones  de  Napoleón,  se  había  apresurado  a  enviar 
de  nuevo  a  Nueva  York  a  Telésforo  de  Orea,  con  el  encargo 
de  entenderse  con  el  representante  del  Emperador  en  los 
Estados  Unidos.  A  su  vez,  esperaba  Miranda  una  ocasión 
favorable  para  acreditar  a  otras  misiones  ante  la  corte 
imperial.  Entre  tanto,  se  esforzaba  en  colmar  de  favores 
a  todos  aquellos  que,  directa  o  indirectamente,  procedían 
de  Francia  :  sin  duda  era  éste  un  excelente  medio  para 
preparar  el  terreno  a  eventuales  negociaciones. 

Sin  embargo,  imponíanse  medidas  más  urgentes.  Des- 
pués de  haber  terminado  la  movilización  de  las  tropas 
disponibles,  completado  su  estado  mayor,  confiado  el 
mandó  de  Caracas  al  teniente  coronel  Carabaño,  al  coronel 
de  Las  Casas  el  de  La  Guavra,  el  i°  de  mavo  se  puso  en 
camino  para  Valencia  el  generalísimo.  Se  proponía  hacer  de 
esta  ciudad  la  base  principal  de  sus  operaciones,  cubrién- 
dola al  este  Puerto  Cabello,  que  había  llegado  a  ser  la 
plaza  más  fuerte  de  Venezuela.  Su  posesión  permitía  a  los 
republicanos  conservar  alguna  ilusión  de  éxito  en  el  tér- 
mino de  una  campana  que,  por  otra  parte,  se  anunciaba 
bajo   tan   deplorables   auspicios.   Miranda  no   contaba  casi 

i.  SüRKL,  l.    VII,  lib.  II,  (;;ip.    ii. 


■{76  EL    PBECUnsoK 

con  oficiales  capaces  de  asumir  útilmente  el  mando  de 
aquel  puesto  estratégico,  de  capital  importancia  en  el 
momento  en  (jue  el  campo  de  las  operaciones  decisivas 
se  circunscribía  a  la  región  occidental  de  la  provincia  de 
Caracas.  Su  elección  se  fijó  en  Bolívar,  dando  así  prueba 
de  incontestable  imprevisión. 

En  efecto.  ¿  podía  el  carácter  aventurero  v  fogoso  de 
Bolívar  someterse  al  trabajo  metódico  y  sin  horizontes 
que  le  esperaba  en  Puerto  Cabello?  La  guarnición,  muy 
reducida,  se  componía  de  los  elementos  más  malos  que 
pueda  imaginarse.  Parecía  como  que  habían  reunido  en 
ella  la  hez  de  las  clases  bajas  de  la  región.  Además  el 
reclutamiento  era  imposible.  Facciones  se  entremataban 
en  la  ciudad,  y  los  campesinos  de  los  alrededores,  en 
masa,  habían  emigrado  hacia  la  provincia  de  Coro.  Por 
último,  en  la  fortaleza  en  que  se  hallaban  los  almacenes, 
los  depósitos  de  armas  y  municiones,  numerosos  prisio- 
neros realistas,  guardados  por  algunos  soldados  indóciles 
y  descuidados,  constituían  una  vecindad  eminentemente 
peligrosa.  Todas  estas  dificultades  las  conocía  el  genera- 
lísimo, y  su  intención,  al  encargar  de  su  resolución  a 
Bolívar,  era  precisamente  someter  a  una  prueba  saludable 
la  impetuosidad  del  joven  coronel. 

Profesaba  Miranda  inexorable  antipatía  hacia  la  con- 
ducta militar  de  Bolívar.  Alimentado  de  lecturas  estraté- 
gicas, hasta  el  punto  de  que  de  él  se  decía,  ya  desde  1792, 
«  que  era  imposible  oir  a  nadie  razonar,  con  tanta  pro- 
fundidad acerca  de  la  ciencia  de  la  guerra  *  »,  Miranda 
aferrado  a  los  principios  de  la  antigua  táctica,  conside- 
raba no  sin  desdén  y  casi  con  ira  las  audacias  de  teoría  y 
de   práctica  de   su   más  notable   lugarteniente.   Acerca   de 

1.  Champagneux  en  Mémaircs  particuliers  de  Al  ((dame  Rolando  op. 
cit.,  p.  494.  ((  Pero,  añade  Champagneux,  quien  hemos  visto,  com- 
partió durante  largos  meses  la  cautividad  de  ¡Miranda  en  la  Forcé, 
cuanto  mas  se  aferraba  en  los  sistemas  de  ataque  y  de  defensa  cono- 
cidos hasta  entonces,  tanto  más  se  encontraba  en  oposición  con  el 
género  de  nuestros  generales  modei-nos  que  ganaban  batallas  y 
tomaban  ciudades  separiíndose  de  las  reglas  con  las  cuales  los  Tu- 
renne,  los  Conde,  los  Catinat  y  tantos  héroes  franceses  y  extran- 
jeros habían  sabido  encadenar  la  fortuna  y  asegurar  la  victoria... 
Creo  que  Miranda  no  habría  consentido  en  ganar  una  batalla,  en 
tomar  una  ciudad  contra  las  reglas  del  arte...  » 


PRIMKHA    HEPÍ'IHJCA    Dlí    V1ÍNE7AIELA  i?? 

oslo,  es  característico  un  iiiciclonto  citado  por  uno  de  ios 
I)ióoral'os  del  Precursor  '.  Cierto  día  en  que,  antes  del  sitio 
(le  Valencia,  pasaba  Miranda  una  revista,  el  generalísimo, 
desde  el  terraplén  en  que  se  hallaba,  rodeado  de  su 
estado  mayoi%  percibió  a  lo  lejos  a  un  oficial  que,  habién- 
dose salido  de  las  filas,  hacía  caracolear  su  caballo  ante  el 
frente  de  las  tropas  y  las  arengaba  con  exagerados  ade- 
manes. Colocando  su  mano  a  modo  de  visera,  según  cos- 
tumbre suva,  el  general  reconoció  a  Bolívar.  No  hacía 
mucho  lo  había  felicitado  por  su  valor  cuando  el  primer 
ataque  de  la  ciudad,  pero  también  había  aprovechado 
aquella  ocasión  para  demostrarle  que  la  circunspección  y 
la  sangre  fría  eran  las  cualidades  principales  de  un  buen 
oficial  en  campaña.  Le  hizo  pues  llamar  y  le  reprendió  por 
su  falta  de  disciplina  y  la  inconveniencia  de  sus  procedi- 
mientos. 

Estos,  sin  embargo,  denotaban  un  profundo  sentido  de 
las  necesidades  locales  y  del  carácter  de  los  hombres  a 
quienes  se  trataba  de  mandar.  El  entusiasmo  de  las  mu- 
chedumbres americanas,  la  movilidad,  el  arrebato,  la 
iniciativa  personal  del  soldado,  imposible  de  someter  a  la 
disciplina  acompasada  de  las  reglas  del  arte  militar  tales 
como  las  comprendía  Miranda,  eran,  al  contrario,  explo- 
tadas con  ventaja  por  Bolívar  quien,  por  instinto,  se 
esforzaba  en  obrar  a  la  manera  de  un  jefe  de  guerrillas. 
Turenne,  Conde,  Catinat,  Federico  y  sus  métodos,  nada 
de  común  tenían  con  la  guerra  venezolana.  El  generalí- 
simo no  quería  convenir  en  ello.  Hacía  instruir  los  reclu- 
tas a  la  prusiana,  recomendaba  a  los  oficiales  que  leyeran 
Montecucolli,  Feuquiéres  o  du  Puget,  y  daba  a  su  reducido 
ejército  30  gruesas  piezas  de  artillería  cuyo  empleo,  no 
])odía  ser  sino  quimérico  en  un  país  casi  desprovisto  de 
caminos  y  contra  un  enemigo  dividido. 


Mientras     se     dirigía     Bolívar     contra     su     voluntad     al 
puesto  de  Puerto  Cabello,  considerado  por  él  como  un  dis- 

1.  Bkckrra,  op.  cit.,  1.  II,  c.   XVIII,  p.  136. 


378 


EL    PRECURSOI! 


iíivoi-,  Miranda  se  daba  prisa  por  llegar  a  Valencia.  Ya 
sabemos  que,  antes  de  dejar  la  ciudad  federal,  había 
tomado  las  precauciones  necesarias  y  provisto  al  coronel 
Ustái'itz  de  instrucciones  precisas  :  la  plaza  parecía  estar 
a  salvo  de  toda  sorpresa.  No  obstante, -los  recientes  pro- 
gresos de  Monteverde,  lo  que  se  sabía  de  su  atrevimiento 
y  sobre  todo  lo  que  se  decía  del  estado  de  ánimo  de  la 
población,  alarmaban  al  generalísimo.  Anhelaba  concentrar 
sus  fuerzas  en  Valencia  lo  más  pronto  posible,  y  poder 
esperar  allí  a  pie  firme  al  comandante  español.  Desde  la 
aldea  de  Las  Lajas,  a  donde  llegaron  el  estado  mayor  y  la 
vanguardia  de  los  republicanos  en  la  noche  del  I'""  de  mayo, 
Miranda  expidió  un  correo  a  Ustáritz  prescribiéndole 
resistir  hasta  su  llegada.  Se  esparció  la  noticia  de  que  se 
retiraban  los  defensores  de  Valencia  al  saber  que  se  acer- 
caban los  Españoles  :  «  Diga  usted  al  coronel  Ustáritz, 
insistió  Miranda,  que  con  su  cabeza  me  responde  de  la 
plaza.  Si  está  en  Valencia  Monteverde  hay  que  echarlo  de 
allí  a  toda  costa.  » 

Cuatrí)  días  después,  el  5  de  mayo.  Miranda  se  reunió, 
en  el  pueblecito  de  Guacara,  a  unas  seis  leguas  de  la  capital 
lederal,  con  los  restos  de  la  mermada  columna  del  valiente 
Ustáritz.  Supo  cómo  el  30  de  abril,  la  guarnición  indepen- 
diente, reducida  por  la  deserción  a  un  puñado  de  hombres, 
había  tenido  que  retirarse  ante  el  invasor;  cómo  Monte- 
verde  había  tomado  posesión  de  Valencia  entre  los  arre- 
batos de  alegría  de  los  habitantes;  cómo,  en  fin,  Ustáritz, 
que  recibió  en  La  Cabrera  las  últimas  órdenes  enviadas, 
acababa  de  intentar  un  supremo  esfuerzo  para  disputar 
inútilmente  a  los  Españoles  una  victoria  que  parecía  ya 
casi  imposible  el  poderles  arrancar.  No  obstante,  el  ejército 
lepublicano  se  reunía.  El  8  de  mayo,  dos  batallones  de 
inlantería  y  línea  v  siete  de  milicias.  14  ])iezas  de  artillería, 
dos  escuadrones  de  caballería  y  varias  compañías  francas, 
entre  ellas  un  piquete  de  emigrados  franceses  mandado 
por  el  capitán  Lemerre,  ibrmando  un  electivo  total  de 
cerca  de  5000  hombres,  acampaban  en  las  llanuras,  llenas 
de  maleza,  de  Guacara.  Parece  como  que  la  importancia 
de  los  contingentes  habría  debido  tranquilizar  a  Miranda 
acerca  del  resultado  final  de  la  campaña.  Por  desgracia  el 


piUMKiiA   liKi'i' lii.icA    di;  vkne/.ikka  :{79 

estado  luoial  de  los  soldados  dejaba  de  tal  manera  (|Lie 
desear,  que  el  generalísimo  llegaba  hasta  sentir  que  fueran 
tan  numerosos,  de  tal  suerte  hallaban  en  ellos  benévolos 
propagandistas  los  consejos  de  deserción  que  los  Españoles 
hacían  esparcir  en  las  filas.  Acerca  de  esto  resultaba  nuevo 
pciigi-o  la  vecindad  del  enemigo;  la  indisciplina  hacía 
imposible  toda  maniobra  de  conjunto.  Los  temores  de 
Miranda  se  confirmaron  cruelmente  en  un  ataque  [larcial 
contra  las  avanzadas  de  Monteverde,  ordenado  el  9  de  mayo, 
V  al  que  fueron  destinados  500  de  los  mejores  soldados 
del  ejército.  Desde  el  priíicipio  de  la  acción,  (|ue  se 
empeñó  al  pie  de  los  altos  del  pueblo  de  Los  Guayos,  la 
mitad  de  los  combatientes  se  pasó  al  enemigo;  el  resto  fué 
destrozado. 

Miranda  retrocede  entonces  hasta  Maracay  (12  de  mayo), 
instala  allí  su  cuartel  aenL-ral.  se  hace  rodear  de  trincheras 

o 

y  de  obras  que  construían  los  zapadores  venezolanos  bajo 
la  dirección  de  un  antiguo  oficial  francés,  del  cuerpo  de 
ingenieros,  el  teniente  Jacot;  fortifica  asimismo  el  puer- 
tecito  de  Guaica  en  la  orilla  opuesta  del  lago  de  Valencia, 
organiza  una  flotilla  que  había  de  asegurar  su  defensa  y 
las  comunicaciones  con  el  cuartel  general,  y  parece  resuelto 
a  una  estricta  defensiva.  Cuenta  con  tener,  en  aquel  campo 
atrincherado,  tiempo  para  instruir  y  disciplinar  las  tropas  ; 
se  ilusiona  acerca  de  la  fidelidad  republicana  de  las  pro- 
vincias, persuadiéndose  de  que  el  espacio  de  tiempo  con 
que  van  a  contar  permitirá  a  los  patriotas  proseguir  feliz- 
mente en  ellas  su  propaganda.  Espera  voluntarios,  armas, 
municiones  que  el  francés  Deljiech  ha  ido  a  pedir  a  Gua- 
dalupe. En  cambio,  Monteverde,  sólo  de  Coro  puede 
esperar  útiles  refuerzos  por  estar  alejado  de  más  de  cien 
leguas  del  teatro  de  la  guerra.  Lleno  de  confianza,  el  gene- 
ralísimo trata  ásperamente  a  sus  descontentos  oficiales 
quienes,  en  secreto,  le  acusan  de  presunción  y  de  incapa- 
cidad. 

Sin  embargo,  la  fortuna  seguía  favoreciendo  a  los  Espa- 
ñoles y  a  su  jefe,  cuva  infatigable  audacia  hallaba  de  este 
modo  su  recompensa.  Apenas  terminadas  las  obras  de 
Guaica,  las  atacó  Monteverde  con  energía  el  19,  y,  luego, 
el   26   de   mavo.    Rechazado    sin   pérdidas   apreciables,    se 


■^80  KL    PHECUnSOH 

clispoiij'a  a  icpL-lir  con  íuei'zas  más  considerables  su  ten- 
tativa, al  mismo  tiempo  que  recibía  noticias  tranquiliza- 
doras :  la  piovineia  de  Barinas  proclamaba  a  Fernando  VII; 
las  de  Trujillo  y  de  Mérida  se  preparaban  a  imitarla.  De 
Maracaibo  babía  salido  una  expedición  mandada  por 
D.  Ramón  Correa,  y  perseguía  victoriosamente  a  las  gue- 
rrillas patriotas  de  jNIérida  que  se  babíiin  reunido  a  las 
milicias  republicanas  de  Pamplona,  en  Nueva  Granada.  , 
No  podía  ya  tardar  Correa  en  apoderarse  de  los  valles  de 
Ciícuta.  Por  otra  parte,  el  coronel  Antoñanzas,  enviado 
semanas  antes  por  Monteverde  para  pacificar  la  región  de 
los  llanos  de  Calabozo,  volvía  a  reunirse  con  su  jefe  des- 
pués de  una  excursión  sangrienta  durante  la  cual  se  había 
apoderado  de  Calabozo  y  de  San  Juan  de  los  Morros,  cuyos 
habitantes  habían  sido  matados  sin  piedad.  Por  último, 
tres  compañías  de  refuerzo  expedidas  a  Coro  por  el  gober- 
nador de  Puerto  Rico,  llegaban  providencialmente  a 
Valencia. 

Sin  preocuparse  por  los  peligros,  cada  día  mayores, 
que  le  amenazaban,  llamó  Miranda  al  cuartel  general 
(18  de  mayo)  a  los  repres'entantes  de  los  cuerpos  consti- 
tuidos, proclamó  la  ley  marcial,  haciéndola  extensiva  a 
los  esclavos  mismos,  a  quienes  declaró  libres,  mediante 
un  rescate  de  diez  anos  de  servicio  militar.  Esta  medida, 
que  arruinaba  a  los  dueños  de  extensas  fincas,  aumentó 
la  enemistad  de  la  aristocracia  criolla.  La  popularidad  del 
dictador  no  sobrevivió  a  dicho  decreto,  cuyas  consecuen- 
cias iban,  por  cierto,  a  ser  fatales.  Miranda  no  escuchaba 
a  nadie  ni  quería  ver  nada.  Colmaba  de  atenciones  a  los 
oficiales  extranjeros,  trataba  sin  miramientos  a  los  demás, 
y  desanimaba  a  sus  más  decididos  partidarios. 

Creyó  útil  también  enviar  a  Londres,  con  misión  espe- 
cial, a  su  secretario  particular,  el  italiano  Molini',  y  desig- 
nó a  uno  de  los  abogados  más  distinguidos  de  Venezuela, 
Pedro   Gual'.   para  ir  a  los  Estados  Unidos  a  pedir  igual- 

1.  Mirauda  al  secretario  de  Estado  del  Koreign  Office.  Cuartel 
general  de  Maracay,  2  de  junio  de  1811.  R.  O.  F.  O.  Spain,  171. 

2.  Nacido  en  Cai-acas  el  31  de  enero  de  1784,  muerto  en  Guayaquil 
el  6  de  mayo  de  J862.  —  A  su  vuelta  de  los  Estados  l'nidos  no  pudo 
permanecer  sino  poco  tiempo   en  Cai-lagena  y  en  Venezuela. 

La   restauración  española  le  obligó  a  emigrar  a  las  Antillas,  des- 


IMUMKHA    liKPriU.ICA    DE    VIÍXKZUKLA  Mí 

mente  socorros.  Salías  fué  a  activar  las  geslioiies  ele 
Delpech  a  las  Antillas  irancesas,  y  el  <>rana(lino  vSalazar 
reoil)ió  orden  de  ponerse  en  camino  para  Santa  Fe  y  dr 
solicitar  del  gobierno  independiente  un  enví(>  de  refuerzos. 
Toda  la  actividad  de  Miranda  parecía  absorbida  por  la 
preparación  de  aquellas  diferentes  misiones.  Acaso  no 
distara  muclio  el  generalísimo  de  compailir  la  opinión  de 
Miguel  José  Sanz '  <[u¡en  por  entonces  le  escribía  desde 
Caracas  :  «  ¿Por  qué  no  negociar  con  el  Gran  Turco  en 
persona  antes  que  exponerse  otra  vez  a  nuevas  cade- 
nas?... »  ^,  v  se  negaba  a  sacar  partido  de  los  elementos 
de  que  disponía.  Y,  no  obstante,  los  cuatro  mil  hombres 
que,  detrás  de  sus  trincheras,  se  sometían  de  mala  gana  a 
ejercicios  demasiado  sabios,  los  oficiales  que.  privados  de 
iniciativa,  iban  ya  perdiendo  paciencia,  hubieran  podido 
prestar  preciosos  servicios  a  la  patria,  y  lo  probaron  de 
sobresaliente  manera,  pocos  días  más  tarde,  cuando  el  ataque 
intentado  par  Monteveide  contra  Guaica,  el  12  de  junio,  y, 
sobre  todo  durante  los  encarnizados  combates  que  se  dieron 
el  20  v  el  29.  en  las  cercanías  y  en  las  calles  de  La  Victoria. 
Temiendo  verse  envuelto  por  una  hábil  maniobra  que 
los  Españoles  habían  comenzado  la  antevíspera  al  tomar 
posición  en  las  alturas  que  dominan  el  lago,  el  generalí^ 
simo,  había  acabado  por  levantar  el  campo  de  Maracay, 
el  17  de  junio.  Estableció  su  cuartel  general  en  esta 
pequeña  ciudad  de  La  Victoria,  ante  la  cual  esperaba  poder 
atraer   al   enemigo,   creyendo    poder  exterminarlo   en   una 

pues  a  Washington  en  donde  ejerció  su  profesión  de  abogado.  Des- 
pués fué  diputado  en  el  Congreso  de  Cúcuta,  luego  ministro  de 
relaciones  exteriores  y  delegado  en  el  Congreso  de  Panamá  en  1826. 
Algún  tiempo  después  fué  a  Guayaquil,  en  donde  fué  arrestado  y 
preso.  Se  evadió  y  residió  en  Bogotá  hasta  en  1837.  En  aquella  época 
enviado  a  Europa  por  el  gobierno  ecuatoriano  gestionó  allí  el  reco- 
nocimiento de  dicha  república.  Habitó  de  nuevo  en  Bogotá  desde  1 838 
hasta  1848.  luego  volvió  a  Caracas  en  donde  fué  elegido  presidente 
del  gobierno  provisional  de  Venezuela,  el  15  de  marzo  de  1858. 
Luego  desempeñó  las  funciones  de  presidente  del  consejo  de  Estado 
y  de  vicepresidente  de  la  República. 

1.  Nacido  en  Valencia  en  175'i.  Miembro  del  Congreso  de  1811  y 
redactor  con  t'stáritz  de  la  Constitución  de  1813.  Tomó  parte  on  las 
últimas  campañas  de  I8"2'i  en  Venezuela  y  fué  muerto  en  la  batalla 
de  trica,  el  5  de  abril  de  ese  año. 

2.  Carta  a  .Miranda  del  14  de  junio  de  1811  en  R().ias,  El  (Jcneral 
Mirártela,  op.  rit.,  Documenlos  :  p.  275. 


.■{82  EL    PliECURSOn 

l)atalla  bien  campal.  Monteverde.  que  no  perdía  un  minuto, 
se  presentó  el  20  de  junio  al  amanecer,  a  las  puertas  de 
La  Victoria.  Miranda  no  había  tenido  tiempo  aún  para 
atrincherarse  en  este  último  sitio.  Sin  embarco,  los 
republicanos,  sorprendidos,  se  rehicieron  en  el  acto. 
Los  jinetes  de  Mac  Gregor  rechazaron  con  furia  la  van- 
guardia española  que,  huyendo  en  desorden,  lué  a  sembrar 
el  pánico  en  las  filas  de  las  columnas  quedadas  atrás. 
Intentó  Monteverde  reunir  sus  cazadores,  pero  la  infan- 
tería patriota  llegaba  a  paso  de  carga.  Fusilados,  a  quema- 
rropa, pasados  a  cuchillo,  desbaratados,  los  Españoles  sem- 
braron de  cadáveres  el  encharcado  camino  de  Cerro  Gordo. 
De  Miranda  dependía  el  sacar  completo  provecho  del 
ímpetu  de  sus  tropas;  pero  atajó  aquel  entusiasmo,  y  de 
nuevo  las  encerró  en  La  Victoria. 

Ocho  días  después,  Monteverde.  que  conducía  esta  vez 
los  soldados  de  Antoñanzas  v  las  tropas  frescas  de  Puerto 
Rico,  atacó  de  nuevo  de  improviso  las  líneas  de  defensa 
del  generalísimo,  consiguió  romperlas  y  penetró  hasta  en 
las  calles  de  La  Victoria. 

Siete  horas  duró  el  terrible  combate  y  terminó  por  la 
completa  derrota  de  los  realistas.  Un  reducido  número  de 
supervivientes,  entre  los  cuales  se  hallaba  Monteverde, 
no  consiguió  llegar  al  pueblecito  de  San  Mateo,  en  donde 
les  esperaba  una  retaguardia  extenuada  de  privaciones  y 
de  cansancio,  sino  merced  a  los  principios  temporizadores 
de  Miranda. 

Tranquilizado  éste  en  cierto  modo  respecto  al  valor  de 
sus  soldados  seguía  dudando,  sin  embargo,  de  su  lealtad. 
Durante  las  últimas  semanas  se  habían  producido  aún 
algunas  deserciones,  y  el  generalísimo  encontraba  además 
razones  plausibles  para  su  actitud  de  expectativa,  eu  los 
escrúpulos  ([ue  sentía  al  hacer  armas  contra  un  enemigo 
cuyo  ejército  contaba  más  Venezolanos  que  Españoles. 

INIientras  se  obstinaba  Miranda  en  no  salir  de  la  defen- 
siva, Monteverde,  reducido  a  ima  situación  lamentable  en 
San  Mateo,  reanima])a  sus  troj)as  lo  mejoi-  ([ue  podía, 
recurriendo  a  todos  los  medios  por  hacer  Irente  al  pre- 
cario estado  de  sus  armamentos,  llegando  hasta  a  hacer 
ari'aucar  los  clavos  de  las  puertas  v  de  los  muebles  para  con 


PRniEHA    liKl'l  lilJCA    l)K    VENEZUELA  ;i8.'í 

ellos  oai-ofar  sus  obusos.  Hasta  había  ordenado  la  rcliíada 
hacia  Valencia,  cuando  otro  desastre  de  los  pati-iotas  vino 
a  punto  para  darle  nuevo  valor  y  decidir  la  victoria  en 
íavor  suvo. 

El  2  de  julio  por  la  noche,  se  habían  visto  desde  las 
avanzadas  republicanas,  encenderse  de  repente  fuegos  en 
las  calles  y  plazas  de  San  Mateo,  y,  luego,  en  las  alturas 
que  dominan  el  pueblo.  En  la  noche  serena  se  oían  músicas, 
vivas,  toque  de  campanas,  y,  en  señal  de  regocijo,  se 
lanzaban  cohetes  al  espacio.  Los  patriotas  creyeron  que 
ac|uello  era  alguna  jactancia  de  Monteverde...  No  iban  a 
tardar  en  saber  la  tristísima  verdad. 

El  relato  que,  treinta  años  después,  escribió  Pedro 
Gual  de  este  episodio,  y  del  modo  cómo  Miranda  vio  en 
un  instante  morir  todas  sus  esperanzas  y  naufragar  su 
destino,  merece  recordarse  :  «  Tal  era  nuestra  situación  el 
5  de  julio  de  1812,  en  que  celebramos  por  la  mañana  con 
la  mayor  solemnidad  el  aniversario  de  nuestra  indepen- 
dencia. Yo  estaba  nombrado  por  el  gobierno  de  la  Repú- 
blica para  ir  á  reemplazar  en  los  Estados  Unidos  á  nuestro 
agente  el  señor  Orea,  que  quería  regresar  á  Caracas...  Por 
la  tarde  dio  el  general  á  la  oficialidad  una  comida  frugal 
como  de  cien  cubiertos.  Concluida  la  comida  se  retiró  á  la 
testera  de  la  sala,  y  comenzó  á  hablarme  de  mi  viaje  á  los 
Estados  Unidos,  de  Jefferson,  de  Adams  y  otros  hombres 
prominentes  de  aquel  país,  y  del  débil  y  el  fuerte  de  cada 
un<>  de  ellos,  como  lo  vería  yo  mismo...  Tomábamos  el 
café,  cuando  apareció  á  la  puerta  de  la  sala  mi  excelente 
v  lamentado  amigo  el  coronel  Sata  v  Bussy,  y  anunció  la 
llegada  de  un  posta.  Se  levantó  el  general  Miranda,  dicién- 
dome  que  pronto  estaría  de  vuelta,  y  siguió  á  la  secretaría. 
Continué  mi  conversación  con  el  coronel  Plaza,  v  viendo 
([ue  se  dilataba  demasiado  el  general,  me  dirigí  á  la  secre- 
taría. 

«  Al  entrar  en  esta  oficina  se  paseaba  el  general  acelera- 
damente de  un  extremo  á  otro  de  la  pieza;  el  Sr  Roscio  se 
pegaba  fuertes  golpes  con  los  dedos  de  una  mano  en  la 
otra;  el  Sr  Espejo  estaba  sentado  cabizbajo  y  absorto  en 
meditación  profunda,  y  Sata  y  Bussy  parado  como  uua 
estatua,  junto  á  la  mesa  de  su  despacho.  Meno  vo  del  pre- 


.<84  EL  PRECURSOR 

sentimiento  de  nna  calamidad  inesperada,  me  dirigí  al 
general.  «  Y  l>ien,  le  dije,  ¿  qué  hay  de  nuevo?  »  Nada 
me  contestaba  á  la  segunda  pregunta,  cuando  á  la  tercera, 
hecha  después  de  algún  intervalo,  sacando  un  papel  del 
bolsillo  de  su  chaleco,  me  dijo  en  francés  :  «  Tenez,  Vene- 
zuela est  bleasée  au  coeur,  w  Jamás  se  borrará  de  mi  memoria 
el  cuadro  interesante  que  presentaban  en  momentos  tan 
críticos  a([u ellos  patriarcas  venerables  de  la  emancipación 
americana,  combatidos  reciamente  por  la  intensidad  del 
dolor  presente,  y  el  presentimiento  de  las  calamidades 
que  iban  á  afligir  á  la  desventurada  Venezuela. 

«  El  papel  que  acababa  de  entregarme  el  general  Miranda 
quedó  tan  fuertemente  impreso  en  mi  imaginación,  que 
después  de  tantos  años  puedo  asegurar  que  contenía  en 
sustancia,  y  aun  casi  en  las  mismas  palabras,  lo  siguiente  : 

«  Comandancia  de  Puerto  Cabello. 

<(  Julio   1''  de  1812. 

«  Mi  general  :  Un  olicial  indigno  del  nombre  venezolano  ge 
ha  apoderado,  con  los  prisioneros,  del  Castillo  de  San  Felipe,  y 
está  haciendo  actualmente  un  fuego  terrible  sobre  la  ciudad. 
Si  V.  E.  no  ataca  inmediatamente  al  enemigo  por  la  retaguardia, 
esta  plaza  está  perdida.  Yo  la  mantendré  entretanto  todo  lo 
posible. 

«  Simón  Bolívar  ^  » 

El  oficial  a  que  aludía  Bolívar  se  llamaba  Francisco 
Vinoni  ^  Estaba  de  guardia  en  la  fortaleza  el  30  de  junio. 
Seducido  por  la  promesa  de  una  cantidad  considerable  de 
dinero,  de  acuerdo  con  la  guarnición  y  aprovechando  la 
ausencia  momentánea  del  comandante,  que  había  sido 
llamado  aquel  día  a  la  ciudad.  Vinoni.  a  las  3  de  la  tarde, 
había  dado  libertad  a  los  presos,  enarbolado  el  pabellón 
real  v  empezado  el  bombardeo  de  Puerto  Cabello, 

Aunque  era  verdaderamente  insensato  intentar  deíender 

1.  I'fdiío  (lUAi,,  Recuerdos  publicados  en  Bogotií  en  18'i3  y  repro- 
ducidos en  D.  III,  690. 

2.  Vinoni  que  se  había  pasado  a  los  Españoles,  hizo  en  sus  lilas  las 
campañas  de  1814  hasta  1819.  Contaba  entre  los  prisioneros  de  la 
batalla  de  Boyaca.  Bolívar  lo  hizo  ejecutar. 


i'iii.MKiiA    liKi'iiíi.icA    di;   vi:M;/ut:LA  :{85 

la  ciudad,  pues  los  ciiartídcs  oliccían  un  punto  de  uiiía  a 
propósito  para  los  obuseros  de  la  loi'taleza,  Bolívar  no 
descuidó  nada  |)ai'a  atenuar  el  desastre.  Reunió  los  super 
vivientes,  los  puso  a  salvo  en  los  arrabales  vecinos  del 
valle  de  San  Esteban,  y  esperó  los  reiuerzos  pedidos  a 
Miranda.  El  5  de  julio,  (pilen  llegó  fué  Monteverde. 
Bolívar  envió  contra  las  primeras  columnas  enemigas  un 
destacamento  de  200  jinetes  mandados  por  Mires'  y  Jalón, 
conservando  cerca  de  él  una  reserva  de  50  combatientes. 
Los  republicanos  encontraron  en  San  Esteban  la  vanguar- 
dia española.  Comenzó  la  acción  ;  las  tres  cuartas  partes 
de  los  soldados  independientes  se  pasaron  al  enemigo, 
Jalón  lué  hecho  prisionero ;  Mires  que  volvía  con  siete 
hombres,  se  reunió  con  Bolívar.  El  desdichado  coman- 
dante de  Puerto  Cabello  quiso  aún  intentar  resistir.  Pero 
abandonado  por  su  reserva,  tuvo  ([ue  embarcarse  el  O  de 
julio  en  Burburata,  en  el  bergantín  el  Zeloso,  que  se  hizo 
a  la  vela  con  dirección  a  La  Guayra.  Le  acompañaban  cinco 
oficiales  y  tres  soldados  :  todo  lo  (|ue  quedaba  de  la  guar- 
nición de  Puerto  Cabello. 

No  se  había  equivocado  Miranda ;  la  república  venezo- 
lana agonizaba.  Las  regiones  occidentales,  los  llanos,  las 
orillas  del  Orinoco,  el  litoral  entero,  estaban  en  poder  de 
los  Españoles.  En  el  tuerte  de  Puerto  Cabello,  Monteverde 
encontró  400  quintales  de  pólvora,  plomo  en  abundancia, 
y  3  000  fusiles.  En  los  valles  del  sudeste  de  Caracas,  los 
esclavos  se  habían  sublevado,  incendiaban  las  casas  y 
mataban  a  los  amos.  En  el  campo  del  generalísimo,  se 
multiplicaban  las  deserciones.  Hasta  se  urdían  complots 
en  torno  suvo.  Miranda  estuvo  a  punto  de  ser  asesinado 
por  oficiales  de  la  escolta,  en  el  momento  en  que  se  dis- 
ponía a  entrar  en  Caracas. 

Durante  aquellas  trágicas  horas,  el  dictador  dió  pruebas 

1,  Mmrs  (José),  nacido  en  España  hacia  17^0,  tomó  parle  por  los 
independientes  desde  1811.  l\ié  de  los  que  decidieron,  el  31. ele  julio 
de  ISri,  el  arresto  de  Miranda.  Enviado  a  los  presidios  de  África,  al 
mismo  tiempo  que  Roscio,  Madariaga,  etc.,  se  evadió,  volvió  a  Vene- 
zuela y  combatió  en  las  filas  republicanas  hasta  182i.  época  en  la  que 
fué  asesinado.  Mires  fué  uno  de  los  héroes  del  combale  de  Pichincha, 

el  24  de  mayo   de   1822.   Algún   tiempo    antes  había    sido   promovido 

a  general. 

25 


386  EL  pitEcunson 

fie  una  eiiei'<^ía,'  de  ima  serenidad  y,  s()l)re  todo,  de  una 
actividad,  de  que  va  no  se  le  ereía  capaz,  tranquilizó  a  la 
población,  la  salvó  del  pillaje  enviando  al  encuentro  de  los 
negros  sublevados  los  únicos  l)atal Iones  con  que  podía 
contar.  Volvió  luego  a  La  Victoria,  supo  imponerse  a 
todos,  burló  las  traiciones,  reanimó  el  valor  de  las  gentes 
y  lanzó  sus  tropas  contra  las  líneas  enemigas  (11  de  julio). 
Era  éste  un  supremo  esfuerzo  para  mejorar  las  condi- 
ciones de  la  capitulación,  que  Miranda  se  resignaba  a 
proponer  a  Monteverde.  En  efecto,  el  dictador  había 
reunido  tres  días  antes,  en  la  casa  que  él  ocupaba  en  La 
Victoria,  un  consejo  del  que  formaban  parteFrancisco  Espejo 
y  Juan  Germán  Roscio,  miem]:)ros  del  ejecutivo  federal, 
José  de  Sata  y  Bussy,  secretario  del  departamento  de  la 
guerra,  el  marqués  de  Casa  IjCóu,  director  de  las  rentas, 
y  Francisco  Antonio  Paúl,  secretario  de  Estado  en  la 
justicia.  Se  había  examinado  la  situación,  comprobado  la 
imposibilidad  material  de  continuar  la  guerra,  y  hubo 
unánime  acuerdo  para  negociar  con  el  enemigo. 

Las  conferencias  empezaron  en  Valencia  el  12  de  julio. 
Sata  y  Bussy  y  el  teniente  coronel  Manuel  Aldao',  en 
nombre  del  dictador,  obtuvieron  de  Monteverde  una 
suspensión  de  armas,  pero  el  jefe  español  no  quiso  aceptar 
ninguna  otra  condición  y  se  negó  a  permitir,  como  deseaba 
Miranda,  que  los  republicanos  recuperaran  los  puntos  que 
ocupaban  antes  de  la  retirada  de  Maracay  hacia  La  Victoria. 
El  17  de  julio.  Sata  y  Bussy  y  Aldao  llevaron  a  Miranda, 
que  había  vuelto  a  Caracas,  la  respuesta  de  Monteverde. 
El  dictador  les  encargó  que,  cuando  menos,  obtuvieran 
que  rigiese  a  Venezuela  la  constitución  votada  reciente- 
mente por  las  Cortes;  que  las  propiedades  fueran  respe- 
tadas; que  nadie  fuese  molestado  poi-  sus  opiniones  o  por 
su  conducta,  y,  en  fin,  que  cada  uno  quedara  libre  de 
emigrar.  Aceptó  Monteverde,  el  20  de  julio,  el  suscribir 
a  estas  estipulaciones,  pero  exigió  la  entrega  de  todas  las 
plazas.  Dio  a  INliranda  cuarenta  y  ocho  horas  para  ratificar 
el   tratado.   No   consiguió  éste    reunir   el  consejo,  al    cual 

1.  Aldao  (Juan  Manuel),  nacido  en  Caracas,  hizo  con  Bolívar  la 
campaña  de  Nueva  Granada  en  1813.  Fué  muerto  en  la  batalla  de  La 
Puerta  el  año  siguiente. 


Plil.MKliA     liKl'l   lil.lCA     l>E    VEMi/l  KLA  ;í87 

quería  soincler  las  proposirioiics  españolas  :  el  azoiaiuieiiLo 
se  había  apoderado  de  todos.  Sata  y  Biissy,  Aldao,  y  Casa 
León,  agregado  a  éstos  por  Miranda  salieron  de  nuevo 
para  Valencia,  hallaron  a  Mouteverdc  en  San  Mateo,  el 
25  de  julio,  y  firmaron  la  capitulación.  Tales  eran  su  tur- 
bulencia y  el  temor  que  les  inspiraba  el  vencedor,  ([ue 
aceptaron,  por  un  artículo  adicional,  el  dejar  a  la  discreción 
de  Monteverde  la  aplicación  de  las  cláusiüas  del  tratado*. 

Tan    pronto    como   se    supo    en   Caracas  que  el   tratado 
había  sido  ílrmado,  los  lamiliares  de  Miranda,  los  oficiales 

V  los  principales  funcionarios  del  gobierno  manifestaron 
una  indignación  tanto  más  ruidosa  cuanto  que  estaban 
seguros  de  poder  manifestarla  impunemente.  ¿Cómo, 
decían,  no  prefiere  el  generalísimo  la  guerra  a  todo  trance 
a  esta  humillación?  ¿Cómo  con  un  ejército  de  cinco  mil 
hombres,  no  intentar  todavía  un  último  esfuerzo?  Puesto 
que  la  república  estaba  perdida  ¿no  valía  más  que  pere- 
ciera con  decoro?  Las  consecuencias  de  una  derrota  no 
podían  ser  peores  que  las  de  la  capitulación.  Para  todos, 
Miranda  era  el  responsable  del  desastre.  Ignorábase  en 
general  que  él  no  había  sido  sólo  en  resolverse  a  capitular 

V  que  para  nada  había  intervenido  en  la  decisión  postrera 
que  confiaba  los  destinos  del  país  al  temible  Monteverde. 
Los  que  sabían  dónde  terminaba  la  responsabilidad  del 
generalísimo  se  guardaban  bien  tle  revelarlo  al  desvarío 
popular.  Los  demás  seguían  esparciendo  invectivas  y 
pérfidas  injurias  contra  el  dictador,  al  mismo  tiempo  que 
buscaban  los  medios  de  ponerse  a  salvo  o  hasta  de  acogerse 
a  la  benevolencia  de  ^lonteverde. 

En  las  circunstancias  por  que  atravesaba  Venezuela, 
sólo  Miranda  comprendía  exactamente  la  situación,  y  sólo 
él  poseía  la  terrible  firmeza  de  alma  que  era  necesario 
para  no  resultar  inferior  a  tan  tremendos  acontecimientos. 
Las  vicisitudes  de  su  vida  parecían  haber  templado  el 
corazón  de  Miranda  más  bien  para  el  infortunio  que  para 
,  los  éxitos.  Insuficiente  e  indeciso  cuando  los  sucesos  pare- 
cían favorecerle,  mostrábase  inspirado,  resuelto  y  grande 
ante    la    desgracia,    su    elemento    verdadero.    Dominó   sin 

o 

1.  Capitulación  llamada  de  Suu  Maleo,  D.  III,  672. 


388  RI.    PHECUIiSon 

trabajo  la  agitación  ficticia  maíiitcstacla  a  última  hora, 
suponiendo  una  paz  (|uc,  en  realidad,  era  el  objeto  de  todas 
las  aspiraciones.  Tomó  todas  las  disposicioíies  necesarias 
para  asegurar  la  emigración  de  los  patriotas  que  llegaba  a 
ser  la  consecuencia  inevitable  de  las  estipulaciones  de  San 
Mateo.  Hizo  cerrar  el  puerto  de  La  Guayra  con  el  fin  de 
inipedií-  la  salida  tle  los  barcos  neutros  que  constituían 
allí  el  único  refugio  posible.  Los  negros  insurrectos  rin- 
dieron las  armas.  Ll  oeneralísimo  ordenó  la  evacuación 
de  La  Victoria.  La  mitad  del  ejército  que  la  ocupaba  se 
había  pasado  a  las  tropas  españolas;  el  resto  desertó 
durante  la  marcha  de  regreso  hacia  la  capital. 

Además,  Monteverde  llegaba  a  las  puertas  de  Caracas 
el  29  de  julio.  Por  todas  partes  por  donde  pasaban,  los 
Españoles  se  habían  señalado  por  el  crimen  y  la  violencia. 
No  había  duda  de  que  el  tratado  fuese  considerado  por 
ellos  como  un  medio  de  guerra.  Ya  comenzaban  las  despia- 
dadas ejecuciones.  El  30  por  la  mañana,  los  antiguos  jefes 
de  la  revolución,  los  patriotas  más  comprometidos  salieron 
para  La  Guavra.  Miranda  se  reunió  a  ellos  hacia  las  7  de 
la  tarde. 

El  aspecto  que  La  Guavra  presentaba  aquella  noche  pre- 
sagiaba siniestros  acontecimientos.  La  obscuridad  envol- 
vía los  tumultuosos  grupos  que  circulaban  por  medio  de 
las  calles  v  las  plazas  sembradas  de  escombros  del  terre- 
moto. Con  el  calor  sofocante,  ante  las  puertas  entre- 
abiertas y  mal  alumbradas  de  las  posadas  improvisadas,  se 
veía  la  llegada  continua  de  caravanas ;  oficiales  que  se 
apeaban  de  sus  monturas,  la  multitud  de  los  soldados  sin 
armas,  mujeres  que  se  lamentaban,  mozos  de  cuerda  que 
acudían  presurosos  al  puerto.  El  mar.  agitado,  sacudía  las 
canoas  y  los  buques  cuyas  luces  constituían  la  única  cla- 
ridad del  horizonte  envuelto  en  tinieblas. 

IIal)ía  allí  varios  navios  americanos  e  ingleses.  Uno  de 
ellos  el  S(ij)phire.  aquella  misma  corbeta  que,  dieciocho 
meses  antes,  había  traído  a  ]3oIívai'.  acababa  de  llegar  la 
víspera  con  (d  fin  de  tomar  a  su  bordo  a  los  subditos 
ingleses    t[ue     ([uisiei'au     ampararse     bajo     su      [tabelión   '. 

1.  Libro  de  abordo  del   capitán    Ilayiies,  que  mandaba   la   corbeta 


l>l!IMi;iiA     IIKI'I  lili»: A     1)1.     VK.NKZIKLA  380 

Cuando  rl  coinaiKlaiilt'  lla\iH's  supo  ([ur  Miíaiula  s(! 
hallaba  en  La  (iuayra.  hají)  a  i  ierra,  se  puso  en  su  busca 
y  lo  encontró  instalado  en  la  pi'oj)ia  casa  del  comandante 
de  la  plaza,  el  coronel  Manuel  María  de  Las  Casas. 

El  oficial  británico  tenía  tanta  más  prisa  en  obtener  del 
generalísimo  la  seguridad  de  que  el  embargo  provisional 
efectuado  sobre  los  l)arcos  por  oi'den  suya  sería  levantado 
en  breve,  cuanto  que  los  comercianles  ingleses  de  la  región 
habían  hecho  embarcar  el  mismo  día,  en  el  Sappliire,  cierto 
número  de  mercancías  de  valor.  Entre  otros,  el  negociante 
George  Robertson  había  entregado  en  dinero  una  can- 
tidad muy  importante. 

Miranda  manil'cstó  al  comandante  Haynes  cuál  era  la 
situación;  pero  le  declaró  que  estaba  persuadido  de  <[ue 
Monteverde  respetaría  siquiera  las  cláusulas  del  tratado 
concerniente  a  la  seguridad  de  los  bienes  y  de  las  personas 
y  le  tranquilizó  acerca  de  la  suerte  de  los  residentes  extran- 
jeros. Tal  vez.  llavnes.  cuyos  relatos  '.  nada  dicen  sobre 
este  asunto.  olVeció  a  Miíanda  darle  asilo.  En  todo  caso, 
el  generalísimo,  le  dejó  salir;  v  agobiado  de  cansancio  y 
de  pena,  pidió  a  su  ayudante  Soublette  que  le  despertara 
al  día  siguiente  temprano  y  se  acostó,  vestido,  sobi'c  un 
diván  de  la  habitación  que  le  había  sido  preparado. 

Lo  muy  probable,  según  relato  de  Pedro  Gual  ".  es  (pu' 
Miranda  había  resuelto  salir  para  Nueva  Granada,  en 
donde  la  causa  de  la  independencia  parecía  más  segura. 
El  bergantín  republicano  el  Zelo.so,  que  días  antes  había 
vuelto  con  Bolívar  de  Puerto  Cabello,  estaba  listo  para 
tomar  de  nuevo  el  mar,  y  según  tradición  local,  el  escueto 
bagaje  del  dictador,  que  consistía  en  dos  o  tres  maletas  de 
ropa  y  de  papeles,  había  sido  transportado  por  la  tarde 
en  una  de  las  lanchas  fondeadas  delante  del  embarca- 
dero ".  No  había  brisa  hasta  las  diez  de  la  mañana,  lo  que, 


de  S.  M,  Sapphirp.  .írcliivo  dol  (ilniiíatitaziiíi  hritánico.  Captains 
Joitrnnls.  N"  2057. 

1.  El  comaiidaiito  Haynes,  al  ahnirante  Stirling.  que  mandaba  la 
división  naval  bfila'nica  en  la  .laniaica,  de  l'"orl  Amsterdaní  (Curazao) 
'i  de  agosto  1812.  R.  O.  Adinivally  Sec?-elary,  in  letlcrs.  .h\miáci\.  262. 

2    En  el  artículo  citado  anteiiornienle. 

;].  Bkcfrra,  un.  ril..  1.   II.   p.  2ó*,t. 


890  KL    PliECURSOU 

sin  duda,  hizo  que  .Miranda  dejara  para  el  día  siguiente  su 
salida. 

Este  retraso  le  perdió.  Gasas,  quien,  por  cierto  debía  a 
Miranda  su  cargo  de  comandante  de  la  plaza,  preparaba, 
desde  hacía  algunos  días,  con  Miguel  Peña,  gobernador 
civil,  un  complot  '  contra  su  bienhechor. 

Los  rumores  de  cobardía,  abuso  del  poder,  traición,  etc., 
dirigidos  contra  el  generalísimo,  que  servían  de  pasto  a  la 
población  de  La  Guayra  en  aquellos  momentos,  habían  sido 
esparcidos  por  Casas,  quien  al  entregar  al  desgraciado 
anciano  a  la  ira  de  sus  enemigos,  quería  atraerse  los 
favores  de  éstos  y  ediftcar  su  propia  fortuna.  Faltaba  encon- 
trar un  medio  para  arrestar  a  Miranda  :  los  acontecimien- 
tos favorecieron  singularmente  este  inicuo  proyecto.  Casas 
había  tenido  la  precaución  de  exigir  del  inglés  Robertson 
un  finiquito  de  los  22  000  dólares  cuvo  embarco  en 
el  Sapphire  le  había  sido  pedido  por  dicho  negociante. 
Era  ésta  una  arma  terrible  en  manos  de  un  traidor,  y  Casas 
la  utilizó  con  maestría  ^. 

Bolívar  había  llegado  el  12  de  julio.  Dolorido,  «  con 
el  espíritu  y  el  corazón  destrozados^  «,  había  errado  de 
Caracas  a  La  Guayra,  enterándose  día  por  día  con  nuevo 
desgarramiento  y  suma  desesperación,  de  los  aconte- 
cimientos que  precipitaban  a  su  patria,  a  una  ruina  de  la 
cual  se  acusaba  ('1  de  ser  el  primer  culpable.  Acudió  a  La, 
Guavra.  como  sus  compañeros,  siendo,  a  su  vez.  ganado 
por  la  exaltación  ambiente,  y,  casi  en  seguida,  halló  Casas 
en  él  más  que  un  crédulo  oyente  :  nn  cómplice  !  j  Conque 
Miranda   se  llevaba  dinero!   ¡Conque  Miranda    los  traicio- 

1.  Los  manejos  tenebrosos  de  Casas  durante  la  semana  que  pre- 
cedió al  30  de  julio  de  1812,  su  connivencia  con  los  Españoles  y  su 
traición  resultan  perentoriamente  de  la  exposición  de  Montcverde  al 
subseci-etario  de  Estado  en  Madrid,  fechada  en  Caracas  el  26  de 
agosto  de  1812  {Arc/iiyo  General  de  Indias,  l']stante  13o.  Cajón  3, 
Legajo  12)  publicado  por  primera  vez  por  el  Sr  Gil  Fortoul  en  el 
Tiempo,  periódico  de  (Caracas,  del  16  de  septiembre  de  1899,  y  repro- 
ducido in  extenso  en  :  Historia  Coustitaciaual,  op.  rit.,  t.  I,  C.  V, 
pp.  189-190.  Casas,  por  oti-a  parte,  quedó  al  servicio  de  España 
hasta  1821. 

2.  V.  el  relato  de  Monteverde. 

3.  Carta  de  Bolívar  a  Miranda.  La  (iuayra,  12  de  julio  de  1812. 
O'LEAuy,  Doninienlos,  t.  XXIX,  p.   12, 


l'lil.MF.üA     HK1M  UI.ICA     DF.    VKXK/IKI.A  .'^91 

naba,  los  ahaiulonaha  a  mcMced  del  vcmcimIoi'  después  do 
una  capitulación  sin  precedente  y  se  iba  tranquilo  con 
sus  amigos  los  Ingleses!  Esto  era,  sin  duda,  lo  que,  horas 
antes,  había  él  convenido  con  aquel  comandante  Haynes, 
que,  en  aquel  momento  se  preparaba  a  partir!  De  modo 
que  todos  los  sacrificios,  la  sangre  que  se  había  derra- 
mado, ¡todo  era  inútil!  ¡Había  que  decidirse  en  el  acto, 
castigar  a  aquel  jete  de  tropas  que  no  sólo  había  entregado 
al  enemigo  el  territorio  de  la  república,  sino  que  le  entre- 
gaba hasta  sus  hombres!  ¿No  era,  aquel  dinero,  el  pago 
de  la  traición?... 

Cuanto  pueden  inspirar  la  desesperación,  la  rabia,  v, 
también  el  rencor,  pues  se  lo  guardaba  a  Miranda  por  sus 
severidades  y  represiones,  se  agitaba  en  la  calenturieiíta 
mente  de  Bolívar.  Se  hace  éste  entonces  el  inconsciente 
pero  irresistible  portavoz  de  Casas  v  de  Peña  ante  sus 
compañeros  exaltados  hasta  la  locura,  retemblando  de 
fiebre,  de  angustia  o  de  ira.  quienes,  reunidos,  sin  saber 
cómo,  en  una  sala  de  la  morada  de  Casas,  se  instituyen 
jueces  de  Miranda  y  decretan  su  acusación.  Juan  del  Cas- 
tillo S  José  Mires,  Cortés  Campomanes,  Tomás  jNIontilla. 
Miguel  Carabafío.  Rafael  Landueta,  Juan  José  Yaldez, 
Raphaél  Chatillon  hablan  a  su  vez.  «  ¿No  es  ya  criminal  el 
dejarse  batir  por  el  enemigo?  ))  «  Rendirse  es  una  infamia 
que  merece  la  muerte  »  «  ¿  Qué  venganza  no  merece  un 
traidor?  »  Cual  disparos  se  entrecruzan  estas  furiosas  cla- 
maciones.  Los  conjurados  abrevian  la  deliberación.  El 
veredicto  estaba  pronunciado  de  antemano.  Se  decide 
arrestar  inmediatamente  al  generalísimo. 

Eran  las  tres  de  la  mañana.  Reúne  Casas  a  los  hombres 
de  la  guarnición  que  habían  permanecido  fieles  y  hace 
ocupar  todas  las  salidas.  Mientras  tanto,  los  conjurados  se 
dirigen  hacia  las  habitaciones  en  donde  descansa  su  víc- 
tima.   Despertado,    en   la    primera   pieza,  Soublette  recibe 


1.  Castillo  (Juan  Paz  del),  nacido  en  Venezuela;  asistía  a  la  Junta 
del  10  de  abril.  Enviado  después  de  la  arrestación  de  Miranda  a  los 
presidios  de  Ceuta  y  de  Gibraltar,  se  evadió  hacia  el  año  1814,  volvió 
a  América  y  se  alistó  bajo  las  órdenes  del  general  Sucre  con  quien 
hizo  la  campaña  del  Perú  en  1822.  Castillo  fué  nombrado  intendente 
de  Guayaquil  en  1826  y  asesinado  el  año  siguiente. 


3'J2  EL    PKECUItSOH 

oidon  de  llamar  al  general.  Soiprendido,  obedece  sin 
reparo  :  «  ¿No  es  muy  temprano  aún?  »  pregunta  Miranda 
a  través  de  la  puerta.  Pero,  al  oir  las  voces  de  sus  oficiales, 
dice  :  «  Allá  voy  ».  \,  en  seguida,  aparece  en  el  umbral, 
vestido,  armado,  tranquilo  como  de  costumbre.  Se  adelanta 
Bolívar  y.  con  voz  recia,  intima  a  Miranda  que  se  consti- 
tuya prisionero.  Tomando  entonces  con  la  mano  izquierda 
la  linterna  que  colgaba  del  petrificado  brazo  de  Soublette, 
Miranda  la  levanta  a  la  altura  de  su  vista,  mira  uno  a 
uno  a  todos  los  conjurados  que  formaban  círculo  en 
torno  suyo,  y  profiere  esta  simple  frase  :  «  Bochincbe, 
bocbinche,  esta  gente  no  sabe  hacer  sino  bochinche  ». 
Luego,  sin  añadir  una  palabra,  entrega  su  espada  a  los 
soldados  apostados  ante  la  puerta  de  la  casa.  Estos  le  con- 
dujeron, como  les  había  sido  mandado,  a  la  fortaleza  de 
San  Carlos.  ^ 

Al  amanecer,  llegaba  a  galope  a  la  capital  un  correo 
de  Monteverde.  Prescribió  a  Casas  que  prohibiera  la 
salida  del  puerto  a  todas  las  embarcaciones,  y  que  obede- 
ciera a  un  nuevo  comandante  :  D.  Juan  Antonio  Cervériz. 
Casas  se  mostró  tan  celoso  en  el  cumplimiento  de  estas 
instrucciones,  que  aquellos  de  los  patriotas,  que  preten- 
dieron embarcarse  y  huir,  fueron  ametrallados  por  los 
cañones  de  la  fortaleza  -.  Yanes.  Gual  y  un  marsellés.  Pierre 
Labatut, '  antiguo  sargento  del  46"  regimiento  de  infan- 
tería, llegado  a  capitán  en  el  servicio  de  Venezuela,  fueron 
los  únicos,  que  consiguieron  ganar  la  alta  mar  en  una 
goletita,  la  Matilde,  mandada  por  el  antiguo  timonel  de  la 
marina  francesa,  Chataing.  '*  Sus  compañeros  habían  sido 
todos  cogidos  en  la  trampa.  Bolívar  volvió,  disfrazado,  a 
la  capital,  y  a  la  hospitalidad  del  marqués  de  Casa  León 
debió  el  escapar  a  las  persecuciones. 


1.  Según  el  relato  de  Becerra,©/),  cit.,  t.  II,  c.  XXIIl,  basado  sobre 
los  testimonios  comprobados  de  todos  los  personajes  que  asistiei'on 
a  esta  escena. 

2.  Los  barcos  extranjeros  fueron  amenazados  igualmente  por  el 
comandante  Casas,  pero  se  encontraban  lejos  del  alcance  de  las 
baterías  de  La  Guayra  y  levantaron  ancla  el  31  de  julio  (Relatos 
citados  del  comandante  Ilaynes). 

3.  V.  iufra. 

1.  Lakkaz.viíai.,  Vida  de  lioli'yar,  op.  cit.,  t.  I,  c.    YII. 


l'lilMKIíA     liKI'llil.lCA     l)K    VKNE/AELA  -i^.i 

Dosdo  su  ciitiiida  eii  (Caracas,  Montovcrde  se  apresuró  a 
violar  ci'uieauíenle  sus  promesas  y  a  haeer  asesinar,  ajus- 
ticiar o  prender  a  los  revolueionarios.  í.a  delación  aumentó 
la  lista  de  los  sospechosos.  Comenzaba  para  Venezuela 
una  era  de  persecuciones,  de  torturas  y  de  muerte,  cuya 
primera  víctima  iba  a  ser  Miranda.  Transportado  desde  el 
2  de  auosto  a   los   mefíticos  calabozos   de  Puerto  Cabello, 

o 

luego  a  los  de  Puerto  Rico,  íué.  dos  años  después,  ence- 
rrado en  la  prisión  de  Cádiz,  en  donde  falleció,  el  14  de 
julio  de  1810. 

El  primer  cuidado  del  Precursor,  insensible  a  las  aflic- 
ciones que  coronaban  su  trágica  existencia,  había  sido  el 
de  protestar  «  a  la  vista  de  todo  el  universo  »  contra  la 
violación  de  la  capitulación,  y  el  de  recordar  al  adversario 
a  quien  siempre  había  él  combatido  leal  y  valientemente, 
que  cumpliera  su  palabra'.  Renovó,  además,  en  varias  oca- 
siones, sus  llamamientos  en  favor  de  sus  compatriotas 
«  arrestados  por  arbitrariedad  »,  sin  hacer  jamás  mención 
de  sus  propios  padecimientos.  Sólo  un  día,  en  Cádiz,  la 
antevíspera  de  su  muerte,  al  preguntarle  uno  de  sus  compa- 
ñeros de  cautiverio  si  los  grillos  y  las  esposas  que  llevaba 
en  sus  pies  y  en  sus  manos  le  hacían  daño,  contestó  sim- 
plemente :  «  jNle  pesan  menos  que  los  que  llevé  en  La 
Guayra  ». 

Cualesquiera  que  fueran  los  motivos  que  determinaran 
a  los  conjurados  del  30  de  julio  de  1812  a  arrestar  al  más 
digno  de  entre  sus  compatriotas,  al  admirable  obrero  de  la 
libertad  sudamericana,  es  imposible,  sin  embargo,  no  ver 
la  negra  atrocidad  de  semejante  acto.  Y  el  papel  que  en  él 
vemos  desempeñar  a  Rolívar  parece  particularmente  odioso. 
¿No  era  la  pérdida  de  Puerto  Cabello,  de  la  que,  después  de 
todo,  era  responsable  Bolívar,  la  que  había  reducido  al  gene- 
ralísimo a  la  desesperación?  ¿No  era  él.  Bolívar,  quien  había 
provocado  el  regreso  de  Miranda  a  Venezuela?  ¿No  hal)ía 
sido  su  confidente,  su  discípulo  predilecto,  no  llevaba  en  él, 
consciente  o  inconscientemente,  lo  más  puro  del  pensa- 
miento del  Precursor?;  Tu  (/iwf/ue.  /ili !  Cierto  que  la  iuimilla- 

1.  Memoria  dirigida  por  el  general  Miranda  ala  Audiencia  real  de 
('aracas  el  8  de  marzo  de  1813.  En  Rojas,  El  general  Miranda,  op. 
cit..  Documentos  :  n"  704. 


:J9'4  i:i,  pitEcuRSOK 

cióiidc  la  derrota,  el  presentimiento  de  las  represalias  a  que 
daría  ésta  pretexto  por  parle  de  un  vencedor  implacable,  la 
certidumbre  de  una  traición',  y,  sobre  todo,  la  terrible 
tensión  de  la  atmósfera  de  aquella  época  en  que  la  natura- 
leza y  el  hombre  se  disputaban  el  premio  de  la  ferocidad, 
eran  circunstancias  atenuantes  en  favor  del  futuro  Liber- 
tador. El  hombre  del  Monte  Sacro,  en  quien  el  amor  de 
la  patria  hervía,  exclusivo  y  apasionado  como  todos  los 
gi-andes  amores,  devastador,  enfurecido  por  los  obstáculos 
y  los  retrasos,  el  hombre  que,  sin  vacilar,  acababa,  meses 
antes,  de  sacrificarle  su  fortuna  y  de  exponer  cien  veces 
su  vida,  aquel,  en  fin,  cuya  energía  sobrehumana  iba  a 
despertar  a  todo  un  pueblo  del  letargo  en  que  se  hallaba 
y  conducirlo  a  la  victoria ¿  puede  ser  juzgado  como  un 
hombre  ordinario?  Tan  vano  sería  absolverle  como  conde- 
narle. ¿No  es  preciso  también,  ante  el  fin  dolorosamente 
desconcertante  del  Precursor,  contar  con  las  fatalidades 
c[ue  gobiernan  los  destinos  de  las  naciones,  y  recordar  la 
misteriosa  ley  de  los  adeptos  de  la  Logia  Americana  : 
«   El  iniciado  matará  al  iniciador  »? 

Mas,  ¿a  quién  no  conmoverá  la  suerte  del  grande,  del 
heroico,  del  noble  Miranda,  cuyo  genio  ha  de  quedar  para 
siempre  digno  de  veneración?  Fué  el  primero  en  concebir 
el  porvenir  de  Sudamériea,  y  el  primero  también  en  des- 
brozar aquella  selva  tenebrosa  que  él  soñaba  en  convertir  en 
un  Jardín  de  las  Hespérides.  No  retrocedió,  para  realizar 
tal  porvenir,  ni  ante  los  peligros  ni  ante  las  pruebas,  persi- 
guiendo su  admirable  ideal  en  medio  de  asechanzas,  de  difi- 
cultades sin  cuento,  de  la  ingratitud  y  de  la  traición  de  los 
suyt)s,   aceptando  de  antemano,  con  el   más  elevado  de  los 

1.  Délos  informes  del  comandante  Haynes  se  despi-ende  que  en  La 
Guayra  se  ignoraba,  no  sólo  las  condiciones  en  que  se  había  efec- 
tuado la  capitulación  de  San  Maleo,  sino  también  los  compromisos 
relativos  a  la  salvaguardia  de  las  propiedades  y  de  las  personas, 
exigidos  por  Miranda,  creyendo  éste  de  buena  fe  que  ¡Nlonleverde 
cumpliría  lo  que  solemnemente  había  prometido.  Ademas,  Bolívar, 
alegando  esta  particularidad,  aseguró  mas  tarde  que  ((  había  arries- 
gado su  propia  seguridad,  que  pudo  haber  conseguido,  embarcán- 
dose en  un  buque,  con  el  íin  de  asegurar  el  castigo  de  Miranda  por 
la  traición  que  se  le  atribuía  )>.  Carta  del  coronel  inglés  H.  B.  Wilson, 
ayudante  del  Libertador,  al  general  OLeary,  autor  de  las  Memorias 
citadas  :  V-  t.  I,  p.   75. 


piiiMr.HA   niíi'i  Hi.icA  nR  vkxkzuei.a  ;{95 

cslolcisnios,  las  tíos  <»raiides  expiaciones  ineludibles  : 
padecer  v  morir.  «  No  hav  ejemplo,  dice  Michelel  ',  ([iiieii 
no  conocía  sin  embaro(>  más  que  parte  de  la  vida  de 
Miíanda.  de  una  existencia  tan  completamente  abnegada 
sistematizada  toda  entera  en  provecho  de  una  idea,  sin  dar 
un  solo  momento  de  ella  al  interés,  al  egoísmo  )).  Miranda, 
dice  también  el  gran  historiador,  «  nació  desgraciado  ». 
Pero  esta  misma  desgracia  se  convierte  para  él  en  aureola. 
V  es  un  título  más  para  su  alabanza  y  para  su  gloria. 

Gloria  por  tanto  tiempo  negada...  Pues  sólo  en  nuestros 
días  se  le  ocurre  a  la  tardía  piedad  de  las  generaciones 
contemporáneas  exhumar  el  prestigioso  recuerdo  de  Fran- 
cisco de  Miranda  y  descifrar  su  nombre;  nombre  que, 
desde  hace  más  de  ochenta  años,  está  grabado  en  la 
piedra,  en  París  : 

Sur  ce  bloc  triompltal... 

Oíi  VHistoire  dictait  ce  qii'il  fulla it  écrire- ! 

(En  el  monumento  triunfal  en  que  la  historia  dictaba  lo 
(jue  habia  de  quedar  escrito.) 

1.  llisloire  de  la  Révoliition  franrai.se,  Edic.  de  1879.  t.  YI,  p.  341. 

2.  Se  puede,  en  efecto,  ver  el  nombi-e  de  Miranda  en  el  pilar  este 
del  Arco  del  Triunfo  de  la  Estrella  entre  los  de  los  386  héroes  a 
quienes  el  emperador  Napoleón  juzgó  dignos  de  tal  honra.  Asi- 
mismo, en  el  museo  de  Yersalles  hay  un  retrato,  por  cierto  apócrifo, 
del  general  Miranda  (Sala  145)  mencionado  con  el  n"  2355  en  el 
Catalogue-Nolice  da  Miisée.  faris.  1860,  IT'  parte. 


LIBRO  III 
BOLÍVAR 


CAPÍTULO  PRIMERO 
EL  MANIFIESTO  DE  CARTAGENA 

I 

Los  patriotas  siulainei'icaiios  en  quienes  los  sueesos  de 
1810  no  habían  borrado  toda  esperanza  de  un  acuerdo  con 
la  metrópoli,  tenían  derecho  a  creerlo  todavía  casi  reali- 
zable al  instalarse  las  Cortes  de  Cádiz. 

(hediendo  a  la  presión  de  los  liberales  de  España,  la 
Junta  Central  de  Sevilla  había  declarado,  semanas  antes 
de  resignar  sus  poderes  en  manos  del  consejo  de  regencia, 
(jue  las  Cortes,  por  tan  largo  tiempo  olvidadas,  se  reuni- 
rían de  nuevo  para  elaborar  una  (k)nstitución.  Convo- 
cadas para  el  1"  de  enero  de  1810.  sólo  el  24  de  septiembre 
inauguraron  sus  sesiones  las  Cortes.  La  escasa  represen- 
tación obtenida  en  ellas  por  las  provincias  de  ultramar  y  el 
sistema  de  los  ce  diputados  suplentes  »,  escogidos  entre 
ios  habitantes  de  Cádiz,  ffuicnes  habían  de  tomar  parte  en 
las  sesiones  (b;  la  asamblea  hasta  la  llegada  (b*  los  dipu- 
tados de  América,  no  parecían  presagiar  mejoras  nota- 
bles para  la  suerte  de  los  sídxlitos  españoles  del  Xuevo 
Mundo.  Sin  embargo,  las  Corles  d¡er<»ii  prueba,  cuando 
menos  (luíanle  las  semanas  ([ue  siguieron  a  su  inslalación, 


398  líOLlVAR 

de  lili  espíritu  einiueiilemeiite  conciliador  y  liberal  '.  Desde 
la  segunda  sesión,  la  cuestión  americana  quedó  some- 
tida a  las  deliberaciones  de  la  asamblea.  El  15  de  octubre 
las  decisiones  ha  poco  adoptadas  por  la  Junta  Central 
respecto  a  la  perfecta  igualdad  de  los  derechos  de 
América  v  la  legitimidad  de  su  representación,  eran  unáni- 
memente confirmadas  por  un  decreto  solemne.  Dicho 
decreto  aseguraba  amnistía  general  a  los  rebeldes  de  las 
Colonias.  Hasta  se  hacía  entrever  en  él  que  se  rompería 
del  todo  con  el  sistema  colonial  y  que  todo  el  antiguo 
orden  de  cosas  sería  reformado  radicalmente.  Los  Ameri- 
canos presentes  en  la  sesión,  arrebatados  por  el  espí- 
ritu de  sinceridad  con  que  las  Cortes  expresaban  tales 
principios,  se  entregaron,  después  de  la  votación,  a  los 
transportes  del  júbilo  más  enternecedor -. 

Poco  duró  aquel  júbilo.  Las  noticias  que  cada  correo 
traía  de  América,  la  extensión  que  allí  tomaban  las  ideas 
revolucionarias,  la  evidencia  cada  vez  más  marcada  de  una 
próxima  delección,  enajenaron  con  rapidez  a  los  diputa- 
dos americanos  los  sufragios  de  sus  colegas.  La  gene- 
rosidad de  los  representantes  españoles  no  podía  prevalecer 
contra  la  tradicional  noción  de  la  sumisión  en  que  habían 
de  quedar  los  criollos  y  los  indios.  No  escasearon  insinua- 
ciones que  lastimaban  el  amor  propio,  ni  palabras  ofen- 
sivas. Un  diputado  de  Nueva  España  tuvo  la  desdichada 
idea  de  proponer  que  las  Cortes  diesen  los  pasos  necesa- 
rios para  «  preparar  la  emigración  del  gobierno  y  su 
establecimiento  en  México,  que  se  había  ofrecido  a  darle 
asilo^  ».  Esta  proposición  hirió  a  los  Españoles,  cuyo 
orgullo  se  había  exasperado  en  la  lucha  (|ue  sostenían 
para  salvar  su  independencia.  Desde  aquel  momento, 
las  proposiciones  presentadas  por  los  Americanos  fueron 
rechazadas  casi  sin  discusión.  Acabaron  por  concederles, 
como  favor  insione,  la  abolición  de  ciertas  restricciones 
que  habían  sido  trabas  para  la  industria  y   la  agricultura; 

1.  V.  Gkrvimis,  op.  cit.,  i.  YI,  Lib.  IV,  3"  parte  según  Ariíüelles  : 
Examen  histórico  de  la  reforma  constitucional  que  hicieron  los  Cortes 
generales  y  extraordinarias,  etc.  Londres,  1835,  t.  I  y  II. 

2.  Cf.  Id. 

3.  Cf.  Id. 


EL    MAMlMKS'Kt     l)K    CAliTAííKNA  'ÍJÍ» 

después,  en  el  li-aiiscurso  de  1811.  liieion  (Iccieladíis 
medidas  que  tendían  a  prolcoer  a  los  indios  eonlia  l()s 
repai'tiniiealos  v  la  inila.  Pero  los  eriollos,  que  en  estas 
eoneesiones  hechas  a  las  clases  bajas  no  veían  sino  un 
medio  político  destinado  a  asegurarse  instrumentos  de 
tlominaciiMi  contra  ellos  mismos,  cesaron,  a  poco,  de 
a]:)rigai'  ilusiones  acerca  de  las  disposiciones  de  las  Cortes 
en  lo  concerniente  a  la  esperada  reforma  del  sistema  colo- 
nial, y,  sobre  todo,  acerca  de  la  concesión  de  la  libertad 
de  comercio. 

Los  tres  personajes  '  que,  el  27  de  octuJjre  de  1810, 
habían  substituido  al  consejo  de  regencia  ejercían  sólo  un 
poder  nominal.  Así,  pues,  por  favorables  a  la  causa  ameri- 
cana que  fueran  sus  sentimientos,  de  las  Cortes  sobe- 
ranas dependía  la  solución  de  aquella  cuestión  de  la 
libertad  económica,  objeto  de  vehementes  instancias  ameri- 
canas, y  acerca  de  la  cual  los  negociantes  de  Cádiz,  tan 
poderosos  en  la  asamblea  como  en  el  primer  consejo  de 
regencia,  se  habían  mostrado  siempre  intratables.  Pare- 
cían, además,  menos  dispuestos  que  nunca  a  desprenderse 
del  monopolio  del  tráfico  con  las  Colonias,  que  para  ellos 
era  fuente  de  considerable  enriquecimiento  :  era  pues 
natural  verles  desplegar  toda  su  energía  para  conser- 
varlo. 

Esta  actitud  había  de  contrariar  singularmente  los 
esfuerzos  que  seguía  haciendo  la  Gran  Bretaña  para 
obtener  el  reconocimiento  oficial  de  su  preponderancia  en 
el  Nuevo  Mundo,  y  desanimar  sus  leales  tentativas  con 
objeto  de  imponer  al  gobierno  espari()l  su  mediación  en  la 
contienda  con  América. 

En  efecto,  ateniéndose  a  los  compromisos  adquiridos  por 
él  para  con  los  diputados  de  Caracas,  lord  Wellesley  no  dejó 
de  prescribir  a  sir  Hcnry  Wellesley,  su  hermano,  minis- 
tro británico  en  Cádiz,  que  hiciera  aceptar  por  las  Cortes 
la  mediación  inglesa.  Además,  constituía  para  Inglaterra 
una  necesidad  primordial  el  quedar  adicta  a  la  política  tan 
felizmente  observada  por  ella  hasta  entonces,  v  que.  como 


1.  El  general  Blake.  el  jefe  de  escuadr;i  Don  Gabriel  Ciscar,  y  üun 
Pedro  Ag«r,  director  de  la  academia  de  las  guardias   marinas. 


4(»0  líOlJVAR 

es  sabido,  (MHisistía  en  coiiserN  ai'  la  amistad  de  su  clien- 
lela  americana,  y.  al  mismo  tiempo,  en  obtener  ven- 
tajas y  compensaciones  del  apoyo  prestado  a  España. 
Durante  los  dos  años  que  duraron  las  negociaciones,  el 
Foreign  Office  no  cesa  de  insistir,  en  su  correspondencia 
con  sir  Henry,  y  lo  mismo  hace  este  último  en  sus  notas  al 
ministro  de  Estado  español.  De  Bardaxi,  acerca  de  la 
importancia  de  los  socorros  :  en  dinero,  en  armas,  en 
municiones,  concedidos  por  Inglaterra  a  su  aliada.  Indica 
la  necesidad  de  reconocer  estos  sacrificios  por  la  conclu- 
sión del  tratado  de  comercio,  y  desea  que  la  mediación 
británica  se  extienda  a  todas  las  Colonias,  a  Nueva  España 
sobre  todo,  considerada  como  la  más  rica  de  todas  ellas. 
No  ignoraba  el  gabinete  de  Londres  lo  mucho  cjue  a  la 
metrópoli  repugnaba  esta  solución.  Desde  julio  de  1810, 
sir  Henry  había  indicado  a  su  gobierno  que  los  nego- 
ciantes de  Cádiz.  «  y,  probablemente,  España  toda  »,  se 
opondrían  a  que  la  libertad  comercial  con  el  Nuevo  Mundo 
fuera  concedida  a  otros  que  a  los  Españoles  ^  Sabían  tam- 
bién los  Ingleses  que  no  estaban  exentos  de  segunda 
intención  los  sentimientos  de  sus  aliados.  A  poco  de  salir 
para  Costa  Firme  el  comisionado  regio,  sir  Henry  se  procuró 
el  texto  de  las  instrucciones  secretas  dadas  a  Cortabarría 
por  el  consejo  de  regencia  y  lo  envió  a  Londres  ■.  En 
dichas  instrucciones  se  aludía  a  «  la  duplicidad  del  papel 
desempeñado  por  la  Clran  Bretaña,  quien,  lejos  de  opo- 
nerse a  los  planes  de  los  rebeldes  americanos,  cosa  que 
bahía  derecho  a  esperar,  los  secunda  al  contrario  y  no  ha 
temido  acoger  con  estima  v  benevolencia  las  insidiosas 
declaraciones  de  los  diputados  de  Caracas.  »  La  tenacidad 
británica    no    se    arredró    ante    estas    revelaciones    más    o 


1.  Sir  II.  Wellesley  al  mar([ués  de  Wellesley.  Cádiz,  11  de  julio  de 
1810.  F.   O.  Spain,  96. 

2.  II.  Wellesley  al  marqués  de  Wellesley.  Isla  de  Léon,  5  de  nov. 
de  1810.  F.  O.  Spain  98,  n'^  lio.  El  le.vto  de  las  instrucciones  de 
Cortabarría,  con  fecha  de  31  de  agosto  de  1810.  fué  entregado  a  Wel- 
lesley por  el  diputado  de  Sania  Fe  :  Mejía.  Texto  en  un  todo  con- 
forme con  el  original  conservado  en  Sevilla.  Archivo  de  Siinaiicas 
(estante  l^ü,  cajón  ?>.  legajo  [2.  página  124).  y  del  cual  una  copia 
certificada  se  halla  en  el  Brilish  Museum  (Venezuela,  Arbilralion 
transcripts.  \ol;  .WXIX,  1798-1811.  B.  Addilionnal  36,  852). 


líl.    .MANIFIESTO    DE    CARTAGENA  401 

menos  picvislas,  y  con  incansable  perseverancia,  sii-  Ilenry 
Weüeslev  seguía  acosando  a  los  ministros,  a  los  regentes 
y  a  los   diputados   influentes  de  las  Cortes. 

Hasta  luilx)  momentos  en  que  pareció  prt)bable  un 
acuerdo,  l'^l  S  de  Octubre  de  1810,  el  embajador  de  España 
en  Londi'cs  inlormó  oficialmente  al  secretario  de  Estado 
que  su  gobierno  aceptaba  en  principio  la  mediación'. 
Quedaba  sólo  el  determinar  sus  bases  y  su  extensión. 
Sir  Henry  empleó  todo  su  celo  en  hacer  adoptar  las  miras 
del  Foreign  Office,  y  creyó,  al  cabo  de  medio  año  de  labo- 
riosas gestiones,  haberlo  conseguido-.  Pero,  tal  lué  la 
forma  bajo  la  cual  precisó  España  sus  proposiciones,  que 
los  Ingleses  rehusaron.  Por  de  pronto,  de  Bardaxi  no  con- 
sentía en  que  Méjico,  Buenos  Aires  y  Costa  Firme  fueran 
comprendidos  en  la  lista  de  las  colonias  en  que  había  de 
ejercerse  la  mediación.  A  más  de  esto  sugería,  en  un  artí- 
culo secreto  que,  «  en  caso  de  que  al  cabo  de  quince  meses 
no  se  hubiese  efectuado  la  reconciliación  de  la  metrópoli 
y  de  las  provincias  de  ultramar,  interrumpiría  Inglaterra 
las  relaciones  comerciales  que  España  le  autorizaba  a 
sostener  durante  aquel  tiempo,  y  hasta  se  comprometería 
a  prestar,  en  dicho  momento,  al  gobierno  del  rey,  el  apoyo 
de  sus  fuerzas  para  acabar  con  la  resistencia  de  los  Sud- 
americanos y  obligarles  a  que  cumplan  con  su  deber ^  ». 
Estas  proposiciones  fueron,  desde  luego,  consideradas 
como  inaceptables,  y  sólo  a  fines  del  año  1811  fueron 
reanudadas  con  alguna  actividad  las  negociaciones. 

Esta  vez,  las  Cortes  autorizaron  al  consejo  de  regencia 
a  que  concediera  a  los  Ingleses,  a  cambio  de  un  empréstito 
de  10.000.000  de  libras  esterlinas,  la  libertad  de  comercio 
con  América  durante  un  período  de  tres  años^.  Además, 
la  asamblea  estaba  a  punto  de  terminar  sus  tareas.  Votó, 
el  18  de  marzo  de  1812,  el  conjunto  de  la  Constitución, 
ajustada  a  la  Constitución  francesa  de  1791,  menos  en  lo 

1.  Juan  Ruíz  de  Apodaca  al  marqués  de  Wellesley.  Londres,  8  de 
octubre  de  1818.  F.  O.  Spain  lOl. 

2.  Sir  H.  Wellesley  al  marqués  de  Wellesley.  Cádiz,  l'i  de  junio  de 
1811.  F.  O.   Spain,  111. 

3.  Bardaxi  a  H.  Wellesley,  Cádiz,  29  de  junio  de  1811.  F.  O. 
Spain,   112. 

4.  Nota  de  Bardaxi,  17  de  diciembre  de  1811.  F.  O.  Spain,  vol.  115. 

26 


402  nOLIVAI! 

róldente  a  la  libertad  de  eoncieneia.  Salvo  esta  eoncesión, 
que  los  eonstituyentes  se  veían  obligados  a  hacer  a  los 
sentimientos  de  la  inmensa  mayoría  de  sus  conciudadanos, 
la  obra  que  acababan  de  elaborar  se  inspiraba  en  un 
evidente  liberalismo.  Podía  creerse  que  las  circunstancias 
eran  favorables  a  las  reformas  sinceras,  a  una  reconcilia- 
ción verdadera  con  las  Colonias.  El  1°  de  abril,  el 
gobierno  británico  nombró  tres  comisionados  encargados 
de  reunirse  con  los  que  por  su  parte  designara  España, 
y  que  se  pondrían  en  camino  para  América,  en  donde 
habrían  de  esforzarse  por  obtener  la  pronta  cesación  de 
las  hostilidades  ^  El  comodoro  George  Cockburn -,  Thomas 
Sydenham  v  Philip  Morier'^  salieron  de  Londres  a  fines 
de  abril,  con  dirección  a  Cádiz;  pero  no  tuvieron  en  esta 
ciudad  la  acogida  con  que  contaban  ellos. 

En  efecto,  el  nuevo  consejo  de  los  cinco  regentes  % 
elegido  el  20  de  enero,  propendía  mucho  más  hacia  el 
partido  del  antiguo  régimen  que  hacia  el  de  las  reformas 
consagradas  por  las  Cortes.  La  Cámara  de  comercio  de 
Cádiz  se  opuso  violentamente  a  todas  las  mejoras  pedidas 
por  los  comisionados  ingleses  en  favor  de  los  subditos  de 
ultramar.  En  cuanto  a  la  autorización  oficial  de  comerciar 
libremente  con  América,  con  la  cual  seguía  contando 
Inglaterra,  los  negociantes  gaditanos  se  opusieron  a  ella 
en  absoluto.  Declararon  que  semejante  concesión  sería 
((  la  ruina  de  España  y  la  destrucción  de  todo  orden,  de 
toda  moral,  de  toda  religión  y  de  toda  sociedad''.  »  Por 
otia  parte,   los  numerosos  alistamientos  de  oficiales  y  de 

1.  Instrucciones  para  los  comisionados  enviados  a  Sudamérica,  2  de 
abril  de  1812.  F.  O.,  Spain,  156. 

2.  Nació  en  1772,  falleció  en  1853.  De  1812  a  1815,  sirvió  en  la 
guerra  contra  los  Estados  Unidos.  Él  fué  quien  mandaba  el  Nor- 
tkumberhind,  que  condujo  a  Napoleón  a  Santa  Elena.  Vicealmirante 
en   1819,  fué  nombrado  almirante  en  1837. 

3.  MoRiKR  (John  Philip),  1776-1853.  Subsecretario  de  Estado  en 
relaciones  exteriores  en  agosto  de  1815.  Enviado  extraordinario  a 
Sajonia,  de  1816  a  1825. 

4.  Fué  aquél  el  consejo  llamado  del  Quinlillo,  del  que  formaban 
parle  :  el  duque  del  Infantado,  los  consejeros  D.  Joaquín  Mosquera 
y  Figueras  y  D.  Ignacio  Rodríguez  de  Rivas,  el  teniente  general  de 
marina  D.  Juan  María  Víllavicencio.  y  el  teniente  general  de  los  ejér- 
citos D.  Enrique  O'Donell,  conde  del  Abisbal. 

5.  Gkrvinus,  op.  loe.  cil. 


I-I.    MANIFIESTO    DF,    CAH'l  Aí.ENA  /^O.'i 

soldados  ingleses  en  las  tropas  insiin-octas,  el  apoyo 
prestado  a  los  independientes  por  los  gobernadores  y 
comandantes  de  las  estaciones  británicas  de  las  Antillas, 
V,  principalmente,  el  ofrecimiento  del  vicealmiíante  sir 
Francis  Latorey  d<!  poner  la  iragata  Orpheus  a  disposición 
de  los  Venezolanos,  a  raíz  del  terremoto,  habían  indionado 

o 

al  consejo  de  regencia*.  Sir  llenry  Welleslev  tuvo  que 
renunciar  a  convencer  a  los  Españoles-.  Los  comisionados 
se  dispusieron  a  regresar  a  Inglatei-ra.  v  a  poco  (luedaron 
rotas  las  negociaciones. 

No  obstante,  las  perseverantes  instancias  de  su  ministro 
y  los  equívocos  hábilmente  suscitados  por  él  valieron  a 
los  Ingleses  una  serie  de  concesiones  provisionales  : 
comercio  abierto  en  Sudamérica  hasta  terminación  de  la 
guerra  continental;  luego,  mientras  duraran  las  Cortes; 
en  fin.  durante  el  plazo  de  los  quince  meses,  fijados  para 
el  arreglo  de  las  dificultades  con  las  Colonias,  decreto  de 
mayo  de  1811,  que  concedía  para  seis  meses  el  derecho  de 
importación  de  los  tejidos  ingleses  en  las  Indias  Occiden- 
tales ^  Estas  concesiones,  que  en  principio  no  habían  de 
ser  aplicadas  sino  en  la  hipótesis  de  un  acuerdo  hispano- 
británico,  recibieron  de  hecho  plena  ejecución.  Los  Ingleses 
traficaron  libremente  con  las  Colonias  españolas  hasta  el 
momento  de  la  emancipación  definitiva.  Y,  cuando,  diez 
años  más  tarde,  se  trató  de  la  cuestión  del  reconocimiento 
de  los  nuevos  Estados,  no  dejó  de  proclamar  oficialmente 
(d  gabinete  de  Saint  James  «  que  la  antigua  pretensión  de 
España  de  prohibir  todo  comercio  con  las  (Colonias  era 
del  todo  anticuada,  y,  en  todo  caso,  inaplicable  en  lo  (rué 
concernía  a  Inglaterra,  pues  el  permiso  para  comerciar 
con  las  Colonias  españtdas  liahin  sido  concedido  a  la  Gidii 
Bretaña  en  lídO,  en  época  de  las  negociaciones  relativas 
a  la  mediación.  Que,  cierto  que  dicha  mediación  no  había 
sido  empleada  porque  España  cambió  de  parecer...  pero 
que  siempre  ha  (juedado  establecido  desde  entonces  (ine  el 

1.  Sir  H.- Welleslev  »1  marqués  de  \Vellesley.  Ciídiz.  oO  de   marzo 
de  1811.  F.  O.  Spain'llO. 

2.  Sir  H.  Welleslev  al  marqués  de  Welleslev.  Cádiz,  16  de  febrero 
de  1«13.  F.  O.  Spaiu  r.:5. 

3.  17  de  mayo  de  IHI  1.  /-'.  O.  Spaiu  III. 


40'±  nOLIVAR 

comercio  quedaba  abierto  a  los  subditos  británicos,  y  que 
las  antiguas  leyes  de  las  costas  se  hallaban,  cuando  menos 
en  lo  que  a  dichos  subditos  concernía,  tácitamente  revo- 
cadas' ». 

Las  negativas  opuestas  a  sir  Henry  Wellesley  desde 
mediados  del  año  1812,  y  la  frialdad  con  que  habían  sido 
acoffidos  los  comisionados  enviados  a  Cádiz  se  fundaban, 
en  realidad,  en  motivos  más  extensos  que  las  opiniones 
retrógradas  del  consejo  y  la  interesada  hostilidad  de  la 
Cámara  de  comercio.  Todo,  en  efecto,  hacía  prever,  en 
aquel  momento,  que  Napoleón  no  tardaría  en  renunciar  a 
España.  Por  otra  parte,  las  noticias  de  los  éxitos  de  ^Monte- 
verde  coincidían  con  las  de  la  próxima  pacificación  de  las 
colonias  insurrectas.  La  caída  de  la  república  venezolana, 
la  derrota  de  los  revolucionarios  en  Quito,  la  adhesión  a 
la  causa  real  de  casi  todas  las  provincias  marítimas  de 
Costa  Firme  permitían,  asimismo,  considerar  la  sumisión 
de  los  rebeldes  de  Nueva  Granada  como  un  acontecimiento 
efectuado  o  a  punto  de  efectuarse.  Cartagena  y  Santa  Fe 
resistían  aún;  pero,  debilitadas  por  disensiones  intestinas, 
parecían  no  liaber  de  oponer  ya  larga  resistencia  al  esfuerzo 
de  la  metrópoli. 

Tampoco  causaban  inquietud  Méjico  y  el  Perú  ;  la  situación 
de  España  parecía  asegurada  en  ellos  de  manera  tan  firme, 
que  la  Regencia  contaba  con  rápida  y  universal  represión. 
El  virrev  Venegas  y  el  general  Calleja  tenían  a  su  dispo- 
sición en  Nueva  España  más  de  70000  hombres  de  tropa 
buena.  Veracruz,  defendida  por  su  fortaleza  de  San  Juan 
de  Ulloa,  resultaba  inexpugnable;  Cuba  y  Puerto  Rico 
permanecían  fieles.  En  Lima,  el  virrey  xVbascal,  dueño  de 
la  población,  secundado  por  Goyeneche  y  Toribio  Montes-, 
amenazaba,  sin  que  pudiera  creei'se  posible  su  derrota,  el 
Alto  Pei'ú  V  las  Provincias  Unidas  de  la  Plata.  Parecía 
estar  en  posibilidad  de  socorrer  no  menos  victoriosamente 
la  contra-revolución  granadina. 


1.  iMeinorandum  de  la  conferencia  del  J2  de  octubre  de  1823  entre 
el  príncipe  de  Polignac  y  (lanning  en  el  Annuaire  historique  itni- 
versel  para  1824,  publicado  por  (].  L.  Lesui'.  París,  casa  editorial 
Thoisnier,  1825,  1  vol.  en  8".  p.  (Jr)."). 

2.  V.  infra,  i?  III. 


liL    iMANlKIESTO    J)K    CAüTAGKNA  405 


II 


Sin  enihaiuo.  un  examen  más  delcnido  de  la  situación 
vcrdadeía  nos  demuestra  que,  en  aquel  momento,  las 
Colonias  no  pi'esental)an  un  aspeeto  tan  traiKjuilizador 
para  los  intereses  de  la  metrópoli. 

Sin  duda  ([ue  el  empuje  íormidable  promovido  por 
liidalo-o  en  Nueva  España  había  sido,  después  de  sus 
primeros  éxitos  en  Toluca  y  en  Guadalajara,  en  octubre 
de  1810,  atajado  por  el  general  Calleja  en  Acúleo,  el  7  de 
noviembre  y  desbaratado  definitivamente  el  17  de  enero 
siguiente,  en  la  batalla  del  puente  de  Calderón.  Las  hordas 
de  indios,  armados  de  cuchillas  y  de  flechas,  que  se  preci- 
pitaban hacia  los  cañones  para  taparlos  con  sus  sombreros 
de  pajíi',  se  habían  dispersado  ante  las  tropas  reales  : 
traicionados  por  uno  de  los  suyos.  Hidalgo  y  su  primer 
teniente  Allende,  habían  sido  presos  y  fusilados  (27  de 
marzo  y  27  de  julio  de  1811).  Pero  las  autoridades  espa- 
ñolas, persuadidas  al  pronto  de  que  aquella  derrota  y 
aquellas  ejecuciones  señalaban  el  fin  de  una  aventura  que 
no  había  de  ser  repetida,  tuvieron  que  convencerse  de  que 
la  insurrección  no  desarmaba. 

Otro  sacerdote,  José  María  Morelos,  cura  de  Carácuaro, 
enarboló  la  bandera  de  la  rebelión  arrancada  de  manos  de 
IIidalo(),  su  amioo  desde  la  infancia.  El  ascendiente  consi- 

o     •  o 

derable  de  Morelos  no  tardó  en  agrupar  en  torno  suyo  a 
cierto  número  de  patriotas  de  temple,  leclutados  en  todas 
las  clases  de  la  sociedad  mejicana  :  los  hermanos  Bravo, 
ricos  hacendados  de  Chichihualco,  de  los  cuales  uno  de 
ellos,  Nicolás,  se  inmortalizó,  dice  atinadamente  su  histo- 
riador, por  un  hecho  ([ue  la  violencia  de  aquellas  guerras 
hace  más  admirable  aún-.  Al  saber  que  su  padre  había 
sido  hecho  prisionero  por  el  general  Calleja,  ofreció,  para 
su  canjeo,  a  doscientos  Españoles  apresados  por  él.  Calleja 
rechazó  la  proposición  de  Nicolás  Bravo  e  hizo  ejecutar  al 

l.'Cf.  Zavai.a,  Ensayo  liistórivo  do  las  JiCi'oluciofies  de  Méjico.  1.  I, 
y  Gervinus,  op.  cit, 

2.  HiBBARD,  Ilisioiic  coiitem poio  1116  de  l'Espagne.  op.  cit.,  t.  I, 
cap.  IV,  p.  219. 


406  liOLIVAIl 

piídic  de  éste.  En  el  acto  envió  Nicolás  a  Calleja  los  dos- 
cientos cautivos,  «  para  no  exponerse,  le  escribía,  a 
sucumbir  a  la  tentación  de  venofarse  en   ellos  ».  El  disfno 

o  o 

y  probo  Galeana,  el  abogado  Rayón,  antiguo  secretario  de 
Allende,  el  cura  ^Matamoros,  el  arriero  Vicente  Guerrero, 
el  mulato  Guadalupe  Victoria  completaban  el  estado  mayor 
de  Morelos. 

Todos  aquellos  hombres,  tan  patriotas  como  inteligentes 
y  bravos,  supieron  sacar  útiles  enseñanzas  de  la  derrota 
de  sus  predecesores.  En  el  centro  v  norte  de  Méjico 
organizaron  guerrillas  a  imitación  de  las  que,  en  aquella 
misma  época,  daban  tantos  malos  ratos  a  los  ejércitos  de 
Napoleón.  Morelos,  que  había  establecido  su  cuartel 
general  en  las  provincias  meridionales,  se  dedicó  a  coor- 
dinar los  esíuerzos  de  sus  compañeros  y  prosiguió  con 
perseverancia  un  plan  muy  háJjil  que  consistía  en  aislar  la 
i-apital  de  sus  recursos  transatlánticos.  Hacia  fines  de  1811 
habían  caído  en  su  poder  la  mayor  parte  de  las  plazas 
desde  Acapulco  hasta  Chilpanzingo,  y,  durante  los  seis 
primeros  meses  de  1812,  y  en  la  sola  región  de  Nueva 
Galicia,  ascendió  a  cincuenta  y  cuatro  el  número  de 
acciones  entre  los  Españoles  y  los  lugartenientes  de  Morelos. 
Galeana  se  apoderó  de  la  ciudad  minera  de  Tasco,  poco 
distante  de  México,  y,  ya  en  feijrero  de  1812  se  decidió  el 
virrey  a  enviar  de  nuevo  al  indispensable  general  Calleja, 
agraciado  con  el  título  de  marqués  de  Calderón,  a  que 
atacara  vigorosamente  a  los  facciosos. 

Sitiado  y  reducido  a  merced  en  Cuantía,  Morelos  se  retiró, 
en  junio,  a  Tehuacán,  en  la  provincia  de  Puebla,  convir- 
tiéndolo en  centro  de  operaciones  atrevidas  y  fructuosas ; 
pues  a  más  de  apoderarse  del  tesoro  de  Orizaba,  opuso  de 
continuo  invencible  resistencia  a  los  exasperados  ataques 
de  los  jefes  españoles.  Veía  Calleja  con  desesperación 
«  renovarse  sin  cesar,  como  las  cabezas  de  la  hidra,  los 
ejércitos  de  los  rebeldes,  a  quienes  creía  él  haber  desba- 
ratado para  siempre  ».  Por  otra  parte,  en  sus  informes 
hacía  observar  Venegas  «  que  la  guerra  se  alimentaba  por 
sí  misma,  que  instruía  poco  a  poco  a  los  guerrilleros  en  el 
arte  de  la  táctica  w,  y,  a  pesar  de  las  fuerzas  considerables 
de   ((uc  disponía   v  de    las  victoiias  (jue   a  éstas   debía,  no 


i;i,   MAMi  iKsro   i)K   (:AitTA(;t:NA  'io7 

tl(!Ífil)a  tic  temer  el  vliicv  «  (jue  hi  sitiiaeióii  ariimiaia  la 
causa  española  '.  » 

Mejor  l'uncladas,  en  lo  (jue  al  Perú  eoiieeniía,  estaban 
las  optimistas  previsiones  del  gobierno  de  Cádiz.  Lima, 
la  hermosa  Lima.  «  tan  hermosa,  según  dicho  popular,  (jue 
el  Padre  Eterno  había  dejado  abierto,  en  el  paraíso,  un 
agujerito  para  no  dejar  de  verla  »,  quedaba  fielmente 
sometida  a  la  dominación  metropolitana.  (Ciudad  de  lujo 
y  de  placer,  con  calles  bordeadas  de  jardines  que  esparcían 
cantos  y  perfumes,  con  j)lazas  sombreadas,  amenizadas 
por  estatuas  v  juegos  de  agua,  con  cielo  puro  surcado  por 
incesante  vuelo  de  golondrinas  —  las  scintarosas,  mensa- 
jeras de  su  risueña  patrona  —  orgullosa  de  sus  iglesias 
con  pilares  de  plata  v  hasta  de  oío  macizo,  de  sus  conventos. 
de  sus  palacios,  de  su  blasón  y  de  sus  mujeres,  contentá- 
base Lima  con  decirse  la  primera  de  las  ciudades  del 
Xuevo  Mundo.  La  igualdad,  la  debilitante  dulzura  de  un 
clima  tonificado  de  cuando  en  cuando  por  la  brisa  (|ue 
baja  de  las  montañas  vecinas,  imprimía  su  sello  a  sus 
moradores.  La  aristocracia,  numerosa  y  puramente  espa- 
ñola, en  su  mayoría  originaria  de  Vizcaya,  conservaba  en 
Lima,  más  que  en  los  otros  centros,  su  fasto  y  su  altanero 
desprecio  hacia  las  clases  inferiores.  De  los  50000  habi- 
tantes que  en  1812  contaba  la  capital  peruana,  cerca  de  la 
mitad  era  de  raza  peninsular  o  criolla.  De  costumbres 
conservadoras,  místicas  y  nada  austeras,  aquella  prepon- 
derante aristocracia  había  sabido  inculcar  a  los  mulatos, 
a  los  indios,  a  los  negros,  por  cierto  satisfechos,  sometidos 
o  dóciles,  el  respeto  tributado  por  ella  al  anciano  marqués 
de  la  Concordia,  Don  José  de  Abascal.  popular  entre  todos 
los  virreyes  sudamericanos. 

Sobresalía  Abascal  en  dar  brillantes  fiestas  a  los  nobles 
limeños  v  en  ti'atar  con  benevolencia  al  pueblo.  Poseía  un 
ejército,  milicias  considerables,  buques  :  las  escasas  y 
tímidas  empresas  de  los  patriotas  aislados  parecían  sin 
consecuencia  en  el  conjunto  a  la  vez  inmutable  y  poderoso 
([ue    presentaba,    en    medio    del   general   destartalo    de    la 

1.  V.  Alamá.n,  Historia  de  México.  T.  II  y  III,  y  Gervi.nus.  op.  cií., 
según  Bustamante.  Cuadro  liislórico  de  la  Res'oluciún  de  México, 
T.  I.  cap.  IV,  seguido  en  general  por  todos  los  historiadores. 


408  BOLÍVAR 

America  española,  la  cindadela  peruana,  indemne,  temible 
y  temida. 

Mas  no  quiere  decir  esto  que  lucran  siempre  lelices  y 
fáciles  sus  tentativas  de  ataque  o  de  defensa. 

La  separación  de  las  provincias  de  la  Plata,  erigidas  en 
un  nuevo  virreinato  desde  i778,  había  conferido  a  Buenos 
Aires  una  importancia  cuyos  considerables  resultados 
hemos  tenido  ocasión  de  señalar,  relativos  a  la  difusión 
y  al  progreso  de  la  idea  revolucionaria  en  aquella  parte  de 
América.  Buenos  Aires,  cuya  población  había  llegado,  en 
menos  de  treinta  años,  a  igualar  en  número  a  la  de  Lima, 
formaba  contraste  con  ésta,  así  por  su  aspecto  monótono  y 
sin  atractivo,  como  por  el  carácter  serio,  adusto  y  cerrado 
de  sus  habitantes  ^  Con  sus  casas  achatadas,  extendiéndose, 
todas  semejantes,  a  lo  largo  de  las  calles  y  de  las  avenidas 
que  iban  del  este  al  oeste,  y  del  norte  al  sur,  cortadas  en 
ángulo  recto,  formaba  la  ciudad  una  especie  de  inmenso  v 
escueto  tablero  de  ajedrez  sobre  el  que,  a  trechos,  se 
alzaban  los  soportales  de  la  Plaza  Mayor,  la  Recoba 
vieja,  los  severos  campanarios  de  Santo  Domingo,  los  del 
convento  de  los  Jesuítas  y  del  hospital  de  la  Residencia, 
la  recargada  cúpula  de  la  catedral,  las  murallas  de  la  for- 
taleza que  bordeaban  el  río,  y  la  almenada  Plaza  de  Toj-os. 

Los  porteños,  —  nombre  con  cjue,  según  recordará  el 
lector,  designaban  en  Buenos  Aires  a  los  criollos,  — 
dedicados  únicamente  al  negocio  y  al  estudio,  deseosos  de 
merecer  realmente  la  libertad  que  sus  Proceres  habían 
proclamado,  demostraban  c<  un  afán  por  llegar  al  último 
grado  de  la  civilización  »,  que  causaba  extrañeza  a  los 
extranjeros  que  por  entonces  acudían  a  orillas  de  la  Plata'". 
Había  numerosos  establecimientos  de  interés  general,  y 
una  biblioteca  abría  sus  puertas  a  los  estudiantes  de  la 
universidad  transformada. 

Al  mismo  tiempo  que  progresaba  así  el  espíritu  público, 


1.  Cf.  (1"0kiíigny,  Voya^cs.  Mikrs,  Travels  in  Chile  and  La  Plata. 
Londres,  1826.  S.  Hahímí,  Sketches  of  Buenos-Arres  and  Chile.  Lon- 
dres, 1829,  etc.  V.  también  :  SAUMII•:^TO,  Civilización  y  Barbarie.  Trad. 
francesa  de  Ciiraud,  Pai-is.  185o. 

2.  Cuadro  de  la  República  Argentina,  de  1812  a  1819.  Arch,  des 
Aff.  Etr.  Ré[).  Argenline.  Yol.  1. 


EL    MANIFIESTO    DE    CAKTAGENA  'lO'J 

los  campeones  de  la  emancipación  argentina  se  dedicaban 
con  esmero  a  perfeccionar  el  ejército  nacional  destinado 
a  ir  en  socorro  de  las  provincias  rebeladas  contra  España. 
Mas,  no  iba  a  tardaren  modificarse  la  inspiración  generosa 
que  les  moviera  a  tomar  este  partido.  Buenos  Aires,  (¡ue 
pretendía  al  título  de  Roma  americana,  tenía  cuando 
menos  el  orgullo  vías  devoradoras  ambiciones  déla  antigua 
ciudad  de  los  Césares.  En  realidad,  sólo  en  provecbo 
propio  favorecía  la  liberación  de  las  provincias  del  vi- 
rreino, tratando  de  imponerles,  desde  el  primer  día,  una 
sujeción  económica  cuyo  principio  babía  sido  condenado 
por  el  espíritu  mismo  del  movimiento  que  acababa  de 
efectuarse.  Instintivamente  penetraron  las  provincias  la 
política  egoísta  del  cabildo  de  Buenos  Aires  aun  antes  de 
que  tuvieran  plena  conciencia  de  ella  los  miembros  de 
aquel  altanero  gobierno.  Mientras  llegaba  el  momento  de 
que  la  Roma  americana  diera  a  luz  inevitables  Marios, 
tropezaba,  en  las  regiones  adonde  enviaba  sus  generales  y 
sus  ejércitos,  con  una  hostilidad,  fomentada  además  con 
ahinco  por  los  Españoles,  que  envenenó  la  lucha  y  retrasó 
de  singular  manera  su  desenlace'. 

El  primer  resultado  de  la  política  de  Buenos  Aires  fué 
la  irreparable  división  del  virreino.  El  Paraguay  inició  el 
movimiento.  Las  tropas  de  la  Plata,  mandadas  por  Bel- 
grano,  fueron  acogidas  sin  entusiasmo  por  la  población, 
poco  deseosa  de  un  cambio  de  régimen  que  sólo  medianas 
mejoras  le  reservaba.  La  minoría  liberal,  cuyos  esfuerzos 
acababan  de  tener  por  resultado  el  establecimiento  de  una 
Junta  Gubernativa,  sólo  a  disgusto  aceptó  el  negociar  con 
el  general  argentino.  Pero,  entretanto,  un  obscuro  abogado 
a  quien  dieron  celebridad  su  energía  y  su  asombrosa 
audacia,  José  Rodríguez  de  Francia-,  que  por  entonces 
contaba  53  años  de  edad,  se  apoderó  del  poder,  galvanizó 
a  sus  compatriotas  y  les  hizo  aclamar  la  República.  No 
mejor  trato  cupo  al  delegado  de  Buenos  Aires,  por  parte  de 
Francia,  que  el  que  anteriormente  había  recibido  el  gober- 
nador español  Velasco,  ([uien,  para  salvar  su  A'ida,  se  había 

1.  Cf.  Becerra,  op.  cit.  Introducción.  í;!^  19  y  20. 

2.  Nació  en  1758  en  La  Asunción,  y  allí  murió  en  1840.  De.sde  1811 
gobernaba  el  Paraguay. 


410  llOl.lVAlt 

vislo  (»1)IÍo¡kI()  a  salii'  a  totla  piisa  de  La  AsuncicHi.  Tuvo, 
Bclgrano  (juc  acatar  las  voluntades  de  Francia,  que  se 
proclauK)  dictador,  y,  por  acta  íirmada  el  22  de  octubre 
de  18il,  reconocer,  en  nombre  de  Buenos  Aires,  la  inde- 
pendencia definitiva  del  Paraguay.  Tan  pronto  como  se 
hubieron  alejado  las  tropas  argentinas  inauguró  Francia 
su  lamoso  sistema  de  aislamiento,  gobernando  al  país,  por 
espacio  de  cerca  de  cuarenta  afios.  cual  autócrata  de  incon- 
testada  autoridad,  haciendo,  como  se  ha  dicho,  del  Paraguay 
una  ((  pe(pieña  China  cristiana  »,  mantenida  en  estado  de 
bloqueo  absoluto. 

Mayor  éxito,  siquiera  en  los  comienzos,  habían  obtenido 
los  Argentinos  en  el  Alto  Perú,  adonde  Castelli  y  Balcarce 
habían  conducido  las  tropas  más  ejercitadas  de  Buenos 
Aires.  Castelli,  vencedor  en  Suipacha  de  las  fuerzas  que 
apresuradamente  había  enviado  a  su  encuentro  el  virrey  de 
Lima,  se  apoderó  con  l'acilidad  de  Potosí,  estableciéndose 
en  Chuquisaca  en  diciembre  de  1810.  Cometió  la  impru- 
dencia de  saborear  un  harto  prolongado  reposo  en  esta 
última  ciudad,  enajenándose  además  las  simpatías  de  sus 
habitantes  por  ostentar  para  con  ellos  actitudes  de  pro- 
cónsul. Las  autoridades  españolas  del  Perú  supieron 
explotar  la  animosidad  que,  cada  día  más,  se  manil'ostaba 
contra  los  oficiales  argentinos.  La  muy  devota  población 
de  Chuquisaca  se  rebeló  contra  los  «  volterianos  »  de 
Buenos  Aires.  Recurrió  Abascal  a  la  competencia  militar 
de  Goyeneche,  quien  salió  para  la  provincia  de  Cuzco  y 
consiguió,  al  cabo  de  algunas  semanas,  organizar  en  ella 
un  ejército  de  8  000  hombres,  superior,  como  número  y 
como  calidad,  al  de  Castelli  y  Balcarce. 

El  20  de  junio  de  1811,  la  victoria  del  Desaguadei'o 
devolvió  el  Alto  Perú  a  los  Españoles.  Tres  meses  después, 
entraba  Goyeneche  vencedor  en  Potosí,  restableció  por 
todo  el  país  la  dominación  real,  y.  a  no  ser  por  una  insu- 
rrección fomentada  por  los  patriotas  de  La  Paz  y  de  Cocha- 
bamba,  que,  por  cierto,  consiguió  él  ahogar  con  facilidad, 
el  fracaso  del  ejército  de  Buenos  Aires,  fuera  de  estado  de 
sostener  la  campaña,  se  habría  convertido,  seguramente, 
en  verdadero  desastre.  Balcarce  y  Castelli  ganaron  a  mar- 
chas l'orzadas  las  provincias  de  •'ujuy  y  Salta,  en  donde  se 


Kl,     MAMI  li;ST<»     DK    L.VKTAííEX.V  'i  I  1 

reconstituveron  h)  inrjor  posible  en  previsión  tic  iin  |)i()- 
biible  ataqne  de  Goveneelie. 

Los  interesad<)s  socorros  ([ne  el  ^-obierno  de  Buenos 
Aires  babía  enviado  a  los  pal  riólas  tlel  Uruguay  no  parecían 
tampoco  baber  de  sei'  (tbjelo  de  mejor  acogida,  ni  ocasión 
de  mavor  éxito  para  la  cansa  de  la  Independencia.  Los 
campesinos  uingiiavos  ba])ían  respondido  a  la  revolución 
del  25  de  mavo  tle  1810  por  un  levantamiento  general  a 
cuva  cabeza  se  babía  colocado,  desde  el  primer  momento, 
el  bijo  de  un  bacendero  muv  estimado  en  Montevideo  : 
José  Artigas'.  Los  improvisados  combatientes  a  <[uienes 
convirtió  Artigas  en  sus  guardias  de  eorps  fueron  reclutados 
entre  los  gauclios.  A([uellos  conductores  de  rebaños  de 
bu<'ves  v  de  caballos  babían  de  compartir,  con  los  llaneros 
tle  Venezuela,  el  merecido  sobrenombre  de  «  centauros  del 
Nuevo  Mundo  ».  Estaban  avezados  a  toda  clase  de  penosas 
faenas,  listos  para  todas  las  empresas,  eran  adictos  basta  la 
muerte  a  quien  sabía  convencerles  y  dominarles,  talento 
que  poseía  Artigas  a  la  pertección;  adquirió  absoluto 
ascendiente  sobre  sus  gau(dios  y  sobre  los  numerosos 
rcídutas  que,  voluntarios  o  forzados,  le  llevaban  aquéllos. 

A  comienzos  de  1811  acudió,  con  dos  mil  soldados  suyos, 
al  ala(|ue  de  Montevideo.  El  gobernador  español  Elio  era 
para  Artigas  un  adversario  detestado.  Mas  no  eran  más 
afectuosos  los  sentimientos  del  jefe  de  la  insurección 
uruguava  bacia  Rondeau'.  c[ue  Buenos  Aires  le  babía  dado 
por  colaborador.  Las  disensiones  que  no  tardaron  en  esta- 
llai-  entre  ambos  jefes  republicanos  permitieron  a  Elio 
oponer  eficaz  resistencia  a  la  insurrección.  Rodeado  de  un 
considerable  partido  de  Españoles  al  que  los  últimos  acon- 
tecimientos habían  añadido  numerosos  emigrados  realistas 
procedentes  de  Buenos  Aires,  Elio,  revestido  por  el 
gobierno  de  Cádiz  del  carácter  de  virrey,  dedicó  toda  su 
eneroía  a  hacer  frente  a  los  i-ebeldes.   Rondeau  v  Artigas 

o  •  o 

1.  Artigas  (José  Gervasio),  fundador  de  la  República  del  Uruguay. 
Nació  hacia  1760  en  Montevideo,  falleció  el  23  de  septiembre  de  1850. 

2.  Rondeau  (José),  nació  en  Buenos  Aires  en  1770.  En  181 'i  tuvo  el 
mando  supremo  del  ejército  del  Alto  Perú,  y  perdió  la  batalla  de 
Sipesipe  en  1815.  Electo  director  supremo  de  los  Estados  Unidos  de 
la  Plata  en  1819-1820.  fué,  de  1828a  1839,  presidente  déla  República 
del  I  ruguay. 


412  noLivAit 

luei'on  clerrotados  pt>r  completo  en  los  dos  combates  deci- 
sivos de  San  José  y  Las  Piedras.  Con  los  buques  de  la 
flota  real,  de  que  disponía,  sitió  Elio  a  Buenos  Aires.  Tuvo 
no  obstante  que  retirarse  después  de  un  torpe  bombardeo 
cuyo  único  resultado  fué  excitar  hasta  el  paroxismo  el 
entusiasmo  patriótico  de  los  Argentinos. 

El  virrey  de  Montevideo,  amenazado  en  aquel  momento  de 
una  nueva  insurrección  en  el  Uruguay,  hizo  un  llamamiento 
a  los  Portugueses  del  Brasil.  Estaban  éstos  en  acecho  de 
un  pretexto  que  les  permitiera  tomar  ])arte  activa  en  los 
disturbios  del  Río  de  la  Plata,  ya  con  intención  de  crear 
un  nuevo  trono  en  provecho  de  la  casa  de  Braganza,  ya, 
siquiera,  para  apoderarse  de  la  colonia  de  Sacramento  y 
de  todo  el  país  designado  con  el  nombre  de  Banda  Oriental, 
al  oeste  del  Uruguay*.  Un  ejército  portugués  de  4000  hom- 
bres se  estableció,  en  actitud  amenazadora,  en  la  frontera 
brasileña.  Entonces  consintieron  los  bonaerenses  en  firmar 
un  armisticio  (21  de  octubre  de  1811).  Consiguió  Elio 
dominar  la  insurrección  que  seguía  sosteniendo  Artigas,  y, 
poco  después,  fué  substituido  en  su  cargo  de  virrey  por 
D.  Gaspar  Vigodet'-. 

De  nuevo,  y  con  actividad,  tomó  Vigodet  la  ofensiva.  En 
el  Alto  Perú,  Goyeneche,  cuyas  victorias  habían  sido 
recompensadas  con  el  título  de  conde  de  Guaqui,  seguía 
siendo  dueño  de  la  situación.  Se  había  apoderado  de  las 
dos  provincias  de  Jujuy  y  de  Salta  y  preparaba  una  expe- 
dición contra  Tucumán,  adonde  envió  al  general  Tristán, 
con  quien  se  había  puesto  de  acuerdo  Vigodet.  Entablá- 
ronse negociaciones  entre  el  virrey  de  Montevideo  y  la 
corte  de  Río  de  Janeiro.  Prometió  ésta,  una  vez  más,  el 
apoyo  de  sus  tropas.  La  escuadra  seguía  bloqueando  a 
Buenos  Aires.  No  .obstante,  la  fortuna,  que  parecía  tan 
contraria  a  los  independientes,  se  pronunció  bruscamente 
en  favor  de  éstos.  La  expedición  de  Tristán  fracasó.  Derro- 
tado el  24  de  septiembre  por  Belgrano,  c[uien  se  cubrió  de 
gloria  en  la  batalla  de  Tucumán,  tuvo  que  replegarse  en 
desorden  hacia  el  Alto  Perú.  El  ministro  de  Inglaterra  en 

1.  V.  Hlbbahi),  op.  cit.,  T.  I,  cap.  ix. 

2.  General  español,  gobernador  de  .Montevideo  desde  1810  hasta 
1814. 


EL    MA?ÍIFIEST()    DR    CAIITACENA  'tl.i 

Río  de  Janeiro  se  opuso  a  la  salida  de  las  tropas  brasileñas 
para  la  Banda  Oriental.  En  fin.  la  flota  española  se  vio 
ol)Ii<^ada  a  abandonar  el  bloqueo  para  acudir  en  socorro 
de  Montevideo,  sitiado  de  nuevo  por  Artigas  y  llondcau. 

Las  continuas  disensiones  que  en  Buenos  Aires  surgían 
entr(>  los  miembros  de  los  gobiernos  sucesivos  habían 
contribuido  por  mucho  en  los  primeros  éxitos  de  D. 
Gaspar  Vigodet.  Moreno,  partidario  del  sistema  unitario, 
había  tenido,  en  la  primera  Junta,  ([ue  sostener  vivísima 
lucha  contra  Saavedra,  jeíe  de  los  federalistas .  Después  de 
la   muerte  de    Moreno  en    1811,   al    ¡'egresar  de  la  misión 

o 

que  este  patriota,  encargado  de  ir  a  solicitar  socorro  de 
Inglaterra,  había  ido  a  desempeñar  a  Londres,  sostuvo 
Saavedra  lucha  abierta  contra  los  miembros  de  la  nueva 
Junta,  substituida,  en  junio  de  1812,  por  un  triunvirato 
que  tomó  el  nombre  de  «  gobierno  ejecutivo  »  (Chiclano, 
Passo  y  Sarratea').  A  consecuencia  del  movimiento  insu- 
rreccional del  8  de  octubre  del  mismo  año,  pasó  el  poder 
a  otro  triunvirato  (Passo,  Rodríguez  Peña',  Alvarez^). 
Martín  Alzaga,  jefe  del  partido  español  o  gótico,  fué 
alentado  entonces  por  ^íontevideo  para  preparar  una 
contra-revolución  destinada  a  facilitar  la  acción  concer- 
tada entre  Vigodet,  Goyeneche  v  los  brasileños.  Expió 
Alzaga  en  el  cadalso  su  temeraria  empresa,  mas  no  por 
esto  parecían  menos  amenazados  los  destinos  de  la  joven 
república. 

Entonces   es   cuando   Uetra  a   Buenos   Aires  José   de  San 

o 

Martín.  Originario  de  lapeyu,  uno  de  los  treinta  pueblos 
del  grupo  de  las  Antiguas  Misiones  de  los  Jesuítas  situadas 
en  las  orillas  del  Alto  Paraguay  y  del  Alto  Paraná,  en 
donde  había  nacido,  el  15  de  febrero  de  1778,  San  Martín, 
después  de  buenos  estudios  en  el  seminario  de  Nobles  de 
Madrid,  ingresó  en   el  ejército  español.  Estuvo  de  guarni- 

1.  Sarratka  (Manuel  de).  Fué  después  gobernador  de  Buenos-Aires 
en  1820,  y,  mas  tarde,  plenipotenciario  del  gobierno  de  Rosas,  en 
París,  en  donde  falleció. 

2.  RoDRÍGviz  Pi  isA  (Nicolás),  nació  en  Buenos  Aires  en  1766.  falle- 
ció en  Santiago  en  1853.  En  1818  tuvo  que  huir  a  Chile,  en  donde 
peimaneció  hasta  su  muerte. 

3.  Ai-VAiiEZ  UK  JoNTF.  (Autonio).  Auditor  de  guerra  en  época  de  la 
expedición  de  San  Martín  al  l'erú  :  falleció  en  Pisco  en  1820. 


414  nOLIVAR 

ción  en  Melilla  y  en  Oran,  peleando  en  dichas  plazas  en 
1791;  hizo  la  campaña  del  Rosellón  hajo  las  órdenes  del 
general  Ricardos  en  1794,  la  de  Portugal  en  1801,  y 
acababa  de  obtener  el  grado  de  teniente  coronel  como 
recompensa  de  su  notable  conducta  durante  la  guerra  de 
España,  principalmente  en  el  combate  de  Arjonilla  y  en 
la  batalla  de  Albuera. 

\jñ  Revolución  sudamericana,  los  consejos  de  lord 
MacdulT,  más  tarde  conde  de  File',  con  quien  le  unían 
lazos  de  amistad,  el  entusiasmo  de  que  vio  animados  a 
varios  jóvenes  criollos,  compañeros  de  armas  o  amigos 
suyos,  determinaron  a  San  Martín  a  dejar  el  ejército 
español  y  a  ofrecer  sus  servicios  a  su  patria  de  nacimiento. 
Fué  a  Londres  en  1811  con  Alvear  y  Zapiola.  se  reunió 
con  Bello,  López  Méndez,  Servando  Mier,  Manuel  Moreno 
v  los  demás  Americanos  refugiados  en  Inglaterra,  recibió 
de  los  Maestros  de  la  Gran  Logia  de  ^Miranda  la  iniciación 
suprema,  y  salió  para  la  Plata  a  principios  de  1812.  San 
Martín,  que  había  de  adquirir  en  poco  tiempo  fama  inmortal, 
hasta  el  punto  de  compartir  con  Bolívar  el  título  de  Tjiber- 
lador  del  Nuevo  Mundo,  era  considerado  por  entonces,  nos 
dice  su  biógrafo,  «  como  un  hombre  obscuro  y  desvalido, 
que  no  tenía  más  fortuna  que  su  espada,  ni  más  reputación 
que  la  de  un  valiente  soldado  y  un  buen  táctico-  n.  Arraigó 
en  él  profundamente  la  convicción  de  la  importancia  irre- 
sistible del  arrebato  popular  en  una  guerra  nacional,  y  del 
valioso  apoyo  que  podía  ser  para  ésta  una  seria  organi- 
zación militar.  Movido  por  esta  idea,  fundó,  desde  su 
llegada  a  Buenos  Aires,  la  Logia  de  Lautaro.  Cuantos 
espíritus  preclaros  y  voluntades  firmes  había  por  entonces 
en  la  capital  argentina  tuvieron  en  seguida  a  gala  el  formar 
parte  de  aquella  sociedad  secreta.  De  este  modo  consiguió 
San  IVlartín  imprimir  al  enq)uje  liberal  considciable  y 
decisivo  poder. 

Merced    a    la   Logia   de   Lautaro,  va   desde   fines  de  1812 

o 

1.  Nació  en  1776;  falleció  en  1857.  Sentó  plaza  como  voluntario,  en 
1808,  en  el  ejército  español,  en  donde  llegó  a  ser  capitán  general, 
estuvo  en  Cádiz  durante  el  sitio  de  1810,  y  regresó  a  Inglaterra 
en  1811. 

2.  ¡\tiT)!i-.  IJisliirit)  (le  San  Marlin.  T,  1,  cap.  ni,  ?;  2. 


i:i.     MANII  IF.SK»     1)K    CAül  A(;r,XA  /ll5 

se    hallaba    líMlaliH'ido  el  j^ohicino.    rcaii  iinado   el   ('s|)íi¡lii 
púhlifo,  V  pronta  a  ganar  victorias  la  r(!volución  '. 

Tal  era,  además,  salvo  las  continencias  y  las  particula- 
ridades de  su  (íonjunto.  (d  aspecto  que  presentaba  en 
aquella  época  el  estado  moral  y  político  de  la  América 
española.  Cierto  (|ue  el  gran  movimiento  de  1810  ha  tenido 
<[ue  ceder  a  la  lesistencia  coml)inada  de  h)S  obstáculos  (lue 
entrañaba  v  d(>  los  que  le  había  opuesto  la  Tuerza  con- 
traria. Podría  comparárseb^  con  uno  de  esos  ríos  soleados 
V  majestuosos  de  la  zona  ecuatorial  cuya  poderosa  ola,  al 
ti'opezar  con  las  primeras  vallas,  se  desvía,  se  ramifica  en 
infinito  dédalo  de  riacliuelos,  de  torrentes  subterráneos,  de 
regatos  sinuosos,  pareciendo  haber  pei'dido  para  siempre 
su  vigor  nativo.  Sin  eml)ai'go.  cercano  está  el  desfiladero 
en  (|U('  las  aguas  van  a  confluir,  a  brotar  de  nuevo  del 
suelo,  a  reunirse  y  a  proseguir,  en  l'oiinidable  masa,  su 
¡mj)etuoso  curso.  Todavía  le  esperan,  más  abaj(>,  rocas 
imprevistas,  precipicios,  selvas  pobladas  de  enmaiañados 
bejucales,  sabanas  esponjosas;  qnédanle  que  recorrei- 
muchas  regiones  desoladas.  Pero,  se  forma  de  nuevo,  de 
nuevo  aparece  el  caudaloso  río  de  los  primeros  días  : 
seguro  ahora  de  un  lecho  profundo,  definitivo  v  vasto, 
ningún  obstáculo  prodrá  ya  desviarle  o  vencerle. 

Los  países  mismos  con  quienes  creía  contar  más  como 
habiéndose  substraído  a  aquel  movimiento  unánime,  resul- 
tan, no  obstante,  comprometidos  en  él. 

En  Chile,  la  Junta  había,  desde  su  instalación,  a  fines 
de  1<S10,  convocado  a  los  representantes  de  las  provincias 
a  una  asamblea  constituyente  que  se  reunió  en  Santiago  el 
4  de  julio  de  1811.  No  tardaron  en  manifestarse  disenti- 
mientos entre  los  Proceres  igualmente  decididos  por  la 
causa  de  la  Independencia,  pei-o  a  quienes  el  afán  del  bien 
público  incitaba,  con  menos  iVecuencia  que  la  ambición 
personal,  a  disputarse  la  autoridad  ejecutiva.  S<'>lo  un 
gobierno  fuerte  podía  coordinar  las  aspiraciones,  vacilantes 
aún.  de  la  mayoría  de  los  patriotas.  Aquí,  como  en  todas 
partes  por  cierto,  imponíase  la  dictaduia.  La  pureza  de 
intenciones  de  Rosas  la  habría  hecho  sin  duda  soportable 

1.  Cf.  Historia  de  Srtn  Martin,    V.  I,  caj).  iii.  í;  í). 


416  bolívar 

y  aun  bienhechora,  pero  le  fué  imposible  al  primer  artífice 
de  la  libertad  chilena  el  hacer  admitir  su  supremacía.  El 
directorio  de  tres  miembros  nombrado  por  el  Congreso  y 
prisionero  del  partido  gótico,  muy  influente  en  la  asam- 
blea, apartó  a  Rosas  del  gobierno..  Trató  éste  de  orga- 
nizar una  contra-junta,  pero  la  entrada  en  escena  de  un 
rival  más  feliz,  José  Miguel  Carrera,  derrumbó  sus  espe- 
ranzas. 

Carrera,  antiguo  capitán  de  húsares  de  Galicia,  muy 
apreciado  desde  hacía  tiempo  por  los  compañeros  de  la 
Logia  Americana  de  Cádiz,  de  la  que  formaba  parte,  había 
acudido  de  España  tan  pronto  como  tuvo  noticia  de  la 
sublevación  de  Santiago.  Fué  acogido  con  júbilo.  Su  bri- 
llante juventud,  su  prestigio  de  oficial,  su  confianza  en  sí 
mismo  le  ganaron  todas  las  voluntades.  En  septiembre  de 
1811  se  hallaba  a  la  cabeza  del  gobierno,  pero  tuvo  a 
honra  el  ofrecer  a  Rosas  que  compartieran  ambos  el  poder. 
Los  dos  directores  adoptaron,  por  mutuo  concierto,  útiles 
decisiones  tales  como  la  emancipación  absoluta  de  los 
indios  y  de  los  negros,  y  negociaron  un  tratado  de  alianza 
con  Buenos  Aires.  Pero  su  colaboración  no  resistió  al 
fogoso  despotismo  de  Carrera.  Este  último  despidió  el 
Congreso,  desterró  a  Rosas,  quien  intentó,  aunque  sin 
éxito,  formarse  un  nuevo  partido,  le  obligó,  poco  después, 
a  retirarse  a  Mendoza S  y  pudo,  desde  aquel  momento, 
ejercer  una  autoridad  casi  dictatorial. 

A  pesar  de  la  sinceridad  de  su  patriotismo,  no  tenía 
Carrera  ninguna  de  las  cualidades  de  un  hombre  de 
Estado.  Chile  se  perdía  entre  sus  manos.  Los  Españoles  se 
aprovecharon  de  tales  circunstancias.  Desde  junio  de  1812, 
el  virrey  del  Perú  hizo  activar  los  preparativos  de  una 
expedición  cuya  organización  fué  confiada  al  general 
Pareja.  En  menos  de  seis  meses  se  halló  éste  en  estado  de 
invadir  a  Chile  :  <d  descuido  de  Carrera,  a  quien,  hasta 
entonces,  no  se  le  había  ocurrido  tomar  ninguna  seria 
medida  de  defensa,  prometía  a  los  realistas  inmejorables 
probabilidades  de  éxito.  No  obstante,  de  día  en  día  iba 
penetrando    más    en    las     clases    populares    la    noción    de 

1,  Donde  falleció,  en  mayo  do  1813. 


KL    MAMFIESK»    l>K    CAHTAGENA  417 

inclepenclencia,  merced  a   la   iniciativa  de  Carrera  y  de  un 
eclesiástico  :  Camilo  Henríquez'. 

El  13  de  febrero  de  1813  salió  a  luz  en  Santiago  el 
primer  diario  republicano  :  La  Aurora  de  Chile.  Fué 
aquel  día,  refiere  un  testigo,  un  verdadero  día  de  fiesta. 
La  gente  del  pueblo  se  disputaba  los  números  de 
La  Aurora.  Recorría  las  calles,  parando  a  los  transeúntes, 
leyendo  en  voz  alta  el  artículo  de  Henrícjuez,  dándose 
unos  a  otros  parabienes  por  el  feliz  acontecimiento,  y  no 
dudando  ya  de  su  próxima  liberación  2.  De  este  modo  se 
disponía  la  masa  revolucionaria  a  rechazar  el  asalto  que  en 
vano  iba  a  tratar  de  oponerle  la  vigilante  cindadela  del 
r^erú. 

No  se  había  substraído  Nueva  Granada  a  la  influencia 
de  las  autoridades  limeñas  :  veía  atajada  por  éstas  su 
marcha  hacia  la  libertad. 

Pero,  tanto  aquí  como  en  la  Plata  y  en  Chile,  realizó 
continuos  progresos  el  ideal  emancipador  a  pesar  de  los 
errores  de  sus  protagonistas.  Y,  cuando  al  cabo  de  una 
larga  serie  de  indecisiones  paralizadoras,  de  tropiezos  y  de 
roturas  halle  de  nuevo  la  ola  revolucionaria,  con  toda  su 
potencia,  la  dirección  primitiva  de  su  curso,  se  hundirá 
por  fin  la  cindadela  peruana,  sumergida  por  la  formidable 
arriada. 


III 

Las  tres  grandes  divisiones  teiritoriales  cuyo  conjunto 
fué  designado,  hasta  1810,  con  el  nombre  de  virreinato  ilc 
Nueva  Granada,  se  extendían  sobre  una  superficie  de  más 
de  113.000  leguas  cuadradas  de  25  al  grado,  y  contaban 
cerca  de  3.000.000  de  habitantes.  La  existencia  política  de 
cada  una  de  ellas  se  había,  desde  el  día  mismo  de  la  insta- 

1.  Nació  en  Valdivia  en  1769,  falleció  en  Santiago  en  18"25.  Sacer- 
dote de  la  orden  de  San  Camilo  de  Lelis,  se  hallaba  en  el  Perú  cuando 
tuvo  noticia  de  la  sublevación  de  Chile.  Llegó  a  esta  nación  en  J811 
y  prestó  su  apoyo  a  la  causa  de  la  Independencia.  Después  de  la 
derrota  deRancagua,  en  181i.  se  retiró  a  la  Argentina,  no  regresando 
a  Chile  hasta  en  1822. 

2.  Cf.   Martínez,  Histovia  de  la  [lulfpendencia  de  Chile. 

27 


418  BOLIVAH 

laoión  de  los  gol^ienios  autónomos,  desarrollado  con  par- 
ticularidades ([ue  iueron  acentuándose  cada  vez  más. 

Hemos  señalado  la  sucesión  de  los  acontecimientos  que, 
en  menos  de  tres  años,  acababan  de  colocar  de  nuevo  bajo 
el  vugo  colonial  los  jacobinos  y  tumultuosos  pueblos  de  la 
capitanía  general  de  Venezuela.  Idéntica  suerte  habían 
sulVIdo  los  fanáticos,  descabezados  e  iníluenciables 
patriotas  de  la  antigua  presidencia  de  Quito,  y  la  proxi- 
midad de  este  país  con  el  Perú,  al  mismo  tiempo  cpie  con 
la  provincia  meridional  granadina  de  Pasto,  en  la  que 
persistía  intacto  el  sentimiento  realista,  había  apresurado 
aún  en  él  la  ruina  de  las  aspiraciones  revolucionarias. 

Los  comisionados  regios  Montúfar  v  Villavicencio, 
quienes,  como  recordará  el  lector,  estaban  a  punto  de  llegar 
a  Santa  Fe  cuando  se  produjo  en  ésta  la  explosión  insurrec- 
cional del  20  de  julio  de  1810,  lograron  terminar  su  viaje 
en  el  momento  preciso  en  que  el  doctor  San  Miguel, 
delegado  del  conde  Ruiz  y  portador  de  los  legajos  rela- 
tivos al  proceso  de  los  desgraciados  a  quienes  una  suerte 
cruel  esperaba  pocos  días  después,  se  presentaba  en 
persona  en  la  capital  granadina.  Las  nuevas  autoridades 
de  Santa  Fe  hicieron  quemar,  por  mano  del  verdugo,  en 
la  plaza  pública,  los  despachos  que  entregaba  San  Miguel. 
Tomó  éste  de  nuevo  el  camino  de  Quito,  en  compañía  de 
Montúfar,  devorado  de  inquietudes  respecto  de  la  suerte 
de  sus  amigos,  de  sus  parientes,  de  su  padre  en  fin.  el 
marqués  de  Selva  Alegre,  (piienes,  todos,  formaban  parte 
del  grupo  de  los  patriotas. 

Llegó  Monlúlai'  a  (^uito  a  principios  de  septiembre.  De 
acuerdo  con  su  padre,  no  tardó  en  determinar  al  conde 
Ruiz,  en  cuyo  espíritu  habían  producido  tan  dolorosa 
impresión  las  matanzas  del  2  de  agosto,  a  que  resta- 
bleciese la  Junta.  La  comisión  conleilda  a  Montúí'ar  por  la 
Regencia  fué  leída  ante  la  asamblea,  convocada  el  19  de 
septiembre,  en  una  sala  de  la  universidad  de  Quito.  En  el 
acto  (juedó  aceptado  el  establecimiento  de  la  nueva  Junta, 
obteniendo  Ruiz  su  prcsidtMU-ia  v  sieuílo  nombrado  vioe- 
piesidenlc  el  maiíjués  de  Selva  Alegre. 

Deseoso  de  mantener  la  tranquilidad  general,  y  s(d)rc 
lodo,  de  obtener  el  asentimiento  del  virrey  del  Perú,  cuvo 


i;i,   M.wri'iKSK»   di;   c aü  i  aciína 


siilVaoio  resullaha  !iulis|)(Misal)l('.  envió  Monliilar  a 
I).  .losé  (le  Ahascal  (■()[)¡a  de  los  plenos  poderes  de  (iite  le 
había  investido  la  Keoeneia.  No  se  le  oeultaban  a  éste  los 
[)ensaniienlos  seeietos  de  los  patriotas  de  Quito.  Arredondo 
y  sus  tropas.  (|ue  se  habían  retirado  a  Guavacpiil  tlespués 
del  2  de  agosto,  recibieron  orden  de  volver  a  campaña  v 
de  declarar  la  guerra  a  las  autoridades  nuevamente  esta- 
blecidas como  traicionando  sus  deberes  para  con  la  corona 
de  España.  Reunió  entonces  Montiítar  la  fuerza  armada  de 
(^uito,  se  ocupó  en  levantar  y  organizar  voluntarios,  y 
con  ellos  se  puso  en  marcha  hacia  Riobaniba.  Pero,  las 
pi'ovincias  granadinas  de  Popayán  y  Pasto,  influenciadas 
por  el  general  Sámano,  gobernador  de  la  primera  de 
estas  plazas,  se  declararon  prontas  a  hacer  causa  común 
con  el  virrey  del  Perú  y  comenzaron  a  enviar  tropas  desti- 
nadas a  invadir  a  Quito  por  el  norte  mientras  acometiera 
Arredondo  la  misma  empresa  en  el  sur. 

Crítica  por  demás  era.  pues,  la  situación  de  iNiontúíar. 
Vn  acontecimiento  fortuito  vino  providencialmente  a 
servir  sus  proyectos,  mas  no  supo  aprovecharlo.  Arre- 
tlondo  se  había  adelantado  hasta  lluaranda,  cuando,  una 
mañana,  al  oir  sus  centinelas  crujir  las  neveras  del  Chim- 
borazo,  caldeadas  por  los  primeros  rayos  del  sol.  creyeron 
{[ue  se  acercaba  INiontúíar  con  numeroso  tren  de  artillería. 
FA  comandante  español  huyó,  abandonando  a  los  insu- 
rrectos su  cuartel  general  de  lluaranda  provisto  abundan- 
temente de  armas  v  de  municiones. 

Montúfar,  a  quien  sus  antiguas  relaciones  con  la 
Regencia  obsesionaban  de  escrúpulos,  y  a  quien,  a  pesar 
de  la  realidad,  mecía  la  esperanza  de  una  solución  pací- 
íica.  y  que.  por  otra  parte,  creía  haber  reducido  a  Sámano 
a  la  impotencia  por  el  envío  de  considerables  destaca- 
mentos salidos  a  su  encuentro  en  Guaitara.  descuidó  el 
adelantarse  hacia  las  i'ronteras  del  Perú.  Dejó  que  el 
general  Molina,  encargado  por  Abascal  de  apoderarse  de 
Cuenca,  realizara  esta  operación,  y  perdió  un  tiempo 
[)recioso  en  negociaciones  con  sus  enemigos.  Durante  la 
ausencia  de  Montúlar,  motines  p(q)ulares  estallaron  en 
(hiilít.  VA  conde  Puiiz.  airancado  d(d  convento  en  que  se 
había  buscado  asilo,    lúe    asesinado.    Don   Toribio  iNIonles, 


420 


a  quien,  entretanto,  eunfirió  la  Regencia  el  nonibianiiento 
de  presidente  de  Quito,  tomó  en  seguida  el  mando  de  las 
tropas  estacionadas  en  Cuenca  y  en  Guayaquil,  y  se  puso 
en  marcha  contra  la  capital. 

Batió,  el  2  de  septiembre  de  1812,  las  tropas  de  Quito 
en  Moacha,  envolvió  sus  posiciones  fortificadas  cerca  de 
Jalupaca  y  Santa  Rosa,  efectuando  una  marcha  de  flanco 
de  increíble  atrevimiento  a  lo  largo  de  las  pendientes  de 
la  montaña,  y,  por  fin,  se  apoderó  de  Quito  el  4  de 
noviembre.  Había  intentado  Montúfar  refugiarse  cerca  de 
Ibarra.  Fué  perseguido,  capturado,  y,  meses  después, 
enviado  a  España  al  mismo  tiempo  que  Nariño,  quien, 
hacia  aquella  época,  había,  como  pronto  veremos,  salido  de 
Santa  Fe  para  pelear  contra  Sámano  en  las  provincias 
meridionales  de  Nueva  Granada'.  Así  pues,  recayó  Quito 
en  manos  de  las  autoridades  españolas,  quienes  sólo  diez 
años  más  tarde  habían  de  ser  arrojadas  de  allí". 

En  la  Nueva  Granada  propiamente  dicha,  el  Reino,  la 
causa  libera],  triunfante  aún,  al  parecer,  en  las  dos  terceras 
partes  del  territorio,  estaba,  en  realidad,  terriblemente 
comprometida  a  fines  de  1812.  Las  provincias  atlánticas  de 
Río  Hacha,  de  Panamá  y  de  Veragua  no  habían  pactado 
nunca  con  la  Revolución.  Santa  Marta  se  había  separado 
definitivamente  de  ésta,  y,  dueños  de  Venezuela  y  de  Quito, 
los  Españoles  parecían  no  tener  que  intentar  ya  grandes 
esfuerzos  para  acabar  de  cercar,  de  invadir  y  de  someter  a 
las  provincias  que  la  insurrección  les  había  arrancado.  En 
todos  aquellos  sitios  reinaba  la  anarquía,  progresando  de 
continuo,  favoreciendo  los  manejos  de  los  representantes 
del  poder  absoluto  en  las  regiones  vecinas  de  Quito,  y 
substituyendo,  en  otras  regiones,  con  el  más  nefasto 
egoísmo  el  patriótico  desinterés  de  los  primeros  días. 

Las  ideas  federalistas,  comunes  a  los  Proceres  sudameri- 
canos, habían  sido  preconizadas  con  más  elocuencia  y  más 


1.  Montúí'ar  se  evadió  al  llegar  a  Panamá.  Hizo  la  campaña  del 
Cauca  en  1815,  fué  hecho  prisionero  en  la  terrible  acción  de  la 
Cuchilla  del  Tambo,  y  fusilado  en  Popayán  el  3  de  septiembre  de  1816. 

2.  Según  Restrepo,  y  Stevenson,  contemporáneo  y  testigo  de  estos 
acontecimientos,  en  Relation  d'un  séjoiir  de  vingt  ans  dann  l'Améri- 
que  du  Sud,  op.  cií.^  1.  I,  cap.  ii. 


EL    MANIFIESTO    OR    CAliTAGENA  'til 

ardor  en  Santa  Fe  que  en  todo  otro  centro  colonial.  Santa 
Fe,  capital  de  la  provincia  de  Cundinaniarca  y  del  antiguo 
virreinato,  orgullosa,  próspera  y  tan  consciente  de  su  supe- 
rioridad como  en  la  Plata  lo  era  Buenos  Aires,  alimentaba 
iguales  pretensiones  de  seguir  siendo  la  cabeza  del  nuevo 
estado.  Hasta  no  distaba  mucbo  de  considerar  con  amar- 
gura el  que  se  hubiese  sul)straído  Caracas  a  su  autoridad, 
y,  cuando  menos,  entendía  no  menguar  en  nada  la  que  su 
situación  ceoofráfica  v  las  tradiciones  coloniales  habían  de 

o        o  . 

conservarle  sobre  las  demás  provincias  granadinas.  Animada 
por  este  estado  de  espíritu  invitó  la  Junta  de  Santa  Fe,  el 
29  de  julio  de  1810,  a  las  veintidós  provincias  del  reino  a 
que  enviasen  sus  diputados  a  una  Junta  general  encargada 
de  convocar  el  Congreso  constituyente'. 

Cartagena,"  Santa  Marta,  Antioquia,  Chocó,  Neiva,  Mari- 
quita, Pamplona,  El  Socorro,  Casanare  y  Tunja  anunciaron 
su  intención  de  responder  al  llamamiento.  Instalaron 
Juntas  independientes  a  imitación  de  Santa  Fe  y  procedieron 
en  seguida  a  la  elección  de  los  ciudadanos  que  habrían  de 
representarlas  en  el  Congreso.  Pero  el  júbilo  de  haber 
conquistado  por  fin  la  libertad  tan  esperada  no  tardó  en 
acalorar  las  cabezas  de  los  patriotas.  La  noble  y  altiva 
ciudad  de  Mompox  (Cai'tagcna)  luc  la  que  primero  proclamó 
su  independencia  absoluta  (ItJ  de  agosto  de  1810).  No  quiso 
la  poderosa  Cartagena  admitir  que  se  reservase  Santa  Fe  la 
iniciativa  de  organizar  el  nuevo  gobierno.  Su  Junta  publicó 
el  19  de  septiembre,  un  manifiesto  abiertamente  hostil  a  las 
intenciones  de  la  Junta  de  Santa  Fe,  invitando  a  las 
provincias  a  que  se  rigieran  por  sus  propias  leyes  y  a  que 
se  reunieran  en  Congreso  federal  en  Medellín  (Antioquia). 
En  cambio,  las  ciudades  del  Popayán  decidieron  enviar  sus 
representantes  a  Cali  (Cauca).  En  efecto,  actuó  en  este  sitio 
una  Junta  regional,  el  1"  de  íebrero  de  1811.  que  dotó  de 
una  constitución  autónoma  a  los  habitantes  del  Cauca. 

El  paso  dado  por  Cartagena  alentó  de  singular  modo  la 
universal  anarquía  que  parecía  en  realidad,  no  esperar  más 
que  una  seña.  En  todas  partes,  hasta  en  las  provincias  de 
menos  importancia   v  más  apartadas,  v  aun  en  los  pueblos 

I.  D.,  11,  '.78. 


kÍ2  liOLÍVAI! 

mismos  <'n  donde  al<^iin  ambicioso  demagogo  conseguía 
imponerse  a  sus  compatriotas,  actuaron  juntas  indepen- 
dientes y  se  elaboraron  constituciones  particulares.  Hubo 
parroquias  miserables,  como,  por  ejemplo,  la  de  Nare  (en 
Cundinamarca),  que  pretendieron  a  categoría  de  provincias 
soberanas... 

Justamente  alarmados  por  esta  situación,  los  patriotas  de 
Santa  Fe  activaron  cuanto  les  fué  posible  la  reunión  del 
Congreso  proyectado.  Tenían  omnímoda  confianza  en  la 
eficacia  de  los  elocuentes  v  persuasivos  discursos  que  cada 
cual  preparaba,  y  que,  según  ellos,  habían  de  remediar, 
apenas  transmitidos  a  los  centros  provinciales  y  publicados 
en  estos,  todos  los  males  públicos  que  los  aquejaban.  El 
22  de  diciembre  de  1810,  la  asamblea  se  reunió  en  Santa 
Fe.  A  pesar  de  estar  sólo  representadas  las  circunscrip- 
ciones del  Socorro,  Pamplona.  ^Mariquita.  Neiva  y  Nórita. 
aquel  remedo  de  congreso  tomó  solemnemente  el  título  de 
Alteza  Serenísima  y  se  puso  a  reglamentar  con  minucio- 
sidad la  organización  interior  de  las  varias  provincias  del 
Estado  federal  cuya  soberanía  se  reservaba  Cundinamarca. 
Sin  embargo,  la  actitud  despótica  de  los  congresistas 
disgustó  al  cabildo  mismo  de  Santa  Fe.  y  la  asamblea, 
para  substraerse  a  la  disminución  de  prestigio  que  le 
acarreaban  los  ataques  de  los  miembros  de  la  municipalidad. 
se  transportó  a  Ibagué,  en  donde,  desde  mediados  de  enero, 
se  reanudaron  las  sesiones.  Los  delegados  de  los  distritos 
circunvecinos  que  se  presentaron  para  tomar  parte  en  el 
Congreso  fueron  admitidos  con  entusiasmo  por  los  dipu- 
tados de  Cundinamarca.  Pensaban  éstos  dar  más  influencia 
a  la  asamblea  al  hacerla  más  numerosa,  pero  esta  irregu- 
laridad provocó  las  protestas  de  casi  todos  los  represen- 
tantes de  los  estados,  y  tuvo  por  fin  que  aplazarse  el 
Congreso. 

Entonces  creyeron  oportuno  los  diputados  de  Santa  Fe 
adelantarse  a  las  demás  provincias,  organizar  a  Cundina- 
mai'ca  en  estado  autónomo,  Aotar  una  constitución  y 
j)i()ponerla  ])oi  modelo  a  cada  uno  de  los  estados,  invitán- 
dolos de  nuevo  a  consentir  en  un  pacto  federal.  El  4  de 
abi'il  de  1811,  la  antigua  provincia  metropolitana  tomó  el 
nombre  de  Estado  de  Cundinamarca   v   publicó  su  C^onsti- 


RL    MAMMKSTO    l)K    CAliTACKNA  'i2"} 

Ilición  a  la  vez  inonáríjuica  v  republicana,  reconociendo 
por  soberano  a  Fernando  VII,  a  condición  de  que  consin- 
tiera en  ir  a  residir  allí.  Kl  principal  autor  de  ac|uella 
constitución,  Joro-e  Tadeo  L(»zano'.  fué.  mientras  lanío, 
elegido  presidente  de  la  Uepid)lica. 

Pertenecía  Lozano  a  la  noble  casa  de  San  Joioc.  Her- 
mano  del  marqués  de  este  nombre,  a  quien  liemos  visto 
desempeñar  tan  notalde  j)apel  en  época  de  la  insurreccióii 
de  los  Comuneros,  Jorge  l\uleo,  después  de  serios  estudios, 
terminados  de  brillante  manera,  en  el  colegio  del  Rosario 
de  Santa  Fe,  se  había  ido  a  España.  Fué  incorporado  allí 
en  los  guardias  de  corps  y  se  distingnió  durante  la  cam- 
paña del  Rosellón.  No  obstante,  sus  aficiones  le  inclinaban 
mucho  más  hacia  la  ciencia  y  la  filosofía  c|ue  hacia  la 
carrera  de  las  armas.  De  regreso  a  Santa  Fe,  en  1801,  se 
hizo  discípulo  solícito  de  Mutis,  y  colaborador,  con  Caldas, 
Joaquín  Camacho,  Diego  Martín  Tanco-,  José  Manuel 
Restrepo,     José    Fernández    Madrid^,    Eloy    de     Yalen- 

1.  Nació  en  Santa  Fe  el  30  de  enero  de  1771;  fué  fusilado  durante 
el  terror  bogoteño,  el  6  de  julio  de  1816. 

2.  Originario  de  Sevilla,  desempeñó  varios  cargos  en  Palacio  y  fué 
enviado  por  el  rey  en  misión  a  Cuba,  a  Méjico,  y  después,  a  Nueva 
Granada.  Llegó  a  Santa  Fe  en  1782,  haciéndose  pronto  notar  por  sus 
opiniones  liberales.  En  el  Archivo  nacional  colombiano  se  conserva 
una  memoria  que  D.  Diego  Martín  Tanco  dirigió  a  Madrid  en  1793,  y 
en  la  que,  al  señalar  al  rey  las  reformas  que  importaba  introducir  en 
el  régimen  fiscal  de  la  colonia,  enunciaba,  en  materia  de  economía 
política,  ideas  avanzadísimas  para  aquella  época.  Sin  embargo,  Tanco 
permaneció  fiel  a  la  Corona.  Cuando  los  acontecimientos  de  1810, 
formaba  parte  del  gobierno  vice-real  en  calidad  de  administrador  de 
correos.  Acompañó  a  D.  Antonio  Amar  y  Borbón  cuando  éste  se 
marchó,  y  hasta  sufragó  con  su  dinero  todos  los  gastos  del  viaje. 
Falleció  al  llegar  a  Santa  Marta. 

Uno  de  sus  hijos,  Nicolás  INlanuel,  quien,  desde  los  comienzos 
había  abrazado  la  causa  de  la  Independencia,  y  que  era  también  amigo 
de  Caldas  y  su  colaborador  en  el  Semanario,  fué  más  tarde  uno  de 
los  hombres  de  Estado  más  notables  de  Colombia. 

3.  Nació  en  Cartagena  el  19de  febrero  de  J789;  falleció  en  Londres 
el  28  de  junio  de  1830.  Diputado  en  el  Congreso  de  Nueva  Gra- 
nada en  1812.  Presidente  de  la  República  en  1814  y  1816.  Piefugiado 
en  La  Habana  después  del  terror  bogotano,  publicó  en  esta  ciudad 
importantes  obras  científicas.  Regresó  a  Colombia  en  1820.  fué  agente 
hacendista  de  su  país  en  Francia,  y.  después,  ministro  plenipoten- 
ciario en  Inglaterra,  donde  pasó  sus  últimos  años.  Madrid  es  autor 
de  gran  número  de  tragedias  estimadas,  de  poesías  célebres,  entre 
ellas  una  Ocla  a  la  restauración  de  la  Constitución  españnlu.  y  de 
varios  importantes  trabajos  filosólicos  y  políticos.  Y.  Martí.nez  Silva, 


424  BOLlVAIi 

zLiela',  y  tantos  otros,  de  la  revista  el  Semaixavio  de  Nueva 
Granada-,  la  cual,  de  1801  a  1810,  vulgarizó  en  innume- 
rables artículos  las  más  elevadas  nociones  de  la  ciencia 
contemporánea.  Lozano  había  tomado  parte  en  los  últimos 
trabajos  de  la  Expedición  Botánica,  profundizando  el  exa- 
men de  la  fauna  y  de  la  flora  de  su  país.  A  pesar  de  su 
acendrado  patriotismo,  no  sin  disgusto  renunció,  en  1810, 
a  los  dulces  y  poderosos  consuelos  del  estudio  para  dedi- 
carse a  la  política.  Los  acontecimientos  le  llevaban  a  la 
magistratura  suprema  :  fué  esto  para  él  más  un  desengaño 
que  una  recompensa. 

Deseaba  no  obstante  encontrar  un  arreglo  entre  las  ideas 
de  centralización  y  de  federalismo  acerca  de  las  cuales 
seguían  disputándose  sus  compatriotas.  Comenzaban  a 
hacerse  sentir  los  peligros  exteriores.  A  raíz  de  la  convo- 
catoria enviada  por  la  Junta  insurreccional  de  Santa  Fe  a 
las  provincias  para  un  Congreso  general,  el  nuevo  gober- 
nado)' de  Popayán,  D.  Manuel  Tacón,  se  había  puesto  a 
la  cabeza  de  una  contra-revolución  realista  que  el  espíritu 
sumiso  de  sus  administrados  le  permitió  provocar,  orga- 
nizar y  sostener  con  éxito.  Bandas  armadas  se  pusieron  a 
recorrer  la  región  de  Pasto  y  de  Patia,  aterrorizando  a  los 
pueblos,  atacando  a  las  milicias  republicanas  apenas 
improvisadas,  sembrando  en  sus  filas  la  deserción  y  el 
temor  o  matándolas  sin  piedad.  La  Junta  de  Cali  tuvo  que 
movilizar  las  escasas  tropas  de  que  disponía  y  enviarlas 
contra  el  temible  Tacón. 

Santa  Fe  creyó  deber  imitar  este  ejemplo.  Un  reducido 
cuerpo  de  voluntarios,  al  mando  del  capitán  Antonio 
Baraya^  salió  para  Popayán  en  diciembre  de  1810.  Y. 
cuando  tomó  Lozano  posesión  de  sus   funciones  presiden- 

fiiografía    de  José  Fernández  Modiid.    Bogotá,    1   vol.  en   12,   1889. 

1.  Valenzuela  y  Mantilla  de  los  Ríos  (líloy  de),  nació  en  Girón 
(Nueva  Granada)  en  1756,  falleció  hacia  1832.  Recibió  las  órdenes 
mayores,  y  profesó  la  filosofía  en  Santa  Fe.  En  tal  estima  tenía  Mutis 
sus  capacidades,  que  le  consideraba  como  habiendo  de  ser  su  sucesor. 
Valenzuela,  cuya  familia  era  una  de  las  más  antiguas  y  de  las  más 
ilustres  de  España,  tuvo  por  hermano  a  Miguel  y  por  primos  a  Cri- 
santo  y  José  Ignacio,  quienes  figuran  entre  los  Proceres. 

2.  Reimpreso  en  París  en  1849  bajo  la  dirección  del  general  Acosta. 
'.i.  Nació  en  Girón  (Nueva  Granada)   en  1768;  fusilado  durante   el 

terror  bogotano,  el  20  do  julio  de  1816. 


RT.    MANIFIESTO    DE    CARTAGENA  '(25 

cíales,  se  supo  que  las  tropas  de  Gundinamarca  acababan 
de  obtener. señahida  victoria  contra  Tacón  en  la  acción  de 
Bajo  Palacé  (28  de  marzo  de  1811).  Era  ésta  la  primera 
victoria  republicana,  pero  no  prometía  ir  seguida  de  otras 
semejantes.  La  reacción  hacía  trágicos  progresos  en  aquella 
reoión  de  Pasto,  destinada  a  convertirse,  mientras  duraron 
las  guerras  de  la  Independencia,  en  una  verdadera  Vendea 
granadina  en  que  los  habitantes,  fanatizados  por  los  frailes, 
incendiaban  las  aldeas,  dcefollaban  a  los  inofensivos  cam- 
pesinos,  y  aniquilaban,  unas  tras  otras,  las  expediciones 
impotentes  para  someterlos. 

Además,  en  todo  el  territorio  se  introducían  la  anarquía 
y  la  guerra  civil.  Las  tentativas  de  Cartagena  no  habían 
trnido  mejor  éxito  que  las  de  Santa  Fe.  La  .Tunta  enviaba 
tropas  contra  Mompox,  cuya  oposición  imposibilitaba  la 
reunión  del  Congreso  proyectado  de  Medellín.  En  otros 
sitios  habían  llegado  hasta  pelear  ciudad  contra  ciudad, 
aldea  contra  aldea.  Pamplona  había  declarado  la  guerra  a 
Girón,  Tunja  a  Sogamoso,  Honda  a  Ambalema. 

No  se  desanimaba  T^ozano.  Seguía  creyendo  posible 
constituir    una     federación    crranadina.     Reduciéndola    no 

o 

obstante  a  una  parte  del  país,  hizo  publicar  un  proyecto  de 
Constitución  para  el  estado  fedei-al  que  había  de  constar 
de  las  cuatro  provincias  de  Quito,  Popayán,  Cartagena  y 
Cundinamarca ;  abrigaba  Lozano  la  esperanza  de  que  las 
demás  provincias  querrían  adherirse  a  esta  confederación. 
Por  su  lado,  preparó  Camilo  Torres,  tomando  por  modelo 
la  constitución  norteamericana,  un  «  Acta  federal  de  las 
Provincias  Unidas  de  Nueva  Granada'  ».  El  Congreso,  que, 
aunque  de  una  manera  intermitente,  seguía  actuando  en 
Santa  Fe,  y  en  el  que  se  hallaban  representadas,  en  noviem- 
bre de  18LI,  las  provincias  de  Antioquia,  de  Neiva,  de  Pam- 
plona, de  Tunja,  y  aun  de  Cartagena,  votó  por  aclamación, 
el  27,  el  acta  federal  de  Camilo  Torres.  Esta  constitución 
señalaba  si([uiera  un  progreso  esencial  en  el  curso  de  las 
ideas  republicanas.  No  se  trataba  ya  de  los  «  derechos  » 
de  Fernando  VIL  sino  únicamente  de  «  los  de  la  patria^  ». 

1.  D.,  III.  620. 

2.  J.  M.  Samper,  Derecho  público  interno  de  Colombia.  Bogotá,  1886, 
t.  I.  cap.  I. 


't2(;  BOMvAn 

A  pesar  de  esto,  seguía  reinando  el  desorden  en  el  país. 
En  ningún  sitio  había  or^anizaeión  política,  ni  dinero,  ni 
ejército;  el  espíritu  público  llaqueaba.  No  sabían  las  pro- 
vincias por  cuál  de  los  tres  organismos  políticos  pronun- 
ciarse, organismos  precarios,  sin  duda,  pero  menos 
imperfectamente  constituidos  que  los  demás,  representados 
por  Cartagena,  Cundinamarca  y  el  Congreso. 

Este  último  se  hallaba  ahora  en  lucha  abierta  con  el 
estado  de  Cundinamarca.  Desde  hacía  algunos  meses,  una 
reacción  en  el  sentido  de  la  centralización  contra  las  ideas 
federales  representadas  por  la  asamblea,  había  tomado 
cuerpo  en  Santa  Fe.  y  la  votación  del  acta  federal  constituía 
en  realidad  una  declaiación  de  hostilidades  contra  el 
gobierno  que  acababan  de  instalar  en  ella  los  patriotas, 
con  Antonio  Nariño  por  presidente. 

El  ilustre  Procer,  encerrado  desde  1809  en  las  prisiones 
de  la  Inquisición  en  Cartagena,  había  visto  su  excarcelación 
retardada,  aun  después  de  la  revolución  de  1810,  por  los 
celos  del  cabildo,  deseoso  de  molestar  a  la  ciudad  rival. 
Vuelto  por  fin  a  Santa  Fe,  Nariño,  convencido  por  las 
mismas  razones  que  Miranda,  de  la  necesidad  de  un 
gobierno  centralista  para  los  jóvenes  estados  sudamericanos, 
había  comenzado  en  su  periódico  La  Bagatela  una  ardiente 
campaña  conti-a  el  sistema  federal. 

El  deplorable  estado  en  que  se  hallaba  el  país,  las  desas- 
trosas noticias  que  se  recibían  de  Popayán,  suministraron, 
hacia  fines  de  septiembre  de  1811,  argumentos  decisivos  al 
decano  de  los  patriotas  :  «  Hay  amenazas  por  todas  partes, 
escribía.  Los  Españoles  se  mueven  para  recobrar  su 
colonia.  Y  nosotros  ¿cómo  estamos?  Dios  lo  sabe!  caca- 
reando V  alborotando  el  mundo  con  un  solo  huevo  que 
hemos  puesto.  ¿Que  medidas,  qué  providencias  se  toman 
en  el  estado  de  peligro  en  que  se  halla  la  patria?  Fuera 
paños  calientes  y  discursos  pueriles;  fuera  esperanzas 
([uiinéricas,  hijas  de  la  pereza  y  de  esa  confianza  estúpida 
([ue  nos  va  á  envolver  de  nuevo  en  las  cadenas...  La  patria 
no  se  salva  con  palabras,  ni  con  alegar  la  justicia  de 
nuestra  causa.  ¿  La  hemos  emprendido,  la  creemos  justa 
y  necesaria?  Pues  á  ello!  vencer  ó  morir,  y  contestar  los 
argumentos  con  las  bavonetas...  Que  no  se  engañen;  somos 


Hl.     MAMFIKSTO    DK    CA 1!  lAC  KN  A  V27 

ínsuri'tMitcs,  rebeldes.  Iiaiclores ;  v  á  los  traidores,  a  los 
insurgentes  y  rebeldes  se  les  castiga  como  á  tales.  Desen- 
gáñense los  hipócritas  que  nos  rodean  :  caerán  sin  mise- 
ricordia bajo  la  espada  de  la  venganza,  porque  nuestros 
conquistadores  no  vendrán  á  disputar  con  palabras  como 
nosotros,  sino  que  segarán  las  dos  hierbas  sin  detenerse  á 
examinar  y  apartar  la  buena  de  la  mala  :  morirán  todos,  y  el 
C[ue  sobreviviere,  sólo  conservará  su  miserable  existencia 
para  llorar  al  padre,  al  hermano,  al  hijo  ó  al  marido'.  » 

Este  artículo  valió  a  su  autor  la  presidencia  de  la 
república.  ^las,  no  había  de  tardar  el  elocuente  y  noble 
Nariño  en  juzgar  por  sí  mismo  de  las  dificultades  que 
ofrecía  el  proveer  útilmente  a  las  exigencias  de  la  situación. 
Animado  por  el  profundo  deseo  de  restablecer  en  su  patria 
el  orden  v  la  paz,  y  de  encaminarla  hacia  una  prosperidad 
sin  amenazas,  apenas  si  hacía  un  año  que  ocupaba  Nariño 
el  poder,  cuando  le  ol)ligaron  las  circunstancias  a  emprender 
una  guerra  fratricida.  Con  objeto  de  poner  a  Pamplona  a 
salvo  de  un  ataque  de  los  realistas  que  por  entonces  se 
habían  apodeíado  nutívamente  de  las  provincias  vecinas  de 
Venezuela,  el  nuevo  presidente  confió,  a  principios  de  1812, 
dos  r(Hlucidas  expediciones  de  voluntarios  al  coronel 
Baraya,  a  quien  ex  profeso  había  hecho  volver  de  Popayán. 
y  al  joven  capitán  Antonio  Rieaurte'.  Al  mismo  tiempo 
delegó  Nariño  cí)misi<Miados  a  los  miembros  del  Congreso, 
que  de  nuevo  actuaba  en  Ibagué.  con  objeto  de  establecer 
alianza  con  sus  representantes. 

Pero  Barava  v  Ricauí'te  ofi'ccieron  sus  servicios  a  la 
asaml>lea,  levantaron  milicias  por  cuenta  de  ésta,  y  derro- 
taron las  nuevas  tropas  que  Nariño  había  tenido  que 
enviar  contra  ellos.  Una  tregua,  firmada  el  30  de  julio,  en 
Santa  Rosa,  entre  el  presidente  y  los  confederados  (este 
es  el  nombre  que  habían  tomado  los  partidarios  del 
Congreso),  el  ofrecimiento  mismo  de  su  dimisión,  pro- 
puesto entonces  por  Nariño,  no  apaciguaron,  ni  los  exas- 
perados rencores  de  los  políticos  de  Santa  Fe  ni  los  de  los 
oficiales   sin    escrúpulos   ([ue,   so   pretexto  de  defender    la 

1.  La  Bagatela,  n"  del  19  de  septiembre,  en  Posada,  El  Precursor. 
op.  cit.,  XXII. 

2.  Y.  iiifra,  cap.  ii.  -í  I  y  ca[).  iif.  ;i  3. 


/|28  liOT.IVAn 

leoitimulad  de   las  decisiones  de  la  asamblea,  trataban  de 
satisfacer  indecorosas  ambiciones. 

.  Entretanto,  el  Congreso  había  sido  trasladado  a  Leiva, 
y  en  esta  ciudad  se  hallaban  los  diputados  de  Antioquia, 
Casanare,  Pamplona,  Popayán,  Tanja.  Por  instigación  de 
Nariño,  que  abrigaba  aún  la  esperanza  de  acabar  con  las 
disidencias  por  medio  de  una  demostración  de  generosidad, 
Cundinamarca  designó  a  su  vez  representantes.  El  8  de 
octubre,  la  asamblea,  al  reanudar  sus  sesiones,  confirió  al 
más  distinguido  de  sus  miembros,  Camilo  Torres,  dipu- 
tado de  Pamplona,  el  título  de  presidente  de  las  Provincias 
Unidas  de  Nueva  Granada. 

Inflexible  en  sus  convicciones  federalistas,  no  se  opuso 
Torres  a  que  el  Congreso.  Ijajo  forma  por  cierto  ultrajante, 
intimara  al  gobierno  de  Cundinamarca  que  sin  demora 
adhiriera  a  la  unión  federal.  La  asamblea  de  las  notabi- 
lidades, reunida  entonces  en  Santa  Fe,  protestó  indignada 
contra  «  la  inadmisible  injuria  »  del  Congreso.  No  pudo 
substraerse  Nariño  a  ser  el  ejecutor  de  las  voluntades 
generales.  Hasta  tuvo  que  renunciar  a  la  esperanza  de 
dimitir,  pues  el  pueblo,  amotinado  bajo  las  ventanas  del 
palacio  presidencial,  exigía  que  su  primer  magistrado  se 
pusiera  en  persona  a  la  cabeza  de  las  tropas. 

FA  ejército  de  Santa  Fe.  que  contaba  1  500  hombres,  se 
encaminó  hacia  Tunja,  en  donde  se  habían  refugiado  los 
cono-resistas :  pero  Barava.  salido  a  su  encuentro  con 
fuerzas  superiores,  lo  derrotó  en  Paloblanco  (en  el  Socorro). 
y  en  Ventaquemada,  cerca  de  Boyacá.  Batió  Nariño  en 
retirada,  y,  algunos  días  más  tarde,  el  5  de  enero  de  1813, 
Baraya.  a  la  cabeza  de  4  000  combatientes,  ocupó  los  altos 
c|ue  dominan  la  capital  de  Cundinamarca. 

Los  escasos  recursos  de  que  disponía  Santa  Fe  no  le 
permitían  sostener  un  sitio.  Angustiado  por  el  giro  que 
tomaban  los  acontecimientos,  propuso  Nariño,  repetidas 
veces,  cajñtular,  siempre  que  fueran  respetados  personas 
y  bienes.  Pero  el  deseo  de  humillar  a  la  antigua  capital 
del  reino  determinó  a  Baraya  a  rechazar  aquellos  ofreci- 
mientos :  exigió  que  se  entregaran  a  discreción.  No  le 
costó  trabajo  a  Nariño  mover  a  sus  conciudadanos  a  que 
compartici'a  n   el    rcscnliniicnto  (pie  tal   respuesta   le  inspi- 


Kl.    MAMflKSro    DE    CARTAGENA  'i29 

raba.  Acudieron  a  las  armas,  y,  el  9  de  enero,  los  soldados 
de  Narifío,  en  número  de  2  000,  atacaron  a  las  tropas  del 
(lonjj;res()  a  la  salida  de  los  arrabales,  infligiéndoles  una 
derrota  tan  sangrienta  como  definitiva. 

La  paz  que  en  seguida  quedó  firmada  entre  la  asamblea 
de  Tunja  y  el  estado  de  Cundinaniarea  no  determinó  sin 
embargo  avenencia  entre  las  provincias.  Quedaban  siendo 
enemigas  sin  combatir,  obstinadamente  ocupadas  en  su 
organización  o  preocupadas  por  sus  disensiones  intestinas  ', 
ciegas  ante  los  peligros  que  las  amenazaban  ahora  en 
todas  las  fronteras  del  país.  Toribio  Montes  avanzaba  en  el 
sur,  y  sólo  cuatrocientos  o  quinientos  hombres  había  en 
Popayán  para  oponerse  a  una  invasión  cuvos  resultados 
anunciaban  incalculables  catástrofes.  Hacia  el  norte,  los 
Españoles  ocupaban  los  valles  de  Cúcuta,  a  ocho  jornadas 
de  Santa  Fe.  En  fin,  Cartagena  estaba  bloqueada  por  las 
tropas  de  Santa  Marta,  que,  a  semejanza  de  Coro  en 
Venezuela,  se  había  convertido  en  foco  cada  vez  más 
activo  de  la  contra-revolución. 

La  política  seguida,  durante  los  últimos  meses,  por  la 
Junta  de  Cartagena,  había  contribuido  poderosamente  a 
las  disensiones  y  a  los  desórdenes  que  afligían  al  conjunto 
de  Xueva  Granada.  A  las  intrigas  de  los  diputados  [de 
Cartagena  en  los  congfresos  debíanse  las  resistencias  v  los 

o  o 

manejos  agresivos  contra  Santa  Fe.  Un  viento  de  vértigo 
soplaba  sobre  la  ciudad,  olvidadiza,  en  aquel  momento,  de 
sus  tradiciones  heroicas  :  sus  habitantes,  divididos  en 
partidos  hostiles,  se  desgarraban  unos  a  otros  a  placer,  y 
sólo  en  un  punto  se  entendían  :  en  un  sentimiento  de 
estéril  envidia  contra  la  capital  a  cuya  autoridad  les  había, 
en  otro  tiempo,  sometido  el  régimen  colonial.    ' 

Ciudad  al  mismo  tiempo  esencialmente  mercante,  v,  por 
consiguiente,  animada  del  egoísmo  político-,  Cartagena, 
después  dfr  haber  saludado  el  advenimiento  de  la  Revolu- 
ción, y  aun  proclamado,  en  un  arranque  de  orgulloso 
entusiasmo,  su  independencia  absoluta  de  todas  las 
naciones   del  mundo  (ii  de  noviembre  de  1811),  se  había 


J.  Cf.  Lallu.mem,  Histoiie' de  la  Colomhie,  op.  cit.,  cap.  in. 
2.  Id.,  p.  lOi. 


\M) 


tlcjíulo  seducir  por  la  idea  de  una  transacción  fi-ucluosa 
con  la  metrópoli.  Una  fragata  inglesa  llegada  de  Jamaica 
traía  la  proposición  y  el  consejo  de  negociar  con  el  nuevo 
viri'ev  Don  José  Domingo  Pérez,  a  quien  las  Cortes  aca- 
baban de  enviar  a  Nueva  Granada.  El  joven  presidente  de 
la  república  de  Cartagena.  Manuel  Rodríguez  Torices  ^, 
inteligente,  activo  y  resuelto,  pero  sin  experiencia,  hizo 
(pie  salieran  dos  comisionados  para  Panamá,  en  donde  se 
hallaba  Pérez. 

Apenas  llegados,  fueron  éstos  maltratados,  arrestados  y 
metidos  en  un  calabozo.  Allí  estuvieron  dos  meses,  y 
nunca,  probablemente,  habrían  salido  de  él  sin  las  vio- 
lentas protestas  del  comandante  del  navio  inglés,  quien 
les  había  conducido  y  tomado  bajo  su  protección.  La 
imprudente  conducta  de  las  autoridades  españolas  exas- 
peró la  población  de  Cartagena,  abrió  los  ojos  al  presi- 
dente Torices  y  le  hizo  adoptar  enérgicas  medidas  de 
defensa.  Eran  éstas  más  que  oportunas.  El  gobernador  de 
Cuba  acababa  de  enviar  a  Santa  Marta  un  destacamento  de 
milicianos  y  tres  buques  de  guerra.  La  provincia  daba 
asilo  a  todos  los  Españoles  emigrados  de  Nueva  Granada. 
Los  éxitos  de  Monteverde  en    Venezuela    aseguraban   toda 

o 

la  Costa  Firme  a  los  realistas.  Una  expedición  enviada  por 
Torices  al  puerto  fluvial  de  Tenerife,  situado  a  orilla  del 
Magdalena,  en  el  centro  de  las  líneas  enemigas,  había  sido 
destruida  a  principios  de  1812.  Alentados  por  esta 
vict(U'ia,  los  Españoles  atravesaron  el  río  y  se  esparcieron 
|)oi'  los  valles  del  sudoeste  de  Cartagena,  aislando  así  la 
ciudad  de  toda  comunicación  con  el  interior  del  país. 

Corría  septiembre  de  1812.  Por  entonces,  muchos 
pati'iotas  que  se  habían  sn^ibstraído  al  furor  de  Monteverde 
comenzaron  a  llegara  Cartagena.  El  capitán  Pierre  Labatut, 
quien,  como  recordará  el  lector,  se  escapó  de  La  Guayra 
el  M  de  julio  precedente,  en  compañía  de  Gual  y  de 
Yanes,  propuso  al  gobierno  de  Cartagena  tomar  el  mando 
de  las  milicias  de  la  ciudad.  Torices  se  lo  confió.  Organizó 
Labatut  en  pocos  días  una   íloliUa   de  queches  cañoneros, 


1.    Nació  eii  (lai-lageiui   en  178H;   tiisilado  en   Sania    l'C   duranle  el 
terror,  el  5  de  ocUibre  de  1816. 


lil.    MANII'IESTO    OK    CAliTACKNA  'i-U 

salió  al  eiu'ueiitn»  de  los  l*jS|)anoles  escalonados  a  lo  lai'i^o 
del  lío,  los  derrotó,  haeiéndoles  abandonar  sus  posieiones, 
y  al  cabo  de  tres  semanas  se  hizo  dueño  de  la  navegación 
del  bajo  ^far>(lalcna  (noviembre  de   1<S12). 

A  pesar  de  este  inesperaílo  éxito,  la  silnaeión  de  (Car- 
tagena, amenazada  de  continuo  en  sus  dos  llancos  por 
Panamá  y  Santa  Marta,  seguía  siendo  crítica;  las  espe- 
ranzas republicanas  de  Nueva  Granada  parecían  compro- 
metidas para  siempre.  Bolívar,  que  desde  este  momento 
ha  de  desempeñar  el  papel  ])rincipal  en  el  teatro  de  la 
guerra  de  América,  modificará  radicalmente,  por  un  golpe 
de  genial  audacia,  la  taz  de  los  acontecimientos,  liber- 
tará por  algún  tiempo  a  Nueva  Granada,  e  inaugurará 
la  serie  de  hazañas  cuyo  objeto  v  cuvo  término  será  la 
Independencia  del  Nuevo  Mundo. 


IV 

Refugiado  en  casa  del  marqués  de  Casa  León,  Bolívar, 
durante  los  días  que  siguieron  a  la  entrada  de  Monteverde 
en  Caracas,  había  asistido,  desesperado,  a  las  sangrientas 
represalias  de  sus  enemigos.  Los  Españoles,  los  isleños  v 
los  partidarios  de  la  causa  real,  designados  entonces  con 
el  nombre  de  godos,  se  adhirieron  al  vencedor  de  Miranda 
tan  pronto  como  hubo  tomado  posesión  de  las  íiinciolies 
de  gobernador  interino  de  la  provincia,  y  le  persuadieron 
a  que  tomara  sonada  venganza  de  cuantos  se  hal)ían  com- 
prometido en  la  rebelión.  Monteverde.  espíritu  débil,  v. 
además,  suspicaz  y  cruel  por  naturaleza,  se  dejó  convencer. 

Solemnemente,  y  dos  veces,  por  medio  de  proclamas 
fechadas  en  3  y  5  de  agosto  de  1812.  había  prometido  no 
usar  de  violencia  para  con  los  patriotas;  pero  el  temor  de 
(pie  de  nuevo  se  sublevara  el  pueblo  contra  su  autoridad  le 
hizo  adoptar  las  medidas  que  su  camarilla  le  indicaba  como 
indispcnsaliles  para  la  seguridad  y  la  existencia  misma  del 
régimen  restaurado.  Un  comité  secreto,  formado  por  los 
godos  más  exaltados,  recibió  encargo  de  formar  a  diario 
listas  de  sospechosos.  V.u  nada  las  modificaba  Monteverde, 
v    siniestros    esbirros,    los   prendedores,   hasta    añadían   a 


432  bolívar 

ellas,  a  su  antojo,  los  nombres  de  los  criollos,  inocentes 
o  culpables,  que  se  negaban  a  pagar  los  rescates  exigidos 
por  sus  perseguidores. 

El  15  de  agosto,  los  comandantes  militares  de  las 
ciudades  de  provincia  recibieron  orden  de  arrestar  a  los 
individuos  sospechosos  de  liberalismo  v  de  encaminarlos 
hacia  la  capital.  A  poco,  las  prisiones  rebosaron  de 
desgraciados  a  quienes  ejecutaban  sin  distinción  de  edad 
ni  de  sexo.  Como  no  daban  abasto  los  verdugos,  fueron 
substituidos  por  la  tropa.  Comenzaron  fusilamientos  a 
granel  :  «  Algunos  pardos  despreciables,  escribe  un  tes- 
tigo de  estos  acontecimientos,  el  regente  Heredia,  que 
hacían  figura  entre  la  facción,  merecieron  la  confianza  de 
ser  prendedores,  y  abusaron  de  ella  en  los  términos  mas 
vergonzosos  para  los  buenos  Españoles,  que  veíamos  ejecutar 
tantos  horrores  en  nombre  de  la  nación  más  generosa  y 
del  rey  más  justo  del  universo^  ». 

En  esto,  uno  de  aquellos  Españoles,  Don  Francisco  de 
Iturbe,  a  quien  tenía  en  alta  estima  Monteverde  por  la 
dignidad  de  su  carácter,  interpuso  su  influencia  ante  el 
gobernador  con  objeto  de  obtener  un  salvoconducto  a  íavor 
de  Bolívar,  con  quien  le  unía  antigua  y  profunda  amistad. 
Monteverde  atendió  gustoso  a  este  deseo.  El  papel  desem- 
peñado por  Bolívar  cuando  el  arresto  de  Miranda  le  creaba 
títulos  a  un  agradecimiento  del  que  tenía  a  empeño  parecer 
tanto  más  penetrado  el  jefe  español,  cuanto  que  le  parecía 
de  buena  política  tratándose  del  criollo  más  influente  y  más 
resuelto  de  Caracas.  Mucho  deseaba  el  gobernador  contar 
con  la  valiosa  cooperación  de  Bolívar;  pero,  como  se  había 
declarado  dispuesto  a  concederle  una  muestra  de  bene- 
volencia, no  quiso  desdecirse  al  saber  que  el  joven  oficial 
deseaba  marcharse  del  país. 

Le  envió,  pues,  orden  de  presentarse  en  palacio,  y  a  éste 
acudió  Bolívar,  el  26  de  agosto,  acompañado  de  Iturbe  : 
((  Aquí  está  el  comandante  de  Puerto  Cabello,  Don  Simón 
de  Bolívar,  por  quien  he  ofrecido  mi  garantía,  dijo  noble- 
mente   Iturbe    designándolo    a    Monteverde;    si   a   él  toca 

1.  J.  F.  Hekedia,  Memorias  sobre  las  Revoluciones  de  Venezuela, 
op.  cit.,  Primera  época,  pp.  59-62. 


Kí.    MANIFIESTO    DK    CAUTACEXA  /|33 

alguna  pena,  \h>  la  suíro  :  mi  vida  está  por  la  suya.  »  — 
«  Está  bien,  señor  mío,  contestó  el  gobernador.  Se  concede 
pasaporte  al  señor  en  recompensa  del  servicio  que  ha 
hecho  al  rey  con  la  prisión  de  Miranda.  »  Bolívar,  que 
hasta  entonces  había  guardado  silencio,  replicó  en  seguida 
con  viveza  que  «  había  preso  á  Miranda  para  castigar  a 
un  traidor  á  su  patria,  no  para  servir  al  rey  ». 

Tal  respuesta  estuvo  a  punto  de  comprometerlo  todo. 
Iracundo,  ya  detenía  Monteverde  la  mano  del  secretario 
Bernardo  Muro,  quien,  en  aquel  momento,  tendía  el  pasa- 
porte ya  listo —    —  ((   Vamos,    no    haga  V.    caso    de    este 

calavera.  Dele  V.  el  pasapoi'te  y  que  se  vaya ))  —  «  Sea, 

concluyó  secamente  el  gobernador,  no  lie  de  tener  más 
que  una  palabra'  ». 

De  haberse  mostrado  menos  caballeresco  el  jefe  español, 
lo  muy  probable  es  que  Bolívar  conociera,  aquel  día.  el 
precio  de  las  valerosas  pero  imprudentes  palabras  -  que, 
no  obstante,  le  correspondía  a  él  pronunciar.  Por  cierto 
que  comprendió  Monteverde  a  qué  reproches  se  exponía  al 

1.  Según  reíalo  de  D.  Francisco  de  Iturbe  mismo  al  historiador  La- 
rrazábal.  op,  cit..  t.  I,  cap.  vii,  p.  137,  confirmado  por  el  del  coionel 
Wilson,  ayudante  del  Libertador,  en  una  carta  a  O'Leary,  Memorias, 
t.  1.  cap.  lY.  nota  pp.  80-81.  Además,  Bolívar  mismo  i'ecordó  este 
episodio,  tal  como  acabamos  de  citarlo,  en  una  carta  al  presidente 
del  Congreso  general  de  TrujíUo,  el  23  de  agosto  de  1821.  Tuvo 
entonces  ocasión  de  pagar  a  D.  Francisco  Iturbe.  a  quien  querían 
despojar  de  sus  bienes  por  haber  permanecido  fiel  a  la  causa  espa- 
ñola, su  deuda  de  agradecimiento  :  «  Si  los  bienes  de  D.  Francisco 
Iturbe  se  han  de  confiscar,  dice  Bolívar,  yo  ofrezco  los  míos  como 
él  ofreció  su  vida  por  la  mía  :  y  si  el  Congreso  soberano  quierse  hacer- 
le gracia,  son  mis  bienes  los  que  la  reciben  ;  soy  yo  el  agraciado.  » 
Carta  al  Presidente  del  Congreso  de  Trujillo,  26  de  agosto  de  1821 
D.,  IV.  pp.  42-43. 

2.  Merecía,  en  efecto,  reflexión  la  suerte  de  sus  compañeros  Roscio 
Madariaga,  Ayala,  del  (^astillo,  Iznardi.  Manuel  Ruiz,  Alires  y  Barona. 
Días  antes,  estos  patriotas  habían  sido  enviados  a  España,  con  grillos 
en  los  pies,  por  Monteverde.  El  comandante  del  buque  encargado  de 
conducirlos  a  (];ídiz  era  portador  de  una  carta  para  la  Regencia  en  la 
que  Monteverde  se  expresaba  en  estos  términos  :  «  Presento  a  V.  M.  esos 
odio  monstruos,  origen  y  raíz  primitiva  de  todos  los  males  de  Amé- 
rica. Que  se  confundan  delante  del  trono  de  V.  M.  y  que  reciban  el 
castigo  que  merecen  sus  crímenes.  »  Caracas,  14  de  agosto  de  ]8I"> 
D.,  III.  679. 

Roscio,  Madariaga.  Ayala,  Mires  y  Barona  se  escaparon  más  tarde 
de  los  presidios  de  Ceuta,  y  volvieron  a  su  país  para  combatir  por 
la  causa  republicana. 

28 


434  BOLIVAIt 

dejar  escapar  a  su  temible  enemigo,  y  juzgó  necesario 
justificarse  ante  la  autoridad  suprema  :  «  No  podía  yo 
olvidar,  decía  él  aquella  misma  noche,  en  despacho 
dirigido  a  Madrid,  al  secretario  de  Estado,  los  servicios 
que  debemos  a  Casas,  así  como  a  Peña  y  Bolívar  :  por  eso 
han  sido  respetadas  sus  personas.  Sólo  al  último  he 
concedido  pasaportes  para  el  extranjero,  pues  su  influencia 
y  sus  relaciones  podían  ser  peligrosas  en  las  circunstancias 
presentes  '.  » 

Al  día  siofuiente.    se  embarcó  Bolívar  en   La  Guavra  en 

o 

compañía  de  su  primo  José  Félix  Rivas,  en  la  goleta 
española  Jesús  Mario  José,  que  salía  para  Curazao'. 
Llegado  a  Santa  Ana  el  2  de  septiembre,  pasó  en  este 
punto  días  de  preocupaciones  y  de  estrechez.  No  estaban 
en  regla  los  papeles  de  la  goleta.  Las  autoridades  de 
Curazao  mandaron  embargar  los  bagajes  de  Bolívar,  en  los 
que  había  unos  diez  mil  dólares  de  valores.  Esta  suma 
constituía  por  entonces  toda  su  fortuna.  Se  eternizaban 
los  trámites  del  proceso  que  entabló  para  recuperar  sus 
bienes,  de  tal  suerte  que  el  brillante  criollo  cuyas  prodi- 
íralidades  admiraban,  años  antes,  a  los  contertulios  del 
Palais-Royal,  no  tardó  en  disponer  apenas  con  qué  no 
morirse  de  hambre.  Por  otra  parte,  sus  fincas  de  Caracas 
y  de  Aragua  iban  a  ser  confiscadas  por  el  gobierno  de 
Monteverde.  Asomaban  la  ruina  completa  y  la  miseria. 

Mas  no  por  esto  se  descorazonaba  el  futuro  Libertador. 
En  carta  dirigida  a  Iturbe  en  aquellos  días,  le  dice  : 
«...  Como  el  hombre  de  bien  y  de  valor  debe  ser  indife- 
rente á  los  choques  de  la  mala  suerte,  yo  me  hallo  armado 
de  constancia  y  veo  con  desdén  los  tiros  que  me  vienen  de 
la  fortuna.  Sobre  mi  corazón  no  manda  nadie  sino  mi  con- 
(úencia.  Esta  se  encuentra  tranquila  y  así  no  la  inquieta 
cosa    alffuna^   ».  Bolívar  había   tomado  va   una   decisión   : 

o  >' 

1.  Informe  citado,  del  23  de  agosto  de  1812,  Archis'o  General  de 
Indias.  Estante  lo3.  Cajón  3.  Legajo  1. 

2.  Al  mismo  tiempo  tomaron  pasaje  en  la  goleta  los  franceses  Clia- 
tillon,  Chassaing  y  Jauot.  Informe  del  comandante  de  La  Guayra  a 
Monteverde,  con  fecha  de  28  de  agosto  de  1811,  citado  por  Laura- 
zXbai,,  op.  cit.,  t.  I,  p.  138. 

3.  Carla  a  D.  Francisco  de  Iturbe.  Curazao,  19  de  septiembre  de 
1812.  O'Lkauy,  Memorias,  i.  XXIX,  p.  15. 


EL    MANIFIESTO    DE    CAKTAGENA  4.S5 

más  que  nunca  entendía  «  consagrarse  a  la  libertad  de  los 
pueblos  )),  como  decía  él  en  otro  tiempo  a  su  maestro 
Rodríguez,  no  creyendo  ya  que  para  ello  fuera  necesai'io 
«  ser  rico  ». 

Y  es  que  se  había  electuado  en  él  ini  cambio  profundo. 
La  desgracia,  la  guerra,  las  catástrofes,  y,  también,  los 
terribles  acontecimientos  en  que  tan  íntimamente  había 
estado  mezclado  el  discípulo  de  ^Miranda,  habían  templado 
su  voluntad,  afirmado  su  juicio.  Discernía  hoy  con  admi- 
rable clarividencia  las  causas  de  los  fracasos  de  la  obra 
emprendida  por  los  primeros  campeones  de  la  libertad 
americana.  Desentrañaba  las  cualidades  v  los  defectos  de 
aquellos  hombres,  las  particularidades  de  las  masas  a 
quienes  se  ti'ataba  de  arrastrar.  Por  una  especie  de  visión 
anterior  que,  desde  este  momento,  será  una  de  las  carac- 
terísticas de  su  genio  múltiple,  percibía  Bolívar,  salvando 
el  tiempo,  los  acontecimientos,  las  derrotas,  las  victorias, 
el  resultado  que  era  preciso  alcanzar  y  que  él  alcanzaría. 
Pues  no  dudaba  de  que  a  él  le  estuviera  reservada  la  obra 
suprema. 

A  principios  de  noviembre,  abandonando  toda  preocu- 
pación de  intereses,  impaciente  por  comenzar  esa  obra, 
realiza  algunas  joyas  que  le  quedan,  y  con  Rivas,  Pedro 
Briceño  Méndez^  y  algunos  otros  venezolanos,  se  embarca 
en  un  bergantín  que  se  dispone  a  salir  para  Cartagena,  en 
donde  tremola  aún  la  bandera  de  la  Independencia.  Es 
recibido  por  el  presidente  Torices,  quien,  en  el  acto,  le 
confirma  su  grado  de  coronel  y  manda  al  jefe  supremo 
Labatut  que  utilice  sus  servicios.  Bolívar  es  designado,  el 
1°  de  diciembre,  para*  ocupar  el  puesto  avanzado  de  Ba- 
rranca", a  orilla  del  Magdalena,  y  encarga  a  sus  compatriotas 
Salazar  y  Vicente  Tejera  que  publiquen  una  memoria  pre- 
parada por  él  durante  sus  largas  horas  do  miseria  y  de 
destierro  en  Curazao.  El  documento,  salido  de  las  prensas 

1.  Nació  en  Caracas  eu  1794.  Primer  ayudante  de  Bolívar  hizo  con 
él  las  campañas  de  181;í  y  1814,  y,  después,  la  de  Nueva  Granada  en 
181'.).  Negoció  el  armisticio  firmado  en  Trujillo  el  25  de  noviembre 
de  1820  por  el  I^ibertador  y  ol  general  Morillo.  Briceño  fué  luego 
diputado  en  el  (longreso  de  Cúcuta  en  1821,  en  la  Convención  de 
Ocaña  en  1828.  Murió  en  Caracas  en  1836. 

2.  Hoy,  Calamar. 


'iBñ  BOLIVAlí 

del  «  ("iudaclano  Domingo  Espinosa  ».  es  pnblieado  quinee 
días  más  tarde  eon  el  título  de  :  Manifiesto  del  eoronel 
venezolano  Simón  Bolívar  a.  los  habitantes  de  Nueva,  Gra- 
nada^. 

Es,  para  el  espíritn.  una  verdadera  satislaeeión  la  de  oir, 
en  aquella  época  de  tanteos,  de  impreeisión  v  de  desór- 
denes, una  voz  (dará,  elocuente  y  sonora  hablar  por  fin  el 
lenguaje  de  la  verdad  v  de  la  razón. 

«  El  más  consecuente  error  que  cometic)  Venezuela,  al 
presentarse  en  el  teatro  político,  dice  Bolívar,  fué  sin 
(contradicción,  la  fatal  adopción  que  hizo  del  sistema  tole- 
rante,.. Los  códigos  c[ue  consultaban  nuestros  magistrados, 
no  eran  los  que  podían  enseñarles  la  ciencia  práctica  del 
gobierno,  sino  los  que  han  formado  ciertos  buenos 
visionarios  que  imaginándose  repúblicas  aéreas,  han  pro- 
curado alcanzar  la  perfección  política,  presuponiendo  la 
pei'fectibilidad  del  linaje  humano.  Por  manera  que  tuvi- 
mos filósofos  por  jefes,  filantropía  por  legislación,  dialéc- 
tica por  táctica  y  sofistas  por  soldados...  » 

((  La  oposición  decidida  a  levantar  tropas  veteranas, 
disciplinadas,  y  capaces  de  presentarse  en  el  campo  de 
batalla,  ya  instruidas,  á  defender  la  libertad,  con  suceso 
y  gloria  »  fué  la  segunda  causa  de  nuestros  males,  pro- 
sigue Bolívar.  «  Por  el  contrario  :  se  establecieron  innu- 
merables cuerpos  de  milicias  indisciplinadas,  que  además 
de  agotar  las  cajas  del  erario  nacional,  con  los  sueldos  de 
las  planas  mayores,  destruyeron  la  agricultura,  alejando 
a  los  paisanos  de  sus  lugares...  Las  repúblicas,  decían 
nuestros  estadistas,  no  han  menester  de  hombres  pagados 
para  mantener  su  libertad.  Todos  los  ciudadanos  serán 
soldados  cuando  nos  ataque  el  enemigo...  (]on  estos  impo- 
líticos e  inexactos  raciocinios  fascinaban  a  los  simples... 
l^a  disipación  de  las  rentas  públicas  en  objetos  frivolos  y 
perjudiciales ;  y  particularmente  en  sueldos  de  infinidad  de 
oficinistas,  secretarios,  jueces,  magistrados,  legisladores 
provinciales  y  federales  dio  un  golpe  mortal  a  la  República, 
porque  la  obligó  a  recurrir  al  peligroso  expediente  de 
establecer  el  papel  nnnieda... 

\.  D.,  IV,  724. 


I:l    MAMl  IKKTO    1)K    CAKTAííENA  'i"?7 

«  l^eio  lo  c[ue  debililó  más  el  gobierno  de  Venezuela, 
fué  la  lorma  federal  que  adoptó...  El  sistema  federal  bien 
que  sea  el  más  perfecto  y  más  eapaz  de  proporcionar  la 
felicidad  humana  en  sociedad,  es,  no  obstante,  el  más 
opuesto  a  los  intereses  de  nuestros  nacientes  Estados... 
El  terremoto  del  26  de  marzo  trastornó,  ciertamente,  tanto 
lo  físico  como  lo  moral,  v  puede  llamarse  propiamente, 
la  causa  inmediata  de  la  ruina  de  Venezuela;  mas  este 
mismo  suceso  hal)ría  tenido  lugar  sin  producii-  tan  mor- 
tales efectos,  si  Caracas  se  hubiera  írobernado  entonces 
por  una  sola  autoridad,  que  obrando  con  rapidez  y  vigor, 
hubiese  puesto  remedio  a  daños,  sin  tralcas  ni  competen- 
cias que  retardando  el  efecto  de  las  providencias,  dejaban 
tomar  al  mal  un  incremento  tan  grande  que  lo  hizo  incu- 
rable... La  influencia  eclesiástica  tuvo,  después  del  terre- 
moto, una  parte  muv  considerable  en  la  sublevación  de  los 
lugares  y  ciudades  subalternas  :  y  en  la  introducción  de 
los  enemigos  en  el  país  :  abusando  sacrilegamente  de  la 
santidad  de  su  ministerio  en  favor  de  los  promotores  de  la 
guerra  civil...  porque  la  impunidad  de  los  delitos  era 
absoluta.  » 

«  Estos  ejemplos  de  errores  e  infortunios,  agrega  el  autor 
del  manifiesto,  no  serán  enteramente  inútiles  para  los 
pueblos  de  la  América  meridional,  que  aspiran  a  la  liber- 
tad e  independencia.   » 

Los  medios  de  remediar  tal  situación  se  deducen  por 
sí  mismos  de  lo  que  acaba  de  exponer  Bolívar  :  «  Es 
preciso  que  el  gobierno  se  identifique,  por  decirlo  así, 
al  carácter  de  las  circunstancias,  de  los  tiempos  y  de 
los  hombres  que  lo  rodean.  Si  éstos  son  prósperos  y 
serenos,  él  debe  ser  dulce  y  protector;  pero  si  son  calami- 
tosos y  turbulentos,  él  debe  mostrarse  terrible  y  armarse 
de  una  firmeza  igual  a  los  peligros,  sin  atender  a  leyes 
ni  i-onstituciones  ínterin  no  se  restablece  la  felicidad  v  la 
paz...  Solo  ejércitos  agueri'idos  son  capaces  de  sobre- 
ponerse a  los  primeros  infaustos  sucesos  de  una  cam- 
paña... »  En  cuanto  a  las  doctrinas  políticas  ([ue  han 
prevalecido  hasta  hov,  son  incompatibles  con  nuestra  men- 
talidad actual.  ((  Nuestros  conciudadanos  no  se  hallan 
todavía  en  aptitud  de  ejercer  por  sí  mismos  v  ampliamente 


438  liOLÍVAli 

SUS  derechos  ;  porque  carecen  de  las  virtudes  políticas  que 
caracterizan  al  verdadero  republicano...  » 

«  La  Nueva  Granada  ha  visto  sucumbir  a  Venezuela ; 
por  consiguiente  debe  evitarlos  escollos  que  han  destrozado 
a  aquella.  A  este  efecto  presento  como  una  medida  indis- 
pensable para  la  seguridad  de  la  Nueva  Granada,  la 
reconquista  de  Caracas.  A  primera  vista  parecerá  este 
proyecto  inconducente,  costoso  y  quizás  impracticable  : 
pero  examinado  atentamente  con  ojos  previsivos,  y  una 
meditación  profunda,  es  imposible  desconocer  su  nece- 
sidad, como  dejar  de  ponerla  en  ejecución,  probada  la 
utilidad...  Lo  primero  que  se  presenta  en  apoyo  de  esta 
operación,  es  el  origen  de  la  destrucción  de  Caracas,  que 
no  fué  otro  que  el  desprecio  con  que  miró  aquella  ciudad 
la  existencia  de  un  enemigo  que  parecía  pequeño,  y  no  lo 
era  considerándolo  en  su  verdadera  luz.  w 

((  Coro  ciertamente  no  habría  podido  nunca  entrar  en 
competencia  con  Caracas,  si  la  comparamos,  en  sus  fuerzas 
intrínsecas,  con  ésta;  mas  como  en  el  orden  de  las  vicisi- 
tudes humanas  no  es  siempre  la  mayoría  de  la  masa  física 
la  que  decide,  sino  que  es  la  superioridad  de  la  fuerza 
moral  la  que  inclina  hacia  sí  la  balanza  política,  no  debió 
el  gobierno  de  Venezuela,  por  esta  razón,  haber  descui- 
dado la  extirpación  de  un  enemigo,  que  aunque  aparen- 
temente débil,  tenía  por  auxiliares  a  la  provincia  de 
Maracaibo ;  a  todas  las  que  obedecen  a  la  Regencia;  el 
oro,  y  la  cooperación  de  nuestros  eternos  contrarios  los 
europeos  que  viven  con  nosotros;  el  partido  clerical 
siempre  adicto  a  su  apoyo  y  compañero  del  despotismo ;  y 
sobretodo  la  opinión  inveterada  de  cuantos  ignorantes  y 
supersticiosos  contienen  los  límites  de  nuestros  Estados... 
Aplicando  el  ejemplo  de  Venezuela  a  la  Nueva  Granada,  y 
formando  una  proporción,  hallaremos  que  Coro  es  a 
Caracas,  como  Caracas  es  a  la  América  entera...  » 

Esta  manera  de  sentar  el  problema  era  todo  lo  lógica 
(|ue  podía  ser,  y  no  podía  parecer  dudoso,  según  demos- 
traba luego  compendiosamente  Bolívar,  que  «  poseyendo 
la  España  el  territorio  de  Venezuela,  podrá  con  facilidad 
sacarle  hombres  y  municiones  de  boca  y  guerra  para  que 
bajo  la  dirección  de  jefes  experimentados,  penetren  desde 


KI.    .MANIi-'IESTO    DE    CARTAGENA  '|39 

las  provincias  de  Barinas  y  Maracaibo  hasta  los  últimos 
confines  de  la  América  meridional.  » 

El  autor  de  la  memoria  preveía,  además,  las  expedi- 
ciones que  la  Península,  una  vez  libre  de  la  invasión 
extranjera,  iba  sin  duda  a  dirigir  contra  el  Nuevo  Mundo. 
Es  preciso,  concluía  el.  frustrar  sus  planes.  Es  preciso 
«  pacificar  rápidamente  nuestras  provincias  sublevadas 
para  llevar  después  nuestras  armas  contra  las  enemigas ; 
V  formar    de    este   modo,    soldados   v    oficiales    dignos    de 

•  .o 

llamarse  las  columnas  de  la  patria...  El  honor  de  la 
Nueva  Granada  exige  imperiosamente  escarmentar  a  esos 
osados  invasores,  persiguiéndolos  hasta  sus  últimos  atrin- 
cheramientos. Como  su  gloria  depende  de  tomar  a  su  cargo 
la  empresa  de  marchar  a  Venezuela  a  libertar  la  cuna 
de  la  independencia  colombiana...  Corramos  a  romper  las 
cadenas  de  aquellas  víctimas  ([ue  gimen  en  las  mazmorras, 
siempre  esperando  su  salvación  de  vosotros  :  tío  burléis 
su  confianza;  no  seáis  insensibles  á  los  lamentos  de 
vuestros  hermanos.  Id  veloces  a  vengar  al  muerto,  a 
dar  vida  al  moribundo,  soltura  al  oprimido  v  libertad  a 
todos !  » 

Estas  observaciones  v  estos  comentarios,  v,  sobre  todo, 
el  plan  general  de  operaciones  que  de  ellos  induce  el  futuro 
Libertador,  son  de  una  exactitud  v  de  una  precisión  nunca 
bastante  alabadas.  Desde  el  primer  golpe  de  vista  juzgó 
Bolívar  el  teatro  y  a  los  actores  del  drama  del  cual  se  insti- 
tuye él  protagonista.  Nos  indica  por  adelantado  el  esquema 
del  programa  que  ejecutará  en  su  totalidad,  venciendo  los 
más  arduos  obstáculos  con  que  haya  tropezado  un  ser 
humano  en  su  camino  y  sobreponiéndose  a  ellos  sin  asomo 
de  desfallecimiento.  Pacificar,  como  dice  él,  los  estados 
contaminados  por  la  anarquía  v  la  inexperiencia  política, 
utilizar  las  fuerzas  que  de  ellos  entresaca  para  romper  las 
cadenas  de  las  regiones  caídas  bajo  el  yugo  del  antiguo 
régimen,  concentrar  luego  las  energías  despertadas  de  las 
provincias  sucesivamente  dotadas  de  la  libertad,  v  lanzarse 
entonces  a  conquistas  cada  vez  más  vastas  a  medida  que 
aumenta  la  intensidad  de  los  recursos  libertadores;  comen- 
zar y  volver  a  empezar  cien  veces  esta  obra  con  la  sublime 
perseverancia  de  enviado;  dar  en  fin  la  libertad  a  la  mitad 


440  nOLlVAIl 

de  un  inundo  :  tal  es  el  proyecto  sobrehumano  que  ha  de 
llevar  a  cabo  Bolívar,  y  cuyas  líneas  definitivas  prevé  ya  el' 
manifiesto  de  Cartagena. 

Además,  en  aquel  momento,  tiene  Bolívar  plena  con- 
ciencia de  las  dificultades  que  le  esperan.  Sabe  que  no 
hal)ía  de  contar  sólo  con  la  oposición,  incomparablemente 
superior  como  número,  de  los  ejércitos  enemigos,  sino  con 
la  resistencia,  cien  veces  más  temible,  que  le  reservan  la 
naturaleza  y  el  hombre  de  América.  Una  v  otro  aparecen 
igualmente  movedizos,  ioualmente  hostiles.  Los  climas 
tiaidores.  la  agresiva  exuberancia  de  una  flora  tumultuosa, 
la  vigilancia  solapada  de  una  fauna  cruel,  responden  a  la 
incertidumbre  de  los  caracteres,  a  la  exaltación  generosa 
pero  invasora  de  las  pasiones,  a  la  maldad  de  los  egoísmos. 

Arrancar  a  sus  campos,  a  sus  hogares  la  masa  indispen- 
sable de  los  campesinos,  de  los  trabajadores,  cuyas 
aspiraciones  liberales,  entumecidas  y  perezosas,  repugna- 
ban a  la  acción  personal ;  domar,  sosegar  a  los  voluntarios 
indisciplinados  y  turbulentos,  arrastrar  a  todo  un  pueblo 
en  pos  de  sí,  no  era  nada  en  comparación  de  lo  que  quedaba 
por  hacer.  ¡Qué  de  energía,  de  persuasión,  de  constancia 
no  sería  menester  para  exponer  a  aquellas  gentes,  sin 
defecciones  ni  reniegos  de  su  parte,  a  la  temperatura  tó- 
rrida y  fiebrosa  de  las  regiones  marítimas  y  de  los  valles 
bajos,  mortífera  para  los  hombres  de  las  altas  mesetas  o 
de  los  llanos,  a  las  lluvias  heladas  de  la  montaña,  fatales 
al  contrario  a  los  habitantes  de  las  costas! 

Y,  una  vez  en  el  interior  del  país,  se  presentarían  selvas 
vírgenes,  caminos  malísimos,  senderos  apenas,  dibujados 
en  las  pendientes  de  las  montañas,  bordeados  de  precipicios 
entrecortados  de  barrancos  terribles  en  donde  se  sumen 
personas  y  animales,  de  riacliuelos  desbordados  :  «  Caminos, 
escribe  un  explorador',  incomprensibles  para  quien  no 
los  ha  i'ecorrido,  en  que  hay  que  abrirse  paso  con  la  l)riijula 
y  con  el  machete  :  continuas  escaladas,  aludes  sobre 
pendientes  casi  a  pique,  cubiertas  de  podredumbre  y  de 
plantas.  »  La  marcha  por  entre  todo  aquello  es  más  bien 
«  uua  gimnasia  incesante  en  la  ([ue  trabajan  más  las  manos 

1.   D'EspAG.NAT,  Soin'enirs  de  la  Nous'eüe  (h-enade,  op.  cit. 


El,    MAMIIKSTO    l)K    CAUTAíIENA  '»41 

que  las  piernas'.  »  A  cada  instante  corre  uno  riesgo  de 
tropezar  con  serpientes  de  toda  clase,  con  cientopies,  con 
el  caracol  soldado,  de  picadura  mortal,  con  las  tarántulas, 
con  las  arañas  l>rai>as,  inmensas  arañas  moradas  y  acha- 
tadas cuya  mordedura  puede  matar  a  un  caballo  ;  en  fin. 
con  nubes  de  langostas  v  de  moscpiitos.  Por  la  noche,  todo 
esto  es  agravado  por  los  vampiros,  por  murciélagos 
comunes  a  las  regiones  de  orillas  del  mar.  por  innumerables 
V  íeroces  insectos  atraídos  por  los  fuegos  encendidos  para 
ahuventar  a  los  tiores... 

Fuera  de  las  ciudades  o  de  los  centros  de  habitaciones 
diseminados  las  más  veces  a  enormes  distancias,  aquellos 
obstáculos,  aquellos  peligros  eran,  en  suma,  los  mismos  que 
habían  surgido  bajo  los  intrépidos  pasos  de  los  aventureros 
de  la  Conquista.  En  la  época  semejante  que  va  a  ser 
menester  revivir,  son  necesarias  almas  de  Conquistadores. 
Emprende  Bolívar  la  increíble  tarea  de  formarlos.  Dimanan 
de  él  tanta  audacia  y  tanto  entusiasmo,  que  su  pueblo, 
electrizado,  se  alzará  hasta  la  más  frenética  expresión  del 
valor.  Pero  —  y  aquí  es  donde  aparece  el  prodigioso  genio 
político  del  Libertador  —  al  mismo  tiempo  que  resucita  y 
que  exalta  los  instintos  belicosos  de  la  raza,  pone  empeño 
en  recordarle  de  continuo  el  ideal  por  el  cual  la  lleva  al 
combate.  Posee  la  elocuencia  arrebatadora  que  el  corazón 
del  pueblo,  si  no  su  espíritu,  admira  y  comprende  sin 
estudio.  Expresa  los  magníficos  pensamientos  que  vibran 
conscientemente  en  todas  las  almas  y  que  encarna  él  en  su 
persona.  Sabe  inspirar  a  sus  soldados  el  heroísnií»,  la 
abneoación  sin  límites;  se  convierte  en  ídolo  de  todos. 

o 

Las  lecciones  pacientemente  repetidas  a  que  dan  lugar 
las  circunstancias,  se  imprimen  en  rasgos  fecundos  en  sus 
más  íntimos,  quienes,  a  su  vez,  las  vulgarizan.  Al  lado 
del  instinto  guerrero  aparece  el  instinto  militar.  La 
influencia  moralizadora  de  una  lucha,  inspirada  por  el  más 
noble  de  los  sentimientos,  aviva  a  las  masas,  penetrándolas 
poco  a  poco.  xVdquieren  la  noción  profunda  del  verdadero 
patriotismo,  v  se  familiarizan  con  sus  virtudes. 

Cierto   ([ue   sólo   parcialmente  había  de  alcanzarse  este 

1.   DEsPAGNAT,   Souyenirs  déla  .Xomelle  Grenade,  op.  cit. 


442 


resultado,  a  costa  de  esfuerzos,  de  sacrificios,  repetidos  en 
el  transcurso  de  numerosísimas  campañas  y  de  años  seña- 
lados por  días  funestos.  Cierto  también  que  la  ancestral 
vocación  de  las  aventuras  y  de  la  guerra,  desencadenada 
universalmente,  embriagada  por  el  juego  de  la  pelea,  único 
alimento  que  le  daban,  exageró  el  fin  que  se  proponía  el 
Libertador.  La  crueldad,  la  ambición,  el  espíritu  de  disi- 
dencia, inevitable  contrapeso  de  las  cualidades  nativas  de 
los  Sudamericanos,  se  dieron  libre  carrera  y  prepararon  el 
camino  a  las  luchas  intestinas,  a  las  sediciones,  a  los 
pronunciamientos  cuya  consecuencia  final  había  de  ser  la 
ruina  de  los  proyectos  orgánicos  de  Bolívar.  Sin  duda,  en 
fin.  la  educación  cívica  del  pueblo  sólo  un  grado  incierto 
y  precario  había  alcanzado  al  terminar  el  período  de  la 
Lidependencia.  Sin  embargo,  ya  en  aquel  momento  queda 
terminada,  y  definitiva,  la  obra  libertadora,  y  hasta  se 
hallará  muy  cerca  de  verse  realizado  el  concepto  titanesco 
del  Libertador,  quien,  en  el  arrebato  de  su  triunfo,  soñaba 
con  hacer  del  antiguo  continente  español  todo  entero  un 
estado  colosal,  imperecedero,  omnipotente  y   fi'aternal. 

No  obstante,  al  mismo  tiempo  que  tan  radiantes  y  lejanas 
perspectivas,  la  hora  presente  ofrece  un  contraste  capaz 
de  desanimar  al  más  confiado  y  al  mejor  dotado  de  los 
héroes.  Los  Proceres,  diezmados,  debilitan  en  todas  partes, 
en  competiciones  mezquinas,  sus  vacilantes  aspiraciones. 
Muchos  criollos,  heridos  en  sus  intereses  por  la  Revolución, 
han  abandonado  la  lucha.  Profundamente  infiuenciado  por 
el  clero,  quien,  en  las  palabras  de  Patria,  de  Libertad,  de 
Lidependencia,  ve  otros  tantos  sinónimos  de  las  más 
culpables  herejías,  el  pueblo  se  muestra,  en  su  conjunto, 
hostil,  o,  cuando  menos,  inerte.  En  todas  partes  campean 
la  barbarie,  la  ignorancia,  la  anarquía.  Parecen  resultar 
imposibles  los  reclutamientos.  Solo  algunos  mestizos  de  la 
hez  del  pueblo,  campesinos  arruinados  o  indios  medio 
salvajes  se  dejan  alistar  voluntariamente  bajo  las  desacre- 
ditadas banderas  de  la  Revolución  :  tropas  sin  orden  y 
casi  sin  armas,  descalzas,  sin  más  ropa  que  un  pantalón 
remendado  y  un  cuadrado  de  mísera  manta,  con  un  agujero 
en  medio  por  dtuide  asoma  la  cabeza,  cubierta  por  ancho 
sombrero    cuyos    bordes     se    deshilaclian.     Tales    son    los 


KL    MANIl  lliSIO    DE    (:AUTA(;ENA  'i'i3 

liiiinildos   soldados    a  cuyo  mando  no  desdeña  de  ponerse 
Bolívar. 

Pues  esta  es  la  más  extraordinaria,  v  ([uizá  la  más 
injpresionante  manilestación  del  oenio  del  Libertador  :  la 
de  haberse  sometido  a  estos  comienzos  ingratos,  tormen- 
tosos,  V,  no  obstante,  indispensaJjles  de  jele  de  partidas. 
Patricio  refinado,  acostumbrado  a  todas  las  delicadezas  del 
bienestar  y  del  lujo,  inclinado  por  instinto  a  las  grandes  y 
altisonantes  acciones,  se  entrega  cuerpt»  y  alma  a  la  espan- 
tosa existencia  del  guerrillero.  Marchas  y  cabalgatas  inter- 
minables, alertas  continuas;  palpitantes  emboscadas; 
combates  sin  cuartel ;  suplicios  deshonrosos  —  de  una  y  de 
otra  parte,  por  cierto,  —  a  los  cuales  ha  de  incitar  el  jefe, 
aunque  quizá  los  repruebe  él  personalmente  ;  desbandadas 
despavoridas  que  parece  que  van  a  comprometerlo  todo, 
alternando,  en  el  rojizo  polvo  de  las  tardes  de  victoria, 
con  las  brutales  aclamaciones  de  las  muchedumbres  deli- 
rantes. Existencia  de  salvajismos  obscuros  y  despiadados, 
que  sólo  con  el  alan  de  templar  más  en  ellos  su  fiera 
voluntad,  y  de  realizar  su  ensueño,  acepta  v  glorifica  el 
grande  hombre,  sostenido  por  la  inquebrantable  persuasión 
de  sus  inmensos  destinos. 


-r—  Apenas  instalado  en  Barranca,  adonde  llegó  hacia  la 
segunda  semana  de  diciembre,  pensó  Bolívar  en  los  medios 
de  tomar  inmediatamente  la  ofensiva.  La  i'egión  del  bajo 
Magdalena,  cuyo  centro,  aproximadamente,  era  ocupado 
por  el  puesto  de  Barranca,  se  hallaba  en  podei'  de  los 
Españoles  :  los  destacamentos  escalonados  por  ellos  a  lo 
largo  del  río  imposibilitaban  toda  comunicación  con  el 
interior  de  Nueva  Granada.  Sin  embargo,  estimaba  Bolívar 
que  un  atrevido  v  rápido  ataque  le  permitiría  desalojar  al 
enemigo  :  se  puso  pues  a  prepararlo.  Pero  Labatut  se 
negaba  a  toda  discusión.  HaJjía  prescrito  a  su  nuevo 
lugarteniente  que  esperara  órdenes  en  Barranca,  y  aca- 
baba de  salir  en  expedición  para  Santa  Marta.  Resolvió 
entonces  Bolívar  entenderse  directamente  con  el  presidente 


444  liOLlVAlt 

Toi'ices\  obtuvo  su  sufragio,  v.  el  2i  de  diciembre,  se 
halhiba  ya  listo  para  acometerla  aventura  que.  no  ol)stante, 
sólo  él  creía  realizable. 

Al  día  siguiente,  al  anociiecer.  los  200  hombres  a  quienes 
Bolívar  ha  reunido,  equipado  y  decidido  a  seguirle,  se 
embarcan  sobre  unos  diez  champanes,  largas  balsas  planas 
con  techo  de  carrizo,  halados  por  los  robustos  barqueros 
del  país,  los  bogas,  quienes,  en  pie  y  puestos  de  cada  lado 
de  la  balsa,  la  empujan,  incansablemente,  bajo  ellos,  por 
medio  de  varales  apoyados  reciamente  contra  sus  pechos... 
Kl  23  de  diciembre,  los  republicanos  se  hallan  a  corta 
distancia  de  Tenerife,  primer  puesto  enemigo,  cuya  guar- 
nición se  compone  de  500  hombres.  Envía  Bolívar  a  uno 
de  sus  oficiales  al  comandante  español  para  intimarle  que 
se  rinda.  Apenas  se  recibe  la  respuesta  negativa,  cuando 
aparecen  los  champanes  ante  Tenerife.  Saltan  a  tierra  los 
republicanos,  fusilan  a  los  soldados  sorprendidos  ;  los  super- 
vivientes huyen  en  desorden,  abandonando  la  plaza  a  un 
enemigo  que  creen  superior  en  número.  La  toma  de  Tenerife, 
ciudad  entonces  próspera  y  rica,  en  donde  se  hallaba  un 
pequeño  arsenal  muy  bien  provisto,  permitió  a  Bolívar  com- 
pletar su  armamento.  Se  alistaron  algunos  reclutas,  reforzó 
su  flotilla,  y,  aquella  misma  noche,  salía  para  Mompox. 

Comienza    entonces    una    serie    de    fulouiantes    éxitos. 

o 

Mompox,  en  donde  desembarca  la  expedición  el  26  de 
diciembre,  acoge  con  júbilo  a  los  libertadores.  Preséntanse 
unos  veinte  jóvenes  pertenecientes  a  las  familias  más 
distinguidas,  y  cerca  de  trescientos  voluntarios.  Quince 
barcos  armados  en  guerra  preceden  ahora  a  los  champanes 
cargados  de  armas  y  de  municiones.  Bolívar  se  halla  a  la 
cabeza  de  500  hombres.  Dos  días  más  tarde,  llega  a  Kl 
Banco,  de  donde  el  jefe  español,  Capdevila,  al  tener  noticia 
de  su  UcíTada.  ha  huido  a  tierras  adentro,  hacia  Chiriauaná. 

o  'o 

Bolívar  le  persigue,  le  da  alcance  el  1°  de  enero  de  1813, 
le  derrota,  y  arrecia  contra  el  capitán  Capmani,  que  manda 
la  plaza  vecina  de  Tamalameque  :  nueva  victoria.  E\  (3  de 
enero,  los  republicanos  ocupan,  sin  resistencia,  el  pueblo 
de  i^uerlo  Ueal,  y,  dos  días  después,  penetran  en  fin  en  la 

1.  O'Lkaüy,  Memorias^  l.  I,  cap.  v.  p.  lOl. 


i;i.    MANIFIESTO    DR    CAHTAC.ENA  Vih 

importante  ciiulad  de  Ocaña,  que  los  recibe  con  entusiastas 
vítores.  En  quince  días,  es  decir,  en  menos  tiempo  del  que 
hubiera  empleado  un  correo  para  ir  de  Cartagena  a  Ocaña, 
Bolívar  había  destruido  o  dispersado  a  su  paso  diez  veces 
más  enemigos  que  combatientes  tenía,  y  libertado  a  toda 
una  provincia. 

Fortalecido  por  esta  brillante  campaña,  el  golMcino  de 
Cartagena  veía,  además,  volver  a  él  la  prosperidad.  El 
general  Labatul  halna  conseguido  hacerse  dueño  de  la  ciudad 
de  Santa  Marta.  Habiéndose  ésta,  sin  gi-an  entusiasmo  por 
cierto,  declarado  por  la  Independencia,  Torices  hizo  en 
seguida  proclamar  por  el  cabildo,  al  que  dio  a  Labatut  poi- 
presidente,  la  constitución  de  Cartagena.  Por  otra  parte, 
Torices  había  enviado  pases  a  los  numerosos  corsarios  del 
golfo  de  las  Antillas,  ([uiencs  causaron  a  los  convoyes 
españoles  daños  considerables  que  resultaron  muy  fruc- 
tuosos para  Cartagena.  Sin  embargo,  los  errores  que 
no  tardó  en  cometer  aquel  gobierno  imprevisor  le  jjrepara- 
ban  funestas  vicisitudes.  Cuando  sólo  la  persuasión  y  la 
dulzura  habrían  sido  capaces  de  hacer  populares  en  Santa 
Marta  las  instituciones  impuestas  por  el  presidente  Torices, 
Labatut  se  mostró  dictador  brutal  y  codicioso.  Hizo  arrestar 
y  maltratar  a  los  principales  habitantes  de  la  ciudad, 
criollos  en  su  mayoría  y  solos  partidarios  sinceros  de  la 
causa  liberal,  que  se  habían  permitido  pedir  un  régimen 
menos  opresivo.  Les  obligó  a  cederle,  contra  los  asignados 
que  Cartagena  había  introducido  en  Santa  Marta,  terrenos, 
mercancías,  valores  de  todo  género,  pretextando  que  los 
necesitaba  su  gobierno. 

Esta  política  motivó  los  más  graves  descontentos.  Los 
Españoles,  que  ocupaban  aún  las  tres  cuartas  partes  de  la 
provincia,  sostuvieron  con  esmero  la  oposición  que  el 
cabildo  V  los  habitantes  de  Santa  iSLirta  hacían  a  su  ffober- 
nador;  de  tal  suerte  que.  menos  de  tres  meses  después  de 
su  regreso  a  la  independencia.  Santa  Marta  levantaba  de 
nuevo  la  autoridad  de  la  metrópoli  (marzo  de  18L'Í). 

La  actividad,  (pie  de  este  modo  desplegaban  los  Espa- 
ñoles no  se  lluiitaba  a  las  provincias  de  la  costa,  en  las 
que,  después  de  todo,  no  habían  cesado  de  conservar  la 
preeminencia.  Monleverde.  que  había  conseguido  asegurar 


Vifj  bolívar 

su  autoridad  sobre  casi  todo  Venezuela,  meditaba  también, 
según  las  justas  previsiones  de  Bolívar,  invadir  a  Nueva 
Granada.  Desde  fines  de  1812,  cerca  de  cinco  mil  hombres 
de  excelentes  tropas  se  hallaban  repartidos  en  la  región  de 
Barinas  y  los  valles  de  Cúcuta,  amenazando  de  muy  cerca 
las  fronteras  de  las  provincias  granadinas  del  Socorro  v  de 
Pamplona.  El  antiguo  capitán  de  fragata,  Don  Antonio 
Tízcar,  a  quien  Monteverde  se  había  comprometido  en 
hacer  nombrar,  en  caso  de  éxito,  virrev  de  Nueva  Granada, 
dirigía,  desde  su  cuartel  general  de  Barinas,  los  movi- 
mientos del  ejército.  El  coronel  D.  Ramón  Correa  mandaba 
un  considerable  destacamento  de  más  de  1  000  hombres,  el 
íuial.  en  los  primeros  días  de  enero  de  181.'3,  se  acantonó 
en  Rosario  de  Cúcuta. 

Para  oponerse  a  la  inminente  invasión  de  aquel  temible 
conjunto  de  fuerzas  armadas  y  ejercitadas  con  toda  la  per- 
fección posible,  los  confederados  disponían  sólo  de  las 
débiles  guarniciones  de  Tunja  v  Pamplona,  las  cuales  con- 
tenían :  una,  algo  más  de  500  hombres;  la  otra.  300  apenas. 
El  contingente  de  las  tropas  de  Cundinamarca,  que  Nariño. 
amenazado,  como  recordará  el  lector,  por  el  lado  de  Pasto, 
había  de  guardar  en  reserva,  ascendía  a  menos  de 
1  500  soldados. 

Fácil  es  comprender  ahora  el  júbilo  que  demostró  el 
coronel  Manuel  del  Castillo',  comandante  de  la  plaza  de 
Pamplona,  al  saber  la  llegada  de  Bolívar  a  Ocaña.  Sin 
pérdida  de  tiempo  le  hizo  llegar  un  mensaje  pidiéndole 
que  acudiera  en  socorro  suyo.  Con  tanta  más  satisfacción 
acogió  Bolívar  esto  proyecto  cuanto  que  veía  en  él  un  medio 
de  consolidar  la  alianza,  tan  necesaria  a  sus  ojos,  de  las 
varias  provincias  granadinas.  No  dejó  pues  de  solicitar 
oficialmente,  del  presidente  Torices,  del  que  aparentaba 
ser  delegado  militar,  autorización  para  que  las  tropas  de 
Cartagena  cooperasen  a  la  defensa  del  territorio  de  la  Con- 
federación. Avisó  al  mismo  tiempo  al  presidente  de  las 
Provincias  Unidas  de  Nueva  Granada,  y  en  seguida  se  puso 
a  preparar  la  nueva  campaña. 


1.  Castii.1.0  Raua  (Manuel  del),  nació  en  Cartagena,  donde  fué  fusi- 
lado por  orden  del  general  Morillo,  el  2^i  de  febrei'O  de  1816, 


El.    MANIFIESTO    DE    CAUTAííFNA  'l47 

A  la  cabeza  de  500  h()ml)res  provistos  de  buenas  armas 
y  de  municiones  en  abundancia,  salió  Bolívaí*  de  Ocaña, 
el  9  de  febrero,  una  hora  después  de  haber  recibido  la 
contestación  que  esperaba  del  gobierno  de  Cartagena^  La 
columna,  después  de  recorrer  las  doce  leguas  de  llano 
semejante  a  un  desierto,  entrecortado  por  profundos 
barrancos,  que  se  une  con  la  cordillera,  no  tardó  en 
internarse  en  el  escarpado  camino  de  Salazar  de  las 
Palmas.  «  Es  necesario,  dice  el  general  O'Leary  S  haber 
recorrido  aquella  vía  fragosa  y  aterradora  cuya  naturaleza 
es  imposible  imaginar,  para  apreciar  como  se  merece  la 
dificultad  de  la  empresa.  »  En  los  flancos  de  aquella  intermi- 
nable cordillera,  en  la  que,  salvo  algunas  míseras  covachas 
de  indios,  no  se  halla  ningún  rastro  humano,  las  ince- 
santes lluvias  han  abierto  enormes  excavaciones.  Los  rayos 
del  s<d  no  consiguen  nunca  traspasar  las  espesas  brumas 
que  flotan  por  encima  de  los  árboles  gigantescos,  cuyas 
enmarañadas  ramas  obscurecen  además  el  encharcado 
sendero  que  a  cada  instante  amenaza  perderse.  Si  consigue 
el  explorador  llegar  hasta  la  cresta  de  la  montaña,  se  ve 
frente  a  precipicios  espantosos  en  cuyo  fondo  mugen 
torrentes.  El  menor  paso  en  falso  es  mortal.  Y  van  así 
sucediéndose  las  etapas,  durante  días  y  noches  igualmente 
tenebrosos,  bajo  las  perpetuas  tormentas  y  el  estrépito  del 
trueno  -. 

La  mayoría  de  los  soldados  de  Bolívar,  acostumbrados 
a  la  temperatura  tropical  de  Mompox  y  de  Cartagena, 
sufrían  cruelmente  por  el  aire  helado  de  la  cordillera,  y 
sólo  el  cariño  que  había  podido  inspirarles  su  jefe  les 
impedía  sucumbir  bajo  el  peso  de  sus  miserias.  A  pesar  de 

todo,  avanzaban  a  marchas  forzadas Apenas  salió  de  las 

montañas  la  reducida  expedición,  los  destacamentos  embos- 
cados por  el  general  Correa  trataron  de  diezmarla.  Pero 
consiguió  Bolívar,  sin  ser  descubierto,  sorprender  a  su  vez, 
en  el  desfiladero  de  la  Aguada,  una  vanguardia  española. 
Ocultó  a  su  gente,  y,  por  medio  de  falsos  espías,  hizo  avisar 
al  enemigo  que  llegaba  el  con  un  verdadero  ejército. 


1.  Memorias,  1,  p.  103. 

2.  Cf.  O'Lfary,  Memorias,  ihid. 


Vi  8  BOLIVAI! 


Esta  astucia  alcanzó  éxito  completo.  Los  Españoles 
evacuaron  sucesivamente  la  Aguada  y  todos  los  puntos  que 
ocupaban  en  el  camino  de  Pamplona.  Mientras  Correa, 
en  previsión  de  un  ataque  serio,  concentraba  sus  fuerzas 
en  San  José  de  Cúcuta,  Bolívar  se  reunió  con  Castillo, 
atravesó  precipitadamente  el  Zulia  reputado  infranqueable, 
avanzó  hasta  el  pueblo  de  San  Cayetano,  a  diez  leguas 
del  campamento  enemigo,  y  lo  atacó  bruscamente  el  28  de 
febrero.  El  combate  fué  terrible.  Al  cabo  de  cuatro  horas 
de  un  fuego  sostenido  con  intrepidez  por  una  y  otra  parte, 
una  furiosa  carga  a  la  Jjavoneta  inclinó  la  victoria  a  favor 
de  los  republicanos.  Los  realistas  les  abandonaron  varias 
piezas  de  cañón  y  notable  cantidad  de  armas.  Correa 
consiguió  huir  hacia  La  Grita. 

Esta  campaña  había  de  tener,  al  mismo  tiempo  que  una 
inmensa  repercusión  en  Nueva  Granada,  consecuencias 
mucho  más  extensas  que  la  que  la  había  precedido.  A 
pesar  de  tantos  obstáculos  y  padecimientos,  y  aunque, 
durante  todo  el  trayecto  por  la  cordillera,  había  sufrido 
deprimentes  ataques  de  fiebre  el  joven  coronel  venezolano, 
logró  no  obstante  sobre  los  Españoles  una  victoria  tan 
inesperada  como  esencial.  Constituía,  tal  éxito,  una 
sorprendente  y  sugestiva  lección  de  energía,  nuevos 
alientos  cuyo  alcance  era  considerable.  Libres  de  la  pesa- 
dilla de  la  invasión,  los  Granadinos  tenían  de  nuevo  con- 
ciencia de  sus  aspiraciones  primitivas.  El  patriotismo, 
embarrancado  en  las  luchas  civiles,  alzaba  de  nuevo  la 
cabeza.  El  Congreso  de  las  Provincias  Unidas  se  había 
enriquecido  con  más  de  un  millón  de  pesos  en  mercancías 
reunido  por  los  negociantes  españoles  de  Cúcuta.  persua- 
didos de  un  próximo  regreso  al  antiguo  régimen.  Además, 
la  victoria  de  Bolívar  y  de  Castillo  confería  a  la  asam- 
blea de  Tunja  un  prestigio  que  le  permitía,  en  lo  suce- 
sivo, consolidar  la   unión   de   las  provincias  confederadas. 

Bolívar  había  hallado  también  en  Camilo  Torres,  bajo 
cuya  inteligente  dirección  las  disposiciones  del  Congreso 
iban  encaminándose  cada  día  más  a  una  apreciación  más 
sana  de  las  necesidades,  un  atlmirador  convencido.  Deci- 
dido partidario  del  federalismo  del  cual  se  había  declarado 
adversario     Bolívar,     a    Torres    le     hid)ía,     sin     embargo, 


El.    MANIFIESTO    DE    CAHTAGENA  /('í9 

llamado  la  atención  la  claridad,  la  superioridad  de  pensa- 
miento (juc  campeaban  en  el  manifiesto  de  (^arlag'ena.  Las 
l^roezas  de  su  aiitoc.  capaz  de  conducir  a  bien  las 
empresas  que  pi-econizaba.  entusiasmaron  al  presidente  de 
la  Unión.  Desde  aquel  momento  se  declaró  protector  de 
iiolívar  V  su  abogado  ante  la  opinión  granadina.  Al  recil)ir 
el  informe  techado  de  «  (lúcuta  libertada  '  »,  ([ue  le  mani- 
festaba la  victoria  obtenida  sobre  Correa,  se  apresuró 
Torres  a  comunicar  a  jNariño  la  feliz  nueva  :  «  Sea  cual 
fuere  el  estado  actual  de  nuestras  cosas  —  le  decía  al 
enviarle  copia  del  Boletín  de  Bolívar  —  a  V.  E.  y  al  ilustre 
pueblo  de  Santa  Fe  no  puede  dejar  de  interesar  la  adjunta 
noticia,  que  comunico  con  el  mayor  placer  '^.  » 

Así  pues,  la  campaña  de  Bolívar  ejercía  saludabilísima 
influencia  sobre  los  disentimientos  del  Congreso  v  del 
oobierno  de  Cundinamarca.  Alo-unos   meses   más  tarde   se 

o  o 

abrieron  conferencias  en  que  los  delegados  de  Tunja  y  de 
Santa  I'^e  se  mostraron   animados  de  ififual  v  sincero  deseo 

o 

de  avenencia.  Fhitonces  proclamó  Cundinamarca  su 
absoluta  independencia  de  España  %  y  pareció  terminada 
la  era  de  las  discordias  civiles. 

No  obstante,  Bolívar  creía  no  haber  hecho  nada,  puesto 
([ue  todavía  le  quedaba  por  hacer.  Los  contingentes  cada 
vez  más  numerosos  que  el  presidente  Montes  movilizaba 
en  Ouito  v  diriííía  a  la  frontera  granadina  scünían  ame- 
nazando  a  los  confederados  con  una  invasión  por  los 
valles  del  Cauca.  D.  .íuan  Sámano.  oficial  de  gran  mérito, 
(pie  por  entonces  tenía  cerca  de  sesenta  años  pero  que 
nada  había  perdido  de  una  energía  y  de  un  valor  que 
hacían  de  él  un  peli"groso  adversario,  había  tomado  el 
mando  de  las  tropas  reales  acantonadas  en  la  región  de 
Poparán.   Para  marchar  contra  Santa  Fe.  esperaba  sólo  a 

1.  El  coronel  Bolívar  al  ciudadano  presidente  del  Congreso  grana- 
dino. Cuartel  general  de  Cúcuta  libertada.  28  de  febrero  de  18i:{, 
3  de  la  tarde.  D..  lY,  768. 

2.  En  Groot,  Historia  do  Nuc'a  Granada,  op.  cil.,  t.  III,  cap.  Lin, 
p.  232. 

3.  Decreto  de  los  representantes  de  Cundinamarca  reunidos  en 
Asamblea  extraordinaria  en  Santa  Fe,  el  16  de  julio  de  1813.  D.,  I  Y, 
847.  —  La  provincia  de  Antioíjuia  se  declai-ó  igualmente,  el  1 1  de 
agosto  siguiente,  por  comj)lL'to  independiente  de  la  corona  y  del 
gobierno  españoles. 

2<) 


'í50  bolívar 

que  estuviesen  completos  sus  eíectivos.  Podía  esperarse, 
sin  embargo,  que  el  mejoramiento  moral  de  las  provincias 
de  Nueva  Granada  facilitaría,  hasta  que  llegara  aquel 
momento,  la  obra  defensiva  que,  de  común  acuerdo, 
Nariño  y  el  Congreso  iban  a  apresurarse  a  emprender.  Su 
colaboración,  ya  segura,  no  habría  de  tardar,  sin  duda,  en 
aniquilar,  por  ac[uel  lado,  las  fuerzas  realistas.  Pero 
c|uedaba  indispensable  el  poner  a  los  confederados  al 
abrigo  de  todo  ataque  hacia  el  norte,  pues  D.  Antonio 
Tízcar  ocupaba  la  provincia  de  Barinas  con  un  conjunto  de 
fuerzas  que.  aunque  considerablemente  menguado  por  la 
derrota  de  Correa,  era  todavía  temible.  Por  estos  motivos 
tenía  empeño  Bolívar  en  terminar  cuanto  antes  la  ejecución 
del  vasto  proyecto  del  cual  las  dos  recientes  campañas  no 
eran,  a  sus  ojos,  más  que  el  preludio. 

Perseguir  a  su  enemigo,  acabar  de  dispersarlo,  libertar 
luego  a  Venezuela  :  tales  eran  las  resoluciones  progresivas, 
fijadas  además  en  el  programa  de  Cartagena,  v  que  era 
preciso,  ahora,  realizar.  Según  la  línea  de  conducta  que  se 
había  trazado,  entendía  Bolívar  que  los  varios  poderes 
constituidos  de  Nueva  Granada  :  el  Congfreso  de  la  Unión. 

o 

el  gobierno  de  Cartagena  y  el  de  Santa  Fe,  se  hicieren 
cada  uno  solidario  de  la  empresa.  Pero,  si  bien  se  había 
asegurado  el  apoyo  del  presidente  de  la  Confederación 
granadina,  dudaba  Bolívar  de  que  la  .lunta  dirigida  por 
Torices  le  conservara  el  suyo  sin  reticencias.  En  fin,  no  se 
había  pronunciado  Cundinamarca.' 

Y  es  que,  para  decir  verdad,  los  patriotas  que,  así  en 
Tunja  como  en  Cartagena  y  Santa  Ve,  compartían  el 
poder  con  Torres,  Torices  o  Nariño,-  no  se  mostraban  tan 
persuadidos  como  sus  presidentes  del  valor  y  de  la  eficacia 
de  los  proyectos  del  joven  coronel  Bolívar.  Sus  vastas 
concepciones  superaban,  si  no  el  entendimiento  de 
aquéllos,  cuando  menos  sus  ambiciones  presentes.  A  más 
de  esto.  Cartagena  y  Santa  Fe  se  sentían  inmediatamente 
amenazadas  :  una  por  los  realistas  de  Santa  Marta,  otra 
por  las  tropas  ttel  brigadier  S;imano.  .luzgaban  impru- 
dente el  desguarnecerse,  y  las  instancias  de  que  eran  objeto 
poi'  parle  de  Bolívar  las  dejaban  inditerentes. 

A  falla  <b'  una  a\  iida   nialeiial.  (jiie.  no  obstante,  parecía 


EL    MANIFIESTO    DE    CAnTAGEXA  liSl 

indispensable,  ol  liituro  Lihcrtadoi'  se  obstinó  en  mover 
enando  menos  a  h)s  goJjiernos  do  \neva  Granada  a  que 
sancionaran  lormalmente  la  libei'ación  de  Venezuela.  Las 
rebosantes  energías  que  animaban  a  Bolívar,  la  fe  sin 
límites  que  tenía  en  su  victoria,  hacían  que  la  estimara 
como  rcali/ablc.  cualesquiera  <[uc  fuesen  los  medios  de 
acción  de  que  disponía.  Pero  la  obra  que  se  ha  propuesto 
él  llevar  a  cabo  no  tiene  por  límite  la  lucha,  por  gigantesca 
que  sea,  contra  el  Español,  ni  siquiera  la  libertad  de  toda 
una  región  de  la  tierra  de  América.  No  son  éstas  más  aua 
las  bases  del  monumento  que,  desde  aquel  momento 
mismo,  pretende  comenzar  a  edificar.  La  resistencia,  el 
vigor  de  esos  cimientos  depende  de  la  participación  común 
y  primordial  de  los  elementos  que  han  de  constituir  el 
edificio  futuro. 

Así  es  que.  sin  descuidar  pedir  al  presidente  Torices 
autorización  para  conducir  a  los  soldados  de  Cartagena 
a  la  conquista  de  Venezuela,  lo  que  sobre  todo  desea 
Bolívar  es  un  mandato  oficial.  Más  apremiantes  aún  son 
sus  instancias  al  Congreso  de  la  Unión,  el  cual  representa 
el  conjunto  más  importante  de  las  provincias  granadinas. 
El  i"  de  marzo  sale  para  Tunja  José  Félix  Rivas,  portador 
de  varios  mensajes  para  Camilo  Torres  y  para  cada  uno  d-e 
los  diputados  de  la  asamblea.  Después,  habrá  de  ir  a 
Santa  Fe,  para  persuadir  a  Xariño. 

Al  mismo  tiempo,  ha  pasado  Bolívar  la  frontera  venezo- 
lana. Está  en  Táchira.  en  dondfí  establece  su  cuartel 
general.  El  botín  que  acaba  de  realizar  en  Cúcuta  le 
permite  distribuir  algún  dinero  a  sus  soldados,  mejorando 
así  entre  ellos  la  disciplina.  Los  arma,  les  instruve.  les 
ejercita,  les  ai-enga. 

«  Soldados!...  Vuestras  armas  libertadoras  han  venido  hasta 
Venezuela  que  ve  respirar  ya  una  de  sus  villas  al  abrigo  de 
vuestra  generosa  protección.  En  menos  de  dos  meses  habéis 
terminado  dos  campañas,  y  habéis  comenzado  una  tercera  que 
empieza  aquí  y  debe  concluir  en  el  país  que  me  dio  la  vida. 
Vosotros  fleles  republicanos  marcharéis  á  redimir  la  cuna  de  la 
independencia  colombiana  como  los  cruzados  libertaron  á  Jeru- 
salen  cuna  del  Cristianismo. 

u   ...  El  solo  brillo  de  nuestras  armas  invictas  hará  desapa- 


462  HOLIVAH 

recer  en  los  campos  de  Venezuela,  las  bandas  españolas,  como 
se  disipan  las  tinieblas  delante  de  los  rayos  del  Cielo. 

((  La  America  entera  espera  su  libertad  y  salvacicm  de  vos- 
otros, impertérritos  soldados  de  Cartagena  y  de  la  Union... 
Corred  á  colmaros  de  gloria  adquiriéndoos  el  sublime  renombre 
de  Libertadores  de  Venezuela  ' !  » 

Esto  lirismo  expresivo  v  tan  rico  de  coloi'.  tan  atinada- 
mente concebido  para  impresionar  los  sentimientos  y  la 
imaginación  de  sus  oventes.  se  dirigía  al  mismo  tiempo  a 
los  pueblos  V  a  los  gobernantes  de  Nueva  Granada  v  de 
América.  A  más  de  acabar  de  conquistar  la  fidelidad  de 
los  soldados  de  Bolívar,  estaba  destinado  también,  por  su 
corte  clásico  y  sus  alusiones  religiosas,  a  encantar  el 
espíritu  de  los  criollos,  alimentado  de  esas  mismas  tradi- 
ciones. 

No  es  posible  dejar  de  establecer  una  innegable  seme- 
janza entre  la  actitud  de  entonces  de  Bolívar,  los  argu- 
mentos a  que  recurre,  su  comprensión  de  las  confusas 
aspiraciones  de  sus  compatriotas,  su  ardiente  deseo  de 
ganar  la  opinión  nacional,  v  la  conducta  de  Bonaparte, 
general  del  ejército  de  Italia.  «  bablando  a  los  soldados  y 
a  los  pueblos,  pero,  por  encima  de  unos  y  otros,  a  París  v 
a  Francia  entera...  elevándose  por  encima  del  Directorio 
con  la  superioridad  de  altura  ([ue  tiene  el  que  habla 
después  de  haber  obi'aclo.  sobre  el  que  declama  sin 
obrar ^.  » 


1.  Proclama   de  Bolívar  a   sus   soldados,  el    1°  de   marzo  de   181.S. 
Cuartel  general  de  San  Antonio  de  Venezuela.  D.,  IV,  770. 

2.  V.    SoRKL,    L'Eiivope    el    la    Réyohttion    franc^aise,    etc.,    t.    V, 
cap.  II,  §  1. 


CAPITULO  II 

EL   LIBERTADOR 

I 

Mientras  Bolívar  ultimal)a  con  actividad  en  Táchira  los 
preparativos  de  la  expedición,  el  coronel  Castillo  había 
vuelto  a  Pamplona,  dt)ndc  movilizó  nuevos  reclutas  a 
(|uicnes,  algunos  días  más  tarde,  condujo  a  Cúcuta.  Con 
todo  esto,  el  pequeño  ejército  republicano  contaba  por 
entonces  con  un  millar  de  hombres.  Ni  siquiera  tantos 
luibiera  pedido  Bolívar,  (juien  se  sentía  capaz  de  infun- 
tlirles  tal  entusiasmo,  que  cada  uno  de  aquellos  hombres 
valiera  por  diez.  Pero  era  menester  que  la  asamblea  de 
Tunja,  de  la  que  dependían  las  tres  cuartas  partes  de 
aquellos  soldados,  concediese  a  Bolívar,  que  no  mandaba 
en  jefe  más  que  las  solas  tropas  de  Cartagena,  permiso 
para  disponer  de  los  contingentes  de  la  Unión  como  lo 
tuvieía  por  conveniente.  Pero  se  hacía  esperar,  el  permiso, 
V  dificultades  imprevistas  iban  a  retrasar  aún  su  llegada, 
tan  Imj)acientemente  espeíada  poi'  Bolívar. 

A  instancias  de  Camilo  Torres,  el  Congreso,  teniendo  en 

o 

cuenta  los  servicios  del  coronel  venezolano,  acababa  de 
eonlerirle  el  título  de  ciudatlano  de  Nueva  Granada  v  el 
grafio  de  brigadiei' al  servicio  de  la  Lhiión  (12  de  marzo), 
(bastillo  liabía  insistido  personalmente  para  (|ue  estas 
tlignidades  íuesen  concedidas  a  Bolívar,  v  las  afectuosas 
lelieitacioncs  (jue  le  protiigó  parecían  de  buen  agiíero.  De 
repente,  los  dos  jefes,  en  cuyas  relaciones  había  reinado 
hasta  entonces  completa  ai'monía,  se  enemistaron.  Como 
comandante  de  la  plaza  y  de  la  provincia.  Castillo 
pretendía  tener  vara  alta  sobre  las  tr(q)as ;  no  api'obaba  los 


454  líOLlVAl! 

proyectos  de  Bolívar  respecto  a  la  expedición  a  Venezuela 
y,  convencido  de  qnc  no  lograría  hacerle  cambiar  de 
parecer,  hizo  cuanto  pudo  para  atajar  los  esfuerzos  de  su 
compañerc)  de  armas.  • 

Desde  aquel  momento,  cada  una  de  las  disposiciones 
que  tomaba  Bolívar  fué  violentamente  criticada  por  Castillo. 
Le  acusó  de  inexperiencia,  hasta  de  locura.  Envió  al 
Congreso  largos  informes  en  donde  pintaba  con  negros 
colores  el  estado  de  las  tropas  de  Cartagena,  asegurando 
(jue  la  empresa  era  insensata,  que  Venezuela  era  inatacable, 
que  sería  criminal  sacrificar  los  defensores  de  Nueva 
Granada  a  las  irrealizables  ambiciones  de  «  una  delirante 
cabeza'  ».  Sin  alterarse  por  tales  ataques,  el  Congreso 
nombró  a  Bolívar  comandante  en  jefe  de  los  ejércitos  de 
la  Unión  y  gobernador  militar  de  Pamplona  (30  de  marzo '). 
Esta  decisión  acabó  de  exasperar  el  odio  de  Castillo,  quien 
quedaba  así  pospuesto  a  un  rival  a  quien  juró  perder. 
Castillo  tenía  amigos  influentes  en  el  Congreso.  Las 
intrigas  de  éstos  acabaron  por  prevalecer  contra  las  dispo- 
siciones de  Camilo  Torres,  y  a  pesar  de  las  reiteradas 
instancias  de  Bolívar,  transcurrieron  días  y  semanas  sin 
que  recibiese  éste  contestación  alguna. 

No  obstante,  las  noticias  que  se  i-ecibían  de  Caracas  y  de 
la  situación  de  Venezuela  eran  angustiosas  por  demás.  En 
la  capital,  aterrorizada  por  los  godos,  continuaban  las 
persecuciones,  las  atrocidades.  Los  relatos  circunstanciados 
de  los  cronistas  españoles^,  testigos  de  aquella  época  de 
sangre  y  de  abominaciones,  causan  verdadero  estremeci- 
miento. En  Caracas  v  en  las  ciudades  de  provincia  arres- 
taljan  a  los  ancianos,  a  las  mujeres,  a  los  niños  que  se 
aventuraban  por  las  calles.  Suplicios  espantosos  esperaban 

1.  Y.  Documentos  relativos  a  las  disensiones  que  surgieron  ealre 
el  general  Bolívar  y  el  coronel  Castillo.  D.,  I\',787,  790,79:5,  804,  etc. 

2.  D.,  IV,  788. 


Geo 

m 

I 


— -  — -,  -  ■,  -  — . 

3.  V.  Hhredia,  Resoluciones,  etc.  Segunda  época.  Montenegro. 
.^ografia  general,  t.  IV,  pp.  140  y  sig.  Urquinaona,  Relación  docii- 
nenlada  del  origen  y  progreso  de  los  trastornos  de  las  pronuncias  de 
/enezuela,  Madrid,  1820.  \)í\a,  Recuerdos,  op.  c/í.,  pp.  120-i;}0.  José 
i>i,  Costa  y  Galli,  procurador  de  la  Audiencia  de  Caracas,  Recuerdos, 
({uien  escribe  :  <(  En  el  país  de  los  cafres,  no  podían  tratarse  los 
hombres  con  más  desprecio  y  vilipendio  )>.  D.,  IV,  851.  En  fin, 
Torrente,  Historia  de  las  Revoluciones,  etc.,  op.  cit.,  t.  I,  passim. 


KL     I.IHEKTADOl!  'l55 

a  los  (|iie  no  eran  matados  en  seouiJa.  Al  anochecer, 
volquetes  cargados  de  cadáveres  mutilados  salían  hacia  los 
arrabales,  convirtiendo  a  éstos  en  pestilentes  calavernarios. 
Los  presos  a  (juienes  la  obscuridad  de  los  calabozos 
subterráneos,  había  substraído  a  las  pesquisas  de  los 
verdugos  eran  asfixiados  o  quemados  vivos  por  los  traga- 
luces, arrojando  sobre  ellos  barricas  de  amoníaco  o  de 
aceite  hirviendo. 

En  esto,  la  Regencia  había  prescrito  a  las  autoridades  de 
Caracas  que  proclamaran  en  Venezuela  la  Constitución  de 
Cádiz.  Pero  INlonteverde,  que  había  retardado  largo  tiempo 
la  publicación  de  aquel  documento  por  creerlo  dema- 
siado liberal,  no  pareció  reconocer  oficialmente  sus  dispo- 
siciones sino  para  aplicai'lo  a  su  antojo.  De  nuevo  arreciaron 
las  violencias,  v  no  tardó  en  haber  en  Venezuela  más  que 
dos  categorías  de  «  ciudadanos  »  :  los  oprimidos  y  los 
opresores'.  Estos,  sobre  todo  en  las  provincias,  dieron 
rienda  suelta  a  su  abominable  alan  de  tormentos  y  de 
suplicios.  El  coronel  Francisco  Cervériz,  enviado  por 
Monteverde  a  Cumaná  como  gobernador,  le  escribía, 
desde  su  llegada  a  dicha  ciudad  :  «  V.  S.  no  debe  ignorar 
que  los  sucesos  de  Maturin  han  encendido  un  fuego  te- 
rrible en  la  Provincia,  y  así  no  hay  mas  que  no  dejar  con 
vida  á  ninguno  de  estos  infames  criollos  que  fomentan 
estas  disensiones...  Yo  le  aseguro  á  V.  S.  que  ninguno  de 
los  que  caigan  en  mis  manos  se  escapará".  » 

Espantados,  los  liberales  que  habían  quedado  con  vida 
no  pensaban  más  que  en  substraerse  a  las  matanzas. 
Parecía  perdida  la  causa  republicana,  y  es  indudable  que 
tal  habría  sido  su  suerte  en  breve. plazo,  sin  la  resolución 
que  decidió  llevar  a  cabo  un  reducido  grupo  de  patriotas 
de  indomable  valor. 

Unos  diez  jóvenes  entre  quienes  figuraban  Manuel  Piar^, 

1.  Cf.  O'Leary,  i,  cap.  VI. 

2.  Carta  hallada  en  el  archivo  del  gobierno  de  iMonteverde  y  publi- 
cada en  la  Caceta  de  Caracas,  en  agosto  de  1813. 

3.  Nació  en  Curazao  en  1782,  sentó  plaza  en  1811  en  el  ejército  de 
Miranda,  tomó  parte  en  todas  las  campañas  de  Venezuela  hasta  fines 
de  181.5.  Estaba  con  Bolívar  en  Chayas  (Haíti),  de  donde  partió  la 
expedición  libertadora  de  1816.  Piar  hizo  luego  la  famosa  campana  de 
Guayana,   durante  la  cual  venció  al  general  Morales  en  la  batalla  de 


456  BOLIVAli 

coloso  aventurero  do  Ijrillantos  iuspiraeiones,  el  togoso 
José  Franeisco  Bermúdez '  y  su  hermano  Bernardo,  el 
inlatigable  y  magnífico  Manuel  Váldez',  el  caballeresco 
Francisco  Azcue'\  destinados  a  desempeñar,  más  tarde, 
importante  papel  en  la  historia  de  su  país,  habían,  en 
diciembre  de  1812,  cuando  la  llegada  de  Cervériz  a 
Gumaná,  salido  de  esta  provincia  en  donde  peligraba  su 
vida.  Se  habían  refugiado  en  el  islote  de  Chacachacarc, 
situado  a  la  entrada  del  golfo  Triste,  a  distancia  casi  igual 
de  la  península  de  Paria  y  de  la  punta  de  Corosal,  en  la 
extremidad  oriental  de  Trinidad.  Allí  se  reunieron  con 
algunos  de  sus  compatriotas  emigrados,  entre  ellos  Santiago 
Marino  %  intrépido  y  fogoso  criollo,  de  una  ilustre  familia 
de  la  región;  tenía  veinticinco  años  por  entonces  y  se 
había  distinguido  ya  mucho  en  el  servicio  de  la  Indepen- 
dencia. Marino  había  tomado  parte  en  la  expedición  de 
Villapol  en  Guayana,  y.  al  terminar  esta  campaña,  defendió 
valientemente  la  costa  de  Güiria  contra  los  ataques  de  los 
realistas.  La  caída  de  la  república  venezolana  le  había 
obligado  a  buscar  asilo  en  aquel  islote  perdido  de  Ghaca- 
chacare,  en  donde  poseía  una  finca  una  hermana  suya. 

El  11  de  enero  de  1813,  los  compañeros  de  Marino  se 
reúnen  y  le  nombran  jefe  de  ellos.  Son  cuarenta  y  cinco, 
sin  más  recursos,   salvo  su  bravura,  que  algunas  espadas, 


San  Félix,  el  11  de  abril  de  1817.  Rebelado  contra  el  Libertador,  fué 
fusilado  en  Angostura  el  15  de  octubre  siguiente. 

1.  Nació  en  la  provincia  de  Cumaná  el  23  de  enero  de  1782:  murió 
asesinado  el  15  de  diciembre  de  1831.  Hizo  las  campañas  de  Vene- 
zuela, 1813  a  1815,  emigró  después  a  la  Margarita,  tomó  parte  en  el 
sitio  de  Cartagena  en  1815,  y,  luego,  en  la  campaña  de  Guayana.  En 
junio  de  1819,  obtuvo  el  mando  supremo  del  ejército  de  Oriente,  en 
substitución  de  Marino,  y  se  distinguió  durante  la  nueva  campaña  de 
Venezuela  en  1821.  En  1828,  Bolívar  le  nombró  consejero  de  Estado. 

2.  Nació  en  Caracas  en  1785.  Después  de  la  caída  de  la  segunda 
república  venezolana,  Valdez  fué  a  Nueva  Granada  e  hizo  las  campa- 
ñas del  Ecuador  y  del  Perú.  Desterrado  en  1831a  Cartagena,  sólo 
seis  años  mas  tarde  pudo  volver  a  Venezuela.  Falleció  el  31  de  julio 
de  18'i5,  en  Angostura. 

3.  Nació  en  la  provincia  de  Cumaná  hacia  1782.  Hizo  todas  las  cam- 
pañas de  Venezuela,  de  Guayana,  1813  a  1819.  y  luego  las  del  Perú  y 
del  Alto  Perú.  Combatió  con  bravura  en  Junín,  Matará,  Ayacucho,  y 
tomó  su  reliio  después  de  la  toma  de  Paz,  en  1826. 

4.  Nacido  en  la  isla  Margarita,  en  1788.  Falleció  en  La  Victoria 
(Venezuela)  el  4  de  septiembre  de  1854. 


KI,    l.lliHH'l'ADOli  /j57 

pistolas  ele  holsillo  v  .sci.s  malos  fusiles.  A([iiellos  jóvenes 
lloróos,  enardecidos  por  una  audacia  (|ue  podría  parecer 
risible  si  las  hazañas  que  la  justilicaron  no  impusieran 
aduiiración.  redactan  entonces  y  firman  el  maniíi(;sto 
siguiente  :  «  Violada  por  el  jele  español  D.  Domingo  de 
INIonteverde,  la  capitulación  t[ue  celebró  con  el  ilustre 
general  Miranda,  el  25  de  Julio  de  1812  :  y  considerando 
([ue  las  garantías  que  se  ofrecen  en  aquel  solemne  tratado 
s(!  han  convertido  en  cadalsos,  cárceles,  persecuciones  y 
secuestros;  que  el  mismo  general  Miranda  ha  sido  víctima 
de  la  perfidia  de  su  adversario,  y  en  fin  que  la  sociedad 
venezolana  se  halla  herida  de  muerte;  cuarenta  y  cinco 
emigrados  nos  hemos  reunido  en  esta  hacienda,  bajo  los 
auspicios  de  su  dueña  la  magnánima  señora  Doña  Con- 
cepción Marino,  y  congregados  en  consejo  de  familia, 
impulsados  por  un  sentimiento  de  profundo  patriotismo, 
resolvemos  expedicionar  sobre  Venezuela,  con  el  objeto  de 
salvar  esa  patria  querida  de  la  dependencia  española  y 
restituirle  la  dignidad  de  Nación  que  el  tirano  Monteverde 

V  su  terremoto  le  arrebataron.  Mutuamente  nos  empeñamos 
nuestra  palabra  de  caballeros  de  vencer  ó  morir  en  tan 
gloriosa  empresa,   y  de  este  compromiso  ponemos  á  Dios 

V  a  nuestras  espadas  por  testigos  '.   » 

Al  día  siguiente,  aprovechando  la  obscuridad,  la  expe- 
dición, llevada  por  una  barca  ligera,  toca  tierra  en  el  lado 
norte  de  Güiria.  en  una  de  las  haciendas  de  Marino.  Los 
cincuenta  esclavos  que  en  ella  se  hallan  son  puestos  en 
libeitad,  bajo  condición  de  agregarse  a  la  columna,  la  cual 
se  pone  en  seguida  en  marcha  por  el  campo.  De  repente, 
apostada  a  orilla  de  un  río  que  corta  el  camino  de  Güiria. 
aparece  tropa  enemiga.  Marino  manda  atacar,  y  los  sol- 
dados españoles  son  exterminados  sin  haber  tenido  tiempo 
pai-a  servii'se  de  sus  armas.  Los  muertos  son  despojados  de 
sus  armas  y  de  sus  municiones;  campesinos  hallados  en 
el  camino  engrosan  aún  las  filas  de  aquel  corto  número  de 
valientes,  resueltos  ahora  a  caer  sobre  la  guarnición  de  la 
cindadela  de  Güiria.  defendida  por  trescientos  hombres. 

Casi   todos   ellos   eran    indios    recién    alistados    por    los 

J.  D..  IV.  752. 


Í58  nOLÍVAU 

sargentos  de  Cei'vériz.  Desertan  y  se  unen  a  los  sitiadores. 
La  ciudad  es  tomada.  Ya  tiene  Marino  un  pequeño  ejército 
ante  el  cual  retroceden  los  destacamentos  españoles  que 
hasta  entonces  recorrían  con  toda  tranquilidad  aquella 
región  sometida  y  devastada.  Entonces,  la  expedición  se 
divide  en  dos  columnas  :  Bernardo  Bermúdez  y  Piar  se 
dirigen  hacia  el  sur,  atraviesan  el  Guarapiche  y  se  apode- 
ran de  la  importante  plaza  de  Maturín.  Mientras  tanto. 
Marino  había  vuelto  sobre  sus  pasos  :  ocupa  ahora  Yrapa,  por 
debajo  de  Güiria,  la  rodea  de  trincheras,  llama  a  las  armas 
a  los  pueblos  circunvecinos,  organiza  sus  voluntarios.  Ya 
que  cuentan  con  dos  bases  de  operaciones,  los  republicanos 
se  preparan  en  fin  a  atacar  a  Cumaná,  en  donde  el  coronel 
Ensebio  Antoñanzas,  que  acababa  de  substituir  a  Cervériz, 
seguía  aplicando,  como  quien  hace  obra  meritoria,  el 
régimen  sanguinario  de  que  se  enorgullecía  su  execrable 
predecesor  (marzo  de  1813). 

Llegó  al  colmo  la  impaciencia  de  Bolívar  cuando  tuvo 
noticia  de  tales  éxitos.  Hubieran  podido  suministrar  a  sus 
proyectos  una  ayuda  que.  paralizado  miserablemente  en 
Táchira,  se  exasperaba  por  no  poder  utilizar.  Castillo  se 
obstinaba  en  su  actitud  hostil.  A  cierto  momento  pareció 
renunciar  a  ella  cuando  Bolívar,  tratando  de  interesar  su 
amor  propio,  le  propuso  que  dirigiera  un  ataque  contra 
Correa,  refugiado  en  La  Grita  con  seis  a  setecientos  solda- 
dos. Tal  proposición  era,  al  mismo  tiempo  que  una  prueba 
de  confianza  a  la  que,  según  esperaba  Bolívar,  no  había  de 
ser  insensible  Castillo,  una  ocasión  que  le  ofrecía  para 
que,  a  su  vez,  conquistara  un  éxit<>  personal.  Castillo  salió, 
en  efecto,  en  la  primera  semana  de  abril,  derrotó  al  coro- 
nel español  (el  7);  pero,  ensoberbecido  más  aún  por  su 
victoria,  multiplicó,  desde  su  regreso  a  Cuenta,  las  instan- 
cias ante  el  Congreso  para  .quitar  a  Bolívar  la  jefatura 
suprema  y  determinar  al  gobierno  de  la  Unión  a  que 
negara  definitivamente  su  concurso  para  la  expedición 
contra  Venezuela. 

Monteverde  había,  todo  lo  mejor  que  pudo,  terminado 
de  poner  en  estado  de  defensa  la  antigua  capitanía  general. 
Correa,  que  también  por  milagro  se  había  substraído  a  la 
matanza  que  siguió  a  la  derrota  de  La  Grita,  concentró  los 


i:i.    MllliHl  Al)(»ll  '|59 

restos  (le  su  dlvisiúii  en  los  valles  de  la  verlieiüe  oeeitleulal 
de  la  sierra  de  Mérida.  Cubría  tle  esta  suerte  a  Macaraibo, 
en  donde  disponía  Mivares  de  una  importante  ouarnieión 
y  podía  eon  toda  taeilidad  eleetuar  importantes  v  repetidos 
alistamientos  de  voluntarios.  La  vecindad  de  la  provincia 
realista  de  Santa  Marta  mejoraba  además  su  situación.  El 
capitán  Cañas  ocupal)a  Tiujillo  con  500  hombres,  y  (^.oro 
tenía  suficiente  número  tle  tropas.  En  Barquisimeto,  el 
valiente  coronel  Oberto  y  sus  i  000  hombres  de  milicias 
regulares  protegían  a  Valencia.  Tízcar.  sostenido  por  una 
columna  de  900  hombres  acampada  en  las  cercanías  de 
Guadualito,  seguía  en  Barinas  con  un  cuerpo  de  cerca  de 
i  500  soldados.  Otra  columna  de  i  200  hombres,  mandada 
por  el  capitán  Izquierdo,  en  San  Carlos,  al  norte  del  río 
Portuguesa,  cubría  las  inmediaciones  de  la  capital.  En  fin. 
en  la  provincia  de  Caracas,  Monteverde,  a  más  de  numerosa 
tropa  reforzada  v  alentada  por  700  soldados  escogidos, 
estaba  apoyado  por  las  guarniciones  de  Puerto  Cabello. 

En  tales  condiciones,  era  fácil  calificar  de  demencia  la 
empresa  para  la  cual,  sin  embargo,  no  cesaba  Bolívar  de 
pedir  el  apoyo  de  los  gobiernos  granadinos.  No  escaseaba 
sus  críticas  Castillo,  y  Camilo  Torres,  a  pesar  del  empeño  S 
con  que  abogaba  por  la  causa  de  Bolívar,  no  conseguía 
in(dinar  en  favor  suyo  a  los  confederados. 

Bolívar  insiste,  con  argumentos  más  decisivos  cada  vez  : 
«  La  suerte  de  la  Nueva  Granada,   escribe,  está  íntima- 
mente ligada    con   la    de    Venezuela  :   si   esta   continúa  en 

o 

cadenas,  la  primera  las  llevará  también,  porque  la  escla- 
vitud es  una  gangrena  que  empieza  por  una  parte,  v  si  no 
se  corta  se  comunica  á  el  todo  v  perece  el  cuerpo  entero... 
Yo  me  lisonjeo  de  que  el  cuerpo  nacional  que  representa  la 
soberanía  del  pueblo  granadino,  no  podrá  ver  con  frialdad 
el  deshonor  y  el  infortunio  de  los  hal)itantes  de  la  Costa 
Firme,  y  que  poniendo  en  acción  todos  los  resortes  de  su 
poder  y  sabiduría,  levantará  tropas  y  reunirá  los  elementos 
indispensables  á  la  guerra  que  vamos  á  emprender  contra 
los  opresores  de  Caracas  *.  » 


I.  Bolívar  al  presidente  del  Congreso  de  la  Unión,  marzo  de  1813. 
D.,  IV,  773. 


4t}()  liOLlVAII 

Bolívar  vuelve  a  este  teína,  (lesavrüllámU>l<>  más  v  más 
veces  en  las  casi  diarias  exposiciones  qne  envía  a  la 
asamblea,  a  Nariño,  a  Cartagena,  invocando  :  va  el 
patriotismo,  la  generosidad,  el  amor  propio  o  el  interés  de 
aquellos  de  quienes  espera  la  realización  de  sus  esperanzas  ^ 
Mas.  parecen  irreducibles  las  resistencias  con  que  tropieza. 
Camilo  Torres,  a  cnya  voz  se  ha  unido  la  de  un  joven 
diputado  de  mucho  talento  y  de  gran  virtud .  José 
Fern;indez  Madrid,  no  consigue  convencer  a  sus  colegas. 
Kl  pi-esidente  Torices.  a  ([uienes  causaban  nuevos  temores 
los  realistas,  que,  dueños  de  nuevo  de  Santa  Marta,  han 
obligado  a  Labatut  a  que  huya  y  preparan  una  expedición 
contra  Cartagena,  no  piensa  más  que  en  sus  preparativos 
de  deíensa.  Sacrifica  a  Labatut,  lo  destierra-,  lo  substituye 
por  otro  francés,  el  coronel  Chatillon,  antiguo  ayudante  de 
Miranda,  y  toma  él  mismo  el  mando  de  una  escuadrilla 
con  la  cual  va  a  dirigirse  hacia  Santa  Marta. 

El  11  de  mayo,  el  ataque  combinado  de  las  fuerzas  de 
Cartagena  contra  el  pueblo  de  Toribio,  al  sur  de  Santa 
Marta,  tuvo  un  lamentable  fracaso.  Quinientos  hombres, 
la  mitad  del  efectivo  de  Chatillon,  y  este  mismo,  fueron 
matados  en  aquel  combate;  y,  lejos  de  favorecer  los 
provectos  de  Bolívar,  Torices  le  dio  orden  de  que  le 
devolviera  los  hombres  con  quienes,  meses  antes,  había 
salido  de  Barranca. 

La  suerte  parece  ensañarse  contra  Bolívar.  Una  epidemia 
de  fiebre  maligna  se  ha  declarado  entre  sus  tropas.  Ame- 
nazan éstas  con  desertar.  La  rivalidad  de  ambos  jefes  se 
extiende  a  los  oficiales  :  estallan  disensiones.  Regresa 
Bolívar  a  Cúcuta,  trata  una  vez  más  de  ablandara  Castillo, 
le  oírece  renunciar  en  favor  suvo  al  mando  supremo,  con 
tal  (|ue  consienta  en  cooperar  al  mantenimiento  de  la  buena 
armonía  y  de  la  disciplina  en  las  filas  del  ejército,  y  que 
cese  de  combatir  el  pi-ovecto  de  expedición  a  Venezuela^. 

1.  Exposiciones  de  Bolívar  a  los  presidentes  de  la  Unión  y  del 
Estado  de  Cartagena,  marzo,  abril,  1818.  D.,  IV,  775,  777,  778,  771),  etc. 

2.  Labatul  residió  tres  o  cuatro  años  en  las  Antillas,  y  luego  volvió 
a  l'^i-aucia  :  buscó  en  vano  tomar  servicio  en  este  país,  y  se  marchó  al 
Brasil,  en  donde  falleció  hacia  18:{ü. 

.3.  Carla  de  Bolívar  al  brigadier  Manuel  (bastillo.  San  José,  15  de 
abi'il  de  i8i:i.  O'LnARV,  Documentos,  t.  XXIX,  pp.   16  y  17. 


i-i.   i.inEnTADou 


Opone  Castillo  el  más  injurioso  desdén  a  tales  proposi- 
ciones, y  no  vacila  en  pedir  al  Congreso  que  escoja  entre 
él  V  Bolívar,  declarando  que,  si  sus  compatriotas  le 
posponen  «  al  venezolano,  el  vencedor  de  La  Grita  saldrá 
del  ejército  ».  Renuncia  Bolívar  al  proyecto  tan  apasiona- 
damente defendido.  Puesto  que  el  gol)ierno  de  Nueva 
G lanada  se  niega  a  favorecei'  tal  proyecto,  no  le  (|ueda 
más  que  volver  a  Cartagena,  en  donde  pedirá  iormar  parte 
de  la  expedición  que  allí  se  organiza  contra  Santa  Marta  y 
Macaraiho.  o  se  unirá  a  los  ])atri()tas  a  ([uienes  se  dispone 
Marino  a  conducir  al  asalto  de  C^umaná'. 

En  a([uel  crítico  instanti*  en  ([ue  tan  ruda  prueba  sufrían 
su  constancia  v  sus  esfuerzos.  Bolívar  tenía  siquiera  el 
consuelo  de  ver  acudir  a  r\  a  los  jóvenes  más  distinguidos 
de  Nueva  Granada.  Radiantes  de  juvenil  e  intrépido  valor, 
aml)ici()Sos  de  hazañas  que  les  valiesen  más  alta  fama  ([uc 
la  (pie  podía  esperarse  de  las  guerras  civiles  en  que  su 
impaciencia  les  hai)ía  arrojado  e([uivocadamente,  .losé 
María  Ortega-,  Antonio  Ricaurte  \  Joaquín  París ^.  Luciano 


1.  (]arta  al  presidente  de  la  t'nión.  San  José  de  Cúcuta,  'A  de  mayo 
de  181:í.  D.,  1Y,  804. 

2.  Ortega.  Nariño  (José  María),  nació  en  Santa  Fé  en  1792.  Descen- 
diente del  conquistador  Pedro  de  Ortega,  y  sobrino  de  Antonio 
Xariño.  Después  de  haber  tomado  parte  en  las  compañas  de  Vene- 
zuela en  1813  y  1814.  fué  incorporado  por  la  fuerza  en  el  ejército 
real  y  embarcado  en  uno  de  los  navios  que  bloqueaban  a  Cartagena 
durante  el  sitio  de  1815.  Dos  años  mas  tarde.  Ortega  consiguió 
escaparse,  y  tomó  de  nuevo  servico  cuando,  después  de  la  batalla 
de  Boyacií,  en  1819,  entró  en  Santa  Fe  el  Libertador.  Fué  diputado 
en  los  Congresos  de  1821,  1827  y  18.30,  y,  después,  ministro  de  la 
Guerra  en  18:í9.  Desempeñó  varios  cargos  importantes  en  la  admi 
nistración  colombiana,  y  falleció  en  Bogotá  el  6  de  diciembre  de  1860. 

3.  Nació  en  Santa  Fe  en  1792;  murió  heroicamente,  el  25  de  marzo 
de  1814,  en  San  Mateo  (V.  infra,  cap.  iii,  ¡í  3.) 

4.  Nació  en  Santa  F'e  en  1795,  tomó  parte  en  los  combates  de 
Ventaquemada  y  Monserrate,  en  1813;  luego  en  el  de  La  Grita. 
Renunció  entonces  a  la  expedición  de  Bolívar,  volvió  al  lado  de 
Nariño  e  hizo  con  él  la  campaña  del  sur.  Guerreó  en  las  pro\  incias 
de  Popayán  y  Pasto  en  1815  y  1816,  y  fué  hecho  prisionero  en  el 
combate  de  La  Plata,  e)  1°  de  septiembre  de  1816.  Enviado  a 
Maracaibo  y  encarcelado  en  un  pontón  en  Puerto  Cabello,  se  evadió, 
se  reunió  con  el  Libertador  en  Guayana  en  1818,  y  fué  ayudante  del 
almirante  Brion.  París  hizo  luego  la  campaña  de  Bocayá,  y  luego  la 
del  sur  en  1822.  Fué  nombracío  general  en  1827,  y  tomó  su  retiro 
en  1836,  siendo  luego  ministro  de  la  guerra  en  1843  y  1854.  Falleció 
en  Honda  (Colombia)  en  marzo  de  1868. 


't62  BOLÍVAR 

d'Elhuyar',  Atanasio  Girardot-.  uno  v  otro  de  origen 
francés,  Rafael  Urdaneta^  Francisco  de  Paula  Vélez* 
figuraban,  desde  hacía  algunos  días,  en  el  estado  mayor  de 
Bolívar.  Ya  casi  todos,  entusiastas  de  su  gloria,  le  mani- 
festaban una  adhesión  llena  de  promesas  :  «  General,  le 
escribía  Urdaneta,  si  con  dos  hombres  basta  para  eman- 
cipar la  patria,  pronto  estoy  á  acompañar  á  usded  ^.  » 
Del  mismo  modo  pensaba  cada  uno  de  ellos.  Aquellos 
héroes  valían  un  ejército.  No  iban  a  tardar  en  pi'obarlo. 

La  noticia  de  la  buena  acogida  concedida  por  Nariño  a 
las  instancias  de  Rivas,  calmó,  por  entonces,  las  angustias 
de  Bolívar.  Rivas  traía  con  él  150  soldados  escogidos  que 
el  presidente  de  Cuudinamarca  había  segregado  él  mismo 
de  su  escasa  pero  valerosa  guarnición.  El  acontecimiento 
parecía  presagiar    algo  bueno.   Y  así  fué,  por  fin.  El  7  de 


1.  Nació  en  Santa  Fe.  Hizo  la  campaña  de  Venezuela.  Cuando 
entró  la  expedición  en  Caracas,  Bolívar  le  encargó  que  sitiara  a 
Puerto  Cabello;  sólo  un  año  después  dejó  D"Elhuyar  las  líneas  del 
sitio.  Se  reunió  con  el  Libertador  en  Caracas  y  le  acompañó  durante 
la  Emigración  de  1814.  D'Elhuyar  se  fué  luego  a  Cartagena;  pero,  a 
consecuencia  de  intrigas,  tuvo  que  salir  de  esta  plaza,  que  poco 
después  sitió  el  general  Morillo.  De  Jamaica,  en  donde  se  había 
refugiado,  salió  D'Elhuyar,  días  después,  para  volver  a  Cartagena, 
bloqueada  por  la  flota  real.  El  navio  que  le  llevaba  a  Nueva  Granada 
naufragó,  y  D'Elhuyai'  pereció  ahogado  en  septiembre  de  1815. 

2.  Nació  en  Antioquia  (Nueva  Granada);  siguió  al  coronel  Baraya 
en  la  campaña  del  sur  en  1811,  y  tomó  parte,  al  año  siguiente,  en  el 
combate  de  Yentaquemada.  Fué  el  héi'oe  de  todas  las  batallas  de  la 
campaña  de  Venezuela,  y  pereció  en  la  acción  de  Las  Trincheras  el 
30  de  septiembre  de  1813.  V.  infra. 

3.  Nació  en  Maracaibo  el  24  de  octubre  de  1789;  falleció  en  París 
el  23  de  agosto  de  1845.  Después  de  haber  tomado  parte  en  las 
campañas  de  Venezuela  en  1813  y  1814,  se  reunió  con  Bolívar  en 
Nueva  Granada,  entró  con  él  en  Santa  Fé  el  12  de  noviembre  de  1814, 
y  marchó  luego  a  pelear  al  lado  de  Páez.  Gobernador  de  Caracas  en 
1818.  A  raíz  de  la  reunión  del  Congreso  de  Angostura,  Urdaneta 
mandó  el  ejéi'cilo  del  norte;  asistió  a  la  batalla  de  Carabobo.  Ministro 
de  la  Guerra  de  Colombia  en  1828.  En  1840,  el  gobierno  de  Vene- 
zuela le  envió  a  Francia  como  ministro  plenipotenciario. 

4.  Nació  el  16  de  agosto  de  1795  en  Santa  Fe  de  Bogotá,  en  donde 
falleció  el  26  de  noviembre  de  1857.  Hizo  Yélez  las  campañas  de 
Venezuela  en  18J3  y  1814,  y  asistió  al  sitio  de  Cartagena  en  1815. 
Miembro  del  tribunal  supremo  de  Bogotá  en  1823.  Nombrado 
general  por  el  senado  colombiano  en  1827.  Defendió  al  Libertador 
cuando  el  atentado  del  25  de  septiembre  de  1828.  Gobernador  de 
Tunja  en  1840. 

5.  O'Leauy,  Mcmuiids,  1.  1,  cap.  vi,  p.  122, 


El.    LIBEUTADOH  4fi.'{ 

mavo.  lleffó  al  cuartel  uoiioral  la  autorización  del  Congreso 
(lo  Tuuja.  Sin  embargo,  sólo  a  medias  había  vencido 
(Camilo  Torres  las  reticencias  y  las  oposiciones  de  los 
confederados.  Las  instrucciones,  redactadas  para  el  coman- 
dante en  jefe  de  las  tropas  de  la  Unión,  le  prescribían  que 
invadiera  Venezuela,  puesto  que  se  había  declarado  capaz 
de  hacerlo.  Pero  tenía  que  limitar  sus  operaciones  a  la 
ocupación  de  las  provincias  de  Mérida  y  de  Trujillo.  v 
esperar  allí  las  nuevas  instrucciones  del  Congreso.  Quedaba 
entendido  que,  en  caso  de  poder  efectuarse  la  liberación 
de  Venezuela,  Bolívar  se  esforzaría  en  hacer  adoptar,  para 
la  constitución  de  la  nueva  república,  la  forma  federal.  En 
íin,  los  gastos  de  la  expedición  quedarían  a  cargo  de 
Venezuela'. 

Cualesquiera  que  fueran  las  restricciones  que  limitaban 
su  libertad  de  acción,  Bolívar  había  deseado  tanto  llevara 
cabo  aquella  empresa  bajo  los  auspicios  de  los  gobiernos 
independientes  de  aquella  parte  de  América,  que  tuvo  una 
explosión  de  júbilo.  En  su  comunicado  con  fecha  de  8  de 
mayo-,  escribe  a  Camilo  Torres  :  «  INIi  corazón  se  inunda 
de  placer  y  gratitud  al  contemplar  las  armas  libertadoras 
de  la  Nueva  Granada,  marchando  á  redimir  á  mi  querida 
patria;  pero  ¡  ah  Excelentísimo  señor!  los  bienes  mas 
puros  están  siempre  mezclados  de  peligros  é  inconvenientes, 
y  el  de  la  libertad  que  vamos  á  obtener,  se  halla  colocado 
entre  los  dos  mas  grandes  escollos  que  puede  presentar 
la  guerra  :  la  carencia  de  dinero  v  la  de  municiones... 
Yo  conceptúo  que  siempre  que  las  circunstancias  nos 
sean  tan  favorables...  podemos  llegar  ó  presentarnos 
delante  de  Caracas  con  solo  las  municiones  que  llevamos, 
obrando  rápidamente  y  procurando  dar  una  acción  general 
que  nos  abra  las  puertas  de  aquella  capital...  Mas  si 
adoptamos  un  sistema  opuesto...  agotaremos  nuestros  per- 
ti-echos  sin  ventaja  decisiva.  Yo  me  tomo  la  libertad  de 
presentar  a  V.  E.  estas  observaciones,  para  que  se  sirva 
tomarlas  en  consideración,  y  resuelva,  si  lo  juzgare  justo 

1.  Instrucciones  para  el  general  Bolívar.  Tunja,  27  de  abril  de 
I8I:!.  D,  IV.  8U'J. 

2.  Nota  del  brigadier  Bolívar  al  presidente  del  Congreso  de  la 
Unión.   Cuartel  general  de  Cuenta,  8  de  mayo  de  1813.  D.,  IV,  809. 


Wí  HOLIVAK 

y  conveniente,  que  yo  pueda  obrar  eon  arreglo  á  las  cir- 
cunstancias, ó  que  se  me  nombre  una  comisión  compuesta 
de  dos  ó  tres  jefes  del  ejército  con  quienes  deba  consultar 
las  jrrandes  operaciones,  y  particularmente  las  que  tengan 
una  tendencia  directa  sobre  la  dirección  que  se  haya  de 
dar  al  ejército,  avanzando  ó  retrocediendo,  según  lo  exija 
la  utilidad  ó  el  peligro.  » 

Tales  son  las  preocupaciones  (|ue  Bolívar  presenta  como 
únicas,  al  parecer,  que  embargan  su  ánimo. 

Persuadido  Castillo  de  ([ue  el  Congreso  de  Tunja  no  se 
atrevería  a  desoír  sus  argumentos  si  él  mismo  se  presentara 
a  abogar  por  ellos,  salió  de  Cúcuta  llevando  consigo  a  un 
centenar  de  soldados.  Al  revés  de  lo  que  él  se  imaginaba, 
el  Congreso  le  acogió  muv  mal.  v,  recordando  atinada- 
mente Castillo  que  lazos  de  parentesco  le  unían  al  presi 
dente  Torices,  se  iué  a  Cartagena  en  busca  de  mejor 
acogida.  ^Mientras  tanto,  los  hombres  quitados  ])or  él  a 
Bolívar  quedaban  perdidos  para  la  expedición.  Contra- 
tiempo deplorable,  pues  el  «  ejército  libertador  »  constaba, 
salvo  el  reducido  contingente  de  oficiales  v  soldados  de 
Cundinamarca,  de  un  electivo  de  sólo  500  combatientes. 
El  conjunto  del  material  de  guerra  se  reducía,  exactamente, 
a  4  piezas  de  campaña.  1400  fusiles  de  recambio. 
140  000  cartuchos  y  5  obuses. 

Con  tan  míseros  medios  se  encaminaba  Bolívar  al  ata([ue 
de  un  país  sometido  casi  por  completo  a  la  dominación 
española,  y,  como  ya  hemos  visto,  defendido  tan  recia- 
mente como  podía  desearlo  el  enemigo.  Sin  embargo,  los 
soldados  de  Bolívar,  que  se  complacían  ya  en  saludarle 
con  el  título  de  Libertador,  salieron,  el  15  de  mayo 
de  1813,  del  pueblo  de  San  Cristóbal,  en  donde  su  jefe  les 
había  concentrado,  en  medio  de  indescriptible  entusiasmo. 
Tres  días  más  tarde,  se  puso  en  camino  Bolívar.  En  un 
informe  al  presidente  de  la  Unión,  decía  el  general  :  «  La 
contesta(!¡ón  de  este  oficio  la  recil)iré  en  Trujillo'.  » 

1.  Informe  del  brigadier  I3olivar  al  presidente  del  Congreso  de  la 
Ihiión.  Cuartel  general  de  Cúcuta,  8  de  mayo  de  18i:5.  D.,  IV,  809. 


EL    LIliEHTAÜOU  465 


II 


Sin  casi  detenerse  en  las  etapas,  insensibles  a  las  priva- 
ciones y  al  cansancio,  los  soldados  de  Bolívar  llegaron  el 
30  de  mayo  a  las  verdeantes  alturas  de  Mérida.  Los 
Españoles,  (jue  ocupaban  sus  inmediaciones,  habían  sido 
hábilmente  engañados  por  los  informes  de  los  falsos  espías 
de  que  se  hacían  preceder  siempre  los  republicanos. 
Creyendo  haberlas  con  fuerzas  considerables.  Correa, 
desde  hacía  algunos  días,  había  evacuado  sus  posiciones, 
dirigiéndose  hacia  el  norte  con  su  división.  INIientras  se 
atrincheraba  en  Ponemesa,  los  patriotas  de  Mérida,  con- 
fiando en  la  próxima  llegada  de  Bolívar,  proclamaron  la 
Independencia;  adornaron  con  colgaduras  los  edificios  y 
las  casas,  y  la  columna  libertadora  penetró  en  la  ciudad, 
saludada  por  aclamaciones. 

Entusiastas  proclamas  dieron  nuevos  voluntarios  a 
Bolívar.  Cuatro  días  después  de  su  llegada  a  Mérida  dis- 
ponía de  600  reclutas  más,  entre  ellos  doscientos  jinetes. 
El  español  Vicente  Campo  Elias*  y  Francisco  Ponce,  que 
habían  abrazado  la  causa  liberal,  fueron  respectivamente 
encargados  del  mflndo  de  aquellas  tropas,  cuya  calidad  no 
iba  a  ser  inferior  a  la  de  sus  compañeros  de  armas.  En 
seguida  tomó  Bolívar  sus  disposiciones.  D'Elhuyar,  a  la 
cabeza  de  un  destacamento,  salió  en  busca  de  Correa,  y 
Girardot,  con  la  vanguardia,  se  dirigió  hacia  Trujillo, 
con  orden  de  despejar  el  camino. 

Sabedor  de  su  llegada,  el  capitán  español  Manuel  de 
Cañas,  creyendo  que  no  le  sería  posible  defender  a 
Trujillo,  abandonó  también  la  ciudad  y  se  situó  en 
Carache,  en  los  contrafuertes  de  la  sierra  Nevada.  Correa 
rehusó  el  combate,  huvó  a  Maracaibo,  v  D'Elhuvar  pudo 
reunirse  con  Bolívar,  quien,  después  de  haber  organizado 
el  gobierno  en  Mérida,  salió  de  esta  ciudad  el  10  de  junio. 


1.  Hizo  las  coinpafias  de  18ll>  en  ^  eiiezuela ;  en  la  batalla  de 
Mosquitero  (14  de  oclubie  de  1813)  venció  al  terriblt  Boves,  y  murió 
de  una  lanzada  en  la  acción  del  C.alvario  de  San  Mateo,  el  17  de 
marzo  de  1814. 

30 


'lOO  nonvAu 


V,  el  l'l  |)(»i'  la  mañima.  (•slal)lc('ió  su  euaiicl  oenei-al  en 
Tiiijillo. 

Lo  iiiisiiu)  que  en  Méiicla.  el  eabiklo  de  Trujillo  se 
apresuró  a  proclamar  la  llepúbliea.  Así.  pues,  una  vez  más 
í'ué  aeoo'ido  eon  júbilo  Bolívar.  No  obstante,  el  espíritu 
público  necesitaba  ser  fortalecido,  animado,  basta  exal- 
tado :  en  electo,  era  indispensable,  más  que  nunca, 
lecuirir  a  los  alistamientos,  así  para  aumentar  el  electivo 
expedicionario  como  para  asegurar  la  ocupación  de  los 
territorios  reconquistados.  La  voz  de  Camilo  Torres  vint)  a 
secundar  la  de  Bolívar.  Contiando  en  las  atrevidas  pro- 
mesas del  joven  general,  el  presidente  del  Congreso  le 
había  expedido  a  Trujillo  la  contestación  que  Bolívar  había 
solicitado  del  gfobierno  granadino.  Anunciaba  ésta  la  salida 
de  tres  comisionados  encargados  de  aprobar,  en  caso  nece- 
sario, las  decisiones  del  comandante  en  jeíe  y  de  concer- 
tarse con  él  para  la  organización  política  de  las  provincias 
en  que  se  había  proclamado  la  independencia  '.  A  este 
documento  oficial,  Camilo  Torres  había  hecho  añadir  gran 
múmero  de  ejemplares  de  una  «  Proclama  a  los  pueblos  de 
Venezuela  ■  » . 

Bolívar  la  leyó  a  los  miembros  de  la  municipalidad, 
reunida  por  él,  en  la  plaza  de  Trujillo,  llena  de  gente  a  la 
sazón  :  «  \  enezolanos  ! ...  Reunios  bajo  las  banderas  de  la 
Nueva  Granada  que  tremolan  ya  en  vuestros  campos,  y  que 
deben  llenar  de  terror  á  los  enemigos  del  nombre  ameri- 
cano...  Levantaos  contra  vuestros  opresores...  Es  preciso 
ipu^  nadie  quede  en  su  asiento...  Varones,  jóvenes  y  hasta 
los  niños,  si  es  posible,  de  uno  v  otro  sexo,  despleguen 
su  justo  enojo  contra  los  tiranos.  Corred  á  las  armas. 
Venezolanos  todos,  v  haceos  dignos  de  la  gloria  que  les 
espera  á  los  libertadores  de  la  Patiia.  » 

Este  lenguaje,  reforzado  poi'  el  brío  de  una  voz  de  tono 
impei'ioso,  y  realzado  además  por  los  comentarios  más 
capaces  de  impresionai'  y  de  persuadir  al  auditorio, 
entusiasmó  en  sumo  grado  a  cuantos  lo  ovcron.  Era  aquella 
la  primera  vez  (pie.    fuera   de   los  sermones  de    los  pr<Hlica- 

1.     El    presideute    del   Cuii^i'est)    de    la    l'iiióii  al   i;eueial    BolÍNai'. 
Tanja,  20  de  mayo  de  18i:>.  D.,  IV,  8i(i. 
■l'.  Ihid. 


i:i.    i.itiKit  lAixHi  467 

(lores.  (Hiiii  los  pueblos  seine|;iiiles  Ijimiiimieiitos.  flesper- 
líiiulo  en  el  loiulo  de  su  st-r  una  sensibilidad  siempre 
dispuesta  al  ai-rebato  por  las  causas  delendidas  eou  pasión. 
(Cierto  (|ue.  ignorantes  v  íáciles  de  niantíjar,  aquellas 
nuieheduinbres  respondían,  vibrantes,  a  la  elocuencia  v  a 
los  ademanes  (bd  orador,  cualesquiera  ([ue  fuesen  las 
nociones  que  pretentliera  éste  imponer  a  sus  oyentes, 
liemos  visto  con  que  habilidad  empleaban  los  fi'ailes  estos 
medios;  v.  mientras  el  partido  realista  pudo  contar  con  el 
(dero,  supo  éste,  de  incomparable  .manera,  poner  su  pres- 
tigio tradicional  al  servicio  de  los  intereses  políticos. 

Poco  a  poco,  sin  embargo,  despertábase  el  republica- 
nismo instintivo  de  la  raza,  impregnándose  de  las  ideas 
(jue  los  Proceres  propagaban  con  todo  el  ardor  comuni- 
cativo de  un  sacerdocio.  El  pueblo  iba  acostumbiándose  a 
separar  en  su  espíritu  estos  dos  conceptos  en  un  principio 
inseparables  :  la  íe  religiosa  y  la  patria.  Nnnca,  sin 
embargo,  habían  sentido  las  poblaciones  americanas 
imj)resiones  tan  protundas  como  las  que  le  revelaba  el 
lenguaje  de  la  libertad.  Un  hechizo  no  habría  (qjerado  más 
prodigios.  Los  indios,  inconscientes  hasta  entonces,  los 
comerciantes,  los  cultivadores  indiferentes,  los  criollos 
ociosos,  se  agolpaban,  movidos  por  igual  lervor,  bajt)  las 
banderas  de  Bolívar.  El  entnsiasmo  ganaba  los  países 
circunvecinos.  De  la  provincia  de  Barínas.  v  aun  de  la  de 
Caracas,  afluían  los  voluntarios. 

No  obstante,  la  región  de  Carache,  en  donde  Cañas  se 
liabía  íortiticado.  seguía  adicta  al  rey.  Alentado  Bolívar 
por  los  casi  inesperados  progresos  de  su  tentativa,  concibió 
entonces  el  provecto  de  libertar  en  su  conjunto  la  provincia 
de  Trujillo.  Mandó  a  Girardot  ([ue  atacara  a  los  Españoles, 
l)ien  atrincherados  en  los  altos  de  Agua  de  Obispos,  en  la 
vecindad  de  Carache.  La  acción  tuvo  lugar  el  19  de  junio, 
y  una  victoria  completa  recompensó  el  impetuoso  ardor  de 
los  republicanos;  pero  éstos  menguaron  su  gloria  ejecu- 
lando  a  los  prisioneros  después  del  combate  :  este  horrible 
hecho  se  generalizaba  en  unos  y  otros  adversarios  a 
quienes  p(»nía  frente  a  frente  una  guerra  (jue.  de  día  en 
día,  lesultaba  más  despiadada.  En  lodo  caso,  la  victo- 
ria   de    ("lirardot    realzaba  td    piestigio    ile    la    causa    de    la 


468  bolívar 

luclepcndencia,  ciivo  éxito    comenzaba  a   entrever  Bolívar. 

Sin  embargo,  las  instrucciones  del  Congreso  eran 
])re('isas  :  como  recordará  el  lector,  habíase  prescrito  al 
comandante  de  las  tropas  de  la  Unión  que  se  detuviera  en 
Trujillo,  V  que  no  prosiguiera  la  campaña  sino  después  de 
tomado  el  parecer  de  la  comisión  militar  que  iba  camino 
del  cuartel  general.  Por  otra  parte,  las  malas  noticias 
recibidas  de  Cartagena,  y  la  presencia,  más  amenazadora 
(|ue  nunca,  de  Tízcar  en  la  región  occidental  del  Barínas, 
en  donde  no  parecía  querer  internarse  Bolívar,  causaban 
suma  inquietud  a  los  confederados.  Por  consiguiente,  una 
vez  más  hacían  transmitir  al  jefe  de  la  expedición  la  orden 
de  no  apartarse  de  las  frt)nteras  de  Nueva  Granada,  y  hasta 
pensaban  en  mandarle  cjue  volviera  a  ellas.  " 

Hubiera  sido  esto  perder  todo  el  beneficio  de  tantos 
esfuerzos  y  de  tanta  paciencia.  Bolívar  no  había  puesto  al 
Congreso  al  tanto  de  sus  secretas  combinaciones,  pero 
tampoco  había  desperdiciado  la  ocasión  c|ue  se  le  presen- 
taba :  la  ocupación  de  Barínas,  que  resultaba  ser,  precisa- 
mente, una  de  las  operaciones  juzgadas  por  él  indispen- 
sables para  la  realización  del  plan  general  de  la  campaña. 
¿Había,  por  consiguiente,  de  atenerse  a  las  órdenes  del 
Congreso?  ¿Había  que  comprometer,  por  un  inoportuno 
exceso  de  escrúpulos,  el  éxito  de  la  expedición?  Dependía 
éste  sobre  todo  de  una  acción  rápida  posibilitada  única- 
mente por  la  solícita  actitud  de  los  pueblos  de  las 
regiones  venezolanas  ocupadas  por  las  tropas  granadinas. 

Mas,  deseoso  de  parecer  atenerse  a  los  deseos  del 
gobierno  de  Tunja,  puso  empeño  Bt)Iívar  en  justificar,  ante 
sus  comitentes  ocasionales,  la  línea  de  conducta  que,  desde 
el  primer  día,  se  había  trazado  a  sí  mismo.  Les  expuso 
que,  no  habiendo  podido  aún  salir  de  Cúcuta  la  comisión, 
transcurriría  un  tiempo  relativamente  considerable  antes 
de  su  llegada  a  Trujillo  :  «  Mi  resolución,  pues,  terminaba 
Bolívar,  es  obrar  con  la  última  celeridad  y  i-igor;  volar 
sobre  Barínas  y  destrozar  las  l'uerzas  que  lo  guarecen,  para 
dejar  de  este  modo  á  la  Nueva  Granada  libre  de  los  enemigos 
que  puedan  subvugarla  '.  » 

1.  Bolívar  al  Congreso  de  la  Unión,  (Cuartel  general  de  Trujillo, 
25  de  junio  de  1813.  D.,  IV.  8;ri. 


FX    MriF.liTADOU  4fi9 

No  dcspcrclició  tiempo  Bolívar  en  desariollar  estos  argu- 
mentos. Había  tomado  ya  sus  medidas  :  el  día  mismo  en 
que  salía  para  M('*rida  el  correo  portador  de  su  mensaje  al 
Confírcso  granadino,  un  destacamento  de  40U  hombres, 
bajo  las  órdenes  de   José  Félix  Rivas  y  de  Urdaneta,   se 

dirioía  hacia  Guanare. 

o 

A  su  vez  sale  Bolívar  de  Trujillo  el  28  de  junio  con  el 
grueso  de  las  tropas.  Trepa  por  los  nevados  montes  de  la 
cordillera,  sorprende,  en  el  desfiladero  del  Desembocadero, 
una  columna  de  observación  enviada  por  Tízcar,  la  desba- 
rata, V  llega  a  Guanare.  En  este  punto  le  dan  la  noticia  de 
que  el  coronel  ^lartí.  a  la  cabeza  de  800  hombres  de  todas 
armas,  acaba  de  ser  destacado  del  cuartel  general  de  Barí- 
nas  para  cortarle  el  paso.  En  el  acto  sale  a  su  encuentro. 

Pero  va  la  división  de  Martí  ha  entrado  en  acción  con  la 
de  Rivas  y  de  Urdaneta.  Compuestas  en  su  mayoría  de  los 
voluntarios  recientemente  incorporados  y  que  arden  en 
deseo  de  probar  su  valor,  las  tropas  republicanas  han 
acometido  al  enemigo  en  las  alturas  de  Niquitao.  Al  cabo 
de  un  mortífero  combate  que  duró  dos  días,  los  Españoles 
tuvieron  que  resignarse  a  la  derrota.  Dejaron  cerca  de 
300  soldados  en  el  campo  de  batalla.  Los  demás  fueron 
hechos  prisioneros  o  perecieron  de  hambre  o  de  frío  en  los 
desiertos  y  helados  senderos  de  la  sierra.  Apenas  cincuenta 
hombres  habían  perdido  los  republicanos.  Martí  había 
huido  hacia  Barinas  con  un  reducido  número  de  oficiales  y 
de  jinetes.  Horas  después,  llegó  Bolívar. 

Tal  fué  el  asombro  de  Tízcar  al  tener  noticia  del  incon- 
cebible desastre  de  Xiquitao.  (jue  decidió  evacuar  cuanto 
antes  Barinas.  a  pesar  de  disponer,  en  este  punto,  de 
guarnición  v  de  artillería  numerosas,  de  municiones  v  de 
víveres  en  a])undancia.  Lo  mismo  que  todos  los  j<;tes 
realistas,  estaba  persuadido  de  que  el  ejército  repui)licano 
constaba  de  más  de  10  000  hombres.  ¿C^ómo.  de  no  ser  así, 
explicarse  que  cada  una  de  las  etapas  de  su  vertiginosa 
carrera  fuera  señalaila  por  una  victoria?  No  habiendo 
p«tdido  movilizar,  en  el  momento  de  su  salida,  más  que 
500  soldados  —  pues  los  r(!clutas  indígenas  se  habían  tugado 
los  de  cuarteles  al  anuncio  de  la  llegada  de  sus  compa- 
triotas,—  Tízcar  se  puso  en  marcha  hacia  el  sur.  Esperaba 


'i7(>  noi.ivAit 

reunirse   con    el   cuerpo   de   Yáñcz   en   Núlrias    del   Apure. 

Xo  se  lo  permitió  Bolívar.  Apenas  entrado  en  Harinas, 
envió  a  Girardot  en  persecución  de  los  Españoles.  Despa- 
vorido, ganó  Tízcar  la  orilla  del  río  en  compañía  de  cinco 
o  seis  oficiales,  se  embarcó  sobre  una  mala  balsa,  y.  dos 
meses  después,  estropeado  por  las  fiebres,  llegó  a  Angos- 
tura. Yáñez  dio  muestras  de  mayor  celo  y  de  más  intrepidez. 
Supo  reunir  los  restos  de  la  división  de  Tízcar.  saqueó 
Nutrias,  substravéndose  a  sus  enemigos,  v  se  replegó  sobre 
la  importante  encrucijada  lluvial  de  San  Fernando.  Para 
ello,  atravesó  los  llanos  invadidos  por  las  crecidas  anuales, 
y  a  su  íirmeza  de  alma  v  a  su  constancia  debió  el  conducir 
a  buen  puerto  a  su  gente. 

Al  mismo  tiempo  que  mandaba  a  Girardot  que,  hasta 
nueva  orden,  se  quedara  en  observación  en  Nutrias  con  su 
destacamento,  Bolívar  seguía  en  Barínas  la  política  que  tan 
favorables  resultados  le  había  dado  en  Trujilloy  en  Mérida. 
Reunía  a  los  notables,  los  doctrinaba,  les  explicaba  lo  que 
tenía  de  ser  la  nación  cuyo  organismo  se  proponía  él 
reconstituir.  Sus  arengas,  muy  meditadas,  son  verdaderos 
cursos  de  derecho  público.  Fanatizado  por  los  bandos  y 
por  los  fogosos  llamamientos  del  Libertador,  el  pueblo  no 
conc¡l)e  más  ambición  que  la  de  alistarse  en  las  filas  del 
ejército  republicano,  que  acrece  de  hora  en  hora. 

Pero  apremia  el  tiempo.  Los  diez  días  que  Bolívar  se  ha 
concedido  para  equipar,  instruir  v  ejercitar  a  sus  volunta- 
rios, le  parecen  interminables.  Acaba  de  ser  informado  de 
que  Marino,  merced  al  apoyo  de  una  flotilla  reunida  en  la 
isla  Margarita  por  el  patriota  Juan  Bautista  Arismendi',  y 
mandada  por  un  aventurero  italiano,  Bianchi,  de  quien  se 
cuentan  maravillas,  ha  ])lo(pieado  la  costa  de  Cumaná  y  se 
dispone  a   sitiar  esta  ciudad.  Por  otra   parte.  Piar  y   Ber- 


1.  Nació  en  Asunción,  capital  de  la  isla  Margarita,  en  1770.  Gober- 
nador militar  de  Caracas  en  1814.  presidió  la  ejecución  de  800  prisio- 
ueíos  españoles.  Hizo  luego  la  campaña  de  oriente,  y  se  refugió  en 
la  isla  ¡Nlargarita  después  de  la  calda  de  la  segunda  república  vene- 
zolana. \']n  1817  y  18J8,  combatió  Arismendi  en  Guayana,  dirigió  la 
campaña  de  Rio  Hacha  en  1821,  y  se  distinguió  en  las  acciones  del 
Carmen,  de  Hioírio  y  de  la  Ciénaga  en  1823.  En  1828  reunió  la  Junta 
de  Caracas,  la  cual,  el  215  y  el  26  de  noviembre,  declaró  a  V'enezuela 
separada  de  Nueva  Granada. 


EL    LIUEUTADOIt  471 

nuidcz  lian  realizado  proezas.  Después  (1(;  haber  reehazado 
vietoi'iosameute  las  sucesivas  acometidas  de  los  jeles  espa- 
ñoles más  alamados.  Zuázola  v  hernández  de  la  Hoz, 
atacados  ante  ^Nlatunn  por  Monteverde  en  ])ersona,  han 
conseguido  una  victoria  decisiva  sol)re  el  capitán  general 
(25  de  mayo).  Los  Españoles  se  han  replegado  en  desorden 
sobre  Caracas;  sólo  por  milagro  ha  tenido  la  vida  salva 
Monteverde 

Inflamado  por  magnífica  emulación  patriótica.  Bolívar, 
después  de  haber  enviado  al  capitán  Francisco  Ponce  con 
un  escuadrón  de  caballería  para  que  alentara  a  los  insu- 
rrectos de  Cumaná.  decide  su  propia  salida.  Días  después 
escrilDÍa  a  Camilo  Torres  :  «  Temo  que  nuestros  ilustres 
compañeros  de  armas  de  Cumaná  y  Barcelona  liberten 
nuestra  capital  antes  que  nosotros  lleguemos  á  dividií-  con 
ellos  esta  gloria;  pero,  nosotros  volaremos,  v  espero  que 
ningún  libertador  pise  las  ruinas  de  Caracas  primero 
que  yo  '  ». 

•  A  pesar  de  los  refuerzos  que  los  reclutamientos  electua- 
dos  en  el  transcurso  de  su  camino  habían  dado  a  Bolívar, 
considerables  eran  los  obstáculos  que  le  quedaban  que 
vencer  :  el  capitán  Oberto,  con  los  mil  regulares  de  la 
guarnición  de  Barquisimeto.  v  el  coronel  D.  Julián 
Izquierdo  detrás  de  las  murallas  de  San  Carlos,  en  donde 
había  reunidos  1  200  hombres  de  las  mejores  tropas  espa- 
ñolas, cerraban,  al  este  y  al  oeste,  el  paso  hacia  la  capital. 
Aun  admitiendo  (jue  le  fuera  posible  desalojarlos,  Bolívar 
se  encontraría,  en  Valencia,  con  Monteverde.  impaciente 
por  tomar  su  desquite  de  Maturín.  El  capitán  general 
disponía  de  setecientos  a  ochocientos  soldados  escogidos. 
y  de  un  temible  estado  mayor  de  frailes  que  se  empleaba 
con  ardor  en  mantener,  entre  los  hal)itantes  de  la  región 
de  Valencia,  la  hostilidad  que  tan  iátal  había  sido  a  la 
primera  repúl)Iica  venezolana. 

Sin  embargo,  presiente  Bolívar  su  victoria.  Deja  en 
Barínas  al  trances  Santinelli.  a  quien  coniía  el  mando  de 
las    fuerzas    destinadas    a    deíender    la    ciudad    contra    un 


1.   Carla  a  (Camilo  'l'orres.  San  f'arlos.  25  de  julio  de  1813.  Larra- 
ZÁBAL,  p.    I8H. 


'j72  nOLlVAR 

ataque  eventual  de  Yáuez,  y  divide  en  tres  cuerpos  su  ejér- 
cito. Rivas,  con  la  vanguardia,  toma  el  escarpado  camino 
de  Tocuyo,  con  objeto  de  sorprender  a  Oberto  en  Barqui- 
simeto.  Urdaneta  se  encamina  hacia  Araure.  al  pie  de  la 
vertiente  occidental  de  la  cordillera,  adonde  Bolívar  mismo 
se  dirige  por  Guanare.  En  fin,  Girardot  recibe  orden  de 
salir  de  Nutrias,  no  sin  haber  instalado  en  ella  suficiente 
guarnición,  de  acudir  a  Barínas  para  ponerse  a  la  cabeza 
de  la  retaguardia,  y  de  reunirse  con  el  ejército  que  se 
hallará  concentrado  ante  San  Carlos. 

Se  ha  podido  criticar  este  plan  cuya  ejecución  habría 
sido  singularmente  contrariada  por  poco  que  a  los  Españoles 
se  les  hubiese  ocurrido  caer  con  todas  sus  fuerzas,  ya  sobre 
Rivas,  separado  por  la  cordillera  del  resto  del  ejército,  ya 
sobre  Urdaneta,  cuyos  efectivos  eran  muy  débiles,  y  con 
quien  no  podían  reunirse,  juntas,  las  divisiones  de  Bolívar 
y  Girardot. 

Pero,  al  adoptar  el  plan  temerario  que,  por  cierto,  había 
de  coronar  la  victoria,  contaba  Bolivar  con  la  rapidez,  el 
empuje  de  sus  tropas  y  el  mérito  de  sus  oficiales,  con  el 
que  formaba  contraste  la  notoria  impericia  de  los  jefes 
españoles.  Antiguos  oficiales  de  marina  en  su  mayoría,  las 
condiciones  de  aquella  guerra  de  emboscadas,  de  astucias 
V  de  encarnizadas  persecuciones  los  habían  desmoralizado. 
El  jefe  de  la  expedición  libertadora  sabía  también  que  en 
todas  partes  estaban  persuadidos  de  la  irresistible  supe- 
rioridad de  sus  tropas.  Por  entonces,  los  Españoles  valua- 
ban en  17  000  hombres  su  efectivo.  Monteverde,  batallador 
intrépido  pero  falto  de  conocimientos  militares,  había  de 
querer,  además,  conservar  la  dirección  de  conjunto  de  los 
movimientos  de  su  ejército.  En  este  sentido,  y  hasta  cierto 
punto,  su  presencia  en  Valencia,  siempre  que  los  ha])itantes 
no  escucharan  demasiado  la  propaganda  realista,  era 
Irancpiilizadora.  El  comandante  de  Barquisimeto.  o  cuando 
menos  (d  de  San  Carlos,  no  estaban  autorizados  a  tomar 
iniciativa  alguna  sin  consultar  antes  con  el  capitán  general, 
y,  éste,  no  podía  menos  de  arrastrar  a  sus  lugartenientes  a 
ialtas  irreparables.  En  fin.  y  sobre  todo,  confiaba  Bolívar 
en  su  destiuít. 

Se    realizaron    sus    previsiones.    El    23    de    julio    por    la 


r.l,    LIBEHTADOU  't'-i 

mañana,  en  el  llano  de  Los  Horcones,  a  cierta  dlslancia  del 
pueblo  de  Tocuyo,  que  acababa  de  dejar,  sorprendió  Rivas 
la  división  de  Bar([uisinieto.  Los  400  republicanos  se 
vieron  Trente  a  doble  número  de  enemigos.  Pero  arreme- 
tieron contra  ellos  con  tanto  vigor,  (jue  tuvieron  los  Espa- 
ñoles ([lie  abandonar  el  campo  de  batalla  después  de  baber 
sufrido  pérdidas  enormes.  El  comljate  se  prolongó  por 
espacio  de  varias  horas,  terminando  por  una  matanza  en 
la  que  perecieron  a([ucllos  de  los  soldados  de  Oberto  que 
no  habían  tenido  tiempo  para  asegurar  su  salvación  por 
medio  de  la  huida.  La  artillería,  los  equipajes,  las  banderas 
y  el  tesoro  de  la  división  de  Barquisimeto  cayeron  en 
poder  de  los  republicanos. 

Mientras  tanto,  Urdaneta,  Bolívar  y  Girardot  habían 
llegado,  del  25  al  27  de  julio,  a  media  jornada  de  marcha  de 
San  Carlos.  Rivas  se  reunió  con  ellos  el  28,  dispuesto,  a  pesar 
de  su  mucho  cansancio,  a  tomar  parte  en  el  asalto  de  los 
atrincheramientos  del  coronel  Izquierdo.  Pero  San  Carlos 
acababa  de  ser  evacuado.  Al  tener  noticia  de  la  derrota  de 
Oberto,  Monteverde  había  dado  orden  al  coronel  Izquierdo 
de  que  se  replegara  al  norte,  sobre  Tinaquillo.  Izquierdo 
no  se  atrevió  a  desobedecer.  Sabía,  además,  cuan  impor- 
tante era  impedir  que  Bolívar  se  apoderara  de  la  meseta 
ouyo  contrafuerte  más  avanzado,  al  sur.  está  constituido 
por  Tinaquillo.  Es  un  centro  estratégico  de  primer  orden; 
impera-  sobre  los  dos  valles  más  populosos  de  Venezuela, 
sobre  la  capital  y  sobre  las  aproximaciones  de  sus  dos 
grandes  puertos'.  í^as  iuerzas  combinadas  de  la  división 
de  San  (darlos  v  de  la  de  Valencia  podían  oponer  a  los 
republicanos  una  barrera  iniranqueable. 

Pero,  apenas  llegado  a  Tinaquillo.  recibió  Izquierdo 
orden  de  volver  a  San  Carlos  y  de  tomar  allí  posiciones.  A 
más  de  esto,  Monteverde  pedía  reiuerzos.  (Comprendió 
Izquierdo  la  inepcia  de  esta  táctica.  Al  oficial  enviado  por 
él  a  Monteverde  con  el  destacamento  <[ue  éste  pedía,  le  dio 
encargo  de  manifestar  al  capitán  general  todos  los  pcdigros 
a  ([ue  iban  a  ([uedar   expuestas  las  tlivisiones  aisladas  del 


1.    V.   Eliske  Rkclus.   Nouyelle   Géographie   Unn'ersclle,  1.  XVIII, 
p.  170. 


ejército   realista,   y   esperó   nuevas   iustruceiones  en   Tina- 
quillo. 

Mientras  tanto,  las  tropas  republicanas  se  habían  puesto 
en  marcha,  llegando,  el  30  de  julio  por  la  noche,  al  pueblo 
de  Las  Palmas,  a  seis  leguas  del  campo  enemigo.  Al  día 
siguiente,  desde  el  amanecer,  prosigue  su  marcha  Bolívar, 
esperando  sorprenderá  los  realistas.  Pero  éstos  habían  sido 
prevenidos.  Grande  fué  la  extrañeza  de  Izquierdo  al  saber 
que  Bolívar  se  proponía  atacarle  con  algo  menos  de 
1 800  hombres.  Sólo  tle  un  millar  disponía  él,  pero  su 
artillería  era  mucho  más  numerosa  que  la  de  su  adversario  : 
resolvió  salir  a  su  encuentro. 

Hacia  las  cuatro  de  la  tarde,  los  exploradores  del  ejército 
republicano  vieron  a  los  realistas  en  orden  de  batalla  en  el 
llano  llamado  de  Taguanes.  En  el  acto  da  Bolívar  a  su 
infantería  la  orden  de  ataque.  Bajo  el  fuego  de  los  cañones 
enemigos,  los  republicanos  se  precipitan  a  la  bavoneta,  en 
tanto  que  la  caballería  de  los  llaneros  trata  de  atacar  por 
la  letaguardia  a  los  realistas.  Tales  son  la  furia  de  los 
republicanos  y  su  desprecio  de  la  muerte,  que  pronto  se 
ven  obligadas  a  la  retirada  las  apretadas  columnas  de 
Izquierdo.  Sostienen  sin  embargo  con  bravura  el  ataque 
veinte  veces  repetido  de  la  infantería  enemiga.  Diezmados 
por  la  artillería,  no  consiguen  los  llaneros  envolver  a  los 
Españoles;  poco  a  poco  van  acercándose  éstos  a  las 
pobladas  pendientes  de  un  cerro  vecino  :  si  consiguen 
tomar  allí  posición,  están  salvados.  Llegan  a  orilla  del 
bosque.  Ya  la  caballería  realista  rodea  el  pie  del  cerro 
sobre  cuya  falda  se  escalona  la  inlántería.  resguardándose 
con  los  árboles. 

De  repente,  los  llaneros  se  juntan,  y  con  terrible  ímpetu 
caen  sobre  los  jinetes  enemigos.  Los  dispersan,  les  obligan 
a  huir  hacia  el  llano,  en  donde  fácilmente  los  fusilan  los 
repul)licanos...  Obedeciendo  a  una  orden  de  Bolívar, 
los  llaneros  toman  entonces  en  grupa  a  uno  o  dos  infantes, 
y,  mientras  los  soldados  de  Urdaneta.  ile  Rivas  y  de 
Girardot,  a  (juienes  ponen  frenéticos  las  exhortaciones  de 
sus  jefes,  se  precipitan  al  asalto  de  la  colina  mortífera,  los 
llaneros,  llevados  por  el  galope  furioso  de  sus  monturas, 
in  leu  tan  de    flanco     la    escalada    de    la    posición    enemiga. 


i;i,   i.iiiKin  ADoii  ',::, 

Izquierdo  ve  con  aiigush';i  ;i(|U('ll;i  cxtiaña  v  lorinidahlc 
caballería,  erizada  de  l'nsiles,  de  sables  v  d(!  lanzas, 
destroza!'  la  maleza,  iiisimiarse  iiieomprensiblenicute  pol- 
la arboleda,  lleoai'  hasta  media  ladera  del  cerro.  Los 
jinetes  han  envuelto  la  división  realisla.  v  abrasan  a  hts 
Españoles,  cocidos   ahora  entie  dos  iuegos. 

Indecible  enmaiañamiento  de  hombres  v  de  caballos.  La 
explosión  de  los  aiinones.  el  humo,  el  lueo<)  oraneado  de 
la  fusilería,  el  silbido  de  las  balas,  los  alaridos  de  la 
matanza,  el  estrépito  de  los  árboles  partidos,  parecen 
clamores  de  iníei-nal  tempestad.  Sólo  a  mediados  de  la 
noche  se  apaciguó  :  doscientos  republicanos  v  setecientos 
realistas  ({uedaban  sobre  el  campo  de  batalla;  los  heridos 
fueron  rematados. a  lanzadas.  Iz(|uierdo,  gravemente  herido, 
fué  recogido  por  dos  ayudantes  suyos  y  transportado  hasta 
San  Carlos,  en  donde  falleció  dos  días  después'. 

La  victoria  de  Taguanes  abría  a  Bolívar  el  camino  de 
Caracas  v  terminaba  la  campaña.  Al  tener  noticia,  el  1"  de 
agosto  por  la  mañana,  de  la  destiucción  de  la  división  de 
Iz<|niei'do,  Monteverde  juzgó,  en  efecto,  que  todo  estaba 
perdido.  La  víspera  por  la  tarde  se  había  puesto  en  camino 
con  300  hombres  para  prestar  ayuda  a  su  primer  lugarte- 
niente; pero,  informado  en  el  camino  del  giro  que  tomaba 
el  combate,  regresó  precipitadamente  v  fué  a  encerrarse  en 
Puerto  Cal)ello.  Bolívar  ocupó,  pues.  Valencia  sin  (jue 
nadie  le  atajara  el  paso.  1^1  4  de  agosto,  vio  en  La  \  icloria 
a  los  enviados  de  Don  Miouel  Fierro,  oobernador  interino 

o  o 

de  Caracas,  que  acudían  a  proponerle  una  capitulación. 

Fierro,  en  ([uien  Monteverde  se  hal)ía  descargado  d(í 
toda  responsabilidad,  había  escogido  hábilmente  a  los 
miembios  de  la  delegación".  De  ésta  formaban  parte  aiiti- 
guos  bienhechores  de  Bolívar  :  el  marqués  de  Casa  León  y 
D.  Francisco  Ilurbe^.  Fueríui  acogidos  con  ternura  por  el 
Libertador,  quien  ratificó  sin  objeción  alguna  las  cláusulas 
del  tratado  de  f[ue  eran  portadores.  Mediante  la  rendición 


1.  Según  los  reíalos  comparados  de  Kestrepo,  Monlenegro.  Baralt 
y  Díaz,  Torrente,  etc.,  etc 

2.  Y.  IIeredia,  o¡j.  cii..  p.  155. 

3.  Y,  larabrén,  Kelipe  Fermín  Paul.  Yicenle  Galguera,  y  el  sacer- 
dote Marcos  Rivas. 


'i1(>  1$()L1VA1'. 

(le  todas  las  plazas  do  la  pioviiioia.  so  compromotía  a 
respetar  a  las  personas  y  las  propiedades,  concedía  un 
plazo  de  un  mes  a  cuantos  quisieran  salir  de  Venezuela, 
concedía  a  las  tropas  españolas  derecho  a  evacuar  sus 
f^uarniciones  con  armas  y  bagajes,  y  permitía  a  los  oficiales 
que  conservaran  su  espada^  :  «  Por  tanto,  he  accedido  — 
escribía  Bolívar  á  D.  Miguel  Fierro  -  —  á  la  generosa 
capitulación  que  los  comisionados  han  venido,  dirigidos 
por  V.  S.  a  tratar  conmigo,  para  mostrar  al  universo,  que 
aun  en  medio  de  las  victorias  los  nobles  Americanos  des- 
precian los  agravios,  y  dan  ejemplos  raros  de  moderación 
á  los  mismos  enemigos  que  han  violado  el  derecho  de 
gentes  y  hollado  los  tratados  mas  solemnes.  » 

Pero,  ni  en  el  ánimo  del  gobernador  de  Caracas,  ni  en 
el  de  Monteverde,  estaba  el  aprobar  esta  capitulación.  Los 
tratados  que  los  Españoles  se  veían  obligados  a  solicitar  de 
los  criollos,  o  las  promesas  que  las  circunstancias  les 
conducían  a  ofrecerles,  seguían  no  teniendo  a  sus  ojos  más 
valor  que  el  de  medios  de  guerra  impuestos  por  los  aconte- 
cimientos. Para  las  autoridades  coloniales,  los  Ameri- 
canos insurrectos  seguían  siendo  traidores,  y  no  podía 
acudir  a  la  mente  de  los  representantes  del  rey  el  negociar 
lealmente  con  rebeldes. 

Si  Bolívar  había  conservado  alguna  ilusión  acerca  de 
esto,  la  conducta  que  en  aquel  momento  observaban  los 
Kspañoles  de  Caracas  no  iba  a  tardar  en  desengañarle. 
Cuando  los  delegados  del  gobernador  regresaron  a  la 
capital  para  dar  cuenta  de  su  misión,  se  encontraron  con 
cjue  D.  Miguel  Fierio  v  todos  los  miembros  del  gobierno 
habían  abandonado  la  ciudad.  Sólo  represalias  esperaban 
de  sus  enemigos,  y  no  concebían  poder  ser  tratados  por 
éstos  de  un  modo  distinto  del  que  ellos  mismos  les  habrían 
tratado.  El  terror  más  insensato  se  había  apoderado  de 
toda  la  población  española  :  «  Los  males  que  esta  ver- 
gonzosa y  precipitada  fuga  causó  á  la  nación  y  á  los  parti- 
culares, refiere  un  testigo  ^  no  son  fáciles  de  explicar.  Es 

1.  Capitulación  de  La  Yicloiia,  4  de  agosto  de  1813.  D.,  IV,  85í). 

2.  Despacho  del  'i  de  agosto  de  18J3  a  S.  E.  el  Gobernador  de 
Caracas.  Ihid. 

3.  José  de  Costa  y  Gai.i.i,  (Consejero  de  la  Audiencia  de  Caracas, 
citado  por  IIkkiídia,   op.  cil-,  p.  152. 


EL    LIBEHTADOU  477 

preciso  haberlos  visto,  ó  padecido,  para  sentirlos  con  toda 
su  vehemencia.  Es  preciso  haber  visto  h)s  hijos  abancbínar 
á  sus  padres,  los  padres  á  sus  hijos,  los  maridos  á  sus 
mujeres,  y  todos  sus  intereses  y  fortunas,  para  huir  de  la 
muerte  que  les  aguardaba  permaneciendo  en  la  capital... 
es  preciso  haber  visto  todo  esto  para  formar  idea  verdadera 
de  aquel  dia  de  horror,  de  desolación  y  de  desorden...  » 
Todos  huían.  El  camino  del  puerto  estaba  cubierto  de 
desgraciados  que,  exhaustos,  escalajjan,  bajo  los  abrasa- 
dores ravos  del  sol,  las  abruptas  pendientes  de  la  montaña. 
En  La  Guayra,  la  gente  se  precipitó  a  las  embarcaciones, 
muchas  de  las  cuales  volcaron  por  efecto  del  peso  v  de  la 
marejada.  Los  navios  salieron  del  puerto  no  llevando  sino 
parte  de  los  fugitivos. 

En  la  plava  ([uedaron  más  de  un  millar,  entre  ellos 
400  soldados  de  la  guarnición  de  Caracas  que  habían 
escoltado  al  gobernador  v  que  éste  abandonó,  por  no  poder 
embarcarlos  a  bordo  de  su  buque.  Fierro  se  reunió  con 
Monteverde  en  Puerto  Cabello;  pero  sus  soldados  al  verse. 
días  después,  a  punto  de  ser  matados  por  los  habitantes, 
se  entregaron  a  las  tropas  republicanas  que,  en  aquellos 
trances,  se  habían  presentado  para  tomar  posesión  de  la 
plaza.  Fueron  después,  así  como  los  fugitivos  quedados 
sin  recursos  en  La  Giiavra,  a  substituir  en  las  cárceles  de 
la  fortaleza  y  de  Caracas,  a  los  patriotas  a  quienes  ponía  en 
libertad  el  fin  del  régimen  de  Monteverde.  No  se  opuso 
Bolívar  a  esta  medida,  como  después  veremos,  esperando 
que  la  oferta  de  estos  prisioneros  determinaría  al  capitán 
general  a  ratificar  la  capitulación. 

Mientras  tanto.  Bolívar  se  había  puesto  en  camino  para 
la  capital.  En  dos  jornadas  :  5  y  6  de  agosto,  se  efectuó  su 
paso  de  La  Victoria  a  Caracas,  en  medio  de  las  aclama- 
ciones de  la  más  viva  alegría.  La  entrada  en  Caracas  iba  a 
ser,  para  el  general  victorioso,  un  Inolvidable  día  de 
felicidad  v  de  oloria. 

o 

Con  justo  motivo  podía  enorgulle(;erse  de  la  brillante 
campaña  que  estaba  terminándose.  Por  la  seguridad  de 
sus  previsiones  y  de  sus  cálculos,  por  aquel  don  de  intui- 
ción superior  y  uípiella  lácultad  de  «  aprender  obrando, 
así  en  la  política  como  en  la  guerra  »  que  distinguen  a  los 


478  lioi.lVVI! 

^riiiulcs  capitanes  y  a  los  oiaudcs  hombres  de  Kstado  ', 
por  su  incansable  perseverancia,  su  í'ogosa  energia, 
cualidades  que  supo  incub-ar  a  sus  oficiales  y  a  sus  soldados, 
por  su  habilidad  en  sacar  en  el  acto  provecho  de  sus 
victorias,  por  el  prestigio  irresistible,  en  fin,  que  ejercía 
sobre  el  enemigo,  Bolívar  pudo  medirse,  desde  sus 
primeras  proezas,  con  los  hombres  de  guerra  más  célebres 
de  todos  los  tiempos.  «  Los  entendidos  colocan  los  resul- 
tados de  esta  campaña,  escribe  el  solo  historiador  europeo 
que  ha  hablado  de  ella",  al  lado  de  las  hazañas  militares 
más  atrevidas  de  que  era  entonces  teatro  Europa;  campaña 
durante  la  cual,  y  empleando  la  escala  en  miniatura  con  la 
que  hay  que  medir  todas  esas  guerras  en  América,  el 
ejército  de  los  patriotas  recorrió,  entres  meses,  doscientas 
cincuenta  leguas,  desde  Cuenta  hasta  Caracas,  v  dio  seis 
batallas  campales  v  gran  número  de  combates  importantes.  » 
Las  ({  seis  batallas  campales  »  no  eran,  en  realidad,  más 
que  seis  acciones  considerables,  pero  c[ue  valían  veinte 
batallas.  Mil  doscientos  kilómetros  de  camino  recorridos 
por  dos  sierras  y  por  regiones  defendidas  por  obstáculos 
inconcebibles;  cinco  divisiones  que  sumaban  cerca  de  seis 
mil  combatientes,  desbaratadas,  dispersadas,  u  obligadas  a 
enti'cgarse  con  sus  banderas,  sus  armas  y  su  artillería;  el 
occidente  de  Venezuela  libertado,  desde  la  cordillera  al 
mar  :  todo  esto  en  90  días  v  con  650  hombres.  Nunca,  con 
menos,  se  hizo  más,  v  en  tan  poco  tiempo^. 
^  El  G  de  agosto,  hacia  media  tarde,  el  ejército  libertador 
pasó  las  floridas  orillas  del  Guaire,  y  Bolívar  penetró  en 
fin  en  su  ciudad  natal.  Había  deseado,  sin  quizás  atreverse 
a  esperarlo,  que  el  triunfo  prej)arado  alcanzara  las  propor- 
ciones íle  su  ensueño  v  fuese  como  el  primer  tlor(»n  de 
aquella  corona  prodigiosa  que  había  de  consagrar  más 
tarde  la  obra  que  tenía  ya  vida  en  su  pensamiento.  El 
agradecimiento  de,  sus  compatriotas  supo  improvisar  una 
ceremonia  a  la  vez  suntuosa  y  enlernecedora,  ([ue  superó 
a  las  aspiíaciones  del  Libertador. 

1.  Albert  Sorel. 

2.  Gkkviim;s,   o/>.  cil.,  1.   VI,  ]>.  25(1. 

.'!.     V.     MiTHi:,    /íi.stoirt;    de    San    Martín,    etc.,    o[).     cit.,     1.     III, 
cajj.  xxxviii. 


KI.     I.IBIiin  ADOI!  479 

El  juvcii  geiK'ial.  ioii  uiulormc  de  jrala.  a  cabalK»  v 
empuñando  el  bastón  de  niaiulo  ciiujado  de  estrellas  de 
oi'o,  se  había  adelantado,  a  la  eabeza  de  sus  tropas,  hacia 
el  arco  de  ramas  v  de  llores  levantado  a  la  entrada  de 
la  ciudad.  Una  miilliuul  entusiasta  le  espíM'aba,  formando 
una  doble  hilei'a  en  la  lar<^a  avenida  ([ue  conduce  a  la  plaza 
Mayor.  iVoarrados  a  las  rejas  de  las  ventanas,  apiñados  en 
los  balcones  v  en  las  azoteas,  los  espectadores  saludaban 
con  inmensa  aclamación.  La  artillería,  las  campanas,  las 
charanoas  se  mezclaban  con  los  vivas  que  hendían  el  aire 
ligero,  en  tlonde  a  trechos  ondeaban  i:)anderas. 

Un  orupo  de  los  notables  de  la  ciudad  rodea  a  Bolívar, 
le  obliga  a  bajar  d(d  caballo,  le  hace  sid)ir  a  un  carro  cons- 
liuído  a  semejanza  de  los  ([ue  servían  para  los  triunfadores 
tle  Rouia.  Doce  jóvenes  doncellas  pertenecientes  a  la 
nobleza  de  Caracas,  todas  ellas  bonitas  y  admirablemente 
ataviadas,  se  han  enganchado  al  carro,  en  el  que  Bolívar, 
(MI  pie.  con  la  cabeza  descubierta,  resplandeciente  de 
juventud  y  de  gloi'ia.  se  deja  llevar  por  las  calles  alfom- 
bradas de  laureles. 

Detrás  seguían  los  oficiales  granadinos,  aclamados  a  su 
vez,  incapaces  de  dominar  la  emoción  que  les  enajena.  A 
continuación  aparecen  las  banderas  tomadas  al  enemigo  : 
las  llevan  enhiestas  los  soldados  que,  desde  Cartagena  o 
Mompox,  han  conquistado  el  derecho  de  pertenecer  a  la 
legión  de  hombres  de  pro  cuva  institución  iba  a  ser 
(h'cretada  por  su  general.  Después,  desfilan  las  tropas  : 
tienen  apenas  algunos  meses,  algunas  semanas,  algunos 
días  de  servicio;  pero  personifican  tal  caudal  de  hechos  y 
tantas  esperanzas,  que.  a  pesar  de  sus  unilormes  destro- 
zados o  miserables,  de  sus  pies  desnudos  v  de  sus  heridas, 
tienen  el  andar  oallardo  v  seouro  de  veteranos. 

Los  jóvenes  contemplan  con  generosa  envidia  el  cortejo, 
los  ancianos  derraman  lágrimas  de  alegría:  las  mujeres, 
sonrientes,  aplauden.  El  vencethu'  había  mandado  abrir  las 
cárceles,  v  las  víctimas  de  Monteverde.  con  sus  caras 
macilenlas  v  demaciadas  parecían,  en  medio  de  aquella 
alegre    muchedumbre,   espectros  sacados  de  sus    tumbas  '. 

1.  V.  I)i(:<jrDuvv-HoLSTi:iN,  Histuire  de  />uli\ai,  l'aris,  ]8oi,  1.  I, 
rap.  \ni. 


480  bolívar 

Era  éste  un  contraste  más  en  aquella  fiesta  cuyo  prestigioso 
espectáculo  embargaba  tocios  los  corazones.  Llegó  a  lo 
más  hondo  de  Bolívar  aquella  exaltación  de  sus  conciuda- 
danos, anunciadora  de  futuras  victorias.  Pero  al  mismo 
tiempo  percibía  cuan  superficiales,  efímeros  y  frágiles 
eran  aquellos  vítores,  aquellas  ovaciones,  ac^uel  entu- 
siasmo. Las  miradas  que  su  espíritu  dirigía  hacia  el 
porvenir  le  descubrían  un  horizonte  obscurecido  por 
amenazadoras  tormentas. 


III 

Además,  se  hacían  presentir  peligros  inmediatos.  Eran 
éstos  :  en  la  región  de  Coro  y  en  la  de  Maracaibo,  el  foco 
de  la  contra-revolución,  sostenido  con  más  ardor  que 
nunca  por  la  emigración  de  los  Españoles  de  Venezuela  y 
de  Nueva  Granada,  y  por  la  concentración  de  los  residuos 
de  las  divisiones  realistas  dispersadas  en  el  transcurso  de 
la  reciente  campaña.  En  Puerto  Cabello,  INIonteverde,  a 
quien,  seguramente,  iban  a  enviar  luerzas  las  Antillas 
españolas,  Monteverde,  rodeado  de  los  partidarios  más 
resueltos  de  la  reacción,  que  con  febril  actividad  se  dedi- 
caba a  perfeccionar  sus  medios  de  defensa,  y  hasta  se 
disponía  a  tomar  la  ofensiva  tan  pronto  como  se  hallara 
en  condiciones  para  ello.  En  fin,  en  las  provincias  orien- 
tales, una  situación  c|ue  parecía  más  temible  aún. 

Envalentonados  por  sus  éxitos  sobre  Monteverde,  Piar  y 
Bermúdez  se  habían,  a  fines  de  junio,  aproximado  a 
Cumaná,  con  intención  de  unir  sus  esfuerzos  a  los  de 
Marino,  quien,  como  recordará  el  lector,  sitiaba,  desde 
hacía  un  mes,  tan  importante  capital  de  provincia.  En  ella 
se  hallaba,  muy  bien  atrincherado,  el  gobernador  Anto- 
ñanzas.  Disponía  de  una  guarnición  de  cerca  de  un  millar 
de  hombres  v  de  cuarenta  cañones;  ocho  buques  de  guerra 
cruzaban  sobre  la  costa,  asegui-ando  el  acopio  de  la  plaza 
y  teniendo  a  raya  algunas  piraguas,  mal  armadas,  que  los 
patriotas  de  la  isla  Margarita  habían  enviado  a  Marino. 

Todo  parecía,  pues,  oponerse  al  éxito  de  los  republi- 
canos, pero  no  tardaron  en   tomar  otro   giro   los  aconleci- 


i:i.     LIlíl'.ÜIADOI!  'iSl 

luicnlos.  Desde  la  seouiula  mitad  de  julio,  tres  <^<)ielas  v 
varias  lanchas  cañoneras,  mandadas  por  un  avenUirero 
italiano.  Ciiuseppe  Bianchi.  rel'orzai'on  la  llotilla  republi- 
cana. Kn  a(|uel  momento,  las  tropas  dv  Piar  v  de  Ber- 
mi'ulcz.  después  de  liaher  deri'otado  los  destacamentos 
realistas  que  hallaron  a  su  paso,  llegaron  al  cuartel 
general  de  Marino.  í^udo  éste,  entonces,  activar  las  opera- 
ciones. Estrechó  la  línea  del  sitio,  consolidó  sus  obras, 
y.  el  .'31  de  julio,  amenazó  al  gobernador  con  un  ata([ue 
general  si  no  entregaba  los  Tuertes  en  un  plazo  de  veinti- 
cuatro horas. 

Ahora,  la  llotilla  republicana  tenía  la  costa  casi  en  estado 
de  bloqueo.  Los  víveres  comenzaban  a  faltar  en  Cumaná.  el 
desaliento  se  había  apoderado  de  la  guarnición.  Se  asegu- 
raba que  Bolívar  estaba  a  las  puertas  de  Caracas.  Anto- 
ñanzas  se  creyó  perdido  y  no  pensó  más  que  en  ponerse 
personalmente  en  seguridad.  Hizo  creer  a  sus  oficiales 
([ue  iba  a  pedir  socorro  a  las  Antillas,  y  se  embarcó  en 
uno  de  los  bergantines  españoles,  esperando  sustraerse  a 
la  vigilancia  de  Bianchi.  Pero,  los  oficiales  realistas  se 
dieron  cuenta  de  que  su  jeíe  les  abandonaba,  hicieron 
(davar  los  cañones,  anegaron  la  pólvora,  destruyeron  las 
armas  de  repuesto  que  contenía  el  arsenal,  y  se  embar- 
caron a  su  vez,  con  parte  de  su  gente,  en  los  navios  dispo- 
nibles. 

El  2  de  agosto,  a  las  4  de  la  mañana,  consiguieron  ganar 
el  mar  aquellos  barcos.  Pero  entró  Marino  en  Cumaná; 
sus  artilleros  descdavaron  una  de  las  piezas  de  sitio  e 
hicieron  fuego  sobre  los  navios  españoles,  en  tanto  que 
Bianchi  les  daba  caza,  los  alcanzaba,  apresaba  cinco  de 
ellos,  y  los  traía  de  nuevo  al  puerto  con  doscientos  pri- 
sioneros. A  pesar  de  sus  averías,  el  navio  que  llevaba  a 
Antoñauzas  pudo  llegar  a  alta  mar  y  refugiarse  en 
Curazao.  Pero  Anloñanzas  sobrevivió  pocos  días  a  las 
heridas  <[ue  recibió  en  v\  combate.  La  mavoría  de  los 
soldados  hcídios  prisioneros  por  Biancdii  fueron  extermi- 
nados en  la  playa  misma  de  Cumanji. 

La  ocupación  de  la  ])laza  fué  para  Marino  el  preludio 
de  una  serie  de  é.xitos  ([ue.  en  menos  de  veinle  días,  le 
hicieron  dueño  de    huía    la    provincia.    VA    anligui»   ca|)ilán 

¿I 


482  BOLIVAFl 

general  de  Cuba.  D.  Juan  Manuel  de  Cajigal,  enviado 
recientemente  para  ayudar  a  Monteverde,  había  salido  eon 
refuerzos  hacia  Barcelona.  Allí  fué  atacado  vigorosamente 
por  Piar,  v  evacuó,  el  19  de  agosto,  esta  última  fortaleza 
realista.  Bolívar  estaba  por  entonces  en  Caracas,  y  com- 
prendió Cajigal  lo  inútil  que  era  prolongar  la  resistencia 
contra  fuerzas  notoriamente  superiores  y  pueblos  ganados, 
de  día  en  día,  a  la  causa  revolucionaria.  Por  otra  parte,  la 
deserción  había  reducido  las  tropas  realistas  a  un  puñado 
de  hombres  desmoralizados.  Cajigal  se  retiró  a  la  Guayana, 
que  seguía  sometida  a  los  Españoles. 

En  compañía  de  él  iban  algunos  oficiales,  entre  ellos 
José  Boves  y  Francisco  Morales,  quienes  no  iban  a  tardar 
en  adquirir  terrible  fama  de  eficaz  y  feroz  actividad.  Al 
llegar  a  la  entrada  de  las  llanuras  del  Orinoco,  la  reducida 
expedición  se  dividió  en  dos  grupos  :  uno,  de  unos  cin- 
cuenta hombres,  con  Cajigal,  prosiguió  su  camino  hacia 
Angostura;  el  otro,  compuesto  de  unos  cien  jinetes, 
acampó  a  orilla  del  río.  Boves  y  Morales  tomaron  su 
mando  :  se  hicieron  entregar  por  Cajigal  todas  las  armas 
y  las  provisiones  disponibles,  y  prometieron  organizar 
guerrillas  con  objeto  de  reanudar  la  lucha  contra  los 
rebeldes. 

Nadie,  en  aquel  momento,  sospechaba  el  alcance  de  tal 
promesa.  La  toma  de  Barcelona  y  la  desaparición  de 
Cajigal  terminaban,  cuando  menos  al  parecer,  la  liberación 
de  todo  el  oriente  de  Venezuela.  Ensoberbecido  por  sus 
victorias.  Marino  se  negó  a  concertarse  con  Bolívar  acerca 
de  los  medios  de  utilizar  los  resultados  de  estas  en  pro- 
vecho superior  do  la  lepública.  v  no  tuvo  más  pensamiento 
c^ue  el  de  su  interés  personal.  Los  patriotas  de  Cumaná  y 
Barcelona  se  dejaron  fácilmente  persuadir  por  Marino. 
Le  invistieron  de  los  poderes  extraordinarios  que  declaró 
él  ser  indispensables  para  el  establecimiento  definitivo  de 
la  independencia  de  aquellas  provincias.  Después  le  pro- 
clamaron «  Sele  supremo  v  Dictador  del  oriente  de 
Venezuela  »,  con  Piar  por  primer  lugarteniente.  Rl 
vencedor  de  Cumaná  ([uería  a|)resuiai'se  a  recoger  los 
frutos  de  su  conquista,  v  los  laureles  de  Bolívar  le  eran 
insoportables. 


KL     LIBEHTADOR  483 


I)»'  I(kI(»s  los  pelii^ros  (|iic  anicnazabau  la  naciente  «•loria 
ele  Bolívar  y  estorbaban  eon  incertidumbres  la  realización 
(le  su  obra,  el  más  angustioso  de  todos  era  la  conducta  de 
Marino.  Las  dilaciones,  los  desengaños  ocasionados  ha 
poco  por  la  disidencia  de  Castillo  iban  sin  duda  alguna  a 
reproducirse,  pero  con  variantes  a  que  la  fragilidad  del 
apenas  reedificado  edificio  de  la  república,  v  el  prestigio 
de  un  jete  de  grandes  vuelos,  daban,  esta  vez,  excepcional 
gravedad.  En  las  circunstancias  críticas  en  que  a  las 
ansiedades  del  Libertadoi-  se  imponía  la  organización  de 
un  gobierno  nuevo  v  de  un  ejército  capaz  de  asegurar  su 
funcionamiento  y  hasta  su  existencia  misma,  era  un 
nefasto  precedente  el  que  creaba  aquel  inesperado  dic- 
tador, al  presentarse,  desde  el  principio,  como  compe- 
tidor, y  hasta  como  adversario  de  aquel  a  quien  los  acon- 
tecimientos iban  a  elevar  a  la  magistratura  suprema  de 
todo  el  resto  del  país. 

Añádase  a  esto  que,  así  poi  instintos  como  por  origen, 
los  compañeros  de  Bolívar  no  estaban  sino  harto  incli- 
nados a  la  manía  de  la  insubordinación.  Arreciaba  ésta 
desde  los  comienzos  de  la  Revolución  y  de  las  guerras  de 
la  Independencia,  y  la  hallaremos  contrariando  a  cada 
paso  los  proyectos  del  Libertador,  viciándolos  más  de  una 
vez.  desbaratándolos  siempre.  Castillo,  que  acariciaba 
ahora  la  esperanza  de  vengarse,  no  había  sido  el  solo  en 
personificar,  en  el  transcurso  de  la  campaña  de  Venezuela, 
estas  deplorables  tendencias.  Los  informes  de  Bolívar  al 
presidente  de  la  Unión  mencionan  a  cada  página  las 
preocupaciones  que  al  general  causaban  los  desmanes  de 
sus  oficiales  mejor  dotados  :  Francisco  de  Paula  San- 
tander', por  ejemplo,  de  quien  había  tenido  que  separarse 
confiándole  el  mando  de  un  destacamento  encargado  de 
velar,  después  de  la  salida  de  las  tropas,  por  la  seguridad 
de  los  valles  de   Cúcuta.    v  que.    con  el  tiempo,  había   de 


1.  rsació  en  Cúcuta  en  1792,  murió  en  Santa  Fe  de  Bogotá  el  tí  de 
mayo  de  18it);  vicepresidente  de  (lolombia  de  J821  a  1S28.  Impli- 
cado en  la  conspiración  del  25  de  septiembre  do  1828  contra  el 
Libertador,  estuvo  algún  tiempo  encarcelado  en  Puerto  Cabello,  y 
reapareció  en  18ol  en  el  escenario  político.  Fué  presidente  de  la 
República  de  Nueva  Granada  de  18o2  a  1839. 


484  IIOLIVAI! 


convertirse  en  el  más  peligroso  é  inexorable  eneniigc)  clel 
Libertador. 

Antonio  Briceño  iué  también  para  Bolívar  motivo  de 
continuos  disgustos  v  de  preocii|)aciones.  Diputado  en  el 
primer  Congreso  venezolano,  jurisconsulto  distinguido, 
Briceño,  después  de  la  entrada  de  Monteverde  en  Caracas, 
se  habi'a  refugiado  en  Cartagena.  Las  persecuciones  que 
su  familia  había  sufrido,  la  pérdida  de  su  fortuna  y  de  sus 
bienes  exasperaron  a  Briceño,  ciudadano  hasta  entonces 
apacible.  Animado  de  lanático  odio  contra  los  Españoles, 
juró  consagrarse  a  su  exterminio,  organizó  un  reducido 
cuerpo  de  voluntarios  v  se  apresuró  a  reunirse  con 
Bolívar  en  Cúcuta. 

No  obstante,  pretendía  no  obrar  sino  por  cuenta  propia, 
y  los  solícitos  consejos  del  general  de  las  tropas  grana- 
dinas para  poner  bajo  su  mando  a  aquellos  inesperados 
reclutas,  sólo  a  medias  convencieron  a  Briceño.  Ocho  días 
después  de  su  llegada  al  cuartel  general,  se  marchó,  a  la 
cabeza  de  su  gente  y  de  cincuenta  soldados  a  quienes 
obligó  a  seguirle,  y  penetró  en  la  provincia  de  Barínas. 
No  tardó  Bolívar  en  estar  al  tanto  del  extraño  concepto  que 
de  los  deberes  militares  tenía  «  ese  intruso  y  loco  militar  » 
(así  le  calificaba),  que  se  había  adornado  con  el  título  de 
«  comandante  en  jefe  de  la  caballería  de  Venezuela  »,  y 
que,  sin  órdenes,  sin  municiones  y  casi  sin  armas,  cami- 
naba a  su  propia  ruina  al  exterminar,  por  donde  pasaba, 
a  los  campesinos  aislados'.  No  lardó  Briceño  en  caer  en 
una  emboscada  que  le  había  preparado  el  coronel  español 
José  Yáñez  en  las  cercanías  de  Guadualito.  Allí  murieron, 
por  culpa  de  él,  las  tres  cuartas  partes  de  sus  compañeros, 
y,  conducido  él  a  Barínas,  fué  lusilado  por  orden  del 
coronel  Tízcar. 

Esta  aventura  pei'judicó  mucho  los  intereses  de  la  causa 
liberal,  y  las  quejas  de  Bolívar  resultaban  plenamente 
justilicadas.  Briceño  le  había  quitado  hombres  cuya  desei- 
ción,  en  horas  tan  decisivas  como  las  de  la  preparación  de 
la  cam|)aria   de  ^  <Mic/.u»'la.   ai'i'Icsgaba    desbai'alar  lodos  los 


J.    liil'oi'iucs    di'    lUAwnv  al   presidetilc    de  la   Unión.    Chucula,   '.»  de 
mayo  de  ISll!.  Mérida.  ;>0  de  mayo  de  ISJM.  D.,  IV.  HKl,  82o,  etc. 


i;i.   i.inF.ni  ADon  485 

planes  de  ííolívar.  I.os  inútiles  eiínienos  eonielidos  por 
a([nel  paiiido  de  «  inipiiidentes  ó  desorraeiados  arrastrados 
a  la  desobediencia'  ».  arrojaban,  por  otra  parto,  deplorable 
(leser(''dilo  sobre  los  patriotas,  suscitaban  inevitables 
r<'presalias  v  contribuían  a  acreditar  costumbres  odiosas 
(b'  ciutddad  v  de  anarquía  entre  los  representantes  más 
calilicados  de  la  Independencia. 

Kn  ere<'to,  desde  ([ue  la  revoluciíui  babía  entrado  en  su 
lase  activa,  el  elemento  militar  se  babía.  como  protagonista 
de  la  idea  republicana,  substituido  al  elemento  intelectual. 
1\m"o,  aunque  baciendo  en  sus  proclamas  un  uso  tan  fre- 
cuente de  la  palabra  patria  como  el  que  en  sus  discursos 
babían  liecbo  los  miembros  de  las  juntas  y  de  los  congresos, 
los  caudillos  poseían  más  imperlectamente  aún  la  noción 
sana  y  completa  del  ideal  que  preconizaban.  Hasta  entonces, 
sólo  con  uno  de  los  principios  del  concepto  de  patriotismo, 
—  cierto  que  el  más  esencial,  —  habían  podido  familia- 
rizarse los  Americanos  :  el  apego  al  suelo  natal.  El 
culto  de  los  grandes  bombres  v  de  los  grandes  recuerdos, 
cumbres  radiosas  que,  en  las  horas  críticas,  deben  ser  la 
inspiración,  la  firmeza  y  el  orgullo  de  los  pueblos,  y,  en 
fin,  el  sentimiento  de  la  solidaridad,  ([uedaban  siendo 
extraños,  no  sólo  a  la  masa  del  pueblo,  sino  también  a 
aquellos  que.  en  las  circunstancias  presentes,  resultaban 
sus  vei'daderos  mandatarios.  Rn  este  sentido,  sus  disen- 
siones V  sus  disidencias  eran  instructivas,  y  Bolívar  vio  en 
ellas  motivo  paia  una  nueva  empresa  :  iba  a  instituií'se, 
ante  sus  compatriotas,  educador  del  patriotismo. 

Una  tiei'ra,  una  raza,  una  lengua,  una  religión  comunes 
no  bastan  para  crear  «  esa  conciencia  moral  que  se  llama 
una  patria'  ».  Es  necesario  además  una  historia.  Bolívar 
escribirá  sus  más  fecundos  y  gloriosos  capítulos.  La  con- 
dición indispensable  para  la  realización,  para  la  viabilidad 
de  esa  nueva  obra  es.  no  obstante,  hacer  de  esos  jefes,  de 
esos  soldados  en  cuva  alma  inquieta  se  han.  por  decirlo 
así.     refugiado     los    (dementos    generadores    de    la     patria 

1.  Informes  de  Bolívar  al  presidente  de  la  Unión.  Cúcuta,  9  de 
mayo  de  1813.  Méiida,  30  de  mayo  de  1813.  D.,  IV,  810.  823,  etc. 

2.  Renán,  Discoiirs  et  Confévences.  Qucst-ce  qu'une  Patrie?  iCon- 
fercncia  dada  en  la  Sorbona,  el  11  de  marzo  de  1882). 


480 


íutura.  colahoracloies  conscientes  y  disciplinados.  Deberán 
penetrarse  de  la  necesidad  de  una  abnegación  altruista;  es 
preciso  que  sólo  el  pensamiento  de  haber  obrado,  de  haber 
sufrido  por  el  bien  de  todos  les  anime  y  les  sirva  de 
recompensa;  es  necesario,  en  fin,  que,  a  su  vez,  la  masa  se 
asimile  estas  generosas  nociones  y  se  haga  digna  de  la 
herencia  que  le  preparan  sus  libertadores.  Veremos  con 
que  ciencia,  con  qué  sinceridad  magníficas  se  adaptará 
Bolívar  a  ese  papel  de  educador,  y  cómo,  en  sus  inicia- 
tivas, en  sus  actos  y  palabras  se  ha  vivificado  la  lección. 

Por  de  pronto,  ruidosas  proclamas  exaltarán  las  proezas 
del  ejército  del  que  espera  Bolívar  nuevos  sacrificios  y 
nuevos  esfuerzos  :  «  Anonadados  —  les  dice  el  Libertador 
á  sus  compatriotas  ^  —  con  las  vicisitudes  físicas  y  políticas, 
hasta  el  último  punto  de  oprobio  v  de  infortunio  á  que  la 
suerte  ha  podido  reducir  á  un  pueblo  civilizado,  os  veis 
ya  libres  de  las  calamidades  espantosas  que  os  hicieron 
desaparacer  de  la  escena  del  mundo,  y  por  decirlo  así. 
hasta  de  la  faz  de  la  tierra  :  pues,  sepultados,  muertos  en 
los  templos,  y  vivos  en  las  cavernas  que  el  arte  v  la  natu- 
raleza han  formado,  estabais  privados  de  la  influencia  del 
cielo  y  de  los  auxilios  de  vuestros  semejantes. 

«  En  un  estado  tan  cruel  y  lamentable,  y  a  tiempo  que 
4  las  persecuciones  habían  llegado  á  su  colmo,  un  ejército 
)  bienhechor  compuesto  de  vuestros  hermanos,  los  ínclitos 
/  soldados  granadinos,  aparecen  y  como  ángeles  tutelares, 
os  hacen  salir  de  las  selvas,  v  os  arrancan  de  las  horribles 
mazmorras  donde  yacíais  sobrecogidos  de  espanto  ó  car- 
gados de  cadenas,  tanto  mas  pegadas  cuanto  mas  ignomi- 
niosas. Aparecen,  digo,  vuestros  libertadores,  y  desde  las 
márgenes  del  caudaloso  Magdalena,  hasta  los  floridos 
valles  del  Aragua  y  recintos  de  esta  ilustre  capital,  victo- 
riosos, han  surcado  los  ríos  del  Zulia,  del  Táchira.  del 
Boconó,  del  Masparro,  la  Portuguesa,  el  Morador  y  Aca- 
rigua,  transitando  los  helados  páramos  de  Mucuchíes, 
Boconó  y  Xiquitao,  atravesaudo  los  desiertos  v  montanas 
de  Ocaña,  Mérida  y  TrujíUo,  triunfando  siete  veces  en  las 
campales  batallas  de  Cuenta,  La  Grita.  Betijoque,  Carache, 

1.   Pi-oclama  del  8  de  agosto,  18i:{,  D,  I  Y,  8'»9. 


El.    MBEHTADOIt  487 

Ni(jiiita(>.  Bai'([iiisiineto  y  Tinaquillo,  clonthí  han  quedado 
vencidos  cinco  ejércitos  que  en  número  de  diez  mil  hombres, 
devastalian  \í\s  hermosas  jírovincias  de  Santa  Marta,  Pam- 
ph)na,  Mérida,  Trujilh),  liarínas  v  Caracas.  » 

VA  regente  de  la  Audiencia,  Heredia,  contemporáneo  dv 
estos  acontecimientos  v  de  quien  hemos  invocado  con 
frecuencia  el  testimonio,  casi  siempre  imparcial,  reproduce 
en  sus  Memorias^  el  texto  de  «  esta  pomposa  descripción, 
la  cual  —  observa  —  sólo  tiene  de  verdad  los  nombres 
de  los  lugares,  v  el  progreso  que  fué  muv  rápido...  Aquí 
alude  en  parte  al  gran  terremoto;  pero  nadie  lo  causó  sino 
a([iu'I  (lili  /•cspicit  terram  et  facit  eaní  tremeré,  ni  cesaron 
los  temblores  por  la  venida  de  Bolívar.  Las  otras  calami- 
dades ([ue  ya  habían  cesado  por  los  trabajos  de  la  Audiencia, 
fueron  el  fruto  natural  de  la  imprudente  revolución  v 
demás  tonterías  que  cometieron  sus  autores...  ni  hubo 
batallas  campales  sino  escaramuzas  y  dispersiones  ó  reti- 
radas, ni  menos  ejércitos,  sino  reuniones  tumultuarias  de 
gentes  sin  disciplina,  que  todas  juntas  no  compondrían  la 
mitad  del  número  que  se  pondera,  y  en  las  cuales  nunca 
se  presentaron  quinientos  hombres  aguerridos.  » 

Fácil  le  fuera  al  malicioso  ingenio  de  Heredia  ejercitarse 
de  este  modo  contra  Bolívar,  si  éste  no  hubiera  sido  el 
primero  en  discernir  en  sus  discursos  la  parte  que  daba  él 
a  las  realidades  y  la  que  concedía  a  la  imaginación.  Some- 
tido al  ideal  de  su  época,  y.  por  otra  parte,  arrastrado  por 
su  temperamento  romántico,  Bolívar  propendía  forzosa- 
mente al  estilo  declamatorio;  pero,  en  esta  ocasión,  adrede 
V  con  complacencia  empleaba  la  hipérbole.  Al  exagerar  los 
títulos  de  sus  soldados  al  agradecimiento  de  la  nación 
venezolana,  sabía  que  debía  inspirarles  el  sentimiento  de 
que  la  suerte  del  país  vuelto  a  la  libertad  dependía  ahora 
de  ellos  solos.  Al  mismo  tieuipo,  ennoblecía  la  naturaleza 
de  las  hazañas  de  sus  compañei-os  de  armas  para  excitarles 
a  llevar  a  cabo  otras  más  meritorias  aún.  En  suma,  quería 
que  el  puebU)  estimaia  por  encima  de  todo  las  virtudes 
militares;  entonces,  el  ideal  de  cada  uno  sería  concurrii-  a 
la  salvación  de  la  patria  alistándose  entre  aquellos  a  ([uienes 

1.  Op.  (•//.,  p.  163. 


'iSS  nOLIVAlt 

Bolívar  daba  aún  el  glorioso  título  de  «  defensores  del 
suelo  natal  ». 

Después  de  haber  consagrado  los  primeros  momentos  al 
júbilo  de  la  victoria,  fué  necesario  proceder  al  estableci- 
mi<Mito  del  nuevo  oobierno.  v.  el  13  de  agosto,  anunció 
en  una  segunda  pioclama'  que  el  ejército  libertador  no 
había  venido  sólo  para  vengar  la  dignidad  americana  ultra- 
jada injustamente,  sino  también  con  el  fin  de  «  con- 
sei'var  a  toda  costa  la  República  ».  Una  asamblea  de 
notabilidades,  convocada  solemnemente,  discutiiá  v  decre- 
tará la  forma  de  gobierno  que  parezca  adaptarse  mejor 
al  estado  del  país.  «  Aun  no  ha  terminado  la  guerra 
—  añadía  Bolívar  —  v  me  he  propuesto  llevar  mis 
huestes  vencedoras  donde  quiera  que  hava  enemigos  de 
la  Patria  ^.  » 

Todos  los  cuidados  del  joven  general  parecen,  además, 
concentrarse,  en  aquel  momento,  en  la  organización,  el 
equipo,  el  mejoramiento  material  y  moral  del  ejercito. 
Dibuja  él  mismo  los  uniformes  que  destina  a  los  sol- 
dados y  que  un  próximo  decreto  habrá  de  especificar*. 
Pasa  revistas,  rodeado  de  imponente  escolta,  tal  vez 
soñando  ya  con  una  guardia  consular,  y,  cuando  menos, 
descubriendo  en  torno  suyo,  entre  aquellos  soldados  cuyos 
progresos  le  encantan,  a  muchos  hombres  capaces  de 
suministrarle  los  elementos  para  ella.  Sabe  decir  a  cada 
uno  palabras  de  esas  cuyo  recuerdo  hará  héroes  cuando 
lleffue  el  momento  de  entrar  en  acción. 

o 

Hubiera  deseado  Bolívar  poder  prolongar  aquellos  días 
de  reposo  tan  necesarios  y  tan  preciosos  para  la  prepara- 
ción de  la  campaña  que  se  anunciaba.  Sin  embargo,  los 
Españoles  se  rehacían  por  todas  partes,  y  hasta  en  las 
cercanías  de  Caracas,  investido  temporalmente,  por  el 
gobierno  provisional,  del  poder  civil  y  militar,  decidió 
Bolívar,  el  16  de  agosto,  atacar  a  Monteverde  en  Puerto 
Calxdlo  y  salió  él  mismo  para  dirigir  las  operaciones  del 
sitio.  Un   empréstito  forzoso  de  120  000  pesos  impuesto  a 

1.  Proclama  del  13  de  agosto  de  1813  a  los  Venezolanos.  D.  IV,  85o. 

2.  Id. 

3.  Decreto  del  17  de  oclubre  de  1813.  D.,  IV,  885. 


F.L    I.IBEiriADOl!  'iS'.» 

los    ii('0()('iant(*s    españoles     ({iiedatlos    en    (^araeas.    había 
j)einulul()  subvenir   a   los  gastos  más   urgentes.  La  pobla- 
ción había  respondido  a  los  llamamientos  del  Libertador. 
Kn  sólo   una   semana   se  presentaron  mil  voluntai'ios.  Por 
desgracia,  era  necesario  dejar  en  Caracas  una  guarnición,/ 
V  Bolívaí'  entró  de   nuevo  en  campaña  con  un  ejército  muy  \    ) 
mermado,  cuyo  único  contingente  apreciable  lo  constituían  7   / 
las  tropas  granadinas. 

Apenas  llegado  a  ^alencia.  los  acontecimientos  le  obli- 
garon   a    reducir  aún    sus  electivos.    Los    realistas    habían 

o 

reavivado  la  contra-revolución  en  los  valles  del  Tuy.  a 
algunas  leguas  al  sudeste  de  Caracas.  A  toda  prisa  tuvo 
(jue  salir  José  P'rancisco  Montilla,  a  la  cabeza  de  un  des- 
tacamento. Sin  gran  esfuerzo  dispersó  las  bandas  de 
esclavos  alistados  por  los  Españoles  v  que  salieron  a  su 
encuentro.  Pero  no  fué  definitivo  este  éxito.  Se  orga- 
nizaron gran  número  de  guerrillas.  No  tardó  Montilla  en 
pedir  socorros  y,  a  pesar  de  los  refuerzos  que  le  envió 
Bolívar,  no  pudo  conseguir  dominar  la  insurrección. 
Esta,  poi-  otra  parte,  se  perpetuó,  se  agravó  y  acabó 
por  llegar  a  ser.  para  la  capital,  un  temible  v  constante 
peligro. 

Entre  tanto.  Bolívar,  detenido  así  en  su  marcha  contra 
Puerto  Cabello,  recibió,  repetidamente,  malas  noticias. 
Boves,  ex  lugarteniente  de  Cajigal,  había  reclutado  en  los 
llanos  gran  número  de  partidarios.  Por  otra  parte,  el  cura 
Torrellas,  cuyo  concurso  había  sido,  dos  años  antes,  tan 
precioso  para  Monteverde,  sublevó  de  nuevo  los  pueble- 
citos  indios  de  la  región  de  Coro,  se  unió  al  cacique 
Reyes  Vargas  v  avanzaba  al  oeste  con  un  cuerpo  franco  de 
unos  mil  hombres.  Contra  aquellos  inesperados  enemigos 
destacó  Bolívar  dos  divisiones,  de  seiscientos  soldados 
cada  una.  bajo  el  mando  de  Tomás  Montilla.  que  partió 
hacia  Calabozo,  y  de  Ramón  García  de  Sena',  ([ue  tomó  el 
camino  del  occidente.  Dichos  jetes  llevaban  como  instiuc- 
ciones  el  reunirse  después  ante  San   Fernando  de  Apure, 

1  Nacido  eu  Caracas,  tomó  parte  en  la  campaña  de  Nueva  Grana- 
da al  lado  de  Bolívar  en  1812,  luego  en  la  liberación  de  Venezuela 
en  1813.  Después  se  distinguió  en  los  grandes  combates  de  Boca- 
cliica,  Arado.  Carabobo,  en  1814,  y  fué  muerto  en  el  de  La  Puerta. 


490  ROI.IVAI? 

en   dónele  el   coronel   Yáñez   eonlaija  eon  iuerzas   relativa- 
mente considerables. 

Una  vez  tomadas   estas   disposiciones  y  no  teniendo  ya 

con    él    más    que   ochocientos   hombres,    resolvió    Bolívar 

emprender  sin  tardanza  el  sitio  de  Puerto   Cabello.  De  un 

momento  a   otro  podía  recibir  refuerzos  Monteverde,   y  la 

única  probabilidad   de  éxito  que  parecía  quedar   por  este 

lado    a  los   patriotas   era  el    ataque    inmediato.    El  25   de 

i    agosto,  se  presentaban  pues  ante  la  ciudad,  y,   merced  al 

(  vigor    de    la    primera    división    granadina,    mandada    por 

S  Girardot.    se    apoderaron    de    los    reductos    avanzados    de 

Las  Visrías.  En  seofuida  mandó  Bolívar  ouarnecei"  aquellas 

o  o  OÍ 

obras  con  las  piezas  de  artillería  que  había  traído  de 
Valencia,  v  pudo,  al  día  siguiente,  abrir  el  luego  contra 
los  barcos  de  la  escuadrilla  lealista  acoderados  delante  de 
la  fortaleza  de  San  Felipe.  La  oportunísima  llegada  de 
tres  lanchas  cañoneras  republicanas,  que  acudieron  a 
(tcupar  la  desembocadura  del  río  San  Esteban,  al  oeste  de 
Piiei'to  Cabello,  permitió  a  Bolívar  acosar  sin  descanso  la 
ciudad  y  el  Inerte  donde  se  había  refugiado  la  guarnición. 
Mientras  tanto,  proseguían  sus  tareas  los  patriotas.  Desde 
el  2G  al  29  hubo  varias  escaramuzas  sin  consecuencias.  En 
íin,  el  31  de  agosto,  a  las  10  de  la  noche,  Bolívar,  después 
de  haber  hecho  avanzar  dos  divisiones  de  tropas  ligeras 
hasta  el  pie  de  los  baluartes  de  la  línea  de  defensa,  intentó 
el  ataque  general.  Los  sitiados  lograron  rechazarlo.  Las 
pérdidas  fueron  considerables  en  ambas  partes,  aunque 
más  importantes  en  el  campo  de  los  patriotas  :  tuvieron 
éstos  cerca  de  cien  hombres  y  crecido  número  de  oficiales 
fuera  de  combate.  Sin  embargo,  la  guarnición  que  defendía 
el  reducto  del  Mirador  de  Solano  abandonó  su  puesto;  los 
republicanos  hicieron  prisioneros  a  la  mayor  parte  de  los 
soldados  de  él  así  como  a  su  comandante  Zuázola,  cuyos 
abominables  crímenes  durante  la  reciente  campaña  de  las 
provincias  orientales  había  espantado  hasta  a  sus  mismos 
compatriotas.  Bolívar  hizo  proponer  a  Monteverde  el 
canjear  a  Zuázola  poi-  uno  de  los  oficiales  republicanos 
retenidos  prisionei'os  en  Puertc»  Cabello,  pero  se  negó  a 
ello  el  general  español,  y,  entonces,  Zuázola  fué  ahorcado 
i\\\\r.  los  muros  de  la  ciudad. 


FJ.    I,  IB  RUTAD  OH  491 

Aiin(|uc  muy  quebrautados  por  el  iVaoaso  de  su  tenta- 
tiva, los  patriotas  habrían  deseado  tomar  un  pronto  des- 
quite. Pero  comenzaban  a  hacer  estragos  las  fiebres  ocasio- 
nadas por  la  estación  do  las  lluvias;  al  mismo  tiempo,  se 
recibían  malas  noticias  de  los  valles  del  Tuy,  en  donde 
causaba  grave  daño  a  Franscisco  Montilla  la  sublevación; 
de  los  llanos,  donde  Bóves  acababa  de  derrotar  una 
columna  republicana  en  La  Corona,  cerca  de  Santa  María 
de  Ipire;  de  la  región  de  Barquisimeto.  destrozada  por 
las  bandas  armadas  de  Torrellas  v  del  indio  Revés  Va  roas. 
Marino,  ([ue  seguía  encerrado  en  Cu  maná  con  numerosas 
fuerzas  cuya  entrada  en  acción  haljiía  podido  salvar  la 
licpública.  se  negaba  a  escuchar  las  súplicas  de  Bolívar,  v 
éste  no  tenía  que  contar  ya  más  que  con  él  mismo  para 
hacer  frente  a  los  crecientes  peligros  í[ue  de  todos  lados 
iban  a  arreciar  sobre  Venezuela. 

Bolívar  se  decidió  entonces  a  levantar  el  sitio  de  Puerto 
Cabello  v  a  volver  a  Valencia,  en  donde  le  sei-ía  posibhí 
dar  algún  descanso  a  su  gente,  acaso  aumentarla,  v 
recibir  de  Caracas  socorros  indispensables.  Pero,  flaqueaba 
el  entusiasmo,  la  desmoralización  comenzaba  a  hacerse 
sentir,  y  los  soldados,  tan  decididos  hacía  poco,  parecían 
atacados  de  ella.  A  pesar  de  las  penosas  molestias  que  les  / 
infligía  la  insalubridad  del  clima,  los  Granadinos  conser-  \ 
vahan  su  buen  humor  v  su  valentía;  mas  no  se  podía  decir 
lo  mismo  de  los  reclutas  venezolanos,  insuficientemente 
ejercitados,  y,  también,  acosados  por  las  incitaciones 
deprimentes  de  los  emisarios  españoles  disimulados  en  las 
filas  del  ejército.  Nunca  habían  sido  más  necesarias  las 
lecciones  de  patriotismo.  Por  fortuna  para  Bolívar,  pronto 
iba  a  presentarse  nueva  ocasión  para  tales  lecciones. 

Al  regresar  a  Valencia,  el  18  de  septiembre,  supo  que 
la  expedición  confiada  a  García  de  Sena  había  dispersado, 
y  anonadado  en  parte,  en  las  cercanías  de  Barquisimeto. 
en  Cerritos  Blancos,  el  cuerpo  de  insui'rectos  mandado  por 
el  cura  Torrellas.  Esta  victoria  daba  a  Bolívar  tiempo 
para  rehacer  y  reforzar  sus  propias  tr(»pas.  según  era  su 
deseo,  v  para  preparar  nuevas  h()stllidades  contia  Monte- 
verde. 

Entre   tanto,   el   capitán   general    había   recibitlo  los   tan 


¥.)2  liOLlVAll 

deseados  leliierzos.  Una  expedición  costeada  por  los 
negociantes  de  Cádiz,  y  compuesta  de  :  la  fragata  la 
Vcní^anza.  de  40  cañones,  de  un  liergantín  armado  v  de 
seis  transportes  que  conducían  a  i  200  hombres  l^aio  el 
mando  del  coronel  José  Miguel  Salonnui.  ancló,  el  1(3  de 
septiembre,  en  las  aguas  de  Puerto  Cabello.  Alentado  por 
la  retirada  de  los  republicanos,  y  seguro  de  vencer  fácil- 
mente a  Bolívar.  Monteverde,  después  de  dejar  una 
numerosa  guarnición  en  la  plaza,  tomó,  a  la  cabeza  de 
1  600  hombres,  el  camino  que  costea  el  río  de  Aguas 
Calientes  hacia  Valencia,  y  se  estableció,  el  25  de  sep- 
tiembre, en  los  desfiladeros  de  Las  Trincheras  con  el 
grueso  de  su  efectivo.  Al  mismo  tiempo  envió  500  hombres 
para  que  ocuparan,  en  Bárbula,  la  entrada  del  valle  de 
San  Esteban,  al  nordeste  de  Valencia. 

Sorprendidos  por  aquellas  inesperadas  iniciativas,  los 
patriotas  las  atribuyeron,  al  pronto,  a  alguna  sabia  manio- 
bra y  se  prepararon  con  resuelta  decisión  a  la  defensiva. 
En  realidad.  Monteverde  había  tomado  sus  disposiciones 
al  azar  y  sin  plan  preconcebido.  No  desperdició  Bolívar  la 
ventaja  que  le  prometía  la  impericia  de  su  enemigo.  Lanzó 
sobre  las  alturas  de  Bárbula  las  divisiones  de  Girardot  y 

7  D'Elhuyar,  sostenidas  por  una  columna  de  reserva  man- 
dada por  Urdaneta.  Los  Granadinos,  trepando  con  admi- 
rable intrepidez  por  las  escarpadas  pendientes,  en  las  que 
llovía  mortal  granizada  de  balas  de  los  Españoles,  desalo- 
jaron al  enemigo  de  aquella  posición,  que  él  creía 
inexpugnable.  Pero  esta  victoria  fué  pagada  caramente  por 
los  patriotas.  Sus  pérdidas  fueron  considei-ables,  siendo  la 

',   mas  cruel  la  de  Girardot.  que  cavó  mortalmente  herido  de 

C  una  bala  en  la  frente  en  el  momento  en  ([ue,  saludando  a 

L,  sus  soldados  con  un  poderoso  grito  de  victoria,  clavaba,  en 
'¿  las  alturas  conquistadas,  la  bandera  de  la  legión  granadina 
/   (30  de  septiembre). 

/  Dos  días  después,  al  anochecer,  Bolívar,  con  todas  sus 
tropas,    se    puso    en    marcha    hacia    Las    Trincheras.    Los 

/   Granadinos  ardían  en  deseo  de  vengar  la  muerte  de  su  jefe. 

/■  Pidieron  sei'  los  únicos  en  dar  asalto  a  los  atrincheramientos 
de  Monteverde.  Consintió  en  ello  Bolívar;  pero,  deseoso 
de  provocar  entre  los  vcdiintaiios  de  Caracas  sentimientos 


i;i.     l.lliKIl  I  ADOIt  /l'J.} 

(k-  ((Mil  lalfiiiidad  v  cimilacHuí,  dccitlio  ([iic  una  div¡s¡('>ii 
de  soldados  venezolanos  lomaría  |)arle.  con  la  div¡si(')n 
^i'anadina.  en  el  primer  ataque  de  í.as  Ti'inelieras.  Se 
elei-hK»  este  en  la  mañana  (l(d  .'{  de  oetul)re.  VA  combate 
dur<'>  s('»lo  cinco  o  seis  horas  v  lúe  terrible.  La  c(»nsif»iia 
era  :  veiicei'  o  moiii'.  Nada  |)uilo  detener  v\  empuje  de  los 
patriotas.  íiOS  atrincheramientos  lueron  tomados  a  la 
bayoneta.  Indecible  encarnizamiento  animaba  a  los  agi'e- 
sores  V  a  los  delensores.  La  mitad  de  los  soldados  españoles 
([uedó  en  el  campo  de  batalla.  Gravemente  herido,  Monte- 
verde  reuni(')  lo  que  quedaba  de  sus  tropas  y  tomó  la 
retirada  hacia  Puerto  Cabello.  Bolívar  envió  a  D'Elhuyar  y  i 
a  los  Granadinos  en  persecución  suya,  con  orden  de  sitiar  \ 
de  nuevo  la  ciudad,  cuyo  mando  tomó,  entonces,  el  coronel 
Salomón. 

La  muerte  de  Girardot  suministró  a  Bolívar  pretexto, 
buscado  por  él  desde  hacía  tiempo,  para  avivar  el  ardor 
patriótico  de  sus  conciudadanos.  La  impresión,  a  la  vez 
dolorosa  y  recontbrtante,  que  aquella  muerte  había  pro- 
ducido entre  los  compañeros  de  armas  del  valiente  y 
alectuoso  Girardot,  ilustraba  con  admirable  ejemplo  la 
teoría  sostenida  por  Bolívar,  tomada  de  los  recuerdos  de  la 
Revolución  francesa,  de  que  «  el  ejército  no  es  sino  la 
patria  misma  combatiendo  v  muriendo  por  las  leyes'  «.El 
reciente  acontecimiento  llevaba  el  pensamiento  del  mara- 
villoso educador  a  at[uellos  tiempos  ('picos  en  que  se  habían 
lormado  los  incomparables  soldados  cuva  alma,  obra  de 
los  Franceses,  <(  grandes  maestros  de  la  guerra  »,  decía 
Bolívar'-,  había  sido  formada  a  imagen  de  la  bravura 
misma.  Bolívar  evocaba  las  fraternales  legiones  de  la 
Francia  del  92,  los  apodados  por  Michelet  «  héroes  de  la 
paciencia  »,  soldados  del  Rhin,  de  Sambre-et-Meuse  y  de 
Italia,  los  «'  terribles  andarines  »,  aquellos  Vascos  de 
quienes  hizo  «  titanes  »  La  Tour  d'Auvergne —  El  corazón 
del  «  granadero  muerto  en  el  campo  de  honoi'  »,  llevado 
en  una  caja  de  plata  a  la  cabeza  de  la  primera  compañía 
de    la     'id'    media    brigada,    realizaba    ¡irodigiíts.    Dada     la 


1.  \  .  .Miciii.ii  r,  Les  Soldáis  de  la  Ré\olution. 
'1.  .Miiiiilieslo  (le  (^arlageiui.    1'.  siipnt. 


49i  bolívar 

semejanza  de  las  circunstancias,  se  pocha  intentar  el  expe- 
rimento con  el  corazón  de  Girardot. 

Tal  fué  el  origen  de  la  decisión  que  tomó  entonces 
Bolívar,  decisión  que  le  valió  las  burlas  de  algunos  \  pero 
cuyos  efectos  no  traicionaron  por  cierto  los  nobles  pensa- 
mientos que  la  habían  inspirado.  El  corazón  de  Girardot, 
encerrado  en  una  urna  de  plata,  fué  llevado  con  gran 
pompa,  por  Bolívar  v  su  estado  mayor,  a  Caracas,  adonde 
fueron  enviadas  órdenes  para  un  solemne  recibimiento^. 
Se  efectuó  éste  el  13  de  octubre.  Bajo  apariencias  teatrales. 
Bolívar  le  hizo  dar  un  sello  de  cautivadora  y  verdadera 
grandeza.  La  municipalidad,  las  corporaciones,  los  notables, 
los  altos  funcionarios,  los  oficiales  de  la  guarnición,  y  la 
población  toda,  salieron  al  encuentro  de  Bolívar,  v  con  no 
fingida  emoción  se  inclinaron  ante  la  prestigiosa  reliquia. 
Aquel  día,  los  Venezolanos  comulgaron  en  un  mismo  fervor 
de  patriotismo  :  fué  aquella  una  importante  etapa  en  la  vía 
en  c[ue  les  encarrilaba  el  Libertador. 

Nuevas  aclamaciones,  a  las  que  pareció  tanto  menos 
insensible  cuanto  que  eran  el  vivo  testimonio  de  una  popu- 
laridad de  la  que  había  de  beneficiar  sobre  todo  la  causa 
liberal,  saludaron  a  Bolívar.  Las  campanas,  los  cañones, 
las  músicas  mezclaron  una  vez  más  sus  voces  triunfales 
para  celebrar  su  gloria.  Una  delegación  de  la  municipalidad, 
presidida  por  Cristóbal  de  Mendoza^,  gobernador  de  la 
ciudad,  entregó,  al  día  siguiente,  al  general,  el  acta  que 
acababa  de  redactar  el  cabildo '%  y  por  la  cual  «  le  aclama  la 
asamblea  con  el  sobrenombre  de  Libertador  de  Venezuela, 
para  que  use  de  él  como  de  un  don  que  consagra  la  patria 
agradecida  á  un  hijo  tan  benemérito.  » 

Al  aceptar  este  título,  que  llevó  después  oficialmente  y 

1.  VA  periódico  El  Español,  que  por  enlonces  publicaba  en  Londres 
el  escritor  español  Blanco-White,  aunque  favorable  a  los  intereses 
sudamericanos  criticó  violentamente  la  conducta  de  Bolívar  en 
aquella  circunstancia. 

2.  Decreto  del  6  de  octubre  de  1813.  D.,  IV,  876. 

3.  Nació  en  Trujillo  en  1772,  falleció  en  Caracas  en  1829.  Emii^rado 
en  Nueva  Gi-anada  después  de  la  caída  de  Miranda,  fué  nombrado 
por  Bolívar  gobernador  de  Mérida,  después  de  Caracas  en  1821. 
Combatió  (U)n  ardor  las  tendencias  sepai-atistas  de  Pácz,  en  182G. 

'i.  Acta  de  la  Municipalidad  de  Caracas,  de  1'»  de  octubre  de  181o. 
D.,  IV,  HS'i. 


EL    LIBE  UTA  DO  R  495 

con  el  cual  ha  pasado  a  la  poslcridad,  Bolívar  conteste»  ([iie 
la  recompensa  que  le  era  c(Micedida  era  a  sus  ojos  «  más 
gloriosa  y  satisfactoria  (jue  el  cetro  de  todos  los  imperios 
de  la  tierra;  pero  U.  SS.  deben  considerar  que  el  Con- 
greso de  la  Nueva  Granada,  el  mariscal  de  campo  José 
Félix  Rivas,  el  coronel  Atanasio  Girardot,  el  brigadier 
Rafael  Urdaneta,  el  comandante  D'Elhuyar,  el  comandante 
Elias,  y  los  demás  oficiales  y  tropas,  son  verdaderamente 
estos  ilustres  libertadores.  Ellos,  señores  y  no  yo,  merecen 
las  recompensas  con  que,  á  nombre  de  los  pueblos,  quieren 
U.   SS.  premiar  en  mí,  servicios   que  estos   han  hecho'.   » 

Inspirándose  en  esta  generosa  declaración,  Bolívar,  días 
después,  instituyó,  por  decreto  del  22  de  octubre  de  1813, 
la  orden  de  los  Libertadores  de  Venezuela- ,  destinada  «  a 
tributar  á  los  libertadores  de  la  Patria  un  honor  que  les 
distinga  entre  todos  para  expresar,  en  símbolos  que  repre- 
senten sus  grandes  servicios,  la  gratitud  v  consideración 
que  todos  les  deben  ». 

En  lo  sucesivo,  todos  los  que  merecieran  distinciones 
honoríficas  podrían  obtenerlas;  hasta  entonces,  habían 
quedado  excluidos  de  ellas  los  que  no  pertenecían  a  la 
aristocracia  española  o  criolla.  La  decisión  de  Bolívar 
constituía  un  medio  superior  de  vulgarización  de  los  senti- 
mientos que  Bolívar  quería  desarrollar,  el  estimulante  por 
excelencia  del  patriotismo  :  «  Despertando  el  heroísmo 
que  duerme  en  todo  corazón,  dice  Carlvle^,  es  cómo  puede 
ganar  adherentes  una  religión  cualquiera.  »  La  de  la 
patria,  más  que  otra  ninguna,  sin  duda.  Sabía  el  Liber- 
tador qué  poderoso  prestigio  ejercería  sobre  sus  conciuda- 
danos aquella  otra  Lei^ión  de  Honor;  preveía  los  milagros 
que  iban  a  realizarse  bajo  su  amparo. 


1.  Bühvar  a  la  ilustre  niuuicipalidad  de  Caracas,  18  de  octubre  de 
1814.  D..  IV,  884. 

2.  D..  V.  889  La  condecoración  de  los  Libertadores  consistía  en 
una  estrella  de  siete  rayos,  simbolizando,  dice  el  decreto,  c(  las  siete 
provincias  de  la  República  » :  tenía  en  el  centro  la  inscripción  : 
I.ihertador  de  Venezuela;  en  el  reverso,  el  nombre  de  Bolívar.  La 
orden  de  los  Lihertadorcs  fué  la  primera  instituida  en  Sudainéiica. 
Mas  tarde,  San  Martin,  O'IIigg-ins  crearon  la  f.egión  do  Mérito  y  la 
Orden  del  Sol. 

?>.  Los  ¡íéroes. 


4'j(j 


IV 


Miiiiño  íur  mu»  de  los  primeros  (|iie  i'eeil>iert)ii  el 
ilíploiiia  (le  la  t>rtlen  de  los  Libertadores,  ([iie  Bolívar  se 
hal)ía  apresurado  a  enviarle  con  una  carta  nuiv  hábil'  en 
la  cual  rendía  homenaje  al  mérito  «  del  general  en  jete  del 
ejército  de  Oriente  ».  «  Remito  á  US.,  le  decía,  algunas 
de  estas  veneras  para  que  se  sirva  distribuirlas  entre 
aquellos  jefes  más  ilustres  que  bajo  las  órdenes  de  US. 
han  |)lantado  en  el  Oriente  oprimido  el  árbol  de  la  litertad. 
Yo  mismo  I;i  llevo,  pues  aunque  en  la  íeliz  empresa  (jue 
han  terminado  con  gloria  nuestras  armas,  soy  el  ínfimo 
en  mérito,  sin  embargo  el  honor  que  he  tenido  de  conducir 
los  ejércitos  libertadores,  junto  con  mis  sentimientos 
incontrastables  por  la  libertad  de  la  patria,  de  que  puedo 
responder,  me  obligan  á  no  desdecir  la  divisa  del  ejército 
que  está  á  mis  órdenes.  Suplico,  por  lo  tanto,  á  US.  se 
sirva  usar  la  misma  venera,  que  la  gloria  de  haber  liber- 
tado su  patria  del  yugo  español,  pone  imperiosamente  sobre 
su  intrépido  pecho  que  expuso  al  sacrificio  en  el  campo 
por  la  libertad  veneztdana.  » 

Ni  las  protestas  de  amistad  con  que  terminaba  aquella 
carta,  ni  el  espíritu  conciliador  que  demostraba,  ni  las 
solicitaciones  verbales  que  transmitió  fielmente  el  mensa- 
jero encargado  de  presentar  el  envío  a  Marino,  consi- 
guieron impresionar  al  dictador  de  las  provincias  orien- 
tales. Persistía  cada  vez  más  en  su  irreducible  obstinación, 
sin  parecer  preocuparle  en  lo  más  mínimo  las  funestas 
consecuencias  de  su  actitud.  Reducida  a  los  solos  contin- 
gentes de  Bolívar,  la  defensa  republicana  no  podía,  en 
efecto,  oponer  suficiente  resistencia  a  los  esfuerzos  de  la 
contra-revolución.  Los  realistas  ganaban  terreno  cada  día, 
V  volvían  a  tomar  viii'orosamente  la  ofensiva. 

./o 

En  el  sur,  Boves  v  Morales  habían  conseguido  reunii' 
un  verdadero  ejército.  Nadie  hubiera  espejado  tan  fecunda 
inicial  ¡va     de     a([uellos    <d)S('uros     oficiales     que    parecían 

1.  B()li\;ii'  al  tieiioral  cu  jcl'e  del  Ejéroilo  de  Oriente.  Valencia, 
'í  de  n()\  icnihrc  do  I  S I 'i .  O  l.ciiry,   Doc,   V.   XIII,  ]).    'i()5. 


EL    LIRERTADOH  497 

condenados  a  la  inacción  en  los  llanos,  sin  iccuisos  de 
ningún  género.  Pero  nn  seguro  instinto  les  había  revelado 
(jué  elemenlos  decisivos  podría  sacar  la  guerra  de  la  pobla- 
ción de  aquellas  legiones  mal  exploiadas  hasta  entonces, 
V  cuvos  recursos  eran  desconocidos. 

Nacido  (MI  Gijón,  en  Asturias,  José  Tomás  Boves.  cuvo 
verdadero  apellido  era  Rodríguez,  era,  hacia  1808, 
empleado  como  [)ilolín  ])or  los  hermanos  .loves.  armadores 
españoles  de  Puerto  Cabello.  Se  dedicaba  al  contrabando, 
por  lo  cual  íu(''  condenado  a  ocho  años  de  cárcel;  pero, 
merced  a  la  influencia  de  los  Joves,  su  pena  fué  conmutada 
por  desticri'oen  Calabozo.  Deseoso  de  que  luera  olvidado  su 
nombre,  tomó  Rodríguez  el  de  sus  protectores,  modifi- 
cando la  inicial,  y  dirigió  una  pequeña  factoría.  La  Revo- 
lución, cuva  causa  abrazó  él  en  seguida,  lo  convirtió  en 
jefe  de  guerrilleros  cuyos  comienzos  no  fueron  muy 
felices.  Las  autoridades  republicanas  le  acusaron  de  mode- 
ración V  confiscaron  sus  bienes.  Fué  encerrado  en  un 
calabozo,  del  que  lo  sacó  el  jefe  realista  Antoñanzas,  poco 
después  de  la  llegada  de  Moiilevcrde  a  Caracas. 

Irritado  por  la  injusticia  que  había  padecido,  Boves, 
desde  aquel  momento,  jnró  odio  mortal  a  los  patriotas. 
Cajigal,  a  quien  acompañó  en  la  expedición  enviada 
contra  Marino  y  Piai%  le  ascendió  al  grado  de  capitán.  Ya 
hemos  visto  cómo,  después  de  la  toma  de  Barcelona,  se 
comprometió  Boves  a  organizar  un  cuerpo  de  tropas  tan 
numeroso  como  fuera  posible  y  a  pelear  contra  los 
enemigos  de  España. 

Su  compañero  Francisco  Morales  era  originario  de 
Canarias.  Después  de  servir  en  las  milicias  coloniales,-se 
retiró  a  un  pueblo  de  la  provincia  de  Caracas,  en  donde 
ejerció  el  modestísimo  oficio  de  revendedor.  Lo  mismo 
que  Boves,  tuvo  ciertos  disgustos  con  los  republicanos,  por 
quienes,  también  ó\.  se  había  pronunciado  a  comienzos  de 
la  Revolución,  y  no  tardó  en  pasarse  al  ejército  realista. 
Monteverde  le  nombró  alfV'rez  de  artillería  y  le  recomendó 
a  Cajigal. 

La  insuficiencia  militar  de  Boves  y  Morales  era  suplida 
por  una  bravura,  una  perseverancia,  una  actividad  verdade- 
ramente  extraordinarias  en   aqu(dla   ('poca,    en   la  que.   sin 

3-2 


/i9S  líOIJXAl! 

i'inbarii'o-    ii<>    cscíiscíil^an    tales    cualidades.    Y   más  aún    so 

o 

señalaron  por  una  ciueldad  en  cieiio  modo  nietódiea  en 
Boves,  instintiva  y  tlcseoncei'tante  en  Morales. 

Uno  V  oti'o  poseían  un  don  prodio'ioso  de  autoridad 
sobre  los  habitantes  seniibfirbaros  de  los  llanos.  Conocidos 
bajo  la  denominación  general  tie  llaneros,  los  moradores 
de  las  llanuras  tlel  Orinoco  y  de  sus  afluentes  se  distin- 
miían  de  todos  los  demás  mestizos  por  una  individualidad 
eminentemente  característica.  Lo  mismo  que  los  ¿gauchos, 
de  la  pampa  argentina,  cuyos  instintos  guei'i'eros  y  san- 
guinarios acababa  de  despeitar  Artigas,  los  llaneros  se 
mostraban  hoscos,  ingeniosos,  incansables.  Acostumbrados 
d(^sde  su  inlancia  a  domar  los  caballos  salvajes  que 
pueblan  por  millares  las  sabanas,  se  dedicaban  a  la  guarda 
de  las  recuas  de  caballos  y  de  mulos,  y  de  las  vacadas, 
atentos  únicamente  a  delenderlos  conti'a  las  fieras  y  las 
intemperies  del  (dima.  aislados  dui'ante  meses  enteros  en 
los  sitios  altos  de  la  llanura,  cuando  la  estación  de  las 
lluvias  transforma  los  llanos  en  una  especie  de  mar 
interior. 

Después  de  la  sequía,  los  londos,  los  es/e/'os,  se  con- 
vierten en  pastos  maravillosos.  Entonces  es  cuando 
empieza  la  vida  típica  del  llanero.  Las  travesías  de  los 
enormes  ríos  en  donde  «  el  capitán  de  nado  »,  apretando 
con  sus  desnudos  muslos  los  ijaies  de  su  caballería,  se 
pi-ecipita  al  lío  llevando  tras  sí  el  rebaño  :  a  en  línea  recia 
se  ve  la  multitud  de  cabezas,  con  ojos  espantados,  corlar 
la  corriente.  ac<tmpañada.  a  dei'ccha  e  izquierda,  por  una 
hilera  de  barcos  cuyos  remeros  gritan  y  goljjean  el  agua 
para  impedir  tjue  los  animales,  asustados,  se  separen  del 
camino,  v  para  alejar  los  caimanes,  los  giinnotos.  los 
ix'scatlos  caribes'...  »  Al  ano(diecei'.  durante  los  des- 
eansos.  se  oroanizan  bailes  mezidados  de  canciones  oriyi- 
nales.  De  la  inmensa  poesía  de  las  extensas  soledades  v  de 
las  adoral)les  v  arrcdíadoras  noches  del  ecuador,  en  ([ue  el 
negro  Iransparente  de  la  bóveda  cídeste  se  salpica  de  luz 
V  es  sui'cado  |)oi'  el  luego  de   las  esl  relias  erran  les.   algo  se 


1.   lÍLisKK  Ri'.cLi  s,  NouvcUc  (¡ é<> giu ¡> liíc   Universelle,  XVIIÍ,  c.  iii, 
!;  (■).  sofíi'iii  (l.\i!i.  Sachs.  Aus  don  Llanos, 


i;i.    i.iüKín  AixH!  49'.) 

ha  <'(»nuin¡ca(l(>  al  alma  del  llanero.  Ku  esa  alma,  de 
horizonles  lan  ini  j)r('('i  sos  como  los  de  sus  llanos  mismos, 
siente  el  llanero  revivir  los  instintos  ancestrales  :  (d 
orgullo  del  árabe,  la  jactancia  andaluza,  la  resignación 
dócil  V  la  pueiil  alegi'ía  del  negro;  a  veces,  también,  la 
reminiscencia  del  ¡ndio  perseguido. 

Sobre  la  yei-tja,  la  palma: 
Sobi-e  la  palma,  los  ciclos; 
Sobre  mi  caballo.  Yo, 
Y,  sobre  ^  o,  mi  sombrero  '. 

En  eíeeto.  un  sombrero  de  paja,  a  veces  una  camisa,  un 
amplio  cal/,(mcillo  de  tela,  constituven  todo  el  ataví<>  d<d 
llanero.  Su  industria  se  reduce  casi  a  descuai'tizar  los 
animales  v  a  la  prepaiación  del  sebo  v  de  las  p¡(des. 
acudi<Mulo  a  las  costas  ])ara  venderlos,  al  mismo  tiempo 
([ue  (d  ganado.  Los  disturbios,  los  combates  v  los  rol)os, 
habían,  desde  hacía  algún  tiempo,  interrumpido  a([uel 
comercio.  Halló  Boves  un  poderoso  argumento  de  persua- 
si('>n  en  la  ira  ([ue  por  tal  contratiempo  sentían  los 
llaneros.  Les  dijo  que  los  patriotas  eran  los  autores  de 
todos  sus  males  v  les  hizo  creer  que  en  la  guerra  hallarían 
medio  de  reponerse  de  pérdidas.  Muchos  descontentos  se 
dejaron  convencer.  Entonces  recorrió  Boves  los  pueblos 
alistando  reclutas,  voluntai'ios  u  obligados  por  la  tuerza. 
(]oii  barrotes  arrancados  de  las  ventanas  hicieron  lanzas 
que,  por  instinto,  manejaban  de  asombrosa  manera.  Bron- 
ceados, con  músculos  salientes  bajo  la  fina  piel,  con  torso 
elevado,  indomables  como  los  fogosos  corceles  que  mon- 
tal)an  sin  silla  ni  bocado,  leroces  como  sus  toros,  sedientos 
de  matanza,  los  llaneros  se  arrojaron  a  la  pelea.  Com- 
puesta de  2  5(J()  centauros,  la  Legión  infernal,  así  llamada 
por  los  mismos  Españoles,  tomó,  a  comienzos  de  sep- 
tiembre, (d  camino  de  Calabozo. 

Allí  la  esperaban  trojias  enviadas  por  Bolívar  y  man- 
dadas por  Tomás  Montilla.  Fueron  é'stas  destrozadas  en 
el  primer  encuentro,  en  (d  llano  de  Santa  Catalina.  »d 
20  de  septiembre.   En   a([u<d    mismo  moment(».  (d   coionel 

1.  Y.  Gil  Fortoll,  Historia  Constiitícinnah  etc.,  t.  II.  lib.  lY, 
cap.  VI.  M.  OvALLKS,  El  Llanero.  Caracas,  Ut05.  etc. 


.-,()()  noi.ivAii 


Yáñez  invadía  la  piü\ lucia  de  Baiíiias  con  los  600  sol- 
dados de  iníantería  y  los  900  llaneros  que  había  logrado 
reunir  en  San  Fernando  de  Apu/e.  Sus  procederes  para 
el  reclutamiento  eran  los  de  Boves  y  Morales.  Pero, 
merced  a  los  socorros  que  le  enviaban  las  autoridades 
reales  de  la  Guayana.  había  podido  equipar  y  armar  per- 
fectamente su  iníantería.  Hacia  fines  de  septiembre  ocu- 
paba Yáñez  en  absoluto  los  llanos  del  Apure  v  de  Harinas, 
y  Boves  los  de  Calabozo  y  de  la  provincia  de  Caracas. 

Tuvo  entonces  Bolívar  c|ue  efectuar  a  toda  prisa  nuevos 
alistamientos  en  Valencia.  No  tardó  en  tener  listos  a  unos 
mil  reclutas,  a  los  que  servían  d<'  fjuía  y  de  ejemplo  dos  o 
trescientos  de  los  mejores  soldados  de  la  guarnición  de 
Valencia,  y  un  importante  contingente  de  jinetes.  El 
español  Vicente  Campo  Elias,  ([ue  se  había  cubierto  de 
gloria  desde  el  comienzo  de  la  expedición  de  Venezuela, 
fué  designado  ])ara  tomar  el  mando  de  este  ejército; 
Bolívar  había  sabido  escoger  al  digno  adversario  de 
Boves  :  ni  como  valor  ni  como  crueldad  era  inferior  Campo 
Elias  a  su  terrijjle  compatriota.  Había  dejado  en  Mérida  a 
su  mujer  v  a  sus  hijos  para  entregarse,  decía  él.  «  a  la 
dicha  de  matar  Españoles'  >k 

Impaciente  por  medirse  con  el  jefe  de  los  llaneros, 
Campo  Elias  avanzó  a  marchas  l'orzadas  y  se  halló,  el 
14  de  octubre,  cerca  de  La  Puerta,  delante  del  caserío  del 
Moscjuitei'o,  a  la  entrada  de  los  llanos.  Boves  acababa  de 
concentrar  allí  todas  sus  tropas;  2  500  llaneros  y  500  sol- 
dados de  infantería  mandados  por  Morales.  En  el  trans- 
curso de  sus  jornadas,  Campo  Elias  había  aumentado  su 
cuerpo  de  caballería,  el  cual  ascendía  ahora  a  1  500  hom- 
bres. 

Comenzó  la  acción  con  igual  furia  por  una  y  otra  parte. 
Los  llaneros  de  Boves  envolvieron  el  ala  izquierda  del 
ejército  patriota,  tratando  de  hacer  brecha  en  ella  por 
medio  de  caroas  sucesivas.  Combatían  sin  orden  de 
batalla,  huían  para  formarse  de  nuevo  y  seguir  atacando. 
Campo  Elias  no  se  desconcertaba.   Reprimía  a  sus  jinetes, 

1.  Y.  Baralt  V  Día/,.  Resumen  de  la  Historia  de  Venezuela, 
op.  rit.,  p.  180. 


i:i,    l.llíKinADOK  .">ol 

y,  iiprovochaiuU)  el  moiiieiilo  ea  que  los  llaneros,  arras- 
trados por  el  impulso  de  su  earga,  se  hal)íaii  separado  del 
campo  de  batalla,  cayó  cou  toda  su  oenlc  sobre  el  grueso 
de  la  iulautería  y  de  la  caballería  españolas.  En  menos  de 
media  bora.  se  veía  ésta  dispersa,  destroza,  exterminada. 
Los  soldados  de  ^Morales  sucumbieron  todos  hasta  el 
último.  Boves  y  Morales  —  éste  oravemente  herido,  y  que 
estuvo  a  punto  de  caer  en  manos  del  enemigo  — -  huyeron 
hacia  el  sur  v.  dos  días  después,  llegaban  al  pueblo  de 
Guayabal,  en  el  continente  del  Cniarico  y  deliVpure.  Tenían 
con  ellos  diecisiete  h(>m])res  :  todo  lo  ([ue  quedaba  d(d 
ejército  realista. 

Mientras  tanto,  entraba  en  Calabozo  Campo  Elias;  hizo 
pasar  acuchillo  a  la  cuarta  parte  de  la  población  para  casti- 
garla por  no  haberse  sublevado  contra  Boves.  Esta  espantosa 
matanza  acabó  de  apartar  de  la  causa  liberal  a  los  habi- 
tantes de  aquella  región,  quienes  buscaron  un  vengador  y 
salieron  para  alistarse  bajo  las  banderas  de  Boves.  a  cjuien 
pronto  veremos  reaparecer,  más  amenazador  que  nunca. 

Sin  embargo,  Yáñez.  había  ocupado,  desde  el  24  de 
septiembre,  la  ciudad  de  Barínas.  Al  tener  noticia  del 
levantamiento  de  los  llanos,  D.  José  de  Ceballos,  gober- 
nador de  Coro,  había,  por  su  parte,  reunido  todas  las 
fuerzas  disponibles  —  GOU  milicianos,  próximamente  —  y 
se  había  puesto  en  camino  con  objeto  de  invadir  el  occi- 
dente de  Venezuela  por  Siquisique  y  Carora.  El  17  de 
octubre  en  Bobare  y  el  23  en  Yaritagua,  derrotó  Ceballos 
a  las  débiles  vanguardias  republicanas  enviadas  a  su 
encuentro,  y,  prosiguiendo  su  marcha,  ocupó  Barcjuisi- 
meto. 

Había  pensado  el  Libertador  ([ue  bastaría  una  columna 
de  800  hombres  para  atajar  el  paso  a  aquel  nuevo  enemigo. 
y  con  esta  intención  salió  de  Valencia  Urdaneta.  Pero  el 
éxito  había  atraído  a  (^'ballos  un  número  considerable  de 
voluntarios:  la  lucha  hubiera  sido  demasiado  desicrual. 
Lrdaneta  se  detuvo  pues  en  Camclotal  sobre  las  [)en- 
dientes  de  la  cordillera  del  Altar,  (jue  domina  a  Bar([uisi- 
meto.  y  pidió  retuerzos  a  B(dívar.  Ya  se  disponía  éste  a 
acudií-  en  persona  en  socorro  de  su  lugarteniente.  Salió 
de  Caracas  en  los  primeros  días  de  novienil)re  con  nuevas 


.■)l)-2  líOLIVAl! 

Iiopus  v  líos  (»  lies  piezas  ele  eaiupaua.  \  arios  olieiales  de 
mérito  í'ormaban  parte  del  estado  mayor  de  Bolívar,  par- 
tieularmentc  el  francés  du  Cayla.  Impaciente  por  pelear, 
el  Libertador,  que  se  reunió  con  Urdaneta  el  9  de  noviem- 
bre, no  esperó  la  llegada  de  un  cuerpo  de  caballería  que 
había  de  traerle  el  coronel  Luis  Rivas  Dávila',  y  decidió 
dar  en  el  acto  la  batalla. 

El  10  de  noviembre  })(>r  la  mañana,  los  patriotas  se 
pusieron  en  marcha  por  entre  las  espesuras  de  chumberas 
^[ue  tapizan  las  laderas  de  la  meseta  de  Barquisimeto  sobre 
la  cual  les  esperaba  Ceballos  a  pie  firme  con  500  hombres 
de  infantería  y  300  jinetes.  Los  doscientos  llaneros  de  ([ue 
disponía  Bolívar  se  lanzaron  impetuosamente  sobre  los 
Españoles  y  los  dispersaron  en  un  abrir  y  cerrar  de  ojos.  A 
su  vez,  la  infantería  realista  efectuó  su  retirada,  y  el 
Libertador,  que  había  ocupado  sin  resistencia  los  primeros 
arrabales  de  la  ciudad,  mandó  tocar  las  campanas  en  señal 
de  victoria,  y  creyó  terminada  la  batalla. 

No  obstante,  Ceballos  había  reunido  sus  soldados.  Los 
patriotas  estaban  lejos  de  prever  uñ  ataque.  Fué  éste  tan 
repentino  y  vigoroso,  que.  a  pesar  de  los  esfuerzos  de 
Bolívaí',  de  Llrdaneta  v  de  los  demás  oficiales,  los  republi- 
canos, sobrecogidos  por  el  pánico,  abandonaron  la  j)laza. 
Se  les  vio  bajar  en  desorden  hacia  Gamelotal.  perseguidos 
por  los  realistas,  quienes  les  mataron  cerca  de  cuatrocientos 
hombres,  hicieron  otros  tantos  prisioneros  y  se  apoderaron 
de  dos  cañones,  tres  banderas  y  seiscientos  fusiles.  En 
esto  llegaban  a  Cabudare  los  jinetes  de  Rivas  Dávila;  pro- 
tegieron la  retirada  de  los  restos  del  ejército  de  Bolívar, 
que  con  éste  volvieron  a  Valencia,  en  tanto  que  Llrdaneta. 
sesfuido  de  unos  cien  soldados,  a  lo  sumo,  lué  a  atrinche- 

n 

rarse  en  San  Carlos. 

Entonces  pudo  Ceballos  reunirse  con  Yáñez  (|ue  se  había 
apostado  hacia  el  norte,  a  la  cabeza  de  1  500  hombres.  Los 
dos  jefes  se  encontrai'on  en  el  piu'blo  de  Araure  y  pidieron 
auxilio  al  coronel  Salomtui.  (jue  disponía  tle  recientes 
relueizos  poi'  la  llegada  a  Pucilo  Cal)ello  de  un  regimienl<» 

1.  Nacido  en  Caracas,  l^irlió  con  Bolívar,  a  quien  se  había  unido 
en  (Aira/.ao,  paia  Nueva  (iranada,  hizo  la  campaña  libei'tadoi-a  de 
18i;}  y  fué  muerto  en  el  sitio  de  I>a  Victoria  el  1 'i  de  febrero  de  ISfi. 


i:i,   i.iiíKi!  r  \i)<>ií  •">"•■{ 

tic  j^TíUiatleíos  (jiic  le  lial)ía  enviado  i-l  ^(theriuulor  ele  l'iierlo 
Rico.  De  osle  modo,  las  liií'i/.as  de  los  realistas  reuiiitlas 
liahíaii  llegado  a  cérea  de  'i  000  eoinhatienlcs.  I[id)ieiaii 
alaeado  a  Bolívar  eii  \  aléñela,  v.  seourainente.  lo  Inihieraii 
(Km  i'oladi».    Pero    Salotiióa    se  iie<>ó  a  seeuiular  tan    afinado 

o 

plan.  Tenía  envidia  a  (^'ballos  v  ([uería  obrar  |)(M-  cuenta 
propia  :  salió  pues  r\  Ki  de  noviembre  de  Puerto  Cab(dlo  y 
liM'  a  apostaise  en  las  alturas  de  Vijirima.  al  este  de 
Valencia  v  a  mitad  de  camino  de  Caracas. 

Xada  era  niiis  ravoral)le  a  l(>s  provectos  did  Libertador. 
Va\  cuanto  tu\(»  noticias  de  los  j)rimeros  mt)vimientos  <\r\ 
coj-onel  Salomón.  [)rescril)ió  a  José  Félix  Rivas  ([ue  pnsieía 
en  pie  de  guerra  un  batallón,  y  que  acudiese  a  Valencia 
para  entenderse  con  él.  Tres  días  después.  300  estudiantes 
de  ('aracas  v  200  campesinos  de  las  cercanías  se  alistan  al 
mando  de  Rivas.  El  22  de  noviembre.  Bolívar,  a  la  cabeza 
de  aquellas  nuevas  fuerzas,  está  en  Xaguanagna,  en  donde  ? 
d'Klhuvar   v   los   granadinos   se  hallaban    en   observación.    7 

o 

W  día  siguiente,  el  Libertador  mandó  atacar  el  campo 
atrincherado  de  Vijirima.  Rechazados  dos  veces.  los 
patriotas  acaban  por  rehacerse  v  denotan  a  Salomón. 
Abandona  éste  sus  armas  y  su  artillería  a  los  Oranadinos,  i 
quienes,  una  vez  más,  se  han  distinguido  gloriosamente,  y^ 
va  a  encerrarse  de  nuevo  en  Puerto  Cabello.  No  pierde  un 
instante  el  Libertador.  Envía  correos  a  Calabozo,  donde 
Campo  Elias  ha  reelutado  cerca  de  2  000  llaneros.  Según 
orden  de  Bolívar  (]ampo  Elias  se  dirige  precipitadamente 
hacia  San  Carlos.  A  este  punto  llegó  Bolívar  mismo  el 
1"  de  diciembre,  v,  cuatro  días  más  tarde,  pasaba  i'evista. 
en  el  llano  de  Araure,  a  los  3  000  hombres  de  todas  armas 
con  quienes  ilja  a  dar  un  combate  decisivo. 

Las  casitas  de  Araure  se  escalonan  en  las  laderas  de  una 
c<dina  en  ligera  ])endiente  sobre  la  cual,  dominando  el 
|)uel)lo  V  la  vasta  llanura  contigua,  se  alza  el  casiMÍo  de  l^a 
Calera.  Ceballos  v  Y;iñez  habían  hecho  de  él  una  posición 
<[ue  parecía  intomable.  10  piezas  de  campaña  estaban  en 
batería.  El  ejercito  español.  (|iie  se  eoiu|)onía  de  3  .)00  sol- 
dadíts  de  inlantería  v  cal)all<MÍa.  estaba  loiinadc»  en  una 
ancha  explanada  (pie  se  extiende  al  este  de  La  Galera  hasta 
(d    río    .\carigua.    Por   ti  es    lados    está    rodeada   de   espesos 


504  BOLÍVAli 

líosques.  y  una  laguna  la  separa  tlel  llano  de  Araure,  por 
el  cual  se  encaminaron  los  republicanos  en  la  madrugada 
del  5  de  diciembre. 

51)0  hombres  de  inlantería  íormaban  la  vanguardia,  y, 
llegados  a  orilla  de  la  laguna,  cuva  existencia  ig-noraban, 
la  rodearon  en  seguida  hacia  la  izquierda  v  se  internaron 
en  la  explanada .  Momentos  después  en  ella  yacían  sus 
cadáveres.  Los  cauones  y  la  infantería  realista  había 
abierto  un  fuego  terrible  contra  la  imprudente  vanguardia. 
Llegaron  a  su  vez  los  llaneros;  eran  más  de  mil.  y  aca- 
baron la  destrucción  total.  Entre  tanto,  llegaba  Bolívar 
con  sus  divisiones  al  campo  de  batalla.  Sostenida  en  sus 
dos  alas  por  la  caballería,  la  infantería  de  los  patriotas 
avanzaba  en  buen  orden  a  pesar  de  los  huecos  que  la 
metralla  abría  en  sus  impasibles  filas.  Cuando  los  republi- 
canos se  hallaron  a  tiro  de  fusil  de  la  infantería  enemiga, 
recurrió  Bolívar  a  su  maniobra  favorita  :  mandó  tocar  la 
carga  a  la  bayoneta.  En  vano  intentaron  los  llaneros  de 
^áñez  romper  la  doble  muralla  que  los  jinetes  patriotas 
íormaban  en  torno  de  su  infantería.  Esta,  conducida  por 
Bolívar,  derribó  con  soberbio  ímpetu  las  tropas  españolas. 
Al  mismo  tiempo,  un  destacamento  venezolano  había 
tomado  por  retaguardia  las  baterías  de  La  Galera.  Impru- 
dentemente desplegada  contra  los  flancos  del  ejército 
republicano,  la  numerosa  caballería  de  Yáñez  se  agotaba 
por  cargas  inútiles.  Los  estados  mayores  de  Ceballos  y  de 
Yáñez  huveron.  Esto  fué  la  señal  de  una  desbandada 
general.  La  caballería  realista  abandonó  el  combate.  Los 
restos  de  la  infantería  se  dispersaron  por  el  vecino  bosque. 
Los  republicanos  dejaban  sobre  el  terreno  setecientos  u 
ochocientos  de  los  suyos ;  pero  tenían  la  victoria. 
500  muertos,  300  heridos,  (¡ue,  por  cierto,  fueron  rema- 
tados inmediatamente,  10  cañones,  unos  mil  fusiles;  tal 
era  el  bahuK-e  de  las  pérdidas  españolas. 

Preocupado  de  continuo  por  la  conservación  del  fuego 
patriótico,  o  por  su  exaltación,  en  caso  de  necesidad,  el 
Ijibertador  había  sacado  útil  partido  de  las  circunstancias, 
duiante  la  campaña.  En  Vijirima.  el  coronel  Villapol,  que 
conducía  una  carga,  lúe  matado  por  el  enemigo.  Bolívar 
hizo    llamar    al     capitán    Ortega,     a     (|uien.     desde    aquel 


j:l    LIliEltTADOIt  505 

momento,  concspondía  el  mando  :  «  Desde  ahora  es 
usted,  le  dijo,  jele  de  la  dwisión  Villapol.  ¡Ya  sabe  usted 
lo  que  eso  sionlfica!  ».  Kn  aíjiiel  momento.  llovían  halas 
desde  las  alturas;  la  loj^osidad  de  los  asaltadores  partü^ía 
paralizada.  Deseoncertados  por  la  muerte  de  Villapol,  ([ue 
era  el  olieial  a  quien  más  «[uerian,  los  soldados  eslahan 
cahizhajos,  entristeeidos.  deseorazonados  :  «  Soldados,  les 
grita  Bolívar,  para  tener  derecho  a  llorar  a  vuestro  jete, 
es  necesario,  ante  todo,  vengarlo  '.   » 

Pero,  en  Araurc  fué  donde  tuvo  el  í^ihertador  la  más 
feliz  de  sus  inspiraciones. 

Siguiendo  las  tradiciones  militares  españolas,  los 
patriotas  designaban  bajo  diferentes  nombres  cada  uno  de 
los  batallones  de  su  ejército.  Aquellos  nombres  bordados 
en  la  bandera  solían  recordar  el  origen,  a  veces  también 
alguna  hazaña  del  cuerpo  de  tropas,  al  C|ue  eran  asignados. 
Quería  Bolívar  evitar  el  prodigar  denorninaciones  gloriosas 
que  tanto  ambicionaban  sus  soldados,  y,  sobre  todo,  sus 
lugartenientes.  Considerándolas  en  realidad  como  un  tri- 
buto honorífico,  y  deseoso  de  darles  todo  el  realce  de  que 
eran  dignas,  quería  no  distribuirlas  sino  cuando  fuesen 
muy  merecidas. 

Por  eso,  cuando,  un  mes  antes,  los  soldados  reclutados 
precipitadamente  en  Caracas  v  Valencia  manifestaron  el 
deseo  de  recibir  su  título,  el  Libertador  no  quiso  con- 
sentir en  dárselo  sino  a  condición  de  que  lo  merecieran. 
En  estt),  la  funesta  derrota  de  Bar([uisimeto,  ocasionada 
por  la  pusilanimidad  de  las  tropas,  enojó  violentamente  a 
Bolívar,  ([uien  se  negó  resueltamente  a  dar  ningún  nombre, 
niníiún  emblema  a  «  soldados  indisfnos  ».  Hizo  más  aún  : 

o  o 

el  día  en  que  había  de  darse  la  batalla  de  Araure.  mandó 
que  lucran  desarmados  :  «  ¡  Soldados  del  Batallón  Sin 
Nombre,  les  dijo,  si  queréis  armas  y  banderas,  id  a 
tomai'las!  ». 

La  emulación  tan  sabiamente  pi'(>vocada  por  estas  pala- 
bras suscitó  una  de  las  más  admirables  proezas  de  la 
epopeya  de  la  Independencia.  Al  Batallón  Sin  Nombre 
cupo   la   mavor  gloria   de  a([uella   j(»rnada.   v  a   su  valor  se 

1.  V.  xVisTitiA.  Ilisloiid   iiiilitar  de   Venezuela .  p.  187. 


50ti  liOLÍVAl! 

(leljió  la  victoria.  Bianclieiulo  palos  v  navajas,  recogiendo, 
en  el  campo  de  batalla.  l)avonetas  o  lanzas  escapadas  de 
manos  de  los  muertos,  espantosos  de  heroísmo  v  de  l'nror, 
a([nellos  hombres  salieron  a  toda  carrei-a  v  se  precipitaron 
sobre  el  enemigo,  Bolívar  los  vio.  cual  huracán  respetado 
por  las  balas,  hundirse  entre  las  tropas  españolas,  y.  sem- 
brando el  espanto  y  la  muerte,  arrancar  en  torno  suyo 
los  fusiles,  los  sables,  las  banderas,  y,  por  fin.  volver, 
gritando  :  «  ¡Las  hemos  encontrado!  »  Entre  los  trofeos 
que  arrojaron  a  los  pies  del  Libertador  se  hallaba  el 
estandarte  del  batallón  real  de  Numancia.  ((  Este  será 
vuestro  emblema,  les  dijo  Bolívar.  ¡Desde  hov  seréis  el 
batallón   Vencedor  de  Araure!  >■> 

El  6  de  diciembre,  después  de  haber  ordenado  al 
general  Urdaneta  que  volviera  a  San  Carlos  y  que  tomara 
allí  las  medidas  necesarias  para  terminar  la  pacificación 
de  las  provincias  occidentales,  Bolívar  se  puso  en  camino 
hacia  Puerto  Cabello.  DElhuyar,  con  las  tropas  grana- 
dinas, había  restablecido  el  sitio  de  esta  plaza  fuerte,  que 
en  aquel  momento  parecía  el  último  baluarte  de  los  rea- 
listas. En  electo,  la  situación  general  se  había  mejorado 
notablemente,  al  menos  al  parecer,  para  los  patriotas. 
Después  de  su  derrota.  Yáñez  había  huido  hacia  los 
llanos  del  Apure,  inundados  aún.  Apenas  le  quedaban 
doscientos  soldados.  Ceballos,  que  no  contaba  con  más  de 
cincuenta,  se  refugió  en  Guayana.  en  Angostura,  donde  el 
viejo  Cajigal,  enfermo  y  abatido,  acababa  de  ser  nombrado 
capitán  general,  in  partihiis  podría  decirse,  en  substitu- 
ción de  iNlonteverde. 

Este,  mal  curado  de  las  heridas  recibidas  en  Las  Trin- 
cheras, se  había  ido.  couk»  a  un  destierro,  a  Curazao.  El 
día  mismo  en  que  Bolívar  da])a  la  batalla  de  Araure. 
Salomón,  a  su  vez,  salía  de  Puerto  Cabello,  prometiendo, 
a  la  guarnición  que  allí  dejaba,  volver  pronto  después,  de 
haber  machacado  a  los  rebeldes.  No  obstante,  descuidó 
atacar  a  dElhuvar  v,  con  1300  hombres,  tomó  el  camino 
del  sur  con  ojjjelo  de  reunirse  con  Y;iuez  v  Ceballos, 
cuyos  reveses  ignoraba  el.  Tan  pronto  come»  tuvo  cofioci- 
miento  de  ellos.  volv¡()  alr;is;  pero,  en  vez  de  dirigirse 
hacia  Puerto  (^abcMo.  se  encamin(')   hacia  el    oeste,  a  ti'avés 


i;i.    i,iiii:i!i.\i)()ii 


de  las  i'ci^ioiK's  (le  Salsipiicdcs.  (loiulc  son  (■iidcinicas  las 
fiebres,  v  no  llc^ó  a  C^oio  siiu»  on  enero  de  ISl'í.  después 
de  hal)er  pertiido  las  dos  lereeras  partes  de  su  ejercito. 

Sin  embargo,  el  Tjil)ertad()r  babía  llegado  ante  Puerto 
(^al)ello.  Y  todo  hacía  prever  la  pronta  rend  ¡(•i«)u  de  la 
plaza.  Los  navios  de  guerra  (;sj)añoles  babian  salido  de 
nuevo  para  La  Habana  v  Pueito  Uico.  La  guarnición,  niuv 
disminuida,  no  parecía  podei'  resistir  mucho  tn-mpo. 
Hubieran  bastacb».  sin  duda,  algunos  reluerzos  para  llegar 
a  vencer  toda  resistencia.  B(dívai'  pedía  continuamente  a 
^lariño  a([uellos  reluerzos.  l'ero  así  en  esta  ocasión  como 
en  otras,  no  ([uiso  Marino  darse  por  entendido.  Por  fin, 
a  fines  de  diciembre  envió  a  Bolívar  una  escuadrilla  man- 
dada por  Piar;  escuadrilla  ([ue  no  podía  prestar  ningún 
servicio  útil,  v.  a  más  de  esto,  anunciaba  Marino  su  inten- 
ción de  retirarla. 

La  obstinación  del  dictador  de  Oriente  resultaba  cri- 
minal. Yáñez  v  Boves.  uniendo  sus  esfuerzos,  se  ocupaban 
con  suma  actividad  en  reorganizar  sus  tropas.  Nadie,  en 
los  llanos,  se  atrevía  a  substraerse  a  sus  implacables  leyes. 
Boves  bacía  matar  a  los  recalcitrantes,  o,  en  lugar  suyo,  a 
sus  lamilias.  J^ronto  tuvo  3  000  hombres  dispuestos  a 
emprender  de  nuevo  la  campaña.  En  tanto  que  el  Liber- 
tador, impotente  para  hacer  frente  al  nuevo  atacpie  ([ue  así 
se  preparaba,  multiplicaba  sus  llamamientos  a  Marino, 
Boves  penetró  en  los  llanos  bajos,  destruvó  en  San  Marcos 
del  Cluarico,  el  14  de  diciembre,  una  columna  repul)licana 
mandada  por  Aldao,  y  ocupalia  una  vez  más  Calabozo. 
Morales  le  había  llevado,  algunos  tlías  antes,  refuerzos  de 
la  Guavaua;  v.  por  su  parte.  Yáñez  restablecía  en  a([uel 
momento  la  dominaei(')n  española  en  la  provincia  de 
Baiínas. 


V 

Sacudido  p(U'  tantos  asaltos  cunos  sucesivos  ímpetus 
eran  cada  vez  nuis  diííciles  de  reprimir,  el  fiiigil  ediíicio 
de  la  segunda  rej)ública  de  A  enezuela  estaba,  además 
amenazado  en  sus  mismos  cimientos.  Persuadidos  estal>an 


508  liOLlVAU 

los  patriotas  Je  que  el  pueblo  no  se  dejaba  ganai-  profun- 
damente al  ideal  revolucionario.  Bolívar,  que,  mejor  que 
otro  cualquiera  personificaba  este  ideal,  era  acogido,  sin 
duda,  con  un  ruidoso  entusiasmo  en  las  ciudades  o  los 
pueblos  por  donde  pasaba  con  sus  legiones  victoriosas. 
Pero  al  júbilo  seguía  la  indiferencia,  y  hasta  la  hostilidad, 
lan  pronto  como  desaparecían  los  soldados  republicanos. 
Los  Españoles,  que  llegaban  después,  eran  saludados  con 
aclamaciones  mucho  más  sinceras.  En  un  instante  reco- 
braban el  prestigio  que  los  penosos  esfuerzos  de  la  propa- 
ganda liberal  les  habían  quitado  momentáneamente;  las 
misiones  realistas  veían  acudir  al  sermón  fieles  arrepen- 
tidos y  dispuestos  a  hacer  causa  común  contra  «  los 
herejes  »,  los  «  blasfemos  ».  los  «  condenados  »  que  pre- 
tendían ir  en  contra  de  las  prescripciones  divinas. 

Estos  argumentos  obtenían  tanto  más  crédito  en  los 
pueblos,  cuanto  que  sólo  la  esperanza  de  mejor  suerte 
les  había  separado  de  sus  antiguos  amos.  Azotados  por  la 
guerra,  por  las  contribuciones  forzadas,  por  el  recluta- 
miento obligatorio,  maldecían  a  los  perturbadores,  de 
quienes,  según  les  decían,  procedían  todas  sus  desdichas. 
El  liberalismo  instintivo,  despertado  con  tanto  trabajo,  se 
atenuaba  en  el  espíritu  público.  Lo  único  que  todos 
deseaban  era  seguridad  y  quietud. 

No  más  que  los  criollos  se  hallaban  los  Españoles  en 
condiciones  de  asegurar  por  entonces  el  regreso  a  aquellos 
bienes  negativos.  Confiscaciones,  destierros,  ejecuciones, 
matanzas  eran  sistemáticamente  llevados  a  cabo,  así  por  los 
realistas  como  por  los  patriotas;  pero,  al  menos,  aquellos 
podían,  con  razón  o  sin  ella,  achacar  su  conducta  a  repre- 
salias necesarias  y  pretender  que  una  pronta  sumisión 
acabaría  con  dichos  rigores.  Apoyaban  sus  promesas  en 
tradiciones  tranquilizadoras  respecto  de  las  desgracias 
presentes.  Estas  se  agravaban  aún  por  el  hecho  de  que 
las  autoridades  republicanas  de  provincia  cometían  abusos 
continuos  d(^  poder,  contra  b)s  cuales  los  pobres  habitantes 
no  tenían  recurso  aljj'uno.  Los  oobernadores  militares 
obraban  con  toda  independencia  (b'  un  poder  central  (Mite- 
ramente  desarnia(b)  respeelo  (\c  ellos  v  euvas  atribuciones 
v  ciivo  carácter  mismo  carecían    de  (le(imei(')n   eonerela. 


F.l.    I.IBRHTADOH  5ll9 

(tilico  meses  an((>s.  ciiaiulo  su  entrada  en  Caraeas, 
Bolívar,  oblifiado  por  sus  eoiiiproniisos  ante  el  Conoieso 
de  Tunja,  había  eonstiluítlo  un  oobierno  eseneíalniente 
provisional.  Sabido  es  ([ue  sus  inslrueeiones  le  prescribían 
restablecer  en  Venezuela  (d  sistema  tedeíal.  Aun([ue  ])or 
convencimiento  era  contrario  a  este  sistema,  (juería 
Bolívar,  menos  (jue  nunca,  v.  sobre  todo,  en  aqu(d 
momento,  contrariar  las  inlenciones  del  Congreso.  Buscó 
pues  un  término  medio  :  al  mismo  tiempo  que  se  hacía 
investir  del  poder  al)S(diito.  decdai'ó  no  querer  conservarlo 
sino  temporalmente,  y  euidó  de  insistir  ante  el  gobierno 
de  Tunja  acerca  de  las  razones  que  motivaban  su  proceder. 
Siguiendo  los  consejos  de  Francisco  Javier  üstáritz,  cuyo 
talento  de  jurisconsulto  era  unánimemente  reconocido, 
Bolívar  instituvó  al  mismo  tiempo  en  Caracas  tres  secreta- 
r/as de  Estado,  confiando  la  del  interior  y  relaciones 
exteriores  a  Antonio  Muñoz  Tebar.  la  justicia  a  Ral"a(d 
Dieo-o  Mérida.  la  ouerra  v  la  marina  al  coronel  Tomás 
jNIontilIa. 

Los  acontecimientos  determinaron  rápida  desorgani- 
zación de  aquella  maquinaria  administrativa.  Montilla 
siguió  a  Bolívar  desde  que  se  reanudó  la  campaña,  y,  en 
realidad,  el  gobierno  no  l'ué  ejercido  más  que  por  <d 
Libertador.  No  obstante  su  prodigiosa  actividad,  no  podía 
responder  a  las  múltiples  exigencias  de  la  situación. 
Hacíase  sentir  la  uraencia  de  una  dirección  más  estable 
V  mejor  organizada,  y  la  dictadura  parecía  el  único 
sistema  compatible  con  este  programa. 

Sin  embargo,  Bolívar  estaba  persuadido  de  que  su 
autoridad  no  podría  adquirir  el  valoi-  que  él  le  deseaba, 
sino  a  condición  de  ser  sancionada  legalmente  por  los 
sufragios  de  sus  compatriotas.  Importaba  también  disipai' 
el  e([UÍvoco  que  resultaba  de  la  actitud  de  Marino,  y  pt)iier 
ün  a  los  efectos  cada  vez  más  deplorables  a  que  daba  ésta 
lugar.  Sin  duda,  cada  uno  de  los  dos  «  dictadores  »  podía, 
al  parecer,  invocar  los  mismos  títulos  de  legitimidatl  paia 
el  cargo  que  se  había  hecho  atribuir.  Pero,  en  tanto  que 
Bolívar,  en  quien  se  encarnaba  el  alma  de  la  Revolución, 
repicsentaba  el  principio  de  la  alianza  con  Nueva  Granada, 
de    la    (|uc    era    <d    ilelegado    y    cuyas    trojjas    mandaba,   las 


miras  políticas  de  Marino  no  ihan  niiis  allii  de  la  consei- 
vación  (le  una  informe  conredcración  de  dos  satrapías 
militares  independientes,  condenada  fatalmente  a  la  diso- 
lución '.  La  nueva  ambición  del  Libertador  era  pues  tan 
patriótica  como  legítima,  y  sus  conciudadanos  ilían  a 
mostraise  solícitos  en  secundarla. 

El  2  de  enei-<»  de  1814,  Bcdívar.  licitado  la  anlevíspeía 
de  Puerto  Cabello,  convocó  la  municipalidad,  los  funcio- 
narios civiles  y  eciesiásticos  y  los  principales  ciudadanos 
de  Caracas  en  la  sala  capitular  del  convento  de  San  P^ran- 
cisco.  r^as  circunstancias  presentes  hacían  imposible  la 
reunión  de  un  Congreso  nacional.  Pero  la  tradición  del 
cabildo  (ibierlo  permitía  al  Libertador  consideraj'  la  asam- 
blea municipal  como  una  emanación  de  la  s<d)eranía  d(d 
pueblo.  Y.  por  considerarla  como  tal.  detdaró  v  querer, 
ante  ella,  dar  cuenta  detallada  de  su  conducta  v  de  sus 
operaciones  ».  «  (Ciudadanos,  dijo,  vo  no  sov  el  soberano. 
Vuestros  representantes  deben  hacer  vuestras  leyes;  la 
hacienda  nacional  no  es  de  quien  os  gobierna  :  todos  los 
depositaiios  de  vuestros  intereses  deben  demostraros  el 
uso  (|ue  han  hecho  de  ellos...  Los  tres  secretarios  de  Estado 
os  hariin  ver  si  volvéis  íi  aparecer  s(d)re  la  escena  del  mundo, 
y  que  las  naciones  todas  que  ya  os  consideraban  anona- 
dados, vuelven  á  fijar  su  vista  sobre  vosotros  v  á  contem- 
plar con  admiracKMi  los  esfuerzos  (jue  hacéis  por  conservar 
vuestra  existencia;  si  estas  mismas  naciones  podrán  opo- 
nerse ó  proteger  y  reconocer  vuestro  pabellón  nacional; 
si  vuestros  enemigos  han  sido  destruidos  tantas  cuantas 
veces  se  han  presentado  contra  los  ejércitos  de  la  Repú- 
blica; si  puesto  á  la  cabeza  de  ellos,  he  defendido  vuestros 
derechos  sagrados;  si  he  empleado  vuestro  erario  en 
vuestra  defensa  ;  si  he  expedido  icglamentos  para  econo- 
mizarlo V  aumentarlo;  y  si  aun  en  medio  de  los  campos  de 
batalla  \  (d  calor  de  los  cond)ales  he  pensado  en  vosotios 
y  en  echar  los  cimientos  d(d  edificio  ([lU'  os  constituva  una 
nación  libre.  f(diz  y  respetable.  Pronunciad,  en  fin,  si  los 
planes  adoptados  podr;in  hacer  se  elc\c  la  llepública  ;i  la 
fjloi'ia  V  á  la  l(dicidad.  n 

I.  (]<'.   Miriii:»  !¡¡sl(u-ii(  de  San  Maviúi,  III,  cap.  xxxviii. 


i:i.     I.IHKItTADOU 


A|>laiis(»s  uiiaiumcs  saludaron  este  exoi'd  ¡o.  Se  rsciiclut 
la  Iccliira  df  los  iiilonncH.  \.  al  levan taisc  Bolívar  para 
lomar  la  palabra,  (d  otdxMíiador  de  (laracas,  Ch"ist('»hal 
]Mend()/a.  dio  ^racias  al  Lihcrfador.  rii  nombre  de  toda  la 
asamblea,  ile  lo  (|tie  había  emjjreiid  ¡do  y  eji'culado.  y 
propuso  dev<dver  en  r[  aclct  «  al  liéroc  »  a(|uellii  autoridad 
diclalorial.  u  única  (|ue  potlía  oarantizar  la  unión  indiso- 
luble de  Venezuela  oceitlenlal  con  parle  oriental  y  eon 
todas  las  provincias  libres  de   la  Nueva   (Granada  )>. 

Si  bien  no  dudaba  nadie,  en  a(pnd  momento,  de  (jue 
Cuera  Bí)lívar  indisj)ensable  a  la  icpíiblica.  en  cambio  la 
alianza  con  Nueva  (Iranada  conlal)a  con  nniy  pocos  parti- 
darios en  la  asamblea.  Así  es  ([ue  la  intervención  del  gober- 
nador Mendoza  babía  sido,  muy  probablemente,  inspirada 
por  el  Libertador.  Entendía  Bolívar  que  el  cuerpo  legis- 
lativo de  quien  recibiera  (d  la  investidura  sancionara  ante 
todo  aquella  medida  primoidial  de  su  política.  Se  debía 
a  sí  mismo  el  no  aceptar  (d  poder  sino  con  la  certidumbre 
de  ser  reconocido  por  l(»s  gobiernos  gianadinos.  Estaba 
empeñado  en  ello  su  bonoi'.  v.  sobre  todo,  eslaljan  com- 
[)rometidos  los  intereses  de  la  Independencia. 

Sin    einbaroí».   Inide    necesario   aún    al   Libertador   evitar 

o 

todo  motivo  de  resentimiento  respecto  del  elemento  civil, 
balagar  (d  amor  propio  de  sus  compañeros  de  armas, 
calmar  los  reccdos  de  los  competidores  v  de  los  envidiosos, 
ari'ancar  un  voto  general  apoyando  con  insistencia  en  su 
respeto  absoluto  bacia  las  voluntades  parlamentarias. 
Para  (dio.  lecuerda  con  liabilidad.  en  su  respuesta  a  la 
moción  de  Mendoza.  las  declaraciones  que  babía  hecbo  al 
comenzar  la  sesión.  Principia  por  dedicar  vibrantes  (dogios 
a  los  nK'iitos  de  los  oficiales  del  ejército,  celebra  con 
acertadas  palabras  su  impetuosidad,  su  valor,  y  proclama 
que  está  pronto  a  abandonar  el  poder  :  «  Yo  no  be  venitlo  a 
oprimiros  con  mis  armas  vencedoras...  Xo  es  el  despotismo 
militar  el  que  puede  hacer  la  i'elicidad  de  un  pueblo...  Un 
soldado  leliz  no  ad([uiere  ningún  derecho  para  mandar 
a  su  patria...  A'uestra  dignidad,  vuestras  glorias,  serán 
siempre  caras  á  mi  corazón  ;  mas  el  peso  de  la  autoridad 
me  agobia.  Yo  os  suplico  me  eximáis  de  una  carga  superior 
á    mis    i'uerzas.    Elegid    vin'slros     representantes,     vuestros 


512  líOI.lVAR 

magistrados,  un  gobierno  justo;  y  contad  con  que  las 
armas  que  han  salvado  la  República,  protegerán  siempre  la 
libertad  v  la  gloria  nacional  de  Venezuela.   » 

Inmensa  aclamación  acogió  estas  tranquilizadoras  pala- 
l)ras.  Unos  tras  otros  acuden  a  la  tribuna  los  oradores, 
implorando  del  Libertador  que  consienta  en  conservar  la 
dictadura.  Apiñado  en  las  plazas  y  en  las  calles  vecinas,  une 
el  pueblo  sus  vítores  a  las  aclamaciones  de  la  asamblea. 
Bolívar  se  declara  vencido  por  tantas  pruebas  de  entu- 
siasmo y  de  afecto.  Cederá  a  los  deseos  de  la  representa- 
ción nacional  :  «  ¡  Acceded  a  nuestras  súplicas,  exclama  el 
abogado  Domingo  Alzuru  :  Proclamemos  al  Libertador 
jefe  supremo  de  la  República,  para  que  constituyéndole 
nuestro  primer  magistrado  salga,  así  él  como  la  República, 
de  la  especie  de  dependencia  con  que  obraba  como  comi- 
sionado del  honorable   Congreso  de  la  Nueva  Granada.  » 

Finge  Bolívar  no  haber  oído  esta  intempestiva  moción 
que,  por  cierto,  respondía  a  la  opinión  general  '.  «  ¡  Ciuda- 
danos!    les   dice yo    me   someteré  á  mi  pesar,  á   recibir 

la  ley  que  las  circunstancias  me  dictan...  Confieso  que 
aiisío  impacientemente  por  el  momento  de  renunciar  á  la 
autoridad.  Entonces  espero  ([ue  me  eximiréis  de  todo, 
excepto  de  combatir  por  vosotros.  Para  el  supremo  poder 
hav  ilustres  ciudadanos,  que  mas  que  yo  merecen  vues- 
tros sufragios.  El  general  Marino  libertador  del  Oriente, 
ved  ahí  un  digno  jefe  para  dirigir  vuestros  destinos  -.  » 

Bolívar  había  logrado  sus  fines.  Libre  de  sus  escrúpulos 
constitucionales,  consagrada  su  autoridad,  engrandecida  su 
popularidad,  sentadas  por  fin  las  bases  de  la  indispensable 
inteligencia  con  Marino,  el  Libertador  iba  a  podei"  entre- 
garse más  libremente  a  hacer  frente  a  los  peligros  que 
amenazaban  su  obra. 

Se  hacían  éstos  inminentes.  Los  Españoles  ganaban 
terreno  v  la  contra-revolución  cobraba  fuerzas  de  día  en 
día.  (Cajigal,  confirmado  por  la  Regencia  en  sus  funciones 
de  capitán  general,  acababa  de  llegar,  por  mar,  a  Coro, 
acompañad(>  de  Ccballos,  de    un   numeroso  estado  mayor  y 

1.  V.  Gil,  FoRTOuL,  op.  cit.,  t.  I,  cp.  MI,  p.  223. 

2.  Acta  oficial  de  la  sesión  extraordinaria  del  2  de  enero  de  J8t4. 
D.,  V.  '.Km. 


i:k  ijueutadoh  513 

de  un  impoitanle  destacamento  de  la  guarnición  de  Puerto 
Rico.  El  viejo  general,  reconfortado,  curado,  parecía  haber 
recobrado  su  actividad,  su  vigor  v  su  prestigio  de  antaño. 
Tomó  el  mando  supremo,  armó  a  numerosos  voluntarios, 
reunió  caballos,  municiones  considerables,  y  esperó  el 
momento  de  entrar  de  nuevo  en  acción.  Cierto  que  los 
comandantes  de  las  varias  divisiones  españolas,  disemi- 
nadas por  el  territorio  venezolano,  no  admitían  la  auto- 
ridad del  nuevo  capitán  general;  pero  esta  indisciplina 
favoreció  por  entonces  los  intereses  de  la  causa  i'cal.  En 
efecto,  la  ambición  de  aventajarse  unos  a  otros,  la  espe- 
ranza de  obligar  al  gobierno  de  la  metrópoli  a  reconocer, 
por  una  credencial  de  gobernador,  o  hasta  de  virrey,  los 
servicios  del  que  consiguiera  acabar  definitivamente  con  la 
insurrección,  exaltaba  el  ardor  de  los  oficiales  españoles  v 
les  impulsaba,  mejor  ([ue  por  medio  de  un  concei'tado  plan 
de  campaña,  a  concentrar  sus  fuerzas  en  torno  de  Caracas 
y  de  sus  defensores. 

Dueño  de  toda  la  provincia  de  Barinas  y  de  su  capital, 
Yáñez  tomó  las  últimas  medidas  para  la  salida  de  la  expe- 
dición con  la  que  contaba,  llegado  el  momento,  terminar, 
en  provecho  suyo,  la  completa  derrota  de  los  patriotas. 
Boves  preparaba  contra  ellos  un  ataque  decisivo.  Su  nueva 
División  infernal,  acampada  en  las  cercanías  de  Calabozo, 
contaba  cerca  de  4  000  hombres  de  diferentes  armas.  Había 
hecho  abrir  las  cárceles,  reclutado  bandidos  de  toda 
especie,  los  vagabundos,  los  esclavos,  armando  lo  mejor 
que  pudo  a  aquella  multitud  heterogénea  cuyo  elemento 
más  temible  y  mejor  organizado  era,  como  siempre,  los 
llaneros.  Dos  columnas  a  las  órdenes  de  INlorales  v  de  un 
espantoso  verdugo,  el  capitán  Rósete,  salían  ya  hacia  el 
este  de  la  provincia  de  Caracas  para  secundar  las  j^róximas 
operaciones  del  cuerpo  principal.  En  fin,  Puerto  Cabello, 
seguía  resistiendo. 

Las  disensiones  que  se  habían  manifestado  entre  los 
habitantes  d<'  esta  ciudad,  disensiones  (|ue  Montcverde  no 
había  sabido  someter,  y  que  se  agravaron  después  de  su 
salida,  no  ])udieron  siquiera  ser  explotadas  por  los  sitia- 
dores. Los  lugartenientes  de  Bolívar  hacían  vanos  esfuerzos 
para  activar   el  cerco   de  la  j)laza    :  el   desaliento  se   había 

3:{ 


514  nOLlVAR 

apoderado  de  las  tropas  republicanas.  Acudió  el  Libertador 
ante  Puerto  Cabello  (IG  de  enero).  Pero  los  voluntarios,  a 
quienes  a  duras  penas  se  sujetaba  en  las  filas  del  ejército 
patriota,  no  eran  ya  lo  bastante  numerosos  para  secundar 
el  valor,  ya  inútil,  de  sus  jefes. 

Reaparecían  las  desdichas  que  habían  arreciado  contra 
la  república  de  Miranda.  Por  todas  partes  reinaban  la 
miseria,  el  terror,  el  desconcierto.  La  agricultura,  el 
comercio  periclitaban.  Los  patriotas  no  podían  aventurarse 
fuera  de  las  ciudades  sin  correr  riesgo  de  ser  exterminados 
por  la  gente  del  campo,  sublevada  en  masa  contra  sus 
libertadores  desconocidos  y  detestados.  Los  ejércitos 
republicanos  no  encontraban  ya  ningún  guía  que  los 
condujera,  y  los  campesinos  se  negaban  a  darles  la  menor 
indicación  acerca  de  los  movimientos  del  enemigo.  Las 
divisiones  no  podían  comunicarse  entre  ellas  sino  haciendo 
acompañar  las  estafetas  por  importantes  destacamentos 
que  eran  atacados  y  diezmados  en  el  camino,  y  cuyos 
soldados  casi  nunca  llegaban  al  término  de  su  viaje'. 

Mientras  tanto,  seguía  creciendo  la  ola  de  la  contra- 
revolución. Volvieron  a  ser  de  actualidad  los  tradicionales 
proyectos  de  pedir  socorro  al  exterior,  y  sin  duda  que  por 
entonces  pensó  el  Libertador  en  solicitar  el  apoyo  de 
alguna  gran  potencia  en  favor  de  la  libertad  americana. 
Cuando  su  regreso  a  Caracas,  Bolívar,  consciente  de  la 
fraoilidad  de  su  obra,  había  preparado  ya  los  caminos 
para  esta  política.  Se  había  dedicado  con  empeño  a 
desarraigar  en  el  espíritu  de  sus  compatriotas  la  jenofolua 
secular  ".  Había  aumentado  ésta  desde  la  proclamación  de 
la  Independencia.  Habiéndose  declarado  dueños  de  su 
territorio,  los  Americanos  sentían  más  envidia  y  aver- 
sión aún  hacia  los  extranjeros,  por  creer  que  les  movía 
sólo  el  deseo  de  explotarles  y  de  esclavizarles.  Bolívar 
rombal ió  con  constancia  tales  sentimientos.  Promulgó,  el 
Ui  de  ao'oslo  de  1813,  un  decreto  de  llamamiento  a  los 
extranjeros,  prometiéndoles  grandes  ventajas  si  venían  a 
establecerse  en  el  país.  A  los  (pie  se  alistaran  en  el  ejército 


1.  V.  MiTKK,  op.  cit.,  i.  111,  cap.  xxxviii,  in  fine. 

2.  V.  O'Leart,  Memorias,  t.  I,  cap.  xi. 


EL    LIBERTAnOn  515 

nacional  se  les  declararía  «  el  derecho  de  ciudadanos  de 
Venezuela  y  se  recompensarían  sus  servicios  de  un  modo 
competente  '■  ». 

Las  intenciones  del  Libertador,  se  limitaron,  sin 
embargo,  a  esta  manifestación.  Las  circunstancias  no  le 
permitieron  renovarla  bajo  una  forma  más  directa  y  más 
efectiva.  Además,  en  aquella  época  había  cierto  número 
de  emisarios  americanos  ocupados  en  negociar,  en  los 
Estados  Unidos  y  en  Europa,  la  obtención  de  socorros  o 
de  alianzas.  No  se  hacía  grandes  ilusiones  Bolívar  acerca 
del  éxito  de  aquellas  embajadas;  pero,  así  y  todo,  convenía 
conocer  con  precisión  su  resultado  para  adoptar  nuevas 
medidas.  Por  otra  parte,  la  situación  era  singularmente 
turbia  en  cada  uno  de  los  estados  de  los  cuales  pudiera 
esperar  algún  apoyo  Venezuela.  Los  Estados  Unidos  pare- 
cían firmemente  decididos  a  no  apartarse,  tocante  a  su 
política  sudamericana,  de  la  más  ineficaz  de  las  neutrali- 
dades benévolas.  De  Liglaterra,  fiel  a  la  alianza  española 
y  por  entonces  cerrada  a  toda  solicitación,  había  menos 
que  esperar  aún.  Las  misiones  periódicas  que  los  insu- 
rrectos enviaban  a  las  Antillas  inglesas  recibían  en 
éstas  una  acogida  del  todo  desalentadora^.  En  Londres, 
López  Méndez  no  era  ya  recibido  en  el  Foreign  Office  y 
sus  cartas  quedaban  sin  respuesta  ^.  Los  humildes  esfuerzos 
de  la  diplomacia  sudamericana  parecían,  sin  embargo, 
mejor  apreciados  en  Francia,  y,  siquiera  por  este  lado, 
podía  Bolívar  no  desesperar  aún  de  tener  favorable 
acogida. 

o 

En  enero  de  1814,  apenas  se  conocían  en  América 
los  acontecimientos  europeos  posteriores  a  la  primera 
mitad  del  año  anterior.  A  lo  sumo  se  sabía  que  los 
ejércitos  franceses  habían  evacuado  definitivamente 
España;  que  de  nuevo  se  había  formado  una  temible 
coalición  contra  el  Emperador,  y  que  los  destinos  de 
Francia  se  jugaban  en  aquellos  momentos  en  gigantescos 
campos  de  batalla.   Sin  embargo,  tan  colosal  era  el  pres- 

1.  Decreto  del  16  de  agosto  de  1813.  D.,  IV,  857. 

2.  Y.   Vida  de  D.  Ignacio  Gutiérrez,  op.  cií.,  cap.  v,  p.  75. 

3.  Cartas  de  5,  12,  19  de  octubre,  5  de  noviembre  de  1811,  etc. 
Archives  da  F,  O.  Spain,  125. 


5^6  BOI.ÍVAK 

tigio  do  Napoleón,  que  los  Americanos  eieían  imposible 
su  derrota.  Un  feliz  cambio  de  fortuna  en  favor  del 
Emperador  podía  decidir  también  de  la  suerte  de  la  inde- 
pendencia del  Nuevo  Mundo.  Bolívar  babía  cuidado  de  no 
olvidar  las  sugestivas  declaraciones  de  Napoleón,  en 
dicieml)re  de  1809.  en  la  sesión  del  cuerpo  legislativo'. 
Sal)ía  también  que  el  Emperador,  para  dar  más  extensión 
a  la  proclama  solemne  de  aquellas  intenciones,  babía 
prescrito  que  se  pusieran  en  conocimiento  de  todos  los 
que  so  bailaban  en  relaciones  oficiales  o  privadas  con  los 
criollos. 

La  neutralidad  que  su  política  imponía  a  Inglaterra 
respecto  de  la  América  española,  determinaba  de  recbazo 
en  Francia  una  corriente  favorable  a  los  intereses  de  los 
colonos  insurrectos.  Napoleón  soñó  tal  vez  con  sacar 
partido  de  esto,  y  los  vastos  proyectos  cuyo  prólogo 
esbozó  en  aquellos  momentos,  aunque  no  dieron  resul- 
tado, no  por  eso  dejan  de  ser  una  de  las  más  interesantes 
combinaciones  de  su  genio.  La  acogida  que  se.  hizo  a  las 
misiones  encargadas  de  notificar  el  advenimiento  del  rey 
José,  la  explosión  de  1810,  los  comienzos  de  la  guerra  de 
la  Independencia,  revelaron  al  Emperador  los  sentimientos 
verdaderos  del  Nuevo  Mundo  y  los  recursos  morales  que 
podía  ofrecer. 

Desde  fines  de  1809.  trató  pues  de  ganar  las  simpatías 
de  Sudamérica,  y,  a  pesar  de  las  obsesionantes  preocupa- 
ciones de  la  política  europea,  quedará  fija  en  su  espíritu 
esta  idea  :  «  Manifestará  usted  —  escribe  Napoleón,  el 
13  de  diciembre  de  1810,  a  su  ministro  de  relaciones 
exteriores  '  —  en  su  próxima  carta  a  nuestro  plenipoten- 
ciario en  los  Estados  Unidos,  la  satisfacción  que  ha  pro- 
ducido en  mí  la  lectura  de  las  últimas  cartas  de  Amé- 
rica... Hará  usted  saber  allá...  que,  en  general,  deseo 
todo  cuanto  puede  favorecer  la  independencia  de  la 
América  española.  Hará  usted  la  misma  comunicación  al 
encargado  de   negocios  de  América,   quien   esci'ibirá   a   su 

1,  V.  supra,  lit).  II,  cap.  iv. 

2.  Napoleón  a  M.  de  ('Jutmpagny,  ministro  de  relaciones  exteriores, 
13  de  diciembre  de  181U,  Correspondance  de  Napoleón  I'^^'  puhliée  par 
ordve  de  Vempereiiv  Napoleón,  III.  32  tomes  in-8'\  Plon,  t.  XXI. 


KL    Lililílt  TADOlí  517 

ff(»biern().  en  lenguaje  cilrado,  que  soy  líivoriihlc  ;i  la 
causa  de  la  independencia  de  los  Americanos,  que  la 
independencia  de  los  Estados  Unidos  no  nos  ha  dado 
nicas  que  motivos  de  satisíaceión,  y  que  como  no  tundamos 
nuestras  relaciones  en'  pretensiones  exclusivas,  veré  con 
placer  la  independencia  de  una  gran  nación,  con  tal  que 
no  esté  bajo  la  inliuencia  de  Inglaterra.   » 

M.  Seri-urier,  ministro  de  Francia  en  Washington, 
recibió,  en  efecto,  de  París  la  notificación  prescrita',  Al 
año  siguiente,  el  1(3  de  septiembre  de  1811,  las  intenciones 
de  Napoleón  se  precisaron,  y,  esta  vez,  era  informado 
Serruriíír-  de  que  «  el  gobierno  imperial  no  se  limita  ya 
a  aprobar  el  principio  de  la  independencia  de  las  Colonias 
españolas,  sino  se  propone  ayudar  a  ponerlo  en  ejecución 
por  medio  de  envío  de  armas  y  por  todos  los  socorros  que 
dependan  de  él,  con  tal  que  la  independencia  de  dichas 
colonias  sea  pura  y  simple  y  que  no  contraigan  ningún 
Compromiso  particular  con  los  Ingleses  ». 

Guando  llegó  a  Washington  este  despacho,  Serrurier 
había  tenido  va  una  entrevista  con  Telésforo  de  Orea, 
quien,  como  recordará  el  lector,  había  salido,  meses  antes, 
de  Caracas^.  Acogido  afectuosamente  en  la  legación  de 
Francia  el  delegado  del  gobierno  de  Venezuela,  no  lo  fué 
menos  bien  en  la  secretaría  de  Estado  federal.  Los  Estados 
Unidos  tenían  empeño  en  demostrar  las  más  atentas 
disposiciones  hacia  Francia,  quien  se  mostraba  dispuesta 
a  reconocer  las  Floridas  como  posesión  americana. 
Además,  las  relaciones  del  gobierno  de  la  Unión  con  la 
Gran  Bretaña  eran  tirantísimas  en  aquella  época.  El  presi- 
dente Madison  y  el  partido  republicano  preparaban  al  país 
para  una  «  segunda  guerra  de  Independencia  »  contra 
Inglaterra.  Próximos  estaban  los  comienzos  (18  de  junio 
de  1812).  y  entonces  predominaba  en  Washington  la 
influencia  francesa. 


1.  M.  de  Champagny  aAI.  Serrurier,  29  de  diciembre  de  1810. 
Archives  des  Aff'uivps  Etrangéres.  Nueva  Granada,  Venezuela, 
Colombia,  1806  a  J821,  f '.  32. 

2.  El  duijue  de  Bassano  a  M.  Serrurier,  16  de  septiembre  de  1811. 
Ibid.,  f«.  36. 

3.  Y.  supra,  lib.  II.  cap.  iv. 


618  BOLÍVAR 

Orea  recibió  pues  la  completa  seguridad  de  que  los 
Estados  Unidos,  «  animados  de  los  más  conciliadores 
sentimientos  respecto  de  Venezuela,  estaban  dispuestos  a 
reconocer  su  independencia.  Los  ministros  americanos 
en  Europa  recibirán  encargo  de  aprovechar  ocasiones 
favorables  para  obtener  que  las  demás  potencias  den 
igualmente  su  adhesión  a  este  reconocimiento^  ».  Por  su 
parte,  Serrurier  aconsejó  al  embajador  venezolano  que  se 
hiciera  expedir  por  su  gobierno  los  plenos  poderes  que 
habían  de  permitirle  «  negociar  con  Francia  un  tratado 
en  el  que  sería  reconocida  la  independencia  del  nuevo 
estado  ^  ». 

El  gobierno  imperial  supo  con  satisfacción  la  llegada  de 
Miranda  al  poder  ^  y,  no  dudaba  Napoleón  de  hallar  en 
aquel  general,  en  otro  tiempo  al  servicio  de  Francia  «  un 
aliado  indicado  por  el  curso  mismo  de  los  aconteci- 
mientos* ».  Por  otra  parte,  se  disponía  Miranda  a  enviar 
a  Pedro  Gual  a  reunirse  con  Orea^.  Así  pues,  todo  parecía 
favorable  para  Venezuela,  cuando  la  caída  de  aquél 
interrumpió  bruscamente  la  negociación.  Pero  iba  ésta  a 
reanudarse  en  seguida.  De  acuerdo  con  Bolívar,  Torices, 
presidente  del  estado  de  Cartagena,  dio  encargo,  en 
octubre  de  1812,  al  venezolano  Manuel  Palacio  Fajardo'' 
de  que  fuera  a  los  Estados  Unidos  y  tratara  de  conocer  la 
opinión  del  gobierno  federal  así  como  la  del  ministro 
del  Emperador  respecto  del  reconocimiento  de  los 
estados  sudamericanos.  Antiguo  miembro  de  la  Sociedad 
Patriótica,    diputado    del   Congreso    de    Caracas,    firmante 

1.  Nota  de  Mr  Barlow,  minislio  plenipotenciario  de  los  Estados 
Unidos  en  París,  a  S.  E.  el  duque  de  Bassano,  8  de  enero  de  1812, 
Archives  des  Affaires  Etrangeres,  Nueva  Granada,  etc.,  f".  38. 

2.  Informe  del  duque  de  Bassano  al  Emperador,  18  de  enero  de 
1812,  ihid.,  f^  26. 

3.  biforme  del  duque  de  Bassano  ai  Emperador,  18  de  enero  de 
1812,  ilnd.,  f".  26. 

4.  Ib  id. 

5.  V.  supra,  lib.  II,  cap.  iv,  i^  5. 

6.  Nacido  en  Miragual  (Venezuela)  en  1784.  Diputado  en  el  Con- 
greso de  1811  y  uno  de  los  oradores  más  bi'illautes  de  la  Sociedad 
Patriótica.  A  la  vuelta  de  su  misión  en  los  Estados  Unidos  y  en 
Europa,  asistió  al  Congreso  de  Angostura  en  1818,  fué  nombrado 
secretario  de  Estado  del  interior  y  murió  en  Angostura,  el  8  de 
marzo  de  1819. 


i:i.    I.lllKHTADOIl  519 

del  Acta  de  Independencia,  en  íin  oíicial  del  ejército  de 
Miranda,  Palacio,  intrio-ante,  ilustrado  v  Heno  de  celo 
político,  parecía  del  todo  calificado  para  triunfar.  El  presi- 
dente Torices,  le  hizo  preparar  credenciales  en  buena  y 
debida  íorma'.  ([ue  Bolívar  prometió  hacer  ratificar 
también  por  el  Congreso  de  Nueva  Granada,  cosa  que  fué 
obtenida',  y,  hacia  fines  de  octubre  de  1812,  el  nuevo 
embajador  se  puso  en  camino  para  Washington. 

El  25  de  diciembre  siguiente,  Palacio,  acompañado  de 
Pedro  Gual  se  presentó  a  Serrurier.  Le  pidió  que  lo  reco- 
mendara al  gobierno  de  los  Estados  Unidos  y  solicitó,  por 
nota  verbal,  «  el  apoyo  del  emperador  de  los  Franceses  en 
favor  de  su  patria^  ».  El  ministro  de  Francia  animó  ense- 
guida a  Palacio  a  que  fuera  a  París.  Le  confió  su  correo 
oficial  y  se  expresaba  en  estos  términos  en  el  informe  que 
dirigía,  al  duque  de  Bassano  "^  í  «  Cartagena  es  un  Estado 
que.  hasta  ahora,  se  ha  defendido  con  éxito.  Se  ha  atrevido 
a  ir  más  de  prisa  que  los  demás,  y,  ya  en  noviembre 
de  1811,  proclamó  su  absoluta  independencia.  Pero,  desde 
los  desastres  de  Venezuela,  esos  peligros  han  aumentado... 
Teme  con  razón  la  llegada  de  nuevos  refuerzos  a  Santa 
Marta  v  la  asistencia  que  los  gobernadores  ingleses  están 
dispuestos  a  conceder  a  sus  enemigos.  »  Añadía  Serrurier 
que  Palacio  había  tenido  varias  entrevistas  con  el  secre- 
tario de  Estado  James  Monroe  :  «  no  obteniendo  de  él 
más  ([ue   buenas   palabras^.    Esta  república  tiene  aún.  en 

1.  CrcdeiKÚales  de  ü.  Manuel  Palacio,  fechadas  en  el  palacio  del 
Poder  ejecutivo  en  Cartagena,  el  5  de  octubre  de  1812,  firmadas  por 
Manuel  Rodríguez  Torices,  presidente  gobernador  del  Estado  de 
Cartagena  de  Indias,  refrendadas  por  José  María  Salazar,  secre- 
tario de  relaciones  exteriores.  Archives  des  Affaires  Etrangéres,  ibid., 
f«.  53. 

2.  Gil  Fortoul,  quien  liace  alusión  al  envío  de  esta  embajada, 
indica  que  Manuel  Palacio  salió  de  Barínas  para  Santa  Fe  con  objeto 
de  obtener  él  mismo  el  consentimiento  del  gobierno  granadino  para 
la  misión  de  que  estaba  encargado.  Historia  constitucional  de  Vene- 
zuela, up.  cit.,  t.  I,  p.  373. 

3.  Nota  de  Manuel  Palacio,  diputado  del  Estado  Independiente  de 
Cartagena  de  ludias  al  Ministro  Plenipotenciario  de  S.  ^I.  I.  y  R. 
ante  los  Estados  Unidos,  el  25  de  diciembre  de  1812.  Arch.  des  Aff. 
Etr.,  (Colombia,  Venezuela,  Nueva  Granada,  n»  1,  f°.  36. 

4.  1"  de  enero  de  1813,  ibid.,  f".  39. 

5.  En  efecto,  esto  es  lo  que  declaraba  Palacio  en  el  informe  general 
que  dirigió  desde  Londres,  el  7  de  febrero  de  1815,  para  dar  cuenta 


520  BOLÍVAR 

])olítica.  la  timidez  inherente  a  la  debilidad,  y  teme  siempre 
comprometerse  antes  de  tiempo  con  España.  Más  tarde 
perderá  esos  escrúpulos  cuando  se  haga  más  fuerte,  y  esto 
es  una  razón  más  para  tratar  desde  ahora  con  Cartagena  ». 

El  13  de  marzo  siguiente.  Palacio  estaba  en  París.  Un 
francés,  Louis  Delpech,  establecido  anteriormente  en 
Caracas  '  y  a  quien  Marino  y  Bermúdez  habían  encargado, 
poco  tiempo  antes,  que  fuera  al  extranjero  para  procurar 
armas  por  cuenta  de  ellos,  se  puso  en  seguida  en  relación 
con  el  delegado  de  Cartagena.  Juntos  dirigieron  un  memo- 
rándum al  duque  de  Bassano",  protestando  «  de  su  adhe- 
sión a  Francia  y  de  su  odio  a  los  Españoles,  los  Portugueses 
y  los  Ingleses,  culpables  de  todas  las  intrigas  imaginables 
para  subyugar  y  dominar  a  sus  países  ».  y  solicitando 
socorros  en  armas  y  municiones.  Al  mismo  tiempo  pedían 
autorización  para  alistar  oficiales  de  artillería,  ingenieros, 
jefes  de  taller  y  obreros  de  todas  clases. 

Las  proposiciones  de  los  delegados  sudamericanos 
fueron  escuchadas  con  solicitud  en  el  ministerio  de  rela- 
ciones exteriores.  Según  instrucciones  del  Emperador,  el 
duque  de  Bassano  hizo  dirigir  notas  al  ministerio  de  la 
guerra.  Durante  algunas  semanas.  Palacio  y  Delpech, 
creyeron  estar  a  punto  de  realizar  el  objeto  de  su  misión. 
Se  les  había  hecho  obtener  audiencia  del  papa  Pío  VII  en 
Fontainebleau,  y  Napoleón  parecía  cada  vez  más  inclinado 
a  que  se  realizaran  los  proyectos  de  intervención  en  favor 
de  la  Independencia,  interesando  a  ella  al  Sumo  Pontífice^. 
Había  éste  de  ratificar  los  nombramientos  de  varios  obispos 
designados  por  las  autoridades  republicanas  ^.  Por  des- 
m'acia,  una  vez  más  desvanecieron  los  acontecimientos  las 
esperanzas  de  los  gobiernos  americanos  y  de  sus  embaja- 
dores. La  coalición  redoblaba  sus  esfuerzos  contra  P^rancia, 
dando    por    resultados    las    últimas    batallas,   la   caída    del 

al  presidente  de  Cartagena  de  los  resultados  de  su  misión.  Y.  este 
informe  en  OLhary,  Documentos,  t.  IX,  p.  403. 

1.  Parece  haber  sido  el  fundador  de  la  primera  imprenta  en  Vene- 
zuela, D.,  II,  402. 

2.  El  15  de  abril  de  1813.  Arch.  des  Aff.  Étr.,  Colombia,  I,  f^  57. 

3.  Informe  citado  de  Palacio  al  presidente  de  Cartagena. 

4.  Nota  de  Delpech  y  Palacio  al  duque  de  Bassano.  Arch.  des  Aff. 
Etr.,  Colombia,  I,  f"^  58  y  ss. 


El,    I.IlllíUTADOlt  521 

iMiiporadoi'.  el  regreso  ele  los  Borhones.  IJelpeeh  desapa- 
reoió.  Palacio,  que.  bajo  un  u()nil)i'e  supuesto',  había 
entrado   en   neffoeiaeiones  con  varios   oficiales  lieenciados 

o 

a  quienes  quería  él  llevar  a  Venezuela.  íué  sospechado  de 
conspiración,  arrestado  el  22  de  octubre  de  1814  y  oIjIí- 
srado  a  salir  del  territ(>rio  -. 

o 

Así  pues,  sólo  coiisigo  mismo  [)<)día  contar  Bolívar  para 
intentar  la  empresa,  ahora  imposible,  de  resistir  a  sus 
enemigos.  Desde  mediados  de  enero  de  1814.  el  Libertador 
se  había  reconciliado  con  Marino.  Pero  esta  reconciliación 
fué  efectuada  demasiado  tarde.  Yáñez  ha  salido  de  Barinas 
y  a  marídias  forzadas  se  dirige  hacia  Caracas.  Los  cam- 
pesinos  hacen  causa  común  con  los  realistas.  Boves  y  sus 
llaneros  han  invadido  los  llanos  del  sur  de  la  capital.  Para 
apaciguar  la  formidable  insurrección  que  en  aquellos 
sitios  se  prepara,  recurre  Bolívar  a  los  mismos  medios  que 
los  Españoles  habían  empleado  para  desencadenarla. 
Decide  al  arzobispo  de  Caracas,  Coll  y  Prat,  a  que  se 
ponga  en  camino  para  Calabozo  con  cierto  número  de 
eclesiásticos  ganados  a  la  causa  republicana.  Pero  los 
esfuerzos  de  éstos,  más  o  menos  sinceros  ^  resultan  sin 
efecto.  No  queda  más  recurso  cjue  las  armas. 

Al  tener  noticia  de  los  movimientos  de  Yáñez.  Urdaneta. 
a  quien,  después  de  la  batalla  de  Araure,  el  Libertador 
había  encaminado  hacia  San  Carlos,  donde  debía  preparar 
una  expedición  contra  Coro,  tuvo  que  modificar  sus 
proyectos;  como  quería  atajar  la  marcha  victoriosa  de  la 
división  realista  de  Barinas.  fué  a  apostarse  con  800  hom- 
bres en  Ospino.  no  lejos  de  Araure.  Yáñez  acudió  a 
atacarle,  el  2  de  febrero.  La  infantería  republicana, 
formada  en  cuadros,  sostuvo  con  valentía  los  furiosos 
asaltos  de  los  llaneros.  En  lo  más  recio  del  combate, 
Yáñez,  que  mandajja  las  cargas,  cayó  herido  por  dos  balas. 
Esto  fué,  para  sus  jinetes  desconcertados  por  la  resistencia 
de  los  patriotas,  la  señal  de  la  desbandada.  La  victoria 
habría    sido   para   Lh'daneta  si    el   capit-án   Sebastián  de  la 

1.  El  de  Diego  OLibf.r,  Archives  Nationales,  F'  634'i. 

2.  Ihid. 

3.  V.  A.  Rojas,  Estudio  histórico  sobre  el   arzobispo   Culi  y  Prat., 
1873,  en  D.,  V.  1151. 


522  BOLÍVAR 

Calzada  no  hubiese  tomado,  a  la  muerte  de  su  jeíe,  el 
mando  de  los  fugitivos  y  no  hubiera  entrado  en  Ospino, 
abandonado  por  los  republicanos.  El  cadáver  de  Yañez  fué 
descuartizado,  y  sus  miembros  enviados  a  los  diferentes 
pueblos  de  quienes  se  esperaba,  por  este  ejemplo,  impedir 
la  adhesión  a  la  causa  realista.  En  el  acto  vengó  Calzada 
el  ultraje  pasando  a  cuchillo  a  la  población  de  Ospino. 

Boves,  sin  embargo,  seguía  avanzando.  Ya  estaba  sólo 
a  algunas  etapas  de  Valencia.  Por  otra  parte,  sus  lugarte- 
nientes Morales  y  Rósete  penetraban  en  los  valles  del  Tuy 
al  sur  de  Caracas,  sembrando  a  su  paso  el  terror  y  la 
muerte.  Bolívar,  que  tomaba  las  medidas  más  activas  por 
resistir  al  acordonamiento  de  que  estaba  amenazado  el 
centro  del  país,  obtuvo  de  Marino  la  promesa  de  que 
con  toda  celeridad  marcharía  contra  la  villa  de  Cura. 
Campo  Elias,  a  la  cabeza  de  1  300  hombres  de  infantería 
y  300  de  caballería  acudió  a  esperar  a(|uel  refuerzo  deseado 
desde  hacía  tanto  tiempo  y  que  permitiría  tal  vez  cerrar 
el  paso  a  Boves.  Pero,  una  vez  más,  burló  Marino  las 
esperanzas  de  los  patriotas.  Campo  Elias  tuvo  que  sostener 
solo  el  impetuoso  ataque  de  los  terribles  lanceros  de  Boves. 

El  combate  tuvo  por  teatro  la  extensa  sabana  de  La 
Puerta,  a  tres  leguas  del  sur  de  Cura.  Fué  uno  de  los  más 
encarnizados  de  aquella  guerra.  La  infantería  republi- 
cana, dislocada,  destruida  por  las  sucesivas  cargas  de  los 
llaneros,  dejó  el  llano  sembrado  con  las  cadáveres  de  las 
tres  cuartas  partes  de  sus  soldados.  Perecieron  cerca  de 
mil  hombres.  Boves,  cubierto  de  heridas,  tuvo,  sin 
embargo,  fuerza  suficiente  para  ordenar  el  inmediato 
degüello  de  los  prisioneros. 

La  división  de  Campo  Elias,  reducida  a  doscientos 
jinetes,  partió  a  rienda  suelta  a  atrincherarse  en  el  desfila- 
dero de  La  Cabrera,  cerca  de  Valencia. 

Entonces,  los  habitantes  de  Caracas  se  prepararon  para 
una  defensa  desesperada.  Rivas,  que  mandaba  la  guarni- 
ción, reunió  mil  hombres,  tomó  cinco  piezas  de  campaña 
y  salió  en  socorro  de  Campo  Elias,  el  7  de  febrero.  Morales 
le  sorprendió  tres  días  después  en  La  Victoria,  le  atacó. 
y  estuvo  a  |)unto  de  exterminarlo.  A  pesar  de  los  prodi- 
gios   de    valor    llevados    a    cabo    por    Rivas.    los    reclutas, 


EL    MBERT.VDOR  523 

íu'ohaidados,  luu'íiu,  se  dejaban  envolver,  dispersar,  matar 
por  los  jinetes  españoles.  Los  republicanos  parecían 
perdidos,  cuando,  de  repente,  una  nube  de  polvo  se 
levantó  en  el  camino  de  Valencia;  se  oyó  el  precipitado 
galope  de  una  caballería  lanzada  a  toda  carrera.  Era 
Campo  Elias  que  acudía  con  los  escuadrones  librados  del 
desastre  de  La  Puerta.  Los  soldad(>s  de  Rivas  cobraron 
nuevos  bríos  ante  aquel  inesperado  rcluerzo,  y,  volviendo 
a  la  ofensiva,  obligaron  al  enemiao  a  cederles  el  terreno. 

o  o 

Morales  se  replegó  sobre  Cura,  mientras  Rivas,  sin 
perder  tiempo,  iba  con  800  hombres  al  encuentro  de 
Rósete,  cuya  presencia  era  señalada  en  Charayave,  a  siete 
horas  de  Caracas.  Le  derrotó  por  completo  el  20  de  febrero, 
y  continuó  su  marcha  hacia  el  pueblo  de  Ocumare,  ocu- 
pado, diez  días  antes,  por  las  tropas  de  Rósete. 

Un  espectáculo  aterrador  esperaba  en  aquel  sitio  a  los 
patriotas.  Las  calles  estaban  completamente  empedradas 
con  brazos,  con  piernas,  con  troncos  y  con  cabezas  cortadas. 
La  población  entera  había  perecido  en  aquella  espantosa 
hecatombe  cuya  vista  excitó  en  Rivas  tanto  horror  como 
ira  :  «  La  sangre  americana  es  preciso  vengarla,  —  escribía 
él  al  final  de  su  informe  oficial  a  Caracas*,  —  las  víctimas 
de  Ocumare  claman  á  todos  los  que  tienen  el  honor  de 
mandar  los  países  libres  de  América.  Yo  reitero  mi  jura- 
mento y  ofrezco  que  no  perdonaré  medios  de  castigar  y 
exterminar  esa  raza  malvada  »  (la  española). 

El  coronel  Juan  Bautista  Aiismendi,  oriundo  de  la  isla 
Margarita,  a  quien  hemos  visto,  ha  poco,  colaborar  con 
Marino  en  el  sitio  de  Cumaná.  y  que  mandaba  provisional- 
mente la  plaza  de  Caracas,  hizo  pegar  en  las  paredes  de  la 
ciudad  el  informe  que  Rivas  acababa  de  enviarle.  Al  texto 
del  informe  añadió  la  siguiente  proclama  :  «  Ciudadanos, 
a  mi  vez.  juro  no  perdonar  la  vida  a  ningún  español.  La 
sangre  de  esos  descreídos  será  derramada  por  órdenes 
mías,  pues  estoy  seguro  de  que  semejante  sacrificio  llenará 
de  júbilo  las  espantadas  sombras  de  las  víctimas  ameri- 
canas inmoladas  al  desalmado  furor  de  sus  verdugos.  No 
puedo  dudar  de  que  el  Libertador  esté  animado  de  seme- 
jantes intenciones.  » 

1.  21  de  febrero  de  1814.  D.,  Y.  ^»15. 


CAPITULO   III 

GUERRA  A   MUERTE 


Mientras  sus  lusfartenientes  acudían  de  este  tnodo  a  los 

o 

puntos  sucesivamente  amenazados  por  las  divisiones  espa- 
ñolas, Bolívar  había  vuelto,  desde  mediados  de  enero,  ante 
Puerto  Cabello  con  objeto  de  activar,  una  vez  más,  los 
trabajos  del  sitio.  En  la  situación,  cada  día  más  crítica,  en 
que  se  hallaban  los  patriotas,  hacíase  indispensable  la 
ocupación  de  esta  plaza.  Privados  de  toda  base  de  opera- 
ción seria,  recluidos  en  las  regiones  centrales  de  la  pro- 
vincia de  Caracas,  en  que  los  realistas  estaban  en  vísperas 
de  penetrar,  los  últimos  campeones  de  la  República  no 
podían  concebir  esperanza  alguna  sino  a  condición  de 
apoderarse  de  Puerto  Cabello.  Dueños  de  los  arsenales  y 
de  las  fortalezas,  resguardados  por  las  murallas,  y  agru- 
pados en  torno  del  Libertador,  sólo  así  podrían  prolongar 
la  resistencia  y  desafiar  tal  vez  los  esfuerzos  del  enemigo. 
Por  eso  se  dedicaba  Bolívar,  con  toda  la  energía  de  que 
era  capaz,  a  reanimar  el  espíritu  y  el  ardor  de  sus  sol- 
dados. No  desesperaba  de  conseguir,  por  sorpresa  o  por 
fuerza,  llevar  a  feliz  término  su  empresa.  Estaba  seguro  de 
la  próxima  llegada  de  Marino  y  seguía  contando  con  un 
regreso  favorable  de  la  fortuna. 

Por  desgracia  el  dictador  de  oriente  no  había  hecho  aún 
su  aparición,  y,  en  cambio,  afluían  al  cuartel  general  los 
correos  con  malas  noticias.  Al  saber  la  derrota  de  í^a 
Puerta,  ([ue  entiegaba  a  Boves  el  camino  de  Cai'acas, 
Bolívar,  confiando  una  vez  más  a  d'Elhuyar  el  cuidado 
de  proseguir  las  operaciones  del  sitio,  tuvo  que  resignarse 


(ilEUHA    A    MUERTE 


fi  tomar  el  (lamino  de  Valencia,  y  se  encerró  en  ella  el 
5  de  lebrero.  A  su  llegada  fué  informado  de  los  actos  de 
violencia  y  de  exterminación  que  las  bandas  do  Rósete 
cometían  en  los  valles  del  Tuy.  Supo  que  Rivas  iba  a  salir 
de  Caracas,  dejando  la  capital  desprovista  y  casi  sin 
defensores  :  «  En  momento  de  tan  gran  peligro  —  escri- 
bía el  comandante  de  La  Guayra  —  ¿^iit^  debo  hacer  con 
los  prisioneros  detenidos  en  la  fortaleza?  La  guarnición 
es  muv  reducida  v  esos  prisioneros  son  muy  numerosos...  n 
Arismendi  enviaba  tambiéji  de  Caracas  una  nota  concebida 
en  términos  parecidos. 

Se  trataba  de  los  Españ(des  y  Canai'ios  arrestados  seis 
meses  antes  cuando  la  entrada  de  las  tropas  republicanas 
en  la  capital  y  que,  en  número  de  mil  aproximadamente, 
llenaban  las  prisiones  de  Caracas  v  de  La  Guayra.  En  el 
tratado  negociado  en  La  Victoria,  con  los  delegados  del 
capitán  general  interino  D.  Miguel  Fierro,  el  4  de  agosto 
de  1813,  Bolívar  había  especificado,  como  hemos  visto, 
que  los  Españoles  que  habitaban  Venezuela  no  serían  en 
modo  alguno  inquietados,  y  podrían  emigrar  libremente. 
Los  comisionados  no  habían  podido  hacer  ratificar  el  tratado 
por  las  autoridades  españolas,  y,  por  su  parte.  Monteverde 
se  había  negado  formalmente  a  reconocer  una  capitulación 
estipulada  con  «  rebeldes  ».  En  tales  condiciones,  le  había 
sido  imposible  a  Bolívar  poner  término  a  la  detención  de 
los  Españoles,  a  quienes,  represalias  consideradas  como 
legítimas,  sometían  al  tratamiento  mismo  sufrido  por  los 
patriotas  en  época  de  la  toma  de  posesión  de  Caracas  por 
Monteverde. 

Sin  embargo,  no  lonunciaba  el  Libertador  a  la  espe- 
ranza de  vencer  la  obstinación  de  su  enemigo,  v  seguía 
pioponiéndole  la  entrega  de  aquellos  prisioneros,  guar- 
dados en  rehenes,  a  cambio  de  la  ratificación  solemne  del 
tratado.  En  siete  ocasiones  distintas  fué  transmitida  esta 
oferta  a  Monteverde.  quien,  cada  vez,  la  rechazó.  Sus 
sucesores  dieron  pruebas  de  una  ter([uedad  más  cruel  aún. 
I).  Jacinto  Istueta.  a  ([uien  los  sitiados  de  Puerto  Cabello 
habían  confiado  la  defensa  de  la  plaza  después  d<í 
maichaise  Monteverde.  solicitado  de  nuevo  por  Bolívar 
para  que   aceptara    un    convenio,   coiitestó.  con   motivo  de 


526  .  BOLÍVAR 

un  ataque  sobrevenido  algunos  días  después,  exponiendo 
al  fuego  de  sus  compatriotas  los  prisioneros  venezolanos. 
Aquellos  a  quienes  habían  respetado  las  balas  perecieron, 
sofocados,  en  las  bóvedas  '. 

No  obstante,  los  desastres  se  acumulaban;  los  patriotas 
se  sentían  próximos  a  una  catástrofe.  Sus  ejércitos  estaban 
dispersados  por  todo  el  territorio.  La  necesidad  en  que  se 
veían  ahora,  de  retirar  las  guarniciones  de  La  Guayra  y  de 
Caracas,  podía  precipitar  la  rebelión  de  los  prisioneros, 
la  cual  se  anunciaba  como  un  acontecimiento  tan  probable 
como  alarmante.  En  efecto,  desde  hacía  algún  tiempo, 
circulaba  entre  los  patriotas  el  rumor  de  una  vasta  conspi- 
ración, que  los  Españoles  detenidos  en  la  capital  urdían  en 
connivencia  con  los  jefes  realistas.  Este  rumor,  confirmado 
por  los  informes  del  general  Rivas,  que  pretendía  haber 
descubierto  en  el  archivo  de  Rósete  las  pruebas  manifiestas 
del  complot",  extremaba  las  inquietudes  del  Libertador. 

En  fin,  de  todos  modos,  la  mayor  parte  de  los  prisio- 
neros eran  antiguos  soldados  de  las  milicias  realistas  de 
Monteverde.  Si  conseguían  derribar  las  puertas  de  sus 
calabozos,  aquellos  cuatrocientos  o  quinientos  hombres, 
válidos  y  resueltos,  podían  constituir  un  terrible  peligro 
en  un  momento  en  que  los  republicanos  no  llegaban  a 
reclutar  hombres  sino  a  costa  de  los  mayores  sacrificios, 
y  en  que  la  municipalidad  de  Caracas  hacía  anunciar  por 
bandos  que  «  todos  los  ciudadanos,  de  doce  a  sesenta 
años,  iban  a  ser  llamados  al  servicio  ». 

Fácil  es,  pues,  imaginar  lo  que  de  angustioso  y  de  trá- 
gico tenían  las  preguntas  diiigidas  al  Libertador  por  los 
comandantes  de  las  plazas  de  La  Guayra  y  de  Caracas.  La 
contestación  de  Bolívar  fué  inmediata  y  decisiva  : 

Señor   Comandante  de  La   Guayra,   ciiidadano 
José  Leandro  Palacios. 

«  Por  oficio  de  US.  de  4  del  actual,  que  acabo  de  recibir,  me 
impongo  de  las  críticas  circunstancias  en  que  se  encuentra  esa 

1.  Lallemknt,  Hisloire  de  la  Colombio^  op.  cil.,  ch.  iv. 

2.  Informe  del  20  de  febrero  de  1814  mencionado  en  D.,  V.,  922, 
i;  3. 


OUEHUA    A     MUEltTK  52/ 

plaza  ron  poca  guarnición  y  un  crecido  número  de  presos.  En 
su  consecuencia,  ordeno  á  US.  que  inmediatamente  se  pasen 
por  las  armas  todos  los  Españoles  presos  en  esas  b()vedas  y  en 
el  hospital,  sin  excepción  alguna. 

«   Cuartel    General    Libertador    en    Valencia,    8   de    febrero 
de  1814  —  2°  á  las  ocho  de  la  noche. 

«  Simón  Bolívar  ^  » 


Una  orden  semejante  fue  expedida  al  mismo  tiempo  a 
Caracas.  Contenía  una  variante  :  Bolívar  había  dictado  : 
«  Ordeno  a  US.  que  inmediatamente  so  pasen  por  las 
armas  todos  los  Españoles  detenidos  en  las  bóvedas,  con 
excepción  de  los  que  tengan  carta  de  naturalización.  » 
Al  leer  la  instrucción  que  le  era  enviada  Arismondi  se 
puso  iracundo.  Exclamó  :  «  ¡Este  secretario  del  Liber- 
tador es  un  huiro;  ha  escrito  con  excepción,  en  vez  de  con 
inclusión !  "  « 

Esta  reflexión  feroz  da  la  medida  del  estado  de  exaspe- 
ración, rayana  en  demencia,  de  que  estaban  entonces 
poseídos  los  patriotas  venezolanos.  Las  ejecuciones  comen- 
zaron el  13  de  febrero,  y  no  terminaron  hasta  el  16.  En 
Caracas,  en  la  plaza  mayor,  en  La  Guayra  ante  la  fortaleza 
de  San  Carlos,  los  prisioneros  fueron  llevados  por  grupos, 
y  ejecutados  sucesivamente.  Un  toque  de  clarín  daba  la 
señal  del  íusilamiento.  Pero  pronto  se  dieron  cuenta  los 
ejecutores  de  que  la  pólvora  costaba  demasiado  caro,  y, 
entonces,  los  Españoles  fueron  matados  a  sable  y  a  pica. 
Ochocientos  sesenta  y  seis  hombres  ^  perecieron  así, 
fríamente,  metódicamente  asesinados,  teniendo  sus  ver- 
dugos la  absoluta  conciencia  de  que  cumplían  legalinente 
con  un  deber  patriótico.  Entre  los  supliciados  se  hallaban 
comerciantes  y  burgueses  tranquilos  a  quienes  nunca  se 
les  había  ocuirido  tomar  las  ai'mas  contra  la  Rev(dución. 
Había  también  ancianos,  ([ue.  por  sus  enfermedades  o  por 
su  avanzada  edad,  estaban  imposibilitados  para  andar,  l'^n 


1.  O'Leary.  t.  XIII,  n0  221. 

2.  MiTRi:,  Ilisloria  de  San  Martin,  t.  III,  cap,  xxxix,  p.  376. 

3.  Cifras   oficiales    publicadas    en    los   números   de   la    Gaceta    de 
Caracas  de  la  época. 


528  BOLÍVAR 

un    sillón,    amarrados,    fueron     conduoidos    al    lugar    del 
suplicio,  y  ejecutados  sin  piedad  como  los  demás. 

Tal  vez.  como  pretendían  los  patriotas,  significara  un 
peligro  la  presencia  de  los  prisioneros  españoles  en 
La  Guayra  y  en  Caracas;  quizá  también  fuera  motivado  el 
degüello  por  un  pensamiento  de  solicitud  respecto  del 
reducido  número  de  soldados  que  sobrevivieron  a  los 
múltiples  infortunios  de  la  república.  Es  preciso,  sin 
embargo,  buscar  más  lejos  las  causas  profundas  y  el  origen 
de  tal  exterminio.  «  Ellos  fueron  víctimas  de  la  guerra  á 
muerte  —  escribe  un  historiador  americano  '  —  que  con 
tanto  encarnizamiento  se  hacían  en  Venezuela  los  patriotas 
y  realistas.  Aquel  desgraciado  país  se  asemejaba  á  un  vasto 
campo  de  carnicería.  »  En  efecto,  tal  carácter  asumía 
aquella  lucha  atroz,  que  la  matanza  de  las  jornadas  de 
febrero  de  1814  parece  no  ser  sino  un  vulgar  episodio  v 
ocupar  su  puesto  entre  las  abominaciones  sin  cuento  de 
que  las  Colonias  españolas  habían  llegado  a  ser  teatro. 

En  aquel  continente,  en  que  los  conquistadores  mismos 
habían  puesto  tanta  furia  en  destruirse  unos  a  otros, 
la  violencia  y  el  crimen  se  habían  aclimatado  desde  el 
primer  día.  Los  suplicios  :  descuartizamiento,  tormento, 
desuello,  horca,  autos  de  fe,  se  establecieron  en  el  Nuevo 
Mundo  como  el  tributo  natural  de  toda  rebelión,  y. 
cuando  los  colonos  hubieron  hecho  públicas  sus  aspi- 
raciones independientes,  las  represalias  que  les  espe- 
raban no  hicieron  más  que  extenderse  y  agravarse  aún 
como  terrorismo.  Por  otra  parte,  los  criollos,  tomaron,  en 
muchas  partes,  la  iniciativa  de  las  crueldades  recíprocas. 
En  Méjico,  las  ejecuciones  en  masa  ordenadas  por  las 
autoridades  reales  después  de  la  insurrección  de  Hidalgo, 
habían  tenido  por  preludio  los  excesos  y  los  crímenes 
odiosos  cometidos  por  los  oficiales  y  los  soldados  del  cura 
de  Dolores.  En  La  Plata,  los  primeros  laureles  de  la  revo- 
lución en  los  campos  de  Suipacha,  el  7  de  noviembre 
de  1810,  se  mancharon  con  la  sangre  de  un  gran  número 
de  deplorables  víctimas.  Después  de  la  ejecución  de 
Liniers.    el    lu'-roe    de    la    rcconcjuista   y   de   la   delensa    de 

1.  Restrepo,  t.  TI.  cap.  vi,  o.  227. 


GUERIIA    A    MUEUTE  521» 

Buenos  Aires,  en  Cabeza  del  Tigre,  la  reacción  íué  n'|HÍ- 
mida  sin  piedad  en  las  provincias  del  interior.  El  general 
Caslelli,  enviado  al  Alto  Perú,  ordenaba,  algunas  semanas 
inás  tarde,  conforme  a  las  instrucciones  de  la  Junta,  el 
asesinato,  en  sus  prisiones,  de  los  jefes  militares  y  civiles 
de  la  resistencia  española  :  Nieto,  Córdoba  y  Sanz, 
((  en  señal  de  ([ue  la  guerra  entre  realistas  y  patriotas 
era  á  muerte  ^  » . 

Desde  que  se  generalizó  la  Revolución,  todo  sentimiento 
de  piedad,  de  humanidad,  pareció  haber  desaparecido. 
De  Méjico,  donde  el  carácter  salvaje  de  la  guerra  se 
acentuó  desde  el  momento  en  que  el  general  Calleja 
obtuvo,  en  el  puente  de  Calderón,  su  grande  y  sangriezita 
victoria  contra  Hidalgo,  al  Perú,  donde  las  menores  velei- 
dades liberales  eran  ahogadas  en  suplicios;  de  Quito,  que 
temblaba  aún  ante  el  recuerdo  de  las  hecatombes  de  1810, 
a  Nueva  Granada,  ensangrentada  por  las  guerras  civiles  y 
por  la  insurrección  de  sus  provincias  de  Pasto  y  de  Patia, 
que  renovaba  las  trágicas  escenas  de  la  chuanería  ven- 
deana,  se  instauró  un  régimen  espantoso  de  horrores  y 
exterminio.  También  en  esto  partió  de  Venezuela  el 
ejemplo  y  la  señal  :  allí.  Españoles  y  criollos  rivalizaban 
de  ferocidad  :  por  el  martirio  de  España  y  de  sus  compa- 
ñeros comenzó  la  Revolución.  El  hecho,  inaugurado  por 
entonces,  de  exponer  públicamente  en  jaulas  de  hierro 
los  miembros  de  los  supliciados,  llegó  a  ser  una  cos- 
tumbre, y  a  nadie  extrañó  ver  los  realistas,  en  la  época 
del  primer  desembarco  de  Miranda,  o  a  los  patriotas, 
cuando  la  insurrección  de  los  Canarios  en  1812,  recurrir 
al  acostumbrado  y  siniestro  despedazamiento. 

Pronto  se  hizo  imposible  impedir  a  los  guerrilleros  y  a 
los  mismos  milicianos  que  mataran  a  los  prisioneros 
después  del  combale.  T^a  guerra  llegó  a  ser  una  guerra  a 
muerte  y  sin  perdón.  La  vista  de  los  tormentos,  el  olor 
de  la  sangie,  parecían  haber  despertado,  entre  el  bajo 
pueblo  llamado  al  ejército,  los  instintos  despiadados  del 
caribe,  del  negro  de  las  selvas  africanas,  del  matón  del 
populacho  español  trasplantado  cuando  la  Conquista.  Sin 

1.  MiTRr,  Ili.ttnria  de  Belgrnno,  op.  cit.,  t.  I,  cap.  xi,  p.  269. 

34 


530  BOLÍVAR 

embargo,  el  hecho  de  que  patricios  de  elevada  cultura 
como  los  Briceño.  los  Rivas,  los  Urdaneta,  los  Marino, 
los  Arismendi  y  tantos  otros  se  dejaran  arrastrar  a  las 
atrocidades  que  empañan  su  gloria,  no  puede  explicarse 
sino  por  razones  de  orden  patológico.  El  «  contagio  del 
homicidio  »  tan  positivo,  diremos  con  uno  de  los  más 
célebres  criminalistas  contemporáneos  S  como  el  de  las 
enlermedades  ordinarias,  fué  la  causa  evidente  de  la 
participación  de  las  altas  clases  americanas  en  la  epopeya 
de  excesos  y  crueldades  c^ue  caracteriza  las  primeras 
guerras  de  la  Independencia. 

En  electo,  en  los  comienzos,  en  los  tiempos  idílicos 
del  marqués  del  Toro  y  de  la  primera  república  venezo- 
lana, los  jefes  patriotas  hacían  gala  de  una  constante 
generosidad  respecto  de  sus  enemigos.  Perdonaban 
siempre  la  vida  a  los  prisioneros,  y  el  comportamiento  de 
Miranda,  al  oponerse  éste  a  la  ejecución  de  los  promove- 
dores de  la  rebelión  de  Valencia,  fué  precisamente  uno 
de  los  cargos  que  los  adversarios  del  Precursor  alegaron 
más  tarde  contra  él.  Idéntica  benevolencia  demostraba  el 
gobierno  de  la  meti'ópoli.  A  las  conciliadoras  disposiciones 
de  los  Proceres  había  respondido  España  con  manifesta- 
ciones análogas.  La  Junta  Central,  la  Regencia  habían 
nombrado  o  enviado  a  las  Colonias  Pacificadores,  criollos 
en  su  mayoría,  encargados  de  anunciar  prontas  reformas. 

Pero  cuando  la  metrópoli  dispuso  de  nuevo  de  las 
tropas  inmovilizadas  por  la  invasión  francesa,  recurrió, 
en  América,  a  la  fuerza  de  las  armas  para  reprimir  la 
insurrección.  Eran  incomprensibles  para  ella  los  verda- 
deros motivos  de  la  sublevación.  Exasperados  por  la 
resistencia  de  aquellos  colonos,  a  quienes  por  instinto 
despreciaban,  y  a  ([uiencs  estaban  convencidos  de  haber 
Iralado  con  exagerada  clemencia,  los  Esj)añoles,  destle 
aqiud  momento,  opusieron  a  los  d  rebeldes  »  un  teri'o- 
lismo  <[ue  sus  represeulantcs  no  lartlaron  en  erigir  en 
sislema.    Proclamaron   el   bloqueo   y  el  estado    de  sitio   en 

1.  SiGHELE,  La  Foule  Criminelle,  in-8o.  Alean,  1905,  p.  32. 
])ii.  R.  Blanco  Fombona,  en  un  esUidio  acerca  de  «  La  Guerra  a 
Muerte  »  publicado  en  el  Constitucional  de  Caracas  en  diciembre  de 
1906  y  enero  de  1907,  ha  expuesto  magistralniente  este  punto  de  vista. 


GUERRA    A    MUEiriE  531 

líulas  las  provincias,  lomaron  a  su  vez  la  otcnsiva, 
ni'dicron  conspiraciones,  excitaron  a  los  Americanos  unos 
contra  otros,  v  no  retrocedieron  ya  ante  ningún  medio 
para  llegar  a  vencer  la  i'esistencia.  La  leroz  brutalidad 
(|ue  dict()  la  adopción  de  a<[uellas  medidas  iba  a  hacer 
iirei'onciliable  la  separación  entre  la  madre  patria  y  las 
(^()l()n¡as  '. 

Monteverde  iué  ([uien  puso  en  práctica,  en  Caracas, 
esta  nueva  política.  Kl  régimen  sanguinario  a  (|ue  sometió 
la  colonia  enloqueció  literalmente  a  los  patriotas,  les 
Inspiró  exceso  por  exceso,  v  les  condujo  a  emplear  tanta 
ci'ueldad  como  mansedumbre  habían  tenido  hasta  entonces. 
Además  aparecieron  en  el  teatro  de  la  guerra  caj)¡tanes 
improvisados,  chusma  y  bandidos  de  prolesión.  que 
supieron  imponer  sus  servicios  a  los  gobernadores  espa- 
ñoles que  no  sabían  cómo  hacer  trente  a  la  insurrección, 
y  que  se  veían  obligados  a  tomar  defensores  donde  podían. 
Entonces,  la  lucha  acabó  de  revestir  el  carácter  horrible 
([ue  conservó  en  lo  sucesivo  :  «  guerra  tremenda,  en 
efecto,  guerra  de  navaja,  guerra  de  exterminio,  más  épica 
v  desesperada  por  parte  de  los  rebeldes,  más  cargada  de 
odio  V  furibunda  en  las  filas  españolas,  guerra  inexpiable 
también,  con  sus  esplendores  y  sus  salvajadas,  sus 
páginas  a  lo  Floro,  con  la  realista  concisión  de  los  relatos 
de  Pólibo,  sus  rasgos  dignos  de  los  Olimpios,  héroes  de 
Troya,  v  otros  que  parecen  resucitar  los  inventivos 
horrores  de  las  batallas  de  Amílcar  '  ». 

Tomemos,  al  azar,  y  vemos,  por  una  ])arte,  al  siniestro 
trío  de  Cervériz.  jurando  no  perdonar  la  vida  a  ningún 
patriota  v  que  se  enorgullecía,  con  razón,  de  no  haber 
dejado  de  cumplir  ni  una  sola  vez  este  juramento;  de 
Antoñanzas,  despiadado  asesino  de  niños  y  de  ancianos, 
vcrdun»»  sádico  de  instintos  de  chacal,  cuva  habitual 
distracción  consistía  en  hacer  abrir  el  vientre  de  las 
mujeres  embarazadas;  de  Zuázola.  ([ue  hacía  mutilai'  a  los 
muertos  y  ex])edía  a  las  ciudades  cai<)nes  llenos  de  oi(>-jas 
corladas  ([u<>  ios  icalistas  clavaban  en  sus  puertas  (t  ponían 


1.  V.  ÜiKviMs,  t.  VI.  p.  I.'ÍS-IS?. 

2.  DESI'AONAT.   0J>.   (■//.,   p.    o50. 


532  BOLÍVAR 

en  sus  sombreros  a  modo  de  escarapela.  Zuázola  se  distin- 
guía, además,  por  invenciones  inimaginables.  Cuando  se 
hacía  dueño  de  un  pueblo,  hacía  desfilar  ante  él  a  todos 
sus  habitantes;  entonces,  les  cortaban  las  narices,  las 
orejas,  las  mejillas;  los  cosían,  acoplados,  por  los  hom- 
bros; o,  también,  después  de  desollarles  la  planta  de  los 
pies,  les  hacían  andar  sobre  chinarros  puntiagudos  o 
cascos  de  botellas  rotase 

Por  otra  parte,  vemos  a  Boves,  monstruo  con  cara 
humana,  cuyo  retrato  es,  por  cierto,  revelador  :  «  Era, 
según  uno  de  sus  biógrafos  ocasionales  '^,  de  mediana 
estatura,  ancho  de  hombros,  rematados  por  una  enorme 
cabeza  de  ojos  azules  y  turbios  hundidos  en  cavidades 
profundas;  frente  muy  estrecha,  pómulos  salientes,  la 
barba  rala  y  rojiza,  la  nariz  y  la  boca  parecidos  al  pico 
de  un  ave  de  rapiña.  »  Pasaba  con  sus  «  soldados  ban- 
didos^ ))  como  un  huracán  devastador,  renovando,  al  cabo 
de  tres  siglos,  el  legendario  recuerdo  del  terrible  López 
de  Aguirre.  Mucho  tiempo  después  de  las  guerras  de  la 
Independencia,  enseñábanse  aún  a  los  extranjeros  las 
horrorosas  huellas  del  paso  de  la  legión  infernal  y  de  su 
capitán  :  en  muchos  sitios  se  alzaban  calvarios  en  forma 
de  pirámide  cubiertos  con  los  cráneos  de  los  combatientes 
y  de  los  prisioneros^.  El  buril  de  Goya  y  el  pincel  de 
Valdés  Leal  habrían  hallado  en  esto  materia  para  nuevas  y 
terroríficas  imágenes. 

Un  hecho  entre  cien  otros  caracterizará  los  procederes 
habituales  de  Boves,  cuya  bandera  había  sido  bautizada 
por  él  mismo  «  el  Pendón  de  la  Muerte  ».  Acababa  de 
llegar  Boves  con  sus  hordas  a  un  pueblo  del  cual  habían 
huido  todos  los  habitantes.  Un  anciano,  único  que  no 
había  podido  escapar,  fué  llevado  ante  el  capitán,  quien  dio 


1.  V.  MoMF.NEGRO,  Geografía,  etc.,  t.  VI,  p.  133  y  ss.,  Heredia, 
op.  cit.,  lib.  II;  Gervinus,  op.  cit. 

2.  J.  V.  González,  Rasgos  biográficos  del  General  José  Félix  fíivas. 
Revista  literaria.  Caracas,  18G5. 

3.  Así  es  cómo  los  calificaban  los  primeros  gobernadores  españoles. 
Y.  Informe  del  general  Montalvo,  virrey  de  Nueva  Granada,  a  la 
secretaria  de  guerra,  31  de  octubre  de  1814,  citado  por  Mitre,  1.  III, 
p.  393. 

4.  Gervixus.  t.  VI,  p.  265. 


GUERRA    A    MUERTK  533 

en  seguida  orden  de  matarlo.  De  repente,  apareee  un  niño, 
se  arroja  a  los  pies  de  Boves  y  exclama  :  «  Por  Dios  y  por 
la  Virgen,  os  ruego  que  perdonéis  a  este  pobre  hombre, 
([ue  es  mi  padre.  Salvadle,  y  seré  vuesti'o  esclavo.  »  — 
«  Está  bien,  respondió  Boves  con  sorna;  pero,  para  salvar 
a  tu  padre,  ¿te  dejarías  cortar  las  narices  y  las  orejas  sin 
j)roferir  una  queja?  —  Sí,  sí,  exclama  el  heroico  niño,  y, 
estoicamente,  sufre  el  horrible  suplicio  )).  —  «  Matad  al 
v¡(>jo.  dijo  entonces  Boves,  es  rebelde  al  rey,  y  matad 
también  al  niño;  es  un  valiente,  que,  a  su  vez.  llegaría  a 
ser  un  rebelde  si  se  le  dejara  vivo  '.  » 

En  la  nomenclatura  de  los  protagonistas  de  la  guerra  a 
muerte,  convieuí;  dedicar  también  un  puesto  a  aquel 
i'ray  Ensebio  del  Coronil,  de  quien  Monteverde  había 
hecho  su  capellán  :  a([uel  carnicero  tonsurado,  «  capuchino 
degenerado  de  las  misiones  del  Apure,  que  en  sus  modales 
y  palabras  parecía  más  bien  capitán  de  bandoleros  que 
religioso  de  San  Francisco  »  y  que  «  en  Valencia  al  partir 
una  compañía  para  San  Garlos  exhortó  en  alta  voz  á  los 
soldados  á  que  de  siete  años  arriba  no  dejasen  vivo  á 
nadie  '-.  »  Tampoco  hay  que  olvidar  a  Rósete  y  a  Yáñez, 
que  llevaban  en  su  equipaje  varillas  de  hierro  cuya  extre- 
midad formaba  las  letras  R  (republicano)  o  P  (patriota), 
con  objeto  de  marcar  con  ellas,  a  fuego,  la  frente  de  los 
insurrectos.  Innumerables  son  aquellos  verdugos  cuyo 
valor  personal  no  puede  disculpar  los  crímenes  que  come- 
tieron. 

Por  parte  de  los  patriotas,  los  jefes  no  eran,  en  este 
sentido,  menos  crueles  que  los  realistas.  Durante  la  cam- 
paña de  occidente,  Bermúdez  hizo  hecatombes  de  pri- 
sioneros, y  ya  hemos  visto  que,  cuando  la  toma  de 
Curaaná,  Marino  ejecutó  a  cerca  de  doscientos,  sin  que 
para  nada  interviniera  la  más  rudimentaria  justicia.  El 
margarileño  Arismendi,  procedente  de  una  familia  rica  y 
distinguida,  oficial  de  mérito,  v  cuya  moderación,  al 
j)i'ineipio,    era  celebrada  por    los  Españoles   mismos,   dio 

1.  V.  reíalo  de  Schryver  en  Esquisse  de  la  vie  de  BoUvar.  Bruselas, 
1899,  p.  53,  según  O'Leauy,  Memorias,  I,  p.  188. 

2.  Hfriuíka,  Mémoiips,  op.  c¿(.,  p.  1155.  V.  también  íIEspagnat, 
op.  loe.  cit. 


534  bolívar 

prueba,  en  la  realizaeión  de  la  matanza  de  Caracas,  de  un 
celo  y  un  júbilo  de  tal  modo  espantosos,  que  se  hicieron 
proverbiales  su  salvajismo  y  su  inhumanidad.  Algunos 
oficiales  europeos  que.  más  tarde,  sirvieron  en  Venezuela, 
al  mismo  tiempo  que  rendían  justicia  a  las  sobresalientes 
condiciones  de  sus  compañeros  de  armas,  no  pudieron 
nunca  vencer  el  sentimiento  de  pavura  y  de  aversión  que 
les  inspiraba  Arismendi.  Algunos  hablaban  de  «  su  risa 
sarcástica.  parecida  a  la  de  la  hiena  '  ».  «  Todo  pintor 
psicólogo  —  escribe  otro  —  que  cjuisiera  dibujar  una 
fisonomía  de  malhechor  rematado,  escogería  para  su 
retrato  esa  cara  de  bandido,  esos  ojos  bizcos  con  su  expre- 
sión de  astucia  iría,  v  esas  facciones  groseras  formadas 
por  la  nariz,  la  boca  y  la  barbilla.   » 

Alto,  delgado,  y  de  ademanes  corteses.  Arismendi 
presentaba,  al  contrario,  bastante  regularidad  en  las  líneas 
de  su  rostro.  Un  ligero  estral)ism(>  no  alteraba  la  expre- 
sión enérgica  y  sosegada  de  su  fisonomía.  La  verdad  es  que 
Arismendi  sufría,  como  la  mayor  parte  de  sus  contemporá- 
neos, el  irresistible  impulso  de  una  época  poseída  de  la 
locura  de  violencia.  José  Félix  Rivas.  tío  político  del  Liber- 
tador, ciudadano  cuerdo,  sesudo  y  de  notoria  distinción, 
manchó  en  Niquitao.  Los  Horcones,  La  Victoria,  con  abo- 
minables matanzas  sus  hazañas.  El  rasgo  más  significativo 
de  aquella  demencia  asesina  que  parecía  haberse  apoderado 
de  todos  los  cerebros  lo  dará  el  vencedor  del  Mosquitero, 
español  de  nacimiento  :  Campo  Elias.  Después  de  haber 
hecho  ejecutar  sucesivamente  a  sus  padres  y  a  uno  de  sus 
tíos,  bienhechor  suyo,  exclamó,  en  arrebato  furioso  : 
((  Después  que  matara  á  todos  los  Españoles,  me  degollaría 
yo  mismo,  y  así  no  quedaría  ninguno  -.  » 

El  patricio  Antonio  Briceño,  cuya  inoportuna  interven- 
ción durante  la  campaña  de  Venezuela,  en  1813,  cono- 
cemos, había,  como  tamlíién  recordará  el  lector,  trabado 
amistad    en    Cai'taíjena    con   cierto    número    de   exaltados. 

o 

entre    los    <|ue    había    algunos    aventureros    franceses.    El 

1.  Recollections  of  a  spr\'ice  of  three  years  diiring  the  war  of  exter- 
miiialion  in  the  Republics  of  Venezuela  and  Colombia  hj  an  officer 
of  the  Colombian  navy.  Londres,  1828,  citado  por  Gervinus,  VI,  p.  293. 

2.  Baralt  y  Día/,,  Resumen,  etc.,  op.  cit.,  t.  I,  p.  180. 


ClKltllA    A    MUEItTE  ."iSS 

contrato  ([ue  con  ellos  firnió  en  vísperas  de  su  salida  para 
el  inlei'lor  de  Nueva  Granada  merece  ser  citado  como 
ejemplo  típico  de  los  sentimientos  que  habían  lleoado  a 
ser  naturales  en  los  republicanos  exasperados  :  «  Como 
el  fin  principal  de  esta  guerra  es  el  de  exterminar  en 
Venezuela  la  raza  maldita  de  los  Españoles  de  Europa,  sin 
exceptuar  los  isleños  de  Canarias,  lodos  los  Españoles 
son  excluidos  de  esta  expedición,  por  buenos  patriotas 
que  parezcan,  puesto  que  ninguno  de  ellos  debe  quedar  en 
vida...  Para  tener  derecho  á  una  recompensa,  ó  á  un  grado, 
bastará  presentar  cierto  número  de  cabezas  de  Españoles 
ó  de  isleños  canarios.  El  soldado  que  presente  veinte,  será 
hecho  Abanderado  en  actividad  :  treinta  valdrán  el  grado 
de  Teniente  :  cincuenta,  el  de  Capitán,  etc.  ^  » 


II 

Cuando,  decididos  a  obrar  por  sí  mismos,  Briceño  y 
sus  compañeros,  después  de  haberse  reunido  con  Bolívar 
en  Cúcuta  en  abril  de  1813,  salieron  a  escondidas  del 
cuartel  general,  no  dejaron  de  poner  en  obra  su  siniestro 
programa.  Mataron  a  algunos  indefensos  campesinos  de 
San  Cristóbal  y  enviaron  dos  cabezas  cortadas  a  Bolívar  y 
a  Castillo.  El  envío  iba  acompañado  de  una  carta  que, 
scofún  el  memorialista  Díaz'^.  había  escrito  con  sanare 
Briceño. 

Bolívar  se  estremeció  de  horror  al  recibir  a([ueIIos 
repugnantes  trofeos,  y  dio  orden  de  perseguir,  de  arrestar 


1.  Este  curioso  documento  ha  sido  publicado  por  primera  vez  en 
las  Mémoires  da  General  Morillo,  París,  1826  (pp.  3  a  8).  Está 
fechado  en  Cartagena,  el  16  de  enero  de  1813,  año  3°  de  la  Indepen- 
dencia, firmado  por  Antonio  Nicolás  Briceño,  y  seguido  de  la  mención 
textual  siguiente  :  «  Los  inscriptos  habiendo  leído  las  presentes 
proposiciones,  aceptamos  y  lirmamos,  conformándonos  con  todas 
ellas,  según  están  escritas  :  en  fé  de  lo  cual,  y  poi-  nuestra  propia 
voluntad  suscribimos  con  nuestro  propio  puño  :  Antonio  Rodrigo, 
capitán  de  carabineros;  Joseph  Debraine:  Luis  Márquez,  teniente 
de  caballería;  Georges  Delon  :  B.  Henríquez,  teniente  de  cazadores; 

Juan   Silvestre   Chaquea;    Francisco    de    Paula    Navas »   Se  halla 

reproducido  en  D.,  IV,  837. 

2.  Recuerdos,  etc.,  p.  73. 


536  BOLIVAR 

y  de  que  le  llevaran  aquel  «  satánico  alueinado  »  —  tales 
fueron  sus  propias  palabras'  —  que  cometía  tales  atroci- 
dades, y  a  quien  iba  a  sentar  duramente  la  mano.  La  indig- 
nación de  Bolívar  era  sincera.  Por  resuelto  que  estuviera 
a  no  retroceder  ante  ninguna  de  las  medidas  capaces  de 
asegurar  el  triunfo  de  la  Independencia,  tenía  el  Liber- 
tador una  noción  demasiado  elevada  de  su  causa  para 
consentir,  ej:  abrupto,  excesos  que  sus  instintos  v  su 
educación  reprobaban  igualmente.  En  un  informe  al 
presidente  de  la  Unión-,  redactado  a  raíz  de  este  aconte- 
cimiento, dice  :  «...  Soy  tan  opuesto  á  permitir  crueldades 
o  violencias,  que  no  obstante  ser  la  táctica  del  Magdalena 
incendiar  los  lugares  que  se  tomaban,  yo  no  he  quemado 
una  paja,  ni  menos  saqueado  una  casa  y  los  únicos  pueblos 
que  existen  en  ambas  riberas  lo  deben  á  mi  clemencia. 
Mi  expedición  ha  estado  cerca  de  dos  meses  en  la  ciudad 
de  Ocaña  y  tan  solo  un  individuo  hizo  un  robo  de  diez 
pesos,  y  fué  castigado  con  dos  carreras  de  baquetas,  sin 
que  de  resto  hubiera  la  mas  mínima  queja  contra  ningún 
soldado.  )) 

Sin  embargo,  el  medio  obraba  sobre  el  espíritu  de 
Bolívar.  Las  necesidades  de  la  lucha,  la  voluntad  de 
lograr  éxito  por  todos  los  medios,  la  exaltación  que  se 
apoderaba  de  los  oficiales,  iban  a  vencer  los  sentimientos 
naturales  del  Libertador.  La  noticia  de  las  persecuciones 
que  Monteverde  ordenaba  en  Caracas  llevó  al  paroxismo 
la  ira  de  los  jefes  que  constituían  la  plana  mayor  de 
Bolívar.  Ya  no  había  indiferentes  entre  los  patriotas. 
Camilo  Torres  mismo,  tan  digno  siempre  y  tan  dueño  de 
sí,  se  dejó  arrastrar  por  la  cólera  hasta  el  punto  de  dar 
consejos  implacables.  En  su  procdama  del  20  de  mayo, 
llegada  recientemente  al  cuartel  general,  escribía  : 
«  ¡Sacrificad  a  cuantos  se:  opongan  a  la  lil)ertad  que  ha 
proclamado  Venezuela!  »  El  ejército  libertador  contaba 
por  entonces  a  lo  sumo  unos  mil  hombres,  a  (piienes  los 
Españoles  concenti-ados  en  Barínas,  en  Maracaibo,  en 
Caracas,  esperaban  en  número  formidable.  No  podía  espe- 

J.  IjAuuazábal,  i,  p.  170. 

2.  Cuartel  general  de  San  José  de  Cúcula,  7  de  mayo  de  1813.  D., 
IV,  808. 


r.UF.nRA    A    >ÍURRTR  537 

raise  la  salvación  de  la  patria  sino  a  condición  de  estar 
heroicamente  dispuesto  a  vencer  o  a  morir  por  ella. 

Bolívar,  que,  entretanto,  acababa  do  tener,  en  Mérida, 
noticia  detallada  de  las  atrocidades  perpetradas  en  su 
ciudad  natal,  se  sintió,  a  su  vez,  ganado  por  el  furor. 
Supo  también  que  Briceño  acababa  de  caer  en  manos  de 
los  Españoles,  y  que,  no  contento  con  haberlo  ejecutado 
con  todos  sus  compañeros,  el  coronel  Tízcar  enviaba  al 
cadalso  a  muchos  de  los  principales  criollos  de  Barínas. 
Esta  última  noticia,  aunque  inexacta,  pareció  entonces 
harto  verosímil  para  ser  puesta  en  duda^  Tan  cruel 
injusticia  exigía  represalias  :  «  Nuestra  bondad  se  agot()  ya 
—  proclama  Bolívar  —  y  puesto  que  nuestros  opresores 
nos  lúerzan  á  una  guerra  mortal,  ellos  desaparecerán  de 
América,  y  nuestra  tierra  será  purgada  de  los  monstiuos 
que  la  infestan.  Nuestro  odio  será  implacable,  y  la  guerra 
será  á  muerte  "^.  » 

Días  después,  en  Trujillo,  se  confirman  las  noticias  de 
Caracas.  Patriotas  que  han  podido  substraerse  a  las 
persecuciones  de  Monteverde  acuden  a  llevar  a  Bolívar  el 
autorizado  testimonio  de  los  suplicios  infligidos  a  sus 
padres,  parientes,  amigos.  Insisten  sobre  los  tormentos 
de  los  prisioneros  encerrados  en  los  calabozos  y  los 
pontones  de  La  Guayra  y  de  Puerto  Cabello.  Refieren  aún 
otras  matanzas  :  Calabozo,  San  .luán  de  los  Morros, 
Aragua...  Estos  relatos  acaban  de  enloquecer  a  los 
oficiales  de  Bolívar.  Descencadénase  la  exasperación  del 
Libertador,  y,  bajo  la  forma  solemne  de  una  «  Proclama 
del  General  en  Jefe  del  ejército  libertador  de  Venezuela  á 
los  Venezolanos  »,  pronuncia  la  sentencia  irrevocable  : 
((  La  justicia  exige  la  vindicta  y  la  necesidad  nos  obliga  á 
tomarla.  Españoles  y  Canarios,  contad  con  la  muerte,  aun 
siendo  indiferentes,  si  no  obráis  a(!tivaniente  en  obsequio 
de  la  libertad  de  Venezuela.  Americanos,  contad  con  la 
vida,  aun  cuando  seáis  culpables  ^  » 

Esta     terrible    declaración     recibió    el    unánime    asenti- 

1.  V.  Rf.stuepo,  II,  cap.  v,  p.  F»l. 

2.  Proclama  a  los   Venezolanos,  (liiartel  general  de  Mérida,   8  de 
junio  de  1815.  D.,  IV,  829. 

3.  Cuartel  general  de  Trujillo,  15  de  junio  de  181!!.  D.,  IV,  831. 


•■>38  BOLÍVAH 

miento  del  consejo  de  guerra  al  que  la  sometió  Bolívar  en 
la  noche  del  15  de  junio  de  1813.  Era,  en  realidad,  la 
consagración  formal  de  un  estado  de  hecho  generalizado 
por  entonces  en  todas  las  colonias  españolas  del  Nuevo 
Mundo,  y  las  palabras  del  Libertador  no  hacían  más  que 
traducir  el  sentimiento  universal. 

En  electo,  América  toda  se  ha  vuelto  una  carnicería; 
en  ella  se  cometen  las  más  inicuas  abominaciones,  y  los 
protagonistas  de  la  Independencia,  desde  los  jefes 
supremos  hasta  los  más  obscuros  caudillos,  se  hallan,  en 
todo  el  territorio,  empeñados  en  acpella  guerra  a  muerte 
c[ue,  por  su  parte,  persigue  con  igual  encarnizamiento  el 
enemigo.  Los  comunicados  del  virrey  de  Méjico  al  consejo 
de  Regencia  mencionan  de  continuo  matanzas  y  sacjueos. 
No  hay  un  solo  despacho  del  general  Calleja  en  el  que  no 
se  trate  de  pueblos  reducidos  a  cenizas  o  de  prisioneros 
degollados  fría  y  despiadadamente  :  «  La  guerra  en  Nueva 
España  era.  en  realidad,  el  Monstruo  Inmortal  del  poeta, 
aterrador,  espantable,  cruel  e  indomable.  Era  una  guerra 
de  destrucción  como  aquellas  guerras  romanas  durante  las 
cuales  los  jefes  de  los  conquistadores  civilizados  daban, 
como  en  la  época  que  nos  ocupa,  ejemplos  de  una  barbarie 
mayor  que  la  de  los  bárbaros  mismos,  violando  los 
tratados,  haciéndose  culpables  de  traiciones  sangrientas, 
y  matando  a  los  prisioneros*.  » 

En  Quito  y  en  el  Alto  Perú,  cinco  años  de  combates  y 
de  suplicios  habían  acostumbrado  a  la  gente  del  país  a 
admitir  con  serenidad  las  más  espantosas  calamidades. 
Nadie  temía  verter  su  propia  sangre,  y  todos  deseaban 
derramar  la  de  sus  contrarios-.  En  Chile,  la  nobleza  de 
corazón  y  la  firmeza  del  gran  patriota  O'Higgins,  a  la 
sazón  general  en  jefe  de  las  tropas  independientes,  nada 
podían  contra  los  excesos  y  las  venganzas  que  habían 
cobrado  nuevos  bríos  con  motivo  del  desembarque  de  la 
expedición  enviada  por  el  virrey  de  Lima  (fines  de  1812). 
Así  pues,  en  todas  partes,  guerra,  guerra  feroz,  desespe- 
rada.    San    Martín     mismo,     único     entre    los    generales 

1.  Gervinus,  VI,  p,  162. 

2.  Cortés,  Ensayo  sobre  la  Historia  de  Solivia,  p.  80,  citado  por 
Mure.  Historia  de  San  Martín,  t.  I,  cap.  v,  p.  235. 


cuehha  a   mukrtk  .">39 

americaiKíS  que  poseía  una  educación  militar  completa  y 
que  había  hecho  en  Kuropa  serio  aprendizaje  de  las 
armas,  el  único  también  (jue  combatía  con  un  ejército 
relativamente  bien  adiestrado,  equipado  y  organizado, 
San  Martín  dio.  a  laíz  de  una  batalla',  orden  de  ejecutar 
a  un  oficial  español  prisionero,  y  justificaba  su  conducta 
en    estos    términos    ante    el    g-obierno    de   Buenos   Aires   : 

o 

«  Aseguro  á  V.  E.  que  a  pesar  del  horror  que  tengo  á 
derramar  la  sangre  de  mis  semejantes,  estoy  altamente 
convencido  de  que  ya  es  de  absoluta  necesidad  el  hacer  un 
ejemplar  de  esta  clase...  Al  ver  que  nosotros  tratábamos 
con  indulgenciad  un  hombre  tan  criminal  como  Landívar... 
creerían,  como  creen,  que  esto  más  c|ue  moderación  era 
debilidad,  v  que  aun  tememos  el  azote  de  nuestros  antiguos 
amos  ■-.   » 

En  estas  mismas  consideraciones  estaba  basada  la 
proclama  de  Trujillo.  la  cual  comprueba  una  vez  más 
hasta  qué  punto  se  personificaba  en  Bolívar  la  Revolución 
sudamericana.  Generoso  primeramente  como  había  sido 
ella  generosa  en  sus  principios  v  en  sus  comienzos,  el 
Libertador  demostraba  ahora  la  implacable  crueldad  ([ue 
a  todos  se  había  impuesto.  Tal  es  el  sentido  de  aquel  llama- 
miento oficial  al  exterminio.  Cierto  que  la  grande  alma 
de  Bolívar  era  capaz  de  amor  extremado  y  de  odio  rayano 
en  furor  ^ ;  la  voluntad  soberana  que  le  mandaba  subordi- 
narlo todo  al  ideal  del  cual  se  había  él  instituido  artífice 
no  conocía  traba 'alguna  :  imposible  negar  que  la  guerra, 
sobre  todo  tal  como  la  comprendían  entonces,  fuera  una 
cosa  teri'ible;  pero  la  patria  es  cosa  sublime,  y  el  culto  que 
de  ella  tenía  Bolívar  hacía  que  para  nada  contara  todo  lo 
demás.  Sin  embargo,  en  la  proclama  de  Trujillo  es  preciso 
vei"   algo  más   ([ue  un   acto   representativo,  y   más   que  una 


1.  La  de  Santa  Cruz  de  la  Sierra,  el  15  de  enero  de  1818. 

2.  Informe  del  general  San  Martín  al  gobierno  de  la  Plata,  16  de 
abril  de  1814.  Archivo  de  la  Guerra  de  Buenos  Aires,  citado  por 
Mitre,  op.  cit..  i.  I,  cap.  iv,  p.  234. 

3.  «  Usted  me  conoce,  decía  Bolívar  en  carta  particular,  y  sabe  que 
soy  más  generoso  que  nadie  con  mis  amigos  y  con  los  que  no  me 
hacen  daño,  y  también  sabe  que  soy  terrible  con  aquellos  que  me 
ofenden  ».  —  Carla  de  Bolívar  a  Juan  Jurado.  Campo  de  Techo, 
8  de  diciembre  de  1814.  Epistolario,  t.  I,  p.  30. 


540  BOLÍVAR 

explosión  de  genial  arrebato  :  la  proclama  implicalja  una 
idea;  era  una  iniciativa  de  alta  y  previsora  política. 

En  este  sentido.  la  declaración  de  guerra  a  muerte 
lanzada  por  Bolívar,  aislado  entre  asechanzas  y  enemigos 
sin  cuento,  con  un  puñado  de  heroicos  aventureros,  sin 
duda  alguna  que  sólo  un  precedente  ha  tenido  en  la 
historia  moderna  :  la  sublime  osadía  de  Hernán  Cortés 
quemando  sus  naves  para  aniquilar  en  el  ánimo  de  sus 
compañeros  toda  esperanza  de  salvación  que  no  fuera  la 
victoria'. 

Al  proclamar  públicamente  el  irremediable  odio  de  los 
Americanos  hacia  los  Españoles,  perseguía  Bolívar  un 
triple  fin.  Ante  todo,  hacer  imposible,  para  el  porvenir, 
toda  reconciliación.  Pensaba  también  el  Libertador  que. 
si  no  la  persuasión,  cuando  menos  el  temor  haría  que 
volviesen  a  él  aquellos  de  sus  compatriotas  que  por 
simpatía  o  por  interés  servían  la  causa  realista.  Y.  en  fin, 
pretendía  atenuar,  ante  las  naciones  extranjeras,  en  vista 
del  futuro  reconocimiento  de  los  Estados  independientes, 
la  desfavorable  impresión  provocada  por  las  atrocidades 
de  que  era  teatro  el  Nuevo  Mundo,  y  que  los  Españoles 
atribuían  a  los  Americanos,  exclusivamente. 

Por  otra  parte,  no  podía  impedir  Bolívar  que  la  natura- 
leza de  los  acontecimientos  y  de  los  hombres  fuera,  en 
América,  distinta  de  lo  que  era  en  realidad.  A  más  de 
esto,  le  era  tanto  más  imposible  detener  el  sangriento 
curso  de  la  Revolución,  cuanto  que,  ya  por  convicción,  ya 
por  sugestión  de  los  hechos,  él  mismo  se  hallaba  compro- 
metido en  aquel  movimiento.  No  obstante,  su  clarividente 
genio  le  suministraba  medio  de  sacar  partido  de  las 
inevitables  fatalidades,  haciendo  ([ue  le  fueran  propicias. 
Pues,  al  poner  al  pie  de  una  proclama  solemne  su  firma 
de  general  en  jefe  al  mando  de  los  ejércitos  de  una  repú- 
blica, confería,  en  cierta  medida,  el  carácter  de  comba- 
tientes a  sus  compatriotas,  reducidos,  por  el  juego  de  las 
circunstancias,  al  empleo  de  los  mismos  medios  de  guerra 
que  contra  ellos  empleaban  sus  enemigos.  Por  estas 
razones,   el    «    decreto   »    de   Trujillo    translormaba    a    las 

1.  V.  Blanco-Fombona,  rtí7,  cit.,  §  G. 


nUERKA    A    ¡MUERTE  541 

bandas  sudamericanas  en  cuerpos  de  beligerantes,  y,  sus 
venganzas,  en  legítimas  represalias. 

Tres  meses  después,  tomada  Caracas,  y  restablecido  el 
gobierno,  Bolívar,  dirigiéndose  a  las  «  Naciones  del 
Mundo  ^  »,  publicó  otro  manifiesto  en  el  que  su  pensa- 
miento, precisado,  se  revelaba  sin  rodeos.  Después  de 
haber  detallado  largamente  las  «  atrocidades  y  los  crí- 
menes »  cometidos  por  los  Españoles  «  hasta  entonces  fué 
nuestro  ánimo,  y  también  nuestra  conducta,  declaraba, 
hacer  la  guerra  como  se  hace  entre  naciones  cultas;  pero 
instruidos  de  que  el  enemigo  quitaba  la  vida  á  los  prisio- 
neros, sin  otro  delito  que  ser  defensores  de  la  libertad  y 
darles  el  epíteto  de  insurgentes...  resolvimos  llevar  la 
guerra  á  muerte,  perdonando  solamente  á  los  Americanos, 
pues  de  otro  modo  era  insuperable  la  ventaja  de  nuestros 
enemigos...  » 

Este  afán  de  tener  cuenta  con  la  opinión  extranjera  y 
de  justificarse  ante  ella  aparece  también,  algún  tiempo 
después,  en  una  correspondencia  de  Bolívar  con  el  gober- 
nador inglés  de  Curazao,  sir  James  Hodgson,  quien 
acababa  de  intervenir  en  favor  de  los  prisioneros  espa- 
ñoles de  Caracas  y  de  La  Guayra.  Pedía  el  gobernador  a 
Bolívar  que  autorizara  la  salida  de  dichos  prisioneros  : 
«  V.  E.  no  se  ha  engañado,  escribe  el  Libertador,  en  supo- 
nerme sentimientos  compasivos ;  los  mismos  caracterizan 
á  todos  mis  compatriotas.  Podríamos  ser  indulgentes  con 
los  cafres  del  África;  pero  los  tiranos  españoles,  contra 
los  mas  poderosos  sentimientos  del  corazón,  nos  fuerzan 
á  las  represalias  ".  » 

Dando  cuenta,  en  otra  carta  ^,  de  las  múltiples  instan- 
cias dirigidas  por  él  a  Monteverde  con  objeto  de  obtener 
el  canje  de  los  prisioneros,  hace  observar  Bolívar  a  sir 
James  que,  estos  «  en  fuerza  de  una  ley  anterior,  dictada 
tanto  por  la  necesidad  como  por  la  justicia,  deben  ser 
decapitados,  »  Sin  embargo,  hizo  aplazar  la  ejecución. 
Hace  cuanto  puede  para  evitarla.  ¿No  ha  llegado  hasta  pro- 

1.  Maniliesto  a  las  rs'aciones  del  Mundo.  Cuartel  general  de 
Valencia,  20  de  septiembre  de  1813.  D.,  IV,  873. 

2.  Valencia,  2  de  octubre  de  1813.  Epistolario,  t.  I,  p.  25. 

3.  Valencia,  20  de  octubre  de  1813.  Id.,  t.  I,  p.  27. 


542  BOLlVAIi 

poner  a  Monteverde  devolverle  los  mil  piisioneros  de  que 
se  trata,  no  obstante  «  las  ventajas  de  esta  pi-oposición  para 
los  enemigos  »  contra  un  corto  número  de  los  patriotas  dete- 
nidos en  Puerto  Cabello?  Y  añade  el  Libertador  :  «  Llevó 
estas  proposiciones  benéficas  el  Presbítero  Salvador  García 
de  Ortigosa,  sacerdote  venerable...  La  audiencia  dada  al 
virtuoso  parlamentario...  ha  sido  encerrarle  en  una  bóveda, 
habiéndose  escapado  de  la  muerte  á  costa  de  ruegos  y  de 
lágrimas.  Yo  suplico  á  V.  E.  me  indique  ahora  qué  partido 
de  salud  nos  queda  con  estos  monstruos,  para  los  cuales 
no  hay  derecho  de  gentes,  no  hay  virtud,  no  hay  honor, 
no  hay  causa  propia  que  reprima  su  maldad.  Yo  había 
querido  ser  generoso,  aun  con  perjuicio  de  los  intereses 
sagrados  que  defiendo;  pero  los  bárbaros  se  obstinan  en 
ejercer  la  crueldad,  aun  en  daño  de  ellos  ^  » 

Con  proiunda  y  sincera  compasión  deploraba  así 
Bolívar  las  funestas  consecuencias  de  la  guerra  a  muerte. 
El  hombre  a  quien  el  amor  de  su  patria  embargaba  hasta 
el  punto  de  no  retroceder  ante  las  medidas  extremas 
exigidas  por  la  lógica  de  ese  amor,  no  veía  sin  dolorosa 
angustia  desaparecer,  cada  vez  más,  en  América,  los  repre- 
sentantes de  la  raza  caucásica,  a  A  ellos  fué  á  quienes 
degollaron  los  españoles  de  preferencia,  dirá  mas  tarde  el 
Libertador,...  y  al  ejecutar  la  pena  de  tallón,  los  republi- 
canos, hemos  tenido  que  hacerlo  sobre  los  Europeos  y 
Canarios  de  la  raza  ([ue  debía  civilizar  los  desiertos  de 
(Colombia '".  » 

Licalculal)lcs  fueron,  en  efecto,  los  daños  causados  por 
aquellas  sangrientas  hecatombes,  y  por  espacio  de  varias 
generaciones  se  ha  resentido  de  ellas  América.  Además, 
desde  1816  ^  tomó  Bolívar  la  iniciativa  de  abolir  las  mortí- 
feras   costumbres    de    la   lucha   que    continuaba,   y.    desde 

1.  El  24  de  febrero  de  1814  hizo  dirigir  Bolívar,  por  el  secretario 
de  Estado  Muñoz  Tébar,  un  nuevo  «  Manillesto  a  las  Naciones  del 
Mundo  ».  Este  documento  contiene  una  larga  enumeración  de  los 
actos  de  violencia  que  los  indepeudientes  reprochaban  a  los  Espa- 
ñoles, asi  como  una  justificación  de  las  matanzas  de  Caracas  y  La 
Guayra,  basada  en  la  necesidad  en  que  se  hallaban  los  republicanos 
de  recurrir  a  represalias  ejemplares,  con  objeto  de  asegurar  su 
seguridad.  D.,   V.  '.»!(). 

2.  Memorias  del  General  Mosi/nera,  op.  cil.,  p.  I'i2. 

'i.  Proclama  de  Ocuniarc,  (i  de  junio  de  1816.  D.,  \  ,  446. 


(¡LERRA    A     MUKÜTR  543 

(■iitoaces,  buscó  lodus  las  ocasiones  de  rcpaiar  el  mal*. 
Mas.  oualquicia  que  sea  el  horror  que  pueda  inspirar  la 
guerra  a  muei'te.  preciso  es  reconocer  en  ella  la  llama, 
espantosa,  sin  duda,  pero  eficaz,  en  la  que  se  torjó  la 
espada  de  la  victoria  definitiva.  Entre  sangre,  entre  lágri- 
mas, por  entre  las  terribles  pruebas  por  que  atravesaba, 
la  idea  de  patria,  balbuciente  y  Irágil,  se  ha  Fortalecido. 
Una  aureola  de  abnegación  y  de  espléndida  valentía  va  a 
cernerse  sobre  aquellos  combatientes  con  harta  Irccuencia 
vacilantes  hasta  entonces,  y  que  se  convierten  en  héroes 
de  epopeya. 

En  las  escasas  memorias  que  poseemos  de  aquella  época', 
colocada,  como  todas  las  épocas  sagradas,  bajo  el  signo  de 
la  Violencia^,  se  ven  las  huellas  del  camino  recorrido  por 
la  noción,  depurada,  del  patriotismo  en  las  almas  ame- 
ricanas. Familias  enteras  se  sacrifican,  con  admirable 
arranque,  por  una  causa  que,  años  antes,  era  calificada  de 
obra  de  «  forajidos  y  de  locos  ».  Mujeres  hasta  entonces 
acostumbradas  a  la  dulzura  de  la  vida,  a  la  ternura, 
revelan  de  repente  sentimientos  espartanos.  Tal  la  joven 
esposa  de  Arismendi.  llevada  cautiva  a  España,  dando  a 
luz,  en  la  cárcel,  un  «  nuevo  monstruo  »,  según  decir  de 
sus  verdugos,  a  la  que  prometían  la  libertad  con  tal  que 
aconsejara  a  su  marido  que  desertara  la  causa  republicana, 
y  ([ue  contesta  con  firmeza  :  «  Soy  incapaz  de  deshonrar  a 
mi  marido;  su  deber  es  servir  a  su  patria  y  libertarla*.  » 

Aquella  guerra  lué  también  una  escuela  para  toda  una 
serie  de  hombres  de  valía,  quienes,  procedentes  del 
pueblo,   habrían,  según  la  marcha  ordinaria  de  las  cosas, 


1.  «  La  política,  de  acuerdo  con  la  humanidad,  escribe  Bolívar  en 
1818  a  uno  de  sus  familiares,  me  ha  movido  a  suspender  la  ejecución 
(le  la  guerra  a  muerte,  y  la  experiencia  ha  empezado  á  manifestarnos 
las  ventajas  de  esta  medida  :  más  de  doscientos  Españoles  se  han 
jiasado  a  nuestro  ejército  después  que  se  les  ha  hecho  saber  la 
clemencia  con  que  se  les  recibe.  »  Carta  del  17  de  febrero  de  1818, 
citada  por  Gil  Fortoul  en  Histuria  Conslitucional,  etc.,  t.  I,  cap.  vii, 
p.  218. 

2.  Y.  principalmente  Biografía  del  General  Joaquín  París,  en 
Repertorio  Colombiano,  t,  X,  p.  194. 

3.  SuARÉs,  Essais  sur  la  tíV,  t.  II,  p.  128. 

\.  V.  Briceño.  Historia  de  la  Isla  Margarita,  citado  por  Gil  For- 
toul, op.  cil.,  t.  I,  cap.  VII. 


544  BOLÍVAR 

pasado  su  vida  en  la  apatía,  la  monotonía  y  líi  grosería 
tradicionales,  y  que,  desde  entonces,  siguieron  una  carrera 
gloriosa,  mereciéndoles,  sus  brillantes  hazañas,  ser 
colmados  de  honores*.  Todo  esto  nos  mueve  a  pregun- 
tarnos si  no  necesitaba  la  religión  de  la  Patria  americana 
numerosos  y  magníficos  mártires,  y  si  el  calvario  que 
recorrieron  no  fué  el  indispensable  camino  para  la  inmor- 
talidad de  su  fe. 


III 

Bolívar,  a  quien  hemos  dejado  encerrándose  en  Valencia, 
el  5  de  febrero  de  1814.  se  disponía  pues  a  oponer  deses- 
perada resistencia  al  supremo  esfuerzo  de  Boves  contra  la 
capital.  El  terrible  asturiano  estaba  casi  repuesto  de  sus 
heridas,  v  todo  hacía  prever  que  no  tardaría  en  reanudar 
las  hostilidades.  Partidas  de  llaneros  recorrían  las  riberas 
del  lago  de  Valencia,  saqueando  finc.as,  incendiando 
pueblos,  y  llevando  a  todas  partes  la  devastación  y  la 
matanza.  Mientras  dos  columnas,  mandadas  por  el  coronel 
Escalona  y  por  el  capitán  Mateo  Salcedo  salían  al 
encuentro  de  aquellas  bandas  avanzadas  de  la  legión 
infernal,  el  Libertador  organizaba  lo  mejor  que  podía  el 
estado  de  defensa  de  la  región.  Armó  una  escuadrilla  en 
el  lago;  un  destacamento  de  cien  hombres,  provistos  de 
algunas  piezas  de  campaña,  ocupó  el  desfiladero  de  La 
Cabrera",  el  grueso  de  las  tropas  se  reunió  en  La  Victoria, 
cuvas  cercanías  fueron  esmeradamente  fortificadas. 

Desde  las  alturas  de  la  ciudad  podía  extenderse  la 
mirada  sobre  un  vasto  y  ameno  conjunto  de  cultivos  y  de 
plantíos  prósperos  que  cubrían,  a  pérdida  de  horizonte, 
la  parte  más  hermosa  del  valle  de  Aragua,  verdadero 
jardín  de  Venezuela.  Hacia  el  noroeste,  al  pie  de  la 
eminencia  llamada  del  Calvaj'io,  extiéndese  un  reducido 
llano  sobre  el  cual  está  construido  ol  caserío  de  San 
Mateo,  donde  estableció  Bolívar  su  cuartel  general  el 
20  de   febrero.    Estaba    allí    en    sus    fincas    patrimoniales. 

1.  Gervi.nus,  (tp.  cit.,  t.  VI,  p.  265. 


GUEHRA    A    MUERTE  545 

Frente  a  él  se  hallaba  la  hacienda  del  Ingenio,  en  donde 
había  transcurrido  su  infancia,  y  cuyos  copudos  árboles 
habían  refrescado  con  su  sombra  las  ardientes  melanco- 
lías de  su  juventud.  Aquel  panorama  familiar  evocaba  en 
él  dulcísimos  recuerdos.  Iba  pues  a  combatir /;/'0  ai'is  et 
f'ori.s  ' . 

El  J^ibertador  disponía  de  dos  mil  homjjrcs,  entre  ellos 
seiscientos  jinetes.  Boves,  menos  impaciente  quizá  de 
llegar  a  (Caracas  que  de  medirse  por  fin  con  Bolívar, 
llegaba  a  la  cabeza  de  tropas  tres  veces  superiores,  como 
número,  a  las  de  su  adversario  :  dos  mil  fusileros  y  cinco 
mil  llaneros,  aguijoneados  por  la  esperanza  del  rico  botín 
que  les  esperaba  en  la  capital  y  que  aliviaría  todas  sus 
fatigas. 

El  25  de  febrero,  por  la  mañana,  los  exploradores  del 
ejército  realista  aparecieron  en  las  alturas  de  Cagua,  por 
encima  de  San  Mateo.  Casi  en  seguida  comenzó  la  acción, 
con  una  terrible  carga  de  los  llaneros,  rechazada  con  éxito 

o 

por  las  tropas  de  Bolívar.  Reunió  Boves  a  su  gente,  y,  tres 
días  después,  repitió  el  ataque.  También  esta  segunda  vez 
el  fuego  de  las  baterías  republicanas,  mandadas  por  Lino 
de  Clemente,  consiguió  desbaratar  el  primer  ímpetu  de 
los  realistas.  Pero,  admirable  de  tenacidad  y  de  valor, 
siguió  Boves  ordenando  cargas.  El  combate  duró  medio 
día,  quedando  la  ventaja  final  a  los  patriotas,  aunque 
tuvieron  que  deplorar  crueles  pérdidas  :  300  hombres  y 
30  oficiales  muertos.  Entre  éstos  se  hallaba  Villapol. 
Campo  Elias  sobrevivió  muy  poco  a  sus  heridas.  No  más 
halagüeña  era  la  situación  en  el  campo  de  los  realistas. 
Boves,  que  había  recibido  varias  heridas  de  armas  de 
fuego,  tuvo  apenas  fuerza  para  llegar  a  Cura,  en  tanto  que 
su  lugarteniente  Morales  reunía  los  fusileros  españoles 
que  quedaban  y  los  diezmados  escuadrones. 

Hubo  entonces  una  suspensión  de  armas,  aprovechada 
por  Bolívar  para  extender  su  línea  de  defensa  hasta  la 
granja  del  Ingenio  en  la  cual  estableció  su  parque.  La 
caballería  fué  acantonada  en  las  plantaciones  de  caña 
vecinas    y     que     podían     suministrar     abundante     forraje. 

1.  Cf.  Mitre,  Historia  de  San  Martín,  cap.  xxxix,  i;  3. 

3.^) 


Acababa  do  tomar  ostas  disposiciones  el  Libertador, 
cuando  supo,  el  9  de  marzo,  que  Rósete  acababa  de  ocupar 
de  nuevo  Ocumare  con  fuerzas  imponentes.  Era  esto,  para 
Caracas,  un  peligro  urgente.  A  pesar  de  los  que  también 
a  él  mismo  le  asediaban,  confió  Btdívar  a  Mariano  Montilla 
trescientos  de  sus  mejores  soldados  v  le  envió  a  reíoi'zar 
con  ellos  la  guarnición  de  la  capital.  El  destacamento  salió 
de  San  Mateo  el  10  de  marzo  por  la  tarde,  a  la  vista  del 
enemigo.  Persuadido  de  que  la  columna  de  Montilla  etec- 
tuaba  un  movimiento  de  ataque  contra  su  ala  derecha, 
quedó  ]Morales  en  expectativa,  esperando  a  (|ue  se  preci- 
sara la  maniobra  de  conjunto.  Merced  a  esta  actitud,  con 
la  que.  por  cierto,  contaba  Bolívar,  pudo  la  columna 
proseguir  su  marcha  hasta  Caracas.  A  todo  esto.  Boves, 
que  iba  restableciéndose,  no  pensaba  más  que  en  tomar 
de  nuevo  el  mando  del  ejército.  Los  fusileros  españoles 
carecían  de  municiones,  y  la  bravura  de  los  llaneros  era 
impotente  contra  la  artillería  republicana.  Estas  conside- 
raciones no  entibiaban  el  ardor  frenético  de  Boves.  El 
11  de  marzo,  decidió  volver  a  la  ofensiva. 

El  17,  el  20  señalan  terribles  acciones,  aunque  sin 
re.sultado  decisivo  todavía,  pues  Bolívar  dispone  de  consi- 
derables abastecimientos  de  guerra,  y  los  reductos  de 
San  Mateo  seguían  teniendo  a  raya  los  asaltos  de  la  caba- 
llería realista.  En  fin.  Boves  se  resuelve  a  un  ataque 
o-eneral.  El'  25  de  marzo,  al  amanecer,  distribuve  a  sus 
soldados  las  municiones  que  le  quedan,  toma  posición 
ante  el  llano  de  San  Mateo,  y  hace  abrir  el  fuego  en  toda 
la  línea.  La  acción  se  empeña  con  encarnizamiento.  Las 
salvas  se  suceden,  entremezcladas  de  iuriosos  asaltos. 
Devorando  el  terreno,  los  llaneros  caen  al  pie  de  los 
reductos,  que  son  otros  tantos  vídcanes  vomitando  llamas. 
Bolívar,  a  caballo,  alienta  a  la  infantería;  cree  estar 
seguro  de  la  victoria,  la  fusilería  de  los  realistas  se 
espacia;  la  artillería  repul)licana  redtdjla  de  celo. 

En  aquel  momento,  inesperado  clamor  se  eleva  detrás 
de  los  i'ombatientes.  Ochocientos  llaneros,  terminando  un 
hábil  movimiento  envolvente,  suben  a  galope  la  explanada 
del  Inijienio.  Para  defender  el  ])ar(juc  de  artillería  del 
ejército  ha\   sól(»  unos  cincuenta  soldados  mandados  por  el 


<;ri:iiiiA   a    \n  i:i{  ti-;  547 

joven  oíaiiailiiKt  Aiiloiiio  UiciuirU'.  Iin()<)sil>l<'  aciulir  en 
socorro  do  ellos.  Knil)ar<^;ulos  por  inexpresable  anguslia, 
los  jeíes  repul)lieanos  rotl«>an  a  Bolívar,  que  se  apea  del 
caballo,  empuña  la  espada,  y  con  voz  fií-me  declara  :  «  No 
retrocederemos,  suceda  lo  (pie  suceda,  y.  si  es  preciso 
jnorir,  moriré  con  vosotros...  »  Ai-rojando  írritos  de  ven- 
oanza,  los  llaneros  han  llegado  a  la  alameda  que  coiuluce 
al  Ingenio.  Ya  llegan  al  edificio  central  de  la  hacienda, 
vasto  cobertizo  en  donde  están  acumulados  los  ai'niones  y 
la  pólvora.  La  fortaleza  republicaiia  está  perdida.  Ya  la 
guarnición  huye  en  desorden  hacia  San  Mateo.  Los  realistas 
penetran  en  el  Ligenio.  De  repente,  envuelta  en  inmensa 
nube  de  humo  surge  un  l'ulguranle  haz  de  fuego.  Estalla 
formidable  explosión  :  los  llaneros  han  desaparecido, 
aniquilados  por  aquel  rayo.  Quedado  el  último  cerca  de  un 
barril  de  pólvora,  con  una  tea  en  la  mano,  Ricaurte  ha 
hecho  volai'  la  íortaleza.  sepultándose  con  sus  enemigos 
bajo  las  ruinas  del  Ligenio.  En  el  acto  recobran  ánimo  los 
republicanos  :  excitados  por  sus  jefes,  atacan  a  la  bayoneta 
los  soldados  de  Boves  v  coronan  con  una  victoi'ia  completa 
aquella  gloriosa  jornada. 

Además,  en  aquellos  días,  parecía  la  fortuna  querer 
sonreir  a  los  patriotas.  Merced  a  la  feliz  inspiración  que 
había  tenido  Bolívar  de  enviar  a  AL-iriano  Montilla  en 
socorro  de  h)s  habitantes  de  Caracas,  la  capital  se  hallaba, 
momentáneamente,  a  salvo  de  una  acometida.  Sin  embaroo. 
no  sin  ti-abajo  se  había  conseguido  tal  resultado,  pues 
vendió  cara  Rósete  su  derrota. 

Después  del  combate  de  Charayave,  Rivas  había  vuelto 
a  Caracas  para  lomar  el  mando  de  la  plaza,  convencido  di' 
que  por  largo  tiempo  no  habría  de  temer  agresión 
alguna.  No  obstante,  el  lugarteniente  de  Boves  había 
conseguido  reunir  sus  bandas.  De  nuevo  había  caído  en 
poder  suvo  Ocumare.  Rivas  estaba  enlermo  por  entonces, 
pero  salió  Arismendi  en  lugar  suvo.  en  perseguimiento  de 
Rósete,  al  mando  tle  800  hombres,  o  más  bien  de 
800  niños,  pues  el  contingente  de  aquellas  tropas,  impro- 
visadas a  toda  prisa,  habíanlo  suministrado  los  alumnos 
de  la  universidad.  La  furiosa  resistencia  de  los  Españoles 
desbarató     a(|U(d     reducido     ejército.     iVi'ismendi.    y     unos 


548  nOLlVAR 

cincuenta  de  aquellos  jóvenes  compañeros  suyos  fueron 
los  únicos  que  se  salvaron  de  la  carnicería  de  que,  una 
vez  más.  era  teatro  Ocumare  (11  de  marzo).  Cuando  Ue^ó 
a  Caracas  esta  noticia,  etectuaha  en  él  su  entrada  Montilla 
y  el  destacamento  de  San  Mateo.  A  pesar  de  la  fiebre  que 
lo  consumía,  había  logrado  Rivas.  en  aquel  intervalo, 
reunir  otros  900  reclutas.  Mandó  que  lo  ataran  en  una 
camilla,  v  tomó,  el  17  de  marzo,  el  camino  de  Ocumare,  a 
la  cabeza  de  la  nueva  división.  El  20,  Rósete  era  definiti- 
vamente derrotado  ante  la  ciudad  que  sus  sangrientas 
hazañas  habían  manchado. 

La  población  de  Caracas  acogió  a  Rivas,  a  su  regreso, 
con  aclamaciones  tanto  más  entusiastas  cuanto  cpie  cele- 
braban al  mismo  tiempo  la  reciente  victoria  de  San  Mateo. 
Pero,  este  resplandor  de  esperanza  y  de  júbilo  había  de 
ser  el  último.  Los  peligros  se  multiplicaban  :  los  patriotas 
perdían  la  partida. 

A  pesar- de  las  pérdidas  que  sufrió  Boves  durante  la 
acción  del  25  de  marzo,  la  situación  de  Bolívar,  inmovili- 
zado detrás  de  sus  medio  destrozados  atrincheramientos, 
resultaba  precaria.  Se  agotaban  los  medios  de  defensa,  el 
hambre  provocaba  murmuraciones  en  las  tropas,  y  Marino 
no  llegaba.  Mientras  tanto,  los  realistas  de  (^oro  y  de 
Barinas  habían  combinado  una  maniobra  decisiva.  El  capi- 
tán general  Cajigal,  terminada  la  organización  de  un  ejér- 
cito que  con  lo  que  quedaba  del  regimiento  real  de  Granada, 
V  las  milicias  regulares  de  Coi'o.  ascendía  a  4  000  hombres, 
envió,  desde  fines  de  febrero,  a  Ceballos  con  900  soldados 
de  infantería,  para  reunirse,  en  Barinas,  con  la  antigua 
división  de  Yáñez,  a  cuyo  mando  se  hallaba  entonces 
Sebastián  de  la  Calzada. 

El  9  de  marzo,  Ceballos  sorprendió  a  Urdaneta  y  a  su 
destacamento  de  700  hombres,  acantonados  en  Barquisi- 
meto,  V.  después  de  ruda  pelea,  los  rechazó  hacia  San 
Carlos.  Casi  en  seguida,  el  jefe  republicano  fué  atacado 
en  este  mismo  piint(>  por  Calzada,  quien  a  su  vez  se  había 
puesto  en  marcha  para  reunirse  con  Ceballos.  El  20  de 
marzo,  Urdaneta.  después  de  firmísima  actitud  frente  al 
enemigo,  evacuó  a  San  (darlos  y  corrió  a  encerrarse  en 
Valencia.  Una    semana   más   farde,    las  divisiones  reunidas 


(íUKltit.V    A    MUERTE  540 

do  (](U()  V  de  Barlnas  llea'al>rtn  a  su  vez  ante  Valencia  e 
inlimahan  a  Urdaneta  que  enli-egara  la  plaza.  Los  i-ealistas 
eran  3  000.  Urdaneta  pidió  instrucciones  al  Libertador. 
(]onio  contestación,  recibió  la  orden  de  hacer  salir 
200  hombres  destinados  a  leforzar  a  D'Elhuyar,  quien 
agotaba  sus  Tuerzas  en  mantener  el  sitio  de  Puerto  Cabello. 

o 

Añadía  Bolívar  que  Valencia  había  de  resistir  hasta  el 
último  hombre. 

Con  sólo  280  lusileros  para  deíender  la  ciudad.  Urdaneta 
contestó  a  las  nuevas  intimacit>nes  de  Ceballos  y  de 
Calzada  ([ue  resistiría  hasta  la  muerte.  Reunió  en  consejo 
a  sus  oficiales,  y.  de  acuerdo  con  ellos,  tomó  la  resolución, 
si  el  enemigo  forzaba  los  últimos  atrincheramientos  de 
Valencia,  de  imitar  el  ejemplo  de  Ricaurte  :  hacer  volar  el 
polvorín.  Comenzó  el  sitio  :  los  realistas  no  tenían  arti- 
llería, pero  la  abrumadora  superioridad  del  número  les 
permitió,  al  cabo  de  cuatro  días  de  combates  sucesivos, 
obligar  a  los  sitiados  a  encerrarse  en  la  fortaleza  central. 
Los    sitiadores    cortaron    las   cañerías   de  agua.    Urdaneta 

o 

lijó  el  término  de  veinticuatro  horas  para  poner  a  ejecución 
su  hei'oico  provecto. 

Sólo  de  Bolívar  podían  va  venir  socorros.  Pero,  acosado 
el  Libertador  por  las  incansables  huestes  de  San  Mateo, 
era  ésta  una  esperanza  imposible.  Sin  embargo,  se 
realizó. 

El  .'JO  de  marzo,  Boves  abandonó  de  repente  sus  posi- 
ciones. Marino  se  había,  pt)r  fin,  decidido  a  intervenir. 
Salió  de  Barcelona  con  sus  .']  500  hombres  de  tropas 
Irescas,  destruyendo  a  su  paso  las  guerrillas  realistas  con 
([ue  tropezó  en  Tucupido,  Aguanegra,  Corocito,  San 
llafael.  Altaaracia  v  Lezama ;  en  Los  Pilones  había 
reunido  a  sus  tropas  la  columna  que  acababa  de  desbaratar 
lo  que  quedaba  de  las  bandas  de  Rósete,  v,  penetrando 
en  los  valles  de  Aragua,  se  disponía  a  caer  irresistible- 
mente sobre  las  líneas  de  Boves,  de  las  que.  el  30  de 
marzo  por  la  mañana,  sólo  algunas  leguas  le  separaban. 
Avisado  de  aquel  peligro  inmediato,  resolvió  Boves  ir  al 
encuentro  de  Marino.  El  cho([ue  de  amjjos  ejércitos,  cuvas 
fuerzas  eran  iguales,  se  clectu(')  el  31  en  Bocachica,  entre 
Cura    y    La    Puerta,    Fué    ésta    también    una     sangrienta 


550  BOLIVAH 

batalla  :  200  patriotas  quedaron  sobre  el  terreno.  Boves 
perdió  500  bonibres,  y  tuvo  que  retirarse  a  Valencia,  con 
objeto  de  unirse  a  las  divisiones  de  Calzada  v  de  Ceballos. 
Dos  días  después  acudía  Bolívar  a  La  Victoria  para  aunar 
sus  fuerzas  con  las  de  Marino.  Los  dos  jefes  se  dirigieron 
en  seguida  hacia  Valencia.  Al  llegar  a  ésta,  el  3  de  abril, 
vieron  que  los  realistas  habían  prudentemente  levantado 
el  sitio.  El  gran  almacén  de  guerra  de  la  república  estaba 
salvo.  Boves  y  Calzada  se  iban,  con  los  llaneros,  hacia  el 
Apure;  Ceballos  se  refugiaba  en  San  Carlos;  D'Elhuyar 
había  felizmente  mantenido  y  estrechado  el  cerco  de  Puerto 
Cabello.  Pero,  una  nueva  campaña,  decisiva  esta  vez,  iba 
a  comenzar. 

Si  la  reunión  de  Bolívar  y  de  Marino  se  hubiese  efec- 
tuado algunos  meses,  o  sólo  algunas  semanas  antes,  lo 
muy  probable  es  que  bastara  para  evitar  los  peligros  (jue 
amenazaban  a  la  república.  En  el  estado  en  que  se  hallaba 
Venezuela,  tal  esperanza  era  ilusoria.  Cierto  que  las  fuerzas 
españolas  estaban  dispersadas;  mas,  para  llegar  hasta 
ellas,  para  llegar  a  Coro,  por  ejemplo,  en  donde  su  número 
constituía  la  amenaza  más  apremiante,  habría  sido 
menester  atravesar  inmensas  regiones  hostiles,  ganadas  a 
la  causa  realista.  Por  otra  parte,  no  podía  pensar  el 
Libertador  en  alejarse  de  la  provincia  metropolitana,  en 
donde,  con  razón,  se  concentraba,  desde  hacía  tres  meses, 
la  resistencia  de  los  patriotas.  En  fin,  iban  a  salir 
refuerzos  para  Puerto  Cabello,  pues  iba  a  llegar  el 
momento  en  que,  de  no  ser  socorrido  D'Elhuyar.  no 
podría  éste  oponerse  a  una  salida  de  los  sitiados.  De 
acuerdo  con  Marino,  Bolívar  resolvió,  pues,  establecer  de 
nuevo  su  cuartel  general  en  La  Victoria,  c  intentar,  una 
vez  más,  forzar  el  sitio  de  Puerto  Cabello,  en  tanto  que, 
con  parte  del  ejército,  Marino  se  dirigiría  hacia  San  Carlos. 
Si  consenfuía  éste  hacer  sufrir  una  seria  derrota  al  coronel 
Ceballos.  antes  de  que  Boves  y  Calzada  tuviesen  tiempo 
suficiente  para  reunir  nuevas  tropas  en  los  llanos,  (|ueda- 
rían  desviados,  siquiera  por  algún  tiempo,  los  grandes 
peligros  inmediatos. 

Salió  Marino  de  La  Victoria  el  5  de  abril  a  la  cabeza  de 
2  000  soldados   de  infantería  y  de  800  jinetes.   Diez  días 


(;ri:i!i!.v    v   muehii;  :).■)] 

después,  las  tropas  lli'oahaii  a  Tinaco.  Kstahaii  aspeadas; 
quedada  hacia  atrás  en  el  camino,  sólo  al<^'o  mas  laiih^  se 
reunió  con  ellas  la  artillería,  v  Marifio  ordenó  un  descanso 
de  uno  o  dos  días.  Kn  esto,  un  espía  falso,  enviado  por 
Ceballos.  se  presentó  al  ^>('neral  republicano  y  le  hizo 
creer  que  los  realistas  acababan  de  evacuar  San  Carlos  y 
que  convenía  tomar  la  dii-ección  de  San  Fernando  de 
Apure.  Temió  Marino  dejar  escapar  ocasión  tan  i"av<M'able 
de  caer  de  improviso  sobie  el  enemigo.  Hizo  levantar  el 
campo,  se  puso  de  nuevo  en  marcha,  y,  el  16  de  abril  por 
la  mañana,  llegó  a  vista  de  San  Carlos.  Pudo  entonces 
darse  cuenta  de  que  había  sido  engañado.  Sin  atender  no 
obstante  al  parecer  de  sus  oficiales,  el  general  se  negó  a 
esperar  la  llegada  de  la  artillería,  y  aun  de  la  retaguardia, 
mandada  por  Urdaneta,  v  tomó  en  seguida  sabias  disposi- 
ciones de  combate.  Otro  tanto  hizo  Ceballos  por  su  lado. 
Los  dos  ejércitos  tomaron  posiciones  en  el  campo  raso  del 
Arado  :  escuadrones  de  llaneros  cubrían  cada  una  de  las 
alas  de  la  infantería  desplegada  en  orden  de  batalla.  Una 
compañía  componía  la  reserva. 

Las  líneas  republicanas  de  vanguardia,  atacadas  vigoro- 
samente por  una  carga  de  la  caballería  realista,  cedieron 
al  primer  choque.  Se  retiraron  a  los  altos  circunvecinos, 
dejando  paso  a  los  llaneros  de  Ceballos,  quienes  sembra- 
ron el  pánico  entre  las  divisiones  de  Marino,  imposibili- 
tándole así  toda  maniobra.  Los  independientes  huveron, 
seguidos  por  Marino  y  por  la  mav(H'  parte  de  los  oficiales. 
En  a([ucl  instante,  Urdaneta  acudió  con  000  fusileros  para 
reforzar  la  reserva.  Sostuvo  estoicamente  las  careas  cne- 
migas,  consiguió  juntar  parte  de  la  retaguardia  mandada 
por  Bermúdez,  y  restableció  la  línea  de  batalla.  Pero  la 
noche  puso  fin  al  combate.  Los  independientes  tuvieron 
apenas  unas  cien  bajas  entre  muertos  v  heridos.  Descuidó 
Ceballos  sacar  partido  de  su  victoria,  lo  cual  permitió  a 
Urdaneta  retirarse  en  buen  orden  hacia  Valencia,  Casi 
todos  los  dispersos  fueron  reincorporados  en  el  transcurso 
de  la  retirada.  ^Lariño  y  su  primer  avudante,  el  coman- 
dante Cedeño,  se  reunieron  con  sus  compañeros  más  allá 
de  Tinaco. 

Acababa    Bolívar    de    terminar    los    preparativos    de    un 


BOLlVAIt 


ataque,  ([uizá  decisivo,  contra  l^iierto  Cabello,  cuando 
recibió  la  noticia  de  la  derrota  del  Arado.  Supo  igual- 
mente que  el  capitán  general  Cajigal,  cuya  intervención 
era  temida  desde  bacía  tiempo  por  los  patriotas,  había 
salido  por  fin  de  Coro,  dirigiéndose  a  marchas  forzadas 
hacia  San  Carlos  al  mando  de  3000  hombres.  A  toda  prisa 
regresó  Bolívar  a  Valencia,  realizando,  una  vez  más, 
prodigios  de  actividad  y  energía.  Consiguió  c|ue  Rivas 
le  enviara  de  Caracas  un  refuerzo  de  800  voluntarios,  los 
armó,  los  ejercitó,  hizo  aprovisionar  la  plaza,  perfeccionar 
las  obras  de  defensa,  y  esperó  el  terrible  asalto  que  se 
preparaba. 

En  efecto,  después  de  haber  destruido  un  destacamento 
republicano  que  custodiaba  a  Carora,  llegó  Cajigal  a  San 
Carlos  el  30  de  abril  y  tomó  el  mando  de  la  división  de 
Ceballos.  Boves  y  Calzada  dieron  al  capitán  general  la 
esperanza  de  su  próxima  llegada  con  una  división  consi- 
derable de  llaneros.  Cajigal  nomb)'ó  a  los  dos  jefes  coro- 
neles del  ejército  español,  y  resolvió  esperarles  para 
acabar  con  Bolívar. 

Quiso  éste  adelantarse  a  tal  maniobra.  Las  fuerzas  repu- 
blicanas eran    iguales   a  las  de    los  realistas.  Una  batalla 

o 

feliz  podía  aún  modificarla  suerte  de  la  campaña.  El  17  de 
mayo,  el  Libertador  avanzó  hasta  Tocuyito,  con  objeto  de 
obligar  a  Cajigal  a  una  acción  inmediata.  Pero  el  general 
español  era  superior  en  caballería  a  Bolívar,  quien,  en 
cambio,  disponía  de  más  infantería.  Cada  uno  de  ellos 
maniobró  para  atraer  al  adversario  a  un  terreno  desfavo- 
rable. Hubo  escaramuzas  de  vanguardia.  Cajigal,  que 
quería  dar  tiempo  a  que  llegara  Boves,  rehusaba  entrar  en 
acción;  Bolívar  esbozó  un  movimiento  de  retirada  hacia 
Valencia.  En  esto,  al  tener  Cajigal  noticia  de  que  Boves 
habiá  salido  de  Calabozo,  hizo  avanzar  sus  tropas  hacia  el 
cuartel  general  del  Libertador  (21  de  mayo).  No  obstante, 
los  Españoles  parecieron  renunciar  a  la  batalla  que  Bolívar 
seguía  decidido  a  ofrecerles,  y  fueron  a  acampar  en  las 
cercanías  del  pueblo  de  Carabobo.  a  seis  leguas  al 
sudoeste  de  Valencia.  Ocurría  esto  el  22  de  mayo.  Pero, 
no  había  de  llegar  tan  pronto  Boves.  Sabía  que  las 
])rovincias  orientales  carecían  de   guarnición,    y   se    había 


GUEUUA    A    MUEKTlí  553 

propuesto,  antes  de  reunirse  con  Cajioal,  intentar  un 
ataque  contra  Barcelona.  La  división  enviada  por  él  a  este 
sitio  bajo  las  órdenes  del  teniente  Benito  Martínez  fue 
completamente  destruida  por  Piar.  Así  pues,  mientras 
contaba  el  capitán  general  con  el  apoyo  formidable  que, 
de  un  momento  a  otro,  iba  a  prestarle  la  legión  de  los 
llaneros,  se  hallaba  Boves  en  Calabozo,  ocupado  en 
reparar  sus  pérdidas. 

Esta  noticia  fué  un  motivo  más  para  que  el  íJbeiiador 
obligara  a  Cajigal  a  aceptar  el  encuentro.  Los  republi- 
canos veían  agotarse  sus  medios  de  abastecimiento. 
Guerrillas  realistas  recorrían  todas  las  cercanías.  No 
podía  Bolívar  pensar  en  prolongar  más  una  situación  que 
para  su  impaciencia,  sin  contar  con  la  exasperación  de  que 
daban  muestras  las  tropas,  resultaba  intolerable.  Por  otra 
parte,  inquietantes  deserciones  comenzaban  a  producirse 
en  las  filas  de  Marino.  El  26  de  mavo.  al  salir  el  sol, 
hizo  Bolívar  reunir  el  ejército  y  se  puso  en  camino  hacia 
Carabobo. 

La  planicie  así  llamada,  que  tan  famosa  había  de  ser 
más  tarde  en  los  anales  de  la  guerra  de  la  Independencia, 
había  sido  atinadamente  escogida  por  los  Españ(des  para 
servir  de  terreno  de  batalla.  Al  comprender  Cajigal  que 
le  sería  imposible  evitar  la  ofensiva  del  Libertador,  <[uiso 
cuando  menos  asegurarse  todas  las  ventajas.  La  infantería 
realista  ocupaba  la  extremidad  occidental  de  la  planicie,  y 
se  hallaba  desplegada  en  esta  forma  :  dando  espalda  a  la 
sierra  de  los  altos  de  Las  Hermanas,  y  protegida  la 
izquierda  por  el  grueso  de  la  caballería  cuyo  punto  de 
apoyo  eran  las  pendientes  de  un  montecillo  ocupado  por 
doscientos  cazadores.  A  la  derecha  se  alzaba  un  cerro, 
guarnecido  también  de  tropas.  El  regimiento  de  Granada 
formaba,  a  retaguardia,  la  reserva.  Seis  piezas  de  artillería 
se  extendían  al  frente  de  las  líneas. 

Una  barranca  poblada  de  arboleda,  que  por  cierto 
estaba  fuera  del  alcance  de  los  cañones  españoles,  ocupaba 
en  todo  su  ancho  la  planicie  de  Carabobo.  Los  indepen- 
dientes tuvieron  ípu;  atravesarla  antes  de  ocupar,  a  su  vez, 
sus  posiciones  de  batalla.  Puso  Bolívar  en  primera  línea 
tres  divisiones  de  su  infantería.  Dos  escuadrones  flanquea- 


5r>4  noLÍVAu 

rojí  cada  una  de  las  alas.  La  superioridad  de  la  caballería 
realista  determinó  al  Libertador  a  establecer  una  segunda 
línea  de  batalla  con  las  divisiones  del  coronel  Leandro 
Palacios  y  tlel  coronel  Jalón,  quienes,  al  mismo  tiempo, 
constituían  las  reservas.  El  resto  de  la  caballería  se 
agrupó  en  el  centro.  Las  divisiones  estaban  sostenidas,  en 
cada  extremidad,  por  dos  bocas  de  fuego. 

Estas  disposiciones,  tomadas  en  presencia  del  enemigo 
V  sin  que  efectuara  éste  movimiento  alguno  para  impe- 
dirlas, estaban  de  todo  punto  ct)nformes  con  las  reglas 
en  uso  en  las  grandes  batallas  de  aquel  primer  período  de 
las  guerras  sudamericanas.  Tanto  los  jefes  españoles  del 
ejército  regular,  como  la  mayor  parte  de  los  oficiales 
republicanos,  ponían  empeño,  en  aquella  época,  en 
observar  los  preceptos  de  táctica  enseñados  en  las  aca- 
demias militares  de  la  Península.  La  naturaleza  del 
terreno  escogido  en  Carabobo.  las  disposiciones  de  batalla 
de  Cajigal  v  Bolívar,  así  como  la  maniobra  de  cada  una  de 
las  armas  en  el  transcurso  de  la  acción,  el  desenlace  de 
ésta  y  sus  consecuencias,  pueden  ser  respectivamente 
considerados  como  otros  tantos  ejemplos  típicos  de  las 
doctrinas  en  predicamento  en  el  Nuevo  Mundo  y  que  se 
inspiraban  sobre  todo  en  la  estrategia  prusiana  y  en  los 
órdenes  de  batalla  de  Federico  II,  adaptados,  excusado  es 
decirlo,  a  los  medios  y  a  las  circunstancias  '. 

A  comienzos  de  la  tarde,  las  avanzadas  republicanas  se 
adelantaron  en  buen  orden  bajo  el  fuego  de  los  cañones 
enemigos  y  sin  descargar  sus  armas,  hasta  llegar  al 
alcance  de  los  fusiles  de  los  realistas.  En  aquel  momento. 
Cajigal  reforzó  su  caballería  enviando  a  la  izquierda  dos 
escuadrones  que,  con  la  reserva,  estaban  ocultados  por  la 
arboleda  de  Las  Hermanas.  Comprendiendo  el  Liber- 
tador que  el  Español  se  dispone  a  dar  carga  al  flanco  de 
las  columnas  en  marcha,  se  decide  a  hacer  atacar  oblicua- 
mente al  enemigo.  Apenas  se  pone  en  movimiento  la  divi- 
sión del  coronel  Palacios  para  efectuar  esta  maniobra, 
caen  los  jinetes  españoles  sobre  la  derecha  de  los  patriotas, 


1.  V.  F.  J.  Ykrgara  y  Velasco,  Páginas  iniUtares  de  la  Guerra  de 
la  Independencia.  Bogotá,  1910. 


(;UKliliA    A    MIKHTE  555 

los  acometen  por  retaf^iuirdia  v  tratan  de  precipitarlos 
hacia  el  Irenlc  del  ejíMcito  realista.  En  el  at'to.  abre  éste 
el  luego  cu  loda  la  linea.  Al  mismo  tiempo,  varios  escua- 
drones de  llaneros  cierran  sucesivamente  contra  la  división 
Jalón.  \o  se  arredran  los  republicanos.  Contestan  a  la 
lusileria  por  una  descarga  general,  rechazan  a  los  escua- 
drones enemigos,  ohligíindoles  a  replegai'se  en  desorden. 
Entra  entonces  en  acción  la  caballería  lepublicana  y  acaba 
de  dispersar  a  los  llaneros,  que.  atacados  de  flanco  por  la 
división  Palacios,  se  precipitan  sobre  sus  propias  líneas  y 
las  dislocan.  En  vano  Cajigal  v  sus  oficiales  tratan  de 
formar  nuevamente  su  infantería.  El  regimiento  de 
(Granada,  que  componía  la  reserva,  era  el  único  que 
permanecía  en  buen  orden.  Llega  a  paso  de  carga  la  divi- 
sión Palacios  contra  aquellos  450  hombres,  gente  ague- 
riida,  a  la  que,  además,  se  dispone  a  socorrer  un  escuadrón 
de  llaneros  penosamente  reunido  por  Ceballos.  Pero  un 
pánico  repentino  se  apodera  de  los  Españoles.  Huyen, 
fusilados  a  quemarropa  por  la  infantería  de  Palacios. 
Momentos  después,  el  último  escuadrón  realista,  con  el 
que  se  hallaba  Cajigal,  desapareció  con  dirección  a  Pao. 

No  había  durado  arriba  de  tres  horas  el  combate.  Los 
republicanos,  cuvas  pérdidas  eran  insignificantes  :  doce 
muertos  v  4o  heridos,  recoirieron  considerable  botín.  Tres 
mil  caballos,  quinientos,  fusiles,  el  tesoro  del  ejército,  las 
banderas,  los  armones,  cayeron  en  su  poder.  Los  realistas 
dejaron  300  hombres  sobre  el  campo  de  batalla.  El  bosque 
de  Las  Hermanas  estaba  cubierto  de  cadáveres'. 


IV 

A  pesar  de  que  la  victoria  había  sido  tan  completa  como 
era  posible,  no  podía  desviar  la  tormenta  ([ue  se  anunciaba 
en    el    horizonte.    El   Libertador   había   vencido   las    tropas 

J.  i'or  cierto  que  en  cada  uno  de  los  combates  de  las  campañas  de 
la  segunda  república  venezolana  se  observa  esta  enorme  diferencia 
entre  las  pérdidas  de  los  dos  adversarios.  Se  ve  siempre  en  ellos 
una  proporción  de  2  a  'i  p.  100  del  lado  del  vencedor,  y  35  a  40  p.  100 
en  el  partido  vencido. 


556 


regulares  de  Cajigal  y  de  Ceballos,  pero  se  veía  desarmado 
contra  las  imponentes  levas  cuyo  elemento  incoercible  era 
las  hordas  de  Boves,  y  ante  la  inercia,  cargada  de  odio, 
de  los  pueblos,  desesperados  por  un  pavoroso  estado  de 
miseria'.  Los  enfermos,  los  heridos  morían,  por  falta  de 
asistencia,  en  los  hospitales  de  Caracas  y  de  Valencia;  los 
soldados  del  Libertador  no  tenían  ropa  ni  medios  de 
subsistencia  :  los  campesinos  se  negaban  a  las  requisi- 
ciones; habría  sido  menester  sitiar  pueblo  por  pueblo  para 
obtener  víveres,  y  temía  Bolívar  exasperar  los  sentimientos 
contra-revolucionarlos  que  se  generalizaban  cada  vez  más. 
Boves  había  salido  de  Calabozo,  el  28  de  mayo,  con  5  a 
6  000  llaneros  y  cerca  de  3  000  fusileros  muy  bien 
armados,  equipados  y  abastecidos,  merced  a  los  socorros 
llevados  de  la  Guayana.  Esta  vez,  apresuraba  su  marcha 
hacia  Valencia.  Era  segura  la  catástrofe. 

Omitiendo  proveer  a  medidas  defensivas  semejantes  a 
las  que  adoptó  en  época  del  primer  ataque  de  Boves,  o, 
cuando  menos,  adelantarse  con  todo  su  ejército  al 
encuentro  de  su  temible  adversario,  Bolívar  envió  contra  él 
a  Marino  a  la  cabeza  de  1  500  soldados  de  infantería, 
700  jinetes  y  siete  piezas  de  artillería.  Ilusionado  acerca 
de  la  valía  de  sus  tropas,  y,  muy  probablemente,  engañado 
respecto  de  la  importancia  verdadera  de  las  fuerzas  de 
Boves,  tomó  además  el  Libertador  disposiciones  cuyas 
funestas  consecuencias  no  il)an  a  tardar  en  aparecer. 
Urdaneta  y  una  división  de  700  hombres  salieron  contra 
Ceballos  hacia  San  Carlos,  en  tanto  que  el  coronel  Jalón 
se  ponía  en  camino  con  1  100  soldados,  en  perseguimiento 
de  Cajigal. 

Dos  días  después  de  su  salida,  supo  Jalón  que  el  capitán 
general   se  había  encaminado  hacia   los   llanos.  Dio  aviso 

o 

de  esto  a  Bolívar,  quien  le  dio  orden  de  reunirse  con 
Marino.  Este  último  se  hallaba  en  La  Puerta.  Sus  explo- 
radores acababan  de  informarle  de  la  proximidad  del 
ejército  de  Boves,  cuando  llegó  Jalón.  Con  su  habitual 
imprudencia,  Marino,  al  verse  a  la  cabeza  de  cerca  de 
3  500  hombres,  decidió  en  seguida  tomai-  posición  en  acpiel 

1.  Cf.  Mitre,  op.  cií.,  i.  III,  cap.  xxxix,  §  5. 


GURIIRA    A    MUERTE  057 

terreno  ya  latal  a  las  armas  republicanas.  No  era  posible 
retroceder  :  Bolívar.  c[ue  por  fin  era  enterado  de  la  impor- 
tancia de  las  fuerzas  ([ue  capitaneaba  Boves,  acudió  a  su 
vez,  el  14  de  junio,  para  tomar  parte  en  la  batalla. 

í^a  infantería  de  Marino  tío  descubrió  al  pronto  ante 
ella  más  que  a  la  infantería  enemiga  (les|)icga(la  como  de 
costumbre,  y  a  la  que  ninouna  caballería  pai'ccía  apoyar. 
Hubo  sañuda  fusilciía  por  una  y  otra  pai'te.  La  caballería 
repul)licana  atacó  el  ala  derecha  de  los  realistas,  y  el 
batallón  de  Araoua.  bajando  al  mismo  tiempo  de  una 
altura  en  que  se  hallaba  apostado,  tomó  el  paso  de  carga, 
V,  por  medio  de  un  movimiento  envolvente,  cercó  el  ala 
izquierda.  Apenas  terminada  esta  maniobra,  los  llaneros, 
ocultos  en  los  bosques  vecinos,  cayeron  en  aplastante 
masa  sobre  los  patriotas.  Dos  cargas  de  aquellos  espan- 
tosos escuadrones  bastaron  a  Boves  para  ani([uilar  al 
ejército  republicano.  La  artillería,  los  fusiles,  las  muni- 
ciones, todo  fué  cogido.  Aseguró  Boves  no  haber  perdido 
más  que  200  hombres,  matados  o  heridos;  las  pérdidas  de 
los  patriotas  ascendían  a  más  de  1300;  el  secretario  de 
Estado,  el  mejor  amigo  del  Libertador,  Antonio  Muñoz 
Tebar,  el  coronel  Manuel  Aldao,  casi  todos  los  oficiales,  se 
hallaban  entre  los  muertos.  El  coronel  Jalón,  a  ({uien 
largos  meses  de  padecimientos  en  las  prisiones  de  Puerto 
Cabello,  de  las  que  acababa  apenas  de  salir,  no  impidieron 
cumplir  como  bueno  en  Carabobo,  fué  ahorcado,  al  día 
siguiente,  en  la  villa  de  Cura.  Bolívar,  INÍariño  v  José 
Félix,  huían'  hacia  Caracas. 

La  segunda  república  venezolana  no  había  de  sobrevivir 
a  esta  desastrosa  jornada.  Al  pasar  por  Valencia,  pres- 
cribió Bolívar  al  coronel  Escalona,  que  mandaba  la  guar- 
nición, compuesta  a  lo  sumo  de  500  hombres,  que  resis- 
tiera hasta  lo  último  si,  como  todo  lo  hacía  suponei', 
atacaba  Boves  la  plaza.  Un  mensajero  del  Libertador  llevó 
a  D'Elhuvar  la  orden  de  activar  las  operaciones  del  sitio 
de  Puerto  Cabello.  Esperaba  Bolívar  encontrar  en  Caracas 
nuevos  recursos  para  acudir-  en  avuda  de  sus  bravos  lugar- 
tenientes. 

Para  loorar  su  deseo,    recurrió   el  Libertador   a   cuantos 

o 

argumentos  peisuasivos  y   disposiciones  (q)ortunas  podían 


óns 


sugerirle  el  amor  de  su  patria  y  la  desesperaeión  de  verla 
perecer.  Desde  su  llegada  a  Caracas,  el  16  de  junio,  reunió 
al  cabildo,  a  las  notabilidades,  al  pueblo,  tratando  de 
reanimar  en  sus  corazones  un  celo  que,  por  desgracia, 
resistía  a  todas  las  instancias.  Se  publicó  un  decreto  que 
prometía  la  libertad  a  los  esclavos  que  se  alistaran  bajo 
las  banderas  de  la  República.  Con  arreglo  a  las  cláusulas 
del  concordato,  firmado  el  12  de  febrero  precedente,  con 
los  representantes  del  clero,  y  por  el  cual  se  babían  com- 
prometido éstos  a  entregar,  para  las  necesidades  del 
Estado,  el  tesoro  de  las  iglesias',  obtuvo  Bcdívar  del 
arzobispo  de  Caracas  considerable  cantidad  de  oro,  plata 
y  objetos  preciosos,  con  los  cuales  se  acuñó  moneda. 
Pero,  ni  el  anuncio  de  exoneraciones  de  impuestos,  ni 
los  discursos  patrióticos  o  las  intimaciones  del  Libertador 
bacían  mella  en  los  habitantes.  El  espíritu  público  estaba 
eompartido   entre  el  desaliento  y  el  terror. 

Mientras  tanto,  cual  plaga  devastadora,  Boves  y  sus 
llaneros  habían  penetrado  en  los  valles  de  Aragua,  exter- 
minado los  destacamentos  de  Maracay  y  de  La  Cabrera, 
saqueado  c  incendiado  todos  los  pueblos.  Desde  el  19  de 
junio,  habían  puesto  sitio  a  Valencia.  La  guarnición  y  su 
arrojado  comandante  .Tuan  Escalona  dieron  muestras  de 
magnífico  heroísmo  :  extenuados  por  30  días  de  combates 
y  de  privaciones,  sin  que  les  quedara  un  st)lo  cartucho, 
estaban  resueltos,  sin  embargo,  puesto  que  tal  era  la  con- 
signa, a  resistir  hasta  el  último  hombre.  Pero  Boves  les 
hizo  saber  que,  si  se  negaban  a  rendirse,  exterminaría, 
primero  a  ellos,  y,  después,  a  la  población  toda.  Escalona 
consintió  entonces  en  capitular,  siempre  que,  por  jura- 
mento solemne,  se  comprometiera  Boves  a  respetar  la  vida 
de  los  habitantes  de  Valencia.  El  juramento  fué  pronun- 
ciado en  una  misa  que  el  capellán  del  ejército  realista 
celebró  al  pie  de  los  muros  tic  la  ciudad.  Los  sitiados 
oyeron  a  Boves  jurar  por  los  Santos  Evangelios  que 
dejaría  la  vida  salva  «  a  todos  los  seres  humanos  ence- 
rrados en  Valencia  v  su  cindadela.  »  No  bien  se  abrieron 
las  puertas,  los  llaneros,   obedeciendo   a  una  orden  de  su 

1.  D.,  V.,  963. 


en: mu  a   muehik  559 

jclo.  se  iurojaioii  sohic  los  oficiales  v  los  soldados  repuljli- 
caiios.  'MM  hombres,  de  los  400,  escasos,  que  sobrevivían, 
perecieron  asesinados  a  lanzadas.  Escalona  v  alg'unos  de 
sus  compañeros  se  deleudieron.  en  un  supremo  estuerzo, 
consiguieron  abrirse  paso  por  entre  la  nul)e  de  enemio()s 
que  les  lodeaban.  y  ganaron  el  campo  (19  de  julio '). 

Dueño  de  Valencia.  Boves  comenzó  por  hacer  degollar  a 
todas  las  notabilidades  de  la  ciudad.  Tan  espantosas 
fueron  las  matanzas  efectuadas  durante  los  días  siünientes. 
que  «  la  posteridad  —  dice  el  historiador  Heredia,  contem- 
poráneo muy  bien  documentado  de  aquellas  sangrientas 
saturnales  —  dudará  de  estos  hechos  que  parecen  impo- 
sibles entre  gentes  civilizadas,  y  á  la  sombra  de  las  ban- 
deras españolas,  como  dudé  yo  hasta  que  los  oí  á  testigos 
presenciales  y  caracterizados  -  ». 

Kstas  desgracias  anunciaban  otras  más  deplorables  aún. 
Agotadas  sus  fuerzas  y  falto  de  medios,  D'Elhuyar  había 
tenido  que  abandonar,  el  25  de  junio,  sus  posiciones  ante 
Puerto  Cabello.  Enclavó  sus  cañones,  y,  embarcándose 
con  sus  tropas  en  la  flotilla  que  mantenía  el  bloqueo,  se 
hizo  conducir  a  La  Guayra,  desde  donde  pasó  a  Caracas, 
para  reunirse  con  el  Libertador.  No  tardó  este  en  conven- 
cerse de  la  inutilidad  de  los  esfuerzos  que  hacía  para 
decidir  a  los  habitantes  de  la  capital  a  resistir  contra  los 
invasoi'es.  Pensó  que  el  subsidio  suministrado  por  el  clero 
de  Caracas  permitiría  procurarse,  en  las  provincias  orien- 
tales, nuevos  elementos  de  guerra.  Marino,  que  había 
salido  paia  Cumaná,  aseguraba  haber  sido  bien  recibido 
por  los  habitantes,  y  c[ue  seguían  éstos  fieles  a  la  causa 
liberal.  Alentado  por  estas  noticias.  Bolívar  salió  a  su  vez 
de  su  ciudad  natal,  dirigiéndose  hacia  Barcelona. 

o 

Gran  parte  de  la  polilación  siguió  a  los  2  000  hombres 
de  tropa  que  llevaba  consigo  el  Libertador.  De  los 
40  000  habitantes  de  la  capital,  no  quedaron  en  la  ciudad 
más  <[ue  las  monjas  de  los  conventos  de  la  Concepción 
y  el  Carmen,  algunos  frailes.  v\  arzobispo,  los  miembros 
del  alto  clero,  y    unas  cuatro   a  cinco   mil  personas  «  que, 

1.  >io  obstante,  O"  Leary  asegura  que  Escalona  se  escapó  merced 
a  un  disfraz.  Memorias,  I,  cap.  x,  p.  210. 

2.  IIerfdia,  Mentorias,  op.  cit.,  p.  20'i. 


560  BOLÍVAR 

según  rieredia'.  tuvioron  resolución  para  esperar  la  muerte 
en  sus  casas,  sin  exponerse  á  encontrarla  mas  cierta  entre 
los  riesgos  de  la  fuga  ».  Puede  imaginarse  cuan  terrible 
fué  ésta. 

Mujeres,  tiernas  doncellas  pertenecientes  a  las  familias 
más  distinguidas,  tuvieron  que  seguir  a  pie  la  penosísima 
marcha  del  ejército  republicano.  Muchas  de  ellas  pere- 
cieron en  el  camino,  de  cansancio,  de  hambre  y  de  sed. 
Enloquecidas  por  las  privaciones,  las  madres  arrojaron  a 
sus  hijos  a  los  precipicios  cuando  notaron  que  sus  agotados 
pechos  no  podían  ya  alimentarlos.  Este  trágico  éxodo  es 
conocido,  en  la  historia  de  Venezuela,  con  el  nombre  de 
Emigración  de  i8i¿.  Su  recuerdo  ha  quedado  imborrable, 
y  sólo  con  el  del  terremoto  de  1812  puede  compararse  -. 

Veinte  días  duró  la  tremenda  marcha  a  través  de  la 
desolada  región  de  Capaya,  veinte  días,  al  cabo  de  los 
cuales  la  expedición,  considerablemente  menguada,  llegó 
al  pueblo  de  Aragua.  a  16  leguas  de  Barcelona.  Pero 
Morales,  enviado  por  Boves  en  perseguimiento  de  los 
fugitivos,  acudía  con  un  ejército  de  8  000  llaneros,  indios 
y  negros  reclutados  en  las  plantaciones  de  las  cercanías  de 
Caracas.  Con  los  socorros  traídos  de  Barcelona  y  de 
Cumaná  por  Piar  y  Bermiidez.  las  tropas  del  Libertador 
ascendían  a  unos  .'5  000  combatientes,  a  lo  sumo.  La 
batalla  que  dieron  el  18  de  agosto  fué  una  repetición  de  la 
de  La  Puerta.  Sin  embargo,  según  propia  confesión  de 
Morales,  tuvo  éste  1  100  muertos  v  823  heridos,  pues  las 
tropas  de  Bolívar,  de  D'Elhuyar  y  de  Rivas  se  habían 
defendido  con  desesperación.  Todos  los  prisioneros  fueron 
matados  después  del  combate.  Cerca  de  3000  republicanos 
quedaron  pues  sobre  el  campo  de  batalla.  Bolívar  y  los 
emigrados  de  Caracas  huyeron  hacia  Barcelona,  en  tanto 
que  Bermúdez  protegía  valerosamente  su  retirada  con  una 
división  de  caballei'ía  cuya  admirable  conducta  salvó  la 
honra  de  las  armas  republicanas.  Uno  de  los  oficiales  de 
esta  división.  Francisco  Carbajal,  realizó  prodigios  de 
valoi'  durante  aquella  última  fase  de  la  batalla.  De  su  mano 
mui'ieron  más  de   30  espaíioles  antes  de  ser  él  acometido 

1,  Heredia,  Memorias^  op.  cit.,  p.  202. 

2.  ScHRTVEit,  op.  ril.,  ]).  61. 


(¡TE  Hit  A    A    MlKliTE  5»il 

y  extt'iMuiiado  por  todo  uii  escuadrón.  Pov  la  iioclu".  entró 
Moi'ales  en  Ara<^iia  v  eeicó  la  ij^lesia.  en  la  (jue  se  liahíaii 
rcíiígiatlo  un  niillai'  de  personas  de  t(»(las  las  edades  v  de 
ambos  sexos.  Fuei'on  asesinadas  todas  sobre  el  altai'  en 
([ue  hal)ía  sido  e.xpuesto  el  Santísimo  Sacramento.  Los  rea- 
listas tuvieron  (|ue  evacuar  Araoua  al  día  siguiente.  Habían 
descuidado  de  enterrar  los  cadáveres,  y.  con  el  calor,  el 
pueblo  se   babía  converlido  en    pestilente  pudridero. 

(hiando.  el  21  de   ao()st(>.  llcüó  Moi'ales  a  Barcelona,  no 

o  o 

encontró  en  ésta  a  Bolívar,  ({uien  había  proseguido  su 
camino  hasta  Cumaná,  precedido  por  los  desgraciados 
supervivientes  de  la  emigración.  Apenas  llegado,  el  Liber- 
tador se  ocupó,  de  acuerdo  con  Marino,  en  asegurar  la 
salida  de  parte  de  los  emigrados  para  la  Margarita.  Hacía 
algunas  semanas  ([ue  se  hallaba  en  este  punto  Arismendi, 
y  la  influencia  que  ejercía  sobre  sus  compatriotas  le 
había  permitido  poner  en  estado  de  defensa  la  isla.  Al 
mismo  tiempo.  INLirifio,  Bolívar.  D'Elhuvar.  Piar.  Rivas  y 
Bermúdez  se  reunían  en  consejo  con  objeto  de  ver  que 
disposiciones  convenía  tomar  en  las  terribles  circuns- 
tancias en  que  se  hallaban.  Propuso  Marino  dirigirse  a 
Giiiiria    v   encentarse  en    él.    Abierto    en   un   ángulo  de   la 

o 

península  montañosa  de  Paria,  el  bien  resguardado  puerto 
de  Güiria  podía  constituir  una  posición  excelente  v  de 
muy  lácil  delensa.  A  más  de  esto,  su  proximidad  de  la 
Margarita  y  de  Trinidad  permitiría  que  llegasen  los 
socorros  ([ue  pnd¡<'ran  esperarse  del  extranjero.  Los  jeíes 
republicanos  ado|)taron  el  parecer  de  Marifit).  Quedó 
decidido  (pie.  tan  pronto  como  l'uera  posible,  se  pondrían 
en  camino  p(»r  la  vía  de  tierra.  El  italiano  Bianchi,  cuvos 
corsarios  seguían  al  servicio  de  la  república,  embarró  en 
su  flotilla  las  armas  v  municiones  que  poseían  aún  los 
patriotas.  Marino  y  Bolívar  le  confiaron  también  el 
famoso  tesoro  llevado  de  Caracas,  y  quedó  convenido  que 
se  reunirían  todos  en  Güiria. 

En  la  noche  del  25  al  26  de  agosto  hubo  un  postrer 
cíMisejo  entre  el  Libertador  y  sus  compañeros.  H)an  a 
separarse,  cuando  recibieron  aviso  de  (jue  Bianchi  había 
seducido  a  los  soldados  de  la  guarnición  del  fuerte  de 
San    Antonio,    a    tin    de    ([ue    no    hicieran    luego   sobie    la 

36 


562  I50L1VAU 

flotilla,  si  por  casualidad  se  lo  mandaban  sus  jeles,  en  el 
momento  en  que  salieran  del  puerto  los  barcos.  En 
efecto,  contrariamente  a  las  prescripciones  de  Marino, 
según  las  cuales  no  había  de  salir  hasta  el  día  siguiente 
por  la  mañana,  Bianchi  estaba  a  punto  de  ganar  la  alta 
mar  ¡Iba  pues  a  huir  con  los  supremos  recursos  de  los 
patriotas!  En  el  acto  se  embarcaron  Bolívar  y  Marino  en 
uno  de  los  bergantines  que  se  hallaban  aún  en  la  rada, 
alcanzaron  la  escuadrilla,  v,  sin  aparentar  tener  conoci- 
miento de  la  perfidia  del  aventurero,  intentaron  un 
arreglo.  Sólo  a  medias  cedió  Bianchi.  Consintió  en  hacer 
escala  en  el  puerto  de  Juan  Griego,  en  la  isla  de  la 
Margarita.  Pero  fondeó  prudentemente  fuera  del  alcance 
de  los  cañones  de  la  plaza,  declaró  que  las  provincias  de 
Gumaná  y  de  la  Margarita  le  debían  más  de  cuarenta  mil 
pesos  por  las  capturas  que  había  llevado  a  sus  puertos,  que 
devolvería  las  armas  y  las  municiones  y  las  dos  terceras 
partes  del  tesoro,  pero  que  el  resto  le  pertenecía  con  toda 
justicia  y  que  no  lo  devolvería. 

Ningún  medio  para  oponerse  a  este  fallo  tenían  Bolívar 
y  Marino.  Dejaron  a  Arismendi  las  provisiones  de  guei'ra 
que  les  devolvió  Bianchi,  y,  en  seguida,  se  hicieron  a  la 
vela  para  Costa  Firme.  El  3  de  septiembre,  desembarcaron 
en  Carúpano.  ¡Cuáles  no  fueron  su  sorpresa  y  su  indigna- 
ción al  encontrarse  con  una  población  hostil  que  les  acogió 
con  gritas  e  insultos!  Aprovechándose  de  su  ascendiente 
sobre  los  habitantes  de  la  región,  Rivas  y  Piar  se  habían 
proclamado  «  jefes  supremos  de  Venezuela  )>,  en  substitu- 
ción de  Bolívar  y  Marino,  cuya  caducidad  habían  procla- 
mado aquéllos  por  «  abandono  de  la  patria  en  peligro  »... 
Al  llegar  Rivas  de  Cariaco,  el  6  de  septiembre,  hizo 
arrestar  y  encarcelar  a  Marino.  Dejó  en  libertad  a  Bolívar; 
pero,  cuando  a  su  vez  llegó  Piar,  se  mostró  éste  menos 
complaciente.  El  Libertador  estuvo  a  punto  de  sufrir  la 
misma  suerte  que  su  compañero.  Así,  pues,  el  destino 
vengador  repetía,  unas  tras  otras,  al  cabo  de  dos  años,  las 
escenas  que  señalaron  la  salida  de  Miranda  al  retirarse 
éste  ante  Montevcrde  '. 

1.  Cf.  Gervinus,  VI,  p.  272,  y  Mitré,  cap.  xxxix,  p.  391. 


GUEIinA    A    .MUEHTE  5(53 

En  esto,  una  intervención  bastante  inesperada  salvó  a 
Bolívar  y  a  Marino  de  la  lunesta  suerte  que  les  reservaban. 
Al  cruzar  por  la  costa  con  su  flotilla,  atracó  Bianchi  en  el 
puerto  Je  Carúpano,  y,  al  tener  noticia  de  estos  recientes 
sucesos,  se  llegó  a  Rivas  y  le  declaró  que,  si  en  aquel 
momento  mismo  no  mandaba  poner  en  libertad  a  los 
prisioneros,  comenzaría  en  seguida  el  bombardeo  de  la 
ciudad.  Tenía  lama  el  italiano  de  cumplir  promesas  de 
este  género.  Además,  Carúpano  carecía  de  fortaleza.  Tuvo 
Rivas  que  someterse.  Bolívar  y  Marino  se  desprendieron 
generosamente  en  su  favor  de  los  restos  del  tesoro  arran- 
cado al  capricho  de  Bianchi.  Después  de  todo,  aquellos 
fondos,  inútiles  ya  entre  sus  manos,  acaso  pudieran  favo- 
recer los  planes,  por  aventurados  que  éstos  parecieran,  de 
los  ciegos  defensores  de  una  causa  más  que  comprometida. 
Los  dos  antiguos  dictadores  se  embarcaron  de  nuevo,  el 
7  de  septiembre,  con  dirección  a  Curazao  y  Cartagena. 

A  pesar  de  su  desobediencia  y  de  su  inexcusable  con- 
ducta para  con  jefes  a  quienes  debían  su  situación  y  lo 
más  florido  de  su  gloria,  Rivas  y  Piar  no  eran  ciertamente 
unos  cobardes.  La  resolución  tomada  por  ellos,  de  acuerdo 
con  Bermúdez,  de  prolongar  la  resistencia,  demostraba 
verdadero  heroísmo.  jNLis,  aquel  extraño  triunvirato  no  era 
capaz  de  substituir,  no  sólo  al  Libertador,  pero  ni  siquiera 
a  Marino.  Aunque  hubiesen  contado  con  la  influencia  de 
que  el  antiguo  dictador  del  oriente  disponía  ante  los  habi- 
tantes de  aquellas  provincias,  no  les  habría  sido  ya 
posible  a  Rivas  y  a  Piar  hacer  frente  a  la  invasión.  El 
levantamiento  general  c[ue  pretendían  suscitar  fracasó. 
Sus  esfuerzos  no  sirvieron  sino  a  provocar  nuevas  heca- 
tombes, y  retrasaron  apenas  el  hundimiento  de  la  repú- 
blica. 

Después  de  un  brillan  le  éxito  ante  Maturín,  en  donde  le 
atacó  Morales  (7  a  12  de  septiembre)  con  fuerzas  tres  veces 
superiores,  Bermúdez  vio  llegar  a  Rivas,  quien  le  llevaba 
un  refuerzo  de  400  hombres.  Por  su  parte,  no  tardaría 
Piar  en  acudir  con  800  soldados.  Los  republicanos  querían 
concentrar  todos  sus  esfuerzos  en  Maturín.  con  objeto  de 
defenderse  en  él  contra  Boves,  próximo  a  llegar,  según 
se  decía,  a  la  cabeza  de  sus  llaneros. 


:)84  noMv.vr, 

Rii  clcclo.  cslahii  en  camino  el  inlalioa])l('  astiiiiaiio.  Su 
liiroi'  no  se  haln'a  a|)acigiiaclo  ('(m  las  ab()niinal)lcs  ven- 
ganzas ejercidas  [)(H'  él  al  entrar  en  (laraeas.  el  26  de 
julio.  De  allí  había  salido  cuatro  o  cinco  días  después, 
dejando  como  jele  militar  a  uno  de  sus  oficiales.  Luis 
Dato,  cuyas  crueldades  sin  cuento  acabaron  de  arruinar 
la  capital.  Había  jurado  Boves  (|ue.  esta  vez.  no  se  le  esca- 
paría Bolívar,  v  «  que  había  de  morir  á  sus  manos  aun([ue 
se  metiera  en  el  sagrario  '  ».  \  olvió  a  (Calabozo,  levantó 
allí  nuevas  tropas,  y  salió  para  Barcelona.  Tenía  orden 
Morales  de  esperarle  en  este  punto.  Hacia  mediados  de 
septiembre  acudió  Boves  a  la  cita.  Las  noticias  ([ue  le  dio 
su  lugarteniente,  el  relato  que  le  hizo  de  su  reciente 
derrota  en  iNLtturín  pusieron  iracundo  por  demás  al  capitán 
de  la  legión  inlernal.  Sin  pérdida  de  tiempo,  tomó  la  escar- 
pada vía  de  dimana,  con  el  propósito  de  infligir  sangrienta 
derrota  a  Piar,  pues  sabía  que  se  hallaba  encerrado  en 
dicha  ciudad  con  el  resto  de  los  emiorados  de  Caracas. 

o 

Preciso  es  decir  que  Piar  secundó  c<)n  loca  imprudencia 
los  proyectos  de  su  contrario.  A  pesar  de  las  instrucciones 
de  Rivas,  quien  le  había  dado  encargo  de  conducir  a 
Maturín  los  emigrados.  Piar,  que  había  logrado  reunir 
2  000  combatientes,  fué  a  apostarse  en  la  llanura  del 
Salado,  vecina  de  Cumaná.  Le  acometió  Boves  con  su 
legión,  compuesta  de  6  000  hombres.  Casi  todo  el  reducido 
ejercito  de  Piar  fué  exterminado  (20  de  septiembre).  ÍMiIrí) 
en  seguida  Boves  en  Cumaná  á  sangre  v  á  fueg'o.  hizo 
matar  a  unas  mil  personas,  y  regresó  de  una  tirada  a  Bar- 
celona para  reunirse  con  iNIorales. 

Algunos  días  después,  los  dos  jefes  realistas,  a  la  cabeza 
de  unos  10000  soldados  entre  infantería  y  caballería,  se 
pusieron  en  marcha  hacia  Maturín.  Ripitiendo  la  impiu- 
dencia  de  Piar.  Rivas  v  Bermúdez  esperaron  a  h»s  Espa- 
ñoles en  la  sabana  de  Úrica,  al  oeste  de  Maturín;  v.  b» 
mismo  que  entonces,  a  una  resistencia  heroica  sucedií) 
una  implacable  cai'uicería  (5  de  diciembre).  No  obstante, 
en  el  transcurso  de  una  de  las  caraas  de  los  llaneros,  cavó 
Boves  con   el   pecho  abierto  poi'  una   lanza(bi. 

1.  IIkrkuia,  Menidiias,  p.  202. 


(;ri;i!ii.\  a  mi  Kini'.  .vir» 

\ji\  imu'iic  del  nuís  Icirihlc  (Mieini<^(>  ([iie  jainás  tuvieron 
los  patriotas  no  podía  modificar  va  en  nada  el  destino  de 
éstos.  Seis  días  después  de  la  batalla  de  Úrica  penetró 
Morales  en  Maturín,  donde  no  quedaron  más  que  cenizas 
y  cadáveres  horriblemente  mutilados.  Consiguió  Bermúdez 
escaparse  con  sus  cien  últimos  soldados  y  se  reíugíó 
después  en  la  isla  Margarita.  Menos  feliz.  Rivas  anduvo 
errante  tres  días  por  el  campo.  Extenuado  de  cansancio, 
pidió  asilo  a  un  campesino,  quien  lo  entregó  al  enemigo. 
Su  cabeza,  cubierta  del  gorro  frigio  que  de  continuo  se 
ponía  Rivas.  fué  llevada  por  Morales  a  Caracas  en  una 
jaula  de  hierro.  Fué  colocada  a  la  entrada  de  la  ciudad,  en 
el  camino  de  La  Gnayra. 

Estaba  perdido  Venezuela.  Todo  el  oriente  recaía  bajo 
la  dominación  española.  Sólo  algunos  jefes  de  guerrillas, 
entre  otros  el  anciano  Zaraza',  Manuel  Cedeño ".  y  José 
Monagas  ^  continuaban  la  campaña  en  los  llanos  del 
centro.  En  el  oeste,  la  República  no  contaba  ya  con  un 
solo  defensor.  Cajigal  estaba  en  Puerto  Cabello;  Calzada, 
en  Harinas.  Urdaneta,  después  de  haber  tratado  en  vano 
de  dar  alcance  a  Ceballos,  sesún  encaríjo  del  Libertador 
al  día  sio'uientc  de  la  batalla  de  Carabobo,  se  internó 
hacia  Trujillo   v   Mérida.   Un   largo  cortejo   de  emigrantes 

1.  Z.VRAZA  (Pedro),  nació  en  Chaguaramas  (Venezuela)  hacia  1756, 
peleó  al  lado  de  Marino  en  1H13  y  1814,  organizó,  a  fines  de  este 
último  año,  guerrillas  con  las  cuales  tuvo  a  raya  a  los  Españoles  en 
los  llanos.  Fué  derrotado,  el  1"  de  diciembre  de  1817,  en  el  san- 
griento combate  de  Hagaza.  por  el  general  Latorie.  Zaraza  pacificó 
los  llanos  de  Caracas  en  1822,  fué  nombrado  por  Bolívar  general  de 
división,  y  murió  en  Caracas,  el  28  de  julio  de  1825. 

2.  Nació  en  Apure  en  178'i,  hizo  las  campañas  de  Nueva  Granada 
y  de  Venezuela.  1812-181'i.  No  cesó  de  combatir  a  los  Españoles  hasta 
el  Congreso  de  Angostura.  Nombrado  por  entonces  general  y  gober- 
nador de  la  Guayana.  Cedeño  mandaba  la  2"  división  del  ejército 
republicano  en  la  segunda  batalla  de  (Carabobo,  en  la  que  fué  matado 
(2'»  de  junio  de  1821). 

•i.  MoN.vr.AS  (José  Tadeo).  nació  en  Maturín  en  178'i.  Ayudante  de 
Marino,  tomó  parle  en  todas  las  acciones  que  se  dieron  en  1813  y 
181'»  en  las  provincias  orientales  de  Venezuela.  Desde  1816  figuró 
entre  los  mejores  jefes  de  los  llaneros,  realizó  muchas  hazañas  en  la 
Guayana  y  pacificó  la  pi-ovincia  de  Barcelona  en  1820.  En  1825  tomó 
parte  en  la  campaña  del  Perú;  fué  diputado  en  el  Congreso  de 
Valencia  en  18.50.  Presidente  de  Venezuela  en  1847  y  en  1858.  Des- 
terrado tres  años  después,  volvió  a  Caracas  en  1861.  y  allí  falleció, 
el  18  de  noviembre  ile  1868. 


S6fi  BOLÍVAR 

le  seguía  a  través  de  un  país  cuyos  habitantes  demostraban 
una  hostilidad  que  iba  en  aumento  de  día  en  día.  Fué 
menester  pelear  sin  descanso,  contra  Calzada  (en  Mucu- 
chíes,  7  de  septiembre),  y,  sobre  todo,  contra  las  gue- 
rrillas que  a  cada  recodo  del  camino  les  asaltaban.  En  fin, 
el  1°  de  octubre,  al  cabo  de  cuatro  meses  de  peligros,  de 
angustias  y  de  padecimientos  de  todo  género,  llegó  Urda- 
neta  a  Táchira.  en  la  frontera  granadina. 


V 

Por  cierto  que  en  aquel  fin  de  año  de  1814  parecía  la 
metrópoli  hallarse  en  vísperas  de  restablecer  su  dominación 
sobre  el  conjunto  del  continente  americano. 

Lista  ya  la  Constitución  española  de  1812,  sobrevi- 
nieron :  la  derrota  de  Napoleón  en  Rusia,  el  abandono 
definitivo  de  España  por  los  ejércitos  franceses,  y  la  restau- 
ración de  Fernando  VII.  No  habían  dejado  de  hacerse 
sentir    en    América   las     consecuencias    de    estos    grandes 

o 

acontecimientos,  siendo  desastrosos  sus  efectos  para  la 
causa  de  la  Independencia. 

La  sola  fuerza  moral  de  la  realidad  del  regreso  del  rey 
redujo  a  la  obediencia  a  las  clases  bajas  del  pueblo  y  para- 
lizó a  los  criollos'.  Aquellos  que.  temblando  de  continuo 
por  su  fortuna,  sólo  con  mediano  convencimiento  habían 
tomado  partido  por  la  Revolución,  y  a  quienes,  desde 
hacía  ya  tiempo,  parecían  excesivos  los  sacrificios  que  ésta 
les  imponía,  estaban  prontos  a  acogerse  al  nuevo  régimen, 
cuyas  seguridades,  a  falta  de  otras  ventajas,  les  parecían 
apreciables.  El  resto  de  la  aristocracia  colonial,  en  el  que 
figuraban  los  jefes  del  movimiento  y  los  oficiales  del 
ejército  republicano,  se  sintió  tanto  más  inclinado  a 
renunciar  a  la  lucha  cuanto  que  la  veía  abandonada  e 
infamada  por  las  masas  populares. 

En  realidad,  éstas  no  se  habían  dejado  arrastrar  sino 
muy  incompletamente.  En  Venezuela,  en  que  el  esfuerzo 
de   los   libertadores   había   tenido   no   obstante   ocasión   de 

1.  Cf.  Gervinus,  op.  cit.,  YI,  p.  152. 


r.UERHA    A    MUERTE  5fi7 

ejertátarsc  con  más  perseverancia,  hal)ía  conseguido 
Bolívar,  en  ciertas  épocas,  provocar  graneles  manifesta- 
ciones de  entusiasmo,  extenderlas,  generalizarlas  casi  en 
todo  el  país.  Pero,  en  realidad,  de  los  100000  hombres 
en  estado  de  llevar  las  armas  que  podían  suministrar  las 
provincias,  la  Independencia  había  alistado  a  lo  sumo 
unos  20000  detensores.  A  más  de  esto,  aquellos  comba- 
tientes procedían  de  las  clases  más  pobres  y  más  atrasadas. 
Insensibles,  en  su  mayoría,  a  todo  sentimiento  que  no 
fuera  la  codicia  o  el  temor,  servían  a  turno,  como  va 
hemos  visto,  una  u  otra  causa  con  igual  indiferencia.  Y, 
así,  republicanos  v  realistas  se  habían  disputado  al  mismo 
tiempo,  en  el  transcurso  de  la  guerra,  los  territorios  y  los 
hombres'.  Los  que  no  habían  sucumbido  desertaban 
ahora  un  oficio  que  sólo  por  interés  o  por  fuerza  habían 
tomado.  Los  demás,  es  decir,  la  inmensa  mayoría  de  los 
habitantes,  sólo  con  cierta  desconfianza  habían  salido  de 
su  habitual  apatía.  Resultaba  comúnmente  inexplicable 
para  ellos  la  regeneración  que  pretendían  imponerles  los 
Proceres.  Volvían  con  júbilo  a  la  sujeción  rayana  en 
esclavitud,  pues  de  ella  esperaban  el  descanso. 

En  ningún  sitio  como  cu  Nueva  España  resultó  tan  seña- 
lado este  estado  de  ánimo.  El  anuncio  del  posible  resta- 
blecimiento de  Fernando  VII  hizo,  para  el  éxito  de  la 
represión  española,  más  que  las  intempestivas  severidades 
del  virrey  Venegas  y  las  despiadadas  violencias  de  Calleja, 
sucesor  de  aquél  desde  comienzos  de  1813.  Matamoros, 
Miguel  Bravo,  Ravón,  Galeana  cayeron  sucesivamente  en 
manos  del  enemigo.  Morelos  mismo  vio  aniquilarse  la 
asombrosa  popularidad  que  había  adquirido.  Habíase 
tratado  en  Oajaca  (diciembre  de  1812)  de  elevarlo  a  la 
dignidad  de  monarca.  Pero,  obsesionado  por  el  presenti- 
miento de  su  próximo  fin,  considerando  su  misión  como 
terminada  ya,  parecía  no  preocuparle  más  que  la  idea  de 
mantener  la  existencia  del  Congreso  de  Chilpanzingo.  Esta 
asamblea,  que  en  uso  de  su  autoridad  había  convocado 
Morelos  el  1°  de  septiembre  de  1813,  y  cuyo  primer  acto 
había  sido  proclamar  la  independencia  de  Méjico,  no  pudo 

1.   Cf.   I^ALI.KMKNT,    lUstolIP   ll O   lu     Col(>lnl>¡e,    OJ).    cit.,    cap.    VI, 


rifis 


desempeñar  el  papel  con  que  eontalja  su  promovedor. 
Desechado  más  tarde  de  ciudad  en  ciudad,  de  Oajaca  a 
Zitácuaro,  de  Atijo  a  Apatzingán,  en  fin  de  Uruapán  a 
Tezmalaca  en  noviembre  de  1815.  v  luego  a  Tehuacán,  el 
Congreso,  que  se  había  convertido  en  teatro  de  estériles 
discusiones,  no  había  de  sobrevivir  largo  tiempo  a 
jNíorelos.  Este  gran  patriota,  hecho  prisionero  en  el 
combate  de  Tezmalaca,  el  5  de  noviembre  de  1815.  fué 
pasado  por  las  armas,  el  22  de  diciembre  siguiente,  en  el 
pueblo  de  San  Cristóbal  de  Ecatepec.  No  obstante,  desde 
fines  de  1814,  las  autoridades  españolas  podían  prever  el 
desenlace  de  la  lucha  empeñada.  Calleja  escribía  a  Madrid 
que  se  hallaba  en  situación,  con  sus  propios  recursos,  de 
hacer  frente  a  los  insurrectos,  que  «  seguían  éstos  mante- 
niendo aún  a  ciertas  provincias  en  un  estado  de  desorden 
y  de  anarquía,  pero  que  eran  incapaces  de  poner  en 
peligro  su  dominación  \   » 

A  pesar  de  que  Lima  continuaba  siendo  el  gran  centro 
político  y  militar  de  la  reacción  realista,  los  aconteci- 
mientos de  los  dos  últimos  años  distaban  mucho  de  ser, 
en  el  Perú,  tan  favorables  como  en  Méjico  para  la  causa 
de  la  metrópoli.  Habíale  costado  mucho  trabajo  al  virrey 
D.  José  de  Abascal  el  atajar  la  marcha  del  general 
Belgrano.  encargado  por  la  Junta  de  Buenos  Aires  de 
proseguir  sus  victoriosas  operaciones  en  el  Alto  Perú. 

Belgrano  aprovechó  útilmente  la  firme  confianza  que 
animajja  a  las  tropas  desde  su  rei'ientc  victoria  de 
Tucumán.  Supo  exaltar  su  entusiasmo  en  una  conmove- 
dora ceremonia  en  el  transcurso  de  la  cual,  enarbolando 
por  vez  primera  el  estandarte  azul  v  blanco  de  las  pi-ovin- 
cias  de  la  Plata,  hizo  prestar,  a  los  3  000  soldados  de  su 
ejército,  el  juramento  de  vencer  o  morir  por  la  patria. 
Aquel  día,  13  de  febrero  de  1813.  Belgrano  se  hallaba  a 
veintiséis  leguas  de  Salta,  a  orillas  del  río  Pasaje,  que, 
desde  entonces,  recibió  el  nombre  de  río  del  Jiii (miento. 
Salió  en  seguida  para  Salta,  en  donde  se  hallaba  muy  bien 
fortificado    el    general    Ti'istcán    con     4000     hombres.     El 


1.  V.  IIiBBAiii),  Ilisloirc  conteiupuraiiie  de  VEspagne,  op.  cit.,  t.  I, 
lib.  I,  Ciip.  II,  p.  2S7. 


GUEHnA    A    MUEUTE  r)fi9 

20  de  lelji-cro  de  1813,  día  (•élel)re  en  los  fastos  de  la 
revolución  argentina,  alcanzó  Bclgrano  su  más  cumplida 
victoria.  Tristán.  después  de  reñido  combate,  fué  derro- 
tado, viéndose  ol)lioado  a  capitular. 

Entonces  se  repitieron  los  fenómenos  que  habían  seña- 
lado la  primera  expedición  de  Castelli  y  de  Balcarcc.  Nada 
pudo  detener  el  ímpetu  de  las  tropas  de  Belgrano.  Goye- 
neche  fué  abandonado  por  todos  los  indígenas  :  los  vete- 
ranos espaiioles  fueron  los  únicos  que  quedaron  con  los 
jefes  Y  el  estado  mayor.  Las  fuerzas  realistas  se  retiraron 
hasta  las  oriUas  del  Desaguadero,  frontera  de  las  Pro- 
vincias Unidas.  Bclgrano  estal)leció  su  cuartel  general 
en  Potosí.  La  insurrección  se  propagó  en  las  pi'ovincias 
de  Chuquisaca  y  de  Cochabamba,  las  cuales  se  declararon 
prontas  a  hacer  causa  común  con  Buenos  Aires.  Goyeneche 
resignó  su  cargo. 

Alarmadísimo  por  estos  acontecimientos,  el  virrey  de 
Lima  substituyó  a  Goyeneche  con  el  brigadier  de  artillci'ía 
Don  .íoaquín  de  la  Pezuela  (1°  de  julio).  Pezuela  era  un 
oficial  en  quien  la  fií-meza  igualaba  las  capacidades  mili- 
tares. Se  apresuró  a  ir  a  tomar  el  mando  de  las  tropas  del 
Desaguadero,  y  se  puso  en  camino  hacia  Potosí.  Bclgrano 
tuvo  a  raya  algún  tiempo  a  su  enemigo.  Pero,  obligado  a 
dar  la  batalla  antes  de  haber  tenido  tiempo  suficiente  para 
tomar  disposiciones  favorables  en  la  pampa  de  A  ilcapujio, 
sufrió  en  este  punto  una  grave  derrota  el  30  de  septiembre, 
El  11  de  noviembre  siguiente,  Tristán  fué  vencedor  aún  en 
Ayohuma.  Los  Españoles  se  adueñaron  de  Chuquisaca  v  de 
Potosí. 

Mas,  no  por  esto  se  juzgaban  dominados  los  Bona- 
erenses. José  de  San  Martín,  que  en  la  brillante  acción  de 
San  Lorenzo  (3  de  febrero  de  1813),  a  orillas  del  Paraná, 
había  dado  sobresalientes  muestras  de  estratégico  y  de 
organizador,  tomó  el  mando  supremo  del  ejército  llamado  : 
del  Perú.  Llevaba  San  INIartín  una  división  de  1  000  gra- 
naderos de  a  caballo,  reclutados  entre  los  mejores  jinetes 
gauchos,  y  cuya  fuerza  y  destreza,  disciplinadas  de  mara- 
villosa manera  por  el  nuevo  general,  habían  de  ilustrarse 
más  de  una  vez  en  los  futuros  campos  de  batalla.  Mien- 
tras   tanto,    por    todos    lados    se    organizaban    guerrillas. 


570  nOLlVAR 


Sólo  en  el  punto  ocupado  por  ellas  se  hallaban  en  seguridad 
las  tropas  de  Pezuela.  A  más  de  esto,  la  propaganda 
hábilmente  concertada  por  el  gobierno  de  Buenos  Aires 
penetraba  hasta  en  los  distritos  en  que  reclutaba  sus 
soldados  el  virrey  Abascal.  Las  provincias  de  Cuzco,  de 
Arequipa,  de  Huamanga  en  el  Bajo  Perú  se  dejaban  ganar 
al  espíritu  de  emancipación.  Durante  todo  el  año  de  1814 
fueron  un  temible  foco  revolucionario.  Falto  de  tropas  a 
consecuencia  de  las  expediciones  que  enviaba  contra  Chile, 
tuvo  que  renunciar  Abascal  a  salvar  a  Pezuela,  obligado 
entonces  a  retirarse  a  una  posición  fortificada  en  Cotagaita 
(mayo  de  1814).  Y  aun  se  temió  que  Lima,  hasta  entonces 
tan  fiel,  siguiera  aquel  movimiento. 

En  aquel  momento  crítico,  se  hizo  sentir  el  cambio 
motivado  por  la  restauración  de  Fernando  VIL  La  aristo- 
cracia limeña,  así  como  la  de  México,  temiendo  ver  sus 
ricas  posesiones  entregadas  al  pillaje  de  los  negros  y  de 
los  indios,  se  unió  al  virrey  para  combatir  los  progresos  de 
la  causa  liberal.  Gravemente  enfermo,  San  Martín,  que, 
por  otra  parte,  desaprobaba  el  método  seguido  en  las 
operaciones  militares  en  el  Alto  Perú  y  meditaba  nuevos 
planes  de  campaña,  pidió  salir  del  ejército.  Vivió  algún 
tiempo  retirado  en  Córdoba,  al  cabo  del  cual  se  hizo 
nombrar  gobernador  de  la  provincia  de  Cuyo,  con  resi- 
dencia en  Mendoza.  El  general  Rondeau  había  tomado  el 
mando  de  las  tropas  de  Buenos  Aires.  Estas,  que  habían 
quedado  relativamente  fuera  del  movimiento  que  provo- 
caban las  noticias  de  España,  se  sintieron,  sin  embargo  en 
peligro  en  medio  de  gente  hostil.  Entre  tanto,  Pezuela 
ofreció  una  suspensión  de  armas  a  Rondeau  que  éste  se 
apresuró  a  aceptar  \ 

Obligado  de  este  modo  a  defenderse  al  sur  contra  los 
vigorosos  ataques  de  la  Revolución,  el  virrey  Abascal 
registró  sin  embargo  el  éxito  final  de  las  operaciones  que, 
Toribio  Montes,  presidente  de  Quito,  seguía  dirigiendo 
contra  las  provincias  meridionales  de  Nueva  Granada. 

1.  MiTKE,  Ilistoria  de  Delgrano,  etc.,  op.  cit.,  t.  II,  cap.  xx  a  xxiii, 
Historia  de  San  Martín,  t.  I,  cap.  iv,  v  y  vi.  Gf.rvinus,  op.  cit.,  t.  VI. 
HuBBARD,  Ili.'itoire  conteinporaiiie  de  V Espagne,  t.  I.  Introducción, 
cap.  IV  y  lib.  I,  cap.  iii. 


GUERHA    A    MLKllTE 


Después  (le  haber  terminado  la  pacificación  de  la  pro- 
vincia de  Quito,  Montes  había  reunido  2  000  hombres  en 
Pasto  bajo  las  órdenes  del  general  Sámano.  En  agosto 
de  1813,  Popayán  caía  en  poder  de  los  realistas.  Los  valles 
del  Alto  Cauca,  la  provincia  de  Antioquia  iban  a  ser 
invadidos. 

Recordaremos  que  en  el  tratado  de  paz  firmado  a  fines 
del  año  anterior  entre  el  general  Baraya  y  Nariño,  había 
sido  estipulado  que  Cundinamarca  contribuiría  a  las  dife- 
rentes expediciones  por  las  cuales  el  Congreso  de  Tunja, 
en  nombre  de  la  Unión  de  las  provincias  granadinas,  había 
de  intentar  conjurar  los  peligros  de  una  doble  invasión 
realista.  Después  de  haber  suministrado  subsidios  para,  la 
expedición  de  Bolívar,  Nariño  ofreció  al  Congreso  tomar 
él  mismo  el  mando  de  las  tropas,  que,  en  vista  de  las  ven- 
tajas obtenidas  por  Sámano,  eran  reunidas  precipitada- 
mente en  Santa  Fe.  Nombrado  teniente  general  de  la 
Unión,  Nariño.  después  de  delegar  el  poder  ejecutivo  en 
su  tío  Manuel  Bernardo  Alvarez  '  se  puso  en  marcha  hacia 
el  sur,  a  principios  de  octubre,  a  la  cabeza  de  2  000  com- 
batientes. 

Las  operaciones  de  este  ejército  comenzaron  felizmente. 
El  31  de  di(;iembre,  obligaba  a  Sámano,  cuya  vanguardia 
había  sido  destruida  en  Alto  Palacé,  a  evacuar  a  Popayán. 
Algunos  días  después,  el  general  español  reunió  de  nuevo 
todas  sus  fuerzas  cerca  de  Bajo  Palacé.  Acudió  Nariño  a 
atacarle,  y  lo  derrotó.  Perseguido  y  vencido  aún  en  Calibio, 
Sámano  se  replegó  hacia  Pasto.  En  vez  de  continuar  persi- 
guiéndole, Nariño  perdió  más  de  dos  meses  en  Popayán 
en  una  inacción  peligrosa  que  permitió  a  los  realistas 
rehacerse  por  completo.  Montes  substituyó  a  Sámano  por 
el  general  Melchor  Aymerich,  y  cuando  se  decidió  Nariño 
a  volver  a  campaña,  tuvo  que  atravesar  la  región  de  Patia 
infestada  de  guerrillas  que,  acosando  sin  tregua  los  flancos 
del  pequeño  ejército  republicano,  lo  separaron  de  su  van- 
guardia. Por  fin,  el  12  de  abril  de  1814,  Nariño,  muv  mal- 

1.  Nacido  en  Santa  Fe  en  1750.  Miembro  del  cabildo  en  1810. 
Diputado  en  el  Congreso  de  Leiva  en  1812.  Dictador  de  Cundinamarca 
en  1814,  tuvo  que  someterse  a  Bolívar  y  reconocer  la  autoridad  del 
Congreso  de  la  l'nión.  Alvarez  murió  en  prisión  el  16  de  septiembre 
de  1816  durante  el  terror  bogotano. 


parado,  llegó  a  las  orillas  del  impetuoso  río  del  Jua- 
nambú.  donde  se  hal)ían  atrincherado  considerables 
fuerzas  realistas. 

AUi  fué  donde,  el  2!)  de  al)ril,  se  dio  la  acción  del 
piimer  período  de  las  guerras  de  la  Independencia  en  la 
que  los  patriotas  se  distinguieron  (juizá  por  su  mayor 
intrepidez.  Para  atravesar  el  río,  cuyas  aguas,  en  aquel 
sitio,  se  precipitan  furiosamente  entre  dos  paredes 
abruptas,  los  soldados  de  Nariño  tuvieron,  bajo  la  ince- 
sante lusilería,  que  tender,  de  una  a  otra  orilla,  correas, 
cuerdas  y  bejucos,  colgar  de  ellos  canastos  o  sacos,  y,  en 
aquel  columpio  improvisado  pasar  por  encima  del  abismo. 
Este  sistema  primitivo  y  escabroso,  conocido  por  el 
nombre  de  tarabita,  era,  por  cierto,  empleado  comúnmente 
para  el  paso  de  los  rápidos  que  bajan  de  la  cordillera.  En 
aquella  ocasión,  fué  trágico.  Como  las  balas  destrozaban 
el  artefacto,  era  preciso  restablecer  de  continuo  la  ida  y 
venida,  lanzarse  resueltamente  sol)re  las  espumosas  aguas, 
con  riesgo  de  hundirse  bajo  el  peso  del  voluminoso  paquete 
de  cuerdas,  y  saltar,  con  desesperado  impulso,  a  la  cumbre 
de  las  rocas  para  fijar  allí  las  amarras.  A  salvo  en  sus  trin- 
cheras, continuaban  los  realistas  haciendo  terrible  fuego 
y  despeñando  enormes  bloques  de  granito  sobre  sus 
incansables  enemigos.  Entonces  se  vio  a  los  republicanos 
deslizarse  hasta  el  río.  Varios  de  ellos  llevaban  heridos 
sobre  sus  hombros,  y  mientras  contestaban  éstos  a  la 
fusilería,  sus  compañeros  «  con  el  agua  á  los  pechos  el 
fusil  elevado  en  una  mano  y  la  otra  sosteniéndose  de  una 
cuerda  que  se  atravesó,  pasaron  al  otro  lado'  ». 

Habiendo  forzado  así  el  paso  del  lío.  Nariño  derrotó 
por  completo  al  general  Aymerich  en  las  alturas  de 
Cebollas  y  de  Tacines,  en  las  cercanías  de  Pasto.  Pero 
cometió  la  torpeza  de  dividir  su  ejéi'cito.'  El  11  de  mayo, 
los  habitantes  de  la  ciudad  atacaron  la  vanguardia  man- 
dada por  Nariño  y  la  desi)arataron.  Nariño  consiguió 
escaparse  y  llegar  al  campamento  en  donde  hal)ía  dejado 

1.  Boletín  tle  la  batalla  de  Juanainbú,  enviado  por  el  general 
Nariño  al  gobernador  del  estado  de  (kindinaraarca,  29  de  abril  de 
IHl'í.  Documentos  publicados  en  El  Precursor,  por  E.  Posada,  np.  cit., 
p.  't2'i. 


(;ri:iU!A    a   miijíii;  :)7;{ 

el  i^i'iu'so  tic  sus  Iropas.  Allí  eiu'oiilió  los  i-añoiies  ciulíi- 
vados  V  las  enronas  earhoiiizadas.  Acometidos  de  pánico,  o 
manados  por  la  liai<'ión.  los  soldados  hahian  vuelto  luuria 
l*opa\án.  Así  abandonado.  Xariño.  d(íspués  de  errar 
durante  tres  días  poi'  los  hoscpies,  ca\(')  en  manos  de  los 
l^spañoles,  (piienes  lo  llevaron  a  su  jcle.  Al  entrar  en  la 
ciudad,  el  populacho  furibundo  ([uiso  exterminar  al  inleliz 
patriota.  Tuvo  éste  entonces  un  rasgo  de  admirable 
audacia  :  paró  a  los  hombres  de  la  escolta,  v.  solo,  ante  la 
nuicheduml)re.  con  los  brazos  cruzados  v  la  trente  erguida, 
exi'lamó  :  «  ¡Aquí  tenéis  al  general  Xariño!  »  Nadie  se 
atrevió  a  tocarle.  Avmerich  lo  hizo  encerrar  en  un  calabozo 
v  lo  envió,  cargado  de  grillos  v  cadenas,  a  Quito,  luego 
al  (lallao.  y  por  último  a  (^ádiz.  cu  donde  cuatro  años  de 
tormentos  no  consiguieron  abatir  su  valor... 

Kn  pocos  días,  recuperaron  la  superioridad  los  Espa- 
ñoles. Sin  embargo,  hubo  disentimientos  entre  Montes, 
quien,  con  razón,  quería  que  las  tropas  reales  procedieran 
sin  tardanza  a  la  invasión  del  territorio  aranadino,  v  el 
oeneral  Avmerich.  Todo  el  resto  del  año  transcurrió  en 
recíprocas  recriminaciones,  v  sólo  en  diciembre,  al  mando 
de  Sámano.  se  puso  de  nuevo  en  marcha  el  ejército  de 
Quito  V  volvió  a  tomar  posesión  de  Popaván. 

Así  amenazada  de  nuevo  por  el  sur.  Nueva  Granada  se 
hallaba,  por  consiguiente,  expuesta,  a  (incs  de  18i4.  a  los 
mismos  peligros  que  la  amenazaron,  dos  años  antes, 
cuando  la  primera  decadencia  de  la  Revolución  sudameri- 
cana. Todo  el  litoral  desde  Puerto  Cabello  hasta  Panamá, 
a  excepción  sin  embargo  de  Cartagena,  estaba  en  manos 
de  los  Españoles.  (Cajigal  y  Ccballos  reorganizaban  en  él 
las  milicias  reales  que.  llegado  el  momento,  podrían 
unirse  a  las  fuerzas  irregulares  diseminadas  en  las  provin- 
cias del  Apure  y  de  Barínas.  donde  mandaba  Calzada.  Para 
los  confederados  de  Tunja  y  el  gobierno  de  Santa  Fe.  de 
nuevo  enemio<»s  desde  la  salida  de  Nariño.  significaba  esto 
el  próximo  e  inevitable  cerco. 

Don  Erancisco  de  Monlalvo.  resiliente  en  Panamá  desde 
domle  estaba  encargado.  j)or  el  gobierno  de  la  metrópoli, 
de  la  dirección  suprema  de  las  operaciones  en  Venezuela  v 
Nueva   dranada.   sólo   una   j)artc    del    todo   platónica   liabía 


tomado  en  los  últimos  acontecimientos.  No  había  dejado, 
sin  embargo,  de  enviar  frecuentes  instrucciones  a  los 
diferentes  comandantes  realistas  colocados  oficialmente 
bajo  sus  órdenes.  Pero  Cajigal,  Calzada  o  Ceballos 
estaban  poco  dispuestos  a  dejarse  dirigir  desde  tan  lejos, 
considerando,  con  razón,  que  las  instrucciones  del 
«  capitán  general  en  jefe  »  no  tenían  oportunidad  verda- 
dera en  el  momento  en  que  llegaban  a  ellos.  En  realidad, 
cada  uno  obraba  por  cuenta  propia,  y,  si  las  circunstancias 
habían  favorecido  singularmente  la  causa  realista,  no  tenía 
Montalvo  motivo  alguno  p'&ra  enorgullecerse  por  ello 
personalmente. 

Desde  este  punto  de  vista,  el  virrey  del  Perú,  a  quien 
sus  funciones  investían,  respecto  de  las  colonias  meridio- 
nales de  Sudamérica,  de  poderes  semejantes  a  los  que 
Montalvo  había  recibido  para  la  parte  del  norte,  había  sido 
más  favorecido.  Verdad  que  D.  Toribio  Montes  se  había 
esforzado  en  seguir  las  direcciones  de  Lima;  por  otra 
parte,  Goyeneche,  Pezuela,  habían  obedecido  constante- 
mente. El  restablecimiento  de  la  dominación  en  Quito,  el 
éxito  de  las  campañas  en  el  Alto  Cauca,  la  casi  terminada 
pacificación  del  Alto  Perú  eran  otros  tantos  felices  resul- 
tados que  había  que  atribuir  al  talento  y  a  la  buena  admi- 
nistración de  D.  José  de  Abascal.  En  fin,  podía  vanaglo- 
riarse de  los  brillantes  triunfos  que  sus  lugartenientes 
acababan  de  obtener  sobre  los  insurrectos  de  Chile. 

El  desembarco  del  brigadier  Antonio  Pareja  en  la  isla 
de  Chiloé,  a  principios  del  año  1813,  puso  de  manifiesto 
los  progresos  recientemente  realizados  en  Chile  por  la 
causa  liberal.  El  dictador  Carrera,  en  quien  la  proximidad 
del  [peligro  despertó  de  nuevo  la  actividad  y  la  energía, 
llegó  sin  trabajo  a  sacar  una  crecida  contribución  de 
guerra  y  a  organizar  tropas  decididas  con  las  cuales 
marchó  hacia  el  invasor  con  objeto  de  detenerle  en  el 
paso  del  Maule. 

Pareja,  ala  cabeza  de  3  000  hombres,  se  había  apoderado 
sucesivamente  de  Talcahuano  y  de  Concepción  (marzo 
de  1813),  cuya  ocupación  le  hizo  dueño  de  todo  el  Chile 
meridional.  Pero  la  llegada  de  los  patriotas  interrumpió 
bruscamente    la    serie    de    las    victorias    realistas.    En    los 


(¡UERKA    A    Ml'KlVri-:  5/5 

llanos  de  San  Carlos  (15  de  mayo  de  1813),  Pareja  resistió 
mal  el  choque  de  un  ejército  dos  veces  superior.  Por  otra 
parte,  estaba  mortalmente  herido  por  la  fiebre.  Juan  Fran- 
cisco Sánchez,  a  quien  él  designó  para  sucederle  en  el 
mando  de  las  tropas,  fué  a  encerrarse  en  la  ciudad  de 
Chillan.  Carrera  pudo  tomar  de  nuevo  a  Talcahuano  y  a 
Concepción,  y  capturar  en  la  primera  de  estas  ciudades 
un  convoy  de  abastecimiento  de  todo  género  que  el  virrey 
de  Lima  enviaba  al  cuerpo  expedicionario  de  Chile.  Tres 
meses  transcurrieron  así,  durante  los  cuales  el  comandante 
Sánchez  pudo  fortificarse  en  Chillan.  Carrera  se  decidió  a 
ir  a  atacarle  allí  mismo;  pero  sus  esfuerzos,  y  la  resistencia 
de  los  soldados  republicanos  fueron  inútiles.  El  dictador 
tuvo  que  levantar  el  sitio  v  retirarse  a  Concepción. 

Esta  desdichada  operación  desacreditó  a  Carrera,  contra 
quien,  desde  hacía  tiempo,  se  habían  manifestado  violentas 
animosidades.  La  Junta,  que  gobernaba  en  Santiago 
durante  la  ausencia  del  dictador,  le  relevó  de  sus  fun- 
ciones y  del  mando  del  ejército.  Bernardo  O'Higgins,  que 
se  había  distinguido  brillantemente  desde  el  comienzo  de 
la  revolución,  fué  nombrado  general  en  jefe  (febrero 
de  1814).  Durante  este  tiempo,  Sánchez  había  avanzado 
hasta  la  costa,  y  había  hallado  en  Arauco  un  refuerzo  de 
800  hombres  que  conducía  el  brigadier  Gavino  Gainza, 
nombrado  por  el  virrey  del  Perú  general  en  jefe  del 
ejército  expedicionario.  Abascal  tenía  por  entonces  la 
esperanza  de  que  el  restablecimiento  de  Fernando  Yll  en 
el  trono  de  España  despertaría  de  nuevo  en  Chile,  como  en 
otras  partes,  el  espíritu  de  sumisión  a  la  metrópoli.  No  se 
eng-añaba. 

o 

A  pesar  del  valor  de  los  Juan  Mackenna  *  y  de  los  Carlos 

1.  Nacido  en  Chogher  (Irlanda)  el  2G  de  octubre  de  1771.  Entrado 
al  servicio  de  España,  hizo  la  campaña  de  Atrica  eu  1787,  luetj^o  la 
del  Rosellón.  Pasó  a  América  en  1797,  y  fué  nombrado  gobernador 
de  la  colonia  de  Osorno  en  el  Perú.  Fué  a.  Chile  en  1808  y  abrazó  el 
partido  de  la  Independencia;  fué  gobernador  de  Valparaíso  en  1811, 
miembro  de  la  Junta  presidida  por  Carrera.  Después  de  la  caída  de 
éste  Mackenna  estuvo  desterrado  en  la  hacienda  de  Catapilco  durante 
dos  años.  Después  mandó  las  tropas  republicanas  en  1813  y  tomó 
parte  en  todos  los  combates  y  batallas  de  la  campaña.  En  julio  de 
1814,  los  Carrera  que  le  tenían  un  odio  mortal  lo  desterraron  a 
Mendoza.   Sobrevino    entretanto   la  batalla  de    Rancagua;   Mackenna 


576  liOLlVAti 

Spíino  '.  a  pesar  ilcl  Iraternal  apoyo  ([iic  le  prestaba  el 
gobierno  de  Buenos  Aires,  y  de  las  proezas  del  valiente 
ífencral  arsfcntino  Las  lleras-,  la  revolución  chilena  fué 
impotente  para  resistir  por  más  tiempo  los  repetidos 
ataques  que  le  hacía  sufrir  el  virrey  de  Lima.  La  guerra 
civil,  encendida  por  Carrera,  vino  a  aumentar  las  desdichas 
de  los  patriotas.  Abascal  envió  todavía  más  soldados  con 
un  jete  experimentado,  el  general  Manuel  Osorio.  Al 
mando  del  rigimiento  real  de  Talavera,  c|ue  acababa  de 
tomar  parte  en  la  guerra  de  flspaña,  Osorio  desembarcó 
el  L3  de  agosto  en  Talcahuano,  dos  días  después  de 
haber  sid(>  O'Higgins  derrotado  en  ^Nlaipo  por  Carrera  que 
se  había  vuelto  su  adversario...  La  reconciliación  que, 
algunos  días  después,  había  de  reunir  a  los  dos  jefes, 
apenas  retrasó  la  caída  de  la  república.  Aprovechando  las 
ventajas  que  le  suministraban  aquellas  disensiones  intes- 
tinas, Osorio  había  avanzado  hacía  el  interior  del  país  y 
reunía  bajo  sus  banderas  a  los  partidarios,  cada  vez  más 
numerosos,  que,  sin  que  se  sospechara,  eran  adictos  a  la 
causa  realista. 

El  i°  de  octubre,  a  la  cabeza  de  5  000  combatientes, 
Osorio  atacó  a  O'Higgins  atrincherado  en  la  ciudad  de 
Rancagua  con  1  700  hombres.  Carrera,  cjuedado  a  cierta 
distancia,  prometió  ayudar  a  los  sitiados  en  momento 
oportuno;  pero,  ya  por  incapacidad,  ya  por  negligencia, 
no  les  llevó  su  apovo.  Por  consiguiente,  O'Higgins  resistió 


fué  a  Buenos  Aires,  Luis  Carrera,  hermano  de  José  Miguel,  llegó 
poco  después  a  esta  ciudad,  tuvo  un  altercado  con  INIackenna,  lo 
desafió  y  lo  mató  en  duelo  el  21  de  noviembre  de  1814. 

1.  Nacido  en  España,  fué  muy  iiiño  a  Chile,  y  optó,  desde  el  prin- 
cipio de  la  Revolución,  por  la  causa  liberal.  Tomó  parle  en  las  cam- 
pañas de  1812  a  1814  y  murió  heroicamente  en  Talca  do  la  cual  había 
asegurado  la  defensa. 

2.  Las  Heras  (Gregorio  dei,  nacido  en  Buenos  Aires,  el  11  de  julio 
de  1780,  muerto  en  Santiago  el  6  de  febrero  de  1866.  Jefe  de  la  divi- 
sión enviada  en  socorro  de  Chile  por  las  Provincias  de  la  Plata  en 
181H,  se  distinguió  el  año  siguiente  en  el  combate  de  Cucha-Cucha. 
ICn  1817,  contribuyó  al  éxito  del  célebre  paso  de  los  Andes  y  tomó 
parte  en  la  campaña  libertadora  de  Chile.  Las  Heras  mandaba  el  ala 
derecha  del  ejéicito  republicano  en  la  batalla  de  Maipu  (5  de  abril  de 
1818).  Luego  hizo  la  campaña  del  Perú  con  San  iMartín,  fué  nombrado 
gobernador  de  Buenos  Aires  en  1824  y,  en  1825,  jefe  del  poder  eje- 
cutivo. 


(;ri:i!iiA  a   .\iii:itTK  577 

solo,  (luíanle  treinta  y  lies  horas,  un  combate  de  lo  más 
cruel  V  encarnizado  :  «  ¡Mientras  quede  uno  para  morir, 
gritó  en  medio  de  las  l)alas,  la  patria  no  está  perdida!  )>. 
A  las  4  de  la  tarde,  el  segundo  día  del  sitio,  los  patriotas 
no  tenían  va  ni  víveres  ni  municiones,  la  artillería  estaba 
completamente  destruida,  las  dos  terceras  paites  de  la 
guarnición  había  perecido.  Kl  enemigo  se  disponía  a 
íorzai'  las  últimas  trincheras.  üTIiofcíins  reunió  los 
300  hombres  que  le  ([uedaban.  los  hiz(í  montar  a  caballo 
y  se  puso  a  su  cabeza.  El  capitán  Ramón  Freyre  quiso 
entonces  proteger  a  su  jefe  con  cierto  número  de  dra- 
gones. Pero,  haciendo  ademán  de  apartarle,  O'Iliggins  le 
dijo  :  «  Ks  usted  un  valiente,  capitán  Freyre,  pero  me 
corresponde  quedar  en  el  puesto  más  peligroso.  »  Blan- 
diendo entonces  el  sable,  O'Iliggins  dio  espuelas  a  su 
caballo,  y.  seguido  de  los  supervivientes  de  Rancagua,  se 
precipitó  por  entre  las  filas  enemigas,  gritando  con  voz 
fuerte  :  «  ¡  Xi  damos  ni  pedimos  cuartel!  »  Momentos 
después,  penetraban  los  realistas  en  Rancagua,  cuyos 
ensangrentados  v  destrozados  vestigios  fueron,  en  seguida, 
devorados  por  un  incendio. 

Escapado  por  milagro  a  la  muerte,  O'Iliggins  no  paró 
hasta  Santiago.  Su  llegada  produjo  un  verdadero  pánico 
en  esta  ciudad.  Los  patriotas  comprendieron  c{ue  la  causa 
de  la  Revolución  estaba  perdida.  Osorio  se  había  puesto 
en  marcha  hacia  la  capital,  en  donde,  entró,  el  9  de 
octubre,  saludado  como  liliertador  por  los  habitantes 
hartos  de  luchas,  de  miserias  v  de  trastornos.  O'Iliggins 
([uería  continuar  la  guerra,  pero  Carrera  se  había  retirado 
hacia  el  norte  con  los  restos  de  su  división  derrotada.  El 
13  de  octubre,  pasó  la  frontera  argentina,  seguido  a  poco 
por  O'Higgins.  a  quien  acompañaba  una  numerosa  emigra- 
ción. Los  dos  aenerales  se  refufíiaron  en  Mendoza,  al  lado 
de  San  Martín,  quien,  más  que  nunca,  soñaba  con  invero- 
símiles desquites  '. 

Así  pues,  desde  México  hasta  Cubile,  los  Españoles  eran 
victoriosos   en  casi    todas    partes.   1^1  antiguo  virreinato  de 

I.  (íav,  Hisloiia  de  Chile,  1.  V  y  VI.  Mmu,  Ilislitiia  de  San  Martin, 
t.  I.  cap.  III,  ele,  ele. 

37 


la  Plata  era  v\  iiiilcü  ([ue  conservaba  su  indepeiuleneia.  Los 
partidarios  de  la  metrópoli  reducidos  a  Montevideo,  acaba- 
ban de  sucumbir  (23  de  junio  de  1814)  después  de  un  largo 
sitio,  contra  la  flota  de  Buenos  Aires  bajo  las  órdenes  del 
almirante  Brown.  La  influencia  preponderante  de  la  Lof^ia 
de  Lautaro  había  conseo-uido  la  convocación  de  una 
asamblea  procedente  de  las  Juntas  provinciales,  que  se 
reunió  el  31  de  enero  de  1813  en  «  Congreso  Soberano 
Constituyente  ».  Bajo  la  presidencia  de  Alvear,  la  asamblea 
proclamó  la  independencia  definitiva  de  las  Prt)vincias 
Unidas  del  Río  de  la  Plata  y  se  propuso  establecer  las 
bases  de  «  un  lazo  federal  entre  todas  las  provincias  agru- 
padas en  torno  de  Buenos  Aires  ». 

El  Congreso  fué  pronto  popular;  tropezó  con  recias 
oposiciones  por  parte  de  las  Juntas  provinciales,  pero 
llegó  a  disolverlas  sin  dificultades.  Al  poder  legislativo 
había  unido   el    del   oobierno.    Sin   embargo,    las  derrotas 

o  o 

dé  Belgrano  en  el  Alto  Perú  provocaron,  en  los  habi- 
taijtes  de  Buenos  Aires,  disposiciones  marcadamente  hos- 
tiles contra  la  asamblea.  Se  lindió  ésta  a  las  necesidades 
de  la  situación  v  substituyó  a  los  Triunviros,  quienes  desde 
hacía  dos  años  dirigían  en  principio  los  asuntos  del  país, 
por  un  director  supremo  al  que  asistía  un  consejo  de 
siete  miembros.  No  se  atrevió  Alvear  a  hacerse  investir  de 
ese  poder,  pero  preparó  los  medios  de  llegar  a  él  propo- 
niendo la  candidatura  de  Gervasio  Posadas',  su  tío.  al 
sufragio  de  los  miembros  de  la  Logia  de  Lautarct.  La 
reciente  salida  de  San  Martín  para  el  ejército  del  norte  le 
dejaba  dueño  absoluto  de  ejercer  sobre  ellos  uu  ascen- 
diente cada  vez  más  considerable. 

Las  primeras  semanas  del  desempeño  del  cargo  de 
l^osadas  iban  a  ser  entristecidas  por  la  noticia  de  los 
preparativos  de  una  gi'an  expedición  militar  que  Fernan- 
do Vil  había  decidido  enviar  contra  Buenos  Aires.  El  hori- 
zonte   se    enneorecía    también    del     ladt)   del   Brasil,    cuvo 

o  « 

gobierno    parecía    dispuesto    a     cooperai-    con     el    i'cy     de 
España   en    su    lucha  contra  las  ])roviiicias  argentinas.  Las 

1.  l'osAUAs  (Gervasio  Antonio  de),  nacido  en  Buenos  Aires  en  1757, 
y  muei-lo  en  i 832.  Primer  director  supremo  de  los  Estados  l'nidos 
de  la  Plata  desde  181'i  hasla  i8i5. 


CLKKItA    A    .MIKKTK  579 

pomposas  prorlanias  que  el  viney  ele  Lima  hizo  esparcir 
poi'  América  anunciaron  que  15  000  hombres  estaban  a 
punto  dv  salir  de  Cádiz.  Si  tal  ])royectü  llegaba  a  reali- 
zarse, la  causa  de  la  Independencia  no  podría  quedar  con 
vida. 

Parecía,  además,  considerando  en  conjunto  la  situación 
del  continente  colonial,  irremediablemente  perdida. 
Verdad  ({ue.  vencida  en  1812.  la  Revolución  se  había  no 
obstante,  levantado  de  nuevo.  Pero,  esta  vez.  y  al  menos 
en  la  mavor  parte  del  territorio,  estaba  tan  cruelmente 
atacada,  (pie  no  se  podía,  humanamente.  ])rever  su  regene- 
ración. El  combate,  sostenido  por  espacio  de  cuatro  años 
por  los  Proceres,  termina  con  resplandores  tle  ciudades 
incendiadas  y  entre  los  estertores  de  las  naciones  que  se 
degüellan,  en  una  visión  de  exterminio  v  de  matanza,  en 
un  cuadro  desesperado. 

En  ^  enezuela.  en  donde  se  ha  concentrado  toda  la 
energía  de  la  represión,  el  espectáculo  da  espanto.  «  No 
hay  ya  provincias,  escribe  en  un  informe  oficial  el  auditor 
D.  Manuel  de  Oropesa';  las  poblaciones  de  millai'es  de 
almas  han  quedado  reducidas,  unas  á  centenares,  otras  á 
decenas,  y  de  otras  no  queda  más  que  los  vestigios  de 
que  allí  vivieron  racionales...  Yo  he  quedado  sorprendido 
al  ver  los  caminos  y  los  campi>s  cubiertos  de  cadáveres 
insepultos,  abrasadas  las  poblaciones,  familias  enteras  que 
ya  no  existen  sino  en  la  memoria...  La  agricultura  ente- 
ramente abandonada...  En  una  palabra,  he  visto  los  tem- 
plos polutos  v  llenos  de  sangre,  y  saqueados  hasta  los 
sagrarios.  Xo  se  puede  decir  mas.  ni  yo  me  atrevo  á  referir- 
le lo  mas  que  he  visto  v  que  he  llorado.  » 

Sin  (Mni)argo.  alentado  por  el  fuego  sagrado  que  arde  en 
su  corazón,  v  por  la  inquebrantable  conciencia  de  un 
destino  que  llevará  a  cabo  hasta  el  fin,  dejó  Bolívar  acpiel 
devastado  tcati'o  de  sus  primeras  campañas  : 

i<  Yo  os  juro,  amados  compatriotas,  (¡ue  este  augusto 
título  (|uc  vuestra  gratitud  me  tributó  cuando  os  vine  á 
arrancar  las  cadenas,  no  seni  vano,  ^o  os  juro  ([uc  Liber- 

I.  Informe  de  D.  José  Manuel  de  Oropesa,  auditor  de  la  capitanía 
general  de  Venezuela  al  intendente  D.  Dionisio  Franco.  Caracas 
18  de  junio  do  1«1'».  D.,  V..  9',0. 


5S0  liOl.lVAli 

tador  ó  nuicrto,  mereceré  siempre  el  hctnor  que  me  liabéis 
hecho,  sin  que  haya  potestad  humana  sobre  la  tierra  que 
detenga  el  curso  que  me  he  propuesto  seguir...  Dios  con- 
cede la  victoria  á  la  constancia  ^  » 

Tu  ne  cede  malis,  .sed  contra  audentior  ito, 
Qitam  tua  te  fortuna  sinet... 

1.  Proclama  de  Carúpano,  7  de  septiembre  de  1814,  D.,  V.,  964. 


FIN 


índice 


LIBRO  PRIMERO 


(»  R  1  G  E  X  E  S      DE      LA      R  lí  \'  O  Ll"  C  I  O  X      S  U  D  A  51  E  R  I  C  A  N  A 


CAPITILO  PRIMERO 

LAS    I\DL\.S    OCCIDENTALES 

I.  DiíscuBRiMiE.NTO  Y  CONQUISTA.   —    língraudecimienlo    y  deca- 

dencia de  España  desde  el  siglo  dieciséis  hasta  el  dieciocho. 

—  El  pauperismo  en  el  Antiguo  Mundo,  y  el  descubrimiento 
de  América.  —  El  pueblo  español   emprende  la   conquista 

de  las  Indias  Occidentales.  —  Consecuencias 7 

II.  El.    XuEvo   Mundo.    —    El    continente    americano.    —  Cómo 

entiende  España  la  colonización  de  sus  nuevos  dominios. 

—  Los  elementos  de  la  sociedad  española  toman  parte  en 
la  colonización  de  las  nuevas  provincias  de  ultramar.  — 
Evolución  general  de  aquellas  provincias  paralela  a  la  de  la 
metrópoli.  —  El  sistema  colonial.  — ■  Virreinatos.  —  Audien- 
cias. —  Capitanías  Generales  y  Presidencias.  —  Goberna- 
dores, corregidores,  alcaldes.  —  Consejo  de  Indias.  —  La 
explotación  minera,  principal  objetivo  de  los  colonos.  — 
Indiferencia  para  con  las   regiones  agrícolas l't 

III.  El  Rkgimi:n  Colomal.  —  Los  indios.  —  Los  negros.  —  Los 
criollos.  —  Formación  de  la  raza  sudamericana.  —  Parti- 
cularidades étnicas.  —  Las  rivalidades  de  castas.  — 
Influencia  del  clero.  —  Misiones.  —  La  Iglesia  de  América. 

—  Independencia  de  las  autoridades  eclesiásticas.  —  Difi- 
cultades opuestas  por  ellas  al  desarrollo  de  la  instrucción. 

—  El  régimen  comercial  e  industrial  y  sus  resultados.    .    .        21 

IV.  Primeras  insurrecciones.  —  Predisposiciones  originales  de 
los  habitantes  del  Nuevo  Mundo  para  la  independencia.  — 
Forma  que  toma  en  ellos  este  instínio.  —  Excesos  de  los 
Conquistadores. —  Frecuencia  de  las  insurreciones.  — Ten- 
dencia nacionalista  que  maniíiestan.  —  Los  a  Comuneros  » 
del  Paraguay   en  1720.   —   Sublevaciones  en  Cochabamba, 

en  Venezuela,  en  Quito.  —  Rebelión  de  Tupac-Amaru    .    .        31 


5<S2  ÍNDICE 

V.  Los  Comuneros.  —  El  régimen  fiscal.  —  La  rebelión  del 
Socorro.  —  Su  importancia  y  su  alcance.  —  Como  se  i"ela- 
ciona  con  la  de  las  Comunas  de  España  en  el  siglo  die- 
ciséis. —  Misión  en  Londres  de  los  agentes  de  los  Comu- 
neros de  Nueva  Granada.  —  El  sentimiento  nacional  de 
los  Sudamericanos.  —  Régimen  militar.  —  Las  ("olonias  a 
íines  del  siglo  dieciocho 39 

CAPÍTULO  II 

LA    AUnORA    DE    LA    LIBERTAD 

L  Las  rkiormas  de  Carlos  III.  —  Influencia  del  Nuevo  Mundo 
sobre  la  evolución  del  espíritu  público  en  Europa  desde  el 
siglo  dieciséis  hasta  el  dieciocho.  —  l^'rancia  «  centro  de 
las  luces  )>.  —  El  abate  Raynal  y  el  conde  de  Aranda.  — 
Régimen  mas  liberal  de  las  Colonias  desde  el  advenimiento 
de  Carlos  III.  —  Su  prosperidad  material  y  moral  en 
aquella  época.  —  Las  grandes  exploraciones.  —  Mutis  y  la 
Expedición  Botánica.  —  Resultados  de  la  política  reforma- 
dora de  Carlos  III 'i9 

II.  Los  Jesuítas.  —  jNIotivo  de  su  expulsión  de  los  dominios  de 
la  corona  de  España.  —  Las  riquezas  de  «  la  Compañía  » 
en  América.  —  Emoción  causada  por  el  edicto  real  del  27  de 
febrero  de  1767.  —  Prestigio  que  habían  adquirido  los 
u  Padres  »  sobre  el  espíritu  de  todas  las  clases  de  la 
sociedad  sudamericana.  —  Espíritu  progresista  de  que 
dieron  pruebas  en  las  Colonias  españolas.  —  Consecuencias 
de  la  expulsión  de  los  Jesuítas.  —  Decadencia  de  las 
Misiones.  —  Descenso  moral  de  las  clases  populares  y 
exaltación  de  los  criollos.  —  Los  Jesuítas  desterrados 
preparan  la  Revolución  sudamericana.  —  El  P.  \  izcardo 
y  su  libro 58 

III.  La  Independencia  de  los  Estados  Unidos  y  la  Revolución 
irancesa.  —  Insurección  de  los  colonos  ingleses  de  la  Amé- 
rica del  Norte.  —  Simpatía  con  que  son  seguidas  las  peri- 
pecias de  la  lucha  en  las  Colonias  españolas  —  La  ¡Memoria 
del  Conde  de  Aranda.  —  Proyecto  de  reorganización  de  las 
Américas.  —  Por  qué  no  hubo  ya  posibilidad  de  éxito.  — 
La  Revolución  francesa.  —  Efecto  considerable  que  pro- 
dujo ésta  en  los  criollos.  — Afinidades  de  las  Revoluciones 
francesa  y  sudamericana.  —  Preparación  intelectual  pare- 
cida de  sus  pi-ecursores.  —  Ella  alcanza  un  completo  des- 
arrollo en  América  en  los  últimos  años  del  siglo  dieciocho. 

—  <(  Centros  humanistas  »,  clubs,  periódicos 69 

IV.  Antonio  Nariño.  — Administración  de  Caballero  y  de  Ezpe- 
leta  en  Nueva  Granada.  —  La  universidad  de  Santa  Fe.  — 
Nariño.   —  La   Declaración  de  los  Derechos   del   Hombre. 

—  La  aurora  de  la  libertad.  —  Una  vida  simbólica.    ...        78 

V.  Inglaterra  y  las  Colomas  espa.ñolas.  —  Necesidad  de  apoyos 

extranjeros  para  los  campeones  de  la  libertad  sudamericana. 

—  xXariño  en  Francia.  —  Este  decide  partir  para  Londres. 


ÍNDICE  ■^^'■^ 

—  I^a  polílica  sudamei'icana  de  Inglaterra.  —  Ventajas 
obtenidas  por  la  (Irán  Bretaña  en  el  tratado  de  Uti-echt.  — 
Recrudecimiento  de  actividad  de  la  diplomacia  británica 
después  del  tratado  de   178:{.   —  Nariño  y  lo""*!  Liverpool. 

—  Xueva  orientación  de  la  política  inj^lesa.  —  La  toma  de 
l'rinidad  y  sus  consecuencias.  —  Inminencia  de  la  explosión 
i'cvolucionaria.  —  Los  Proceres °o 


CAPITULO   lll 

EL    JUKAMENTO    DEL    MONTE    SACHO 

I.  La  Capitanía  General  de  Venezuela.  —  Descubrimiento.   — 

Colonización.  —  Relaciones  de  Venezuela  con  la  njetrópoli 
en  el  siglo  dieciséis.  —  La  Compañía  de  Guipúzcoa.  — 
Insui-rección  de  León.  —  La  emigración  vasca  en  América. 

—  La  familia  de  Bolívar.  —  Venezuela  a  fines  del  siglo 
dieciocho.  —  Vida  colonial -^8 

II.  Simón  Rodríguez.  —  La  Sociedad  caracjueña.  —  La  infancia 

de  Bolívar.  —  La  instrucción  pública  en  Venezuela.  — 
Simón  Rodríguez.  —  Rousseau  y  la  Revolución  sudameri- 
cana. —  Piimera  educación  de  Bolívar.  —  Tentativa  insu- 
rreccional de  Gual  y  España 110 

III.  La  juventud  de  Bolívar.  —  Salida  de  Bolívar  para  España. 

—  Méjico  a  fines  del  siglo  dieciocho.  — Bolívar  en  Madrid. 

—  La  corle  de  Carlos  IV.  —  Esponsales  y  casamiento  de 
Bolívar.-  —  Muerte  de  su  mujer.  —  Segunda  salida  para 
Europa.  —  Madame  du  Villars 1-2 

IV.  Bolívar  en  París.  —  El  salón  de  Mme  du  Villars.  —  El 
barón  Alejandro  de  Humboldt.  —  Su  viaje  a  América.  — 
Entrevistas  de  Bolívar  y  de  Humboldt.  —  La  jura  de 
Napoleón.  —  El  amor  de  la  patria 136 

V.  El    juramento   del    Monte    Sacro.    —    Partida    de    Bolívar 

para  Italia.  —  Permanencia  en  Roma.  —  El  juramento.  - 
El  Romanticismo.  —  La  influencia  de  Jean-Jacques  y  de 
Napoleón 145 


LIBRO  II 

EL      1'  n  E  C  L  R  S  O  H 

CAPÍTILO   PRIMERO 

.MIRANDA 

I.  Los  PRIMEROS  AÑOS.  —  Salida  de  Bolívar  para  Venezuela.  — 
Miranda;  su  educación,  sus  primeras  armas.  —  Estancia 
en  Francia,  1772:  en  los  Estados  Unidos  en  1784.  —  Su 
vocación  se  revela.  —  El  Precursor 157 


584  ÍNDICE 

II.  El   Apostolado   revolucionario.    —   Miras    de  Miranda.    — 

Acogidas  que  le  hicieron  Catalina  de  Rusia,  Federico  el 
Grande,  José  II.  —  Viajes.  —  Mii-anda,  mariscal  de  campo 
en  los  ejércitos  de  la  República.  —  Campanas  de  Bélgica. 

—  Miranda  y  Dumouriez.  —  El  tribunal  revolucionario.  — 
La  Convención  y  la  liberación  de  la  América  española.  — 
Cautividad.  —  Conspiraciones  e  intrigas  de  Miranda.  — 
Entrevista  con  Bonaparte 162 

III.  La  política  i.mjlesa.  —  Desarrollo  de  la  política  americana 
de  Inglaterra  desde  1785  a  1810.  —  Su  influencia  sobre  los 
comienzos  de  la  Revolución  de  las  Colonias  españolas.  — 
Primera  estancia  de  Miranda  en  Londres  en  1785.  —  Ten- 
tativa de  17ÍI0.  —  Proyecto  de  constitución  para  las  colonias 
hispano  americanas.   —  Burke  y  la  nueva    orientación    de 

la  política  inglesa.  — Toma  de  Trinidad 172 

lY.  Planes  y  negociaciones  en  Londres.  — Miranda  y  los  Jesuítas. 

—  La  «  Junta  de  las  ciudades  y  provincias  de  América  » 
decide  asegurarse  la  cooperación  de  Inglaterra  y  de  los 
Estados  l'nidos  para  libertar  las  Colonias  y  asegurar  su 
independencia.  —  [..a  convención  del  2  de  diciembre  de 
1797.  —  Llegada  de  INIiranda  a  Londres.  Inacción  a  que 
lo  condena  la  política  inglesa.  —  Proyectos  de  expedición. 

—  Miranda  es  alejado  de  ellos.  —  Maquinaciones  de  Pitt. 

—  Miranda  trata  de  negociar  con  los  Estados  l'nidos.  — 
Propaganda  de  prensa.  —  Peligros  para  Miranda  de  que- 
dar en  Inglaterra.  —  Quiere  volver  a  Francia 180 

Y,  Diplomacias  infructuosas.  —  Esperanzas  por  el  advenimiento 
de  Bonaparte.  —  Orden  del  día  con  ocasión  de  la  muerte 
de  Washington.  —  Desengaños  que  esperan  a  Miranda  en 
París.  —  Su  arrestación  y  su  nueva   salida   para   Londres. 

—  El  ministerio  Addington.  —  La  paz  de  Amiens.  — 
Casamiento  de  Miranda.  —  Su  entrada  en  escena  en   1804. 

—  Solicitaciones  de  que  es  objeto.  —  Estalla  la  guerra 
entre  España  e  Inglaterra.  —  Los  proyectos  contra  las 
Colonias.  —  Táctica  de  Miranda.  —  El  plan  del  capitán 
Pophain.  —  Miranda  desea  entrar  en  América.  —  Asistencia 

que  él  espera  aún  de  los  Estados  Unidos.  —  Salida.    .    .    .      191 

CAPÍTULO  II 
LEALISMO    COLONIAL 

I.  Expedición  del  Leander.  —  Invasión  del  Río  de  la   Plata.  - 

Miranda  en  Nueva  York.    —  Actitud   del  gobierno  federal. 

—  La  expedición.  —  ¡Medidas  de  defensa  del  capitiín  general 
de  Yenezuela.  —  Fracaso  de  Ocumare.  —  El  comodoro 
Popham  se  prepara  para  conquistar  la  Plata.  —  Ataque  y 
toma    de    Buenos    Aires.    —    El    caballero    de    Liniers.    — 

—  Liberación  de  Buenos  Aires.  —  Política  británica.  — 
Miranda   organiza    una   nueva    expedición.    —   Acuerdo   del 

9  de  junio  de  180G.  —  Salida  de  la  expedición 203 

II.  Fracaso  de  Miranda  y  defensa  de  Buenos  Aires,  —  El  cani- 


índice  585 

liín  general  Guevara.  —  El  espíritu  público  en  Venezuela. 

—  Socorros  enviados  de  Guadalupe.  —  Miranda  en  Vela 
de  Coro.  —  Toma  de  (]oro.  —  Desilusión  y  salida  de 
Miranda.  —  Efecto  producido  por  la  invasión  inglesa  del 
Río  de  la  Plata.  —  Segunda  tentativa  contra  Buenos  Aires. 

—  Victoria  de  Liniers.  —  Su  popularidad.  —  Los  Sudame- 
ricanos se  inclinan  hacia  España.  —  Indiferencia  de  la 
metrópoli.  —  El  proyecto  de  Godoy.  —  Los  liberales  hacen 

de  nuevo  su  propaganda .      214 

III.  Cambio  de  la  política  i.nglesa.  —  Los  liberales  en  Caracas. 

—  Bolívar.  —  La  bandera  de  Miranda.  —  Los  Ingleses  y 
los  Bonaerenses.  —  Memoria  de  Castlereagh.  —  Proyecto 
de  reinos  en  América.  —  Proceso  de  Popham  y  Whitelocke. 

—  Miranda  en  las  Antillas  inglesas.  —  Su  vuelta  a  Ingla- 
terra. —  Proyecto  de  expedición  en  Méjico 224 

IV.  Napoleón  y  la  América  española.  —  El  asunto  de  España. 

—  Propósitos  del  gobierno  imperial  en  1802  y  1806.  — 
Ilusiones  de  Napoleón  acerca  de  los  Sudamericanos.  — 
Decide  el  envío  de  un  comisionado  a  la  Plata.  —  El  marqués 
de  Sassenay.  —  Instrucciones  a  los  gobernadores  de  las 
Antillas  francesas  y  de  la  Guayana.  —  Victor  Hugues.  — 
Salida  del  comandante  de  Lamanon  para  la  Guayra.  —  Sus 
instrucciones 233 

V.  Leausmo  Colonial.  —  La  noticia  de  los  acontecimientos  de 

Bayona  llega  a  Caracas.  —  Llegada  de  Lamanon.  — 
Angustias  del  capitán  general.  —  Proclama  de  Fernando  VII. 

—  Los  oficiales  franceses  dejan  Caracas.  —  Toma  del  Sei-- 
perit  por  la  fragata  inglesa  la  Acasta.  —  Llegada  de  M.  de 
Sassenay  a  Buenos  Aires.  —  Actitud  de  Liniers.  —  Su 
caída.  —  Explosión  de  lealismo.  —  Conducta  de  los  gober- 
nadores coloniales.  —  Los  cabildos.  —  Instrucciones  de 
Miranda.  —  Escisión  del  partido  liberal.  —  Decreto  de  la 
.lunta  Central  de  Aranjuez.  —  Proyectos  monárquicos.  — 
Los  «  espíritus  preclaros  ».    —  Los  liberales  venezolanos 

y  el  sentimiento  popular 246 


CAPITILO   111 
1810 

I.  I]l  esi'Íkitu  de  Miuanda.   —   La  Revolución  de  las  Colonias 

españolas  no  sera'  ni   francesa  ni  inglesa,   sino  americana. 

—  De  qué  se  compone  el  elemento  revolucionario.  —  Qué 
hay  que  entender  por  liheralcs.  —  Las  mujeres  y  la  Revo- 
lución. —  Unanimidad  de  opinión  de  los  liberales  en  cuanto 
a  la  oportunidad  de  sepai-arse  de  España.  —  Medios  que 
emplearán  para  realizar  su  deseo.  —  Simultaneidad  de  la 
explosión  revolucionaria.  —  La  «  Gran  Logia  Americana  )>. 

—  El  espíritu  de  Miranda 263 

II.  El  die*:i.\'ueve  de  abril  en  Caracas.  —  Sentimientos  de  la 

masa    popular   en   vísperas    de  la    Revolución.     — •    Táctica 


r>Hti  índice 

adoptada  por  los  liberales.  — -  Explosiones  revolucionarias 
en  Charcas  y  La  Paz.  —  Revolución  de  Quito.  —  Influencia 
de  Caracas  y  Buenos  Aires  en  el  movimiento  general  de 
emancipación.  —  El  gobernador  Emparán  en  Caracas.  — 
Los  patriotas.  —  El  canónigo  Madariaga.  —  Llegada  a 
Venezuela  de  las  noticias  de  España.  —  La  Jornada  del 
19  de  abril 272 

III.  L.v  Revolución.  —  Llamamiento  de  la  Junta  de  Caracas  a 
los  cabildos  sudamericanos.  — -  El  25  de  mayo  en  Buenos 
Aires.  —  Los  patriotas  de  Nueva  Granada.  —  El  20  de 
julio  en  Santa  Fe.  —  Martínez  de  Rosas.  —  El  18  de  sep- 
tiembre en  Santiago  de  Chile.  —  Insurrección  mejicana,  — 
Sentimiento  general  de  los  patriotas 285 

IV.  Las  JuiNTAs  colomales.  —  Las  matanzas  de  Quito.  —  Peli- 
gros que  anuncian  y  de  los  cuales  los  Proceres  tienen  el 
presentimiento.  —  Primeras  medidas  adoptadas  por  los 
nuevos  gobiernos.  —  Cómo  organizan  su  propaganda  las 
Juntas  de  Buenos  Aires  y  de  Caracas.  —  Hostilidad  de 
ciertas  provincias  venezolanas.  —  Desilusión  de  los  patriotas 
de  Caracas.  —  Origen  del  proyecto  de  coni'ederación  ame- 
ricana. —  Política  exterior  de  la  Junta  de  Caracas.  — 
Actitud  de  las  autoridades  de  las  Antillas  inglesas.  — 
Bolívar  es  escogido  como  embajador  en  Londres.  — 
Instrucciones  dadas  a  la  misión.  —  Plan  de  los  jefes  de  la 
revolución  venezolana 298 

V.  Misión  de  Bolívar.   —   Política  sudamericana  de  Inglaterra 

en  1810.  —  Llegada  de  los  diputados  de  Caracas.  —  Su  pri- 
mera entrevista  con  VVellesley.  —  Atenciones  de  que  son 
objeto  por  parte  de  la  sociedad  de  Londres.  —  Nota  verbal 
del  21  de  julio.  —  Memorándum  del  gobierno  británico.  — 
Amabilidades  inglesas.  —  Fin  de  las  negociaciones.  — 
Instrucciones  de  la  Junta  concernientes  a  Miranda.  —  Rela- 
ciones de  Bolívar  y  Miranda  en  agosto  y  septiembre.  — 
Artículo  del  Movning  Chronicle.  —  Miranda  informa  a  la 
Junta  de  su  intención  de  volver  a  América.  —  ,  Itimas 
instancias  al  Foreign  Office.  —  Salida  de  Miranda.  — 
Suerte  de  López  Méndez  y  Andrés  Bello 310 


CAPITULO  IV 

LA    PKIMERA    REPÚBLICA    HE    VENEZUELA 

I.  Miranda  en  Caracas.  —  Esfuerzos  reaccionarios  contra  la 
Junta.  —  Sentimientos  de  la  Regencia  de  Cádiz  respecto 
de  las  Juntas  coloniales.  —  Medidas  de  rigor.  —  Su  reper- 
cusión en  Venezuela.  —  Conspiración  de  los  Linares.  — 
Expedición  decidida  contra  las  provincias  disidentes.  —  El 
marqués  del  Toro.  —  Campaña  desastrosa.  —  Llegada  de 
Bolívar.  —  Los  Proceres  se  resuelven  a  acoger  a  Miranda. 
—  Miranda  en  La  Guayra.  —  Disposiciones  de  los  Venezo- 
lanos para  con  él.  —  La  decepción  del  Precursor 326 


II.  Proclamación  di-;  la  Indepkndencia.  —  Actividad  de  los  Pro- 

ceres. —  La  «  Sociedad  Patriótica  )>.  —  Los  diputados 
llegan  a  Caracas  y  coiiiienzan  sus  trabajos.  —  Sentimientos 
de  los  congresistas.  —  Primeros  actos  de  la  asamblea.  — 
Sesiones  tumultuosas  en  la  Sociedad  Patriótica.  —  Vanas 
discusiones  en  el  Congreso.  —  .Miranda  es  llamado  a  éste. 

—  Voto  del  proyecto  de  Declaración  de  los  Derechos  del 
Hombre.  —  Sesión  del  ¡i  de  julio  en  la  asamblea.  —  Dis- 
cursos de  Bolívar  en  la  Sociedad  Patriótica.  —  Sesiones 
del  4  y  del  5  de  julio.  —  Proclamación  de  la  independencia. 

—  Acogida  que  le  hacen  los  pueblos  venezolanos.  —  Los 
Proceres.  —  Manejos  de  Cortabarría.  —  Conspiración  de 
Florez.  —  La  insurrección  estalla  en  Valencia.  —  Expe- 
dición mandada  poi-  el  marcjués  del  Toro.  —  Miranda  jefe 
supremo  de  los  ejércitos  nacionales olJ5 

III.  La  Co.nstitvción  Federal  de  1811.  —  Animosidad  general 
contra  Miranda.  —  Desdenes  con  que  él  corresponde.  — 
Campaña  de  Valencia.  —  Dificultades  de  los  patriotas.  — 
Combates  en  las  calles  de  Valencia.  —  Primeras  proezas 
de  Bolívar.  —  Cerco  y  rendición  de  Valencia.  —  Discusión 
en  el  Congreso  del  proyecto  de  constitución.  —  Complot 
contra  Miranda.  —  Esfuerzos  contra-revolucionarios  de 
Cortabarría.  —  l>a  cuenca  del  Orinoco  en  poder  de  los 
realistas.  —  Regreso  de  Cortés  de  Madariaga.  —  Cómo, 
en  aquel  momento,  conciben  los  Proceres  su  deber.  — 
Promulgación  de  la  Constitución.  —  P'ederalismo  y  cen- 
tralismo en  Sudamérica.  —  Estado  político  y  social  de 
Venezuela.  —  Ideas  centralistas  de  Miranda.  —  Ilusiones 
de  los  Proceres.  —  Combates  en  Guayana.  —  Triunfos 
españoles  en   las  provincias  occidentales.    —   D.   Domingo 

de  Monteverde 350 

IV.  Miranda  Dictador.  —  Terremoto  del  26  de  marzo  de  1812. 

—  Conducta  admirable  de  Bolívar.  —  Progresos  y  vic- 
torias de  los  realistas.  —  Situación  en  Venezuela.  — 
Miranda  es  nombrado  generalísimo  y  dictador.  —  Primeras 
medidas.   —   Los  ejércitos  republicanos.   —  Los  oficiales. 

—  Voluntarios  y  oficiales  extranjeros.  —  Mac-Gregor.  — 
Serviez.  —  Soublelte.  —  Preferencias  de  Miranda  para  con 
los  extranjeros  y,  sobre  todo,  para  con  los  Franceses.  — 
Napoleón  y  Sudamérica.  —  Telésforo  de  Orea  sale  para  los 
Estados  luidos  en  donde  debe  ponerse  en  i-elación  con  el 
representante  del  Emperador.  —  Plan  de  campaña  y 
disposiciones  del  generalísimo.  —  Bolívar  es  encargado 
del  mando  de  Puerto  Cabello.  —  Disentimientos  entre 
Miranda  y  Bolívar 365 

V.  El  Calvario  de  Miranda.  —  Entrada  en  campaña.  —  Estado 

de  espíritu  del  ejército.  —  Miranda  se  atrinchera  en 
Maracay.  —  Ataques  de  Monteverde.  —  Medidas  militares 
y  políticas  del  dictador.  —  Misiones  en  el  extranjero.  — 
Xuevos  ataques  de  los  Españoles.  —  Miranda  en  la  Victoria. 

—  C^ombates.  —  Situación  crítica  de  Monteverde.  —  Toma 
de  Puerto  Cabello.  —  Relato  de  Pedro  Gual.  —  Conducta 
de  Bolívar.   —  Insurrección  de  los  esclavos.  —   Situación 


588 


general.  —  Miranda  se  resigna  a  capitular.  —  Negocia- 
ciones. —  Tratado  de  San  Maleo.  —  Efecto  producido  en 
Caracas.  —  Odios  contra  Miranda.  —  Enloquecimiento 
general.  —  Disposiciones  tomadas  por  el  generalísimo. 
—  La  Guayra  el  29  de  julio.  —  Complot  de  Casas.  — 
Conspiración  de  los  oficiales  de  Miranda.  —  Su  arresto.  — 
Sus  prisiones.  —  Su  muerte.  —  Bolívar  y  el  arresto  de 
Miranda.  —  Juicio  sobre  Miranda 377 


LIBRO  III 


no  Ll  VA  li 


CAPITULO  PRIMERO 

EL    MANIFIESTO    l)E    CaUTAGEXA 

L  Cortes  de  C.(diz  —  Espíritu  de  conciliación  y  de  liberalismo 
que  demostraron  en  ui»  principio.  —  Cambio  de  actitud.  — 
IjOs  comerciantes  gaditanos.  —  Política  británica.  —  (cons- 
titución de  1812.  —  Fracaso  de  las  negociaciones  hispano- 
inglesas.  —  Ventajas  que,  no  obstante,  saca  Inglaterra.  — 
La  Regencia  está  persuadida  de  la  próxima  pacificación  de 
las  colonias  insurrectas'. 3í'7 

II.  Las  Colomas  e.n  18J2.  —  Méjico  de  1810  a  1812.  —  El  Perú. 

—  El  Río  de  la  Plata.  —  El  Paraguay.  —  El  Alto  Perú.  — 

El  Uruguay.  —  Chile 405 

III.  Nueva  Granada.  —  Presidencia  de  Quito.  —  Situación  en 
la  Nueva  Granada  propiamente  dicha.  —  El  federalismo.  — 

—  Las  Juntas  independientes.  —  Congreso  de  Santa  Fe  del 
22  de  diciembre  de  1810.  —  Constitución  del  4  de  abril  de 
1811.  —  Jorge  Tadeo  Lozano.  —  (Contra-revolución  de  las 
regiones  de  Pasto  y  Patia.  —  Anarquía  general.  —  Acta 
federal  de  las  Provincias  l'nidas.  —  Reaparición  de  Nariño. 

—  La  Bagatela.  —  Nariño  presidente  de  CCundinamarca.  — 
Guerra  civil.  —  Amenazas  exteriores.  —  Política  de  la 
Junta  de  Cartagena.  —  Llegada  de  Bolívar  a  Cartagena.    .      417 

IV.  El.  Ma^íifiesto  de  Cartagena.  —  Bolívar  después  del  arresto 
de  Miranda.  —  Cómo  sale  de  Venezuela.  — -  Estancia  eu 
Curazao.  —  Bolívar  bien  acogido  por  el  presidente  Torices 
en  (Cartagena.  —  Publicación  del  manifiesto.  —  Análisis  de 
este  documento.  —  El  plan  de  Bolívar.  —  Obstáculos  que 
habrá  de  vencer.  —  Cómo  los  considera.  —  Cómo  los 
domina.  — •  Consecuencias  que  resultan  de  los  esfuerzos 
del  Libertador.  —  Sacrificios  a  que  se  resigna.  —  La  vida 

del  guerrillero 431 

V.  (Campaña  de  Nueva  Granada.  —  Bolívar  sale  de  Barranca  a 

la  cabeza  de  la  expedición  libertadora.  — ■  Toma  de  Tene- 
rife.   —   Llegada  a   Mompox.  —  Combales   de  (Chiriguaná, 


J- 


I.NDICK  :>89 

Tainalaincque.  ■ —  Knlrada  do  Bolívar  en  Ocaña.  — -  Aron- 
teciinientos  en  (larlagena.  —  1-11  general  l^abalul  en  Santa 
María.  —  Actividad  desplegada  por  los  Españoles.  —  Cerco 
de  Nueva  Granada.  —  Mensaje  de  Manuel  Castillo  a  Bolívar. 
—  Salida  de  Ocaña.  —  Travesía  de  la  cordillera.  —  Vic- 
toria de  Bolívar  en  San  José  de  Cúcuta.  —  Resultados  de 
la  campaña.  —  Llamamientos  de  Bolívar  a  la  opinión  gra- 
nadina. —  Resistencias  con  que  tropieza.  —  Cómo  traía  de 
vencerlas WWW 


CAPULLO  II 

El.    LIBEUTADOIt 

I.  L.v  Disidencia  de  Castillo.  —  Bolívar  solicita  del  Congreso 
permiso  para  reanudar  la  campaña.  —  Oposición  de  Cas- 
tillo. —  Situación  en  Venezuela.  —  Expedición  de  Santiago 
Marino.  —  Combate  de  La  Grita.  —  Fuerzas  de  que  dis- 
ponen los  Españoles  en  Venezuela.  —  Esfuerzos  de  Bolívar 
para  ganar  a  sus  proyectos  la  asamblea  de  Tunja,  los 
gobiernos  de  Santa  Fe  y  (Cartagena.  —  Motivos  de  esta 
conducta.  —  Lo  mas  distinguido  de  la  juventud  granadina 
se  alista  bajo  las  banderas  de  Bolívar.  —  Recibe  éste 
orden  de  invadir  a  Venezuela.  —  Medios  con  que  emprende 
Bolívar  la  campaña 453 

n.  Liberación  de  Venezuela.  —  Ocupación  de  Mérida  y  Tru- 
jillo.    —    Llamamientos    de    Bolívar  a    sus    compatriotas. 

—  Acciones  de  Agua  de  Obispos,  del  Desembocadero,  de 
Niquitao.  —  Bolívar  en  Barinas.  —  Huida  de  Tízcar.  — 
Prosigue  -Marino  sus  é.\itos  en  las  provincias  orientales.  — 
Nuevo  plan  de  campaña  de  Bolívar.  —  Victoria  de  Rivas 
en  Los  Horcones.  —  Ocupación  de  San  Carlos.  —  Batalla 
de  'laguanes.  —  Capitulación  de  La  Victoria.  — ■  Los 
lüspañoles  abandonan  la  capital.  —  Resultados  de  la  cam- 
paña de  Venezuela.  —  Entrada  triunfal  de  Bolívar  en 
Caracas 465 

III.  La  Educación  del  Patriotismo.  —  Peligros  cjue  amenazan 
la  obra  y  la  gloria  nacientes  del  Libertador.  —  Sitio  y 
toma  de  Cumaná  por  Marino.  —  Victoria  de  Piar  y  Ber- 
múdez  sobre  (Cajigal en  Barcelona. — J^os  Españoles  evacúan 
las  provincias  orientales,  de  las  cuales  se  hace  proclamar 
dictador  Marino.  —  Didcullades  que  resultan  para  Bolívar 
de  las  continuas  disidencias  de  sus  compañeros  de  armas. 

—  Origen  de  esas  disidencias.  —  Antonio  Briceño.  — 
Bolívar  se  instituye  educador  del  patriotismo.  —  Pro- 
clamas de  los  8  y  13  de  agosto  de  18L5.  —  Organización 
del  nuevo  gobierno.  —  Bolívar  y  el  ejército.  —  Vuelven 
las  hostilidades.  —  Operaciones  del  sitio  de  Puerto  Cabello. 

—  Desaliento  de  los  soldados  de  Bolívar.  —  Acciones  de 
Barbula  y  Las  Trincheras.  —  .Muerte  de  Girardot.  — 
Bolívar  proclamado  Lihevtudov.  —  Funda  la  orden  de  los 
Libertadores  de  Venezuela 'i80 


590  INÜICE 

IV.  La.  Lnacción  de  Marino.  —  Su  indiferencia  ante  las  instancias 
de  Bolívar.  —  Boves,  Morales  y  el  levantamiento  de  los 
llaneros.  —  Disposiciones  que  toma  el  Libertador  para 
desviar  este  nuevo  peligro.  —  Campo  Elias.  —  Batalla  del 
Mosquitero.  —  Acciones  de  Bobare  y  Yaritagua.  —  Bolívar 
acude  en  socorro  de  Urdaneta.  —  Acción  de  Vijirima.  — 
Batalla  de  Araure.  —  El  Libertador  se  esfuerza  por  des- 
arrollar el  patriotismo  de  sus  soldados.  —  El  JJatdllón  Sin 
Nombre.  —  Expedición  del  general  Salomón.  —  Los  peli- 
gros se  acumulan  en  torno  de  los  defensores  de  la  Inde- 
pendencia  496 

V.  Bolívar  Dictador.   —   El  espíritu  público  se  aparta   de  la 

causa  liberal.  - —  Principios  que  motivaron  la  organización 
del  gobierno  provisional  en  agosto  de  1813.  —  Se  impone 
la  dictadura.  —  Por  qué  Bolívar  ha  de  ser  dictador,  con 
preferencia  a  Marino.  —  Asamblea  del  2  de  enero  de  1814. 
—  Discurso  del  Libertador.  —  Táctica  de  los  jefes  espa- 
ñoles prontos  a  reanudar  la  guerra.  —  Situación  crítica  de 
los  patriotas.  —  Proj'ectos  de  recurrir  al  exterior.  — 
Decreto  de  Bolívar  aconsejando  a  los  extranjeros  a  que 
se  establezcan  en  Venezuela.  —  Embajadas  americanas  en 
los  Estados  Unidos  y  en  Europa.  —  Política  sudamericana 
de  Napoleón.  —  Orea.  Palacio  y  M.  Serrurier.  —  Palacio 
y  Delpech  en  París.  —  Fracaso  de  la  misión.  —  Las  divi- 
siones españolas  marchan  sobre  Caracas.  —  Batallas  de 
Ospino  y  de  La  Puerta.  —  Expedición  de  Rivas  en  los 
valles  de  Tuy.  —  La  matanza  de  Ocumare.  —  Juramentos 
de  venganza 507 


CAPITULO  III 

GUERRA    A    MUERTE 

L  La  locura  de  la  Sangre.   —  Bolívar  sitia  de  nuevo  a  Puerto 
Cabello.  —  Lo  abandona  al  saber  el  desastre  de  la  Puerta. 

—  Los  comandantes  militares  de  La  Guayra  y  de  Caracas 
piden  instrucciones  respecto  de  los  prisioneros  españoles. 

—  Gestiones  que  había  hecho  anteriormente  el  Libertador 
para  obtener  la  ratificación  de  la  capitulación  de  La  Vic- 
toria contra  la  entrega  de  dichos  prisioneros.  —  Situación 
crítica  de  los  patriotas.  —  Bolívar  fia  la  orden  de  ejecutar 
a  los  prisioneros.  —  Matanzas  de  los  días  lo,  14,  15  y  16  de 
febrero  de  18^14.  —  Causas  profundas  que  las  explican.  — 
El  contagio  del  homicidio.  —  C>ómo  se  habían  introducido 
y  aclimatado  en  América  los  principios  de  violencia.  — 
Carácter  atroz  asumido  por  las  guerras  de  la  Independencia. 

—  Cervériz,  Zuiízola,  Boves.  —  Excesos  cometidos  por 
los  Españoles  y  por  los  patriotas.  —  Arismendi,  Rivas, 
Briceño  y  su  Contrato  de  enero  de  1813 524 

II.  El  Decreto  de  Trujillo.  —  Primeíos  sentimientos  de  Bolívar 
respecto  de  las  violencias  que  tendían  a  justilicarse  en  torno 
suyo.  —  Efecto  que  producen  en  su   espíritu  las  persecu- 


IXDICK  501 

clones  ordenadas  por  Monleverdc.  —  La  proclaiua  de 
Mérida.  —  El  decreto  de  Trujillo.  —  Cómo  traduce  él  el 
sentimiento  general  de  los  Sudamericanos.  —  Juicio  acerca 
del  decreto  de  Trujillo  y  !«  conducta  de  Bolívar.  —  Mani- 
ííesto  a  las  Naciones  del  Mundo  y  correspondencia  con  el 
gobernador  de  Curazao.  —  (;onsecuencias  de  la  guerra  a 
muerte óIJó 

II I.  Resistencia  desesperada.  —  En  previsión  de  un  ataque 
próximo  de  Boves,  el  Libertador  pone  la  región  de  Valencia 
en  estado  de  defensa.  —  Combates  frente  a  San  Mateo.  — 
Suspensión  de  armas.  —  Nuevos  combates.  —  Ataque 
general.  —  Heroísmo  de  Ricaurte.  —  Victoria  de  Bolívar. 

—  La  situación  de  los  republicanos  parece  mejorarse.  — 
Expedición  de  Arismendi,  Rivas  y  Montilla  contra  Rósete. 

—  Las  divisiones  realistas  de  Coro  y  de  Barinas  vuelven  a 
entrar  en  campaña.  —  Urdaneta  en  Valencia.  —  Llegada 
de  Marino.  —  Batalla  de  Bocachica.  —  Bolívar  y  Marino  se 
reúnen  en  La  Victoria.  —  Nuevo  plan  de  campaña.  — 
Marino  es  vencido  en  el  Arado.  —  Cajigal  deja  Coro  y  toma 
en  San  Carlos  el  mando  del  ejército.  —  Batalla  de  Cara- 
bobo  54'» 

IV.  Caída  de  la  Segunda  República  Venezolana.  —  Reapai'ición 
de  Boves.  —  Medidas  tomadas  por  Bolívar.  —  Batalla  de 
La  Puerta.  —  El  Libertador  en  Caracas.  —  Sitio  de 
Valencia  y  violencias  que  le  siguiei'on.  —  Bolívar  deja  la 
capital.  —  La   Emigración  de  1814.   —  Batalla  de  Aragua. 

—  l'lan  de  los  patriotas.  —  Huida  de  Bianchi  y  salida  de 
Bolívar  y  de  Marino.  —  Su  llegada  a  Carúpano.  —  Dispo- 
siciones hostiles  de  los  habitantes  respecto  de  ellos.  — 
Salvados,  merced  a  la  intervención  de  Bianchi,  salen  de 
Venezuela.  —  Rivas,  Piar  y  Bermúdez  deciden  hacer  frente 
a  la  invasión.  —  Combate  de  Maturin.  —  Boves  se  reúne 
con  Morales  en  Barcelona.  —  Batallas  de  Salado  y  de 
Trica.  —  Toma  de  Maturin.  —  Caída  de  la  república  .    .    .      555 

V.  América   en    1814.   —  Efecto   producido  en  América  por  la 

restauración  de  Fernando  ^  II.  —  Méjico  desde  1812  hasta 
1814.  —  El  Perú.  —  Campañas  de  Belgrano.  —  Batallas  de 
Salta,  Vilcapujio  y  Ayohuma.  —  San  Martín.  —  Empresas 
del  virrev  de  Lima  contra  las  provincias  meridionales  de 
Nueva  (Granada.  —  Chile.  —  Expediciones  de  los  generales 
Pareja.  Sánchez,  Gainza  y  Osorio.  —  Batalla  de  Rancagua. 

—  Las  Provincias  Unidas  del  Río  de  la  Plata.  —  Estado 
de  la  Revolución  a  fines  de  1814.   —  Proclama  de  Bolívar  a 

sus  compatriotas 566 


13'»'4-13.   —   P.ir¡s.   Impicnta  de  la  V'''  ilc   C.    Büuret.   —   H-l'». 


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Connecticut 

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