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LA EMANCIPACIÓN DE LAS COLONIAS ESPAÑOLAS
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lUQlES MANCINI
i9
OLIVAR
LA EMANCIPACIÓN DE LAS COLONIAS ESPAÑOLAS
DESDE LOS ORÍGENES HASTA 1815
OBRA PREMIADA (EL TEXTO FRANGES)
POR LA ACADÉMIE FRANCAISE CON EL PREMIO MARCELLIN GUÉRLN.
CON UN RETRATO Y I' N MAPA
THADUGGIÓN DE CARLOS DOGTEUR
LIBRERÍA DE LA V"^ DE G. BOURET
PARÍS
23, BUE VISCON'TI, 23
MÉXICO
i"), AVENMDA CINCO DE MAYO, 45
1914
Quedan asegurados los derechos conforme a la ley.
PROLOGO
Por sus efectos sobre la vida política y social de los
pueblos, la Emancipaci<)ii de las Colonias españolas es
un acontecimiento de importancia tan considerable como
el descubrimiento del continente en que fueron esta-
blecidas.
La ludia entablada por los criollos contra España, a
raíz de la Revolución francesa, y proseguida durante
un cuarto de siglo con idéntica saña por parte de ambos
contendientes fué la prolongación, sobre un nuevo
teatro, del conflicto secular entre las dos ideas cuyos
alternativos éxitos y derrotas dominan la Historia : el
Tradicionalismo y la Libertad. En efecto, a los resul-
tados de la Independencia sudamericana debió el gran
movimiento de 1789, a punto de ceder bajo el empuje
restaurador de 1815, el cobrar nuevos ánimos en
Europa y el triunfar en 1830. Los pueblos despertaron
a la vida y a la conciencia nacionales. El mundo
moderno evolucionó hacia el ideal republicano.
Bolívar es, para América, el imperecedero símbolo de
este ideal. Si algún hombre ha podido resumir en sí los
elementos, las tendencias de una época, y personificar
una idea, ese hombre es verdaderamente aquel a quien
sus conciudadanos saludan con el insigne título de
Libertador. La vida de Bolívar es el adecuado marco de
la Revolución de que fué principal protagonista. Su
nombre es inseparable de la obra sostenida por él con
maravilloso ardor.
Inmenso es el campo de acción que él mismo se
asignó : la América española desde Méjico a la Tierra
PRt)L()(;ü
de Fuego. Aunque su vasto genio la al)razaia de con-
tinuo Y por entero, iniciativas aisladas, que agrupaban
sus esfuerzos en torno del de Bolívar, fueron necesarias.
Una pléyade de héroes secundó al Libertador. Y, entre
sus colaboradores, el gran argentino San Martín com-
parte con él, durante la fase decisiva de la guerra, el
mérito eminente de haber fundado la Independencia.
No obstante. San Martín se retiró, abandonando a
su competidor la gloria de completar la obra emjDren-
dida, y la amargura de registrar los inevitables desen-
gaños inherentes a toda empresa magna.
Pero no fué perdido el esfuerzo del Libertador.
Aunque tardos en madurar, con mayor brillo aparecen
los frutos de su energía y de su voluntad. El espectá-
culo que presenta hoy día la América del Sur, en la
que veinte Repúblicas crecen bajo las miradas por íln
seducidas, del universo, tiene esplendores de apoteosis.
Más prestigioso aún j)arece presentarse el porvenir.
Después de haber asegurado en el mundo la victoria de
la democracia y de la nacionalidad, la América latina
tiene sin duda en reserva la solución de los problemas
nacidos del nuevo orden social cuyo advenimiento ha
sido determinado por ella.
La epopeya de donde habían de proceder estas
lejanas y magníficas consecuencias : tal es el cuadro
que nos hemos propuesto trazar'.
1. A mas de las obi-as publicadas hasta la fecha acerca de la Eman-
cipación de las Colonias españolas, nos hemos impuesto el deber de
consultar los archivos de los principales Estados Sudamericanos, los
de Londres, de París y de España; de donde resulta que las fuentes
oficiales citadas en nuestro trabajo son casi todas inéditas.
Hemos tenido también a nuestra disposición archivos de familia
cuyo estudio nos ha permitidt) completar la documentación de la
presente obra.
En fin, hemos recorrido o visitado los países en que se desarro-
llaron los acontecimientos que relatamos, intentando reconstituirlos
en su marco original.
BOLÍVAR
LA EllWCIPlfJÓV DE LAS COLOVIAS ESPAAOLAS
LIBIIO PUIMERO
ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN
SUDAMERICANA
CAPITULO PRLMERO
LAS INDIAS OCCIDENTALES
I
Los últimos años del siolo qiiinoe v los primeros años
del dieciséis señalaron el apof^eo de la grandeza de
España. Una lucha épica, sostenida por espacio de ocho-
cientos años en cuatro mil campos de batalla, había con-
sagrado la unidad definitiva de la Península y justificado
la lama de heroísmo del pueblo español, que resultaba
ser la nación militar por excelencia. El Turco obligado a
retroceder; Italia v Portugal conquistados; un i'ey de
Francia, un papa hechos ])ris¡oneros ; Inglaleira humillada ;
los corsarios de Barbarroja sometidos cu África ; asegurada
en Asia la fundación de estal)lecimicntos prc'ysperos : tales
son algunas de las proezas de los ejéicilos esjiañoh^s. 1^1
Despacho Uni^'ersdl de ^ladrid oprimía a todas las cortes
8 orígenes de la ÜEVOLUCION SUDAMElilCAXA
en sus inevitables tramas; su política irresistible iba a
apoderarse de la Coronado Carlomagno. El Renacimiento,
que, según creencia general, iba a resucitarla Edad de oro,
parecía hallar, en la Iberia reconquistada, otra tierra
escogida : en ningún otro sitio el reciente invento de
Gutenberg, cuyas maravillosas consecuencias podían entre-
verse ya desde entonces, tuvo mejor acogida que en las
numerosas y florecientes universidades de Castilla. En
todas partes, las letras, las ciencias, las artes, las costum-
bres se alimentaban en las fuentes del genio español. Y la
Fortuna misma, al hacer brotar un nuevo mundo de los
abismos del Océano, parecía sierva sumisa de la gloria de
los reyes de España, quienes midieron por el curso del sol
la prodigiosa extensión de sus dominios.
Los soberanos que desde Isabel a Felipe II se habían
sucedido, capaces, prudentes, y fieles al espíritu de los
primeros reyes de Aragón que con tanta altivez se dieía en
otro tiempo el pueblo, personificaban esa grandeza misma
y ese esplendor. Su poder, templado por las extensas
prerrogativas de las Cortes, se ejercía con rectitud, dando,
además, pruel)as de un liberalismo único entre todos los
Gobiernos de la época'.
Pero las seguridades que la nación hallaba bajo tal
régimen, la inclinaron insensiblemente a descuidar la ins-
titución mejor combinada para salvaguardia de sus franqui-
cias. Las ciudades, al ver firmes sus privilegios y respetados
sus derechos, cesaron poco a poco de enviar sus diputados
a las Cortes. Y el rey, investido de mayor confianza, llegó a
sufrir con impaciencia las trabas que, no obstante, tenía
derecho a oponer a sus voluntades la Asamblea. Nada,
por cierto, fijaba límites a dichas voluntades; y, cuando
la prescripción le permitió declarar las Cortes en estado
de incapacidad perpetua, se apresuró a valerse de este
pretexto'". El despotismo, al pronto benévolo y paternal
que lo había invocado, tomó, con los soberanos que ocu-
paron después el trono, la forma de un peligroso absolu-
tismo.
1. Y. Chateaubriand, Con^rí's de Vérone, cap. iir.
"2. V. A. TiiiiRRY, Dix (ins d'élndi's liistorifjiies, lib. XX.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 9
Por otra parle, el tradicional ascendiente del clero sobre
la piadosa nación española se había impuesto a la realeza
como un excelente medio de gobierno y de dominación'.
Se esforzó, pues, por g'anarlo. No tardó el clero en ocupar
el primer puesto en los Consejos en que la nobleza, que
lo esperaba todo del rey, posponía cada vez más los
intereses públicos a sus propios intereses. El Tribunal del
Santo Oficio, instituido en sus comienzos para que por la
persuasión volvieran a las « sanas creencias » los disi-
dentes, no tardó en agravar las atribuciones de sus
inquisidores y recurrió al teri'orismo ([ue desde entonces
lo ha caracterizado. La Inquisicicui se convirtió en institu-
ción de Estado-; la Iglesia adquirió formidable influencia
en España. La corte misma se convirtió en un claustro; los
conventos, multiplicados, se poblaron. La extremada
indigencia intelectual del bajo clero, al hacer el vacío en
torno de ella, atrofió los cerebros, ahogó toda iniciativa.
El fanatismo, la intolerancia, la dureza de corazón,
desarrollados va en la lucha secular contra los herejes
dueños del territorio, celebraron las hecatombes que, con
pretexto de unificación de las creencias religiosas, puso en
auge la Inquisición. El Santo Oficio depravó a España
al mismo tiempo que la terrorizaba ^ : por todas pai'tes se
insinuaron la hipocresía y la delación, convirtiéndose en
otras tantas virtudes. Un velo sangriento y tenebroso se
extendió sobre este país, y no parecía sino que un genio
perverso se había empeñado en ir precipitándolo a la ruina.
Un cúmulo de acontecimientos acentuó el rápido des-
censo de España. Los Moros, que constituían una cuarta
parte del conjunto de la población, dispersos, aniquilados,
vieron perecer con ellos la industria y la agricultura, a las
1. (( La autoridad de los religiosos no tenía por única base la fe
de los pueblos : procedía, además, de una causa política. Ya desde el
año 852, los mártires de Córdoba : Aurelio, Juan Félix, Jorge, Mar-
cial, Rogelio, decapitados o arrojados al Betis, se sacriíicaron tanto
por la libertad nacional como por el triunfo de la religión Cristiana.
Los frailes combatieron con el Cid y habían entrado con Fernando
en Granada. » Ciia.ti:aubria.\d, Congrés de Vérone, cap. ii, t. XII de
las Obras complptiis.
2. Y. GuizüT. Cis'ilisation en En rape, lección XL
A. P. DK Saint-Yictür, Nomines et Díeux. La Coitr d'Espagne sous
Charles II.
lo ORÍGENES DE LA ÜEVOLUCIÓX SU1)AME1!ICA> A
que piu'tu'ularmcnte se dedicaban y cuya prosperidad
hal)íaii asegurado. í^os judíos, perseguidos, acosados,
huyeron en masa^ llevándose la casi totalidad de los
capitales que alimentaban el comercio, f.a despol)lación se
aceleró por el monaquismo y por las pérdidas de hombres
ocasionadas por las guerras, la emigración, el sostenimiento
de importantes guarniciones en Italia, en los Países Bajos,
en África y en las Indias. A partir de Felipe III. una serie
de soberanos degenerados acabó la decadencia de España,
decadencia tan sorprendente como lo había sido su gran-
deza, y que se acentuó hasta convertirse en tema favorito
de los sabios y de los moralistas al disertar acerca de la
instabilidad de las cosas humanas '.
La pobreza que desde hacía tiempo arreciaba sobre
España, y de la que, según se dice, no se eximió Carlos
Quinto mismo, tomó, con los sucesores de este monarca,
proporciones increíbles en todas las clases sociales. Las
cargas a que, a pesar de todo, no conseguía hacer frente
la corte, bastaban por sí solas para absorber los impuestos
que un espantoso régimen fiscal arrancaba a las provincias.
Tal agotamiento de recursos conocieron éstas, c^ue en
Castilla habían vuelto, como en la infancia de las socie-
dades, al trueque, es decir, a cambiar objeto por objeto,
mercancía por mercancía ^ Hubo años de carestía en que
no le quedó al pueblo más recurso que hacerse bandido o
mendigo. La nobleza, cuya pobreza era proverbial, presuraba
inútilmente al campesino, o iba a la corte a engrosar el
número de cortesanos que con avidez solicitaban alguna
merced. Pobre : tal era el epíteto que requería infalible-
mente el nombre de español, y los largos ayunos del
Caballero de la Triste Figura, o el harapiento ropaje de
Lazarillo de Tormes son más simbólicos que novelescos.
Pero, esta miseria, en los comienzos del período histórico
llamado de los Tiempos Modernos, no arreciaba sólo sobre
España. Cierto f[ue se manifestaba más en este país con el
1. 8U0 000 salieron tle España. DuKuy, Histoire genérale, París, 1891.
2. V. BucKLi;, Ilisloire de la Civilisatioii en Ajigleterre, 1. IV,
cap. xv. — Véase tanil)ién L.VFiF.Nrr., Historia General de España,
t. X a XIV.
•i. V. Sainte-Hiuvi;, Mcnioires de la Cour d Espagne par le Maréchul
de Villars. Nous'eau.r landis, t. II. p. 'iG.
I, AS INDIAS OCCIDENTALES • 11
carácler somljiío v licio ijue su t'oustitucióii y la naluialcza
de sus pudrios le coinunicahau ; mas no s(! hallaban cii
mejor sitiiaeión las demás naciones. El Antiguo Mundo
suliia una « crisis económica », como diríamos hoy. ci-isis
([ue parecía insolulde en los días mismos en que las
carabelas de Clolón. ol)tenidas, por cierto, al cabo de
orandes dificultades, navegaban obscuramente hacia sus
inmensos destinos. El Mediterráneo, encrucijada de los
orandes d<>rroteros comerciales, se iba cerrando cada vez
o
más, a medida ([ue Turcos, Moros v Árabes ocupaban sus
ribazos en Aírica. en Asia, v hasta en Europa : la toma de
Constantinopla. al entregar la llave del Oriente a los
peores enemigos de la civilización, planteaba de nuevo el
problema del porvenir del i-omercio occidental, y se con-
vertía en intVan(|ueable valla en el único camino abierto hacia
ese El Donido oriental que. desde la más remota antigiíc-
dad, la humanidad toda había anhelado '. La Liga Anseática
se debilitaba; el incierto tráfico c[ue por largo tiempo
habían permitido los estrechos mares del Norte, no ofrecía
ya esperanzas, v el Océano parecía una eterna frontera.
En medio de tales amenazas, de tal aislamiento, las
Indias Occidentales, cuyo primer reconocimiento termi-
naban los Descubridores hacia mediados del siglo dieciséis,
aparecieron como providencial y suprema solución : el
Atlántico se convertía en un inmenso camino abierto a
todas las empresas solicitadas esta vez por un magnífico
y seguro Dorado. El famoso Thesaurus , buscado por todos
los hombres de todas las edades, según dice Michelet"^,
parecía encontrado por fin v abierto para siempre. A las
miradas de Europa se ofrecían las deslumbrantes promesas
de un nuevo continente. El Oro, buscado sin descanso por
revés v pueblos, v a cuva pi-oducción renunciaban ya los
alquimistas desesperados, se hallaba a profusión en el
mundo nuevo. \<) había sido necesario que Colón, atormen-
tado por el deseo de completar su obra, celebrara, a su
regreso, las ventajas de la « cosa excelente con la c[uc se
forman los tesoros, se consigue cuanto se desea, y hasta se
1. Octave Noki., Jlisioire clit Commerce du Monde, t. I. p. o06.
2. Ilisloire de Franco. Le Moren a^e.
12 - ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
hacen llegar las almas al paraíso ' ;>, para que un arranque
de unánime entusiasmo aunara bajo el estandarte del
genovés y de sus sucesores, codicias que desde hacia tanto
tiempo exasperaba el hamljre.
La Iglesia, después de haber tachado de impiedad a
quienes pretendían ir a aquel continente cuya existencia
era, según ella, contraria a los dogmas, descubrió de
repente, al cabo de más detenido examen de las Escrituras,
serias razones para alentar la conquista de aquellas lejanas
tierras. Ningún escrúpulo habían tenido los Reyes Católicos
en favorecer ostensiblemente los proyectos de su Gran
Almirante, puesto que a su vez iba a beneficiar de ellos
la cristiandad, por la conversión de los habitantes del
Nuevo Mundo. Y, finalmente, el pueblo español, mas aven-
turero que otro cualquiera, y más azotado por la miseria
universal, se puso en movimiento, haciendo caso omiso de
las desalentadoras angustias de una empresa que por tantas
dichas iba a ser sin duda recompensada.
Porqueros, como Pizarro; niños abandonados, como
Almagro; monjes guerreros, como Fernando de Luc[ue ;
Balboa, Orellana. nobles desconsiderados; Bastidas,
escribano en un humilde arrabal de Sevilla; Quesada,
abogado famélico; Hernán Cortés y Bernal Díaz, Heredia y
Colmenares, únicos, o casi, cuyos blasones fueran ilustres,
toda la barabúnda de aquellos aventureros desarrapados y
sublimes, inmortalizados por la historia con el magnífico
nombre de Conquistadores, fué la primera en arrojarse,
ávida de pelea, de estocadas, de toisones de oro que con-
quistar, de cruzadas que predicar. Los relatos que los que
regresaban hacían de fabulosas comarcas en donde, entre
selvas llenas de cantos de aves y de perfumes, entre
manantiales de leche pura y de miel, se alzaban los
resplandecientes palacios del Rey Dorado y jardines que
recordaban los de las Hespérides, mecían los encantados
ensueños del pueblo de España, exaltando la fiebre que le
arrastraba, más ebrio de día en día de gloria y de fortuna,
hacia las Islas Nuevas -.
1. Citado por Miciielet. ibid.
2. V. la descripción de El Dorado en Candido, de >'oltairi:, inspi-
LAS INDIAS OCCIDENTAMÍS 1.3
La Gesta ele los (^<)ii(|uistadores es la epopeya sin
ejemplo de la energía humana. Ningún poema podrá nunca
cantar debidamente su excelsitud, ninguna descripción
podría pintarnos su heroísmo. Es preciso conocer las altí-
simas montañas, los desiertos infinitos, las exuberantes
selvas, las costas peligrosas v los climas mortíferos de
aquel mundo, en donde todo es colosal, para comprender,
« por los formidables obstáculos de hoy lo que entonces
hicieron los Conquistadores' ». Alentaba en ellos un alma
de hierro como su armadura. Indiferentes a peligros
siempre renacientes, a las terroríficas sorpresas de la
naturaleza tropical, escalando los inasequibles Andes y
tomando posesión de los Océanos, todo ello con idéntica
serenidad, seguían avanzando...
Tres grandes imperios, poblados y relativamente adelan-
tados en civilización, se rindieron a aquel puñado de
hombres. Abominables ingratitudes pagaron la amedren-
tada V confiada debilidad de los indiVenas : el valor gfue-
o o
rrero de los que no quisieron entregarse tuvo que buscar
asilo en las selvas.
Ni la miseria, ni el cansancio, ni el hambre, ni las enfer-
medades, ni la muerte que de continuo amenazaba, enti-
biaron nunca el ardor de los Conquistadores. Sostenidos
por el fanatismo, la codicia y el valor que la época aquélla
— representada por dichos hombres, cosa que no hay que
olvidar — había llevado al paroxismo, los Españoles de los
siglos quince y dieciséis imprimieron de esta suerte, en la
conquista de América, el sello de sus virtudes v de sus
vicios -.
En menos de quince años, su obra, a la vez devastadora
y fecunda, resultaba terminada, y a la corona de España
quedaba agregado el imperio colonial más admirable de
que pueblo alguno haya podido enorgullecerse en el tras-
curso délos siglos. Mas no había de sacar provecho España
de las magníficas hazañas de los Conquistadores. En efecto,
rada por las Crónicas, de Orellana; las ctiispeantes pa'ginas de
J, M. DE Hekkdia al comentar Bernal Díaz del Castillo, etc.
1. J. M. Samper, Ensayo sobre las Revoluciones políticas y la condi-
ción social de las Bepúhlicas Colombianas, cap. I.
2. Cf. Sampf.r. op. cii., ibid.
14 ORir.ENES DE LA REVOLUCIÓN . SUDAMERICANA
las conclicioiics en que se efectuó la conquista facilitaron
la extensión de la decadencia ([ue niinai^a la metrópoli,
hasta los lejanos países sometidos a su régimen. En la vasta
transformación econcimica que para el mundo cristiano
haljía de resultar de atjuella nueva cruzada, y, sobre todo,
en las ventajas que recogió, a España no le cupo sino una
parte precaria cuya fingida grandeza le sirvió sólo para
deplorar más hondamente la ext(Misión de sus desgracias
II
Desde la primera mitad del siglo dieciséis, los contornos
de América fueron visitados casi por completo. Por
entonces, la s'eooi'alía del Nuevo Mundo había sido deter-
minada también con bastante exactitud ; pero la noción que
de ella se tenía en Europa ([uedó bastante imprecisa hasta
los célebres viajes de Humboldt. a hnes del siglo dieciocho.
Cierto que se sabía que dicho territorio se extendía
desde el 74° del polo tártico hasta el 56° del polo antartico,
iórmando la tercera parte del globo habitable. I^os explo-
radores habían mencionado la lertilidad del suelo y hi
variedad ds los climas. Habían comparado el sistema mon-
tañoso del continente con una especie de enorme « espina
dorsal » cuyos cimientos están bañados al oeste por el mar
Pacífico por espacio de quince mil millas de longitud;
habían hablado de los ramales que proyecta al este la cor-
dillera, llegando algunos de ellos hasta el Atlántico. Los
navegantes habían quedado desconcertados ante el colosal
volumen de los ríos alimentados por innumerables to-
rrentes salidos de la Cordillera v ([ue recorren soledades
inmensas y extensas llanuras cubiertas de selvas y de
pastos. No obstante, los nuevos dueños de aquel prodigioso
dominio dislaban mucho de imaginar con exactitud sus
o
particularidades físicas.
Cifras y nomenclaturas, desciipciones pintorescas no
eran suficientes para expresar la realidad.
Habría sido menester multiplicar diez veces los Alpes
poi' los Pií'iueos v los ApiMiiuos para llegar a una a|)roxi-
mada conccpciiMí de los Andes: suponei' s()lido el Medí-
I. AS INDIAS OCCIDENTALES 15
k'i'i'áneo. siiroailo por líos anchos como el caiiíil tic
Gibraltai". azotado por indecibles huracanes, cubierto hasta
lo infinito de gramíneas, de boscpies de bambúes, de pal-
meras y de plantas giganti'scas, para representarse uno las
pampas de La Plata o los llanos del Orinoco; imaginar el
Vesuvio o el Etna sobre un pedestal de hielo dos o tres
veces más elevado ([ue el jNIonte Blanco, para valuar el
Chimborazo. el Cotopaxi, el Antisana. los negados y los
volcanes de América. Las sierras de Guadarrama, la Nevada
V la Morena, de España, son grupitos de colinas, compa-
radas con his Cordilleras. Y todo, en aquel mundo, hervi-
dero de tuerzas y de vida, alcanza semejantes propor-
ciones... lia tierra fermenta día y noche con tal potencia
creadora, que le parece a uno percibir los resoplidos de
su respiración y las pulsaciones de su fiebre. Casi puede
decirse que la huella de cada paso cjue uno va dando queda
en seguida borrada bajo una vegetación frondosa, c[ue
nace, crece y muere, para renacer centuplicada, en un
perpetuo estremecimiento de vehemencia y de amor ; en el
camino abierto hoy, no veremos, mañana, si intentamos
pasar de nuevo por él. más que intrincada maleza. Edifí-
quese una casa en el llano; y. si no lucha uno de continuo
contra las invasoras vitalidades del suelo y del espacio, no
tardará en ser despedido de un asilo c[ue creía seguro.
Construid un puerto, un dique, un puente confiando en la
aparente mansedumbre de las aguas, v. algunos días más
tarde, si la obra no ha sido reforzada de formidable
manera, el torrente convertido en río, la cascada vuelta
catarata, y el i'ío cambiado de repente en mar. harán des-
aparecer en un instante vuestra obra'.
Las nociones del Viejo ■Mundo en materia de coloniza-
ción eran, en la época de la CoiKjuista. de naturaleza a la
vez harto simplista y harto absoluta para adaptarse útil-
mente a las complejísimas necesidades de la explotación
de semejante territorio. Cualquiera de los vastos imperios
hallados por los Españoles habiía suministrado un campo,
demasiado vasto a la nación — entre todas las demás
naciones europeas — cuyo espíritu era más rebelde a los
1. Según, .1. .M. Sampek, o¡). c//., cap. i.
16 orígenes de la IIEVOLUCK'»' SUDAMEniCANA
escrúpulos y a la incansable paciencia que, poiv rudimen-
tarios que fuesen entonces sus preceptos, exigía ya la colo-
nización. Así, pues, ni siquiera pensó España en modificar
dichos preceptos : dotó rigurosamente el conjunto, de día
en día más extenso, de su dominio, de la organización
menos adecuada para que resultara próspero.
Un dominio, en efecto, en el sentido más absoluto de la
palabra, era el que se habían apropiado los reyes de Cas-
tilla V de León. « Rn nombre del Rey nuestro Señor, v
ante notario )) — según consta en las Noticias Historiales
— Descubridores y Conquistadores « habían tomado pose-
sión de las que llamamos Occidentales Indias' ». El papa,
dispensador supremo de todos los bienes terrenales, había
confirmado este principio, desde el segundo viaje de Colón,
« confiriendo a la Corona de Castilla la plena propiedad
de los países habitados por los paganos de Occidente », al
mismo tiempo que reconocía a los portugueses « el señorío
de todas las tierras del Este aquende las Azores y el Cabo
Verde '" ».
Quienes han censurado el sistema colonial tal como lo
comprendieron y lo aplicaron los soberanos de España no
han tenido en cuenta este dato esencial : sin género de
o
duda, de tal sistema resultaron odiosos abusos, males sin
cuento ; pero es indispensable no olvidar que, en aquella
época, en toda Europa eran consideradas las colonias
como dependencias del Estado que el Estado había de
explotar en única ventaja suya, sacando de ellas cuantos
recursos fuera posible^.
El gobierno de las nuevas provincias de la Monarquía en
1. Ver la fórmula consagrada de toma de posesión de las tierras
descubiertas en Antonio de Herrera : Historia General de los Hechos
de los Castellanos en las Islasy Tierra Firme del Mar Océano. Madrid,
1601, década I, lib. YII, cap. xvi. — Yer también Fr. Bartolomé de
LAS Casas. Historia do las Indias, lib. I. — Fr. Pedro Simón, Abolidas
historiales de la Conquista de Tierra Firme, passim, etc.
2. Bula dada en Roma por Alejandro VI el 4 de mayo de 1493,
reproducida en Solorzano, Política Indiana. 1565, lib. 1, cap. x,
fos 45-48.
3. V. P. Leroy-Beaulieu, De la Colonisation chez les peuples
niodernes. Prefacio de la 1^ edición. — V. también Seeley. L'Expan-
sion de lAngleterre. Primera serie, lectura I Y, y Seignobos, Histoirc
de la Ciyilisation, cap. ii.
I, AS INDIAS OCClDKMALIiS 17
las Indias Occidciiialcs il);i |)ii(>s a soi-, como en l'lspana,
entregado, en su eoninnlo, a los nii('inl)ros de la aristo-
craeia y del elero, sostenes tradieionales de la (borona. Era
natural también que el rey buseara medidas eapaees de
paliar los inevitables abusos de poder de la administración,
tan lejana, de su nobleza y de la Iglesia. De ahí. las com-
plicaciones del sistema de intervención que instituyó para
atenuar los inconvenientes de una temil)le colaboración, y
los privilegios excesivos (jue tuvo, además, que conceder a
dicha administración, a fin de asegurarse él, personalmente,
la parle a que creía tener derecho.
El pueblo español estaba representado en las Indias por
los Conquistadores, cuya avidez, cuya crueldad y cuyo
espíritu caballeresco habían sido exaltados aún al ascender,
casi todos ellos, a la cateooi'ía de señores feudales;
después, funcionarios de ínfimo orden, v sacerdotes y
frailes de todas las órdenes acudieron a América, formando
así el complemento de la sociedad española; de esta
suerte, toda ella se transportó al nuevo continente, con
las cualidades y los defectos inherentes a cada uno de sus
elementos.
Sufrieron éstos en el Nuevo Mundo, en el transcurso de
los tres siglos que duró la Dominación, una evolución
paralela a la que los caracterizaba en la Península. Las
Colonias periclitaron en la medida misma en que pericli-
taba la metrópoli. Al mismo tiempo, constituíase una
sociedad propiamente americana, cuvas naturaleza, pasiones
y necesidades acusaban a su vez un genio propio y profun-
damente opuesto al de las clases españolas. Por su forma-
ción etnológica, sus condiciones de existencia y las aspira-
ciones de que se sentía capaz, esta nueva sociedad se fué
adaptando cada vez menos, a medida que se desarrollaba,
a los anticuados moldes en que la madre patria, haciendo
tan penosos como inútiles esfuerzos, se empeñaba en suje-
tarla. Este estado de cosas preparó la ruina del sistema
colonial aplicailo poi* España, v cuyo conjunto v cuya
constitución vamos ahora a bosquejar.
Nueva íllspaña — el Méjico actual — y el Perú tenían
fama de ser las comarcas más ricas de América. Los
Aztecas, los Incas habían fundado en citas <>randes
18 OUIGEXES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
imperios cuyo grado de civilización sorprendió a los
Conquistadores, y que ha sido objeto de crónicas memo-
rables*. En España conservábase recuerdo de los tesoros
enviados por Fernán Cortés y sus compañeros, o traídos
por ellos. Hacíanse cálculos acerca del valor de las minas
de Tasco, de Cananjas, de Guanajuato; el descubrimiento
de la veta principal de esta última, la {>eta madre, en 1560,
inflamaba las imaginaciones-. En cuanto al reino de
Atahuallpa. tan considerables eran las riquezas que se le
atribuían, que, desde fines del siglo dieciséis, « para
expresar que un hombre posee granelísima cantidad de
oro y de plata, — escribe un contemporáneo* — se dice
proverbialmente que tiene un Perú ».
México y Lima, fundada por Pizarro, fueron pues desde
luego asignados como residencia a los dos Virreyes en
quienes delegaba el rey de España su autoridad sobre las
nuevas tierras. Si se considera que. durante más de dos
siglos, la jurisdicción de jNléxico comprendió toda la parte
septentrional del Nuevo Mundo, desde el mar Bermejo
hasta la Florida, v desde Nueva Navarra hasta Panamá;
y, la de Lima, todo el continente meridional, será fácil
imaginar cuál podía ser el poderío de aquellos virreyes,
verdaderos sátrapas, que gozaban de sueldos enormes y de
provechos ilícitos más considerables aún, rodeados de
guardias de corps, de pajes, de numerosa corte, investidos
de omnímodos poderes civiles, militares, y hasta judiciales.
Las Audiencias , instituidas sobre el modelo de los tribu-
nales de España, fueron, no obstante, encargadas de
administrar justicia, al mismo tiempo c[ue constituían una
de las trabas con que la metrópoli se proponía templar
los excesos de poder de sus representantes. Más tarde,
Nueva Granada v la Plata fueron eriaidas en virreinatos.
o
cuando se hicieron intolerables los inconvenientes que
resultaban de las demasiado extensas jurisdicciones primi-
1. La más célebre; es la de Bkknal Díaz del Castillo. Historia
verídica de lo Coiif/uisia de Nueva España. La admirable traducción
que de ella ha hecho .1. M. dií Hiíredia es una obra maestra.
2. Alkxandue dk Humboi.ut, Essai sur la i\ous'clU'-Espagne.
3. El P. Anello Oliva, Historia del Perú, publicada en 1631,
traducida [Histoirc du Pérou) del manuscrito original por Terneaux-
Compans, Paris. Jeannet, 1857.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 19
tivas; y, en cuanto a Buenos Aires, también como descon-
fianza respecto cl<^ Poituoal. por temor a que pudieran
extenderse sus establecimientos del Brasil. Mas, no menos
lucrativos fueron los nuevos empleos creados así a favor
de la nobleza. En (niatemala, después en Cliilc, en
Caracas, mucho niiís tarde en Quito y en Charcas, los
Capitanes Generales y los Presidentes dependían directa-
mente del rey de España, y sólo en tiempo de guerra se
hallaban bajo la inmediata autoridad de los virreyes.
Para administrar las provincias secundarias, el soberano
nombraba Gobernadores. Corregidores, con funciones por
cierto mal determinadas, y sometidos a la dirección del
virrey. Los municipios. Cabildos, elegían Alcaldes^ cuyas
funciones se ejercían durante un año.
En (in. el Consejo Supremo de Indias, instituido
desde 1511, reclutado en su mayoría entre los altos fun-
cionarios de América, igual en honores y poderes al
Consejo de Castilla, tenía su asiento en Madrid. Revisaba,
sin apelación, los fallos de las Audiencias, con las cuales
correspondía directamente, y promulgaba Leyes y Regla-
mentos en materia civil, militar v religiosa, que el rey
sancionaba como Emperador de las Indias, y que regían
especialmente a las Colonias, sin perjuicio de quedar éstas
sometidas, en principio, a la legislación en vigor en la
metrópoli. La autoridad del Consejo superaba a la de todos
los demás representantes de la Corona en las provincias de
ultramar, y completaba el conjunto del sistema coloniaP.
Cuatro y cinco años duraba, en el Nuevo Mundo, el
cargo de los altos funcionarios; a su expiración, casi todos
regresaban ricos a España.
La corriente de emigración de la metrópoli, relativa-
mente poco considerable durante el siglo que siguió al
descubrimiento de América, acabó no obstante por acen-
1. Con motivo del Consejo Supremo, Seeley, en apoyo de la tesis
según la cual los Estados Europeos que poseían colonias separadas
de ellos por el mar las consideraban como partes inherentes de su
territorio, eslima « que sería posible probar que el Consejo español
de las Indias fué guiado, en la época de su creación, por los prece-
dentes que ofrecía la República de Venecia en sus relaciones con
Candia y con sus dependencias en el Adriático ». Expansión de
l'Angleierre, op. cil., p. 79.
20 OlílCEXES DE LA ÜEVOLL'CIÓX SI DAMEIUCANA
tuai'se, a pesar de las preseripcioncs que, más o menos.,
la estorbaron siempre. Así pues, las Indias no sirvieron
de asilo únieamente a aventureros o a empleados sin
escrúpulos sobre los medios de enriquecerse : andaluces,
entusiastas y curiosos; aragoneses, tenaces; castellanos,
de espíritu sutil y reflexivo; catalanes, vascos, gallegos,
laboriosos y calculadores, suministraron a América nume-
roso V bonrado continiíente ; iormaron éstos el elemento
o
más sano de la sociedad colonial, contribuyendo ])odero-
samcnte a legarle las preciosas cualidades de la raza
española, y transmitiéndole, en su pureza casi integral,
la lengua que la América latina, merced a ellos, ba con-
servado.
Pero los primeros emigrantes se reclutaron entre la
^milicia y la nobleza pobre. Los que no eran agentes
directos de la Corona tuvieron que comprometerse, de
todos modos, a asegurarle los beneficios que esperaba
ella de sus nuevos territorios. Les fueron éstos distribuidos
en lotes, divididos en encomiendas, a modo de concesiones
momentáneas. En realidad, los titulares de dicbas enco-
miendas las consideraron siempre como bien propio.
Además, era más fácil conceder gratuitamente, o ceder a
bajo precio, como más tarde imaginó Felipe II, tierras a
los segundones pobres, que decidirles a sacar partido de
ellas. La lenta y penosa carrera de la agricultura no
tentaba mucho a hombres que no pensaban en atravesar
el Océano sino empujados por la esperanza de rápida
fortuna.
Por otra parte, con tan cabal exactitud diabían descrito
las regiones mineras del Nuevo Mundo los historiógrafos
de la Conquista', y con tanta predilección reglamentaba
su explotación el Consejo de Indias, que forzoso era
considerar las minas como única ocupación estimable y
posible. Por tal motivo, éstas, y sobre todo las minas de
oro V de plata, lueron, en los comienzos, la única industria
apetecida por los colonos. Cierto que crecidos impuestos
se llevaban la mayor parte de los beneficios ; pero, aun asi.
1. V. priiicipalinente, en las Nolirias /íisluriules de !'"/■. Pkdro
Simón (1620), la nonieiulalura y la niinuciosa valuación de casi todas
las minas de oro o de plata del Nuevo Keino de Gi-anada.
I.AS INDIAS OCCini-NTAl.KS 21
eran ósIíís (•onsith'i-ables. Los cultivos eran scvrrainentc
limitados. La imprevisora avidez de la metrópoli no
admitía <[iie sus si'il)ditos se dedicaran a e\[)lotaeiones de
orden menos rcinuuerador para el tesoro. Sólo a fines del
siglo diecisiete se pensó en los recursos ([ue podía ofrecer
la aoricultura.
III
En los piimeros tiempos, los indígenas fueron quienes
suministraron el contingente de trabajadores. De sus
antepasados : altivos Aztecas, nobles Incas. Chibchas^
industriosos y prudentes, los indios — como más tarde
fueron llamados, sin más distinción de origen — habían
consei"^ado s(')lo el egoísmo, la desidia y la astucia, trans-
mitidos en el fondo de una sangre que terribles heca-
tombes empobrecieron cada vez más. A las sistemáticas
matanzas de los primeros tiempos de la Conquista había
sucedido una servidumbre más mortífera aún. Rl sistema
del tributo o de la mita-, al obligar a los indios a un con-
tinuo y extenuante trabajo en las minas; las epidemias que
de esto resultaron; las torturas; la deportación a las
Antillas, en donde eran vendidos como esclavos aquellos
desgraciados, acabaron por provocar una espantosa despo-
blación. En menos de un siglo, los quince a veinte mi-
llones de autóctonos que contaba el Nuevo Mundo
quedaron reducidos a la tercera partea A consecuencia de
las generosas protestas del célebre fraile dominico Las
Casas % el Consejo de Indias, que. desde la primera mitad
del siglo dieciseis, se había alarmado ante las consecuen-
cias de la posible desaparición de los antiguos habitantes
de la América española, tomó en favor de ellos medidas de
1. Los Chihchas ocupaban las altas mesetas de Nueva Granada.
Después de los habitantes de Méjico y los del Perú, constituían la
mas importante y mas adelantada de las razas aborígenes.
'2. Nombre que daban en Méjico al tra])ajo obligatorio en las minas.
:i. L. Josí; AcosTA. Historia natural \ ¡noval de los Indios. Sevilla,
1596, 1 vol., in-'i".
4. Las Casas (Bartolomé del. nacido en Sevilla en 147i, fallecido
en Madrid en 1566, Kn 1502 fué a Santo Domingo, donde recibió las
22 OlUGENES DE I.A ÜEVOLUCION SUDAMEIUCAXA
protección. Pero los Estatutos, así promulgados, no
mejoraron mucho la situación de aquellos desgraciados.
Cercados en sitios a que se dio el nombre de resguardos,
especies de comunidades agrarias en las que gozaban de
un remedo de administración autónoma, los múltiples
censos a que, no obstante, quedaban sometidos, y el des-
precio de que eran objeto condenaban a los indios a una
servidumbre tan degradante como la primera. Algunas
tribus irreducibles se refugiaron en los llanos. Otras
fueron cayendo en la ignorancia y la abye(;ción, aunque
animadas de una resignación cargada de odio hacia sus
opresores. La insurrección llamada de Tupac Amaru, cuyos
orígenes determinaremos más lejos, y que reunió bajo la
bandera de un inca mestizo los irresueltos restos de los
pueblos peruanos, fué el supremo esfuerzo de una raza
llegada al término final de su papel histórico, y destinada
a fundirse definitivamente en el amplio molde de la que
había de sucederle en la tierra natal.
Cuando la despoblación se hubo acentuado hasta dejar
entrever la inminente ruina de las obras emprendidas,
los Españoles recurrieron cada vez más á la importación
de los negros de la costa del Dahomey, efectuada ya por
los primeros colonos. Y, con el tiempo, Portugueses, Fran-
ceses e Ingleses se convirtieron en proveedores de los
nuevos esclavos exigidos por las minas y los cultivos.
Los criollos, es decir los Españoles establecidos en
América para siempre, formaron así la sola raza superior
que dominaba a las otras dos y que, poco a poco, se las iba
asimilando.
Tanto más enorgullecidos de su origen cuanto que
quedaban como indiscutibles dueños de serviles huma-
nidades, los criollos fueron, no obstante, por espacio de
mucho tiempo, celosos de la pureza de su sangre, hasta el
órdenes sacerdotales en 1510. A partir de 1515, hizo varios viajes a
Europa con objeto de tomar la defensa de los indios. Obispo de
Chiapas en 1544, se desistió en 1550. En 1547 había vuelto a España,
de donde no salió mas.
Sus dos principales obras son : Ilisloiia de las Indias, que se
extiende de 14^)2 a 1520, y que no fué publicada hasta 1875-1876, e
Historia Apologética de las Indias, cuya mayor parte ha quedado
inédita.
I.AS INDIAS OCC.IDKN TAIKS 23
punto (lo considerar como ¡nranianic su mezcla c<»n cual-
quiera de las razas establecidas junio a ellos. Tardó, pues,
en efectuarse la fusión; y, si aun en nuestros días no está
del todo terminada, podía ya observarse, desde mediados
del siolo dieciocho, la existencia, en el continente ameri-
cano, de una nueva raza que, independientemente de los
cruces, comenzaba a ser constituida por las iníluencias
climatéricas y regionales'.
Sus elementos etnolóoicos son de una diversidad casi
infinita. Los pueblos aborígenes habían sido formados de
esencias finesas, mongolas, malayas, y hasta islandesas y
escandinavas-; y, cuando los blancos de Europa y los
negros africanos se instalaron en América, pudo decirse,
con justo motivo, que el Nuevo Mundo era « el Valle de
Josafat de los vivos'' ». En efecto, allí se daban cita todas
las razas del globo, y sólo por necesitarlo así la síntesis
histórica ha sido reducido a las tres grandes familias :
indígena, blanca y negra el conjunto de los factores étnicos
de la raza sudamericana.
Al lado de los indios propiamente dichos, en vías de
desaparición, y de los negros, cuyas particularidades
resistieron más a la asimilación, se puede pues, desde 1750,
considerar el conjunto de la población de las Colonias
españolas como formando un grupo homogéneo en que se
elabora con certeza la conciencia de un común porvenir.
Los criollos representan la aristocracia del cuerpo social;
los mestizos, de innumerables matices, fruto de la mezcla
de las tres razas, v, en fin, los negros y los indios com-
ponen sus capas inferiores y diferenciadas.
1. La teoría de la formación de las razas liumanas bajo la influencia
del suelo, del clima y de la presión atmosférica, que se lia vuelto uno
de los lugares comunes de la etnología y de la filosofía contempo-
ráneas, fué enunciada por vez primera en 1808, en Santa Fe, por el
admirable sabio sudamericano Francisco Josef de Caldas. Es probable
que liallara los elementos de su teoría en Montesquieu, Cabanis,
Ciondillac, Helvetius y Destutt de Tracy; pero supo, mucho antes que
Stendhal o Taine, extraer de ellos la síntesis definitiva y luminosa,
V. Josí; María Vkrgara y Yergaka. Historia de la Literatura en Nueva
Granada, 1867, 1" parte, p. 3í)H.
2. V. GoKiNEAu. Essai sur Flnégalité des Races humaines, t. IV.
cap. VII.
;}. Samper, up. cii., cap. v, p. 78.
2'i OIU'CEN'ES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
Quédanos el determinar aún los caracteres distintos de
cada una de estas clases. Sn examen es necesario paia
comprender el desarrollo y los efectos de la revolución
hacia la cual se encaminan.
Las facilidades que los criollos — sobre todo en los
comienzos de la Conquista — tenían para enriquecerse,
la ausencia de vigilancia efectiva, la abundancia de todo,
generalizaron en ellos la afición al lujo y a los placeres, la
prodigalidad, el valor, facultades inherentes al carácter
español, -a los que imprimió su sello particular el ambiente
americano. En la Plata y en Chile, en dónde las fortunas
eran luucho menos considerables por la ausencia de
explotaciones mineras y por las restricciones impuestas a
la agricultura, la aristocracia colonial acusó, desde el
principio, tendencias más utilitarias y más ordenadas'.
De todas las clases hispanoamericanas, el mulato es la
más interesante y la más característica por sus cualidades
y sus defectos. Del negro tiene la aptitud a los trabajos
penosos y la fidelidad; tiene el orgullo quisquilloso y la
hidalguía del castellano; es jactancioso, expansivo y senti-
mental, sensual, y, como el indio, extremado en sus aten-
ciones y alabanzas, y muy palabrero y engatusador". La
clase de los mestizos, escribe Robertson ^ en 1778 \ « posee
una constitución muy robusta; ejerce todas las artes
mecánicas y lodos los empleos de la sociedad que requieren
actividad, pero que por pereza y por orgullo son desde-
ñados por los ciudadanos de las clases superiores ».
No obstante, aquellas clases superiores acabaron por
dedicarse a los oficios tan despreciados, a medida ([ue se
veían apartadas de los empleos públicos por los chapetones,
como en casi toda América eran llamados los Españoles
que salían de la Península y se volvían a ella, una vez
terminada su misión : era muy natural que la metrópoli
i. Vicemt: J. Quksada. La sociedad hlapano-americana bajo hi
dominación española. Madrid, 1893, p, 7.
2. V. Sampkr, pp. cii., cap. v.
3. RoiíKRTsoN (William), liistoriador inglés, nacido en Escocia en
1721, fallecido en 1793. Sus princij)ales obras son : History of Scolland
during tlie reinas of Mary and of King James 17, 1759; History of
Charles T, 1769, e líistory of America, 1777. 2 vol., in-'i".
4. Histuire de r Amérique, !■' edición francesa, t. II, lib. VIII.
LAS INDIAS OCCIDEM'ALES 25
i'('S(M'vara sus lavori's a aquellos áv sus subdilos cuyos
ver(lail<M'os inlorcscs ([ucdahaii fu iMiropa.
La viveza, el clou ile rápida asimilaeicui que. a su v<íz,
aportaron los criollos a la agricultura, al comercio y a las
industrias, eran, después de todo, cualidades comunes a
todos los Americanos. Afuidase a esto los entusiasmos ver-
sátiles, cierta falta de iniciativa, v, al mismo tiempo, facul-
tades innatas para la elocuencia a veces declamatoria. Esta
u manía de discursear v de perorar ' » la habían padecido
también sus antepasados indígenas, a ([uienes caracterizaba
igualmente el espíritu de independencia y el « republica-
nismo extremado » propios de todas las razas muv
mezcladas-. Estos rasgos se señalaron profundamente en
la nueva sociedad sudamericana. A más de esto, el carácter
individual de sus representantes se modificaba, según las
regiones, con los contrastes que ofrece la naturaleza física.
Los habitantes de las altas mesetas se distinguían por una
amenidad más refinada, sangre fría, reserva, inclinación al
escepticismo, v. también, a la superstición ; en tierra tem-
plada, en las vertientes occidentales de los Andes, la
dulzura, la indolencia eran más acusadas; en los valles
bajos V en las costas, el predominio de los negros había
dado a los temperamentos ardores más impulsivos y apasio-
nados. En fin, ciertas regiones en que los cruces eran más
complejos, y especialísimas las condiciones de existencia,
produjeron poblaciones de facultades singulares : los
llaneros de las llanuras de Venezuela, jinetes impetuosos,
que cazan con lanza el tigre v el caimán, y que ignoran el
miedo hasta el punto de que no existe tal palabra en su
vocabulario, ingobeiiiables v feroces, cancioneros chistosos
y zumbones, v n(ttables en el cuento de leyendas; los cholos
de las montañas peruanas, insensibles a las más duras
fatigas; \os ¿gauchos de las pampas argentinas ; l()s rotos do
Chile, reyes del lazo, indisciplinados y valientes hasta la
extravagancia, verdaderos centauros que han sido compa-
rados con los árabes v con los cosacos, pues son como
éstos, en efecto, fatalistas v valientes.
1. GoBIMAf. op. cít.. p. 273.
2. GoBiNEAi. op. cit.. p. 27;i
26 OIUGENUS DE LA HEVOI.UCIÓX SUDAMERICANA
Mirándolo bien, estas diversidades de carácter no eran
sino particularidades, en la expresión, de intereses y de
instintos por todas partes semejantes en su principio, o
que no dilerían esencialmente sino a (grandísimas distancias
geográficas'. Bastaban, sin embargo para suscitar entre
los Americanos oposiciones tanto más vivas cuanto que de
continuo se aplicaba en sostenerlos la metrópoli. La dis-
cordia así azuzada por España era una de las bases de su
sistema administrativo. El alejamiento de sus provincias
de ultramar, las dificultades que desde los comienzos tuvo
para imponer en ellas su autoridad, le parecían justificar,
más que en otro sitio cualquiera, la aplicación del « divide
ut imperes », considerado por los gobiernos europeos como
la máxima primordial de toda buena política. La minuciosa
subdivisión de los mestizos en castas más o menos despre-
ciadas según su color; las dilerencias de trato general
adoptadas por la administración colonial respecto de los
mulatos propiamente dichos, de los tercerones, de los
cuarterones, de los zambos", habían creado celos violentos
en los que tomaban parte los criollos por el irreducible
desdén c[ue manifestaban por todas las demás categorías
sociales. Cada uno envidiaba la casta superior a la suya,
y todas se odiaban entre ellas. Hasta los orígenes regio-
nales se habían convertido en motivo de riñas. El habitante
de las altas mesetas, al llamar costeño al individuo de las
costas, pronunciaba este epíteto con insolencia tan desde-
ñosa como la empleada por el costeño al calificar al otro
de montañés.
Nada como este estado de espíritu podía prestarse mejor
a la sumisión absoluta que la Corona anhelaba imponer a
sus subditos de América, y en la cual trataba de mante-
nerlos el clero. Desde los primeros tiempos se había
pensado que, el mejor medio de asegurar la obediencia de
los indígenas era hacerlos cristianos. Una vez convertidos
— v harto abominables lueron. con sobrada frecuencia,
los medios empleados por los iVailes de la Conquista para
enviar al cielo a los recalcilianics ^ — importaba que los
1. V. Doctor JouRüA>MT, Lo Mex¡(¡uc et VAinéii([iie impicolc, cap. i.
2. Nacidos de indio y de nejara.
3. IjOS frailes bautizaban a un liompo a numerosos indígenas,
LAS l.\J)IAS OCCIDENIAI.KS 27
supei'vivienles, v m;is lardo sus tlcsccnclicntes, ([iicdariui
penetrados de « que la autoridad de los reyes venía del
Cálelo' )) V no intentaran profundizar su condición de
subditos sometidos a leyes indiscutibles. El sostenimiento
sistemático de la ignorancia era el natural resultado de
esta política. Los sacerdotes la fomentaron con tanto más
fervor cuanto que favorecía su interés personal al mismo
tiempo que el de la metrópoli.
No obstante, sería injusto condenar en conjunto el papel
del clero en la colonización española. Repetidas veces, los
primeros misioneros protegieron a los indios contra los
abusos V las matanzas. La abolición de la mita fué, en
gran parte, obra de ellos, y la noble y heroica caridad de
los Sahagunes - v de los Acosta^ basta para mitigar muchas
faltas V muchas flaquezas. Sabido es también qué inteli-
gente apóstol fué el admirable Las Casas, cuyas ideas
inspiraron a los Jesuítas para el establecimiento de sus
famosas Reducciones del Paraguay, de California y de
Nueva Granada. Hubo, en este último país, un ensayo
social que merecería por sí solo un largo estudio. En un
territorio igual, como extensión, a la mitad de Francia,
algunos religiosos, de espíritu singularmente indepen-
diente, fundaron una especie de Estado comunista, esen-
cialmente agrícola, que prosperó por espacio de dos siglos.
Aplicaron a su constitución las doctrinas del socialismo más
avanzado, v fundaron una república ideal y afortunada *^.
exterminándolos, quemándolos vivos después, con la mayor sere-
nidad. Y. los relatos de Garcilaso di. la Vega, de Bermal Díaz dil
Castillo, ele.
1. J. M. Restrepo, Revolución de la República de Colombia. Intro-
ducción, p. XXXIV.
2. SahagÚ.n (Benardino de), monje franciscano, nacido en España,
fallecido en México en 1590. Partió como misionero para Méjico en
1529. Fué profesor en el colegio de Santa Cruz en México, aprendió
la lengua de los indios y fué siempre su defensor. Hay de él, entre
otras obras. Historia General de las cosas de Nues'a España, México,
1829, 18:30, 3 vol., in^".
3. Agosta (José de), jesuíta español; nació hacia 1539. murió en
Salamanca en 1600. Segundo provincial de la orden de los Jesuítas
en el Perú. Trabajó con ardor en la conversión de los indios, y
regresó a España en 1588. Publicó Historia Natural y Moral de los
Indios. Sevilla, 1590.
'*. V. P. d"Espagnat, Sousenirs de la Xcuvelle-Grenade. — ^ .
también Cassani, Historia de la provincia de Santa-Fe. de la Com-
28 OniCEXES I)F. I. A REVOLUCIÓN SUDAMEKICANA
Mas. cual([uiera ([ue fuera la felicidad, muy negativa por
ciei'to. de ([ue gozaban las gentes así administradas por
ellos, tanto los Jesuítas como los Carmelitas, como los
Dominicos, como los Franciscanos, atendieron, en definitiva,
en el Nuevo Mundo, mucho nitás a lo temporal que a lo
espiritual. Trabajaban ante todo para la Corona v no
olvidaban lo bastante las prácticas de la caridad bien
ordenada. Además, la constitución de la iglesia americana
confería a ésta una independencia mucho más extensa que
en la Península. El papa, que quedaJja siendo, en Europa,
jefe absoluto del clero, sólo un poder nominal tenía sobre
el clero del Nuevo Mundo. Las prerrogativas concedidas
por la Santa Sede a los monarcas españoles hacían de éstos,
en las Indias, verdaderos jefes de Iglesia nacional. Su
patronato era ilimitado. Disponían de todos los beneficios
y de todos los empleos; ; ninguna bula era recibida sin
previos examen v aprobación del Consejo de Indias. No
obstante, con la administración eclesiástica ocurrió lo que
sucedía con la administración civil : se subtraía a toda
intervención de los soberanos; y, a pesar del complicado
sistema de vigilancia mutua instituido por ellos en su
dominio colonial, eran de continuo engañados por agentes
siempre infieles.
De España llegaban los obispos acompañados de
numeroso séquito de parientes, de aliados, de ahijados, a
quienes distribuían, violando así las prescripciones reales,
los empleos mejor remunerados, los más productivos
curatos. Los Jesuítas pagaban, a modo de censo, un
peso por cabeza de catecúmeno; pero, en cambio, reser-
vaban a la Compañía casi todo el producto del trabajo
d(í los neófitos'. A más de esto, ocultaban con espe(úal
(íuidado los detalles de su gestión. Por ejemplo, pintaban
la California, en donde su poderío era todavía más
considerable que en el Paraguay, como siendo un país tan
malsano y tan estéril, que únicamente el celo de la
pañia de Jesús, y vida de sus iarones ilustres, 1 vol., in-5'^, Madrid,
1741. — J. M. RivAíí Groot, Historia eclesiástica y cá'¿7 de Nues'u
(¡ranada, t. II, cap. xxvn. — Ji;an Rivf.ro, Historia da las inisioties
de los Llanos de Casanare. Bogotá, Silvestre y C'". 1884 .
1. V. J. Criítineau-Joly, Ilistoire relif^ieuse el politi(¡ue de la
Compagnie de Jésus. Paris, 1851, 1. III.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 29
(•((aversión ile los ¡lulios liiibía podido dcteriniíiai' a sus
inisioiiei'os a ostablecerst; en tal país'; y las Reducciones
de la cuenca del Plata estaban rodeadas de (osos y de
delensas a los ([ue nadie, ni siquiera los ^•(d)ernadorcs y
los obispos, se acercaba sin permiso". I'^n íin, a pesar de
los crecidos diezmos ([ue el clero, autorizado por la
Corona, cobraba de conliiuio, todavía solicitaba, sin
descanso, de los fieles, donativos de todo género, llab/a
conseouido inculcarles la idea de que no era buen
cristiano (|uien no dejaba, por testamento, parte de sus
bienes a las iglesias. De esta manera, una impoi'tante parte
de la ri([ucza pública pas('> a manos de las congregaciones,
las cuales pulularon en Méjico, en el Perú y en Nueva
Granada '.
Por su parte, estaba atenta la Inquisición a que en ningún
sitio de América penetraran las ideas subversivas. En
Sevilla, antes de salir, y a su llegada a las Indias, los
lil)ros eran sometidos a una implacable censura. Cada
año se efectuaban registros en las librerías y en las biblio-
tecas de los particulares, y la única lectura que favorecía
el clero era la de obras como : el Año cristiano o el Ejer-
cicio cotidiano'.
Pocos eran, en los primeros tiempos de la dominación
española, los criollos que tenían afán por instruirse ; sin
gran trabajo se sometieron a estas prohibiciones que sólo
más tarde fueron para ellos una molestia; en cuanto al resto
de la población, ni siquiera se daba cuenta de tales exi-
gencias. Con mucha menos facilidad soportaban todas las
clases sociales las trabas que el régimen comercial e
1. V. Venegas. Historia de la California, 2 vol., in-8", t. I,
cap, xxvi.
2. Cf. Deberlp:, líisloire de 1 Aiiiérif/iie du Siid , Paris, 1876, cap. in.
— SciiOELL, Cours d'liisfüire des Etats Européens^ t. XXXIX. — De
Movs.sY, Mémoire historii¡ue sur la décadence ct la ruine des Missions
des Jésuiles dans le hassiji de la Plata, Paris, 186'j.
3. En vano se quejaba I'eli])e III, por carta escrita en 1620 al virrey
de Lima, de que los conventos ocuparan mas sitio on ésta que el
resto de la ciudad; y. en i6'i4, el cabildo de Mé.xico solicitaba del
rey que no se fundaran nuevos monasterios, y que fuesen limitados
sus beneficios, « por miedo a que las comunidades ya existentes se
incautaran de toda la comarca ». Leroy-Beauluu, op. cit., p. 22.
4. Restrepo, op. cit., t. I, introducción.
30 orígenes de la revolución sudamericana
industrial oponía al desarrollo económico del Nuevo
Mundo.
Los impuestos, opresivos en simio grado, y percibidos
con despiadado rigor, hacían que la agricultura no resul-
taba lo bastante remuneradora, y la condenaban a perecer.
Ordenanzas, originadas tanto por las intrigas de los colo-
nos, celosos unos de otros, como por las nefastas tenden-
cias de la metrópoli a fomentar aquellas rivalidades,
llegaban hasta reglamentar los cultivos en contradicción
con las necesidades verdaderas o las facultades productoras
de las distintas colonias*. No mejor entendidas ni reglamen-
tadas estaban las condiciones de la industria. Se toleraba,
a lo sumo, la fabricación de algunas telas burdas. Las pro-
vincias de España en que se cultivaban las artes mecánicas
no habrían permitido competición alguna : todos los obje-
tos de utilidad y de lujo habían de proceder de ellas. « La
inercia y la pobreza parecían haber sido impuestas a la
tierra, como, a los habitantes, la sumisión y la ignoran-
cia" )).
Las transacciones con los países extranjeros estaban
severamente prohibidas. Tampoco podían comerciar entre
ellas las Colonias. La Casa de Contratación, de Sevilla,
vigilaba el tráfico con América. Esta autoridad adminis-
trativa y judicial, instituida desde el siglo quince, e incor-
porada después al Consejo de las Lidias, reglamentaba la
salida de los navios que llevaban las expediciones de la
Península. Salían dos veces al año, escoltados por las
escuadras, para arribar : unos, la flota, a Veracruz; los
otros, los galeones, a Puerto Bello. Sólo estas dos puertas
de entrada y de salida tenía el comercio español con el
conjunto del continente americano. Al principio, Sevilla
fué su solo punto de salida, y sólo en 1720 compartió con
Cádiz este privilegio.
De este sistema resultaron las consecuencias más deplo-
ral)les, así para la metrópoli, que, a pesar de una vigilancia
1. Por ejemplo, la viña, autorizada en el Perú, estaba prohibida en
Quito. En Chile, los magnílicos resultados que atjuella había de alcan-
zar niíís tarde, y cuya posibilidad se veía ya, eran fomentados, adrede,
de manera mezquina e insuficiente. Y. Robkktsok, <>/>. cii., lib. VIII.
2. RoBERTSo.N. op. cil^. , lib. VIII.
I.AS INDIAS OCCIDKNTALIiS 31
tan niülesta como costosa, tuvo que contar con el clesentre-
nado contrabando de las demás naciones, como para los
colonos, ohlioados a veces a pa^ar hasta quinientas o seis-
cientas veces el valor de los protluctos' ([ue penosamente
les llevaban las caravanas, pasando por inmensos y peli-
orosos territorios. La represión en (pie incnrri'an los Ame-
ricanos, inclinados por natnraleza a transgredir medidas
tan restrictivas, era aplicada con todo rigor. Acerca de este
ilelito. el código colonial solía prever la confiscación, y
hasta la muerte.
IV
Pero, ni las prohibiciones y las severidades del régimen
comercial; ni la antoridad suspicaz que se extendía desde
el alcalde hasta las audiencias, y desde el comendador
hasta el virrey; ni la esclavitud y la credulidad, fomenta-
dos por el clero en una población en la que los demás
delegados de la Corona se habían propuesto excitar celos
y odios, consiguieron destruir, ni siquiera neutralizar, en
América, el espíritu de libertad y de independencia.
Bastara, para avivar ese primordial y dominante instinto
del carácter sudamericano, bastara con el insoportable
yugo que se esforzaba por contener sus más normales
aspiraciones; pero hubo, para excitarlo aún v empujarlo
hasta el paroxismo, si así puede decirse, un estimulante
tanto más incoercible cuanto que resultaba del ambiente
mismo de la tierra natal.
Bajo aquel sol que todo lo abulta, las pasiones se exaltan,
hierven con vértigo parecido al que hace estremecerse la
naturaleza. Su solo contagio bastó para exagerar los furores
de la Conquista. Los antecedentes de sus protagonistas
hacían presagiar, desde luego, atrocidades como en la
época más violenta de la historia; pero nunca se habría
supuesto que un frenesí criminal no conocido hasta
entonces, o las terribles privaciones ([ue sufrieron, empu-
jaran a los Conquistadores a matarse unos a otros, y hasta
1. ^ . G. Juan y Antonio de Li.i.oa, Viaje liislórico por la América
luériclional, 2 vol., in-»", 1752, t. I, lib. Y. cap. vii.
32 orígenes de la KEVüLLCJON SUDA.MElilCAXA
a mancharse con lírutalidades que se lesiste nno a nom-
brar'. El trágico destino de los Pizarros, de los Almagros,
de Balboa, Dávila. Robledo. Benalcázar, v tantos otros,
muriendo a manos de sus compañeros de armas ; los solda-
dos asesinando a sus capitanes; las rebeliones de éstos con-
tra la autoridad del soberano, y los espantosos tormentos
con que fueron castigados, componen un cuadro palpitante
de horror cuvos orígenes resultan más hondos que las
viciadas costumbres de la época o el simple desencadena-
miento de aptitudes para la crueldad.
Tales ejemplos en los albores de la sociedad americana
la predispusieron más a las sediciones, la dotaron de vol-
cíinica impetuosidad, y el poder real tuvo que reprimir de
continuo perpetuas insurrecciones.
T^a mayoría de éstas, sofocadas en el silencio de comar-
cas aisladas, no han dejado rastros. Se manifestaban cual
repentinas llamaradas de la inmensa hoguera revoluciona-
ria c[ue, en todos los tiempos, fueron las Colonias españolas.
Sin embargo, no habría que creer que tales rebelioiies
no obedecían a más motivo que la vehemencia de los carac-
teres o el deseo de sacudir una dominación dolorosa, y que
se manifestaban de una manera alocada. Una idea sin fór-
mula fija durante largo tiempo, una idea fugaz, pero esen-
cial, gobierna las energías en ebullición : la de que podrían
1. Juzgúese de ello por este extracto de uno de los más fidedignos
cronistas de la Conquista. « En el curso de su segunda expedición,
hallándose Alfinger por las orillas del Magdalena, decidió] remitir
a Coro la cantidad de oro que había recogido, calculada en 30 000 pesos,
y la confió a veinticuatro hombres mandados por un capitán Bascona,
Vasconia o Vascoña. Extraviáronse a poco y acabados los bastimentos
que llevaban, ya medio muertos de hambre enterraron el oro al pie
de un árbol, para volver a buscarlo en mejor ocasión. Mas, como
sus fuerzas del todo les iban faltando, acordaron, y de hecho lo
hicieron, de ir matando de los pocos indios e indias que les habían
quedado de servicio, e Írselos comiendo cada día el suyo... sin dejar
cosa de ellos, tripas ni lo demás, porque nada les sabía mal; y aún
sucedió que matando el postrer indio y arrojando cuando lo hacían
cuartos el miembro genital... era tanta la hambre rabiosa de un
soldado llamado Francisco -JNJarlín (relator del suceso] que como
un perro arremetió y lo cogió y se lo engulló crudo diciendo : " Pues
esto arrojáis en estas ocasiones?... » Dividiéronse luego unos de
otros, por temor de que el hambre los obligara a matarse entre sí ».
Fkat Pedro Simón, op. cit. Segunda noticia, cap. v y vi. Citado por
José Gil Fortoul, Historia Constitucional de Venezuela, t. l.cap. i,p.6.
LAS IXDIAS OCCIDENTALES 33
constituirse Estados que fuesen independientes de la metró-
poli. Esta idea, ([uc late en el cerebro de la mayor parte
de los habitantes del Nuevo Mundo, sólo en el espíritu de
algunos ad([uiere cabal precisión. Que se pronuncien éstos,
que enarbolen una bandiíra, y verán, siempre, agruparse
en torno de ellos el pueblo. Las generaciones sucesivas
reproducirán este fenómeno con las variantes del tiempo y
de los personajes; pero su desarrollo presentará caracteres
idénticos.
Tan pronto como un hombre se revela, encarnando en
él. si así puede decirse, la idea de independencia, se ve
rodeado por el grupo de aquellos a quienes anima más
particularmente el mismo pensamiento; prodúcese un inci-
dente, fútil las más veces, pero que pone en evidencia el
profundo antagonismo del Español y del Americano, y, en
seguida, la muchedumbre, sin dirección apárente y sin
haber recibido órdenes de nadie, llena tumultuosamente las
calles y las plazas públicas. Allí está el JioDthrc. Del grupo
que le rodea, sale una voz pidiendo que se reúna el Cabildo.
Este es el que, sin duda alguna, dará con el remedio, con
la solución deseados. El cabildo se pronuncia, designa al
hombre cuyo nombre, sin que se sepa por qué, se halla
ahora en todas las bocas : a él toca entrar en acción.
Tal es, hasta la fecha magna de 1810, el proceso habitual
de los pronunciamientos coloniales. Si toman, en esta
época, una extensión más considerable y casi universal, es
porque la Idea, más vigorosa, se ha insinuado también con
uiás fuerza y en mayor número de cerebros. Entonces,
habrá dado España el ejemplo de sus Juntas. El cabildo
propondrá, pues, la constitución de una asamblea de este
género, más capaz de resolver el problema, y a la cual el
prestigio del papel que se la ve desempeñar en la metró-
poli conferirá más autoridad para entrar en discusión con
el virrey, con el presidente o con el capitán general. Se
procederá sin demora a la elección de diputados. Estos
representarán seguramente las aspiraciones generales ; pero,
en realidad, obrarán a impulsos del liombre que, desde
aquel día. les dirigirá abiertamente'.
1. Cf. Sampi R, op. cit., cap. ixi
34 orígenes de i,a «evolución sudamericana
Pero, las posibilidades de éxito de las revoluciones que
así comienzan, dependerán del valor moral del que las
haya instigado. Cuanto más sincero sea, cuanto más desin-
teresado y consciente de la idea cuyo triunfo pretende
asegurar, más poderoso será el movimiento desencadenado,
más difícil de ser reprimido por el adversario.
He ahí por qué, personificada en tres ocasiones distintas
la noción de independencia nacional, durante el período
colonial anterior a 1810, y de una manera más acentuada
cada vez, tres grandes levantamientos se han producido;
y, es tanto más importante anotar su encadenamiento v sus
similitudes, cuanto aparecen como otros tantos ensavos de
la revolución definitiva.
Ya hemos visto que la institución de los Ayunlcunientos
o Cabildos foi-mó parte de la organización primitiva del
régimen colonial. Al igual de los antiguos cabildos de
España, fueron investidos por el rey de franquicias y de
privilegios muv extensos a veces. Por ejemplo, los muni-
cipios del Paraguay tenían, en caso de quedar vacante el
cargo de gobernador, derecho a elegir ellos directamente
otro gobernador. Se veía en esto el espíritu democrático e
igualitario que, en otros tiempos, fué gloria de las Comu-
nidades de Asturias y de León. Poco a poco, la autoridad
real fué reduciendo las prerrogativas de los cabildos ; pero
distaba mucho, sobre todo a comienzos del siglo dieciocho,
de cjue los pueblos paraguayos, cuyas clases bajas esta-
ban dominadas en absoluto por los Jesuítas, aceptaran sin
murmurar la sujeción a que, a su vez, trataban de some-
terlas los misioneros. La raza nacida del cruce de los Espa-
ñoles con indígenas manifestai)a en aquella región de la
cuenca del Plata, un carácter tan independiente y tan
belicioso. (|ue, desde J579, el tesorero Don Hernando de
Montalvo crevó deber señalarlo a las autoridades de la
metr('>poli. « Hav, escribía dicho señora hijos de la tierra,
<|ue. de las cinco partes de la gente española, las cuatro son
de ellos, v cada día va en aumento, teniendo muy poco
respeto a la justicia, a sus padres y mayores, muy curiosos
1. Informe del Tesorero ü. Hernando ile .M()ntal\o; manuscrito del
ArcliivQ de Indias, en Buenos Aii'es, citado poi- Baktolo.mk Mitre,
Historia de San Martin, t. I, p. 35.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 35
en las armas, diestros a pie y a caballo, fuertes en los tra-
bajos, amigos do la guerra y muy amigos de novedades. »
En electo, en pleno siglo dieciséis, el Paraguay era una
diminuía repú])li('a turbulenta y celosa de libertad, cuyos
colonos derribal)an los agentes del rev al grito de « ¡ Mue-
ran los tiranos! )>. elegían mandatarios por mayoría de
votos, consiguiendo conservar por largo tiempo intactos
sus fueros K
D. Diego de los Reyes Balmaseda, ([ue administiaba el
Paragnav en 1720. habiendo querido un día oponerse a la
reunión del cabildo de La Asunción, prodújose un motín.
El pueblo, abrumado de impuestos, pareció tan resuelto a
sostener las reivindicaciones de su ayuntamiento, que tuvo
(pie someterse el gobernador. Los concejales eligieron en
seguida un gobernador paraguayo, Josef Antequera", muy
popular en La Asunción, y sobre cuyas capacidades funda-
ban grandes esperanzas sus compati-iotas para mejora-
miento de su suerte.
Antequera distaba mucho de ser un ambicioso vulgar. A
despecho de las acusaciones de tiranía con que le abruman
los historiadores españoles, obligados, en más de una oca-
sión, a mostrarse menos severos, para no ser tachados de
parciabilidad ^ no puede ponerse en duda su desinterés.
Las violencias que ejerció para conservar el poder que le
había sido confiado, son excusadas por las persecuciones
que arreciaban sobre sus partidarios. Durante los cuatro
años que duró su administración (1721 a 1725). se dedicó
a poner en práctica los principios libertarios proclamados
por él. Arrestado por fin, conducido a Lima, y supliciado
en presencia del virrey, pudo xVntequera, antes de morir
confiar a uno de sus compañeros, Fernando de Mompox,
el encargo de continuar su obra.
Bajo la conducta de este nuevo jefe, empuñaron de nuevo
1. V. MiTRi:, op. cit., t. I, cap. i.
2. V. para la historia de la rebelión de Antequera y de los Comu-
neros paraguayos el P. Ciiarlkvoix, Jlisloire du Paraguay, 1757,
J. MioiEi. lloBO. Historia general de las antiguas colonias hispano-
americanas, 3 vol., in-8", Madrid, 1875, t. I, pp. 8(3 a 216.
'¿. <( En el corazón de cuyo autor no tuvieron abrigo la codicia ni
ninguna otra pasión de las que constituyen al hombre en ser despre-
ciable ». Lobo, op. cit., p. 193.
86 ORÍGENES DE hX liEVOIAlClÓN SUnAMEIUCANA
las armas los insurrectos, tomando esta vez el caracterís-
tico nombre de Comuneros, que doscientos años antes había
inmortalizado el célebre Juan de Padilla, en España, en el
campo de batalla de Villalar. Durante alj^unos meses más,
los Comuneros del Paraguay pusieron en peligro las auto-
ridades reales, y fuéles muy ditícil a los Jesuítas, de con-
tinuo expuestos a sus ata([ues. recuperar su prestigio. « El
17 de lebrero de 17^52. refiere el P. Charlevoix'. aquellos
furiosos, en número de dos mil jinetes, entraron, a eso de
mediodía, en la ciudad de La Asunción, se fueron dere-
cho al colegio arrojando desaforados gritos, v, con tal
precipitación hicieron salir a los Padres, que ni siquiera
tuvieron éstos tiempo para coger sus breviarios... » Por
fin sucumbieron a la represión los Comuneros, y, por algún
tiempo aún. reinó en el Paraguay el orden, siempre ame-
nazado, de la vida colonial.
En efecto, no había tranquilidad para los agentes de la
corona de España. No edificaban sus fortunas sino entre
perpetuas alarmas. En la época misma en que la insurrec-
ción de los Comuneros le obligaba a movilizar sus fuerzas
(1730), el virrey de Lima tenía que reprimir un levanta-
miento en Cochabamba; y, apenas reprimido el movimiento
de Fernando de Mompox, el capitán general de A enezuela
tropezaba, en el establecimiento de los mon(>|)(>li()s conce-
didos a la Compañía de Guipúzcoa', con la resistencia de
los habitantes de Caracas. En Quito, en 17(35. los colonos
se insubordinan también con motivo de la aplicación del
impuesto de las (ilcahalas, o derechos sobre las ventas.
Asimismo, la pretensión de los gobernadores de los distri-
tos de Chayanta y de Tinta, en el Perú, de someter a sus
administrados a nuevos vcpartiniionlos. sirvió de pretexto
a la gran insurrección de Tupac-Amaru. en 17S(). Dábase
el nombre de reparlim'enío a un privilegio concedido a
principios de la Conipiista a los corr<'gidores. v que les
investía d(d dereciio de suininistiar a b)s indios todos los
objetos necesarios para el consumo. (Cierto <{ue las leyes
reglamentaban y limitaban este privilegio; pero no lardó
1. Op. cit.. l. V, lib. XIX, I). tl2.
2. V. in/'ra, cap. iii.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 37
(>n (M)iivei'tirse. en niíuios de los luncionarios coloniales,
en fuentes ele abusos y de exacciones. í^a mita, auníjue
suprimida olicialnienh' desde (ines del si<^lo dieciséis,
sefjui'a. tanihiiMi. siendo aplicada en el Perú, y pesaba
cruehnenle sobre los indios, relalivaniente numerosos aún
en el país.
P'xasperados por est(^ tloble régimen, entraron éstos en
relación con los mestizos, los cuales componían la reducida
población de los campos, v que padecían igualmente de la
codicia de los agent(?s coloniales. Indios v mestizos no
lardaron en percibir, en las ambiciones del cacit{ue del
Hesgiiordo de Tungasuca, el eco personificado de sus velei-
dades de independencia. Dicho cacique, José Gabriel Con-
dorcan([ui. había tomado el nombre del último emperador
de los Incas, Tupac-Amaru, decapitado en 1572 por el
virrey D. Francisco de Toledo. Condorcanqui descendía,
en efecto, por su madre, de una de las hijas del Inca. Inte-
ligentísimo, ilustrado, de noble apostura, y poseyendo todas
las cualidades de un conductor de hombres, había ganado
por completo la confianza de los pueblos peruanos por
haber decidido a dos de sus parientes a que fueran a
petlirle al rey Carlos III la supresión definitiva de la mita y
de los repartimientos. Dichos enviados recibieron buena
acogida en Madrid, pero fallecieron, acaso envenenados,
poco tiempo después de su llegada a la corte, y Tupac-
Amaru, comprometido, expuesto a la venganza del corre-
gidor de su distrito, tuvo ([ue declararse abiertamente en
rebelión.
En realidad, no había esperado miis que un pretexto. Al
cabo de algunos días, todos los caciques de pueblos situa-
dlos en un circuito de cien leonas hicieron causa común con
o
él. Engrosada, a poco, por las clases populares de los vi-
rreinatos del Perú y de Buenos Aires, la insurrección tomó
proporciones aterradoras. Persuadido Tupac de que el
número de sus partidarios inmediatos sería suficiente para
lograr el éxito apetecido, había descuidado el asegurase el
concurso, indispensable, de las clases elevadas. Además,
los orígenes puramente indios de (pie se enorgullecía con
ostentación chocaban los prejuicios de la mavoría de los
criollos, quienes no habrían consentido en confiar sus
38 orígenes de la HEVOLICIÓN SUDAMERICANA
destinos en manos de un indio, por excelsa que fuera su
alcurnia. Hicieron, pues, causa común con las autori-
dades. Tupac, que se presentó ante Cuzco con más de
40 000 hombres, debió el inesperado pánico que de repente
los dispersó, al terror que hábiles intrigas habían susci-
tado entre sus soldados y hasta entre sus íntimos. La escasa
guarnición y las improvisadas milicias de la ciudad no
tuvieron casi que hacer uso de sus armas.
El cacique de Tungasuca pagó su intentona con un espan-
toso suplicio al que fueron sometidos también, en presencia
suya, su mujer, su hijo, niño de corta edad, y seis de sus
allegados. Estos desgraciados, llevados el 18 de mayo de
1781 a la plaza mayor de Cuzco, fueron despedazados vivos
por los verdugos. En tal peligro había puesto a la domina-
ción metropolitana el levantamiento de Tupac-Amaru, que
tan horrible escena, que nos causa hoy día estremeci-
mientos V, pareció apenas ejemplar a los Españoles de
entonces. No podían dejar de convenir en que una acción
mejor concertada y una política más hábil habrían evitado
a Tupac el enajenarse a los criollos. Estos acechaban ya
una ocasión para realizar una independencia a la que
deseaban únicamente mayor alcance, y, si Tupac, víctima
de la fatalidad que perseguía las últimas hazañas de su
raza, no pudo sentar las bases de una nacionalidad, no
fueron inútiles sus esfuerzos : es más, hasta hay que consi-
derarlo como una especie de precursor.
La facilidad con que se había propagado la rebelión
abría a los criollos perspectivas no sospechadas por ellos
para el éxito de futuras empresas. Además, las relaciones
que existían entre el levantamiento de Tupac-Amaru y la
independencia de las Colonias españolas han sido consig-
nadas en una carta memorable que, cuarenta y cinco años
más tarde, el propio hermano de José Gabriel dirigió a
Bolívar. Escapado por milagro a la carnicería de Cuzco, y
libertado por José Bonaparte de un cautiverio de más de un
cuarto de siglo en las cárceles de Madrid, escribía, en
1. (( ... acompañando a aquellos suplicios circunstancias atroces,
cuya relación hace erizar los cabellos, y no puede ni copiarse sin
repugnancia, ni leerse con ánimo sereno y sin estremecerse de horror. »
Lakuintü, op. cit., t. XVIII, cap. ix.
LAS INDIAS OCCIDENTALKS 39
electo : « Si lia sido un dcher de los amigos de la Patria
de los Incas, ciiva memoria me es la más tierna y respe-
tuosa, íolicitar al Ilcroe de Colombia y Libertador de los
vastos países d(! la América del Sur, a mí me obliga un
doble motivo a manifestar mi corazón lleno del más alto
júbilo.... cuantío he sido conservado hasta la edad de
80 anos, en medio jde los mayores trabajos y peligros de
perder mi existencia, para ver consumada la obra grande y
siempre justa ([ue nos pondría en el goce de nuestros
derechos y nuestra libertad; a ella propendió D. José
Gabriel Tupamaro, mi tierno y venerado hermano, mártir
del Imperio peruano, cuya sangre fué el riego que había
preparado a([uella tierra para iructificar los mejores frutos
que el gran Bolívar había de recoger con su mano valerosa
V llena de la mavor oenerosidad ' ».
V
Tanto más herido se sentía el gobierno español por los
progresos que en sus colonias parecía realizar el espíritu
de insurrección, cuanto que, arrastrado por la política de
Choiseul y de sus sucesores, érale preciso por entonces
(1779) asociarse a la guerra de desc[uite que Francia pro-
seguía contra Inglaterra, y proceder a armamentos consi-
derables.
Las tesorerías reales de América, que era a las que
acudía sobre todo el gabinete de Madrid para hacer frente
a los gastos de la guerra, acusaban no obstante impor-
tantes déficits. El sistema fiscal impuesto a las Colonias
había tenido que dar, fatalmente, este resultado. Apenas
llegada al primer término de su formación, y sometida al
régimen económico más funesto a su desarrollo, la sociedad
sudamericana carecía del vigor necesario para subvenir a
los innumerables censos con que despiadadamente la abru-
maba la metrópoli. Por cierto que ésta no hacía sino
aplicar, así en esto como en materia de colonización, los
1. Juan Bautista Tupac-Amaru a Bolívar, 15 de mayo de 1825, en
O'Leaky, Memorias, paite documentaría, t. X, p. 5.
^lO OIUGEN'ES DE LA HEVOLUCION SUDAMERICANA
principitís observados en a([iiella época por todos los
gobiernos. Era opiniíui coiriente en Europa que el Estado
constituía una entidad distinta de la Nación . esta tenía
que subvenir a todas las necesidades de aquél; y, si seme-
jante verdad pudiera implicar algunas salvedades, janicás se
habría pretendido hacerlas extensivas a las Colonias, con-
sideradas por definición y por excelencia como sumisas en
absoluto a todas las imposiciones de la « real gana ».
Así, pues, sin preocuparse por las necesidades inherentes
a las particularísimas condiciones de existencia de sus
dominios, el gobierno españ(d había instituido en ellos un
régimen fiscal que comprendía un número casi incalculable
de impuestos, a cual más abrumadores, que de continuo
eran aumentados v que gravaban, sin excepción, todas las
manifestaciones de la vida económica y social. I^as compli-
cadas modalidades exigidas por tal régimen lo liacían, en
i-esumidas cuentas, del todo perjudicial a ios intereses de
la metrópoli. Así, por ejemplo, mientras el gobierno regía
por sí mismo las distintas administraciones, las aduanas y
todas las fuentes de ingresos fijos, arrendaba o sacaba a
pública subasta, los impuestos de valor variable, cuyos
adjudicatarios, casi siempre gente sin escrúpulos, eran los
únicos en sacar provecho de dichos impuestos '. A lo sumo,
cuando resultaban demasiado escandalosos los abusos,
designaba la Corona ciertos mandatarios, los Visitadores,
encargados de poner coto a la gestión de los prevarica-
dores..., y de dar pruebas de su capacidad sacando más
dinero a la colonia en cjue se ejercía su acción.
Por ejemplo, en 1779, D. Juan Gutiérrez de Piñerez fué
enviado al Nuevo Reino de Granada, en donde el déficit
anual ascendía a 170 000 pesos ^. A su llegada tomó Piñerez
algunas felices medidas; pero, deseoso de proporcionar a
la tesorería de Madrid los recursos de que tan necesitada
la sabía, puso de nuevo en vigor el antiguo impuesto,
llamado de barlovento, abolido desde hacía largo tiempo,
y que obligaba a los colonos a pagar un censo personal
relativamente considerable. Fué más lejos aún, y aumentó
1. V. Samper, op. cit., cap. vi.
2. Rkstriípo, o¡). cit,, t. I, cap i, p. 15.
LAS IMMAS OCCIDKNTAIJÍS VI
sensilílementc la odiada cuola de la alcubcdd . La población
granadina del noi'to. a la (jiie la tabiicación de las tedas de
algodón había asegurado hasta entonces una existencia
casi soportable, se sintió, desde aquel momento, amenzada
de una miseria inevitable. No tardaron en producirse
motines. El 16 de marzo de 1781, una mujer del |Hieblo
arrancó el edicto del visitador, pegado a la pared de la
casa municipal de Socorro y lo pisoteó. En el acto se
subleva la población, se arma, como puede, de escopetas v
picas, y. bajo el luando de criollos, entre ellos Juan Fran-
cisco Berbeo y José Antonio Galán, más de ochenta
puel)Ios de la región se insurreccionan en pocos días.
Emisarios, que se suponía enviados del Perú, esparcían
la noticia del levantamiento de Tupac. Aquello fué como un
reguero de pólvora : tal incremento tomó la insurrección,
(¡ue parecía preparada desde larga lecha. Todo el norte de
Nueva Granada hasta Maracaíbo, v aun hasta Panamá, se
declaró en rcl)elión. Algunos pueblos aclamaron a Tupac-
Amaru. Los haJ)itantes de las ceicanías de Tunja persua-
dieron a un tendero del ai'rabal de Nemocón, Ambrosio
Pisco, quien pretendía ser el último superviviente de los
antiguos Zipas. solieranos de Cundinamarca ', a que los
capitaneara. No obstante, Berbeo y Galán conservaban la
dirección general del movimiento.
El 11 de mayo, los Comuneros — tal es el nombre que se
daban los insurrectos — avanzaron, en número de veinte
mil, hasta Zipaquirá, a diez leguas escasas de la capital.
Un destacamento de milicianos enviado a su encuentro
renunció a hacer uso de sus armas; el virrey, Flórez, había
salido para Cartagena con objeto de vigilar las obras de
defensa marítima contra Inglaterra; no quedaba guarnición
en Santa Fe; el cabildo, del que formaban parte los prin-
cipales representantes de la aristocracia colonial, entre ellos
el influentísimo D. José Lozano de Peralta, marqués de San
Jorge, se mostraba favorable a los Comuneros. La situación
parecía perdida. Piñerez, que desempeñaba el cargo de
virrey interino, consiguió no obstante enardecer el ánimo
1. Antiguo nombre de la meseta de Bogotá. Significaba, en la lengua
de los Chibchas : « Región elevada en donde se halla el cóndor ». V.
Fereika, Estados Unidos de Colombia, 1 vol., Bogotá, s. d.
42 orígenes de la REVOLUCIÚA" SUDAMElilCANA
de algunos de los miembros del cabildo. Les intimidó por
el anuncio de la próxima llegada de un importante contin-
gente de tropas que Flórez acababa de enviar desde la
costa : la rebelión sería castigada severamente. El cabildo
se dejó persuadir a entablar negociaciones con los insu-
rrectos. El arzobispo Caballero y Góngora prometió tratar
de que renunciaran los Comuneros a sitiar la capital.
Las negociaciones fueron laboriosas : las imponentes
fuerzas de que disponían Berbeo y Galán les permitían
mostrarse exigentes. Piñerez tuvo que acceder, en nombre
del rey, a cuantas satisfacciones le imponían, y autorizó al
arzobispo a firmar (8 de junio de 1781) las « Capitulaciones
de Zipaquirá ». A cambio de la dispersión de la liga, con-
cedíase solemnemente la amnistía general, la supresión
de las alcabalas, la disminución de algunos otros impues-
tos. A más de esto, el visitador se comprometía a salir del
país.
Tranquilizados, los insurrectos se desbandaron. Pero, a
su regreso de Cartagena, algunas semanas después, des-
garró el virrey el tratado y mandó arrestar a los promotores
de la insurrección. Berbeo despareció. Galíui» al tener
noticia de la violación del pacto de Zipaquirá, intentó
fomentar de nuevo la rebelión ; pero cayó casi en seguida
eñ una emboscada, y fué ejecutado en Santa Fe con tres de
sus compañeros (diciembre de 1782). Entonces, el pueblo
se sublevó de nuevo; pero el arzobispo Caballero, que no
tardó en suceder a Flórez en el cargo de virrev *, tuvo la
suerte de pacificar el país.
A pesar de la facilidad con que fué apaciguada, la
sublevación de los Comuneros de Nueva Granada queda
como la expresión más característica del sentimiento que
hemos creído descubrir en las tendencias de los Sudame-
ricanos de antes de 1810, y cuyas manifestaciones sucesivas
hemos indicado. El nombre de Comuneros, adoptado por
los insurrectos granadinos como años antes por los del
1. En realidad, el sucesor de D. Manuel Antonio Flórez fué D. Juan
de Torresal Díaz Pimienta, mariscal de campo de los Realfs Ejércitos;
pero falleció dos días después de la loma de posesión de su cargo; y
el arzobispo, que había asumido por ínlcrim las funciones de virrey,
fué nombrado definitivamente.
LAS INDIAS OCCIDENTALES 43
Paraguay, es aquí inás significativo aún. En eíeclo. la
intentona del Socorro presenta impresionantes analogías
con la de los comuneros de Castilla bajo Carlos Quinto ^
En ambas hay idéntico deseo de formar una nación iguali-
taria, el ancestral instinto de independencia", existente
asimismo en los partidarios de Padilla, v que empujaba,
de manera más conlusa, sin duda, pero con igual entu-
siasmo, a los habitantes de las ciudades y de los pueblos
colombianos a unirse bajo la bandera de los Galanes, de
los Berbeos, hasta de los Piscos, campeones de la libertad
nacional.
Los Colombianos, al poner a su cabeza al degenerado
heredero del Zipa; los Peruanos, al dejarse arrastrar por
el descendiente de los Incas, seguían también en esto la
tradición de los Comuneros españoles, quienes propusieron
a Juana la Loca que levantara el cetro del reino, el mismo
precisamente que se proj)()iiían destruir. Los criollos que
dirigían el movimiento no habían suscitado la candidatu-
ra de Ambrosio Pisco sino para ganar más directamente a
su causa a los pueblos indios. El estado mayor de la revo-
lución del Socorro contaba jefes muy distinguidos cuyas
tendencias políticas, sin ser puramente republicanas, cosa
que sería absurdo pretender, se inspiraban no obstante en
1. El historiador colombiano E. Posada ha apuntado algunas muy
singulares. Las exacciones contra las cuales se habían sublevado los
Comuneros de 1628 procedían también, observa el historiador, de los
arruinadores gastos que en aquella época ocasionaban a España las
guerras del Santo Imperio. El rey se hallaba ausente, como aquí el
virrey, y el cardenal Jiménez ejercía en su nombre los mismos poderes
de que estaba investido el visitador Piñerez. La corte pareció ceder
a las pretensiones de los rebeldes; por eso, muchos de ellos aban-
donaron la causa después de los arreglos que intervinieron, y Padilla
y sus dos compañeros sirvieron de víctimas expiatorias, como en
Nueva Granada Galán y sus tres fieles tenientes. Posada e IbÁñf.z.
Los Comuneros, 1 vol., in-8°, Bogotá, 1905. Prólogo, p. 6. — Y.
también acerca de los Comuneros : M. Briceño, Historia de la insu-
rrección de 1781, 1 vol., Bogotá, 1880. — C. Franco. Los Comuneros,
1 vol. 1888. — A. M. Galán, Los Comuneros, 1 vol., 1906.
2. « La independencia, es cosa antigua; lo que es moderno es el
despotismo », ha dicho enérgicamente Mme de Staél; y, con está sola
palabra, pinta toda nuestra historia y la historia de toda Europa. INo
hay para qué separar el destino de España de este destino común...
Si las cosas de este mundo tuvieran un curso igual y uniforme,
España, en cuestión de libertad civil, se habría adelantado mucho a
Francia ». A. Tuierry, Dix <.ins d'études hisloriques, 1886, p. 218.
44 OniGENES DE LA liEVOLUCloN SUDAMEIilCANA
sentimientos netamente igualitarios : al menos, no desper-
diciaban ocasión de proclamarlos en las arengas o los
llamamientos que dirigían al pueblo. Si la vacilante reso-
lución de los jefes, v sobre todo su inexperiencia, no los
luibiesen paralizado en los comienzos de la empresa, hay
motivos para suponer que habrían tratado de organizar un
gobierno tan liberal como posible en sus principios, cual-
quiera que fuera la forma aparente que las circunstancias
les hubiesen obligado a darle.
Por otra parte, los provectos de los jeles de los Comu-
neros granadinos parecen haber tenido mucha más amplitud
de lo que al pronto pudiera creerse. Berbeo, cuyo papel
había sido preponderante en el transcurso del período
activo de la revolución, desapareció, es verdad, cuando
los bríos de los Comuneros cedieron, harto inopinada-
mente, quizás, a sus ojos, ante las concesiones de la auto-
ridad real. Pero el historiador más documentado del
levantamiento de 1781* asegura, según tradiciones locales,
fidedignas, dice él, que Berbeo, refugiado en Curasao bajo el
nombre de Vicente Aguiar, siguió trabajando por la causa
de la independencia granadina. Parece haber tenido por
colaborador a José Lozano de Peralta, marqués de San
Jorge, quien, haciéndose llamar Dionisio de Contreras,
fué a reunirse con él en las Antillas. Cierto c[ue, por
entonces. Lozano estuvo ausente de Santa Fe por espacio
de mucho tiempo ; a su regreso, en 1780, fué arrestado y
encarcelado en Cartagena, en donde falleció algún tiempo
después. Lo muy probable es que el hecho de haber sido,
en el seno del cabildo de la capital, el abogado decidido
de los Comuneros, no justificó por sí solo una medida tan
tardía como rigurosa. Parece ser que las autoridades colo-
niales descubrieron" que Lozano había sido uno de los
más ardientes cómplices de los promotores de la insurrec-
ción. El era quien les aconsejaba, quien hacía llegar a
ellos las proclamas de Tupac-Amaru, y les enviaba, repro-
ducido por millares de ejemplares, una especie de himno,
(myos versos eran, en verdad, detestables, pero cuyas
1. M. BkiceÑo, op. cit., cap. vii, p. 492.
2. Posada, op. cit., Prólogo, p. XI, y Documentos, pp. 425-430.
I, AS INDIAS OCCIDENTALES '|5
palabras de « lihcrtad » v de « patria » oxaltahan los
iinpiH>visados soldados de Galán y de Berbeo, hasta td
|)iint() de <jue muchos de ellos llevaban dicho himno cosido
a su esca[)ulaiio, a modo de íetiche.
De todas maneras, lo cierto es que, en mayo de 1784.
I res misteriosos personajes : un italiano (?) Luis Vidalle,
Antonio Pita, v Juan Bautista ■Morales, desembarcaron en
[jondres. Iban a solicitar recursos para una revolución
decisiva en Nueva (llanada, y. bajo el amparo del general
Dallin^'. antiguo gobernador de la Jamaica, pidieron una
audiencia al ministro de Gobernación, lord Sydney.
Decíanse « Comisionados de los Comuneros del Nuevo Reino
de Granada, enviados por D. Vicente de Aguiar, rico
criollo de 30 años de edad, nacido en La Grita, e instalado
(lespU(''s en Santa Fe, v D. Dionisio de Contreras. rico
también, con una fortuna de dos millones de pesos, doctor
en leyes y abogado'. »
No parece haberse apresurado mucho lord Sydney a
recibir a aquellos embajadores cuyos manejos sospechosos
habían inquietado la vigilancia del ministro de España
anie la corte de Londres, v que en favor de sus solicita-
ciones hacían valer argumentos tan comprometedores como
inesperados. « Don Vicente Aguiar y Don Dionisio de Con-
treras. decían los comisionados, están de acuerdo con Don
José Gabriel Tupac-Amaru, Inca, descendiente de los reyes
de las Indias en el Reino del Perú. Los correos recorren
en sesenta días, ida v vuelta, el travecto entre el Reino de
Lima V el de Santa Fe. rá[)idos como las aves en los aires.
o como los peces en el mar » Los comisionados hablaron
también de la adhesicui de la población granadina al pueblo
inglés, recordando ([ue, en aquel momento. España pro-
tegía la emancipaciíHi de las colonias británicas, v aña-
diendo que. a su vez. no debía tener esci'íipulos la Gran
Bretaña en favorecer a la independencia de Sudamérica ».
A cambio de los socorros que les fueran concedidos, los
comisionados aseguran (jue sus mandantes se hallan en
situaciíMi de hacer declarar la libertad de comercio v la
1. Meniorandum del Comisario Luis Vidalle al Gobierno británico.
Londres. 12 de mayo de I78'i. Doc. cil. por Bricfño, op. cit,, p. 231.
46 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
libertad de cultos, y que. « si menester fuera, se procla-
marían subditos británicos' ».
En fin, la interpretación que Vidalle, Pita y Morales
daban de las Capitulaciones de Zipaquirá, aceptadas como
medio de ganar tiempo para asegurar mejor el éxito de
la lucha, era sin duda ingeniosa, pero no tenía ya su razón
de ser, por el hecho de que, tanto Nueva Granada como el
Perú parecían haberse apaciguado desde hacía tiempo.
Por todos estos motivos, el ministro inglés se negó a
atender a los deseos de los comisionados. Acosado por la
policía secreta de la legación de España, Vidalle se refugió
en Francia; pero el conde de Aranda, embajador de Su
Majestad Católica, hizo que lo arrestaran en París y lo
envió a España con buena escolta. Murió probablemente
en las prisiones de Cádiz. Pita desapareció. Morales sufrió
más tarde la misma suerte c|ue Vidalle. Antes, había tra-
tado de ponerse en relación con los agentes sudamericanos
que posteriormente fueron a Inglaterra en busca de
socorros.
El paso dado en Londres por aquellos tres desgraciados
había de ser repetido por los principales de entre los
futuros libertadores, lo cual constituye una razón más
para conceder a la insurrección del Socorro importancia
excepcional en el examen de los pródromos de la Revolu-
ción de 1810. No obstante, el resultado más apreciable de
esta insurrección fué el inspirar a acjuellos a quienes ani-
maba a tomar de nuevo la dirección de los movimientos
emancipadores, la certidumbre de que las clases populares
se hallaban determinadas a seguirles.
Sin embargo, pretender que. ya desde entonces, tuviese
el sentimiento nacional raíces inflexibles en el alma apenas
balbuciente de los pueblos del Nuevo Mundo, sería una
afirmación inconsistente. Por no haber tenido en cuenta
estas incertidumbres verán los libertadores alejarse, por
espacio de tanto tiempo, el horizonte de las tierras prome-
tidas. Menester serán muchos sinsaboi'cs y muchos reveses
antes de que la noción verdaderamente patriótica de la
Independencia se imponga a todos los espíiitus. De ahí su
1. Op. cit.
I..VS INDIAS OCCIDENTALES 47
maleabilidad, si así puede decirse, sus sobresaltos, sus
aberraciones a veces desconcertantes. Mas no por eso deja
de existir, y. aunque prolongando, en el transcurso de los
períodos ulteriores, los desbordamientos de su inexpe-
riencia, tiene demasiado vigor nativo para no triunfar, al
fin y al cabo, de todos los obstáculos.
A raíz de los acontecimientos que acaban de producirse,
vemos, mientras tanto, reanimarse en todas partes las
fuerzas revolucionarias. En las provincias venezolanas, en
Quito, las autoridades españolas son de nuevo amenazadas.
Cuéstales mucho trabajo a los virreyes de Lima y de
Buenos-Aires reprimir la efervescencia que amenaza; en
todas partes se traman conspiraciones', estallan sediciones.
El Centroamérica se halla en continuo trastorno por san-
grientas riñas entre criollos v mestizos, fin Méjico, las
reformas con que inauguró su reinado Carlos 111 incitaban
a incesantes exigencias a los colonos. El descontento
crecía con la prosperidad, la cual no bastaba para cal-
marlo.
Para mantener el orden así alterado, los Españoles, al
mismo tiempo que recurrían a mejoras tardías, habrían
debido tratar de perfeccionar, o, cuando menos, de
extender su poderío militar en las colonias. Los regi-
mientos que enviaban de España, a más de ser poco
numerosos, estaban diseminados, separados por distancias
enormes, mal mandados, casi siempre, por oficiales some-
tidos a la dirección de las autoridades civiles, y cuya
menor iniciativa era contrariada por ellas, sistemática-
mente. Más tarde se formaron algunos batallones de
indios, mezclados entre tropas españolas; pero estos sol-
dados, reclutados por fuerza y sin método, sólo odio
sentían por un oficio que les había sido impuesto, a nin-
guna de cuyas ventajas podían pretender, y que se acos-
tumbraron a mirar como la menos envidiable de las
servidumbres. Aisladas en fortalezas que, siquiera, estaban
1. Eu Chile, en enero de 1781, dos franceses : Antoine Gramusot
y Alexandre Bernay, se pusieron a la cabeza de una conspiración que
la traición de un aíiliado hizo fracasar a último momento y (c enca-
minada a la emancipación de aquel país ». V. M. Lobo, op. cit.,
t. I, p. :{00.
48 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
admirablemente construidas, sino bien provistas, las guar-
niciones se convertían con harta frecuencia en centros de
vagancia y de brutalidad. Únicamente las milicias criollas
que los virreyes y los capitanes generales instituyeron en
la segunda mitad del siglo dieciocho, y en cuyo estado
mayor tenían a gala servir los cadetes de las buenas
familias establecidas en Sudamérica, prestaron a veces
alünnos servicios. Pero los criollos eran de continuo
blanco de los insultos y desprecios de los chapetones, y,
cuando, con el tiempo, adquirieron más instrucción, no
í'ué casi posible contar con las milicias coloniales. Ya,
cuando los últimos levantamientos de Quito y de Venezuela,
las autoridades habían juzgado más prudente pedir
refuerzo a los regimientos de La Habana. No obstante, la
organización militar era menos defectuosa en Méjico. La
metrópoli reservaba a esta región lo mejor de sus contin-
gentes coloniales; la mayor proximidad permitía, así como
la vecindad de Cuba, renovar con más frecuencia los
efectivos.
Así, pues, en el período a que hemos llegado, en el his-
tórico del Nuevo Mundo, aparece va que, tolerando con
creciente impaciencia las restricciones, las torpezas v los
rigores del régimen, y trabajados sordamente también por
su vocación de independencia y su instinto nacionalista,
los pueblos sudamericanos no se hallan muy lejos de una
evolución decisiva. De uno a otro extremo del continente,
aquellas Indias Occidentales, sobre las cuales los reyes de
España habían fundado tantas esperanzas, acpiellas admi-
rables joyas de su corona, se desprenden sensiblemente
do las gastadas garras que, ya, no las sujetan. Los grandes
acontecimientos que se preparan en Europa y que van a
trastornar la humanidad toda, repercutirán en el continuo
empuje de las Colonias españolas hacia la independencia,
V cuvos períodos dolorosos, desgarradores, en el transcurso
de los siglos, acabamos de presentar.
CAPITULO II
LA AURORA DE LA LIBERTAD
I
Incalculal)lcs consecuencias sobre los destinos mundiales
habían de tener las modificaciones esenciales que el descu-
brimiento del Nuevo Continente introdujo en los princi-
pios económicos de la Europa del siglo dieciséis. El
régimen conocido con el nombre de nie/'can/ilismo, preco-
nizado, en el siglo quince, por los hombres de Estado de
Venecia v de Florencia, v en el cual seguían inspirándose
los sistemas prokihilii'os. comúnmente observados por los
gobiernos, cesó de ser aplicable tan pronto como la abun-
dancia del oro v de la plata sacados de América hubo
demostrado que la producción de las liquezas tenía fuentes
más complejas de lo que se había creído : la economía
política había nacido. Su estudio conduce lógicamente a
las doctrinas sociales y religiosas de los filósofos ingleses
del siglo dieciocho. La revolución de 1088, al dejar subsistir
en Inglaterra una sociedad cuya vitalidad no parecía más
desquiciada por la destrucción del despotismo real que
por el establecimiento de la tolerancia religiosa, había
suministrado un argumento tangible a las atrevidas doc-
trinas de los Lockc. de los Shaltesburv, d"e los Bolino-
brokc '.
Acogidas por los Franceses, en quienes « el aián de
pensamiento libre corría desde los romances de la Edad
Media, pasando por Rabolais. Montaigne. Moliere v
Bayle" », esas doctrinas adquirieron una forma prestigiosa.
1. Cf. SiiGNOKos, Ilisloire de la Civilisation conlcmpovaine, cap. m.
2. S. Upinacii. Orpheus. p. 498.
50 OUUÍENES DE LA ÜEVOLl ClON SL UAMElilCANA
El inoenio de Voltaire v la sensatez de Montesquieu las
hicieron asequibles y seductoras. Hicieron éstos brotar las
primeras chispas de la gran antorcha cuyos resplandores
iban a esparcirse sobre el universo, y lo más distinguido de
la intelectualidad francesa, con d'Alembert y Diderot.
pareció fijar, en la Enciclopedia , un término definitivo a
los largos tanteos del conocimientt).
Fué aquel el tiempo en que, como dice Michelet « el
alma humana ganaba algunos grados más de calor ».
Francia se convirtió en foco de las « luces » impaciente-
mente deseadas por la sociedad europea. Catalina, Fe-
derico II, los príncipes de Maguncia, de Badén y de
Weyniar. Gustavo de Suecia, José de Austria, y los minis-
tros que gobernaban en nombre de su soberano en
Ñapóles, en Portugal o en España, sintieron entusiasta
admiración por las ideas francesas y las propagaron por
todas partes ^
Merecer, por una reforma digna de la « razón )>, —
como entonces se decía — la aprobación de los « filósofos »
era, para los hombres de Estado, y hasta para los prín-
cipes, excitados por la emulación, la más envidiada de las
recompensas.
En primera fila de los ministros convencidos de la
bondad de las nuevas máximas, y deseosos de ponerlas en
práctica, se distinguía, en España, el conde de Aranda".
Su sincero patriotismo padecía por el rebajamiento inte-
lectual y material de su país, y anhelaba ponerla de nuevo
(( al tono de Europa * ». Imitado en esto por sus colegas
Campomanes y Florida Blanca, había aconsejado al rey
Carlos lll las más sabias medidas para levantar a España
y rejuvenecerla. No había tardado xiranda en convencerse
del peligro que el aferramiento a principios anticuados
hacía correr a la política colonial del reino, y había puesto
1. SourcL, LEurope et la Révolution francaise, t. I, cap. in.
2. AraMja (Pedro Pablo Abaraca y Bolea, conde de), nació en 1718,
falleció en 1799. Presidente del Consejo de Castilla en 1765, expulsó
a los jesuítas en I7()7. Alejado del poder en 177.'?, fué nombrado
embajador en París, y con tal calidad, firmó el tratado de París en
1783. Llamado de nuevo al ministerio en 1792, estuvo poco tiempo en
el poder.
3. Sorel, Ibid., p. 309.
KA AlUOllA l)K KA I.IlíEIflAI) 51
especial empefio cu iinpiiiniíle más sanas direcciones. A
instancias suyas, importantes rclormas estaban en vías de
aplicación en Sudaméi'ica; Aranda medilaha el extenderlas
aún.
I.e pareció ([ue el mejor medio para lograr sus deseos era
revelar resueltamenle a Europa la situación de las (Colonias
españolas, v estimidar el c(do de su soberano haciéndole
pedir, por el más aulori/ado de los (ibjsoíos de entonces,
el complemento de las mejoras que hal)ia cpie introducir.
Así íué cómo uno de los últimos colaboradores de la Enci-
clopedia, el abate Raynal, escribió, con documentos
comunicados por Aranda, su Histoire phHosophi<jue des
dcu.v Indes^, cuya repercusión fué enorme y cuya inlluencia
fué consideraljle en el movimiento que precedió a la revo-
lución de las Colonias españolas, y aun a la Revolución
francesa. En dicha obra, el fogoso « Defensor de la Libertad,
de la Verdad y de la Humanidad » — tales eran los títulos
que daban a Raynal, — abusando cjuizá de los impulsos
de su inspirador, trazaba un cuadro propiamente desas-
troso de la política colonial de España, aplaudía a los
cambios que acababan de introducirse en ella, y con gran-
dilocuentes apostrofes, exhortaba a la Corona a que diera
léliz cumplimiento a la obra emprendida : « Monarcas
españoles, exclamaba, tenéis a vuestro cargo la felicidad
de las más hermosas regiones de los dos hemisferios.
Mostraos dignos de tan altos destinos. Al cumplir con este
deber augusto y sagrado, repararéis el crimen de vuestros
predecesores y de vuestros subditos' j).
Apasionadamente deseoso de realzar el prestigio de su
imperio, y, según intentaban todos los soberanos de
aquella época, anhelando borrar en sus Estados los « ras-
tros de la barbarie », Carlos III no pedía sino dejarse
convencer. Las reformas llevadas a cabo por él eran segura
garantía de las que su (f esclarecido despotismo » estaba
dispuesto a aceptar. Desde 1764, comunicaciones mensuales
habían sido establecidas con la mavor parte de los puertos
1. /¡¿stoirr pliilo.^ophit/ne el politique des Elablisseinents et du
Commcrce des Eitropéeiis dnns les Deux ludes, parGuiLLAUME Thomas
IIav.nai.. Amsleidam, 1770, i vol., in-8".
2. l^AYXAL, op. cit., Ikl. de 1780. Ginebra, t. IV. p. 2Í(3.
52 orígenes de la revolución sudamericana
de ultramar; el Consejo de Indias autorizo progresiva-
mente, en el transcurso de los años siguientes, el libre
tráfico de los almacenes de depósito marítimos de la
metrópoli con todos los de las Colonias. Quedó abrogada
la antigua real orden que prohibía, salvo raras excep-
ciones, que los extranjeros penetraran en las Indias
Occidentales y se establecieran en ellas. Las encomiendas
fueron anuladas ; los recaudadores recibieron orden de
tener más miramientos para con los contribuyentes. Lms
restricciones que hacían tan penosas las relaciones comer-
ciales entre las distintas provincias del interior fueron
abolidas en parte.
Este régimen más liberal señaló para las Colonias una
era de sorprendente prosperidad. El comercio de España
con las Indias de Occidente, que en 1778 había ascendido
a la cifra de 148 millones y medio de reales, llegó, diez
años más tarde, a 1 104 millones'. Todo el antiguo estado
de cosas resultó modificado; fué aquella la época magna de
la vida colonial. Libre de sus más pesadas trabas, la
América española despertaba de una pesadilla que sus
habitantes pudieron creer que había de durar eterna-
mente.
En Méjico, la administración de Revillagigedo - sobre-
salía por obras útiles y sabios reglamentos. Se abrieron
caminos, la agricultura progresó, la industria de las minas
suministró mayores rendimientos. Las provincias de
Sonora, de Sinaloa, la California y la Nueva Navarra, en
donde acababan de ser descubiertos importantes yaci-
mientos auríferos, recibieron un gobierno especial. Así
mismo fué reducida la jurisdicción de los virreyes de
Lima, de Santa Fe y de Buenos Aires, lo cual dio, entre
otros resultados, el de mejorar la suerte de los distritos
aislados en los extremos de aquellas, hasta entonces,
demasiado extensas divisiones administrativas. Planta-
ciones enriquecieron las costas de Nueva Granada, los
valles del Perú y de Chile. Aumentó la población en las
1. Gervinls, Histoire du XIX'^ siéde, París, 18G5, t. VI, p. 38,
según RoscHER, CoJonien, p. 188.
2. Revillagigedo (Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla,
conde de), virrey de Méjico desde 1789 a 179'!.
I, A AUnOUA DE LA LIBEIITAD 53
capitales, (>ml)cllecidas por hermosos monumentos y por
jardines. En México, en Santa Fe, en Lima edificábanse
establecimientos científicos; Caracas se rodeaba de fértiles
campiñas; Quito, Guayaquil, y sobre todo Buenos Aires,
en donde iban tomando oran incremento la cría del efanado
o o
y el comercio de pieles, esperaban florecientes destinos.
La esclavitud perdió mucho de su rudeza. Establecié-
ronse costumbres patriarcales. Organizóse una existencia
laboriosa y apacible en las haciendas, en donde los
cultivos, mejor dirigidos, enriquecían rápidamente a los
colonos. En las ciudades, el amplio bienestar de la nobleza
criolla y su fastuosa generosidad habían casi suprimido el
pauperismo. Se supo, en fin, lo que podía ser « la dulzura
de vivir ».
En las azoteas y en los patios, adornados a veces con
saltaderos de agua y pajareras, alrededor de las cuales se
abrían las altas y frescas habitaciones de la casa, reuníase
de noche la brillante y alegre sociedad de las ciudades
tropicales, v se organizaban bailes o fiestas, aunque sin
prolongarlos demasiado, pues la escrupulosa devoción de
los criollos no les permitía exponerse a faltar a misa, al
día siguiente por la mañana. En las regiones templadas o
frías, las habitaciones, más bajas, con historiadas tapi-
cerías, adornadas de retratos de familia y de imágenes de
devoción, con pesadas mesas de caoba, sillones altos y
estrechos y tapizados de cuero, y con ventanas guarnecidas
de cortinas adamascadas, invitaban a más tranquilas
intimidatles. Cierto que el ambiente claustral del México,
del Lima o del Santa Fe de entonces, las preocupaciones
religiosas, sostenidas v avivadas por la presencia de
demasiados conventos, trazaban una existencia algo lenta
que se desarrollaba en el inmutable y preciso círculo de
las cuatro témporas y de las vigilias; pero, ¿ no tenían,
bají> su rutinaria monotonía, una seducción delicada,
aquellas tertulias, por ejemplo, en las que los jóvenes de
ambos sexos cambiaban frases ingenuamente apasiouadas,
bajo las vigilantes miradas de las personas de edad, quienes
hablaban de teolofría v de moral, mientras saboi'caban cho-
colate aromatizado con canela?...
La vajilla de plata, ([ue toda casa bien ordenada ponía
54 OliíCENES DE LA 1{E\ OLUCIÓX SlDAMEItlCAXA
empeño en presentar en la mesa, revelaba nn bienestar
que solía verse basta en las ciudades pequeñas. Los
virreyes il)an a su cargo acompañados de buenos obreros,
a veces de verdaderos artistas, de España, de P'rancia o
de Italia, no tardando los sudamericanos en asimilarse la
manera de trabajar de dicbos artífices, y su gusto. Todavía
boy se ven, en las anticuas familias, papeleras incrustadas
de nácar, de marfil y de mosaicos, suntuosos trabajos de
orfebrería ostentando enormes blasones, miniaturas con
marcos de oro y de concha, en las que la amable sonrisa,
la aíabilidad aristocrática y sana de los antepasados
empelucados dan testimonio de la campechanía v de los
refinamientos de una época muy simpática.
A su vez, se elevaba el espíritu. Por las brechas abiertas
en la muralla que desde hacía tanto tiempo tenía separadas
del mundo a las Colonias, se abría camino la ciencia. I^os
franceses Bonguera Godin -, y La Condamine^ inaugu-
1. BouGUER (Pierre), nació en Le Croisic, en i69H, falleció en París
en 1758. En 1735, fué enviado al Perú con La Condamine y Godin. De
regreso a I*" rancia, publicó el resultado de sus observaciones en una
obra titulada Théorie de Ja figure de la Ten-e (1749).
2. Godin (Louis), nacido en París en 1704, fallecido en Cádiz en
1760. ¡Miembro de la Academia de Ciencias en 1725. Formó parte de
la misión enviada en 1735 para medir, con Bouguer y La Condamine,
el grado del meridiano. Terminadas las operaciones de la misión,
el virrey del Perú le obligó a quedarse para profesar matemáticas en
Lima, en donde residió hasta 1751. De regi-eso a Francia, viéndose
sin situación lija, tuvo que aceptar el puesto de director de la Escuela
de Guardias Marinas, en C;ídiz.
3. J^A Condamine (Charles-Marie de), nació en París en 1701, y
falleció en la misma ciudad en 1774. Se dedicó primero a la milicia,
y asistió al sitio de Rosas, en 1719. Mas, pareciéndole harto lento el
ascenso, se volvió hacia las ciencias, siendo admitido, en 1730, por
la Academia de Ciencias como cjuímico suplente. En 1731, se embai-có
con la escuadra de Duguay-Trouin, que visitó el Levante. A su
regreso, solicitó, — y lo obtuvo, merced a la protección de Maurepas
— formar parle de una misión que se disponía a salir para el Perú,
con objeto de medir la longitud, en el Ecuador, de un grado del
meridiano. Salió La Condamine del puerto de La Rochelle, en com-
pañía de Bouguer y Godin, el 16 de mayo de 1735, llegando a ()uito
en junio de 1736. La medición del grado duró cuatro años, de 1736
a 1740. Durante todo aquel tiempo reinó de continuo completo des-
acuerdo entre La Condamine y Bouguer. Superaba éste al otro como
ciencia, pero La Condamine era más activo y más hiíbil, y, merced
a él, pudo la misión cumplir cuanto se había propuesto. Dichas
disensiones retuvieron a la misión en Quito hasta 1742. En esta
época, Bouguer regresó a Francia directamente; pero La Condamine
LA AllíOlt.V I)K I.A I.lüKinAn 55
laron, en I7.'}4. una serie de magníficas exploraciones ([iie,
en todo el transcurso del siglo, habían de enriquecer la
aeoorafía. la astronomía v la física. Como ellos, Félix de
Azara*, después Jorge Juan- v Antonio de UUoa', pasaron
largo tiempo en las regiones andinas. Sus Relaciones
o/iciales y secretas. pul)licadas por las academias de
Europa, enunciaban principios científicos y políticos
nuevos, y los colaboradores improvisados de que se habían
rodeado en el transcurso de su viaje fueron los primeros
en recibir las sugestivas confidencias de dichos ilustres
sabios.
La afición al estudio, favorecida por la llegada sucesiva,
en casi todas las comarcas americanas, de excelentes pro-
lesores, no tardó en convertirse en verdadera pasión en
los jóvenes criollos, entregándose a él con toda la
vehemencia de su naturaleza. Rompiendo con las tradi-
ciones del peripatetismo confuso enseñado hasta entonces
por frailes incapaces, los Jesuítas, que se habían convertido
en educadores universales, daban, al mismo tiempo, una
dirección seductora a los estudios. No tardó en tomar
extraordinario desarrollo la cultura de los sudamericanos.
Ya desde mediados del siglo dieciocho, los estableci-
mientos científicos del Perú llamaban la atención del
prefirió abrir un camino nuevo : atravesó el Perú, bajó el río de las
Amazonas, y llegó a Cayena. De regreso a Francia en 1744, su disputa
con Bouguer se prolongó. En 1760 fué recibido miembro de la Aca-
demia Francesa.
1. Azara (Félix de), nacido en Aragón en 1746, fallecido en 1811.
Uno de los comisarios encargados, en 1781, de deslindar las pose-
siones de l^spaña y de Portugal en América. Emprendió el trazado
del mapa de esta región, y no regresó a Europa hasta 1801. El
resultado de sus trabajos fué publicado en la olira : Vovage dons
rAincriqíie Méfidionale (lepáis 17S1 jusqu'eii 1801. Paris. 1809, 4 vol.,
in-S*^, con atlas
2. Juan v Sa.ntacima iJorge), oficial de marina y matemático
español, nacido en 1712, fallecido en 1774. Fué enviado por su
gobierno, así como Antonio de Ulloa, con la misión de La Conda-
mine, Bouguer y (iodin. De regreso a Europa en 1744, fué nombrado,
en 1753, comandante de las GuardiasMarinas.
3. Ulloa (Antonio de), oficial de marina y sabio español, nacido en
1716, fallecido en 1795. l'ué designado, en 17o4, con Jorge Juan,
para tomar parte en la misión de La Condamine. Regresó a Europa
en 1744. Fué, más tarde, jefe de escuadia v gobernador de la
Luisiana, 1766-1768.
56 (>iu(;exes de la revohcion sudamericana
mundo sal)i(), Pedro Maldonado y Sotomayor' recorrió en
todos sentidos la reí^ión de Quito, y describió sus
particularidades geográficas en monografías tan perfectas,
que sus estudios le valieron el título, sin precedente entre
los criollos, de miembro corresponsal de la Academia de
Ciencias de París.
Hacia 1762, José Mutis", llamado a Nueva Granada por
el virrey Messia de La Cerda ^ abre un curso de cosmo-
grafía en el colegio de Rosario de Santa Fe y revela a su
asombrado auditorio que la tierra gira alrededor del sol.
x\lgún tiempo después, el más célebre de los discípulos de
Mutis ^ escribía : « Ya han dejado de pasar por herejes
Copérnico y Galileo, y la « filosofía nueva » hace cada día
nuevos prosélitos^ ». Menos de diez años más tarde, la
Universidad de Santa Fe resultó ser la más brillante de
las que habían sido creadas en todas las capitales colo-
niales. Contaba tres facultades, colegios mayores, en que,
bajo la dirección de maestros eminentes, los estudios
estaban mucho más adelantados y eran más seguidos que
en la metrópoli. La famosa E.vpedicióji botánica, comen-
zada el 1° de abril de 1783, bajo la dirección de Mutis, ha
quedado como el más hermoso monumento de la ciencia
sudamericana en aquella época. Ilumboldt se extasiaba
ante las admirables colecciones reunidas y clasificadas por
Mutis y sus discípulos; constaban de más de veinte mil
especies de plantas secas, de dos mil reproducciones
« maravillosas como precisión, y cuyos colores procedían,
en su mayoría, de tintes indígenas desconocidos en
Europa », de muestras de esencias, en número casi infinito.
(f Mucho antes de que tuviéramos conocimiento de tales
1. Maldonado y Sotomaioh (Pedro Vicente), sabio geógralb y
naturalista, nacido en Río Bamba (Ecuador), fiacia 1689, fallecido en
Londres en 1746.
2. Mutis (José Celestino), nacido en Cádiz en 1732, doctor en
medicina de las facultatles de Sevilla y de Madrid, uno de los sabios
más notables cjue ha tenido España. Falleció en Santa Fe el 11 de
septiembre de 1808.
'Á. La Ckrda (Pedro Messia de), marqués de la Vega de Armijo,
virrey de Nueva Granada, de 1761 a 1773.
4. Caldas, V. infra.
5. Yfrgara y Vlrgaka, op. cit., cap. i.V.
LA AUUOHA I)K I, A LIHEIITAD 57
tesoros, añado Humlíoldt', era célebre en Europa el
nombre de Mutis, debido a la correspondencia que sostuvo
con Linneo. Al sabio botánico de Santa 1^'e s<í debe el
descubrimiento do casi todos los oéiicros de quinas
enumerados en el Suplemento, y pudo decir Linneo, al
hablar de la especie mulisia : nomen iinnujrfnle (¡uod nulhi
setas unquain delehit. »
Más tarde, la universidad de México sobrepujó a la de
Santa Fe : de todos los países de América enviaban a ella
sus hijos las fauíilias acomodadas. Lima, Quito, Buenos
Aires poseyeron también excelentes facultades, y hasta
ciudades de segundo orden : Cuzco y Arequipa en el Perú,
o Córdoba en la Plata, se convirtieron en notables centros
de cultura literaria o científica.
Así. pues, el renacimiento « borbónico », fugaz en
España y mal acogido por la nación, cuyas aptitudes eran
contrariadas por las reformas de Carlos líl, se había
extendido ampliamente en las provincias de ultramar, en
donde todo parecía, al contrario, presagiarle un fecundo
porvenir. Aunque haciendo algunas salvedades acerca de
los vicios que entrañaban aún las instituciones coloniales,
los historiadores de la época eran unánimes en reconocer
las felices mejoras que debían a los esfuerzos de la metró-
poli. Terminaba Robertson " su importante y substancial
Historia de América con un reconfortante cuadro de la
situación comercial y política del Nuevo Mundo.
Cierto que trastornos y sediciones imprimían con
frecuencia conmociones profundas a a([uella sociedad com-
pleja y abigarrada, a la cual los progresos de la civilización
acababan de dar un carácter cuyas tendencias habría sido,
más que nunca, prudente observar. Pero, sólo más tarde,
y cuando ya era muy difícil atajar las ambiciones subver-
sivas de los sudamericanos, sintió dicha necesidad el
generoso ardor de los jefes de Estado v de los ministros
reformadores. Lejos de destruir en ellos el odio al opresor
o el deseo de liberación, la política de Carlos 111 no sirvió
sino para avivarlos. Los colonos se mostraron tanto más
\. Voyage aux liégious E(/tiinoxi((Ies dii Noiivcau Coiiiinenl, París,
1816-1831, 1. V.
2. Op. cit., lib. VIII,
68 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
insaciables cuanta más benevolencia se les demostraba. Al
abolir parte de las instituciones de otra edad, hacíase cien
veces más odioso lo que de ellas subsistía. Esta observación
de Tocqueville ', con motivo del estado de ánimo que se
manifestaba en Europa, en la que, precisamente entonces,
estaba a punto de determinar un trastorno general la obra
de las reformas, resulta más verídica aún tratándose de
las Colonias españolas.
Menos preparadas para un tan brusco cambio de régimen,
éstas, o, cuando menos, las clases a quienes más inaguan-
table resulta el yugo desde que pesa menos sobre ellas,
hallarán, en la repentina prosperidad por medio de la cual
ha creído el gobierno ganar su gratitud, un elemento más
para el éxito de las empresas que meditaban contra él : el
primer empleo, que de sus ricjuezas harán los sudameri-
canos será el ponerlas al servicio de la Revolución.
II
De todas las medidas que la « filosofía » había inspirado
al conde de Aranda, ninguna iba a tener más extensos
efectos en el Nuevo Mundo como la expulsión de los
Jesuítas.
Aranda profesaba, respecto de ellos, la íntima animo-
sidad que la mayor parte de los hombres de Estado sentían
hacia las harto invasoras ambiciones de la célebre Com-
pañía.
Después de haber prestado señaladísimos servicios a las
reales casas de España y Portugal, los Jesuítas habían
adquirido absoluto dominio sobre ellas. Tal era su poder
sobre el gobierno, que no les costó mucho trabajo a sus
enemigos alarmar contra ellos el absolutismo real". Y,
aunque Carlos III y su ministro no tenían ([ue invocar
sobre este punto tan serias razones como José I" de
Portugal, o Carvalho, futuro marcjués de Pombal, su
consejero, eran demasiado adictos a la corte de Francia
1. L' Anden Rcgime el la fíei'ohilion. lil). II, oap. i, p. 47.
2. Y. RoussKAu, Le JRegne de (liarles III cF Espagne, 2 vol., in-S",
París. 1907.
1,A AI HOItA DE I. A LIIÍKHTAI) 59
para vacilar ante una niedida que el clu([ue de Choiseul
había creído deber tomar en 1761.
A estas consideraciones de política general se añadían
otras más apremiantes : los considerables recursos que de
América sacaba la Compaííía eran una presa tentadora
para un gobierno cuya hacienda estaba siempre empeñada.
y tantos menos esci'iipulos sentía el rey al despojar a los
Jesuítas cuanto que podía imputarles el haberse enriquecido
a expensas suyas.
Por otra parte, la avidez de los luncionaiios coloniales,
a quienes ariancaban los Padres notable parte de sus
provechos, se hermanaba con los celos de los Dominicos y
de los Franciscanos, cuya situación era muchísimo más
modesta, v unos v otios acumulaban feroces acusaciones
contra aquellos competidores más afortunados : la más
frecuente era la de usura. ^ erdad que la suntuosidad de
los edificios de la Compañía y de las ceremonias que en
ellos celebraba constituía un argumento incontestable. En
todas las fiestas se podían ver : « en el templo ricamente
adornado ». iluminado por « el brillo de mil luces » que res-
plandecían sobre « preciosas arañas de cristal y candelal^ros
de exípiisita plata labrada » a los sacerdotes « revestidos con
magníficos ornamentos bordados de oro y perlas finas » ante
el altar, en que brillaba « un cáliz de finísimo oro, esmaltado
de piedras preciosas, y en la misma proporción eran las
demás cosas que servían para el servicio del culto ^.. » En
jNléjico. las minas de plata más productivas pertenecían a
los Jesuítas, quienes poseían, además, en aquel país,
inmensas propiedades, refinerías de azúcar, rebaños. Las
Misiones eran fuente de beneficios incalculables, según
opinión general, y los 170000 neófitos del Paraguay tra-
bajaban casi únicamente en provecho de los Padres. « Los
Jesuítas buscan un acrecimiento de fortuna y de poder —
escribe el autor de la Historia filosófica (llistoire philoso-
phique) — allí donde no deberían ver m;ís que la gloria
del cristianismo y el bien de la humanidad, y es gran
crimen el de robaí- a los pueblos en América para comprar
1. José Caicido Rojas, Repertorio Colonihiano. t. IV. p. 142. —
Y. también J. M. Rivas Ghoot, Historia Eclcsi/istica y Civil de Nueva
Granada, cap. xxvii.
CO OUIGENES DE LA liEVOLUCIOX SI DAMEllICANA
crédito en Europa y para aumentar sobre todo el globo
una influencia que ya desde ahora constituye un grave
peligro' )). Esta observación revela abiertamente el motivo
principal que determinó a Carlos III a ai-rojar de su reino
a los Jesuítas.
La dispersión de esta orden, (jue se efectuó en España
en medio de la indiferencia casi unánime, produjo, en
cambio, en América, una impresión cuya profundidad y
cuya importancia no sospechara el conde de Aranda.
El real decreto de 27 de febrero de 1767, que decretaba
(( la expulsión general de los miemljros de la Compañía de
Jesús de los dominios de España, de las Indias, de las
Islas Filipinas y demás sitios », había sido transmitido a
las autoridades coloniales, quienes, según las instrucciones
precisas del primer ministro, habían de reservar para sí la
noticia hasta el 1° de agosto. En esta fecha, en cada sitio
y a la misma hora, se anunciaría a los superiores que, en
compañía de todos los miembros de la comunidad o de la
Misión, salieran de sus casas en el término de dos días, y?
del territorio, en el más breve plazo posible.
Y así se ejecutó la medida. Una catástrofe no habría
impresionado más a la población de las Colonias que
aquella repentina expulsión a la que nadie se esperaba. El
estupor, y luego la ira, se apoderaron de los espíritus. En
las ciudades, llegó a su colmo la exaltación. Hubo levan-
tamientos armados en Guanajuato, en Pázcuaro, en San
Luis, en Méjico. En Lima, el virrey don Manuel Amat y
Junient^ tuvo que reprimir un motín formal; y, en Buenos
Aires, don Francisco Bucareli^ tuvo que movilizar todas
las tropas de la guarnición para asegurar la rigurosa eje-
cución de las prescripciones reales.
Una anécdota, recogida de la boca misma de un contem-
poráneo de dichos acontecimientos', pinta cumplidamente
el estado de ánimo de las clases superiores frente al decreto
1. Raynal, op. cit., t. IV, p. 265.
2. Amat Junient Planella Aimekic y Santa Pau, virrey del Perú,
de 1761 a 1776, antes gobernador de Chile, de 175.5 a 1761.
H. BucAuííLi Y UitsuA (Francisco de Paula), gobernador de Buenos
Aires, de 1766 a 1770.
/j. José Caicedo Rojas, op. cit., p. 14'.).
LA AUROKA 1)K r,A LIBERTA» 61
de expulsi(')n. Merece, además, ser retenida, porque deja
entrever sentimientos que, desde aquel momento, comen-
zaron a imponerse a todos. Un joven criollo, perteneciente
a una de las familias más distinguidas de la capital
granadina, había, el 31 de juHo de 1767, celebrado matri-
monio con una joven a quien él adoraba. La ceremonia se
había efectuado al anochecer, según costumbre de Santa
Fe, y, en compañía de la feliz pareja, padres, parientes y
amigos habían cenado alegremente. Después, formando
cortejo, y alumbrados por faroles, todos habían ido a
acompaíiar hasta su casa a los nuevos esposos. Y cada
cual regresó luego a la suya, pidiendo al cielo que derra-
mara sus dones sobre la feliz pareja. « Pero muchas
veces, observa nuestro autor, los que se prometen ser más
felices, apenas llevan la copa a los labios, cuando huvc de
ellos la dicha como sombra impalpable... En la misma
noche de aquel día... se preparaba en las tinieblas y se
consumaba sigilosamente el acto más tiránico que registran
los anales del reinado del buen rey Carlos III. Así que, a
los plácemes y vítores de la parentela, sucedieron la tris-
teza, el dolor, la agonía y desconsuelo, y el pan de la
boda se convirtió en pan de lágrimas. « Cuando al día
siguiente por la mañana oyeron los novios los sollozos y
lamentos de las gentes de la casa, saltaron presurosos del
lecho, y sin saber lo que hacía, el recién casado tomó el
mismo vestido de boda que había dejado la noche anterior :
el rico casacón de terciopelo morado, forrado en tafetán
l)lanco, con botones de resplandeciente acero, el calzón
de lo mismo, chaleco de raso blanco bordado de sedas de
colores, con botonaduras de esmeraldas, que le bajaba
hasta los cuadriles, largas chorreras en cuello y mangas
de encajes flamencos, y zapatos escarpines con enormes
hebillas, que hacían juego con los botones del casacón. »
Enterado del caso, se le olvida la peluca y sale precipita-
damente a la calle « con el objeto de informarse más por
menor de todo lo ocurrido. Habló con varios sujetos que,
en medio de su aflicción, no podían menos de mirar con
extrancza el traje en que iba nuestro amigo, ([ue no era de
coslumbrc cu hora tan temprana tic la mañana... »
Llega el joven al palacio del virrey. Allí ve. guardando
62 orígenes de la revolución sudamericana
antesala, a otras varias personas de distinción; reina suma
impaciencia, v los coloquios tienen ruidosa animación. Por
fin llega Don Pedro Messia de la Cerda; un oidor y otros
empleados de categoría le acompañan. Se adelanta en
medio de los dignos señores que le rodean, y que, en su
asjfitación, descuidan las habituales fórmulas de cortesía :
o
sin esperar, y sin venia, toman con vehemencia la palabra,
pidiendo merced en favor de los Padres jesuítas, por ser
inexplicable el rigor con (jue son tratados, y porque su
salida va a sumir en la angustia a toda una población. « El
virrey, después de haberlos oído a todos, les contestó con
dignidad, pero con tono benévolo, que la orden o decreto
de expulsión no era obra suya, sino que había venido por
real cédula, y sin apelación, no sólo para expulsar a la
compañía del Nuevo Reino, sino de todos los dominios
españoles en Europa, América y Filipinas; que por más
que lamentase él mismo esta inesperada medida, cuyos
verdaderos motivos ignoraba, y por más doloroso que le
fuese su cumplimiento, no podía excusarse de ello sin
hacerse traidor al Rey y a sus deberes. Fundamentos muy
poderosos habrá tenido S. M. para hacerlo, agregó el
virrey, y a nosotros no nos toca sino callar y obedecer,
como fieles vasallos ».
(c Al oir estas palabras, que el Señor Cerda acentuó un
poco, termina el cronista, nuestro elegante novio se sintió
indignado, se le subió la sangre al rostro, y. por primera
vez en su vida le ocurrió preguntai'se a sí mismo : ¿cómo
es posible que un hombre solo, que si bien puede ser un
ángel, puede ser también un demonio, disponga a su
voluntad de la suerte de pueblos enteros hollando los más
santos y caros intereses?»
Tal fué. en efecto, la primera consecuencia de la expul-
si()n de los Jesuítas. No tardaremos en ver cuántas zozobras
y cuántas angustias valió a la (borona este acto de violencia
contra agentes suyos de quienes, en toda justicia, tenía
menos que quejarse, v de quienes, en cambio, podía temer
serios peligros para el mantenimiento de su doininacií'm.
Para decir verdad, la obra d(í los Jesuítas en el Nuevo
Mundo, y las tradiciones introducidas por ellos fueron los
solos resultados fecundos de la política colonial. Aunque
I. A AllidüA DE I. A MlllílMAl) 63
los Padres aleiidieran ante tocio a aventajar a su orden, v
aunquíí. como proclamaban sus detractores, « se señalaran
en las Indias Occidentales como una sociedad de comer-
ciantes ([ue, hixj¡o el velo de la relig-iíni. sólo de un sórdido
interés se ocupahan' ». no es menos cierto que a favor de
ellos (jueda una importantísima suma de sacrificios merito-
rios V de notables éxitos pai'a bien de la civilizaciiui en
Sudamérica.
En las Misiones, cuvos difíciles comienzos conviene no
olvidar, y cuva prosperidad, pagada con la sangre de nume-
rosos mártires, no fué obtenida sino a costa de luchas
admirables de valor y de paciente sagacidad^, sostenidas
de continuo contra una naturaleza a veces más temible y
más rebelde que la barbarie de los salvajes, en aquellas,
vastas regiones, incultas v desiertas al principio, en las
que con rapidez se habían levantado numerosas ciudades
rodeadas de granjas y de plantaciones florecientes, los
indios se habían iniciado al cultivo del mate, de la quina,
del cacao, de la viña, del algodón, de la miel y de la cera.
Si no siempre conseguían los directores inspirar a cada
uno de sus neófitos el amor al trabajo, cuando menos los
habían vuelto capaces de apreciar sus beneficios. Para rea-
lizar esta obra, la asombrosa aptitud psicológica de los
Jesuítas recurrió a medios cuyo delicado ingenio es de todo
punto admirable. Por ejemplo, imponían a los indios tra-
bajos que requerían tiempo y mucha habilidad, con objeto
de desarrollar en ellos ese noble orgullo del trabajo cum-
plido, tan necesario para que se le tenga cariño. Los
encajes que parecen tejidos por arañas, o las joyas minu-
ciosamente cinceladas, que los indios del Paraguay o de
Méjico fabrican aun hoy día, no sin orgullo, subsisten
cual testimonio de la destreza y de la emulación que los
1. Rav.nal, up. cit., t. IV, p. 204.
2. Los Jesuítas liabían comenzado por aprender las lenguas o los
dialectos de las gentes a quienes se proponían evangelizar y someter.
Desde fines del siglo dieciséis había en México, en Santa Fe y en
Buenos Aires cursos de quichua, de inuysca y de guaraní, seguidos
escrupulosamente por los misioneros antes de ir al puesto que les
era designado. — V. F. de P. Barrira, los Jesuítas Misioneros y la
expulsión de los Dominios españoles. Boletín de Historia. Bogóla,
año 1, p. 83.
64 orígenes de la revolución sudamericana
misioneros supieron despertar en otro tiempo en el alma
obscura de los guaranis ^ o de las hordas aborígenes de
Nueva España.
Maestros en la ciencia de las facultades humanas y en el
arte de dirigirlas, los Jesuitas, que casi siempre habían
logrado atraerse la profunda veneración de los indios, no
fueron menos afortunados con las demás clases de la
sociedad sudamericana. Ellos fueron los únicos en com-
prender la delicadeza quisquillosa y las tendencias de insu-
bordinación que las caracterizaban. Su flexible intuición
sacó partido de aquella mentalidad especial, adaptándose
en todas partes a las costumbres y a las pasiones de los
habitantes del Nuevo Mundo. Para complacer a la afición
de los mestizos por todo lo que brillaba y era aparatoso,
inventaron una serie de fiestas suntuosas y teatrales, y
supieron tender al escepticismo inquieto de los criollos el
famoso « camino de terciopelo ^ » que exigían sus escrú-
pulos prontos a exasperarse ante las brutales asperezas de
una fe más rigorista. Así los hicieron adictos suyos por las
fibras más secretas, no costándoles ya trabajo alguno
gobernar su conciencia v su voluntad.
Como se ve, la prosperidad material y moral de las
Colonias a fines del siglo dieciocho había sido preparada
muy de antemano por los Jesuítas. La imprenta, que en
1535 introdujeron en Méjico, y cincuenta años más tarde
en el Perú y en Nueva Granada; las bibliotecas, relativa-
mente ricas, instaladas en sus colegios; los estudios
locales c|ue emprendieron desde los primeros tiempos y
que salvaron del olvido la historia y la lengua de las razas
autóctonas, sirvieron de base al despertar de la curiosidad
científica, favorecida en sumo grado por los Jesuítas,
cuando llegó el momento oportuno. Casi todos los nombres
ilustres de la época colonial les pertenecen : Maldonado
y Sotomayor, Mutis, José Domingo Duquesne, que
encontró en Nueva Granada los rastros de la casi abolida
civilización muysca. En sus seminarios se habían Ibrmado
1. Nombre que llevaban los indios del Paraguay y de ciertas
regiones de la Bolivia actual y del Brasil. También los llamaban tupis.
2. Rémy de Gourmont.
I. A AlliOliA l)K I, A I.IIÍKllTAI) 65
Moreno v l^scaiulóii '. ÍAina l^izai'ro-, ronovaJorcs del
iiiéloclo lilosólico en las universidades de Santa Fe y de
Areijnipa; Martínez de Rosas^, que profesó derecho
natural en las de Chile; Manuel Salas \ l'undador de la
pi'iniera ciitedra de inatenuUieas en la universuhul de
Sanliao'o; J3eán Funes', euvas doctrinas uu)rales y polí-
ticas, tan avanzadas como atrevidas, predispusieron sin
dnila a la juventud de Córdoba a los pi(')Xiiuos contagios
rev(»lueionarios''.
Fa trausloriuación que así se electualja en las ideas de
la joven América bajo el impulso de la enseñanza progre-
siva de los Jesuítas no tenía probabilidades de seguir
desari'ollándosc sin peligros para la conservación del
imperio colonial sino bajo la expresa condición de inte-
resar a aquellos mismos de quienes dependía orientar, a
su antojo, los movimientos del espíritu público. En este
sentido, la expulsión de los .Jesuítas l'ué una de las Taitas
más graves que la metr(')p(di había de cometer respecto de
sus colonias.
Mientras, v tan pronto como se hubieron marchado los
Padies, las Misiones comenzaron a periclitar. Los Domi-
nicos v los Franciscanos las administraron de una manera
1. MoKE.NO Y EscANDÓN (Francisco Antonio), jurisconsulto colom
biano, nacido en Mariquita en 1736, muerto en Santiago el 24 de fe
brero de 1792. Ocupó varios puestos judiciales en Santa Fe, en Lima
y en Chile. Autor de una Historia del Nueyo Reino de Granada.
2. Lu.NA PizARKO (Francisco Javier), sacerdote peruano, juriscon-
sulto y filósofo, decano de Arequipa, obispo de Alalia, arzobispo
de Lima.
3. Martínez dk Rosas (Juan), nacido en Mendoza, c{ue formaba
entonces parle de Chile, en 1759. y allí falleció en 181o. V. infra.
lib. III, cap. I.
4- Salas (Manuel de), nacido en Santiago el 4 de junio de 1755,
muerto el 28 de noviembre de 1841: filósofo y filántropo chileno,
miembro del primer Congreso de 1811. Deportado a Juan Fernández
desde 1814 a 1817. Creó en Chile gran número de establecimientos
de educación y de caridad, introdujo el cultivo de varias plantas, etc.
5. Fines (Gregorio), apodado El Deán Funes, literato argentino:
nació en (.Córdoba en 1749, falleció en Buenos Aires en 1840. Recibió
las órdenes en 177)», y llegó a ser redor de la l'niversidad de su
ciudad natal, l^no de los oradores sagrados más eminentes de la
América del Sur. Autor del Ensovo déla Historia Cis'il del Paraguay,
Buenos Aires. 1816, :> vol.
6. Cf. Becerra, Ensayo histutico documentado de la vida de Don
Francisco de Miranda. Discurso preliminar, cap. ix.
5
(i6 OUIGENES DK LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
deplorable. En el Paraguay, los indios se dispersaron
rápidamente, y las Reducciones eaycron en decadencia. El
gobernador Morpbi' creyó deber dar parte a Madrid de lo
c[ue ocurría. Recibió la orden de poner en venta los
bienes confiscados a la Compañía; pero se presentaron
pocos compradores : aquello fué una ruina completa ^. No
más feliz suerte tuvieron las Misiones de California. Los
establecimientos tan prósperos, en los que los Jesuítas
gobernaban a todo un pueblo de indios liostiles, en quienes
babían conseguido borrar su odio al nombre español,
periclitaron y acabaron por desaparecer.
Lo mismo ocurrió en Casanare y en los llanos del Ori-
noco. Fué menester sul)stituir. en estos sitios, la nefasta
gestión de los Dominicos por la de los Agustinos v de los
Capucbinos. que no dio mejores resultados. Estos reli-
giosos aplicaron, en cada uno de los pueblos que admi-
nistraban, sistemas distintos y capricliosos, aprobados a
cieoas por la inexperiencia y la apatía de sus superiores.
Al cabo de algunos años, la « Viña de predilección », cuva
abundancia v prosperidad verdaderamente milagrosas eran
celebradas por uno de sus fundadores, el P. Cassani^
desapareció en medio de una anar([uía completa. Los
indios huyeron a los líoscjues, olvidando el uso de sus
instrumentos de trabajo, en tanto que los rebaños de
bueves v de caballos, dispersos, volvían, como ellos, al
estado salvaje. En los sitios mismos en que centenares
de aldeas habían vivido felices, no hubo, a fines del
siglo, más que la selva virgen o el desierto.
Así, pues, las bajas clases sudamericanas recayeron, casi
en todas partes, en el embrutecimiento del c[ue, a cierto
momento, pareció que iban a salir, y para siempre. En las
ciudades mismas, las escuelas indias desaparecieron. El
pueblo se volvió de nuevo, más que nunca, una masa
1. ¡MoRPiii (Carlos), gobernador del Pai-aguay, de l/GG a 1772.
2. V. Arcos, Im Plata. Estudio histórico, p. IOS.
'.i. Cassam (José), jesuíta español, nacido en Madrid en 167.3, donde
falleció en 1750. Profesó las matemaücas en Madrid, siendo después
provincial de Nueva Granada. De él tenemos : Historia de la Pioviacia
de Sania Fe, de la Compañía de ./fí?/s-, v i'ida de sus varones ilustres,
1 vol., iii -'i'', Madrid, 1741.
LA AlltOHA DE LA LlIiKIl'IAI) (57
inerte, estúpida y disoluta, pronta a sufrir todas las
induencias. Y, singular regreso de las cosas, de toda
aquella gente inferior, íué precisamente la que había
estado más directamente sometida a los Jesuítas : los ¿>au-
c/ios de las antiguas misiones de Buenos Aires, y los
llaneros de los establecimientos de Nueva Granada, la que
constituyó, más tarde, el elemento decisivo de la victoria
de los independientes, después de haber sido, durante el
primer período de la guerra, bajo el mando de jefes realis-
tas, los peores adversarios de la Revolución. Este suceso
permitió al gol)ierno español medir el alcance de uno de
los efectos más angustiosos del error cometido por él al
dejar que volvieran a la barliarie pueblos que, con una
educación m;is adelantada, habrían podido ser encarrilados
hacia la defensa de la causa del absolutismo.
Esta ])articularidad se hizo sentir más netamente aún
respecto a los criollos. Mientras que los indios v el bajo
pueblo se hundían, por largo tiempo, en una obscuridad
tan preñada de incógnitas, el desarrollo intelectual de las
altas clases, entregadas a su propio instinto, rebasó
peligrosamente los límites que sus iniciadores cesaban de
señalarles. Los frailes, que después de 1767 pretendieron
asumir la tarea, peligrosa por demás, del destino de las
inteligencias, se entregaron a ella con celo brutal y faná-
tico que pareció insoportable a los criollos, irritándolos sin
conseguir sujetarlos.
En fin, los poderosos lazos que hasta entonces habían
unido la corona de España y la Iglesia cjuedaron rotos
bruscamente. La violencia arbitraria de que el rev. quien,
como recordarán nuestros lectores, disponía de un patro-
nato absoluto sobre el clero de Sudamérica, acababa de dar
|»ruebas respecto del (( mieml)ro más poderoso de la jerar-
([uía )), despertí) la int[uietud de las órdenes mismas cuyos
clamores habían influido tanto sobie la decisión soberana'.
El gobierno español tuvo que consentir las más costosas
concesiones para calmar sus aprensiones y asegurarse su
apoyo, torpe e ilusorio, por cierto. El bajo clero, que se
reclutaba ya casi exclusivamente entre los Sudamericanos,
I, Cf. Gervims, Histoire du A'/.V^ siécle, Paris, 18G5, p. 42.
68 orígenes de la uevolucióx sudamericana
y que había perdido nuu'ho de su valor desde que la
dirección de los seminarios había sido Cjuitada a los Jesuí-
tas, vio. por la misma causa, rebajado su prestigio. Su
lealismo se entiljió. Los curas de aldea se volvieron
comúnmente partidarios de la independencia, y, en Méjico,
hasta tuvieron la iniciativa de los levantamientos, y los
capitanearon.
La expulsión de los .lesuítas ejercic» una influencia
todavía más directa en la Revoluci('>n sudamericana. Los
ocho o diez mil relij^iosos de la Compañía que iiabían sido
desterrados del Nuevo Mundo, y de los cuales muchos
habían nacido en Sudamérica. se relugiaron en los Esta-
dos Unidos, en Inglaterra, en Rusia, en Alemania, v en los
Estados Pontiíici(>s. Las privaciones, la pobreza que allí
conocieron les hicieron echar de menos con más amargura
la amable v amplia existencia de otros tiempos, la venera-
ción que les demostraban poblaciones sumisas o del todo
adictas : todo aquello que hacía de -las Colonias, aun para
aquellos que no eran originarios de ellas, una verdadera
patria. Al cariño que sentían por acjuel hogar perdido se
mezclaba, en el alma de los antiguos Jesuítas, un rencor
proi'undo contra el gobierno que los había arrojado de él,
llegando, a poco, su encono hasta desear ardientemente
que la corona de España quedara desposeída de aquellos
dominios, y se convirtieron, en Europa, en decididos
propagandistas de la Revolución. Desde entonces, en todas
las conspiraciones que se traman contra la dominación
colonial, se ve la instigación de los Jesuítas. Se han afilia-
do a los emisarios de los Comuneros, y el ministro de
España en Londres, al informar al gojjierno de los manejos
de Vidalle. declara que « este perturbador esta de acuerdo
con alo-unos antiguos Jesuítas, no caracterizados, sin duila
alguna, impulsados únicamente por los provechos ([ue
pudieran sacar' ».
Otros no vacilan en predicar abiertamenle la rcbelicui.
De éstos es el P. Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, nacido en
Arequipa, fallecido en Londres en 1798, v que, en 1701.
1. Informe de D. Bernardo del Campo, ministro de S. M.C. en
Londres, al conde de Floridablanca, julio de 1784, Brici.ño. o/), cit.,
doc. 33, p. 218.
I. A mhoha di; la i,ii!i:ií i ad G9
publicó un loUetü de propaoaiula cu varias lenguas, lollelo
leído ávidamente por los primeros « patriotas ». El epígra-
le « Vincet amor palrid », que s(! ve en la primera página
del libro', revela el sentimiento en que se inspira, y aeerea
del cual insiste muy particularmente el autor en el transcurso
de su obra. « El Nuevo Mundo, dice él. es nuestra patria. Su
historia es la nuestra. Puede resumirse en cuatro palabras :
ingratitud, injusticia, esclavitud, desolación. Tales, en efec-
to, la suerte de los Jesuítas. La muerte ha librado ya, a la
mavoría de a([uellos desterrados, de los padecimientos de
todo género que les han acompañado hasta la tumba. Los
demás, arrastran una vida miserable, y son una prueba más
lie esa crueldad de carácter que tantas veces ha sido repro-
chada a la nación española, aunque, en realidad, tal repro-
che no deba recaer sino en el despotismo de su gtdjierno. »
Después de hacer el elogio de los « generales americanos
de Nueva Granada en la insurrección de los Comuneros »,
examina Guzmán los argumentos que militan en favor de la
liberación de las provincias de ultramar, y ahrma : « Bajo
cualquier aspecto que se considere nuestra dependencia de
España, se verá que todos nuestros deberes nos obligan a
terminarla »; v, tomando ejemplo de lo que acaban de
hacer los habitantes de las colonias inglesas, anuncia a
sus compatriotas que, también para ellos « ha llegado el
momento de ser libres'- ».
III
A pesar del liberalismo de su espíritu nacional, Ingla-
terra, desde la segunda mitad del siglo dieciocho, no
lograba va mantener en la obediencia sus posesiones de la
América del Norte. La organización profundamente demo-
crática de los emiorantes, o como se llamaban a sí mismos,
o
de los peregrinos de la Nueva Inglaterra, rompía el dema-
siado estrecho molde de las antiouas tradiciones colo-
1. Lellre (lux Espagnols américains par un de Iciirs coiiipairiotes,
Edic. francesa. l'iladeHia, 1799.
2. Ibid., pp. 2i--2y.
70 üKHiENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMEIUCAXA
niales. La historia de Robfnson. que hacía ya Las Jelieias
de los lectores de ambos mundos, y cuyo modelo había
sido precisamente hallado por el genial Daniel de Foe entre
aquellos colonos inf^leses, « ([ue conquistaban un imperio
sobre el mar y lo organizaban siempre para resultados
positivos * )), da la clave de la formación política y social
de aquel pueblo nuevo cuya audacia y cuyo positivismo
resultaban ser las cualidades dominantes. Las pedantes
empresas de los ministros de Jorge III, al acentuar más
las impropiedades del sistema colonial, acabaron, en 1775.
por empujar a la rebelión a los descontentos de Virginia
y de Massachusetts.
Sin duda que no imaginaban éstos con qué simpatía
fraternal los futuros caudillos de la Independencia sudame-
ricana seguían, en lo recóndito de su corazón, las peripecias
de la lucha entablada contra una metrópoli europea. A
pesar de la extremada lentitud con que a las Colonias
españolas llegaban las noticias del extranjero, y a pesar de
la vigilancia de los familiares del Santo Oficio, los criollos
de Caracas, de Buenos Aires, de Quito, de Santa Fe, de
Lima, minuciosamente informados de los acontecimientos
de Norteamérica, aplaudían la Declaración del Congreso
de P'iladelfia de 4 de julio de i77G, y se regocijaban cual
si se tratara de un éxito personal. Hasta tal punto conser-
varon su recuerdo, que, cuando a su vez entablaron la
lucha, su primer cuidado fué el de repetir los términos de
aquella famosa proclama, reproduciendo de ella hasta la
fecha misma-. Cierto que las resoluciones y la táctica del
plantador .lorge Washington, en la que se veía el sello de
la reflexión, desconcertaban un tanto la exubeíancia con
que los criollos habrían manifestado su propio valor; pero
se estremecían de placer cuando a sus oídos llegaban los
ecos de los éxitos alcanzados por los i/isií/-¿;e/it,s. los insu-
rrectos, y las derrotas de éstos los conmovían profunda-
mente...
l^or fin. el tratado de París de 1783 garantizó la
soberanía de los listados Unidos, y España, de quien había
1. VoGÜK, liohiiison Crusoé, en líisloirc el Porsie.
2. V. lib. II, cap. n, § '*.
I. A A uno I! A l)K I.A l.lliKIi TAI) 71
conscoiiiclo Frauciii que concín ricia a su liberación, tuvo
(|ue celehrai' este existo, no obstante tan contrario a los
intereses de su política. Mas, preciso es reconocer que no
tardó en alarmarse el conde de Aranda ante las conse-
cuencias ([ue la victoria de los Norteamericanos iba a tener
])ara la seguridad de los dominios españoles. No sin suma
in([uietutl había visto a l'^spaña tomar parte en tan escabrosa
aventura. VA ('xito de los colonos ingleses en su lucha por
la independencia había, fatalmente, de alentar las aspira-
ciones siempre en acecho de los criollos, y, tanto más
dil'ícil iba a resultar el predicarles la obediencia, cnanto
que de manera tan manifiesta acababa Kspaíia de sostener
la rebelión. Comprendía Aranda qne era inminente nn
levanlauíiento en las colonias sudamericanas. Tenía aviso
de las tormentas que en ellas se preparaban; había
proí'undizado las causas de dichas tormentas. Entonces,
su patriotismo le dictó el deber de exponerlas directamente
al ley. y, al día siguiente al de la firma del tratado,
entregó a su señor una importante memoria acerca de la
Independencia de los Estados Unidos, y sus probables
lonsecuencias.
« No he de detenerme aquí, — comenzaba diciendo el
conde de Aranda — , en examinar la opinión de algunos
hombres de Estado, así nacionales como extranjeros, que
comparto con ellos, acerca de la dificultad de conservar
nuestra dominación en América. Nunca posesiones tan
extensas, situadas a tan larga distancia de las metrópolis,
han sido largo tiempo conservadas. A esta causa general
para todas las colonias, hav ([ue añadir otras, especiales
para las ])osesioues españolas, que son : la dificultad de
socorrerlas cuando puedan necesitarlo; las vejaciones de
los gobernadores para con aquellos desgraciados habi-
tantes; el alejamiento de la autoridad suprema, a la cjue
necesitan recurrir para ({ue sean escuchados v corregidos
sus agravios, lo cual hace c[ue transcurren años antes de
([U(' sean oídas sus quejas; las venganzas a í[ue quedan
expuestos, mientras tanto, por parte de las autoridades
locales; la dificultad de conocer cumplidamente la verdad,
a distancia tan considcralíh' ; en fin, los medios que a
virreyes y a gobernadores no pueden laltar, en su calidad
/2 <)Itl(;EAES DE I. A liEVOLl'CIOX SlDAMElilCANA
de españoles, para obtener declaraciones favorables en
Flspaña : todas estas circunstancias habrán de descontentar,
infaliblemente, a los habitantes de América, v les moverán
a intentar esfuerzos para obtener la independencia tan
pronto como se les presente una ocasión propicia )>...
« Sin entrar tampoco en ninguna de estas considera-
ciones, me limitaré ahora — proseguía el ministro — a la
que nos ocupa respecto del temor a vernos expuestos a
peligros por parte de la nueva potencia que acabamos de
reconocer, en un país en que no existe otra alguna capaz
de atajar sus progresos. Esta república federal ha nacido
pigmea, por decirlo así; ha necesitado, para llegar a la
independencia, el apoyo y la fuerza de dos Estados tan
poderosos como Francia y España. Llegará un día en que
sea eiofante. hasta coloso, temible en esas comarcas.
Entonces (dvidará los beneficios recibidos por las dos
potencias, y no pensará más que en agrandarse. La
libertad de conciencia, la facilidad de establecer una
nueva población en inmensos terrenos, así como las
ventajas del nuevo gobierno, llamarán allí a agricultores y
a artesanos de todas las naciones, pues los hombres
corren siempre tras la fortuna, y, dentro de algunos
años, veremos, con verdadero dolor, la existencia tiránica
de ese mismo coloso de que hablo ».
« El primer paso que dé esa potencia, cuando haya
llegado a agrandarse, será el apoderarse de las Floridas
para dominar el golfo de Méjico. Después de habernos
dificultado de la suerte el comercio con Nueva España,
aspirará a la conquista de ese vasto imperio que no nos
será posible defender contra una potencia formidable,
establecida sobre el mismo continente y en su vecindad.
Estos temores son. Señor, demasiado fundados y habrán
de realizarse dentro de pocos años, si antes no ocurriesen
otros más funestos en nuestras Américas ».
Reivindicando entonces la paternidad de un proyecto
indicado por Raynal ', proponía Aranda una organización
nueva ([ue, al mismo tiempo (|ue asegurara la felicidad de
Améiica. permitiría además salvar lo (pie a España le
1. Üjj. t/7., l IV, p. 294.
L.V AIIUOHA DI-: I.A l.lliKlilAI) 73
quechil);! como prestigio y coino poderío : el vcv Iciiía (jiie
« desprenderse de todas sus posesiones del conlinente
americano, conservando solamente las islas de Cuba y
Puerto Rico en la parte septentrional, v al(>'una otra í[ue
pueda convenir en la meridional, con el objeto de (jue
nos sirva como de escalas o laclorías para el comercio
español. A fin de ejecutar este ^ran pensamiento de una
manera que convenga a la l^^spaña, deberán colocaise tres
infantes en América : uno, rey de Méjico; otro, rey del
Perú, y, el tercero, de Costa Firme'. Vuestra Majestad
tomará el título de Emperador...
« En cuanto al comercio, habría de hacerse en el con-
cepto de la mayor reciprocidad : las cuatro naciones
deberían mirarse como unidas por la alianza más estrecha,
oiensiva v defensiva, para su conservación v jjrosperidad.
\o estando nuestras fábricas en estado de proveer a
América de cuantos objetos manufacturados pudiera
necesitar, sería menester que Francia, nuestra aliada, le
suministrara todos los artículos que nos fuera imposible
enviar, con exclusión absoluta de Inglaterra. A este efecto,
los tres soberanos, al tomar posesión del trono, firmarían
tratados formales de comercio con España y Francia,
descartando siempre a los Ingleses' ».
Para dar a este proyecto alguna probabilidad de realiza-
ción, habría sido menester, a más del consentimiento de
Europa, una amplitud de ideas poco común en un
soberano absoluto. Por generoso que se le supusiera, no
podía Carlos III, sin gran detrimento para su dignidad
real, consentir en una especie de abjuración que, bien
mirado, le habría valido beneficios aleatorios y discutibles.
Desechó el proyecto y despidió al ministro.
Aun suponiendo que se hubiese intentado aplicarlo, el
proyecto del conde de Aranda no habría sido fácilmente
aceptado en América. En efecto, el desgraciado ensayo de
1. Diibase el nombre de Costa Firme a toda la parte comprendida
entre el istmo de Panamá', y las bocas del Orinoco, y, por extensión,
ii Nueva Granada y a Venezuela.
2. Manuscrito de la Colección del duque de San Fernando, lín
(]()xi:, L'Esp(iíi¡ne sous les Hois de la Maison de Bombón, París, 1827,
6 vol., in-8", t. III, cap. iii. p. 45.
ék OlUGENES DE LA ItEVOLLCIUN SLDAMEIUCAXA
reforma administrativa que, veinte años antes, liabía
emprendido el Consejo de Indias en parte del imperio
eolonial, era de naturaleza a dejar entrever a cuánta
paciencia y habilidad fuera menester recurrir para hacer
admitir por los colonos un cambio de régimen, si no
había de aportarles las más extensas libertades. Obede-
ciendo a indicaciones del duque de Choiseul, el comisionado
Gálvez Villalba, al que acompañaba, por lo cjue pudiera
ocurrir, una expedición de 200 hombres de tropa buena,
llegó, en 1763, a Méjico, provisto de instrucciones para
una reorganización completa y perfeccionada de la admi-
nistración fiscal : los pueblos, alarmados, se creyeron
amenazados de nuevos impuestos, siendo así que, al
contrario, se trataba de mejorar su suerte; los trastor-
nado res, en acecho de todo pretexto plausible, excitaron
un levantamiento, y Villalba tuvo que renunciar a llevar a
cabo su misión. Lo mismo ocurrió en Quito. El menor
cambio en las tradiciones del gobierno colonial determi-
naba perturbaciones que se convertían en motivos de
rebelión.
La nueva iorma de vasallaje implicada en el plan del
conde de Aranda no podía seducir a los criollos, en
quienes la independencia de la América del Norte hacía
concebir ilimitadas esperanzas. Tenían la seguridad de
Cj[ue las nacionalidades, con cuyo próximo establecimiento
soñaban, hallarían en los Estados Unidos solícitos protec-
tores. E Inglaterra, debilitada por la defección de las
más ricas provincias de su imperio, no podría resistir,
creían ellos, al cebo de las ventajas comerciales ([ue habrían
de proponerle, a cambio de un apoyo decisivo.
Los nuevos motivos de « trastornos » de (pie hablaba
Aranda no iban a tardar en manifestarse. A Carlos IH,
fallecido en 1788, había sucedido un príncipe tan débil
como atrasado. Su advenimiento paralizó en seguida el
impulso reformador: la reacción que se introdujo en
España ganó las (Colonias, v la opresión tradicional
recuperó en ellas sus derechos, con más dureza que nunca.
En a([uel momento estallaba la Revolución francesa.
Todos los hombres de Améi'ica capaces de seguir su asom-
broso desarrollo sintieron brotar en su coi'azóii indecibles
LA ALUOKA DE LA LlIiEllTAl) 75
emociones. La abrasadoi'u eloeiieiieia de nuestros li¡l)iiuos;
sus ademanes, impelidos por amplísima audacia; el
heroísmo de los soldados de la República; las escenas del
prodigioso drama representado en el otro lado del
Océano, comunicaban a las almas americanas una exal-
tación que siouió vibrando en ellas. El genio latino que
trastoinalja al mundo hablaba, esta vez, un lenguaje
comprendido de todos, v los ecos de los colosales Andes
repetían en tumulto las mágicas palabi-as de Libertad, de
Igualdad y de Fraternidad .
La generación que en Sudamérica se preparaba a la
revolución veía, en tan fulgurantes ejemplos, el término
evid(Mile de sus propias aspiraciones. Salida de cuerpo
entero de la Revolución Irancesa, de la que tomará los
procedimientos, las máximas, v hasta los símbolos, la
Revolución sudamericana iba a tener tanto más derecho a
ponerse bajo la bandera de su primogénita cuanto que el
parentesco espiritual común de los precursores fué tan
íntimo como era posible serlo. Había en el Nuevo Mundo,
a la cabeza de las masas. -^ menos ilustradas ciertamente,
en su conjunto, que las de Europa, una élite semejante,
cuyos ardores eran tan nobles y tan bellos, cuvos entu-
siasmos eran tan vibrantes v tan firmes. Los leofisladores.
los hombres de Estado, los generales de la Independencia
perfeccionaban su formación con las lecciones mismas que,
en las asambleas o en los campos de batalla, ponían tan
soberbiamente en práctica, en aquel momento, los actores
de la Revolución francesa.
Muchos jóvenes de Méjico, de Nueva Granada o de la
Plata habían ido a Europa, a Francia sobre todo, para
Impregnarse de la atmósfera intelectual que tantos extran-
jeros anhelaban respirar en París ; los criollos que se
quedaban en América aprendían el francés y se iniciaban
en la literatura francesa, con celo más ferviente que el que
mostraba la juventud europea. En ningún sitio del globo
lué más comentado VEsprit des lois, v en ningún otro sitio
lué Montes(juieu. inspirador de la constitución de los
Estados L nidos, más admirado que en los centros intelec-
tuales de las Colonias españolas. En la Histoire philoso-
phiíiue de Raynal era donde aprendían historia los jóvenes
76 ORICENES DE LA ÜEVOLUCIOJÍ SUDAMElilCANA
sudameri(;anos. Rousseau suscitaba fogosos discípulos. En
las « Sociedades literarias » que se fundaban en todas las
ciudades coloniales, leíanse, declamábanse con pasión las
tragedias clásicas francesas. Las réplicas de los personajes
de Corneille enardecían los ánimos; entusiasmaban las
alusiones de Tanaedo :
Jjinjuslice i\ la lin prodiiit rindépendauce,
el frenesí de las heroínas de Racine, que las admirables
amazonas de la Revolución americana se disponían a
hacer revivir. Así, pues, el a Mundo » era más « francés »
aún de lo que imaginaba Rivarol ^
Y, no obstante, ¡qué de precauciones eran menester para
aprovisionarse de todos esos libros, y qué gozo cuando
por fin llegaban a manos de sus aficionados, a despecho de
la Inquisición y de sus rigores! Acaso hubiesen costado la
vida semejantes atrevimientos. Y, sin embargo, según lo
atestigua un párrafo de carta, el ñno v elegante descuido
de los criollos, y la complicidad de una simple mujer,
solían reirse de todos aquellos obstáculos. En 1787, el
célebre patriota chileno Antonio Rojas- escribía desde
París a una joven dama de Santiago : « Tengo la nota de
los perversísimos libros que encierran los consabidos
cajones, y porque no la he podido encontrar no la incluyo.
Pero, ¿para qué la necesita usted? ¿No es usted dueña de
los cajones y del dueño de los cajones? Pues, ¿para qué
notas V preguntas? Mas, si éstas se reducen a saber lo que
contenían, para no abrirlos si no agradaban, diré algo,
según me acuerdo. Encontrará usted unos 56 tomitos en
folio, qvie son dos ejemplares del malísimo y pestífero
diccionario enciclopédico que dicen es peor que un
1. Discours sur CUiúversalité de la hinque francaise.
2. Rojas (José Antonio), nacido en 1743, muerto hacia 181(). l'no
de los mayorazgos de la colonia. En su juventud fué capitán de caba-
llería en las milicias de Santiago. Viajó por Europa y, de vuelta a
su país, tomó pai'te en la conspiración de Gi-amuset y Berney. Sin
embargo, por política. Rojas no fué molestado. I*"ué uno de los pro-
motores de la Revolución de 1810. Cuando el país cayó de nuevo
bajo la dominación española en 1H11, Rojas fué transportado a la isla
de Juan Fernández, l'or razón de salud, fué llevado de nuevo a San-
tiago, donde murió poco después.
LA AlUOn.V 1)K I.A I.MÍERTAD
tabardillo. ítem, las ojjras de un viejo (jiie vive cu Oinebra.
cuya opinión está tan en duda, que unos dieen es apóstol
V otros anticristo. ítem, las de oti'o chisgarabís que nos
ha quebrado la calveza con su .lulia. Ileni. la jjella historia
natural de M. Bullón. ^ no sé (|ué olios, ([uc, según
malicio V conjeturo por el d(q)i'avado gusto del inajadei'o
([ue los pidió, deben de ser tambiiMi malos, como dicen en
la tierra de usted '. »
Con aíjuella logosa impetuosidad que hacía madurar, en
América, los productos d(d ingenio al igual de los de la
naturaleza, el pensamiento, puesto en movimiento a
j)rincipios de la segunda mitad del siglo, había alcanzado,
en el espacio de algunos anos, su pleno florecimiento. Por
todas partes se fundaron « centros humanistas ». « clubs ».
])eriódicos. En Lima, el Mercurio Peruano, que el sabio
Lnaniíe - hizo salir a luz hacia 1792, y que. según expresión
del célebre Vicuña Mackena^. peruano también, fué el
« Silabario de la literatura nacional del Perú, y la escuela
en que se preparó la Revolución ». Otro tanto hav que
decir de la Gaceta de Buenos Aires, dirigida más tarde por
Mariano Moreno*, uno de los precursores de la indepen-
dencia argentina, quien contribuyó poderosamente a la
difusión de las nuevas ideas entre los habitantes de la
Plata; el Papel Periódico de Santa Fe, que se publicó
desde 1791 ; en fin. el Nuevo Luciano, de Quito, fundado y
redactado por José Espejo '^ , v cuvo subtítulo : El Desper-
1. Citado por Becerra, op. cit., 1. I, p. i.vi.
2. Unaxúe (José Hipólito), sabio peruano, nacido en Arica en 1758,
muerto en 1833. Cuando la llegada de San Martín al Perú y de la
instalación del gobierno independiente. Unanúe fué nombrado mi-
nistro de Hacienda. Después fué presidente del primer Congreso
(constituyente. Bolívar le nombró más tarde presidente del consejo
de ministros y lo encargó de gobernar el país durante su ansencia.
l'nanúe se retiró luego de la vida política. Ha dejado varias obras
cientííicas y las Guías del Perú, pulDÜcadas desde t793 a 1797.
3. Vicuña Mackena (Benjamín), historiador chileno nacido en
Santiago en 1831, fallecido eji 188(). Sus principales obras son :
El Sillo del Chillan en ]SI3, 1860. Revolución del Perú, 18fyl, etc. Ha
publicado además tres tomos de la Historia de Chile.
\. Moreno (Mariano), nacido en Buenos Aires en 1778, fallecido en
mar en 1811. V. infra, lib. II, cap. iii.
5. lisPE-io (José Eugenio de la Cruz y) nació en Quito en 1755, de
una muy humilde familia del país. Partidario entusiasta de las ideas
republicanas, publicó, al mismo tiempo que el Luciano, una hoja
78
OHKÍKXES DE LA liEVOI.l CIÓN SI DAMEHICANA
tador de los In¿>e/iios resume la obra de incitación y de
propaganda revolucionarias a la que en todas partes se
había dedicado lo más selecto de la juventud intelectual
sudamericana.
lY
En la antigua Santa Fe, que en 1538 fué declarada
capital del Nuevo Reino de Granada, por el conquistador
Jiménez de Quesada ', era donde la idea republicana había
hallado más ferviente asilo entre los hombres mejor
organizados para comprenderla y acogerla. Los dogmas
Igualitarios d(í la Revolución francesa, a pesar de lo poco
compatibles que eran con las tradiciones de la sociedad
colonial, predispuesta manifiestamente a poderosos anta-
gonismos por sus innumerables distinciones de clases,
habían penetrado, desde los comienzos, entre los « ciuda-
danos )) de la Atenas de Sudamérica. Ya desde fines del
siglo dieciocho ponía empeño Santa Fe en merecer este
hermoso calificativo que le dio Humboldt algunos años des-
pués. Era entonces, cuando menos respecto de las letras
y del ingenio, la ciudad más brillante del Nuevo Mundo.
El arzobispo virrey Caballero- había sabido dar al
comercio y a la agricultura un impulso tan favorable como
a la instru(;ción pública del país. Su administración, de un
humanitarismo sorprendente para la época ^ fué conti-
nuada, de 1789 a 1707 por D. José de Ezpeleta'\ el más
salírica : el Golilla, cuyos artículos incendiarios le valieron ser
encarcelado varias veces. En 1793, el gobernador le mandó ir a
Santa Fe. Allí trabó Espejo amistad con Nariño y Zea. Falleció en
Quito en 1796.
1. QiKSAUA. (Gonzalo Jiménez de), nació en Córdoba hacia 1499,
falleció en 1579, el 16 de febrero, en Mariquita (Nueva Granada).
Fundó Santa Fe de Bogotá, el 6 de agosto, de 1538.
2. Caballero y Góncora (Antonio), arzobispo y virrey de Nueva
Granada, de 1782 a 1789.
3. Por primera vez en el Nuevo Mundo, organizó Caballero una
Asistencia pública obligatoria.
4. Ezí'KLETA Y YiciKE DK Galdeano (José de), nació en Pamplona en
1741; gobernador de Cuba desde 1785 a 1789. Virrey de Nueva
Gr-anada desde 1789 a 1797. De regreso a líspaña, fué nombrado, al
año siguiente, vii-rey de C>ataluña. Hecho prisionero por los l'"ranceses
en 1809, no volvió a su patria hasta en 1815. Fernando Vil lo nombró
capitán general de Navarra. Falleció en 1823,
LA AUnOltA nií LA LIBEIITAD
pi-ogrcsista v el más prudente de los funcionarios coloniales
en un tiempo en ([ue los Rcvillagigedo en Méjico, y los
O'Hion-ins' en Chile se hacían notar por su sensatez v su
liberalismo. De Europa acudieron artistas, profesores,
ingenieros, entre ellos un francés, d'Elhuyart-. ([uien dio
nuevo impulso a la industria minera de Nueva Granada.
Hospitales, hospicios, fueron establecidos en las grandes
ciudades. Ezpeleta autorizó en Santa Fe la creación de un
colegio superior para doncellas, el primero que de este
oéncro se fundaia en la colonia, v cuva organización fue
dirigida por una mujer « tan ilustre por su nacimiento
como por la nobleza de sus sentimientos », como la califi-
caba el virrev mismo : Doña Clemencia de Caicedo. Se
abrieron escuelas públicas en todas las parroquias impor-
tantes. La facultad de medicina de la capital tuvo un gabi-
nete de física de los más completos, y varios laboratorios.
La universidad da Santa Fe llegó por entonces a su
apogeo. Mutis era el decano de un cuerpo docente que
contaba juristas como Camilo Torres^ Joaquín Camacho ^ ;
filósofos como Félix Restrepo^; humanistas como Zea'',
igualmente notables por la perfección, la originalidad y el
atrevimiento de su enseñanza. Los estudiantes, que a
menudo tenían poca menos edad que sus maestros,
componían una pléyade admirable de ardor y de inteli-
gencia, que se disponía a añadir, a la aureola del saber,
resplandeciente va, por ejemplo, en Francisco Josef de
1. O'HiGGiNs (Ambrosio), marqués de Osorno, gobernador y
capitán general de Chile desde 1788 hasta 1796; después, virrey del
Perú, 1796-1801 .
2. Elhuyart o Elhuyar (José d), químico de origen francés;
estudió, como su hermano Fausto, en Freiberg, hacia 1780. Fausto
esludió también química en Upsala, bajo Bergmann. Llevó a Nueva
España, en donde llegó a ser director general de las minas de México,
mineros de Sajonia, mientras José, su hermano, era director tle las
minas de Santa Fe, Allí falleció este último hacia 1802. Su hijo,
Luciano d'ElIiuyart, fué uno de los liéroes de la guerra de la Inde-
pendencia.
3. V. iiifrfí, líb. II. cap. lu.
4. Id.
5. l'iíLix Rf.stuf.po. nació en Envigado (Nueva Granada) en 1760.
Profesor de filosofía en las Universidades de Santa Fe y de Popayan,
En 1811 contribuyó a la defensa de esta plaza. Murió en 18^2.
<"). V. infra, lib. 11. cap. i.
80 OIIIGEXES DE LA HEVOLVCIÓN SinAMEBICAXA
Caldas', la del martirio patriótico. I^a historia se ha
encargado de grabar la lista inmortal de aquella juventud
en cuyas filas se reclutaron la mayoría de los Proceres de
la Independencia.
No iba a tardar vVntonio Nariño en encabezar la oloriosa
o
lista. Su vida, en la que las más felices casualidades
alternan con increíbles reveses, puede ser considei'ada
como una especie de cuadro simbólico del destino que
acechaba a los hombres (|ue llevaron a cabo la Revolución
sudamericana. A la vez hombre de pensamiento v de
acción, literato, periodista, diplomático, tribunc». conspi-
rador, guerrero, táctico y dictador, aporta a estas múltiples
actividades, exigidas sin duda por la complexidad de la
obra colosal que pretendieron realizar los Proceres, el
valor, la perseverancia, v, también, esa maña, cuyas ines-
peradas candideces desconciertan, pero que es general en
todos, aunque, desde luego, en grados distintos. En
Nariño, esta flexibilidad va acompañada de aticismo, de
caballerosidad, de humoradas, ([ue son las características
de su raza y de los habitantes de su ciudad natal ^.
I labia venido al mundo en Santa Fe, el 14 de abril
de 1765, de una familia patricia originaria de Andalucía,
y establecida desde hacía tiempo en Nueva Granada.
Después de notables esludios en el colegio de San Barto-
lomé, que. con el del Rosario, compartía el privilegio de
recibir a los jóvenes de la aritocracia. Nariño fué nombrado
por el virrev Ezpeleta, de quien era visita su íamilia. al
importante cargo de « tesorero de diezmos ». Algún tiempo
después, y a pesar de su poca edad, sus compatriotas le
eligieron para teniente alcalde de Santa Fe. La vigilancia
de vastos cultivos de tabaco, de cacao, y, sobre todo, de
(juina, a ([uc luego se dedicó, no le impidió completar sus
estudios, siendo éstos tan extensos ([ue no tardó en ad([uirir
la justificada reputación de sabio sin igual entre tantos
otros sabios. Tenía Nariño. lo cual no cía raro cu el medio
en (|ue vivía, nociones literarias v cicnlílicas sumamente
1. Caldas (Francisco Josef de), apollado El Sabio Caldas. Nació
en Popayán, en 1771; fusilado en Sania I''e el 29 de octuhi-e de 1816.
Y. infra.
2. Cf. Vj. a. TonKKs. La EsUtlua del Prccursur. ^ II, p. G.
LA Al'lUUlA di: i. a LIÜKinAl) 81
extensas y variadas, pero domiiiáiulolas a l'oiido; v natu-
ralista de primer orden, teólogo eonsuniado, sabia además,
en cuestión de medicina, cuanto de esto podía conocerse
entonces en las mejores lacultades europeas.
Ponderábase la biblioteca de cerca de 6 000 tomos cnie
el joven santaíercño liabia logrado reunir en su casa sola-
liega de la plazuela de San Francisco^ extensa, algo baja,
y achatada además bajo su techumbre de tejas grises; de
un solo piso, con portal dominado por un escudo de
piedla, y cuyas piezas, alumbradas por anchas ventanas
con rejas labradas, daban, por deu-tro, a un amplio patio
embaldosado de mosaicos. All!, en los atenienses crepús-
culos de los hermosos días de la Sabana, tendida cual
mantel inmenso, semblada de ricos cultivos v de jardines,
a los pies de la capital granadina, allí, en su « librería )),
recibía Nariño a toda la juventud apasionada por saber,
aficionada a preguntar y a discutir, y cpie comulgaba toda
en la confianza y el gozo (jue inspiran las convicciones
entusiastas y los juveniles ideales. Un retrato de Fi'anklin.
en un marco de ébano con adornos de concha v de marfil,
se destacaba en sitio preferente, sobre el papel pintado
de la pared, entre mapas, figuras de silueta, de moda
desde hacía poco, grabados representando escenas de la
historia de Grecia y de Roma, por encima de los estantes
que se combaban bajo el peso de libros y de manuscritos.
Sof'ás y butacas de caoba tendidos de damasco de color
amarillo pálido ; dos globos con armaduras de cobre, una
máquina eléctrica, rodeaban la vasta pieza cuyo centro
estaba ocupado por grandes mesas cubiertas con tapetes
verdes, sobre las cuales no tardaban en ponerse candeleros
de plata con velas encendidas'^
La lectura en alta voz, el comentario de los literatos y
de los filósofos franceses, cuya lengua poseía cabalmente
Xarifio y por quienes era apasionado, componían el habi-
1. Ahtcim) Qlijano. casas históricas tle Bogot;í, en el JJoleíín ele
Historia \ Antiuüedudes^ t. III, p. ;i67.
2. Según ol inventario de confiscación de Jos bienes de D. Antonio
-Xariño, efectuado en Santa t'e en 29 de agosto de 1794 por el
Alguacil .Mayor del Juzgado, publicado en Posada e TbÁnez : El
Precursor, pp. Hil y sig.
6
82 OltlGENES DK LA HEVOLUCIOX SUOAMEUICAXA
tiial prog ruina de aquellas veladas. En los momentos de
descanso, Naiiño llevaba a sus amigos al « laboratorio »,
o a la iinpr(Mitita. organizados por él en dos piezas conti-
guas a la biblioteca. Ejercía sobre su auditorio, cada vez
más numeroso, al que con frecuencia acudía algún toras-
tero de paso })or la capital, Elspejo. por ejemplo, el joven
redactor del Luciano de Quito', un ascendiente, un pres-
tigio extraordinarios. De estatura mediana y bien propor-
cionada, tez clara, cabellera rubia cuyos bucles rodeaban
el óvalo alargado de un rostro cuyos ojos azules ligera-
mente saltones, cuyos labios voluptuosos y cuya barbilla
un tanto maciza babrían dado a la fisonomía demasiada
molicie, sin el contraste de una trente ancba, huesuda, y
una nariz arqueda y abultada, seíial de voluntad firme y
decisiva"-, Nariño se expresaba con elocuencia cuya seduc-
ción es proverbial.
Sus biógrafos, poco numerosos^, aseguran que en
aquellas reuniones fué donde los futuros tribunos de la
Revolución se iniciaron en las fórmulas, exhumadas por
entonces de un clasicismo a veces discutible, por las
asambleas francesas, y de las que con tanta abundancia se
hizo, después, uso en Sudamérica. A pesar de su afinada
cultura, complacíase en ellas Nariño con superticioso
ardor, por toda la virtud secreta que le parecían contener :
si se quería derribar « la hidra de la tiranía » y hacer
valer « los derechos sagrados de un ])ueblo libre )•>. ¿no
parecía eficaz aclimatar, en aquíd lado del Atlántico, tales
metáforas jacobinas cuyo empleo consagraba, en Francia,
las victorias de la Revolución? Cuanto podía recordarlos
1. V. Vii.LAviciiNcio. Geografía de la Hepúlilica del Ecuador.
Nueva York, 1858, p. 186.
2. Retrato de Nariño por Espinosa, pintor colomljiano de la época,
en el ¡Museo nacional de Bogotá.
3. VuRGARA, Vida y escritos del (ieneral Antonio !\'ariíio, Bogotá,
1859 (la obra liabía de constar de dos lomos, pero el tomo II no
fué publicado). L. S. Scarpetta y Yeiigaua, Diccionario biográfico
de los Campeones de la Libertad, Bogotá, 1879, artículo Nariño.
Vergara y Vi.rgara, Historia de la Literatura, etc., cap. xi. —
V. también Bi;gI'RRa, Vida de Miranda, t. I, pp. 111 y sig. Posada e
liiÁÑKz, El Precursor (Bil)lioteca de Historia Nacional), Bogotá, 190o,
importante colección de documentos sobre la vida de Nariño, prece-
dida de un elocuente prefacio de I^osaüa. — Vergara v ^'El.AS(;o,
Historia Patria, Bogotá, 1910, pp. 19, 2'í3-2'í8, 27'i, etc.
I.A Al l!(»l!A IH: I.A I.IllKli lAI)
orígenes y la gíMiesis de lales \ ¡etorias parecíale a Nariño
(le preciosa opoitinudad. Así. por ejeinplo. proveclal)a
íiintlar una « Sociedad literaria » de la que habrían formado
|)arte los ni;is conspicuos ingenios de Santa Fe, y ])ara la
cual deseaba preparar una sala cuyos únicos órnalos ñiei-an
írases tomadas de Rousseau. ^ oltaire v Montes(juieu.
Un encuentro, lortuilo al parecer, como suelen serlo
aquellos de donde resultan los más formidables aconteci-
mientos, al mismo tiempo ([ue suministrara a Nariño una
ocasión para continuar la prueba de su táctica favorita,
iba a dar toda la medida del poder germinador de las
manifestaciones del pensamiento francés, y a justificar la
])rofecía que acabal)a de formular iVndré Chénier : « La
Uevolueión que toca a su fin en nuestro país lleva en su
seno los destinos del mundo ' ».
Una noche de los primeros meses de 1794. estaba Nariño
trabajando en su biblioteca, cuando entraron a decirle que
el capitán de la guardia. Rodríguez de Arellano, con quien
estaba en relaciones, pedía verle. Recibió Nariño su visita,
V el oficial, que conocía la afición de su amigo por los
libros franceses, le entregó una obra que el virrey acababa
de recibir, obra que sin duda le interesaría, pidiéndole
([ue no la enseñara a nadie, por si acaso; pues, aunque
la Inquisición había mitigado mucho sus antiguos rigores,
quizás se le ocurriera enojarse Era, en tres tomos, la
Ilistoire de lAssemblée Constituante, de Salart de Montjoie.
Ya que se hubo marchado Arellano. abrió Nariño el tomo
tercero. Contenía el texto in extenso de la Déclaration des
Droils de l'Hoinnie. texto que no le había sido posible
procurarse hasta entonces, y que le parecía ser el nuevo
Decálogo en el que se resumían los sublimes principios de
la (( Sociedad regenerada ». Además, todos aquellos que
seguían por entonces los acontecimientos que se habían
desarr()llado en Francia y en Eui'opa participaban más o
menos de este sentimiento, v muchos habían sido atraídos
p(»r el « torbellino eléctrico » de que habló Mirabeau.
Desde aquel momento, sufrió Nariño la influencia de aquel
I torbellino ». Fn un arrebato de místico entusiasmo,
1. Avis OHX Franjáis, 28 ele agosto de 17U().
84 OHÍGENES ü£ LA líEVOLUCION SUUAMEIUCANA
presintió el prodigioso efecto (pie en sus compatriotas
había de producir la difusión de aípiellas Tablas de la Lev
de la Revolución, y resolvió publicarlas.
La prensa instalada por él estaba lista. Cerró Nariuo
su puerta a todo el mundo, « no creyendo obrar mal al
encerrarse así en su casa « — había él de decir, con mali-
ciosa zumba, algunas semanas más tarde, en su defensa —
« puesto que hacía otro tanto para leer la Sagrada Biblia ' » ;
tradujo sin parar los diecisiete artículos de la Declaración.
y en seguida se puso a tipograíiarlos. Pocos días después,
el folleto impreso « en un papel grande, grueso, y prieto,
en cuarto, y con mucho margen ; todo de letra bastardilla ^ »,
era tirado a miles de ejemplares, distribuido, copiado,
reproducido a profusión en la ciudad, en la provincia, y,
poco después, esparcido en todas las capitanías vecinas, y
hasta en los confines de Méjico y de la Tierra de Fuego.
Inmenso fué el alcance de tal publicación. Señala clara-
mente en el Nuevo Mundo el punto de partida de una nueva
era. De la aparición de aquellas hojas impresas con carac-
teres mal sentados y casi imprecisos, data la confirmación
o el nacimiento definitivos de la noción de independencia
1. Defensa de Nariño ante el Tribunal Snpremo de la Audiencia
de Santa Fe, septiembre de 1794, en El Precursor, p. 96.
2. Circular del capitán general de Venezuela a los prelados y
gobernadores de provincias, mandando que sean recogidos lodos los
ejemplares en circulación de un pasquín sedicioso capaz de trastornar
a las gentes de poco entendimiento, y titulado : Los Derechos del
Hombre. Caracas, 1™ de noviembre de 1794, Documentos para la
historia de la Vida Pública del Libertador, t. I, 192.
Los Documentos, etc., que comprenden 14 tomos en 4^. han sido
publicados en Caracas, de 1875 a 1877, por .losé Félix Blanco y
Ramón Azpurúa, por orden del general Guzniiín Blanco, ^i'^tísidente
de los Estados Unidos de Venezuela. Es una reedición, considera-
blemente aumentada, de la colección similar en 22 tomos en 12
menor, que, de 1826 a 1830, publicaron, igualmente en Caracas, los
venezolanos Mendoza, Yanes y Guzm;ín. Bolívar había autorizado a
sus compatriotas a sacar copia, en el archivo colombiano, de todos
los documentos oliciales relativos a su vida pública. José Blanco y
Ramón Azpurúa, al añadir a esta obra extractos de gran número de
documentos y de ol)ras inéditas concernientes al Libertador y a la
América del Sur, han hecho de su colección una publicación pai'ti-
cularmente preciosa para la historia de la Emancipación de las
Colonias españolas.
En el transcurso de la présenle obra, las llamadas a los Documentos
serán designadas por la inicial D seguida de la mención del tomo y
del número de orden del documento citado.
I, A AlIlOliA !)!■: I.A l.lüKinAl» 85
en el alma de todos los [)rolao()nislas de la insurrección que
se aproximaba. Parecen haber tomado, en las virtudes de
aquella carta, que condensaba en algunos renolones, con
la aureola del prestigio de la Revolución francesa y con la
hechicera voluptuosidad de la IVuta prohibida, todas las
aspiraciones de los tiempos modernos, la tuerza y la le
necesarias para su magna empresa. Brotada del instinto
mismo de la raza que utilizaba la iniciativa del más con-
vencido de sus hijos para juntar las voluntades indispen-
sables, era aquélla la voz de las angustias pasadas y
presentes de los pueblos de América, de sus aspiraciones
infinitas hacia la felicidad; voz que, sacudiendo de su
letargo la tierra de los Andes, la despertaba a la aurora
de la Libei'tad. ..
Desde aquel momento, la vida de Nariño se convierte,
según escribió más tarde el capitán inglés Stuart Gochrane,
en (( una verdadera novela, y sus padecimientos rebasan la
medida común' ». La « divulgación de los diecisiete artí-
culos de la Declaración », le valió, según sus propias pala-
bras, « otros tantos años de prisión y de trabajos'' ».
Ante la tormenta desencadenada por el « pasquín sedi-
cioso )). la indulgencia del virrey se tornó en. rigor. Mandó
que arrestaran a Nariño. v, con él. a unos diez amigos
suyos, entre ellos a Zea y a dos franceses : Louis de Rieux
V Emmanuel de Froés^, uno y otro doctores en medicina de
la Facultad de iNlontpellier, « relacionados con Nariño, dice
el re([uisitorio *, familiares de las reuniones de la plaza de
San Francisco v partidarios decididos del sistema de la
Francia, v de establecer a([uí una república independiente,
a ejemplo de la de Filadelfia ». El tribunal de la Audiencia
pi'onunció contra los acusados la pena de deportación en
1. Journal of a residencc and Paraléis in Colombia durin^ the
Years 182:{ and 1824 by Capt. St. Clochrane of tlic Royal Navy,
London, 182.J.
'2. El Precursor, prefario, p. lo.
•i. FkíjEs (l-lnimanuel de), nació en Sanio Domingo en 1779, volvió
a Nueva Granada en 1810. Abrazó con ardor la causa de la Revo-
lución, siguió a Nariño durante la campaña de 1813, estuvo luego
pi-eso en l'uerto (laijelio, y, después de 1820. fué elegido senador de
'Colombia. l'"alleció eu Bogóla en 18t0.
^. El Precursor, pp. 119-121.
86 OliUaíXES DK LA HEVOLUCION SlDAMElilCANA
los presidios de iilVica. Nariño íué. naturalmente, tratado
con mayor rigor : sus bienes fueron confiscados y vendidos
en pública subasta; su familia fué desteri-ada, y él se oyó
condenar a diez años de presidio.
Pero, aprovechando un momento en que era escasa la
vicrilancia, a la llegada a Cádiz del navio en que había sido
embarcado, logró Nariño escaparse. Llega a INIadrid, en
donde parientes suyos influentes solicitan su indulto v lo
obtienen. Se hace presentar a Godoy, aboga ante él, con
sobrado calor, por la causa de América, y, comprendiendo
que está poco seguro en la corte, gana la frontera, llega a
Francia, es recibido por Tallien, que sólo buenas palabras
pudo darle, y pasa a Inglaterra, en donde Pitt trata de
convencerle por la insidiosa seducción de su política. Des-
esperando de encontrar apoyo en los gobiernos europeos,
Nariño se decide a regresar a su país.
Al cabo de un viaje interminable, durante el cual sufre
privaciones de todo género y padecimientos increíbles,
llega a Santa Fe en 1797. Descubierto, arrestado de nuevo,
enviado a Madrid, pero con buena escolta esta vez, pasa
allí algunos años en la cárcel. Es indultado, o quizá se
evade, — no se sabe, — - pero se le ve en Santa Fe en 1801).
Al día siguiente de su llegada, es denunciado al virrey
Amar y Borbón', quien le envía a España. Pero, en el
Magdalena, consigue escaparse aún. Vuelven a prenderle
en Santa-Marta. Conducido a Cartagena, pasa cerca de un
año, con grillos en los pies v sujeta la cintura por una
cadena de seis metros, en las terril)les búi>edas, siniestros
calabozos, abiertos bajo las murallas al ras del Océano, ya
célebres por entonces, y que lo iueron más con la guerra
de la Independencia.
El levantamiento de 1810 devuelve por cierto tiempo la
libertad a Nariño. Arrastrado por la tormenta revolucio-
naria, sucesivamente redactor cáustico y elocuente del
pei'iódico La Bagatela . cuyos artículos exaltan el civismo
desfalleciente de los granadinos, presidente del nuevo
Estado de Cundinamarca, empujado a la guerra civil, en
(in bi'illante general, a pcsai' de bis inevitables Jaitas
1 . A.MAit Y BoRB(')Nf Anloiúo), virrey <1l' Xucva Granada, df 180)) a 1810.
LA AlliOHA HK I. A I.lliK ItTAl) 87
debidas a su harto preinaliira oxpciieiicia militar. Ikm-oc
do la i'élebi'c campaña del Sur, que con un poco m;is de
suerte habría sido decisiva, Nariño entonces muestra
un alma diniia de los héroes de la Anli<iiuMla(I . IJevado
iMi triunfo por el pueblo, instalado en el palacio mismo de
l<»s viri'cvcs (|ue años antes le hal)ían hecho encarcelar, se
ve, algunos meses más larde, burlado, vituperado de todos,
amenazado; al sicario a quien descubre, una noche, escon-
dido en su casa, entrega tranquilamente las llaves de la
puerta. « para ([ue pueda huir después de cometido el
delilo )). — « Xo, vo no mataré a Nariño », exclama el mise-
rable, desarmado por tanta serenidad. — « Sentaos entonces,
(1 ícele aquél, y hablemos de estas cosas de la patria ». Y,
cuando, vencido delante de Pasto, el 12 de mayo de 1814,
disperso su ejército, busca él su salvación en la huida, y,
al cabo de tres días de andar errante por la montaña, cae
en manos de sus enemigos, oyendo, durante el trayecto
hasta la ciudad, vociferaciones homicidas de la plebe
realista, también en esta ocasión acude a sus labios una
frase a lo Mario, que paraliza a sus asesinos : « Aquí
tenéis al general Nariño ».
o
El cautiverio sufrido entonces por el Piócer fué el más
abominable de cuantos hasta entonces había padecido. Por
espacio de tres años fué llevado, de los fétidos calabozos de
Pasto a las malsanas prisiones de Quito y del Callao; en
este último punto íué embai'cado en un malísimo navio
velero que tardó casi diez meses en llegar a las costas de
Kspaua; encadenado, abrasado por la fiebre, apenas man-
tenido, el desgraciado estuvo muchas veces a punto de
expirar. En Cádiz, pasa otros terribles cuatro años en un
calabozo de la Cárcel real. « desnudo, y comiendo el
rancho de la enfermería, sin que se le permitiese saber de
su familia' ». En 1820. la insurrección española lo saca por
lin de la cárcel. Menos de dos meses después, Nariño, que
conservaba íntegra su energía, presidía, en la isla de León,
un club revolucionario del que formaban parte Quiroga ",
1. Defensa de ISariño ante el Senado de la República de Colombia,
el 14 de mayo de 182!i, en El Precursor, p. 551.
2. Qlikoga (Antonio), general español, uno de los jefes del
levantamiento de 1820; nació en 1784, falleció en 1841.
88 OIUCÍENFS DE I.A HKVOLlClÓX SUDAMEItlCANA
Riego' y Alcalá Galiano", y en violentos aitículos denun-
ciaba las « crueldades del general Morillo'^ », quien, por
entonces, agotaba sus fuerzas en la reconquista de la Costa
Firme.
No obstante, vigilado de continuo por la policía, Nariño
se refugia en Gibraltar, y es elegido, por mediación del
gobierno de España, para las funciones de representante
provisional en las Cortes para Nueva Granada. « ¿Que te
parece esta monserga? dice él a uno de sus correspon-
sales'. Por un lado andan las requisitorias para reducirme
a mi antiguo domicilio de la cárcel, y por otro soy fracción
de la Soberanía española... »
Veremos de nuevo a Nariño, vicepresidente de la Repú-
blica de Colombia, en 1823, obligado a defenderse, ante el
Congreso de Cuenta, contra calumniosos y pérfidos
ataques, y hallando, para confundir a sus acusadores, la
vibrante elocuencia de sus días más gloriosos; y en fin,
falleciendo, aquel mismo año, en Leiva. en la soledad v el
abandono, legando a la posteridad estas supremas pala-
bras : « Amé a mi Patria. Cuánto fué ese amor, lo dirá
algún día la historia^ ».
En las « Defensas » que en i7í)7 y en 1809 tuvo que pre-
sentar al Tribunal de la Audiencia, y, en 1823, ante los
miembros del Congreso colombiano, alude Nariño con
frecuencia a las negociaciones que intentó entablar en
Europa para obtener socorros en favor de los iiabitantes
1. Rir.GO (Rafael del), general español, uno de los jefes del levan-
tamiento de 182U; nació en 1785, fué ahorcado en Madrid el 7 de
nov. de 1823.
2. Galiako (Antonio Alcalá), literato y hombre político español;
nació en 178Í), falleció en 1865. Tomó pacte, con Riego y con Quiroga,
en la insurrección de 1820. Fué ministro de la Instrucción Pública
en 1864.
o. A estas « Cartas », firmadas con el seudónimo : líurique Somoyar,
responden las Memorias del (¡eiteidl Murillo. \ . inf'rti.
4. Carta a Zea, (iibrallar, I'''* de junio de 1820, en El Prertirsor,
p. 481.
5. Testamento de iVai-iño, en Yi.rgar.v. Vida y escritos, ele.
I.A AtH(»H.\ l)K LA I.IREKTAI) 89
de Nueva Granada. Es interesante ver en estas palahias el
testimonio de lo miieho ([ue esperaban los Sudamericanos
del apovo del extranjero.
Los colonos ([ue soñaban con libertad para su país, y a
quienes su mayor cultnra separaba de la masa, sin que por
esto desconocieran las aspiraciones y las energías latentes
del pueblo, se habían, temprano, convencido de las venta-
jas que el socorro europeo podría reservar a la causa de la
Independencia. El ejemplo de los Pastados Unidos acababa
de confirmar la exactitud de tales previsiones. Las Colonias
españolas, en las que las divisiones y los celos originales
facilitaban en tan alto grado a. la metrópoli el manteni-
miendo de su dominación, y en las que distaba mucho de
que el conjunto mismo de los criollos se hallara dispuesto
a desear un cambio de régimen, carecían por esto mismo,
infinitamente más que la América del Norte, « de la íuerza
que da la unidad en la extensión territorial, y de la uná-
nime resolución del pueblo' ». Así, pues, los campeones
de la Independencia sudamericana se habían decidido a
suplir, por medio de socorros del extranjero, a este estado
de cosas. Los Comuneros habían abierto el camino, y
Nariño, tan pronto como las circunstancias se lo permitieron,
no dejó de renovar la tentativa de 1784.
• Ya porque un cariño íntimo le inclinara con preferencia
hacia la patria de los Dereclios del Hombre, va porque se
sintiera dotado del suficiente don de persuasión para ganar
en dicha patria partidarios a una causa que respondía esen-
cialmente a los principios de la República francesa, a París
fué donde resolvió Nariño acudir en primer lugar. Corría
entonces el otoño de 171^)4, v parece ser que sus auiigos de
Madrid le habían dado cartas de introducción para la
hermosa Teresa Cabarrus, con la que, meses antes, se
había casado Tallien. El célebre convencional recibió a
Nariño, (juien le confió sus proyectos y le pidió que los
apoyara ante el Directorio; pero la amistad con España
sellada recientemente por la paz de Basilea (14 de julio
de 1795), los peligros que seguían amenazando a Francia,
eran obstáculos insuperables c[ue se oponían a los deseos
1. Geuvim s, an. cil., t. \ I, lib. IV, c.ip. i.
'JO OKICENES DE LA liEVOI.lCIOX SUDAMERICANA
del joven sudamericano. A más de esto, Tallien había per-
dido todo prestiíJ-io, estaba ya casi gastado y no desempe-
ñaba ningún papel político. No insistió Nariño, y se fué
a Londres, en donde se ofrecían más halagüeñas espe-
ranzas.
Siempre le habían interesado a Inglaterra las Colonias
españolas, v. desde los tiempos más remotos, los aconteci-
mientos habían inclinado a los habitantes de éstas a ver en
la Gran Bretaña la única potencia extranjera de la que
podrían esperar algún cambio a su condición. Por otra
parte, desde el establecimiento del imperio español en el
Nuevo Mundo, el sostenimiento de relaciones comerciales
seguidas con los mercados sudamericanos se había impuesto
a la (( gran isla mercante » que es Inglaterra, como uno de
los axiomas fundamentales de su política exterior. Y, un
siglo tras otro, a pesar de todos los obstáculos, y aun de
todas las consideraciones que, más de una vez, pudieron
aconsejarle la retirada, dedicó su prudencia calculadora y
su tan perseverante como ingeniosa voluntad en hacer que
prevaleciera dicho sostenimiento de relaciones comer-
ciales.
El secuestro en (jue Portugal y España mantenían sus
establecimientos determinó a Inglaterra a favorecer la
institución, en el mar Caribe y en el golfo de Méjico, de
un sistema de contrabando al que la toma de Jamaica, en
t655, permitió dar una verdadera organización. Pero, las
flotas de España, v. sobre todo, los corsarios franceses, que
tantas veces habían estorbado el funcionamiento de aquel
tráfico ilícito, cesaron de oponerle serias trabas durante el
largo período de las guerras de Sucesión.
También cu aquel momento se espaciaron las comuni-
caciones entre España y las Colonias, acabando por inte-
rrumpirse. Los ingleses aprovecharon esta circunstancia
para apoderarse de todo el comercio de América y granjearse
cu ella una útilísima popularidad. Agentes secretos se
dedicaron con celo a esta empresa, y los colonos llegaron a
convencerse de la iiecesidad de sostener relaciones amisto-
sas con la poderosa Inglaterra. Esta noción penetró hasta en
los indios del Perú, persuadidos, según lo aíirmaba una
tradición hiibilmenle resucitada, de ((ue « los Incas serían
I.V Al ÜOlíA l>i; I.A I.IÜKIil Al) 91
i'cslal^lcculos |)()i' el pueblo de I nolalcrra ' ». Al misino
lleinpo. Irt diplomacia liiitáiiica se dedicaba a hacer consa-
orar estos éxitos por las metrópolis europeas. El convenio
de Methiien (1703), al abrir a los buques ingleses todos los
puertos de Portuoal. había convertido al Brasil en una ver-
dadera colonia paia la dran Bi-etaña-. Mientras tanto, la
corte de Madrid se dejaba arrancar interesantes concesiones,
tales como la explotación del campeche en la bahía de Hon-
duras y en el Yucatán. En íin, en la paz de Utrecht, en 1713,
Inglateri'a adquirió derechos de considerable alcance.
Al mismo tiempo que obtenía ésta la autorización de
enviar, una vez al año, sus buques a Yeracruz v a Poito
Bello, lo cual la colocaba en excelente situación paia
iiacei' a sus rivales una desastrosa competencia, el tratado
llamado del Asiento le conícría el privilegio exclusivo
de introducir en la América del Sur los negros nece-
sarios para las plantaciones y las minas, privilegio que
se convertía en oportuno pretexto para el establecimiento
de factorías en las costas de la Plata y de Nueva Granada.
Yerdad que España se había reservado un tanto en el tráfico
de esclavos, y derechos de registro en los « -barcos de per-
miso )) ; pero estos convenios se prestaban a equívocos, y,
en más de una ocasión, no tuvo reparo Inglaterra en inter-
pretar las cláusulas de los tratados en el sentido aconsejado
por su codicia.
La profunda tensión que se manitestó en las relaciones
angloespañolas a consecuencia de repetidísimas disen-
siones suscitadas por esta conducta, contribuvó a un choque
entre amjjas potencias a la muerte del emperador Caídos ^ I.
Los Ingleses sufrieron serios reveses en el mar de las
Antillas. Vn ataque imprudente de su escuadra contra los
galeones refugiados en la rada de la Guavra fué rechazada
con vigor, y los Españoles vengaron después el bombardeo
lie Porto Bello causando, durante la heroica delensa de
Cartagena (13 de marzo-."j de mavo de 1740). pérdidas muy
sensibles a la tl(»ta del almirante A'eriion ^. Hasta dejó éste
I. Gervinus, ibid., p. 6.3.
2 V. BocRGEOis. Manuel liistoviqíio de Palitique étifingeie, t. I,
cap. XI.
•». A iRNON- (Edward . marino inglés: nació en 168'», lalleció en
1757. Vicealmiraiilc en 1739.
92 OliKÍENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
en poder del enemigo una serie de medallas que los comer-
ciantes de la Ciudad habían hecho grabar de antemano
para conmemorar la rendición de la plaza'...
El tratado de Aquisgrán, en 1748. puso término a las
hostilidades, y las tendencias pacificas de Fernando YI
permitieron a Inglaterra reanudar relaciones con las Colo-
nias españolas; comenzó de nuevo el contrabando en el
mar de las Antillas, y hubo considerable aumento de
importaciones en la Plata v el Perú. Los notables éxitos
del poder naval británico durante la guerra de los Siete
Años (1756-1763) parecieron asegurarle el imperio marí-
timo; el « Pacto de Familia » mediante el cual el rev de
España hacía de nuevo causa común con los más decididos
enemigos de Inglaterra, eximía al gabinete de Londres de
todo escrúpulo respecto de su política americana. Si bien
las vías comerciales del continente español no le quedaban
tan anchamente abiertas como lo halaría deseado, cuando
menos podía entrever con confianza su próxima conquista.
La insurrección de la América del Norte y su éxito final
en 1783 comprometieron por cierto tiempo tan halagiíeñas
esperanzas. jNIuv resentida por la larga lucha que acababa
de sostener. Inglaterra volvió, no obstante, con tanta
obstinación como energía, a sus tradicionales planes de
acaparamiento económico de las Colonias españolas. Más
([ue nunca necesitaba el comercio británico morcados donde
pudiera expender sus mercancías. Los Ingleses emprendie-
ron de nuevo, y con ahinco, su obra de propaganda. La
rebelión de Tupac-Amaru les suministró oportuna ocasión
])ara recordar a los indios las tradiciones de relaciones
anticruas con los Incas'. C^ada vez más, los criollos diriffie-
ron miradas confiadas hacia Inglaterra. Londres se convir-
tió en su centro de atracción. Después de la tentativa rea-
lizada a fines de 1785 por los Comuneros, tres de los
miembros más importantes de la aristocracia sudamericana :
1. Bi-CKRKA. op. rit.. p. *il, y B. Mitrk, Monetario ar^cnlino-
americano.
2. Por ejemplo, los peruanos Iransformaban su jirimcr Inca Manco-
Capac en un « Incasman Copacac », así como en el Brasil los indios
de Loloculo decían que un inglés llamado Camaruru (hombre de
fuego) había sido su primer rey y legislador, Geuvimjs, op. cit., p. 63,
I, A VniOHV l)K I, A LIBEKTAD ;»3
ol conde de la Tone-Cossío. el conde de Santiago y el
marques de Gnardiola, quienes decían obrar « en nombre
de la ciudad tle México y del reino de Méjico », enviaron
un emisario a Londres. Este, Francisco de Mendiola,
estaba encardado de soliíutar cesiones de municiones v de
armas, a cambio de un ventajosísimo tratado de comercio '.
De este modo, las ilusiones de la joven diplomacia sud-
americana ofrecían nuevas posibilidades al ladino realismo
de los negociados del Foreign Office. En Madrid, los
embajadores ingleses recibieron orden de solicitar sin
descanso del primer ministro concesiones en favor de los
negociantes de la Gran Bretaña.
o
Precisamente en el momento en (jue ante Aarifio se
abrían la« puertas del palacio de Godoy, acababa éste de
ser « duramente solicitado » por el repiesentante de la
corte de Inglaterra, quien deseaba concluir cuanto antes
un tratado de comercio ^ Tal impaciencia podía favorecer
los provectos de Nariño, (juien salió entonces para Londres,
donde, desde su llegada, trató de ser puesto en relaciones
con los ministros. Dos comerciantes de la Cindad le
presentaron a loi*d Liverpool. El rompimiento con España
era inminente, y el joven sudamericano recibió atenta
acogida. « No pude prescindir, refiere Nariño^, de mani-
festarles un estado de las fuerzas del Reino, de su población
y de sus frutos: lo primero para haceiles ver que procedía,
con conocimiento, v que mi plan no era aventurado; y lo'
segundo pai'a moverlos con el interés de las grandes
ventajas que se ofrecían a su comercio, a que accedieran a
mi solicitud ». Algunos días después, lord Liverpool hizo
contesta)" a Nariño que. « siempre que redujera su soli-
citud a entregar el Reino a la Gran Bretaña tendría todos
los auxilios necesarios; que propusiera por escrito todo
cuanto contemplara conducente a este efecto... y se apron-
taría una fragata de cuarenta cañones para que lo trans-
portara con seguridad; que en caso de un mal éxito tendría
un asilo en la Inglaterra, y si la cosa salía bien podía
1. Carla credencial de D. Francisco de Mendiola. México, 10 de
nov. de 178.Ó. Record Office. Chalhatn Coirespondence, n° 345.
2. Sonii.. L Eiiriipc el la liéyolulion frangaise, 1. IV, cap. vi.
:>. Súplica al virrey de Nueva Granada. El Precursor, p. 225.
9't <)HI(;ENES I)K i. a IíKVOLUCIUN sudameiíicaxa
prometerle una iortuna brillante. » « Neguéme entera-
mente a esta propuesta, añade Nariño, porque jamás íiic mi
iinimo solieitar una dominaeión extranjera, v reduje mi
solieitud a sólo saber si en caso de una ruptuia con la
metrópoli nos auxiliaría la Inglaterra, con armas v muni-
ciones y una escuadra que cruzase en nuestros mares para
impedir el que entrasen socorros de España, a condición
de algunas ventajas ])articulares que se les olreciesen sobre
nuestro comercio' ».
La política sudamericana de Inglaterra, que se revelaba
así con tanta decisión, entra, desde aquel momento, en
una fase distinta. Ya no persigue sólo la adquisición del
comercio de las Colonias españolas, sino el atrevido
proyecto de apoderarse de sus territorios. Seguro de la
adhesión de los colonos, el gabinete de Londres está fan
convencido de su debilidad como de la de su metrópoli. En
efecto, los Jesuítas, quienes, después de su expulsión,
habían hallado refugio en Inglaterra, y a quienes sumi-
nistraba subsidios Pitt, se mostraban dispuestos a servir a
los Ingleses de dóciles instrumentos en un ataque contra
Méjico, y, desde hacía algún tiempo, le pintaban como
empresa fácil la conquista de las provincias de América ^.
Mientras se presentaba la ocasión de dar un alcance
efectivo a esta nueva orientación, preparaba Inglaterra su
advenimiento apoderándose de Trinidad (17 de febrero de
1797). La posesión de esta isla, situada Irente al delta del
Orinoco y a quince millas de las costas de Venezuela,
facilitó niiís el contrabando con Costa Firme, y dio a esta
institución una amplitud no conocida hasta entonces. Más
de 400 navios se dedicaban al iVaude. Por su sola parle.
Puerto Cabello contribuía con 100 goletas al tráfico, siendo
así ([ue, hasta entonces, no había habido arriba de 5 barcos
españoles, poi- año, en dicho puerto^. Salían a([uellos
barcos con pretextt) de tener que transportar mercancías a
las colonias i'rancesas o neuti-ales, y regresaban a sus
puertos con papeles falsilicados en las islas inglesas, y <[uc
t. Jü Precursor, p. 22.j.
2. Cf. Casti.kreach, Corresponclciice, 1. V, II, [)p. 'IM y sig.
3. (lERviNcs, 00. cit., p. 66.
1. A VriiOliA 1)K I.A LIliEHTAI) 95
el clcsouido de las aiiloriJadcs españolas no sonieU'a a muy
riguroso examen'. Al misino tiempo que desviaha así, en
provecho de sus almacenes de depósito de las Antillas, todo
el comercio de España con aquella parte del Nuevo Mundo,
Inglaterra podía vigilai' de cerca Nueva Granada y Vene-
zuela. V asegurarse tambic'n la posibilidad de dirigir en
ellas, hasta cierto punto, los acontecimientos.
Esto es lo que el secretario de Estado, lord Mclville,
hizo comprender, desde el momento en que las autoridades
inglesas fueron instaladas en Trinidad, al gobernador de
la isla, sir Thomas Picton. El 26 de junio de 1797, este
último dirioía a « todos los cabildos v habitantes de la
(^osta Firme ». una proclama en que se les aseguraba el
concurso de la Gran Bretaña « sea en fuerzas, o en armas
o municiones ». para el caso en que se resolvieran a a
resistir a la autoridad opresiva de su gobierno ». Termi-
naba la proclama con esta seductora frase : « j Dios guarde
a W. EE. y les abra los ojos!- »
No tardaron en hacerse sentir las consecuencias de
estas excitaciones. Las constantes comunicaciones que se
establecían entre los diferentes puertos de la Costa Firme
y las Antillas, sobre todo las inglesas, regidas por princi-
pios mucho menos estrechos que los de la política espa-
ñola, introdujeron entre los colonos ilustrados nociones
([ue acabaron de ibrtalecer en ellos el deseo de indepen-
dencia^. Por otra parte, en caso de persecución, las
Antillas inolesas resultaban un asilo evidente desde donde
con toda seguridad podrían los caudillos seguir fomentando
las tentativas insurreccionales.
Así, pues, a pesar de su egoísmo, de sus variaciones o
de sus equívocos, la política inglesa ha de ser considerada
1. GiuviMs. up. cii., p. 66.
2. Proclama de Sir Tti. Piclon, gobernador de la isla da la Trini-
dad, a los cabildos y habitantes de la Costa Firme, l'uei'lo España,
junio 26 de 1797. D.", t. I. 20Ó.
3. Desde mediados del siglo dieciocho, sucursales de la Gran Logia
de Inglaterra se establecieron en las Antillas inglesas. V. Rebold,
Ilisluire Céiiévíde ele la l-'raiic-Maconnerie, Paris, 1851, p. t57. (k)n-
Iribuyeron en mucho a la importación de las doctrinas filosóficas y
de la idea enciclopedista, de la que, como hemos visto, fueron,
rápidamente, fervientes adeptos los jóvenes sudamericanos.
96 orígenes de la hevolución sudamericana
como uno de los iactoies originales de la revolución
sudamericana.
Esta, era ya inevitable. La nueva era de represión que
Carlos IV había pretendido inaugurar contra la mayor
parte de las reformas de su predecesor extremó la amar-
gura y el odio de los criollos. Con más severidad que
nunca jierseguía la Inquisición toda veleidad intelectual.
De esta época data la lamosa declaración pronunciada por
algún harto celoso gobernador, y que, desde entonces,
tanto se ha reprochado a España : « Para nada necesita
saber leer un americano. Bástele con reverenciar a Dios v a
su representante, el rey de España w. Cada vez más eran
apartados de todos los empleos los indígenas, v el minis-
terio de las Indias Uesfó hasta nombrar desde Madrid los
o
funcionarios, hasta para los puestos más ínfimos.
A fuerza de ver llegar, a lo que consideraban va como
« patria » suya, a españoles necesitados e ignorantes, los
criollos se pusieron a despreciar a aquellos de quienes, en
otro tiempo, envidiaban el nacimiento y la calidad. Pro-
dújose profunda división entre los indígenas y los peninsu-
lares e isleños — los canarios, numerosos principalmente
en las colonias septentrionales. El inglés Stevenson ' obser-
vaba ya, cuando desembarcó en América, hacia 1794. « la
jactancia » con que renegaban de sus orígenes los criollos
y se proclamaban « Americanos ». K este desdén respon-
dían con mayor desdén aún los Españoles. Con frecuencia
les oyó decir Stevenson « cpie c^uerrían más a sus hijos si
no hubiesen nacido en América ». Algún tiempo después,
cuando se hubieron precisado los primeros síntomas de la
revolución, « solían decir los americanos que de buena
gana matarían a sus hijos si pudieran creer que hubiesen
de tomar parte en la insurrección «. Así se precisaba el
carácter inexorable de la próxima lucha.
En todas partes, la cohorte de los Proceres tiene ansia
por lanzarse a la consquista de su ideal. Para todos, sin
embaríJfo, « la acción ser;í la hermana del ensueño ». v sólo a
o
costa de incansables esfuerzos habr;in de obtener aquella
1. Sti-.vknson, Bel (Ilion d' un séjoiir ele s'in^l années dans VAmérUjue
du Siid, París, 1826.
I.A Al'IiOliA l)H I. A LllíKltTAI)
97
indopciulencia por la cual laníos héroes y tantos niárlires
están prontos a sacriliearsc.
El mas oíandc d(! lodos, asi por el genio como por el pres-
tioio, Simón Bolívar, no espera, para presentarse en el gran
escenarlo de la hisloria. sino el desealahro (|ne al poderío
español iba a haeei' suirir la cou(|uistadoi'a ambición de
Napoleón.
CAPTIULO III
EL JURAMENTO DEL MONTE SACRO
I
Cuando Alonso de Ojeda'. acompañado de Améi'igo
Vespucio'. llegó, en noviembre de 1499. a las costas,
llamadas d/c Maracapana, visitadas ya el í\\\o antes por
Cristóbal Colón, halló en ellas una mísera y reducida
ciudad lacustre, compuesta de algunas chozas asentadas
sobre estacas poi' encima de las aguas estancadas de lo que
fué más tarde la laguna de jMacaraibo\ Lo probable es
que íueraal florentino Vespucio a quien primero llamara la
atención el parecido de aquella pequeña Yenecia tan ines-
perada, humilde y lejana, con la Reina del Adriático. No
obstante, Ojeda dio a la nueva tierra el nombre, tierna-
mente despreciativo, de Venezuela : « pobre Venecia
chica )).
Prosiguiendo hacia el oeste su exploración, que se anun-
ciaba bajo tan poco lirillantes auspicios, los Descubridores
no encontraron sino aldeas perdidas en medio de selvas
L Nació en Cuenca hacia 1465, acompañó a Colón en su segundo
viaje, 1493; hizo, en 1499 y 1501, dos viajes por las costas de la
América del Sur. En 1508, a la cabeza de una nueva expedición, fundó
San Sebasliíin en el golfo del Darien, y falleció poco después en
Santo Domingo.
2. Vf.spucci (Amérigo), navegante italiano al servicio de Portugal
y de España. Nació en Florencia en 1454, murió en Sevilla en 1512.
El relato de parle de sus viajes fué publicado en 1507 en Saint-Dié a
continuación de una Cosmoi^rapli¡¿e Introdiivlio de Martin Wald-
seemüUei. quien propuso dar al nue\o coiUinente el nombre de
América , pues parece ser que Ameiigo ^'espucci desembarcó en el
continente antes de Colón mismo.
¡5. V. Oviedo y Baños, Historia de la conquista v polilacióii de
Venezuela, en fol., Madrid, 1723, pj). 2 y sig.
Kl. .M liAMKN'K» DKL MONI K SACliO í»9
riccuoiitadas j)(»i- (ieras, v cuvos hostiles habitantes no
poseían niiiouno chí los ol)jetos de oro o de plata en cuva
husea habían eíeeUiado el viaje. El resultado de éste íué
deplorable : los eineuenta v eineo aventureros no pudieron
repartii'se más ([ue quinientos tincados'.
Así, pues, la eolonización de Venezuela parecía ser tan
ingrata como improductiva, y, sin embargo, en los cons-
tantes eslnerzos que hicieron los soberanos españoles para
establecerla puede verse una prueba elocuente de las buenas
intenciones que les animaban. No es, como por largo tiem-
|)o se ha dicho, repitiendo lo adelantado por los primeros
historiadoies. no es como compensación de las crecidas
cantidades que debía a los Welser, que Garlos Quinto arrend(')
Venezuela, en 1528, a aquellos poderosos banqueros de
Augsburgo. Al contrario, fueron éstos quienes ofrecieron
sus servicios a la Corona ; v la confianza c|uc se tenía en la
habilidad de los mineros de Alemania « para el descubri-
miento de las vetas de oro, de plata y de otros metales que
pudiei-an hallarse en las tierras y las islas » determinó a la
reina .luana, entonces recente del reino, a establecer con
o
I']nri<[ue Ehinguer y Jerónimo Sayler, mandatarios de k)s
^^elser. convenios en virtud de los cuales, y mediante
ciertos títulos v ventajas, se comprometían éstos a entregar
al Tesoro la mayor parte de los beneficios que se esperaba
verles sacar de la colonia-.
Cuando este privilegio les fué retirado definitivamente en
155G. gobernadores capaces, entre ellos Villegas. Pimeutel,
Osorio, en los siglos dieciséis y dieciocho, dedicaron sus
esfuerzos a hacer que progresara Venezuela. En 1728 y
hasta en 1785, la administración de la Real Compañía Gui-
piizcoana consiguió, a pesar de los excesos y de las torpezas
de sus agentes, desarrollar en A ])aís los elementos de una
prosperidad a la que dio piecisión el renacimiento borbóni-
co. En fin, las misiones de los Padres capuchinos, fundadas
i'ii virtud de cédulas i-eales, desde fines del siglo diecisiete,
1. V. para este período de la Iiisloria de Venezuela, la obra tan
ricamente documentada y tan concienzuda de Iuli.s IIumbkrt, Les
Origines Vénézuéliennes, Paris, 1905.
1. Carla del 27 de marzo de 1528. V. Humuiíki, I.' üccitpaiioii aUe-
mande du Venezuela au XVI'' siécte, 1905.
loo OUIGKXES l)K I, A 1! i:\()IA CION SL I) A MEIi ICAN A
ea los llan(>s do la (riiavaiia. v (jue reunieron hasta 25 000
indios, no tuvieron, easi siempre, en vista más que « el
bienestar de los indígenas y la grandeza de España'. »
Sin enibargíK la penuria de las explotaciones minei'as
hizo que se descuidara a Venezuela para acudir a colonias
más ricas. Al mismo tiempo qoe los Ingleses y los Holan-
deses establecían. sol)re todo'en la Guavana. un contraban-
do al cual estallan duramente s(»metidos los hal^itantes. los
gobernadores alemanes v los capitanes cs|)añoles. incitados
por idéntico furor de enri([uecimiento. se entregaban a
abominables crueldades sobre los indios, cuva pacificación
no fué obtenida, y no del todo, sino hacia mediados d(d
siglo dieciocho. La primera parte de la historia de Vene-
zuela es mucho más rica que la de las demás regiones (h;
las Indias Occidentales en exploraciones de loca audacia,
en atrevimientos magníficos y en terribles aventuras. Por
espacio de ciento cincuenta años, las proezas de los Alfin-
ger"", de los Lope de Aguirre, de Hohermuth^. a quien,
dice Herrera^, « la fiebi'e deloro atormentaba de tal manera,
que se volvió loco furioso »; Federmann" y de tantos otros,
llenan las páginas de la sangrienta y maravillosa crónica
de la Coníinista.
1. HuMBERT, Les Origines Vénézuéliennes, op. cit., p. 3o5.
2. O, según la Allgemeiiie Deutsche Biogvaphie, Dalfingev
(Ambrosio), aventurero alemán; recibió encargo de los \\'elser de
Augsburgo de ir a ocupar, con el titulo de gobernador, la costa de
Venezuela. Salió de Sevilla en 1528, llegó a Coro, y efectuó, en 1530
y 1532, expediciones en el interior; durante la última, llegó al Magda-
lena, y, herido en un combate con los indígenas, regresó a Coro,
donde falleció.
3. HoHER.MUTH (Jorge), (conocido también con el nombre de Jorge
de Spire, falleció en 1540. Aventurero alemán, enviado por los
Welser para substituir como gobernador a Juan Alemán, muerto en
1533; salió de Sanlúcar en 1534, llegó a Coro al año siguiente, y en
seguida se puso en camino pai'a una importante expedición en el sur,
la cual duró liasla en 1538, en el transcurso de la cual llegó a los
afluentes de izquierda del Orinoco. Murió al ii- a salir paj-a una
nueva expedición.
4. Antonio dk Hi.iuikr.v, llislorid General de los ¡leclios de los
castellanos en las islas y tierra firme del Mar Océano, 4 vol. en f",
Madrid, 1601-1615. Citado por ITi'mbf-kt, l.'occiipation allemande,
etc., op. cit., p. 56.
5. Fkdiíkma.nx (Nicolás), aventurero alemán enviado a Venezuela en
1530. Salió el mismo año para un viaje a la cuenca norte del Orinoco,
y regresó a Coro en 1531. Volvió a Augsburgo, y, en 1535, estaba
El, .iri! AMi;.\ 1(1 i)i:i. mon ii; sacüo lol
Eslc lal betltMiiiann liic con .rmiciicz de (^)iicsa(la v
Sebastián de Belalc;i/ar '. el lirioí^ de la coincidcneia. sin
duda más extraordinaria, que pueda eitar la historia.
Impulsado por el deseo de apoderarse de RI Dorado, salii»
Quesada de Santa Marta, el () de agosto de Iti.'^G. con 800
hombres v un centenar de caballos; en la misma época,
Belalciizar. ([uien, más afortunado que sus compañeros,
había iMectuado rii-as presas en el Perú, decidió emprender
el deseul)rimiento del prestigioso país, y, a su vez. salió
en busca suva; Fetlei'uiann. atravesando los interminables
llanos de Casanare v la inase([uible barr<'ra de los Andes
orientales, sé encaminaba también hacia la misma empresa.
A íines de julio de 1538. las tres partidas, compuestas
exactamente del mismo número de su])ervivientes. IGO. un
sacerdote v un iraile. desembocaron del noi'te, del oeste y
del este, en el mismo sitio de la Sabana de Bogotá. Ves-
tidos con telas de algodón tejidas por los indios, los de
Santa Marta observaban con extiafieza a los Venezolanos
cubiertos de j)ieles de animales, v a los Peruanos vestidos
de seda, con casco adornado de plumas. Fué aquél un
momento de indecible estupor... Los tres campamentos,
establecidos en triángulo en la llanura, parecían amena-
zarse (( como fieras disjniestas a devorarse-. » Por fin los.
frailes gritan que aquello es un milagro, y abrazándose,
renuncian los competidores a la fratricida matanza. Quedó
convenido, mediante considerable rescate, el dejar a Que-
sada el gobierno del territorio...
El con([uistador Diego de Losada^, después de haber
sometido la belicosa tribu de los Caracas, fundó, en 1567,
con (d nombre de San/ir/¿io de León de Caracas, la ciudad
([uc había de ser la capital de \ enezuela. Sus comienzos,
contrariados |)oi' las hu'has que de e(»ntinuo provocaban los
de nuevo en Venezuela, marchando en seguida para la expedición
que le condujo a la meseta de Santa Fe. Se ignora la fecha de su
muerte. Ha escrito el relato de su primer viaje, el cual relato fué
impreso en 1.577.
1. Bfi. Al. CAZAR o Benalciízar (Sebastián), conquistador español, hijo
de un leñador. Acompañó a los Pizarros en la conquista del l'ei'ú,
tomó posesiÓTi de Quito y sometió Popayán. Murió en 15'il.
2. Id., según Topf. Dculsclie Slatlliaitcr.
•i. Falleció en Tocuyo en 1569.
102 onÍGKNHS |)K l,,V HKVOIACIÓX SI" DAMERICAXA
goljcinadores con los indios del interior, por los ataqnes
de los corsarios ingleses, v por la ausencia de toda vida
económica, fueron muv lentos. En 1580. apenas había
2 000 habitantes en Caracas; v. en lOOG. el historiador
Oviedo y Baños le da a lo sumo 6000. Interesados única-
mente por los recuerdos de las heroicas atrocidades de sus
antepasados, ocupados en distracciones religiosas que la
sombría imaginaci(')n de las cofradías se ingeniaba menos
en variar ([ue en miilliplicar. aislados del mundo, indo-
lentes e ignorantes, los caraqueños, según expresión de un
escritor venezolano'. « hacían una vida que podría resu-
mirse en estas sinijiles palabras : comer, doi'mir. i'ezar v
pasear; per<>. añade el mismo autor, estos cuatro verbos
eran conjugados en todos sus tiempos. »
Al conceder, en 1728. a imitación de lo ([ue hacían los
Ingleses para sus colonias de. las Indias Orientales, a un
cuerpo de comerciantes de las provincias vascongadas de
Guipúzcoa, el monopolio exclusivo del comercio en Cara-
cas V Cumauíi, bajo la condición de armar a expensas suvas
un número suficiente de barcos para purgar la costa de
gente sospechosa'", Felipe V iba. por fin, a poner término
a aquel letargo, favorecido, por cierto, en todo el país por
la casi nulidad de comercio con la metrópoli. Para dar una
idea de tal situación, bastará con decir que la Casa de
Contratación de Sevilla no menciona, en sus Noticias, la
salida de ningún barco de los puertos de Venezuela para
España, de 1700 a 1724 ^ La creación de las primeras lac-
torías de la Compañía de Guipúzcoa hería gravemente el
contrallando extranjero, lo cual motivó trastornos popula-
res cuvos instigadores fueron, según toda probabilidad, los
Holandeses de Curazao ; pero el gobierno de la colonia,
erigido desde 1733 en capitanía general, consiguió no
ol)stante sofocarlos.
Ya desde 1730, y hasta 1740. a pesar de los servicios ([ue
J. A. Hojas, Leyendas liislóricas, rlliulo poi- IIumbi-rt. op. rit..
p. iV.t.
2. V. SoRAi.uGií Y ZunizARRi'.TA, Ifi-itorta de la Real Compnñia
Guipuzcoan" de Caracas, Madrid, 1876. — Roas. Estudios liistóricos.
Caracas, 1891. — Humhert, ap. cit.
3. KoBiiRTHoy, fíistoire de I Amériqítt', 1. TI, lib. Vil, nota X(-VI.
i;i, .ILIt.V.MKNTO DKI. MONTE SACIKl lOI)
la Compañía hiilx) de prostar, (luíanle ese mismo peiiodo,
a l'^spana entonces en <>nei'i'a con Inglaterra', la atinada
adniinistrai'ión de sus dlicetorcs y de sus agentes modificó
por completo las condiciones económicas de la provincia de
Caracas v de las comarcas circunvecinas. Las s(dvas peligro-
sas, los pantanos, las áridas sabanas fueron substituidos por
cam[)os esmeradamente labrados y regados. En las haciendas
hul)(> sabios cultivos. El calé, el tabaco, el añil, y sobretodo
<d cacao, dieron fructuosas cosechas. Casas bien edificadas,
almacenes espaciosos substituyeron a las guaridas de piratas
v a las cabanas de pescadores de Coro y de Puerto Cabello,
([ue. desde entonces, rivalizó con los mejores puertos de
Costa Firme. Pronto iba a enorgullecerse Caracas con el
título de Cádiz occidental-.
No obstante, la Compañía se hacía odiosa a aquellos cuva
prosperidad hal)ía ella asegurado. Sus representantes se
conducían como dcs|)otas. Por otra parte el bienestar hacía
a los A enezolanos más sensibles al opresivo trato de los
luncionarios coloniales. Los tactores de la Compañía se
nt'gal)an a toda concesión. Se tramaron conspiraciones. En
1749. los colonos, a cuvos ojos la Compañía, al extender
hasta su límite extremo las prerrogativas que le habían
sido concedidas por la Corona, personificaba cada vez más
una dominación execrada, se sublevaron bajo el mando
de Don Juan Francisco de León, « teniente de .Justicia »
de la población del valle de Caucagua, al este de Caracas.
Los propietarios v los campesinos, a cuya cabeza con-
sintió ponerse el « capitán León », formaron una tropa de
1) 000 homl)res. la cual. « a son de tambor y con banderas
desplegadas ». se puso en marcha hacia Caracas. Los
insurrectos, que cedieron al pronto ante las promesas del
gobeinador. empuñaron de nuevo las armas al ver que
lia!)ían sido engañados. Entonces recurrió a medidas vió-
lenlas (d capitán general Ricardos^ pero sólo en 1751 fué
1. El primer director de la Compañía en ('aracas, Iturriaga, dirigió
la defensa de I^a (luayra, cuando fué ésta atacada porta flota inglesa
mandada p(jr Knowles. el ¡5 de marzo de 1743.
'1. CA'. Uo.i AS, Estadios liisióiicos, pp. 145 y sig.
<i. Ricardos í l'"elipe). gobernador v capitán general de Venezuela,
<le 1752 a 1760.
104 OliÍGENES DF LA liE\ OI.UCIÓN SLDAMERICANA
cuando consi|Tuió dominai' la rebelión'. Restablecida en
sus privilegios, después de un ruidoso proceso, la Com-
pañía subsistió durante veinticinco años más. y, a pesar
de haber perdido la adhesión de los habitantes de Vene-
zuela, no por esto dejó de seguir desempeñando un papel
eminentemente civilizador.
La institución de la Compañía Guipuzcoana había acre-
cido mucho, durante el largci período de su lunciona-
mienlo. la importancia del elemento vascongado, cuvas
primeras emigraciones, en esta región del Nuevo Mundo,
remontaban a los primei'os días de la Conquista. En electo,
numerosos vascos acompañaban a Colón y a Ojeda. Las
cualidades de la « raza milenaria, falta de expansión en
sus gargantas de los Pirineos"- », su índole aventurera, su
intrepidez, su espíritu práctico y su constancia, se armo-
nizaban esencialmente con los peligros remuneradores de
las nuevas invasiones. La Conquista tuvo en los vascos a
sus más fieros y brillantes capitanes, al mismo tiempo que
suministraban a la Colonización sus más h;ibiles agró-
nomos.
Les veremos íiffurar también, así en Chile, en la Plata,
o
en Méjico y en el Alto Perú como en Venezuela, en la pri-
mera fila de los Proceres de la Independencia, y a la raza
de los « gigantes de la montaña^ » pertenece también
Bolívar.
El primer representante en América de la lamilia del
Libertador lleva su mismo nombre de pila. En L587,
Simón de Bolívar^, señor de la Re/nenteria de la « villa »
1. León, declarado (( rebelde y traidor a la Corona )>, fué enrarce-
lado -en España, adonde había sido deportado con sus dos hijos.
Rescató su pena aceptando más tarde el servir en las tropas enviadas
para reprimir la rebelión de las colonias africanas. León se distinguió
por su valor, y murió después de su regreso a la Península.
2. MicHF.LET, Nutre Fraiice.
:í. Id.
'i. O mejor dicho BnJüxir — originariamente Bolibarjáurregui
(prado del molino), Antonio dk. Trukba, Venezuela y los Vascos (en
la Ilustración Española y Americana, 1876, estudio reproducido por
Ro.iAs, Orígenes Venezolanos, pp. 127 y sig. — « El molino, dice
Humberl, liabía existido realmente en el alegre prado que costea el
modesto río de Ondarroa. al pie del monte Oiz. El solar, la (c casa
infanzona » de los Bolibar se alzaba en el burgo de este nombre, en
donde liabian edificado la iglesia de Santo Tomas. Compuesto de
i:i. .iriiAMKNTO DKI. MOMK SACIU» 105
(\c IJolívar cu \ izcava. cuyos antepasados se habían ilus-
trado, en el siglo once, eii las luchas contra los obispos
de Armentia, combatiendo con energía por el mtínteni-
miento de las libertades del pueblo vasco', llegó a Vene-
zuela con el gobernador Don Diego de Osorio y Villegas,
su pariente-. Las relevantes aptitudes de Simón de Bolívar
le valieron, en 1590, ser enviado, en calidad de a Procu-
rador y Comisionado Regio », cerca de Felipe II, y obtener
de este soberano la concesión de medidas juzgadas nece-
sarias para el mejoramiento moral y material de la
colonia. Los primeros historiadores de Venezuela hablan
ya con elogio^ de este antepasado, que compai'tiendo. a
su regreso, la magistratura suprema con Osorio, fundó
ciudades y pueblos, distribuvó tierras, fomentó la agri-
cultura y el comercio cuanto era posible en aquellas épocas
trágicas. Es más. Simón de Bolívar pensó hacer de
Caracas, que por cierto le debió sus armas v escudo (una
venei-a f[ue sostenía un león rampante coronado, en la cual
figuraba la cruz de Santiago'), un centro intelectual capaz
de rivalizar con los que comenzaban a formarse en otras
partes, más favorecidas, de las Indias Occidentales*'.
Emparentados con las más nobles casas de Navarra, de
Galicia y de Andalucía que se establecieron en ^'enezuela,
tales como los Villegas, los Andrade. l(»s Ponte, los
Narváez, los descendientes del « Procurador » no desme-
recieron de su ilustre origen. Hicieron construir a
expensas suyas el puerto de La Guayra, los caminos prin-
cipales, y fundaron las hermosas colonias agrícolas de los
valles de Araana v del Túv. en donde en aran número se
habían reunido las principales familias vascas de la capi-
casas dispersas en las orillas del Ondarroa, y habitado por unas
seiscientas almas, el pueblo actual de Bolíbar, a siete leguas de
Bilbao, forma parte de la (intci^lesia de (Jenarruiza, una de las ciento
veinticinco pequefias repúblicas que constituían, antes de la abolición
de los « fueros », el Señorío de Vizcaya. » Origines Vrncziiéliciint's,
op. cit.. p. 57.
1. Id.
2. Id. V. también Fi.our.s di; Oi:ahiz, f.ihro primevo de las Cienea-
logías del Nue^-o Reino de Granada. Madrid, l()6'i. t. I. ]>. 262.
Á. Oviedo y Baños, op. cil.
'i. Hojas. Estudios liisíóricos. p. l'.iH.
5. HuMBriRT, Orig. Vcnez.. p. G)!.
lOG ()iu(;enes de i. a üevoución sidameiíican a
tañía en la época de la dispersión de la Conipañía guipuz-
coana. Desmontada y cultivada bajo su dirección, desde
comienzos del siglo dieciocho, aquella vasta región, que
se extiende desde el lago de Valencia hasta orillas del
Portuguesa y del Apure, se cubrió de las plantaciones y de
los pastos más ricos de Venezuela. En 1722, Juan de
Bolívar y Villegas puso allí los cimientos de la ciudad de
San Luis de Cura'. Varias « reales cédulas » confirmaron
a sus herederos el « señorío » de las comarcas circunve-
cinas, en donde no tardaron en (establecer florecientes
haciendas.
El nieto de Juan, Don Juan Vicente, marqués de
Bolívar y Ponte, poseía, a más del dominio de (Aira, el
señorío igualmente patrimonial de Aroa. También tenía el
título de vizconde de Caporete. Casado en 1773 con Doña
Concepción de Palacios Blanco, dama noble asimismo,
y de notable hermosura", tuvo de ella cuatro hijos^ de los
cuales el último. Simón, vino al mundo en Caracas, en la
noche del 24 al 25 de julio de 1783".
1. Una memoria redactada con este motivo, en loor de Juan de
Bolívar y Villegas, enumera los títulos de gloria, no sólo del fun-
dador de Cura, sino de sus antepasados jDaternos y maternos,
remontando hasta los primeros de ellos que vivieron en Venezuela.
Es mencionada por primera vez por Humbert, Origines Vénézue-
liennes, p. 34, quien la consultó en el Archivo Nacional histórico de
Madrid, y tiene el título siguiente : fíelación de los méritos y sers-icios
de D. Juan de Volii'ar Villegas, Poblador y Fundador de la villa
de S. Luis de Cura, en la provincia de Venezuela, en obsequio de Su
Majestad, j los de su padre r demás ascendientes por ambas líneas.
Madrid, Arch. Nac, legajo 848.
2. O'Levky. Memorias, t. I, cap. i, p. 3.
3. 1° Juan Vicente, nacido en 1788 en Caracas, muerto en mar en
agosto o septiembre de 1810 (V. infra), tuvo tres hijos : Juana,
Felicia, que casó con el General Laurencio Silva, y Fernando, que
falleció sin posteridad.
2" María Antonia, que casó con Pablo Clemente y Palacios.
3° Juana, casada con Dionisio Palacios.
4. Partida de bautismo de Bolívar. « En la Ciudad Mariana de
Caracas, en 30 de Julio de 1783 años, el Doctor Don Juan Félix Jeres
y Aristeguieta, presbítero, con licencia que yo el infrascripto
Teniente Cura de esta Santa Yglesia Catedral le concedí, bautizó,
puso óleo y Crisma y dio bendiciones a Simón, José, Antonio, de la
Santísima Trinidad, párvulo, que nació el 24 del corriente, hijo legí-
timo de D. Juan Vicente Bolívar y de Doña María Concepción Palacio
y Sojo, natui'ales y vecinos de esta Chindad. Fué su padrino 13. l-'eli-
ciano Palacio y Sojo a quien se advirtió el parentesco espiritual y
KK .UIJAMENTO DI'.I. MO.NIK SACHO 107
Asi on VcMirzíicIa como en las dcinas colonias, sentíanse
los Icliccs electos de las i'clornias de C^.arlos III. Era
oíMieial el bienestar. VA comercio prospeíaha. Las aduanas
hacían inorcsar importantes recursos en las arcas del
tesoro; habían sido disminuidos los impuestos; el cacao,
(d cale eniiípiecíau a los /lacc/idcros; los llanos producían
\io(,i()so oanado. exportado por los colonos, en gran can-
tidad, a las Antillas'.
Kl conde Felipe de Séoui-. que en uno de los bu([ues de
la ilota de M. de Yaudreuil ■' i-egresaba de los Estados
Unidos, con dirección hacia Francia, y a quien los azares
de la navegación condujeron hacia la Costa Firme apunta,
en una amenísima página de sus Memorias, la impresión
(pu' conservaba de su estancia en la capital de Venezuela.
\ de los valles cercanos. Dice : « La existencia '^ parece
tomar aquí, actividades nuevas para hacernos gozar de las
más suaxcs sensaciones de la vida. Si no fuera por los
frailes ¡lupiisidores, por los adustos alguaciles, por algunos
tigres. \ por los empleados de \n\ intendente general
ávido, casi habría pensado que el valle de Caracas era un
rincón del paraíso terrenal n Con sus lindas casas claras,
de tejas i'ojas. rodeadas de jardines siíímpi'e floridos, sus
ruidosas plazas, sus calles estrechas v tran([uilas, sus
oljlit^aiión. t'ara que conste lo firmo. Fecha ul siipra ». Bachiller
Manuel Auluuio l'"ajard(). (Rúbrica) Sacado de los lihios pai-roquiales
de la la Iglesia Metropolitana de Canicas, año 178;>.
1. IIiMBíji.DT. Varage aa.r Régions equinoxiales. lib. W , cap. vii,
habla de unas ¡iO UUO cabezas anualmente.
2. Skcuk (Louis-Philippe, conde de), nació y falleció en t^arís,
i T.")!!- 1830). Voluntario en la expedición mandada por Rochambeau.
y enviada en socorro de los Norleamericanos, embajador en San
l'elei-sburgo, Roma y Rei'lin, gran maestro de ceremonias en la corte
imperial, eU*. Él mismo ha resumido, en un pasaje de sus Memorias
los distintos puestos que ocupó durante su aventurera vida. « El
azar ha querido que fuese, sucesivamente ; coronel, olicial general,
viajero, navegante, cortesano, hijo de ministro, embajador, nego-
ciador, prisionero, cultivador, soldado, elector, poeta, autor dramá-
tico, colaborador de periódicos, publicista, historiador, diputado,
consejero de Estado, senador, académico, y par de Francia n.
:5. Vaudreuii- ( Louis-Fhilippe Rigaud, marqués de), marino francés;
nació en 1725. falleció en 1802. Jefe de escuadi-a en 1777, lomó gran
parte en las campañas navales de la guerra de la Independencia
americana. Diputado en los Estados Generales (Francia) en 178',».
4. StciUH. Mémoires el soas-enirs oit anecdotes. París, 1827, t. I,
p. 'i46.
103 OliíCEXES DI-: LA l!i:\ OI.l ClÚX SIDAMEHICAXA
iglesias y sus puentes, muellemente tendida sobre las
suavizadas pendientes del monte Avila euyas grisáceas
cumbres se pierden en las Jiubes, Caracas ofrecía segura-
mente a la vista un panorama lleno de frescura v de gracia.
La ciudad parecía formar parte del campo, en donde las
límpidas aguas del duaiie coiren entre céspedes a los
pi(\s de copudos árboles vibrantes de cantos de pájaros.
Era entonces, después de México v Lima, la tercei'a, como
importancia, de las capitales de Sudamérica. y su población
ascendía acerca de 45()U0 almas'.
Xo obstante, las familias de alia alcurnia, como la familia
Bolívar, cuya lortuna estaba constituida sobre todo por
bienes raíces, preferían, a la existencia, a pesar de todo
algo monótona v sin vida, de Caracas, la existencia más
amplia y señoril de su dominios.
Consistía ésta : durante el día. en detenidas visitas por
los cultivos, en compañía de los administradores, alter-
nando con las cacerías los paseos a caballo, o las giras
campestres. Al ano(diecer, después de tocar la campana la
oración, comenzaba, bajo la galería de la imponente
morada central, el largo desfile de los esclavos que acudían
a solicitar del amo que autorizara un casamiento, que
aceptara el padrinazgo de un recién nacido, que curara a
un enfermo, que zanjara una contienda. Tratados con
dulzura, aquellos bombres querían a su señor, a su amo,
como decían ellos con intención de afectuoso agradeci-
miento. En San Mateo, en Cura, haciendas de la lamilla
Bolívar, llevaban filialmente, según la moda de entonces,
el nombre patronímico de Don Juan Vicente, quien, cual
reyezuelo patriarcal, reinaba sobre aquel sumiso pueble-
cito-.
A veces, después de la cena, la familia se sentaba en un
lado del vasto patio, sin más techo ([ue el cielo, atenta a
las historias o leyendas que contaba algún viejo negro.
Casi siempre se trataba de las inagotables hazañas del
\. V. Di; PoNs, Voyago ¿t la pdvtie oiienlale de la 7'erre-Fernie de
PAmérique Méridionalf, conleiuint la dcscripiiojí de la Capilai/ieiie
Genérale de Caracas. 3 vol., ¡11-8», París. 18(»(). 1. 1.
2. V. Briceíño, Caracas, en ul Papel Periódico /lustrado de liogotá,
ano III. j). 74.
KI, jriiA.MKN I O DKl. MO.NIl-; SACliO 109
Tiniiio Aiiitiri (' \ liniii'H legendaria (le los [niiiicros lieinpos
(le la (loiujiiisla. cuya alma, inaiichada tic hoiTÍbles inal-
datles. v ahoi'a, luceclta azotada por el viento de la noche,
anarecc en lornia de liieo()s latuos en las llanuras de
l3arquisini(íto v ile la costa de IJiirhurata. o, a veces aún,
sohrc el d Samán », especie de cetlro colosal v centenario,
oroullo de la selva vecina, v cuya cumiare, <[ue se veía
desde la casa misma de Bolívar, despedía a veces tenues
resplandores Ibslorescentes -. Bajo las miradas sonrientes
de los padres, a quienes divertían atjuellos relatos, la
neo-ra Matea, encargada de tener en brazos al (iniilo
Si/iió/f\ sentada en la primera fila del auditorio, se exta-
siaba al oír todo a([uello, en tanto que el niño, alelado,
fijaba sus nrandes ojos negros sobre el narrador.
1. El « tirano Aguirre », originaiio de Oñate en la provincia de
Guipúzcoa, cuyas aventuras habían quedado, hasta estos últimos
años, en el dominio de la leyenda, ha sido estudiado por Rojas
[L'.stiidios históricos, 1891), y, sobre todo por Humbert [Origines
VL'iiézueliennps, 1905, pp. 08 a 50). Las pacientes investigaciones de
nuestro compatriota han dado publicidad a un manuscrito de la
Biblioteca Nacional de Madrid (¡SIss. I, 136), que precisa los puntos
de la vida de Aguirre que habían quedado en la obscuridad, k b^eo,
flaco, cojo y manco », López de Aguirre, que desembarcó hacia 1550
on las Indias Occidentales, recibió encargo, en 1557, al mismo
tiempo que Pedro de Ursúa, del virrey del Perú, marqués de Cañete,
de conquistar el reino de los Omaguas, que se suponía entre el
Amazonas y el Orinoco, en la Guayana venezolana, y en el que
situaban El Dorado los peruanos. Aguirre se rebeló durante el viaje,
asesinó a su compañero, se declaró él mismo u traidor hasta la
muerte ». Durante cuatro años, a la cabeza de una banda de forajidos,
a quienes incitaba a « robar, matar y a hacerse moros, gentiles o
judíos, con tal que quedaran sometidos a él », sembró el terror en
todo Venezuela. Su estancia en la isla Margarita fué señalada por
crímenes atroces. Mató al gobernador, a su mujer, a sus hijos,
saqueo todas las ciudades, y exterminó a la mayoría de sus habi-
tantes. Los c( Pobladores » Guevara y Paredes tuvieron que movilizar
todas las tropas disponibles de la región de Barquisimeto para
apoderarse del <^ traidor ». Le cercaron en una casa de dicho pueblo
el 27 de octubre de 1561. Aguirre mató a su propia hija, « que había
sitio testigo de todos sus crímenes y el consuelo de Ititlas sus penas »,
se negó a enliegarse, y fué asesinado poi" sus soldados, que temían
verse vendidos por su antiguo jefe. Sus restos fueron conducidos a
las ciudades de Venezuela y desparramados por los caminos públicos.
2. AMtNÁTr(;ii, Vida de D. Andrés Jiello, Santiago de Chile, 1882,
¡n-8'\ p. 22,
o. V. Papel Periódico, etc., 1. III. p. 74. Aotas de Briceño, tjuien,
en 188o, vio a acfuella antigua esclava, tjue entonces tenía 110 años,
y habló con ella. .Matea Bolívar no falleció hasta en 1886, y sus
exequias fueron celebradas a expensas del municipio de Caracas.
110 OliÍGEMiS DE I.A HKVOLICIÓN SI DAMEIUCANA
II
Después del l'alleciiiiiento de su marido, que sohrevluo
en 1786, Dona Concepción de Bolívar no volvió casi a sus
haciendas sino en los meses de verano. Retenida en Caracas
por la mala salud de su padre, que tenía ya mucha edad, habi-
taba, el resto del año. la casa solariega de la plaza de San
Jacinto \ de fachada clara y sencilla, semejante a la mavor
parte de las construcciones de los tiempos coloniales ; paredes
espesas, altas ventanas con reja, y adornadas por sencilla
moldura. Por encima de la pesada puerta claveteada de cobre,
que se abría sobre un zaguán con piso de mosaicos de i'orma
de tabas, ostentábase, rodeado de lambrequines, el escudo
« en campo azul, una torre blanca con guirnalda de cinco
almenas y tres gradas al pie, sostenida por dos leones de oro
empinantes á la torre, con el un pie en la primera grada »,
que son las armas de la familia Bolívar".
Esta silenciosa inorada no se animaba, como todas sus
semejantes, sino con motivo délas fiestas del Jueves Santo,
del Corpus Cristi, de Santiago, que desencadenaban en
Caracas un verdadero vértigo ^ Las calles, tranquilas habi-
tualmente, se cubrían de llores; se abrían las ventanas,
aderezábanse las señoras de pies a cabeza, ostentando
las más ricas joyas para ver pasai' al Santísimo, llevado
bajo magnífico palio a la cabeza de la procesión, seguida
por los milicianos con traje de gala, las corporaciones de
la ciudad, y la mayoría de la población \ La venta de la
« bula de la Santa Cruzada^' », el día de San Juan, y,
también, el nacimiento o el cumpleaños de los reyes y de
los infantes de España, los besamanos de la capitanía
1. Miis tarde, a plaza de El Yenezulaiio ». Hoy dia, callo Sud 1. El
ten-emolo de 1812 hizo desmoronarse el piso superior de la casa,
que fué reparada después, y que sigue en pie.
2. Flórkz de Ocákiz, op. cil . p. 262.
3. HuMBERT, üj'ig. Vénóz., op. cit., p. 158.
4. V. Rojas, Leyendas históricas, II, passini.
5. Bula concedida por el Papa, en la época de las Cruzadas, a los
que iban a Tierra Santa, extendida luego a los que combatían contra
los Moros, y a los Adelantados, que se dedicaban a la civilización de
los « gentiles » en las Indias Occidentales. La bula constituía un
gran comercio en el Nuevo Mundo.
EL .ILltAMKM O DKI. MONIK SACIiO 111
ocneral, eran también motivo de ccieinoiiias tl('S{)U(''S de
las cuales hal)ía roo-ocijos populares.
Los criollos aprovechaban aquellos días de (iesla para
visitarse ceremoniosamente. Entonces hacía abrir doña
(Concepción los « salones de <^ala j). vastas piezas ador-
nadas de hermosos tapic(>s. cortinones, col<^a<hiras, amue-
bladas de sillas y solaes con asiento de cuero, y pesadas
mesas con pies dorados. Una hilera de altas butacas lla-
madas los a asientos de honor », daba cara a la « cama de
adorno », de madera esculpida, recargada de dorados y
cubierta de una colcha enriquecida de l)ordados y encajes ^
En una de las piezas abiertas en los dos extremos del
salón, los hombres, que a de Segur le habían parecido
(c demasiado graves v taciturnos », jugaban al tresillo; en
cambio, las señoras « tan notables por la belleza de sus
facciones, por la riqueza de sus tocados, por la elegancia
de sus modales como por la viveza de una coquetería que
sabía muv bien hermanar la alearía con la decencia^ »,
ejecutaban trozos de canto.
Un tío de D'' Concepción, el Padre Sojo. había sido el
introductor de la música clásica en Venezuela, y la lectura
de las partituras de ^íozart. de Pleyel y de Haydn, que
acababan de enviarle los dos naturalistas alemanes Bred-
meyer y Schultz, con quienes había estado en excelentes
relaciones en el trancurso del reciente viaje de éstos a
Venezuela ^ formaban el atractivo principal de aquellas
reuniones. Los convidados eran personas escogidas y dis
tinguidas : Don Francisco Carlos y Don Feliciano Palacios,
tíos maternos de Bolívar; Bartolomé Blandin. hijo de un
francés^, muy aficionado a música, discípulo del Padre
Sojo, como también sus hermanas : María de Jesús y
Manuela, « quienes, a sus viitudes domésticas, unían una
educación superior'^ » ; José Miguel Sauz % jurisconsulto
1. V. DF. PoNs. V'orage, etc., op. cit., III. pp. 63 y sig.
2. Segur, Mémoires, etc., np. loe. cii.
'i. Rojas, Ley. hist. I, p. 17). — V. también Plaza, Ensayo sohre el
arta en Venezuela, in-4'\ ISS.'í, p. 9.").
'«. Picrre Blandin; lle^i^ó a Caracas en 1740. y, al año siguiente,
fundó allí la primera farmacia.
5. Rojas. Ley. hist.. I, p. 15.
6. Sanz (José Miguel), nació en Valencia (Venezuela), en 1754.
112 ORÍGENES DE LA liEVOLUCIUN SUDAMERICANA
de talento; los hermanos Ustáritz, cuya casa era una especie
de Academia literaria particular; el li'sico Ralael de Esca-
lona; el caballero de Aristeguieta y sus hijas, una de las
cuales, Ermenejilda, dice también de Segur. « parecía el
vivo retrato de la condesa Jules de Polignac '. »
Sinioncito, como le llamaban entonces, era festejado,
mimado por todos. Las travesuras, la gracia, las reflexiones
de niño despierto y precoz que fué en edad muy temprana,
su voluntad ya muy acusada hacían de él un personaje en
miniatura al que daban importancia, y el niño sabía sacar
partido de tantos halagos. Cuando cumplió siete años, el
obispo de Caracas, según la costumbie colonial, le admi-
nistró la confirmación, y. muchos años después, hablaba el
Libertador de los innumerables regalos que recibió aquel
día.
Aquellos continuos mimos no tardaron en hacer que
resultara incorregible Simoncito. Mostrábase entusiasta,
loaoso. indómito, se enlurecía con facilidad, sin hacer caso
tle las reprensiones. No obedecía a casi nadie más que a
Don Miguel Sauz, a ([uien la Audiencia de Santo Domingo,
en cuva jurisdicción especial se hallaba la capital venezo-
lana, había noml)rado administrador (id litem de un mayo-
razgo legado al hijo menor de Don Juan Vicente por su
pariente Don José Félix Aristeguieta.
l^ropuso Sanz a Doña Concepción llevarse al niño por
algún tiempo, y la buena señora, que no conseguía hacer
carrera del terrible Simoncito, consintió gustosa. Pasó el
niño cerca de dos años en la casa de los Sanz ", compar-
Jurisconsullo, escriluí' de tálenlo y orador notable, fué uno de los
que firmaron el Acia de Independencia de Venezuela. Perseguido
cuando capituló el general Miranda, estuvo preso en La Guayra y
en Puerto Cabello. Recibió encargo de Bolívar, al mismo tiempo que
Francisco Javier Ustanlz, de redactar el proyecto de Constitución
de IHi;!. Después del desastre de la Puerta, tuvo Sanz que emigrar a
la isla Margarita, y, en el transcurso del viaje, perdió los manus-
critos de una importante Historia de Venezuela, casi terminada. En
1814 se reunió con el general Rivas, y pereció en el combale de
Úrica, el 5 de diciembre de aquel mismo año. Sanz ejerció, de 1786 a
1788, las funciones de administrador ad litem del mayorazgo de
Bolívar.
i. SiíGiu, ñ/éiiioil e.s, (ij). loe. cit.
'2. Todavía existe en (^aiacas. en la Calle Sud 5. n" '.), la casa de
I . M. Sanz.
i;i. .11 liVMKNTO DEI- >r()NTE SACHO 113
tiendo el tiempo entre las vagas lecciones que le daba un
capuchino, el Padre Andújar ', y paseos con su tutor por los
alrededores de la ciudad. El grave D. Miguel aprovechaba
a([aellos paseos para ilustrar a su pupilo, quien de conti-
nuo le hacía preguntas y que tenía mucha retentiva. Con
frecuencia salían a caballo; montaba Sanz un soberbio
alazán que Simón, instalado prudentemente sobre un borri-
(piillo negro, miraba con envidia. Un día en que el niño
excitaba a su harto sosegada montura, empeñado en dejar
atrás al hermoso caballo de su compañero, le dijo éste :
« No hay ([ue agitarse de esa manera, Simón. Usted no
será jamás hombre de a caballo... — ¿Q"t' <{uiere decir
hombre de a caballo? )■> preguntó en el acto el rapaz. Y, va
(jue D. Miguel le hubo dicho que, el hombre de a caballo es
aquel que sabe montar y manejar bien un caballo, replicó
el niño con su acostumbrada viveza : « ¿Y, cómo podré vo
ser hombre de a caballo montando en un burro que no
sirve para cargar leña-? n
Pero, va iba creciendo Simón, v había lleofado el
o
momento de pensar en su educación. A pesar de que la
enseñanza superior estaba, en aquella época, bastante ade-
lantada en los colegios y en las universidades de Sudamé-
rica, siendo hasta notable en ciertas capitales, la instruc-
ción primaria estaba, en general, muy descuidada. Los
jóvenes criollos aprendían a leer en su familia; un fraile,
las más veces, les inculcaba rudimentos bastante ineptos de
historia sagrada, de gramática, y, si acaso, de aritmética,
con lo cual quedaban preparados para entrar en el colegio,
v sólo entonces comenzaban a recibir lecciones más útiles
y mejor concertadas. La universidad de Caracas, única por
cierto que existía en Venezuela, estaba menos adelantada
que las de las demás grandes ciudades coloniales^ El fondo
1. Algunos años m;ís (arde, en 1800. el P. Andújar acompañó a
Huniboldt y a Bonpland en la expedición que efectuaron éslos de
Caracas a Barinas. a la Sierra de Mérida y a Angostura de Guyana,
después de haber bajado el Orinoco. Y. Le tires América ¿nes
d'Alexandre de Huniholdi, par H.\^my. Caita al barón de Forcll, de
Caracas, 3 de febrero de IHOO, p. 66.
2. Rojas, f.erendas históricas, II, p. 255. Esta anécdota le fué
contada a Rojas por los pi-opios hijos de J. M. Sanz.
3. Y. García del Río, /.a Instrucción en la América colonial a
principios del siglo A'LV. Caracas, 1886.
ll't ORIGEXES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
de SU enseñanza se reducía al latín, porque era necesario
para el estado eclesiástico, a la jurisprudencia civil y canó-
nica enseñada según métodos tan huecos como intolerantes,
y, en fin. a una medicina en la que casi todo era teoría'.
Razón por la cual los padres acíunodados solían enviar a
sus hijos a México, a Santa Fe. v. sobre todo, a Europa.
Tal había sido el proyecto de 1). .luán Vicente para sus
hijos; pero la madre, y, sobre todo, el abuelo ele Simón,
antiguo aristócrata de ideas medioevales, distaban mucho
de adherirse a tales planes. Les repugnaba también el sepa-
rarse de un hijo tan (|uerido;y, desde que le vieron adelan-
tar en edad, se preocuparon por encontrarle un preceptor en
Caracas. Andrés Bello", de poca más edad que Simón
Bolívar, le fué dado a éste, mientras tanto, como profesor.
Bello era, en efecto, un verdadero pequeño sabio. Sus éxitos
escolares, dice uno de sus bi(')grafos^ le habían valido tal
reputación en toda la ciudad, que las familias le pedían que
diera instrucción a sus hijos. Enseñó a Bolívar, cuya inte-
ligencia ya notable rescataba los defectos del mal colegial
c|ue seguía siendo, un poco de geografía v de aritmética.
Mientras tanto, Andújar. a quien, a falta de alguien mejor,
había sido agregado el P. Negrete. capuchino, le enseñaba
gramática, y un amigo de la familia. Guillermo Pelgrón ^,
le daba las primeras lecciones de latín.
Un joven caraqueño, cuya palabra elegante y fácil, cuya
1. HiMBF.RT, Orig. Vénéz., op. cit., p. 184.
2. Bello (Andrés). Nació en Caracas, el 30 de noviembre de 1780;
falleció en Santiago de Chile el 15 de octubre de 1865. Uno de los
sabios y literatos más notables de la América española. Empleado
en la Capitanía general de Vencz.uela, en 1808, formó parte, en 18J0,
de la Delegación venezolana a Londres (V. infra, lib. III, cap. iii, §5).
En 1822, entró al servicio de la República de Chile, fué secretario
de la legación chilena en Londres 1 1822-182'»). Senador, director del
ministerio de relaciones exteriores, y, después, rector de la univer-
sidad de Santiago, desde 1843 hasta su muerte. La Academia
Española le nombró, en 1851, miembro honorario. Bello ha dejado
numerosísimos escritos. Sus poemas cuentan entre las más hermosas
producciones de la lengua española. Redactó el Código ci\'il chileno,
y publicó muchas obras, entre las cuales hay que citar : Lecciones
ds Ontología r métrica (1835). Principios de Derecho Internacional
(1844), y Gramática de la lengua castellana (1847).
3. Amunátegli, Vida de D. Andrés Helio, op. cit., p. 26.
4. Pelgrón (Guillermo) fué uno de los actores principales de la
jornada del 19 de abril de 1810, en Caracas. Cf. lib. II, cap. ii, !> 3.
Kl. H IIAMKMO I»K1, -M(»NTE SACHO 115
erudición, y, sobre todo, cuyas teorías políticas fijaban,
desde hacía algunas semanas, la atención de los familiares
de la « academia » de los Ustaritz : Simón Rodríouez,
acababa de llegar muy opoi-tunamente. de un largo viaje al
extranjero, paia sacar de apuros a la familia de Bolívar,
Seduc-ido lambién Ü. Miguel Sanz por las cualidades de
aipiel joven, dio su consentimiento, y d(»sde aqu<d momento
y para largo tiempo. tuv<t el joven Bolívar un maestro v un
amigo
Siiinular liiiura. la de SiuKui Rodríouez'. 1^1 único
retrato íiue de él conocemos lo muestra va de edad v aleo
encorvado, pero conseivando aún, en la mirada recta bajo
las gafas, totla la viveza sana de esos ojos obscuros que se
v(>u rn los pasteles de La Tour; labios delgados, nariz
laiga V descarnada; barbilla pronunciada y cuadrada: el
conjunto tiene cieito aire de Francia, y, a no ser por la
dcplorabb; factura del retrato en cuestión, compensada,
tlice la tradición, por el gran parecido con el modelo,
darían ganas de creer que ha sido tomado de alguna gale-
lía de los filósofos franceses del sifflo dieciocho-.
o
Nacido hacia 1771. de Don Cavetano Carreño y de Doña
Rosalía Rodríguez, y quedado huérfano en edad temprana,
tal disputa tuvo, a los catorce años, con su hermano
mayor \ que. para no tener, en lo sucesivo, nada de común
con ('1. tomó (d nombre de su madre, sentó plaza de gru-
mete en un navio que estaba a punto de hacerse a la vela,
y llegó a Europa, viviendo, sucesivamente, en España.
Alemania, v Francia.
Extraña en verdad debió de ser la odisea de aquel ado-
1. Amunátigci, Bioí^rafía ele Simún Rodríguez, Santiago de Ctiile,
1876. Libro de el Centenario. Bogot.í, 188'i. p. 73. — O'Learv, Memo-
rias, cap I V Correspondencia, etc., t. I, pp. .350 y sig-., y t. IV,
p. :!02: 1. IX, p. 511: t. XXIX, p. ü'il; t. XXX. p.'lOB. — .1. Gil
FoRTOi L. Prefacio para la obra de Schryver. Esquisse de la vie de
Boüvar. Bruselas, 1899. — Ro.tas. Leyendas históricas, t. II, pp. 262
y sig. — Ei.oY G. (ioNzÁi.Ez. Al Margen de la Epopeva. p. 25. —
MiTHt, Llistoria de San Martin, t. III, cap. XXXVI, etc.
2. Kn el Museo Nacional de Bogóla m" 161 del Catalogo). Es,
probablcmenle, de 1823.
•{. Cayetano Carreño nació en Caracas, el 7 de agosto de 1766.
Discípulo del P. Sojo, uno de los mejores músicos de N'enezuela. Es,
sobre lodo, aulor de un oratorio : La Oración del Huerto, de elevada
inspiíacion y de irreprochable técnica.
116 OlUGENES I)K LA REVOLUCIÓN SUDAMEIUCANA
lesceiite recorriendo a pie los caminos del antiguo mundo,
y es de lamentar que sólo vagas alusiones haya dedicado
a aquella época, en las pocas cartas que de él se conocen.
Por cierto que hubo de renovar, y más de una vez, aquella
odisea, dando, de su temperamento inquieto que le movió
a repetidos viajes, esta ingeniosa excusa : « Yo no quiero
parecerme a los árboles, ([ue echan raíces en un lugar, sino
al viento, al agua, al sol, y a todas esas cosas que marchan
sin cesar' )). No obstante, en 1790 volvió a su ciudad natal
para recoger un modesto patrimonio, y allí se casó con
Doña María Ronco, de quieii tuvo, cinco y seis años más
tarde, dos hijos, a quienes, por su afición a la Revolución
francesa V ateniéndose al calendario de Fabre d'Efílantine,
puso, resueltamente, nombres de legumbres^.
Entre tanto, y desde su llegada a Caracas, Rodríguez
había buscado lecciones que le ayudaran a vivir, y, al
mismo tiempo, le permitieran dedicarse a la pedagogía,
objeto de su inclinación favorita. La lectura del Etnile le
había revelado su vocación. En espera de que algún feliz
acontecimiento le permitiera experimentar por sí mismo
los métodos de Rousseau, trataba de popularizarlos, v
estaba escribiendo una importante memoria que, poco
después, presentó él a la municipalidad de Caracas, con
este título : Reflexiones sobre los defectos que cicúin la
escuela de primeras letras de Caracas y medio de lograr su
reforma por un nuevo establecimiento^ .
Si bien el influjo de Rousseau sobre la juventud que
llevó a cabo la influencia sudamericana fué tan efectivo y
duradero como el que ejerció sobre los hombres de la
Revolución francesa, en ninguno de los discípulos del
prodigioso ginebrino se nota más singularmente — y más
1. Ro.)As. Ley. hist., op. cit., p. 265.
2. Plaza, Historia del Arte, etc., al citar este rasgo, no explica su
origen, atribuyéndolo a la manía de singularizarse que, segúu él,
caracterizaba a su compatriota.
3. El manuscrito, dice Humbkrt {Orig. Vénéz., op. cit., p. 185) fué
estudiado seriamente por todos los concejales, y, el 25 de junio
de 1795, votaron el aumento del número de escuelas, decretando que
se establecería una en cada parroquia. Ademas, concedían a Rodríguez
un testimonio escrito de la estima que les merecían sus servicios y
su intervención en favor de la juventud caraqueña.
EL JUltEMENTO DEL MONTE SACHO 117
sugestivamente — esa iuHueiicia, ([ue en Sinum Rodríguez.
Rn este sentitlo hav (jue considerar sobre todo al piceeptor
de Bolívar. ímieo liornl)re enlre ciiaiilos han lralad(> al
Lihei'tador, (|ue hava ejercido alguna acción sobre su
espíritu. Nunca se dirá lo bastante iiasta ([ué punto ha
tenido consecuencias sol)re la l()rniaci(ni del mundo
moderno el a lenómeno histórico ' » que fué Rousseau, y,
acerca de esto, la instauración de las nacionalidades del
nuevo mundo oliecería un campo de observación tan
iiuev(» como lértil.
Las ideas subversivas de Juan Jacobo Rousseau, su
sentimentalismo, y. también, la seducción, el énfasis
declamatorio y no obstante magnánimo de su estilo,
habían, por i'uerza, de llegar al corazón mismo de la
juventud liberal del Nuevo Mundo, y de arrebatar delicio-
samente su imaginación, entusiasta y fogosa como
ninguna. A estas cualidades,- arraigadas en él como en
sus compatriotas v por los mismos motivos, añadía
Rodríguez disposiciones particulares que hicieron de él,
durante toda su existencia, una especie de caricatura de
.luán Jacobo. Las excentricidades, las debilidades o las
manías del angustiado escritor de las Confesiones reviven
incorporadas en el dromomano' impenitente, en el
preceptoi- sistemático, en el sofista, y, en fin, en el
visionario hipocondríaco, que, al renunciar, en 1840. a la
pedagogía por el comercio de velas en Valparaíso, decía
a un visitante : « Yo que desearía hacer de la tierra
un paraíso para todos, la convierto en un infierno para
m í '^ . »
No tardó Simón Rodríguez en tener mucho imperio
sobre el joven Bolívar, cuva dirección exclusiva le iba
siendo abandonada cada vez más. F^u efecto, doña Concep-
ción falleció en julio de 1792, v. a los pocos meses, murió
también su padre. Don Esteban, y luego Don Carlos
Palacios, fueron sucesivamente nombrados tutores de los
hijos de D. Juan Vicente. Carlos Palacios, hombre apacible
1. La e.Kpresión es de Melchior de Yogué.
'2. Doctor Regís, La Dromomanic de Jean-Jucques Rousseau^
Burdeos, 1909.
3. Rujas, Ley. hisí., II, p. 295.
118 ouÍ(;enes de la hevollcióx sudamericana
y al que asustabaií las responsaljilidades, creyó cumplir
cabalmente con su deber respecto de sus sobrinos dejando
a Rodríguez toda latitud para (pie continuara, según
lo entendiera. la educación de ambos jóvenes. Rodrigue/
daba también algunas lecciones a Juan, el primogénito,
que era. como temperamento, todo lo contrario de Simón,
]íues era sosegado y aplomado; además, resultaba una
figura borrosa al lado de su bermano menor; sin embargo,
a pesar de una corta y melancólica existencia, prestó,
como más tarde veremos, servicios a su patria. Y, final-
mente, Don Miguel Sanz hizo transmitir a Rodríguez la
tutela del mayorazgo de Simón'.
Investido de la suerte de omnímoda autoridad sobre su
discípulo predilecto, pensó entonces Rodríguez en realizar
un proyecto particularmente grato a su corazón, el de tratar
de poner en práctica el sistema por excelencia de educación
preconizado por Rousseau. El niño que le había sido
confiado era. como debe ser Emilio, « rico », « de eran
o
linaje m, « huérfano », « robusto y sano^ », y, a su vez,
¿no realizaba Rodríguez el ideal del preceptor deseado por
Juan Jacobo? « Joven ». « prudente », « célibe e indepen-
diente M. (( un alma sublime^ », cualidades o atributos a
cjue podía pretender Simón Rodríguez, quien, por
entonces, tenía veintiún años, gozaba de la reputación de
ser el mejor profesor de la ciudad, esposo más que descui-
dado, y a cjuien su extremada independencia de aficiones
y de carácter permitía trato íntimo con los más amplios
pensamientos... Se dedicó, pues, al « difícil estudio de no
enseñar nada a su discípulo^ ». A fin de que pudiera éste
(juedar en el « estado natural » y prepararse a justificar el
axioma según el cual « la razón del sabio suele asociarse
al \ igor del atleta^ », Rodríguez prolongó la estancia en el
campo. V consiguió al menos desarrollar en Bolívar la
maravillosa a[)titiid a los ejercicios corporales, llegando a
ser el andador incansable, el notable jinete, el intrépido
1. Hojas, Ley. Iiisl.. op. cit., t. 11, p. 269.
2. Rousseau, Einile au ele I' Educalion, lib. II.
•¿. Id.
4. Id.
5. Id.
i;i. .11 liA.MKNTO DKI. .MONllí S.VCliO 11"J
nadador ooii (jiiicii. más tarde, no pudo coiniK'tir iiinnimo
de sus compañeros ile armas.
Al cumplir los ticce años. Simón hahía llenado,
ateniéndose en un lotlo a las prescripciones del educador,
la primera parle del programa trazado por Rousseau. Las
caminatas por la selva, las correrías a caballo en la sabana,
los ejercicios de remo en el lago de Valencia le habían
dado, cumplidamente, fuerza y destreza.
A<[uella educación, tan bien comenzada, iba. no obstante,
a ser interrumpida bruscamente. Estaban por entonces a
lines de 1796, y graves acontecimientos se preparaban en
la capitanía general. Una sedición popular había estallado,
el año antes, en Coro. Las autoridades la habían sofocado
con bastante íacllidad; pero, desde entonces, violenta
lermentación })arecía haberse apoderado de todas las clases
tle la sociedad, v. en particular, de los criollos. Los
lulminantes decretos de la Liquisición no habían podido
impedir ([ue en todas partes se introdujera y circulara el
escrito de Nariño. Por otra parte, la prolongada estancia,
en La Guavra, de los deportados políticos franceses,
camino de la Guavana, contribuyó a esparcir en el país las
doctrinas revolucionarias. En fin, la índole naturalmente
belicosa de la población de las costas, y la proximidad de
las Antillas inglesas, de donde menudeaban las exhorta-
ciones que va sabemos, favorecían, más que en los demás
sitios de Venezuela, la posibilidad de un levantamiento
deseado por toda la juventud criolla, y cuya dirección
habría sido asumida con placer por muchos de los
miembros de la aristocracia caraqueña. Desde hacía algún
tiempo. Rodríguez se ausentaba con frecuencia de la casa
de los Bolívar, acudiendo, casi a diario, a misteriosas citas.
Tramábase una conspiración. Don Manuel Cual, capitán
retirado del batallón a Veterano » de las milicias de Cara-
cas, y José María de España', justicia mayor del pueblo de
Macuto, de acuerdo con tres prisionei'os de Estado, con-
finados en la fortaleza de La Cuavra por haber tomado parte,
en llspaña. en la conspiración de San Blas, en lebrero
1. Infijfuie di; l;i lleal Audiencia de Su Majestad. C!aracas. 1798.
D., I, 230.
120 OIU'CENES DE LA HEVOLUCIÜN SUDAMEIilCANA
de 1796, la cual tendía a subslituii" a la nionaiquía un
régimen del todo semejante al gobierno de la República
íi'ancesa, oi'íi'anizaban un vasto movimiento insurreccional.
El plan de los conjurados liabía sido elaborado con
esmero. Los ti'es detenidos : .luán Bautista Picornell,
Cortés Campomanes y Sebastián Andrés, babían de
evadirse y refugiarse en la Trinidad, en donde el gober-
nador les reservaba buena acogida, y en Curazao, en donde
íranceses, entre otros el ciudadano Cadet, « agente
comercial de la República », estaban dispuestos a darles
asilo*. Desde allí, enviarían armas v socorros. Mientras
tanto, todas las medidas babían sido tomadas para favo-
recer el movimiento, ün Iranciscant) anunciaba, « liaber
tenido revelación para predicar a ac[uellos pueblos que
recobrasen su antigua libertad, pues tenían a su favor el
brazo del Todo-Poderoso^ ». La guarnición de La Guayra,
y parte de la de Caracas, estaban ganadas a la conspi-
ración. Picornell había tenido tiempo suficiente para
componer las palabras de una Carmañola americana, de la
que se estaban imprimiendo centenares de ejemplares en
la Guadalupe, al mismo tiempo que el texto de los
Dereclios del Hombre. Acechábase la próxima llegada de
los folletos. Un reglamento que constaba de 44 artículos,
distribuido a los conjurados, precisaba la conducta que
habían de seguir y el plan que sus jefes se proponían; a
cierta señal convenida, los habitantes de la capitanía
general habían de conseguir, por todos los medios, la
dimisión de las autoridades españolas. En cada ciudad o
pueblo, establecerían una Junta provisional antes de la
elección de los diputados, quienes acudirían cuanto antes
a la capital para proclamar la República y votar la
Constitución definitiva; los impuestos serían luego supri-
midos o notablemente reducidos; quedarían abiertos los
puertos, y la igualdad reconocida para todos los ciuda-
danos. El nuevo Estado, compuesto de las provincias de
Caracas, Macaraibo, Cumaná, la Guavana, tomaría como
1. Informe de la Real Audiencia de Su Majestad. Caracas, 1798. D.,
1, 2:io.
2. Id.. § 67.
El. JlltAMENTO DEL íMONTE SACHO 121
emblema de la bandera nacional el blanco, el aznl, el
amarillo y el encarnado en alusión a las antiguas cuatro
castas de blancos, pardos, negros e indios'.
Este programa, (jue contenía ya en germen el que iba a
realizar la Revolución de ISIO-, fué cooido en casa de
o
uno de los conjurados, D. Manuel Montesinos y Rico, en
la noche del 13 de julio de 1797. Ya era tiempo. Ya
Ricornell y Campomanes habían huido de La Guayra. El
capitán general Carbonell hizo prender a un centenar de
personas, entre ellas a Rodríguez, que fué puesto en
libertad por falta de pruebas. Logró Manuel Gual llegar a
la Trinidad, en donde falleció algún tiempo después.
Sebastián Andrés, y el año siguiente, el 8 de mayo de
1799, José ^Nlaría de España, quien, después de haber
huido, había tenido la imprudencia de volver a Caracas,
fueron ejecutados. Los restos de España, encerrados en
jaulas de hierro, fueron puestos en las encrucijadas de la
capital y de La Guayra. Cuarenta y cinco de sus cómplices,
la mayor parte de los cuales pertenecían a la aristocracia
criolla, perecieron igualmente de mano del verdugo o en
las cárceles donde fueron encerrados.
Una vez libre, y atormentado de nuevo por su manía de
viajes, juzgó prudente Rodríguez alejarse del país, y, en
el transcurso de julio de 1797, se despidió de su discípulo.
¡Adiós hermosos proyectos a lo Juan Jacobo ! Simón tenía
catorce años : la sociedad de algunos jóvenes, de Bello
sobre todo, a cuya frecuentación se había él aficionado de
nuevo, desde que veía a su maestro embargado por hondas
preocupaciones, había despertado en él curiosidad por
conocer algunas obras literarias. Habló de esto a Rodrí-
guez, enseñándole al mismo tiempo unos cuantos libros
(pu' BeUo le había prestado. ¡ Libros !... tuvo remordi-
mientos el preceptor. De sobra sabía qué libro había de
leer Emilio « el primero, el solo que, durante largo
tiempo, había de componer toda su biblioteca », el mara-
1. Informe de la Real Audiencia de Su Majestad. Caracas, 1798. D.,
I, 230, ^:í7.
2. Gil Koktoii.. Historia Constitucional de Venezuela, np. cit., t. I,
p. 9'i.
122 OlilGENES DE LA liEVÜLlCIOX SI DAMEIUCAXA
villoso Ci'usoe^, V. seguramente ([iie en loor de Juan
Jacobo, y movido por un sentimiento de reparación
secreta y de pesar, una vez más cambió de nombre Rodrí-
guez, adoptando, desde aquel día. el de Robinson.
III
El descubrimiento de la conspiración y las terribles
medidas de represión decretadas contra sus autores habían
emocionado profundamente la capitanía general. Sin
embargo, el patriciado criollo contaba aún cierto número
de partidarios convencidos, o que, al menos, ostentaban
tales opiniones. Y, los mismos c[ue, algún tiempo después,
habían de mostrarse más dispuestos a sacrificar sus inte-
reses más queridos a la causa republicana, apreciaban
demasiado los privilegios de su condición para decidirse a
lenunciar a ellos gratuitamente. Así pues, la mayor parte
de ellos estimaron que, dada la situación, la mejor de las
políticas sería temporizar y disimular. Al palacio de la
capitanía general afluyeron protestas de fidelidad, y los
principales de Caracas llegaron hasta proponer al capitán
general el reforzar las milicias a expensas de ellos-. Hasta
ocurrió que el comandante del batallón más aristocrático
de la provincia : los Volimtarios blancos de los valles de
Aragua, arrestó con su propia mano a uno de los conju-
rados, D. .Javier Arrambide, y su lealismo, con el de otros
miembros de la nobleza caraqueña, fueron elogiosamente
señalados, por el capitán general, a la benevolencia del rev\
Las milicias de Aragua habían sido organizadas en
1759 por Juan de Bolívar, que fué coronel de ellas, v lo
mismo Juan Vicente, su hijo, padre de Simón. Según las
tradiciones, no dejó D. Carlos Palacios, en enero de 1797,
de hacer que admitieran al joven en el cuerpo de cadetes.
i. Rousseau, Einilc. etc., lib. III.
2. Exposiciones de la Nobleza de Caracas a Su Majestad que Dios
guarde, 1° y 4 de agosto de 1797. D. I. 214 y 215. En ellas se ven
los nombres de la mayor parte de los parientes de Bolívar, en parti-
culai- el de su tío Don Carlos Palacios.
3. Informe de D. Pedro (]arbonell al Excelentísimo Príncipe de la
Paz, etc. Caracas, 28 de agesto de 1797. D., I, 221.
VA. .HHAMKNTO DKI. >l()XTi: SACliO 123
Cual consta (mi las notas de sus jefes', el joven Bolívar se
sometió gustoso a su nuevo estado. En julio del ano
siguiente recibió el grado de allérez, llevando con agrado
a([U('l un¡^ornle^ Seguía Bello dándole lecciones; pero.
aun([ue Simón se aplicaba más, sus progresos seguían
siendo muv medianos^. Aconsejado por D. Miguel Sanz,
D. Carlos Palacios se decidió entonces a enviarlo a
Europa. Avisó a su hermano D. Esteban, que vivía en
Madrid; v. habiendo contestado este último que gustoso
recibiría en su casa a su s<djrino, quedó decidido el viaje.
El I!) de enero de 17l)í), Simón se embarcó en La Guayra
en (d biKjuc de tres palos Sa/i Ildefonso, que salía para
l^spaña.
Algunas semanas después, una caria llegada a Caracas
anunció a D. Pedro Palacios (jue su joven pariente había
electuado sin contratiempo la primera parte de su viaje. En
un estilo detestable, y adornado además con asombrosas
fallas de ortografía '. Bolívar daba parte de su llegada a
1. Hoja de servicio y notas de 1). Simón de Bolívar a ílnes de
diciembre de 1798.
<( Batallón de Voluntarios Blancos de los valles de Aragua.
El subteniente D. Simón de Bolívar, su edad : 15 años; su país :
Caracas; su calidad : ilustre: su salud : buena; sus servicios y
circunstancias las que se expresan :
TIEMPO EN TIüMl'O QLK SIRVE
(Ifli COMENZÓ A SERVIR. EMPLEOS. Y CUANTO CADA EMPLEO.
i.Qs EMPLEOS. — Años. Mcscs. Días.
14 Enero 1797. . . cadete 1 5 21
4 Julio 1798 . . . subteniente 5 26
Total hasta fin de diciembre 1798 .1 11 17
Regimiento donde ha servido : En estas milicias.
Campañas y acciones de guerra en que se ha hallado : En ninguna.
Valor ; Conocido. — Aplicación : Sobresaliente. — Capacidad :
Buena. — Conducta : ídem. — Estado : Soltero.
Como ayudante mayor que ejeice las funciones del sargento mayor
que se halla ausente : Francisco Lozano Pompa (firma y rúbrica).
Manuel Sanz (firma y rúbrica).
Arch. gen. de Simancas, Secretaría de Guerra. 1. 7295, citado por
llumbert. Orig. Vénéz., op. cit,, p. 69.
2. Nota biográfica referente a Simón de Bolívar, por su tío Esteban
Palacios. D. I., 159.
;{. Id.
4. Simón de Bolívar a D. Pedro Palacios. México, 20 de marzo
de 1799. Correspondencia del Libertador, t. I, n" 7.
124 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
México. En efecto, el San Ildefonso hacía escala en Vera-
cruz. Estaban en guerra Inglaterra y España, y el bloqueo
de Cuba por la flota británica obligó al comandante del
navio a prolongar hasta fines de marzo su estancia en las
aguas mejicanas. El joven viajero aprovechó aquel tiempo
para visitar cumplidamente la capital.
La efervescencia que en aquella época se hacía sentir en
todo Sudamérica había ganado Nueva España. Cuando
llegó allí Bolívar, estaban todavía instruyendo el proceso
del célebre Juan Guerrero, aventurero sin escrúpulos,
que, cinco años antes, había estado a punto de apoderarse
por sorpresa de la persona del virrey Revillagigedo, pro-
poniéndose, con la complicidad de varios oficiales de la
guarnición, derribar el gobierno español y substituirlo
por una república de la que él habría sido el primer pre-
sidente. Guerrero había de tener imitadores en la persona
de Benítez Gálvez, que se dejó sorprender a fines de 1798,
y, sobre todo, de un preceptor de México : Pedro Portilla,
c|ue, en aquel momento mismo, preparaba la conspiración
llamada de los Mochetes^ Fué descubierta ésta en
octubre de 1799, y seguida, en el transcurso de los pri-
meros años del siglo diecinueve, de una serie casi ininte-
rrumpida de conspiraciones, de levantamientos y de suble-
vaciones parciales, poco temibles sin duda, pero cuya fre-
cuencia presagiaba a las autoridades una próxima explosión.
Durante su estancia en México recibió Bolívar la hospi-
talidad de un miembro de la Audiencia : Aguirre", quien
lo presentó al virrey, D. José de Azanza^ Se ha dicho
que el joven oficial venezolano proclamó ante su augusto
interlocutor los derechos de la independencia americana.
Es posible, como lo afirma uno de los confidentes del
Libertador*, que tuviera tales sentimientos, aun en su
í. Del nombre de los machetes, que había hecho fabricaren gran
cantidad para armar a sus partidarios. — Y. AlamÁn, Hisioria de
México, 5 t. en f". Méx/ico, 1849, t. I, cap. iii.
2. O quizá del marqués de Ulapa, según pretende Larrazabai.. Vida
y Correspondencia de Simón Bolívar. Nueva York, 2 t. 1883, t. I,
p. 6.
3. AzANZA (Miguel José de), virrey de Méjico, 17981800.
4. V. General Tomás C. dk Mosquera. Memorias sobre la Vida del
Lihertador Simón Bolivar, 1 t. en 8». Nueva York, 1853, p. 7. —
V. también Larrazahal, op. cit., i. I, p. 7.
KL .H'liAMKNTO DKI. MONTE SACHO 125
nrimciH juvcnliul. Las últimas desventuras tle su preceptor
V el estado de ánimo de sus compañeros de Caracas dan
ciertameule valor a este aserto. De todos modos, el virrey
trató corlésmente a su huésped y le dio cartas de reco-
mendación para el gobernador de La Habana. En abril
llegó a este puerto el San Ildefonso; quedó poco tiempo,
V prosiguió su camino hacia Santofia. desde donde Bolívar
se fué a Madritl por Bilbao.
Desde su llegada a la capital, se instaló en casa de su tío
l^steban. muv bien visto en la corte en aquella época, por
su amistad con D. Manuel Mallo, caballero de hermosa pre-
sencia, originario también de Nueva Granada, y que compar-
tía con Godov los favores de la reina María Luisa. Con tal
motivo pudo Bolívar frecuentar muy de cerca aquella corte
de Carlos IV, cuyos escándalos eran motivo de burla en
Europa, la cual, además despreciaba su política. Habíase
mostrado, sucesivamente, enfeudada a Inglaterra, luego a
Francia; había tratado benévolamente a la Revolución,
condenándola más tarde con violencia y combatiéndola sin
vigor ; después de haber tratado de aliarse con el Directorio,
se abandonaba poco a poco al Primer Cónsul', tan variable
en sus intenciones respecto a Europa como desconcertada
])or los acontecimientos de América e incapaz de dirigirlos.
Por ejemplo, después de haber, por real cédula con fecha
de 18 de noviembre de 1797, abierto todos los pueblos de
ulti-amar al tráfico de las naciones amig-as v aliadas, cuva
concurrencia no podía sino serle fatal, retiró bruscamente
dicha licencia por otra cédula de 18 de febrero de 1800.
En el acto cobró nuevo vi^or el contrabando inglés v
holandés, hasta que una nueva decisión del 20 de marzo
de 1801 devolviera las Colonias al comercio de los neutra-
les : lo cual era poner de manifiesto ante el enemigo la
debilidad de los gobernantes, su torpeza, su inconstancia.
Mientras tanto las intrigas más mezquinas ocupaban la
mente de Go<lov. ([uien. entre los peligrosos sobresaltos de
aquella política, atendía sólo a sostener su amenazada for-
tuna. En casa de D. Manuel Mallo, adonde acudían muchos
jóvenes sudamericanos residentes en ^Madrid, de los cuales
1. Cf. SoRii., I.'Eurupe ct ¡<i Révolution^ etc., 1. I. cap. iii,
126 ORÍGENES DE LA HEVOLICIOX SUDAMEIIICAN A
algunos, como, por ejemplo, el venezolano Mariano jNIon-
tilla', que cumplían en los guardias de corps su tiempo de
servicio como oíiciales, oía Bolívar comentar las conspira-
ciones que a cada momento urdían contra el príncipe de la
Paz los cortesanos, el clero, los agentes de los Borbones de
Ñapóles, el gran inquisidor, el confesor mismo de la reina "^.
El ascendiente que el favorito ejercía sobre la mujer de su
señor le permitía, no obstante, burlar siempre aquellos
complots; pero, nada había tan movedizo como la fidelidad
de María Luisa. Bolívar había panado la confianza íntima
o
de Mallo, y le fué fácil convencerse de todo aquello.
A veces ci'a admitido a las cenas íntimas que su feliz
compatriota daba en honor de su real querida ^. y las
impresiones del joven criollo, recién llegado de un país en
donde los soberanos españoles solían ser reverenciados
como una emanación de la Divinidad, debieron de ser muy
poco edificantes. Mallo le había hecho invitar a la corte,
en donde conoció al príncipe de Asturias, su contempo-
ráneo. Hasta fué, su primera entrevista con el futuro Fer-
nando VII, señalada por un incidente que Bolívar solía
contar en los últimos años de su vida, y cuyo simbolismo no
carecía ciertamente de sabor. Ocurría esto en el palacio de
Aranjuez. Los dos jóvenes acababan de terminar, en pre-
sencia de la reina y de algunos gentileshombres, el primer
juego de un partido de pelota, cuando, por descuido, dio
Bolívar tan violento golpe de raqueta sobre la cabeza de su
contrario, que el príncipe, irritado, se negó a seguir
jugando. Intervino la reina y continuó el juego... El
Libertador dejaba entenderá sus oyentes que, aquel partido,
no lo había perdido él. v concluía de este modo la anéc-
dota : « ¿(^ui<'n le hul»iera anunciado a Fernando \l\ ([ue
1. Mo.NTiLLA (Mariano), nació y murió en Caracas (1782-18.")!).
Oficial en los guardias de corps del príncipe de la Paz. Hizo la
campaña de Portugal en 1801 y recibió una herida en el sitio de
Olivenca. Volvió a Caracas en 1808, formó parte de las Juntas revo-
lucionarias de 1809 y 1810, y combatió durante toda la guerra de la
Independencia en las lilas de los republicanos. V.n 18;};i, fué enviado
extraordinario y minisifo ])lenipotonciai-i() de Venezuela en Londres
y en jMadrid.
2. Sorel, L'Europe el la Révolalion, op. cit., t. \ , cap. i, p. 3.
3. Mosquera, Memorias, etc., oj). t/7., p. 8.
KI, ,ir 11 AMENTO DKL MONTE SACHO 127
l;il acoi(U'nt(! ora o\ presagio de que yo le debía arranear,
la más preeiosa joya de su corona'?... »
Sin embargo, deseaba Bolívar dedicar más tiempo al
estudio que al placer, para lo cual buscaba, con preferencia
a las demás, la compañía de su pariente, el marcjués de
Ustárilz. digno v sabio anciano, que recibía en su casa a la
más ilustrada sociedad de Madrid. Como D. Esteban Pala-
cios, implicado quizás en alguna intriga cortesana, había
tenido que salir bruscamente de la capital, Bolívar vino a
vivir en el palacio de Ustáritz, y en él siguió hasta ([ue se
marchó de Madrid. Desde aquel momento — el de su en-
Iratla en el palacio de Ustáritz, sintió profunda adhesión
hacia el hombre venerable, decía él", « cuyas virtudes com-
paraba a las de los virtuosos griegos que se presentan como
modelos ». Ustáritz mismo dio a Bolívar las primeras lec-
ciones provechosas que hasta entonces recibiera, y no tardó
en declarai'se casi demasiado satisfecho de su discípulo :
con tal entusiasmo se dedicó éste al estudio, que estuvo a
punto de caer enfermo. Este ardor que Bolívar iba poniendo,
cada vez más. en todas sus empresas, resultaba la caracte-
lística misma de su alma fogosa. Trabajaba con ahinco,
mezclando la lectura de obras literarias con las de obras
científicas, sin que su poderoso cerebro dejara de asimi-
larse nada de su substancia. Su cultura intelectual, tan des-
cuidada hasta entonces, hizo progresos asombrosos, con lo
cual colmó de sorpresa a cuantos le trataban, acostumbrados
a no ver en él sino a un adolescente mediano y frivolo.
A comienzos del verano de 1800. y, probablemente, en
las cercanías de Bilbao, trabó conocimiento Bolívar con
D. Bernardo Rodríguez del Toro, y con la familia de éste.
Pertenecía D. Bernardo a la primera aristocracia de Cara-
cas, en donde su hermano mayor D. Francisco poseía el
título de marqués del Toro. Otro de sus hermanos, D. Fer-
nando "^ ([ue pítr entonces era oficial de la guai'dia real,
1. Mosquera, Memorias, ele. d/). rit., p. 8.
2. Id., p. 8.
3. Toro (Fernando del). Nació en (Caracas, se fué muy joven a
España, allí sirvió, y fué nombrado coronel después del combate de
Tarancona. De regreso a Caracas en 180Í), abrazó la causa de la
Independencia y tomó parte en las primeras campañas de la guerra.
128 OUÍGEXES DK LA HEVOLlClÓX Sl'DAMEHICAXA
sirvió de introductor a Bolívar. No tardó éste en enamorarse
de la hija mayor de D. Bernardo, María Teresa, y pidió su
mano. Desde su llepfada a Madrid, en septiembre, escribió
a su tío Pedro Palacios para ponerle al corriente de sus
proyectos*, y rogarle que le enviara su consentimiento.
Bolívar estaba perdidamente enamorado de María Teresa.
Desde aquel momento, nada existió ya para él fuera de su
amada. El amor se había apoderado de su alma fogosa y la
abrasaba toda entera. Tenía impaciencia por efectuar aquel
matrimonio, desesperándole los aplazamientos impuestos
por la paternal prudencia de D. Bernardo. Algunos meses
ti'anscurrieron así. Volvió la primavera, los Rodríguez se
marcharon a Bilbao. Bolívar quedó en Madrid, esperando
de un momento a otro la contestación de su tío.
En el transcurso de un paseo a caballo, en los primeros
días de octubre, pasaba el joven cerca del puente de
Toledo, cuando fué detenido por unos cuantos agentes de
policía, pretextando para ello que los encajes de los puños
que llevaba el joven estaban adornados con brillantes, y
que un decreto reciente prohibía tal uso. Se desmonta
Bolívar del caballo y trata de explicarse ; pero, al ser inter-
pelado con cierta brusquedad por uno de los alguaciles,
desenvaina y cierra, espada en mano, con la gente poli-
ciaca. Transeúntes llegaron a tiempo para impedir que
tomara mal giro el asunto. Y en efecto, a punto estuvo éste
de tomar mal cariz. Era Godoy quien había imaginado
aquella estratagema, por sospechar que pudiera llevar
Bolívar algún amoroso mensaje para la reina. Se hizo
entender al joven que obraría prudentemente saliendo de
Madrid. Insistió Ustáritz, y Bolívar tomó el camino de
Bilbao.
Tales eran su despecho y su ira por no haber podido
vengar la afrenta que acababan de hacerle, que, al verle
llegar en aquel estado, creyó D. Bernardo que estaba
demente. Quería Bolívar casarse en seguida y salir de
Gravemente herido, se refugió, en 1812, en Trinidad, regresando a
Venezuela en 1821, despuós de la batalla de Carabobo. Falleció en
Caracas el 26 de diciembre de 1823.
1. Bolívar a U. Pedro Palacios y Sojo. Madrid, oO de septiembre
de 1800. D., II, 277.
EL JUllAMENTO DEL MOXTE SACHO 129
España para siempre. Sólo a fuerza de razones se calmó.
El padre de María Teresa le declaró que no le daría su
hija sino más larde, v le aconsejó que viajara. Obligado
se vio, pues, el impaciente Bolívar, a encaminai'se hacia
Barcelona, desde donde se embarcó para Marsella. Pasó
lodo el invierno en l^arís, v a principios de abril de 1802,
entró de nuevo en Madrid. D. Fernando del Toro había
aprovechado la ausencia de su amigo para alcanzarle la
merced deseada. Obtuvo pues Bolívar la autorización real
indispensable a los oficiales de su rango para contraer
matrimonio ', se casó con María Teresa en el transcurso de
mayo, salió para la Coruña el día mismo de la boda, y,
desde allí, se embarcó para Caracas.
Parecía sonreirle la felicidad, una felicidad tranquila y
deliciosa a la que soñaba él con dar por marco los radiantes
valles de Aragua. Allí transcurriría la vida, sosegada y suave,
lejos de las detestadas intrigas v dvA odioso tumulto de las
ciudades. Apenas llegados a Caracas, fallece la joven
esposa, arrebatada por una fiebre perniciosa, el 22 de enero
de 1803. Bolívar quedaba, a los diecinueve años, viudo y
desesperado.
Desesperación sombría, ardiente, trágica, cual era de
esperar del alma tempestuosa y dominante que de repente
se había creído en posesión de la felicidad, y que, de
repente asimismo, se veía vacía, desorientada, palpitante.
Dada la poca edad del Libertador, ac[uella crisis había de
decidir de toda su vida. Es indudable c[ue se ilusionaba al
imaginar que pudiera haber « muerto, como él mismo lo
confesó", en el pellejo de un simple alcalde de San
Mateo )) ; tarde o temprano, su genio le habría colocado
entre los actores que el gran drama de la Independencia
llamaba a escena. Pero, acaso no habría desempeñado el
primer papel en dicho drama si, tomando de las amargas
fuentes del dolor las necesarias energías, no se hubiese
preparado a él, desde aquel momento, por el estudio, por
1. jN'ota del ministro Caballero al capitán genei'al de Venezuela,
fechada en Aranjuez el 15 de mayo de 1802, citada por O'Lfary,
Memorias, etc., op. cit., t. I, p. 12.
2. La Croix. Diavio de Biicaramanga, Paris, Walder, en 18, 1869,
p. 62.
130 OUIGENES DE LA ÜEVOLUCIÓN SUDAMEniCANA
el conocimiento de los hombres y de las cosas que habían
de darle sus viajes, por las prestigiosas enseñanzas que le
reservaban. Su preparación, incompleta y sin método ni
ilación, tomaba, en fin, un rumbo más directo y más
seguro.
Ante todo. Bolívar resolvió marcharse. Durante su corta
estancia en Europa, había él presentido, a través del velo
que sus harto acariciados pensamientos interponían entre
ellos y la realidad, todo un mundo de conocimientos que
necesitaba adquirir, y, también, placeres de los cuales sólo
el perfume había saboreado. Se enterneció al recordar que,
años antes, había prometido a Simón Rodríguez, su con-
fidente y el único que. sin duda alguna sabría consolarle,
reunirse con él para que juntos visitaran el Antiguo Mundo.
Era menester asegurar la administración de las fincas,
y esto retuvo algunos meses más a Bolívar en Venezuela.
Por fin. después de haber escogido por administradora su
hermano Juan, salió de su país.
La travesía iué larga, y Bolívar acudió a la lectura para
llenar las horas de ocio '. Había tomado para el viaje Plu-
tarco, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, sobre todo éste,
cuyo sortilegio respiraba nuestro joven. Los infortunios de
los amantes de la Nue<,>a Heloisa debieron de arrancarle
lágrimas de aquellas en que tanto se complacía la « sensi-
bilidad )) de la época, extravagancia que padeció Bolívar
como sus demás contemporáneos, pero que, siquiera en él,
tenía por sincera excusa los ecos despertados en un corazón
cuya herida estaba tan reciente. En las obras filosóficas
del « ciudadano de Ginebra » vio de nuevo las teorías
preteridas de su maestro, y hasta pasajes enteros que
Rodríguez le recitaba. Animábase en su espíritu el entu-
siasmo de las virtudes públicas. Este sentimiento se preci-
saba a veces hasta dejarle entrever, en repentinos fulgores,
visiones de porvenir. ¡La Libertad! esta palabra causaba
en él hondísimos estremecimientos. ¿No estaba él desti-
nado a consagrarse a su vez a la religión nueva de la que
había hallado más numerosos adeptos en su reciente visita
a Caracas? Tal era, sin duda su pensamiento, y. tan pronto
\. OLeary, Memorias, etc., op. cit., I, p. 14.
El. JL'UAMIM'O DEL MONTE SACHO 131
como desembarcó en (]átliz, se; puso eii relaciones con
compatriotas desconocidos acudidos a su encuentro,
quienes, pocos días después, le admitían a los misterios
de la « Gran Logia Americana ' », en la que le hicieron
prestar el solemne juiamento : Nunca reconocerás por
gobierno legitimo de lu patria sino a a(¡uel (jiie sea elegido
por la libre y espontánea voluntad de los pueblos; y siendo
el sistema republicano el más adaptable al gobierno de las
Américas, propenderás por cuantos medios estén a tus
alcances, a (¡iie los pueblos se decidan por él'.
No obstante, continuó hacia INIadrid, donde vio los
rastros de su cortísima felicidad, y lloró copiosamente con
el padre de María Teresa. El dolor se apoderaba de nuevo
de el. Pero, era demasiado joven Bolívar, y estaba harto
penetrado de sus recientes lecturas, jjara que, insensible-
mente, no fuera haciéndose menos punzante aquella pena.
El recuerdo de la tierna esposa tan pronto desaparecida
se atenuaba, tomaba una forma novelesca, cuyo encanto,
expresado más tarde por el Libertador mismo, se halla
todo entero en esta confesión : ce Jamás he olvidado, decía,
mi entrevista con D. Bernardo cuando le llevé las reliquias
de María Teresa; padre e hijo mezclaban sus lágrimas;
escena de delicioso tormento, poi'que es deliciosa la pena
del amor ^ »
Salió Bolívar de INLidrid. con dirección a París. En la
gran capital francesa no tardó en entregarse a una exis-
tencia de lujo y de placeres, por medio de la cual esperaba
aturdirse y olvidar. Se mostró altanero, atormentado,
desengañado de todo en apariencia, ostentando un mal
incurable, ciñéndose lo más posible a Rene, puesto de
moda entonces por la novela de Chateaubriand. Deslum-
hraba con su boato a D. Fernando del Toro, con ([uieii de
nuevo se había encontrado, al mismo tiempo ([ue con un
grupo de jóvenes criollos cuya figura más saliente era
Carlos ]\lontúfar^, originario de Quito, hijo del marqués
1. V. infra, lib. II, cap. ni, !; 1.
2. Y. AIiTRE, Historia de Belgiano, 3 t., Buenos Aires, 1860, 1. II,
cap. xxiii, p. 272.
3. Mosquera, Memorias sobre la {'¿da, etc., op. cit., p. 10.
'». MoNTiiAR (Carlos), nació en Quito en 1778. Esludió en España,
y fué a Venezuela en 1808, en donde tomó parle activa en los acón-
132 OHIGEXES DE LA liEVOLtClÜN SUDAMERICANA
de Selva-Alegre. Por ellos supo que D. Samuel Robinsón,
— tales erau los nuevos nombre y apellido de Rodríguez, —
se hallaba en Viena, y se fué en busca suya.
« Yo esperaba mucho, escribía Bolívar algún tienípo
después, de la sociedad de mi amigo, del ct)mpañero de
mi infancia, del confidente de todos mis goces y penas,
del Mentor cuyos consejos y consuelos han tenido siempre
para mí tanto imperio. ¡Ay! en esta circunstancia fué
estéril su amistad. El señor Rodríguez sólo amaba las
ciencias... Lo hallé ocupado en un gabinete de física y
química que tenía un señor alemán... Apenas le veo yo una
hora al día. Cuando me reúno a él me dice de prisa : Mi
amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes de tu edad, vete
al espectáculo, en fin, es preciso distraerte, y este es el
solo medio que hay para que te cures... Comprendo entonces
que le falta alguna cosa a este hombre, el más sabio, el
más virtuoso, y sin que haya duda, el más extraordinario
que se puede encontrar. Caigo, muy pronto en un estado
de consunción ; y los médicos declaran que voy a morir :
era lo que yo deseaba. Una noche que estaba muy malo,
me despierta Rodríguez con mi médico; los dos hablaban
en alemán. Yo no comprendía una palabra de lo que ellos
decían; pero, en su acento y en su fisionomía conocía que
su conversación era muy animada. El médico después de
haberme examinado bien, se marchó. Tenía todo mi cono-
cimiento, y aunque muy débil, podía sostener todavía una
conversación. Rodríguez vino a sentarse cerca de mí : me
habló con esa bondad afectuosa cpie me ha manifestado
siempre en las circunstancias más graves de mi vida. Me
reconviene con dulzura y me hace conocer que es una
locura el abandonarme y quererme morir en la mitad del
tecimientos del 19 de abril de 1810. Marchó luego a Quito, y nom-
brado comandante jefe de las ti-opas republicanas, fué derrotado
varias veces por los generales españoles 'racón Aymerich y Sámano.
Montúfar brillaba más por su valor y su patriotismo que por sus
conocimientos militares. Prisionero al mismo tiempo que Nai'iño en
1813, consiguió llegar a Santa Fe; pero de nuevo fué hecho prisio-
nero, después del combate de la Cuchilla del Tambo, y fusilado en
Popayán el 3 de septiembre de 18 IG.
Su padre, Juan Pió Montúfar, marqués de Selva-Alegre, fué
firesidente de la primera Junta sudamericana, la de Quito, en 1808
V. infra).
El- JURAMENTO DEL MONTE SACRO 133
camino. Me hizo comprender que existía en la vida de un
hombre otra cosa ([uc el amor, y que podía ser muy feliz
dedicándome a las ciencias o enti-egándome a la ambición.
Sabéis con que encanto persuasivo habla este hombre;
aun([ue diga los sofismas más absurdos, cree uno que
tiene razón. Me persuade como lo liacc, siempre que
(juiere
(( La noche siguiente, exaltándose mi imaginación con
todo lo que yo podría hacer, sea por las ciencias, sea por
la libertad de los pueblos, le dije : Sí, sin duda, yo siento
que podría lanzarme en las brillantes carreras ({ue me
presentáis, pero sería preciso cjue fuese rico... sin medios
de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico soy
pobre y estoy enfermo y abatido. ¡Ah Rodríguez! prefiero
morir!... Le di la mano para suplicarle que me dejara
morir tranquilo. Se vio en la fisonomía de Rodríguez una
revolución súbita : queda un instante incierto, como un
hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En
este instante levanta los ojos y las manos hacia el cielo,
exclamando con voz inspirada : ¡ Se ha salvado I Se acerca a
mí. toma mis manos, las aprieta en las suyas, C[ue tiemblan
y están bañadas en sudor; y en seguida me dice con un
acento sumamente afectuoso : Mi amigo, ¿si tú fueras rico,
consentirías en vivir? Di... Respóndeme! Quedé irreso-
luto : no sabía lo que esto significaba; respondo : sí. Ah !
exclama él, entonces estamos salvos... el oro sirve, pues,
para alguna cosa? Pues bien. Simón Bolívar, ¡sois rico!
Tenéis actualmente cuatro millones ! ' »
A su prima, Fanny de Trobriand. hija de una hermana
del señor de Aristeguieta, el mismo de quien Bolívar había
heredado su mayorazgo, es a quien dirigía el joven esta
curiosa carta. Fanny tenía veintiocho años. En 1796 se
había casado con M. Dervieu du Villars, de mucha más
edad que ella, y demostraba a su primo un afecto que éste
había acogido con agradecimiento. Los du Villars habían
conocido a su pariente en Bilbao, antes de su casamiento.
1. Esta carta, con techa de París 180'i, formaba parte del archivo
de la familia de Trobriand. Se halla in e.vtenso en Rojas. í.py. Ifist.,
2^ serie, op. cil., pp. 272-277.
Í34 OliíCENES l)K LA liKVOLl :CI(')\ SUDAMEIÍICANA
y le habían i ecibido con nuicho cariño a su llegada a París.
Fanny se había instituido en consejera, en directora suya :
exigía confidencias*, no tardando en convertirse en aquella
« a quien no obstante no podía negai- nada- «. Una cor-
respondencia seguida se estableció entre Bolívar y su
prima, a quien llamaba él « Teresa » ^ en aquellas cartas
en que trataba de pintarle las fases por que había pasado
« el ptd^re chico de Bilbao, tan modesto, tan estudioso, tan
económico^ » para llegar a ser loque era hoy. « el Bolívar
de la calle Vivienne. murmurador, perezoso v ])ródigo ■' ».
Su estilo se i-esiente marcadamente del aire del siglo, de
o
los deliquios, de los suspiros y de las miradas al cielo de
que están cuajados los escritos de Saint-Preux y de Julia.
Hacía ya tiempo que conocía Bolívar su situación de for-
tuna. En la carta enviada por él a Caracas para manifestar
a su tío D. Pedro su futuro matrimonio'^ alude al « impor-
tante mayorazgo » que correría él riesgo de perder, si.
« conformemente a las voluntades del legatario », no fuese
a establecerse a Caracas, y las precauciones que había
tomado, de acuerdo con su hermano, antes de salir por
segunda vez de Venezuela, con objeto de que sus rentas
le luesen servidas con regularidad, no dejan duda alguna
acerca de su previsión. Esas cartas a « Teresa » son pues,
puro romanticismo; pero por eso mismo resultan más
características del estado de alma del discípulo de Rodrí-
guez y del apasionado lector de Juan Jacobo Rousseau :
« El presente no existe para mí, es un vacío completo
donde no puede nacer un solo deseo que deje alguna
huella graJjada en mi memoria. ¡Ah, Teresa, esto será el
desierto de mi vida!... Apenas tengo un ligero capricho lo
satisfago al instante, y lo que yo creo un deseo, cuando lo
poseo, sólo es un objeto de disgusto. Los continuos cambios
que son el iiuto de la casualidad ¿reanimarán acaso mi
t. Rojas. J.oy. fíi.si., 2'' serie, op. ril., pp. 272-277.
2. Id.
3. Una de las hermanas menores de Fanny de Trobriand se llamaba
Teresa, pero está fuera de duda que la verdadera destinataria de las
carias en cuestión no era sino jNímc du Yillars.
4. Rojas. Ley. I/isi., 2'' serie, op. cit., pp. 272-277.
5. Id.
6. V, sil pía.
EL JURAMENTO DEl, MONTE SACliO 135
vida? Lo ignoro ; porc). si no sucede esto, volveré a caer
en el estado de consunción de cjue me había sacado Rodrí-
guez al anunciarme mis cuatro millones. »
Es posible (juc después de todo, la escena de Viena haya
ocurrido tal como la refería Bolívar, y que Rodríguez,
deseoso de reanudaí' el interrumpido hilo de la educación de
su Emile, volviera a su papel de ayo-preceptor, a quien,
como es sabido, toca revelar a su discípulo que no se halla
« tan cerca )> como creía « del estado de los pol)res ' ».
Pero no le dio tiempo Bolívar para añadir que « la edad de
licencia (de vida licenciosa) para los demás debe ser la
edad de razón para Entile- ». En Viena, luego en Londres,
en Madrid, en Lisboa, sostiene un tren de príncipe, juega,
perdiendo en una sola noche cien mil iVancos. prodiga el
oro « a la simple apariencia de los placeres «. « No había
deseado las riquezas, escribe Bolívar después de una de
aquellas costosas diversiones : ellas se me presentan sin
buscarlas, no estando preparado para resistir a su seduc-
ción, ^le abandono enteramente a ellas. Nosotros somos
los juguetes de la Fortuna; a esta gran divinidad del uni-
verso, la sola que reconozco, es a quien es preciso atribuir
nuestros vicios y nuestras virtudes. Si ella no hubiese
puesto un inmenso caudal en mi camino, servidor celoso
de las ciencias, entusiasta de la libertad, la gloria hubiese
sido mi solo culto, el único objeto de mi vida. Los placeres
me han cautivado, pero no largo tiempo. La embriaguez ha
sido corta, pues se ha hallado muy cerca del fastidio.
Pretendéis que vo me inclino menos a los placeres que al
fausto, convengo en ello; porque me parece que el fausto
tiene un falso aire de gloria... Fastidiado de las grandes
ciudades que he visitado, vuelvo a París con la esperanza
de hallar lo que no he encontrado en ninguna parte, un
género de vida que me convenga. Pero. Teresa, no soy un
hombre como todos los demás, y París no es el lugar c[ue
puede poner término a la vaga incertidumbre de que estoy
atormentado. Sólo hace tres semanas que he llegado aquí,
v va estov aburrido ».
1. Emile, Hb. III.
2. Id., lib. lY.
136 OHÍGENES DE LA HEVOLUCIÓN SUDAMERICANA
IV
Esta vez, carecía Bolívar de ofalanlería. v. sobre todo,
de sinceridad, y la literatura le imponía un lenguaje que
desmintió él en más de una ocasión. (( Conservaba de
París, escribe uno de sus lamiliares ', el recuerdo que se
conserva de una primera pasión. En medio de las graves
preocupaciones del Libertador, era para él como un recreo
de colegial el dar mentalmente un paseo por el Palais-
Royal. Dotado entonces de extremado ardor para el placer,
y, en particular, para los placeres fáciles, era cosa real-
mente extraordinaria ver al libertador de su patria citar,
una por una, a cuantas bellezas femeninas había conocido
en Francia, con una exactitud y una precisión que honra-
ban a su memoria : citaba los retruécanos de Brunet. can-
taba los « couplets )) en boga, y reía de sus calaveradas
de joven con una expresión verdaderamente ingenua ».
Aquellos de sus confidentes más íntimos que le han consa-
grado biografías^ abundan en recuerdos en que se ve la
constancia de estos sentimientos, resumidos por Bolívar
mismo en esta confidencia al general Mosquera : « Si no
me acordara que hay un París, y que debo verlo otra vez,
sería capaz de no querer vivir ^. »
El salón de madame du Villars. que en el biillantísimo
París del Consulado y de los primeros tiempos del Imperio
rivalizaba con el de los Suger, de madame de Tallcyrand,
de madame Suard y de madame d'lloudetot. a los que
también asistía Bolívar, ofrecía recursos de ingenio y de
amable distinción que no podían soñarse más cumplidos.
1. Skrviiz (V. infra., lib. II, cap. iv J; IV) en VAide de cainp ou
Vauteur inconnu. Souvenirs des Deux Mondes, publicados por Mau-
rice de Yiarz, 1 t. en 8", París, 18l¡2, p. 133.
2. Ver J. M. Restrrpo, Diario^ uiss. Arch. Restrepo, Bogotá,
passiin. — La Ckoix, Diario de Bucarctmariga, etc., op. cii., p. 63.
— Mosquera, Memorias , etc., op. cit., cap. i. — O'Lkary, Memorias,
op, cit., cap. I. — DücouDKAY-Iloi.sTKíN, IUstoirc de Simón fJoli^'ar,
París, 1831, 2 vol. ín-8", passim. — Lk Movni:, La Nouvelle Grenade,
París, 1880, t. I. — Millkr, Biographical Sketch of general Bolívar,
1828, etc.
3. Mosquera, Memorias, op. cit., p. 14.
EL JUHAMKNTO OEI, MOXTR SACHO 137
A veces acudían a ellos las « reinas del día » : niadanie
Récamier y madame de Slael', los honibies políticos más
célebres, el vizconde Lainé, los hermanos de Lameth^,
quienes se habían distinguido en los Estados Unidos bajo
las órdenes de Roehambeau; generales magníficos, entre
ellos Oudinot y Eugenio de Beauharnais ; sabios como
Humboldt; Taima, el famoso actor de la Comédie-Fran-
gaise (el Teatro Francés), agasajadísimo por Bonapartc.
Impulsivo, de palabra fácil y amena, y amigo de discutir,
ocupaba Bolívar en aquella sociedad un puesto al que
parecía no haber podido pretender, así por su juventud
como por su calidad de extranjero. Reñía con el príncipe
Eugenio, por haberse éste permitido cortejar a aquella
misma Teresa con quien tan elocuentemente correspondía
el discípulo de Rodríguez. No temía ostentar sus ideas libe-
rales, en una época en que hasta los más avanzados juz-
gaban oportuno atenuar el color de sus opiniones. Rebelde
por temperamento, gustábale criticar a los comensales de
madame du Yillars, deseoso más bien de asombrarles que
de convencerles, y un chiste oportuno le devolvía, siempre,
la indulgencia de aquella amable y culta sociedad. En
aquel medio refinado, Bolívar era una nota de exotismo,
exotismo algo brusco, pero cuyo ingenioso atrevimiento a
todos interesaba, a todos se imponía.
Bolívar era, en aquella época un joven de noble y her-
mosa apostura. Donde quiera que estuviera, difícilmente se
habrían dirigido hacía otro las miradas de los circuns-
tantes. Ya desde entonces emanaba de toda su persona
aquel irresistible magnetismo que, más tarde, había de
obligar, hasta a sus enemigos más decididos, a permanecer
sumisos en su presencia. Bajo los párpados algo carnosos,
adornados de largas pestañas negras, sus obscuras y
ardientes pupilas despedían tantos chispazos como son-
risas. Su tez era mate, caldeada por hermoso tono dorado:
1. Stenger, La Snciéíé frarií^aise pendant le Consulat, t. III.
2. Alejandro, nació en 1760, falleció en 1829; se hallaba con de
Seguren aquel de los buques de la flota de M. de Vaudreuil que, en
1783, fué a Puerto Cabello. Alejandro de Lamelh fué de Puerto
Cabello a Caracas por tierra, y pasó algunos días en la capital
venezolana.
138 OKIGENES DE LA liEVOLUClÓN SUDAMEIUCANA
tenía la nariz larga, recta, correctamente arqueada, de
aletas acusadas y finas; la boca ei-a de un dilnijo firme,
remontando ligera y delicadamente en la comisura de los
labios, que eran salientes y no demasiado encarnados; el
labio superior sobresalía de notable manera, sombreado
por naciente bigote ; barbilla saliente, cuadrada, con
bovuelo poco profundo. Patillas de color castaño, formando
contraste con una cabellera negra que en rizosos bucles
caía hasta el cuello, seguían el muy alargado (Walo de la
cara. De mediana estatura, busto estrecho, piernas largas,
esbelto, y. no obstante, bien formado y robusto, ostentaba
la más refinada elegancia en el atavío de su persona y en
sus modales. Pero la viveza de sus ademanes, su andar
agitado, su voz aguda y sonora parecían mal adaptadas al
estrecho marco de una habitación : nos imaginamos más
bien a Bolívar en el vasto teatro de un frondoso y soleado
paisaje natural.
Sin idea fija acerca de su destino, seguía, a falta de otras
fiebres, buscando en los placeres el indispensable alimento
de su alma. El libertinaje, la pasión del juego le absor-
bieron. Las galej-ias de madera del Palais-Royal eran eco
de sus ruidosas locuras. No obstante, las súplicas de
Teresa acabaron por impresionar a aquel deplorable primo.
Perdió una suma considerable, v Rodríguez, (jue con tal
motivo había acudido de Yiena. le riñó seriamente. Ocurría
esto a fines de noviembre. Dejó Bolívar su piso de la calle
Vivienne y se fue a la calle de Lancry', barrio más tran-
quilo. Se serenó, volvió a sus libros. Entonces fue cuando
se puso a frecuentar a Ilumboldt. a quien había sido pre-
sentado, algún tiempo antes, por madame du Villars.
El jjarón Alejandro de Ilumboldt. que fué, en efecto,
durante el otoño y el invierno de 1804, el huésped privi-
legiado de los salones de París, acababa en compañía de
un joven alumno de la Escuela de Medicina y del Jardín de
Plantas : Aimé Goujaud Bonpland ^. de electuar, ])or la
América meridional y Méjico, un viaje de 9 000 leguas, la
exploración mas grandiosa (jue hasta entonces se había
1. Pedro María Moore, Centenario de Bolívar, Paris, IH8o, p. 12.
2, Nació en La llochelle, en 177;>; falleció en 1858.
i:r. M HAMKN'IO DKI. MONTK S.VCliO 139
llevado a cabo en regiones mal eoiioculas y mal visitadas
todavía. Merced a las observaciones de Juan de Ulloa. de
La Condamine v de Azara, babíati sido IkícIios con más
precisión l<»s mapas de Amí'rica y la determinación de las
coordinadas, pero la geogralia del Nuevo INlundo meri-
dional había quedado caracterizada muy imperfectamente
hasta fines del siglo dieciocho. Sus verdaderos creadores
fueron Ilumboldt y Bonpland. Tan pronto como éstos
regresaron a Europa, publicó Delamétherie. en su Journal
de physique, con techa de mesidor año xir, una reseña
detallada' del itinerario seguido por los dos viajeros en el
transcurso de su exploración, la cual no duró menos de
cinco años.
Provistos de recomendaciones de la corte de España, se
embarcaron el 15 de junio de 1799 en la fragata Pizarro,
y, después de pasar una temporada en las Canarias, tocaron
tierra en América en el puerto de Cumaná. Recorrieron
sucesivamente las antiguas provincias venezolanas de Nueva
Andalucía y de Nueva Barcelona, la Guayana, y residieron
algún tiempo en Caracas y en los valles de Aragua. De
Puerto Cabello, se dirigieron al sur. penetranto desde la
costa del mar de las Antillas hasta los límites del Brasil
hacia el ecuador. Después de haber atravesado los llanos
de Calabozo y del Apure, emprendieron, a partir de San
Fernando, la bajada de este río. y. por el (3rinoco y el río
Gnaviare. penetraron hasta el nacimiento del río Negro, el
cual los condujo hasta la frontera del Para. Humbíddt, y su
compañero volvieron luego al Orinoco v lo bajaron hasta
las bocas de Angostura. De aquí fueron a Barcelona, de
nuevo a Cumaná. después a Cartagena, desde donde w el
deseo de ver al célebre Mutis » les llevó a Santa Fe. Dos
meses estuvieron en esta capital. En 1802, estaban en Quito
y en el Perú; en enero del año siguiente, en Guavaquil.
luego en Méjico, recorriéndolo en todos sentidos. En fin,
visitaron La Habana, Filadelfia, Washington". En los pri-
meros días de agosto de 1804 entraban en Burdeos, trayendo
1. Inseita en la obra de T. E. Hamy, Letlres ainéricaines d'A-
lexandre de Iliiinboldt (1787-1807). Paris, en 8'\ 1909, y redactada
según documentos, cartas y notas de ambos viajeros.
2. Y, CoDAzzi, Atlas do la Repúhlica de Colombia. Paris 1889. Hiñe-
140 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
los materiales del célebre : Voijas^e aii.v régions éf/u¿noj:iales
dii Noin^eou Continent. cuya clasificación v cuya redacción
completa necesitaron cerca de treinta años (1805-1832), y
que contiene inmensa cantidad de documentos de suma
importancia acerca de la geogralía. de la arqueología, de la
agricultura y de los distintos ramos de la historia natural.
Ilumboldt dispensó a Bolívar, quien casi a diario le visi-
taba, una acogida de lo más afectuosa. El joven sudameri-
cano estaba emparentado con las familias de la sociedad de
Caracas que se habían disputado los minutos del « sabio
barón », que le habían rodeado de atenciones, y de quienes
conservaba Humboldt, un recuerdo realzado por entusiasta
ternura que asoma a cada momento en su correspondencia
y en sus obras'. Los Ustáritz. los Toro, Avila, Soublette,
Montilla, Sanz, y otros más, habían festejado al viajero en
sus casas o en sus haciendas -; Bello le había acompañado
a la Silla del Avila. La familia del futuro general Ibarra^
le recibió, así como a Bonpland. en aquella finca de Bello
Monte, en donde, el día de Reyes de 1800, se creyó Hum-
boldt transportado, como él mismo decía, « a una mansión
de hadas ». El parque, inmenso y muy bien cuidado, ador-
nado de surtidores de agua, de cenadores formados por
graciosas palmeras, de estatuas y de ruinas pintorescas,
había servido de marco a una suntuosa fiesta que reunía
una sociedad distinguida, y en la que todos « rivalizaban
entre sí para hacernos agradable nuestra permanencia en
aquellos lugares; y antes de internarnos en las selvas del
Orinoco, gozamos por una vez más, de todas las ventajas
de una civilización adelantada*. »
Cada una de las etapas de Humboldt y de su compañero
rarios de Ilumlwldt y Bonpland, Mapa n" 10, y Boletín de Historia y
Antigüedades, publ. cif., 5'^ año, p. 65.
1. V. princípalmenle Hamy. Lettres américaines d'Alexandre de
Humholdt. Correspondance avcc Montenegro, Tovar Ponte, etc.
2. V, acerca de la estancia de Humboldt en Venezuela, A. Rojas.
Estudios y Lectura. (Caracas, 1876, pp. 468 y sig. ; 500 y sig.
3. Ibarra. (Diego), nació en Guacara, en 1798; falleció en 1837; fué
ayudante de campo general de Bolívar, a quien asistió en sus últimos ,
momentos. Tomó parte en casi todas las campañas de la guerra de
Independencia, señaláudose por su inli-epidz y sus conocimientos
militares.
4. Rojas, Estudios y Lecturas, op. cit., p. 476.
EL JUIlAMENTO DEL MONTE SACRO 141
en las capitales americanas había sido señalada por otros
tantos testimonios de solícita estimación. En todas partes
hallaron, no sólo hombres que les comprendían, sino
también sabios cuya colaboración les fué útil : « sudame-
ricanos o españoles, en su mayoría ingenieros, marinos,
cosmógrafos, profesores de ciencias naturales, con instruc-
ción variada, llenos de virtudes y de talento, con quienes
se podría — sigue diciendo Humboldt — componer una
lista de nombres suficiente por sí sola para la ilustración
de todo un siglo' ». En Santa Fe, Mutis había dado
hospitalidad a sus sabios colegas, poniendo a su dispo-
sición los tesoros de sus mejores colecciones, y dándoles,
para servirles de guía, su discípulo preferido : Caldas-,
« un verdadero prodigio, decía Humboldt, que ha sabido
elevarse solo, construir barómetros, sectores, cuartos de
círculo, medir latitudes con gnómones de i5 a 20 pies.
He calculado alturas que diferían apenas de 4 a 5 líneas
de las que Caldas había obtenido con sus intrumentos.
¡Adonde no llegaría este joven si la suerte le hubiese
hecho nacer en un medio más culto, en donde, siquiera,
no hay que esperarlo todo del propio esfuerzo ! Sin embargo,
el genio no se apaga. Se le ve, aquí, seguir las huellas de
la gloriosa carrera abierta por Bouguer y La Condamine.
La Audiencia de Quito ha podido destruir \rs pirámides^,
mas no será posible ahogar el genio que parece formar
parte integrante de la tierra americana ''^ ». No menos
brillantes recuerdos habían dejado en el espíritu de
Humboldt Lima y Quito ^. México le había « deslum-
hrado )). Ninguna ciudad del Nuevo Continente poseía
siquiera un establecimiento científico comparable a los de
esta capital. La Escuela de minas, el Jardín botánico, la
Academia de pintura y de escultura, las « Nobles Artes
1. V. IIa.my, Lettres ainéricaines, etc.. op. cit. Prefacio. V. —
también Mémoires du Prince de la Paix D. Manuel Godor, duc
d' Alcudia, etc., 4 t. en 8", Paris. 1836, t. III, cap, xvii.
2. Y. supra. cap. ii, § 4, etc.
3. Levantadas por estos sabios para conmemorar los resultados
de sus experimentos.
4. Correspondencia de Caldas en Repertorio, Colombiano, t. XXII.
5. V. Essai ¡xilitique sur le Borauíne de la Nouselle Espagne, t. I,
lib. II, cap. \u.
U2 orígenes de la revolución sudamericana
de Méjico », como la llamaban, fueron para él motivo
(i de sorpresa y de admiración ' ».
Tales frases eran para Bolívar otras tantas afirmaciones
tan halagiieñas como reconfortantes. Zaherido al principio
por sus compañeros madrileños, en quienes su calidad de
criollo excitaba burlas que el jovert tuvo qu(; sufrir en
silencio; admitido luego entre extranjeros que pensaban
haber colmado las pretensiones del joven fingiendo olvidar
sus orígenes, sentía éste, más que nunca, crecer en él el
orgullo de tales orígenes, ahora que el sabio más respetado
y más halagado por la sociedad parisiense - le hacía tan
sobresaliente pintura de sus compatriotas.
Sentía también ternura y admiración por aquellos mag-
níficos países cuyos innumerables y siempre grandiosos
aspectos describía con frecuencia la complaciente erudición
de riumboldt. Los valles de Aragua, en que el lago de
Valencia recuerda « invenciblemente el cuadro del de
Ginebra, pero embellecido por la majestad de la vegetación
tropical- )) ; los ardorosos desiertos de los grandes llanos,
« en que la arena es semejante al horizonte del mar^ » :
los interminables caminos por entre los prados, que
obligan al viajero a dirigir su ruta incierta, pero como
ebria de espacio y de libertad, « ateniéndose al curso de
los astros o por medio de algunos escasos troncos de
mauritia y de embothrium cpie se descubren de tres en
tres leguas* » ; las gigantescas navegaciones por aquellos
ríos, calificados ya por La Condamine de « mares chicos
de agua dulce » ; la casi completa ascensión del Chimbo-
razo, cuyos detalles exactos son citados por Ilumboldt,
no sin legítimo orgullo : « a 3300 pies más altos que La
Condamine y Bouguer, a 3036 toesas sobre el nivel del
océano Pacífico, habiendo visto brotar sanare de nuestros
ojos, de nuestros labios y de nuestras encías, y helados
por un frío que ya no indicaba el termómetro'^ ». De esta
1. Y. Essai politique sur le Royanme de la Nuiívelle Espagne, t. I,
lili. II, cap. vil.
2. Reseña de Delaméllierie, ¡oc. cii.
3. fd.
4. Id.
5. Id.
EL JUHAMENTO l)EL MONTE SACHO 143
manera, v por ve/, primera, se revelaban al arrebatado
espíritu de Bolívar la vegetaeión, la fauna, los reeursos
minerales del Nuevo Mundo, tan variados, tan ricos como
lo es en sus aspectos la tierra inajTotablementc pi'ódiga
en que se hallan '.
Tampoco había omitido Ilumboldt el hablarle de los
sentimientos y de las aspiraciones que se manileslaban en
los pueblos sudamericanos. Decía haberse sentido impre-
sionado hondamente por la emoción y la ira que. sobre
todo en Venezuela, había causado la ejecución de España
y de sus compañeros'^. Esta era la conclusión habitual de
aquellas conversaciones, a las que era cada vez más asiduo
Bolívaí', escuchando con suma atención a su sabio inter-
locutor. Un día. exclamó el joven : « ¡Radiante destino,
en verdad, el del Nuevo Mundo, si sus pueblos se vieran
libres de su yngo, y qué empresa más sublime ! » — « Yo
creo que su país ya está maduro, contestó su interlocutor,
mas no veo al hombre que pueda realizarla^ ».
Aquel día, salió Bolívar pensativo del cuarto de trabajo
de Humboldt. Un resplandor había iluminado su espí-
ritu. Acababa de ver el objetivo hacia el cual habían
de tender sus energías, la obra magna a la que, desde
aquel momento, ardía en deseos de consagrarse. Resolvió
no continuar viviendo tan inútilmente. Desde aquel
momento se consagró a la libertad como se había entre-
gado al placer : con todo el arranque de un temperamento
formidable que encontraba, por fin, el puro manantial
capaz de saciar la ardiente sed que le devoraba. No por
eso se mostrará indiferente a las voluptuosidades mate-
riales, pero sus llamaradas pasajeras no se adueñarán de
1. Antes de la aparición de las obras de Humboldt, los habitantes
del Nuevo Mundo, los Europeos, y hasta los Españoles mismos, no
tenían sino una idea confusa del valor de la América del Sur y de
los recursos que podía ofrecer. « L'Essai poUtiqíte sur la Nouvelle
Espagne (1811), dice Lucas Alama'n (Historia de jNIéjico, op. cit., t. I,
cap. iii), descubrió ¡Méjico a los mejicanos. Hasta llegaron a pensar
éstos que, de tal maiaera era rico su país, que, cuando lograra ser
independiente, ningún otro podría competir con él en cuanto a
poderío ».
2. Vojage aux régions éqiiinoxiales, etc., t. IV, pp. t<i6-167.
3. Documentos relativos a la Vida del Libertador. Prólogo de la
edición oficial publicada en vida de Bolívar, 182G-1827. 1. I, p. 7.
144 orígenes de la IlEVOLUCION SUDAMERICANA
SU espíritu. Ya couoce el camino que necesita y quiere
seo'uii"-
o
En aquel momento, prepárase inaudito acontecimiento :
la gran figura del Emperador acaba de aparecer en el
horizonte de los hombres, y el viento que agita el prodi-
gioso vuelo de su águila arrastra las últimas vacilaciones
del futuro libertador. París iba a celebrar la coronación de
Napoleón. Dos años antes, Bolívar había asistido a las fiestas
motivadas por la firma del tratado de Amiens. Aunque
por entonces tenía el joven « la cabeza llena de los
ensueños del más violento amor' », como decía él mismo
al referirse a aquella época de su vida, no fué insensible
a las sugestiones de aquel espectáculo. Las magnificencias
de la coronación le parecieron como una espléndida
prolongación de dicho acontecimiento. Al aparato teatral
de la ceremonia en la basílica de Nuestra Señora de París
y de los regocijos que siguieron mezclábase una incon-
testable grandeza. « Aquel acto magnífico, dirá más
tarde Bolívar-, me entusiasmó, pero menos su pompa que
los sentimientos de amor que un inmenso pueblo mani-
festaba por el héroe. Aquella efusión general de todos los
corazones, aquel libre y espontáneo movimiento popular
excitado por las glorias, por las heroicas hazañas de
Napoleón, victoreado en aquel momento por más de un
millón de personas, me pareció ser, para el que recibía
aquellas ovaciones, el último grado de las aspiraciones
humanas, el supremo deseo y la suprema ambición del
hombre... Esto, lo confieso, me hizo pensar en la esclavi-
tud de mi país y en la gloria que conquistaría el que la
libertase^ ».
Pero, ya desde aquel momento, quedó colmado el vacío
que tanto padecimiento causaba al alma magnánima de
Bolívar : el amor de la Patria impera en él, para siempre.
1. La Croix. Diario, ele, op. ci(., p. 64.
2. Id., p. 65.
3. La Ckoix. Diario, etc., p. 6't.
EL JUHAMENTO DKI, MONTK SACHO 145
V
A comienzos de la primavera, salió Bolívar para Italia,
en eonipañía de Rodríguez. Cedía, con toda la juventud de
entonces, al atractivo de la tierra de elección, del suelo
ilustre, « compuesto del polvo' de los muertos y de las
ruinas de los imperios », adonde parecen haber ido en
busca de inspiración, en aquella época, tantas notables
personalidades a quienes tenía reservados días gloriosos
el Destino. Ninguna de ellas sentía más avidez que
Bolívar por fortalecer sus energías ante aquellos vestigios
de la Historia Magna, a la que tan admirables capítulos
habían añadido los jóvenes héroes de los ejércitos republi-
canos al combatir por la libertad de las naciones.
Los últimos meses pasados en Paris habían hecho de él
otro hombre : había observado, reflexionado, alimen-
tándose cada vez más de sus filósofos, y, apadrinado por
Rodríouez. había conseouido su admisión en una looia
masónica'. Allí veía, dirá él más larde, al lado de
« fanáticos » insiafuificantes, a muchos « hombres de
o
mérito" ». 1804-1805 fué, en efecto, la época más l>rillante
de la Masonería. Los príncipes, los ministros, los maris-
cales de Francia, los oficiales, los magistrados : todos los
hombres, en fin, notables por su gloria o considerables
por su situación, ambicionaban el hacerse iniciara La
intimidad que con ellos mantuvo Bolívar, al mismo tiempo
que era la más a propósito para afirmarle en sus recientes
resoluciones, conti'ibuía a madurar su carácter y a des-
arollar su espíritu.
Por eso, Italia. « tierra despedazada, sierva de los
extranjeros* », a la que, no obstante, profetizó un próximo
renacimiento el poeta Alfieri, v cuya corona levantó tan
airosamente Napoleón, Italia había de apoderarse del
alma de nuestro joven por cuantos recuerdos y esperanzas
1. V. L.v Croix, Difirió, ole. (ip. ril.. p. 71.
2. Ib id.
3. V. Rkbold, Histoire genérale de la Franc-Maconnorie. Paris,
1851. FiNDEL, Gesclüchíe der Freimaurerei, 1883, etc.
^. Alíieri.
10
/
146 ORÍGENES DE LA REVOLUCIÓN SUDAMERICANA
vibraban en sus pueblos. Complacíase Bolívar en ver en
ella impresionantes semblanzas con el único objeto de sus
pensamientos. Los cuadros cjue podía él evocar, y aquellos
que a su vista se ofrecían, ¿no componían, en sublime
síntesis, el pasado mismo y acaso el porvenir de su
América? Sentíase penetrado por el gran soplo de epopeya
que campeaba entonces por Europa, y podemos imagi-
narnos con qué bríos acompañó al ejército hasta Milán,
aquel ejército a quien ambas primaveras : la de la edad y
la del año, hacían invencible y magnífico; con qué emoción
asistió a los esplendores de la segunda coronación, con
qué patriótico fervor siguió, a pocos pasos del Emperador,
perdido en la muchedumbre c[ue le aclamaba, el desfile de
los 60 000 hombres de la revista de Montechiaro '.
A pie las más veces, Bolívar y Rodríguez recorrieron
las llanuras lombardas, visitaron Venecia. después Boloña
y Florencia; a fines de junio llegaron a Roma. En esta
ciudad se detuvo algunas semanas Bolívar antes de ir a
Ñapóles para reunirse con Ilumboldt -, cuyo hermano
Guillermo, a la sazón representante de Prusia ante la
Santa Sede, trató con suma cortesía al joven sudamericano.
1. V. La Croix, Diario, ele, op. cit.. p. 65.
2. Bolívar hizo entonces, en compañía de este sabio, varias excur-
siones a las cercanías de Ñapóles. Gay-Lussac se unió a ellos para
visitar el Vesubio. (V. notes sur Ale.K. de Humboldt por J.-B. Bous-
singault, dans IIamy, Leiíres américaines, op. cit., p. 305).
Durante todo el resto de su vida quedó el Libertador en correspon-
dencia con Ilumboldt, y hasta estuvo éste a punto de ir a verle, en
1822, y de establecerse en Sudamérica (v. il)id. y caria de Elumboldt
a Boussingault, fecha 22 de agosto de 1822, en Lett. amér., p. 291).
En OLeary, Documentos, t. XII, pueden verse algunas de las cartas
de Humboldt a Bolívar. Alude a sus comunes recuerdos de Italia y
de Francia : « en una época, dice, en que hacíamos votos por la
independencia y libertad del Nuevo Continente » (29 de julio de 1822,
O'Leary, Doc, t. XII, p. 234). También siguió Bolívar en relaciones
amistosas con Bonpland, quien fué nombrado más tarde mayordomo
de la Malmaison. Después del fallecimiento de Josefina y de la caída
del Imperio, el Libertador le ofreció la dirección de establecimientos
científicos que se proponía él fundar en Bogotá. Bonpland se embarcó
para Colombia; pero, deseoso de pasar antes una temporada en la
Plata, tuvo la mala idea de adelantarse hasta el Paraguay, de donde,
por espacio de diez años, se negó el dictador Francia a dejarle salir.
Entre las numerosas reclamaciones que de varios Gobiernos motivó
la detención de Bonpland, es preciso mencionar la que firmó Bolívar
(v. O'Lfart, Memorias, t. II, p. 231).
El, JURAMENTO DEL MONTE SACIU) ÍM
Una sociedad de las más escogidas, frecuentada por (d
historiador Sismondi, Raucii. el gran escultor alemán, su
coleoa Thorwaldsen. v. durante algunos días aún. madame
de Stael. daba sumo atractivo a la legación prusiana.
Bolívar i\\v uno de sus más seductores y más festejados
contei'tulios. El embajador de España le llevó a una de las
audiencias del papa Pío VII. v le escandalizó en sumo
grado la conducta de a(|uel joven que, aunque depen-
diente de su jurisdicción, no temía, al negarse a ano-
dinarse para besar la sandalia del papa', romper con los
usos más respetables. Esta salida divirtió mucho a sus
nuevos amigos, y acabó sin duda de ganar por completo
sus voluntades al proclamar — en uno de aquellos
arranques de oportunismo solapado que tuvo en algunas
ocasiones de su vida — que « Bonaparte había perdido
mucho al convertirse en César" ».
Para decir verdad, las veladas de la legación prusiana
sólo una distracción pasajera eran para Bolívar : su ser
íntimo estaba fuera de allí, abandonado al encanto de
Roma. Las imágenes que de todas partes surgen, en el
recinto de las antiguas murallas, en las cumbres y en los
flancos de las colinas famosas, invadidas a un tiempo
|)or los palacios, las basílicas y la desolada majestad
d(! la Campiña cuyas ondulaciones cubren a lo lejos
la borrada estela de tantos pueblos, despertaban en
Bolívar los sentimientos que palpitaban en toda su gene-
ración, despertados, excitados por la magia del verbo de
Chateaubriand.
Todavía conservaban las gradas del Coliseo las huellas
de las pisadas de Reni^ cuando a su vez las hollaron las
plantas de Bolívar. Con una Eneida v con un Tácito en el
bolsillo, visitó las ruinas gloriosas, elocuentes, inspira-
doras. Allí soñó sin duda ante la « palmera solitaria que
parece haber sido colocada adrede sobre aquellos restos
para los pintores y para los poetas^ » v que le hacía pensar
en la patria lejana. El « Genio del Recuerdo », que
1. O'Leary, Memorias^ cap. i, p. 23.
2. Id.
3. Chateaubriand. Voyage en lialie. Carla a de I'ontanes. Roma,
10 de enero de 180i.
1'j8 OIU'gENES de la HEVOLUCIÓN SUDAMERICANA
dirigía las atormentadas meditaciones de Rene ^ no era el
único en a sentarse al lado » de aquel otro adolescente.
Sin . embargo, su alma, no menos grande, sólo bajo su
convencional apariencia conocía aún la Tristeza. No quería
verse limitada por ningún obstáculo, y el Genio del
Porvenir, aquel « Dios de Colombia » que babía de
promover los románticos « Delirios » del Libertador -,
anima ya las primeras inspiraciones de su genio.
1. V. Chateaubriand, Rene, Obras completas. Paris, Garnier,
t. III, p. 77.
2. Probablemente en 1824 fué cuando Bolívar escribió, después de
su ascensión al Chimborazo, el célebre Delirio, obra de verdadera
inspiración romántica. A esta asombrosa página cuadraría el final del
relato de Chateaubriand : « Echo du rivage américain, répétez les
accents de Rene... »
<( Yo venía envuelto con el manto de iris (") desde donde paga su
tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las
encantadas fuentes amazónicas, y quise subir a la Atalaj-a del
Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt ;
seguílas audaz : nada me detuvo : llegué a la región glacial; el éter
sufocaba mi aliento. iSinguna planta humana había hollado la corona
diamantina que puso las manos de la eternidad en las sienes excelsas
del dominador de los Andes. Yo me dije : este manto de iris que me
ha servido de estandarte ha recorrido en mis manos sobre regiones
infernales : ha surcado los mares dulces : ha subido sobre los
hombros gigantescos de los Andes : la tierra se ha allanado a los
pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la
libertad : Belona ha sido humillada por los rastros de iris¿ y yo no
podré trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra? Sí
podré; y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para
mí, que me parecía divino, pasé sobre los pies de Humboldt,
empañando aún los cristales eternos que circuyen al Chimborazo.
Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco
al tocar con mi cabeza la copa del firmamento y con mis pies los
umbrales del abismo.
« Un delirio febril embarga toda mi mente : me siento como encen-
dido de un fuego extraño y superior : — Ero el Dios de Colombia
que 1)1 e poseía.
(( De repente se me presenta el tiempo bajo el semblante venerable
de un viejo cargado de los despojos de las edades, ceñudo, inclinado,
calvo, rizada la tez, una hoz en la mano.
« Yo soy el Padre de los siglos : soy el arcano de la fama y del
secreto : mi madre fué la eternidad : los límites de mi imperio los
señala el infinito : no hay sepulcro para mí, porque soy más pode-
roso que la muerte : miro lo pasado, miro lo futuro, y por mi mano
pasa lo presente. ¿Porqué te envaneces, niño o viejo, hombre o
(a). Los coloros fundamentales del arco-iris, el azul, el amarillo y el rojo,
habían sido escogidos por los colombianos para su bandera. V. infra,
lib. II, c. III.
EL .lUKAMENTO DEL MONTE S.VCIU) 149
IJiiíi larde tic inediados di; agosto, cu inoniciUo ca que ¡lja
va apagándose el ardoi' del sol. el uzai- de un paseo por la
Campiña condujo a Bolívar y a Rodríguez a orillas del Anio,
al pie del Monte Sagrado. Subieron el cerro al iniciarse el
crepúsculo y se sentaron sobre un cuerpo de columna que
yacía entre zarzas. No tardó en salir la luna, dejando adi-
vinar en cercana lontananza la inmensa presencia de Roma.
Rodríguez recorcjaba a su compañero los episodios de la
retirada al INIonte Aventino, ingeniándose en establecer un
parangón entre los plebeyos de Menenio, sublevados contra
la tiranía de los patricios y del Senado, y la impaciencia
desesperada de los pueblos de América, sin tribunos auto-
rizados para defenderlos contra los opresores.
De repente, Bolívar se pone en pie. Una emoción
sobrehumana le anima; sus cabellos, levantados por el
viento, le hacen una aureola. Sus mejillas palidecen y se
animan, una llama arde en su mirada. De su boca brotan
frases entrecortadas, sonoras : « ¿Conque este es, dijo,
el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los
Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto,
de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han
tenido su tipo v todas las miserias su cuna. Octavio se
difraza con el manto de la piedad pública para ocultar la
héroe? ¿Crees acaso que el Universo es algo? ¿Que montar sobre la
cabeza de un alfiler es subir? ¿Pensis que habéis visto la santa
verdad? ¿Imagináis locamente que vuestras acciones tienen algún
precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del
infinito que es mi hermano. Sobrecogido de un sagrado terrol',
¿cómo ¡ oh Tiempo! respondí, no ha de desvanecerse el mísero
mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en
fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino
el Universo con mis plantas : toco al Eterno con mis manos : siento
las prisiones infernales bullir bajo mis pasos : estoy mirando de una
guiñada los rutilantes astros : los soles infinitos : he visto sin
asombro el espacio que encierra la materia: y en tu rostro leo la
historia de lo pasado, y los libros del destino. Observa, me dijo,
aprende, conserva en tu mente lo que has visto, dibuja a los ojos de
tus semejantes el cuadro del Universo físico, del Universo moral;
no escondas los secretos que el cielo te ha revelado: di la verdad a
los hombres... la fantasma desapareció.
(' Absorto, yerto, por decirlo así. quedé exánime largo tiempo, ten-
dido sobre aquel inmenso diamante que me servía de lecho. En fin,
la tremenda voz de Colombia me grita : resucito : me incorporo :
abro con mis propias manos mis pesados parpados : vuelvo a ser
liombre. y escribo mi deliriu ». D. XIV, 4550.
150 ORÍGENES DE LA ÜEVOIA CIÓX SUDAMERICANA
suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios;
Bruto clava el puñal en el corazón de su protector, para
reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio
renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las
galeras de una meretriz ; sin proyectos de relorma, Sila
degüella a sus compatriotas y Tiberio, sombrío como la
noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre
la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo
cien Caracallas ; por un Trajano cien Calígulas y por un
Vespasiano cien Claudios... Este pueblo ha dado para todo,
menos para la causa de la humanidad : Mesalinas corrom-
pidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores,
naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules
rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y
crímenes groseros ; pero para la emancipación del espíritu,
para la extirpación de las preocupaciones, para el enalte-
cimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de
su razón, bien poco, por no decir nada )). Y luego,
volviéndose hacia Rodriguez : « Juro delante de usted;
juro por el Dios de mis padres; juro por mi honor, juro
por la Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo
a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos
oprimen por voluntad del poder español. ' »
El Libertador iba a cumplir tan ambiciosa promesa. Los
sacrificios que habían de confirmarla y que Bolívar presen-
tía con certeza le dan conmovedora amplitud. La empresa
escogida por el futuro libertador para entregarse a ella
por completo, aceptando de antemano todas las peripecias
posibles inherentes a una empresa magna era digna de la
grandeza de su alma. Y. descartando de él la ampulosidad
romántica, el juramento del ^lonte Sacro lleva el sello de
una indiscutible sublimidad.
Romántico, Bolívar lo era por esencia, y nunca dejó de
serlo, pues estaba impregnado de aquella « superabundan-
cia de vida » que sólo un instante pidió Chateaubriand a
las libres y fértiles soledades del Nuevo Mundo-. Los orí-
1. Recuerdos recogidos de boca de D. Simón Rodriguez y publi-
cados en El libro del Centenario. Bogotá, 1883, por Manuel Uribe,
t., p. 74.
2. V. (^ha.teaubriak;u, Rene.
El, JUliAMENTO l)KL MOX'IK SACIU) 151
genes españoles, exaltíulos por el sol tropical, pretlispo-
nían sin chula a Bolívar a ser, en este sentido, el más
<2¡eniiino representante de su época. Había cumplida asi-
milación, entre ésta y él, en cuanto a sentimientos y en
cuanto a lenguaje. Nadie sintió en más alto grado las tor-
mentas, (d orgullo, la vanagloria y las quimeras del roman-
ticismo, y ninguno hizo mayor abuso de las prosopopeyas y
de las grandilocuencias. Pero hay siempre belleza, iuerza
y grandeza en su estilo, como las había en su conducta, y
sus insaciadas ambiciones llevan todas el sello de la gene-
rosidad. Rousseau, que no en vano ha sido calificado de
« padre del romanticismo ^ », ejercía de este modo una
acción indirecta y lógica sobre el espíritu de Bolívar,
Ciei'to que la poderosa personalidad del Libertador no
es de aquellas en que es f;ícil descubrir influencia extraña,
l'ero, no le fué posible sustraerse al ascendiente de los dos
iiombres cuyo pensamiento y cuya acción dominan el siglo,
v a Juan Jacobo v a Napoleón es a quienes pedirá Bolívar
lecciones y ejemplos.
En efecto, el conquistador legislador y el escritor
(llósolo son los padrinos del genio de Bolívar. Les debe,
si así podemos expresarnos, sus cumplidas glorias y sus
cumplidos errores. Verdad que se ha guardado de invocar
el nombre de Rousseau; si por casualidad habla de él, es
para decir que « su estilo es quizás admirable, pero que
sus libros le molestan'" » ; sin embargo, constituyen éstos,
en toda ocasión, su lectura favorita ^ Toma de \os Discur.sofi
el londo de su vocabulario, hasta tal punto que, al leer a
Bolívar, cree uno a veces leer una traducción de Rousseau.
Cuando se trata de celebrar con fiestas los primeros éxitos
de los ejércitos libertadores, consulta la Leí/re suj- les
spectacles. El Conirat Social « faro de los legisladores ' »,
es su código en política, y la Profes.sion de foi du vicaire
snvoyard le sirve de religión^.
iNlás severo aún se mostró Bolívar respecto de Napoleón.
1. V. PiKRiii; Lasseure, Le Romantisme frdiicais, Paris, 1907.
2. La Croix. Diario, etc., op. cit., p. 43.
«5. V. Dicoi DUAY-lIoLSTEiN, Mémoires, etc.
4. Joseph de Chénier.
5. V. La Croix, Diario, etc.. passiin y p. 97.
152 ORÍGENES DE LA REVüLüCIüX SUDAMERICANA
En varias ocasiones lo colma de invectivas : « Se hizo
emperador, decía él cierta vez a su ayudante de campo
O'Leary'. y desde aquel día le miré como un tirano hipó-
crita, oprobio de la libertad v ol)stáculo al progreso de
la civilización ». Y al general Mosquera- le dice : « Desde
que Napoleón fué rey, su gloria misma me parece el res-
plandor del infierno, las llamas del volcán que cubría la
prisión del mundo. » Pero la violencia misma de estos
ataques bastaría para hacer dudar de su sinceridad, de no
estar averiguado que le fueron dictados al Libertador por
las circunstancias, y de no aparecer en cada uno de los
períodos de su vida la preocupación, la obsesión misma de
ajustarse en todo al Emperador y de igualarse en gloria
con él.
Hemos oído a Bolívar, delante del único de sus confi-
dentes a quien manifestó el fondo de su pensamiento : el
general de La Croix^. a quien ambicionaba también « con-
vertirlo en su Las Cases'' », manifestar la profunda emo-
ción que le invadió cuando la coronación de Napoleón.
Pues bien, una emoción del todo semejante se apoderó de
él cuando, conducido por Rodríguez, efectuó la peregri-
nación a las Gharmettes '", i'esidencia inmortalizada por
1. V. O'Leary, Memorias^ etc,, op. cit., cap. i, p. 15.
2. Mosquera, Memorias sobre la vida, etc , op. cit., p. 11.
3. La Croix (Louis, Perú de), nacido en Montelimar, antiguo oficial
de la guardia imperial, pasó a América en 1818 y sirvió fielmente a
Bolívar hasta 1830. Desterrado, cuando la muerte del Libertador,
La Croix volvió a Venezuela en 1836, tomó parte en la revolución,
llamada de las Reformas, en Caracas el 8 de julio de ese mismo año,
fué desterrado de nuevo, volvió a Francia y murió suicidado en
París en 1837.
Durante el tiempo que estuvo con Bolívar en Bucaramanga, en
1828, fué cuando La Croix escribió el diario llamado Diario de
Bucaramanga y del cual sólo una parte fué publicada en París en
1869 por mediación de Fernando Bolívar, sobrino del Libertador.
En él se hallan anécdotas y sobre todo juicios valiosos recogidos
de la misma boca de Bolívaí' acerca de los hombres y los aconteci-
mientos de su época.
D. Ismael López, diplomiítico y literato colombiano, ha descu-
bierto muy recientemente en Caracas el manuscrito original de
La Croix y se propone hacer publicar una edición completa de ese
manuscrito, del cual ha tenido a bien comunicarnos, muy amable-
mente, el texto inédito.
4. V. Diario... passim, y, principalmente, pp. 12 y l'i.
5. O'Leary, Memorias, ele..., p. 25.
EL .rURAMEN'TO DKL MONTK SACIÍO 153
Rousseau. Y, en íin, ¿no es tíMuísinio lestinionio de
íntima v suprema predilccoión el haber legado por testa-
mento a su ciudad natal, aquel ejemplar del Contrat social
que había pertenecido al desterrado de Santa Elena, y que
con tan constante cariño hal)ía hojeado el í^ihertador '?
Como contraposición a la influencia ejercida por Rous-
seau sobre Bolívar, no carece de cierto interés el notar la
que el filósolo de Ginebra acabó por tomar sobre Rodrí-
guez. Después del viaje a Italia, maestro y discípulo se
perdieron de vista durante unos veinte años. Mientras subía
su Emilio los escalones de una sublime carrera, D. Samuel
Robinsón seguía recorriendo Alemania, Turquía, Rusia,
en donde, Pestalozzi desdeñado, proseguía, no sin heroísmo,
un obscuro apostolado pedagógico. La fortuna de Bolívar
le llevó de nuevo a América en 1824. Llegó allí con proyec-
tos considerables, no siendo el menor de ellos la consti-
tución de las nacionalidades del Nuevo Mundo en un vasto
Estado comunista en donde reinaran únicamente la igual-
dad y la dicha.
Indulgentísimo para los atrevimientos de su antiguo
maestro, le dio carta blanca el Libertador : salió Rodríguez
para el Alto Perú, provisto de recomendaciones para el
presidente Sucre. Pero ya había gastado más de doce mil
pesos antes de la inauguración de la primera de las escue-
las modelos en las que pretendía formar jóvenes ciuda-
danos dignos de su República. Pronto tuvo Sucre que
mandar cerrar aquel extraño y costoso establecimiento.
No mejor suerte tuvo un nuevo ensayo en Colombia. Pro-
rrumpió en amargas quejas Rodríguez. Mas, ya era dema-
siado tarde. Bolívar, en el ocaso de su carrera no pudo ya
prestar oídos complacientes a las empresas del infortunado
D. Simón. Las angustiosas cartas c[ue dirigía al Libertador
({uedaron sin contestación. « ... Al lado de Ud. haría una
función importante... Mientras Ud. conserve algún poder
tendrá muchos amigos, y a centenares quien lo sirva por
servirse a si mismos; no sé si Ud. cávese en desgracia.
<[uién sería su Bertrand... Si Ud. continúa influyendo en
los negocios públicos, sov capaz de hacer, y deseo hacer lo
1. Testamento de Bolívar, D., XIV, 4556.
154 OHÍgEXES de la liEVOLUClÓX SUDAMERICANA
que ninguno (sea quien luere) por el l)ien de la causa y por
honor de Ud... y si por desgracia de la América tuviese Ud.
que retirarse a alguna Santa Elena, lo seguiría gustosí-
simo' ». Con la muerte de Bolívar se fueron las últimas espe-
ranzas de D. Simón, quien se retiró a Iluaymas. en el
Perú, en donde acabó tristemente sus días (1854).
Y, no obstante, en la misma fuente habían bebido maes-
tro y discípulo, en la peligrosa fuente de Juan Jacobo, for-
taleza de las almas vigorosas, filtro fatal para los espíritus
desfallecientes.
Nunca olvidó Bolívar que Rousseau le había sido revelado
por Rodríguez. Escuchemos con qué ardientes palabras
le acoge a su regreso a América; con qué entusiasmo le
incitaba, medio convencido él mismo, a intentar, en la
espaciosa libertad de una tierra nueva, el experimento pri-
mitivista : « ¡Oh, mi maestro! ¡Oh, mi amigo! ¡Oh, mi
Robinson! Ud. en Colombia, Ud. en Bogotá, y nada me ha
dicho, nada me ha escrito! Sin duda es Ud. el hombre
más,., extraordinario del mun-do. Podría Ud. merecer
otros epítetos; pero no quiero dárselos, por no ser des-
cortés al saludar a un huésped que viene del Viejo Mundo
a visitar el Nuevo. Sí, a visitar su patria que ya no conoce...
que tenía olvidada; no en su corazón, sino en su memoria.
Nadie más que yo sabe lo queUd. quiere a nuestra adorada
Colombia ¿Se acuerda Ud. cuando fuimos al Monte Sacro en
Roma, a jurar sobre aquella tierra Santa la libertad de la
Patria? Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de
eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por decirlo
así, mi juramento profético a la misma esperanza que no
debíamos tener.
« Ud., maestro mío¡ cuánto debe haberme contemplado
de cerca, aunque colocado a tan remota distancia! con qué
avidez habrá Ud. seguido mis pasos, dirigidos muy antici-
padamente por Ud. mismo... No puede Ud. figurarse cuan
hondamente se han orabado en mi corazón las lecciones
o
que Ud., me ha dado : no he podido jamás borrar siquiera
una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado :
1. Carta de Oruro, 30 de septiembre de 1827. OLiary. Documentos
t. IX, p. 514.
f
EL JURAMENTO DKI. MONTE SVCIU» 155
s¡(Mn|)re présenles a mis ojos las lie seguido como guias
iiiral¡l)l('s... Mil veces dichoso el día en que Ud. pisó las
playas de Colombia. Un sabio, uu juslo lUtás, corona la
frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero
por saber qué designios tiene Ud. sobre todo: mi impacien-
cia es mortal... Ya que no puedo volar hacia Ud., hágalo Ud.
hacia mí; no perderá Ud. nada. ContemplaráUd. con encanto
la inmensa patria que tiene labrada en la roca del despo-
tismo por el buril victorioso de los libertadores, de sus
hermanos de Ud. No, no se saciaría la vista de Ud. delante de
los cuadros, de los colosos, de los tesoros, de los secretos,
de los prodigios que encierra y abarca esta soberbia Colom-
bia. Venga Ud. al Chimborazo. Profane Ud. con su planta
atrevida la escala de los Titanes, la corona de la tierra, la
almena inexpugnable del Universo Nuevo. Desde tan alto
tenderá Ud. la vista, y al observar el cielo y la tierra, admi-
rando el pasmo de la creación terrena, podrá decir : « Dos
eternidades me contemplan, la pasada y la que viene... »
Amigo de la naturaleza, venga Ud. a preguntarle su edad, su
vida v su esencia primitiva... Allá está encorvada bajo el
peso de los años, de las enfermedades y del hálito pestífero
de los hombres : aquí está doncella, inmaculada, hermosa,
adornada por la mano misma del Creador ^.. »
1. Carta de Pativilca, 17 de enero de 1824. Correspondencia del
Libertador, t. 1, p. 392.
LIBRO 11
EL PRECURSOR
CAPITULO PRIMERO
MIRANDA
I
Salió Bolívar de Roma en septiembre de 1805 y fué a
Ñapóles, en donde pasó varios meses. Se resentía del
excesivo cansancio del año anterior, y, a pesar de su
impaciencia por volver a Venezuela, sólo a fines de mavo
de 1806 le fué posible pensar en el regreso.
Se fué entonces a París, con Rodríguez, sin hacer escala
alguna en el camino. Fanny, sabedora de las resoluciones
de su primo, a quien tanto había ella exhortado antes a
que acometiera una empresa gloriosa que había de iniciarse
con aquel viaje, se desesperaba ahora, al considerar lo
inminente de la separación. Suplicó a Bolívar que aplazara
su salida. Pero fueron vanos sus ruegos. Según había ella
de decirle más tarde : a Ya el amor a la gloria se había
apoderado de todo su ser, y sólo pertenecía Ud. a sus
semejantes por el prestigio que les ocultaba el genio que
las circunstancias han aumentado \ »
Por los Países Bajos v Alemania, en donde pasó otras
cuantas semanas, lleoó Bolívar a Ilamburefo. en donde se
embarcó, en septiembre, para America.
1. Carta de Mme du Yillars al Libertador. París, 6 de abril de 1826.
OLkÁry. Doc, t. XII, p. 293.
158 EL PUECUIiSOli
Poco después llegaba a Boston, saliulal^a coa entusiasmo
los campos de Lexington. y visitaba las principales ciu-
dades de la joven república. El stage coach le condujo a
Nueva York, tan poblada ya. llena de movimiento, alegre,
en donde ya se anunciaba la prosperidad. Fué a Filadelfia,
pasó algunos días en Washington, después en Charleston.
en donde, por fin, se embarcó en un navio de comercio
que salía para las costas de Venezuela, y que llegó a La
Guayra hacia mediados de febrero de 1807\
Los acontecimientos que se habían efectuado en la
colonia durante la ausencia de Bolívar le interesaron
mucho esta vez, y oyó con gran emoción su detalle. En el
momento mismo en que la cabeza ensangrentada de
España era izada a una horca, a la entrada del puerto de
La Guayra, el 19 de mayo de 1799, las autoridades de la
capitanía general acababan de descubrir otra conspiración.
Su instio-ador. Francisco Javier Pirela. oficial de las mili-
cias de los mulatos de JNlaracaibo. fué arrestado y conde-
nado, en 30 de julio de LSOO. a prisión perpetua, con diez
de sus cómplices. La severidad empleada para con aquellos
conspiradores sobre quienes no pesaban, preciso es recono-
cerlo, sino presunciones bastante vagas, parecía haber
asegurado por largo tiempo la paz en Venezuela, cuando
de nuevo se vio amenazada por la expedicicui del general
Miranda, en 1806.
Aunque no pareció que esta tentativa había de producir
más resultado que las demás, las circunstancias que habían
acompañado su preparación, el atrevimiento de su pro-
motor, los apovos con que se sajjía que contaba en los
Estados Unidos, y sobre todo en Inglaterrra. la posibilidad
de verle aparecer de nuevo cuando menos se le esperara,
habían provocado particular emoción en los círculos
políticos de Caracas. El nombre de Miranda, célebre
entonces en toda Europa, era pronunciado con fervor en
las Colonias españolas por todos aquellos que, desde
Méjico a la Plata, soñaban con independencia, y la causa
a la que había consagrado ya treinta años de la existencia
1. Correspondencia de A. Dchollain-Arnoux con Bolívar. O'Lkary,
Doc, t. XII, pp. 289-292.
MIliANDA 159
niiis aoiíada ([iie pueda concebirse, parecía haber de tener
en él el más calibeado campeón.
La duquesa de Abrantés refiere en sus Memorias que el
general Bonaparte. en una visita que hizo a su madre,
Madanie de l^ermon, después de las jornadas de « prai-
rial )), dijo que había comido hacía poco « con personas
muy notables. Hay entre ellas una con quien desearía
volverme a encontrar, añadió Bonaparte : es otro Don
Quijote salvo la locura )i. — ¿Cómo se llama? le preguntó
mi madre. — El general Miranda. Este hombre tiene en
su alma el fuecfo sagrado'. »
o o
La vida toda de Miranda fué la paráfrasis de este juicio.
Nacido el M\ de junio de 1756, en Caracas, de padres
españoles — • de origen vasco por su familia paterna —
Francisco de Miranda tenía diecisiete años cuando su
padre asignó ante la Audiencia a ciertos representantes de
la aristocracia que le negaban derecho nobiliario para el
mando de una de las milicias criollas. Una real orden de
12 de septiembre de 1770, al fallar a favor de D. Sebastián
de Miranda, mandaba a las autoridades v a los miembros
de la nobleza colonial « que le reconocieran, so pena de
graves sanciones, los orígenes v las cualidades reivindi-
cadas ú. Francisco, cuyo carácter altivo se había sentido
ajado con aquel proceso, salió casi en seguida de su
ciudad natal v se fué a España, deseoso de hacerse allí
un porvenir en la carrera de las armas.
Tuvo pronto ocasión de distinguirse bajo las órdenes
del conde de O'Reilly^, que mandaba la expedición
enviada contra Argel por el ministro Grimaldi. en 1774.
Cinco años después, en 1779. salió para América del
Norte, en donde contribuyó al éxito de la campaña del
Misisipí. Formaba entonces parte del estado mayor del
general Calvez^, con grado de capitán. Terminada la
guerra. Miranda fué enviado de guarnición a La Habana.
1. Duquesa de Abrantís, Mémoires. l^aris. 183J, t. 1, cap. XVIII.
p. 329.
2. O'Reili.y (Alejandro, conde de), general español, nacido hacia
1722, muerto en Í79'i. Nombrado gobernador de la Luisiana en
1/68, se hizo odioso por sus ferocidades contra los colonos franceses,
3. GÁLVEz (Bernardo .Madrid Cabrera Ramírez y Márquez, conde
de), general español; nació en 1756, falleció en 1794. Gobernador de
160 EL PRECURSOR
pero quedó allí poco tiempo : su rápido ascenso, la estima
y la amistad que le demostraba el capitán general de
Cuija. Don Juan ^Manuel de Cajigal, habían excitado celos.
Encargado por su jefe de la misión secreta de iníormarse
acerca de la organización de la defensa de las Antillas
inglesas, se vio, a su regreso, acusado por sus enemigos
de malversaciones y de contrabando. Implicado él mismo
en aquella acusación, el capitán general tuvo que intentar
un proceso que fué arrastrándose y cuyo fallo, por cierto
favorable a Cajigal y a Miranda, sólo en 1800 fué pronun-
ciado. Hizo dimisión Miranda y se marchó a los Estados
Unidos.
Allí residió por espacio de algunos meses, y aquella
estancia le descubrió su vocación. « Mi primer pensa-
miento, decía él recordando aquella época de su vida, fué
un sentimiento de celos, de celos patrióticos, al pensar en
la emancipación de los Estados Unidos, y lo primero que
brotó de mi alma fué un ferviente voto por la libertad de
la tierra que me había visto nacer, pues no me atrevía, por
entonces, a llamar patria a la América del Sur* ».
Desde aquel momento encarnábase en Miranda el espí-
ritu enciclopedista que puso en movimiento la Revolución
francesa v que había de inspirar la emancipación de la
América latina. No obstante, la iniciación de este verda-
dero precursor a tales doctrinas databa de su primera
llegada al Viejo Mundo, cuando, apenas terminados sus
estudios en España, se había ido a París, en 1112, deseoso
de adquirir mavor instrucción. « Era aquella la época en
que florecía la gloria del célebre abate Barthélemv. quien
a más del latín y del griego, sabía hebreo, caldeo, árabe,
matemáticas; había seguido a Choiseul cuando fué de
embajador a Roma, y acababa de publicar su libro Les
Antif/uités d'Iíerculanum El espíritu latino de Bruto
resucitaba triunfante contra la autocracia íVanca de los
Capetos". )) Penetrado de aquel espíritu, y apasionada-
mente seducido por la nueva moral que de él resultaba,
la Luisiana, ronquisló la l'lorida en 1781, v fué virrey de Méjico
(1785-178(i).
1. Si Rviiíz, L'A'tde de Canij) ou VAiileur inconnu, op. cit., cap. x.
2. Paul Adam, L'espiit de Miranda, 1902. ■
MI HAN DA 161
Miranda hizo oii Francia considerable acopio de obras
filosóficas, y, de regreso a Madrid, no tardó en reunirse
con el reducido grupo de pensadores independientes cuyo
entusiasmo no se acobardaba ante los amenazadores
rigores de la Inquisición. Se afilió a la Masonería, y
cuando, a solicitud de Franklin. « las Logias francesas
o
enviaron tropas a los fíladelfos de la América del Norte
con objeto de ayudarles a arrojar la aristocracia inglesa
de sus ciudades liberales' », Miranda se alistó en el cuerpo
expedicionario español que, con el de Rochambeau,
contribuyó a la emancipación de los Estados Unidos.
Este precedente, y las hazañas que motivó, habían de
merecer notable prestigio a Miranda entre los principales
personajes militares y políticos de la República federal. El
joven teniente coronel, que. desde su llegada a la Amé-
i'ica del Norte, había sido presentado al general Washington
por el ministro de España en Filadelfia, halló de nuevo
iraternal acogida en aquel medio. Miranda se dedicó a
ganar sus simpatías en favor de la causa de la que se
constituía el apóstol. Esta es, en electo, la sola palabra
que puede definir cabalmente la infatigable y múltiple
actividad con que Miranda, sacrificando desde aquel
momento su reposo y su vida al triunfo de su ideal, iba a
recorrer tres continentes en busca de los medios que le
permitieran realizarlo.
Verdad que estaba dotado superiormente para llegar
adonde deseaba. De gran estatura, « de apostura y de
rostro nada comunes, más por su originalidad que por su
belleza, tenía la mirada fogosa de los Españoles, tez
morena, labios delgados de los cuales brotaba ingenio,
aun en su silencio mismo"" )) ; nariz bastante corta,
recta v afilada en su extremidad; barbilla ancha, cuello
bien afirmado sobre anchos hombros, andar firme y alta-
nero; de modales algo bruscos, siempre sencillo y limpio
en el vestir; voz baja, vibrante y ruda; todo en él indicaba
el hombre de acción, el militar, el jefe. No obstante, era
cultísimo, discreto, sagaz, ingenioso, de conversación
1. Paul Adam, L'Esprit de Miranda, 1902.
2. Mémoives de la duchesse d'Jhianles, op. cit., p. 331.
11
I(i2 El, PRECURSOH
brillante y amena, aunque a veces también. soml)río.
silencioso y concentrado, lo cual desconcertaba a sus inter-
locutores. Dotado de poderosa voluntad, « lo que quería,
queríalo con una especie de encarnizamiento' ». La
libertad de su patria fué su única pasión y el móvil de
cada uno de sus actos. Para conseguirla, puso todos los
recursos de su espíritu al servicio de la intriga, y no
vaciló en acudir a todos los medios. Contaba menos con
los acontecimientos que con los hombres, los cuales casi
siempre le traicionaron. Se dejaba sorprender y descon-
certar por la fortuna, sin desviarse nunca de la abnega-
ción de sí mismo, que parece haber sido su virtud domi-
nante, y de \íx « frialdad heroica^ » que nunca lo aban-
donó.
II
Al marcharse délos Estados Unidos, hacia fines de 1784,
Miranda ambicionaba obtener para la América del Sur lo
cjue Franklin había obtenido para la América del Norte :
socorros políticos, financieros y militares, la valiosa y
generosa ayuda de otro La Fayette. y la amistad de un
soberano poderoso^.
La emperatriz Catalina de Rusia se ofreció a desempeñar
este último papel, aunque no del mismo modo que lo
entendía Miranda. Seducida por la apostura y la elocuencia
del conde de Miranda — título con el cual había sido pre-
sentado por Potemkine en 1787 — la zarina le recibió en
Kieff, en donde se hallaba ella entonces. Le escuchó con
interés, le ofreció, desde la primera entrevista, un nombra-
miento de coronel, y pareció conquistada a sus proyectos,
prometiendo su ayuda. Admitido a la intimidad de la empe-
ratriz, Miranda la siguió a Petersburgo. soñando de con-
tinuo con libertad en medio de las fiestas y de las delicias
del Ermitage. Mas. no tardó en convencerse de que « la
1. Serviez, VAidede Camp, etc., op. cit., cap. x.
2. MicHELET, Juicio sobrc Miranda, Ilistoire de la Réyolution
francaise, 1879, t. VI, p. 341.
3. C(. Paul Adam, op. cit.
MIRANDA 163
indulgencia de Catalina para las ideas nuevas procedía
menos de la superioridad de su espíritu, de su correspon-
dencia y de sus relaciones con algunos filósofos, que de la
seguridad en que se hallaba respecto de su poder abso^
luto^ )). Renunció pues a obtener de su poderosa amiga
algo más precioso para él que halagos, favores y promesas
vagas. V de nuevo se puso en camino.
Ya en 1785. en Potsdam, había tenido que resignarse a
una decepción, aunque menos imprevista. Federico el
Grande le ccdmó de atenciones y consejos, y le invitó, al
tiempo ([ue a La Fayctte. a ver maniobrar sus granaderos.
Al año siguiente, no menos estima le demostró José II ; pero,
como los demás, se limitó a vagas promesas de apoyo.
En los intervalos de estas visitas, Miranda viajaba.
Recorrió Holanda, Dinamarca, Suecia. Polonia. Italia,
Grecia, Turquía, la Crimea, el Asia Menor, y por fin
Egipto ^, de donde pasó nuevamente a Inglaterra a princi-
pios de 1790, diríase que más aguerrido, y más consciente
de su misión, después de aquel largo aprendizaje de migra-
ciones y de aventuras. Habríase dicho que traía alguna
revelación profunda, algún desconocido prestigio. Su
riqueza y su austeridad, las relaciones que se le veía sos-
tener familiarmente con los hombres más considerables, su
memoria « inconcebible », dice un contemporáneo^, su
polimatía, la gravedad de su conducta, el velo con que la
encubría, hacen de él un personaje que sorprende tanto por
su amplitud como por su misterio.
En esto, acababa de estallaren Francia la tormenta revo-
lucionaria, y se apercibía el nuevo gobierno a luchar contra
la Coalición. Miranda se debía a sí mismo el desempeñar
un papel en « aquel campo de batalla de sus ideas* ».
1. Conversación de Miranda con Serviez, L'Aide de camp. etc.,
up. cit., cap. IX.
2. Y. BixKRRA, Vida de Miranda, 1. II, cap. xxvi, y James Biggs,
The history of D. Francisco Miranda\s attenipt io effect a Resoluiion
in Snath America in a series of leiters by a gentleman whu was an
officer under íhaí General, to his friends in the United Síaíes. Boston,
1810, Letter XXVII.
o. Baiikas, Méinoiros, publicadas por Georges üuruy, Paris, 1895,
t. II, cap. III, p. 36.
4. Lamartine, Histoire des Girondins, lib. XXVII, cap. ii.
164 EL PRECURSOR
Llega a París el 25 de agosto de 1792. El 1° de sep-
tiembre, se une a Dumouriez, en Sedan, con el grado de
mariscal de campo de los ejércitos de la República.
Desde las primeras operaciones dio Miranda la medida
de sus capacidades. Merced a su admirable sangre fría
pudo efectuarse, después de la sorpresa de los desfiladeros
de la Aroonne. la famosa retirada de Islettes a Sainte-
Menehould, que salvó del desastre el ejército. El 29 de
octubre, la ciudadela de Amberes se entrega al primer
lugarteniente de Dumouriez. Algunas semanas después, la
popularidad del capitán general descontenta a los Jacobi-
nos, despierta desconfianza en Brissot, y está a punto de
valerle a Miranda, ahora teniente general, el mando
supremo que ejercía él durante la ausencia de Dumouriez.
La ejecución de Louis XVI, subleva a toda Europa contra
Francia. Reanúdase la campaña en Bélgica, y Dumouriez
se deja arrastrar cada vez más a la terrible aventura que ha
de cubrir de eterno oprobio su memoria. La primera ope-
ragión del plan premeditado por él es la toma de Maés-
tricht. El 18 de febrero, Miranda, encargado de aquel
ataque cuyos peligros ha previsto, se ve obligado a obe-
decer. La plaza resiste, llegan los Austríacos, y, el 3 de
marzo, el ejército se repliega sobre Lieja. El pueblo se
sublevaba en Flandes. Dumouriez, que desde aquel
momento está resuelto a romper con la República, escribe
al presidente de la Convención su famosa carta del 12 de
marzo. La enseña a Miranda, cuya fe revolucionaria se
rebela : « ¿Volver a París, exclama, y, con qué objeto? »
— «A la cabeza del ejército, contesta Dumouriez, para
restablecerla libertad ». — « Este remedio, ciudadano gene-
ral, es peor que el mal, y a ello me opondré con todas mis
fuerzas ». — « ¿Qué, se batiría usted contra mí? » —
« Desde luego, si usted se bate contra la República ». —
« ¿De modo que será usted Labieno? » — « Labieno
o Catón, siempre me verá usted del lado de la Repú-
blica* )).
Desde aquel momento, Dumouriez descartó a Miranda
1. V. Marqués df. Rojas, El general Mivunda. I^aris, 188'i, p. 271.
— Becerra, Ensayo histórico, etc., op. cit., t. II, cap. xxvi. — Ciiu-
QUET, La Trahison de Dumouriez, I'aris, 1891, p. 138,
MIHANDA ie5
de SUS Consejos. La batalla de Nerwindcn, cu la que, eomo
ha dicho Michelet. el general en jefe reservaba a su acu-
sador posible « el papel de ser derrotado '. )> se eCecluó
algunos días después. El ala izquierda, mandada por
Miranda, se componía principalmente de voluntarios inex-
pertos v de los batallones menos seguros. Sufrió un furioso
ataque. Hizo Miranda cuanto pudo para reunir las tropas
dispersas y resistir al empuje de los soldados de Benjowski,
a las repetidas cargas de los escuadrones del archidu([ue
Carlos. Pero tuvo que ceder ante el número, la audacia y
el valor del enemigo. Dumouriez había publicado su carta
a la Convención y se sentía comprometido sin remedio.
Intentó hacer desviar sobre su lugarteniente las presun-
ciones que sentía él pesar sobre su propia cabeza. Mientras
acudía Miranda a París para justificarse de las' calumniosas
acusaciones de aquel jete que no temía, después de haberle
sacrificado, imputarle el desastre de Nerwinden, Dumou-
riez, rodeado de jinetes austriacos. atravesaba la frontera y
se pasaba al enemigo.
Acusado*ante el comité de la Guerra, no le costó tra-
bajo a Miranda convencer a sus jueces. Demostró que
Dumouriez se había negado a escucharle y que había
despreciado sus avisos, limitándose a enviarle por correo
órdenes que él había ejecutado lo mejor posible. « Fracasó
la acusación, dice un contemporáneo'-, tanto por el talento
de ^liranda como por la bondad de su causa ». La firme
seguridad de sus contestaciones, la noble altivez de su
actitud hicieron superflua la elocuente defensa de Chauveau-
Lagarde. Y, aunque los Girondinos, a cuya influencia
debía Miranda el haber sido enviado al ejército, en la
actualidad perdidos en la opinión pública, no podían alzar
la voz a favor de su antiguo protegido, v a pesar de que este
mismo recuerdo constituía un terrible motivo de cargo
contra el acusado, el tribunal revolucionario, por unanimi-
dad de votos, le declaró exento de toda cul[)abilidad. Cada
jurado, cada juez, al emitir su opinión, añadió un elogio
J. Michelet, Ilistoire de la fíé^'olutiun, up. cit., t. VI, p. 423.
2. CnAMr'Af;NELx. Suppl'jment atix nolices historifjiies de la Révolu-
tiuii poiir faite siiite aux Méinoires puvliculiers de Mme Rolaiid.
Collection Barsiére, Paris, Wú , t. VIII, p. 483.
166 EL PRECURSOR
para Miranda, y éste, cuya cabeza era pedida días antes, fué
llevado en triunfo hasta su casa'.
La fatalidad, que persiguió siempre a Miranda, se mofó
de él cruelmente. De nada le servían las cualidades y el
talento desplegados durante aquella campaña. Desde luego,
su profundo cariño a la Revolución francesa le movió a com-
batir entre sus defensores : pero le impulsaba sobre todo la
esperanza de conquistar una gloria con cuya recompensa
contaba él para servir los intereses de su patria. Quedaba
íntima y fielmente adicto al proyecto de emancipación de
América, para el cual había contado con el apoyo de la
Francia de la Libertad; pues pensaba él que no había de
negar tal apoyo a uno de sus salvadores.
Además, este proyecto secreto no era ignorado del Con-
sejo ejecutivo, y varias veces, en el transcurso del año 1792,
se había tratado de la independencia de la América espa-
ñola. Miranda había tomado parte en las combinaciones
que Dumouriez, ministro de Relaciones exteriores, preco-
nizó en marzo, pretendiendo asociar a ellas a Inglaterra,
con la cual se obtenía su neutralidad. Después del 10 de
agosto, el agente Noel había recibido encargo de insinuar
en Londres « la idea de una acción común destinada a ase-
gurar al comercio de los dos países las colonias españolas
de la América del Sur », y las instrucciones que llevaba
Talleyrand, cuando a su vez salió para Inglaterra, el 8 de
septiembre, le prescribían también que tratara de hacer
que el gobierno del rey Jorge adoptara aquel mismo
provecto ^.
La llegada de Miranda a París y las precisiones que
suministró al Consejo ejecutivo acerca de la situación de
América determinaron al ministro Lebrun a insistir con
los agentes franceses en Londres para que decidieran a
a los Ingleses a aceptar el proyecto : « Sabemos, escribía
Lebrun a Chauvelin, el 14 de septiembre, que los habi-
tantes de la Luisiana desean sacudir el yugo. Tanto más
favorable es el momento para Inglaterra, respecto de esa
conquista, cuanto (pie España está entregada a sus propias
1. CiíAMPAGNELx, up. c'it., y Arcliives Nationales. W. I bis. Tribu-
naux révolutioniKiircs, Affairc Miranda, .lugemcnt du 16 mai 1793.
2. V. Sorel, L'Eiiiope el la liíh'olutioii, t. II, p.p. 420-422.
Mlli.VNDA 167
Tuerzas v sin esperanza de socorro |)t»i' paite nuestra ».
Xoi'l tenía encarno de propagar esta idea entre el púljlico*.
\jí\ <>uerra haln'a, por entonces, niotlilicado los planes del
Consejo ejecutivo; pero, desde fines de 17t)2. Brissot y l<»s
ani¡o<)s de INIiranda se pusieron en campana para que se
realizara el provecto. La desconfianza con <[ue la Conven-
ción miraba a sus generales, sospechados por ella, en prin-
cipio, de estorbar los progresos de la República, no se
extendía hasta el « peruano » Miranda ; sin duda que era
el solo contra quien no pareciera aplicable « la ingratitud,
virtud necesaria a los republicanos ». Los ejércitos fran-
ceses ocupaban Bélgica, varias ciudades del Rin, Niza y
Saboya. Tomaba incremento la idea de una propaganda
para la libertad universal de los pueblos. Los ministros
concibieron el proyecto « de incendiar las cuatro puntas de
F^uropa )),y formaron planes de guerra contra Italia, Suiza,
Alemania, Ñapóles y España; sobre todo contra estas dos,
por ser las dos monarquías borbónicas^.
Sabedor del peligro a que una revolución de las Colonias
españolas expondría a su soberano, pensó de nuevo Lebrun
en sublevar la Costa Firme. Decidió enviar a los Estados
Unidos el embajador Genet, con misión secreta de fomen-
tar dicha revolución^. Los establecimientos franceses de
Santo Domingo, en donde se reunirían tropas, habían de
formar una base que parecía excelente. « La suerte de la
empresa, escribía Brissot a Dumouriez, depende de un
hombre. El está a vuestro lado; le conocéis y le estimáis;
es ^Miranda. Nuestros ministros buscan un hombre con
quien reemplazar a d'Esparbésen Santo Domingo. Un rayo
de luz me ha ve'nido v les he dicho : Nombrad a Miranda.
Este hombre apaciguará en breve las miserables querellas
de los colonos, dominará la turbulencia de los blancos, se
liará amar de las gentes de color, y en seguida con cuánta
lacilidad podremos insui'reccionar las islas vecinas, y aún
<d continente entero (juc domina el gobierno español^».
1. V. SuuF.i.. L'Europp el la Ilé\'oliitioii, i. III, pp. 2Ü-21.
2. V. Dareste, Ilistoire de Fntiice, 1885. t. VII, lib. XLVIII, § 7.
3. V. SoRui,, L Euiope el la Róvolution, t. III. p. 157.
4. BicKRKA, Vida de Miranda, op. vil., 1. II, p. 358. — V. tam-
bién AuisTiDES R().iAs, Miranda en la Revolución francesa. Caracas,
168 EL PliECURSÜB
Harto })¡en ¡ntormado de los escasos recursos que para
tal operación ofrecía Santo Domingo, se negó Miranda a
secundar este proyecto. Además, tenía miras más altas
respecto de los socorros que pudiera obtener de la Con-
vención. Mientras tanto, sometió a Pétion y a Brissot un
plan de ataque y de organización délas Colonias españolas*
cuyo éxito le parecía más seguro Las circunstancias
que tan rudo golpe acababan de asestar a las esperanzas
de Miranda, iban por cierto a agravarse aún, reduciendo,
esta vez, a nada sus proyectos.
Instaurábase el Terror. Halló a Miranda instalado en
una casa de campo comprada por él en las puertas de
París, en Menilmontant. Allí estaba, rodeado de libros,
de cuadros, de objetos de arte, gozando de amplio bienestar
y tratando espléndidamente a sus amigos '-. Semejante
lujo no constituía seguramente un « certificado de civismo »,
y el Comité de salud púl)lica no estaba dispuesto a la
indulgencia respecto a Miranda. Los Girondinos, en
quienes había buscado apoyo, caían unos tras otros en
manos de sus enemigos, y la denuncia de un ci'iado, el
ciudadano ^lalissart, vino a punto para legalizar la acusa-
ción de « sospechas » c[ue pesaba • sobre la cabeza del
amiffo de la facción vencida. Miranda fué arrestado el 9 de
o
julio de 1793 \ Conducido a la prisión de la Forcé, pasó
en ella más de dieciocho meses, sobrellevando con un
estoicismo c[ue admiró a sus compañeros de infortunio las
angustias y las alarmas de aquel temible cautiverio^. A
pesar de la caída de Robespierre y de haber finalizado el
régimen terrorista, sólo en diciembre de 1794 recobró
Miranda su libertad.
Después de aquel largo y dramático entreacto, le vemos
volver con más ai'dor que nunca a su apostolado. La casa
de Menilmontant es el centro de reunión de todos los
emisarios de los liberales sudamericanos. Ningún hombre
1889. — Mai.i.et uv I*an, Coiisidéidlions sur la luiluic de la I{é\'olu-
tion de France, p. 37, y Arcli. Nal. F7, 6318 b.
1. El mismo que propuso a Pitt en 179'í. V. i; siguiente.
2. V. Champagnkux, op. cit., p. 'i93.
3. Arch. Nat. F^ 4774.
4. V. CuAMI'AGNKUX, il)id.
#
MIRANDA 169
de cuantos han desenipeñado algún papel en el período
preliminar de la emancipación de las Colonias españolas,
ha dejado de estar, desde a(juel momento, en relaciones
seguidas con Miranda, ya personalmente, ya por corres-
pondencia. Estaba encarcelado cuando pasó por París
Nariño; así, pues, no pudo éste verle; pero logró Miranda
hacer llegar hasta Nariño instrucciones precisas para la
misión que llevó a cabo en Londres \ y su compañero
Zea-, ([ue representábalas aspiraciones de Nueva Granada,
fué, algún tiempo después, uno de los familiares de las
reuniones de Ménilmontant.
Además, Miranda tenía varios domicilios en París : en
la calle Saint-Florentin, en la calle del Mont-Blanc, en la
calle Saint-Honoré ^, v. sucesivamente, el venezolano
Iznardi, el habanero José Caro. Baquijano ', mandatarios
de los patriotas del Perú; el chileno (Cortés Madariaga^, y
1. Copy of a papcr delivered to lord Melville. October 14 tli. 180'».
Record Office. War Office, I, n° 161.
2. Zka (Francisco Antonio), nació en ^ledellin, provincia granadina
de Antioquía en 1770. Hizo buenos estudios en los colegios de
Popayán y de San Bartolomé en Santa Fe. Implicado en 1794 en el
proceso de Nariño, lué enviado a Madrid. F'ué indultado, pero no se
le permitió volver a su patria. Entonces publicó hermosos artículos
científicos y literarios en el Mercurio EspaTiol. En 1804, fué nombrado
director del Jardín Botánico de Madrid. Fué uno de los diputados de
la Junta de Bayona, en julio de 1808, y, luego, director general del
ministerio de Gobernación hasta fines de la ocupación francesa. De
regreso a América en 181.5, le veremos presidente del Congreso de
Angostura en 1819, vicepresidente y primer ministro plenipotenciario
de Colombia en Europa, en 1821. Falleció en Bath (Inglaterra) el
28 de noviembre de 1822.
3. Arch. Nat., F' 3688.
4. Baquijano Carrillo (José), jurisconsulto peruano, miembro de la
Audiencia de Lima, director de Estudios en la universidad de dicha
ciudad. Más larde, consejero de Estado en España, y conde de Villa
Florida.
5. M.VDARiAGA (José Cortés), nació hacia 1770 en Santiago de Chile.
Después de varios años pasados en España, adonde fué a terminar
sus estudios teológicos, regresó a América en 1806, fijándose en
Caracas. Enviado como plenipotenciario de Venezuela- a Nueva
Granada, tirmó allí el primer tratado de alianza entre ambos países,
el 28 de junio de 1811. Arrestado, y luego enviado a España después
de la caída de Miranda, fué encerrado en la fortaleza de Gibraltar,
de donde consiguió escaparse en febrero de 1814. En 1816, vemos a
Madariaga en Jamaica. El 8 de mayt) de 1817, forma parte del Con-
greso llamado de Cariaco: vuelve a Jamaica el año siguiente, y, de
allí, va a Cartagena. Falleció, olvidado, en Río Hacha ¡Nueva Granada)
en 1826.
170 EL PRECUliSOU
otros más, fueron sus cx)mensales en dichas moradas.
Periódicamente, aquellos delegados recibían la convocatoria
siguiente : « Mañana, a la hora de siempre, y en el sitio
acostumbrado, le espera a usted un grupo de filósofos
amigos ' » Entonces se reuníany concertaban con ardor
las medidas que convenía tomar. La conspiración de Gual
y España, cuyas peripecias eran seguidas con ansiedad
por « el grupo » a fines de 1797, sin duda que había tenido
su punto de partida en aquellas reuniones.
Con Francia es con quien más contaban entonces los
Sudamericanos. Su tradicional generosidad seguía siendo
o o
para ellos inderrocable dogma. Aquellos amantes de la
Libertad esperaban con confianza el resultado de los des-
tinos que se elaboraban en el formidable crisol de la
Revolución. Miranda seguía de cerca los acontecimientos
y no renunciaba a la esperanza de tomar parte en ellos
algún día; también él publicó, a ejemplo de los hombres
de fama por entonces, sus Reflexiones sobre el estado de
Francia, y medios más adecuados para remediar sus des-
gracias^, y se esforzaba sobre todo por entablar amistad
con todos aquellos que le parecían sucesivamente capaces
de desempeñar un papel sobresaliente.
A la elección de aquellas relaciones procedía con un
eclecticismo que con justo motivo había de sorprender a
aquellos de sus contemporáneos que desconocían el secreto
pensamiento del Precursor. No tardó en tener fama de
ser « el hombre más intrigante de Europa^ ». En electo,
desde fines del año 111, se le veía de continuo convidado
a comer por el embajador Barthélemy'% que fué, en aquella
época, el verdadero ministro de Relaciones exteriores del
Comité de salud pública ^ Nadie, y esto se concibe fácil-
1. Arch. Nat, F' 6285.
2. Véase un largo extracto de ese escrito, casi imposiljle de
encontrar hoy día, en la obra de Becerra, 1. II, cap. xxvm. Es un
elocuente llamamiento a la moderación y a la concordia, al que sirve
de epígrafe la sentencia :
Tu, dalle, exempJd populas moderare memento.
3. V. principahueulc el juicio de Barras sobre Miranda, en
Mémoires, op, cit., i. II, cap. ni.
4. Arch. Nat. F' 6283.
5. Y. SoKEL, iJ'Europe rl la Rcs'olution, op. cit., t. IV, lib. II,
cap. II. >; 2.
MIRANDA 171
ineiile. Lomaba más interés que Miranda en las largas
iioíioeiaciones para la paz con España, cuyos hilos estaban
(MI manos de Barlhélemy. Algunas semanas antes de los
motines de « prairial », el general Menou, que gozaba de
gran lavor entre los hombres de la Convención, se hizo
íntimo de Miranda. Alfio mas tarde, trató éste de entablar
o
relaciones con Bonaparte, a quien había visto por primera
vez. el año antes. « en una comida en casa de una corte-
sana (•rl(>brc, Julic Segur, favorita de Taima, la cual vivía
en la Cliaussée d'Antin ».
« Gomo Bonaparte era entonces desconocido, refiere
Miranda', apenas hice caso de él; pero supo que era yo
sudamericano, lo cual le incitó a conversar conmigo, y me
dirigió un diluvio de preguntas a las que no contesté sino
a(|ucIlo (|ue exigía la cortesía Otro día queme encontré
con él en casa de Madame de Permon... le convidé a
comer en mi casa de la calle del Mont-Blanc, en el hotel
Mirabeau, donde residía yo entonces. Como mi fortuna me
permitía asegurarme, en todos los sitios en donde me
pluguiera establecerme, fondos bastante considerables,
tenía yo a mi disposición costeados por mí, a unos cuantos
de esos agentes que sirven bien a quienes los pagan, y
vivía con gran holgura. Pero me veía obligado a ocultarla
exteriormente. El día en que vino a comer a mi casa
Bonaparte, noté su aire de asombro al aspecto del lujo de
mi casa. Mis convidados eran algunos de los más enérgicos
restos de la Montaña. En medio de ellos, Bonaparte,
preocupado, soñador, manifestaba, con movimientos de
cabeza, su asombro ante la violencia de nuestros expre-
siones. Desde entonces, ha dicho de mí : « Miranda es un
demagogo; no un republicano ».
Miranda era sobre todo un oportunista, y no desdeñaba
la alianza de ninguno de los partidos que la incertidumbre
(le los tiempos podía conducir al poder. Con lo cual tuvo
un pie en todos los complots. El 13 « vendémiaire » estaba
con Marchena . Lafond, Vaublanc, Delalot y Richard
Sérisy, entre los agitadores. Fué arrestado; pero, al cabo
1. Si;uvii:z, L'Aide do Camp. op. <:it. Confidencias de Miranda,
ip. X.
172 EL PRECURSOR
de un mes de detención en Plessis, hubo que soltarlo, por
falta de pruebas'. El i8 « fructidor )), Miranda, compro-
metido de nuevo, es aprehendido y comprendido en la lista
de los deportados a Cayena-. Esta vez, ya no le era posible
seguir residiendo en Francia. Obtuvo, sin embargo, no se
sabe por qué medio, el poder pasar cuatro meses más en
París, y, sin ser en modo alguno molestado, salió para
Inglaterra a fines de diciembre de 1797.
III
Las tradiciones de la política sudamericana de la Gran
Bretaña habían, infaliblemente, de conducir al más infor-
mado de los obreros de la Independencia a solicitar de
Londres aquel apoyo del que tanto esperaban los precur-
sores para la realización de su proyecto. Así es que, no
era ésta la primera vez que iba Miranda a Inglaterra.
Su carrera de agitador había comenzado, precisamente,
por una visita de solicitación al Foreign Office. En aquel
tiempo se presentó en éste lleno de ilusiones y de defe-
rencia para con el solo país en que le parecía posible
encontrar fácilmente las simpatías v los socorros nece-
sarios. Sin embargo, ningún éxito obtuvo aquella tentativa.
Profunda impresión causó en Miranda tal desengaño ; y,
cuando, rechazado por otra parte, acudió de nuevo a los
ministros británicos, no sin repugnancia se decidió a ello :
esperábale otro fracaso. Ahora, por tercera vez le lleval)an
a Londres las circunstancias, sin haber abdicado nada, sin
duda, de su esperanza, pero ulcerado, sintiendo pesar
sobre él la violencia de una atracción que se hacía más
penosa desde que la juzgaba, por decirlo así. fatal, y.
también, comprometedora.
Las vicisitudes de las relaciones de Miranda con el
gobierno inglés, de 1785 a 1810, resumen esencialmente
las relacione^ de las Colonias españolas y de Inglaterra
durante aquel período, y los sentimientos del leprescn-
1. Arch. Nat. F' o688.
2. Decreto del 18 de [''ructidoi-, año V. Bulletiii ch's Lois, año V,
2'' serie, t. X. Bulletin, n" l'i2.
MIHANDA 173
tantc de los liberales sudamericanos son también el reflejo
mismo de los que se impusieron a sus compatriotas.
Desde el día en que los criollos, entusiastas y confiados,
al entregar los destinos de su independencia en manos de
la Gran Bretaña, se enfeudaron a su política, no tardaron
en convertirse en esclavos de ella. Y, si al pronto la consi-
deraron como la protectora evidente hacia quien había
de ser legítimo y ligero su agradecimiento, la detestaron
luego como a uua proveedora ineludible con la que no
hay más lazos posibles que los del interés. La aversión
al extranjero, dogma instintivo y fundamental de las nacio-
nalidades jóvenes, penetraba también la conciencia de los
sudamericanos a medida que los socorros exteriores les
aparecían, como más necesarios, y a medida que progre-
saba su civismo. La frágil barquilla de la naciente patria
sudamericana había ambicionado figurar en la histórica
estela del buque de Albión. No tardó éste en arrastrarla
hacia la marejada y las tormentas. La barquilla se sentía
expuesta a romperse contra los escollos, y al mismo tiempo
sentía apretarse más a ella el cable de remolque : hastiada
de tal sujeción, la tripulación de la barca pretendió un
día desatar el cable; pero comprendió, iracunda y deses-
perada, que no estaba ya en su poder el bogar indepen-
diente.
Reducidos a no ser más que una puesta en el juego de la
política inglesa, o convertidos en objeto de su codicia, se
dieron cuenta los criollos de que se hallaban ya a merced
de esta potencia. Entonces se dedicaron a suplir su debi-
lidad por la habilidad y la astucia. Fué aquél un duelo
silencioso, solapado, trágico, en el que, bajo las aparien-
cias de concesiones v de halados, los Sudamericanos disi-
mulaban su rencor alarmado contra un adversario insen-
sible, conocedor admirable de sus propios intereses,
atento únicamente a subordinar a ellos las contingencias,
y, al mismo tiempo, impecable en la exteriorización de sus
relaciones y en la obstinación de su conducta.
Esta evolución sentimental ha influenciado muy directa-
mente la Revolución sudamericana : a ninouna otra causa
o
nías cierta obedecen el aparente ilogismo de sus comienzos,
los contradictorios altibajos de su desarrollo.
174 EL PRECURSOR
Desde su primera llegada a Inglaterra a fines de la
primavera de 1785, requirió Miranda las amistades que en
los círculos políticos de la capital se había granjeado,
para hacerse anunciar como meritísimo negociador : a Ha
llegado a nosotros la noticia, decía el Political Hei'ald, que
hay en Londres, en este momento, un americano español
de gran importancia, que posee la confianza de sus conciu-
dadanos y aspira a la gloria de ser el libertador de su
país. Como amigos de la libertad que somos, nos abste-
nemos de entrar en más detalles respecto de ese intere-
sante personaje. Admiramos su talento, estimamos sus
virtudes, y cordialmente deseamos prosperidad al proyecto
más noble que pueda ocupar el espíritu de un mortal,
quienquiera que sea : el de esparcir sobre millares de sus
semejantes los beneficios de la libertad'. »
No valió a Miranda, tan halagüeña presentación, las
ventajas que esperaba. Por influencia que tuviesen en el con-
sejo, los « amigos de la libertad » no podían pensar en
exponer a Inglaterra, muy debilitada por la guerra de
América, al peligro de inmediatas peleas con España y
Francia. Los agentes de los Comuneros, con quienes no
dejó de reunirse Miranda", acababan de recibir un desen-
gaño por parte de los ministros de la Corona, y las tenta-
tivas aisladas del joven agitadoi- para obtener una audiencia
oficial estaban condenadas a no tener mejor resultado. Lo
único que había conseguido con el paso que acababa de
dar había sido avivar la vigilancia de los espías del
gobierno español \
Sólo unos cinco años después, a su regreso de Egipto,
logró Miranda hacerse escuchar en Londres. Esta, vez. el
momento era más favorable para sus pretensiones. Habíase
efectuado un cambio de notas agridulces entre el repre-
sentante del rey Jorge en Madrid y el conde de Florida
Blanca, con motivo de la posesión de la bahía de Nootka,
1. Extractado de The Polilical Herald, mayo de 1785. Expedien te
del Asunto Miranda. Tribunales Revolucionarios, 179o. Arcli. Nat.,
W I bis, doss. 271, piéce 49.
2. Informe del conde de Aranda al conde de Florida Blanca. Paris, 22
de julio do 1786, en Buiceño, Los Comuneros, op. cit., Doc. 37, p. 2:^8.
3. V. Loiiü, Historia de las Anticuas colonias, etc., op. cit., t. I,
p. 3'tl, nota (a).
Mili AND A 175
en la costa noroeste del continente septentrional de Anié-
ricas. Avivávase el antif^uo antagonismo de España y de
Inglaterra. William Pitt estaba en el poder; anunciábase
una era de poderosa prosperidad para la Gran Bretaña, y
el hijo segundo de lord Chatham acariciaba el proyecto de
vengar la patriótica muerte de su padre, tomando sobre la
rival tradicional y caída un desquite de las recientes
luiniillaciones. Pitt concedió, en los primeros días de
enero de i7í)0, la audiencia que Miranda le pedía.
Este último se creyó entonces muy cerca del fin que
perseguía. La libertad de acción que la explosión de la
Revolución íranccsa dejaba a Inglaterra era de naturaleza
a favorecer aún más las esperanzas de los Sudamericanos.
Pensaban éstos que el comercio británico no dejaría
escapar una ocasión tan propicia de asegurarse preciosas
ventajas, y, en el transcurso de las entrevistas casi diarias
que tenía Miranda en Whitehall con el representante del
ministerio inglés, no dejó de hacer valer a sus ojos los
« incomparables beneficios » que obtendría Inglaterra de
sus compatriotas a cambio del apoyo que solicitaban. No
obstante. Pitt exigió indicaciones precisas y proposiciones
detalladas, y el 6 de mayo, Miranda le entregó un volu-
minoso legajo que « encerró cuidadosamente el ministro
en una cartera de tafilete verde, prometiendo someterlo a
la deliberación del consejo ».
El legajo de Miranda comprendía, en primer lugar, un
« Proyecto de constitución para las colonias hispanoame-
ricanas ». Tratábase de hacer de la América española un
vasto imperio, limitado : al norte, por una línea que pasara
por medio del río Misisipí, desde su embocadura hasta su
nacimiento, y, desde éste, continuando la misma línea, en
derechura hasta el oeste por el 45° de latitud septentrional,
hasta su punto de reunión con el mar Pacífico. Al oeste, el
océano Pacífico, desde el punto arriba indicado hasta el
cabo de Hornos, incluso las islas distantes de diez grados
de esta costa. Al este, el océano Atlántico, desde el cabo de
Hornos hasta el golfo de Méjico, y, desde aquí, hasta la
1. Florida Blanca (José Monino, conde de), hombre de Estado
español, nació en 1728, falleció en 1809. Ministro de Estado desde
1777 hasta 1792.
176 EL PRECUHSOR
embocadura del río Misisipí. « No están comprendidos en
este confín el Brasil y la Guayana. Las islas situadas a lo
largo de la costa no formarán parte de este Estado, dado
que el continente, ya lo bastante vasto, debe ser suficiente
para una potencia puramente terrestre y agrícola. Se con-
servará únicamente, y como excepción, la isla de Cuba, en
atención al puerto de La Habana, que es la llave del golfo
de Méjico. «
Como se ve, era bastante seductora la parte reservada a
la potencia marítima e industrial cuya intervención había de
favorecer el nacimiento del nuevo imperio ; a más de esto,
Miranda tomaba la constitución inglesa como modelo para el
gobierno que había de ser instituido en Sudamérica. El po-
der ejecutivo sería delegado a un Inca hereditario « con el
título de Emperador. » La « Alta Cámara », compuesta de
senadores o Caciques vitalicios, nombrados por el InCa, y,
la « Cámara de los Comunes », escogida por todos los ciu-
dadanos del imperio, habían de tener atribuciones casi
semejantes a las del parlamento inglés. El Inca nombra
« los miembros del poder judicial n. cuvos cargos son vita-
licios. Dos « Censores », elegidos por el pueblo, confirma-
dos por el Emperador, y. encargados « de velar por las
costumbres de los senadores v las de la juventud ». « Edi-
les )), (( Cuestores ». nombrados por la Cámara de los
Comunes, completan el sistema.
Al Proyecto iban unidas una memoria referente a las dos
últimas insurrecciones de Lima y de Santa Fe en 1781. y
una (( lista de los nombres v residencias de 300 Padres
jesuítas, naturales de Sudamérica, desterrados por el rey,
y que por entonces residían en los dominios del Papa ».
« Dichos Jesuítas — afirmaba Miranda — se compromete-
rían a secundar la noble empresa. Podrán ser de gran uti-
lidad para dirigir nuestros establecimientos y vigilar las
relaciones que no dejarán de establecerse entre los natura-
les de las costas de la América del Sur y los comerciantes
ingleses, relaciones que pronto se extenderán a las grandes
ciudades del continente por medio de las influencias y de
las amistades con que cuentan los Padres ^ »
1. Estos detalles y citas relativos a las negociaciones de Londres
en 1790 y 1791 eslán extraídos de un « Memor;índuni recapitulativo d
MIKANDA 177
Las instantes solicitudes de iMirunda, el hijo de doeunieu-
tación con <[ue las apovaba, traicionaron no obstante sus
esperanzas. Las dificultades pendientes entre la corte de
Londres y la de Madrid no habían tardado en resolverse
amistosamente, y los primeros acontecimientos de la Revo-
lución iVancesa absorbían demasiado la atención del minis-
terio británico para permitirle ocuparse de la realización
de tan vastas y tan lejanas empresas.
Además, desde hacía algunos meses, Miranda asistía a
la violenta reacción que la opinión manifestaba en Ingla-
teria contra la propaganda de las ideas francesas. Bnrke \
en sus famosas Reflexiones sobre la Rei>oluc.ión de Francia,
se había convertido en intérprete de tal reacción desde
íines de 1790, lanzando furiosos anatemas contra la sobe-
ranía del pueblo y centrados principales directores de la
Revolución. Nada podía herir más hondamente que aquellos
ataques las más caras convicciones del Precursor, nada,
salvo la popularidad que veía que iban tomando. Esto le
impulsó tanto más a probar fortuna en Francia, en donde
meditaba por entonces realizar por fin, y de manera bri-
llante, sus proyectos.
Sin embargo, negociador previsor v deseoso de dejar una
puerta abierta para el porvenir, no salió Miranda de
Inglaterra sin llevarse la « promesa formal, por parte del
gabinete inglés, de cooperar a la independencia de la
América meridional, en caso de guerra entre España e
Inglaterra, en el mismo sentido en que Francia la había
garantizado a las colonias inglesas ([ue forman hoy día los
Estados Unidos de América-. »
Mientras Miranda, después de haberse ilustrado en los
campos de batalla de la República, auníjue con menos
brillo V suerte de lo que él soñara, se obstinaba en bus-
car en Francia las simpatías desinteresadas, elicaces. ([ue
eslimaba él no pod(>i' encontrar en ningún sitio tan decisi-
vas como en este país^, las miras de Inglaterra respecto de
(liritfido por Miranda a Pitt, el 8 de septiembre de 1791. R. O.
Clidtham Mss. v. ;5'i5.
1. Blrki; (Edmundo i, publicista y hombre polílico inglés, nació on
Dublin en 1730, falleció en 1797.
2. Arch. Nat. pe G318 i,.
3. « Según el estudio seguido que he hecho del carácter y de los
12
178 EL PRECLHSOli
las Colonias españolas acababan de orientarse en la vía
nueva cuyos primeros resultados lian sido ya indicados*.
El temor de ver a España enfeudarse exclusivamente a la
política francesa fué el origen de esos planes de dominación
territorial absoluta que habrán de caracterizar en lo suce-
sivo la política sudamericana de la Gran Bretaña. Burke,
que en poco tiempo había llegado a ser el táctico político
más escuchado de su país, se preocupaba ya en 1792 por
los peligros que acarrearía para Inglaterra la preponderan-
cia francesa allende los Pirineos. « tln el actual estado de
cosas, proclamaba él en sus Memorias sobre los Asuntos
de Francia-, nada hemos de temer de España, ni como
potencia continental, ni como potencia marítima, ni como
rival de comercio. Tenemos mucho que temer de las alian-
zas que España puede verse obligada a contraer : el exa-
men de sus posesiones territoriales, de sus recursos y de
su estado civil y político nos autoriza a adelantar con la
mayor confianza que España no es una potencia que pueda
sostenerse por sí misma : necesita apoyarse en Francia o en
Inglaterra. Tanto importa a la Gran Bretaña impedir la
preponderancia de ios Franceses en España, como si este
reino fuera una provincia de Inglaterra o un Estado que
en efecto dependiera de ella tanto como, al parecer, Por-
tugal. Esta dependencia de España es de mucha mayor
importancia que si estuviera : o destruida, o sometida a
otro poder cualquiera; mucho más funestas serían las con-
secuencias. Si España, por la fuerza o por el terror, se ve
obligada a firmar un tratado con Francia, tendrá que
abrirle sus puertos, admitir su comercio, mantener comu-
nicaciones por tierra con los campesinos franceses.
« Puede Inglaterra, si le parece bien, consentir en ello, y
Francia firmará una paz triunfante y tendrá a España bajo
principios de ]\íir;inda durante nuestro cautiverio, dice Champagneux,
puedo asej^urar que, a pesar de sus elogios a los gobiernos inglés y
norteamericano, prefería el suelo de Francia; y que, aunque cele-
brando la vida de Londres y de Filadelíia. no habría cesado de
habitar entre nosolios si no se hubiese opuesto a ello el gobierno ».
SuppJómont flux Notices hislo'if/ues, etc., up. cil., p. 499.
1. V. Suprn, lib. I, cap. ii, Í5 5.
2. BuRKE. Memuvias sohre Ion Asuntos de Fronda, \79'2, Mém.,III.
p. 12.
179
SU (loiuiíuición V abrirá para sí todas sus pueitas... con lo
cual invita a la Gran Bretaña a que por su lado se repar-
ta los despojos del Nuef^o Mundo y a desmembrar la nwnar-
(juia espailola. Preferible, sin duda alguna, sería hacer esto
a permitir que Francia poseyera sola esos despojos y ese
territorio : puede hacerlo v querrá hacerlo, si no nos opone-
mos a tales proyectos. »
Estas sugestiones se imponían con fuerza al gobierno de
la Gran Bretaña : emanaban del publicista que tenía Fama
de ser el que reflejaba más atinadamente los sentimientos
de la opinión pública. Justificaban también las resoluciones
que un conjunto de indicaciones y de experiencias dictaba
ahora al gabinete de Saint-James : las súplicas que en el
transcurso de los años precedentes le habían dirigido los
liberales de todas las Colonias españolas ; las proposiciones
que a Sidney, a Liverpool y a Pitt les habían hecho, sucesi-
vamente, los Comuneros, Narifío y Miranda; la probada
impotencia de España para mantener su dominio; en fin, la
inditerencia de los pueblos sudamericanos respecto de su
porvenir, v la incompetencia de sus jeíes, consideradas
una y otra por ciertas por la política inglesa, le representa-
ban como empresa eminentemente realizable la pura v sim-
ple toma de posesión de la casi totalidad de las provincias
del Nuevo Mundo, por poco que a ello se prestara el esta-
do de los asuntos europeos.
Pero la lucha contra la Revolución francesa, entablada
por Pitt. desconcertaba de continuo su política. Las furio-
sas acometidas que sufría Inglaterra, la derrota de los alia-
dos, no le dejaban descanso. A pesar de todo, y en el
momento en que más amenazada parecía su existencia,
consiguió apoderarse de la isla de Trinidad, en el mar de
las Antillas; más aún : logró conservarla definitivamente.
La importancia de este acontecimiento en cuanto a los
destinos de Sudamérica era considerable. El comodoro
llarvey'. no sólo había humillado la fama de la marina
española al obligar a uno de sus más famosos almirantes,
D. Sebastián de Apodaca, a destruir él mismo su escuadra
1. IIarvf.y i Sir Henry). almirante inglés, nacido en 1737, fallecido
en 1810.
180 EL PUECUIiSOlí
al verla a punto de caer en manos del enemigo, sino que,
además y de rechazo, al establecer una colonia inglesa a
las puertas ile Venezuela, y por las consecuencias econó-
micas y políticas que habían de resultar, menguó la
dominación española en la CostaFirme.
Algunas semanas más tarde, Harvey pretendió apode-
rarse también de Puerto Rico. Esta vez, tropezó con una
resistancia heroica de la guarnición, mandada por D. Ramón
de Castro, y de un corto destacamento de tropas fran-
cesas, enviado de la (aiadalupe por Víctor Ilugues', (pie
se cubrió de gloria en la playa de Cangrejos el 17 de abril
de 1797. Allí dejaron los Ingleses dos mil hombres de los
diez mil que Harvey había desembarcado. Este desquite
de la toma de Trinidad, no compensó sus funestos electos,
como tampoco pudo impedir que las Antillas y las costas
de Venezuela tjuedaran a merced de nuevos ataques cuyo
resultado podía sei- fatal. La escuadra de La Habana, que
quedaba como única fuerza con la cual podía contar
España en aquellos parajes, y que desde hacía cuatro
años era dejada sin socorros, quedaba leducida a la
inacción v a la impotencia'
IV
En momento en que veía Miranda desaparecer toda
esperanza de obtener algún éxito en Francia, fué cuando
llegaron a sus oídos estas noticias. Sin duda que le habrían
determinado a salir de París, en donde, además, no se
hallaba ya en seguridad, v a volver a Inglaterra, de no
haber deseado llevar antes a cabo, una negociación de la
1. Nació en Marsella en 1770, falleció en t826. Fué enviado a las
Antillas en 1794, con Le Bas, comisario de la Convención en las
islas del Viento. Tomó a los Ingleses la Guadalupe, la Deseada, las
Santas, María Galante y Santa Lucia. Volvió a Francia en 1799, y
fué nombrado entonces gobernador de la (iuayana, puesto que ocupó
hasta 1808, en que se vio obligado a devolver Gayena a los anglo-
portugueses. Inocentado por el consejo de Guerra, i'Cgresó a la
Guayana, pai-a vivir allí como simple particular. Perdió la vista, y
entonces volvió a Francia, eu 1822.
2. V. Louo, Historia de las Anticuas Colunias, np. cil., le, lib. II,
cap. IV.
MIHANDA 181
qii(> augiiraha oi-andos ventajas. Esla vez coiispiraha con
los Jesuítas. Concíbese, desde luego, ([iic nada ¡gnoiaha
Miranda de las inlrigas lonientadas. casi en lodas parles,
por aquellos apóstoles de la Enianci[)ación. Mantenía con
ellos iclaciones constantes, y uno de sus primei-os cuidados
fué el avivar sus rencores v el sacar pai'lido de ellos. i*]n
este sentido, los esfuerzos del Precursor l'ueron coronados
de cumplido éxito. Desde 1791, los Jesuítas estaban en
completo acuerdo con Miranda, quien, entre otras cosas,
les inspií'ó la famosa Carta a los Espailoles Americanos '.
V la casa de Ménilmontant se liabía vuelto el cuartel
oeneral en que centralizaban su propaganda los Padres
refugiados.
Hizo más todavía Miranda. A instigación suva. los
exjesuítas Manuel Salas "^, natural de Chile, y José del
Pozo y Sucre, natural del Perú (Trujillo). habían fundado
en 1795, en Madrid, de acuerdo con el peruano Pablo de
Olavide '. una especie de asociación secreta : la « Junta de
las ciudades y provincias de la América meridional ».
Aunque sólo vagos indicios se poseen acerca de esa
asociación, y a pesar de que han quedado en la obscuridad
la mayor parte de sus miembros, es no obstante cierto,
como lo declaró Miranda ulteriormente, que se hallaba en
relaciones con los liberales de ultramar, y reunía en la
capital española « representantes de cada una de las
comarcas americanas que trabajaban con ardor en
preparar, por medio de las medidas más eficaces, la inde-
pendencia del Nuevo Mundo ^ ». Así, hacia fines de 1797.
Salas y Pozo se hicieron delegar por sus comj)atriotas
1. V. supra. lili. I. cap. ii, § II.
2. Id.
3. Oi.AviDE (Pablo Antonio Josef del, hombre de estado español,
narido en l^inia en 1725, muerto en 180o. Había sido, en París, secre-
tario de embajada del conde de Aranda. Asociado a las empresas de
su jefe contra los .Jesuítas, Olavide sufrió las consecuencias de la
caída de aquel ministro. Fué encarcelado en los calabozos de la
Inquisición, en Sevilla, en 1776: y, en 1778, condenado a reclusión
perpetua. Consiguió evadirse, y se fué a París, donde vivió en la
sociedad de los librepensadores mas notorios. En 1798, el conde de
Lorenzana le hizo conceder la autorización de volver a España.
4. R. O. Chalhain Mss, vol. 345, documento anejo a una carta de
Pitl. Londres, 16 de enero de 1798,
182 EL PRECURSOR
para ir a pedirle a Miranda qne elaborase un plan de
acción definitivo.
Tratábase de determinar con precisión aquellas poten-
cias cuyo apoyo parecía más probable; de estipular las
condiciones que les serían ofrecidas a cambio de su
intervención, y de confiar a los miembros de la Junta
más caracterizados para tan delicado ministerio la misión
de hacerlas aceptar. Miranda, Pozo y Salas se pusieron
rápidamente de acuerdo sobre cada uno de estos puntos.
Por el tratado firmado en 19 de agosto de 179G en San
o
Ildefonso, el Directorio se había comprometido a perpetua
alianza con España. Así pues, ya no había que contar con
el gobierno francés; en cambio, los testimonios oficiales
de animación que por medio de las autoridades de sus
colonias de las Antillas acababa Inolaterra de enviar a
o
los liberales venezolanos, parecían no dejar duda alguna
acerca de sus disposiciones. Quedó pues convenido que se
dirigirían a ella al mismo tiempo que a los Estados Unidos.
La política extranjera de la República federal, que se
orientaba hacia Francia o hacia Inglaterra según que las
alternativas de su política interior llevaban al poder uno
de los dos grandes partidos : republicano o federalista,
inclinaba en aquel momento a los Americanos del Norte a
una aproximación hacia la Gran Bretaña. El descontento
causado en Francia por la conclusión del tratado Jay',
que concedía ventajas importantes al comercio inglés; los
ataques publicados con este motivo contra los Estados
Unidos en la prensa parisiense; el celo descortés de Adet,
representante de la República en Filadelfia, suministraban
a los partidarios de una inteligencia con Inglaterra otros
tantos motivos para concillarse fácilmente los sufragios
de la opinión pública. Se llegó a pensar seriamente cu una
alianza ofensiva contra el Directorio. Si los Estados
Unidos se mostraban de la suerte animados de hostilidad
para con Francia, de quien habían de temer además las
ambiciones respecto de la Luisiana y de la Florida, no
podían ser distintos sus sentimientos para con el gobierno
1. 19 (le noviembre de 179'i. Este Iralado aseguraba la evacuación
de las tropas inglesas de los p.uestos que ocupaban aún en el norlc
de los Estados Unidos, diez años después del tratado de Yersalles.
MIRANDA 183
español, aliado del Directorio y dueño de aquellas
resfiones. v los liljeralos sudamericanos demostraban
clarividente hal)il¡dad al tiatar de que la alianza de los
anglosajones de los Dos Mundos se efectuara, en defini-
tiva, a expensas de la monarquía española.
Sin enibaroo. los Americanos del Norte, y, sobre todo,
los federalistas, en ningún modo tendían a ensanchar el
horizonte de sus miras exteriores hasta pactizar con las
pretensiones de sus vecinos del Sur; pero éstos conside-
raban el apoyo de los Estados Unidos como un elemento
harto decisivo, para no estimar indispensable el acudir a
todos los medios para provocarlo. Opinaban que nunca se
hal)ían mostrado más propicias las circunstancias para
permitirles obtenerlo.
Los « Comisionados enviados a Francia cerca de Don
Francisco de jNIiranda, principal agente de la Junta,
después de solicitar la asistencia del señor Dupeyron,
secretario », firmaron pues, el 2 de diciembre de 1797, un
« Convenio solemne y definitivo » en 18 artículos en que
se hallaban cuidadosamente determinadas las ventajas que
los habitantes de las Colonias españolas se proponían reco-
nocer a los oobiernos de Inglaterra y de los Bastados Unidos
« como premio de su alianza y de su cooperación efectiva
en hombres y en numerario », para el establecimiento de
la libertad en la América meridional'.
« Las colonias hispanoamericanas, habi(;ndo unánime-
mente resuelto — comenzaban por declarar los firmantes
— proclamar su independencia y sentar su libertad sobre
bases inquebrantables, se dirigirán con confianza a la
Gran Bretaña, invitándola a sostenerlas en una empresa
tan justa como honrosa. En efecto, si, en plena paz y sin
previa provocación, Francia y España han favorecido y
proclamado la independencia de los Angloamericanos,
cuya opresión no era, seguramente, tan vergonzosa como
lo es la de las Colonias españolas, no vacilará Inglaterra
en concurrir a la independencia de las colonias de la
América meridional, hoy que está comprometida en una
1. R. O. Chatham, popers. T. 3'i5, 12 pp. en f", en francés. Año
de 1798.
184 EL PUECUHSOU
guerra de las más violentas por parte de España y de
Francia, quien, al mismo tiempo que preconiza la libertad
y la soberanía de los pueblos, no se avergüenza de
consagrar, por uno de los artículos del tratado de alianza
ofensiva y defensiva con España, la esclavitud más absoluta
de cerca de catorce millones de habitantes y de su
posteridad. »
Inglaterra había de suministrar a Sudamérica veinte
buques de guerra, un cuerpo expedicionario de 8 000 hom-
bres de infantería y 5 000 de caballería « con objeto de
favorecer el establecimiento de su independencia, sin
exponerla a funestas convulsiones políticas ». A cambio
de esto se ofrecería a la Gran Bretaña, a más, de un tratado
de comercio que le garantizara « naturalmente y de
manera segura, el consumo de la mayor parte de sus
manufacturas, la posesión de varias Antillas y el pago de
una suma considerable en dinero, cuyo importe quedaba
por determinar ». En fin. por ser de sumo interés para
Inglaterra « la navegación por el istmo de Panamá, el cual
ha de ser transitable dentro de poco, así como la pronta y
fácil comunicación del mar del Sur con el océano Atlántico,
la América meridional le garantiría, por cierto número de
años, la navegación de uno y otro pasaje en condiciones
que, aunque más favorables para ella, no habrían, sin
embargo, de ser exclusivas ».
No menos interesante era el conjunto de las concesiones
reservadas a los Estados Unidos, quienes habían de
suministrar 5 000 hombres de infantería y 2000 de
caballería. Los Sudamericanos les garantizaban : en primer
lugar, la posesión de la Luisiana. de la Florida, y de las
Antillas cjue no hubiesen de ser inglesas, salvo, no
obstante, Cuba. Los Estados Unidos « obtendrían igual-
mente el paso del istmo de Panamá, así como el del lago
de Nicaragua, para todas sus mercancías. Asimismo sería
fomentada la exportación, en buques norteamericanos, de
todos los productos de la Améi'ica meridional ».
Por otra parte, estipulaba el convenio la formación de
una alianza defensiva entre Inalaterra. los Estados Unidos
y la América meridional, a Está de tal modo mandada —
dice el texto — por la naturaleza de las cosas, la situación
MIRANDA 185
gooo'iáíioa (le catla uno de los tres países, los producios de
su industria, sus necesidades, sus costumbres y su carácter,
que es imposible que no sea dr larrea duración, sobre todo
si se tiene cuidado con consolidarla por la analogía en la
forma política de los tres gobiernos, es decir por el
disfrute de una libertad civil sabiamente entendida,
sabiamente organizada. Hasta podría decirse que es ésta la
sola esperanza que queda a la Libertad, audazmente
ultrajada por las detestables máximas propaladas por la
República francesa : es. también, el solo medio de formar
un equilibrio de poderes capaz de refrenar la ambición
destructora v devastadora del sistema francés ».
Las operaciones militares, cuya dirección suprema sería
confiada a Miranda, babían de comenzar « por el istmo de
Panamá y bacia Santa Fe. tanto por la importancia del
puesto como por el estado de ánimo de los pueblos,
dispuestos a armarse en favor de la independencia, tan
pronto como recibieran el primer aviso ».
En fin, según lo determinaba su acuerdo. Pozo y Sucre
y Manuel Salas habían de salir para Madrid con objeto de
dar cuenta de su misión a la Junta, « no esperando ésta
más que el regreso de aquellos dos comisionados para
disolverse en seguida y marcharse a los diferentes puntos
del Continente americano, en donde la presencia de los
miembros que la componen es indispensable para provocar,
a la llegada de los socorros de los aliados, una explosión
general y combinada por parte de los pueblos de la
América meridional )).
Miranda, y a falta de él D. Pablo de Olavide, o D. Pedro
Caro « actualmente empleado en Londres en una misión
de confianza ». tenían plenos poderes para tratar, tanto
con Inglaterra como con los Estados Llnidos. sobre las
bases así concertadas.
Provisto de este nuevo sistema de diplomacia v de
alianzas que no desesperaba él de hacer adoptar por el
gal)inete de Sainl-.lames, Miranda contaba, además, con
ser bien acogido personalmente a su llegada a Inglaterra.
Ciei'to que a instigación suya el consejo ejecutivo había
publicado hacía poco el famoso decreto de 16 de noviembre
de 1792 acerca de la libre navegación del Escalda, que
186 EL PRECURSOR
tantas y tan justas alarmas había motivado en los Ingleses.
Pero el antiguo general de los ejércitos republicanos había
padecido, desde entonces, suficientes persecuciones de
los gobiernos de Francia, para que toda prevención contra
él hubiese desaparecido del otro lado del estrecho. Al
contrario, el hecho de haber sido algún día motivo de
preocupación para la Gran Bretaña había de valerle, por
parte de ésta, un título precioso de estima y consideración.
Así al menos lo entendía Miranda cuando, el 16 de
enero de 1798, manifestaba en estos términos a William
Pitt las intenciones que de nuevo le llevaban a Londres :
« El infrascrito, agente principal de las colonias sudame-
ricanas, ha sido designado por la Junta de los diputados
de Méjico. Lima, Chile, Buenos Aires, Caracas, Santa
Fe, etc., para presentarse a los ministros de Su Majestad
Británica con objeto de reanudar, a favor de la independencia
absoluta de dichas colonias, las negociaciones comenzadas
en 1790, V conducirlas, con la mayor brevedad posible, al
punto de madurez que el momento actual parece ofrecer,
terminándolas en fin por un tratado de alianza semejante
— en cuanto pueda permitirlo la distinta situación de las
cosas — al ofrecido por Francia, y concluido por ella,
en 1778, con las colonias inglesas de la América del Norte.
« Además, el infrascrito se declara gozoso de que una
feliz casualidad le haya escogido para recabar, bajo los
auspicios del muy honorable William Pitt, ante Su
Majestad Británica, la protección de la nación inglesa en
favor de la independencia de su país, y de establecer un
tratado de amistad y de alianza mutuamente útil y venta-
joso para ambas partes... Muy esperanzado por la impor-
tancia y la utilidad recíproca de su misión, convencido
además de (|ue el momento es de los más favorables,
puesto que por parte de España existe una guerra violenta
contra Inglat(!rra, época que siempre fijó el muy honorable
William Pitt para comienzos de esta empresa, este último
se complace en creer que sus compatriotas no habrán de
languidecer mucho tiempo en la incertidumbre '. »
1. R. O. Chatliam papéis. N"^ 345. Miranda lo ihc Honorable
William l'ill., 16 de enero de 17í)8.
MIli.VN'DA 187
Corla hahi'a de ser la ¡lusióii. \ín a(|U('l mojneiito pesaba
sobre Iiiolaterra hi doble amenaza de una invasión francesa
y de un levantamiento en Irlanda, lo eual la ol)lioaba a
tratar con miramientos a la corte de Madrid, no desespe-
rando de obtener que rompiera su alianza con el Directorio.
La leoación de Kspaña hal)ía visto con malos ojos la
presencia de Miranda. La señaló al g()l)ierno británií'o,
pidiendo el arresto del agitador'; y, para acreditar la
])olítica de abstención cuyas apariencias ostentaba el
ministerio frente a un aliado posible, Miranda se vio
condenado a un tristísimo incógnito. Oculto en un piso de
Broad Street bajo el nombre de Martin Esq'% tuvo que
esperar ocasiones más favorables cuyo próximo adveni-
miento le era prometido, en secreto, por Pitt'.
La noticia de la victoria de Xelson ante Abukir y la
destrucción de la flota de Irlanda reavivaron las esperanzas
de Miranda, quien creyó llegado el momento de probar de
nuevo fortunad No se equivocaba al conjeturar que la
renaciente seguridad movería al gabinete de Londres a
dirigir de nuevo sus miradas hacia la América del Sur.
Pero Pitt, preocupado únicamente por reanudar una
coalición contra las ambiciones francesas, no veía, en la
proyectada expedición, más que una operación de comercio
y de dinero, un medio de apoderarse de los « metales
preciosos acumulados en el Nuevo Mundo, y con los cuales
se acuñaría moneda para la buena causa ^ ».
Buen cuidado tuvo Pitt de descartar a Miranda de este
proyecto que tal desprecio hacía de las aspiraciones y del
interés de los criollos. El piloto consumado que de nuevo
íicababa de tomar la dirección suprema de los destinos de
Inglaterra pretendía asignar a Miranda un papel más
importante. Al mismo tiempo ([ue fomentaba las espe-
ranzas del mandatario de los Sudamericanos, reservándose
el satisfacer sus deseos cu la medida que cdnviniera a la
Gran Bietaña. engañaba a España acerca del alcance de
los compromisos que con ella tenía. Los representantes
1. V. Lobo, op. cit.. t. I, p. ü'jO.
2. Arch. Nat. [•'' 6283.
3. R. O. Clialham Corrcspondence. V. 345.
4. Sorel, L'Europe el la Révohition, t. V, p. 350.
188 EL PHEClIiSOl!
ingleses en Madrid no despordieiaban ocasión de insinuar
que los liberales de Sudamérioa entra lían eu campaña al
primer aviso que les llegara de Londres, v que de la actitud
de España dependía que dicho aviso fuera dado, o no.
Comunicaban el plan de Miranda, asegurando que su
gobierno sabría estorbarlo, por poco que España mani-
lestara serios deseos de adhesión a Inglaterra.
Mientras tanto. Pitt concedía audiencias a Miranda. A
fines de 1798' le aconsejaba ([ue negociara con los Estados
Unidos. De esta suerte, concentraba en su mano los hilos
de las intrigas que con gran trabajo se esforzaba Miranda
en anudar. Acerca de esto, la correspondencia del ministro
de los Estados Unidos en Londres, Rufus Kino-. es instruc-
n
tiva. Escribe a su gobierno : « Al mismo tiempo que se
trasmiten á España tales informes, el gobierno ordena a las
autoridades de Trinidad fomentar la revolución en Sud
América y prepara una expedición en su apoyo Miranda.
impaciente con las dilaciones de este ministerio, e igno-
rando sus pasos en la corte de Madrid, ha decidido enviar
a Filadelfia a su amigo y colaborador el señor Caro...- »
Como se ve, Miranda no había esperado las direcciones
de Pitt. Hacía tiempo que había informado directamente al
presidente Adams de sus proyectos y solicitado la interven-
ción del jefe de los federalistas, Hamilton; del general
Knox, de Jay, y de todos aquellos con cuya amistad contaba
en los Estados Unidos ^ Un impedimento sobrevenido a
última hora hizo que no pudiera Caro ponerse en camino,
pero había dirigido copia del 2 de diciembre al secretario
de Estado Pickering, conocido suyo. Estaba persuadido de
tener en él al más solicitó de los abogados. Circunvenido
por Miranda, King insistía cada vez más para que el proyecto
fuese tomado en consideración ; hasta habló de él con lord
Grenville; y. « a pesar de que este ministro le había mani-
festado que sólo a título privado le escuchaba ». lan segura
le parecía la cooperación de Inglaterra, va en julio de 17!)8,
que no vacilaba en preconizar una acción inmediata''.
1. Arch. i\al. F' 6318 i>.
2. Despacho del 6 de abril de 1798, eu Bkckrka, (ip. cií., i. I, p. 15.
3. V. Randall, Life of Jeffcvson.
4. Despacho de 17 de agosto de 1798. Bex:i:iíra, op. cil., 1. I, p. 16.
MIHANDA 189
Kscrihía a llaiiulton : «^ El dí'stino del Nuevo Mundo, (|ue
creo íirniemcnte ha de ser lelíz y glorioso, está hoy en
nueslras manos. Tenemos no solo el derecho sino el deber
de deliberar y proceder en el asunto, no como accesorios,
sino como principales. El objeto y la ocasión son tales,
([ue por respeto á nosotros mismos y a los demás no
debemos desperdiciar la oportunidad'. » llamilton. que
con justo motivo tenía laina de ser uno de los hombres más
iuHuentes de Norteamérica, parecía interesarse mucho por
la cuestión de las Colonias españolas. Consideraba su
emancipación como un acontecimiento de importantísimo
interés para los Estados Unidos, esperaba decidir a ella
al aoliienio. v hasta se ofrecía a tomar el mando de la
o
expedición cpie pudiera ayudarla".
Avisado por Ring- v por llamilton mismo de tan benévolas
intenciones, v no dudando tan poco del apoyo de Ingla-
terra si obtenía el de los Estados Unidos. Miranda, por su
parte, insistía cerca del antiguo avudante de Washington
para que influyera en este sentido con el presidente
Adams. En 19 de octubre, le escribe : « Todo está arreglado
y lo único que ialta es el fiat de su ilustre Presidente para
partir como el rayo ^. »
Por desgracia para Miranda, una vez más tomaron las
circunstancias un giro contrario a sus proyectos. .lohn
Adams. cuvos sentimientos íntimos eran opuestos a la
alianza inglesa, se inclinaba hacia las medidas pacíficas y
acechaba una ocasión que permitiera acercarse a Francia.
El ministro de los Estados Unidos en La líava neffociaba
o
para reanudar relaciones con el Directorio. Además, se
acentuaba la decadencia del partido federalista, y llamilton
luchaba únicamente para retardarla. Pocos meses después,
volvieron al poder los republicanos con Jeirerson, y las ilu-
siones de Miranda no sobrevivieron a este acontecimiento.
Mas. no quebranta esto en nada la increíble tenacidad
del Precursor. .Abandonado por los ministi'os, acude a la
opinión pública. Sabe (jué peso tiene ésta en las decisiones
oficiales. La ilustrará más, pondrá su empeñí» en popu-
1. Carta del 31 de julio de 1798. Ihid .
2. V. Randall. op. cit.
'■'>. Citado por Bkcf.rra. op. cit.. t. I, p. 20.
190 EL PHECUHSOR
larizar la causa sudamericana para el porvenir. Durante
todo a(|uel período, los diarios, las revistas más impor-
tantes de los Tres Reinos publicaron innumerables artí-
culos en que la importancia v líi variedad de recursos que
al comercio de Inglaterra ofrecería la libre América
estaban infatigable y sabiamente expuestos por Miranda *.
No sin amargura, sin embargo, se resignaba a aquel
papel harto evasivo de publicista; los llamamientos cada
vez más apremiantes de sus compatriotas contribuyeron a
que se le hiciera intolerable. En las Colonias acentuábase
la fermentación. Era preciso obrar. « ¡ Miranda, le escribía
Manuel Gual, refugiado en Trinidad después del descubri-
miento del complot de España, si por lo mal que le han
pagado a usted los hombres : si por amor a la lectura y a
una vida privada, como enunciaba de usted un diario, no
ha renunciado usted estos hermosos climas, y la gloria
pura de ser el salvador de su Patria; el Pueblo Americano
no desea sino uno : venga usted aserio... Miranda! yo no
tengo otra pasión que de ver realizada esta hermosa obra,
ni tendré otro honor que de ser un subalterno de usted". »
Además, Miranda se sentía acosado por la policía de la
legación de España; los ministros se negaban a recibirle.
La estancia en Londres le resultaba penosa, y, además,
peligrosa. Pensó en probar de nuevo fortuna en Francia.
1. En particular, La Revista de Edimburgo puhVicó por entonces uu
notable estudio económico en la que se ven curiosas precisiones
acerca de la posibilidad de abrir un canal por el istmo de Panamá.
« Trátase, decía [Miranda, de la empresa sin duda más extraordinaria
que los aspectos físicos de nuestro globo puedan ofrecer a la
imaginación. Poco conocida en este país, no pertenece, cual podría
suponerse, al dominio de la aventura o de la novela. Es, al con-
trario, de una realización fácil. El i-ío Chagres, que desemboca en
el Atlántico, es navegable hasta la villa de Las Cruces, distante de
15 millas de la ciudad de Panamá, situada en la costa del Pacífico;
y, aunque el valle facilita la construcción del canal, las dificultades
podrían ser reducidas aun por la utilización del Trinidad, afluente
del Chagres y navegable durante la casi totalidad de su curso. La
naturaleza ha dotado los dos extremos de esta vía interoceánica de
dos bahías cabalmente apropiadas a las necesidades del tráfico más
considerable : la de Porto Belo, en el Chagres, en donde fondearon
los 74 buques de guerra ingleses que en 1740, bajo el mando del
Capitán Knowley bombardearon la fortaleza de San Lorenzo, y la
de Panamá, en el Pacífico, que es igualmente amplia y segura. »
2. A. Miranda. Puerto de España, 12 de julio de 1799. Bkchrka,
op. cit., t. II, p. 481,
191
La caída del Directorio v el advenimiento de Bonaparte
parecían, por cierto, ser el preludio de una era nueva
solemnemente proclamada por el INlanifieslo del 24 de
« frim&ire » del ano VIII. Había, entre los Franceses, más
deseo de paz; pero la paz. tal como la entendían por
entonces, no era incompatible con el cumplimiento de los
planes más grandiosos. Se contaba, para realizarlos, con
el joven Cónsul, radiante de inteligencia, coronado por
la Victoria, y que había ganado todos los corazones. « La
guerra con el Antiguo Mundo, la paz con el Nuevo, el
amor a la libertad americana y el odio a ínoflaterra » eran,
o
según dice un contemporáneo '. los (f oráculos mismos «
<[ue brotaban de las apoteosis que París consagraba al
vencedor de Marengo.
El regreso de los proscritos de Fructidor, las brillantes
reparaciones de que, en su mayoría, eran objeto, aquella
atmósfera de seguridad y de quietud que resplandecía en
Francia, animaban a Miranda a tratar de contar entre los
favorecidos. Sus íntimas predilecciones se reanimaban
ante la esperanza de ganar el ánimo de Bonaparte, y la
orden del día ([ue el Primer Cónsul acababa de dirigir al
ejército con motivo del fallecimiento de \\ ashington, pare-
cíale de feliz agüero al campeón de la Independencia
sudamericana : « Ha fallecido Washington. Aquel grande
hombre luchó contra la tiranía, consolidó la lii)ertad. Su
memoria será siempre grata al pueblo francés, como a
todos los hombres libres de ambos mundos, y especial-
mente a los soldados franceses, quienes, como él y los
soldados americ^anos, combaten por la igualdad y la
libertad )>.
Estas palabras, y la ceremonia (pie algunos días más
tarde (el 18 de febrero de 1800) les sirvió de comentario
en la Iglesia de los Inválidos, transformada en Templo de
Marte para armonizarse con la circunstancia, no eran pura
hipocresía, u Cierto que la había, pero también había en
1. Memorial áii í . de Norvins. Paris, 18'.t6. t. II. p. 235.
ly2 EL I'ÜECUUSOR
ellas las ilusiones de aquel tiempo y de todos los tiempos ' )>.
La seducción sobre Miranda íué decisiva : se decidió a salir
de Londres.
Mas no sin diíicultades se efectuó esta salida. Tuvo que
intervenir Rufus King, insistir ante el Foreign Office ; en
fin, como último recurso, dio a su administrado ocasional
un pasaporte que el gobierno francés no se apresuró a san-
cionar. Tuvo que esperar varios meses, en Holanda, los
resultados de las instancias que los senadores Barthélcmy
y Lanjuinais, el consejero de Estado Portalis, el general
Victor habían presentado, en favor suyo, a Fouché y al
Primer Cónsul.
Bonaparte acabó por dejarse convencer. Pero la realiza-
ción de los nuevos proyectos del Precursor seguía siendo
muy improbable. Habría podido persuadirse de ello en el
momento mismo en que, a fines de octubre, salía de Amberes
para ir a París. En efecto, un corresponsal anónimo, pero
probablemente español o sudamericano, a juzgar por las
groseras faltas de ortografía y de estilo de su carta, le escri-
bía : « En fin, querido Miranda, me pongo a escribirle a
usted. Sus amigos se han ocupado mucho de usted. A todos
he consultado, y envío a usted el parecer de ellos. Comienzo
por felicitar a usted de que haya podido salir de Ingla-
terra... Era ésta, para usted, una cárcel, y supongo que, ya
al final, debía usted de tener la persuasión de que. allí,
nunca se realizarían sus deseos. ¿Será usted más feliz
aquí? Confieso a usted que no lo creo. Al observar esto
atentamente, veo mil obstáculos, y hasta temo por ciertas
relaciones con un pais vecino, que esté usted aquí menos
en libertad que en Inglaterra. Aquí no se ocupan de Sud-
américa, ni se ocuparán de ella, y, lo que hasta ahora ha
considerado usted como una desgracia, acuso sea su mayor
suerte. Temeré la intervención de cual<[uier potencia euro-
pea. Dche usted haslai'se a si mismo, a no ser que no linija
lle¿ir¿(f() el mo/ne/tf.o. Y cuestión tan Imporlanle no ])ue(le
tralai'si! a mil leguas de distancia : acercándose al teatro
en (|ue s(; han de desarrolla)' los sucesos es c<'>mo podrá
usled juzgar sanamente de las cosas. Todos aquellos (|ue
J. TiiiKus, Ilistoirc du Con.sulai et de t'E?npiie, 1845, t. I, lib. II.
.Mili ANDA 193
se consag-ran a la causa que usted persiirne deben estar en
el Nuevo Muu<l(). Xo se oana la voluntad de una mujer
vivicndí» lc|OS de (día.
« Tales son mis ideas, amioo mío. Pero, si desea usted
volv(>r a estos luoaros. que ])or tanlos motivos deben de
interesarle a usted ; si eree usted poder abandonarlos cuando
o'usle: si no cree usted que al venir aquí no haoa sino
cand)iar de cárcel, y si estima que su estancia en b rancia
no lia de peijiidicar a lo ([iie, basta abora. lia sido objeto
de todos sus pensamientos, creo poderle asegurar a usted
que el eni])eno con que sus amigos solicitan su r«>greso
acabará por ol)t('ner satisl'acción. Maníame P. ' desea saber
en ([ué eslado se bailan sus asuntos de usted, .luntos hemos
vist(> a T^js" : se interesa mucbo por usted y cree en el
éxito. .\un cuando afirmo que es verdad cuanlo le digo a
uslctl, tleseo no obstante verle, y su talento puede vencer
dificultades que serían insuperables para otro cualquiera.
La amistad ([iie le profeso me obliga a hablarle a usted con
sinceridad. .1 Juicio mió. tiempo es ya de acabar el tomo
de Europa, y de comenzar el tomo de América. Pero, si
desea usted añadir al primero, al que tanto interés ha sabido
usted dar. un capítulo más, nadie lo leerá con tanto placer
como yo, nadie tendrá tanto gusto en verle a usted de
nuevo. Adiós, mi querido Miranda. Su sincero amigo ^. j)
Las previsiones de aquel misterioso consejero se reali-
zaron a la letra. Traicionado por su antiguo secretario
Dupevron. quien vendió sus secretos al ministro de España
en Londres'. jNliranda fué, desde su llegada a París, el
9 de « frimaire n del año L\. puesto bajo la vigilancia de
la policía. La legación de Su Majestad Católica, invocando
las relaciones del « incorregible perturbador » con el
gídjierno inglés, pedía encarecidamente su arresto, v las
persecuciones (jue el atentado de la calle Saint-Nicaise
motivó, días después, contra lodo a(|uello que podía pasar
por rev(ducionario, fueron un pretexto acogido con tanta
1. Pétion.
2. Lanjuinais.
3. Carta del IG de octubre de 1800. dirijíida al general Miranda,
al hotel del Oso. a Auiberes. Arcli. Nat. V' (■)318 '>.
4. Arch. Nat. F' 6246.
13
19i KI- PREClllSOli
más facilidad cnanto (jue no se qnería entonces, en Francia,
contrariar por tan ])Oco los deseos del pais pecino v aliado.
Acnsado « de espionaje y correspondencia con los enemi-
gos del Estado* ». ^Miranda fué arrestado en su casa de la
calle Saint-IIonoré y encarcelado en el Temple, el 1/i de
(( ventóse ». No sin trabajo consiguieron sus amigos, ocho
días después, que fuera puesto en libertad; pero tuvo que
comprometerse a salir para siempre del territorio de la
República.
Una vez más. volvió a Londres, adonde, después de cada
una de sus tentativas en otros países, lo traía su destino.
Pitt había salido del ministerio; pero el gabinete for-
mado por Addington parecía, por el momento, perseverar
en la política del que le había precedido. Inglaterra tendía
con todas sus luerzas a desbaratar la Liga de los Neutros.
que podía ser paia ella la señal de la ruina. A pesar del
decaimiento del espíritu público, pensábase en nuevos
sacrificios y en nuevas luchas. Volvieron a flote los proyec-
tos de ataque contra las Colonias españolas, pero no
tardó en desvanecerse la esperanza que acerca de esto
pudo haber concebido Miranda. El nuevo gabinete inglés,
llamado sobre todo al poder para facilitar un armisticio
cuya necesidad se hacía universalmente sentir, no tardó en
abrir negociaciones. Importantes acontecimientos sobrevi-
nieron aún, los cuales, al mejorar la situación exterior de
la Gran Bretaña, la encaminaban hacia la paz. El asesinato
de Pablo 1" rompió los lazos de la coalición marítima del
norte, muv quebrantada ya por Nelson con la victoria de
Copenhague. El principio de la visita de los barcos neu-
tros fué reconocido por Rusia y sus aliados, los Franceses
evacuaron a Egipto : éxitos todos para la política inglesa.
El tratado de Amiens fué firmado en 25 de marzo de 1802.
Aunque veía Miranda alejarse la realización de sus espe-
ranzas, no por eso las abandonaba en modo alguno. El
matrimonio de inclinación ([ue por entonces contrajo con la
señorita Andrews, no lué, en su terrible existencia, sino el
indispensable oasis, después de tantos azares y de tantos
reveses, para recobrar luerzas y volver a la lucha.
1. Arch. Nat. F^ 63181'.
MIli.VNDA 195
No hal)ía Pitl lonunciado por mucho tiempo a la direc-
ción oficial del poder. Ilahía asistido con dolor a los conti-
nuos engrandecimientos de b'iancia <lnrante aquellos últi-
mos años, y ni Inolaterra ni el se resignaban a los compro-
misos que habían firmado. La devolución a Francia y a sus
aliados de las numerosas colonias de que en ambos mundos
se hal)ían apoderado los marin(>s ingleses cu el transcurso
de las últimas guerras; el abandono del Cabo a Hohinda,
y de Malta, llave del Mediterráneo, eran denunciados como
una traición. Por otra parte. las injurias v las violencias
de hi prensa inglesa exasperal)an al Primer Cónsul; las
disensiones se envenenaban. \ la guerra jiarecía probable.
La reaparición de Pitt en los Comunes en la célebre sesión
del 24 de mavo de 1803 fué la señal de nuevas hostilidades.
En seguitla vuelve a escena Miranda, y una vez más hace
ofrecimientos de servicio al ministeiio británico. Reanu-
daba Pitt una coalición contra Francia, v Bonaparte con-
testaba a ella con la más terrible de las amenazas. En el
campamento de Boulogne activávanse los preparativos
para invadir a Inglaterra : fué aquel el momento en que en
las cancillerías europeas se pensó en la eventualidad de
una oportuna desaparición del Primer Cónsul. Tuvo enton-
ces ^liranda que medir los peligros de la sujeción dema-
siado absoluta que le habían impuesto las circunstancias.
Desde hacía algunos años, recibía con regularidad subsi-
dios del Foreign Office, y, a veces, de la embajada de Rusia
en Londres. Sin duda que los consideraba como simples
adelantos reembolsables tan pronto como mejorara su
situación ^ Pero, la confiscación sucesiva de sus posesiones
de Venezuela v de los bienes que tenía en Francia le había
reducido, con el tiempo, a la situación equívoca de un
agente pagado cuyas obligaciones crecían con la patente
imposibilidad de cumplir con sus compromisos. Había de
esperarse el ser solicitado para las niiis tenebrosas cmpre-
1. En efecto, en uno de sus informes a Fitt, Miranda declara en
propios términos : I explicitely desire llial a sufíicienl annual support
would be grantod to me as a loan only till I could come to tlie posses-
sion of my properly, when I mean to rej)ay cvcry ihiníJ advanced to
me... (To the honorable W. Pitt, 2 de enero de 17íU. K. O. Chtttlunn
mss. vul. 345*.
196 EL PRECURSOn
sas. En efecto trataron de iniciarle en el complot de Piche-
ffru. Sólo a fncrza de prudencia, de presencia de ánimo y
de sutileza logró Miranda no empañar su gloria en seme-
jante manejo '.
Apartados estos peligros, iba a persuadirse, no obstante,
de que el régimen de las concesiones por el cual hal)ía
creído hasta entonces ganar a Inglaterra no satisl'acía va la
codicia de esta potencia.
Apenas habían transcurrido algunos meses desde la
vuelta de Pitt al poder, y ya todo había cambiado de aspecto.
Inglaterra se sentía temible. Su flota igualaba casi a todas
las demás de Europa. Sus marinos eran los mejores del
mundo. El cfenio de Pitt no se arredraba ante las ambi-
re
ciones de Bonaparte, que acababa de tomar el título de
Emperador. Las contestaciones evasivas de la corle de
^ladrid a las continuas amenazas del gabinete de Londres,
deseoso de que se declarara aquélla a favor de Francia o
1. Se ha conservado la contestación, tan ingeniosa como categórica
hecha entonces por Miranda a cierto billete del conde Woronzoff,
en el que, sin duda, un exceso de prudencia, le hacía sospechar
alguna asechanza :
'< El general Miranda agradece sinceramente al señor conde todas
sus bondades, pero cree no deber aprovechai- su generosa oferta en
los momentos actuales, porque el general Miranda no ha tenido nunca
ningún género de relaciones con el general Pichegru, sin embargo de
que junios iban ;í ser proscriptos por los mismos motivos, y no quiere
mezclarse directa ni indirectamente en los negocios de Francia, puesto
que desde su arribo a Londres ha tenido conocimiento de las intrigas
encaminadas a perpetual- los disturbios de aquel país, y con ellos
las desgracias de las potencias vecinas. El general INliranda reitera
el testimonio de su respeto al señor conde de WoronzoíT, cuya feli-
cidad le interesará siempre. El reconocimiento del general Miranda
hacia la Rusia y sus votos más sinceros por la prosperidad del
imperio y la dicha de los augustos descendientes de Catalina II
durarán lo que su vida. » (Becerra, op. cit., t. II, pT 480).
Del mismo modo había esquivado, años antes, los ofrecimientos
del gobierno inglés con motivo de un desembarqne en España, cuyo
mando le habría sido confiado : « Entiendo, había contestado Miranda,
que no se exigirá de mí tal género de servicios. Trátase aquí de un
escrúpulo que sabréis apreciar, aunque el derecho de gentes y el
ejemplo de muchos hombres grandes y virtuosos de los tiempos
antiguos y modernos me autorizarían a aceptarlos ». « That services
to be requested from me against Spaín, wilh any other motive, being
a poinl of delicacy vvith me tho, autorised by the riglits of nations
and the exemple of many great and virtuous nien in modern and
ancient times )>. (Miranda a Pitt, enero de i7'.tl). l\. O. Clmtham
papers. Y. 345.
Mili ANDA 197
contra ésta, (lelcnniuaroii el inopinado ata([ue de los últi-
mos galeones frente al cabo de Sania María. A esta agre-
sión contestó España con nna declaración de gnerra (12 de
tlicicnibre de 1804).
En seguida alliiveron al W ar OKice v al iMuiirantazgo
provectos de expedición contra las (Colonias. Los comer-
ciantes, marinos, soldados o viajeros británicos que, por
un motivo cualquiera, se hallaban en relaciones con la Amé-
rica del Sur o que la habían visitado, preconizaban la toma
de posesión, por Inglaterra, de aquellos territorios, siendo
unánimes en proclamar « su riqueza y la debilidad de sus
habitantes ' ».
Eos Estados Unidos habían ad(|ulrido el inestimable
territ()rio de la Luisiana. v este acontecimiento incitaba a
todos los Ingleses a apropiarse el resto, o, cuando menos,
parte de los despojos de España en las Indias occidentales.
No desesperaba todavía Miranda. Cambió de táctica,
sujetándose a estar al tanto de lo que decidiera el gobierno
respecto de Sudamérica. Escribió a los ministros', tuvo
numerosas conferencias con Pitt, se dio a conocer a la
mavór parte de aquellos a quienes interesaban los asuntos
del Nuevo Mundo, les sirvió de informador benévolo, con-
1. Los mus serios parecen haber sido :
El proyecto del coronel inglés al servicio de los Estados Unidos,
NVilliamson, enviado desde Xueva York el 5 de diciembre de 1803.
Inglaterra y los Estados Llnidos obraran de concierto para apode-
i-arse de Cuba y de parte de ¡Méjico. R. O. War Office, J. 1109.
El de \Villiam Jacob Esq'''% director de una de las mas importantes
casas de la City, que hacían comercio con Sudamérica: más tarde,
representante, en los Comunes, de los conservadores de Rye
(Sussexi. Tres expediciones saliendo de Inglaterra, de Irlanda y de
Madras, atacarán al mismo tiempo las colonias de Panamá, de la
Plata y do Chile, las cuales serán en seguida n ocupadas e incorpo-
radas por la potencia británica », 6 de octubre de 1804. Chatiunn
Coriespaiicleiicp, o't5. — La correspondencia de ^V. Jacob con los
ministros ingleses menciona varias veces al general Miranda como
siendo « el personaje cuyo concurso es mas útil al proyecto ». —
Carta a Pitt, 21) de nov. de IBO'i. Clia'ham Correspondonce, l'i8, y
W'fír Office, t. II i:].
En fin, el « Plan de ocupación de las Comarcas de la América
Meridional » por el teniente coronel Jackson, quien en 1796 visitó
las costas de Méjico, etc., marzo de 1805. Cartas a Pitt. Cluitham
Corvespondeiicc. 1 'í8.
2. 15 de mayo de 180'f a lord Melville, primer lord del Almiran-
tazgo : 29 de septiembre de 180'*, a Pitt, Chalham Covrespondciice, 160
198 EL l'liKCLlíSOIÍ
siouiendo circunvenirles v persuadir a los niíis calificados
que era para ellos el indispensahle auxiliar. Sin enibar<>-o,
nada conseguía tan hábil conducta : Ino^laterra se encami-
naba visiblemente hacia una política egoísta a la que sólo
la experiencia habría de determinarla a renunciar.
A pesar de las preocupaciones que le embargaban, el
gabinete de Londres examinaba atentamente los provectos
de anexiones sudamericanas. Uno de ellos pareció ser de su
agrado, v de tal manera fué bien acogido (|ue incitó a su
instigador, el capitán Popham, a ponerlo en ejecución.
Sir Home Higgs Popham era uno de los mejores oficiales
de la marina británica. Había conducido varias expedi-
ciones importantes, y, enviado en 1800 al mar Rojo para
apoyar las operaciones de Abercromby, acababa de obtener
del nuevo virrey de Egipto varias concesiones en favor de
la Compañía de las Indias, las cuales, entre otras ventajas,
valían a Inglaterra el monopolio de los cafés árabes. Acu-
sado, — falsamente, por cierto, — de concusión, Popham
esperaba en Londres, desde hacía algunos meses, que la
Cámara de los Comunes declarara su inocencia en aquel
asunto, y, bajo la dirección de Melville, primer lord del
Almirantazgo, y que, de todos los ministros, era el que más
enterado estaba de los asuntos sudamericanos', se dedicaba
a buscar por ([ué medios se podría realizar una empresa
eficaz contra las Colonias españolas. El secretario suplente
de la Tesorería, Nicolás Yansittart, no tardó en poner a
Popham en relaciones con ^liranda. Por su parte, Yansit-
tart se había ocupado mucho de la América del Sur-; a
Miranda, a (juien conocía el desde hacía tres o cuatro años,
profesábale gran estima v una amistad que nunca se des-
mintió. Estuvo a medias con él en la redacción del proyecto
que, el 10 de octubre de 1804, Popham y Miranda prcsan-
taron a loi'd Melville.
Comenzaba el provecto por la declaración siguiente :
1. lín el Archivo inglés liay, 'le él, niuclios iiiformos muy detallados
referentes a la América del Sur. Cliaihaní, Correspondeiice, 243.
2. British Museum. Wiiidliam papers add. mss. 212IÍ7. Consérvase,
entre otras cosas, ui\ Plan de expedición a las Colonias españolas,
de agosto de 17',)6, cu cuya redacción manifiesta Vansitlart un
prot'iindü conocimiento do la situación política y comercial de las
coma I-cas sudamericanas.
MI!! ANDA I'.IQ
« 1^11 nmnnii modo entrevemos una coiujinsta propiamenle
dielia lie la América del Sur. Es ésta una idea irrea-
lizalilc; pero, lo que sí es posible, es ocupar en U({ucl
conlinente ciertos puntos ini|)orlanles, instalar en ellos
guarniciones fijas, v privar así a l''>uropa de los beneficios
que saca de aquellas reoiones. Incalculables son las ventajas
comerciales que nos reservarían aquellas comarcas, incal-
culables la vitalidad v el desarrollo que nuestra presencia
determinaría, v este magnífico resultado depende de una
operación cuyo éxito está asegurado... »
Las localidades que habría que ocupar han sido fijadas
« según las indicaciones del general Miranda, cuya com-
petencia es notoria », y ([ue podría asumir « la dirección
suprema de las operaciones » : Miranda se embarcará
secretamente en Lymington e irá a la Trinidad, en donde
se concentrarán, con la mayor rapidez posible, las fuerzas
de tierra v de mar que habrán de tomar parte en la expe-
dición (2 000 hombres de infantería, dos regimientos de
caballería, dos compañías de artillería, independientemente
de los reclutas que se levarán en la isla; tres fragatas, una
corbeta, dos cañoneras, tres bergantines, dos balandras y
cinco transportes armados). La expedición desembarcará
en la costa de Venezuela, desde donde la Gran Bretaña
sabrá fácilmente asegurarse luego una especie de protec-
torado sobre toda la Nueva Granada. El segundo punto
fijado para un desembarque es Buenos Aires. « La toma de
este puerto v la ocupación de las ricas provincias del inte-
rior constituven una verdadera operación militar que nece-
sitará lo menos 3 000 hombres. » « En fin, una tercera expe-
dición que se formaría en las Indias tendría como obje-
tivo Valparaíso, en el Pacífico : en ella tomarían parte
4 000 cipavos e igual número de tropas europeas' )).
Al someter él mismo este provecto al agrade» de Pitt, el
22 de octubre de 1804, Miranda le suplicaba « que contes-
tara a él con urgencia. Deseo, añadía, que tenga usted a
bien excusar mi ansiedad ; se trata aquí de un asunto cuyo
éxito no puede entreverse sino a condición de no perder un
I. Cupy of a pajjer dulixcied lo lüid Melville. H) de ocl. de 18Üi
U'a?- Office, 11" 161.
200 EL PHECUKSOli
día. De todos modos, querría yo no ser retenido más
tiempo en Londres, pues tengo prisa por ir a llevarle a mi
desgraciada patria la asistencia que, cuando menos, tiene
derecl'.o a esperar de mi persona* ».
El plan de Popliam, que la (lipl(»macia de Miranda no
hal)ía conseguido atenuar en lo (pie de harto atrevido tenía,
perjudicaba, en electo, demasiado las verdaderas inten-
ciones de los criollos paia que juzgara oportuno compro-
meterse el representante de éstos. Aceptarlo era, al mismo
tiempo que entregar a sus compatriotas, manchar su vida
toda, mentir a su pasado, o exponerse a traicionar la con-
lianza que pretendían infligirle sus protectores; pues, una
vez efectuada la priuKMa parte del proyecto, no habría
dejado Miranda de acudir a todos ios medios para desviarlo
del fin (pie se proponían los Ingleses. El Precursor entendía
no exponerse a tales sospechas ni al riesgo de tal alterna-
tiva. \. por otra parte, ¿podía romper abiertamente, y,
aunque lo pudiera, tenía derecho a romper con una potencia
de quien, después de todo, era el obligado, v cuva coope-
ración, o cuando menos cuya complicidad, (juedaba, en
definitiva, como íinica probabilidatl de que disponían los
Sudamericanos para el cumplimiento de sus deseos? En la
actualidad, Inglaterra se mostraba irreducible; pero, acaso
la obligara el porvenir a modificar su conducta, a recurrir
a las transacciones. Habría sido gran torpeza el no reser-
varse tal eventualidad. Quedábale pues un partido a
Miranda : el recobrar cuanto antes su libertad. A esto limi-
taba ya su esperanza. Ya no solicitaba sino por escrúpulo
de conciencia y pai'a ganar tiempo. Si pedía al ministro
que se apresurara a tomar una decisión inmediata respecto
de las proposiciones de Popham, era para determinarlo a
abandonarlas cuanto antes.
Sin embarcfo, sólo a fines de febrero de 1805 se decidió
o
a esto Pitt. Ciei'to que desde los primeros momentos había
mandado armai' una fragata de 64, \a Diadoni. con objeto de
que sirviera en una de las expediciones. Pero el interés
que de esta manera demostraba el gabinete británico por
los proyectos sudamericanos luvo <pn' <[uedar pospuesto
\. A. Piü, 22 de octubre de 18()'i. R. O. Cliatlitiin, Carrc.spondence,
u" lÜU.
MlllANUV 201
casi (MI seoiiida a las lii(|iil('ludcs que inspiraban los |)eli<)i()s,
iniiv lomihles esta vez. de una invasión francesa. El. secreto
(l(d inmenso proiiecto de Napoleón acababa de ser descii-
])ierl() V transmitido a Londres; Pitt no pensaba va más
(jue en salvar a Inglaterra. Hl em[)eradoi' de Rusia, cuya
alianza era caj)ilal. (juería (|ue se tuviesen miramientos
para con España; pues, en sus planes de su])remacía
europea, esperaba alejarla de Francia, l'.n el transcurso de
las nei4(»('iaci()nes entabladas en Londres \mv el embajador
Novosillotr para la conclusión del tratado anolo-ruso de
1 I de abril, (juedó convenido que Inglaterra renunciaría a
toda tentativa contra las Indias Occidentales.
Las guerras que se preparaban y que babían de retener
para tiempo, en los mares de Europa, asi las ilotas inglesas
como las españolas, pareciéronle a Miranda deber favo-
recer, en cierta medida, las esperanzas sudamericanas.
Había llegado pues el momento de dar un prólogo a aquel
tomo de América, del que sus corresponsales le aconse-
jaban. V cada día más, se encargara él por cuenta propia.
Pero seguía crevendo Miranda que necesitaría algún cola-
borador. V una vez más. puso su esperanza en los Estados
Unidos.
La cuestión de los límites de la Luisiana había suscitado
disensiones entre España v la República norteamericana.
Las cartas que Miranda recibía de Nueva York y de Fila-
delíia, las confidencias del plenipotenciario norteamericano
Monroe' dejaban entrever un próximo rompimiento, quizás
una guerra. En este caso, sería fácil decidir al gobierno
federal a que avudara a la emancipación de las Colonias
españolas. Resolvió Miranda intentar esta nueva aventura,
y pidió pasaportes para los Estados-Unidos"'. No tardó, sin
embargo, en compiender que los Americanos del Norte no
poseían una organización militar suficiente para que se
pudiera pensar seriamente en una guerra. El ejército,
puede decirse ([ue no existía; y la ai-mada se reducía a
algunos bu([ues: las milicias carecían de educación militar;
la defensa de las costas era ilusoria.
i. MoNROF. (Jarues\ ITÓS-lHol, presidente de los Estados Unidos
de 1817 a 182o.
2. A. Pilt, ll) de junio de 1803. Cliathain Corre.spüiidence, 160.
202 EL PRECUIlSOli
Quedaba no obstante una esperanza : la de prejjarar en
los puertos de la Unión, merced al rompimiento de rela-
ciones con España, una expedición ([ue bastaría sin duda
para provocar la explosión decisiva, l^ero era menester
encontrar subsidios. Miranda, cuya suprema babilidad con-
sistió en evitar todo compromiso formal, obtuvo que el
f]fobierno inglés tomara a su cargo los gastos de la expedi-
ción. Vansittart le entregó 6 000 libras esterlinas al salir
de Londres, en los primeros días de octubre de 1805,
autorizándole a ([ue girara sobre el tc^soro por valor de una
suma equivalente.
Hasta se llevó Miranda la seguridad oficiosa de que sus
planes serían eventualmente secundados en la medida de
lo posible V según las circunstancias ^
1. 1^. O. Aclmiíaltv Adiniral s Desputches, Nortli America, vol. 17
y Gil Fortoul, op. cif., p. 100.
CAPITULO II
LEALISMO COLONIAL
I
Al desein barcal' en Xucva-Yoik. el !\ de noviembre
de 1805, tuvo Miranda que persuadirse de que la política
de los Estados Unidos se prestaba a sus proyectos mucho
menos aún de lo que él había esperado. La prensa seguía
publicando artículos contra España, y podía preverse que,
en la próxima apertura del Congreso, el mensaje del pre-
sidente contendría pasajes belicosos, aunque no habían de
ser. en cierto modo, más que una especie de concesión a la
opinión pública; pues, en realidad, el gobierno federal v
la corte de Madrid se disponían a hacer las paces. Sabedor
de esta situación, no le quedaba a Miranda tiempo que
perder.
Uno de sus antiguos amigos, el coronel William Smith,
yerno del presidente Adams, a quien había conocido
Miranda en Londres, en 1785. en la legación de los Esta-
dos Unidos, v (jue era ahora inspector general de las adua-
nas de Nueva York, se ofreció a secundarle. Le puso en
relaciones con un rico armador. Samuel Ogden. quien
prometió proporcionar buques. Dio encargo Miranda a su
secretario Mollini, v a un emigrado francés que le había
acompañado. M. de llouvrav. de entenderse con Ogden
para los primeros preparativos de la expedición proyec-
tada, y salió para ^^ ashington.
Contaba, sin embargo, con encontrar allí buena acogida
por parte de .leíl'erson y de su secretario de Estado. Madi-
son, a ([uienes conocía y cuyo patrocinio aun oficioso,
seguía siendo lnd¡spensal)le. Les confió sus proyectos, sin
•20'i EL PHECL'liSOn
ocultarles los medios que le permitirían realizarlos siempre
que contase seguramente con la aprobación tácita del
gobierno federal'; como de costumbre, estuvo apremiante,
elocuente, persuasivo; y JeíTerson, aunque recomendándole
que fuera prudente, le concedió el asentimiento solicitado-.
Asi, desde fines de Enero de 1806 la corlietilla de
200 toneladas, el Leander, armada en el puerto de New
York, teniendo a bordo un capitán norteamericano Lcwis,
y un segundo, el inglés Armstrong, 200 bombres de tri-
pulación, 18 cañones montados. 40 piezas de campaña,
1 500 fusiles, otras tantas lanzas, municiones abundantes
y una imprenta, estaba lista para defender las pretensiones
de Miranda. A ella, babía de unirse, en Puerto Príncipe,
una fragata, el Einperoi\ ([ue sería armada en las Antillas
y que completaría la expedición.
Tal era, en definitiva, el modesto paradero de las espe-
ranzas tan largo tiempo acariciadas por el Precursor.
Preciso era estar bien decidido para tener confianza en
tan pobres medios v mucho más optimismo se necesitaba
para no desesperar de su éxito. Pero la firmeza era natural
en Miranda, y, en todo caso, la certeza que tenía de hallar
a sus compatriotas preparados para la independencia, le
habría reconfortado. « Pensaba Miranda, escribe uno de
los oficiales de la expedición, que bastaría que apareciera
él para que desde aquel instante dejara de pertenecer al
rey de España la América meridional ^ »
1. Carta de ¡Miranda a VVilliam Sniith, Wasliington, ti de diciembre
de 1805. ds. Bicerra, op. cit., p. 75.
2. Desde la salida de la expedición de Miranda, el marqués de Casa
Irujo, ministro de España en los Estados Unidos, protestó violenta-
mente contra la benevolencia de que había sido objeto aquel « revolu-
cionai-io » por parte del gobierno. Por otro lado, como la prensa
federalista sacó partido del incidente para atacar a JeíTerson, y como
interviniera a su vez Tureáu, ministro de Francia, el gobierno
se vio obligado a dar satisfacción a las reclamaciones españolas.
Destituido Smilh, fué, como Ogden, declarado en estado de acusación.
Pero la campaña que se sostenía en la pi-ensa pesó sobre el gran tri-
bunal del distrito de New-York que les absolvió. El ministro de
España volvió a la carga y no desistió hasta que supo la caída de
Miranda. — V. Hknry Adams. IIÍsídi-y of (he U. S. of America iluvin^
the second adinituslraliaii of 7/uiiiuis Jeffei:soti, t. I'", y Bickkra,
op. clt., i. 1'°, cap. xiii.
•i. The liisloi-y of D. Francisco Miranda, etc., up. cil. Carta XXV.
LEALISMO COLOMAI. 205
Kl Lcander se hizo a la vela el 3 de lebrero, v desde
entonces empezaron las desiinsiones de Miranda. Desde
la lle<>ada a PvHMto Príncipe, el capil.ín íje\\ ¡s tnvo una
disputa con su herniano, ([ue había de mandar <d Einperor.
V el cual se negó a salir, y. con td. toda su tripulacicui. No
sin trabajo se procuró Miranda dos goletas : la ¡iacchus v
la Ih'c, con las que tuvo que contentarse. Discusiones a
bordo ; encuentros con corsarios a cuvas garras se subs-
traían por milagro; con cruceros ingleses que. afortunada-
mente, no se opusieron a que la flotilla siguiera su camino,
tempestades, enfermedades : tales fueron los incidentes de
la travesía. Los víveres se agotaron. Tuvo Miranda (|ue
hacer escala en Jacmel, y, luego, en la isla de Oruba.
Ninguno de estos contratiempos le había abatido. A
fuerza de energía, de audacia, llegó a disciplinar, a alentar
a su turbulenta tripulación, y todo el mundo estaba dis-
puesto a cumplir con su deber, cuando, el 12 de mayo por
la mañana, los vigías señalaron por fin las costas venezo-
lanas. Se hallaban a algunas millas al este de Puerto Cabello.
Miranda dirigió la proa hacia el puertecito vecino de Ocu-
mare. con objeto de efectuar su desembarco con más segu-
ridad.
No era inútil esta medida, pues el capitán general
D. Manuel de Guevara y Vasconcellos, avisado desde hacía
un mes por el ministro de il.spaña en Washington, había
tenido tiempo para prepararse : 150 bocas de fuego guar-
necían los altos de La Guavra, y los fuertes de San Fran-
cisco y Padrastro en Guayana, de San Antonio en Cumaná,
San Felipe el Real en Puerto Cabello; los de Zapará v San
Carlos en Maracaibo habían sido provistos tan completa-
mente como lo permitía la escasez de recursos militares de
([ue disponían las autoridades. Los navios más resistentes
vinilaban la costa.
o
No eran numerosos, pero es de creer (pie cumplían bien
con su obligación o que una feliz casualidad les favoreció,
pues apenas echaba el ancla ante Ocumare, el 15 de marzo,
la pe([ueña división de Miranda, cuando se vio atacada por
dos poderosos bu([ucs de la marina real : el Argos y el
Zeloso. La lucha era demasiado desigual para que pudiera
ofrecer alguna probabilidad de salvación; la escuadrilla,
206 EL PliECURSÜR
que había intentado ganar la alta mar fué alcanzada en
seguida; el enemigo se apoderó de las dos goletas e hizo
prisioneros a sus tripulaciones. No consiguió salvarse el
Lea fider sino tirando al mar su artillería y sus municiones'.
Mientras Venezuela so veía, a costa de tan libero
o
esfuerzo, libre de ^liranda. un peligro mucho más grave
amenazaba, al sur, los dominios coloniales del rev de
España. Las consecuencias económicas de la guerra que
Inglaterra sostenía desde hacía tres años se habían hecho
sentir duramente. Era necesario, por todos los medios,
encontrar salidas para las mercancías. No obstante, victo-
riosos en Trafalgar, los Ingleses recuperaban la soberanía
marítima v podían pensar, sin riesgos esta vez, en la posi-
bilidad de grandes empresas. De nuevo se impuso al gabi-
nete de Londres el proyecto, tantas veces meditado, de
incorporar al imperio británico alguna de las colonias espa-
ñolas del Nuevo INIundo, y todo induce a creer que habrían
dado órdenes para su ejecución, si. cu aquel momento
mismo, no se hubiese adelantado a sus intenciones sir
Home Popham.
Después del fracaso de las negociaciones del año ante-
rior. Popham había salido para una nueva expedición, v
acababa de ganar el grado de comodoro al apoderarse de
la colonia holandesa del cabo de Buena Esperanza. No
había dejado de pensar en su gran proyecto sudamericano,
meditando de continuo en los medios para realizarlo.
Icrnoraba las aventuras ile Miranda, no dudaba de (lue sus
planes siguieran siendo los mismos, y, como a él habían
lleefado informes muv favorables acerca de los débiles
o
medios de defensa con que contaban Montevideo y Buenos
Aires, V acerca de las disposiciones de los habitantes de
esta colonia, asumió la i'esponsabilidad de emprender su
couíjuista.
Quiso, sin embargo, justificar ante el Almirantazgo (|ue.
en este caso no había obcdecitlo ni « a irreflexivo impulso
ni al deseo de satisfacer vanos caprichos de aventura- ».
1. Según el relato de Francisco I. Yanes, contemporáneo de estos
sucesos, en Compendio de la líistorid de Venezuela, !'■' parle, cap. vii.
2. Popham al primer lord del Almirantazgo. Santa Elena, oo de
abril de 18Ü6. \\. O. Admira I ty Secretorv in letters, n" 58.
LEALISMO COLONIAL 207
Kn el extenso informe ([ue dirigió a Londres desde su pri-
mera escala en Santa Elena, el 30 de abril de 180G, tuvo
buen cuidado de señalar que « la expedición de Buenos
Aires, cuya oportunidad ha sido minuciosa y detenidamente
examinada por los distintos gabinetes y cuyo principio no
ha provocado nunca objeciones por parte de ellos... es la
realización parcial del plan concerniente a la América
española, cuya dirección suprema debe quedar en manos
del general Miranda, actualmente en Londres' ». Añadía
que « la toma del Río de la Plata n(> podrá dejar de tener
considerables consecuencias para el i'eliz resultado de los
intentos que había que efectuar eft los demás puntos del
continente" ». En efecto, Buenos Aires era el princi|jal
almacén tle depósito del comercio de las provincias del
centro y del sur de la América meridional. A más de esto
ofrecía tales perspectivas de ventajas para la importación
de las manufacturas británicas, que « sólo esta considera-
ción, decía atinadamente Popham, Jjastaría para legitimar
mi tentativa para compensar sus riesgos v sus gastos^. »
El gobierno británico pareció adoptar esta maneía de
pensar y se apresuró a tomar medidas para reforzar la
escuadra de sir Home Popham*. la cual se componía va
de 6 fragatas, 3 corbetas v 5 navios que llevaban un cuerpo
expedicionario de 300 highlanders del 71" y 600 soldados
de marina bajo las órdenes del valiente general Beres-
ford \
Grande fué el asombro de don Rafael de Sobremonte ".
1. Fopham al primer lord del Almirantazgo. Santa Elena, ¡50 de
abril de 18U6. R. O. Admiraltr Secretnrv in letters, n'^ 58.
2. Id.
3. Id.
4. El secretario de Estado de las Colonias a los lores comisionados
del Almirantazgo. Downing Street. 24 de julio de 1806. R. O. JFai'
Office, 6/3 South America, 18U6.
5. Bf.resford (William Carr, vizconde), general inglés, nacido
en 1768, muerto en 1854, tomó brillantemente parte en todas las
guerras de la Revolución y se distinguió especialmente durante la
campaña de Egipto. Después sirvió en las guerras de España. V.
para la expedición de Buenos Aires : Sassenay, ¡Wipoléon /'"'' et la
fundation de la République Argeiitine, Paris, 1892. Lobo, op. rit.,
t. I, pp. 385, y sigs. y Documentos del t. III, pp. 224 a 460. Historia
de Belgrano, Buenos-Aires, 1887, t. I, etc.
6. Virrey de la Plata de 1804 a 1807.
EL PREClUiSOli
por entonces virrov de Buenos Aires, al saber el 10 de junio,
que una esciuidra, enarholando pa1)ellón Jjritánieo, entraba
en las aguas del JMata. Sin embargo, era imperdonable
por baberse dejado sorprender, pues, desde la salida de
Pophaní para los mares del Sur en 1805, el ministro de
España en Londres liabía dado la alarma a su gobierno,
quien se apresuró a avisar a Sobremonte para que tomase
las debidas precauciones. Pero, como pasaron semanas,
meses, el virrey se creyó a salvo de todo ataque. La repen-
tina Uearada de los Ingleses le causó ti-emenda anoustia.
Comenzó por concentrar en Montevideo toda la guarnición
disponible, creyendo 'que esta plaza sería la primera
sitiada. Pero siguió Popham su camino bacia Buenos Aires,
y Sobremonte se consideró perdido. Sin esperar a que se
efectuara la completa movilización de las milicias, encargó
al comandante de la plaza que obtuviera una capitulación,
cualesquiera que fueran las condiciones impuestas por el
enemigo, y huyó a Córdoba.
El 25 de junio, las tropas inglesas efectuaban su desem-
barco en la pequeña playa de Quilmes, a unas diez millas
al sur de Buenos Aires. El 27, Beresford, que sin gran
esfuerzo habla desbaratado un destacamento de tres a cua-
tro mil hombres, entró en la capital, declarando « tomar
posesión de ella en nombre de .Jorge III ». La proclama
que hizo fijar en los muros de la cindadela hizo saber a
los habitantes que, « en lo sucesivo, el rey de la Gran-
Bretaña velaría por ellos y por su descendencia ». « Es
la más graciable intención de S. M. decía, que la gente
de Buenos Aires y cualesquiera otras provincias en el Río
de la Plata, que pueden eventualmente caer bajo su pro-
tección, gocen del entero y libre ejercicio de la Religión
católica... Con la promesa de tan rígida protección a la
Religión dominante del país y el ejercicio de sus leyes
civiles, confía A Mavor general, que todo buen ciudadano
se reunirá con ('-I en sus esfuersos para mantener la ciudad
quieta y pacífica, pues pueden ahora gozar un comercio
libre, y todas las ventajas de las i(daciones comerciales
con la Cran Bictaña, en donde no hay opresión, que,
como entiende, ha sido lo único ([ue han deseado las ricas
Provincias del Río de la Piala y los habitantes de la Amé-
LEALIS.MO COLON fAr. '20'J
rica dv\ Sur cu ocncral pura liaccrlas el país más próspero
tlcl imiiulí» '. ))
Mas no liu' asi, y no tardó en convencerse de ello Beres-
íord. Los hal)itantes de líuenos Aii'cs nianifeslaljan senti-
mientos muy dislintos de los que esperaba el general inglés ;
en la ciudad rcinal)a visible agitación. Patrullas recorrían
las calles y amotinaban a la población, cpie, después de los
pi-imeros momentos de sorpresa, amenazaba ahora a los
Ingleses encerrados en la cindadela, maldecía al virrey v
pedía un jefe. En aquel momento llegaba a Buenos Aires
un gentilhombre francés al servicio de España : el caballero
Jacques de Liniers", cuya brillante figura se destaca airosa,
elegante, con singular bravura, sobre esta página de la
historia sudamericana. Venía de Barragán, puertecito de
las orillas del Plata, cuva defensa le había sido confiada
en época anterior.
Liniers pertenecía a la marina española desde 1774.
época en que dejó el regimiento de Piémont Royal-Cava-
lerie en donde servía con el grado de alférez, para sentar
plaza como simple voluntario en la flota de D. Pedro Cas-
tejón. Había tomado parte, al lado de Miranda, en la expe-
dición de Argelia, y luego en la del Brasil en 1776. Las
guerras que de 1780 a 1790 mediaron entre España e Ingla-
terra suministraron a Liniers. enemiofo irreconciliable de
los Ingleses y temido de éstos, ocasión para señalarse en
todos los mares. Fué nombrado capitán de navio en 1792
v quedó encargado de organizar una flotilla de lanchas
cañoneras con las cuales protegió las costas de la Plata
contra los incesantes ataques de los cruceros y corsarios
británicos. Después de 1803, pasó tres años en el Para-
guay gobernando interinamente las antiguas Misiones de
los .jesuítas, al cal»o de (mivo tiempo se encargo de niuívo
del mando de la flotilla.
¡Los Ingleses en Buenos Aires! Liniers se juró a sí
mismo vengar semejante injuria. Al cabo de un mes, había
I. Declai'aciones del general en jefe al mando de las tropas de
S. M. li. Buenos A¡i-cs, 28 de junio de 1806, Inc. cil. por Loiio. 1. III.
p. 267.
1. Nacido en .N'iort el lió de julio de 175o. V. su /lioí:ra fia por
JiLi;s RicnARU, 1 vol. en 8", Niort, s. d.
1'»
210 EL PRECUKSOR
hecho milagros. Se hizo dar 600 hombres por el gobierno
de Montevideo, y reforzó este pequeño ejército con los
300 marinos de su flotilla, con unos sesenta milicianos y
con sesenta y tres corsarios franceses al mando del capitán
Mordeille. El 10 de agosto pasó revista a sus tropas en un
barrio al oeste de Buenos Aires e intimó a Beresford en
estos atrevidos y perentorios términos : « General, os doy
quince minutos para que optéis por una de las dos deci-
siones siguientes : o exponer vuestra guarnición a una
destrucción total, o entreiíaros a la discreción de un
o
enemigo generoso ». Beresford contestó sencillamente (( que
se defendería tanto tiempo como lo exigiera su honor ». Al
cabo de un combate que, durante tres días, ensangrentó
las calles de Buenos Aires y durante el cual los dos parti-
dos rivalizaron de heroísmo, los Ingleses se vieron obliga-
dos a aceptar las condiciones del caballero de Liniers.
Los 1 200 supervivientes de la fortaleza, a quienes
había concedido éste los honores de la ofuerra, desfilaron,
o
por delante de la tropa de Liniers. « Era objeto verdade-
ramente raro y singular, dice un testigo*, ver pasar la
tropa inglesa, compuesta de soldados y oficiales muy asea-
dos, por entre filas de los nuestros, negros, sucios, des-
calzos y emponchados ». Los Ingleses habían perdido cerca
de 500 hombres, y dejaban en poder del vencedor « las
banderas del 71° regimiento, 35 piezas de sitio, 29 piezas
de campaña y 1600 fusiles ».
Si bien los Whigs demócratas que a raíz de la muerte
de Pitt (23 de enero de 1806), se habían agrupado en
torno de lord Grenville, parecían menos inclinados que sus
predecesores a la guerra sin descanso contra Napoleón, su
política seguía netamente ofensiva hacia España, y nunca
había sido más firme el proyecto de apropiarse las Colo-
nias. Ya hemos visto cómo, al tener noticia de la salida de
Popham para el Río de la Plata, el gabinete de Londres se
disponía a tomar medidas con objeto de asegurar el éxito
de a(juella 1(;iilativa. Tampoco le dejaba indiferente la ;
emprendida por el al mismo tiempo cu Costa Firme. Y,
1. Pa?ítaleón Rivakola, lioiiunicc Itislúrica, cilado por Lobo, 1. I,
p. 431.
LEALISMO COLONIAL 211
aunqnc esporaba a conocer los primeros resultados del
ataque de Buenos Aires para decidir qué conducta habría
de observar con Venezuela, cumplíase la promesa dada a
Miranda, y las autoridades de las Antillas recibían orden,
si no expresa, cuando menos muy comprensible, de pres-
tarle ayuda.
Ateniéndose a estas instrucciones, el almirante Cochrane',
f[ue mandaba la división naval inglesa en las Antillas, al
tener noticia del fracaso de Miranda, envió en seguida
barcos en busca suya. Por cierto que fué bastante inesperado
el encuentro de éstos con el Leander. La corbeta, casi
desmantelada, que, desde Ocumare, seguía luchando contra
el temporal, sin víveres, y con una tripulación reducida
a sus dos terceras partes, llegó, al cabo de nueve semanas
de navegación (el 24 de mavo de 1806) a los parajes de la
Granada, cuando vio llegarse a ella dos buques encontrados
tres días antes v a los que con gran trabajo se había subs-
traído. Juzgando que, esta vez, no era posible la huida,
tomó el Leander disposiciones de combate. Los buques se
acercaron, Por fortuna, eran barcos ingleses. Pudo Miranda
atracar, reparar sus averías, hacer acopio de víveres, y,
por fin, al cabo de algunos días, ponerse de nuevo en
camino hacia la Barbada, en donde le esperaba el almirante
Cochrane. Los bergantines de S. M. B. Lilij y Express
remolcaron el Leander hasta Bridgetown,
Durante su estancia en la Granada, Miranda fué objeto
de tan corteses atenciones, halló tal afectuosa solicitud en
lord Seaxhort, gobernador de la Barbada, y en el almirante
Cochrane, que crevó deber obrar con la más estricta pru-
dencia. El Timeo Dañaos le obsesionaba. Cierto que no
había dejado de declarar, desde los comienzos de la expe-
dición. « que estaba en un todo de acuerdo con el gobierno
de Inglaterra y que tenía la esperanza de haber interpre-
tado sus intenciones con tanta discreción como fidelidad- ».
i. CociiKANE (Sir Alexander Forrester), almirante inglés. Nació
en 1758, falleció en IH'.i'l. Comandante en jefe de las Islas de Sota-
vento en 18U5, se apoderó de la Guadalupe en 1810, y gobernó esta
isla hasta en 1814.
1*. Carta a Madison. \ew York, 26 de enero de 1806. Becerra,
op. cit., t. 1, p. 207.
212 HL PliECUHSOl!
El t'oniaiulante de la i'ra(»ata iiiolesa Cleopatra encontró al
Leander írenle a las BernuKles, el 12 de lebrero de 1806;
V. al dar aviso de esto al Almirantazgo hacía observar
c( que de su conversación privada con Miranda resulta que
este general posee la absoluta confianza del ministerio' ».
Pero estos testimonios de adhesión al Gobierno cuyos
socorros seguía solicitando Miranda no implicaban en
modo alguno que el protagonista de la Independencia
sudamericana entendiera secundar las miras inodesas en
o
un sentido opuesto a los intereses de sus compatriotas.
Tanto es así que Cochrane. de ([uien, poco después,
consiguió el Precursor otros barcos para una nueva expe-
dición, al mismo tiempo que la autorización de alistar
voluntarios en la Barbada misma y en la isla de la Trinidad,
no obtuvo, a cambio de tales concesiones, más que « el
privilegio, para el comercio británico con Nueva Granada,
de un trato semejante a aquel de que habrían de gozar los
naturales de aquella comarca. Este privilegio podrá exten-
derse a los Estados Unidos de la América del Norte,
quedando convenido desde ahora que, tan pronto como
sea proclamada la independencia de Venezuela, el general
Miranda pondrá todo su empeño en conseguir que este
tratamiento de favor sea sancionado por el nuevo gobierno.
Inglaterra tendrá dercidio a instalar cónsules v vicecónsules
donde juzgue oportuno. Beneliciarán éstos de las prerro-
gativas de la nación más lavorecida. y los productos de
todos los países, salvo la Gran Bretaña v los Estados Unidos,
satisí'arán. a su entrada en el territorio, un derecho adicional
de 10 p. lOt) sobre el que adeuden los artículos ya impoi-
tados por los barcos y comercianles británicos- ».
No era casi posible aventurar más vagas promesas y
negociar a menos coste. Tal fué el parecer de lord Seaxhort
Y del general Bowier, comandante de las tropas de tierra
de la Barbada, (piienes, aunque sin atreverse a desaprobar
t. Informe del comandante Joluí Wiglit. febrero de IHOfi. R. O. Admi-
vülty AdmiiaVs Dcspatcltes. Noitli Aineiicti. V. 17. Y. también Gil
I'^ORTOUL, up. cil., [). 10(1.
2. Acuerdo firmado el '2 de junio ile ISOC) a iiordo del Xoi lliiinilx'r-
land por Miranda v (Á)eliiane. II. O. Adinutilh Scnclan. In Icllcis.
no 256.
LEAI.IS.MO COLONIAL 213
los compi'oinisos Hnnados por el aliniraiilc (^oclii'aiic,
iiUeularoii ruaiulo menos rctliioir su iinporlanoia y ganar
tiempo. De donde resultó que Miranda tropezó con grandes
(lificullades en los reclutamientos que trató de eteetuar en
la Bai-bada v en Trinidad. Los ool)ernadorcs invocaron la
n(H'esidad de no lieiir en sus justas pretensiones a los
numerosos comerciantes españoles y irances(!S de Bridge-
town, y. sobre todo de Port-of Spain : el llamaniiento a
las armas no había de llevar firma alguna. Por otra parte,
el armamento de los buques prometidos se efectuaba con
desesperante lentitud. Sólo a fines de julio c[uedaron ter-
minados los preparativos.
Aunque esta nueva expedición dista!)a mucho de responder
a la importancia deseada por Miranda, estaba sin embargo
mejor organizada, v, sobre todo, mejor compuesta que la
primera. Los alistamientos habían dado, como efectivo de
tropas de desembarque, algo más de 600 hombres; incluso
ios oficiales, entre quienes había « unos treinta personajes
respetables y valerosos' ». Se ven nombres de antiguos
emigrados franceses, tales como el coronel conde de
Rouvray, los capitanes de Loppenot, de Belhay y de
Frécier ; la escuadra comprendía el Leander con 16 cañones ;
la Lih/, el Express, el Attentive y el Prévost, con 12 ; 4 trans-
portes v un bergantín cargado de víveres. Estos buc^ues
llevaban además considerable cantidad de armas de todo
género destinadas a los voluntarios venezolanos, con cuya
cooperación contaba más que nunca Miranda.
La expedición salió de Port-of-Spain el 27 de julio.
Seis días antes, los 57 oficiales y marineros que componían
la tripulación de los barcos capturados delante de Ocumare,
comparecían, en Puerto Cabello, ante la comisión militar
encargada, por el capitán general, de determinar acerca
de su suerte. Diez de ellos' fueron condenados a la horca,
sentencia que fué ejecutada (d 21 de julio, en (d patio de
la fortaleza de San Felipe, en presencia de las tropas y de
los habitantes de la ciudad : los demás desfilaron en silencio
1. The history of D. F. Miranda, etc., op. cit. Carta XVI.
2. 5. americanos del Norte : Farghnarson, Cli. Johnson, Tliomas
Billops. t'owell. Hall; 3 ingleses : O'Danoluco, John Ferris, James
Gardner; I polaco : Argudd, y 1 portugués : Paul George.
214 EL PRECUÜSOl?
ante los cadáveres de los supliciados, y. cuando, días
después, salieron para Cartagena, en donde la mayoría de
ellos iban a purgar, en las siniestras bóvedas, su condena
de diez años de presidio, pudieron Aer, Trente al mar y
plantadas sobre estacas, las jaulas de hierro en que, según
costumbre, habían sido expuestas las cabezas cortadas de
sus desgraciados compañeros.
II
La indiferencia con que los habitantes de Venezuela
acogían la ejecución de los prisioneros de Ocumare aparecía
con justo motivo al capitán general Guevara y Vasconcellos '
como precioso indicio de los sentimientos del espíritu
público y como un perentoria testimonio de éxito para la
línea de conducta que seguía obstinadamente desde su ins-
talación en Caracas.
Había comprendido este gobernador que la adhesión de
la masa popular sudamericana, demasiado atrasada aún
para dejarse ganar a las nuevas doctrinas, era de capital
importancia para la segundad de la dominación española.
Por consiguiente, había puesto especial empeño en conso-
lidar o en sostener en las clases inferiores las muestras de
sumisión a la metrópoli que todavía subsistían en ellas.
Guevara no se negaba a recibir a los humildes, solícito ante
sus necesidades, benévolo para sus flaquezas. La popula-
ridad que le valía esta tan laudable cuan hábil táctica le
j)ermitía oponer a la propaganda de los criollos imbuidos
de liberalismo, la más eficaz de las resistencias. Las espe-
ranzas que el Precursor fundaba ])recisamente en la acogida
de sus compatriotas impulsaron al capitán general a
redoblar de celo, y, tan pronto como tuvo noticia de los
nuevos preparativos de Miranda, puso especial empeño en
anuinarlo (ui la opinión.
Las circunstancias le facilitaron notablemente esta
tarea. Herida por el despreciativo trato que la aristocracia
1. Guevara y Vasconcf.li.os (Manuel de), gobernador y capitán
general de Venezuela, de 1799 a 1807.
LEALISMO COLONIAL 215
criolla no sabía moderar, la importante población mcs.tiza
de Caracas y de las grandes ciudades d(í Venezuela, tendía,
en efecto, desde hacía algún tiempo, a amistarse con las
autoridades, por verlas tan dispuestas a pactar con ella :
los campeones revolucionarios veían, en este estado de
ánimo, una disminución de su prestigio para con aquel
elemento, que, por ser menos ignorante, prestaba más
fácilmente oídos a las nuevas ideas. Por otra parte, los
liberales, por su ii'reducible odio a España v por sus aspi-
raciones de independencia, eran resueltamente hostiles
a Miranda : también acerca de esto beneficiaba el capitán
general de su propósito bien decidido de quedar, por
entonces, extraño a toda iniciativa.
Por paradógica ([ue pareciera esta actitud, justificábanla
motivos valederos. Por de pronto, los criollos no conse-
guían entenderse acerca de la naturaleza de los compro-
misos contraídos por Miranda con Inglaterra. Sabían
que costeaba los gastos de la expedición, lo cual desper-
taba desconfianza en todos. Algunos Helaban basta
o o
pretender que su compatriota obraba por cuenta única de
los Ingleses, a c[uienes se había vendido. Los mejor infor-
mados no querían dudar de la lealtad de Miranda, pero le
creían engañado por los ministros británicos, y les asus-
taban las compensaciones, sin duda exageradas, cuya
promesa habían sabido arrancarle. Privados también de
dirección, intimidados por los tristes resultados de las
recientes tentativas y por el poco espanto que provocaban,
los liberales estimaban pues prematuro el aventurar un
movimiento condenado, de todos modos, a pronta y brusca
parada, sin resultado alguno para su causa.
Sabedor de tan felices disposiciones, el capitán general
las había alentado con habilidad, haciendo esparcir sola-
padamente las más jx^rfidas alegaciones respecto del
desinterés de Miranda. La Inquisición de Cartagena había
proclamado a este último « enemigo de Dios y del Rey* »
v el silencio de los criollos hacía más decisivo aún este
(alio a los ojos del fanatismo popular.
1. Fraacisco González Guinán, Historia Contemporánea de
Venezuela j Caracas, 1909, 5 vol. en 8'', t. I, cap. I, p. 15,
216 El, IMiFXinsoii
Así se había ido íormaiido en la eolonia una atmósfera
del todo desfavorable para el Precursor, y era una suerte
para las autoridades españolas tal estado de los ánimos,
pues no disponían de serios medios de defensa. No
descuidó Guevara el mejorarlos en la medida de lo posible.
Solicitó el concurso del general Ernouf^ gobernador de
la colonia francesa de Guadalupe, v utilizó la prolongada
estancia de Miranda en las Antillas inglesas para efectuar
levas de tropas y organizar las milicias de Caracas y de
las ciudades de provincias.
Los socorros, poco considerables por cierto, que el
general Ernouf envió a Guevara contiibuveron a asestar,
desde los comienzos, sensible golpe a la nueva empresa
del Precursor. A ruegos del embajador de España en París,
el ministro de la Marina había autorizado al gobernador
de Guadalupe a prestar ayuda a los establecimientos de
Costa Firme; y, a pesar de que los Ingleses tenían entonces
casi en estado de bloqueo^ a las colonias francesas de las
Antillas, no creyó el general Ernouf deber negarse a las
instancias del capitán general de Venezuela. « A raíz de
la primera tentativa de Miranda en la costa de Caracas,
escribía Ernouf al ministro de la Marina^, el señor de
Guevara, gobernador de este país, solicitó mi ayu^da para
vigilar los manejos de ese rebelde. Deseoso de cumplir las
órdenes de su Majestad Imperial y Real, y las de Vuestra
Excelencia, consignadas en vuestras cartas del i.3 de
« nivóse )) y 22 de mesidor del año xiii. y queriendo probar
mi agradecimiento al señor de Guevara, el único de los
gobernadores españoles ([ue ha dispensado buena acogida
a los Franceses, mandé en seguida a M. d'Allégre que
tomara el mando del corsario Austerlitz, buen velero listo
1. Ernouf (Jean-Augustin, barón), general francés; nació en 1753,
falleció en 1827. Enviado como capitán general a Guadalupe, en 1803,
supo conservar esta colonia hasta 1810, época en que tuvo que capi-
tular. Conducido a Inglaterra y canjeado en 1811, fué desterrado a 5
leguas de París. La Restauración anuló el proceso comenzado contra
él y le devolvió su grado.
2. Cf. Poyen, í.es Gueires des Antilles de 1193 a ISl'). Paris, en 8",
1896, cap. XXI.
3. jirchives des Colonies, Guadeloupe. Correspondanre genérale,
1896, registro n" 65. Citado por Povin, op. cit., p. 293.
1
I-F,AMS.MO COLOMAI, 217
para hacerse a la mar. y que íiiera a Saintes, en donde
embarcaría un destacamento de i5o hombres y 6 oficiales,
mandados por el jefe de batallón Madier, para dirigirse
luego a las costas de Cumaná y de Caracas, seguir, tanto
como fuera posible la expedición de Miranda, y desem-
barcar el destacamento ya en Cumaná, ya en La Guavra.
o, en fin. en el sitio en que pareciera necesario. »
Estas órdenes fueron ejecutadas punto por punto, y el
3o de julio, el Auste/'litz. al acercarse a la costa de
Cumancí, se halló en presencia del Prévost, que navegaba
separado de los demás barcos de la escuadra de Miranda.
Al cabo de un combate que duró una hora, el corsario
francés fué al abordaje y venció al Précost, pudiendo luego
efectuar su desembarque en la costa de Caracas ^
Este incidente disuadió a Miranda de tomar tierra, como
era sin duda su intención, en la isla de la Maroarita.
o
convirtiéndola desde entonces en la base de operaciones
por excelencia que llegó a ser algunos años más tarde. El
valeroso ataque del Austerlitz le hizo creer que este barco
formaba parte de una escuadra quizás importante, y, por
otra parte, los informes que recogió en Trinidad le hacían
creer que la región de Coro, al oeste de Caracas, ofrecía
probabilidades favorables a su desembarque; por lo cual
decidió ir a dicho sitio. Obedecía también secretamente al
pensamiento de dar como punto de partida a la Revolución
aquella ciudad de Coro, la más antigua de Venezuela, v la
primera, como fecha, entre las capitales coloniales. Pero,
la mala suerte perseguía a ^liranda. En efecto, los 8 a
loooo habitantes que. aunque caída de su antigua prospe-
ridad, contaba todavía Coro, hostiles a la aristocracia
1. Carta de D. Juan de Casas a S. A. el Príncipe Gran Almirante
de España. Caracas. 30 de enero de 1808. ArcJi. des Aff. Etr., Etats-
Unis, 61, t' 254.
El destacamento francés pasó Ki meses en Caracas. El capit;ín
general anunció su salida en estos términos al general Ernouf. en un
despacho del 28 de marzo de 1808 : « ¡ Ojalá el mar y la fortuna
favorezcan a los bravos oficiales y soldados que, para obedecerá las
órdenes de V. E., van a Guadalupe, al'rontando tan grandes peligros
sobre el elemento tiranizado por nuestros enemigos ! Espero que
V. E. tendrá la bondad de darme parte de la feliz llegada de estos
valientes, a fin de disipar las inquietudes en que nos dejan. » Arch.
des Aff. Eir., Etats-Unis, n" 61.
218 EL PRECUHSOn
criolla que por tan lar^o tiempo v tan Juramento los había
explotado, eran, y habían de seguir siéndolo durante todo
el período de las guerras de la Independencia, los más
lealmente adictos a las instituciones españolas. Miranda,
ausente de su patria desde hacía tanto tiempo, había sido
engañado por los informadores que pérfidamente le susci-
taban sus enemigos'.
Empujada por viento favorable, la escuadra prosiguió
pues su ruta, y el 2 de agosto, al despuntar el día, ancló
ante la Vela de Coro, a 12 millas de la antigua capital. En
seguida tomó Miranda minuciosas disposiciones para el
desembarque. Pero fué menester aplazarlo hasta el día
siguiente, por el mal estado del mar. y esta tregua permitió
al jefe del distrito. D. José de Salas, hacer que los habi-
tantes de Coro se marcharan a los pueblos del interior.
Cuando, en fin, el coronel de Rouvray. que mandaba
un primer destacamento de 260 hombres, se hubo apo-
derado, casi sin combate, del puertecito de San Pedro,
y que. el 4 de agosto por la mañana. Miranda, a la
cabeza del resto de sus voluntarios, se presentó ante
Coro, no encontró, por decirlo así, a nadie '*^, y compren-
dió c[ue el resultado de su expedición era un lamentable
desastre.
Se hallaba a 80 leguas de Caracas, lejos de todo recurso,
en un punto árido y miserable de las costas venezolanas,
y los oficiales enviados por él a las cercanías para publicar
la llegada de los libertadores volvían, unos después de
otros, anunciando la hostilidad de los habitantes, el éxito
de las autoridades reales, que procedían a considerables
alistamientos de fuerzas. Quedaba sólo el confesar la in-
utilidad de todo esfuerzo y resolverse al abandono de la
empresa. Miranda hizo poner en varios sitios de la ciudad
una proclama ([uc explicaba su conduela, recordando a los
Sudamericanos los motivos que « debían moverles a apar-
tarse de España y a seguir el ejemplo de los Estados
Unidos, cuyos ,'300 ()()() habitantes han conseguido sacudir
1. Yanes, op. loe. cit., menciona a un tal (^obacliic lie.
2. Despachos de Miranda al almirante (^ochrane y al almirante
Daci'cs, comandante jefe en Jamaica. Cuartel general de Coro, 6 y
8 de agosto de 1806. R. O. Aclmivalty Secretuvy. In letíers, n" 256.
I
I.KALISMO COLONIAL 219
el vuí^'o di' la poderosa Inglaterra' ». después de lo cual
clíó la oi'deu de eiuhai-quíí - (13 de agosto de 18()G).
Blanco de las invectivas de compañeros despechados, a
merced de un ataque de las flotas enemigas, casi deseado,
tales eran su descorazonamiento y su amargura, Miranda
se alejaba de líuevo de aquellos ribazos, más crueles con
él esta vez. puesto ([ue de ellos le despedían sus propios
compatriotas.
Lo que más entristecía sin duda al Precursor era el
haber sido falsamente informado acerca del estado de
ánimo de los pueblos de la provincia de Coro, y pensaba
que otra hubiera sido su suerte, de haber establecido en
otro punto la base de sus opei-aciones ^. No iba a tardar
en perder esta suprema ilusión. La toma de Buenos Aires,
cuva noticia acababa de llegar a Venezuela, provocó una
emoción que las autoridades mismas no hubieran esperado
de sus administrados, emoción que iban a acentuar aún
las noticias sucesivas de las hazañas de Liniers y de la
derrota de los Insfleses. La instintiva nobleza del senti-
miento pújjlico se despertaba en presencia de aquel ata([ue
brutal que sufría España. Amenazada por un invasor
extranjero y enemigo de la fe, convertíase para el pueblo
en lina madre patria verdadera, y muchos, entre los
criollos enamorados de independencia, sintieron quebran-
tadas sus convicciones y tendieron a pactar con la metró-
poli. En fin. los liberales, a pesar de lo resueltos que
estaban, decidieron aplazar la manifestación de sus reivin-
dicaciones e hicieron causa común con los Españoles,
movidos por un pensamiento que meses después expresaba
con altivez el patriota argentino Belgi'ano * : « Queremos al
amo i^iejo o a niñísimo". »
1. Proclama de Miranda a los liabilanles de Sudamérica. Cuartel
general de Coro, 7 de agosto de 180'"), en Beckkr.v, op. rit., i. I.
pp. t61. ir,9.
2. ^liranda abandonó en la playa de Coro el material de impi-enta
que había llevado. La colonia de Venezuela no tenía ninguno todavía.
E\ de -Miranda fué utilizado durante varios años por las uuloridades
reales, Ilistoire de linipriinerie na Venezuela. D., II, ',i\'¿.
3. The Insloír of ]). F. Miiunda, etc., op. cit.. Carta XXY.
4. Bki.(;r.v.n() (Manuel), nació en Buenos Aires en 1770, y allí fa-
lleció en 182Ü.
ó. Mitre, Historio de liel^irtiio, op. cii., t. I, p. 154.
220 KL PRECURSOli
Impacientes por vengar la afrenta infligida a sns armas,
habían, desde ({ne Liniers les tomó a Bnenos Aires,
organizado a toda prisa nna nueva expedición. Esta
vez, parecía ésta prometer segura victoria. Cerca de
GOOO hombres de refuerzo habían llegado del Cabo con el
genei'al sir Samuel Auchmutv '. al ([ue no tardó en unirse
el brigadier Robert Craulurd". con otro cuerpo de
4 400 hombres. 1 630 soldíidos escogidos, enviados en mayo
de 1(S07. completaron la expedición cnvo mando supremo
fué confiado al teniente general John W hitelocke ^. Sus
o
instrucciones le prescribían que, a toda costa, se apoderara
de la Plata '\
No obstante, el caballero de Liniers había provisto
admirablemente a la defensa de Buenos Aires y suscitado
entre su apacible población de obreros, de comerciantes
y de agricultores, un notable espíritu militar. Creó un
cumplido ejército al que instruvó con tanta paciencia
como suerte; hizo construir fuertes, poniendo en ellos
baterías, aprovisionar la ciudad, y, tal ardor patriótico
supo inspirar a los habitantes, que dieron éstos, para
hacer balas de todo género, cuanto plomo, cuanto estaño
y cuanta plata poseían ".
Apenas estaban terminados los preparativos, cuando
los Ingleses, después de hal)ersc apoderado de Monte-
video, v dueños del Río d(^ la Plata, se presentaron, el 28
de junio de 1807. con una ilota de 20 buques y 90 trans-
portes, dispuesta a desembarcar 12 000 hombres de tropa
ante Buenos Aires, que no tenía, para su defensa, sino
un poco más de 8 000 combatientes. A pesar de esta des-
igualdad de fuerzas, el general Whitelocke se veía <d)ligado.
el 7 de julio, a firmar una capitulación que cstipulal)a.
para los Ingleses, « la obligación de reembarcarse en (d
plazo de diez días v de devolver. (M1 el término de dos
1. 1756-1822. Había tomado parle en la guerra de América y en la
de la India, y, después, en la campaña de Egipto con Beresford.
Sirvió luego en las Indias y en Java.
2. 1764-1812. Sirvió luego en España y fué matado en el sitio de
(>iudad Rodrigo.
3. 1 757-1 8:!:^.
4. R. O., War Office. 6/3, South America, f" 96.
5. Sassenay, op. cit., pp. 50-53.
LEALIS.M(» COI.OMAI. 221
meses, la lorlaleza de Montevkleo con lotla su artillería v
en el eslailo en ([lie se hallaba en el nionieuto de la len-
dieión ' ».
La sei^iinda lil)erae¡('»n de Buenos Aires airaslraha
consioi» la tie toda la colonia. A (día hahían eoneiirrido
o
ron ardor el cabildo v la poblacKni ; pero, lo mismo que el
año precedente, a Liniers correspondía v\ mérito de tan
hermoso resultado. El Gobierno español le nombró jeie
de escuadra v virrey de la Plata, en substitución del
incapaz Sobremonte, ratificando así el sulragio de los
habitantes, cuvo entusiasmo por su defensor rayaba en
adoración. Saludaron a Liniers con el nombre de Recon-
f/ui,s-iador, y su gloria se esparció por todo el continente.
La tendencia innata de las razas latinas, más particu-
larmente acentuada en los Sudamericanos, a cristalizar.
si así puede decirse, en un hombre sus pasiones, sus
intereses, sus ambiciones o sus victorias, y a no adherirse
a él sino bajo esta condición esencial, se concretaba por
primera vez en la persona de Liniers. El relato de sus
hazañas, embellecido, magnificado por la imaginación
tropical, exaltó los corazones. Las clases populares,
agitadas desde hacía tanto tiempo por la propaganda
liberal, ([ue se esl'orzaba por arrastrarlas en pos de un
uleal demasiado abstracto para ser comprendido con
lacilidad por lodos, se inílamaron espontáneamente, y,
desde las Ironteras de INIéjico a las de Chile, el caballe-
lesco aventurero benefició de una popularidad cuyo
recuerdo se había perdido desde la época de la Conquista^.
En todas partes se cantó el Te Deuni. hubo regocijos
públicos, fiestas, bailes para conmemorar la victoria alcan-
zada sobre los invasores. En cada una de las capitales
coloniales levantáronse arcos de triunío al nuevo virrey de
la Plata. Los cabildos colocaron su retrato en sus salas de
sesiones. El oroullo de haber wencido a la temible lupla-
o o
lei'ra corrió un velo sobre todos los rencores. Los Ame-
licanos se abandonaron a la ilusión de poseer va aquella
1. l'iMliiclo íirinado el 7 de julio de J807 por el general NVliiielocke
y el oontralmirante .lolin Murray, por Inglaterra, y por Liniers,
Halljiani y Velasco, por España. V. Sasse.nay, op. cil., p. 7o.
2. (>f. Sassknay. op. (•//., cap, iii.
222 EL PHECURSOn
patria que los más ilustrados de entre ellos prometían
como la recompensa suprema de largos y penosos sacri-
ficios. Se reprocharon el haber desconocido a España, se
pusieron a amarla, a querer al rey lejano que sabía inspirar
tan hermoso heroísmo al defensor de Buenos Aires.
Este lealismo, del que pronto iban a poder dar brillantes
testimonios los Americanos, si bien tenía por origen la
popularidad de Liniers, no por esto era menos evidente.
Pudo haber sido singularmente eficaz si la metrópoli, en
aquel momento decisivo, hubiese consentido en mostrarse
más atenta y mejor intencionada para con sus subditos de
ultramar.
Pero, la corte de Madrid. (|ue. durante aquellas trágicas
aventuras no había enviado socorros de ningún ffénero a
o o ■
su amenazada colonia, sepuía demostrando la más cicoa
o
indiferencia por cuanto ocurría en América. La alarma
dada desde Londres o desde Filadelfia por los represen-
tantes de España provocal)a a lo sumo alguna vaga instancia
cerca del gobierno francés, cuva avuda en tal circunstancia
se limitaba, ya lo hemos visto, al envío de algún corsario.
El único ministro que pareció no haber olvidado del todo
a las Colonias era Godoy; pero, según escribía por
entonces el embajador de Francia en Madrid, la existencia
del príncipe de la Paz dependía ya sólo « de un soplo del
Emperador' » y sus proyectos pertenecían mucho más a lo
que con cierto desenfado llamaba él « la gran política »,
la « que permite la vaguedad del pensamiento y dispensa
del trabajo j), que a un conocimiento profundo de las
situaciones y a un firme deseo de resolverlas.
Examinándolo con atención, el a Plan solare las Amé-
ricas », imaginado por el príncipe de la Paz en 1803, no
era. sin embargo, tan despreciable. Consistía en substituir
a los virreyes temporales por infantes de España con el
título de príncipes regentes. Al lado de cada uno de ellos
habría habido un consejo de Estado compu(^sto : mitad de
Americanos v mitad de Españoles, formando un senado cuyo
primer cuidado sería el modificar la legislación colonial
en favor de hts habitantes del país. Estos no habían de
1. BEUu^o.wiLLn a Talleyrand, 5 de agosto de I8U5.
LK.VLISMO COI.ÍtMAL 223
scc soiuetulos va in;is ([uc a sus propios tiihunalcs, salví)
caso de intert's (rcneral v coim'iii eiilrc las Colonias v la
metrópoli '.
Tal provecto era, con algunas modilicacioncís. el
proyecto (jue, veinte auos antes, proponía el conde de
Aranda. Sin embargo, niega Godoy en sns Memorias el
haber querido, « como pretendía imprudentemente su
predecesoí', fraccionar la América española y separarla
de la madre patria- » ; deseaba, ante lodo, conservar sus
dominios a la Corona, aunque otorgando a las Colonias
las justas concesiones que pedían. De inspiración menos
liberal qne el proyecto de Aranda, el del príncipe de la
Paz era. no obstante, de más práctica realización. Implicaba,
en efecto, el advenimiento, más o menos lejano, de los
pueblos del Nuevo Mundo a la vida nacional. A esto,
después de todo, es a lo que aspiraba su instinto; y « su
lealtad, tan pronunciada en aquel tiempo », según atinada
observación del mismo Godov. acaso se contentara con
un régimen cuvas halagüeñas transiciones prometían a
España un largo patronato qne, aunque menos exclusivo,
habría resultado ventajoso.
Al pronto, le sedujo esta idea a Carlos IV; consultó al
ministro Caballero, v después, a un consejo de los obispos
del reino, que, por unanimidad, se pronunció en tavor del
proyecto. Sin embargo, vacilaba el rey; pasó tiempo.
« Todo va despacio en España », añade Godoy. quien,
por su parte, sin duda que sostuvo flojamente su proyecto.
Y iué éste abandonado.
La mayoría de los liberales sudamericanos lamentaron
este fracaso. A pesai" de la entereza de sus convicciones, se
sentían, en aquel momento, desconcertados por los crecien-
tes progresos del lealismo; a más de esto, nutridos de teo-
rías humanitarias, se habrían resignado de mejor gana a
las promesas lejanas pero pacíficas del proyecto de Godoy,
que a las perspectivas de violencias que todos presumían
inevitables y que muchos temían. Produjéronse algunas
detecciones. No obstante, cuando resultó bien cierto que
k
1. Cf. Gkandmaison, L'Espa^ne rt Napoleón, Pai-is, I9ÍI8. |). 'iH.
1. Momovias riel Principe de la Paz. í'iiris. 1836, t. III, cap. wii.
224 EL PliEClliSOR
España no iiitcuLaiía ya nada para mejorar la suerte de
Sudamérica, los campeones de la Independencia, reanu-
daron sus tareas con tanto más empeño cuanto que. al
mismo tiempo que resultaban ellos disminuidos, se habían
acumulado los obstáculos.
Miranda les dará ejemplo. No había de renunciar a sus
proyectos de expedición sino después de haber agotado
todas la probabilidades de éxito; y. no bien de regreso a
Ijondres. deseoso únicamente de seguir tomando parte en
la propaganda revolucionaria, se abrirá camino disipando
las prevenciones posibles por medio de una carta al cabildo
de Buenos Aires, de la que enviará copias a todos los cen-
tros liberales del Nuevo Mundo : « lie tenido la doble
satisfacción de ver que mis amonestaciones al gobierno
inglés, en cuanto a la imposibilidad de conquistar o
subyugar a nuestra América fueron bien fundadas, al ver
repelida con heroico esfuerzo tan odiosa tentativa' ».
III
Desde fines de 1807, en Caracas es (h)ude con niils ardor
se encendió de nuevo el foco revolucionarlo. Las decla-
raciones de ^Ii)"anda, en sus proclamas de Coro, tranqui-
lizaron a los liberales de la capital venezolana, v el regreso
de Bolívar hizo más lirme su valor. En la plaza mayor de
Caracas, mezclados a la multitud indiferente, habían asis-
tido a la ejecución en efigie de Miranda, cuyas proclamas
lúeron (juemadas también por mano del verdugo, y puesta
a precio su cabeza. Para h)s ciiollos que permanecían fieles
a la causa independiente, hubiera sido desastroso y estéril
demostrar Irancamenle la indignación cpu' sentían ante
aquellas medidas de rlgoi'. En previsión de un regreso
olenslvo de Miranda, el capitán general había llegado a
movilizar cei'ca de 800 hombics de liopa. al mismo tiempo
i. 2(t (le juliii di; lyOH. Aicluvo de la Audiencia de Buenos Aires. —
Mniii;, ¡lialnria de San Martín, op. cil., t. 1, p. 50. — í^as copias de
esta (;arla fuei'un enviadas, el 2'i de julio de 1808, a México, y, el
I" de se|)liciiibr(', a (¡aracas. l^as núnulas se hallau en el R. O.,
l''orei^n Office, Spain, vol. 8'.*.
LEALISMO COLONIA!, 226
(lue ieo¡l)ía taiiihión de Guadalupe importantes refuerzos de
armas v municiones de guerra, y la más ligera manifesta-
ción habría valido, a los imprudentes (|ue la huhieseu pro-
vocado, un castigo terrible y sin gloria.
Así pues, los liberales se hallaban reducidos a concer-
tarse en secreto acerca de los medios que les permitieran
recobrar algún prestigio entre los habitantes, quienes, por
desgracia, eran, de día en día, más adictos a España. Se
reunían, tanto como lo permitía la vigilancia del gober-
nador, y seguían pidiendo a la lectura de los filósofos y de
los clásicos el alimento de aquella paciencia que tan nece-
saria les era. y del fueg() sagrado que les animaba.
En oeueral. los conciliábulos se efectuaban en casa de
o
Bolívar. Su hermano .luán Vicente, los Toro. D. Josef ^
i). Martín Tovar '. José Félix Rivas" y Luis Rivas Dávila^
Salias'% Guillermo Pelgrón '. Germán Roscio ". Vicente
Tejera. Nicolás Anzola, Lino de Clemente", los hermanos
1. TovAR PoNTK (Martíu). nacido en Caracas el 17 de septiembre
de 1772, de una familia ilustre y rica, tomó parte en las campañas
de 1812 a 1814. Miembro de los cougresos de Angostura en 1819, de
Cúcuta en 1821, de Valencia en 18H0. Muerto en Caracas en 1843,
el 26 de noviembre.
2. Riv.vs (José Féli.K), nacido en Caracas el 19 de septiembre
(Je 1775, siguió a Bolívar a Curazao y a Cartagena en 1812, hizo con
él la campaña de Xueva Granada y las de Venezuela, se cubrió de
gloria en cien combates y hecho prisionero después de la toma de
Maturín, fué ejecutado por los Españoles el 15 de diciembre de 1814.
3. Rivas Dávii.a (Luis), nació en Caracas hacia 1780: muerto en el
combate de la Victoria, el 13 de febrero de 1814.
4. Salías (Pedro), nació en Caracas en 1784, murió en la batalla
de Aragua. el 18 de agosto de 1814.
5. Pel(;ró.\ (Guillermo), era padre : 1» de Félix Pelgrón, que hizo
con Bolívar la campaña de Nueva Granada en 1815, tomó parte en
los combates del Palo y de la Cuchilla del Tambo, y fué ejecutado
en Santa Fe, el 3 de septiembre de 181G. con los patriotas detenidos
entonces en las prisiones de la capital granadina ; 2° de Guillermo
Pelgrón. muerto en el combate de San Sebastian de los Morros,
en 1812; 3" de Ramón. José María, y Agustín, oficiales distinguidos
en los ejércitos republicanos. — Guillermo Pelgrón iiabía sido uiio
de los profesores de Bolívar. V. lib. I, cap. ni, § 2. •
6. Ro^^cio (Juan (Jerman). naóió en Caracas en 1782. Miembro del
Congreso de 1811. Enviado a España y preso, desde 1812 hasta 1814,
en las cárceles de Gibrallar y los presidios de África al mismo
tiempo que Madariaga, .Mires, Iznardi, etc.. Vicepresidente del
Congieso de Angostura en 1819. Muerto en Cúcuta, el 8 de marzo
de 1821.
7. Clemi-nti-: i^Lino de. Miembro del (iougreso ilc 1 1-! 1 I . lomó
15
22G EL PRECUnSOR
Avala ' y Ustáritz, herederos délas i'amilias más ricas v más
consideradas de la colonia, casi siempre estaban allí-,
Andrés Bello que era secretario segundo de la capitanía
general; Tomás^ v Mariano Monlilla. v otros más.
Bolívar trataba con magnificencia a sus amigos^. Les
daba suntuosos lianquetes, había elegantes reuniones a las
que la gravedad de aquellos convidados, dispuestos a sacri-
ficar su juventud y su lortuna al más ntdjle ideal, daba, no
obstante, la fisonomía de una radiosa academia de patrio-
tismo. Bello había traducido algunas de las tragedias de
Corneille y de Yoltaire, pasajes de Tácito y de Virgilio, y
a veces declamaba trozos, con gran satisfacción y aplauso
de sus compañeros^. Bolívar, Montilla contaban sus recuer-
dos de viaje, hablaban de Roma y de París. Las alusiones
patéticas hallaban eco en todos los corazones. Corríales
siempre prisa el hallarse en compañía íntima, y, tan pronto
como terminaba la comida, despedían a los esclavos, cerra-
ban las puertas, y volvían, al asunto predilecto, al que
embargaba el pensamiento de todos : la libertad, la inde-
pendencia.
La expedición de Miranda no era tan vana en resultados
como lo imaginaban las autoridades coloniales, y, entre
a([uellos jóvenes, atormentados de ambiciones generosas,
la iniciativa del Precursor provocaba íecunda emulación.
parte en todas las campañas, desde 1812 hasta 1829. Miembro del
Congreso de Angostura en 1819, volvió casi en seguida a su puesto
en el estado mayor del ejército republicano, peleando contra los
Españoles hasta que terminó la Guerra de la Independencia. Secre-
tario de Estado de Venezuela en 1826, fué uno de los promotores de
la separación^ de Venezuela y de Colombia, en 1829. Falleció
hacia 18oü.
1. Ayal\ (Ramón), nació en Venezuela en 178U, tomó parte en
todas las campañas de la Independencia hasta 1826. Miembro del
Congreso de Venezuela, del 6 de mayo de 1830; falleció hacia 18'it).
Sus hermanos Juan Pablo y Mauricio combatieron igualmente al
lado de Bolívar : 1813 a 1825.
2. V. Díaz, Recueidns de la Rebeliúii de Curacits, Madrid, 1829,
p. 9.
3. MoNTii.LA. (lomas), hei'mano de Mariano; tomó parte en las
campañas de 1813 y 1815. Gobernador de la Guayana en 1818.
Miembro del Congreso de Angostura en 1819. Falleció en Caracas,
el 25 de junio de 1822.
4. AMUj<ÁTK(a;i, Vida de D. Andrés Bello, op. cit., [>. 61.
5. Ihid.
[.KAl.IS.MO COLOMAI, 227
Casi lodos. Olí busca del héroe (|in' realizara sus ensueños,
desianaban ahora a Miranda como siendo éste el salvador
esperado. Acababan de tener noticia de la campaña del
Leandcr. y evocaban con lervoi' sus detalles. Una escena
entre olías exaltaba a los luluros libertadores. El 12 de
marzo de 1806, al salir el sol '. ([ue precisaba en el hori-
zonte el paisaje de la tierra americana, Miranda había
izado sobre el Leandcr el pabellón azul, amarillo y rojo-
de la patria futura : la Coloinhia^ , y todos los oficiales y
soldados de la expedición habían saludado con entu-
siastas vivas aquel ondeante arco iris (juc por primera
vez se alzaba Irente a los Andes, en la majestad del azul
tropical...
Cierto que la mayor parte de los testigos de aquella
escena habían sucumbido. Los demás, bajo la conducta de
Miranda, andaban errantes, quizás abandonados, dispersos,
miserables, mas no descorazonados mientras les quedara
un soplo de vida. Los patriotas de Caracas juraron conti-
nuar a todo trance la obra del Precursor.
El lallecimiento del capitán general Guevara, sobreve-
nido poco después (7 de octubre de 1807), íué acogido por
aquellos jóvenes con tal satisfacción, que algunos llegaron
hasta manifestarla en público '. Era, en efecto, gran desgra-
cia para España, la desaparición de aquel gobernador tan
popular, y una pérdida difícilmente reparable para la causa
que él representaba. El coronel D. Juan de Casas % su
1. Tlte Ilistory of D, Francisco Miranda, ole, Lell. XX.
2. Al rojo y al amarillo españoles añadía una faja del azul con que
Washington dotó la « Orden de Cincinato ». Según ciertos autores
venezolanos, la intención de Miranda al escoger aquellos tres colores
fué la de simbolizar por ellos <i los campos de oro de América, que
el azul del Océano separó de la sangrienta España ». V. Azpurl'a,
El pabellón tricolor de Miranda en Biografías de' Honihres noiahlos
de América, Caracas, 1877, t. IV, Apéndice, p. 7. La bandera colom-
biana ondeó por vez primera sobre el continente americano desde
el 3 al 13 de agosto de 18Uü en la fortaleza de San Pablo, en la Vela
de Coro. Fué adoptada como emblema nacional por el Congreso de
Venezuela el 14 de julio de 1811, y ha sido conservado por las repú-
blicas actuales de Colombia, de Venezuela y del Ecuador.
3. Es. en efecto, Miranda quien le puso este nombre, como home-
naje al descubridor de América.
4. V. DÍAZ. Recuerdos, etc., p. 8.
5. Gobei'uadoi' y capitán general de N'enezuela, por ínterim.
de 1807 a 1809.
228 EL P)!ECUIiS(JK
sucesor interino hasta la llegada de un nuevo capitán
general, no poseía ninguna de las cualidades de su prede-
cesor. Era inexperto, pusilánime, apático, v los manejos
revolucionarios iban a poder darse libre curso bajo su
administración. Siquieía por este lado, los patriotas, sin
disimularse las arduas dillcullades de su empresa, entre
veían más risueñas esperanzas. Inglaterra, cuya conduela
en Buenos Aires les hai)ía inspirado tanta inquietud, iba
a adoptar una política más tranquilizadora. '
No le había costado trabajo a Liniers hacer que los ofi-
ciales criollos y los miembros del cabildo de Buenos Aires
compartieran los sentimientos que caracterizaban su natu-
raleza caballeresca. Los Ingleses habían sido tratados por
sus vencedores con benevolencia y cordialidad'. La guar-
nición tuvo a honra el asistir a las exequias de los oficiales
y de los soldados enemigos. Los prisioneros l'ueron trata-
dos con toda clase de miramientos. A los heridos, recogi-
dos en las iglesias transformadas en hospitales militares,
se les permitió recibir la visita de sus propios cirujanos
mientras los religiosos españoles los cuidaban con cariñosa
solicitud. « Prueba bien noble, decía un periódico de
Buenos Aires, de que la verdadera virtud castellana aún
se encuentra en una remota colonia de España casi inde-
pendiente de su metrópoli -. »
Tanta mejor impresión hicieron en Inglaterra tales proce-
deres, cuanto que por uno de los artículos de la capitulación,
había hecho Liniers una notable concesión a los negociantes
británicos : la de permitirles desembarcar la considerable
cantidad de mercancías que, en su certidumbre por el
éxito de la operación, se habían apresurado a dirigir al Río
de la Plata ^. Por otra parte, la experiencia de las dificul-
tades casi insuperables que se oponían a la conquista de
las Colonias españolas inclinaba a los miembros más sesu-
dos del gobierno británico a renunciar a una política
estéril y costosa. Vn paitido considerable se formaba para
1. Cf. Sassenay, op. cit., cap. iii.
2. Lobo, op. cit., t. III, Apéudiro, p. 36;>.
3. Archives Nationales. Archives de la Marine, 1513'' 'i09. Misión
del capitán Drouault. conianíianlt» de la fragata, l.a Diiclicsse de
Berry, nov. de 1819.
I-IÍALISMO COLONIAL 229
coinbaüila. En la época misma cu ([iic nadie dudaba del
éxito de la segunda expedición de Buenos Aires, lord Castle-
leagh ' publicó una memoria (1° de mayo de 1807) para
[)oner al gabinete en guardia contra « la intención, des-
provista de toda esperanza de éxito, de conquistar territo-
rios tan extensos, sin contar con el apoyo de sus ha])i-
tantes ». Ponía también en ouardia a los ministros (¡ontra
o
(( el inconveniente que habría en disolver los gobiernos
establecidos en las Colonias, porque era de temer que, en
sustitución de éstos se desarrollaran sistemas jacobinos y
democráticos ».
Esta eventualidad, a la que podían dar especial gravedad
los últimos éxitos de Napoleón en Europa, pues se atribuía
al Emperador la intención de enviar « a América algunos
de sus atrevidos corsarios, de organizar allí una clientela
y de hacer entrar en Francia la cosecha que ofrecían
aquellas tierras " », incitó al gobierno británico a examinar
un sistema medio que garantía la separación de las Colo-
nias españolas de con la metrópoli « sin efectuar conquista
alguna v sin establecer nuevas democracias^ ».
o
FA duque de Orleans. que desde hacía algunos años resi-
día en Inglaterra, se declaró dispuesto a tomar parte en el
proyecto. En relaciones amistosas con el príncipe de Gales,
profundamente hostil al emperador de los Franceses, com-
prendiendo también la necesidad de « realzar el ilustre
apellido que su padre había empañado », gustoso habría
aceptado el gobernar un « Reino » de Mf'jico o de la Plata.
Luis Felipe acababa de pasar una larga temporada en Cuba
V en los Estados Unidos. Pasaba por conocer bien los
asuntos de América, v creía él contar allí con partidarios.
(Colocándolo, al mismo tiempo ([ue sus hermanos, en los
li'onos de a({uellas colonias, una vez independientes, Ingla-
teria tendría en el Xuevo Mundo otros tantos amigos segu-
ros coutra el usurpador francés. Esto es. al menos, lo que
Dumouriez, Bertrand de Molleville. anticuo ministro de
Luis X\'I, el conde de Montferiand, y otros emigrados que
1. Cf. Correspondencp. t. Vil, p. '.\\\, y Gervinus. np. cif., t. VI,
p. 78.
'2. Cf. Corrcsnoitdriicp, 1. YII.
:5. Id.
230 EL PltRCfliSOH
frecuontaban ai principo, hicieíoii valer ante el gabinete
de Londres. Hasta apovó Lnis Felipe con su íirma una
(( Memoria acerca de este proyecto y de las ventajas que
de él ba})ían de resultar para Inolatcrra ' ».
Mas no se apresuró el gobierno británico a examinar el
proyecto, v lo abandonó por completo cuando los aconte-
cimientos ([ue se efectuaban en la Península movieron a la
Gran Bretaña a modificar radicalmente su política respecto
de su antigua rival sublevada contra Napoleón.
Mientras no les dictaran otra regla de conducta las cir-
cunstancias, los Ingleses renunciaban a toda veleidad de
concpiista en la América del Sur. La reciente adquisición
de las islas Maluinas, los establecimientos que se habían
asegurado en Trinidad v los que habían conservado en la
costa de ^losquitos les permitían ser dueños de la emboca-
dura de cada uno de los tres grandes ríos sudamericanos,
y esperar con paciencia las ventajas que tal situación
pudiera procurarles. Importaba, luientras tanto, que, así
los criollos como España, estuviesen persuadidos de la
lealtad británica; por eso Popham, de regreso a Inglaterra,
se vio desaprobado oficialmente; un consejo de guerra le
demostró que había obrado sin autorización, y le infligió
una censura"'^. Whitelocke, a quien incumbía la responsa-
bilidad del mando supreino de la expedición de Buenos
Aires. íuú llevado a su vez ante el tribunal marcial y
declarado, al cabo de un ruidoso proceso que ocupó treinta
v una sesiones. « incapaz (u/i//t) e indigno (umvortJuj) de
desempeñar en lo sucesivo empleo algnno en el servicio de
Su Majestad ».
No podía substraerse Miranda a las consecuencias de
aquel cambio en la política inglesa; y en efecto, apenas
1. R. O., War Office, n" í, lili. « Acerca de un pioyeclo para
separar de la Monarquía Española el (Continente de América y formar
en éste Estados Independientes; ventajas que de ello resultarían para
Inglaterra, y medios de ejecución de tal empresa ». Correspondencia
del conde de Montferrand. diciembre de 1806. Indicaciones también
en Forrign Office, France, n" 78. Fapers concerning Duke of Orléans,
1808-1809, y en Gf.iívinls, p. 79. Guili.Ermy, Papiers (Vun Emigré,
p. 196. Crí.tinf.au-Joi.y, l.nuis-Philippe et COrh-anisme. t. 1, p. 260.
Gband.maison, l.'Earope et Napoleón, p. \Vi?>.
2. Popham recibió después el mando de la estación de Jamaica,
en 1817, y allí falleció en 1820.
I.KAl.lSMO COLONIAL 231
Iniciados los pichulios do dicho cambio. sulVieron rudo
o()l|)c. de rechazo. h)s provectos del Preciiisoí-.
Desde his piinieías noticias de la derrota de las tropas
de Beresh)rd en Buenos Aires, el gabinete de Londres se
apresuró a prescrii)ir a los gobernadores de las Antillas
que observasen con ■Miranda una conducta tan reservada
como prudente. Por otra parte, el fracaso de Coro latismaba
demasiado el prestigio del representante de los liberales
sudamericanos para que no se impusiera a las autoridades
británicas una rigurosa interpretación de las instrucciones
oficiales.
Por estos motivos, no había de encontrar Miranda cerca
de ellas los socorros y el estímulo de que hasta entonces
había beneficiado, y que su inquebrantable esperanza le
movía a solicitar una vez más. En efecto, no había tardado
en sobreponerse a su descalabro, y refugiado en la isleta
de Oruba. envió, el 15 de agosto de 1806, es decir, dos días
después de abandonar las costas de Venezuela, al conde
de Rouvrav con misión de pedir al gobernador de la Jamaica
los subsidios necesarios para una tercera expedición. Al
mismo tiempo, otro de sus oficiales salía para Trinidad
con idéntico encargo.
Transcurrió más de un mes sin que recibiera noticias
Miranda. Hasta estuvo a punto de caer en manos del coman-
dante del Aiistcrlitz. que se había propuesto ii' a arrancarle
de su isla. La prcsiMicia de tres considerables buques de
guerra ingleses impidió que el corsario llevara a cabo su
provecto ' : el Seinc. el Granada \ el Meli>ille, procedentes
de Port ot Spain. llegaron a Oruba a fines de septiembre,
pero sin más instrucción que la de llevar a Miranda hasta
la Barbada, adonde no llegó sino el 2 de noviembre, des-
pués de Una detestable travesía.
El gobernador se negó casi a recibirle v le declaró neta-
mente que no podía prestarle asistencia alguna. No mejor
suei'te había tenido en Kingston el conde de Rouvrav:
pero, según indicaciones de Miranda, se había entonces
marchado a Londres, y el Precursor seguía abrigando la
esperanza de que no serían desatendidas sus encarecidas
1. Cf. Poyen, Les (iaerres des Aiitilles, op. cit., cap. xxi.
232 EL PllECUnSOR
súplicas a los ministros'. Sin embargo, no recibió contes-
tación de dichos ministros. « Cerca de tres semanas hace
que estamos aquí, escribe uno de h»s oficiales de la expe-
dición^ con fecha 26 de noviembre... Ya no hacen caso
de nosotros. Con mil trabajos hemos podido enterrar a
dos de los nuestros : nos faltaba dinero para comprar las
cajas... ¡De qué distinta manera nos trataban, hace sólo
unos meses!... Entonces, vivía Miranda en casa del gober-
nador, quien le prodigaba mil atenciones. La muchedum-
bre nos vitoreaba al pie de nuestra morada... Hoy día, todo
ha cambiado. Nos tratan con el mayor desprecio. Ya no
podemos ir a tierra para alojarnos. Nos toman por ladrones,
a pesar del hambre que denotan nuestros semblantes, y
a pesar de nuestro mísero ropaje. Hace poco, éramos los
Colomhianos, los Mirandistofi. Hov día, hemos descendido
a la categoría de aventureros y de pillos... El populacho
nos insulta.. . ))
En a])ril de 1807, salió Miranda para Trinidad, en donde
el Leandei- fué vendido en pública subasta; el escaso pro-
ducto de la venta fué repartido entie los supervivientes de
la expedición. Entonces, pidió Mirauda volver a Londres,
h^scribe a lord Castlereao'h : v El continentí^ sudamericano
o
se halla en un estado de conlíisión v de anarquía que
hacen que. por el momento, resulte inútil mi presencia en
a({uellos sitios... Los acontecimientos de Buenos Aii'es han
desencadenado entre aquellos pueblos violenta animosidad
contra la Gran Bretaña... ¿No he opinado siempre que
semejante tentativa sería tan impiqiular como de difícil,
si no imposible, ejecución^?... » Sin embargo, tians-
currió todo el año sin que se le concediera a Miranda per-
miso para volver a Liglaterra. El gobernador de Trinidad,
.1. Hislop, de (juien Miranda había conseguido que se inte-
resara por su suerte, unió sus instancias oficiales a las del
(( infortunado general cuya sociedad privada me ha sido
1. Miranda a Mclville. Oruba, 19 de sept. de 1806, y Carlisle Bay,
Barbada, 3 de nov. de 1806. — R. O., IVar Office, I. 'lll3.
2. James Biggs, Tlw liisioiy of I). Fianrisro Miraiiild. etc., op. cii.,
Carta XXIV.
3. Miranda a lord (^aslloreagli. 'l'rinidad, 10 de junio de 1807.
R. O., Colonial Office, 295. n'^ 17.
LEAI.ISMO COLONIAL 233
tan grata — asoguraba Hislop, — y cuya situación, tan
triste como injusta, merece una compensación' «. Por fin,
el 31 de diciembre, Miranda se embarcaba en el A/cwan-
dria con destinación a Liverpool.
A pesar de que las circunstancias parecían prestarse
entonces menos ([ue nunca a nuevas empresas sobre el
Nuevo Mundo, un rayo de esperanza iba a lucir aún para
Miranda. Las consecuencias del decreto de Berlín v los
gastos enormes ocasionados por las últimas guerras habían
gravado tan considerablemente el tesoro inglés, que, una
vez más, se dirigieron las miradas hacia aquella siempre
maravillosa América. Las minas de Nueva España eran lo
bastante ricas para salvar a Inglaterra de la ruina. Pareció
inspiración providencial la idea de arrancar a Méjico a su
metrópoli. Resolvió Grenville reunir diez mil hombres en
•lamaica y enviarlos a la conquista del virreino bajo las
órdenes de Arthur Wellesley^. En la primavera de 1808,
hubo conferencias entre el duque de Portland, Canning,
secretario de la Guerra, y ^liranda, conferencias acerca de
la proyectada expedición, que seguía organizándose en
Cork. Hubo un momento en que se trató de dirigirla a las
costas de Caracas ^.
Pero, de repente, recibió otra destinación, v sir Arthur
Wellesley, en vez de hacer vela hacia América, salió, el
12 de julio, para España, en donde acababa de estallar la
guerra famosa que iba a señalar, para el Nuevo Mundo, el
comienzo de una crisis decisiva.
IV
Napoleón parecía habcT llegado, en Tilsit. a la cumjjre
del poderío y de la gloria. No obstante, su ambición exigía
más amplias y señaladas victorias. El ineluctable encade-
namiento de las medidas a que de continuo tenía <[ue
1. El Gobernador de la Trinidad al Secretario de las Colonias.
Trinidad, 21 de orlubre de 1807. R. O.. Colonial Ofpce, 2ͻ5, n" IG.
2. Dlqli; de Wei.li.ngton, 1769-1852.
o. Record Office, Foreign Office, Spain, Y. 105.
23't líL PliECl'liSOR
recurrir el Empoi'ador con objeto de subyugar « al más
poderoso, más tenaz «. ya que no « al más generoso de
sus enemigos », le arrastró, a comienzos de 1808, a la
desastrosa expedición de España, donde había de iniciarse
el ocaso de su estrella.
El bloqueo de Inglaterra, (c combinación colosal » que en
el espíritu de Napoleón había sustituido al provecto marí-
timo de 180/i y de 18o5 '. implicaJja la sujeción de
Europa. En seguida acometió esta empresa el Emperador :
la declaración de destronamiento de los Borbones de
Ñapóles, la expropiación del Papa, la invasión de Portugal,
fueron golpes de fuerza ejecutados con tanta rapidez como
suerte, pero cuyo complemento indispensable era la
conquista de España.
Creyó fácil Napoleón esta conquista. Los Españoles se
habían comprometido por el tratado firmado en Fontai-
nebleau el 27 de octubre de 1807. Los Braganzas huían
hacia el Brasil; el ejército francés ocupaba Lisboa : todo
parecía presentarse a medida del deseo del Emperador. El
pretexto para intervenir en España se ofreció poco después
por sí mismo.
Escandalosas discoi-dias habían estallado entre el prín-
cipe de Asturias, impaciente por subir al trono, y que. para
lograr cuanto antes sus deseos, puso empeño en desacre-
ditar al príncipe de la Paz, v los reyes, más adictos que
nunca a su indispensable Alajiiiel. Apoyado en numeroso
partido, Fernando se declara en fin abiertamente en
rebeldía : la reina y Godov se ven perdidos. Este último
propone aún. y esta vez para salvar la dinastía, que vayan
a America los infantes^; pero el motín de Aranjuez
desbarató este proyecto. Godoy se salvó por milagro de la
muerte, y Carlos lY tuvo que abdicar en favor de su hijo.
Cuatro días después, el 2.3 de marzo, so pretexto de man-
tener el orden, Murat, a la cabeza de las tropas francesas,
toma posesión de Madrid. Un mes más tarde, el Empe-
rador, a quien padre e hijo habían tomado como arbitro
i. V. SoKEL, L'Europe et la RévoJution^ 1. VII. cap. 11,
2. (( listo ofrecía entonces poc[uís¡inas dificultades, dice el príncipe
de la l'az, y la diseminación de los Borbones habría atajado la
inquina de que ei'an objeto >i. Mano lias, op. cit.^ t. III, cap. xvii.
LKAMS.MO COI.OMAI. 235
(le SUS disensiones, hizo (¡ue lueran a Bayona, les arrancó
su abdicación, los hizo prisioneros al mismo tiempo (|uc
a Godoy v a la reina, y José Bonaparte lué nombrado rey
de España y de Indias.
Si bien las endebles esperanzas de los liberales sudame-
ricanos podían creerse sostenidas por Inglaterra, iban a
tener que contar ahora con otras amenazas. Todavía no se
había puesto en camino hacia su capital el nuevo soberano.
V va Napoleón se empleaba en asegurarle la posesión de
las provincias de ultramar, que formaban ciertamente la
parte más hermosa y más envidiable de la herencia de
Carlos Quinto '.
No era aquélla la primera vez ([ue Napoleón volvía sus
miradas hacia la América española. Hacía ya tiempo que
su absorbente genio se había propuesto, si no añadir el
Nuevo Mundo a sus conquistas, cuando menos desviar
hacia él la atención de sus enemio()s. o convertir alouno de
sus territorios en elemento de alguna combinación política.
Además, la seducción que ejercieron siempre en el espíritu
del Emperador las expediciones marítimas le habría
animado más de una vez a intentar aquella aventura, de
haber tlispuesto de tiempo suficiente, y, sobre todo de
medios. ¿No envió, apenas terminados los preliminares de
la paz de Amiens. a uno de sus genérales más estimados, a
su propio cuñado, el general Leclerc-, a Santo Domingo con
cerca de 20000 hombres de excelentes tropas, compuestas,
en su mayoría, de veteranos de los ejércitos de Italia y de
Egipto? Tal ostentación de fuerzas ocultaba sin duda exten-
sos proyectos que, por cierto, no tardaron en desentrañar
los Ingleses, y que no dejaron de denunciar. Conocida es
la suerte funesta de aquella expedición : diezmada por la
fiebre amarilla, la muerte prematura de su jefe, la inesperada
e indomable bravura de las tropas de Christophe^, Tous-
1. Cf. Sassenay, op. cif., cap. i, p. 2.
2. Leclerc (Charles-Victor-Emmanuel). nació en Pontoise (Sena)
en 1772, falleció en Santo Domingo en 1802.
•i. CiiRiSTOPHF. (Henry), nació en la isla de la Granada en (767.
hombrado presidente vitalicio de la República de Haíti en 1807, se
hizo pioclamar, en 1811, emperador de Ilaíli con el nombre de
línrique 1". Vencidas sus tropas en 1820 por el general Boyer, se
malo en sn castillo de Sans-Souci.
236 EL PÜECUIiSOU
saint-Louverture ' v Dessaliiics ", y (jue tciniinó. a fines
de i8o3, por la capitulación del Cabo y la proclamación
de la independencia de Haiti.
Aunque los comienzos de la expedición no anunciaban
tan deplorables resultados, después de la toma del Cabo
Francés y la rendición de Toussaint, vemos una indicación
de los pensamientos secretos del Primer Cónsul en la
misión confiada por el general Leclerc a su amigo Norvins^,
a quien « la afición al cambio, el donquijotismo de la
curiosidad y del peligro » habían, según pintoresca confe-
sión suya^, atraído hacia el Nuevo Mundo. Tratábase de
llevar a cabo en Nueva Granada, en el Perú, y aun en
Méjico. « una misión que, probablemente, había de durar
unos dos años, y cuyo objeto sería explorar, en interés
político y comercial de Francia, las vastas comarcas que la
celosa España se había impuesto conservar constante y
rigurosamente cerradas a todo extranjero... » A más de
esto, había para Norvins una instrucción secreta en la que
« hallaría el verdadero pensamiento de Bonaparte acerca
de aquel viaje ^ ». La repentina y general insurrección de
1. Nació en 1743. Toussaint, apodado Louverturf.. tomó parte,
desde 1791, en la insurrección haitiana contra los Franceses. Se
reconcilió con ellos en 1795, y, nombrado por el Directorio, en 1796,
generalísimo de los ejércitos de Santo Domingo, hizo embarcar para
Francia al comisario francés .S'anthonax, y. desde entonces, fué de
hecho soberano independiente de Haiti. Después de la capitulación
del Cabo, Toussaint-Louverture fué arrestado y trasladado al Fuerte
de Joux. en donde murió en IKOH.
2. Dessalim-s (Jean-Jacques), nació en Haiti en 1758. Contribuyó,
de concierto con los Ingleses, a que Francia evacuara Haiti en JH03,
y al año siguiente se hizo proclamar gobernador general, y luego
emperador de Haiti con el nombre de Santiago 1". Fué matado en 1806,
durante una revista, a instigación de Pélion.
3. Norvins (Jacques Marquet, barón de Montbrelon de), nació en
París en 1769, falleció en 185'f. Arrestado como antiguo emigrado y
puesto en libertad después del 18 de brumario. dedicó agradeci-
miento decidido a Napoleón. Siguió en 1801-1802 a Santo Domingo
al general Leclerc. como secretario. Desempeñó después varios
cargos al servicio de Jerónimo, rey de Westfalia, siendo luego nom-
bi'ado, en 18J0, diiector general de la policía de los Estados Romanos,
y en Roma quedó hasta J814 De J830 a 18o2, fué sucesivamenle pre-
fecto de la Dordogne y de la Loire. Es conocido sobre lodo por su
Jíistoíre de Napoleón, cuya primera edición es de 1827.
4. Memorial de J. de Novi'ins, op. ril.. t. II, p. 308.
5. Id., 1. III, pp. 32-33.
l.EAI.ISMO COLONIAL 237
los negros, sobrevenula pocos días dospiiés. hizo aplazar
el proveció, que nunca lué realizado.
No obstante, tanto menos se apartaba de las Indias Occi-
dentales la atención del Emperador cuanto que seguía los
constantes progresos de Inglaterra en aquellas regiones.
Estaba muy al corriente de las importantes compensaciones
([ue, sin ruido v sin riesgos, hallaba ella, contra las moles-
lias del bloqueo, en a([uella parte del mundo. La expe-
dición de Miranda recrudeció las alarmas del Emperador,
|)ues no se dudaba en París de que el antiguo general de
la República fuese agente de los Ingleses. Joseph de Pons'.
a quien la reciente pül)licación de un Viaje a la parte
oriental de la Tierra Firme - daba por entonces cierta noto-
riedad, recibió encaro'o de redactar una memoria confiden-
ciaP en la que luil)ían de ser examinados los medios más
propicios para contiarrestar los planes de la Oran Bretaña.
« Si obtiene éxito Miranda, observaba el autor de la
memoria, las Colonias españolas se separarán sucesiva-
mente de su metrópoli, e Inglaterra fundará en ellas una
potencia igualmente funesta a Francia, a España y al
comercio del mundo entero. Y, aunque fracasara, lo cual
no es probable, sus reveses no modificarían en nada los
proyectos de los Ingleses. Sólo un medio hav para combatir
esos proyectos : que España, a quien es imposible velar
por sus colonias, las ceda a Francia... Únicamente poniendo
a su poderosa aliada a la cabeza de sus amenazados domi-
nios podrá esperar desafiar los esfuerzos que hacen y que
puedan hacer para quitárselos. Y, para tan importante
empresa, ningún país tan adecuado como la capitanía
general de Caracas, que cubre igualmente cuanto España
posee cu la América meridional, salvo el virreinato de
Buenos Aires *. »
Por desgracia, las guerras de Europa y la inferioridad
1. Poxs (Fraucois-Raymond-Joseph de"", viajero francés, uació
en 1751 en Souston (isla de Santo Domingo), falleció en París
hacia 1812. Agente de Francia en Caracas, resignó sus funciones
hacia 1792, se retiró a Inglaterra, yendo luego a París en 18U'».
2. Üp. cit., París, 1806.
o. .Memorias acerca de la cesión de la Capitanía general de Caracas
a Francia. 180(3. Arch.des .í/f. Etr.. Colombia. I (1801-1825).
'i. Id.
238 EL PUECUBSüR
luiniérica de la marina iVanccsa dejaban a las colonias
Americanas fueía del alcance del Enipeíador y lo conde-
naban a la inacción.
La abdicación de los sobeíanos españoles pai-eció pro-
porcionar, en íin, la ocasión tan largo tiempo deseada.
Tan desconocedor de la verdadera mentalidad de los
criollos como del carácter íntimo de los futuros subditos
de su hermano, acerca de cjuienes se hacía tantas ilusiones
Napoleón, pensó éste que la conquista del Nuevo Mundo
se agregaría por sí sola a la de España, y que un entu-
siasmo sincero movería las Colonias a hacer causa común
con la metrópoli ce regenerada ' )).
En realidad, los gobernadores de las Antillas Irancesas
habían atribuido el fracaso de Miranda a la sola presencia,
en la capitanía general, del corto electivo de la Guadalupe ';
y, si algunos centenares de combatientes habían bastado
para proteger a Buenos iVires, era, según Liniérs mismo \
porque « los sucesos constantes y siempre prósperos de las
armas del Emperador habían electrizado un pueblo hasta
entonces tan pacíhco n. Los informadores del gabinete
imperial eran unánimes en declarar que mil doscientos a
mil quinientos soldados franceses serían apenas necesarios
para asegurar (( la fácil conquista de la isla Trinidad y de
la capitanía de Caracas^ «.De Pons había ido más lejos
aún ; escribía : « Para los españoles de América, el solo
nombre de Napoleón significa valor, heroísmo, beneficencia,
genio, poderío v lealtad. El gozo y la obediencia serán
universales. Los hombres de bien cobrarán nuevas energías;
los espíritus inquietos y turbulentos, que verán que ya no
tienen frente a ellos una metrópoli cuya debilidad conocen.
1. u Vuestra nación perecía : lie visto vuestros males y voy a reme-
diarlos; quiero que mi recuerdo quede en la memoria de vuestros
nietos, y que puedan decir : Ftié el legeneraclov de nuestra Patria ».
(Proclama de Napoleón a los Españoles, el 24 de mayo de 1808).
2. Cf. Poyen, op. cit., cap. xxi, p. 294.
¡j. Carta de Liniers a Napoleón, 20 de julio de 1807, citada por
¡\IiTKi;, Uisloria de Belgrano, 5'' éd., 1902, t. 1, p. 163.
4. Int'ornie acerca de la isla de la Trinidad considerada como
Almacén de Depósito del Comercio de los Europeos con el Alto Perú,
Tierra l"'irme, la provincia de Caracas, y como principal punto militar
de las Islas de Barlovento de América, por S. Dauxion-Lavayssi:,
27 de enero de 1808. Avch. des Ajf. Etr. Estados Unidos, Reg. 61.
LEALISMO COLONIAL 239
sino al primero y más poderoso ác los monarcas, se
volverán los más ardientes parlidaiios de la cesión. La
acooeián como una victoria ganada sobre España. En nna
|)alal)ra. a la voz del Emperador de los Fi-anceses v Rey de
Italia, el orden reinará de nuevo en aquellas regiones' ».
Pero, la impresión producida en ¡Madrid por los aconte-
cimientos de Bayona, la repentina y furiosa resistencia
ilel pueblo de España, y, sobre todo, la entrada en escena
de los Ingleses, cambiaron las disposiciones de Napoleón.
Los esíuerzos que multiplicaba Inglaterra para avivar la
insurrección en la Península no dejaban duda acerca de su
acción en América. Importaba impedirla y concertar sin
retraso una línea de conducta que desbaratara las intrigas
que iba ella a fomentar en aquellos países. Desde el i3 de
abril, de Pons, consultado, preconizó « el envío al Nuevo
Mundo de comisionados franceses destinados a poner en
guardia a las autoridades y a los habitantes... La edad, las
sanas costumbres y los principios de dichos comisionados
habrán de inspirar confianza... Convendrá que prometan
a los criollos la conservación de sus empleos... que declaren
que el Emperador está resuelto a mantener la religión
católica, la jerarquía eclesiástica, los derechos v privilegios
de las iglesias, la continuación del pago de las pensiones,
y a fomentar, sobre nuevas bases, la agricultura v el
comercio... Los comisionados harán comprender a los
pueblos aquéllos, qué desgracias les acarrearía una resis-
tencia inútil o una conducta desleal" ».
La repercusión que habían tenido las expediciones
inglesas al Río de la Plata hacía que la atención del Empe-
rador se fijara más bien en esta colonia. « Deslumhrado
por la gloria de Napoleón », LLniers le escribía cartas
vibrantes para darle; cuenta de sus éxitos. Se podía, pues,
esperar encontrar en aquel virrey tan popular en las Indias
Occidentales un pai'tidario ganado de antemano, v que
1. Memoria citada. — Era éste el lenguaje mismo qne iba a tener
Napoleón hablaudo de España, cuando escribía a Talieyrand, el 8 de
junio de 18U8 : <( La llegada del rey acabara de disipar los disturbios,
iluminará los espíritus, restablecerá la tranquilidad ». Citado por
Sorel. VEuiope. et la Révolution. t. VII, p. 271.
2. Arch. iWiit. A. V . IV. IGIO,
240 EL PRECUIiSOU
gustoso aceptaría el convencer a los habitantes de Chile y
del Perú. En seguida se puso Napoleón en busca de un
negociador a quien daría encargo de entenderse con
Liniers. Mientras tanto, hizo armar en el Ferrol, en Cádiz
y en Cartagena buques en los cuales contaba embarcar un
cuerpo de tres a cuatro mil hombres que habían de seguir
al embajador con algunos días de intervalo, v cuya pre-
sencia en las costas de la Plata lacilitaría su misión. Decrés
y Maret, encargados de descubrir el negociador, comen-
zaron sus tareas. Decrés propuso al capitán de navio Jurien
de la GraviéreS amigo de Liniers. Maret designó al
marqués de Sassenay, antiguo diputado de la bailía de
Chálon-sur-Saóne en los Estados Generales, antiguo oficial
del ejército de Conde, que había residido largo tiempo en
las Antillas y que también conocía al virrev de Buenos
Aires. En aqnella época, el marqués se había retirado a
una finca que poseía en Borgoña y de la que llevaba el
nombre.
(( Verdadero asombro fué el de M. de Sassenay, refiere
su biógrafo", cuando, en un hermoso día de mayo de
1808, vio bajar de un coche de posta, que se había
detenido a la puerta de su castillo, a un correo de gabinete
portador de una orden del Emperador, en la que le decía
éste que acudiese ante su persona. Muy perplejo, trató el
marqués, aunque en vano, de obtener algunos informes del
correo de gabinete. Este, nada sabía, y sus instrucciones se
limitaban a conducir a Bayona al marqués. Hizo Sassenay a
toda prisa algunos preparativos, y, después de angustiosa
despedida a su mujer y a sus dos hijos, subió al coche que
le estaba esperando. El viaje se hizo con la rapidez posible
en aquella época... Sassenay llegó a Bayona el 99 de mayo.
Se apresuró a mudarse de ropa y se presentó en el castillo
de Marrac, en donde residía el Emperador, quien le
admitió inmediatamente ante su presencia.
1. Jurien de la Graviére (Pierre-Roch), nacido en 1772, muerto en
1849. Capitán de navio en 1803. En febrero de 1805, a la cabeza de
tres fragatas, venció, frente a Sables d'Olonne. a una escuadra
inglesa compuesta de 6 buques de guerra. Contralmirante en 1817,
vicealmirante en 181)1, fué par de Francia desde 18!J0 hasta 18'i8.
2. Sassenay, op. cit., cap. i, pp. 9-11.
LE.VM.SMO (:()IJ)MAL 241
« La audiencia íué corta y característica. Napoleón se
paseaba con cierta agitación en su cuarto de tiabajo.
Apenas introducido Sassenay, la interpeló con su habitual
l)rus([uedad. « Usted se halla en relaciones de amistad
con INI. de Liniers. le preguntó ». —^ a Si. Señor »,
contestó el marcpiés. — Está bien, es lo que me ha dicho
Maret. « repuso el Emperador. » Pues, siendo así. vov a
encargarle a usted de una misión cerca del virrey de la
Plata. (( — Estoy a las órdenes de Nuestra Majestad; pero
Vuestra Majestad tendrá por conyeniente permitirme ([ue
yaya a poner en orden mis asuntos paiticulares antes de
emprender un viaje tan largo y tan peligroso w.
— (( Imposible ». Tal íué la contestación del Emperador.
« Es preciso que mañana mismo se ponga usted encamino.
Dispone usted de sólo veinticuatro horas para prepararse.
Haga usted su testamento : Maret se encargará de enviarlo
a su familia de usted. Por el momento, vava usted a ver
a Champagnv. quien le notificará mis instrucciones ».
Y. con un simple ademán de mano. Napoleón despidió a
su interlocutor absolutamente aterrado.
El marqués de Sassenay se embarcó, en efecto, al día
siguiente, en un bergantín pequeño : Le Consolateur,
destacado de una flotilla destinada por el Emperador a
las comunicaciones que había que establecer entre las
colonias españolas y francesas, y que no pudo ser armado
sino someramente, dada la penuria del arsenal de Bayona.
El ministro de relaciones exteriores hizo entreoar a
o
Sassenav, a bordo del navio, un saco de despachos desti-
nados a las autoridades coloniales, al mismo tiempo que
un pliego que contenía instrucciones secretas, de las que
no había de enterarse Sassenay sino cuando llegase a
alta mar.
Napoleón hubiera podido encontrar aún comisítrios
para Costa Firme y Méjico. De Pons se ofreció a llevar a
Caracas la nueva del advenimiento del rev José. Esciibía
al Emperador : « Tengo la sensación íntima de ([ue si
Vuestra Majestad se dignaia concederme esa honrosa
misión... obtendría yo. así de las autoridades locales como
de los habitantes, los testimonios de la más cumplida
sumisión y de una fidelidad inalterable, y el ejemplo ch;
16
242 EL PUECUUSOlt
Caracas sería sogurameiitc imitado por el virreino de
Santa Fé, limítrole de éste...' » El teniente Galabert, del
estado mayor del ejército de Dahnacia, propuso sus servi-
cios para Méjico, haciendo valer que lo había « atravesado
de uno a otro mar. La provincia de Puebla es el punto de
defensa de aquel país. M. Flon está allí de gobernador.
Está adherido por completo al Emperador y a los Fran-
ceses... Creo a M. Flon incorruptible. Su posición, su
conducta en este momento pueden influir mucho en la
suerte de Méjico. Lo (jue mi amigo M. de Liniers ha
hecho en Buenos Aires. M. Flon puede hacerlo en el país
sometido a su mando- ».
Mas no juzgó indispensable el Emperador hacer tan
grandes gastos para aquellas colonias cuyo estado de
ánimo no parecía amenazar, según los informes que le
hal)ían dado, con ninguna oposición seria a sus miras.
Se hajjía limitado a dar órdenes para (jue el capitán
general de Guadalupe y el comandante de la Guayana
francesa hiciesen salir, con la mayor rapidez posible,
« hacia los establecimientos de Costa Firme, de Puerto
Rico, La Habana, Méjico y la Florida, hombres seguros e
inteligentes que dieran la mayor publicidad posible a los
últimos acontecimientos ». Los ministros de la marina y
de relaciones exteriores reproducían, con algunas ligeras
variantes, en las instrucciones del F^mperador, las obser-
vaciones sugeridas por de Pons^
Los despachos del gabinete imperial llegaron primero,
el 3 de julio, a Cayena, en donde, desde hacía unos diez
años, era gobernador el fogoso Victor Hugues*. Ya en su
juventud. Hugues había vivido largo tiempo en las Antillas
y en la América del Sur, y hasta había asistido en Santa
Fe, en 1780. a la insurrección de los Comuneros^. Poseía
de la suerte una noción bastante profundizada de los
hombi'es y de las cosas del Nuevo Mundo, conocía la
1. 22 de junio de 1808. Arch. Nat. A. F. IV. 1610.
2. 28 de junio de 1808. Arch. Nat. A. F. IV. 1610.
3. 11, le'y 20 de mayo de 1808. Airli. de la Marine. B13'' 27'i, í" 2:57
y Jrch. des Aff. Elr. 61, l'« 250 y 277, Elals-l'nis.
4. V. supráj lib. II, cap. i, J; III.
5. Mémoire sur la Cóle l'ernie et le Mexique, par Victor Hugues.
Julio de 1808. Arch. des Jff. Etr., Etals-Unis, 61, f" 286 y sig.
á
LEALIS.MO COl.OMAI. 2'l3
influencia ejercida |)<>r los funcionarios coloniales o la
aristocracia criolla solare a([U(dlas gentes impresionables
y sediciosas por instinto, y no ignoraba lanipoco los
medios de que disponían los Ingleses en aquellas regiones
y la vehemencia con que tratarían de desj^aratar los
proyectos del Emperador.
Así es ([ue, si bien se apresuró a ejecutar las instruc-
ciones tic sus jefes, no lo hizo, según todas apariencias,
sino contra su voluntad y sin gran esperanza de éxito.
Y, aunque en el año de gracia de 1808 y 4° del reinado de
Napoleón, no solían discutirse — bien lo había visto
Sassenay * — las órdenes del Emperador, el comandante
de la Guavana Irancesa creyó deber señalar al ministro de
relaciones exteriores ' los temores que le inspiraba la
situación : « ¿No había agitación en aquellas inmensas
posesiones? Sería menester adueñarse de Puerto Cabello,
de Cartagena, de Porto Belo, Panamá. San Juan de Ulloa.
Veracruz estableciendo en ellos numerosa guarnición...
o
V entonces se podría, sin consecuencias graves, dejar que
se agite interiormente el país... a menos que algún oficial
entregue a los rebeldes las plazas fuertes que acabo de
nombrar. »
Al mismo tiempo que tranquilizaba así su conciencia,
no perdía Rugues un minuto. « El bergantín Sei-pent, el
aviso Rapide y el Phénix están ya en mar para cumplir las
diferentes misiones,... noche y día se ha trabajado en
armarlos y avituallarlos ». El Rapide iba hacia Veracruz
« como un simple importador de despachos » v el Phénix
hacia Guadalupe, desde donde el general Ernouf, « por
estar más al alcance v por disponer de más medios, » podría
enviar los comisarios destinados a Méjico, a la Florida, a
Puerto Rico y a La Habana. El Serpent, cuvo mando fu('
coiifiado al teniente de Lamanon. « hombre de buen
sentido y de reconocida prudencia. » debía hacer escala
sucesivamente en La Guayra. Puerto Cabello, Santa Marta
y Cartagena de Indias.
Lamanon salió de Cayena (d 5 de julio, « bien jx-nclrado,
1. Sassenay. op. loe. rit.
2. Cayena, 24 de julio de 1808. Arrh. des Aff. Eir . Elats-fnis. Gl
f' 277.
244 I£L PRECUnSOll
afirma Victor Iluoiies, ele la importancia de su misión »
Era esta, en realidad, tan delicada como peligrosa, según
pudo verlo el joven oficial al tomar conocimiento de la
instrucción que le fué entregada en el momento de
embarcarse.
Decía ésta :
« El objeto de la misión de M. Paul de Lamanon,
teniente de navio, bajo cuyo mando se halla la corbeta de
Su Majestad : le Seipent, se halla todo entero en las
instrucciones de S. E. el Ministro de la Marina v de Ins
Colonias, fechadas en París el 16 de mavo de 1808, que
le entrego (n° 1), y en los despachos con lecha 11 del
mismo mes, de SS. EE. el Ministro Secretario de Estado
y el Ministro de Relaciones Exteriores, fechados en
Bayona por orden de Su Majestad, cuvo contenido vov a
darle a conocer.
« Estos despachos me invitan a poner en conocimiento,
por distintas vías y por todos los medios posibles, de las
posesiones españolas de América, las actas oficiales adjuntas
que entrego a M. de Lamanon, tanto en español como en
francés, rubricadas por S. E. el Secretario de Estado, así
como varias cartas dirigidas a los diferentes virreves, capi-
tanes generales, obispos, etc., de las provincias que
M. de Lamanon debe recorrer.
« Las piezas oficiales consisten en las actas siguientes :
« 1° La carta del Rev Carlos al Príncipe de Asturias.
« 2° La carta del Príncipe de Asturias al Infante
D. Antonio como Presidente de la Junta, con la que va
incluida una carta del Príncipe de Asturias a su padre.
3° El decreto del Rey Carlos declarando, teniente general
del reino al Grand Duque de Berg.
« 4" El acta del Rey Carlos por la cual cede sus derechos
al Emperador Napoleón.
« 5" La carta del Piíncipe de Asturias, con idéntico
objeto.
« 6" Varios periódicos, tanto en trances como en español,
a los cuales habrá (jue dar la mavor publicidad.
(( M. de Lamanon aniinc¡ar;í también (d advenimiento
de un Príncipe de la Casa Imperial a la Corona de España,
el rey de Ñapóles, José Nap(deón, a <[uien sus principios
LKAI.IS.MO CÜI.OM VI. 2'l5
i-eliai<)S(>s. sus reales virtudes, su laleulo v su valor han
o
uieríH'ido el cariiM» de cuantos han leuido la dicha de
conocerlo.
(( Al encarj^^ar a M. de Laniaiion tle esta ini|j()rlante
misión, cumplo los deseos de Su Majestad, nuestro Augusto
Señor, ([uien me manda no conliaila sino a hombres de
juicio sano y recto, y prndentes.
« Por tanto, en los distintos sitios designados en las
instrucciones n° 1, ]M. de Lamanon, seguido de nno o
varios oficiales, con uniíorme de gala, se presentará ante
los obispos, y demás personas para quienes tiene despachos,
con gravedad, decencia, y con esa amenidad francesa que
tantas voluntades nos ha granjeado en a([uellas regiones;
les comunicará las piezas oficiales de que es portador, les
animará a que mantengan a los pueblos en la obediencia y
el respeto, asegniándoles de que los sentimientos del
Emperador respecto a España no dan lugar a duda alguna;
dichos sentimientos son : interés, benevolencia v constante
solicitud por su gloria y su prosperidad ; les dirá que a
oficiales y a obispos se les presenta una buena ocasión de
probar su afecto a su nuevo soberano, a su metrópoli y a
sus hermanos de España mostrándose inasequibles a las
sugestiones de los Ingleses, de sus partidarios y de gente
malévola que querría establecer su dominación de un ins-
tante sobre montones de cadáveres de buenos y valientes
Españoles.
« El Emperador, nuestro Augusto Señor, al elevar a su
amado hermano el Rey de Ñapóles al trono de España ha
consaorado los bienes, las leyes, las iglesias v la religión
católica, su independencia absoluta y la integridad do la
Monarquía española y de todos los países de ultramar.
« M. de Lamanon pintará con los más vivos colores el
desorden que en el Río de la Plata ha causado la presencia
de los Ingleses, las matanzas, las profanaciones de los
templos, de los conventos, el horror ([ue a los Ingleses
inspira la religión católica.
« Asimismo pintará la dicha de ser gobernado por prín-
cipes de sentimientos elevados, justos v piadosos, ase([ui-
bles a sus subditos, ([ue <|nieren la prosperidad, la gloria do
su país, felicidad úc que gozan ya los Españoles de España.
246 EL PHECUliSOí;
« M. de Lamanon quedará sólo tres o cuatro días en
cada uno de los sitios designados en las instrucciones n° 1,
salvo en Cartagena, en donde podrá permanecer algunos
días más, con objeto de proveerse de lo necesario para
efectuar su regreso a Europa con la mayor prudencia
posible...
« Comprenderá la necesidad de preceder a los Ingleses
en los relatos que pudieran haber hecho ellos acerca de
estos grandes acontecimientos, v cumplirá su misión con
la mayor celeridad...
« La confianza que tengo en M. Paul de Lamanon me
ha determinado a confiarle esta importante misión. Sin
colaborador, sentirá la necesidad de llevarla a cabo con
exactitud, sensatez y prudencia, sobre todo con celeridad.
Me será muy grato tener noticia de su regreso a Europa,
de que su viaje haya cumplido los deseos de nuestro
Augusto Emperador, y de que le haya manifestado éste su
alta satisfacción*. »
V
Mientras los buques a cuvo bordo il)an los emisarios
del Emperador se dirigían a toda vela hacia el continente
americano, se ignoraba en éste los recientes aconteci-
o
mientos de Europa. El motín de Aranjuez y el adveni-
miento de Fernando YII, acerca del cual no se conocían,
después de todo, más que vagos detalles, eran las últimas
noticias conocidas en las Colonias.
Entre tanto, a Caracas había llegado, a principios de
julio, un ayudante de campo de D. .luán ^lanuel de Cajigal '-,
jefe de Cumaná, poitador de un voluminoso paquete de
periódicos ingleses que Cajigal había recibido del Gober-
nador de Trinidad, y que él a su vez dirigía a D. Juan
1. Instrucciones de M. Víctor Iliigues, oficial de la Legión de
Honor, C-oinisionado de Su Majestad Imperial y Real. Comandante
supremo de la (iuayana Francesa. Cayena, 5 de julio de 1808. — Aic/i.
(le la Mari IIP, BB'^ '21 't.
2. Antes, gobernador de Cuba, en donde, según hemos visto ya,
fué protector y amigo de Miranda.
á
LKALISMO IXtl.OMVr. 247
d(! Cusas, con una simple caita ilc Iransiiiision. I']slc lacó-
nico despacho no iin|)iesionó al capitán ocucial : dejó,
dos o tres días, los periódicos sobrcí su mesa, sin desdo-
blarlos. V luego los entreoó a su secretario Andrés Bello
para que éste tiatlujera, si menester era, los artículos <|ue
pudieran ofrecer al<>ún interés. Bello se llevó el pa([uete,
sólo dos días después se enteró de su contenido.
Apenas hid^o leído los primeros renglones, quedó, dice
él', como petrificado. Aquellos periódicos contenían el
relato de la abdicación de los soberanos en manos de
Napoleón; referían, con todos sus detalles, las escenas de
Bayona, el advenimiento al trono de España del hermano
del emperador de los Franceses, el destierro de la familia
real, y, en apoyo de tan increíbles informaciones, citaban
los documentos oficiales
ü. Juan de Casas, a quien Bello se apresuró a poner al
corriente, se negó primero a dar crédito a noticias « tan
desatinadas », declaró él, y que sola « la notoria perfidia
de los gacetilleros ingleses había podido imaginar ». Sin
embargo, convocó al presidente de la Audiencia, ^losquera,
al tesorero Ignacio Canivell y a otros altos funcionarios,
les manifestó lo que había y les pidió Qonsejo. A pesar de
(Canivell, que había residido largo tiempo en Londres y
(jue hizo observar que el Times era un periódico dema-
siado serio ])ara lanzar sin fundamento tales noticias, los
consejeros del capitán general declararon que eran del
mismo parecer que su jefe. Transcurrió cerca de una
semana : nada vino a confirmar aquellas noticias, v, cada
vez más. crevó Casas en una mistificación.
Xo iba a tardar en ver que no había tal. En la mañana
del 15 de julio se esparció en la ciudad el rumor de (|ue
un l)ei'gantín con pabellón francés había fondeado delante
de La (luavra a las dos o las tres de la madrugada. En
seouida. una embarcaci(>n había llevado a tierra a dos
1. Amixátkgli. Vida de D. Andrés Bello, op. cit.. cap. vi, p. 38.
Son éstos los recuerdos que fieraos ineiicioiíado, completándolos con
los informes relativos a la misión del com'" de l.,anianon [Avch. de la
Marine, Bli'^ 2741. los despachos del com'" Beaver, que mandaba la
fraf^ata inglesa Acasta (R. O. Adniiraliy Leewards Islands, 1808,
n" 321), y con los de las autoridades españolas de Caracas. D. II, 348.
248 EL l'líECLllSOn
oficiales, con uniforme de gala, ([uienes habían ahjuílado
caballos v estaban a punto de llegar a Caracas. Daba la
una cuando, en efecto, el comandante de Lamanon y el
teniente de navio de Courtay desembocaron por el último
recodo del camino, a la entrada del vecino arrabal del
Calvario. La gente que había ido a su encuentro les escoltó
hasta el palacio del Gobernador, ante el cual no tardaron
en llegar.
El capitán general les recibió en seguida; pero, como
ninguno de los dos oficiales hablaba español, y como
tampoco Casas hablaba IVancés, se recurrió a Bello. Tan
pronto como el joven secretario, llamado con urgencia,
entró en el despacho del Gobernador, se entabló la conver-
sación : « Os traigo. Excelencia, mis felicitaciones, dijo el
comandante, y vengo a recibir las vuestras con motivo del
advenimiento al trono de España y de sus Indias, de Su
Majestad el rey José Napoleón, hermano de mi augusto
Señor, el emperador de los Franceses. He a(juí las cartas
que harán conocer a Vuestra Excelencia las circunstancias
en que se ha efectuado este feliz acontecimiento, w Casas,
según Bello que nos ha dejado el relato de la entrevista.
« Casas creyó, al oir aquellas palabras, que el rayo había
caído a sus pies. Tomó el pliego que sonriente le tendía el
oficial, y, volviéndose hacia el intérprete : « Constéstele
usted, dijo, que voy a entei-arme de estos despachos y que
le haré saber las decisiones que me hayan inspirado. « El
francés se despidió, saludó, salió. Apenas se había cerrado
la puerta detrás de él, cuando Casas, como dei-ribado en
su sillón, se puso a sollozar. Acudieron su mujer y sus
hijos, y les costó mucho trabajo calmarle.
Mientras los magistrados y los principales funcionarios
de Caracas, convocados con toda urgencia a palacio, deci-
dían, de acuerdo con el capitán general, aplazar toda
medida hasta saber por cuál de los dos soberanos convenía
pronunciarse, el pueblo, avisado de la llegada de los comi-
sionados y de las nuevas que traían, se reunía en tumulto
bajo las ventanas del gobernador. Había allí cerca de
10 000 manifestantes que gritaban, íi-enéticos : « ¡^'iva
nuestro rey! » « ¡Muera el usurpador! » El cabildo se había
reunido. Envió una tras otra tres delegaciones al capitán
LEAI.ISMO COLONIAL 2'i9
ncneral para pedirle que proclamara a Fernando VIL
Aumentaba el gentío. Janiás se había sentido agitado por
semejante efervescencia. Casas tuvo que someterse.
xV las 4 salió de palacio, en compañía del obispo, de los
miembros de la Audiencia v de los altos funcionarios del
gobierno v declaró solemnemente reconocer los derechos
de Fernando VII. Algunos instantes después, formábase
ante palacio, en la plaza, el cortejo de ritual : los portaes-
tandartes, con bandei'as desplegadas, los heraldos, las
trompetas, el municipio con trajes de ceremonia, los
oficiales de las milicias, con uniforme de gala, tomaban el
camino de la catedral v del cabildo, saludados por los
entusiastas vivas de la muchedumbre
Tan pronto ct)mo terminó su audiencia, los ílos oficiales
franceses se habían dirigido hacia la posada del A?igel.
Distribuyeron en el camino las gacetas españolas que
llevaban consigo, y observaron, no sin sorpresa, que la
gente acogía muy mal aquellas noticias, y mucho peor a
los embajadores. A su paso prorrumpía- en gritos hostiles
la muchedumbre, y ésta se agolpaba delante de la posada
a ([ue a tiempo llegaban Famanon v Courtay para sus-
traerse a almilla agresión. Los manifestantes amenazaron
o o
entonces con derribaí- las puertas, y el posadero, aterrado,
suplicaba a sus huéspedes que se quitaran el uniforme y
que se evadieran por una puerta trasera; la situación resul-
taba crítica.
Los oficiales del Emperador no eran gente que se alar-
mara por tan poco. Se pusieron tranquilamente a la ven-
tana, yes de creer que su gallarda apostura y su serenidad
impusieron cierto respeto al populacho, pues cesaron los
gritos Algunos jóvenes, cuya llegada fué oportunísima,
arengaron a la muchedumbre y se la llevaron hacia la
plaza del palacio del gobernador. Lamanon y su teniente
salieron entonces sin ser molestados, v llegándose a casa
de un comerciante llamado Jouve que vivía en un bari-io
lejano, esperaron los acontecimientos.
Eran las 5 cuando Bello, por orden de D. .Juan de Casas,
fué a \isilarles. Les puso al corriente de la decisión que
había tenido que tomar id capitán general y les suplicó
que se maichasen : « A uestra vida, señores, corre graves
250 EL PKECURSOlt
pelif^ros ; sólo por milagro os habéis sustraído al furor de
la luucheduiiibre. En este momento mismo es proclamado
el rey Fernando, y el estado de ánimo de la población es
tal, que Su Excelencia no podría ya responder de vuestra
seguridad : estáis perdidos si la gente llega a descubrir
vuestro retiro. » ■ — ■ « Os ruego pidáis a vuestro capitán
general, contestó Lamanon sin inmutarse, que me dé
media docena de soldados y que no se inquiete por lo
demás : me encargo de hacer que callen todos estos vocin-
gleros ))
Se marchó Bello. Uno de los marineros del Serpent se
presentó entonces a Lamanon anunciándole que, horas
después de su desembarque, una fragata inglesa, con
pabellón español en el trincjuete, se había presentado ante
La Guayra. A todo esto, grupos armados recorrían las calles
gritando : « ¡ Viva nuestro rey Fernando ! ¡ Mueran los
Franceses! » Holgábanlas baladronadas. Llegó la escolta
de Casas, mandada por su propi() hijo. Los comisionados de
Napoleón tuvieron que rendirse a la evidencia. Los Ingleses
estaban en La Guayra. Era menester marcharse, intentar
sustraerse a ellos a favor de la obscuridad de la noche,
so pena de perecer miserablemente sin haber terminado
la misión apenas comenzada, pues Caracas no constituía
sino el primer paso de la empresa.
Lamanon redactó en seguida un despacho para el gober-
nador : « Acabo de saber, le decía, que una fragata inglesa
se propone venir a La Guayra bajo pabellón parlamentario,
sin mas objeto que el de infectar la provincia de Caracas
de noticias falsas acerca de los asuntos políticos de nues-
tras metrópolis. Ruego a Vuestra Excelencia tenga a bien
dar orden al señor comandante de La Guayra de que no
permita que el pabellón inglés tremole sol)re la costa.
aunque se presente bajo los auspicios del de Su Majestad
Católica José Napoleón'. » Y se dirigió hacia su barco.
Hacia las 2 de la madrugada, se cruzó con el capitán de la
fragata inglesa Acasta, ([uien. acompañado de varios
1. Lamanon, cap. de fragala, a S. E. 13. Juan de Casas, cap. general
déla provincia de Caracas, 15 de julio de 1808. Avch. de la Marino,
BB* 274, f" 243.
I.KAl.lS.Mi» l.Ol.OM.VL 251
oliciales. so eiicaiuiíiaha hacia Caracas. No medió saludo
albullo cnü'cí ambos orupos.
VA primer pensamiento de Lamanon al regresar a l)or(lo
lile de hacerse en seguida a hi vela ; pero no había viento.
Pidió entonces al comandante de La Guayra ([uc diera al
Acasía orden de alejarse, mas no logró convencerle. Vio
volver a los oficiales enemigos, intentó de nuevo, después
de la puesta del sol, hacerse a la vela arriando el cal)o;
pero, al notar (pie el inglés efectuaba el mismo movi-
miento, aplazó totla tentativa. Al día siguiente por la
mañana, se levantó brisa, v el Serpent. salió, largando
todas sus velas, con dirección al noroeste. El Acasta cortó
su cable y salió, persiguiendo al Serpent.
El bergantín era buen velero, pero la brisa cayó casi por
completo, y la fragata le ganó en velocidad. « A las 10 de
la mañana, dice el diario de a bordo, se hallaba al alcance
de la voz. Torció a babor y nos descargó varias andanadas ;
arriamos todas nuestras alas rastreras y pusimos las amuras
a babor; en aquel momento fué cortada la driza del
pabellón. En el acto, M. Lamanon mandó izar de nuevo
al grito de « ¡Viva el Emperador! » El enemigo seguía
tirando sobre nosotros, y tuvimos varios bajos obenques
cortados, así como los estayes del palo mayor y del artimón.
También fué cortado el palo mayor por debajo de las barras
de gavias. Entonces mandó M. Lamanon echar el áncora
de baboi-. orden que fué ejecutada inmediatamente, y fué
arriada la bandera \ »
Las aventuras de ^L de Sassenay, quien, días después
de estos acontecimientos (el 9 de agosto), desembarcaba a
la entrada del llío de la Plata, presentan notable parecido
con las de Lamanon. Hasta habían de terminarse de una
manera más triste para el amigo de Liniers. Sassenay, a
cpiien sus instrucciones prescribían también « que diese a
conocer a América qué gloria rodea a Francia y ([ué
influencia ejerce sobre Eurcqia (d poderoso genio que la
g<d)ieriia ([ue observara con especial atención el (dVcto
producido... poi' la nolicla del Icliz cambio efectuado (Mi
1. Informe acerca de la captura del berirantín le Serpent. Arch. de
la Marine, BB^ 27'», f 2i8.
252 EL I'HECUnsOR
España... y que apresurara su rejrreso a Europa para traer
noticias ' ». apianas haljía salido del Consolafenr, puesto al
pairo ante el puerto de Maldonado, cuando dos poderosos
buques in<^'leses salieron contra el bergantín. La ausencia
de viento impidió al teniente Dauriac escapar. Hizo varar
el barco y ganó a nado la tierra, con la tripulación. Los
Ingleses se apoderaron del Consola teur. lo sa(|uear()n, y
Sassenay, que, mientras tanto, había podido llegar a
Montevideo, y luego a Buenos Aires, en donde se presentó
el 12 de agosto por la noche, recudió una acogida bas-
tante fría por parte de Liniers.
Cualesquiera que fueran sus sinceras preferencias por
José Napoleón, cuyo advenimiento, al reunir su patria de
adopción a su patria de nacimiento, le dejaba entrever los
más brillantes destinos', el virrev de la Plata no sentía
menos inquietudes que su colega de la capitanía de Caracas.
Temiendo comprometerse, reunió también a sus conse-
jeros. Se interpuso el cabildo, y, al día siguiente, Sas-
senay fué embarcado para Montevideo, acompañado por
una escolta mandada por D. Luis, hijo primogénito de
Liniers. El gobernador de Montevideo. D. Javier Elío ^,
mandó. encarcelar al embajador, a pesar de las órdenes del
virrey. Acjuel mismo día, estalló un motín en la ciudad : el
populacho invadió el patio de la fortaleza a los gritos de :
« i Viva el Rey! ». « ¡Mueran los traidores! )>. pues Elío,
enemigo encarnizado de Liniers, cuya gloria envidiaba,
había, además, excitado el furor de la turba declarando
que el virrey pactaba con el emperador de los Fran-
ceses.
Liniers vio derrumbarse su populai'idad. a pesar de la
proclamación oficial de Fernando \ 11, a la (|ue procedió
bajo el peso del entusiasmo general. Algunos meses
después, el gobierno de Sevilla le envió un siu'esor.
1). Baltasar de Cisneros. Liniers tuvo cjue retirarse a
C(')ril(>i>a. Al año siguiente, habiendo ([uerido Icvantai' la
causa ya perdida del realismo. (|uc cual buen y leal caba-
1. Sassf.na'í , (III. cil., pp. l32-lol>.
2. (>f. Sassknay, cap. v.
o. Elío (Fi'ancisco Javier), virrey de Buenos Aires en 1811
LEALISMO COLONIAL 2r.3
llei'o SO había creído obliáado a servir hasta el fin, tralcio-
na(h> por sus amigos, abandonado por sus tropas, el
aiatiguo defensor de Buenos Aires rayó en manos de los
jetes del partido patriota, ([uienes le hicieron despiada-
damente ejecutar (2G de agosto de 1810).
Adicto de corazón a España, prefirió, según atinada
observación de su historiador ', el ingrato papel de víctima
desconocida al de lirillante iundador de una república.
Sólo de él dependió el ponerse a la cabeza del movimiento
|)atriótico cuyas tendencias certeras v cuva consecuencia
inevitaJjle había discernido el aun antes de que se pre-
sentara en la Plata el comisionado imperial. Sassenay cjuedó
más de diez meses prisionero en la cindadela de Monte-
video. A principios de 1810 lué transladado a Cádiz, sitiado
entonces por el general Yictor, y consiguió evadirse con
los 1 500 prisioneros del pontón Castilla la Vieja, y ganar,
bajo el terrible fuego de las baterías españolas, la orilla
ocupada por el ejército francés".
El lealismo. al que Liniers se había sacrificado heroi-
camente, había tomado considerable amplitud. La exaltación
manifestada en Caracas, en Montevideo y en Buenos
Aires ganaba todo el continente. Los gobernadores de
las Antillas francesas se abstuvieron, en lo sucesivo, de
enviar otros emisarios. Parece ser que un agente del rey
José en Baltimore envió secretamente algunos^; pero
aquellos negociadores ocasionales debieron de renunciar
por sí mismos a una misión que resultaba peligrosa y que
habría sido necesario sostener, sin gran esperanza de
éxito, por expediciones importantes.
Al delirante entusiasmo de los pueblos de la Península
por su soberano el Deseado, los habitantes de las Colonias
respondían con igual Irenesí. La Junta de Sevilla había
delegado comisionados a la América del Xoite v a la del Sur
o
con objeto de anunciar la declaración de guerra a Francia.
1. Sassenay, op. cit.. p. 180.
2. Sassenay regresó a Francia, tué olvidado por el gobierno impe-
rial, y falleció el 8 de noviembre de 18't0.
;>. Según Caulos Calvo Anales históricos de la Re^'oluciún de hi
América latina. París, 186'i, t. I, p. 47. Se dice que uno de aquellos
enviados fué arrestado v fusilado en La Habana (?)
254 EL PHECUHSOR
líi derrota v matanza de los Franceses en España '. D. Manuel
de Goyenechc', D. José San Llórente, designados por la
Plata y Nueva Granada, salieron en los barcos mismos que
Napoleón había hecho armar en Cádiz, en el Ferrol v en
Cartagena y que habían de seguir a Sassenay. En Méjico,
en Nueva Granada, en el Perú, en la Plata, dichos comi-
sionados fueron acogidos con transportes de alegría. En
todas partes fué proclamado Fernando YII. Hubo fiestas,
celebraron misas. Las ciudades iluminaron. Estuvo de moda
el ([ue los hombres adornaran su sombrero con una esca-
rapela en la c[ue se lucían los colores españoles, o con una
cinta carmesí en la que ostentaban, en letras de oro, la
inscripción : Vencer o morir por mi Rey Fernando Séptimo ^
Y no se limitaron a platónicos testimonios las protestas
de lealismo. Afluyeron los donativos : 7o millones fueron
enviados a Sevilla^. Sólo en Nueva España recogieron, en
menos de diez días, « 2 955 435 pesos, dados por 11(3 sus-
criptores. sin que ninguno de ellos figurara por menos de
1000 pesos; varios de ellos habían dado 50 000, algunos
100 000, y hasta 400 000^ ». En Santa Fe. las señoras se
despojaron de sus joyas y las ofrecieron a la Junta".
La noticia de la victoria de Bailen acreció aún el entu-
siasmo, y las autoridades coloniales, que hasta entonces
parecían reservar su actitud, hicieron causa común con el
sentimiento popular.
Salvo el sensato y firme marqués de la Concordia ', virrey
del Perú, los gobernantes españoles habían mostrado poco
apresuramiento en reconocer abiertamente a Fernando VIL
Iturrigarav ** en Méjico, Amar y Borbón en Santa Fe, Ruiz
1. Cf. Grandmaison, VEspagne et Napoleón, segunda parte, cap. iv.
2. GoYF.NECHE (José Maiiuel de), teniente general español; nació en
el Perú en J773; Talleció en Madrid en 184G. Fué capitán general y
presidente de la Audiencia de Cuzco de 1809 a 18i;{, época en que
salió deíinitivamente de América.
o. Vida de D. Ignacio Gutiérrez Vergara. Londres, 1900, t. I, p. 'i'».
/(. TouENo, Historia del Levantamiento y de la L'evolacian de
España. Madrid, 18'i8, t. II, lib. VIII, p. 298.
5. Gaceta de México, n" del II de agosto de 1809.
G. ToRKNo, op. cit., t. II, p. 165.
7. Abascal (.losé de), marqués de la Concordia, virrey del Perú de
1806 a 1816.
8. Iturrigaray (José de), virrey de Méjico, de 1803 a 1808,
LEAMSMO COLOMAI, 255
(le Castilla oii (hiito*. Carrasco- <mi Chile, habían Icroi-
versado ])or espacio de bastante tiempo, y hasta habían
combatido cuanto les fué posible el arrebato lealista de
los pueblos. El incontestable prestigio con c[ue aparecía
el conquistador sin igual a quien cada batalla valía una
victoria y cada victoria un reino, ante quien hasta el Sumo
Pontífice mismo se había inclinado, no permitía casi ilu-
siones en el espíritu de los gobernadores de la x\mérica espa-
ñola acerca de la eficacia de la resistencia que pudiera oponer
la metrópoli a las Aoluntades del omnipotente Emperador.
Y así es que. desde los primeros momentos, la mayoría
de ellos fué secretamente adicta a la dinastía napoleónica,
hué éste, como va hemos visto, el primer impulso de
Einiers; y no de otra manera opinaba, aunque movido
por sentimientos menos elevados, el capitán general de
Venezuela, cuya « Proclamación » en favor de P^ernando
era más bien una exposición de los motivos que le obli-
gaban a reconocer al hijo de Carlos IV : no había omitido
Casas de mencionar, en aquel documento, ni la insurrec-
ción de los habitantes de su capital, ni las repetidas y
conminatorias solicitaciones del cabildo ^ El capitán
Beaver, que mandaba e\ Acasta. fué « tan fríamente recibido
por el gobernador como bien acogido por la población^ ».
Se negó Casas a prestarse a la presa de la corbeta francesa
anclada en aguas de La Guayra. Hasta declaró al oficial
inglés que el comandante de la fortaleza recibiría orden
de hacer fuego sobre su navio si intentaba éste apoderarse
del Serpent ^.
Fué menester el fracaso de las armas francesas en España
para modificar estas disposiciones. Y, aun así, las auto-
ridades coloniales renunciaron a ellas, movidas sobre todo
por el temor que les inspiraban los progresos de la pro-
paganda liberal. El movimiento lealista se orientaba en
una vía cada vez más peligrosa para el mantenimiento de
1. Gobernador de Quito de 1808 a 1812.
2. Carrasco (Francisco Antonio (iarcía). gobernador y capitán
general de Chile, de 1812 a 18J6.
;]. Aminátegui, Vida de D. Andrés fíello, op. cit., p. 46.
4. Informe del com" Beaver, 18 de julio de 1808. R. O. Admirolly
Leenaids Islands, '.i2l.
5, fd.
256 EL PHECI:KS<)H
la doininaeión española ; y la tenacidad con que los cabildos
reclamaban la constitución de juntas municipales inspiraba
legítimas alarmas a la clarividencia de los virreves. Sabido
es que esta forma de gobierno, que les despojaba de su
autoridad, no era nueva. Esta vez, parecía sin duda inspi-
rada por un exceso de adhesión a la madre patria, y el
establecimiento de las juntas provinciales en España legi-
timaba la conducta de los Sudamericanos en este sentido;
pero el papel tradicional de los cabildos en las tentativas
de sublevaciones coloniales era un precedente que los
gobernantes de ultramai- temían, con justo motivo, ver
reaparecer en las circunstancias críticas que arreciaban
en aquel momento. Tampoco podían olvidar la altanera
independencia con que la Junta de notables de Buenos
Aires, constituida a raíz de la liberación de la ciudail. había
entregado el poder a Liniers y destituido a Sobremonte.
Además, los liberales contaban con poderosas influencias
en los cabildos y las utilizaban con habilidad. Partidarios
convencidos, al parecer, de Fernando el Deseado, estaban
tan resueltos como nunca a no guardarle fidelidad, y
acechaban en secreto el momento favorable en que. despo-
seído éste, pudieran ellos realizar sus planes. Con incan-
sable vigilancia seguía Miranda dirigiendo la acción de
los criollos en todas las provincias de América, y les
enviaba con regularidad instrucciones categóricas. Les
escribía : « La España ahora sin soberano, y en manos de
diversas parcialidades, que reunidas unas á los Fi^anceses.
y otras á la Inglaterra, procuran por medio de una guerra
civil sacar el partido que mas convenga á sus vistas parti-
culares, es natural procure atraernos cada cual á su par-
tido... Suplico á Vss. muy de veras, que reuniéndose en
un cuerpo municipal representativo tomen á su cargo el
gobierno de esa provincia : v que enviando sin dilación á
esta capital personas autorizada's y capaces de manejar
asuntos de tanta entidad, veamos con este gobierno lo que
convenga hacerse para la seguridad y suerte futura del Nuevo
.Mundo... De ningún modo conviene se ])recipiten \ss...
Sírvanse igualmente... enviai' ('()|)ia de este aviso á las demás
])rovincias limítrofes... á lin (jue haciendo el debido uso,
marchemos unánimes al mismo punto; pues con h\ (h'sunión
I-EALISMO COLONIAL 257
solamente eorreiii licsoo. ¡i mi paiecci'. imeslia s;tl\ ac¡<'>ii
é intereses * ».
Sin eniharoo. la coniunidad de acción ¡¡rcconizada poi-
Miranda tlistaha inncho de ser iiiiurosaniente observada.
o
Los eanipeones de la ¡nd<;[)endencla se liai>ían dividido
en dos partidos cnva op¡ni('»n difería acerca de los medios
de realizar el provecto (|ue. no obstante, todos deseaban.
El « poder supremo de España \ de las Indias » había
sido transferido, el 25 de septiembre de 1808, a la Junta
Central de Aranjuez, de origen más popular que la que le
había precedido. Uno de los primeros actos de la nueva
asamblea había sido el proclamar ([ue « los vastos y pre-
ciosos dominios que la España posee en las Indias no son
.propiamente colonias, o factorías, sino una parte esencial
e integrante de la monartjuía española ». Erales conce-
dida, para lo sucesivo, « una representación nacional e
inmediata"" ». Pero, al dar a las Colonias este testimonio
de su agradecimiento por los socorros que acababan de
enviar a la metrópoli, la Junta Central se mostraba parsi-
moniosa : en tanto c[ue los 10 a 12 millones de Españoles
de la Península habían de ser representados por 3() dipu-
lad(>s, toda Sudamérica, con sus 15 millones de habitantes,
sólo 12 diputados obtenía. Debían éstos ser escogidos y
designados por las autoridades coloniales.
Aun así, la medida pareció suficiente a muchos ciiollos
que veían, en el acceso a estas inesperadas prerrogativas,
un primer paso hacia la autonomía definitiva. Comprendían
fpie la renuncia de la dinastía borbónica había loto todo
lazo entre España y x\mérica, v se sabían a salvo de las
acometidas de Napoleón. Así pues, la independencia se
preparaba por sí misma, y se realizaría tan sencillamente
como se había efectuado la del Brasil desde (|ue sus antiguos
monarcas se habían establecido en éP. Hasta movió este
ejemplo a cicitos inicm]»ros de la oligar(|iiía ciiolla en
1. Londres, 24 de julio de 18U8. Carla a los cabildos de CaracaS)
Buenos Aires, Méjico, Sania Fe, Quito, La Habana, ele. R. O*
Foreign Office. Spain, 89. — Becfrra, op. cit.. t. II, p. 504, y
Mitre, Ilisioritt de San Martín, t. I, p. 50.
2. Decreto de 22 de enero de 1809. D. H, 368.
3. Cf. Gervinus, líisioire dn A7A'<" siécle, op. cit., 1. VI, p. 83.
17
258 EL PIlECUltSOH
Nueva Granada, en Chile, en el Perú, y sobre todo en la
Plata, a entrever la posibilidad de establecer monarquías
independientes, de íorma constitucional, a cuya cabeza
serían llamados soberanos de la familia desposeída por
Napoleón. Los jóvenes liberales de Buenos Aires, que
reconocían por jeie a Belgrano. aceptaron presurosos este
provecto que estuvo a punto de realizarse a lavor de la
infanta Carlota, hermana de Fernando VII, esposa del
principe regente de Poilugal y del Brasil, conocido más
tarde con el jiombre de Juan lY '. Pero las pretensiones de
la princesa, las intrigas del ministro de Inglaterra en Río
de Janeiro, lord Strangford, y el giro tomado por los acon-
tecimientos de la Península determinaron a los patriotas
a abandonar la empresa.
En oposición a este partido moderado cuyas versatili-
dades y cuya incertidumbre no habían dado aún con su
verdadero camino, el comité, menos numeroso pero resuelto,
de los liberales « irreducibles )) proseguía con íii-meza su
propaganda. Tenía su equivalente en España en aquel
« reducido grupo de preclaros espíritus » cuyos hábiles
manejos eran señalados a Champagny por el agente imperial
La Forest^, quien sabia muy bien, según la expresión de
un historiador, que « las cintas y las' escarapelas no cons-
tituyen un resistente bozal para el monstruo democrá-
tico desencadenado. Aquellos ambiciosos, que se creían
llamados a desempeñar los principales papeles en el teatro
político cuyo escenario y cuyo decorado hubiesen recor-
dado al Versalles de 1789. excitaban que se formase una
Junta Suprema en Madrid, con la secreta idea de reunir
los elementos de una Constituvente, quizá de una Con-
vención, para luego encaminarla hacia sus miras, con
ayuda de clubs cuvo núcleo existía ya^ ». Tal eia precisa-
1. V. MiTRi:, Historia do Bi'lgiano. op. cit., 1. I, cap. vi.
2. J^a Forest a Champagny, 25 de agosto de 1808, Aicli. des Aff.
Etr., V, 676.
Grandmaison, VEspagne et Napoleón, op. cit., p. 323.
3. Coiilesióii que se le escapó al mismo José Domingo üíaz, conse-
jero de la Audiencia y uno do los adversarios más violentos y ma's
encarnizados de los c ])atriolas » de Caracas. « Allí por la primera
vez. dijo, se vio una re\ olución ti-amada y ejecutada pt)r las personas
que más tenían que perder : por el ¡Marqués del Toro, y sus her-
manos Don Fernando y Don José Ignacio, familia de las principales,
I.EAI.IS.MO COLONIAL 259
mente la lá('ti(;a ele los « es|)írltiis preelaros » siulameri-
cauos en casi todas las capitales coloniales, tle los liberales
venezolanos sobre todo, imbuidos más ([ue los demás de
las tradiciones de la Rcvolucúón francesa, y que hacían
pedir con ruda instancia, por el cabildo, el establecimiento
de una « Junta Gubernativa de Caracas ». Mientras que los
liberales de Madrid obraban con un fin egoísta y personal,
los de Caracas ol)edecían a sentimientos elevados y
generosos.
A comienzos de 1808 se habían organizado en una
sociedad secreta que desde ac[uel momento tuvo vara alta
sobre el movimiento revolucionario. Una de las estancias de
Bolívar, en las inmediaciones de Caracas, servía de sitio
de reunión ', v allí fué dónde, semanas antes de la llegada
de los emisarios del gobierno imperial, Salias, Pelgrón,
Montilla, Rivas, y algunos otros, se dieron cita para desig-
nar un jefe. La candidatura de Simón Bolívar, presentada
por su hermano Juan Vicente, estuvo a punto de triunfar,
pero sobrevino desacuerdo entre los votantes". Sin embargo,
la influencia de Bolívar parece haber sido preponderante
sobre las iniciativas hábiles, firmes y decisivas de aquel
de grandes riquezas, que merecía la pi'imera estimación de todos los
mandatarios, y que llena de un orgullo insoportable se creía y se
tenía por superior a' los demás : por Don Martín y Don José Tovaí-,
jóvenes hijos del conde del mismo nombre, é individuos de la casa
más opulenta de Venezuela : por Don Juan Vicente y Don Simón de
Bolívar, jóvenes de la nobleza de Caracas, el primero con 25 000 pe-
sos de renta anual, y el segundo con 20 000 : por Don Juan José y
Don Luis de Rivas, jóvenes parientes de los condes de Tovar, y de
riquezas muy considerables : por Don Juan Germán Roscio, Don
Vicente Tejera y Don ¡Nicolás Anzola, abogados que gozaban la esti-
mación de lodos sus conciudadanos : por Don I^ino de Clemente,
oficial retirado de la marina española, y altamente considerado de
todos : por Don Mariano Montilla, antiguo guardia de corps de S. M.,
y su hermano Don Tomás, los jóvenes de la moda, y los individuos
de una casa, la primera en el lujo y esplendor : por Don Juan Pablo,
Don Mauricio y Don Ramón Ayala, oficiales del batallón veterano,
estimados universalmenle por la honradez de su casa y por el lustre
de sus mayores, y por otros pocos de las mismas ó casi iguales cir-
cunstancias. Allí no tuvieron la principal parte ni representaron el
principal papel los hombres de las revoluciones, los que nada tienen
que perder, los que deben buscaí- su fortuna en el desorden, y los
que nada esperan del imperio de las leyes, de la religión y de las
costumbres... » Recuerdos, etc., p. 21.
1. Lakrazabal, Vida de Bolívar, op. cit., p. 41.
2. Cf. Mosquera, Memorias, op. cit., p. 15.
260 EL IMÍECUKSOR
orupo (jiic, cada vez inás. daba inuestias de su apiitud en
sacar partido tle los acontecimientos y de la psicología de
las masas populares.
Todavía estaban los oficiales del Serpenl en el camino
de La Guayra a Caracas, cuando acude Bolívar a la ciudad
y reúne a sus amigos en casa de Rivas, situada a dos
pasos del palacio del gobernador; les entera Bello de lo
que acaba de ocurrir, y, v aquella juventud sediciosa que
ignoraba aún el arte de rebelarse y quiso prácticamente
aprenderlo' ». se es|)arce en seguida por las calles, avisa
a los afiliados al cabildo, v se sujeta « a representar un
papel diametralmente opuesto a sus proyectos y aspira-
ciones^ ». Se leve arengar a la muchedumbre, convencerla,
desencadenarla, dictarle sus movimientos, apartarla del
barrio en (jue se han reiugiado los Franceses, arras-
trarla hacia palacio, apuntarle sus vivas y sus aídama-
ciones.
Dos días después, siempre por Bello, a quien, por des-
confianza, hacen quitar su puesto de secretario los conse-
jeros del capitán general, saben los jóvenes liberales las
palabras ([ue mediaron entre Casas y el capitán inglés
Beaver, y las vacilaciones y angustiosas dudas del gober-
nador... Pide entonces el cabildo la lormación de una
« Junta Gubernativa para la provincia de Caracas a imita-
ción de la de Sevilla », y Casas, el 1<S de julio, se deja
arrancar su consentimiento.
En esto, llega a La Guayra (5 de agosto) el delegado de
la Junta Suprema, D. José ^leléndez Bruna, y el gober-
nador cambia de parecer. Pero los patriotas, que, merced
a Dionisio Sojo, Nicolás Anzola. Silvestre Tovar. José
María Blanco e Isidoro López Méndez^ disponen de la
mayoría en el cabildo, incitan a la asamblea a que renueve
sus instancias. Uno de los conjurados denuncia sus mani(t-
bras, y algunos son arrestados. í^a casa de recreo de
1. ('. Sucesos cuya verdad obscurecida por el iuterés do muchos,
me fué descubierta cuando vuelto ;i mi patria me lo refirieron los
principales sediciosos comprendidos en ellos », añade Díaz, lievuer-
dos, etc., p. 9.
2. Id.
'.i. Méndez formó parte de la embajada venezolana (]ue, al año
siguiente, fué enviada a Londres (v. cap. siguiente).
I.KM.ISMO COLOMAI 261
Bolívar (^stá vi<>ila(lii |K>r la policía. \ las iciiiiioiics se
eíectúan on la do Uivas. VA cabildo imilli[)l¡ca las <( lept'e-
scnlacíoiics al capitán general ». Los palrioias son tiai-
(rionados una \(V, nnis. Ccdientlo a escrúpulos (|uc su
conciencia lial)r¡i de rcpiochaile ni;ís tarde. r\ marcpiés
del Toro enliei'a al üohernador las instrucciones secre-
tas de Miranda'. Bolívar v sus amigos no parecen por
ningúi; silio, pero sioucn in<is acérrimos (|ue nunca.
Ahora, las « primeras notabilidades » unen sus solicitudes
a las del cabildo-. La efervescencia gana al pueblo. Des-
concertado, el gobernador ve flaquear el Icalismo del sen-
timiento g(MieraI. Las vehementes predicaciones del clero,
la propaganda de los mieml)ros de la Audiencia parecen
no hallar ya eco en la habitual sumisión del pueblo.
A pesar de las órdenes de la Junta Suj)rema, estricta-
mente observadas por las autoiidades coloniales, « (pie
mantuviesen a los pueblos en una perfecta ilusión, ocul-
tándoles todas las noticias ([ue pudieran descubrir el ver-
dadero estado de la Península^ ». emisarios que burlan
la vigilancia de las autoridades esparcen las noticias de
España. x\hora se sabe que a los primeros reveses suceden
las victorias, que Napoleón ha entrado en Madrid, que en
todas partes reinan la desorganización y la discordia, y
que las Juntas sucesivas, cuyos delegados van llegando
unos tras otros, no logran hacerse respetar. Cada uno de
a([uellos delegados c< acudía a solicitar la sumisión v los
socori'os de los fieles subditos de América ». Pero hacía
demasiado tiempo que aquellos pueblos estaban abi'umados
de impuestos, v. además, hondamente removidos por los
partidos sucesivos, por todo lo cual eran una presa fácil
|)aia ([uien supiera, llegado el momento, dar pruebas de
energía v decisión.
« Si el restablecimiento de los Boi'bones tardai-a dema-
siado en efectuai'se. ci-eo poder afirmar, escribí! el capitán
1. (]arla de la Junta Suprema acusando al capitán general de Caracas
recibüde dichos documentos. Sevilla. 22 de marzo de ISO'J. D. II, o7 I .
2. Representación de las primeras notabilidades de (Caracas a .S. K.
el capitán general, 22 de nov. de 1H(J8. D. II, ¡JGO.
¡t. Oficio de la Junta Supiema a los virreyes, capitanes generales,
I" de nov. de 1808. citado por Larrazahal, op. cit., j). 43.
262 KL PKECUnSOH
Beaver a su salida de Caracas, que los habitantes de este
país se darán a sí mismos la independencia ^ » Esto es
igualmente cierto respecto del resto de América. La Revo-
lución es un hecho en todas las conciencias, y aquellos
que se han asignado por misión el proclamar su adveni-
miento V asegurar su triunfo se hallan, en t(»das partes,
en su puesto de combate.
1. Julio de 1808. R. O. Admiralty Lee^vards Islands. n" 329.
á
CAPITULO Ilí
1810
Los ecos ele la derrota de Ocaña v de la toma de Gerona,
que tan desastrosamente terminaban para los Españoles la
campaña de 1809. repercutieron en el Nuevo, Mundo cual
toque Fúnebre de la monaríjuía. Los desfiladeros de la Sierra
Morena se abrían ante los ejércitos franceses, dueños ya
de Andalucía. José había efectuado su entrada triunfal en
■Madrid. La Junta Central de Sevilla, reunida el 29 de
enero de 1810 en la isla de León, decidió su inmediata
disolución V resignó sus poderes en manos de un consejo
de regencia hipotético, « ¡España ha caducado! » Tal fué
la palabra que sirvió de señal de reunión a los criollos y
la que les animó a lanzarse a la acción '. Parece ser que
Dumouriez escribió por entonces : « La Revolución en
estos imperios está ya escrita en los libros de la Provi-
dencia : será francesa, o inglesa, o americana" ».
Si en Europa podían quedar algunas ilusiones acerca de
ios verdaderos destinos del gran movimiento que se prepa-
raba del otro lado de los mares, ya no eran dudosos dichos
destinos, dada la situación de los partidos en presencia.
Los crueles descalabros de la guerra de España van a
obligar a Napoleón : primero a aplazar y luego a renun-
ciar a toda empresa que interese las Colonias. A veces, en
el transcurso de su trágica carrera, exasperado por la furiosa
resistencia de los subditos de su hermano, detrás de la
cual adivina primero, v descubre poco después, el impla-
cable y tenaz esfuerzo de los Ingleses, el Emperador
1. Cf. MiTRF, Ili.slorid de Belgrano, t. I. cap. ix.
2. Ménioires et Coirespondance inédits dii general Dumouriez, 183'i,
en 8» Paris, 2 vol., t. II. p. 480. apócrifos o arreglados según
Mirliaud. su contemporáneo i Biographie).
264 EL PRECURSOR
medita todavía colosales expediciones marítimas « que
producirán espanto en Inglaterra porque amenazarán todas
sus colonias : 30 000 hombres se apoderarán de Jamaica y,
en caso de necesidad, invadirán las costas americanas en
que llorece el contrabando enemigo' ». Pero, tales combi-
naciones eran abandonadas casi tan pronto como imagi-
nadas, fugaces resplandoies de un rayo cuyo alcance era
más reducido. Inglaterra se libra fácilmente de sus iras.
Como premio de la alianza que, entonces, impone ella a
los Españoles, se esfuerza en arrancarles un tratado que le
reconozca oficialmente las ventajas económicas de que va
está ella beneficiando en las Colonias españolas. Dueña
absoluta en este terreno, único que para ella tiene
valor, podrá con toda tranquilidad extender y reglamentar
a su antojo los progresos que le sea posible efectuar en
ellas : la tienen harto al corriente los informes de sus
agentes, y está demasiado escarmentada por los duros
experimentos de los años anteriores, para no limitar a
esto su ambición. No obstante, en América, los varios
elementos que han de tomar parte en la insurrección
están firmemente resueltos a entablar la lucha. Todo hace,
pues, prever que la Revolución terminará a favor de los
Americanos.
Recosfiendo en su conciencia el sentimiento alm) borroso
del pueblo, los liberales se hallan en la vanguardia. Bajo
este apelativo convencional de liberales hay que com-
prender : primero, la casi totalidad de los criollos : abo-
gados, médicos, literatos, profesores; oficiales de las mili-
cias coloniales, habiendo, algunos de ellos, comenzado
por servir en los regimientos de Cataluña o de Castilla;
empleados v funcionarios; dueños de fincas rurales. Luego,
entre los mestizos, el bajo clero seglar, casi todo él de
origen plebeyo, los dueños de fincas de menor cuantía, los
artesanos de las ciudades. Y. por fin. las mujeres, « las
mujeres de ese mundo exuberante en lodo », a quienes la
historia de la emancipación sudamericana « habrá de con-
1. Carlas o proyectos de cartas del Emperador a Alejandro, a
Caulaincourt, a l<'ederico Augusto de Sajonia, enero-febrero de 1809.
V. Sorel, L'Eurojjc el la Hés'olutioii, t. VII, lib. I, cap. v.
1810 2f;5
sagrar, para ser justa, — scoiiii dicho de .1. M. Sainper '. —
las mas hermosas é instructivas páginas ».
La mujer sudamericana, a más de la liclleza, hi lindeza
o la gracia casi universales, posee cualidades sumamenle
atractivas y serias. Una gravedad matizada de tristeza Jjajo
una expansiva jovialidad, una imaginacitSn ardiente, gene-
rosa, sentimental, que ejerce un impei'io que desde la
infancia se afirma y que padre, madre, tutor, hermano o
marido le reconocen gustosos, sahe merecer de cuantos la
i'odean un respeto tierno y elevado. « No sé si es influencia
del ambiente de la tierra americana — observa al des-
cribir a las Colombianas un viajero en quien hay también
un psicólogo " — o corolario lógico de ese espíritu de
emancipación, de ese esfuerzo hacia la generación del por-
venir... primero como dispensadora de amor, luego como
vestal de la llama religiosa en el seno de la familia... no
lo sé, pero creo que la mujer de este país, cuando menos
hasta la viudez, tiene más verdadera influencia y más acción
que, la de Europa, una autoridad oculta más soberana ».
Y no es esto menos verdad respecto de las finas Mejicanas,
de las apasionadas Peruanas, de las ingeniosas Chilenas o
de las esculturales Argentinas : de todas las Sudameri-
canas, en fin. cuya exclusiva preocupación, mientras se
elaboraban los destinos nacionales, fué la de grabar en lo
más profundo del corazón de sus hijos este sentimiento,
tan vivo en ellos desde entonces, y tan poderosamente
característico : la « mezcla de ternura y de melancolía^ »
llamada el amor patrio.
En efecto, adictas desde los comienzos a la idea de
independencia, las criollas no tardarán en ganar a su
ejemplo a sus hermanas más humildes; unas y otias mos-
trarán idéntico y sublime arranque : serán las educadoras
decisivas, las Cíunpañeras incansables, las frenéticas
amazonas, y, a veces también, las « libertadoras de los
libertadores ». (]on la complicidad v bajo el amparo de
i. Ensayo sobre las rei'oliicianes políticas, ele, op. cii., caj). x,
p. 161.
2. PiERKE d'Espagn.vt, Soin>e?iirs de la Nouvelle-Grenade, Paiis, 1901.
''i. La expresión es de Chateaubri.vnd, Essai sur les Revolutions,
cap. IX.
^66 EL PRECURSOIÍ
las patricias de Quito, de Santa Fe, de Cai'aeas. se orga-
nizan las conspiraeiones. Una vez iniciada la Revolución,
las Americanas oíVecerán a los patriotas sus bienes y su
fortuna, cual hizo Doña Gregoiia Pérez, quien escribía a
Belgrano, jefe de las tropas de la Junta de Buenos Aires :
« Pongo á la orden y disposición de V. E. mis haciendas,
casas y criados, desde el río Feliciano hasta el puesto de
las Estacas, en cuyo trecho es V. E. dueño de mis cortos
bienes, para que con ellos pueda auxiliar al ejército de su
mando, sin interés alguno* »... Estalla la guerra, y las
Amei-icanas envían sus esposos, sus hijos a la batalla;
aceptan y sulren, con la más admirable abnegación, la
soledad, la pobreza, el destierro; en fin. se ofrecen ellas
mismas en holocausto, y Policarpa Salabarrieta " ocupa
un puesto en el Panteón sublime de las heroínas de la
patria.
Mientras, en la retaguardia de los ejércitos de la Inde-
pendencia vemos formarse esa cohorte sorprendente — y
desde entonces tradicional, en ciertas regiones del Niyjvo
Mundo, — de las Juanafi, mujeres o compañeras del
soldado, llevando a la espalda — andamiaje pintoresco y
enternecedor — la poca ropa, algunos malos platos y
pucheros, alguna olla, que componen el ajuar de la
choza abandonada; con frecuencia también, al chiqui-
tín medio desnudo, nacido a orilla del camino, « ayu-
dando, proveyendo de alimentos, sacudiendo con su ale-
gría y su abnegación el cansancio, el hambre y sed de la
etapa, dando, con el resto de juventud que les queda,
un poco de amor a su compañero, un poco de leche a su
pequeño, hasta exponerse a morir, hasta el frente de la
batalla^ curando la última herida, arrancando el fusil que
en las manos crispadas acaba de callarse, y vengando
a sus mueitos antes de caer ellas a su vez. con el arma
J. MiTRi:, Ilistorid de Belgrano, t. I, p. 271.
2. Nació en Guaduas (provincia de Cundinamarca, Nueva Granada)
en 1797. Conspiró contra el régimen español restaurado en Nuev a
Granada en 1816, y fué ejecutada en Santa Fe por orden del general
Sámano, el 17 de noviembre de 1817. Dio pruebas de gian valor, y
su muerte motivó el levantamiento general que dio por resultado la
independencia delinitiva.
1810 '267
a la cadiMii. sobre el catlávor del hombre aniaib)' »...
Aun(|iie bi niavoiía chí los liberales no sospechaban
siquiera horas tan trágicas, hal)ía cuando menos una
noción que les era común : la de la oportunidad de poner
por íin término a su estado de siervos. El principio secular.
y de todo tiempo invocado por los representantes del rev
de España en las provincias Americanas, según el cual
lormaban éstas otros tantos dominios agregados a la
C>orona, había, en electo, cesado de tener valor alguno
desde ([ue va no había monarca legítimo en Madrid. Así
|)ues. la soberanía de las provincias correspondía a sus
habitantes, cual resultal)a además de las numerosas pro-
clamas de las Juntas europeas.
Esta fué precisamente la tesis que. de común acuerdo,
los jefes del movimiento liberal propagaron desde fines del
año 1809. Esta tesis permitía, no sólo contestar a la obje-
ción de los partidarios, harto visiblemente interesados, de
la dominación peninsular, sino que ofrecía además la
ventaja de calmar los escrúpulos de algunos criollos vaci-
lantes aún. v. en íin. suministraba un aroumento decisivo
para combatir el lealismo. por cierto bastante en baja, de
los pueblos. De modo que, la victoria de los liberabas
había de quedarles legalmente asegurada si la dinastía
napoleónica se afirmaba en la Península ; v si vídvían a
ocupar el trono los Borbones, — hipótesis poco probable.
y. en todo caso, lejana. — el rey legítimo se vería, ante el
hecho consumado, impotente para derribar el nuevo orden
de cosas. Sin duda que el consejo de regencia iba a pres-
cribir a las autoridades coloniales que hiciesen valer a los
ojos de los habitantes los beneficios de la representación
directa en las asambleas metropolitanas, recién decretada
por la Junta Central; pero nadie en América se dejaría
ya seducir por el cebo de una concesión tardía v que
resultaba irrisoria. Acerca de esto, ningún trabajo les costó
a los liberales persuadir a aquellos de suíj congéneres, aun
a los más moderados, ([ue formaban parte de los cal)ildos.
Sostuvieron con éxito que América había cumplido
sobradamente con sus deberes hacia la metiópoli, al rcs-
1. PlF.RRE u'EsPAGNAT, Op. cit.
•268 EL IMiECritSOl!
pondcr con tanto brío a los llamamientos de la Junta
Suprema, y eontribuído con bastante generosidad a so(;o-
rrerla, para no baber ganado el derecbo de no pensar va
más que en sus propios intereses : « Disuelta la monar(|uía
y perdida la España, nos hallamos, dirá uno de los pro-
tagonistas de la Emancipación ', en el mismo caso en que
estarían los hijos mayores después de la muerte del padre
común. Cada hijo entra en el goce de sus derechos, pone
su casa aparte y se gobierna por sí mismo ».
Unánimes en su intención de romper con España, los
liberales lo fueron también en la elección del medio que
había de conducirles a ello. En este instante, que podríamos
llamar psicológico, todas las disensiones se acallan, todas
las voluntades se coaligan. Tan perfecto es el concierto, tan
completa la armonía, que, a pesar de los obstáculos natu-
rales que aislan unas de otras las vastas regiones del conti-
nente inmenso, simultáneamente, y en toda su extensión,
vamos a presenciar la explosión revolucionaria. Los pro-
motores de la insurrección pertenecen, en cada sitio, a las
mismas clases sociales ; hallan en los cabildos igual y
poderoso punto de apovo ; las Juntas populares se organizan
del mismo modo, adoptan análogos procedimientos; sus
reivindicaciones son motivadas por el mismo estado de
cosas, traducen idénticas aspiraciones, idénticas preocupa-
ciones; la actividad, el ardor, las pasiones son los mismos
en todas partes -.
Con tal motivo, se ha podido ol)servar que la Revídu-
ción estaba entonces « en la lógica del tiempo y de los
antecedentes, en las necesidades de la situación, en totlos
los espíritus... que era una evolución de la civilización ' ».
Aun así, no es menos cierto que las antinomias resultantes
de la desemejanza de las condiciones geográficas y hasta
políticas particulares a los colonos españoles, sus rivali-
dades intestinas y de castas, la extremada dificultad o la
ausencia de todo medio de comunicación recíproca, habrían
1. Carta de (laniilo 'forres a D. Ignacio Tenorio. Santa l<'e,
2Í) de mayo de 1810. Reperlorio Colniiihidiio. IS8'i. y Bi ciikra, Vida
de Mira/idii, t. II, p. 55.
2. Cf. Samper, Ensayo, etc., cap. x.
3. Cf. Sampkr, Ensayo, etc., cap. x, p. 165.
1810 260
debido coiiliiiriar, si no imposibilitar, la cspoiilancidad.
la piccisióii de conjunto, earaeleiístieas evidentes del inovi-
iniciilo revoliieionaiio. Así pues, (piedaríau estas inexpli-
cables, de no admitir la inteivencuní de una voluntad
superior \ direetoia.
y\ Miranda corresponde este papel. [)aptd cu\a niaonitnd.
unida a la habilidad <jue fué necesaria para desempeñarlo,
hacen del Pi'(>cui'sor un tramoyista épico. En la [)enumbra
en ([ue. en acecho durante laníos años parece ([uerer
dejarle la Historia, sin duda por la costumbre que tiene
de verle así, Miranda había sido el autor invisible del
íormidable prólogo, en punto ya para ser representado en
cada una de las es<'enas del inmenso teatro cuyo conjunto
ajjarcaba él con sólo una ojeada. Su largo apostolado, sus
geniales intiigas. las instancias de continuo repetidas,
durante un cuarto de siglo, en todas las cancillerías, y
contrariadas siempre por las defecciones y la mala fortuna,
las furtivas apariciones efectuadas por él en las costas de
América, sus incansables paciencias, tenían por fin, esta
vez, el resultado perseguido.
Sólo de una manera imperiécta conocemos el método
complejo empleado por Miranda en la elaboración subte-
rránea de aquella (djra magna; pero sabemos lo bastante
acerca de ciertos trabajos del Precursor para reeonocei'.
en las realizaciones de sus mandatarios, su universal insti-
gación. El principal instrumento de propaganda de (pn- se
sirvió parece haber sido, en efecto, la vasta asociación
secreta ([ue, hacia 1797. fundó él en Londres, y cuyo papel
lué considerable sobre los destinos de la Emancipación.
Iniciado en las prácticas de la Francmasonería en una
('poca en (|ue los dogmas igualitarios de que ella se inspira
comenzaban a socavar los cimientos del Anticuo Mundo,
Miranda había asistido, v contribuido j)or sí mismo, a los
prodigiosos comienzos de aquel cambio radical. Desde
a([uel momento, el antiguo compañero de los filadelf'os
ambicionó formar una legión de adeptos (|ue a su vez
es|)arcicran en Sudamérica las luces del nueve) espíritu.
Títmando modelo sobre la organización de las sociedades
o
de los iluminados, reunió en torno de él a todos aquellos
de entre sus compatriotas a quienes animaban las mismas
270 KL IMiECUIiSOli
esperanzas, y se instituyó Gran Maestre de una « Logia
Americana ».
La asociación, modesta al principio, no tardó en agrupar
a \r totalidad de los criollos que acudían a Europa para
perfeccionar su educación o para avudar a la Revolución.
Dicha Logia tuvo filiales en Paris, en Madrid, con el
nombre de « Junta de las ciudades y provincias de la
América meridional » ; en Cádiz, con el de « Sociedad de
Lautaro « o de los « Caballeros racionales ». Los criollos
afluían a Cádiz, su principal puerto de llegada, motivo por
el cual fueron muy numerosos los « Caballeros racionales »,
sobre todo en 1808, año en que, según documentos publi-
cados por primera vez por el señor Mitre ^ hasta contaban,
entre sus adherentes, a varios miembros de la aristocracia
española. Sin embargo, de Londres era de donde salían
las órdenes del « Supremo Consejo » para las logias conti-
nentales. El taller se hallaba en la casa de Grafton
Square, en donde, hasta en 1810, Miranda dio personal-
mente la luz a todos los apóstoles de la Revolución
americana.
O'Higgins ^, Montiifar y Rocafuerte ^, de Quito: del Valle,
de Guatemala; Monteagudo ', del Perú; Caro, de Cuba;
Servando Teresa Mier \ de Méjico; Carrera, de Chile";
1. Mitre, Historia de Belgrano, t. II, cap. xxiv, e Hisloriu de San
Marlí'n, inti-oducción.
2. 0'Hi(;gins y Ri()ui:lme (Bernardo), el gran patriota chileno, nació
en Chillan el 20 de agostó de 1776, falleció en Lima el 24 de agosto
de 1812. — V. Vicuña Magkenna, Vida de O'íliggins, 1. I, p. 130.
3. RocAiuERTE (Yicente), nació en Guayaquil en 1783, talleció en
Lima en J847. Diputado de la provincia de Guayaquil en las Cortes
españolas de 1812. Pasó luego a Méjico, y, de 1824 a 1830 fué sucesi-
vamente secretario de legación, y ministi'o de Méjico en Londres. De
regreso a su país, fué pi-esidente de la República del Ecuador, de
1834 a 1831).
4. MoNTKAGVDO (Bei'nardo), nació en Tucuman en 1787, asesinado
en Lima en 1825. Tomó parle en las sublevaciones de 1809 y 1810.
De 1818 a 1821, fué auditor de guerra con el general San Martín. En
1821, habiéndose este proclamado Prolector del Perú, nombró a
Monteagudo ministro de la guerra y de la marina. En 1822, tomó la
cartera de Relaciones Exteriores, desempeñando este cargo hasta su
muerte.
5. Abogado mejicano, diputado en las Corles de 1812.
6. Carrera (José Miguel). Primer presidente de la República de
Chile: nació en Santiago en 1785; fusilado en Mendoza el 4 de sep-
tiembre de 1821 .
1810 271
Marlaun Moieiu» ', de la IMala. dcslilaiíni sucesivamente
ante el Precursor, llevando lue^*) la palaln-a de éste a
sus pati'ias de oi-igíMi. Bolívar acudió tambi('Mi a renovar
ante el Gran Maestre el juramento pronunciado hacía poco,
así como Xariño, en (]ádiz, cuando su segundo viaje a
Eui'opa. San Martín lué asimismo iniciado en I.ondres, en
1811, con Alvear'- v /apiola^, sus compatriotas, en Graí-
ton Sqiiare ^ también, de donde acababa de salir Miranda,
dejando allí instala{b)S, (M»mo pronto veremos, a los dipu-
tados de Caracas.
San Martín, Alvear v /apiola, los ties principales pro-
ta<>(uiistas de la emanci[)ación de las provincias de la Plata,
íundaron al año siguiente, en Buenos Aires, la célebre
« Loffia de íjautaro ». la cual sirvió de fromento decisivo
o
para la Rev<dución argentina, y de paladio para sus discor-
dias. La Lt>pia de Lautaro fué, en realidad, la s<da aso-
ciación de este género en la Améric'a del Sur. Pero, si
bien no había logrado el Supremo Consejo encender otros
locos aparentes en las Colonias, contaba allí, no obstante,
con un verdadero ejército de adeptos aislados en quienes
subsistía, inextinguible, alguna chispa del fuego sagrado
de Miranda.
Además, aunque el Precursor hubiese inspirado sólo a
B(dívar, a San Martín y a O'IIiggins, bastaría esto para
justificar el título de Padie de la Independencia , que. en
su tardía gratitud, le prodigan hoy día los Sudamericanos.
1. Nació en Buenys Aires en 1778; murió en J81i. Doctor en leyes
en 1800 en la ciudad de Charcas (Alto Perú), ejerció eu ella su pro-
fesión de abogado, y regresó a su ciudad natal en 1805. para ejej'cer
la abogacía. Después de un viaje a Europa, fué uno de los jefes de la
I-evolución argentina. Redactó luego la Gaceta de Buenos Aires.
Encargado de una misión a Inglaterra, falleció en la travesía.
2. AL^F.AR I Carlos María), nació en Buenos Aires. Fué Director de
las provincias Unidas de la Plata en 1815. Eu 1821, desempeñó una
misión en Inglaterra y en los Estados Unidos. En 1827, mandó las
fuerzas argentinas que derrotaron al ejército imperial brasileño en
Itusaingo. Murió en Montevideo.
3. Z.APioL.v (José María), nació en Buenos Aires eu 1780, y allí
falleció en 1874. Tomó parte en los acontecimientos mas gloriosos
de la gueria de la Independencia, sobre todo en las batallas de
(]hacabuco y <.le .Maypú.
i. Recuerdos del General Za piola, citados por Mitkt. Historia de
San Martin, I. I, cap. ii.
EL PRECURSOR
Pues, no son sólo los esl'uerzos directos, y, si así pnede
decirse, concretos, de Miranda, los (|ue determinaron el
nacimiento de la Independencia americana : sn pensa-
miento mismo, al presidir el nacimiento de las nnevas
nacionalidades, va a perpetuarse en este gran aconteci-
miento. Y, la vicloi'ia consagrada por este acontecimiento.
es. la de la Revolución propiamente dicha — de la cual
ha de ser considerado Miranda, en el Nuevo Mundo, como
siendo su representante y su personificación misma ■ —
sobre los principios seculares del Antiguo Réginie?i.
Y no han de tardar, los iniciados de la Gran Losia
o
Americana y sus prosélitos, no han de tardar en ver ligarse
contra ellos todas las fuerzas del absolutismo : los nego-
ciantes canarios o gallegos, poseedores de privilegios, la
Inquisición, las dignidades eclesiásticas, los consejeros de
las Audiencias, en quienes sobrevivió lodo el empaque de
la vieja España rígida y doctrinal, y que fueron los últimos
en desarmar.
Cuando la lucha haya pasado de lo que podría llamarse
la fase teórica — ya los liberales cumple la honra de
haberse obstinado en circunscribir a ella la declaración de
sus « derechos » — a la fase guerrera, los dos grandes
principios en antagonismo se precisarán, cada uno con su
carácter esencial, y el espíritu de Miranda, armando el
brazo de los libertadores, y triunlándo aún de sus incerti-
dumbres constitucionales, se afirmará en el radiante adve-
nimiento de las Repúblicas latinas.
II
El pueblo en su conjunto, arbitro supremo de la lucha
(pie pone frente a frente a los partidarios de la educación
revolucionaria y a los de la tradición conservadora, y cuya
adhesión van a disputarse con saña unos y otros, el pueblo
se halla entonces, casi en todas partes dinaniizado. en
cierto modo. Las aspiraciones atávicas lo trabajan sorda-
mente, acabando de despertar en él los instintos de rebe-
lión y de motín, anunciadores del sentimiento de indepen-
dencia nacional ([ue, no obstante, había de tardar en
1810 273
manifestarse claramente, y m;is aún en desechar sus
primeras incertidiimbres.
Pero consideradas en el detalle de su (;onjunt(», las clases
inferiores se muestran muy desioualmente dispuestas. Los
pueblos mestizos del campo serán más inasc(|uibles al libe-
ralismo en las regiones montañosas y de tierra fria, que
en los países de (ierra caliente o en los llanos; los llaneros
de Venezuela, cuya intervención decidió de la suerte de las
guerras de la Independencia, se dejaron ganar mucho más
pronto que los habitantes semiindios de las regiones de
Cuzco, en el Perú, o de Pasto, en Nueva Granada'. Los
negros esclavos, incapaces, por su estado, de decidirse,
con conocimiento de causa, por uno u otro de los com-
petidores, se verán alistados, alternativamente, en cada
uno de los campos contrarios, según que la victoria favo-
rezca o traicione a sus amos. Pero la hostilidad al prin-
cipio revolucionario es el sentimiento dominante en la
mayoría de la plebe americana. La corriente lealista, cuyas
vibraciones se atenúan en la superficie del cuerpo social,
penetra precisamente las capas profundas, y en ellas se
impregna con tanta más fuerza cuanto que son las últimas
heridas, razón por la cual se prolongan en ellas dichas
vibraciones.
Por estos motivos, los liberales habrán de maniobrar
con mucho tino y mucha cautela, a fin de no chocar brus-
camente, desde los primeros momentos, con la opinión
general, y no habrá que extrañarse de verles, en muchas
circunstancias, recurrir a la astucia, y hasta a la dupli-
cidad. Les veremos escudarse con Fernando VII, obrar en
nombre de « sus derechos legítimos ». en tanto que el
soberano, desposeído v resignado definitivamente a su
destronamiento se ha rebajado hasta el punto de felicitar
al Emperador por sus victorias v de solicitar a la honra
insigne n de obtenerla banda de la orden creada en España
por el jefe de la dinastía napoleónica'
Cierto que el cabildo de La Paz se erigía atrevidamente,
el 19 de julio de 1809, en « .lunta Protectora de los Dere-
1. V. Samper, op. cit., cap. x.
2. Y. HuBBARD, Ilistoire coloniale de l'Espagne, 1869, t. I, p. 2't9.
18
274 EL PRECl'RSOR
ellos dol Hombre ». y proelamaba en un manifiesto que era
(( iiíMupo en fin. de levantar el estandarte de la libertad
en estas desgraciadas colonias, adquiridas sin el menor
título, V conservadas con la mayor injusticia y tiranía... * ».
Sin embargo, los patriotas de la ciudad de Charcas,
entonces capital del Alto Perú -, quienes, el 25 de mayo
de 1809, fueron los primeros en alzar la voz en favor de la
independencia; y los de Quito, el 10 de agosto siguiente,
se dicen al mismo tiempo « resueltos a conservar a su rey
legítimo y dueño soberano, aquella parte de su reino'' »,
y declaran constituirse en « una Junta suprema que gobierne
á nombre y como representante de nuestro legítimo sobe-
lano el señor Don Fernando Vil. »
E\ capitán Salinas, que mandaba la infantería de Quito,
encargado por los revolucionarios de asegurarse el con-
curso de los soldados, les dijo que su rey estaba prisio-
nero en Francia, que las actuales autoridades de América
querían entregar el país al enemigo común, y — refiere
un testigo — terminó su arenga preguntándoles « si que-
rían defender la causa de Fernando o convertirse en
esclavos de Bonaparte. En seguida gritaron los soldados
« ¡Viva Fernando VII! » « ¡Viva Quito ^! «y corrieron al
palacio del presidente. Lo era entonces el viejo conde
Ruíz de Castilla, quien resignó dócilmente sus funciones y
se dejó substituir por un patriota, el marqués de Selva
Alegre. Selva Alegre tomó el título de presidente de la
« .Tunta soljerana », la cual, desde a([uel momento, asumía
el o'obierno de la colonia.
o
Mas, sólo una existencia efímera tuvieron las nuevas
.1 untas. El general de Goyeneche, delegado de Sevilla,
aca])aba de llegar al Perú, después de efectuada su misión
en la Plata, cuando se produjeron las primeras explosiones.
1. Manifiesto de los patriotas de La Paz a los pueblos del Pein'i,
el ir, de julio de 1809.
2. La Eolivia actual. Charcas fué, después, Chuquisaca ; hoy, es
la ciudad de Sucre.
3. La Junta Soberana al conde Kuíz, ex presidente de Quilo, el
10 de agosto de ÍSO'J. D. II, :i7G.
4. V. Stiovenson, fíclalion historique et deacription dUiíi séjour de
vingt ans dans VAinérifjue du Sud, etc., trad. del inglés por Sétier.
Paris, 3 voL, IS'iG, 1. III, p. 15.
1810 275
Kl virrcv de íiima. Ahascal. nombi-í) a Goveneclic aober-
jiador do Cuzco, puso uu cuerpo de tropas bajo sus órdenes,
y pidió socorros a Buenos Aires y ^ Santa Fe. Los pueblos
peruanos, los cholos sobre todo, « descendientes de mestizos
V de indios, ejercitados en todos los oficios que requieren
vigor y esfuerzos, y, por consiguiente, hombres facilísimos
de arrastrar a una j-cvolución ' », no se hallaban más dis-
puestos a ella que los indios propiamente dichos. Goyeneehe
era un jefe capaz y enérgico. La represión fué inmediata.
Los liberales de Cliarcas, abandonados por la opinión,
lueron arrestados y condenados a muerte o a la deportación,
en tanto que las tropas reales tomaban, sin dilicultad,
posesión d(! la ciudad (24 de diciembre).
Por otra parte, la llegada de los refueizos de Lima, de
Guavaípiil y de Santa Fe aterró a los haljitantes de Quito
V descorazonó a los patriotas. El marqués de Selva Alegre
desapareció a tiempo para substraerse a las despiadadas
persecuciones que iban a arreciar sobre sus colegas de la
« .[unta » : Salinas, Morales, Quiroga y sus compañeros
lueron condenados a muerte v encerrados en horribles
calabozos, en espera de la revisión de su proceso por la
Audiencia de Santa Fe; el marqués de Mirañores murió
de pena en su propia casa, que le servía de prisión.
Asustado por tales medidas, el cabildo de La Paz trató,
a pesar de la oposición de los patriotas, de negociar con
el virrey de Buenos Aires. Pero, en esto lleoó Goyeneehe
(25 de octubre) ante las murallas de la ciudad, derrotó los
escasos contingentes revolucionarios que por un momento
habían pretendido oponerse a su paso, y Pedro de Murillo-
pagó con su cabeza los atrevimientos del manifiesto redac-
tado por él. Pudo, sin embargo, antes de morir, pronun-
ciar estas proféticas palabras : « Yo muero, pero la tea que
he encendido nadie la apagará ».
El deplorable resultado de estas tentativas prematuras
habría podido recordar a los criollos de Buenos Aires y
t. Brackenridge, Reise nach Südainerika, Leipzig, 1826, citado
por Gervials, op. cit., t. VI, p. 107.
2. MuRiLLo (Pedro Domingo de) nació en La Paz hacia 1780. Desde
1805 tomó parte en los conciliábulos que prepararon la Indepen-
dencia.
276 EL PRECURSOR
de Caracas la circunspección que más que nunca les
aconsejaba Miranda, si por otra parte no hubiesen estado
bien resueltos a resistir a los impulsos de un entusiasmo
harto impaciente. Caracas y Buenos Aires, por ser los
centros políticos y comerciales más considerables de las
dos arandes subdivisiones del continente sudamericano,
o
estal)an designados para desempeñar el papel primordial
V determinante en la emancipación íulura. Tanto los cara-
queños como los porteños ' tenían cabal conciencia de tan
alta misión. Se seutían los protagonistas de una revolución
legítima que no esperaba, para imponerse al beneplácito
universal, sino el haber alcanzado su luminosa madurez.
Esto no quiere decir que se ilusionaran acerca de las
disposiciones presentes de los pueblos. Sabían muy bien
que no podrían forzar su sufragio sino sorprendiéndolo,
por decirlo así, por un golpe que sonara y fuera al mismo
tiempo un golpe maestro. Este golpe, Miranda lo había
concertado desde larga fecha, y sus lugartenientes, puestos
sobre aviso, estaban en espera de la señal convenida.
El brigadier Don Vicente de Emparán, designado por
la Junta Suprema para las funciones de capitán general de
Venezuela, había llegado a Caracas el i7 de mayo de 1809.
Antes gobernador de la provincia de Cumaná, había
sabido, por su cortesía, su bondad, su rectitud, ganarse
la simpatía de todos, motivos por los cuales su elevación
a la primera magistratura colonial fué igualmente bien
acogida por los Españoles y por los criollos. Los Espa-
ñoles se regocijaban de ver que D. Juan de Casas era
substituido por un hombre virtuoso, estimado, y que
sabría, sin duda, realzar el prestigio de su cargo; y, Ios-
criollos, fundaban precisamente grandes esperanzas en el
espíritu de tolerancia que, según fama, animaba sobre
todo el nuevo capitán general, y veían en esto una proba-
bilidad de éxito para sus proyectos.
Sin embargo, ya había pasado el tiempo en que la
dulzura ])udiera ser un medio eficaz de dominación y de
gobierno sobre un pueblo irritable y sobrexcitado. Ciertas
medidas algo severas (¡ue Flmparán adoptó contra la puijli-
1, Nombre dado a los habitantes de Buenos Aires.
IHIO 277
(Mcióii O lu |)r()pa<;>aiKl;i dt; los « libros sediciosos » liKMon
acogidas con viólenlas erítieas; el ooheriiador pretendió
inipoiiei' silencio, v vio en seguida al cabildo pronunciarse
irremediablemente contra él. J.os lilxírales se agitaban; el
número de sus partidarios aumentaba de día en día. I'.l
antiguo capitán de la guardia real, D. Fernando del Toro,
a (¡uicn la Junta había nombrado coronel inspector de las
milicias coloniales, y ([ue había llegado de España al
mismo tiempo que Emparán, se había unido a su hermano,
el marqués del Toro, a sus parientes de apellido Bolívar
y a los compañeros de éstos ; en vaiK) les exhortaba a la
obediencia el capitán general. Algunos años antes, Toro
y Simón Bolívar habían sido, en Madrid, familiares de
Emparán. No se atrevía éste a mostrarse severo con ellos,
tratando al contrario de convencerles, y no logrando sino
comprometerse.
El marqués de Casa León, uno de los miembros de la
nobleza de Caracas quedados fieles a la causa metropoli-
tana, de connivencia con el gobernador, hizo convocar un
día a los más determinados entre los patriotas — se les
designó después con este nombre — e hizo cuanto pudo
para convencerles de que corrían graves peligros persis-
tiendo en « su absurda conducta ». Un consejero de la
Audiencia se encargó de hacer comprender a los jóvenes
liberales que serían colmados de favores si renunciaban a
las « ideas subversivas )), v que, al contrario, atraerían sobre
ellos tremendas desgracias si persistían en tales ideas :
a lo que contestó Bolívar « que todo aquello estaba muy
bien pintado, pero que él v sus asociados habían decla-
rado la guerra á España, v verían como saldrían'. » El
gobernador llegó hasta dar fiestas en honor de sus terri-
bles amigos; pero nada conseguía; es más, en un ban-
quete, propuso Bolívar brindar « por la libertad del Nuevo
Mundo )) -.
Por su parte, los patriotas habían llegado a concebir el
provecto de obligar al capitán general a pactar con ellos.
Mas, no llegaban a tanto las indulgentes disposiciones de
J. J. F. IIiRKDiA. Memorias sobre las Revoluciones de Venezuela,
publicadas por D. Enrique l^iñeyro. Paris. Garnier, 1895, p. 123.
2. Memorias, de OI^k.mív, p. 2'i.
EL PUECUnSOR
Empalan. Rechazó con firmeza las instancias del cabildo,
quien más que nunca insistía en pedir el establecimiento de
la Junta, mandó arrestar a los conspiradores más caracte-
rizados : los hermanos Ramón y Pedro Avmerich, Anto-
ñanzas, el alférez Fernando Carabaño ' (20 de marzo
de 1810), y previno a los demás de (pie se le había aí^o-
tado la paciencia.
Para decir verdad, no parecían éstos dispuestos a hacer
caso de aquellos harto generosos avisos. Seguían etectuán-
dose reuniones secretas en casa de Bolívar, de Rivas, a
veces en la de Doña Juana Antonia Padrón, madre de
los Montilla, en donde, desde hacía algún tiempo, un
nuevo afiliado, el canónisfo José Cortés de Madariasa ^,
tomaba parte activa en las deliberaciones de los patriotas.
Oi'iginario de Chile, Madariaga había abrazado muy joven
el estado eclesiástico; a comienzos del siglo había residido
largo tiempo en Europa, en donde había entrado en rela-
ciones con Miranda. Fué de aquellos a quienes enviaba a
América el Precursor, para que esparcieran las buenas
doctrinas y predicasen la « cruzada de la razón ». Desde
1806, época de su llegada a Venezuela, era Madariaga
canónigo de la catedral de Caracas. Alto y esbelto, de ojos
negros, de cabello obscuro que hacía resaltar más la palidez
de un rostro de facciones finas y correctas, su voz y su
ademán encantaban a su auditorio. Su elocuencia acabó
de hacer del canónigo de Chile, como le llamaban, el pre-
dicador favorito del pueblo.
Si hasta entonces no había dejado INIadariaga, en sus
discursos públicos transparentar nada de su fe revolucio-
naria, era sin duda para no asustar a sus jefes, ni siquiera
a su auditorio, reservándose así una influencia que uti-
1. Ca-rabaño (Fernando), nació, como asimismo su hermano Miguel,
en Caracas, hacia 1780. En 1812, ambos se hallaron en Puerto Cabclhi
con Bolívar. Al año siguiente, se reunieron con él en Nueva Granada
y combatieron con denuedo a su lado durante las campañas de 181o,
1814 y 1815. Acompañaron al Libertadora Jamaica en 1815; pero,
impacientes por reanudar la lucha contra los Españoles, intentaron
entrar en Cartagena entonces sitiada por la flota y el ejército del
general Morillo. Los hermanos Carabaño fueron hechos prisioneros
y fusilados: Miguel, en Ocaña, el 9 de febrero de 1816, y, Fernando,
en Mompox, el J 1 de marzo del mismo año.
2. V. siiprci, lib. II, cap. r, ¡í 2.
1810 2-9
liziuía el coiiK» Ljiislaia v cuantío la |)arcc¡(Ma oporliiiio.
Podemos, pues, iinaoiniíi'iios la alegría de los lil)ei'ales
cuando supieron (pie Madaiiaga estaba con ellos. ¿(Coin-
cidió esta revelación (!on la llegada de la señal decisiva
o
([lie ¡)arecían espeiar para proclamaren (in el advenimienlo
del nuevo rí'oimen? Lo cierto es (pie, desde a(juel momento,
los ('(nicil ¡áhulos se multiplican; un apresuramieulo lehril
se apodera de los conjurados; se urden las tramas. KI
mar(pi('>s del Toro v su hermano declaran ([ue cuentan con
el concurso de las milicias de Aragua. Han podido procu-
rarse armas. Queda decidido el movimiento para la noche
del 1" al 2 de abril : se apoderarán de la persona del
gobernador, v en seguida podrá constituirse la .lunta.
Pero, los jetes del complot opinan (]ue no está lo Jjastante
preparado; temen tambit'ii el celo exagerado de algunos
de sus compañeros ; el cambio ha de parecer efectuarse
por sí solo; no hav ([ue manchar con sangre el triunfo de
la Libertad; sólo así puede esperarse contar con la adhe-
sión del pueblo. Y la casualidad, o mejor dicho, la más
artificiosa de las precauciones, interviene entonces oportu-
namente : Andrés Bello, dicen unos, Mauricio Ayala,
según otros, avisó al gobernador; y semejante paso sería
absurdo, denotaría inadmisible traición, de no haber sido
concertado. Todo hace creer c[ue, en efecto, lo fué. El
30 d(> marzo por la noche, Emparán hizo encarcelar a la
mayor parte de los conspiradores; pero la sumaria no
reveló contra ellos ningún motivo grave de acusación. Fué
menester ponerles en libertad, a los pocos días. Verdad
([ue los Bolívar y otros inculpados de alta categoría reci-
bieron orden de no salir de sus posesiones de los valles
de Aragua; pero, la vigilancia destinada a cuidar de que
no salieran de su « prisión » no debió de ser muy rigurosa,
pues desde fines de la semana siguiente estaban todos de
regreso en Caracas, mostrándose públicamente.
El gobernador, ([ue solía calificar de « desvarios inofen-
sivos )) a(|uellas conspiraciones, sentía en a([uel momento
alarmas más fundadas, creía él : las noticias de España
eran malísimas. Los inlormes oficiales traídos por la mala
de Cádiz anunciaban la entrada de las tropas francesas
en .\ndalu(ía. \ la disolución de la .lunta Central.
.280 EL PliECUllSÜIÍ
El 17 (le abril, un berounlía clcsciii barco en La Guayra
a un capitán de lia^ata, Antonio Villavicencio ' v al conde
D. Carlos de Montúlar. encargados de hacer acatar : el
primero en Nueva Granada, y el segundo en Quito, la
autoridad del Consejo Supremo de Regencia, en (piieu
había delegado sus poderes la Junta Central. Los Montillas,
los Bolívares, los Toros veían en aquellos dos personajes
a antiguos y fieles amigos; se apresuraron a su encuentro
y les oyeron confirmar las noticias cjue ya el gobernador
no conseguía disimular al pueldo. El barco destinado a
llevar los despachos de Elspaña a Puerto Cabello había
llegado días antes sin correo. Bastó esto para que el rumor
de la toma de Cádiz por los Franceses se esparciera por
toda la comarca limítrofe de Caracas, y en la capital, en
donde campesinos, en aquel momento mismo, la estaban
anunciando.
Emparán perdióla cabeza. Hizo fijar en todas las encru-
cijadas un boletín con las últimas noticias. Nada podía
favorecer mejor los planes de los patriotas : el pueblo, que
durante tanto tiempo había ignorado, por voluntad de las
autoridades, los acontecimientos de la metrópoli, al ser
enterado de ellos por el gobernador mismo, los creyó
irreparables; profunda emoción se apoderó de él. Los
conjurados comprendieron que, esta vez, ya no podían
retroceder.
A la caída de la tarde del 18, quedaban definitivamente
fijadas las líneas generales del plan que resolvieron poner
a ejecución. El cabildo entraría en sesión a las 7 de la
mañana, y en seguida convocaría al capitán general. Este
se oiría ofrecer, o mejor dicho imponer, la presidencia de
una « Junta Conservadora » que la situación de la metró-
poli hacía ahora inevitable. Los batallones de la milicia
1. ViLLA-ViciíNcio (Antonio), hijo de los condes de Real Agrado, ori-
ginario de Quito, desde donde fué a España para completar su edu-
cación. A su regreso a América, se alistó entre los que combatían
por la Independencia, de la que habia sido siempre partidario. Formó
parte de la comisión enviada por el Congreso de la I_ln¡ón, en 1813,
al ejército de Bolívar. Gobernador de Tanja en 1815, y de Mariquita
alano siguiente, se puso a la cabeza de las tropas republicanas. De-
rrotado en la acción de Honda el 30 de abril de 1816, fué ejecutado en
Santa Fe el 6 de junio siguiente.
IHIO 281
iiilcrveiuli í;m en caso de (jiic las li'<»pas reales opusíeraii
una resisleiuia (jiie. por cierlo. nadie preveía. Prometió
Madai'iaiía i|iie, en caso de necesidad, arengaría al pueblo,
V se declaró seffui'o de convencerle. Durante la noche,
o
hnlx) nueva reunión de conjuratlos : Simón Bt)lívar y su
hermano Juan Vicente, Dionisio Sojo, ¡Narciso Blanco.
Mariano v Tomás Montilla, José Félix Rivas, Nicolás
Anzola, Martín Tovar, Manuel Díaz Casado quedaron en
permanencia en casa de José Ángel Álamo, adonde, unos
tras otros, acudiei-on los conjurados para los últimos
acuerdos.
El Diecinueve de Abril de 1810 era jueves de semana
santa. Según costumbre, los miembros de la Audiencia y
del cabildo habían de asistir, en corporación, al oficio
solemne, celebrado en la catedral, y por el cual comen-
zaban las ceremonias del día. Apenas despuntaba la aurora,
la muchedumbre llenó, en tumulto, la plaza mayor de
Caracas, en la que, frente a frente, las Casas Consisto-
riales : palacio de la municipalidad y de la Audiencia, —
de aspecto sencillo bajo su techumbre de tejas, largas,
formadas de dos pisos, v cuya planta baja estaba adornada
de arcos — y la iglesia metropolitana, con su portada
adornada de pretensiosas arcaturas, con el frontis guar-
necido de columnitas terminadas en volutas y rematadas
por doble cruz de oro. con la linterna, de triple hileras de
campanas, erguían sus empavesadas y floridas fachadas.
Llegaron sucesivamente el teniente alcalde Don Martín
Tovar, los regidores Don Feliciano Palacios, Don Dionisio
Sojo. Don Xic(dás Anzola, Don Silvestre Tovar. Don Fer-
nando Kev Muñoz, Don José María Blanco, Don Valentín
Rivas Herrera y Don Isidoro López Méndez, quienes for-
maban parte de la conspiración; el alcalde primero, Don
José de las Llamosas, Don Hilario Mora y Don Pablo
González. Todos entraron en el cabildo. Las puertas se
cerraron tras ellos; al cabo de un instante se abrieron de
nuevo, dejando paso a dos delegados portadores de una
convocación de urgencia para el capitán general.
Emparán estaba acabando de vestirse cuando se pre-
sentaron a él los emisarios del cabildo. Intimidado quizá,
o dando crédito a la suma gravedad de las noticias ([ue,
282 EL PHECUUSOU
según le dijeron, hacían indispensal)lc una delibeiaeión
inmediata, el goljernador siguió dócilmente a los dele-
gados. Mediaban más de trescientos metros entre la capi-
tanía general y la residencia municipal. Precedido por los
dos regidores, que con mucho trabajo le abrían paso por
entre la muchedumbre, que se agolpaba, v por entre los
grupos que con agitación comentaban los bandos oficiales,
llegó Emparán a la entrada del cabildo. Le fué posible ver
y reconocer, bajo el sombrero calado hasta los ojos, y la
capa en que se envolvían, a unos veinte jóvenes cuyos
nombres y cuya audacia conocía él de sobra. Sin embargo,
su categoría social les daba derecho a figurar al lado de él
en el cortejo, y era cosa insólita y muv singular el que
estuviesen mezclados con el gentío hacinado ante la casa
o
consistorial.
Las sospechas del gobernador se trocaron, momentos
después, en amarga certidumbre, cuando después de
ocupar el « sillón de honor », se oyó proponer, sin preám-
bulos, el que sancionara el inmediato establecimiento de
la « Junta de Caracas ». « La situación de la Península,
le decían, no permitía ya vacilaciones ni aplazamientos.
Un gobierno autónomo era sólo capaz de consagrar los
legítimos derechos del soberano A Vuecencia pertenece,
excusado es decirlo, la presidencia de la Junta. Sus
miembros serán escogidos entre nosotros » Emparán,
que no había podido pronunciar todavía una palabra, inte-
rrumpe el discurso : a Esto lo examinaremos luego, señores,
después de la ceremonia. El asunto es importantísimo, y
requiere meditación. » Y, cubriéndose, se levanta, y. con
paso firme y con la cabeza erguida, se dirige hacia la
salida.
Mientras tanto, la compañía de escolta del capitán general
ha llegado a la plaza. Formados en dos filas, los soldados han
apartado a la gente y despejado el camino que habrán de
seguir el gobernador y los miembros del cabildo, para ir
a la catedral. Un piquete de « granaderos de la Reina »
acaba de colocarse en uno y otro lado de la lachada. Son
las ocho. Tjas campanas tocan a vuelo.
La gente se impacienta. Por fin sah^ Kmj)aián. Ma(|ui-
nalmente, los conjurados le siguen, soiprcndidos, ansiosos,
ISIO 283
coiifcrUiudosc con la miiaila. Su plan ha sido l)uriaclo. Kl
gobernador, avlsatlo. imetlc hacerlos arrestar en seguida.
Los granaderos esk'ui a su lavor. v la tropa piesenla las
armas, l^hnparán sigue avanzando sin pronunciar una
palabra. Acaso espere estar en la iglesia, en donde, sin
duda, tomará consejo de los miembros de la Audiencia. Y
dará ordenes Es, aquél, un momento de suprema
annustiu. El gobernador va a iñsar el umbial de la iolesia
De repente, el patriota Pedro Salias se destaca delgi-upo
de los regidores, al que acaba de unirse. Coge por el brazo
al gobernador : « Vuelva al cal^ildo Vuecencia, es nece-
sario. Está en juego la salvación pública » Ante seme-
jante audacia, los granaderos, por instinto, preparan sus
fusiles. Pero su capitán, Luis Ponte, manda con energía :
« ¡Descansen armas! » v obeceden. Se oyen gritos en el
gentío. El gobernador regresa al cabildo. Limóviles. los
soldados le miran pasar sin presentarle las armas. Esta
actitud acaba de contundir a Emparán. Dos recién llegados,
que no iorman parte de la asamblea, Juan Germán Roscio
y Félix Sosa le esperan en la sala. Se dicen « diputados
del pueblo ». Aun antes de que todos havan ocupado sus
asientos, intiman al gobernador a que consienta la consti-
tución de la Junta. Anonadado, Emparán balbucia.
« ¡Acepta, acepta! » exclaman los regidores, y ya se dis-
ponía Roscio a redactar el acta de establecimiento, cuando
vio Ueoar a Madariaaa.
o o
Venía el canónigo de la iglesia de la Merced, situada en
la parte alta de Caracas, a bastante distancia de la plaza.
Pronto a responder al llamamiento de sus amigos, desde
el alba estaba en observación, en aquel puesto alejado,
con objeto de asegurarse la adhesión de los habitantes del
barrio de la ciudad sobre el cual tenía él más influencia.
Como Roscio v Sosa, comenzó autorizándose con su calidad
de (( diputado » para justificar su presencia en el cabildo.
Declaró que tomaba la palabra en nombre del clero. Mas,
no perdió tiempo en precauciones oratorias, y, con voz
([ue afirmó el ánimo de los Proceres, exclamó :- « ¡Fuera
subterí'uoios v medidas a medias! Ya no hav aobierno en
España. Después de todo lo ([ue se ha hecho por ella,
¿seguiíemos dejando al desconsiderado representante de
284 EL PliECUllSOU
una rccí^encia impotente y sin mandato la dirección de
nuestros destinos? El gobierno que necesitamos no puede
ser compuesto sino de Americanos. Su primer deber es el
de pronunciar la caducidad del capitán general, cuya
autoridad no cuenta ya para nosotros. Esta medida, exigida
por el interés público, pido f[ue se lleve a cabo en nombre
de la justicia, de la patria y de la libertad! »
Emparán. que sólo por la forma seguía resistiendo, se
dirigió hacia la ventana, abierta de par en par y que daba
a la plaza, en donde se oían ya rumores de motín. Trató
de arengar al pueblo; pero, viendo que no lo conseguía,
gritó cuanto pudo : « ¿Os satisface mi gobierno? « Mada-
riaga, que se había colocado detrás del capitán general,
dictó con señas la contestación. « ¡No lo queremos! »
gritaron entonces los conjurados, que se hallaban entre
la muchedumbre. Dócil, repitió ésta el grito, ya enar-
decida, inflamada, sabiendo por fin qué se esperaba de
ella y lo que había de contestar : « ¡Fuera, fuera! ¡Muera!
¡ Ya no le queremos a usted ! »
« Está bien, señores, dijo Emparán volviéndose hacia
los regidores. ¿No quieren que gobierne? Pues tampoco
lo quiero yo. » Estas palabras fueron inmediatamente
transcritas en el acta de la sesión del cabildo que consa-
graba la caducidad del gobernador y la instalación de la
Junta de Caracas'. Después, se pidió a Emparán que
firmara órdenes relevando de sus funciones a los coman-
dantes de La Guayra y de Puerto Cabello y substituyén-
dolos por hombres adictos a la conspiración. Estos fueron
los últimos actos oficiales del capitán general. Por cierto
que los patriotas se mostraron atentísimos con él. Recibió,
a más de sus emolumentos, cuantiosos viáticos, y. condu-
cido a La Guayra por una escolta de honor, pudo, dos
días después, con toda seguridad, embarcarse para los
Estados Unidos v España-.
1. D. II. W.K
2. El bergantín Nuestra Se/lora del Pilar llego, el 'A\ de mayo
siguiente, a Norfolk (Estados Unidos), desde donde, días después,
dirigió Emparán al Rey un relato detallado de los acontecimientos
que preceden. Este relato se halla en el Arcliivo histórico de Madrid,
legajo 5636.
1810 285
III
El funcionario español José Domingo Díaz, al describir
en su Historia de la rebelión de Caracas los aconteci-
mientos que acabamos de relatar, hace observar, con
motivo de la conduela del capitán general, que Emparán,
« llegó y entregó con el mando aquellas provincias, y una
gran parte del mundo al incenílio, al robo, a la muerte v
a la aniíjuilación ' ».
Estas conclusiones de un testigo tan parcial como apa-
sionado detractor de la revolución venezolana, contienen
si({uiera una parte de verdad en el sentido de que la eman-
cipación general de las Colonias españolas arranca del
Diecinueve de Abril de 1810. Apenas constituida en « Junta
Conservadora de los Derechos de Fernando VII », la
municipalidad de Caracas, que desde aquel momento asume
el gobierno de Venezuela, dirigía, en efecto, a todos los
cabildos sudamericanos una proclama solemne invitándoles
a seguir su ejemplo : « Caracas, dícese en ella expresa-
mente, debe encontrar imitadores en todos los habitantes
de la América, en quienes el largo hábito de la esclavitud
no haya relajado todos los nuelles morales; y su resolu-
ción debe ser aplaudida por todos los pueblos que con-
serven alguna estimación a la virtud v al patriosiomo
ilustrado. US. es el órgano más propio para dilundir (!Stas
ideas por los pueblos a cuyo frente se halla, para despertar
su energía, v para contribuir á la grande obra de la con-
lederación americana española-, n
Mas no tuvo que esperar a este llamamiento el cabildo
de Buenos Aires para erigirse a su vez en Junta de gobierno.
Tanto para los liberales de la Plata como para los de
Caracas, la señal procedía de ^liranda; y, dada sin duda
en la misma época, llegó a Buenos Aires en los primeros
días de mayo. Esto explicaría, cuando menos, el recrude-
1. Op. cit., p. 17.
2. Proclama de la « Junta Suprema Conservadora de los derechos
de Fernando Vil en Venezuela », a los cabildos de las Ciudades de
América, etc. Caracas, 27 de abril de 1818, D.. 11, 'i|8,
286 EL PRECURSOIt
ciniientü de agitación que desde aquel momento se mani-
íestó en el grupo liberal.
La opinión pública se bailaba infinitamente mejoi' dis-
puesta en Buenos Aires que en los demás sitios en íavor
de la Revolución, y la propaganda de los liberales babía
sido allí tanto más fructuosa cuanto (pie los recuerdos
gloriosos de 1806 y 1807 exaltaban aún patrióticamente
los ánimos. El gran papel desempeñado entonces por el
cabildo seguía valiéndole sumo prestigio, y todo anun-
ciaba que le sería lacil justificar la esperanza que sobre él
fundaban los discípulos de Miranda. Lo importante para
ellos era asegurar la mayoría de votos en el cabildo, v a
esto acababan de dedicarse con tenaz perseverancia. El
éxito coronó sus esfuerzos, y la insuficiencia política del
viri'cy Don Baltasar Hidalgo de (>isneros ' les sirvió más
de lo que se atrevían a suponer.
Desconociendo los prudentes consejos de Liniers, su
predecesor, Cisneros. al conceder bruscamente la libertad
de comercio, había herido a los numerosos negociantes
españoles de la Colonia a quienes con justa razón irritaba
esta medida, pues arruinaba sus privilegios en provecho
del comercio británico y de los dueños de fincas rurales,
casi todos ellos americanos. Lo mismo que lo intentado
por Emparán en Caracas, buscó Cisneros entre los criollos
partidarios que, no obstante, no podían sino desear su
pérdida. Le persuadieron insidiosamente a que por medio
de la prensa combatiera la oposición del partido español,
v Belgrano. Mariano Moreno, Passo". Monteagudo publi-
caron entonces en el Correo del Comercio de Buenos Aires
estudios de fdosofía histórica que. con pretexto de defender
los intereses del vii-rey, vulgarizaban las ideas y las doc-
trinas revolucionarias.
Los informes que, mientras tanto, se esparcían con.
motivo de los acontecimientos de España, hallaron pues
una opinión pública perfectamente preparada para descu-
biir en ellos algún pretexto capaz de favorecerlos proyectos
1. CisM.KOs y La Torrií (Baltasar Itidalgo de), virrey de la Plata
de 1801) a 1810.
2. O Paso (Juan José), miembro de la Juiila de gobierno, de 1810
a 1813.
1810 287
de los patriotas. El io de mayo, una liagata inglesa llevó
a Montevideo las notieias mismas que, un mes antes, había
dado a los habitantes de La Guayra el correo de Cádiz.
El 17. circulaban por Buenos Aires dichas noticias, y el
pueblo manifestaba una agitación que los patriotas resol-
vieron explotar cuanto antes.
Asustado, reunió Cisneros el 20 por la noche, en la
fortaleza, a los jefes militares, en consejo; pero ya Bel-
grano, Francisco Antonio Ocampo*. Terrada. Thomson.
Matías Irigoycn ■. Beruti, Chichinad l^asso. Hipólito
Vieytes* y su hermano, Agustín Donado'', así como el
coronel del regimiento de \o^ Pa//-icios, Cornelio Saavedra ''.
\ ¡amonte ' v .luán Ramón Balcarce^, reunidos secretamente
en casa tlel comandante Maitin Rodríouez". deciden hacer
o
proNocar por el cabildo una asamblea general de notabili-
dades v funcionarios, el cabildo abierto.
Se efectuó éste el 22 de mayo. El obispo Lúe abre la
sesión : « Mientras quede en España una fanega de tierra,
y manden en ella los Españoles, América toda les per-
tenece; V, mientras quede un solo Español en el Nuevo
Mundo, ese Español es el que debe gobernarlo. » —
1. Fué luego jefe de la expedición enviada en socorro de la.s
provincias del interior.
2. Olicial de la marina española; había combatido en Trafalgar en
ISUó. Miembro de la comisión de gobierno en 1816, y, después, jefe
de la escuadrilla enviada el mismo año contra los rebeldes de
Santa Ve.
1. Chiclana. (Feliciano^. Miembro de la .lunta de gobierno en 1811
y 1812.
4. Fué, en 1812, secretario de la Asamblea Nacional, y falleció en
Buenos Aires en 1815.
5. Relegado a San Luis en 1815.
6. rs'ació en Potosí hacia 1760, falleció en Buenos Aires en 1829.
Sirvió en el ejército argentino hasta en 1821, época en que se retiró.
7. O ViAMONT (Juan José). Nació en 1770. Después de haber
tomado parte en las campañas del Perú hasta en 1820, fué varias
veces diputado, y, desde 1833 a 183'i, gobernador y capitán general
de la provincia de Buenos Aires, cargo que por entonces equivalía
al de presidente de la República.
8. Nació en Buenos Aires en 1773. Gobernador de Buenos Aires
en 1820, fué, en 1832, elegido para once legislaturas gobernador y
capitán general de la provincia de Buenos Aires; pero, derribado
por Rosas, se retiró a la provincia de Entre Ríos, en donde falleció.
9. General y gobernador de Buenos Aires desde 1820 hasta
I82't.
288 EL PRECURSOR
Entonces, Juan José Castelli'. que desempeña aquí el
papel de Madariaga, toma la palabra, pronuncia un arre-
batado discurso, y, a modo de conclusión dice, aplaudido
frenéticamente por el pueblo que llena las largas avenidas
de la Plaza Mayor : « España está desposeída de su poder,
y las autoridades que la representan están tan desposeídas
como ella. En lo sucesivo, el pueblo debe asumir la sobe-
ranía del monarca y constituir un gobierno detensor de sus
derccbos. » Queda entonces decidido que todas las fun-
ciones del virrey serán desempeñadas por el cabildo, quien,
a su vez, nombrará una Junta con Cisneros a la cabeza.
Pero, el 24, Saavedra intima al virrey que dimita, y, el
Veinticinco de Mayo de 1810, el cabildo sanciona el esta-
blecimiento definitivo de la « Junta gubernativa » exclusi-
vamente compuesta de Americanos.
Aquel día, los habitantes de Buenos Aires enarbolaron
la escarapela azul y blanca, colores adoptados por el regi-
miento de los Patricios cuando la invasión inglesa, y que
iban a convertirse en emblema nacional de la República
Argentina".
Escenas semejantes, salvo alguna que otra modificación,
se produjeron en Nueva Granada. Menos sostenidos en
esta última por la opinión popular, v en escaso número,
relativamente, los patriotas habían desplegado tanto más
ardor en su propaganda. Al mismo tiempo, revestía ésta un
carácter particularmente elevado, por destacarse la noble
y viril figura de Camilo Torres'' en la vanguardia de aquellos
Proceres «¿ranadinos. aislados en sus montañas, v cuvo
espíritu, mantenido vil>rante por cl poderoso soplo de la
ilimitada extensión, parecía haber recogido la quintaesencia
misma del pensamiento nuevo.
Lo mismo que Caldas. Torres era originario de la antigua
t. General; nombrado miembro de la Junta de gobierno, él fué
quien, en 1811, hizo fusilar a Liniers. Mandó después el ejército de
la Plata, y murió en Buenos Aires hacia 1825.
2. Cf. MiTKR, Historia de Belgrano, i. 1, cap. ix y x.
3. Nació el 18 de noviembre de 1766 en Popayán, en donde esludió
con notable aprovechamiento, completando luego sus estudios en la
universidad de Santa Fe. En ésta ocupó la cátedra de derecho civil.
Presidente de las Provincias Unidas desde 1812 hasta 1816. Fué
ejecutado en Santa Fe el 5 de septiembre de 1816.
1810 281»
ciiulad dotada de un dliina « inventado por los poetas' »,
de Popayán, orgullo de los armoniosos valles del Cauca,
que son, para el pintoresco cuadro de sus blasonadas
casas, de sus iglesias y de sus calles de color do ocre, como
flexible cintura de plata y esmeralda. Provisto de profunda
y firme educación clásica, dotado de una elocuencia sobria
y altiva, i'cvélase por vez primera en la memorable reu-
nión etectuada el 4 de septiembre de 1809 por los funcio-
narios, los oficiales y las notabilidades de Santa Fe'-. La
revolución de Quito había insjjirado vivas alarmas al virrey
D. Antonio Amar y Borbón, y motivado a([uella asamblea
extraordinaria de la (|ue las autoridades esperaban inducir
preciosos indicios respecto de los sentimientos de sus admi-
nistrados. Tomó Torres valientemente la palabra v pro-
clamó (|ue Santa Fe había de seguir el ejemplo de Quito y
constituir a su vez un gobierno autónomo. Esta declara-
ción produjo el electo de un trueno en medio de la calma
^de la vida colonial, calma turbada únicamente, desde los
Comuneros, por las audacias, por cierto pronto repri-
midas, de Nariño, y que, desde entonces, parecía haber
recobrado su acostumbrada placidez.
Animado por el partido español, que representaba una
incontestable mayoría, el virrey no dio oídos a las reivindi-
caciones de los patriotas, y envió una expedición en socorro
del presidente de Quito. Pero la elección de los diputados
convocados por la Junta de Sevilla no tardó en suministrar
a Torres nueva ocasión de volver a la lucha. Recibió
encargo del cabildo de redactar la exposición de las soli-
citudes de reformas que había que presentar al gobierno
metropolitano, el Pliego de las provincias de Nueva Gi-anada.
Compuso entonces, con el título de Memorial de Agra{>ios,
un escrito sumamente notable en el que la prosopopeva,
la hipérbole, procedimientos muy de uso en aquel tiempo,
ocupan sin duda amplio puesto, pero cuva profundidad de
inspiración queda siendo genial, y que con justo derecho
figura entre los más poderosos productos de la literatura
política sudamericana.
1. Según expresión de Caldas.
2. V. J. Al. Qli.ia.\o Wali.is, Biogvafía de Camilo Turres,
Bogotá, 1910.
19
290 EL PUECURSOR
Después de haber flagelado los vicios y las durezas del
régimen, expuesto y justificado las quejas de sus compa-
triotas, insistido acerca de la buena voluntad de éstos y de
la moderación de sus deseos presentes, concluía Torres
solicitando la asimilación leal de las provincias de ultramar
a las provincias de España : « Igualdad, escribía, santo
derecho de la igualdad; justicia que estribas en esto y en
dar á cada uno lo que es suvo, inspira á la España europea
estos sentimientos de la España americana. Estrecha los
vínculos de esta unión; que ella sea eternamente dura-
dera, y que nuestros hijos, .dándose recíprocamente las
manos de uno á otro continente, bendigan la época feliz
que les trajo tanto bien. ¡Oh, quiera el Cielo, que otros
principios y otras ideas menos liberales no produzcan los
funestos efectos de una separación eterna! »
Este Memorial, que, por juzgarlo harto subversivo,
se negó el cabildo a ratificar, circuló sin embargo en
copias manuscritas entre los criollos. Muchos se mostra-
ban aún refractarios a la causa revolucionaria; pero,
igualmente sensibles a las seducciones del estilo bri-
llante, lleno de imágenes y sugestivo de los patriotas, se
dejaban poco a poco doctrinar y seducir. Las Cartas de
Suba de Frutos Gutiérrez', las ardientes Peticiones y los
conmovedores Escritos de Ignacio de Herrera^, quienes
unían sus esfuerzos a los de Torres, suscitaban a diario
prosélitos.
Nariño, cuyas obras habían sido también reeditadas por
los liberales, fué arrestado por entonces en Cartagena.
Tan pronto como se esparció esta noticia por Santa Fe,
una emoción considerable se apoderó de los espíritus y
ganó las clases inferiores, quienes, sin pronunciarse todavía
por los pati'iotas. comenzaban a demostrar desconfianza en
las autoridades coloniales. Algunos curas predicaron ideas
liberales. El virrey tuvo que convencerse de los progresos
efectuados por éstas, aun en los campos. Mandó proceder
1. Gutiérrez de Caviedes (Frutos Joaquín), nació en Cúcuta en
1770, falleció en Pore el 26 de octubre de 1816.
2. Herrera. Vergara (Ignacio), nació en 1769 en Cali. Presidente
de la Corte Suprema en Santa Fe, en 1820. Presidente del Congreso
de 182'*. Falleció en Bogotá el II de marzo de 1840.
1810 291
a pesquisas arbitrarias, a niiinei-osos arrestos, y crevó hábil
buscar, al mismo tieuipo, his simpatías de los ciiollos de
Sauta Fe. La Audiencia le manifestó en seguida una hosti-
lidad que podía ser peligrosa, pues los oidores le amena-
zaron con pedir su destitución. No consiguió calmarlos
sino cambiando bruscamente de táctica y abandonando a
los criollos.
A principios de 1810, Amar hizo reconocer por el cabildo
la autoridad del consejo de regencia, cuyos delegados
habían de llegar pronto. Se supo, a fines de mayo, que
Villavicencio y Montúfar habían llegado a Cartagena;
pero, semanas después, y a pesar de todas las precauciones
del virrey, se tuvo también noticia de la revolución de
Caracas. En seguida se reanimó la efervescencia, llegando
a poco a su paroxismo cuando a las noticias de Venezuela
se agregaron las de los acontecimientos que acababan de
realizarse en las provincias mismas del virreino. Los
patriotas de Cartagena, después de haber, el 14 de junio,
depuesto al gobernador Montes, lo habían embarcado para
La Habana, y la municipalidad había constituido una Junta
provisional. Mientras los comisarios regios se encami-
naban hacia Santa Fe, estallaba la insurrección en todo el
país, en todas partes se había entablado la lucha entre
cabildos y gobernadores. En Casanare. dos jóvenes pa-
triotas expiaban en el cadalso el complot que habían pre-
parado contra el corregidor. Pamplona y el Socorro depo-
nían a los suvos.
La municipalidad de Santa Fe, cuya mayoría es ahora
favorable a la Revolución, y que, desde el 19 de junio, no
ha cesado de dirigir, casi a diario, instancias al virrey
para obtener el cabildo abierto, renueva esta vez sus
instancias en tono conminatorio. Los antigfuos odios des-
piertan, los Españoles son insultados en las calles. Los
patriotas publican, en forma de carteles, las noticias de
Espaíia. Asegúrase que al rey se le ha hecho traición, que
el virrey está vendido a Napoleón. El pueblo, sobrexcitado,
se agolpa ante palacio, y cuéstales mucho trabajo a los
soldados del batallón Au.riliar dispersar a los manifes-
tantes.
El 10 de julio por la noche. Camilo Torres, Herrera,
292 EL PRECURSOR
Gutiérrez, Miguel de Pombo ^ Joaquín Cainacho-, José
Acevedo \ y algunos más. se reúnen en las hal)itaei()nes
de Caldas en el Observatorio. Había ([uedado convenido
que la muy próxima llegada de los comisionados regios
serviría de pretexto para el paso deílnitivo ante el virrey
para obligarle a aceptar la Junta que los patriotas estaban
seguros de ver reclamar poi- la mayoría del cabildo abierto.
Mientras, los conjurados habían cb; ir. a caballo, al
encuentro de los comisionados, haljían de tratar de ganarlos
a su causa, y, al volver a la ciudad, darían la señal, a la
que, seguramente, respondería el pueblo. Sin embargo,
se anunciaba que Villavicencio y Montúíar se hallaban
aún bastante distantes de la capital. Por otra parte, la
agitación presente era de demasiado buen agüero para quo
no trataran de sacar provecho de ella : « Todo está prepa-
rado, dice Torres; pero para esegurar el éxito, es nece-
sario que la chispa incendiaria parta del vivac enemigo... »
Francisco Morales^ propuso tratar de conseguirlo. Hacía
tiempo que estaba enemistado con un rico negociante
español, D. José Llórente, conocido además por su carácter
violento; encontraría algún medio para provocarle públi-
camente, y ésta sería la chispa que prendería fuego a la
pólvora. Se formaría una aglomeración de público, y los
patriotas arrastrarían al pueblo. El día siguiente, viernes,
era día de mercado : habría más gente que nunca en las
calles. Los conjurados aceptaron.
El 20 de julio, todos estaban en su puesto. Morales se
presentó, como había dicho, niuv temprano, a casa de
Llórente, cuyos almacenes estaban situados en la calle más
frecuentada, la Calle Real, y con tono d(! /.umba. le pidió
que le prestara un florero para adornar la mesa de un
1. Nació en Popay;ín en 1770. aconipafió a Mutis en la expedición
botánica. Fusilado en Santa Fe el 6 de julio de 1816.
2. Nació en Pamplona en 1776. Miembro del Congreso de Leiva
en 1811, y del jjoder ejecutivo de Nueva Granada en 181'i. Estaba
ciego y totalnicnle impedido cuando el consejo de guerra instituido
por el general Morillo en Santa Fe, en 1811, lo mandó encarcelar y
fusilar el 31 de agosto.
o. AcEVEDo y Gómez (José). Nació en Santa Fe en 1780; murió de
pena en Mocoa, en 1816, durante el terror bogotano.
4. MoRALE.s Fernández (Francisco), nació en Santa Ve: f'usihulo el
22 de noviembre de 1816, durante el terror bogotano.
1810 293
hanquotc ([ac, tlcí-ía el. ([uería ofrecer a los chapetones.
(^onlestó Llórente con una injuria, y, a continuación de
cierto a(l(Mnán ([ue hizo Morales ve que el Español se pre-
cipita hacia él con el puño levantado. Alza entonces la voz
el criollo. La ffente se amotina, v, mientras Llórente se
resguarda en su tienda, los conjurados se esparcen por las
calles gritando : « ¡ Que asesinan a los Americanos ! ¡ Mueran
los chapctones\ ¡Cabildo abierto! ¡Junta! » Poco después,
la ciudad toda, se alborota, los patriotas hacen tocar a
rebato, el pueblo se precipita hacia la Plaza Mayor, ante
las casas consistoriales.
El cabildo envía diputaciones al virrey, ([ue acaba por
ceder, v convoca la asamblea extraordinaria para aquella
misma noche. Discutieron sin descanso hasta las tres de la
madrufiada. A cada instante se asomaban a la ventana los
o
regidores v tenían al pueblo al corriente de las lases del
debate. Con íirme tranquilidad, el innumerable gentío que
llenaba la plaza y las calles que, de todas las direcciones,
desembocan en ella, esperaba el resultado de la delibera-
ción. La resolución del pueblo era, en efecto, inquebran-
table en aquel momento, y los patriotas ([ue tomaban la
palabra en el cabildo v se decían « diputados de la nación »
estaban seguros de verse sostenidos.
Hubo un momento de inquietud acerca de las disposi-
ciones del regimiento de la guarnición : bastó esto para
que los manifestantes acudieran en gran número a las puer-
tas de los cuarteles. « Una mujer, refiere Caldas en su
Periódico^ , reunió a muchas de su sexo y a su presencia
tomó de la mano a su hijo, le dio la bendición y dijo :
« Ve a morir con los hombres. Nosotras las mujeres mar-
chemos delante; presentemos nuestros pechos al cañón :
que la metralla descargue sobre nosotras; y los hombres
que nos siguen y a quienes hemos salvado de la primera
descarga, pasen sobre nuestros cadáveres : que se apo-
deren de la artillería y libren la Patria ». En el acto, los
soldados declararon hacer causa común con el pueblo, y
su coronel. Molledo, se unió a los patriotas.
1. Extractos publicados por el Papel periódico Ilustrado de Bogotii ,
!"■ año, pp. 350-393.
294 EL PRECURSOR
La energía y las reservas de heroísmo que tales senti-
mientos revelaban en aquel pueblo durante tanto tiempo
sumiso y silencioso, no dejaban esperanza al virrey. Juzgó
tan peligroso como superfluo prolongar la resistencia, y se
sometió a las decisiones de los regidores. A las tres y media
de la madrugada quedaba firmada el acta de la sesión, y
Santa Fe, como Buenos Aires y Caracas tenía su Junta
independiente. Sólo cinco días la presidió Amar. Los
patriotas le obligaron a dimitir, y, poco después, lo envia-
ron a España.
En Santiago de Chile, la Revolución se efectuó casi del
mismo modo^ Juan Martínez de Rosas" fué su hábil e infa-
tigable promotor. Profesor, abogado y jurisconsulto, Rosas
era secretario particular del comandante García Carrasco,
a quien el repentino fallecimiento del gobernador Luis Mu-
ñoz de Guzmán había hecho elevar a la magistratura
suprema. Rosas agrupaba en torno suyo a cierto número
de jóvenes criollos, los más ricos y los más considerados
de la ciudad : Bernardo O'Higgins, Manuel Salas, empa-
pados de las recientes lecciones de Miranda, los hermanos
Prieto^, Infante*, Eyzaguirre^; otros más, y los introdujo
en casa del nuevo capitán general, cuya confianza no tar-
daron en ganar. Disensiones, hábilmente suscitadas, entre
Carrasco y los funcionarios de la Audiencia y del cabildo,
suministraron a aquellos liberales motivo para obtener la
entrada en el consejo de doce regidores adictos a sus ideas,
quienes, desde aquel momento, emplearon toda su influencia
en preparar al pueblo a la independencia. Las noticias de
1. V. Gay, Historia de Chile, t. IV.
2. V. nolicia lib. I, cap. n, 5^ 2.
3. El m;ís conocido es Ángel, que nació hacia 1779, y falleció hacia
1854. Fué hecho prisionero en 1814 después de la batalla de Ran-
cagua, y no recobró la libertad hasta en 1817. Había perdido todos
sus bienes, y fué, de 1820 a 1833, director de las aduanas chilenas y
diputado durante cuatro legislaturas.
4. Infante (José Miguel). Nació en Santiago, en 1778, y allí falleció
en 1844. Miembro de la Junta de Gobierno en 1813 y 1814, de la
Junta provisional en 1823: miembro del Consejo Directorial en
1825-1826.
5. Eyzaguikki: (Agustín). Nació en Chile en 1766, falleció en San-
tiago en 1837, Miembrode la Junta de gobierno en 1813-1814. Después
de la derrota de Rancagua, fué internado en Juan Fernandez desde
1815 hasta 1817.
1810 295
las victorias francesas llcoaion a Chile a comienzos de
o
mayo. Por la emoción que piovocaron. por la animosidad
general qne en seguida notó contra cl. acal)ó (tarrasco por
darse cuenta de que los que le rodeai>an, lejos de favore-
cerle, habían trabajado en contra suya; y, tan pronto como
tuvo noticia de los acontecimientos de Buenos Aires hizo
arrestar a Rosas y a varios de sus cómplices, y dio orden
de que fuei'an conducidos a Lima para ser juzgados.
hintonces los liberales excitaron al pueblo e hicieron
pedir por el cabildo la libertad de los presos y el estable-
cimiento de una Junta. Después de haber opuesto desdeñosa
frialdad a tales ruegos. Carrasco « aprendió sin embargo a
despojarse de ella, como Emparán había prontamente olvi-
dado su severidad », cuando oyó bajo sus ventanas los gritos
de «¡ Cabildo abierto M » La asamblea se reunió el 11 de
julio, pronunció la destitución de Carrasco y nombró en
su lugar al conde de la Conquista, de ochenta y seis años
de edad. Los liberales, a quienes no podía satisfacer tal
cambio, siguiert)n conspirando, consiguiendo, al cabo de
algunas semanas, provocar la reunión de un nuevo cabildo
abierto. Esta vez. de los 400 funcionarios o notabilidades
que lo componían, las tres cuartas partes se pronunciaron
por los patriotas, y cl conde de la Conquista resignó sus
poderes en manos de la « Junta Gubernativa », de la cual
fué Rosas elegido presidente : ocurrió esto el Dieciocho
de Septiembre de 1810.
Dos. días antes, el Dieciséis de Septiembre, en el otro
extremo del continente, Manuel Hidalgo- sublevaba a su
vez a Nueva España. En aquel reino en donde, según
expresión de un contemporáneo, « la independencia nacio-
nal estaba atajada por la dependencia doméstica' », el
partido metropolitano conservaba, a pesar de frecuentes
alertas, preponderante influencia. La aristocracia colonial,
más ([ue las demás en favor en la corte de Madrid, sufría
profundamente también el ascendiente de las clases espa-
1. Ga.y, Historia de Chile, t. IV, cap. \'I.
2. HiD.vLGo Y Costilla (Manuel), nació en el Estado de Guanajuato
en 1753; fusilado el 1° de agoslo de 1811.
3. Zavala, Ensayo liistóvico de las Re^'oliicioiies de México,
París, J830.
296 EL PRECURSOR
ñolas establecidas en el país. El sensato virrey Iturrig'arav
concedió a los criollos, hacia 1808, amplias concesiones
políticas; pero los Españoles manifestaron celos, pretex-
tando que aquellas franquicias mermaban sus privilegios;
y, después de haberse apoderado de la persona del virrey
y de haberlo enviado a España para que allí respondiera
de su conducta, obtuvieron que fueran anuladas todas las
medidas decretadas en favor de los criollos. Estos se de-
jaron despojar sin pronunciar una palabra, de tal manera
estaba « arraigado » en ellos el temor que les inspiraba el
poder español. Portales motivos, la propaganda de INIiranda,
dirigida en Nueva España con tanto vigor como en las
demás colonias, había tenido que confinarse casi exclusi-
vamente en los campos. Por cierto que encontró adeptos
solícitos entre los miembros del bajo clero, dueño abso-
luto de la mente de los pueblos indios, que no pedían sino
dejarse convencer.
Los indios, descendientes de las tribus aborígenes, se
habían multiplicado bastante desde la abolición del régi-
men mortífero de la primera época colonial; su esperanza
de reconstituir el imperio ancestral, al mismo tiempo que
su odio tenaz hacia el Español, les inclinaba naturalmente
a pactar con la insurrección. Era ésta preparada con ardor.
Cuando el nuevo virrey, don Francisco Javier de Lizana ' arzo-
bispo de México, tomó posesión del gobierno (julio de 1809),
la agitación hacía ya enormes progresos en las provincias
y ganaba la capital. Sin embargo, los regimientos, las mili-
cias estaban muy bien organizados. Venegas^, gobernador
incapaz que la Regencia enviaba a Nueva España « para
quitarse aquel estorbo )), y que substituyó a Lizana el 14
de septiembre de 1810, se creyó a salvo de toda sorpresa.
Pero, los ecos de las sublevacionas de Caracas, Buenos
Aires, Santa Fé^ se esparcían por el país. Los patriotas
trataban de persuadir al cabildo a que tomara la iniciativa
del movimiento, según prescribía Miranda ^ Sintiendo
1. Lizana y Beaumont (t'i'ancisco Javier de), virrey de Méjico, de
1809 a 1810.
2. Venegas (I'^rancisco Javier de), virrey de Méjico de 1810 a 1813.
3. Carta de Miranda al cabildo de México. Londres, 'l'i de julio de
1808. R. O. F. O. España, vol. 89.
1810 297
(Icst'onliauza por las precíauoiones tomadas cu Ionio del
virrey, el cabildo no se atrevió, sin embaroc). a dar tal
señal, V t^t^ Manuel Hidalgo, cura del pueblo de Dolores,
en la rica región minera de Guana juato. (juien desencadenó
la insurrección.
Kn el espacio de algunos días, aquel sacerdote guerrero,
ilustrado, muv ([uerido de sus feligreses y dotado de
terrible firmeza, reunió en torno suyo a más de 100 000 com-
batientes, con armas insuílcientes. desde luego, pero
temibles por su crecido número. El ejercito de Hidalgo
podía con facilidad, desde lo alto de la meseta de Guana-
juato. en donde estaba tomando consistencia, caer cual
torrente sobre el reino entero, invadir la capital, ocupar,
por la nada difícil toma de Acapulco y de Veracruz, las
comunicaciones con los dos océanos, v hacer imposible
toda resistencia.
No parecía influir en el Perú aquella universal y profunda
sacudida del imperio español. La incontestable mayoría de
los partidarios del régimen colonial, cuyos rigores sabía
suavizar con habilidad un virrey justamente popular, había
ahogado la voz de los liberales en Lima. Pero, aunque
diseminados e impotentes, no por esto dejaban de concebir
con fervor y confianza el pensamiento vivaz del patrio-
tismo '.
Así pues, salvo este virreino, el rompimiento con la
metrópoli era un hecho consumado en cada una de las
grandes unidades de la América latina. La dominación tres
veces secular resultaba, en un instante, por decirlo así,
1. V. las poesías y cantos populares compuestos en Lima en 1810,
y que, bajo su forma ca'ndida, pintan las preocupaciones patrióticas
de los habitantes de aquel virreino :
o... Dios piadoso,
Rómpeme ya las cadenas
De la tirana opresión;
Cese el luto que atormenta
Por tres dilatados siglos
A mi constante prudencia.
Buenos Aires, Santa Fe,
Caracas y Chile bella
Ya disfrutan de la gracia ;
Disfruta, Lima sincera... »
(Canción popular peruana, 1810. en D. II, 533).
298 EL PRECURSOR
subsliLuída, sin etiisxón de sangre y casi sin disputa, por
un gobierno nuevo al que. únicamente, había que despojar
de su decorado ficticio para poner en plena luz la definitiva
autonomía de la cual era él la expresión. Aunque con
mezquino pretexto y por maquiavélicos medios, el plan
iínaginado y preparado por Miranda parecía realizado, o a
punto de estarlo, y tal como lo deseaban sus promotores :
la explosión de la máquina revolucionaria resultaba una
inotensiva apoteosis.
Respetuosos ante su ideal, y firmemente resueltos a
conservar intacta la belleza que veían en él, los obreros
de la Independencia creían poder saludar en fin el adveni-
miento, en todas partes eíectuado, de su próxima libera-
ción.
IV
Los acontecimientos que acalcaban de producirse no
eran, sin embargo, más que el prólogo del gran drama
revolucionario cuyas futuras escenas reservaban, por
desgracia, a aquellas harto generosas ilusiones, una larga
serie de trágicos desmentidos.
o
Es más, ni siquiera estaba terminado en su conjunto este
prólogo mismo, cuando, — aunque hecho aislado y ocu-
rrido en una apartada provincia de segundo orden, — un
sangriento episodio desconcertó ya su armonía.
Mientras que los patriotas, encarcelados en Quito
después de la llegada de las tropas auxiliares de Nueva
Granada y del Perú, esperaban a que la Audiencia de
Santa Fe decidiera de su suerte, cierto número de soldados
de la guarnición, cuya actitud había obligado, poco antes,
al presidente Ruiz a reconocer la Junta, y que, desde
entonces, se haljían refugiado en el campo, regresaron a
la ciudad, suponiendo que habían cesado ya las persecu-
ciones y que no serían molestados. Sin embargo, fueron
arrestados, encarcelados, y la población manifestó desde
aquel momento viva hostilidad hacia las tropas de ocupa-
ción, las cuales, por su lado, se entregaban a toda clase
de desórdenes, maltratando a los habitantes bajo el más
1810 299
liilil pretexto. Aeal);ii<»n estos [)or tietrarse a aprovisionar a
los soldados españoles. El ]>rulal Aréchaga y el siniestro
Arredondo, ([iie los niaiidahan, se habían resignado con
trabajo a la relativa indulgencia del presidente Ruiz para
con los patriotas, a quienes habrían querido ver fusilar tan
pronto como fueran arrestados : la resistencia de los habi-
tantes de Quito' les exasperó, v estaban en acecho de una
ocasión que les permitiera vengarse. No había de tardar
ésta en presentarse.
El 2 de agosto de 1810, a la una de la larde, unos diez-
soldados recientemente aprisionados sorprendieron a sus
guardianes, se apoderaron de s?js armas, v. contando con
el apoyo de la población, corrieron a los cuarteles ocupados
por la guarnición peruana. Pero en seguida se dio la
alarma : apenas los fugitivos habían llegado a la Plaza
Mayor, donde estaban los cuarteles, cuando los Españoles,
haciendo fuego por las ventanas, los mataron a la primera
descarga. Además, nadie había intentado seguir a aquellos
desgraciados, y ya parecía terminado el incidente, cuando,
saliendo de los cuarteles, se esparcieron por las calles los
soldados de Lima, gritando : « ¡Venganza, venganza,
nuestro capitán ha sido asesinado! » A todo esto, Aréchaga
y los demás oficiales españoles estaban tranquilamente en
la explanada del palacio, y en presencia de ellos comenzó
el degüello. La desencadenada soldadesca empujó hacia la
plaza a los transeúntes, no muv numerosos, por fortuna,
a (juienes pudo sorprender fuera de sus casas a aquella
hora del día, v más de trescientas personas, entre ellos
muchos niños y mujeres, fueron degollados en un momento.
No cesó la matanza sino ante el cebo del saqueo : el tras-
torno, el pavor general hacían tentadora la ocasión. La
soldadesca hundió las puertas de las tiendas v de las
casas del barrio rico, las saqueó, y volvió a sus cuarteles
« tan cargada de botín, ([ue hasta había abandonado sus
armas ' ».
Mientras tanto, los soldados prisioneros, en número de un
centenar, y los patriotas, eran asesinados en sus celdas : la
mayor parte de ellos, fusilados a boca de jarro: Morales,
1. Steve.nso.n, op. cit., cap. ii. p. 30.
3C0 EL PKECURSOK
Quiíoga. Salinas. RiolVío, y algunos inás. rematados a
navajazos v a hachazos.
En momento en que los Proceres se regocijaban de los
éxitos de las iniciativas revolucionarias, tales escenas de
degüello no se habían, ciertamente, repetido en Quito, ni
en los reinos v provincias limítrofes. Pero la durísima
oposición de las tuerzas españolas al ímpetu de los insu-
rrectos mejicanos, y los terribles excesos cometidos por
éstos en sus primeras victorias, lueron. poco después,
anuncio de una era de luchas y de conílictos sangrientos
destinada a extenderse al resto del continente español.
A pesar de su optimismo, los Prócei-es, a í'alta de pre-
sentimiento certero, parecían haber sentido la inmediata
inquietud de tal porvenir. Dicho optimismo, que, para
decir verdad, no había sido, en algunos de ellos, más que
un optimismo ficticio, no cegó a los demás hasta el punto
de hacerles descuidar las precauciones indispensables para
la seguridad de las nuevas instituciones. Aun cuando
ninguna nube asomal^a todavía en el horizonte, las Juntas
coloniales trataban de rodearse de un verdadero arsenal
de declaraciones justificativas, de decretos y de ordenanzas.
Por cierto que a ello se veían obligadas por las inevi-
tables amenazas que habían de resultar del programa
subversivo que las circunstancias les habían hecho pro-
clamar. Negarse, desde el principio, a reconocer la
Regencia de Cádiz, abrir los puertos al comercio de todas
las naciones, abrogar toda una categoría de impuestos o
modificar su sistema, anunciar la próxima abolición de la
esclavitud, disolver la Audiencias o diezmarlas; invitar, en
fin, a las provincias a enviar sus diputados a Asambleas
Constituyentes, tal como lo habían hecho o pretendían
hacerlo Caracas, Buenos Aires, Sjintiago y Santa Fe, era,
a la vez. enajenarse para siempre el partido español,
arruinado en sus privilegios, y modificar de una manera
harto radical las costumbres de un pucl)lo sumido aún en
seculai' sujeción.
La gente del campo quedaba ¡ntliferente, o casi, a los
recientes acontecimientos. Los Proceres sabían también (|né
movedizo, ilusorio y peligroso era el concurso de las clases
inferiores. Veían a aquellas plebes vibiantes. ebi-ias por la
1810 301
ropontiiui revelación de su poder, dispuestas a llevar en
triunfo, y en el misino momento a degollar, a sus tiranos
o a sus libertadores, quienes distinguían ellas imperfeeta'
ineiile unos de otros. Casi por sorpresa era cómo, en
Quilo, en (Caracas, lo mismo que en Santa Fe v en Santiago,
los patriotas habían podido indicar al pueblo el papel que
había de desempeñar. Y. aun en Buenos Aires, en donde la
¡uiciación política tenía más motivos para haberse genera-
lizado, no se atrevían los Proceres a valuar en más de dos
mil el número de personas conscientes del cambio que
habían ellas contribuido a determinar*.
Y. por lo tanto, ¡ ([ué lujo de seducciones van a desplegar
los Proceres para intentar captar la indispensable adhesión
del proletariado sudamericano! En primer lugar, habrá el
juramiíuto. extrañamente paradógico, prestado ante el
« Pueblo Soberajio » por los miembros de la Junta,
quienes juran gravemente « verter hasta la última gota de
su sangre en defensa de nuestra santa religión católica,
apostólica, romana, de nuestro amadísimo monarca Don
Fernando VII, y de la libertad de la patria" ».
La adhesión a la Corona, considerada como artículo de
fé por los pueblos de la América latina, no estaba menos
inveterada en ellos que la afición a la pompa exterior y al
brillo, afición tan cumplidamente satisfecha hasta entonces
por los gobernantes españoles. Importaba, pues, atender a
tales exigencias, y tampoco omitirán los patriotas publicar
una serie de decretos que reglamenten minuciosamente los
títulos, honores y prerrogativas de que, en lo sucesivo,
estarán investidas las Juntas coloniales. A imitación de las
de España, se dan a sí mismas los títulos de « Alteza »,
hasla de « Majestad )>, atribuyen a sus miembros suntuosos
unitormes, establecen categorías, asisten en corporación a
las fiestas y ceremonias religiosas, e instituyen otras nuevas.
1. V. Gekvinus, op. rii., p. 125, según un folíelo sobre la revolución
de Buenos Aires, en Bit.vcKKNRinoK. Vinjo a Ja América del Sur,
Leipzig. lH-21, t. II.
2. tórmula del juramento solemne prestado por los miembros de
la Junta de Sania Fe en pi-esencia del Ilustre Cabildo y de los dipu-
tados del l'ueblü Soberano. Restrki'o, op. rit., t. II, p. 78. Fué, salvo
algunas variantes, la misma para todas las Juntas coloniales. En
todas ellas constan las palabras « defensa de Fernando Yll » y
« libeitad de la pati'ia ».
302 EL PRECURSOR
El pueblo, oficialmente calificado de « Soberano », lo fué
en realidad, siquiera los primeros días, en Caracas, en Santa
Fe sobre todo, en donde, durante la semana que siguió al
Veinte de Julio, los liabitantes invitados a participar desde
la plaza a las deliberaciones de la Junta, le enviaban reso-
luciones escritas que sus representantes mandaban ejecutar
en el acto. Varios oidores y ciertos españoles fueron, d«
la suerte, arrestados y encarcelados. Tuvo la Junta que
mandar que algunos, cargados de grillos, fuesen paseados
por las calles; y en cambio, fué menester dar libertad a
presos cuya excarcelación era exigida por el pueblo.
Esta ingerencia directa del elemento popular en el
gobierno, no dejaba de indignar a gran número de criollos
cuyos sentimientos verdaderamente aristocráticos estaban
en pugna con un sistema absurdo, según ellos, y cuyo
resultado había de ser la anarquía. Los jefes tuvieron que
emplear todas las facultades de persuasión de que eran
capaces, para calmar tan justificadas quejas.
A más de esto se imponían preocupaciones de orden
más grave. Urgentísimos esfuerzos eran necesarios para
determinar las provincias del interior a pactar con el
régimen naciente. Muchas regiones adonde no había
podido llegar la propaganda o que se mostraban rebeldes
a ella a consecuencia del predominio del elemento español,
se convertían ya eir poderosos focos de reacción.
En el virreino de la Plata, las ciudades de La Colonia
y de jNIaldonado, las de Las Misiones, Corrientes, La
Bajada y Santa Fe, de San Luis en las pampas, de
Mendoza y San Juan al pie de los Andes, de Salta y
Tucumán en las fronteras del Alto Perú, habían respon-
dido, como Santiago de Chile, a la señal que partió de
Buenos Aires. Pero en Montevideo, en Córdoba sobre
todo, con Liniers por jefe, se organizaba la resistencia.
El Paraguay no se había pronunciado. Belgrano, Mariano
Moreno, Saavedra, « el incorruptible » Castelli, el sen-
sato Passo, el austero Larrea, Matheu, iVlberti, Miguel
AzcuénagaS miembros directores de la Junta gubernativa.
1. Tomó parle después en las campañas del Perú, llegó a general
y falleció en Buenos Aires.
1810 303
se apresuraron a enviar a todas partes emisarios que, en
caso de necesidad, serían apoyados por una expedición.
Desde el 1° de junio, 1500 hombres aguerridos, núcleo
del futuro ejército de la Junta, estallan listos para entrar
en campana.
En la medida de (|ue se lo permitían los reducidos
medios de acción de que disponía, la .Tunta de Caracas
recurrió a medidas semejantes. Se había constituido defi-
nitivamente el 25 de abril, teniendo a su cabeza a los
alcaldes Llamosas y Martín Toyar Ponte. Casi todos los
antiguos regidores fueron llamados a tomar parte en el
consejo de la Junta, la cual creó cuatro secretarios de
Estado, con Fernando Key Muñoz en Gobernación, Nicolás
Anzola en Gracia v Justicia, Lino de Clemente en la
Guerra, y Juan Germán Roscio en Relaciones Exteriores.
Su primer cuidado fué nombrar delegados encargados de
procurar la adhesión de las capitales de provincia. El
marqués del Toro y su hermano obtuvieron con facilidad
que Valencia se pronunciara por la Revolución. Barcelona.
Cumaná, la isla de la Margarita, Barinas siguieron aquel
ejemplo, desde el 27 de abril al 1° de mayo. Coro y Mara-
caíbo se negaron a ello.
Para reducir esta oposición, que se anunció en seguida
con un carácter de violencia no sospechada, no le iba a
quedar más recurso a Caracas que proceder, como había
hecho Buenos Aires, a un alistamiento de voluntarios. A
esto se resolvió meses más tarde la Juma, cuando, a insti-
gación de sus gobernadores D. Fernando Miyares * y
D. José Ceballos -, los cabildos de Coro y Maracaíbo
hicieron encarcelar y maltratar a sus delegados. Pero, a
más de las dificultades de reclutamiento y de organización
de un cuerpo expedicionario, mucho más difíciles de
vencer en la capital venezolana que en la de la Plata, la
perspectiva de una guerra civil inevitable asestaba un
golpe fatal al más hermoso de los planes íntimos de los
patriotas de Caracas.
1. Nombrado capitán general de Caracas en 1810.
2. Ceballos y Moxo (José), fué gobernador y capitán general de
Venezuela, de 1815 a 1820.
304 EL PnECUIiSOIl
En efecto, creían poder enorgullecerse de haber sentado,
no sólo las bases de una patria local, sino las de la gran
patria americana. El concepto, íauíiliar en Miranda, de
una « Confederación general de Sudamérica » preocupaba,
en Caracas, a sus discípulos más inmediatos, quienes
habían recibido, en vísperas de la Revolución, un nuevo y
alentador comunicado. Desde el mes de julio de 1809, el
gobierno de los Estados Unidos había dado a entender,
en casi todos los centros sudamericanos, a los criollos
influentes, que estaba dispuesto, si sus respectivos países,
una vez proclamada su independencia, enviaban delegados
al Congreso federal, a acogerles fraternalmente y a exa-
minar, de acuerdo con ellos, la eventualidad de una
(c confederación panamericana' ».
Estas insinuaciones, más que desinteresadas, al parecer,
no íueron acaso extrañas a la redacción del manifiesto del
27 de abril ^, por el cual la Junta, al mismo tiempo que
invitaba a los cabildos a erigirse, a ejemplo suyo, en
gobiernos autónomos, les sugería también que prestaran
su concurso a la obra magna de la confederación de la
América española. « Nuestra causa es una, añadía el mani-
fiesto, una debe ser nuestra divisa : fidelidad á nuestro
desgraciado monarca, guerra a su tirano opresor; frater-
nidad y constancia ».
A este llamamiento, el patriota chileno Martínez de
Rosas respondió tratando de hacer discutir por sus colegas
de la Junta de Santiago, en la sesión del 26 de noviembre
o
de 1810, la « posibilidad de una unión de toda América
por medio de un Congreso genci-al ». No se dio desarrollo
a esta tentativa, y el « tratado de amistad, unión y alianza
federativa », firmado al año siguiente, el 28 de mayo de
1811, en Santa Fe, por el canónigo Madariaga en nombre
de Venezuela, y por el presidente Lozano por Nueva
Granada, había de ser la consecuencia, única y precaria
por cierto, tic aquellos harto vastos planes políticos.
Sin embargo, mientras llegaba la hora de tener que
renunciar a sus deseos, los Proceres de Caracas habían, en
1. V. Gil Fortoul, op. cif., p. 128.
2. V. supra, ^ '-i.
1«10 305
el primer niomeiito de eulusiasino. resuelto el envío tle ujki
misión diplomúlica a Washington, y escogido como emba-
jadores a Juan Vicente Bolívar v a Telésioro de Orea.
Pero, cuando se disponían éstos a |)oncrse en camino,
hacia la segunda semana de mavo. recibieron por sola
instrucción el obtener del fjobierno ícderal la autorización
o
de proceder a compras de municiones y de armas. Había
pasado la hora de las grandes ambiciones, y la tan notoria
ausencia de unanimidad en los sentimientos de los pueblos
venezolanos relegaba a una fecha indeterminada toda
preocupación que no fuese la de asegurar, por la tuerza,
la adhesión de las provincias refractarias. Pero, no había
en Venezuela ningún elemento serio de organización
o o
militar : era menester recurrir a la ayuda de extraños, y
no tardó la Junta en decidir de enviar igualmente emisa-
rios a las Antillas inglesas : Vicente Sallas y Mariano
Montilla recibieron encargo de ir a solicitar a las autori-
dades de Jamaica y de Curazao.
Desde luego, no habían omitido los Proceres el notificar
oficialmente a los gobernadores británicos el advenimiento
de la Junta, y éstos les dirigieron en seguida las más insi-
nuantes felicitaciones. « La manera de como acabáis de
asumir el gobierno de las provincias de Venezuela, escribía
el brigadier general Layard, gobernador de Curazao, a
« Su Alteza » la Junta % debe ser y será ciertamente
motivo de admiración para las edades venideras... Vuestra
Alteza ha tenido a bien darme la seguridad de que, cual-
quiera que sea el destino de la metrópoli, la América espa-
ñola ha de quedar amiga fiel e íntima aliada de la Gi-an
Bretaña. Tales sentimientos me son infinitamente gratos,
así como la intención manifestada por Vuestra Alteza de
unirse a Su Majestad Británica por lazos más estí'echos y
de reservar a los subditos ingleses mayores ventajas comer-
ciales tan pronto como las circunstancias permitan a
Vuestra Alteza examinar con más detenimiento tan impor-
tante asunto ». El general Layard ponía también en cono-
cimiento de la Junta que pedía a Londres autorización
respecto de las armas, que no se haría esperar dicha auto-
l. Palacio de Curazao. 1'» de mayo de 1810. W. O. 1/103, n" 13.
20
306 EL PUECURSOH
rización y que concedeiía él eu seguida « toda especie de
facilidades en este sentido a los enviados venezolanos que
tuviera a bien la Junta acreditar cerca de su persona ».
No menor apresuramiento mostró el almirante Cochrane en
cumplimentar a los miembros de la Junta, y les anunciaba,
desde Bridgetown, que tenía a su disposición un barco
para en caso de que gustaran de enviar una misión diplo-
mática a Inglaterra'.
Es fácil concebir la satisfacción que debieron de pro-
ducir en Caracas tales ofrecimientos. Los Proceres descu-
brieron en ellos la confirmación de las esperanzas que
Miranda les había hecho entrever, recientemente, de un
patronato siempie posible de la Gran Bretaña. Tampoco
dejaba de temer la Junta la eventualidad de un cambio
feliz en los asuntos de la Península, el cual, al devolver
firmeza y prestigio al partido español en América, podía
contrariar profundamente, si no comprometer, la viabi-
lidad del régimen naciente. Así pues, el apovo de Ingla-
terra era doblemente codiciable, y. sin más tardar, se
procedió a designar negociadores de los más calificados
para obtenerlo.
La candidatura de Bolívar reunió todos los votos. El
espíritu de intriga de que acababa de dar pruebas, la estima
en que le tenían sus compatriotas, su gallarda apostura,
su fortuna, sus capacidades, el ardor de su fe liberal, le
designaban para el delicado y sabio papel que había de
desempeñar en Londres. En efecto, allí habría de discutir
quizá, de justificar cuando menos, las manifiestas preten-
siones de Venezuela, y dejar entender lo bastante las
demás, para crearse derechos a verlas sostener cuando
conviniera proclamarlas. El joven embajador había de dar
asimismo a los ministros ingleses una idea ventajosa del
gobierno y de los representantes de su país, y. en fin,
maniobrar con la suficiente habilidad para ganar a la causa
sudamericana las simpatías del gabinete de Londres, a
falta de su colaboración.
1. Sir A. Cochrane al presidente de la Junta provincial de Caracas,
17 de mayo de 1810. Barbadoes, 4ms. Neptunc. — R O. F. O. Spain,
vol. í»8.
2. Y. supia, lib. II, cap. ii. J; 5.
1810 307
Bolívar, a ([uicn la Juiíla conlcría, para la circunstancia,
el grado de coronel y el título de « diputado principal
(le Caracas », tomó al industrioso J^ópez Méndez como
« segundo diputado », y a Andrés Bello como secretario'.
Las instrucciones oficiales que redactó Roscio para « los
comisionados cuva previsión y cuyos sentimientos alta-
mente patri(')ticos son conocidos de Su Alteza », se limi-
taban (c a intlicar <d modo con (|" ha de satisfacerse á las
([uestiones siguientes q" son las (['' mas natural v oportu-
namente deben proponerse por parte del Ministerio Bii-
tanico ».
« Primera preííunta. ¿Qué motivos ha habido p^' la
remoción de las autoridades constituidas p'" la Junta Cen-
tral de España, p' la instalación del nuevo Gobierno de
Caracas?
« Contestación. Fué el primero la ilegitimidad de aquella
Junta... la qual p'" la autoridad del Monarca desconocido,
solo podía ser delegada p'' la comunidad de Españoles de
ambos Mundos... Fué el segundo motivo p" nuestra reso-
lución la arbitrariedad con q^ se administraba la justicia
p'' parte de unos Magistrados á quienes las atenciones pre-
lerentes de nuestro Gobierno supremo habían constituido
en la mas absoluta independencia... Por otra parte... no
había mas partido saludable p'' los Americanos q"^ imitar el
ejemplo mismo de las Provincias de España, cada una de
las quales se formó una Junta compuesta de individuos de
su confianza... »
(c Segunda pregunta : ¿Quales son las miías que tiene el
Gobierno actual de Caracas?
<( Contestación : Primeramente consultar la opinión de
los habitantes de las Provincias de Venezuela, convocando
niputados elegidos p'' todos los pueblos... Son tan uni-
\ersales los sentimientos en favor de nuestra adhesión á
la Melr(')poli, si prevalece en ella la buena causa; tan deci-
dida la disposición general á invocar la protección britá-
nica p'' el establecimiento de nuestra independencia en el
caso contiario. ([' aun los Gobiernos actuales de la Penín-
sula, no deben ni desaprobar ni temer un acto (['' solo
I. Caceta de Caracas, \ de junio de 1810.
308 EL PRECURSOR
servirá para hacer mas solemnes nuestros votos de fide-
lidad al mismo tiempo q^ nos asegura contra los peligros
q*^ podría correr nuestra libertad política, encomendada
exclusivamente á la opinión particular de unos Xeles
extraños p^ nosotros, llenos de conexiones con los payses
ocupados p'' los Franceses y q'' en todas partes han estado
menos prontos q*^ la masa del pueblo á abrazar y proclamar
la buena causa. Si el voto de Venezuela emitido de un modo
tan auténtico y solemne, no puede menos de ser lisonjero
á la Gran Bretaña, como q*^ le manifestará nuestra dispo-
sición á colocarnos baxo sus auspicios p^ salvarnos de los
males de una horfandad política; la magnanimidad del
Gobierno Británico no le permitirá desentenderse de una
confianza tan gloriosa, y su generosidad debe empeñarle
á usar de ella p" nuestra salud y beneficio...
« 2° Organizar nuestros medios defensivos, aligerar las
cargas enormes q*^ pesan sobre nuestra agricultura y
comercio, hacer mas imparcial y menos gravosa la admi-
nistración de justicia, eran puntos de primiera necesidad
y que estaban absolutamente desatendidos. El Gobierno de
Caracas ha dirigido una parte de su atención á ellos... »
« Venezuela adherirá siempre á los intereses generales
de América, y estará pronta á enlazarse intimamente con
todos los pueblos q'' resten inmunes de la usurpación fran-
cesa, V q*^ reconozcan estas bases preliminares : conser-
vación de los derechos de nuestro amado Soberano el
Señor Don Fernando VII; sufragfio libre de los ciudadanos
o
españoles del Nuevo Mundo en los puntos q*^ directamente
interesan á su destino presente y futuro : integridad y
pureza de la religión de Jesu-Gristo. »
« Tercera pregunta : ¿Baxo q" aspecto considera Caracas
á la Metrópoli del Imperio Español, y al Consejo de
Regencia?
« Contestación : Caracas se considera como parte inte-
grante de la España... Los comisionados tendrán presente
lo expuesto en nuestra contestación al Consejo de Regencia,
y en otros papeles q^ se han dado á luz p"" esta Junta. Una
copia del plan p'' el establecimiento de una diputación gral
de Venezuela puede también servirles oportunamente p"
calificar los principios equitativos y francos de S. A. »
1810 309
(( Cuarta jjregunta : ¿Qual es el partido ele Venezuela
con respecto á las pretensiones de la Casa del Brasil ' ó de
otras q^ tengan relaciones con nuestra dinastía? «
« Contestación : Venezuela estará pronta á conformarse
con el voto de la pluralidad de todas las partes libres del
Imperio Español, siempre q^ este voto sea pronunciado con
libertad v conforme á los principios q" quedan expuestos. »
Las instrucciones prescribían además a los comisionados
que pidiesen al gobierno inglés autorización para comprar
armas; habían de conducirse con moderación y dignidad,
en caso de que las circunstancias los pusieran en presencia
de los embajadores españoles acreditados en Londres y les
obligaran a comunicar con ellos oficial o privadamente.
La sola instrucción positiva que de este documento inten-
cionalmente confuso, verboso y prolijo había de retener
Bolívar estaba contenida en la lacónica frase que lo termi-
naba : « -Manejarse en todo como lo exijan nuestros inte-
reses bien entendidos" ».
Los jefes de la revolución venezolana estaban, a pesar
de todo, lo bastante bien informados de la situación polí-
tica de la Gran Bretaña, para contar obtener de ella algo
más que la neutralidad complaciente, la semicomplicidad,
a lo sumo, harto favorable a los intereses políticos britá-
nicos, sin que fuera necesario ir a provocar su confirma-
ción oficial. Tal era. cuando menos, la opinión íntima de
los Proceres que formaban parte del reducido grupo que
dirigía el movimiento. El inesperado celo de los goberna-
dores de las Antillas inglesas no les ilusionaba sobrema-
ñera. Pero habían acogido presurosos aquel pretexto para
1. Se trata aquí de la princesa Carlota, cuyas intrigas en Buenos
Aires hemos señalado, y que pretendía ponerse, en España misma,
a la cabeza del gobierno. Seguía tratando de entrar en relaciones con
los patriotas de Chile, del Perú y de las dem;ís regiones sudameri-
canas. Algún tiempo después, sostuvo correspondencia seguida con
los delegados coloniales en Cádiz. Muchos de los Proceres, sobre
lodo en Buenos Aires, creían aún en la posibilidad del estableci-
miento de un gobierno independiente en América, del cual habría
sido jefe Carióla.
2. Instrucciones de Su Alteza la Junta Suprema de Venezuela a
sus Comisionados delegados a la Corte de Londres. Caracas, 2 de
junio de 1810. Una copia de este documento inédito, y del que no
existe, que nosotros sepamos, ningún otro ejem-plai-, se halla en el
Archivo inglés. If'ar Office {Curazao) 1/104.
310 EL PRECUllSOH
decidir a la Junta al envío de una embajada, pues acababan
de concebir el atrevido, y, según ellos, providencial
proyecto de llamar en ayuda suya a Miranda. Y, después
de todo, quizá trajesen los comisionados alguna seguridad
más precisa del gabinete de Londres, lo cual sería del
todo beneficioso. En todo caso, Bolívar prometía a sus
amigos traerles al Gran Maestre.
El 9 de junio, el bergantín de guerra General Lord
Wellinglon, destacado por el almirante Cochrane de la
estación naval de la Barbada, v que. desde hacía dos días,
fondeaba en La Guayra, se hacía a la vela, llevando a su
bordo a los « diputados » de Caracas.
V^
La actitud de las autoridades coloniales inglesas para
con la nueva Junta merecía, cuando menos, una censura
por parte del gobierno aliado de España. No obstante, la
argumentación empleada por el conde de Liverpool, secre-
tario de Estado para las colonias, para justificar aquella
indispensable reprimenda suavizaba singularmente su
rigor : « No habéis estado acertado, escribía al general
Lavard, en haber, no sólo reconocido al gobierno de Cara-
cas, sino además aprobado sus actos, en documentos ofi-
ciales V públicos... Mientras la nación española persevere
en su resistencia a la invasión francesa, y que una espe-
ranza razonable de éxito quede siendo posible. Su Majestad
tiene el deber de desanimar toda iniciativa que pueda tener
por resultado provocar una separación entre las provincias
españolas y la madie patria. Si España sucumbiera. Su
Majestad defendei'ía las Colonias españolas contra la España
1. Times de 27 de julio, 11 y 16 de agosto de 1810.
Mornin^ Chroiiicle de 12, 18 y 2't de julio, 15 y 23 de agosto, 5, 6,
11 y 25 de septiembre de 1810.
Mnrning Herald^ 19, 25, 26 de julio. 11 de agosto, 7 de septiembre
de 1810.
Morning Posl, II, 17 de septiembre de 1810.
Boyle's Comí Cuide, 1810.
Amunáthgui, Vida de 1). Andrés Bello, op. ri'í. líxtractos en D. 11,
471. Rojas, Simón Bolis'ar (Documentos), París, 1883,
1810 311
francesa... Taiii|)(>('0 puede Sii Majestad sostener una parte
de la monar(juía española contra otra, desde el momento
que reconocen ¡oualmente al mismo soberano y se oponen
a la usurpación. Sin embargo, el Rey consiente en desem-
peñar el papel de mediador, pero no tiene paia que inter-
venir en lo que i-especta a la forma interior de gobierno
que pudieran darse las provincias de Caracas o toda otra
provincia de la monarquía No cumple a Vos hacer acto
de hostilidad directa o indirecta hacia las autoridades o los
habitantes de esas provincias, en caso de cjue persistan en
su determinación de independencia. Habréis de evitar asi-
mismo el recurrir a medidas que tengan carácter de reco-
nocimiento o que puedan ser interpretadas como tales; no
obstante, es indispensable que nada perjudique las rela-
ciones comerciales u otras establecidas entre el país de
vuestra residencia y Caracas... El gobierno se halla, por
culpa vuestra, en una situación muv embarazosa : una
denegación formal descontentaría a las Colonias españolas ;
una no denegación descontentaría a España' ».
Bajo el aspecto de este dilema es comc^ se presenta enton-
ces la política sudamericana de Inglaterra. Pero la supre-
macía adquirida por la Gran Bretaña, su poderío y su pros-
peridad, la superior habilidad de sus hombres de Estado
le permiten entrever, sin gran inquietud, la solución de
una dificultad, secundaria además, frente a sus preocupa-
ciones del momento. Y hasta parece resuelto a medias el
problema, pues nadie se atrevería a negar al despotismo
británico el monopolio del comercio marítimo que el Bloqueo
ha dejado subsistir. Acerca de esto, no tiene Inglaterra,
sobre todo en el Nuevo Mundo, que temer competencia de
ningún género. Aun la metrópoli misma, ¿qué podría
contra un rival que reina por la fuerza en todos los sitios
en que no reina como dueño absoluto por el contra])ando "?
Hasta tal punto que, de no tener en cuenta el tradicional
empeño de Iiiglaterra en conservar las apariencias de una
perfecta corrección política, no sería posible explicarse la
1. El conde de Liverpool al general Layard, 29 de junio y 10 de
julio de 1810. W. O. I/IOIJ.
2. \. Sorel, L'Europe el la Révolulion, 1. Vil. lib. II. cap. ii, § 5.
312 EL PRECURSOU
insistencia con que, en este momento, pide al gobierno
español el reconocimiento oficial de privilegios comerciales
adquiridos ya en principio y de hecho.
Esta negociación había sido entablada a raíz de la firma
del tratado de Londres del 14 de enero de 1809, por el cual
Su Majestad Británica prometía a Fernando VII « toda su
asistencia para hacer causa común contra los Franceses* »,
Sin embargo ni los esfuerzos de Canning cerca de los
embajadores de España en Londres, D. Pedro de Ceballos
y el almirante de Apodaca, ni los del ministro de Ingla-
terra en Sevilla, marqués de Wellesley, cerca de D. Martín
Garay, secretario general ^le la Junta Suprema, habían
dado por resultado la conclusión, deseada por el gabinete
británico, de un tratado de comercio entre ambos países.
Hacía más de un año que duraba la discusión, cuando llegó
a Londres la noticia de los acontecimientos de abril de 1810.
El marqués de Wellesley acababa de substituir a Canning
en el Foreign Office. En seguida prescribió a su hermano,
sir Henry, que al mismo tiempo le había sucedido en la
legación de Inglaterra, transferida por entonces a Cádiz,
que reanudara las negociaciones pendientes para la conclu-
sión del convenio comercial : « Los socorros que hasta la
fecha ha concedido a España Su Majestad, escribía el 13 dfe
julio de 1810^, no han sido limitados sino por la extensión
de los recursos de su reino ; pero es evidente que este
apoyo debe cesar si no nos son suministrados con preci-
sión recursos adicionales. Consisten éstos ante todo, como
bien sabéis, en abrir a los subditos de Su Majestad algunas
de las grandes ramas del comercio con las Colonias espa-
ñolas. Tened a bien hacerlo entendei' en los términos más
claros... Los diputados de Caracas acaban de llegar a
Londres... No dejo de abrigar la esperanza de que este
acontecimiento pueda contribuir al resultado que perse-
guimos )).
« Al mismo tiempo, es necesario que os prevenga, aña-
día confidencialmente Wellesley, que, aun en caso de que
la provincia de Venezuela siguiera desconociendo la auto-
1. R. O. F. O. Treaties, Protocoles. Spaiii 51, n^ 6.
2. A Sir Henry Wellesley, F. O. Spain, 93, desparhos nos 2 y 22.
Confidencial.
1810 313
rielad del consejo de reoencia. no entra en las intenciones
del gobierno de Su Majestad el renunciar a relaciones
amistosas con esa colonia. Y menos aún habríamos de
prestarnos a obligarla por la luerza a someterse. Es éste
un punto muy delicado, y a vos dejo el cuidado de sacar de
él el partido más ventajoso. »
De estas indicaciones se desprende, pues, la línea de
conducta que en lo sucesivo va a seguir el gabinete de
Saint-James : por una parte, intimidar al consejo de regen-
cia por el solo hecho de recibir y de escuchar a los emba-
jadores de la colonia rebelde, y determinar así a España a
que acate la voluntad inglesa; dar al mismo tiempo a Vene
zuela la impresión de que sólo el respeto debido a compro
misos solemnes prohibe el ser más complacientes para con
ella, y, con esto, reservarse los beneficios eventuales de su
gratitud; presentarse como mediadora inevitable entre
ambos partidos, y, bajo las apariencias de trabajar en inte-
rés de cada uno, no trabajar, en realidad más que para ella
sola : tal es el plan que se ha impuesto Inglaterra, v que
se dispone a observar exactamente su ministro en el
momento en que Bolívar y su séquito desembarcan en
Southampton.
Ocurría esto el 11 de julio. Los primeros testimonios de
deferencia que Wellesley entendía reservar a la misión vene-
zolana no se hicieron esperar. Desde el 12, los pasaportes
para la capital, solicitados directamente por los diputados
al Foreign Office, estaban a su disposición, y, a su llegada,
al día siguiente, al INIorin's Hotel, en Londres, hallaron
una carta muy cortés de bienvenida por la cual, contes-
tando a su solicitud de audiencia, Wellesley les manifes-
taba el placer que tendría en recibirles en su casa de recreo
de Aspley, tan pronto como lo descaran. El joven William
Wellesley, sobrino del secretario de Estado, recibió
encargo de entenderse con ellos acerca de la fecha de
aquella primera entrevista, que quedó fijada para el 17 de
julio.
Bajo la favorable im|)resión de aquella acogida. Bolívar,
acompañado de López Méndez y de Bello, se presentó, el
día convenido, en Aspley House. Los diputados, introdu-
cidos en seguida ante el marqués, le entregaron sus cartas
314 EL PRECUlíSOlí
credenciales, y, tan pronto como terminó éste su lectura,
Bolívar, dejándose arrastrar con tanta mayor facilidad por
su i'ogoso temperamento cuanto que la forma privada de
la entrevista le permitía, según él, menos reserva, resumió
ios acontecimientos de Caracas, hizo un cuadro patético
de la situación de sus compatriotas « ansiosos de sacudir,
lucra como fuera, un yugo inaguantable », y concluyó
suplicando al ministro que concediera el apoyo de Ingla-
terra a Venezuela, la cual podría, entonces, proclamarse
independiente...
Wellesley había escuchado impasible la arenga. Contestó
que le era imposible dar oídos a semejante lenguaje*,
(c Vuestras palabras, precisó, están en flagrante contradic-
ción con el texto de las cartas que me entregáis. ¿No es
« En nombre de Don Fernando VII. rey de España y de
las Indias » que « la Junta Suprema, conservadora de Sus
derechos en Venezuela-, os acredita ante el gobierno de
Su Majestad? » Satisfecho entonces del desconcierto que
se leía en los semblantes de sus interlocutores, Wellesley,
reanudando en tono menos severo la conversación, expuso
a los diputados que los lazos que unían su país a España
y que resultaban de un tratado solemne, no permitían al
gobierno británico prometer a Venezuela más que el
apoyo de sus flotas, en caso de un ataque de los Franceses :
« No podemos intervenir en vuestras contiendas con la
Regencia, y no puedo sino animaros a someteros a ese
consejo reconocido por nosotros. La constante lealtad de
los Venezolanos hacia su soberano legítimo ha de quedar
aquí para vosotros una máxima invariable. Y sólo a esta
condición me será permitido escucharos ». El ministro
autorizó, bajo esta salvedad, a los diputados a que le
manifestaran, por nota verbal, la expresión de sus deseos.
x\ñadió sin embargo que la recepción oficial que pronto
les concedería no podría efectuai'se sino en presencia de
los embajadores de España acreditados en Londres.
Los diputados se retiraron, contentos, después de todo,
de la entrevista. Sentían algún despecho por haber oído
1. V. el relato de Bello. Amunátegui, op. loe. cil.
2. Carlas credenciales de los diputados de Venezuela, F. O. Spain,
vol, 106.
1810 315
qiic la alianza de liiolatcira con España lema un caiáclcí'
más estrecho ele lo (¡ne en Caracas se imaginaban. Pero,
esta consideración misma, añadida a lo <[ue sabían acerca
de los modales despóticos y de la habitual nervosidad del
mar([ués de Wellesley. avaloraba más las circunlocuciones
con que el ministi'o había adornado su negativa. Habían
sido escuchados, lo cual era va mucho. En el inlorme (jue
Bolívar y López Méndez dirigieron a la Junta, las impre-
siones que les había producido la audiencia se expresajjan
muy justamente en estos términos : « A pesar de cuanto
se ha hecho para desanimarnos.., las insinuaciones de
Venezuela han sido acogidas y registradas por lord We-
llesley con toda la imparcialidad v deferencia que podíamos
esperar' ».
Las atenciones que la sociedad londinense prodigaba a
los diputados eran por sí solas lo bastante halagüeñas para
ahorrarles todo motivo de disgusto. Según escribían a sus
amibos de Venezuela'. « su lleíi'ada había causado cierta
o o
sensación en Londres ». Recibían en el Morin's Hotel
numerosas visitas. El conde de Mornington, el hermano
del almirante Cochrane se hacían anunciar a diario. El
duque de Gloucester, sobrino del rey, organizaba « par-
tidas de placer », les convidaba a comer. « Los Embaja-
dores de la América del Sur'» — con este título designaban
los periódicos a Bolívar v a López ^léndez — trataban de
justificar, por una fastuosa elegancia, las distinciones de
que eran objeto. Aprovechando los últimos hermosos días
de la estación, se mostraban en Bond-Street o Hvde-Park
en magnífico carruaje. Los diarios señalaban su presencia
en la Opera, en Astely's Amphithéátre ; Bolívar había
tomado día en el estudio de GilP, el pintor de moda. La
recepción oficial de los diputados en el Foreign Olfice se
efectuó el líl de julio. \ los embajadores de España : du([ue
1. liolívar y López Méndez a la Junta, 2 de agosto de 1810. W. O.
1/105. Los despaclios de los comisionados venezolanos fueron enviados
a su gobierno por medio del general Layard, teniente gobernador tle
Curazao.
2. V. la llamada anterior.
3. Gilí. (Charles), pintor retratista, hijo de un pastelero de Batli.
Fué discípulo preferido de Revnolds. y expuso en la Royal Academy,
de 1772 a 1819.
316 RL PRECURSOR
de Albuquerque y almirante Apodaca, que a ella habían
sido convocados, no dejaron de manifestar cuáles habían
sido su sorpresa y su disgusto al ver tratar con tales dis-
tinciones a los diputados de Caracas*.
Por otra parte, éstos se apresuraban a redactar y a
dirigir al secretario de Estado la nota verbal, que de nuevo
les i'ué pedida por Wellesley en el transcurso de la recep-
ción oficial. Este documento, que lleva la fecha de 21 de
julio ^, comenzaba insistiendo acerca del hecho de que
(( Venezuela, lejos de aspirar a romper los lazos que la han
unido a la metrópoli, desea sólo poder adoptar una línea
de conducta capaz de sustraerla a los peligros que la ame-
nazan. Aunque independiente del consejo de regencia, no
por eso se considera la colonia menos fiel a su rey, ni
menos interesada en la lucha santa que sostiene España «.
Los diputados piden la protección de Inglaterra contra
Francia, y armas « para asegurar la defensa de la colonia
contra el enemigo común ». Solicitan « la excelsa media-
ción de Su Majestad Británica para el mantenimiento de
la paz entre los habitantes de Venezuela y sus hermanos
de los dos hemisferios ». Se dicen autorizados en nombre
de su gobierno para « informar al de Inglaterra que sería
oportuno enviar instrucciones a las autoridades civiles y
militares de las Antillas inglesas, con objeto de que éstas
favorezcan, con todo su poder, los deseos arriba indicados
de la Junta de Caracas, y que se apliquen especialmente
en mantener las relaciones comerciales entre los habi-
tantes de Venezuela y los subditos de Su Majestad Britá-
nica, debiendo éstos, en todos los casos, beneficiar del
trato de nación más favorecida. )>
Era difícil expresarse en lenguaje más sutil y más hábil.
Al mismo tiempo que, en expresiones mesuradas, manifes-
taban su propósito de quedar unidos a la metrópoli, y su
adhesión a los derechos, notoriamente ilusorios, de Fer-
nando VII, los Venezolanos señalaban expresamente que la
Junta no dependía de la Regencia, lo cual venía a ser como
sentar en principio la autonomía absoluta de la colonia.
1. üespacho n" 83 de Ik'iirv Wellesley al marqués de Wellesley.
Cádiz, 29 de agosto de IHIO. F. O. Spain 97.
2. F. O. Spain, vol. lOG,
1810 317
Rii este sentido era cóiik» solieilalja \ Ciiezuela una niedia-
eión, la cual, poi' el lieelio de seile consentida, iialn'a de
investir a la Junta de una sobeíanía i^ual a la del consejo
de regencia. En fin, los privileoios comerciales ofrecidos
a Inglaterra constituían el aroumento seduí-lor por exce-
lencia y decisivo '.
En el (( Memorándum de las conferencias efectuadas
entre el marqués de Wellesley y los comisionados de Vene-
zuela" », que servía de contestación a aquella nota v fué
comunicado oficialmente, el 8 de agosto, a los embajadores
españoles, el gabinete de Londres parecía no tratar sino
de justificarse cerca de su aliada por haber acogido a los
representantes del gobierno de Caracas : « De los docu-
mentos examinados resulta que Venezuela queda fielmente
adicta a la causa de Fernando VII, que ha constituido las
autoridades provisionales de su gobierno en nombre y en
interés de este príncipe... que esa colonia manifiesta la
firme resolución de oponerse a los progresos del poder de
Francia — Estos consideraban el carácter amistoso de la
acogida que el gobierno de Su Majestad ha creído deber
reservar a los comisionados diputados por Venezuela No
obstante, al recibirles de aquel modo, no omitió lord Wel-
lesley el manifestarles claramente los peligros que para los
intereses generales de la monarquía española y de los
aliados habrían de resultar de la no aceptación por Vene-
zuela del gobierno reconocido en la Península; se ha
esforzado a persuadirles de la necesidad que a esa colonia
se impone de adoptar sin retraso una actitud más concilia-
dora y de reconocer la autoridad ejercida mutuamente por
el gobierno de la metrópoli en nombre del soberano
común ))
Además, los comisionados venezolanos recibieron una
nota, con fecha de O de agosto '\ v que respondía explíci-
tamente a cada una de sus proposiciones : « Inglaterra
promete a Venezuela protección contra Francia. La Junta
habrá de tratar de reconciliarse con el gobierno central.
Para ello, Inglaterra interpfmdrá su mediación. El mante-
1. Cf. Gil Fortoül, op. cit., t. I. lib. II, cap. i.
2. F. O. Spain, vol. 106.
3. F. O. Spain, vol. 106.
318 EL PRECURSOR
nimiento de las relaciones de comercio y de amistad con la
madre patria es necesario, así como lo es el envío de sub-
sidios a ésta. — Las instrucciones pedidas han sido enviadas
a las autoridades coloniales inglesas. »
Había pues motivo para que Bolívar y Méndez rebajaran
mucho del optimismo de sus primeras impresiones si,
según toda probabilidad, no hubiesen es lado al tanto, por
Wellesley mismo, de la contestación que se veía obligado
a darles públicamente. Aunque bastante delicado de salud
en aquel momento, el ministro había (juerido recibirles de
nuevo, el /( de agosto, en Aspley-House. Les prometió
poner a su disposición un buque de guerra que les trans-
portara a América, y no limitó a esto las demostraciones
de su benevolencia, si se ha de dar crédito al informe con
que los diputados dieron cuenta a la Junta del resultado
de esta última entrevista : « Los procederes del ministro
no han podido ser más favorables, dadas las circunstancias
actuales. Los aeentes de la Reoencia han intrigado muchí-
simo y hecho contra nosotros cuant(> han podido. Gozan
aquí de considerable influencia '. ))
Mientras llegaban las instrucciones del consejo de
regencia que le permitiesen expresar oficialmente al marqués
de Wellesley « el marcadísimo sentimiento con que consi-
deraba su gobierno las explicaciones que acababan de
serle dadas ^ », el embajador de España había hecho oir en
Cádiz las más vivas protestas respecto de la condescen-
dencia demostrada por Inglaterra a los enviados sudame-
ricanos. Desde el 31 de julio, el consejo, cediendo en parte
a las sugestiones de Apodaca, declaró Costa Firme en
estado de bloqueo, y de rebelión manifiesta á sus habi-
tantes. Los diputados de Caracas no tenían va motivo
para tratar con los aliados de España. Habían de consi-
derar su mandato como terminado, v así lo notificaron
expresamente al gobierno británico el 10 de agosto, « per-
mitiéndose hacerle observar que, siendo el no recono-
cimiento del consejo de regencia una dv las ])ases l'unda-
1. Informe del 21 de agosto, W. O. I/IOG.
2. Contestación del almirante Apodaca al meniocandnm relativo a
los diputados sudamericanos. Londres, 8 de octubre de 1(S10. F. O.
Spain, vol. 101.
1810 319
mentales de la Junta gubernativa, sólo hajo reserva ele
esta condición podría ésta subscribir a bis indicaciones
del oobierno de Su Majestad Británica ' )>.
Así pues, en lo que concernía a Inolateri-a, Bolívar babía,
en definitiva, cumplido sus instrucciones con más éxito
aún del que se liabrían atrevido a esperar sus compatriotas.
Sin embargo, el objeto piincipal de la misión era, como ya
hemos visto, decidir a Miranda a que íuese a asumir la
dirección del movimiento en América, y, desde su llegada
a Londres, los diputados de Caracas no habían descuidado
de tantear, acerca de esto, el estado de ánimo del Pre-
cursor. Pero, sobre todo desde el momento en que iban a
finalizar las negociaciones con el gobierno británico, vemos
a Bolívar, aprovechando la libertad de acción que acababa
de recuperar, perseguir con ardor la realización del
proyecto al que más encariñado estaba.
El sólo hecho de entablar negociaciones con Miranda
constituía un paso muy grave, y acerca del cual se habían
mostrado de lo más explícitas las instrucciones de la
Junta : « Miranda, el General cf fué de la Francia, maquinó
contra los dros. de la Monarquía q'^ tratamos de conservar,
y el Gobierno de Caracas, p'' las tentativas q" practicó
contra esta Provincia en el año de 1806 p'' la costa de
Ocumare y p"" Coro, ofreció 30 000 pesos p"" su cabeza.
Nosotros consequenles en nuestra conducta debemos
mirarlo como rebelado contra Fernando VII, y baxo de
esta inteligencia si estuviese en Londres, ó en otra parte
de las escalas ó recaladas de los comisionados de este
nuevo Gobierno, y si se acercase á ellos sabrán tratarle
como corresponde á estos principios, y á la inmunidad
del territorio donde se hallase : y si su actual situación
pudiese contribuir de algún modo q" sea decente á la
comisión, no será menospreciado". »
Este párrafo distaba mucho de reflejar las intenciones
verdaderas de los jefes de la revolución a instigación de
los cuales obraba la Junta. Deseosos de concillarse más
t. Nota de los diputados de Caracas a Su Excelencia el marqués
de Wellesley, el 10 de agosto de 1810. F. O. Spain, vol. 106.
2. Instrucciones, etc., v. supra.
320 EL PUECllliSOR
completamente la benevolencia del gabinete de Londres.
y obligados además a recurrir a la mediación de las auto-
i'idades británicas de las Antillas para todos los comuni-
cados que hubiesen de intervenir entre el' gobierno de
Caracas v sus embajadores, los Proceres habían hecho
autorizar a los diputados a que dieran conocimiento de
sus instrucciones a los ministros ingleses. Era pues impo-
sible expresarse de otra manera en un documento oficial
cuyo contenido, además, sólo bajo esta condición habría
sido aprobado por muchos de los patriotas de la Junta.
Los diputados habían interpretado perfectamente tales
reticencias, v también acerca de este punto parecen haber
demostrado alguna complacencia los representantes del
gobierno británico : hasta fué éste uno de los más vehe-
mentes agravios de los embajadores de España en Londres
quienes seguían pidiendo, aunque sin éxito, contra
Miranda los rigores de la policía inglesa en el momento
mismo en que el secretario de Estado daba audiencia a
« impudentes criollos » públicamente en relaciones con el
agitador.
Sin embargo, Bolívar había conservado a aquellas rela-
ciones toda la discreción a que le obligaba su calidad
diplomática. No vaciló, desde la promulgación del decreto
de bloqueo, en dar la mayor ostentación posible a su nueva
actitud. Aún no se había despedido del ministro de rela-
ciones exteriores la misión venezolana, cuando ya mencio-
naban los diarios la presencia en el teatro, o la visita a
los monumentos públicos, de los diputados de Caracas,
siempre « en compañía del ilustre general Miranda ». Poco
después, el pintor Gilí terminó el retrato de Bolívar,
y la elegante clientela del estudio de Chandler Street
podía descifrar, sobre la medalla que el joven americano
había hecho añadir a su traje, y que estaba sujeta por la
cinta tricolor de Miranda, uno de los lemas preferidos
también del Precursor : Sin libertad no hay patria. Los
diputados de Caracas eran ahora los fervientes comensales
de Gralton Square. Allí eran presentados por Miranda a
todas las celebridades de Londres. José Lancaster. entre
otros, cuyo famoso sistema hacía entonces furor, recordaba
más tarde al Libertador, que se había convertido en pro-
1810 -.m
tcctoi' suyo ', « los largos discuisos con (jiu-. decía el,
expresaba yo coin[)eii(liosamente mi mélodo a los (l¡|)iitados
de (Caracas (de (|ne tú i'orinahas parte) en la habitación del
General Miranda, en (Iralton Street. Piccadillv. I^ondres,
haeia el 2() ó 27 de septiembre de 1810^ w.
Bolívar recibió entonces del l^reeursor en persona el
supremo grado de iniciación de la « Gran í^ogia Amei'i-
cana », y repitió, dándoles esta vez todo su sentido, las
lórmulas que ha poco había pronunciado ante los adeptos
de la Logia de Cádiz '.
Una profunda simpatía unió, desde su primer encuentro,
a aquellos dos hombres en quienes se resumían todas las
esperanzas de la libertad del Nuevo Mundo. Su colaboia-
ción fué tan espontánea como activa. Ateniéndose a los
consejos de Miranda, quien, durante aquellos últimos
años, había, más infatigablemente que nunca, prose-
guido su fecunda propaganda de prensa, comenzó Bolívar
su carrera de publicista, que tan brillantes y útiles éxitos
había de proporcionarle. La Revista de Edimburgo y los
periódicos de Londres insertaron los vibrantes llama-
mientos que los dos venezolanos dirigían a la opinión
europea. Comentando en una larga « Correspondencia »,
fictivamente fechada de Cádiz, publicada por el Morning
Chronicle del 5 de septiembre de 1810, las consecuencias
del decreto de bl(»<[ueo. Bolívar exhortó una vez más a
Inglaterra que interviniese : (( ¡ Cómo, decía él, podría la
Gran Bretaña renunciar a los privilegios ([ue, según nos
lo aseguran, le han sido concedidos por Venezuela ! ¡ (]ómo
no ve que los recursos mismos de su alianza son empleados
contra ella!... El día. que no está lejos, en ([ue los Venezo-
lanos se convenzan de (pie su moderación, el deseo que
demuestran de sostener reUuúones pacíficas con la metró-
poli, sus sacriíicios pecuniarios en fin. no les hayan
merecido el respeto ni la gratitud a (pie creen tener
1. De 182'i a 1829, cuando Lancaster, emigrado en América, Iraló
de organizar la enseñanza mutua en (Colombia. Tuvo que renunciar
a ello a la muerte de Bolívar. Lancaster falleció poco de.spué.s, en
situación precaria en Montreal. a la edad de G2 años.
2. Carla de Lancaster a Bolívar Caracas. ".I de julio de 182'». Docu-
mentos OLi ARv, t. XII, p. 2't4.
'.\. V. Siipra. lib. I, cap. iii, í; '■>.
21
322 EL I'ÜKCURSOI!
derecho, alzarán delinitivaiiieiite la Ijaiulcra de la Indepen-
dencia y declararán la guerra a España. Tampoco descui-
darán de invitar a todos los pueblos de América a que se
unan en confederación. Dichos pueblos, preparados ya para
tal proyecto, seguirán presurosos el ejemplo de Caracas. »
La entusiasta confianza que se transparenta en estas
frases procedía de que Bolívar estaba ya seguro de haber
ganado a Miranda a sus proyectos. El Precursor, dirigién-
dose a la Junta venezolana (3 de agosto), le había mani-
festado en estos términos su decisión : « Permítame V. A.
que uno de sus fieles y menores conciudadanos llegue á
darles la enhorabuena por los gloriosos y memorables
hechos del 19 de Abril de 1810; época la mas célebre
en la historia de esa provincia, y para los anales del Nuevo
Mundo... No es creíble el júbilo que estas noticias han
producido tanto en estos países, como entre los mejores
españoles y hombres buenos de la aflijida Europa... La
sabia elección que V. A. hizo en los diputados, D. Simón
de Bolívar y D. Luis López Méndez, enviados á esta Corle,
no ha contribuido menos para la favorable acojida y buen
éxito que promete esta importante negociación. Infor-
mados, pues estos S. S. al arribo á esta capital, de los
pasos que antecedentemente yo tenía dados sobre el propio
asunto. V aprovechando todas estas circunstancias, proce-
dieron con tal tino y destreza, en las primeras conferen-
cias, que se han adquirido bastante honor personalmente
y mucho crédito para el país que aquí los envió... He pre-
sentado á este Gobierno el memorial adjunto... poniendo
así término á las negociaciones ([ue desde veinte años á
esta parte tenía establecidas en favor de nuestra emanci-
pación ó independencia, y solicitando al mismo tiempo el
permiso debido para regresar ;'i mi amada patria, en
calidad de uno de sus ciudadanos. No dudo me conceda
este ministerio tan justa y equitativa demanda; y espero
que V. A. apruebe igualmente estos deseos, dictados por
mi celo, V unos sentimientos tan pati'ióticos como natu-
rales ^ »
1. Miranda a la .Iiiiila Supreiiia. Londres, o de agosto de 1^)1(J. D.
Jl, 'iS',.
1810 323
Las recientes negociaciones a (jue así alndía Miranda,
entabladas el 25 de jidio con el ministro de relaciones
exteriores', no ' habían sin embargo terminado aún a
principios de la segnnda ([uincena de septiembre. Bolívar,
informado el 16 por el Foreign Oíílcc de que el bergantín
SappJiire, puesto a su disposición por el Almirantazgo,
estaba listo para hacerse a la mar, no podía diferir su
salida. Se despidió de Miranda, quien le prometió que,
sucediera lo que sucediera, se apresuraría a reunirse con
él, y, el 21 de septiembre, dejó las costas de Inglaterra^.
El retraso de Miranda era intencionado : como en 1805,
ambicionaba interesar directamente a su causa al gobierno
británico. Persuadido como siempre de que la indepen-
dencia sería irrealizable sin la ayuda extraña, se obstinaba
en arrancar a los Ingleses la promesa de dicha ayuda; y,
sostenido por sus numerosos amigos de Londres, entre
ellos el antiguo secretario de Estado Vansittart, y sirvién-
dose de Ricardo Wellesley como intermediario, multipli-
caba ante el jefe del Foreign Office las más insinuantes
instancias. La situación de su patria, los llamamientos de
sus compatriotas no le dejaban ya, decía él, alternativa
acerca de la posibilidad de quedarse más tiempo en Ingla-
terra, o no. Tenía que regresar a América. Pero no quería
marcharse sin el pleno asentimiento de la nación de quien
tantas preciosas muestras de generosidad v benevolencia
había recibido, y que anhelaba él las hiciera Inglaterra exten-
sivas a su país Insistía asimismo para que le fuese conti-
nuada su pensión, entendiendo quedar al servicio inglés
« Pero, añadía, estov pronto a renunciar, desde ahora, a
toda condición pecuniaria... no teniendo, en realidad, más
deseo que formular que el de poder contribuir a la salva-
guardia de los intereses de la América del Sur y al mante-
nimiento del apoyo que es[)era ella de la Gran Bretaña^, w
1. Carta de Miranda a Wellesley, 25 de julio de 1810. li. O. F. O.
Spain. vol. 1ü;J.
1. Diario del capitán Davies, bajo cuyo mando estaba el bergantín
de S. M. Sappliire, R. O. Ca/jtaiii's Journal, n° 2ü57, y Admiraltr
Mdstcrs. Series II, n'' 316^. líolívar llevaba consigo el bagaje de
-Miranda. Dos esclavos — José y Juan Pablo — le acompañaban.
o. Carta a Wellesley. 29 de agosto, 24 de septiembre, 3 de octubre.
— F. O. Spain, vol. l'ü3, i04 y 1Ü5.
32'i EL PRECURSüU
Mas, sólo a medias cedió Wellesley a las seduccionos de
este lenguaje. Miranda obtuvo únicamente la autorización
de regresar a Venezuela, y los gobernadores de las Antillas
inglesas recibieron orden íorn^al de facilitar su entrada á
su patria'. Con esta orden podían creerse autorizados
dichos gobernadores a dar, en lo sucesivo, asilo a Miranda,
y, a lo sumo, a tolerar, llegado el caso, que se aprovisio-
nara, en el territorio de su mando, de elementos militares.
Las seguridades verbales que le diera el ministro en el
transcurso de las conferencias que con él tuvo Mii-anda
¿eran siquiera de tal naturaleza que justificaran la espe-
ranza de una más amplia cooperación de Inglaterra? Hay
motivos para ponerlo en duda. Los interlocutores conocían
demasiado la situación para arriesgarse a comprometerse
más allá de ofrecimientos superficiales cuyo valor y cuyo
alcance sólo al porvenir tocaba lijar y precisar. Por una y
por otra parte se imponían las restricciones y los equívocos
en aquella última fase de la partida diplomática jugada,
desde hacía un cuarto de siglo, por la América española y
la Gran Bretaña en la persona de Miranda y de los hombres
de Estado que se habían sucedido en el Foreign Office.
En este juego de sutiles maniobras, el Precursor, cual-
quiera que fuera la habilidad de su táctica, resultaba ven-
cido de antemano, y, en cambio, Wellesley quedaba dueño
de escoger el momento en (jue fuera oportuno para Ingla-
terra convertirse, según deseos de Miranda, en « punto de
apoyo de una nueva palanca de Arquímedes ». Esta
suprema y peligrosa intriga, por la inevitable suspición
con que manchaba los sentimientos, desinteresados no.
obstante, de Miranda, tuvo además como consiH'uencia
inmediata el comprometerle a los ojos de sus compatriotas.
y condenar sus miras a los tr¡ig¡c(»s resultados (k' un latal
desconocimiento.
Miranda se embaicó en los pniner(»s días de (t(tid)re,
dejando la casa de Gralion Scpiare a disposición de López
Méndez y de Bello. Quedal)an encargados de velar por la
(íontinuacióu de las relaciones entre Venezuela e Inglaterra.
y de ag'iupar (M1 loino de ellos a los delegados ([ue las
1. II . O. 1/100.
1810 325
provincias ele Aiiu'iica pudieran enviai' a liendres. Méndez
se dedieó a enniplii con la misión de <[ne le habían enear-
«^ado. Por espaeio de varios años lué agente activo y fiel,
si no siempre afortunado, de los liberales venezolanos.
Hacia 1815. Bidb) se separó de su compañero, conoció
entonces las amarguras de una existencia de tareas ingratas
y de sinsabores, v acabó por entrar al servicio del gobierno
chileno, llegando a ser uno de sus hombres de lisiado más
notal)les. al mismo tiempo ([ue (d representante más justa-
mente célebre de la literatura sudamericana en el sifflo
o
diecinueve. Se ha dicho (jue por espacio de bastante tiempo
guardó rencor a sus compañeros de la .lunta de Caracas
poi' no haberle atribuido, en la composición de la embajada
de Londres. m;is ([ue un puesto interior a su mérito. Y, es
l(» cierto ([ue. en los recuerdos (jue nos ha tlejado, se
muestra notoriamente parcial para con Bolívar, al que sin
duda hacía responsable de su desilusión.
Se dio también cierto crédito en Venezuela a crueles
calumnias relativas a su conducta durante los aconteci-
mientos del 19 de abril, calumnias que supo desbaratar con
noble entereza, perí> que motivaron su resolución de expa-
triarse para siempre'.
Estos comienzos de conlusión, de mala inteligencia y de
envidia que apartaban de la causa de la Independencia a
uno de sus mejores obreros, iban por cierto a dominar el
nuevo período de la Revolución Americana, señalado por
la lleaada de ^Miranda.
1. Entre todas las glorias de líello, hay que tenerle en cuenta la
de haber sido el primero en rendir homenaje al Precursor y en
señalar su memoria al agradecimiento de sus compatriotas. La Oda
a Miranda íigura hoy en la pagina de honor de las Antologías
Americanas :
Con reverencia ofrezco a tu ceniza
Este humilde tributo: y la sagrada
Rama a tu efigie venerable, ciño,
Patriota ilustre, que, proscrito, errante,
Xo olvidaste el cariño
Del dulce hogar que vio mecer tu cuna,
Y, ora blanco de las iras de fortuna,
Ora de sus favores halagado,
La libertad americana hiciste
Tu primer voto y tu primer cuidado.
CAPITULO IV
PRIMERA REFÚRLIGA DE VENEZUELA
I
Las preocupaciones que embargaban el ánimo de los
jefes de la revolución venezolana cuando se puso en camino
la misión se liabían sinoularmente agravado. En Coro, en
Maracaibo. los cabildos habían i-econocido solemnemente
la Regencia, calificado de « infame » la conducta de Caracas,
arrestado y metido en los calabozos subterráneos de Puerto
Cabello a los delegados de la Junta. Los gobernadores
Miyáres y Ceballos hacían, entre los atrasados y fanáticos
habitantes de aquellas provincias, una contrapropaganda
tan activa como temible. Levantaban milicias, pedían
socorros a Santa Fe, a Cuba, a Puerto Rico, esparcían
pérfidas calumnias contra los patriotas, hacían predicar
por todas partes la resistencia, enviaban emisarios a las
regiones vecinas v hasta a la Guayana. Barcelona, que al
pronto se había adherido a la Junta, se proclamó contra
ella. Angostura siguió este ejemplo. Conspiraciones se
tramaron en Caracas, en donde recuperaba ventajas el
partido español. Los Proceres instituyeron un tribunal de
salvación pública (22 de junio de 1810). pero no consi-
guieron sino alimentar en el pueblo un espíritu peligroso
de trastorno v de alarma.
Auuíjue agotada por la gueri'a defensiva y reducida al
iiiínimum de previs¡()n política. I'^spaua comenzaba ya a
iu([ui('tarse ante una situación cunos peligros no podía ella
disimularse. Las piolesias de luhdidad a Fernando Vil no
habían engañado mucho tiíMupo a la Regencia de Cádiz, y,
a falla de loda oira |>irsunci(')U . el lenguaje empleado por
I'liniERA líKPnü.ICA l)K VKNRZrF.I.A .'i27
las Juntas coloniales cu las « Rcprcscnlacioiics » (|uc le
enviaban' la habrían ilustrado lo baslaulc acerca de las
inlenciones verdaderas do los criedlos.
V. sin embargo, tenía conciencia de babci' colmado,
respecto de ellos, la medida de las concesiones posibles.
Uno de sus primeros cuidados, al llamarlos a las Cortes,
¿no había sido el de declarar, bajo la forma de solemne
alocución'-, que. los Americanos hasta entonces « mirados
con inditerencia. vejados por la codicia y destruidos por
la ignorancia » se hallaban en lo sucesivo « elevados á la
di<i¡-nidad de hombres libres >■> v cesaban de ser « los mis-
mos que antes, encorvados bajo un yugo mucho mas duro
mientras mas distantes estaban del centro del poder? » El
17. de mayo de 1810. la víspera misma del día en que los
acontecimientos de Caracas iban a ser conocidos en Cádiz,
estaba ya a punto de sei- promulgado un decreto, (juc con-
cedía a America amplias facultades comerciales. Motivos
todos que autorizalian al Consejo a calificar de ingratitud
el desconocimiento hostil que en aquel momento le demos-
traban las municipalidades coloniales.
La noticia de la revolución de Buenos Aires puso el
colmó a esta indignación, cuyos efectos fueron provocados
por los manejos de los representantes del comercio de Cádiz.
La audacia de los criollos al hablar de « tiranía » y de
« injusticia » después de haber ellos mismos, por su propia
autoridad, declarado la libertad de tráfico con todas las
naciones, parecíales inaguantable a los negociantes gadi-
tanos, quienes, hasta entonces, habían sido los únicos en
beneficiar de aquel comercio, y c[ue, además, gozaban de
gran influencia en las decisiones de los miembros de la
Regencia. Les debían éstos considerables atenciones, por
haber, más de una vez, recurrido a ellos para empréstitos
nacionales, y, a veces, hasta para préstamos particulares.
Así pues, el Consejo accedió gustoso a la adopción de
las medidas de rigor ([ue, por otra parte, los informes de
la legación regia en Londres le aconsejaban no demorara.
1. \. priucipalinenle. Maiiilleslo do la .luiita do Caracas a la
Regencia, II de mayo de 1810. — D. II, 'ilíl.
2. Alocución del consejo de regencia a los Españoles Americanos.
Isla de León, I» do lebróro do 1810. — D. II, :!88.
32S Kl, IMiKCüIiSOI!
Quedó anulado el decreto del 17 de mayo, y Costa Firme
fué declarada en estado de bloqueo. Al mismo tiempo, uno
de los miembros del consejo. D. Antonio Ignacio de Corta-
barría, era enviado a Venezuela en calidad de comisionado
regio con misión de proveer a los medios de restal)lecer
la paz « en la ciudad v provincia de Caracas y algunas
otras de su distrito que. conducidas de falsos conceptos,
se han sustraído de la debida obediencia al Consejo
supremo de España é Indias' ».
En seguida se hizo sentir en Caracas el contragolpe de
las decisiones metropolitanas. A fines de septiembre, los
Españoles organizaron en ella un complot que estuvo a
punto de lograr éxito, por haber conseguido los hermanos
Fiancisco y Manuel de Linares asegurarse el concurso de
gian número de antiguos empleados y de eclesiásticos.
Denunciados a tiempo, los conjurados fueron encarcelados,
no sin ruidosas manifestaciones del populacho (1° de octu-
bre).
Sin embargo, la Junta estaba muy al tanto, en aquella
época, de los detalles de las revoluciones de la Plata y de
Nueva Granada; así como de las matanzas de Quito.
Aquellas noticias, que supo ella explotar hábilmente, le
valieron nueva popularidad, pero de corta duración. El
comisionado de la Regenciadesenibarcó en Puerto Cabello el
24 de octubre, y no tardó en secundar con ardor los esfuer-
zos reaccionarios de los o'()bernadores de la costa occidental.
Miyáres, nombrado pttr la Regencia capitán general de
Venezuela, hizo serios preparativos militares, anunciando
que no tardaría en dirigirse con fuerzas hacia la capital.
Una serie de decretos conminatorios, de proclamas hábil-
mente redactadas por Cortabarría, la llegada a Coro de un
destacamento enviado por el gobernador de La Habana rea-
nimaron la esperanza de los partidarios de la Regencia.
Todos los lazos amenazaron romperse en torno de Caracas.
La región de Aragua, que los Proceres creían indefectible-
mente adicta a la causa patriótica, se dejó ganar a la reac-
ción. Una im[)ortante conspiraciíui <jue (ué descubierta en
1. Inslriicciones oíiciales del comisionado i-egio D. A. J. de Corla-
bari-ia, Ciídiz, i" de agosto de ISIO. D. II, 528.'
IMilMF.RA liEiM lil.ICA l)K \ líXK/AlELA 329
dicha i'cnióii, al mismo tiempo (jiie mi('V(»s coinnlots.
ahogados esta vez en hi sangre, aniena/ahan la Junta en
Caracas.
En esto, Baiceh)na pldi() pcrdiui a h\ Junta y la reco-
noció el 12 de octubre. La espontánea adhesión, días des-
pués, de las ciudades de Trujillo y de Mérida en la pro-
vincia contra-revolucionaria de Maracaibo, decidió a la
Junta a adelantarse a los planes hostiles de Miyáres y a
enviar contra él las tropas a quienes acababa de instiuir
y de equipar lo menos mal posible. Su mando fué confiado
al marqués del Toro.
Este refinado representante de la Iracción del patriciado
criollo que hasta entonces había quedado nicas aferrada a
sus privilegios de casta, había solicitado él mismo el puesto
de generalísimo de los ejércitos de la .lunta. Tenía impa-
ciencia por dar pruebas solemnes de su íé revolucionaria,
ahora inquebrantable, y cuyas convicciones largo tiempo
vacilantes le habían conducido, como va sabemos, a trai-
cionar, en época reciente, la confianza de Miranda. Pero
las capacidades del antiguo coronel de las milicias distaba
mucho de igualar la nobleza de sus intenciones. Por sus
orígenes, su edad y su carácter, el marqués del Toro se
hallaba tan mal preparado como posible a la vida militar,
a la penosa empresa de dirigir, de animar, de sujetar a
tropas primitivas, compuestas de voluntarios sediciosos, de
burdos campesinos y de la hez de la furibunda plebe de
las ciudades.
Los tres a cuatro mil hombres que, por bandas, se pre-
sentaron, a fines de octubre, en el cuartel general de
Carora, se fueron a lo largo de los caminos, sin disciplina
y sin orden, en hilera; apenas si, de cada diez soldados,
había uno con fusil ; los demás estaban armados, o mejor,
dicho, llevaban como estorbo espingardas anticuadas, picas,
garrotes. Del Toro se había rodeado de una guardia esco-
gida que valía más por sus lujosos uniformes que por sus
aptitudes guarreras. Se hacía seguir de numerosos y moles-
tos bagajes y de pesadas piezas de campaña en cuyos
armones no había casi municiones. Al cabo de 150 leguas,
recorridas por desiertos áridos o por senderos intransi-
tables, llegó el ejército frente a Coro el 28 de noviembre.
330 EL PliECUHSOl!
Bien atrincherados detrás de las murallas de la eindad,
los Españoles hicieron una brusca descarga sóbrelas tropas
de Caracas, que, desmoralizadas por aquel ataque impre-
visto, se desbandaron. Toro las reunió y las llevó hasta el
pie de las murallas; pero seguían vomitando metralla las
armas enemigas, y los sitiadores quedaron diezmados. Al
día siguiente, el general quiso intentar nuevo esfuerzo,
pero supo que llegaba INIiyáres con numerosas tropas, y se
resignó a la retirada. Se efectuó ésta en el más lamentable
desorden. Una victoria, alcanzada el 2 de diciembre en la
Sabaneta, peleando con fuerzas muy superiores como
número, y que habían sido apostadas en aquel sitio por uno
de los tenientes de Miyáres, fué el único acontecimiento
feliz de aquella campaña, tan desastrosa por sus residtados
como por los peligros cuya inminencia resultaba ahora
más segura.
Tal era la situación en Venezuela, cuando, al alborínir el
4 de diciembre, el Snpphire, (|ue traía a Bolívar, fondeó
ante La Guayra. Los Proceres acogieron con entusiasnu) al
joven embajador. Se sentían tranquilizados por su pre-
sencia, contaban con sus probados dones de persuasión, y,
también, con el prestigio que no podía menos de valerle
el recibimiento que había tenido en Londres, para reani-
mar el debilitado ánimo de los patriotas y empujarlos
hacia los actos decisivos. Aunque el comité director había
conseffuido oanar los votos de la mavoría de la Junta, los
o o
moderados, los vacilantes sobre todo, seguían contando
en ella partidarios, más numerosos desde la desgraciada
expedición de Coro. Martín Tovar Ponte, que desde hacía
alo-unas semanas había substituido al tímido Llamosas
o
en la presidencia de la asamblea, no ocultaba a sus ami-
gos cuántas inquietudes le hacían concebir las disposi-
ciones de sus colegas.
Xo hal)ía de ser fácil, por consiguiente, determinarles a
dai' su adhesión oficial, como así lo entendían los Proceres,
al i'cgreso de Miranda. El gobierno de Caracas seguía
actuando « en nombi-e de Fernando Vil y para la defensa
de sus derechos ». v ei-a atentar gravemente contra (dios
(d llamar a \ eneznela al adveisario más encarnizado d(d
rey de l^s|)aria. al cierno (■(»ns|)irad()r, al contumaz, en (in,
I' I! I. mi: I!. \ liiii'i' lu.icA \)\'. \ icNKzur.i.A :in
cuya coiulciiación a la ¡xMia capilal liahía sido conliiniada,
cuatro auos anU's. por el cabildo mismo. coiistiluid(t ahora
cu .Imita ouhcfiiativa. La expedición dirigida contra las
provincias de occidente podía, despu(''S de tod(K ser consi-
derada como una medida de orden interior, v no parecía
quitar, a los partidarios numerosos aún de una transacción
con la metrópoli, toda esperanza de arreglo. Pero el hecho
de acooer ahiertamente a Miranda cortaba toda retirada a
los patriotas.
A esto, justamente, pretendían empujarles los Prck-eres.
Bolívar, Tovar Ponte, Roscio, y el grupo de los « irredu-
cibles » se dedicaron a ello con la energía, la sutileza y
la audacia a que sistemáticamente acudían para con sus
asustadizos compañeros. El 12 de diciembre, el te.xto ' de
un « Manifiesto al general Miranda » era aceptado por
unanimidad por los miembros de la Junta v lijado en las
paredes de la ciudad : <( Es mnv distinta al presente la
perspectiva (jiie esta misma patria ofrece á las miras
de Ud. : á la antigua tiranía ha sucedido un gobierno cuyo
único objeto es la lelicidad de los pueblos que le están á
cargo... )) Esta vez se trataba en realidad, y casi sin equívoco,
de una declaración de guerra a España. Además, los Pro-
ceres habían precipitado el acontecimiento. Avisado por
Bolívar, hacía tres días que el ilustre proscrito había salido
de Curazao, adonde hal)ía llegado la semana antes. El 13
de diciembre, en el momento mismo en que la población
de Caracas era puesta en conocimiento de su próxima
llegada, las vigías de La Guavra anunciaban la llegada del
buque de guerra de Su Majestad Británica. c\ Avon, ([ue
traía a Miranda-.
El barco londcí» a alunuas millas de la rada. Al día
o
siguiente por la mañana, el Precursor, avisado de las
intenciones favorables de sus compatriotas, pasó a una de
las embarcaciones de a bordo, v mandó a los marineros
que remaran hacia tierra. Estaba solo en la proa de la
canoa, en pie, con los brazos cruzados, v sin duda (pac su
\. lín Brci KUA, o;, c/7., 1. 11. |j. I'.*.
I. Informe del brigadier general Layard a lord Liverpool, fiovcine-
ineul llouse-C-uacao. 17 de diciembre de IHIO. /?. O. W. O. I lOK.
332 F.l. iMiF.criisoií
corazón latía de einoción y de esperanza al oír los entu-
siastas « vivas )) de la población, apiñada en los nuielles
de La Guavra. Un sol de fiesta embellecía el panorama del
ribazo, iluminando las azuladas pendientes de las mon-
tañas, las palmeras de ^Nlaiquetía. el enmarañamiento
piimaveral de Macuto. cnl)riendo de tonos cobrizos la
i'ocosa muralla contra la cual se precisaban cada vez más
las blancas casas de la ciudad... Redoblaron las aclama-
ciones cuando, pisando poi- fin la playa Miranda, se ecbó
en brazos de Bolívar, de Tovar Ponte, delegados por la
Junta a su encuentro, v contestó con bermoso ademán
beroico a los bravos de la mucbedumbre.
Comprendiendo ([ue convenía producir sobresaliente
efecto, se babía puesto el uniforme del 93; y, a pesar de
medio siglo de luchas, de combates y de aventuras, su
estatuía, que seguía derecha v firme, sabía dar a dicho
unilorme el prestigio que requería. El bicornio con plumas
sobre la cabellera peinada en catogán v recién empolvada,
la corbata negra, la oreja adornada de un aro, la levita
azul con hojas de oro, la banda, con los colores republi-
canos, de la que colgaba el largo sable corvo, al ajustado
calzón blanco, las botas altas con espuelas doradas,
componían un impresionante conjunto al que sabía dar
gran aire el veterano general.
Alzando contra el viento de alta mar su poderosa cabeza.
de mirada sombría animada por repentinos relámpagos,
parecía Miranda, en aquel momento, el pensamiento, la
encarnación mismos de la Emancipación americana. Favo-
recido primero por España, perseguido después de con-
tinuo por ella, protagonista de las dos grandes Revolu-
ciones madres, ¿no era también el inveterado comensal de
la prestigiosa Inglaterra, el perpetuo urdidor de tramas, el
confidente v colaborador de los Jesuítas, el adepto miste-
rioso de las francmasonerías?...
La conciencia popular comprendió en seguida el símbolo,
y. aunque confusamente atraída hacia Mirantla. manifes-
taba sin embargo algún reparo ante aquel « gran demonio
de fiancí's », hereje y regicida. En la muchedumbi'e
apiñada cm lorno del Precursor, que cabalgaba abora por
el camino dv. (^ai'acas. comenzaba a despuntar el senti-
i'iii.MKii.v liHi'i lü.icA i)K vi;.M:zri:i, V 3^3
iiiK'iilo. í'oiiipucslo (le (.'uriosulad más bien (|ii<' de sini|)atí;i
V (le cáudido terior a la vez. ([ue hahián de deiuosl raile
los pueblos venezolanos'. Se enlibiaban las acdaniaeiones.
Fiailes. niez(dad(>s enti'e los niaii¡lestanl(>s. ¡nsinuahan en
voz baja ([ue sería menesler aeiisaise. en eonlesKMi. de
a(jnellos vivas en l'avoi' de un exeoniulnado. Intimidados a
su vez, los patriotas disimulaban bajo una exe(^siva dele-
reneia el repentino temor de ([ue el (glorioso general deseo-
nociera o desdeñara sus ambiciones, sus disensiones, de
apariencia harto niez(|uina. ([uizás. ante sus ojos. Bolívar,
con un elegante traje obscuro, con sombrero de copa de
ala estrecha, inclinada por delante y por detrás, v levantada
por los lados, con enorme corbata de las de moda entonces,
y con pelo corto, sonriendo a su ensueño, inquieto,
nervioso, cabalgaba al lado de ^liranda, bota contra bota,
íormando con éste el más in([uietante contraste. Aquellas
dos almas, en quienes se agitaban tan grandes pensa-
mientos, ¿llegarían a comprenderse?
Esto se preguntaba sin duda Miranda, repasando en su
memoria los vejámenes ([ue los padres de aquellos j()venes,
algo cohibidos en su actitud respetuosa de hov, habían
infligido en otro tiempo a su juventud. Acaso también, el
Español (pie había en él sentía renacer, en aquella atm(')S-
lera olvidada, algo de la arrogancia de raza trente al
cri(tllo, un instintivo desprecio hacia el mulato v el indio.
Los odios originales, los yerros, las incomprensiones recí-
procas, toda la suma de las l'atalidades que pesaban sobre
1. l'uede descubrirse su expresión característica en las cauciones
populares de la época. Y. en Ro.ias, Leyendas históricas, 2" serie,
op. cit., p. tyi, la canción de /-« Coiií(a, por ejemplo, compuesta
cuando la campaña de los valles de Aragua (v. inf'ra], y cuyo estri-
billo recordaba la interjección familiar a Miranda :
\ eiuticinco franceses
(lai-í;aban su cañón :
Alón, alón, camina
Alón, mozos, alón.
Becerra menciona igualmente, op. cit. (1. 11. p. 541 >. otra cancicni
contemporánea en la que los soldados, aludiendo al aro de oro que
Miranda llevaba en la oreja, según moda del 93, uo ocultaban su
certidumbre de su condenación eterna :
... l^n la oreja lleva el aro
Que llevar.! en el inlieriio.
•'?3't líL PliECUilSOl!
a([uellos ilotas de la Independencia americana se hallaban
en esencia en cada uno de los peregrinos de la caravana
([ue, a la hora del crepúsculo, llegaron a las puertas de
Caracas '.
Desde que se presentó en casa de Bolívar, en donde le
esperaba una hospitalidad ya menos fraternal, y cuando
los Proceres, después de haberle enterado exactamente de
la situación general, le dejaron solo con sus reflexiones, la
amargura de un irremediable desengaño invadió profunda-
mente al Precursor. Acaso, según pretende uno de los más
recientes historiadores de Venezuela, acaso, en el navio que
le llevaba hacia el Nuevo Mundo, se dejara Miranda mecer
por la confusa esperanza de hallar allí, a su vez, los
sublimes destinos del gran Emperador, hacia quien, por
entonces, se dirigían las miradas de los hombres. Pensaba
quizá que no menos bien sentaría a su cabeza el diadema
del Inca, que la corona de Carlomagno a la del antiguo
general del ejército de Italia. En cuyo caso, cruel debió de
ser el desengaño de Miranda. Acababa de ver el aspecto
miserable que presentaba el país : aldeas espaciadas, villo-
rrios, una capital que, a lo sumo, producía el efecto de un
pueblo grande; la gente baja, fanática y limitada; las
clases más elevadas, hostiles; una sociedad de costumbres
todavía patriarcales, a la que sólo superficialmente pare-
cían alumbrar las « luces »; el ejército, pobres hombres
descalzos, harapientos, con brazos en cabestrillo, con
cabezas vendadas y cubiertas por un mal sombrero de
paja, y que, momentos antes, presentaban torpemente las
armas, al pasar el Precursor... Aquellas tropas, mandadas
por un general absurdo, contra quien Miranda tenía
también serios motivos de rencoi-, se habían mostrado
incapaces de defender la end(dde fachada detr;is de la cual
la Junta, desatentada, diclal)a medidas incoherentes.
Acumulábanse los peligros. Dueños tlel bajo Orinoco, de
las regiones de Coro y de Maracaibo, los Españoles podían,
con suma facilidad, sublevar a todo el país.
¿ Se podía, siquiera, contar con alguna avuda de íuera?
1. /r. O. l'lUü. Inl'ui'iiit; del l)rigudiei- Layurd al coiido de Liver-
pool, (iiciembre de 1810, y Bf.cekra, II, cap. xiv y xviii, etc.
i'iii.MHiiA nKi'i lu.icA i)K vi;m;/i Kl. A ?3.")
^ícjor ([lu- nadie sabía Miranda a qué podría reducirse el
beneficio de Ui mediación inglesa. Desde Puerto Rico, el
comisionado reoio seo-nía lanzando impunemente llama-
mientos incendiarios a la conira-revolución. Mn los
Estados Unidos, los delegados de la Junta sólo platónicas
demostraciones de amistad babían recibido del secretario
de Estado Uicbard Smitli. l\d(''s('oi'o de Orea acababa de
regresar a Caracas muy mal impresionado. Juan Vicente
Bolívar babría podido encargar a las manulacturas de P'ila-
delíia el armamento cuya adquisición le había sido enco-
mendada por sus compatriotas; pero el conde de Oñiz,
ministro de España, había conseguido persuadir al joven
patriota de que no tardaría en reconocer la Junta su
gobierno. Los 60 000 duros confiados por ésta al mayor de
los Bolívar habían sido candidamente empleados por él en
la compra de máquinas agrícolas; máquinas que, por
cierto, no llegaron a Venezuela, pues Juan Vicente las
traía consigo en un navio que se fué a pique frente a las
costas de la Florida... Miranda, cuya inquebrantable con-
fianza había sobrevivido a tantos desastres, sintió sin
duda, V por primera vez, ílaquear su firmeza en el des-
aliento.
II
Al decretar el regreso de Miranda, la Junta estimaba
haber cumplido lo bastante con sus obligaciones revolu-
cionarias. Espantados por su audacia, los moderados no
habían tardado en recapacitar : consintieron, el 16 de
diciembre, en reconocer oficialmente al Precursor la validez
de sus grados militares, y, opinando c|ue con esto habían
llegatlo al límite de los atrevimientos permitidos, lo rele-
garon, por decirlo así, al segundo término. En efecto,
muchos, entre los patriotas, retrocedían de continuo ante
la perspectiva de un rompimiento declarado con la metró-
poli, y se obstinaban en seguir contando con su indul-
gencia. Los Proceres se esforzaban en disuadirles de
tan peligroso error, pero la momentánea inacción de los
gobernadores españoles dv las [>i<»v¡ncias occidentales
336 EL PKECLliSÜK
íu-entiiaba la ilusión en que se eomplaeían los indecisos.
Los días que siguieron a la llegada de Miranda fueron
perdidos en estériles discusiones, y la causa de la inde-
pendencia pareció periclitar en aquel momento en que
circunstancias favorables nuevas halarían debido, al con-
trario, favorecer sus progresos.
A tal decaimiento del sentimiento patriótico habían de
contestar los Proceres con un redidjlamiento de actividad.
A ruego de éstos, prometió Miranda colaborar en las
intrigas que resolvieron preparar sin tardanza. Debió de
serle penoso el tener c[ue desempeñar de nuevo, en su
propia patria, el papel ingrato y subalterno de conspi-
rador; pero aceptó estoicamente aquella prueba y comenzó
su tarea. Bolívar acometió aquella nueva lucha con su acos-
tumbrada fogosidad; se instituyó lugarteniente del Pre-
cursor.
La cercana reunión del Congreso, al que, desde su insta-
lación, había convocado la Junta a las provincias venezo-
lanas, ofrecía a los Proceres, dirigidos ahora con inflexible
ardor, una ocasión sin igual para proclamar solemnemente
la independencia. No obstante, era indispensable recurrir
a un instrumento capaz de orientar las decisiones de la
futura asamblea. Propuso Miranda establecer un comité de
salvación pública a modo del de los Girondinos do 1793.
Este comitt', reducción del Congreso al cual habría de
servir de modelo, vigilaría sus deliberaciones, le dictaría
su conducta, le indicaría el íin anhelado v le guiaría hacia
o
él. A más de esto, podría ser un poderoso medio de pro-
paganda y de acción sobre la opinión pública. Tales
fueron las miras que dirigieron la institución y el luncio-
namiento de la Sociedad Patriótica de Caracas.
Esta sociedad existía de hecho desde hacía algunos
meses. Su creación constaba en las primeras medidas
decretadas por la Junta v que respondían a sus preocupa-
ciones humanitarias y progresistas. En un principio, estaba
destinada a agrupar a los agricultores « |)ara el adelanta-
miento de lodos los ramos de industria rural de que es
susceptible el clima de Venezuela^ ». Fácil le fué a Miranda
1. Decreto del II <le a^roslo de 181(1. D. II. iS9.
PlilMEHA ItEin líMCA DK VI'.NKZl'KI.A 337
C()iiv(!nc"('r a los patriotas que t'oiiiiabau la inavoiía do la
reunión, tle ([ue importaba discutir cuestiones iníís apre-
miantes que las cuestiones económicas. I^es decía : « Se
trata, ante todo, de vuestra existencia misma. Comenzad
por asegui-arla. y después atenderéis a lo demás ». Desde
comienzos de 1811. la Sociedad Patriótica se convirtió en
verdadera universidad revolucionaria al mismo tiempo que
en una especie de conspiración permanente v púl)l¡ca.
Mientras tanto, en todo Venezuela se piocedía a las
operaciones electorales. Acercábanse los últimos días de
lebrero, y hacía ya dos meses que los diputados hubieran
debido hallarse reunidos en Caracas. Pero, las larcas dis-
tancias que separaban las circunscripciones, las dificul-
tades con que tropezaba la votación, y la lentitud con que
ésta se efectuaba habían sido causa de que, de los 44 dipu-
tados con que contaba el Congreso, sólo 30 habían podido
responder al llamamiento de la Junta. Mas, apremiaba el
tiempo, los Proceres se mostraban impacientes, y, a pesar
de que no había de ser cubierto el quorum legal, la lecha
de apertura de los trabajos de la asamblea quedó definiti-
vamente fijada para el 2 de marzo de 1811.
Elegidos por las provincias que se habían declarado
adicUis a la Junta, o ([ue. i-uando menos, eran favorables a
la Revolución, los miembros presentes del Congreso, así
como aquellos cuya próxima llegada era esperada, pertene-
cían casi todos al partido liberal. Aunque, unos tras otros,
se habían prestado a figui-ar en la lista de la Sociedad Patrió-
tica, se negaban a manifestaciones más ruidosas, v temían
asestai'. exabrupto, rudo golpe al principio de la soberanía
real. Así pues, reunidos en día fijo en la sala principal en
donde actuaba la Junta, los diputados juraron solemnemente
fidelidad a Fernando \'II, fueron en corporación a la cate-
dral para renovar en ésta su juramento sobre los Evan-
oelios, v declararon constituirse en « Reunión Conser-
vadora de los Derechos de la Confederación Amci-icana de
Venezuela y del Señor Don Fernando ». Las decisiones
tomadas en el transcurso de las piimeras sesiones del
Congreso, para el cual había sido preparada la capilla del
antiguo seminario de Caracas, en la que va no se celebraba
culto, fueron una nueva muestra de la falta de atrevimiento
22
338 EL PIIECURSÜH
V del espíritu de irresolución que caracterizaban la mayoría
tic la asamblea..
Ksta. al reunir en grupo a los hombres más distinguidos
del país, representaba en esencia toda la nobleza de los
sentimientos en que. desde el principio, deseó inspirarse
el ideal de los Proceres. La evolución sufrida por los
miembros del (iomilé revolucionario no había tenido
iuHuencia alguna sobre los patriotas. Seguían éstos para-
lizados por las especulaciones filosóficas, por imaginaciones
generosas, sin atreverse a ninguna medida definitiva.
Aunque resueltos a proclamar la independencia, querían,
no obstante, evitar a la vez recurrir a medios extremos y
favorecer el inmediato advenimiento del pueblo al gobierno.
La anarquía que les parecía haber de resultar de tal suceso
les atajaba tanto como la guerra. En fin, teóricos imbuidos
de recuerdos clásicos, los congresistas soñaban con dotar
a su país de una constitución republicana que para nada
había de tener en cuenta las tradiciones ni la educación,
ni, tanipoco, el verdadero interés de los pueblos ame-
ricanos. A este complejo conjunto de intenciones y de
principios, que entrañaba consecuencias desgraciadas para
el porvenir político de Venezuela, hay que atribuir también
la persistente timidez y las contradicciones que pueden
notarse en los primeros actos del Congreso.
La asamldea comenzó por atribuirse el título de Majestad.
Nombró presidente a Felipe Fermín Paúl', v fueron minu-
ciosamente discutidos y prescritos los honores a que había
de tener derecho. La Junta abdicó solemnemente en favor
del nuevo poder ejecutivo, el cual recibió el título de
Alteza y fué delegado a Cristóbal de Mendoza-, Juan
1. Nació en Caracas, el 7 de diciembre de 1774. Presidente del
colegio de abogados en 1809. Emigró después de la caída de la
República en 18i'i. Nombrado miembro de las Cortes españolas y
vicepresidente de esta asamblea, sostuvo en ella con ardor la causa
americana. De regreso a Venezuela en 1824, fué nombrado rector
de la universidad de Caracas. Murió el 17 de junio de 1843.
2. Nació en Trujillo (Veiiezuela) en 1772. Emigró a Nueva Granada
después déla caída de Miranda; Bolívar le halló en Mérída en 1813
y le nombró gobernador de esta provincia. Fué, algún tiempo
después, gobernador de Caracas. Tomó parte en la Asamblea de
notables del 2 de enero de 1814. En 1816 estaba en Jamaica, donde
colaboró en la campaña de prensa organizada por el Libertador.
Cristóbal de Mendoza falleció en Caracas en 1829.
PHI.MEliA HEPÍIJLICA DE VENEZUELA 839
Es(íal<>na ' y Baltasar Padrón. El examen de estas cues-
tiones preliminares ocupó varias sesiones. Quedó decidida
la creación de un consejo de Estado, la institución de una
corte suprema que había de desempeñar las funciones de
la antigua Audiencia, y de un tribunal llamado « de vigi-
lancia y scoui'idad ». para conocer de los delitos de alta
traición. Se concedió amnistía general a los condenados,
y luc votatlo un reglamento para la atribución de los bene-
ficios eclesiásticos. Se nombraron comisiones encargadas
de elaborar los códigos; Francisco Javier Ustáritz, Roscio
y jNlartín Tovar Ponte emprendieron la redacción del
proyecto de (Constitución. Algunos nuevos diputados acu-
dieron en abril a las sesiones. Así transcurrían las semanas,
y nadie se había atrevido aún a pedir la discusión que, en
realidad, se halaba de establecer antes que otra cualquiera.
En todas las almas se hallabfl el pensamiento de la inde-
pendencia, pero en todos los labios se detenían las pala-
bras que habían de expresarla.
Sin embargo, Proceres y congresistas se sentían menos
cohibidos en la Sociedad Patriótica. En el sencillo y
vasto local"- en que se efectuaban las tumultuosas sesiones
de aquel otro Club de los Jacobinos se oían cada noche
discursos incendiarios en que se exaltaba el ánimo de los
patriotas y que alentaban a los vacilantes. En él fué cele-
brado con vehemencia el primer aniversario del Diecinueve
de Abril. Una muchedumbre entusiasta invadió temprano
la sala, ocupando los bancos, agarrándose a los barrotes
de las ventanas, aclamando a Miranda cuando entró éste
para presidir la sesión, a Bolívar, a Yanes ^ a Peña ^, a
1. Nació en Caracas. Tomó parte en las campañas de la guerra de
1813 a 1826. Defendió heroicamente a Valencia en 1814 (V. infra),
fué miembro del Congreso de Angostura, y, después, gobernador de
Coro y de Cai'acas en 1826. Falleció en 1832.
2. La casa que Bolívar y Miranda escogieron para instalar en ella
la Sociedad Patriótica era una de las más amplias de Caracas.
Pertenecía a la familia Blanco, y se hallaba situada en la esquina de
la calle designada todavía hoy con el nombre de La Sociedad y de
la por largos años llamada de Las Gradillas. Artículos de Antonio
L. Guzmán en Opinión Nacional de Caracas, n*^* 2091 y 2092 de los
7 y 8 de abril de 1876.
3. Yam-s (Francisco Javier), originario de Cuba. Murió en Caracas
en 1842.
4. Peña (Miguel), nació en Valencia (Venezuela) el 29 de septiembre
340 EL PliECUIiSOU
Espejo, a Ustáritz. a los Salías, a Tejera, a Sanz, quienes,
sucesivamente, subieron a la tribuna. El diputado Coto
Paúl', a quien su estatura, su cabeza enorme, sus pode-
rosas facciones, su melena leonina daban un parecido con
Dantón. cuya elocuencia parodiaba, exclamó con voz de
trueno : « Que la anarquía, con la antorcha de las furias
en la mano, nos guie al Congreso, para que su humo
embriague á los facciosos del orden, y la sigan por calles
y plazas gritando libertad! Para reanimar el mar muerto
del Congreso estamos aquí, estamos aquí en la alta Mon-
taña de la santa demagogia. Cuando esta haya destruido
lo presente, y espectros sangrientos hayan venido por
nosotros, sobre el campo que haya labrado la guerra se
alzará la libertad!.. » El joven Muñoz Tebar-, quien con
Vicente Salias redactaba el Patriota de Venezuela, órgano
de la Sociedad, resumió la opinión general : « Hov es el
natalicio de la Revolución. Termina un año perdido en
sueños de amor por el esclavo de Bonaparte : cjue prin-
cipie ya el año primero de la independencia y la libertad! ^ »
Influenciado por estos atrevimientos, el Congreso modi-
ficó un poco su habitual prudencia. Nombró, el 1° de junio,
una comisión compuesta de los 24 diputados de Caracas,
para « examinar los medios de asegurar la soberanía v la
independencia de la provincia metropolitana ». En el acto
solicitó dicha comisión que pidiera la asamblea los Dere-
chos del Hombre, la abolición del tormento, la libertad
de la prensa. Pero los patriotas no se atrevieron aún a
adoptar tales medidas. Habían vuelto a sus escrúpulos,
impresionados por las observaciones de los representantes
de 1781. Era gobernador de La Guayra en 1812, cuando cayó Miranda.
Se asegura que se hallaba con Escalona en la defensa de Valencia.
Miembro del Congreso de Cúcuta en 1821. Presidente de la Alta
Cámara en Bogotá en 1825. Miembro del Congreso de Valencia, 6 de
mayo de 1831. Presidente de esta asamblea, fué uno de los autores
de la conslilución elaborada por ella y que rigió a Venezuela hasta
en 1857. Falleció en Valencia, el 8 de febrero de 1833.
1. Francisco Antonio, hermano de Felipe Fermín.
2. Muñoz Tekak (Antonio). Nació en Caracas en 1787. Hizo la cam-
paña de Nueva Granada en 1813, y la de Venezuela. Llegó a ser
secretario y primer ayudante del Libertador. Fué matado el 2 de
junio de 1814 en la segunda batalla de la Puerta. V. Infra.
3. Gil Fortoul, op. cit., t. I, pp. 139-140, según Gonzálf.z, Bio-
grafía de José Félix liivas.
PIMMKKA niíPlBLlCA DE VENEZUELA 3'il
del partido español, (juieiies, desde hacía algunos días,
tomajjau parte con ellos en las sesiones. El canónigo
Manuel Vicente Maya, diputado realista de La Grita, a
quien la dignidad y la energía de su carácter valían consi-
deiable ascendiente sobre sus colegas, comentaba las
exposiciones del comisionado regio Cortabarría, quien,
desde su pueslo de Puerto Rico, amenazaba de continuo con
próximo y ejemplar castigo a los gobiernos rebeldes. Ya
desde el 5 de junio rormal)a dos bandos la comisión acerca
de la cuestión de la subdivisión en dos departamentos de
la provincia de Caracas, asunto que motivó ociosas discu-
siones en las que, con tanto celo como inconsistencia, se
complacían los congresistas.
El 22 de junio, Miranda, elegido por el casi desconocido
pueblo de Pao en la provincia de Barinas, ocupó puesto
en el Congreso. Por fin, el Precursor iba a poder exhortar
de más cerca a aquellos de sus compatriotas de quienes
dependía, a que consagraran el éxito de la revolución,
l^arece, en electo, como que sólo la presencia inmediata
de Miranda esperaban los congresistas para pasar, de las
dilaciones y de la debilidad, a las revoluciones definitivas.
Desde aquel momento, un aliento nuevo se insinúa en la
asamblea, un irresistible impulso la arrastra. Las palabras
ele Libertad, de Bepública surcan, cual relámpagos, los
debates cada vez más borrascosos que los Proceres, con
cualquier pretexto, suscitan. La Gaceta Oficial publica
artículos en que, por primera vez, es tomada en conside-
ración la idea de tolerancia reliííiosa. Dichos artículos
producen verdadera emoción en los círculos políticos.
En el Congreso, las discusiones se acaloran; pero las
exaltadas arengas de los patriotas cubren las protestas de
los realistas, cuyo asombro crece de día en día. La deser-
ción del capitán español Feliciano Montenegro, cuyos
servicios había aceptado anteriormente la .Junta y que
(h^sempeñaba importante cargo en el departamento de
instado de la gueira, provoca en el seno de la asamblea,
el 29 de junio, nuevas alusiones, murmullos cargados de
ira, ré|)licas luriosas Montenegro había substraído los
planes de movilización. Iba a entregarlos al comisionado
regio. Seguir vacilando seiía un crimen. Desencadénase,
342 EL PRECUnSOli
fogoso, el Ímpetu de los patriotas. El proyecto de declara-
ción de los Derechos del Hombre, presentado ha poco por
los diputados de Caracas, es aclamado, votado el i° de
julio. Esta votación habrá de ser el brulote cuyas explo-
siones aticen más tarde, entre las clases populares, las
sediciones y la anarquía, pero que, por el momento,
arrastra a los ciudadanos entusiasmados hacia los Proceres,
de quienes van a ser decisivos colaboradores. En fin, el
3 de julio, el presidente del Congreso. Rodríguez Domín-
guez, declara que ha llegado ya « el momento de tratar
sobre la Independencia absoluta ».
Por vez primera, no faltaba, aquel día, ninguno dé los
representantes. La luz de la mañana entraba libremente
por las altas y estrechas ventanas espaciadas a lo largo de
las bóvedas de la nave cuyas seculares sombras alumbraba.
El ornato litúrgico de las paredes, los cuadros de devoción
componían inesperado mai'co a la tumultuosa asamblea
que se agrupaba en el recinto. Al pie de la tribuna colo-
cada delante del altar, en torno de ancha mesa cubierta
por tapete de terciopelo encarnado con franjas de oro,
apííianse los oradores, impacientes por tomar la palabra.
Entre ellos hay patricios de ademanes arrogantes, prelados
taciturnos, rudos oficiales, robustos tribunos, jóvenes de
fisonomías decididas o soñadoras. Miranda, altanero,
imperioso; Bolívar, febril, con paso brusco y rápido, van
de uno a otro, encarándose con los indecisos, alentando
a los sospechosos. Las puertas se abren de par en par
dejando paso a la ola de ciudadanos de todas las condi-
ciones y de todas las clases : mujeres, niños, señores,
comerciantes, campesinos, obreros, mozos de cuerda,
hasta esclavos; multitud abioanada. vibrante, emocio-
nada, consciente, en a(|uel minuto, de sus entusiasmos y
de sus esperanzas'.
Acaba de saludar con formidable aclamación la moción
audaz del presidente de la asamblea. Martín Tovar,
Peñalver, Álajno, Ortiz. Alcalá, Pérez de Pagóla, la
apoyan sucesivamente con enérgicos argumentos. Alzase
1. Según el cuadro de 'l'üvaí- y Tcivar en el l^anle(')n de Caracas.
V. también acias de las sesiones del (-ongreso. D. III, 565-567, y
Eloy G. González, Al Mareen de la Epopeya, op. cit., cap. i.
l'lil.MKüA liKlM lU.ICA l)K VüNE/rKI-.V ^ki
Maya con valor contra una « doclai ación Ilegal, ascoura
él, y vituperable ». Vanes resume elocuentemente el debate,
invocando « los derechos sagrados cuyo reconocimiento
inmediato exige la nación ». — « Está cjucmándose nuestra
casa, exclama a su vez Fernando Toro, y disputamos sobre
el modo y tiempo de apagar el íuego ! » Francisco Her-
nández, diputado por San Carlos de Austria, se esfuerza
aún por desconcertar a sus colegas. Les recuerda ([ue la
persona del rev es inviolable v sagrada; « tocar a ella es
atentar a Dios mismo ». Teme también la intervención de
España, de Inglaterra, de los Estados Unidos. — « Dice
usted que el rey Fernando es inviolable, porque su poder
es divino, replica seguidamente José María Ramírez, repre-
sentante de Aracrua : en ese caso, debiéramos también no
curarnos, ni comer, ni delendernos, porque las calenturas,
el hambre y la guerra vienen tam])ién de Dios — Decla-
remos la independencia, y si nos la niegan, sabremos
defenderla. » Miranda se adhiere a la declaración de
Ramírez. Pero el presidente levanta la sesión y aplaza al
día siguiente la continuación de los debates.
Esta suspensión había sido, en realidad, provocada
secretamente por los Proceres. Las opiniones de la asamblea
les parecían demasiado confusas todavía. A ejemplo de los
Girondinos de la Convención, querían dar a la declaración
de su independencia « la solemnidad del más importante
acto orgánico que pueda efectuar una nación »'. Para ello,
era menester asegurarse de la unanimidad de votos. El
comité revolucionario redobló de insistencia y de tenacidad.
Nunca la reunión de la Sociedad Patriótica había sido tan
numerosa como lo lué en la noche del 3 de julio. La dis-
cusión ocupó toda la velada. Miranda, Bolívar. Espejo,
Peña, incansables, electrizaion a sus oyentes : « Se dis-
cute en el Congreso nacional lo (|ue debiera estar deci-
dido, exclamó Bolívar... Y qué dicen?... Que deljcmos
atender á los resultados de la política de España. Que nos
importa que España venda á Bonaparte sus esclavos ó que
los conserve, si estamos resueltos á ser libres?... Que los
grandes provectos deben prepararse en calma! Trescientos
i. V. I.AMAUTiM', IUstoive (¡68 G iro II cI i US . Libro XXIX, cap. i\.
344 tL IMíKCLliSOl!
años de calina^ no bastan? La .lanía patiiólica respeta,
eomo debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso
debe oir cá la Junta patriótica... Pongamos sin temor la
piedra fundamental de la libertad sud-americana : vacilar
es perdernos'. « Los Proceres tuvieron por felicísimo
agüero los frenéticos vítores del pueblo y los aplausos de
los diputados, presentes casi todos. Antes de (|ue el ama-
necer pusiera punto final a la deliberación suprema de los
pah'iotas, quedó convenido, según proposición de Bolívar,
que una 'comisión presidida por Miguel Peña llevaría al
Congreso la expresión de los votos de la Sociedad « como
representante de la opinión unánime de la nación. »
Peña se encaminó directamente hacia la asamblea, y,
tan pronto como se abrió la sesión, pidió la palabra. Los
Proceres habían abrigado la esperanza de que el prestigio
de la fecha del 4 de julio, aniversario de la proclamación
de la Independencia de los Estados Unidos, arrastraría las
últimas vacilaciones de los congresistas. Sin embargo, la
discusión general en la que se distinguieron sobre todo
Miranda, Roscio, Yanes y Peñalver^, no dio más resultado
que el de provocar una moción, votada por la mayoría, y
que encargaba al presidente que « conferenciase con el
Poder Executivo, sobre si era compatible con la seguridad
pública la declaratoria de independencia ' ».
Cuando, el 5 de julio por la mañana, se reanudó la
sesión, dio lectura el presidente de la respuesta afirmativa
que acababan de enviarle los miembros del ejecutivo. A
continuación, hizo saber Miranda que las últimas noticias
de España anunciaban la retirada del ejército de Masséna.
Añadió que la metrópoli iba a hallarse ya en situación de
intentar, por las armas, la sumisión de Venezuela. Esta
insinuación, al estallar en una atmósfera caldeada por el
patriotismo, produjo el efecto que esperaba el Precursor.
1. D., III, 5G8.
2. Pi^ALVKR (Fernando), nació en Piritú en t7(i5. Perseguido por
Monteverde en 1812, huyó de las prisiones de Puerto (labello a la
llegada de Bolívar en ISllJ, y regresó a Caracas. Fué presidente del
Congreso de Cuenta, en 1821. Gobernador de la provincia de Cara-
bobo en 1827. Senador en el Congreso de Venezuela en 1831, falleció
el 7 de mayo del mismo año.
3. Acta de la sesión del Congreso del \ de julio. D. III, 570.
I'HI.MKÜV liKI'l lil.IC.V l)K VKNKZUUI.V 345
lliilji» una explosión ele piolcstas. Juan Bermúdcz, dipiilado
ele Cumana, invocando la pennila de medios de delensa
de que disponían las costas de la provincia, suplicó a sus
colegas ([ue aplazaran la declaración. Los clamores que
cubrieron su aienga atestiouahan <[ue lial)ía unanimidad
en la asamblea. Los diputados, basta entonces menos
resueltos ([ue los demás, creveron deber protestar de su
adhesión a los principios revolucionarios. « Mi estado
(eclesiástico), dijo el Padre Unda, representante de Gua-
nare, no me preocupa ciegamente á iavor de los reyes, ni
contra la felicidad de mi patria, y no estoy imbuido en
los prestigios y antiguallas que se quieren oponer contra
la justicia de nuestra resolución que conozco y declaro...
Subscribo pues, á nombre de mis comitentes, a la inde-
pendencia absoluta de Venezuela. « En el acto hicieron
una declaración semejante : Peñalver por Valencia, Álamo
por Barquisimeto, Pérez de Pagóla por Ospino.
El presidente puso el asunto a votación. Todos los dipu-
tados se pronunciaron por la afirmativa, salvo, única
excepción, el canónigo Maya ^ El decreto que lleva el
nombre de Actíi de la Independencia de Venezuela- fué
redactado a continuación por Roscio e Isnardy, leído a la
asamblea dos días después, 7 de julio de 1811, y aprobado
y firmado por los 41 diputados que asistían a la sesión.
La proclamación de la Independencia recibió delirante
acogida por el pueblo de la capital y por el de la mayor
parte de las provincias. Los cuerpos constituidt)s. las auto-
ridades civiles y eclesiásticas, los funcionarios, la guar-
nición de Caracas, convocados, en conmemoración de la
gran fecha francesa : el 14 de julio, en la Plaza Mayor,
reconocieron solemnemente « la soberanía y absoluta inde-
pendencia, que el orden de la Divina Providencia ha resti-
1. Acta de la sesión del Congreso nacional de 5 de julio de 1811.
D. III, 571.
2. El archivo venezolano no posee el original de este documento,
que, muy probablemente, fué destruido al año siguiente por los
Españoles. El Ac-ta de Independencia fué [)iiblicada en Londres, en
inglés y en español, en 1812, por meiliacióu de López Méndez, con .
el título de : Documentos oficiales interesantes rclati'.os a las Pro-
vincias Unidas de Venezuela . Londres, 1 vol. en 8", 1812. Ver el
interesante estudio de Gii. Fon roí l y C.vrlos A. Yii.i.amkva, en
Historia Constitucional de Venezuela, t. I, p. 519,
346 EL PRECUUSOIt
tuido a las Provincias Unidas de Venezuela, ya libres,
y exentas para siempre de toda sumisión y dependencia
de la monarquía española, y de cualquiera' corpoiación ó
jefe que la represente ó representase en adelante ».
Los colores de Miranda, adoptados oficialmente por la
asamblea' como emblema del pabellón nacional, fueron
cnarbolados entonces por vez primera, saludados por los
aplausos del pueblo. VA nuevo estandarte, depositado en
la Sociedad Patriótica", lué entregado solemnemente a los
hijos de José María España, cabiéndoles la honra de pre-
sentarlo a las tropas en el sitio mismo en que. once años
antes, había sido ejecutado el padre de dichos jóvenes.
Después, los circunstantes juraron, « á Dios y á los santos
Evangelios... obedecer y respetar los magistrados consti-
tuidos y que se constituyan, y las leyes que fueren legiti-
mamente sancionadas y promulgadas... defender con todas
sus fuerzas los Estados de la Confederación Venezolana,
conservar y mantener pura é ilesa la Santa Religión Cató-
lica, Apostólica, Romana, única v exclusiva en esos países,
y defender el misterio de la Concepción Inmaculada de la
Virgen María nuestra Señora. »
Esta reedición de las fórmulas sacramentales en uso
bajo el régimen colonial, fué arrancada a los Proceres por
el clero, cuya colaboración les era indispensable. Mas no
dejaron de criticar, los periódicos liberales, la debilidad
que con tal fórmula demostraban para con « un fanatismo
absurdo. Si son menester, decían los periódicos, /uisterios
para fundar la República, ¿no nos basta con el misterio
de Fernando Vil? »
No era sin embargo inútil la previsión del comité revo-
lucionario : distaba mucho de que hulñese desaparecido el
fanatismo, v no iban a tardar en probarlo los aconteci-
mientos. ^Mientras tanto, los jefes de la revolución sintieron
hondo júbilo al ver realizado su proyecto. Por frágiles que
parecieran las consecuencias de la nueva era, saludaban,
enternecidos, su advenimiento. Las reuniones íntimas de
los Proceres fueron señaladas por efusiones semejantes a
1. D. III, 580.
2. Artículo de la Opinión Nacional, yí\ citado. D. lY, 8'»2.
PlíI.MEliA HRPt ni.ICA l)K VENEZUKI.A 347
las (le los Girondinos clespiics tic la proclamación de la
República, cuando « corriendo volunlariamente el velo de
la ilusión sol)re las zozobras del niauana y s(dire las obs-
curidades del porvenir, se entrcf^abau por entei'o al mayor
g-occ que Dios ha concedido al hombre en este mundo :
(d alumbramiento de su idea, la contemplación de su obra,
la posesión de su ideal realizado ' )). Mejoi' ([ue nadie sabía
Miranda adonde conduciría aquella exaltación; con el alma
angustiada asistía a acjuellas escenas que recordaban un
pasado trágico, v cuvos siniestros presagios había él sentido
de cerca; a juicio suvo. no podían ser sino lo ([ue en electo
eran : una corta tregua, un episodio de la lucha, la cual
entraba ahora en su lase inexorable.
En el momento mismo en ([ue se preparaba el Congreso
a lanzar a la metrópoli el desafío de su Declaración, el
3 de julio, una escuadra, enviada de Puerto Rico por el
comisionado regio, compuesta de una fragata de 44 : la
Cornelia, de una corbeta, de dos bergantines y de tres
goletas, montadas por mil hombres de tropas, se presen-
taba ante Cumaná. La Junta, a cuya cabeza se hallaba
Vicente Sucre, organizó rápidamente la resistencia, puso
en pie 2000 hombres, con lo cual hizo imposible todo
desembarque. Mas no por tan poco se dejaba intimidar
Cortabarría ; como los reducidos medios de que disponía
no le habían permitido hacer efectivo el bloqueo, ponía
todo su empeño en provincias, esparciendo por todas partes
calumnias contra los patriotas, anunciando los terribles
castigos que esperaban a los a rebeldes ». Los capuchinos
de las misiones de Caroni. cerca de x\ngostura, capital de
la Guavana, que imperaban en absoluto sobre los habitantes
de la comarca, trabajaban con éxito en favor de la reacción.
Los patriotas tuvieron que convencerse de que no podían
contar con esta provincia. En otros sitios estallaron sedi-
ciones. Las Juntas pudieron sofocarlas fácilmente, pero
menudeaban, resultando más peligi'osas cada vez.
Desde hacía dos meses, el partido español de Caracas
recibía secretas excitaciones. Don Juan Díaz Flórez, rico
neofociante canario, recibií) cncaroc) de Cortabarría de
1. L.^.MARTJ^E. Ilistuire des Gironclins. lib. XXX, cap. ii.
348 KL l'üKCl liSOl!
foiiienlai' una icvolucúui eii la capital. Cicvó Flóiez conse-
guirlo : aliste) a alounos oficiales v a un centenar de desdi-
chados a quienes seducía la perspectiva de oanar el paraíso
combatiendo a « los demonios del Congreso ». El 11 de
julio, mientras se estaban preparando las fiestas de la
proclamación pública de la Independencia, los conspira-
dores, ostentando corazas de boja de lata y escapularios
de grandísimo tamaño, blandiendo trabucos y sables
mellados, se reunieron en el terraplén de Los Teques. que
domina, al oeste, una de las salidas de la ciudad, enarbo-
laron un estandarte con la imaoen de la Virgen del Rosario,
o o
y se pusieron en marcha a los gritos de : <( ¡Viva el Rey!
¡Mueran los traidores ! »
Acjuella mascarada tuvo un fin trágico. Cercados por la
muchedumbre y el pueblo, los canarios fueron desarmados,
arrestados y encarcelados ; y el tribunal de vigilancia,
arrastrado por deplorable exceso de celo, condenó a los
cabecillas, en número de dieciséis, a la pena capital.
Fueron fusilados el 15 de julio, y, según antigua costumbre
f[ue choca ver renovada por los patriotas, las cabezas cor-
tadas fueron expuestas en las encrucijadas de la población'.
En esto, preparábase en Valencia una insurrección
mucho más grave. Celosa de su antigüedad, esta ciudad,
en otro tiempo capital de Venezuela, había acariciado la
esperanza de que el proyecto de subdivisión de la provincia
de Caracas le devolvería algunos de sus privilegios de
ciudad metropolitana. Los agentes de Cortabarría hacían
en ella activísima propaganda. Excitaron el amor propio
de la Junta asegurando que los patriotas de Caracas obe-
decían sólo a motivos de aml)ición personal, y esparcieron
entre el pueblo el rumor del arresto del arzobispo. El clero
regular, ofendido por el desdén con que le trataban las
autoridades eclesiásticas de la capital, hizo causa común
1. Aunque no citado por los historiadores contemporáneos de
Venezuela, el Iieclio parece innef^abie. Ija Memoria para sers-ir ti la
Historia de la Caj)ilaiiía General de Vararas, publicada en Pai-is en
18 J. 5, lo menciona expresamente, lo mismo que la Esr/nisse de la
I{é\olutinii de VAniéri(¡uc espabílale (Bosquejo tle la Revolución de
la América española), l'an's, 1817, pp. 115 y 116, cuyo autor,
Manuel Palacios, delegado en Europa por el gobierno revolucio-
nario, no es sospechoso.
l>liI.Mi;HA lil'.l'l lü.lCA l)K VKNK/UKI.A 349
con los a<^¡ I adores, llccordó \alriu'¡a (|ii(' on su blas(ni
íit;iii'al)a el lema « Fiel al Rey »■ Los iVailcs predicaron
la cruzada, y se comenzó a levantar tropas paia (guerrear
contra los a herejes, los ateos y los Irancmasones de
Caracas ».
Cruel desengaño, al mismo tiempo que seria alarma fué
para éstos tal sublevación. Habían contado siempre con la
adhesión de Valencia y de las ricas regiones circunvecinas, -
cuva ayuda era preciosa por demás. Su vecindad con las
provincias realistas, la proximidad del excelente puerto de
Puerto Cabello, por el cual podría Cortabarría introducir
poderosos refuerzos, constituían otras tantas amenazas.
El ejecutivo, investido de facultades extraordinarias por
el Congreso, pidió socorro a las Antillas inglesas. Los
gobernadores contestaron que sus instrucciones se limitaban
a las relaciones comerciales de las Colonias con Costa
Firme : podían estas relaciones contar con la absoluta pro-
tección de las autoridades británicas. Respecto a lo demás,
era preciso esperar órdenes del gabinete de Londres'.
Quedó entonces decidida una expedición contra Valencia.
Los cuatro a cinco mil hombres que el gobierno revolucio-
nario había seguido sosteniendo y ejercitando lo mejor
que podía, recibieron orden de ponerse en marcha contra
la piovincia rebelde. La dirección de las operaciones fué,
también esta vez, confiada al marqués del Toro, ([uien
tomó a su heimano Don Fernando como jefe de estado
mavor. Al principio, ganaron algunas acciones los inde-
pendientes. Toro batió un destacamento enemigo en el
cerro de los Corianos. cerca de INIariara. Pero tuvo que
replegarse casi en seguida sobre ]NLaracay, desde donde
pidió desesperadamente refuerzos a Caracas ( lí) de
julio).
Entonces decidió el Congreso recurrir a Miranda. (|ulen
no había esperado menos de siete meses el puesto de con-
fianza que esperaba verse ofrecer desde su llegada a Vene-
zuela, y del que, sólo obligados por la necesidad, le encar-
gaban sus compatriotas.
1. Contestación del gobernador de Trinidad, Monroe, al poder
ejecutivo citado por Restrepo, op. cit., t. II, cap. iil, p. 29.
350 EL PUECUUSOK
III
No sin oposición manifiesta consintió el poder ejecutivo
en ratificar la designación de Miranda como « general en
jeíe de los ejércitos nacionales » ; la animosidad que los
Venezolanos, jenófobos por instinto, liahi'an manifestado
en scpuida al Precursor, se había agravado desde entonces
con todos los desdenes que éste les oponía. No había querido
Miranda disimular sus desengaños ni su amargura. Lleno
de la más ferviente convicción, había aceptado el papel
secundario que le habían designado; pero su secreto resen-
timiento al verse así postergado, se había manifestado con
frecuencia por alusiones despreciativas, poi' frases mordaces
que herían el amor propio de los criollos. No les ocultaba
cuan mezquinas eran sus disensiones, y cucán ridículos le
parecían sus escrúpulos. Le exasperaban el fanatismo y
la mojigatería de las clases populares. Aquella resignación
serena que Miranda se había impuesto como deber primor-
dial desde hacía tantos años, le faltaba ahora por la cosa
más insignificante. Ostentaba un tono agrio con sus jóvenes
compañeros. En fin, llamado a ocu|)ar el puesto más
elevado que pudiera ambicionarse en el estado actual del
país, el viejo general, lejos de mostrarse agradecido a la
^^lelerencia que, por tardía que fuera, le manifestaban, hizo
críticas sobre la mala apostura, la indisciplina de las
tropas, la incompetencia de los oficiales.
Desde la entrada en campaña, Bolívar, se apresuró a
pedir servicio y solicitó el mando de un regimiento. Miranda
se negó a ello, alegando la falta de experiencia del j<)ven
coronel de milicias « cuyos títulos, declaró, no justificaban
en manera alguna las pretensiones ». Indignado, Bolívar,
exigió ser escuchado por un consejo de guerra, e hizo que
interviniera el marqués del Toro, pariente suyo, para
inducir al poder ejecutivo a revocar el decreto del general'.
Entre tanto, éste último, consintió en que Toro tomase a
Bolívar como ayudante. Quedó terminada la discusión,
pero indispuso toda la aristocracia criolla conlia Miranda.
1. V. LarKAí5ÁBAL, Op. cit., t. I, ch. VI.
l'lilMEliA liElH ÜLICA DE VENEZUELA :io\
Benóvolo ii pesar de sus altaneros ímpetus, exaoeraha
adrede las severidades y las rudezas que creía útiles para
el aprendizaje militar y cívico de sus compatriotas, no
consiguiendo más que ii'ritarlos inúlilmentí!. Lo (jue le
hizo perder por completo las simpatías d<d comité guber-
namental, ya muy escasas, fue la moción que presentó al
Congreso, la víspera de su salida para Valencia, en favor
de españoles establecidos en Venezuela. El comité, desde
entonces, manifestó una reserva hostil al nuevo general
en jefe.
^liranda, a quien repugnaba profundamente la guerra
civil, no había aceptado sino por abnegación la ingrata
tarea que le habían confiado. Tarea que hacían más penosa
los poderes sospechosos y restringentes de que había sido
provisto. El 20 de julio salió de Caracas a la cabeza de las
tropas de refuerzo, y se reunió sin tardar con el cuartel
general del marqués del Toro en jNIaracay. Sus instrucciones
le prescribían conducir rápidamente las operaciones y des-
baratar a todo trance la resistencia de los rebeldes ; pero
en seguida comprendió los peligros a que iba a exponer el
porvenir de la Independencia, la obediencia rigurosa de
aquellas indicaciones. En efecto, la rebelión de Valencia
tenía un carácter más grave de lo que los Proceres creían.
La Junta de Valencia, al declararse contra el gobierno de
Caracas, había cedido más bien a la presión de las clases
bajas que a la simple vanidad de hacer prevaler aspiraciones
separatistas.
No eran unánimemente compartidas estas aspiraciones,
y los más convencidos, hasta entre los criollos, las hubieran
tal vez sacrificado al interés general de la causa revolucio-
naria. Pedro Peñalver, comisionado por la Junta ante
INIiranda, se lo dio a entender claramente durante una
entrevista en Guacara, adonde había llegado, el 2.3 de julio,
el ejército independiente. Pero Peñalver añadió que sus
colegas tenían que contar con una población fanatizada por
los agentes realistas v que podía ejercer sus violencias
contra los criollos, de no ser obedecidas las órdenes de
aquella. Los frailes franciscanos habían excitado pérfida-
mente la antigua rivalidad de casta entre los hiestizos y los
esclavos ([ue componían la inmensa mayoría de los habi-
352 EL PKECriiSOli
tantos de Valencia y de sns an-abales, hasta el punto de
que, más tarde, una de las máximas corrientes de la polí-
tica española era : (( que los pardos eran fieles, y revolu-
cionarios los blancos criollos con quienes era necesario
acabar' ».
Previo INIiranda aquellas terribles consecuencias, pues
la propaganda de los emisarios de Cortabarría ganaba con
extremada rapidez la región entera e invadía las provincias
vecinas : por todas partes los esclavos tomaban las armas
y se alistaban bajo las banderas reales. Hubieran sido
menester hábiles maniobras, pacientes demostraciones para
apaciguar las discordias y disipar el error. La superioridad
de las fuerzas independientes quitaba toda probabilidad de
victoria inmediata a los rebeldes; pero también era cierto
que un castigo demasiado riguroso habría alimentado el
odio que los excitadores hubiesen fomentado entonces más
que nunca. Por eso. Miranda, deseaba ardientemente
reducir, en la medida de lo posible, la publicidad de la
represión.
El delegado Peñalver pareció adelantarse a sus deseos
al proponerle un armisticio en nombre de la Junta. Animó
a Miranda a que se acercara a la ciudad y a que enviara
parlamentarios, asegurándole las probabilidades de un
acuerdo. Miranda se dejó convencer. Tomó en seguida el
camino de Valencia, a la cabeza de un destacamento consi-
derable, y fué recibido a cañonazos al llegar frente a la
fortaleza del Morro que domina el oeste de la ciudad. Los
soldados se precipitaron al asalto de las trincheras, por
cierto mal defendidas, se apoderaron del fuerte, hicieron
prisionera a la guarnición, y, envalentonados por este
éxito, continuaron su marcha hasta las puertas de Valencia.
Los arrabales estaban tran([uil()s ; siguieron adelante. De
repente, al volver la ^esquina de la calle que atraviesa la
ciudad V acaba en la Plaza Mayor, los independientes
vi(>ron ])arricadas, tropas en orden de batalla, artillería.
A pesar de los esfuerzos de Miranda por contener a su
gente, comenzó la acción. Los insurrectos aparentan dis-
persarse, pero una terrible fusilería estalla en las fachadas
1. HiíRKUiA, [{evoluciones de Venezuela, op. cit., p. 30.
1>1!1M1;HA liKI'l HLICA Dli VENEZUELA 358
del cuartel llamado de los Mestizos v del convenio tle San
Francisco, extendiéndose a lo larüo de los dos lados de la
o
plaza y translormados en cindadelas. Bajo la metralla que
llovía de las ventanas, las columpias independientes se
mermaban. Miranda veía caer cerca de él a los jóvenes
oficiales impasibles. La infantería flaquea, la caballería
retrocede. Por primera vez' va a dar Bolívar la medida de
su valor.
El y Fernando del Toro acaban de recibir, del general
en jefe, la orden de reunir las tropas y de apoderarse de
las fortalezas improvisadas. La aguda voz de Bolívar
domina el tumulto, su ademán imperioso precipita los
hombres, se arroja, seguido de un numeroso grupo de
jinetes; pero las puertas resisten al furioso empuje de los
asaltadores. La temeraria empresa fué inútil; los caballos
se hacinan al pie de las murallas sobre las cuales pega la
impotente artillería. A Fernando del Toro lo recogen con
las piernas rotas por una bala de cañón. Sigue el fuego.
Bolívar escapa providencialmente a la muerte que no había
dejado en pie más que un puñado de sus compañeros.
Tuvo iNliranda que mandar tocar a retirada. Volvió a
Guacara, ocupando de nuevo sus posiciones, las reforzó con
nuevos efectivos y organizó, durante la semana que siguió,
pequeñas expediciones contra Ocumare v Cata, ocupán-
dolas casi sin resistencia. El 8 de agosto emprendió el
cerco de Valencia. Los independientes emplearon aún
cinco días en hacerse dueños de ella. Un cordón cuidado-
samente establecido alrededor déla ciudad había impedido
a los sitiados el abastecerse. Tuvieron que rendirse a dis-
creción, el 13 de agosto, no sin haber opuesto una resis-
tencia desesperada, a la acometida tle las tropas indepen-
dientes, que, después de un supremo combate, llegaron
por fin a lorzar las puertas del convento y del cuartel, en
donde los defensores de Valencia habían agotado sus
últimas municiones. La escuadrilla insurrecta que ocupaba
la laguna vecina, se sometió, al mismo tiempo. La campaña
había terminado, costando 800 hombres y 1 500 heridos al
ejército independiente.
Al menos, hubiera sido lógico que Miíanda, utilizando
l<»s 4000 s(ddados válidos que le (¡uedaban aún, comple-
23
354 KL PliECUllSOR
tara la padíicación. obtenida tan caramente, con la de las
provincias de Coro y íMaracaiho en donde la contra-revo-
lución seguía siendo preponderante. « Puesto que se había
resuelto emplear la ÍUQrza, era necesario emplearla hasta
el fin. )) El Precursor, a quien sus instrucciones prescribían
volver a Caracas hizo valer este argumento ante el ejecutivo
y solicitó continuar las operaciones. El gobierno se negó
a ello^ Envidiosos de un éxito del qiie el Precursor mismo
no se envanecía, sus enemigos lo obligaron, con sus
intrigas, a dejar su puesto. Tuvo que resignarse una vez
más; encargó a Bolívar, al que, por razón de su valeroso
comportamiento proponía oficialmente para el grado de
coronel, de llevar a Caracas la noticia del éxito de los
« ejércitos colombianos n y volvió para tomar parte en el
Congfreso el 22 de agosto.
Los diputados declararon, desde el día siguiente, cjue la
asamblea reasumiría, hasta nueva orden, las funciones del
poder ejecutivo, y que iba a consagrarse exclusivamente a
la discusión de la Constitución. Los debates se abrieron en
seguida, procurando a los patriotas, aun embriagados de
sus recientes valentías y exaltados por la idea de una
libertad que creían haber conquistado para siempre, la
ocasión de discursos y de retumbantes controversias.
Sin embargo, jamás las circunstancias se habían pres-
tado menos a aquel intermedio declamatorio que, en su
deseo de imitar las costumbres de las asambleas de la
Revolución francesa, los congresistas se complacían en
prolongar. Hasta llegaion a pi'ctender infligir a ^lirauda
el ti'atamiento de suspición (|ae usalian los convencionales
para con los generales de la República. Algunos dipu-
tad(>s, a ([uienes exaltaba la preocn|)ac¡ón de reencainar a
los R<d)cspierre v a los b\)ii<|ui('r- rinville. no temieron
jx'dir (|U(' fuera procesado Miiaiida. Invocaban el recuerdo
de Ciisline v recordaban (|ue su ejecución había parecido,
en otia época, necesaria para la salvación del pueblo y de
la República...
Por iorluna. esta siniestra comedia, aconsejada [)()r la
envidia y el odio, sólo a medias engañó al Congreso. Las
J. V. Zi£A, Historia de Colovihia. Londres, 1822,
l'lilMKliA liKPI lil.lCA DI-: VKNKZIELA 355
ovacioiK's del piihlict» admilido a la sesión cii «juc debía
discutirse la acusación, vengaron a Miíaiida. Pero este no
pudo contenerse de descargar altaueíos sarcasmos sobre
sus enemigos. Añadió que desdeñaba las olensas, que, no
obstante, deídaraba que hacían mal en desatender, por
|)ar<)dias ridiculas, los verdaderos intereses de la patria.
Kn electo, (d Congreso parecía descuidarlos de extraña
manera. Licenciaba las tropas, y. tales fueron entonces el
desaliento, la impotencia o el rencor de Miranda, que,
lejos de protestar contra aquella deplorable medida,
tomaba, al contraiio, la responsabilidad de ella, decre-
tando, en su calidad de general en jcíe, el desarme general
del cuerpo expedicionario.
Así pues, como él mismo lo había anunciado, y como
era de prever, el comisionado regio multiplicaba las intrigas
paia hacer durar la lesistencia. Asegurado Cortabarría de
la completa adhesión de las provincias occidentales,
preparaba en ellas, con toda comodidad, una importante
expedición y, por otra parte, estimulaba con ardor el celo
de los agentes realistas en Guayana.
Casi tanto trabajo les costaba a éstos el reclutar y
organizar voluntarios, como a los gobernadores republi-
canos de las provincias limítrofes de Barinas, Cumaná
y Barcelona. En uno y otro campo había que recuirir
a verdaderas cazas de hombres para llegar a reunir, a
costa de innumerables dificultades, algunos soldados indó-
ciles cuya mayor preocupación era escapar de los deberes
([ue de ellos se esperaba.
Al principio, los independientes (djtuvieron sobre este
punto mejores resultados que sus adversarios. A fines de
agosto habían llegado a concentrar efectivos en las prin-
.'ipales localidades de la orilla izquierda del Orinoco,
|)rincipalmente en Barrancas y Santácruz. Pero carecían
(le medios de transportes fluviales, en tanto que los Espa-
ñoles disj)onían. de una impoi'tante llotilla. Así pues, a
estos últimos jes lile j)OsibIe desembarcar -varias expedi-
ciones pe([ueñas <[ue batiei'on separadamente, durante el
mes de se|)t¡eml)re. las débiles guaní iciones («scalonadas a
lo largo del río. jj capitán que mandaba una de esas
expediciones, compuesta de 300 hombres. Don Francisco
35fi EL PRECURSOR
Queveclo. avanzó valieiiteincutc hasta Pao, inieiitias olio
partido realista destrozaba los defensores de Santaeruz, y
que otro penetraba en la provincia de Barinas. Diezmados
o rechazados en cada sitio, los independientes vieron
pronto caer en poder de los Españoles toda la cuenca
del Orinoco. Esto era una de las más graves amenazas
para Venezuela y para Nueva Granada, cuya capital misma
resultaba de este modo asequible a una invasión por el
Meta y el rio Negro, afluentes del Orinoco, navegables
hasta las regiones vecinas de Santa Fe. El canónigo Mada-
riaga que había vuelto a Caracas algunos meses antes,
había seguido precisamente este camino, y en el relato
que publicó de su viajen no dejó de indicar expresamente
el peligro.
La extraña confianza de los patrit)tas no pareció conmo-
verse por ello. El 2 de septiembre, Ustáritz, había pre-
sentado a sus colegas el proyecto de Constitución elabo-
rado por la comisión que él presidía, y, desde entonces,
los congresistas se entregaron con decidido entusiasmo a
las controversias y a los juegos oratorios que parecían
haberse convertido en primordial objeto de sus activi-
dades. Sin embargo, no había sólo dogmatismo y retórica
en aquellos discursos. Un sentimiento más elevado animaba
a los patriotas y sobre todo a los Proceres que voluntaria-
mente olvidaban en aquellos momentos los obstáculos
acumulados para impedir el éxito de su noble empresa.
Para ellos, la constitución era la coronación suprema del
edificio que querían ellos fuera admirable y perfecto, a
fin de que los pueblos tuviesen más valor para defenderlo
después. Importaba pues emplear materiales de primer
orden en la construcción de aquella ciudad ideal. ¿No era
necesario también que el espíritu de los grandes reforma-
dores del pasado acudiera a colaborar en la prestigiosa
obra? Al apasionado patriotismo de los obreros de la
Independencia se imponía el examen escrupuloso de los
precedentes históricos. Por otra parte, al invocar los
recuerdos, los episodios, los augustos nombres de la
1. Diario y Observacioues de 1). José Cortés de Madariaga en su
regreso de Santa Fe a Caracas por la vía de los ríos Negro, Meta y
Orinoco, etc. Caracas, octubre de 1811. D. III, 610.
PRIMERA RKPi;i¡I,ir.A DK VENR/UKLA .{57
Francia republicana, los Proceres entendían, al mismo
tiempo, tril)utar homenaje solemne a principios que les
habían servido de sostén, de ((uía. conduciéndolos al puerto
de salvación.
Por eso, las doctrinas de la Revolución írancesa lueion
entonces proclamadas con una devoción que rayaba en
lanatismo. Hubo en aquel Congreso, como en las asam-
Ideas similares ocupadas entonces en la elaboración de
las primeras carias de las nacionalidades apenas nacidas,
como un reflorecimiento maravilloso del pensamiento
trances. Montesquieu. Voltaire, Rousseau y sus discí-
pulos, en ninouna parte fueron jamás tan citados, comen-
tados V llevados al pináculo, comí» en aquella tierra de
América, en donde se podía vei- revivir, en una esplendo-
losa pléyade de simpáticos visionarios, los apóstoles d(í
1785J. La fascinación embaroó al pueblo mismo. Entonó el
himno de alegría y de agradecimiento con cuyos acentos
se fortalecía la virtud de los Proceres, en vísperas de
seguras catástrofes. Por fin fué promulgada la Constitu-
ción el 21 de diciembre de 1811, y, aquel día, los dipu-
tados fueron llevados hasta sus casas, en medio de un
cortejo numerosísimo de ciudadanos llenos de gozo cuyas
aclamaciones se confundían con las salvas y el repique de
las campanas.
La primera Constitución de Venezuela^ que, por la
solemnidad, la claridad, la lógica y la perfección de su
texto, merece ser citada como modelo de este género,
erigía las siete provincias de la antigua capitanía general
en otros tantos cuerpos políticos soberanos, ligados por
i'ccíprocas garantías, y cuyo conjunto formaba una repú-
blica federativa. El poder legislativo, el derecho de paz o
d(? guerra eran confiados a una cámara de representantes
y a un senado que debían reunirse todos los años, el 15
de enero, en la ciudad que fuera escogida como capital de
la confederación. « Esta nunca podrá ser capital de nin-
guna provincia. » Tres ministros responsables designados
poi' los colegios electorales, ejercen, en tiempo oportuno,
el poder ejecutivo v tienen a su cargo los nonibiamicntos
I. D. ni, 031.
358 EL PRECURSOR
para los empleos ele la administración v para el ejército.
El poder judicial está depositado en una corte suprema,
en tribunales de segunda y de primera instancia. Los Dere-
chos del Hombre, la igualdad para' todos v la religión
católica forman las bases morales de este acto de unión'.
Terminaba por esta apostrofe característica : « Pueblo
soberano, oye la voz de tus mandatarios : el proyecto del
contrato social que ellos te ofrecen fué sugerido solo por el
deseo de tu felicidad : tú solo debes sancionarlo- : coló-
cate antes entre lo pasado v lo futuro : consulta tu interés
y tu gloria y la patria quedará salvada. »
Tal era en sus líneas principales aquel código de
228 artículos en que los ensueños del Contrat Social \ las
lecciones del Esprit des lois se mezclaban a las doctrinas
de los Estados-Unidos de la América del Norte, que
acababa por consagrar, de la noche a la mañana, la
garantía de todas las libertades en favor de una población
incapaz de asimilárselas, sin aprendizaje, y mucho menos
capaz de ponerlas en práctica.
Cierto que el federalismo, como aglomeración de pode-
res independientes pero ai-moniosamente escalonados, que
colaboran al cumplimiento de unánimes aspiraciones,
debe ser considerado como la más alta expresión, la sín-
tesis perfecta y el fin de toda evolución política Y es
también privilegio admirable de la América del Sur el que
todo se halle en ella clasificado y agrupado separada-
mente por la naturaleza, al mismo tiempo c[ue en correla-
ción de reciprocidad y de armonía. La naturaleza es fede-
ralista en el Nuevo Mundo más que en ninguna otra
región del globo : la confederación (separación y unión
al mismo tiempo), se halla en los Andes y las pampas, en
los ríos y las altas mesetas, en las zonas climatéricas,
en la composición y en la distribución de las razas v de
las castas, en los elementos de toda producción, en todo
1. V. Gil Fortoul, on. cit.. 1. I, Corisiitiiciün Federal de 18J1,
pp. 157-171.
2. Cf. Roussf.au : « Los dipulados del pueblo no son, pues, ni
pueden ser sus representantes: no son mas que sus comisionados: no
pueden tomar ningún acuerdo definitivo. Toda ley que el pueblo en
persona no lia ratificado, es nula: no es una ley ». Coatrat Social^
liv. III, ch. XV.
PRIMERA REPÍRLTCA \^V. VENEZUELA 359
lo ([lie puede servir de })ase a la constitución y a la dura-
ción de una sociedad ^
Pero, apenas, proclamada la independencia, el cuerpo
social se hallaba más alejado <[ue otro cualquiera de aquel
armonioso conjunto; la sociedad americana, en pleno
trabajo de evolución social y aun etnológico, presentaba
todavía todos los caracteres de incoherencia y variedad
inherentes a los comienzos de las transformaciones polí-
ticas; poderes contiguos, divididos y rivales de las razas,
de las subdivisiones de razas, de las clases, de las corpo-
raciones, de las familias^.
Por otra parte, ya hemos visto cómo el prestigio indi-
vidual bastaba casi siempre para provocar sediciones,
cuan lácilmente se propagaban éstas, y hemos observado
el partido que los promotores de desórdenes continuaban
sacando de la recíproca y coexistente hostilidad de los
varios grupos sociales. Hasta las más avanzadas entre las
entidades coloniales, carecían de los elementos indispen-
sables para el establecimiento, siquiera superficial, del
nuevo régimen. Fuera de las capitales o de las grandes
ciudades, los hombres capaces de desempeñar funciones
públicas constituían una ínfima minoría. Las provincias no
tenían presupuesto propio v las modificaciones que se
trataba de introducir, apenas esbozadas por cierto, dista-
ban tanto de una aplicación posible como de un funciona-
miento regular.
Estas defectibilidades aperecían sobre todo en Venezuela.
Los habitantes, a quienes la Constitutión acababa de con-
ferir el ambicioso título de ciudadanos, diseminados en
número de 700000, próximamente, en un territorio que
podía contener cómodamente el décuplo de esta población,
iban a encontrarse más divididos aún. aislados política-
mente, inaptos, por su falta de instrucción cívica y de sus
recursos materiales, para subvenir a la creación y a la
conservación de gobiernos autónomos.
Cualesquiera que fuesen las ilusiones de los patriotas
acerca de esto, no haJjía correlación alguna entre las con-
1. Cf. Sampir, op. cil.. p. 171.
2. Cf. Tardt, Les Transforma I ¿o iis dii powi'oir, 1 vol. Pai'is 1899,
ch. X.
•{60 EL PliECURSOl!
dieiones sociales, morales v políticas de las colonias espa-
ñolas de la América del Sur y las de las posesiones inglesas
de la América del Norte. Inferir, como ellos pretendían
« el porvenir de unas del pasado de otras' », era un error
peligroso. La revolución de la América del Norte había en
realidad consagrado una situación de hecho. « La libertad
se había aclimatado allí antes que la independencia-. » Los
tolerantes y hábiles principios de la colonización inglesa,
la homogeneidad de la población, sus orígenes y sus
instintos elevados, la frecuencia de las comunicaciones
con la metrópoli, el reparto igualitario de la instrucción y
de las fortunas, la bondad del clima, las ventajas de un
territorio fertilizado y provisto de grandes ríos navegables,
de excelentes vías de comunicación, los progresos, cre-
cientes, de la industria y del comercio, todo invitaba a los
Americanos del Norte a sentar de una vez las bases defini-
tivas de una gran nación.
En cambio, en las Colonias españolas, había que acabar
primeramente la toma de las formidables bastillas en que
las pasiones, los prejuicios, la ignorancia de una pobla-
ción heleróclita defendían obstinadamente un arsenal de.
instituciones medioevales, a Extremados contiastes en la
distribución de la propiedad, dividían la sociedad toda;
un despotismo semioriental mantenía a las clases eleva-
das sujetas a las instituciones mon;ír([uicas poi' todos los
lazos de la fuerza, de la vanidad, del eooísmo. Estos
mismos lazos encadenaban lo mismo a los gentileshombres
seculares, a quienes los más orgullosos criollos tenían
costumbre de besar los pies, que a la nobleza clerical,
ante la cual los gentileshombres, a su vez, se arrastraban
en el polvo ; del mismo modo que la gran masa de los
Españoles y de sus partidarios que, estrechamente unidos
y por mil distintos lazos, a la sociedad americana,
minaban la causa nacional y patriótica hasta cuando
eran perseguidos y culpables'. » Separados del mundo,
« encerrados entre inmensas cordilleras á solas con la
ignorancia y la superstición ¿cómo, esci-ibía más tarde un
1. V. Gf.kvinus, op. rií., 1. VI, p. 1!>8.
2. Jd.
3. Gkkvií\us, op. rit., t. VI, p. 140.
PIUMEHA ÜRPIBLICA I)F, VENRZUF.I.A :{6I
hombre ele h'^slado sudamericano', podíamos pasar, de la
noche á la mañana, de la abyección a la libertad, y com-
prender, en un inslante, nuestros intereses, y adivinar en
otro la ciencia diiicil del gobierno? )>
Miranda fué el primero en darse cuenta de estas dife-
rencias esenciales, y, también, en tener conciencia de
las obligaciones y de la táctica que, desde aquel momento,
se imponían a los Proceres. Sin importarle el incurrir
una vez más en la animadversión de sus compatriotas,
denunció el peligro a que. la aplicación de las teorías de
que él había sido, hasta entonces, partidario notorio y
convencido, iba a exponer a Sndamérica : « La organiza-
ción federalista, declaró él en la tribuna del Congreso, no
presenta ninguna de las garantías de claridad y de sencillez
necesarias para una institución duradera en estos países.
No tiene suficientemente en cuenta las costumbres y los
usos que los hábitos seculares de sumisión han introducido
y, por decirlo así, arraigado en ellos. Lejos de agrupar a
los Americanos en un cuerpo social homogéneo, no servirá
sino para dividirlos más aún para desgracia de la salvación
común y para mayor daño de la Independencia misma. ))
De tales consideraciones resultaba fatalmente una dolo-
rosa comprobación : la proclamación de la Independencia
había sido prematura. Esta verdad, que no iba ya a dejar
de atormentar secretamente a los libertadores, llevaba en
sí. como consecuencia, la necesidad de una centralización
firme, de un gobierno netamente unitario. En el espíritu
de Miranda, como por cierto no iba a dejar de producirse
en el de los jefes sucesivos de la Revolución-, esta convic-
ción llegó a sei' un dogma. En suma, este fué el origen
del gran partido centralista que subsistió hasta nuestros
días, al cual vinieron, con el tiempo, a reunirse los ele-
mentos conservadores y que pareció así renegar de los
piinelpios mismos que habían regido su formación.
Los Proceres, al instituirse en defensores del unita-
rismo, no desconocían la excelencia y la legitimidad de
las doclriiias federales, ni el porvenir particularmente
1. Carlos Holguí.n, Estudios históricos, Bogotá, 1878.
12. Ustáritz y Peñalver. autores de la Constitución federal de 1811,
dos años más tarde, se vuelven partidarios del centralismo.
362 EL PRECURSOR
próspero que le prometían las posibilidades esenciales del
Nuevo Mundo. Reconocían solamente que lo que ellos
habían creído realizable, en un comienzo, no podría serlo
sino después de un período intermedio ; por instinto, se
atenían aquí a los preceptos históricos erigidos desde
entonces en ley general por la sociología, y según los
cuales : « los poderes al pronto divididos v hostiles se han
centralizado para dividirse de nuevo, pero de acuerdo
entre ellos ^ )>. Aunque el antagonismo entre federalistas y
centralistas había de servir, en adelante y con demasiada
frecuencia, de pretexto para las ambiciones personales,
para las rivalidades de provincia contra provincia o de
ciudad contra ciudad, no es menos cierto que hay que
atribuir, sobre todo en los comienzos de la Emancipación,
al muy sensato y consciente alan del bien público, las
repetidas tentativas de dictaduras, los provectos monár-
quicos et'ectuados v muchas veces pi'econizados por los
campeones de la Independencia.
Mientras tanto, Bolívar se había aproximado a Miranda,
de cuyas ideas sobre este punto fué partidario desde el
primer momento-. Juntos colaboraron en una ardiente
campaña de prensa y combatieron con todas sus fuerzas
las tendencias que iban arraigándose en torno de ellos :
comprendían pues la importancia de la decisión C[ue iba a
intervenir y preveían sus funestos resultados. Pero, inde-
pendientemente del ejemplo de los Estados Unidos y de la
atracción de las doctrinas de la filosofía francesa, el con-
cepto eminentemente particularista que los criollos tenían
de la patria los encaminaba en principio hacia las teorías
del federalismo.
Estas, por otra parte, prevalecieron y se generalizaron
con tanta rapidez, que los esfuerzos de Miranda y de
Bolívar fueron inútiles. El Congreso hizo imprimir y
distribuir un enorme número de ejemplares del texto de
la Constitución. Comenzó la discusión de una ley electoral,
declaró abolida la tortura y suprimida la Inquisición. En
fin, como prenda de la magnanimidad de sus senti-
mientos, los diputados eligieron Valencia como capital
1. Tarde, op. cit., p. 200.
'2. V. O'Leary, Memorias, t. I, p. 36.
l'lil.MKHA ItKPl'BLICA l)E VRNKZIELA W.i
ícdt'ral y clecret.ii'on que la asamblea al)i'iiía allí la
próxima sesión el P de marzo siguiente. Los agitadores,
hechos prisioneros cuando el sitio de la ciudad rebelde,
beneficiaron de aquellas generosas disposiciones. El
tribunal de vigilancia los absolvió pura v simplemente de la
acusación.
Sin embargo, el comisionado regio y sus agentes volvían
a tomar la ofensiva y la guerra empezaba de nuevo por todas
partes. Cada día se reforzaban en la Guayana los partidos
españoles. Durante las últimas semanas de diciembre
de 1811, se habían apoderado de las plazas de Guayana
Vieja y de Angostui-a del Orinoco, habían aumentado su
flotilla con varias unidades y sublevado toda la región
contra los independientes. El gobierno de Caracas tuvo
cjue organizar con urgencia un cuerpo expedicionario de
1 500 hombres cuyo mando fué confiado al coronel González
Moreno. Por su parte, los gobernadores de Cumaná y de
Barcelona equipaban tropas y las dirigían hacia la Guayana.
Tenían éstas por jefes a los coroneles Manuel Villapol
y Félix Sola, oficiales distinguidos del ejército español,
pasados al servicio de los republicanos. Los patriotas de la
isla Margarita armaron también algunas lanchas caño-
neras que, hacia fines de febrero de 1812, subieron el
Orinoco, obtuvieron una seria victoria sobre la flotilla espa-
ñola, a la que capturaron dos baicos, y se reunieron en
Barrancas con las tres divisiones independientes que allí
se hallaban. El 7 de marzo estaban los republicanos
delante de Angostura; les hubiera sido relativamente
fácil echar de allí a los realistas, pero perdieron tiempo
precioso en conciliábulos con los oficiales españoles, a
quienes querían hacer aceptar una capitulación, y torpe-
mente se separaron de su escuadrilla enviándola a vigilar
los movimientos de la flotilla enemiga. Las quince o
dieciséis goletas de que ésta se componía, sorprendieron,
el 25 de marzo, la escuadrilla independiente en la bahía de
Sorondo, a cierta distancia de Guayana Vieja. Hubo un
primer encuentro : los republicanos, a consecuencia de
varias falsas maniobras, se vieron rodeados por los realis-
tas que les tomaron tres chalupas al abordaje, después de
un mortifero combate.
■•?64 El. IMtKCURSOn
Al día siguiente la lucha continuó. La escuadrilla repu-
blicana, muy mutilada por el combate precedente, opuso,
sin embargo, la mayor resistencia al hábil y fogoso ataque
de los realistas. Estos eran ayudados por una batería que,
desde la orilla cañoneaba vivamente a sus adversarios. La
derrota de los independientes fué completa; sus navios,
todos, destruidos o capturados, cerca de 400 hombres fuera
de combate, y el resto en huida. Mientras tanto, González
Moreno, Yillapol y Sola habían pasado el río para intentar
un ataque de flanco sobre Angostura. Pero al saber el
desastre de Sorondo, Moreno y Sola se consideraron per-
didos y no pensaron más que en retirarse. Algunos días
después, acabaron por abandonar a sus soldados que, se
rindieron miserablemente a la caballería española enviada
en su persecución. Sólo Yillapol manifestó una intrepidez
de la que no daban ejemplo sus colegas : volvió a pasar el
Orinoco, río abajo de Angostura, a la cabeza de su divi-
sión a la que condujo sana y salva hasta la ciudad de
Maturín.
En las provincias occidentales, el éxito de la reacción
realista se había señalado, desde principios de año. bajo
auspicios más desgraciados aún para la causa republicana.
Ceballos, Mivares habían recibido de Puerto Rico algunos
nuevos refuerzos y se ocupaban con gran actividad en
reorganizar la milicia de Coro de manera a hacer de ella
una tropa capaz de cooperar útilmente con la tropa de
línea, en una expedición proyectada contra la provincia de
Caracas. Sin embargo. Ceballos carecía de armas y de
municiones. La adhesión espontánea de los habitantes de
la región india de Siquisique, en la provincia de Valencia,
que el cura André.s Torrellas fué, a primeros de febrero,
a prometer al gobernador de (]oro, hizo concebir a este
último próximas esperanzas de éxito. En el momento
mismo en que los miembros del Congreso se reunían
solemnemente en Valencia, el 10 de marzo, un cuerpo
expedicionario de unos 500 hombres, de los cuales una
compañía de infantería de marina, un escuadrón de dra-
gones de la Reina y una compañía de fusileros españoles
de la guarnición de Maracaibo formaban los cuadros,
partía de (^.oro con direi-ción a la ciudad federal.
l'IU-MEltA lilil'l lU.ICA IH: VENEZUELA .!65
VA (apilan (le IragaUi Doininní» de Montev'erdc ', oiioi-
nario de las islas Gaiíai'ias. (|ue poeo antes se había dis-
tin<^iiid<) eu la deíensa del Ferrol y a ([uien el antio-uo j)ro-
leelor de Miranda, el brigadier Juan Manuel de Cajigal,
acababa de enviar a Coro, tomó el mando de la expedición.
En menos de una semana la expedición llegó a Siqui-
sique; y mientras los congresistas de Valencia discutían
con copia de citas filosóficas sobre el punto de saber si
era legítimo v conforme a los preceptos del derecho de
gentes, el enviar los soldados de la provincia o las tropas
federales contra Monteverde, éste sublevaba todo el país
en torno de Siquisique, se apoderaba, el 23 de marzo, de
Carora, cuya población iué pasada a cuchillo, y, contando
ya con un efectivo casi diez veces mayor, se ponía atre-
vidamente en marcha hacia Barquisimeto.
Los independientes habían acantonado en este último
punto una división superior, como calidad y como número,
a las tropas de Monteverde, v que se aprestaba a rechazar
victoriosamente la invasión. Cuando una formidable
catástrofe vino, inopinadamente a arruinar la ya débil
esperanza de la república venezolana.
IV
El jueves santo, 26 de marzo de 1812. a las cuatro
de una tarde serena, un ruido espantoso retumbó de
repente. La tierra, sacudida por conmociones sucesivas,
tembló, se levantó, se abrió tragándose la cuarta parte de
las casas y de los habitantes. En algunos minutos aquella
capital, momentos antes risueña y descuidada, ofrecía
indescriptible espectáculo a las despavoridas miradas de
los supervivientes. El hundimiento de los edificios había
sepultado a más de diez mil personas. Otras seis mil
habían desaparecido en las grietas del suelo momentánea-
mente abiertas v en seguida cerradas. Gemidos, sollozos
ahogados se oían por las encrucijatlas inesperadas que, por
alalinos sitios, se lormaban al abrirse los edificios.
o
1. Gobernador y rapitan general de Venezuela de 1812 a 1814.
366 KL l'liECLliSOI!
(>iil)icii()s de sangre y ele polvo, los clesgiaeiaclos salvados
de la catástrole tr(>pezaban, en sus desatentadas carreras,
con murallas de enmarañados restos que cerraban las
calles desbaratadas, las plazas llenas de cadáveres co-
rromj)idos, por las cuales era imposible el paso.
El tiesastre se extendía a la piovineia de Caracas, a las
de Barinas y de Maracaibo hasta los confines de Nueva
Granada. Salvo Valencia, Maracaibo y Coro, ninguna
ciudad se sustrajo a la catástrofe. Las poblaciones disemi-
nadas a lo largo de la costa, desde Paria a Cartagena,
fueron destruidas, en su mayoría, y, por extraordinaria
coincidencia, parecía como que el azote, al salvar de todo
daño a las ciudades, a las provincias que permanecían fieles
a España, y, fenómeno más increíble aún, a Monteverde
y a sus tropas que, sin embargo, se hallaban en la región
devastada, había escogido en cada lugar sus víctimas entre
los defensores de la causa independiente. La guarnición
de Caracas pereció casi toda, la de La Guayra fué también
cruelmente diezmada. En este puerto, el más floreciente
de Venezuela, sólo las murallas y una única casa, la de la
antigua Compañía de Guipúzcoa, (juedaron indemnes. Del
ameno pueblecito vecino Maiquctía no quedó piedra sobre
piedra. Seiscientos milicianos que los patriotas enviaban
para reforzar las tropas acantonadas en San Felipe, llega-
ron a esta ciudad en el momento de la catástrofe y fueron
destruidos hasta el último con toda la división a la que
venían a ayudar. Los 1 200 defensores de Barquisimeto.
el cuerpo que se disponía a -entrar en campaña en jMérida.
los parques militares, los almacenes de abastecimiento,
desaparecieron a su vez en aquel cúmulo de desolaciones y
de ruinas.
Pero, de totlas las i-iudades de la conlederacióii venezo-
lana. Caracas había sido la más hei-ida. El clero, aunque
los edificios del culto también habían sido en gran parte
destruidos, no dejó de hacer notar que la catástrole
era como un castigo del cielo contia la obra de los patrio-
tas. Penetrados de una especie de arrebato místico, o más
bien, tal vez. deseosos de aprovecharse de las circunstan-
cias para r('cu|)erar en vi aiiinu» de los pucldos el piesligio
de (|U(! había pretendido despojarles el nuevo régimen, se
l'lil.MKIi.V ItKI'l líl.lCA DE VENEZUELA 867
vi('> ciiloiices a los Irailes cxlioitai' a los liahilaiites ate-
rrorizados a que renunciaran a la indej)en(lei}o¡a.
Hubo jjredicacioncs al aire libre, y la ciudad, en aquel
momento, según relato de los contemjsoráneos, presentó
sinoularísimo aspecto. Durante el día, la mucliedumbre,
espaulada, llorando se precipitaba ante el atrio de las
iglesias en donde Laniota. prior de los Dominicos, el Padre
Ortigosa, V otros, subidos sobre tablados improvisados
pronunciaban sermones íúnebres y trágicos. ¿No había
sido también en jueves santo, cuando, dos años antes, la
impía Caracas había enarbolado el estandarte de la rebe-
lión? La cólera celeste vengaba la olensa. Era un crimen
la revolución, los revolucionarios eran sacrilegos. Dios
mismo ordenaba, por boca de sus ministros, el arrepenti-
miento y la sumisión '.
Llegada la noche, los mismos discursos se repetían a la
humeante claridad de los cirios propiciatorios ante los
altares erigidos a lo largo de las calles en donde, bajo los
escombros, se corrompían los cadáveres. Los fieles se
golpeaban el pecho, pidiendo, a gritos, misericordia al
Señor, misericordia a Don F'ernando. Algunos confesaban
públicamente sus pecados. Los frailes evocaban a Sodoma
y a Gomorra. Y la comparación, al menos en lo concer-
niente a las costumbres disolutas del bajo pueblo, no
carecía de oportunidad. La población, en su conjunto,
manifestó edificantes remordimientos. Cierto que hubo
<[ue deplorar algunos serios desmanes favorecidos por la
consternación general, pero « los que habían vivido en
ilícitos amores se unieron, dice el memorialista O'Leary -.
con los lazos santos é indisolubles del matrimonio ».
Añade, sin embargo, este autor que « p<n' mucho que con
esto ganase la moral pública, la causa de la Independencia
perdía lerrenc» día j>or dia\ »
Vemos entonces a i^olívar. con maífuífica audacia.
o
invulnerable, y cuya grande alma se cernía por encima de
la desesperación de todos. Se ha hundido el piso princ¡[)al
de su casa, y las puei'tas. arrancadas, podiián dejar paso
1. V. Lalliímknt, Histoire de la Colonibie, Paiis, I.S2G. p|). ítO-'.H.
2. OLeary, Memorias, op. cit., 1. I, caja. II, p. 51.
3. Ihid.
368 EL PRECUUSOK
a los ladrones. Poco le importa. Mace que le sigan algunos
amigos, se lleva a sus esclavos, translormándolos en
camilleros, recorre la ciudad, reconíorta a los heridos,
hace enterrar a los muertos, insensible al hostil murmullo
con que es acogido, luchando, victoriosamente a veces,
contra la coalición exasperada del fanatismo, de la igno-
rancia y del miedo.
Le vemos atravesar la Plaza Mayor. Entre los escombros
apenas apartados, todo un pueblo, aturdido, retemblando
bajo las frenéticas exhortaciones de un traile dominico
que les predica : « ¡ De rodillas, desgraciados! Ha llegado
la hora de que os arrepintáis. El brazo de la justicia divina
pesa sobre vuestras cabezas porque habéis insultado a la
majestad del Altísimo, al poder del más virtuoso de los
monarcas, vuestro señor Don Fernando VII... )> Sale
Bolívar del grupo de amigos que le acompañan, sube al
tablado, arroja de él al fraile y, terrible, con la espada
alzada, manteniendo a distancia a la multitud, envolvién-
dola toda en un grito de ira épica exclama : « ¡ La natura-
leza conspira con el despotismo. Pretende atajarnos el
paso. Pues bien, lucharemos contra ella y la haremos que
nos obedezca ' ! »
Si bien Bolívar conseguía de este modo reanimar, niuy
pasajeramente, por cierto, la vacilante llama del patrio-
tismo en Caracas, sus focos se iban apagando, unos tras
otros en las provincias. En todas partes, los habitantes, y
los criollos mismos se inclinaban a la sumisión. Conven-
cidos los realistas de estar protegidos por la providencia,
hallaban en esta creencia un nuevo valor para la realiza-
ción total, ya más fácil, de su empresa. La « naturaleza »
les servía más de lo que ellos hubieran podido esperar :
hasta ella misma procuraba armas a Monteverde quien, de
las ruinas de Barquisimeto, sacaba cañones, fusiles, balas
y cartuchos en excelente estado. Los soldados republi-
canos, desertando en masa, vinieron a aumentar aún los
efectivos de sus enemigos. A pesar de la energía con que
el coronel español, Diego Jalón, al servicio de la Indepen-
1. Según, J. Día/,, Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas, etc.,
op. cit., p. 39.
PRIMERA REPÚBLICA DE VENEZUELA 369
ciencia, defendió a San Carlos, la traición de un oficial
entregó esta ciudad a Monteverde, el cual la ocupó el 25 de
aln'ü. Ocho días después entiaha en Valencia saludado
como libertador por la población.
Despavoridos, los congresistas habían evacuadí» la
capital federal desde hacía un mes; el gobierno se había
trasludad() a (Caracas, en donde se dio cuenta de los pro-
gresos realizados por la icación. l']l arzobispo Coll v Prat,
con cuva colaboración habían siempre creído poder (Contar
los patriotas, publicó una pastoral condenando la causa
sudamericana; el clero redobló de celo para combatirla;
los odios, las divisiones vinieron a aumentar las desgra-
cias de la i'epública. Las cajas del tesoro estaban vacías.
\ín ollas había unt>s tres millones de pesos de reserva en
el momento de la salida de los Españoles. Los inconsi-
derados gastos ([ue se había hecho para realzar el pies-
ligio del régimen, habían consumido la mitad de aquella
reserva, y la guerra se llevó el resto. Para hacer frente al
déficit, el gobierno comenzó por establecer nuevos
impuestos; emitió luego un millón -de pesos en asignados
de curso forzoso. Desacreditado, aquel papel moneda
paralizaba el comercio, en vez de favorecerlo como se
había creído. El abandono de la agricultura, la pérdida
de las cosechas, y por último el temblor de tierra acabaron
de arruinar al país.
En presencia del extremado peligro a que se encontraban
expuestos los destinos nacionales, el ejecutivo, siguiendo
el ejemplo de la República Romana, decidió investir de la
autoridad suprema a un dictador. El marqués del Toro,
designado primeramente, tuvo el buen gusto de declinar
este honor. Miranda juzgó oportuno aceptarlo. El 26 de
abril se le confirió el título de « dictador y generalísimo
de los ejércitos de ti^srra y mar de Venezuela ». Pro-
metió, como se lo pedían los ciudadanos miembros del
poder ejecutivo. Fernando del Toro y Francisco Javier
Ustáritz, al entregar sus poderes en manos de Miranda,
« tomar todas las medidas que juzgara necesarias pai-a la
salvación común ».
En Valencia recibió Miranda la noticia de su nombra-
miento; su mandato de diputado le había llamado a la
24
;?70 EL PRECURSOR
ciudad federal a principios de marzo; habíase quedado
allí después de la disolución del Congreso con el fin de
organizar la defensa de la plaza amenazada de próximo
ataque por parte de IMonteverde. Sin embargo, los prin-
cipales recursos, en dinero y en hombres, con que hubiera
podido contar el generalísimo, estaban en Caracas. El
coronel Pablo Avala, que había substituido a Fernando
del Toro en las funciones de inspector general del ejército,
consiguió, merced a la preciosa colaboración de Bolívar,
concentrar de cuatio a cinco mil reclutas en la capilal ; v,
también voluntarios extranjeros : franceses e ingleses, en
su mavoría recién llegados a ésta. Miranda confió el mando
de Valencia al mejor de sus oficiales, al coronel Ustáritz,
y partió precipitadamente. El 21) de abril, estaba en
Caracas.
Su primera providencia fué preparai- una ley marcial
convocando a las armas a todos los Venezolanos sin distin-
ción de casta o de color. Un millar de hombres iban a res-
ponder a este llamamiento que el dictador no pudo, por
cierto, hacer público hasta el 20 de mayo siguiente. Era
éste un glorioso esfuerzo, pues aquellos ciudadanos perte-
necían todos a la región caraqueña y no se podía exigir
más a pueblos tan terriblemente azotados. Desde la pro-
clamación de la. Independencia, la circunscripción de
Caracas soportaba, exclusivamente, puede decirse, el peso
de la guerra. Las provincias de Barcelona, Cunianá y la isla
de la Magarita habían limitado su concurso al envío de
algunos destacamentos a Guayana, mientras que, en el
oeste. Trujillo v Mérida ponían en pie a un corto número de
reclutas apenas equipados. El mayor contingente de las
tropas federales, la artillería, las armas y las municiones
habían sido suministrados por la provincia metropolitana.
Aunque relativamente numeroso, el ejército que acababa
ésta de dar a Miranda, dejaba, sin embaigo. mucho ([ue
desear desde el punto de vista del vigor, de la instruc-
ción y de la disciplina. El reclutamiento a que, primera-
mente, había procedido el coronel Ayala, se había efec-
tuado en las condiciones menos favorables para una sana
reconstitución de los cuadros. La mayor parte de los
nuevos delensoics de la libertad, ariancados por fuerza a
PRIMERA HEPl BLICA DE VENEZUELA 871
SUS ocupaciones agrícolas, habían sido conducidos a
Caracas, con esposas en las manos. En general algunos
días de cuartel, y, sobre todo, de servicio en campaña, bas-
taban para transformar aquellos soldados involuntarios
en combatientes aceptables. Pero era más fácil exaltar en
ellos el entusiasmo ([ue la obediencia, ^lal vestidos, mal
alimentados, y peor pagados, estaban s¡(>mpre dispuestos
a desertar bajo el inenoi- pretexto.
No obstante, el espíritu de aquellas tropas, piometía
excelentes esperanzas, por poco que la casualidad o la
habilidad de sus jefes supiera retenerlos cierto tiempo
bajo las armas. Se asimilaban pronto las más ele-
vadas viitudes militares ; valientes por naturaleza, podían
adquirir, y por fin adquirieron, por el solo efecto de la
duración de la guerra y de las necesidades de ésta, la
tenacidad, la resistencia, y. también, el patriotismo.
Lo mismo hay que decir del cuerpo de los oficiales.
Nacidos en buena cuna, procedentes de carreras liberales,
antiguos cadetes o graduados en las milicias, su cualidad
común era la atrevida jovialidad de la juventud y el valor.
Excepto Mariano Montilla, que tenía entonces veintiocho
años, y Manuel Cortés Campomanes \ que no tenía mucho
más de treinta, quienes, uno y otro, habían hecho su
aprendizaje de guerreros en los campos de batalla de
Europa, ninguno de los oficiales criollos poseía conoci-
mientos técnicos. Sin embargo, entre los que. meses
antes, habían tomado parte en la campaña, José Félix
Rivas, Juan Escalona, Domingo Meza, se señalaban ya por
su serenidad, su habilidad, su maestría estratésfica, de
las que habían de dar más tarde épico testimonio. Como
ellos, el caballeresco joven alférez Antonio José de Sucre,
nacido en Cumaná. en 1793, de una antigua familia de
1. Campo.manes (Manuel André-Cortés), nacido en España hacia 1770
Oficial ¿el ejército real, formaba parte de las tropas españolas puestas
al mando de Bernadotte en 1807: distinguióse en el sitio de Stralsund.
Llegado a A'enezuela, en 1810, Campomanes se alistó en el ejército
republicano. En 181.'J se reunió con Nariño en A'ueva Granada y fué
su primer ayudante en la campaña del Sur. Estuvo en el sitio de Car-
tagena, en 1815. después se refugió en Jamaica de donde volvió,
con Bolívar, para combatir en Venezuela. Tomó parte en los com-
bates de Quebrada Honda, Alacrán. San Félix, etc.
:}72 EL ITiECUllSOli
origen flamenco, y a ({uien veremos alcanzar los más puros
y altos destinos, se preparaba a ello en la escuela de la
guerra.
Por desgracia, aquellos dones universales, aquellas pro-
mesas eran estropeados por una vocación harto general a
la indisciplina, que. agravándose con las envidias de casta,
siempre dispuestas a despertarse, dificultaban en sumo
grado el cometido del comandante en jete. Los blancos no
conseguían hacerse obedecer de la gente de color o de
los mestizos, y si, píu' casualidad, alguno de éstos llegaba
a igualarse en grado a los oficiales criollos, en seguida
sobrevenían livalidades. Entonces, así en el estado mayor
como cu las filas, del ejercito republicano, era muy fre-
cuente la deserción, y hasta la traición, fomentadas d§
continuo por los agentes realistas.
En aquel ejército figuraban también varios oficieiales
españoles. Las más veces, habían servido en él de instruc-
tores, v sólo ellos poseían, por lo menos en los comienzos,
algunas nociones precisas de la ciencia de las armas. Casi
todos se habían distinguido en las recientes campañas y
el comportamiento de Villapol. de los Jalón era citado
como modelo de lealtad y de heroísmo. No obstante, su
ejemplo corría peligro de no tener muchos imitadores
entre los jetes españoles de nacimiento, envidiados por sus
colegas, a cjuienes eran sospechosos no contando sino
imperfectamente con la confianza de la tropa, y a quienes
acechaban las tan constantes como insidiosas solicitaciones
de sus antiguos hermanos de armas.
Completaba el conjunto del ejército republicano, un
pecjueño grupo de voluntarios y oficiales, emigrados de
Europa, de las Antillas y de los Estados Unidos. Las
guerras de la Independencia i'csei'vaban a algunos de
aquellos soldados de fortuna la parte de gloria v de fama
que habían ido a buscar en América. Por ejemplo, el
escocés Mac Gregor', cabecilla excelente, sediento de una
t. Mac Crkgor (Sir Gregor). So fué a Cai-acas en 1811 y tomó
brillaiitenieule pai'te en las dil'ereutes campañas de Venezuela y de
Nueva Granada, l^legó a genei'al de tlivisión. Luego se le ve compro-
metido en varias e^.^.presas de íílibuslería. En 1817 se apoderó de la
isla Amelia en la costa de Florida y en 18H* hizo una expedición a
l'lilMERA KBPUIILICA DE VENEZUELA 37:1
anil)ic¡ón cuyos peligrosos extravíos no supo tal vez
evilai'. pero sobrado de ardor guerrero v de valentía*
imponiéndose a la admiración de sus com|)aMeros de
armas, adorado de sus sokhulos.
Al mismo tiempo que los IVanceses du (]avla. Schom-
hourg V Raphael (^hatiilon '. llegados como él a Garacuis a
unes (-le 1811. Mac Gregoi' había sido encargado de orga-
nizar y de instruii' la caballería venezolana. Los cuatro
oficiales ('umplieron admirablemente su cometido, y
Miranda los tomó en su estado mayor. El capitán Kmnia-
nuel de Serviez era, en dicho estado mayor, el oficial más
estimado j)or el generalísimo. De una excelente familia
del mediodía de Francia, descendiente del célebre mariscal
([(> Thémines. hijo y nieto de soldados, Serviez, después
de haber tomado parte en todas las primeras campañas de
la Revolución v del Imperio al lado de su padre, a (juien
Napoleón nombró general de brigada en 1806, se hallaba
en Pau en el momento en ([ue iba a estallar la guerra de
Kspaua. Tenía veinticinco años, llevaba con altivez sus
galones de capitán de dragones de la guardia, y fué distin-
guido por la joven condesa F..., esposa de uno de los
generales más ilustres y que más honores había recibido.
Según su propia expresión, no tardó Serviez en « tener la
desgiacia de ser feliz ». Salió para España hacia fines de
octubre con el mariscal Lefebvre ; pero, herido en el
combate de Vimeira, volvió a Pau, en donde se reunió de
nuevo con su querida, v, algunas semanas después, se fué
con ella a Inglaterra.
Entonces comienza una existencia desgraciada : primero
l'üi'to Belo. En 182J dejó deíinitivaiuente el servicio de Venezuela;
se estableció entre los indios Poyáis en la costa de Mosquitos, en
donde tomó el título de cacique y de rey, y, en los años siguientes,
liizo varias tentativas desgraciadas para introducir emigrantes esco-
ceses. En 1839, pidió y obtuvo del gobierno de Venezuela ser rein-
legiado en su grado de general. .Murió en (Caracas el 4 de diciembre
de 1845. V. entre otros el estudio que le ha dedicado. C. Rodríguez
.M.VLDO.NADO en Hisl. de Bul. y Aiitig, op. cit., Año V, n" 58.
1. Ex-capitan del ejército francés: después de la caída de .Miranda
siguió a Bolívar a Curazao y Cartagena en donde entró al servicio
del gobierno de esta provincia. líl presidente Torices le confió el
mando de la expedición que Cartagena enviaba contra Santa Marta
i'u 1813. Chatillon fué muerto en el combate de Santa ¡Marta el 1 1
de mayo de 1813.
374 EL PRECUHSOU
en Richmoncl, luego en Londres, el nacimiento de un hijo,
la salida para los Estados Unidos, vanas instancias al
presidente Madison para obtener un empleo en el ejército
federal ; por último el anuncio de la insurrección de Vene-
zuela y de la presencia de Miranda en aquel país. Serviez
había conocido en otro tiempo a Miranda; se embarcó para
La Guayra, se reunió con el generalísimo en Valencia, le
ofreció sus servicios y fué admitido en el acto en calidad
de comandante en jefe del cuerpo de caballería y de
ayudante general del dictador.
Desde el año anterior, el teniente Carlos Soublette',
desempeñaba las funciones de primer ayudante de Miranda.
De veintitrés años de edad, gallardo jinete, de cara alta-
nera, de una frialdad y de una circunspección que contras-
taban con su amable fisonomía, con la graciosa dulzura
de sus facciones y con la amenidad de sus modales. Sou-
blette, que hasta entonces no parecía haberse distinguido
por nada más, debía su rápido ascenso a sus orígenes
medio franceses. Un día, le dijo Miranda : « Usted no tiene
para mí más que un defecto, y es el de ser jnantuano,
aunque sólo á medias ».
En efecto, más (jue nunca, por entonces, apartaba el
generalísimo de sus simpatías y hasta de su estima, a
los Americanos. Y, sin preocuparse por lo que de ello
pudieran pensar los patriotas, se rodeaba casi exclusiva-
mente de extranjeros, sobre todo de Franceses. Si bien
está fuera de duda que esta preferencia fué inspirada a
Miranda por su constante predilección por « la gran
nación, patria de la libertad en el Antiguo Mundo » —
con estos términos designaba siempre a Francia- — , es de
creer que también contribuyó a ella la actitud adoptada
recientemente por el gobierno impo'ial respecto de Sud-
américa.
En 1810 y 1811, Napoleón había llegado a a la cúspide
de las cosas humanas, y, Francia, al apogeo de su
1. Nacido eu Claracas, tomó parte en casi todas las cauípañas de
Nueva Granada y de Venezuela. Fué presidente de la República
venezolana en 1837 y 1838. Muerto en Caracas el 11 de febrero
de 1870.
2. Sí:rvikz, op. cit., ch. X.
PIU.MEKA IIEPÚBI.ICA l)K VENEZUELA .{75
poderío' ». El renombre íranccs llenaba el universo. ¡De
qué embriagadoras esperanzas debieron de sentirse pene-
trados los liberales del Nuevo Chindo al saber ({ue el
Emperador había íormalmente declarado, en la exposición
de la situación del imperio, leída ante el Curi pe» legisla-
tivo el 12 de diciembre de i80í), que no se opontlría nunca
a la independencia de las naciones continentales de
América, que « dicha independencia forma parte del orden
necesario de los acontecimientos », que « Francia, que ha
establecido la independencia de los Estados Unidos de la
América Septentrional v contribuido a aumentarlos con
varias provincias, estará siempre dispuesta a defender su
obra » ! . . .
Por difícil que fuera al gobierno venezolano, en las cir-
cunstancias en que se hallaba el país, prestar a los intereses
de la política exterior toda la atención que era de desear,
el poder ejecutivo, al tener conocimiento de las felices
disposiciones de Napoleón, se había apresurado a enviar
de nuevo a Nueva York a Telésforo de Orea, con el encargo
de entenderse con el representante del Emperador en los
Estados Unidos. A su vez, esperaba Miranda una ocasión
favorable para acreditar a otras misiones ante la corte
imperial. Entre tanto, se esforzaba en colmar de favores
a todos aquellos que, directa o indirectamente, procedían
de Francia : sin duda era éste un excelente medio para
preparar el terreno a eventuales negociaciones.
Sin embargo, imponíanse medidas más urgentes. Des-
pués de haber terminado la movilización de las tropas
disponibles, completado su estado mayor, confiado el
mandó de Caracas al teniente coronel Carabaño, al coronel
de Las Casas el de La Guavra, el i° de mavo se puso en
camino para Valencia el generalísimo. Se proponía hacer de
esta ciudad la base principal de sus operaciones, cubrién-
dola al este Puerto Cabello, que había llegado a ser la
plaza más fuerte de Venezuela. Su posesión permitía a los
republicanos conservar alguna ilusión de éxito en el tér-
mino de una campana que, por otra parte, se anunciaba
bajo tan deplorables auspicios. Miranda no contaba casi
i. SüRKL, l. VII, lib. II, (;;ip. ii.
■{76 EL PBECUnsoK
con oficiales capaces de asumir útilmente el mando de
aquel puesto estratégico, de capital importancia en el
momento en (jue el campo de las operaciones decisivas
se circunscribía a la región occidental de la provincia de
Caracas. Su elección se fijó en Bolívar, dando así prueba
de incontestable imprevisión.
En efecto. ¿ podía el carácter aventurero v fogoso de
Bolívar someterse al trabajo metódico y sin horizontes
que le esperaba en Puerto Cabello? La guarnición, muy
reducida, se componía de los elementos más malos que
pueda imaginarse. Parecía como que habían reunido en
ella la hez de las clases bajas de la región. Además el
reclutamiento era imposible. Facciones se entremataban
en la ciudad, y los campesinos de los alrededores, en
masa, habían emigrado hacia la provincia de Coro. Por
último, en la fortaleza en que se hallaban los almacenes,
los depósitos de armas y municiones, numerosos prisio-
neros realistas, guardados por algunos soldados indóciles
y descuidados, constituían una vecindad eminentemente
peligrosa. Todas estas dificultades las conocía el genera-
lísimo, y su intención, al encargar de su resolución a
Bolívar, era precisamente someter a una prueba saludable
la impetuosidad del joven coronel.
Profesaba Miranda inexorable antipatía hacia la con-
ducta militar de Bolívar. Alimentado de lecturas estraté-
gicas, hasta el punto de que de él se decía, ya desde 1792,
« que era imposible oir a nadie razonar, con tanta pro-
fundidad acerca de la ciencia de la guerra * », Miranda
aferrado a los principios de la antigua táctica, conside-
raba no sin desdén y casi con ira las audacias de teoría y
de práctica de su más notable lugarteniente. Acerca de
1. Champagneux en Mémaircs particuliers de Al ((dame Rolando op.
cit., p. 494. (( Pero, añade Champagneux, quien hemos visto, com-
partió durante largos meses la cautividad de ¡Miranda en la Forcé,
cuanto mas se aferraba en los sistemas de ataque y de defensa cono-
cidos hasta entonces, tanto más se encontraba en oposición con el
género de nuestros generales modei-nos que ganaban batallas y
tomaban ciudades separiíndose de las reglas con las cuales los Tu-
renne, los Conde, los Catinat y tantos héroes franceses y extran-
jeros habían sabido encadenar la fortuna y asegurar la victoria...
Creo que Miranda no habría consentido en ganar una batalla, en
tomar una ciudad contra las reglas del arte... »
PRIMKHA HEPÍ'IHJCA Dlí V1ÍNE7AIELA i??
oslo, es característico un iiiciclonto citado por uno de ios
I)ióoral'os del Precursor '. Cierto día en que, antes del sitio
(le Valencia, pasaba Miranda una revista, el generalísimo,
desde el terraplén en que se hallaba, rodeado de su
estado mayoi% percibió a lo lejos a un oficial que, habién-
dose salido de las filas, hacía caracolear su caballo ante el
frente de las tropas y las arengaba con exagerados ade-
manes. Colocando su mano a modo de visera, según cos-
tumbre suva, el general reconoció a Bolívar. No hacía
mucho lo había felicitado por su valor cuando el primer
ataque de la ciudad, pero también había aprovechado
aquella ocasión para demostrarle que la circunspección y
la sangre fría eran las cualidades principales de un buen
oficial en campaña. Le hizo pues llamar y le reprendió por
su falta de disciplina y la inconveniencia de sus procedi-
mientos.
Estos, sin embargo, denotaban un profundo sentido de
las necesidades locales y del carácter de los hombres a
quienes se trataba de mandar. El entusiasmo de las mu-
chedumbres americanas, la movilidad, el arrebato, la
iniciativa personal del soldado, imposible de someter a la
disciplina acompasada de las reglas del arte militar tales
como las comprendía Miranda, eran, al contrario, explo-
tadas con ventaja por Bolívar quien, por instinto, se
esforzaba en obrar a la manera de un jefe de guerrillas.
Turenne, Conde, Catinat, Federico y sus métodos, nada
de común tenían con la guerra venezolana. El generalí-
simo no quería convenir en ello. Hacía instruir los reclu-
tas a la prusiana, recomendaba a los oficiales que leyeran
Montecucolli, Feuquiéres o du Puget, y daba a su reducido
ejército 30 gruesas piezas de artillería cuyo empleo, no
])odía ser sino quimérico en un país casi desprovisto de
caminos y contra un enemigo dividido.
Mientras se dirigía Bolívar contra su voluntad al
puesto de Puerto Cabello, considerado por él como un dis-
1. Bkckrra, op. cit., 1. II, c. XVIII, p. 136.
378
EL PRECURSOI!
iíivoi-, Miranda se daba prisa por llegar a Valencia. Ya
sabemos que, antes de dejar la ciudad federal, había
tomado las precauciones necesarias y provisto al coronel
Ustái'itz de instrucciones precisas : la plaza parecía estar
a salvo de toda sorpresa. No obstante, -los recientes pro-
gresos de Monteverde, lo que se sabía de su atrevimiento
y sobre todo lo que se decía del estado de ánimo de la
población, alarmaban al generalísimo. Anhelaba concentrar
sus fuerzas en Valencia lo más pronto posible, y poder
esperar allí a pie firme al comandante español. Desde la
aldea de Las Lajas, a donde llegaron el estado mayor y la
vanguardia de los republicanos en la noche del I'"" de mayo,
Miranda expidió un correo a Ustáritz prescribiéndole
resistir hasta su llegada. Se esparció la noticia de que se
retiraban los defensores de Valencia al saber que se acer-
caban los Españoles : « Diga usted al coronel Ustáritz,
insistió Miranda, que con su cabeza me responde de la
plaza. Si está en Valencia Monteverde hay que echarlo de
allí a toda costa. »
Cuatrí) días después, el 5 de mayo. Miranda se reunió,
en el pueblecito de Guacara, a unas seis leguas de la capital
lederal, con los restos de la mermada columna del valiente
Ustáritz. Supo cómo el 30 de abril, la guarnición indepen-
diente, reducida por la deserción a un puñado de hombres,
había tenido que retirarse ante el invasor; cómo Monte-
verde había tomado posesión de Valencia entre los arre-
batos de alegría de los habitantes; cómo, en fin, Ustáritz,
que recibió en La Cabrera las últimas órdenes enviadas,
acababa de intentar un supremo esfuerzo para disputar
inútilmente a los Españoles una victoria que parecía ya
casi imposible el poderles arrancar. No obstante, el ejército
lepublicano se reunía. El 8 de mayo, dos batallones de
inlantería y línea v siete de milicias. 14 ])iezas de artillería,
dos escuadrones de caballería y varias compañías francas,
entre ellas un piquete de emigrados franceses mandado
por el capitán Lemerre, ibrmando un electivo total de
cerca de 5000 hombres, acampaban en las llanuras, llenas
de maleza, de Guacara. Parece como que la importancia
de los contingentes habría debido tranquilizar a Miranda
acerca del resultado final de la campaña. Por desgracia el
piUMKiiA liKi'i' lii.icA di; vkne/.ikka :{79
estado luoial de los soldados dejaba de tal manera (|Lie
desear, que el generalísimo llegaba hasta sentir que fueran
tan numerosos, de tal suerte hallaban en ellos benévolos
propagandistas los consejos de deserción que los Españoles
hacían esparcir en las filas. Acerca de esto resultaba nuevo
pciigi-o la vecindad del enemigo; la indisciplina hacía
imposible toda maniobra de conjunto. Los temores de
Miranda se confirmaron cruelmente en un ataque [larcial
contra las avanzadas de Monteverde, ordenado el 9 de mayo,
V al que fueron destinados 500 de los mejores soldados
del ejército. Desde el priíicipio de la acción, (|ue se
empeñó al pie de los altos del pueblo de Los Guayos, la
mitad de los combatientes se pasó al enemigo; el resto fué
destrozado.
Miranda retrocede entonces hasta Maracay (12 de mayo),
instala allí su cuartel aenL-ral. se hace rodear de trincheras
o
y de obras que construían los zapadores venezolanos bajo
la dirección de un antiguo oficial francés, del cuerpo de
ingenieros, el teniente Jacot; fortifica asimismo el puer-
tecito de Guaica en la orilla opuesta del lago de Valencia,
organiza una flotilla que había de asegurar su defensa y
las comunicaciones con el cuartel general, y parece resuelto
a una estricta defensiva. Cuenta con tener, en aquel campo
atrincherado, tiempo para instruir y disciplinar las tropas ;
se ilusiona acerca de la fidelidad republicana de las pro-
vincias, persuadiéndose de que el espacio de tiempo con
que van a contar permitirá a los patriotas proseguir feliz-
mente en ellas su propaganda. Espera voluntarios, armas,
municiones que el francés Deljiech ha ido a pedir a Gua-
dalupe. En cambio, Monteverde, sólo de Coro puede
esperar útiles refuerzos por estar alejado de más de cien
leguas del teatro de la guerra. Lleno de confianza, el gene-
ralísimo trata ásperamente a sus descontentos oficiales
quienes, en secreto, le acusan de presunción y de incapa-
cidad.
Sin embargo, la fortuna seguía favoreciendo a los Espa-
ñoles y a su jefe, cuva infatigable audacia hallaba de este
modo su recompensa. Apenas terminadas las obras de
Guaica, las atacó Monteverde con energía el 19, y, luego,
el 26 de mavo. Rechazado sin pérdidas apreciables, se
■^80 KL PHECUnSOH
clispoiij'a a icpL-lir con íuei'zas más considerables su ten-
tativa, al mismo tiempo que recibía noticias tranquiliza-
doras : la piovineia de Barinas proclamaba a Fernando VII;
las de Trujillo y de Mérida se preparaban a imitarla. De
Maracaibo babía salido una expedición mandada por
D. Ramón Correa, y perseguía victoriosamente a las gue-
rrillas patriotas de jNIérida que se babíiin reunido a las
milicias republicanas de Pamplona, en Nueva Granada. ,
No podía ya tardar Correa en apoderarse de los valles de
Ciícuta. Por otra parte, el coronel Antoñanzas, enviado
semanas antes por Monteverde para pacificar la región de
los llanos de Calabozo, volvía a reunirse con su jefe des-
pués de una excursión sangrienta durante la cual se había
apoderado de Calabozo y de San Juan de los Morros, cuyos
habitantes habían sido matados sin piedad. Por último,
tres compañías de refuerzo expedidas a Coro por el gober-
nador de Puerto Rico, llegaban providencialmente a
Valencia.
Sin preocuparse por los peligros, cada día mayores,
que le amenazaban, llamó Miranda al cuartel general
(18 de mayo) a los repres'entantes de los cuerpos consti-
tuidos, proclamó la ley marcial, haciéndola extensiva a
los esclavos mismos, a quienes declaró libres, mediante
un rescate de diez anos de servicio militar. Esta medida,
que arruinaba a los dueños de extensas fincas, aumentó
la enemistad de la aristocracia criolla. La popularidad del
dictador no sobrevivió a dicho decreto, cuyas consecuen-
cias iban, por cierto, a ser fatales. Miranda no escuchaba
a nadie ni quería ver nada. Colmaba de atenciones a los
oficiales extranjeros, trataba sin miramientos a los demás,
y desanimaba a sus más decididos partidarios.
Creyó útil también enviar a Londres, con misión espe-
cial, a su secretario particular, el italiano Molini', y desig-
nó a uno de los abogados más distinguidos de Venezuela,
Pedro Gual'. para ir a los Estados Unidos a pedir igual-
1. Mirauda al secretario de Estado del Koreign Office. Cuartel
general de Maracay, 2 de junio de 1811. R. O. F. O. Spain, 171.
2. Nacido en Cai-acas el 31 de enero de 1784, muerto en Guayaquil
el 6 de mayo de J862. — A su vuelta de los Estados l'nidos no pudo
permanecer sino poco tiempo en Cai-lagena y en Venezuela.
La restauración española le obligó a emigrar a las Antillas, des-
IMUMKHA liKPriU.ICA DE VIÍXKZUKLA Mí
mente socorros. Salías fué a activar las geslioiies ele
Delpech a las Antillas irancesas, y el <>rana(lino vSalazar
reoil)ió orden de ponerse en camino para Santa Fe y dr
solicitar del gobierno independiente un enví(> de refuerzos.
Toda la actividad de Miranda parecía absorbida por la
preparación de aquellas diferentes misiones. Acaso no
distara muclio el generalísimo de compailir la opinión de
Miguel José Sanz ' <[u¡en por entonces le escribía desde
Caracas : « ¿Por qué no negociar con el Gran Turco en
persona antes que exponerse otra vez a nuevas cade-
nas?... » ^, v se negaba a sacar partido de los elementos
de que disponía. Y, no obstante, los cuatro mil hombres
que, detrás de sus trincheras, se sometían de mala gana a
ejercicios demasiado sabios, los oficiales que. privados de
iniciativa, iban ya perdiendo paciencia, hubieran podido
prestar preciosos servicios a la patria, y lo probaron de
sobresaliente manera, pocos días más tarde, cuando el ataque
intentado par Monteveide contra Guaica, el 12 de junio, y,
sobre todo durante los encarnizados combates que se dieron
el 20 v el 29. en las cercanías y en las calles de La Victoria.
Temiendo verse envuelto por una hábil maniobra que
los Españoles habían comenzado la antevíspera al tomar
posición en las alturas que dominan el lago, el generalí^
simo, había acabado por levantar el campo de Maracay,
el 17 de junio. Estableció su cuartel general en esta
pequeña ciudad de La Victoria, ante la cual esperaba poder
atraer al enemigo, creyendo poder exterminarlo en una
pues a Washington en donde ejerció su profesión de abogado. Des-
pués fué diputado en el Congreso de Cúcuta, luego ministro de
relaciones exteriores y delegado en el Congreso de Panamá en 1826.
Algún tiempo después fué a Guayaquil, en donde fué arrestado y
preso. Se evadió y residió en Bogotá hasta en 1837. En aquella época
enviado a Europa por el gobierno ecuatoriano gestionó allí el reco-
nocimiento de dicha república. Habitó de nuevo en Bogotá desde 1 838
hasta 1848. luego volvió a Caracas en donde fué elegido presidente
del gobierno provisional de Venezuela, el 15 de marzo de 1858.
Luego desempeñó las funciones de presidente del consejo de Estado
y de vicepresidente de la República.
1. Nacido en Valencia en 175'i. Miembro del Congreso de 1811 y
redactor con t'stáritz de la Constitución de 1813. Tomó parte on las
últimas campañas de I8"2'i en Venezuela y fué muerto en la batalla
de trica, el 5 de abril de ese año.
2. Carta a .Miranda del 14 de junio de 1811 en R().ias, El (Jcneral
Mirártela, op. rit., Documenlos : p. 275.
.■{82 EL PliECURSOn
l)atalla bien campal. Monteverde. que no perdía un minuto,
se presentó el 20 de junio al amanecer, a las puertas de
La Victoria. Miranda no había tenido tiempo aún para
atrincherarse en este último sitio. Sin embarco, los
republicanos, sorprendidos, se rehicieron en el acto.
Los jinetes de Mac Gregor rechazaron con furia la van-
guardia española que, huyendo en desorden, lué a sembrar
el pánico en las filas de las columnas quedadas atrás.
Intentó Monteverde reunir sus cazadores, pero la infan-
tería patriota llegaba a paso de carga. Fusilados, a quema-
rropa, pasados a cuchillo, desbaratados, los Españoles sem-
braron de cadáveres el encharcado camino de Cerro Gordo.
De Miranda dependía el sacar completo provecho del
ímpetu de sus tropas; pero atajó aquel entusiasmo, y de
nuevo las encerró en La Victoria.
Ocho días después, Monteverde. que conducía esta vez
los soldados de Antoñanzas v las tropas frescas de Puerto
Rico, atacó de nuevo de improviso las líneas de defensa
del generalísimo, consiguió romperlas y penetró hasta en
las calles de La Victoria.
Siete horas duró el terrible combate y terminó por la
completa derrota de los realistas. Un reducido número de
supervivientes, entre los cuales se hallaba Monteverde,
no consiguió llegar al pueblecito de San Mateo, en donde
les esperaba una retaguardia extenuada de privaciones y
de cansancio, sino merced a los principios temporizadores
de Miranda.
Tranquilizado éste en cierto modo respecto al valor de
sus soldados seguía dudando, sin embargo, de su lealtad.
Durante las últimas semanas se habían producido aún
algunas deserciones, y el generalísimo encontraba además
razones plausibles para su actitud de expectativa, eu los
escrúpulos ([ue sentía al hacer armas contra un enemigo
cuyo ejército contaba más Venezolanos que Españoles.
INIientras se obstinaba Miranda en no salir de la defen-
siva, Monteverde, reducido a ima situación lamentable en
San Mateo, reanima])a sus troj)as lo mejoi- ([ue podía,
recurriendo a todos los medios por hacer Irente al pre-
cario estado de sus armamentos, llegando hasta a hacer
ari'aucar los clavos de las puertas v de los muebles para con
PRniEHA liKl'l lilJCA l)K VENEZUELA ;i8.'í
ellos oai-ofar sus obusos. Hasta había ordenado la rcliíada
hacia Valencia, cuando otro desastre de los pati-iotas vino
a punto para darle nuevo valor y decidir la victoria en
íavor suvo.
El 2 de julio por la noche, se habían visto desde las
avanzadas republicanas, encenderse de repente fuegos en
las calles y plazas de San Mateo, y, luego, en las alturas
que dominan el pueblo. En la noche serena se oían músicas,
vivas, toque de campanas, y, en señal de regocijo, se
lanzaban cohetes al espacio. Los patriotas creyeron que
ac|uello era alguna jactancia de Monteverde... No iban a
tardar en saber la tristísima verdad.
El relato que, treinta años después, escribió Pedro
Gual de este episodio, y del modo cómo Miranda vio en
un instante morir todas sus esperanzas y naufragar su
destino, merece recordarse : « Tal era nuestra situación el
5 de julio de 1812, en que celebramos por la mañana con
la mayor solemnidad el aniversario de nuestra indepen-
dencia. Yo estaba nombrado por el gobierno de la Repú-
blica para ir á reemplazar en los Estados Unidos á nuestro
agente el señor Orea, que quería regresar á Caracas... Por
la tarde dio el general á la oficialidad una comida frugal
como de cien cubiertos. Concluida la comida se retiró á la
testera de la sala, y comenzó á hablarme de mi viaje á los
Estados Unidos, de Jefferson, de Adams y otros hombres
prominentes de aquel país, y del débil y el fuerte de cada
un<> de ellos, como lo vería yo mismo... Tomábamos el
café, cuando apareció á la puerta de la sala mi excelente
v lamentado amigo el coronel Sata v Bussy, y anunció la
llegada de un posta. Se levantó el general Miranda, dicién-
dome que pronto estaría de vuelta, y siguió á la secretaría.
Continué mi conversación con el coronel Plaza, v viendo
([ue se dilataba demasiado el general, me dirigí á la secre-
taría.
« Al entrar en esta oficina se paseaba el general acelera-
damente de un extremo á otro de la pieza; el Sr Roscio se
pegaba fuertes golpes con los dedos de una mano en la
otra; el Sr Espejo estaba sentado cabizbajo y absorto en
meditación profunda, y Sata y Bussy parado como uua
estatua, junto á la mesa de su despacho. Meno vo del pre-
.<84 EL PRECURSOR
sentimiento de nna calamidad inesperada, me dirigí al
general. « Y l>ien, le dije, ¿ qué hay de nuevo? » Nada
me contestaba á la segunda pregunta, cuando á la tercera,
hecha después de algún intervalo, sacando un papel del
bolsillo de su chaleco, me dijo en francés : « Tenez, Vene-
zuela est bleasée au coeur, w Jamás se borrará de mi memoria
el cuadro interesante que presentaban en momentos tan
críticos a([u ellos patriarcas venerables de la emancipación
americana, combatidos reciamente por la intensidad del
dolor presente, y el presentimiento de las calamidades
que iban á afligir á la desventurada Venezuela.
« El papel que acababa de entregarme el general Miranda
quedó tan fuertemente impreso en mi imaginación, que
después de tantos años puedo asegurar que contenía en
sustancia, y aun casi en las mismas palabras, lo siguiente :
« Comandancia de Puerto Cabello.
<( Julio 1'' de 1812.
« Mi general : Un olicial indigno del nombre venezolano ge
ha apoderado, con los prisioneros, del Castillo de San Felipe, y
está haciendo actualmente un fuego terrible sobre la ciudad.
Si V. E. no ataca inmediatamente al enemigo por la retaguardia,
esta plaza está perdida. Yo la mantendré entretanto todo lo
posible.
« Simón Bolívar ^ »
El oficial a que aludía Bolívar se llamaba Francisco
Vinoni ^ Estaba de guardia en la fortaleza el 30 de junio.
Seducido por la promesa de una cantidad considerable de
dinero, de acuerdo con la guarnición y aprovechando la
ausencia momentánea del comandante, que había sido
llamado aquel día a la ciudad. Vinoni. a las 3 de la tarde,
había dado libertad a los presos, enarbolado el pabellón
real v empezado el bombardeo de Puerto Cabello,
Aunque era verdaderamente insensato intentar deíender
1. I'fdiío (lUAi,, Recuerdos publicados en Bogotií en 18'i3 y repro-
ducidos en D. III, 690.
2. Vinoni que se había pasado a los Españoles, hizo en sus lilas las
campañas de 1814 hasta 1819. Contaba entre los prisioneros de la
batalla de Boyaca. Bolívar lo hizo ejecutar.
i'iii.MKiiA liKi'iiíi.icA di; vi:M;/ut:LA :{85
la ciudad, pues los ciiartídcs oliccían un punto de uiiía a
propósito para los obuseros de la loi'taleza, Bolívar no
descuidó nada |)ai'a atenuar el desastre. Reunió los super
vivientes, los puso a salvo en los arrabales vecinos del
valle de San Esteban, y esperó los reiuerzos pedidos a
Miranda. El 5 de julio, (pilen llegó fué Monteverde.
Bolívar envió contra las primeras columnas enemigas un
destacamento de 200 jinetes mandados por Mires' y Jalón,
conservando cerca de él una reserva de 50 combatientes.
Los republicanos encontraron en San Esteban la vanguar-
dia española. Comenzó la acción ; las tres cuartas partes
de los soldados independientes se pasaron al enemigo,
Jalón lué hecho prisionero ; Mires que volvía con siete
hombres, se reunió con Bolívar. El desdichado coman-
dante de Puerto Cabello quiso aún intentar resistir. Pero
abandonado por su reserva, tuvo ([ue embarcarse el O de
julio en Burburata, en el bergantín el Zeloso, que se hizo
a la vela con dirección a La Guayra. Le acompañaban cinco
oficiales y tres soldados : todo lo (|ue quedaba de la guar-
nición de Puerto Cabello.
No se había equivocado Miranda ; la república venezo-
lana agonizaba. Las regiones occidentales, los llanos, las
orillas del Orinoco, el litoral entero, estaban en poder de
los Españoles. En el tuerte de Puerto Cabello, Monteverde
encontró 400 quintales de pólvora, plomo en abundancia,
y 3 000 fusiles. En los valles del sudeste de Caracas, los
esclavos se habían sublevado, incendiaban las casas y
mataban a los amos. En el campo del generalísimo, se
multiplicaban las deserciones. Hasta se urdían complots
en torno suvo. Miranda estuvo a punto de ser asesinado
por oficiales de la escolta, en el momento en que se dis-
ponía a entrar en Caracas.
Durante aquellas trágicas horas, el dictador dió pruebas
1, Mmrs (José), nacido en España hacia 17^0, tomó parle por los
independientes desde 1811. l\ié de los que decidieron, el 31. ele julio
de ISri, el arresto de Miranda. Enviado a los presidios de África, al
mismo tiempo que Roscio, Madariaga, etc., se evadió, volvió a Vene-
zuela y combatió en las filas republicanas hasta 182i. época en la que
fué asesinado. Mires fué uno de los héroes del combale de Pichincha,
el 24 de mayo de 1822. Algún tiempo antes había sido promovido
a general.
25
386 EL pitEcunson
fie una eiiei'<^ía,' de ima serenidad y, s()l)re todo, de una
actividad, de que va no se le ereía capaz, tranquilizó a la
población, la salvó del pillaje enviando al encuentro de los
negros sublevados los únicos l)atal Iones con que podía
contar. Volvió luego a La Victoria, supo imponerse a
todos, burló las traiciones, reanimó el valor de las gentes
y lanzó sus tropas contra las líneas enemigas (11 de julio).
Era éste un supremo esfuerzo para mejorar las condi-
ciones de la capitulación, que Miranda se resignaba a
proponer a Monteverde. En efecto, el dictador había
reunido tres días antes, en la casa que él ocupaba en La
Victoria, un consejo del que formaban parteFrancisco Espejo
y Juan Germán Roscio, miem]:)ros del ejecutivo federal,
José de Sata y Bussy, secretario del departamento de la
guerra, el marqués de Casa IjCóu, director de las rentas,
y Francisco Antonio Paúl, secretario de Estado en la
justicia. Se había examinado la situación, comprobado la
imposibilidad material de continuar la guerra, y hubo
unánime acuerdo para negociar con el enemigo.
Las conferencias empezaron en Valencia el 12 de julio.
Sata y Bussy y el teniente coronel Manuel Aldao', en
nombre del dictador, obtuvieron de Monteverde una
suspensión de armas, pero el jefe español no quiso aceptar
ninguna otra condición y se negó a permitir, como deseaba
Miranda, que los republicanos recuperaran los puntos que
ocupaban antes de la retirada de Maracay hacia La Victoria.
El 17 de julio. Sata y Bussy y Aldao llevaron a Miranda,
que había vuelto a Caracas, la respuesta de Monteverde.
El dictador les encargó que, cuando menos, obtuvieran
que rigiese a Venezuela la constitución votada reciente-
mente por las Cortes; que las propiedades fueran respe-
tadas; que nadie fuese molestado poi- sus opiniones o por
su conducta, y, en fin, que cada uno quedara libre de
emigrar. Aceptó Monteverde, el 20 de julio, el suscribir
a estas estipulaciones, pero exigió la entrega de todas las
plazas. Dio a INliranda cuarenta y ocho horas para ratificar
el tratado. No consiguió éste reunir el consejo, al cual
1. Aldao (Juan Manuel), nacido en Caracas, hizo con Bolívar la
campaña de Nueva Granada en 1813. Fué muerto en la batalla de La
Puerta el año siguiente.
Plil.MKliA liKl'l lil.lCA l>E VEMi/l KLA ;í87
quería soincler las proposirioiics españolas : el azoiaiuieiiLo
se había apoderado de todos. Sata y Biissy, Aldao, y Casa
León, agregado a éstos por Miranda salieron de nuevo
para Valencia, hallaron a Mouteverdc en San Mateo, el
25 de julio, y firmaron la capitulación. Tales eran su tur-
bulencia y el temor que les inspiraba el vencedor, ([ue
aceptaron, por un artículo adicional, el dejar a la discreción
de Monteverde la aplicación de las cláusiüas del tratado*.
Tan pronto como se supo en Caracas que el tratado
había sido ílrmado, los lamiliares de Miranda, los oficiales
V los principales funcionarios del gobierno manifestaron
una indignación tanto más ruidosa cuanto que estaban
seguros de poder manifestarla impunemente. ¿Cómo,
decían, no prefiere el generalísimo la guerra a todo trance
a esta humillación? ¿Cómo con un ejército de cinco mil
hombres, no intentar todavía un último esfuerzo? Puesto
que la república estaba perdida ¿no valía más que pere-
ciera con decoro? Las consecuencias de una derrota no
podían ser peores que las de la capitulación. Para todos,
Miranda era el responsable del desastre. Ignorábase en
general que él no había sido sólo en resolverse a capitular
V que para nada había intervenido en la decisión postrera
que confiaba los destinos del país al temible Monteverde.
Los que sabían dónde terminaba la responsabilidad del
generalísimo se guardaban bien tle revelarlo al desvarío
popular. Los demás seguían esparciendo invectivas y
pérfidas injurias contra el dictador, al mismo tiempo que
buscaban los medios de ponerse a salvo o hasta de acogerse
a la benevolencia de ^lonteverde.
En las circunstancias por que atravesaba Venezuela,
sólo Miranda comprendía exactamente la situación, y sólo
él poseía la terrible firmeza de alma que era necesario
para no resultar inferior a tan tremendos acontecimientos.
Las vicisitudes de su vida parecían haber templado el
corazón de Miranda más bien para el infortunio que para
, los éxitos. Insuficiente e indeciso cuando los sucesos pare-
cían favorecerle, mostrábase inspirado, resuelto y grande
ante la desgracia, su elemento verdadero. Dominó sin
o
1. Capitulación llamada de Suu Maleo, D. III, 672.
388 RI. PHECUIiSon
trabajo la agitación ficticia maíiitcstacla a última hora,
suponiendo una paz (|uc, en realidad, era el objeto de todas
las aspiraciones. Tomó todas las disposicioíies necesarias
para asegurar la emigración de los patriotas que llegaba a
ser la consecuencia inevitable de las estipulaciones de San
Mateo. Hizo cerrar el puerto de La Guayra con el fin de
inipedií- la salida tle los barcos neutros que constituían
allí el único refugio posible. Los negros insurrectos rin-
dieron las armas. Ll oeneralísimo ordenó la evacuación
de La Victoria. La mitad del ejército que la ocupaba se
había pasado a las tropas españolas; el resto desertó
durante la marcha de regreso hacia la capital.
Además, Monteverde llegaba a las puertas de Caracas
el 29 de julio. Por todas partes por donde pasaban, los
Españoles se habían señalado por el crimen y la violencia.
No había duda de que el tratado fuese considerado por
ellos como un medio de guerra. Ya comenzaban las despia-
dadas ejecuciones. El 30 por la mañana, los antiguos jefes
de la revolución, los patriotas más comprometidos salieron
para La Guavra. Miranda se reunió a ellos hacia las 7 de
la tarde.
El aspecto que La Guavra presentaba aquella noche pre-
sagiaba siniestros acontecimientos. La obscuridad envol-
vía los tumultuosos grupos que circulaban por medio de
las calles v las plazas sembradas de escombros del terre-
moto. Con el calor sofocante, ante las puertas entre-
abiertas y mal alumbradas de las posadas improvisadas, se
veía la llegada continua de caravanas ; oficiales que se
apeaban de sus monturas, la multitud de los soldados sin
armas, mujeres que se lamentaban, mozos de cuerda que
acudían presurosos al puerto. El mar. agitado, sacudía las
canoas y los buques cuyas luces constituían la única cla-
ridad del horizonte envuelto en tinieblas.
IIal)ía allí varios navios americanos e ingleses. Uno de
ellos el S(ij)phire. aquella misma corbeta que, dieciocho
meses antes, había traído a ]3oIívai'. acababa de llegar la
víspera con (d fin de tomar a su bordo a los subditos
ingleses t[ue ([uisiei'au ampararse bajo su [tabelión '.
1. Libro de abordo del capitán Ilayiies, que mandaba la corbeta
l>l!IMi;iiA IIKI'I lili»: A 1)1. VK.NKZIKLA 380
Cuando rl coinaiKlaiilt' lla\iH's supo ([ur Miíaiula s(!
hallaba en La (iuayra. hají) a i ierra, se puso en su busca
y lo encontró instalado en la pi'oj)ia casa del comandante
de la plaza, el coronel Manuel María de Las Casas.
El oficial británico tenía tanta más prisa en obtener del
generalísimo la seguridad de que el embargo provisional
efectuado sobre los l)arcos por oi'den suya sería levantado
en breve, cuanto que los comercianles ingleses de la región
habían hecho embarcar el mismo día, en el Sappliire, cierto
número de mercancías de valor. Entre otros, el negociante
George Robertson había entregado en dinero una can-
tidad muy importante.
Miranda manil'cstó al comandante Haynes cuál era la
situación; pero le declaró que estaba persuadido de <[ue
Monteverde respetaría siquiera las cláusulas del tratado
concerniente a la seguridad de los bienes y de las personas
y le tranquilizó acerca de la suerte de los residentes extran-
jeros. Tal vez. llavnes. cuyos relatos '. nada dicen sobre
este asunto. olVeció a Miíanda darle asilo. En todo caso,
el generalísimo, le dejó salir; v agobiado de cansancio y
de pena, pidió a su ayudante Soublette que le despertara
al día siguiente temprano y se acostó, vestido, sobi'c un
diván de la habitación que le había sido preparado.
Lo muy probable, según relato de Pedro Gual ". es (pu'
Miranda había resuelto salir para Nueva Granada, en
donde la causa de la independencia parecía más segura.
El bergantín republicano el Zelo.so, que días antes había
vuelto con Bolívar de Puerto Cabello, estaba listo para
tomar de nuevo el mar, y según tradición local, el escueto
bagaje del dictador, que consistía en dos o tres maletas de
ropa y de papeles, había sido transportado por la tarde
en una de las lanchas fondeadas delante del embarca-
dero ". No había brisa hasta las diez de la mañana, lo que,
de S. M, Sapphirp. .írcliivo dol (ilniiíatitaziiíi hritánico. Captains
Joitrnnls. N" 2057.
1. El comaiidaiito Haynes, al ahnirante Stirling. que mandaba la
división naval bfila'nica en la .laniaica, de l'"orl Amsterdaní (Curazao)
'i de agosto 1812. R. O. Adinivally Sec?-elary, in letlcrs. .h\miáci\. 262.
2 En el artículo citado anteiiornienle.
;]. Bkcfrra, un. ril.. 1. II. p. 2ó*,t.
890 KL PliECURSOU
sin duda, hizo que .Miranda dejara para el día siguiente su
salida.
Este retraso le perdió. Gasas, quien, por cierto debía a
Miranda su cargo de comandante de la plaza, preparaba,
desde hacía algunos días, con Miguel Peña, gobernador
civil, un complot ' contra su bienhechor.
Los rumores de cobardía, abuso del poder, traición, etc.,
dirigidos contra el generalísimo, que servían de pasto a la
población de La Guayra en aquellos momentos, habían sido
esparcidos por Casas, quien al entregar al desgraciado
anciano a la ira de sus enemigos, quería atraerse los
favores de éstos y ediftcar su propia fortuna. Faltaba encon-
trar un medio para arrestar a Miranda : los acontecimien-
tos favorecieron singularmente este inicuo proyecto. Casas
había tenido la precaución de exigir del inglés Robertson
un finiquito de los 22 000 dólares cuvo embarco en
el Sapphire le había sido pedido por dicho negociante.
Era ésta una arma terrible en manos de un traidor, y Casas
la utilizó con maestría ^.
Bolívar había llegado el 12 de julio. Dolorido, « con
el espíritu y el corazón destrozados^ «, había errado de
Caracas a La Guayra, enterándose día por día con nuevo
desgarramiento y suma desesperación, de los aconte-
cimientos que precipitaban a su patria, a una ruina de la
cual se acusaba ('1 de ser el primer culpable. Acudió a La,
Guavra. como sus compañeros, siendo, a su vez. ganado
por la exaltación ambiente, y, casi en seguida, halló Casas
en él más que un crédulo oyente : nn cómplice ! j Conque
Miranda se llevaba dinero! ¡Conque Miranda los traicio-
1. Los manejos tenebrosos de Casas durante la semana que pre-
cedió al 30 de julio de 1812, su connivencia con los Españoles y su
traición resultan perentoriamente de la exposición de Montcverde al
subseci-etario de Estado en Madrid, fechada en Caracas el 26 de
agosto de 1812 {Arc/iiyo General de Indias, l']stante 13o. Cajón 3,
Legajo 12) publicado por primera vez por el Sr Gil Fortoul en el
Tiempo, periódico de (Caracas, del 16 de septiembre de 1899, y repro-
ducido in extenso en : Historia Coustitaciaual, op. rit., t. I, C. V,
pp. 189-190. Casas, por oti-a parte, quedó al servicio de España
hasta 1821.
2. V. el relato de Monteverde.
3. Carta de Bolívar a Miranda. La (iuayra, 12 de julio de 1812.
O'LEAuy, Doninienlos, t. XXIX, p. 12,
l'lil.MF.üA HK1M UI.ICA DF. VKXK/IKI.A .'^91
naba, los ahaiulonaha a mcMced del vcmcimIoi' después do
una capitulación sin precedente y se iba tranquilo con
sus amigos los Ingleses! Esto era, sin duda, lo que, horas
antes, había él convenido con aquel comandante Haynes,
que, en aquel momento se preparaba a partir! De modo
que todos los sacrificios, la sangre que se había derra-
mado, ¡todo era inútil! ¡Había que decidirse en el acto,
castigar a aquel jete de tropas que no sólo había entregado
al enemigo el territorio de la república, sino que le entre-
gaba hasta sus hombres! ¿No era, aquel dinero, el pago
de la traición?...
Cuanto pueden inspirar la desesperación, la rabia, v,
también el rencor, pues se lo guardaba a Miranda por sus
severidades y represiones, se agitaba en la calenturieiíta
mente de Bolívar. Se hace éste entonces el inconsciente
pero irresistible portavoz de Casas v de Peña ante sus
compañeros exaltados hasta la locura, retemblando de
fiebre, de angustia o de ira. quienes, reunidos, sin saber
cómo, en una sala de la morada de Casas, se instituyen
jueces de Miranda y decretan su acusación. Juan del Cas-
tillo S José Mires, Cortés Campomanes, Tomás jNIontilla.
Miguel Carabafío. Rafael Landueta, Juan José Yaldez,
Raphaél Chatillon hablan a su vez. « ¿No es ya criminal el
dejarse batir por el enemigo? )) « Rendirse es una infamia
que merece la muerte » « ¿ Qué venganza no merece un
traidor? » Cual disparos se entrecruzan estas furiosas cla-
maciones. Los conjurados abrevian la deliberación. El
veredicto estaba pronunciado de antemano. Se decide
arrestar inmediatamente al generalísimo.
Eran las tres de la mañana. Reúne Casas a los hombres
de la guarnición que habían permanecido fieles y hace
ocupar todas las salidas. Mientras tanto, los conjurados se
dirigen hacia las habitaciones en donde descansa su víc-
tima. Despertado, en la primera pieza, Soublette recibe
1. Castillo (Juan Paz del), nacido en Venezuela; asistía a la Junta
del 10 de abril. Enviado después de la arrestación de Miranda a los
presidios de Ceuta y de Gibraltar, se evadió hacia el año 1814, volvió
a América y se alistó bajo las órdenes del general Sucre con quien
hizo la campaña del Perú en 1822. Castillo fué nombrado intendente
de Guayaquil en 1826 y asesinado el año siguiente.
3'J2 EL PKECUItSOH
oidon de llamar al general. Soiprendido, obedece sin
reparo : « ¿No es muy temprano aún? » pregunta Miranda
a través de la puerta. Pero, al oir las voces de sus oficiales,
dice : « Allá voy ». \, en seguida, aparece en el umbral,
vestido, armado, tranquilo como de costumbre. Se adelanta
Bolívar y. con voz recia, intima a Miranda que se consti-
tuya prisionero. Tomando entonces con la mano izquierda
la linterna que colgaba del petrificado brazo de Soublette,
Miranda la levanta a la altura de su vista, mira uno a
uno a todos los conjurados que formaban círculo en
torno suyo, y profiere esta simple frase : « Bochincbe,
bocbinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche ».
Luego, sin añadir una palabra, entrega su espada a los
soldados apostados ante la puerta de la casa. Estos le con-
dujeron, como les había sido mandado, a la fortaleza de
San Carlos. ^
Al amanecer, llegaba a galope a la capital un correo
de Monteverde. Prescribió a Casas que prohibiera la
salida del puerto a todas las embarcaciones, y que obede-
ciera a un nuevo comandante : D. Juan Antonio Cervériz.
Casas se mostró tan celoso en el cumplimiento de estas
instrucciones, que aquellos de los patriotas, que preten-
dieron embarcarse y huir, fueron ametrallados por los
cañones de la fortaleza -. Yanes. Gual y un marsellés. Pierre
Labatut, ' antiguo sargento del 46" regimiento de infan-
tería, llegado a capitán en el servicio de Venezuela, fueron
los únicos, que consiguieron ganar la alta mar en una
goletita, la Matilde, mandada por el antiguo timonel de la
marina francesa, Chataing. '* Sus compañeros habían sido
todos cogidos en la trampa. Bolívar volvió, disfrazado, a
la capital, y a la hospitalidad del marqués de Casa León
debió el escapar a las persecuciones.
1. Según el relato de Becerra,©/), cit., t. II, c. XXIIl, basado sobre
los testimonios comprobados de todos los personajes que asistiei'on
a esta escena.
2. Los barcos extranjeros fueron amenazados igualmente por el
comandante Casas, pero se encontraban lejos del alcance de las
baterías de La Guayra y levantaron ancla el 31 de julio (Relatos
citados del comandante Ilaynes).
3. V. iufra.
1. Lakkaz.viíai., Vida de lioli'yar, op. cit., t. I, c. YII.
l'lilMKIíA liKI'llil.lCA l)K VKNE/AELA -i^.i
Dosdo su ciitiiida eii (Caracas, Montovcrde se apresuró a
violar ci'uieauíenle sus promesas y a haeer asesinar, ajus-
ticiar o prender a los revolueionarios. í.a delación aumentó
la lista de los sospechosos. Comenzaba para Venezuela
una era de persecuciones, de torturas y de muerte, cuya
primera víctima iba a ser Miranda. Transportado desde el
2 de auosto a los mefíticos calabozos de Puerto Cabello,
o
luego a los de Puerto Rico, íué. dos años después, ence-
rrado en la prisión de Cádiz, en donde falleció, el 14 de
julio de 1810.
El primer cuidado del Precursor, insensible a las aflic-
ciones que coronaban su trágica existencia, había sido el
de protestar « a la vista de todo el universo » contra la
violación de la capitulación, y el de recordar al adversario
a quien siempre había él combatido leal y valientemente,
que cumpliera su palabra'. Renovó, además, en varias oca-
siones, sus llamamientos en favor de sus compatriotas
« arrestados por arbitrariedad », sin hacer jamás mención
de sus propios padecimientos. Sólo un día, en Cádiz, la
antevíspera de su muerte, al preguntarle uno de sus compa-
ñeros de cautiverio si los grillos y las esposas que llevaba
en sus pies y en sus manos le hacían daño, contestó sim-
plemente : « jNle pesan menos que los que llevé en La
Guayra ».
Cualesquiera que fueran los motivos que determinaran
a los conjurados del 30 de julio de 1812 a arrestar al más
digno de entre sus compatriotas, al admirable obrero de la
libertad sudamericana, es imposible, sin embargo, no ver
la negra atrocidad de semejante acto. Y el papel que en él
vemos desempeñar a Rolívar parece particularmente odioso.
¿No era la pérdida de Puerto Cabello, de la que, después de
todo, era responsable Bolívar, la que había reducido al gene-
ralísimo a la desesperación? ¿No era él. Bolívar, quien había
provocado el regreso de Miranda a Venezuela? ¿No hal)ía
sido su confidente, su discípulo predilecto, no llevaba en él,
consciente o inconscientemente, lo más puro del pensa-
miento del Precursor?; Tu (/iwf/ue. /ili ! Cierto que la iuimilla-
1. Memoria dirigida por el general Miranda ala Audiencia real de
('aracas el 8 de marzo de 1813. En Rojas, El general Miranda, op.
cit.. Documentos : n" 704.
:J9'4 i:i, pitEcuRSOK
cióiidc la derrota, el presentimiento de las represalias a que
daría ésta pretexto por parle de un vencedor implacable, la
certidumbre de una traición', y, sobre todo, la terrible
tensión de la atmósfera de aquella época en que la natura-
leza y el hombre se disputaban el premio de la ferocidad,
eran circunstancias atenuantes en favor del futuro Liber-
tador. El hombre del Monte Sacro, en quien el amor de
la patria hervía, exclusivo y apasionado como todos los
gi-andes amores, devastador, enfurecido por los obstáculos
y los retrasos, el hombre que, sin vacilar, acababa, meses
antes, de sacrificarle su fortuna y de exponer cien veces
su vida, aquel, en fin, cuya energía sobrehumana iba a
despertar a todo un pueblo del letargo en que se hallaba
y conducirlo a la victoria ¿ puede ser juzgado como un
hombre ordinario? Tan vano sería absolverle como conde-
narle. ¿No es preciso también, ante el fin dolorosamente
desconcertante del Precursor, contar con las fatalidades
c[ue gobiernan los destinos de las naciones, y recordar la
misteriosa ley de los adeptos de la Logia Americana :
« El iniciado matará al iniciador »?
Mas, ¿a quién no conmoverá la suerte del grande, del
heroico, del noble Miranda, cuyo genio ha de quedar para
siempre digno de veneración? Fué el primero en concebir
el porvenir de Sudamériea, y el primero también en des-
brozar aquella selva tenebrosa que él soñaba en convertir en
un Jardín de las Hespérides. No retrocedió, para realizar
tal porvenir, ni ante los peligros ni ante las pruebas, persi-
guiendo su admirable ideal en medio de asechanzas, de difi-
cultades sin cuento, de la ingratitud y de la traición de los
suyt)s, aceptando de antemano, con el más elevado de los
1. Délos informes del comandante Haynes se despi-ende que en La
Guayra se ignoraba, no sólo las condiciones en que se había efec-
tuado la capitulación de San Maleo, sino también los compromisos
relativos a la salvaguardia de las propiedades y de las personas,
exigidos por Miranda, creyendo éste de buena fe que ¡Nlonleverde
cumpliría lo que solemnemente había prometido. Ademas, Bolívar,
alegando esta particularidad, aseguró mas tarde que (( había arries-
gado su propia seguridad, que pudo haber conseguido, embarcán-
dose en un buque, con el íin de asegurar el castigo de Miranda por
la traición que se le atribuía )>. Carta del coronel inglés H. B. Wilson,
ayudante del Libertador, al general OLeary, autor de las Memorias
citadas : V- t. I, p. 75.
piiiMr.HA niíi'i Hi.icA nR vkxkzuei.a ;{95
cslolcisnios, las tíos <»raiides expiaciones ineludibles :
padecer v morir. « No hav ejemplo, dice Michelel ', ([iiieii
no conocía sin embaro(> más que parte de la vida de
Miíanda. de una existencia tan completamente abnegada
sistematizada toda entera en provecho de una idea, sin dar
un solo momento de ella al interés, al egoísmo )). Miranda,
dice también el gran historiador, « nació desgraciado ».
Pero esta misma desgracia se convierte para él en aureola.
V es un título más para su alabanza y para su gloria.
Gloria por tanto tiempo negada... Pues sólo en nuestros
días se le ocurre a la tardía piedad de las generaciones
contemporáneas exhumar el prestigioso recuerdo de Fran-
cisco de Miranda y descifrar su nombre; nombre que,
desde hace más de ochenta años, está grabado en la
piedra, en París :
Sur ce bloc triompltal...
Oíi VHistoire dictait ce qii'il fulla it écrire- !
(En el monumento triunfal en que la historia dictaba lo
(jue habia de quedar escrito.)
1. llisloire de la Révoliition franrai.se, Edic. de 1879. t. YI, p. 341.
2. Se puede, en efecto, ver el nombi-e de Miranda en el pilar este
del Arco del Triunfo de la Estrella entre los de los 386 héroes a
quienes el emperador Napoleón juzgó dignos de tal honra. Asi-
mismo, en el museo de Yersalles hay un retrato, por cierto apócrifo,
del general Miranda (Sala 145) mencionado con el n" 2355 en el
Catalogue-Nolice da Miisée. faris. 1860, IT' parte.
LIBRO III
BOLÍVAR
CAPÍTULO PRIMERO
EL MANIFIESTO DE CARTAGENA
I
Los patriotas siulainei'icaiios en quienes los sueesos de
1810 no habían borrado toda esperanza de un acuerdo con
la metrópoli, tenían derecho a creerlo todavía casi reali-
zable al instalarse las Cortes de Cádiz.
(hediendo a la presión de los liberales de España, la
Junta Central de Sevilla había declarado, semanas antes
de resignar sus poderes en manos del consejo de regencia,
(jue las Cortes, por tan largo tiempo olvidadas, se reuni-
rían de nuevo para elaborar una (k)nstitución. Convo-
cadas para el 1" de enero de 1810. sólo el 24 de septiembre
inauguraron sus sesiones las Cortes. La escasa represen-
tación obtenida en ellas por las provincias de ultramar y el
sistema de los ce diputados suplentes », escogidos entre
ios habitantes de Cádiz, ffuicnes habían de tomar parte en
las sesiones (b; la asamblea hasta la llegada (b* los dipu-
tados de América, no parecían presagiar mejoras nota-
bles para la suerte de los sídxlitos españoles del Xuevo
Mundo. Sin embargo, las Corles d¡er<»ii prueba, cuando
menos (luíanle las semanas ([ue siguieron a su inslalación,
398 líOLlVAR
de lili espíritu einiueiilemeiite conciliador y liberal '. Desde
la segunda sesión, la cuestión americana quedó some-
tida a las deliberaciones de la asamblea. El 15 de octubre
las decisiones ha poco adoptadas por la Junta Central
respecto a la perfecta igualdad de los derechos de
América v la legitimidad de su representación, eran unáni-
memente confirmadas por un decreto solemne. Dicho
decreto aseguraba amnistía general a los rebeldes de las
Colonias. Hasta se hacía entrever en él que se rompería
del todo con el sistema colonial y que todo el antiguo
orden de cosas sería reformado radicalmente. Los Ameri-
canos presentes en la sesión, arrebatados por el espí-
ritu de sinceridad con que las Cortes expresaban tales
principios, se entregaron, después de la votación, a los
transportes del júbilo más enternecedor -.
Poco duró aquel júbilo. Las noticias que cada correo
traía de América, la extensión que allí tomaban las ideas
revolucionarias, la evidencia cada vez más marcada de una
próxima delección, enajenaron con rapidez a los diputa-
dos americanos los sufragios de sus colegas. La gene-
rosidad de los representantes españoles no podía prevalecer
contra la tradicional noción de la sumisión en que habían
de quedar los criollos y los indios. No escasearon insinua-
ciones que lastimaban el amor propio, ni palabras ofen-
sivas. Un diputado de Nueva España tuvo la desdichada
idea de proponer que las Cortes diesen los pasos necesa-
rios para « preparar la emigración del gobierno y su
establecimiento en México, que se había ofrecido a darle
asilo^ ». Esta proposición hirió a los Españoles, cuyo
orgullo se había exasperado en la lucha (|ue sostenían
para salvar su independencia. Desde aquel momento,
las proposiciones presentadas por los Americanos fueron
rechazadas casi sin discusión. Acabaron por concederles,
como favor insione, la abolición de ciertas restricciones
que habían sido trabas para la industria y la agricultura;
1. V. Gkrvimis, op. cit., i. YI, Lib. IV, 3" parte según Ariíüelles :
Examen histórico de la reforma constitucional que hicieron los Cortes
generales y extraordinarias, etc. Londres, 1835, t. I y II.
2. Cf. Id.
3. Cf. Id.
EL MAMlMKS'Kt l)K CAliTAííKNA 'ÍJÍ»
después, en el li-aiiscurso de 1811. liieion (Iccieladíis
medidas que tendían a prolcoer a los indios eonlia l()s
repai'tiniiealos v la inila. Pero los eriollos, que en estas
eoneesiones hechas a las clases bajas no veían sino un
medio político destinado a asegurarse instrumentos de
tlominaciiMi contra ellos mismos, cesaron, a poco, de
a]:)rigai' ilusiones acerca de las disposiciones de las Cortes
en lo concerniente a la esperada reforma del sistema colo-
nial, y, sobre todo, acerca de la concesión de la libertad
de comercio.
Los tres personajes ' que, el 27 de octuJjre de 1810,
habían substituido al consejo de regencia ejercían sólo un
poder nominal. Así, pues, por favorables a la causa ameri-
cana que fueran sus sentimientos, de las Cortes sobe-
ranas dependía la solución de aquella cuestión de la
libertad económica, objeto de vehementes instancias ameri-
canas, y acerca de la cual los negociantes de Cádiz, tan
poderosos en la asamblea como en el primer consejo de
regencia, se habían mostrado siempre intratables. Pare-
cían, además, menos dispuestos que nunca a desprenderse
del monopolio del tráfico con las Colonias, que para ellos
era fuente de considerable enriquecimiento : era pues
natural verles desplegar toda su energía para conser-
varlo.
Esta actitud había de contrariar singularmente los
esfuerzos que seguía haciendo la Gran Bretaña para
obtener el reconocimiento oficial de su preponderancia en
el Nuevo Mundo, y desanimar sus leales tentativas con
objeto de imponer al gobierno espari()l su mediación en la
contienda con América.
En efecto, ateniéndose a los compromisos adquiridos por
él para con los diputados de Caracas, lord Wellesley no dejó
de prescribir a sir Hcnry Wellesley, su hermano, minis-
tro británico en Cádiz, que hiciera aceptar por las Cortes
la mediación inglesa. Además, constituía para Inglaterra
una necesidad primordial el quedar adicta a la política tan
felizmente observada por ella hasta entonces, v que. como
1. El general Blake. el jefe de escuadr;i Don Gabriel Ciscar, y üun
Pedro Ag«r, director de la academia de las guardias marinas.
4(»0 líOlJVAR
es sabido, (MHisistía en coiiserN ai' la amistad de su clien-
lela americana, y. al mismo tiempo, en obtener ven-
tajas y compensaciones del apoyo prestado a España.
Durante los dos años que duraron las negociaciones, el
Foreign Office no cesa de insistir, en su correspondencia
con sir Henry, y lo mismo hace este último en sus notas al
ministro de Estado español. De Bardaxi, acerca de la
importancia de los socorros : en dinero, en armas, en
municiones, concedidos por Inglaterra a su aliada. Indica
la necesidad de reconocer estos sacrificios por la conclu-
sión del tratado de comercio, y desea que la mediación
británica se extienda a todas las Colonias, a Nueva España
sobre todo, considerada como la más rica de todas ellas.
No ignoraba el gabinete de Londres lo mucho cjue a la
metrópoli repugnaba esta solución. Desde julio de 1810,
sir Henry había indicado a su gobierno que los nego-
ciantes de Cádiz. « y, probablemente, España toda », se
opondrían a que la libertad comercial con el Nuevo Mundo
fuera concedida a otros que a los Españoles ^ Sabían tam-
bién los Ingleses que no estaban exentos de segunda
intención los sentimientos de sus aliados. A poco de salir
para Costa Firme el comisionado regio, sir Henry se procuró
el texto de las instrucciones secretas dadas a Cortabarría
por el consejo de regencia y lo envió a Londres ■. En
dichas instrucciones se aludía a « la duplicidad del papel
desempeñado por la Clran Bretaña, quien, lejos de opo-
nerse a los planes de los rebeldes americanos, cosa que
bahía derecho a esperar, los secunda al contrario y no ha
temido acoger con estima v benevolencia las insidiosas
declaraciones de los diputados de Caracas. » La tenacidad
británica no se arredró ante estas revelaciones más o
1. Sir II. Wellesley al mar([ués de Wellesley. Cádiz, 11 de julio de
1810. F. O. Spain, 96.
2. II. Wellesley al marqués de Wellesley. Isla de Léon, 5 de nov.
de 1810. F. O. Spain 98, n'^ lio. El le.vto de las instrucciones de
Cortabarría, con fecha de 31 de agosto de 1810. fué entregado a Wel-
lesley por el diputado de Sania Fe : Mejía. Texto en un todo con-
forme con el original conservado en Sevilla. Archivo de Siinaiicas
(estante l^ü, cajón ?>. legajo [2. página 124). y del cual una copia
certificada se halla en el Brilish Museum (Venezuela, Arbilralion
transcripts. \ol; .WXIX, 1798-1811. B. Addilionnal 36, 852).
líl. .MANIFIESTO DE CARTAGENA 401
menos picvislas, y con incansable perseverancia, sii- Ilenry
Weüeslev seguía acosando a los ministros, a los regentes
y a los diputados influentes de las Cortes.
Hasta luilx) momentos en que pareció prt)bable un
acuerdo, l'^l S de Octubre de 1810, el embajador de España
en Londi'cs inlormó oficialmente al secretario de Estado
que su gobierno aceptaba en principio la mediación'.
Quedaba sólo el determinar sus bases y su extensión.
Sir Henry empleó todo su celo en hacer adoptar las miras
del Foreign Office, y creyó, al cabo de medio año de labo-
riosas gestiones, haberlo conseguido-. Pero, tal lué la
forma bajo la cual precisó España sus proposiciones, que
los Ingleses rehusaron. Por de pronto, de Bardaxi no con-
sentía en que Méjico, Buenos Aires y Costa Firme fueran
comprendidos en la lista de las colonias en que había de
ejercerse la mediación. A más de esto sugería, en un artí-
culo secreto que, « en caso de que al cabo de quince meses
no se hubiese efectuado la reconciliación de la metrópoli
y de las provincias de ultramar, interrumpiría Inglaterra
las relaciones comerciales que España le autorizaba a
sostener durante aquel tiempo, y hasta se comprometería
a prestar, en dicho momento, al gobierno del rey, el apoyo
de sus fuerzas para acabar con la resistencia de los Sud-
americanos y obligarles a que cumplan con su deber ^ ».
Estas proposiciones fueron, desde luego, consideradas
como inaceptables, y sólo a fines del año 1811 fueron
reanudadas con alguna actividad las negociaciones.
Esta vez, las Cortes autorizaron al consejo de regencia
a que concediera a los Ingleses, a cambio de un empréstito
de 10.000.000 de libras esterlinas, la libertad de comercio
con América durante un período de tres años^. Además,
la asamblea estaba a punto de terminar sus tareas. Votó,
el 18 de marzo de 1812, el conjunto de la Constitución,
ajustada a la Constitución francesa de 1791, menos en lo
1. Juan Ruíz de Apodaca al marqués de Wellesley. Londres, 8 de
octubre de 1818. F. O. Spain lOl.
2. Sir H. Wellesley al marqués de Wellesley. Cádiz, l'i de junio de
1811. F. O. Spain, 111.
3. Bardaxi a H. Wellesley, Cádiz, 29 de junio de 1811. F. O.
Spain, 112.
4. Nota de Bardaxi, 17 de diciembre de 1811. F. O. Spain, vol. 115.
26
402 nOLIVAI!
róldente a la libertad de eoncieneia. Salvo esta eoncesión,
que los eonstituyentes se veían obligados a hacer a los
sentimientos de la inmensa mayoría de sus conciudadanos,
la obra que acababan de elaborar se inspiraba en un
evidente liberalismo. Podía creerse que las circunstancias
eran favorables a las reformas sinceras, a una reconcilia-
ción verdadera con las Colonias. El 1° de abril, el
gobierno británico nombró tres comisionados encargados
de reunirse con los que por su parte designara España,
y que se pondrían en camino para América, en donde
habrían de esforzarse por obtener la pronta cesación de
las hostilidades ^ El comodoro George Cockburn -, Thomas
Sydenham v Philip Morier'^ salieron de Londres a fines
de abril, con dirección a Cádiz; pero no tuvieron en esta
ciudad la acogida con que contaban ellos.
En efecto, el nuevo consejo de los cinco regentes %
elegido el 20 de enero, propendía mucho más hacia el
partido del antiguo régimen que hacia el de las reformas
consagradas por las Cortes. La Cámara de comercio de
Cádiz se opuso violentamente a todas las mejoras pedidas
por los comisionados ingleses en favor de los subditos de
ultramar. En cuanto a la autorización oficial de comerciar
libremente con América, con la cual seguía contando
Inglaterra, los negociantes gaditanos se opusieron a ella
en absoluto. Declararon que semejante concesión sería
(( la ruina de España y la destrucción de todo orden, de
toda moral, de toda religión y de toda sociedad''. » Por
otia parte, los numerosos alistamientos de oficiales y de
1. Instrucciones para los comisionados enviados a Sudamérica, 2 de
abril de 1812. F. O., Spain, 156.
2. Nació en 1772, falleció en 1853. De 1812 a 1815, sirvió en la
guerra contra los Estados Unidos. Él fué quien mandaba el Nor-
tkumberhind, que condujo a Napoleón a Santa Elena. Vicealmirante
en 1819, fué nombrado almirante en 1837.
3. MoRiKR (John Philip), 1776-1853. Subsecretario de Estado en
relaciones exteriores en agosto de 1815. Enviado extraordinario a
Sajonia, de 1816 a 1825.
4. Fué aquél el consejo llamado del Quinlillo, del que formaban
parle : el duque del Infantado, los consejeros D. Joaquín Mosquera
y Figueras y D. Ignacio Rodríguez de Rivas, el teniente general de
marina D. Juan María Víllavicencio. y el teniente general de los ejér-
citos D. Enrique O'Donell, conde del Abisbal.
5. Gkrvinus, op. loe. cil.
I-I. MANIFIESTO DF, CAH'l Aí.ENA /^O.'i
soldados ingleses en las tropas insiin-octas, el apoyo
prestado a los independientes por los gobernadores y
comandantes de las estaciones británicas de las Antillas,
V, principalmente, el ofrecimiento del vicealmiíante sir
Francis Latorey d<! poner la iragata Orpheus a disposición
de los Venezolanos, a raíz del terremoto, habían indionado
o
al consejo de regencia*. Sir llenry Welleslev tuvo que
renunciar a convencer a los Españoles-. Los comisionados
se dispusieron a regresar a Inglatei-ra. v a poco (luedaron
rotas las negociaciones.
No obstante, las perseverantes instancias de su ministro
y los equívocos hábilmente suscitados por él valieron a
los Ingleses una serie de concesiones provisionales :
comercio abierto en Sudamérica hasta terminación de la
guerra continental; luego, mientras duraran las Cortes;
en fin. durante el plazo de los quince meses, fijados para
el arreglo de las dificultades con las Colonias, decreto de
mayo de 1811, que concedía para seis meses el derecho de
importación de los tejidos ingleses en las Indias Occiden-
tales ^ Estas concesiones, que en principio no habían de
ser aplicadas sino en la hipótesis de un acuerdo hispano-
británico, recibieron de hecho plena ejecución. Los Ingleses
traficaron libremente con las Colonias españolas hasta el
momento de la emancipación definitiva. Y, cuando, diez
años más tarde, se trató de la cuestión del reconocimiento
de los nuevos Estados, no dejó de proclamar oficialmente
(d gabinete de Saint James « que la antigua pretensión de
España de prohibir todo comercio con las (Colonias era
del todo anticuada, y, en todo caso, inaplicable en lo (rué
concernía a Inglaterra, pues el permiso para comerciar
con las Colonias españtdas liahin sido concedido a la Gidii
Bretaña en lídO, en época de las negociaciones relativas
a la mediación. Que, cierto que dicha mediación no había
sido empleada porque España cambió de parecer... pero
que siempre ha (juedado establecido desde entonces (ine el
1. Sir H.- Welleslev »1 marqués de \Vellesley. Ciídiz. oO de marzo
de 1811. F. O. Spain'llO.
2. Sir H. Welleslev al marqués de Welleslev. Cádiz, 16 de febrero
de 1«13. F. O. Spaiu r.:5.
3. 17 de mayo de IHI 1. /-'. O. Spaiu III.
40'± nOLIVAR
comercio quedaba abierto a los subditos británicos, y que
las antiguas leyes de las costas se hallaban, cuando menos
en lo que a dichos subditos concernía, tácitamente revo-
cadas' ».
Las negativas opuestas a sir Henry Wellesley desde
mediados del año 1812, y la frialdad con que habían sido
acoffidos los comisionados enviados a Cádiz se fundaban,
en realidad, en motivos más extensos que las opiniones
retrógradas del consejo y la interesada hostilidad de la
Cámara de comercio. Todo, en efecto, hacía prever, en
aquel momento, que Napoleón no tardaría en renunciar a
España. Por otra parte, las noticias de los éxitos de ^Monte-
verde coincidían con las de la próxima pacificación de las
colonias insurrectas. La caída de la república venezolana,
la derrota de los revolucionarios en Quito, la adhesión a
la causa real de casi todas las provincias marítimas de
Costa Firme permitían, asimismo, considerar la sumisión
de los rebeldes de Nueva Granada como un acontecimiento
efectuado o a punto de efectuarse. Cartagena y Santa Fe
resistían aún; pero, debilitadas por disensiones intestinas,
parecían no liaber de oponer ya larga resistencia al esfuerzo
de la metrópoli.
Tampoco causaban inquietud Méjico y el Perú ; la situación
de España parecía asegurada en ellos de manera tan firme,
que la Regencia contaba con rápida y universal represión.
El virrev Venegas y el general Calleja tenían a su dispo-
sición en Nueva España más de 70000 hombres de tropa
buena. Veracruz, defendida por su fortaleza de San Juan
de Ulloa, resultaba inexpugnable; Cuba y Puerto Rico
permanecían fieles. En Lima, el virrey xVbascal, dueño de
la población, secundado por Goyeneche y Toribio Montes-,
amenazaba, sin que pudiera creei'se posible su derrota, el
Alto Pei'ú V las Provincias Unidas de la Plata. Parecía
estar en posibilidad de socorrer no menos victoriosamente
la contra-revolución granadina.
1. iMeinorandum de la conferencia del J2 de octubre de 1823 entre
el príncipe de Polignac y (lanning en el Annuaire historique itni-
versel para 1824, publicado por (]. L. Lesui'. París, casa editorial
Thoisnier, 1825, 1 vol. en 8". p. (Jr).").
2. V. infra, i? III.
liL iMANlKIESTO J)K CAüTAGKNA 405
II
Sin enihaiuo. un examen más delcnido de la situación
vcrdadeía nos demuestra que, en aquel momento, las
Colonias no pi'esental)an un aspeeto tan traiKjuilizador
para los intereses de la metrópoli.
Sin duda ([ue el empuje íormidable promovido por
liidalo-o en Nueva España había sido, después de sus
primeros éxitos en Toluca y en Guadalajara, en octubre
de 1810, atajado por el general Calleja en Acúleo, el 7 de
noviembre y desbaratado definitivamente el 17 de enero
siguiente, en la batalla del puente de Calderón. Las hordas
de indios, armados de cuchillas y de flechas, que se preci-
pitaban hacia los cañones para taparlos con sus sombreros
de pajíi', se habían dispersado ante las tropas reales :
traicionados por uno de los suyos. Hidalgo y su primer
teniente Allende, habían sido presos y fusilados (27 de
marzo y 27 de julio de 1811). Pero las autoridades espa-
ñolas, persuadidas al pronto de que aquella derrota y
aquellas ejecuciones señalaban el fin de una aventura que
no había de ser repetida, tuvieron que convencerse de que
la insurrección no desarmaba.
Otro sacerdote, José María Morelos, cura de Carácuaro,
enarboló la bandera de la rebelión arrancada de manos de
IIidalo(), su amioo desde la infancia. El ascendiente consi-
o • o
derable de Morelos no tardó en agrupar en torno suyo a
cierto número de patriotas de temple, leclutados en todas
las clases de la sociedad mejicana : los hermanos Bravo,
ricos hacendados de Chichihualco, de los cuales uno de
ellos, Nicolás, se inmortalizó, dice atinadamente su histo-
riador, por un hecho ([ue la violencia de aquellas guerras
hace más admirable aún-. Al saber que su padre había
sido hecho prisionero por el general Calleja, ofreció, para
su canjeo, a doscientos Españoles apresados por él. Calleja
rechazó la proposición de Nicolás Bravo e hizo ejecutar al
l.'Cf. Zavai.a, Ensayo liistórivo do las JiCi'oluciofies de Méjico. 1. I,
y Gervinus, op. cit,
2. HiBBARD, Ilisioiic coiitem poio 1116 de l'Espagne. op. cit., t. I,
cap. IV, p. 219.
406 liOLIVAIl
piídic de éste. En el acto envió Nicolás a Calleja los dos-
cientos cautivos, « para no exponerse, le escribía, a
sucumbir a la tentación de venofarse en ellos ». El disfno
o o
y probo Galeana, el abogado Rayón, antiguo secretario de
Allende, el cura ^Matamoros, el arriero Vicente Guerrero,
el mulato Guadalupe Victoria completaban el estado mayor
de Morelos.
Todos aquellos hombres, tan patriotas como inteligentes
y bravos, supieron sacar útiles enseñanzas de la derrota
de sus predecesores. En el centro v norte de Méjico
organizaron guerrillas a imitación de las que, en aquella
misma época, daban tantos malos ratos a los ejércitos de
Napoleón. Morelos, que había establecido su cuartel
general en las provincias meridionales, se dedicó a coor-
dinar los esíuerzos de sus compañeros y prosiguió con
perseverancia un plan muy háJjil que consistía en aislar la
i-apital de sus recursos transatlánticos. Hacia fines de 1811
habían caído en su poder la mayor parte de las plazas
desde Acapulco hasta Chilpanzingo, y, durante los seis
primeros meses de 1812, y en la sola región de Nueva
Galicia, ascendió a cincuenta y cuatro el número de
acciones entre los Españoles y los lugartenientes de Morelos.
Galeana se apoderó de la ciudad minera de Tasco, poco
distante de México, y, ya en feijrero de 1812 se decidió el
virrey a enviar de nuevo al indispensable general Calleja,
agraciado con el título de marqués de Calderón, a que
atacara vigorosamente a los facciosos.
Sitiado y reducido a merced en Cuantía, Morelos se retiró,
en junio, a Tehuacán, en la provincia de Puebla, convir-
tiéndolo en centro de operaciones atrevidas y fructuosas ;
pues a más de apoderarse del tesoro de Orizaba, opuso de
continuo invencible resistencia a los exasperados ataques
de los jefes españoles. Veía Calleja con desesperación
« renovarse sin cesar, como las cabezas de la hidra, los
ejércitos de los rebeldes, a quienes creía él haber desba-
ratado para siempre ». Por otra parte, en sus informes
hacía observar Venegas « que la guerra se alimentaba por
sí misma, que instruía poco a poco a los guerrilleros en el
arte de la táctica w, y, a pesar de las fuerzas considerables
de ((uc disponía v de las victoiias (jue a éstas debía, no
i;i, MAMi iKsro i)K (:AitTA(;t:NA 'io7
tl(!Ífil)a tic temer el vliicv « (jue hi sitiiaeióii ariimiaia la
causa española '. »
Mejor l'uncladas, en lo (jue al Perú eoiieeniía, estaban
las optimistas previsiones del gobierno de Cádiz. Lima,
la hermosa Lima. « tan hermosa, según dicho popular, (jue
el Padre Eterno había dejado abierto, en el paraíso, un
agujerito para no dejar de verla », quedaba fielmente
sometida a la dominación metropolitana. (Ciudad de lujo
y de placer, con calles bordeadas de jardines que esparcían
cantos y perfumes, con j)lazas sombreadas, amenizadas
por estatuas v juegos de agua, con cielo puro surcado por
incesante vuelo de golondrinas — las scintarosas, mensa-
jeras de su risueña patrona — orgullosa de sus iglesias
con pilares de plata v hasta de oío macizo, de sus conventos.
de sus palacios, de su blasón y de sus mujeres, contentá-
base Lima con decirse la primera de las ciudades del
Xuevo Mundo. La igualdad, la debilitante dulzura de un
clima tonificado de cuando en cuando por la brisa (|ue
baja de las montañas vecinas, imprimía su sello a sus
moradores. La aristocracia, numerosa y puramente espa-
ñola, en su mayoría originaria de Vizcaya, conservaba en
Lima, más que en los otros centros, su fasto y su altanero
desprecio hacia las clases inferiores. De los 50000 habi-
tantes que en 1812 contaba la capital peruana, cerca de la
mitad era de raza peninsular o criolla. De costumbres
conservadoras, místicas y nada austeras, aquella prepon-
derante aristocracia había sabido inculcar a los mulatos,
a los indios, a los negros, por cierto satisfechos, sometidos
o dóciles, el respeto tributado por ella al anciano marqués
de la Concordia, Don José de Abascal. popular entre todos
los virreyes sudamericanos.
Sobresalía Abascal en dar brillantes fiestas a los nobles
limeños v en ti'atar con benevolencia al pueblo. Poseía un
ejército, milicias considerables, buques : las escasas y
tímidas empresas de los patriotas aislados parecían sin
consecuencia en el conjunto a la vez inmutable y poderoso
([ue presentaba, en medio del general destartalo de la
1. V. Alamá.n, Historia de México. T. II y III, y Gervi.nus. op. cií.,
según Bustamante. Cuadro liislórico de la Res'oluciún de México,
T. I. cap. IV, seguido en general por todos los historiadores.
408 BOLÍVAR
America española, la cindadela peruana, indemne, temible
y temida.
Mas no quiere decir esto que lucran siempre lelices y
fáciles sus tentativas de ataque o de defensa.
La separación de las provincias de la Plata, erigidas en
un nuevo virreinato desde i778, había conferido a Buenos
Aires una importancia cuyos considerables resultados
hemos tenido ocasión de señalar, relativos a la difusión
y al progreso de la idea revolucionaria en aquella parte de
América. Buenos Aires, cuya población había llegado, en
menos de treinta años, a igualar en número a la de Lima,
formaba contraste con ésta, así por su aspecto monótono y
sin atractivo, como por el carácter serio, adusto y cerrado
de sus habitantes ^ Con sus casas achatadas, extendiéndose,
todas semejantes, a lo largo de las calles y de las avenidas
que iban del este al oeste, y del norte al sur, cortadas en
ángulo recto, formaba la ciudad una especie de inmenso v
escueto tablero de ajedrez sobre el que, a trechos, se
alzaban los soportales de la Plaza Mayor, la Recoba
vieja, los severos campanarios de Santo Domingo, los del
convento de los Jesuítas y del hospital de la Residencia,
la recargada cúpula de la catedral, las murallas de la for-
taleza que bordeaban el río, y la almenada Plaza de Toj-os.
Los porteños, — nombre con cjue, según recordará el
lector, designaban en Buenos Aires a los criollos, —
dedicados únicamente al negocio y al estudio, deseosos de
merecer realmente la libertad que sus Proceres habían
proclamado, demostraban c< un afán por llegar al último
grado de la civilización », que causaba extrañeza a los
extranjeros que por entonces acudían a orillas de la Plata'".
Había numerosos establecimientos de interés general, y
una biblioteca abría sus puertas a los estudiantes de la
universidad transformada.
Al mismo tiempo que progresaba así el espíritu público,
1. Cf. (1"0kiíigny, Voya^cs. Mikrs, Travels in Chile and La Plata.
Londres, 1826. S. Hahímí, Sketches of Buenos-Arres and Chile. Lon-
dres, 1829, etc. V. también : SAUMII•:^TO, Civilización y Barbarie. Trad.
francesa de Ciiraud, Pai-is. 185o.
2. Cuadro de la República Argentina, de 1812 a 1819. Arch, des
Aff. Etr. Ré[). Argenline. Yol. 1.
EL MANIFIESTO DE CAKTAGENA 'lO'J
los campeones de la emancipación argentina se dedicaban
con esmero a perfeccionar el ejército nacional destinado
a ir en socorro de las provincias rebeladas contra España.
Mas, no iba a tardaren modificarse la inspiración generosa
que les moviera a tomar este partido. Buenos Aires, (¡ue
pretendía al título de Roma americana, tenía cuando
menos el orgullo vías devoradoras ambiciones déla antigua
ciudad de los Césares. En realidad, sólo en provecbo
propio favorecía la liberación de las provincias del vi-
rreino, tratando de imponerles, desde el primer día, una
sujeción económica cuyo principio babía sido condenado
por el espíritu mismo del movimiento que acababa de
efectuarse. Instintivamente penetraron las provincias la
política egoísta del cabildo de Buenos Aires aun antes de
que tuvieran plena conciencia de ella los miembros de
aquel altanero gobierno. Mientras llegaba el momento de
que la Roma americana diera a luz inevitables Marios,
tropezaba, en las regiones adonde enviaba sus generales y
sus ejércitos, con una hostilidad, fomentada además con
ahinco por los Españoles, que envenenó la lucha y retrasó
de singular manera su desenlace'.
El primer resultado de la política de Buenos Aires fué
la irreparable división del virreino. El Paraguay inició el
movimiento. Las tropas de la Plata, mandadas por Bel-
grano, fueron acogidas sin entusiasmo por la población,
poco deseosa de un cambio de régimen que sólo medianas
mejoras le reservaba. La minoría liberal, cuyos esfuerzos
acababan de tener por resultado el establecimiento de una
Junta Gubernativa, sólo a disgusto aceptó el negociar con
el general argentino. Pero, entretanto, un obscuro abogado
a quien dieron celebridad su energía y su asombrosa
audacia, José Rodríguez de Francia-, que por entonces
contaba 53 años de edad, se apoderó del poder, galvanizó
a sus compatriotas y les hizo aclamar la República. No
mejor trato cupo al delegado de Buenos Aires, por parte de
Francia, que el que anteriormente había recibido el gober-
nador español Velasco, ([uien, para salvar su A'ida, se había
1. Cf. Becerra, op. cit. Introducción. í;!^ 19 y 20.
2. Nació en 1758 en La Asunción, y allí murió en 1840. De.sde 1811
gobernaba el Paraguay.
410 llOl.lVAlt
vislo (»1)IÍo¡kI() a salii' a totla piisa de La AsuncicHi. Tuvo,
Bclgrano (juc acatar las voluntades de Francia, que se
proclauK) dictador, y, por acta íirmada el 22 de octubre
de 18il, reconocer, en nombre de Buenos Aires, la inde-
pendencia definitiva del Paraguay. Tan pronto como se
hubieron alejado las tropas argentinas inauguró Francia
su lamoso sistema de aislamiento, gobernando al país, por
espacio de cerca de cuarenta afios. cual autócrata de incon-
testada autoridad, haciendo, como se ha dicho, del Paraguay
una (( pe(pieña China cristiana », mantenida en estado de
bloqueo absoluto.
Mayor éxito, siquiera en los comienzos, habían obtenido
los Argentinos en el Alto Perú, adonde Castelli y Balcarce
habían conducido las tropas más ejercitadas de Buenos
Aires. Castelli, vencedor en Suipacha de las fuerzas que
apresuradamente había enviado a su encuentro el virrey de
Lima, se apoderó con l'acilidad de Potosí, estableciéndose
en Chuquisaca en diciembre de 1810. Cometió la impru-
dencia de saborear un harto prolongado reposo en esta
última ciudad, enajenándose además las simpatías de sus
habitantes por ostentar para con ellos actitudes de pro-
cónsul. Las autoridades españolas del Perú supieron
explotar la animosidad que, cada día más, se manil'ostaba
contra los oficiales argentinos. La muy devota población
de Chuquisaca se rebeló contra los « volterianos » de
Buenos Aires. Recurrió Abascal a la competencia militar
de Goyeneche, quien salió para la provincia de Cuzco y
consiguió, al cabo de algunas semanas, organizar en ella
un ejército de 8 000 hombres, superior, como número y
como calidad, al de Castelli y Balcarce.
El 20 de junio de 1811, la victoria del Desaguadei'o
devolvió el Alto Perú a los Españoles. Tres meses después,
entraba Goyeneche vencedor en Potosí, restableció por
todo el país la dominación real, y. a no ser por una insu-
rrección fomentada por los patriotas de La Paz y de Cocha-
bamba, que, por cierto, consiguió él ahogar con facilidad,
el fracaso del ejército de Buenos Aires, fuera de estado de
sostener la campaña, se habría convertido, seguramente,
en verdadero desastre. Balcarce y Castelli ganaron a mar-
chas l'orzadas las provincias de •'ujuy y Salta, en donde se
Kl, MAMI li;ST<» DK L.VKTAííEX.V 'i I 1
reconstituveron h) inrjor posible en previsión tic iin |)i()-
biible ataqne de Goveneelie.
Los interesad<)s socorros ([ne el ^-obierno de Buenos
Aires babía enviado a los pal riólas tlel Uruguay no parecían
tampoco baber de sei' (tbjelo de mejor acogida, ni ocasión
de mavor éxito para la cansa de la Independencia. Los
campesinos uingiiavos ba])ían respondido a la revolución
del 25 de mavo tle 1810 por un levantamiento general a
cuva cabeza se babía colocado, desde el primer momento,
el bijo de un bacendero muv estimado en Montevideo :
José Artigas'. Los improvisados combatientes a <[uienes
convirtió Artigas en sus guardias de eorps fueron reclutados
entre los gauclios. A([uellos conductores de rebaños de
bu<'ves v de caballos babían de compartir, con los llaneros
tle Venezuela, el merecido sobrenombre de « centauros del
Nuevo Mundo ». Estaban avezados a toda clase de penosas
faenas, listos para todas las empresas, eran adictos basta la
muerte a quien sabía convencerles y dominarles, talento
que poseía Artigas a la pertección; adquirió absoluto
ascendiente sobre sus gau(dios y sobre los numerosos
rcídutas que, voluntarios o forzados, le llevaban aquéllos.
A comienzos de 1811 acudió, con dos mil soldados suyos,
al ala(|ue de Montevideo. El gobernador español Elio era
para Artigas un adversario detestado. Mas no eran más
afectuosos los sentimientos del jefe de la insurección
uruguava bacia Rondeau'. c[ue Buenos Aires le babía dado
por colaborador. Las disensiones que no tardaron en esta-
llai- entre ambos jefes republicanos permitieron a Elio
oponer eficaz resistencia a la insurrección. Rodeado de un
considerable partido de Españoles al que los últimos acon-
tecimientos habían añadido numerosos emigrados realistas
procedentes de Buenos Aires, Elio, revestido por el
gobierno de Cádiz del carácter de virrey, dedicó toda su
eneroía a hacer frente a los i-ebeldes. Rondeau v Artigas
o • o
1. Artigas (José Gervasio), fundador de la República del Uruguay.
Nació hacia 1760 en Montevideo, falleció el 23 de septiembre de 1850.
2. Rondeau (José), nació en Buenos Aires en 1770. En 181 'i tuvo el
mando supremo del ejército del Alto Perú, y perdió la batalla de
Sipesipe en 1815. Electo director supremo de los Estados Unidos de
la Plata en 1819-1820. fué, de 1828a 1839, presidente déla República
del I ruguay.
412 noLivAit
luei'on clerrotados pt>r completo en los dos combates deci-
sivos de San José y Las Piedras. Con los buques de la
flota real, de que disponía, sitió Elio a Buenos Aires. Tuvo
no obstante que retirarse después de un torpe bombardeo
cuyo único resultado fué excitar hasta el paroxismo el
entusiasmo patriótico de los Argentinos.
El virrey de Montevideo, amenazado en aquel momento de
una nueva insurrección en el Uruguay, hizo un llamamiento
a los Portugueses del Brasil. Estaban éstos en acecho de
un pretexto que les permitiera tomar ])arte activa en los
disturbios del Río de la Plata, ya con intención de crear
un nuevo trono en provecho de la casa de Braganza, ya,
siquiera, para apoderarse de la colonia de Sacramento y
de todo el país designado con el nombre de Banda Oriental,
al oeste del Uruguay*. Un ejército portugués de 4000 hom-
bres se estableció, en actitud amenazadora, en la frontera
brasileña. Entonces consintieron los bonaerenses en firmar
un armisticio (21 de octubre de 1811). Consiguió Elio
dominar la insurrección que seguía sosteniendo Artigas, y,
poco después, fué substituido en su cargo de virrey por
D. Gaspar Vigodet'-.
De nuevo, y con actividad, tomó Vigodet la ofensiva. En
el Alto Perú, Goyeneche, cuyas victorias habían sido
recompensadas con el título de conde de Guaqui, seguía
siendo dueño de la situación. Se había apoderado de las
dos provincias de Jujuy y de Salta y preparaba una expe-
dición contra Tucumán, adonde envió al general Tristán,
con quien se había puesto de acuerdo Vigodet. Entablá-
ronse negociaciones entre el virrey de Montevideo y la
corte de Río de Janeiro. Prometió ésta, una vez más, el
apoyo de sus tropas. La escuadra seguía bloqueando a
Buenos Aires. No .obstante, la fortuna, que parecía tan
contraria a los independientes, se pronunció bruscamente
en favor de éstos. La expedición de Tristán fracasó. Derro-
tado el 24 de septiembre por Belgrano, c[uien se cubrió de
gloria en la batalla de Tucumán, tuvo que replegarse en
desorden hacia el Alto Perú. El ministro de Inglaterra en
1. V. Hlbbahi), op. cit., T. I, cap. ix.
2. General español, gobernador de .Montevideo desde 1810 hasta
1814.
EL MA?ÍIFIEST() DR CAIITACENA 'tl.i
Río de Janeiro se opuso a la salida de las tropas brasileñas
para la Banda Oriental. En fin. la flota española se vio
ol)Ii<^ada a abandonar el bloqueo para acudir en socorro
de Montevideo, sitiado de nuevo por Artigas y llondcau.
Las continuas disensiones que en Buenos Aires surgían
entr(> los miembros de los gobiernos sucesivos habían
contribuido por mucho en los primeros éxitos de D.
Gaspar Vigodet. Moreno, partidario del sistema unitario,
había tenido, en la primera Junta, ([ue sostener vivísima
lucha contra Saavedra, jeíe de los federalistas . Después de
la muerte de Moreno en 1811, al ¡'egresar de la misión
o
que este patriota, encargado de ir a solicitar socorro de
Inglaterra, había ido a desempeñar a Londres, sostuvo
Saavedra lucha abierta contra los miembros de la nueva
Junta, substituida, en junio de 1812, por un triunvirato
que tomó el nombre de « gobierno ejecutivo » (Chiclano,
Passo y Sarratea'). A consecuencia del movimiento insu-
rreccional del 8 de octubre del mismo año, pasó el poder
a otro triunvirato (Passo, Rodríguez Peña', Alvarez^).
Martín Alzaga, jefe del partido español o gótico, fué
alentado entonces por ^íontevideo para preparar una
contra-revolución destinada a facilitar la acción concer-
tada entre Vigodet, Goyeneche v los brasileños. Expió
Alzaga en el cadalso su temeraria empresa, mas no por
esto parecían menos amenazados los destinos de la joven
república.
Entonces es cuando Uetra a Buenos Aires José de San
o
Martín. Originario de lapeyu, uno de los treinta pueblos
del grupo de las Antiguas Misiones de los Jesuítas situadas
en las orillas del Alto Paraguay y del Alto Paraná, en
donde había nacido, el 15 de febrero de 1778, San Martín,
después de buenos estudios en el seminario de Nobles de
Madrid, ingresó en el ejército español. Estuvo de guarni-
1. Sarratka (Manuel de). Fué después gobernador de Buenos-Aires
en 1820, y, mas tarde, plenipotenciario del gobierno de Rosas, en
París, en donde falleció.
2. RoDRÍGviz Pi isA (Nicolás), nació en Buenos Aires en 1766. falle-
ció en Santiago en 1853. En 1818 tuvo que huir a Chile, en donde
peimaneció hasta su muerte.
3. Ai-VAiiEZ UK JoNTF. (Autonio). Auditor de guerra en época de la
expedición de San Martín al l'erú : falleció en Pisco en 1820.
414 nOLIVAR
ción en Melilla y en Oran, peleando en dichas plazas en
1791; hizo la campaña del Rosellón hajo las órdenes del
general Ricardos en 1794, la de Portugal en 1801, y
acababa de obtener el grado de teniente coronel como
recompensa de su notable conducta durante la guerra de
España, principalmente en el combate de Arjonilla y en
la batalla de Albuera.
\jñ Revolución sudamericana, los consejos de lord
MacdulT, más tarde conde de File', con quien le unían
lazos de amistad, el entusiasmo de que vio animados a
varios jóvenes criollos, compañeros de armas o amigos
suyos, determinaron a San Martín a dejar el ejército
español y a ofrecer sus servicios a su patria de nacimiento.
Fué a Londres en 1811 con Alvear y Zapiola. se reunió
con Bello, López Méndez, Servando Mier, Manuel Moreno
v los demás Americanos refugiados en Inglaterra, recibió
de los Maestros de la Gran Logia de ^Miranda la iniciación
suprema, y salió para la Plata a principios de 1812. San
Martín, que había de adquirir en poco tiempo fama inmortal,
hasta el punto de compartir con Bolívar el título de Tjiber-
lador del Nuevo Mundo, era considerado por entonces, nos
dice su biógrafo, « como un hombre obscuro y desvalido,
que no tenía más fortuna que su espada, ni más reputación
que la de un valiente soldado y un buen táctico- n. Arraigó
en él profundamente la convicción de la importancia irre-
sistible del arrebato popular en una guerra nacional, y del
valioso apoyo que podía ser para ésta una seria organi-
zación militar. Movido por esta idea, fundó, desde su
llegada a Buenos Aires, la Logia de Lautaro. Cuantos
espíritus preclaros y voluntades firmes había por entonces
en la capital argentina tuvieron en seguida a gala el formar
parte de aquella sociedad secreta. De este modo consiguió
San IVlartín imprimir al enq)uje liberal considciable y
decisivo poder.
Merced a la Logia de Lautaro, va desde fines de 1812
o
1. Nació en 1776; falleció en 1857. Sentó plaza como voluntario, en
1808, en el ejército español, en donde llegó a ser capitán general,
estuvo en Cádiz durante el sitio de 1810, y regresó a Inglaterra
en 1811.
2. ¡\tiT)!i-. IJisliirit) (le San Marlin. T, 1, cap. ni, ?; 2.
i:i. MANII IF.SK» 1)K CAül A(;r,XA /ll5
se hallaba líMlaliH'ido el j^ohicino. rcaii iinado el ('s|)íi¡lii
púhlifo, V pronta a ganar victorias la r(!volución '.
Tal era, además, salvo las continencias y las particula-
ridades de su (íonjunto. (d aspecto que presentaba en
aquella época el estado moral y político de la América
española. Cierto (|ue el gran movimiento de 1810 ha tenido
<[ue ceder a la lesistencia coml)inada de h)S obstáculos (lue
entrañaba v d(> los que le había opuesto la Tuerza con-
traria. Podría comparárseb^ con uno de esos ríos soleados
V majestuosos de la zona ecuatorial cuya poderosa ola, al
ti'opezar con las primeras vallas, se desvía, se ramifica en
infinito dédalo de riacliuelos, de torrentes subterráneos, de
regatos sinuosos, pareciendo haber pei'dido para siempre
su vigor nativo. Sin eml)ai'go. cercano está el desfiladero
en (|U(' las aguas van a confluir, a brotar de nuevo del
suelo, a reunirse y a proseguir, en l'oiinidable masa, su
¡mj)etuoso curso. Todavía le esperan, más abaj(>, rocas
imprevistas, precipicios, selvas pobladas de enmaiañados
bejucales, sabanas esponjosas; qnédanle que recorrei-
muchas regiones desoladas. Pero, se forma de nuevo, de
nuevo aparece el caudaloso río de los primeros días :
seguro ahora de un lecho profundo, definitivo v vasto,
ningún obstáculo prodrá ya desviarle o vencerle.
Los países mismos con quienes creía contar más como
habiéndose substraído a aquel movimiento unánime, resul-
tan, no obstante, comprometidos en él.
En Chile, la Junta había, desde su instalación, a fines
de 1<S10, convocado a los representantes de las provincias
a una asamblea constituyente que se reunió en Santiago el
4 de julio de 1811. No tardaron en manifestarse disenti-
mientos entre los Proceres igualmente decididos por la
causa de la Independencia, pei-o a quienes el afán del bien
público incitaba, con menos iVecuencia que la ambición
personal, a disputarse la autoridad ejecutiva. S<'>lo un
gobierno fuerte podía coordinar las aspiraciones, vacilantes
aún. de la mayoría de los patriotas. Aquí, como en todas
partes por cierto, imponíase la dictaduia. La pureza de
intenciones de Rosas la habría hecho sin duda soportable
1. Cf. Historia de Srtn Martin, V. I, caj). iii. í; í).
416 bolívar
y aun bienhechora, pero le fué imposible al primer artífice
de la libertad chilena el hacer admitir su supremacía. El
directorio de tres miembros nombrado por el Congreso y
prisionero del partido gótico, muy influente en la asam-
blea, apartó a Rosas del gobierno.. Trató éste de orga-
nizar una contra-junta, pero la entrada en escena de un
rival más feliz, José Miguel Carrera, derrumbó sus espe-
ranzas.
Carrera, antiguo capitán de húsares de Galicia, muy
apreciado desde hacía tiempo por los compañeros de la
Logia Americana de Cádiz, de la que formaba parte, había
acudido de España tan pronto como tuvo noticia de la
sublevación de Santiago. Fué acogido con júbilo. Su bri-
llante juventud, su prestigio de oficial, su confianza en sí
mismo le ganaron todas las voluntades. En septiembre de
1811 se hallaba a la cabeza del gobierno, pero tuvo a
honra el ofrecer a Rosas que compartieran ambos el poder.
Los dos directores adoptaron, por mutuo concierto, útiles
decisiones tales como la emancipación absoluta de los
indios y de los negros, y negociaron un tratado de alianza
con Buenos Aires. Pero su colaboración no resistió al
fogoso despotismo de Carrera. Este último despidió el
Congreso, desterró a Rosas, quien intentó, aunque sin
éxito, formarse un nuevo partido, le obligó, poco después,
a retirarse a Mendoza S y pudo, desde aquel momento,
ejercer una autoridad casi dictatorial.
A pesar de la sinceridad de su patriotismo, no tenía
Carrera ninguna de las cualidades de un hombre de
Estado. Chile se perdía entre sus manos. Los Españoles se
aprovecharon de tales circunstancias. Desde junio de 1812,
el virrey del Perú hizo activar los preparativos de una
expedición cuya organización fué confiada al general
Pareja. En menos de seis meses se halló éste en estado de
invadir a Chile : <d descuido de Carrera, a quien, hasta
entonces, no se le había ocurrido tomar ninguna seria
medida de defensa, prometía a los realistas inmejorables
probabilidades de éxito. No obstante, de día en día iba
penetrando más en las clases populares la noción de
1, Donde falleció, en mayo do 1813.
KL MAMFIESK» l>K CAHTAGENA 417
inclepenclencia, merced a la iniciativa de Carrera y de un
eclesiástico : Camilo Henríquez'.
El 13 de febrero de 1813 salió a luz en Santiago el
primer diario republicano : La Aurora de Chile. Fué
aquel día, refiere un testigo, un verdadero día de fiesta.
La gente del pueblo se disputaba los números de
La Aurora. Recorría las calles, parando a los transeúntes,
leyendo en voz alta el artículo de Henrícjuez, dándose
unos a otros parabienes por el feliz acontecimiento, y no
dudando ya de su próxima liberación 2. De este modo se
disponía la masa revolucionaria a rechazar el asalto que en
vano iba a tratar de oponerle la vigilante cindadela del
r^erú.
No se había substraído Nueva Granada a la influencia
de las autoridades limeñas : veía atajada por éstas su
marcha hacia la libertad.
Pero, tanto aquí como en la Plata y en Chile, realizó
continuos progresos el ideal emancipador a pesar de los
errores de sus protagonistas. Y, cuando al cabo de una
larga serie de indecisiones paralizadoras, de tropiezos y de
roturas halle de nuevo la ola revolucionaria, con toda su
potencia, la dirección primitiva de su curso, se hundirá
por fin la cindadela peruana, sumergida por la formidable
arriada.
III
Las tres grandes divisiones teiritoriales cuyo conjunto
fué designado, hasta 1810, con el nombre de virreinato ilc
Nueva Granada, se extendían sobre una superficie de más
de 113.000 leguas cuadradas de 25 al grado, y contaban
cerca de 3.000.000 de habitantes. La existencia política de
cada una de ellas se había, desde el día mismo de la insta-
1. Nació en Valdivia en 1769, falleció en Santiago en 18"25. Sacer-
dote de la orden de San Camilo de Lelis, se hallaba en el Perú cuando
tuvo noticia de la sublevación de Chile. Llegó a esta nación en J811
y prestó su apoyo a la causa de la Independencia. Después de la
derrota deRancagua, en 181i. se retiró a la Argentina, no regresando
a Chile hasta en 1822.
2. Cf. Martínez, Histovia de la [lulfpendencia de Chile.
27
418 BOLIVAH
laoión de los gol^ienios autónomos, desarrollado con par-
ticularidades ([ue iueron acentuándose cada vez más.
Hemos señalado la sucesión de los acontecimientos que,
en menos de tres años, acababan de colocar de nuevo bajo
el vugo colonial los jacobinos y tumultuosos pueblos de la
capitanía general de Venezuela. Idéntica suerte habían
sulVIdo los fanáticos, descabezados e iníluenciables
patriotas de la antigua presidencia de Quito, y la proxi-
midad de este país con el Perú, al mismo tiempo cpie con
la provincia meridional granadina de Pasto, en la que
persistía intacto el sentimiento realista, había apresurado
aún en él la ruina de las aspiraciones revolucionarias.
Los comisionados regios Montúfar v Villavicencio,
quienes, como recordará el lector, estaban a punto de llegar
a Santa Fe cuando se produjo en ésta la explosión insurrec-
cional del 20 de julio de 1810, lograron terminar su viaje
en el momento preciso en que el doctor San Miguel,
delegado del conde Ruiz y portador de los legajos rela-
tivos al proceso de los desgraciados a quienes una suerte
cruel esperaba pocos días después, se presentaba en
persona en la capital granadina. Las nuevas autoridades
de Santa Fe hicieron quemar, por mano del verdugo, en
la plaza pública, los despachos que entregaba San Miguel.
Tomó éste de nuevo el camino de Quito, en compañía de
Montúfar, devorado de inquietudes respecto de la suerte
de sus amigos, de sus parientes, de su padre en fin. el
marqués de Selva Alegre, (piienes, todos, formaban parte
del grupo de los patriotas.
Llegó Monlúlai' a (^uito a principios de septiembre. De
acuerdo con su padre, no tardó en determinar al conde
Ruiz, en cuyo espíritu habían producido tan dolorosa
impresión las matanzas del 2 de agosto, a que resta-
bleciese la Junta. La comisión conleilda a Montúí'ar por la
Regencia fué leída ante la asamblea, convocada el 19 de
septiembre, en una sala de la universidad de Quito. En el
acto (juedó aceptado el establecimiento de la nueva Junta,
obteniendo Ruiz su prcsidtMU-ia v sieuílo nombrado vioe-
piesidenlc el maiíjués de Selva Alegre.
Deseoso de mantener la tranquilidad general, y s(d)rc
lodo, de obtener el asentimiento del virrey del Perú, cuvo
i;i, M.wri'iKSK» di; c aü i aciína
siilVaoio resullaha !iulis|)(Misal)l('. envió Monliilar a
I). .losé (le Ahascal (■()[)¡a de los plenos poderes de (iite le
había investido la Keoeneia. No se le oeultaban a éste los
[)ensaniienlos seeietos de los patriotas de Quito. Arredondo
y sus tropas. (|ue se habían retirado a Guavacpiil tlespués
del 2 de agosto, recibieron orden de volver a campaña v
de declarar la guerra a las autoridades nuevamente esta-
blecidas como traicionando sus deberes para con la corona
de España. Reunió entonces Montiítar la fuerza armada de
(^uito, se ocupó en levantar y organizar voluntarios, y
con ellos se puso en marcha hacia Riobaniba. Pero, las
pi'ovincias granadinas de Popayán y Pasto, influenciadas
por el general Sámano, gobernador de la primera de
estas plazas, se declararon prontas a hacer causa común
con el virrey del Perú y comenzaron a enviar tropas desti-
nadas a invadir a Quito por el norte mientras acometiera
Arredondo la misma empresa en el sur.
Crítica por demás era. pues, la situación de iNiontúíar.
Vn acontecimiento fortuito vino providencialmente a
servir sus proyectos, mas no supo aprovecharlo. Arre-
tlondo se había adelantado hasta lluaranda, cuando, una
mañana, al oir sus centinelas crujir las neveras del Chim-
borazo, caldeadas por los primeros rayos del sol. creyeron
{[ue se acercaba INiontúíar con numeroso tren de artillería.
FA comandante español huyó, abandonando a los insu-
rrectos su cuartel general de lluaranda provisto abundan-
temente de armas v de municiones.
Montúfar, a quien sus antiguas relaciones con la
Regencia obsesionaban de escrúpulos, y a quien, a pesar
de la realidad, mecía la esperanza de una solución pací-
íica. y que. por otra parte, creía haber reducido a Sámano
a la impotencia por el envío de considerables destaca-
mentos salidos a su encuentro en Guaitara. descuidó el
adelantarse hacia las i'ronteras del Perú. Dejó que el
general Molina, encargado por Abascal de apoderarse de
Cuenca, realizara esta operación, y perdió un tiempo
[)recioso en negociaciones con sus enemigos. Durante la
ausencia de Montúlar, motines p(q)ulares estallaron en
(hiilít. VA conde Puiiz. airancado d(d convento en que se
había buscado asilo, lúe asesinado. Don Toribio iNIonles,
420
a quien, entretanto, eunfirió la Regencia el nonibianiiento
de presidente de Quito, tomó en seguida el mando de las
tropas estacionadas en Cuenca y en Guayaquil, y se puso
en marcha contra la capital.
Batió, el 2 de septiembre de 1812, las tropas de Quito
en Moacha, envolvió sus posiciones fortificadas cerca de
Jalupaca y Santa Rosa, efectuando una marcha de flanco
de increíble atrevimiento a lo largo de las pendientes de
la montaña, y, por fin, se apoderó de Quito el 4 de
noviembre. Había intentado Montúfar refugiarse cerca de
Ibarra. Fué perseguido, capturado, y, meses después,
enviado a España al mismo tiempo que Nariño, quien,
hacia aquella época, había, como pronto veremos, salido de
Santa Fe para pelear contra Sámano en las provincias
meridionales de Nueva Granada'. Así pues, recayó Quito
en manos de las autoridades españolas, quienes sólo diez
años más tarde habían de ser arrojadas de allí".
En la Nueva Granada propiamente dicha, el Reino, la
causa libera], triunfante aún, al parecer, en las dos terceras
partes del territorio, estaba, en realidad, terriblemente
comprometida a fines de 1812. Las provincias atlánticas de
Río Hacha, de Panamá y de Veragua no habían pactado
nunca con la Revolución. Santa Marta se había separado
definitivamente de ésta, y, dueños de Venezuela y de Quito,
los Españoles parecían no tener que intentar ya grandes
esfuerzos para acabar de cercar, de invadir y de someter a
las provincias que la insurrección les había arrancado. En
todos aquellos sitios reinaba la anarquía, progresando de
continuo, favoreciendo los manejos de los representantes
del poder absoluto en las regiones vecinas de Quito, y
substituyendo, en otras regiones, con el más nefasto
egoísmo el patriótico desinterés de los primeros días.
Las ideas federalistas, comunes a los Proceres sudameri-
canos, habían sido preconizadas con más elocuencia y más
1. Montúí'ar se evadió al llegar a Panamá. Hizo la campaña del
Cauca en 1815, fué hecho prisionero en la terrible acción de la
Cuchilla del Tambo, y fusilado en Popayán el 3 de septiembre de 1816.
2. Según Restrepo, y Stevenson, contemporáneo y testigo de estos
acontecimientos, en Relation d'un séjoiir de vingt ans dann l'Améri-
que du Sud, op. cií.^ 1. I, cap. ii.
EL MANIFIESTO OR CAliTAGENA 'til
ardor en Santa Fe que en todo otro centro colonial. Santa
Fe, capital de la provincia de Cundinaniarca y del antiguo
virreinato, orgullosa, próspera y tan consciente de su supe-
rioridad como en la Plata lo era Buenos Aires, alimentaba
iguales pretensiones de seguir siendo la cabeza del nuevo
estado. Hasta no distaba mucbo de considerar con amar-
gura el que se hubiese sul)straído Caracas a su autoridad,
y, cuando menos, entendía no menguar en nada la que su
situación ceoofráfica v las tradiciones coloniales habían de
o o .
conservarle sobre las demás provincias granadinas. Animada
por este estado de espíritu invitó la Junta de Santa Fe, el
29 de julio de 1810, a las veintidós provincias del reino a
que enviasen sus diputados a una Junta general encargada
de convocar el Congreso constituyente'.
Cartagena," Santa Marta, Antioquia, Chocó, Neiva, Mari-
quita, Pamplona, El Socorro, Casanare y Tunja anunciaron
su intención de responder al llamamiento. Instalaron
Juntas independientes a imitación de Santa Fe y procedieron
en seguida a la elección de los ciudadanos que habrían de
representarlas en el Congreso. Pero el júbilo de haber
conquistado por fin la libertad tan esperada no tardó en
acalorar las cabezas de los patriotas. La noble y altiva
ciudad de Mompox (Cai'tagcna) luc la que primero proclamó
su independencia absoluta (ItJ de agosto de 1810). No quiso
la poderosa Cartagena admitir que se reservase Santa Fe la
iniciativa de organizar el nuevo gobierno. Su Junta publicó
el 19 de septiembre, un manifiesto abiertamente hostil a las
intenciones de la Junta de Santa Fe, invitando a las
provincias a que se rigieran por sus propias leyes y a que
se reunieran en Congreso federal en Medellín (Antioquia).
En cambio, las ciudades del Popayán decidieron enviar sus
representantes a Cali (Cauca). En efecto, actuó en este sitio
una Junta regional, el 1" de íebrero de 1811. que dotó de
una constitución autónoma a los habitantes del Cauca.
El paso dado por Cartagena alentó de singular modo la
universal anarquía que parecía en realidad, no esperar más
que una seña. En todas partes, hasta en las provincias de
menos importancia v más apartadas, v aun en los pueblos
I. D., 11, '.78.
kÍ2 liOLÍVAI!
mismos <'n donde al<^iin ambicioso demagogo conseguía
imponerse a sus compatriotas, actuaron juntas indepen-
dientes y se elaboraron constituciones particulares. Hubo
parroquias miserables, como, por ejemplo, la de Nare (en
Cundinamarca), que pretendieron a categoría de provincias
soberanas...
Justamente alarmados por esta situación, los patriotas de
Santa Fe activaron cuanto les fué posible la reunión del
Congreso proyectado. Tenían omnímoda confianza en la
eficacia de los elocuentes v persuasivos discursos que cada
cual preparaba, y que, según ellos, habían de remediar,
apenas transmitidos a los centros provinciales y publicados
en estos, todos los males públicos que los aquejaban. El
22 de diciembre de 1810, la asamblea se reunió en Santa
Fe. A pesar de estar sólo representadas las circunscrip-
ciones del Socorro, Pamplona. ^Mariquita. Neiva y Nórita.
aquel remedo de congreso tomó solemnemente el título de
Alteza Serenísima y se puso a reglamentar con minucio-
sidad la organización interior de las varias provincias del
Estado federal cuya soberanía se reservaba Cundinamarca.
Sin embargo, la actitud despótica de los congresistas
disgustó al cabildo mismo de Santa Fe. y la asamblea,
para substraerse a la disminución de prestigio que le
acarreaban los ataques de los miembros de la municipalidad.
se transportó a Ibagué, en donde, desde mediados de enero,
se reanudaron las sesiones. Los delegados de los distritos
circunvecinos que se presentaron para tomar parte en el
Congreso fueron admitidos con entusiasmo por los dipu-
tados de Cundinamarca. Pensaban éstos dar más influencia
a la asamblea al hacerla más numerosa, pero esta irregu-
laridad provocó las protestas de casi todos los represen-
tantes de los estados, y tuvo por fin que aplazarse el
Congreso.
Entonces creyeron oportuno los diputados de Santa Fe
adelantarse a las demás provincias, organizar a Cundina-
mai'ca en estado autónomo, Aotar una constitución y
j)i()ponerla ])oi modelo a cada uno de los estados, invitán-
dolos de nuevo a consentir en un pacto federal. El 4 de
abi'il de 1811, la antigua provincia metropolitana tomó el
nombre de Estado de Cundinamarca v publicó su C^onsti-
RL MAMMKSTO l)K CAliTACKNA 'i2"}
Ilición a la vez inonáríjuica v republicana, reconociendo
por soberano a Fernando VII, a condición de que consin-
tiera en ir a residir allí. Kl principal autor de ac|uella
constitución, Joro-e Tadeo L(»zano'. fué. mientras lanío,
elegido presidente de la Uepid)lica.
Pertenecía Lozano a la noble casa de San Joioc. Her-
mano del marqués de este nombre, a quien liemos visto
desempeñar tan notalde j)apel en época de la insurreccióii
de los Comuneros, Jorge l\uleo, después de serios estudios,
terminados de brillante manera, en el colegio del Rosario
de Santa Fe, se había ido a España. Fué incorporado allí
en los guardias de corps y se distingnió durante la cam-
paña del Rosellón. No obstante, sus aficiones le inclinaban
mucho más hacia la ciencia y la filosofía c|ue hacia la
carrera de las armas. De regreso a Santa Fe, en 1801, se
hizo discípulo solícito de Mutis, y colaborador, con Caldas,
Joaquín Camacho, Diego Martín Tanco-, José Manuel
Restrepo, José Fernández Madrid^, Eloy de Yalen-
1. Nació en Santa Fe el 30 de enero de 1771; fué fusilado durante
el terror bogoteño, el 6 de julio de 1816.
2. Originario de Sevilla, desempeñó varios cargos en Palacio y fué
enviado por el rey en misión a Cuba, a Méjico, y después, a Nueva
Granada. Llegó a Santa Fe en 1782, haciéndose pronto notar por sus
opiniones liberales. En el Archivo nacional colombiano se conserva
una memoria que D. Diego Martín Tanco dirigió a Madrid en 1793, y
en la que, al señalar al rey las reformas que importaba introducir en
el régimen fiscal de la colonia, enunciaba, en materia de economía
política, ideas avanzadísimas para aquella época. Sin embargo, Tanco
permaneció fiel a la Corona. Cuando los acontecimientos de 1810,
formaba parte del gobierno vice-real en calidad de administrador de
correos. Acompañó a D. Antonio Amar y Borbón cuando éste se
marchó, y hasta sufragó con su dinero todos los gastos del viaje.
Falleció al llegar a Santa Marta.
Uno de sus hijos, Nicolás INlanuel, quien, desde los comienzos
había abrazado la causa de la Independencia, y que era también amigo
de Caldas y su colaborador en el Semanario, fué más tarde uno de
los hombres de Estado más notables de Colombia.
3. Nació en Cartagena el 19de febrero de J789; falleció en Londres
el 28 de junio de 1830. Diputado en el Congreso de Nueva Gra-
nada en 1812. Presidente de la República en 1814 y 1816. Piefugiado
en La Habana después del terror bogotano, publicó en esta ciudad
importantes obras científicas. Regresó a Colombia en 1820. fué agente
hacendista de su país en Francia, y. después, ministro plenipoten-
ciario en Inglaterra, donde pasó sus últimos años. Madrid es autor
de gran número de tragedias estimadas, de poesías célebres, entre
ellas una Ocla a la restauración de la Constitución españnlu. y de
varios importantes trabajos filosólicos y políticos. Y. Martí.nez Silva,
424 BOLlVAIi
zLiela', y tantos otros, de la revista el Semaixavio de Nueva
Granada-, la cual, de 1801 a 1810, vulgarizó en innume-
rables artículos las más elevadas nociones de la ciencia
contemporánea. Lozano había tomado parte en los últimos
trabajos de la Expedición Botánica, profundizando el exa-
men de la fauna y de la flora de su país. A pesar de su
acendrado patriotismo, no sin disgusto renunció, en 1810,
a los dulces y poderosos consuelos del estudio para dedi-
carse a la política. Los acontecimientos le llevaban a la
magistratura suprema : fué esto para él más un desengaño
que una recompensa.
Deseaba no obstante encontrar un arreglo entre las ideas
de centralización y de federalismo acerca de las cuales
seguían disputándose sus compatriotas. Comenzaban a
hacerse sentir los peligros exteriores. A raíz de la convo-
catoria enviada por la Junta insurreccional de Santa Fe a
las provincias para un Congreso general, el nuevo gober-
nado)' de Popayán, D. Manuel Tacón, se había puesto a
la cabeza de una contra-revolución realista que el espíritu
sumiso de sus administrados le permitió provocar, orga-
nizar y sostener con éxito. Bandas armadas se pusieron a
recorrer la región de Pasto y de Patia, aterrorizando a los
pueblos, atacando a las milicias republicanas apenas
improvisadas, sembrando en sus filas la deserción y el
temor o matándolas sin piedad. La Junta de Cali tuvo que
movilizar las escasas tropas de que disponía y enviarlas
contra el temible Tacón.
Santa Fe creyó deber imitar este ejemplo. Un reducido
cuerpo de voluntarios, al mando del capitán Antonio
Baraya^ salió para Popayán en diciembre de 1810. Y.
cuando tomó Lozano posesión de sus funciones presiden-
fiiografía de José Fernández Modiid. Bogotá, 1 vol. en 12, 1889.
1. Valenzuela y Mantilla de los Ríos (líloy de), nació en Girón
(Nueva Granada) en 1756, falleció hacia 1832. Recibió las órdenes
mayores, y profesó la filosofía en Santa Fe. En tal estima tenía Mutis
sus capacidades, que le consideraba como habiendo de ser su sucesor.
Valenzuela, cuya familia era una de las más antiguas y de las más
ilustres de España, tuvo por hermano a Miguel y por primos a Cri-
santo y José Ignacio, quienes figuran entre los Proceres.
2. Reimpreso en París en 1849 bajo la dirección del general Acosta.
'.i. Nació en Girón (Nueva Granada) en 1768; fusilado durante el
terror bogotano, el 20 do julio de 1816.
RT. MANIFIESTO DE CARTAGENA '(25
cíales, se supo que las tropas de Gundinamarca acababan
de obtener. señahida victoria contra Tacón en la acción de
Bajo Palacé (28 de marzo de 1811). Era ésta la primera
victoria republicana, pero no prometía ir seguida de otras
semejantes. La reacción hacía trágicos progresos en aquella
reoión de Pasto, destinada a convertirse, mientras duraron
las guerras de la Independencia, en una verdadera Vendea
granadina en que los habitantes, fanatizados por los frailes,
incendiaban las aldeas, dcefollaban a los inofensivos cam-
pesinos, y aniquilaban, unas tras otras, las expediciones
impotentes para someterlos.
Además, en todo el territorio se introducían la anarquía
y la guerra civil. Las tentativas de Cartagena no habían
trnido mejor éxito que las de Santa Fe. La .Tunta enviaba
tropas contra Mompox, cuya oposición imposibilitaba la
reunión del Congreso proyectado de Medellín. En otros
sitios habían llegado hasta pelear ciudad contra ciudad,
aldea contra aldea. Pamplona había declarado la guerra a
Girón, Tunja a Sogamoso, Honda a Ambalema.
No se desanimaba T^ozano. Seguía creyendo posible
constituir una federación crranadina. Reduciéndola no
o
obstante a una parte del país, hizo publicar un proyecto de
Constitución para el estado fedei-al que había de constar
de las cuatro provincias de Quito, Popayán, Cartagena y
Cundinamarca ; abrigaba Lozano la esperanza de que las
demás provincias querrían adherirse a esta confederación.
Por su lado, preparó Camilo Torres, tomando por modelo
la constitución norteamericana, un « Acta federal de las
Provincias Unidas de Nueva Granada' ». El Congreso, que,
aunque de una manera intermitente, seguía actuando en
Santa Fe, y en el que se hallaban representadas, en noviem-
bre de 18LI, las provincias de Antioquia, de Neiva, de Pam-
plona, de Tunja, y aun de Cartagena, votó por aclamación,
el 27, el acta federal de Camilo Torres. Esta constitución
señalaba si([uiera un progreso esencial en el curso de las
ideas republicanas. No se trataba ya de los « derechos »
de Fernando VIL sino únicamente de « los de la patria^ ».
1. D., III. 620.
2. J. M. Samper, Derecho público interno de Colombia. Bogotá, 1886,
t. I. cap. I.
't2(; BOMvAn
A pesar de esto, seguía reinando el desorden en el país.
En ningún sitio había or^anizaeión política, ni dinero, ni
ejército; el espíritu público llaqueaba. No sabían las pro-
vincias por cuál de los tres organismos políticos pronun-
ciarse, organismos precarios, sin duda, pero menos
imperfectamente constituidos que los demás, representados
por Cartagena, Cundinamarca y el Congreso.
Este último se hallaba ahora en lucha abierta con el
estado de Cundinamarca. Desde hacía algunos meses, una
reacción en el sentido de la centralización contra las ideas
federales representadas por la asamblea, había tomado
cuerpo en Santa Fe. y la votación del acta federal constituía
en realidad una declaiación de hostilidades contra el
gobierno que acababan de instalar en ella los patriotas,
con Antonio Nariño por presidente.
El ilustre Procer, encerrado desde 1809 en las prisiones
de la Inquisición en Cartagena, había visto su excarcelación
retardada, aun después de la revolución de 1810, por los
celos del cabildo, deseoso de molestar a la ciudad rival.
Vuelto por fin a Santa Fe, Nariño, convencido por las
mismas razones que Miranda, de la necesidad de un
gobierno centralista para los jóvenes estados sudamericanos,
había comenzado en su periódico La Bagatela una ardiente
campaña conti-a el sistema federal.
El deplorable estado en que se hallaba el país, las desas-
trosas noticias que se recibían de Popayán, suministraron,
hacia fines de septiembre de 1811, argumentos decisivos al
decano de los patriotas : « Hay amenazas por todas partes,
escribía. Los Españoles se mueven para recobrar su
colonia. Y nosotros ¿cómo estamos? Dios lo sabe! caca-
reando V alborotando el mundo con un solo huevo que
hemos puesto. ¿Que medidas, qué providencias se toman
en el estado de peligro en que se halla la patria? Fuera
paños calientes y discursos pueriles; fuera esperanzas
([uiinéricas, hijas de la pereza y de esa confianza estúpida
([ue nos va á envolver de nuevo en las cadenas... La patria
no se salva con palabras, ni con alegar la justicia de
nuestra causa. ¿ La hemos emprendido, la creemos justa
y necesaria? Pues á ello! vencer ó morir, y contestar los
argumentos con las bavonetas... Que no se engañen; somos
Hl. MAMFIKSTO DK CA 1! lAC KN A V27
ínsuri'tMitcs, rebeldes. Iiaiclores ; v á los traidores, a los
insurgentes y rebeldes se les castiga como á tales. Desen-
gáñense los hipócritas que nos rodean : caerán sin mise-
ricordia bajo la espada de la venganza, porque nuestros
conquistadores no vendrán á disputar con palabras como
nosotros, sino que segarán las dos hierbas sin detenerse á
examinar y apartar la buena de la mala : morirán todos, y el
C[ue sobreviviere, sólo conservará su miserable existencia
para llorar al padre, al hermano, al hijo ó al marido'. »
Este artículo valió a su autor la presidencia de la
república. ^las, no había de tardar el elocuente y noble
Nariño en juzgar por sí mismo de las dificultades que
ofrecía el proveer útilmente a las exigencias de la situación.
Animado por el profundo deseo de restablecer en su patria
el orden v la paz, y de encaminarla hacia una prosperidad
sin amenazas, apenas si hacía un año que ocupaba Nariño
el poder, cuando le ol)ligaron las circunstancias a emprender
una guerra fratricida. Con objeto de poner a Pamplona a
salvo de un ataque de los realistas que por entonces se
habían apodeíado nutívamente de las provincias vecinas de
Venezuela, el nuevo presidente confió, a principios de 1812,
dos r(Hlucidas expediciones de voluntarios al coronel
Baraya, a quien ex profeso había hecho volver de Popayán.
y al joven capitán Antonio Rieaurte'. Al mismo tiempo
delegó Nariño cí)misi<Miados a los miembros del Congreso,
que de nuevo actuaba en Ibagué. con objeto de establecer
alianza con sus representantes.
Pero Barava v Ricauí'te ofi'ccieron sus servicios a la
asaml>lea, levantaron milicias por cuenta de ésta, y derro-
taron las nuevas tropas que Nariño había tenido que
enviar contra ellos. Una tregua, firmada el 30 de julio, en
Santa Rosa, entre el presidente y los confederados (este
es el nombre que habían tomado los partidarios del
Congreso), el ofrecimiento mismo de su dimisión, pro-
puesto entonces por Nariño, no apaciguaron, ni los exas-
perados rencores de los políticos de Santa Fe ni los de los
oficiales sin escrúpulos ([ue, so pretexto de defender la
1. La Bagatela, n" del 19 de septiembre, en Posada, El Precursor.
op. cit., XXII.
2. Y. iiifra, cap. ii. -í I y ca[). iif. ;i 3.
/|28 liOT.IVAn
leoitimulad de las decisiones de la asamblea, trataban de
satisfacer indecorosas ambiciones.
. Entretanto, el Congreso había sido trasladado a Leiva,
y en esta ciudad se hallaban los diputados de Antioquia,
Casanare, Pamplona, Popayán, Tanja. Por instigación de
Nariño, que abrigaba aún la esperanza de acabar con las
disidencias por medio de una demostración de generosidad,
Cundinamarca designó a su vez representantes. El 8 de
octubre, la asamblea, al reanudar sus sesiones, confirió al
más distinguido de sus miembros, Camilo Torres, dipu-
tado de Pamplona, el título de presidente de las Provincias
Unidas de Nueva Granada.
Inflexible en sus convicciones federalistas, no se opuso
Torres a que el Congreso. Ijajo forma por cierto ultrajante,
intimara al gobierno de Cundinamarca que sin demora
adhiriera a la unión federal. La asamblea de las notabi-
lidades, reunida entonces en Santa Fe, protestó indignada
contra « la inadmisible injuria » del Congreso. No pudo
substraerse Nariño a ser el ejecutor de las voluntades
generales. Hasta tuvo que renunciar a la esperanza de
dimitir, pues el pueblo, amotinado bajo las ventanas del
palacio presidencial, exigía que su primer magistrado se
pusiera en persona a la cabeza de las tropas.
FA ejército de Santa Fe. que contaba 1 500 hombres, se
encaminó hacia Tunja, en donde se habían refugiado los
cono-resistas : pero Barava. salido a su encuentro con
fuerzas superiores, lo derrotó en Paloblanco (en el Socorro).
y en Ventaquemada, cerca de Boyacá. Batió Nariño en
retirada, y, algunos días más tarde, el 5 de enero de 1813,
Baraya. a la cabeza de 4 000 combatientes, ocupó los altos
c|ue dominan la capital de Cundinamarca.
Los escasos recursos de que disponía Santa Fe no le
permitían sostener un sitio. Angustiado por el giro que
tomaban los acontecimientos, propuso Nariño, repetidas
veces, cajñtular, siempre que fueran respetados personas
y bienes. Pero el deseo de humillar a la antigua capital
del reino determinó a Baraya a rechazar aquellos ofreci-
mientos : exigió que se entregaran a discreción. No le
costó trabajo a Nariño mover a sus conciudadanos a que
compartici'a n el rcscnliniicnto (pie tal respuesta le inspi-
Kl. MAMflKSro DE CARTAGENA 'i29
raba. Acudieron a las armas, y, el 9 de enero, los soldados
de Narifío, en número de 2 000, atacaron a las tropas del
(lonjj;res() a la salida de los arrabales, infligiéndoles una
derrota tan sangrienta como definitiva.
La paz que en seguida quedó firmada entre la asamblea
de Tunja y el estado de Cundinaniarea no determinó sin
embargo avenencia entre las provincias. Quedaban siendo
enemigas sin combatir, obstinadamente ocupadas en su
organización o preocupadas por sus disensiones intestinas ',
ciegas ante los peligros que las amenazaban ahora en
todas las fronteras del país. Toribio Montes avanzaba en el
sur, y sólo cuatrocientos o quinientos hombres había en
Popayán para oponerse a una invasión cuvos resultados
anunciaban incalculables catástrofes. Hacia el norte, los
Españoles ocupaban los valles de Cúcuta, a ocho jornadas
de Santa Fe. En fin, Cartagena estaba bloqueada por las
tropas de Santa Marta, que, a semejanza de Coro en
Venezuela, se había convertido en foco cada vez más
activo de la contra-revolución.
La política seguida, durante los últimos meses, por la
Junta de Cartagena, había contribuido poderosamente a
las disensiones y a los desórdenes que afligían al conjunto
de Xueva Granada. A las intrigas de los diputados [de
Cartagena en los congfresos debíanse las resistencias v los
o o
manejos agresivos contra Santa Fe. Un viento de vértigo
soplaba sobre la ciudad, olvidadiza, en aquel momento, de
sus tradiciones heroicas : sus habitantes, divididos en
partidos hostiles, se desgarraban unos a otros a placer, y
sólo en un punto se entendían : en un sentimiento de
estéril envidia contra la capital a cuya autoridad les había,
en otro tiempo, sometido el régimen colonial. '
Ciudad al mismo tiempo esencialmente mercante, v, por
consiguiente, animada del egoísmo político-, Cartagena,
después dfr haber saludado el advenimiento de la Revolu-
ción, y aun proclamado, en un arranque de orgulloso
entusiasmo, su independencia absoluta de todas las
naciones del mundo (ii de noviembre de 1811), se había
J. Cf. Lallu.mem, Histoiie' de la Colomhie, op. cit., cap. in.
2. Id., p. lOi.
\M)
tlcjíulo seducir por la idea de una transacción fi-ucluosa
con la metrópoli. Una fragata inglesa llegada de Jamaica
traía la proposición y el consejo de negociar con el nuevo
viri'ev Don José Domingo Pérez, a quien las Cortes aca-
baban de enviar a Nueva Granada. El joven presidente de
la república de Cartagena. Manuel Rodríguez Torices ^,
inteligente, activo y resuelto, pero sin experiencia, hizo
(pie salieran dos comisionados para Panamá, en donde se
hallaba Pérez.
Apenas llegados, fueron éstos maltratados, arrestados y
metidos en un calabozo. Allí estuvieron dos meses, y
nunca, probablemente, habrían salido de él sin las vio-
lentas protestas del comandante del navio inglés, quien
les había conducido y tomado bajo su protección. La
imprudente conducta de las autoridades españolas exas-
peró la población de Cartagena, abrió los ojos al presi-
dente Torices y le hizo adoptar enérgicas medidas de
defensa. Eran éstas más que oportunas. El gobernador de
Cuba acababa de enviar a Santa Marta un destacamento de
milicianos y tres buques de guerra. La provincia daba
asilo a todos los Españoles emigrados de Nueva Granada.
Los éxitos de Monteverde en Venezuela aseguraban toda
o
la Costa Firme a los realistas. Una expedición enviada por
Torices al puerto fluvial de Tenerife, situado a orilla del
Magdalena, en el centro de las líneas enemigas, había sido
destruida a principios de 1812. Alentados por esta
vict(U'ia, los Españoles atravesaron el río y se esparcieron
|)oi' los valles del sudoeste de Cartagena, aislando así la
ciudad de toda comunicación con el interior del país.
Corría septiembre de 1812. Por entonces, muchos
pati'iotas que se habían sn^ibstraído al furor de Monteverde
comenzaron a llegara Cartagena. El capitán Pierre Labatut,
quien, como recordará el lector, se escapó de La Guayra
el M de julio precedente, en compañía de Gual y de
Yanes, propuso al gobierno de Cartagena tomar el mando
de las milicias de la ciudad. Torices se lo confió. Organizó
Labatut en pocos días una íloliUa de queches cañoneros,
1. Nació eii (lai-lageiui en 178H; tiisilado en Sania l'C duranle el
terror, el 5 de ocUibre de 1816.
lil. MANII'IESTO OK CAliTACKNA 'i-U
salió al eiu'ueiitn» de los l*jS|)anoles escalonados a lo lai'i^o
del lío, los derrotó, haeiéndoles abandonar sus posieiones,
y al cabo de tres semanas se hizo dueño de la navegación
del bajo ^far>(lalcna (noviembre de 1<S12).
A pesar de este inesperaílo éxito, la silnaeión de (Car-
tagena, amenazada de continuo en sus dos llancos por
Panamá y Santa Marta, seguía siendo crítica; las espe-
ranzas republicanas de Nueva Granada parecían compro-
metidas para siempre. Bolívar, que desde este momento
ha de desempeñar el papel ])rincipal en el teatro de la
guerra de América, modificará radicalmente, por un golpe
de genial audacia, la taz de los acontecimientos, liber-
tará por algún tiempo a Nueva Granada, e inaugurará
la serie de hazañas cuyo objeto v cuvo término será la
Independencia del Nuevo Mundo.
IV
Refugiado en casa del marqués de Casa León, Bolívar,
durante los días que siguieron a la entrada de Monteverde
en Caracas, había asistido, desesperado, a las sangrientas
represalias de sus enemigos. Los Españoles, los isleños v
los partidarios de la causa real, designados entonces con
el nombre de godos, se adhirieron al vencedor de Miranda
tan pronto como hubo tomado posesión de las íiinciolies
de gobernador interino de la provincia, y le persuadieron
a que tomara sonada venganza de cuantos se hal)ían com-
prometido en la rebelión. Monteverde. espíritu débil, v.
además, suspicaz y cruel por naturaleza, se dejó convencer.
Solemnemente, y dos veces, por medio de proclamas
fechadas en 3 y 5 de agosto de 1812. había prometido no
usar de violencia para con los patriotas; pero el temor de
(pie de nuevo se sublevara el pueblo contra su autoridad le
hizo adoptar las medidas que su camarilla le indicaba como
indispcnsaliles para la seguridad y la existencia misma del
régimen restaurado. Un comité secreto, formado por los
godos más exaltados, recibió encargo de formar a diario
listas de sospechosos. V.u nada las modificaba Monteverde,
v siniestros esbirros, los prendedores, hasta añadían a
432 bolívar
ellas, a su antojo, los nombres de los criollos, inocentes
o culpables, que se negaban a pagar los rescates exigidos
por sus perseguidores.
El 15 de agosto, los comandantes militares de las
ciudades de provincia recibieron orden de arrestar a los
individuos sospechosos de liberalismo v de encaminarlos
hacia la capital. A poco, las prisiones rebosaron de
desgraciados a quienes ejecutaban sin distinción de edad
ni de sexo. Como no daban abasto los verdugos, fueron
substituidos por la tropa. Comenzaron fusilamientos a
granel : « Algunos pardos despreciables, escribe un tes-
tigo de estos acontecimientos, el regente Heredia, que
hacían figura entre la facción, merecieron la confianza de
ser prendedores, y abusaron de ella en los términos mas
vergonzosos para los buenos Españoles, que veíamos ejecutar
tantos horrores en nombre de la nación más generosa y
del rey más justo del universo^ ».
En esto, uno de aquellos Españoles, Don Francisco de
Iturbe, a quien tenía en alta estima Monteverde por la
dignidad de su carácter, interpuso su influencia ante el
gobernador con objeto de obtener un salvoconducto a íavor
de Bolívar, con quien le unía antigua y profunda amistad.
Monteverde atendió gustoso a este deseo. El papel desem-
peñado por Bolívar cuando el arresto de Miranda le creaba
títulos a un agradecimiento del que tenía a empeño parecer
tanto más penetrado el jefe español, cuanto que le parecía
de buena política tratándose del criollo más influente y más
resuelto de Caracas. Mucho deseaba el gobernador contar
con la valiosa cooperación de Bolívar; pero, como se había
declarado dispuesto a concederle una muestra de bene-
volencia, no quiso desdecirse al saber que el joven oficial
deseaba marcharse del país.
Le envió, pues, orden de presentarse en palacio, y a éste
acudió Bolívar, el 26 de agosto, acompañado de Iturbe :
(( Aquí está el comandante de Puerto Cabello, Don Simón
de Bolívar, por quien he ofrecido mi garantía, dijo noble-
mente Iturbe designándolo a Monteverde; si a él toca
1. J. F. Hekedia, Memorias sobre las Revoluciones de Venezuela,
op. cit., Primera época, pp. 59-62.
Kí. MANIFIESTO DK CAUTACEXA /|33
alguna pena, \h> la suíro : mi vida está por la suya. » —
« Está bien, señor mío, contestó el gobernador. Se concede
pasaporte al señor en recompensa del servicio que ha
hecho al rey con la prisión de Miranda. » Bolívar, que
hasta entonces había guardado silencio, replicó en seguida
con viveza que « había preso á Miranda para castigar a
un traidor á su patria, no para servir al rey ».
Tal respuesta estuvo a punto de comprometerlo todo.
Iracundo, ya detenía Monteverde la mano del secretario
Bernardo Muro, quien, en aquel momento, tendía el pasa-
porte ya listo — — (( Vamos, no haga V. caso de este
calavera. Dele V. el pasapoi'te y que se vaya )) — « Sea,
concluyó secamente el gobernador, no lie de tener más
que una palabra' ».
De haberse mostrado menos caballeresco el jefe español,
lo muy probable es que Bolívar conociera, aquel día. el
precio de las valerosas pero imprudentes palabras - que,
no obstante, le correspondía a él pronunciar. Por cierto
que comprendió Monteverde a qué reproches se exponía al
1. Según reíalo de D. Francisco de Iturbe mismo al historiador La-
rrazábal. op, cit.. t. I, cap. vii, p. 137, confirmado por el del coionel
Wilson, ayudante del Libertador, en una carta a O'Leary, Memorias,
t. 1. cap. lY. nota pp. 80-81. Además, Bolívar mismo i'ecordó este
episodio, tal como acabamos de citarlo, en una carta al presidente
del Congreso general de TrujíUo, el 23 de agosto de 1821. Tuvo
entonces ocasión de pagar a D. Francisco Iturbe. a quien querían
despojar de sus bienes por haber permanecido fiel a la causa espa-
ñola, su deuda de agradecimiento : « Si los bienes de D. Francisco
Iturbe se han de confiscar, dice Bolívar, yo ofrezco los míos como
él ofreció su vida por la mía : y si el Congreso soberano quierse hacer-
le gracia, son mis bienes los que la reciben ; soy yo el agraciado. »
Carta al Presidente del Congreso de Trujillo, 26 de agosto de 1821
D., IV. pp. 42-43.
2. Merecía, en efecto, reflexión la suerte de sus compañeros Roscio
Madariaga, Ayala, del (^astillo, Iznardi. Manuel Ruiz, Alires y Barona.
Días antes, estos patriotas habían sido enviados a España, con grillos
en los pies, por Monteverde. El comandante del buque encargado de
conducirlos a (];ídiz era portador de una carta para la Regencia en la
que Monteverde se expresaba en estos términos : « Presento a V. M. esos
odio monstruos, origen y raíz primitiva de todos los males de Amé-
rica. Que se confundan delante del trono de V. M. y que reciban el
castigo que merecen sus crímenes. » Caracas, 14 de agosto de ]8I">
D., III. 679.
Roscio, Madariaga. Ayala, Mires y Barona se escaparon más tarde
de los presidios de Ceuta, y volvieron a su país para combatir por
la causa republicana.
28
434 BOLIVAIt
dejar escapar a su temible enemigo, y juzgó necesario
justificarse ante la autoridad suprema : « No podía yo
olvidar, decía él aquella misma noche, en despacho
dirigido a Madrid, al secretario de Estado, los servicios
que debemos a Casas, así como a Peña y Bolívar : por eso
han sido respetadas sus personas. Sólo al último he
concedido pasaportes para el extranjero, pues su influencia
y sus relaciones podían ser peligrosas en las circunstancias
presentes '. »
Al día siofuiente. se embarcó Bolívar en La Guavra en
o
compañía de su primo José Félix Rivas, en la goleta
española Jesús Mario José, que salía para Curazao'.
Llegado a Santa Ana el 2 de septiembre, pasó en este
punto días de preocupaciones y de estrechez. No estaban
en regla los papeles de la goleta. Las autoridades de
Curazao mandaron embargar los bagajes de Bolívar, en los
que había unos diez mil dólares de valores. Esta suma
constituía por entonces toda su fortuna. Se eternizaban
los trámites del proceso que entabló para recuperar sus
bienes, de tal suerte que el brillante criollo cuyas prodi-
íralidades admiraban, años antes, a los contertulios del
Palais-Royal, no tardó en disponer apenas con qué no
morirse de hambre. Por otra parte, sus fincas de Caracas
y de Aragua iban a ser confiscadas por el gobierno de
Monteverde. Asomaban la ruina completa y la miseria.
Mas no por esto se descorazonaba el futuro Libertador.
En carta dirigida a Iturbe en aquellos días, le dice :
«... Como el hombre de bien y de valor debe ser indife-
rente á los choques de la mala suerte, yo me hallo armado
de constancia y veo con desdén los tiros que me vienen de
la fortuna. Sobre mi corazón no manda nadie sino mi con-
(úencia. Esta se encuentra tranquila y así no la inquieta
cosa alffuna^ ». Bolívar había tomado va una decisión :
o >'
1. Informe citado, del 23 de agosto de 1812, Archis'o General de
Indias. Estante lo3. Cajón 3. Legajo 1.
2. Al mismo tiempo tomaron pasaje en la goleta los franceses Clia-
tillon, Chassaing y Jauot. Informe del comandante de La Guayra a
Monteverde, con fecha de 28 de agosto de 1811, citado por Laura-
zXbai,, op. cit., t. I, p. 138.
3. Carla a D. Francisco de Iturbe. Curazao, 19 de septiembre de
1812. O'Lkauy, Memorias, i. XXIX, p. 15.
EL MANIFIESTO DE CAKTAGENA 4.S5
más que nunca entendía « consagrarse a la libertad de los
pueblos )), como decía él en otro tiempo a su maestro
Rodríguez, no creyendo ya que para ello fuera necesai'io
« ser rico ».
Y es que se había electuado en él ini cambio profundo.
La desgracia, la guerra, las catástrofes, y, también, los
terribles acontecimientos en que tan íntimamente había
estado mezclado el discípulo de ^Miranda, habían templado
su voluntad, afirmado su juicio. Discernía hoy con admi-
rable clarividencia las causas de los fracasos de la obra
emprendida por los primeros campeones de la libertad
americana. Desentrañaba las cualidades v los defectos de
aquellos hombres, las particularidades de las masas a
quienes se ti'ataba de arrastrar. Por una especie de visión
anterior que, desde este momento, será una de las carac-
terísticas de su genio múltiple, percibía Bolívar, salvando
el tiempo, los acontecimientos, las derrotas, las victorias,
el resultado que era preciso alcanzar y que él alcanzaría.
Pues no dudaba de que a él le estuviera reservada la obra
suprema.
A principios de noviembre, abandonando toda preocu-
pación de intereses, impaciente por comenzar esa obra,
realiza algunas joyas que le quedan, y con Rivas, Pedro
Briceño Méndez^ y algunos otros venezolanos, se embarca
en un bergantín que se dispone a salir para Cartagena, en
donde tremola aún la bandera de la Independencia. Es
recibido por el presidente Torices, quien, en el acto, le
confirma su grado de coronel y manda al jefe supremo
Labatut que utilice sus servicios. Bolívar es designado, el
1° de diciembre, para* ocupar el puesto avanzado de Ba-
rranca", a orilla del Magdalena, y encarga a sus compatriotas
Salazar y Vicente Tejera que publiquen una memoria pre-
parada por él durante sus largas horas do miseria y de
destierro en Curazao. El documento, salido de las prensas
1. Nació en Caracas eu 1794. Primer ayudante de Bolívar hizo con
él las campañas de 181;í y 1814, y, después, la de Nueva Granada en
181'.). Negoció el armisticio firmado en Trujillo el 25 de noviembre
de 1820 por el I^ibertador y ol general Morillo. Briceño fué luego
diputado en el (longreso de Cúcuta en 1821, en la Convención de
Ocaña en 1828. Murió en Caracas en 1836.
2. Hoy, Calamar.
'iBñ BOLIVAlí
del « ("iudaclano Domingo Espinosa ». es pnblieado quinee
días más tarde eon el título de : Manifiesto del eoronel
venezolano Simón Bolívar a. los habitantes de Nueva, Gra-
nada^.
Es, para el espíritn. una verdadera satislaeeión la de oir,
en aquella época de tanteos, de impreeisión v de desór-
denes, una voz (dará, elocuente y sonora hablar por fin el
lenguaje de la verdad v de la razón.
« El más consecuente error que cometic) Venezuela, al
presentarse en el teatro político, dice Bolívar, fué sin
(contradicción, la fatal adopción que hizo del sistema tole-
rante,.. Los códigos c[ue consultaban nuestros magistrados,
no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del
gobierno, sino los que han formado ciertos buenos
visionarios que imaginándose repúblicas aéreas, han pro-
curado alcanzar la perfección política, presuponiendo la
pei'fectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvi-
mos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéc-
tica por táctica y sofistas por soldados... »
(( La oposición decidida a levantar tropas veteranas,
disciplinadas, y capaces de presentarse en el campo de
batalla, ya instruidas, á defender la libertad, con suceso
y gloria » fué la segunda causa de nuestros males, pro-
sigue Bolívar. « Por el contrario : se establecieron innu-
merables cuerpos de milicias indisciplinadas, que además
de agotar las cajas del erario nacional, con los sueldos de
las planas mayores, destruyeron la agricultura, alejando
a los paisanos de sus lugares... Las repúblicas, decían
nuestros estadistas, no han menester de hombres pagados
para mantener su libertad. Todos los ciudadanos serán
soldados cuando nos ataque el enemigo... (]on estos impo-
líticos e inexactos raciocinios fascinaban a los simples...
l^a disipación de las rentas públicas en objetos frivolos y
perjudiciales ; y particularmente en sueldos de infinidad de
oficinistas, secretarios, jueces, magistrados, legisladores
provinciales y federales dio un golpe mortal a la República,
porque la obligó a recurrir al peligroso expediente de
establecer el papel nnnieda...
\. D., IV, 724.
I:l MAMl IKKTO 1)K CAKTAííENA 'i"?7
« l^eio lo c[ue debililó más el gobierno de Venezuela,
fué la lorma federal que adoptó... El sistema federal bien
que sea el más perfecto y más eapaz de proporcionar la
felicidad humana en sociedad, es, no obstante, el más
opuesto a los intereses de nuestros nacientes Estados...
El terremoto del 26 de marzo trastornó, ciertamente, tanto
lo físico como lo moral, v puede llamarse propiamente,
la causa inmediata de la ruina de Venezuela; mas este
mismo suceso hal)ría tenido lugar sin producii- tan mor-
tales efectos, si Caracas se hubiera írobernado entonces
por una sola autoridad, que obrando con rapidez y vigor,
hubiese puesto remedio a daños, sin tralcas ni competen-
cias que retardando el efecto de las providencias, dejaban
tomar al mal un incremento tan grande que lo hizo incu-
rable... La influencia eclesiástica tuvo, después del terre-
moto, una parte muv considerable en la sublevación de los
lugares y ciudades subalternas : y en la introducción de
los enemigos en el país : abusando sacrilegamente de la
santidad de su ministerio en favor de los promotores de la
guerra civil... porque la impunidad de los delitos era
absoluta. »
« Estos ejemplos de errores e infortunios, agrega el autor
del manifiesto, no serán enteramente inútiles para los
pueblos de la América meridional, que aspiran a la liber-
tad e independencia. »
Los medios de remediar tal situación se deducen por
sí mismos de lo que acaba de exponer Bolívar : « Es
preciso que el gobierno se identifique, por decirlo así,
al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de
los hombres que lo rodean. Si éstos son prósperos y
serenos, él debe ser dulce y protector; pero si son calami-
tosos y turbulentos, él debe mostrarse terrible y armarse
de una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes
ni i-onstituciones ínterin no se restablece la felicidad v la
paz... Solo ejércitos agueri'idos son capaces de sobre-
ponerse a los primeros infaustos sucesos de una cam-
paña... » En cuanto a las doctrinas políticas ([ue han
prevalecido hasta hov, son incompatibles con nuestra men-
talidad actual. (( Nuestros conciudadanos no se hallan
todavía en aptitud de ejercer por sí mismos v ampliamente
438 liOLÍVAli
SUS derechos ; porque carecen de las virtudes políticas que
caracterizan al verdadero republicano... »
« La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela ;
por consiguiente debe evitarlos escollos que han destrozado
a aquella. A este efecto presento como una medida indis-
pensable para la seguridad de la Nueva Granada, la
reconquista de Caracas. A primera vista parecerá este
proyecto inconducente, costoso y quizás impracticable :
pero examinado atentamente con ojos previsivos, y una
meditación profunda, es imposible desconocer su nece-
sidad, como dejar de ponerla en ejecución, probada la
utilidad... Lo primero que se presenta en apoyo de esta
operación, es el origen de la destrucción de Caracas, que
no fué otro que el desprecio con que miró aquella ciudad
la existencia de un enemigo que parecía pequeño, y no lo
era considerándolo en su verdadera luz. w
(( Coro ciertamente no habría podido nunca entrar en
competencia con Caracas, si la comparamos, en sus fuerzas
intrínsecas, con ésta; mas como en el orden de las vicisi-
tudes humanas no es siempre la mayoría de la masa física
la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza
moral la que inclina hacia sí la balanza política, no debió
el gobierno de Venezuela, por esta razón, haber descui-
dado la extirpación de un enemigo, que aunque aparen-
temente débil, tenía por auxiliares a la provincia de
Maracaibo ; a todas las que obedecen a la Regencia; el
oro, y la cooperación de nuestros eternos contrarios los
europeos que viven con nosotros; el partido clerical
siempre adicto a su apoyo y compañero del despotismo ; y
sobretodo la opinión inveterada de cuantos ignorantes y
supersticiosos contienen los límites de nuestros Estados...
Aplicando el ejemplo de Venezuela a la Nueva Granada, y
formando una proporción, hallaremos que Coro es a
Caracas, como Caracas es a la América entera... »
Esta manera de sentar el problema era todo lo lógica
(|ue podía ser, y no podía parecer dudoso, según demos-
traba luego compendiosamente Bolívar, que « poseyendo
la España el territorio de Venezuela, podrá con facilidad
sacarle hombres y municiones de boca y guerra para que
bajo la dirección de jefes experimentados, penetren desde
KI. .MANIi-'IESTO DE CARTAGENA '|39
las provincias de Barinas y Maracaibo hasta los últimos
confines de la América meridional. »
El autor de la memoria preveía, además, las expedi-
ciones que la Península, una vez libre de la invasión
extranjera, iba sin duda a dirigir contra el Nuevo Mundo.
Es preciso, concluía el. frustrar sus planes. Es preciso
« pacificar rápidamente nuestras provincias sublevadas
para llevar después nuestras armas contra las enemigas ;
V formar de este modo, soldados v oficiales dignos de
• .o
llamarse las columnas de la patria... El honor de la
Nueva Granada exige imperiosamente escarmentar a esos
osados invasores, persiguiéndolos hasta sus últimos atrin-
cheramientos. Como su gloria depende de tomar a su cargo
la empresa de marchar a Venezuela a libertar la cuna
de la independencia colombiana... Corramos a romper las
cadenas de aquellas víctimas ([ue gimen en las mazmorras,
siempre esperando su salvación de vosotros : tío burléis
su confianza; no seáis insensibles á los lamentos de
vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a
dar vida al moribundo, soltura al oprimido v libertad a
todos ! »
Estas observaciones v estos comentarios, v, sobre todo,
el plan general de operaciones que de ellos induce el futuro
Libertador, son de una exactitud v de una precisión nunca
bastante alabadas. Desde el primer golpe de vista juzgó
Bolívar el teatro y a los actores del drama del cual se insti-
tuye él protagonista. Nos indica por adelantado el esquema
del programa que ejecutará en su totalidad, venciendo los
más arduos obstáculos con que haya tropezado un ser
humano en su camino y sobreponiéndose a ellos sin asomo
de desfallecimiento. Pacificar, como dice él, los estados
contaminados por la anarquía v la inexperiencia política,
utilizar las fuerzas que de ellos entresaca para romper las
cadenas de las regiones caídas bajo el yugo del antiguo
régimen, concentrar luego las energías despertadas de las
provincias sucesivamente dotadas de la libertad, v lanzarse
entonces a conquistas cada vez más vastas a medida que
aumenta la intensidad de los recursos libertadores; comen-
zar y volver a empezar cien veces esta obra con la sublime
perseverancia de enviado; dar en fin la libertad a la mitad
440 nOLlVAIl
de un inundo : tal es el proyecto sobrehumano que ha de
llevar a cabo Bolívar, y cuyas líneas definitivas prevé ya el'
manifiesto de Cartagena.
Además, en aquel momento, tiene Bolívar plena con-
ciencia de las dificultades que le esperan. Sabe que no
hal)ía de contar sólo con la oposición, incomparablemente
superior como número, de los ejércitos enemigos, sino con
la resistencia, cien veces más temible, que le reservan la
naturaleza y el hombre de América. Una v otro aparecen
igualmente movedizos, ioualmente hostiles. Los climas
tiaidores. la agresiva exuberancia de una flora tumultuosa,
la vigilancia solapada de una fauna cruel, responden a la
incertidumbre de los caracteres, a la exaltación generosa
pero invasora de las pasiones, a la maldad de los egoísmos.
Arrancar a sus campos, a sus hogares la masa indispen-
sable de los campesinos, de los trabajadores, cuyas
aspiraciones liberales, entumecidas y perezosas, repugna-
ban a la acción personal ; domar, sosegar a los voluntarios
indisciplinados y turbulentos, arrastrar a todo un pueblo
en pos de sí, no era nada en comparación de lo que quedaba
por hacer. ¡Qué de energía, de persuasión, de constancia
no sería menester para exponer a aquellas gentes, sin
defecciones ni reniegos de su parte, a la temperatura tó-
rrida y fiebrosa de las regiones marítimas y de los valles
bajos, mortífera para los hombres de las altas mesetas o
de los llanos, a las lluvias heladas de la montaña, fatales
al contrario a los habitantes de las costas!
Y, una vez en el interior del país, se presentarían selvas
vírgenes, caminos malísimos, senderos apenas, dibujados
en las pendientes de las montañas, bordeados de precipicios
entrecortados de barrancos terribles en donde se sumen
personas y animales, de riacliuelos desbordados : « Caminos,
escribe un explorador', incomprensibles para quien no
los ha i'ecorrido, en que hay que abrirse paso con la l)riijula
y con el machete : continuas escaladas, aludes sobre
pendientes casi a pique, cubiertas de podredumbre y de
plantas. » La marcha por entre todo aquello es más bien
« uua gimnasia incesante en la ([ue trabajan más las manos
1. D'EspAG.NAT, Soin'enirs de la Nous'eüe (h-enade, op. cit.
El, MAMIIKSTO l)K CAUTAíIENA '»41
que las piernas'. » A cada instante corre uno riesgo de
tropezar con serpientes de toda clase, con cientopies, con
el caracol soldado, de picadura mortal, con las tarántulas,
con las arañas l>rai>as, inmensas arañas moradas y acha-
tadas cuya mordedura puede matar a un caballo ; en fin.
con nubes de langostas v de moscpiitos. Por la noche, todo
esto es agravado por los vampiros, por murciélagos
comunes a las regiones de orillas del mar. por innumerables
V íeroces insectos atraídos por los fuegos encendidos para
ahuventar a los tiores...
Fuera de las ciudades o de los centros de habitaciones
diseminados las más veces a enormes distancias, aquellos
obstáculos, aquellos peligros eran, en suma, los mismos que
habían surgido bajo los intrépidos pasos de los aventureros
de la Conquista. En la época semejante que va a ser
menester revivir, son necesarias almas de Conquistadores.
Emprende Bolívar la increíble tarea de formarlos. Dimanan
de él tanta audacia y tanto entusiasmo, que su pueblo,
electrizado, se alzará hasta la más frenética expresión del
valor. Pero — y aquí es donde aparece el prodigioso genio
político del Libertador — al mismo tiempo que resucita y
que exalta los instintos belicosos de la raza, pone empeño
en recordarle de continuo el ideal por el cual la lleva al
combate. Posee la elocuencia arrebatadora que el corazón
del pueblo, si no su espíritu, admira y comprende sin
estudio. Expresa los magníficos pensamientos que vibran
conscientemente en todas las almas y que encarna él en su
persona. Sabe inspirar a sus soldados el heroísnií», la
abneoación sin límites; se convierte en ídolo de todos.
o
Las lecciones pacientemente repetidas a que dan lugar
las circunstancias, se imprimen en rasgos fecundos en sus
más íntimos, quienes, a su vez, las vulgarizan. Al lado
del instinto guerrero aparece el instinto militar. La
influencia moralizadora de una lucha, inspirada por el más
noble de los sentimientos, aviva a las masas, penetrándolas
poco a poco. xVdquieren la noción profunda del verdadero
patriotismo, v se familiarizan con sus virtudes.
Cierto ([ue sólo parcialmente había de alcanzarse este
1. DEsPAGNAT, Souyenirs déla .Xomelle Grenade, op. cit.
442
resultado, a costa de esfuerzos, de sacrificios, repetidos en
el transcurso de numerosísimas campañas y de años seña-
lados por días funestos. Cierto también que la ancestral
vocación de las aventuras y de la guerra, desencadenada
universalmente, embriagada por el juego de la pelea, único
alimento que le daban, exageró el fin que se proponía el
Libertador. La crueldad, la ambición, el espíritu de disi-
dencia, inevitable contrapeso de las cualidades nativas de
los Sudamericanos, se dieron libre carrera y prepararon el
camino a las luchas intestinas, a las sediciones, a los
pronunciamientos cuya consecuencia final había de ser la
ruina de los proyectos orgánicos de Bolívar. Sin duda, en
fin. la educación cívica del pueblo sólo un grado incierto
y precario había alcanzado al terminar el período de la
Lidependencia. Sin embargo, ya en aquel momento queda
terminada, y definitiva, la obra libertadora, y hasta se
hallará muy cerca de verse realizado el concepto titanesco
del Libertador, quien, en el arrebato de su triunfo, soñaba
con hacer del antiguo continente español todo entero un
estado colosal, imperecedero, omnipotente y fi'aternal.
No obstante, al mismo tiempo que tan radiantes y lejanas
perspectivas, la hora presente ofrece un contraste capaz
de desanimar al más confiado y al mejor dotado de los
héroes. Los Proceres, diezmados, debilitan en todas partes,
en competiciones mezquinas, sus vacilantes aspiraciones.
Muchos criollos, heridos en sus intereses por la Revolución,
han abandonado la lucha. Profundamente infiuenciado por
el clero, quien, en las palabras de Patria, de Libertad, de
Lidependencia, ve otros tantos sinónimos de las más
culpables herejías, el pueblo se muestra, en su conjunto,
hostil, o, cuando menos, inerte. En todas partes campean
la barbarie, la ignorancia, la anarquía. Parecen resultar
imposibles los reclutamientos. Solo algunos mestizos de la
hez del pueblo, campesinos arruinados o indios medio
salvajes se dejan alistar voluntariamente bajo las desacre-
ditadas banderas de la Revolución : tropas sin orden y
casi sin armas, descalzas, sin más ropa que un pantalón
remendado y un cuadrado de mísera manta, con un agujero
en medio por dtuide asoma la cabeza, cubierta por ancho
sombrero cuyos bordes se deshilaclian. Tales son los
KL MANIl lliSIO DE (:AUTA(;ENA 'i'i3
liiiinildos soldados a cuyo mando no desdeña de ponerse
Bolívar.
Pues esta es la más extraordinaria, v ([uizá la más
injpresionante manilestación del oenio del Libertador : la
de haberse sometido a estos comienzos ingratos, tormen-
tosos, V, no obstante, indispensaJjles de jele de partidas.
Patricio refinado, acostumbrado a todas las delicadezas del
bienestar y del lujo, inclinado por instinto a las grandes y
altisonantes acciones, se entrega cuerpt» y alma a la espan-
tosa existencia del guerrillero. Marchas y cabalgatas inter-
minables, alertas continuas; palpitantes emboscadas;
combates sin cuartel ; suplicios deshonrosos — de una y de
otra parte, por cierto, — a los cuales ha de incitar el jefe,
aunque quizá los repruebe él personalmente ; desbandadas
despavoridas que parece que van a comprometerlo todo,
alternando, en el rojizo polvo de las tardes de victoria,
con las brutales aclamaciones de las muchedumbres deli-
rantes. Existencia de salvajismos obscuros y despiadados,
que sólo con el alan de templar más en ellos su fiera
voluntad, y de realizar su ensueño, acepta v glorifica el
grande hombre, sostenido por la inquebrantable persuasión
de sus inmensos destinos.
-r— Apenas instalado en Barranca, adonde llegó hacia la
segunda semana de diciembre, pensó Bolívar en los medios
de tomar inmediatamente la ofensiva. La i'egión del bajo
Magdalena, cuyo centro, aproximadamente, era ocupado
por el puesto de Barranca, se hallaba en podei' de los
Españoles : los destacamentos escalonados por ellos a lo
largo del río imposibilitaban toda comunicación con el
interior de Nueva Granada. Sin embargo, estimaba Bolívar
que un atrevido v rápido ataque le permitiría desalojar al
enemigo : se puso pues a prepararlo. Pero Labatut se
negaba a toda discusión. HaJjía prescrito a su nuevo
lugarteniente que esperara órdenes en Barranca, y aca-
baba de salir en expedición para Santa Marta. Resolvió
entonces Bolívar entenderse directamente con el presidente
444 liOLlVAlt
Toi'ices\ obtuvo su sufragio, v. el 2i de diciembre, se
halhiba ya listo para acometerla aventura que. no ol)stante,
sólo él creía realizable.
Al día siguiente, al anociiecer. los 200 hombres a quienes
Bolívar ha reunido, equipado y decidido a seguirle, se
embarcan sobre unos diez champanes, largas balsas planas
con techo de carrizo, halados por los robustos barqueros
del país, los bogas, quienes, en pie y puestos de cada lado
de la balsa, la empujan, incansablemente, bajo ellos, por
medio de varales apoyados reciamente contra sus pechos...
Kl 23 de diciembre, los republicanos se hallan a corta
distancia de Tenerife, primer puesto enemigo, cuya guar-
nición se compone de 500 hombres. Envía Bolívar a uno
de sus oficiales al comandante español para intimarle que
se rinda. Apenas se recibe la respuesta negativa, cuando
aparecen los champanes ante Tenerife. Saltan a tierra los
republicanos, fusilan a los soldados sorprendidos ; los super-
vivientes huyen en desorden, abandonando la plaza a un
enemigo que creen superior en número. La toma de Tenerife,
ciudad entonces próspera y rica, en donde se hallaba un
pequeño arsenal muy bien provisto, permitió a Bolívar com-
pletar su armamento. Se alistaron algunos reclutas, reforzó
su flotilla, y, aquella misma noche, salía para Mompox.
Comienza entonces una serie de fulouiantes éxitos.
o
Mompox, en donde desembarca la expedición el 26 de
diciembre, acoge con júbilo a los libertadores. Preséntanse
unos veinte jóvenes pertenecientes a las familias más
distinguidas, y cerca de trescientos voluntarios. Quince
barcos armados en guerra preceden ahora a los champanes
cargados de armas y de municiones. Bolívar se halla a la
cabeza de 500 hombres. Dos días más tarde, llega a Kl
Banco, de donde el jefe español, Capdevila, al tener noticia
de su UcíTada. ha huido a tierras adentro, hacia Chiriauaná.
o 'o
Bolívar le persigue, le da alcance el 1° de enero de 1813,
le derrota, y arrecia contra el capitán Capmani, que manda
la plaza vecina de Tamalameque : nueva victoria. E\ (3 de
enero, los republicanos ocupan, sin resistencia, el pueblo
de i^uerlo Ueal, y, dos días después, penetran en fin en la
1. O'Lkaüy, Memorias^ l. I, cap. v. p. lOl.
i;i. MANIFIESTO DR CAHTAC.ENA Vih
importante ciiulad de Ocaña, que los recibe con entusiastas
vítores. En quince días, es decir, en menos tiempo del que
hubiera empleado un correo para ir de Cartagena a Ocaña,
Bolívar había destruido o dispersado a su paso diez veces
más enemigos que combatientes tenía, y libertado a toda
una provincia.
Fortalecido por esta brillante campaña, el golMcino de
Cartagena veía, además, volver a él la prosperidad. El
general Labatul halna conseguido hacerse dueño de la ciudad
de Santa Marta. Habiéndose ésta, sin gi-an entusiasmo por
cierto, declarado por la Independencia, Torices hizo en
seguida proclamar por el cabildo, al que dio a Labatut poi-
presidente, la constitución de Cartagena. Por otra parte,
Torices había enviado pases a los numerosos corsarios del
golfo de las Antillas, ([uiencs causaron a los convoyes
españoles daños considerables que resultaron muy fruc-
tuosos para Cartagena. Sin embargo, los errores que
no tardó en cometer aquel gobierno imprevisor le jjrepara-
ban funestas vicisitudes. Cuando sólo la persuasión y la
dulzura habrían sido capaces de hacer populares en Santa
Marta las instituciones impuestas por el presidente Torices,
Labatut se mostró dictador brutal y codicioso. Hizo arrestar
y maltratar a los principales habitantes de la ciudad,
criollos en su mayoría y solos partidarios sinceros de la
causa liberal, que se habían permitido pedir un régimen
menos opresivo. Les obligó a cederle, contra los asignados
que Cartagena había introducido en Santa Marta, terrenos,
mercancías, valores de todo género, pretextando que los
necesitaba su gobierno.
Esta política motivó los más graves descontentos. Los
Españoles, que ocupaban aún las tres cuartas partes de la
provincia, sostuvieron con esmero la oposición que el
cabildo V los habitantes de Santa iSLirta hacían a su ffober-
nador; de tal suerte que. menos de tres meses después de
su regreso a la independencia. Santa Marta levantaba de
nuevo la autoridad de la metrópoli (marzo de 18L'Í).
La actividad, (pie de este modo desplegaban los Espa-
ñoles no se lluiitaba a las provincias de la costa, en las
que, después de todo, no habían cesado de conservar la
preeminencia. Monleverde. que había conseguido asegurar
Vifj bolívar
su autoridad sobre casi todo Venezuela, meditaba también,
según las justas previsiones de Bolívar, invadir a Nueva
Granada. Desde fines de 1812, cerca de cinco mil hombres
de excelentes tropas se hallaban repartidos en la región de
Barinas y los valles de Cúcuta, amenazando de muy cerca
las fronteras de las provincias granadinas del Socorro v de
Pamplona. El antiguo capitán de fragata, Don Antonio
Tízcar, a quien Monteverde se había comprometido en
hacer nombrar, en caso de éxito, virrev de Nueva Granada,
dirigía, desde su cuartel general de Barinas, los movi-
mientos del ejército. El coronel D. Ramón Correa mandaba
un considerable destacamento de más de 1 000 hombres, el
íuial. en los primeros días de enero de 181.'3, se acantonó
en Rosario de Cúcuta.
Para oponerse a la inminente invasión de aquel temible
conjunto de fuerzas armadas y ejercitadas con toda la per-
fección posible, los confederados disponían sólo de las
débiles guarniciones de Tunja v Pamplona, las cuales con-
tenían : una, algo más de 500 hombres; la otra. 300 apenas.
El contingente de las tropas de Cundinamarca, que Nariño.
amenazado, como recordará el lector, por el lado de Pasto,
había de guardar en reserva, ascendía a menos de
1 500 soldados.
Fácil es comprender ahora el júbilo que demostró el
coronel Manuel del Castillo', comandante de la plaza de
Pamplona, al saber la llegada de Bolívar a Ocaña. Sin
pérdida de tiempo le hizo llegar un mensaje pidiéndole
que acudiera en socorro suyo. Con tanta más satisfacción
acogió Bolívar esto proyecto cuanto que veía en él un medio
de consolidar la alianza, tan necesaria a sus ojos, de las
varias provincias granadinas. No dejó pues de solicitar
oficialmente, del presidente Torices, del que aparentaba
ser delegado militar, autorización para que las tropas de
Cartagena cooperasen a la defensa del territorio de la Con-
federación. Avisó al mismo tiempo al presidente de las
Provincias Unidas de Nueva Granada, y en seguida se puso
a preparar la nueva campaña.
1. Castii.1.0 Raua (Manuel del), nació en Cartagena, donde fué fusi-
lado por orden del general Morillo, el 2^i de febrei'O de 1816,
El. MANIFIESTO DE CAUTAííFNA 'l47
A la cabeza de 500 h()ml)res provistos de buenas armas
y de municiones en abundancia, salió Bolívaí* de Ocaña,
el 9 de febrero, una hora después de haber recibido la
contestación que esperaba del gobierno de Cartagena^ La
columna, después de recorrer las doce leguas de llano
semejante a un desierto, entrecortado por profundos
barrancos, que se une con la cordillera, no tardó en
internarse en el escarpado camino de Salazar de las
Palmas. « Es necesario, dice el general O'Leary S haber
recorrido aquella vía fragosa y aterradora cuya naturaleza
es imposible imaginar, para apreciar como se merece la
dificultad de la empresa. » En los flancos de aquella intermi-
nable cordillera, en la que, salvo algunas míseras covachas
de indios, no se halla ningún rastro humano, las ince-
santes lluvias han abierto enormes excavaciones. Los rayos
del s<d no consiguen nunca traspasar las espesas brumas
que flotan por encima de los árboles gigantescos, cuyas
enmarañadas ramas obscurecen además el encharcado
sendero que a cada instante amenaza perderse. Si consigue
el explorador llegar hasta la cresta de la montaña, se ve
frente a precipicios espantosos en cuyo fondo mugen
torrentes. El menor paso en falso es mortal. Y van así
sucediéndose las etapas, durante días y noches igualmente
tenebrosos, bajo las perpetuas tormentas y el estrépito del
trueno -.
La mayoría de los soldados de Bolívar, acostumbrados
a la temperatura tropical de Mompox y de Cartagena,
sufrían cruelmente por el aire helado de la cordillera, y
sólo el cariño que había podido inspirarles su jefe les
impedía sucumbir bajo el peso de sus miserias. A pesar de
todo, avanzaban a marchas forzadas Apenas salió de las
montañas la reducida expedición, los destacamentos embos-
cados por el general Correa trataron de diezmarla. Pero
consiguió Bolívar, sin ser descubierto, sorprender a su vez,
en el desfiladero de la Aguada, una vanguardia española.
Ocultó a su gente, y, por medio de falsos espías, hizo avisar
al enemigo que llegaba el con un verdadero ejército.
1. Memorias, 1, p. 103.
2. Cf. O'Lfary, Memorias, ihid.
Vi 8 BOLIVAI!
Esta astucia alcanzó éxito completo. Los Españoles
evacuaron sucesivamente la Aguada y todos los puntos que
ocupaban en el camino de Pamplona. Mientras Correa,
en previsión de un ataque serio, concentraba sus fuerzas
en San José de Cúcuta, Bolívar se reunió con Castillo,
atravesó precipitadamente el Zulia reputado infranqueable,
avanzó hasta el pueblo de San Cayetano, a diez leguas
del campamento enemigo, y lo atacó bruscamente el 28 de
febrero. El combate fué terrible. Al cabo de cuatro horas
de un fuego sostenido con intrepidez por una y otra parte,
una furiosa carga a la Jjavoneta inclinó la victoria a favor
de los republicanos. Los realistas les abandonaron varias
piezas de cañón y notable cantidad de armas. Correa
consiguió huir hacia La Grita.
Esta campaña había de tener, al mismo tiempo que una
inmensa repercusión en Nueva Granada, consecuencias
mucho más extensas que la que la había precedido. A
pesar de tantos obstáculos y padecimientos, y aunque,
durante todo el trayecto por la cordillera, había sufrido
deprimentes ataques de fiebre el joven coronel venezolano,
logró no obstante sobre los Españoles una victoria tan
inesperada como esencial. Constituía, tal éxito, una
sorprendente y sugestiva lección de energía, nuevos
alientos cuyo alcance era considerable. Libres de la pesa-
dilla de la invasión, los Granadinos tenían de nuevo con-
ciencia de sus aspiraciones primitivas. El patriotismo,
embarrancado en las luchas civiles, alzaba de nuevo la
cabeza. El Congreso de las Provincias Unidas se había
enriquecido con más de un millón de pesos en mercancías
reunido por los negociantes españoles de Cúcuta. persua-
didos de un próximo regreso al antiguo régimen. Además,
la victoria de Bolívar y de Castillo confería a la asam-
blea de Tunja un prestigio que le permitía, en lo suce-
sivo, consolidar la unión de las provincias confederadas.
Bolívar había hallado también en Camilo Torres, bajo
cuya inteligente dirección las disposiciones del Congreso
iban encaminándose cada día más a una apreciación más
sana de las necesidades, un atlmirador convencido. Deci-
dido partidario del federalismo del cual se había declarado
adversario Bolívar, a Torres le hid)ía, sin embargo,
El. MANIFIESTO DE CAHTAGENA /('í9
llamado la atención la claridad, la superioridad de pensa-
miento (juc campeaban en el manifiesto de (^arlag'ena. Las
l^roezas de su aiitoc. capaz de conducir a bien las
empresas que pi-econizaba. entusiasmaron al presidente de
la Unión. Desde aquel momento se declaró protector de
iiolívar V su abogado ante la opinión granadina. Al recil)ir
el informe techado de « (lúcuta libertada ' », ([ue le mani-
festaba la victoria obtenida sobre Correa, se apresuró
Torres a comunicar a jNariño la feliz nueva : « Sea cual
fuere el estado actual de nuestras cosas — le decía al
enviarle copia del Boletín de Bolívar — a V. E. y al ilustre
pueblo de Santa Fe no puede dejar de interesar la adjunta
noticia, que comunico con el mayor placer '^. »
Así pues, la campaña de Bolívar ejercía saludabilísima
influencia sobre los disentimientos del Congreso v del
oobierno de Cundinamarca. Alo-unos meses más tarde se
o o
abrieron conferencias en que los delegados de Tunja y de
Santa I'^e se mostraron animados de ififual v sincero deseo
o
de avenencia. Fhitonces proclamó Cundinamarca su
absoluta independencia de España % y pareció terminada
la era de las discordias civiles.
No obstante, Bolívar creía no haber hecho nada, puesto
([ue todavía le quedaba por hacer. Los contingentes cada
vez más numerosos que el presidente Montes movilizaba
en Ouito v diriííía a la frontera granadina scünían ame-
nazando a los confederados con una invasión por los
valles del Cauca. D. .íuan Sámano. oficial de gran mérito,
(pie por entonces tenía cerca de sesenta años pero que
nada había perdido de una energía y de un valor que
hacían de él un peli"groso adversario, había tomado el
mando de las tropas reales acantonadas en la región de
Poparán. Para marchar contra Santa Fe. esperaba sólo a
1. El coronel Bolívar al ciudadano presidente del Congreso grana-
dino. Cuartel general de Cúcuta libertada. 28 de febrero de 18i:{,
3 de la tarde. D.. lY, 768.
2. En Groot, Historia do Nuc'a Granada, op. cil., t. III, cap. Lin,
p. 232.
3. Decreto de los representantes de Cundinamarca reunidos en
Asamblea extraordinaria en Santa Fe, el 16 de julio de 1813. D., I Y,
847. — La provincia de Antioíjuia se declai-ó igualmente, el 1 1 de
agosto siguiente, por comj)lL'to independiente de la corona y del
gobierno españoles.
2<)
'í50 bolívar
que estuviesen completos sus eíectivos. Podía esperarse,
sin embargo, que el mejoramiento moral de las provincias
de Nueva Granada facilitaría, hasta que llegara aquel
momento, la obra defensiva que, de común acuerdo,
Nariño y el Congreso iban a apresurarse a emprender. Su
colaboración, ya segura, no habría de tardar, sin duda, en
aniquilar, por ac[uel lado, las fuerzas realistas. Pero
c|uedaba indispensable el poner a los confederados al
abrigo de todo ataque hacia el norte, pues D. Antonio
Tízcar ocupaba la provincia de Barinas con un conjunto de
fuerzas que. aunque considerablemente menguado por la
derrota de Correa, era todavía temible. Por estos motivos
tenía empeño Bolívar en terminar cuanto antes la ejecución
del vasto proyecto del cual las dos recientes campañas no
eran, a sus ojos, más que el preludio.
Perseguir a su enemigo, acabar de dispersarlo, libertar
luego a Venezuela : tales eran las resoluciones progresivas,
fijadas además en el programa de Cartagena, v que era
preciso, ahora, realizar. Según la línea de conducta que se
había trazado, entendía Bolívar que los varios poderes
constituidos de Nueva Granada : el Congfreso de la Unión.
o
el gobierno de Cartagena y el de Santa Fe, se hicieren
cada uno solidario de la empresa. Pero, si bien se había
asegurado el apoyo del presidente de la Confederación
granadina, dudaba Bolívar de que la .lunta dirigida por
Torices le conservara el suyo sin reticencias. En fin, no se
había pronunciado Cundinamarca.'
Y es que, para decir verdad, los patriotas que, así en
Tunja como en Cartagena y Santa Ve, compartían el
poder con Torres, Torices o Nariño,- no se mostraban tan
persuadidos como sus presidentes del valor y de la eficacia
de los proyectos del joven coronel Bolívar. Sus vastas
concepciones superaban, si no el entendimiento de
aquéllos, cuando menos sus ambiciones presentes. A más
de esto. Cartagena y Santa Fe se sentían inmediatamente
amenazadas : una por los realistas de Santa Marta, otra
por las tropas ttel brigadier S;imano. .luzgaban impru-
dente el desguarnecerse, y las instancias de que eran objeto
poi' parle de Bolívar las dejaban inditerentes.
A falla <b' una a\ iida nialeiial. (jiie. no obstante, parecía
EL MANIFIESTO DE CAnTAGEXA liSl
indispensable, ol liituro Lihcrtadoi' se obstinó en mover
enando menos a h)s goJjiernos do \neva Granada a que
sancionaran lormalmente la libei'ación de Venezuela. Las
rebosantes energías que animaban a Bolívar, la fe sin
límites que tenía en su victoria, hacían que la estimara
como rcali/ablc. cualesquiera <[uc fuesen los medios de
acción de que disponía. Pero la obra que se ha propuesto
él llevar a cabo no tiene por límite la lucha, por gigantesca
que sea, contra el Español, ni siquiera la libertad de toda
una región de la tierra de América. No son éstas más aua
las bases del monumento que, desde aquel momento
mismo, pretende comenzar a edificar. La resistencia, el
vigor de esos cimientos depende de la participación común
y primordial de los elementos que han de constituir el
edificio futuro.
Así es que. sin descuidar pedir al presidente Torices
autorización para conducir a los soldados de Cartagena
a la conquista de Venezuela, lo que sobre todo desea
Bolívar es un mandato oficial. Más apremiantes aún son
sus instancias al Congreso de la Unión, el cual representa
el conjunto más importante de las provincias granadinas.
El i" de marzo sale para Tunja José Félix Rivas, portador
de varios mensajes para Camilo Torres y para cada uno d-e
los diputados de la asamblea. Después, habrá de ir a
Santa Fe, para persuadir a Xariño.
Al mismo tiempo, ha pasado Bolívar la frontera venezo-
lana. Está en Táchira. en dondfí establece su cuartel
general. El botín que acaba de realizar en Cúcuta le
permite distribuir algún dinero a sus soldados, mejorando
así entre ellos la disciplina. Los arma, les instruve. les
ejercita, les ai-enga.
« Soldados!... Vuestras armas libertadoras han venido hasta
Venezuela que ve respirar ya una de sus villas al abrigo de
vuestra generosa protección. En menos de dos meses habéis
terminado dos campañas, y habéis comenzado una tercera que
empieza aquí y debe concluir en el país que me dio la vida.
Vosotros fleles republicanos marcharéis á redimir la cuna de la
independencia colombiana como los cruzados libertaron á Jeru-
salen cuna del Cristianismo.
u ... El solo brillo de nuestras armas invictas hará desapa-
462 HOLIVAH
recer en los campos de Venezuela, las bandas españolas, como
se disipan las tinieblas delante de los rayos del Cielo.
(( La America entera espera su libertad y salvacicm de vos-
otros, impertérritos soldados de Cartagena y de la Union...
Corred á colmaros de gloria adquiriéndoos el sublime renombre
de Libertadores de Venezuela ' ! »
Esto lirismo expresivo v tan rico de coloi'. tan atinada-
mente concebido para impresionar los sentimientos y la
imaginación de sus oventes. se dirigía al mismo tiempo a
los pueblos V a los gobernantes de Nueva Granada v de
América. A más de acabar de conquistar la fidelidad de
los soldados de Bolívar, estaba destinado también, por su
corte clásico y sus alusiones religiosas, a encantar el
espíritu de los criollos, alimentado de esas mismas tradi-
ciones.
No es posible dejar de establecer una innegable seme-
janza entre la actitud de entonces de Bolívar, los argu-
mentos a que recurre, su comprensión de las confusas
aspiraciones de sus compatriotas, su ardiente deseo de
ganar la opinión nacional, v la conducta de Bonaparte,
general del ejército de Italia. « bablando a los soldados y
a los pueblos, pero, por encima de unos y otros, a París v
a Francia entera... elevándose por encima del Directorio
con la superioridad de altura ([ue tiene el que habla
después de haber obi'aclo. sobre el que declama sin
obrar ^. »
1. Proclama de Bolívar a sus soldados, el 1° de marzo de 181.S.
Cuartel general de San Antonio de Venezuela. D., IV, 770.
2. V. SoRKL, L'Eiivope el la Réyohttion franc^aise, etc., t. V,
cap. II, § 1.
CAPITULO II
EL LIBERTADOR
I
Mientras Bolívar ultimal)a con actividad en Táchira los
preparativos de la expedición, el coronel Castillo había
vuelto a Pamplona, dt)ndc movilizó nuevos reclutas a
(|uicnes, algunos días más tarde, condujo a Cúcuta. Con
todo esto, el pequeño ejército republicano contaba por
entonces con un millar de hombres. Ni siquiera tantos
luibiera pedido Bolívar, (juien se sentía capaz de infun-
tlirles tal entusiasmo, que cada uno de aquellos hombres
valiera por diez. Pero era menester que la asamblea de
Tunja, de la que dependían las tres cuartas partes de
aquellos soldados, concediese a Bolívar, que no mandaba
en jefe más que las solas tropas de Cartagena, permiso
para disponer de los contingentes de la Unión como lo
tuvieía por conveniente. Pero se hacía esperar, el permiso,
V dificultades imprevistas iban a retrasar aún su llegada,
tan Imj)acientemente espeíada poi' Bolívar.
A instancias de Camilo Torres, el Congreso, teniendo en
o
cuenta los servicios del coronel venezolano, acababa de
eonlerirle el título de ciudatlano de Nueva Granada v el
grafio de brigadiei' al servicio de la Lhiión (12 de marzo),
(bastillo liabía insistido personalmente para (|ue estas
tlignidades íuesen concedidas a Bolívar, v las afectuosas
lelieitacioncs (jue le protiigó parecían de buen agiíero. De
repente, los dos jefes, en cuyas relaciones había reinado
hasta entonces completa ai'monía, se enemistaron. Como
comandante de la plaza y de la provincia. Castillo
pretendía tener vara alta sobre las tr(q)as ; no api'obaba los
454 líOLlVAl!
proyectos de Bolívar respecto a la expedición a Venezuela
y, convencido de qnc no lograría hacerle cambiar de
parecer, hizo cuanto pudo para atajar los esfuerzos de su
compañerc) de armas. •
Desde aquel momento, cada una de las disposiciones
que tomaba Bolívar fué violentamente criticada por Castillo.
Le acusó de inexperiencia, hasta de locura. Envió al
Congreso largos informes en donde pintaba con negros
colores el estado de las tropas de Cartagena, asegurando
(jue la empresa era insensata, que Venezuela era inatacable,
que sería criminal sacrificar los defensores de Nueva
Granada a las irrealizables ambiciones de « una delirante
cabeza' ». Sin alterarse por tales ataques, el Congreso
nombró a Bolívar comandante en jefe de los ejércitos de
la Unión y gobernador militar de Pamplona (30 de marzo ').
Esta decisión acabó de exasperar el odio de Castillo, quien
quedaba así pospuesto a un rival a quien juró perder.
Castillo tenía amigos influentes en el Congreso. Las
intrigas de éstos acabaron por prevalecer contra las dispo-
siciones de Camilo Torres, y a pesar de las reiteradas
instancias de Bolívar, transcurrieron días y semanas sin
que recibiese éste contestación alguna.
No obstante, las noticias que se i-ecibían de Caracas y de
la situación de Venezuela eran angustiosas por demás. En
la capital, aterrorizada por los godos, continuaban las
persecuciones, las atrocidades. Los relatos circunstanciados
de los cronistas españoles^, testigos de aquella época de
sangre y de abominaciones, causan verdadero estremeci-
miento. En Caracas v en las ciudades de provincia arres-
taljan a los ancianos, a las mujeres, a los niños que se
aventuraban por las calles. Suplicios espantosos esperaban
1. Y. Documentos relativos a las disensiones que surgieron ealre
el general Bolívar y el coronel Castillo. D., I\',787, 790,79:5, 804, etc.
2. D., IV, 788.
Geo
m
I
— - — -, - ■, - — .
3. V. Hhredia, Resoluciones, etc. Segunda época. Montenegro.
.^ografia general, t. IV, pp. 140 y sig. Urquinaona, Relación docii-
nenlada del origen y progreso de los trastornos de las pronuncias de
/enezuela, Madrid, 1820. \)í\a, Recuerdos, op. c/í., pp. 120-i;}0. José
i>i, Costa y Galli, procurador de la Audiencia de Caracas, Recuerdos,
({uien escribe : <( En el país de los cafres, no podían tratarse los
hombres con más desprecio y vilipendio )>. D., IV, 851. En fin,
Torrente, Historia de las Revoluciones, etc., op. cit., t. I, passim.
KL I.IHEKTADOl! 'l55
a los (|iie no eran matados en seouiJa. Al anochecer,
volquetes cargados de cadáveres mutilados salían hacia los
arrabales, convirtiendo a éstos en pestilentes calavernarios.
Los presos a (juienes la obscuridad de los calabozos
subterráneos, había substraído a las pesquisas de los
verdugos eran asfixiados o quemados vivos por los traga-
luces, arrojando sobre ellos barricas de amoníaco o de
aceite hirviendo.
En esto, la Regencia había prescrito a las autoridades de
Caracas que proclamaran en Venezuela la Constitución de
Cádiz. Pero INlonteverde, que había retardado largo tiempo
la publicación de aquel documento por creerlo dema-
siado liberal, no pareció reconocer oficialmente sus dispo-
siciones sino para aplicai'lo a su antojo. De nuevo arreciaron
las violencias, v no tardó en haber en Venezuela más que
dos categorías de « ciudadanos » : los oprimidos y los
opresores'. Estos, sobre todo en las provincias, dieron
rienda suelta a su abominable alan de tormentos y de
suplicios. El coronel Francisco Cervériz, enviado por
Monteverde a Cumaná como gobernador, le escribía,
desde su llegada a dicha ciudad : « V. S. no debe ignorar
que los sucesos de Maturin han encendido un fuego te-
rrible en la Provincia, y así no hay mas que no dejar con
vida á ninguno de estos infames criollos que fomentan
estas disensiones... Yo le aseguro á V. S. que ninguno de
los que caigan en mis manos se escapará". »
Espantados, los liberales que habían quedado con vida
no pensaban más que en substraerse a las matanzas.
Parecía perdida la causa republicana, y es indudable que
tal habría sido su suerte en breve. plazo, sin la resolución
que decidió llevar a cabo un reducido grupo de patriotas
de indomable valor.
Unos diez jóvenes entre quienes figuraban Manuel Piar^,
1. Cf. O'Leary, i, cap. VI.
2. Carta hallada en el archivo del gobierno de iMonteverde y publi-
cada en la Caceta de Caracas, en agosto de 1813.
3. Nació en Curazao en 1782, sentó plaza en 1811 en el ejército de
Miranda, tomó parte en todas las campañas de Venezuela hasta fines
de 181.5. Estaba con Bolívar en Chayas (Haíti), de donde partió la
expedición libertadora de 1816. Piar hizo luego la famosa campana de
Guayana, durante la cual venció al general Morales en la batalla de
456 BOLIVAli
coloso aventurero do Ijrillantos iuspiraeiones, el togoso
José Franeisco Bermúdez ' y su hermano Bernardo, el
inlatigable y magnífico Manuel Váldez', el caballeresco
Francisco Azcue'\ destinados a desempeñar, más tarde,
importante papel en la historia de su país, habían, en
diciembre de 1812, cuando la llegada de Cervériz a
Gumaná, salido de esta provincia en donde peligraba su
vida. Se habían refugiado en el islote de Chacachacarc,
situado a la entrada del golfo Triste, a distancia casi igual
de la península de Paria y de la punta de Corosal, en la
extremidad oriental de Trinidad. Allí se reunieron con
algunos de sus compatriotas emigrados, entre ellos Santiago
Marino % intrépido y fogoso criollo, de una ilustre familia
de la región; tenía veinticinco años por entonces y se
había distinguido ya mucho en el servicio de la Indepen-
dencia. Marino había tomado parte en la expedición de
Villapol en Guayana, y. al terminar esta campaña, defendió
valientemente la costa de Güiria contra los ataques de los
realistas. La caída de la república venezolana le había
obligado a buscar asilo en aquel islote perdido de Ghaca-
chacare, en donde poseía una finca una hermana suya.
El 11 de enero de 1813, los compañeros de Marino se
reúnen y le nombran jefe de ellos. Son cuarenta y cinco,
sin más recursos, salvo su bravura, que algunas espadas,
San Félix, el 11 de abril de 1817. Rebelado contra el Libertador, fué
fusilado en Angostura el 15 de octubre siguiente.
1. Nació en la provincia de Cumaná el 23 de enero de 1782: murió
asesinado el 15 de diciembre de 1831. Hizo las campañas de Vene-
zuela, 1813 a 1815, emigró después a la Margarita, tomó parte en el
sitio de Cartagena en 1815, y, luego, en la campaña de Guayana. En
junio de 1819, obtuvo el mando supremo del ejército de Oriente, en
substitución de Marino, y se distinguió durante la nueva campaña de
Venezuela en 1821. En 1828, Bolívar le nombró consejero de Estado.
2. Nació en Caracas en 1785. Después de la caída de la segunda
república venezolana, Valdez fué a Nueva Granada e hizo las campa-
ñas del Ecuador y del Perú. Desterrado en 1831a Cartagena, sólo
seis años mas tarde pudo volver a Venezuela. Falleció el 31 de julio
de 18'i5, en Angostura.
3. Nació en la provincia de Cumaná hacia 1782. Hizo todas las cam-
pañas de Venezuela, de Guayana, 1813 a 1819. y luego las del Perú y
del Alto Perú. Combatió con bravura en Junín, Matará, Ayacucho, y
tomó su reliio después de la toma de Paz, en 1826.
4. Nacido en la isla Margarita, en 1788. Falleció en La Victoria
(Venezuela) el 4 de septiembre de 1854.
KI, l.lliHH'l'ADOli /j57
pistolas ele holsillo v .sci.s malos fusiles. A([iiellos jóvenes
lloróos, enardecidos por una audacia (|ue podría parecer
risible si las hazañas que la justilicaron no impusieran
aduiiración. redactan entonces y firman el maniíi(;sto
siguiente : « Violada por el jele español D. Domingo de
INIonteverde, la capitulación t[ue celebró con el ilustre
general Miranda, el 25 de Julio de 1812 : y considerando
([ue las garantías que se ofrecen en aquel solemne tratado
s(! han convertido en cadalsos, cárceles, persecuciones y
secuestros; que el mismo general Miranda ha sido víctima
de la perfidia de su adversario, y en fin que la sociedad
venezolana se halla herida de muerte; cuarenta y cinco
emigrados nos hemos reunido en esta hacienda, bajo los
auspicios de su dueña la magnánima señora Doña Con-
cepción Marino, y congregados en consejo de familia,
impulsados por un sentimiento de profundo patriotismo,
resolvemos expedicionar sobre Venezuela, con el objeto de
salvar esa patria querida de la dependencia española y
restituirle la dignidad de Nación que el tirano Monteverde
V su terremoto le arrebataron. Mutuamente nos empeñamos
nuestra palabra de caballeros de vencer ó morir en tan
gloriosa empresa, y de este compromiso ponemos á Dios
V a nuestras espadas por testigos '. »
Al día siguiente, aprovechando la obscuridad, la expe-
dición, llevada por una barca ligera, toca tierra en el lado
norte de Güiria. en una de las haciendas de Marino. Los
cincuenta esclavos que en ella se hallan son puestos en
libeitad, bajo condición de agregarse a la columna, la cual
se pone en seguida en marcha por el campo. De repente,
apostada a orilla de un río que corta el camino de Güiria.
aparece tropa enemiga. Marino manda atacar, y los sol-
dados españoles son exterminados sin haber tenido tiempo
pai-a servii'se de sus armas. Los muertos son despojados de
sus armas y de sus municiones; campesinos hallados en
el camino engrosan aún las filas de aquel corto número de
valientes, resueltos ahora a caer sobre la guarnición de la
cindadela de Güiria. defendida por trescientos hombres.
Casi todos ellos eran indios recién alistados por los
J. D.. IV. 752.
Í58 nOLÍVAU
sargentos de Cei'vériz. Desertan y se unen a los sitiadores.
La ciudad es tomada. Ya tiene Marino un pequeño ejército
ante el cual retroceden los destacamentos españoles que
hasta entonces recorrían con toda tranquilidad aquella
región sometida y devastada. Entonces, la expedición se
divide en dos columnas : Bernardo Bermúdez y Piar se
dirigen hacia el sur, atraviesan el Guarapiche y se apode-
ran de la importante plaza de Maturín. Mientras tanto.
Marino había vuelto sobre sus pasos : ocupa ahora Yrapa, por
debajo de Güiria, la rodea de trincheras, llama a las armas
a los pueblos circunvecinos, organiza sus voluntarios. Ya
que cuentan con dos bases de operaciones, los republicanos
se preparan en fin a atacar a Cumaná, en donde el coronel
Ensebio Antoñanzas, que acababa de substituir a Cervériz,
seguía aplicando, como quien hace obra meritoria, el
régimen sanguinario de que se enorgullecía su execrable
predecesor (marzo de 1813).
Llegó al colmo la impaciencia de Bolívar cuando tuvo
noticia de tales éxitos. Hubieran podido suministrar a sus
proyectos una ayuda que. paralizado miserablemente en
Táchira, se exasperaba por no poder utilizar. Castillo se
obstinaba en su actitud hostil. A cierto momento pareció
renunciar a ella cuando Bolívar, tratando de interesar su
amor propio, le propuso que dirigiera un ataque contra
Correa, refugiado en La Grita con seis a setecientos solda-
dos. Tal proposición era, al mismo tiempo que una prueba
de confianza a la que, según esperaba Bolívar, no había de
ser insensible Castillo, una ocasión que le ofrecía para
que, a su vez, conquistara un éxit<> personal. Castillo salió,
en efecto, en la primera semana de abril, derrotó al coro-
nel español (el 7); pero, ensoberbecido más aún por su
victoria, multiplicó, desde su regreso a Cuenta, las instan-
cias ante el Congreso para .quitar a Bolívar la jefatura
suprema y determinar al gobierno de la Unión a que
negara definitivamente su concurso para la expedición
contra Venezuela.
Monteverde había, todo lo mejor que pudo, terminado
de poner en estado de defensa la antigua capitanía general.
Correa, que también por milagro se había substraído a la
matanza que siguió a la derrota de La Grita, concentró los
i:i. MllliHl Al)(»ll '|59
restos (le su dlvisiúii en los valles de la verlieiüe oeeitleulal
de la sierra de Mérida. Cubría tle esta suerte a Macaraibo,
en donde disponía Mivares de una importante ouarnieión
y podía eon toda taeilidad eleetuar importantes v repetidos
alistamientos de voluntarios. La vecindad de la provincia
realista de Santa Marta mejoraba además su situación. El
capitán Cañas ocupal)a Tiujillo con 500 hombres, y (^.oro
tenía suficiente número tle tropas. En Barquisimeto, el
valiente coronel Oberto y sus i 000 hombres de milicias
regulares protegían a Valencia. Tízcar. sostenido por una
columna de 900 hombres acampada en las cercanías de
Guadualito, seguía en Barinas con un cuerpo de cerca de
i 500 soldados. Otra columna de i 200 hombres, mandada
por el capitán Izquierdo, en San Carlos, al norte del río
Portuguesa, cubría las inmediaciones de la capital. En fin.
en la provincia de Caracas, Monteverde, a más de numerosa
tropa reforzada v alentada por 700 soldados escogidos,
estaba apoyado por las guarniciones de Puerto Cabello.
En tales condiciones, era fácil calificar de demencia la
empresa para la cual, sin embargo, no cesaba Bolívar de
pedir el apoyo de los gobiernos granadinos. No escaseaba
sus críticas Castillo, y Camilo Torres, a pesar del empeño S
con que abogaba por la causa de Bolívar, no conseguía
in(dinar en favor suyo a los confederados.
Bolívar insiste, con argumentos más decisivos cada vez :
« La suerte de la Nueva Granada, escribe, está íntima-
mente ligada con la de Venezuela : si esta continúa en
o
cadenas, la primera las llevará también, porque la escla-
vitud es una gangrena que empieza por una parte, v si no
se corta se comunica á el todo v perece el cuerpo entero...
Yo me lisonjeo de que el cuerpo nacional que representa la
soberanía del pueblo granadino, no podrá ver con frialdad
el deshonor y el infortunio de los hal)itantes de la Costa
Firme, y que poniendo en acción todos los resortes de su
poder y sabiduría, levantará tropas y reunirá los elementos
indispensables á la guerra que vamos á emprender contra
los opresores de Caracas *. »
I. Bolívar al presidente del Congreso de la Unión, marzo de 1813.
D., IV, 773.
4t}() liOLlVAII
Bolívar vuelve a este teína, (lesavrüllámU>l<> más v más
veces en las casi diarias exposiciones qne envía a la
asamblea, a Nariño, a Cartagena, invocando : va el
patriotismo, la generosidad, el amor propio o el interés de
aquellos de quienes espera la realización de sus esperanzas ^
Mas. parecen irreducibles las resistencias con que tropieza.
Camilo Torres, a cnya voz se ha unido la de un joven
diputado de mucho talento y de gran virtud . José
Fern;indez Madrid, no consigue convencer a sus colegas.
Kl pi-esidente Torices. a ([uienes causaban nuevos temores
los realistas, que, dueños de nuevo de Santa Marta, han
obligado a Labatut a que huya y preparan una expedición
contra Cartagena, no piensa más que en sus preparativos
de deíensa. Sacrifica a Labatut, lo destierra-, lo substituye
por otro francés, el coronel Chatillon, antiguo ayudante de
Miranda, y toma él mismo el mando de una escuadrilla
con la cual va a dirigirse hacia Santa Marta.
El 11 de mayo, el ataque combinado de las fuerzas de
Cartagena contra el pueblo de Toribio, al sur de Santa
Marta, tuvo un lamentable fracaso. Quinientos hombres,
la mitad del efectivo de Chatillon, y este mismo, fueron
matados en aquel combate; y, lejos de favorecer los
provectos de Bolívar, Torices le dio orden de que le
devolviera los hombres con quienes, meses antes, había
salido de Barranca.
La suerte parece ensañarse contra Bolívar. Una epidemia
de fiebre maligna se ha declarado entre sus tropas. Ame-
nazan éstas con desertar. La rivalidad de ambos jefes se
extiende a los oficiales : estallan disensiones. Regresa
Bolívar a Cúcuta, trata una vez más de ablandara Castillo,
le oírece renunciar en favor suvo al mando supremo, con
tal (|ue consienta en cooperar al mantenimiento de la buena
armonía y de la disciplina en las filas del ejército, y que
cese de combatir el pi-ovecto de expedición a Venezuela^.
1. Exposiciones de Bolívar a los presidentes de la Unión y del
Estado de Cartagena, marzo, abril, 1818. D., IV, 775, 777, 778, 771), etc.
2. Labatul residió tres o cuatro años en las Antillas, y luego volvió
a l'^i-aucia : buscó en vano tomar servicio en este país, y se marchó al
Brasil, en donde falleció hacia 18:{ü.
.3. Carla de Bolívar al brigadier Manuel (bastillo. San José, 15 de
abi'il de i8i:i. O'LnARV, Documentos, t. XXIX, pp. 16 y 17.
i-i. i.inEnTADou
Opone Castillo el más injurioso desdén a tales proposi-
ciones, y no vacila en pedir al Congreso que escoja entre
él V Bolívar, declarando que, si sus compatriotas le
posponen « al venezolano, el vencedor de La Grita saldrá
del ejército ». Renuncia Bolívar al proyecto tan apasiona-
damente defendido. Puesto que el gol)ierno de Nueva
G lanada se niega a favorecei' tal proyecto, no le (|ueda
más que volver a Cartagena, en donde pedirá iormar parte
de la expedición que allí se organiza contra Santa Marta y
Macaraiho. o se unirá a los ])atri()tas a ([uienes se dispone
Marino a conducir al asalto de C^umaná'.
En a([uel crítico instanti* en ([ue tan ruda prueba sufrían
su constancia v sus esfuerzos. Bolívar tenía siquiera el
consuelo de ver acudir a r\ a los jóvenes más distinguidos
de Nueva Granada. Radiantes de juvenil e intrépido valor,
aml)ici()Sos de hazañas que les valiesen más alta fama ([uc
la (pie podía esperarse de las guerras civiles en que su
impaciencia les hai)ía arrojado e([uivocadamente, .losé
María Ortega-, Antonio Ricaurte \ Joaquín París ^. Luciano
1. (]arta al presidente de la t'nión. San José de Cúcuta, 'A de mayo
de 181:í. D., 1Y, 804.
2. Ortega. Nariño (José María), nació en Santa Fé en 1792. Descen-
diente del conquistador Pedro de Ortega, y sobrino de Antonio
Xariño. Después de haber tomado parte en las compañas de Vene-
zuela en 1813 y 1814. fué incorporado por la fuerza en el ejército
real y embarcado en uno de los navios que bloqueaban a Cartagena
durante el sitio de 1815. Dos años mas tarde. Ortega consiguió
escaparse, y tomó de nuevo servico cuando, después de la batalla
de Boyacií, en 1819, entró en Santa Fe el Libertador. Fué diputado
en los Congresos de 1821, 1827 y 18.30, y, después, ministro de la
Guerra en 18:í9. Desempeñó varios cargos importantes en la admi
nistración colombiana, y falleció en Bogotá el 6 de diciembre de 1860.
3. Nació en Santa Fe en 1792; murió heroicamente, el 25 de marzo
de 1814, en San Mateo (V. infra, cap. iii, ¡í 3.)
4. Nació en Santa F'e en 1795, tomó parte en los combates de
Ventaquemada y Monserrate, en 1813; luego en el de La Grita.
Renunció entonces a la expedición de Bolívar, volvió al lado de
Nariño e hizo con él la campaña del sur. Guerreó en las pro\ incias
de Popayán y Pasto en 1815 y 1816, y fué hecho prisionero en el
combate de La Plata, e) 1° de septiembre de 1816. Enviado a
Maracaibo y encarcelado en un pontón en Puerto Cabello, se evadió,
se reunió con el Libertador en Guayana en 1818, y fué ayudante del
almirante Brion. París hizo luego la campaña de Bocayá, y luego la
del sur en 1822. Fué nombracío general en 1827, y tomó su retiro
en 1836, siendo luego ministro de la guerra en 1843 y 1854. Falleció
en Honda (Colombia) en marzo de 1868.
't62 BOLÍVAR
d'Elhuyar', Atanasio Girardot-. uno v otro de origen
francés, Rafael Urdaneta^ Francisco de Paula Vélez*
figuraban, desde hacía algunos días, en el estado mayor de
Bolívar. Ya casi todos, entusiastas de su gloria, le mani-
festaban una adhesión llena de promesas : « General, le
escribía Urdaneta, si con dos hombres basta para eman-
cipar la patria, pronto estoy á acompañar á usded ^. »
Del mismo modo pensaba cada uno de ellos. Aquellos
héroes valían un ejército. No iban a tardar en pi'obarlo.
La noticia de la buena acogida concedida por Nariño a
las instancias de Rivas, calmó, por entonces, las angustias
de Bolívar. Rivas traía con él 150 soldados escogidos que
el presidente de Cuudinamarca había segregado él mismo
de su escasa pero valerosa guarnición. El acontecimiento
parecía presagiar algo bueno. Y así fué, por fin. El 7 de
1. Nació en Santa Fe. Hizo la campaña de Venezuela. Cuando
entró la expedición en Caracas, Bolívar le encargó que sitiara a
Puerto Cabello; sólo un año después dejó D"Elhuyar las líneas del
sitio. Se reunió con el Libertador en Caracas y le acompañó durante
la Emigración de 1814. D'Elhuyar se fué luego a Cartagena; pero, a
consecuencia de intrigas, tuvo que salir de esta plaza, que poco
después sitió el general Morillo. De Jamaica, en donde se había
refugiado, salió D'Elhuyar, días después, para volver a Cartagena,
bloqueada por la flota real. El navio que le llevaba a Nueva Granada
naufragó, y D'Elhuyai' pereció ahogado en septiembre de 1815.
2. Nació en Antioquia (Nueva Granada); siguió al coronel Baraya
en la campaña del sur en 1811, y tomó parte, al año siguiente, en el
combate de Yentaquemada. Fué el héi'oe de todas las batallas de la
campaña de Venezuela, y pereció en la acción de Las Trincheras el
30 de septiembre de 1813. V. infra.
3. Nació en Maracaibo el 24 de octubre de 1789; falleció en París
el 23 de agosto de 1845. Después de haber tomado parte en las
campañas de Venezuela en 1813 y 1814, se reunió con Bolívar en
Nueva Granada, entró con él en Santa Fé el 12 de noviembre de 1814,
y marchó luego a pelear al lado de Páez. Gobernador de Caracas en
1818. A raíz de la reunión del Congreso de Angostura, Urdaneta
mandó el ejéi'cilo del norte; asistió a la batalla de Carabobo. Ministro
de la Guerra de Colombia en 1828. En 1840, el gobierno de Vene-
zuela le envió a Francia como ministro plenipotenciario.
4. Nació el 16 de agosto de 1795 en Santa Fe de Bogotá, en donde
falleció el 26 de noviembre de 1857. Hizo Yélez las campañas de
Venezuela en 18J3 y 1814, y asistió al sitio de Cartagena en 1815.
Miembro del tribunal supremo de Bogotá en 1823. Nombrado
general por el senado colombiano en 1827. Defendió al Libertador
cuando el atentado del 25 de septiembre de 1828. Gobernador de
Tunja en 1840.
5. O'Leauy, Mcmuiids, 1. 1, cap. vi, p. 122,
El. LIBEUTADOH 4fi.'{
mavo. lleffó al cuartel uoiioral la autorización del Congreso
(lo Tuuja. Sin embargo, sólo a medias había vencido
(Camilo Torres las reticencias y las oposiciones de los
confederados. Las instrucciones, redactadas para el coman-
dante en jefe de las tropas de la Unión, le prescribían que
invadiera Venezuela, puesto que se había declarado capaz
de hacerlo. Pero tenía que limitar sus operaciones a la
ocupación de las provincias de Mérida y de Trujillo. v
esperar allí las nuevas instrucciones del Congreso. Quedaba
entendido que, en caso de poder efectuarse la liberación
de Venezuela, Bolívar se esforzaría en hacer adoptar, para
la constitución de la nueva república, la forma federal. En
íin, los gastos de la expedición quedarían a cargo de
Venezuela'.
Cualesquiera que fueran las restricciones que limitaban
su libertad de acción, Bolívar había deseado tanto llevara
cabo aquella empresa bajo los auspicios de los gobiernos
independientes de aquella parte de América, que tuvo una
explosión de júbilo. En su comunicado con fecha de 8 de
mayo-, escribe a Camilo Torres : « INIi corazón se inunda
de placer y gratitud al contemplar las armas libertadoras
de la Nueva Granada, marchando á redimir á mi querida
patria; pero ¡ ah Excelentísimo señor! los bienes mas
puros están siempre mezclados de peligros é inconvenientes,
y el de la libertad que vamos á obtener, se halla colocado
entre los dos mas grandes escollos que puede presentar
la guerra : la carencia de dinero v la de municiones...
Yo conceptúo que siempre que las circunstancias nos
sean tan favorables... podemos llegar ó presentarnos
delante de Caracas con solo las municiones que llevamos,
obrando rápidamente y procurando dar una acción general
que nos abra las puertas de aquella capital... Mas si
adoptamos un sistema opuesto... agotaremos nuestros per-
ti-echos sin ventaja decisiva. Yo me tomo la libertad de
presentar a V. E. estas observaciones, para que se sirva
tomarlas en consideración, y resuelva, si lo juzgare justo
1. Instrucciones para el general Bolívar. Tunja, 27 de abril de
I8I:!. D, IV. 8U'J.
2. Nota del brigadier Bolívar al presidente del Congreso de la
Unión. Cuartel general de Cuenta, 8 de mayo de 1813. D., IV, 809.
Wí HOLIVAK
y conveniente, que yo pueda obrar eon arreglo á las cir-
cunstancias, ó que se me nombre una comisión compuesta
de dos ó tres jefes del ejército con quienes deba consultar
las jrrandes operaciones, y particularmente las que tengan
una tendencia directa sobre la dirección que se haya de
dar al ejército, avanzando ó retrocediendo, según lo exija
la utilidad ó el peligro. »
Tales son las preocupaciones (|ue Bolívar presenta como
únicas, al parecer, que embargan su ánimo.
Persuadido Castillo de ([ue el Congreso de Tunja no se
atrevería a desoír sus argumentos si él mismo se presentara
a abogar por ellos, salió de Cúcuta llevando consigo a un
centenar de soldados. Al revés de lo que él se imaginaba,
el Congreso le acogió muv mal. v, recordando atinada-
mente Castillo que lazos de parentesco le unían al presi
dente Torices, se iué a Cartagena en busca de mejor
acogida. ^Mientras tanto, los hombres quitados ])or él a
Bolívar quedaban perdidos para la expedición. Contra-
tiempo deplorable, pues el « ejército libertador » constaba,
salvo el reducido contingente de oficiales v soldados de
Cundinamarca, de un electivo de sólo 500 combatientes.
El conjunto del material de guerra se reducía, exactamente,
a 4 piezas de campaña. 1400 fusiles de recambio.
140 000 cartuchos y 5 obuses.
Con tan míseros medios se encaminaba Bolívar al ata([ue
de un país sometido casi por completo a la dominación
española, y, como ya hemos visto, defendido tan recia-
mente como podía desearlo el enemigo. Sin embargo, los
soldados de Bolívar, que se complacían ya en saludarle
con el título de Libertador, salieron, el 15 de mayo
de 1813, del pueblo de San Cristóbal, en donde su jefe les
había concentrado, en medio de indescriptible entusiasmo.
Tres días más tarde, se puso en camino Bolívar. En un
informe al presidente de la Unión, decía el general : « La
contesta(!¡ón de este oficio la recil)iré en Trujillo'. »
1. Informe del brigadier I3olivar al presidente del Congreso de la
Ihiión. Cuartel general de Cúcuta, 8 de mayo de 18i:5. D., IV, 809.
EL LIliEHTAÜOU 465
II
Sin casi detenerse en las etapas, insensibles a las priva-
ciones y al cansancio, los soldados de Bolívar llegaron el
30 de mayo a las verdeantes alturas de Mérida. Los
Españoles, (jue ocupaban sus inmediaciones, habían sido
hábilmente engañados por los informes de los falsos espías
de que se hacían preceder siempre los republicanos.
Creyendo haberlas con fuerzas considerables. Correa,
desde hacía algunos días, había evacuado sus posiciones,
dirigiéndose hacia el norte con su división. INIientras se
atrincheraba en Ponemesa, los patriotas de Mérida, con-
fiando en la próxima llegada de Bolívar, proclamaron la
Independencia; adornaron con colgaduras los edificios y
las casas, y la columna libertadora penetró en la ciudad,
saludada por aclamaciones.
Entusiastas proclamas dieron nuevos voluntarios a
Bolívar. Cuatro días después de su llegada a Mérida dis-
ponía de 600 reclutas más, entre ellos doscientos jinetes.
El español Vicente Campo Elias* y Francisco Ponce, que
habían abrazado la causa liberal, fueron respectivamente
encargados del mflndo de aquellas tropas, cuya calidad no
iba a ser inferior a la de sus compañeros de armas. En
seguida tomó Bolívar sus disposiciones. D'Elhuyar, a la
cabeza de un destacamento, salió en busca de Correa, y
Girardot, con la vanguardia, se dirigió hacia Trujillo,
con orden de despejar el camino.
Sabedor de su llegada, el capitán español Manuel de
Cañas, creyendo que no le sería posible defender a
Trujillo, abandonó también la ciudad y se situó en
Carache, en los contrafuertes de la sierra Nevada. Correa
rehusó el combate, huvó a Maracaibo, v D'Elhuvar pudo
reunirse con Bolívar, quien, después de haber organizado
el gobierno en Mérida, salió de esta ciudad el 10 de junio.
1. Hizo las coinpafias de 18ll> en ^ eiiezuela ; en la batalla de
Mosquitero (14 de oclubie de 1813) venció al terriblt Boves, y murió
de una lanzada en la acción del C.alvario de San Mateo, el 17 de
marzo de 1814.
30
'lOO nonvAu
V, el l'l |)(»i' la mañima. (•slal)lc('ió su euaiicl oenei-al en
Tiiijillo.
Lo iiiisiiu) que en Méiicla. el eabiklo de Trujillo se
apresuró a proclamar la llepúbliea. Así. pues, una vez más
í'ué aeoo'ido eon júbilo Bolívar. No obstante, el espíritu
público necesitaba ser fortalecido, animado, basta exal-
tado : en electo, era indispensable, más que nunca,
lecuirir a los alistamientos, así para aumentar el electivo
expedicionario como para asegurar la ocupación de los
territorios reconquistados. La voz de Camilo Torres vint) a
secundar la de Bolívar. Contiando en las atrevidas pro-
mesas del joven general, el presidente del Congreso le
había expedido a Trujillo la contestación que Bolívar había
solicitado del gfobierno granadino. Anunciaba ésta la salida
de tres comisionados encargados de aprobar, en caso nece-
sario, las decisiones del comandante en jeíe y de concer-
tarse con él para la organización política de las provincias
en que se había proclamado la independencia '. A este
documento oficial, Camilo Torres había hecho añadir gran
múmero de ejemplares de una « Proclama a los pueblos de
Venezuela ■ » .
Bolívar la leyó a los miembros de la municipalidad,
reunida por él, en la plaza de Trujillo, llena de gente a la
sazón : « \ enezolanos ! ... Reunios bajo las banderas de la
Nueva Granada que tremolan ya en vuestros campos, y que
deben llenar de terror á los enemigos del nombre ameri-
cano... Levantaos contra vuestros opresores... Es preciso
ipu^ nadie quede en su asiento... Varones, jóvenes y hasta
los niños, si es posible, de uno v otro sexo, despleguen
su justo enojo contra los tiranos. Corred á las armas.
Venezolanos todos, v haceos dignos de la gloria que les
espera á los libertadores de la Patiia. »
Este lenguaje, reforzado poi' el brío de una voz de tono
impei'ioso, y realzado además por los comentarios más
capaces de impresionai' y de persuadir al auditorio,
entusiasmó en sumo grado a cuantos lo ovcron. Era aquella
la primera vez (pie. fuera de los sermones de los pr<Hlica-
1. El presideute del Cuii^i'est) de la l'iiióii al i;eueial BolÍNai'.
Tanja, 20 de mayo de 18i:>. D., IV, 8i(i.
■l'. Ihid.
i:i. i.itiKit lAixHi 467
(lores. (Hiiii los pueblos seine|;iiiles Ijimiiimieiitos. flesper-
líiiulo en el loiulo de su st-r una sensibilidad siempre
dispuesta al ai-rebato por las causas delendidas eou pasión.
(Cierto (|ue. ignorantes v íáciles de niantíjar, aquellas
nuieheduinbres respondían, vibrantes, a la elocuencia v a
los ademanes (bd orador, cualesquiera ([ue fuesen las
nociones que pretentliera éste imponer a sus oyentes,
liemos visto con que habilidad empleaban los fi'ailes estos
medios; v. mientras el partido realista pudo contar con el
(dero, supo éste, de incomparable .manera, poner su pres-
tigio tradicional al servicio de los intereses políticos.
Poco a poco, sin embargo, despertábase el republica-
nismo instintivo de la raza, impregnándose de las ideas
(jue los Proceres propagaban con todo el ardor comuni-
cativo de un sacerdocio. El pueblo iba acostumbiándose a
separar en su espíritu estos dos conceptos en un principio
inseparables : la íe religiosa y la patria. Nnnca, sin
embargo, habían sentido las poblaciones americanas
imj)resiones tan protundas como las que le revelaba el
lenguaje de la libertad. Un hechizo no habría (qjerado más
prodigios. Los indios, inconscientes hasta entonces, los
comerciantes, los cultivadores indiferentes, los criollos
ociosos, se agolpaban, movidos por igual lervor, bajt) las
banderas de Bolívar. El entnsiasmo ganaba los países
circunvecinos. De la provincia de Barínas. v aun de la de
Caracas, afluían los voluntarios.
No obstante, la región de Carache, en donde Cañas se
liabía íortiticado. seguía adicta al rey. Alentado Bolívar
por los casi inesperados progresos de su tentativa, concibió
entonces el provecto de libertar en su conjunto la provincia
de Trujillo. Mandó a Girardot ([ue atacara a los Españoles,
l)ien atrincherados en los altos de Agua de Obispos, en la
vecindad de Carache. La acción tuvo lugar el 19 de junio,
y una victoria completa recompensó el impetuoso ardor de
los republicanos; pero éstos menguaron su gloria ejecu-
lando a los prisioneros después del combate : este horrible
hecho se generalizaba en unos y otros adversarios a
quienes p(»nía frente a frente una guerra (jue. de día en
día, lesultaba más despiadada. En lodo caso, la victo-
ria de ("lirardot realzaba td piestigio ile la causa de la
468 bolívar
luclepcndencia, ciivo éxito comenzaba a entrever Bolívar.
Sin embargo, las instrucciones del Congreso eran
])re('isas : como recordará el lector, habíase prescrito al
comandante de las tropas de la Unión que se detuviera en
Trujillo, V que no prosiguiera la campaña sino después de
tomado el parecer de la comisión militar que iba camino
del cuartel general. Por otra parte, las malas noticias
recibidas de Cartagena, y la presencia, más amenazadora
(|ue nunca, de Tízcar en la región occidental del Barínas,
en donde no parecía querer internarse Bolívar, causaban
suma inquietud a los confederados. Por consiguiente, una
vez más hacían transmitir al jefe de la expedición la orden
de no apartarse de las frt)nteras de Nueva Granada, y hasta
pensaban en mandarle cjue volviera a ellas. "
Hubiera sido esto perder todo el beneficio de tantos
esfuerzos y de tanta paciencia. Bolívar no había puesto al
Congreso al tanto de sus secretas combinaciones, pero
tampoco había desperdiciado la ocasión c|ue se le presen-
taba : la ocupación de Barínas, que resultaba ser, precisa-
mente, una de las operaciones juzgadas por él indispen-
sables para la realización del plan general de la campaña.
¿Había, por consiguiente, de atenerse a las órdenes del
Congreso? ¿Había que comprometer, por un inoportuno
exceso de escrúpulos, el éxito de la expedición? Dependía
éste sobre todo de una acción rápida posibilitada única-
mente por la solícita actitud de los pueblos de las
regiones venezolanas ocupadas por las tropas granadinas.
Mas, deseoso de parecer atenerse a los deseos del
gobierno de Tunja, puso empeño Bt)Iívar en justificar, ante
sus comitentes ocasionales, la línea de conducta que, desde
el primer día, se había trazado a sí mismo. Les expuso
que, no habiendo podido aún salir de Cúcuta la comisión,
transcurriría un tiempo relativamente considerable antes
de su llegada a Trujillo : « Mi resolución, pues, terminaba
Bolívar, es obrar con la última celeridad y i-igor; volar
sobre Barínas y destrozar las l'uerzas que lo guarecen, para
dejar de este modo á la Nueva Granada libre de los enemigos
que puedan subvugarla '. »
1. Bolívar al Congreso de la Unión, (Cuartel general de Trujillo,
25 de junio de 1813. D., IV. 8;ri.
FX MriF.liTADOU 4fi9
No dcspcrclició tiempo Bolívar en desariollar estos argu-
mentos. Había tomado ya sus medidas : el día mismo en
que salía para M('*rida el correo portador de su mensaje al
Confírcso granadino, un destacamento de 40U hombres,
bajo las órdenes de José Félix Rivas y de Urdaneta, se
dirioía hacia Guanare.
o
A su vez sale Bolívar de Trujillo el 28 de junio con el
grueso de las tropas. Trepa por los nevados montes de la
cordillera, sorprende, en el desfiladero del Desembocadero,
una columna de observación enviada por Tízcar, la desba-
rata, V llega a Guanare. En este punto le dan la noticia de
que el coronel ^lartí. a la cabeza de 800 hombres de todas
armas, acaba de ser destacado del cuartel general de Barí-
nas para cortarle el paso. En el acto sale a su encuentro.
Pero va la división de Martí ha entrado en acción con la
de Rivas y de Urdaneta. Compuestas en su mayoría de los
voluntarios recientemente incorporados y que arden en
deseo de probar su valor, las tropas republicanas han
acometido al enemigo en las alturas de Niquitao. Al cabo
de un mortífero combate que duró dos días, los Españoles
tuvieron que resignarse a la derrota. Dejaron cerca de
300 soldados en el campo de batalla. Los demás fueron
hechos prisioneros o perecieron de hambre o de frío en los
desiertos y helados senderos de la sierra. Apenas cincuenta
hombres habían perdido los republicanos. Martí había
huido hacia Barinas con un reducido número de oficiales y
de jinetes. Horas después, llegó Bolívar.
Tal fué el asombro de Tízcar al tener noticia del incon-
cebible desastre de Xiquitao. (jue decidió evacuar cuanto
antes Barinas. a pesar de disponer, en este punto, de
guarnición v de artillería numerosas, de municiones v de
víveres en a])undancia. Lo mismo que todos los j<;tes
realistas, estaba persuadido de que el ejército repui)licano
constaba de más de 10 000 hombres. ¿C^ómo. de no ser así,
explicarse que cada una de las etapas de su vertiginosa
carrera fuera señalaila por una victoria? No habiendo
p«tdido movilizar, en el momento de su salida, más que
500 soldados — pues los r(!clutas indígenas se habían tugado
los de cuarteles al anuncio de la llegada de sus compa-
triotas,— Tízcar se puso en marcha hacia el sur. Esperaba
'i7(> noi.ivAit
reunirse con el cuerpo de Yáñcz en Núlrias del Apure.
Xo se lo permitió Bolívar. Apenas entrado en Harinas,
envió a Girardot en persecución de los Españoles. Despa-
vorido, ganó Tízcar la orilla del río en compañía de cinco
o seis oficiales, se embarcó sobre una mala balsa, y. dos
meses después, estropeado por las fiebres, llegó a Angos-
tura. Yáñez dio muestras de mayor celo y de más intrepidez.
Supo reunir los restos de la división de Tízcar. saqueó
Nutrias, substravéndose a sus enemigos, v se replegó sobre
la importante encrucijada lluvial de San Fernando. Para
ello, atravesó los llanos invadidos por las crecidas anuales,
y a su íirmeza de alma v a su constancia debió el conducir
a buen puerto a su gente.
Al mismo tiempo que mandaba a Girardot que, hasta
nueva orden, se quedara en observación en Nutrias con su
destacamento, Bolívar seguía en Barínas la política que tan
favorables resultados le había dado en Trujilloy en Mérida.
Reunía a los notables, los doctrinaba, les explicaba lo que
tenía de ser la nación cuyo organismo se proponía él
reconstituir. Sus arengas, muy meditadas, son verdaderos
cursos de derecho público. Fanatizado por los bandos y
por los fogosos llamamientos del Libertador, el pueblo no
conc¡l)e más ambición que la de alistarse en las filas del
ejército republicano, que acrece de hora en hora.
Pero apremia el tiempo. Los diez días que Bolívar se ha
concedido para equipar, instruir v ejercitar a sus volunta-
rios, le parecen interminables. Acaba de ser informado de
que Marino, merced al apoyo de una flotilla reunida en la
isla Margarita por el patriota Juan Bautista Arismendi', y
mandada por un aventurero italiano, Bianchi, de quien se
cuentan maravillas, ha ])lo(pieado la costa de Cumaná y se
dispone a sitiar esta ciudad. Por otra parte. Piar y Ber-
1. Nació en Asunción, capital de la isla Margarita, en 1770. Gober-
nador militar de Caracas en 1814. presidió la ejecución de 800 prisio-
ueíos españoles. Hizo luego la campaña de oriente, y se refugió en
la isla ¡Nlargarita después de la calda de la segunda república vene-
zolana. \']n 1817 y 18J8, combatió Arismendi en Guayana, dirigió la
campaña de Rio Hacha en 1821, y se distinguió en las acciones del
Carmen, de Hioírio y de la Ciénaga en 1823. En 1828 reunió la Junta
de Caracas, la cual, el 215 y el 26 de noviembre, declaró a V'enezuela
separada de Nueva Granada.
EL LIUEUTADOIt 471
nuidcz lian realizado proezas. Después (1(; haber reehazado
vietoi'iosameute las sucesivas acometidas de los jeles espa-
ñoles más alamados. Zuázola v hernández de la Hoz,
atacados ante ^Nlatunn por Monteverde en ])ersona, han
conseguido una victoria decisiva sol)re el capitán general
(25 de mayo). Los Españoles se han replegado en desorden
sobre Caracas; sólo por milagro ha tenido la vida salva
Monteverde
Inflamado por magnífica emulación patriótica. Bolívar,
después de haber enviado al capitán Francisco Ponce con
un escuadrón de caballería para que alentara a los insu-
rrectos de Cumaná. decide su propia salida. Días después
escrilDÍa a Camilo Torres : « Temo que nuestros ilustres
compañeros de armas de Cumaná y Barcelona liberten
nuestra capital antes que nosotros lleguemos á dividií- con
ellos esta gloria; pero, nosotros volaremos, v espero que
ningún libertador pise las ruinas de Caracas primero
que yo ' ».
• A pesar de los refuerzos que los reclutamientos electua-
dos en el transcurso de su camino habían dado a Bolívar,
considerables eran los obstáculos que le quedaban que
vencer : el capitán Oberto, con los mil regulares de la
guarnición de Barquisimeto. v el coronel D. Julián
Izquierdo detrás de las murallas de San Carlos, en donde
había reunidos 1 200 hombres de las mejores tropas espa-
ñolas, cerraban, al este y al oeste, el paso hacia la capital.
Aun admitiendo (jue le fuera posible desalojarlos, Bolívar
se encontraría, en Valencia, con Monteverde. impaciente
por tomar su desquite de Maturín. El capitán general
disponía de setecientos a ochocientos soldados escogidos.
y de un temible estado mayor de frailes que se empleaba
con ardor en mantener, entre los hal)itantes de la región
de Valencia, la hostilidad que tan iátal había sido a la
primera repúl)Iica venezolana.
Sin embargo, presiente Bolívar su victoria. Deja en
Barínas al trances Santinelli. a quien coniía el mando de
las fuerzas destinadas a deíender la ciudad contra un
1. Carla a (Camilo 'l'orres. San f'arlos. 25 de julio de 1813. Larra-
ZÁBAL, p. I8H.
'j72 nOLlVAR
ataque eventual de Yáuez, y divide en tres cuerpos su ejér-
cito. Rivas, con la vanguardia, toma el escarpado camino
de Tocuyo, con objeto de sorprender a Oberto en Barqui-
simeto. Urdaneta se encamina hacia Araure. al pie de la
vertiente occidental de la cordillera, adonde Bolívar mismo
se dirige por Guanare. En fin, Girardot recibe orden de
salir de Nutrias, no sin haber instalado en ella suficiente
guarnición, de acudir a Barínas para ponerse a la cabeza
de la retaguardia, y de reunirse con el ejército que se
hallará concentrado ante San Carlos.
Se ha podido criticar este plan cuya ejecución habría
sido singularmente contrariada por poco que a los Españoles
se les hubiese ocurrido caer con todas sus fuerzas, ya sobre
Rivas, separado por la cordillera del resto del ejército, ya
sobre Urdaneta, cuyos efectivos eran muy débiles, y con
quien no podían reunirse, juntas, las divisiones de Bolívar
y Girardot.
Pero, al adoptar el plan temerario que, por cierto, había
de coronar la victoria, contaba Bolivar con la rapidez, el
empuje de sus tropas y el mérito de sus oficiales, con el
que formaba contraste la notoria impericia de los jefes
españoles. Antiguos oficiales de marina en su mayoría, las
condiciones de aquella guerra de emboscadas, de astucias
V de encarnizadas persecuciones los habían desmoralizado.
El jefe de la expedición libertadora sabía también que en
todas partes estaban persuadidos de la irresistible supe-
rioridad de sus tropas. Por entonces, los Españoles valua-
ban en 17 000 hombres su efectivo. Monteverde, batallador
intrépido pero falto de conocimientos militares, había de
querer, además, conservar la dirección de conjunto de los
movimientos de su ejército. En este sentido, y hasta cierto
punto, su presencia en Valencia, siempre que los ha])itantes
no escucharan demasiado la propaganda realista, era
Irancpiilizadora. El comandante de Barquisimeto. o cuando
menos (d de San Carlos, no estaban autorizados a tomar
iniciativa alguna sin consultar antes con el capitán general,
y, éste, no podía menos de arrastrar a sus lugartenientes a
ialtas irreparables. En fin. y sobre todo, confiaba Bolívar
en su destiuít.
Se realizaron sus previsiones. El 23 de julio por la
r.l, LIBEHTADOU 't'-i
mañana, en el llano de Los Horcones, a cierta dlslancia del
pueblo de Tocuyo, que acababa de dejar, sorprendió Rivas
la división de Bar([uisinieto. Los 400 republicanos se
vieron Trente a doble número de enemigos. Pero arreme-
tieron contra ellos con tanto vigor, (jue tuvieron los Espa-
ñoles ([lie abandonar el campo de batalla después de baber
sufrido pérdidas enormes. El comljate se prolongó por
espacio de varias horas, terminando por una matanza en
la que perecieron a([ucllos de los soldados de Oberto que
no habían tenido tiempo para asegurar su salvación por
medio de la huida. La artillería, los equipajes, las banderas
y el tesoro de la división de Barquisimeto cayeron en
poder de los republicanos.
Mientras tanto, Urdaneta, Bolívar y Girardot habían
llegado, del 25 al 27 de julio, a media jornada de marcha de
San Carlos. Rivas se reunió con ellos el 28, dispuesto, a pesar
de su mucho cansancio, a tomar parte en el asalto de los
atrincheramientos del coronel Izquierdo. Pero San Carlos
acababa de ser evacuado. Al tener noticia de la derrota de
Oberto, Monteverde había dado orden al coronel Izquierdo
de que se replegara al norte, sobre Tinaquillo. Izquierdo
no se atrevió a desobedecer. Sabía, además, cuan impor-
tante era impedir que Bolívar se apoderara de la meseta
ouyo contrafuerte más avanzado, al sur. está constituido
por Tinaquillo. Es un centro estratégico de primer orden;
impera- sobre los dos valles más populosos de Venezuela,
sobre la capital y sobre las aproximaciones de sus dos
grandes puertos'. í^as iuerzas combinadas de la división
de San (darlos v de la de Valencia podían oponer a los
republicanos una barrera iniranqueable.
Pero, apenas llegado a Tinaquillo. recibió Izquierdo
orden de volver a San Carlos y de tomar allí posiciones. A
más de esto, Monteverde pedía reiuerzos. (Comprendió
Izquierdo la inepcia de esta táctica. Al oficial enviado por
él a Monteverde con el destacamento <[ue éste pedía, le dio
encargo de manifestar al capitán general todos los pcdigros
a ([ue iban a ([uedar expuestas las tlivisiones aisladas del
1. V. Eliske Rkclus. Nouyelle Géographie Unn'ersclle, 1. XVIII,
p. 170.
ejército realista, y esperó nuevas iustruceiones en Tina-
quillo.
Mientras tanto, las tropas republicanas se habían puesto
en marcha, llegando, el 30 de julio por la noche, al pueblo
de Las Palmas, a seis leguas del campo enemigo. Al día
siguiente, desde el amanecer, prosigue su marcha Bolívar,
esperando sorprenderá los realistas. Pero éstos habían sido
prevenidos. Grande fué la extrañeza de Izquierdo al saber
que Bolívar se proponía atacarle con algo menos de
1 800 hombres. Sólo tle un millar disponía él, pero su
artillería era mucho más numerosa que la de su adversario :
resolvió salir a su encuentro.
Hacia las cuatro de la tarde, los exploradores del ejército
republicano vieron a los realistas en orden de batalla en el
llano llamado de Taguanes. En el acto da Bolívar a su
infantería la orden de ataque. Bajo el fuego de los cañones
enemigos, los republicanos se precipitan a la bavoneta, en
tanto que la caballería de los llaneros trata de atacar por
la letaguardia a los realistas. Tales son la furia de los
republicanos y su desprecio de la muerte, que pronto se
ven obligadas a la retirada las apretadas columnas de
Izquierdo. Sostienen sin embargo con bravura el ataque
veinte veces repetido de la infantería enemiga. Diezmados
por la artillería, no consiguen los llaneros envolver a los
Españoles; poco a poco van acercándose éstos a las
pobladas pendientes de un cerro vecino : si consiguen
tomar allí posición, están salvados. Llegan a orilla del
bosque. Ya la caballería realista rodea el pie del cerro
sobre cuya falda se escalona la inlántería. resguardándose
con los árboles.
De repente, los llaneros se juntan, y con terrible ímpetu
caen sobre los jinetes enemigos. Los dispersan, les obligan
a huir hacia el llano, en donde fácilmente los fusilan los
repul)licanos... Obedeciendo a una orden de Bolívar,
los llaneros toman entonces en grupa a uno o dos infantes,
y, mientras los soldados de Urdaneta. ile Rivas y de
Girardot, a (juienes ponen frenéticos las exhortaciones de
sus jefes, se precipitan al asalto de la colina mortífera, los
llaneros, llevados por el galope furioso de sus monturas,
in leu tan de flanco la escalada de la posición enemiga.
i;i, i.iiiKin ADoii ',::,
Izquierdo ve con aiigush';i ;i(|U('ll;i cxtiaña v lorinidahlc
caballería, erizada de l'nsiles, de sables v d(! lanzas,
destroza!' la maleza, iiisimiarse iiieomprensiblenicute pol-
la arboleda, lleoai' hasta media ladera del cerro. Los
jinetes han envuelto la división realisla. v abrasan a hts
Españoles, cocidos ahora entie dos iuegos.
Indecible enmaiañamiento de hombres v de caballos. La
explosión de los aiinones. el humo, el lueo<) oraneado de
la fusilería, el silbido de las balas, los alaridos de la
matanza, el estrépito de los árboles partidos, parecen
clamores de iníei-nal tempestad. Sólo a mediados de la
noche se apaciguó : doscientos republicanos v setecientos
realistas ({uedaban sobre el campo de batalla; los heridos
fueron rematados. a lanzadas. Iz(|uierdo, gravemente herido,
fué recogido por dos ayudantes suyos y transportado hasta
San Carlos, en donde falleció dos días después'.
La victoria de Taguanes abría a Bolívar el camino de
Caracas v terminaba la campaña. Al tener noticia, el 1" de
agosto por la mañana, de la destiucción de la división de
Iz<|niei'do, Monteverde juzgó, en efecto, que todo estaba
perdido. La víspera por la tarde se había puesto en camino
con 300 hombres para prestar ayuda a su primer lugarte-
niente; pero, informado en el camino del giro que tomaba
el combate, regresó precipitadamente v fué a encerrarse en
Puerto Cal)ello. Bolívar ocupó, pues. Valencia sin (jue
nadie le atajara el paso. 1^1 4 de agosto, vio en La \ icloria
a los enviados de Don Miouel Fierro, oobernador interino
o o
de Caracas, que acudían a proponerle una capitulación.
Fierro, en ([uien Monteverde se hal)ía descargado d(í
toda responsabilidad, había escogido hábilmente a los
miembios de la delegación". De ésta formaban parte aiiti-
guos bienhechores de Bolívar : el marqués de Casa León y
D. Francisco Ilurbe^. Fueríui acogidos con ternura por el
Libertador, quien ratificó sin objeción alguna las cláusulas
del tratado de f[ue eran portadores. Mediante la rendición
1. Según los reíalos comparados de Kestrepo, Monlenegro. Baralt
y Díaz, Torrente, etc., etc
2. Y. IIeredia, o¡j. cii.. p. 155.
3. Y, larabrén, Kelipe Fermín Paul. Yicenle Galguera, y el sacer-
dote Marcos Rivas.
'i1(> 1$()L1VA1'.
(le todas las plazas do la pioviiioia. so compromotía a
respetar a las personas y las propiedades, concedía un
plazo de un mes a cuantos quisieran salir de Venezuela,
concedía a las tropas españolas derecho a evacuar sus
f^uarniciones con armas y bagajes, y permitía a los oficiales
que conservaran su espada^ : « Por tanto, he accedido —
escribía Bolívar á D. Miguel Fierro - — á la generosa
capitulación que los comisionados han venido, dirigidos
por V. S. a tratar conmigo, para mostrar al universo, que
aun en medio de las victorias los nobles Americanos des-
precian los agravios, y dan ejemplos raros de moderación
á los mismos enemigos que han violado el derecho de
gentes y hollado los tratados mas solemnes. »
Pero, ni en el ánimo del gobernador de Caracas, ni en
el de Monteverde, estaba el aprobar esta capitulación. Los
tratados que los Españoles se veían obligados a solicitar de
los criollos, o las promesas que las circunstancias les
conducían a ofrecerles, seguían no teniendo a sus ojos más
valor que el de medios de guerra impuestos por los aconte-
cimientos. Para las autoridades coloniales, los Ameri-
canos insurrectos seguían siendo traidores, y no podía
acudir a la mente de los representantes del rey el negociar
lealmente con rebeldes.
Si Bolívar había conservado alguna ilusión acerca de
esto, la conducta que en aquel momento observaban los
Kspañoles de Caracas no iba a tardar en desengañarle.
Cuando los delegados del gobernador regresaron a la
capital para dar cuenta de su misión, se encontraron con
cjue D. Miguel Fierio v todos los miembros del gobierno
habían abandonado la ciudad. Sólo represalias esperaban
de sus enemigos, y no concebían poder ser tratados por
éstos de un modo distinto del que ellos mismos les habrían
tratado. El terror más insensato se había apoderado de
toda la población española : « Los males que esta ver-
gonzosa y precipitada fuga causó á la nación y á los parti-
culares, refiere un testigo ^ no son fáciles de explicar. Es
1. Capitulación de La Yicloiia, 4 de agosto de 1813. D., IV, 85í).
2. Despacho del 'i de agosto de 18J3 a S. E. el Gobernador de
Caracas. Ihid.
3. José de Costa y Gai.i.i, (Consejero de la Audiencia de Caracas,
citado por IIkkiídia, op. cil-, p. 152.
EL LIBEHTADOU 477
preciso haberlos visto, ó padecido, para sentirlos con toda
su vehemencia. Es preciso haber visto h)s hijos abancbínar
á sus padres, los padres á sus hijos, los maridos á sus
mujeres, y todos sus intereses y fortunas, para huir de la
muerte que les aguardaba permaneciendo en la capital...
es preciso haber visto todo esto para formar idea verdadera
de aquel dia de horror, de desolación y de desorden... »
Todos huían. El camino del puerto estaba cubierto de
desgraciados que, exhaustos, escalajjan, bajo los abrasa-
dores ravos del sol, las abruptas pendientes de la montaña.
En La Guayra, la gente se precipitó a las embarcaciones,
muchas de las cuales volcaron por efecto del peso v de la
marejada. Los navios salieron del puerto no llevando sino
parte de los fugitivos.
En la plava ([uedaron más de un millar, entre ellos
400 soldados de la guarnición de Caracas que habían
escoltado al gobernador v que éste abandonó, por no poder
embarcarlos a bordo de su buque. Fierro se reunió con
Monteverde en Puerto Cabello; pero sus soldados al verse.
días después, a punto de ser matados por los habitantes,
se entregaron a las tropas republicanas que, en aquellos
trances, se habían presentado para tomar posesión de la
plaza. Fueron después, así como los fugitivos quedados
sin recursos en La Giiavra, a substituir en las cárceles de
la fortaleza y de Caracas, a los patriotas a quienes ponía en
libertad el fin del régimen de Monteverde. No se opuso
Bolívar a esta medida, como después veremos, esperando
que la oferta de estos prisioneros determinaría al capitán
general a ratificar la capitulación.
Mientras tanto. Bolívar se había puesto en camino para
la capital. En dos jornadas : 5 y 6 de agosto, se efectuó su
paso de La Victoria a Caracas, en medio de las aclama-
ciones de la más viva alegría. La entrada en Caracas iba a
ser, para el general victorioso, un Inolvidable día de
felicidad v de oloria.
o
Con justo motivo podía enorgulle(;erse de la brillante
campaña que estaba terminándose. Por la seguridad de
sus previsiones y de sus cálculos, por aquel don de intui-
ción superior y uípiella lácultad de « aprender obrando,
así en la política como en la guerra » que distinguen a los
478 lioi.lVVI!
^riiiulcs capitanes y a los oiaudcs hombres de Kstado ',
por su incansable perseverancia, su í'ogosa energia,
cualidades que supo incub-ar a sus oficiales y a sus soldados,
por su habilidad en sacar en el acto provecho de sus
victorias, por el prestigio irresistible, en fin, que ejercía
sobre el enemigo, Bolívar pudo medirse, desde sus
primeras proezas, con los hombres de guerra más célebres
de todos los tiempos. « Los entendidos colocan los resul-
tados de esta campaña, escribe el solo historiador europeo
que ha hablado de ella", al lado de las hazañas militares
más atrevidas de que era entonces teatro Europa; campaña
durante la cual, y empleando la escala en miniatura con la
que hay que medir todas esas guerras en América, el
ejército de los patriotas recorrió, entres meses, doscientas
cincuenta leguas, desde Cuenta hasta Caracas, v dio seis
batallas campales v gran número de combates importantes. »
Las ({ seis batallas campales » no eran, en realidad, más
que seis acciones considerables, pero c[ue valían veinte
batallas. Mil doscientos kilómetros de camino recorridos
por dos sierras y por regiones defendidas por obstáculos
inconcebibles; cinco divisiones que sumaban cerca de seis
mil combatientes, desbaratadas, dispersadas, u obligadas a
enti'cgarse con sus banderas, sus armas y su artillería; el
occidente de Venezuela libertado, desde la cordillera al
mar : todo esto en 90 días v con 650 hombres. Nunca, con
menos, se hizo más, v en tan poco tiempo^.
^ El G de agosto, hacia media tarde, el ejército libertador
pasó las floridas orillas del Guaire, y Bolívar penetró en
fin en su ciudad natal. Había deseado, sin quizás atreverse
a esperarlo, que el triunfo prej)arado alcanzara las propor-
ciones íle su ensueño v fuese como el primer tlor(»n de
aquella corona prodigiosa que había de consagrar más
tarde la obra que tenía ya vida en su pensamiento. El
agradecimiento de, sus compatriotas supo improvisar una
ceremonia a la vez suntuosa y enlernecedora, ([ue superó
a las aspiíaciones del Libertador.
1. Albert Sorel.
2. Gkkviim;s, o/>. cil., 1. VI, ]>. 25(1.
.'!. V. MiTHi:, /íi.stoirt; de San Martín, etc., o[). cit., 1. III,
cajj. xxxviii.
KI. I.IBIiin ADOI! 479
El juvcii geiK'ial. ioii uiulormc de jrala. a cabalK» v
empuñando el bastón de niaiulo ciiujado de estrellas de
oi'o, se había adelantado, a la eabeza de sus tropas, hacia
el arco de ramas v de llores levantado a la entrada de
la ciudad. Una miilliuul entusiasta le espíM'aba, formando
una doble hilei'a en la lar<^a avenida ([ue conduce a la plaza
Mayor. iVoarrados a las rejas de las ventanas, apiñados en
los balcones v en las azoteas, los espectadores saludaban
con inmensa aclamación. La artillería, las campanas, las
charanoas se mezclaban con los vivas que hendían el aire
ligero, en tlonde a trechos ondeaban i:)anderas.
Un orupo de los notables de la ciudad rodea a Bolívar,
le obliga a bajar d(d caballo, le hace sid)ir a un carro cons-
liuído a semejanza de los ([ue servían para los triunfadores
tle Rouia. Doce jóvenes doncellas pertenecientes a la
nobleza de Caracas, todas ellas bonitas y admirablemente
ataviadas, se han enganchado al carro, en el que Bolívar,
(MI pie. con la cabeza descubierta, resplandeciente de
juventud y de gloi'ia. se deja llevar por las calles alfom-
bradas de laureles.
Detrás seguían los oficiales granadinos, aclamados a su
vez, incapaces de dominar la emoción que les enajena. A
continuación aparecen las banderas tomadas al enemigo :
las llevan enhiestas los soldados que, desde Cartagena o
Mompox, han conquistado el derecho de pertenecer a la
legión de hombres de pro cuva institución iba a ser
(h'cretada por su general. Después, desfilan las tropas :
tienen apenas algunos meses, algunas semanas, algunos
días de servicio; pero personifican tal caudal de hechos y
tantas esperanzas, que. a pesar de sus unilormes destro-
zados o miserables, de sus pies desnudos v de sus heridas,
tienen el andar oallardo v seouro de veteranos.
Los jóvenes contemplan con generosa envidia el cortejo,
los ancianos derraman lágrimas de alegría: las mujeres,
sonrientes, aplauden. El vencethu' había mandado abrir las
cárceles, v las víctimas de Monteverde. con sus caras
macilenlas v demaciadas parecían, en medio de aquella
alegre muchedumbre, espectros sacados de sus tumbas '.
1. V. I)i(:<jrDuvv-HoLSTi:iN, Histuire de />uli\ai, l'aris, ]8oi, 1. I,
rap. \ni.
480 bolívar
Era éste un contraste más en aquella fiesta cuyo prestigioso
espectáculo embargaba tocios los corazones. Llegó a lo
más hondo de Bolívar aquella exaltación de sus conciuda-
danos, anunciadora de futuras victorias. Pero al mismo
tiempo percibía cuan superficiales, efímeros y frágiles
eran aquellos vítores, aquellas ovaciones, ac^uel entu-
siasmo. Las miradas que su espíritu dirigía hacia el
porvenir le descubrían un horizonte obscurecido por
amenazadoras tormentas.
III
Además, se hacían presentir peligros inmediatos. Eran
éstos : en la región de Coro y en la de Maracaibo, el foco
de la contra-revolución, sostenido con más ardor que
nunca por la emigración de los Españoles de Venezuela y
de Nueva Granada, y por la concentración de los residuos
de las divisiones realistas dispersadas en el transcurso de
la reciente campaña. En Puerto Cabello, INIonteverde, a
quien, seguramente, iban a enviar luerzas las Antillas
españolas, Monteverde, rodeado de los partidarios más
resueltos de la reacción, que con febril actividad se dedi-
caba a perfeccionar sus medios de defensa, y hasta se
disponía a tomar la ofensiva tan pronto como se hallara
en condiciones para ello. En fin, en las provincias orien-
tales, una situación c|ue parecía más temible aún.
Envalentonados por sus éxitos sobre Monteverde, Piar y
Bermúdez se habían, a fines de junio, aproximado a
Cumaná, con intención de unir sus esfuerzos a los de
Marino, quien, como recordará el lector, sitiaba, desde
hacía un mes, tan importante capital de provincia. En ella
se hallaba, muy bien atrincherado, el gobernador Anto-
ñanzas. Disponía de una guarnición de cerca de un millar
de hombres v de cuarenta cañones; ocho buques de guerra
cruzaban sobre la costa, asegui-ando el acopio de la plaza
y teniendo a raya algunas piraguas, mal armadas, que los
patriotas de la isla Margarita habían enviado a Marino.
Todo parecía, pues, oponerse al éxito de los republi-
canos, pero no tardaron en tomar otro giro los aconleci-
i:i. LIlíl'.ÜIADOI! 'iSl
luicnlos. Desde la seouiula mitad de julio, tres <^<)ielas v
varias lanchas cañoneras, mandadas por un avenUirero
italiano. Ciiuseppe Bianchi. rel'orzai'on la llotilla republi-
cana. Kn a(|uel momento, las tropas dv Piar v de Ber-
mi'ulcz. después de liaher deri'otado los destacamentos
realistas que hallaron a su paso, llegaron al cuartel
general de Marino. í^udo éste, entonces, activar las opera-
ciones. Estrechó la línea del sitio, consolidó sus obras,
y. el .'31 de julio, amenazó al gobernador con un ata([ue
general si no entregaba los Tuertes en un plazo de veinti-
cuatro horas.
Ahora, la llotilla republicana tenía la costa casi en estado
de bloqueo. Los víveres comenzaban a faltar en Cumaná. el
desaliento se había apoderado de la guarnición. Se asegu-
raba que Bolívar estaba a las puertas de Caracas. Anto-
ñanzas se creyó perdido y no pensó más que en ponerse
personalmente en seguridad. Hizo creer a sus oficiales
([ue iba a pedir socorro a las Antillas, y se embarcó en
uno de los bergantines españoles, esperando sustraerse a
la vigilancia de Bianchi. Pero, los oficiales realistas se
dieron cuenta de que su jeíe les abandonaba, hicieron
(davar los cañones, anegaron la pólvora, destruyeron las
armas de repuesto que contenía el arsenal, y se embar-
caron a su vez, con parte de su gente, en los navios dispo-
nibles.
El 2 de agosto, a las 4 de la mañana, consiguieron ganar
el mar aquellos barcos. Pero entró Marino en Cumaná;
sus artilleros descdavaron una de las piezas de sitio e
hicieron fuego sobre los navios españoles, en tanto que
Bianchi les daba caza, los alcanzaba, apresaba cinco de
ellos, y los traía de nuevo al puerto con doscientos pri-
sioneros. A pesar de sus averías, el navio que llevaba a
Antoñauzas pudo llegar a alta mar y refugiarse en
Curazao. Pero Anloñanzas sobrevivió pocos días a las
heridas <[ue recibió en v\ combate. La mavoría de los
soldados hcídios prisioneros por Biancdii fueron extermi-
nados en la playa misma de Cumanji.
La ocupación de la ])laza fué para Marino el preludio
de una serie de é.xitos ([ue. en menos de veinle días, le
hicieron dueño de huía la provincia. VA anligui» ca|)ilán
¿I
482 BOLIVAFl
general de Cuba. D. Juan Manuel de Cajigal, enviado
recientemente para ayudar a Monteverde, había salido eon
refuerzos hacia Barcelona. Allí fué atacado vigorosamente
por Piar, v evacuó, el 19 de agosto, esta última fortaleza
realista. Bolívar estaba por entonces en Caracas, y com-
prendió Cajigal lo inútil que era prolongar la resistencia
contra fuerzas notoriamente superiores y pueblos ganados,
de día en día, a la causa revolucionaria. Por otra parte, la
deserción había reducido las tropas realistas a un puñado
de hombres desmoralizados. Cajigal se retiró a la Guayana,
que seguía sometida a los Españoles.
En compañía de él iban algunos oficiales, entre ellos
José Boves y Francisco Morales, quienes no iban a tardar
en adquirir terrible fama de eficaz y feroz actividad. Al
llegar a la entrada de las llanuras del Orinoco, la reducida
expedición se dividió en dos grupos : uno, de unos cin-
cuenta hombres, con Cajigal, prosiguió su camino hacia
Angostura; el otro, compuesto de unos cien jinetes,
acampó a orilla del río. Boves y Morales tomaron su
mando : se hicieron entregar por Cajigal todas las armas
y las provisiones disponibles, y prometieron organizar
guerrillas con objeto de reanudar la lucha contra los
rebeldes.
Nadie, en aquel momento, sospechaba el alcance de tal
promesa. La toma de Barcelona y la desaparición de
Cajigal terminaban, cuando menos al parecer, la liberación
de todo el oriente de Venezuela. Ensoberbecido por sus
victorias. Marino se negó a concertarse con Bolívar acerca
de los medios de utilizar los resultados de estas en pro-
vecho superior do la lepública. v no tuvo más pensamiento
c^ue el de su interés personal. Los patriotas de Cumaná y
Barcelona se dejaron fácilmente persuadir por Marino.
Le invistieron de los poderes extraordinarios que declaró
él ser indispensables para el establecimiento definitivo de
la independencia de aquellas provincias. Después le pro-
clamaron « Sele supremo v Dictador del oriente de
Venezuela », con Piar por primer lugarteniente. Rl
vencedor de Cumaná ([uería a|)resuiai'se a recoger los
frutos de su conquista, v los laureles de Bolívar le eran
insoportables.
KL LIBEHTADOR 483
I)»' I(kI(»s los pelii^ros (|iic anicnazabau la naciente «•loria
ele Bolívar y estorbaban eon incertidumbres la realización
(le su obra, el más angustioso de todos era la conducta de
Marino. Las dilaciones, los desengaños ocasionados ha
poco por la disidencia de Castillo iban sin duda alguna a
reproducirse, pero con variantes a que la fragilidad del
apenas reedificado edificio de la república, v el prestigio
de un jete de grandes vuelos, daban, esta vez, excepcional
gravedad. En las circunstancias críticas en que a las
ansiedades del Libertadoi- se imponía la organización de
un gobierno nuevo v de un ejército capaz de asegurar su
funcionamiento y hasta su existencia misma, era un
nefasto precedente el que creaba aquel inesperado dic-
tador, al presentarse, desde el principio, como compe-
tidor, y hasta como adversario de aquel a quien los acon-
tecimientos iban a elevar a la magistratura suprema de
todo el resto del país.
Añádase a esto que, así poi instintos como por origen,
los compañeros de Bolívar no estaban sino harto incli-
nados a la manía de la insubordinación. Arreciaba ésta
desde los comienzos de la Revolución y de las guerras de
la Independencia, y la hallaremos contrariando a cada
paso los proyectos del Libertador, viciándolos más de una
vez. desbaratándolos siempre. Castillo, que acariciaba
ahora la esperanza de vengarse, no había sido el solo en
personificar, en el transcurso de la campaña de Venezuela,
estas deplorables tendencias. Los informes de Bolívar al
presidente de la Unión mencionan a cada página las
preocupaciones que al general causaban los desmanes de
sus oficiales mejor dotados : Francisco de Paula San-
tander', por ejemplo, de quien había tenido que separarse
confiándole el mando de un destacamento encargado de
velar, después de la salida de las tropas, por la seguridad
de los valles de Cúcuta. v que. con el tiempo, había de
1. rsació en Cúcuta en 1792, murió en Santa Fe de Bogotá el tí de
mayo de 18it); vicepresidente de (lolombia de J821 a 1S28. Impli-
cado en la conspiración del 25 de septiembre do 1828 contra el
Libertador, estuvo algún tiempo encarcelado en Puerto Cabello, y
reapareció en 18ol en el escenario político. Fué presidente de la
República de Nueva Granada de 18o2 a 1839.
484 IIOLIVAI!
convertirse en el más peligroso é inexorable eneniigc) clel
Libertador.
Antonio Briceño iué también para Bolívar motivo de
continuos disgustos v de preocii|)aciones. Diputado en el
primer Congreso venezolano, jurisconsulto distinguido,
Briceño, después de la entrada de Monteverde en Caracas,
se habi'a refugiado en Cartagena. Las persecuciones que
su familia había sufrido, la pérdida de su fortuna y de sus
bienes exasperaron a Briceño, ciudadano hasta entonces
apacible. Animado de lanático odio contra los Españoles,
juró consagrarse a su exterminio, organizó un reducido
cuerpo de voluntarios v se apresuró a reunirse con
Bolívar en Cúcuta.
No obstante, pretendía no obrar sino por cuenta propia,
y los solícitos consejos del general de las tropas grana-
dinas para poner bajo su mando a aquellos inesperados
reclutas, sólo a medias convencieron a Briceño. Ocho días
después de su llegada al cuartel general, se marchó, a la
cabeza de su gente y de cincuenta soldados a quienes
obligó a seguirle, y penetró en la provincia de Barínas.
No tardó Bolívar en estar al tanto del extraño concepto que
de los deberes militares tenía « ese intruso y loco militar »
(así le calificaba), que se había adornado con el título de
« comandante en jefe de la caballería de Venezuela », y
que, sin órdenes, sin municiones y casi sin armas, cami-
naba a su propia ruina al exterminar, por donde pasaba,
a los campesinos aislados'. No lardó Briceño en caer en
una emboscada que le había preparado el coronel español
José Yáñez en las cercanías de Guadualito. Allí murieron,
por culpa de él, las tres cuartas partes de sus compañeros,
y, conducido él a Barínas, fué lusilado por orden del
coronel Tízcar.
Esta aventura pei'judicó mucho los intereses de la causa
liberal, y las quejas de Bolívar resultaban plenamente
justilicadas. Briceño le había quitado hombres cuya desei-
ción, en horas tan decisivas como las de la preparación de
la cam|)aria de ^ <Mic/.u»'la. ai'i'Icsgaba desbai'alar lodos los
J. liil'oi'iucs di' lUAwnv al presidetilc de la Unión. Chucula, '.» de
mayo de ISll!. Mérida. ;>0 de mayo de ISJM. D., IV. HKl, 82o, etc.
i;i. i.inF.ni ADon 485
planes de ííolívar. I.os inútiles eiínienos eonielidos por
a([nel paiiido de « inipiiidentes ó desorraeiados arrastrados
a la desobediencia' ». arrojaban, por otra parto, deplorable
(leser(''dilo sobre los patriotas, suscitaban inevitables
r<'presalias v contribuían a acreditar costumbres odiosas
(b' ciutddad v de anarquía entre los representantes más
calilicados de la Independencia.
Kn ere<'to, desde ([ue la revoluciíui babía entrado en su
lase activa, el elemento militar se babía. como protagonista
de la idea republicana, substituido al elemento intelectual.
1\m"o, aunque baciendo en sus proclamas un uso tan fre-
cuente de la palabra patria como el que en sus discursos
babían liecbo los miembros de las juntas y de los congresos,
los caudillos poseían más imperlectamente aún la noción
sana y completa del ideal que preconizaban. Hasta entonces,
sólo con uno de los principios del concepto de patriotismo,
— cierto que el más esencial, — habían podido familia-
rizarse los Americanos : el apego al suelo natal. El
culto de los grandes bombres v de los grandes recuerdos,
cumbres radiosas que, en las horas críticas, deben ser la
inspiración, la firmeza y el orgullo de los pueblos, y, en
fin, el sentimiento de la solidaridad, ([uedaban siendo
extraños, no sólo a la masa del pueblo, sino también a
aquellos que. en las circunstancias presentes, resultaban
sus vei'daderos mandatarios. Rn este sentido, sus disen-
siones V sus disidencias eran instructivas, y Bolívar vio en
ellas motivo paia una nueva empresa : iba a instituií'se,
ante sus compatriotas, educador del patriotismo.
Una tiei'ra, una raza, una lengua, una religión comunes
no bastan para crear « esa conciencia moral que se llama
una patria' ». Es necesario además una historia. Bolívar
escribirá sus más fecundos y gloriosos capítulos. La con-
dición indispensable para la realización, para la viabilidad
de esa nueva obra es. no obstante, hacer de esos jefes, de
esos soldados en cuva alma inquieta se han. por decirlo
así. refugiado los (dementos generadores de la patria
1. Informes de Bolívar al presidente de la Unión. Cúcuta, 9 de
mayo de 1813. Méiida, 30 de mayo de 1813. D., IV, 810. 823, etc.
2. Renán, Discoiirs et Confévences. Qucst-ce qu'une Patrie? iCon-
fercncia dada en la Sorbona, el 11 de marzo de 1882).
480
íutura. colahoracloies conscientes y disciplinados. Deberán
penetrarse de la necesidad de una abnegación altruista; es
preciso que sólo el pensamiento de haber obrado, de haber
sufrido por el bien de todos les anime y les sirva de
recompensa; es necesario, en fin, que, a su vez, la masa se
asimile estas generosas nociones y se haga digna de la
herencia que le preparan sus libertadores. Veremos con
que ciencia, con qué sinceridad magníficas se adaptará
Bolívar a ese papel de educador, y cómo, en sus inicia-
tivas, en sus actos y palabras se ha vivificado la lección.
Por de pronto, ruidosas proclamas exaltarán las proezas
del ejército del que espera Bolívar nuevos sacrificios y
nuevos esfuerzos : « Anonadados — les dice el Libertador
á sus compatriotas ^ — con las vicisitudes físicas y políticas,
hasta el último punto de oprobio v de infortunio á que la
suerte ha podido reducir á un pueblo civilizado, os veis
ya libres de las calamidades espantosas que os hicieron
desaparacer de la escena del mundo, y por decirlo así.
hasta de la faz de la tierra : pues, sepultados, muertos en
los templos, y vivos en las cavernas que el arte v la natu-
raleza han formado, estabais privados de la influencia del
cielo y de los auxilios de vuestros semejantes.
« En un estado tan cruel y lamentable, y a tiempo que
4 las persecuciones habían llegado á su colmo, un ejército
) bienhechor compuesto de vuestros hermanos, los ínclitos
/ soldados granadinos, aparecen y como ángeles tutelares,
os hacen salir de las selvas, v os arrancan de las horribles
mazmorras donde yacíais sobrecogidos de espanto ó car-
gados de cadenas, tanto mas pegadas cuanto mas ignomi-
niosas. Aparecen, digo, vuestros libertadores, y desde las
márgenes del caudaloso Magdalena, hasta los floridos
valles del Aragua y recintos de esta ilustre capital, victo-
riosos, han surcado los ríos del Zulia, del Táchira. del
Boconó, del Masparro, la Portuguesa, el Morador y Aca-
rigua, transitando los helados páramos de Mucuchíes,
Boconó y Xiquitao, atravesaudo los desiertos v montanas
de Ocaña, Mérida y TrujíUo, triunfando siete veces en las
campales batallas de Cuenta, La Grita. Betijoque, Carache,
1. Pi-oclama del 8 de agosto, 18i:{, D, I Y, 8'»9.
El. MBEHTADOIt 487
Ni(jiiita(>. Bai'([iiisiineto y Tinaquillo, clonthí han quedado
vencidos cinco ejércitos que en número de diez mil hombres,
devastalian \í\s hermosas jírovincias de Santa Marta, Pam-
ph)na, Mérida, Trujilh), liarínas v Caracas. »
VA regente de la Audiencia, Heredia, contemporáneo dv
estos acontecimientos v de quien hemos invocado con
frecuencia el testimonio, casi siempre imparcial, reproduce
en sus Memorias^ el texto de « esta pomposa descripción,
la cual — observa — sólo tiene de verdad los nombres
de los lugares, v el progreso que fué muv rápido... Aquí
alude en parte al gran terremoto; pero nadie lo causó sino
a([iu'I (lili /•cspicit terram et facit eaní tremeré, ni cesaron
los temblores por la venida de Bolívar. Las otras calami-
dades ([ue ya habían cesado por los trabajos de la Audiencia,
fueron el fruto natural de la imprudente revolución v
demás tonterías que cometieron sus autores... ni hubo
batallas campales sino escaramuzas y dispersiones ó reti-
radas, ni menos ejércitos, sino reuniones tumultuarias de
gentes sin disciplina, que todas juntas no compondrían la
mitad del número que se pondera, y en las cuales nunca
se presentaron quinientos hombres aguerridos. »
Fácil le fuera al malicioso ingenio de Heredia ejercitarse
de este modo contra Bolívar, si éste no hubiera sido el
primero en discernir en sus discursos la parte que daba él
a las realidades y la que concedía a la imaginación. Some-
tido al ideal de su época, y. por otra parte, arrastrado por
su temperamento romántico, Bolívar propendía forzosa-
mente al estilo declamatorio; pero, en esta ocasión, adrede
V con complacencia empleaba la hipérbole. Al exagerar los
títulos de sus soldados al agradecimiento de la nación
venezolana, sabía que debía inspirarles el sentimiento de
que la suerte del país vuelto a la libertad dependía ahora
de ellos solos. Al mismo tieuipo, ennoblecía la naturaleza
de las hazañas de sus compañei-os de armas para excitarles
a llevar a cabo otras más meritorias aún. En suma, quería
que el puebU) estimaia por encima de todo las virtudes
militares; entonces, el ideal de cada uno sería concurrii- a
la salvación de la patria alistándose entre aquellos a ([uienes
1. Op. (•//., p. 163.
'iSS nOLIVAlt
Bolívar daba aún el glorioso título de « defensores del
suelo natal ».
Después de haber consagrado los primeros momentos al
júbilo de la victoria, fué necesario proceder al estableci-
mi<Mito del nuevo oobierno. v. el 13 de agosto, anunció
en una segunda pioclama' que el ejército libertador no
había venido sólo para vengar la dignidad americana ultra-
jada injustamente, sino también con el fin de « con-
sei'var a toda costa la República ». Una asamblea de
notabilidades, convocada solemnemente, discutiiá v decre-
tará la forma de gobierno que parezca adaptarse mejor
al estado del país. « Aun no ha terminado la guerra
— añadía Bolívar — v me he propuesto llevar mis
huestes vencedoras donde quiera que hava enemigos de
la Patria ^. »
Todos los cuidados del joven general parecen, además,
concentrarse, en aquel momento, en la organización, el
equipo, el mejoramiento material y moral del ejercito.
Dibuja él mismo los uniformes que destina a los sol-
dados y que un próximo decreto habrá de especificar*.
Pasa revistas, rodeado de imponente escolta, tal vez
soñando ya con una guardia consular, y, cuando menos,
descubriendo en torno suyo, entre aquellos soldados cuyos
progresos le encantan, a muchos hombres capaces de
suministrarle los elementos para ella. Sabe decir a cada
uno palabras de esas cuyo recuerdo hará héroes cuando
lleffue el momento de entrar en acción.
o
Hubiera deseado Bolívar poder prolongar aquellos días
de reposo tan necesarios y tan preciosos para la prepara-
ción de la campaña que se anunciaba. Sin embargo, los
Españoles se rehacían por todas partes, y hasta en las
cercanías de Caracas, investido temporalmente, por el
gobierno provisional, del poder civil y militar, decidió
Bolívar, el 16 de agosto, atacar a Monteverde en Puerto
Calxdlo y salió él mismo para dirigir las operaciones del
sitio. Un empréstito forzoso de 120 000 pesos impuesto a
1. Proclama del 13 de agosto de 1813 a los Venezolanos. D. IV, 85o.
2. Id.
3. Decreto del 17 de oclubre de 1813. D., IV, 885.
F.L I.IBEiriADOl! 'iS'.»
los ii('0()('iant(*s españoles ({iiedatlos en (^araeas. había
j)einulul() subvenir a los gastos más urgentes. La pobla-
ción había respondido a los llamamientos del Libertador.
Kn sólo una semana se presentaron mil voluntai'ios. Por
desgracia, era necesario dejar en Caracas una guarnición,/
V Bolívaí' entró de nuevo en campaña con un ejército muy \ )
mermado, cuyo único contingente apreciable lo constituían 7 /
las tropas granadinas.
Apenas llegado a ^alencia. los acontecimientos le obli-
garon a reducir aún sus electivos. Los realistas habían
o
reavivado la contra-revolución en los valles del Tuy. a
algunas leguas al sudeste de Caracas. A toda prisa tuvo
(jue salir José P'rancisco Montilla, a la cabeza de un des-
tacamento. Sin gran esfuerzo dispersó las bandas de
esclavos alistados por los Españoles v que salieron a su
encuentro. Pero no fué definitivo este éxito. Se orga-
nizaron gran número de guerrillas. No tardó Montilla en
pedir socorros y, a pesar de los refuerzos que le envió
Bolívar, no pudo conseguir dominar la insurrección.
Esta, poi- otra parte, se perpetuó, se agravó y acabó
por llegar a ser. para la capital, un temible v constante
peligro.
Entre tanto. Bolívar, detenido así en su marcha contra
Puerto Cabello, recibió, repetidamente, malas noticias.
Boves, ex lugarteniente de Cajigal, había reclutado en los
llanos gran número de partidarios. Por otra parte, el cura
Torrellas, cuyo concurso había sido, dos años antes, tan
precioso para Monteverde, sublevó de nuevo los pueble-
citos indios de la región de Coro, se unió al cacique
Reyes Vargas v avanzaba al oeste con un cuerpo franco de
unos mil hombres. Contra aquellos inesperados enemigos
destacó Bolívar dos divisiones, de seiscientos soldados
cada una. bajo el mando de Tomás Montilla. que partió
hacia Calabozo, y de Ramón García de Sena', ([ue tomó el
camino del occidente. Dichos jetes llevaban como instiuc-
ciones el reunirse después ante San Fernando de Apure,
1 Nacido eu Caracas, tomó parte en la campaña de Nueva Grana-
da al lado de Bolívar en 1812, luego en la liberación de Venezuela
en 1813. Después se distinguió en los grandes combates de Boca-
cliica, Arado. Carabobo, en 1814, y fué muerto en el de La Puerta.
490 ROI.IVAI?
en dónele el coronel Yáñez eonlaija eon iuerzas relativa-
mente considerables.
Una vez tomadas estas disposiciones y no teniendo ya
con él más que ochocientos hombres, resolvió Bolívar
emprender sin tardanza el sitio de Puerto Cabello. De un
momento a otro podía recibir refuerzos Monteverde, y la
única probabilidad de éxito que parecía quedar por este
lado a los patriotas era el ataque inmediato. El 25 de
i agosto, se presentaban pues ante la ciudad, y, merced al
( vigor de la primera división granadina, mandada por
S Girardot. se apoderaron de los reductos avanzados de
Las Visrías. En seofuida mandó Bolívar ouarnecei" aquellas
o o OÍ
obras con las piezas de artillería que había traído de
Valencia, v pudo, al día siguiente, abrir el luego contra
los barcos de la escuadrilla lealista acoderados delante de
la fortaleza de San Felipe. La oportunísima llegada de
tres lanchas cañoneras republicanas, que acudieron a
(tcupar la desembocadura del río San Esteban, al oeste de
Piiei'to Cabello, permitió a Bolívar acosar sin descanso la
ciudad y el Inerte donde se había refugiado la guarnición.
Mientras tanto, proseguían sus tareas los patriotas. Desde
el 2G al 29 hubo varias escaramuzas sin consecuencias. En
íin, el 31 de agosto, a las 10 de la noche, Bolívar, después
de haber hecho avanzar dos divisiones de tropas ligeras
hasta el pie de los baluartes de la línea de defensa, intentó
el ataque general. Los sitiados lograron rechazarlo. Las
pérdidas fueron considerables en ambas partes, aunque
más importantes en el campo de los patriotas : tuvieron
éstos cerca de cien hombres y crecido número de oficiales
fuera de combate. Sin embargo, la guarnición que defendía
el reducto del Mirador de Solano abandonó su puesto; los
republicanos hicieron prisioneros a la mayor parte de los
soldados de él así como a su comandante Zuázola, cuyos
abominables crímenes durante la reciente campaña de las
provincias orientales había espantado hasta a sus mismos
compatriotas. Bolívar hizo proponer a Monteverde el
canjear a Zuázola poi- uno de los oficiales republicanos
retenidos prisionei'os en Puertc» Cabello, pero se negó a
ello el general español, y, entonces, Zuázola fué ahorcado
i\\\\r. los muros de la ciudad.
FJ. I, IB RUTAD OH 491
Aiin(|uc muy quebrautados por el iVaoaso de su tenta-
tiva, los patriotas habrían deseado tomar un pronto des-
quite. Pero comenzaban a hacer estragos las fiebres ocasio-
nadas por la estación do las lluvias; al mismo tiempo, se
recibían malas noticias de los valles del Tuy, en donde
causaba grave daño a Franscisco Montilla la sublevación;
de los llanos, donde Bóves acababa de derrotar una
columna republicana en La Corona, cerca de Santa María
de Ipire; de la región de Barquisimeto. destrozada por
las bandas armadas de Torrellas v del indio Revés Va roas.
Marino, ([ue seguía encerrado en Cu maná con numerosas
fuerzas cuya entrada en acción haljiía podido salvar la
licpública. se negaba a escuchar las súplicas de Bolívar, v
éste no tenía que contar ya más que con él mismo para
hacer frente a los crecientes peligros í[ue de todos lados
iban a arreciar sobre Venezuela.
Bolívar se decidió entonces a levantar el sitio de Puerto
Cabello v a volver a Valencia, en donde le sei-ía posibhí
dar algún descanso a su gente, acaso aumentarla, v
recibir de Caracas socorros indispensables. Pero, flaqueaba
el entusiasmo, la desmoralización comenzaba a hacerse
sentir, y los soldados, tan decididos hacía poco, parecían
atacados de ella. A pesar de las penosas molestias que les /
infligía la insalubridad del clima, los Granadinos conser- \
vahan su buen humor v su valentía; mas no se podía decir
lo mismo de los reclutas venezolanos, insuficientemente
ejercitados, y, también, acosados por las incitaciones
deprimentes de los emisarios españoles disimulados en las
filas del ejército. Nunca habían sido más necesarias las
lecciones de patriotismo. Por fortuna para Bolívar, pronto
iba a presentarse nueva ocasión para tales lecciones.
Al regresar a Valencia, el 18 de septiembre, supo que
la expedición confiada a García de Sena había dispersado,
y anonadado en parte, en las cercanías de Barquisimeto.
en Cerritos Blancos, el cuerpo de insui'rectos mandado por
el cura Torrellas. Esta victoria daba a Bolívar tiempo
para rehacer y reforzar sus propias tr(»pas. según era su
deseo, v para preparar nuevas h()stllidades contia Monte-
verde.
Entre tanto, el capitán general había recibitlo los tan
¥.)2 liOLlVAll
deseados leliierzos. Una expedición costeada por los
negociantes de Cádiz, y compuesta de : la fragata la
Vcní^anza. de 40 cañones, de un liergantín armado v de
seis transportes que conducían a i 200 hombres l^aio el
mando del coronel José Miguel Salonnui. ancló, el 1(3 de
septiembre, en las aguas de Puerto Cabello. Alentado por
la retirada de los republicanos, y seguro de vencer fácil-
mente a Bolívar. Monteverde, después de dejar una
numerosa guarnición en la plaza, tomó, a la cabeza de
1 600 hombres, el camino que costea el río de Aguas
Calientes hacia Valencia, y se estableció, el 25 de sep-
tiembre, en los desfiladeros de Las Trincheras con el
grueso de su efectivo. Al mismo tiempo envió 500 hombres
para que ocuparan, en Bárbula, la entrada del valle de
San Esteban, al nordeste de Valencia.
Sorprendidos por aquellas inesperadas iniciativas, los
patriotas las atribuyeron, al pronto, a alguna sabia manio-
bra y se prepararon con resuelta decisión a la defensiva.
En realidad. Monteverde había tomado sus disposiciones
al azar y sin plan preconcebido. No desperdició Bolívar la
ventaja que le prometía la impericia de su enemigo. Lanzó
sobre las alturas de Bárbula las divisiones de Girardot y
7 D'Elhuyar, sostenidas por una columna de reserva man-
dada por Urdaneta. Los Granadinos, trepando con admi-
rable intrepidez por las escarpadas pendientes, en las que
llovía mortal granizada de balas de los Españoles, desalo-
jaron al enemigo de aquella posición, que él creía
inexpugnable. Pero esta victoria fué pagada caramente por
los patriotas. Sus pérdidas fueron considei-ables, siendo la
', mas cruel la de Girardot. que cavó mortalmente herido de
C una bala en la frente en el momento en ([ue, saludando a
L, sus soldados con un poderoso grito de victoria, clavaba, en
'¿ las alturas conquistadas, la bandera de la legión granadina
/ (30 de septiembre).
/ Dos días después, al anochecer, Bolívar, con todas sus
tropas, se puso en marcha hacia Las Trincheras. Los
/ Granadinos ardían en deseo de vengar la muerte de su jefe.
/■ Pidieron sei' los únicos en dar asalto a los atrincheramientos
de Monteverde. Consintió en ello Bolívar; pero, deseoso
de provocar entre los vcdiintaiios de Caracas sentimientos
i;i. l.lliKIl I ADOIt /l'J.}
(k- ((Mil lalfiiiidad v cimilacHuí, dccitlio ([iic una div¡s¡('>ii
de soldados venezolanos lomaría |)arle. con la div¡si(')n
^i'anadina. en el primer ataque de í.as Ti'inelieras. Se
elei-hK» este en la mañana (l(d .'{ de oetul)re. VA combate
dur<'> s('»lo cinco o seis horas v lúe terrible. La c(»nsif»iia
era : veiicei' o moiii'. Nada |)uilo detener v\ empuje de los
patriotas. íiOS atrincheramientos lueron tomados a la
bayoneta. Indecible encarnizamiento animaba a los agi'e-
sores V a los delensores. La mitad de los soldados españoles
([uedó en el campo de batalla. Gravemente herido, Monte-
verde reuni(') lo que quedaba de sus tropas y tomó la
retirada hacia Puerto Cabello. Bolívar envió a D'Elhuyar y i
a los Granadinos en persecución suya, con orden de sitiar \
de nuevo la ciudad, cuyo mando tomó, entonces, el coronel
Salomón.
La muerte de Girardot suministró a Bolívar pretexto,
buscado por él desde hacía tiempo, para avivar el ardor
patriótico de sus conciudadanos. La impresión, a la vez
dolorosa y recontbrtante, que aquella muerte había pro-
ducido entre los compañeros de armas del valiente y
alectuoso Girardot, ilustraba con admirable ejemplo la
teoría sostenida por Bolívar, tomada de los recuerdos de la
Revolución francesa, de que « el ejército no es sino la
patria misma combatiendo v muriendo por las leyes' «.El
reciente acontecimiento llevaba el pensamiento del mara-
villoso educador a at[uellos tiempos ('picos en que se habían
lormado los incomparables soldados cuva alma, obra de
los Franceses, <( grandes maestros de la guerra », decía
Bolívar'-, había sido formada a imagen de la bravura
misma. Bolívar evocaba las fraternales legiones de la
Francia del 92, los apodados por Michelet « héroes de la
paciencia », soldados del Rhin, de Sambre-et-Meuse y de
Italia, los «' terribles andarines », aquellos Vascos de
quienes hizo « titanes » La Tour d'Auvergne — El corazón
del « granadero muerto en el campo de honoi' », llevado
en una caja de plata a la cabeza de la primera compañía
de la 'id' media brigada, realizaba ¡irodigiíts. Dada la
1. \ . .Miciii.ii r, Les Soldáis de la Ré\olution.
'1. .Miiiiilieslo (le (^arlageiui. 1'. siipnt.
49i bolívar
semejanza de las circunstancias, se pocha intentar el expe-
rimento con el corazón de Girardot.
Tal fué el origen de la decisión que tomó entonces
Bolívar, decisión que le valió las burlas de algunos \ pero
cuyos efectos no traicionaron por cierto los nobles pensa-
mientos que la habían inspirado. El corazón de Girardot,
encerrado en una urna de plata, fué llevado con gran
pompa, por Bolívar v su estado mayor, a Caracas, adonde
fueron enviadas órdenes para un solemne recibimiento^.
Se efectuó éste el 13 de octubre. Bajo apariencias teatrales.
Bolívar le hizo dar un sello de cautivadora y verdadera
grandeza. La municipalidad, las corporaciones, los notables,
los altos funcionarios, los oficiales de la guarnición, y la
población toda, salieron al encuentro de Bolívar, v con no
fingida emoción se inclinaron ante la prestigiosa reliquia.
Aquel día, los Venezolanos comulgaron en un mismo fervor
de patriotismo : fué aquella una importante etapa en la vía
en c[ue les encarrilaba el Libertador.
Nuevas aclamaciones, a las que pareció tanto menos
insensible cuanto que eran el vivo testimonio de una popu-
laridad de la que había de beneficiar sobre todo la causa
liberal, saludaron a Bolívar. Las campanas, los cañones,
las músicas mezclaron una vez más sus voces triunfales
para celebrar su gloria. Una delegación de la municipalidad,
presidida por Cristóbal de Mendoza^, gobernador de la
ciudad, entregó, al día siguiente, al general, el acta que
acababa de redactar el cabildo '% y por la cual « le aclama la
asamblea con el sobrenombre de Libertador de Venezuela,
para que use de él como de un don que consagra la patria
agradecida á un hijo tan benemérito. »
Al aceptar este título, que llevó después oficialmente y
1. VA periódico El Español, que por enlonces publicaba en Londres
el escritor español Blanco-White, aunque favorable a los intereses
sudamericanos criticó violentamente la conducta de Bolívar en
aquella circunstancia.
2. Decreto del 6 de octubre de 1813. D., IV, 876.
3. Nació en Trujillo en 1772, falleció en Caracas en 1829. Emii^rado
en Nueva Gi-anada después de la caída de Miranda, fué nombrado
por Bolívar gobernador de Mérida, después de Caracas en 1821.
Combatió (U)n ardor las tendencias sepai-atistas de Pácz, en 182G.
'i. Acta de la Municipalidad de Caracas, de 1'» de octubre de 181o.
D., IV, HS'i.
EL LIBE UTA DO R 495
con el cual ha pasado a la poslcridad, Bolívar conteste» ([iie
la recompensa que le era c(Micedida era a sus ojos « más
gloriosa y satisfactoria (jue el cetro de todos los imperios
de la tierra; pero U. SS. deben considerar que el Con-
greso de la Nueva Granada, el mariscal de campo José
Félix Rivas, el coronel Atanasio Girardot, el brigadier
Rafael Urdaneta, el comandante D'Elhuyar, el comandante
Elias, y los demás oficiales y tropas, son verdaderamente
estos ilustres libertadores. Ellos, señores y no yo, merecen
las recompensas con que, á nombre de los pueblos, quieren
U. SS. premiar en mí, servicios que estos han hecho'. »
Inspirándose en esta generosa declaración, Bolívar, días
después, instituyó, por decreto del 22 de octubre de 1813,
la orden de los Libertadores de Venezuela- , destinada « a
tributar á los libertadores de la Patria un honor que les
distinga entre todos para expresar, en símbolos que repre-
senten sus grandes servicios, la gratitud v consideración
que todos les deben ».
En lo sucesivo, todos los que merecieran distinciones
honoríficas podrían obtenerlas; hasta entonces, habían
quedado excluidos de ellas los que no pertenecían a la
aristocracia española o criolla. La decisión de Bolívar
constituía un medio superior de vulgarización de los senti-
mientos que Bolívar quería desarrollar, el estimulante por
excelencia del patriotismo : « Despertando el heroísmo
que duerme en todo corazón, dice Carlvle^, es cómo puede
ganar adherentes una religión cualquiera. » La de la
patria, más que otra ninguna, sin duda. Sabía el Liber-
tador qué poderoso prestigio ejercería sobre sus conciuda-
danos aquella otra Lei^ión de Honor; preveía los milagros
que iban a realizarse bajo su amparo.
1. Bühvar a la ilustre niuuicipalidad de Caracas, 18 de octubre de
1814. D.. IV, 884.
2. D.. V. 889 La condecoración de los Libertadores consistía en
una estrella de siete rayos, simbolizando, dice el decreto, c( las siete
provincias de la República » : tenía en el centro la inscripción :
I.ihertador de Venezuela; en el reverso, el nombre de Bolívar. La
orden de los Lihertadorcs fué la primera instituida en Sudainéiica.
Mas tarde, San Martin, O'IIigg-ins crearon la f.egión do Mérito y la
Orden del Sol.
?>. Los ¡íéroes.
4'j(j
IV
Miiiiño íur mu» de los primeros (|iie i'eeil>iert)ii el
ilíploiiia (le la t>rtlen de los Libertadores, ([iie Bolívar se
hal)ía apresurado a enviarle con una carta nuiv hábil' en
la cual rendía homenaje al mérito « del general en jete del
ejército de Oriente ». « Remito á US., le decía, algunas
de estas veneras para que se sirva distribuirlas entre
aquellos jefes más ilustres que bajo las órdenes de US.
han |)lantado en el Oriente oprimido el árbol de la litertad.
Yo mismo I;i llevo, pues aunque en la íeliz empresa (jue
han terminado con gloria nuestras armas, soy el ínfimo
en mérito, sin embargo el honor que he tenido de conducir
los ejércitos libertadores, junto con mis sentimientos
incontrastables por la libertad de la patria, de que puedo
responder, me obligan á no desdecir la divisa del ejército
que está á mis órdenes. Suplico, por lo tanto, á US. se
sirva usar la misma venera, que la gloria de haber liber-
tado su patria del yugo español, pone imperiosamente sobre
su intrépido pecho que expuso al sacrificio en el campo
por la libertad veneztdana. »
Ni las protestas de amistad con que terminaba aquella
carta, ni el espíritu conciliador que demostraba, ni las
solicitaciones verbales que transmitió fielmente el mensa-
jero encargado de presentar el envío a Marino, consi-
guieron impresionar al dictador de las provincias orien-
tales. Persistía cada vez más en su irreducible obstinación,
sin parecer preocuparle en lo más mínimo las funestas
consecuencias de su actitud. Reducida a los solos contin-
gentes de Bolívar, la defensa republicana no podía, en
efecto, oponer suficiente resistencia a los esfuerzos de la
contra-revolución. Los realistas ganaban terreno cada día,
V volvían a tomar viii'orosamente la ofensiva.
./o
En el sur, Boves v Morales habían conseguido reunii'
un verdadero ejército. Nadie hubiera espejado tan fecunda
inicial ¡va de a([uellos <d)S('uros oficiales que parecían
1. B()li\;ii' al tieiioral cu jcl'e del Ejéroilo de Oriente. Valencia,
'í de n()\ icnihrc do I S I 'i . O l.ciiry, Doc, V. XIII, ]). 'i()5.
EL LIRERTADOH 497
condenados a la inacción en los llanos, sin iccuisos de
ningún género. Pero nn seguro instinto les había revelado
(jué elemenlos decisivos podría sacar la guerra de la pobla-
ción de aquellas legiones mal exploiadas hasta entonces,
V cuvos recursos eran desconocidos.
Nacido (MI Gijón, en Asturias, José Tomás Boves. cuvo
verdadero apellido era Rodríguez, era, hacia 1808,
empleado como [)ilolín ])or los hermanos .loves. armadores
españoles de Puerto Cabello. Se dedicaba al contrabando,
por lo cual íu('' condenado a ocho años de cárcel; pero,
merced a la influencia de los Joves, su pena fué conmutada
por desticri'oen Calabozo. Deseoso de que luera olvidado su
nombre, tomó Rodríguez el de sus protectores, modifi-
cando la inicial, y dirigió una pequeña factoría. La Revo-
lución, cuva causa abrazó él en seguida, lo convirtió en
jefe de guerrilleros cuyos comienzos no fueron muy
felices. Las autoridades republicanas le acusaron de mode-
ración V confiscaron sus bienes. Fué encerrado en un
calabozo, del que lo sacó el jefe realista Antoñanzas, poco
después de la llegada de Moiilevcrde a Caracas.
Irritado por la injusticia que había padecido, Boves,
desde aquel momento, jnró odio mortal a los patriotas.
Cajigal, a quien acompañó en la expedición enviada
contra Marino y Piai% le ascendió al grado de capitán. Ya
hemos visto cómo, después de la toma de Barcelona, se
comprometió Boves a organizar un cuerpo de tropas tan
numeroso como fuera posible y a pelear contra los
enemigos de España.
Su compañero Francisco Morales era originario de
Canarias. Después de servir en las milicias coloniales,-se
retiró a un pueblo de la provincia de Caracas, en donde
ejerció el modestísimo oficio de revendedor. Lo mismo
que Boves, tuvo ciertos disgustos con los republicanos, por
quienes, también ó\. se había pronunciado a comienzos de
la Revolución, y no tardó en pasarse al ejército realista.
Monteverde le nombró alfV'rez de artillería y le recomendó
a Cajigal.
La insuficiencia militar de Boves y Morales era suplida
por una bravura, una perseverancia, una actividad verdade-
ramente extraordinarias en aqu(dla ('poca, en la que. sin
3-2
/i9S líOIJXAl!
i'inbarii'o- ii<> cscíiscíil^an tales cualidades. Y más aún so
o
señalaron por una ciueldad en cieiio modo nietódiea en
Boves, instintiva y tlcseoncei'tante en Morales.
Uno V oti'o poseían un don prodio'ioso de autoridad
sobre los habitantes seniibfirbaros de los llanos. Conocidos
bajo la denominación general tie llaneros, los moradores
de las llanuras tlel Orinoco y de sus afluentes se distin-
miían de todos los demás mestizos por una individualidad
eminentemente característica. Lo mismo que los ¿gauchos,
de la pampa argentina, cuyos instintos guei'i'eros y san-
guinarios acababa de despeitar Artigas, los llaneros se
mostraban hoscos, ingeniosos, incansables. Acostumbrados
d(^sde su inlancia a domar los caballos salvajes que
pueblan por millares las sabanas, se dedicaban a la guarda
de las recuas de caballos y de mulos, y de las vacadas,
atentos únicamente a delenderlos conti'a las fieras y las
intemperies del (dima. aislados dui'ante meses enteros en
los sitios altos de la llanura, cuando la estación de las
lluvias transforma los llanos en una especie de mar
interior.
Después de la sequía, los londos, los es/e/'os, se con-
vierten en pastos maravillosos. Entonces es cuando
empieza la vida típica del llanero. Las travesías de los
enormes ríos en donde « el capitán de nado », apretando
con sus desnudos muslos los ijaies de su caballería, se
pi-ecipita al lío llevando tras sí el rebaño : a en línea recia
se ve la multitud de cabezas, con ojos espantados, corlar
la corriente. ac<tmpañada. a dei'ccha e izquierda, por una
hilera de barcos cuyos remeros gritan y goljjean el agua
para impedir tjue los animales, asustados, se separen del
camino, v para alejar los caimanes, los giinnotos. los
ix'scatlos caribes'... » Al ano(diecei'. durante los des-
eansos. se oroanizan bailes mezidados de canciones oriyi-
nales. De la inmensa poesía de las extensas soledades v de
las adoral)les v arrcdíadoras noches del ecuador, en ([ue el
negro Iransparente de la bóveda cídeste se salpica de luz
V es sui'cado |)oi' el luego de las esl relias erran les. algo se
1. lÍLisKK Ri'.cLi s, NouvcUc (¡ é<> giu ¡> liíc Universelle, XVIIÍ, c. iii,
!; (■). sofíi'iii (l.\i!i. Sachs. Aus don Llanos,
i;i. i.iüKín AixH! 49'.)
ha <'(»nuin¡ca(l(> al alma del llanero. Ku esa alma, de
horizonles lan ini j)r('('i sos como los de sus llanos mismos,
siente el llanero revivir los instintos ancestrales : (d
orgullo del árabe, la jactancia andaluza, la resignación
dócil V la pueiil alegi'ía del negro; a veces, también, la
reminiscencia del ¡ndio perseguido.
Sobre la yei-tja, la palma:
Sobi-e la palma, los ciclos;
Sobre mi caballo. Yo,
Y, sobre ^ o, mi sombrero '.
En eíeeto. un sombrero de paja, a veces una camisa, un
amplio cal/,(mcillo de tela, constituven todo el ataví<> d<d
llanero. Su industria se reduce casi a descuai'tizar los
animales v a la prepaiación del sebo v de las p¡(des.
acudi<Mulo a las costas ])ara venderlos, al mismo tiempo
([ue (d ganado. Los disturbios, los combates v los rol)os,
habían, desde hacía algún tiempo, interrumpido a([uel
comercio. Halló Boves un poderoso argumento de persua-
si('>n en la ira ([ue por tal contratiempo sentían los
llaneros. Les dijo que los patriotas eran los autores de
todos sus males v les hizo creer que en la guerra hallarían
medio de reponerse de pérdidas. Muchos descontentos se
dejaron convencer. Entonces recorrió Boves los pueblos
alistando reclutas, voluntai'ios u obligados por la tuerza.
(]oii barrotes arrancados de las ventanas hicieron lanzas
que, por instinto, manejaban de asombrosa manera. Bron-
ceados, con músculos salientes bajo la fina piel, con torso
elevado, indomables como los fogosos corceles que mon-
tal)an sin silla ni bocado, leroces como sus toros, sedientos
de matanza, los llaneros se arrojaron a la pelea. Com-
puesta de 2 5(J() centauros, la Legión infernal, así llamada
por los mismos Españoles, tomó, a comienzos de sep-
tiembre, (d camino de Calabozo.
Allí la esperaban trojias enviadas por Bolívar y man-
dadas por Tomás Montilla. Fueron é'stas destrozadas en
el primer encuentro, en (d llano de Santa Catalina. »d
20 de septiembre. En a([u<d mismo moment(». (d coionel
1. Y. Gil Fortoll, Historia Constiitícinnah etc., t. II. lib. lY,
cap. VI. M. OvALLKS, El Llanero. Caracas, Ut05. etc.
.-,()() noi.ivAii
Yáñez invadía la piü\ lucia de Baiíiias con los 600 sol-
dados de iníantería y los 900 llaneros que había logrado
reunir en San Fernando de Apu/e. Sus procederes para
el reclutamiento eran los de Boves y Morales. Pero,
merced a los socorros que le enviaban las autoridades
reales de la Guayana. había podido equipar y armar per-
fectamente su iníantería. Hacia fines de septiembre ocu-
paba Yáñez en absoluto los llanos del Apure v de Harinas,
y Boves los de Calabozo y de la provincia de Caracas.
Tuvo entonces Bolívar c|ue efectuar a toda prisa nuevos
alistamientos en Valencia. No tardó en tener listos a unos
mil reclutas, a los que servían d<' fjuía y de ejemplo dos o
trescientos de los mejores soldados de la guarnición de
Valencia, y un importante contingente de jinetes. El
español Vicente Campo Elias, ([ue se había cubierto de
gloria desde el comienzo de la expedición de Venezuela,
fué designado ])ara tomar el mando de este ejército;
Bolívar había sabido escoger al digno adversario de
Boves : ni como valor ni como crueldad era inferior Campo
Elias a su terrijjle compatriota. Había dejado en Mérida a
su mujer v a sus hijos para entregarse, decía él. « a la
dicha de matar Españoles' >k
Impaciente por medirse con el jefe de los llaneros,
Campo Elias avanzó a marchas l'orzadas y se halló, el
14 de octubre, cerca de La Puerta, delante del caserío del
Moscjuitei'o, a la entrada de los llanos. Boves acababa de
concentrar allí todas sus tropas; 2 500 llaneros y 500 sol-
dados de infantería mandados por Morales. En el trans-
curso de sus jornadas, Campo Elias había aumentado su
cuerpo de caballería, el cual ascendía ahora a 1 500 hom-
bres.
Comenzó la acción con igual furia por una y otra parte.
Los llaneros de Boves envolvieron el ala izquierda del
ejército patriota, tratando de hacer brecha en ella por
medio de caroas sucesivas. Combatían sin orden de
batalla, huían para formarse de nuevo y seguir atacando.
Campo Elias no se desconcertaba. Reprimía a sus jinetes,
1. Y. Baralt V Día/,. Resumen de la Historia de Venezuela,
op. rit., p. 180.
i:i, l.llíKinADOK .">ol
y, iiprovochaiuU) el moiiieiilo ea que los llaneros, arras-
trados por el impulso de su earga, se hal)íaii separado del
campo de batalla, cayó cou toda su oenlc sobre el grueso
de la iulautería y de la caballería españolas. En menos de
media bora. se veía ésta dispersa, destroza, exterminada.
Los soldados de ^Morales sucumbieron todos hasta el
último. Boves y Morales — éste oravemente herido, y que
estuvo a punto de caer en manos del enemigo — - huyeron
hacia el sur v. dos días después, llegaban al pueblo de
Guayabal, en el continente del Cniarico y deliVpure. Tenían
con ellos diecisiete h(>m])res : todo lo ([ue quedaba d(d
ejército realista.
Mientras tanto, entraba en Calabozo Campo Elias; hizo
pasar acuchillo a la cuarta parte de la población para casti-
garla por no haberse sublevado contra Boves. Esta espantosa
matanza acabó de apartar de la causa liberal a los habi-
tantes de aquella región, quienes buscaron un vengador y
salieron para alistarse bajo las banderas de Boves. a cjuien
pronto veremos reaparecer, más amenazador que nunca.
Sin embargo, Yáñez. había ocupado, desde el 24 de
septiembre, la ciudad de Barínas. Al tener noticia del
levantamiento de los llanos, D. José de Ceballos, gober-
nador de Coro, había, por su parte, reunido todas las
fuerzas disponibles — GOU milicianos, próximamente — y
se había puesto en camino con objeto de invadir el occi-
dente de Venezuela por Siquisique y Carora. El 17 de
octubre en Bobare y el 23 en Yaritagua, derrotó Ceballos
a las débiles vanguardias republicanas enviadas a su
encuentro, y, prosiguiendo su marcha, ocupó Barcjuisi-
meto.
Había pensado el Libertador ([ue bastaría una columna
de 800 hombres para atajar el paso a aquel nuevo enemigo.
y con esta intención salió de Valencia Urdaneta. Pero el
éxito había atraído a (^'ballos un número considerable de
voluntarios: la lucha hubiera sido demasiado desicrual.
Lrdaneta se detuvo pues en Camclotal sobre las [)en-
dientes de la cordillera del Altar, (jue domina a Bar([uisi-
meto. y pidió retuerzos a B(dívar. Ya se disponía éste a
acudií- en persona en socorro de su lugarteniente. Salió
de Caracas en los primeros días de novienil)re con nuevas
.■)l)-2 líOLIVAl!
Iiopus v líos (» lies piezas ele eaiupaua. \ arios olieiales de
mérito í'ormaban parte del estado mayor de Bolívar, par-
tieularmentc el francés du Cayla. Impaciente por pelear,
el Libertador, que se reunió con Urdaneta el 9 de noviem-
bre, no esperó la llegada de un cuerpo de caballería que
había de traerle el coronel Luis Rivas Dávila', y decidió
dar en el acto la batalla.
El 10 de noviembre })(>r la mañana, los patriotas se
pusieron en marcha por entre las espesuras de chumberas
^[ue tapizan las laderas de la meseta de Barquisimeto sobre
la cual les esperaba Ceballos a pie firme con 500 hombres
de infantería y 300 jinetes. Los doscientos llaneros de ([ue
disponía Bolívar se lanzaron impetuosamente sobre los
Españoles y los dispersaron en un abrir y cerrar de ojos. A
su vez, la infantería realista efectuó su retirada, y el
Libertador, que había ocupado sin resistencia los primeros
arrabales de la ciudad, mandó tocar las campanas en señal
de victoria, y creyó terminada la batalla.
No obstante, Ceballos había reunido sus soldados. Los
patriotas estaban lejos de prever uñ ataque. Fué éste tan
repentino y vigoroso, que. a pesar de los esfuerzos de
Bolívaí', de Llrdaneta v de los demás oficiales, los republi-
canos, sobrecogidos por el pánico, abandonaron la j)laza.
Se les vio bajar en desorden hacia Gamelotal. perseguidos
por los realistas, quienes les mataron cerca de cuatrocientos
hombres, hicieron otros tantos prisioneros y se apoderaron
de dos cañones, tres banderas y seiscientos fusiles. En
esto llegaban a Cabudare los jinetes de Rivas Dávila; pro-
tegieron la retirada de los restos del ejército de Bolívar,
que con éste volvieron a Valencia, en tanto que Llrdaneta.
sesfuido de unos cien soldados, a lo sumo, lué a atrinche-
n
rarse en San Carlos.
Entonces pudo Ceballos reunirse con Yáñez (|ue se había
apostado hacia el norte, a la cabeza de 1 500 hombres. Los
dos jefes se encontrai'on en el piu'blo de Araure y pidieron
auxilio al coronel Salomtui. (jue disponía tle recientes
relueizos poi' la llegada a Pucilo Cal)ello de un regimienl<»
1. Nacido en Caracas, l^irlió con Bolívar, a quien se había unido
en (Aira/.ao, paia Nueva (iranada, hizo la campaña libei'tadoi-a de
18i;} y fué muerto en el sitio de I>a Victoria el 1 'i de febrero de ISfi.
i:i, i.iiíKi! r \i)<>ií •">"•■{
tic j^TíUiatleíos (jiic le lial)ía enviado i-l ^(theriuulor ele l'iierlo
Rico. De osle modo, las liií'i/.as de los realistas reuiiitlas
liahíaii llegado a cérea de 'i 000 eoinhatienlcs. I[id)ieiaii
alaeado a Bolívar eii \ aléñela, v. seourainente. lo Inihieraii
(Km i'oladi». Pero Salotiióa se iie<>ó a seeuiular tan afinado
o
plan. Tenía envidia a (^'ballos v ([uería obrar |)(M- cuenta
propia : salió pues r\ Ki de noviembre de Puerto Cab(dlo y
liM' a apostaise en las alturas de Vijirima. al este de
Valencia v a mitad de camino de Caracas.
Xada era niiis ravoral)le a l(>s provectos did Libertador.
Va\ cuanto tu\(» noticias de los j)rimeros mt)vimientos <\r\
coj-onel Salomón. [)rescril)ió a José Félix Rivas ([ue pnsieía
en pie de guerra un batallón, y que acudiese a Valencia
para entenderse con él. Tres días después. 300 estudiantes
de ('aracas v 200 campesinos de las cercanías se alistan al
mando de Rivas. El 22 de noviembre. Bolívar, a la cabeza
de aquellas nuevas fuerzas, está en Xaguanagna, en donde ?
d'Klhuvar v los granadinos se hallaban en observación. 7
o
W día siguiente, el Libertador mandó atacar el campo
atrincherado de Vijirima. Rechazados dos veces. los
patriotas acaban por rehacerse v denotan a Salomón.
Abandona éste sus armas y su artillería a los Oranadinos, i
quienes, una vez más, se han distinguido gloriosamente, y^
va a encerrarse de nuevo en Puerto Cabello. No pierde un
instante el Libertador. Envía correos a Calabozo, donde
Campo Elias ha reelutado cerca de 2 000 llaneros. Según
orden de Bolívar (]ampo Elias se dirige precipitadamente
hacia San Carlos. A este punto llegó Bolívar mismo el
1" de diciembre, v, cuatro días más tarde, pasaba i'evista.
en el llano de Araure, a los 3 000 hombres de todas armas
con quienes ilja a dar un combate decisivo.
Las casitas de Araure se escalonan en las laderas de una
c<dina en ligera ])endiente sobre la cual, dominando el
|)uel)lo V la vasta llanura contigua, se alza el casiMÍo de l^a
Calera. Ceballos v Y;iñez habían hecho de él una posición
<[ue parecía intomable. 10 piezas de campaña estaban en
batería. El ejercito español. (|iie se eoiu|)onía de 3 .)00 sol-
dadíts de inlantería v cal)all<MÍa. estaba loiinadc» en una
ancha explanada (pie se extiende al este de La Galera hasta
(d río .\carigua. Por ti es lados está rodeada de espesos
504 BOLÍVAli
líosques. y una laguna la separa tlel llano de Araure, por
el cual se encaminaron los republicanos en la madrugada
del 5 de diciembre.
51)0 hombres de inlantería íormaban la vanguardia, y,
llegados a orilla de la laguna, cuva existencia ig-noraban,
la rodearon en seguida hacia la izquierda v se internaron
en la explanada . Momentos después en ella yacían sus
cadáveres. Los cauones y la infantería realista había
abierto un fuego terrible contra la imprudente vanguardia.
Llegaron a su vez los llaneros; eran más de mil. y aca-
baron la destrucción total. Entre tanto, llegaba Bolívar
con sus divisiones al campo de batalla. Sostenida en sus
dos alas por la caballería, la infantería de los patriotas
avanzaba en buen orden a pesar de los huecos que la
metralla abría en sus impasibles filas. Cuando los republi-
canos se hallaron a tiro de fusil de la infantería enemiga,
recurrió Bolívar a su maniobra favorita : mandó tocar la
carga a la bayoneta. En vano intentaron los llaneros de
^áñez romper la doble muralla que los jinetes patriotas
íormaban en torno de su infantería. Esta, conducida por
Bolívar, derribó con soberbio ímpetu las tropas españolas.
Al mismo tiempo, un destacamento venezolano había
tomado por retaguardia las baterías de La Galera. Impru-
dentemente desplegada contra los flancos del ejército
republicano, la numerosa caballería de Yáñez se agotaba
por cargas inútiles. Los estados mayores de Ceballos y de
Yáñez huveron. Esto fué la señal de una desbandada
general. La caballería realista abandonó el combate. Los
restos de la infantería se dispersaron por el vecino bosque.
Los republicanos dejaban sobre el terreno setecientos u
ochocientos de los suyos ; pero tenían la victoria.
500 muertos, 300 heridos, (¡ue, por cierto, fueron rema-
tados inmediatamente, 10 cañones, unos mil fusiles; tal
era el bahuK-e de las pérdidas españolas.
Preocupado de continuo por la conservación del fuego
patriótico, o por su exaltación, en caso de necesidad, el
Ijibertador había sacado útil partido de las circunstancias,
duiante la campaña. En Vijirima. el coronel Villapol, que
conducía una carga, lúe matado por el enemigo. Bolívar
hizo llamar al capitán Ortega, a (|uien. desde aquel
j:l LIliEltTADOIt 505
momento, concspondía el mando : « Desde ahora es
usted, le dijo, jele de la dwisión Villapol. ¡Ya sabe usted
lo que eso sionlfica! ». Kn aíjiiel momento. llovían halas
desde las alturas; la loj^osidad de los asaltadores partü^ía
paralizada. Deseoncertados por la muerte de Villapol, ([ue
era el olieial a quien más «[uerian, los soldados eslahan
cahizhajos, entristeeidos. deseorazonados : « Soldados, les
grita Bolívar, para tener derecho a llorar a vuestro jete,
es necesario, ante todo, vengarlo '. »
Pero, en Araurc fué donde tuvo el í^ihertador la más
feliz de sus inspiraciones.
Siguiendo las tradiciones militares españolas, los
patriotas designaban bajo diferentes nombres cada uno de
los batallones de su ejército. Aquellos nombres bordados
en la bandera solían recordar el origen, a veces también
alguna hazaña del cuerpo de tropas, al C|ue eran asignados.
Quería Bolívar evitar el prodigar denorninaciones gloriosas
que tanto ambicionaban sus soldados, y, sobre todo, sus
lugartenientes. Considerándolas en realidad como un tri-
buto honorífico, y deseoso de darles todo el realce de que
eran dignas, quería no distribuirlas sino cuando fuesen
muy merecidas.
Por eso, cuando, un mes antes, los soldados reclutados
precipitadamente en Caracas v Valencia manifestaron el
deseo de recibir su título, el Libertador no quiso con-
sentir en dárselo sino a condición de que lo merecieran.
En estt), la funesta derrota de Bar([uisimeto, ocasionada
por la pusilanimidad de las tropas, enojó violentamente a
Bolívar, ([uien se negó resueltamente a dar ningún nombre,
niníiún emblema a « soldados indisfnos ». Hizo más aún :
o o
el día en que había de darse la batalla de Araure. mandó
que lucran desarmados : « ¡ Soldados del Batallón Sin
Nombre, les dijo, si queréis armas y banderas, id a
tomai'las! ».
La emulación tan sabiamente pi'(>vocada por estas pala-
bras suscitó una de las más admirables proezas de la
epopeya de la Independencia. Al Batallón Sin Nombre
cupo la mavor gloria de a([uella j(»rnada. v a su valor se
1. V. xVisTitiA. Ilisloiid iiiilitar de Venezuela . p. 187.
50ti liOLÍVAl!
(leljió la victoria. Bianclieiulo palos v navajas, recogiendo,
en el campo de batalla. l)avonetas o lanzas escapadas de
manos de los muertos, espantosos de heroísmo v de l'nror,
a([nellos hombres salieron a toda carrei-a v se precipitaron
sobre el enemigo, Bolívar los vio. cual huracán respetado
por las balas, hundirse entre las tropas españolas, y. sem-
brando el espanto y la muerte, arrancar en torno suyo
los fusiles, los sables, las banderas, y, por fin. volver,
gritando : « ¡Las hemos encontrado! » Entre los trofeos
que arrojaron a los pies del Libertador se hallaba el
estandarte del batallón real de Numancia. (( Este será
vuestro emblema, les dijo Bolívar. ¡Desde hov seréis el
batallón Vencedor de Araure! >■>
El 6 de diciembre, después de haber ordenado al
general Urdaneta que volviera a San Carlos y que tomara
allí las medidas necesarias para terminar la pacificación
de las provincias occidentales, Bolívar se puso en camino
hacia Puerto Cabello. DElhuyar, con las tropas grana-
dinas, había restablecido el sitio de esta plaza fuerte, que
en aquel momento parecía el último baluarte de los rea-
listas. En electo, la situación general se había mejorado
notablemente, al menos al parecer, para los patriotas.
Después de su derrota. Yáñez había huido hacia los
llanos del Apure, inundados aún. Apenas le quedaban
doscientos soldados. Ceballos, que no contaba con más de
cincuenta, se refugió en Guayana. en Angostura, donde el
viejo Cajigal, enfermo y abatido, acababa de ser nombrado
capitán general, in partihiis podría decirse, en substitu-
ción de iNlonteverde.
Este, mal curado de las heridas recibidas en Las Trin-
cheras, se había ido. couk» a un destierro, a Curazao. El
día mismo en que Bolívar da])a la batalla de Araure.
Salomón, a su vez, salía de Puerto Cabello, prometiendo,
a la guarnición que allí dejaba, volver pronto después, de
haber machacado a los rebeldes. No obstante, descuidó
atacar a dElhuvar v, con 1300 hombres, tomó el camino
del sur con ojjjelo de reunirse con Y;iuez v Ceballos,
cuyos reveses ignoraba el. Tan pronto come» tuvo cofioci-
miento de ellos. volv¡() alr;is; pero, en vez de dirigirse
hacia Puerto (^abcMo. se encamin(') hacia el oeste, a ti'avés
i;i. i,iiii:i!i.\i)()ii
de las i'ci^ioiK's (le Salsipiicdcs. (loiulc son (■iidcinicas las
fiebres, v no llc^ó a C^oio siiu» on enero de ISl'í. después
de hal)er pertiido las dos lereeras partes de su ejercito.
Sin embargo, el Tjil)ertad()r babía llegado ante Puerto
(^al)ello. Y todo hacía prever la pronta rend ¡(•i«)u de la
plaza. Los navios de guerra (;sj)añoles babian salido de
nuevo para La Habana v Pueito Uico. La guarnición, niuv
disminuida, no parecía podei' resistir mucho tn-mpo.
Hubieran bastacb». sin duda, algunos reluerzos para llegar
a vencer toda resistencia. B(dívai' pedía continuamente a
^lariño a([uellos reluerzos. l'ero así en esta ocasión como
en otras, no ([uiso Marino darse por entendido. Por fin,
a fines de diciembre envió a Bolívar una escuadrilla man-
dada por Piar; escuadrilla ([ue no podía prestar ningún
servicio útil, v. a más de esto, anunciaba Marino su inten-
ción de retirarla.
La obstinación del dictador de Oriente resultaba cri-
minal. Yáñez v Boves. uniendo sus esfuerzos, se ocupaban
con suma actividad en reorganizar sus tropas. Nadie, en
los llanos, se atrevía a substraerse a sus implacables leyes.
Boves bacía matar a los recalcitrantes, o, en lugar suyo, a
sus lamilias. J^ronto tuvo 3 000 hombres dispuestos a
emprender de nuevo la campaña. En tanto que el Liber-
tador, impotente para hacer frente al nuevo atacpie ([ue así
se preparaba, multiplicaba sus llamamientos a Marino,
Boves penetró en los llanos bajos, destruvó en San Marcos
del Cluarico, el 14 de diciembre, una columna repul)licana
mandada por Aldao, y ocupalia una vez más Calabozo.
Morales le había llevado, algunos tlías antes, refuerzos de
la Guavaua; v. por su parte. Yáñez restablecía en a([uel
momento la dominaei(')n española en la provincia de
Baiínas.
V
Sacudido p(U' tantos asaltos cunos sucesivos ímpetus
eran cada vez nuis diííciles de reprimir, el fiiigil ediíicio
de la segunda rej)ública de A enezuela estaba, además
amenazado en sus mismos cimientos. Persuadidos estal>an
508 liOLlVAU
los patriotas Je que el pueblo no se dejaba ganai- profun-
damente al ideal revolucionario. Bolívar, que, mejor que
otro cualquiera personificaba este ideal, era acogido, sin
duda, con un ruidoso entusiasmo en las ciudades o los
pueblos por donde pasaba con sus legiones victoriosas.
Pero al júbilo seguía la indiferencia, y hasta la hostilidad,
lan pronto como desaparecían los soldados republicanos.
Los Españoles, que llegaban después, eran saludados con
aclamaciones mucho más sinceras. En un instante reco-
braban el prestigio que los penosos esfuerzos de la propa-
ganda liberal les habían quitado momentáneamente; las
misiones realistas veían acudir al sermón fieles arrepen-
tidos y dispuestos a hacer causa común contra « los
herejes », los « blasfemos ». los « condenados » que pre-
tendían ir en contra de las prescripciones divinas.
Estos argumentos obtenían tanto más crédito en los
pueblos, cuanto que sólo la esperanza de mejor suerte
les había separado de sus antiguos amos. Azotados por la
guerra, por las contribuciones forzadas, por el recluta-
miento obligatorio, maldecían a los perturbadores, de
quienes, según les decían, procedían todas sus desdichas.
El liberalismo instintivo, despertado con tanto trabajo, se
atenuaba en el espíritu público. Lo único que todos
deseaban era seguridad y quietud.
No más que los criollos se hallaban los Españoles en
condiciones de asegurar por entonces el regreso a aquellos
bienes negativos. Confiscaciones, destierros, ejecuciones,
matanzas eran sistemáticamente llevados a cabo, así por los
realistas como por los patriotas; pero, al menos, aquellos
podían, con razón o sin ella, achacar su conducta a repre-
salias necesarias y pretender que una pronta sumisión
acabaría con dichos rigores. Apoyaban sus promesas en
tradiciones tranquilizadoras respecto de las desgracias
presentes. Estas se agravaban aún por el hecho de que
las autoridades republicanas de provincia cometían abusos
continuos d(^ poder, contra b)s cuales los pobres habitantes
no tenían recurso aljj'uno. Los oobernadores militares
obraban con toda independencia (b' un poder central (Mite-
ramente desarnia(b) respeelo (\c ellos v euvas atribuciones
v ciivo carácter mismo carecían de (le(imei(')n eonerela.
F.l. I.IBRHTADOH 5ll9
(tilico meses an((>s. ciiaiulo su entrada en Caraeas,
Bolívar, oblifiado por sus eoiiiproniisos ante el Conoieso
de Tunja, había eonstiluítlo un oobierno eseneíalniente
provisional. Sabido es ([ue sus inslrueeiones le prescribían
restablecer en Venezuela (d sistema tedeíal. Aun([ue ])or
convencimiento era contrario a este sistema, (juería
Bolívar, menos (jue nunca, v. sobre todo, en aqu(d
momento, contrariar las inlenciones del Congreso. Buscó
pues un término medio : al mismo tiempo que se hacía
investir del poder al)S(diito. decdai'ó no querer conservarlo
sino temporalmente, y euidó de insistir ante el gobierno
de Tunja acerca de las razones que motivaban su proceder.
Siguiendo los consejos de Francisco Javier üstáritz, cuyo
talento de jurisconsulto era unánimemente reconocido,
Bolívar instituvó al mismo tiempo en Caracas tres secreta-
r/as de Estado, confiando la del interior y relaciones
exteriores a Antonio Muñoz Tebar. la justicia a Ral"a(d
Dieo-o Mérida. la ouerra v la marina al coronel Tomás
jNIontilIa.
Los acontecimientos determinaron rápida desorgani-
zación de aquella maquinaria administrativa. Montilla
siguió a Bolívar desde que se reanudó la campaña, y, en
realidad, el gobierno no l'ué ejercido más que por <d
Libertador. No obstante su prodigiosa actividad, no podía
responder a las múltiples exigencias de la situación.
Hacíase sentir la uraencia de una dirección más estable
V mejor organizada, y la dictadura parecía el único
sistema compatible con este programa.
Sin embargo, Bolívar estaba persuadido de que su
autoridad no podría adquirir el valoi- que él le deseaba,
sino a condición de ser sancionada legalmente por los
sufragios de sus compatriotas. Importaba también disipai'
el e([UÍvoco que resultaba de la actitud de Marino, y pt)iier
ün a los efectos cada vez más deplorables a que daba ésta
lugar. Sin duda, cada uno de los dos « dictadores » podía,
al parecer, invocar los mismos títulos de legitimidatl paia
el cargo que se había hecho atribuir. Pero, en tanto que
Bolívar, en quien se encarnaba el alma de la Revolución,
repicsentaba el principio de la alianza con Nueva Granada,
de la (|uc era <d ilelegado y cuyas trojjas mandaba, las
miras políticas de Marino no ihan niiis allii de la consei-
vación (le una informe conredcración de dos satrapías
militares independientes, condenada fatalmente a la diso-
lución '. La nueva ambición del Libertador era pues tan
patriótica como legítima, y sus conciudadanos ilían a
mostraise solícitos en secundarla.
El 2 de enei-<» de 1814, Bcdívar. licitado la anlevíspeía
de Puerto Cabello, convocó la municipalidad, los funcio-
narios civiles y eciesiásticos y los principales ciudadanos
de Caracas en la sala capitular del convento de San P^ran-
cisco. r^as circunstancias presentes hacían imposible la
reunión de un Congreso nacional. Pero la tradición del
cabildo (ibierlo permitía al Libertador consideraj' la asam-
blea municipal como una emanación de la s<d)eranía d(d
pueblo. Y. por considerarla como tal. detdaró v querer,
ante ella, dar cuenta detallada de su conducta v de sus
operaciones ». « (Ciudadanos, dijo, vo no sov el soberano.
Vuestros representantes deben hacer vuestras leyes; la
hacienda nacional no es de quien os gobierna : todos los
depositaiios de vuestros intereses deben demostraros el
uso (|ue han hecho de ellos... Los tres secretarios de Estado
os hariin ver si volvéis íi aparecer s(d)re la escena del mundo,
y que las naciones todas que ya os consideraban anona-
dados, vuelven á fijar su vista sobre vosotros v á contem-
plar con admiracKMi los esfuerzos (jue hacéis por conservar
vuestra existencia; si estas mismas naciones podrán opo-
nerse ó proteger y reconocer vuestro pabellón nacional;
si vuestros enemigos han sido destruidos tantas cuantas
veces se han presentado contra los ejércitos de la Repú-
blica; si puesto á la cabeza de ellos, he defendido vuestros
derechos sagrados; si he empleado vuestro erario en
vuestra defensa ; si he expedido icglamentos para econo-
mizarlo V aumentarlo; y si aun en medio de los campos de
batalla \ (d calor de los cond)ales he pensado en vosotios
y en echar los cimientos d(d edificio ([lU' os constituva una
nación libre. f(diz y respetable. Pronunciad, en fin, si los
planes adoptados podr;in hacer se elc\c la llepública ;i la
fjloi'ia V á la l(dicidad. n
I. (]<'. Miriii:» !¡¡sl(u-ii( de San Maviúi, III, cap. xxxviii.
i:i. I.IHKItTADOU
A|>laiis(»s uiiaiumcs saludaron este exoi'd ¡o. Se rsciiclut
la Iccliira df los iiilonncH. \. al levan taisc Bolívar para
lomar la palabra, (d otdxMíiador de (laracas, Ch"ist('»hal
]Mend()/a. dio ^racias al Lihcrfador. rii nombre de toda la
asamblea, ile lo (|tie había emjjreiid ¡do y eji'culado. y
propuso dev<dver en r[ aclct « al liéroc » a(|uellii autoridad
diclalorial. u única (|ue potlía oarantizar la unión indiso-
luble de Venezuela oceitlenlal con parle oriental y eon
todas las provincias libres de la Nueva (Granada )>.
Si bien no dudaba nadie, en a(pnd momento, de (jue
Cuera Bí)lívar indisj)ensable a la icpíiblica. en cambio la
alianza con Nueva (Iranada conlal)a con nniy pocos parti-
darios en la asamblea. Así es ([ue la intervención del gober-
nador Mendoza babía sido, muy probablemente, inspirada
por el Libertador. Entendía Bolívar que el cuerpo legis-
lativo de quien recibiera (d la investidura sancionara ante
todo aquella medida primoidial de su política. Se debía
a sí mismo el no aceptar (d poder sino con la certidumbre
de ser reconocido por l(»s gobiernos gianadinos. Estaba
empeñado en ello su bonoi'. v. sobre todo, eslaljan com-
[)rometidos los intereses de la Independencia.
Sin einbaroí». Inide necesario aún al Libertador evitar
o
todo motivo de resentimiento respecto del elemento civil,
balagar (d amor propio de sus compañeros de armas,
calmar los reccdos de los competidores v de los envidiosos,
ari'ancar un voto general apoyando con insistencia en su
respeto absoluto bacia las voluntades parlamentarias.
Para (dio. lecuerda con liabilidad. en su respuesta a la
moción de Mendoza. las declaraciones que babía hecbo al
comenzar la sesión. Principia por dedicar vibrantes (dogios
a los nK'iitos de los oficiales del ejército, celebra con
acertadas palabras su impetuosidad, su valor, y proclama
que está pronto a abandonar el poder : « Yo no be venitlo a
oprimiros con mis armas vencedoras... Xo es el despotismo
militar el que puede hacer la i'elicidad de un pueblo... Un
soldado leliz no ad([uiere ningún derecho para mandar
a su patria... A'uestra dignidad, vuestras glorias, serán
siempre caras á mi corazón ; mas el peso de la autoridad
me agobia. Yo os suplico me eximáis de una carga superior
á mis i'uerzas. Elegid vin'slros representantes, vuestros
512 líOI.lVAR
magistrados, un gobierno justo; y contad con que las
armas que han salvado la República, protegerán siempre la
libertad v la gloria nacional de Venezuela. »
Inmensa aclamación acogió estas tranquilizadoras pala-
l)ras. Unos tras otros acuden a la tribuna los oradores,
implorando del Libertador que consienta en conservar la
dictadura. Apiñado en las plazas y en las calles vecinas, une
el pueblo sus vítores a las aclamaciones de la asamblea.
Bolívar se declara vencido por tantas pruebas de entu-
siasmo y de afecto. Cederá a los deseos de la representa-
ción nacional : « ¡ Acceded a nuestras súplicas, exclama el
abogado Domingo Alzuru : Proclamemos al Libertador
jefe supremo de la República, para que constituyéndole
nuestro primer magistrado salga, así él como la República,
de la especie de dependencia con que obraba como comi-
sionado del honorable Congreso de la Nueva Granada. »
Finge Bolívar no haber oído esta intempestiva moción
que, por cierto, respondía a la opinión general '. « ¡ Ciuda-
danos! les dice yo me someteré á mi pesar, á recibir
la ley que las circunstancias me dictan... Confieso que
aiisío impacientemente por el momento de renunciar á la
autoridad. Entonces espero ([ue me eximiréis de todo,
excepto de combatir por vosotros. Para el supremo poder
hav ilustres ciudadanos, que mas que yo merecen vues-
tros sufragios. El general Marino libertador del Oriente,
ved ahí un digno jefe para dirigir vuestros destinos -. »
Bolívar había logrado sus fines. Libre de sus escrúpulos
constitucionales, consagrada su autoridad, engrandecida su
popularidad, sentadas por fin las bases de la indispensable
inteligencia con Marino, el Libertador iba a podei" entre-
garse más libremente a hacer frente a los peligros que
amenazaban su obra.
Se hacían éstos inminentes. Los Españoles ganaban
terreno v la contra-revolución cobraba fuerzas de día en
día. (Cajigal, confirmado por la Regencia en sus funciones
de capitán general, acababa de llegar, por mar, a Coro,
acompañad(> de Ccballos, de un numeroso estado mayor y
1. V. Gil, FoRTOuL, op. cit., t. I, cp. MI, p. 223.
2. Acta oficial de la sesión extraordinaria del 2 de enero de J8t4.
D., V. '.Km.
i:k ijueutadoh 513
de un impoitanle destacamento de la guarnición de Puerto
Rico. El viejo general, reconfortado, curado, parecía haber
recobrado su actividad, su vigor v su prestigio de antaño.
Tomó el mando supremo, armó a numerosos voluntarios,
reunió caballos, municiones considerables, y esperó el
momento de entrar de nuevo en acción. Cierto que los
comandantes de las varias divisiones españolas, disemi-
nadas por el territorio venezolano, no admitían la auto-
ridad del nuevo capitán general; pero esta indisciplina
favoreció por entonces los intereses de la causa i'cal. En
efecto, la ambición de aventajarse unos a otros, la espe-
ranza de obligar al gobierno de la metrópoli a reconocer,
por una credencial de gobernador, o hasta de virrey, los
servicios del que consiguiera acabar definitivamente con la
insurrección, exaltaba el ardor de los oficiales españoles v
les impulsaba, mejor ([ue por medio de un concei'tado plan
de campaña, a concentrar sus fuerzas en torno de Caracas
y de sus defensores.
Dueño de toda la provincia de Barinas y de su capital,
Yáñez tomó las últimas medidas para la salida de la expe-
dición con la que contaba, llegado el momento, terminar,
en provecho suyo, la completa derrota de los patriotas.
Boves preparaba contra ellos un ataque decisivo. Su nueva
División infernal, acampada en las cercanías de Calabozo,
contaba cerca de 4 000 hombres de diferentes armas. Había
hecho abrir las cárceles, reclutado bandidos de toda
especie, los vagabundos, los esclavos, armando lo mejor
que pudo a aquella multitud heterogénea cuyo elemento
más temible y mejor organizado era, como siempre, los
llaneros. Dos columnas a las órdenes de INlorales v de un
espantoso verdugo, el capitán Rósete, salían ya hacia el
este de la provincia de Caracas para secundar las j^róximas
operaciones del cuerpo principal. En fin, Puerto Cabello,
seguía resistiendo.
Las disensiones que se habían manifestado entre los
habitantes d<' esta ciudad, disensiones (|ue Montcverde no
había sabido someter, y que se agravaron después de su
salida, no ])udieron siquiera ser explotadas por los sitia-
dores. Los lugartenientes de Bolívar hacían vanos esfuerzos
para activar el cerco de la j)laza : el desaliento se había
3:{
514 nOLlVAR
apoderado de las tropas republicanas. Acudió el Libertador
ante Puerto Cabello (IG de enero). Pero los voluntarios, a
quienes a duras penas se sujetaba en las filas del ejército
patriota, no eran ya lo bastante numerosos para secundar
el valor, ya inútil, de sus jefes.
Reaparecían las desdichas que habían arreciado contra
la república de Miranda. Por todas partes reinaban la
miseria, el terror, el desconcierto. La agricultura, el
comercio periclitaban. Los patriotas no podían aventurarse
fuera de las ciudades sin correr riesgo de ser exterminados
por la gente del campo, sublevada en masa contra sus
libertadores desconocidos y detestados. Los ejércitos
republicanos no encontraban ya ningún guía que los
condujera, y los campesinos se negaban a darles la menor
indicación acerca de los movimientos del enemigo. Las
divisiones no podían comunicarse entre ellas sino haciendo
acompañar las estafetas por importantes destacamentos
que eran atacados y diezmados en el camino, y cuyos
soldados casi nunca llegaban al término de su viaje'.
Mientras tanto, seguía creciendo la ola de la contra-
revolución. Volvieron a ser de actualidad los tradicionales
proyectos de pedir socorro al exterior, y sin duda que por
entonces pensó el Libertador en solicitar el apoyo de
alguna gran potencia en favor de la libertad americana.
Cuando su regreso a Caracas, Bolívar, consciente de la
fraoilidad de su obra, había preparado ya los caminos
para esta política. Se había dedicado con empeño a
desarraigar en el espíritu de sus compatriotas la jenofolua
secular ". Había aumentado ésta desde la proclamación de
la Independencia. Habiéndose declarado dueños de su
territorio, los Americanos sentían más envidia y aver-
sión aún hacia los extranjeros, por creer que les movía
sólo el deseo de explotarles y de esclavizarles. Bolívar
rombal ió con constancia tales sentimientos. Promulgó, el
Ui de ao'oslo de 1813, un decreto de llamamiento a los
extranjeros, prometiéndoles grandes ventajas si venían a
establecerse en el país. A los (pie se alistaran en el ejército
1. V. MiTKK, op. cit., i. 111, cap. xxxviii, in fine.
2. V. O'Leart, Memorias, t. I, cap. xi.
EL LIBERTAnOn 515
nacional se les declararía « el derecho de ciudadanos de
Venezuela y se recompensarían sus servicios de un modo
competente '■ ».
Las intenciones del Libertador, se limitaron, sin
embargo, a esta manifestación. Las circunstancias no le
permitieron renovarla bajo una forma más directa y más
efectiva. Además, en aquella época había cierto número
de emisarios americanos ocupados en negociar, en los
Estados Unidos y en Europa, la obtención de socorros o
de alianzas. No se hacía grandes ilusiones Bolívar acerca
del éxito de aquellas embajadas; pero, así y todo, convenía
conocer con precisión su resultado para adoptar nuevas
medidas. Por otra parte, la situación era singularmente
turbia en cada uno de los estados de los cuales pudiera
esperar algún apoyo Venezuela. Los Estados Unidos pare-
cían firmemente decididos a no apartarse, tocante a su
política sudamericana, de la más ineficaz de las neutrali-
dades benévolas. De Liglaterra, fiel a la alianza española
y por entonces cerrada a toda solicitación, había menos
que esperar aún. Las misiones periódicas que los insu-
rrectos enviaban a las Antillas inglesas recibían en
éstas una acogida del todo desalentadora^. En Londres,
López Méndez no era ya recibido en el Foreign Office y
sus cartas quedaban sin respuesta ^. Los humildes esfuerzos
de la diplomacia sudamericana parecían, sin embargo,
mejor apreciados en Francia, y, siquiera por este lado,
podía Bolívar no desesperar aún de tener favorable
acogida.
o
En enero de 1814, apenas se conocían en América
los acontecimientos europeos posteriores a la primera
mitad del año anterior. A lo sumo se sabía que los
ejércitos franceses habían evacuado definitivamente
España; que de nuevo se había formado una temible
coalición contra el Emperador, y que los destinos de
Francia se jugaban en aquellos momentos en gigantescos
campos de batalla. Sin embargo, tan colosal era el pres-
1. Decreto del 16 de agosto de 1813. D., IV, 857.
2. Y. Vida de D. Ignacio Gutiérrez, op. cií., cap. v, p. 75.
3. Cartas de 5, 12, 19 de octubre, 5 de noviembre de 1811, etc.
Archives da F, O. Spain, 125.
5^6 BOI.ÍVAK
tigio do Napoleón, que los Americanos eieían imposible
su derrota. Un feliz cambio de fortuna en favor del
Emperador podía decidir también de la suerte de la inde-
pendencia del Nuevo Mundo. Bolívar babía cuidado de no
olvidar las sugestivas declaraciones de Napoleón, en
dicieml)re de 1809. en la sesión del cuerpo legislativo'.
Sal)ía también que el Emperador, para dar más extensión
a la proclama solemne de aquellas intenciones, babía
prescrito que se pusieran en conocimiento de todos los
que so bailaban en relaciones oficiales o privadas con los
criollos.
La neutralidad que su política imponía a Inglaterra
respecto de la América española, determinaba de recbazo
en Francia una corriente favorable a los intereses de los
colonos insurrectos. Napoleón soñó tal vez con sacar
partido de esto, y los vastos proyectos cuyo prólogo
esbozó en aquellos momentos, aunque no dieron resul-
tado, no por eso dejan de ser una de las más interesantes
combinaciones de su genio. La acogida que se. hizo a las
misiones encargadas de notificar el advenimiento del rey
José, la explosión de 1810, los comienzos de la guerra de
la Independencia, revelaron al Emperador los sentimientos
verdaderos del Nuevo Mundo y los recursos morales que
podía ofrecer.
Desde fines de 1809. trató pues de ganar las simpatías
de Sudamérica, y, a pesar de las obsesionantes preocupa-
ciones de la política europea, quedará fija en su espíritu
esta idea : « Manifestará usted — escribe Napoleón, el
13 de diciembre de 1810, a su ministro de relaciones
exteriores ' — en su próxima carta a nuestro plenipoten-
ciario en los Estados Unidos, la satisfacción que ha pro-
ducido en mí la lectura de las últimas cartas de Amé-
rica... Hará usted saber allá... que, en general, deseo
todo cuanto puede favorecer la independencia de la
América española. Hará usted la misma comunicación al
encargado de negocios de América, quien esci'ibirá a su
1, V. supra, lit). II, cap. iv.
2. Napoleón a M. de ('Jutmpagny, ministro de relaciones exteriores,
13 de diciembre de 181U, Correspondance de Napoleón I'^^' puhliée par
ordve de Vempereiiv Napoleón, III. 32 tomes in-8'\ Plon, t. XXI.
KL Lililílt TADOlí 517
ff(»biern(). en lenguaje cilrado, que soy líivoriihlc ;i la
causa de la independencia de los Americanos, que la
independencia de los Estados Unidos no nos ha dado
nicas que motivos de satisíaceión, y que como no tundamos
nuestras relaciones en' pretensiones exclusivas, veré con
placer la independencia de una gran nación, con tal que
no esté bajo la inliuencia de Inglaterra. »
M. Seri-urier, ministro de Francia en Washington,
recibió, en efecto, de París la notificación prescrita', Al
año siguiente, el 1(3 de septiembre de 1811, las intenciones
de Napoleón se precisaron, y, esta vez, era informado
Serruriíír- de que « el gobierno imperial no se limita ya
a aprobar el principio de la independencia de las Colonias
españolas, sino se propone ayudar a ponerlo en ejecución
por medio de envío de armas y por todos los socorros que
dependan de él, con tal que la independencia de dichas
colonias sea pura y simple y que no contraigan ningún
Compromiso particular con los Ingleses ».
Guando llegó a Washington este despacho, Serrurier
había tenido va una entrevista con Telésforo de Orea,
quien, como recordará el lector, había salido, meses antes,
de Caracas^. Acogido afectuosamente en la legación de
Francia el delegado del gobierno de Venezuela, no lo fué
menos bien en la secretaría de Estado federal. Los Estados
Unidos tenían empeño en demostrar las más atentas
disposiciones hacia Francia, quien se mostraba dispuesta
a reconocer las Floridas como posesión americana.
Además, las relaciones del gobierno de la Unión con la
Gran Bretaña eran tirantísimas en aquella época. El presi-
dente Madison y el partido republicano preparaban al país
para una « segunda guerra de Independencia » contra
Inglaterra. Próximos estaban los comienzos (18 de junio
de 1812). y entonces predominaba en Washington la
influencia francesa.
1. M. de Champagny aAI. Serrurier, 29 de diciembre de 1810.
Archives des Aff'uivps Etrangéres. Nueva Granada, Venezuela,
Colombia, 1806 a J821, f '. 32.
2. El duijue de Bassano a M. Serrurier, 16 de septiembre de 1811.
Ibid., f«. 36.
3. Y. supra, lib. II. cap. iv.
618 BOLÍVAR
Orea recibió pues la completa seguridad de que los
Estados Unidos, « animados de los más conciliadores
sentimientos respecto de Venezuela, estaban dispuestos a
reconocer su independencia. Los ministros americanos
en Europa recibirán encargo de aprovechar ocasiones
favorables para obtener que las demás potencias den
igualmente su adhesión a este reconocimiento^ ». Por su
parte, Serrurier aconsejó al embajador venezolano que se
hiciera expedir por su gobierno los plenos poderes que
habían de permitirle « negociar con Francia un tratado
en el que sería reconocida la independencia del nuevo
estado ^ ».
El gobierno imperial supo con satisfacción la llegada de
Miranda al poder ^ y, no dudaba Napoleón de hallar en
aquel general, en otro tiempo al servicio de Francia « un
aliado indicado por el curso mismo de los aconteci-
mientos* ». Por otra parte, se disponía Miranda a enviar
a Pedro Gual a reunirse con Orea^. Así pues, todo parecía
favorable para Venezuela, cuando la caída de aquél
interrumpió bruscamente la negociación. Pero iba ésta a
reanudarse en seguida. De acuerdo con Bolívar, Torices,
presidente del estado de Cartagena, dio encargo, en
octubre de 1812, al venezolano Manuel Palacio Fajardo''
de que fuera a los Estados Unidos y tratara de conocer la
opinión del gobierno federal así como la del ministro
del Emperador respecto del reconocimiento de los
estados sudamericanos. Antiguo miembro de la Sociedad
Patriótica, diputado del Congreso de Caracas, firmante
1. Nota de Mr Barlow, minislio plenipotenciario de los Estados
Unidos en París, a S. E. el duque de Bassano, 8 de enero de 1812,
Archives des Affaires Etrangeres, Nueva Granada, etc., f". 38.
2. Informe del duque de Bassano al Emperador, 18 de enero de
1812, ihid., f^ 26.
3. biforme del duque de Bassano ai Emperador, 18 de enero de
1812, ilnd., f". 26.
4. Ib id.
5. V. supra, lib. II, cap. iv, i^ 5.
6. Nacido en Miragual (Venezuela) en 1784. Diputado en el Con-
greso de 1811 y uno de los oradores más bi'illautes de la Sociedad
Patriótica. A la vuelta de su misión en los Estados Unidos y en
Europa, asistió al Congreso de Angostura en 1818, fué nombrado
secretario de Estado del interior y murió en Angostura, el 8 de
marzo de 1819.
i:i. I.lllKHTADOIl 519
del Acta de Independencia, en íin oíicial del ejército de
Miranda, Palacio, intrio-ante, ilustrado v Heno de celo
político, parecía del todo calificado para triunfar. El presi-
dente Torices, le hizo preparar credenciales en buena y
debida íorma'. ([ue Bolívar prometió hacer ratificar
también por el Congreso de Nueva Granada, cosa que fué
obtenida', y, hacia fines de octubre de 1812, el nuevo
embajador se puso en camino para Washington.
El 25 de diciembre siguiente, Palacio, acompañado de
Pedro Gual se presentó a Serrurier. Le pidió que lo reco-
mendara al gobierno de los Estados Unidos y solicitó, por
nota verbal, « el apoyo del emperador de los Franceses en
favor de su patria^ ». El ministro de Francia animó ense-
guida a Palacio a que fuera a París. Le confió su correo
oficial y se expresaba en estos términos en el informe que
dirigía, al duque de Bassano "^ í « Cartagena es un Estado
que. hasta ahora, se ha defendido con éxito. Se ha atrevido
a ir más de prisa que los demás, y, ya en noviembre
de 1811, proclamó su absoluta independencia. Pero, desde
los desastres de Venezuela, esos peligros han aumentado...
Teme con razón la llegada de nuevos refuerzos a Santa
Marta v la asistencia que los gobernadores ingleses están
dispuestos a conceder a sus enemigos. » Añadía Serrurier
que Palacio había tenido varias entrevistas con el secre-
tario de Estado James Monroe : « no obteniendo de él
más ([ue buenas palabras^. Esta república tiene aún. en
1. CrcdeiKÚales de ü. Manuel Palacio, fechadas en el palacio del
Poder ejecutivo en Cartagena, el 5 de octubre de 1812, firmadas por
Manuel Rodríguez Torices, presidente gobernador del Estado de
Cartagena de Indias, refrendadas por José María Salazar, secre-
tario de relaciones exteriores. Archives des Affaires Etrangéres, ibid.,
f«. 53.
2. Gil Fortoul, quien liace alusión al envío de esta embajada,
indica que Manuel Palacio salió de Barínas para Santa Fe con objeto
de obtener él mismo el consentimiento del gobierno granadino para
la misión de que estaba encargado. Historia constitucional de Vene-
zuela, up. cit., t. I, p. 373.
3. Nota de Manuel Palacio, diputado del Estado Independiente de
Cartagena de ludias al Ministro Plenipotenciario de S. ^I. I. y R.
ante los Estados Unidos, el 25 de diciembre de 1812. Arch. des Aff.
Etr., (Colombia, Venezuela, Nueva Granada, n» 1, f°. 36.
4. 1" de enero de 1813, ibid., f". 39.
5. En efecto, esto es lo que declaraba Palacio en el informe general
que dirigió desde Londres, el 7 de febrero de 1815, para dar cuenta
520 BOLÍVAR
])olítica. la timidez inherente a la debilidad, y teme siempre
comprometerse antes de tiempo con España. Más tarde
perderá esos escrúpulos cuando se haga más fuerte, y esto
es una razón más para tratar desde ahora con Cartagena ».
El 13 de marzo siguiente. Palacio estaba en París. Un
francés, Louis Delpech, establecido anteriormente en
Caracas ' y a quien Marino y Bermúdez habían encargado,
poco tiempo antes, que fuera al extranjero para procurar
armas por cuenta de ellos, se puso en seguida en relación
con el delegado de Cartagena. Juntos dirigieron un memo-
rándum al duque de Bassano", protestando « de su adhe-
sión a Francia y de su odio a los Españoles, los Portugueses
y los Ingleses, culpables de todas las intrigas imaginables
para subyugar y dominar a sus países ». y solicitando
socorros en armas y municiones. Al mismo tiempo pedían
autorización para alistar oficiales de artillería, ingenieros,
jefes de taller y obreros de todas clases.
Las proposiciones de los delegados sudamericanos
fueron escuchadas con solicitud en el ministerio de rela-
ciones exteriores. Según instrucciones del Emperador, el
duque de Bassano hizo dirigir notas al ministerio de la
guerra. Durante algunas semanas. Palacio y Delpech,
creyeron estar a punto de realizar el objeto de su misión.
Se les había hecho obtener audiencia del papa Pío VII en
Fontainebleau, y Napoleón parecía cada vez más inclinado
a que se realizaran los proyectos de intervención en favor
de la Independencia, interesando a ella al Sumo Pontífice^.
Había éste de ratificar los nombramientos de varios obispos
designados por las autoridades republicanas ^. Por des-
m'acia, una vez más desvanecieron los acontecimientos las
esperanzas de los gobiernos americanos y de sus embaja-
dores. La coalición redoblaba sus esfuerzos contra P^rancia,
dando por resultados las últimas batallas, la caída del
al presidente de Cartagena de los resultados de su misión. Y. este
informe en OLhary, Documentos, t. IX, p. 403.
1. Parece haber sido el fundador de la primera imprenta en Vene-
zuela, D., II, 402.
2. El 15 de abril de 1813. Arch. des Aff. Étr., Colombia, I, f^ 57.
3. Informe citado de Palacio al presidente de Cartagena.
4. Nota de Delpech y Palacio al duque de Bassano. Arch. des Aff.
Etr., Colombia, I, f"^ 58 y ss.
El, I.IlllíUTADOlt 521
iMiiporadoi'. el regreso ele los Borhones. IJelpeeh desapa-
reoió. Palacio, que. bajo un u()nil)i'e supuesto', había
entrado en neffoeiaeiones con varios oficiales lieenciados
o
a quienes quería él llevar a Venezuela. íué sospechado de
conspiración, arrestado el 22 de octubre de 1814 y oIjIí-
srado a salir del territ(>rio -.
o
Así pues, sólo coiisigo mismo [)<)día contar Bolívar para
intentar la empresa, ahora imposible, de resistir a sus
enemigos. Desde mediados de enero de 1814. el Libertador
se había reconciliado con Marino. Pero esta reconciliación
fué efectuada demasiado tarde. Yáñez ha salido de Barinas
y a marídias forzadas se dirige hacia Caracas. Los cam-
pesinos hacen causa común con los realistas. Boves y sus
llaneros han invadido los llanos del sur de la capital. Para
apaciguar la formidable insurrección que en aquellos
sitios se prepara, recurre Bolívar a los mismos medios que
los Españoles habían empleado para desencadenarla.
Decide al arzobispo de Caracas, Coll y Prat, a que se
ponga en camino para Calabozo con cierto número de
eclesiásticos ganados a la causa republicana. Pero los
esfuerzos de éstos, más o menos sinceros ^ resultan sin
efecto. No queda más recurso cjue las armas.
Al tener noticia de los movimientos de Yáñez. Urdaneta.
a quien, después de la batalla de Araure, el Libertador
había encaminado hacia San Carlos, donde debía preparar
una expedición contra Coro, tuvo que modificar sus
proyectos; como quería atajar la marcha victoriosa de la
división realista de Barinas. fué a apostarse con 800 hom-
bres en Ospino. no lejos de Araure. Yáñez acudió a
atacarle, el 2 de febrero. La infantería republicana,
formada en cuadros, sostuvo con valentía los furiosos
asaltos de los llaneros. En lo más recio del combate,
Yáñez, que mandajja las cargas, cayó herido por dos balas.
Esto fué, para sus jinetes desconcertados por la resistencia
de los patriotas, la señal de la desbandada. La victoria
habría sido para Lh'daneta si el capit-án Sebastián de la
1. El de Diego OLibf.r, Archives Nationales, F' 634'i.
2. Ihid.
3. V. A. Rojas, Estudio histórico sobre el arzobispo Culi y Prat.,
1873, en D., V. 1151.
522 BOLÍVAR
Calzada no hubiese tomado, a la muerte de su jeíe, el
mando de los fugitivos y no hubiera entrado en Ospino,
abandonado por los republicanos. El cadáver de Yañez fué
descuartizado, y sus miembros enviados a los diferentes
pueblos de quienes se esperaba, por este ejemplo, impedir
la adhesión a la causa realista. En el acto vengó Calzada
el ultraje pasando a cuchillo a la población de Ospino.
Boves, sin embargo, seguía avanzando. Ya estaba sólo
a algunas etapas de Valencia. Por otra parte, sus lugarte-
nientes Morales y Rósete penetraban en los valles del Tuy
al sur de Caracas, sembrando a su paso el terror y la
muerte. Bolívar, que tomaba las medidas más activas por
resistir al acordonamiento de que estaba amenazado el
centro del país, obtuvo de Marino la promesa de que
con toda celeridad marcharía contra la villa de Cura.
Campo Elias, a la cabeza de 1 300 hombres de infantería
y 300 de caballería acudió a esperar a(|uel refuerzo deseado
desde hacía tanto tiempo y que permitiría tal vez cerrar
el paso a Boves. Pero, una vez más, burló Marino las
esperanzas de los patriotas. Campo Elias tuvo que sostener
solo el impetuoso ataque de los terribles lanceros de Boves.
El combate tuvo por teatro la extensa sabana de La
Puerta, a tres leguas del sur de Cura. Fué uno de los más
encarnizados de aquella guerra. La infantería republi-
cana, dislocada, destruida por las sucesivas cargas de los
llaneros, dejó el llano sembrado con las cadáveres de las
tres cuartas partes de sus soldados. Perecieron cerca de
mil hombres. Boves, cubierto de heridas, tuvo, sin
embargo, fuerza suficiente para ordenar el inmediato
degüello de los prisioneros.
La división de Campo Elias, reducida a doscientos
jinetes, partió a rienda suelta a atrincherarse en el desfila-
dero de La Cabrera, cerca de Valencia.
Entonces, los habitantes de Caracas se prepararon para
una defensa desesperada. Rivas, que mandaba la guarni-
ción, reunió mil hombres, tomó cinco piezas de campaña
y salió en socorro de Campo Elias, el 7 de febrero. Morales
le sorprendió tres días después en La Victoria, le atacó.
y estuvo a |)unto de exterminarlo. A pesar de los prodi-
gios de valor llevados a cabo por Rivas. los reclutas,
EL MBERT.VDOR 523
íu'ohaidados, luu'íiu, se dejaban envolver, dispersar, matar
por los jinetes españoles. Los republicanos parecían
perdidos, cuando, de repente, una nube de polvo se
levantó en el camino de Valencia; se oyó el precipitado
galope de una caballería lanzada a toda carrera. Era
Campo Elias que acudía con los escuadrones librados del
desastre de La Puerta. Los soldad(>s de Rivas cobraron
nuevos bríos ante aquel inesperado rcluerzo, y, volviendo
a la ofensiva, obligaron al enemiao a cederles el terreno.
o o
Morales se replegó sobre Cura, mientras Rivas, sin
perder tiempo, iba con 800 hombres al encuentro de
Rósete, cuya presencia era señalada en Charayave, a siete
horas de Caracas. Le derrotó por completo el 20 de febrero,
y continuó su marcha hacia el pueblo de Ocumare, ocu-
pado, diez días antes, por las tropas de Rósete.
Un espectáculo aterrador esperaba en aquel sitio a los
patriotas. Las calles estaban completamente empedradas
con brazos, con piernas, con troncos y con cabezas cortadas.
La población entera había perecido en aquella espantosa
hecatombe cuya vista excitó en Rivas tanto horror como
ira : « La sangre americana es preciso vengarla, — escribía
él al final de su informe oficial a Caracas*, — las víctimas
de Ocumare claman á todos los que tienen el honor de
mandar los países libres de América. Yo reitero mi jura-
mento y ofrezco que no perdonaré medios de castigar y
exterminar esa raza malvada » (la española).
El coronel Juan Bautista Aiismendi, oriundo de la isla
Margarita, a quien hemos visto, ha poco, colaborar con
Marino en el sitio de Cumaná. y que mandaba provisional-
mente la plaza de Caracas, hizo pegar en las paredes de la
ciudad el informe que Rivas acababa de enviarle. Al texto
del informe añadió la siguiente proclama : « Ciudadanos,
a mi vez. juro no perdonar la vida a ningún español. La
sangre de esos descreídos será derramada por órdenes
mías, pues estoy seguro de que semejante sacrificio llenará
de júbilo las espantadas sombras de las víctimas ameri-
canas inmoladas al desalmado furor de sus verdugos. No
puedo dudar de que el Libertador esté animado de seme-
jantes intenciones. »
1. 21 de febrero de 1814. D., Y. ^»15.
CAPITULO III
GUERRA A MUERTE
Mientras sus lusfartenientes acudían de este tnodo a los
o
puntos sucesivamente amenazados por las divisiones espa-
ñolas, Bolívar había vuelto, desde mediados de enero, ante
Puerto Cabello con objeto de activar, una vez más, los
trabajos del sitio. En la situación, cada día más crítica, en
que se hallaban los patriotas, hacíase indispensable la
ocupación de esta plaza. Privados de toda base de opera-
ción seria, recluidos en las regiones centrales de la pro-
vincia de Caracas, en que los realistas estaban en vísperas
de penetrar, los últimos campeones de la República no
podían concebir esperanza alguna sino a condición de
apoderarse de Puerto Cabello. Dueños de los arsenales y
de las fortalezas, resguardados por las murallas, y agru-
pados en torno del Libertador, sólo así podrían prolongar
la resistencia y desafiar tal vez los esfuerzos del enemigo.
Por eso se dedicaba Bolívar, con toda la energía de que
era capaz, a reanimar el espíritu y el ardor de sus sol-
dados. No desesperaba de conseguir, por sorpresa o por
fuerza, llevar a feliz término su empresa. Estaba seguro de
la próxima llegada de Marino y seguía contando con un
regreso favorable de la fortuna.
Por desgracia el dictador de oriente no había hecho aún
su aparición, y, en cambio, afluían al cuartel general los
correos con malas noticias. Al saber la derrota de í^a
Puerta, ([ue entiegaba a Boves el camino de Cai'acas,
Bolívar, confiando una vez más a d'Elhuyar el cuidado
de proseguir las operaciones del sitio, tuvo que resignarse
(ilEUHA A MUERTE
fi tomar el (lamino de Valencia, y se encerró en ella el
5 de lebrero. A su llegada fué informado de los actos de
violencia y de exterminación que las bandas do Rósete
cometían en los valles del Tuy. Supo que Rivas iba a salir
de Caracas, dejando la capital desprovista y casi sin
defensores : « En momento de tan gran peligro — escri-
bía el comandante de La Guayra — ¿^iit^ debo hacer con
los prisioneros detenidos en la fortaleza? La guarnición
es muv reducida v esos prisioneros son muy numerosos... n
Arismendi enviaba tambiéji de Caracas una nota concebida
en términos parecidos.
Se trataba de los Españ(des y Canai'ios arrestados seis
meses antes cuando la entrada de las tropas republicanas
en la capital y que, en número de mil aproximadamente,
llenaban las prisiones de Caracas v de La Guayra. En el
tratado negociado en La Victoria, con los delegados del
capitán general interino D. Miguel Fierro, el 4 de agosto
de 1813, Bolívar había especificado, como hemos visto,
que los Españoles que habitaban Venezuela no serían en
modo alguno inquietados, y podrían emigrar libremente.
Los comisionados no habían podido hacer ratificar el tratado
por las autoridades españolas, y, por su parte. Monteverde
se había negado formalmente a reconocer una capitulación
estipulada con « rebeldes ». En tales condiciones, le había
sido imposible a Bolívar poner término a la detención de
los Españoles, a quienes, represalias consideradas como
legítimas, sometían al tratamiento mismo sufrido por los
patriotas en época de la toma de posesión de Caracas por
Monteverde.
Sin embargo, no lonunciaba el Libertador a la espe-
ranza de vencer la obstinación de su enemigo, v seguía
pioponiéndole la entrega de aquellos prisioneros, guar-
dados en rehenes, a cambio de la ratificación solemne del
tratado. En siete ocasiones distintas fué transmitida esta
oferta a Monteverde. quien, cada vez, la rechazó. Sus
sucesores dieron pruebas de una ter([uedad más cruel aún.
I). Jacinto Istueta. a ([uien los sitiados de Puerto Cabello
habían confiado la defensa de la plaza después d<í
maichaise Monteverde. solicitado de nuevo por Bolívar
para que aceptara un convenio, coiitestó. con motivo de
526 . BOLÍVAR
un ataque sobrevenido algunos días después, exponiendo
al fuego de sus compatriotas los prisioneros venezolanos.
Aquellos a quienes habían respetado las balas perecieron,
sofocados, en las bóvedas '.
No obstante, los desastres se acumulaban; los patriotas
se sentían próximos a una catástrofe. Sus ejércitos estaban
dispersados por todo el territorio. La necesidad en que se
veían ahora, de retirar las guarniciones de La Guayra y de
Caracas, podía precipitar la rebelión de los prisioneros,
la cual se anunciaba como un acontecimiento tan probable
como alarmante. En efecto, desde hacía algún tiempo,
circulaba entre los patriotas el rumor de una vasta conspi-
ración, que los Españoles detenidos en la capital urdían en
connivencia con los jefes realistas. Este rumor, confirmado
por los informes del general Rivas, que pretendía haber
descubierto en el archivo de Rósete las pruebas manifiestas
del complot", extremaba las inquietudes del Libertador.
En fin, de todos modos, la mayor parte de los prisio-
neros eran antiguos soldados de las milicias realistas de
Monteverde. Si conseguían derribar las puertas de sus
calabozos, aquellos cuatrocientos o quinientos hombres,
válidos y resueltos, podían constituir un terrible peligro
en un momento en que los republicanos no llegaban a
reclutar hombres sino a costa de los mayores sacrificios,
y en que la municipalidad de Caracas hacía anunciar por
bandos que « todos los ciudadanos, de doce a sesenta
años, iban a ser llamados al servicio ».
Fácil es, pues, imaginar lo que de angustioso y de trá-
gico tenían las preguntas diiigidas al Libertador por los
comandantes de las plazas de La Guayra y de Caracas. La
contestación de Bolívar fué inmediata y decisiva :
Señor Comandante de La Guayra, ciiidadano
José Leandro Palacios.
« Por oficio de US. de 4 del actual, que acabo de recibir, me
impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa
1. Lallemknt, Hisloire de la Colombio^ op. cil., ch. iv.
2. Informe del 20 de febrero de 1814 mencionado en D., V., 922,
i; 3.
OUEHUA A MUEltTK 52/
plaza ron poca guarnición y un crecido número de presos. En
su consecuencia, ordeno á US. que inmediatamente se pasen
por las armas todos los Españoles presos en esas b()vedas y en
el hospital, sin excepción alguna.
« Cuartel General Libertador en Valencia, 8 de febrero
de 1814 — 2° á las ocho de la noche.
« Simón Bolívar ^ »
Una orden semejante fue expedida al mismo tiempo a
Caracas. Contenía una variante : Bolívar había dictado :
« Ordeno a US. que inmediatamente so pasen por las
armas todos los Españoles detenidos en las bóvedas, con
excepción de los que tengan carta de naturalización. »
Al leer la instrucción que le era enviada Arismondi se
puso iracundo. Exclamó : « ¡Este secretario del Liber-
tador es un huiro; ha escrito con excepción, en vez de con
inclusión ! " «
Esta reflexión feroz da la medida del estado de exaspe-
ración, rayana en demencia, de que estaban entonces
poseídos los patriotas venezolanos. Las ejecuciones comen-
zaron el 13 de febrero, y no terminaron hasta el 16. En
Caracas, en la plaza mayor, en La Guayra ante la fortaleza
de San Carlos, los prisioneros fueron llevados por grupos,
y ejecutados sucesivamente. Un toque de clarín daba la
señal del íusilamiento. Pero pronto se dieron cuenta los
ejecutores de que la pólvora costaba demasiado caro, y,
entonces, los Españoles fueron matados a sable y a pica.
Ochocientos sesenta y seis hombres ^ perecieron así,
fríamente, metódicamente asesinados, teniendo sus ver-
dugos la absoluta conciencia de que cumplían legalinente
con un deber patriótico. Entre los supliciados se hallaban
comerciantes y burgueses tranquilos a quienes nunca se
les había ocuirido tomar las ai'mas contra la Rev(dución.
Había también ancianos, ([ue. por sus enfermedades o por
su avanzada edad, estaban imposibilitados para andar, l'^n
1. O'Leary. t. XIII, n0 221.
2. MiTRi:, Ilisloria de San Martin, t. III, cap, xxxix, p. 376.
3. Cifras oficiales publicadas en los números de la Gaceta de
Caracas de la época.
528 BOLÍVAR
un sillón, amarrados, fueron conduoidos al lugar del
suplicio, y ejecutados sin piedad como los demás.
Tal vez. como pretendían los patriotas, significara un
peligro la presencia de los prisioneros españoles en
La Guayra y en Caracas; quizá también fuera motivado el
degüello por un pensamiento de solicitud respecto del
reducido número de soldados que sobrevivieron a los
múltiples infortunios de la república. Es preciso, sin
embargo, buscar más lejos las causas profundas y el origen
de tal exterminio. « Ellos fueron víctimas de la guerra á
muerte — escribe un historiador americano ' — que con
tanto encarnizamiento se hacían en Venezuela los patriotas
y realistas. Aquel desgraciado país se asemejaba á un vasto
campo de carnicería. » En efecto, tal carácter asumía
aquella lucha atroz, que la matanza de las jornadas de
febrero de 1814 parece no ser sino un vulgar episodio v
ocupar su puesto entre las abominaciones sin cuento de
que las Colonias españolas habían llegado a ser teatro.
En aquel continente, en que los conquistadores mismos
habían puesto tanta furia en destruirse unos a otros,
la violencia y el crimen se habían aclimatado desde el
primer día. Los suplicios : descuartizamiento, tormento,
desuello, horca, autos de fe, se establecieron en el Nuevo
Mundo como el tributo natural de toda rebelión, y.
cuando los colonos hubieron hecho públicas sus aspi-
raciones independientes, las represalias que les espe-
raban no hicieron más que extenderse y agravarse aún
como terrorismo. Por otra parte, los criollos, tomaron, en
muchas partes, la iniciativa de las crueldades recíprocas.
En Méjico, las ejecuciones en masa ordenadas por las
autoridades reales después de la insurrección de Hidalgo,
habían tenido por preludio los excesos y los crímenes
odiosos cometidos por los oficiales y los soldados del cura
de Dolores. En La Plata, los primeros laureles de la revo-
lución en los campos de Suipacha, el 7 de noviembre
de 1810, se mancharon con la sangre de un gran número
de deplorables víctimas. Después de la ejecución de
Liniers. el lu'-roe de la rcconcjuista y de la delensa de
1. Restrepo, t. TI. cap. vi, o. 227.
GUERIIA A MUEUTE 521»
Buenos Aires, en Cabeza del Tigre, la reacción íué n'|HÍ-
mida sin piedad en las provincias del interior. El general
Caslelli, enviado al Alto Perú, ordenaba, algunas semanas
inás tarde, conforme a las instrucciones de la Junta, el
asesinato, en sus prisiones, de los jefes militares y civiles
de la resistencia española : Nieto, Córdoba y Sanz,
(( en señal de ([ue la guerra entre realistas y patriotas
era á muerte ^ » .
Desde que se generalizó la Revolución, todo sentimiento
de piedad, de humanidad, pareció haber desaparecido.
De Méjico, donde el carácter salvaje de la guerra se
acentuó desde el momento en que el general Calleja
obtuvo, en el puente de Calderón, su grande y sangriezita
victoria contra Hidalgo, al Perú, donde las menores velei-
dades liberales eran ahogadas en suplicios; de Quito, que
temblaba aún ante el recuerdo de las hecatombes de 1810,
a Nueva Granada, ensangrentada por las guerras civiles y
por la insurrección de sus provincias de Pasto y de Patia,
que renovaba las trágicas escenas de la chuanería ven-
deana, se instauró un régimen espantoso de horrores y
exterminio. También en esto partió de Venezuela el
ejemplo y la señal : allí. Españoles y criollos rivalizaban
de ferocidad : por el martirio de España y de sus compa-
ñeros comenzó la Revolución. El hecho, inaugurado por
entonces, de exponer públicamente en jaulas de hierro
los miembros de los supliciados, llegó a ser una cos-
tumbre, y a nadie extrañó ver los realistas, en la época
del primer desembarco de Miranda, o a los patriotas,
cuando la insurrección de los Canarios en 1812, recurrir
al acostumbrado y siniestro despedazamiento.
Pronto se hizo imposible impedir a los guerrilleros y a
los mismos milicianos que mataran a los prisioneros
después del combale. T^a guerra llegó a ser una guerra a
muerte y sin perdón. La vista de los tormentos, el olor
de la sangie, parecían haber despertado, entre el bajo
pueblo llamado al ejército, los instintos despiadados del
caribe, del negro de las selvas africanas, del matón del
populacho español trasplantado cuando la Conquista. Sin
1. MiTRr, Ili.ttnria de Belgrnno, op. cit., t. I, cap. xi, p. 269.
34
530 BOLÍVAR
embargo, el hecho de que patricios de elevada cultura
como los Briceño. los Rivas, los Urdaneta, los Marino,
los Arismendi y tantos otros se dejaran arrastrar a las
atrocidades que empañan su gloria, no puede explicarse
sino por razones de orden patológico. El « contagio del
homicidio » tan positivo, diremos con uno de los más
célebres criminalistas contemporáneos S como el de las
enlermedades ordinarias, fué la causa evidente de la
participación de las altas clases americanas en la epopeya
de excesos y crueldades c^ue caracteriza las primeras
guerras de la Independencia.
En electo, en los comienzos, en los tiempos idílicos
del marqués del Toro y de la primera república venezo-
lana, los jefes patriotas hacían gala de una constante
generosidad respecto de sus enemigos. Perdonaban
siempre la vida a los prisioneros, y el comportamiento de
Miranda, al oponerse éste a la ejecución de los promove-
dores de la rebelión de Valencia, fué precisamente uno
de los cargos que los adversarios del Precursor alegaron
más tarde contra él. Idéntica benevolencia demostraba el
gobierno de la meti'ópoli. A las conciliadoras disposiciones
de los Proceres había respondido España con manifesta-
ciones análogas. La Junta Central, la Regencia habían
nombrado o enviado a las Colonias Pacificadores, criollos
en su mayoría, encargados de anunciar prontas reformas.
Pero cuando la metrópoli dispuso de nuevo de las
tropas inmovilizadas por la invasión francesa, recurrió,
en América, a la fuerza de las armas para reprimir la
insurrección. Eran incomprensibles para ella los verda-
deros motivos de la sublevación. Exasperados por la
resistencia de aquellos colonos, a quienes por instinto
despreciaban, y a ([uiencs estaban convencidos de haber
Iralado con exagerada clemencia, los Esj)añoles, destle
aqiud momento, opusieron a los d rebeldes » un teri'o-
lismo <[ue sus represeulantcs no lartlaron en erigir en
sislema. Proclamaron el bloqueo y el estado de sitio en
1. SiGHELE, La Foule Criminelle, in-8o. Alean, 1905, p. 32.
])ii. R. Blanco Fombona, en un esUidio acerca de « La Guerra a
Muerte » publicado en el Constitucional de Caracas en diciembre de
1906 y enero de 1907, ha expuesto magistralniente este punto de vista.
GUERRA A MUEiriE 531
líulas las provincias, lomaron a su vez la otcnsiva,
ni'dicron conspiraciones, excitaron a los Americanos unos
contra otros, v no retrocedieron ya ante ningún medio
para llegar a vencer la i'esistencia. La leroz brutalidad
(|ue dict() la adopción de a<[uellas medidas iba a hacer
iirei'onciliable la separación entre la madre patria y las
(^()l()n¡as '.
Monteverde iué ([uien puso en práctica, en Caracas,
esta nueva política. Kl régimen sanguinario a (|ue sometió
la colonia enloqueció literalmente a los patriotas, les
Inspiró exceso por exceso, v les condujo a emplear tanta
ci'ueldad como mansedumbre habían tenido hasta entonces.
Además aparecieron en el teatro de la guerra caj)¡tanes
improvisados, chusma y bandidos de prolesión. que
supieron imponer sus servicios a los gobernadores espa-
ñoles que no sabían cómo hacer trente a la insurrección,
y que se veían obligados a tomar defensores donde podían.
Entonces, la lucha acabó de revestir el carácter horrible
([ue conservó en lo sucesivo : « guerra tremenda, en
efecto, guerra de navaja, guerra de exterminio, más épica
v desesperada por parte de los rebeldes, más cargada de
odio V furibunda en las filas españolas, guerra inexpiable
también, con sus esplendores y sus salvajadas, sus
páginas a lo Floro, con la realista concisión de los relatos
de Pólibo, sus rasgos dignos de los Olimpios, héroes de
Troya, v otros que parecen resucitar los inventivos
horrores de las batallas de Amílcar ' ».
Tomemos, al azar, y vemos, por una ])arte, al siniestro
trío de Cervériz. jurando no perdonar la vida a ningún
patriota v que se enorgullecía, con razón, de no haber
dejado de cumplir ni una sola vez este juramento; de
Antoñanzas, despiadado asesino de niños y de ancianos,
vcrdun»» sádico de instintos de chacal, cuva habitual
distracción consistía en hacer abrir el vientre de las
mujeres embarazadas; de Zuázola. ([ue hacía mutilai' a los
muertos y ex])edía a las ciudades cai<)nes llenos de oi(>-jas
corladas ([u<> ios icalistas clavaban en sus puertas (t ponían
1. V. ÜiKviMs, t. VI. p. I.'ÍS-IS?.
2. DESI'AONAT. 0J>. (■//., p. o50.
532 BOLÍVAR
en sus sombreros a modo de escarapela. Zuázola se distin-
guía, además, por invenciones inimaginables. Cuando se
hacía dueño de un pueblo, hacía desfilar ante él a todos
sus habitantes; entonces, les cortaban las narices, las
orejas, las mejillas; los cosían, acoplados, por los hom-
bros; o, también, después de desollarles la planta de los
pies, les hacían andar sobre chinarros puntiagudos o
cascos de botellas rotase
Por otra parte, vemos a Boves, monstruo con cara
humana, cuyo retrato es, por cierto, revelador : « Era,
según uno de sus biógrafos ocasionales '^, de mediana
estatura, ancho de hombros, rematados por una enorme
cabeza de ojos azules y turbios hundidos en cavidades
profundas; frente muy estrecha, pómulos salientes, la
barba rala y rojiza, la nariz y la boca parecidos al pico
de un ave de rapiña. » Pasaba con sus « soldados ban-
didos^ )) como un huracán devastador, renovando, al cabo
de tres siglos, el legendario recuerdo del terrible López
de Aguirre. Mucho tiempo después de las guerras de la
Independencia, enseñábanse aún a los extranjeros las
horrorosas huellas del paso de la legión infernal y de su
capitán : en muchos sitios se alzaban calvarios en forma
de pirámide cubiertos con los cráneos de los combatientes
y de los prisioneros^. El buril de Goya y el pincel de
Valdés Leal habrían hallado en esto materia para nuevas y
terroríficas imágenes.
Un hecho entre cien otros caracterizará los procederes
habituales de Boves, cuya bandera había sido bautizada
por él mismo « el Pendón de la Muerte ». Acababa de
llegar Boves con sus hordas a un pueblo del cual habían
huido todos los habitantes. Un anciano, único que no
había podido escapar, fué llevado ante el capitán, quien dio
1. V. MoMF.NEGRO, Geografía, etc., t. VI, p. 133 y ss., Heredia,
op. cit., lib. II; Gervinus, op. cit.
2. J. V. González, Rasgos biográficos del General José Félix fíivas.
Revista literaria. Caracas, 18G5.
3. Así es cómo los calificaban los primeros gobernadores españoles.
Y. Informe del general Montalvo, virrey de Nueva Granada, a la
secretaria de guerra, 31 de octubre de 1814, citado por Mitre, 1. III,
p. 393.
4. Gervixus. t. VI, p. 265.
GUERRA A MUERTK 533
en seguida orden de matarlo. De repente, apareee un niño,
se arroja a los pies de Boves y exclama : « Por Dios y por
la Virgen, os ruego que perdonéis a este pobre hombre,
([ue es mi padre. Salvadle, y seré vuesti'o esclavo. » —
« Está bien, respondió Boves con sorna; pero, para salvar
a tu padre, ¿te dejarías cortar las narices y las orejas sin
j)roferir una queja? — Sí, sí, exclama el heroico niño, y,
estoicamente, sufre el horrible suplicio )). — « Matad al
v¡(>jo. dijo entonces Boves, es rebelde al rey, y matad
también al niño; es un valiente, que, a su vez. llegaría a
ser un rebelde si se le dejara vivo '. »
En la nomenclatura de los protagonistas de la guerra a
muerte, convieuí; dedicar también un puesto a aquel
i'ray Ensebio del Coronil, de quien Monteverde había
hecho su capellán : a([uel carnicero tonsurado, « capuchino
degenerado de las misiones del Apure, que en sus modales
y palabras parecía más bien capitán de bandoleros que
religioso de San Francisco » y que « en Valencia al partir
una compañía para San Garlos exhortó en alta voz á los
soldados á que de siete años arriba no dejasen vivo á
nadie '-. » Tampoco hay que olvidar a Rósete y a Yáñez,
que llevaban en su equipaje varillas de hierro cuya extre-
midad formaba las letras R (republicano) o P (patriota),
con objeto de marcar con ellas, a fuego, la frente de los
insurrectos. Innumerables son aquellos verdugos cuyo
valor personal no puede disculpar los crímenes que come-
tieron.
Por parte de los patriotas, los jefes no eran, en este
sentido, menos crueles que los realistas. Durante la cam-
paña de occidente, Bermúdez hizo hecatombes de pri-
sioneros, y ya hemos visto que, cuando la toma de
Curaaná, Marino ejecutó a cerca de doscientos, sin que
para nada interviniera la más rudimentaria justicia. El
margarileño Arismendi, procedente de una familia rica y
distinguida, oficial de mérito, v cuya moderación, al
j)i'ineipio, era celebrada por los Españoles mismos, dio
1. V. reíalo de Schryver en Esquisse de la vie de BoUvar. Bruselas,
1899, p. 53, según O'Leauy, Memorias, I, p. 188.
2. Hfriuíka, Mémoiips, op. c¿(., p. 1155. V. también íIEspagnat,
op. loe. cit.
534 bolívar
prueba, en la realizaeión de la matanza de Caracas, de un
celo y un júbilo de tal modo espantosos, que se hicieron
proverbiales su salvajismo y su inhumanidad. Algunos
oficiales europeos que. más tarde, sirvieron en Venezuela,
al mismo tiempo que rendían justicia a las sobresalientes
condiciones de sus compañeros de armas, no pudieron
nunca vencer el sentimiento de pavura y de aversión que
les inspiraba Arismendi. Algunos hablaban de « su risa
sarcástica. parecida a la de la hiena ' ». « Todo pintor
psicólogo — escribe otro — que cjuisiera dibujar una
fisonomía de malhechor rematado, escogería para su
retrato esa cara de bandido, esos ojos bizcos con su expre-
sión de astucia iría, v esas facciones groseras formadas
por la nariz, la boca y la barbilla. »
Alto, delgado, y de ademanes corteses. Arismendi
presentaba, al contrario, bastante regularidad en las líneas
de su rostro. Un ligero estral)ism(> no alteraba la expre-
sión enérgica y sosegada de su fisonomía. La verdad es que
Arismendi sufría, como la mayor parte de sus contemporá-
neos, el irresistible impulso de una época poseída de la
locura de violencia. José Félix Rivas. tío político del Liber-
tador, ciudadano cuerdo, sesudo y de notoria distinción,
manchó en Niquitao. Los Horcones, La Victoria, con abo-
minables matanzas sus hazañas. El rasgo más significativo
de aquella demencia asesina que parecía haberse apoderado
de todos los cerebros lo dará el vencedor del Mosquitero,
español de nacimiento : Campo Elias. Después de haber
hecho ejecutar sucesivamente a sus padres y a uno de sus
tíos, bienhechor suyo, exclamó, en arrebato furioso :
(( Después que matara á todos los Españoles, me degollaría
yo mismo, y así no quedaría ninguno -. »
El patricio Antonio Briceño, cuya inoportuna interven-
ción durante la campaña de Venezuela, en 1813, cono-
cemos, había, como tamlíién recordará el lector, trabado
amistad en Cai'taíjena con cierto número de exaltados.
o
entre los <|ue había algunos aventureros franceses. El
1. Recollections of a spr\'ice of three years diiring the war of exter-
miiialion in the Republics of Venezuela and Colombia hj an officer
of the Colombian navy. Londres, 1828, citado por Gervinus, VI, p. 293.
2. Baralt y Día/,, Resumen, etc., op. cit., t. I, p. 180.
ClKltllA A MUEItTE ."iSS
contrato ([ue con ellos firnió en vísperas de su salida para
el inlei'lor de Nueva Granada merece ser citado como
ejemplo típico de los sentimientos que habían lleoado a
ser naturales en los republicanos exasperados : « Como
el fin principal de esta guerra es el de exterminar en
Venezuela la raza maldita de los Españoles de Europa, sin
exceptuar los isleños de Canarias, lodos los Españoles
son excluidos de esta expedición, por buenos patriotas
que parezcan, puesto que ninguno de ellos debe quedar en
vida... Para tener derecho á una recompensa, ó á un grado,
bastará presentar cierto número de cabezas de Españoles
ó de isleños canarios. El soldado que presente veinte, será
hecho Abanderado en actividad : treinta valdrán el grado
de Teniente : cincuenta, el de Capitán, etc. ^ »
II
Cuando, decididos a obrar por sí mismos, Briceño y
sus compañeros, después de haberse reunido con Bolívar
en Cúcuta en abril de 1813, salieron a escondidas del
cuartel general, no dejaron de poner en obra su siniestro
programa. Mataron a algunos indefensos campesinos de
San Cristóbal y enviaron dos cabezas cortadas a Bolívar y
a Castillo. El envío iba acompañado de una carta que,
scofún el memorialista Díaz'^. había escrito con sanare
Briceño.
Bolívar se estremeció de horror al recibir a([ueIIos
repugnantes trofeos, y dio orden de perseguir, de arrestar
1. Este curioso documento ha sido publicado por primera vez en
las Mémoires da General Morillo, París, 1826 (pp. 3 a 8). Está
fechado en Cartagena, el 16 de enero de 1813, año 3° de la Indepen-
dencia, firmado por Antonio Nicolás Briceño, y seguido de la mención
textual siguiente : « Los inscriptos habiendo leído las presentes
proposiciones, aceptamos y lirmamos, conformándonos con todas
ellas, según están escritas : en fé de lo cual, y poi- nuestra propia
voluntad suscribimos con nuestro propio puño : Antonio Rodrigo,
capitán de carabineros; Joseph Debraine: Luis Márquez, teniente
de caballería; Georges Delon : B. Henríquez, teniente de cazadores;
Juan Silvestre Chaquea; Francisco de Paula Navas » Se halla
reproducido en D., IV, 837.
2. Recuerdos, etc., p. 73.
536 BOLIVAR
y de que le llevaran aquel « satánico alueinado » — tales
fueron sus propias palabras' — que cometía tales atroci-
dades, y a quien iba a sentar duramente la mano. La indig-
nación de Bolívar era sincera. Por resuelto que estuviera
a no retroceder ante ninguna de las medidas capaces de
asegurar el triunfo de la Independencia, tenía el Liber-
tador una noción demasiado elevada de su causa para
consentir, ej: abrupto, excesos que sus instintos v su
educación reprobaban igualmente. En un informe al
presidente de la Unión-, redactado a raíz de este aconte-
cimiento, dice : «... Soy tan opuesto á permitir crueldades
o violencias, que no obstante ser la táctica del Magdalena
incendiar los lugares que se tomaban, yo no he quemado
una paja, ni menos saqueado una casa y los únicos pueblos
que existen en ambas riberas lo deben á mi clemencia.
Mi expedición ha estado cerca de dos meses en la ciudad
de Ocaña y tan solo un individuo hizo un robo de diez
pesos, y fué castigado con dos carreras de baquetas, sin
que de resto hubiera la mas mínima queja contra ningún
soldado. ))
Sin embargo, el medio obraba sobre el espíritu de
Bolívar. Las necesidades de la lucha, la voluntad de
lograr éxito por todos los medios, la exaltación que se
apoderaba de los oficiales, iban a vencer los sentimientos
naturales del Libertador. La noticia de las persecuciones
que Monteverde ordenaba en Caracas llevó al paroxismo
la ira de los jefes que constituían la plana mayor de
Bolívar. Ya no había indiferentes entre los patriotas.
Camilo Torres mismo, tan digno siempre y tan dueño de
sí, se dejó arrastrar por la cólera hasta el punto de dar
consejos implacables. En su procdama del 20 de mayo,
llegada recientemente al cuartel general, escribía :
« ¡Sacrificad a cuantos se: opongan a la lil)ertad que ha
proclamado Venezuela! » El ejército libertador contaba
por entonces a lo sumo unos mil hombres, a (piienes los
Españoles concenti-ados en Barínas, en Maracaibo, en
Caracas, esperaban en número formidable. No podía espe-
J. IjAuuazábal, i, p. 170.
2. Cuartel general de San José de Cúcula, 7 de mayo de 1813. D.,
IV, 808.
r.UF.nRA A >ÍURRTR 537
raise la salvación de la patria sino a condición de estar
heroicamente dispuesto a vencer o a morir por ella.
Bolívar, que, entretanto, acababa do tener, en Mérida,
noticia detallada de las atrocidades perpetradas en su
ciudad natal, se sintió, a su vez, ganado por el furor.
Supo también que Briceño acababa de caer en manos de
los Españoles, y que, no contento con haberlo ejecutado
con todos sus compañeros, el coronel Tízcar enviaba al
cadalso a muchos de los principales criollos de Barínas.
Esta última noticia, aunque inexacta, pareció entonces
harto verosímil para ser puesta en duda^ Tan cruel
injusticia exigía represalias : « Nuestra bondad se agot() ya
— proclama Bolívar — y puesto que nuestros opresores
nos lúerzan á una guerra mortal, ellos desaparecerán de
América, y nuestra tierra será purgada de los monstiuos
que la infestan. Nuestro odio será implacable, y la guerra
será á muerte "^. »
Días después, en Trujillo, se confirman las noticias de
Caracas. Patriotas que han podido substraerse a las
persecuciones de Monteverde acuden a llevar a Bolívar el
autorizado testimonio de los suplicios infligidos a sus
padres, parientes, amigos. Insisten sobre los tormentos
de los prisioneros encerrados en los calabozos y los
pontones de La Guayra y de Puerto Cabello. Refieren aún
otras matanzas : Calabozo, San .luán de los Morros,
Aragua... Estos relatos acaban de enloquecer a los
oficiales de Bolívar. Descencadénase la exasperación del
Libertador, y, bajo la forma solemne de una « Proclama
del General en Jefe del ejército libertador de Venezuela á
los Venezolanos », pronuncia la sentencia irrevocable :
(( La justicia exige la vindicta y la necesidad nos obliga á
tomarla. Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun
siendo indiferentes, si no obráis a(!tivaniente en obsequio
de la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la
vida, aun cuando seáis culpables ^ »
Esta terrible declaración recibió el unánime asenti-
1. V. Rf.stuepo, II, cap. v, p. F»l.
2. Proclama a los Venezolanos, (liiartel general de Mérida, 8 de
junio de 1815. D., IV, 829.
3. Cuartel general de Trujillo, 15 de junio de 181!!. D., IV, 831.
•■>38 BOLÍVAH
miento del consejo de guerra al que la sometió Bolívar en
la noche del 15 de junio de 1813. Era, en realidad, la
consagración formal de un estado de hecho generalizado
por entonces en todas las colonias españolas del Nuevo
Mundo, y las palabras del Libertador no hacían más que
traducir el sentimiento universal.
En electo, América toda se ha vuelto una carnicería;
en ella se cometen las más inicuas abominaciones, y los
protagonistas de la Independencia, desde los jefes
supremos hasta los más obscuros caudillos, se hallan, en
todo el territorio, empeñados en acpella guerra a muerte
c[ue, por su parte, persigue con igual encarnizamiento el
enemigo. Los comunicados del virrey de Méjico al consejo
de Regencia mencionan de continuo matanzas y sacjueos.
No hay un solo despacho del general Calleja en el que no
se trate de pueblos reducidos a cenizas o de prisioneros
degollados fría y despiadadamente : « La guerra en Nueva
España era. en realidad, el Monstruo Inmortal del poeta,
aterrador, espantable, cruel e indomable. Era una guerra
de destrucción como aquellas guerras romanas durante las
cuales los jefes de los conquistadores civilizados daban,
como en la época que nos ocupa, ejemplos de una barbarie
mayor que la de los bárbaros mismos, violando los
tratados, haciéndose culpables de traiciones sangrientas,
y matando a los prisioneros*. »
En Quito y en el Alto Perú, cinco años de combates y
de suplicios habían acostumbrado a la gente del país a
admitir con serenidad las más espantosas calamidades.
Nadie temía verter su propia sangre, y todos deseaban
derramar la de sus contrarios-. En Chile, la nobleza de
corazón y la firmeza del gran patriota O'Higgins, a la
sazón general en jefe de las tropas independientes, nada
podían contra los excesos y las venganzas que habían
cobrado nuevos bríos con motivo del desembarque de la
expedición enviada por el virrey de Lima (fines de 1812).
Así pues, en todas partes, guerra, guerra feroz, desespe-
rada. San Martín mismo, único entre los generales
1. Gervinus, VI, p, 162.
2. Cortés, Ensayo sobre la Historia de Solivia, p. 80, citado por
Mure. Historia de San Martín, t. I, cap. v, p. 235.
cuehha a mukrtk .">39
americaiKíS que poseía una educación militar completa y
que había hecho en Kuropa serio aprendizaje de las
armas, el único también (jue combatía con un ejército
relativamente bien adiestrado, equipado y organizado,
San Martín dio. a laíz de una batalla', orden de ejecutar
a un oficial español prisionero, y justificaba su conducta
en estos términos ante el g-obierno de Buenos Aires :
o
« Aseguro á V. E. que a pesar del horror que tengo á
derramar la sangre de mis semejantes, estoy altamente
convencido de que ya es de absoluta necesidad el hacer un
ejemplar de esta clase... Al ver que nosotros tratábamos
con indulgenciad un hombre tan criminal como Landívar...
creerían, como creen, que esto más c|ue moderación era
debilidad, v que aun tememos el azote de nuestros antiguos
amos ■-. »
En estas mismas consideraciones estaba basada la
proclama de Trujillo. la cual comprueba una vez más
hasta qué punto se personificaba en Bolívar la Revolución
sudamericana. Generoso primeramente como había sido
ella generosa en sus principios v en sus comienzos, el
Libertador demostraba ahora la implacable crueldad ([ue
a todos se había impuesto. Tal es el sentido de aquel llama-
miento oficial al exterminio. Cierto que la grande alma
de Bolívar era capaz de amor extremado y de odio rayano
en furor ^ ; la voluntad soberana que le mandaba subordi-
narlo todo al ideal del cual se había él instituido artífice
no conocía traba 'alguna : imposible negar que la guerra,
sobre todo tal como la comprendían entonces, fuera una
cosa teri'ible; pero la patria es cosa sublime, y el culto que
de ella tenía Bolívar hacía que para nada contara todo lo
demás. Sin embargo, en la proclama de Trujillo es preciso
vei" algo más ([ue un acto representativo, y más que una
1. La de Santa Cruz de la Sierra, el 15 de enero de 1818.
2. Informe del general San Martín al gobierno de la Plata, 16 de
abril de 1814. Archivo de la Guerra de Buenos Aires, citado por
Mitre, op. cit.. i. I, cap. iv, p. 234.
3. « Usted me conoce, decía Bolívar en carta particular, y sabe que
soy más generoso que nadie con mis amigos y con los que no me
hacen daño, y también sabe que soy terrible con aquellos que me
ofenden ». — Carla de Bolívar a Juan Jurado. Campo de Techo,
8 de diciembre de 1814. Epistolario, t. I, p. 30.
540 BOLÍVAR
explosión de genial arrebato : la proclama implicalja una
idea; era una iniciativa de alta y previsora política.
En este sentido. la declaración de guerra a muerte
lanzada por Bolívar, aislado entre asechanzas y enemigos
sin cuento, con un puñado de heroicos aventureros, sin
duda alguna que sólo un precedente ha tenido en la
historia moderna : la sublime osadía de Hernán Cortés
quemando sus naves para aniquilar en el ánimo de sus
compañeros toda esperanza de salvación que no fuera la
victoria'.
Al proclamar públicamente el irremediable odio de los
Americanos hacia los Españoles, perseguía Bolívar un
triple fin. Ante todo, hacer imposible, para el porvenir,
toda reconciliación. Pensaba también el Libertador que.
si no la persuasión, cuando menos el temor haría que
volviesen a él aquellos de sus compatriotas que por
simpatía o por interés servían la causa realista. Y. en fin,
pretendía atenuar, ante las naciones extranjeras, en vista
del futuro reconocimiento de los Estados independientes,
la desfavorable impresión provocada por las atrocidades
de que era teatro el Nuevo Mundo, y que los Españoles
atribuían a los Americanos, exclusivamente.
Por otra parte, no podía impedir Bolívar que la natura-
leza de los acontecimientos y de los hombres fuera, en
América, distinta de lo que era en realidad. A más de
esto, le era tanto más imposible detener el sangriento
curso de la Revolución, cuanto que, ya por convicción, ya
por sugestión de los hechos, él mismo se hallaba compro-
metido en aquel movimiento. No obstante, su clarividente
genio le suministraba medio de sacar partido de las
inevitables fatalidades, haciendo ([ue le fueran propicias.
Pues, al poner al pie de una proclama solemne su firma
de general en jefe al mando de los ejércitos de una repú-
blica, confería, en cierta medida, el carácter de comba-
tientes a sus compatriotas, reducidos, por el juego de las
circunstancias, al empleo de los mismos medios de guerra
que contra ellos empleaban sus enemigos. Por estas
razones, el « decreto » de Trujillo translormaba a las
1. V. Blanco-Fombona, rtí7, cit., § G.
nUERKA A ¡MUERTE 541
bandas sudamericanas en cuerpos de beligerantes, y, sus
venganzas, en legítimas represalias.
Tres meses después, tomada Caracas, y restablecido el
gobierno, Bolívar, dirigiéndose a las « Naciones del
Mundo ^ », publicó otro manifiesto en el que su pensa-
miento, precisado, se revelaba sin rodeos. Después de
haber detallado largamente las « atrocidades y los crí-
menes » cometidos por los Españoles « hasta entonces fué
nuestro ánimo, y también nuestra conducta, declaraba,
hacer la guerra como se hace entre naciones cultas; pero
instruidos de que el enemigo quitaba la vida á los prisio-
neros, sin otro delito que ser defensores de la libertad y
darles el epíteto de insurgentes... resolvimos llevar la
guerra á muerte, perdonando solamente á los Americanos,
pues de otro modo era insuperable la ventaja de nuestros
enemigos... »
Este afán de tener cuenta con la opinión extranjera y
de justificarse ante ella aparece también, algún tiempo
después, en una correspondencia de Bolívar con el gober-
nador inglés de Curazao, sir James Hodgson, quien
acababa de intervenir en favor de los prisioneros espa-
ñoles de Caracas y de La Guayra. Pedía el gobernador a
Bolívar que autorizara la salida de dichos prisioneros :
« V. E. no se ha engañado, escribe el Libertador, en supo-
nerme sentimientos compasivos ; los mismos caracterizan
á todos mis compatriotas. Podríamos ser indulgentes con
los cafres del África; pero los tiranos españoles, contra
los mas poderosos sentimientos del corazón, nos fuerzan
á las represalias ". »
Dando cuenta, en otra carta ^, de las múltiples instan-
cias dirigidas por él a Monteverde con objeto de obtener
el canje de los prisioneros, hace observar Bolívar a sir
James que, estos « en fuerza de una ley anterior, dictada
tanto por la necesidad como por la justicia, deben ser
decapitados, » Sin embargo, hizo aplazar la ejecución.
Hace cuanto puede para evitarla. ¿No ha llegado hasta pro-
1. Maniliesto a las rs'aciones del Mundo. Cuartel general de
Valencia, 20 de septiembre de 1813. D., IV, 873.
2. Valencia, 2 de octubre de 1813. Epistolario, t. I, p. 25.
3. Valencia, 20 de octubre de 1813. Id., t. I, p. 27.
542 BOLlVAIi
poner a Monteverde devolverle los mil piisioneros de que
se trata, no obstante « las ventajas de esta pi-oposición para
los enemigos » contra un corto número de los patriotas dete-
nidos en Puerto Cabello? Y añade el Libertador : « Llevó
estas proposiciones benéficas el Presbítero Salvador García
de Ortigosa, sacerdote venerable... La audiencia dada al
virtuoso parlamentario... ha sido encerrarle en una bóveda,
habiéndose escapado de la muerte á costa de ruegos y de
lágrimas. Yo suplico á V. E. me indique ahora qué partido
de salud nos queda con estos monstruos, para los cuales
no hay derecho de gentes, no hay virtud, no hay honor,
no hay causa propia que reprima su maldad. Yo había
querido ser generoso, aun con perjuicio de los intereses
sagrados que defiendo; pero los bárbaros se obstinan en
ejercer la crueldad, aun en daño de ellos ^ »
Con proiunda y sincera compasión deploraba así
Bolívar las funestas consecuencias de la guerra a muerte.
El hombre a quien el amor de su patria embargaba hasta
el punto de no retroceder ante las medidas extremas
exigidas por la lógica de ese amor, no veía sin dolorosa
angustia desaparecer, cada vez más, en América, los repre-
sentantes de la raza caucásica, a A ellos fué á quienes
degollaron los españoles de preferencia, dirá mas tarde el
Libertador,... y al ejecutar la pena de tallón, los republi-
canos, hemos tenido que hacerlo sobre los Europeos y
Canarios de la raza ([ue debía civilizar los desiertos de
(Colombia '". »
Licalculal)lcs fueron, en efecto, los daños causados por
aquellas sangrientas hecatombes, y por espacio de varias
generaciones se ha resentido de ellas América. Además,
desde 1816 ^ tomó Bolívar la iniciativa de abolir las mortí-
feras costumbres de la lucha que continuaba, y. desde
1. El 24 de febrero de 1814 hizo dirigir Bolívar, por el secretario
de Estado Muñoz Tébar, un nuevo « Manillesto a las Naciones del
Mundo ». Este documento contiene una larga enumeración de los
actos de violencia que los indepeudientes reprochaban a los Espa-
ñoles, asi como una justificación de las matanzas de Caracas y La
Guayra, basada en la necesidad en que se hallaban los republicanos
de recurrir a represalias ejemplares, con objeto de asegurar su
seguridad. D., V. '.»!().
2. Memorias del General Mosi/nera, op. cil., p. I'i2.
'i. Proclama de Ocuniarc, (i de junio de 1816. D., \ , 446.
(¡LERRA A MUKÜTR 543
(■iitoaces, buscó lodus las ocasiones de rcpaiar el mal*.
Mas. oualquicia que sea el horror que pueda inspirar la
guerra a muei'te. preciso es reconocer en ella la llama,
espantosa, sin duda, pero eficaz, en la que se torjó la
espada de la victoria definitiva. Entre sangre, entre lágri-
mas, por entre las terribles pruebas por que atravesaba,
la idea de patria, balbuciente y Irágil, se ha Fortalecido.
Una aureola de abnegación y de espléndida valentía va a
cernerse sobre aquellos combatientes con harta Irccuencia
vacilantes hasta entonces, y que se convierten en héroes
de epopeya.
En las escasas memorias que poseemos de aquella época',
colocada, como todas las épocas sagradas, bajo el signo de
la Violencia^, se ven las huellas del camino recorrido por
la noción, depurada, del patriotismo en las almas ame-
ricanas. Familias enteras se sacrifican, con admirable
arranque, por una causa que, años antes, era calificada de
obra de « forajidos y de locos ». Mujeres hasta entonces
acostumbradas a la dulzura de la vida, a la ternura,
revelan de repente sentimientos espartanos. Tal la joven
esposa de Arismendi. llevada cautiva a España, dando a
luz, en la cárcel, un « nuevo monstruo », según decir de
sus verdugos, a la que prometían la libertad con tal que
aconsejara a su marido que desertara la causa republicana,
y ([ue contesta con firmeza : « Soy incapaz de deshonrar a
mi marido; su deber es servir a su patria y libertarla*. »
Aquella guerra lué también una escuela para toda una
serie de hombres de valía, quienes, procedentes del
pueblo, habrían, según la marcha ordinaria de las cosas,
1. « La política, de acuerdo con la humanidad, escribe Bolívar en
1818 a uno de sus familiares, me ha movido a suspender la ejecución
(le la guerra a muerte, y la experiencia ha empezado á manifestarnos
las ventajas de esta medida : más de doscientos Españoles se han
jiasado a nuestro ejército después que se les ha hecho saber la
clemencia con que se les recibe. » Carta del 17 de febrero de 1818,
citada por Gil Fortoul en Histuria Conslitucional, etc., t. I, cap. vii,
p. 218.
2. Y. principalmente Biografía del General Joaquín París, en
Repertorio Colombiano, t, X, p. 194.
3. SuARÉs, Essais sur la tíV, t. II, p. 128.
\. V. Briceño. Historia de la Isla Margarita, citado por Gil For-
toul, op. cil., t. I, cap. VII.
544 BOLÍVAR
pasado su vida en la apatía, la monotonía y líi grosería
tradicionales, y que, desde entonces, siguieron una carrera
gloriosa, mereciéndoles, sus brillantes hazañas, ser
colmados de honores*. Todo esto nos mueve a pregun-
tarnos si no necesitaba la religión de la Patria americana
numerosos y magníficos mártires, y si el calvario que
recorrieron no fué el indispensable camino para la inmor-
talidad de su fe.
III
Bolívar, a quien hemos dejado encerrándose en Valencia,
el 5 de febrero de 1814. se disponía pues a oponer deses-
perada resistencia al supremo esfuerzo de Boves contra la
capital. El terrible asturiano estaba casi repuesto de sus
heridas, v todo hacía prever que no tardaría en reanudar
las hostilidades. Partidas de llaneros recorrían las riberas
del lago de Valencia, saqueando finc.as, incendiando
pueblos, y llevando a todas partes la devastación y la
matanza. Mientras dos columnas, mandadas por el coronel
Escalona y por el capitán Mateo Salcedo salían al
encuentro de aquellas bandas avanzadas de la legión
infernal, el Libertador organizaba lo mejor que podía el
estado de defensa de la región. Armó una escuadrilla en
el lago; un destacamento de cien hombres, provistos de
algunas piezas de campaña, ocupó el desfiladero de La
Cabrera", el grueso de las tropas se reunió en La Victoria,
cuvas cercanías fueron esmeradamente fortificadas.
Desde las alturas de la ciudad podía extenderse la
mirada sobre un vasto y ameno conjunto de cultivos y de
plantíos prósperos que cubrían, a pérdida de horizonte,
la parte más hermosa del valle de Aragua, verdadero
jardín de Venezuela. Hacia el noroeste, al pie de la
eminencia llamada del Calvaj'io, extiéndese un reducido
llano sobre el cual está construido ol caserío de San
Mateo, donde estableció Bolívar su cuartel general el
20 de febrero. Estaba allí en sus fincas patrimoniales.
1. Gervi.nus, (tp. cit., t. VI, p. 265.
GUEHRA A MUERTE 545
Frente a él se hallaba la hacienda del Ingenio, en donde
había transcurrido su infancia, y cuyos copudos árboles
habían refrescado con su sombra las ardientes melanco-
lías de su juventud. Aquel panorama familiar evocaba en
él dulcísimos recuerdos. Iba pues a combatir /;/'0 ai'is et
f'ori.s ' .
El J^ibertador disponía de dos mil homjjrcs, entre ellos
seiscientos jinetes. Boves, menos impaciente quizá de
llegar a (Caracas que de medirse por fin con Bolívar,
llegaba a la cabeza de tropas tres veces superiores, como
número, a las de su adversario : dos mil fusileros y cinco
mil llaneros, aguijoneados por la esperanza del rico botín
que les esperaba en la capital y que aliviaría todas sus
fatigas.
El 25 de febrero, por la mañana, los exploradores del
ejército realista aparecieron en las alturas de Cagua, por
encima de San Mateo. Casi en seguida comenzó la acción,
con una terrible carga de los llaneros, rechazada con éxito
o
por las tropas de Bolívar. Reunió Boves a su gente, y, tres
días después, repitió el ataque. También esta segunda vez
el fuego de las baterías republicanas, mandadas por Lino
de Clemente, consiguió desbaratar el primer ímpetu de
los realistas. Pero, admirable de tenacidad y de valor,
siguió Boves ordenando cargas. El combate duró medio
día, quedando la ventaja final a los patriotas, aunque
tuvieron que deplorar crueles pérdidas : 300 hombres y
30 oficiales muertos. Entre éstos se hallaba Villapol.
Campo Elias sobrevivió muy poco a sus heridas. No más
halagüeña era la situación en el campo de los realistas.
Boves, que había recibido varias heridas de armas de
fuego, tuvo apenas fuerza para llegar a Cura, en tanto que
su lugarteniente Morales reunía los fusileros españoles
que quedaban y los diezmados escuadrones.
Hubo entonces una suspensión de armas, aprovechada
por Bolívar para extender su línea de defensa hasta la
granja del Ingenio en la cual estableció su parque. La
caballería fué acantonada en las plantaciones de caña
vecinas y que podían suministrar abundante forraje.
1. Cf. Mitre, Historia de San Martín, cap. xxxix, i; 3.
3.^)
Acababa do tomar ostas disposiciones el Libertador,
cuando supo, el 9 de marzo, que Rósete acababa de ocupar
de nuevo Ocumare con fuerzas imponentes. Era esto, para
Caracas, un peligro urgente. A pesar de los que también
a él mismo le asediaban, confió Btdívar a Mariano Montilla
trescientos de sus mejores soldados v le envió a reíoi'zar
con ellos la guarnición de la capital. El destacamento salió
de San Mateo el 10 de marzo por la tarde, a la vista del
enemigo. Persuadido de que la columna de Montilla etec-
tuaba un movimiento de ataque contra su ala derecha,
quedó ]Morales en expectativa, esperando a (|ue se preci-
sara la maniobra de conjunto. Merced a esta actitud, con
la que. por cierto, contaba Bolívar, pudo la columna
proseguir su marcha hasta Caracas. A todo esto. Boves,
que iba restableciéndose, no pensaba más que en tomar
de nuevo el mando del ejército. Los fusileros españoles
carecían de municiones, y la bravura de los llaneros era
impotente contra la artillería republicana. Estas conside-
raciones no entibiaban el ardor frenético de Boves. El
11 de marzo, decidió volver a la ofensiva.
El 17, el 20 señalan terribles acciones, aunque sin
re.sultado decisivo todavía, pues Bolívar dispone de consi-
derables abastecimientos de guerra, y los reductos de
San Mateo seguían teniendo a raya los asaltos de la caba-
llería realista. En fin. Boves se resuelve a un ataque
o-eneral. El' 25 de marzo, al amanecer, distribuve a sus
soldados las municiones que le quedan, toma posición
ante el llano de San Mateo, y hace abrir el fuego en toda
la línea. La acción se empeña con encarnizamiento. Las
salvas se suceden, entremezcladas de iuriosos asaltos.
Devorando el terreno, los llaneros caen al pie de los
reductos, que son otros tantos vídcanes vomitando llamas.
Bolívar, a caballo, alienta a la infantería; cree estar
seguro de la victoria, la fusilería de los realistas se
espacia; la artillería repul)licana redtdjla de celo.
En aquel momento, inesperado clamor se eleva detrás
de los i'ombatientes. Ochocientos llaneros, terminando un
hábil movimiento envolvente, suben a galope la explanada
del Inijienio. Para defender el ])ar(juc de artillería del
ejército ha\ sól(» unos cincuenta soldados mandados por el
<;ri:iiiiA a \n i:i{ ti-; 547
joven oíaiiailiiKt Aiiloiiio UiciuirU'. Iin()<)sil>l<' aciulir en
socorro do ellos. Knil)ar<^;ulos por inexpresable anguslia,
los jeíes repul)lieanos rotl«>an a Bolívar, que se apea del
caballo, empuña la espada, y con voz fií-me declara : « No
retrocederemos, suceda lo (pie suceda, y. si es preciso
jnorir, moriré con vosotros... » Ai-rojando írritos de ven-
oanza, los llaneros han llegado a la alameda que coiuluce
al Ingenio. Ya llegan al edificio central de la hacienda,
vasto cobertizo en donde están acumulados los ai'niones y
la pólvora. La fortaleza republicaiia está perdida. Ya la
guarnición huye en desorden hacia San Mateo. Los realistas
penetran en el Ligenio. De repente, envuelta en inmensa
nube de humo surge un l'ulguranle haz de fuego. Estalla
formidable explosión : los llaneros han desaparecido,
aniquilados por aquel rayo. Quedado el último cerca de un
barril de pólvora, con una tea en la mano, Ricaurte ha
hecho volai' la íortaleza. sepultándose con sus enemigos
bajo las ruinas del Ligenio. En el acto recobran ánimo los
republicanos : excitados por sus jefes, atacan a la bayoneta
los soldados de Boves v coronan con una victoi'ia completa
aquella gloriosa jornada.
Además, en aquellos días, parecía la fortuna querer
sonreir a los patriotas. Merced a la feliz inspiración que
había tenido Bolívar de enviar a AL-iriano Montilla en
socorro de h)s habitantes de Caracas, la capital se hallaba,
momentáneamente, a salvo de una acometida. Sin embaroo.
no sin ti-abajo se había conseguido tal resultado, pues
vendió cara Rósete su derrota.
Después del combate de Charayave, Rivas había vuelto
a Caracas para lomar el mando de la plaza, convencido di'
que por largo tiempo no habría de temer agresión
alguna. No obstante, el lugarteniente de Boves había
conseguido reunir sus bandas. De nuevo había caído en
poder suvo Ocumare. Rivas estaba enlermo por entonces,
pero salió Arismendi en lugar suvo. en perseguimiento de
Rósete, al mando tle 800 hombres, o más bien de
800 niños, pues el contingente de aquellas tropas, impro-
visadas a toda prisa, habíanlo suministrado los alumnos
de la universidad. La furiosa resistencia de los Españoles
desbarató a(|U(d reducido ejército. iVi'ismendi. y unos
548 nOLlVAR
cincuenta de aquellos jóvenes compañeros suyos fueron
los únicos que se salvaron de la carnicería de que, una
vez más. era teatro Ocumare (11 de marzo). Cuando Ue^ó
a Caracas esta noticia, etectuaha en él su entrada Montilla
y el destacamento de San Mateo. A pesar de la fiebre que
lo consumía, había logrado Rivas. en aquel intervalo,
reunir otros 900 reclutas. Mandó que lo ataran en una
camilla, v tomó, el 17 de marzo, el camino de Ocumare, a
la cabeza de la nueva división. El 20, Rósete era definiti-
vamente derrotado ante la ciudad que sus sangrientas
hazañas habían manchado.
La población de Caracas acogió a Rivas, a su regreso,
con aclamaciones tanto más entusiastas cuanto cpie cele-
braban al mismo tiempo la reciente victoria de San Mateo.
Pero, este resplandor de esperanza y de júbilo había de
ser el último. Los peligros se multiplicaban : los patriotas
perdían la partida.
A pesar- de las pérdidas que sufrió Boves durante la
acción del 25 de marzo, la situación de Bolívar, inmovili-
zado detrás de sus medio destrozados atrincheramientos,
resultaba precaria. Se agotaban los medios de defensa, el
hambre provocaba murmuraciones en las tropas, y Marino
no llegaba. Mientras tanto, los realistas de (^oro y de
Barinas habían combinado una maniobra decisiva. El capi-
tán general Cajigal, terminada la organización de un ejér-
cito que con lo que quedaba del regimiento real de Granada,
V las milicias regulares de Coi'o. ascendía a 4 000 hombres,
envió, desde fines de febrero, a Ceballos con 900 soldados
de infantería, para reunirse, en Barinas, con la antigua
división de Yáñez, a cuyo mando se hallaba entonces
Sebastián de la Calzada.
El 9 de marzo, Ceballos sorprendió a Urdaneta y a su
destacamento de 700 hombres, acantonados en Barquisi-
meto, V. después de ruda pelea, los rechazó hacia San
Carlos. Casi en seguida, el jefe republicano fué atacado
en este mismo piint(> por Calzada, quien a su vez se había
puesto en marcha para reunirse con Ceballos. El 20 de
marzo, Urdaneta. después de firmísima actitud frente al
enemigo, evacuó a San (darlos y corrió a encerrarse en
Valencia. Una semana más farde, las divisiones reunidas
(íUKltit.V A MUERTE 540
do (](U() V de Barlnas llea'al>rtn a su vez ante Valencia e
inlimahan a Urdaneta que enli-egara la plaza. Los i-ealistas
eran 3 000. Urdaneta pidió instrucciones al Libertador.
(]onio contestación, recibió la orden de hacer salir
200 hombres destinados a leforzar a D'Elhuyar, quien
agotaba sus Tuerzas en mantener el sitio de Puerto Cabello.
o
Añadía Bolívar que Valencia había de resistir hasta el
último hombre.
Con sólo 280 lusileros para deíender la ciudad. Urdaneta
contestó a las nuevas intimacit>nes de Ceballos y de
Calzada ([ue resistiría hasta la muerte. Reunió en consejo
a sus oficiales, y. de acuerdo con ellos, tomó la resolución,
si el enemigo forzaba los últimos atrincheramientos de
Valencia, de imitar el ejemplo de Ricaurte : hacer volar el
polvorín. Comenzó el sitio : los realistas no tenían arti-
llería, pero la abrumadora superioridad del número les
permitió, al cabo de cuatro días de combates sucesivos,
obligar a los sitiados a encerrarse en la fortaleza central.
Los sitiadores cortaron las cañerías de agua. Urdaneta
o
lijó el término de veinticuatro horas para poner a ejecución
su hei'oico provecto.
Sólo de Bolívar podían va venir socorros. Pero, acosado
el Libertador por las incansables huestes de San Mateo,
era ésta una esperanza imposible. Sin embargo, se
realizó.
El .'JO de marzo, Boves abandonó de repente sus posi-
ciones. Marino se había, pt)r fin, decidido a intervenir.
Salió de Barcelona con sus .'] 500 hombres de tropas
Irescas, destruyendo a su paso las guerrillas realistas con
([ue tropezó en Tucupido, Aguanegra, Corocito, San
llafael. Altaaracia v Lezama ; en Los Pilones había
reunido a sus tropas la columna que acababa de desbaratar
lo que quedaba de las bandas de Rósete, v, penetrando
en los valles de Aragua, se disponía a caer irresistible-
mente sobre las líneas de Boves, de las que. el 30 de
marzo por la mañana, sólo algunas leguas le separaban.
Avisado de aquel peligro inmediato, resolvió Boves ir al
encuentro de Marino. El cho([ue de amjjos ejércitos, cuvas
fuerzas eran iguales, se clectu(') el 31 en Bocachica, entre
Cura y La Puerta, Fué ésta también una sangrienta
550 BOLIVAH
batalla : 200 patriotas quedaron sobre el terreno. Boves
perdió 500 bonibres, y tuvo que retirarse a Valencia, con
objeto de unirse a las divisiones de Calzada v de Ceballos.
Dos días después acudía Bolívar a La Victoria para aunar
sus fuerzas con las de Marino. Los dos jefes se dirigieron
en seguida hacia Valencia. Al llegar a ésta, el 3 de abril,
vieron que los realistas habían prudentemente levantado
el sitio. El gran almacén de guerra de la república estaba
salvo. Boves y Calzada se iban, con los llaneros, hacia el
Apure; Ceballos se refugiaba en San Carlos; D'Elhuyar
había felizmente mantenido y estrechado el cerco de Puerto
Cabello. Pero, una nueva campaña, decisiva esta vez, iba
a comenzar.
Si la reunión de Bolívar y de Marino se hubiese efec-
tuado algunos meses, o sólo algunas semanas antes, lo
muy probable es que bastara para evitar los peligros (jue
amenazaban a la república. En el estado en que se hallaba
Venezuela, tal esperanza era ilusoria. Cierto que las fuerzas
españolas estaban dispersadas; mas, para llegar hasta
ellas, para llegar a Coro, por ejemplo, en donde su número
constituía la amenaza más apremiante, habría sido
menester atravesar inmensas regiones hostiles, ganadas a
la causa realista. Por otra parte, no podía pensar el
Libertador en alejarse de la provincia metropolitana, en
donde, con razón, se concentraba, desde hacía tres meses,
la resistencia de los patriotas. En fin, iban a salir
refuerzos para Puerto Cabello, pues iba a llegar el
momento en que, de no ser socorrido D'Elhuyar. no
podría éste oponerse a una salida de los sitiados. De
acuerdo con Marino, Bolívar resolvió, pues, establecer de
nuevo su cuartel general en La Victoria, c intentar, una
vez más, forzar el sitio de Puerto Cabello, en tanto que,
con parte del ejército, Marino se dirigiría hacia San Carlos.
Si consenfuía éste hacer sufrir una seria derrota al coronel
Ceballos. antes de que Boves y Calzada tuviesen tiempo
suficiente para reunir nuevas tropas en los llanos, (|ueda-
rían desviados, siquiera por algún tiempo, los grandes
peligros inmediatos.
Salió Marino de La Victoria el 5 de abril a la cabeza de
2 000 soldados de infantería y de 800 jinetes. Diez días
(;ri:i!i!.v v muehii; :).■)]
después, las tropas lli'oahaii a Tinaco. Kstahaii aspeadas;
quedada hacia atrás en el camino, sólo al<^'o mas laiih^ se
reunió con ellas la artillería, v Marifio ordenó un descanso
de uno o dos días. Kn esto, un espía falso, enviado por
Ceballos. se presentó al ^>('neral republicano y le hizo
creer que los realistas acababan de evacuar San Carlos y
que convenía tomar la dii-ección de San Fernando de
Apure. Temió Marino dejar escapar ocasión tan i"av<M'able
de caer de improviso sobie el enemigo. Hizo levantar el
campo, se puso de nuevo en marcha, y, el 16 de abril por
la mañana, llegó a vista de San Carlos. Pudo entonces
darse cuenta de que había sido engañado. Sin atender no
obstante al parecer de sus oficiales, el general se negó a
esperar la llegada de la artillería, y aun de la retaguardia,
mandada por Urdaneta, v tomó en seguida sabias disposi-
ciones de combate. Otro tanto hizo Ceballos por su lado.
Los dos ejércitos tomaron posiciones en el campo raso del
Arado : escuadrones de llaneros cubrían cada una de las
alas de la infantería desplegada en orden de batalla. Una
compañía componía la reserva.
Las líneas republicanas de vanguardia, atacadas vigoro-
samente por una carga de la caballería realista, cedieron
al primer choque. Se retiraron a los altos circunvecinos,
dejando paso a los llaneros de Ceballos, quienes sembra-
ron el pánico entre las divisiones de Marino, imposibili-
tándole así toda maniobra. Los independientes huveron,
seguidos por Marino y por la mav(H' parte de los oficiales.
En a([ucl instante, Urdaneta acudió con 000 fusileros para
reforzar la reserva. Sostuvo estoicamente las careas cne-
migas, consiguió juntar parte de la retaguardia mandada
por Bermúdez, y restableció la línea de batalla. Pero la
noche puso fin al combate. Los independientes tuvieron
apenas unas cien bajas entre muertos v heridos. Descuidó
Ceballos sacar partido de su victoria, lo cual permitió a
Urdaneta retirarse en buen orden hacia Valencia, Casi
todos los dispersos fueron reincorporados en el transcurso
de la retirada. ^Lariño y su primer avudante, el coman-
dante Cedeño, se reunieron con sus compañeros más allá
de Tinaco.
Acababa Bolívar de terminar los preparativos de un
BOLlVAIt
ataque, ([uizá decisivo, contra l^iierto Cabello, cuando
recibió la noticia de la derrota del Arado. Supo igual-
mente que el capitán general Cajigal, cuya intervención
era temida desde bacía tiempo por los patriotas, había
salido por fin de Coro, dirigiéndose a marchas forzadas
hacia San Carlos al mando de 3000 hombres. A toda prisa
regresó Bolívar a Valencia, realizando, una vez más,
prodigios de actividad y energía. Consiguió c|ue Rivas
le enviara de Caracas un refuerzo de 800 voluntarios, los
armó, los ejercitó, hizo aprovisionar la plaza, perfeccionar
las obras de defensa, y esperó el terrible asalto que se
preparaba.
En efecto, después de haber destruido un destacamento
republicano que custodiaba a Carora, llegó Cajigal a San
Carlos el 30 de abril y tomó el mando de la división de
Ceballos. Boves y Calzada dieron al capitán general la
esperanza de su próxima llegada con una división consi-
derable de llaneros. Cajigal nomb)'ó a los dos jefes coro-
neles del ejército español, y resolvió esperarles para
acabar con Bolívar.
Quiso éste adelantarse a tal maniobra. Las fuerzas repu-
blicanas eran iguales a las de los realistas. Una batalla
o
feliz podía aún modificarla suerte de la campaña. El 17 de
mayo, el Libertador avanzó hasta Tocuyito, con objeto de
obligar a Cajigal a una acción inmediata. Pero el general
español era superior en caballería a Bolívar, quien, en
cambio, disponía de más infantería. Cada uno de ellos
maniobró para atraer al adversario a un terreno desfavo-
rable. Hubo escaramuzas de vanguardia. Cajigal, que
quería dar tiempo a que llegara Boves, rehusaba entrar en
acción; Bolívar esbozó un movimiento de retirada hacia
Valencia. En esto, al tener Cajigal noticia de que Boves
habiá salido de Calabozo, hizo avanzar sus tropas hacia el
cuartel general del Libertador (21 de mayo). No obstante,
los Españoles parecieron renunciar a la batalla que Bolívar
seguía decidido a ofrecerles, y fueron a acampar en las
cercanías del pueblo de Carabobo. a seis leguas al
sudoeste de Valencia. Ocurría esto el 22 de mayo. Pero,
no había de llegar tan pronto Boves. Sabía que las
])rovincias orientales carecían de guarnición, y se había
GUEUUA A MUEKTlí 553
propuesto, antes de reunirse con Cajioal, intentar un
ataque contra Barcelona. La división enviada por él a este
sitio bajo las órdenes del teniente Benito Martínez fue
completamente destruida por Piar. Así pues, mientras
contaba el capitán general con el apoyo formidable que,
de un momento a otro, iba a prestarle la legión de los
llaneros, se hallaba Boves en Calabozo, ocupado en
reparar sus pérdidas.
Esta noticia fué un motivo más para que el íJbeiiador
obligara a Cajigal a aceptar el encuentro. Los republi-
canos veían agotarse sus medios de abastecimiento.
Guerrillas realistas recorrían todas las cercanías. No
podía Bolívar pensar en prolongar más una situación que
para su impaciencia, sin contar con la exasperación de que
daban muestras las tropas, resultaba intolerable. Por otra
parte, inquietantes deserciones comenzaban a producirse
en las filas de Marino. El 26 de mavo. al salir el sol,
hizo Bolívar reunir el ejército y se puso en camino hacia
Carabobo.
La planicie así llamada, que tan famosa había de ser
más tarde en los anales de la guerra de la Independencia,
había sido atinadamente escogida por los Españ(des para
servir de terreno de batalla. Al comprender Cajigal que
le sería imposible evitar la ofensiva del Libertador, <[uiso
cuando menos asegurarse todas las ventajas. La infantería
realista ocupaba la extremidad occidental de la planicie, y
se hallaba desplegada en esta forma : dando espalda a la
sierra de los altos de Las Hermanas, y protegida la
izquierda por el grueso de la caballería cuyo punto de
apoyo eran las pendientes de un montecillo ocupado por
doscientos cazadores. A la derecha se alzaba un cerro,
guarnecido también de tropas. El regimiento de Granada
formaba, a retaguardia, la reserva. Seis piezas de artillería
se extendían al frente de las líneas.
Una barranca poblada de arboleda, que por cierto
estaba fuera del alcance de los cañones españoles, ocupaba
en todo su ancho la planicie de Carabobo. Los indepen-
dientes tuvieron ípu; atravesarla antes de ocupar, a su vez,
sus posiciones de batalla. Puso Bolívar en primera línea
tres divisiones de su infantería. Dos escuadrones flanquea-
5r>4 noLÍVAu
rojí cada una de las alas. La superioridad de la caballería
realista determinó al Libertador a establecer una segunda
línea de batalla con las divisiones del coronel Leandro
Palacios y tlel coronel Jalón, quienes, al mismo tiempo,
constituían las reservas. El resto de la caballería se
agrupó en el centro. Las divisiones estaban sostenidas, en
cada extremidad, por dos bocas de fuego.
Estas disposiciones, tomadas en presencia del enemigo
V sin que efectuara éste movimiento alguno para impe-
dirlas, estaban de todo punto ct)nformes con las reglas
en uso en las grandes batallas de aquel primer período de
las guerras sudamericanas. Tanto los jefes españoles del
ejército regular, como la mayor parte de los oficiales
republicanos, ponían empeño, en aquella época, en
observar los preceptos de táctica enseñados en las aca-
demias militares de la Península. La naturaleza del
terreno escogido en Carabobo. las disposiciones de batalla
de Cajigal v Bolívar, así como la maniobra de cada una de
las armas en el transcurso de la acción, el desenlace de
ésta y sus consecuencias, pueden ser respectivamente
considerados como otros tantos ejemplos típicos de las
doctrinas en predicamento en el Nuevo Mundo y que se
inspiraban sobre todo en la estrategia prusiana y en los
órdenes de batalla de Federico II, adaptados, excusado es
decirlo, a los medios y a las circunstancias '.
A comienzos de la tarde, las avanzadas republicanas se
adelantaron en buen orden bajo el fuego de los cañones
enemigos y sin descargar sus armas, hasta llegar al
alcance de los fusiles de los realistas. En aquel momento.
Cajigal reforzó su caballería enviando a la izquierda dos
escuadrones que, con la reserva, estaban ocultados por la
arboleda de Las Hermanas. Comprendiendo el Liber-
tador que el Español se dispone a dar carga al flanco de
las columnas en marcha, se decide a hacer atacar oblicua-
mente al enemigo. Apenas se pone en movimiento la divi-
sión del coronel Palacios para efectuar esta maniobra,
caen los jinetes españoles sobre la derecha de los patriotas,
1. V. F. J. Ykrgara y Velasco, Páginas iniUtares de la Guerra de
la Independencia. Bogotá, 1910.
(;UKliliA A MIKHTE 555
los acometen por retaf^iuirdia v tratan de precipitarlos
hacia el Irenlc del ejíMcito realista. En el at'to. abre éste
el luego cu loda la linea. Al mismo tiempo, varios escua-
drones de llaneros cierran sucesivamente contra la división
Jalón. \o se arredran los republicanos. Contestan a la
lusileria por una descarga general, rechazan a los escua-
drones enemigos, ohligíindoles a replegai'se en desorden.
Entra entonces en acción la caballería lepublicana y acaba
de dispersar a los llaneros, que. atacados de flanco por la
división Palacios, se precipitan sobre sus propias líneas y
las dislocan. En vano Cajigal v sus oficiales tratan de
formar nuevamente su infantería. El regimiento de
(Granada, que componía la reserva, era el único que
permanecía en buen orden. Llega a paso de carga la divi-
sión Palacios contra aquellos 450 hombres, gente ague-
riida, a la que, además, se dispone a socorrer un escuadrón
de llaneros penosamente reunido por Ceballos. Pero un
pánico repentino se apodera de los Españoles. Huyen,
fusilados a quemarropa por la infantería de Palacios.
Momentos después, el último escuadrón realista, con el
que se hallaba Cajigal, desapareció con dirección a Pao.
No había durado arriba de tres horas el combate. Los
republicanos, cuvas pérdidas eran insignificantes : doce
muertos v 4o heridos, recoirieron considerable botín. Tres
mil caballos, quinientos, fusiles, el tesoro del ejército, las
banderas, los armones, cayeron en su poder. Los realistas
dejaron 300 hombres sobre el campo de batalla. El bosque
de Las Hermanas estaba cubierto de cadáveres'.
IV
A pesar de que la victoria había sido tan completa como
era posible, no podía desviar la tormenta ([ue se anunciaba
en el horizonte. El Libertador había vencido las tropas
J. i'or cierto que en cada uno de los combates de las campañas de
la segunda república venezolana se observa esta enorme diferencia
entre las pérdidas de los dos adversarios. Se ve siempre en ellos
una proporción de 2 a 'i p. 100 del lado del vencedor, y 35 a 40 p. 100
en el partido vencido.
556
regulares de Cajigal y de Ceballos, pero se veía desarmado
contra las imponentes levas cuyo elemento incoercible era
las hordas de Boves, y ante la inercia, cargada de odio,
de los pueblos, desesperados por un pavoroso estado de
miseria'. Los enfermos, los heridos morían, por falta de
asistencia, en los hospitales de Caracas y de Valencia; los
soldados del Libertador no tenían ropa ni medios de
subsistencia : los campesinos se negaban a las requisi-
ciones; habría sido menester sitiar pueblo por pueblo para
obtener víveres, y temía Bolívar exasperar los sentimientos
contra-revolucionarlos que se generalizaban cada vez más.
Boves había salido de Calabozo, el 28 de mayo, con 5 a
6 000 llaneros y cerca de 3 000 fusileros muy bien
armados, equipados y abastecidos, merced a los socorros
llevados de la Guayana. Esta vez, apresuraba su marcha
hacia Valencia. Era segura la catástrofe.
Omitiendo proveer a medidas defensivas semejantes a
las que adoptó en época del primer ataque de Boves, o,
cuando menos, adelantarse con todo su ejército al
encuentro de su temible adversario, Bolívar envió contra él
a Marino a la cabeza de 1 500 soldados de infantería,
700 jinetes y siete piezas de artillería. Ilusionado acerca
de la valía de sus tropas, y, muy probablemente, engañado
respecto de la importancia verdadera de las fuerzas de
Boves, tomó además el Libertador disposiciones cuyas
funestas consecuencias no il)an a tardar en aparecer.
Urdaneta y una división de 700 hombres salieron contra
Ceballos hacia San Carlos, en tanto que el coronel Jalón
se ponía en camino con 1 100 soldados, en perseguimiento
de Cajigal.
Dos días después de su salida, supo Jalón que el capitán
general se había encaminado hacia los llanos. Dio aviso
o
de esto a Bolívar, quien le dio orden de reunirse con
Marino. Este último se hallaba en La Puerta. Sus explo-
radores acababan de informarle de la proximidad del
ejército de Boves, cuando llegó Jalón. Con su habitual
imprudencia, Marino, al verse a la cabeza de cerca de
3 500 hombres, decidió en seguida tomai- posición en acpiel
1. Cf. Mitre, op. cií., i. III, cap. xxxix, § 5.
GURIIRA A MUERTE 057
terreno ya latal a las armas republicanas. No era posible
retroceder : Bolívar. c[ue por fin era enterado de la impor-
tancia de las fuerzas ([ue capitaneaba Boves, acudió a su
vez, el 14 de junio, para tomar parte en la batalla.
í^a infantería de Marino tío descubrió al pronto ante
ella más que a la infantería enemiga (les|)icga(la como de
costumbre, y a la que ninouna caballería pai'ccía apoyar.
Hubo sañuda fusilciía por una y otra pai'te. La caballería
repul)licana atacó el ala derecha de los realistas, y el
batallón de Araoua. bajando al mismo tiempo de una
altura en que se hallaba apostado, tomó el paso de carga,
V, por medio de un movimiento envolvente, cercó el ala
izquierda. Apenas terminada esta maniobra, los llaneros,
ocultos en los bosques vecinos, cayeron en aplastante
masa sobre los patriotas. Dos cargas de aquellos espan-
tosos escuadrones bastaron a Boves para ani([uilar al
ejército republicano. La artillería, los fusiles, las muni-
ciones, todo fué cogido. Aseguró Boves no haber perdido
más que 200 hombres, matados o heridos; las pérdidas de
los patriotas ascendían a más de 1300; el secretario de
Estado, el mejor amigo del Libertador, Antonio Muñoz
Tebar, el coronel Manuel Aldao, casi todos los oficiales, se
hallaban entre los muertos. El coronel Jalón, a ({uien
largos meses de padecimientos en las prisiones de Puerto
Cabello, de las que acababa apenas de salir, no impidieron
cumplir como bueno en Carabobo, fué ahorcado, al día
siguiente, en la villa de Cura. Bolívar, INÍariño v José
Félix, huían' hacia Caracas.
La segunda república venezolana no había de sobrevivir
a esta desastrosa jornada. Al pasar por Valencia, pres-
cribió Bolívar al coronel Escalona, que mandaba la guar-
nición, compuesta a lo sumo de 500 hombres, que resis-
tiera hasta lo último si, como todo lo hacía suponei',
atacaba Boves la plaza. Un mensajero del Libertador llevó
a D'Elhuvar la orden de activar las operaciones del sitio
de Puerto Cabello. Esperaba Bolívar encontrar en Caracas
nuevos recursos para acudir- en avuda de sus bravos lugar-
tenientes.
Para loorar su deseo, recurrió el Libertador a cuantos
o
argumentos peisuasivos y disposiciones (q)ortunas podían
óns
sugerirle el amor de su patria y la desesperaeión de verla
perecer. Desde su llegada a Caracas, el 16 de junio, reunió
al cabildo, a las notabilidades, al pueblo, tratando de
reanimar en sus corazones un celo que, por desgracia,
resistía a todas las instancias. Se publicó un decreto que
prometía la libertad a los esclavos que se alistaran bajo
las banderas de la República. Con arreglo a las cláusulas
del concordato, firmado el 12 de febrero precedente, con
los representantes del clero, y por el cual se babían com-
prometido éstos a entregar, para las necesidades del
Estado, el tesoro de las iglesias', obtuvo Bcdívar del
arzobispo de Caracas considerable cantidad de oro, plata
y objetos preciosos, con los cuales se acuñó moneda.
Pero, ni el anuncio de exoneraciones de impuestos, ni
los discursos patrióticos o las intimaciones del Libertador
bacían mella en los habitantes. El espíritu público estaba
eompartido entre el desaliento y el terror.
Mientras tanto, cual plaga devastadora, Boves y sus
llaneros habían penetrado en los valles de Aragua, exter-
minado los destacamentos de Maracay y de La Cabrera,
saqueado c incendiado todos los pueblos. Desde el 19 de
junio, habían puesto sitio a Valencia. La guarnición y su
arrojado comandante .Tuan Escalona dieron muestras de
magnífico heroísmo : extenuados por 30 días de combates
y de privaciones, sin que les quedara un st)lo cartucho,
estaban resueltos, sin embargo, puesto que tal era la con-
signa, a resistir hasta el último hombre. Pero Boves les
hizo saber que, si se negaban a rendirse, exterminaría,
primero a ellos, y, después, a la población toda. Escalona
consintió entonces en capitular, siempre que, por jura-
mento solemne, se comprometiera Boves a respetar la vida
de los habitantes de Valencia. El juramento fué pronun-
ciado en una misa que el capellán del ejército realista
celebró al pie de los muros tic la ciudad. Los sitiados
oyeron a Boves jurar por los Santos Evangelios que
dejaría la vida salva « a todos los seres humanos ence-
rrados en Valencia v su cindadela. » No bien se abrieron
las puertas, los llaneros, obedeciendo a una orden de su
1. D., V., 963.
en: mu a muehik 559
jclo. se iurojaioii sohic los oficiales v los soldados repuljli-
caiios. 'MM hombres, de los 400, escasos, que sobrevivían,
perecieron asesinados a lanzadas. Escalona v alg'unos de
sus compañeros se deleudieron. en un supremo estuerzo,
consiguieron abrirse paso por entre la nul)e de enemio()s
que les lodeaban. y ganaron el campo (19 de julio ').
Dueño de Valencia. Boves comenzó por hacer degollar a
todas las notabilidades de la ciudad. Tan espantosas
fueron las matanzas efectuadas durante los días siünientes.
que « la posteridad — dice el historiador Heredia, contem-
poráneo muy bien documentado de aquellas sangrientas
saturnales — dudará de estos hechos que parecen impo-
sibles entre gentes civilizadas, y á la sombra de las ban-
deras españolas, como dudé yo hasta que los oí á testigos
presenciales y caracterizados - ».
Kstas desgracias anunciaban otras más deplorables aún.
Agotadas sus fuerzas y falto de medios, D'Elhuyar había
tenido que abandonar, el 25 de junio, sus posiciones ante
Puerto Cabello. Enclavó sus cañones, y, embarcándose
con sus tropas en la flotilla que mantenía el bloqueo, se
hizo conducir a La Guayra, desde donde pasó a Caracas,
para reunirse con el Libertador. No tardó este en conven-
cerse de la inutilidad de los esfuerzos que hacía para
decidir a los habitantes de la capital a resistir contra los
invasoi'es. Pensó que el subsidio suministrado por el clero
de Caracas permitiría procurarse, en las provincias orien-
tales, nuevos elementos de guerra. Marino, que había
salido paia Cumaná, aseguraba haber sido bien recibido
por los habitantes, y c[ue seguían éstos fieles a la causa
liberal. Alentado por estas noticias. Bolívar salió a su vez
de su ciudad natal, dirigiéndose hacia Barcelona.
o
Gran parte de la polilación siguió a los 2 000 hombres
de tropa que llevaba consigo el Libertador. De los
40 000 habitantes de la capital, no quedaron en la ciudad
más <[ue las monjas de los conventos de la Concepción
y el Carmen, algunos frailes. v\ arzobispo, los miembros
del alto clero, y unas cuatro a cinco mil personas « que,
1. >io obstante, O" Leary asegura que Escalona se escapó merced
a un disfraz. Memorias, I, cap. x, p. 210.
2. IIerfdia, Mentorias, op. cit., p. 20'i.
560 BOLÍVAR
según rieredia'. tuvioron resolución para esperar la muerte
en sus casas, sin exponerse á encontrarla mas cierta entre
los riesgos de la fuga ». Puede imaginarse cuan terrible
fué ésta.
Mujeres, tiernas doncellas pertenecientes a las familias
más distinguidas, tuvieron que seguir a pie la penosísima
marcha del ejército republicano. Muchas de ellas pere-
cieron en el camino, de cansancio, de hambre y de sed.
Enloquecidas por las privaciones, las madres arrojaron a
sus hijos a los precipicios cuando notaron que sus agotados
pechos no podían ya alimentarlos. Este trágico éxodo es
conocido, en la historia de Venezuela, con el nombre de
Emigración de i8i¿. Su recuerdo ha quedado imborrable,
y sólo con el del terremoto de 1812 puede compararse -.
Veinte días duró la tremenda marcha a través de la
desolada región de Capaya, veinte días, al cabo de los
cuales la expedición, considerablemente menguada, llegó
al pueblo de Aragua. a 16 leguas de Barcelona. Pero
Morales, enviado por Boves en perseguimiento de los
fugitivos, acudía con un ejército de 8 000 llaneros, indios
y negros reclutados en las plantaciones de las cercanías de
Caracas. Con los socorros traídos de Barcelona y de
Cumaná por Piar y Bermiidez. las tropas del Libertador
ascendían a unos .'5 000 combatientes, a lo sumo. La
batalla que dieron el 18 de agosto fué una repetición de la
de La Puerta. Sin embargo, según propia confesión de
Morales, tuvo éste 1 100 muertos v 823 heridos, pues las
tropas de Bolívar, de D'Elhuyar y de Rivas se habían
defendido con desesperación. Todos los prisioneros fueron
matados después del combate. Cerca de 3000 republicanos
quedaron pues sobre el campo de batalla. Bolívar y los
emigrados de Caracas huyeron hacia Barcelona, en tanto
que Bermúdez protegía valerosamente su retirada con una
división de caballei'ía cuya admirable conducta salvó la
honra de las armas republicanas. Uno de los oficiales de
esta división. Francisco Carbajal, realizó prodigios de
valoi' durante aquella última fase de la batalla. De su mano
mui'ieron más de 30 espaíioles antes de ser él acometido
1, Heredia, Memorias^ op. cit., p. 202.
2. ScHRTVEit, op. ril., ]). 61.
(¡TE Hit A A MlKliTE 5»il
y extt'iMuiiado por todo uii escuadrón. Pov la iioclu". entró
Moi'ales en Ara<^iia v eeicó la ij^lesia. en la (jue se liahíaii
rcíiígiatlo un niillai' de personas de t(»(las las edades v de
ambos sexos. Fuei'on asesinadas todas sobre el altai' en
([ue hal)ía sido e.xpuesto el Santísimo Sacramento. Los rea-
listas tuvieron (|ue evacuar Araoua al día siguiente. Habían
descuidado de enterrar los cadáveres, y. con el calor, el
pueblo se babía converlido en pestilente pudridero.
(hiando. el 21 de ao()st(>. llcüó Moi'ales a Barcelona, no
o o
encontró en ésta a Bolívar, ({uien había proseguido su
camino hasta Cumaná, precedido por los desgraciados
supervivientes de la emigración. Apenas llegado, el Liber-
tador se ocupó, de acuerdo con Marino, en asegurar la
salida de parte de los emigrados para la Margarita. Hacía
algunas semanas ([ue se hallaba en este punto Arismendi,
y la influencia que ejercía sobre sus compatriotas le
había permitido poner en estado de defensa la isla. Al
mismo tiempo. INLirifio, Bolívar. D'Elhuvar. Piar. Rivas y
Bermúdez se reunían en consejo con objeto de ver que
disposiciones convenía tomar en las terribles circuns-
tancias en que se hallaban. Propuso Marino dirigirse a
Giiiiria v encentarse en él. Abierto en un ángulo de la
o
península montañosa de Paria, el bien resguardado puerto
de Güiria podía constituir una posición excelente v de
muy lácil delensa. A más de esto, su proximidad de la
Margarita y de Trinidad permitiría que llegasen los
socorros ([ue pnd¡<'ran esperarse del extranjero. Los jeíes
republicanos ado|)taron el parecer de Marifit). Quedó
decidido (pie. tan pronto como l'uera posible, se pondrían
en camino p(»r la vía de tierra. El italiano Bianchi, cuvos
corsarios seguían al servicio de la república, embarró en
su flotilla las armas v municiones que poseían aún los
patriotas. Marino y Bolívar le confiaron también el
famoso tesoro llevado de Caracas, y quedó convenido que
se reunirían todos en Güiria.
En la noche del 25 al 26 de agosto hubo un postrer
cíMisejo entre el Libertador y sus compañeros. H)an a
separarse, cuando recibieron aviso de (jue Bianchi había
seducido a los soldados de la guarnición del fuerte de
San Antonio, a tin de ([ue no hicieran luego sobie la
36
562 I50L1VAU
flotilla, si por casualidad se lo mandaban sus jeles, en el
momento en que salieran del puerto los barcos. En
efecto, contrariamente a las prescripciones de Marino,
según las cuales no había de salir hasta el día siguiente
por la mañana, Bianchi estaba a punto de ganar la alta
mar ¡Iba pues a huir con los supremos recursos de los
patriotas! En el acto se embarcaron Bolívar y Marino en
uno de los bergantines que se hallaban aún en la rada,
alcanzaron la escuadrilla, v, sin aparentar tener conoci-
miento de la perfidia del aventurero, intentaron un
arreglo. Sólo a medias cedió Bianchi. Consintió en hacer
escala en el puerto de Juan Griego, en la isla de la
Margarita. Pero fondeó prudentemente fuera del alcance
de los cañones de la plaza, declaró que las provincias de
Gumaná y de la Margarita le debían más de cuarenta mil
pesos por las capturas que había llevado a sus puertos, que
devolvería las armas y las municiones y las dos terceras
partes del tesoro, pero que el resto le pertenecía con toda
justicia y que no lo devolvería.
Ningún medio para oponerse a este fallo tenían Bolívar
y Marino. Dejaron a Arismendi las provisiones de guei'ra
que les devolvió Bianchi, y, en seguida, se hicieron a la
vela para Costa Firme. El 3 de septiembre, desembarcaron
en Carúpano. ¡Cuáles no fueron su sorpresa y su indigna-
ción al encontrarse con una población hostil que les acogió
con gritas e insultos! Aprovechándose de su ascendiente
sobre los habitantes de la región, Rivas y Piar se habían
proclamado « jefes supremos de Venezuela )>, en substitu-
ción de Bolívar y Marino, cuya caducidad habían procla-
mado aquéllos por « abandono de la patria en peligro »...
Al llegar Rivas de Cariaco, el 6 de septiembre, hizo
arrestar y encarcelar a Marino. Dejó en libertad a Bolívar;
pero, cuando a su vez llegó Piar, se mostró éste menos
complaciente. El Libertador estuvo a punto de sufrir la
misma suerte que su compañero. Así, pues, el destino
vengador repetía, unas tras otras, al cabo de dos años, las
escenas que señalaron la salida de Miranda al retirarse
éste ante Montevcrde '.
1. Cf. Gervinus, VI, p. 272, y Mitré, cap. xxxix, p. 391.
GUEIinA A .MUEHTE 5(53
En esto, una intervención bastante inesperada salvó a
Bolívar y a Marino de la lunesta suerte que les reservaban.
Al cruzar por la costa con su flotilla, atracó Bianchi en el
puerto Je Carúpano, y, al tener noticia de estos recientes
sucesos, se llegó a Rivas y le declaró que, si en aquel
momento mismo no mandaba poner en libertad a los
prisioneros, comenzaría en seguida el bombardeo de la
ciudad. Tenía lama el italiano de cumplir promesas de
este género. Además, Carúpano carecía de fortaleza. Tuvo
Rivas que someterse. Bolívar y Marino se desprendieron
generosamente en su favor de los restos del tesoro arran-
cado al capricho de Bianchi. Después de todo, aquellos
fondos, inútiles ya entre sus manos, acaso pudieran favo-
recer los planes, por aventurados que éstos parecieran, de
los ciegos defensores de una causa más que comprometida.
Los dos antiguos dictadores se embarcaron de nuevo, el
7 de septiembre, con dirección a Curazao y Cartagena.
A pesar de su desobediencia y de su inexcusable con-
ducta para con jefes a quienes debían su situación y lo
más florido de su gloria, Rivas y Piar no eran ciertamente
unos cobardes. La resolución tomada por ellos, de acuerdo
con Bermúdez, de prolongar la resistencia, demostraba
verdadero heroísmo. jNLis, aquel extraño triunvirato no era
capaz de substituir, no sólo al Libertador, pero ni siquiera
a Marino. Aunque hubiesen contado con la influencia de
que el antiguo dictador del oriente disponía ante los habi-
tantes de aquellas provincias, no les habría sido ya
posible a Rivas y a Piar hacer frente a la invasión. El
levantamiento general c[ue pretendían suscitar fracasó.
Sus esfuerzos no sirvieron sino a provocar nuevas heca-
tombes, y retrasaron apenas el hundimiento de la repú-
blica.
Después de un brillan le éxito ante Maturín, en donde le
atacó Morales (7 a 12 de septiembre) con fuerzas tres veces
superiores, Bermúdez vio llegar a Rivas, quien le llevaba
un refuerzo de 400 hombres. Por su parte, no tardaría
Piar en acudir con 800 soldados. Los republicanos querían
concentrar todos sus esfuerzos en Maturín. con objeto de
defenderse en él contra Boves, próximo a llegar, según
se decía, a la cabeza de sus llaneros.
:)84 noMv.vr,
Rii clcclo. cslahii en camino el inlalioa])l(' astiiiiaiio. Su
liiroi' no se haln'a a|)acigiiaclo ('(m las ab()niinal)lcs ven-
ganzas ejercidas [)(H' él al entrar en (laraeas. el 26 de
julio. De allí había salido cuatro o cinco días después,
dejando como jele militar a uno de sus oficiales. Luis
Dato, cuyas crueldades sin cuento acabaron de arruinar
la capital. Había jurado Boves (|ue. esta vez. no se le esca-
paría Bolívar, v « que había de morir á sus manos aun([ue
se metiera en el sagrario ' ». \ olvió a (Calabozo, levantó
allí nuevas tropas, y salió para Barcelona. Tenía orden
Morales de esperarle en este punto. Hacia mediados de
septiembre acudió Boves a la cita. Las noticias ([ue le dio
su lugarteniente, el relato que le hizo de su reciente
derrota en iNLtturín pusieron iracundo por demás al capitán
de la legión inlernal. Sin pérdida de tiempo, tomó la escar-
pada vía de dimana, con el propósito de infligir sangrienta
derrota a Piar, pues sabía que se hallaba encerrado en
dicha ciudad con el resto de los emiorados de Caracas.
o
Preciso es decir que Piar secundó c<)n loca imprudencia
los proyectos de su contrario. A pesar de las instrucciones
de Rivas, quien le había dado encargo de conducir a
Maturín los emigrados. Piar, que había logrado reunir
2 000 combatientes, fué a apostarse en la llanura del
Salado, vecina de Cumaná. Le acometió Boves con su
legión, compuesta de 6 000 hombres. Casi todo el reducido
ejercito de Piar fué exterminado (20 de septiembre). ÍMiIrí)
en seguida Boves en Cumaná á sangre v á fueg'o. hizo
matar a unas mil personas, y regresó de una tirada a Bar-
celona para reunirse con iNIorales.
Algunos días después, los dos jefes realistas, a la cabeza
de unos 10000 soldados entre infantería y caballería, se
pusieron en marcha hacia Maturín. Ripitiendo la impiu-
dencia de Piar. Rivas v Bermúdez esperaron a h»s Espa-
ñoles en la sabana de Úrica, al oeste de Maturín; v. b»
mismo que entonces, a una resistencia heroica sucedií)
una implacable cai'uicería (5 de diciembre). No obstante,
en el transcurso de una de las caraas de los llaneros, cavó
Boves con el pecho abierto poi' una lanza(bi.
1. IIkrkuia, Menidiias, p. 202.
(;ri;i!ii.\ a mi Kini'. .vir»
\ji\ imu'iic del nuís Icirihlc (Mieini<^(> ([iie jainás tuvieron
los patriotas no podía modificar va en nada el destino de
éstos. Seis días después de la batalla de Úrica penetró
Morales en Maturín, donde no quedaron más que cenizas
y cadáveres horriblemente mutilados. Consiguió Bermúdez
escaparse con sus cien últimos soldados y se reíugíó
después en la isla Margarita. Menos feliz. Rivas anduvo
errante tres días por el campo. Extenuado de cansancio,
pidió asilo a un campesino, quien lo entregó al enemigo.
Su cabeza, cubierta del gorro frigio que de continuo se
ponía Rivas. fué llevada por Morales a Caracas en una
jaula de hierro. Fué colocada a la entrada de la ciudad, en
el camino de La Gnayra.
Estaba perdido Venezuela. Todo el oriente recaía bajo
la dominación española. Sólo algunos jefes de guerrillas,
entre otros el anciano Zaraza', Manuel Cedeño ". y José
Monagas ^ continuaban la campaña en los llanos del
centro. En el oeste, la República no contaba ya con un
solo defensor. Cajigal estaba en Puerto Cabello; Calzada,
en Harinas. Urdaneta, después de haber tratado en vano
de dar alcance a Ceballos, sesún encaríjo del Libertador
al día sio'uientc de la batalla de Carabobo, se internó
hacia Trujillo v Mérida. Un largo cortejo de emigrantes
1. Z.VRAZA (Pedro), nació en Chaguaramas (Venezuela) hacia 1756,
peleó al lado de Marino en 1H13 y 1814, organizó, a fines de este
último año, guerrillas con las cuales tuvo a raya a los Españoles en
los llanos. Fué derrotado, el 1" de diciembre de 1817, en el san-
griento combate de Hagaza. por el general Latorie. Zaraza pacificó
los llanos de Caracas en 1822, fué nombrado por Bolívar general de
división, y murió en Caracas, el 28 de julio de 1825.
2. Nació en Apure en 178'i, hizo las campañas de Nueva Granada
y de Venezuela. 1812-181'i. No cesó de combatir a los Españoles hasta
el Congreso de Angostura. Nombrado por entonces general y gober-
nador de la Guayana. Cedeño mandaba la 2" división del ejército
republicano en la segunda batalla de (Carabobo, en la que fué matado
(2'» de junio de 1821).
•i. MoN.vr.AS (José Tadeo). nació en Maturín en 178'i. Ayudante de
Marino, tomó parle en todas las acciones que se dieron en 1813 y
181'» en las provincias orientales de Venezuela. Desde 1816 figuró
entre los mejores jefes de los llaneros, realizó muchas hazañas en la
Guayana y pacificó la pi-ovincia de Barcelona en 1820. En 1825 tomó
parte en la campaña del Perú; fué diputado en el Congreso de
Valencia en 18.50. Presidente de Venezuela en 1847 y en 1858. Des-
terrado tres años después, volvió a Caracas en 1861. y allí falleció,
el 18 de noviembre ile 1868.
S6fi BOLÍVAR
le seguía a través de un país cuyos habitantes demostraban
una hostilidad que iba en aumento de día en día. Fué
menester pelear sin descanso, contra Calzada (en Mucu-
chíes, 7 de septiembre), y, sobre todo, contra las gue-
rrillas que a cada recodo del camino les asaltaban. En fin,
el 1° de octubre, al cabo de cuatro meses de peligros, de
angustias y de padecimientos de todo género, llegó Urda-
neta a Táchira. en la frontera granadina.
V
Por cierto que en aquel fin de año de 1814 parecía la
metrópoli hallarse en vísperas de restablecer su dominación
sobre el conjunto del continente americano.
Lista ya la Constitución española de 1812, sobrevi-
nieron : la derrota de Napoleón en Rusia, el abandono
definitivo de España por los ejércitos franceses, y la restau-
ración de Fernando VII. No habían dejado de hacerse
sentir en América las consecuencias de estos grandes
o
acontecimientos, siendo desastrosos sus efectos para la
causa de la Independencia.
La sola fuerza moral de la realidad del regreso del rey
redujo a la obediencia a las clases bajas del pueblo y para-
lizó a los criollos'. Aquellos que. temblando de continuo
por su fortuna, sólo con mediano convencimiento habían
tomado partido por la Revolución, y a quienes, desde
hacía ya tiempo, parecían excesivos los sacrificios que ésta
les imponía, estaban prontos a acogerse al nuevo régimen,
cuyas seguridades, a falta de otras ventajas, les parecían
apreciables. El resto de la aristocracia colonial, en el que
figuraban los jefes del movimiento y los oficiales del
ejército republicano, se sintió tanto más inclinado a
renunciar a la lucha cuanto que la veía abandonada e
infamada por las masas populares.
En realidad, éstas no se habían dejado arrastrar sino
muy incompletamente. En Venezuela, en que el esfuerzo
de los libertadores había tenido no obstante ocasión de
1. Cf. Gervinus, op. cit., YI, p. 152.
r.UERHA A MUERTE 5fi7
ejertátarsc con más perseverancia, hal)ía conseguido
Bolívar, en ciertas épocas, provocar graneles manifesta-
ciones de entusiasmo, extenderlas, generalizarlas casi en
todo el país. Pero, en realidad, de los 100000 hombres
en estado de llevar las armas que podían suministrar las
provincias, la Independencia había alistado a lo sumo
unos 20000 detensores. A más de esto, aquellos comba-
tientes procedían de las clases más pobres y más atrasadas.
Insensibles, en su mayoría, a todo sentimiento que no
fuera la codicia o el temor, servían a turno, como va
hemos visto, una u otra causa con igual indiferencia. Y,
así, republicanos v realistas se habían disputado al mismo
tiempo, en el transcurso de la guerra, los territorios y los
hombres'. Los que no habían sucumbido desertaban
ahora un oficio que sólo por interés o por fuerza habían
tomado. Los demás, es decir, la inmensa mayoría de los
habitantes, sólo con cierta desconfianza habían salido de
su habitual apatía. Resultaba comúnmente inexplicable
para ellos la regeneración que pretendían imponerles los
Proceres. Volvían con júbilo a la sujeción rayana en
esclavitud, pues de ella esperaban el descanso.
En ningún sitio como cu Nueva España resultó tan seña-
lado este estado de ánimo. El anuncio del posible resta-
blecimiento de Fernando VII hizo, para el éxito de la
represión española, más que las intempestivas severidades
del virrey Venegas y las despiadadas violencias de Calleja,
sucesor de aquél desde comienzos de 1813. Matamoros,
Miguel Bravo, Ravón, Galeana cayeron sucesivamente en
manos del enemigo. Morelos mismo vio aniquilarse la
asombrosa popularidad que había adquirido. Habíase
tratado en Oajaca (diciembre de 1812) de elevarlo a la
dignidad de monarca. Pero, obsesionado por el presenti-
miento de su próximo fin, considerando su misión como
terminada ya, parecía no preocuparle más que la idea de
mantener la existencia del Congreso de Chilpanzingo. Esta
asamblea, que en uso de su autoridad había convocado
Morelos el 1° de septiembre de 1813, y cuyo primer acto
había sido proclamar la independencia de Méjico, no pudo
1. Cf. I^ALI.KMKNT, lUstolIP ll O lu Col(>lnl>¡e, OJ). cit., cap. VI,
rifis
desempeñar el papel con que eontalja su promovedor.
Desechado más tarde de ciudad en ciudad, de Oajaca a
Zitácuaro, de Atijo a Apatzingán, en fin de Uruapán a
Tezmalaca en noviembre de 1815. v luego a Tehuacán, el
Congreso, que se había convertido en teatro de estériles
discusiones, no había de sobrevivir largo tiempo a
jNíorelos. Este gran patriota, hecho prisionero en el
combate de Tezmalaca, el 5 de noviembre de 1815. fué
pasado por las armas, el 22 de diciembre siguiente, en el
pueblo de San Cristóbal de Ecatepec. No obstante, desde
fines de 1814, las autoridades españolas podían prever el
desenlace de la lucha empeñada. Calleja escribía a Madrid
que se hallaba en situación, con sus propios recursos, de
hacer frente a los insurrectos, que « seguían éstos mante-
niendo aún a ciertas provincias en un estado de desorden
y de anarquía, pero que eran incapaces de poner en
peligro su dominación \ »
A pesar de que Lima continuaba siendo el gran centro
político y militar de la reacción realista, los aconteci-
mientos de los dos últimos años distaban mucho de ser,
en el Perú, tan favorables como en Méjico para la causa
de la metrópoli. Habíale costado mucho trabajo al virrey
D. José de Abascal el atajar la marcha del general
Belgrano. encargado por la Junta de Buenos Aires de
proseguir sus victoriosas operaciones en el Alto Perú.
Belgrano aprovechó útilmente la firme confianza que
animajja a las tropas desde su rei'ientc victoria de
Tucumán. Supo exaltar su entusiasmo en una conmove-
dora ceremonia en el transcurso de la cual, enarbolando
por vez primera el estandarte azul v blanco de las pi-ovin-
cias de la Plata, hizo prestar, a los 3 000 soldados de su
ejército, el juramento de vencer o morir por la patria.
Aquel día, 13 de febrero de 1813. Belgrano se hallaba a
veintiséis leguas de Salta, a orillas del río Pasaje, que,
desde entonces, recibió el nombre de río del Jiii (miento.
Salió en seguida para Salta, en donde se hallaba muy bien
fortificado el general Ti'istcán con 4000 hombres. El
1. V. IIiBBAiii), Ilisloirc conteiupuraiiie de VEspagne, op. cit., t. I,
lib. I, Ciip. II, p. 2S7.
GUEHnA A MUEUTE r)fi9
20 de lelji-cro de 1813, día (•élel)re en los fastos de la
revolución argentina, alcanzó Bclgrano su más cumplida
victoria. Tristán. después de reñido combate, fué derro-
tado, viéndose ol)lioado a capitular.
Entonces se repitieron los fenómenos que habían seña-
lado la primera expedición de Castelli y de Balcarcc. Nada
pudo detener el ímpetu de las tropas de Belgrano. Goye-
neche fué abandonado por todos los indígenas : los vete-
ranos espaiioles fueron los únicos que quedaron con los
jefes Y el estado mayor. Las fuerzas realistas se retiraron
hasta las oriUas del Desaguadero, frontera de las Pro-
vincias Unidas. Bclgrano estal)leció su cuartel general
en Potosí. La insurrección se propagó en las pi'ovincias
de Chuquisaca y de Cochabamba, las cuales se declararon
prontas a hacer causa común con Buenos Aires. Goyeneche
resignó su cargo.
Alarmadísimo por estos acontecimientos, el virrey de
Lima substituyó a Goyeneche con el brigadier de artillci'ía
Don .íoaquín de la Pezuela (1° de julio). Pezuela era un
oficial en quien la fií-meza igualaba las capacidades mili-
tares. Se apresuró a ir a tomar el mando de las tropas del
Desaguadero, y se puso en camino hacia Potosí. Bclgrano
tuvo a raya algún tiempo a su enemigo. Pero, obligado a
dar la batalla antes de haber tenido tiempo suficiente para
tomar disposiciones favorables en la pampa de A ilcapujio,
sufrió en este punto una grave derrota el 30 de septiembre,
El 11 de noviembre siguiente, Tristán fué vencedor aún en
Ayohuma. Los Españoles se adueñaron de Chuquisaca v de
Potosí.
Mas, no por esto se juzgaban dominados los Bona-
erenses. José de San Martín, que en la brillante acción de
San Lorenzo (3 de febrero de 1813), a orillas del Paraná,
había dado sobresalientes muestras de estratégico y de
organizador, tomó el mando supremo del ejército llamado :
del Perú. Llevaba San INIartín una división de 1 000 gra-
naderos de a caballo, reclutados entre los mejores jinetes
gauchos, y cuya fuerza y destreza, disciplinadas de mara-
villosa manera por el nuevo general, habían de ilustrarse
más de una vez en los futuros campos de batalla. Mien-
tras tanto, por todos lados se organizaban guerrillas.
570 nOLlVAR
Sólo en el punto ocupado por ellas se hallaban en seguridad
las tropas de Pezuela. A más de esto, la propaganda
hábilmente concertada por el gobierno de Buenos Aires
penetraba hasta en los distritos en que reclutaba sus
soldados el virrey Abascal. Las provincias de Cuzco, de
Arequipa, de Huamanga en el Bajo Perú se dejaban ganar
al espíritu de emancipación. Durante todo el año de 1814
fueron un temible foco revolucionario. Falto de tropas a
consecuencia de las expediciones que enviaba contra Chile,
tuvo que renunciar Abascal a salvar a Pezuela, obligado
entonces a retirarse a una posición fortificada en Cotagaita
(mayo de 1814). Y aun se temió que Lima, hasta entonces
tan fiel, siguiera aquel movimiento.
En aquel momento crítico, se hizo sentir el cambio
motivado por la restauración de Fernando VIL La aristo-
cracia limeña, así como la de México, temiendo ver sus
ricas posesiones entregadas al pillaje de los negros y de
los indios, se unió al virrey para combatir los progresos de
la causa liberal. Gravemente enfermo, San Martín, que,
por otra parte, desaprobaba el método seguido en las
operaciones militares en el Alto Perú y meditaba nuevos
planes de campaña, pidió salir del ejército. Vivió algún
tiempo retirado en Córdoba, al cabo del cual se hizo
nombrar gobernador de la provincia de Cuyo, con resi-
dencia en Mendoza. El general Rondeau había tomado el
mando de las tropas de Buenos Aires. Estas, que habían
quedado relativamente fuera del movimiento que provo-
caban las noticias de España, se sintieron, sin embargo en
peligro en medio de gente hostil. Entre tanto, Pezuela
ofreció una suspensión de armas a Rondeau que éste se
apresuró a aceptar \
Obligado de este modo a defenderse al sur contra los
vigorosos ataques de la Revolución, el virrey Abascal
registró sin embargo el éxito final de las operaciones que,
Toribio Montes, presidente de Quito, seguía dirigiendo
contra las provincias meridionales de Nueva Granada.
1. MiTKE, Ilistoria de Delgrano, etc., op. cit., t. II, cap. xx a xxiii,
Historia de San Martín, t. I, cap. iv, v y vi. Gf.rvinus, op. cit., t. VI.
HuBBARD, Ili.'itoire conteinporaiiie de V Espagne, t. I. Introducción,
cap. IV y lib. I, cap. iii.
GUERHA A MLKllTE
Después (le haber terminado la pacificación de la pro-
vincia de Quito, Montes había reunido 2 000 hombres en
Pasto bajo las órdenes del general Sámano. En agosto
de 1813, Popayán caía en poder de los realistas. Los valles
del Alto Cauca, la provincia de Antioquia iban a ser
invadidos.
Recordaremos que en el tratado de paz firmado a fines
del año anterior entre el general Baraya y Nariño, había
sido estipulado que Cundinamarca contribuiría a las dife-
rentes expediciones por las cuales el Congreso de Tunja,
en nombre de la Unión de las provincias granadinas, había
de intentar conjurar los peligros de una doble invasión
realista. Después de haber suministrado subsidios para, la
expedición de Bolívar, Nariño ofreció al Congreso tomar
él mismo el mando de las tropas, que, en vista de las ven-
tajas obtenidas por Sámano, eran reunidas precipitada-
mente en Santa Fe. Nombrado teniente general de la
Unión, Nariño. después de delegar el poder ejecutivo en
su tío Manuel Bernardo Alvarez ' se puso en marcha hacia
el sur, a principios de octubre, a la cabeza de 2 000 com-
batientes.
Las operaciones de este ejército comenzaron felizmente.
El 31 de di(;iembre, obligaba a Sámano, cuya vanguardia
había sido destruida en Alto Palacé, a evacuar a Popayán.
Algunos días después, el general español reunió de nuevo
todas sus fuerzas cerca de Bajo Palacé. Acudió Nariño a
atacarle, y lo derrotó. Perseguido y vencido aún en Calibio,
Sámano se replegó hacia Pasto. En vez de continuar persi-
guiéndole, Nariño perdió más de dos meses en Popayán
en una inacción peligrosa que permitió a los realistas
rehacerse por completo. Montes substituyó a Sámano por
el general Melchor Aymerich, y cuando se decidió Nariño
a volver a campaña, tuvo que atravesar la región de Patia
infestada de guerrillas que, acosando sin tregua los flancos
del pequeño ejército republicano, lo separaron de su van-
guardia. Por fin, el 12 de abril de 1814, Nariño, muv mal-
1. Nacido en Santa Fe en 1750. Miembro del cabildo en 1810.
Diputado en el Congreso de Leiva en 1812. Dictador de Cundinamarca
en 1814, tuvo que someterse a Bolívar y reconocer la autoridad del
Congreso de la l'nión. Alvarez murió en prisión el 16 de septiembre
de 1816 durante el terror bogotano.
parado, llegó a las orillas del impetuoso río del Jua-
nambú. donde se hal)ían atrincherado considerables
fuerzas realistas.
AUi fué donde, el 2!) de al)ril, se dio la acción del
piimer período de las guerras de la Independencia en la
que los patriotas se distinguieron (juizá por su mayor
intrepidez. Para atravesar el río, cuyas aguas, en aquel
sitio, se precipitan furiosamente entre dos paredes
abruptas, los soldados de Nariño tuvieron, bajo la ince-
sante lusilería, que tender, de una a otra orilla, correas,
cuerdas y bejucos, colgar de ellos canastos o sacos, y, en
aquel columpio improvisado pasar por encima del abismo.
Este sistema primitivo y escabroso, conocido por el
nombre de tarabita, era, por cierto, empleado comúnmente
para el paso de los rápidos que bajan de la cordillera. En
aquella ocasión, fué trágico. Como las balas destrozaban
el artefacto, era preciso restablecer de continuo la ida y
venida, lanzarse resueltamente sol)re las espumosas aguas,
con riesgo de hundirse bajo el peso del voluminoso paquete
de cuerdas, y saltar, con desesperado impulso, a la cumbre
de las rocas para fijar allí las amarras. A salvo en sus trin-
cheras, continuaban los realistas haciendo terrible fuego
y despeñando enormes bloques de granito sobre sus
incansables enemigos. Entonces se vio a los republicanos
deslizarse hasta el río. Varios de ellos llevaban heridos
sobre sus hombros, y mientras contestaban éstos a la
fusilería, sus compañeros « con el agua á los pechos el
fusil elevado en una mano y la otra sosteniéndose de una
cuerda que se atravesó, pasaron al otro lado' ».
Habiendo forzado así el paso del lío. Nariño derrotó
por completo al general Aymerich en las alturas de
Cebollas y de Tacines, en las cercanías de Pasto. Pero
cometió la torpeza de dividir su ejéi'cito.' El 11 de mayo,
los habitantes de la ciudad atacaron la vanguardia man-
dada por Nariño y la desi)arataron. Nariño consiguió
escaparse y llegar al campamento en donde hal)ía dejado
1. Boletín tle la batalla de Juanainbú, enviado por el general
Nariño al gobernador del estado de (kindinaraarca, 29 de abril de
IHl'í. Documentos publicados en El Precursor, por E. Posada, np. cit.,
p. 't2'i.
(;ri:iU!A a miijíii; :)7;{
el i^i'iu'so tic sus Iropas. Allí eiu'oiilió los i-añoiies ciulíi-
vados V las enronas earhoiiizadas. Acometidos de pánico, o
manados por la liai<'ión. los soldados hahian vuelto luuria
l*opa\án. Así abandonado. Xariño. d(íspués de errar
durante tres días poi' los hoscpies, ca\(') en manos de los
l^spañoles, (piienes lo llevaron a su jcle. Al entrar en la
ciudad, el populacho furibundo ([uiso exterminar al inleliz
patriota. Tuvo éste entonces un rasgo de admirable
audacia : paró a los hombres de la escolta, v. solo, ante la
nuicheduml)re. con los brazos cruzados v la trente erguida,
exi'lamó : « ¡Aquí tenéis al general Xariño! » Nadie se
atrevió a tocarle. Avmerich lo hizo encerrar en un calabozo
v lo envió, cargado de grillos v cadenas, a Quito, luego
al (lallao. y por último a (^ádiz. cu donde cuatro años de
tormentos no consiguieron abatir su valor...
Kn pocos días, recuperaron la superioridad los Espa-
ñoles. Sin embargo, hubo disentimientos entre Montes,
quien, con razón, quería que las tropas reales procedieran
sin tardanza a la invasión del territorio aranadino, v el
oeneral Avmerich. Todo el resto del año transcurrió en
recíprocas recriminaciones, v sólo en diciembre, al mando
de Sámano. se puso de nuevo en marcha el ejército de
Quito V volvió a tomar posesión de Popaván.
Así amenazada de nuevo por el sur. Nueva Granada se
hallaba, por consiguiente, expuesta, a (incs de 18i4. a los
mismos peligros que la amenazaron, dos años antes,
cuando la primera decadencia de la Revolución sudameri-
cana. Todo el litoral desde Puerto Cabello hasta Panamá,
a excepción sin embargo de Cartagena, estaba en manos
de los Españoles. (Cajigal y Ccballos reorganizaban en él
las milicias reales que. llegado el momento, podrían
unirse a las fuerzas irregulares diseminadas en las provin-
cias del Apure y de Barínas. donde mandaba Calzada. Para
los confederados de Tunja y el gobierno de Santa Fe. de
nuevo enemio<»s desde la salida de Nariño. significaba esto
el próximo e inevitable cerco.
Don Erancisco de Monlalvo. resiliente en Panamá desde
domle estaba encargado. j)or el gobierno de la metrópoli,
de la dirección suprema de las operaciones en Venezuela v
Nueva dranada. sólo una j)artc del todo platónica liabía
tomado en los últimos acontecimientos. No había dejado,
sin embargo, de enviar frecuentes instrucciones a los
diferentes comandantes realistas colocados oficialmente
bajo sus órdenes. Pero Cajigal, Calzada o Ceballos
estaban poco dispuestos a dejarse dirigir desde tan lejos,
considerando, con razón, que las instrucciones del
« capitán general en jefe » no tenían oportunidad verda-
dera en el momento en que llegaban a ellos. En realidad,
cada uno obraba por cuenta propia, y, si las circunstancias
habían favorecido singularmente la causa realista, no tenía
Montalvo motivo alguno p'&ra enorgullecerse por ello
personalmente.
Desde este punto de vista, el virrey del Perú, a quien
sus funciones investían, respecto de las colonias meridio-
nales de Sudamérica, de poderes semejantes a los que
Montalvo había recibido para la parte del norte, había sido
más favorecido. Verdad que D. Toribio Montes se había
esforzado en seguir las direcciones de Lima; por otra
parte, Goyeneche, Pezuela, habían obedecido constante-
mente. El restablecimiento de la dominación en Quito, el
éxito de las campañas en el Alto Cauca, la casi terminada
pacificación del Alto Perú eran otros tantos felices resul-
tados que había que atribuir al talento y a la buena admi-
nistración de D. José de Abascal. En fin, podía vanaglo-
riarse de los brillantes triunfos que sus lugartenientes
acababan de obtener sobre los insurrectos de Chile.
El desembarco del brigadier Antonio Pareja en la isla
de Chiloé, a principios del año 1813, puso de manifiesto
los progresos recientemente realizados en Chile por la
causa liberal. El dictador Carrera, en quien la proximidad
del [peligro despertó de nuevo la actividad y la energía,
llegó sin trabajo a sacar una crecida contribución de
guerra y a organizar tropas decididas con las cuales
marchó hacia el invasor con objeto de detenerle en el
paso del Maule.
Pareja, ala cabeza de 3 000 hombres, se había apoderado
sucesivamente de Talcahuano y de Concepción (marzo
de 1813), cuya ocupación le hizo dueño de todo el Chile
meridional. Pero la llegada de los patriotas interrumpió
bruscamente la serie de las victorias realistas. En los
(¡UERKA A Ml'KlVri-: 5/5
llanos de San Carlos (15 de mayo de 1813), Pareja resistió
mal el choque de un ejército dos veces superior. Por otra
parte, estaba mortalmente herido por la fiebre. Juan Fran-
cisco Sánchez, a quien él designó para sucederle en el
mando de las tropas, fué a encerrarse en la ciudad de
Chillan. Carrera pudo tomar de nuevo a Talcahuano y a
Concepción, y capturar en la primera de estas ciudades
un convoy de abastecimiento de todo género que el virrey
de Lima enviaba al cuerpo expedicionario de Chile. Tres
meses transcurrieron así, durante los cuales el comandante
Sánchez pudo fortificarse en Chillan. Carrera se decidió a
ir a atacarle allí mismo; pero sus esfuerzos, y la resistencia
de los soldados republicanos fueron inútiles. El dictador
tuvo que levantar el sitio v retirarse a Concepción.
Esta desdichada operación desacreditó a Carrera, contra
quien, desde hacía tiempo, se habían manifestado violentas
animosidades. La Junta, que gobernaba en Santiago
durante la ausencia del dictador, le relevó de sus fun-
ciones y del mando del ejército. Bernardo O'Higgins, que
se había distinguido brillantemente desde el comienzo de
la revolución, fué nombrado general en jefe (febrero
de 1814). Durante este tiempo, Sánchez había avanzado
hasta la costa, y había hallado en Arauco un refuerzo de
800 hombres que conducía el brigadier Gavino Gainza,
nombrado por el virrey del Perú general en jefe del
ejército expedicionario. Abascal tenía por entonces la
esperanza de que el restablecimiento de Fernando Yll en
el trono de España despertaría de nuevo en Chile, como en
otras partes, el espíritu de sumisión a la metrópoli. No se
eng-añaba.
o
A pesar del valor de los Juan Mackenna * y de los Carlos
1. Nacido en Chogher (Irlanda) el 2G de octubre de 1771. Entrado
al servicio de España, hizo la campaña de Atrica eu 1787, luetj^o la
del Rosellón. Pasó a América en 1797, y fué nombrado gobernador
de la colonia de Osorno en el Perú. Fué a. Chile en 1808 y abrazó el
partido de la Independencia; fué gobernador de Valparaíso en 1811,
miembro de la Junta presidida por Carrera. Después de la caída de
éste Mackenna estuvo desterrado en la hacienda de Catapilco durante
dos años. Después mandó las tropas republicanas en 1813 y tomó
parte en todos los combates y batallas de la campaña. En julio de
1814, los Carrera que le tenían un odio mortal lo desterraron a
Mendoza. Sobrevino entretanto la batalla de Rancagua; Mackenna
576 liOLlVAti
Spíino '. a pesar ilcl Iraternal apoyo ([iic le prestaba el
gobierno de Buenos Aires, y de las proezas del valiente
ífencral arsfcntino Las lleras-, la revolución chilena fué
impotente para resistir por más tiempo los repetidos
ataques que le hacía sufrir el virrey de Lima. La guerra
civil, encendida por Carrera, vino a aumentar las desdichas
de los patriotas. Abascal envió todavía más soldados con
un jete experimentado, el general Manuel Osorio. Al
mando del rigimiento real de Talavera, c|ue acababa de
tomar parte en la guerra de flspaña, Osorio desembarcó
el L3 de agosto en Talcahuano, dos días después de
haber sid(> O'Higgins derrotado en ^Nlaipo por Carrera que
se había vuelto su adversario... La reconciliación que,
algunos días después, había de reunir a los dos jefes,
apenas retrasó la caída de la república. Aprovechando las
ventajas que le suministraban aquellas disensiones intes-
tinas, Osorio había avanzado hacía el interior del país y
reunía bajo sus banderas a los partidarios, cada vez más
numerosos, que, sin que se sospechara, eran adictos a la
causa realista.
El i° de octubre, a la cabeza de 5 000 combatientes,
Osorio atacó a O'Higgins atrincherado en la ciudad de
Rancagua con 1 700 hombres. Carrera, cjuedado a cierta
distancia, prometió ayudar a los sitiados en momento
oportuno; pero, ya por incapacidad, ya por negligencia,
no les llevó su apovo. Por consiguiente, O'Higgins resistió
fué a Buenos Aires, Luis Carrera, hermano de José Miguel, llegó
poco después a esta ciudad, tuvo un altercado con INIackenna, lo
desafió y lo mató en duelo el 21 de noviembre de 1814.
1. Nacido en España, fué muy iiiño a Chile, y optó, desde el prin-
cipio de la Revolución, por la causa liberal. Tomó parle en las cam-
pañas de 1812 a 1814 y murió heroicamente en Talca do la cual había
asegurado la defensa.
2. Las Heras (Gregorio dei, nacido en Buenos Aires, el 11 de julio
de 1780, muerto en Santiago el 6 de febrero de 1866. Jefe de la divi-
sión enviada en socorro de Chile por las Provincias de la Plata en
181H, se distinguió el año siguiente en el combate de Cucha-Cucha.
ICn 1817, contribuyó al éxito del célebre paso de los Andes y tomó
parte en la campaña libertadora de Chile. Las Heras mandaba el ala
derecha del ejéicito republicano en la batalla de Maipu (5 de abril de
1818). Luego hizo la campaña del Perú con San iMartín, fué nombrado
gobernador de Buenos Aires en 1824 y, en 1825, jefe del poder eje-
cutivo.
(;ri:i!iiA a .\iii:itTK 577
solo, (luíanle treinta y lies horas, un combate de lo más
cruel V encarnizado : « ¡Mientras quede uno para morir,
gritó en medio de las l)alas, la patria no está perdida! )>.
A las 4 de la tarde, el segundo día del sitio, los patriotas
no tenían va ni víveres ni municiones, la artillería estaba
completamente destruida, las dos terceras paites de la
guarnición había perecido. Kl enemigo se disponía a
íorzai' las últimas trincheras. üTIiofcíins reunió los
300 hombres que le ([uedaban. los hiz(í montar a caballo
y se puso a su cabeza. El capitán Ramón Freyre quiso
entonces proteger a su jefe con cierto número de dra-
gones. Pero, haciendo ademán de apartarle, O'Iliggins le
dijo : « Ks usted un valiente, capitán Freyre, pero me
corresponde quedar en el puesto más peligroso. » Blan-
diendo entonces el sable, O'Iliggins dio espuelas a su
caballo, y. seguido de los supervivientes de Rancagua, se
precipitó por entre las filas enemigas, gritando con voz
fuerte : « ¡ Xi damos ni pedimos cuartel! » Momentos
después, penetraban los realistas en Rancagua, cuyos
ensangrentados v destrozados vestigios fueron, en seguida,
devorados por un incendio.
Escapado por milagro a la muerte, O'Iliggins no paró
hasta Santiago. Su llegada produjo un verdadero pánico
en esta ciudad. Los patriotas comprendieron c{ue la causa
de la Revolución estaba perdida. Osorio se había puesto
en marcha hacia la capital, en donde, entró, el 9 de
octubre, saludado como liliertador por los habitantes
hartos de luchas, de miserias v de trastornos. O'Iliggins
([uería continuar la guerra, pero Carrera se había retirado
hacia el norte con los restos de su división derrotada. El
13 de octubre, pasó la frontera argentina, seguido a poco
por O'Higgins. a quien acompañaba una numerosa emigra-
ción. Los dos aenerales se refufíiaron en Mendoza, al lado
de San Martín, quien, más que nunca, soñaba con invero-
símiles desquites '.
Así pues, desde México hasta Cubile, los Españoles eran
victoriosos en casi todas partes. 1^1 antiguo virreinato de
I. (íav, Hisloiia de Chile, 1. V y VI. Mmu, Ilislitiia de San Martin,
t. I. cap. III, ele, ele.
37
la Plata era v\ iiiilcü ([ue conservaba su indepeiuleneia. Los
partidarios de la metrópoli reducidos a Montevideo, acaba-
ban de sucumbir (23 de junio de 1814) después de un largo
sitio, contra la flota de Buenos Aires bajo las órdenes del
almirante Brown. La influencia preponderante de la Lof^ia
de Lautaro había conseo-uido la convocación de una
asamblea procedente de las Juntas provinciales, que se
reunió el 31 de enero de 1813 en « Congreso Soberano
Constituyente ». Bajo la presidencia de Alvear, la asamblea
proclamó la independencia definitiva de las Prt)vincias
Unidas del Río de la Plata y se propuso establecer las
bases de « un lazo federal entre todas las provincias agru-
padas en torno de Buenos Aires ».
El Congreso fué pronto popular; tropezó con recias
oposiciones por parte de las Juntas provinciales, pero
llegó a disolverlas sin dificultades. Al poder legislativo
había unido el del oobierno. Sin embargo, las derrotas
o o
dé Belgrano en el Alto Perú provocaron, en los habi-
taijtes de Buenos Aires, disposiciones marcadamente hos-
tiles contra la asamblea. Se lindió ésta a las necesidades
de la situación v substituyó a los Triunviros, quienes desde
hacía dos años dirigían en principio los asuntos del país,
por un director supremo al que asistía un consejo de
siete miembros. No se atrevió Alvear a hacerse investir de
ese poder, pero preparó los medios de llegar a él propo-
niendo la candidatura de Gervasio Posadas', su tío. al
sufragio de los miembros de la Logia de Lautarct. La
reciente salida de San Martín para el ejército del norte le
dejaba dueño absoluto de ejercer sobre ellos uu ascen-
diente cada vez más considerable.
Las primeras semanas del desempeño del cargo de
l^osadas iban a ser entristecidas por la noticia de los
preparativos de una gi'an expedición militar que Fernan-
do Vil había decidido enviar contra Buenos Aires. El hori-
zonte se enneorecía también del ladt) del Brasil, cuvo
o «
gobierno parecía dispuesto a cooperai- con el i'cy de
España en su lucha contra las ])roviiicias argentinas. Las
1. l'osAUAs (Gervasio Antonio de), nacido en Buenos Aires en 1757,
y muei-lo en i 832. Primer director supremo de los Estados l'nidos
de la Plata desde 181'i hasla i8i5.
CLKKItA A .MIKKTK 579
pomposas prorlanias que el viney ele Lima hizo esparcir
poi' América anunciaron que 15 000 hombres estaban a
punto dv salir de Cádiz. Si tal ])royectü llegaba a reali-
zarse, la causa de la Independencia no podría quedar con
vida.
Parecía, además, considerando en conjunto la situación
del continente colonial, irremediablemente perdida.
Verdad ({ue. vencida en 1812. la Revolución se había no
obstante, levantado de nuevo. Pero, esta vez. y al menos
en la mavor parte del territorio, estaba tan cruelmente
atacada, (pie no se podía, humanamente. ])rever su regene-
ración. El combate, sostenido por espacio de cuatro años
por los Proceres, termina con resplandores tle ciudades
incendiadas y entre los estertores de las naciones que se
degüellan, en una visión de exterminio v de matanza, en
un cuadro desesperado.
En ^ enezuela. en donde se ha concentrado toda la
energía de la represión, el espectáculo da espanto. « No
hay ya provincias, escribe en un informe oficial el auditor
D. Manuel de Oropesa'; las poblaciones de millai'es de
almas han quedado reducidas, unas á centenares, otras á
decenas, y de otras no queda más que los vestigios de
que allí vivieron racionales... Yo he quedado sorprendido
al ver los caminos y los campi>s cubiertos de cadáveres
insepultos, abrasadas las poblaciones, familias enteras que
ya no existen sino en la memoria... La agricultura ente-
ramente abandonada... En una palabra, he visto los tem-
plos polutos v llenos de sangre, y saqueados hasta los
sagrarios. Xo se puede decir mas. ni yo me atrevo á referir-
le lo mas que he visto v que he llorado. »
Sin (Mni)argo. alentado por el fuego sagrado que arde en
su corazón, v por la inquebrantable conciencia de un
destino que llevará a cabo hasta el fin, dejó Bolívar acpiel
devastado tcati'o de sus primeras campañas :
i< Yo os juro, amados compatriotas, (¡ue este augusto
título (|uc vuestra gratitud me tributó cuando os vine á
arrancar las cadenas, no seni vano, ^o os juro ([uc Liber-
I. Informe de D. José Manuel de Oropesa, auditor de la capitanía
general de Venezuela al intendente D. Dionisio Franco. Caracas
18 de junio do 1«1'». D., V.. 9',0.
5S0 liOl.lVAli
tador ó nuicrto, mereceré siempre el hctnor que me liabéis
hecho, sin que haya potestad humana sobre la tierra que
detenga el curso que me he propuesto seguir... Dios con-
cede la victoria á la constancia ^ »
Tu ne cede malis, .sed contra audentior ito,
Qitam tua te fortuna sinet...
1. Proclama de Carúpano, 7 de septiembre de 1814, D., V., 964.
FIN
índice
LIBRO PRIMERO
(» R 1 G E X E S DE LA R lí \' O Ll" C I O X S U D A 51 E R I C A N A
CAPITILO PRIMERO
LAS I\DL\.S OCCIDENTALES
I. DiíscuBRiMiE.NTO Y CONQUISTA. — língraudecimienlo y deca-
dencia de España desde el siglo dieciséis hasta el dieciocho.
— El pauperismo en el Antiguo Mundo, y el descubrimiento
de América. — El pueblo español emprende la conquista
de las Indias Occidentales. — Consecuencias 7
II. El. XuEvo Mundo. — El continente americano. — Cómo
entiende España la colonización de sus nuevos dominios.
— Los elementos de la sociedad española toman parte en
la colonización de las nuevas provincias de ultramar. —
Evolución general de aquellas provincias paralela a la de la
metrópoli. — El sistema colonial. — ■ Virreinatos. — Audien-
cias. — Capitanías Generales y Presidencias. — Goberna-
dores, corregidores, alcaldes. — Consejo de Indias. — La
explotación minera, principal objetivo de los colonos. —
Indiferencia para con las regiones agrícolas l't
III. El Rkgimi:n Colomal. — Los indios. — Los negros. — Los
criollos. — Formación de la raza sudamericana. — Parti-
cularidades étnicas. — Las rivalidades de castas. —
Influencia del clero. — Misiones. — La Iglesia de América.
— Independencia de las autoridades eclesiásticas. — Difi-
cultades opuestas por ellas al desarrollo de la instrucción.
— El régimen comercial e industrial y sus resultados. . . 21
IV. Primeras insurrecciones. — Predisposiciones originales de
los habitantes del Nuevo Mundo para la independencia. —
Forma que toma en ellos este instínio. — Excesos de los
Conquistadores. — Frecuencia de las insurreciones. — Ten-
dencia nacionalista que maniíiestan. — Los a Comuneros »
del Paraguay en 1720. — Sublevaciones en Cochabamba,
en Venezuela, en Quito. — Rebelión de Tupac-Amaru . . 31
5<S2 ÍNDICE
V. Los Comuneros. — El régimen fiscal. — La rebelión del
Socorro. — Su importancia y su alcance. — Como se i"ela-
ciona con la de las Comunas de España en el siglo die-
ciséis. — Misión en Londres de los agentes de los Comu-
neros de Nueva Granada. — El sentimiento nacional de
los Sudamericanos. — Régimen militar. — Las ("olonias a
íines del siglo dieciocho 39
CAPÍTULO II
LA AUnORA DE LA LIBERTAD
L Las rkiormas de Carlos III. — Influencia del Nuevo Mundo
sobre la evolución del espíritu público en Europa desde el
siglo dieciséis hasta el dieciocho. — l^'rancia « centro de
las luces )>. — El abate Raynal y el conde de Aranda. —
Régimen mas liberal de las Colonias desde el advenimiento
de Carlos III. — Su prosperidad material y moral en
aquella época. — Las grandes exploraciones. — Mutis y la
Expedición Botánica. — Resultados de la política reforma-
dora de Carlos III 'i9
II. Los Jesuítas. — jNIotivo de su expulsión de los dominios de
la corona de España. — Las riquezas de « la Compañía »
en América. — Emoción causada por el edicto real del 27 de
febrero de 1767. — Prestigio que habían adquirido los
u Padres » sobre el espíritu de todas las clases de la
sociedad sudamericana. — Espíritu progresista de que
dieron pruebas en las Colonias españolas. — Consecuencias
de la expulsión de los Jesuítas. — Decadencia de las
Misiones. — Descenso moral de las clases populares y
exaltación de los criollos. — Los Jesuítas desterrados
preparan la Revolución sudamericana. — El P. \ izcardo
y su libro 58
III. La Independencia de los Estados Unidos y la Revolución
irancesa. — Insurección de los colonos ingleses de la Amé-
rica del Norte. — Simpatía con que son seguidas las peri-
pecias de la lucha en las Colonias españolas — La ¡Memoria
del Conde de Aranda. — Proyecto de reorganización de las
Américas. — Por qué no hubo ya posibilidad de éxito. —
La Revolución francesa. — Efecto considerable que pro-
dujo ésta en los criollos. — Afinidades de las Revoluciones
francesa y sudamericana. — Preparación intelectual pare-
cida de sus pi-ecursores. — Ella alcanza un completo des-
arrollo en América en los últimos años del siglo dieciocho.
— <( Centros humanistas », clubs, periódicos 69
IV. Antonio Nariño. — Administración de Caballero y de Ezpe-
leta en Nueva Granada. — La universidad de Santa Fe. —
Nariño. — La Declaración de los Derechos del Hombre.
— La aurora de la libertad. — Una vida simbólica. ... 78
V. Inglaterra y las Colomas espa.ñolas. — Necesidad de apoyos
extranjeros para los campeones de la libertad sudamericana.
— xXariño en Francia. — Este decide partir para Londres.
ÍNDICE ■^^'■^
— I^a polílica sudamei'icana de Inglaterra. — Ventajas
obtenidas por la (Irán Bretaña en el tratado de Uti-echt. —
Recrudecimiento de actividad de la diplomacia británica
después del tratado de 178:{. — Nariño y lo""*! Liverpool.
— Xueva orientación de la política inj^lesa. — La toma de
l'rinidad y sus consecuencias. — Inminencia de la explosión
i'cvolucionaria. — Los Proceres °o
CAPITULO lll
EL JUKAMENTO DEL MONTE SACHO
I. La Capitanía General de Venezuela. — Descubrimiento. —
Colonización. — Relaciones de Venezuela con la njetrópoli
en el siglo dieciséis. — La Compañía de Guipúzcoa. —
Insui-rección de León. — La emigración vasca en América.
— La familia de Bolívar. — Venezuela a fines del siglo
dieciocho. — Vida colonial -^8
II. Simón Rodríguez. — La Sociedad caracjueña. — La infancia
de Bolívar. — La instrucción pública en Venezuela. —
Simón Rodríguez. — Rousseau y la Revolución sudameri-
cana. — Piimera educación de Bolívar. — Tentativa insu-
rreccional de Gual y España 110
III. La juventud de Bolívar. — Salida de Bolívar para España.
— Méjico a fines del siglo dieciocho. — Bolívar en Madrid.
— La corle de Carlos IV. — Esponsales y casamiento de
Bolívar.- — Muerte de su mujer. — Segunda salida para
Europa. — Madame du Villars 1-2
IV. Bolívar en París. — El salón de Mme du Villars. — El
barón Alejandro de Humboldt. — Su viaje a América. —
Entrevistas de Bolívar y de Humboldt. — La jura de
Napoleón. — El amor de la patria 136
V. El juramento del Monte Sacro. — Partida de Bolívar
para Italia. — Permanencia en Roma. — El juramento. -
El Romanticismo. — La influencia de Jean-Jacques y de
Napoleón 145
LIBRO II
EL 1' n E C L R S O H
CAPÍTILO PRIMERO
.MIRANDA
I. Los PRIMEROS AÑOS. — Salida de Bolívar para Venezuela. —
Miranda; su educación, sus primeras armas. — Estancia
en Francia, 1772: en los Estados Unidos en 1784. — Su
vocación se revela. — El Precursor 157
584 ÍNDICE
II. El Apostolado revolucionario. — Miras de Miranda. —
Acogidas que le hicieron Catalina de Rusia, Federico el
Grande, José II. — Viajes. — Mii-anda, mariscal de campo
en los ejércitos de la República. — Campanas de Bélgica.
— Miranda y Dumouriez. — El tribunal revolucionario. —
La Convención y la liberación de la América española. —
Cautividad. — Conspiraciones e intrigas de Miranda. —
Entrevista con Bonaparte 162
III. La política i.mjlesa. — Desarrollo de la política americana
de Inglaterra desde 1785 a 1810. — Su influencia sobre los
comienzos de la Revolución de las Colonias españolas. —
Primera estancia de Miranda en Londres en 1785. — Ten-
tativa de 17ÍI0. — Proyecto de constitución para las colonias
hispano americanas. — Burke y la nueva orientación de
la política inglesa. — Toma de Trinidad 172
lY. Planes y negociaciones en Londres. — Miranda y los Jesuítas.
— La « Junta de las ciudades y provincias de América »
decide asegurarse la cooperación de Inglaterra y de los
Estados l'nidos para libertar las Colonias y asegurar su
independencia. — [..a convención del 2 de diciembre de
1797. — Llegada de INIiranda a Londres. Inacción a que
lo condena la política inglesa. — Proyectos de expedición.
— Miranda es alejado de ellos. — Maquinaciones de Pitt.
— Miranda trata de negociar con los Estados l'nidos. —
Propaganda de prensa. — Peligros para Miranda de que-
dar en Inglaterra. — Quiere volver a Francia 180
Y, Diplomacias infructuosas. — Esperanzas por el advenimiento
de Bonaparte. — Orden del día con ocasión de la muerte
de Washington. — Desengaños que esperan a Miranda en
París. — Su arrestación y su nueva salida para Londres.
— El ministerio Addington. — La paz de Amiens. —
Casamiento de Miranda. — Su entrada en escena en 1804.
— Solicitaciones de que es objeto. — Estalla la guerra
entre España e Inglaterra. — Los proyectos contra las
Colonias. — Táctica de Miranda. — El plan del capitán
Pophain. — Miranda desea entrar en América. — Asistencia
que él espera aún de los Estados Unidos. — Salida. . . . 191
CAPÍTULO II
LEALISMO COLONIAL
I. Expedición del Leander. — Invasión del Río de la Plata. -
Miranda en Nueva York. — Actitud del gobierno federal.
— La expedición. — ¡Medidas de defensa del capitiín general
de Yenezuela. — Fracaso de Ocumare. — El comodoro
Popham se prepara para conquistar la Plata. — Ataque y
toma de Buenos Aires. — El caballero de Liniers. —
— Liberación de Buenos Aires. — Política británica. —
Miranda organiza una nueva expedición. — Acuerdo del
9 de junio de 180G. — Salida de la expedición 203
II. Fracaso de Miranda y defensa de Buenos Aires, — El cani-
índice 585
liín general Guevara. — El espíritu público en Venezuela.
— Socorros enviados de Guadalupe. — Miranda en Vela
de Coro. — Toma de (]oro. — Desilusión y salida de
Miranda. — Efecto producido por la invasión inglesa del
Río de la Plata. — Segunda tentativa contra Buenos Aires.
— Victoria de Liniers. — Su popularidad. — Los Sudame-
ricanos se inclinan hacia España. — Indiferencia de la
metrópoli. — El proyecto de Godoy. — Los liberales hacen
de nuevo su propaganda . 214
III. Cambio de la política i.nglesa. — Los liberales en Caracas.
— Bolívar. — La bandera de Miranda. — Los Ingleses y
los Bonaerenses. — Memoria de Castlereagh. — Proyecto
de reinos en América. — Proceso de Popham y Whitelocke.
— Miranda en las Antillas inglesas. — Su vuelta a Ingla-
terra. — Proyecto de expedición en Méjico 224
IV. Napoleón y la América española. — El asunto de España.
— Propósitos del gobierno imperial en 1802 y 1806. —
Ilusiones de Napoleón acerca de los Sudamericanos. —
Decide el envío de un comisionado a la Plata. — El marqués
de Sassenay. — Instrucciones a los gobernadores de las
Antillas francesas y de la Guayana. — Victor Hugues. —
Salida del comandante de Lamanon para la Guayra. — Sus
instrucciones 233
V. Leausmo Colonial. — La noticia de los acontecimientos de
Bayona llega a Caracas. — Llegada de Lamanon. —
Angustias del capitán general. — Proclama de Fernando VII.
— Los oficiales franceses dejan Caracas. — Toma del Sei--
perit por la fragata inglesa la Acasta. — Llegada de M. de
Sassenay a Buenos Aires. — Actitud de Liniers. — Su
caída. — Explosión de lealismo. — Conducta de los gober-
nadores coloniales. — Los cabildos. — Instrucciones de
Miranda. — Escisión del partido liberal. — Decreto de la
.lunta Central de Aranjuez. — Proyectos monárquicos. —
Los « espíritus preclaros ». — Los liberales venezolanos
y el sentimiento popular 246
CAPITILO 111
1810
I. I]l esi'Íkitu de Miuanda. — La Revolución de las Colonias
españolas no sera' ni francesa ni inglesa, sino americana.
— De qué se compone el elemento revolucionario. — Qué
hay que entender por liheralcs. — Las mujeres y la Revo-
lución. — Unanimidad de opinión de los liberales en cuanto
a la oportunidad de sepai-arse de España. — Medios que
emplearán para realizar su deseo. — Simultaneidad de la
explosión revolucionaria. — La « Gran Logia Americana )>.
— El espíritu de Miranda 263
II. El die*:i.\'ueve de abril en Caracas. — Sentimientos de la
masa popular en vísperas de la Revolución. — • Táctica
r>Hti índice
adoptada por los liberales. — - Explosiones revolucionarias
en Charcas y La Paz. — Revolución de Quito. — Influencia
de Caracas y Buenos Aires en el movimiento general de
emancipación. — El gobernador Emparán en Caracas. —
Los patriotas. — El canónigo Madariaga. — Llegada a
Venezuela de las noticias de España. — La Jornada del
19 de abril 272
III. L.v Revolución. — Llamamiento de la Junta de Caracas a
los cabildos sudamericanos. — - El 25 de mayo en Buenos
Aires. — Los patriotas de Nueva Granada. — El 20 de
julio en Santa Fe. — Martínez de Rosas. — El 18 de sep-
tiembre en Santiago de Chile. — Insurrección mejicana, —
Sentimiento general de los patriotas 285
IV. Las JuiNTAs colomales. — Las matanzas de Quito. — Peli-
gros que anuncian y de los cuales los Proceres tienen el
presentimiento. — Primeras medidas adoptadas por los
nuevos gobiernos. — Cómo organizan su propaganda las
Juntas de Buenos Aires y de Caracas. — Hostilidad de
ciertas provincias venezolanas. — Desilusión de los patriotas
de Caracas. — Origen del proyecto de coni'ederación ame-
ricana. — Política exterior de la Junta de Caracas. —
Actitud de las autoridades de las Antillas inglesas. —
Bolívar es escogido como embajador en Londres. —
Instrucciones dadas a la misión. — Plan de los jefes de la
revolución venezolana 298
V. Misión de Bolívar. — Política sudamericana de Inglaterra
en 1810. — Llegada de los diputados de Caracas. — Su pri-
mera entrevista con VVellesley. — Atenciones de que son
objeto por parte de la sociedad de Londres. — Nota verbal
del 21 de julio. — Memorándum del gobierno británico. —
Amabilidades inglesas. — Fin de las negociaciones. —
Instrucciones de la Junta concernientes a Miranda. — Rela-
ciones de Bolívar y Miranda en agosto y septiembre. —
Artículo del Movning Chronicle. — Miranda informa a la
Junta de su intención de volver a América. — , Itimas
instancias al Foreign Office. — Salida de Miranda. —
Suerte de López Méndez y Andrés Bello 310
CAPITULO IV
LA PKIMERA REPÚBLICA HE VENEZUELA
I. Miranda en Caracas. — Esfuerzos reaccionarios contra la
Junta. — Sentimientos de la Regencia de Cádiz respecto
de las Juntas coloniales. — Medidas de rigor. — Su reper-
cusión en Venezuela. — Conspiración de los Linares. —
Expedición decidida contra las provincias disidentes. — El
marqués del Toro. — Campaña desastrosa. — Llegada de
Bolívar. — Los Proceres se resuelven a acoger a Miranda.
— Miranda en La Guayra. — Disposiciones de los Venezo-
lanos para con él. — La decepción del Precursor 326
II. Proclamación di-; la Indepkndencia. — Actividad de los Pro-
ceres. — La « Sociedad Patriótica )>. — Los diputados
llegan a Caracas y coiiiienzan sus trabajos. — Sentimientos
de los congresistas. — Primeros actos de la asamblea. —
Sesiones tumultuosas en la Sociedad Patriótica. — Vanas
discusiones en el Congreso. — .Miranda es llamado a éste.
— Voto del proyecto de Declaración de los Derechos del
Hombre. — Sesión del ¡i de julio en la asamblea. — Dis-
cursos de Bolívar en la Sociedad Patriótica. — Sesiones
del 4 y del 5 de julio. — Proclamación de la independencia.
— Acogida que le hacen los pueblos venezolanos. — Los
Proceres. — Manejos de Cortabarría. — Conspiración de
Florez. — La insurrección estalla en Valencia. — Expe-
dición mandada poi- el marcjués del Toro. — Miranda jefe
supremo de los ejércitos nacionales olJ5
III. La Co.nstitvción Federal de 1811. — Animosidad general
contra Miranda. — Desdenes con que él corresponde. —
Campaña de Valencia. — Dificultades de los patriotas. —
Combates en las calles de Valencia. — Primeras proezas
de Bolívar. — Cerco y rendición de Valencia. — Discusión
en el Congreso del proyecto de constitución. — Complot
contra Miranda. — Esfuerzos contra-revolucionarios de
Cortabarría. — l>a cuenca del Orinoco en poder de los
realistas. — Regreso de Cortés de Madariaga. — Cómo,
en aquel momento, conciben los Proceres su deber. —
Promulgación de la Constitución. — P'ederalismo y cen-
tralismo en Sudamérica. — Estado político y social de
Venezuela. — Ideas centralistas de Miranda. — Ilusiones
de los Proceres. — Combates en Guayana. — Triunfos
españoles en las provincias occidentales. — D. Domingo
de Monteverde 350
IV. Miranda Dictador. — Terremoto del 26 de marzo de 1812.
— Conducta admirable de Bolívar. — Progresos y vic-
torias de los realistas. — Situación en Venezuela. —
Miranda es nombrado generalísimo y dictador. — Primeras
medidas. — Los ejércitos republicanos. — Los oficiales.
— Voluntarios y oficiales extranjeros. — Mac-Gregor. —
Serviez. — Soublelte. — Preferencias de Miranda para con
los extranjeros y, sobre todo, para con los Franceses. —
Napoleón y Sudamérica. — Telésforo de Orea sale para los
Estados luidos en donde debe ponerse en i-elación con el
representante del Emperador. — Plan de campaña y
disposiciones del generalísimo. — Bolívar es encargado
del mando de Puerto Cabello. — Disentimientos entre
Miranda y Bolívar 365
V. El Calvario de Miranda. — Entrada en campaña. — Estado
de espíritu del ejército. — Miranda se atrinchera en
Maracay. — Ataques de Monteverde. — Medidas militares
y políticas del dictador. — Misiones en el extranjero. —
Xuevos ataques de los Españoles. — Miranda en la Victoria.
— C^ombates. — Situación crítica de Monteverde. — Toma
de Puerto Cabello. — Relato de Pedro Gual. — Conducta
de Bolívar. — Insurrección de los esclavos. — Situación
588
general. — Miranda se resigna a capitular. — Negocia-
ciones. — Tratado de San Maleo. — Efecto producido en
Caracas. — Odios contra Miranda. — Enloquecimiento
general. — Disposiciones tomadas por el generalísimo.
— La Guayra el 29 de julio. — Complot de Casas. —
Conspiración de los oficiales de Miranda. — Su arresto. —
Sus prisiones. — Su muerte. — Bolívar y el arresto de
Miranda. — Juicio sobre Miranda 377
LIBRO III
no Ll VA li
CAPITULO PRIMERO
EL MANIFIESTO l)E CaUTAGEXA
L Cortes de C.(diz — Espíritu de conciliación y de liberalismo
que demostraron en ui» principio. — Cambio de actitud. —
IjOs comerciantes gaditanos. — Política británica. — (cons-
titución de 1812. — Fracaso de las negociaciones hispano-
inglesas. — Ventajas que, no obstante, saca Inglaterra. —
La Regencia está persuadida de la próxima pacificación de
las colonias insurrectas'. 3í'7
II. Las Colomas e.n 18J2. — Méjico de 1810 a 1812. — El Perú.
— El Río de la Plata. — El Paraguay. — El Alto Perú. —
El Uruguay. — Chile 405
III. Nueva Granada. — Presidencia de Quito. — Situación en
la Nueva Granada propiamente dicha. — El federalismo. —
— Las Juntas independientes. — Congreso de Santa Fe del
22 de diciembre de 1810. — Constitución del 4 de abril de
1811. — Jorge Tadeo Lozano. — (Contra-revolución de las
regiones de Pasto y Patia. — Anarquía general. — Acta
federal de las Provincias l'nidas. — Reaparición de Nariño.
— La Bagatela. — Nariño presidente de CCundinamarca. —
Guerra civil. — Amenazas exteriores. — Política de la
Junta de Cartagena. — Llegada de Bolívar a Cartagena. . 417
IV. El. Ma^íifiesto de Cartagena. — Bolívar después del arresto
de Miranda. — Cómo sale de Venezuela. — - Estancia eu
Curazao. — Bolívar bien acogido por el presidente Torices
en (Cartagena. — Publicación del manifiesto. — Análisis de
este documento. — El plan de Bolívar. — Obstáculos que
habrá de vencer. — Cómo los considera. — Cómo los
domina. — • Consecuencias que resultan de los esfuerzos
del Libertador. — Sacrificios a que se resigna. — La vida
del guerrillero 431
V. (Campaña de Nueva Granada. — Bolívar sale de Barranca a
la cabeza de la expedición libertadora. — ■ Toma de Tene-
rife. — Llegada a Mompox. — Combales de (Chiriguaná,
J-
I.NDICK :>89
Tainalaincque. ■ — Knlrada do Bolívar en Ocaña. — - Aron-
teciinientos en (larlagena. — 1-11 general l^abalul en Santa
María. — Actividad desplegada por los Españoles. — Cerco
de Nueva Granada. — Mensaje de Manuel Castillo a Bolívar.
— Salida de Ocaña. — Travesía de la cordillera. — Vic-
toria de Bolívar en San José de Cúcuta. — Resultados de
la campaña. — Llamamientos de Bolívar a la opinión gra-
nadina. — Resistencias con que tropieza. — Cómo traía de
vencerlas WWW
CAPULLO II
El. LIBEUTADOIt
I. L.v Disidencia de Castillo. — Bolívar solicita del Congreso
permiso para reanudar la campaña. — Oposición de Cas-
tillo. — Situación en Venezuela. — Expedición de Santiago
Marino. — Combate de La Grita. — Fuerzas de que dis-
ponen los Españoles en Venezuela. — Esfuerzos de Bolívar
para ganar a sus proyectos la asamblea de Tunja, los
gobiernos de Santa Fe y (Cartagena. — Motivos de esta
conducta. — Lo mas distinguido de la juventud granadina
se alista bajo las banderas de Bolívar. — Recibe éste
orden de invadir a Venezuela. — Medios con que emprende
Bolívar la campaña 453
n. Liberación de Venezuela. — Ocupación de Mérida y Tru-
jillo. — Llamamientos de Bolívar a sus compatriotas.
— Acciones de Agua de Obispos, del Desembocadero, de
Niquitao. — Bolívar en Barinas. — Huida de Tízcar. —
Prosigue -Marino sus é.\itos en las provincias orientales. —
Nuevo plan de campaña de Bolívar. — Victoria de Rivas
en Los Horcones. — Ocupación de San Carlos. — Batalla
de 'laguanes. — Capitulación de La Victoria. — ■ Los
lüspañoles abandonan la capital. — Resultados de la cam-
paña de Venezuela. — Entrada triunfal de Bolívar en
Caracas 465
III. La Educación del Patriotismo. — Peligros cjue amenazan
la obra y la gloria nacientes del Libertador. — Sitio y
toma de Cumaná por Marino. — Victoria de Piar y Ber-
múdez sobre (Cajigal en Barcelona. — J^os Españoles evacúan
las provincias orientales, de las cuales se hace proclamar
dictador Marino. — Didcullades que resultan para Bolívar
de las continuas disidencias de sus compañeros de armas.
— Origen de esas disidencias. — Antonio Briceño. —
Bolívar se instituye educador del patriotismo. — Pro-
clamas de los 8 y 13 de agosto de 18L5. — Organización
del nuevo gobierno. — Bolívar y el ejército. — Vuelven
las hostilidades. — Operaciones del sitio de Puerto Cabello.
— Desaliento de los soldados de Bolívar. — Acciones de
Barbula y Las Trincheras. — .Muerte de Girardot. —
Bolívar proclamado Lihevtudov. — Funda la orden de los
Libertadores de Venezuela 'i80
590 INÜICE
IV. La. Lnacción de Marino. — Su indiferencia ante las instancias
de Bolívar. — Boves, Morales y el levantamiento de los
llaneros. — Disposiciones que toma el Libertador para
desviar este nuevo peligro. — Campo Elias. — Batalla del
Mosquitero. — Acciones de Bobare y Yaritagua. — Bolívar
acude en socorro de Urdaneta. — Acción de Vijirima. —
Batalla de Araure. — El Libertador se esfuerza por des-
arrollar el patriotismo de sus soldados. — El JJatdllón Sin
Nombre. — Expedición del general Salomón. — Los peli-
gros se acumulan en torno de los defensores de la Inde-
pendencia 496
V. Bolívar Dictador. — El espíritu público se aparta de la
causa liberal. - — Principios que motivaron la organización
del gobierno provisional en agosto de 1813. — Se impone
la dictadura. — Por qué Bolívar ha de ser dictador, con
preferencia a Marino. — Asamblea del 2 de enero de 1814.
— Discurso del Libertador. — Táctica de los jefes espa-
ñoles prontos a reanudar la guerra. — Situación crítica de
los patriotas. — Proj'ectos de recurrir al exterior. —
Decreto de Bolívar aconsejando a los extranjeros a que
se establezcan en Venezuela. — Embajadas americanas en
los Estados Unidos y en Europa. — Política sudamericana
de Napoleón. — Orea. Palacio y M. Serrurier. — Palacio
y Delpech en París. — Fracaso de la misión. — Las divi-
siones españolas marchan sobre Caracas. — Batallas de
Ospino y de La Puerta. — Expedición de Rivas en los
valles de Tuy. — La matanza de Ocumare. — Juramentos
de venganza 507
CAPITULO III
GUERRA A MUERTE
L La locura de la Sangre. — Bolívar sitia de nuevo a Puerto
Cabello. — Lo abandona al saber el desastre de la Puerta.
— Los comandantes militares de La Guayra y de Caracas
piden instrucciones respecto de los prisioneros españoles.
— Gestiones que había hecho anteriormente el Libertador
para obtener la ratificación de la capitulación de La Vic-
toria contra la entrega de dichos prisioneros. — Situación
crítica de los patriotas. — Bolívar fia la orden de ejecutar
a los prisioneros. — Matanzas de los días lo, 14, 15 y 16 de
febrero de 18^14. — Causas profundas que las explican. —
El contagio del homicidio. — C>ómo se habían introducido
y aclimatado en América los principios de violencia. —
Carácter atroz asumido por las guerras de la Independencia.
— Cervériz, Zuiízola, Boves. — Excesos cometidos por
los Españoles y por los patriotas. — Arismendi, Rivas,
Briceño y su Contrato de enero de 1813 524
II. El Decreto de Trujillo. — Primeíos sentimientos de Bolívar
respecto de las violencias que tendían a justilicarse en torno
suyo. — Efecto que producen en su espíritu las persecu-
IXDICK 501
clones ordenadas por Monleverdc. — La proclaiua de
Mérida. — El decreto de Trujillo. — Cómo traduce él el
sentimiento general de los Sudamericanos. — Juicio acerca
del decreto de Trujillo y !« conducta de Bolívar. — Mani-
ííesto a las Naciones del Mundo y correspondencia con el
gobernador de Curazao. — (;onsecuencias de la guerra a
muerte óIJó
II I. Resistencia desesperada. — En previsión de un ataque
próximo de Boves, el Libertador pone la región de Valencia
en estado de defensa. — Combates frente a San Mateo. —
Suspensión de armas. — Nuevos combates. — Ataque
general. — Heroísmo de Ricaurte. — Victoria de Bolívar.
— La situación de los republicanos parece mejorarse. —
Expedición de Arismendi, Rivas y Montilla contra Rósete.
— Las divisiones realistas de Coro y de Barinas vuelven a
entrar en campaña. — Urdaneta en Valencia. — Llegada
de Marino. — Batalla de Bocachica. — Bolívar y Marino se
reúnen en La Victoria. — Nuevo plan de campaña. —
Marino es vencido en el Arado. — Cajigal deja Coro y toma
en San Carlos el mando del ejército. — Batalla de Cara-
bobo 54'»
IV. Caída de la Segunda República Venezolana. — Reapai'ición
de Boves. — Medidas tomadas por Bolívar. — Batalla de
La Puerta. — El Libertador en Caracas. — Sitio de
Valencia y violencias que le siguiei'on. — Bolívar deja la
capital. — La Emigración de 1814. — Batalla de Aragua.
— l'lan de los patriotas. — Huida de Bianchi y salida de
Bolívar y de Marino. — Su llegada a Carúpano. — Dispo-
siciones hostiles de los habitantes respecto de ellos. —
Salvados, merced a la intervención de Bianchi, salen de
Venezuela. — Rivas, Piar y Bermúdez deciden hacer frente
a la invasión. — Combate de Maturin. — Boves se reúne
con Morales en Barcelona. — Batallas de Salado y de
Trica. — Toma de Maturin. — Caída de la república . . . 555
V. América en 1814. — Efecto producido en América por la
restauración de Fernando ^ II. — Méjico desde 1812 hasta
1814. — El Perú. — Campañas de Belgrano. — Batallas de
Salta, Vilcapujio y Ayohuma. — San Martín. — Empresas
del virrev de Lima contra las provincias meridionales de
Nueva (Granada. — Chile. — Expediciones de los generales
Pareja. Sánchez, Gainza y Osorio. — Batalla de Rancagua.
— Las Provincias Unidas del Río de la Plata. — Estado
de la Revolución a fines de 1814. — Proclama de Bolívar a
sus compatriotas 566
13'»'4-13. — P.ir¡s. Impicnta de la V''' ilc C. Büuret. — H-l'».
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Connecticut
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