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Full text of "Coleccion de articulos politicos .."

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JJImm, 



ARTE S SCLENTIA VERITAS 




DirizpdnyGOOgle 



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COLECCIÓN 

Di mmm políticos 

PUBLICADOS 



LA P0L1TIC4 . EL DEB4TE 



\1"í!a 



p. ^ALVADOR. ]_iOPEZ puiOARRO 



INPBEKTA DB UANOEL e. HBBNANDSZ 

8AN HIGUEL, 33, BAJO 
1872 , 









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COLECCIÓN 

nuncüus Ñuños 

PUBLICADOS 

n 

L4 P0LITIC4 V EL DEB4TE 

eoR 
p. ^ALVADOR JjOPEZ püUARHO 



THPBBNTA BB VAHOIL «. aBBMANSIZ 

8AS Mieim, SS, BAia 

1878 



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nao. SR. p. mm cuions hl cAsrauí. 



Mi querido amioo; Á^nas respetables personas me kan ani- 
mado d aleccionar los artículos que comjponen este tomo, ereyén- 
dotos benévolamente merecedores de alcanzar, como Ubro, a^rnia 
más vida que la sellada á ^s efiímeros trabajos del periodismo. 
Séame Ucito consigitaa-lo asi previamente, en descargo de mi com- 
placencia editorial, y añadir que, dejafido á la historia el cwi- 
dado de hacer justicia de^niÜ/Da d las entidades políticas en- 
tmeltas en mi crítica de un dia, presumo yo que acaso estos 
párrafos, como recuerdo de los sucesos que los in^rarony de 
las mrrientes de opinión de que jueron eco , puedan no ser del 
todo inútiles d los apreciadores in^rciales de nuestra grande 
agitación social. Mas por si me equivoco, diente usted, mi 
antiguo am^o y maestro, amparar bajo su ilustre wm^e estas 
páginas que U dedico. Que de estemado tendrá mi obra ante 
el público y ante mi propia conciencia una verdadera, indispu- 
table razón de ser: ¡a de ofrecerse &t cordial irtínUo dusíed,de 
quien soy a^irador (Rectísimo 

SALVADOR LÓPEZ GUIJARRO. 
Madrid Junio de 1872. • 



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PARTE PRIMERA 

CAMPAÑA 
CONTRA LA INTERINIDAD REVOLUCIONARIA 



AKTÍCDLOS PDBnCADOS 

U 

LA política 

eil«a«le<inili71 



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UN 6HAJI ACTO. 



(«4 de XiMFO de 1870.) 

Gañido Qegne k manoa de nuestros lectores este núm»o de L& Po- 
iJnoA, y* habrá la Asunblea soberana resuelto la grave cueatíon en 
^e la extrema Üquierda ha intestado empeSarlá. La inexperta mu&a 
del ñderalismo íb^co, el patértdco j elocaente Sr. Castelar habrá ya 
apireado con todas Iss fuerzas de su acento suave y de su itoaginacioB 
ftffifiSrioa el prcrj'eeto de ley que aspira & escluir por Bíempre de los 
«aodidatcn r^ios de EspaQa í todas las ramae déla Emilia borbóoioa. 
Ya su lefioria frigia habrá amulado de nuevo los oidos parl^uaenta'- 
rioB con la cdeetial ntúsica de sus premeditados cantos; habrá trazado 
una vez mis, á grandes y encantadores rasgos, la historia de la ha- 
Btanidad ea graeral y de tos monarcas en particular; halxi agitado, 
eamo nrueva Pitonisa, las temblantes manos, al aon de au nerviosa &- 
enndia; habrá comentado Ubérrimamente épocas, auceaos , biograñaá, 
prÍDciiHos y pri&cápeB; se habrá bebida, sin sentirlo, tres ó cuatro 
fisos cte la trifadmola ag^ia azucarada que tanto necesita au delicada 
kríng'e; habrá oficiado de nuevo ante (A ara en que, como vestal polí- 
tica, gvxráa y mantiene ^ ñia^ de todas las ilimitsciones sociales; se 
habrá hecho aplaudir artteticamente por cuaiitoe le escuchen; habrá 
dado ocasión al oeatésimot^^ama entusiasta d^ algima colectividad 
«Itunana improninleiable, y, en suma, habrá hecho las delicias de an 
«rtíticos oyeMes; b*1vo , y es natural , aquellos que , acostumbrados & 
juzgtf de los ovadares trascendentales y de los hombre de Bstada 
rtrios por los Sladiatons, los Thiers, los Bioe Rosas, loa Olózágae y iM 
Cánovas, perstetan e(t no ofteeer á sus gritos armoniosos t>tro tríbdto 
qne cj ds un ef bnoro entemetámieoto sin consecuencias . 



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A la espansjon de x2pcargo del Sr, Castelar, y despuea de oiría y de 
sentir, como todos, el deseo- de arrojar flores & sus plantas, y después 
de enjugar en sus t^'os una fiírtiva l&grinia dé íntima delectación* 
algún digno individuo del gobierno , obligado á tomar la cuestión en 
oérío, se habrá levantado para r(^;ar i la mayoría constituyente que 
no se deje dominar por los acordes del arpa federalista, y que^ein per- 
juicio de hacer justicia crítica á la eterna juventud de espíritu del ín- 
mancülado tribuno y de reconocer las desproporcionadas condicionea 
que le adornan para todo lo que sea lucha y batalla de imaginación y 
garganta, acuerde sencillamente no tconar en consideración el defen- 
dido proyecta. Y la mayoría, con la viril y patriótica conciencia de sus 
deberes, y recordando que no está en los bancos rojos únicamente para 
llorar con los Garcilasos políticos que abusen de las propensiones rít- 
micas de su órgano auditivo, y sintiendo que allí está para evitar 
át país el espectáculo infecundo de las grandes injusticias, y de laa 
grandes inconveniencias, y de las grandes ridiculeces, hará un fócü 
esfuerzo sobre su sensibili^ poética, triun&rá en el acto de la sirena 
alicantina de la palabra, y no tomará en consideración el proyecto de 
ley, y no prejuzgará ciega y estérilmente la cuestión suprema de la 
política esputóla, y esperará á resolverla cuando llegue oportuna y de- 
finitivamente su día , en la forma y de la manera que el seuümimto 
nacional aconseje. 

Fácilmente comprenderán nuestros lectores las razones que nos 
han dictado esos dos vaticinios , esos dos presagios acerca del ur- 
den y resultaflb de la sesión pública que hoy deben celebrar las Car* 
tes Constituyentes. El primero , el que se refiere si discurso del seüot 
Castelar, está fundado en el conocimiento que creemos tener de su ' 
idiosincrasia político-recreativa. El Sr. Castelar, nos hemos dicho 
siempre que los actos de su vida pública nos han dado el d«^ho de 
juzgarle según nuestro leal saber y entender, con otra naturaleza, asa 
la ayuda de otros resortes físicos y morales, hubiera sido un verdadero 
hombre de gobierno, un verdadero modelo clásico de pabíotismo, una 
verdadera figura europea, digna ds la gran escena pública de laa nv 
(áfoies que fueron maestras de la humanidad. Pero Dios reparte con 
su sabia y acataUe voluntad los dones del cuerpo y del espíritu , y el 
Sr. Castelar no tiene la culpa de no poseer más que la parte de adcu>- 
no de los gigantes de la inteligencia. Y nuestra amistad, ó, mejordi- 



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cho, nuestra debilidad por él, no nos impMe, cuando ae trata de apli- 
carle, con la imparcialidad que el severo pa&íotiaino aconseja, el eei- 
calpek) humilde pero biffli dirigido de nuestro criterio , reconocer la 
rara y deplorable mezcla de dotes y de fiJtaa, de grandezas y peque- 
neces que constituyen el doble conjunto interno y extemo de su indi- 
vidualidad. 

Cuando vanos , por ejemplo , su ancha &ente , adornada ya coa 
la precoz calvicie del estudio; sus inteligentes ojos, que parecen estar 
movidos constantemente por los hilos invisibles del pensamiento, y 
aqud espeso y retorcido bigote, dosel de sos elocuentes labios , no po- 
demos penear sin dolor en la &lta que hacen á su persona ñsica algu- 
nos codos más de estatura, y lo bien que vendría al falsete de su voz el 
timbre masculim. 

Cuando admiramos, por ejemplo, la inagotable mina de imágenes 
bellas y de pensamientos nuevos que guarda su cerebro, y el original 
carácter de'sus frases y de sus escritos , que brillan siempre como sar- 
tas de predosas piedras, no podónos menos de deplorar la eterna tm- 
dencia de su esf^tu hacia lo superficial de las eosas, hacia el que 
llamaremos mariposeo intelectual y moral , víctima siempre del cohr 
y de la forma de sus creaciones. 

Se trata solamente de describir, de exponer, de pintar: no bus- 
quds mejor pincel que el del Sr. Castelar. Se .trata de razonar, de 
convencer, de profundizar, de resolver: el Sr. Castelar tira el laúd y 
Tase. Por eso le vemos cristiano de forma en la «Historia de la civili- 
zacifHi en los cuatro primeros siglos del cristianisino,» católico de pa- ' 
labra en la «Descripción de la catedral de Toledo,» libre pensador 
cuando emprende un pintoresco pu^^to con el ultramontanismo ' del 
Sr. Hanterola, más sublime que todos los esfuerzos del arte monár- 
quico cuando nos pinta los reyes batalladores y unificadores de la 
Edad Media, más orleanisfo que nadie cuando nc» recuerda y encare- 
ce la monarquia de las clases medias; y por eso, sin duda, le habrá 
visto hoy la Cámara menos monárquico y menos orieanista que sus 
correligionarios los Sres. Pérez del Álamo y Joarizti, porque su parti- 
do le ha dicho sencillamente: píntenos Vd. las atrocidades históricas 
de ]m reyes en general y de los Orleanes en particular. ¿Pero quiere 
decir esto que el Sr. Casteliir sea, en el fondo, lo que dice, ni que él 
mismo teng:a gran &cilidad de saber lo que es? ¡Ali! no. Se b impide 



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el dua^BiDo compUcado, el ^oo coemopolitiamo de su aér moral. 
ITiiflte contingenQia de la Saqueza homana! 

Respecta al otro presagio, al que se refiere al cuerdo de la mayo- 
ría de ^ Asamblea en la cuestión que con inoc^te malig^dad han 
prcmtoTÍdo loe federales, demasiado habrán comprendido nuestros lec- 
tores que, para hacerlo, nos hemos fundado en las noticias ya pú-' 
blicas de lo que pas¿ en la reunión privada que ayer celebró la mayo- 
ria. Todo el mundo sabe el buen sentido, la sensatez patriótica que en. 
ella djminó. PáUiooe son ya también los merecidos elogios que en 
. ella se cooquisfiarou muchos de nuestros hombres politioos, el genera 
Frim, el Sr. Ríos Rosas, el Sr. Rivero, el Sr. Hadoz, él Sr. Topete y 
otros, por el eepiritu'de conciliadora prudoioia que rescdtó en sus 
manifestaciones. El resultado de ellas fué lo que del»a ser: el aeuetdo 
para hacer hoy inútil la tentativa del maquiaTeliamo federal, y para 
dejar que la grave cuestión monárquica se resuelva por sus naturales 
trámites en el seno y con la aquiescencia y los auxilios de la mayoii» 
de loe representantes del pueblo, i quien el país liberal y mon&r<|uico 
ve hoy identificada con sus esperanzas y oonvicciones. 

Resolta, pues, para nosotros, de estos dos presagios, que no por 
su lógica fecilidad dejan de ser gratos & nuestro patriotismo, que si á 
estas horas, como esperamos, las Cortes Oonstítuyentes, rechazando el 
proyecto federalista, «btieneñ una nueva victoria sobre las tendencias 
de la anarquía y de la utopia, la revolucioa, cuyos extravíos procurai- 
mos ser loe primeros á señalar y deplorar por deber y por amor & 
nuestra propia obra, acaba de dar una gran muestra de su vitiJidad 
que muchos creen ^tinguida, acaba de realizar un gruí acto. 



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CORTES CONSTITUYENTES. 

SeSION DE AYER. 
Extracto Ubre del ocurso deí Sr. Oattelar. 

(U^aBaero.) 

SeÜcffee dipatados: VoBotroa, y oon Toeotaw la ofánicn pública, nw 
eetaÍB mimaBdo taqto j tan de ooqüooo, que noaa veces me fig^uro 
que ÍBe}Hro á Tusatro afecto algo del atractivo del vencedor, y que vale 
4 uunentar el númwo de mis comías de latirol con ana nueva; j 
cdna vece» creo pura j simplemente que, haúiéndome justicia, me 
teneie por un hombre de bifin,vaÍBcero y patriota, amtqoe deagraciado. 
Pues bien; ee neoesaria, abaolutamente neceBario, neceaano absolutar- 
mente (perdonadme el abuso de este adverbio absolutista, porque ee 
mi iar&pquilla) que boy más que oimea me hagws el &vor de ten» de 
Vá ese baen concepto, porque las tribunas eat¿n ll^uis, sobre todo la 
de señoras, y yo estoy en mi elemento, y yo os anuncio con la con- 
ciencia eo la mano, y antes de amoldu* á mi placear la historia, que 
voy & deoír maravillaa. (Stntaeten.) 

Absolutamente, seüores diputados, abmlutraiente os digo que es 
abecdutamente imposible encontrar en la historia una raza absoluta- 
mente de reyes mis absolutamentie abominalde que la de los Borbones. 
Dice La ^^ocaque yo be £alHricado una historia para mi uao particular. 
Batas flOD eoeas absolutentente del 3r. Bacobar. Pwo, sienes, ¿es 6 
So nerto, ibsidutaiiDNite cierto, que Enrique IV, él que nació en el 
castiUa de iSku, fité absolutamente el pnin^ Barbos? Paesyoosdigo, 



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aim & riesgo de que no me apland^ís, que de aqael Borbon, que tanto 
bien hizo á la Francia íéndal y destrozada ptH- las guerras civiles, han 
descendido todos los demás Borbones. (A gma, porteros.) 

Y si esto es asi, stores diputados; si esto es asi, absolntamente 
asi, ¿cómo negar que la revolución de setiembre adoptó el lema de 
«abajo los Borbones?...» ¡Ah, seOores! con la mano puesta absolutar- 
mente sobre el corazón os digo que la revolución de setiembre no se 
hizo, en rigor, por los partidos libeíalea de EspaSa. ¿Queréis saber 
quién la hizo, quién absolutamente la hizoí Pues yo os lo diré en un 
brillante párrafo que traigo preparado al efecto. La revolución de se- 
tiembre la hizo d descubrimiento de América, y si no, preguntádselo 
¿ Colon ; la hizo el descabrimiento de la imprenta, 7 si no, que lo diga 
Outtemberg; la hizo el espíritu de la sociedad moderna, 7 , como re- 
presentantes de este espíritu, la hicieron, en una palabra, los Borbo- 
nes, absolutamente los mismos Borbones. Porque, señorea (grande agi- 
tación}, los Borbones han sido la ftmilia regia más revolucionaria que 
yo conozco. Figuraos que ellos secularizaron la Europa, (^xalíándo- 
se.) ¡Sí, absolutamente si! Todo despotismo... teocrático envuelve una 
teocracia, y desde el edicto de Nantes hasta la expulsión de loe jesuí- 
tas de España, es lo cierto, absolutamente lo cierto, que hay gran tre- 
cho. Luis XIV el etiquetero, y Carlos IH el cazador, no me dfjarán 
maitir. Pues bien ; ¡héroes y victimas de Alcolea, vosotros que sapifr- 
teis antes de morir que Felipe V fiíé on «nal nieto, y Luis XV de Fran- 
cia un concupiscente , y Carlos IV de Esp^b un marido como hay 
muchos, y Femando VII un chispero, no permitáis, absolutamente no 
permitáis que vuelvan al trono español!!!... (Impresión generai, la Cé- 
maraesté apunto de estallar; silencio profundo, como desde elprin- 
cipio.) 

Stores, ¡un francés! ¡un francés! ¿Sabéis lo que es un francést ¿Lo 
sabéis absolutamente? Pues si no lo sabéis recordad al duque de Mont- 
pensier. Yo me he pr^untado muchas veces si un hombre que vive 
en España hace ya un cuarto de siglo, que ha tenido en ella sus hi- 
jos, su bogar, su &milia, su honrada fertuna, no es tan espaQol como 
yo. Pero ¡ah, seSoresI ¿no es el duque de Montpensier un Orleans, y 
los Orleanes no proceden de los Borbonesf ¿Pn^ cómo negar que Mont- 
pensier es Barbón? ¿Cómo negar que la humanidad es consanguínea 
dd desobediente Adán? Además, absolutamente además, el nieto de 



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1* 

Felipe Igualdad tiene algo de fralaicida. Yo bien sé que Isabel H se 
echó ella misma de España, y que aquellos de su &iDÍlia que se lucie- 
ron solidarios de sus Mtas son dignos del parentesco; pero pensad, 
seBores diputados, en la gran violación del sentido moral que envuel- 
ve la conducta del duque de Hontpensier para con la ex-rdna. Él no . 
permitió.que ana hijos Tiviesen en aquella corte deletérea; él protestó, 
por cuantos medios pudo, de aquellos errores y de aquellas faltas que 
condensaron la nube revolucionaria en el horizonte; él se ha limitado k 
vivir en su retiro, con la honradez y el bien por única norma. Pero, 
seSores, no olvidemos, absolutamente no olvidemos que el duque de 
Montpeosier... y pido & la techumbre de esta C-ámara que no se cai- 
ga, absolutamente que no se caiga... era... cuñado, es decir, hermano 
poUtíco de Isabel 11! . . . (Sobrecogimiento gmeral.) 

Y ¿por qué lo filé, aeSores, por qué lo fué? ¡Ah! lo fué por efecto 
de aqudlas bodas contra las cuales protestaron Pacheco , Pastor Diaz 
y Vald^ajnas, contra las cuales yo también, padres de la patria, pro- 
testo. Porque yo también me digo á las veces ; si hubiéramos dado i. 
Isabel un rey consorte en el duque de Montpensier ; si Espiúla' hubiera 
tenido en él su principe Alberto... ¿pero á qué hablar dd- pasado?... 
Los gigantea del Renacimiento dieron vaa nueva forma al arte ; yo 
también se la daré á la última parte de nú discurso. (Mdla, seOores di- 
putados, absolutamente oidla. 

Yo, seOores, uj soy personalmente adversario del duque de Mont- 
pensier. Por el contrario ; muchos de mis amigos personales , que son 
unionistas, me han oido declarar cien vecea que yo los creia lógicos y 
justos al presentar al duque de Montpensier como candidato sí trono 
de la revolución. Yo he dicho aqoi, absolutamente aqui, que ese seria 
el rey de las clases medias , es decir, nuestro rey , es decir , el rey de 
todas las fuerzas vivas é inteligentes del pala, y que el pueblo, el pro- 
letariado, como le llama el Sr. Rivero , bien podia dame con un canto 
en los pechos al ver asi constituida la nueva monarquía. Pero , aeüo- 
res, por lo mismo que esto es asi , ¡por lo mismo que esa monarquía 
es la única salida del callejón revolucionario; yo, nada menos que yo, 
me opongo á ella , porque estoy convencido de que la república no 
quiere rey, y yo soy republicano, absolutamente republicano!... 
(^Aplausos e» ios bancos de la itq%ierda.) 

Votad, pues, aceptad, pues, seSores diputados, nuestra proposi- 



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(áoa. Mayoría ir.onárquica, TOta contra la única mmiarqaia hoy l^íca 
en Ksp^Ia. Mira que la república se va haciendo cada día m&s diñcU 
fflí este paia, donde, oegTin d general Prim , hay aolo una minoría re- 
publicana; mira qne hay muchos que no creen en la poñbilidad de 
una república que ha de ser principalmente obra de un servidor de ns- 
iedes y del Sr. Orense. lEspaifoles! suene la lira de Hndaro y Tirteo; 
estremézcase el Cabo de Hornos , y ñmdad , puesto que yo os lo pido, 
la g^ran república ibérica! Ihunas y seBoras que me ois, perdonad las 
ranchas faUBs de mi oración. Míe &aces se seean, mi espíritu Taclla, 
él mundo tiembla, la bandera revolucionaria ondea en mis manos; esto 
es lüuy glande, esto es una especie de Apocalipsis ¡ah!... He dicho. 



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LOS HIDALCWS. 



faSdcFebnun.) 

La expiación de la formalidad con que apreciábamos en nuestro 
últiino número las tendencias y los nranejos de la prensa reacdonaria 
se ha hecho esperar IñeD poco. Ayer mismo nos vimos ya castigados 
por ese irreflexivo arranque de nuestra exuberante seriedad. El ór- 
gano más fogoso, batallador y genuino de la restauracúm borbónica; 
el periódio) inteligente y valeroso que sin andarse con rodeos alfon~ 
HÍstas, ni perder el tiempo en vanas promesas y conoesioiies, pide ro- 
tunda y concretamente la vuelta de doña Isabel de Borbon al trono de 
sus abuelos, ese apreciable diario, que para nosotros tiene, adrarte de 
otros naturales respetí» de gremio, él de todas las heroicidades más ó 
menos púdicas; ese colega hace y dirige ayer eu más duro cai^, su 
aeusacifm más original y tremenda á la revoluci«i y á todos nosotros 
loB miseros liberales que la hicimos y la sostenemos. 

Enjuguemos con la pobre cuartilla en que escribimos una lágrima 
previa de natural resentimiento, porque el cargo es mucho más duro 
que nuestras entraSas revolucionarias, y pasemos á dar cuenta á nues- 
tros lectores de la naturaleza y forma de esa acusación inesperada. 
Figúrense nuestros ya prevenidos abonados que el estimable colega á 
qmen nos referimos empieza por Ufunar ambíoiosos vulgares á todos 
loa revolucionarios del inalhadado setiembre, sin duda porque, en 
efecto, ambición vulgar fué la que sintió el precipitado vulgo espa&ol 
por deshacerse de aquella su últíma felicidad monárquica. En seguida 
la emprende con los partidos coaligados eo el movimiento, caliñcándo- 
loB de grupos de pretendientes de destinos, sin duda porque acaso hu- 
biera sido compatible la caida del trono con la continuación del úl- 
timo personal moderado en loe más altos puestos administrativoe. Lne- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



go recuerda qae las ideas no estaban preparadas para una revolución, 
que ae hizo sin saber cómo, y de la que nadie hablaba; 7 sin duda 
este nadie debe referirse á los cortesanos de entonces. Y después de 
lamentar amargamente que algunos objetoa de uso doméstico de la 
monarquía hayan sido profanados con la preseDcis ó el contacto del 
pueblo, que los habia pagado con su sangre y su sudor, lanza, como 
si dijéramos, la bomba encendida al aire, asegurando, bajo la fé de su 
más formal palabra, que la revolución ha herido de muerte... ¿A 
quién dirán nuestros lectores? ¿Al más ingrato de los absolutismos? 
Nada de eso. ¿A todos los Msrforis del pasado y del porvenir? No, se- 
Sor; no se trata de semejante cosa. ¿A la teocracia, al fanatismo, á la 
milagrera de Aranjuez, á los sombríos cómplices del hecho de la Bár- 
pita, á los fraguadores de las Cortes de real órdeo? Tampoco. Lo que, 
según el terrible periódico isabelino, ha sido herido mortalmente por 
la revolución es... ¡qué penoso trabajo nos cuesta el decirlo!... es la 
hidalguia espaBola, ni más ni menos. 

¡La hidalguia espaBola! ¿Conque decididamente ya no somos hi- 
dalgos, ya no hay hidalgos en esta noble tierra de EspaSa? ¿Conque 
es cosa probada y convenida que después de la salida de San Sebastian 
de aquella monarqtda por nadie arrojada materialmeaite de nuestro 
suelo, y que se fué moíit propio por vanas aprensiones de conciencia, 
por el &ntá«tico empeüo de creer que la opinión unánime de un pueblo 
es litigo que azota y espolón que hace huir; es cosa, repetimos, ñiera 
de toda duc^ que hace diez y siete meses no somos ya los compatriotas 
de D. Quijote, no somos ya aquel pueblo, victima ^ica y generosa de 
su rey y de su dama, aquel pueblo de capa y espada, protagonista 
eterno de la eterna comedia de su galantería? ¡Qué va á decir la 
Europa, qué dirá el ^mundo cuando lo sepa! Pase en bnen hora el ha- 
cer astillas un trono que ya no puede poner limpio todo el agua del Lo- 
zoya. Pase el asustar á un monarca lo bastante para que se retire ha- 
cia el estranjero depósito de sus millones, Pero arrojar de un país 
á una señora, á una dama, siquiera fuese reina, la reina-ideal de los 
últimos moderados... ¡espaüEoles! ¿sabéis lo que habéis hecho? ¿Y la 
hidalguía, y vuestra hidalguía proverbial, ingénita, teatral, inestin- 
guible? ¿Qué aspiras á ser ya en el mundo, España revolucionaria, 
EspaSa de la libertad de concieoci», de la hbertad de ensdlanza, del 
sufragio universal, de la prensa sin depósito, a ya no eres, si ya no 



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puedes ser, á. meiioa que no des satisfacción cumplida & do3a Isabel da 
JBorbon, la tierra clá:sica de aquella hidalg-uiaque te hizo adoptar par 
espacio de muchos vergonzosos siglos como lema de tu bandera aque- . 
lio de: SI rey nv/nca se equivoca!... (que dijo un autor de zarzuela)? 

Pero, señor, ¿en qué se fundará esencialmente el respetable colega 
que con esa fenomenal afírmacion nos moteja y hiere en lo más vivo? 
Esto nos hemos preguntado sería y atribuladamente apeuas leimos el 
horñpilante artículo; y, por un deber de conciencia, pusimos sin va- 
cilar el pensamiento en tortura, para ver de hallar la razón verdadera 
de apreciación tan trascendental. ¿Por qué no ha sido hidalga la revo- 
lución? . . . ¿Será porque en ninguno de los documentos y actos oficíales 
de su advenimiento estampó ni pronunció una palabra ofensiva ó deni- 
grante para la iniaufita fomilia ex-soberana? ¿Será por la apresurada 
complacencia con que se enviaron á I'aris algunas docenas de baúles, 
con la subasta de cuyo contenido hubiera bastado, de sobra, para pa- 
gar el milloncejo célebre del hospital del Buen Suceso? ¿Será porque 
todavía nadie se ha permitido auxiliar al Tesoro público en la recla^ 
macíon de los treinta y tantos millones que cierta desgraciada dama le 
es en deber? ¿Pov qué dirá eso el diario isabelino?. , . ¡Como no sea por- 
que los antiguos proveedores de la real casa, sastres, guanteros, con- 
fiteros y almacenistaa han quitado de sus muestras y cristales el es- 
cudo regio!... 

Y esta e& la hora, sépanlo nuestros lectores, aunque sea eu menos- 
cabo de nuestra cpmpreasiou, que no hemos podido averiguar el fun- 
damento con que se asegura eso de que ya no hay hidalgos en Espa- 
ña, ¥ como esto no puede quedar asi, porque á nadie le cabe en d 
magín que pueda haber una España sin hidalguía, unos españoles sis 
ese perenne y fecundo sentimiento caballeresco que sirve de esplica- 
cion al poema de su hermosa historia, proponemos nosotros, acongoja- 
dos y desesperados pjr acusación y revelación tan tristes, que sin per^ 
der tiempo, y antefl, si es posible, de que el telégrafo nos acabe de 
desacreditar en las cinco partes del mundo, se abra en Madrid y en 
todos los pueblos de España una cátedra incerrable, un curso perpe- 
tuo de hid^giila castellana, en que sean naturalmente directores j 
profesores algunos de los eminentes patricios vencidos en el poco hi- 
dalgo motinpejo de 1851, ó en el no menos injustificado de 1868. 



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MEMENTO. 



AtravesamoB una de esas alegrías premeditadfts de la humanidad, 
ano ds esos contentamientos universales, prefijados por el almanaque, 
que hacen desesperar de la naturaleza del hombre á la mayor parta 
dj los filósofos que han cumplido trñnta aSos. Estamos en la plenitud 
dsl Gcirnaval, en completa saturnal moderna. La heredada costumbre 
pit^ ina no ha querido dejar de imponérsenos ni aun en este aüo cons- 
tituyente, en que de tanta seriedad y de tanta reflexión hemos menester 
los espaSoles. Por fortuna, el cristianismo ha puesto breve limite á esa 
locura forzosa de la sociedad, y maOana la Iglesia, con la ceniza de 
otras máscaras y de otras generaciones pulverizadas, hará huir de las 
frentes enardecidas los ñivolos pensamientos del placer, y vendrá á re- 
cordarnos que la vida es el principio de la muerte. 

Aprovechemos, pues, las pocas horas que nos quedan antes de oír 
resonar el tremendo Memento, para dar cuenta á nuestros lectores de 
, lo que han sido las carnestolendas madrileSaa; y confesemos que Ma- 
drid ss ha escedido á si mismo este año, y que, dada la situación del 
país y la de la atmós^ára, el Carnaval ha tenido animación inesperada. 
P'ir calles y plazas han cruzado muchas y pintorescas mascaradas, al- 
s^o de las sencillas orquestas populares en que la guitarra, ese simbo- 
1 ) ^spaSol, ha jugado el principal papel de costumbre. £1 viejo Prado. 
di San Fermín ha visto bajar á su enlodado seno todas las clases y to- 
das las ardientes curiosidades de la capital española, desde la encope- 
1 1 la seSora de carretela, hasta la humüde habitante de guardilla, que 
ha maltratado en la escursion sus únicas botitaa; desde el acaudalado 
doncel de buen tono, ginete en poderoso bruto indígena ó exótico, 
hasta el capiraido estudiante de la dase media que ha cerrado por tres 



.yCoogle 



diafi sus 'libros de texto , sin perjuicio de aguardar confiado el porre- 
njr para ser ministro 6 general; desde el a&rtunado Creso moderno, 
que BueQa con negocios y espsculíiciones universales, hasta el pobre 
Birriente que se contenta con cambiar de harapos en estos días. Todos 
han concurrido & la obra general, todos han obedecido la ley del pre- 
ceptuado reg^Kijo, todos han olvidado su3 ocupaciones habituales, de- 
jado auiT hogares y acudido & la gran citft. Todos se han exhibido más 
ó menos enmascarados, todos se han puesto perdidos de tango y todos 
se hau vuelto a sus casas para entreg'ar & las lavanderas los últimos' 
testimonios de la diversión y de la lluvia. 

Sea en bueU hora, nos hemos dicho, contemplando 9I espectáculo 
de la animación carnavalesca, nosotros que, no sob tenemos la anti- 
pática obligacioh espaüola de pansar , sino también el durísimo de- 
ber de decir lo que pensamos. Sea en buen hora: el fondo de esa ani- 
mación púbhCa es una vitalidad social poderosa, que nos agrada, que 
nos alienta, qnen a consuela. Esa actividad febril é inocente de un pue- 
blo, que á través de todas sus necesidades, de todas sus desgracias, 
de todos sus graves peligros materiales y morales de actualidad, paga 
ruidoso tributo á la costumbre y baja é. su paseo predilecto á echar, 
por decirlo asi, sn cana de febrero al aire, como si todo fuese inmejo- 
rablemente en el mejor de los mundos; esa actividad, ese vértigo, esa 
manifestacbn de vida artificia), es prueba irrefutable de que en las en- 
traílas de ese pueblo hay todavía gérmenes de una vida real, fecunda, 
inextinguible y salvadora. 

Sea en buen hora. Mañana, cuando ese pueblo despierte, y, olvi- 
dando sus marchitos disfraces, se vista de nuevo el traje de sus impres- 
cindibles quehaceres sociales y domésticos, lablusí d"! artesano, la 
toga del ' magistrado, el uniforme del soldado; ese pueblo que vive y 
que siente, que tiene muchas y generosasübras en su corazón, muchos 
y gOneroios setitimi.mtos en su alma española, oirá, sin duda, en su 
conciencia, un Memento sagrado, la voz de su porvenir, la vc« de la 
patria, que le dirá: 

Acuérdate, pueblo español, A^ que atraviesas una d; las más gra- 
ves nrísiá ds tu historíi; acuérdate de que estás en la aurora de tu más 
vastd revolución social; acuérdate de que ya no eres el paria de Euro- 
pa, el último refíigio meridional del absolutismo y de la superstición; 
acuérdate dfe que ya estás es posesión de tu conciencia, de tu libertad 



D,gH,zed.yGOOgIe 



timnimoda de acción, de todos los derechos y de todas las garantías ci- 
TÜizadoras que el progreso moderno pide j consagra. Acuérdate, pue- 
blo espaSol, de loa muchos y graves deherea que pesan hoy sobre tu 
patriotismo, sobre tu cordura, sobre tu conducta. Acuérdate' de que 
necesitas instrucción, hábitos de libertad y de tolerancia, buena y 
económica administración, esplñtu de trabajo que te redima de la 
miseria, urden público que te libre de la anarquía, y un rey, una mo- 
narquía, un poder supremo, una voluntad supremamente decidida & 
obedecer la tuya, á prestar oidos á tus nobles deseos, á moderar y ar- 
monizar el ejercicio de tus nuevas instituciones y á proteger fen tu 
nombre la libertad contra todas las ignorancias, contr i todas las tira- 
nías, contra todos los egoismos. Acuérdate, en fín, pueblo español, boy 
más que nunca, de lo que las páginas de la historia -te enaeñan. Las 
revoluciones que se desvirtúan y esterilizan; que, en vez de ser inmen- 
sos bienes y glorias regeneradoras, acaban solo como sacudimientos 
artificiales, transitorios y agravantes de un cuerpo enfermo, esas re- 
voluciones lo que prueban en la esencia es que él pueblo que las inicia 
y que, desvirtuándolas, no sabe completarlas y utilizarlas, ese pueblo 
no es digno de otra cosa, y merece volver ¿ los antros de su desventura. 
de su oscuridad y de su pr>stracion tradicionales. 



D,gH,zed.yGOOgle 



ÜH REY... PARTICULAB. 



(16 de Uarao.) 

Vamos ¿ tener el valor de decirlo, ya que hemos sobrevÍTÍdo al es- 
cucharlo: aun hay quien... pero reglamos al lector no saque de o^lo 
consecuenciaa pavorosas para la seriedad revolucionarlii , porque, 
como alSn probaremos, no merece la pena... aun hay quien... pero 
iqué trabajónos cuesta decirlo! ¡ya se ve; somos tan opuestos & repe- 
tir, voluntaría y premeditadamente , las tonterías agenas! Pero, en 
fin, ello es preciso, y alU va, tal y como ayer, ayer misnzo, en laff 
regiones políticas se aseg^uraba: aun bay quienes opinan que se pue- 
de bacer rey á cualquier siemple espaSol, sin distinción de alcurnia, 
origen y biografía; aun hay quienes, en vista de lo diñcil que sigue 
siendo en EspaSa toda candidatura estranjera y toda restauración 
borbónica, y no queriendo, por razones que se callan, aceptar el na- 
tural candidato regio de la revolución, insiste en que se eche mano de 
cualquier caballero particular. No citaremos el nombre ó los nombres 
de loa autores de semejante atrocidad política; no diremos el grupo ó 
fracción de donde se as^;ura que ha salido ; no abandonaremos des- 
piadadamente á los silbidos contemporáneos y de la posteridad esos 
nombres respetables; pero séa.nos pennitido discurrir breves momentoa 
sobre la importancia cómica de la tésis^ y escribir algunos de los co- 
mentarios que sobre ella nos inspira una hilaridad asfixiante. 

Y, una vez dada la noticia, que hemos tenido, por decirlo así, 
atravesada en el magin veinticuatro horas mortales , apresurémonos 
i'hacer en justicia la única salvedad formal que tiene el asunto, y es 
á saber: los partidarios del rey de origen popular á quienes nos referi- 
mos no tratan para nada ni para nada hacen mención del general Es- 
partero. El casi octogenario patriarca de nuestro liberal ejército, úni- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



ca figura, como repetidamente hemos confesado, que por ser Is enca»^ 
nación de una gloría y de una causa nacional pudiera colocarse se- 
riamente, y en principio, sobre el trono revolucionario, á no amena- 
aamos por su edad y su&lta de sucesión con un remedio peor que la 

.enfermedad; el Cincinato logroSés no íig-ura en la lista de los aeüores 
cuya opinión nos tiene desde ayer nerviosamente ' impresionados. No 
hay, pues, que considerar la cuestión bajo el único punto de vista que 
pudiera hacerla racional y discutible; está toda ella, integra y "g^r— 
fectamente, en la esfera de una sanckopanzada lastimosa. 

Pero, señor, nos hemos preguntado mil veces dnrsnte el largo in- 
somnio que esa risible lucubración nos ha producido : ¿tendrá la revo- 
lucicñi, tendrá el actual orden de cosas, además de sus ^emigoe de- 
clarados y conocidos, otros más temibles y pérfidos que, subterránea y 
mefiatoféUcamente, influyan sabré desprevenidas y dóciles conciencias 
setembristas hasta ^ punto de hacerles esgrimir contra su propia obra 
el ariete del ridiculo? ¿Qué seria la m )Darquía eapaSola, tal como esos 
seBores la conciben? ¿Qué seria en Espaüa un rey escogido entre los 

. simples mortales, militares ¿ civiles, que nos codeamos diariamente ea 

. la ex-coronada villa? 

£1 único de los prestigios históricos que la libertad moderna ha 
convenido en dejar á la monarquía de la igualdad social es la genea- 
logía, es el abolengo, es la carta de naturaleza de las familias regias, 
por muchas razones, y entre otras, porque ese prestigio de la descen- 
dencia es lo único que el &vDr de una nación y el propio mérito no 
pueden dar, y porque la libertad de nuesbros dias, al admitir, sancio- 
nar y mantener en su seno la ficción suprema de la monarquía , lo ha 
hecho por el temor filosófico de las* ambiciones humanas. Que haya 
algo inmutable, algo inaccesible, algo indisputable en el seno de los 
instables poderes del mundo del progreso : que exista la monarquía 
hereditaria como meta de todas las improvisaciones del m>rito y de la 
fortuna: que él derecho de sucesión en las estirpes regias sea remora 
de todas las dictaduras y de todos los &natismos de un dia. J^a tradi- 
ción, el pasado, las generaciones de muchos siglos nos ofrecen ^e le- 
gado, quizá como el silo aprovechable en nuestra nueva manera-de 
ser: aprovechémoslo. Esto se ha dicho la civilización moderna. 

Pero algunos espaQoles lo entienden de otra manera, y dicen: basta 
de antiguallas; elijamos rey á cualquiera, entre otros motivos por el 



D,gmzed.yGOOgle 



de que acaso msSana podrá aer elegido cualquiera de nosotros , que 
somos tan buenos para reyes como el que mea. No hay en EspaSa ao- 
taalmente ningún guerrero que, surgiendo de las entraüas del pueblo, 
«e haya cefiido, salvando á bu patria de tremendos peligros , tales y 
tantos laureles, que hagan bien el efecto de una corona. No importa. 
No hay en EspaSa actualmente ningún hombre civil que haya dea- 
plegado en faTOr de la regeneración ó de la salvación de su pala laa 
alas de una inteligencia colosal. No importa. No hay en EspaOa ac- 
tualmente nadie- parecido & un Bonaparte, ¿ un Tell , ¿ 'Un Wasbing^ 
Ixm, & un Bemardotte, á un Cavour ; nadie que ya sea una espada , uu 
pensador, un hombre de Estado, un hijo de la patria previamente des- 
tinados & dejar su nombre en nuestros anales como un soldé g loria, 
como un símbolo de la bendición y de la gratitud populares. No im- 
-porta, no importa. En cambio hay muchos hombres de talento, ma- 
chos militares esperimentados, muchos capitanes y tsnienter-generales 
apreciableB, muchos ex-ministros y ex-directorcs y ex-embajadores 
honorables / muchos oradores incomparables , muchos periodistas iu- 
-agotAblea, muchos buenos sugetos, en Sn; pues hagamos rey á cual- 
ijuiera de ellos , porque ¡ qué diablo ! si aquí no puede fundar una di- 
nastía nadie que tenga derecho ¿ prescindir del prestigio y del derecho 
del origen, en cambio estamos un centenar de políticos de oficio, mis 
libres que el aire y más partidarios de todo libre examen que Lutero, 
y nosotros decimos que para ser rey basta y sobra con que á uno lo 
elijan. 

Pues, francamente, por muy espaQola, muy revolucionaria y muy 
democrática que sea esa lógica, nosotros nos tomamos lalibsrtad de 
decir á sus autores que, antes de fundar esa monarquía y hacer ese 
monoica , cuenten con nuestro humilde apoyo para fundar la repú- 
lilica y elegir su presidente, y asi nos evitaríamos la conñíaion irriso- 
ria de método y de naturaleza en que aquella nos baria caer. Venga 
en buen hora larepáblica de Prim , ó le Rivero , á de Figueras , ó de 
Castelar, ó de Barcia, ó de Pierrad, ó de SuBsr, antea que una monar- 
qiüa de que se burlen la historia , el carácter , la virilidad , los senti- 
mientoB, basta las supersticiones de la monárquica EspaSa. 



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¡aoÉ país, aoÉ paisaje y oué paisahajei 



(30 de Marzo.) 

En un periódico de Corfú (Corñ^ es mía de las islas jónicas regala- 
das á la moderna liliputiense Grecia por su aut jfs la Ing^laterra: la 
noticia no es nueva; pero en los tiempos que corren acaso no sea de 
todo inútil. Corfú, decimos, es la más bella, la más productiva y la 
más visitada de las hijas del jónico mar azul. Está »tuada á la eu- 
trada del Adriático, como un puente de flores echado por la gratitud 
de Europa entre Grecia é Italia, las dos maestras de la humanidad. 
Tiene jardines cotno los de Granada, hot.les muy caros y muy bueQos, 
telég^rafo qac la une al continente, banqueros y comerciantes á cen— 
tenares, paseos y ediñcios donde todavia luce el espléndido sibaritismo 
de Albion, su ex-dominadora, libertad de .cultos y profusión de tem~ 
ploB qu3 no impiden la supremacía del catolicismo entre au8 habitan- 
tes, y mujeres, con perdón sea dicho, semi-italianas, semi-inglesas, 
ssmi-helénicas, que hasta para un espaüol son presentables)... pues 
como deciamos, en un periódico de Corfú, .porque también alli hay 
periódicos, y muy patriotas y muy liberales, hemos leído casuahnente 
un estraño articulo en cuyas afirmaciones y en cuya intención £s[KLila 
juega un papel importante. Nada más lejos de nuestro ánimo que ver 
ocuparse en el eátado de nuestra nacionalidad á los atribulados helenos, 
á quienes tan difícil está siendo labrarse una patria sobre las ruinas 
del santuario continental donde fueron sus iomortales ascendientes. 
Ai menos en EspaSa somos más modestos y más prácticos, y sábeme», 
gracias á nuestras crisis crónicas, ejercer la candad bien ordenada. 
Han de permitirnos, pues, nuestros lectores que, repuestos ya de la 
"viva sorpresa que nos ha enviado el articulista de Corcyra (Corfi aa 



D,gH,zed.yGOOgIe 



llamaba asi hace tres mil aSos), les ofrezcamos un extracto, hecho en 
-conciencia, de ese extemporáneo escrito. 

Parece ser que en él se responde á loa severos juicioa publicados 
por algfunos periódicos ing^leseti sobre la situación política del reino 
gñego. «Hay en esoajuicios mucho de justo, dice la isleña pubücacicm, 
y mucho de soberanamente injusto. El diario inglés cree que los gñ&~ 
goB hemos convertido el desbarajuste sooial en una especie de padeci- 
miento endémico destinado á perpetuarse entre nosotros; jozga estériles 
de todo punto los treinta y cinco aüos trascurridos desde el día de 
nuestra reconquistada independencia, y en los que do hemos sabido 
creamos orden páblico, seguridad personal, administración, industria, 
costumbres de libertad culta; y enumerando los brigantes de nuestras 
montaflas, á quienes llama la flor de nuestra población, y pintando 
los yermos de nuestro territorio continental, y recordando la perio- 
dicidad infalible de nuestros motines y alborotos, exclama: Está visto, ' 
la Europa cristiana y poderosa no debe segTiir briodando una protec- 
ción que, además de cara, ea inútil, á ese incorregible pueblo, ó lo que 
sea. De ning^una nación, de ning^uia sociedad puede decirse con ma- 
yor y más amargu razón como ha dicho un poeta español contem- 
poráJieo: ¡Qué pais, qué paisaje y qué paisanaje! }> 

y al Uegur aquí pierde pié el colega corfusefio, y herido, se cono- 
ce, en lo vivo por la chistosa exclamación de Luís EguÜaz, añade: «En 
primer lugar diremos al dómine anglo-sajon que el texto, que la cita 
no es pertinente, porque ella nos suministra una comparación sin cuyo 
auxilio acaso hubiéraiúos tenido que enmudecer, ó que inventar argu- 
cias para responderle; pero puesto que el redactor albionés pide á lin 
satírico español el látigo con que pretende herir las espaldas de la 
pobre Grecia, nosotros le diremos, ya que de España se trata, que no 
tememos la comparación con ese país. 

»Es verdad, Grecia es una anarquía; pero en el fondo deestaanaiv- 
qoía hay un pueblo que renace, hay algo que es un principio de vida; 
mientnuí que la España actual tiene todos los síntomas de una anar- 
quía en cuyo fimdo late una desorganización, una descomptsicion,, 
una decadencia progresivas, algo deletéreo, algo mortífero. 

sEs verdad, nosotros somos un pueblo de brigantes ; pero ¿qmén 
nos ba.hecbo asi? La dominación estranjera, contra la cual nos he- 
mos rebelado eternamente; antes que ser esclavos volimtaños del sul- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



tan j proBélUífS forzados de Mahoma, hemos pre&rido eseoDdenuw du- 
rante tres siglos en el seno de. nuestras montaQas , altares de nuestra 
independencn, úquiera en ellas bajamos confundido sacrilegamente 
la cruz j el trabuco. ¿Con qué derecbo, con qué grado de justicia, se 
nos exije, pues, que en solos treinta años hayamos podido hacer de 
nuestro salvajismo, de nuestra casi extingilida raza, de nuestra hor- 
rible pobreza, una gran nación civüízad&t ¿Cómo ee 3»:«tend8 que 
. nuestro renacimiento no sea esta anarquía, esta confusión , esta con- 
moción constantes? A quien podría j deboria hacerse tal exigencia, 
en nombre de la cultura y del progreso modernos, es i un pais gran- 
de por su población y por au territorio, que en intimo contacto con la 
Europa de la libertad y en posesión de sus nuevos sistemas de vida 
social, haya dormido, sin embargo, voluntaria y descuidadamente, el 
sueSo del oscurantismo y del despotismo, no saliendo de él más que 
para agitarse en estériles contiendas civiles. E^paSa, la EepaBa citada 
y admirada por el publicista- inglés, debe saber algo de esto, debe 
saber lo que es elpeUs á quien aludió su iéstivo poeta. 

»Como paisaje, es verdad también que nosotros scunoe casi un de- 
sierto; nuestra Ática es una especie de soledad africana; d^e Atenas 
á Tebas no se encuentran ya loe olivos y loa rios que un tiempo po- 
blaron 6 protegienn nuestros viejos dioses. Los trigos de la Eubea y 
los racimos de la fértil Corínto, en el Peloponeso, son acaso lo único 
que habla entre nosotros de un suelo benéfico y cultivado. Pero ¿ctm 
qué dinero, con qué máquinas y con qué brazos podiamoe haber en- 
mendado la plana á nuestra ingrata naturaleza? ¿Ni cóino hubiera— 
inos podido lograrlo en solo un cuarto de siglo? Pues en cambio, el 
dinero sedentario y egoísta de los absolutistas y perezosos caballeros 
^paSoIes, y los brazos de su proletariado semi-árabe, que vive á 
gusto con el gazpacho y la guitarra, bien hubieran podido hacer ea 
lo que va de siglo una cosa muy distinta de lo que es hoy el paisaje 
manchego y castellano. 

«Es verdad, en fin; nosotros somos un paisana-jt entregado á todas 
las tristes espontaieidades de su barbarigmo tradicional, una especie 
de fiera semi-humana que en el confin oriental de Europa bace toda- 
vía ruborizarse á la civilización. Pero, vaya por IHos, qtie algo bufflio 
representamos, hacemos y tenemos. Bepresentamos la gran idea de 
la moderna nacionalidad Helénica, del cristiBno imperio bizantino, y 



D,gH,zed.yGOOglC 



acaso DOS será permítiido afirmar, b^o la fé de nuestra palabra , que 
«Idia en que la. Eiuxipa nos lo permita hacer, el día en que la eapi- 
rante y abyecta Turquía deje de rivir de la caridad poUtíca ddculío 
Occidente, nuestros doce mil bñ^ntes sabr&n entrar soba en Qona- 
tantinopla. Hacemos con nuestros diez mil barcos mereantes el co- 
mercio levantino en casi toda su estension ; tenemos nuestra capital, 
ocm ferro-carril, gas, palacios y hoteles, nuestros puertos , naedtra 
universidad central, que monopoliza hoy la instrucción pública en 
Oriente» y nuestros museos nacionales, dojide sabemos recogrer y 
guardar, ccm religioso cuidado , los restos que de nuestras maravillas 
artísticas nos han dejado nuestros seculares enemigos. Tenemos , en 
fin, lo principal que puede tener un pobre pueblo de dos millones de 
almas, cuyo idioma, cuyas costumbres, cuyo modo de ser apenas co- 
noce el mundo; la fé del porvenir, el deseo de identificamds con la 
vida moderna en todas sus fases , la esperanza de civilizamos, en una 
palabra, y el eterno propósito de guardar, ensanchar y defender la 
pabría. 

«Entretauto, los eapaSoles, esos espióles que tienen poetas que su- 
ministran citas al diario inglés á que contestamos, siendo lina raza in- 
mensa, cuyo idioma hablan y cuyas costumbres se estieuden, en Euro- 
pa, América y Asia, quizá i más de 50 millones de almas; habiendo 
sacado del gran periodo de su dominación en el mundo su patente de 
gran pueblo, sus ciudades atestadas de ^^reg^ios monumentos impere- 
cederos. Sus (males cristianos, civilizadores y guerreros, más grandes 
y ho'nrosos que loe de todos los pueblos modernos juntos, han sido vo- 
luntariamente durante dos siglos buenos subditos, buenos guerrilleros 
y buenos toreros, pero nada más; y hoy son una nación de segundo 
orden, que, á pesar ^e haber ido hace diez aSos á- África, tan glorio- 
samente como supo ir; á pesar de que el mundo le recuerda que fué la 
primera vencedora de Napoleón I, y á pesar de haber acabado de ha^ 
cer trizas entre sus nobles manos el apolillado , sombrío y maléfico 
trono de bs Borbones, nada intenta para reconquistar entre las gran- 
des naciones el puesto que con tan poco trabajo alcanzaria, y se pre- 
para acaso ¿ volver á su culpable, histórico letargo, haciendo, por la 
desunictn y las miserias individuales, infecunda una revolución que el 
mundo entero saludó en su albor con verdadero y simpático asombro. 

«DesaigáSese, pues, el articulista del Támesis; ha obrado torpe- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



mente al tratar de reglar á. Grecia por condacto de un preceptor 
ibérico; el poeta español oo pensó más que en su patria, ni autorizó á 
nadie pam que á otra lo aplicara, cuando hizo exclamar a] petulan- 
te personaje de au comedia: jqué país, qué paisaje 7 qué paisanaje!» 

Tal es el extraflo é intempestivo articulo del diario de Corfú que, 
" solo por via de entretenimiento, hemos dado í conocer á nuestros lec- 
tores. Ganas se nos b&n pasado de contestarlo seria y extensamente; 
pero, en primer lugar, ¿leerán en Corfú loa periódicos espaSolea, cuan- 
do ¡ay Dios! tanto trabajo nos cuesta ser leídos desde el Pirineo i Cal- 
pe? Y además, el mismo articulista helénico que para absolver & sn 
pais de fiíltas propias no halla otro medio que inventar ó recordar las 
agenas, ¿merece, en rigor, nuestro acaloramientot Contentémonos, 
pues, con decirle recio, por si tal vez la casualidad hace que lo oiga: 
■eüor escribidor jónico: ¡es usted un impertinente!!! 



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LO posmvo. 



(16 de AbrU.) 

«Todo nace moceóte,» nos decía un pensador axaigo nuestro en los 
jMÓmeros días de la reTolucíon de setiembre, al aplaudir entusiasmado, 
ooino EspaSa y Europa lo hicieron también, la actitud generosa, noble 
j pacifica del pueblo que, huér&no repentinamente de sus institucío- 
&es seculares y con ellas por el momento dé todo poder , de toda pro- 
tectora fuerza moral , lo suplía y lo hacia todo , sin embargo , con la 
insinracion de aquella generosidad y de aquella nobleza que le es in- 
génita. 

«¡Cómo nos hemos cÍTÜizado á pesar de nuestras vergüenzas en 
los últimos doce aSos!» nos decía otro espíritu filosófico al ver que ni 
en Madrid ni en pueblo alguno de EspaSa se despedía á la ingrata hija 
de Femando VQ y á sus últimos secuaces con los terroríficos abusos 
que la historia exhibe como acompasantes ins^mrables de tales cata- 
clismos; al ver que en vez del estrépito de la civil contienda, ei) vez 
de las represalias de la pasión , solo se oían en toda la Península los 
magnéticos acordes del resucitado himno de Ri^o. 

Nosotros pensábamos también algo consolador , algo honroso para 
él modo de ser esp^ol, en presencia de aquell s hermos 'S y supremos 
días que, por desgracia, parece que se nos van olv dando. Pero no pen- 
sábamos precisamente lo mismo que los dos filósofos amaros á quienes 
acabamos de recordar. No pensábamos que aquella especie de torneo 
generoso, aquel pugilato de nobleza, aquella subasta de perdón, de 
olvido y de inofensivo contento á que parecían entregada s las pobla- 
ciones espa&olas en la primera mitad de octubre de 1868, Aiesen resul- 
tado natursd y conmovedor de la eterna inocencia de todas las ín- 
&ncias fisicas j núzales. No pensábamos tampoco qne aquel gran 



D,gH,zed.yGOOgIe 



«epectáculo Be debiese &la iaconsciente influencia de la cultora que el 
espíritu de ]a época nos hubiese hecho adquirir & pesar nuestro en 1& 
última década. Pensábamos otra cosa; pensábamos que la causa de 
aquella actitud y de- aquella conducta de nuestro pueblo se pilcaban 
más justa j naturalmente por laa invariables cualidades de su ca- 
rácter. 

Por innegables quft sean, en efecto, las propensiones de inculta in- 
dolencia y de paciencia rebajadora con que , después de los grandes 
dias de nuestra historia, ha visto el miiQdo someterse el pueblo espa- 
ñol á poderes y sistemas que ^o han perdido tranútoriamente para la 
civilización y para toda verdadera grandeza social, no son men;» reales 
y constantes, por fortuna, las innatas cualidades de esta raza á quien 
Europa y el mundo y la humanidad deben tanto. Entre esas cualida- 
des hay una á que ha dado nombro ana palabra esencialmente espe- 
sóla, «la hidalguía.» Con la hidalguía del pueblo espaSol se ha con- 
tado, se cuenta, se podrá contar siempre; es su infalibilidad más 
preciosa, su condición por-esceleocia. Y (sin necesidad de remontamos 
á pasados siglos) el pueblo que , después de la abyecta abdicación de 
Bayona, recibía y llevaba á la íamilia de Carlos IV al trono que habia 
sabido sacar para ella reconquistado de las manos del gran Napoleón; 
el pueblo q«e en 1854 escñÜa en sus harneadas el lema de «pena de 
muerte al ladrón» y desistia de llegar en su justa cólCTa hasta el pa- 
lacio de Isabel n, por no herir, para abrirse paso , el pecho del ilustro 
San Miguel; ese pueblo explica &cilisima y lógicamente al que hace 
diez y ocho meses dejaba irse á vivir con bus miflonea al estranjero k 
sus opresores y denigradores: al pueblo de 1868. 

Escribimos estas líneas al son de los repiques de gloria de los tem- 
plos madrileíIoB, oyendo también los solemnes ecos del caQon con que 
la EspaOa oficial conmemora la resurrección del Salvador del mundo. 

Ningún momento más á propósito que este para complacemos en 
reconocer, ya que de grandes cualidades del pueblo espaQol se trata, 
otra que acaso sea la fuente de todas días, y que desde luego es la 
más característica; de todas: su religiosidad. 

¡Qué espectáculo el de Madrid en la Santa Semana que hoy con- 
cluye! Ha parecido como que todas las clases de la sociedad de la ca- 
pital de EBpaSa se han esmerado en oponer una protesta á deplora- 
bles declaraciones é imptudentisimos proyectos emauados de las- alto- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ras del gobierno. Se diría qoe Madrid ha contestado al mioistro qtm 
proclamó desde el banco azul que no tenia nin^wna religión positiva, 
denioBtr¿Ddole que el pueblo español, en cuyo nombre y á cuya costa 
g^ibiema aquel ministro, tiene una religión positiva, la oual cree y 
confiesa, y que eaa religión es lá del Crucificado, la católica. Asi ea 
que hemoB visto á todos los loadrileBos, desde la dama arietocrática & 
la humilde trabajadora, desde el procer, di general ó e\ hombre politi- 
co hasta el industrial, el.soldado ó el jornalero, inundar á. todas horas, 
los templos, respetándose por grandes y pequeños la piadosa costum- 
bre de recorrer, á. pié, y solo á 'pié, las calles de la ca|tttal durante los 
patéticos días del santo luto de la Ig-lesia. En los templos se ha ejer~' 
cido la caridad por los fieles más abundantemente que ningún aQo, 
allegándose grandes sumas para objetos sagrados y filantrópicos, ora 
para el culto, .ora para los pobres. Todas las prácticas piadosas que 
están preceptuadas ó son tradicionales en estos dias han sido fielmen- 
te observadas en la esfera doméstica y en la esfera social, haciéndose 
pentodo el mundo gala de ello, como si cadauno deseara que su protes- 
ta individual contra las impiedades oficiales llegase á ciertos oidos. 

Y el pueblo que asi acaba de exhibirse es, sin embargo, el pueblo 
liberal, el pueblo revolucionario, el pueUo del sufragio universal. Para 
esto no ha habido distinción de neo-católicos y republicanos, de pro~ 
grcsistas y unionistas; las clases más tradicionalmente cumplidoras ' 
de los preceptos del culto se han visto acompañadas de todas aquellas 
cuyos sentimientos y pasiones políticas las identifican con el espíritu 
revolucionario. Negarlo, decir otra cosa, sería negar la evidencia. 

Dígase, pues, ai pueden creerse de buena fé compatibles ciertas 
manifestaciones y ciertas entidades científica y petulantemente anti- 
cristianas, con la gobernación de un pueblo que, en medio de su om- 
nímoda libertad, responde á los adversarios teóricos de toda positivi- 
dad religiosa con esa positividad católica tan sincera, tan efectiva, tan 
nnánÍT.e y tan grande; y dedúzcase de ello Si la actitud que progre- 
sistas y unionistas han adoptado en esta grave cuestión es ó no es lo 
verdaderaménte.jDm^o desde el ponto de vista nacional. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



DECLARÉHOHOS. 



(28 de A-bril.) 

Los partidarios de la memoria de D. Ramón María Narraez, para 
probar que este seSor, á &Ita de m^cha8 cosas buenas, tepia alg^imas 
buenas cosas, recuerdan lo que en cierta ocasión dijo acerca de la 
Constitucloa de Espula. Debía esta, en au opinión, componerse de so- 
los dos artículos, uno dispositivo, previsor y sintético, y otro pura- 
mente fundamental, & saber: 

ABTÍCULO 1." 

Todos los españoles serán Grandes de 1 .' clase, capitanes genera- 
les, 6 ministros con seis mil duros de sueldo y coche. 

ARTÍCULO 2." 

Este país no vale un comino. 

Hay que confesar., por desgracia, . que aun para el espíritu más 
optimista, para el corazón más refractario al desaliento, no faltan en 
nuestra situación presente motivos capaces de hacer buena la Cons- 
titución del memorable infausto jefe moderado. 

Momentos hay, en efecto, en que, á no creer que este es un país 
dejado de la mano de Dios, no se sabe lo que creer lóg-icamente; mo- 
mentos hay en que las vergüenzas del pasado, los absurdos del pre- 
sente y los temores del porvenir parecen reunirse pwa decir á la con- 
cieacia: aquí todo es peor. 

Hace año y medio, los partidos liberales de la monarquía española 
prepararon é miciaron, con el apoyo del sentimiento público, la más 
profunda y justificada de nuestras revoluciones. 



:y Google 



Diee y siete millones de almas la sanciotiaroB, 6 con auadhe^uny 
«u ftctítod benéTOlft, ó con bu netitral üBdiferencia. Europa entera la 
s^udd reepetuosamente á su adreniraiento. Nadie la eetraSó, nadie l4 
combatió, nadie la ridiciilizó previamente. En EspaSa, y foer» de 
ella, aquella revolución estaba hacia mucho tiempo anunciada por un 
tenrihle precursor: el desprecio hacia lo que ega revolucioii dehia des- 
trtñr y arrojar de nuestro suelo. 

Han pasado diez y ocho meses, y aquella revolución, hecha por 
mon&rquicos, ha aido solo utilizada porrepublicanoB, en los que nadie 
pensaba al hacerla; aquella revolución, hecha por liberales, ha sido & 
la vez esplotada por el resucitado' ahiolatiemo; aquella revolución, he- 
cha al honroso amparo de un orden relativo y de una grenerosidad 
nrnica vista, sin embargo de estar sostenida por un ejércrto modelo no 
ha podido en afio y medio fundar el orden público, ni seSalar la úl- 
tima barricada; aquella revolución, esencial y únicamente antidinis- 
tiea, que tenia y tiene su natural obligado candidato regio, no solo no . 
ha traído la dinastía revolucionaria al trono que fumigó la humareda 
de Alcolea, sino qui todavía hace priaible la restauración. 

jDánde está, cuál es, cuál ha sido el triste aecretj de' esto? ¿Por 
qué causa esa revolución lia eervido ¿ todos, menos á sus autores los 
partidos de la libertad monárquica? ¿Qué nombre tiene la razón deter- 
minaúte de tanta impotencia, de tanto desorden, de tanta injusticia, de 
tanta ^fonla? 

Ayer mismo parecía que es» nombre estaba al fin en la conciencia 
de todos, que esa causa era por todos señalada al ñn y anatematizada 
en la interinidad . La interinidad debió acabar con el GoBieroo Provi- 
sional, 6 el Gobierno Provisional no debió ser suatítuido sino por el 
primer ministerio del nuevo rey, después de promulgada la Constitu- 
ción; la interinidad alimenta & sus pechos el desorden, espanta el cré- 
dito, ^asta y desautoriza á nuestros más respetables hombres públi- 
cos, abre cada día una herida al prestigio de la Cámara Constituyente 
que la ha votado, nos pone en caricatura ante Europa y sostiene el 
espíritu <lf! la anarquía y de la rebelión en nuestras entrañas. Da una 
vez pnr todas; j basta de interinidad!... 

Pero ps el caso que á este confileor revolucionario ha s''gu¡do, para 
nuevo asombro del mundo que nos mira, una duda cruel y absurda 
eií partes iguales. La interinidad no es posible : convenido. La desig- 



.yCoogle 



mtoióit, 7 G^cícm de reyes ímprorogable : aceptado. La interinid&d 
no tiene máa término natural j lógico que el monarca : iocuestimia-. 
ble. Pues bien: ¿qtié hacemos? jAh! en cuanto ¿e&a, ja es otra cosa; 
\o que hay que hacer es prolongar, apuntalar, consolidar la intari- 
niáad. 

Esto han dicho y dicen, no ya loa federales, los carlistas ó los mo- 
derados, sino algunos, muchos revolucionturios de buena ley, de cuyo 
monarquismo, de cuyo liberalismo, de cuyo patriotismo, de cuyo aen- 
tido común no er.v licito dudar hace veinticuatro horas. 

Y dicen más : dicen hasta lo maravilloso, basta lo fabuloso. Dicen 
míos que puesto que la media-regencia (fraae de La Epoea) del üustre 
Serrano no ha sido bastante para satis&cernos de interinidad, la re- 
gencia integra del ilustre Prim por un buen número de aflie (firase 
atribuida á Napoleón) seria muy á propósito. Y dicen otros : no ; nada 
d ■ regencias unas, porque ya sabemos lo que fueron con ellas Maria 
Criitina y Espartero; lo que hay que hacer es lo que erróneamente no 
B.-' iiizo al principio de la revolución, esto es, un triunvirato, ó direc- 
torio, ó regencia trina; puesto que no basta medio r^^ente, ni un re- 
gento completo, al que no quiere caldo, tres tazas : hagamos tres re- 
gentes : donde no alcanza un cañonazo, tírense tre». 

Y asi estamos Aoy ^oí* hoy, como diría el organillo del cimbrísmo 
anti-riveriata. Decididamente hay que acabar con la interinidad, aun- 
que sea haciendo reyes á Serrano, á Prim, á Topete, á Rivero, ami- 
que sea fundando una monarquía cuádruple, de la cual no quedarla al 
pTco tiempo más de lo que dejaron los gatos de la fiibula después de 
peí 'arac sobre la viga, pero que, en cambio, dejaría muchos ministe- 
rios disponibles y daría tiempo para crecer al príncipe Alfonso. 

¡Ah! repitámoslo; Narvaez era un gran filiSsofe cuando ideaba su 
compendiosa Constitución española. 

Por lo demás, ¿qué hacer entre tanta confusión, entre tanto em- 
br illo; qué hacer pM-a atajar ese manifiesto deseo que nuestra gloriosa 
obra de setiembre parece tener de convertirse en mísera parodia? 

Lo primero que síí nos ocurre es pedir al gobierno que mande cer- 
rar liis fronteras tírrostres y marítimas de Espaíia; es i)edir que lave- 
mos toda la roí» sucia, en casa; es" desear que no se entere el mundo 
d?, lo que nos pasa. Pero ya es un poco tarde para esto. Alejandro Da- 
mos, paíbe, está en la fonda de las Cuatro Naciones. 



D,gH,zed%'GOOgIe 



otro remedio ama el pedir ¿ nuestros conciudadanos, por el amor 
de Dios, que dejasMi de ser liberales, y que Tiéramos el mejor medio 
de traer, para que nos metiera ea cintura, & on tirano cualquiera, & 
ano de esos hermanos del rayo, hijos de la tempestad, se^n acaba de 
llamarles un poeta. Pero esto seria poco espaQol; aqui no gusta más 
que la tiranía de todos; tenemos la igualdad en la masa de la sangre. 

Lo único , pues , que se nos ocurre , para disculpar nuestras progre- 
sivas atrocidades ante el mundo y ante nosotros mismos, es pedir que 
la n^'.cion sea franca de una vez. Declarémonos un país de locos, y 
todo estará esplicado. La igacrancia es hasta cierto punto una virgini- 
dad respetable; la tontería suele ser seria; ninguna délas dos conviene 
como disfraz á nuestra anarquía: la locura, en cambio, se aviene á lo 
inquieto, á lo alegre, & lo pintoresco, á lo ruidoso, á lo destructor de 
nuestro lento suicidio nacional. Declaremos, pues, oScialmenté nuestra 
locura, aunque ella traiga consigo, de derecho, la interdicción. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¿ESTARA ESCRITA?.. 



(« de U»3Q.) 
I. 

Era ünft tarde de ISS^.E! Sr. D. Salustiaw) Olóza^ y el que tiene 
. el honor de contar esto paseaban juntos en París bajo loa arcos del Par- 
láis Royal. El Sr. Olózaga era á la sazón el patriarca civil del progre- 
sismo, que utilizaba patrióticamente 3U destierro pidiendo y predicando 
-la conciliación con la unión liberal, comiendo frecuentemente con el 
principe Napoleón, ganando para la'causa revolucionaria de EspaBa 
apoyos y simpatías respetables, y no sabemos si cobrando su cesantía 
de ministro. El que esto recuerda era un simple ex-^iputado y ex- 
periodista unionista, firmante de la memorable exposjcion que echó 
abajo la puerta del ilustre Ríos Rosas en una noche, y con ella la dd 
palacio de la última descastada nieta de San Femando. 

Y era además el que esto relata grande admirador, hasta entonces 
platónico, del terrible autor de la Salee; y recuerda que, fué aquella 
una de las primeras ocasiones eü que se acercó, trémulo de respetuoso 
entusiasmo, al Júpiter liberal. El Sr. Olózaga tenia toda la barba, ' 

Hablaban ambos de Espaita, ó, lo que es b mismo, de política. El 
Sr. Olózaga tfinia una fé tan robusta como su persona en la proximi- 
dad del triunfo revolucionario. El inesperto joven que le oía no parti- 
cipaba por completo de aquella patriarcal confianza, y asi se permitió 
decirlo al Sr. Olózaga, 

— ¿Qué temeVd.? preguntó este. 

— 'íemo, Sr. D. Salustiano, le digimos, que, entre otras cosas, lle- 
vemos la guerra civil é, nuestra, patria. 

—¿Porqué? 



D,qH,zed.yGOOgIe 



— ^Porque, & pesar del descrédito de U dinastía , hay en Espfüla uiía 
^fcneracion acoatambrada á oonsideTaiia como el simbolo de la idea li- 
beral, un ejército enoeBado á 'bstirae en su nomine, una burocracia., 
una aristocracia j parte de una teocracia cuyos intereses están en ¿Ua 
arraigados ; y tsto , y la poca costumbre que tenemos loa espwüoles de 
derribar tronos, me hace temer que la revolución que consigiLmoB hacer 
en Madrid tenga que otmquistar á cafionazos, y pueblo por pueblo, las 
caarenta y nueve provincias de Esp^a... 

— Joven, nos re[^có «itonces el ilustre Olózaga, con una concen- 
trada, vehemente y filosófica elocuencia que nunca olvidaremos; usted 
ha nacido ayer, como quien dice, y, por muchos libros que haya leído, 
no perderá nada con que yo le hable ahora con el testo de mi espe- 
riencia 41a vista. Sepa Vd., pues, que Isabel H caerá, y caer¿sin de- 
fensores y sin guerra civil, y sin clases que la enciendan en su nombre; 
porque la revolución que la echará de España está ya hecha ; .y por 
mucho que Vds. y nosotros , los nuevos y los viejos Uberales, haya- 
mos hecho y hagamos para esa revolución , más , muchísimo más ha 
hecbo por si misma la ingrata agonizante dinastía que debe perecer á 
sus manos. Esa revolución previa tiene un nombre : ae llama la revo- 
hicion del desprecio. 



ASo y medio después , el que estos recuerdos evoca , puesto por ]a 
castiahdad y sus leales aunque cortos esfueraos al frente del movimiento . 
revolncionario de una de nuestras principales provincias , recibia casi 
sin interrupción dos gravisimas Boticias telegráficas : la de la victoria 
de Aleóles, que le comunicaba el ilustre Serrano, y la de la fuga de la 
corte al estranjero, que le participaba ed ilustre Rivero en un despacho 
histórico, cuya viril elocuencia correspondía á la inmensidad del s;uce- 
so anunciado. 

Sonaban á nuestro alrededor los unánimes febriles ecos de la alegria 
de un pueblo; pesaban sobre nuestra escasa inteligencia loa gravea de- 
beres de la organización y dirección de nna vasta provincia , y , sin 
embargo, hubo en aquel momento algo que ocupó por entero nuestra 
atención, separándola transitoria pero prc^undúnente de cuanto nos 



d.yCoogIe , 



as 

rodeaba; el recuerdo. de un hombre y de un bacbo que dormífoi ffli 
nuestra memoria se despertó con la B^emnidad de una grave lección 
en nuestro ánimo : era el recuerdo de D. Salustiano Olózaga y de su 
profecía, ya realizada. 

j Abt tenia razón, noa deciamoe mentalmente en aquellos momen- 
tos, tenia razón el insigne patricio. Asi caen las dinastías cuando se 
divorcian del espíritu de un pueblo , sin otra catástrofe que ese triste 
simulacro de honor militar hecho en Alcolea ; sin que la voz de una 
clase poderosa , de im grande aentimiento nacimal las despida. ¡ Asi 
caen las dinastías huér&nas de la consideración pública , infieles á su 
historia, perjuras á sus promesas, enemigas del principio generoso que 
las dio vida! 

Pero ¿quién ha sido , añadíamos en nuestro soliloquio , el principal 
actor en esta consumada obra del patrio menosprecio hacia los nietos 
de Carlos DI que acaban de cruzar el Pirineo? ¿A quién la verdadera 
gloria de esta obra regeneradora de EepaSa? jQuién aparecerá ante la 
posteridad como el principal, activisimo y fuerte instrumento de ese 
desden nacional que mira impávido la cuna salvada en Vergara con- 
vertida en el wagT)a que lleva á Isabel II y sus hijos al ostracismo? 

¡Oh! no cabe duda; Olázaga ha sido ese actor, de Olózaga. será en. 
el porvenir esa gbria , Olózaga ha sabido ser ese providencial instru- 
mento. £1 tremendo expositor de los oistáctUog tradicionales con que 
ha venido luchando, en lenta agonía, la liberta española; el autor del 
retraimiento que paralizó desde su primer instante la máquina cons- 
titucional ñindada en 1808; el vigoroso acento que flageló sin descan- 
so al impúdico fanatismo de la corte errante ; el iniciador inteligente 
de la coalición de los partidos liberales ; el acusador incesante de los 
oprobios que extendía sobre el país un solio mancillado ; ese hombre, 
ese pensamiento, esa voluntad, esa actividad han sido los que han sa- 
turado , por decirlo asi , á la nación mtera , de ese desprecio que hoy 
sirve de alma á la revolución; y esta revolución es obra suya, hechura 
y gloria suya, que nadie puede ni debe disputarle... 



m. 

Y hé aquí que ^o y medio después ll^a el Sr. Olózaga á Madrid, 



.y Google 



llamado ni mis ni menos que por EapaSa entera, porque le Hama la 
revolución entorpecida, parausada, desvirtuada, esteauads en lu-asos 
de la interinidad; porque le llaman los proliombres revolucíoaarioa, 
gastados 7 desautorizados en el seno de la interinidad ; parque le lla~ 
man los lastimados intereses de todas las clases , los aflojados vinculoa 
de todos los respetos y de todas las esparaozas que la revolución creara 
y que la interinidad destruye; porque le llaman las ansias, los tema- 
res, los sufrimientos, las anarquías, las miserias que la interinidad ha 
acumulado sobre el corazón del país. 

Y hé aqui que la venida del Sr. Olózaga es lo mtsmo que ai las 
partidos revolucionarios, olvidando sus prjgrdsivos fetales divor(H3s, y 
uniéndose en aras de un peligro común , hubiesen gritado' juntos desde 
la orilla izquierda del Vidasoa ¿ nuestro embajador en Paris: ¡aulor 
moral de la r<iVutlucion, Homero de la tribuna española, tú á quien to- 
■doB los obstáculos, desde Espartero hasta Isabel II, han venido pequé- 
ños; ven á nosotros por el amor de Dios; mira que no hemos sabido 
hacer otra cosa que perder el tiempo; que estamos, comj cuando te 
fuiste, sin orden público, sin crédito, sin dinero y sin rey; mira que 
empezamos á conocer que la paciencia del país s;. agota; mira que no 
querdhios que se haga contra nosotras la revolucionarais que tú su- 
piste preparar contra lo que derribamos; destructor glorioso, enemigo 
histórico y monumental de los Barbones, vea á darnos un cansejo; ven 
-& salvar la revolución, si aun es tiempo! 

Y hé aqui que, según se dice, el Sr. Olózaga viene ni más ni me- 
nos que á consolidar la interinidad, acjnsejanJo y aprobando que se 
den &cultades á la regencia nominal d<;I general Ssrrano ; lié aqui qua 
ilespues de un aflío de obsjrvacioh filosófica y patriótica , en la que ha 
recogido todos los ecos de nuestras discordias, en la que ha analizado 
todis los ecos de nuestros desórdenes, en la que han pasada sobr¿ su 
reflexión todos los ayee de la desgarrada patria, de la revolución es- 
tancada, de la Constitución olvidada, de la monarquía sin rey , de la 
Hacienda sin recursos, de la fuerza moral del gobierno sin punto de 
apoyo; el grande, el ilustre, el no gastado, el virgen Olózaga , que de 
intento se ha mantenido fuera del terrible roce de los sucesos, abando- 
na al fin su liado hotel del muelle Orsay, y viene ¿ conjurar, á reme- 
diar, & estii^uirde una vez por tolas las funestas consecuencias de la 
«a]wtima &lta de la revolución, las miserias y las verga^nzas todas de 



D,gH,zed.yGOOglC 



Iftiotetáoidad... oonsolidando, normalizando, constituyendo B^da-T> 
mente, enatteoiendo, idealizando, dívimzaodo, . . la interinidad! . 



IV. 

El mundo politico se pregunt» ahombrado: ¿Qvé es esto?. ... 

Los más optímistaa j mhñ ñsiólogoa dicen: No es nada ; es pura y 
simplemente la influencia de los años; al 01ÓKag;a f¡BÍco responde lastí— 
mosamente el CAózaga moral; la Tejez es una «egunda in&ncia, se^un 
todos loa tratadistas. 

Los más pesimistas dicen: Eso es que la Providencia vuelve la es--' 
palda ¿ su protegida la obra de aetiembre; eso es que, cuando ha^a 
Oldzagta hace y dice eso, esto estti perdido!... 

Loa federales dicen: ¡Víctor por D. S^ustíano! él dos regula, cor- 
regida y aumentada, la, interinidad. Cam&radas, manos á la obra; lain- 
teñnidad es nuestro eleinento, ea lo deC¿dÍz, lo de Málag-a, lo de Bar- 
celona : {viva la disolución nacional! 

lá)a carlistaa dicen: ¿Habrá hablado D. Salustiano con nuesta*o 
ley y aeiSor? ■ 

Los cimbríoa dicen ; Olózaga es un grande hombre, casi tan gran- 
de hombre como tíartos. Hartos y Olásaga serán ministros juntos; 
y cuando seamos un partido, promoveremos una suscricion pata ofre- 
ixr un laurel de oro al protector de los ateos casi-republicanoa. 

Los pY^greaistas de buena fé dicen: ¿A cuántos nuevos aOos de 
destierro Doa llevará este nuevo bienio de la interinidad oloza^uista?... 

Y los moderados, ¡ahí los moderados son los que dominan con la 
voz de trueoo de su alegria todo este desconcierto de exclamaciones. 
Los moderados dicen : ¡Qué gran hombre ea ese Napoleón IQ! ¡Vedcó- 
mo delOlózaga senñ, parisiense, sibarita, imperíaliata, bonapartásta 
y decadente, saca con mano maestra, como de una hermosa crisálida, 
al Olózaga inesperado, insreible, chasqueado y mistificado á su pesar, 
al Olázaga borbónico! lEse Olásaga que viene ímpregoado de los man- 
datos, vulgo ocmaejos, del moribundo César á prologar indefinidamen- 
-te la interinidad, ase Dlózaga, ese mismo, es el primer partidario de 
Alfi)B8o xn! ¡Necioa reTtdudonarlos; liberales néciosl ¿por qué no lo 
. ooBOceis asi? ¿por qué no comprendéis, joh incrédulos! que ostaba, sin 



D,gH,zed.yGOOgIe 



duda, providencialmente escrito el borbonismo inconsciente del terrible 
Olózaga de la historia?... ¡Ah! si, escrito estaba; ¡la restauración se- 
rá obra, expiación y hechura del hombre infausto c[ue derribó á Isa- 
bel niM 



jjJEqtarA, eneÉscto, escrito? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



TEMAS. 



(28 da IU70.) 

Libre IMos ¿ Duestros lectores de conocer y su&ir la dolencia peño- 
dística llamada «falta de tema.s Es una enfermedad que aprieta el ce- 
rebro como férrea plancha, y que hace absrrecer á la humanidad en 
general y & los cajistas de imprenta en particular. ¡Falta de tema! 
jes decir, imposibilidad de hablar ó discurrir sobre algo para quien 
tiene el deber &tal de tm enmudecer; es decir, la mordaza para el len- 
guaraz de oficio, el silencio para quien vive del ruido y del movimiento 
humanos; es decir, una aéríe indefinida de cuartillas en blanco, para 
quien tiene delante al más tiznado é inexorable de los regentes ludién- 
dole un tomj diario de escritura! Decididamente, el periodista es uu 
pobre 8-Jr, además de ser por obligación un ser pobre. 

Esta maSana sentiamoe nosotros por vez centésima toda la eatéñl 
melancolía de esas reflexiones, aguardando en vano i que empezaran 
á caer sobre el virgen papel las ideas que la pluma suele de cuando en 
cuando destilar. Y nada : las ideas convenientes no venían, las noticias 
oportunas no parecían, el tema de nuestro artículo de hoy dormía sor- 
do é ingrato ¿ nuestro dolor en lo increadí. Di pronto nuestros ojos, 
próximos ya & traducir la impotencia en llanto, toman el recurso que 
para dormirse toma medía Espa&a : empiezan á recorrer un diario de 
noticias. Y ¡eb dicha! ¡oh remedio santo! Habíamos sido injustos é ig- 
norantes una vez más ; hay noticias, y tantas, y tan vanadas, y tan 
dables, y tan comentaihles, que pedir más fiíera gollería. No era el 
mondo, noera EspaBa, no «« h política, éramos nosotros los in^ 
cundes. 

El nodo gordiano está, pues, roto; la situación salvada, el cajista 
provisto; hay articulo, hay tema. «¡Cantemos al SeQór!» etc..., que 



D,gH,zed.yGOOgIe 



dijo i{errera. Puede hacertie un articulo de munición, pero no entera- 
mente fiílto de interés y de originalidad, con solo extratar, copiar y 
comentar brevemente media docena de esas Uen halladas noticias. 
Seri un cuadro exacto del estado del país, un poro extracto de esen- ~ 
cía de situación, una copia que valdri mucho m&s que todos nuestros 
pretenciosos originales. Manos, pues, á la obra. A11& va: 

t:^rimera noticia, escinda, como todas, al azar: «;Se habla de un 
tesoro que, según un periódico, existe escondido en una de las depen- 
dencias dé Palacio, y que no ha podido hasta ahora ser hallado, ¿ pe- 
sar de las gestiones practicadas.» — ¡Un tesoro y en la España de la 
interinidad! ¡Qué inverosimilitud! Pero, en fin, alguna vez habiamoa 
de ser ministeriales. El ministro de Hacienda nos agradecerá, sin dada, 
el traslado. Lo único que le pedloios en cambio es que mande reforzar 
imnediatamente la guardia, de Palacio. Medio Madrid debe estar alli ¿ 
estas horas. 

Segunda noticia: «Valencia y sus alrededores continúan siendo 
teatro de toda- clase de crímenes. Loa periódicos de aquella capital rela- 
tan tres asesinatos ocurridos en im solo dia y en.nn solo juzgado.;^ — 
Esta noticia debe tenerse por no dada: no aumentemos con ella el ru- 
bor de la España de la libertad; y, sobre todo, quitémosla de nuei^ra 
edición para el extranjero. 

Tercera: «Todavía no hay noticias de los bandidos que en el cam- 
po de San Boque han secuestrado ¿ doa sóbditoa ingleses, ni de sos 
cautivos.» — Otra que tal; ¡qué monotonía!... ¡Y nosotros que cuando 
estábamos entre los brigantes griegos suspirábamos por la culta Es- 
paña! 

Cuarta: «Se ha disuelto la partida de Voluntarios que al mando de 
D. Blas Heredia se formó en Ciudad-Real para la persecución de mal- 
bechores.j» — Pero, homlH«, si ya sehadieuelto, ¿á qué hablar de ella? 
(O es que hay empeño en que Europa nos calumnie?... 

Quinta: aSehacengrandeselogioadelaúltimanov^delSr. Nom- 
faela titulada: Mendigos y ladrones. Es obra de costumbres contem- 
poráneas, etc.» Besignémoncs; la literatura no ha creado nada nunca: 
siempre ha cognado, siempre ha reflejado en su esencia el seno de su 
nutrición. 

Sexta: «^¿..átfmrjdice que huí ll^l^ado estos diasála&ontersél 
marqués de las Hormazas, el geasnl Martínez Tenaquero y otros per- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



«on^jes carlistas.»-- ¡Gracias í Dioe! Ré aqiü al fin la política, lapli- 
tica }»npiaiaeDte «spfülola. ¡Oasnae, cMnat, y viva la Inquisicion! 

Sétima: «fU hijo del &*. Nocedal no se presenta 7a candidsta i la 
djputa<áoa por AlcaUí. hm ould^taa le hou exigido un ouuúfiesto que 
no ha querido dar.»— No 3o «itradejBOfi; iq«¿ perdía qq «U» «1 auto 
de La Carmañoltfi 

Octava: «Parece que toma, impcfftancia di movÍBÚento religiosa 
loioiado por el Sr. Uora («t) en Villanueva de la Vera, y que dentro 
de poco se 0(mstruir& en aqud punto una iglaeia independirnte, dis- 
puesta i DO recibir nada del Estado, á jdaatear una disciplioa sencilla 
y i, establecer el matriinonio de los clérigos.» — ¡Divino! ¡Pinunidalí 
íLá^ico, sobre todo! Quizá Villanueva de \b. Vera sea de la ¡wonnci& 
de Córdoba. En Córdoba estuvo el ^. Eche{:ara; durante aa vi^ de 
Semana Santa. Ese Sr. Utura debe ser us dmbrío ioconsci^ite. 

Novena: «Parece que en los barrios de las afueras de Madrid seae- 
tán firmando exposioicneB «1 ayuntamiento en desuadA de que seme- 
jore el alumbrado páblioo.ji — Pues, btmibre, francamefite, lo qne es en 
Madrid no estamos mal de luces. La calle de la'Montera, donde ahora 
se roban los niSos y los relojes, parece todas las soches un á^ua de toa. 

Décima: «Se ha subido el precio del pan un cuarto por libia.» — 
Esto si es deplorable; pero á bien que nos cog^ con dinero. 

Undécima: «Los diarios de Londres confirman la noticia del gran 
incendio ocurrido en Maiiila. Las pérdidas se calculan en un ndlknde 
duros.» — ¡Manilal ¡Manila! ¿Han oído Vds. hablar de Manila?... 

Duodécima: «El firesbitero grwiadino. Sr. Bivas, emigrado en 
Oran desde los sucesos de Málaga,' ha jurado alli en manos de nuestra 
cónsul la Constitución, y vuelve á EspaQa. »-~Bien hecho: A tümpo 
de los Escipiones ha parado. 

Déeimatercia: «Ha sido nombrado contador de la aduana de Fa- 
jardo, en Puerto-íiioo, D. Acisclo Antíque.»— Acisclo... Antique... 
¿qué es esto? 

Décimacuarta: «La prensa de provincias, salvo algunas eseepeio' 
nea, combate la interinidad, en cualquier forma.» — ¡Cieke!... ¿Ser& 
cierto?... ¿Luego hay paia?... Puei no prosigaatos; rata noticia es el 
sabroso y dulce postre de una horrible comida. Entr^:uémonDB con la 
tranquilidad poeiHe é la digestión, 7 otro <& coatinuar«nos. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA MOHAHOeíA SERIA. 



.1. 

Con profcmda atrición asistimos ayer tardé, en calidad de especta- 
dores neutrales y desde un buen sitio, A la manifestación esparterista. 
Saponiamos que la amable bulliciosa actividad de sus pramovedores 
echaría el reato para hacer del q'ercicio de uno de loa inaKeiables de- 
rechos del indÍTÍduo un acto en cMnparackm de cuya solemnidad y 
tmscendencia foeran simples bicocas todos los basta áqui realizados, 
desde las peticiones de los liberales de Navalcarnepo y Foenlabrada 
hsstft el TsleroBO viaje ai^nomo del Sr. Madoz , que lo sujetó & un 
juicio de residencia entre sus amigos; desde la primera y la secunda 
negatiras del ilustre solitario logroSés ba«ta el manifiesto , entre cul- 
terano y épico, del Sr. Salmerón. Y, francamente, noa era a^to hacer 
tal suposición. 

Nos wa grato, porque nosotros estamos vduntariamente contagia- 
dos del hambre y sea de monarquía que aqneja al mayor número de 
iMespáSoles, y lo estamos Insta tal punto, que alli áoDás se anuncia 
algo cuya iniciativa y cuya t«ndencia se relacionen con el sentimiento' 
monárquico, alli acudimos & llevar almenes el óbolo modesto y since- 
n de nuestro previo entusiasmo. Noa er&. g^ato , porque aunque veni- 
mos siendo partidarios de una candidatura y de una solución monár- 
f|uica que creemos inseparables del interés revolucionario , son tantas 
las vocea, todas desinteresadas y patrióticas por confesión propia , que 
nos han asegurado y aseguran bajo su palabra quí? vamos mal, que 
f^mos equivocados y que nuestro candidatoi no eacajoriá bien esa el 
cmdro conatitucionEd de 1869, que casi estamos ya posaos de tma> 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



moaomania candídatureaca, j nuestra atención se ha hecho un deber 
de imparcialidad y de patriotismo el oir todo, el examinar todo, el ver 
todo lo que, si bien contrario k nuestra convicción , se nos ofrece en 
nombre de la solución suprema que el pais espera. ¡Tenemos tantas 
ganas de poder decir que am hemos equiTocado! 

Vamos á-ver, pies, la manifestación esparterista , nos decíamos 
ayer tarde colocándonos, anteojo en ristre , nada menos que en un 
balcón de la Puerta del Sol. ¡Quién sabe ai bajaremos de aqui con- 
vencidos, y si de aqui correremos á pedir á D. Pascual el abrazo 
del catequizado! Hasta ahora, el esparterismo y sus actos- nos han 
purecido representar y significar la única mocencia de la revo- 
lución , y por eso nos hemos resistido á sus intentonas de per- 
suasión, porque todo lo que, rev-)luci<Miarianiente hablando , no tiene 
cierta dósia de viril sensatez, do nos parece revolución, y evoca solo en 
nuestra memoria las batallas y las hconbradas á que, con un^orme de 
papel y espada de caña, nos vieron dedicados loa dias , ya remotos, de 
nuestra infancia; porque, en una palabra, el género que Boileau lla- 
maba el peor de todos en literatura, el género tonto, es una de las po- 
cas cosas que no adiiiitimos ni admitiremos nunca en la política espa- 
Sola, á pesar de haber pagado ya tanto tributo á la esperieocia y de 
habernos resignado, como buenos espaQoles, á que nada nos sorprenda. 



n. 

Dieron, entretanto, las seis de la tarde. La caravana patriótica 
desembocó por la cfdle Mayor, precedida por su primera exigua or- 
questa, que pretendía tocar el eléctrico himno de Riego. Pasó por de- 
lante de nosotros la carretela, forrada con los colores nacionales y ti- 
rada por cuatro caballos de alquiler. En sus asientos de preferencia 
yacían dos voluminosos tomos. Un chusco que'estaba á nuestro lado ex- 
clamó: «¿Serán esos libros un Gjem'p\&i del Dice ¿aTtario peo^ráfico y las 
cuentas corrientes AeZa Peninsttlai^ ¡"Pero nosotros, que hablamos leí- 
do por la mañana la especie en un periódico satírico, no hicimos caso de 
la malévola injusta alusión al positivismo industrial del Sr. Madoz en 
los últimos años, y seguiíhoa mirando con vivísimo interés. Y, nada: 
la carretela pasó, y nuestra conversión al esparterismo no se iniciaba. 



'D,g,l,^ecfiiyGOO<^Ie 



Pasaron detr¿s del coche , asidoa ^tenialmettte del brazo, los 'di- 
putados eeparterístas que preeiditm el acto; en su centro marchaba e}' 
Sr. Madoz con un vigor «:q)eTÍor á sus canas; & un esti-erao iba, si no 
recordamos mal, el fecimdo original director de SI Eco del Progreso; 
¿ otro el reflexivo Sr. Villavicencio, cuya reputación de hombre de aeso 
en su granadina provincia nos consta, aunque algunos de sus compa- 
Serba de diputack)n hayan dado en llamarle ti eqmvocado de oficio. £1 
funeral Contreras, Ermant« también de la convocatoria, no ae veia, 
es decir, no iba, porque, de ir, de seguro se hubiera visto. Y, nada: 
el grupo de soberanos pasó, y nuestro entusiasmo no parecía. 

Empezaron ¿ pasar luego las comísiouea del cortejo; la de Logro- 
Qo, con algunos de sus jefes de voluntarios llevando un bonito unübr-~ 
me verde, cuyo agradable aspecto nos apresuramos á reconocer; la de 
los veteranos de la milicia, en la que nos pareció que figuraban algu- 
nos jóvenes inesplicableg; la de los distritos de Madrid , en una de las 
cuáles creintos ver á un seSor con guantes blancos ; la de loa estudian- 
tes , que no pudimos precisar ; todas ellas precedidas de bus estandartes - 
coronados de flores artificiales y llenos de m&ximas y lemas filosófico- 
liberales ; algunas de días acompasadas de músicas reducidas , pero 
inteligibles; otras compuestas de algún personal mujeril ; otras , muy 
pocas, de algún que otro grupo de voluntarios de Madrid ; todas esca- 
sas (aunque esto era lo de menos] de personas conocidas; sumando 
todas, en fin, de ocho á nueve niü asistentes , según los cálculos más 
exactos. Y, nada: la procesión terminó, y nuestro entusiasmo no 
venia. 

Y terminó la fiesta : la hilera de los manifestantes, compacta en su 
cabeza, cortada á las veces en su centro por los improvisados huecos 
del personal, y acaso por la deplorable falta de un bastonero, se perdió 
á nuestra vista en el horizonte Sur de la calle de Alcalá; el conjunto 
de sus sombreros bongos no fué en breve más que' un punto informe 
en la distancia; los numerosos espectadores de las ac^rus se esparcie- 
ron; despobláronse los balcones; los Camines detenidos por la ceremo- 
nia volaron hiicia el Prado y la Castellana, como si ñiera un simple dia 
de paseo para sus dueños y alquiladores ; el sol empezó á ponerse por 
detrás del casi deshabitado palacio ; el Madrid central volvió á quedar 
como estaba antes y , nada , nuestro entusiasmo se quedó en lo in- 
creado. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ErsD las siete ; 1» hora &ta! pora loa padres de femüia y pu» las 
fiíi Tinjtift* de loa padrea : la hora d* la comida'. Y ñas ftiíma» á cemM. 



m. 

Pero, andando y todo, no dejibamos de penaar en aquel acto , hijo 
de la nueva libertad espulola, y en la resistencia de nuestro ánimo i 
sacar de él convenoimieoto ó sentimiento capaz de variar ó modificar 
nuestro modo de apreciar y de sentir en la cuestión suprema de actua- 
lidad, en la cuestión monárquica, en la cuestión del rey, de la monar- 
quía que la revolución necesita , que la revolución ha de tener , para 
tener alguno. 

No hay que darle vueltas, nos decia nuestra conciencia; la ma- 
nifestación de esta tarde no ha sido otra cosa que ana especie de ex- 
humaciou histórica. Espartero no es ni puede ser más que un pasado- 
El dia en que Isabel II salió arrojada de Espala, aquél dia , aquel dia 
mismo, el Espartero político murió con la dinastía á cuya historia va 
unido su nombre. Es basta una violación del sentido moral el querer 
separar este nombre ilustre de la causa que lo escribiera en los mode{- 
nos anales de nuestra patria. Lo que hay que estimar y que aplaudir 
es el buen sentido del duque de la Victoria al conocerlo asi , y al resida 
tirse á entregar ese nombre respetable y respetado , que es su única 
riqueza, á la profanación involuntaria de fosforescintes é irrefleiivts 
entusiasmos. Esas banderas no han sido bien aplicadas esta tarde; 
esis banderas deben llevaras á Logroño y estar preparadas para cu- 
brir, en nombre de la patria, la por de^racia entraabierta tumba del 
soldado y del patricio benemérito. 

Por lo demás, la insignificancia esencial de esa manifestación . y la 
- resistencia de los espíritus más imparciales á ver en ese acto y en la 
causa que lo ha producido algo digno de la atención nacional {fuera de 
lo que significa como protesta contra la interinidad), tiene la más f4cil 
y elocuente de laa e.íplicacione3. Toda la seriedad del Espart-jro histó- 
rico se pierde y deshace en manos d? los partidarios del Espartero 
de 1870, del Espartero candidato al trono revolucionario. La revolu- 
ción, pese á sus propias innumerables faltas, ha sido, es y podrá s3r 
una cosa seria. La interinidad, que ha servido y sirve de dogal ssfi- 



DigilizediiyCOOl^Ie 



xiaote & la revohicion, ha sido y es una cosa tristemente seria. La re- 
pública es una solución terriblemente seria ; la restauración podría aer 
otra solución ñmestam'^nte seria ; hasta es seria el carlismo , obrando 
en las lóbrega regiones de nuestro fanatismo de herencia. Lo único 
que no ha sido , ni es , ni podrá ser s ^rio es la monarquia del insigne 
octogenario sin sucesión, sin intereses conservadores que lo llamen A 
•que lo reciban con esperanza. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



DOS ATLETAS. 



1. 



No diremos, por no aparecer inmodestoH como simples mortales, 
que el solemne día parlamentario de ayer fué un dia unionista; pero ú 
diremos, apuros de uo ser contradichos, que ayer fué un buen día 
para la tribuna política espaQoIa. Fuera de loa primeros, garandes de- 
bates constitucionales de la revolución, necesario es, para comparar la 
solemne altura del debate de ayer, recordar alguna de las más graves 
é ioolvídables sesiones de las legislaturas del último reinado en que, al 
amparo de la normalidad legal , menos ocasionada aiempre ¿ la apari- 
ción de las medíanlas y pequeneces que son el cortejo obligado de los 
periodos anormales, luchaban en la arena representatÍTa nuestro más 
elocuentes y autorizados hombres políticos. 

Apuntemos, por via de introducción á estos párraibs, nuestro sin- 
cero deseo de que vuelvan pronto y definitivamente días semejantes á 
aquellos, y digamos lo que lealmente se nos ocurre sobre los Dotabilísi- 
mos discursos de los Sres. Cánovas y Ríos Rosas, ¿ quienes se debid 
la importancia, la solemnidad y el alto interés de la discusión. 

Usó primero de la palabra el Sr. Cánovas del Castillo, consumiea- 
do el tercer tumo en contra de la totalidad ded dictamen- de la comi- 
sión en el proyecto de ley para elección de monarca. ¿Necesitamos 
decir que el mundo politico' esperaba su discurso con la seguridad de 
hallaren él laprofimda, correcta, pensadora elocuencia de todos los su- 
yoB? Pero no era solo eso lo que el mundo politico esperaba ayer del 
discurso del Sr. Cánovas. El ya notorio jefe del grupo conservador que 
forma á su lado en la Cámara Constituyente iba & hacer, más que un 



D,gH,zed.yGOOglC 



81 
discurBo, un acto i iba i decidir y declarar de una vez por todas su 
-verdadera situación política &ente & treate del actual orden de cosaS) 
y sos deaeos y aspdracicmes para el porvenir. La marcha de los suce- 
sos, las exigeocias indirectas é imperiosas de la opinión, su misma sin- 
ceridad, su respetabilidad misma se loexigiau. 

Y el Sr. Cánovas, que, en efecto, conocía y declaró que había lle- 
gado la hora de lafran^ueea, esplanó y desarrolló con franca y le- 
vantada palabra las despartes principales de su discurso. En la pri- 
mera abordó directamente la cuestión objeto del debate. A su enten- 
der, la mayoría relativa que el proyecto de ley hacia bastante para 
que el rey pueda ser elegido 66 contraria al prestigio y ¿ la grandeza - 
moral de una monarquía que el Si. Cánovas desea ver constituida so- 
bre anchas y sólidas bases, para que se levante firme y respetada á 
través del tiempo. Ya que esa monarquía no haya de ser elegida por 
el sufragio popular directo, el Sr, Cánovas desea que lo sea por una 
mayoría parlamentaría absoluta, tal como lo fueron Leopoldo de Bél- 
gica y Luis Felipe de Francia. 

Pasando luego de la cuestión teórica á la cuestión práctica de ac- 
tualidad, declaró el Sr, Cánovas que, urgente y todo como es el adve- 
nimiento de la monarquía, urgente y todo* como es que cese la inte- 
rinidad actual y que el genera! sentimiento de un país profundamente 
monárquico como el nuestro deje de clamar en el desierto revoluciona^ 
rio, lo más urgente, sin embargo, es á sus ojos que haya alguien que 
restablezca el orden moral de esta sociedad, reduciendo al silencio y á 
la impotencia á la demagogia, con el auxilio principal de unas leyes 
que, como las hoy-vigentes, no reduzcan á la más estéril impotencia 
todos los agentes, todos los recursos, todas las fuerzas del poder, 

Y entrando, por último, en la fase personal, por decirlo asi, del 
debate, abordando el acto político que deseahfi r.-íalianr, confesó que sí 
el candidato al vacío trono se hubiese de designar por el sentimiento 
individual, por el afecto y la opinión individuales, los suyos pronun- 
ciarían solo el nombre de D. Alfonso de Borbon; que esta era, sin em- 
bargo, mucho más que una cuestión de simpatía, de culto del corazón 
á recuerdos y sentimientos del caballero, una suprema cuestión de 
conveniencia nacional, y que por eso al aceptar la excomunión de 
los partidarios de la revolución de setiembre, con la cual no tenia 
vínculos, aunque reconociera que algunas de sus conquistas quedarían 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



para siempre en pié en la-EspaHa social y politica del porvenir, había 
asimismo declarado y declaraba que, como solución inmediata, no creia 
conveniente para elpais al mismo candidato de su preferencia, porque 
no creia conveniente minoría ninguna regia en la presente situación 
de Espaíla. Quemaba, pues, elSr. Cánovas sus naves , no solo fuera de 
la órbita revolucionaria, sino también en contra de los deseos de la 
restauración, y oñ«cis á. la revolución misma sacrificar sus afecciones 
y sus deseos Íntimos en aras del interés público, si la revolución tenia 
y traía una solución capaz de servir de pronto y enérgico remedio ¿ hs 
males del pais. 

Este fué, si no recordamos mal, pues liacemos el extracto fiados 
solo en nuestra memoria, el discurso del 3r. O^ovaa; este fiíé su acto 
político de ayer. 

n. 

Contestó al Sr. Cánovas en una improvisada y do menos notable 
réplica el Sr. Bios Rosas, el ya ilustre veterano de nuestra tribuna, el 
groa carácter , la gran personalidad politica á quien rodea tan brillante 
y bierecida aureola de re3|>eto y consideración universales. La lucha 
era de atleta i atleta, de potencia á potencia; á Cánovas, al profundo 
orador artístico, académico, estético, por decirlo asi, siempre dueSo de 
si mismo, si^npre encauzando su inspiración mtre los limites de su 
intención y de au voluntad, contestaba Ríos, el profundo orador espon- 
táneo, de naturalidad y sencillez raagnlficas, de arrebatador claro 
oscuro, grande inteligencia y gran conuson á la vez. 

Había el Sr. Cánovas emitido su opinión sobre la intervoncion 
francesa de 1823, asegurando que la generalidad del país la llamó ó 
la acepfó, venciendo sus sentimientos de indomable altivez ind^>en- 
diente, en gracia á su odio hacia la anarquía que lo devoraba; y ei se- 
Sor Ríos empezó negando este Juicio histórico de su adversario. No 
fué el país, en su opinión, fué el rey, filé el último infausto Femando. 
«1 último representante del absolutismo español, con su turba de &ná- 
ticos y chisperos, y fué con él la Europa de la restauración, la Europa 
de la Santa Alianza, quienes impusieron aquel ultraje á la EspaCa can- 
sada, é la España inerme, ¿ la EspaÜa agotada, á la España vence- 
dora quince años aates de Napoleón L 



D,gH,zed.yGOOgIe 



i 



Había aceptado el Sr. Cánovas la elección plebiscitaria de soberano 
como upa de las fimnasdel nuevo djsrecho publico, y el Sr. Bk>3 de- 
claró que nunca aceptaría esa forma para la elección del rey espa3ol, 
por la misma razón que el jefe iti poder ejecutivo, el primer magis^ 
trado del pueblo más Ubre del mundo, el presidente de la república 
norte-americana, era elegida indirectamente; porque el Sr. Ríos Sosas 
cree que un rey ó un presidente ele^do directamente por el suiragio 
del pueblo, es ó puede ser siempre un tirano frente A frente de la re- 
presentación nacitmal; porque el Sr. filos Rosas quiere que el rey nazca 
y salga de entre loe elegidos del pueblo, para que sea siempre rey del 
Parlfunento, con él Parlamento y por el Parlamento, sin el recuerdo j 
án la esperanza de uu poder anterior y superior; porque el Sr. Bios 
profesa la teoría anti-M^sarista en toda su pureza. 

[labia pedido al menos el Sr. Cánovas la mayoría absoluta dé 
votos pora la elección ré^, y elSr. filos demostró que el proyecto 
de ley exigía la presencia , la rei^idad de esa mayoña , pues sin la de 
171 diputados no podrá haber elección. Si lo que se desea 6 se pide es 
otra eoaa, es la unanimidad, se fode, aOadió el 3r. Kios, un imposible; 
ni esta, ni otra alguna corporación nacida del espíritu del ^ig'lo puede 
ofrecer esa unanimidad soQada , como no lo ofrece nada hoy en la es- ■ 
fera de las opiniones políticas, fllosóficas y relig-iosas, coico no la han 
ofrecido los Parlamentos modernos .porque los mismos ejemplos cita- 
dos por d Sr. Cánovas así lo prueban ; porque ni Leopoldo de Bélg'íca* 
ni antes que él el duque de Nemours, ni Luís Felipe, elegido esencial- 
mente pcnr el pueblo, contaron con esa unanimidad. El proyecto de ley 
obedece, pues, al verdadero criterio parlamentario, establece ana le- 
gahdad perfecta é incontrastable : el criterio y Is legalidad de la ma- 
yoría. . 

Había el Sr. OáooFas disculpado , si no absuelto, la interinidad, y 
el Sr. fijos hizo juez de la interinidad al pais , al sentimiento de las 
clases y de los intereses más iofluyeutes y más respetables de ese mis- 
mo país , que claman incesante y amargamente contra esta interini- 
dad, contra esta atonía, contra este perpetuo germen de desconfianza 
y de temor , contra este perpetuo auxiliar de la anarquía, contra esta 
lente pero seg^ura disolución de la obra revolucionaria. Las leyes , los 
medios y resortes legales que el Sr. Cánovas juzgra insuficiratea y 
opuestos á la acción benéfica de un poder y de un gobierno serio. 



.y Google 



¿no seriaQ todo lo contrario de lo que hoy han sido ó son en manos de 
an Ijuen rey y de unoa bueno3 ministroa? El 3r , Cánovas es aulpridad 
en la materia para poder conocerlo asi. 

Entró luego á su vez el Sr. Rios Rosas & considerar el acto poli- 
tico de su adversario , & contestar sus declaraciones respecto é. la di- 
nastía caida; y recordó con solemne y oportuna emoción que él tam- 
bién había sido din&stico sincero , dinástico fiel , dinástico honrado de 
aquella dinastía; que por ella habia interpuesto varias veces su pecho 
entre el trono y sus enemigos; pero que, al contrario del Sr. Cánovas, 
creia imponible, y lo esperaba ea bien de su patria, la viielta de aquel 
trono que tantas niiserias, que tantos pelig^ros, que tantos males habia 
deparado á la libertad que lo creara y lo salvara. Y el Sr. Rios ter- 
minó anunciando al Sr. Cánovas la inutilidad de aquel acto de su con- 
vicción, de aquella decisión de su leal sinceridad, para con los mismos 
á quienes espontáneamente se ofrecia, y la posibilidad evidente de que 
no fuero por ellos juzgado como merecía. 

Tal filé, en su esencia, la elocuentísima , la enérgica , la memora- 
ble respuesta que dio al atleta conservador anti-revolucionario el at- 
leta conservador de la revolución. 



m. 

Digamos ahora, en breves palabras, algo por nuestra propia cuen- 
ta sobre el efecto moral que esos dos discursos nos depararon. Este 
efecto es doble, ^ de dos maneras, se compone de una alegría profun- 
da y de un profundo sentimiento. 

El ilustre Ríbs Rosas, el corazón entero, el espíritu altivo que se 
mantuvo piíTo, indomable ante la corrupción y la abyecta bajeza qne 
en loa últimos affias formaron muchas veces la atmósfera , el contagio, 
el aura vital, el secreto de la política española ; el respetable hombre 
público que la dinastía caída trató con más Ingratitud y más perfidia 
que ¿ ninguno de los hombres civiles á quienes no pudieron vencer sus 
malas artes; el revolucionario de buena fé que supo ahogar en su pe- 
cho todos los impulsos, todos los afectos , todos los móviles opuestos á 
la regeneración de su patria; que supo transigir en la esfera de las 
doctrinas con las inevitables exigencias del nuevo orden de cosas, para 



D,gH,zed.yGOOgIe 



sacar & salvo lo fundamental de sus príncipíoa mon&rquico-liberales; et 
Sr. Ríos Kosas, ocupando hoy_ el último tercio de su honrosa rida en 
dar á la generación que le eucede ejemplo de un liberalismo , de un 
patriotismo y de un carácter que han de trasmitirse 4 la historia , es 
una gran figura, un g^ran consuelo y una gran enseSanza á nuestros 
ojos. 

El ilustre Cánovas, la inteligencia poderosa, el espíritu recto y nu- 
trido de rica instrucción que tiene ya conquistado y señalado su puesto 
en nuestros contemporáneos anales; el Cánovas político, hijo de la re- 
volución de .1854, es decir , del prólogo de la revolución de 1870 , hijo 
de la política y del partido que máa pugnó por hacer arrepentirse de 
sus tendencias y de sus perfidias á la dinastía caida; ese Cánovas 
abrazado moralmente á laá ruinas de esa dinastía, y abrazado sin es- 
peranza, y abrazado conociendo y sintiendo que esa dinastía es hoy un 
imposible y lo ha de ser maSana; ese Cánovas es para nosotros un alto 
objeto de profundo pesar. 

Y, sin embargo, todavía esperamos; todavia tomamos acta de una 
]^me3a solemne del Sr. Cánovas; todavíü creemos que, si estarevo- 
Incion, con cuyo espíritu hubiéramos querido ver identificado al señor 
Cánovas, que si este orden de cosas, que si esta obligada anarquía, á 
la que hasta por temperamento es refractario , sabe crear un poder 
serio, fuerte, reparador, una monarquía que no tenga la ineptitud y la 
ingratitud y el absolutismo en las entrañas ; una monarquía que no 
sea lo que fué la que por un reato de inátil platonismo caballeresco re- 
cuerda benévolamente el Sr. Cánovas, esa monarquía lo tendrá á su 
lado. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ELDIBECTORDE ORQUESTA. 



(10 da Jaulo.) 

Un amigo nuestro, no político, al retirarae anoche un poco taide & 
su casa, diviaí en la solitaria acera un papel blanco hasta cierto pun- 
to; y aunque como buen espaSol sabia que su hallazgo no podía ser on 
"billete de Banco, lo recogió, no obstante, con la esperanza de que fue- 
se algún curioso documento de actualidad, como, por ejemplo, un tnv- 
•20 de literatura esparterista digno de Gerardo Lobo, ó alguna trasco- 
nejada carta amorosa. Esta última idea halagaba en primer terminó 
la curiosidad de nuestro amigo, que en su calidad de soltero entradoQi 
«los y de filósofo rancio sostiene que las mujeres son todavía ima de 
las pocas compensaciones que ofrécela nacionalidad española. 

Kra el papel, sin embargo, cosa muy distinta, porque era ni mis 
ni menos que la carta de un cesante, recien avecindado en Madrid, it 
Su esposa sepultada en las profundidades de una provincia, Tírero de 
hijos baratos y escesivos. La esperanza de nuestro conocido fué, pues, 
lastimosamente deñ^udsdu, y, queriendo vengarse ds su mala suerte, 
nos ha entregado, para su publicación, el documento, sin sospechar 
que nos hacia un verdadero servicio, porque la tal carta es un estudia 
de política palpitante hecho rápidamente á través del hambre, pero 
con cierta dóí^is de sentido común superior é. su época. Hela aquL en su 
integridad, salvo la firma que la prudencia nos manda suprimir: 

«Madrid 9 de junio. — Mi querida esposa : No era, en efecto, una 
calumnia inferida al gobierno, coma decía nuestro compadre el alcalde 
demócrata de ese pueblo, la especie de que en Madrid cobran las cla- 
ses pasivas que no cobran en Espiüla. Aquí se paga á los cesantes, 
porque aquí el dinero es orden público. ¡ Qué bien he hecho en venir- 
me, esposa mia, y qué ganas que tengo de que tú y los niSos os ven^ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



gfústaiubieD! E^to, Dios mediaiite, tardará poco, pues mi asunto va 
fieato en popa. Hi agente de negocios ha hecho una solicitud al di- 
recta» del Tesoro; ¿ete le ha pasado á ín&rme de la administración 
ceutral econóiHica; ésta la ha trasladado al alcalde de mi barrio; éste la 
devolverá informada á la superioridad, ; ésta la enviará al gobernador 
de esa provincia; y después que vuelva, y se instruya en rigor el e^^ 
pedíante , no caite dud& que ing-teearó en el veciadado pasivo madrile- 
30, jampejiaréá cobrar. Parece mentira 1q que la revolución ha mejo- 
rado los antágwie absurdos trámites del espedienteo; ténlo por ae^ruro: 
no acabwá el afio sin ijue se ms ha^ justicia. 

^Entretanto, ¡» vieraaloque me divierto! Figúrate que me paso el 
dia hablando de política, £¡a lo único que aquí no cuesta dinero. Voy 
también ¿ la tribuna pública del Congreso, y leo loa periódicos en él 
café, donde por dos reales, propina inclusive, te lo dan bueno y calien- 
te, y tienes tertulia bástalas tantas de la noche. Estoes vivir. , 

»Tengo que enca^artejuuchaa cosas. No hagaa oaso de lo que te 
diga el seBqr cura sobre el prósimo advenimiento de D. Carlos VQ:' 
mira que todo es grilla, y que al buen seSor lo engaiSan sus aficiones... 
Ko hay tal carlismo en campaña, ni tales esperanzas, ni tales borre- 
gos . Me lo ha dicho un republicano que es primo de un taquígrafo del 
directorio. 

«Tampoco tienen que esperar nada los federales, y ast puedes de- 
cirlo si secretario del ayuntamiento, que se carteaba con el Sr. Garri- 
do. El mismo Sr. Garrido es ya un reaccionario de tomo y lomo. 
Ayer le suelta una tremenda andanada La_ Bandera Roja. — Hija, el 
republicanismo es un pretesto para los versos en prosa de Castelar . y 
para que se nmten bravos soldados y sencillos hijos del pueblo; pero 
nada más; créelo, me lo ha dicho un conservador. 

■ »Digo, pues ¿y la unión liberal? Yo no sé cómo nuestro casero el 
Sr. González, que es tan buen sujeto y tan listo, es imionista. Esto si 
que está aquí ti^uerto. Figúrate que la unión quena que la revolución 
tuviera un rey , y que este rey fuera el más incompatible con doBa Isa- 
bel y su descendencia aoónima, y el más compatible con los derechos 
individuales. La Gosae8taba.á punto de cuajarse, cuando un amigo 
del cuide de Seus, un tal Arias, ha puesto por condición á todo rey 
que venga el que ppnga antes de acuerdo á 171 espaSoles; que es lo 
mismo que hablar de la mar. Este Sr. Arias dicen que es un jefe - al- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



fensÍBta. Pere no lo creo, })i»%|ue el pobre se espresó ea el Coagreeo 
con un enttiaiasmo y tm patnotismo, que ya. El que es alfonsista , es 
Cánovas; ya sabes; aquel que fué miniatro con O'Donnell, y que di- 
cen que sabe mucho. S<do que es nn alfonsista partitAdar , porque dice 
que si el nifio viniera ahora, seria una c^amidad. Sartorius y Ctdlan- 
tes eet&o cod él, por esto, & matar. 

»De los cimbríos te diré, para que lo sepa el alcalde, que dentro 
de poco se habrán comido todos unos & otros. Loa que más pueden 
hoy son los impresores de El Impardal. Echaron á Becerra., traje- 
ron á Moret, que es un joven delicado, y ahora van é echar á Ri- 
vero, porque dicen que ha contraído la costumbre de estar enfermo, y 
que no puede de^ftachar k» negocios. Di sus resultas Rívero hacerrada 
hoy mismo las puertas de su casa á esos malos amigos. ¿Qué tal? Y es- 
to ain contarte los manejos de Martas , que seria cosa de nunca acabar. 

»Alos progresistas todavía no los conozco. Como unas veces votan 
en pro y otras en contra del gobierno, y como unas veces son conser- 
radores y otras liberales, vaya usted ¿ echarles la vista encima con 
fijeza. Pero si da la casuahdad de que uno de estos dias suceda una 
atrocidad ó se hable de una tontería política muy grande, no pierdo 
la esperanza de verlos. Y, en último caso, aguardaré á que la li- 
bertad perezca; que entonces ya les oiremos llorar. 

»Esto último, lo de los prt^^resistas, no se lo leas ni ae lo cuentes ¿ 
nadie, porque has de saber que D. Juan Prim ea progresista , y que 
don Juan Prím es lo único que hay en este país: ¡qué salero tiene este 
hombre! Chica, yo me he convencido deque vale más que todos jun- 
tos. Es el directordeorquestadetodaesta sinfonía. Todos loa demia 
BOD segundas partes á su lado. Serrano tocaba hace veinte meses el 
contrabajo, y ya casi no toca jñto; Topete dirigía el bronce, y ya no se 
le oye; Caballero tenia un vocejón atroz, y ya tiene una ronquera de 
dos mil quinientas leguas; Izquierdo, el de la corneta, el de la llamada 
y tropa, va á tener el mejor día un disgusto. Todos, te lo Te|áto, todos 
se han achicado, ó eclipsado, ó sometido á D. Juan. Y á mí, que no ms 
digan: im hombre que les quita á todos sus compiSeros de orquesta 
revolucionaria los instrumentos de las manos, les da un violón colecti- 
vo y se queda de pie sobre todos ellos con la batuta empuSada como un 
cetro, ese es un hombre de mérito. Y, lo que es yo, francamente, me 
siento muy indinado á hacerle la corte. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



»Pani esto convendri que tú, mujer mia, me mandes una carta de 
recameodacion del comandante de armas de esa villa, que era sargen- 
to hace dos EÚIos j hoy es capitán, y que ea partidario de D. Juan con 
mía fé que yo no sé si logrará inspirarle el que lo haga coronel. MAn- 
dame, por Dios, esa carta muy pronto. Lo dem&a queda de mi cuenta. 
En cuanto yo logre que el general me reciha, le grito: ¡Viva la interi- 
nidad!, y tengo destino seguro, porque le proharé con este arranque 
de mi corazón que soy un homhre sensato. 

í'Adios por hoy; no puedo estenderme más, porque tengo que leer 
loa periódicos franceses para adivinar lo que pesará en España. Mi co- 
razón va dentro de esta carta: repártelo entre nuestra inocente descen- 
dencia, guardando para tí la mejor parte que te entrejfó hace catorce 
«ños tu aléctisimo esposo. — T.» 

Hasta aquí la carta, cuyo autor puede pasar, si gusta, á recogerel 
original eu nuestra redacción. 



Digmzed .y Google 



JUiaO D£ UN SILENCIO. 



(14 de Jaaio.) 

Y sucedió, dirá la historia (porque todos nuestros lastimosos esfuer- 
zos no impedirán que la historia se ocupe de la revolución de 1868 en 
general y de la sesión parlamentaria de 12 de junio de 1870 en par- 
ticular) ; y sucedió que aquella interinidad lleg^ á hacerse iiuoportable 
para los. diez y seis millones y pico de espaSoles que pohlabau entornas 
la Península; y eso que se tintaba de unos espaüoles tan manejables 
que, poco tiempo antes, Cheste les quitaba los sombreros á bastonazos 
, y la magnánima Isabel los aplastaba en la Uancha bajo las ruedas de 



Porque el pais (¡cosas de los países!) dio en la'm&oia de referir to- 
dos sus males á la interinidad. Los capitfdistas (quedaban todavía al- 
gunos capitalistas) decían: ¿Qué ra á ser de nosotros si la Europa se 
decide á creer que somos un pais de mendigos declarados y mendigos 
vergonzantes? — Los pobres (y estos si que abundaban) decían: ¿Qué va 
á ser de nosotros si esta emigración de ricos sigue su progresión ascen- 
dente en alas del miedo? ¿A qué puertas llegaremoa? — Los labradores 
decían : Los bandoleros y salteadores de caminos están en razón directa 
de esta interinidad, es decir, de este desgobierno. Y, ó una de dos: ó se 
acaba con ellos y España se despuebla, ó nos resignamos á sembrar 
para invertir en reacates el precio de nuestras cosechas. — Los indua- 
triátes decían: La interinidad es la desconfianza, la desctmfíanza no 
tiene mercados; ¿para qué trabajar? — Los trabajadores decían: Pero 
¿qué libertad y qué regeneración nacional son estas - que nos cubren de 
harapos y no nos dan otra ocupación que lade leer periódicos? — Y así 
de las demás clases. 

Y aunque la Espa&a venia estando de mucho tiempo atrás dividida 



.yCoogle 



en dos grupos, uno maj numeroso llamado la nación, y otro Iwstante 
mia reducido -llamado los políticos de Madrid y o^aniaado en partidos 
7 fracciones infioitestmales, sucedió que Aquel malestar nacional llegó 
¿' imponerse y & pesar forzosamente en todas las conciencias, en todos 
los egoísmos^ en todas las intencionee politícas, y'cuaado se Uegó & ju- 
nio de 1870 ya ae habia llegado á jKinto de que, como el pais entero, 
diputados, periódicos, centros pc^ticos y eminencias de todo género 
pedían una batalla contra la interinidad. 

Y la batalla, al parecer pedida y aceptada por todos, se dio en la ee- 
«ion memorable del 13 de junio. El palaóo de la representacif» nacio- 
nal crogia al peso de las gentes; el telégrafo aguardaba con impaciencia 
eléctrica noticias que dar al país; todo el mundo decia; hoy va ¿ ser 
ella; los diputados en námero de más de treacieiUos formaban clasifica- 
dos en los escaños rojos: el aire olia & pólvora; no cabía duda: se pre- 
paraba un San Quintín moral. 

Y, sin embaído, la batalla no fué, oí cou mucbo, lo que se esperaba; 
los ejércitos no fueron, ni por su námero ni por su actitud, lo que ae 
-creía. Salió la interinidad & la arena, y practicó sus escarceos habüí- 
doaos, su astuta táctica, alegó sus razones de pie de basco ^ retó ¿todo 
el mundo sin retar á nadie . Y alli estaban los republicanos, que babian 
gritado contra la interinidad en nombre del impotente art. 33 de la 
Constitución, y los republicanos cEiUuvn. Alli estaban los absolutistas, 
que habían gritado contra la interinidad como vacio que sdo podía lle- 
nar la autoridad con todos sus horrores tradicionales, y los absolutistas 
cai^nm. Alli estaban los alfonsistas, que habían gritado contra la in- 
terinidad enseüándola como prueba de que el roto trono>se habia llevado 
en sus pedazos el corazón de este pais, y los alfensistas callaron. AHÍ 
estaban los esparteristas, que el dia antes gritaban al son de den mur- 
gas contra la interinidad^ que no hace caSo del Wamba logrones, y 
los esparteristas callaron. Alli estaban los cimbrios, que tenían el de- 
ber de defender una obra esencialmente suya, y los cimbrios callaron. 
Alli estaban los progresistas de la Tertulia, loe progresistas que Se 
«treven & dar consejos á Prim, ¡y los progreastas callaront 

Entonces sucedió que un sdo hombre, en representación de un solo 
partido, conoció el juego, porque el juego era bien claro: el juego y la 
verdad eran que la interinidad no venía sola, porque todos aquello^ 
silencios, todas aquellaa inmovilidades, todas aquellas timideces eran 



D,gH,zed.yGOOgIe 



BU ejército, veaian coq ella, estaban ¿ ella líj^ados con los lazos Ad in- 
terés más ó menos bastardó, del egoísmo, de Ib desesperación. ¡Cómo 
liabian de hablar contra la interinidad los que de día y. solo por ella 
vÍTÍání 

Entonces sucedió que aquel partido y aquel hombre eminente, la 
unioQ liberal y uno de sus más autorizados jefes ciTÜea, el Sr. Ríos 
Rosas, aceptaron el reto y el combate tales como se les presentaba; 
combate de todos contra uno. Y este uno no retrocedió un ápice, pre- 
sentó su pecho á los dardos de la híbrida, legión ínterinista, la acome- 
tió, la acorraló y la dejó en el banco azul en brazas de una derrota mo- 
ral que ú patriotismo, la justicia, la libertad y la monarquía sancio- 
naban. 

Y sucedió luego que, en vista de todo, la conciencia del país espec- 
tante concibió una duda legitima: la duda de si, politicamente hablui- 
do. podria decirse y creerse que en Espatía no habla otra cosa seria que 
la unión liberal. Porque loa hombres reflexivos, los espíritus sanos se 
decían : hé aquí á ese partido, más prácticamente liberal en la historia 
que otro alguno, más históricamente glorioso que otro alguno, tan 
acreditado de partido de orden, de moralidad y de pn^rreso como cd 
que más, viniendo á ser, después de esa victoria moral, lo que ha sido 
siempre : la mejor esperanza de la libertad y la monarquía. La sesión 
del dia 12 de junio, ^~ha probado algo, lo que ha probado es que la 
unión liberal es el partido revolucionario de mejor buena fé de cuantos 
aspiran á monopolizar la buena fé revolucionaria. Ahi está ese partí- 
do, sincerado de todas las calumnias que se han intentado fundar so- 
bre la supuesta estrechez de bus miras; hoy como ayer pide un rey de 
todos, una libertad de todos, un orden y una monarquía para todos. 

Y sucedió , por último , que á &lta de otro premio inmediato, la 
opinión pública hizo justicia á la unión liberal, y declaró que un par^ 
ttdo que sabe y puede hablar cuando todos callan, bien podía confiar 
en ella; y declaró que entre los monárquicos de la palabra y los interi- 
nistas del silencio, su elección no podia ser dudosa én \ax término más 
é ménoa breve. 

Todo esto, ó cosa muy parecida, dirá la historia en su dia, si la 
historia sigue en adelante áendo amiga de la verdad y de la justicia. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ESCENAS DE FAHIUA. 



(]7(ie JoDio.) 

CoDTen^amoe en que no es ciertamente enTÍdiable la BÍtuactan de 
ánimo qne han de llevar al seno de bus hogares y representados los 
dignos acores diputados constituyentes que se preparan á acatar una 
Tez más los inexorables decretos de la diosa interinidad. Al fijamos en 
esta idea, al acomp^ar coa el p^isamiento á los apoderados de la na- 
ción en las primeras escenas de sus cercanos éraos, francamente lo de- 
cimos, esperimentamos algo que noe oprime el corazón y nos contris- 
ta; y no sabemos cómo áar g^racias al cielo por habernos librado en esta 
ocasión del grave honor do. sentarnos entre los padres de la patria. 

Serán, en efecto, n>elancólicamente originales los dialogáis que en 
la sabrosa sombra del ancho hogar provinciano, ó en los solitarios al- 
bergues del campo, se entablen entre loa fatigados representantes del 
pais y auB deudos y amigos, ávidos de oir por boca de presencial testi- 
go respetable la verdad, ó lo que más se aproxime é, la verdad de la si- 
tuación del gobierno, de la administración en general, de la Hacienda 
páblica en particular, de los partidos, del orden y del crédito nacional, 
déla revolución, en una palabra. Y claro es que los diputados á quie- 
nes nos referimos awat fos de la mayoría monárquico-liberal, aquellos 
cuyo conjunto ha sido y es la verdadera representación de las opiaiones 
y de los sentimientos más imperantes en el pais; porque los que han 
militado en las fracciones oposicionistas, con decir y probar que han 
hecho todo lo posible para «itorpecer y desvirtuar la acción de las 
Gártes mismas y del gobiono, lo cual no les costará gran tl^bajO', ha- 
brán rendido breve y clara cuenta á sus cooiiteotes. 

Pero figurémonos al mejor de los demócrates-monárquicos,' ó de los 
progresistaB-democTáticos, ó, si se quiere, porque no deseamos a^re- 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



cer parciales, de los unionistas ministeríalea & prueba de disQrusto9. 
recibiendo la bien venida de los pedazos de su corazón y de los que son 
objeto de sus más caras afeccionea. El polvo madrileño, mortaja de 
<«)Dciencias, luce aun en au vestido; la esposa, con el tierno aditamento 
del balbuciente Benjamín en brazos, sesiuitai su lado; lo más políti- 
co, seño é importante del pueblo le rodea con el alcalde, el impríaciii- 
dible secretario municipal, el reaig^nado cura ó el médico pensador; y 
en segando término, la Emilia del salario y del trabajo, los criados y 
dependientes , sin necesidad ni deseo de entender jota de lo que se dice, 
lo escuchan, no obstante, con la más sonriente de 1^ curiosidades. 

— Conque, vamos, ¿qué bay de rey? preguntará alguna voz clara y 
decidida como el patriotismo. 

— Pues de rey, nada, coatestará el ingtono el^ido, conociendo que 
á cincuenta leguas de Madrid no tiene obligacioQ de meditar sus res- 
puestas. El general Prim ha quedado encargado de buscarlo. No se 
pueden Vds. figurar lo difícil que et hacer rey. 

— ¿Pero Im hecho algoel general Prim en el asunto? 

—Todo. : 

— Sin embargo, aquello de «no querer ser vencido en la cueetjon.x 
aquello de«la retaguardia de lamayoria..,» 

— Ya, pero no es preciso ir delante de las gentes para llevarlas por 
donde se quiere; aun desde atrás, y empajando bien, se puede di- 
rigir... 

— Y ahora que no está ni detrás ni delante de Vds . , ¿encontrará rey 
el general? 

— Hombre , yo no sé ; pero más fácil es hacer las cosas cuando se 
intentan con entera libertad ; y , en último resultado , ai en noviembre 
estamos lo mismo, todo se reduce á que nos pongamos de acuerdo res- 
pecto á una solucioa nacional . para lo que podrá bastamas otra legis- 
latura, 

— ¿Y de Hacienda? ¿Qué hay de Hacienda? preguntará, yéndose á 
fondo, algún otro curioso. 

— Pues de Hacienda , nada ; ó , mejor dicho , ya saben Vda . lo que 
hay; un déficit, declarado, de 800 millones; pero el cupón de juMo y el 
de diciembre parece que están asegurados; y como para fin de a5o vol- 
Teremos á las Cortes , sí para entonces hay necesidad de otro emprés- 



DigilizediiyCOOl^IC 



— ¿Bajo qué wmdfcioDea? 

^Bajo palabra nacional; ya no podri ftcilmente empellarae otar» 
cosa qne la palabra d^ país. 

— ^Y los mÍDistrost j,cómo están loa miaistaoB? ¿Es Terdad , cama 
fice íl Ititparcial, qnc lÜvero se ha puesto inaervible? 

— ¡Qué diaparate! Esas son cosa^ de Martoa. 

— ¿Y no se iri Ecbegarayt Lo pre^i^onto por eso que vuelve á dfr- 
cirae sobre que en la escuela ya no se ense^ri el catecismo. . . 

— Eso no ser¿ más que ana medida eooBÓDÚca , y se caJimuii* al- 
ministro de Fomento cuando á eso seda otro carácter. ¿Kensui wfíb^ 
des qne Bch^^ray no sabe qne nadie le har& caeo el día que pn^ba 
el Catolicismo? Lo que él quiere es que cuando los maestros de esmela 
dd Estado no ten^n niilos que ena^ar, porque todos se ir&n á las es- 
cuelas particnlues católicas , los maestros oficiales se snprimaB , y ef - 
presQpaesto de instrucción pública teng-a una baja considerable. Es naa 
astucia financiera de la libertad de enseBanzs, y nada más. 

— De iTianera que, en resumen, no estantos mal, 

— Es decir, no estarnt» mal lelativKmmte , porqoe no hay que (^ 
vidar (y al Eegar aqui se exalta nuestro diputado hasta el extremo de 
ponersb de pié) , no hay que olvidar , se&ores , y lo digo porque teago 
derecho Á decirio, que todo es relativo. ¿Estariamos mejor acaso si nos 
mandara todavía González Brabo? estaríamos mejor con Alfonso Xífí 
¿EstsrfaiQos m^or con D. Carlos VII i. las puertas de Madrid? ¿Esta- 
ríamos mejor con el marqués de Albuda oonvertido en el Washington 
de España? ¿Estaríamos mejor con un rey eetranjero improvisado, qae 
nos regalaría la guerra civil? S^iores, hay que buscar el lado prActiciv 
de las cosas; malo y todo como es esto, es raejor, mocho mejor que lo 
serian la restauración, el absolutismo ó la república... 

— Y, sin embargo, replica el menos tímido, asi no podemos estar... 

— Ya lo sabemos; ya sabemos que d rey de la revolución hace fiílta 
para evitar que en un plazo más ó menos breve venga otro que no ten- 
ga ese titulo... peroá eso vamoa, ¿esoiremos, eso haremos en noviem- 
bre & más tardar. , . ¡ah, seSores.'- el general Prim lo dijo en la se;Ú0B 
pública de laa esplícaciones, y después nos lo ha repetido al despedir- 
nos : lo príncipal es que la libertad no peligre , y no peligrará ; ¡lo 
juro, como él, por mi vida! (Oran sensación.) 

— Pero, entonces, dice al cabo de un instante el mismo valeroso in- 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



terrnptor, ¿por qué ha dicho Bios Rosas que la libertad nó es todo lo 
que hay que amparar y proteger?... 

— Porque Rioa Rosas hablaba, claro esté,, desde su punto de vista. 
Y, en fin, seBores, y con esto pongo térmijio á. esta conjEérencia , que ei 
no estuviera, como estoy, molido, seguiría gustoso. Pueden Vds. volvar 
& sns ca^as en la seguridad de que ni la&ltaderey, ni la ausencia del 
dinero, ni la abundancia de malhechores, perturbarán por un solo mo- 
mento la razón serena del gobierno revolucionano. Rey habrá, dinero 
habrá, seguridad pública habrá á su debido tiempo, cuando sea hu- 
manamente posible que los haya; porque lo que es eso de hacer impo- 
fflbles, ni á este ni á ningún gobierno puede ni debe exigirae. Conque, 
hasta otro dia. 

T .la recepción termina, y uno á uno, ó por grupos , dejan loa visi- 
tantes la estancia, y alli acaba verdaderamente el diputado , y em- 
pieza verdaderamente el padre de femüia de verano ; el esposo que, 
después de cerrar la puerta cuidadosamente, y exhalando un compri- 
mido sollozo de anhelada franqueza, se precipita en el seno conyugal, 
exclamando: «jqué desgraciado soy!...» Exclamación cuyo verdadero 
sentido no se escapa á la penetración mujeril : es un abreviado acto de 
contrición desgarrador y digno de respeto. 

A la mañana siguiente comienzan las olvidadas tareas domésticas, 
en las que nuestro diputado ae engolfe durante el estio. De vez en 
cuando , una importuna carta de Madrid viene á sonar en sus oidoa 
como la trompeta de Hemani; y asi llega el invierno, y con el invierno 
un momento en que es preciso regresar al palacio de la plaza de Cer- 
vantes. Pero esta nueva escena de familia, esta solemne despedida será, 
ohjeto de nuestra conmemoración oportunamente. 



D,gH,zed.yGOOgle 



DOCUMENTO. 



(» de Julio.} 

"El dÍBl.'dajulio se cometieron en 
Valencia de seis k ocho crimeuee, c&sl 
todoa asealMatos. lai Pronnctoi se 
* lamenta con este motivo de la iase- 

guridad enquB ae vive en aquella ca- 
pital, ; relata además otro» machos 
cometidos en la provincia. 

(Corretpondencis de ajer.) 

Por el correo interior hemo^ recibido, con la aela firma de «un sus- 
critor,'» el documento que á continuación insertamos. La negra» pa- 
triótica tristeza que en él se respira^y los indicios que creemos tener 
para atribuir su origen á uno de nueátros más constantes y respeta- 
bles abonados, nos muev«n & publicarlo. Sin embargo, rogamos á su 
autor no Auee en lo sucesivo de nuestro buen deseo, por mil y tina 
razones que no se ocultarán á su penetración. Él documento dice asi: 

«A S. M. quien sea. 

«Señor: Los españoles ignoramos todavía el nombre de V. M. fu- 
tura, y muchos creen que lo hemos de ignorar siempre para I03 efectos 
de la pronunciación, si V. M. tiene uno de esos apellidos dd fin del 
mundo que asi pasan por garganta española como un erizo. V. M. 
venidera existe todavía legalmente en lo increado; España, como Judá, 
no tiene todavía respecto á V . M . otro indicio que la palabra de sus profe- 
tas politicoe; y todavía hay quien cree entre nosotros que, como vul- 
garmente decimos para decir que una cosa es grilla, V. M. y la cara 
de Dios están en Jaén. Todo esto, no obstante, yo me dirijo respetuosa- 
mente á V. M.; y dondequiera que se halle, ya sea bajo loe bordados 
faldones de un diplomático capaz de darle cinco y raya á Tayllerand y 



D,gH,zed.yGOOgIe 



á Mazaríno, ya sea en el bolsillo de algimo de los arbitros de Kspwlft, 
ya sea bq el fondo del tranquilo hogar doméstico de donde han de sa- 
carle en breve laa proposiciones tentadoras de la anarquía espaOdía',yo 
ruego á. V. M. que me escuche, es decir, que me lea. 

»Yo soy, seSor, un liberal espaSol convicto, confeso ..contumaz é 
impenitente; el dglo XIX es casi mi hermano de nacimiento ; estuve 
escondido, hace más de sesenta aSos, dos días y dos noc'hea , bajo un 
colchón de nú can, porque mi madre me decía que la libertad patrí» 
asi lo exigía, en razón á estar ocupado el suelo ec^Solpor reacciona- 
rios estraojeroe; y, sin embaí^, sali liberal de aquella asfixia. A mi 
señor psidre lo desterró luego por doceaíüsta el rey nuestro seSor, y 
cuando volvimos el año 20 del ostracismo, sin zapatos y sBi blanca, 
¿ramos, sin embaí^, muy liberales aún. En 1823 me hicieron un 
grave rasgu3o en Andalticia, batiéndome contra los amigos reacciona- 
rias de Fenuado el Deseado , y volví al destierro más liberal que 
nunca. En 1834 no mat¿ frailes, pero me quedé ronco de gritar contra 
q1 absolutismo. En 1841, cuando OlÓzaga era todavía conservador, yo 
seguía tan liberal como Riego. De 1854 á 1856 aegtú. siendo liberal, i 
pesar de todo; y, por últiino, en 1868 no se han exhibido aanaa más 
inocentemente' libértdes que las mías. 

»Asl estábamos, señor, la libertad y yo, ella empeñada en probaí^ 
me, con la historia y loe hechos, que nunca se ha hallado á' gusto en 
España, que nuestro genio árabe, nuestra petrificada ignorancia, 
nuestra despoblación, nuestra falta de riqueza y de industria le son anti- 
páticos, y y1>, decidido á no escucharla, á no hacerla caso y á seguir 
amándola como á la^ DÍñas de mis ojos. Asi estábamos , cuando hace 
pocos, poquisimos días, la libertad , revistiendo laa formas de . unos 
apaleadores de oficio, ha ejercido un verdaderb terror en la capital de 
la culta España. Yo hubiera hecho, señor , la vista gorda usa ves 
más; pero mi mujer y mis hijas (tengo tres y casaderas), que no han 
pedido ir á paseo en cuarenta y ocho horas, me han puesto la cabez* 
orno olla de grillos, y me han asegurado que si sigo siendo como 
hasta ^ui, liberal porque sL, liberal á ]»ueba de gobiernos ineptos, 
no tendré pizca de vergüenza ni de patnotísmo. 

. »¿Qué hacer, señor? Yo bien quisiera, pera qne en casa hubiese 
paz, romper de una vez mis relaciones con esa libertad que tantos dis> 
gustos rae cuesta. Pero, no puedo; tei^ el oonoon acostumlwado á 



D,gH,zed.yGOOgIe 



adorarla, y mi concieocia me dice que la libertad do es mala en el fon- 
do, que lo que necesita para ser fecunda j benéfica en Esptóa es pura 
y simplemente nn buen gobierno, un gq^iemo fderte que la ampare, la 
imponga, la dirija y salve áj mismo tiempo. Y en esta convicción, y en 
esta esperanza, y de acuerdo con la mayor parte de mis amigfos, que 
creen y sienten lo que yo: 

»A V. M. reverentemente acudo para decirle do3 cosas: la primera, 
que veng^a pronto, que venga cuanto antes; la seg:unda, cuál ha de ser 
el programa que V, M. debe dirigir á sus futuros subditos para tener 
laa^Tiridad de ser bien recibido. Sobre la primera, ¿qué podré añadir 
qneV. M., sin más calidad que la de habitanta europeo, no conozca á 
tata fechad Veinte meses kace que nos estamos nudiendo & ínaurrcocio- 
set y i dJeHtiiraoa y 4 diatriba» pflriodiatícas para determinar cuál sea 
al rey que debe venir; pero ya, Dios sea loado, convenimoe todos los 
Bumárqnicos en que ese r«y puede acr tsotuliqniera, » con tal que lo sea. 
La cuestión es ya, seSor, de vida ó muerte, porque es una cuestión de 
higieoe geneml; la ooastiMí está reducida á poder ó no salir de casa; & 
poder pfocurar la drculaiiion de la sanare y mía buena digestión de lo 
poco que se come, con fjl ejercicio en las horas naturales, ó ¿ tener que 
morirae de iaei^cía haciendo, escopeta en mano, centinela' tras de la 
pw^ietada puerta del ht^ar. Venga, pues, V. M.. .venga la monár- 
qtúa que nos garantice el s(d y el viento en callen y caminos libres de 
bandidos de todo género. Es cuanto pedimos y lo más u^^nte que 



«Respecto i. programa regio, yo que V. M. baria uno bien lacónico 
j asDcillo. Yo diria en él eolamente:-~)E^nl[oles! Puesto que decidida- 
tneate me qoereia, allá voy; pero aa advi^to que, á pesar de aer liberal, 
tengo muy malas pii%8s, me creo muy hombre y llevo el principal 
piopóñto de triplicar la Guantia civil coa objeto de que pueda haber un 
destacamento de ella en cada esquina. — No diga ni ofrezca V. M. otra 
eoea, y tenga la seguridad de que será Uamado, aclamado y aceptado 
comoelverdadetoregeoeradordeEspaaa.Loünicoqift necesita V. M.es 
hacerlo pnmto, porqoe si lo demtva algunoB meses, asnque sean pocos, 
ys es posible que no eocoeatre pais para el esperimento. Entretanto, 
^^eda rogando áDioa por la vida y la venida de V. M., bu atribulado 
subdito en fnrincipio: X.» 



D,gH,zed.yGOOgIe 



melancolía. 



(e da Julio.) 

El esposo de nuestra última, memorable soberana, el ilustrado d(Hi 
Francisco de Asía, ha dirig:ido k La Spoca la carta que en nuestro nú- 
mero de ayer verian nuestros lectores, Quisiénunoe ocultar, por mo- 
destia liberal, el primer movimiento de aatisfeccion democrática que 
ese documento nos ha inspirado; pero, no podemos: toda la ñlosoña dd 
espíritu moderno, tirando de la punta de nuestra pluma, nos lo impide. 
¡Es tan ejemplar j tan conmovedor ver á manos regias utUizM, ccnno 
la gran masa vulgar de los racionales, el procedimiento de Guttembcrg'! 
Decididamente, el chirrido de la primera tosca prensa, inventada por 
el gran propagandista del pensamiento anunció un auxiliar y un con- 
suelo á. todas las notabilidades de la especie humana, inclusos los úl- 
timos Borbones de España. 

Pero una vez pagado este espontáneo tributo de entusiasmo A nues- 
tras amadas letras de molde, séanos permitido colocamos en él punto 
de vista de la reflexiva tristeza en que imparcialmei^ nos pone el 
comunicado del ex-rey consorte: que no es posible, con ese documento 
ante los ojos, y considerándolo desapasionadamente, dejar de sentir el 
contagio del respetable sufrimiento privado que sus renglones ex- 
halan. 

¿Qué es, en efecto, esa carta? Piescíndamofl de su forma, de su es^ 
tructura literaria dentro del sencillo género del epistolario más ó méuos 
solemne. Ni en el desbordamiento actual de las imaginaciones, causa 
forzosa y esencial de la decadencia escrita á que asistiínos , puede estra- 
Samos que D. Francisco de Asís, hijo al fin de su siglo, no se cuide, 
al escribir, del régimen de algunos verbos, ni hemos de ser hoy exi- 
gentes é injustds hasta el estremo de exigir á los miembros de la dinas- 



D,gn,zed.;GoogIe 



tía caída nociones gramaticales que tan de buen grado les perdon&b»- 
mos cuando hacían lo que podían para hacerooa felices. Después da 
todo, la gramática y la mag'estad, levantada ó vencida, no son abso- 
lutamente inseparables. 

¿Qué es, en rigor, volvemos á preguntar, la carta de D. Francis- ' 
co? una esplicacíon ; sencillamente una esplicacion. El palacio Baai- 
lewski amaneció uno de estos últimos dias ornado de flores como la 
mansión de la felicidad ; uno de Jos actos j de los hechos más grandes 
que, al decir de los que lo presenciaron, registra la historia del mundo 
moral, se verificó en sus salones; abdicó doña Isabel sin quererlo hacer; 
recibió D. Alfonso la investidum de monarca inpartibits, sin maldita 
la gana de cambiar su chichonera por la más &ntástica de las coro- 
nas; presenciaron la abuela j los amigos una escena de que volunta- 
riamente se hubieran Hbrado á costa de cualquier sacriñcío ; de modo 
que todos se violentaron casi heroicamente ; de modo que lo que pasó 
no hubiera pasado á no ser par la picara necesidad de que la restau- 
ración sea un hecho en KspaSá. Y, sin embargo, la abdicación ha pa- 
sado, y el hecho más trascendental & qus ha dado lugar en EspaSa, y 
que nosotros sepamos , es la constitución del casino conservador , qpb 
perdón sea dicho de la partida de la porra. 

Pues bien : D. Francisco de [Asis no asistió al acto inmenso de la 
abdicación. La opinión pública no sabia darse cuenta de ^ta grave 
omisión personal en la ceremonia. Un malévolo periódico satírico pu- 
blicó un número entero dedicado espscialmente á preguntar : k ¿ Por 
guéno asistió el papáis con el tono de aquel héroe del cuento de un 
amigo nuestro que preguntaba por qué era rubio el hijo de su mujer ^ 
siendo su mujer y él mulatos perfectos de la India inglesa. Los órga- 
nos del alfonsismo, y á su frente la susceptible , la hábil Época , com- 
prendiendo lo que desvirtuaba , por la agravación , el gran acto la au- 
sencia de D. Francisco, dieron de ella la esplicacíon que más conforme . 
estaba con sus noticias, á saber : el ex-rey consorte no había asistido 
por no haber, sin duda, recibido á tiempo la invitación. Todos nos 
disponíamos á creerlo asi, cuando D. Francisco escribe á La Spoca 
para decir que la esplicacíon no es esa, que la esplicacíon verdadera 
es que, decidido desde que pisó los boulevares á no mezclarse por nada 
ni par nadie en política,*no quiso, ni debió, ni pudo asistir al acto po- 
Mtíco de la abdicación. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



72 
EñU), como se vé, ea muy natunl y mu; creíble; pero es npiy triste 
m ^ loado. En esa daterminacion de D. Francisco de Asis resaltao 
evideutejiiBute para «1 hcoabre pensador aiiiargura3 y realidades da 
tono y lomo. El espíritu del filósofo, decidido ¿ ^ue se estrellen en su 
oerinda puerta los ecos del (xmocido, eogtílow inundo; el herido pecha 
4el ietrdiente y fiel eepoao Á quien apartan del objeto legal de su tenmra 
mfieeptibilidadef de caricter , geoi^dades y procedimientos iooom- 
pAtáblee con la paz del hogar; la inútil solicitud del padre que bien 
quiHfira asistir de más cerca al desarrollo y crecimiento intelectual de 
loa que al ñn y ^ cabo Uevaí^ su nombre ; todos ^oa rasgos , todos 
WOBMpectos, todos esos aentímioitosr bastantes para que el cwazon 
' más mtero y el ánimo de mejor tem}^ floten en ellos como cascara 
baladi ea el océano tempestuoso, resaltan iadudablemente en la franca, 
aunque circunspecta esplieacion del ez-rey consorte. Su carta es un 
poema, un verdadero poema de honda y filosófica melancolía. 

Y si algo le &ltase para serlo, los nuevos datos que coa tal motivo 
publica la bien informada Spoca sobre los hábitos del desterrado prín- 
oipe acabarían de dar á su actitud el tono de la más severa pesadum- 
bre. Al decir del colega, D. Francisco de A^is no trata en París espa- 
ZíAes ni españolas, sin-duda para evitar que se diga, como otras veces 
se dijo, que conspiraba con los primeros ó era mapcadamente benávolo 
con las segundas; D. Francisco de Asia , ai algún circulo españ(d fre- 
cuenta, es la casa-convento de Sor Patrocinio, en cuyas prácticas pia- 
dosas, en cuyos arrobamientos misticoa, en cuya oscuridad modesta y 
tranquila tienen que buscarlo los pocos emisarios que su esposa suele 
enviarle. De manera que el hombre de mundo, aquel principe de cos- 
. tumbres dulces y a&ctuosas, de viva y cultivada inteligencia que en 
concepta de la generalidad debia pagar , por su idiosincrasia, culto al 
placer en la Babilonia del •eaudevilh y del rigodón, vive austera , mo- 
desta y filosóficamente, y scfporta su desgracia relativa procurando, 
hasta donde le es posible, imitar á los grandes deseogaüados de la hu- 
manidad. Algo semejante puede haber , en efecto , cuando con buena 
voluptad se busca, entre la sombra de los altos muros de Yuste y la 
«elda de una amiga desgraciada. 

Pero... basta. Esto es ya de un género melancóUco superior á nues- 
tras fuerzas. 



D,gH,zert.yGOO<^Ie 



SOLUGIOH UHlVfiRSAL. 



<1« de JaUo.) 

XJl9gttc¿ OQ día, lia dicho Faacal, en que la Euro[a aolo eres en 
aquel que la faaga. aherrojada & aua piéa. CooVa esta aGrmadoa bar- 
nUe, ODDtra esta desgarradora profecía del graa paisador abaolutiata, 
DO ha; fibra en nuestro corazón ai moTÍimento en nuestra íntefigeD- 
ña que no se rebelen, porque ella es en el &ndo la m&s triste negación 
sintética de loa grandes principioa de libertad y de Inrogreso con que lag 
generaciones modernas nos ¿amos amamantado. 

Con&aamoB, sin embalo, que el mundo político atraviesa en estos 
jnatimtes por una de esas crisis que traen al eqáritu más ñierte y sece- 
QD el desfallecimiento de las e£^)scanzaa t de las convicciones más pro- 
ñmdaa j constdadoras. Al ver prepararse dos gruides pueblos conti- 
nentales ¿una devastadora lucha, para la cual ae adornan, por decir- 
lo asi, con todos' los atavíos de la ciencia y con todos los productos de 
la civilización; al ver de nuevo ¿ la Europa de nuestros días preparar 
uno de esos sangrientos festines para los que la inteligencia ha echado 
el reato en máquinas de destrucción, y en los que los pueblos vén pro- 
digarse cruenta y dispendiosamente sus hijos y sus riquezas; al ver, 
en ana palabra, eiI salvajismo humano dejar la máscara de una cultura 
que solo le sirve para prepararse al ^ercicio de 3» i^ision/avorita, 
repetida á través de la historia con la más cruel de las monotonias, 
¿DO cuesta, en e&cto, gran trabajo sospechar que el mcjjoramiento del 
hombre moral, en que sueña y cree nuestra liberal filosofía optimista, 
es la más risible de las quimeras que la inteligencia universal tiene 
que echarse en cara? 

Dentro de muy poco tiempo, quizás dentro de algunos diaa , la 
grao hecatombe se habrá consumado; millares de banceses y' prusia- 



:y Google 



DOS, que ni ae cococian ni se odiabsD, se habrán dado la muerte, j 
millares de &milias les llorarán desesperadas. La escasa especie hu- 
mana, que todavía tiene tantos desiertos que ocupar j tantos yermos 
, que fructificar, se habr& propinado una buena sangria : la esperanza 
de la agricultura, de la industria, del trabajo pacifico derramará in- 
útiles lág^rimas, 7 una sepultura de alonas leguas de estenáan en el 
corazón de Europa exhalará acaso de su seno, como recuerdo último 
de la matanza, los vapores mortíferos que llevar&o la peste á las nació-, 
oes espectadoras. 

En cambio, el ideal del incorregible género humano, seg-un Pas- 
cal, se habrá realizado : Europa tendrá un dueüo, ya sea un hombre, 
ya sea un pueblo, ya se Uame Biamark 6 B^naparte, Alemania ó Fran- 
cia. Las grandes potencias fingirán contemporizar con el vencedor, 
para procurarse los medios y loa auxilios conducentes á serlo ellas 
mismas otro día, y las naciones infortunadas y- secundarias pedirán, 
por la boca temblorosa de aus gobiernos, paz y protección al amo. Y 
después no habrá pasado nada: enterrados los muertos, resignados los 
vencidos, en acción de nueva preponderancia continental, la civiliza- 
ción seguirá su curso, los pobres seguirán siendo muy liberales y los 
ricos muy conservadores, y se inventarán nuevos barcos y nuevos te- 
légrafos, y correrán rios de oro por el seno de los bien administrados 
pueblos; todo sin perjuicio de que dentro de otros pacos ¿Sos vuelvan i 
morir otros millares de hombres, bellamente uniformados, y parfecta 
y abundantemente pertrechados, y de que una nueva dictadura perso- 
nal ó nacional vuelva á aparecer en la vieja Europa, con su cortejo 
obligado de viudas y de huérfanos. 

Y, sin embargo, la posteridad, al tratar de investigar la causa, 
real y verdadera de la guerra ñ^nco-pniaiana de 1870 ; al ver que 
todo este grave y trascendental conflicto se reduce á que Francia y 
Prusia no caien junios en ffiiropa, si una de ellas no confiesa que 
tiene mejores soldados que la otra; la posteridad, repetimos, se pre- 
guntará, con el amargo asombro que han de producir todas nuestras 
barbaries contemporáneas en las generaciones para quienes el cristia- 
' nismo sea algo más que un libro: ¿pues si esa era la razón esendsJ, 
por qué la Europa entera do obligó á Francia y Prusia, y no se obli- 
gi> ella misma, al desarme de sus innecesarios ejércitos? 

Y fin-zoso es reconocer que la posteridad pondrá el dedo en la llaga 



D,gH,zed.yGOOgIC 



si esto 96 pregunta. Hoy mismo, el día antes de la primera batalla, 
€l desarme aceptado por ámba^ naciones contendientes seña la so- 
lución inmediata y única de la paz . Que Francia y Prusia se obliga- 
sen á no mantener sobre las armas más número de soldados que loa 
que sus' necesidades interiores exigen, y la catástrofe se conjuraría por , 
si misma. Que un Congreso europeo acordase y aceptase el mi»mo mé- 
íodo para todas las nacionalidades influyentes y poderosas, y la &z 
del mundo político cambiaría como por encanto, y no habría Paacales 
ni pesimistas posibles que, al ver bogar la civilización por una balsa 
de aceite, do se felicitasen de pertenecer á la humanidad. 

¡Qué hennoso seria, en efecto, y qué tranquilizador ver una Euro- 
pa san más batallones que los de la policía urbana y rural! ¡Qué felices 
serán loe que, gracias al Evangelio, lleguen á conocer á la que, espa- 
Solizando la fórmula, llamaremos la Europa de la Guardia civil! En- 
tonces, si la humanidad tiene decididamento un genio malo que le in- 
funda eternamente la sed de la guerra; ai es cosa decidida que loshom- 
brea han de luchar y han de aspirar á vencerse y dominarse siempre, 
tendrán que batirse álibrazoe ó cuando máí A palos, y la cosa será 
muy distinta. Pero, ¿dónde estaremos entonces los europeos del si- 
glo XIX, los diplomáticos á lo Bismark, los htmmnitarios á la fran- 
cesa y loe revolaeionarios á la española?.. . 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EH raiNcmo. 



E3.B&bado, dia judaico, díK «Le aquelavree, fué dia de carUst» j 
huboCoDaejodfl ministio» poesidido por S. A. 

Bi^i aabe Dioe que no quüiéiraHK» saber nada de los ConaejoB da 
mimBtro3, ni »(|uÍeradeloaqueseaelebEaiieH,cl dje^ucbQ del stilor 
Herreroo de Tejada, ó, "px otro nombre, ea la secretarla de la presi- 
dencia, que suelen ser los más solemnes. Pero la fatalidad oo ae cgo- 
tenta con hacemos saber que los actuales ministros existen, sino 
que & cada, momento nos participa que se ven, que se reúnen, que 
hablan, que discuten, ni más ni menos que como las gantes que hacen 
algu. El cielo nos tome en cuenta, y al país también, este sufii- ■ 
miento. 

Decíamos, pues, 'que el sábado hubo Consejo bajo la presidencia 
del regente: y lo peor del caso fué que, segnu la oficiosidad cruel de la 
persona que nos ha hecho el relato, el Gonsejotuvo importancia: impor- 
tancia política, importancia oral, importancia resolutiva, una porción 
de importancias. Hé aquí, casi al pié de la letra, las noticias que so- 
bre esa gubernativa reunión acaba de suministramos el embajador 
acreditado cerca de nosotros por la ñitalidad que nos condena á esáñ- 
lamos de las co8as.de la situación. 

El acto fué serio deade el primer instante.. Casi todos los ministros 
sabían ja que los carlistas estaban protestando otra vez á trabucazos 
contra la interinidad. Había semblante que reflej&ba de buraia fé liaa 



D,gH,zed.yGOOgIe 



angustias áel orden público; 7, natunlmetrte, el tninistro dcd ¿iden 
pAl)Kco, para eiianda lo haya, Sr. lUveM , fui quien, pidiendb inme- 
diatamente la palabra, pronuncia un disourse, agreño por eomifdieto á 
1« cuestión de Ib m»a sajona, 7 en el cnud se hizo ca^o, eaa deteni- 
miento elocuente, de la gnivb sitnaeion del pots. 

S^Tin parece , *á Sr. Riiwo , doliéndoae de la animadiwíñoa pú- 
bBoa respecto á ma etáucionee, tantas vecm aaimciadas como no aci- 
das, dijo queera llegado^ montento de pensar en una aólaúon;^ que' 
ji,'pcit mparte, ae había permitido petusar en cuatro, que eran, &' 
saber: 

Primeva selacion : La contiiuiacion. de la interinidad tal como se 
llalla; ee decir, el no hacer nada. 8. S. GonTiao«Q qne e9to no'sorpreiH 
deria anadie, pero se declaró valfvosa y eaérgkamenta contra esta, 
porque dijo que creía observar en el ptds ^tomas de empoEu á fiuití- 
diarse de la interinidad. 

(El Sr. I^guerola al oir esto ae^tó «1 su asiento.) 

Segnnda soliKiian: La repúUíoa. Sobre la repúbbea parece que dijo 
el Sr. Rirero que no quería decir nada; pero dejó al jaíciode sus oyen- 
tea lo qoe callaba , indicaBdo scAo que en su eonoepto la repúUica no 
cnenta en EspaBa con más &lai^ qae la de sus ideólogos; y en apoyo 
de esta opinión citó no sabemos qué curta confídendal del capitán 
general deCataluQa, Sr. Chinnnde; y por todae estas raaonee el seQor 
Hivero llegó haeta avestarar la especie de que no babia qne pensar en 
la república. 

(El Sr. Echeganty parece que sotto^gee dijo entonces que lo sentía 
poT'el protestantismo.) 

Tercera solución : El rey. Sobrede! rey parece que preguntó am 
fnerle voz el Sr. BÍTePO: ^Hay rey , seílores? ¿Tiene algimo de ustedes 
rey* y como nadie le contestase, añadió: No hay rey, sriftwres. 

(ImpresioQ general , 8<^re todo , de los generales asistentes. Prím 
recuerda los pronósticos de SlSeo'de Ew^a.) 

Guari» solución: FaouUades á la regmeia, j para ello la inmedista 
reunión de las Cortes. El Sr. Bivero, recopilando y fundándose en que 
es preciso hacer algo, y en que no se debe hacer república ni ae pne^ 
hacer rey, demostró con g^andiloouencia innegable- que la regencia 
cen atribuciottes es lo ménoe que puede hacerse, por ser lo equidistante 
de la monarquía y de la república, es decir, por aosatisíacer á nadie. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



lo cual es mejor, politicamente hablando, que satiafiwep á. unos pocos. 
(Sonrisa general.) En s« virtud elSr. Rivero .tuyo ú valor de pedir 
formalmente €|ue se retmuí las Cortea. 

(Silencio general por algunos instantes. El pre^d^nte del Cíonsejo 
miró al Sr. Moret, y el Sr. Moret fddió al fin la palabra.) 

El joven, elegante ministro de Ultrunar contestó al Sr.Kiveracon 
su irresistible, meliduo y persuasivo acento de siempre. Pasó por alto 
las tres aoluciímes primeras; dio su aprobacioa, en principio, á la 
cuarta, pero se declaró abierta j reaueltfimente opuesto ¿la apertura 
de la Cámara. Habló como en el Ateneo, de la Hacienda de la libertad, 
de la libertad de la Hacienda, y, después de este artístico, rodeo eco- 
nómico, recordó á sus dignos comp^eros que, si las Cortea se reunían 
abora , el gobierno no tendría nada de qué hablar á las Cortes ; al 
menos, nada urgente, nada decisivo, nada sustancioso. 

Entonces parece que S. A. el regente tomó la palabra, y de tal 
modo y con tales bríos se pronunció en favor de la neceádad y de 1» 
conveniencia de abrir las Cortes, que, á. pesar de las razones econó- 
micas del simpático Sr. Moret , el Consejo convino , eti principio , en 
la determinación , dejando sin embargo para obro día el fijar la fecha 
de la convocatoria. Esta última fórmula parece que fué propuesta por 
el conde de Reus. 

Eu seguida el general Prim, entrando verdaderamente en materia, 
habló de la noArísima insurrección carlista , y , con un patriotismo 7 
una modestia y una razón que le hacen honor,,llamó al inquieto bando 
absolutista : insensaío. Yo, dijo el noble marqués , no debiera decir 
esto, si solo tuviera en cuente los impulsos de mi egoísmo; porque na- 
die diría sino qiíe los carlistas se han propuesto trabajar en mi favor. 
Ahora me proporcionan el triste y fácil gusto de darles con algunos 
centenares de cazadores una nueva paliza y de volverme á lucir ante 
la ópiíiion. Sin embargo, antes que mi &ma y mi interés personal está, 
señores, la nación ; j yo, lo digo Con franqueza , renunciaría gustoso 
al laurel que los carlistas rae preparan, con tal de que no hubiese este 
nuevo escándtdo y pudiésemos aguardar tranquilos á que acabe de lle- 
varse el diablo al imperio de mi amigo D. Luis Bonaparte. 

Una salva de aplausos respondió al cívico arranque del marqués, y , 
el Consejo, terminándose, se despidió de S. A. Pero el efecto moral d¿ 
acto en su conjunto, y de la generosa actitud del general Prim en par- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



tícular, había sido inmenso: aserrase que en loa ojos de loe mitúatros 
más a])aciblé6, Sres. Moret y Beranger, brillaba el llanto; el Sr. Ki- 
vero salió u&no de baber dado al fín con una solución , y el>Sr. Ba- 
nasta mis despeinado que de costumbre. Solo el Sr. Fig^erola soo- 
reia, como siempre, malig^iamente. ¡Ab, el diaero no tiene entraQas! 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL Rirr DE LOS HDL&NOS. 



(3 deSstlembn.) 

Conste ante todo qae no hablamos de loa huíanos de Prusía, de esos 
correoe de gabinete del rey g^raduado de emperador que, sin m&s que 
batirse, siempre en proporción de cinco ó de tres contra uno, esti pro- 
bando las relaciones intimas que le unen con la Providencia. No: no 
hablamos de esa avanzada &lang« del &tal pillaje guerrero, encargada 
hoy por el Sr. Bismark de destruir vías férreas y telegrafié, cobrar 
contribuciones en pueblecillos desarmados y asustar chiquillos y don- 
cellas. Hablamos de los huíanos de EspaSa; porque han de saber uste- 
des que también puede decirse que hay huíanos espaüoles. 

¿Quiénes son? Bien claro está: son k mayor parte de nuestros pru- 
sófiloa; son la vanguardia que el ministro del rey Guillermo tuvo buen 
cuidado de proporcionarse en Madrid, por medio de una porción de 
convicciones poderosas; son la mayor parte de nuestros sigmaríngistas 
de la prensa, del Parlamento y de la Tertulia. El hulano de la Pmsia 
de hoy es, poco más 6 menos, lo que era ya en tiempo de Federico ü; 
un personal íiemi-salvaje, sabiamente aprovechado para caballería 
ligera, explorador, audaz , con la disciplina de la indisciplina , acos- 
tumbrado á vivir sobre el país, dócil siempre ¿ la voz del amo, co- 
munista práctico, y sin miedo á una derrota incompatible con la per- 
fección de sus eternos medios de huida. Y la actual situación política 
de la gloriosa España de setiembre tiene' también un personal hasta 
cierto punto moralmente idéntico al que es hoy el íií de los franceses. 

¡Qué actividad, qué asombrosa actividad la de estos decididos servi- 
dores de los condes de Bismark y de Reus! Todo el mundo recuerda 
cómo prepararon en quince dias el terreno para que el Sp. Hohenzo- 
llem-Murat viniese á hacer la felicidad de la EspaQa del Dos de Mayo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



puede decirse que fiíltó casi nada para que el rey del Sr. Prímp 
por Madrid sus patillas rojas. Eotoncea fué neceBario obrar, y nuestros, 
búlanos obraron con prontitud y ceb inn^jombles. Prensa radical, 
mayoría constituyente, retratos fbtográfícce, circulares di^omátícae, 
xailitares y gubematiTas, misiones & nuestras principales provincias, 
todo lo prepararon, todo lo hicieron. ¡Léatima que el Sr. Olózagra deter- 
minase al Sr..D. Antonio, padre del iníeresado, é, dejarnos i lo mi^or 
sin candidatura hulana! 

Mas por desgracia esto sobrevino, y entonces ^é preciso sgun»- 
tarse, callarse, fingir que se dormia^ desaparecer, renunciar ¿ las cor- 
rerlas pij^paratorias del gran desenlace, y esperar. Y asi se ha hedm. 
Nuestros huíanos hsn vivaqueado á, la chita callando en las profundi- 
dades hospitalarias de la situación, hasta hoy, hasta ayer,, hasta el dm 
de la derrota de Mac-Mahon, hasta el gran día en que el feliz go- 
bierno de la fbliz España empieza á ver claro, 6 al menos á ver algv 
definitivo en la contienda pruso-franca. 

¡Loado sea el Dios del fiísil de aguja! Ya parece que toda esperan- 
za de triunfo es una necedad en la Francia vencida por el número y e» 
el imperio cuya ignorancia y cuya ineptitud han vendido miserable- 
mente á la Francia. La civilización se pronuncia decididamente ptw 
ntuitro querido Frits. La Alsacia y la Lorena quedarán bajo la ban- 
dera blanca y negra, como bajo un sudario eterno. Los notables de 
Berlín alzan el galb para decir al mundo que no se entrometa en el 
asanto. Hasta las damas alemanas renuncian á los figurines del ma- 
terialista París. Estamos en pleno génesis germánico, y el mundo «n 
lo sucesivo recibirá directamente del Norte el padrón de sus instito- 
eiones y los nombres de sus soberanos. ¿Qué mejor ocasión, pues, qoei 
esta? ¡Sus! ¡& la brecha, al campo, ¿ la victoria de nuevo! se han gri- 
tado á si mismos nuestros prusófilos, y desde ayer el armonioso non»- 
■bre de Hohenzollem-Sigmaringen vuelve á sonar en los labios y circo- 
Ios ministeriales. 

' Hay un periódico optimista, amigo sin duda en tesis general de{ 
hombre, aunque el hombre sea cimbrio; y este periódico, que es nues- 
tro estimado colega £as Novedades, dice hoy con una buena fé que le 
honra, pero que nos desgarra el pecho, que no cree en semejante re- 
surrección de la candidatura del prusiano... ¡Infeliz, mil veces infeÜ» 
colega!... ¿Y porqué no cre^,Vd. eso? ¿Es porque está Vd. acostnm- 



DigmzediiyCOOl^IC 



Iirsáo ¿ Tor á la situacúm un dia r^ublicana, monárquica otro, inte- 
linista siempre, y no se fia Vd. de sus cacareadas decisiones? ^ por- 
que cree Vd. que, aun suponiendo que el triuo£> de Prusis sea dun- 
pkito, Europa no cometerá la áltima de- soa ^idicaeiones consintiesdo 
que nuestra Península se convierta en una especie de Dinamarca occi- ' 
dental? ¿Es acaso porque no tiene Vd. noticias del coronelniaudidato, 
cuyas heroicidades en lo que va de guerra han consistido en alojarae 
confortablemente en la alcaldía de Nancy? 

Pues contra todos esos motivos, al parecer racionales, que hacen 
dudar á Las Novedades, hay un hecho de hoy mismo, de esta mafia- 
Da, que hasta por si solo para que nuestri colega «hiozcb ai Jlxay hu- 
íanos madrileños, y si trabajan y se mueven oportunamente. La Nor 
Wf», el periódico de la doble vista, el órgano generalmente conocido 
del Sr. Kivero, sin peijuicio de haberlo sido del Sr. Madoz, La Nn- 
cion, que es hoy, como sí dijéramos, la quinta esencia del ministeria- 
lismo. Ir situación en letras de molde, publica un articulo, en que de- 
clara con un valor superior á las creaciones del espíritu mejor tem- 
plado que la candidatura Sig-maringen ea una candidatura sena; qiK 
esa candidatura ha sido discutida, ka sido admitida y hitÜera sido 
votada; que la guerra es solo im paréntesis en la vida de esa, candida- 
tura, y que es lógico que el éxito de esa candidatura corra parejas" co% 
el éxito de la guerra. 

Ya lo vé, pues, Las Novedades: se vuelve ¿ pensar, se piensa, ó, 
mejor dicho, se signe pensando, n ae ha dejado de pensar nunca, *» ú 
fondo, en el candidato que los escaparates de la calle de la Montera 
están exhibiendo desde la toma de Wisemhurgo. Lo que Las Noeeda- 
des podrá decir y sentir ea que hoy le preocupa tan poco como ayer 
semejante intentona; es que hoy, como ayer, y mucho más que ayer, 
le cree pura y simplemente un iniposible; es que hoy , mucho más que 
ayer, conoce y cree nuestro colega, que ha pasado la hora de las can- 
didaturas exóticas y que es preciso contentarnos con lo que tenemos 
en casa, 6 resigtiarnos á dar gusto al seQor marqués de Albaida. En 
todo esto estamos conformes con Las Notedades; pero, por Dios, no 
neguemos los hechos.- la candidatura prusiana sigue sonriendo á la 
&ntasia de la familia gobernante; se sigue pensando en Leopoldo I, ai 
el rey Prím-Salazar, en el rey de las kulanos. Para nosotros es tui se- 
guro esto, como que acaso á estas horas habrá personaje progresista- 



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democrático que se haya mandado hacer el uui^irme hiüano Completo: 
gran gorro de pelo, lanza descomunal, botas impermeables , lueoga é 
inculta barba (jqué cmtranedad para las eminencias barbilampiñas!) 
y pantalones con hondos bolsillos, dignos de la profesión. Verbera- 
mente será de lamentar que eL sentimiento páUico deshaga otra vez á 
silbidos esa candidatura. ¡Sería tan pintoresco y tan curioso ver al rey 
/¿e ^5 ^uíczncu entre su hueste espEuiola , uniformada y compacta!... 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA CONFERENCIA. 



(19 de SeU«mbi«.) 

Era la tarde; la tarde del día eo cuya mañana U^ el Sr. Olóza- 
g& & esta Tilla que fué del oso, y donde hoy hace un oao perfecto la re- 
volución de setiembre; la tarde del sábado, en una palabra. El sol caía; 
el seBor ministro de Estado lo miraba ponerse desde la ventana de su 
despacho, que da al Can^ del Moro. Solo en aquella oficial estancia 
donde, si no se dirigen los destinos del mundo, es indudable que n > 
&ltan otros destinos de que ocuparse; negligentemente sentad > ante su 
ancha mesa de trabajo, atestada de despachos vírgenes por su calidad 
de intraducidos; con los codos sobre el tablero, y las crispadas mano^ 
sepultadas, á guisa de luengos escarmenadores, en bu áspera cabellera 
riza, el simpático é inteligente Sr. Sagasta miraba la pereeosa bajada 
del astro del día por su horizonte de costumbre, y pensando en la poca 
novedad del- espectáculo y en que lo mismo que él veia en aquel instan- 
te lo hablan visto desde igual sitio los Sres. Arrazola, Calonge yotros, 
lamentábase el celoso ingeniero diplomático, para sus adentros, de la 
poca ó ninguna influencia que suelen tener los partidos progresistas- 
democráticos en el sistema planetario. 

Pero esta idea era á la sazón puramente accidental en el Sr. Sa- 
gasta. La idea fija de S. E. era otra. El Sr. Sagasta esperaba á algu- 
no, con impaciencia y con inquietud tales como solo un ministro de 
una interinidad puede sentir; y lo esperaba desde las diez de aquella 
mailana, y lo esperaba hacia siete horas, y lo esperaba fumando , pa- 
cieándose, sentándose, exhalando hondas exclamaciones, teniendo á los 
porteros durísimos modos, hablando solo, no sabiendo qué hacerse, 
sintiendo alas reces ganas de dejar cesante á todo el cuerpo consular 
y cancilleresco, otra-s arrepintiéndose de haber dado en el último se- 



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mestre cuantas cruces se le han pedido, sintiendo y suñiendo , en fin,, 
' el suj^cio moral de un gobernante en visperaa de grave reyerta, tipo 
de que el buen Dante, enumerador portentoso de malos ratos, m olvidó 
injustamente en su inmortal comedia. 

De pronto, el pavimento de la vecina antesala se estremece , pres- 
tando á los ladrQlos'limitroféa la vibración de un terremoto. Algo 
grande se acerca. Gl Sr. Sagasta apenas tiene tiempo de desfruncir 
su enfumiaado rostro, de sentarse cogiendo en sus manos el primer 
legajo con que tropiezan j de revestirse con él aspecto de un hombre 
que está espiídtualmente ¿ mil leguas del sitio en que se le importuna. 
Chilla y gira en esto la mampara; un portero, con la misma galonea- 
da casEu»del mismo célebre Labandera, que en gloria esté, anuncia al 
Sr. Olózaga, y el Sr. Olózaga entra limpiándose el sudor con un p&> 
Suelo-sábana, cuyos flotantes picos sirven de colgadura artística á su 
busto herctüeo. Momento de silencio. 

El Sr. Olózagít ae adelanta hasta la mesa; el sueb sigue crugiendo. 
El Sr. Sagasta ae alza pausadamente de su sillón, toca con su nervioso 
■ dedo Índice derecho el estallante metacarpo que D. Salustianole tien- 
de, le seSala un diván fronterizo (el mismo donde los Sres. Martes 
y (?asset solian discurrir sobre la cuestión de Roma) , y conociendo 
que si es mudo un instante más revienta, dice con acento que es un 
poema de jnelancoKa , de timidez , de amai^ reproche y de íntima ir- 
ritación: 

— ¡Al fin ae le ve á Vd., señor embajador! Bien venido. 

— No he podido venir antes, mi joven amigo y jefe, responde el 
histórico autor de la Salve (el Sr. Sagasta al oír b de Joven mira á sn 
alrededor domo buscando á alguien}. Ya sabrá Vd. que he almorzado 
con el regente. ¡Buena mesa! Después me he entretenido larguísimo 
rato con D. Juan, y, sin hablar apenas á los amigos que en casa me 
aguardaban, aquí me tiene Vd. — Mucho calor en Madrid, ¿eh? 

— Regular. — Pues, seSor, en buena dos ha metido Vd. Espero que 
ahora nos hará Vd. la merced de indicamos la salida del callejón. 

— ¡Ahí par exemple! ¡qué callejón, ni qué ocho cuartos, si es una 
calle más ancha que la de Alcalál ¿Están Vds. en Babia, amigo mío? 
¿A qué ha venido toda esta zalagarda, todo este nudo, toda esta solem- 
nidad de mi llamada, toda esta pretensión del juicio de residencia que 
se me impone? Si esto tacen Vda. conmigo, con el que les qaittó de en- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



medio & Espartero 7 á do3a Isabel, ¿qué lurian Vds. , por ejemplo, ctm 
el Sr. Paxot, el yerno de Uadoz, que está eo Clima? 

. — ¿Que qi)é bariamoat Pues qq hariamoe ni máa ni menos que de- 
jarlo cesante, ea deciri lo que hemoadebjdo hacer con Vd. 

— ¿Por qué? 

—Porque ha hecho Vd. saber al mundo que somoa nn gobierno su~ 
bordínado & un eicbajador. 

— Pruebas. 

— ¡Pruebas! ¡Mepide Vd. pruebas después de haber reconocido la 
república de Rochefbrt! 

— ¿Quién me lo impedia? 

— ¡Pues es «na friolera! En primer lugar se lo impedian á Vd. ofi- 
cial, legal y esplicítamente siete despachos míos, previniéndole que 
80I0 entablase relaciones qficioías con el Sr. Favre. 

— ¿Y quién más? 

— ¿Quién más? ¡La lógica, la conveniencia de nuestra situación po- 
lítica, el interés monárquico del pai¿, el rey Guillermo y el conde de 
Bísmark, que á Vd. consta no nos quitan ojo de encima; nuestros com- 
promisos con los neutrales, nuestra calidad de patencia secundaria, 
que para nada debia tomar una iniciativa' semejuile; el sentido común, 
todo lo humano y lo divino, aeüor mió!... 

— ¡Ah! que c'est dróle, vraianent dróle, mon cher ami!... Dispense 
usted; he contraído el hábito de hablar francés, y me olvido de que us- 
ted no lo tiene. Pues bien: en castellano puro y neto doy á Vd. la res- 
puesta que he dado al duque y al marqués; la única respuesta que us- 
tedes merecen, 

— ¿A saber? 

— A saber; que no entienden Vda. jota de estas cosas... Nada de 
interrupciones, nada de gritos, nada de alusiones, naÁ&ásen/atUilla^, 
quiero decir, de tonterías, y escúcheme Vd. y respóndame en coa- 
ciencia.- 

— Hable Vd.; pero... 

— Que me responda Vd., digo. Vamos á ver; ¿Serví yo bien al im- 
perio? ¿No lo hice bien con el emperador? 

— jAh! eso si; divinan^ente. 

—-¿Y por qué no he de servir b mismo á la república, como aer- 
viria maúana á la restauración napoleónica, ó á la monarquía orlea- 



D,gH,zed.yGÓOgIe 



tÚBta? ¿Lo esescial y lo importante no ee que 70 sea una ínflnen^ etk 
Francia, por Vds. y por mi? 

— Pero... Vd. quiere volverme loco; ¿puede una persina miama 
obrar asi? Y, sobre todo, ¿no le habiamoa trazado á Vd. su pía» de 
conducta? 

— ¡Sapristi! Medrado «idaría yo tbí me atuvieBe ¿ loa planes de 
Vds.; meeucederia lo que al país. Pero, no divagaemos; yo he becho 
un gran servicio á la nueva república; si Vds. no comprenden las oon- 
«ecuentea ventajas que esto puede toaernoe, ytqvi la/atUet... 

— Mire Vd., 3r. D. Salüatíano: á mi me duelen ya los huesos de 
bregar con cucos. Ó me dice Vd. la verdad, la verdadera verdad de aa 
incomprensible conducta, ó nos van &oir los sordos. 

KuevD momento de silencio. El Sr. Sagasta corre palpitante al 
pestillode la mampara, y lo echa. El Sr. Olóz^iga queda un momuito 
perplejo. Después, ostentando en su rostro la esprJsion del pajarraco 
que se siente cogido en red inesperada, se levanta, hace crugir de 
nuevo el pavimento, enjuga con el dors ) de su siniestra mano una lá- 
grima que se aaoma & susojos como la avanzada de su cariOeaa es- 
panaion, y sin otras prevenciones ecliu sus enormes brazos al cuello 
del Sr. Sagasta, le hace caer sobre el sillón más próximo, y aplican- 
do ¿ su oido la trémula boca, exclama : 

—Puesto que átoda costa lo quiere Vd., mi joven amigo, sea; oig» 
usted; pero solo Vd., porque ni de las paredes me fio. Estamos en la 
antigua casa de Isabel 11. 

Y siguense cinco minutos de con&sion secreta, patética, nerviosa, 
gravisima, indescriptible. Después de ella, el ministro de Estado es 
otro hombre. Circunda su rostro una aureola ^e misterioso contento, 
su mano estrecha la del patriarca riojano con sincera efusión, y, entre 
suspiros entrecortados y sonrisas épicas, le dice: 

—¡Gracias á Dios! ¡Así ss eáplican y asi obran los hombres!... Ya 
ha visto Vd. que yo me lo sospechaba. . . ¡qué gran cosa será ^ lo rea- 
lizamos!... ¡Cuüquiera nosecha entonces!... Mire Vd., D. Salustia- 
• no, se lo juro, desde que Rivero me lanzó de Gobernación, este es el 
primer instante de regocijo... 

— ¡Silencio! no pronuncie Vd. esa palabra. SI ParcialhB. cometido 
la imprudencia de estamparla antes de tiempo. 

— Si; ya lo sé; cosas de Martes. 



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— [Qué diablo de niño es ese! No puede uno descuidarse con ¿1... 
Pero adiós, que es tarde. Reserva y confianza... 

— Las tendré, las tendré, no lo dude Vd... 

— AdioB, mi joven amign. 

— Hombre, eso áeját>en... llágamelo Vd. bueno. ¡Ah! pero, y diguí 
«8ted, ¿qué es lo que por de pronto vamos á hacer? 

— ^Nada: yo me iró á Vico unos días... 

— ^iVico filé el autor de ^ delicia nuev(£t 

— Si; eso dicen; pero hablo de mis posesiones... Alli me mandará el 
habilitado la paga. Y no olvide Vd. que he sido llamado, y, por con- 
oguiente, que me corre integra y tengo derecho al Viático. Luego 
epOTtunamente volveré á Madrid y á Paris... etcétera. 

— Stcétera; convenido. Vaya Vd. con Dios, maestro; ¡ah! y Vd. 
dispense... 

— No hay de qué , hombre ; no hay de qué. 
Y el Sr. Olóz^w desaparece. 

Suena un campanillazo. Entra el portero. £1 ministro le aonrie. 
¡Portero feliz! Comienza el despacho. — (^e entren las seSoras. 



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LO QUE PASA EN ROMA. 



(21 de SeUembre.) 

El poder temporal del Pontiñcado acaba en estos instantes. La ban- 
dera de la nueva Italia flota á estas horas sobre las cúpulas de la ciu- 
dad eterna. 

£1 mundo católico está presenciando en estos momentos ese hecho 
impoftantíBimo, mucho más importante que el que hace mes y medio 
empezó á reaUzarse sangrientamente á orillas del Rhin. 

Guando el fragor de la bárbara contienda franco-prusiana deje de 
ensordecer loe oídos de Europa; cuando el humo del caQon, que como 
blanco sudario se estiende hoy sobre la desventurada Francia, se di- 
^pe, la Europa y el mundo apreciarán ese hecho en toda su inm^iaa 
gravedad. 

La Europa y el mundo verán que entre los resultados de la horri- 
ble lucha franco-prusiana se cuenta uno de mucha más trascendencia 
lúra el porvenir de la civilización que la preponderancia del militarís- 
mo germánico en el continente y que la ruina de la gran nación siba- 
rítica que daba ayer las leyes de su espíritu al mundo social. 

La Europa y el mundo sabrán que el pedazo de tierra que hace 
doce BÍgloe concedieron las grandes potestades del mundo moderno á 
h potestad que las ungia y las daba una sanción divina ; ese pedazo 
de üerra , el más sagrado de Europa , tumba de un mundo , cuna de 
otro , monumento eterno de la historia , patrimonio de la humanidad, 
Homa, acaba al fin de trocar sus recuerdos y sus destinos por el titulo 
de capital de un reino. 

Gran trabajo ha costado la empresa á sus autores; él mundo en- 
tero ha tenido miedo por muchos aííoB á canplacer con ella á Cavour 
y á Garibaldi; los aplausos que el sentimiento liberal daba á los nobles 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



esfuerzos de la unidad itaüana , editándola á aniquilar las pequeBaa 
tiranías y las ignominioBas diTÍBÍones que la dejó bu esclavitud feudal, 
parecían detenerae ante Roma , y ver con gusto inconfeso la defensa 
que hacia de sus muros la única nación latina capaz hasta ayer, de 
hacerla; Francia.' 

Francia, empero, ha caldo, y la Italia de Mazzini ba aprove- 
chado el estrépito de su gigantesca caída para ir, de acuerdo con Bis- 
mark , ¿ establecer en el CapitoÜo au Parlamento constitucional. La 
obra no ha sido heroica, pero estaba desgraciadamente prevista. 

Si, desgraciadamente; lo confesamos con hondísima amargura. 
Nosotros hemos pensado , sentido y creído en la misma Roma , en el 
seno de aquellos portentosos vestigios de treinta siglos , que aquella 
ciudad, que aqudla grandeza, que aquella magsstad, que aquellas 
ruinas, que aquel gran templo histórico no podrían, no deberían str 
nunca posesión de un pueblo 6 de «n hombre , porque todo aquello ha 
tenido y debe tener siempre nn solo poseedor: Is conciencia humana. 

Nosotros hemos creído y sentido alli que para centro de la Iglesia 
universal, que para asiento de una institución tan grande y tan ia- 
mortal, que para dar abrigo y hospedaje al sucesor de Pedro no hay 
sobre la tierra más que un solo recintd', un solo palacio , un suelo 
único: Roma. 

Nosotros hemos creído que sí el rey espiritual de tantos centenares 
de almas merece i la generosidad de los reyes de la tierra un rincón 
libre y respetado donde alentar, ese rincón debe ser Roma, puesto que 
no hay máe que una sola Roma en el mundo. 

Nosotros hemos creído , en fin , que la noble regenerada Italia, 
aceptando ante loa muros de Rama la frontera que le seSala una geo- 
grafía sobrehumana, y erigiéndose en primera guardadora y defen- 
sora de aquel portentoso museo de todo lo grande que ha hecho y sen- 
tido la Europa cristiana, se mostraría mucho m&s sabía y mucho más 
grande que llevando & Víctor Manuel ¿ arrastrar su sable, en son de 
triunfador de sombras y reliquias, por las galerías del Vaticano. 

Pero al sentir, creer y comprenda todo eso , todo eso que ba sido 
en nuestra inteligencia y en nuestro corazón fruto de la fíUal gratitud 
de nuestra religiosidad, de nuestra fé, también alli mismo, también en 
el seno de esa Roma hemos sentido y comprendido que el día de boy, 
que lo qne hoy pasa, podría llegar. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



jPor qué? Porque también entonces Táamos todo el daBo que el 
Pontificado político hacia al Pontificado católico ; porque oiamoa la 
universal protesta que en toda Europa se levantaba contra los errores 
de la politica romana; porqne veíamos lo fimeBto que esa política, ha- 
ciendo alarde de condenar todo lo que la UbeaiKd y la civilización pro- 
ducen, era á los pueblos donde se enseSoreaban sus influencias ; por- 
que sabíamos lo que habían venido á ser los Estados, italianos que esa 
politica habían indirectamente regido; porque velamos lo que el Aus- 
tria moderna venia al fin á ser en manos de esas influencias; porque 
sabíamos, en fin, lo que esa politica había influido en nuestro propio 
paÍ2, en Espaüa, y la triste parte que ha tenido en el huodimiento del 
trono de babel fi. 

¿Cuádea debías ser, pues, los efectos de esa politica romana que 
debilitaba, perdía y dañaba asi ¿ los gobiernos y á los pueblos donde 
más ciego apoyo encontraba? Si esos gobtemos sucumbían-, esa poli- 
tica sucuml»na tustbien; y, en efecto, esa politica sucumbe hoy, por- 
que ha dejado ¿ esos pueblos sin fuerzas para defenderse ni para de- 
fenderla. 

Mas, por fortuna, en el Pontlfic&*rey vive y está la cabeza visible 
de la Iglesia, el delegado del mandato divino, la piedra inmuUibleque 
sirve de base si edificio evangélico. Por fortuna, la desgracia y la tri- 
bulación de hoy no pueden prevalecer sobre la eternidad de la misión 
divina de ese rey de almas;' por fortuna, esatriste expiación de erroi^ 
puramente humanos no puede m^os de aer transitoria. ¿Quién sabe si 
esta trístisimá y solemne lección servirá para librar en el porvenir al Ca- 
t]liciBmo de los males que hoy le cercan , para ponerlo de una vez y para 
siempre á la cabeza del gran movimiento civilizador de los siglos, para 
verle dirigir, ageno á t«da pequeSez , á toda falibihdad vulgar, los 
destinoB del hombre espiritual y moral? Creámoslo y esperémoslo así. 



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EL CONSISTORIO. 



(1.* d« Ootntara.) 

Lo que queda de la España revolucionaria sabe, sin duda, que tiene 
tm nümstro de Fomento de quien ciertamente no hablarán los siglos; 
y no será, si esto pasa, por culpa del interesado, pues ha hecho perso- 
nalmente en obsequio de su inmortalidad cuanto es dable á un inge- 
niero de caminos. Con alanos párrafos de poUOca fitina coiistruj6 
un puente qde le llevó al ministerio, y con la espontánea confesión de 
BU irreliffiosidad maianáiica há querido ser el Erostrato de la Espute 
católica y pegar fuego al gran düficio nacional en queae guardan las 
creencias de quince centurias. Desgraciadamente para el Sr. Eche- 
gsray, su plan no ha dado otro fi^to que el suelo ministerial, y pa- 
rece ya muy próximo el dia en que su excelencia ha de volver á la 
modesta nada donde le sorprendió un conato de reputación, y que, se- 
gún opinibn de la gran mayoria de loe mismos radicales, nunca debió 



Pero si el pais sabe estas y algunas otras cosas del Sr. Bchegáray, 
lo que el país casi no sabrá es que hay un director de instruccioa 
pública, que se llama el Sr. Merelo, tan cimbrio como el que más. 
tan habituado á tratar á la Divinidad de potencia á potencia como el 
Sr. Echegaray, y lo suficientemente economista para ser candidato á 
la intendencia de Cuba, que es un ministerio de Hacienda parecido al 
que se disuelve en manos del Sr. Figuerola. 

Pues bien: este seSor de Merelo se ha puesto en comunicación di- 
recta, oficial y vergonzante, nada menos que con el Consistorio eenr- 
tral de la Iglesia española reformada de Sevilla, y por vía de afec- 
tuosa correspondencia, le ha dirigido últimamente , para satis&cclon 
consisbníal y escarmiento de picaros, el traslado de la orden de su 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



mioistro & las juntas de primera enseBanza de Andalucía, preTÍnién- 
doles que dispensen i los maestros de escuela del Estado la enseñan- 
za de toda religión, de toda moral y de la sagrrada Iiiatoria. 

En nuestro número de ayer pabUcamos ese documento, que, eslvo 
el respeto que profesamos al poder, nos parece, española y filosófica- - 
mente considerado, todo lo inconTeníentemente absurdo que puede 
imaginarse. La prensa 'empieza & ocuparse en su eximen, y nosotros, 
con un esfuerzo semejante al que exig^ las náuseas para ser conteni- 
das, vamos también á permitimos decir algo acerca de su contesto. 

Parece ser que algunos padres de fiunllia cimbríoe , porque tam- 
bién los bby, se han encontrado con que los maestros de las escuelas 
adonde han llevado ¿sus bijos con el jnTerosimil propósito de educar- 
los siguen la costumbre espióla de creer que deben enseñar ásus dis- 
cípulos la religión, y la religión católica por añadidura. Ante una 
atrocidad por el estüo, los referidos padres, que ayer acaso serian em- 
pleados de Cíonzalez Brabo y hoy son unos libres pensadores de tomo 
y lomo, acudieron al consistorio sevillaoo de ciert» Iffl&ña española 
reformada que por b visto tenemos ¿ la orilla del Guadalquivir, y el 
consistorio acudió al señor de Merelo, y el señor de Mereloá su minis- 
tro, y el miniatro, en nombre del regente del reino, autorizó la orden 
que la inflamada cólera anti-&nática del matemático le presentara, y 
las juntas de primero enseñanza de Andalucía recibieron la célebre 
orden. 

En la España revolucionaria hay, sín embargo, una Constitución, 
que dicen que rige, y esta Constitución. tiene un art, 21, cuyo tenor 
es el siguiente; 

«La nación se obliga á mantener el culto y los ministros de la re- 
gilion católica. 

»E1 ejercicio público ó privado de cualquier otro culto queda garan- 
tido á todos los extranjeros residentes en España, sin mis limitacio- 
nes que las reglas universales de la moral y del derecho. 

»S¡ algiunos españoles profesaren otra religión que la católica, en 
aplicable á Waismos todo lo dispuesto en el párrafo anterioras 

Hasta ahora el sentido común de nuestros conciudadanos había 
compraidido que ese artículo constitucional, por su forma y por su 
fondo, confiesa y establece dos cosas: primera, la libertad religiosa en 
España; segunda: la existencia de una religión misma en la inmensa 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Qisyoiia de los españolea; religión que , segnn se desprende de eae pro- 
pio arttcnlo coastitucioDal, no debe ser otra que el Catolicismo, cuando 
el Estado se- encarga de sostener su caito y bus miniBtros.' 

Pues no aeBor; lo único que hay. de verdad, segiin los Srea. Eche- 
garay y Merelo, en ese artículo , es le libertad reli^piosa; lo de la obli- 
gación del Estado respecto al culto y á ■ Iba sacerdotes católicos, y 
aquello de si alguoMS espaKoles... etc., etc., no es confesar que el Ca- 
tolicismo sea cosa seria en EspaÜa. Y sobre todo, si lo es, jcómo ctm- 
sentir que los niEteatros de escuela del Estado enseñen la religión que 
el Estado se obligan á sostenerf 

Ade ' ás, la libertad se ba conquistado para todos. Yo, ■frerbi gra- 
tia, padre de familia, no quiero que á mi hijo se le ensefie el Catoli- 
cismo, y sabiendo que el maestro de escuela de mi pueblo es católico, 
le digo: aCuidado, que á mi rapaz no hay que calentarla la cabeza 
con sa religión de Vd.» Y si el maestro de escuela me contesta que la 
libertad se ha conquistado también para él, y que á él le parece con- 
Tenionte que sus discípulos sean católicos, jqué hago? ¿Me llevo al 
chico y le mudo de col^io, ó le encierro en casa bajo mi inmediata 
dirección? ¡qué disparate! Esto seria dar por el gusto al cpaestríllo. N > 
señor; el dómine cobra sueldo del Estado, es funciouario del gobierno, 
y el gobierno ea mió, porque yo soy más liberal que Riego y además 
soy del consistorio. Ya Terán Vds. lo que hago. A ver, señor maestro; 
aquí tiene Vd. una. orden del gobierno en la que se le autoriza para 
enseñarlo todo á sus discípulos menos religión ni moral de ninguna 
clase, ni la HistOTia Sagrada.. CíMique digo, me parece... Y si el maes- 
tro me replica qne debo estar equivocado, que n> hay en el mundo 
salvagismo capaz da ordenar que se forme una generación atea, caps2 
de no contar, como base de la educación humana, con una religión y 
una moral; si el maestrillo se me viene con esas, vuelvo á escribir al 
consistorio, y el consistorio al Sr. de Merelo, y mi hombre es declarailo 
cesante pop telégrafo... ¡Si seré yo liberal! 

|.\h! ya ea tiempo de que lo digamos. De toda esa monstruosidad 
ridicula; de toda esa falta de espíritu práctico, de prudencia, de expe- 
riencia; de todo ese insensato desprecio á lo que constituye la concien- 
cia, la médula moral de un pueblo; de todo ese pretencioso empirismo 
científico; de todo ese estúpido sistema de no querer ni saber hacer 
fecunda una libertad, realizable un gran progreso, cuando se mancha 



D,gH,zed.yGOOgIe 



la gTKaAeea. de un pñ&cipio conquistado para siempre con la tiranía 
del ateísmo; de todos los tristes comentarios, que nos sugiere esa desdi- 
chada elucubración gubernativa, que deseamos ardientemente no llo-< 
gue á leerse fuera de España, lo que más nos duele no es su tenden- 
cia, de que sabrá dar cuenta el sentimiento del religioso y sensato 
pueblo español; es algo de bu ferma, es ^e el tecnicismo oficial ponga 
al ñ<ente de esa disposición el nombre del j^ del Estado, el nombre 
del general Ssrrano, cuyos sentimientos son muy distintos de los que 
oficialmente se le atribuyen , 

Pero ¡qué valen los sentimientos del duque de la Torre, del clero y 
del puebjo español ante el consistorio cimbrio de la Iglesia española 
reformada de Sevilla!... 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¿Y LA HOHAL? 



(S de Ootabre.) 

Es preciso verlo para creerlo ; el Madrid político está presenciando 
desde hace muchos dias un espectáculo inconcebible; los címbrios es- 
tán moralmente echados de la situación y del gobierno, y ni siquiera 
una fflmple protesta viene del seno de esos Maquiavelos de pej^ á voí- 
ver por los fuerosde la dignidad colectiva, ó á esplicar al rubor pó- 
bUco el fundamento de esa des&chatez sin ejemplo. • 

No es ya solo el combatido Rivero á quien se anuncia in arlíev!» 
mortis ministerial; no es ya esa cansada yictima del furor del ingrato 
Martos y del despechp del testarudo é implacable progresismo la éni- 
ca que se ve pendiente sobre el abismo de sanada original; sontam- 
bien los otros dos ministros actuales del cimbrismo: es también el ex- 
republicano y ex-católíco Echegaray', á quien parece que ahora 
deja de su mano definitivamente el ^ran Prim y Prasti haciéndose el 
sordo á lascircularea panteistas con que antes lo encantaba el mate- 
mático que niega el alma; es también el ex-conservador Moret, 1» 
gracia encamada de la cimbrería y de la juventud situacionera, quien 
parece que ya no halla en D. Juan la aimbra 3>rot?ctora que empez"^ 
por pasearlo en su coche cuando no era más que socio del Ateneo, y 
acabó por ponerle en situación de apurar la paciencia á Caballero fie 
Rodas. No hay remedio : un dia, una hora más, acaso, y el ex-ponti- 
fice democrático, el inganiero volteriano y el Apolo economista, rot" 
el último hilo de bondad con que el dictador loa sostiene, se verán des- 
peñados al antro de lasclases pasivas, tan verdaderamente pa-siva."!. 
tan pasivas por antonomasia, cuanta que se rigen por la musa de Fi- 
guerola: el hambre. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¡Y ai no fuera más que esto lo que ocurre! Petít ha; mucho más. 
La catástrofe no alcanza solo al cimbrísmo goliernan'te; también el 
Tnilitante tiene motivos para que no le llegue la camisa al cuerpo. 
CreiamoB todos que cuando llegase el momento, según frase de la ma- 
ligna Época, de hacer entender á Rivero su desaucio, j aunque fue- 
se seguido en bu espontánea retirada parios ministros de-Fom^ito y 
de Ultramar, K estocada no ú^a contra la clase, sino contra la espe~ 
-cíe, y la disidencia de la plazuela de Matute, el intrigador inexoraltle 
Martas y su exigiía hueste entonarían el ¡viva el reyf sobre él rey 
muerto, y entrarían de nuevo, con el pase del compasivo inamovible 
en la mano, pir las puertas y regiones oficiales , que, á pesar de 
lo poco que fueron gozadas, no han sido tay! olvidadas, ni lo serán 
nunca. 

Pues nada, ni auif eso; estábamos en un error. O'en est fait dd 
cimbrísmo; el porrazo es al conjunto. Ha llegado el dies ira de la 
Tertulia. Un rumor sordo, amenazador, se ha levantado en las pro- 
fondidades de Za Iberia; el aire huele á muerto; un^ espesa nube ne- 
gra aparece en los horizontes del Guadarrama, nace de ciertos escon- 
dites del palacio de Felipe II, y se estiende creciendo temerosa y de- 
jando entrever la punta del rayo , mientras que allá, en el despacho 
del ministro universal y de la Gruerra, el venerable, sombrío marqués 
de los Castillejos se prepara, cuchillo en mano, á cortar el cordón um- 
bilical que todavía pone en comunicación á sus amados cimbríos de 
ayer con su adorada situación de siempre. 

No hay, pues, remedio; esto es hecho. — ¡Cimbríos! alguno de vos- 
otros, por el mero hecho de no haber sido nunca progresista, habrá 
leído algo de literatura contemporánea ; pues bien , ya sabéis lo que 
dice Byron — ira poeta inglés: — «La lucha del hombre con el Destino 
^destino con D mayúscula) es tan insensata como podría serlo la de la 
espiga contra la hoz :» — ¡Cimbríos! vosotros habéis querido ser la h(K, 
. y sois la espiga. — Cartagineses chasqueados de la gloriosa, entrástds 
venciendo y salís vencidos. Abusiva docena de Mefiatúfeles del radi- 
calismo , todo vuestro cuidado ha isido puesto en manejar con gracia 
astuta nna noble bestia , pero bestia al fin ; en domarla , en ponerla 
freno y silla, con la esperanza de que un día podríais ir, caballeros en 
ella, por esos mundos de la civilización y del presupuesto; y hé aquí^ — 
■¡ah! ¡lo q-je somos! — que cuando ya creíais poner el pié en el estribo, 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



rata premeditada coi de la paciente oa viene ¿ dar, coEÍto bí dijéramos, 
en el estemon.y os parte de medio á medio. 

Pero á esto es asi; si ha llegado Tuestra última hora; ai D. Frau- 
cíbco' y D. Juan y D. Manuel y D. Práxedes no se ocultan de preparar 
Bue inmediatas combinaciones sobre la base de vuwtro decretado ani- 
quilamiento', si los estáis viendo y oyendo entregados & la nueva ope- 
ración de alquimia, en cuyos simples no entráis para liada; si el agua 
del molino va decididamente por otra parte; si ya sois menos que Oló- 
zaga, que es Cuanto puede decirse, ¿á qué esperáis ¡oh cimbríos! E^ian- 
z&dos unos á las carteras, otros á los feldones del deadeSoso conde? jY 
la moral, traviesos jóvenes? ¿Y el pais? ¿Y la decencia política? ¿Y e^ 
interés mismo de vuestro porvenir? 

Atreveos, pues; aun es tiempo; recordad laf&bula de la zorra y las 
uvas, y la Leonor de D. Simplicio el de Zapata de cabra. ; un último 
esíÍKrzo, y que la dignidad política os preste vuestro postrero diafm; 
ráed como gladiadores artísticos ; idos de la situación que os arroja, 
por vuestro mismo pié; no esperéis el auxilio del ageno ; esto siemfm 
desfavorece. Id; yanobay empleos para vosotros; trepad á las cúspides 
de 'la estrema izquierda, ahora que Orense y Garrido están al lado da 
Rochefort ; procurad que el Tiro- D^adonal os recomiende , y no será 
cdertamente la enerva de los Oaatelares y Píes quien os rechace. Id, 
con un número de SI Parcial por bandera , con vuestra historia 
por crédito, con una defeccicm más por inóTÜ, á yueabv antiguo 
campo. 

¿Qué importa que ya no os guie ¿ él vuestro prinútivo-jefe? ¿Qué 
importa que no vaya con vosotros aquel Rivera á quien habéis atena- 
zado las carnes y el espíritu con constancia de hienas inquisidoras? 
¿Qué importa que el canaado y calumniado Rivero se quede á recibir 
el castigo que á todos loe reaccionarios y arrepent;idos nos espera? Vos- 
otros oa salváis; el porvenir es vuestro; la república universal es cues- 
tión de un par de meses, diga lo que quiera el rey G-uUlenno. España 
y todo lo sustancial de EspaSa volverá á perteneceros. Y , en áltimo 
caso, asistiréis ain peligro al espectáculo , que debe ser curioso ; por- 
que puede hasta tratarse de engaSar una vez más á la unión liberal, 
4 la pobre unión liberal que un día filé — ¡oh cimbríoa injustos! — el 
blanco de todas vuestras iras. Pero ¡ por Cristo vivo I {con perdón de 
Bche^^aray) ; idos, idos al punto; idos antes de que su«ie el chasquido 



DlgmzediiyCoO'^Ie 



del latigazo; todavía disponéis de alguna trágica seriedad; renunciad 
al sánete , á los capazos; idos en nombre de la moral , que todavía, 
contra vuestroe deseos, se ensila en las escuelas patrias. Ya que tantos 
trabajos nos habéis cruelmente deparado, libradnos al menos del cui-- 
dado de avergonzamos por vuestra cuenta. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL país responde. 



(11 deO«tnbr«.) 

Uua conspiración & la luz del día, cuyo principa) actor es el pais. 
que ha dado eo creer que ni de encargo se tiene un gobierno peor que 
el4elSr. Frats, se «itá tramando á estas horas en cuarenta y nueva 
provincias de Bspafia. Nosotros, que no habiamos conspirado más que 
una sola ves en nuestra vida, y bien neciamente por cierto, puesto que 
lo hicimos, por lo visto, para pasar, como decia Narvaez.ide lo peora 
lo más malo; nosotros, que noe habiamos propuesto no volver á cons- 
pirar hasta que se tuviera noticia de que habia otro D. Leopoldo O'Don- 
nell capaz de poüer á raya todos' los presidios sueltos; nosotros hemos 
reincidido, y. sin saber cómo, pero sin poderlo evitar, nos hemos meti- 
do por completo en el ajo. Lo avisamos é. los periódicos ministeriales, 
para cuando loa haya, y creemos que, empezando por delatarnos ¿nos- 
otros mismos , no se nos puede tachar de felones y mal nacidos. 

Pues, si, seüor; esta conspiración, original por lo indiscreta, y que 
de seguro dará al traste con el incorreffible Castillejos , se está ur- 
diendo en el telar del sentimiento público con una rapidez y un des- 
arrollo asombrosos. Sus mismos iniciadores están maravillados del 
éxito. Ayer se reunieron para darse cuenta de cómo va la cosa , con la 
mayor circunspección y el mayor secreto , aegun dijeron anoche y 
dicen hoy todos los periódicos cuyos representantes asistieron al tene- 
broso conciliábulo. Porque — y esto también es reservado — tampoco 
faltan periodistas en el asunto. ¿Qué habian de faltar, si son una le- 
pra que todo lo invaden Y además de loa foliciilarios asistieron algu- 
nos caballeros particulares muy conocidos en sus casas: un tal Rios 
Rosas, periodista retirado, caballero andante de la libertad represen- 
tativa, que sueCa con malandríni?s y Ibllones alli donde vé un inar- 



D,g,T,zed.yCOQgIe 



qii¿8 de Leja ó tm conde; cierto aeüor Topeie, que dicen que hizo una 
gran coBa hace dos años, j con quien nadie había intentado jug-ar 
hasta que el diablo le deparó un tocayo empecatado que le birló 
un^ey; un Sr. Izquierdo de apeUido, pero muy derecho de intencioD 
y de corazón, que ncr recuerda haberse mordido nunca la lengua; un 
D. Juan Loreneana, escribidor de oficio, aunque nada notable porque 
no es radical, que el mejor día, sin embargo, nos oijareta la historia 
de cualquier fersa rerolucionaria; un Sr. Cantero, que llera cuarenta 
aSoe de progreasta y no lo parece, y algunos otros sugetos por el es- 
tilo; toda geate baladi y desautorizada, pero que tiene la desgracia 
de gozar entre la mayoría de loe espaSol^ de un prestigia y de una 
respetabilidad inoomprensibleB por lo sistemáticoe , aqui donde taa 
pronto se' gastan las falsas reputacioues. 

Pues bien: esos seilores han constituido un comité ó centro po- 
lítico anti-ínterinista , una especie de logia masónica novisüna, 
cuyo único signo es un libro olvidad') — la Constitución espaSola de 
1869 — y cuyo objeto es dar forma, organización y unidad activa 
¿la asociación de loe monárquicos liberales de setiembre. Los me- 
dios de que disponen bou muchos y variados, ea obsequio de la ame- 
nidad : en primer lugar , se ]m)ponen hacer uso constante de la 
1^, lo cual 1^ ha de ser &cil por el poco caso que de ella haóen 
sus custodios; luego, y cuando Dios quiera que lo haya, se irán 
como si tal cosa al Parlamento con su jmipósito; por otra parte, medio 
centenar de papdes impresos en Madrid y en ^mivindas se encarga- 
rán de secuñdm'los; y asi por este estilo harán uso de otros resortes. 
El santo y seBa es: decirlo todo, anunciarlo todo, discutirlo todo y fiín- 
darlo todo en un espíritu constitucional de cincuenta grados. El objeto 
es conseguir que la EspaSa mcmárquíca tenga monarquía, y, para 
decirlo de una vez, el origen de f^te gran trabajo de zapa es una 
apuesta con cierto se&or capitán general, que, sin más fundamento 
que el de ser presidente del CtHisejo de mimstros de un regente con 
pocas facultades, se ha empeñado en qiie su sucesor sea ó el marqués 
de Alboida ó él g^ieral Cabrera; y nuestros conspiradores creen que 
esto es abusar de la castellana paciencia , y se han echado 4 minar 
tierra y cielo para evitarlo. 

Pero sigamos los detalles. La conjuración tuvo ayer por objeto 
darse cuenta del resultado que hasta ahon ha obtenido en España el 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



manifiesto que la simó de pregón; y al efecto ae exhibieron, leyeron 
7 comentaron alg^uD'^ centenares de cartas, arttculoa de periMíoos y 
jadhesioses colectivas 6 indlvidutdes de loa cmitro puntos cardinales de 
la Península. Ya era un comité mon&rquico-liberal, ya una ecMñedad 
industrial, ya una agrrupaei<m obrera, ya una reunión depersomts in- 
fluyentes y respetadas en populosas localidadea, ya personas de hon- 
roso nombre y gran crédito en la historia de' la causa constatación^, 
los que con todas las graves precauciones de. estos casos,', es decir, en 
carta cerrada, firmada y firanqueada, se dírigiaoal Craitro setem'bnsta, 
demoledor, cismático y horripilante, áprotestar'de su adhesión, á ofre- 
cer su coopefa(»on leal y decidida, y á'felioitarse, m nombre de no 
sabemos qué revolución desfigurada y amenazada de muerte, por que 
no hayan faltado orazonea enteros que se propongan salvarla. 

En su virtud, loa embadurnadoree de cuartillas que alU estábamos 
recibimos in continentí el encargo de contar al público con el mayor 
sigilo lo que ocurre y de dar las gracias en las columnaa de nuestros 
periódicos, pero de modo que no se comprenda fácilmente, á esos dig- 
nos y valerosos conciudadanos que tan identifíoados se muestean oos 
el comité constitucional de Madrid . 

¡Recibid, ppes, (el apostrofe viene de molde) oh personas decentes, 
la expresión de nuestra gratitud, y adelante! Ya sabéis de lo que se 
trata: de hacer abandonar á D, Juan el servicio de si mismo, y po- 
nerlo á las inmediatas órdenes de un rey elegido libremente por la 
voluntad nacional; de acabar con la mania de la dictadura, que uu 
mal ejemplo coetáneo está difundiendo entre los españoles; de dar 
al traste para siempre con todos loa tiberios posibles de este secu- 
lar tiberio; de qne no sea solo un ministro inconexo el que- inter- 
prete la Cionstitucion á su modo y prohiba de real orden el Catoli- 
cismo, sino que la Constitución dependa de si misma, á pesar del 
ministerio de Fomento; de que cobren los cesantes y las viudas; de 
que los curas puedan tomar álgun alimento después de lamisa; de que 
loe bandoleros no se crean con derecho á plorar los cuerpos de loa 
que "no lo son; de que las contribuciones se recauden sin que el diree- 
■tor de SI Parcial vaya por esos pueblos al frente de la fuerza pública; 
de que la Europa no vuelva á incendiarse cuando al señor marqués de 
los Castillejos se le antojé arrojarle una tea desde su poltrráia-, de que 
baya alguna difeiea(üa mi» sensible que la gat^ráfica entre el Rifíy 



D,gH,zed.yGOOgIe 



la España con honra: en una palabra, de que no haya míniatros in- 
amovibles. Y pues que de esto se trata, conspíreinos, conspiremos todos, 
en periódicos, en reuniones, en manifestaciones, en los teatros, en los' 
paseos, en nuestras casas, con nuestras esposas, con nuestros hijosi 
con nuestros amigos, con nuestroa sastres ; zapateros, y no paremos 
hasta derribar el alcázar de la interinidad coü los únicos cañonazos 
que merece: ¡á silbidos! 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



VISION. 



(U de Octubre.) 

Asi Dios libre.á nuestros lectores de meterse A revolucioDarios par» 
hacer, en vez de un rey, un capitán general de ganga, como es cierto 
que esta pasada noche hemos tenido una pesadilla. Sabido es que loa 
Buenos son reminiscencias encefálicas de la vigilia , chispas del diurno 
'incendio del pensamiento, inconexidades escrecentes de las conexidades 
de la vida cerebral, que diria un filósofo alemán. ¿Qué estraflo, pues, 
que el que no ha podido en estos dos últimos aSos cambiar su residen- 
cia de Espafia por la de otro país con menos Juanes que el nuestro; 
qué extraño, pues, que el que la mayor i)arte de los diaa vé á ciertos 
personajes de la situación y oye hablar de ciertas crónicas monatruo- 
^adea , sueSe y sueñe mal , y vea horribles visiones , y caiga y se 
mantenga en el lecho con el corazón encogido?... 

Nuestra visión ha sido triste y amenazadora por iguales partes. 
Pero no se crea que ha sido el fantasma de las clases pasivas royendo, 
por vía de mendrugo duro , el cráneo estéril de un ministro que no 
piensa en ellas; no se crea tampoco por eso que nuestro turbado magia 
nos ha hecho merced fantástica de la imi'igen inverosímil de un eapa- 
iSol revolucionario que esté contento de lo que hizo en setiembre ; no se 
crea que nuestra alucinación nos ha llevado hasta el estremo de soñar 
que veíamos otra España en que no fuese un Echegaray la personifi- 
cación de la übertad religiosa , ni un Mochales el sustituto de D. Mar- 
tin de los Heros. No; nuestra visión ha revestido formas más concre- 
tas, ha afectado más determinada estructura , ha tenido más positiva 
y más lógica razón de ser ; porque , en una palabra , á quien hemos 
creído ver en sueños, á quien puede decirse que. realmente hemos visto, 
ha sido ni más ni menos que al jefe de la partida de la Forra. 



D,gH,zed.yGOOglC 



Que Qo ae alanoe nadie , sin emba:^ ; que el sob anbacio de la 
profeaíon y grado del héroe de nuestra pesadilla, no haga temer & nadie- 
el fin de un secreto y de una existencia anónima, que hasta hoy guar- 
dan con tanto cuidado las proñindidadeB de la E^paOa con honra. 
Nuestra visión llevaba un anti&z impenetrable, j no pudimos verle lai 
cara, ni apreciar el parecido que con algún contempor^eo pudiera 
tener. Por él resto de su persona tampoco podía colegirse nada evi- 
dente. Era un verdadero monstruo en formas y en atavíos ; tenia al- 
gimos miembros fuertes y robustos como los de persona bien alimen- 
tada, lo qye nos hizo creer desde luego que no pertenecía al clero 
esptü!ol de I870-; pero tenía otros tan flacos y lacios , que lo libraban 
por completo de cualquier sospecha que pudiera tomarle por tertulíai» 
de un ministro kutmovible. Su vestida ostentaba por algunos lados 
piezas de rica urdimbre y de cobrines tan premeditadameaite chillones 
y de mal gusto , que parecían copiados del traje de algún demagogo 
monarquizado; pero ostentaba también harapos y mugrientas roturas 
que le hadan aparecer como alegoría de los españoles dentro de poco^ 
En suma ; era el verdadero protagonista de un delirio. 

Lo. primero que soüamos al ver en sueSos aquel repugnante perso- 
naje, y al oírle decir quién era — porque tuvo al menos la urbanidad 
de anunciarse él mismo — filé que echábamos mano á nuestro revólver, 
esa actual pluma inseparable de nuestra mano izquierda , y que nos 
decidíamos & vivir como la situación exige : con los procedimientos del 
instinto de conservación. Pero entonces la visión se adelantó hacia 
nosotros, haciendo ondear al estremo de su garrote de profesión oa 
pañuelo blanco de parlamento , y nos dijo con una voz que , franca- 
mente hablando y para tranquilidad de quien corresponda , no habia— 
moB oido hasta entonces en ninguna parte : 

— ítNo se entregue Vd. & un temor vulgar, señor' folicularío. Veng« 
de buenas; buseo ei Vd., no una nueva victima, sino un convencido, 
y va Vd. á oírme. Vd. ha sido el iniciador de la idea , echada á. volar 
desde ayer tarde, qie me amenaza con una exposición colectiva de la 
imprenta al regente del reino, pidiéndole la extirpación de mí hueste. 
Si solo atendiera á la tradición , y si solo recordara la imposibilidad 
l^:al y moral en que el regente ae encuentra de hacer caso de peticio- 
nes y consejos que no le lleguen por conducto de su primer ministro, 
poco me in^xtrtaria el incidente. I^ro, aunque ni el regente ni el go- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



toa 

bienio hagAn de Vds. caso , puede Buceder que la opimos públim lo 
haga, y que d pttis me pTopoFCioae sirios diagrustoB. ■ Y osto es le que 
quiero evitar, no ya en interés de la instítueion que represento, j naja 
porvenir está providencialmente asegurado, sino en interás de ese mi»- 
mo paii, ¿ quien Vds. están haciendo caer en un profundo error. 

Este error consiste en creer Vds. y en tratar de baeer creer & IsE 
gentes que la partida de la porra es una c^Hnuoidad preaidisvia, .oajo 
erigen se remonta al mismo Cain, Adán de los homicidas, y cuyv fi- 
nes son acabar de deshonrar & ln honrada Espsíla di setiembre. ¡Men- 
tecatos! ¿Sabe Vd. lo que es la partida de la parra? Pues es I9 único es- 
paSol, lo único previsor, lo único salvad ir que h^ en la BapaSs de 
actualidad. ¡Necios que no veis más allá de vuestras narices! Apren~ 
ded á profundizar las cosas, aprended á hacar Justina á laa inten- 
cionos! ¿Ds qué nos acusáis? ¿Da querer acabar con la prensa periódi- 
ca á garrotazos? ¿Y qué es la imprenta? La mitad de la política. Pues 
suponed que, en efecto, acabamos con esa mitad, qns después la em- 
praidemofi con la otra mitad, con la tribuní^ y nos situamos en loe 
pasillos del Ciongreso y logramos que alli nadie chiste tami»co. ¿Qné 
sucederá? Que habremos dado fin con la política espaüola. ¿Y qué ven- 
tajas ofrecerá esto á la patria común? 

Miopes de espíritu necesitáis ser si no lo veis. ¿Qué vale más, qué 
interesa más, qué promete más positivos bienes á GspaSa : no tener 
política alguna, ó tener una política bu&, con un ministra de Hacien- 
da que empeBa los títulos del Estado á 14 por 100, con un ministro 
de Gracia y Justicia dedicado á firmar actas de desafíos, con un mi- 
nistro de la Gobernación que hace á la prensa solidaria de la carestía 
del carbón de piedra mientras no ve que á ella le dan carbón vejetal, 
con un gobierno que quiere atraerse á las gentes de buena edúcadoo 
suprimiendo la educación de las Salesas, cin una revolución cuyo se- 
gundo aniversario no ha recibido en tributo arriba de un centenar de 
luces de gas, con un trono destinado acaso á sostener las zapatillas de 
una bailarina, con unos sumos imperantes que la semana qne no ca- 
zan no creen en la civilización, con una interinidad, en fin, que ape- 
nas tiene ya figura, reputación ó carácter, á quienes el mismo Ofíem- 
bach en persona no salude afectuosamente en Jovellanoe como hechu- 
ra propia? 

Piénselo Vd., pues, seor periodista recalcitrante. La obrade la por- 



DigmzediiyCOOl^IC 



ra es dura, es violenta, ea sensible, sobre todo, para las costillas de 
BUS antagDiiistas; pero, ¿qué re^eaenicion, qué irrupción, qué cata- 
dismo salvador Qo lo ha sido? Los bárbaros anónimoa y subterráneos 
acabaremos con la politica espaBola. La política espaSola puede mal- 
decimos hoj por boca de soS; autores; pero é\ porvenir nos hará jus- 
ticia.» 

Dijo, 7 se fué como habia venido; y cuaado despertamos, con la 
boca abierta, sentimos que liabia en nuestro ánimo algro parecido al 
embríon.de un convencimiento. 



:y Google 



ERBOR LAMENTABLE. 



(15 de Octubre.) 

Hay una cosa más desgraciada ^ue la revolución de setiembre, 
que creyó traer en su eeoo una mooarquia, y va resultando baem; 
más desgraciada que el ilustre regente del reino, á quien la Constítu- 
eion obliga indirectamente ¿ Boportar todas las consecuencias de sn 
primer ministro, desde la inevitable compaiUa de ciertos i»tricio8 en 
sus ya proverbiales partidasde caza, Itaata la presencia del rizcondedd 
Bruch en sus banquetee, que comienzan á ser verdaderamente regios; 
mea desgraciada que la instrucción pública de España regenerada, i 
quien le ba salido un Merelo en el corazón, que es lo mismo que decir 
un Echegaray, ó por otro nombre una calamidad con barbas; más 
desgraciada que la prensa pi^ódica, S'jmetida, pese á los gobernado- 
res de Madrid, é. la férula de un garrote latente, 

tcá quien solo se vé cuando se siente,» 

como no diría, aunque biciera versos, alguno de ellos, que la tuvo 
siempre por un mito; más desgraciada que el Sr. Olózaga mayor, de 
quien nadie habla bace días; más desgraciada que las célebre^ &cnl- 
tades constitucionales, de las que Jiadie- ba hablado jamás en serio. 
Y esa cosa más desgraciada que todas, desgraciada por antonomasia, 
desgraciada hasta la epopeya, hasta lo sobrenatural, es, sin duda, la 
moralidad de la situación. 

^Cabe, en efecto, mayor desgracia que existir y no ser tenido por 
existente, y no ser creído, y no ser apreciado como un hecho , como 
una realidad, como algo objetivo y cierto? José negado por sus her- 
manos. Cristo por Pedro, la unión liberal negada, como partido revo- 
lucionario, por \of radicales á quienes sacó hace dos años de un abis- 



D,!i,l,zedpyGOO<^Ie 



IDO de desgracias y penurias, son ejeniploe imperecederos de la mayor 
debilidad hmnaQa: la ingratitud. I^ro eobre esoe ejemplos se enseño- 
rea hoy, como astro que los eclipsa, la ing^titud de la situación mis- 
ma para con su oioralidad. Empezó por aquellos ind^endientes que 
un día se fueron á comer i la Perla, y bajo la maléfica influencia 
acaso de una digestión superior á loe hábitos de estómagos modestos, 
tiraron la primera piedra & la Espafia con honra; siguió por los es- 
parteristas, monomamacos de la probidad de su patriarca; ha conti- 
nuado hasta Ruiz Zorrilla, fundador del lazareto político del Escorial, 
donde intenta preservarse de la supuesta epidemia, y ha invadido has- 
ta las entrulas del cimbrismo, hasta las columnas de SI Parcial, he- 
cho que la historia se resistirá 6. creer. De manera que no son ya solo 
los adversarios y los enemigos natoe ó sacenvos de este desorden de 
cosas los que le niegan nn solo quilate de sentido moral; son sus hom- 
bres, sus grupos, sus elementos, sus mejores comp(mentes. Son los 
hijos negando al padre que les dio el ser. Es el contenido ne- 
gando el continente; es el alma negando el cuerpo que la encierra ; es 
el espíritu negando la botella; es, en una palabra , el idealismo de la 
desventura y del absurdo. 

¡Ttodo por qué, gran Dios! Fijémonos un poco en los motivos, en 
las apariencias, en las causas que la situación cree tener para dar la 
voz de alerta á la supuesta minorta^e sus personas regulares , para 
entonar el bíblico desesperani sobre las precoces ruinas de su obra aun 
no acabada, y para suponerse, como el escorpión entre brasas , obli- 
gada k incarae su propia uOa mortífera, en un arranque suicida que 
de ae^ro no la inmortalizará en los anales del heroismo. Fijémonos 
UD poco en los hechos más genéricos que pretenden servir de base á la 
esquivez puritana de los ascéticos del radicalismo. Pero... ¿cómo es po- 
sible fijarse en esos hechos, si realmente no existen , ai no han existi- 
.do, si tal vez no deben eástir nunca? 

Nosotros los buscamos con imparcialidad absoluta en la historia 
de los últimos setecientos días, y juramos por el porvenir de la monar- 
quía que ha de fundar el general Prim, que no los encontrónos , que 
no los vemos al menos con las agravantes condiciones , en tales casos 
imprescindibles, que esos acusadores hechos exisren. Hay, es verdad, 
en esa historia de ayer y de hoy hechos que saltan á la vista y que se 
anuncian & la posteridad con la inmodesta procacidad de un bordado 



D,gH,zed.yGOOgIe 



de relieve sobre nn feudo osonro; pen^esoS' hechos no tienoi oi remo- 
tamente el aspecto ni la naturaleza de los que püaden aconsejar & una 
sitaacioii política y k una reunión de pirsooas decentes el rubor de 
si mismas. No, y cien veces na. Nosotros estamos haoiendo severa- 
mente justicia á la sil^iacion; á nosotros oo se nos puede acusar de que 
deJEonos pasEW- ooaaionea y motiTOB legítimos de censura respecto ¿ esta 
^edm angular de la felicidad de EspaBa que se llama el ministerio 
Prim-Fignerola. Pues bien: á nosotros no se noshaocurridoloque^los 
bijoB más respetables de la situación se les está ocorñendo. Nosotros 
no tenemos mótiros para creer que esta sea una situacioB inmoral. 

¡Pues qué! ¿Bastan, por ejemplo, pam justificar esas absurdas 
Boepeohas algunos emp^titofl ideados, negt>ciados , planteados y con- 
sumados, como Dios sin duda ideó la creación antes' de eDoeoder el 
sol, enbe sombras, pero legítimos y honrados en el finido? La sombra 
es la nada; pero de la nada nace todo, inclusos loa empréstitos , y del 
caos brota al fin la luz. |Puee qué! ¿Bastan algunas carretelas apare- 
cidas m la CastdJanacon un personal cansado de. andar á. pie, pan 
poder decir que allí no hay nna locomoción j nstificada ¿ la luz de loe 
recurs'^S'propios? ¿Es, por ventura, que en nuestro paie no hay ya lo- 
teria, ni herencias, ni especulaciones legítimas? 

¡Pues qué! ¿Basta que la ma^dicencia pública, hija de la eterna 
envidia de los más hacía los menos, dig-a im dia que se trata de adju-' 
dicar, verbi gracia', una pingüe üoca nacional á &vor de una entidad 
radiante, en una subasta más ó menos legalmente dispuesta; que ae 
han disminuido como por encanto los enseres de alguna habitación 
hist«^ca; que se han depositado en algún Banco extranjero caudales 
que aseguran una envidiable renta á cualquier advenedizo de la glo- 
ria ó de la burocracia; que hts noticias telegráficas de graves sucesn 
europeos han sufrido momentáneo eclipse en las antesalas de la publi- 
cidad; que en los círculos de negocios constan hoy como agentes y re- . 
presentantes de ciertas influyentes voluntades emprended res osados 
que siempre aciwtan; que hay palcos de coliseos á la moda donde se 
ven aderezos y felicidades ayer reducidas al traje de percal y al asiento 
de anfiteatro; bastan, repetimos, estas ú otras semejantes cosas y<su- 
posicionra vagas, grituitas, absurdas, irntantes, para echar, digá- 
moslo asi, un crespón fóikebre sobre la vitalidad honrosa de una situa- 
ción que es el címiraito de una Esptüla fáiz y respetfula? 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



¡Allí Por lo que ¿ nuestra pequeSez hace, primero creeriiimoB en 
la póeábilidad, políticamente hablando, de un buen gobierno contem- 
poráneo, que en la posibilidad de esas pretendidas úlceras de la si- 
tuación. 

Sosegaoe, pues, ¡oh progresistas susceptibles j rectos, oh cimbrios 
imitadores, que os ag-itais en el deliHvm iremens déla moral pública! 
Estala cometiendo, sin sospecharlo, y á impulsos de la más injusta de 
las aprensiones, un parricidio. La BÍtuacion entruñaima moralidad in- 
contestable. ¿Decís que no se la ye? Pues es por eso mismo ¡inocentes! - 
Porque está,, como deben estar las moralidades todas, en el fondo de 
las cosas. ^Decis que es preciso que la mor^dad de la situación sea y 
parezca, como la mujer de César? Tenéis razijn, en principio; pero pre- 
guntad al mondo entero, y el mundo entero os diri que la aítuacioQ 
parece lo que es. 

Quitaos, pueeL,'de vuestros candidos ojos las cataratas de la sos- 
pecha, y c insiderad que el poder y el triunfe traen forzosamente con- 
siga esplendores, hábitos y grandezas, sancionados por el presupuesto 
por la razón de Estado, por la mi^ma virtud cívica. No incurráis ai 
la pequenez ruin de los desposeidús de todos los tiempos. Vosotros, pro- 
gresistas de buena fé, los que todavía recordáis la pirámide dé zapatos 
viejos que 'habéis dejado por esos destierros en once años de- pan y 
agua; y vosotros, cimbrios que sois ai iniíio loa nobles hijos de la es- 
casez , ¿de qu^ os quejáis? ¿D» que hay otros progresistas y otros cim- 
brios que comen, gastan y triunian? Pues eso, cuando más, es motivo 
para desear que os llegue pronto el turn^; pero no lo es, no, y de ello 
]Rotestamos ante la conciencia de la interinidad, para sospechar cul- 
pable y jnjinmente que «gobernar;» y «buscarse la vida» sean sinóni- 
1&03 en ciertas ocasiones. 

¡Pn^resistas y cimbrios de la disidencia! ¡Estáis en un error la- 
mentable! ¡Ay de vosotros si el Júpiter de la situación llega á crew 
que ese error la^ecta, y os asesta sos obedientes rayos! No quedará 
uno de vosobos para contarlo. 



DigiTizediiyCOC^Ie 



GOLPE DE TEATRO. 



(19 de Oetttbn.) 

Hay momentos en que nos seotimoB bajo el dominio de una grsn 
pesadumbre, tan grande como la que debe sentir el Sr. Ecbeg-aray al 
verse en crisis, ei considerar que el catolicismo se le escapa de entre 
las manos y que dentro de poco no le será dable desentenderse de tanta 
votación contraria, de tanta amarga censura, de tanta bosti] protesta 
como sus amigos del Parlamento y sus conciudadanos de por ahí le 
ban dedicado. Hay horas en que nos sentimos tan arrepentidos de 
nuestro proceder respecto á la situación, como debe sentirse respecto i 
si misma la gloriosa de setiembre, esa enagenada y flaca resolución 
de nuestros pecados, ¿ quien Dios quieraque no tengamos filial nece- 
sidad de secuestrar en Leganés. Hay .días, en fin, que nos sorprendes 
hablando solos y reconviniéndonos en presencia de cuatro paredes por 
lo mal que lo hemos hecho , ni más ni menos que si fuéramos el gran 
cesante de Vico, 

Hoy es uno de eaosdias. Una terrible acusadora pr^unta mental 
zumba en nuestro ñiero intimo al ponemos & trazar estos párrafos en 
aras del vicioso hábito que hemos contraído de predicar en desierto, ó, 
lo que es lo mismo , de pedir cosas buenas y patrióticas al gobierno. 
¿Quieren Vds. saber cuál es esa pregunta, preSsda de melancolías des- 
feUecedoras? Pues es muy sencilla. Nos pr^untamos hoy seriamente 
á nosotros mismos si hemos tenido el derecho de combatir seriamente 
4 la sociedad comanditaria de supuestas eminencias que hoy maneja 
los negocios del Estado; si l^s recriminaciones acerbas, pero bien in- 
tencionadas que diariamente se escapan de nuestra tosca pluma no han 
sido gastadas eapureperte, co:uo diña cualquier diplomático radical 
que supiera francés; si no estaremos hacúendo un oso tan perfecto como 



D,gH,zed.yGOOgIe 



'el que hac» la ConstituGÍon de 1869 en manos de sus bibliotecarios, «1 
calzamos el coturno y discurrir épica ó trágicamente sobre el gvaa 
saínete político de actualidad; en una palabra, si tenemos autorización 
moral, ni la tiene nadie, para exhalar loa graves acentos ds la conve- 
niencia pública, para verter, aunque aea á hurtadillas, lágrimas de un 
liberalismo circunspecto, ante una ¡lituacion que parece tener por psil- 
aamiento fundamental el pensamienf) de hacer reir. 

i Ah i esta pregunta intima, que envuelve á nuestro pssar.una se- 
creta respuesta negativa, acabará por ponemos de un humor tan malo 
como es fama que lo tiene el Sr, Martos desde que cesó de regir oficial- 
mente los destinos de Europa; acabará pDr hacernos concebir de no9- 
titros mismos una idea tan poco ventajosa y estimulante cota'y algnn 
día, cuando se juzgue á si propio con imparcialidad, la formará de bu 
'conduota para con las útiles Salesas el amigo , sucesor y padrino del 
Sr. Buiz Zorrilla en el ministerio de laa gracias y las injusticias. Y 
esto nos pasará, sobre todo, si la situación sigue dándonos pruebas 
cuotidianas de su afición ing-énita al género cómico ; de su predisposi- 
ción sistemática á la risa ; de esa s&via de grotesca , aunque sencilla 
ineptitud, que parece circular por suinteriir; de ese primordial y eter- 
no propósito, que parece dirigirla á obtener el tributo de la hilaridad 
universal . 

¿Se quiere una de esas pruebas, la más reciente', la ^rás fresca, la 
que menos nos dejará mentir? ¿Se nos pide que , para fundamentar 
nuestra sospecha y para demostrar la justicia de la triste expiación & 
<jue nos sentimos condenados, citemos un ejemplo novísimo de ese furor 
pasUlesco de la situación? ¿Debemos indicar cómo y por qué puede co- 
legirse que los imperantes delegados de la Tertulia tengan derecho 
absoluto á la risa nacional? 

Pues ahi estái^z Correspondencia de anoche para justificar nues- 
tro aserto, para hacer buenos nuestros temores. Ahi está ese órga- 
no imparcial de todos los gobiernos, insertando en sus inofensivas 
columnas cosmopolitas la más graciosa, la más chusca, la más 
jacarandosa, la más retozona, la más riente , la más desternilla- 
dora noticia gubernativa que ha dado de si el gran chiste progresista- 
democrático que entretiene al pais. Se trata... pero no vayan Vds. 4 
creer que se trata de algún paso de comedia antiguo, de algún ridicu- 
lo relativamente viejo, de algún exabrupto ya conocido y saboreado 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



por el festivo público eap«£íol. No ae trata de nada de lo que haata 
»qui }ia hecho solbu- la carcsy'ada al aeotído común; no se trata de bo- 
gtát yendo á la monarquía por la interinidad, ni & la nqoezá nacáo- 
nal por Figuerola, ni al órdea público por el comunismo de la pro- 
nocía de Valladdiid; es más nuevo, más puro, 7, sabré todo> más 
artietico de lo que ae trata ; fgúrense Vda. si aera axtUtteo, cuando e» 
ni más ni menos que un golpe de teatro. 

Como ustedes lo oyen; un golpe da teatro. Lasituacioa debia tener, 
dada su idioeÍQcrafiia, esta tendencia. El dia de su. descomposición, la 
tispera de su eterno descanso, la situación debia buscar y adoptar 
cualquiera esoena de D. Ramón déla Cruz, dis&azarla de política y 
dar en su seno el estallido; para que^ ya que los espectadores ño pi- 
dieran ¿otTof, conviniesen al menos en que la c^sa ^bia sido diverti- 
da. La situación, verbi gracia, podía resignarse & morir como están 
muriendo las clases pasivas, de miseria; y esto si que seria en el fon- 
do una agradabilisima ficción. Pero no es eao lo que la aituacitm ha 
inventado. La situación quiere decir otra cosa á la posteridad, se bui»- 
ca otros pedestales, otroá epitafios, otras grandezas cómicas. Ya está 
escrita la última escena del ^treméa; el genio del radicalÍBnK> ha 
consumado ya su última elucubracioB; la historia tendrá ya que hft- 
blar con agrado al recordar los dos célebres ^los de la irreconcíli»- 
cion. Hace poco, muy poco, que se citó á Consejo de ministros, ae 
mandó á los oficiales del ejército á los cuarteles, á los vtduntarios á 
sus casas, á la prensa ministerial la consta de ser prudente, á las 
provincias la voz de alerta por telégrafo, y después de todas estas pre- 
cauciones indispensables, aconsejadas por todos los preceptistas del 
género, desde Moratin á Dardalla, se remitió á La Oorrespondeneiad 
siguiente suelto que anoche mismo vio la luz del gas en su tercera 
pla[ia, y ante el cual deben haber quedado como asomados á un abis- 
mo lis hombres pensadores. Dice asi: 

«Ha PA9A.D0 Ai MnnSTBRlO DK HiaBNDA BL NBO0CIA.DO DB TEA- 
TROS, QUB DBPEMOIA DB <jOBBB14 ACIÓN.» 

Después de esto, oi una palabra más por nuestra parte. Hablen I08 
empresarios, los autores y los actores que no quieran trabajar de bal- 
de: ¡ría d pais y mueran los tiranos!... 



DrgH,zed.yGOOgIe 



iQUE VENGA! 



(84 dfl- Octubre.) 

Ayer aalió de Madrid el gobierno, es decir, solieroa los generales 
Serrano y Prim, de unifvme, en cochea furaatrados por seis muías de 
aquellas que durante tanto taempo sintieron, como EapaSa, el peso de 
ladigna hija de Femtado- VII. Los poderosos animales, más felices 
que las clases puivag, demoatrahan en bus nutridos bmoa uno de kw 
pacos beneficios de la revolución de setiembre, y obserróae por algún 
curioso, entre veterinario y filósofo, que iban ensu inocencia tan gallar- 
Jaa y ligeras como cuando tirabab de una monarquía peor ó mejor, 
pero inccHnpatiUe ctm el dominio supremo de algún caballero par- 
ticnlar. 

El público cieyó primero que se trataba, por casualidad, de una 
partida de casa. Éd taX guisa y con semejantes trenes salían á cazar 
d aotijesuitico Carlos HI y su estálido hijo. Pero los entorchados de 
los espedicionarios desvanecieron la grata sospecha, sustituyéndola en 
Ireve con otras más serias y scdemnes. Indudablemente se trataba de 
un grave acto del dominio público, de un acto de gobierno, de un acto 
oacicmal. Y sentado esto en principio, diéronse las gentes & discurrir 
á dónde y para qué iría aquella ilustre caravana oficial que trasponía 
loB confines de Atocha, recibiendo miradas y aonrisas, yaque no salu- 
dos, délos transeúntes. 

Quién aventuró la ahsuMa especie de que loe ilustres viajeros iban 
á inaugurar alguna de las grandes obras públicas que la interinidad 
debe haber hecho, sí bien la sigilosa reserva de Estado ha impedido 
que se tenga de ella la menor noticia. Quién creyó que se trataba de 
sorprender en su Barataría setembrista al gobernador fenomenal de al~ 
gnna inverosiiml ][vovincia contenta y truiquila. Quién osó enunciar 



Digmzed .;G00gIe 



1& idea de que lo» activos gobernantes iban & esponerae personalmeiite 
j por si mismos al fácil riesgo de un secuestro, para tratar de liallar 
prácticamente el correctivo de esa costumbre interínista, que loe nú- 
oistros de la democracia no logran modificar, y confiando en que, cago 
de fuerza mayor, la nación aproqtaria el rescate. Quién se inclinó i 
recelar que se trataba de ir á presidir un gran jurado de instrucción 
pública, para adjudicar el premio de una paga atrasada al maestro de 
escuela reconocido por el jefe de su ramo como más acreedor, es decir, 
al maestro de escuela que con menos alimento tenga menos religioi 
positiva. Quién, en fin, deadéSando toda suposición baladi, y creyendo 
irse al fondo de la cosa, llegó hasta insinuar que aqueUo t«nia trazas 
nada menos que de ser una recepción regia. 

Esto, en efecto, oimos nosotros afirmar en cierto corro de rerolucio- 
narios inútiles, de esos que ya no dan gusto A loa seffores porque no 
son necesarios para convencer regimientos ni fletar vapores, á un qiu- 
dam dicharachero, monárquico platónico de los m^ entusiastas. «Es, 
señores, que el rey viene, exclamaba; es eso, y no otra cosa lo que la 
espedicion significa. Es' que ha salido historia el últiitio cuento. Es 
que ahora es cuando el pastor de la ñbula vé de verdad las orejas 
al lobo. Eb que S, M. revolucionaria se acerca. Es, sin duda, que se 
la quiere recibir ain aparato, como debe venir el menos rey posible, 
sin voluntarios, para que no se vuelva atráa, sin alabarderos que le 
aclamen, para que luego no se sorprenda de que el pueblo haga lo 
mismo. Es el rey, es el rey, lo be visto, ¿sabéis dónde? en la sonrisa 
del general Prim. Es el rey de la inamovilidad ministerial; el rey del 
conde de Reus; el rey, que no espera, por si acaao, la votación de la 
Constituyente. ¿Qué apuestan Vds. á que mañana publica Figuerola 
un decreto estableciendo cualquier nuevo impuesto pesrsonal con destioo 
á los gastos de ini^talacion del monarca?» 

Y sin otro respiro que el preciso para no ahogarse de placer, y es- 
tendiendo sus brazos de cesante hacía el sitio por donde las ei-reales 
carroza» deaapareciau, nuestro quidam aSadió; «¡Ah, bien venido sea. 
ai es 61! ¡Venga en buen hora ese Mesías de los españoles del seg-indo 
bienio! ¡Venga en huen hora, aunque sea más inlaatilque el de Geno- 
va, más bailarín de afición que D. Femando , y más iconoclasta que 
HohenzoUem! ¡Venga en buen hora, aunque venga decidido á recibir 
cómo suyo al primer ministro del regente , aunque tome por 



DigmzediiyCOOl^lC 



de literatura castellana al {«ímer pK^frQaista coQ quien tropiece, aun- 
que (xmaerve la org^anizacioQ actual del patrimonio, aunque adopte ed 
esj^tu industrial de Madoz, la leligiou de &ferélo; auaque ae inficio- 
ne de lá apatía perturbadora da Rivera , de la impresionabilidad de 
Moret, del abnegado nihilismo de Berang^! ¡Venguen buen hora, 
aunque realice el proyecto dorado de Martoa, que es ver ¿ la unioQ li- 
berta, integra, en Fernando Póo; aunque sueSe, como Ruiz Zorrilla, ^a 
hacer de una guardia negra un grupo de personas regulares ; aunque 
teog^a puntos de vista más variados que los'de Xa/Jmiz, y aunque le 
esperen más disguatos que á Galdo! ¡Venga en buen hora, sin condi- 
ciones, sin discusión, sin oposición de ningún g^asrol Ni el pais ni yo 
le pedimos m&s que una goUeria, difícil, pera »o imposible, á pesar de 
los tiempos que alcanzamos : ¡que sea un hombre de bien! » 

Y, volviéndose h&cia los que le oíamos desbarrar de aquel modo, 
se nos encaró diciendo: «Por ventura, ¿serán Vds. de los que creen que 
todavía hay tianpo de discutir entre nosotros la conveniencia política 
de una dinastía, de aquilatfu- las cualidades de un candidato , de pro' 
bar, con el tratado de Utrech en una manó y la genealogía de la casa 
de Saboya en k otra, si un descendiente de una hija de Felipe 11 tiene 
derecho, abstracción hecha de los Borbooes, á que le seSalemos una 
lista civil? Par ventura, ¿creen Vds. que es todavía tiempo de pedir 
que el rey que venga sea el rey de la revolución , el rey lógico de se- 
tiembre, el rey á quien rindieron moraknente pleito homenaje los hé- 
roes y caudillos de 1868 antes de serlo, aunque este rey se llame el 
dnque de Montpensier, aunque sea mis lib^^ y más consecuente 
que todos sus ex-ainigos, y aunque se haya hecho con él la más 
insigne .y repugnante felonía que registran los negros anales de 
la doblez y la miseria- humanas? ¡Necios y desgraciados de us- 
tedes, ai esto creen I Para este país hay ya una necesidad prin- 
cipal, inolvidable, suprema, de todos los días , de todas las horas, 
de todos los instantes : poner al frente de sus destinos una voluntad 
sana, un corazón puro, una intención recta, sea la que sea, venga de 
donde viniere. Esto, aeBores, es una casa de lamilia dirigida por un 
viudo pródigo, ignorante y vicioso , que ve impasible poblar sus des- 
manteladas habitaciones á una turba- de muchachos ^mélicos y en- 
cuerinos. ¿Qué necesitan , en primer término , esa casa , esa familia? 
j^luebles, rapas, dinero? No; lo que principalmente se echa alli de 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ménoa es una madre honreula, ei una direecioD moral , es un pnQCi|Ho 
d« organización intima y Teg^eneradoni. » 

Y defpues de acabar asi e} caloroso apostrofe, corona bu exaltación 
«xclamando : «Que vengu , pnee , que venga «w tey hombre de bioi, 
ese rey inoondioional, ese rey panacea, ese rey bien criado, ese rey m 
otra cualidad que d iaetúito de lo decoroso y de b justot Con ella sola 
le bastará para dar y ganar la batalla á la cohorte de irritantes bo- 
chornos COI que la KipE^la con honra se- ha dejado enTolTer. ¿Qué im- 
portar&n laa apariencias, los oropeles, los falsos datos biogr^cos, los 
pérfidos CDOsejoa que en el primer instsute se le ofreícan? Como el co- 
razón entero y recto existan, él proveerá sí fin y al cabo á todo, él/«- 
rá da se; y desde ahora pongo yo el pescuezo, que salvé por milagro 
de las uSas de Qonzales Brabo cuando conspiraba por hacer minis- 
tro á Prim, á que ese no será el rey de los empréstitos, ni de las 
Cortes cerradas, ni de la Constitución en conserva, ni de la partida de 
la porra impune, ni de laa grandes cnicea dadas á granel, ni de los 
personajes inesplicablea, jOb! si;- ¡que venga, que venga ese rey; y yo, 
setembrista empedernido , y montpensierista incorregible , yo le tinit¿ 
el primero á los piéa este sombrero mió, protección irremplazíible de 
una cabeza encanecida en la interidaálM» 

Dicho se está , por supuesto , que este disiíurao no podía tener ni 
tuvo otro resultado que el de hacer reir al concurso, oomi si fíiera un 
proyecto de conciliación 6 de fecaltades. Por lo demás , el pobre char- 
latán recibía un golpe desgarrador cuando se le dijo que loa generales ' 
viajeroa iban Amplemente á presenciar el ensayo del cañón de Barba 
Azul, esto es, el nuevo ensayo de la única ametralladora que la riqueza 
revolucionaria se ha permitido adquirir hasta el día de la fecha , en- 
sayo que, dicho sea de paso , salió tan mal como todo aquello en que 
ponen mano las eminencias de la situación. 



D,gH,zed.yG0pgIe 



PANEGÍRICO. 



{M á« Octubre.) 

Fíjese Vd. nn poeo, nos decía ayer tarde tai e\ salón de conferen- 
cías un mdie^ de para aang^re, de esos que sostieneD hace dos afios 
una lucha á muerte con aus guantes; fíjese Vd. un poco en el . aspecto 
de {nofundo desaliento, de honda tristeza, que presentan ea esta ins- 
tante los grupos políticos disumuados sobre la alfombra ó sobre los di- 
vanes. Y, en efecto, mientras nuestro interlocutra arreg^laba los re- 
beldes faldones de su levita, nos convencimos de qae su obs^rafáoQ 
era cierta. Ki unacalorosadísputa, ni un espresivo gesto, ni una vi-^ 
gorosa contorsión, ni un murmullo grave en aquel conocido personal, 
tan uiimado, tan movible, tan activo ordinariamente. 

¿Lo vé Vd., aQadió nuestro particular amigo, ¿ quien, con» i 
otros mnchos, sacamos hace dos aSos, en nombre de la reeccionana 
unÚHi liberal, de la c&rcel donde OonzaJez Brabo, deseando acreditarse 
de hombre que lo entendía, loa dejaba podrirse; ¿lo ve Vd.? Parece día 
de huelga en k &briea de la felicidad nacional. [Qué desmayados, 
qué lacios , qué lacomunicatiTos están los padres diarios de la cri^ 
nica eacandalosal Pero venga Vd., venga Vd. conmigo, y vamos á ver 
ai acertamos á dar con el secreto de esta melancolía ve^iertina. Y acto 
anuido empezamos & pasar revista á aquellas lánguidas guerrillas del 
eterno combate de la ambición. 

¿Qué hay de Aoata? pregante nuestro acompasante al ponerse 4 
tiro de la {trímera. — Vd. lo sabrá mejor que nosotros, le respondió un 
monárqnico dese^Mirado, cuya longitud abusaba e» toda su integridad 
del aoft que lo sosteoia. Vd. que es, por lo menos, cabo de la gaav~ 
-dianegm, sabrá ácómoeatamos de la nueva iarsa, y áes verdad qoa 
«1 eBftnee^ de Bismark se nos frunce y nos obliga á quedar oomo vtr* 



D,gH,zed.yGOOgIe 



cante provincia alemana, después de haber sido obediente prefectura 
francesa. Y noa volvió la espalda con una exigua cultura que parecia 
progresista. Nuestro amigo sonrió como sonrie la travesura satiafe- 
cha, y pasamos é. otro grupo. 

¿Qué hay de crisis? dijo al acercarnos. — ¡Hombre! ¿viene Vd.á em- 
bromarnos? esclamó al oirle un espaOol perfecto, es decir, un caballe- 
ro particular que se cree con opción & ser ministro pasado maQana. 
Usted, que vive por derecho propio en los rincones de la casa de Su 
Grancíeza el de Reus, ¿no sabe lo que hay de crisis? ¿No sabe que toda 
la voluntad de la raza latina y todas las amenazas déla gran sociedad 
del secuestro serian ineEcaces cerca de Riveroj no sabe que todas las 
ligativas del Banco de París, y los ochocientos millones de servicios 
en descubierto, y los sueltos aa.Qgñ<aitoa i& £1 Parcial , serian impo- 
tentes cerca de Figuerola; no sabe que los manes del mismo Val- 
taire, á quien parodia, serian ineficaces cerca de Echegaray, para 
obligar ¿ esos seSures á presentar sus dimisiones antes del dia , de la 
hora, del instante en .que el general Prim lea dé permiso de hacerlo? Y 
dirigió á nuestroamigo unahorrible mirada de cartera que no viene. 
Nuestro hombre, empero, la recibió con otra sonrisa meñstofélica, y 
seguimos adelante. 

¿Qué hay de atribuciones? demandó &. otro grupo. — A D. Juan 
con ese hueso, rephcó un serranista mal humorado. Vd., que rin- 
de culto en las aras de ese Ídolo de la China radical, puede consul- 
tarle. Por mi parte, si yo fuera el intacultado, si yo fuera el iuverosí- 
milmente crédulo vencedor de Novahches, ya hace tiempo que sabría 
lo que hacer; y seria muy sencillo : escribiría una atenta epístola é, 
doSa Isabel de Borbon rogándola que volviese, y declarándola que, á 
pesar de los treinta años que dedicó & equivocar i los españoles, no lo 
hizo tan bien y tan cumplidamente como lo ha hecho el dictador crea- 
<by consentido por el duque de la Torre. ¿Estamos?... E hizo á. nues- 
tro radical un ademan de perro rabioso. Nuestro radical volvió i son- 
mr^ eomo si estuviera en los sabnes d^ mtaiaterio de la Querrá, y 
oontinnamos, la escuraion. 

¿Qué hay de conciliación? preguntó al Uegar ¿ otra silenciosa tan- 
da. — Ya lo sabe Vd., seüor edecán moral del marqués de los CastiUe- 
joB, contestó un optimista despechado. La conciliaci(8i se hará en el 
vadle de Josaiat, que es el sitio fijado por el que lo puede. EntretautoL 



D,gH,zed.yGOOgIe 



la coDsigiia es otra, 7 ^¿D la ^t&D Vda. cui^lieBdo. La orden es se- 
guir viviendo sobce el pais y poner cada día su poco de íiilminante éi 
la i»mia hasta conseguir que estalle y que reduzca & pedamos micros- 
cópiooe la revolución entera. Has para entcmcea ya eatar&a Vda. coa 
su amo á la cabeza, puestos en camoda franquía^ ¿Verdad? — Y pare- 
ció quedar esperando ana respuesta que le autorizase á levantar el pu- 
Qo. Pero nuestro radical sonrió más intensamente que nunca, y, voW 
vieodo ¿ coger nuestro brazo, DOS arrastró, literalmente, á unodelos 
desiertos pasillos próxinu»; y allí, al amparo de la soledad y con abu^ 
so de nuestra psciencia, dio rienda sudta á su comprimido alborozó, 
dkáíiidonos: 

— Vamos, deje Vd. de aer unionista una vez en su vi<^; sea Vd^ 
franco. ¿No le dice á Vd. nada lo que acabamos de ver y de oir? ¡Qué 
pus, digame, qnépaishaofirecjdo nunca espectáculo semejante? Ya lo 
vé Vd.; hoy es uno de los dias en que ese salón de conferencias, ese 
OHigreso de confianza, esa sacristía del teñólo nacional, ese labora-, 
torio de sucesos y de críticas, respira más palpablemente la todopode- 
rosa influencia del hombre que tiene en sus manos revolución, liber- 
tad. Cortes, r^fencia, ministerio, ejército, funcionarios, rey, EspaQa, 
cuanto es dable á *uiui sociedad enferma y débil poner en manos de 
una voluntad que logra embaucarla por un momento con el gracejo 
del salvador. Ya k) ve Vd.; ahí están, y de hablarles acabamos, mu- 
chos y notables hombres de la política española; ellos representan los 
partidos revolucionarios, las clases más importantes del país; ellos son 
á la vee la l^alidad soberana, y la nación que trabaja, que produce, 
que paga y que espera. Pues bien: ahi los tiene Vd. sometidos todos, 
todos, desde el primero hasta el último, al mandato indirecto del 
grande hombre, del gran aborto de la obra valerosa de Serrano y 
Topete; ahi loe tiene Vd. reconociendo imidícitamente en sus protes- 
tas agresivas, en sus exabruptos de despecho, que no habrá rey, ni 
crisis, ni regencia &cultada, ni conciliación, ni nada de este mundo 
y del otro, hasta que al general Pñm le dé la: real gana. 

¡Oh! ynomevengaVd. con mezquinas filosoñas. No me venga Vd. 
diciendo que ningún tirano, d^sde Nerón hasta Cheste, ha logrado 
probar las excelencias de la tiranía misma. ¿Qoé me importa á mi el 
hecho ante el hombreV Pues si el mérito id hombre es incontestable, 
¿qué importa que sea relativo, que se le proclame rey taeseU) en tierra 



D,g,T,zed.yGOOgIC 



de ei^iofl? A Vds. los opóaicioQtstaa, los eelisdoa, loi insemUea de U 
revohicíon, no les queda, o^ mnedio que cuitar la palinodia y decir: 
pufisto que Ib revolución, cnada k oaestros pechos, ha eatiegtáo los 
aojos inoon^cíoDalmente al qae no es nifio de teta; puesto que HonoB 
un paia muerto, nnas claaea ctmaervadoras muertas, una -opinioa 
muerta, unos redentores 7 nnoe moralistM parahticos, j aqui solo vi- 
ve, j manda, j tTÍan&, y se exhibe, 7 se sostiene un hombre, decla- 
ramos nna cosa, y ca; que si en un bre^imo plaao no resaoltamos lo 
bastante para que ese hombre do vira á espensaa dé nuestra dignidad, 
debemos reconocernos naturales é irredimibles sierros de an oapricho. 
En una palabra: Vds. tienen necesidad de ser una especie de ka par- 
tidarios de D. Juan Prim; sus partidarios por rubor. 

Y diobo esto, y antes de que nos lo C'^miáramoa rivo, nuestro hom- 
bre desapareció por una do aquellos oalleimea del palacio naeianaU.y 
ssfiíé, aíadoda, í seguir entonando su paneg-lfico en otea parte. |OhI 
joómo envidiamos en aq<iel momento 6 la pavtída de la Porra! 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ESPEREMOS. 



(üSdflrOotabre.) 

No pasa nada bueno, ni meáiano siquiera. La poHtica se ha dado 
nnaa Tacaniones de cuatro ó seis días, y se ha echado é. dormid con el 
propósito de no despertar hasta que ta campamDa de plata, que toda- 
vía se conaerTa, déla presidencia del Cong-reso, la .despierte. ' Hace 
veinticuatro horas (pie no se obtiene, ni por ana credencial, notici» 
alguna importante. La sinfiínia de la cosa pública SeSala un calderón. 
El silencio estiende sus alas soporíferas sobre los circuios oficiosos. 
Apenas si lo Interrumpen las ruedas del coche del ministro de Prusia' 
en Madrid, que va 4 desahuciar al duque de Aosta en las respetables 
barbas del Sr. Sa^asta; apenas si lo turban las descargas de la Guar- 
dia cÍTÜ, convertida, al parecer, en Tribunal Supremo de Justicia de 
los insensatos reos que persisten temerariamente en fugarse, á pesar 
de que saben que la muerte los ha de alcanzar en su fuga; apenas si 
el mismo' Sr. Figuerola osa turbarlo, contando la poca calderilla que 
sirve ya de residuo & sus empréstitos. 

Todo calla, como diría un poeta, 6 al menos nadase oye, como di- 
tí& un sordo. Pero lo cierto es que de repente parece como que ha cam- 
biado la faz de la situación; las obras del ministerio de la Guerra han 
amortiguado su estrépito; las pinturas del palacio del regante parecen 
encomendadas & invisibles artistas; las gentes salen á la calle como si 
no tuviéramos partida de la Porra; los hombres políticos van al salón 
de conferencias & bostezar y estirarse; no se habla de la llegada de 
ningún representante del Banco de Parts; no se publica ninguna cir- 
cular panteísta de la dirección de la ignorancia católica; ni siquiera se 
insiste en creer que el Sr. Bivero se va; no fle caza, no se proyecta 
una triste revista; no se manda formar causa á ningún periódico; no se 



D,gH,zed.yGOOgIe 



eonfírmao las esperanzas de ciertos candidatos respecto á las (^rtas d» 
ciertas carteras; oo se dá un simple banquete en la regencia, ni se sabfr 
que haya muerto ningim otro recaudador de contríbaciones; en fia, 
¿qué más? no se ha vuelto á decir nada de la legión espaSola en Fnm- 
cia. Parece que no estamos dimde estamos, es decir, al fin de una re- 
volución de empleados; parece que no hay ayuntamientos sin dinero, 
clases pasivas sin est^magv y clero en la necesidad de sentar plaza. Lo 
repetimos: todo calla, nada se oye. 

Pero- no hay que hacerse ilusiones; este es un silencio progresista- 
democrático, y el que de él se fie merecerá la albaida que luce moral- 
mente bajo algunas levitas. Además, es cosa convenida entre los filó- 
sofos, que la vida moral en todas sus manifestaciones tiene , coHio la 
naturaleza física, calmas precursoras de la tempestad. Y la política 
tiene algo — por más que hoy no lo parezca— de la vida moral. Y-bi^i 
puede ser que la aparente calma chicha, de nuestra política sea de 
aquellas que el gran Pascal llamaba engaSadoraa; bien puede ser qne 
en el fondo de esta calma se oculten el rayo y el trueno próximos , ccHt 
él iídsmo pérfido disimulo que en el seno de la libertad puede ocultarse 
una borda de merodeadores políticos sin más ley que el botín, ni más 
iilti:iio recurso que la fuga. • 

Por nuestra parte, eso creemos, eso adivinamos con la perspicacia 
de un augur de la TsarnuA. Y, francamente, solo esa creencia, solo 
esa esperanza, solo ese pronóstico, solo la adivinación de que pronto, 
dentro de brevísimos días, este aparente silencio en que únicamente 
se oye la respiración del- Sr. Prats se cambiará en ruido , movi- 
miento y vida, nos sostiene. Y es que basta nuestro modo de ser nos 
predispone á aceptar esa esperanza; es que ansiamos la discusión y la 
palabra, como Beranger; la lucha y el combate á cara descubierta, 
como el presunto jefe de los sublevados el ^ de junio; es que, sin sa- 
ber por qué, la tribuna vacía, el Parlamento cerrado, la crónica muda, 
nos infunden un pesar tan hondo y tan sincero como el que espresó el 
Sr. Martos al despedirse de los empleados de su breve ministerio. 

Callemos, pues, hoy, pero esperemos, esperemos, que el día 31 . de 
los presentes llegará, porque todos los días U^an , coiflo se prueba 
considerando que llegó el día en que Montero Ríos se ciSó la -fecun-r 
daote aureola del matrimonio civil. Y ese dia, el Sr. .Ruiz Zorrilla 
ocupará su sillón presidencia] como si tal cosa, como sí no hubiese pa- 



D,gH,zed.yGOOgIe * 



asdoen Cobarrubias y en elEscorial las sofbcaciatie« que en esta época 
misérrima son patrimonio de la honradez; y el general Prim se pre- 
aentari, puede que de uniforme, en el banco azul , j Tt^verá acaso á 
entonar aquello de «[k defenderse, hijos míosInyacasoestaTeznotra- 
g& ese padre de ministros dóciles un solo hijo para un remedio parlsr- 
mentario; y acaso si esto le pasa tendrá que volver & acarieiaT 8u su- 
puesto proyecto de pedir una solución definitiva á las compaSias de 
Voluntarios con quienes cree contar. Y si esto no pasa; si la hueste 
pratsista, & pesar délos perlinos, que saben comer sin D. Juan; & pe- 
sar de loa puritanos, que no pisan las antesalas de D. Juan; á pesar de 
los esparteriatas, que soportan á Madoz por no soportar á D. Juan, lo- 
gra se^r componiéndose de un conting^te & prueba de mandatos: 
¡qué de curiosidades de todas clases , géneros y tamíúlos no podemos 
prometemos! 

¿Quiénes capaz, en efecto, de calcular la serie de pn^ectos, de 
actos, de incidentes, de combates, de escenas y de hechos inesperados 
que la tercera legislatura constituyente puede ofrecemos? Desde un 
nnevo préstamo negociado por el Uendizábal chico , con la garantía 
hipotecaria del palacio de la plaza de Oriente , hasta el proyecto de 
edificación de una gran mezquita nacional ja^sentado por el Sr. Eche- 
garay en on momento de positivismo riffeño ; desde una elegía del 
tiemo Moret sobre el recuerdo de los n^ros muertos fiíera del África, 
hasta un nuevo discurso apologético de la monarquía en libios del 
Sr. Rojo Arias; desde una nueva ley de incompatibilidades que haga 
honrosa escepcion en fevor de los funcionarios del conde de Reus, hasta 
la petición de un crédito indefinido con destino á las ametralladoras 
que algún dia se comprarán; desde la historia de las negociaciones 
Aosta, patéticamente relatadas por él simio interinista, hasta el biU de 
indemnidad por loque resulte, andando el tiempo, de los escombros 
de la revolución; desde una intentona nueva para conseguir las &cul- 
tades constitucionales del regente, bástala nueva consigna subterrá- 
nea de no hacer caso de semejante cosa, ¡cuánto, cuánto puede sor- 
prendemos, interesamos ó entretenemos! 

Esperemos, pues; pocos dias faltan para la gran cita; y no se sabe 
que la comisión permanente se proponga revocarla de aqui á enton- 
ces. Suframos este corto letargo como buenos espaBol^, es decir, como 
hombres acostumbrados á pasar de Scyla á Caribdis ; esta atonía de 



D,gH,zed.yGOOgIe 



JSS ' 
los elenaeiitoB políticos es del género del día: pura &raa. La t 
no puede twdar, segua loa sordoB gíntomas que o&ecta anoclie la Ter~ 
tolla; el huraeas volverá á faúubar en breve loa laares de la Rtpfffa 
iuiraíáh, 7 ya Terán, ya verán. Vda. los destinos que trae en sua alas, 
y cómo es capaz de llevarse en ellas hasta la última ilusión del gene- 
ral Serrtrao. acerca de su ilustre privado, guardián y amigo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



A L4 nfflCION. 



(81 de Octubre.) 

Oomo'd ame-de EspoSa dq .% hftjra despertado esta maSana de mal 
hnznor, todo haoe creer que li la hora de pubtioarse estas Ihieas las Cór" 
tes CoQBtituyeDtes habrán— jDioe 7 Prim sean loados! — ^vuelto i, ocupar 
los empolvados escsQos de 1» Bobenuáa. Feliutamos por ello en tercer . 
término al regente, quien, como es sabido, ha venido oponiéndose, en 
la medida de aus escasas &cuiiades, y ea cuanto el doroformo que mo- 
ralmento le hace aspireo- el inamovilde se lo ha permitido, á la clausura 
de la repreeentaoioB nacional. Feücitamoe en segando término al pré- 
ndente de la Cámara, quien, cerno es notorio, ha pegado valerosa- 
mente con la- guardia n^^a el coraje olvico en que la dispersión de sus 
eolegas le sumiera. Y fehcitamoa ante todo al pais, ¿ ese pobre país 
mitológico de quien el buen marqués de los Castillejos ni- se ha cui- 
dado en cuatro meses de politica secreta, porque al ñu y al cabo vuelve 
& intervenir, por medio de sus delgados, en la gestión de la cosa pú- 
blica, reanudando las apariencias de un régimen liberal. 

En vista de tamaflo suceso, ante su aproximación, ante su imni~ 
nencia, nuestros lectores nos dispensarán si hoy cumpUmos con ellos 
de caalquio* manera, y les hilvanamos inconexa y torpemente estos 
pí^ratbe. {Tenemos tanta impaciencia de irnos al palacio nacional! La 
estatua de Miguel Cervantes, que haoe centinela en su-puerta, nos ha 
parecido anoche digna de envidia, ¡Ella verá antes que nadie lucir el 
primer día inverosímil de la tercera legislatura constituyente, sobre 
aquellos tejados respetables! Bien pensado, sin embaí^, ni el caste- 
llano que hoy ee habí i bajo aquellos techos, ni el personal progresivo 
que hoy sale y entra por aquella {Hierta, deben hacer &liz al maneo 
insigne; y, si no fuera de brouce, es más que probable que ya hubiera 
echado i correr. 



D,gH,zed.yGOOgI^ 



Pues, como deci&mos,>¿ la haia, en que trazamos presuroaos eetai 
lineas nos consume el ardiente deseo de irnos al Congresa; de ocupar en 
nuestra tribuna el ansiado asiento; de ver las bellezas cursis del pro- 
greso-democrático acndir á la gran cita; de rer ¿ los porteros de lu 
tribunas públicas contener á duras penas al eternamente candido poe- 
bb, que espera oir desde ellas grandes cosas; de ver el regio solio va- 
cio, las chillonas alegorías de la techumbre, entre las cuales está la 
más española, la pobre Paciencia, con su piedra al hombro y su triste 
mirada, como si fuera un maestro de escuela con religión; de ver, en 
fin, llegar el deseado momento en que los murmullos de los especta- 
dores cesen, en que el Sr. Ruiz Zorrilla, con su modesta figura laica, 
«US derrengados maceros delante, y sus secretaríoa detrás, suba al que 
es hoy primer asiento de la nación, y, nuevo Fr. Luis de León deU 
España con honra, entone con su hermosa voz de sochantre el anhe- 
lado: «decíamos ayer,..* 

jAh! y luego, aquellas impasibles puertas del salón de seúones 
vomitarán á centeoares las notabilidades de la palabra y del silencio 
que buscan rey hace dos aSoe; y aquellas escaleras de los bancos, qiie 
tantas pesadas plantas han hoUado, servirán una vez más de hilos de 
Ariadna en el laberinto de roja felpa donde se confunden partidos, frac- 
ciones y grupos; y la derecha se cubrirá de levitas que, por regla ge- 
neral, no han perdido el aire de la prenderla que las vid colgadas á so 
puerta; y el centro se plagará de unionistas con premeditado, irritante 
buen aspecto; y en la izquierda brillarán el epiceno contingente del 
cimbrismo, el personal federal, en cuyos bolsillos asomará la punta del 
célebre gorro purpúreo (como el caballo de BorgueUa], y acaso, acá» 
«Ignna entidad inquisidora del carlisiúo impenitente... 

Y pocos momentos después, cuando algún secretario sin voz , como 
es costumbre, lea para si el acta de la sesión última , verificada hace 
ciento veintitantos diaa, es posible que el digno presidente diga algu- 
nas palabras, pocas, pero buenas, sobre el ñiusto suceso que allí nos 
reúne. Y quién sabe, qui^ sabe si en el calor de la improvisación se- 
ñalará algún punto negro en el horizonte, y se armará previamente la 
de Dios es Cristo. Pero si esto sucede, será pasajero, se .ahogari 
pronto en el seno de la ansiedad general, que tiene otro objeto, 
que está principalmente fija en otro personaje. £1 capitán ge- 
. neral, marqués y conde democrático, á quien las circunstancias y 



D,gH,zed.yGOOgIe 



■otros motivos tienen clavado en la presideiicia del Consejo de mípí»- 
tros, el pió, Miz y triuit&ulop conde de Reus, ocupará el banco azul 
Con ñw compaQero3 de martirologio ministerial, qne empezarán en 
lUvero y acabarán por Uoret, pasaifto sobre Piguerola. Y el conde de 
ReuB pedirá la palabra, qne hasta ahora no le ha negado «I Sr. Ruis 
Zorñlla, se pondrá, de pie, se estirará el chaleco, como hace siempiet 
ain duda por hábito contraído en los dias en que bus chalecos no te- 
nían lastre bastante para confisrrarse rígidos; arreglará luego con an 
mano siniestra el blanco paSuelo que luce siempre en el bolsillo lateral, 
izquierdo, esterior, de au chaqué (detalle elegante que el Sr. Sagaata 
ha adoptado también, como no p^dia menos), meterá con la derecha en 
ia juntura central de sus solapas el colgante lente, paseará sobre el 
concurso la fría mirada que sirve de precursora á su espíritu, y ai el 
pintoresco idioma, medio español, medio catalán, que posee, dirigirá 
una vez más su acento á las OSrtes, al público, á Madrid, ,á EspaSá, 
al mundo entero. 

¿y quién es capaz de negar en principio que, diga lo que diga el 
(feneral Prím, siempre serán de uu alto interés los asuntes que S. E. 
se digne tratar? Es posible que S. E. nada diga respecto á au interven- 
ción en la intríguilla Sigmaringen, que estuvo á punto de reunir las 
Cortes antes de tiempo, j que hoy reúne á prusían is y franceses en un 
mismo suelo; es posible que S. E. nada diga hoy tampoco del candi- 
dato regio que á última hora le hayan mandado del extraigero, por no 
tener todavía ciertos perfiles que le hacen &lta; es posible, ó, mejor 
dicho, es seguro, que nada dirá S. E. de las atribuciones constitucio- 
nales que el regente no ha querido nunca; es pasible que tampoco se 
permita S. E. alusíjn alguna á la crisis ministerial que no quiere pro- 
mover hasta maSana; es posible, en fin, que nada sepamos hoy, por 
boca de 3. E., sobre las bagatelas de que pende en estos momentos la 
política espaSola; psro, ¿quién sabe lo que, fuera de esos temas , ae 
ocurrirá al genio fecundo que labra hoy, pop si solo, la ventura del 
país? 

Y luego, los aplausos que arrancarán sus palabras en algún lado 
de la Cámara, el éxtasis en que Beranger parecerá escucharlo, los 
temblores de la cúpula de (íTístal por donde sus acentos buscarán sali- 
da, el enternecimiento de la mayoría, el llanto aca?o de alguúa dama ' 
prendada ]f¿atónícamei)te del héroe, los ruidosa comentarios del pú~ 



D,g,T,zed.yCOOgIe- 



liüeo, el entrar y salir de los taqiiigfrafog, los inultiles campaDÜlazoi 
iis O. HaDU^ pam poner orden después que ba^ hablado el desorden 
cm persona, alg'uoa .prt^Msicion atrevida j traaceodeot&l de loa repu- 
lilieaDOB, ódeloBesparteriatas, ó éte loa de la tiqíoh; ^uién sabe, rfr> 
petimos, quién sábelos mil y un incidentes «tractiTos, conmovedores, 
eacitantea á que puede dar lug^ar la sesión de hoy? Pu^s di^, y des- 
pués de la aesion oficial, el s^on de conferencias, k mar, como quien 
dice; j maSana Todos Santos; nada, no hay posibilidad de escribir 
boy con pizca de pergreBo. En vano la pluma araíla cuartillas; el co- 
rseon y el pensamiento estin en ob« parte; alli, en el Congreso, entre 
los últimos padres de la patria; allí, donde bsblael oráculo de la inte- 
TToidad; alli, en la fábrica al por mayor de nuestras grandezas y de 
nuestras dicbas. D^ennos, pues, nuestros abonadps ir & la ñmcion, 
qne maSana les daremos cuenta de ella. 



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SESIOB CAPITAL. 



(I .* do NoTiembre.) 

Hay sombreros afortunados, y el del Sr. Paul y AtigTilo, diputado 
coQstítnyeDte, federal y bilioso, ea uno de ellos. iLo que aon las co- 
aas!... Cuamlo bace dos ó tres aflos aporque ese som'brero no puede te- 
ner más fecha] los talleres de Aimable ó de Beyrtts , 6 las profundida- 
des de algún baratillo, proporcionaron al Sr. Paul la actual fiínds de 
su cabeza, ¡qué ag^os estábamos todos , y el Sr. Paul el primero, de 
los altos destinos que la fortuna loca reservaba al cilindro de cartón y 
seda que oye los latidos de las republicanas arterias frontales de su 
Beajria! 

Pero el hombre propone , y el Dios de los sombreros (porque ni el 
mismo Sr. Echegaray nepará desde ayer que, al menos para loa som- 
breros de copa alta, existe un protector dirinu) dispone. El sombrero 
del Sr. I^ul , objeto hasta ayer indiferente para el inss'isible mundo, 
quizás también para Iw deudos y am^os de ese caballero , j acaso 
hasta para el mismo atrabiliario y decidor repubhcano que ha hecho,' 
UevándcJo encasquetado , su carrera política , bus sublevaciones y sus 
deatierros, es desde ayer un objeto histórico, nacional, parlamentario, 
respetable y memorable, por el mero hecho de haber sido, como si di- 
jéramos , el protagonista de la primera sesión de la tercia legislatura 
constituyente. 

¡Qué dia, qué día el de ayer, qné enseñanza, qué sesión y qué som- 
hrero! Eran las tres de la tarde , y, sin embargo , las Cortes estaban 
reunidas. Madrid desde las tribunas, EspaHa en los buzones del correo, 
d mundo entero en el telégrafo, esperaban que la esfinge, es decir, la 
interinidad, hablase. Habian pasado cuatro meses de silencio parla- 
mentario, pwque sí; la revolución, refugiada durante ellos bajo los 
faldones del general Prim , habia al fin ^do de su servil escondite. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



daba al fia señales de vida, removia el fondo de la estancada soberauís 
de setiembre, y se preparaba , pensando piadosamente , ¿ intentar por 
última vez probar aí pais su seriedad y su fecundidad. Pero los espa- 
Boles en general y la revolución en particular no babíau contado con 
la huéspeda, es decir, con el conde de Beus, y el conde de Reua habia 
decidido que las Cortes ae reuniesen sin casi sentirlo ellas mismas, sin 
que pasara nada notable, sin estrépito, sin bullicio, sia solemnidad, 
sin debates, como.8e reúnen, por fórmula y para salvar las apañen- 
ciae, cónyuges que se aborrecen ó se desdeBan cordialmente y aue 
nada tienen que decirse. Y, en efecto, un minuto después de abrirá 
la sesión, bostezaba el presidente, bostezaban los diputados, bosteza- 
ban los espectadores , bostezaban los ministros ; solo el general Prim 
miraba, con la boca cerrada y los ojos dilatados por la satis^cciuD, 
aquel espectáculo, obra y gloria suya, aquel Parlamento, responsable 
del porvenir de España , que hoy dice á su conciencia: j Cómo me hiu 
puesto! . . . 

Necesitábase un decreto d'e la Providencia para que en la sesión de 
ayer ocurriese algo de particular; necesitábase uno de esos sucesos que 
brotan del negro fondo de lo inesperado , que cambian la faz de los 
países ó de las sesiones , que arrancan & la humanidad el grito cruel 
de la sorpresa, ó el tributo de risa de lo cómico, para que todos cuan- 
tos ayer asistíamos á la gran escena de la EspaSa con honra no turié- 
semos derecho á pedir , como suele decirse , que ae nos devolviera e' 
dinero, y á verter el llanto de los chasqueados sobre la inesperada . 
tumba de nuestra curiosidad. 

Y hé aquí que entonces surge el. incidente del Sr. Paul. El seüor 
Paul había presentado á la mesa dos proposiciones: una suya , pidien- 
do que estas Cortes, que S. S. cree ilegales , cometan el supremo acio 
legal de abdicar sus poderes, sometiéndolos á una nueva sanción de loa 
colegios electorales; y otra proposición del Sr. ^üler, pidiendo la apli- 
cación del reglamento de la Cámara, en su integridad; es decir, pi- 
diendo que los diputados puedan interpelar al gobierno , no cada ocho 
dias , como la libertad y la revolución han establecido , sLao diaria^ 
mente, como pasaba , por ejemplo , en los diaa parlamentarios de 1» 
reaccionaria unión liberal. Pues bien ; el presidente, cuando llegó el 
instante de que sus autores las apoyasen , dio la prioridad á la propo- 
sición del Sr. Soler. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Y aqui fité Tro^. El Sr. Paul ae enardece, protesta, se a^ts, re- ' 
cuerda & la presidencia, con toda la estenaion anti-melódica de su voz 
de &lsete, el orden de poajcion, por decirlo asi, con que le entregó los 
papelea; asegura bajo la fé de su palabra que el suyo estaba encima, 
que era y debía ser éi primero para los e&ctos de la discusión , y evoca 
ea su &Tor los manes de los republicanos despacEíados por el general 
Prím. El prlbidente invoca por su parte el reglamento, contesta con 
p»derosoB graves gritos & los gritos agudos del federal resentido, se 
enardece á sn vez, y hay xm momento en que, al ver al Sr. Ruíe Zor- 
rilla próximo i no reprinrir la bilis que han depositado en sus entrañas 
los puntos negros de la situación, llegamos á temer que el Sr. Paul 
y Ángulo estuvie^ destinado ¿ morir de un campaníllazo. 

Por fortuna", en- este momento la inspiración desciende á la frente 
Jel Sr. Paul; el Sr. Paul, para probar al ¡wesidente que no le ha con- 
vencido, deja su asiento, baja las alfombradas escaleras, cruza el he- 
miciclo y ae permite ponerse el sombrero cuando todavía estaba, por 
decirlo así. bajo la jurisdicción de la tribuna. ¡Pavoroso instante! La 
mayoría lo ve, y la mayoría, esa mayoría en que nadie cree ordina- 
riamente, exhala un rugido de leona herida, y hace volver al Sr. Paul, 
ya con el sombrero quitado, á su asiento. «¡Por qué te lo pusiste!!!» 
exclama un centenar de voces horripilantes. «Pero ¿qué importa, 
señores, im metro más ó un metro menos cerca de la puerta, para po- 
nerse él sombrero?...» pregunta el Sr. Paul. Y la pregunta hace efec- 
to. El mar se calma. Verdaderamente, la observación no tiene réplica. 
Y el Sr. Paul, con el orgullo del triunfo, vuelve á dejar su asiento, 
vuelve ¿ bajar las escaleras que subió un dia con gran sorpresa suya, 
vuelve á cruzar el hemiciclo', y vuelve... ¿A qué dirán Vds.-? ¿A po- 
nerse él sombrero? ¡Quíá! Por el contrario, ¿ levantarlo con enfttico 
sarcasmo en la punta del rígido estirado brazo, como quien dice: «Aquí 
va esto,» y á. salir con paso de procesión, con sonrisa diabólica y entre 
la irremediable carcajada universal, del salón, que recordaba en aquel 
instante cierto establecimiento dirigido por Arderíus. 

Y entonces, ya no fué un rugido, ya fué un trueno, preílado de ra- 
yos y centellas, lo que la mitológica mayoría dio de si. ¡Quémotnento! 
¡qué conSicto, qué cólera colectiva, qué manos amenazantes, qu¿ bo- 
cas contraidas por la d-isespjracion, qué actitudes; en un palabra, qué 
sobreescitacion! Con decir que el mismo general Prím no podía calmar- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



la coB 9a babitiud aomüa, eat¿ dicho todo. Aüirtimadfimente, el seffor 
Buil Zorrilla estuvo también en aquel mommito & la ^tura de las cir- 
cunstaaeias , j proiaetió á la Cámara que tomeüataineQte despnea de 
Ift señoD pública se reuniría en sesión secreta. Y , en efecto , la aaaion 
secreta tuvo lugar; y á no ser porque en día d Sr. Paiü y Angrdo 
dio cuantas esplicaciones j satis&ccioDes debía , Dios sabe lo que hu- 
biera paaado. * 

Pero de todos motb», no pued&negarse que el sombrero del 8r. Paul 
hizo un gran papel; por él tuvo aquella sesión pnmera su primer es- 
cándalo , 7 la tradídon constituyente no se rompió ; por él diá la ma- 
yoría seSales de una vitalidad exuberante y con^novedora; por él se 
llevaron las manos á la cabeza algunas personas túnoratas , de esas 
que creen que este es un país perdido ; por é\, en ,Ún , pasó ayer alg^o 
en la representación oacÍDnal. ¡A.h! Cuando el Sr. Paul vea llegar d 
día , que deseanios esté muy distante , en que le sea forzoso ir i dar 
cuenta & Dios del wnpleo que ha hecho en la vida de su republicanis- 
mo , sus herederos redbirin con piadoso recogimiento , y bajo el fanal 
.en que desde ayer d«;be guardarse, d sombrero dd diputado de 1810, 
símbolo, trofeo y recuerdo^le uno de los más gráficos actos de la revo- 
luoion-Prim. Y nosotros pedimos desde ahora al país que el sombrero 
del Sr. Paul pase á un Museo nacional. Con meaos motivo está en el 
Louvre d de Napoleón I . 



D,gH,zed.yGOOgIe 



A Unt. IHA&TIN. 



(COPIA. VEÍiOSfMIL DE UNA CARTA PROBABLE.) 



(4 de Noviembre.) 

Madbid, jueves, antes de comer. 
Mi obediente amig:»: Estoy loco de satisfacción; estoy que no que- 

•^ eñ el pellejo; etrtoy por declararme ud grande hombre; eatoj por 
ñdororme á mi mismo; eetoy por echar & Fig^uerola; estoy por hacer 
Doalquier atrocidad. Me tiembla el pulso de amor propio;, le pegwia 
fasgo & asa mina que hiciese afiicos la tierra, si supiera que no me 
tooal>ann cascajo. No sé cómo voy á escribirle á Vd. mié órdenes da 
boy; tengo más gana - de baQar un can-can que de concentrar mík 
ideas; pero es preciso: el negocio lo exige. OigaVd,, pues, es decir, 
lea Vd., pues, C-ntodala seriedad que le sea posible, esta carta, y si- 
ga e por i mis instrucciones, ó lo parto á Vd. de una cesantía. Ya sabe 
vsted quito soy; pero bo hay que alarmarse; estoy contento de ti, chi- 
co; me estás sirviendo bien; no temas. Vamos al grano. 

Vengo del Congreso; la concurrencia era inmensa, como úeoipre que 
1« preparo un camelo. Me miraban todos, todos, basta Contreras. (Y 
qué mozas en las tribunas!* Solté la sin hueso, es decir, solté el toro, 
anuncié é, S, M. en puerta. ¡Qué sensación! No he visl» süencio igual; 
estuve por decir, como Arjona en una comedia: «aplaudid, bárba- 

-lK)s...)>--IH mis razones, es decir, declaré rotundamente que al fin lúe 
habla parecido bien dar un rey á mis conciudadanos, y conocí que tod6 
el. mundo reconocía mi derecho. Para algo se me ha dejado maniobrar 
á mis anchas desde hace doS aSos. Había, sin embargo, ^algunos sém- 
Uantes que me miraban con cierta desconfiansa, con cierta soma, eon 



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1S6 
óerts insolencifi; Ic dije á Rivero que mandase [>FeDderá aquellos biu- 
lonee; pero me contestó que eran penonajes pintados; los diputados, 
de las Cortes de Cádiz j los oyentes de doila Maris de Molina; histo- 
ria pura. 

Ca8te!arete me contestó, j dicea que lo hizo bien. Se me quiso ir á 
fondo;- es un inocente. Pero me cargan esos republicanilloe, y tengo 
comezón de confiarlos de nuevo á mis batallones. Le contestó Moret; 
jah, mi Moret! ¿No sabe Vd? £a tan cimbrio como jo, y entieode el 
italianp; decididamente, no me desprendo de él. Lu^j^o Ruiz Zoirills 
soltó la muí y señaló la orden del dia para dentro de una docena de 
soles. Pero entonces pidió Rioa Rosas la palabra. Me carga ese hombre. 
Me voy figurando que no me teme, sin perjuicio de conocenne. HaUú, 
pues, ese eterno cascarrabias, á quien yo no sé por qué estimaba tanto 
O'Donnell; ese disidente perpetuo, capaz de hacerse la oposición á si 
mismo, si viese á su persona cometer involuntaritan,ente una inconve- 
niencia. Y aqui entra 1 1 gordo, lo que es menester que sepa Vd. con sii9 
' pelDs y seOales: Rios pidió que se suspendiese seilalar el dia de la vota-, 
cion regia hasta que se discutan las negociaciones. ¿Comprende Vd.t 
Sagftsta se creyó perdido; porque nuestro plan ¿ este respecto es tan 
hábil como sencillo. Hemos mandado á Castro casi todos los papeles iA 
asunto, después de haber convenido en que no se permitirá hablar so- 
bre ellos. De este modo, se salvan las apariencias; papeles presentados 
y no comentados, son perfectos papeles mojados. Disimú'ame, hijo, el 
consonante; pero hoy me siento hasta capaz de hacer versos. 

Vuelvo á Ríos. Sus breves palabras tenían más intención que un 
toro de Gaviria. Con ellas quiso apelar al país — ¡al pais! ¿has oido ha- 
blar, mi buen Martinejo, del país? — apeló, digo, al país de que traiga- 
mos un rey indiscutido, un rey-sorpresa, un rey, como quien dice, ha- 
llado á la vuelta de una esquina y colado en casa de rondón. Y nos 
dijo (¡como si no lo supiéramos!) que eso no era regular; que todos los 
candidatos de las monarquías nuevas se han discutido; que eso se ha 
hecho en Bélgica, en Qrecia, en los Principados danubianos y en yo do 
sé cuántas partes más; y nos dijo también — ¡pobre hombre! — que. 
basta el infante de Antequera fué discutido en Caspe. SDbre esto me 
he enterado por Beranger, á quien se lo ha dicho un ainigo; y es ver- 
dad. U» emi^rios, ó compromisarios, ó representantes de los tres rei- 
nos de la corona de Aragón parece que, en efecto, discutieron el rey. 



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Peto ¡señor! ^viene ¿ cuento la 'Eáaá Medú en este ocasión? ¿Se trate 
del compromiso de Caape, ó del compromiso de Frím? ¿i^'a; aqui ua 
San Vicente Feírer de por medií, á est& pura y simplemente mi real 
gana? — Ruiz Zorrilla tomó en serio el ataque de D. Antonio, porque, 
s^un me dijo luego, la cosa es grave (¡este hombre no me sirvel), y 
pusoá votación su proposici(Hi verbal. ¡Oh venganza! ¡manjar de dio- 
ses y de catalanes! Ciento y uno, contra cíncueute y pico, -dieron á 
Ríos Rosas sa merecido. Pero lo grande es que la mayor parte de los 
unionistas no votaron... entiende Vd. la malva, mi buen Martin, y 
me admira Vd.?... 

U^o á lo principal: abra Vd. cada ojo como una teza. Ea preciso 
¿estamos? absolutuiwnte preciso que aM no se sepa una palabra de 
verdad sobre lo que ha significado el exabrupto de este intrateble Ktos 
Rosas, que Dios confunda. Póngase Vd. el uniforme ; lléuesB los bolsi- 
llos de argumentos (sin miseria , que aqui estoy yo] ; visite uno por 
uno á todos esos Cavoures de p^a, átodos esos gobernantes de orga- 
nillo, ¿ todos esos héroes de Mentena y de Roma, y convénzales de que 
lo de ayer no ha sido nada; al que se resiste, ya sabe Vd. mi sistema: 
pftlo seco. ¡Ahí Martin raio ; ¿se nos descompondrá la jugada? Si esos 
seSorea creen que hemos hecho mal en no querer decir al país lo que 
hemos estipulado, discutido, convenido previamente; si esos seQores se 
me vuelven atrás, por la estúpida raeon de que no quieren tra^ al du- 
que, como quien dice, ¿ cencerros tepadoa, ¿qué va á ser de nosotros, 
y sobre todo, qué va á ser de mí? ¿Querrá Vd, creer que hasta el re- 
gente me parece ya escamado? Yo creo que empieza á comprender la 
necesidad de mis ofertas sobre las facultedes. ¡Facultades! Que se las 
pida á Dios, si no tiene bastentes. 

Urge, pues, Martinillo, hijo mió, que eches el resto en este oca- 
sión; te lo digo con rubor, porque me empequeñece; pero la verdad es 
que todo depende de tí. Haz tú á esas buenas gentes la histeria de la 
sesión de ayer, á nuestra manera, y que no resulte de ella la menor 
sospecha de fíasco, de peligro, de animadversión, de tracamandana. 
Incúlcales la convicción de que aqui mando yo, y en jefe, y sin rival, 
y como quiero. Después de todo, ¿no es esto verdad? Si aquí hubiera 
país, en la acepción seria de la palabra, ¿blandiría yo el mango de \% 
sartén? Y si lo que hay es un pais digno de mi, ¿por qué se queja? Que 
tengan paciencia, y me su&sn. Y á propósito de este, quiero euminis^ ' 



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tntr á Vd. QQ argumenl», por 3Í le hace falta. Una de las otfiírFeacÍBS 
«tne tnre ajer taé el declarar que seré ministFo coa el rey, ^ modo y 
ni4Q«ra coa que feTigo siéndolo con D. PraacÍBce. Bstirvs , 1» confieso, 
demasiado fraDCo; pero ¿qué quiere Vá.t Se me escapó. Sa eesa qnc 
me iríita la sangre cuando me dicen que me vaya. Pues bueno ; el re- 
sultado es que dije eso , 7 ni un terremoto , ni un catacüaiBo, ni m 
tríate eillHdo me contestó; y á estas liorag lo sabe Espaüa entera, j ya 
vivo, y no vivo mal, ¿Qué mgor prueba de lo que somos elía y yo? 
Cuente Vd., cuente Vd. esto Cuando trate de haaer oOHiprender lo qoe 
aquí valgo. . 

Llaman k la puerta de mi despacho. ¿Será, Izquierdo? Me estre- 
mezco sin querer. PerD, nn; es que me svísaq que la sopa está en U 
mesa. ¡Cuánto siento, Martinico, que no nos- actHapaüeVd. á comer hoy! 
Tenemos patos & disereoion. Uilans me los ha mandad >; cada dia caá 
mejor este picaronazo.— -Conque, para cancliiir: ya sabe Vd. , mucho 
ojo , es decir , mucho cuidado con la sesión de ayer , y evitar ¿ todo 
trance que inspire ahí decisiones de di^dad que nos featidiarian. Por 
lo demás, dentro de doce días se ultimará el negocio, y después, des- 
pués yo daré euenta de todos estos parlanchines. — ^Adios, mi fiel Mar- 
tin, teng;o g'anas de que se venga Vd, con la eomitiv», para que viüte 
usted el cortijo de mi buen amigo el doctor Simui. Es prenda de rey: 
aeri mvetiro. Adiós, adiós; corre un apetito insigne. De Vd. , mientras 
me sirva, 

• Juan. 



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PARA LA HISTORIA 



(17 ée Noviflubra.) 

■ QmsiérBinoa que «1 eetil© periodistioo pemíitiese laBitiTocaciones de 
1* epopeya, esas peticionea previas que los cantores de los grandes he- 
-«(kosjButien hacer al dios, al genio, ail auxiliar sobrenatural que mÁs 
felta lea hace, para- qne les aoorra, ihimine y sostenga en su empresa; 
-qniatéramos poseer en estos instantes un idioma superior á cuanto ha 
inventado la humanidad pdiglots, y desde luego nmchomásríco.dul- 
ce ymadejahle que el castellano aotaal;qi»8Íéran)os^e,alméno8porel 
rato en que escribimos este articulfgo,- la divinidad del dia , la divini- 
dad de moda, la divinidad de las trasformacioneSjladivinidadqae aca- 
ba de poner, por ejemplo, al e^arterismi y & la j&ven anión liberal de 
modo que no los conoce la madre que los parid, trasfermase nuestra 
humilde pluma unionista, montpen^erista y contum&E,an la inspira- 
da péñola, mojada en vaiA hiblea, de un escritor capaz de trasmitír i 
la 3>09terídad la fiel im&gen, el recuerdo exacto y veridieo del dia 10 
de noviembre de 1870, del gran dia de Prim, que diri'la historia. 

íQué dia, qué recuerdo, qué conde Beua, y qué dolor él nuestro al 
no poder historiarlos con los altos dones intelecti^les que merecm! In- 
tentémoslo, sin «nhargo; y ya que no otra cosa, ofrezcamos en nues- 
tros cdlumnss, siquiera sea k breves y grandes rasgos, las noticias fun- 
damentales de que necesitará algún futuro rebuscador de papeles vie- 
jos, cuando, ú hojear la amarillenta colección de nuestros números, 
se diga: «Vamos i ver, 6 vamos á oir de boca de un testigo presencial 
de aquél célebre dia, cómo nació la monarquía italiano-espaüola de 
manos de su seBor psdre el amigo del doctor Simón.» 

Sepa, pues, ri porvenir que ayer, ante todo, era miéroolefi, dia cén- 
trico de la semana, como es sabido; y que Madrid, centro de EspaSa 



D,gH,zed.yGOOgIe 



descubierto por Felipe n, apareció desde por la mafisna fiíera de au 
centro. Los hombres en las calles, las mujeres en las casas, la instnic-' 
cion pública en suspenso, ea decir, las escuelas cerradas , las tíeudas 
con aolo una hoja de la puerta abierta, no por nada, sino por si acaso; 
los agentes de orden público como los dedos de las manos por todas 
partes, el cielo, es decir, la atmósfera, fluctuando entre las nubes de 
BU mal humor ;el azul eterno de su sonrisa; el comercio, la Bolsa, laa 
transacciones, atrofiadas de felicidad, j el telég:rafo más listo queCar- 
dona para trasmitir á la Península y al mundo entero lo que resaltara. 
Añ&dase á esto un campamento de artillería y caballeria improYisado 
bajo las tapias de la plaza de toros, algunos batallones vivaqueando 
en tal cual otro edificio al palacio nacional cercano, la &mosa Oarrera 
de San Cterónimo, moderno mentidero, atestada de pardas capas que, 
por lo general, remataban éa semblantes de mal agüero, lasantonds^ 
des militares de Madrid engolfiulasen el azul capote de campaGa, y se 
tendrá una idea del aspecto, entre pastoril y belicoso, que el buen Ma- 
drid presentó duraiite el último sol, de derecho, de la interinidad. 

Como se esp^ba, y como no podía menos, hubo aesÍDn de Cortes. 
Empezó á las dos y cuarto. El digno presidente soberano subió & su ú- 
tiai, radiante, por decirlo asi, déla tranquila y cívica ale^ria que á 
deber reclamaba. La tribuna pública, abandonada por completo ála 
espontánea presencia de todas las clases, sin distinción de polizontes ni 
de ciudadanos. La de sefioras, conteniendo verdaderamente el cogollo 
de la hermosura radical, que se cuida mucho más del fondo que de la 
forma, del palmito que del vestido, porque el radicalismo aborrece, y 
con razón, á las buenas modist&s. Las tribunas de orden, en orden 
perfecto bajo la égida de una triste docena de porteros á lo sumo. T, par 
último, loe diputados, es decir, la mayoría, tal como hasta la noche 
anterior se había estado reorganizando, tal como puede decirse, en 
sentido figurado, que había salido, caliente y viva como pastel recien 
hecho, de las grandes manos culinarias de su confeccionador, irradia- 
ba también un contento tan puro, tan inofensivo, tan democrático de 
fbndo y de forma, y tan monárquico y tan patriótico al mismo tiempo, 
que era migozo verla. Y no digamos nada del banco azul. Desde el 
rincón estremo de su derecha punta, donde se sitaba el marqués de 
los Castillejos con la doble palidez de su color habitual y de su emo- 
ción accidental, haata su punta izquierda, donde se sentaba con el 



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irresiatíble Moret la eocamacioa de la paternidad juvenil y del italia- 
nifimo estétioo, toáoslos ministros del regente que se acaba, todos, 
hasta el inapreciable Berang«r, resplandecían con el g^ozo público, epn 
el gozo de cajón, con aqud gozo que todavía nos dura ¿ todos, y que, 
s^on las acertadas disposiciones del ministro de lo Interior ,debía in- 
undar ala misma hora loa cuarenta y nueve provincias espaSoIas 

Naturalmente, aquella era, aquella debia ser, y aquella filó una 
ja«dispo3icion al r^odeo honesto y cívico, cjutagiosa. Y las oposicio- 
nes, las más intransigentes entidades de las oposiciones se sintieron 
por ella invadidas desde luego, y bajo los ausfacios de aquella tierna 
alegría española dieron comienzo á la sesión regia con una eéñe de 
preguntas y de incidencias & cual más originales y retozonas. Ya se 
alzaba una voz & pr^imtar sencillamente si en vista del ejército que, 
puesto en pie de guerra, rodeaba al indefendido Congreso, podian creer 
los señores diputados en la integridad de su pellejo durante el grande 
acto que alh los llamaba. Y á esta malévola prevención contestaba el 
digno presidente asegurando bajo su palabra que él no había visto sv 
mejaotes alardes militares, y apoyando su afirmación con un golpe de 
pu3o sobre el pupitre, que rompía graciosamente entre sus dedos la 
srdeaadora campanilla. 

Ya era otra voz epigramática que, con referencia & algunos igua- 
litarios de Medinacelí, protestaba amistosamente contra la elección del 
ciudadano Amadeo. Y á esto contestaba, y con razoq, el enérgico se- 
Sor BuLZ Zorrilla deshaciendo bajo su metacarpo otra esquila argentí- 
fera. Y^ era otra inoportuna curiosidad la que demandaba si el futuro 
rey podrá prestar su juramento en el idioma del pueblo para quieu lo 
Uamael general Prim: ¡como si, habiendo intérpretes, tuviera esto 
importancia alguna! Ya era, en fin, una exaspetaciou ultramontana la 
que pretendía hablar de no sabemos qué excomuniones pontiScías. Y 
á esto contestaba el dignísimo presidente declarándose, y declarando al 
país en general, ¿ prueba de excomuniones, y dirigiendo á la Cámara 
la más liberal de sus sonrisas en demanda de una hilaridad aquiescen- 
te que al instante as le otorgaba. Resultado: que bajo los auspicios de 
^ta gran disposición benévola y alborozante de los espíritus, se abrió 
por fin la urna r^a, y que, bajo las inviaible^ latentes a\&s de aquel 
profundo, irresistible buen humor, cayeron en su seno las 31 1 papele- 
tas de la votación. 



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De la TotacHMi «1 esoratmio do había más que un pSBO. {£1 esoro- 
tinie vial» ea aegmÓA, y ae Íóbo en segnida coa el misino orden, con la 
mirona g-lacial p3ro sattafocíui pnideDcia que imperaba en actores y es- 
pectadores, y oon ou aUencio que afenae «ra ictemimpiíio de TOzen 
cuando por la insigiiifioante iaterjeeioQ de asombro qtte arraaaaban al 
público ciertt» ncaabres anidos al de ciertos candidatoB, j ^or el ras> 
guear de las {dumas que llevaban oficiosamente cuenta del resoltado. 
Y en esta oeapacioo 33 distinguí iroa autublemente algunos periodistas 
de la tribuna de Is preaaa y del banco azul. Si oo recordamos Hial, el 
Sr. Kcbegaray, á pesu-desus matemáticas y Uxlu, Uevó por escritola 
r^rida cuenta desde su asiento. ¡Admirable llaneza! 

Ocioso es, por lo demás, decir que bubo votos notabilísimos que 
merecieron los hcHiores impremeditados é irretnediabies. del asombro 
público. aVoto para rey al duque de Aoata , leía un secretario cod 
Toz poderosa, aunque con cierta dificultad bija del poco hábito; y afia- 
dia: Pascual Madoz.» Y la excta:nacion pública conmovía el techa. 
«yotD para rey al duque de Aosta: Bafael Izquierdo.:» Y habia corazo- 
nes que se encc^iao de enternedmiento. «Voto para rey al duque de 
Montpen^er: Juan Baal^ta Topete.» Y la dignidad humana parecía 
sacar su cara en la cara de todoa. «Voto para rey al duque de Aosta: 
Coronel y Ortáz.» Y se conocía que había pasado algo inmenso. «Voto 
para rey al duque de Aoata ¡ Cipriano Montesinos , futuro duque de la 
Victoria » Y el dolor de un par «tesco sin entraüas se dernamaba eléc- 
tricamente por los circunstantes. «Voto para rey al duque de Aosta: 
Luis Alcalá Za ñora, presbítero progresista.A Y est: voto, qué.ñié el 
primero del escrutinio, pareció el más natural del 'mundo. «Voto para 
rey á D. Antonio de Orieaas: Manuel Cantero.» «Voto para rey A don 
Antonio de Orleans: Cirilo Atvarez.» «Voto para rey á D. Antonio de 
Orleans: Femando Fernandez de Córdova.» «Voto para rey é. D. An- 
tonio de Orleans : Francisco Barca.» Y esta papeleta, que fué la última 
que se leyó, hizo en el auditorio, como las tres anteriores, el efecto de 
una honrada esperanza &7orable á la consecuencia human i en gene- 
ral y á la raza española en particular. 

Por fin, tras el escrutinio Uegó el gran momento , el solemnísimo, 
anhelado instante. Él presidente declíü^ elegí lo rey de los espaiíeles 
al señor principe Amadeo Fernando María de Saboy^, natural de Ita- 
lia, por 191 votos. — La cúpula moral de la revolución, cerrada y com- 



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pkita.; los g^os maléficos de la ínterioidad, laneados á latigasos del 
asno de la ^speúlR con honra; Prim y Ptafe , el múmo Prim y Prate, 
sparecifindo en el borizonte de la noera monarqnía ea toda la apoteo- 
siede sus naturales, inaígneB conclici(Miea inamovibles; las Constitu- 
yentes de 1869 enfamando el <(rftnipan fitas» que tanto ellas desean y 
que tanto desea con e^la» el pais ; Olózaga , el g^ran Olózagu , en apti-r 
tad de decir como el héroe delrefraa: «tio, ya nolieffldo;»ítfartoa, el 
decididamente importante Uarto9, tAn isiaistro como el que más ; UQ 
raudal inagotable de riqueza, de grandes cruces, de orden público, de 
bimnos de Riego, de em{ffégtitos, ds palacios, de venturas iotífables, 
cayendo por toda tma etertúdad sobre el corazón dsl pueblo de aetiem- 
hre; tal fiíé el cuadro mental que la prodaciacion del nuevo rey de Ea- 
paHa trajo á todos le» estñritus con la palabra iniipirada, fogosa y pa- 
tricia del gran puritano preádenaal. 

Acto seguido se procedió al nombramirato de la comiaion qu« ba 
de llevar el acta de elección á S. U. Era, uaturalraente, lo que m&s 
urgía. ¡Qué felices loe diputados que á esa comisión pertenecen! La li~ 
bre Italia, la vieja, benaosa madre del arte, no loe recibirá como á. 
nosotros nos recibió un dia^ baci'^ndonos dejar en sus hoteles y en el 
boiaillo de sus áceroni ahorma nunca l»en llorad s, aino que enviarA. 
á sus playas para recibirlos todo él espíritu y el peraosal todo de una 
hs^talidad gratuita, delicbsoí, fioridayremuneradiMra. — ¡A.b! aéanos 
permitido confesar en esX-i instante que hay envidias legítimas, y una 
de ellas es la que nos inspiran esos diputados, no porque tienen el dere- 
cho de ir en nombre de España, y viaje pagado, á la mismísima Flo- 
rencia, y porque tendrán, los primeros entre los espinóles que tanto 
lo ansiamos, ocasión de saludar respetuosamente al rey en que hace 
un mes ninguno, absolutamente ninguno de_posotros, se táinaba el 
trabajo de pensar, sino porque así tendríamos quizá ocasión de decirle 
algunas de las provechosas verdades que le conviene saber y que en 
otro lugar apuntamos. 

Por último, y hecha la designación de los soberanos viajeros, el 
Sr. Ruiz Zorrilla, cumpliendo, no solo con la costumbre, sino con lo 
que exigua aquel íntimo, indescriptible y decidor contento en que el 
Congreso, Madrid y Espaita se hallaban empapaos, se puso ¿ hacer , 
un discurso. Discurso superior, y es cuanto hay que decir, á todos los 
suyos, y, sobre todo, tan oportuno que empezó por hacer lo que hasta 



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aquí no se habia hecho, es decir, á hablar del duque de Aoata, á día- 
cutir, como quiso hacerlo cuando, sin duda, no era ocasión, el Sr. Rios 
Rosas. Habló el presidente, con este motivo, de todo; del mal estado 
de su salud, de Hungría, de Bélgica, de Inglaterra, de su partido, y 
concluyó haciendo uso de un argumento irresistiblemente gracioso, 
persuasivo, admirable. Concluyó el Sr. Ruiz Zorrilla escitando & los 
republicanos á vivir vida pacifica y legal dentro de la nueva monarquía, 
para que de este modo puedan nuestros hijos ó nuestros nietos retdizar 
el ideal del repubücaniBmo. No sabemos si el telégrafo habrá llevado 
á estas horas al palacio Pítti el extracto de la peroración del Sr. Ruiz 
Zorrilla, ni el efecto que habrá causado en quien corresponde esa con- 
formidad astuta y conciliadora del Sr. Ruiz Zorrilla con do dar á la 
nueva monarquía más duración que la de una ó dos generaciones. 
Pero, de todos modos, el chiste es inimitable, y con él puede decirae 
que concluyó la sesión. — Eran las nueve de la noche; el albor de la 
monarquía (frafie también del Sr. Ruiz Zorrilla) no se estendia más 
allá de los salones del Congreso. El cielo estaba insensiblemente oscuro, 
como cuando no habia rey, como si el Sr. Ruiz Zorrilla no hubiese 
hablado. Los delegados del pueblo sé fueron á comer. No hubo C3D- 
currencia alguna en los teatros, que fué preciso cerrar, y mucha en la 
tertulia del marqués de los Castillejos. Hasta se dice que algunos libe- 
rales no durmieron por estudiar su primera lección de italiano. Pero de 
«^te detalle no respondemos ante la historia. 



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ALA SEHORA DUQUESA DE AOSTA. 



. (l9deNoTi«mbre.) 

SeBorá: un periódico de Madrid, del que es &cil que V. A., con 
^el natural ihterés que las cosas de BspaBa le habrAn desde liaee días 
inspirado, haya oido hablar, y del que de segruro oirá V. A. hablar 
mucho en el caso posible de que realice su venida entre nosotros; un 
periódico del que hablan ya, con ig^ual doloroso asombro los cimbríos 
gobernantes y hasta las piedras de nuestro pais, se permitió ayer di- 
rigir su voz al augrusto eaposo.de V. A., y dedicarle una lección de 
historia contemporánea y de cartilla constitucional. Es la primera in- 
conyeniencia que desde la elección en Cortes de vuestro real consorte 
para monarca de ambas Cartillas, verifícada treinta horas antes , co- 
mete respecto al señor duque esa publicación, porque el dar cierta es- 
pecie de importantes consejos á quien no los pide parece implicar el 
convencimiento de su necesidad; pero la buena intención y el deseo, 
siquiera sea injustificado, de hacerse notar é, tiempo, son siempre dis- 
culpables eñ la humanidad y en loá diarios, y á nosotros no nos cabe 
- duda de qué el principe acorra la disertación primera del Mentor 
que espontáneaimente se le ofrece, con la cristiana , heroica paciencia 
de que tan constante uso le habrán de imponer los que le traen. Per- 
mita, pues, V. A. que, sin seguir, más que hasta cierto punto el 
ejemplo, nosotros, que nos cortaríamos esta mano derecha que oa es- 
cribe antee de pensar siquiera en formular un solo pensamiento que 
pudiera ser desagradable é la ilustre dama, á la mujer, á la princesa, 
pretendamos, sin embargo,, hall&r también benévola acogida y tole- 
rante disculpa en vuestra cousiderEkcion para con las breves, respetuo- 
sas indicaciones que deseamos dirigiros. Hoy todavía es tiempo de que 
podamos hacerlo; hoy es aun ocasión de que la esposa del rey electo 



-,yCOOgIC 



de los espaüoles nos oig:a. Ma&ana, cuando seáis la reina consorte, es- 
peramos que nuestro principa! deber sea el de estimaros. 

El general Prim, señora duquesa, al ser el primer espa3ol , y du- 
rante muchos dias el único, que pensó en hacer ocupar á vuestro es- 
3M>80 el trono que han ocupado tantos grandes reyes espaüoles , no ha 
deparado sola é inconscientemente al duque de Aosta una de esas altas 
y dificilísinias misiones que el genio, el talento y la grandeza de cora- 
zón reunidos han hastado apenas é. cumplir en las más célebres enti- 
dades históricas de la monarquía. Sin saberlo también, porque el con- 
de de Reus es poocí filósofo, como V. A. puede que tenga ocasión de 
conocer, el hombre que por un azar, todavía nóesplicado, déla instable 
fortuna, ha tenido posibilidad de esc(^r á su gusto el candidato re- 
gio de diez y ocho millones de ciudadanos, depara no menos á la res- 
petable, egregia compaCerade nuestro rey futuro una misión impor- 
tantisima, delicadisima, dadas las condiciones especiales, innatas é 
inseparables de nuestra nacionaUdad. 

Si, por desgracia, señora, está ya remoto el tiempo en que la vieja 
Europa se hallaba obligada á reconocer que EspaQa era el pais de los 
grandes hombres; si de aquella EspaSa, asombro de Roma, fundado- 
ra, con su monarquía goda, de laEuropa cristiana, emporio luego de 
la cultora árabe, salvadora más tarde, con su reconquista, de la civi- 
lización evangélica, precursora después, con los fueros populares de 
sus primitivos Estados, de la moderna libertad política, madre de 
América, triunfadora de Asia y África, corazón de una monarquía 
bajo cuyo manto real se cobijó el mundo; si aun de la grande España 
de la decadencia, de la España de Bocroy, de Trafalgar y de Bailen, 
poco ó nada pu^e decirse que resta eu la España que ofrece al estran- 
jero' el solio de la primera Isabel, hay, no obstante, una condición en 
nuestra raza, un elemento de nuestra vida social, un secreto de nues- 
tras grandes iniciativas y de nuestras memorables empresas htuna- 
nitarias, que todavía vive y se conserva en nuestro seno con toda la 
bienhechora pureza«de sus cualidades tradicionales: la mujer. 

La mujer, señora duquesa, que fíié, como sabéis, en la Italia clá- 
sica de la libertad, tan constante y tan grande actor épico, no ha de- 
jado de serlo nunca en Esp^a. La mujer ha sido siempre ¿ nuestra 
patria lo que el corazón al cuerpo.En las heroínas de Numancia, en 
las inspüadoras de los Becaredoa, enlas altivas castellanas d6 la Edad 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Media, en las damas que sirvieron de Musas & Calderón ; ¿ Lope, en 
Iss inolvidables patriotas de nuestras Zaragozas y Geronas, en.las ar^ 
dorosas y generosisiiDas hermanas de caridad de nuestra última guer- 
ra de África, en todas las mamfestacioties de nuestra existencia nacio- 
nal de ayer y de hoy, ha brillado siempre como un astro de hermosos " 
j fecundos resplandores la mujer espaSola. Y hoy mismo, nosotros, 
loB espíritus algo enervados todavib por la asfixia de un despotismo 
contra el cual luchamos desde hace medio siglo; nosotros, el pais de loe 
pronuDciamientos, de lospartidos, de la Étlta de instrucción pública, de 
la escasa agricultura, de la industria naciente, del presupuesto sin ni- 
velar y de las corridas de toros; nosotros guardamos en el fondo de 
nuestros hogares, con nuestras esposas y nuestras hijas, la sola com- 
pensación que nos queda de cuanto fuimos y poseímos, losmismosge- 
nerosos seres, indegenerados, entusiastas, piadosos, vehementes, con 
l&temiura por razón de ser y el españolismo por culto supremo, que 
poseyeron nuestros antepasados de horca y cuchillo, nueatros tatara- 
buelos de capa y espada, nueati-os bisabuelos enciclopedistas, nuestros 
abuelos absolutistas, nuestros padres independientes. 

.\si, pues, sriioraduquesa , la parte que ha ofrecido &n su irrefle- 
xión autocrática el general Prima V. A., al determinar el grave hecho, 
ya consumado , de la regia elección de vuestro esposo , es nada menos 
^ne la je&tura moral de esa España femenil que la mirada del mundo 
íé en segundo término entre nosotros , pero que nosotros sabemos y 
sentimos que forma hoy, como ha formado siempre, la médula de nues- 
tros afectos, la dirección de nuestras inclinaciones , el impulso y fun- 
damento de todo lo bueno , lo levantado , lo noble y lo valeroso que ha 
quedado siempre en el fondo de esta hidalga tierra. Si vuestro esposo , 
después de pesar en su ánimo la naturaleza, la calidad y la signiGca- 
don de las causas y de las voluntades que le han hecho rey ; después 
de obtener el asentimiento de la representación nacional de la libre Ita- 
lia, cuyos intereses dinásticos no sabemos hasta qué punto se opondrán 
& la pérdida del hijo segundo de Víctor Manuel ; ai el duque de Aosta 
« decide á intentar personalmente la empresa magna de su aceptación 
práctica por un pueblo que en el primer instante le ofrecerá todas las 
tristezas y las contingencias todas de una pavorosa soledad moral ; si 
Dios quiere que el duque de Aoata logre calmar ¿ fuerza de grandes 
dotes y de grandes hechos las iimumerables tempestades que enviarán 



DigiTizedüyCOOl^Ie 



hasta él desde el primer día au terrible saludo, el duque de Aosta ser¿ 
re; constitucüinal de EspaSa, y vendrá á ejercer la sabia acción bieu- 
faecbora de un poder annonizador entre nuestras democráticas iiwti- 
tuciones; pero vos , señor» , veüdreis á desempeñar también una coa» 
muy importante y ¿cómo ocultároslo? muy difícil de ejercer : Tendréis 
á ser la reina de las españolas. 

Ante esta posibilidad, ante estb probabilidad, nosotros no os habla- 
remoi hoy de los más inmediatos y más inminentes obstáculos que 
vuestra legitima influencia en el ánimo de vuestro esposo está llankada 
á procurar vencer. Nosotros no os diremos que , empezando por el ca- 
mino que os debe traer á España (puesto que si venís por el Norte os 
recibirá el carlismo, y si venís por el Mediodia os recibirá el republi- 
canisno) y acabando por la conveniencia de que vuestro esposo adopte 
un nombre más accesible á nuestros oídos bárbaros que el que 1a dulce 
habla italiana pronuncia en el suyo , necesitáis desde hoy , desde hoy 
mismo, ocurrir con vuestros más delicados instintos de mujer inteli- 
gente y sensible á todas esas pequeneces previas que reclaman los pre- 
parativos de vuestra exhibición solemne y próxima ante los ojos de un 
pueblo. Nosotros solo intentaremos dar á V. A. un desapasionado y 
sincero consejo, nacido de lo más recóndito de la situación que España 
viene atravesando desde que la revolución de setiembre se durmió entre 
los entorchados del marqués de los Castillejos, hasta hoy que resucita 
camino de Florencia. 

Elsta revolución, señora, como todas, ha sido un sacudimiento que, 
llegando hasta las últimas capas del fondo social, ha hecho subir á la 
visible superficie de nuestra escena pública, y flotar en ella, como flota 
el corcho, es decir, con poquísimo valor propio, entidades, personali- 
dades, aspectos, figuras y reputaciones á qtiienessolo la impunidad de 
una loca fortuna, y el miedo del verdadero mérito retraido y en fuga, 
sostienen á estas horas en su usurpado sitio. Negar queentre esas enti- 
dades improvisadas se cuenta una minoría de nuestro bello sexo, tris- 
te y profundamente asimilada al varonil contingente, iletrado, grotes- 
co, advenedizo é impresentable que la ha traído en su compaüia, sería 
negar la evidencia. Pues bien; V. A. debe, á nuestro juicio, ampliando 
conveniente y verazmente este sucinto informe nuestro, procurar des- 
de el primer dia no aparecer entre esa femenina España apócrifa, que 
ha brillado y brilla provisionalmente en nuestra escena revoluciona- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



lia, y que sin dúdala rodearáyacoaarádesdeelprimerinatante. V.A. 
debe, en nuestro humilde entender, procurar desde el primer dia que 
al mismo tiempo que se vean llegar, noble y patrióticamente atraídos, 
al lado del rey los elementos viriles y respetables en que la monarquía 
debe apoyarse, se vea llegur al lado de la reina de EspaSa la EspaSa 
femenina verdadera, ese precioso contingente de belleza, de virtud y 
de buen gusto que guarda la -generalidad de nuestros hogares, asi los 
altos como los bajos, asi los suntuosos como los modestos. Será una de 
las imprescindibles , saludables reacciones que la monarquía debe 
traemos, y que4e agradecerán á la vez los ojos y el sentimiento de 
todas nuestras clases; porque la verdad es, señora, y con esto acabá- 
ronos de importunar hoy á V. A., que nos parece tan difícil de ar- 
raigar en EspaSa un rey lectivo, como nna reina con la única corte 
que la revolución puede ofrecerla. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



DESPEDIDA. 



(24 da Noviembre.} 

A las diez de esta noche ae oirá ud gran silbido en Madrid; pero 
no ae slsrmeú los padres de fiímOia & quienes el Sr. Hartos h& hecho 
responsables de las calaveradas estudiantiles. Ese silbido no saldrá de 
labios universitarios; saldrá de lo más hondo de una locomotora en la 
estación del Mediodía, 7 esta locomotora £>rmar¿ parte ímpulsiTa de 
un tren especial, j en este tren espacial ir& la comisión de,la Cámara 
soberana que lleva ofícialmente al principe italiano duque de Aosta la 
noticia y el acta de la elección que 191 eapaSolea han hecho de su per- 
sona para rey de EspaSa. 

Mañana, al rayar el alba, la despoblada estación de Chinchilla 
presenciará un modesto desayuno parlamentario, pag;ado por la na- 
ción, Al medio día, las afueras de Murcia repetirán los ecos de los brín- 
dis de un almuerzo análogo; y al ca^r la tarde, cuando el sol se escon- 
da tras el castillo occidental de la admirable bahia de Cartagena, 
aqu^as portentosas montaQas que la mano del ingeniero Omnipotente 
ha convertido en herradura inaccesible á huracanes y tempestades, ve- 
rán llegar á sus faldas, sin entrar siquiera en la vieja ciudad mediter- 
ránea, y esquivando modestamente la ovación que sus habitantes pu- 
dieran ofrecerles, los afortunados representantes del pueblo español 
que van á realizar el acto más nacional y más glorioso del partido del 
general Prim, 

Y el sol traidrá que zambullirse á escape en su liquido lecho, si no 
quiere, por susceptibilidades respetables de quien ha alunfbrado tanto 
grande hecho espaQol, ver las graciosas falúas mecedoras que, empa- 
vesadas sin duda con el glorioso lienzo amarillo y rojo , recogerán en 
la orilla al personal constituyente y lo llevarán, á impulsos de aus for- 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



151 
nidos automáticos remeros , al seño de los flotantes b&liiartes , de las 
henuosBS fragatas en que han de hacer la travesía. Y luego, inmedia- 
tamente, dará la capitana la seSal zarpadora, y la ilustre veterana del 
Callao, la Villa de Madñd, en cujo casco lucir&n las cicatrices de 
auB g-brías, y la férrea Afumancia, la del gran viaje de circunnayag^- 
flion , j la flamante magnifica Victoria , mandadas por B^ranger , á 
&Ita de un Méndez NuSez que no se puede levantar del sepulcro para 
esplicar de nuevo bu noble teoría de los barcos con honra, j que, aun- 
que se levantara, no cons^tiria en mandarlas ahora, se eogol&r&Den 
alta mar. Y mientras su anti-maritima tripulación legd tomará las 
primeras inútiles precauciones contra el inexorable mareo, y en tanto 
que la noche nace por Oriente, no ñiltará Algun desocupado cartage- 
nero que, anteojo en ristre, al ver alejarse p tulatinamente en el hori- 
zonte, coronadas por sus humeantes penachos, las soberbias naos, 
exclame ó diga para sus adentros: Decididamente, lo mejor ds la ea- 
pedicicm son las fragatas, 

¡Ah! ¡fueranos dado á nosotros, pobres é inmóviles fblicularios qoe 
todo eso vemos mentalmente, asistir en persona al espectáculo! ¡Fue- 
ranos dado presenciar la conmovedora escena! ¡Con qué emoción, con 
qu ' gusto sacaríamos nuestro pañuelo del bolsiHo y lo agitaríamos, hasta 
cansamoB el brazo, para dar un mudo adiós , en nombre de la patria 
feliz, á los expedicionarios autores de su felicidad! Estauíos seguros de 
que allí, bajo d tianal del azul firmamento, oreados por las mañnas au- 
ras, en presencia de la eterna escena de inspiradora belleza que la rí- 
tera del mar histórico, donde también se msció nuestra cuna, ofrece á 
k mirada del hombre pensador, nos convertiríamos, con igual ó mayor 
&cilidad que un progresista se convierte en personaje, en poetas, en 
Slósofiíe, en oradores. Estamos seguros de que , sin psnsarlo , sin saber 
por qué ni cómo, á la manera que una revolución puede trasfoncarae 
en negocio particular, vendría á nuestros labios ün trozo de elocuencia 
radical de pura sangre, y entonaríamos la más lírica, la más tierna, 
la más amistosa de las despadidas. 

¡Buen viaje, stores! nos oiriau' decir las ceráleas ondas. Id con 
favorable brisa constante, con mar tendida y quieta, con buen apetito 
y mejor humor, en pez y en gracia de Dios, como si nunca os hubie- 
seis desconciliado, como si siempre hubieseis votado jmitos. á la bella 
Italia. Pasad por delante de la vieja, rica y gloriosa Oénova sin de- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



teneros, em pensar en que aÜi, entre sus marmóreos palacioe,' est¿ el 
rincón en que nació et padre de .Vmérica, el qoe un día cruzó ese mis- 
mo mar, no para ir & ofrecer la corona castellana á un extranjero des- 
ccmociáo, sino para ofrecer un mundo á una reina espafiola. LI^ad*& 
Liorna, cumplid vuestros tres días de cuarentena sin recibir ni hablar 
& los taborioeo9 judios de origen español que llevó allí el fenatismo de 
la grande Espafia, para que no os veáis obligados á re^nderles «ubd- 
do oa p:«gunten qué se ba hecbo de aquella gran nación, que tanto 
al»i1«cia lo exótico j lo estraño, en creencias como en origen, j que 
sacrificaba sus riquezas 7 sti bienestar material á su fé nacional. 

Tomad allí el tren regio queoseaperari. CrusadloellanoBde-Piss, 
sin mirar al borizonte petra ()ue, al distinguir su céldite iograite torre 
' inclinada, no podáis pensar que si ba; torres que se ladean sin caer, 
eamát diñcil que se funde, para no caer, una monarquía .que no nace 
derechamente del corazón de un pueblo. Llegad ¿ las márgesieB del 
Amo, y sin tiempo más que para poner s en la monumental estación 
el fnc niievo, subid á las hospitalarias carretelas de Víctor Haanft; 
CPUEad aquellas calles de est&tuas, aquellas vías ateát&das de bhhiu- 
mentos artísticos; aonreid & la multitud curiosa que os contemple; 
mostraos en la magestuoa^ actitud serena y duefia de si que corres- 
ponde & quien, si llega á la patria de Miguel Ángel y del cantor de 
Jeruaalem, va de la patria de Murillo y de Cerviuites; Ik^^ al al- 
cAíir del rey unitario; dejaos caer en brazos de su atenta servidunbre; 
arribad entre músicas de alegres organillos, entre una lluvia de flores, 
y & través de un enjambre de bellezas toscaoas, ante el augusto p^ 
y él favorecido vásbigo, que os recibirán sin duda con la gustosa ooiv- 
dialidad de quien se deja querer; inclinaos ante aquel ,trono que va á 
tener ana sucursal en Madrid; dejad pronunciar á Ruiz Zorrillael pre- 
parado discurso, cuya impunidad es segura si h dice enespaBol; red- 
bid luego con circunspecto agradecimiento las cnicea que ae oe des- 
tinen, sin parar mientes en la cruz que dejais cdgada el cudlo de la 
buena España; haced saber inmediatamente á vuestrosdos muidatarios 
sopranos, el país y el marqués de los Castill^os, la feliz noticia de- 
finitiva de la aceptación, y retíraos á descansar hasta el dia siguiente. 
Y al dia siguiente, cuando ya el rey de España, que vosotros solo 
oonocereia, os conceda audioicía particular, e-'ctraofidal y amistosa, 
dadle, dadle notidas verídicas y francas de las mil y luia cosas que os 



D,gH,zed.yGOOgIe 



pr^iifitatá. HaoetUe «aber el '^xd eotusiasmo £kd pueblo eepaSol pot 
su eleccioD; confirmad >oe telégmnas'clel miQistro de 1& GoMis; Ib»-' 
bladle del contento idtáiao d^ ejército; de 1» satis&ccion tranquilÍKiKlo- 
ra de nuestra sristocracia; de las profundas espenmzas áti clero; de la 
füegria íireBexiTa de nuestra democrática plebe; de h, ventura que su 
9d1o nombre infíinde & nuestras clases medias; del instinto músico c|ue 
ha despertado en nuestra juventud. Probadle que vosotros sois la ver- 
dadera É^pafia, la EspaSa italianizada por una sencilla órd^i de Ftim, 
la EspaSa sin partidos, s^ oposiciones, sin hábitcH de independeftoia, 
sin altivaws nacionales, la EspaSa que le espera t^mo una balsa de 
aceite, ; que g^astairé, toda su pólvora eu bacerln salvasy todos suspul- 
mones en aclamarle. 

Decidle que su solo nombre ha sido un conjuro de paz y de dicha 
paradieí y ocho millones de ciudatUinos que nunca lo habían oido. 
Dadle vnestiv palabra en nombre del país, de que aquí no emcontrará 
mAs que artífices obedientes para echar con él los cimientos de uoa 
ntonarqnia de cal y canto. Denu^tradle que ya no faay enlxe nosotros 
partidos ni diferencias de opinión . Relatadle, vosotros, los progresistas, 
la abnegación con quehabeis recibido su candidatura, ig-ual á la que 
os inspiró la portuguesa ó la alemana; vosotros, los esparteristas, de- 
mostradle la inofensiva y prescindible popularidad del héroe de Lu- 
chana; vosotros, los unionistas, contadle las amarguras que Prim os 
hizo pasar cuando parecis no quitaros toda esperanza respecto á vues- 
tro candidato revolucionario, y narradle, narradle por qué esfuerzo de 
heroísmo monárquico, después de haber sacrificado muchas veces 
hasta vuestros principios políticos á la actitud de Prim respecto á eae 
candidato, habéis sacrificado el candidato mismo, que era lo último 
que 03 quedaba que hacer; y vosotros, cimhrios de la escursion, decid 
también, decid al principe cuento os felicitáis de haber dejado de ser 
republicanos, y de tocar de cerca las ventajas deliciosas de una mo- 
narquía que empieza por un viaje tan agradable, tan &huloso, tan 
ñiera, sin este motivo, del alcance de vuestra posibilidad. 

Y luego, mientras líuiz Zorrilla vuelve & Espaíla á organizar la 
discusión de la lista civil , y mientras SS. MM. mandan preparar sus 
maletas, acabad por completo, ¡oh viajeros queridos! de echar la cana 
al aire; apurad las delicias de la Cápua toscana, olvidad hasta el punto 
que sea posible lo que sois, dad inocentemente al diablillo de un natu- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ral olvido la gran EspaiSa inon¿rqiiica que repressntais , j gozad ese 
buFtD dia de vuestra juventud en tierra estrafla. Hasta que , sonando 
la hora del regreso, volváis al seno de la madre patria, y oa veamos de 
nuevo en d Madrid que tanto os CMioce, y nos contéis con pelos y se- 
ñales el fundamento de aquel célebre dicho de un principe que prefería 
ser espitan de la mañns itálica á empuSar el cetro de los Reyes Ca- 
tólicos. 

Id, pues, diputados constituyentes, paisanos y amigos nuestros, 
dele^dos de la soberanía nacional , correligioaarios políticos del ge- 
neral Prim, letrados, literatos, escritores, hpmbras de Parlamento, al- 
tos íunciooarios, flor y nata de la interinidad gobernante; id á cumplir 
en paz vuestra gran misiva. ¡Buen viento, y viva EspaQa espa- 
flqla! 

Esto diriamos , esto pensarismos nosotros , poco m4s 6 menos , si 
macana al anochecer nos hallásemos, como simples espectadores, s« 
entiende, en la bahía de Oartagraia. Y después, dicho se está que dos 
volveríamos k Madrid á seguir virado las obras del palacio de Buena- 
vista. 



StttJ l J ^t t— 



D,gH,zed.yGOOgIe 



CIRCULAR CIMBRIA. 



(!»6 de Noitombre.) 

QuiBiera creer en Dios, amigos y votantes mies, es decir, quisiera 
que mis principios políticos, que son loe de Echegaray, me permitieraa 
descender hasta la divinidad, para empezar estos breves p&rrafoa, que 
os dirijo, bendiciéndola y dándola gracias como un simple mortal. 
Ahora comprendo que loe hombres que do han estudiado matemáticas 
y que no han sido republicanos hayan ÍDveaxtado en algunoa momentos 
la socorrida idea de un Ser Supremo á quien declararse deudores de 
ciertas felicidades superlativas. Hay satisfeccíones, hay hechos, hay 
placeas que la humana criatura no se esplica sino por un prodigio. 
Yo no creo en loe prodigios de fuera del presupuesto, es decir, de fuera 
de la tierra; pero creo en el general ftim, autor de cuanto nos ha 
pasado de dos aQoe á esta parte, de cuanto nos pasa y de cuanto ha 
de pasamos. Dejadme, pues, paisanos, electores y correligionarios 
tnios, que al dirigiros hoy mi voz constituyente, exclame, sin necesi- 
dad de pedir á la doctrina cristiana sus pueriles invocaciones: ¡loado 
sea por siempre el conde de Reus, que me permite anunciaros la con- 
feccioQ definitiva de la monarquía! 

Si, amigos mios, la monarquía espaSola, aquella monarquía que 
irreflexivamente aborreciamos cuando iba á nuestro pueblo el- marqués 
de Albaáda y conspirábamos con él contra el gobernador de la provip- 
cia; aquella monarquía con que tan reOidos estuvimos en teoría antes 
de saber prácticamente cómo se piden, se toman y se dan destinos, 
está hecha, está hecha desde el día 16 de los corrientes. Ya lo sabréis 
por el alcalde, á quien pedí oportunamente la adhesión entusiasta de 
ese municipio. El día 16 nos reunimos en él Congresi una porción de 
amigos: los demócratas, sin distinción de grupos.- los progresistas de 



D,gH,zed.yGOOgIe 



siempre, los esparteristas de ayer y algunos tuiiomstas que haa re- 
suelto linminftiTifia por la abDe^acÚD; y ¡sas! esto es, y como quien se 
bebe un -vtao de agua, á luia aeOsl del marqués^e loá Ca8tille)0d hici- 
mos la monanjiüa. 

A decir verdad, sin emfaai^, el terreno estaba bien jn«parado. 
Cuando cada cual tiene la conciencia y la colocación seguras, es mu- 
cho más &cil que todos pnkcuren as^urar el ponrenir. Rabiamos echada 
dos años en madorar la breva, y no habíamos de dejar que viniese al 
fin y al cabo la indignación pública, con sus manos lavadas, á cedria 
del árbol. Un rey & tiempo- puede ser un i^egocio loco. Prim dijo: há- 
gase el rey á nuestra imá^n y aem^anza; y el rey se ha hecho. ¿Qoé 
teyi No importa cu&l; cualquiera, en siendo el nuestro. Prim dijo: sea 
nn príncipe italiano^ y sí Prim hubiera dicho: sea el hijo del malogrado 
Teodoro de Abisinia, lo mismo hubiera sido. El nombre, ^orig-»i,las 
OHidiciones, puros accidentes. Aqui lo sustancial, como dicen OHestroa 
amigos loe «monistas, es el principio. Culto al ^inQÍ[M0, etenw culta 
al principio: esta es hoy nuestra divisa. Una aclanckm, on embwgo: 
el {Rincipio de que se trata no tiene nada que ver ctm el que gomal- 
mente sigue al cocido. Pnnci{»o, para los efectos de nuestro moDar- 
quismo, es sinónimo de rey extranjero. * 

El rey, pues, está hecho por obi» y gracia de Víctor Manuel, m 
podre físicu, y de nosotros, sus padres adoptivos. ¿Qué Uta ahora* 
Que venga: no falta ni más ni menos síbo que v«]ga. Y esto tanbieD 
lo hemos previsto resolviéndc»»» á ir por él. A la hora en que os es- 
cribo, hemranos míos en Hartos, van camino de Italia, y en busca dd 
rey, trea fragatas ccm di presidente de tas Cortes, ocho mil duros en 
oro para propinas y gastos menudos y un par de docenas de diputadoa, 
ó sea la cranision el^da por suerte en el despacho de Ruis Zorrílk, 
para acompasarle. Pttf más que hice, no pude lograr que salida mi 
nombre del sombrero en qoe se sorteáronlos de loa demás. En cam- 
bio, los unionistas se han despachado á su gusto. Estos señores tienen 
nna suerte borracha, y se creen cao derecho á todo solo porque mane- 
jan con cierta soltura la levita. I^ro ya nos vengaremos de elloB por 
completo, dándoles dentro de poco el mico minLtteríal más grande del 
mundo. ¡Ah! se me olvidaba. Cada diputado, ain distinción de mati- 
ces, llera un ayuda de cámara; y esto es lo únioo qae me consoela de 
no haber hecho el tiaje. ^Qoé hulñera sido de nú, obl%ado á no lim- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



157 
fmp tais botas por mi mismo? ¡Pobres oompaSeaval Tamlüm me bao 
aaegiinido que Uevao uq oficial de peluquero para todos. Han decidi- 
■do no entrar en Florencia 8in el peb rizado, el que lo tenga. 

Y eata es, amigos míos, la situación de las cosas que me apresuro 
á haceros conocer. Tenemos raouarquia, seguímos teniendo ¿ Prim. 
vamos á tener rey, j seguiremos uniendo el nungo de la sartén. 
¿Quién puede quitárnoste? El cuadro del porrenir, trazado i. grandes 
j verdaderos rasgos, no se ocultará por cierto á vuestra imaginación. 
Cuande venga el rey, atravesando las menos poblaciones posibles, lo 
llevaremofl i Ps^io, Llenaremos la plaza de Oriente de amigos lea- 
les y polizontes probados, que comají y duerman alli, y que griten 
cada cinco minutos ¡viva S. M.! para que el buen soberano conoza có^ 
mo le ama el pueblo que le damos. A la imprenta la tenemos ya do- 
mesticada por el Código penal . Las manifestaciones y renniones saben 
ya lo -que es el Saladero. Apenas si hay un general que nü esté em- 
pleado ó que no textga ganas y seguridad de serlo en breve. Las Car- 
tee se disolverán por el buen .parecer; pero con Sagasta en Goberna- 
ción, nuestros gobernadores, nuestros alcaldes, estanqueros, jueces, 
fiscales, registradores y peones camineros, las futuras jaimeras Cor- 
tes ordinarias se parecerá á estas como dos gotas de agua; apenas si 
se echará de ver en ell^s la ausencia de loa federales y de los unio- 
nistas testarudos. La corte será nuestra, hasta en sus más mínimos 
detalles. El rey no saldrá á paseo, durante el primer quinquenio, sino 
por el campo del Moro, que cercarán nuestros voluntarios. Y, por úl- 
timo, en cada esquina de cada calle de cada ciudad de cada provincia 
de España habrá constantemente ui^a ametralladora servida por arti- 
lleros del 22 de junio. Si esto, que es el porvenir palpable, in&lible y 
cierto, no es redondearse por una eternidad, venga Dios, digo, ó venga 
quien quiera y véalo. 

Espero, por tanto, electores y votantes míos, que esta sencilla rela- 
ción de hechos y esta franca y leal manifestación de mis impresiones ' 
ante la situación del pais en general y de nuestro asunto en particular 
os llevará á vosotros la profujida satisfacción y la esperanza gratísima 
que á mí, vuestro representante, me inspiran. Y espero á la vez que 
seguiréis diapenaándome vuestro decidido apoyo por lo que tronar pu- 
diera. El porvenir es nuestro, tenedlo por seguro. Una sola cosa, si he 
de seros franco por completo, me inquieta y entristece hasta cierto 



D,g,T,zed.yGO.OgIe 



punto. Aplicando el oído á las entrsBas de esta nación que tanto nos 
debe, se me figura oir de vez en cuando algo parecido á una silba. 
jSerá ilusión? ¿Será que, después de lo de Madrid, de lo de Sevilla, de 
lo de Valladolid j algún otro millar de pueblos, se me hacen los dedos 
huéspedes y creo que silbun hasta los marmolillos? Puede ser; mas, de 
todos modos, yuos encargo, amigos j paisanos, que tengáis smDO 
cuidado en que no se silbe en ese pueblo. Prohibidlo por un bando; 
impedidlo á toda costa. Nosotros vamos & fundar una mcHiarquia sot- 
do-muda; pero el pitido de diez y ocho millones de criaturas aQbando 
á un tiempo, ¿de qué sordo no se puede hacer oir? Una revoliidon de 
silbantes es lo único que puede echar abajo la nuestrri. El mismo ge- 
neral Prim se pone de malísimo humor cuando oye silbar á. sus orde- 
nanzas. Y es eso; es que hay algo que nos dice que un silbido nacio- 
nal, premeditado y sistemático, es invencible. Fuera de este peligro, 
los Alquiles de la EspaBa con honra somos invulneraHes; y asi os b 
garantizo en el nombre del capitán general que hace reyes por el te- 
légrafo y que 08 envia por mi conducto la raás paternal y la más ita- 
liana de sus sonrisas. • 

De Madrid, en mi oficina, á 36 de noviembre del a3o de gracia 
(léase desgracia) de 1870. 

• Firmado. 

X. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



DISCURSO PRÓXIMO. 



|l.*<i« Diciembre.) 

Nos han dicho que los Srea. Fornos, pro]»etarios del restauraut de 
la calle de Alcalá, piensan o&ecer al Sr. Ruiz ZoiriUs, con respetuosa 
gratitud, uno de esoa obaequioB amistosos que perpetúan en las fami- 
lias el recuerdo de una 1)i:ena acción, simbolizados en ud objeto nta- 
terisl de más duración ¡a;I que la vida del hombre. Comprendemos 
que Io3 agradecidos dueQoa del comedor público de moda, conceptuaji- 
do como anuncio, reclamo, bombo, recomendación ó apoteosis incons- 
ciente de 3u establecimiento la cita hecha de ¿1 por el Sr. Ruiz Zor- 
rilla en tm discurso diñgrido es-profeso al pais, al rey y á la g^uardia 
negra, se crean en el deber de ofrecer á su involuntario respetable 
protector algnina escogida palpable prueba de su reconocimiento, y 
nada tenemos que decir sobre tau justa oferta. 

Pero de seguro el Sr. Ruiz Zorrilla no aceptcu^ el regido; de se- 
guro sos inteligentes puritanos ojos no se dignarán siquiera fijarse en 
el estuche que contenga la artistica botonadura de quita y pon, oí en 
la caja g-uardadora de la argentina escribania de adorno, ni en la 
bandqa que ostente la aurífera pluma de virginales puntos; de s^u- 
ro que los respetuosos tributarios oirán, si el caso llega, al digno pre- 
sidente de la mayoría aostina decirles con el reposado, enérgico y re- 
tumbante acento que le distingue: «Sres. Fornos, á otro perro con ese 
hueso. Quiero decir que no acepto la fineza, que rechazo el avance, j 
que no me incomodo solo porque comprendo la buena intención que lo 
dicta. En primer lugar, mírenme Vds. frente á trente, y díganme si 
desde mi severa negra levita, hasta mi pelado casi monástico, no di- 
cen bien claro que no soy hombre capaz de hacer caso alguno de esas 
fhialerias del lujo. En segando lugar, mi conciencia no me permite 



:y Google 



aceptar lo que ae uie brinda en nombre de un agradecimiento qoe no 
he querido, ni por asomo, engendrar. Pero esto debo esplicarlo á uste- 
des con cierto detenimiento: alrTaose sentarse. A ver: jmiichacfao! si- 
llas á estos caballeros. No estraSen Vds. que en lai despacho no haya 
so£li8 ni butacas. El asiento de muelle es al verdadero liberalismo lo 
que Dalila & Samson. M menos, yo eso creo.» 

«Decia , pues , señores , que no me parece haber dado lugar al paso 
Con que Vds, me fevorecen , bondadosa pero injustamente. Yo me em- 
barqué en Cartagena cpn repugnancia , porque el caballo de palo me 
destroza , p3ro con la resolución del que profesa el culto del deber. Y 
esto no es nuevo ,en mí. ¿Creen Vds. que me hubiera yo embarcado 
tampoco cuo esta situación si el deber de ser ministro no me hubiera 
é ello costreítoi... Y dispensM Vds. la palabra; es italiana; quiere 
decir obligado. En Florencia todo el mundo la pnuiuncía. El rey Víc- 
tor Manuel dice que se ha visto costretto & ir á Roma , el {Mancipe 
Amadeo se ve costretto á dejar en su puesto al general Prim. Pues 
bueno: costretto yo ¿ decir cuatro palabras en la comida de á bordu. 
parque cuando hasta G-asset habia brindado yo no podía dejar de h&- 
-cerlo , ¿de quó querían Vds. que hablase sino de la moralidad de h& 
hombres en general y de los demócratas en particular?^ 

«La moralidad, Sres. Fomos, es un alimento eterno de ciectjses^ 
piritus, entre los cuales me coloca de Uenu la buena crianza que debo 
á mis seflores padres. Créanlo Vds., aunque esto se oponga un tanto 
á la pEofeaion nutritiva que ejercen: el hombre no vive solo de pan. 
Alguna otra autorizada boca, no sé cuál, creo que la de uo autor 
evangélico , lo ha dicho ant)e3 que la mia. Cuando el' hombre ' de bien 
se vé sano, robusto y bien comido, se pregunta: ¿es esto bastantet 
¿no me falta algo?... Y si la voz de su conciencia le responde:. te fal- 
ta un poco de probidad , un poco de rectitud, un poco de la estima- 
ción de ti mismo , uu poco de honradez , entonces el liombre de bien 
tira el cubierto , arrolla el mantel , rechaza la enervante mesa con la 
punta del pie . y exclama : pues ¡ vive Dios , que si me falta eso me 
falta todo!...» 

«Pues bien: este y solo esto era el verdadero sentido de mi discur- 
so. Un poeta de zarzuela hace decir á nna reina, dirigiéndose & cier- 
tos arrepentidos tomadores de lo de otro: 

¡Ya que sois ricos, sed buenos! 



D,gmzed.yCOOgle 



T ;ro'lHK»nKsbi que BiiecrA)«blÍ£^o& decir áalguooB de luis fter» 
idigionarioB pcdUtcos: ea, eateBfüroS) Bie psreee que oob 1» íaeei£do 
basta. Ta os Imbeis vengado btetaote de la degglracia, de la escaas, 
dd despeitísmo, del» reacejon, de los úioderadoa j del Ca^icisno. 
Estáis en el tíaso ds ámr un nuevo sesgo & la viotorla: sed escrúpulo^ 
se«, sed juetee, sed respetables. No hay oo&a méA compatible con la 
«omodidad qns )m virtud. A vivir, pera A vivir bien. .A se^ hombres 
políticas; pero d» & serlo á pf aeba de silbas, sino á serlo oonio jo lo he 
sido y lo 90J: diñando un miaistetio cuando ua pueblo edmo el de Bar- 
celma no me aióama. A ser periodietae, pero & serlo aúmateriales p»- 
ra 00 debilitar el aacn» principió de la autoridad. A comer, pero i ca- 
rnet en oaaa, 9¿ lado de la mojar, tenimdo sobre las rodill«e á loa pe- 
queDueluM,' viendo enfrente 4 la inexorable suegra; porque yo os iigo 
qne el kombre qile pide y pregona moralidad, j después se va & comer 
i lA» fenda, ese hombn ni es revoltv:ipcnrio, ni progresista, ni nada 
para la libertad y para la patria. » 

«Y naturalmente, seSóres, al hablar de íbndab, de comedores, de 
insensata» canas echadas al aire, ua hombre de mi posición tema, no 
«ia qae citar ei eatabieciaiiento de Vds., sino que e*ecrarlo. La cita 
era pertioente, por^e el presidente de la representación nación^ Qo 
había deaoordarse, en punto ifbodas, de la de Perona, por «jonpb, 
4 de la de Portilla, donde se oome por po¿o inás de nada. Lá exeoa- 
cim era lógioa; porque si no, ^para (^é la cita? ¡Ah, Srea. Fomosf 
yo soy an hombre de esperieneia; yo soy on regular médico político; 
yo veo sigo crecer la yerba en el fendo de nuestro* organismo nacio- 
nal, y yo aé, y yo siento , y yo creo, y yo digo que , mientras haya 
fondas buenas y caras el puchero doméstico esih condenado al rubor 
de su inferioridad, y el rico leolvidarA por ellas, y el pobre, el indua- 
trial,el trabajador, el empleado, el periodl^, el diputado modesto, 
siempre que tengan cinco duros de sobra en el bolsillo, cuando llegue 
el anochecer, la hora del apetito en Madrid, y se vean lejos de casa, 
sentirán eterna y Vitalmente la tentación de ir á comerse en ellas una 
chocha con trufes, ó una docena de fricas ostras.» 

«Dia llegará, señoras, dia Hegirá, porque to3o llega en el mundo, 
en que Vds.' confiesen esto y deduzcan de esto los mules profundos que 
se derivan de esas digoatíones clandestinas y dispendiosas. Cuando 
ustedes hayan acabado de hacer su hegocio; cuando sus mozos de 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



servicio hayan depositado poco á poco en la caja social unos cuantos 
BiilloDcejos; cuando tengan Vds. el derecho de ser ñlóeofi», Vds. re- 
cordarán coa horror las gfeüeraciones de hambrientos elegantes que 
lian pasado por su casa, que han gastado allí el dinero del acreedor, 
el pan del hijo, el T^stido de la esposa, ó el sueldode la redaccioo. 
Cuando llegue ese dia, yo les estimaré 4 Vds. que me busquen, aun- 
que me Tean presidente dd Consejos de ministros, ó partidario de cnai- 
qnier nuero rey. Mis puertas se les abrirán por mis propias manos, ; 
si entonces quieren Vds. irfrecer una bagatela afectuosa, no al nrora- 
lista, sino al consejero, yo la aceptaré; porque entonces no pEU«cerá el' 
importe de un anuncio de Za Correspondencia, sino que será el recuer- 
do de una revolución moral hecha en corazones honrados por un bom- 
hre honrado. Entretanto, llévense Vds. lo que hoy me traen; que yo no 
lo vea, que yo lo olvide, que yo no me exalte á su vista. Ya compr^i- 
den Vds. ciento necesito de mi lucidez y de mi sangre fria ante las 
eventualidades que se nos preparan.» 

Y es seguro también que, aparte los ^ctos morales que ese imni- 
Bente discurso del gran puritano deje en sus oyentes, lo recibirá con 
la misma avidez benévola que acoge todos los suyoe, y aun- con más 
entusiasmo, si cabe. Porque el digno Sr. Ruiz Zorrilla no es solo un 
gran moralista en abstracto; es necesario considerarle como moralista 
de actualidad, de oportunidad, del momento; como moralista ad hoe. 
Entre las tendencias que nuestras naturales relaciones con Italia pue- 
den inoculamos, no es disparate presumir que se cuente la de la mesa, 
la de la gula, que posee en grado sumo, y considerada en conjimto la 
nación de los escelentes fideos. ¡Qué servicio, pues, no ha empezado á 
prestar á la sobriedad española la elocuencia del Sr. Ruiz Zorrilla íqb- 
lárada en la templaza! {Ah! ¡Confes^noslo: con muchos Ruiz Zorrillas 
y algún que que otro Figuerola, el pueblo español no corre peligro de 
aer un pueblo glotón ! 



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EL PRIHER SUSTO. 



(9 de Dieiemlire.) 

H<^** itl árbol eaidai... 

kjet , dis de la Inmaculada, dia católico , dia nacional , día anti- 
radical; mientraB el ministro ppósímo de la Gobernación iba con 
la diplomacia al Escorial á ver la momia del gran Carlos V, que ha 
tenido el valeroao mal gnsto de conservarse hasta en el seno de la Es- 
paBa de Prim; mientras el ministro casi-pasado de la Gobernación vol- 
TÍa á desmentir los rumores del dia anterior sobre su salida, en que 
Sag-asta acabará por no creer ; mientras el conde de Beus ¡maguaba 
alguna otra lección de italianiamo para loa que él llama sus Volunta- 
ños, y disponía de nuevo la sacramental cagúela de arroz y los letar- 
gosos cig^arroa de estanco que de tan buenos auxiliares le sirven; 
mientras Ecbegaray desesperaba de la civilización en general y de su 
felicidad en particular al saber que en la mayor parte de nuestras 
iglesias se hacian sendas ñmciones dedicadas á la Purísima; mientras 
se recibía de Portugal la noticia del embarque de Julián Casas y su 
Cuadrilla para el Pacifico, y muchos envidiaban la situación emigrante 
del conocido taurómaco ; mientras todo eso sucedía, sucedía también 
^iie muchos personajes déla situación estaban tristes. 

R(^mo8 á la sonrisa incrédula del lector que se contenga y crea 
en la melancólica verdad de lo que decimos. Ya se nos alcanza lo es- 
trañamente absurdo que debe parecer tal afirmación. Ser personaje de 
actualidad, es decir, no ^er cesante, ni clérigo, ni tenedor de tresea, ni 
Contratista, ni contribuyente, ni reaccionario, ni doctrinario, ni esp^ 
fiol más que hasta cierto punto, y estar triste, tiene todas las aparien- 
cias de un feroz antagonismo. No haber venido todavía el rey , estar 
aun los hombres y las cosas de lá situación envueltos para S. M. ea 



DigiTizediiyCOO'^Ie 



la encubridora brumB de le distancia, no tener aun la sospecha de ser 
conocidos, y existir algún motivo de previa escama y de lógica alarma, 
tiene todos los visos de una anomalía incomprensible. 

Y, sin embarg.^, nada más cierto. Había ayer tarde gran tristeza, 
tristeza honda é indisimulable entre los stores. ¡Ah! la tristeza, c imo 
la muerte , á quien imita , e¡m pulsat pede , paupervmque íaiemas, 
etcétera. La tristeza es una gran cosa, un* gran nivel democrático, 
una gran vengadora; y desde ayer, desde ayer mis no se ha puesto i 
disposición de los que con tan atroz despecho , según La Hería , con- 
templamos á la cohorte dominante; dé los miseros echados del alcázar 
revolucionario, que con tan inútil mal humor escuchamos los ecos del 
bienal festín. Ayer no había, en efecto, un semblante progresista- 
democrático alegre; ayer no hahia un eonzaa radical contento; ayer 
buscaban en vano nuestros ojos opoaicitHtiataa, desde la. Castellana al 
salón de conferencias, una de eeaa figaras trnaparentadae por el goto 
interno, bullidoras, sonrientes, benévolas, o^ullowis,qae parecen lle- 
var sobre la altiva frente el diploma de la fblicidad gobernante. Tode 
era ayer aüencio doloroso , talante uraSo , humor de perros entre Ik 
amigos del amigo del doctor Simón. Parecía que González Bmbo los 
tenia aun big'o su dura, esperta mano; parecía que ya so h»bia en Ee- 
p^a un solo destino que dar; parecía la fin del mundo... 

¿Qué había pasado? Una friolera, como sí dijéramos. Había pasado 
que habían venido muchas y graves noticias de Flor^tcta. La mayor 
parte de ellas vieron anoche mismo lá luz pública en la noticiera Cor- 
rtgpondincia,. Que D. Amadeo de Castilla pasará , si se quiere , W 
Pascuas , al lado de su autor moral ; que no viene más que con algus 
«ecretario particular suyo, recomendado desde luego & la toleraDciu 
del Sr. Prate; que , con esccpcíon de algunos buenos caballos , por si 
acaso los del patrimonio no están disprioibles, y de algún par de cooi- 
ueros, por si acaso en EspaSa se ha perdido el hábito de una regular 
alimentación, el rey quiere venir como debe estar, si Dios no lo reme- 
dia: solo. Todo esto se supo ayer. Pero ¡si no hubiera sido más qu" 
esto! También se supo, también se dijo ¡oh cielos! otra cw!^,. También 
se aseguró que el rey viene decidido y dispuesto á montar y establecer 
fiu casa bajo el pié militar y austero que lo está la de su seQor padre; 
que anticipadamente, y demostrando una autonomía de doscientos dia- 
blos, había decláralo que las ¡tersonas admitidas en eu servidumbre 



DigmzediiyCOOl^lC 



ser&a muy contadas , y muy estudiadas, y muy escogridas , y perte- 
cientes todas & íaiuilias cuyos aiatecedeates, ó cuyos aboteug^, ó cuya 
merecida elevación sean una garantía previa del decoroso prestí^ y 
de la seriedad de buen gusto que una corte senaata necesita. En una 
palabra: ¡que no hay eeperaíiza para la guardia negra!... 

¡Rayos de la atmósfera! ¡volcanes de la tjerre! ¡catástrofes de la 
naturaleza! ¿qué hacéis qae no vqbís ea aux^o de ciertos ftnimos 
tan inmerecidamente desenfilados? ¡Adiós, corte del tercero y cuarto 
estado, corte soSada, corte necesaria, corte que debías modelarte en 
la Tsrtulial ¡Adiós, monarquía de chaqueta , monarquía bourgeoiie, 
laooarquia á la pata la llana, monarquía sin feldoDes, monarquía del 
tuteo, monarquía sin tuyo y mió, monarquía ideal! ¡ Adiós, rey igoa- 
litaño, rey el menos posible, rey del fíLcU acceso, rey otunarada, rey 
alberguista, rey sargento, rey campechano, rey de loa comités , rey 
fraternal! [Adiós, habitaciones de palacio, cocina, cochesy criados da 
palacio, leBa y hunbre de paWcio; adiós, cereqionial democrático, 
murgas con kepis, festines oon oocldo, recepciones sin guantes, lista 
civil repartida en familia; adiós, suculentas humildades regías, &n- 
tástícamina inagotable; adiós, adiós! TodftS vosotras, imanes bellas, * 
im^enes del poético pn^reso, os habéis disipadoen un día, en usa hora, 
en un momento, al invisible choque de un maldito telegrama ciñ^o. 
¿Qué liberal inventaría el telégrafot 

Y seamos justos: la tristeza de la situación, por esa terrible , des- 
organizadora, súbita noticia engendrada, es el sumo de lo natural y 
de lo respetable. Ko quiera Dios que nosotros asistamos nunca con 
pérfido contento á la exhibición de esos desguradores des&Ilecimien- 
tos colectivos, de esos amargos deacuajos de 1 ts que, siquiera sean ad- 
versarioB políticos nuestros, scm al fin y al cabo hombres y oaballeroB 
particulares cotno el que más. Cuando ayer les mirábamos, entrega- 
dos á su inmensa pena, vagar como palominos atontados por los circu- 
ios que pocas horas antes iluminaban con sus sonrisas de ahitos y en- 
sordecían con sus gritos triunfales, el espíritu de partido hnia ruboro- 
so de nuratro corazón, el contagio de su dolor nos invadía, y la severa 
voz de la imparcial reflexión nos decia secretamente: ¡Esa es la vida* 
ese es el hombre, esa es la consecuencia liberal; sea Yd.-progreedsta, 
sea Vd. cimbrio, sea" Vd. italiano, sea Vd. desinteresado, prométase 
patríóticamente poner su individualidad al servicio de un rey de oca>- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



l«s 

aioD, para que ese rej se establezca sin hacerle caso, j veng-a & nuin- 
tar su casa con persaoaa que no han cantado uua sola vez por Is calle 
el himno de Riegn! ... , 

Y luego, cuando veíamos pasar por nuestro lado, lúblarse en se- 
creto, hacer gestos de mal reprimida cólefa, 6 andar mirando al techo, 
tantos buenos sug^tos, tanto padre de familia que acaso tendrá ¿ estas 
horas en su casa dos 6 tres modistas probaudo & sus c&ndidas hijas et 
inTerosimil traje de ceremonias que nunca llerarán; cuando conside- 
rábamos que entre aquellos angustiados patriotas habrá, sin duda, 
quien tenga que pagar un uniforme ioserrible , quien no sepa coma 
decir á la entusiasmada ei^osa que no se haga ya el vestido de cola, 
quien lleve ya nkás de un mes soSaaio «ou ir á caballo al estribo de 
una carretela regia, 6 con hacer doméstica centinela ante una miste- 
riosa mampara de la real casa; cuando pensábamos en tanta dicha ir- 
realizable, en tanto peinado inverificable, en tanto préstamo sin ob- 
jeto, en tanta lecciop de buenas maneras que nadie apreciará, no te- 
níamos pensamiento ni palabra sino para decir, como Buiz Zorrilla i 
bordo: ¡respeto á la desgracia! 

Bien mirado, sin embargo, el contratiempo no están grande. Sí é 
rey se empella en tener una corte á bu manera, es más que probable 
que el general Prim siga teniendo la suya, y la aumente y la retn- 
huya convenientemente; y aliado de D. Juan Prim caben todos. Y 
además: todavía puede que sea tiempo. Si el general Prim pone ho; 
mismo un tel '-grama al Sr. de Mootemar en que le diga: «corte á mí 
gusto, ó nos oirán los sordos. Trabaje Vd.,» es indudable que no pa- 
sará el próximo dia sin que el Sr. de Montemar le conteste: «rhe dado 
otra comida en esta legación. Todo arreglado á los postres. C¿rte 
como Vd, quiera. Que se equipen los amigos. ¡Viva la libertad!» De 
consiguiente, la cosa puede tener remedio; lo cual no quita para que el 
susto haya sido mayúsculo, y, sobre todo, para que el espectáculo de 
ayer fuera bien triste: si, muy triste. Pero si oo somos espafiolea á 
prueba de sustos, ¿qué somos?... 



D,gH,zed.yGOOgIe 



UN HAL RATO. 



(13 da Dlolembre.) 

Ay^ filé uno de esos dias eo que qd buen liberal do sabe qué ha- 
-cerse. Domingo oscuro j lluvioso, dia lóbrego en que las nubes parecían 
condolerse de la EapaQa con honra j ocultarla & la vista del unÍTerso, 
iKisotros pensamos primero en dedicarlo al sueHo, y pedimos La Utrim , 
Pero i» lieria venia ayer dedicada á la filosofía- alemana; en d pri- 
mer articulo de sn primera columna, flin preño aviso al lector, aín 
preparación de ningún género, como quien suelta un cañonazo al in- 
'of^isivo sentido común, nos encontramos con que La Iberia hablaba 
de «la naturdeza humana en su ciencia ñsica,» de «la idea de go- 
bierno en BU condición moral,» de «la noción de sociedad que es car- 
^nal en toda función histórica, y no se concibe en el aislamiento, » del 
«natural consorcio del hombre y la mujer,» del «procedimiento según 
•el cual la naturideza individual se conservaba todavía virgen, sin más 
acción coercitiva que la del instinto,» y de otra porción de horrores. 
De lanera que La Iberia de ayer no psrmitia siquiera el ordinario 
esfuerzo con que ans aficionados empezamos siempre & leerla, y tuvimos 
que idear otro aburrimiento. 

Vamos á ver, nos digimos, si hay ejercici-) de Voluntarios, y si d 
aeBor conde de Reus, que cuando se propane una cosa, asi sepraooupa 
^e la lluvia y del viento como del buen parecer, tiene avisado & cual- 
quier batallón ciudadano de la sorpresa de su presencia; y nos enea- 
'ininamos hacia el palacio de Buenavista. Pero allí nos dijeron algunos 
-cesantes del ramo de Guerra, oficíales en sn mayor parte, cuyos antí- 
fTUQS puestos ocupan hoy los sargentos del 22 de jamo, que el gañera 1 
Prim estaba en Araojuez . La agricultura, ese arte decano, es decídüa- 
«nrate la afición intima de los grandes h«nbrea. La historia se ra^ts 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



i este respecto de ana m&nera &tal. Entre la espada y la azada de-. 
CÍDflinato, ; el mÍDÍsterio y el cortijo de D. Jiian-Prim (todos los periÓ-* 
dicos han confirmado nuestra noticia de que el cortijo del doctor Si- 
món es ya del conde de Reus) uo hay más diferencia que la que cual- 
quiera puede apreciar á la simple vista. Tuvimos, pues, que reDuaciar 
á oir de loa l&hios del marqués de los Castillejos el segrundo viva & doa 
Amadeo de Castilla. 

¿Qué hac6r? Nos fuimos al salm de conferencias. Imposible estar 
alli: estaba Figuerola, 7, además, ni ae hablaba siquiera de la salida 
de Rivero. Los pocos patricios ociosos que domio^eaban -sobre aque- 
llos divanes, ó comentaban el ciiebre telég^rama de anteayer en que un 
dipI«n&tico progresista de EapaSa en Panna participó al giibúmu el 
entusiasta recibimiento hecho ¿ la comisión constituyente por las auto- 
ridades CKiUDULEa de aquel punto, ó hablaban Aú supuesto proyectado 

. «Tfieado de la renta del tabaco, ó de las difiouLt&dea que para ^vendar 
{ffonto y hien el italiano encu^b^ui Ibb imagÍBacionas euuohscidtts €& 
un liberalismo sin sagrtnda euseSanza. De m«li> que tÁ salo» áa ctm- 
ferenciaa dentedla ayer huéspedes, como suele d«eiise. 

4A dónde ir? Si hubiéramos sido socioii de la Tertulia, ahia*a que 

' el Sr. Madoz no está en la Penio^a de Za Peninsular, nos hubiéra- 
Hwe tapado de cualquier modo los oídos y hubiésemos ido alli, y aoaaa 
hubiésanos matado con fruición el tiempo en compaSia del Sr. Bau- 
tista AloDBQ. Lr i la cárcel de la Villa á visitar á nuestro desventurado 
wnigo el Sr. Gonzalo Morón, y á pedirle que nos ley»a el bomdor de 
la leconvencipn descomunal que ha dirigido á cierto despiadado mar- 
qués, hubiera sido espuesto. El alcaide, primista, mx duda, y nosotros, 
dígaoslo e^, escrítoies: ¿qué derecho individual nos libraritk de la 
eattcerrona? 

Decidimos, pues, pasar el dia ¿ la e^üEola, ó vas propamoate, á 
}a madrtleSa: vagando. Y nos pusimos ¿ reoorrer callea como baeooe 
cesantes. Y asi, de esquina en esquina, ya leyendo anuncios, ya coa- 
templando escaparates , Ue^^amos á la puerta del mismo San Isidro el 
Real, digo , el Nacional , que es copo debe decirse. Muchos , mucho» 
wEEo» hacía que no wtrá^mos en la vieja, célebre iglesia. Si no recor-r 
danto» mal, la lUtima vez que, lo hicimoB fué papE^ «ootemplar oon p»- 
triútíco recogimiento el cadáver del gloñoso primer duque de Bailen, 
da aquel ilustre Caqt^tos ^Me murió pebre , que mivió respetado , que 



D,gH,zed.yGOOgIe 



nuarió admirado, que nauriácomo iivi6; .porqm — «épaolo loa héroM de 
pe§fa qpe neeattao aabarlo— gnieralmaDte se muere como se vive. 

y )eu¿l DO tila nueatra sorpresa «1 ver qne el tam^o estalla m«te>- 
nalnente atestado de gente! Una vumaraaittB» coDcurrenoia , eo la 
<{ue fig^ordian las cías»» todas de nuestra ca[Rtal, desde el jr6oer al 
arteesno, desde la celebridad política al modeato industrial, Usoaba 
Havee, bancos y capillas. Y sobre todo , había sUi tantas 7 tan sot*- 
Uea j tan respetables j tan conocidas damas de la buena sociedad 
madrileña, ^oe, verdaderarntnde , era aquello un Eenómenq. Porqitf 
todo el mundo aabe que , sin saber por qvé , bu sefioiras madrile&ae 
andas hace un par de dooona de meaes algún tasto retraídas , conu» 
si dijéramos, délas grandes exhíbicíone» páblioas cuyo ^viocipal 
atractivo ¿mnaban en loa taempoB de Is monarquiA. ¿Qué pasa aqui, 
foea, nos preguntamos primero á aoeotroa Tniamrifi , y preguntamos 
después á uno de los asistentes; qué pasa aquí? ¡Y loquesonlascoaaa! 
No pasaba ni más ni menos que ana función religioea. Por lo visto, 
aignoott eqiaSolea catúlieoe, para qoíeoes la rdjgion ea cosa sería , ae 
faabian concertado para ir á pedir ¿Dios en Seo ^dro'porlaa gravee 
secefiidades actores de la %leeía. iCosas de la reacción! 

Naturiamente, auestro primer movimieato fué el de abandonar el 
local sagrado. A fuer de buenos revolucioDarios, nosotros no podemos 
asfntir í ciertos actos externos de la }Mreoeupacíon humana. Cada cuaj 
puede ser ¿ sus solas, en su casa, en su ooacieacia , tan católico como 
su padre ó como su abuelo. Pero hoy, pero en plena EspaSa garíbal- 
dina, concertarse, reunirse, ir & hacer oración colectiva para rogar al 
Oomipotente por el bien de la Iglesia que nos bautiza , nos enseSa á ' 
rezar, nos casa, n(» confiesa, nos comulga y nos ayuda á bien morir; 
incurrir' hoy, en la í^paQa de Echegaray, en la rutina de la Espaüa 
de quince siglos; llamarse y aSr liberal , tener por presidente inamovi- 
ble del Consejo de ministros á un verdadero representante de la diosa 
Razón, y entretenemos en recitar el «Padre nuestro:^» ¡eso no puede? 
esonodebeaer!.... 

Y, dicho y hecho: empezamos ¿ separar gente con manos y codos, 
y nos dirigimos hacia la puerta. En vano los magníficos acordes del 
i^*gano y las místicas voces cantantes parecían querer retenemos; en 
vano el elocuente obispo de Avila hablaba con verdadera unción , y 
deade el colgado púl^to, al concurso; en vano las reminiscencias pia- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



sivvMW» vK» uuMtra educación , ó los impulsos más iotímos de auestn 
tituw uuwiux convidamos & olvidar allí el paie aetembrísta que fiíen 
Ukw Mpnraba. Aquello, por el s^o hecho de ser no acto religioao, de 
wtf una reunión de personas que creen algo, era un acto anti-radical, 
un verdadero acto de oposición. Por otra parte, ai las tríbiiladoaes de 
In Iglesia son graves j grandes en algún pais, lo que es en el nuestro 
no han llegado , felizmente, & mayores. Verdad que el clero ayuna 
hace veíntiseiB meses; pero ahí tienen Vds. al seSor arzobispo-de Zara- 
g(sa, que acaba de decir á sus subordinados: la revolución, hermanos 
míos, no tiene pan para vosotaroa , uinque tiene mesa j cochea para 
muchos. Podéis, por tanta, ai no queras moriros de hambre, iros don- 
de encontréis el pan de cada dís. ¥ claro es que ai el clero espaSel en 
masa hace lo mismo, EspsAa no tendrá sacerdotes , pero la neceadad 
habrá desaparecido. Cosa que tiene tan &eil remedio en la emigración, 
no es, pues, un malgravisimo. 

Y cuando acabábamos de pensar esto nos hallamos al fin en la calle 
de Toledo. Ias gentes que cruzaban, los coches que rodaban, la lluvia, 
«sa bebida revolucionaria, es decir , tan barata y tan abundante, ca- 
yendo sin tasa de sus alturas librecambistas, los agentes de orden 
púbhco ea las esquinas, sefLal iniUü)le'de que la partida de la Porra 
no estaba cerca; todo, todo brillaba con el normal aspecto del Madrid 
liberal, de nuestro Madrid. Olvidamos, pues, instantáneamente el mal 
rato que acabábamos de pasar , y nos fuimos á conm pensando en el 
gran Buiz Zorrilla. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EH EL WAGÓN. 



(U de Dldembre.) 

— ¡Sr. D. Manuri! 

— ¡Hola, Oiatinol ¿Vd. por aquí? ¿Qué es eacfí ^Qué bastón es ese? 

— Klde Moreno Benitez,esto es, el de gobernador de Madrid... 

— Vamos, me úegro: Vd. no desperdicia ocasión de sacrifícarse. 
¿T qué hay, qué b&y por esas tierras? Cuénteme Vd. 

— Pues naiü, lo de siempre . No hay Dioe que eche & Rivero . . . pero 
usted, Vd. es el que ha de contar. ¿Qué tal Italia? 

— Ifombre, francamente, lo que ee Italia me parece un buen pds: 
«u poco católico todavía, pero, por lo demáa, aquello marcha. 

—^y el rey? 

— InmejoraUe. Ya sabrá Vd. que me hizo una visitade media hcwa 
l"ga 

— jY la reina? 

— Eacelente. Ya sabrá Vd. que nos peciUó esi Turin de una 



— ^ verdad que sabe el sánscrito? 

—El sans qué? 

— El sánscrito; una leng^ muerta. 

— jAhl si; pues no sé; lo que ai sé es qu» sabrá pronto el cas- 
tellano. 

— ^No corre prisa. D. Juan, á lo que parece , está decidido & que 
33. MM. no vengan hasta que esto esté arreglado. 

— jY qué areglo es ese? 

— Na<¿, las Cortes, la lista civü, la Haáenda, loa distritos, el Có- 
digo, la criaiB 

— ¡Bah, bah! ya verranos; todo eso es cuestión de pocos días; todo 

Be hará pronto y' bien, porque á mi no me la arma nadie ¿Y Fi- 

guíTola? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



— BucBO: ha retirado sus palabras 

— ifiaé palabras? 

— Aquellas Bobre la rana Cristina. Campo-Sagrado le ha inclinado 
áello. 

— ¿Y liforet? Supongo que Vds. , Iqs del I?nparctal, por no perder Is 
costumbre, le estarán ya acariciando. . . 

— ¡Ah, Sr. D. Manuel! Usted lo dijo en Cartagena, ha Hacienda es 
la vida; ante la Hacienda no hay amigos 

— (Te veo.) ¿Y qué más, qué más hay? 

—Nada, ya sabrá Vd. lo de Ducazcal. 

—Algo me han dichos algo me han dicho también d&lo de la porra; 
¡bonita sociedad indefensa hemos felmcadol 

— SeOor mió, las sociedades no se dsSendén ea uu dis, ^oleyó us- 
ted mi bando á los estudiantes? 

— Yo no leo nada. Pero, diga Vd.; obserm que las estaciones están 
soUtariaíi. ¿Es que no saben que venimos? 

'—La verdad, no he t«udo tiempo de anonciarlo. Pero en Madrid 
será otra cosa. Allí encontrará Vd. un baiallon con bandera , cochai 
de alquilerá discreción, el conde, algunos ministros, diputados uni- 

goa, periodistas Madrid es la nación; MAdtád ^ lo ^co grande.... 

y á propósito: ¿sabe Vd. lo de los grandes? 

— ¿Qué grandes? 

—Los de EspaOa. Se han disuelto; quiero decir, han diaiWt» cu di- 
putación. £3 el suceso del día, 

^-¿Y á mi qué? ¿Piensan esos setíores que se nos encogerá el om- 
bligo por eso? Doy toda la grandeza española por un batallón de caza- 
dores, y lo mismo hacia el cardenal Cianeros. 

— Si, pero lo cierto as que esos dichosos conservadores 

— ¡Hombre! ¿ahora salimos con esa? ¿conque todavía hay en nue»* 
tro pais alguieo que tenga algo qw conservan? Pues cuando yo me fui 
nadie lo sospechaba ¿YOláiaga? 

— ^En Utrera- dicen que será el ministro de E^do de uiitd. 

—Lo dudo. 

— SI, ya comprendo; Vd. sigue contEindo con algún lunoniata. 

—(Te veo.) Yo, D. Cristíno, oob lo úoioo que sigo oonUnd» eswn 
BÜ propósito de no dgarme embiomaír por nadie Paro creo que lle- 
gamos al Escorial 



D,gH,zed.yGOOgIe 



-^Eq efeeto . ¿^ «ftb» Vd.J Sagatí» trajo aqui el otro dia al cuerpo 

•~MaI hecho; misQtr&s do sos scoeturahremos al frac, no parecere- 
laoa nada. Yo he cruzado de frac el HediieffpáBCo» la Italia y la Fran- 
cia, y he comprendido, por máa de luM mirada^ (}ue el aseo ée tm ele- 
matío político como otro cufttqoiera ¿Y el regate? 

— Bueno; parece que no quiere salir de Madrid. 

— ¿Se lo han propuesto? 

— 5í, D. Salustiaoo, tres Teces, j la última en la escalera, al salir 
el general con su fianiljá para el teatro. Pero a^ le rieron al leader en 
las barbas.,... 

— ^¿Tiene barba? 

— No; se la qmtó cuando cay6 d imperio. 

— Más Tale así. ¿Y los moBtpen«erÍfltaa? 

— ¡Ah! InsufriMes, iiíaufribles. No hay manera de faacwloe conapl- 
rar. Topete ha estado en S cTilla. 

•^lEn SeTilla! Pero, hombre, ^ no hay jwlicla en este palst 

— No puede haberla. ¿Qué son áoe millones para loa gastos secretos 
de Gibemacion? 

— Caballero, dos millones bien gastadm dan mucho de ú. Mucho 
menos gastaba ya en la emigración c m los amigo», y, án embaí^, 
no babia intrignilla Ae nmguDo de ellos que se me escapara. 

—Si eso es una alusión, &. D. Uanud, yo la rechazo en nombre de 
la Terdad histórica. Yo no intrigué en París, ni en Bruselas. Yo, cuan* 
dn, después de los sacesos de Valencia y de enero, nos reunimos en el 
Hawre para excomulgar, politicamente, al general Prim, dije con 
franqueza, y á la luz del qninqué que nos edumbraba, que aquel hom- 
bre, que parecia eternamente condenado 4 la derrota, no debia dispo- 
ner de lo3 secretos de los auxiliares y del dinero de la revolución. 
Pero que diga el general Prim si desde que me hizo ministro de Esta- 
do ha tenido un amigo, un conaajero por mi estilo ¡Parece mentira 

que un hombre como Vd., Sr. D. Manuel, todo buen sentido, todo es- 
pontaneidad, todo verdad, haya dado crédito {y ya es tiempo de que 
entremos en esta esplicacion) & los enemigos que mi consecuencia, mi 
habilidad y mi juventud me han craado! Sepa Vd., pues, de una vez 
para siempre Pero ¿qué es eso? ¿Se está Vd. durmiendo? 

— Hombre, confieso que el ferro-carril tiene para mi algo de narcó- 



-,yGoogIe 



títxi. Eata rapidez Tertig^ÍDosa, esta trepidación Earandeadora, eaos pa- 
los del telégrafo que no pueden contarse, estos asientos de pelo de ca- 
bra me enervan y me disponen al sopor como un discurso de Bojo 
Arias, y dispense Yd. la comparación. 

— ^No hay de qué; no soy grande uai^ de Bojo, annque, á decir 
verdad, entre ¿1 y Becerra, que son los dos candidatos más indicados 
para el gobierno que desempeño, yo opto por Arias. T esta es la opi- 
nión general, sobre todo en la Tertulia. 

— i Va Vd. por allí? 

— Alguna Tez. Ahora se ocupan de reorganizar el partido. 

— ¿Qué partido? 

— El de Vda,, es decir, el de ellos. 

— ^Milagro será que no ande en esto la guardia negra. 

— ¡Anda en tantas cosas! Hoy mismo, si Vd. no ae encuentra en 
Madrid con un buen regalo de loa amigos, es porque 

— ¿Por qué? 

— Porque apenas surgió la idea de una suscricion ó cuestación con 
tal objeto, no feltó quien se echara encima 

—Basta, Comprendo; pero no me arrendran. El hijo de mi padre 
aguardará á morir para podrirse. Pero ¿qué pitido es ese? Desde Bar- 
celona no he oido otro más fuerte. " 

—Es la señal de llegada. Vea Vd., estamos en Madrid. Allí está á 
palacio,, nuestra casa, la casa de loa liberales, como quien dice Va- 
mos á entrar en la eatacion 

— Meal^To; y» era tiempo. Si, ahí están los amigos; me parece, 

creo distinguir Si, es su cara, su misma cara de siempre, es el 

marqués.:... ¡SEÑORES! jVIVA EL REY! 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA CASA DE TOCAHE-ROQUE. 



(Itt de Didembre.) 

El Sr. Prats y sus comandítanos poUticos haa olvidado , entre 
los aiffumentos tranquilizadores con que se permiten recomendar- 
Doe diariamente la monarquía toscano-española que nos han propor- 
cionado , anunciar al país que d principo de esa monarqma y el 
fin de las Cortes Oonstituyentes han de ser simultáneos . Nuesteis lec- 
tores habrán tenido ocasión alg^ina vez de conooer uno de esos niños, 
de maravillosa precocidad moral, cuya inteligencia, en desequilibrio 
con so tierna edad, hace temer á padres y amigos un fin prema- 
turo. Pues bien; nosotros confesamos que el gran Parlamento revolu- 
lacionario nos infunde un temor análogo. La elocuencia, el patriotis- 
mo, el nacional decoro, la respetabiUdad perscHiai, la sabiduría liberal, 
cuanto de más grande y de más venerable su^a el humano de- 
seo, es indudable que vive y se ostenta hoy reconcentrado en la Oá- 
maradel duquede Aosta. Y no hay vez en que, palpitantes de asom~ 
bro y de entusiasmo, asistamos á sus sesiones, sin que el miedo á la 
fragilidad de la grandeza del hombre nos diga en el confesionario de 
nuestra conciencia: esto no puede seguir asi mucho tiempo, esto es 
superior á todo lo imaginable, esto va á dar un tronido. 

El pais debe sentir lo mismo, debe creer y esperar lo mismo. El 
país no está acostumbrado, á pesar de haber pasado por el bienio de 
1854 á 1856, á semejante espectáculo. Desde las Cortes bárbaras de 
la primitiva EspaQa monárquico-federal, hasta las mayorías del último 
moderantismo que sufrieron la comparación con un tren de tercera cla- 
se, la EspaQa parlamentaria ha sido unaEspaíIa modesta, con raros in»< 
tintos, eecepciohesy anormaUdades del mérito individual, de indepen- 
dencia y de civismo. Pero las Cortes de 1869, pero estas Cortes que et 



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Sr. Sagasta Ti6 formarse por la voluntad nacional bajo su iraparcial 
gobernación, han convertido la escepcion fta regla general. En ellas 
lo raro, lo escaso, lo mínimo es Id vulgar; en ellas ha venido á re- 
unirse la dor, la crema, la esencia áe nuestras gaieraciones democrá- 
ticas. ¿Qué estrío es, por tanto, que hayan hecho lo ^ue }ian hechof 
¿Qué estrafio que el miedroso sentimiento público, desconfiado de que 
tan pr>)digio3a elevación ytan fecundo patriotismo creador no puedan 
sostenerse por mucho tiempo en la altura & que han llegado, apetezc» 
verlas concluir cuanto antes en la plenitud de su prestigio? 

Ayer, ayer mismo, si nosotros hubiéramos sido — Dios nos libre— 
el conde de Reus, no hubiera concluido la sesión sin que hubiéramoe 
dtcho á k E^paBa qne nos cootemp^: «Patn» mift , palana ' de los ra- 
dicales, no temas; esto se va. ¥ ae va, no porque ya no me rarve, no 
porque estoy en el caso de sustitairlo con aig« idéatieo, sua porqne yo, 
como tú, me estremezco & la sol» idea de que esflo, fot el peso misme 
de su portentosa grandeza, dé un estallido. Quince días más, y el I*- 
vtereeiáo nos hari su primer servicio acabando con las Cortes Orna- 
tituyaites.» Pero el geneml Prim nada ddjo^ porqoeel genwslftiai 
prefiere otros métodos para baicer monárquicos j dinásticos ; ei peesu- 
puesto y l:e, bxtall nb». Con su pan se lo coma ei general I^im. 

Con ^ir, en efecto, que en la sesión de ayer las Oórtes BoberanaB 
se eseedieron á. si miomas, basta para dar la idea previa de asa cre- 
eiente, magnifica magestuosidad de loa debates oanstituyentea que o»- 
die se' atreve & prever en qué paravin. Veintioeáio diaa 'habiafli tras- 
enrrido desde la votficion del r^; veintiocho días de viajes, de gloriae 
y banquete» estericNres, áe süeacñ interior, inteirumpidio apenas por el 
doliente jayl' ministerial del Sr. Figuerola, ó por h» «eos del teatro de 
Calaron. A los ^ntíocbo días, la nación, que se iba acoBtiunbraaáo 
á leer y á no oír al Sr. Ruiz Zorrilla, oye áe nuevo los ecos de su siem- 
pre rota y siempre entera campaai» pre^dencial. No cabe duda: toda- 
vía hay Corte». Escuche el mundo, tíemWen los déspotas, prepárese A 
sentido común, regocíjese la- seriedad representativa. Atención, 

La sesión se abre; pero, ¿cómo es posible que haya sesión si no 
sabemos de qué se va & tratar, á no hay orden del día previa y regla- 
mentariamente aeilalaíla? dice el Sr. Figaeras. Y el {Vesidente, que se 
propone ser tcíerante, blando y dulce- coma Conviene á sus recientes 
hábitos italianos, contesta: itKso, Sr. Figueras, ha sido una omisi<Mi 



D,gH,zed.yGOOgIe 



^TduDtaría. Pero S. S. comprenderá que para algv hemos vuelto d» 
Florencia.;» Y se lee el acta de la ae&ioD última, el acta de la nunca 
liiea ponderada elección regia. «Ese acta ea nula, exclama el 3r. Sor- 
ni; él Congreso lo comprenderá asi con nn simple -esfuerzo de lógica. 
£n el eBcrntinio se separaron los votos ¿ la república federal, á la re~ 
pública espaSola, y & la república á secas. ¿Por qué no se separarOD 
los votos al duque de Aosta, rey de EspaOa, ; al duque de Aosta, rej 
'de los espaSoles?;» Bisa universal. ¡El diablo son los republicanoat 
iPoes no quieren que ae haga coa el rey lo mismo que con la reptit- 
blica! 

Restablécese la compostura & campanillazos, y entonces un unio- 
BÍsta de los que no sirven, el Sr. Méndez Viga, se permite levantarse. 
{Sensación.) ElSr. Méndez Vigo^SeSores, las actas de nuestras aeeio- 
neg son los certiGcados leales, fehacientes é imprescindibles de cuan- 
to aquí hacemos. Es asi que la comisión espedicionaria no ha podido 
llevar k Florencia e! acta de la sesión del 16 de noviembre que discu- 
timos, luego la comisión ha ido sin oredeiicial, ha ido, en ciortomodo, 

a^pócrif» y gratuitamente & ofrecer un sueldo de treinta müloaes 

— ^Indignación general. — El presidente, blandiendo su eterna sonaja: 
Pero, eeííoT mió, ¿y el acusrdo? — La mayoría: ¡Eso, eso, el acuerdo- 
(Basta de montpsnflierismo! — El Sr. Diaz Quintero: Pero, hombre, es 
fuerte cosa que aquí no podamos hurgar siquiera al candidato. jSi al 
menos §e nos hubiese dicho que ese ca ^did&to ea una especie de li- 
cenciado Vidriera!... — Qritos, rayos y centellas. El conde de Reus se 
levanta y estienda sus brazosá la mayoria, como diciendo: «¡A esel» 
El Sr. Moncasi contesta por todos al conde de Reus con otra mimica 
igual. Confusión. — El Sr. Figueras, para una cuestión de orden: 
Desearía saber en qué idioma se han hablado oficialmente las Cortes 
y el rey electo. — El señor presidente: Sr. Figueras, yo no podia h«^ ' 
l^T sino en espaSol, como todo el mundo sabe. El rey, por su parte» 
estuvo en su derecho al hablar en italiano. — Una voz tímida en una 
tribuna: Asi se entienden las gentes. ¡Viva la monarquía Babel! — ^ün 
secretario: ¿Se apruelm. el acta? — 128 votantes: Se aprueba. — 35 vo- 
tos: No se aprueba. — El secretario: Queda aprobada. 

£1 Sr. Ruiz Zorrilla,' visiblemente turbado: Cúmpleme ahora, se- 
Sores diputados, deciros en pocas palairas (esta era ayer -su muleti- 
41a} que hemos hecho, como quifln dice, un viaje & Lima. Eupocaspa- 



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lúíra», ¡qué &ag&t«8, qaé mar, que Italia,, qué hoteles j qué reyF 
Veinte días, ea poces palairas; sin verim punto negr&eii eLfaorizon-^ 
te; T^nté diaa d& colar de rosEk, veinte disa. siaotro dolor que el de k 
pérdida de un patricio emiiiatUe que-ao» acompa&aba. [Ah, hermanos 
mknl digu, jah, seSorea! to^ ¿ oonorutaraiue ¿ pouí» ptüí^fras: que 
Bit» no me conceda el gnsto de Qegax á ser presidente del Conaejo, 
aomu> eft cierto qne estoy cooveiieidq áe que Amadeo I bati noeetia 
^ieidad. Y díoho esto, aig» bucutío la procesión, siga el debate. Se 
h» |»«8eot«do uoa proposición para damos las gracias por la patQÓ- 
tica caminftta. Mi amigo el Sr, Uartos, que fué ayer á recibirme, tíe- 
se la palabra. 

£1: Sr. Martús: Nada m&s grande, seihires diputados, que ese m~ 
je, csoaidemdo desda el punto de vista de una critds ministsrial . Nada 
mea simpático que esa. Italia que nos da un rey ¿I prueba de deiechoa 
indiridoaleS. — El Sr. Rivero, ministro ds la Gobernación: En efecto, 
aflores, esa Italia no tiene comparación . ¿Pues y el reyí ... Yo os afir- 
mo que eae rey viene i arrostrar aquL grandes- peUyros Cauclis- 

mo. — Unos: ¡quó franqueza! Otros: joon que Vd; lo diga basta! O^os: 
jSr. Itivero, por el amor de Dio»!' — ^El Sr. Rivero: En efecto; ffrandi~ 
tmotpeliffros..! — La. mayoría, viendo soBreir & Sagasta: Pero £ea~ 
Uari ese hombre?... — El Sr. Rivero: Pues lo dicho, dicho: grantdes, 
^a/AdisUnos peligros-.. — Convicción universal: 

El Sr. Figuerss, apoyando una proposidcHi en que se declara que 
no h¿ lugar á deliberar: £1 rey de loe derechos individuales, según el 
Sr. Martes, no sé, lo Que pairecerá.á las lamiliasde las victimas de ia 
partida de la Porra, ni á las de loa supuestos ñisüados en Andalncia 
sin formación de«ausa; pero casi me atrevo.á asegurar que no debe pa- 
reoerle g^an cosa al Sr. Rtunero Robledo, enemigo del sufrag:io uni- 
versal. — El Sr. Romero Robledo: pnesae equivoca.de medio & medio 
eISr. Figueras; porque el rey y la Constitución me parecen perfectar- 
mente, y pienso acatarlos con lealtad.— £1 Sr. Figueras: ¡Quiéralo 
Dios! Quiera Di(» que el Sr. Romero los acate con lealtad igual á la 
que tuvo respecto á otra dinastía! — ^El %t. Robledoi Yo, Sr. Figueras, 
no tengo ¿ ese respecto remordimientos. Ko aoy de los que felicitaron i 
doíEa Iffibel cuando lo del cura If erino, nt de los que han recibidot»n- 
■ejoB del Sr. Marfori en los bulevares de Paris- — El Sr. Figueras, 
deflCMnpue8to:Pero¿venVdB: qu¿ joven erteí — La mayoría, entu- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



: Pero ¿Por qué se ha metido Vd. con él¥ — El Sr. Pigfueras: 
Pero no involucrémoslas cuestiones: lo cierto es, señores, que la li- 
bertad de imprenta está perdida. — ^El aeCor ministro de la Goberna- 
ción vuelve á pedir la palabra. — ^El Sr. Sagaata vuelve á sonreír. — 
Curiosidad general. 

El Sr. Rivero: En el bolsillo traigo un periódico que me dirige 
atrocidades superiores á la invención humana. Es SI Cojnbate. (Lo lee.) 
Asi es, seQores, como ae pierde en mis manos la libertad de imprenta. 
Cuando yo leia libros, supe que un gran politice eatranjera habia di- 
cho de la libertad dé imprenta: «Muchos inconvenientes tiene; pero 
¡tiene tantas ventajas! ¡es tan gran freno para los malos gobiernos!» 
Poes bien: yo digo- ef(o Boismo. ^lé demócrataí-^El Sr. P««l y An- 
gxilo pide l«r palalH». — Bl)»^bhou: }GvacM»iDios.que todo vh & ar- 
reglsTse! — ESSr. Paul; SsSores, ese periódico qoe exhib» elSr. Biveio 
ha sido secuestrado & la hora y media de publicarse iuhi noche , es de- 
cir, cuando oo era posible que el jaiez hubiese dado el imprescíDdibla 
auto de recogida. ElSr. Rivero será todo lo demócrata que quiera; pero 
yo me atenguá ese acto de servilismo de lajusiicia iifiiórúsa. Por lo 
demás, ese periódico, lo confeso, arde en un cacdil. Pero esto tieae una 
educación muy sencilla: ese periódica se escribe bajo la inspirscio» de 
lo qué aqtii se representa,' y que yo me permito suponer que es una 
F&SS& iNoiSHA. — QritOB, alaridos, caos, temblor de tierra, badajazwi 
Sagasta sigue sonriendo. 

El Sr. Riv^eny; Calma, aeSores: esta es la libertad, ó al menos esta 
eas la libertad que Bosotsos podemos dar en espectáculo al pais. El que 
da le que puede, no estA obligado á más. Ahí tenéis al Sr. Paul ; esa 
es la demagt^a qiie ama el escáadalo como á las niSas de sos ojos, y 
qaeutQízaá su manera la inmunidad parlam^taria. No seamos ni- 
Bos: dejémosla con elescándalo, y quedeanas nosotros con- la libertad y 
con el orden. {Aplausos.) — ^El Sr. Sagaata , para sus adentros : ¿W 
este buen seEíor & Volverse otra' vez elocuente y hombre de Estado? — ^ 
El presidente: Las siete.. ¿Seguirá el jídeo» digo, se prolonga la sesión? 
— La Cámara: ¡De ninguna manera! — Un secretario: Pues haata ma- 
E&na, — D. Samon de la Cruz, desde su sepidcro: ¡Ab! ¡sí yo hulnera 
visto todo eso, si yo hubiera Jiecho estudios sobre el terreno, si yo hu- 
biera sido amigo del deloeCastilk^s. ¡Mal haya el morirse pronto!... 



D,gH,zed.yGOOgIe 



DOS TIPOS. 



[92 d« Dioiembre.) 

Es indudable qae el progresista nace y el cooserrador se hace. 
Hasta por respeta é. la razo» humana es conveniente creerlo asi. La 
reflexión, el cultivado espíritu, la Slosoña intima y costosa de la expe- 
riencia, debemos admitir que entran por poco en la producción de esa 
inculta planta liberalesca que en la España de nuestros dias se sigue 
llamando «(progresista, e El progresista es UQ ser espontáneo; fórmalo 
el instinto, prepáralo inconscientemente la educación, determínalo la 
herencia de hogar, de profesión y de temperamento, que no se escogen. 
Con una levita inmanejable, con unos guantes inverosímiles y con un 
poco de himno de Riego, no es diñcil £>rmar ese incorreg'ible tipo de 
nuestra decadencia; pero ¿concibe nadie á un progresista con un libro 
enlamanot... 

Empezamos á ser adultos en polítiea; conocemos y tratamos á mu- 
chos veteranas de nuestras públicas lides; creemos saber regularmente 
la historia de la EapaSa constitucional; hemos presenciado muchas ve- 
ces la conversión de alguna notable entidad, de principios exiígerada- 
mente liberales, en un conservador más ó menos cercano al estremo 
opuesto; hemos, en fin, sido alguna vez testigo de lo que, empleando 
un lenguaje cosmogónico, llamaremos el gradual enfriamiento de las 
mejores capas de ima desordenada aunque brillante fq>titud, y visto 
dar al fin por resultado la aparición de un nuevo astro conservador, 
sujeto ya para siempre á las eternas leyes del buen sentido y del ra- 
cional liberalismo. Pero no hemos tenido noticia, no hemos logrado 
estudiar, no hemos conocido, no conocemos un conservador que deli- 
bsTadamente haya degenerado en progresista. 

Sentiremos en el alma — Dios lo sabe— que el primer caso de seme- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



181 
j ante Ruicidio nos lo ofrecieran al cal>o aquellos de nuestros antiguos 
amígoB unionistas cuya buena fé, & nuestro juicio errónea, les ha he- 
cho cooperar decisivamente ¿ la obra del maravilloso conde de Reus. 
Tenemos todavía, sin embargo, la esperanza de que suceda al revés; 
la esperanza de que esa inoculación liberal conservadora, ese vital in- 
gerto de inteligencia, de buen gusto y de plausibles hábitos que el 
progresismo-democrático acaba de deber á la monarquía, en vez de 
ser absorbido, en vez de perderse inútilmente en las entrañas del viejo 
árbol infecundo donde la revolución le ha hecho penetrar, sirva, por 
el contrario, de principio regenerador á la iletrada turbulenta hueste, 
y produzca en ella, más ó menos próximamente, el verdadero fenó- 
meno de la seriedad y de la sensatez , 

Mientras llega, empero, ese dia, cuya probabihdad no afirmamos 
en absoluto, convengamos, á pr'ipósito de la sesión celebrada ayer por 
la espirante Cámara soberana, en una cosa, y es: que el Sr. D. Lau- 
reano Figuerola es un ejemplar perfecto, un modelo Eicabadísimo de 
ese progresista histórico, de pura sangre, repetido á través de la his- 
toria con identidad fatal, razón de ser y consecuencia indecHnable á 
un tiempo despartido mimado por todas nuestras modernas anarquías. 
No sueSa, en efecto, no puede inventar la imaginación más fecunda un 
progresista-modelo por el estilo. Cerremos los ojos, forjémonos mental- 
mente ua progresista ideal, nacido en la misma calle de Postas, en la 
jáenitud de un comercio al por menor, miliciano nacional desde su pu- 
bertad, suscrito á La Iberia desde que le aseguran que sabe leer, 
enemigo nato de las bibliotecas, consumidor de ropas hechas, refrac- 
tario á la meditación, esterminador teórico del clero, y abramos luego 
los ojos y contemplemos al Sr. Figuerola desapasionada, concienzuda- 
mente; ¿verdad que hay un abismo entre aquella pálida creación y 
éíta realidad exuberante? 

Nosotros, pues, hicimos ayer al Sr. Figuerola plena justicia en au 
representación moral y jiolitica. ¡En el Sr. Figuerola hablaba el pro- 
gresismo auténtico de la tradición y de la actualidad! Al oírle escoger 
puntos de vista tan propios de la escuela gobernante á que pertenece, 
al oirle combatir enérgicamente la preocupación nacional contra la 
partida de la Porra, al oirle disculpar por medio de las más viriles 
habilidades las misteriosas' hecatombes del bandolerismo andaluz , nos 
parecia ver en el espacio, y en tomo á la descabellada frente del recien 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



caiilo hacendista , muchas, muclias gsBeracioaes de hombres de go- 
bienio mali^rados; bos p&Fecini que le rodeabaa íant^ticamente I4B 
SDiabras de los héroes que desalojarm loa conventos en 1834, 6 de Iw 
pragnes iniciadores del motín de la Granja. 

Pero como nada hay perfecto en la humanidad , el Sr. Figuróla 
tieap una pn^nsion de acometividad esagerada , qua le saca & veces 
de la esfera de su pr fgref ismo idÍoñ%crAtico. La palabra d«l Sr. Fi- 
guMols es A sumo de lo agfresiv.^. Un espíritu observador oye »8m[ffe 
en el acento, del Sr. Figuero)» alg-o semejante á una Uuvia de alfileres. 
La elocuencia del Sr. Figuerola ha roto , por razones de naturaleza, 
con las tradiciones cláácas del gran arte tribunicio ; el Sr. Figuerola 
no aspira nunca á pereuadir, ni k conmover; pero tísne siempre la se- 
gUfidad de molestar. El Sr. Figuerola es, en rigor, una p^queHa ame- 
tralladora oral. ¿Quién sab» cuájitos proyectiles salen de ella en cada 
disparo, niá dónde van, ni á quién ó á quiénss alc«flBarán? ¥ lo más 
notable es qu« el Sr. Figuerola no prapara nunca ais rociadas misti- 
ficantes; lo más notable es que el hacho y la inteaflion no ee corres- 
ponden Bimca &a su áaimo. Da lo que resulta que A 'Sr. Figuerola 
estíi siempre entregado al doble trabajo de la a^reúon' y de I4 satie- 
&ccion. La esplicacion benévtJa 6 la retractaeicHi amistosa sitien por 
lo general — y lo confesamos en su honor — ¿ fus ataques, ^mo la som- 
bra al cuerpo. Nadie má^ propenso que el Sr, Figufarola ¿ no dejar tí- 
tere con cabaza. Nadie más sorprendido y pE^aroso del efecto de bus 
palabras. La mano que hiere, encadenada al brazo que os estrecha 
f ariBosamente; el adversario dijspuesto siempre á acabar en amigo: este 
^ el hombre, este es el verdadero Sr. Figuerola. 

El Sr. Cánovas dd Castillo , comprendido en la serte de alagues 
inocentemente hostiles del Sr. Figuerola , se vio ayer en la necesidad, 
no de darse par resentido con su repentino escitador , porque conoce- 
mos lo bastante al Sr. Cánovas para saber que procura no tomarse 
nunca trabajos inútiles, sino en la necesidad de terciar, contra su pro- 
pósito, en el debate que hoy sirve de funeral al Congreso revoluciona- 
rio. El Sr. Figuerola hizo un verdadero servicio, de la mejor mane» 
que S. S. puede hacer esta clase de servicios, es decir, sin saberlo, á 
1& discusión, al pais y ¿ IO0 espectadores que presenoiábaaios el acto, 
haciendo usar de la palabra al Sr. Cánovas 'del Castíllo. A quien üni- 
■cwaente no sirvió el Sr. Figuerola con est* motiví» fui á b1 mismo, 



DigmzediiyCOOl^le 



porque deede desde .el ponto de vista del propio pi'esti^io y del Aiérito 
triunfente, á nadie en ganeral conviene, y mucho inénos al Sr. Pigoe*- 
Tola en particular, ponenise «i parangón coa su antsofonista , con un 
tipo esenoialinente opuesto ¿ su modo de aér. 

Y ya hace SiSios qae, en verdad sea. dicho, sabemos loa eapaBoIei 
de la libertad que el Sr. CárUoraB del Caatillo es el tip-) opuesto á toaos 
los Figuerolas contemporáneos. El genio analítico más investig'ador 'y 
más prolijo pasaría, enesEécto, en vano, toda una -eternidad para ha» 
Uar en el 3r. C&aovas la propensión más tenue, la más vaga Bemejafn^ 
KB, la fíbra, el instínti m^nosTelacicinados coa las condiciones de sa 
antagonista de ayer. El espíritu conservador anticipado á lo» SBoa, tfl 
talento ayudado y desarrollado p ir el iraaciable estudio, las íacfida- 
táones de ana seriedad aidt^mitiea, la respstaWUdai c^mo punto dB 
parlada, la buena forma indvidada é inolvidable, las creendas ccídM 
fiíndamento de la conducta, algo grande, algo swaro, algo- sólido, 
algo positivo papa la critica moral y para la considetacion páblica, ^ 
el fondo de las ideas, de las acciones, hasta de las actitudes; todo es- 
to, que afortunadamente caracteriza y define al Sr. Cánovas del Cas- 
tillo como honbre piSblico, le separa hasta la otra vida dal Sr. Figa&- . 
rola. 

¿Qué extraño, pues, que la poderosa elocuencia del Sr. Cánovaa, 
sucediendo á la estéril verbosidad punzante del Sr. Figuerola, nos 
ofreciese un espectáculo totalmente distinto? ¿Qué extraSo que al.des- 
Tfinturado adalid de la partida de la Porra y al disculpador irreflexivo 
d(s los procedimientos de la Guardia civil en Andalucía, opusiese el se- 
Sor Cánovas la valerosa prot-^sta y la acusación salemne del fuerista 
ilustrado de la justicia, del patriota, del hombre de ley, de! hombre de 
gobierno? ¿Qué extraño que cuando algún despscho radical, sintiendo 
el peso abrumador de aquella gran palabra, sintiendo el sangriento 
efecto de aquella gran flagslacinn moral, se aventuraba á recordar el 
Código penal en sus r^acionee con «la calumnia,» el Sr. Cánovas 
respondiese y probase que allí no había más calumniadores que los 
'"que atribuían á otros la intención de calumniar, que á quien hfr- 
bii que llamar «calumniador» es al país entero, al sentimiento pú- 
blico, y que, en todo caso, ya es tiempa de que se presenten las prue- 
bas legales contra esa calumnia de la opinión? ¿Qué extraño que en 
b?)nco3 y tribunas retumbasen unánimes -aplausos al oir decir y pro- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



"hax al Sr. Cánovas lo que el Sr. Figuerola tuvo e) irremediaUe seati~ 
meato de oirle decir y probar? 

Fué, pues, la nramorable contienda parlamentaria de ayer la exhi^ 
bÍ4ñon, la presentación interesante y docente ante el tribunal de la 
«oncieocia pública, de doa tipos perfecta é irreconciliablemente distin- 
toe de nuestra escena política. Tal, al menos, la juzgamos nosotros. 
En el Sr.' Figuerola brilló la EspaSa de actualidad, brilló el espirita 
de la revolución farsante que, después de baber intentado justificarse 
coa una gran Constitución, viene á morir de miseria ; brilló la inepti- 
tud fatal y eterna de ese pn^resismo en cuyas manos se deshacen 
mejnpre la libertad, la autoridad y la tranquilidad pública como en ua 
disolvente. En el Sr. Cánovas brilló el espíritu de la gran política li- 
beral-conservadora, del gran partido ponstitucional, cuyas actuales 
accidentales divisiones, asi como no afectan al prestigio de sus honro- 
sos precedentes, no es posible tampoco que subsistan cuando la salva- 
ción de la libertad, de la monarquía y de la patria le necesitan de 
nuevo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



PLEGARIA. 



{aáe BnaTodel871.) 

Ayer fué un dia progresista, eii toda la triste esíension de la pa- 
labra. Empezando por la atmósfera, que dejaba á cada quisque libertad 
plena de helarse á sus anchas, y acabando líor el uniforme del Sr. Rojo 
Arias , todo ofrecía los entornas de un mal gusto derastador. Para 
nosotros, sin embaí^, amaneció con ciertos síntomas de solemnidad. 
La monarquía, según noticias, esa institución antipatriotera. cuya fé 
hemos logrado sacar incólume de las garras del radicalismo, se halla- 
ba, como quien dice, á la puerta, en Aranjuez, y traída, aunque acci- 
dentalmente, por una mano honrada, por el bravo Topete. Esa mo- 
narquía, nos habíamos dicho con este y otros motive», parece tener 
buena estrella. Vamos, pues, á recibirla también nosotros; que el lá- 
piz del periodista cumpla hoy su misión; somos fiscales de la curiosi- 
dad pública, y el horror del Sr. Fig^erola y de otras ilustraciones & 
los fiscales en general no debe detenemos. Y salimos de nuestro alber- 
ga todo lo animados que un esp^ol procedente de la interinidad pue- 
de salir á la calle. 

Blanco el cielo, blanca la tierra, blanca la página del «haber» d^ 
Tesoro púbÜco: todo blanco. Madrid sin coches , es decir , Madrid sin 
Toz; las caUes extracentrales , solitarias y silenciosas, como después 
de una exhibición porriata ; las tiendas , cerradas , como si decidida- 
mente ya no hubiese aqui quien compre algo; solo desde la Puerta del 
Sol hasta él Prado se agitaba la parte de nuestra generación que to- 
davía tiene capa, alternando con algunos marciales regimientos cuyos 
guantes de estambre miraban con jiistlsima envidia los Volúntanos 
de la Libertad. Para nosotros, sis embargo, todo brillaba, todo son- 
jeia, todo se movía alegremeite; llevábamos en lo intento un gran 



.yCoógle 



principio de vida y de entumasmo. ) La monarquía iba i venir , era el 
día de la monarquía ! Pelillos á la mar , nos dscia téicitamente el cora- 
zón ; hoy acaban dos aSos de personal desgobierno ; hoy es el entierro 
de la devorante anarquía; hoy debemos ser todos unos: ¡¿ vivir! ¡& ol- 
vidar! ¡k respirar! Y hubo momentos en qne hubiéramos abrazado á 
todb el mundo, incluso & cualquier socio de la Tertulia. 

Llegamos al Congreso. «N» se puede entrar,» nos dice un portero 
con uniforme: ¿Está Vd. en su juicio? le replicamos con la amarga 
sorpresa del que se ve obligado á paneras de mal humor; ¿no sahe Vd. 
que, como ei-diputado, tenemos siempre entrada Ubre? — Pues hoy no 
entran los ex-diputados, nos contesta: es orden del seüor presidente. 
■ — Subiremos entonces & la tribuna de la prensa. — Hoy no h&y prensa 
tampoco , es decir , hay tmnpoco hay tribuna de periodistas ; el seSor 
presidente lo hadispuesto'ast.— Este hombre está borracho, pulsa- 
mos ; cada cual celebra la monarquía i su manera ; esto es culpa de] 
atraso de fai instruccvm pública. ¥ oonTertidos en simples siortaleí 
aahmofl de nuevo á la lOaHe. La calle estaba llena , sin embarg ^ de 
etros fblicularios. El be^toera cierto. ¡ La bárbara esdosion era una 
-triste verdad ! ¡ La prensa no pwiia asistir al jurammta regio ! 

Y «ntonces nos enteraToos de que leí tribunas todas se habían lle- 
nado por convite; y de que, desde la horx del desayuno,' las ocupaba 
un verdadero estado llano de ambos sexos: hombres que estaban y* 
«plaudiendo alsíllm eo qne debia sentarse el Sr. Ruíe Zorrilla;, mu- 
jeres, es decir, seiloras, que, segas leímos anoche en la pérfida gpoM, 
llevaban, por lo general, abrios de felpa sobre trajes, ó cosa asi , ite 
4ana. Es^ hueste provisional én toda su integridad, nos dijo nnesm- 
paüero melancólico, ¡Qué dirá el rey! ¡qué dirá el rey! ¡qué idea va á 
fijrmar de la sodedad madrileña, y 'Sobre todo de lasespaSolsa!... Y 
»aadió: ya sabrá Vd. qiie S. M. insiste en que los cargos de palacio 
Be confien á grandes de EspaSa. Anoche estnvo eci Aranjuez el seSor 
Abascal. 

RecfH^amos «n aquel momento que teníamos un amigo habitante 
'de la oaUe Mayor, en casa de su propiedad, y resbalando aquí y tro- 
pezando allá, como 'nave del Estado regida por timón democrático, nos 
fiñmos ápedirf? un peiaw) de balcón. — ^Tendrá Vd. que ponerse ea 
-s^^ndo término, como mi aeSwa y sus amigas, 'nos dijo, pjrqae 
tanto loe balcones de este cuarto, como los del resto de la casa , alqoi- 



DigmzediiyCOOl^IC 



lados 6 no, est&B 316 locuitadoe por futrza ^i^or. MireVd..... Y, fm. 
ti&cto, aquello era una irrupción de agentes de orden público «os pa- 
lomas 7 floree en Iaa amaos, calado el búxedo aombrea» de copa alta, 
y abatonado el nudo c^ote de bayeta^ia.i Y ouántofl, cuántos h&bia, 
^ios eterno! ¡Pafeoiii meojtira! Las parojfis que no «a pueden enconísar 
¡wra una triste coicedJa del teatro ¿e Oalderwi, ni para un aseemat^ 
cié la calle del Turco, pululaban alli Doim hornúgas g'uberoativas . El 
4aeSo de la casa, quele^tó en nueatno psnsamienta, ee -ctutentó cen 
^lecirDoe también: ¡qué dirá «1 rej'. ¡qué 'dirá el rey! 

Lhgó^ por fin, elBiornaato; d ramor pftblioo sa acentúa repenti- 
«tamente coa vim esclsmañon satiafactorift; luapéndense acto segui- 
do ^ retqHraeionea: inclisanse hacia la calle todos loa cuellos, oob «uh 
i«BpecttTBeed»zas: las palomas y lasflcves de la policía se precipi- 
tan al espacio; suena, cono lejano trueno, el paac de una tropa de ca- 
bali^ite: «abireetá,» diceo al flntodasla9l>ocae;yen efecto, aparecéis 
<égia C(»BÍtiva, y la &Uiva , Tanoil é üitereaBute figura del jóv«i 
priDoipe, caballero en alazán nagmifíco, y saludando airosamenla ¿ la 
nucbedumbre, pBsa & nuestra vista, — Diga Vd., cabaUeto, jes «1 
dwqttede Montpensier? noS {M-sgunta is tápente una voz inesperada 
que suena ¿ noeetra espalda. VtdvémonoB diapueatoeAcoote&taf ág-ria^ 
iBfinibi al brotnista. El bromi^ es una pobre mujer , cuyo delantal 
^asi^to ; ou;a8-«ueulfflxtas «nanactones denuBÓan á la leg-ua ¿ la 
cociaera d@ la casa, atraída allí en alas de sus tferechos individuales. 
' — ¿Por qaé lo dice Vd,, buena mujer? le preguntamoe reprimiéndo- 
nos. — Lo digo, «eüor, porque.yo no conozco &1 rey; pero be visto mu- 
chas veces* ¿ los que lé acompaQan. Y «ano la maye»' parte de loa mi- 
litares qáe le dan escolta son de los que decian que iban á ftraer al 
duque de Montpensíer 

¿Qué hablamos de contestar á la estúpida fregatriz? Dajamos co- 
cinera, amo y balcón con la rapidez del gato escaldado, y nos fuimos 
A contemplar las casas de los grandes de EspaQa: todas caradas , y 
sin colgar. — Iluminarán, al menos, esta noche, pensamos; y, en efecto, 
la iluminación nocturna brilló por su ausencia. — ^Irán, al menos, & la 
gran recepción de palacio, después de la gran comida, volvimos á pen- 
sar, — No hay comida ni recepción, nos dijo un noticiero. — ¿Por qué?. 
— Porque no; ¿cree Vd. que bastan para actos de esta especie el mar- 
qués de Perales y el marqués del Duero? Además , no hay que olvidar 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



que estamos en duelo nacional de real orden , 7 que ae han prohibid» 
las ovaciones. 

Entonces nos pneinios, como buenos monárquicos, 6. pesar de todo, 
4 hacer una plegaria.al Dioe de todas las cosas, entre Us cuáUs se 
cuenta por derecho propio la monarquía, j le digimos con esa tos del 
alma que Él -solo sabe escuchar: Sdlor: ya que nos das una monarquía 
con la inocencia de veinticinco aSoB , brotada del buen deseo de an 
hombre qué no tenia otra salida más que ella , 7 ayudada por los pla- 
nes de un ambicioso papá coronado; ya que esa monarquía tiene que 
espresarse ijq poco de tiempo en francés, con harto sentimiento de esta 
tierra del Dos de Mayo, manda al menos, SeSor, esta noche un celeste 
enviado tuyo & presidir el sueño de ese confiado joven , que ha venido 
solo, indefenso, confiando en su valor y en la castellana nobleza, á re^ 
clinar su frente bajo el solio de San Femando ; que ese ángel tuyo le 
toque con su dedo de luz el corazón, y le haga conocer y temer en su 
justo valor el más grave, el más serio, el más importante peligro de 
cuantos le rodean. Seííor : haz comprender á ese príncipe que la gente 
que ha empezado á rodearle no puede ceSir á sus sienes otro símbolo 
que un kepis populachero; hazle comprender que la corona espaBtJa 
necesita otros apoyos, otras amistades, otras seriedades , otro pereonal, 
otros intereses, otro cortejo. SeBor: que no exista maSana moralmente 
el rey progremsta, el rey de un ministerio, un rey <te temporada. Esto 
te pedimos diea y siete millones de propietarios , de nobles, de indus- 
triales, de sacerdotes católicos, de madres de familia que creen en la 
Virgen , de Hberales que creen en la libertad. Señor : ¡ya que tienen 
rey algunos empleados, que lo tengan también los españoles! 



:y Google 



CUESTIÓN DE INSTINTO. 



(6 de Bn«ro.} 

fistamos ai pleno drama oredeDcíalesco. 4N0 escuchan Váa. un ru- 
mor siniestro, una al^^arabia csai pavorosa en el fondo de la situación? 
Pues no es que el carro de la Hacieoda haya dado un solo paso fuera 
de su tradicional atascadero, á impulso del seductor Apolo financiero 
que hoy le dirige; no es que la Tertulia celebre un meetíng apologético 
ea menoría y loor del malcarado ateísmo del Sr. Echegaray; no es 
siquiera que el Sr. Coronel y Ortí^d^e hoy escapar de sus lábio^ con 
más estrépito que de costumbre, el huracán d^su respiración: es, pura 
; simplemente, que ha llegado el momento de dar media docena de 
destinos trascendentales, y que los Uamados son muchos y los escogidos 
no pueden ser tantos como convendría á la cauaa santa de la civiliza^ 
cion. 

Y no hay remedio: ni la monarquía puede dar un pasu, ni el pro- 
grama ministerial puede pubUcarse, ni quizás pjdrán cobrarse las cou- 
tnbuciones hasta que esa cuestión ee arregle. Y el caso es que, des- 
pués de todo, se trata de nna bicoca, como quien dice: al^na que 
ütra subsecretaría, algún gobierno civil, alguna triste plenipotenclai 
cuatro frioleras. Pero ha'dado la jácara casualidad de que, como el 
nuevo mioisterio es de conciliación, la conciliación no puede menos de 
impedir todo acuerdo en general y ese acuerdo en particular, porque, 
si no, la conciliacbn revolucionaria &ltaría vergonzosamente & su his- 
toria. 

¿Qué resultará, pues? ¿Se romperá la cuerda, como siempre, por 
lo más delgado? ¿Y quién es, ó quiénes son lo más delgado, la parte 
flaca, como si dijéramos, deesa hermosa y recia cuerda de tres rama- 
íes que el país ae ha echado benignamente al cuello? ¡ Ah! prepárense 
nuestros lectores á una convulsión de asombro: la maroma de la situa- 
ción amenaea romperse por el cabo unionista; él último mono, es de- 
cir, el que siempre se ahoga y el que ahora parece que se ahogará 



D,gH,zed..yGOOgIe 



irremediablemente, es el unioDÍsmo ñunterizo. Parece mentira; no se 
concibe á primera ni á segunda vista; no lo creeria el mismo conde de 
Reus sí resucitara; pono es verdad,, tan vexásÁ como que los ayudantes 
del rey no saben francés, tan verdad como que nadie sabe en qué para- 
rán, al fin y á la postre, estas misas. 

Pues 3Í señor; se trataba, por ejemplo, de la cosa más natural d'il 
mundo; se trataba de que el batallador Sr. Rtmiero Robledo, el autor 
del discurso de Ruiz Zorrilla en Florencia, el autor de la propo^cim 
que disolvió— ¡loado sea. Dios! — las Cortes Constituyentea, á. anticipa- 
dor, en una palabra,, de la nunwrqnia y su primcE ministerio,, fuese á 
]a. subseoretaTÍa de Oobemacion, á. enseñar un< poco de politíc» oon- 
servadora al g^can eoeco nervioeo. Se trataba de que el intelig^Qte j 
simpático AlbaiToda, tan afioiouado á llevar las saaoos fíosmeete fiíin- 
daa, es' deoir, tan poco aficionado á las estructuras del radicalíamo, aa 
resignase é, bre^p aon la paitida de lai Porra e» el gobierno civil da 
esta vjlla del oso y de J^ niev«; Pues nada: el radicalismo en masa, se 
ha puesto hecho un. energúmeno ante la contingeucia de esos nombra- 
mientos: el solo nombre de esos dos jóvenes ex-uniímistaa' ha lerant- 
tado una tempestad pavwosa, horripilante, preñada de cada troesio y 
y de cada rayo, que da miedo verlo. 

No hay destinos, ó. al menos no hay destitioe políticos, para esos 
aguiluchos setembri^aa ea: cuyas olas se ha levantada la piedra qufi 
ha coronado el edificio. Ellss será» muy buenosy muy santas; paro b 
cierto es que tinas elecctoDes sía gobernadores que haya» sido milicia- 
nos, y sin que Sogasta pueda ser imparcial ¿ su ma'iera, ni se com- 
prenden, ni convienen; pero lo cierto es que el Sr, R.jo Arias se ha 
hecho para algo un gran equipo oficial; lo cierto es^ue , vamos , no es 
posible que esos csballerítos vengan con sus manos lavadas á meter- 
las en la masa. Y quien dice de esoSr dice de otros pivecidoB. El mianro 
ilustrado Carlos Navarro, el_grande amigo del honrado D. Manuel, á 
pesar de su talento, de su desinterés y de su abnegación, no cuenta con 
la sola simpatía de uncimbrio; eljnismo dietingnido NaSez de Anee, 
primer escritor del elemento joven, no es mirado menos de reojo. Y 
esta es la hora, en que, como dfflde hace dos años, nadie- se entiende, y 
la barabúnda toma por momentos un aspecto feroz, y nadie-puade decir 
á dónde irá á cobrar cuave&ta'ó'OincaraLta' mil realeacon lo- posible re- 
lativa tranquilidad. 



Digmzed. y .Google 



Pues bien: todo esto que puede inspirar risa al pais, á nosotros lo 
que nos inspira es el recuerdo de un cuento. Había una vez uu semi- 
narista que creía compatible la teología con el galanteo, y, apenas 
tenia ocasión de salir á la calle, daba cada escándalo femenil como una 
loma. Y había un obispo r^idn, virtuoso j-filisofij en aquella diócesis; 
y el obispo Uamó al revoltoso aprendiz de clérigo y le convidó á co- 
mer, y. á los postres hizo una seüa á su paje, y el paje trajo uu gatito, 
y el gatito estaba tan perfectamente educado y domado, que, á pesar 
de ponerlo su amo ilustrisímo sobre el mantel, y á pesar de servirse 
pescado, ni se movió, ni se le vio temblar de gula. Y el obispo, des- 
pués de aquel raro ejemplo , dijo al seminarista; «¡Ya ve Vd. , joven 
desatentado, que'haüta losanímales saben y puedan refrenarse! Con- 
que,, á la erunicQda.s El seminarista aceptó humildemente la lección, 
y. solo se aventuró ¿ pedir á su ilustñsima que le permitiese coav.darsa 
también para el diasiguiente. £1 obispo accedió, y, en efecto, al si- 
guiente día apareció nuestro, mozo, ae sentó, vio de nuevo algAto su- 
ftiry^ callar y estarse quisto sobra la me&a; pero á lo mejor aacó el tra* 
vieso. estudiante de su bolsillo una cajita, y de la cajíta que puso sobre 
el mantel salió , al abrirla, un tímido ratoacillo, sobre el cual se ava^ 
lanzó el gato-mártir, sin respetos divinos.ni humanos. Y acto segui-i 
da dijo el seminarista al obispo: «¡Ya lo vé su ilustrísima; cuando se 
tratfL de ciertos instintos, no bay freno que baste!... ;»■ 

El pn^resista de pura raza [oh ciodidos. unionistas de la situar- 
cionl joh malaventurados eúnígoa nuestros! tiene el instinto ínmodifi- 
cable de una ingratitud permanente. Ta lo habéis visto , y todavía lo 
veréis mejor. Ya.les habéis enseilado á votar rey ,.4 cerrar Curtes, & 
villar, á desear el orden; pues siñiera posible que, uno á uno, les en- 
seOarais desde las primeruB tetraa hasta las últimas; si fuera posible 
qos hicieras de todos.ellos unacolaccioa portentosa de hombres nota- 
bles, sería lo mismu. Llegaría un día cualquiera, cualquier momento 
en.que se tratare de cualquier cuestión da estómago, ó de cualquiera 
tésia de envidia, y les veríais, como hoy les veis, volveros la espalda 
como el ahito perro ag^o, y entregarse á la integridad de su ingrati- 
tud ingénita. Es cuestión do instinto. No hay fuerza. humana parare^ 
fiolverUt. 



D"gH,zed.yGOOgIe 



POLITICJl UCRIHOSA. 



lll da Emto.) 

El llanto, ese precioso humor puesto por la Providencia al servicio 
áel sentimiento, está decididamente amenazado de sufrir la esclavi- 
tud montaraz del tiránico progresismo. Los progre^tas, después de 
haber abusado de la paciencia nacional durante medio siglo, deapuea 
de haber abusado de la libertad hasta convertirla en la partida de la 
Porra, después de haber abusado del idioma patrio hasta el punto de 
hacer los oradores de la Tertulia y de escribir Za Iberia, de han re- 
suelto á abusar de la naturaleza humana hasta el extremo de conveí^ 
tir las lágrimas en elemento político.' 

Confesamos que no esparábam is este último abu^ del gran 
partido abusivo de nuestras anarquías. Lloran los hombres enérgicoE 
en un supremo instante, cuando el cielo abre en sus ojos las v&lvulas 
del corazón que amenaza estallar; han monopolizado el llanto las 
mujeres y los niSos de todas las épxas, usando del perfecto derecho 
que, como la parte más frágil de la humanidad, les está concedido; 
pero la política llorona, la política de pañiiL-lo húmedo, la política pa- 
tética hasta el llanto, la política lacrimosa par sistema, eso era des- 
conocido d^sde los tiempos prehistoricos, eso estaba reservado — ¡quién 
lo pensara! — al progresismo espaSol. 

Y el caso es que la cosa es tanto más sorprendente cuanto que el 
progresismo, considerado fisioli^icamente, por su epidermis vasta y 
dura, por su insensibilidad orgánica, ptr su temperamento ordinario, 
calaveresco, ruidoso, espDntáneamente irreflexivo, nadie hubiera di- 
cho que habia nacido para llorar más que fuera del poder, en el des- 
tierro, en las eternas pruebas á que parecía condenarle su iguoraacia 
;y su ineptitud etsrnas. La revolución de setiembre lo ha dispuesto, 



D,gH,zed.yGOOgIe 



•«mpero, de otra forma; estaba escrito que el progresismo había de Do- 
lar artística y metódicameate en el poler, en la plenitud de sus tiem- 
pos, cuando el mango de la pública sartén estuviese más si^eto en sus 
manos, cuando el mundo entero esperase verlo reír de satis&ccíon om- 
Binuda, reír de ahito, reír de venturoso, reír con la más lógica de las 
lisas, que es la de la felicidad. 

jpQiüén ha operado este cambio, quién ha inñuído así en la ídio- 
áocraaía del gran decano de nuestros elementos amotinadores; quién 
ha dado ese arte inagotable, ese arte patibulario, ese arte femenil, ese 
arte inusitado á los progresistas? ¿Habrá sido el consorcio con la par- 
fe del unionismo que ha caldo en sus redes? ¿Es posible que el con- 
tacto cou una naturaleza fina, susceptible, pensadora, llena de esquí- 
alas fibras, haya pulido, baya mejorado, haya cambiado la natura- 
leza progresista hasta el punto de abrir sus lacrimales vírgenes y de 
conventirbs en ftientea políticas de fecundos raudales? ¿Es posible 
que ese maridaje, todavía no realizado ni esplícado suficientemente, 
laya hecho que el progresis lio, hallándose bajo la influencia de una 
sensibilidad contagiosa, ya que no ha podido romper á hablar, á es- 
cribir, áeapresarse, ni A conducirse, ni á gibernar bien, haya rotoá 
florar de ana manera provechosa? Misterio es este que el porvenir, y 
no nuestro impotente espíritu analitico, aclarará. 

ftpo , entretanto , fijémonos en el curso que Beva el nuevo sistema 
deesa sensibilidad patriotera; recorlemos algunas desús más recien- 
tes, de sus más principales manifestaciones. Un dia, ó , mejor dicho, ■ 
tina tarde , un progresista ideal , el Sr . Figuerola , recien salido de las 
ruinas de la Hacienda espaQola, vuelto al escaüEo de un simple diputa- 
do ministerial , se esforzaba en contestar á otro diputado conservador 
que se habia tomado el trabajo de enumerar sus desaciertos financie- 
ros. Todos los esfuerzos de su ingenio ex-librecambista, todos los ar- 
giunentoa de su punzante dialéctica , de su agresivo atolondramiento, 
estaban ya agotados , cuando , de repente , el Sr. Figuerola , quí pre- 
cisamente hablaba de su rectitud por nadie puesta en duda , hace un 
prodigio de párpados y de entemecimieuto , y desata por sus megillas 
un mar de llanto. La sorpresa fué tan grande como el efecto. Lo que 
los actos , lo que la defensa , h que la argumentaciojí del Sr. Figuero- 
la no habían conseguido , lo pueden aquellas lágrima» que bajan 'has- 
ta su chaleco; y el Sr. Elduayen , como el hombre fuerte vencido por 

13 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



inesperado golpe, cono Aquilea herido en el taloD, produna voluiit»» 
na j noblemente la rectitud del Sr. Figuerola j Be sienta anonadada 
por aquellft elocuencia cristalina. . . 

Otro dia , el patriarca del progresismo bonapartista , él magnifica 
adveraurio de Espartero, el Sr. Olózaga mayor, viendo al gdneitd 
Prim en bu lecho de muerte yak monarquia en Aranjuez , se le-vao- 
to & accnaejar, áproclamar, á plantear teúricameiite, con la magestad 
de auA Canas, da su fé de baatismo y de su robustez inalterable, sere- 
no como en sus mejores días, eE^licito como en sus más inmortales es- 
pUcaciones, el extennimo de cuantos no se declaren previamente par- 
tidarios del nuevo orden de oosas: pura y simplemente el estermiiiio; 
y faia darñierzay valor & su nuevo principo, ¿su nueva ainteaisa)- 
tíal, monárquica y política, ae le ocurre volver á ser el orador melo-i 
dramático de la salve, se la ocurre pronosticar que acaso sea la últim 
vez que hable en Cortes , ae le ocurre presentir que acaso sus futuras 
embajadas no le pennitiráQ volvra al Congraso ; y con este motivo ss 
le ocurre también llorar, llorar fílosóBca, amarga, olímpicamente... El 
efecto filé también inmenso: la idea del dinastismo estemúnador qnedii 
aemlvadaen el seno de la situación; jalla veremos. 

¥ imentras lloraba el Sr. Olózaga, el bravo y generoso Topete iba 
i recibir y á traer noblemente la monarquía. ¿Por qué? Por ota» efec- 
to, por otro abuso de sensibilidad. La noche memorable del 27 de di- 
dunbre , la noche del infame asesmato del conde deBens , el Sr. To- 
pete vu^, con la ansiedad de todos las personas huiradas, f^ minis- 
terio de la Guerra; y en la primera meseta de aquellas escaleras pw 
donde ha suMdo y Wfsdo tantas veces el destino de este pobre país, d 
fk. Tí^te se va recibido, rodeado, abrasado, estrechado por Id mejor 
del radicalismo en duelo, con el duque de la Torre ¿ la cabeza, y un 
Hanto homogéneo , abundantísimo , ardientlaimq , cayaido desde los 
ojos de cieu prohombres sobre las solapas del marino |QuBtFe, le decide 
6 an^wender el viaje más inverosimil de au vida... 

Pasan los dias, viene el primer ministerio del rey y oui éi la pe- 
rnera crisis ministerial; la subsecretaría de Gobernación llega al Coo- 
aejo y empieza á rodar hipotéticamente de muio en mano como la ma^ 
yor manzana de la mayor de las discordias imaginables. Ha libado 
^ momento de que Sagasta llore tamlnsn , j Sagasta llora: llora iM 
ioiCUiTeniraites. que el solo nombre de Rtanero Bobledo le o&eoe, llora. 



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SU propia reputación de unionista y de conservador vergonzante entre 
lofl Buyoa, llora la imposibilidad en que se halla de iniciar á. un 
unionista en los misterios de las próximas elecciones; y el llanto de 
SagaBta ha estado también ¿ punto de vencer, y hubiera vencido, si 
otro llanto m&s colectivo, más convincente, el llanto de los eubsecreta~ 
rios progresistas amenazados por la represalia , no se hubiera sobre- 
puesto áldel ministro .inamovible... 

Siguen pasando los días; la opinión pública atribuye & la iniciati- 
va regia ciertos cambios en él personal alto y bajo de palacio , que, 
francamente Irablando, hubieran sido perfectamente acogidos. Pero el 
sistema Iloricon está, ya planteada en toda su latitud, y, según se dice, 
las lágrimas de usa dígita, virtuosa y desgraciada viuda son arranca- 
-das á su bondad por el apun) egoísta de los amenazados amigos del 
que filé SQ esposo, y llevadas como una recomend&c^¡m irreeiatibler 
como una súplica ^prema, alas gradas del trono; y, allí obtienen la 
CtmfiHTudad j la resignacioa del monarca, y toáajfupj^ en su ser y 

estado aaterior ^ ' " -. 

i Ahí nosotros debemos protestar y protestamos, ahora que todavía 
es tiempo, antes de que acabemos también por entwnecemos; antes de ' 
qve á cualquier progressta amigóle dé gana da quebrantar la última' 
filara de nuestra dureza de conviecion -pos el sencillo métodg. de la hu- 
g^edad; nosotros protestamos oontra la cresicicm y la aceptación y el 
ejercicio de esa polítiea lacrimosa, de la cual nadie se defiende, de la 
■ cual nadie está ¿hre. Nosotros no compréndanos que haya un hom- 
bre que se resista á coniésar que otro hranbre es un buen sugeto, 
cuando este se lo pide por fevor y entre un mar de lágrimas. Nos- 
otros empezamos ¿ temblar por nt^elj^ consecuencia. Nosotros no 
nos sentimos oon fuerzas para luchar coQ una pc^tica poética , que- 
brantadora, eoeodriliea. Nosotros sabemos muy bien qoB el país está ' 
UoruKlo, y con razón, hace mucho tiempo; pero las lágrimas progre- 
sistas no entraban en nuestra previsitm al ingresar en si periodismo. 
¡Sdior Kos de los ejércitos y da lc« partidos! ¿qué va á ser de este 
ftíñ si los maoiantiales del llanto se convierten en manantialira de dea- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ESCEHA DE ACTUALIDAD. 



(14 do Enero.) 

Son la9 once de la maflana de cualquiera de loa diae que restan k 
este complicado enero de nieves y preparativos electorales. El ssIob 
del ayuntamintt» de cnalquier pueblo de cualquiera de nnestraa pro- 
vincias presencia, con la eterna impasibilidad propia de las paredes, 
una de esas éaoWhJRfy^ue forman época en las poblaciones de quinien- 
tos vecinos. El ex-diputado constituyente de la circunscripción, á que 
hace dos aQos pertenecía aquel municipio, ba llegado el dia anterior 
' «1 pueblo entre' fheges de artificio, repiques , cabalgatas y gritos in- 
fentiles, ba cenado y dbrmido en la casa más caracterizada del lugar, 
ba conferenciado largamente con el alcalde y sus amigos radicales, 
que también lo fueron del último diputado moderado, y á estas borasa 
sin otro preparativo que un patriarcal desayuno de buGuelos'y aguar- 
diente, se halla dando cuenta & la corporación popular y á lo más se- 
lecto de la villa, de su patriótica conducta durante el bienio interinis- 
ta, que en paz descansé. 

Pueblan los bancos de desnudo pino, confundidos y sentados indis- 
tintamente, los concejales, las notabilidades agricultoras que son 
amigas del partido dominante, todos envueltos en sendas capas de ese 
castellano paSo de blindaje, que absorbe un diluvio sin que el cuerpo 
lo perciba; el médico local, que es siempre ecléctico por aquello de qu» 
vive de los dolores de todo el mundo; el cura, modesta y escasamente 
cubierto con su manteo del antiguo régimen; el boticario, el escriba- 
no y otras eminencias locales. En la puerta, y contenida á duras pe- 
nas por un San Cristóbal de alpargata hecho alguacil , se ai^olpa la 
curiosa plebe, desconocedora del pan blanco, pero radiante siempre de 
esa secreta felicidad de la ignorancia. Y alU en la plaza , mirando de 



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reojo al bfdcon munici])»!, y munQurando rajoav centellas, el' grupo 
del partido en desgracia, del ayuntamiento que fué, completa el cua- 
dro con su media docena de misteriosos embocados 

£1 salón tiene , Junto al testero presidencial , ti'es sillas , tras una 
mesa en que campea un tintero sin tinta , con retrógradas plumas de 
ave, sin cortar. La silla de en medio cruje bajo el alcalde , la de la iz- 
quierda está cedida, en nombre de la salvada patria, al jefe de la 
G-uardia civil de aquel puesto , sargento primero ; la de la derecha ha 
sidc ofrecida al ex-padre de la patria, al protagonista de aquella esce- 
na civica, solemne y sencilla por iguales partes, Y , sin embargo, el 
ex-diputado está en pié, con el exótico gabán premeditadamente abo- 
tonado, sin guantes y con manos y brazos esteodídos en actitud oral; 
porque el ex-diputado se está permitiendo hablar en los siguientes ó 
parecidos términos: 

«Electores, amigos, voluntarios y caballeros deesta villa liberal: 
cuando hace dos aüos nos encontramos hecha y triunfante una revo- 
lución que,-ocupados como estábamos en servir & un gobierno odioso, 
no esperábamos, vosotros pusisteis los ojos en mi humilde persona y 
le disteis los votos que el sufragio universal os regalara , para llevar- 
me, como en efecto fui, á las Cortes Constituyentes. Bien sabíais , se- 
ñores, lo que os hacíais; porque si, modestia á un lado, mi mérito per- 
sonal no es gran cosa, en cambio nadie me gana en amor á la Ubertad. 
[Viva la libertad, seSores!... (Aplausos, vivas, toses, asentimientos de 
pies y de cabezas: el alguacil restablece el silencio.) 

»Do6 aSos, sefiores, dos aSos me habéis tenido en Madrid sin otro 
cuidado que ir desde mi casa de huéspedes al Congreso, sin otro anhelo 
que el de votar todos los diaa en el gobierno; mí mujer, mi hogar, mis 
cosechas, mis hijos, mis contribuciopes, todo lo he olvidado, todo lo he 
sacrificado á la diatanda , es decir , á la patria , porque aquel puesta 
era la patria, era el puesto de honor , como me dijo muchas veces el 
gran conde de Reus, cuando me decia que hombres como yo no nece- 
eit&ban hablar, perder el tiempo en discursos , sino obrar, ó, lo que es, 
lo mismo, votar, ser una cantidad positiva, comodicen en las escuelas, 
detrás del banco azul, j Ah! sefiores, ¡permitidme, á propósito de aquel 
grande hombre, que durante dos años nos ha dirigió , una lágrima, 
una sola lágrima; no soy yo, es la libertad quien llora!... (Conmoción: 
la mayor parte de los circunstantes se limpian los cqos.} 



DigmzediiyCOOl^IC 



»Y, sin embarg:o,^BeBores, yo debo confesar que no me ha dio da- 
ble hacer todo lo que hubiera querido por mi3 amigos, al misnio tiem- 
po que la libertad me ha visto callar, votar y vivir en fonda. Aquí 
mismo, seOorea, entre Vds., hay pwsonas divísimas que me han es- 
crito, que me han pedido protección y auxilio, y ¿ quienes no he con- 
testado, no solo porque el poco hábito que de escribir teng^o me ofi«cia 
ciertas dificultades de afición , sino porque nada tenia que decirles. 
Aqui est¿, por ejemplo, el sefior maestro de escuela , que todas las se- 
manas me decía con una admirable letra ing-Iesar «¿Cutodoco nenu», 
es decir, cuándo cobramos?» Y yo iba A ver al ministro del ramo , y el 
ministro me decia: «Amigo mío, ^no sabe Vd. que la enseQanza es li- 
brea» Aquí veo al seQor cura, que me escribía de vez en cuando: «In- 
terésese Vd., ya que no por mi hambre , por la de mis pobres.» Y yo 
iba & ver al ministro del ramo, y el ministro me decia : «¿No sabe oa- 
ted que tenemos libertad religiosa?» Aqoi están propietarios dignís- 
moB, qup me {tobaban un correo tras otro que estaban pagando «t- 
tre contribucioaes y reca^foe más de la mitad de sus rentas, y yo iba 
al ministro del ramo, y el ministro del ramo me decia: «Vayase pivlos 
que nada pagan: estas son las ventajas y las contrariedades de la li- 
bertad.» Poned, pues, seBores, la mano en vuestra ccnciencia, y decid- 
ine ai habiéndolo hecho todo, como lo he hecho, por la libertad, no he 
cumplido el máa sagrado de mis deberes. Yo, pues , estoy contenta de 
mi mismo; mi conciencia me absuelve; los manea de mis mayores, que 
vuestros padres conocieron , estoy seguro , segurísimo , de que me 
•platiden desde la otra. vida. . . Esto me basta. 

»Por lo demás, seüores, y lo digo para concluir, porque van á dar 
las doce y no ms perdtokaria el haceros comer tarde, el altoar un ápice 
las costumbres de esta leal localidjtd; por lo demás, yo voigo á pediros 
lisa y llanamente una cosa: que me votéis otn ves. ^ conioós otro 
candidato máa hbeial que yo, no os acordéis de mi; pero si no le halláis 
oitoe vofiotrcs, ni os propone otro el gobernador de la provincia fqm 
Bo os lo propondrá), volved á depositar en mi vuestra confianza. S»- 
Üares, U monarqniajeati hecha, y yo he sido, en vuestro nombre, mu 
SeaoB autores, wonque no fui á ItaUa. SeSores, enviadme á eonstdidar 
esa (dira nacional, qne si mi hombro es débil, mi eqilritn es fuerte. Yo 
ca saaifiearé de nuevo &milia y tranquilidad; yo velaré de nnevo por 
ios intereses de esta QoUe comarca «1 aquel tfoírid tan caro y tan fiw. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



j de nnero me veréis volver entre vosotros cuando el ministro de la ' 
Crobemacion ; la libertad lo dispongan. Por última vez, seQores del 
concejo, caballeros, campesinos y liberales de esta villa siempre fiel: 
|Viva la libertad! ...» 

(Vivas e8tent¿reoB;.la turba invade el salón 7 va á besar en tropd 
la punta de. la banda & la g-ran cruz de Isabel la Católica que el ora- 
dor acaba de enseílar, al desabrocharse el paleto, cruzando diagonal-^ 
mente su pecho. El alcalde se cubre. Un cohete rompe una vidriera del 
balcón y viene á caer á los pies del héroe parlamentario. Su t 
-está asegrurada.) 



-,yGoogIe 



ICAHO. 



(18 ds Enero.) 

No hay cosa más vengatiya que la ignorancia, que al cabo se Yea-. 
gasiempre de si misma: testigos los radicales. Hagamos un esfueizo. 
de mal gusto retrospectivo, y recordemos lo qiie esos grotescos domina- 
dores del presupuesto hacían, pensaban y ae proponían un mes há. 
Las hordas de Atila, después de hollar triunfantes el Capitolio, no se 
las prometían tan felices como los hijastros de Calatrava después que 
creyeron haber hecho una monarquía á su imagen y semejanza. ¡Qué 
gritar, qué ensordecedor vocerío, qué triunfante cinismo, qué insolen- 
cia dictatorial! Nosotros sabemos de más de un improvisado personaje, 
célibe por necesidad hasta despucs de la revolución, es decir, hasta 
después de cobrar un sueldo, que se decidió á tomar estado para poder, 
según decía, trasmitir su destino á un heredero directo, digno de su 
nombre. Era el colmo del engreimiento. El país temblaba de estupe&c- 
cioQ, y todas las apariencias parecían aconsejar á los descontentos, 
como único refugio, el ostracismo. 

Y, efectivamente, temamos los neutrales razón de sobra para pen- 
sar en preparar la maleta, porque el porvenir que se anunciaba era 
aterrador. El horizonte aparecía cubierto de puntos negros, impenetra- 
bles y compactos como las falanges de Alejandro. Todos teníamos el 
presentimiento de una serie de decretos progresistas que empezarían 
por el nombramiento de un presidente del Cons:*jo, que no seria el du- 
que de la Torre, y acabarían verosímilmente por la creación de un 
Santo Oficio contra lo que barruntase siquiera de conservador. La suer- 
te de los espaQoles estaba echada; Aníbal había pagado el Rubícon-. los 
progresistas, á cobrar; el resto de sus conciudadanos, á pagar. No ha-^ 
bia otro desenlace. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Apunta, sÍQ embargo, la luoa de enero, la mea clara del f^, se- 
gún el cantar, y ¡quién nos dijera que esa luna, tan propicia á los 
gatos, había de alumbrar el tríete cuadro que inesperadamente nos 
o&ece hoy el progresíamo! El astro de la guardia negra, que había 
llegado & su períhe'.to, que había logrado colocarse todo lo posible- 
mente cerca del sol que más calienta, se ve precipitado ¿ inmensa 
distancia moral de la plaza de Oriente. £1 palacio de la calle de Alca~ 
1& no ha variado de ínquUino. Un unionista se dedica, desde lo alto 
de una poltrona, á ver el medio de que el clero español tengu fuerzas 
ñsícas para decir misa. Otro unionista reaccionario enseba en sus ma- 
nos la cartera de Ultramar. Un cimbrío rige nuestras relacícnes in- 
ternacionales. La miam», lieria se ve hoy obligada á comparar á otro 
cimbriü, de artística estructura, con Mendizábal. Del ministerio de 
Fomento salen discursos como el de Cartagena en forma de circulares 
de ÍDstruccioa pública. Las elecciones de Sagasta van á tener wx in- 
terventor amigo de Posada Herrera. Del fondo de los distritos alza un 
terceto oposicionista «1 terrible canto de la coaiicion. Los pretorianos 
tienen la sospecha de que sí osan alzar el gallo puede no fiútar quien 
ae lo ponga bajo los talones. Un ambiente de desgracia, de decaden- 
cia, de impotencia profunda hiela la sangre en las vena?, y el pala 
siente impulsos de levantar la abatida frente y de convertirse en uu 
Plafón de 16 millones de bocas, para decir por todas ellas á un tiem- 
po: loa progresistas se van 

Repitámoslo: en la esencia de todo esto está el pecado original del 
radicalismo: la ignorancia. Todo lo que no fué establecer y organizar 
nna milicia nacional con sueldos, contactarse con ella, limitar en ella 
sus aspiraciones, sus ambiciones, sus ideales de dominación y de for- 
tuna, fué por pa^ de los radicales no saber lo que se hacían. Ni 
podiau, hi merecían más que una cosa asi, un instituto, un modo de 
vivir, un &lansterio, un organismo de esa clase, cómodo, inofensivo, 
modesto, alimenticio, pegado al &ndo social, en armonía con tm libe~ 
ralismo sans culotte, con inteligencias vírgenes, con manos refracta- 
rias al bastón con borlas, con pies acostumbrados á la suela con cla- 
vos. Si no existieran laa tabernas, todos los gobiernos caerían los 
sábados por la noche. Esta irase, que cualquier progresista puede leer 
en un tal Pascal, puede también aplicarse' al partido cuyo sepelio se ha 
celebrado á medias en Atocha. La masa radical, arrancada ig^orant» 



D,gH,zed.yGOOgIe 



903 
y teánerariamente k aus hábitos, & sus guatos, á sus profesiones, dedi- 
cada absurdamente al manejo de la cosa pública, es cosa perdida. 

¿Se quiere un ejemplo papable, personal, irrefutable, convinceJite 
cjmo la evidencia, deesa verdad, de esa expiación que repentina, pero 
iatalmente empiesa á sufrir el radicalismo sacado absurdamente de 
eos casUlas, adornado inútilmente, como el grajo de la &bula, con 
las plumas del pavo real, del radic^iamo deplaeé, metido en mal Iua« 
á autor, & tutor, á sostenedor de una monarquía? Pues volvamos los 
ojos á una de sus más importantes encamaciones; con solo una mira- 
á& que echemoa par las interioriásdes de la situación, nos bastará 3>ara 
encontrarla, pwque esa personalidad es de lo más visible que ha fra- 
guado la construcción humana: es el Sr, 01<^aga, mayor. 

OlózsLga, el grande Olózags, en la doble acepción literal y moral 
del adjetivo, ¿qué es de Olózaga, desde qus abandonó, por creerla 
cumplida hasta la saciedad, su misión progresista, su misión deaorga- 
aizadora? Ya no hay salves que entonar, retraimientos que acoaseju. 
Espartóte que jubilar. Campos Elíseos en que brlAdar; dinastía qne 
desacreditar, condes de Reus con quienes civilmente rivalizar, cons- 
piraciones que dirigir desde el estranjero, duques de Tetuan á quienes 
enTÍarparlainentarios;yano hay verdadera política progresista que 
practicar, ya no hay nada de eso, ya no hay, en rigor, Olózagas posi- 
bles. Y por eso, aunque sin abandonar por completo los resabios de con- 
ducta de su naturaleza, proclamando un dia el esterminio de media Es- 
paSa, proponiendo otro la creación de comités electorales anti-sagasti- 
nps, elOlózagade la historia, de la acción, de la tradición, está reducido 
A un simple pretendiente de embajada. Apenas se hace un momoito de 
silencio entre los repulsivos estrépitos de la situación, se oye la voz del 
gran decadente, que dice: «¡A Paris, quiwo volv^me á París!...» 
Apenas el joven Martos indica tímidamente la posibilidad de algún 
cambio en el alto personal diplomático; apenas se oye el estampido del 
caSon prusiano, dispuesto á abrirse paao al fín basta las Tullerlas, se 
oye simultáneamente d angustioso acento del hombre del 43, qué pide 
su embajada con el ansia del simple mortal que no ha sabido librar an 
edad provecta del contagio de los sibaritismos del voudetille. 

]AhI y es eso; la ñlosi^, la critica, la más simple noción de las 
temeridadee de la ignorancia nos dicen que es eso. Las olas del mar 
tienen señalado en la orilla, por un dedo divino, el Ujnite de ana es» 



D,gH,zed.yGOOgIe 



^umsntea cóleras. No es dable al Océano traspasar su dique de leve 
arena. Las colectividadea, las ag-rapacionea humanaa tienen también 
Valladares morales intraspasables, marcados por su idiosincrasia, im- 
puestos por las condiciones indÍTÍduales que se reflejan en el conjun- 
to, dándole carácter, instintos, apetitos y efectos propios 7 eternos. El 
progresismo es siempre una mano demoledora, pero es siempre tam- 
liien un cerebro hueco. El progresismo dé 1868 debió haberse hecho 
justicia, y haber dicho á los que le acompaflaron en la gran empresa: 
«¿No hay ya nada que destruir? ¿Se trata ya de crear? Pues ya estoy 
yo demás en las alturas de la escena pública. Que se quede aquí quien 
sepa y pueda hacerlo; yo me contento con la tranquila posesión del 
garbanzo.» Pero, en vez de esto, el progresismo se ha puesto, como 
Icaro, alas de cera, y ha osado mirar ^nte á frente la luz qué se las 
ha derretido. La calda empieza con el moTÍmiento uuiformemente ace- 
lerado de todas las caidals. Esperemos un poco más, y los sordos ecos 
del final batacazo nos compensarán una tristeza de dos años. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



ESPESEMOS. 



{S3 de Enero.) 

Seis meses hace que el corazón de Europa destila sangre; seis me^ 
sea de guerra sublimemente inhumana; seis meses de destrucción aso- 
ladora, en cuyos procedimientos y mecanismos ha echado el resto de la 
ciencift; seis meses de química aplicada al homicidio ; seis meses en 
que la flor y nata de la civilización militar nos prueba que el mundo 
marcha; seis meses hace que el ^1630 continente cristiano se pregunta 
& ratos si el estrépito mortifero que se alza en sus regiones centrales 
no es producido por una irrupción de nuevos bárbaros , venidos de ig- 
notas distancias , y mucho más temibles y destructores que aquellos 
de la historia cuyos pies esterilizaban para siempre la tierra en que se 
ponian. 

Y sin embargo de que eso pasa hace seis meses , la Europa culta, 
la grande Europa inteligente, evangélica, rica, poderosa, que tiene su 
moral escrita, su filosofía militante , sus barcos , sus ejércitos , sus te- 
légrafos y sus hombres de Estado, calla. Ni una protesta seria y tras- 
cendental, ni el anuncio de una negociación diplomática como preli- 
minar de una intervención afectiva, ni un arranque de indignación 
generosa, ni un sintonía de impaciencia humanítf^ría: nada. La guer- 
ra firanco-prusiana sigue su curso destruyendo á los degenerados galos 
y abofeteando moralmente á las que se llaman' grandes naciones, y las 
grandes naciones no dicen esta boca es mia. Francia y París están su- 
primidos accidentalmente — con asombro de Víctor Hugo — del seno de 
la civilización, y todo se ha reducido, sin embargo, A que la civiliza- 
ción cuente muertos en vez de contar dinero, y á que los figurines no 
se alteren sensiblemente en medio aSo. 

¡Ah, gran ley histórica y perpetua de la humanidad, ley del más 



^ó'^ 



Inerte, ley eterna, inexorable, inapelable en todos los siglos y en todos 
los hombres! Ya es tiempo de que el siglo XIX doble ante ti la cerviz 
pretenciosa. Setenta aSos de resistencia absurda ba empleado esta fó- 
tua centuria en negarte. Cuando te vio en la revolución de Bobespier- 
re, decia que eras una idea; cuando te vio inspirar al gran Napoleón, 
seguía diciendo que sus caSones eran principios; cuando te vio llenar 
de cadávares los fiwos de Malakoff y las llanuras de Italia y los cam-, 
pos del nuevo mundo, seguia diciendo que toda aquella matanza era 
xloctrina pura. Pero boy este siglo ideólogo y enterrador tiene ante sus 
ojos la verdad de tu realidad, tan desnuda, tan descamada, tan con- 
creta, tan innegable, que ya no son posibles ni la interpretación ni la 
duda. . 

Guillermo III de Pruaia y I de Alemania, sin otra inspiración civi- 
lizadora que la palabra maquiavélica de su conde de Bismark, sin más 
mvocacion de principios, ni más ideal democrático, ni más misión pro- 
videncial, ni más tras&rmacion del género humano, ni más zaranda- 
jas que el doble deseo personal de acogotar á un César de levita y con- 
vertir á Berlín en ciudad imperial, se pasa cufitro a3os fundiendo ca- 
Sones-y acostumbrando á los labradores sus paisanos á dormir bien 
-Bobre la tierra húmeda de agua ó de sangre; y alcabo de esos cuatro 
aBosdice: «Allá voy,» y la Europa lo ve venir y le abre paso; y el 
mundo de aquella civilización, que aseguraba que las guerras no po- 
dían ser ya largas, ni infundadas, ni muy crueles, ni proseguidas al 
capricho de un caballero particular ó general, la Europa del vapor, de 
la electricidad, de la Cuaresma y del tres por ciento, se encuentra con 
que, en vea de tener por dueño al cristianismo positivista de sus mer- 
caderes y de sus diplomáticos, va á tener un dueSo de carne y hueso, 
ya entrado en aSos, con patillas blancas, casco á la romana, y dos mi- 
llones de fusiles de aguja, bi^i manejados, á su disposición. 

Con efecto; unos pocos diaa más, y la aniquilada Francia, cuyo 
heroismo en su lucha con el extranjero va tocando en los últimos li- 
mites de la insensata humana, verá entrar en las TuHerlas al gran 
hulano, y oirá de sus Jabios la suerte que la espera y los pedazos, de 
au noble tierra en que se decide á estender el cultivo teutónico; y las 
liarricadas de Paris devolverán sus adoquines ¿ los bulevares; y la 
demagogia, que tanto ha dado que hacer 4 Trochú, volverá á hacer 
zapatos, á manejar espuertas y á dar sebo á las máquinas de los talle- 



DiSilizedüyCOC^Ie 



9M 

res; j l&a.cocoiUs, aquellas hadas inaadablea de la villa balñlómca 
qoe consumia todos los ahorros de las cinco partes del mundo, voIt»- 
r¿n ¿ poblar bu recinto, v<dver¿ á haber París, volverá & comprender-' 
se que loe europeos viajan, volverán & estrecharse ó ¿ ensancharse, se^ 
g-un las necesidades del progreso lo exijan, las alas de nuestros som- 
breros, nuestros pantalones y nuestras bocamangas, y él mundo poli-^ 
tico respñ^rá en la posesión de su nitevo dueSo y s^or, y aqui no ha- 
brá pasado nada más que el trueque de un Bonaparte imprevisor por 
un HohenzoUem irresistible. 

Entonces el centro del universo social no estará en la plaza á» la 
Concordia, sino en Berlín; los ferro-carñles de la ciudad del gran Fe- 
derico tendrán ganancias enormes, y la femilia de primeras, y se- 
gundas y terceras potencias enviará sus representantes, sus embaja^^ 
dores, dentro de sus más lustrosos ijnl&rmea, á oúuultar el entrecejo 
del que \ti venido á suatituir la quimérica fuerza del derecho con la 
realidad del sacro, del contundente derecho de la fuerza. No habrá un 
Qrandville, ni un Gortschakoff , ni un Beuat , ni un Grant que ni se 
den por convencidos; la lógica del proyectil habrá establecido su cáte- 
dra universal, y el buen conde de Biamark, libre ya de la comandita 
de Moltke, se servirá decir qué va á ser de Dosotros todos los pueblos 
espectantea del continwite hietórico. 

Esperemos, pues, este gran dia próximo; espérelo Inglaterra, qne 
tíembia por su mina de oro indiana; espérelo la Rusia, amante pistó- 
nica de la deidad del Bosforo; espérelo la Francia orteanista, la Béli- 
ca artificial, la Italia capitolína; espérelo también nuestra vieja amada 
Esp^a, la EspaSa de Martos, la EspaSa de las elecciones. ¿Quién sa- 
be, en rfecto, lo que en d^nitiva se nos prepara? Ni loa satisfeAce de 
lo que aquí ha pasado en seisciratos dias de za&rratMho autoBÓmico, 
ni los disgustados ústemáticos con este t^en de cosas en que no ca- 
toi, ni los vacilantes, ni los espectantes, ni los que, haciendo un es- 
fuerzo de pattiotismo y de sensatez, se resignan á eapem actos y 
(mebas del nuevo ensayo para juzgarlo, ni unos ni otros tenemos el 
derecho de formar planes para el porvenir. El homo de los entones 
prusianoB envuelve á la Europa en un verdadero génesis; ee menester 
esperar á que ae disipe ese ^pw rojizo, á que las sepulturas se dea 
por ahitas, á que él Sr. D. Guillermo traee en su libro de memoriss el 
nuevo mapa contin^tal, y seSále á cada monarquía, & cada-dinasüa,. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



& cada gobierno, & cada preponderancia, & cada raza, & cada agrupa- 
ción su puesto, BU limite geográfico, sus atribuciones ; sus deberes. 
Gracias á la demagogia, al absolutismo, al can-can y al egoísmo in- 
dustrial de una sociedad de mercachifles, el mundo va & tener amo, 
lo tieneya, recibirá pronto sus órdenes. Que nadie se haga, pues, ilu- 
ñones, que nadie crea su obra segura, sus proyectos en vias de éxito: 
es preciso que el amo cese de tronar y hable. Esperemos. 



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EL IDEAL. 



(S4 de Bnero.) 

En un pueblo donde había la piadce» cruel costumbre de qne loa 
difuntos fuesen acompafiados ¿ su última morada por el mis cercano 
de sus parientes, sucedió una vez que cierto caballero particular se 
permitió enviudar, y tuvo que cumplir y cumplió, en efecto, con U 
terrible costumbre, presidiendo el duelo y yendo hasta el cementerio 
tras el ataúd déla finada esposa. Da vuelta al fin en la casa mortuoris, 
uno de loa circunstantes, penetrado de afectuoso interfe hacia el que 
par«:ia haber perdido , con su compañera , un ala del corazón , se le 
acercó 'y le dijo: «Vamos, ami^ mió, ánimo; ¿cómo se siente Vd?...» 
Y el viudo, defraudando un tanto la ang^ustiosa espectacion de los que 
presenciaban la escena, se contentó con alzar apaciblemente los ojos, 
sonreír con la sonrisa del excarcelado, y responder con franqueza con-^ 
movedora: «Muchas g-racias; \estepaseiío me ha sentado perfecta- 
mente!...» 

D3 una franqueza así, tan espontánea, tan irresistible, tan superiOT 
¿ los deberes de una situación critica , á las prescripciones de la con- 
veniencia, al pudor de la moral; de una confesiin de ese género , que 
brota, á despecho de la voluntad, fácil, avasalladora, de lo más intimo 
del sentimiento, hacen uso algTinos diarios radicales al tener que res- 
ponder ¿ ciertos carg:o8 retrospectivos de las oposiciones. Son los fiít- 
dos de Echegaray, confesando que el verse libres de aquel ridiculo es- 
cepticismo oficial les aUvia de un gran peso; son los viudos de Montero 
Ríos, que esperan el jurado; son loa viudos dé Figuerola, que sienten . 
secarse en sus ojos las lágfrímas convencionales de un dolor de fórmula, 
al ver al joven Apolo libre-cambista conceder una pagti al clero de 
Málag^a; son, en fin, Ijs antiguos apologistas de las monstruosidades 



D,gH,zed.yGOOgIe 



'6e la ioteñoidad declarando , ain quererlo , pero irresistiblemeate , c^ue 
-de aquella manera do podiaa vivir más que alguooa cuantos em- 
pleados. 

Crrata sospecha engendra i, pritaera vista ese proceder de la prensa 
t)ficiosa en los ánimos desapasionados. ¡Cielos! ^rá cosa de que el 
prc^fTesismo democrático y TÍceversa se disponga & no desdeñar siste- 
m&tieatnente las elecciones del sentido común? ^rá cosa de que em- 
|ñece á realizarse un milagro de educación gii1}ematÍTa en esas natu- 
ralezas refractarias & todos loa pulimentos de un poder ordenado? ¿Sefi 
-cosa de quff él mejor dia salgan esos órganos radicales encareciendo 
el principio de autoridad, pidiendo hasta onahuena policía, quitando- 
líos, en una palabra, razón de ser en la piensa á los que clamamos por 
t|ue la gobernación del reino n > sea una pvodiu de si misma? 

Ksta halagÜeBa esperanza se destruye , empero , al coAtaeto de 
'ciertas contradiocioues melancóUcas que el mismo seno de la ^nvosa 
radical nos exhibe. ¿De qu¿ sirve, verbiffraiia, que La Iberia se hag& 
docta una mañana y truene seriamente contra el pueril desso de los 
periodistas que trataban de cA^cer al rfiy sus retratos, si ¿ renglcHL se- 
guido vuelve ¿ comparar á Moret con Mendizábal? ¿De qué sirve qoe 
£1 Parcial se felicite de la filmación del nuevo partido conservador, 
legal y constitucioiial, si diez lineaa más abajo, anticipándose á lo que 
-dirá dentro de poco el anunciado órgano de su ex-amigo el Sr. Siv&~ 
' ro, pinta como corona , aureola y atmósfera de vida de la monarquía de 
noviembre el. credo político, ó lo que esa, del cimbrismo? Hasta d tem- 
plado Plante de Alcolea, resistiéndose á que el Sr. Izquierdo vaya & 
Filipinas, y dando á entender que la revolución puede no estar aun del 
todo asegurada, se deja llevar por la pendiente de esas imprudencias 
' de temperamento que las almas sensibles han de deplorado siempre ea 
el radicalismo imperante... 

Pero, en fin, nosotros, propensos siempre á creer lo bueno, á creer ■ 
lo mejor de todo el mundo, 'dispuestos siempre á conveair en el arre- 
pentimiento de quien lo necesita , nosotros no tenemos inconveniente 
en ver hoy en ciwtos arranques serios y espontáneos de la prensa ra- 
-dical, en ciertos amargos recuerdos, nobl^n^te evocados, no solo una 
palinodia honrosa y respetable, sino un propóáto de enmienda franco 
y leal. Sea en buen hora; se trata de no traducir, por más tiempo en 
letras de molde el e^ritude una anarquía patriotera y fena; se trata. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



SI o 
de bsoer jnstidit ¿ los hombrea y A las cosae, em|K2aado por hacerse- 
Ift 6 ^ pfoplo. Aceptado. No aeremos noaotras loa qne pongBiDoa obs- 
táculo alguno al éxito de este deseo, ni siquiera dudando de mi án- 
«erídad. 

Y ea proebs'de ello, tridos á permitiraoa, y^ x^i» oo dar un con- 
sto, baoer al mén ts una observaeioQ desúiteresada & los órgiiaooB de 
ta parte radical del goMemo. Haee dia^s que se vima, BÚa duda, w 
lumtiia&clo al gabinete, y díciéndoBe queuno delmiiíaiJIe^^lasitua- 
cioni es el Ter reelegidos á los 191 votantes del 16 de noviembre , á 
cuyo efbcto cada mmisterio, -cada dii«ccion, cada negociado es i tstoi 
horas tfib ñidQte de cndenciaies, complacencias y servicios de todo g¿> 
ñero, «ada mii^stro un sentimental padre adoptivo, y oada igobema- 
dor y cada akalde unoe meros esclavos morales de los oa^date in- 



Bti Dios y en nuestra ánima creemos -qae, si eato es <a»to, U 
IHensa radical, «Anfertkla á la sensata, tiene ora edlo grande j l^i- 
tíma ocaiñon de prestar an e8celente'aerTÍcio& la candidez guberna-' 
mental. La refección de aquella mayoña oonstUnyente, deaoi^gfuiisa^ 
da íA iititw, nfaaejable salo en aertoa supremoe momeatos, coando, 
|)or«3flraj4o, el ««uLede Reus poníala trém&k msino es la «mpu3ft- 
' dura de m etqwfat y amenazaba tirar la casa {>ot: la reditana ; la i^ 
eJecck>n, en toda su integridad, de aqudla mayoría, Ujade la Soi^K- 
SH rem)tnbic«iai!ria , iiDe fluctuó & merced de tMbs loa eannüdaturas 
T^gioa, que 'ñié, por semanas ó par mesen, amiga ó enem^ de la io- 
e-sapatibilidad parlamentaria, de las eamomias, de la repáUica. <le 
las quintas y del estado de sitio; la pr^eneiade esa imQrorla trasno- 
diada. restaurada, indómita, compuesta en sa iflayor parte de hom- 
Tirea deaconooidoB, an -arraigD aí prestigio algtiae en el pais , ¿cómo 
lia de significar una sanción plebiscitaria, ni «osa gue lo valga, aliado 
'de Id kueVa monorqi^aí 

E^ércCmBe, pues, nuestros colegas del radícaliamo arref)6ntado; 
entresaquffli, con viril escrúpolo, la docena de nombres rentables que 
-el catálogo constítuyotte puede presentarki eos» raaonalmente 
l«elegibleR, y ^dab, y acensejen, yexijaB, por lo 'demás, al gobieroo. 
que no haga la menor barrabasada para aacar nuevamente de su (atsl 
oacnrilad al resto de atpKÜoB seSdres en cuyas manos tant» padeció y 
ie tuborizó la revelucicu de setíentbn. En otpoe faombresf en otras le»* 



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petabilidades, en otras tendencias, en otras entidades , en otras serie- 
dades es donde la situación debe buscar la representación leg^al Ad 
país, de cuya sanción, de cuya confirmación necesita lo más fundamenta] 
del nuevo orden de cosas. Quédense, por ejemplo, las Telii^ea y Ro- 
drigruez enseñando sus glandes cruces ¿ los que fiíeron sus electores; 
7 si decididamente el gobierno de la monarquía anda en busca dé ün 
ideal, que ese ideal teng^'al ménoa las condiciones de la primera en- 
seSanza. Digo, nos parece. 



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LOS HÁBILES. 



[as de BiMFO ) 

Juramos por las barbas del Sr. Montero Telinge que tenemos um 
g^an pena, la pena que engendra el presentimiento de una decepción 
amarga, inesperada, bumülante. Ya saben nuestros lectores que nos- 
otros pertenecemos á esa especie de unionistas pertinaces, recalcitrwites 
y crónicos, cuya única singularidad entre los ciudadanos polfticoa de 
España consiste en no haber cambiado de partido desde 1854. No te- 
niendo más titulo notable que nuestra consecuencia, hemos dedicado 
todos nuestros desvelos á. cultiviria, á robustecerla, á convertirla, 
di;>:ámoslo asi, en una especie de cordón umbilical que, ligándonos al 
seno de nuestro partido, nos ba trasmitido-la alaria de sus alarias, 
el dolor de sus dolores, la vida de su vida. ¡Qué quieren Vds.: cada 
uno dice misa en su misal; cada uno hace en este mundo lo que puede! 
Nosotros no hemos teftida siquiera el empeSo de ser ministros, y nos 
hemos contentado con pertenecer en cuerpo y en alma a la unión libe- 
ral, haciendo de este gran partido serio é inteligente nuestra ^an pa- 
fflon, sin necesidad, ni deseo, ni posibilidad de abandonarlo mientras 
exista. 

Pues bien: para nosotros, los pobres de espíritu de la politica; lo$ 
que profesamos el romanticismo de lá constancia; para nosotros, los 
que no tienen en su comunión otro mérito que el mérito pasivo de la 
inmovilidad; 'para nosotros nuestro partido tiene algo del carácter 
esencial y de las atracciones sagradas de un padre, de un ser respetado 
y querido cuyas cualidades se proclaman con fervoroso o^iillo, y cu- 
yas faltas y cuyos defectos se lamentan y se sienten como cosa profúa. 
Los insignificantes de la escena pública hacemos asi la politíca: apli- 
cando & ella el corazón. Es una debilidad, es- una puerilidad; pero e» 
nuestro único, invariable procedimiento. 



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Cuando (Hamos nosotroB á loe neo-católicoe, A los polacos, á los 
demagogoB y á ke pn^resistas maldecir durunte diez aSos la habili- 
' dad de la unión liberal, un secreto inocente júlnlo dob inundaba el pe- 
cho, y una voz interna nos asBg^iraba que algo había de bueno, de 
grande, de útil, de meritorio en esa habilidad con^tutiva, sistemá- 
tica y reconocida de nuestro partido, cuando los enemigos del légimen 
constitucional, y sus corruptores, j sus eacamecedores la execraban 
de tal manera. Además, la habilidad es, en toda la vasta escala de la 
naturaleza, siatoma, trasunto y patente legitima del aér inteU^fente; 
Puede haber y hay habilidades buenas y malas; la zorra es astuta, y 
la abeja y la hormiga lo son también; pero en todos los seres & quienes 
la habilidad secara ostemiblemente de la materia muerta, inerte é 
impotente, ese destello de la inteligencia, ya b guie la razón de ori- 
gen divino, ya lo dicte el misterio del instinto, es una honrosa razón 
de ser, es un timbre enaltecedor, es una gran cosa. 

Los enemigos de la mñon liberal le negaban el patriotismo, la al- 
tura moral de una gran escuela politíea , su representación y sus raicea 
en las clases- medias, su liberalismo teórico y práctico, au amor al 
ejercicio ordenado y al prestigio fecundo de la autoridad; la tildaban 
ante la critica y ante el aenttmiento púbUco de ser una egoísta asocia- 
ción corruptora que había dado al traste con los p^rtidoa históricos; 
pero le concedían, pero le reconocían una dóais maravillosa de habili- 
dad. Y nosotros nos coQtottábamoSráíuer de unionistas, con esta con- 
dición, y decíamos: siga la unión liberal en sna trece, en sus procedi- 
mientos habituales, en sus constantes empresas; siga uniendo á los 
hombres más importantes del bando constitucional, siga consumando 
la deaamortízacion, siga manejando honradamente la Hacienda pú- 
blica, siga sosteniendo el 3 por 100 á 53, siga ganando batallas en 
Afinca, siga anexionándonos hennoaos territorios, siga reconociendo á 
Italia, siga rebajando el censo electoral, siga con su prensa libre, con 
sus Parlamentos de cinco aflos y con su inalterable Ub«rtad práctica; 
y si estas son sus habilidades, ¡beuditaa sean las hahilidadea de la 
unión liberal! 

La última vez que la unión liberal se decidió á ser hábil filé en 
1868. Un trono, una dinastía divorciados irremediablemente del espí- 
ritu púbhco, necesitaban salir de EspaSa; y la unión liberal desterra- 
da, perseguida, huérfana ya del gran O'Donndl, se las coinpuso, sin 



D,gH,zed.yGOOgIe 



su 

KsAargo, de manera que el viaje ae verí&cé, y fui de lonáa inoroen- 
to, de lo mea aokaniie y hasta cierto punto de lo más magnifieo qve 
r^istrsa nuestros cronicoDes. 

Pero desde entonces ¡ayl desde estonces, eomo ai aquel hnUart 
aido el tutumo, inicenso eafijerzo de la habilidad unioaiBtft, un» aéiñ 
de inconcebibles y acrecentadas torpeiua eal&a dando al paia, y nos 
est&n dando & noaotios, candidos- entuaiastafi de aquella faahiüdad pa- 
triótica, la cruel, la boirible sospecha de au deaaparicúsn, de sa ex- 
tinción^ de sn aniquilamiento en el seno de naestro pajüdo. iQué di- 
oen loa últimos deeastroaoB doa ^Saa sino que ]& ardilla esti amenais- 
da de convertirse &i topo, la tejedora arafia en cieg% oruffft) «1 lebrd 
de fino ol&to-en £üderillo ruinl... 

Pero no solvamos la vista atr&s: bien estila tnteniúdad enterrada 
con todas sus acaradas anArqnicas, con todos sus empréatítos, eon to- 
das 3US malogradas couciliacioDes, con todoa tus ministros unionistas 
Hevadoe y arrebatados al poder, sin que loffffasm dejar ea éL la hnells 
luminosa de la tradición de au partido. Hoy también hay ministros 
unionistas, nunistros que han sido hábiles antee de eetft última etapa, 
BÜnÍ9troB aleccúmados en aquellae habilidades produetoraa dd iieo 
público; 7 tampoco hoy, tampoco hoy paroce dispuesta 4 resncitar 
aquella cualidad distintiva de la historía unionista. 

Lo que pasa hoy, por el cemtrario , lo que al porvenir se reti$ári i 
ereer ee que esoa tninistros parecen sujetos, majuatados y preaos en las 
redes'de una habilidad ioverosiinil, de una habilidad que nunca hft 
existido, de una habilidad de brocha gorda, pero-real, positiva, tnoe- 
gabte; de la habilidad de los radicales . Kaos ministroe de la unión li- 
beral ae decidieron á volverlo ¿ ser en araa de un fundamental p»aa- 
mioQto hábilidoao: era preciso, era conveniente tener de nuevo partid- 
pación en el gobierno: la monarquía, la libertad, el orden, los interó- 
sea coneervadores, el porvenir de la burlad» y maltrecha, unión liberal 
necesitaban que bombreí) suyos, que hombres acreditados, que hun- 
bres capaces de llevar á la situación una inB|HTacion> una seriedad, 
una sinceridad fecundas, lo intentasen. 

El radicalismo se sometió á la exigencis con ima generosidad pér- 
fida y burleaoa. Dos carteras relativamente insigoiScantes faeron 
otorgadas á los qtie decidieron la votaolon del 16 de noviembre. La 
liresidencia del Consejo ae adjudicó.al duque de la Torre, por la senci- 



D,gmzed.yGOOgle 



Ua razón de qne no había otra autoridad ravolucionaria & quien adja- 
-dicarla. Cuatro ó cinco gobernadores unioniataa bullen por esas pro- 
vincias de Dios, sin otra cortapisa que las candidaturas progreaistas j 
lümbrias. Una magistratura creada j organizada por el Sr. Buiz Zor- 
rilla es reconocida en la Gaceta de hoy; como poder ind^endienle é 
inmatable, par el ministro unionista de Gracia y Justicia. Un sido 
Bubsecretario de esta procedencia sirve en un ministerio de contrapeso 
á los subsecretarios de Prim, de Montero Ríos y de Moret. Las más ju- 
veniles, las más inteligentes, las más útiles individualidades del uuio- 
nismoquefué k Italia yacen en el fondo de la cesantía universal. Y las 
iniciativas graves, poderosas, inmediatas, que se hablan anunciado, y 
con las cuales él primer ministeFÍo del rey debía echar vordaderunen- 
te las bases de la monarquía, do parecen^ no se indican siquiera, no 
ae sabe siquiera que se lleveai al Consto. Y á todo este conj unto de har- 
btlidades radioalÍ4ÍBW£ y de mutismo y de inacción unionistas, se ^&- 
de y sirve de ^potótico coronamiento la temerosa probabilidad de otra 
maycarl» de pura sangre progfesiata-democrática... 

¡Ahí mientras Uega otra noche de San José, séaooa permitido ¿los 
feadicioofllistas de la unión Uberal. protestar , ¿ impulsos del instinto d? 
vida que nos quete, de 1a catástrofe final que nos prepara el radicar* 
lismo. Nosotros, y sdo nosotros, le hemos enseQado ¿ ser hábil, le he~ 
naos metamorfM^do milagrosa, ineoHoebiblemente. Y la fiera domea^ 
ticada, aleccionada, ha abierto ya la jaula, y se prepara, parodiando 
la aotigruA amñsA de nuestra fuerza, á p(sieraaa definitiyamente en su 
Ingar. PoF algo están O'Donoell en su tumba y Posada Herrara en el 
Ktiro de bu viudes. Beeign^wnos. La rasignacioD puede ser tamMen 
la habilidad cte la yorg^eosa. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



TRANSFORMACIÓN. 



(30 de Enero.) 

Desde hace poc:i8 dias, la política española va toiosndo unos aíresj. 
tm tinte, un tono de melancolía capicea de meter el corazón en uq- 
pollo al más pintado. La tristeza no es ciertamente una enfermedad 
andaluza; la tierra de María Santiaima tiene en su aleg-re cielo, en sua- 
eternas flores y en aas cabezas ligara» un antidoto in&lible contra 1& 
hipocondría; y nosotros, andaluces empedernidos, nos hemos juramen-- 
tado Con nuestra conciencia para no morimos con el renuM^ímiento de 
ona cosa tan fea y tan amarilla como la ictericia; por eso s3mos perio-^ 
distas, hombres politicos; espaflolea de la prensa y dd at^oa de confe- 
rencias. ¿Qué defensa mej*»*, más & propósito, más inexpugnable cnn-. 
tra la tristeza , que la política española esi general , y muchas de sus. 
figuras en particular? 

¡Cuántas veces, cuántas veces, al sentimos amenazados , .como- 
umples mortales al fin, de esa nostalgia del alma, de esa melancolía, 
malhechora que parece aconsejar á nuestro espíritu la evasim, pre^ 
meditada y cun fractura, de su cárcel material, y la- anticipación de sa 
viaje á la presentida celeste patria ; cuántas vecss, al consideramoa 
en la desnudez amarga de nuestro españolismo, ai creer que, decidida- 
mente, vivimos en un pais donde todo ea peot, empezando por los go- 
biernos y acabando por los gobernados, hemos buscado bienhechor y 
filosófico refugio en la contemplación de nuestra osa pública, nos he- 
mos puesto á meditar, por ejemplo, sobre la racionalidad del progre- 
sismo, 6 sobre la importancia de los cimbrios, y hemos entrado repen- 
tinamente en posesión de una hilaridad deatemilladora, y hemos dadot 
gracias al Dios de Echegaray por habernos hecho escoger este oficia 
á prueba de tristezas! .. , 



.yCoogle 



Sin embalo, 1^ circunstancias se van agravando pavorosamen-^ 
te, y naestra alegría sstemática, nuestm preveacioo contra eaa grao 
d^ñlidad humana que fle llama el mal humor, nuestro firme ^wopóaita 
áe acudir, siempre que sos siutiésemos propensos ¿ toinar la vida en 
sería, al inagotable manfiotial de chistes, de caricaturas y de alboro- 
zos que ee encuratrs en cualquier ríncon de la politíca patria; 8uñ«n 
boy una verdadem crtsía, coya eiipresion fiel y deiKODSoladoFa aya. 
estos párni£>3. Vacilamos, sí, vacilamcs en nuestra constancia hamo— 
ristica, nos declaramos & pimto de entristecemoa, y escribimos este- 
articulo sintiendo que los genios y l^B'tontja, que bchiIos que más fre- 
cuentemente suelen estar tristes, pueden tener razón 

[Ah! es que no hay remedio contra una melajicolla universal, e& 
que cuando la tristeza se conyierl» en una epidemia nadie puede desa- 
fiar al contagio, es que, tiendan Vds. la vista por b que pasa hace- 
dias, y dígannos' si hay conviocioQ, si hay carácter, Á hay temparar- 
mento capaces de resistir la negn pena que parece apoderada de todo 
y de todos. . ■ 

Nadie tenia en este pais ds las notabilidades más derecho ¿ constar 
como una entidad radiante de venturas írresistiblefl que el simpático, 
juvenil ministro de Haoieoda, Mariposa de la felicidad, la histeria la 
había visto hbár en el seno de todislos c&Iices todos los jugos imagi— 
rtalAaa de la dicha. Todas las piiertaa, desde las del Sr. Ríos Bosas. 
hasla las del general Prim, se le habimí atáerte. Todos los cargos,, 
desde miembro de San Vicente de Paul hasta oootandante de Volunta-, 
ríos, se le habían conferido; y el libre-ctunbio, agnideoido & sus dis- 
cursos y á. sus traducciones de los módarm» economistas, le trajo al 
poder d dia en qus el jefe español de su escuela, Sr. Figuerola, d&- 
daró que ya no tenía oosa ^guna que cambiar con bs prestamistas* 
extranjeros. Pues bien; el Sr.- Moitet, ■ aquella encamación de la ale- 
gre juventud despreocupada, de la felicidad inconsciente , acaba do 
verae obligado á dar un decreto sobre tafa^tos, que obliga á la misma 
Iberia á censurarlo en nombre de los priacipios fund&meatalee -dd 
desestanco; verdaderamente, el &. Moret eg en estos ínstwites una 
triste cosa. 

Nuestros amigos k» uiúonistas ^ patrocmadords y auxiliares deci- 
sivos de la votación del 16 denoviembre , han fundado un periódico^ 
Todo el mundo creia qoe este periódico, que e«ta noble baindera , alza- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



da por t«ii' intelig>«tefl manoB, que este duato <SigMio de resp^Ues j 
Butorizadas c^nionea, iba á rntonap el himno ovutaote , invariable j 
armonioso át una Micidad & gran costa, j con gnoAía «acrifioioa «á- 
qüirida. Poes bien; este respetable periódico ha «npez«do , contra la 
espeotaciim uniTersal, A lamentara;, j & lamentarse de todo, áe la or«- 
dezB de nuestro chma, áe las anridieiaB j desconñaosas radicalea, de 
la Taoidad nacional que nos pirade , de las jaCtasciae Ubenlesoas que 
se creen con ñierzaa bastantes para afianzar por si solas las to^Or 
'ciones 'vigentMi, y de otras muahas cosas á oual mis lamentables. 

Y, entretanto, ub pérfido diario moderado Boa habla de no sabemos 
qué dueño de una fran casa que se siente mal, que se siente aislado, 
entristecido y con ganas de uiochaoer y noi amanecer el mejor dia, cre- 
yendo sin duda el buen diario borfaónioo qne no hay temples de alna 
superiores al de sus ráneios ídolos. Y, entretanto, la carestía da oier- 
tos articuloe fimteata k afliccioTí pública oon anuncios de sombreros 4 
17 duros y de li^as mucho más caras. Los fondistas, apodevindoee 
de no sabemos qué precedentes , se disponen á desplumar aScóoaados 
como simples pajanüos. D&se por fíraeasado el proyecto de manifiesto 
conaerrador, esperanza racional de la legnIiáaS -n^ente en ciertas se- 
riedadeSj No se puede hablar de la cnestíon electoral sin que los af»^ 
sadumbradoa le hagan ver & ubo horrores en el fondo de ese aeg-ando 
ensayo próximo del hermoso eufragio univerial. No se puede hablar 
de la circular del Sr. Martos sin qne los diplomáticos e» M^oaiiüiU 
le remitan i uno tristemente al dicdonar io áe la leogua-. No se puede 
hablar de la notable cjrcalar d^ ministro de Oraoia y Justicia án que 
Si tristeza de los aficionados al deracbo le digB & Vd. que una juaüeia 
progwsiErta, por inamovible que sea, es poca cosa. Qaiere uno regoci- 
^rae con la e^ranza de que el clero y las clasae paaiTas van á ser 
pagadas, y nna vos terrorífica y misterissa nos pregunta : ¿¥ de dón- 
de?. . . En fin; ¡qité más! con decir que entre el Campo del Moro y los 
salones del Congreso hay una perfecta relación de temperatura, y quA 
las «conomias nacionales han empezado por no permitirse qna los asi»- 
lentes al salón de conferencias tengan ya mis qas una chimenea es-'' 
cendida ; y con decir qne , por este y por otros motivos, apwoa ai se 
Ten ya fteilmente en parte alguna laa eminencdas que dorante dos 
«Bos hemos encontrado y admirado en tudas partes, se diee todo. 
' No eabe duda; hay im hoimbte fondo de meHndoKa en couito nos 



D,gH,zed.yGOOglC 



Todea; la poKtica. toma i pesar bujo ud aire bíblico , un tono de Job, 
^ue da miedo. SerA el invierno, eerá el frío, será la nieve, aerí que 
ahora no hay propiamente espaSolee, sino candidatos; será que el ins- 
tinto nos hace al fin tomar ante el mondo la actitud que á - nuestras 
miserias corresponde; seri lo que ustedes quinan; pero ello ^B lo cierto 
que si esto ñgae no babrá más rontedio que pedir al Sr. Olóza^a una 
lección de llanto oportuno. La transformaciQnesinvprosimíl, es brusca, 
es tromenda. Ayer, ajrer mismo éramos un pais bastante progresista 
para reir y hacer reir. Hoy todo el mando ae queja, suspira, ó bosteza 
amargameate; una inesperada seriedad lacrimosa ee nos viene encima; 
parece que vamos á cambiar de naturaleza , sin cambiar de Hacienda, 
lie Hutroecieit pdblics nid» gobernadores. Sea lo ^oe Dios quiew. 



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CUESTIÓN DE FOBHAS. 



(8 de Febrero.} 

Los radicales que sepan algo de historia es poeible que tengfaa 
alguna idea de lo que fueron las terribles contiendas de la Edad Me- 
día- en ItaUa. Aquellas fratricidas luchas de bandos, familias y nug^ 
nates, aquellas eternas batallas de la vanidad, de la ambición, delfe' 
natismo, que convertían cada Estado , cada ciudad, cada hogar en 
sangriento teatro de horribles crímenes, se ofrecen boj á los ojos Ja 
la critica como tm execrable cuadro social en que campea una anar- 
quía perfecta, tan perfecta como si las naciones italianas de aitoncea 
hubiesen tenido la común desventura de ser r^das por el radioali*- 
mo. La It«lia de la Edad Media es en cierto sentido un estudio radi- 
dical de primer orden. 

En ella nació, desarrollóse, U^ó & su completo desarrollo y se tras- 
mitió como tipo é, la'posterídad, el precui^or del moderno porrista, el 
vand&lico condottiere. Pero ha; que ser justos. Sea por la influ^cia 
eterna del espíritu en la patria del arte moderno , por el instinto 
estético de aquel pueblo cuyas barbaries, cuyas abyecciones, cuya 
pobreza, cuyas miserias hiui nacido y trascurrido entre minafi ma- 
ravillosas, sea porque para el pueblo de la gran política florentiaa 
debia haber siempre algo de refinamiento, algo de inteligencia en el 
seno mismo del crimen, lo cierto es que nuestras partidas de la Porra 
son en absoluto indignas vle compararse con aqneUos practicantes del 
asesinato. Y es seguro que si al más vulgar de ellos se le hubiese 
propuesto esperar en comandita, y garrote en mano, la seSalada vic- 
tima á la puerta de su casa , y matarla inhumana , tosca y brutal^ 
mente á contusiones, se hubiera creído ofendido en su dignidad. 

En aquella Italia del homicidio explotado bahía tambimí, no sola 



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sos delicadezas de ejecución, sino basta aua susceptibilidades morales. 
Hubo una época ee que basta pora los asesinos era cai^ <Ce concien- 
' cia dejar morir ¿ sos viotimas án cierta preparación religiosa; j las 
crónicas de aquella edad nos dicen que, generalmente, antes de des- 
cargar la puñalada en el pecho de un cñatiauo se 1& invitaba á euro- 
mandar su alma á Dios, y ee esperaba con relativa corte;^a los minu- 
tos preciBOd paratñrle recitar temblorosamente el piadoso In maaau. 
£8to, respecto á los humildes, á loa f&cilas, á 1(@ que no sabiaii' ni po- 
dían opon» grave resistencia. Con loa bravos , cod los duroa de roer, 
«rm Jos que por sus antecedentes o&eoian el previo temor de una ter- 
quedad valerosa, lo que se hacia era procurar sujetarlos d^ improviso, 
j una vez conseguido, se les deoia, puQal & la garganta: «Diga usted 
que cree en Dios, ó es usted muerto. » El sorprendido , vencido por el 
Argumento, entonaba el credo, j oi aeja^uida se le mataba; j de este 
xoodo, la alevosia del hecho sufría cierta agravación, pero ^ cielo te- 
nia un alma, y el remordimiento de los que quedaban aóbre el cadáver 
se atenuaba en lo posible. 

Hemoa recordado intencional y ripidamente esos horrores históri- 
cos para poder invitar á cierta parte del radicalismo á convenir en que 
la forma entra por mucho en todas las cuestúmes humanas, en que A 
amor á las buenas formas es una coua convenieate á todas las pro£>- 
aiones, la del progresista-democrático inclusive, y que y» es tiemp» 
ipor Dios vivo! de que el triste catálogo de loe Azcárragas m cierre 
para siempre en la Esp^a que llamamos regenerdBa. 

A continuación de estos párraiba «fiamos un impreso que por el 
correo de hoy, y aunque con inesplicable retraso, hemos recibido de' 
Falencia, invitamos á nuestros colegas radicales ¿ pasar sobre ól los 
ojos, libres de toda venda, y á deplorar con nosotros los incalificables 
j repugnantes escesos que, según esa hoja, se han (^mietido en aquella 
capital con motivo de las últimas elecciones. Nosotros no conocemoe á 
los -firmantes, ignoramos el partido político & que pertenecen, no sabe- 
mos si son federales, carlistas ó aimpdemente conservadores, que ea lo 
peor que se puede ser en estos tiempos; p^n el elector cayendo herido 
ante la urna pública, la horda criumuá e^rcida lue^o por la aterrada 
población y cometiendo nuevas violencias, y sobre todo, el alcalde, 
aquel alcalde & quien ■ la primera victima se dirigía angustiosamente 
pidiendo en vano protección y au^io contra los. malhechores, conven- 



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g«mtie en qae hnaaa un etiadro dd peor gvsto soca»! y político, ua 
perfecto cóadro bestnl y repugiuaite ante el cwil ae iraposiUe dar d 
iBenar viva ni ¿ )a áemooracia ni á lünguna de las ooaquigtas-de nu<»* 
ira revolucioD ^orioea. 

I A.h! compreadeitioB ahora aquel cÜBcarso del bram Topste txt qa 
nos pintó á la pobre reToluckm de eetiembre deafiguroda hasta «1 puaÉD 
deqoem laconosea la madre que la pariera, despojada de so hlanca 
y pura tónica infantil, y ad.^riíada irriaoñameate c «di^seea impiiHíe 
é im{»^k)a de 8U inocente nugestad. hcm pontataa pedcntínoi au^MA 
de echar una nueva mancha sobre esta revohuáon BiBera. ¿A dónde 
ir«aos ¿ fsmr oon este olvido «itftMU&tíco de todo aseo moral, coo eata 
salvaje aoeptacioB áe las eteroae fonaas de la anarquías 

PuUictmdo, cono lo hacemos, el pilentioo ímpreao, acaso prestom 
tea Bcrñcjo al Beftor iDÍiúetro de la Gobernación, parque acaso el gaAer* 
nador de aquella provincia do ba^ tenido tiempo de remitir á 8. E. m 
ejemplar. El Sr. Sagwla, que sin duda&eatas horas estará meditand» 
de nuevo, como en loe días de la interinidad, en loe célebres derochai 
individuales; el Sr. SagfMta, eayoa instintos . consenndorea, cayos 
'^ooedimi&ntos de hombre düto, de hombre de cioncia, de hombre dis- 
tinguido, no podiéD menos de smtine hondamente oontnuiados cot 
ía noticia de semejantes desmanes; el Sr. Sagasta, ¿ quien, allA en d 
fiado de su conciencia, es posible que le pese otra vtx <»mo una moa- 
taSa 'BU radicslisma, acaso nes qaedará agradecido por el decuraen- 
to que hoy ofrecemls á su consideraeioD. 

¿Qué autoridadea bdb esas de Falencia «ate las cuales pasan, sis 
ismedialoy «jempW castigo, cosas sanejantes^ Bn el lu^ar 4eldigi» 
fleüor ministM de la Guberoacion, nosotros dirigiríaiaos hoy misins 
una carta oonfideacial é. esoB delegados del gobierno, en que les diria- 
fflos peco m&s ó menos; vlluy sefioreí mioe: Lo que «caba de pasar e» 
osa capital es de lo más atroz que elsig-lo KIS registra eatre sus 
atrocidades. Xios uniera liberales de eos. olvidan, rán duda, -que ya 
está Gcronado eledi&ek]rer[^iiitionario,'qae ya no puede taparse oadi* 
Con la desechada ea/ga, del periodo constituyente. Bi por efecto del mal 
estado de las oomnmoacioiias no saben Vds. que ya tmtimoe monar- 
quía, ministroB oonaervadores, xleaeas de órdea, y ppopóaitas inqusbm>- 
tabias de hanrar á nuastza madre oomun la revolacieo, el gobiwno no 
puede tsneren cuenta la escusa, y desde ahora les anuncio á Vds. qos 



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se acordarán del aaato de mi nombre. Nosotros queremos que el palfi 
responda á nuestro llamamieato, queremos el triunfo del gran partido 
monárquico-liberal en las eltecioaes de todas clases; pero no podemoa 
querer que, por culpa de nueátroe amigas, se aumenten paTorosamente 
los quebaceree de los tribunales Üejuílácaa. Savieume, pues, Vds. á 
vuelta de correo, ó la prueba inequívoca de que han hecho en este caso 
cuanto su deber y la vindicta pública exi^^en, ó sus dimisiones. Yo 
ao quiero autoridades que solo puedan estar bien entre los araucanos. 
ó &x Sierra-Morena.» Y créanos el Sr. Sagasta: el país ajdaudiria, 
hasta cwno cuestión de fi^rma, la amonestación . 



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DE PRECISA ASISTENCIA. 



(II de Febnro.) 

Lo3 periódicos y los penodistas podremos decir cuanto qaenmos; 
pero ello ea lo cierto que La Correspondencia ea una grau coea. Guao' 
do uno lee año tros sAo aquello de «eco imparcial de la opinión y de 
la prensa,» y cuando uno contempla, metidas las manos en los vacliB 
bolsillos, cierta casa de la Carrera de San Gerónimo, que es una noticia 
'de cal y canto, pera esactiaima, sobre la riqueza imponible de cierto 
versificador andaluz; cuando uno ve esas cosas, ae comprende que toda 
la filosofía de una penuria crónica se le agolpe & uno al corazón, y esté 
uno ¿ punto de creer en la chochez de la Fortuna. Pero cuando uno. 
á pesar ,de ser periodista, es decir, ápesardeleerse, por ténnino medio, 
cuarenta periódicos al dia, siente todas las noches antea de retirarse, 
al retirarse, ó después de retirarse, la necesidad de comprar y de leer 
el diario noticiero, no puede uno menos de coavenir en que Za Corres- 
pondencia es casi una-institucion. ¿Qué importa que lo sea fuera del 
texto constitucional? Ya nos esplicó González Brabo la teoría de laii 
Constituciones internas , consuetudinuias , sancionadas por el carác- 
ter y por los hábitos de ua pueblo. Un periódico que llega & ser una 
costumbre púbUca, tiene algo de fundamental y de respetable, por más 
que tenga mucho de envidiable. 

Esperamos que nueatro amigo Santa Ana, ese gran poseedor de 
piezas de dos cuartos, ese conocido de todo el mundo , nos dé gracias 
eu la primera ocasión por el anterior párraf j. Entretanto , y puesto 
que hoy nos pilla de vena de franqueza, acabemos el elogio del diario 
imprescindible confesando que una de las cosas que m&s nos encantan 
«n La Correspondencia es la manera de dar las noticias , es el estilo 
vriginalisimo, la clarilad meridional, por decirlo asi , coa que pone al 



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'«Icance de todos las iatelig«nciad cuanto paB& ', se dice ó se comenta. 
Anoche , por ejem|do , el venturoso boletín de la oalle del Rubio em- 
pieza uno de BUS sueltos diciendo : «esta tarde á las cinco ha habido 
Consejo de precisa asistencia.» Un periódico menos conocedor déla 
tierra que pisa, ésto es, del pais en que ae escribe, se hubiera conten- 
tado con decir eso para decir que los ministros debían estar ocupadas 
en alg:o importante. Pero La Correspondencia, que sabe donde á ellft 
y al paid les aprieta el zapato , aflade en la plenitud de la más ^bia 
redundancia esptülola : «circunstancia que revela que en este Consejo 
tft de tratarse algTin asunto de interés!» Después de lo cual, el redac- 
tor del ^rr^fb se íria , sin duda , á descansar en la seg-uridad de qoe 
entregaba perfecta j satisfactoriamente & sus conciudadanos una no- 
ticia de ese jaez. 

Pues bien : La Correspondencia tenia razón , estaba en lo cierto. 
Segun nuestros posteriores informes , el Consejo de ministros de ayer 
tarde, no solo se convocó con el caráct«r de esa precisa asistencia que 
es la fórmula de los dias solemnes j de los graves asuntos , sino qae 
-correspondió , en efecto , & su convocatoria. A las cinco y medía , es 
decir, con solo la media hora de espera que marca la etiqueto, ya e»^ 
faban todos los consejeros responsables de S, M. en el despacho de su 
presidente, cuyo balcón da &, la calle de Alcalá.. Desde allí se traslada- 
ion, como es costumbre en casos tales, á otro despacho interior y mis 
espacioso del palacio, no solo porque de este modo se evitan las distrac- 
«ñones & que da lugar eí complejo estrépito del camino de la CasteDa- 
na, sino porqne da la casualidad de que el despacho ordinario apenas 
tiene la cabida de ocho personas de reblar volumen. Descuido del ar~ 
qnitecto. 

8e nos asegura que leíreunion ministerial Comenzó, como las tenw 
pestades, con cierta aj^rente calma. El nublado astuvo únicamente, 
tarante los primeros cuartos de hora, en los semblantes; las bocas - 
contuvieron por largo tiempo el rayo de la palabra , dando tan solo 
saelta á breves é inofensivos relámpagos.' Más que tratarse, se desflo- 
ifaron verdaderamente algunas cuestioncillas de' actualidad . El minis- 
tro de Gracia y Justicia leyó con legitima complacencia la pastonú 
títima del obispo de Orihuela , se felicitó de esta iniciativa benévola 
de cierta parte del clero, prometiéndose que á ella seguirían otras 
aanchas, y encareciendo la necesidad de quQ se piense en dar i los mí— 



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DÍstros del altar tm podo mis que buenas palabras. El joven, el éter-». 
Bunuite joven minifltro de Hacienda parece i^ue respondió que, indi-- 
fictaalmeate , él oo deseaba, otra cosa ; pero que , ecoQomicameDte, ^1 
tenia que esperar ó que los nuevos inspectores de Hacienda diessa 
sm in&líbieB resultados, j. prometió que los prínieros mülonea con qu» 
esos- ñincionanos aumeaten las rentas públicas se dedicarán ¿esa 
atención de misa y olla. 

Después ))arece que m trataron no menos somer^unente algu- 
nos otros asuntos relaitirunente interesantes. Se habló del nuevo 
•i^üntaini^to dje Málag-a, que ha quitado de bus oficios las clá- 
sicas inicialee S. N. (seWicio nacional) , como contruias al dogma dd 
la federación , por m, aigrnificado unitario , sustitayéadcdas con las de 
S. P. (servicio 'público) en qi^ todo cabe. Y esto arrancó, naturalmeit- 
te, una sonrisa al gobierno. Se habló también a^, muy pooo, de la 
dimisión del general Alanünos, respetando la decisión dee^ tsiiento 
'graier&l, que no cree deber ir á Zaragoea , donda hace dos aJios no era 
mes que brigadier. Se dieron noticias circunstanciadas dé la última 
reunión carlista en casa del marqués de Gramosa , y se oonvino ea 
qoe ^i nos las den todas. Se leyenm algunos despechos de Francia, 
conviniendo en que trasladasen al Sr. Olózaga para que no pierda el 
lulo de los sucesos de la patria de su embajada . Se indicó al Sr . Padial 
para espitan de Qusrdíae del rey, presentándose la pequeSa dificultad 
de que no reúne las condicioDes reglamentfuias que el puesto exige, 
porque lii está en la mitad de la escala de los de su dase, ni tiene to- 
davía la cruK de San HennBDegildo. V , por último , se pronunció la 
&tBl palabra : Elecciones. ÚQ movimiento de concentración en si mis- 
mos agibS rápidamente todos los espíritus , y el primer trueno aalió, 
cen retumbancia que estaba en raaon directa de la anterior compre- 
sión, de labios de un ministro cuyo nombre ignoramos. 

Pero el nombre no hace al caso. Lo importante es que ese minis- 
tto parece que formuló directa, concreta y elocuentemente una queja; 
La queja procedia de algunas graves noticias acerca de la conducta 
de ciertos gobernadores de provincia, de procedencñá Tepublicana , es 
decir, democrática, ómejor dicho, cimbria. S. E. aseguró que tenia 
notívos fehacientes para saber que algimoe de esos goberoadwes , di- 
vorciándose del espíritu del gobierno , haciendo oaso omiso de las pir- 
«daies reservadas y «nis^tas de bU' jefe, y dáodos^e una higa dd 



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821 
cñterio de la sítuacioa , no solamente no guardaban en los distritos 
electorales la absoluta neutralidad de ordenanza , sino que prote^i&n 
abierta , resuelta y escandalosamente á candidatos que no tenian la, 
menor noción de monarquismo. En vista de lo cual, S. £. rog^ enca- 
recidamente á sus compsQeros qiie le dijesen á. dóude se va por ese 
camino. 

Y aquí filé Troya, es decir, aquí estuvo el gran interés de la con- 
ferencia. I^dir la palabra, tomarla sin aguardar la concesión , levan- 
tarse, acalorarse, gesticular, medir á grandes pasos la estancia y 
mostrarse en el paroxismo de una democracia de primer orden ; todo 
eeo nos aseguran que fiíé obra de un instante para el Sr. Martos, 

To diré muy claramente & mi digno compaQero, díceo que dijo e] 
aator de la circolar diplomática, á dónde vamos por ese camino : va- 
mos pura y amplemente á donde debeiooa ir ;.ai tiáunfj de los dere- 
chos del hombre, de esos derechoB santos qae desde 1*793 están pug- 
nando por abrirse paao desde París á Madrid. A eso vamos. Y los 
gobernadores que para eso hacen lo que haoea , y mi escelente amigo 
el seSor roinistro de la Gobernación que no los quita, y la monarquía 
y la libertad, y nuestras carteras, y todo cuanto hay actualmente de 
respetable en este país , se salvará por ese único camino. Digo, m» 
parece, seBores, que no pondremos todavía en tela de juicio el credo 
democrático. ¿Qué importan aQt« él ni las elecciones, ni la mayoría, 
ni la política práctica? Señores : se dice que e¿ cimbrismo no ^ ub 
partido; es verdad: no es un partido en España, pero es un partido 
universal. La himiaaidad, salvo la Prosia, es demócrata. 4L0' du- 
dáis?... 

Pero al llegar el gran orador intemaoonal i este ponto , él prén- 
dente, previesdo el giro inátü y la proligidad temerosa de la discu- 
sión, y atendiendo á lo espirante del crepúsculo, parece que suspendió 
el acto, propcsüendo y obteniendo que se trote d asunto en otra ó en 
otras sucesivas conferencias. Terminó , pues , el Consejo. El tolerante 
duque de la Torre acompañó con su habitual cortesía á sus compañe- 
ros hasta la puerta, les dio alli él último estrujón de manos, y «1 que- 
darse solo en la semi-oscuridad de su defacto, dicen que ^ó Iceojoa - 
al techo y qoe exclamó con d gracejo natural de su andalucismo: [Qué 
conciliación, qué elecciones y qué precisa asistoicial 



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UN ESTUDIO. 



[15 de Febrero.) 

No hay cosa más socorrida que la filosofía , sobre todo para los 
viejos. Estamos seguros de que el primer filósofo tenía, por lo menos, 
sus cincuenta navidades. ¿Qué cosa mis natural en la soberbia huma- 
na que hacer de tripas corazón^ Cuando uno empieza á entrar verda- 
deramente en años, y ¿ convencerse de que no es posible volver & aer 
joven, entonces y solo entonces es cuando se le ocurre que la juventud 
fisica, como todo lo que se refiere & la deleznable materia, no vale un 
comino, y que hay otra juventud interna, la del espíritu, la del sentí- 
miento, que es la buena, que es la constante. Todos loa calvos que se 
- estiman han tenido buen pelo ; todos los ex-jóvenea que reñesionan 
convienen en que la nieve del cabello no significa nada ante el faego 
perpetuo del corazón. Por ajgo se dice que el que no se consuela es 
porque no quiere. 

Considerada esta gjave cuestión filosófica á través del prisma de 
la poUtica, ea imposible no dar la razón ¿ loa partidarios de la juven- 
tud moral. Politicamente hablando, el ser ñ^icamente joven no le sir- 
ve & Vd. para nada bueno. jQuién no ha tenido en sos verdes aQos 
instintos dema^gdcos, quién no ha sido miliciano, quién no ha creido 
capaces de gobernar & los radicales? En cambio, es muy difícQ 
que, apagados los ardores irreñexivos de los veinticinco abriles, todo 
hombre (racional, se entiende] que llega & hallarse definitivamente á 
Solas cOn su conciencia, nó se ría de los radicalismos en general y de 
la patriotería de ciertos espa&oles en particular. 

La revolución ha tenido y tiene, sin embargo, un tipo , personaje, 
notabilidad 6 como quiera llamársele, que es un verdadero animado 
estudio de esa compleja tesis fibsófica. btoviase en estos últimos tiem— 



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pos en el fondo de nuestros circuios políticos un doncel simpático, es- 
presivo, espanaivo, cuya atracción pereonal vencía en todas partes las 
austeridades más resistentes & la amistad inexplicable', uno de esos 
caracteres que imponen la tolerancia y el apretón de manos como con- 
tribución forzosa, y de cuyo coDocimiento no es licito k nadie carecer 
en una sociedad culta, que tiene salones accesibles é. un frac bien lleva- 
do, 7 público siempre depuesto ¿ oír todas las facundias más ó menos 
legítimamente osadas. 

Ese joven no lo era solamente por la escasa media docena de lus- 
tros que BU vida sublunar contaba, por la frescura de la rosada tez, 
por el vivo carmín del encendido labio, por la gentilezadel cuerpo, por 
él brillo de la inquieta pupila. Todo el mundo conocía y sentía que & 
tan exuberante juventud física correspondía digna y perfectamente 
una juventud anímica, íntima, una inofenaívidad conmovedora^ utSa 
frescura, por decirlo así, de sensibilidad encantadora, una inexperien- 
cia extraordinaria y persistente como la bondad de que procedia. Y 
cuando esta humana concentración de todas las condiciones juveniles 
salía de su retiro, de sus aulas, de su modesta oscuridad solariega, no 
había puerte, humilde ó blasonada, que no se le abriera; nobabia hom- 
bre público, blanco, rojo ó ecléctico, que no loaceptaae congustoentre 
sus prosélitos; no había centro político, económica , aristocrático, de- 
mocrática academia, baile ó espectáculo donde no se le viera y se le 
recibiera porel derecho propio de lo imprescindible. 

El movimiento de setiembre, como todas las revoluciones progre- 
sistas, hubiera sido una revolución sin juventud, sí esa acabada enti- 
dad juvenil, con alguna que otra análoga , no se hubiera declarado 
revolucionaría á tiempo, es decir, al día siguiente, porque sus mismas 
cualidades, y la mágica independencia de su temperamento, le había 
forzosamente impedido serlo la víspera. El alcázar revolucionario, 6 lo 
que sea en buenos términos arquitectónicos, no podía hacer con esa 
entidad más de lo que había hecho la sociedad espióla por mucho 
tiempo: le recibió sonrientemente en su seno. Y una vez dentro, la 
obra eterna de sus atracciones fué allí lo que en todas partes había 
sido; es decir, fué lo que quiso, 

¡Ah! La juventud es un- talismán supremo. Tiene Vd. tina inteli- 
gencia adocenada, aunque superficialmente brillante como el plaqué; 
tiene Vd. una absoluta falta de carácter de esas que presagian una 



DigmzediiyCOOl^IC 



eareocia iotermioable de respetabilidad; tteoe Vd. una iostniccioQ, 
una erudición á la violeta, adquirida á cuartos de hora en la biblíotfr- 
ea ó en el gfibínete, y perdida ínmediatau^nte después de cada accí- 
deaital servicio; tiene Vd.una charla que lo fia todo & la sonoridad de 
la TOE, ala ra[ñdez vertig^inoaa de la dicción; tiene Vd. el defecto coa- 
génito de no lúber nunca posado ideas propias en cantidad bastante 
para pergeñar origínatmente una simple oración de activa; tiene usted 
una biogratia política llena de matices conservadores , d^nócratas, 
neos, doctrinarios y radicales; tiene Vd. la s^uridad de no haber po- 
dido nunca dar 4 las personas expertas gato por liebre, es decir, de aex 
intrinsecameiite conocido por todo el que ha dedicado algunos minutos 
á su examen: ¿qué puede Vd. intentar con ese patrimonio constítutÍTo? 
Nada, si es Vd. ya presa de la virilidad del cuerpo y del ahna; todo, 
*í es Vd. uno de esos fenómenos de la doble juventud externa é inter- 
na. Es probado. 

Lo que hay que conseguir en el mundo es que lo declaren á. unojó- 
vea por toda su vida. ¿Sabe nadie lo que es teuer la seguridad de ser 
delicioso? Nosotros no podemos ver en parte alguna ó. uno de de esos fe- 
lices simpáticos de oficio, sin ere» que hará su carrera, cómo y cuando 
guste. La entidad juvenil de quien hablamos ha sido en la revolución 
y por la revolución cuanto se ha propuesto. La revolución tenia,, s^un 
frase de un entendedor, tres cosas que hacer: una Constitución, un rey y 
un presupuesto, ó una Hacienda, que es lo mismo. Y esta es la hora ea 
que nuestro personaje juvenil está encargado de hacer y consumar 
nada menos que la tercera parte de la revolución, la nueva Hacienda 
española. Para ello le ha servido un anacronismo, el único verdadero 
anacronismo que le conocemos: su amor, si no ¿ la ciencia, al menos 
A la gestión económica gobernante. Esa entidad, toda poesia por fuera 
y por dentro, & quien la más vulgar lógica hubiera creído destinada & 
las elucubraciones de la imaginación y del arte, tiene unas propensio- 
nes matemáticas de primer órdeo. Nada hay perfecto en lo ^humano. 

¿Cómo y cuándo va á hacerse, empero, la Hacienda española en 
esas manos estéticas, destinadas á no arrugarse, indiguas de tocar todo 
lo que no sea florido, armónico ó delectante? No lo sabemos; no lo 
puede saber nadie. Unos dicen que por el libre-cambio; otros que por 
la protección; estos aseguran que par el desestanco universal; aque- 
llos afirman que por im estañes que podrá alcanzar bástalos cereales; 



DigmzediiyCOOl^lC 



«luién espera que por las ecoaomias más valerosas y aiuOómicoi; quiéa 
/confia en que por un sistema de.maraTÍllosaa esplendideces y de des- 
arreglos reproductivos. Y lo cierto es que iodos pueden tener razón, 
porque nuestra eminencia plantea y ejercita & su sabor todos los mé- 
todos, conociendo, sin duda, que tiene para hacerlo asi, no la ocultad 
política ó l^;al, que son cosas secundarias al cab], sino la &cultad 
' moral que le imprime la posesión .completa y perfecta en que se halla 
de la pública .simpatía. Un miniatro que tiene el escudo de su juven- 
tud contra el juicio de sus obras; un ministro siempre disculpado,, 
áempre dispensado, un ministro entemecedor p3r naturaleza, es un 
ministrj inapelable, ea la personificación más sublime de la libertad 
humana. 

La revolución, pues, podrá haber cometido, al confiar su Hacienda 
i aemgante capacidad, una de esas totpszss arriesgadas de las qua 
aolo tiene derecho ¿ esperarse un fiasco estrepitoso, y de la que toda- 
Ma no se ha visto que saquen sus atrasos los clérigos, las clases paa- 
Tas y los maestros de escuela que na pueden formar alrededor de un 
troiio por no tener zapatos para el viaje. La reToluciqn podrá seguir 
so&andu indefínídam^ite con llegar em tales manos á la nivelación de 
su presupuesto. Pero el principio físico, espiritual, filosófico y fisioló- 
gico de la juventud en todas sus manifestaciones deja consignado con 
«sa notabilidad uno de lo's inás curiosos estudios contem^ráneos sobre 
su maravillosa influencia en los Estados bien constituidos. Y aunque 
no sea más que por esta seSalada merced de la Providencia, el seSor 
D. Segismundo Horet y Prendergast debe estar contento de su idio- 
sincrasia. 



■D,gmzed.yCOOgIe 



LOS DERECHOS TRABÚCALES. 



(SO de F,ebreto.} 

Teoemos los vecinos de Madrid una pregunta sacramental, infalihl;)^ 
precisa y racional como la líbica, para esplicamos la mayor parte de 
los dimanes que cada Teinticuatro horaa, por término medio, se suce- 
den en la coronada viUa. Dos aüos de experiencias individualistas nos 
han hecho lo suficientemente prácticos para Juzgar previamente con 
esa fórmula las salvajadas inevitables de cada dia. Cuando vemos dis- 
cutir con cierto calor á las gentes, ó correr á loa empleados del órdea 
púhUco, ó entristecerse más de lo ordinario el semblante de It^ libera- 
les inofensivos, preguntamos: ¿han matado ¿ alguien? con la misma 
natural sencillez y la misma convicción de acierto de quien pr^^nta 
£& siguen mandando los radicales , de c[aien pregunta si doa y doa 
son ciíatro. 

Ehi el fondo de toda cuestión social hay siempre una cuestión íeol4- 
gica, al decir que los publicistas y estadistas contemporáneos. Haber 
es. Pues bien: toda la exageración, toda la pretensión, toda la soberbia 
filosófica de esa afirmación moderna se atenúan convenieateineute, y 
se reducen á los modestos términos de una verdad axiomática, apli- 
cándola á nuestros dias de radicalismo, y diciendo que en el fondo de 
todos los portales del Madrid democrático hay siempre un trabuco. 

jAh! Séanos permitido, ya que de trabucazos y otros escesos se 
trata, echar de menos, sincera y filosóñcamente, al Madrid de capa y 
espada, al Madrid absolutista del galanteo, de las estocadas, de las 
rondas y de los mantos. Verdad que no habia entonces en la capital de 
EspaSa más seguridad individual que. en nuestra época, porque, par 
lo visto, esa seguridad nos ha sido siempre re&actaria; pero en las pro- 
fimdidades de aquella sociedad semi-firailuna, semi-libertiua, halúa 



.y Google 



otro principio, otro móvil, otm causa esencial áe tacto desacato, de 
tanta paüza, de tanto escándalo, de tauta muerte videnta: la mujer» 
el amor, la reina de las paaiones. ¿Quiéo es ella? preguntaban nues- 
tros hidalgos de hace doa siglos al sospechar que pasaba algo ma- 
yúsculo. Nosotros,, pobres actores de la decadencia naciiHial, nos con- 
tentamos con preguntar á cualquier transeúnte autónomo, Ó con bus-- 
car en los peñódicos quién es el muerto. Hemos cambiado miserable- 
mente el amor por U política, la dama por la cortesana. 

Ayer, pues, fué un gran día desde el punto de vista de esa pregunta 
de actualidad. Los serenos al huir por costumbre de la luz matutina, 
la policía al despertar con el alba en calles y plazas, loe diarios ma- 
drugadores, y uLás tarde todos los circuios, todos los subditos munici- 
pales de Madrid referian qua á cosa de la una y media ó dos menos 
cuarto de la pasada noche se había oído un trabucazo hacia la calle 
del Fez. La noticia, dada aá en absoluto y sin más detalles, no hubiera 
tenido importancia. Un trabucazo en el Madrid de las autoridades que . 
proceden de la última regencia nominal es una gota de agua en el 
Océano, es el efecto de la causa. Pero la gravedad del caso consistía 
en que el trabucazo, es decir, las seis- ú ocho balas que, con auxilio de 
la pólvora, se habían visto obligadas por la esplosíon é. salir de las en- 
trañas del vand^co instrumento, habían pasado rozaudo casi el cuer- 
po de un ministro de la corona, del Sr. Euiz Zorrilla; lo cual engen- 
draba en todos los ánimos la presunción de que dichos proyectiles le 
habían sido dirigidos íntencionalmente. 

Y, con efecto, el hecho parece que fué como sigue. £1 Sr. Buiz 
Zorrilla había recibido una invitación misteriosa para ir á cierta casa^ 
donde se le darían noticias importantes acerca de los asesinos del gene- 
ral Prim. Y el Sr. Buiz Zorrilla, con la esperanza de ser más afortu- 
nado que la justicia, que busca inútilmente desde hace dos meses esas 
noticias, acudió á la cita sin más conipaQia que la de un amigo íntimo, 
él cual, á su vez, no llevaba consigo otra cosa que sus derechos indi- 
viduales en el bolsillo, es decir, su revólver. Esto sucedió á laa once, 
poco más ó menos, de la noche del sábado. El Sr. Kuiz Zorrilla y sa 
«compasante encontraron la casa consabida, pero na encontraron más. 
Pasaron y esperaron allí tres horas hablando ó bostezando, que sobrd 
esto todavía no se ha hecho la luz, y allá, cerca de las dos, cansados 
y deseogaSados, y prometiéndose no volver á hacer caso de anónimas 



DigmzediiyCOC^Ie 



SS4 

«igaQí&a, ee decidi^on ¿ volver á sus hogares j & buscar tax él aeno 
Ae Is femilía el descanso hiñirado y legal queellay solo ella ofirece. 

La calle de 3&Q Roque desemboca por «no de sus extremosa la dd 
Pez, y el Sr. Kuiz Zorrilla tenia que pasar por este extraño. Al lia- 
cerlo, destácase un bulto humano de la sombría caquios, y apunta 
¿ boca de jarro al ministro con un trabuco hecho, según, loado sea 
Dios, se ha averiguiido después, de un fusil iogl^ rebajado. Hasta 
aqui nada de censurable tenia el acto . La libertad es una y para bodoa, 
como la divinidad. Si todo espaSol que tiene afición y dinero pora es- 
tas cosas no pudiera llevar un trabuco por bastón, y no tuviera! el de- 
recho de apuntar á quien se le antojase, dígole á Vd. que habiamas 
hecho una Conetítucion democráidca como unas hostias. Que se acueste 
temprano ó tarde el que quiera; pero el que no quiera acostarse se en- 
tretenga en esperar y en apuntar & las gantes: áqué cosa más' natural 
y más subsiguiente al advenimiento glorioso del cuarto estado? . . . 

£1 exceso, pues, estuvo únicamente en el disparo, porque el caso 
es que hubo disparo, sin previo aviso <^cial ni de cortesía, coa viola- 
ción manifiesta de la ley y de la educación. Su autor, persona baladi, 
sin duda, y falta del valor de la convicción, dio á correr ininediata- 
mente. Kl Sr. Euiz Zorrilla, sujeto por la sorpresa, con£'> supersecu-^ 
cion al animoso amigo que le seguia. Este lo hizo & paso de carga y 
llamando al fugitivo con los gritos de su pistola. El asesino, sin ba^ 
cerle caso, corrió á meterse en una casa de la misma calle de San- Bo- 
que. Pero cuando el Sr.' Ruiz Zorrilla, su amigo, el aerelio y los agen- 
tes de orden público, que con la mayor actividad acudieron, Uegaion 
á la puerta, se encontraron con alguien que les impidió entra?, quelea 
cerró el paso, invitándoles á esperar la luz del alba para verificarla. Ese 
alguien eran los derechos individuales en toda su iutegridad, era el 
Aadeas corpus de la re^nerada EspaQa, era la democracia, era la ley, 
era lo insuperable. No hidto remedio; fué preciso esperar. 

Stdió el sol; las casas de la calle de -Sin Roque fueron e3cri:q)iiloBa 
y legalmente registradas. El gobernador de Madrid, que había toma- 
do sus disposiciones, no dejó rincón por examinar. La vindicta- públi- 
ca empezó á satis&cerse; el asesino no fué hallado, porque acaso mien- 
tras la Constitución detuvo durante algunas horas á la -autoridad en 
' la acera, él usó de su autonomía por el tejado. La justicia, que busca 
aun al matador de Azcárraga y de Prim, busca un crímiiial más. La 



D,gmz¿diiyC00l^IC 



K>ciedad madrile3a, aín distinción de liberalismos, se inscribia en la 
lista de la casa del Sr. Ruiz Zorrilla, mostrándose asi, harto elocuen- 
temente, en todo el homble desamparo libea^ que la distingue. Los 
criados á sus jefes don:ésticos, loa hijos á bus padres, los padres á sus 
gavetas pedían dinero para comprar estoques y pistolas constituciona- 
les. Todo el mundo ha sentido renacer en su conciencia la sospecha 
de que existe acaso una asociación tenebrosa, que se ha propuesto aca- 
tar con la revolución de setiembre, llevándola individualmente á loa 
cementerios. Pero, ¿qué importa? La ley se ha cumplido, se ha respe- 
tado; y del naufragio de la calle del Pez, en que el Sr. Riúz Zorrilla 
ha estado á punto de irse á fondo como un simple mortal, se ha salva- 
do lo principal, se han salvado loa derechos individuales, ilegislables, 
indiflcntibles é irresistibles. ¡Ahí ¡inagnificol ¡magnUico! ¡Esto ea vi- 
vir, esto es gobernar, esto ea progresar!,.. 

Esté, pnea, tranquilo el Sr. líuií Zorrilla, y reciba en paz la feh- 
citación que laa gentes honradas, y nosotros entre ellas, le envian por 
"baher escapai^o de tan grave riesgo. Cuando en lo sucesivo, y acom- 
pañado de una buena escolta, y revestido de la cota de malla, y gua- 
recido en un coche blindado, se decida á cruzar nuevamente las calles 
, del Madrid de la libertad, el Sr. Ruiz Zorrilla tendrá ocasión de re- 
flexionar que estos malet) son profñoe de la vida pública en general, y 
de la democracia espaOola en particular. No hay más remedio que so- 
portarlos con resignación. Quieredecir que, si la actual generación re- 
volucionaria perece asesinada en el seno del individualismo, ahí está el 
porvenir para hacerle justicia. Y ai no. pregunte el Sr. RuJz Zorrilla ¿ 
BU amigo y ctnreligioBario el Sr. Rojo Ariaa, eae celoso guardián de 
los madrileños y del monarca. Apostamos nuestro revólver, que es lo 
mismo que decir nuestro m^or unigo, á que el Sr. Rojo Arias ha 
creido y sigue creyendo á estas horaa, como nosotros, que el trabu- 
quista de la calle del Pez es, por lo menos, un elector. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



EHTBE DOS MONSTRUOS. 



{■¿\ de Febrero.) 

Hoy que todavía catamos bajo los efectos morales del escopetazo 
dirigido al Sr. Ruiz Zorrilla por un ciudadano de hogar, conciencia y 
voto electoral inviolables, bueno será que los prohombres de la situai- 
cion 3e llamen á cuentas y medit^i imparcialmente sobre la profundi- 
dad del abismo en cuyo borde gozan diez y siete millonea de libérale» 
laa delicias de una verdadera ausencia de gobierno. 

No bastan, & nuestro entender, que se estudien los males presen- 
tes en los Consejos de ministros, en esos Consejos cuya frecuencia y 
cuya duración han estado hasta ahora en razón inversa de sus plau- 
sibles acuerdos, en esos Consejos en que se trata diariamente, con 
inútil afán, de hallar el modo de realizar prácticamente la concilacion 
revolucionaria y gobernante. La química, esa gran expositora de la , 
naturaleza, no ha podido, ¿ pesar de los inmensos vuelos de sus mo- 
dernos adelantos, lograr todavía la mezcla definitiva del agua y del 
aceite en reposo. El peao' especifico de eaoa dos cuerpos , que son el 
perro y el gato de los líquidos, sigue abochornando ¿ la ciencia. Los 
progresistas-democráticos, por poco que tengan de ello, son los cani- 
nos y los felinos de 1« política; no caben en el estrecho saco de un mi- 
nisterio. 

Ki cabrán. Lo que no está en la naturaleza no puede estar en la 
inventiva de ocho empleados de seis rail duros. Algunas de las perso- 
nas que estuvieron el domingo á visitar y felicitar al ministro de Fo- 
mento, con motivo de haberse nacido !a noche antes, enft>ntraron en 
su casa á una entidad revolucionaria de primer orden que, á pesar de 
haber disfrutado un sSo bien cumplido de poltrona, no ha consegui- 
do — cosa eztratia y anti-española — salir hecha una eminencia de la 
crisálida, rota en mal hora, de üu oscuridad prístina. Esa entidad era 
el Sr. Echegaray, el gran rapsoda demócrata de los antecristos, el 
graa estudiador del cab:;llo fósil, el más matemático de los cimbrioa. 



:yCOOl^lC 



"Pnes bien: el Sr. Echegwray, ¿ raíz del frustrado, inicuo atentado 
de la calle del Pez, cuando tt^avía la ieritade D. Manuel olía ¿ pól- 
vora, Cuando Madrid entero se creía una sociedad desamparada, cuan- 
do no fitltaban in^nieroe que pensaban ya en inventar un sistema de 
ftirüficacioDes domésticas á. prueba de trabuquístas, el Sr. Ecbegaray 
protestaba en casa del Sr. Ruiz Zorrilla contra cualquier barrunto re- 
presivo en que el gobierno pudiera pensar para asegurar la existencia 
de los ciudadanos indefensos. 

Entre las perscmaa que oyeron al fundador del ateísmo oficial en 
EspaHa, no Mtó quien, al verle abogar con máa calor que nunca por 
las libertades de actualidad, le preguntó á los espaüoles no debian 
tener, antes que ninguna, la libertad de la existencia. Pero ni por 
esas. El apóstol individualista no salla de su tesis; su conciencia le 
decia sin duda: Perezcan uno á uno todos los individuos, y sálvense 
los derechos individuales. 

Pues bien; cuando nosotros supimos ftso, nos digimoa, una vez. 
más, que la situación no tiene razón de ser, que no es pc^ble que coin- 
cidan en un pensamiento fundamental de gobierno hombres de tan 
distinta idiosincrasia intelectual y moral como los que componen el ac- 
tual gabinete. Entre ellos los hay qi^ piensan y sienten á lo Echega- 
ray, y algunos encontrarán todavía reaccionario el criterio del alicai- 
do aritmético. Y entre ellos hay también individualidades politicamen- 
te amamantadas ¿ los pechos de aquellas buenas tradiciones conserva- 
ddras que no conciben á los razonadores de trabuco fuera de presidio. 
^Cómo es posible, pues, que inteligencias tan esencialmente distintas, 
puedan aspirar juntas á gobernar un país, aunque este país sea la 
£spa3a de federales y carlistas, á fundar y consolidar una monarquía, 
aunque esta monarquía sea la de los progresistas? 

Hay una ley en mecánica que define el equilibrio como resultado 
de dos fuerzas iguales, coincidiendo en dirección opuesta sobre un 
mismo punto. El equilibrio es enflsica la inacción, la paralisacion, yen 
política, la nulidad. Un trono, un orden de cosas, un sistema legal, un 
^biemo sometidos y soBtenidospor anarquistasy reaccionarios en can- 
tidades bastantes para que ninguna de laa dos tendencias prepondere, 
«3 todo menos un gobierno, todos menos una iniciativa, todo menos 
una actividad, todo menos una fuerza creadora y salvadora. 

Es imposible que los actuales ministros, asi los del progreso müí- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ciaoo, oomolos ex-campeoues déla fniatroáa república, como los prcK 
cedentes del unionienio aoumte del* orden, oo pienseB en esto, ao eo^ 
nazcan él vicio original, esuieial é irremediable de la situadeD que un 
boen deseo eontraproduceate tes llevó & formar. Es impoable que los. 
hombiee del poder, en cuyos oídos zumba todavía el trabucazo que Ií 
estado & pbnto de mermarloH , cuando salgnn del Oonsejo de ministios, 
cuando Be ballea solos en sus hogares, sin necesidad de afectar el -vdr- 
lor político 7 personal que la escena pública les exige, no ae digan la 
que la inmensa maTorik de los espaBoles se dice boj con más nzon 
que nunca; es imposible que esos hombres no conozcan que asi no se 
puede vivir, ni social, ni moral, ni politicámwte, que asi no se puede 
gobernar ni ser gobernados, que es preciáo crear, y crear sólida y de- 
finitivamente el cimiento de esta sociedad desvencijada: el orden. 

Es imposible que un gobierno en cuyo seno impide el radicalisma , 
los temperamentos conservadores, é impiden los conservadores loe tem- 
- peramentos radicales, un gobierno que tiene ferzoeamente en la nsda 
el producto fetal de su actividad,*quiera seguir apareciendo como elSaa 
Cristóbal político, én cuyos hercúleos hombros se sostenga la joven 
monarquía de noviembre. 

Es imposible que todos y cada uno de los actuales minfstroa no 
sienta, como soitimos los espaDolee de actualidad, una voz que m é 
fondo de su conciencia les diga: aquí hay necesidad de una batalla 
suprema contra el monstruo de la licencia, que han engendrado dos 
aSos de disolución; ea menester dar esa batalla, es menester acomlar 
la fiera; perseguirla, aniquilarla. Y para hacer esto, que ee pura y 
EÓmplemente la salvación del país, ó sobran los radicales, ó sobran loa 
conservadores en los Consejos de la corona.. Buena ó mala, peor ó 
mejor, se necesita una política, una fuerza, una acción, un arma su~ 
prema que blandir ante la monstruíjsa slimaSa de la anarquía. St^niir 
asi, aer lo que somos, sistematizar en el gobierno la impotencia, la 
vacilación, el quietismo, la aventura de la nulidad, es otra, monstruo- 
sidad menos definida, pero no menos disolvente. 

Hombres del gobierno: d Oís esa voz de la conciencia, no sigáis 
manteniendo al país entre la anarquía de fondo y de forma, y un mi' 
nisterio sin forma lógica y sin fondo definible; es decir, entfe doa 
monstruos. 



.y Google 



UNA CURIOSIDAD. 



(24 de Febrero.) 

No somos curiosos. La curioeidad es patrimonio femenino, j los 
que respetamos & la mitad bella del géoero humano, resistimos siem- 
pre la usurpación de sus atribuciones. Por otra parte, para que el ser 
oirioso valiera .la pena, aeria ante todo preciso renuneiar á Is naciona- 
lidad espaüola, cosa que, á peaar del desenlace revolucionario, toda^•ia 
nos seria sensible por una debilidad del corazón. Pero ello es verdad, 
tan verdad como que no se sabe sobre qué eminencia política ae dispa- 
rará el primer trabucazo anónimo del vandalismo impune, que- no hay 
vicio en España máa inútil que el ser curioso. Un filósofo amigo nues- 
tro se queja hace aBos del finísimo olfato que debe á la naturaleza. ¿De 
qué me sirve, exclama, esta malhadada nariz mía en un Madrid don- 
de la policía urbana es lo.que es, y donde todas laá casas tienen un 
corredor estrecho que recog:e y concentra loa malos olores para disemi- 
narles con ig:aaldad pasmosa por las mejores habitaciones? Pues nos- 
otros decimos de la curiosidad algo parecido A lo que nuestro amigo 
dicede su órgano nasal. ¿Deque sirve el ser curioso^en un país donde 
ya hace sig:lós no pasa nada ag-radable? Lo consolador , lo convenien- 
te, hasta lo higiénico es la España de nuestro* tiempo es ignorarlo 
todo. 

Y, sin embargo, con rubor lo confesamos, hace dias nos bnlle en 
el ánimo una curiosidad, determinada y concreta. Todos los- esfuerzos 
de nuestro natural, y ioda nuestra filosofía eapaSola han sido impoten- 
tes para contrarestarla. Como la calumnia puesta en miisica por el 
gran Roaeini, la sentimos primero soplar á guisa de tenue vientecilla 



:y Google 



«n las regiones de nuestra reflexión, crscer íueg-a con la insaciable te- 
nacidad del comprimido desea, y Uegar á ser, como ei en estos mo- 
mentos, la idea constante, absorbente, pertinaz, abrumadora con que 
nos levantamos, con que vagamos por los círculos políticos, j con que 
nos acostamos cada Teinticuatro horas al amparo de los derechos indi- 
viduales . 

Hay alg^, en efecto, que, en nuestra calidad de hombres politicos, 
por decirlo asi, desearíamos saber & cualquier precio, algo para cuyo 
verídico y exacto conocimiento daríamos lo superfino y lo imprescin- 
dible, lo que de nada nos sirve y lo que nos puede servir de mucho, los 
veintiséis artículos de la Constitución, por ejemplo, que están incum- 
plidos, y la coleccion.de armas blancas y negras que el ejercicio de la 
libertad nos ha obligado & adquirir. Hay algo que deseamos saber coa 
el mismo tenaz empeño con que los progresistas desean hacerse hom- 
bres de gobierno, con la misma febril decisión con que el joven Moret 
ae ha propuesto probar á sus conciudadanos que tiene ideas propias, 
con el mismo ardiente tesón que los asesinos de Azcárraga y de Prim 
se han propuesto probamos que la justicia está abusando del presu- 
puesto. ' 

¿Por qué negarlo? ¿Por qué no hacer' á nuestros suscritores esta 

confesión más? Daríamos cualquier cosa por saber pero el lector 

ha de permitimos le supliquemos previamente que no eche el juicio k 
volar con temerídad. Podrá haber cosas interesantes en la política de 
actualidad; las hay que lo son, sin duda, desde el punto de vista de la 
critica, de la maledicencia, del disgustQ público, ó de lo o ue puede ar- 
marse de UQ momento á otro. Mas nosotros tenemos la pretensión de 
baber fíjado nuestra curiosidad en lo que acaso pocos, muy pocos es- 
paíioles habrán pensado á estas horas. Nosotros creemos en esta oca- 
sión separamos del trillado sendero del interés vulgar; nosotros cree- 
mos que al pagar por esta vez el tríbuto de nuestra flaqueza á esa cu- 
ríosidad que nos corroe, hacemos un verdadero sacrificio de carácter 
en aras de un hecho cuya suposición, cuya, hipótesis basta pata que 
previamente lo creamos interesantísimo, delicioso, incomparable. 

No es, pues, ninguno de los usuales sucesos palpifontes, uq es 
ninguna de las monótonas cuestiones en que se' agitan los actores, al- 
tos y bajos, de nuestra cosa pública lo que tanto deseamos saber. To- 
dos esos estímulos de la curíosidaá adocenada son impotentes para es- • 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



"^itaroofl y coomovernos. Nosotros no parderemos el tieiapo ea aveei-^ 
■guK, por ejemplo, qué T>inta^ eaeacíales ha aacalo el p^ de cam- 
hits las áominacíonea polacas p^i" el actual honzonte poUtico, doftde 
apeaas se ¿stíngue un punto negreo, brota j se eatieode otro múeho 
más oscuro. Nosotros no tenemos absolutamente gana de saber pan 
qué ba ido el Sr. Riyero k Barcelona, acompfiQado nada menos que del 
Sr, Molini. A nosotros nos üece sin cuidado que el Sr. Sánchez Sor- 
^uells est¿ actualmente recorriendo, caballero en su famoSQ bruto pur- 
púreo, el distrito electoral de un ministro á quien el temerario cimbrio 
ministerial pretende hacer la guerra. Nosotros no inquiriremos can 
qué cara podrá dar cuenta á las Cortes el hermoso jefe actual de la Ha- 

-cicnda espaSola de esas operacíoacitas de crédito que, al decir de los 
periódicos, se acaban de hacer al interés modesto de un aproximado 40 
por 100. Nosotros no tenemos maldita la curiosidad de saber cuántos 
brigadieres progresistas, que eran capitanes 6 comandantes hace dos 
-años, van á ceHirse la faja antes de ocho dias. Nosotns no gastaría- 
moa neciamente nuestro cerebro en profetizar cómo y cuándo se esta- 
blecerá el jurado, aunque no sea más que para los delitos políticos. Kn 
fin, ¿qué más? Nosotros hemos acabado por presenciar impasibles, y 
por encontrar natural y merecida , la omnímoda influencia que el ju- 
venil espíritu del Sr. Martoa ejerce en el seno de sus graves compa- 
Beroa de ministerio. ¿Qué puede importarujs toda esa serie de cosas ra- 
ras á nosotros, que catamos ya habituados á considerar al bonapartis- 
ta Sr. Olózaga como nuestro embajador perpetuo en Francia? 

¡Ah! el ideal de nuestra curiosidad es o^ro, muy otqp, y vamos á 
decirlo. Lo que nosotros desearíamos saber, aunque fuera preciso para 
ello hacer una atrocidad moral 6 material, aunque fuera preciso con- 
venir en la posibilidad d^ orden público con el progi;psisrao, es. . . ¿Lo 
diremos? ¿No será en cierto modo una profanación lo que vamos á in- 
tentar, descorriendo hasta cierto punto con nuestra pluma el velo mis- 
terioso de lo que hasta ahora es un secreto para todos los liberales y 
reoccionaños de la Península y de las colonias? Francamente, tenemos 
el temor de cometer una imprudencia; francamente, aunque el orgu- 
llo legitimo de la averiguación nos compale, hay algo que parece ti- 
ramos del extremo superior de la pluma en este instante, y que parece 
decirnos: «no escribas, no consignes en el papel semejante cosa; no 
traigas la mirada pública á ese impenetrable sagrado, ¡respétalo!. ..»^ 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



iPero bah! despnee de todo, acaso hag^amos ub verdadero servido ti 
pais ooD nuestra imivudencia. Dig&DKíelo, paes. Lo que naeotros de^ 
seamos, apetecemos, ansiamos saberes... es loque dice el Sr. de Be~ 
rangcT, cuando en el Consejo de ministros se trata de alg-ima alta cuea^ 
lion de gobierno. 

Si baj algnien que pueda perdonar 7 satisbcer esta curiosid&tt 
nuestra, la jiatría regenerada se lo ac^radecerá con nosotros. 



D,gH,zed.yGOOglC 



PARTE SEGUNDA 



CAMPAÑA 
CONSERVADORA-LIBERAL 



ABTICÜLOS PUBLICADOS 

EL DEBATE 

ei Iw anos ü im ! Ii7! 



D,„i,z,d, Google 



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UN MÁRTIR. 



(4 de UUM de 1871.) 

La ciudad del Tuna, la patria próvida de las naranjas, la Iienno- 
aa Valencia tendrá dentro de poco nn noevo hecho conmovedor que 
rfigistrar en sua anales. T en verdad sea dicho, no deja de hacerle fiíl- 
ta relativamente; porque aparte el incidente de la victoria del Cid, 
ijae la cristianó, y de otras rancias memorias, las crónicas valencia- 
nas van teniendo poco que recordar sin rubor filosófico. Díganlo, si 
no, las hecatombes federales y los frecuente» episodios de su gran 
estadística criminal, que no hablan, por cierto, muy elocuentemente 
al eepiritu, ni se recomiendan á la retentiva. Pero la Providencia y el 
gobierno se acaban de convenir píira dar término 6 esa solución de 
continuidad de los altos sucesos valencianos. La historia se prepara 
á abrir sus insaciables fauces en aquella ingrata localidad, y & ven- 
garse de BU inanición, deglutiendo uno de esos acontecimientos que 
Inego depone sobre la reflexión de la posteridad, para enseñarla, se- 
gún los filósofos, ó para divertirla, según el vulgo. 

Dentro de poco, en efecto, acaso ¿ la hora misma en que estos 
desaliaados pAwafos se escriben, zarpará del proceloso puerto del 
Grao un buque del Estado. El pardo penacho de humo de su chime- 
nea semejará una inmensa fantástica mano estendida hacia loa que en 
la fértil orilla le despidan, si los hay; las entreabiertas troneras de 
BUS cafflones parecerán entornados ojos; los proyectiles amontonados 
cabe las cureSas, respetables lágrimas siempre dispuestas á despren- 
derse. Y es también más que probable que del seno de la altiva popa, 
mecida por la respiración del mar inquieto, se alce un melancólico dulce 
sonido, armónicamente brotado de una lira y de uia voz humana. Y 
ea eate caso, la hra y la voz pertenecerán á un poeta; y este poeta, á ■ 



D,gH,zed.yGOOg.Ie 



quien de 8eg:uro harán coro brisas y ondas, con esa facilidad con qne 
la naturaleza iletrada complace & todo el mundo, entonará una des- 
pedida á la patria; á la patria que se esconderá paulatinamente en ú 
• horizonte, no porque no quiera ver al cantor, sino por un simple efec- 
to de Óptica. 

«ElspaSa mia, dirá en versos convencionales el marinero vate; n»- 
dre adoptiva, que-en poco más de medio siglo me has visto llegar dd 
nuevo mundo que fué tuyo, y recorrer como bueno la escala de tus 
prebendas sociales: h^me aquí por tercera vez en el. espacio de dos 
aSos dejando tu suelo donde radica mi nómina. La primera lo hice en 
momentos supremos. Yo era g:eneral, capitán general, y no de esos 
para quienes la patria es la antesala regia donde se ganan entorcha- 
dos, sino general soldado de muchas acciones de guerra. Yo mandaba 
un ejército; yo era conde; yo era amigo de una reina, y enemigo de an 
gobierno. Yo sabia el italiano; yo habia leido en Maquiavelo que an- 
tes de los grandes accidentes que cambian la faz de un pueblo «vengo- 
no segni che li pronoslicano;» yo tomé á la revolución de aetiembre 
por ese pronóstico; yo era liberal á mi modo y mi ejército al sujo. Re- 
bultado; que mi ejército y yo no pudimos entendemos, y que aquello, 
es decir, mi retirada, fué inevitable. 

»La segunda vez— ¡loa manes del general Prím lo saben! — ^la se- 
gunda vez que en ('stos dos aítos te he dejado, fué pir detestar la re- 
pública. Suiza es republicana; yo no lo soy. Mi reina estaba en Suiza! 
yo no podia decir á mi reiua, como el béroe de la ópera: «amo ilsol 
perche teco il divido,» porque para mí no bay sol en Suiza, ó si lo hay 
no vale un ardite. Yo me vine á EspaSa. Yo soy hombre de gobierno; 
el gobierno me quiso señalar residencia , pretestando que yo era mih- 
tar, y que, como tal, debía ser obediente. Yo, que no concibo al mili- 
tar sin mando, desobedecí al gobierno, y di conmigo en Lisboa, en la 
patria de Camoens. Si Gamoens hubiera vivido, yo no hubiera salido 
de alli; él hubiera oido mis versos; mi vida hubiera tenido un objete; 
pero Camoens no vivía; estamos en el siglo que tiene al tiempo p(ff 
oro, qne tiene horror al sueño; yo no podia hallar público fecil. Lisboa 
me fué imposible, y volví á España. 

«Para volver, había una Constitución que jurar; yo juré: habia un 
orden de cosas que aceptar; yo lo acepté: el acueducto de Segovia me 
es testigo) de que lo acepté. ¿Con qué reservas? Con una sola reserva 



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lafiatal; con la reserva de que yo no podía servir ea adelante 4 mogtm 
i^y; coa la reserva de que entre San.Francisco de Borja y yo no habla 
ya múa diferencia que un amor y una hermosura que yo no había sen- 
tido ni contemplado, pero con identidad de desengaño; 
No más servir á seSores 
Que en gusanos se convierten, 
me oyó decir mi generación. No cabía en lo humano decir más. Hubo, 
8ÍQ embargo, quien no me hizo justicia; hubo quien creyó que aquel 

.juramento no resistiría á la entrada triun&l de mi amigo Marforí por 
el Pirineo. Yo no contestaré & esta c^umnia hipotética. Conozco el var- 
lor del silencio. 

»Volvi, digo, á EapaSa. E^aña tiene un gobierno; el gobierno de 
un rey; este gobierno no ataca mi juramento, no me manda servir al 
nuevo rey, no cree acaso que mis servicios le sean imprescindibles; 
pero me manda jurar su autoridad, respetarlo, protestar de que las 
horas que dedico á mis ocios literarios no serán mermadas en su con- 
tra. Yo no protesto; yo no me creí general más que en el nombre, yo 
no cobro; yo afirmo bajo mi palabra que desprecio á Pascal. Pascal ha 
dicho que personne ne veut étre •oulgaire, ea decir, que la arístocnti- 
cia, la propensión al privilegio, es ley universal; yo, pues, declaro, yo, 
añstócrata con ideas propias, que Pascal dijo una sandez al decir eso; 

■ que yo quiero confundirme con el fondo 'social; que yo soy uu ■ciudada- 
no, con sus. derechos y sus oscuridades individuales; que me dejen en 
paz con mis amigos y mis enemigos moderados, con mi corresponden- 
•cia ginebrina, con mis libros. £1 gobierno contesta ¿ mi declaración 
«eüalándome este vapor; yo me resisto; el valor de mis buenos diaa se 
me sube é. la garganta; recuerdo que soy el hombre que quitó á Cas- 
ero el sombrero de un bastonazo, sin otra retaguardia que sus ayudan- 
'tes; yo desafio & la fuerza. La fuerza viene; un oficial de la Quardia 
civil la representa con corteses palabras; yo cedo á la fuerza; yo ice 
embarco; y aquí estoy. 

»Aquí estoy ¡oh patria adoptiva! Aquí voy, aquí me vea entre dos 
-marra; entre el mar de mis confusiones, que me oprime el cráneo, y 
«1 mar salado y azul que corta la quilla de esta prisión flotante. Aqui 
va, oh ingrata Kspaña, el que ganó á Cbeste, el terror del carlismo, 
•la espada de Barcelona, el bastón del Congreso, el traductor de Daata^ 
■el probo enemigo de Iob folicularios; ¡aquí va, así te deja, ó, mejor di- 



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248 

eho, asi dejas que te deje el mwíirquioo que en 1841 asdltó con Lee» 
d alcázar de sub Yeysa, sin qae lograsen hacer con él la esparterad^ 
que se hizo con Bel&scoain; asi dejas qae te deje el diputado que un 
dia supo tener genialidades basta con d presidente de una Cámara qua 
se viú ante él impotente, y se resignó & expolsarlo; asi dejas que te- 
deje el hombre de Estado que, á no haberse interpuesto González Bra^ 
bo toa 9u absurdo sistema, huhiers realizado paelSca j.litenuiamenta 
el ideal de Isabel II, y la hubiera hecho- abeolntistaálo Cea Berumdez, 
6, b que es lo mismo, déspota ilustrada, dé^ta para d solo efecto da 
losefectos, que es como hay queserlo. 

»|Ah! lo siento por- ti, pobre patria democrática, misera EspaSa, 
liberal é individualista, nación decadente, nación estólida, amante hoy 
de una mosarquis sin los prestigios del misterio, sin c&marillas, sin 
etiqueta, sin iniciativa en el gobierno. Yo, tarde ó temprano, hallaré 
no país digno de mi; yo, á la corta ó á la larga, viviré libre y felsí 
donde haya Dautes que desfigurar, Góngoras que superar, sombreras 
que derribar, adolescentes que espantar, ejércitos que dejar, reyes que 
no jurar; pero tú, pobre país enfarragado en una Coofititucion que no 
te permite un amo; con el veneno de la imprenta libre por diario ali- 
mento, y con la libertad religiosa por certificado de civilización; tó, 
pais misérrimo, podrás serlo t»do en el porvenir, menos el país de los 
CheSteB!.-..» 

Esto dirá, ó cantará, verosímilmente, el menos poeta de nuestras 
militares y el más militar, por graduación, se entiende, de nuestroa 
toiductores. Valencia, Espaila entera podrán no oir sus querellas d© 
despedida con honda atención; los que de puertas adentro de la Penín- 
sula quedamos, podremos no conmovemos gran cosa al grito de ese 
Escipion coetáneo que amenaza privar á su patria de su sepultura; loA 
que no queremos la monarquía tradicional, ni ana ¿ precio de que noa 
traiga tales lumbreras intelectuales, podremos hacemos los sordos á 
sus lamentos; pero el porvenir, que es para todos la esperanza de la 
justicia, será justo, sin duda, con el mártir borbónico que á estas ho^ 
ras camina viento en popa (asi sea) hacia la más adyacente de nues- 
tras ifllas. ¡Quién sabe! Acaso en la fecunda soledad de sus verguee la 
Divina Comedia tenga un complemento digno de su monumental gran- 
deza. Acaso el Escmo. Sr. D. Juan de la Pezuela y Ceballos le ^ada 
•un canto; acaso ese ostracismo, que sinceramente depfóramos, depare. 



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Alaa ñituras generacionca una gran sorpresa. El Infierno de Dante 
tiene un vacio; en nada alude, nada hace sufrir ¿ los patriotas acomoda- 
ticios, á los visionarios del egoísmo, á los que cambian libertad, pa- 
tria y creencias por una gratitnd personalisima y estéril. El señor con- 
de de Cheste puede ser autoridad oompetente para llenar ese hueco. 
Esperémoslo de su imparcialidad. 



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EL ARTE COAUCIONISTA. 



(II dfl Marzo.) 

No ha 3Ído todo satis&cciotí en eatos diaa para loa pacíficos veci- 
nos de Madrid. No ha sido todo el espectáculo de aeasatéz patriótica 
que los partidos monárquico-liberales de_la coroDada villa han ofrecido 
¿ propios y extraaos, yendo compactos, en alas de au liberalismo y con 
la compostura de Is civilización, á sancionar de nuevo en las urnas 
del público sufragio el motín de setiembre. También el Madrid de l&s 
elecciones hs tenido sus escenas tristes , sus cuadros , sus enseBanias 
deplorables. La Providencia no ha querido librarnos de este' amaigor. 
Decididamente, no hay dicha cumplida en esta vida. 

¡Ah! ¡Qué triste ley la de las compensaciones! ¡Qué terrible maes- 
tra para los hombres en general, y para los liberales de buena fe en 
particularl No ha habido filosofía más práctica , más fundada en 1» 
eterna condición de las cosas humanas, que la de Cousin. El ecléctico 
término medio, detestado por los genios y por los temperamentos ne^ 
VÍ090S, es, sin embargo, la necesidad universal. 

Lo absoluto , en todo orden de ideas , es el disfraz de lo absurdo. 
¿En qué bondad, en qué belleza, en qué talento se puede confiar á ojos 
cerrados? ¿Quién no guarda en su corazón el recuerdo de alguna bel- 
dad, ó tonta, ó mal rematada? ¿Quién no ha tenido que llevarse el 
paQuelo á las narices al descender moralmente á las entrañas de cier- 
tos patriotismos? ¿Quién no empieza á pensai; , dentro de la EspaQa 
revolucionaria , en la incompatibilidad de ciertos derechos y de ciertos 
deberes? 

Anteayer , primer dia de elección , volvíamos nosotros de depositar 
nuestra papeleta, y volvíamos ¿por qué no hemos de confesarlo? Ueno 
el ánimo de un orgullo clásico. El voto público, la vieja forma de la. 



D,g,T,zed.yGÓ0gIe 



eternametite jóren libertad , nos había dado participación solemne en 
su ejercicio. El procer, el obrero, el rico, el pobre, habian eotrado con 
nosotros en el colegio; la libertad tiene algo del cielo; es -pan todos loa 
qae saben ganarla. La memoria de aquellas primitivas aociedad.-s que 
nos han trasmitido esas fórmulas de la dignidad humana , se enseño- 
reaba de nuestra mente. Hubo momentos en que protestábamos en 
nuestro soliloquio contra nuestra levita y contra nuestros botines ; se 
nos antojaba que la túnica greco-romana, la viril s&ndalia , nos esta- 
ban haciendo falta. Este Madrid, que hace las elecciones sin tiros, sin 
palizas, sin denuestos, sin indignidades, que da. ala Península tantos 
7 repetidos ejemplos de cultura, nos parecía digno de aquel gran Foro 
que arrulló el hoy recién desamortizado Tiber 

Nos hallábamos en la histórica calle de la Montera, en lacalle méA 
empinada , más enciclopédica , más concurrida de la coronada víUa. 
Puro y límpido brillaba el cielo , y tampoco había nubes en nuestro 
pensamiento. El recuerdo de lo que está pasando en algunas provin- 
cias, de lo que habíamos leído por la mafiana en la prensa madruga- 
dora, de loa salvajismos electorales que habian evocado en la profun- 
didad de nuestras propensiones conservadoras la melancólica imagen 
del abolido censo , se había desvanecido por cotnpleto en nuestra me- 
moria. El Madrid votante nos había reconciliado de nuevo con este 
grave detalle de nuestra gran Constitución . Si en aquel momento se hu- 
biera servido Dios llamarnos á juicio, no hubiera encontrado en nues- 
tro espíritu resquicio, seQal, vestigio, átomo de convicción que no per- 
teneciera por completo al venerando setiembre de 1868. Eran las doce 
del día; la hora madrileña de todos los almuerzos normales, y nosotros 
íbamos á buscar el nuestro c6n el doble impulso de la hora y de la 
conciencia satisfecha; porque, digan lo que quieran ciertos observa- 
dores superficiales, entre la satisfacción del deber cumplido y el apetito 
hay más relación de la que á primera vista parece. 

De pronto nos vimos detenidos en nuestra marcha por una super- 
ietacion viviente y moviente de la acera. Nosotros tenemos la costum- 
bre poco española de llevar siempre la derecha en la vía pública; es 
uno de los pocos e^tranjmsmoa que no nos causan remordimiento. Se- 
guros, pues, de estar en el jJeno derecho de una locomoción ordena- 
da, bajamos de las alturas de nuestra abstracción al pedazo del ralle 
de lágrimas que atravesábamos, dispuestos á inquirir mal humoradoa 



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la causa de aquel ataque á nuestra autonomia. La causa, sin embar- 
go, era tan inToluntaria como irremediable; era un grnipo de personas 
que ae había fermado, condensad» y agrandado progresivaqtente ante 
el ancho escaparate de una conocida tienda. Nosotros conocemos alga 
al público madrüedO; el público madrileilo tiene un pénate , un idob, 
una propiedad coman: la curioBidad, Nosotros hemos visto á la hu~ 
manidad de la corte obstruir lo minno el paso de una calle para ver 
pasar, es decir, para ver detemerae ¿ K^artero, que para «oatem^dar 
á un pobre gato encaraokado, á fuerza de músculos 7 de uSaa, ea lo 
alto de una reja. Noeotros sabemoe que en tratándose de ver, no hay 
para Madrid ocupación ni obligacÚHkes preferentes. Era, puee, iodu- 
dable que los interruptores de nuestro andar estaban viendo algo. Da 
comprender esto, ¿ ser ud ioterri^tor taita, no había para madrileúoü 
adoptivos ni un paso siquiera; y noaotaos formamos también en el sct> 
la resoludon de ver. 

Lo que vimos (ya es tiempo de decirlo) Madrid entero lo est¿ vien* 
do hace días. En aquel escaparate hay un cuadro, una acuarela, una 
de esas pinturas del géuero embrionario cuyo secreto consiste en do 
tener esmero alguno de color, ni de claro oscuro, ni detalles de qecu- 
cion, ni perfiles, y en burlarse, no obstante, de los ojos apareciendo cu 
la posesión de todos esos elementos artisticos, Y esa acuarela es , ade- 
más de una astucia de luz, como lo son todas, un verdadero aboso na- 
cional. Esa acuarela es un cuadro político. Dos figuras ocupan sq 
primer término: la una, vestida con la sotana eclesiástica, representa 
un sacerdote cuya derecha mano alza al e^acio la boina absolutista, 
mientras posa la izquierda, amistosa y descuidadamente, en el hom- 
bro de su acompasante. Este, ó, lo que es lo mismo, el otro protago- 
nista de la pintada acción, vístela levita kica, y ostenta entre loa 
dedos de su libre mano siniestra el gorro frigio. 

El uno representa el carlismo en el apireo de su modú^mlsima re- 
surrección; el carlismo, la vieja idea tirAnica á cuyo lecho de muerte 
se acercó hace dos ailos la anarquía para darle con la leche de sus 
pechos un poco de vida galvánica; el carliam >, la política profanadora 
del confesonario, perturbadora hipócrita de las conciencias de nuestro 
hogar, exp'otadora de la piedad de nuestro inculto pueblo , que lucha 
hoy todavía con la conciencia de nuestra generación en el sagrado 
campo del corazón de.nuestras esposas y de nuestras 'hijas; el carli»* 



D,gH,zed.yGOOgIe 



mo, que todavi» mtehta conrencer á la Espsfla .democpitica de que 
para ser católica es pnecim s»- a1)eolutigta; el carUsoio, que ae rebela 
indómito, rabioso, contra la monarquía de la libertad, ofrecieado á ia 
EspaSa de-Aloolea el ideal de ta Empalia de Cirios 11'. 

El otro representa el republicanismo federal, en la plenitud de sü 
vertiginoso despecho preaente; el republicanismo federal, lalocora del 
liberalisiDo, la utopía insensata de la patria sin eobesion, la utopia 
«ocialists del jornalero rey, del orden sin autoridad, de la propiedad 
sin orden. Ambos sonrini grotesca y pérfidamente. £1 pintor filósofo 
ha sabido despojar por completo al eacerdote de toda unción, de toda 
«.'jpiritual modestia, de toda conmovedora espresícaí, y al rq)abiieatu> 
de toda simpatía humanitaria, de toda nobleza, de toda varonil sen- 
cillez. La ejecución ha correspondido al pensamiento; aquellas figuras 
están como deben estar, dicen lo que deben decir: son los dos extre- 
mos de nuestra coetánea pasión pilitica; ni el clérigo hace pensar en 
lo infinito, ni el igualitfirio promete nada de la felicidad social. Son 
las verdaderas caricaturas del alma y del cuerpo; son lo antitético en 
la síntesis de un monstruo de actualidad. Parece que les rodea un un- 
biente deletéreo, envenenador; parece queenlas sienes de ambos se 
enroscan las sierpes de la guerra civil. En sus falsas sonrisas adivi- 
nase la inspiración de un odio eterno; el abrazo que los une está pi- 
diendo á voces el trabuco y el puHal. Son, en una palabra, la alegoría 
de la libertad, de la nacionalidad, del bienestar social, imposibles. 

Nosotros, dicho sea en merecido elogio del artista, tuvimos un 
instante ante el cuadro la egoista oomplacencia del critico; pero, loado 
sea Dios, la verdad del fondo se sobrepuso inmediatamente & la enga- 
Soaa atracción de la forma. Si este lienzo, pensamos, se reproduce por 
la voraz é indiscreta fbtograña, y ll^a á conocimiento del mundo ci- 
. vilizado, estamos perdidos, irremisiblemente perdidos en el concepto 
de las cinco partes del globo. La coalición aocialísta-sacrUtanesca es 
hasta ahora para el extranjero un rumor, una vaga afirmación de la 
prensa, una presunción, ó cuando mis un hecho benéficamente ate- 
nuado por la distancia. 

Si ese cuadro prueba al mundo que, en efecto, somos esa EspaOa, 
somos ese cura, ese demagogo, ese consorcio infiuisto y repugnante, 
sin más propósito que disolvemos y deshonrarnos, el mundo va k creer 
que la capital natural y legitima de EspaSa es Fes ó Mequinez. Y en 



D,gH,zed.yGOOgIe 



la imposibilidadi por respeto ¿ los derechos índividusles, de pedir al 
dueSo de la tíenda, ó 4, la autoridad local, que quitasen la pintura del 
escaparate, que hicieiiea al rubor patrio ese precioso servicio, lo que 
Mcimos fué apelar á .la eterna estrategia de los horrorizados: i la 
fuga. 

Pero de todos modos, el mal rato era ya un hecho para nuestro 
sufiñmiento, y la apacible disposición civica de nuestro ánimo se estin- 
guió en aras del malhadado arte coalicionista. Üabiamos s^do del 
colegio electoral hechos, maralmente, unos romanos de la biAnaépo- 
ca latina, y salimos de la calle de la Montera comprendiendo el bajo 
imperio; Dios se lo pague al pintor, á la tienda, & los demagogos de 
casulla y á los fanáticos sio camisa. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA FLOR DE LIS. 



COMUNICADO. i 

SeUores redactores de El Dübatb. 

líuy aeüores rakie:'So7 un ciudadano eepiañol que no apetece ver 
en la presidencia del Consejo de ministros ni al Sr. Kocsdal, ta al se- 
Üor Joartzti, por respetables que sean; ea decir, soy un simple monár- 
qnico-liberal ; j como al mismo tiempo soy labrador, esto es, contri- 
buyente, padre de fomiUa, esto ea, partidario de todas las legitimida- 
des incontestables, y cristiano, esto es, b^mbife de paz, aunque no 
precisamente & la prusiana; como soy todo eso, soy también de los que 
no quieren una revolución por trimestre, y me contento, para mí y 
para mis descendientes basta la cuarta y quinta generación, con la 
de 1868, simbolisada en una ley fundamental que ha tenido la previ- 
sora modestia de declararse á si misma reformable, por si acas*». 

Pero ¡ah! aeHores redactores, que además de ser todo eso, que no 
es poco, ó mejor dicho, simultáneamente con todo eso, soy mucho 
más; soy todo lo que desde el complejo punto de vista del catecismo, de 
la resignación y de las economias imposibles puede ser un hombre que 
lleva medio siglo de rozarse con las asperezas de la existencia; soy 
esa síntesis de importancia cívica, de pasiones muertas y de esperan- 
zas en la otra vida que constituye al padre de familia, tal como le en- 
cuentra el Código espaftol vigente; en una palabra: soy, seüores re- 
dactores, y disimúlenme el vocablo irremplazable, casado. 

Si, caeiado; la naturaleza y el derecho romano, que acababa de 
Cursar, hace veinticinco años, tuviwon la culpa. Obligado á cuidar de 
mis heredades terrones, es decir, á no Tivir en Madrid donde el celibar- 



DigmzediiyCOOl^lC 



ase 

to puede llegar á bst soportable, y peaetrado de admiración h&cis 
aquellos seSores latinos cuyas &cuUades domésticas serán siempre la 
envidia de todos bs patriarcados j de todos los feudalismos, me casé 
una mañana por el procedimiento ordinario, es decir, sin pensarlo, con 
lina joven cuya belleza, cuya modestia, cuya fecunda ignorancia de 
las cosas del mundo han tardado cinco lustros &i servir de crisálida i 
una mamá de tres müas casaderas, á una matrona que me llama senci- 
lla y geográficamente ésle^^ y ¿ un gánío dominante de ]»imer órdeo 
que me ha hecho muchas veces envidiar, con honda amargura, la li- 
l>ertad del ratón en la boca del gato. 

Y á pesar de todo, seitorefl redactor^, yo he vivido feliz hasta hace 
pocoft días; yo no he sido nunca tan ignoTMite que pidiera á la vida 
la gollería inverosímil de una dicha perfecta; yo he creído servir á 
Dios contentándome, sin discusión intima, con mi suerte; yo contem- 
plaba ¿ viflta de jSIósoíd rural el cuadro da ítá relativa ventora; yo mi- 
raba aumentada mi hacienda á pesar de todas las elucubroúcHiee del 
aifltems tributario; yo hacia la vista gorda á los pretendientes irrefle- 
xivos de mis hijas; yo daba la razim á mi mujer en todas sus ^>re- 
ciaciones criticas sobre las notabilidades del lugar; y cuando por la 
noche, entre el rosario y la cena, me era licito leer ¿ la luz del velón 
que alumbró á mis abuelos el periádico liberal conservador -de uste- 
iles, el suspiro de la satisfacción servía de compendioso desahogo á mi 
individualidai inofensiva. 

Paro estaba escrito que do había de su yo una eacepcioa absurda 
de la ley general de los contrariados; estaba escrito que también lle- 
garían á este oscuro rincón de mi hog'ar las tempestades del valle de 
lágrimas que lo contiene. Hace pocos días, al volver de mi habitual 
tertulia en casa de este seQor cura, que, créanlo Vds. , no bs carlista, 
aíu embargo de ser un sacerdote ejemplar, hallé en los rostros de mí 
femenil &mília, cuya animada conversación se suspendió ¿ mi Uega^ 
da, seOales inequívocas de ima agitación, dé una emocicsi, de una 
.preocupación misteriosa y profunda. No me atreví, sin embargo, á 
preguntarles directamente lo que pasaba, entre otras razones^parel 
temor de-quedarme, como de costumbre, sin respuesta sati^ctoria. 
Pero aquella misma noche, á las altu hor^, mi aeStora eeposa, cuyo 
sueño no ti«ie más sintoma normal que un apacible ronquido tíemo, 
lo subtendió ínúpíaadamaate ptu« decirme, é, b que es lo mismo, pan 



D,gH,zed.yGOOgIe 



«rdea&rme que comprase' ó.eneaF^aae al otro dia semilla de ñores de 
lis.á cualquier precfo. 

La flor de lis, seBores redactoree, ni se cuUiva en los pocos jardines 
de esta oomarca, ni mucho menos, ni es para la generalidad de eatos 
hortelaaos rutinarios otyaocida siquiera de n[>mbre. Secuerd» que mia 
Ae UDO, al ver Sgurar en el escudo 'de la Gaceta esa emblema borb6- 
nico, me preg^untó alguna vez qué siguífioaban aquellos triples gara- 
batbs; j recuerdo que me casto siempre na poco traln,jo hacerles com- 
prender' los reiaciones de aquellos flores lisrAildieas con la honorable 
&miUa de C&floa IV y de Fernando VII, qtts sttot» gloria hayan. Yo 
encargué, pues, Is simiente 6 un herbolario de ess córts; y desde que 
llegaron el paquete que las contenia y la caenta qii3 ias jastipraciabs, 
el patío^ los balcones y los tiestos todos de esta casa de Vds. e^a 
sembrados de futuras lisee, que no han nacido todavía, psro que naoé- 
rátt; no b duden Vds., necéráa) y nacerte bí^, porque mi mujer b 
afirma. 

Al mismo tiempo, y sin que yo sepa cómo, ni de dónde ni co&ndo 
las han adquirido, mi conyugd y mis pimpollos se adornan diariam^- 
te con arracadas que figuran lises , con vestidos rameados con lises, ' 
con abanicos sa cuyas vitelas se escriben lises entrelazadas; en las 
puertas, sobre loe cuadros, en las colchas de las camas, en la cristal»' 
rb de b mesa hay lises^ unas de papel, otras estampadas en el percal, 
otras raspadas sobre el vidrio, otras dibujadas con puntos^e alfiler ao~ 
bre cEfftoni en 6n, ¿qué máaf Hace ocho afíos qne tenemos por guar- 
dbn principal de este caserón solariego un buen mastín de respetabb 
aspecto, terror de los visitantes, y protector de nuestras gallinas. 
Pues bien; hasta mi perro, hasta mi caro perro, que se ha llamado, 
por acuerdo unánime de la familia, Üareto desde que empezó á roer 
los primeros huesos, se llama ahora por decisión de mis hembras, ¿»f 
á secas. 

Acostnmbrado & la obediencia^ y sintiéndola hace tantos aílos en 
mi como una segunda naturaleza, yo hubiera permanecido volunt^- 
namente ignorante de las causas que nos han traído- esta revolueioq 
doméstica; pero ayer, ayer mismo se me ha esphcodo al fin el misterio. 
Mi hijamayor, que sabede memoria la poesia de BBpToncedaá</ar»/Í!r, 
y que tiene una elegante tetra inig-lesa , me dio una carta cernida pan 
que la franquease y echase al correo. El sobre de estacarla deeb riti 



DirizPdnyCOOl^Ie 



director de La Flor de Lis. — Madñd;» y p^e^ntando yo & mi ^mo-> 
génita, DO sin cierta timidez , ai se trataba de al^na nuefb tienda de 
quincalla ó de novedades ea telas, por toda respuesta sacó de su sena 

un doblado papel impreso, loestecdió y me le dio & leer La venda 

cayó de mis ojos; era el proq)ecto del semanario polít¡co-cat¿lico-lior- 
bónico-alfensista-femenino que con aquel titulo, y dedicado escluáva^ 
m^te al bello sexo, va á publicarse en breve en esa corte. 

¡ Ah! seSores redactores; yo he visto coaas grandes en este mundo 
y en este pais . Yo estoy presenciando resucitar el carlismo del fondo del 
sufragio universal, servir la democracia de 1869 de embdony de aliento 
& la gran indostria oscurantista que creiamos enterrada en Vergara; ;o 
he perdido ya el miedo á ciertas catástrofes sistemáticas; yo veo ya casi 
con indiferencia llegar á este pueblo los enviados del federalismo que 
disertan en la plaza sobre la criminalidad constitutiva del dinero; JQ 
me tiento con fuerzas para B^;uir siendo lib»^, conservador y aman- 
te del régimen representativo por otros cincuenta años; pero yo no sé 
lo que va á ser de mi cuando La Flor de Lis empiece á pubUcatse, 
cuando estaa pr^idas de mi corazón conviertan mi granero y mi alc(w 
ba en teatro de Is política casera, de la política de faldas, de la politi" 
ea enemiga de la aguja y ddpuchero, que ese perturbador semanaiia 
va á representaii. 

Por el amor de Dios, señores redactores; sírvanse Vds. dar cabida 
en sus coluiñnaa á esta presurosa protesta liiia contra' el intento que 
eae anunciado periódico envuelve. Que los maridos en general, y hs 
mandos pacíficos en particular, oigan y acojan mi exhalada queja. Ya 
estoy pronto á contribuir con lo que pueda para ofrecer una indemni" 
xacion ¿ la empresa editorial que noá amenaza, si desiste de su pro- 
yecto. La flor de lis es una gran cosa; yo lo reconozco; pero los reyes 
de Francia, que primero usaron por bandera la capa de San Martin el 
caritativo, luego la oriflama guerrera, y luego las lises del despreocu- 
pado Enrique IV, no sospechaban, sin duda, los disgustos que su úl- 
tima enseña habia de deparamos á nosotros los españoles que hemos 
]^esctndido de la descendencia de Isabel n. 

La Flor de Lis, periódico, es mucho más que una bandera políti- 
ca, es mucho más que una propaganda inspirada y dirigida acaso por 
d. gran partido del marqués de Loja; es una verdadera, horripilante 
onzada contra loa remiendos de nuestros pantalones, contra los puntos 



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de nuestros calcetines, contra el buen condimento de nuestra aumen- 
tación. Es imposible que los apreciables redactores de esa revista ha- 
yan querido traernos este gran terremoto social; hagamos todos un 
llamamiento á bu humanitarismo; después de todo, esos Beñores serán 
espidióles, serán esposos, serán hombres. Hagámosles comprender que 
la causa de una dinastía, por ilustrada, por gloriosa, por morigerada 
que sea, no Tale la pena de obligar á sus conciudadanos al divorcio,' — 
Ün ausefitor. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



A U HOOEBKA. 



(1.* de Abril.) 

Es una fatalidad eso de que las oposiciones no dispang'aii del al- 
manaque. Ayer nos permitimos los revoluciónanos damos , y dar i 
Madrid y dar al pais entero un espectáculo nuestro , verdaderamente 
nuestro, sin más fundamento ni m&s razón que el martirolo^o y nuestro 
dinastismo. Ayer eran los días del rey, y apenas sabedores de que las 
puertas del regio alcázar, abiertas desde enero para la mirada públi- 
ca, lo estarían ayer incondicionalmente para cuantos quisieran ir á 
felicitar en el monarca la libertad que, se^un la sabiduría del mode- 
rantismo, se dio la nación á si misma con la irreflexión de las naciones 
mal aconsejadas; apenas,, decimos, supimos esto, determinamos todos 
ios procedentes y los aceptantes del famoso setiembre irnos & palacio. 

Y allá fuimos, en efecto , altos y bajos , grandes y chicos , como 
simples mortales, dándonos unas Ínfulas de monárquicos que tenia que 
ver. No faltó uno solo á la cita, lo cual contribuyó á que, numérica- 
mente hablando, dijeran luego algunos ímparciales comentadora que 
hacia muchos a5oa — entiéndase bien: muchos aQos — que no se había 
visto recepción tan concurrida. Bien es verdad que no &ltará hoy 
mismo alguna publicación filosófica que ponga las cosas en su lugar, 
haciendo ver que la calidad de la cancurrencia no correspondía á la 
cantidad. Pero ¡qué remedio! no es cosa de disponer asi como quiera 
de todas las clases de un pais. Ayer había en pcdacio lo posible, y nad» 
más que lo posible, desde el punto de vista revolucionario : ministros, 
diputados, senadores, generales, grandes de España, altoy bajo clero, 
diplomáticos, propietarios, banq^ueros , industriales , corporaciones é 
institutos del Estado, milicianos nacionales: poca cosa. Y por más que 
digamos, lo que es la antigua corte, tal como la organizaron los se- 
EoresTenoriü y Marfori, no estaba allí. • 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



Por lo deméa, claro es que loe mMiárquicos seíembrifitas no podia- 
noBllevar ayer ¿la i^a mansión l«fi pretenracnes ni loB UBoe de )a 
«ntágua monarquía que, abmo ee sabido, estuvo tantos síg'loe empa- 
rentada con el S¿r Sopreiw por Ikiea recte del derecho divino. Hu- 
biera sido, por qemplo, una parodia ridicula el haber nosotros Mitra- 
do ayer en el^^n salón, oomo antraban loe iluBtws magnates de la 
monaiqula antigga, es decir, desbeeiéndoee en cortei^as que nadie 
m&s que el que ha nacido de cierta manera sabe liacer bien , é hincan- 
do luego la varoml rodilla en el suelo para besar el metocarpo del re- 
presentante de Dios. Nada de eso; con la conciencia de nuestra hu- 
mildad por consejera intima, limitémonos á saludar respetuosamente 
& SS. MM., de pié, sin esfuerzos de espinazo, y demostrando tácita- 
mente que no nos gusta hacer otra cosa. 

Bien es verdad, sin embai^fl, que parece que tampoco entra en los 
habites de nuestros soberanos otro procedimiento. Cosas de las dinas- 
tías liberales, amancebadas con la dignidad lilimana. 

Y nada; el espectáculo se redujo ¿ esto. Con esto nos contentamos. 
Todos saludábamos ¿ los augustos elegidos de la voluntad nacional, y 
el rey daba la mano á quien le parecía, sin previa designación del 
maestro de ceremonias, y después salíamos y nos comunicábamos 
nuestras ¡mpresiones, con más ó ménoa calor, con mayor ó menor exa- 
geración critica, y laus deo. 

Si alguno al saludar llevaba algún ^pensamiento oculto; no se per- 
mitía dejarlo traslucir. Si había algún general, por ejemplo, que salu- 
daba en Amadeo I al rey viril y esforzado que debe hacer una verdad 
fecunda de su suprema jefatura en el ejército; si habia un magistrado que 
saludaba en la nueva monarquialosfuerosde la justicia nunca más ho- 
llados por intereses é influencia de fiívorítismo; ai habia un noble que se 
inclinaba con la persuasión de que en lo eucesivo podía llevar bu esposa 
y sus hijas á recibir alli ejemplos de verdadera y honrada distinción; 
si habia un hombre político que se felicitaba inpectore de contemplar 
aquel trono sinceramente colocado por encima de los partidos , y sin- 
ceramente dispuesto á dejar la fecunda conquista del poder al civis- 
mo, & la opinión, al talento; si habia, repetimos , estos ó semejantes 
fueros internos,' en nada alteraron, sin embargo, la sencillez espontá- 
nea del cuadro. 

Asi empezó, pues, así tuvo efecto, y así concluyó la recepción , sin 



D,gH,zed.yGOOgIe 



más detalles iatemos j sin otras novedades exteriores que una gran 
muchedumbre en las inmediacioaea del alc&zar, y un std y un cielo 
propiamente espaüoles, ea decir, de dios de fiesta; como si el firmamen- 
to hubiese querido acompasar con su pureza, y el astro de la vida con 
su calor, el calor puro del afecto patriótico que , perdónesenos esta 
única inmodestia, res^r&bamos allí los salutantes individoalistaa de 
una monarquía que táene en su origen por cómplices & la inm^iaa ma- 
yoría de los espidióles. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ÜH TIPO. 



COMUNICADO. 

. SeUoreí redactores de El Dbbatb. 

Mu; seQores mios: Aquel filóa^fb antiguo que para definir al hom- 
bre ae limitó á Úamarle «bípedo sin plumas,» no se hubiera expuesto 
¿ que el más chusco de sus discípulos le llevase al día siguiente bajo 
la capa un pollo desplumado y echase por tierra, al exhibirlo, la pre- 
tenciosa definición de bu desden misantrópico, si se hubiese limitado & 
decir que el hombre es un ser ingrato, ¿Cómo no se han fijado defini- 
tivamente los . naturalistas, los fisiólogos j los psicólogos en eata ir- 
reemplazable calificación de la prole de Adán? El hoTibre es el sor in- 
grato por escelencia, ingrato por antonomoaía, ii^rato, ante todo y 
sobre todo, por la razón sencilla de que la ingratitud es una gran cosa 
para buscarse la vida. 

'Yo tuve un tio, seaores redactores, veterano de la última guerra 
civil de los siete 'ulos, que me contaba que en ciferta desastrosa huida 
del regimiento de caballería en que fué teniente, cayó con su herido 
caballo en un barranco con tal desgracia, que, gravitando el peso del 
despeñado bruto sobre una de sus piernas, no le era posible desasirse 
ni levantarse. En tal apuro acertó á pasar por allí otro fugitivo'de su 
tübimo escuadrón, simple soldado raso, pero tan generoso y tan noble 
que, al ver á bu oficial expuesto & servir eu breve de alfombra á las 
herraduras facciosas, se detuvo, desmontó, desatascó al corcel y al 
caballero, invitó á este á montar en 1» grupa del suy >, y partió al 
escape. ' 

Ui tío llevaba ^i oculto cinto una veintena de ínverosimilm onzas 



.yCoogle 



de oro, producto, no de sus pagas, que el gobierno de la pobre libertad 
no podia darle, sino de la maternal ternura, cuyas oraciones y cuyos 
auxilios le seguían en su azarosa carrera; j el corazón de mi tio se 
sintió un momento ablandado por la irreflexiva gratitud, hasta tal pun- 
to, que se propuso seriamente dar á su salvador el cinto y el contenido 
apenas llegasen al ansiado puerto de seguridad, ó, lo que es lo mismo, 
& un pueblo ocupado por las fuerzas constitucionales, y del que solo Jes 
separaba una legua escasa de distancia. ¿Qué ménj)^ podía hacer por 
eu desinteresado, heroico libertador? 

Sin embargo, mi tío empezó á reflexionar desde aquel instante en 
la trascendencia de su propósito. Veinte onzas de oro por un servicio 
de aquella especie, le parecían escesivo precio. Le daré quince, «dijo; 
y siguieron corriendo. Faltaba ya media legua para el pueblo, y mi 
tio, al divisar en el horizonte la torre de la iglesia, rebajó mentaknenfe 
& diez el precio de las peluconas; y siguieron corriendo. Faltaba ya 
UQ cuarto de legua, y mi tio fíjó en cinco onzas la recompensa; y si- 
guieron corriendo, y llegaron al suspirado refugio, y el bienhechor y 
el benefíciado se apearon, recibieron los hospitalarios plácemes de siu 
Iwrmanoa de armas, y tespiraron. Entonces mi titx..... dio medio duro 
al bravo soldado, que lo recibió con la alegria del que se encuentra in- 
(^[HQadamQDte un tesoro. 

Mi pariente, que salió £ló3ofo de los horrores de aquella fratricida 
contienda, me contaba con cierto rubor el lance, y me decía: «Ahora 
comprendo lo constitutivo que es en nuestra naturaleza el desprendi- 
miento. Si el pueblo hubiera estado otro cuarto de legua más allá, me 
parece que nq doy un maravedí á mi soldado. La grandeza moral de-su 
acción se iba empequeñeciendo á mis ojos durante la-carrera, de tal 
modo que, cinco minutos más, y yo hubiera acabada por creer que el 
pobre ranchero era quien babia recibido el servicio,'la libertad y la 
vida de mis propias manos.» 

Pues bien, seflores redactores; sepan Vds. que á este pueblo desde 
dtmde me permito por segunda vez comunicarles mis ansias patrióticas, 
""aba de llegar una entidad, una encarnación de la ingratitud hu- 
lana, éjcuyo lado parecen niSos de teta los ingratos en general y mi 
oen f articular. Es un joven, digámoslo asi, de treinta primaveras, 
qui( n hace diez años, siendo ^o alcalde de la unión liberal, el muni- 
ifio Iccal BfiLoló una pensión para que fuera ¿ esa oórte á estudiar 



D,gH,zed.yGOOgIe 



leyes, ó, cohío aquí ae sigue dicieiidD, i hacerse hombre. Huérfano dé 
paáre j madre, mtielig«iite, modesto, honrado y laborioso, ese joven 
había vivido hasta entonces siendo ayudante de este maestro de e»^ 
eoela , ejemplo de sus contemporáneoe, predilecto ded seSor cura, espe- 
nmza de la aldea. Cuando le enviamos & Madrid, el pueblo en masa le 
desjádió tiemamraté, y él me hito jnramento de seg-uir siendo libend 
sin de¡ar de aer mMií>rqaico, y católico sin pensar en ser nunca abso-^ 
lotista. 

Ayer, empero, ayer, después de tantos años de ausencia, el pueblo 
asombrado ha vislb y oido perorar en medio de la plaza si recien vo- 
niáo. Su aspecto ha cambiado coí^letamente. Aquella juvenil presen- 
' «a, radiante de franca^ simpática espresion, base tomado en el aspec- 
to de un personaje sombrio aepoltado en las profundidades de oscuro 
gtiban, sin apariencias de camisa, A juzgar por la- asfixiante -corbata 
negra de triple vuelta que rodeaba sn cuello, con zapatos de paño, 
raido sombrero de fieltro, cuyas anchurosas alas parecen encargadas 
de ocultar siempre sus miradas, y un no sé qué, en su conjunto, de 
fraihmo y de conspirador,, de sacristán y de demag(^, imposible de 
pintar. 

El público desoc)q»do, ini^tíl y femenino en - au mayor parte, á 
quien dirigió su palabra, empezó por oírle pedir una silla, de la cual 
Ihzo tribuna, y allí á la luz del sol, sobre la tierra en que duermen sus 
ÍDO^isívos mayores, le escuchó decir qne era carlista, que era parti- 
darig del nieto del gran Montemolin, que era absolutista, tradicíona- 
lista, legitímistA, oscurantista, ooalicÍDnista, le miraron sacar de sa 
bolsillo una encamada boina, poueria en la punta de su bastón, alzarla 
al espacio y ostentaria como la búidera áe la patria; de esta nüsera 
patria, que, según él, necesita, ctano ánico medio previo, y para em- 
pezar, un millar de Calomardes. 

El público empezó por oirle con sonriente sorpresa , y acabó por 
donde siempre acaban los públicos contrariados: por silbar. Pero ni el 
cura, su antiguo protector, ni el maestro, su segundo jHtdre, ni yo, 
8u buen amigo de siempre , fuimos público para los efectos de aquella 
cruel demostración. Por el contrario , le sacamos de aquel torbellino 
de pitidos , le llevamos k su accidental hospedaje , y, entre cariñosos y ' 
severos le pedimos afectuosa y debida cuenta de su conducta , de sus 
propóátos, de sus creencias. Inútil trabajo; sus respuestas fueron tan 



D,gH,zed.yGOOgIe 



986' 
lacónicas como escasas, j la esperaoza buyo de Duestros conzonas 
ante la realidad amarga de aquella monomania tenebrosa , intrana- 
gente, inexorable. 

Cuando le digimos , por ejemplo , por qué habla variado tan 'radi- 
calmente de principios , se contentó con decimoa que si no habianus 
(Hdo decir qae el Sr. Nocedal había sido miliciano. Goando le pr^on- 
tamos si él creia seriamente que hoy, en pleno si^k) XIX, era posible 
soFtar en la restauración del absolutismo histórico, nos contestó que 
bien merecía soSarse en nuestro villorrio lo que tantas veces ha aoSa^ 
do á la &z del mundo el gran poeta de la tiranía, Aparici. Cuando le 
digimos que la actual generación española no tenia la culpa de vsr 
Uberal, y que no se varia la Índole de usa generación en un coníéso- 
narío , nos dijo que había otro procedimiento para conseguirlo , y que 
este procedimiento se llamaba «la horca.» Cuando le digimos que el 
carlismo era una idea muerta sin esperanzas lógicas^ ni medios efica- 
ces de resurrección, que no tenia un soldado suyo en el ejército, ni 
podría enviar una mayoría al Parlamento, ni sublevar una ciudad im- 
portante, ni apoyarse en ningún verdadero elemento nacional, nos 
contestó que sí no sabíamos que hay seminarios. En una palabra , se- 
fiorea redactores, este pueblo debe llorar, en rigor , la pérdida del que 
tanto prometía honrarle y servirle. Solo una esperanza nos queda : la 
e que dentro de poco le veamos republicano , que todo podrá ser , si 
loe auxilios de Suiza se aminoran ó se suspenden. Pero entretanto, 
¡qué dolor, ver á un hombre convertido en simple carUsta! ¡Qué triste 
idea de la flaqueza humana hace concebir este misero ejemplar! ]Y 
para esto le hemos pagado municipalmente tantos pares de zapatos! 
Diganme Vds., señores redactores, ¿qué pais ea este donde tales aber- 
ración^ son posiblemente constantes, y constantemente posibles? 
Un suseñtor. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



GRAN ^TILO. 



(13 de Majo.) 

Con loB grandes oradores, con loa príncipes de nuestra tribuna, con 
las prtvüegiadas palabras que "Bon en nuestro Parlamento eco de cuan- 
to la sociedad espafiola siente, aspira, padece ó comprende boy, nos 
pasa & nosotros una cosa que no vacilamos en cmi&aar á amigt» y ad- 
versarios : -y es que, siempre que les oimos, laa prevenciones de la opi- 
nión, loe previos recelos del apasionamiento político huyen á la des- 
bandada de nuestro ánimo, dejando en él ancho lugar á un entusiasmo 
esencialmente patriótico. 

Ayer sentimos en el Senado esa derirácion de nuestro espaSolismo, 
esa especie de admiración filial que el castellano bien hablado , que la 
p^bra nacional magistralmente manejada noe ins|dran , sin distin- 
ción de labios ni de criterios. 

Hablaba un orador. La pulida baranda del primer banco oposicio- 
nista de la izquierda resguardaba y cubría la mitad inferior de su 
persona; la superior , el busto , se exhibían sobre ella como el pimto 
olgetiTO de todas laa miradas. Era un hombre, era un senador todavía 
relativamente joven entre aquella obligada vejez constitucional; era 
una figura & quien , estéticamente hablando , la naturaleza no puede 
menos de reconocerse deudora de algunos agradables detalles, pero & 
quien la inteligencia embellecedora sublimaba entonces con sus secre- 
tos, privilegiados resplandores. Trasfigurada por ella la estragada 
&z; flotante al viento la semí-romántica melena gris por entrambas 
anchas orejas recogida; vivas, inquietas y girantes las pequeSaa, re- 
cónditas pupilas; trémulo el cárdeno labio, y lae huesudas manos car- 
tilaginraas extendidas críspadamente al espacio, como si quisieran 
apoderarse del formulado pensamiento y esparcirlo & su placer sobre 



D,gH,zed.yGOOgIe 



el auditorio : tal aparecía el orador oposicionista. A nosotros noe &ltó 
tiempo para preguntar su nombre. Aquel orador era D. Gabino Te- 
jado. 

Aquel orador era ; es una de las más notables, de las m¿fi singu- 
lares, de las más originales encamaciones del carlismo , del absolu- 
tismo, de la escuela tradicionalista española. Pero esta originalidad m) 
es propiamente sujetiva en él Sr. Tejado, Personalmente deSnido, el 
Sr. Tejado dista poco de las generalidades individuales de su comu- 
nión; el partido de los Nocedales que fueron progresistas, de loa Apa- 
ricis que ñieron moderados, de los montemolinistas que fueron isabe- 
linos, solo tiene en el Sr. Tejado un ex-liberal más, uno de los que 
combaten hoy y execran la libertad por los medios de la libertad mis- 
ma. El-Sr. Tejado, el inteligente periodista liberal de 1847, el redac- 
tor distinguido del primitivo puritano Tteaupo^ que inspiíialni el ilustre 
. Pacheco, convertido desde hace ^os en el intieasigeote periodiata 
Deo-católico , en el fellstista reaccionario que ha hecho tantas veces 
g^nír las aborrecidafi preosas , en el actívo fomentador de la propa- 
ganda oscurantista; este Sr. Tejado, visto solo á la luz de esaa usua- 
les evoluciones de su secta, es en ella ni más ni menos que un tipo 
vulgar. 

La originalidad del Sr. Tejado consiste esencialmente en otra cosa 
muy superior á las peripecias de su coBdncta 7 & las aito-oadas mo- 
notonías de su reputación eomo hombre püUico ; ooneijte eo lo que 
más define, aeg;un la ujiiversal BBbidt:^la.orÍtica, á la personalidad hu- 
mana: en el estilo. El Sr. Tejado , la ploma y la palabra, la palabra 
sobretodo, del Sr. Tejado tiene un estilo pn^io, que no tieole, que do 
ae ha atrevido á tener ningún abscdntista moderno en España. ÜQa 
doctrina, una política, ima fíloaoña social que arrancan del regio de- 
recho divino, que guardan ese deredio en los cajones de las sacristiaa, 
alimentfmdo su fií^v sagrado en el silencio de loa-afios y sacándolo á 
relucir simipre que lo permiteo las deaventuraa de la patria ; una po- 
lítica cuyo ideal es A retroceao, nn progrmo que marcha eternamente 
hicia atrás, un proselitismo cuyo aimbolo pudiera muy bien represen- 
tarse en un confesonario-anaeria , una doctrina que lacha con todas 
ka tewias antiguas y modernas do eao que los pobres pueUoe llaman 
los derechos de su dignidad, han afectado siempoe ser usa ooaa s^ia, 
una discusión, una escuela, una ciencia, una aspiíacion serias. El ab- 



D,gmzed.yGOOgle 



sidutisrao ba comprendido áerapre que su misión y su proeedimíento 
es hacer llorar y no reír. ¿Concibeae un abeolutíamo hiHnoristico? 

Pues este absolotismo que no se oancibe, eete absolutismo invero- 
^juil, ehiatoso, artístico, sescillo, grotesoo, juguetón; retozón, mtité- 
tico & la sotana, al convento , & la borca, & todas aua fonuas tradiei»- 
nalfti, tiene ea el Sr, D. Gabino Tejado su glande y único inventor, 
sQ originalidad única en EspaDa. La pluma, la palabra d» usa escu^ 
que ae deleita, eacitando ferozmente loe nerrioa, ó simplemente ofre- 
ciéndose como jm narcótico á ojos y oídos bumaiM», de una escuela que 
confia au9 conquistas á la persuasión de la pólvora ó del aburrimiento, 
tiene en el Sr. Tejado otro sistema, otro procedimiento, otra arma: el 
chiste, el gracejo, k jácara, la chacota, la sátira, el buen humor, la 
ocurrencia; ¿Puede darse originalidad mayor dentro del género? 

Pues bien; ayer fué el gran dia de esta originalidad del Sr. Teja- 
do. Su fócil, cáustica, pintoresca, correcta palabra , hizo ¿ su manera 
la autopsia de la obra revolucionaría. 

Nosotros le oímos condenar las revoluciones en general y la de se- 
tiembre eu particular en nombre del orden, porque el Sr. Tejado afírma 
bajo su palabra que las revoluciones son desórdenes. Nosotros le oímos 
llenar á los derechos individuales gran mentira histórica, sin duda 
porque el Sr. Tejado sabe & ciencia cierta que loa hombres mmca, nunca 
han querido otra cosa que un buea dogal. Nosotros le oímos negar que 
la libertad religiosa consiste en dejar á cada conciencia su Dios y su 
culto; nosotros le oímos censurar acerbamente qbe el .gobierno revo- 
lucionario haya inventariado las alhajas de las iglesias para evitar 
que se cambien por municiones; nosotros te oímos describir esta so- 
ciedad convulsa en que loa espaBoles monárquico-liberales nos agita- 
mos en derredor de una monarquía honrada y de una libertad para 
todos; nosotros le oímos llamar inquisición moderna á la gacetilla, 
veneraile hermandad á la partida de la Porra, árbol sacrilego á la ca- 
sa de Saboya, verdadera legitimidad á la que arranca de cualquier 
parte menos de la voluntad de un pueblo; y ante aquel diluvio de gra- 
cias tiránicas, de paradojas sentimentales, dé argucias encantadoras, 
noaotroa nos digimos, después de oir al Sr. D. Cabido Tejado, lo que 
la KspaSa liberal se dirá, sin duda, á A misma después de leer su dis- 
curso: sea en buen hora; ya que, por lo menos, nos queda todavía una 
generación absolutista; ya que los contemporáneos hemos de tener 



DigiTizediiy Cocióle 



carlismo; ya qne no podemos ocultar á los ojos de la civilización ni 
del mundo los restos de ese fiínatismo que conTirtió á. la grande Es^ 
paüa del pasado en el leproso de las naciones; al menos que esa doc-' 
trina, que esa predicación tengan sus intérpretes y sus autoridades es 
hombrea como el Sr. Tq'ado. Entre el tradicionalismo patético, grru- 
Son, fosco, trabuc&ire, y el tradicionalismo dicharachero, literario, 
ameno, ocurrente, del senador que nos hizo ayer felices, la elección no 
es dudosa: optamos por éste, que si nos ruboriza omo espaSoles y co- 
mo hombres cultos, nos divierte al m ''nos como públioo: 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ALO VÍCTOR HUGO. 



(30 áe Ha^o.) 

Acaba de descubrirse una nueva humanidad. Parodiando la £ibu- 
losa creación griega, esa humanidad acaba de salir mayor de edad, 
vestida y armada de punta en blanco, del cerebro de Víctor Hugo. 
Esa humanidad de nuevo cuño, esa Minerva de 1871, na lleva, sin 
embaifi^o, los mismos atavíos que la sabiduría pag-ana daba é, su dio- 
sa, ni luce precisamente la misma virginal, celeste belleza que res- 
plandecia en la hija predilecta de Júpiter. En vez del casco luciente 
7 de la 'aurífera lanza que los antiguos hijos del Ática admiraban en 
la deidad del Pártenos, la Minerva conttanporánea de nuestras mise- 
rias sociales ci3e su impura frente con serpientes que le inspiran un 
!^esi destructor, y hace impúdico alarde de la horrible fealdad del 
crimen. 

Esa humanidad es la' Gommuné de París. El gran poeta, el gran 
novelista, el gran pensador del romanticismo, apenas oyó los' prime- 
ros vagidos de esa humanidad, se apresuró ¿bautizarla conelnombre 
de la cizilizacion niteca. Y aunque es verdad que esa civilización ha 
obligado al viejo republicano, al glorioso autor de Los Miserables á 
refugiarse en Bélgica, á continuar su ostracismo, no es menos cierfo, 
8Ín embargo, que el senil entusiasmo de Víctor Hugo se ha hecho su- 
perior en esta ocasión, como los grandes sentimientos paternales, á la 
ingratitud filial, y que la prensa belga acaba de traemos la apología 
de los incendiarios de París firmada por el apóstol septuagenario de la 
virtud, que ^ la suprema belleza. 

Mucho tiempo hacia, en verdad, que el mundo pensador se había 
acostumbrado á c¿r y conocer con benévola resigiiacion las lucubra- 
cionw del viril desterrado de Jersey. Habia sobrados laureles inmarce- 



DigmzediiyCOOl^IC 



sibles sobre 8u frente, y sobrada desgracia sobre su vida para perdo- 
narle las exageraciones de su decadencia, la^ teorías inofensivas aun- 
que alarmantes de su contrariada decrepitud. Pero es lo cierto qne 1s 
lUtima ori^finalidad de Victor Hugo es demasiado fuerte, como se dice 
en francés, pasa de castaSo oscuro, como se dice en castellano. Es lo 
cierto que, lo que es esta vez, la paciencia del mundo civilizado tiene 
razón para agotarse respecto á su gran esplotador, y para devolverle 
en un fiasco universal la revancha de todos los abusos tradicimiales de 
que la hizo victima. 

¡Cómo! Ia ciudad santa de la moderna cultura, la ciudad del 89, 
la Meca de las generaciones liberales, el gran müseú del siglo de la 
luz, la graaneoeúdad de la Europa artlstícay ciemti&ca, la ciudad de 
la Sorbona, de la-tamba de Volture, de los figurioes y de los periódi- 
co», ha sido convertida en ana inmensa Sodoma pa los miserables 
que la han consumido, & ialt» del fuego del cielo, ccn el ñie^ de sui 
criminales teas incendiarias, y el gran poeta cristiano, el gran cors- 
zon que durante medio siglo ha latido ¿ compás de todos los movi- 
mientos regeneradores de la humamidad, seOaJa á esos inoeodiarios, i 
esos vándalos, como los piecurstwea de la verdadera bitetut niáíva, j 
los levanta como nemidiMea del porvenii sobre el pedestal de cadáve- 
res y ruia«6 que han hacinado en las orillas del Sena! . . . 

¡Qué aberración! ¡qué delirio! ¡qué contagio tan tristemente ri- 
diculo del disolvente espíritu de la demagi^ia comunista! Si esos lié- 
roes del asesinato, sí esos en^nigoe repugnantes de la patria, de la 
tumba de sus mayores, se hubiesen contenido en los límites de su ideal 
político, y después de proclamar & la ütz del mundo la excdencia de 
su soSada federación monícipal, hubiesen depuesto Isa armas que no 
han sabido esgrimir contra el extranjero, y se hubiesen sometido al 
g6bierD0 eJegldo por la desventurada Francia, Umpias sus manos de 
toda sangre inocente, y sus conciencias de todo remordimientoj si la 
Oommune de Paria hubiera sido esto, Victor Hugo nada hubiera di- 
cho, ó se hubiera contentado con llamar débUes y cobardes á los pací- 
ficos prosélitos de Pyat. 

Pero no ha sido asi; ha habido tragedia, y tragedia sangrienta, 
cmel, sin ejemplo en loa anales humuios. Los palacios de la modenu 
Atenas han vo^o en pedazos; sus tewwos artiaticoa, reunidos por 
cien generaciones, han sido devorados por el flie^; las llamas, las 



DigmzediiyCOOl^le 



lulas, el bierro, la asfixia han dieEmado á los parisienses; las mujeres 
de BUS lupanares han vertido el inflamable petróleo en sótanos 7 por- 
tales; la columna Vendóme ha caldo á imputao de los brazos de los 
Napoleones del pillaje; los templos han servido de cuerpos de gnardia; 
se ha dado muerte de mártiree & centenares de ciudadanos, presidi- 
dos nada ménoa que por un arzobispo. ¡Ah! jqué epopeya! ¡qué gran 
cosa! ¡qué gran tema para el gran poeta humanitario! ¡Viva el crímeat 
¡Aprended, pueblos de la Europa bárbara! [Eso y solo eso es una ci- 
vilización! jOracias al Dios de Rochefort, estamos en un nuevo gé- 
nesis social, en la plenitud de los tiempos!... 

Antes empero de apartar para siempre nuestra vista horrorizada 
y nuestro revuelto estómago de esas barbaries, de sus actores y de 
aus insensatos apologistas, tenemos que cumplir el doloroso deber de 
- dar á nuestros lectores una sensible' noticia: y es que tampoco en E^ 
paiía estamos por completo libres de ciertas inverosimües ceguedades 
capaces de disculpar, ó de atenuar al ménoa, el execrable espectáculo 
del Paria demagógico. 

Ayer se levantó en nuestro Congreso un diputado, el Sr. Jove j 
Hévia, á preguntar al gobierno qué pensaba hacer, dentro de sus &- 
cultades legales, para velar sobre el hecho inminente de que los fu- 
gitivos parisienses, que logren escapar, pasen nuestra frontera áú 
Norte. El gobierno, y en su nombre el digno ministro de la Gobernar 
cioo, contestó que loscriminalesqueosaranvenir&Eapatla serian en- 
tregados ¿ las autoridades francesas, como la justicia y los tratados 
exigen, y como acaba de acordarse en Bélgica y en Inglaterra. La 
minoría republicana se estremeció entonces de santa ira, y buscó ásu 
orador predilecto, á su propicia victima en semejantes ocasiones, al 
Sr. Caatelar, y el Sr, Castelar renovó la pregunta, y obtuvo del se&or 
ministro de Estado igual respuesta. 

Pero el Sr. Gástela* qo se dio por satisfecho; no podia darse; el 
Sr. Castelar había confeccionado en su fecunda mente un par de p4r- 
rafi)B de tremebunda elocuencia para la réplica, y los encajó al replicar 
al Sr. Martos con todo el fuego de su juvenil ardor, de su puritanis- 
mo lírico, de su armonioso acento. El Sr. Castelar habló de Ninive, 
relampagueó oümpica aunque brevemente sabré su banco, fulminó el 
dulce rayo de su palabra sobre el auditorio, y después de condenar, 
en principio y con la parsimonia de quien habla para federales, el 



D,gH,zed.yGOOgIe 



«rimen sa general, as dignó atribuir la principal culpa de lo aoaecida- 
W) Parts, ai mis menos que i. los dáspotas, á los ptoaros. dóspotaa que 
<^)lig«a i la Ubectad á tajes expanaumps. 

IMpatadoe y tribunas, tan toIeFaotes siempre con el Sr. Caate^r, 
con quien es imposible no encantarse, ahogaron, sinembari^, ayer sus 
acentos con una exclamación de unánime y doloroso asombro. £lp^-> 
ta& mis preconcebido del graa orador acadézaico e^óró sin oiise dis- 
tintamente, & peeu de loe agudos esfuersoa pulmonares del catedrá- 
tico de historia. No obstante, los que tuvimos ocasión de oírle Inen, no 
pudimos menos de lamentar la imitación vüiiorMtffuesea- dñ nu^to 
ilustre Knulio. 

¡Ab! si el Sr. Castelar hubiera puesto ayer su historia y sus can- 
tacos políticos al servicio de la moral universal y eterna, ¡qué distin- 
to hubiera sido el éxito de sus peroraciones! Si el.Sr. Castelar se hu- - 
bieae decidido ¿ dar una grandilocuente leccioD de ycrdady de justicia 
á BUS correligionarios de España, [qué diferentemente hubiera caído 
S''bre su banco al sentarse! Pero, ya se vé; el Sr. Castelar hablaba 
para sus electores, tenis al directorio ea el espíritu^ le era preciso, ante 
todo y sobre todo, tratar de .los déspotas, acercarse, en cuanto la di- 
' versa índole de su idiosincrasia se lo permite, á Víctor Hugo, -y el se- 
&or Castelar no.pudo hacer más que lo que hizo. Paciencia, pues, y 
quiera el cielo- que a^gun dia, cufuido ya sea tarde, el joven Castelar 
no se arr^iienta de haber hecho sistemático caso omiso, en los arreba-^ 
tos de su poesía social, de las vulgaridades de la eaperieocia. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



HONOR AL GENIO. 



(S de Junio.) 

La opioion g:eDeral en cuantos ayer presenciaron la sesión cele- 
brada por el Congreso y oyeron el sermón, esto es, el discurao áe tres 
horas pronnnciado por el Sr. Nocedal, fiíé la de que el orador tradi- 
cionalista había estado «inferior á si mismo.» Nosotros no diremos esto 
por varias razones, entre las cuales vamos & apuntar las dos princi- 
pales: la primera porque no queremos aparecer á los ojos del Sr. Noce- 
dal entre los depresores sistemáticos de su mérito, y la segunda por- 
que, desde el punto de vista artístico, digámoslo asi, y aun desde el 
especial punto de vista délas nuevas ideas del Sr. Nocedal, para ñoa- 
otros estuvo ayer inimitable, á grandísima altura, originalisioio, va- 
liente y explícito como pocas veces. 

Ayer, en efecto, y solo ayer fué cuando quedó formulado y consiga 
nado y exphcado el verdadero programa de nuestros absolutistas. Des- 
de qne en 1833 hizo Fernando Vil á España su último legado con la 
guerra civil, hasta qne los espa3oles de 1840 se declararon en el con- 
venio de Vergata hartos de matarse los unos & los otros, y desde 1840 
basta el di« de ayer, la ignorancia pública había creído que el car- 
lismo era ante todo una bandera, una fórmula, una doctrina, una solu- 
ción monArquica en el fondo. Ayer, empero, se hizo la luz; el error 
histórico, la equivocacitm nacional quedaron deshechos: el carlismo, el 
tradicionalismo, el absolutismo entre nosotros es ante todo y sobre todo 
teocrática. 

Aunque anteayer el Sr. Estrada apuntó, por decirlo asi, la ide^, 
con la fría suavidad maquiavélica de su palabra, cuya impunidad estó 
en razón directa de su sonoridad escasísima, la plena manifestación 
del principio estaba de derecho reservada al pontífice parlamentario 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



de la secta, y el Sr. Nocedal lo esplanó, efectiraineQte, con esa vale- 
rosa osadia, con esa frescura fenómeno, cod ese a]doq}o, ó con esa 
olímpica serenidad del grands hombre de Estado que, después de habsr 
vencido todos los escrúpulos de su consecuencia política, halla natural- 
mente &cil el desdeSar todas las contrariedades, todas los tempestades 
de la escena pública. 

SI; lo que el Sr. Estrada dijo con su habitual timidez, que aparen- 
temente le asemeja al Edipo de Martínez de la Rosa; lo que el Sr. Es- 
trada dijo con miedo hasta de su propia lengua; aquello de que para 
los carlistas son antes sus principios que sus reyes; eso, eso mismo, 
aumentado, engrandecido, sublimado basta la epopeya, hasta la ap>- 
teósis, quedó asentado y probado ayer, en primy t&mino, por el se- 
3or Nocedal. 

SI; la bandera del batallón sagrado no es, en rigor, la que hace 
pocas sesiones sacó de su bolsillo, ó, mejor dicho, de su autorizada boca 
el Sr. Nocedal. Lo de apor mi Dios, por mi patria y por mi rey» es un 
lema demasiado lato. — «Dios y la patria,» y nada más que Dios y la 
patria ea lo justo, es lo bueno, es lo respetable, es lo venerable, es b 
aplicable, es lo admisible para el Sr. Nocedal y para sus amigos y 
subordinados, con perdón sea dicho del jefe oficial del pelotón, seBor 
conde de Orgáz-, 

IdO del rey, lo de la monarquía, lo del trono, eso es secundario, eso 
no es la esencia verdadera del dogma. El Sr. D. C&rloa Vil de Vevey 
podrá extrañarlo, podrá lamentarlo, podrá anatematizarlo cuanto 
quiera; perj lo cierto és que S. M. in partüut está, cuando más, en 
tercer lugar en el gran programa tradiciooalista, y que ante los mi- 
nistros del Señor y el territorio que fué de la inquisición, el trono 
quimérico de Montemolin es para el Sr. Nocedal y sus amigos una es- 
pecie de bicoca. 

¡Ah! nosotros, amantes fervorosos del valor de la convicción; nos- 
otros, jwbres liberales que no hemos podido ni querido, como el Sr. No- 
cedal, dejar un dia en un rincón la crisálida de nuestro Kberalismo p&ra 
exhibimos ante nuestra patria iluminados por la fe de los Calarmades y 
Torquemadas; nosotros, pigmeos impenitentes del juego prohibido de 
Ids instituciones constitucionales, no pudimos menos de ver ayer en el 
Sr. Nocedal una gran figura; uo pudimos menos de tributarle ayer 
una admiración profunda. La estética es una en su esencia; hay una 



:y Google 



■belleza unÍTersal cuyas formas sabe estender el talento haeta sobre las 
absurdas, hasta sobre las más hondas aberraciones morales; j el se- 
Bor Nocedal estaba ayer bello, á nuestros ojoe^ con esa belleza. 

ZurbarAn es para nosotros un gran pintor histórico. En sos frai- 
les, en sos inmortales figuras monásticas Tivirá perpetuamente, y con 
mejores datos que en las páginas de los anales patrios, la memoria de 
aquellas órdenes religiosas, de aquellas innumerables &lanjes de sa- 
bios ociosos y de reconcentrados célibes que durante tantos siglos vi- 
vieron en este pobre pais, y sobre este pobre país de EspaHa. Pues 
bien; ayer hizo nuestra imaginación en el Congreso una coaa que el 
Sr. Nocedal, si por acaso se digna fíjar sus ojos en estos renglones, 
nos agradecerá á pesar de su modestia. Nosotros afeitamos con el pen- 
samiento al Sr. Nocedal; dejamos limpia su cara de la esflorescencia 
gris con que los años la han adornado; despojamos asimismo á S. 3. 
de la prosaica levita contemporánea, vestlmosle imaginariamente el 
anchuroso, severo traje talar frailuno, y le vimos sobre los bancos ro- 
jos como una verdadera creación zurbaranesca. 

¡Oh, y quién sujeta á la imaginación en la carrera de sus capri- 
chosas ficciones! Después de imaginar al Sr. Nocedal con el traje de 
los padres que le enseSaran á leer á Santo Tomás, nos imaginamos 
que la doctrina del Sr. Nocedal triunfaba en la España da 1871; lle- 
gamos á creer por un momento que estábamos en plena teocracia del 
Sr, Nocedal. Esta teocracia no es propiamente la de la Edad Media, 
aquella que fué tutora y directora de la nueva sociedad europea, que 
salvó la literatura, la ciencia, la más preciosa de las antiguas civiliza- 
ciones. La verdadera teocracia á que el digno Sr. Nocedal aspra- es 
aquella otra, eminentemente política, que en el reinado de Carlos II, 
por ejemplo, hizo su presa, no solo del espíritu y de la personalidad 
de un rey imbécil, sino del espíritu del gran pueblo cristiano de Isa-- 
bel la Católica. La teocracia del padre Nitbard, del padre Froilan; esa 
es sin duda el ideal del Sr. Nocedal, y en esa ¡e vimos, ó, mejor dicho, 
le sofiamos nosotrtwayer. 

Figúrese el lector, como nosotros ayer nos figuramos, al Madrid de 
la nueva teocracia, al Madrid que el Sr. Nocedal y su escuela se es- 
forzarían en hacer, sin gas, sin periódicos, sin hijo, sin tram-vía, sin 
ferro-carriles, sin Parlamento, con sus edificios púbUcos convertidos 
en monasterios, sus cuarteles henchidos de voluntarios realistas, in- 



:y Google 



comunicado con el mundo, con sus días dadicadea' & mwwa autos de 
fé en la Plaza Mayor, y »m aocbm miateriosaa coa aua a^reao» can- 
tando el Avt^Maria aat^ de la hora. Le» libarales de todaa proce- 
dencias, empezando por los que fueron Gotreligionarioa ded Sr. Noce- 
dal, naveguido hacia Fernando Póo y hicia Filipinas, y desesperan- 
zados de volver ¿ formar «MAO^xr de mayorías y minari&&..... 

Y figrúrese el lector en la cúapide de este r^uoítado Madrid de fi- 
nes del siglo XVII al Sr. NocedÁl con el b&bito da Santo Datoingo, 
sin barba, can la tosca capucha sobre el mondo cxáneo» wa &u habi- 
tual delgadez acrecentada por laa prácticas del ascetisnia, bficho pri- 
mer ministro de Cárloa VH» luchando, como su modelo Nitbard, casi 
las intriga de loe partidos cortesanos, viéndose acaso ea la ae<»sidad 
de desterrar á los nuevos Valenzuelas, es decir, & loe Aparicis y Tejar- 
dos, en g-uerra aorda y cruel coa la misma familia real! .... ¿No es ver- 
dad que este Madrid imaginario, este Madrid sobre cuyas teocrá.ticaa 
torres flotaría al viento la nueva bandera eapaOola, qus seria ua& in- 
mensa boina; este Madrid nocedalista, ea un cuaidrc que podía tener 
mucho de horrible y de ridiculo ; pero que al fin y al cabo es una estra- 
iia y admirable creación del genio que aipiía á «Hivertirlo en realidad? 

Honor, pues, al genio del Sr. Nocedal. Calle la poUtíea, «alie el 
líberjilianio, calle hasta el sentido común,, alli donde ea preciao adnü- 
nn- al Homero de las sacristías. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL SEÑOR CASTELAA YSÜ DISCURSO. 



(SS de Juntó.) 

Para aotretener i usa g^aeracioo se aeceaitao indudablemente 
glandes j eepeciales doten, de eaaa qas la ProTideneia pone eon saina 
«seepcioDftlidftd entre loe humaDse •obresalisntw. A ana gansTaoioii 
ae k honra Uamándoas Nevton, se la asombra siendo, un Ooloa, ó se 
la desüruye por el aenciUo medio de un B:>naparte. Pero para entr^- 
VStia, buena "y agradablemente, para oonstituir el placer honesto y 
constante de ana época ó d,e un paU, púa bgrar no abrir la bsca sin 
que aaoigoB y adverauíos demuestren presurosa complacencia en oír, 
pura obt^ier el nulag^row monopolio de una benerolencia unirersal» 
que empieza en las más viriles seriedades, eigus por la mitad beHa y 
-curiosa del género humano, y se impone hasta en . la in&acia; para 
«Btosenecssitsn, «in disputa, pririlegios de ioteligdncia, de caríoter 
y de «tracoioB simpática, singularisimos. 

Mucho tiempo hace que nosotros hemos dado en auestro fuero in- 
Xerao al Sr. Gastelftr gracias mil, gracíaa sinceras en nombre do nuss-^ 
tra g^eracion, por el constante goce espiritual que, en el seno de es - 
tas luchas y de estos gangrdnados tiemp33 de impúdico m^terialisiao, 
ha sabido depararla.' Desde que el autor de Alfrtdo aHzá por ves pri- 
mera su armoniosa voz en el teatro de la plaza de Oriente, Citstelar 
significa y es, ea efecto, para la inquieta y turbulenta EapaQa con- 
temporánea, algo puracido á un verdadero consuelo. La palabra ds 
Castelar es^ en efecto, una especie de brisa re&igerante, de bienhecho- 
ta fáfiíga que la electricidad dd entusiasmo esparce sobre sos conciu- 
dadanos en cualquiera ocasian y ccn cualquier moÜTo. Habla Oaatolar 
en Uadftd, y todas nuestras gararquias sociales, altos, m^íaaas y 
hajH», dicen: oigamos, esto es, gooemss. Llegan los discursea de Cas- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



telar & proviucias, y el empleado suelta su virgen pluma, la madre de 
&milis su rosaño, y el obrero su martillo, diciendo: leamos, estoes, 
gocemos. (Hermoso privilegio del verdadero genio, que es el que ím 
sabría ofender aunque quisiera! . . . 

Perdónesenos en gracia de la oportunidad este 'nuevo tributo de 
admiración que al orador federaliaimo rendímos. ¿Por ventura do com- 
parten con nosotrosesa admiración el viejo y el nuevo continente? 
Ayer supimos nosotros una cosa que tenemos sumo gusto en hacer pú- 
blica. Parece que algunos seüores ingleses, amantes de la elocuencia 
y protectores cientificos, por ende, de la garganta humana, han pre- 
guntado al Sr. Castelar conque liquido, con qué pócima salutífera 
sostiene su claro acento en sus largas peroraciones. El Sr. Castelar les 
ha contestado sencilla y verídicamente que durante sus discursos na 
bebe otra cosa que limonada. Y los ingleses han dado á la limonada es- 
paSola^ aun antes de aclimatarla parlunentariamente en la grande 
isb de la cerveza, el nombre de nuestro arrebatador tribuno alicanti- 
no. Bstoes un detalle que no deja de tener bu honrosa importancia;- 
ya lo conocerán nuestros nietos cuando visiten la Gran Bretaña. 

Si; lo confesamos con orgullo; Castelar nos inspira tanto eutnsia»- 
mo como al que más; entusiasmo ante el que se echpsan nuestras pro- 
pias opiniones políticas y nuestros resabios críticos. ¿Cómo hemos de 
acordamos, cuando Castelar habla, de nuestro monarquismo, oicómo 
hemos de aplicarle el pobre escalpelo de nuestra crítica? Cuando se 
mira al sol, ¿se acuerda uno de que dicen que tiene manchas ó de que 
produce tabardillos^ Y además, ¿es que, en rigor, los defectos del'hom- 
bre político y del hablador insigne, si los tiene, nosongran,isde arma, 
verdaderos átomos imperceptibles é inapreciables en el inmenso océano 
de sus cualidadest 

Los Criticas de Castelar no son en realidad sus enemigos , porque 
hasta la envidia es tierna para nuestro ilustre Emilio; son, en en ma- 
yor parte , esos caracteres descohtentadizoa en quienes nada basta á- 
flstirfMr los pretensiones de una maledicencia sist^nática ; esos chieto- 
ao6 de c^cio que rebuscan m el fondo y en las junturas de todo lo 
^randey de todo lo bello la taXel levadura de lo pequefio , de lo rí' 
diculo ó de lo feo, que late siempre en la doble naturaleza humana. 

Asi es que unos, por ejemplo, dicen que Castelar recuerda y no 
pensa; que Castelar es solo vi» gran memoria en acción, que bs priu* 



D,gH,zed.yGOOgIe 



cipales trozos de sas arengas huelen , cómo dijo de otros Gonzalo Mo- 
rón, ¿lámpara, y son siempre relatados con el deliberado propósito de 
obtener un aplauso al minuto; qne entre Castelar , en suma , y uno de 
esos gT^ndes oradores qne se sientan todos los dias con un ma^ifico 
discurso embrionario en su cerebro', pronto siempre & ser improvisado 
y perpetuamente inspirado por una instrucción verdad y por una es- 
pontaneidad sin teatro alguno, hay un abismo. ¡Como ai , después de 
todo, el efecto no fuera el mismo! 

Otros que no se atreven & llamar á Castelar el gran loro de nuestra 
tribuna, se ceban contra los que llaman sus defectos de carácter, la 
ingénita dulzm-a de sua fibras, la imposibilidad en que, según ellos, 
se verá siempre de llegar á ser nn hombre poHtico respetable, im gran 
^tadista práctico, uno de esos grandes gobernantes que se hacen te- 
mer y estimar por iguales partes , como la egoísta humanidad exige. 
El dia, dicen, en gue triunfara el federalismo, los Figueraa y los Pís 
se encargarian de la cosa pública, y para Castelar se congtmiria una 
tribuna-palacio de cristal y marfil, y la gratitud nacional le relegaría 
en ella para siempre , con una guardia de honor de hermosas matro- 
nas impane y lógicamente dirigidas por el venerable marqués de Al- 
baida. 

Castelar no sirve á su partido más que de trompeta. El día que no 
necesite el republicanismo espaüol hacerse oír del mundo por el con- 
ducto de su poete-sirena, le volverá la espalda ó le mandará callar y 
acoBterse en su lecho de dores, á guisa de niao trasnochador. ¡Como 
si ¡oh injusticia! loa grandes reformadores, los grandes propagandis- 
tas, los grandes habladores, desde Mahoma hasta Dulcamara , hubie- 
sen sido todos grandes caracteres, hombres de pelo en pecho! 

Otros, en fin, no oaando hincar su aguion critico ni en la retentiva 
ni en la suave idiosincrasia del joven catedrático de historia, dicen que 
hay que esperar todavía mi poco, 6 un mucho para juzgarle. Basta 
ahora, ailaden, no cdnocemos más que una fecete , por decirlo asi , del 
gran brillante de bu cerebro. Hace diez y siete afios que el Castelar de 
la prensa, del Ateneo, de las reaniones públicas y del Parlamento se 
ha encerrado, por decirlo así, en el circulo de hierro de sus imágenes 
fovoritaa, de sus predilectas páginas históricas, de sus eternas y repe- 
tidas lucubraciones filosófico-fociales , como si se hubiese prepuesto 
liacerlas aprender de memoria ¿ la naoion. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



H«ce diez y siete aSSo$ que CaateUr no proaimcia m¿s que un salo 
discurso. Lo8 ciaoo primeros aigloa del cfistiamamo, el rayo de la pik~ 
labra humana, la conoieocia, el patriotiamo, la democracia de la vir- 
gen América, la eae^vitud de esta pobre Eiiropa incorregible, qoe 
euñre to^via Papas y reyee : estos- han «ido hasta ahora loe tinnas ifi- 
«Indibles de aua variacionea llrioo-psliticas, Es neeasarío aguftrtbur ¿ 
qae piense, ó sapa, ó diga otra cosa, para juzg-arle. ¡Coino ffl ffli esos 
asuntos do se comprendieran las m&s altas euestioDes antig-oas y mo- 
demaa! 

Pero ya es tiempo da que digamos «Igo sobre el gimo diacuno, 
cuya primera parte pronunció ayer eJ Sr. Caatelar en el Congreso, 
deade laa cuatro hasta la aiete de la tarde. ¿Y qué hemos de dedr no»- 
otros que no sea pálido y débil ante la fwroroáa admiraoion con que 
ayer como siempre escuchamos al niQo mimado de la atención pú- 
Klica? 

EspaSa «Itera lo lee ¿estas horas: sujáa el juicio de auestroa 
conciudadanos al tiempo y ¿ la aptitud que & nosotros nos fiütim para 
decir lo que esa gran oración eaciolopédica nos inspira. ¡Qué j»ínci- 
pio; qué conmemoración del célebre 23 de junio, de aqael dia en que 
algunos de sus amigos conservadores llevaron sano y salvo hasta la 
frontera al Sr. Castelar ; qué intencionada acusación de este Congreso 
donde DO se puede discutir si^npra que al Sr. Caatelar conviene; quá 
magistral manera de probar que la rervolucioa de setiembre ha cam- 
biado la faz del universo conocido; qué jntancionadístma descom- 
posición del ministerio y de la mayoiia, frente & írente de la homO' 
geneidad de la coalición carliata-republicana! 

Y luego, ¡qué desinteresadaapateosisdel valor del duque de laTiw- 
re; qué s¿bio estudio de la aristooraoia eu general, desde los mania- 
tes de nuestra monarquía goda hasta los plantadores eadavistas, ven- 
cidos por Lincoln; qué bendición tan 1^1 y tan opDrtuna sobre el aeSor 
Kstéban CoUantes, que anteayer llamó mi raina á doSa Isabel de Bor- 
bon; qué copla popular tan chistosamBnte citada ¿ propósito de la 
condiliacion revolucionaria; qué alegría democr&tica tan bien esprea&- 
da c<m motivo de nuestras buenas relacionaB con tféjico, y qué modo 
de probar que el gobierno de Víctor Manuel y el Pontifíce no estin jus- 
tamente en Boma, á pesar de lo que dieen los periódicoft! . . . 

Cuando el señor presidente levantó la aeúoa, y Caatelar tuvo que 



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S88 
dejar para la de hoy la contínuacion de bu poema oral, ua sentimien- 
to de honda pesadumbre dos dominó i todos, y vino & todos los labios 
la frase sacramental: ¡tan pronto! . . . Porque, eo efecto, & Castelar se le 
oye, no como quien oye llover, se^nn dicen sus necios adversarios teó- 
ricos, sino CMno á la baena música, sin cansfirae, sin apercibirse de 
la poaeabn espiritual con que nos encadena. 

Por fortuna, hoy Begxárk, y esta misma tarde el Madrid nervioso, 
y maBana la Espala de buen humor, beber&n hasta las heces el cáliz 
de esa delectación moral, que le ofrecen una vez más las temblorosas 
manos del gran pitoniso de nuestros dias. Entretanto, dos cosas pedi- 
mos 1^ Dios de los oradores: primera, que sí hs de haber república en 
Espiüla, sea dado á Castelar crearla j dirigirla; y seg^sda, qu« á no 
hade haber ea Ei^iía república, 00 deje de haber Caatetares, que tan- 
to la hwraa y la deleitan . 



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im4 CELEBItniAD. 



(4 de Jidio.) 

Indudablemente la celebridad es una gran cosa. Verdad que tiene 
8DS escollos taientres el fitroreeido se agita entre los mortales, j está 
expuesto á verse retratado en una caja de fósforos, ó á ser descubierto 
en cualquiera función de tapadillo por ese monstruo de cien ojos que se 
llama público. Pero, en cambio, muérase Vd.,despueti de haber conse- 
guido hacerse célebre, y en vez de la medía docena de parientes, ami- 
gos y acreedores que lloran un solo dia al simple mortal del vulgo, 
tiene Vd, asegurado el recuerdo de un número indeterminado de ge- 
neraciones que, vellis nolUs, ban de saber lo que bizd Vd. en el 
mundo. 

Nunca hemos comprendido qne haya filósofos pesimistas, descreí- 
dos 7 misántropos, hasta el punto de anatematizar esa contribución di- 
recta sobre el porvenir que se llama &nia. En el hombre físico, como 
en el hombre moral, el deseo de la reproducción es un gran instinto de 
vida. El renombre es una especie de paternidad intelectual; pasar ¿ la 
memoria del porvenir es tener descendencia en todo el género huma- 
no. Y hay, sin duda, algo noble, algo honroso, algo plausible, desde 
este punt» de vista, en cuantos han querido inmortalizarse, sin distin- 
ción de medios, desde Erostrato basta el Sr, Trelles. 

Durante el largo periodo de la discusión de actas, rara fué la no- 
che que la comisión no oyera en su seno, y raro fué el debate público 
que no viese tomar parte al Sr. Trelles. Este seütor diputado electo se 
anunció desde el primer dia como una verdadera universalidad discu- 
tidoTS, de esas que imponen la resignación á. los auditorios. Se trataba 
del acta más grave de oposición, y ya se sabia que el Sr. Trelles había 
de defenderla. Se trataba del acta ministerial más limpia, y ya se sa— 



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Ijia que el Sr. Trell^ habia de combatirla. Diputados y tribunas pre- 
guQt^bui siempre al U^ar: ¿habla Trelles? 7 &! retirarse decisn: ¿se- 
gará mañana hablando Trelles? y no habia miedo de equÍTOcarse. 
Trelles por aquí, Trellea por allá, Trelles á pasto. Este ilñ & ser el 
Congreao-Trelles. Y con efecto, lo ha sido. 

El Sr. Trelles, sin embargo, debía tener un acta; la tenia, sin du- 
da. Pero el acta del Sr. Trelles, & juzgar solo ptr. su inflesibilidad 
acusadora, por la frescura fiscal que amigos y adversarios le reconocie- 
ron desde el {«mer día, debía venir más limpia que una patena, cla^- 
veteada y remachada, por decirlo asi, de legfdidad, vii^^ como las 
vírgenes y pura é inocente como la pureza y la inocencia mismas. De 
oteo modo, y sin traer y poseer una especie de acta-paloma, ¿cabía en 
lo humano aquel furor intransigente, aquella terrible asiduidad de 
acusación, aquel siempre demudo escalpelo critico, que hacia temblar 
las carnes y las credenciales de los elegidos? 

Llegó empero un momento — ¡qué recuerdo, Leonor! — ^ya al e^rar 
la discusión general de actas, al darse los últimos dictámenes, en que 
se habló de tm verdadero acto de piedad por parte de la comisión. Lle- 
gó empero un día en que se habló de cierta generosa transacción por 
la comisión aceptada con verdadero espíritu evangélico. Y se dijo que 
aquella piedad y la transacción aquella habían contado entre sus prin- 
cipales beneficiados... ¿4 quién dirán Vds.? Pues ni más ni menos que 
alSr. Trelles. No habia, según ae añadió, tales bofregc», tal acta in- 
maculada. Susurrábanse, por el contrario, á este respecto, horrores, 
verederos horrores electorales, cada uno de loe cuales, dado caso de 
haber merecido el hincapié critico de la comisión, hubiese dejado al 
Sr. Trelles tan diputado como su abuelo. La sorpresa filé universal. 

[Cómo! se decían los impresionables, ¿es posible? ¿La mano que ha 
tirado tanta piedra al tejado vecino tiene el suyo de vidrio? ¡Luego no 
era todo amor á la justicia, todo confianza en el merecimien^ y en la 
impunidad propia, lo que ha inspirado ese centenar de discursos que- 
huí hecho inclinarse... de sueSo, á tantas fiantes! ¡Luego ese Catón 
electoral era un simple mortal falible, con su ropa aúcia y todo como 
cnalquier necesitado de lavandera! Pero entonces, ¿á qué aspiraba, á ' 
qué a^ira ese hombre singular? ¿Cuál ea el verdadero móvil que le 
guia, el propósito intimo y real que le ha hecho agotar tanta pa- 
ciencia? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Y entOQoes la pAUiea (^iQkHt pariamentsm as llamó á caeittas, 
adÍTÍo6 y m esphc^ el raro secreto, proDUnció la verdadent ptttabra: 
ofáebTJdad. El Sr. Ttellee Mpirabft á baceree célebre. No pcxtóa caber 
duda, SBÍ como tampoco podía caber ceusura en este deseo, po^el mero 
becho de serlo. El Sr. Trellee, carliírta y todo, ejeroia an perfecto dere- 
cbo ÍDdividaal. El &r. Trellee no podía tener la culpa de qae la Con^ 
titocicHi de 1898 ne hubiese contadocon^, nobubieseptevistotícEiso. 
El Sr. Trelles salk de ia pristinft oacbrídad de sn retiro, asido al único 
cabello de la úaica ocasión que para bác«^ c^ebrfe h habla ofrecido 
m vida. Legalmente, nadie podia oponéraele. Lo» obstáculos mordes 
él sabría TenoerloB. ¿Cómo? Muy senciHo: por los grandes medica afrac- 
tivoB de 8u persona. 

Y este es el dia, en efecto, en que todo el niundo ha convenido en 
dejar al Sr. TreUes eongaisteree k sus anchas ima celebridad que se 
mostró desde el primer momento ¿ la altura de Maquiavelo, aceptando 
todos loa medioB en aras del ■fin, haciéndose un escabel, un pavés, un 
pedestal, de forores ysMirisas, y aplausos y descaatentoe, y bostezos 
y cunpBDttlazos presidenciales. 

¡Ah! sí; no hay, no puede haber malevolwicia, analítica, lii envidia 
persistente, ni pesi^acíon espirsmté que ya no acepte, comprenda y 
apruebe la aspiración del gran hablador carUsta. Nosotros al menos, 
cuando por acaso le encontramos en algún salón ó pasillo del Oongresot 
y le vemos adehatarse con sb eterna sonrisa de mística seosualidaj, 
sos encendidos pómulos en que, ¿ despecho de los aSos, brilla el suave 
matiz carmíneo de la juventud y del lúbéFchígQ, sus graciosos, instin- 
távos y lánguidos movimientos, y su espresiva mirada fíja siempre en 
el techo, como ai su espíritu pidiese áempre al Dios de la palabra oca- 
fflon de soltar la sin hueso; nosotros siempre, ó casi siempre que le ve- 
mos, nos paramos respetuosamente y exclamamos para nuestras aden- 
tros: ¡paso y honOT á la voluntad inflexible, á la celebridad inevi- 
tableí:... - 

El último acto parlamentario id Sr. Trelles se ha verificado en las 
sesiones de anteayer y de ayer tarde, con un discurso «iciclopédico- 
'jarídieo-catilinario stÁre la cuestión de Hacienda, que nuestros lecto- 
res hallarán en el extracto oficial. La Cámara, prontamente dicha, no 
puede decirse qoe le ha oido, porque entre ausentes y narcotizados, la 
verdad es que los diputados han hecho abstracción de los escaílos rojos . 



D,gH,zed.yGOOgIe 



387 

Pero los -taquígrafos — esos mártires del sistema — se han encargado 
de trasicitírlo al país, ; el Sr. Trelles puede, y con razón, jactarse de 
haber dado un nuevo y seguro paso en el eamino de esa celebridad que 
tanta &lta le hace, coioo ¿ todos los grandes e^iritus. ¡Quiera la for- 
tuna deparársela, aJ fin, tan completa y envidiable como nosotros de- 
seamosj y sobre todo, quiera la suerte deparársela pronto, muy pronto, 
tan pToiilto como mepece! 

Porque la verdad ea que para quien se trabaja una fama tan activa 
y sabiamente como el diputado carlista, es absurdo y cruel eso de tener 
que aguardar toda una vida. Si en nuestra mano estuviera, nosotros , 
peséntariamos maSana mismo al Parlamento una propoaicíoo de ley 
dedarando célebre- al 3r. Trellea. Y con esto cumpliriamos un acto ia 
justicia, y el Sr. TreUes descimsaTla, y nosotros, y el pais también. 
Pero la bmnamdad ea rutinaria, y la opinión pública lenta y pesada 
en sns procedimientos. ;Quién sabe lo que al Sr. Trelles y á sus con~ 
ciudadanoelesMta'aun que stifritBe mutuamente! 



. D,gH,zed.yGOOgIe 



EN EL CLAVILENO. 



(18 de Octubre.) 

¿Llegará el Sr. Riiiz Zorrilla i ser un grande hombre? No es ae- 
guro; b1 menos nosotros no podemos aentar propia semejante de una 
manera rotunda. Y es porque todavía do hemos visto clai-o, digámos- 
lo aéi, en el fondo del sugeto. Éntrelos hombres políticos, ninguno se 
nos aparece tan complicado, tan complejo, tan contradictorio, tan in- 
explicable. Hay momentos en su vida que nos enternecen hasta la ad- 
miración, como, por ejemplo, aquellos en que, dominando estoicamen- 
te su gratitud hacia su bienhechor el general Prím, le presentaba des- 
de el Escorial j desde Cartagena envuelto á. su pesar en puntos ne- 
gros. Hay incidentes en su biografía, como, i>erH gratia, aquel del 
trabucazo de la calle de San Boque, que le sorprendió saliendo de casa 
de un amigo, que nos le pintan con el barniz de los héroes. 

Pero ¿ lo mejor se vuelve la hoja, exhibese el reverso de la meda- * 
lia, eVoropel se cae, las debilidades del corázon exiguo, la ingénita 
ignorancia del entendimiento vulgar, las malas propensiones de la 
flaca naturaleza se manifiestan en toda su triste desnudez de tal mo- 
do, que no basta el mejor optimismo para acallar la recóndita sospe- 
cha de que solo se trata de un coloso de pega. Los silbidos y los pata- 
taz'js de Barcelona haciendo justicia á la perspicacia del instinto po- 
pular, la conciliación revolucionaria declarándolo in articulo moríit 
8u destructor, el partido progresista enseSáudolo á los nuines de Ar- 
guelles como su más Intimo enemigo, sus discursos henchidos de lo 
que el Sr. Rivero, si mal no recordamos, calificó de elocuencia corti- 
jtí-a, su patria, en fin, esperando en vano una idea fecunda, un noble 
rasgo, un acto serio y bienhechor del gran advenedizo de la fortuna: 
todo esto, y algo más, nos hace á las veces desesperar de sus cualida- 
des y de su porvenir. 



Digmzed .y Google 



Hoy, sin embargo, es de los días en que más propensos nos senti-^ 
%io8 á aer beoévolos con ese personaje que, por razón natural, no po- 
demosperder de vista los que esgrimimos una pobre pluma al Bervicío 
de la opinión pública. Y es porque hoy, en estos momentos, nuestra 
imaginación nos presenta al Sr. Ruiz Zorrilla semejants en algo & 
tina gran creación, auna gran figura, á un gran tipo. Dios y nues- 
tros lectores nos absuelvan de la absurda injusticia del símil, de la 
pro&nacion de la comparanza; pero es lo cierto que, á, la hora presen- 
te, asi nos libre el cielo de ser radicales como vemis al Sr. Ruiz Zor~ 
TÜla convertido en una especie de D. Quijote. 

Si, de D. Quijote, pero entendámonos previamente, ^n la inmortal 
personificación del Cervantes hay dos naturalezas: la una, laesencjal, 
es la del gran caballero, la del ahna nobilísima, la de aquella'recta j 
melancólica inteligencia Sedienta del bien y de la virtud, valerosa, 
tierna y sencilla por iguales partes, exuberante de amor, de caridad y 
de entusiasmo, cuyas cómicaa desventuras tienen en el fendo algo de 
evangélico, algo de redentor, algo de un supremo y ejemplar martirio. 
Jj» otra, que es la fonna, que es el molde, que ea la necesidad del es- 
critor y del libro, es la de una profiínda incurable perturbación cere- 
bral, la de una tontería insuperable, la de una vacilaste, débil razón, 
■que el primer visnto de la maldad agena se lleva fócümente por donde 
■ "quiere. Pues bien: con este D. Quijote extemo es con el que estamos 
hace dias comparando al Sr. Ruiz Zorrilla. 

Antes de entrar en materia anticipémonos á una observación que 
supoQonos inevitable, aunque irreflexiva, en el lector, ¿Por qué, nos 
dirá sin duda mentalmente alguno, no hacer la comparación con San- 
cho Panza? En el D. Quijote de fondo y de forma hay una delicadeza 
de instintos refinada, asombrosa. Sancho, por el contrario; represen- 
tación filosófica del positivismo, es el ideal de lo inculto. El Sr. Ruis 
Zorrilla teodrá sus defectos, pero nadie podrá negarle una llaneza, 
-una espontaneidad, un abandono de impulsos y de modales que suB 
maestros de primera enseñanza deplorarán como un remordimiento, 
-pero que su país estima y conoce en lo que valen. ¿Por qué, pues, no ■ 
pensar en Sancho? 

La respuesta, la disculpa es obvia: Sancho es la quinta esencia de 
la malicia humana, el gran ejemplar de la gramática parda , la luci- 
-dez del instinto supliendo á la ñilta absoluta de la educación. El aeflw 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



XtuiB Zorrilla, dcade este puato de vista , seria un Sancho, pero siu 
malicia, que es un Sacetio absurdo, iscoacebiUe; mientras que el 8e~ 
Bor Raíz Zorrilla arrebatado, poseído, explotado por la vanidad y aoo» 
metiendo por ella empresas temerarias en &Tor de loe que le han visto 
il flaco j saben dominarlo, es indadaUemeate tan erédujo, tan saiae- 
teBCD, tan instrumento del egoísmo estrañoooiBoD.Qu^te. 

Testigo la avMitura del Clavileño. Poco trabígo cuesta á la Ttifal- 
di haoer montar al acometedor mancbego en el jaco de pino: la pro- 
mesa de que el prodigioso bruto le llevará á Gandaya; de que allí en- 
contrará al follón encantador Melambruoo; de que, veneiéndolo en, 
desQomsnal pelea, volveri á la vida & la pobre princesa Antonomasia 
j al seductor D. Clavijo; la seguridad, en fia, de que, apenas cooau- 
mada esta gran aventura, la Dolorida y sus doce du^tee acompa> 
IbuteB sentirán caer de sus rostros las malhadadas, oerdosas barbas 
<tue eclipsan sus ro8Íclei«8,saa bastantes para que el looo-lt^roe se orea 
im sraú-DÍ09 7 consienta en atravesar los espacáoa. ¡La humanidad 
le «ontempla, el mundo le tributará aplauso eterno, su título de gran- 
de faombgre está en la clavija frontal de su caballo! ¡Quién le dispu- 
tapa luego el primer puesto de la andante, salvadora caballfaria! 

H¿ aqut, pnea, que la habilidad cimbria, gran conocedora de no. 
d¿cil monomaniaco, le dice: monta en d ClavileSp, es decir, débate 
baoM, déjate declarar jefe y cabeea del más tremendo racScalismo. qoa • 
han ccmocido las Españas; y H. Manuel monta. 

¿Haee falta á sus embaucadores una venda para taparle los ojo^, 
para que no se aperciba de la cruel' comedia? La vuúdad del hcMcbre 
presta un cendal gruesísimo. ¿Hace &lta un iuelle para fingir en sita 
oidoa que atraviesa la región áú viento? La adulación ae los sopla 
como un huvacan. ¿Haee falta el supuesto c^or de la región del fut>- 
go? La erlvia escitada, Sagasta, sus amigos, el pn^resiamo iracundo 
4e laa provincias, todo el espectáculo de sus ¿mulos es magistraliDen- 
toexplorado pw los demócratas, y O. Uanuel siente ua infierno de ar- 
doroaa siüJa en bu corawn. La victoria es completa; el viaje aéseo ae 
mpiende. La democracia intr^ante , astutísima, puede sonreír oomo 
h serpiente en el Paraíso . Adán sucumbe. 

¡Ahí y eldesealaoe será igual, idéntico de toda idwitídad al del 
tpisodio del gnu ülno. Cuando ;a n:o quede en el radicalismo un pr&- 
Cmista de coraorat para un remedio; cuando los aliados coa los lepi»- 



D,g,r,zed.yGOOgIe 



Uicanos, los tolerantes con la Internacional, loe compasivos con el 
filíbusterísmo sientan bajo sus manos los últimos latidos de la desg-ar- 
rada victima; cuando ya sea tarde, irremediablemente tarde para que 
la Tertulia quiera rehacer con sus pa5oa de cocina la gloriosa bande- 
ra que le trasmitió el hombre de Lucbsna y de Vergara ; cuando el 
cimbrismo se sienta en la plena, pacífica, indisputable y perfecta po- 
eesion de su nuevo, asaltado hogar; entonces, y sin perjuicio de di8- 
putarsemás tarde la supremacía entre ellos, el insaciable Ri vero ó el 
inteligente Martes, ó ambos ¿ la vez, pegarán fuego á los cohetes que 
rellenan el clavileao, j la jefetura efímera del héroe transitorio vo- 
lará en pedazos; y mal trecho, y desfigurado y sangriento, el Catón 
caricaturesco de Tablada contempdará de un lado su vanidad en rui- 
nas y dd gtro á su país y á su partido que le dedican la últinia silba. 
Tdmese acta ^ lapBofecia. 



DigilizediiyCOOl^Ie 



ABSOLUCIÓN. 



(18 de Octubre.) 

Madres de familia , las que con tan recelosa prudencia^ veíais en 
Tuestraa caaas sobre la alcuza del petróleo ; vosotras que, en punto & 
radicaliamo , no habéis pasado todavía de la raiz de achicoria, que 
devuelve el apetito & vuestros chiquitines ; madres sencillas y oscu- 
rantistas que tenéis por biblioteca el catecismo, que nunca habéis ido 
á las tribunas del Cong^reso, y qué , en pleno siglo XIX , compartís la 
vida entre la costurera que repasa y la cocinera que sisa; madres tra- 
dicionalistas , que todavía os creéis convenientes á la familia , ni taha 
ni menos que vuestras abuelas, las del vestido de medio paso; madres 
liberales y conservadoras, en cuanto la libertad de regaüar y la con- 
servación de vuestros muebles os h exigen ; tiernas y fecmidas reinas 
del hogar que, aguja 6 cetro en mano, venis cumpliendo á través de 
los siglos la ley estacionaria de nuestra reproducción ; ¿sabéis vos- 
otras, madres de &miha, quién es el Sr. Garrido? ' 

¿No lo sabéis? Pues nosotros tampoco ; es decir , nosotros sabemos 
algo, pero nada más que algo de dicho seüor. Físicamente es un ca- 
ballero de pelo gris y que anda con cierta dificultad ; politicamente es 
un diputado federal que tiene la elocuencia del hacha, y un escritor 
que parece usar una tinta de &cÍdo prúsico; pero moralmente , interna 
y filosóficamente considerado, nosotros sabemos poco del personaje , y 
si fuéramos á retraUuvslo por nuestras gratuitas impresiones, Ó por los 
juicios ágenos que de él hemos oido , acaso incurririamos en graves 
errores. Y lo mismo decimos del hombre privado. ¿Es casado? ¿Tiene 
hijos? ¿Se.mueve en la intima esfera de un presupuesto doméstico? 
¡Misterio! Lo verosímil es que nada de eso le pase , puesto que sus 



DigmzediiyCOOl^lC 



principios parecen inaplicables á tot^ os&s rutinas de la humanidad 
Tulg-ar. 

Y, sin embargo, ¡oh madres de familia! es preciso, porque es justo, 
que desde hoy, por mós que no le conoacais, améis j respetéis al seSor 
G*rrido. Y para hacerlo no tenéis más que dar un vistazo ¿ cualquier» 
de los periódicos de hoy, antea de que vuestras fregatrices lo convier- 
tan en forro del vasar; do tenéis mis que leer , siquiera lo hagáis por 
vez primera en vuestra feliz vida, el extracto, nada más que el ex- 
tracto de k sesión celebrada ayer por el Congreso de los diputados. 
Trat&base, oh madres, de la Internacional; ya sabéis, de eso que 
pasó en París, de eso que incendia un templo ó una casa , y mata un 
cura, ó cumple las exigencias del amor libre en menos tiempo del que 
se necesita para contarlo. Porque con motivo de haber &bricado el se- 
Bor Ruiz Zorrilla un partido para el Sr. Rivero, la nación se ve en la 
necesidad de decidir si debe ó no participar de la benevolencia inter- 
nacionalista del Sr. Zorrilla. 

Pues bien; sabeldo, esposas equivocadas; el Sr. Garrido os lo dice, 
con la veracidad de su habitual franqueza, con la mageatad de sus car- 
nas y con la autoridad de una misantropía sancionada por una penuria 
cráoica; estabais en' un profundo , en un craso , en un absulxb error: 
la Internacional no es lo que creíais, lo que os han dicho, lo que te- 
míais. El marido pusilánime que, de vuelta del café, 6 el hijo aventu- 
rero que, al salir del Ateneo, os contó una noche una historia de hor- 
rores con el titulo de la Internacional, ú os leyó un papel en que un 
trabajador particular, en nombre de los'trabajadores del mimdo, de- 
claraba la guerra é. todos los que suelen llevar camisa limpia , os en- 
gañó miserablemente; la Internacional no es eso. 

La Internacional, según el Sr. G-arrido, ea otra cosa muy dife- 
rente, es preparaos ala sorpresa es Jesucristo, el mismo Jeau- ■ 

cristo, el de Judea, el Nazareno, el Crucificado, el Dioa-hombre, el 
propio que vuestro corazón viene aístemáticamente adorando y que re- 
presentan vuestras estampas! Porque el Sr, Garrido dice: «Jesucristo 
vino h dar á los hombres la verdadera noción de su parentesco, y á 
hacerles caer en la cuenta de que son todos hermanos; y la Inter- 
nacional &ic6, quiere y proclama eso, precisamente eso mismo, ^Qué. 
quiere la Internacional sino que, una mañana, el dia menos pensado 
nos repartamos entre todos como hermanos, absolutamente como hei>- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



manoa, todo el dineoo, ^ncas, aUiajas y camestildes que Iiaya ^ las 
cinco partes del mundo? Porque la verdad es que eso de que, por el 
solo bdclu} de heredarlo de su padre, ó de haberlo ahorrado en veinte 
■Sos de Laboriosidad, ae encuentre uno con un capital ntayor ó menor, 
ifiientras hay quien o» tiene doa pesetas, es pata T<dvM- loco é. cual- 
quier haragán que haya leido el Evangelio. 

Tranquilizaos, pUes, [oh iletradas madies ooociudadanais! Puede 
haber interoacioueJista que iabente descem^r el cajón de la cómoda 

en que guard&is Yuesbto tr^nllo; pero ¿y Jesucristo? ¿Para qué 

tíqo al mundo Jéaücristo bído púa que todos fuésemos hermanos, asi 
por el amor y la caridad como pw los intereaes? ¿Y seréis Toaoitras, 
madres cristianas, madres católicas, las que un día, cu&nd» sintáis ea 
la calle el aullido de la pobre fiera hambrienta, del pobre trabajador 
que ao quiere trabajar, y que viene á pediros, conelETangelioenuiim 
mano y el trabueo en la otra, lo que por un .error de c&lcolo crseis 
vuestro; seréis vosotras las que echéis el cerrojo á la puerta y eaciteis 
¿ Vuestros hombres & ponerse tras ella con la escopeta numtada? 

No, no lo haréis, madres españolad. No lo haréis, después de ha- 
ba* leido lo que ha dicho el Sr. Garrido. Mas por si esto no fuera bas- 
tante, aabedlo también de un% vez; aparte la rason cristiana que & la 
InttmadoTuU asiste, hay también una razón de justicia social é his- 
torie* que debe convenceros y hasta entemeoeroa en su &vor. Esta ra- 
zón no la ha dicho el Sr. Garrido; pero la expuso ayer tambiffli el ae- 
Eor Nocedal hijo. ¿Es que tampoco conocéis al hijo del Sr. Nocedal? 
Es un joven de mérito, carlista de siempre, es decir, que no ha t^üdo 
tiempo ni ocasión, como su seSor padre, de ser liberal; 'simpático, d^- 
gado, y que parece salir del fondo de una sacristía con su libro de toxto 
bajo' el brazo y un mundo de absolutismos en la frente. Els el antipoda 
político <lel Sr. Crarrido; y como los antípodas que en ello se empeñan, 
& fuersa de dar la vuelta k la tierra llegan á encontrarse, asi se han 
encuLtrado en esta ocasión el 3r. Garrido, padre, y el Sr. Nocedal, hijo, 
ó sea el sociali«uo que chorrea sangre y el que chorrea cera, el hu- 
manitarismo que empuSa la te| incendiaria y el que empuüí4 el cirio. 
Solo que el Sr. Nocedal, hijo, lleva bien la levita. 

La razón, pues, del joven Nocedal es á saber: ha habido uglos eo 
que había conventos: esto es indudable. Los conv^itoa tenian bienes; 
esto ea notorio. Vino, sin embaí^, nuestra época y cou ella la mal- 



-,yGoogIe 



"dita soberanía nacional disfrazada de clase media, y dijo á bs bienes 
eclesiásticos: aqui tenéis el importe de lo que valéis; de hoy en ade- 
lante, yo me encargaré de sacar de vosotros mejor partido que las ma- 
nos muertas en que yacéis. ¡H&se visto mayqr picardía social! Pues bien; 
hoy dice el cuarto astado í la clase media, enfatuada y engreída con 
su ilustración y sus haberes: lo que tú hiciste con aquellos bienes qne 
pagaste, quiero yo hacerlo con cuanto posees, sin pagarlo. Es unare- 
Tancha providencial; es el mismo negocio, corregido y aumentado. 
Aquí hay un problema gravísimo, & saber: ¿cómo pueden conciliarae 
el capital y el trabajo? Y yo lo resuelvo muy fácilmente diciendo: qae 
el trabajo se apodere del capital. ¿No se apoderó la libertad de los con- 
ventos? 

Madres de lamilia, fanáticas creyentes del tuyo y del mio: ahí to- 
Iteia las dos grandes absoluciones de la Inieraacioitíil; ¿tcoged la que 
feoás os guste; optad por el Jesucristo de Sierra-Morena da la pobre 
demagogia roja, ó por la venganza histórica del pobre absolutínDO 
blaacts pero optad, y de todos modos, que la luz se haga en vuestMts 
inteligencias, que el principio se salve, que la prevención injusta de»- 
aparezea Ae vuestros ininu». La- Int«rnaeio»<tl podrá ser una coaa 
molesta por el ruido, la sangra y el humo qus pueden acompaüarla; 
pero el Evangelio la establece, y los desposeídos frailes la justifican. 
No cerréis, puós| no tapiéis las puertas del hogar honrado el dia de su 
sdvenimiaato; abridlas, por el contrario; salid á vuestros balconea y 
«rrojad desde ellos al pobre pueblo, que ha perdida él amor al trabajo, 
todos los zapatos y pantalones de vuestros hijos, todas las reservas de 
Vuestras despensas, y sonreíd, sonreíd cuándo b hagáis, con la sonrÍBa 
•patólica, nacional, liberal y monórquica que brillará entonces en ks 
JabioB del Sr. Ruíz Zorrilla. Porque, eso si; creed ea. el vaticinio: la 
J'ntemadoiuil y otro ministerio Buiz Zorrilla serán aimult&neos. 



.y Google 



¡HO VOTARAN! 



(£5 da Octubre.) 

La ciudadaua Guillermina Elojas espera un Dios visible y palpa-' 
Ik, un Dios que la áTga' aqni estoy , aunque no sea precisamente tan 
42b bulto como dice hoy, con cierto gracejo cruel, nuestro colega Et 
P%ente de Alcolea, aludiendo, sin duda, á ciertas derivacienes del 
acebnche que alg:uno3 maridos usan para avivar la fé ó despertar kk 
obediencia de sus cónyug:e3. Y hasta que ese Dios llegue y ae exhiba^ 
la oradora intemacionalista no se hará & si misma, ni nos hará ú fan- 
Tor de profesar y practicar alguna religión positiva, salvtf la de su 
conciencia, cuyos dogmas no conoce aun la Europa calta. 

* Esta suspensión de juicio sobre ciertas cuestiones fiíudamentales, 
esta deliberada indecisión en lo que toca á. la Divinidad, podrá herir- 
nos en lo más vivo á nosotros los católicos sistemáticos y oscurantis- 
tas; pero, filosóficamente considerada, es hasta cierto punto inesplicfr- 
ble, porque puede ser dictada por una escesiva prudencia, por el eace- 
sivo deseo que un espíritu sin creencias tenga de no equivocarse. Todo 
d mundo sabe aquello del musulmán que, auxiliado iti articulo moriü 

por un sacerdote cristiano! ^ invitado á confesar que Mahoma fué im 
&l8o profeta, contestó sobria y melancólicamente: «Padre, do es esta 
ocasión para indisponerse con nadie . » Y además, en nuestra misma co- 
munión suele correr muy válido el ver y creer de Santo Tomás. Con- 
que, no se diga. 

Pero de todos modos, si la de Rojas no tiene por el momento un 
triste Dios á qué atenerse, y se resigna á vivir á solas con su humani- 
tarismo y sus deseos de que los que hacen los palacios los habiten, y 
de que los tejedores del terciopelo vistan de diario esta tela, lo cierto j 
lo fijo es que, al menos, Guillermina (no nos atrevemos á ponerle el 



D,g,T,zed.;GOOgIe 



doQa para no herir su democrática susceptíbilidad) tieoe un Dioe en 
eiemea, un Dios por venir, que puede venir maQaDa. ¡Quién sabe si 
njaSana miamo, á cualquier hora, cuando la de Rojas esté leyendo la 
afirmación del Sr. Castelar, ya por ella expuesta en el teatro líodaiaí 
con anticipación, «obre que no existe poder humano, social ni indivi- 
dual que contenga ciertas ideas, quién sabe, decimos, si cuando la 
oradora se deleite en verse copiada y repetida por el ilustre Emilio, se 
abrirá su puerta y entrará sirDios á decirla: \agití me iitnetl 

Seamos juütos; quien espera tener una cosa, y lo confiesa, ea por- 
que en el fondo no le pesará tenerla; y quien desea tener, tiene bas- 
tante andado para conseguirlo, sobre todo en materias de creencias. 
El peor ateísmo es indudablemente el que no quiere dejar de serlo. El 
Dios fiíturo, anunciado, esperado de Guillermina, podrá oo ser dd 
, gusto de los que tenemos otro; podrá revestir formas de una teogonia 
de tres al cuarto, podrá carecer de todas las condiciones de la estética 
moral; mas al fin y al cabo será un Dios para uso particular. Pero, 
¿quieren Vds. decirnos cuál es el Dios de los radicales? 

Ninguno, Doloroso es decirlo, triste es pensarlo, tratándose de un 
partido que promete vivir siempre ó por ahora dentro de la legalidad 
revolucionaria; pero si para creer en Dios, para llegar á tener una fé 
profunda y verdadera, lo primero que se necesita es tener una concien- 
cia, un fuero interno que nos dirija, que nos ilumine, que trace inva- 
riable derrotero á nuestras acciones, que nos depare principios, senti- 
mientos, reglas de conducta tan fijas, invariables, superiores y ante- 
riores á todas las miserias y pequeneces de la vida, como es sabido que 
lo son los derechos individuales; si todo eso se necesita paracreer, los 
radicales ¡ay! no creerán nunca. ¿Dónde están los principios fijos de 
los radicslest En parte ningima; y la cuestión que hoy se ventila en el 
Congreso lo prueba hasta la saciedad. 

Cualquiera que llegue á ser la fórmula en que , por .decirlo asi, se 
condensen los debates sobre la Iniemacional, que , entre paréntesis, 
va siendo ya hora de que terminen; ya se acaben y formulen con la 
pendiente proposicicHi de la mayoría que declara su adhesión á las 
afirmaciones del ministro Sr. Candau; ya produzcan y determinen otra 
declaración del poder legislativo, más concreta, práctica y fecunda en 
efectos gubeniativos y salvadores (lo que nosotros no veríamos con dis- 
gusto); cualquiera, repetimos, que sean los términos del acuerdo defi- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Bithfo de la Cámara |K>pulsr re^ftcto á la celebra asociación de trsba- 
jaiores, es indudable que esa votacian debe marear y Beüalar frant» 
y Mg-icainente loa dos grandes campos de los partidos extromoe y de 
los partidos medios en que boy se divide nuestra arena pblitiea. 

Votarán en prá de la Ini«rnaei9iuiño8 repuUictuios de todosloe iii*« 
tices, unos pretestando que lo bacea solo en aras del principio de vaa- 
«iacion, otros no ocultando que los vaporea del pétreo, qoetodaria fio- 
tan en la atmósfera europea, les embr¡f^Bbastaelentusiasmo,y todos 
obedeci^do á la recóndita eKigeacia de las masas que los ven, de la 
popularidad que hajuig». Al fin j al cabo, el partido republicaí» ne- 
cesita vitalmente de ese elemento hoy por boy. Maflana, aieaemaSasa 
%egn,Beri ocasión de defender la propiedad individual á caSonazos. 

Se abstendrán probablemente de votar los carUstas , los absolatia- 
tas, no sin gran pena, puesto que se trata de una cuestión en que p>- 
drian allegar algiin combustible ¿ labogniera delaspatriatdiacwdtaa, 
sino porque en último resultado los intemaoiiHialistas no ban tenido, 
ni tienen, ni tendrAn la menor conexión oon D. Carlos VU j bu 
Iglesia. 

Votarán contra la InUrnaeiooial los progresistas del gobierno, 
porque basta abora no han tenido noticia de que ni Arguelles , ni Oa- 
latrava, ni Mendizábal, ñieasn enemigas del principio de b?)reacia; 7 
votarán contra la Interaaeional los conservadores liberales de la Géf- , 
mará de todos los grupos, ni mis oí minos que pcur que tienea un» rA- 
pugnancia teórica é inveterada hieia todo lo que se engalana can loe 
«olores de la demagi^a. Pero ¿y bis radicales? ¿qué van A baoer, qué 
se dice que van á hacer los redicaleif! 

Pues k» radicales, según se viene diciendo hace dias . según ae 
<lecia ayer mismo, no votasAs; la habilidad de sus directores ha de- 
cidido que no voten por el siguiente raciocinio. Si votasen en pro de 
la /»ferfl4iM0ita/,iqn¿ sería de su carictw de partido monArquico, del 
poquisimo prestigio que les queda mi las clases conservadoras , qn6 di- 
ña de ellos el pais que paga y oompt«nde , ese pais con el cual tienen 
que contar desde el momento en que por acaso venga otro minitíerío- 
secuestro? Y si votasen ea contra de la {tUvrnaeion<U, ¿qué diña de 
ellosla muchedumbre, que, á juzgar por cierto viaje dd Sr. Ruiz Zor- 
rilla, no debe serles mny afecta, ni con qué derecho impetrarían ma- 
Bana de nuevo la benevolencia de los republícaaos, esa benevolencia 



D,gH,zed.yGOOgIe 



S99 

que durante dos meses lee ha mantenido el orden público? Decidida- 
mente los radicalesNOTOTABiif. 

Ahora bien; la opinión páblica, viendo ¿ esos monárquicos y cons- 
titucionales apelar á la huida en an trance , en una cuestión de tal 
gravedad, no podrá menos de darla razonánuestras humildes afirma- 
ciones: ¿qué conciencia, qué principios fijos, qué monarquismo, qué 
fé, qué garantías para el sentimiento nacional son las de un partido 
que obra asi, qUe escarnece asi hasta el maquiavelismo de las' luchas 
políticas? ¿Qué espera , qué siente esa agrupación de monárquicos 
DuevoSy de demócratas vergonzantes, de anti-^propietarios doctrinales, 
de liberales porque si? ¿No es este el más repugnante de los ateismos 
politicoa? Y desde este punto de riata, ^no tiene Guillermina Rojas una 
inmensa sup^oridad moral sobre el Sr. Ruiz Zorrilla, considerado 
«orno símbído?... 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EMBRIOGENIA. 



■V«rd« «ra pompa de ua vállete, oculto, 
cuando frondoso alc&zar , no de aquella 
qna ain corona Tuela y sin espada, 
flusurranto amaiona, Dido alada, 
de ejército más coeto, de más bella 
Tepnblica ceñida, en rea de maros, 
de cortezas; en esta pues Cartago 
reina la abeja, oro brillando vago, 
ó el jago beba de loa aires puros, 
ó el Budor de loa cielos cuando liba 
de las mudas estrellas la aalira.* 

{QfmwKk.— Soledad Segwul*.) 

Todo el mundo conviene en que hay familias deagT-aciadas ; coa- 
Tengamos de hoy más en que hay asociaciones dichosas. La Iniema- 
eional espaSola tenia sus poetas bucólico en Castelar y sus rapsodas, 
sus musas en las Guillerminas de todos los países , sus detractores- 
panegiristas en Nocedal y Rodriguez , su apóstol en Garrido. i,Qa& 
faltaba á. la IntemacionaM Un filósofo, nada más que un filósofo, un 
espíritu concentrado al vapor de la abstracción , que se encargase de 
la parte exegética de sus principios por todo lo alto , y que dejase al 
mundo con la boca abierta en presencia de una metafísica petrolista 
de primer orden. Pues bien: ayer apareció ese filósofo. El Sr, Salme- 
rón es un hecho parlaidentario. Ecce homo; la pléyade directora dd 
cuarto estado se completa; el porvenir tiembla, y la clase media debe 
liar el petate. 

Convengamos también en que hay apellidos fatalmente destinados 
& ilustrarse , pegados á la celebridad como la ostra ¿ la concha. La. 
Espula de los Salmerones, la EspaQa radical, debe asi reconocerlo. La 
Tertulia, el p^odismo espontáneo y el duque de la Victoria tienen un 



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Salmerón progresista , ña otro d^ecto que el de no haber aun sido 
mimstro. B^ federalismo republicaoo tíeoe otro Salmerón que no quiere 
por ahora , ni para si ni para su partido, s^^D confesión propia , el 
poder con el gobierno, la libertad con la ampliación del titulo primero 
«(mstitucional; im Salmerón que se contenta con que le dejen hablar, 
o&eciendo en cambio respetar al jefe del Estado. El paig debe meditar 
si lecoQviene el sacrificio. £1 Congreso ha tomadora una resolución 
generosa; el Congreso ha oído ayer durante dos horas al Sr. Salmerón 
republicano, y hoy le volverá á oir. La suerte está echada. 

Es este Sr. Sahneron un jóVen cuarentón , todo lo más, con barba 
negra corrida, poco pelo, alto como deben serio todos los domÍBad(H«s 
del público, pálido como conviene serlo al genio vigilante , beba ¿«no 
vinagre, y que lleva, como la elegancia popular lo exige, prendida la 
cadena de bu reló al ojal más alto de su chaleco. Su entonación es un 
poco frailuna , con la inflexión monótonamente dulce de un predicador . 
de ftldea, lo cual no deja de ser raro en un libre pensador que no es 
probable haya oído muchas veces ai cura de su pueblo ; pero w lo 
cierto que el final de la mayor parte de sus periodos reclania un texto 
latino como cosa propia. Su pronunciación es f&cil y correcta , y su 
verbosidad adolece, como todas las grandes aflu^cias , de poca pun- 
tuación, es decir, que á veces ae ertá cinco minutos entrelazando sua- 
tMitivos, adjetivos y verbos sin el menor respiro , sin la menor orto- 
gráfica solución de continuidad, lo cual llega también á ser contagioso 
para el pulmón de sus oyentes. 

Esto en cuanto al orador extemo. Dal orador intimo ó por dentro, 
basta decir que el Sr. Salmerón fué el discipulo predilecto del malo- 
grado Sr. Sauz del Rio, y que forma en primera linea entre los que 
guardan el fuego sagrado del yo y del no yo. Gonócenle las aulas ea- 
paOolas , y gran parte de nuestra generación le deberá sin duda , ó 
grandes sueQos ó grandes escitaciooA nerviosas , según el tempera- 
mento. Ha venido á las Cortes precedido de una reputación de sabio, 
de lumbrera, de fuerza intelectual envidiable. Pero, ó mucho nos en- 
geramos, ó 3u modestia va á oponer un eterno obstáculo-á la demos- 
tración de su profundidad. Además, es necesario conocer lo que es el 
Parlamento. Los mejores cinco sentidos de un ejemplar humano sue- 
len estrellarse impotentemente en la carencia del raro sentido, común, 
exigencia eterna áé los hombres de Estado. 



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30« 

Por lo demáa, el sistema oratorio del Sr. Salmerón tían» dos aenoi- 
llas.partes, ioa procedÍDiieittos inolvidables que metodizao, por decir-~ 
Ib así, y fflrdeiian eorntantemeate el vasto arsenal de los recursos de att 
kiB}Hracion. Para todo lo que ee práctico, aplicable al momento histó- 
irico de la actaalidad, {ara todo lo que es poUtica palpitante, lacha 
personal, choque de pasiones, defi»taa propia, criterio de partido, usa 
^&r. Salmean la contumelia, e? decir, la agresión, lamjurñt,máE& 
méme actístiea, peio punzante, aguda, traspasante, c^mo é, ia, idio- 
sincrasia de un gran tribuno-conviene. Por eso syer empezó llamando 
ignorante y dwconocedor de las aulas ¿ un ministro, j guarüa negra 
á Taños eeSores de la mayoría. Diáronse estos por aludidos hasta fd 
ponto de proponer alguno que, en lo sucesivo, s» exija á loa dáputadoa 
una certificación de no haber ido á la universidad sin pasar por l&es- 
ooela; ¡comosila urbanidad jel gíoio no tnvieaen derecho áesclnirseí 

Mae para lo ñuadamental, para todo lo que es teoría, doctñna, 
expeel<»ixi de principios, ccmviecio», idea, novedad de pensamieiito ó 
áe seatimi^to, fA. %*. Salmerón usa de la BUBtnoGéioA. El suplemrai- 
to al Diccionario de la Academia francesa definfe este snstantívo &sne- 
niño (el Diockmario espaEIol n» tiene esta ni otras muchas pala)»as} 
dioionáo quee» «ría finrmadon ¿ desarrollo del embrión.» Damos esta 
breve es^dícscíon á nuestros lectores, aunque sin pretensiones, por si 
algún» di» ellos hubiera creído i primera vista que la embriogenia 
ftiese, pcH* qem^lo, alófana -nuetva pomada ó d titulo de alguna mura 
&bricacion. En Madrid tenemos una lítografia que se, llama ¿a Tw^ 
mentaria (ci^ledfll Arenal). 

Ahora bira; no puede- negarse al Sr. Sahneron una gran habilidad 
en la elección del principio á que ajusta sus ex|dacacÍQnes. La emdrio-' 
génia, considerada por S. S. en cierto sentido figurado, le sirve admi^ 
rableioente para darse &entrader sin qua lo oomprendan. El embrión 
tiene algo del cao*, alg» de la coofuaioo por derecho propio; y d se- 
Sor Salmerón, desde el punto de vista de su imprescindible filoaofia 
i^anana, al pisar los umbrales, de su vida pública, se ha dicho: Pueato 
que yo mismo empiezo y acabo frecuentemente por ño entondersfee, y 
puesto que lo que el pública puede e^rar de mí es metafimca pon, A 
y» eone^ vaciar por mi boca Á caos de ñus pCBsamieotos', r^ejarem 
mi palabra lo áoioaque yo tengo de las ideas, qué 4s el embrión, na- 
die tiene nada que echarme en cara. La embriogéiiia, 6 sea, por otro 



:y Google 



nombre, el arte de sa* incomprensible, es, puea,ydQbesermíeileiiiwito. 

¥ además, ai él Sr. Salmenm y eos correligioaarios oo tieoeQ de- 
recho A. ooneiderarlo todo, absalutaiaeote todo, en perfecto Qstado céú^ 
tico y embrionario, ^quién le tifiae? Para la escoela tnteroacionaliátA 
Boestra sociedad ae Ta, estamos en pl^w..deHCompo8LoioD, nada sxistt) 
definitivamente oonstituido, todo eat¿, ó muerto, ^ corroiapido, ó poF 
nacer. Vivimoa entire laa ruinas dd paganismo cristiano, de la propie- 
dad ladrona, de las monarquías absurdas, -de las hermcias irritantes; 
los piecursores de la segunda buena Qoeva oo pueditiii hacer otra cosa 
goe scíí&Wdos, en el inmenso cosmos de una nueva creación social, mí 
Dios coefóteo da GuUleriDina, el ipelaeio del polnre, la tierra de todos, 
el ]H«Jetariado abita: ¡tfnbiioiKs {ateaitaa, pero embriones queridui 
y santos de una banbaarie que as{H£a, en su. humanitaránw demo- 
crático, á ser universal!... 

Ptvoursor el Sr. Salm^on, y de los ra^ avtorizodoa, de <aa hu-^ 
inanidad futura, nosotros le vimos ayer o(»i el reoogimie^ , con la 
atención profuDdlsñoa que lo 3ol»enataral, lo sÚBterioAO, lo que nues- 
tra débil raioo conoce ser superiorá álla, nos ba ínspÍTOdo siempre. 
Por eso cuando el Sr. Salmerón »» hablaba de la nvr^étúa en pap^ 
ticular, como si hubiera alguna virtud que no lo fuera, esto es, que no 
fbera mortU; OBsndo nos hablaba de no sabemos qué médtd«i d$ fue te 
oHmmía el esqueleto, como ei hubiese algún pobre esquito alimea- 
tedo; cuando nos hablab^de ]&poHíéea inedora é útsipida, como ai al 
OongreBO faeee una sucursal de la fonda de Perona; cuando nos habla- 
ba de los ¡ficantes con cabala lüifutísnse, como si se mirase al eapejo; 
de las cosas inaudibles, como si el diccionario' de la lengua noexistie- 
ae; de loa e^rilus que se cogen, como el del vino y sua coosecueacias; 
ddybro individuad, como ai bubieae alguien que pudiese jactarse do 
tener una plaza en el estómago; de Xasprincipios inefables-, de laa re-~ 
presentaciones eniitaíifas, de lo imnanenie y lo trascendente, y hasta 
de comulgar con el estrecho- vinculo de una iglesia cerrada; cuando 
estas y otras sublimes frioleras por el estilo olamos al Sr. S^meron, 
lejos de sonreimos como unos, ó de aoporizarnos como otroa, ó de crujir 
como la techumbre , lo que pediauuw mentalmente al cielo era que 
nuestro cerebro no estallase de admiración, que llegásemos á compren- 
der alguna cosa, la más mínima cosa de aquella inconmensurable em- 
briogenia de osadías filosáfíco-antigramaticales! 



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Afi, no; jamás aplicaremos el espíritu estrecho de partido al juicio 
áe lo que tiene la pretensión de ser nuevo , grande ó bello. ¿Qué im- 
porta que no sea comprensible? El Sr. Salmerón empezó por decir, 
'Como buen íudÍTidualiata, que el sufragrio universal es un poder j do 
tui derecho , j acabó, como buen krausista, ó socialista, por reconocer 
que todo poder es limitable. Y porque no entendiéramos esta y otras 
hermosas contradicciones, ¿hablamos de n^ar el fuego recóndito , el 
talento que las engendra? Nunca. Si no admirásemos mis que lo com- 
prensible, ¡medrados estariamosi Hay, por ejemplo, un gran poeta de 
nuestra literaria edad de oro, el célebre , el ilustre Oóngora , en cayo 
cordobés sepulcro hace poco tiempo nos arrodillamos. Pues bien ; para 
espresar nosotros con la posible exactitud nuestro juicio sintético so- 
bre el Sr. Salmerón , debemos llamar á eate el Góngora parlamen- 
tario. 

Lean nuestros suscritores el trozo endecasílabo que de propósito 
hemoe puesto al frente de este articulejo, y por la impresión que, des- 
pués de nieditarlo, les produzca, saquen la consecuencia del efecto 
que el discurso del elocuente culterano federal nos produja ayer. Y no 
iué, no fué ciertamente á nosotros solos. También hubo grandes poli- 
ticos, grandes inteligencias que nos imitaron en el silencioso recogi- 
miento, en la fruición secreta con qae escuchamos al orador. El señor 
Roiz Zorrilla, sin ir m&s lejos; recordamos que lo que habia que ver 
ayer tarde era la cara que ponía el Sr. Ruiz Zorrilla al oír al Sr. Sal- 
merón. Se adivinaba en ella la aecreta relación de las almas y de los 
cerebros del mismo temple. ¿Será también filósofo alemán el Sr. Ruiz 
Zorrilla? Era lo único que nos fiütaba. 



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EL SÁBADO NEGRO. 



(30 de Octubre.) 

Bt Sr. D. Manuel Ruiz no pareció anteayer por el Congreao. ffisa 
lien; porque aparte la tregua satíeñu:toria que con este mom^táneo 
eclipse proporcionara & loe que no opinan que el verle aea una satisfiío- 
cion, ai el Sr. Ruiz hubiese B3istiáo & la sesión del B¿bado, acaso 4 
eetaa horas au situación de ánimo seria mocho peor de lo que es; acaso 
\& stonia intestinal de que desgraciadamente padece ae hubiera cam- 
biiuio en esa otra atonta ¿tica, como diria el Br. Salmerón, que el mi- 
go llama ictericia, y que consiste en ponerse de acuerdo el corazón, 
que sufre, y la bilis, que ae altera, para hacer del hnmano espíritu qd 
manantial de tristezas. 

Hay «na cosa 4- la cual nosotros tenemos miedo, verdadero miedo; 
ana cosa temida profundamente por nosotros, que, gracias á los dere- 
cbos individuales, hemos perdido ya á miedo á cosas muy conting«n- 
tes, nosotros, que nos paseamos ya entre ciertos elementos políticos 
sin apretar instintivamente el pnSo del bastón; y esa cosa es ver llorar 
algún dia, alguna vez al Sr. Ruiz. Nosotros hemos visto llorar cieai 
veces & Olázaga, hemos visto llorar á Figuerola, y si dijéramos que 
esto nos ha conmovido, no señamos fíeles cronistas de nuestro senti- 
miento. Pem « el jefe del partido radical llega alguna vez & derramar 
ligrimas en nuestra presencia, lo confesamos, estamos perdidos; ln 
idea del hombre bonachón y sensible sustituiría en nuestra conciencia 
al juicio qne nos tnerece el estadista, y tendríamos que abandonar i la 
historia este gastoso encaí^ con que procuramos se^ir por su ma- 
geatuosa órbüs al astro del radicalismo. 

80 



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3P« 

Es, pues, indudable que el 3r. Ruiz hubiera tal vez vertido el sá- 
bado, sobre su esculo del Congreso, el llanto sintético y complejo del 
patriota y del hombre de partido: del patriota, por ver al Parlamento 
de au país con aires de juzg-sdo de primera instancia; del hombre de 
partido, por ver que sus amigos son los que hacen el gasto en estas re- 
sidencias semanales. 

Y ambas cosas pasan, por desgracia. ¿Por qué pasan? El jóren 
marqués de Sardoal cree que la culpa de estos sábados está en la reac- 
ción, que se ha propuesto disecar moralmente al cimbrismo. Nosotros 
no lo creemos . Nosotros nos inclinamos á creer que esas cosas pasan los 
sábados, ya sea porque el sábado es un mal dia, día de trasgos, ó ya 
sencillamente porque, siendo como es la actual situación una especie 
de tregua tácitamente acordada entre las fuerza-s políticas que han de 
sustituirla, natural es que durante ella, como en un triliunal impar- 
eial, se depuren ante la opinión los méritos y servicios de nuestras 
eminencias. 

Pero seamos justos: como hombre de partidoj-el jefe del radical no 
tiene que verter las amargas lágrimas del desengaOo á de la cólera 
impotente, sino esas otras dulces lágrimas que la Providencia ha 
puesto también al servicio de la Intima y noble satisfeccion, del ojec- 
tivo decoro satisfecbo. También llora el orgullo; y muy grande y con 
la frente muy alta debe sentirlo el Sr. Ruiz al considerar la compaQia 
con que se ha lanzado por las asperezas del patriotismo á salvar la re-. 
vdacion y la libertad. ^Qué han perdido los seSores radicales que has- 
ta ahora han tenido casualmente que explicar ciertos acins de su vida 
pública? Nada, porque dichosamente nada tenían que perder. 

No se volvió á tratar el sábado de la compatibilidad del Sr. Pe- 
llón, ni habia para qué. Probado en su dia hasta la evidencia que el 
Sr, Pellón habia hecho oportunamente dimisión de su empleo en Áfri- 
ca, está probado qiie solo por un error oficinesco se le ha venido in- 
cluyendo en nómina hasta el mes próximo pasado. El sábado se trató 
en primer lugar dé una cosa que le pasó al Sr. Rojo Arias siendo go- 
bernador de Madrid. Y la cosa es lo más sencillo del mundo. Presen-. 
tase una persona viva en nombre de otra muerta, á dar al goberna- 
dor 10.000 reales para los pobres. El gobemadoi' expide recibo de 
la suma. Esto era en junio, en octubre la testamentaria del fínado 
j la diputación provincial de Madrid preguntan dónde está el di-^ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



mero, y el Sr, Rojo Arias les envía 500 duros, ¿Qué hay en eato de 
particular? 

Lo único particular del caso ea el desprendimiento del Sr. Rojo 
Arias, porque hay que advertir que los 10,000 reales últimos son uu 
doble regido hecho por el Sr. Rojo Arias á la henefícencia. Los pri- 
meros, los de la manda, el Sr. Rojo Arias los repartió privada y con- 
cienzudamente de tal modo, que, á no ser por ellos, sabe Dios lo que 
hubiera pasado con el orden público. ¡Bonitos estaban entonces el Sa- 
ladero y el asilo del Pardo! Solo que, el Sr, Rojo, con la indolencia 
propia del que descansa en si mismo, no cuidó de dejar, á su salida 
del gobierno, los comprobantes de !a inversión, y ahora resulta que, 
siendo y no siendo condicional y discrecional el reparto, según reza él 
mismo recibo del ex-gobemador, el Sr._ Rojo se ha visto obligado, 
por un exceso de delicadeza, Á dos cosas, á saber: primera, ¿ expiar 
su hidalguía haciendo de su propio peculio una limosna tan crecida; 
y segunda, á presentar los recibos del Pardo y del Saladero.. Lo pri- 
mero está ya hecho, y lo segundo se hará, sin duda, pronto y íkdl- 
mente. 

No merece, pues, el asunto la pena de que se hable más de él, co- 
mo no mereció, imparcislmente lo decimos, que se tratará en el Con- 
greso con tal detenimiento. Ni el Sr. Merelles, presentándose armado 
con la ley de contabilidad y el Código penal, ni el Sr. Romero y Ro- 
bledo, opinando que la honra no debe tener otras tapaderas qu6 las de 
cristal, nos parecieron que empleaban bien el tiempo. Es necesario, y 
lo es cada dia más, que aprendamos á saber lo que, desde el punto de 
vista de los intereses públicos, merece la pena. Y de esto ea buen maes- 
tro £1 Imparcial, que no ha dicho una palabra sobre tales fruslerías 
-parlamentarias, ni la dirá. 

Terminado este incidente, se levantó otro diputado, el Sr, García 
Martino, á contar al pais , por via de interpelación al gobierno , sus 
impresiones de viaje por los montes de Balsun; y naturalmente , salió 
á relucir el ya célebre expediente de ventos y cortas en aquellos pina^ 
res, de que el Sr, Montejo trató hace meses en'el Senado. Pero ¿qué 
resultó? Que hubo otro radical aludido , el Sr. Fernandez de las Cue- 
vas, socio de la csmpaSia maderera que compró al Estado aquellas se- 
gY>viana8 fincas, y se empeSÓ un nuevo debate. El ministro hizo his- 
toria y comentó ; dijo que las fincas no debieron venderse, que los 



:y Google 



linderos estuvieroo muj mtU hechos, qué se han cortado algunos ini~ 
llares de pinos por hachas poco respetuosas , j que este es un asunto 
que solo puede arreglar la justicia. El 3r. Cuevas , después de des- 
mentir en ciertos detalles , j con la raajor llaneza , al ministro , le^ 
un articulo de cierto diwri» de Segovi» , y ]»obó qoe el negocio en 
casó ruinoso para los compradores, y nada íaéa. 

Abort bien ; no habiendo presenciado el St. D. Manuel Ruiz la 
discusión, no habiendo podido entemecerae presencialmente , sus amí- 
licos 7 conteiFtulios fttr?leron neceadad de contarle por la noche lo que 
habut pasado, y ea su consecuencia la aurora del domingt» vio repar- 
tirse esquelas de llamada j troph entre laa huestes del radiealiano 
para una reunión que tuvo efecto por la tarde, & la hora de los toroB, 
y oayoe detttlles damos i nuestros leotorea en otro lugar de este nú- 
mero. Bl resultado moral de eeta reunión no debe hacerse esperar ; ei 
país T6rá eA lo suoesiTo qué clase de hombrea , de virtudes y de rac- 
titades fotmaa el partido más progreavo dentro deja Oonstitucion. 

Por lo deflj&s, no nos extraüa que el jefe del radicalismo se conmo- 
viera ayer tarde en el senode sus amigos , hasta el punto de hacer eso 
que nosotros tememos tanto, eao^ue nosotros no queremos ver; hasta 
el punto da teoei' que enjugarse loa ojos oon el metacarpo. ¿Quién 
plantad en el seno de la revolución la-cuestion de moralidad? D. Ma^ 
Diiel. ¿Qoién fundó aquella especie de lazaretos politioos del Escorial 
y Tablada? D. ManU^. ¿Quién habló desde Cartagena como Tácito, 
salvo el estilo? D. Manael. ¿Quién dio con estas genialidades purita- 
nas tantos disgustos al general Prim? D. Manuel. ¿Quién, en fin, mo> 
tivó Ins manifestaciones de músicos , soldados y estudiantes en pro y 
lo(»- del caído mnt^0n0 de la moraUdadi D. Manuel. Suya y solo 
suya ha sido la iniciativa; suyo, perfectamente suyo, ea el lema santo: 
lo que hoy pasa es su obra ; dejemos recogerla cosecha al sembrador, 
y respetemos la emoción del a^a satisfecha. 

jÁhl ¡qué importan los obstáculos más ó menos de£)rmes ó cena- 
g(ffios que una empresa tan benemérita puede hallar en su camino! 
jQué importa al general de genio que da una batalla , el ver caer á su 
lado algtm amigo, algún hermano de armas, ó verles caer á todoa? 
¿Qué importa que el Parlamento dedique un día por semana á ver lo^ 
puntos negros en acción , ni que tragamos desde anteayer un sáAado 
negro que recordar comn los ingleses recuerdan su célebre viernes del 



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mismo color? Lo que D. Manuel Ruiz quiere salvar ea eu patria, la 
monarquia, la dinastía y sus futuros ministerios, y no sus afecciones; 
lo que D. Manuel Buiz ha querido fundar, sobre todo desde que el ge- 
neroso cimbrismo le ha dado la jefatura de la pelea, es un gran partido 
y no im correccional. Adelante, pues, y á fundarlo, aunque haya que 
' ponerle por cimientos lospedazos delcorazon. ¡Ah....! 



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EL TROVADOR. 



(II de Noviembre.) 

Sin que esto sea ofenderle: ¿iay entre nuestros lectores alguno que 
trasnoche? Lo decimos, no porque desconozcamos que el recogerse tar- 
de es un derecho individual de los más sagrados, sino porque pudiera 
suceder que en algún lector amigo se reúna la doble circunstancia de 
retirarse de noche k las altas horas y de pasar por la plaza de Oriente; 
y en este último caso debemos ponerle al corriente de un hecho que, 
al decir de más de un sereno veraz, se está Terificando todas las ma- 
drugadas con la fatal fijeza de las cosas que se repiten. 

Dícese, en efecto, que en esa« últimas horas de la noche, en que 
es preciso ser polizonte ó enamorado para no concebir la obligación 
del sueílo, se ve rondar por las cercanías de palacio un humano bulto 
negro, muy negro, un hombre embozado en» luenga capa, que se su- 
pone sea de paiío de Castilla, y el cual, paseando unas veces desde la 
acera de las caballerizas hasta los arcos del cuerpo de guardia, otras 
sentándose en los canapés cpie dan vista á la puerta del Príncipe, otras 
recostándose en el pedazo de la verja central que mira hacia el mismo 
punto, se pasa asi los fríos momentos de las últimas tinieblas, hasta 
que los gorriones madrugadoi*es exhalan su primer pitido matinal, y 
las puertas del regio alcázar se abren con el dia á empleado^ y depen- 
dientes. 

Dicho bulto ofrece, según la relación de testigos presenciales, ade- 
más de la imponente singularidad de su aspecto fantástico, la extraQeza 
de dar unos suspiros profundos que indudablemente nacen de las hon- 
duras de un corazón sensible, y sobre todo la novedad de recitar perio- 
dos enteros, en verso y prosa, de nuestros más célebres escritores mo- 
nárquicos. Las palabras Re^, lealtad, sacrijício, avior, dinastismo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



•^entidad, suelen, á despecho de su embozo, herir el ñresco ambiente 
y los oídos del que por acaso le escucha: y no ha feltado observador 
que haya notado la reciente humedad de ta tierra en el sitio que el 
fantasma ocupara por alg-un rato. Indudablemente, pues, porque no 
es creible otra cosa, ese bulto es un bulto que llora. 

Pero hay más: una persona, desocupada de oficio, que se propuso 
bace 3>o6aa noches ver por sí misma el desenlace de esa misteriosa 
Tonda, digna de los tiempos en que no habla gas, nos ha dicho que el 
embozado, al lucir, como de costumbre, la indiscreta aurora, tomó por 
la calle del Arenal, dirigió én la Puerta del Sol una mirada épica al 
HÜnisterio de la Gobernadoa, siguió por la calle de Alcalá., volvió por 
la de Peligros, cruzó por la del Clavel, costeó la plaza de Bilbao y se 
metió por la entreabierta puerta de una casa'de la calle de Saa Mar- 
cos. Y nosotros decimos, en vista de todo esto, que ese embozadopue- 
de ser muy bien el Sr. Ruiz, 

Nada, efectivamente, tiene de estrafioque elSr. Buíz duerma poco, 
Á pesar de su temperamento antinervioso, ni que hable solo , & pesar 
del concepto, poco fevorable que, según confesión propia, tiene de su 
palabra, ni que salga & la calle á horas inverosímiles, & psaar del re- 
Cuerdo de la de San Roque, ni hasta que tenga larga y confor- 
table capa, á pesar de que anteayer mismo nos dijo en el Congreso, 
con una elevación vertiginosa , que tiene la desgracia de no, tener 
tanto que perder como el Sr. Candau. Nada tiene, repetimos , de es- 
traDo que el Sr. Ruiz haga esas cosas en el actual momento históri- 
co, puesto que, sea dicho p.ira honor suyo, el Sr. Ruiz está hoy día 
de la fecha en el apogeo, digámoslo asi, d^su monarquismo. 

Y seamos francos: las almas superiores no sienten ni deben seatir 
■como sentimos los simples mortales; las afecciones, las pasiones , las 
preocupaciones, sise quiere, tieneursiempre en ellas procedimientoa , 
fórmulas, actos, demostraciones que distan de lo vulgar todo un abismo 
de formas. En un hombre como el jefe de palea de los cimbrtos , en un 
■corazón de su temple, lo que hay que ex.traSar es que un principio» 
un sentimiento especial eche raices; pero una vez echadas , una vedi 
animado y poseído el gigante, ¡atrás la humanidad rutinaria! ¡paso & 
<latí originalidades del genio! ¿Ü3qu' se trata? iÜ3 aer buen monár- 
-quico? ¿De velar por la dinastía'* Nosotros, los pigmeos del monar- 
quismo, nos damos por satisfechos con dejar ese cuidado á las virta- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¿es de la real &nülia y al amor dd pueblo; pero el Sr. Euiz.y loe qua- 
al Sr. Ruiz se parecen, que, en honor de la verdad, son pocos, quieceo» 
delten, pueden y saben hacer, al efecto, no solo lo original, sino luiat» 
lo imposible! 

No recordamos qué santo 6 qué sibio decía que la noche que ¿a 
Bcoetaba sin haber consumado una buena acción, se acostaba triste y 
daba el dia por perdido; lo que si puede aseg:urarse es que ese sant) :> 
ese s&bio no era radical, porque todavía (A radicalismo no tiene mar- 
tirologio. Pues bien; al Sr. Ruiz puede muy bien pasarie con su mo- 
narquismo lo que al filántropo. La noche ó el dia en que el Sr. Ruiz 
ae acuesta sin haber visto por sus propios ojos qae el r^io hog«r est& 
bien cerrado y tranquilo, que el general Gándara, an amigo pwticu-' 
lar, ha establecido bitn el servicio, que Madrid duerme el sueQo de loa 
pueblos contentos con au rey, que la naturaleza entera se asocia áeüta. 
tranquilidad monárquica; la noche que vea acostarse al Sr. Ruiz sin 
Itaber recitado, por via de picaría, UQ troz) selecto de algún inepira- 
do amante del trono, esa noche (¡no queremos pensarlo!) pudiera muy 
bien ser la última del Sr. Roiz sobre la tierra. La vida del seotúnien— 
to tiene sus leyes inexorables para los grandes esjñritus. 

Y además, téngase presente, para comprender y justificar esoa 
tieraoB extremos del monarquismo del Sr. Ruiz , no aolMnente que di^ 
^o seüor ha sido presidente del Consejo de ministros, por más que á 
€í le parezca todavía un suefio; no soUmente que la monarquía es d 
primero y más lógico de los fundamentos para la ambidon de un mo- 
n&rquieo, sino lo que el Sr . Roiz ha conseguido á estas horas de las re- 
giones en que la nñnarqui&vive y se agita. Al Sr. Ruiz le huí dicha 
sos enemigos que es un monárquicoeñmero, condicional, depara, du- 
doso, apócrifo, frigü y versátil. Al Sr. Ruiz se le ha dicho — ¡qué uo 
m dice en este pais á las gentes! — que en el seno de au partido se ocul- 
ta el fiUbusterismo como la víbora entre flores. Pero el Sr. Ruiz. 
dijo anteayer á la &k de la patria que sus enemigos perderán d ti»n- 
po lastimosamente ¿siguen diciendo eso, por la razón sencilla de qus 
todo eso no hace ya efecto en ciertas regiones. ¿Puede decirse más en 
lo humano? 

jAb! no; cuando el Sr. Ruiz loba dicho, sus motivos tendrá, sus. 
precauciones habrá tomado, sus noticias fidedignas habrá recibido. Ya 
ao ae duda de su monarquismo, ni de su espaSolismo en ciertas regio- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



nes; ya se ha hecho en ellas justicia á su amistad transitoria con los 
republicanos, á sus tendencias compasivas para con el derecho al tra- 
bajo y á sus ligamentos con los reformistas a imírance de las Anti- 
llas. Gracias á Dios, el grande hombre respira, la losa de plomo que 
gravitaba sobre sn corazón cede el psieto í la esperanza. Vivimos en 
el mejor de los sig-loa, de los países y de los aSos. Una monarquía que 
cree en el monarquismo del Sr, Ruiz; ¿concíbese cosa más grande? 

¿Qué estraSo, pues, que el Sr, Ruiz dedique todera los instantes de 
su vida 4 cumplir los deberes de su gratitud monárquica? ¡Arboles de 
la plaza de Oriente, que ,^npezais á deshojaros; pájaros que en ellos 
anidáis aun, guardas y vigilantes del orden público que cabe ellos 
discurrís nocturnamente; caballo de bronce de Felipe V, acojed con la 
benignidad del respeto al trovador radical que os recita por la madru- 
gada las endechas de su regia fé : una gran paston habla por su boca, 
y hasta qne ^ Sr. Sagasta forme ministerio no pnede asegurarse qaa 
esa gran pasión se mitigue! . . 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL TBIONFO DE LA ESTATURA. 



(14 de Noviambre.) 

Bien nos lo daba el corazón; el joven Sr. Ruiz no sa quedó ante- 
ayer en la cama impunemente. Parece mentira lo que ayuda la posición 
horizontal ¿ ciertos cerebros de actividad difícil; el mirar al techo es 
poco menos que mirar al cielo, y del cielo bajan las'grandes ideas. 
Cuando el domingo ¿ prima noche, después de los novillos, la flor del 
radicalismo fué é, visitar á su j«fé, ya éste habia resuelto bajo su col- 
cha tres cosas; primera, poner de nuevo é inmediatamente & su queri- 
da monarquía, que no puede disolver las Cortes hasta despnes del 
día 16, en el conflicto de no tener gobierno para este Congreso; se- 
gunda, dar ayer mismo, lunes, al ministerio Ualcsmpo, la mortal 
batalla que, con ayuda de los republicanos y carlistas, pero como buen 
dinástico, después de todo, le preparaba desde el primer dia; y t«rcer», 
que hablase al pais, en su nombre, el Sr. Moncasí. 

Dicese que las dos primeras partes del meditado plan fueron na- 
turalmente acogidas por un ¡hurra! que atronó la alcoba. La única 
que motivó alguna observación tímida, fiíé la tercera, la elección con- 
creta y personal del ex-subsecretario del Sr. Ulloa, para empezar el 
combate, Y á este -respecto, asegúrase que el Sr. Ruiz se expresó, 
poco más ó menos, diciendo : «Caballeros, lo he pensado mucho. Uon- 
caai es lo más grande de la democracia. A Vda. les &lta la fé del ta- 
maSo; á mi no. Yo he leido la historia. Eso de que los hombres no se 
miden por varas es un triste consuelo de los que crecen poco. Caballo 
grande, ande ó no ande. Si no hubiera sido par su tamaño, ni Goliat, 
ni Sansón, ni San Cristóbal, ni aaaao Mendizábal, hubiesen Helada 



D,gH,z'ed.yGOOgIe 



liasta noeotros. Yo he cooocido, siendo müo, á un gigrante vizcaíno 
que me hizo grande efecto; deajle entonces creo en la teoría del tam- 
bor mayor. Si Fernandez de laa Cnevaa fuese m¿8 alto, no se le su- 
"biria nadie á' las barbas en lo de Balsain. Lo dicho, pues; á Uoncasi 
me atengo.» 

Y dicho y hecho. En la sesión de ayer, aun antes de que el carlis- 
ta, unionista antig'uo, Sr. Puga, acabase de apoyar su proposición de ~^ 
'eensura al seSor ministro de Hacienda, ya el Sr. Moncafii brillaba en 
su asiento con la doble magestad-de au magnitud y de la grave misión 
que au partido le encomendaba. Llegó el momento. Un seSor secreta- 
rio leyó la proposición batallona. El Congreso pasó con &cil benevo- 
lencia las treinta &lta3 gramaticales que coutenian las veinte pala- 
bras de su texto, y en el mismo sitio en que suele alsarse el jefe de 
pelea, se alzó el Sr. Mioncasi como diciendo: «Yo soy un Ruiz con pa- 
tillas.» Dicbó se está, por lo demás, que todos ó casi todos sus correli- 
g-ionaríos le rodeaban trémulos de entusiasmo, radiantes de gozo, co- 
mo si olfatearan la victoria tras del grande hombre. Únicamente 1(» 
señores Martos y Bivero, aquel con un gesto de concentrada escama, 
y éste con-cierta palidez sorprendente en su fisonomía persistentemen- 
te sanguínea, parecían presentir el fiasco. Los que se hallaban ausen- 
tes corrían por Madrid anunciando para anoche mismo la caída del 
gabinete. Cada cuál, pues, estaba en su puesto. 

«Señores, vino á decir el Sr. Moncasi: los firmantes de la proposi- 
■ cion que me permito apoyar, cumplimos un triste deber, penoso y sa^ 
grado por iguales partes, al resolvemos ¿ decir á este gobierno cuán- 
tas son cinco. Creed, pues, ante todo, señores, creed previamente, creed 
por via de exordio, que, á pesar de ser hombres de gran desinterés é 
'' independencia, la mayor parte de los firmantes, empleados ayer, hu- 
biéramos querido serlo hoy, para tener una razón lógica con que re- 
chazar el doloroso encargo. La suerte, empero, lo ha dispuesto de otro 
modo, y ¿qué hacer? No tengo más renjedio que probaros que este mi- 
nisterio no representa á ninguno de los partidos militantes. ¡Oidmel! 
{Sensación, pausa; el Sr. Moncasi peina con sus dedos sus patillas in- 
g;lesas, y continúa.) 

SeSores: que el actual ministerio no representa al partido republi- 
cano, ni al tradicionalista, no soy yo quien os lo dice: os lo dice lafi- 
losoñaen primer término, y esto basta. Que el actual ministerio no es 



D,gnzetir,yCOOl^IC 



moderado bistórico, lo dic«n las biografías de bub individaog. Qa» á 
actual mÍDÍsterio QO-represMitA á la unión liberal, lo digo 70; & pea» 
de lo que algusoB amigY») míos me calientan la cabeza para esplicann» 
á apoyo plat^Meo qoe la unión liberal está dando al gabinete. Y, por 
ultimo, que el actual mÍDÍsterío no representa al partido progreeista, 
lo dicen estos escaBos. Porque, seSores, ¿dónde eetamos, ee decir, dón- 
de están loacimbríos? Loséimbrioa están Ó estamos en la oposición, aquí, 
en estos bancos, á mi 'lado. Ahora bien; puesto que ese ministerio que 
me escucha, á pesar de los ciento cincuenta diputados que le acompa- 
ñan, no tiene á nadie detrás, menester es que ese ministerio wóoimo 
se vaya: y á esto tiende mi propo8Íei(Hi, No puedo más. He dicho.» (El 
Sr. Moucasi se sienta: grandes rumorea de felicidsd radical. El seBof 
Ruiz guiüa el 030 como diciendo: ¿no lo decía yo? El Sr. Iüvoto y d 
Sr. Martos signen pálidos.) 

Hay que advertir que el Sr. Moncasi pronunció au discurso muy 
en&dadd, sumamente enfindado, tal vez porque en efecto lo estuvÍCTa, 
al verse á aquella altura, ó tal vez porque á su experiencia no se ocul- 
ta que el mal humor tiene su elocuencia, que loa gritos sistemáticos 
son un recurso de arte como otro cualquiera. El ministro de la Gober- 
nación, Sr. Candan, lo tomó, sin embarga, por otro estilo, y ct»i á 
aplomo benévolo, y con la cortesanía amigable, y con la tranquila 
modestia con que pudiera haber contestado á los gigantones del Jlfoli^ 
ncro de Sviiza, dio las gracias al Sr. Moncasi y aus eompaQeros por 
la apoteosis indirecta que habían hecho del gabinete, no reconocién- 
dole otra maldad que su falta de cimbrismo; excusó al mitústerío de 
haber aceptado, en principio, el {wograma del anterior, ñindándose mi 
que aquel prtMnetia salvar el orden público y nivelar el preaupqesto, 
cosas ambas por las cuales este gabinete ha hecho, de vodad, lo que 
ha podido; y llamó la atención del Sr. Moncasi sobre la diferencia que 
puede haber entre Xos fuertes que engañan á su país, y los débiles que 
le dan lo que le ofrecen. • 

Después hizo el Sr. Gandau un llamamiento al monarquismo de la 
democracia, escitándola á reconocer como gobierno legal, de hecho y 
de derecho, á un ministerio nombrado por el rey; trató, desde el pnn- 
lo de vista de la comparación, la cuestión de alianzas, y declaró que 
entre la de los republicanos y carlistas, amigoa del radicalismo, y la 
de elementos y fracciones constitucionales y monárquicas, este minÍ9- 



D,gmzed.yCOO^Ie 



lerío tenia la desgracia de optar por las últimas; se mostró dispuesto á 
•que en este debate se trate de todo, de hombrea j de cosas; recom^idó 
al St. MoQOasi, para cuando sea ministro, el siatema dinástico de este 
gl'abiuete, que ha prooiirado traer todos loe elementos ()ue ha podido 
«Irededor del trono revolucicHiario; y, por último, concluyó pidiendo á 
I» Cámara, á toda la Cámara, que tomase en consideración la propoei- 
<ion de los cesantes. 

Y aquí íaé Trbya. Cien rayos que hubiesen caido ¿ las í^ichas 
jdailtas del mejor mozo de los oradnes; cien truenos que hubiesen aú- 
1)itainente estallado en sus didos; cien dimisienes de cien subsecreta- 
rías admitidas, no hubieran hecho al Sr. Moncasirj 4 la mayoria de 
au3 correligioaarioft el hofriUe efectp que el ruego del Sr. Candau á 
la CámartL, atendido desde lue^ por ^la, lee hizo. Una confudion in- 
fernal de gritos, de quejas, de aullidos, de im|)reGaciones, de exclama- 
' 'Cíonra iracundas é inconcebibles, envoMó de pronS) á los radicales. 
£1 Sr. Moncasi gritaba que era absurdo lo que el ministroi quería; que 
la proposición no debia ser tomada en con^decacion sino por la coali- 
ción federal-carligta-democrática, que el ministerio debia aer derrota- 
do en seguida, que el país y ellos lo esperaban y lo pedian con mucha 
necesidad. Uno decia: ¡traición! Otro: ¡Pues estaría eso bueno! Otro: 
¡Que llamen á Carmena! La campanilla del presidente se agitaba en 
vano; los espectadores reían, á pesar de los porteros; la cabellera del 
Sr. Uoncasi se agitaba al viento, como si jamás la hubiese visitado el 
peine. Fué un momento de verdadero caos. 

Por fortuna, los jefes del radicalismo se hicieron cargo del inmenso 
ridiculo esencial que el caso entraSaba, y el Sr. Ruíz, conociendo, 
aunque tarde, lo infundado de su confianza en el desarrollo físico, y el 
Sr. Rívero conteniendo á duras penas su bastón entre sus manos, y 
el Sr. Martes dando loa más agudos y elocuentes gritos que jamás le 
hemos oído, hicieron comprender al Sr. Moncasi y á sus jaleadores 
que, políticamente considerados, eran unos infelices; que el acusado 
el gobierno, estaba en su derecho al querer ser oído, en amplísimo 
debate, por la nación; que esto era irremediable, y que lo mismo dan 
tres días más que tres dias menos. Y el conflicto se conjuró, aplacóse 
el tumulto, tomóse en consideración la proposición por unanimidad, y 
el Sr. Navarro, nuestro amigo, empezó á apoyar otra de «n» há lu- 
^ar á deliberar,» con un disciirso que hoy deberá concluir, y del cual 



D,gH,zed.yGOOgIe 



31f) 
nos ocuparemos maHana, dando lugar mientras tanto ¿ que lo lea el 
g^pneral Oórdova, 

DsaparraicAronse p3r pasillos y salones los cariacontecidos radica^ 
les. y diceae que al encontrarse en la semiowuridad de uno de ellos el 
Sr. Martos y el Sr, Ruiz, aquel dijo á este con la soma arHstica de que 
sabe hacer uso : «buen porta>--estandarte ha elegido Vd . Tanto valia ha^ 
ber colorado de un palo nuestro penden.:» Y dicen que D. Manuel le 
contostó: alo confieso; la estatura, y no lo tome Vd. ¿ mala parte, e& 
para mi una seducción. El mozo no ba, estado, sin embargo, ¿ toda üu 
altura, pero había que ir & Roma por todas, y ¿' mi me parecía que 
debíamos presentamos ante la opinión con la ñierza y la bondad dig- 
namente representadas y encamadas. Por lo dem&s, no se ha perdido 
todo, puesto que las tribunas deben haber oido perfectamente á nues- 
tro amig^). Si yo hubiera sido él, cojo de una de ellas á un periodista 
y se lo tiro á Malcampo. Ahora lo que es menester es que no resulten 
del Amplio debate muchos puntos negros, ho demás, déjemelo Vd. é. 
mi, yo lo arreglaré con Oórdova.» 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL PRIOB. 



(28 áa Noviembre.) 



• El hambre públi ca debe arregl tr- 
« tt la Bltuacion ea que ae encuen— 



NosotroB conocemos un radical que no está enteramente triste. Es 
todo lo butín sugeto que cabe dentro de la especie , y aunque no ae le 
puede llamar, con gran propiedad, filósofo, cree, sin embaí^, en la 
eterna ley de las compensaciones. Según él, nadie tiene derecho é. 
quejarse del invierno, sabiendo que ha de venir el verano á desvirtuar- 
lo; las espinas de las flores no son más que el realce de su aroma, y la 
nnion liberal esti bastantemente compensada por sus instintoá con- 
servadores, que la han de hacer odiosa mientras subasta una tertulia - 
en la tierra. 

En ningun ser humano de los que nuestra vital carrera nos ha 
hecho hasta ahora conocer, hemos hallado tan arraigada y cumplida 
la popular sentencia de que el que no se consuela es porque no - quie- 
re. Cuando se ha discutido en el Congreso algún panto negro, le he- 
mos visto resignarse al pestífero debate con la esperanza de que fuera 
el último. Le hemos visto poner cara apacible, si no satisfecha, hasta 
cuando ha hablado Soriano Plasent. Le hemos visto, en suma , aricar 
siempre & las contrariedades del radicalismo esa conformidad moral 
con que ciertos seres privilegiados, desde el cuadrúpedo de labor al 



.y Google 



iiiÍBÍonero tíTaog^lico, llevan ligerameate la carg'a de la existencia y 
desinienteii heróicaioeate la teoría imiveraal del sufrimiento. 

■ Ayer, sin ir más lejos, quisimos noaotrcM felicitarle por la entereza 
de ánimo con que está soportaiido el nuevo aplazamiento que , por lo 
Tiato, han fijado las circunstancias á un nuevo ministerio-Górdovs. 
Cierto politico malévolo, de esos que hurgan sin piedad las llagas del 
«orazon, le estaba hablando de 00 sabemos qué orangután encontrado 
por todo un partido en una madrugada reciente ; j nuestro hombre, 
después de oír coala sonrisa en los labios las sangrientas puyas del 
chusco da oficio, y no bien se hubo éste alejado, nos hizo las siguien- 
tes reflexiones que para honor suyo y de su parcialidad no vacilamos 
«n consignar imparcialmente. 

«La vida, nos dijo, es un rosario de miserias, cuya última cuenta 
nadie puede jactarse de haber pasado nunca entre sus dedos. Job, en 
el muladar, parece ser la expresión extrema de las desgracias; pero 
¿y las moscas que le oian quejarse? ¿Quién puede señalar la última es- 
fera de la desventara? Cuando en mis horas de desfallecimiento, y é, 
solas coü mi conciencia, me he confesado á iri propio que para ser 
hombre político .no me basta el ligero barniz de primeras letras de mi 
inñmcia, único pulimento de mi naturaleza inteligente, y he llegado 
á sJSpechar que no seré ministro; cuando esto me ha pasado, no he 
tenido más que fijarme en algún correligionario de los que última- 
mente han ganado bu tratamiento de excelencia, para sentir en mi 
coraaoQ el calor dulce y vivificante de la esperanza.» 

«No niego, aSadió, que mi partido haya dado un traspié de esos 
cuya inexorable consecuencia auele ser el romperse la crisma. Pero, 
por ventura, ¿debemos por eso , los radicales , creerlo todo perdido? 
¡Valiente barbaridad seria el imaginarlo siquiera! Aparte de que el 
batallón de Cantabria que fué á África no se ha de estar siempre allí; 
aparte de que en las próximas elecciones pueden ser elegidos muchoa 
republicanoa amigos nuestros; aparte de que el mejor día puede un 
«oche de la casa real ser detenido en la calle por una voz patriótica 
que indique al monarca el ministerio que á nuestra felicidad y ala suya 
conviene; aparte, en fin, de los mil medios que la Uberted bendita dos 
ofrece aún para ganar el poder en un abrir y cerrar áe ojos, todavía 
mi partido puede hacer grandísimas coeas , para seguir mereciendo la 
«dmiracion del mundo. Y yo mismo, en la noche del viernes, me per- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



%iiti aconsejar á D. Manuel uiia cosa que no tengo inconveniente en 
-contar & Vd., y es como sigiie: 

Serian las tres de la madrugada, paCo mks ó menos. Ya había y» 
becho en mi escaSo la digestión de la comida que á unos cuantos radi- 
cales nos habian pagado los carlistas , compuesta de sopa , tres platos 
y vino á destajo. El antip&tico Malcampo no parecía por el b&nco azul. 
Los primeros rumores de suípension ss difundían por la atmósfera 
como 1^ veneno fluido, y á pesar de su inverosimilitud, me empezó ¿ 
entrar una escama horrible y ¿ dominarme el mis negro presenti- 
miento. Entonces me fui & buscar & D. Manual k secretaria. Estaba 
solo, sentado ante uña chimenea que chisporroteaba A sus pies con una 
combustión diñcil; coúsumianse las velas en los candelabros ; los res- 
tos de un servicio de thé con rom se eihibiao fantásticamente sobre la 
mesa. To me acerqué al jefe y le dije: D. Manuel , tengo una ¡dea. — 
Lo dudo, me contestó; pero, en fin, digala Vd.» 

«Don Manad, pros^ui, si esto selo lleva la trampa, como algunos 
creen, ¿no podríamos nosotros imitar colativamente á Carlos V? Me 
explicaré. Vótesa ó no se vote en definitiva la proposición carlista, es 
indudable que en un plazo no lejano, y gracias á nuestra campafla, han 
de resucitar los convaitos españolea, Puea bien : ¿no podríamos nos- 
otros fundar uno y buscar en sus tranquilos muros refugio á nuestra 
debilitada grandeza? D. Manuel, no es todo en la vida el ser ministro, 
•el repartir credenci^es y fiísiles. La paz del alma vale también la 
pena de ser buscada. Usted lo ha sido ya todo en este pais ; emigrado, 
amigo de Prim , enemigo de la guardia n^ra, ministro, presidente 
■del Congreso, ídem del Consejo y orador k su manera. ¿Perdería algo 
la justa fam& de Vd. siendo el fundador de la casa de unos recoletos 
poUticos que tanto darán que hablar á la historia?» 

«Don Manuel, todavía podemos encontrar un cuartel ó una posada 
anchurosa en que establecemos; no importa el sitio en* que sea; si ea 
árido, ú no hay en él un triste pino siquiera, tanto mejor ; asi no ten- 
-drá Cuevas ocasión de lamentarse. Respecto al nombre de la orden que 
debe ser la nuestra, yo acabo de oír á un unionista , que Dios confuit- 
da, damos un símbolo, al hablamoa de la huella de Nocedal que lle- 
vamos en la frente. Fundemos, pues, la orden de la huella., y sea 
nuestra insignia un tacón colgado con un hilo al cuello, en eterno loor 
y recuerdo de In eterna huella que dejaremos .en la política ospíiJola» 

21 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Toemos, por lo demás, personal abuncUotíaiiDo para los diversoB ear^r- 
go3 de la comunidad. El refectorio puede ser dirigido por Rivero, la 
jeatet ecuirómica por Fig-uerola, Martoa escribirá los sarmones, su pri- 
mo de Vd.,'coQ el sable bajo el hábito, goiardará ía puerta; Moretpae- 
de 9er el lego simpático que salga por las aldeas i 'pedir á les devotas; 
Biojo Arias el que nos explique el catecismo; ííci^íera, eie^era.vi 

«Allí, D. Uanuel, podremos ha(;er libremente lo que tanto se noa 
«ensura en el Parlamento: hablar poco y mal. Todos 'loe dias, qpites y 
-después de tá comida, ae'leei^ un trozo del programa de 'octubre, y 
«sted lo comentará á sus anchas para <im no se nos olvide . ¿Quién sa- 
lte si, Con aplicación, llegaremos átenerortograna? Dicho se está, por 
supuesto, que allí no habrá más prior que Vd.j'Vd. solo, Vd. el gran 
«arádter, que dijo Oasset cuando trató la cuestión de Hacienda. Don 
Manuel: Vd. lo ha dicho: el hombre político -debe arreglaTse.á la si- 
tuación en que se encuentra. La situación nnestra nos condena hoy á 
lá vida contemplativa; pero , ¿qué ganaremos con haQsrla en Madridt 
IHra contemplar á Sagasta salvando los meses heoho un prohombre, 
-máfiTaJe pegarse un tiro. Nada, ¡vamonos á la contemplación de 'ía 
naturaleza; busquemos los paseos sin silbidos, las noches sintrahu- 
-Caíos y las madrugadas sin decretos. Fundemos nuestro convento, drA 
Manuel!» 

«BI jefe me oyó inmóvil y silencioso , y auttqoe ^r toda respuesta 
ine suplicó que me retirase, yo tengo la convicciwi de que mi idea ha 
defroctífícar ensuánimo. Si le mortifica el no haberta tenido el pri<- 
aoero, puesto que mil veces há declarado que no le gusta ir á la zag», 
■€ aabe que soy capaz de atribuirle la invención. "Véase., pues, cómo el 
tadicalismo tiene todavía algo y aun algrá que hacer en EspaSa , con 
alta honra suya; ¿qué importa que ee crea ó se diga otra cosa? Tam- 
ben se dijo que Pellón era incompatible. ¡Ah! si mi proyecto cuajara, 
yo amaría Ib humanidad con su parte reaccionaria y todo. Y el día ea 
^e D. Manuel, con su hermosa -vos de bajo, cantáis los prímeroe 
mtítiQiM, y diese un adiós postrero á la vida pública, yo moñría con— 
. iBlitD, tan Contento como mi patria padiera estarlo, . . t» 



D,gmzed.yGOOgIe" 



CUESTIÓN BE HECESIBAfi. 



(25 4c NoTtembn.) 

- Csdaung tiene sus necesidades en eete mundo. La Tertulia no 
ecdebra nna'triste junta sin creer necesario manifestar sa amor á laa 
tnstítucionea, ó, lo que «s lo raiamo, sin decirloBi sqnl estoy. 8abido«s 
que el Sf. 'Rivan), desdeqae faé gobernador de Valladolíd, hiista que 
recabó de las CoustótoyCiiteB el IhU de indemnidad para las opevuion^ 
d« «u ayontamiento, aepasólaTÍda espliciuidi á la paciencia de E»- 
paBa y de Europa lo qne sihi las rasas, sin dada porque presentía el 
advenimiento de lanueva roza cimbria que, puede dedrse, ha tiriado 
á &I1S pechos. Be fin, ¿qaé más? el Sr. Gaell y Renté se ha oreido «n 
la necesidad de publicar odas, á 60 rs. toico, ó, lo que es b mismo, 
renunciando previamente ¿:toda aoscrícion espontánea. Y os esa; es 
que la necesidad, íjue, aagun la vulgar traducdion Ubre, tiene cara de 
liereje, nada ni-á nadie perdona: efiM pulsat -pede, que dijo el latino, 
de la -muerte. 

La muerte míama,'no ya bajo BU aapeeto-ñsioo, sino desde el punto 
de vista de ciertos sufrimientos politico-^iHODales, soelesepunaneoe- 
adaid conaoladora. El'Sr. Bui2 cree necesario morirse, en sus acciden- 
tales cesantías, con una frecuencia que pasma. A lo mejor se mete<en 
eama con este deliberado obj^o, esperando de buena fé anoabecer y 
Bo aioaneoer en la obediencia de un gobierno que no es el snyo. Y 
sabe Dios las notieias de-la plaaa.deQriente que habri'sido necesario 
mvMitar & la imaginación piadosa de los que le quieren ó Jenecesltan, 
para que, por fortuna, la tríate nosta^FÚ del poderso nos faay&¿ estas 
boiBS arrebatado i uD-moaárquicOideqoienitanto esperan losTeptlUi- 
eanM. 

La filosofia liberal explica también per'la necesidad la ¡teoria dd 
nacimiento de Iob paortidoB. Parees -^ifüera de duda que -las pareiali- 



DirizPdnyCOOl^Ie 



331 
dades activas de la opinión respondea á gravea necesidades del mundo 
social; y aunque el radicaliemo todavía no lia explicado gatis^tori»~ 
menta su aparición en nuestra escena pdblica, ni está probada la nece- 
sidad que el pala tiene de soportarlo, día vendrá, sin duda, en que se- 
pan nuestros descendientes por qué fué necesario que el Sr. Becerra 
ampárase en sus brazosá ta monarquía, y por qué el Sr. Moret dejó 
de explicar la Hacienda de la libertad, en el Ateneo, donde á nadie 
hacia deOó. 

La necesidad, pues, es un misterio de la vida universal, y de los 
más profundos: es un fenómeno multiíbrme, insaciable; una ley cons- 
tante de los tres reinos de la naturaleza, que sirve de vinculo unitario 
k todas las manifiMtaciones de la existencia. Desde él rio, que tiene 
necesidad de desbordarse alguna vez, hasta la democracia, Ijuede cuan- 
do en cuando necesita reunirse en Pricé; desde la hoja, que necesita 
caer para que el árbol pueda echar otras, hasta el Sr. Echegaray, que 
necesita enaeSar la cortesía á. ciertas instituciones, para olvidar aua 
fascos parlamentarios; desde el Carnaval, en fin, que necesita abto- 
lutamente de la máscara, hasta el jefe de pelea de im partido popular, 
que se doblega á veces ante la necesidad de defender su aborrecida 
milicia, todo es necesario en la tierra, todo; hasta Ferrer del Rio. 

Ahora.bien: negar que el radicalismo, pura constituirla falangede 
empleados y hombres de pro que ha ido poco & poon &rmándo desde 
1868, ha tenido necesidad de la monarquía, seria negar loevidente> 
Con la mano ene] corazón y el pensamiento en el presupuesto, cono- 
cieron esQS seSorea que, tratándose de un país monárquico, de una re- 
volución monárquica y de unos destinos monárquicos, lo más derecho 
era aceptar lisa y llanamente la monarquía. Y cumplieron, en efecto, 
como buenoa, esta necesidad de unmomento histórico dado, sin más que 
formular juiciosamente esta regla de tres: el monarquismo es á nues- 
tra ambición como nuestra necesidad es á X. Y multiphcando loa me- 
dios y partiendo por el extremo, resultó la X convertida en nómina. 

Pero ¿era eso decir que el monarquismo de los neófitos de la mo- 
narquía hubiese de afectar, siempre una forma idéntica, constante, 
inalterable? De ninguna manera. Mientras duró la conciliación revo- 
lucionaria, y ae tocaron directa y palpablemente los frutos del monar- 
quiamo platónico, se pudo y se debió ser monárquieos c m sujeción ex- 
tricta á la Constitución de 1869; y mientras la aventura veruii^« del 



DigmzediiyCOOl^lC 



3?5 
Sr. Ruiz fué un hecho, se pudo y se debió ser monárquicos por el úni- 
co procedimiento del dinastismo. Pero boy las cosas han cambi^o; las 
oecesidades del momento históñco presente son otras, y el radicahs^ 
mo quiere una monarquía 4 su manera, y se apresura á explicar el 
único género de monarquía que le gniats. 

Es muy sencillo: el radicalismo tolera una monarquía sin clases- 
conserradoras que la apoyen, sin raicea en el sentimiento de ciertos 
intereses s aciales importantísimos; el radicahsmo permite á la monar- 
quía que viva sin corte, que no ejerza su bienhechora atracción en 
las eal^-as que le son propias; el radicalismo acepta una mouarqijia 
por cuya prosperidad no pida á Dios diariamente la hambrienta Ig^le- 
sia espaQola; el radicalismo consiente á la monarquía el aislamiento, 
)a irreconciliacíon con todos^us enemigos, la inercia, el abandono, la 
iisfixia en la soledad y en la imprevisión. Lo único que el radicalismo 
no consiente i, la monarquía es que nombre y sost^iga ministros que 
no sean probadamente radicales. 

Y es natural: los magnates del antig-uo Aragón tenían necesidad 
de que los reyes fuesen como Dios manda, ^j¿«o«,ffloa. Los magna- 
tes de una demjcracia de tres aSos tienen necesidad de monopolizap 
tma monarquía, ó, lo que e» lo mismo, un ministerio. De otra suerte, 
¿para qué se va ¿ ItiJia? ¿Lt cabía & nadie en la cabeza, después del 
glorioso setiembre, que hombres que no habían hecho el sacrifíciode 
su republicanismo viniesen algún día con sus manos lavadas á ser 
ministros por obra y gracia de la prerogativa regia? Los partidos 
pueden existir, pueden combatirse en el Parlamento, en la prensa, y 
si es preciso, en las calles; pero ¿qué necesidad hay de que alternen 
en el poder, una vez que los radicales pueden ejercerlo? 

Y sobre todo, ¿no carece de ley la necesidad? Pues la necesidad dd 
radicalismo es morir de ahito sobre las cumbres de su dominación . 
¿Qué resultará, qué se conseguirá con contrariar esta necesidad su- 
prema, inmensa, absorbente y urgente del radicalismo? ;Guay del 
que la desatienda, siquiera lo haga en nombre de un liberalismo y de 
im patriotismo mal entendidos! El Sr. Damato lo decía hace pocas 
tardes en el Congreso: cuando se tiene el alma republicana, todos los 
demás amores pueden ser accidentales. Aquí lo necesario es que los 
radicales estén contentos. Lo demás no afecta al finido. 



D'gmzed.yGOOgIe" 



HEMORfAt COLECTIVO. 



(SV i» NoTfembra.) 

¡Qué felices ana los antipiioa, lo»- paiganoa, loe que díspunieron i 
su i^Acer de aquella mitolog:!» bondadosa, que tenia ua dios panoada 
ptedw, p»a cada Árbol, para, oada suceso, para cada liberal! Sí ms- 
otroH podümmoB creer que hay \m& divinidiid ^tectora de las re- 
uniones públicas, ]cómo la invocaríamos hoj para narrar & su ampa- 
v^olituetinf radical de ayerl Ahora comproidemos la haMtnal tris- 
teza del 3r. Ecbegaray, que se encuentra sin un dios para un reme- 
dio en sus complicaciones ritmes. Kuestra cosmogtinla oscurantists, 
con au solo Dios verdadero, |dob parece tan ^euficieatie en estea imi- 
tanteaf Y, sin embargo, no necesitamos-ni pedimos g-ran coa» al ea- 
pesap este artículejo; nií poeo dedrden en nuestras- idea?, sonque sea 
tan- poco como el órtken público de las serenatas de octubre; aTgnsa 
íDspíracioQ en nues^a menife, auaqu& sea tas exi^a y tímida como 
la-que dirige la palabra parlamentaria de D. Vicente Rodrigruez. jEs 
«to pedir miicbo? Pues solo eaO' pedtWos al cirio para- fraamitir i 
nuestros lectores algunas de las consideraciones que la reunioo de 
ayer nos sugiere. 

¡Oh calunmia! [Obraptil venenoso, siempre dispuesto & moráeren 
las grandes reputacioi^st ¡qué golpe tttn mortal has- llevado en un 
solo domingo! De hoy más, que im vuelva í decirse qtie el Sr. finii 
tiene los de^^lecimieatos insuios dri ssicida, que no ama Is exiateo- 
citt en primer término, que hay horas en que sa convence de qae no 
sirve para gran c%a sobre la hae de- la tierra. Mientras la preim 
malévola preparaba ó discutía esa proposición, el jefe de pelea idi^A 
y preparaba la reimion mAs grande que han celebrad» y conocidis los 
radicalisnK» de todos tiempos. Y doce mil ra'licales, según el parte 



D,gH,zed.y.GOOgIe 



-4irígido por ellos múmDS al duque de Ib. VÍctort&, ¿ cinco mil, según 
Xa- Bpooa, Tienni &^fx twrde al supuesta laoribunáoi njás vivo, site 
pajaale, más pleiÓJiioo. 7 ceot msjar talanUSk ai qab^. que ouui.d(> eaw 
pufiabael timoadel«Bqmfó'tnÍBÍBterial. 

Asi. es ^ mundo, sai es la opioioD, aai Ba,la &)ibiilidad hummoa^ 
tan ocsaionada. á equivocarse sobre los partidí» y sobre Ips hombrasi. 
Sea. enduiraliuena, pM-sstovez, aunque no&atroe do hsmos sido délos 
«Dg»ílI*dos ai.de loa sorprendidos. Desde que leímos lapñmer oa^vooa- 
toria en SI Iv^reíai, é, ooaoqxw no nos cupo duda: loe radicále» ib»4 
4[euiúrae. ¿Para qué^ parqué, sobre qué? aoa dsoian alg^uDos; eso 
•week. un conato máadelaipreteaciosa vitalidad rsdioal; tambieax a» 
eitd con ig^ual oti^ta antsa de la votación del día 17, y lu^fo s&liLinaa 
eos que los radicales tenían, oomo Edips, miedo á su prapia leo^a, 
y no se reunieron; puode que ahora suceda lo mismo, si siguen 00- 
nociéndose it si mismos, b bastante para no parmitirae ciertas salagai>- 
das. Pero nosotros, fijos los ojos en la primara ¿oluoma de la pritoen 
plana ds £1 Iti^reial, repetíamos y «ontestábamos con una & pro- 
funda : van á reuniíse, se reúnen, iafalible, inevitable nente. 

Y, en efecto, ayer á las dos de la tarde ya no era postUe dudarlo; 
ya. no babia palco, grada, silla, bueco, rendija em el circo de madera, 
que no sostuviese ¿ un radical. Ciujian las tablas , oscilaba d techo, 
«altaban en astillas loa comprimidos asientos, y el generoso mister Pri- 
oe, con su eterno ohakao blanco, temia por la resistencia de su palacio 
«dtímbanquista, y á pesar de su reconocida esplendidez , se lamentaba 
con un amigo., que nos to ha contado, de que el Sr, Buiz hubiesA 
puesto los ojos en su establecimiento. Ese hombre debe ser ¡feSáiton, 
deda. Ko hay tal cosa, le respondió para calmad su iaterpalaate. Lo 
que hay es qne d radicalismo tiene ciertas tendencias agricidaa &i el 
fondo. A- un partido que ae reuqe habitualmente ea la calle de Carre- 
tas, pertenece de derecho reunirse e.^tra»rdiaariameate en un circo da 
caballos. Son hombrea sencilloB en el &ndo, amantes todos ello» de la 
industria madre , apegados siempre & todo lo que con la naturalezA 
eapontánea se relaciona. Pero ni por est^: mister Price siguió alamur- 
do mientras duró el metíinff. 

Respecto á. loa detalles de colocaciou y de perspectiva , ¿qué podrec- 
íaos añadir nosotros ¿ las imparciales rdaciouea escritas que ñrculwi 
ya por la P<?ninsula? Diremos solo que la.coloha con loa colores n 



D,gH,zed.yGOOgIe 



nales que cubría ln mesa preaideucial era, aunque alquilada, belUai^ 
ma; que hubo, desparramadas ea palcos y sillas , hasta siete ú ochoi 
weSktns, ó cosa asi; que también r^altaban entre la coDCuneuraa al~ 
^unos imifbnaes (pero que esto no lo aepa'el Sr, Bassols), y sobre todo^ 
que el tablado, dispuesto con decoración de jardín, con bu alfombra, y 
DO de yerba, ofrecía un golpe de vista soberbio. Allí estaba lo máa 
notable en armas, letras, ciencias, p^bra y fortuna del radicalismo. 
Alli brillaban la limpia, inteligente faz del Sr. Martos, el acalorad» 
rostro de su etarno émalo el Sr. Rivero, la fisonomía hebráico-renüa-- 
tiea del Sr, Ruiz Oomez, el semblante tropical del Sr. Baldi^rioty. Alli 
acudieron en alas de sus convicciones democráticas loa pro^p-esistas 
Sres. Gasset y Artíme, Córdova, Fernanda , Alaminos , Primo de Ri- 
vera, Escosura. Alli se vm juntos, como lo han estada en las últimas 
discusiones del Congreso, á los Sres. Rojo Arias, Cuevas y Pellón. Allí 
Madrazo, alli Damato, alli Merelo, alli Alcalá Zamora , menon, alli tí 
paítriarcal Telin^, allí todo el mundo. 

Y entre todoel mundo, el jefe, el Sr. Ruiz, radiante de una satis- 
&ccion tal y tan intima, que era contagiosa. Dicese que cuando entrd. 
en el escenario por la escondida puerta de los comedores hípicos , la. 
fría palidez habitual de su impasible rostro de hombre de Estado se 
liabia cambiado en el carmín más subido, y que hasta su talle , geoe- 
lalmente doblado al peso de sus cargadas fuertes espaldas, se erguía 
derecho y altivo como la palma. Sus guantes ardían materialmente, ai 
calor de su precipitada circulación sanguínea , -brotaban chispas víai^ 
bles de sus ojos , y á los que le saludaban , y á los que le sonreiaa , y 
hasta á las bambalinas que le cercaban parecía decirles con el mudo, 
expresivo lenguaje de su actitud: ¡feliz! ¡soy muy feliz! soy lo que se 
Uama verdaderamente un hombre feliz: que lleven mi ca i.isa al rey 
de Zat Mil y una noches, que buscaba ese tipo humano, inverosímil. 
¿No ven Vds. qué feliz soy?... 

Respecto á los incidentes y discursos, ya que no podemos disponer 
ihoy de un libro en blanco para mencionarlos , diremos algo de lo más 
notable. Cuando el Sr. Llano y Pérsi, con su gravedad problemática, 
ofrecióla presidencia á D. Manuel, el viva atronador del público dí- 
-ceae que hizo pasar por la frente del Sr. Rivero como la sombra da 
OH pensamiento, y que se preguntó inpeetore: ¿creeránlas gentes, ea 
realidad, lo de la jefatura? Cuando un Sr. Losada, que no creemos ae& 



DigilizédiiyGOO^^Ic 



el heredero der relojero de Lóadres, pidióla palabra, el Sr. Ruiz aa 
apresuró á neg:&rsela, diciendo que alU no se iba, á discutir, que allí se 
iba sokiinenteápedir elpoder... & laofHnion; 7 luego afiadió pw lo 
bajO: para discutir, en el Cong-reao hubiéramos podido hacerlo , si bu-- 
biéramos sabido ó nos hubiera ccMiveuido. Por lo demás, ¿qué mejor 
Congreso que este? Aqui vamos á decir todos lo que nos dé la ^na, sia 
temor de que ae nos conteste. ¡Qué grande 7 qué cómoda es la libertad, 
aeñores!... 

Nombróse lu^^ la comisión nominadora, 7 después el comité cm- 
tral, porque antes se hubiera hundida él universo que no se nombrase 
algo en la reunión: 7en seguida coinenzaron ios discursos. ElSr. Hi- 
vero, empezando por la incrsible firmeza con que ae adelantó hasta ed 
borde del escenario, siguiendo por la sangre fría con que escuchó los ru- 
gados de la muchedumbre cuaadoesta decía interrumpiéndole: «¡no ca- 
bemos! % 7- acabando por la natnrdidad con que hizo la apoteosis del 
manifiesto de octobre, hijo de su pluma, dicen que estuvo notable. Y 
luego, aquello de colocar á la monarquia 7 & la dinastía, no al lado, 
sino debajo de la libertad, fué una especie de acto heroico. Asi me 
gtistan 4 mi los hMnbres, decía más tarde el senadorSr. Seoane, en el 
aalon de conferencias; es preciso que la verdad se oiga arriba 7- abajo. 
E*ara algo hemos aprendido á desalojar palacios. 

En cuanto al Sr. Figuerola, debemoe confesar que, según lúis di- 
cen, dejóal^ que desear. Todos crejeron que después de asegurar 
que la libertad estaba perdida, el autor de la capitación iba á hablar 
alg'ó, aunque fuese poco, del Banco de París. En cambio -el Sr. Sala- 
zar dio gran gusto á los seSores. Cuando llamó indigno al ausente 
Sr. Sagast», una corriente eléctrica entusiasmó al concurso. Lástima 
que D. M&nuel ae le echara encima. Pero, 7a se ve; D, Manuel decia: 
no quiero que se hable asi de los hombres ; no quiero verme tra- 
tado así maSana, con más ó menos justicia. Respecto alSr. Sanromá, 
la opinión general es que estuvo delicioso: llamó sanguinaria, culpa- 
ble y fementida á la unión liberal ; y esto bastaba para el éxito. Fi- 
guerola estuvo para abrazarle, olvidando ciertas reuniones bursátiles 
en que el Sr. Sanromá le atacó cruelmente , antes, por supuesto, de 
ser su subsecretario. 

Se nos olvidaba decir que -un Sr. Vargas dijo que vivía en 
la calle de Santa Brígida. Esto fiíé sorprendente. No lo ñié.mé- 



DÍgH,zed.yGOOgIe 



Bes que el Sr. Moret so haUtkse Pero después que el Sr. Uap- 
tea pioauDció su alocuente disctireo pAní probar que ;« no h^ lúiir 
fariosv D. Ibsuel pensá qne para ' muest» baata> un botón, 5; q¡iH 
alli noseifas&lMhlapbien. ¥ fmtoaoeS'bizo, como vulgarnoMite « 
dice, un corte de cuantas, y con el pretgstOi de que ano^ecia, pm- 
nnnciá bq arenga de despedida, cuyo esplñta se reduce & pedií el pi>- 
der... &laD}Hmon. Eataoaos prepando6, vino i, átein el jefe de pelea; 
somos bastantes para llenar la administración pública, bemos: dejado 
muchas oDsas pendientes, tetemos distñtos.qufte&peraa nuestioa beoe- 
fieioB. karepaUicanos nos spadvinan y de «lio ea buena pnieba nü 
amigO'el.Si;. Mara(fta, quB asiste & esta Tenimrr. ¿& qué,, poca, se 
agualda? iEi posible que pasen Iw días, de-esta muiera? ¿gs que aq)¿ 
Bo hay pairf ¿Es qne' no bey ju^icia en la türrsS Y en a^^da dio tees 
TÍTia»croaol6gieosi¿.l«.Coa3tiittCion, ils.libeTtod7 al: ray, pora qw )e 
reepondiwaQ, como esa justo, coman [TtvaiBuiE!! que flié, -tÜgémo^ 
asi,, el últímo cohet«v el truena gordo, el fin de fiesta. 

Con nuon, pues, deeia luogv ttnj genecal adieto á los radicalea «n 
el Gengreao qne la reuoúm hnlna sido no grande acto d« au partid», 
que asise pide 7 ae gainelpader, qneasi, coa e8Mm«DúñrieB odee- 
tiTos, escomo se tiene dai«cfao & impocierae á la felicidad públics! 5 
anadia que él no habia hablado por sei; militar y haberse oonveBtdo 
que loa müitaiesno hablasen; y deda. también, otras cosas canosísi- 
mas, que no traacnbimos p<» bita da espacia. HaOoina fAiede qne lo 
hagamos, ai maSana. todavía el radicalismo do ha obtenido' eí podw.-- 
de la opinión. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



CfflM'CHUAP. 



(fiid«Dt«Íafflhrti}( 

El Sr; Suiz és^ peiuar muetro enr el' emperador dfe la China. Lob 
gmiidea iafertanioB. tienen Ih ob%*<ñoii dft recordarse. Nap^een I, 
cuando' lleg^ Teneido & Iss costas de IseruelAllHoD, no se acordó de 
César ni de Alejandro, sino del proacriptt) TemlBODcleB. Y la verdad es 
qae si las actadeft^contrariedade» del jefe de pede» le obligan á cwiií{dir 
esa ifficeñdad' de la desgracia, en nadie debe poner el Sr. Ruiz los 
ojos de su desventura como en el jefe sagfrado del celeste imperio. Por^ 
que eslo cierto, que el empeHwter de CSlinaes ana persona profunda- 
mente infeliz; y la Europa conteoqnrAnea no tiene tms victim» mis 
djg^a de compasoUque d jefe de aquel .antíquisimn Bstado, cuyain- 
ineniori¡a2 felicidad ha desvtmecido, como leve humo, d' feroa oontwito 
de la erTÍH2acion dé Occidente. 

Considérese, en efeeto, aunque solo sea i. grandes rasgoB, h que 
«r« S. M. Toaiiff-cH antes de que los primeros cañonazos anglo-frlm- 
ceses retumbasen en el recinto de la ciudad venerania, de aquella F»- 
kín íneompanible, en cuyo seno habían pasado áe un sue^ de placer 
íneesante al eterno sneBo- de la nmerle las innumerables generaciones 
de sua imperiales abuelo». Un reino compuesto* del personal de veinte 
^iTopEts; nn absolutismo cimo todavía ao lo ha soQado ningún carlis- 
ta; ns Buelorico j feraa, dsdicado á Henar del metálico mis puro las 
arcas regias; un dócilísimo pueblo, entretenido en hacer sus maravi- 
fioaes baratijas de marSI y sus pi«ci6»dadea de seda, sin pensar si- 
quiera en-lft incondstencia del derecho divino de* su seSor; las empera- 
tñcm Tiv-tm y Tñ~H, j el principe JConf, llevando sobre sus hom- 
bros, todo el peso de la gobernación pública; una hermosa j colosal 
muralla^ Kbr^^cbo hasta de las mraites del mundo el dichom inmenso 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Teciato; opio y th¿ á discreción, y, por si algo abitaba, un idioma de 
monoaílabos, capaz de espresar, coo el menor chasquido de la lengona; 
las más prolijas sentencias, sin la menor fetij^a de ta mente ni del 
pulmón. Todo esto poseía, por legitimo derecho de herencia, el gran 
emperador. . 

La vieja Europa, sin embaí^, que ya meditaba en la ruptura del 
Istmo de Suez, se decide ¿ poner las peras & cuarto á mortal tan di- 
choso, á rasg^ar el velo secular qae nos lo ocultaba, é, establecer entre 
ella y el descuidado coloso las pro&nadoras relaciones del comercio li- 
bre; y UD dia — ¡dia de luto para todas las damas de los pi¿s chicos! — 
brillan á la luz del puro sol que alambró á Confucio ^muchas patillas 
inglesas y muchos pantalones encarnados en los mismos jaj^nea de la 
capital sagrada. ¿Qué hacer? Aquellas gentes, aquellos bárbaros na- 
vegantes eran capaces de esteblecer un ceüfé-cantante en el imperial 
alcAzar, y de enseSar el can-can i, sus houríes. El emperador cede, la 
China pierde la inapreciable virginidad de su estado social sin acci- 
dentes, y sus embajadores sienten sus primeraa náuseas en el Océano 
Indico. 

' Pero desde entonces, ¡adiós felicidad imperial! El poder del decano 
de los señores de horca y cuchiUo siente que se le ba inferido la más 
deletérea de las debilidades: la de su fuerza moral, ¿Qué importa que 
todavía descanse sobre sus sienes la corona? Todas las plagas de la 
mala fortuna le salen al encuentro: la guerra civil le turba con sus 
aullidos^bay mandarines que descuidan el darle cuenta de la recau- 
dación de provincias enteras; á cada paso se le anuncia que se prepara 
un degüello de misioneros y diplomáticos; sueña todas las noches con 
las bayonetas occidentales, y hasta tiene que sufrir la insolencia' de al- 
gún palaciego- estranjerizado, que se presenta á la corte con toda la 
barba. Óigasenos, pues, si, considerada idativamente, ha causado y 
. presenciado nuestra época una infelicidad mayor, y si el Sr. Ruiz no 
debe paisar en el soberano ministro de Buda, al parar mientes en lo 
que hoy le pasa. 

Y es indudable que al jefe del radicalismo le pasa una cosa grave. 
Le pasa que, habiendo crüiáo fundar una especie de China política, y 
habiéndola gozado en realidad durante dos meses, se encuentra hoy 
con que la impaciencia de turbas y mandarines no 'le deja vivir, ni 
aoBCgar. Le pasa que un dia, una tarde, mejor dicho, se le adjudica d 



D,gH,zed.yGOOgIe 



impem, 6, lo que es lo mismo, la je&tura, en un abrir y cerrar de 
ojoH de la Tertulia; y que hoy se le recuerda indómitaipente la condi- 
ción sím qita noa de su magfestad prestada: el poder, el ministerio, el 
gx>blerao ahora y siempre, antes y después, y 6, toda costa. Le pasa 
que al sol de aquel rerano que le vio aletargado sobre su poltrona, 
narcotizado deliciosamente por la morfina de su presidencia, pactando 
amnistías con los absolutistas, reponiendo ayuntamientos federales, 
dando un fusil á todo el que se lo pedia, viendo ¿ aus.piéa prosternados 
A loe' mismos que le llamaban otras veces orador de cortijo, y creyén- 
dose guardado de toda crisis por una fuerte muralla de interieg-no 
parlamentario; á aquel sol resplandeciente ¿ inolvidable, ha sucedido 
el sol de un invierno que desde la plaza de Oriente hasta LogroQo no 
le ofrece otra cosa qoe un terreno donde no apunta siquiera una triste 
esperanza. 

Y le pasa en realidad una cosa mucho más grave. H»y un juego 
chino que se llama el eAim-ckuap, ó por otro nombre el rompe caietas. 
Todo el mirado lo conoce, hasta el demócrata que aolo ha viajado en 
cosmorama, es decir, hasta el cimbrío que solo ha visto el mundo por 
«n cristal de aumento y & favor de una estampa y de una vela de sebo, 
y hay muchos que solo han completado asi su educación. Ese juego 
se sabe que es una malignidad de la geometría y que consiste en darle 
¿ un mortal desocupado algunos informes pedazos de madera ó plomo, 
cuyas lineas y limites desiguales se rechazan, y decirle: con estos tro- 
zos absurdos va Vd. á ordenar y formar las figuras regulares y com- 
pletas que contiene esta oleccion de dibuje». Y el que quiere divertirse 
pone manos á la obra, y sin más que coger un dolor de cabeza, ó triuD& 
y copia el modelo, ó acaba por dar ún puntapié i la mesa y á os ti- 
ránicos chismes que le han traido una jaqueca. 

Pues bien; el Sr. Ruiz tiene entre sus respetables manos un chim- 
ekmp pavoroso. Compónese de muchas y distintas piezas de desigual 
tamaño, de varia calidad, de color, forma, intención y modo de ser *Ii- 
ferentes. La una es un monarquismo por el estila del que profesa el se- 
fior Riv.^ro, supeditado i la libertad santa y á la alcaldía de Madrid; 
la otra es un anticipo del ideal Moret, á 16 por 100, seguido de una 
protesta de Ruiz Gómez en La Correspondencia; aquella es el Código 
penal de Montero Rios con su cohorte de derechoB individuales limita- 
dos, aunque ilegislablfís; esotra es el partido republicano que empieza 



D,gH,zed.yCOOgIe 



á pecBBT en obrar por su prapa cuenta; otras mudia« wm ceaaotea qae 
ae ímpacientBn, piée que quieren andar en coo^ oficial, aplausos del 
(ürco de Pñu que exigen su recompensa, miisarios de lá Rioja que 
vuelven coala cara triste, artículos de^//njgdr»a¿quequiereO'«la- 
car ¿las iastitaicioneB, intemadonalíataa.queatotagan, £libuaterosqiie 
sonríen, ecooomias que ae avei^üenzan de su .nombre; la mar, en fia. 
Y á. caao es que con todas esos piezas el Sr. Suis taene que hacer iiu 
figura de dócilísimo deaempeQo; ana figura que ee Uama-.fJínarl^Md. 
¿Cámo saldri de so empeOo el jefe de pelea? Él núuno no lo sabe, 
y adem&e tiene e] presentimieato de que ú, ^en último resultado, se 
decide á tirar la casa por la ventana, no lo ha de conseguir. .La meu 
«1 que le obligan las circtinstaocias ¿hacer su juega, empiieEa¿ estar 
sostenida por las endiabladiis claaes conservadoras, que do tienen en- 
traQas para ninguna demagogia, ni aun para las que lo son gin saber- 
lo. Si el héroe de TaUada da el puñetazo ünal sobre el tableo, pudiera 
Bocedea-quenoIc^aracFtracosaquemmperselas.u&as. Ylomáátiiste 
del caso es que esa mesa no e8t¿ sola: también jnega en ella el Sr. Sa- 
gusta, pero con pieaas mucho mejores. Y acaso por esta persoasii»!, 
mientras D. Manuel pone una cara de dos mil diablos, el Sr. Sagssta 
B«ine. }A.h! Sr. iUüz: ¿QuiéD inventaría la aónrisa? 



-,yCOOglC 



I^TfllBUHALBE LOS KUEVE. 



Hay, segim oob diceD, en ht Tertiüia im gabinete relatiTamente 
magnifico y lujaaa. La irrupcimí de los cimbrias tuvo la culpa de au - 
e-xplendidez. Sabido e»que entre \ou seOtHiee demócratas los hay que 
tienen, si no bábitos ^ler&ctos, teudmcias bT ménoa muy marcadas de 
sibsñtiamo, de comodidad j -efegancia. Ekitre otros, el Sr. Uoretno 
puede nmier mn tru&s, foer» de eu casa; y respecto al '3r. Rivero, 
quien le eoavide sin oonsultasle {véviamante el latnú, le infiere una 
-verdadera ofensa. Tampoco hay quien puede prometeive ver al seOor 
Becerra sin guantes. Lo cierto es, pues, que el gabinete ó saloncitode 
qoe habltunos, recientemente deoorádo yamueblado en virtud de una 
auserician ócuestatáon soeiaL se diferencia grandemente de las d^nás 
piezaH del oélebce casino, tuestas, las butacas más costosas-stai de re- 
siatente gut^iaicba, las paSredes luden' de trecho en trecho en sus zó- 
calce de papel rameado las grasicntas b'jeUas de cien cabezas, y rara . 
es la mesa queno ccjea yel-tubo de qainqu:j que no xxtDselrTe señales 
-de ]Laber saltado. Todo enpuritano testimonio de. Ib histórica, honrosa 
modedáa de los antiguos 'Oiliiiianos que por'^li ^pasaron. 

Peso el gabinete en cuesticm es otra cosa. SI espíritu moderno de 
•lA'democraciKqne ha dado ya tantos y tan singulares ministros ¿ la 
DBTtdwcion, no ha vacilado en hacer de: asta pieza una- exeepcioa no- 
-taUe. Gl terobpelo de Utrech viste aue «sisntoe aaohos, las cortinais 
-sao de estampado merino, hay escupidores' de metal en los ángulos; 
largDS mecheros de gas brotap de aus jnaios, en su eeatro se eleva un 
^vesdadsro vdador'con tapiz y periódicos, y-dos criados con roñas le- 
vitce 7 goantes de algodón qqe se remadau.oadaDcho <dias, velan á 
■uipoeita. I^imBiDo, dÍo& un -diario libenalqae «i la T-ertulía yano 



D,gH,zed.yGOOgIe 



hay progresistas. Esto contradice la aSrmacion del Sr. Martos res- 
pecto á la extinción consumada de los cimbrios. ¿A quién creer? Lo 
que si es aeg'uro, es que al suntuoso gabinete en cuestión no acuden 
de ordinario mes que los verdaderos índividuatistas, nuevos ó viejos. 
Entrar allí j no creer en la legalidad de la Internacional, es un ana- 
cronismo. ' 

Pues bien; en ese gabinete, nada menos que en ese gabinete, es don- 
de, según nuestras noticias, se ha constituido, establecido y alojado 
la comisión de jurisconsultos que desde ayer dedica el partido radical 
á entender y atender las posibles quejas de los electores de la comu- 
nión. De esto no se había visto, pero ya era tiempo de que se viera. La 
libertad trae cistumbres qu3 le son propias, y un partido que ae toma 
la libertad de instituirse en tribunal, está en sadereoho, como lo está, 
por ejemplo, cualquier ciudadano que gusta de hacer el oso. Nunca 
'agradecerá bastante nuestro p^ oscurantista alcimbrismo la inicia- 
tiva de ciertos hábitos sociales y aun morales. Gracias á él, lo que nos 
linbiera extrañado hace algunos años nos parece hoy sumamente na- 
tural. Por nuestra parte, al menos, declaramos que hoy comprende- 
mos ya muchas cosas que uites nos parecían increíbles, basta lo de 
que se quiera ir á la república por la monarquía. 

Con una pimtualidad que baria honor al mismo Luis XIV, quQ 
tanto )a amaba, es decir, é. la prefijada hora de las diez en punto de la 
maSana, reuniéronse, en efecto, los letrados, cuyo número de nueve es 
indudablemente mayor que el de las plagas de Egipto y el de los sa- 
bios de Grecia, á no mentir la historia. Y la persona veraz á cuya 
bondad debemos estos detalles, nos asegura que iban todos de &ac; 
pero conste que no lo garantizamos. El frac es una prenda que no to- 
dos tienen, por aquello de que no hay proporción entre su precio y el 
escaso uso qae los ñlósofi» haoen de ella. Sea como quiera, á las diez 
y minuto y medio de la fría mañana de ayer, ya el gabinete por anto- 
nomasia contenia en su recinto, perfumado con espillo, al nuevo tri- 
bunal de la libertad encargado de hacer que los radicales de Madrid, y 
aus naturales aliados los republicanos, roten con la misma impune f»r- 
cilídad de quien se bebe un vaso de agu^. 

Sentáronse los jurados sin otra novedad que la de crugir aflictÍTa- 
mente el sillón en que lo hizo el Sr. Moncasi. Se echó en silencio una 
mano de cigarrílbs de estanco, se habló de la indisputable crudeza del 



DigHized^íGOOgle 



"tiempo, conviniéndoae por unanbnidad en que esto era couaecueoda 
del ínTÍerno, j eo que hay iiiTiernoa precoces; mirároose á su tothx 
UQ06 i otros, sin preguntarse su origen, como hacen las g-entes qae 
tienen un interés superior al de conocerse, y tiai, en esta austera re- 
serva, en esta severidad imprescindible, en esta actitud tan propia dd 
alto objeto que los reunia, trascurrió hora y media larga. Visto lo cual 
se pronunció p3r alg^n labio valeroso la palabra «almuerzo,» y un 
cuarto de hora después, d « mozos de un café cercano depositaban ao- 
^e el velador sendas bandejas, conteniendo cuanto & tales horas pue- 
de pedirse ¿tales establecimientos, desde la chuleta recien empanada, 
desde la media tostada de arriba, tinta en pajiza manteca, hasta la 
oxigua copa crístaUna del rom que signe al café. 

Neg-ar que la comida es un gran lazo y un gran estimulo socáal» 
es negar lo evidente. Desde los héroes de Homero, que nunca habl&- 
ban mejor que después de comerse el clásico cordero asado, hasta los 
banquetes ingleses, cuyos postres hacen levantar 4 las damas y son 
lo que hay que ver, todo asiesta la teoría de que na hay reserva para 
estómagos bien llenos. "í así sucedió á los jurisconsultos del gabinete. 
Sin foltar á la compostura de su misión y de sos hábitos, las ttltimas 
migajas del almaerzo brillaban todavía en sus dientes, y ya, como 
dicsn loB republicanos franceses, nuestros vecinos, se había roto el 
.Meló, la expansión y la cordialidad tendieran sus alas benéñcas sobre 
aquellas radicales frentes, y empezó á hablarse, como sucede eotee 
amigos, de todo lo divino y lo humano. 

Dícesenos que él Sr. Escoriaza, con la movUidad iniciadora de sa 
tropical carácter, fué quien habló el-priiftero, confesando que no ha- 
bía podido dormir la noche anterior, no túlo pensando en el grave co- 
metido que le esperaba al dia siguiente, sino recordando lo que el jefe 
de todos y de todo, el Sr. Ruiz, había dicho en la última reunitm de 
la Tertulia. Según S. S., aquello de que si se desprecia á la opimt»!, 
si no se les da él poder, los radicales sabrán lo que hacerse, aquel des- 
usado acto de valor en D. Manuel debe significar que no laa tiens to- 
das consigo, y que empieza á renegar de su último viaje fuera de Es- 
paña. Por lo demás, el Sr. Escoriazs declaró que miraba tranquilo A 
porvenir, En último resultado, añadió, y á venir muy ih&l las cosas, 
con tal de que haya un barco de la cabida de la Tertulia que nos llev& 
á mi isla, allí viviremos en santa paz y rapública, y sin españoles . 



D,gH,zed.yGOO<^Ie 



El Sr. Moneasifué sumamente ooaciao. Umitóae ¿expresar bu. dd- 
geo de qae algún elector Tínjese á qnejarse de que no le dejaban vo- 
tar, para tomarle en brazes ¿ ir & tir&redo á la cabeza aj, pceaideote 
de lameBareaocionaria.'No asi el Se. Hathet, may conocido de su fií- 
milia, qoe, enterado de la gnve cuestñm dentífrica- entablada ultimad- 
mente, Be^D los comunicados de £a Gorrespondencia, «itie los se- 
SoreB Triviño y Kath, se permitió discurrir Amidiamente sobre la 
infiuencia del eaowtcktmc en las mandíbulas, declarandoque aborrscia. 
todo lo postizo y todo lo extranjero que &o tuviese un. CEHrkder eseo^ 
cialmeote civilizador é intemackmalista. En cambio, el St. HemerO' 
{[). Sabino] fué todavía más breve que el Sr. Moncaai. Iledújose ¿, 
verter en silencio alg-unas láfin^masyá maldecir al &. Bassolsque 
ha dispuefrto venga á Madrid el regimiento dei Príncipe eo relevo dei 
de Cantabria. 

. Después de algunas IraseB criticas del Sr. Aios Portüla. sobre el 
subsecretario actual de la presidencia del Consejo, que fueron acogi- 
das con aprobación marcada, parece qua tomó la palabra el respeta^ 
ble Sr. Salmerón, hermano del fil^fb del mismo nombre, y que hizo 
un largo y verdadero diaeurso, divididos dos partes. La js'imera fué 
dedicada, por el orador insigne, & buscar en la histoEÍa alguna aitoa^ 
cion, algún hecho, algún grupo semejante á lo que ellos representa- 
ban en aquel gabinete, y recordó, con este motivo, el &raoeo Consejo^ 
d» los JHe^, en Venecia, opinando que asi como este htU»a reunido 
y representado en el siglo XIV todo el tremendo poder de la aristocrá- 
tifia seSora del Adriático, vencedora de Oriente, ellos, el Tribunal de 
los N«ete, estaban llamado^ k dar también mucho que hablar & las 
generaciones. Después dio un viva al Dux, es decir al Sr. Ruíz, y 
entró en la segunda parte de su oración, confesando que no esperalm 
que elector alguno se presentase á reclamarles nada, porque tenia mo- 
tivos para presumir que solo sus am%03 y los republicanos se presen- 
tarían en \os colólos. 

A todo esto, y sin saber cómo, y sin que, en efecto, viniese ningún 
elector ¿ decir esta boca es mía, cuando el Sr. Salmerón CMcluyó de 
hablar, iba anocheciendo, y el simpático Sr. Rivera, que había' dormi- 
d'> un rato sn que el Sr. S^meroo lo notase, inspirándose en un gran 
espirita práctico propuso que se fueran todos á comer sin perjuicio de 
volver más tarde. ¥ asi, acto seguido, se verificó. Cnando Uegarrai á la 



DigilizediiyCOOl^lC 



puerta, un emisario que veoia de todos loef distritos les anunció la 
victoria radical-republicana obtenida sobre los deniᣠ^rtidoa que no 
babian votado , lo cual hizo busua la predicción del Sr. Salmerón y 
Alonso, j les estimuló á ir ¿ buscar sus respectivos gabanzos en la 
excelente disposición de qráeu ttenederecbo) {tara decir: ahí me las den 
todas. Y hasta aquí nuestras noticias del primer dia del tribunal; ve- 
remos á ver si en el segundo ocurre algo más ootaUe. Todo es posi- 
ble. Cuando uno coiusid^a que el Sr. Ruiz tiene quien le obedezca, 
siquiera sea coa su cuenta y raztm, hay que creer hasta en lo ab- 
surdo. ' ' 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



LA FISCALADA. 



(!3 da Diolembre.) 

<Uo7 H han heeho atgun&s indtcar.ionM 
para oelebrar ana renirion pábllca ano d« 
estos dias. ■ 

(La CarretpondeneU dé BtpaSa.) 

¿Qué reaentimiento tenia Eroatrato con el templo clásico que se 
permitió quemar? NÍQ§:uao; está probado que m siquiera le habían 
exi^do UQ céatimo de contribución cuando ae oonatruyera. jQué ha- 
bían hecho al b&rbaro Ornar loa libros de la biblioteca de Alejandría, 
que se permitió estírpar por el mismo procedimiento? Nada; ni siquie- 
ra loa había leído. ¿Qué ha hecho k monarquía & los címbríos eapá- 
Solea, para que se hayan decidido á servirla de esa manera, que nm 
hace temblar, todas las maüanas & todos los amantes ioofensÍTOs del 
célebre artículo d3?~-La verdad es que el sentimiento de Iq^terrestre 
gloría, de la &ma, de la íumortalidad sublunar, es una gran pasión, y 
que, como todas las grandes pasiones, obra independientemente de 
toda mezquina razón de ser, de toda pequenez determinante, y se bas- 
ta é, si misma para existir y para perpetrar toda suerte de atrocidades. 

El Sr. Diez, fiscal que acaba de ser del Tribunal Supremo de Jus- 
ticia, y que en estos momentos se prepara, .como buen demócrata, ¿ 
reclamar contra el decreto que le ha dejado cesante; al retirarse una 
de estas pasadas noches de la probable trastienda de botica donde na- 
da tendría de particular que jugase periódicamente al tresillo, ó de la 
reina de las Tertulias radicales; al entrar en su casa, en su cuarto y 
en su cama, tantos aSoa há alteados por la nación; al disponerse á. 
pag'ar en el sueíto ese rutinario tributo de muerte que la existencia 
avara nos exige de sol á sol, sentiría acaso las nobles ansias de la in- 
mortalidad por segunda vez en au espíritu. Y decimos por segunda 



D,gH,zed.yGOOgIe 



"vez, porque ya las tuvo también en la Coruña, cuando siendo regente 
aconsejó á los juecra de su territorio que no recibicBen demandas cle- 
ricales en pro de los derechos de pié de altar. Solo qne entonces aquel 
originalisimo deseo de hacerse célebre dejando despojar de lo suyo ¿ 
toda una clase, murió en loa limites de una estrecha comarca, y no 
retumbó en el país ni en el mundo como su gigantesco autor deseaba. 
Pondriase, pu^, el Sr. Diez , en vez de rezar una parte del rosa- 
rio, ó de pensar en los codillos inverosimiles que aquella noche le hu- 
biesen dado fcoTQO hacen loa simples mortales que tienen canas), á. 
discurrir en alas de su reincidente comezón de gloría , y se diria: de- 
cididamente, eso de nacer, crecer y morir como las plantas, no merece 
la pena; eso de apurar 1» monotonía de una vital carrera que empieza 
en un título de licenciado y acaba por la soaegadn, estéril jefatura de 
un miniáterio fiscal, es absurdo. Eso de que lo lleven k uno sus pa- 
rientes & un triste nicho, que & los cinco aüos lo exhumen para tirarlo 
& la fosa común, y que después no vuelva & leerse siquiera nuestro 
epitafio, súfralo quien quiera, y no yo, que me siento capaz de hacer 
una de pópulo bárbaro en obsequio de mí mismo. 

Y ya en este orden de ideas trascendentales , 'añadiría en su soli- 
loquio: «Basta de vejetar en la oscuridad relativa , pero siempre oscu- 
ridad, que da un pingüe sueldo. Los que conocen mi exterioridad ; los 
que, por ejemplo, me hallan todas las tardes exhibiendo mi ancianidad 
en el salón de conferencias; los queme ven, rebiijado en mí ancha 
capa azul, ol&tear con mi hermosa nariz aguilefía las más recónditas 
noticjas de la crónica; los que adivinan en la habitual apacibilidad de 
mi rostro sin barbas todas las venturosas esperanzas del radicalismo, 
puede que no sospechen qué clase de hombre soy, puede que hasta ae 
resistan á creer que he estado en algo supremo , qué he servido para 
algo grande. Pues bien; yoles demostraré lo contrarii; yoenseSaré á 
este país de vivos baladies y de muertos olvidados, cómo se conquista 
en un dos por tres la inmortalidad.» 

Y continuaría el Sr. Diez: «¿Qué haré? Cualquier cosa, pero cual- 
quier cosa gorda, que sea sonada, sin ejemplo. La gloria, y no la do- 
minación temporal, es lo único que justifica la teoria de Maquiavelo 
sóbrela bondad de todos los medios. Después de todo, desde Caín hasta 
el cura Merino, lo que se ha hecho para singularizarse, hecho ha que- 
dado, y la humanidad se revuelve impotente par» nfgnrlo, y para ha- 



DigmzediiyCOOl^IC 



343 
oerlo olvidBr. Maa, ¿cuál será esa ci;al(iuier coüa'? Es iodudablf que yo 
no 307 UQ Napoleón, aunque Naptdeon er» bajo como yo, ni un C6aar, 
«unque taBtt{iocQ Cegar tenia pelos en k Cíira, .ni siquiera un Lutaro» 
aunque lo que es & Ubre exámisn pocos me ganan. I)3»tro ^ mí niis- 
ina parcifl^idad, dentro de esa benditR agrupación palitic» que el ssSor 
Kivero ba hecbo bacer al $r. Buiz, ni tengo tainp:>co la aeduccion 
sepsiUe de un Moret, ni el ateiam^ gjQm&trijixt ie un Ecbegaraj, ni la 
B&ngie fría de un Rojo. En puridad de verdad, yo no soy ni¿3 que un 
empleado de Gracia y Justicia, un fiscal. Pues bueno; moTámonoi 
dentro de mi intraspaaaUe esf^ia ds acción ; en333emoa 9.I mundo ig- 
Dprante que donde m^nos se piena% salta la lisbre del genio ; hagamos 
la más eBcaiidalo3a^ca¿a(íi7 que has conocido los siglos.» 

y proseguiría el Sr. Díez: «yoy i hacer un acto aintétioo, com- 
I^ejo, enciclopédico; Toy á mat^r de un golpe el prestigio de mj mi-' 
ni^teiio, el sentido común y la gramática; voy á.liac^r bramar de co- 
rí^e i ocbo bombres reunidos en Consejo de minjstivs, y é. obli|:ar i 
jilbar é. un tiempo ¿ diez y seis millones de espaSole^; voy é, conveitir 
la justicia, la severa y aábría justicia, en una deidad lenguaraz, ha- 
mianítaria y populoobera como la que preaenció IO0 últimos incendios 
de Paria; voy á escribir una oireular é, los fiscales del reino, en parra- 
fitos cortos, en ese e8.tUo que sirve de pretexto & los enspiig^is de la 
Bint¿xia, y que eocuibriri las debilidades de mis primeras letras; voy é, 
publicar y á repartir ese eacrít) Alas Wi^a* sin consoltaclo m&s que' 
con el jefe de pelea, para qne sea el primero qus vaya á leerlo A pala- 
cio; y en ese documento voy ¿ echar p\ resto ii mi capacidad, de nú 
insb'uccion y de mi malicia; voy ádecir que loa fiscales pnedenformar 
causas criminales por delitos ó faltas; que todo espaCLol tiene derecho 
de asociarse' para fines morales; que las leyes establecen los derechos; 
que el hombre, aunque sea fiscal, es un aér sociatde; que el Eata4o es 
un gerente de una sociedad de seguros ; que tud^ persona tiene aa 
parte fisiija y su parte moral, aunque no lo parezi^, y que 1» moral 
no tiene más auditorio ni más le^aUdor qns la conciencia de lead» 



»Y luego, como quien no quiere la cosa, voy á decir á lo3 fiscales; 
seSores mios: auando loa obreros, aunque qean de nna &brÍQa de emi- 
tidos, que tan mal huele, as reúnan para ver el madio de mejorar au 
condición, ¿qué importa que estos obr«ros empiecen negand-Oá un llÍo« 



D,gH,zed.yGOOgIe 



■^ne no los oye, y renegando de una patria <iue no les da todos lo3 diaa 
perdices escabechada, y execrando la femilia que les esig-s el sala- 
rio para no andar en cueros , y anatematizando una propiedad que 
•petecen? Yo digo & Vds. , seBores fiscales, que ai se meten , poco 6 
mucho, con esos obreros, siles pasa siquiera por la mente el formar 
causa & esas asociaciones, serán Yds. unos solemnes mentecatos, 7 no 
tardar&n en verse cesantes más que el tiempo que yo necesite para po- 
nerme la capa y llegar al ministerio. Y después de soltar esta bomba, 
después de remitir á Bl Imparcial j k El Universal esta monserga 
terrorífica, el porvenir de mi nombre está asegurado, y puedo sentar- 
me & esperar mi ^ma postuma entre los restos de un cataclismo polí- 
■tico-juridico-intemacionalista-sándio, como el varón cantado por el 
gran poeta del Lacio: impoDidum/erient ruina.» 

Ahon bien: tenemos ya un sintonía para colegir que el Sr. Diez se 
ha salido con la suya, ha ganado como bueno su neoesariacelebridad, 
y no necesita ver cortado el hilo de sus sabrososy numerosos dias pan 
creer que su nombre vivM tanto como la democracia. La Oorrespan^ 
■ (¿rooff, qne todo lo sabe, nos lo^ace saber anteanoche : se preparm 
-etra manifsBtacioD pública; se habla de otra manifestación púbÜea; 
se proyecta otra manifestación pública. ¿Para cuándo? Para muy 
pronto, sin duda; t^ vez para el domingo, con el objeto de qpA 
«sistan á ella loa artistas, como es natural. Y es claro que quien 
la prepara es el radicalismo; y es claro que esa manifestación serA 
en loor y fbvor del Sr. Diez, del h'3roe del dia, de la graa^- 
caUtda. i A,b ! ¡será h^moeo, será consolador, será equitativo, v6r ea 
esa manifestación otra carretela y en ella al Sr. Becerra y al aefior 
Martos pidiendo qae ae abran las Cortes ; y entre el Sr. Bscerra jA 
Sr. Martos, al Sr. YÁet, con su capa y todo, como quien cobra ana 
pagv de Inmortalidad adelantada! ¿Y qnién sabe si pasaráa por la 
plaza de Oriente? Ah, Sr. Diez, Sr. Diez; bien «abe Vd. lo que m ha 
hecho; Vd. ha creado una magistratura radical. El pais no pedia otra 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA PASCUA RADICAL. 



(20 de Diciembre.) 

T le embiciOB se Vie de le maerte. 
Rioja. 

Está probado que do solo ciertas demócratas, eino basta ciertos aá- 
1x08 no saben lo que se dicen. Por ejemplo, un grande hombre dijo; 
querer es poder; y la historia, la fílosofia, la físiolc^ia y la experiencia 
«stán demostrando i. cada paso que no hay tal cosa. Si, verbi gratia, 
cada nao hablase siempre lo que quisiere, y no b que pudiere, ni cier- 
to discurso de á bordo sobre algunos puntos negros se tendría ya por 
pronunciado, ni habría el temor de volver á oir en labios del Sr. Ri- 
vero las diferencias eternas que vienen existiendo entre la sobria, pero 
atolondrada raza latina, y la saj'ina que ha sostenido victoriosaments 
¿ través de los siglos, un duelo & muerte con toda clase de estimulan- 
tes. No hay duda, pues: el orador, por radical que sea, está, expuesto 
i hablar siempre de lo primero que se le venga á la boca; y el perio- 
dista, conservador y todo, tiene que resignarse á que le den tema loa 
acontecimientos. La elección está muy lejos de ser una posibilidad aba>- 
luts en política. Se puede elegir entre ima república imposiUe y unn 
monarquía aprovechable, cuando conviene; pero no se puede en cier- 
tos momentos históricos hacer caso omiso de ciertos sucesos. 

Nosotros temamos desde ayer un asunto que creíamos excelente 
para nuestro articulo de hoy: un asunto serio, importante, trascen- 
dental, oportuno y de interés común, ¿No han leído Vds, la Memoris 
que sobre el estado verdadero de la Hacienda ha escrito el Sr, Cancio 
Villaamil? Es, como quien dice, la última palabra sobre lo que debe- 
mos y tenemos los espaSoles. Al menos, cronológicamente considerado, 
es el último estudio que se ha hecho sobre el asunto. Muchos habrá 



D,gH,zed.yGOOgIe 



«|ue no lo habrán leído, y casi apostaríamos á que loa que posteen una 
mediana facilidad de dormirle, lo habrán intentado en vano. Nosotros 
teuemoe el valor de nuestro oficio, y hemos leido esa lucubración al 
arrullo de los tambores del al^re pueUo de estoa días; j su lectura 
nos ha demostrado, ya que no otra cosa, la influencia áé los partidos 
en la claridad de las inteligencias. NosottoB, pues, creiamos poder pro- 
bar hoy, con la dicha Memoria ante loa ojos, que ya no le pasa, ni con 
mucho, al Sr. Cancio loque solia pasarle cuando era unionista, es de- 
cir, que se le entendía. Véase, pues, si hasta por interés de colectivi- 
dad debíamos y querríamos tratar el punto. 

Pero en esto llega hasta nosotros una noticia, que no por ser usual 
y lógica, deja de tener un interés grande , un interés digno del Banco 
de Paría, un interés de esos que, como el de ciertas manifeatecionea 

> públicas, lo empequeñecen y lo eclipsan todo en la atención general, y 
hacen converger todas las miradas al foco común de la calle de San 
M&rcoe. Y esa noti(»a es, á saber: loa radicales han celebrado también 
ea Pascua, colectivamente; los radicales han comido juntos una vsz 
laás; los radicales ae han reunido ayer, entre dos luces, en el comedor 
delSr. Raiz, y no se han. separado hasta las altaá horas. Ha habido 
uu nuevo banquete; la historía del gran partido que se propone salvar 
las instituciones, tiene una nueva página. Y con las rotícias nos lle- 
garon los detalles, tan interesantes, tan curiosos, tan palpitantes como 

, el conjunto del hecho mismo. ¿Qué hacer? jOabe en lo humano, con 
esta cosa delante, hablar de otra cosa¥ ¿Nos quedaría un suscritor si 
no la relatásemos? Perdónenos, pues, por hoy, el Sr. Villaamil, aunque 
solo sea teniendo en cuenta que nosotros , después de haber leido su 
Memoria y todo, no le guardamos rencor. Y allá va, oh lectores de El 
Dbbatb, la narración extractada , pero fiel como una fotografía, del 
grande acto, 
■ Dícesenos, en primer lugar, que las ínvitacionís surtieron todas 

. su efecto, es decir, que no hubo un solo convidado que no aceptase, lo 
cual da cierto aire de profeta al jefe de pelea , cuya previsión lo había 
afirmado asi á algún incrédulo. «Vendrán, vendrán todos, había dicho 
el anfítrional formar la liste; vendrán todos, y algunos más.» Y en 
efecto, parece que á última hora tuvieron que estrecharse para au- 
mentarse los cubiertos. No eran las siete de la tarde de ayer , y ya el 
aalon del Sr. Ruiz se veía tan concurrido como si su inquilino tuviera 



D,gH,zed.yGOOgIe 



-el decreto de diso' ación en el bolsillo. La levita reinaba entre los tra- 
jes, la alegría da un -apetito inocente en estánragos j semUanteB. EL 
dueBo de la casa hizo los honores preliminares coa esa temible natoca- 
lidad qoetodos ie reconocen. Al marear nn rel¿ de sobremesa la hont 
deseada, un criado sin guantes, p°,rocoBcliaqueta, sjaunciii que S. 8. 
estaba servido, y S. £., deteniendo coQ ao g'GSto benévolo A priioBr 
impuldo de los que He diaponian & irse á la mesa , qse eran todos, se 
permitió diríg^íries estas 6 paTecid»s palabras: 

«SsQores, la Pascua de Natividades una fiesta cristiana, taxt ecis- 
tiana que yo creo qué á no haber reñido al mando Nuestro 3efior, no 
se celebraria. Pues bien; ya que nosotros no podemos ser actualmente 
buenos ministros y baenoa empleados, no pienso que perderemos nada 
en ser bneoos cristíanos, hoy qa« todo lo que se nos exig5 para serio 
es comer bien. Y esta ha sido la idea esencial, tarazón ocasional de 
mi convits. Ya tenemos dominada & la demagogia federal por oaa 
alianza que no debe rompsrse por ahora. El carlismo se^irá hacd^H- 
do lo que nos convang^a, mientras & él le convenga igualmente. Puw 
bien: hoy podemos conquistamos algunos millones de conciencias más, 
careciendo como un partido criatiano, como ua partida con Pascua, 
como un partido español, que respeta y camparte los Bentimientos de 
BUS e<»icindadanos. Dicho esto, cuyo alcance dejo & vuestra penetra- 
ción, no necesita deciros Taéts. SsSores: lo que hoy vamos ¿ hacer y 4 
decir aquí, no solo se oii^ en Canfiranc y en «1 Puerto de Santa Uaria, . 
sino que ee muy posible que retumbe en la plaza de Oriente y hasta 
en Roma: al comedor, pues, seSores.» 

Y tres minutos después, y sin otros incidentes que los apretones 
inevitables entre los que quieren entrar 4 la vez porima misma puer- 
ta, cada cual ocupaba su silla ante la gran mesa e^ptica, de ¡untado 
pino, tan bueno bajo el mantel como la caoba, y extendía su serville- 
ta sobre sus trémulas rodillas, y fijaba la nariz, los ojosyla respira- 
ción sobre el humeante plato de sopa de almendra con que se inaugu- . 
rabael hartazgo. ¡La sopa de almendra! dtjoen el acto el observador 
y juvenil Sr. Moret al que tenia al lado: ¿por qué no se ha de decir, 
más propiamente, la sopa con almendra? Da todos modos, hé aqal ua 
plato digno de la civilización; la almendra es may antigua; los celti- 
beros la comian cruda, y se tiraban las cascaras, c:>mo nue^ros 'chi- 
ceos; pero el espirita de los tiempos inventó primsro la horchata fria, y 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¿fótqnies la borphata caliente, coq pan, que es esto. Es, por tanto, la 
^pa de almendra una sopa progresiva, una sopa súitética, usa sopa 
radical. Ya ccmoce Vd. mis principies eoeudmicos; si ha/y una coaa 
qoe JO aborrezco en él mundo es la protección; j sin embargo, no eo^ 
mo una sola vez esta sopa sin sentir heridas mis creeocias , 8Ín pensar 
en que debia imponerse ¿ la exportación de los almendms un derecho 
crecido papa proteger esto, este manjar que -es blanoo como una ingle- 
sa, dulce como una poltrona en quQ ye me be sentado, y alimenticio 
como todo lofarináceo! ... 

Ko métios tiwnas, ni menos filosófícaa, ni juénos oportunas fueron 
las oonrrenoias de los otroe, & quienes se les ocurrió a%o mes «que de- 
glutir «pTesuradammte, que fijeron muchos. Dicesenos aslmisi]»o que 
el Sr. Ecbegamj, al descubrirse en cierta sgtitada fuente la esjñoa 
intei^ra de wn enorme bteugo, clavó en ella los eternos cristales de sus 
^a^ constilutÍTas, ; exclamó: jAh! seSotes, sea cualquiera el siláo ¿ 
que esta misma noche vaya á parar esta pobre armazón huesosa del 
sabroso peje que Ifi poseyó, posible es que, andando el tiempo, se la 
eneuentre otra generación en las ruinas de esta casa, y que algup pa- 
lanteók^ haga sobre día estudios semejantes á los que yo tuve ti ho- 
nor de hacer sobre los pelos hallados en el quemadero de la Inquisi- 
ción. ¡Quiera la ciencia, pues, seSores, concedemos que, cuando esta 
£Bpina se descubra, sus analizadores sdÍTinenla expansión radical que* 
cata noche la ha desnudado, y que él porvenir saque nuestro nombre 
de la sombra de sus recuerdos como una verdadera eajñna de gloria! 

Del Sf- Bivero cuéntasenoe que estuvo unabiUeiíao y expansivo 
como poca? veces; que ri5ó con aCeotuosa dulzura & cierto sencillo 
amigo que bebió malvasia con d pescado. Según el Sr. Rjvero, y ti&- 
ne razoo, para el pescado se ha hecho la manzanilla: pregantó tam- 
bieai al St. Ruiz, con aincero «ituaiaaiBo, el nombre y circunstMicias 
dsl&eabexiáidñ cocinera; y por último, túvola abnegación de recono- 
cer en «1 Se. Martps ¿ u» viy^esidente de la Tertulia. Por su parto, 
el inteligente é intenciouado D. Cristmo, 3tempr« con sus reminiseen- 
cías de tribuno y de hombre de SUtado, oofesó que sentia haberse de- 
jado el sombrero en la. antesala, porque esto le impedia deseabricse 
sUi t«D reverentemente como lo hiüo en PriCQ ante la aoberania del 
pueUo repuldicano. Y «i Sr. Moncoca dicen que estuvo admirable al 
trinchar nn pavo, i^rece que, & pesar de que el aninulito estaba bas- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



tante duro, hasta el punto de no entrarle el tenedor, D. Manuel LeoD 
a3Í6con el índice y el pulgar de eutrajnl)as loanoa las dos patas, hi- 
M, sonriendo, un pequeflo esfiíerzo, tiró, y el ave quedó deshecha en 
pedazos chiquitines, como si la maza de Fraga se hubiese encargada 
de su repartición. 

Debemos también recordar él loable acto del Sr. Rojo Arias, que 
interrumpió la masticación general proponiendo, con verdadero espí- 
ritu evangéUco, una cuestación para los pobres, y viendo caer inme- 
diatamente sobre el plato, que hizo pasar de mano en ínano, tantas 
pezas de medio real como circunstantes. Y mencionaremos igualmente 
al Sr. Diez, fiscal cesante, qnien, é, pesar de haberse sentado á, la mesa 
con BU hermosa, inseparable capa, se levantó como un joven en cierto 
inoipentu y leyó parte de un opúsculo republicano que publicó aüoa 
atrás en Valladolid, muy gracioso por señas. Y al Sr. Mata, médico 
y D. Pedro, que disertó lucidlsimamente sobre la influencia de la di- 
gestí jn en las costumbres , probando que el beber y el comer á satisfac- 
ción es ¿ la felicidad lo que la primera materia á toda obra de arte. Y 
en fin, al Sr. Cuevas que, al promedio de la comida, sacó de su ancho 
bolsillo varios lindos paquetitos, atados con lulo rojo de cartas, de 
mondadientes de pino sangrado y sin resina, y ofreció un par de ellos 
¿ todas las mandíbulas. 

La necesidad nos obliga á prescindir de otros muchos notables ac- 
cidenta. No prwiemos ni debemos escribir un poema. Solo, pues, di- 
remos, para concluir, que el dueño de la casa estuvo por sí' solo tan 
apetente, tan sonriente y tan inteligente coino todos los dem&s juntos. 
A los postres se irguió con pasmosa rectitud de apostura, y coa el 
nudo de la corbata casí deshecho y loa ojos húmedos del entusiasmo, 
propuso doa cosas: pricnera, un brindis á la opinión pública, A esa 
opinión, añadió, que era reina del mundo antes que el ri.&rquéB de 
Miradores lo advirtiera; ¿ esa opinión que, tarde ó temprano, tempra- 
no si hay justicia en la tierra, no|S dará ftl poder, Y segunda, que se 
redactara y enviara aquella misma noche, según es uso y costumbre, 
un nuevo mensaje telegráfico al invicto duque de la Victoria. Trájose, 
en efecto, papel y tintero, y se escribió el siguiente telegrama á Lo- 
groño; «Excelentisimo señor: Veinte y siete mil senadores y diputados 
radicales, reunidos en el comedcHT del que suscribe, saludan de nueva 
á su jefe honorario, esperando qne esta vez se digne contestafles, y 



D,gH,zed.yGOOgIe 



irogúndole olvide el nombre de progresista en atención á que el aeñor 
Sagasta lo lleva todavía — MantiBl.» — Y dictio se está, que el mensa- 
je fué aprobado por aclamación y con tal placer, que alguna que otra 
copa cnigió entre los dedos que la oprimían. 

Grao mis de las doce, cuando la policía, que nada tenia que ver 
con esto, vio aaljr de la casa de pelea las últimas parejas, ; observó 
la singularidad de que casi todas andaban y reían como sí tal cjsa. 
El último que salió fué el Sf. Ruiz Gómez, por haber tenido que to- 
mar apuntes aritméticos sobre el gasto ó importe de la comida, para 
que su iliatre amigo y jefe lo sentara con exactitud éu su presupues- 
to extraordinario. Respecto al venturoso Sr. Ruiz, dícese que antes de 
acostarse se dio una vuelta por la cocina, y suspendiendo en los labios 
de sus domésticos una copla del carrascláe, les arengó con jAacer y 
basta con ternura, diciéndoles: «Hijos míos, yo no s- ai os veréis en 
otra, sobre todo antes de las primeras elecciones generales, pero no 
me negareis que estáis pasando un buen rato. Pues bien; pensad en 
gue si yo no fuera lo que soy, no le tendríais, ¿Y por qué soy yo lo 
que soy, vamos k ver? Puesea por haber sido siempre más liberal que 
Riego. Hijos mios, sed liberales, sin dejar de servirme bien. Ya veis 
que por muy gran cosa que sea la Internacional, la despensa de ua 
liberaV honrado no le va en zaga. Buenas noches. Que se me dé tem- 
prano el chocolate . » Y luego se nos afirma que el Sr . Ruiz se acostó y 
8o5ó que era la Pascua del aüEo que viene, y que la opinión le había 
declarado presidente perpetuo del Consejo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



DE LA CAPA Y DE LOS CWBBIOS. 



(5 de Bdqto de 1872.) 

La capa muere, digimos hw:e pocos dias, coBsideraado & Tiste de 
pájaro la Dupva prenda de abtí^ recien adoptada por un peratKiaje 
político de la importancia del último fiscal del Supremo. No hay, en 
efecto, peor síntoma de la decadencia de una inetatucion, qUe su aban- 
dono por los que han sido sus sostenedores en la historia. Que la caps 
ha sido en Espaüa una especie de institución, es evidente. Bsa prenda 
encubridora y cómoda viene acompaOaodo & través de los siglos á 
nuestras generaciones con uoa verdadera constancia nacional. Los 
godos celebraron bajo su embozo las inevitables conspiraciones de bu 
monarquía electiva. La reconquista la vio competir con la elegancia 
ligera de los sastres moros. La edad moderna hieode ella el gran 
auxiliar de los galanteos absolutistas. Y todavía en nuestros tiempos 
la cultivan desde el estudiante al torero, desde el' alcalde de aldea s] 
elegante que la lleva & la Opera sobre su frac. 

Y sin embargo, esa prenda, esencialmente española, conciudadar- 
na, indígena, decae, languidece, muere. Nosotros no entraremos á 
discutir ahora si estará bien muerta, si nos alegramos ó nos dolemos 
de esa decadencia. Confesamos que, á pesar de todo, nuestra opinión 
sobre la capa no está aun completamente fermada, y no podemos de- 
cir en conciencia, si sjmos verdaderos partidarios ó enemigos suyos. 
Algunas veces, cuando hace viento y se nos infla alrededor del cuerp) 
tembloroso, estamos por chinar con los que dicen que la capa, como 
prenda confortable, es una eng'añi&; y cuando consideramos los gran- 
des servicios que la debe el hombre, desde-José hasta nuestros dias, 
' sentimos por ella verdadero enternecimiento. Pero de todos modos 
nuestra opinión no hace al caso, y lo üerto es que la capa muere. Lo 
del fiscal es uu ^ntoma terrible. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



¡Ah! 8Í; lo que uti la> juveatud anuncia., cusudo más, una exigen- 
cia de le lógica ¡Dcoiíatancia; lo que euaado se tiene barba ixe^^ra. j. 
corrida significa aolo un pretexto para tener algo que ho pagar, ó 
BÍmplenteiite una imposicioii de la tirana. m[>da;¿ cierta edad aranza- 
da, en el ocaso de la existencia, de aeseata para arriba; cuaJido no se 
tieaen mAa que. pelos blancos desde la nuez basta el occipucio, quiere 
decir mucho, much?. No se pasan, en verdad, tres duros de aSos lle- 
vando capa desde setiembre á. mayo;, no se asiste entre unas vueltas 
de lana y seda i 1& caida del antiguo régimen, á la guerra civil y á 
varios pfonunciaOiieQtos; iio aCoetumbRa uno á su país ¿ verlo siem-, 
pre con la cape, puesta, lo miauo en el paseo que en la oficina, lo mis- 
mo en casa del general Espartero que en la de González Brabo, lo fliis- 
mo «m la Audiencia que en la inacción de un diario republicano, para 
renunciar el mejor día y sin un motivo profundo^ & una prenda que' 
CMAta como parte integrante de nuestra perstugalidad, y sin la cual 
no se nos ba retratado nunca. Cuando esto se hace e» porque pasa algo 
grave, es porque se cumple alguna inexorable ley del orden moral. 

La capa muere, pues, no hay que dudarlo. La primer mañanaque 
«1 Sr. Diez ha salido de su casa sin ella, puede considerarse como su 
fecha mortuoria. El momento en que el respetable éx-fiacal.pagó, con 
los reetos de su iJdtima nómina firmada, en la mejor i^peria de la ca- 
lle de la Cruz el precio de su nuevo carrick, ese momento bien puede 
aer «msiderado como un nunnento histárico. Asi, con esos tristes sín- 
tomas dfe dolorosa resolución en sus partidarios, caen y mueren las 
instituciones. No ha tenido de extrailo ver á un republicano de ayer 
dejar de serlo cuando al interés patrio lia convenido; psro el ver al se- 
Sor Diez, al dd los párrafos cortos, al de la capa áü si^npre, en pose- 
gitm de uno de esos abrigos novisimos, exóticos y efímeros que el es- 
tranjero nos ha enviado, equivale á oír la voz de la nación enttmando 
un solemne requiescai á la. prenda de sus mayctres. Tal al menos nos 
parece. 

Pues bien; si la capa pierde terreno, los cimbrios lo ganan, y lo que 
sucede en el sentido del uso con la prenda más ibérica, pasa en otro 
sentido con esa comunidad que no ba tenido partidarios en pmvíacías 
liBota. que algunos progresistas se los han dado. Los cimbrios se ere- ' 
cea de una.manera prodigiosa, los cimbrios avansan rápidamente por 
las sinuo^dadsB del radicalismo. Para ellos cada dia es un triunfo. 



.yCoogle 



cada p&tiO UD escabel, cada momento iiua ambicÍDn .satisfecha. Son la 
nubécula que nace iitvisible en el horizonte y qiie se extiende rá.{ñdb- 
mente á cubrirlo; son la gota de reactivo que se apodera de todas tas 
moléculas del vaso de agfua; aon la pequeSez que realiza la fiebre de 
la grandeza con su único procedimiento posible: la astucia; son indu- 
dablemente algo que prospera, algo que se agranda , algo que aspira 
á una victoria trascendental. 

Ya les habiamos visto practicar, respecto al progreBÍsmo , aquello 
de «divide y vencerás,» que lo mismo ee aplica á una pina que á un 
partido. Ya lee habiamos visto dar la je&tura de pelea al Sr. Ruiz, 
para que nadie sospeche que ellos y solo ellos'ía tienen ; ya les hemos 
tísÍo meter, como quien no quiere la cosa , al Sr. Martoe de vicepre- 
sidente en la Tertulia, después de haber'fundado el periódico del mis- 
mo clásico nombre; y ayer lea hemos visto, ó mejor dicho, no les he- 
moa visto en las exequias oficiales del general Prím. No fuercm á ellas 
8UB jefes, sus hombres más autorizados, sus notabilidades, y solo al- 
guna que otra relativa insignificancia apareció en Atocha con sus 
guantes negros. 

Puede que sea suspicacia nuestra; pero la ausencia del crímbrismo 
, en el gran funeral de ayer, nos parece cosa significativa. Y si no, dis- 
curramos brevemente sobre ello. ¿Por qué no fueron los jefes cimbrios 
¿ las honras del úlUmo jefe progresista? ¿Kstán enfsrmos? Nada se 
sabe, ni es de creer que lo estén con tal unanimidad; por otra parte, 
conocida es la resistencia férrea del Sr. Rivero, y la solidez bilioss del 
inteligente Sr. Martos, y la inmodificable normalid^ salutífera dd 
Sr. Moret. ¿Lo hicieron por visitar al Sr. Ruiz? Tampoco es creíble; el 
Sr. Ruiz, aunque hubiera estado bueno, quizás no hubiera ido por nn 
ver que el Sr. Oe Blas llevaba en su coche al joven duque de los Cas- 
tillejos. ¡Buena se hubiera armado si D. Manuel vé esti! ¿Será porque 
los cimbrios do son madrugadores? Todo la contrarío ; nosotros cree- 
mos que los cimbrios no duermen; nadie les ha visto, al menos ea lo 
que va de revolución, dejar de aplicar un ojo avizor á cuanto pasa. 

Puede, en au virtud , y debe presumirse que la aparente é incom- 
prensible &lta cimbria de ayer obedece á una causa recóndita que ae 
enlaza con el sistema de sus procedimientos. ¿Quién sabe por dónde 
resultará ese retraimiento? Por de pronto, nosotros estamos seguros de 
c|ue más de un zorriiiista, más de un radical nuevo, se retiró ayer á su 



D,gH,zed.yGOOgIe 



"cosa hondamente preocupado y diciéudose: «cuando li^ cimbños, qne 
son nuestros maestros en liberalismo j en tantas cosas, no han pag«do 
tñhuto & la' memoria del general , acaso hayamos estado todos en un 
-error creyendo Uheral id general Prim. De todos modos, esto es uoa 
lección que ningún buen individualista debe desperdiciar. Decidida- 
mente, los progresistas ni hemos sido , ni somos , ni seremos nada sin 
esos seSores que quieren regeneramos por el cimbrísmo. Sea, pues, 
como ellos quieran.» Y figúrense Vds. lo que tales rañexiones labrar&n 
en el ¿nimo de ciertos milicianos tibios; figúrense Vds. si el cimbris- 
mo puede s&car partido de tales soliloquios! ¡Y lo sacará, lo sacará! 

^Pues no lo ha sacad? hagta de las ideas estanquístas de D. Servando? 



D,g„,zedr,yCOOgIe 



¡NADA! 



(15 do Bnero.) 

Anteanoche, mientras se celebraba hi reunión de es-ministros, 
onionistas, ae celebraiba también en el cafó de la Iberia la más nurne^ 
Tosa, palpitante é interesante reunión de radicales c[ue en lo que va 
ie mes ha visto Madrid. Notemos de paso la preferencia que' el radi^ 
ealJsmo tiene por el viejo café de la Carrera de San Gerónimo. Verdad 
que la Iberia viene siendo hace aQos uu café político, una especie de 
sucnrsal parlamentaria; pero es verdad también que ningiin partida 
la ha cultivado y poblado tan colectiva y ruidosamente como el radi~ 
cal. Lo que los moderados hacían otras veces en el Casino; h que los 
progresistas en su Tertulia, y los unionistas en su Oircnh han soli- 
do hacer modestamente, los radicales lo hacen ahora en la Iberia con 
an explendor, y con un apresuramiento, y con una solemnidad calle- 
jera, que pasman. 

Débese esto probablemente á dos causas. Primera, á la comodidad 
y buena posición relativas de la mayoría del radicalismo, tan distan- 
tes de la penuria conservadora que El Impardal ha puesto muchas 
Teces de relieve. EX radicalismo podrá no ser un partido de mayores 
contribuyentes por territorial; pero acaso lo será por la industria; de 
todos modos no hay partido á quien se vea, cuando llega el caso, to- 
mar y pagar más copas. Segunda, á la pa^on que el radicaUsmo tie- 
ne por la publicidad, por hacerlo todo en el seno y á la faz del pueblo, 
de ese pueblo tan sondado y acatado por el Sr. Martos siempre que 
conviene; por la necesidad en que el radicalismo individualista tiene 
coQStantemQnte de exhibirse ant^ la colectividad soberana del conjun^ 
tb STcUl, y que tan hondo disguato deparó ya á Mr. Price, De mane- 
7a que un partido rico y popular no es extrajo que sea uq partido 
4e café. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Pues bien; repctimoB que aatesnoche el de la Iberia esttülaba, por 
decirlo asi, de radicales. Aquello era un meeting de hecho. AqueDo 
era un crugir y vaciar de vasos y botellas estniendosíaiíao; aquello 
era como el final de un banquete del Sr. Rivem, elevado al cubo; 
aquello era un consumo inverosimil; aquello era un no haber mesas 
para el público neutral, un ir y venir de sala k sala y de silla á. silla, 
un murmurar y ún gritar alternados, una serie de discursos interrum- 
pidos por la libacioQ ó por loa aplausos, un espectáculo, en fin, verda- 
deramente admirable. Los directores del 'mostrador no daban abasto á 
cambiar tanta peseta, los mozos sonreían en la plenitud de la propina, 
la cocina se quedaba sin. depósitos, y la opinión pública, por boca de 
Iiffl transeúntes que miraban á través de las puertas de cristales, se 
decía para sus adentros: asi se salvan y se consolidan las instituciones. 

Había, naturalmente, radicales de todas las múltiples especies de 
la gran clase, de todas edades, aptitudes, condiciones y estructuras, 
desde el cimbrio de pura raza, que necesita pensar en su último desti- 
no para comprender la monarquía, hasta el zorriüista de buena fé que 
todavia no se ha puesto más que el guante de la mano izquierda, y 
eso sin abotonarlo. Pera nuestros lectores nos perdonarán que no cite- 
mos nombres propios, por muchas razones. En primer lugtir, todo lo 
personal es pequeño y desateudible cuando se trata de estos grandes 
intereses de la política y de los cafés; y además, nosotros estamos ar- 
repentidos de haber hecho alguna vez menciones y citas individuales; 
ncsotros no debemos querer ni aun la gratitud de adversario. Sin ir 
más lejos, nosDtros tenecuos hoy un remordimiento por habernos ocu- 
pado conéretamente en la personalidad del Sr. Diez, fiscal que fué del 
Supremo, y haber seguido paso á paso las modificaciones .de su aspec- 
to, la jubilación de su capa, la trascendente aparición de su carrick no- 
vísimo, su entrada, en fin, de lleno, en las fermas de la civilización. 
¿Cómo nos perdonarán nuestros correligionarios la parte que hemos 
tomado en hacer del Sr. DÍ3z un personaje de actualidad? 

No haremos, pues, más que una cita negativa; no diremos quié- 
nes asistieron; no llamare;nos por sus nombres y apellidos á los posee- 
dores de aquellos elocuentes labios ribeteados de cerveza, ó coloreados 
por el chocolate, cuyos arranques oratorios tenían despierta á toda la 
calle del Lobo; solo diremos una cosa importante, y es que el Sr. Buiz 
Qo asistía. ¿Por qué? Misterio á primera vista. Un partido que tiene 



DigmzediiyCOOl^IC 



jefes tan asistentes al Europeo, como lo fué en au9 buenos tiempos el 
ex-director de La Discmwn, j -tan coaocidamente aficionados al sor- 
bete como D. Cristino, bien pudiera tener un jefe de pelea que no ae 
desdeftara de tomar café ante su país. Pero, sin duda, el Sr. Ruiz lo 
cree incompatible con las austeridades sistemáticas que su posición le 
exige, y la prueba de ello es que desde lo de_ la calle de San Roque do 
se ha vuelto & saber que D. Mauuel salga de la Tertulia ó de su casa 
Di para echar una triste cana al aire. Y por otra parte, comprendemos 
:1a situación de un jefe departido en un café lleno de amigos; lo natu- 
ral es pagar por todos, y los tiempos no están para correrse. ¡Si, si! 
jBueooe esb^n los tíQpipos! 

No necesitamos decir, por Ip demás, cuál había sido el móvil, la 
causa ocasional de aquella i¡ita, de aquella ^union: cuál era el objeto 
de todas las conversaciones, de todas las peroraciones: liabia crUis, el 
^p. Topete se iba del ministerio, Ifi'tortilla, es decir, la situación se 
volvía inesperadamente del lado intemacionalista, y loa jefes de la 
unión liberal iban á dar la voz de «Rompan filas» y de «Sálvese el que 
pueda» en el cajmpo ministerijil. «jAh, qué unión liberal esta, tan ad- 
mirable, dicen que decía un radical de cincuenta grados, haciéndose 
eco del sentimiento de todos; ella nos va á dar resuelta la cuestión de 
la manera más &íAl y patriótica! .Séflqres; yo he aborrecido siempre, 
y sahretodo cuando no era monárquico, á Ja unión liberal; pero hoy 
decido que es un partido conservador digno de aprecio, un partido 
que sabe impacientarse y ciiadrarse cuando nos conviene, y qne es 
menester dejftr constituirse y qrgíinizarse en los ocho (i diez aSos que 
nosotros vamos á gobernar. A ver, que vaya uno de Vds. ¿ avisar á 
J). Servando para qiie se ponga el frac. Sospecho que no se le pondrá 
cata vez inótilmente.» 

Dieron en estolas doce de la noche, oyóse el ruido de coches por 
la Carrera; tiemblan las vídñeraay una voz dice: ¡Ahi van! ¡ya han 
concluido! ábrese la puerta y un radical .noticiero entra con ta cara 
triste, con una cara tan triste como si se hubiese perdido otra votación 
presidencial; contráense los dilatados semblantes, las manos sueltan 
los vasos, prodúcese un gran movimiento de k circunferencia al cen- 
tro, es decir, al sitio ocupado por el noticiero; la atmósfera de tabaco 
' se inocula de negro presentimiento, y se formula la fiítal pregunta 
unánime: «¿Qué hay? ¿qué hay? ¿qué hay?... — ^Nada.— jCómonada?... 



D,gH,zed.yCOOgIe 



357 
— Nada: repatícioii de lo del Senado, apoyo incondicional , crisis 
conjurada, desinterés absurdo, alianza ministerial á prueba de bomba, 
tiempo perdido por nuestra parte. Hay que esperar al dia 22: que 
vayan á avisar á B. Servando que no se vista. A pagar, y & dormir, 
señores! ! ! 

¥ filé de ver la dispersión, la disgregación, la fuga. No hobo más 
que un grito, un solo grito exhalado por cien bocas burladas; el grito 
de ¡maldita sea la uuion liberal!!! y dos minutos después losmozos re- 
cogían, con la indiferencia propia de la profesión, los restos de los ser- 
vicios, y la soledad reinaba en la integridad del recinto. Radical hubo 
que, por huir pronto del local, como si huyera de sí mismo, se dejó 
sobre su mesa el último número de La devolución Social, del seSor 
Garrido; zorrillista hubo que, por segunda ó tercera vez en su vida, 
tomó en lá puerta un coche de alquiler. Y sobre todo, nosotros spbemos 
de un demócrata, de los más autorizados, que llegó á su casa hecho 
un basiiisco. Su familia le esperaba (hay también fomilias demócra- 
tas) con la ansiedad consiguiente, Pero au familia no ss atrevió á pre- 
g-untarle, por temor de una respuesta demasiado enérgica; la razón de 
aquel mal talante. Solo la esposa pudo adivinarlo, cuando, al darla el' 
paleto para que lo doblase, le dijo el tremendo jefe: Fulana, lo prime- 
ro que has de hacer por la mafíana, es buscar íiitre la ropa vieja mi 
aiitiguo gorro frigio, y limpiarlo y coserlo si lo há menester: que 
¡vive Dios que de esta hecha me lo voy á poner para no volvérmelo á 
quitar aun cuando D. Nicolás y San Nicolás me lo manden! — Pero 
hombre, ¿qué ha pasado? se atrevió á decir por fin la tímida cónyuge, 
parapetándose tras de una silla. — NADA!!! contestó tirándose del ca- 
bello su adusto due5o, y acto seguido ge echó en la cama boca abajo, 
como si tuviera el propósito deliberado de asfixiarse con la almohada. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



CARTA DE UN RADICAL A SUS ELECTORES. 



<Tertulia24de eaero por la tio<Aa, 
T eoD UDK luna mu; parecida i i» d« 



Parieotea 7 empleados mios: ya no aoj nada, es decir, ya lie vuelto 
i, ser lo de siempre, lo que era antes de que nuestro aburr¿cido Sag^sta 
me trajera 6. las Cortes. El ánimo m&s templado en la democracia se 
espanta al considerar estos vaivenes de la existencia. Ayer mismo , yo 
era todavía, por la maSana, un monárquico accidental con frac y ^- 
ban de pelo; algún que otro portero con essaca galoneada llamaba & 
mi puerta y me daba usía; el correo llevaba gratis mis cartas particu- 
lares y las de mis conocimientoa k cuarenta y nueve provincias ; todas 
las tardes bebía de balde agua de Lozoya con azucarillos ádiscrecion, 
y vosotros teníais derecbo á ponerme en el sobre de vuestra corres- 
pondencia el título de diputado á Cortes, que ba sido por muchos me- 
ses la admiración de mi patrona. ¿Verdad ustedes? 

Y eso, en cuanto á lo externo, á la forma, á. lo tangible, como dice 
Salmerón: que en cuanto é, mi fuero iuternj, yo era mucho más, yo' 
tenia la facultad de creerme una de las esperanzas de las institucio- 
nes, yo he ido algún viernes* palacio, yo he votado como im valeroso 
cordero y bajo la sonrisa de D. Cristinb, cuanto ha sido preciso para la 
libertad radical, yo hubiera sentado plaza con cincuenta mil del pico 
en la primera ocasión, yo bendecía para mi capote la felicidad con que 
dejé de ser progresista -histórico para tener historia y porvenir, yo os 
hubiera llenado de encomiendas librea de gastos; yo, en fin , creía en 
la Providencia, es decir, en el derecho de disolución. 



D,gH,zed.yGOOglC 



Pero, si; ¡que sí quieres! sanitas vanitatis, cjino creu que se díee- 
'Cn hebreo; el decreto amaneció ayer &si poder del Antecristo. Yo lo vi, 
^o lo vi, poco antes de las dos, y al salir de la Iberia con una copa 
más y media peseta menos, pasar por la Carrera en su coche nacional, 
y desde luego observé que llevaba gruantes blaucoa , como Malcampo 
en la noche de la suspensión. ¿Ssrian los mismos? Yo creo que ai; al 
menos, me produjeron el mismo efecto, el miamo frió en el estómago. 
¡Ah, mis amigos! pocas veces me los he puesto, paro será difícil que 
vuelva & incurrir en esa debilidad liberticida. El guante blanco es 
reaccionario por naturaleza, y muy caro además. La Internaeional va 
una compensación de los g-uantes blancos, y debe serlo; ¡felices tob- 
otros que no tenéis idea siquiera de su hechura, y cuyas manos coa- 
servan petrificado el polvo de vuestros corrales! 

Pues bien; los guantes de Sagasta, más que mi voluntad, aquellos 
g-uantes que brillaban en mi oscuro cerebro como dos astros fatídicos, 
aquellos guantes con loscualessoSarémuchasnocheSiaquellosguantes 
que no olvidaré nunca, me llevaron con atracción magnética ala casa 
grande. Llegué á su puerta, atravesé la muchedumbre de curiosos de 
SOR cercanías, entre los cuales no eradificil conocerálos alabarderos que 
nos habían de victorear si triunfábamos; los detestables agentes de or- 
den público me abrisron paso de mala gana, como siles pasara no poder 
echarme mano; y por fin, entré. Mía amigos me infundieron nueva ea- 
p;;raaza. Se preparaba una verdadera culebra parlamentaria; se tra- 
taba de no dejar laer el decreta; &-i iba á armar la gorda; todo, por su- 
puesto, en bien de la libertad. Au i habia patria. 

¡Qué sesión, qué sesiún, qué cosa tau hermosa, sobre todo en su 
principio! }C6nio os recordé en ella, amigos mios, y cuan di^aa de 
participación hubiera sido vuestra espontaneidad en aquella Z'ilagai^ 
da, que nunca nos agradecerá bastante la virgen democracia! Presidia 
Becerra, ya sabsis, el panegirista Se los granaderos lombardos, el an- 
tig-uo favorito del pueblo; las tribunas, en muchas de las cuales habia 
mujeres (¡qué espaBolas estas tan valientes!), estallaban. Ss leyó el 
acta por Ríos Portilla, ya sabéis, el de las gd&s, el secretario ideal, 
á quien habíamos dado orden de estarse k pié firme en la tribuna tras 
días y tres noches; y pedimos la palabra Bobre el acta unos veintítan- 
toa, con objíto de hablar lo que á la libertad conviniera. Yo, sin em- 
b;irgo, no pudp hablar, no solo por no parderla única virginidad que 



D,gH,zed.yGOOgIe 



me queJa, la de mi silencio, la del mutismo forzoso, que dijo Taladrid 
el' compatible, sino porque loa malditos guantes blaacos de D". Práxe- 
des, que fíg^uraban en el 'banco azul, me cohibieron. 

Pero en fin, los amigios hablaron. Hablé el jefe, y parodió priüiero 
al general Prim, j dijo: «¡Radicales, A defenderse! » Esto es, & defen- 
der \bs restos de lo del Banco de París, el sagrado* del filíbusterismo 
y la monarquía del gorro frigio; y luego parodió ¿ Olózaga, y entonó 
nnk salve, la primera acaso de su vida, por la dinastía, Estj no no3 
disgustó demasiado. Aquel no era el momento de compadecerse Jo 
nadie antes que de uno mismo; y después, esperábamos un discurso de 
D. Manuel, propio, original, congruente. Está visto qué este misero 
D, Manuel no es el hombre de los grandes momentos; se achica, se 
achica cuando la cosa va de veras. Mucho me temo, pues, que tenga 
qué volverse á Tablada sin jefatura. Y luego, él nos las había prome- 
tido felices, nos había dirigido, nos habia aletargado en la confianza. 
¿Por qué aquel miedo, por quóaquel fiasco? Sea dicho entre nosotros, 
& mi me parece que la influencia de Pérez de Guzman, el er-secreta- 
rió de Chesíe, anda en todo esto. 

D. Nicolás quiso reivindicar su autoridad disuelta, y habló tam- 
bién, con más aire chino que ntinca, es decir, no cesando un instante 
de tener los Índices de ambas cerradas manos extendidos, y de dar 
vueltas sobre sus talones en el escaño. Pero la verdad es que D. Xi- 
colás no sabia, por variar, lo que iba á decir, y no supo salir de su 
decadencia sino con un viva & la pobre sobada libertad. Por fortuna 
se levantó Martos, más elocuente y más indócil que nunca, y sin ha- 
cer caso del gesto iracundo de sus jefes, abrió su pico de oiro y en nom- 
bre del monarquismo sencillo y juvenil que abona su limpio semblante, 
habló contra la disolución, como si £1 Imparcial no la hubiera pedido 
ayer mismo á voz en grito. ¡ Aht D. Prístino es un hombre; tiene pala- 
bra, carácter, pensamientps y hasta gramática. Yo me voy con éj & 
dónde se vaya: os lo advierto. , 

. Por su parte, nuestros aliados lo hicieron también á pedir de boc^. 
Cada medio. minuto salla de los bancos republicanos ó carlistas una 
interrupción, una atrocidad que hacia temblar el techo, y que not* 
confortaba como era justo. Gl joven Abareuza, el amigo intimo de Cas~ 
telar, apostrofó al monarca salvando valerosamente hasta las conve- 
niencias de una persona que yiste bien. Soler, el delicioso y sombrío 



.yGoogle 



aragonés, y ifuro, el íg^noto, invocaron las futuras bairicadasi Pi- 
queras llevó también la triaca de su palabra al común veneno atmos- 
férico, y Nocedal excitó á loe contribuyentes á la rebelión. ¡Dios les 
p^iie á. todos este noble j desinteresado servicio! Respecto á los hor- 
ribles conservadores de todos matices, con excepción del feroe Rios - 
Rosas, que nos traqueteó de lo lindo escitándonos á la buena muerte; 
de Cánovas que regaló al gobierno laa simpatias de algunas clases 
odiosas y propietarias, y de Elduayen que probó que loa impuestos se 
cobrarán tegalmente, apenas si se les oyó la voz. Parecia que todos 
llevaban gantes blancos. 

Planteada asi la batalla, no habla para nosotros más que dos sali- 
das: ó un contra-decreto, ó el Saladero. Cualquiera de estos dos resul- 
tados nos sonreia: él primero, óómo nn triunfo inmenso y único en la 
historia; el segundo como un asilo donde, después de todo, le mau-- 
tíenen á uno. Pero de pronto cunde una noticia terrible por bancos-y 
pasillos: el decreto se ha leido ya en el Senado, como si allí no hubior.i 
un solo radical p!^ una tribuna; el decreto es ya un hecho, la cosa 
no tiene ya remedio, ya no hay Cortes, ya no somos Congráso, ya' aque- 
lla reunión es el circo de Price, ya puede entrar alU GuiUermina, ya no 
hay esperanza!... ¿Quehacer? ¡Los guantes de Sagastaaé de&pegaron 
del banco azul; Rios Portilla, más verde quís nunca, dejó la tribuna, y 
el decreto fué leido en las silenciosas barbas de toda la democracia!... 

Yo ño soy filósofo, amigos mios; yo, entre un destino ganado á 
escopetazos y la cesantía reflexiva, optaré siempre por el primero; pero 
yo me permito hoy aconsejaros resignación, cachaza, calma, mucha 
calma, esa calma que, como dicen en el Molinero de Svíiza,. es la 
ciencia que enseKá á triumfar. Esperen?oa, Doa meses más ó menos de 
monarquismo no van á ninguna parte. Estos cjnservadores ni quieren 
ni necesitan nuestro -exterminio. TeugM certeza, por el contrarío, de 
que desean vemos en las próxima's Cortes en número bastante para 
aquello del juego alternado. Abandonados á nosotros mismos, no pasa- 
rían de diez nuestros distritos. Hay, pues, que hacer dos cosas: la pri- 
mera, remachar la coalición con federales y carlistas, en nombre del 
paeblo soberano; la segunda, dejamos proteger prudentemente por la 
iboíénsividad del gobierno, en nombre de la monarquía. Luego, asi 
que pase abril, veremos lo que conviene, i Animo, pues, deudos y siib- 
dit(H mios, y que Dios os libre de ver unos ganantes blancos en acciont 



DigmzediiyCOOl^IC 



POR CUENTA PROPIA. 



(5 d« Fflbrero.) 

Eu iadudable que toJas ks cosas tieneii un fin, aunque la inseoss- 
tez radical parezca probar lo contrario; pero no es méQoa verdad que 
todo lo existente empieza por su principio. Hay ciertas celebridades, 
por ejemplo, que concluyen pronto y de mala manera; pero todas han 
empezado alguna vez, más ó menos inverosímilmente. Y esta ineludi- 
ble condición de todo lo que á. ser llega, que olvidó Tero Grullo en sus 
axioma»; esta necesidad inexorable que todo lo que ha de concluir tie- 
ne de empezar, se ha cumplido en la áltiraa reunión del Circo de caba- 
llos, y ante la mejor parte republicana del buen pueblo de Madrid, en 
la persona del Sr. Mathet, que empezó el viernes á ssr célebre de la 
manera que la Providencia, en sus inescrutables designios, tenia de- 
cretada. 

Verdad que nadie se lo esperaba; verdad que nadie sospechaba que 
el radicalismo iba & damos, con una función mis, una nueva celebri- 
dad; verdad que est^i no cabia en el genera presentimiento. Todo el 
mundo presumía que si sonaba alli la hermosa voz serpentónica del 
Sr. Ruiz, ó el chirrido oral y filosófico del Sr. Echegaray, ó el zum- 
bido chnico del Sr. Mata, ó la elocuencia acre del Sr. Martos, ú el tra»~ 
nochado patriotismo del Sr. Escosura, nos o&ecerian todo géneru de 
admiraciones y atrocidades. Pero que el radicahsmo se aprovechase de 
su última inconveniencia colectiva para darnos una notabilidad más 
que padecer, esto no se lo temía nadie. Y ún embargo, pasó, acaeció, 
tuvo efecto, por lo que hemos dicho; por aquello de que las cosas quie- 
ren principio, y están en su parfecto derecho al quererlo'. 

Lánguidamente recostado en la baranda de su palco, según nos ha. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



contado ud testi^ presencial del jaleo, se hallaba el Sr. Mathet desde 
el comienzo de la reunión, saboreando ñsica y moralmente su coloca- 
cioa j su postura, en la plenitud de esa satisfacción compleja que pro~ 
duce é. ciertos espíritus sencillos el verse raramente en palcos, y sobre 
todo en palcos que no se pagan. Ni su propósito, ni su ambición, ni su 
deseo, eran los de tomar parte activa eu la fiesta. Liberal modesto, que 
}ia lleg^ado & serlo poco á poco, meditada j paulatinamente, como la 
sabiduría aconseja; hombre político que ha recorrido la penosa escala 
de cien ásperas vicisitudes; patriota que tiene.la conciencia de haber 
■eervido bien á su país en t^as las diversas aituacionas de au vida, ya 
como carlista, ya como alcalde-corregidor moderado, si no nos equivo- 
-camos, el Sr. Mathet fué & Price el jueves último con los dos únicos 
planes privados é inofensivos de observar y de gozar. 

Asi es que cuando habló el primero el jefe de pelea, y anunció áen- 
cillamente que de lo que allí se iba & tratar era de salvar la libertad y 
la patria, vendidas en su opinión por los que no quieren que sea mi- 
nistro, el Sr. Mathetnotuvo otro deseo, ni formó otro propósito, que el 
de escribírselo todo aquella misma noche & la prima de D'. Manuel. 
Esta prima de D. Manuel es una aeSora de la noble patria de Hernán- 
Cortés y del chorizo, vecina de Cáceres, que celebra todos los triunfos 
y encumbramientos de su gran pariente sacando á la_ ventana su retra- 
to, bajo dosel de frescas hojas, y haciendo quemar en au loor todos los 
cohetes de que dispone el mejor pirotécnico de la capital. Histórico. 

Habló luego el apologista de los pelos que no arden, el cada día 
más simpático y más incrédulo Sr. Eóhegaray, y cuando terminó 
aquellas audaces elucubraciones sobre «1 pudor, aquella admirable 
figura química sobre la fumigación insuSciente, que levantó como una 
humareda de espliego y cloruro en todos los ánimos, el Sr. Mathet 
^ntió correr en sus adentros como un raudal de ternura, y no hizo 
otra cosa que enjugarse furtivamente una lágrima espontánea, y ben- 
decir el severo estudio de las matemáticas, que tales Pepea produce. 

Llegó en seguida la vez al Sr. Mata, y al oirle sacar partido de 
Tántalo, Danao y Sísifo, el Sr. Mathet, poco versado en mitología, 
aplaudió más por instinto que por convencimiento. En ninguna his- 
■ toña constitucional ha visto el Sr. Mathet citados aquellos persona- 
jes. Y cuando el Sr. Sanroiuá echó su cuarto á espadas, y discurrió 
profundamente sobre los saltimbanquis políticos, y sobre los filibuste- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



roa impeuiteiltea, el Sr. Msthét comfweDcUú cómtí se lle^ kaéT sab^- 
secretario y diputado colonial, Y tínfindo D. Patricio, cjh elsombreío 
en' la mano, quisó contar sus aventuras conscryadbratí de los lUtiDM» ' 
quince años, eVSri If athét rió filé dé loa que lOéiióg invitaron di coü- 
sécuente liberal-á cuHritsé. Y cuahdo el Sr. Morét, el soñador de un 
rádlcaÜsino que aé peina; se esforzó en quitar sus negros cdlores'al 
coco de la Internaciontü, el Sr. Mathet siguió enternecido. T ouandA 
el Sr, Martas, áfalta del Sr. Rivero, quft se hallaba eii cama, ttí vea 
durmiendo, buscó sn'éxito en aquello del traidor, un sombrero, un sdlo 
aoriibrero, de copa alta y en buein uSo, surcó la atmósfera del Circo en 
curva'dedcendente yfué A caer ¿ los pies dé D. Cristiuo: era el'díjl 
Sr. Matbet. 

Pero, repetimos que toda eso lo hizo el Sr. Mathét,' según- sua ■ 
cronistas y admiradores, sin la' menor idea de atraerse la general 
atención, con la despreocupación y la naturalidad del sentimiento, 
como si él miamo no hubiese de tomar parte en aquellos amplios , y 
dramáticos é impunes debates. ¿Por qué, pliea, habló al fin y al cabo 
el Sr. ilatbet, ó por qué pidió y tomó la palabra desde su palco , y se 
convirtió de espectador en actjr repentinamente , mucho más repenti- 
namente que se convirtiera de moderado en radical? ¿Fué el contagio^ 
fué el magnetismo de aquellas elocuencias que El /«iparcial no ha 
vuelto á llamar cortijeras, fué esa tendencia repi-oductora que desde 
la cotorra al mono, y desde el mono al hombre, y desde el hombre 
hasta la cebolla hace que se repitan ciertas cosas? No ; no hay que 
acudir á la historia natural para explicar esto ; basta .y sobra con la 
necesidad filosófica del principio de todo. La celebridad del seBop 
Matbet debía empezar, y empezó. 

Resignado é. hacerse notable , ó lo que es lo mismo, puesto ya en 
el aprieto, el Sr. Mathet se vio obligado á salir dé él lo mejor posible; 
y entonces fué cuando soltó aquella aseveración pavorosa sobre la in- 
compatibilidad de lademocracia con ciertos atributos esenciales, ó sea 
con la monarquía. Porque el Sr. Matbet comprendía que era preciso 
echar el resto para no bacer fiasco, ó para no pasar desapercibido en- 
ti* un liberalisino donde hay hombres tan eminentes y tan maduros 
como el Sr. Salmerón, por ejemplo, que están hablando hace cuaren- 
ta aííos sin hacerse oir. Necesitábase, pues, tirar de la manta , irse al 
bulto, dar en el blanco, y el Sr. Mathet'lo hizo: la monarquid dem»^ 



DigmzediiyCOOl^lc 



■orática quedó desnuda entre sus manos , y el radicalismo sintió en su 
conciencia toda la realidad republicana que le constituye. 

Una sola atenuación aparente se permitió el Sr. Mathet, en aque- 
llo de que hablaba por cueniapropia; pero eato mismo fué lo más há- 
tü de su peroración. La mayoría del ptibüco federal que le escuchaba 
le aplaudió á rabiar, con esa protesta y todo. jKstaria oportuna y ar- 
tisticsmente hecha? Levantarse & hablar federalmente por cuenta pro- 
pia, y ser aplaudido del radicalismo en maaa , equivale á decir al ra- 
dicalifflno: declárate. Y el radicalismo se declaró aplaudiendo, es decir, 
sintiendo. ¿Dónde hay mejor elocuencia que la del sentimiento? En 
parte ninguna. Por eso el marqués de Sardoal ha pedido & loS conce- 
jales, , sus juvievos compañeros, en su úH^mo discurso, qDe le dejen sen- 
tir, sin pejjuicio de que le dejen ser .alcalde. Véaae el texto. 

Felicitamos, .pues, al Sr. Mathet; uqa .celebridad que comienza, es 
j^rá siempre para nosotros algo sagrado. E! Sr. Caatelar ^caba de 
dwÍ7 bajo Bu.fí:cnia, y con la más pitonisic^ de bus entonaciones: 
«¡Deflgfaciado el político que po inspira ódiosU Nosotros, menos vi- 
riles, pero más prácticos que D. Emilio , (l?cimp3: ¡Jpesgr^ciadp el r^ 
dical que no se distingue en ,cualguier ,^ntido,,que no jtprpvecha la 
wasion de su (jekbridad! Es hombre perdido, y dificilmen^ ííegWft á 
director, com9 el Sr. Prieto. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



COSAS DEL MANIFIESTO. 



(10 de Febrero.) 

En el mamñesto radical'de ayer hay muchas cosas notables; 
hay, por ejemplo, una ínse agrícola, aquella de que estamos en un 
periodo de laior política; y esta osada afirmacian se cousig^ia des- 
pués de asegrurar que, con motivo de acefcarse el día de las elüccionea 
g^erales. nos hallamos ni más ni menos que en pleno periodo electo- 
ral. Nosotros hemos procurado averiguar quién ha sido autor de eso 
giro elegante, porque lo creímos á primera vista contrario 4 1» natu^ 
raleza del estilo hiperbatónico del Sr. Echegaray, que en lo dem&s del 
documento resplandece. El Sr. Echegaray lo hubiera puesto al re- 
vés, hubiera dichi) de laior periodo, como dijo el cUsico de fregar cal— 
dera, porque el autor de los agravio* ama la trasposición en todo lo 
que ¿ su personalidad no afecte. Pero nuestras pesquisas han sido íq~ 
útiles, y solo hemos logrado, después de mil afanes, sospechar que esa 
notable frase, que huele á yunta, se deberá acaso á la intervención 
literaria del seSor marqués de la Florida, único nombre de los firman- 
tes que parece tener cierta conexión con la agricultura. 

Hay también en dicho manifiesto una queja, y amarga, y profun- 
da como el Océano. Pero esto no nos extraFia tanto. Los españoles tie- 
, nen el derecho fundamental de quejarse. Es una &cultad nacional, 
que arranca de nuestra historia, y que, desde el día en que los anti- 
guos redactores de Za Discusión se permitieron intervenir en nuestra 
felicidad, se ha convertido en un deber público y privado, de cuyo 
cumplimiento se ner^síta haber sido ministro sin saber por qué, para 
eximirse. Asi, pues, la queja nonos sorprende, y mucho m&s cuando 
versa y se apoya sobre el decreto de disolución. ¡Malhadado decreto 
ese, y cuántas sinsaborea empieza á costamos! Entre otros efectos su^ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



3Í7 
yos figura íristemente ^1 halier venido á cambiar la dirección del coq- 
Tencimiento público. CreiamoB baata hoy muchos peninsulares que la 
gravedad de las presentes y un tanto ásperas circunstancias del país, 
se debía en sus nueve décimas partes á la difícultad de org^anizar un 
ministerio cimbrío que durase siempre. Pues no aeilor: esa gravedad 
procede toda del decreto de disolución. El manifíeato lo dice. Pa- 
ciencia. ' 

Contiene también el susodicho documento un interesante problema, 
breve, pero elocuentemente formulado, en aquello dslpartidó de poree^ 
rUr, de crítica, de discusión y de propag-anda, nacido y criado á loa 
pechos de la revolución de setiembre, simultáneamente con su herma- 
no gemelo el radicalismo. Cosa que, desde el punto de vista de la lac- 
tancia, se explica perfectamente considerando que, como dice tarabien 
el manifiesto, la revolución de setiembre fiíé hermosa; calificativo eró- 
tico que explica una maternidad de ese calibre. Las revoluciones her- 
mosas, como las mujeres que lo son, tienen mucho adelantado para Do 
morir sin descendencia; ahora, ai la prole es buena ó mala, eso el tiem- 
po lo ha de decir, y Ijs decretos de disolución lo han de probar. ¿Cuál 
será, empero, el partido del porvenir en EspaÜa, según el radicalismo? 
4EI republicanot No puede decir ni creer esto un partido monárquico. 
Hay, pues, problema, y profundo y curiosísimo, en la ñnse. Pero, 
¿dónde no los hay? ¿Ni dónde hay más problemas que en el radicalis- * 
in()?¿Para qué ha vivido sesenta aitos políticos el Sr. Pasaron? ¿Para 
qué se hizo su último irac D. Servando? ¿Para qué se hizo realista don 
Nicolás? ¿Para qué sirvió la justicia á los secuístralores de Andalu- 
cía? Problemas son todos estos, y no flijos, y comí estos hay muchi.í; 
sin ir más lejos, ¿no es un problema el partido ñituro dsl Sr. Esco- 
sora? 

Y hay otra infinidad ^tle cosas admirables en la alocución, ó lo que 
868. Aquello de proclamarse el radicalismo el solo pitido gabsrnante 
que existe y puede existir mientras viva la generación qiJ ; le ■ ha fun- 
dado, es todo un sistema. Montésquieu, de seguro, nosoííó en un ré- 
gimen constitucional compuesto de un monarca y \m partido contra- 
tadoSj mediante escritura, para coexistir á perpetuidad en el gobierno. 
Aquello de la coaiicion monstruosa de los elementos liberales conser- 
vadores tampoco deja de tener su sal y pimienta. Porque la lógica lo 
dice: coaligarse loe monárquicos constitucionales con los republicanos 



D,gH,zed.yGOOgIe 



j los absolutistas , esto está en el orden de un ministerio que se desea . 
Pero unirse los que profesan unos mismos principios y acatan una mis- 
ma legalidad, j unirse sin ^tro objeto que el de dar un poco de aliento 
i la propiedad, al orden social j á otras fruslerías, esto es una mons- 
.truoaidad dig-na solo de la reacción picara que nos corroe; y sobre todo, 
si esto es conservar, no puede exigirse semejante cosa á los que Qrefai 
que no hay nadie que tsn ga aigo digno de ese infinitivo. 

Pues no dig'amos nada de aquello de la posición naiunU que cor- 
responde.á los partidos gobernantes: parece que se esti viendo al ra- 
dicalismo siempre encima, como el corcho ó el aceite , ¿ gui^a de re- 
mate, cúspide 6 corona inmutables, de la creación revolucionaría. ¿Y 
aquel programa abreviado que se resume en él restablecmiento de la 
moralidad púhlici^ Un tropel de sobados negros , de discursos de i 
bordo, de pfigas incompatibles, de bosques desarbolados, de limosnea 
estancadas, acude ¿ la imaginacioin más estéril con ese conjuro. ¿í 
aquello de la Ubertiad que tiene el país? ¿No es este un rasgo de gene- 
rosa franqueza, digno de imitarse? Vivir ,en pleno reaccionarismo , en 
pleno &]fleam¡ento ije 1» ley, en pleqa tirania, en corrupción plena, y 
sin embargo, vi^vir ea la libertad, y.confesarlo, es hasta una abnegar 
cion. ¿f (viuello- del empréstito acogido con entuaiadmo por todos los 
mercados de Europa? Es divino; solo )e ^ta liaber recoñlado á conti- 
üu^Lon los préstamos hechos por el Sr. Moret, ó por el SiT. Ruiz Go- 
jnez, ó por ambos, que .esto todavía no se l^a expÜcfido, á 18 por 100. 

En otro orden de ideas , aquello de la epofi^tacifin es pavoroso. 
Cualquier lector irreflexivo creerá que se tratfi de ,una sangría, ó de 
otro procedimiento jip¿dicp, ó al n^énos déla gestión financiera del se- 
Sor Figuerola; pero no: los radicales hablan de evacuar los comicios, y 
el Parlamento mismo, y la patria y la Europa, si la necesid^, ó, loque 
es lo mismo, la iniquidad del gobierno les obliga. Ponemos por caso: 
íjiie los extraviados electores españoles no .elijan -más que uu par de 
docenas de nuevos y antiguos címbrios , por no tener noticia de que 
baya más moralmente elegil^les; que se disuelva un batallón de voli^a- 
taríiB, organizado según eluprocedimiento de un municipio y un dipu- 
,tadoque se entendieron para ello, yá cuya reorganización se proceda 
inmediatamente can arreglo á las prescripciones legales y otras zft- 
. landajae; que se .traslade un juez de un distrito á otro,,en que le dejen 
TÍvir, gracias & la distancia, los consejos de .qn centenar de caciques^ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



-que haya uu tiscal que, en nombre del Estado (¡valieute cosa es el Es- 
tado!) stj perniita denunciar algún escrito en que se excite k loa coq- 
tribuyente» espaHoles á no pa<j:ar \us impuestos, ó en que se insulten, 
con vileza impúdica, las instituciones: que cualquiera de estas cosas 
suceda, y ya verán Vds, la evacuación radical que se verifica. ¡ Pues 
no faltaba más! 

Por úitim), hay en el manifiesto otra cosa que, á. decir verdad, 
nos ha llamado preferente y suparabundantemente Is atención , y que 
hemod dejado para el final de este articulejo, no salo porque tía deber 
cronológico nos lo exigia, sino porque nosotros somos délos que creen, 
con los nulos glotones y los fumadores, que lo mejor está siempre al 
fin, y además, esto lo dice también la filosofía, y hasta la naturaleza: 
la muerte es nuestra libertadora, la muerte es lo último de la vida. 
Ahora bien, esa cosa superior que enel manifiesto encontramos es un 
nombre, ú mejor dicho, un apellido: el apellida del Sr. Bobillo, último 
de los representantes de provincias qne firman el memorial. ¿Qüípro-' 
vincia tiene el honor de haber dado sus pjder'es a! Sr. Bobillo (D, Fe- 
lipe)? Esto no importa. Lo itiiiíortant", lo raro, lo increiblees que haya 
un radical que se llamo asi, que tenga un mMnbre tan inocenton y tan 
agradable. Por nuestra parte declaramos que, sin diminutivo ó con él, 
no creemos que haya un solo radical bobo. ¡Antes creeriamoa en la in- 
mortalidad de D. Manuel! 



D,gmzed.yCOOgIe' 



MÉJICO. 



(l»rle Febrero.) 

Aunque el telé^afu dos tiene ya acostumbrados á recibir graves 
notáciaa de la mayor de las repúblicas hispano-aiaericaDas, ayer, siu 
embarg;o, ha su&ido eea gravedad triste j pavoroso aumento al notÍ~ 
n&rsenos que la última insurrección se ha apoderado de varias im- 
pottantes poblaciones mejicanas, que los revolucionarios se suman ya 
en m&s de treinta mil, y que el atribulado presidente Juárez ha pedi- 
do auxilio á los Estados-Unidos en tan terrible trance. Un periMico 
de anoche va más allá todavía, aserrando que el mismo Juárez ha 
perdido la vida en esa última lucha de en azaroso destino. Pero no 
encontrando nosotros en la prensa de hoy confirmado este doloroso 
detalle, lo ponemos con placer en duda todavía. 

No nos extrañaría, empero, que saUeae Qierfo. Si hay una victima 
seQalada hoy á la voraz disolución social en que se agita el antiguo 
grande imperio del Nuevo Mundo, esa victima parece ser el hombre 
intrépido é inEausto por partes ígruales que en estos últimos aSos lo ha 
dirigido, ¡Qué horrible lección debe ofrecerá su espíritu, ó ha debido 
ofrecerle si ya no existe, el sangriento, horrible cuadro de su espirán- 
i3 patria! Él fué un dia, ó creyó ser un dia, su representación, au en- 
camación. Solo, ó con un puSado de aventureros, viviendo apenas de 
la caridad clandestina de sus paisanos, ó de la interesada limosna de 
la gran república inglesa, haciendo la vida del criminal contra quien 
parecen rebelarse cielo y tierra, Juárez mantuvo el fuego sagrado de 
la idea republicana en sus montaQas y bosques, y ofreció en su per- 
sistencia un peligro constante, que más tarde, al fin, filé perdición ir- 
zemediable, al imperio de Maximiliano. 

Lkgó al cabo el dia de la victoria, La traición y la alevofóa ñie- 



-,yGoogIe 



ron sus auxiliares externos, pur decirlo asi; pero la constancia de 
aquel liombre poco común había sido, en realidad, su mejor hueste. 
Kl heroico váatag-o de los HapsburgDS cayó bajo el plomo del fauático 
salvajismo comprado en su da5o. Pudo salvarse j no quiso hacerlo; 
pudo abandonar en aquellas crueles playas la corona de espinas que la 
Europa monárquica le hahia invitado á ceSir & sus sienes, y no vaciló 
un momento en renunciar á ello. Solo la muerte pudo arrancarla ¿ su 
frente. La Europa hahia tenido un gran pensamiento al ofrecérsela; el 
ensanche, el triunfo de] principio monárquico en el seno de la war- 
quia sur-americana, y como compensación del vertiginoso, creciente 
poder yankée; la re§^eneracion de una sociedad donde todos los víncu- 
los de la vida moral parecían disueltos y rotos : esta fué la misión en- 
comendada por Europa al inolvidable principe austríaco. La fatalidad 
le impidió cumplirla; pero él supo ser fiel al gran mandato, y al ofre- 
cer al mundo civilizado los despojos de un mártir y de su angelical 
compaÜBra.privada de razón por el dolor, el mundo entero saludó con 
luctuoso, pero justo entusiasmo al valeroso, al honrado, al egregio 
héroe cristiano! 

¡Ah! lo con&samos-: cuando nosotros *leimos las últimas, tremen- 
das y conmovedoras páginas de ese gran drama ; después de consa- 
grar ala noble victima la más pura ofrenda de nuestra admiración; 
después de aOadir en nuestra conciencia aquella nueva parte al grave 
proceso que la opinión imparcial de dpa continentes estaba ya forman- 
do á Napoleón UI; después de confiar á Is Providencia la expiación de 
aquel abandono indigno en que Francia y Europa dejaron á su au- 
gusto enviado , nosotros tuvimos un momento de duda ; nosotros nos 
preguntamos: ¿Será verdad? La suerte de Itárbide, el fin cruento de 
aquel aventurero, ¿fué la expresión real y constante del carácter de su 
raza, de su nación? ¿Será inútil , será utópico soñar con la implanta- 
ción, con la aclimatación de la idea monárquica en aquel Estado , na- 
cido , desarrollado y engrandecido al calor de la gran monarquía es- 
pañola? 

Y una voz, que nosotros crrfamos entonces ser la de una verdad 
incontestable, parecía respondemos afirmativamente y decimos: sí, es 
inútil, es utópico, es absurdo pensar en eso; si, la idea republica- 
na, llevada al Nuevo Mundo por la viril, por la ccnstante raza 
sajona, es y será m^or maOana d'ieSa absoluta de la maravillosa 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



37a 
re^i^iiirt doade Hernau-CJtirti'iS dtfjó Mienta ana dtí la^j más grandee y 
admirables historias del valor Jiumano ; si , hay que reuunciar k la 
monarquía en América; no es la autoridad, no es la libertad, no es el 
orden social que la monarquía entraña y representa la forma adapta- 
ble en aquellas ¡jfeneracíoneá separadas ya de nuestra raza por princi- 
pios qut; no pueden morir en su conciencia ; sí , el sacrificio de l^Iaxi- 
miliano no ba podido hacerse sin el asentimiento de la gran mayoría 
de aquel pueblo; solo la unanimidad eu la exacerbación de un con- 
vencimiento, de un culto , de un deseo , permite ciertos crímenes na- 
cionales. Hay que reconocerlo, hay que creerlo, hay que desistir de 
Kemejantes propósitos en lo porvenir. 

Y de ese convencimiento deducíamos otra consecuencia que nos 
)>arecia no menos lógica: puesto que la República babia luchado , ha- 
bía triunfado, se había manifestado al mundo entero de aqud modo, 
cou aquel horrible, pero patriótico carácter , la república diaria en 
Méjico de ser la anarquía, de ser el l>andolerismo organiaado, de ser la 
ignorancia y la, pobreza ; la república triunfaría al cabo digna y defi- 
nitivamente; seria un (fobiemo, seria una fuerza, seria una autoridad, 
seria un organismo, s^ria tina sanción, una salvación comi^. V al 
creer esto, creíamos en el brillante porvenir de Benito Juárez, del tipo 
del republicano, del patriota, del mejicano de su tiempo. Habia en él, 
debía haber en él para Méjico algro semejantfi ¿ Washington, algo del 
gran patricio que merece y necesita después del triunfo, la gratitud y 
ta obediencia de su país. 

Y en vano los periódicos y el alambre eléctrico nos tzasmitian sín 
descaumi el anuncio de nuevas perturbaciones, de nuevas rebeliones, 
de nuevos destellos de una guerra civil crónica y repugnante. Juárez 
triun&rá, nos deciamos; Juárez sabrá triunfar al fin de todos esos pe- 
ligros, de todos esos resabios de anarquía. Es imposible que la mayo- 
ría de sus conciudadanos, que tanto le ayudó hasta para utilizar el 
crimen, le abandone hoy que se trata de La salvación general. Es im- 
posible que la libertad no pida al fin algo de autoridad que la defienda, 
algo de respeto que la garantice, algo de orden normal que la salve, 
en un país, que, después Se todo, no puede morir, puesto que los paí- 
ses no mueren en un día. Esperamos, pues; el Méj'ico constituido, el 
Méjico civilizado, la Bepúblicadigna de entrar en el concierto de los 
pueblos cultos, y de llamarse una nacionalidad, un conjunto respeta- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



tley respetado dedftbetvsy de derecbos, ti(!«f qin' (iitipcicar, nu pue- 
de tardar en empezar. 

Hoy, flin embargo, ha lleg'ftdo su triste turno de muerte y de des- 
engaüo & esa esperanza nuestra. Juárez sucumbe, la república, la idea 
nacional, la idea anti-imperiatista, anti-etiropea, anti-extranjera, se 
agritan con él en una estéril y vergonzosa agonib. TJn llamamiento 
horrible, de esos que laa naciones no hacen nunca sin desesperar de sí 
mismas, uo deben hacer nunca sin cubrirse él rostro, sale de los labios 
del salvador de ayer, del ídolo popular de ayer, que acaso á estas ho- 
ras haya barrido con su cabeza las calles de Méjico. La patria que no 
quiso constituirse bajo la égida de un ilustrado y sincero príncipe ex- 
tranjero, que no qoiso crearse una dinastía, y con ella un principio de 
independencia y una fuente de derecho público y privado; esa patria 
que no quisa una monarquía cuyo extranjerismo hubiera acabado en 
el hijo de Maximiliano, esa patria llama para salvíwse á otra raza, á 
oiro pueblo, & otra historia, á otra religión, á otra ambición, que de 
dignarse acudir & su llamamiento, le impondrán, por lo menos, desde 
luego el idioma inglés en su vida oficial. ¡Ahí no hay critario filosófi- 
co que explique hechos semejantes sino por el mas desconsolador de 
los criterios; por la fatalidad: también hay pueblos qnc nacen para el 
desprecio del mundo; también hay barb&ries que van directamente & 
la esclavitud, volviendo la cobarde espalda al progreso. Si nosotros 
pudiéramos apresurar el triste fin que parece amenaaar á la nación 
fiíejicana, acaso lo hariamos. T la historia nos absolveria de esta 
crueldad; porque nosotros deseuriamos que, si eso ha de pasar, deje de 
hablarse pronto en la que fué Nueva-Estaña la lengua de Castilla. 



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OVACIÓN. 



(23 de Febnro.) 

BecididameDte la distancia es uoa gran cosa. En el orden fínico es 
una neceaidad absoluta de la creación, puesto que sin ella, sin su des- 
ahoga}, los astros no podrían moverse, aunque fueran en número me- 
nor que ios cimbrios, y menos atractivos que estos caballeros. En el 
orden artístico, la música que, al contrario del 3r. Pasaron, por 
ejemplo ha nacido para hacerse oír, ¿qué seria sin la distancia? En el 
orden moral, la distancia es un bálsamo, auxiliar poderoao del olvido. 
En el orden político, la distanci-i es un prestigio. Y bien penetrado de 
eUo está, sin ir máa lejos, el Sr, Ruiz. 

Si el Sr. Ruiz tuviese el valor de estar seis meses seg-uidos entre 
nosotros, entre sus admiradores, el mejor dia pudiera acontecer que no 
llamase á la puerta de su casa nadie más que el aguador; nadie, ni 
auni el Sr. Escosura, que á tantas partes hs llamado. Por eso el señor 
Ruiz se nos va de cuando en cuando á Tablada, para que el uso de 
verle no engendre el abuso de desestimarle, para que se le eche de me- 
nos, para poder volver, en una palabra. ¡Dichosos los que pueden vol- 
ver! dicen que dice á todas horas el Sr, Rivero, mirando & los desde- 
ñosos republicanos; y tiene razón. 

Pues bien; esttunps seguros de qae, ^o diremos más de tres espa- 
ñoles, pero de seguro más de uno, de esos que viven en provincias, de 
esos que pagan y callan, de esos que se suscriben á los periódicos, de 
esos qus creen seriamente en las promesas de los partidos respecto & la 
felicidad de la patria, está hace tiempo contemplando con vivo interés, 
á través de la distancia, y con sujeción á sus efectos políticos, una de 
las más curiosas figuras que en la madrileña escena se vienen agitan- 
do hace años. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Estamos aeguroB de que no faltará aiguD oootemporáiipo que hace 
tiempo tenga al marqués de Sardoal por una grate cosa, no solo porqae 
la distancia es una especie de telescopio qüa todo lo abulta, no sed» 
porque vivimos en el país de las aberraciones, sino porque esta aberra- 
ción del concepto , caso de serlo , se explica perfectamente consideraa- 
do la notoria singularidad del personaje. Aquí hay g-entes que parecéis 
lo que son, hay personas que no necesitan m&a que dejarse ver para 
hacerse juzgar; el Sr. Prieto, por ejemplo, fué director de Aduanas, j 
no necesitó más que serlo para prometer á la opinión que no se vería 
en otra. Pero hay pocos, muy pocos que no aya lo que parecen, y en- 
tre estos originales se encuentra el joven marqués acaso el prima». 

Aristócrata de origen, esto es, conservador de nacimiento, ha re- . 
aultado ser un demócrata de primera fuerza. Y sL bien es verdad qao 
no ha 4^:ado & serlo sino después de maduras reflexiones y de dolo- 
rosos movimientos, unas veces en tomo de la unión liberal, con qoiea 
votó la célebre noche de San José, y otras en torno d^ Sr. Rivero, ca- 
yo subsecretario debió negarse tenazmente & ser, cuando no lo fué, Ds 
es menos cierto que su democracia en el actual momento histórica est& 
fuera de toda duda. Joven por su fé de bautismo, alegre como unaa 
pascuas por su biografía, amante sistemático del placer en todas sus 
azarosas escalas, una ancianidad moral de las más precoces ha venido 
empero á -conquistarle distinguido asiento entre las autoridades dd 
radicalismo, donde la seriedad es por lo menos- un debar extemo, ¿on- 
de nadie ríe desde octubre último, doade está un jefe de pelea que paca 
tener esto más en t|ue parecerse á Felipe 11, no ha reído nunca, y deja 
«ste cuidado á' los que le conocen. Orador, en fío, según el Diario ds 
las ¡Sesiones, el joven marqués sabe, sin embargo, que no es lo mismo 
sacar en cualquiera ocasión un discurso de la audacia, que una idea de 
un discurso. 

De manera, que si el esptülol de buena fé á quien suponemos si- 
guiendo paso á paso desde su retiro, y &lto de mejor ocupación, la 
carrera política del joven marqués, viniese de pronto á Uadrid, y le 
buscase, y se le enseSasen, y se encontrase con el aristócrata que va 
á la Tertulia, con el joven que es ya, ó qu3 se firma al menos, ca~ 
mandante general, con el político movedizo hecho un áncora radical, 
con el orador que nadie ba oido nunca, con el grande hombre reduci- 
do ñsicampote á una hermosa nariz aguilena y moralmente á un chi- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



eoquepromtíte hasta cierto punto, iiu-^tru liombrtt reaegftria de la 
distaocia, m&l'leciña el eng&Qo del espacio, y escribiría cieo cartaa 
ftcoasejando é. sus paisanos que no se dejasen embaucar por las ^ce— 
tiUtw, y que yeagan á Madrid ¿ tocar pcn* si mismos h que va de las. 
aparienciafi á la realidad, del orc^Ml al oro, de una nombradla &, «na 
cualquier cosa. 

Hoy sobre todo es cuando el ilustre y juvenil demócrata es ménoa 
que nunca tó que parece. ¿Qué parece el marqués de Sardoal en estos 
ditts? Parece un alcalde. Las borlas de su basten, el coche municipal 
quB protege los aueBos de grloria de D. Nicdlás, el saludo que los po- 
lizoQtes le hacen en loa esquinas, los asuntos de que diariamente I& 
, da cwflita el secretario del ayuntamiento, ea la natural creencia do 
que loB entiende, el tratamiento de seSoria que le dedican innumera- 
bles oficios, la mayor parte, en fin, de los cuidados y aoddentes que 
le rodean, todo le asemeja á esa entidad oficial que -d art. 191 de la 
ley de muaicipioa pone bajo la dirección del gobernador de la provin- 
cia. Y, sin embargo, el marqués de Sardoal es hoy menos alcalde quA 
nunca, á pesar de que nunca lo ha sido. El seiSor marqués, para ser, 
sin saberlo, completamente lógico con su manera de aer, eeiA hoy de- 
disado más que nunca á. ser hombre político. No ae puede luchar eon 
la naturaleza; si esto ñiera posible, el Sr. Moret tendiia carácter, el 
StT. EchegBray no seria romántico y el Sr. Martes se resignan» ¿ te- 
ser ménoB talento y más barbas. 

¿Parecía ayer, por ejemplo, el marqués de Sardoal un alcalde, ni 
en poco ni en mucho? Nosotros le vimos al e^iiar la tarde en el ealon 
de cosferencías, tan hien vestido como siempre, tan bulle buüe, tan 
simpático como siempre, eon ese aire distinguido que el Sr. Diffi no 
tieoe ya tiempo de imitar, aunque se haga diez carñcks nuevos. Aca- 
baba de llegar de palacio, donde había hecho la mejor hombrada po- 
lítica de sn vida, donde se había aimnciado como lo que pai'ece, es de- 
cir» eonu lo único que puede conseguirle audiencias regias inmedúrtas, 
ó sea como alcalde, 4onde había ccHifrontado una circular podrida de 
verdades, coa un acta redactada en virtud del derecho individual de 
la suposición; donde, en fin, en vez de hablar de alguna mejora (jcal, 
ó de proponer algún acto benéfico, ó de dar cuenta de los precios del 
nenado, había ido á yaAar qtie el partido conservador es una qní- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Unos, Baturalmente, le reiau la f^acia; otros poníau ea las nubes 
el arte pendoliatico del documento. Eate decía: es un admirable proce- 
dimiento para acabar con cualquiera, eso de elegir ó inventar discre— 
cionalmente sus palabras. Aquel le abrazaba dicieudu: joven, tú serás 
en este pais lo que quieras. Otro le llevaba de la mano, de grupo en 
grupo, para que relatase el suceso. Esotro confesaba que desde los 
tiempos de Constantino III, aquel jefe del imperio griego que hizo cor- 
tar las narices á sus dos hermanos, no se había visto cosa igual. Quién 
prorumpia: ¡viva Sardoal I! Quién se enjugaba secretamente una lá- 
grima de ternura bendiciendo la juventud moderna. Solo el Sr. Mar- 
tos, sí no recordamos mal, se mantenía circunspectamente en su apar^ 
tado diván, mirando la intacta ceniza de bu cigarro, con el aspecto 
del abogado que cree en loa tribuDeles. Pero el conjunto era una ova- 
ción, esr& un triunfo, como acaso, y sin acaso, no volverá á obtenerlo 
en su vida típiecoio dt^aio tpí^wnolo, aegun llamaba el pueblo ita- 
liano al señor marqués en loa albcwes de su dinastiuno. ¡Ab, qué ova^ 
fáoa., qué oi^icion tan digna de vea grande de EspaSal 



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SILBA. 



(S6 4e Febrero. ) 

Un silbido ha sonado en Europa. Los pacíficos industriosos Tecinas 
de la ciudad de Araberes, .se han permitido ese irrespetuoso desahogo 
de todos los públicos descontentos, delante de una casa. ¿Quién vivía 
esa casa, quién escuchaba detrás de sus cerrados balcones la grose» 
sinfonía? Pues era ni más m ménis que el conde de Chambord, el des— 
g-raciado principe representante del derecho divino de los antiguos Bor- 
bones, que corre el mundo con su bandera blanca en el bolsillo sin en- 
contrar, por lo visto, donde tenderla al aire pacifica é impunemente: 
era el Judio errante de la vieja legitimidad, á quien las culpas de sus 
abuelos y el espíritu andariego de tas modernas generaciones han cons- 
tituido en un viajero eterno. Consideremos, siquiera sea brevemente, 
este hecho grave desde algunos de sus más culminantes puntos de 
vista. 

Ese silbido es. en primer lugar, la confirmación, la patente de 
naturaleza de un procedimiento esencialmente moderno. Desde la máa 
remota antigüedad, los pueblos han tenido muchas veces razón de sil- 
bar, pero no siempre lo han hecho. Nada al menos nos dicen los libros 
y las ruinas del Asia, de la Grecia y de Roma, que pruebe que la sil- 
ba era en lo antiguo, como ea hoy, la fórmula instintiva y convenida 
del general desagrado. Sea porque la silba, en el fondo, tiene algo de 
musical, y la música es un arte cuyos verdaderos y grandes progresos 
se deben á nuestro siglo; sea porque las antiguas sociedades, que no 
conocían el aceite de bellota ni los dientes'postizos, creyesen más varo- 
nil, más expresivo y más digno el grito, la imprecación, el aullido, 
como ecos de una franqueza y de un efecto mucho más eficaz, que el 
soplo ag^udo y molesto de los coatraidos labios; lo cierto es que, á pesar 



D,g,i,zed.yGOOgIe 



üe 3er el mundo antiguo tan pródigo en personajes risibles 6 malvados, 
en ningiin monumento se halla la prueba de que los silbaran. 

Ea, pues, el silbido una conquista áe la nneva democracia. T es 
natural. La democracia moderna, ó no es nada, 6 es una idea pacífica 
y artística. Verdad que la revolucbn franceaa la fundó colgando de loa 
faroles á los aristócratas, ; gue, después, algunos de sus pretenciosos 
intérpretes la tan seguido encomendando al éxito de las batallas; pero 
esto no altera el fondo del principio. Entre pegar , ó insultar explíci- 
tamente, ó hacer daSo material, j si^ificar estética, evangélicamen^ 
te que se hace fiasco, nuestra civilización debe optar por lo segundo, 
y desde Ahora lo decimos á. los que por casualidad leyeren en el por- 
Tenireste articulejo; ó la civilización es una quimera cuya plenitud 
ao verán los siglos, ó el silbido seri el rey del mundo, porque el silbi- 
do es la opinión, es el palo moral , es la victoria incruenta, es el arte 
aplicado á la vindicta pública. 

. Por fortuna , en España no somos tan ágenos é. este progreso como 
¿ otros. Mucho tiempo hace que é, nuestros malos toreros y á nuestros 
peores cómicos, en vez de no escriturarlos, se les silba. El troncho y el 
improperio htin perdido su vergonzosa dominación en nuestras fiestas. 
T respecto á nuestros hombres de Estado, apenas si desde D. Alvaro 
. de Luna ac¿ se ha hecho otro escannicnto que el de la silba. Hay al- 
guna que otra sensible excepción, como , por ejemplo, la del célebre 
viaje del Sr. Ruiz por la Coronilla. Pero además de que todavia no 
está probado que los proyectiles arrojados á au coche por el público, 
fuesen en realidad vegetales, y no minerales, en cuyo casóla cuestión 
variaría mucho, hay que comprender el justificado cansanciadél pue- 
blo en aquellos momentos. El país habia preparado y hecho una revo- 
lución silbando; y cuando creia descansar de su fetigosa ocupación, se 
encuentra de manos á boca con que también un personaje de la revo- 
lución le incita á la silba. ¿No era esto abusar? ¿No se comprende, 
aunqne se deplore, que se hiciera algo más? 

Pero esto tampoco afecta al fondo de la idea. Cuando una conquista 
social echa raices, su fruto es seguro en el porvenir. Ya sabemos sil- 
bar los espuloles, ya lo hemos hecho muchas veces con oportunidad. 
¿Por qué no creer que sabremx)s hacerlo oportunamente en lo sucesivo? 
Por ventura: ¿nos va á dejar la civilización de su mano? ¿Es bastante 
el que haya monárquicos cimbrios para sostenerlo? Ni por ventura: 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



¿nos han de faltar en el porvenir hombres , cosas ó sucesos dignos do 
■que les apliquem^ig esa fórmula universal de una severidad humani- 
taria quese estima, hasta ciertopunto, y que representa en nuestra 
época una verdadera unidad de lenguaje? Porel contrario; ai se tienda 
al estado político y social de Espafla en el presente, si se ponen los ojoa 
un momento, un solo momento éa los héroes l>áquicos dé ciertas dema- 
gogias ó en loa estadistas de algún radicalismo , una voz secret» 
parece decir é. la conciencia que, á pesar de lo mucho que ya lo 
han hecho, los españoles han de tener mucho más que sil'bar en lo 
futuro. 

Volvamos, empero, al sQhido de Amberes. Para nosotros es tam- 
bién un síntoma; síntoma de gravedad profunda en estos momentos; 
síntoma de qne la coalición nace con mal sino. ¿Se ha fermado ya d 
comité mixto y central de la coalición? Pues & él acudimos: dígannos 
sus dignos miembros si ese silbido no es una alarma, si al oirle, sepsr- 
rados ó juntos, no se les ha caido de k mano & uno el gorro frigio, ¿ 
otro la boina, á otro la última carta de Marfori, á otro el plan de Ha- 
cienda de D. Servando. ¿Por qué silba el buen pueblo de Amberes, y 
sobre todo, por qué silba en estos momentos? Indudablemente, ú sil- 
bado es el absolutismo, ea el blanco pendón flordelisado de los Luises 
de Francia, de loa Carlos de España y de los Fernandos de Ñapóles. 
Ahora bien: por poco pesimista que sea la coalición española, y 3»r 
poco supersticiosos que sean los elementos que la constituyen, es im- 
posible que no vean una triste señal en ese hecho extranjero. En Eu- 
ropa, en el mundo se silba al absolntismo, ¿Qué quiere esto decir? 

Los absolutistas entran por niuchoen la Coalición, SQ1 una de sus 
partes más importantes. ¿Quién garantiza á los absolutistas que es» 
silbido no avance como una marejada hacia el Pirineo, y qne, coali- 
cionista y todo, no se vea al fin y al cabo objeto de una sentencia se- 
m^ante en la persona, maravillosamente salvada hasta hoy de ese 
tratamiento, de D. Cándido? Pues no digamos nada de los republica- 
nos. Si para los republicanos ese silbido no es un aviso, no lo entende- 
mos. Es imposible que Castelar, el gran Castelar, no haya suspendido 
loe apuntes que está preparando para su jHimer discurso en la próxi- 
ma Asamblea federal, y no baya exclamado, mirando al tecbo: [noa 
vamos i presentar en la Península como cómplices de los silbidos de la 
«ivilizacion! Por su parte los radicales y los moderados fíngir&n na 



D,gH,zed.yGOOglC 



"hacer caso de un silbido más; pero por dentro les andará la procesión. 
Hay ciertas cosas ó. que nadie se acostumbra nunca. 

En resumen, el silbido de Amberes es, desde el punto de vista de 
la coalición espaüola, una solemne inoportunidad. Nosotros lo recono- 
cemos á fuer de adversarios leales y desapasionados . Si el silbar es como 
el comer y el rascar, que lo que nepesitan es .priucipio, esto va á ser 
un caos. Dar c;)mienzo á una asociación con un socio silbado, es co- 
menzar sin la mejor fuerza de todas Ibk asciciaciones. sin la fuerza . 
moral. Figúrense Vds. que la coalición no consig-iie otra cosa que 
traer al próximo Parlamento una minoría que ni liag-a honor á la In- 
iemacional, ni á D. Carlos Vil, ni á Céspedes, ni al primer marqués 
de Loja; figúrense Vds, á la coalición, silbada primero moralmente en 
los comicios, y expuesta luego ¿ serlo prácticamente por la masa 
bárbara de los españoles que quieren gobierno constitucional , con 
propiedad y todo, y digan los imparciales si .se puede esperar algo de 
este país de silbantes. 



D,g,T,zed.yCOOgIC 



LO HAY QUE HACER. 



(38 do Febrero.) 

A la monarquía de la revalacioQ le ha sucedido con los radicales 
algo parecido á lo que dice el cuento que le pasó & un parroquiano de 
cierta barbería. Entró una maílana é, que le afeitasen ; vio desparra- 
mados por rincones y sillas quince ó veinte gatos qtie, no bien el 
maestro rapista empezó á enjabonar la cara del paciente y & restregar 
la navaja en la correa, se puaieron en íila delante del gi4po, can \qa 
vidriosos ojos fijos en las manos del babero y en trasparente actitud 
&mélica. Sorprendido del espectáculo, el parroquiano preguntó ¿ Fí- 
garo cuánto le. coataba la manutención de aquel ejército felino, y el 
maestro le contestó con ingenua naturalidad: «no me cuesta nadd, 
porque todos estos infelices animalejos se mantienen délas piliri^as.» 
Y antes de que el demandante tratase de averiguar cuáles eran aque- 
llas piltrafas, le tiró el primer sangriento tajo á una mejilla. Ko ca- 
bía, pues, duda alguna: |la bambrienta gatada vivía del pellejo del 
público! . . . Naturalmente, nuestro hombre rechazó en el acto al ijst- 
llador j salió de la tienda decidido á no volver mientras el tal masstr.) 
no proveyera de mejor modo á sus obligaciones domésticas. 

La monarquía se ha visto como el parroquiano inocente ante el 
radicalismo. Piada en el rótulo de la tienda que le anunciaba una 
mansión de moruirquicos , entró en ella, esperó tr&nqiula y lealm'^nt'^ 
la ocasión de ofrecer sus barbas al maestro, y confió en saUr de aque- 
llas al parecer respetables manoB, tan limpia, honrada y prea3ntable 
como tenia derecho á prometerse. Pero llegó el momento, y acudieron 
los gatos; esto es, las oposiciones aati-monárquicas y anti-dioásticas» 



D,gH,zed.yGOOgIe 



j ae formasoíi en fila detrae del maestro, y la victima alarmada conoció 
á tiempo que el radiciúismo, aunque lo hícieracon la mejor buena fé del 
mundo, se preparaba á calmar el bambre intemacionalista, el patrio- 
tirano filibustero, el liberalismo absolutista ; la moraliilad polaca con 
pedazos de sus propias carnes, esto es, con su prestigio, coa su auto- 
ridad, con BU bonra; y antes que ser^una mcmarquia despellejada, se 
ha za&do de los parricidas excitándoles & prescindir del famélico 
acompaüamiento . 

Si el cuento es ó no perfectamente aplicable, dígalo la conciencia 
del partido del Sr, Ruiz. Todo lo mis que para recbazarb puede adu- 
cir en BU iavor es que no puede baber radicalismo que entienda la mo- 
narquía de otra manera que la suya. ¿Y qué remedio? Hace mucbo 
tiempo que es un axioma teológico aquello de que «quien inocentemen- 
te peca, inocentemente se c mdena.» Convengamos en que los cim- 
brios que rompieron la conciliación, no lo bicieron para tener más mi- 
nistros en el poder; convengamos en. que la cimbreña, ya que no podia 
llamaree más liberal que los otros grupos revolucionarios, porque no 
puede baber más ni menos líbsrales entre los que bicieron y acsptaxou 
la Constitacion vigente, pretendía, sin embargo, llevar un espirita 
más expansivo á ciertas cujstíimes de aplicación; convengamos, en fin, 
en que á los seis meses de llegado el rey babia necesidad de aumentar 
con uno más el número de nuestros partidos. ¿Sanciouaesto ni justifica 
loB procedimientos radicales para con la moíiarqula? 

£1 ideal de los cimbrioa parecía ser el llegar ¿ un dia en que el 
Plació regio los tuvi -se por únicos visitantes; en que las clases con- 
. aervadoras tuviesen herméticamente cerradas las puertas de sus ca- 
fas, los banqueros sus caJHs, los curas sus parroquias; en que, mien-. ' 
tras el proletariado tomase la dirección de los talleres y suprimiese 
los registros de la propiedad, los ju?ces municipales no diesen abasto 
al matrimonio civil, y la oratoria de blusa atronase la Península. Una 
monarquía de cbaqueta oyendo sonriente las pueriles sublimidades in- 
sultantes de los Castelares, & las groserías disolventes de los Garridos; 
nna monarquía sin otro ejército que el populacho armado, sin otro 
dogma religioso que el indiferentismo, sin otros elsmentos afínes que 
las &milias de sus improvisados tribunos, con algunos millares de al- 
endes como el que la recibió en Zaragoza: hé aquí d sueBo dorado 
del dmbrismo. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



384 

Sueílo irreal izablt:, vaao stie&o, creiuñoD loca de uq mouarquiaiao 
enfermizo y absurdo. \o ha habido nunca, no hay, no habrá monar- 
quía semejante; señileula, ta no, los radicales de la historia. «Pero ea, 
se nos dirá, que entoncea, ó sobra la monarquía, ó sobra el radicalia— 
mo. Si nosotros no podemos querer ni concebir otro ideal monárquica, 
hay una profunda y perfecta incompatibilidad entre nosotros y la mo- 
narquía. O tremo, pues, ó radicalismo. ¿Y entonces para qué dos he- 
mos formado, organizado, convertido en una agrupación política den- 
tro de esta leg-alidadt* £n primer Ii^ar, cjntestaremoa, os babeis 
formado, habéis nacido por la sencilla razón de vuestra voluntad, an- 
tes de tiempo, cuando no estaban ni podían, estar aun delineados los 
d< « nuevos partidos constitucionales; sois en cierta manera un fruto 
abortivo, y por eso adolecéis de lo que va siempre coa lo monstruoso, 
es decir, de una gravísima dificultad de existencia. 

Respecto á la incompatibilidad del radicalismo con la monarquía, 
nosotros no queremos, no debemos aun reconocerla. Lo que hay e», no 
que renunciar á la tendencia esencial de un partido avanzado dentro 
del organismo monárquico, sino á las formas, á los procedimientos; lo 
que hay que saber es practicar la libertad sin los republicwoa , y ase- 
gurar el orden púbhco sin amnistiar carlistas, y proteger á las clases 
menesterosas sin patrocinar utopias deletéreas; lo qu3 hay qué apren- 
der es á tener el valor de la convicción, á lavarse y purificarse bien de 
aS^as exageraciones en el Jordán de un arrepentimiento y de un pa- 
triotismo sinceros, y poder decir, y tener el derecho de deoir al trono: 
«Yo quiero realizar la libertad á tu sombra, pero sin escarnio, sin me- 
nos](recio, sin aniquilamiento detodolo'que para su existencia es fun- 
damental.» Lo que hay que hacer, en una palabra, es ligarse ala mo- 
narquía por el vinculo eterno de toda uníw fecunda; por la con- 
fianza. 

¿No hace, no intenta hacer, no se decide á hacer esto el radicalia- 
mo? Pues se perderá irremisiblemente; porque mientras el radicalismo 
«o hace eso, los elementos conservadores, más fíeles á sos principios y 
á sus necesidades, y á su^ deberes, ensanchan cada día más la esfera 
de BU gravitación hacia el trono, comprenden en ella nuevos satélites, 
nuevas creaciones, el orden monárquico-constituoionalae asienta, y la 
sociedad española, queno es el federalismo, que no es el carlismo , que 
no es el polaquismo moderado, que no es la minoría, que ea la ma<yo- 



:y Google 



lia de las clases ; de los intereses que de ese orden necesitan, respim 
y confia en el porvenir, y ae lo prepara digna y traaquilamente. Solo 
el radicalismo, solo eae revolucionario renegado, ese monárquico ia- 
aensato, ese liberal suicida quedará sin plaza en el nuevo, necesario 
-«ODcierto social. ¡Dig^a, pero fatal espiaciou de su insensatez! 



D,g,l,zedijj'GOO<^Ie 



LOS INCRÉDULOS. 



(t.*deMtrzo.) 

Psrécenc» un tanto exag^erada y cruel la tenacidad con que algim 
colega insiste diariamente en llamar «el partido negro» á la vasta 
asociación política que, digámoslo así, ha criado á sus pechos el señor 
Iluiz. En primer lugar, el haber ofrecido á la opinión pública media 
docena de discusiones semanales de un color oacuro, ó el contar en su 
seno eminenciiis involuntariamente complicadas en asuntos que la na- 
riz j el, estómago rechacen, no es bastante, desde el punto de vista de 
la caridad, para llamar negra ¿ una comunión, como si w tratara de 
una &uilia de Guinea. Y además ya es tiempo de que no vivamos en 
el pais de los apodos; ya es tiempo de que aquí, donde se ganan cier- 
tas cosas buenas tan fácilmente, donde, por ejemplo, se gana la presi- 
dencia de un ministerio á la vuelta de un secuestro, no .haya también 
la misma facilidad para ciertas adquisiciones tristes, que a^tan y 
mortifican. ¿Cuándo entraremos seriamente en la reforma de ciertas 
malas costu ' lA>es? 

Conste, pues, de una vez por todas,- que nosotros, generalmente ha- 
blando, somos enemigos de poner motes. ¿Nos ha oído alguien, sin ir 
más lejos, llamar gran hacendista á D. Servando, ni decir una sola 
Tez que D. Manueles un hombre de Estado? Pero, en fin, ya que el 
mal existe, ya que nos lo encontramos hecho, ya que tenemos, por 
ctecnrlo asi, que movemos en su órbita, y mientras llega el dia de que 
nn buen gobierno, aunque sea radical, tome la iniciativa en el asunto» 
nosotros declaramos que en vez de llamar al radicalismo «el partido 
negro,» se le puede llamar con mayor justicia «el partido incrédulo.» 
{Ah! ¿Quién gana á los radicales á no creer en nada? Si hay un espa— 
Sol, de otro matiz, que dude de todos y de todo con más tenacidad que- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



fll radictmsmo, que lerante él ieáo. Los radíoalfld dudan hasta de ú 
pK^nos; y buena prueba de^q qb l».coaUwon. Si los radicales creje- 
sea que podían WEÜr al pióximo Farlvoeab» par au dola fuerza, esto.es, 
porlasolaTirtad.desuaeléotoew, latwfúiciíoa oolesdarialosdiagus- 
toB que ya les da, ni loa que quedan. 

Muchos veoes hemos pensado én eaa pro funda &1ta de fó del sor-^ 
rillismo, tan contraria á la naturaleza y á hti historia. Contribuir ^ 
soa revolución sin perjuicio.de unirse al^uo dia.& sus enenu^s; fíe- 
mar una CooBtituciwi individtulista y parlaneotaria, sin perjuicio de 
coiivertir ala Ouardia civil m. tribunal de Juaticia y de pedir por las 
callea la disolución de unas Cortes que no g-usten; hacer una monap- 
quia, ún peijuicio de volverle la eapaida cuando. use de sus derechos; 
fttnnar y organizar un partido sin otra creencia que la de bu inamovi- 
lidad ministErial; nacer, en fin, colectivamente sin saber para qué se 
nace, á dánde se va, qué facultades y qué deberes se aceptan , es un 
fenómeno político, moral y hasta social, que hace íiesfallecer el ánimo, 
como ha dicho D. Vic^ite Kodrigiiez al despedirse de la vida pública 
átate los elecbwes de Chinchón. 

Pero ahondando coa la reflexiou en el asunto , nos itros sospecha- 
mos haber llegado ¿ comprender la causa de esa iricredulidad radical, 
pioñinda y constitutiva. Es muy sencilla. Lo primero que se necesita 
pava cveer aia el auxilio divino en las coeas es fiícmacse una ¡dea ra- 
cional y justa de ellas. La idea del cielo, de la gloría , por ejemplo, ^ 
cuántos graves errores no ha dado lugar, según el vario punto de vis- 
ta de loa poebloe y de loa hMubree que han querido esplicarla? Para el 
mahometano, wrH graiia, no hay cielo posible sin mujeres bellas; 
[Mva los es^óritistas, imitadores de Osian, las almas corren como ga- 
mm por la atmósEera. Un amigo nuestro, gran gastrónomo , se incli- 
na á creer que en la otra vida se debe com» mu; bien , y en compa- 
ñía de ímgeles que digieran por uno. Preguntad al Sr. Echegaray 
su opinión sobre el paraíso cueste, y de seguro que os dirá que es un 
lugar donde no se eaaeOa niogunj religión poátiva. Solo el cristia- 
nismo, solo el cateciamo nos haUa de una bieqaveaturaoza Inmaterial 
que sé amolda & todos loa gustos. Por c«o los radicales quisieron su- 
primirlo en nuestras escuelas. Estaban wau derecho. 

El día, pues, en que el zorrUlisBia t^iga una idea, ese día podrá 
vsgm en algo, ese día ae habrá salvad?. Peco hasta entonces, jq^ per-^ 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



plegidades, qué vacilaciones, qué sufrimientos, qtié falta de fé! Ahora 
acaba de llegar de Paría el Sr. Caatelar. Según henw» oído, el seSlor 
Castelar viene prendado de la república francesa, de esa república que 
nombra los alcaldes, como si dijéramos, de real orden, que propone le- 
yes contra la prensa, y que no sábanos en qué ae convertirá cuando 
el ilustre anciano mon&rquico que la sostiene con su autoridad perso- 
nal se vaya ¿ au casa, ó baje al sepulcro. ¿Qué os detiene, dicen que 
La dicho el Sr. Castelar é, varios jefes del radicalismo? Unios á nos- 
otros de una vez y seremos Francia, y seremos esa república admira- 
ble, guardada por los prusianos en el Norte, y contemplada por la hu- 
manidad en éxtasis! Pero ni por esas: los radicales, por no creer en 
nada, no se deciden á creer en el petróleo. 

Otro reclamo, otro llamamiento se ha insinuado también, segrun 
nuestras noticias, con la misma falta de éxito, cerca del radicalismo. 
La sirena déla restauración borbónica, por boca de uno de sus gene- 
rales más persuasivos, ha modulado estos días sus más bellos cantos 
en los oidos del zorrillismo. Ventos, venios, les ha dicho: el hijo de 
D. Francisco no tiene prevención alguna contra vosotros, ¡no puede 
tenerlas! ¡es tan joven! ¿Qué nos exigís? ¿Que finjamos aceptar la 
Constitución del 69? pues hecho: la aceptaremos; y luego, cuando 
U^ue el casó, cuando seamos unos, ya veréis como esa Constitución 
no nos impide atestar el Saladero y repoblar á Filipinas y Femando 
Póo con esa tropa alcoleista (^ue no os han dejado eternizaos en las 
poltronas. Venios: nosotros somos lo seg:uro, sino lo inmediato; lo in- 
mediato podrá ser el mangues de Albaida, la explosión eñmera, la ge- 
neralización transitoria de la propiedad. Pero después de esto, nos- 
otros, y solo nosotros; Marfbri, Meneaes, la policía, loa Congresos de 
tercera, los milagros, los diez aiSos de. silencio que no pudo alcanzar 
el malogrado González Brabo! — Y ni por eeas: el radicalismo, por no 
creer en nada, no se decide á creer en las mordazas borbónicas. 

De manera que la situación moral del radicalismo arguye en el 
actual momento histórico una de es'as desventuras que obran de den- 
tro á fuera, que el vulgo califica de enfermedad de debajo del pelo, y 
los poetas apellidan dolores de un alma enferma. £1 radicalismo ne- 
cesita creer en algo, con tanta necesidad como puede tener el aeSor 
Figiierola de inventar otra capitación. Hasta ahuaa solo ha creído 
durante dos meses en el poder. Kl tiempo le fué avaro, y oo le deji 



D,gH,zed.yGOOgIe 



espacio para que genninara su fé nueva lo bastante á determinar ext 
futura linea de conducta. Planta sin raiz vigorosa que la sujete, todos 
Vm vientos la inclinan; espirita bíq lastre, todas las opiniones le pa- 
recen igualmente absurdas; no cree en lo opinable, como no cree en el 
federalismo, ni en el polaquismo, ni en el presupuesto cuando no lo 
toca, ¿Hay mayor desgracia moral?... 

Y, sin embargó, ai un dia... Dios nos Ubre de él por ahora; si un 
día sonase la trompeta de- la calle de San Marcos, y la hermosa voz 
tan conocida en Tablada dijese de pronto: ¡A JURAR!!! puede que el 
milagro se realizase, puede que la fé en la monarquía, en la dinastía, 
en la revolución, en el orden, en las clases conservadoras, en la nece- 
sidad del sosiego público, en la libertad que se estima, bajase como el 
Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, ó de credenciales, que 
es igual, á rociar con dulces esperanzas ese incrédulo zorrillisma, hoy 
tan árido, hoy tan fbsco, hoy tan desesperado; puede que entonces el 
radicalismo comprendiese y creyese. Porque ya lo hemos dicho: cuan- 
do se hace abstracción de la pobre fé ciega, que servirá, según el 
Evangelio, para mover montañas, pero que no sirve pararubricar de- 
cretos, no-hay más remedio que tener idea justa y clara de las cosas, 
verlas, tocarlas, para dejar de negarlas. Un Slóeoío antiguo, más an- 
tiguo que el Sr. Ecbegaray, decía: yo pienso, luego exiüto. El radi- 
calismo necesita decir: yo mando, luego creo. Es la misma fórmula, 
salvo el sueldo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LA lüDüSTRIA HflEVA. 



(4 ¿^ Harzo.) 

Si el haet/e díoere ha eido siempre una aapirtuñon legítima del gé- 
nero humano, ed Indadalile que -mieetnt época está simendo & esa 
b!(piraei(m de la va^tb clase de los oecMitadoe de una manera mucho 
pe&r que otras edades lo hícreran. El ant^oo camhio de la riqueza era, 
etí efecto, mocho más'eficaK que si modierao. El proceditnieQto de re- 
'Bumir en ciertas clases y en ciertas posiciones la inialible posibilidad 
de salir de apuros llevaba inmensas treotajas, como la práctica est& 
-demostrando, al procedimiento nivelador de nna democracia que se 
hace la ilueiota de hacer ricos ¿ todos los hombres. Y la razón es may 
sencilla: el dinero de la láerra repartido entre algunos es algo; repar- 
tido entre todos es una bicoca. Por lo tauto, el bello ideal del libera- 
lismo, aquello de «ya no hay clases,» equivale en el fondo ¿ decir «ya 
todos somos pobres.» 

Desde este punto de vista, nuestra civilización no puede menos de 
inspirar lástima al filósofo de buena fé. El hombre primitivo, el ambi- 
cioso bíblico sabia, por ejemplo, que en llegando á ser'patriarca ó jefe 
de tribu tendría en ganados y en esclavos de ambos sexos un potosí; 
el ciudadano chino sabia y sabe que en llegando á mandarín está he- 
cha su negocio; el dictador griego ó romano sabia que en llegando & 
serlo podía contar con el Erario público como consigo mismo; el mag- 
nate de la Edad Media sabia que matando moros y tomando villas no 
perdería el tiempo; el aristócrata eminente del absolutismo sabia que 
la adulación es una mina. Y todos esos senderos ibao derechos al fin; 
el pobre que los comprendía no dudaba del éxito de la jornada. Verdad 
que esos senderos eran pocos, pero eran buenos, pero eran infalibles. 
La cuestión, para el que nacía sin nada, era ser algo. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



En cambio hoy nos encontramos en una sociedad donde todo d 
caundo w todo, 6 a^ira 4 aerlo. Han desaparecido las últimas &ci]i- 
^ades de la Jbrtotia: no existen ya los tios en Indias, ni las raanas 
muertaá, ni las colectividades propietarias; el ser personaje no cuesta 
raás trabajo que el de ayudar i un amigo á que lo sea; los altos des- 
tinos t» doran más qoe un ministerio; ae hace Vd . monárquico, siendo 
republicano, 7 apenas es Vd. empleado dos meses; se hac« Vd. repu- 
blicano 7 tiene Vd. que hacerse demagogo ó maaon, para poder vivir, 
aunque sea de mala manera; se hace Vd. carlista, 7 i lo mejor se ea- 
coentra con que no vienen recarsos de Suiza; se hace Vd. radical sy 
qué? la nada entre dos platos; Ueg-a Vd., en fin, & aceptar la fórmula 
suprema del esfáritu de los tiempos, se hace Vd. ¡ateruacionalista, y 
tqné espera Vd. en úUimo resultado? que el dia del botin universal le 
toquen á Vd. cuatr.) cuartos del vecino. Repitámoslo: la civilizaciou 
igualitaria se equivoca: no hay porvenir para nadie en este siglo; qd 
paso más y el ñco será un mitho. 

Focas, ran7 pocas excepciones; pocas, muy pocas industrias aoa 
las que todavía están entre nosotros al servicio de las ambiciones in- 
ofensivas; aún el café, la tertulia moderna, explota bolsillos; aún los 
teatros dan algo; pero como la igualdad adelanta é. paso de carga por 
el corazMi social, 7 la literatura muere de tisis, no es aventurado su- 
poner que en un porvenir no lejano ni habrá mozos, ni escritores dra- 
máticos, ea decir, traductores ó poetas bufos, que son los que .quedan. 
Una industria, sin embargo, novisima entre las nuevas, asoma la ca- 
beza desde hace a\g\m tiempo entre nosotros con relativas, pero indu- 
dables condiciones de buen negocio: nos referimos á esas hojas volaa- , 
tee de todos los días, que con títulos estupendos, llamativos, iiresisti^ 
.bles, se venden por chicos 7 mujeres en calles y plazas. 

Por curtido que uno se halle respecto á noticias gordas; por resiga 
nado que uno viva á esperarlo todo , y por buen espaSol que uno sea 
para no admirarse de nada, lo cierto es que sale uno de su casa, 7 al 
oir gritar: ¡fflrey se va! ¡El hambre al rey! ¡El asesinato del presi- 
dente del Consejo! ¡La caida del ministerio! 7 otras semejantes cosas, 
instintivamente ae le vienen á uno los dos cuartos á la mano al mismo 
tiempo que se siente uno roerle el ánimo la sospecha de si la libertad 
hace demasiado en permitir tales abusos. Sin ir más lejos, ayer tarde 
iemos caído por nuestra parte una vez más en el garlito de esa nueva, 



D,gH,zed.yGOOgIe 



explotación. En plena Puerta del Sol gritaban los ciegos al pasar nos- 
otros? ;^¿ desafio de Sa^asta y el marqués de Sardoal! ¿Qué hacer: 
dudar, ó comprar? Compramos, que al fin somos parte del páblico, ese 
eterno prÍTOo de todos los industriales. 

No hay que decir que la noticia era una paparrucha, y que el es- 
crito, hasta por sus condiciones de redacción , parecía redactado en la 
más vulgar tertulia. Nosotros rompimos en el acto nuestro ejemplar, 
para no ayudar al porvenir á- crearnos un bajo imperio, y ni siquiera 
sentimos haber cedido á ta curiosidad. Después de todo, el inventor- 
debe ser algún desgraciado. ¡Tener que echar mano de tales mendici- 
dades para ganarse honradamente un duro! Sin embargo, la parte ar- 
tística de la operación salta á la vista. En un pais donde el batirse ea 
tan frecuente como el casarse, no deja de ser hábil, no deja de abonar 
cierto conocimiento de nuestras fibras sensibles , el anunciar un duelo 
entre dos personajes de la política palpitante. 

Por lo demás, para nosotros está fuera de toda duda que el autor 
de la hoja es un apasionado del digno alcalde popular de Madrid. La 
idea de que S. S. dejase por un momento su bastón para ir ¿otra par- 
te cualquiera, es la idea de un sacrificio ejemplar. ¡Marqués no te noté, 
y héroe le admiro.' Es lo primero que se le viene á uno á laj mientes, 
ante tal perspectiva. Y luego ese baston abandonado brillaria coma 
las armas de Roldan, y merecería aquello de 
nadie lo mueva 
que DO se llame radical á prueba. 

V además, la cosa anunciada asi es de un radicalismo perfecto. Si- 
multáneamente con el baston del marqués, el ministro tendría que de- 
jar BU cartera, aunque no fuese más que un momento , y aunque lue- 
go abortase el lance; ¿y sabe nadie lo que es para cierto partido la 
idea de ese momento? ¿quién encontraría luego semejante carterat... 

Bien merece, pues, el astuto industrial que el aeilor alcalde proteja 
hasta donde pueda su ambición y sus nobles esfuerzos; que nobleza ea 
buscarse la vida proclamando la bravura y la importancia agenas, en 
las barbas de una generación. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



a REGATEO. 



(B d« Mvzo.) 

Entre los seres desgraciadou de actualidad^ pocos h son tanto, & 
nuestros ojos, como la pareja de ag«ntes de orden público que desde 
tiempo inmemorial, es decir, desde que la opiaiou pública y algún 
amigo bicieron ministro al Sr. Rmz, guarda la puerta de su casa. ¿Lo 
ignoraban nuestros lectores? Pues no bay más. A cualquiera bora del 
dia. ó de la nocbe, que ae pase por la calle del buen santo de los ma- 
ridos, hállase y vése en au mejor portal, que es el del jefe de pelea, que 
es un portal nacional como quien dice, un par de vigilantes, cariáti- 
des con tricornio, que unas veces bostezan y dormitan contra el quicio 
de la sagrada puerta, otras se pasean con la desocupada gravedad y 
el indiferentismo propio de un sueldo de dos pesetas ganadas por estar 
de pié. 

Líbrenos Dios de extraSar ó de censurar la distinción que esa do- 
ble guardia implica . Aunque es verdad que si todos los que ban sido ó 
serán ministros en EspaQa tuviesen derecho á la centinela, el cuerpo 
de órdeu público seria inmenso, y loa españoles acabañan de dividirse 
en dos únicos grupos: los guardados y los guardadores; aunque esto 
es verdad, decimos, no lo es menos que está bien hecho que eso se ha- 
ga con el Sr. Ruiz, por una porción de razones que no necesitamos 
enumerar, y á cuyo frente está la de que eso parece gustar mucho 
á S. E.- ¡Hartas quejas tiene D. Manuel de lo existente para no deber 
á la autoridad esa distincioncilla, ese pequeSo mimo! Y por nuestra 
parte, no vemos una sola vez á los custodios de aquella puerta, mucbo 
más importante, en cierto sentido, que la Otomana, sin que mental- 
mente les digamos: «¡Velad, oh, dependientes, con ahinco entusiasta 
por esa mansión,. única en su especie, donde se alberga la eocamacioiv 
de la felicidad patria! » 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Pues bien; repetimos que, á pesar de todo, si hay críatnros desdi- 
chadas eu el actual momeDto histórico de nuestro pais, pocas lo bo& 
tanto á nuestro juicio como esos f|ue podemos llamar los agentes de 
D. Manuel. Ninguna de las infelicidades coatempor&neaa m¿3 compro- 
hadas y reconocidas; ni la nuestra, pohres conservadores sin partida 
al decir de Bl Imparcial, ni la del Sr. Moret vis á vis de la coalición, 
ni la del mismo Sr. Diez en su provecta lucha con un carrick que le 
es extraao, ni la de las instituciones ohligadas & esperar que entren en 
razón ciertas gentes; nada ni nadie parécenos que puede compararse, 
desde el punto de vista del sufrimiento moral, con esos agentes conde- 
nados á un fastidio etecno. Porque D, Uanuel es joven, y bien consti- 
tuido, y se ha de hacer vigilar mientras viva; esto e» innegable; de 
modo que puede decirse que esos agentes han nacido para una puerta, 
con la misma desesperante &talidad que el Sr. Figuerola para salw 
la Hacienda. Uñase esto al hecho de que so se ha dado caso de que 
esas gentes hayan sido invitadas un solo dia á la cocina del príncipe 
político que guardan, y diganos ai hay misión más oscura y estéril en- 
tre los hombres. 

Y por si algo faltaba á esos mártires de la policía, la coalición h* 
Tenido á darles el último golpe, las juntas de los apoderados de la coa- 
lición han venido & aumentar de una manera aíroz los saludos que 
tienen el deber de hacer á cuantas personas, sin distinción de aspec- 
tos, vayan al nacional recinto. Anoche se celebró, como ea sabido, la 
primers, y desde las nueve hasta tres horas después, aquellos sacrifi- 
cados guardianes no pudieron gozar punto de reposo. Ya era d coche 
de alquiler cuya portezuda tenían que abrir; ya eran los chiquilloB 
que t«nian que apartar á viva fuerza del dintel; ya era el embozado 
transeúnte cuya intención tenían que sospechar y precaver; ya la cha- 
cota de ciertos comentarios de plazuela, que no debían oír; un diluvio, 
en fin, de obligaciones y responsabilidades & cual más molestas. ¡Ah! 
¡Pobres, pobres agentesl 

Sentada, pues, y probada suficientemente la tesis imparcial que 
hemos'creldo deber presentar hoy en primer término á nuestros lectores; 
demostrado, para consuelo de los hombres en general, y de los políti- 
cos en particular, que no hay desgracia como cubrir guardias tcmtas, 
digamos ahora algo sobre lo que respecto á la reunión misma de los 
apoderados ha llegado á nuestra noticia. Parece ser que, como conse- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



cneaciadesulargaduracioQ, y como erad« oiparar deleatalude 6x- 
eitacíím de los ánimos, y coiud no p^dis extraSaráa de los precedenits 
ruidosos, teriibles y épicos que á la coalición han BCompaSado; parece 
ser, decimos, y nos han dioho, que en esta importantisima reunión 
fmmera de los delegados de la ira santa de las oposiciones, donde por 
primera veí y en el terreno práctico se hallahaft frente & (reate, y con 
un objeto común, los procuradores de la indignación general; parece 
Ber, TolvemoB i repetir, que en esta primera junta nada se acordó, en 
'^ecto. 

T QO filé, sin embargo, esta f^ta de acuerdo, por más que fuera 
prosecución lógica de la dificultad de conformidades que la coalición 
Tiene demostrando; no fué, sin embargo, culpa de D. UanueL el que 
«sto pagara. D. Manuel, s^Lin nuestros informes, hizo cuanto pudo, 
fie superó á si mismo, estuvo admirable. Presoiadienio de la artística 
llaneza con que hizo los honores de la recepción, de las cajetitlas de 
cigariDS que ofreció, de las butacas qus oyó impasible crugir, de las 
criticas i media Taz que pareció no escuchar, y de las frases original- 
mente afectuosas, estimulantes y h^agüeBas que diri^ ¿ todos, don 
Manuel tuvo desde el primer momento una idea dominante, la idea de 
los distritos que el radicalismo necesita y pide, la idea de las ideas en 
esta ocasión, sustancia, médula, feudo y alma de la cosa. Y 4 esa idea 
lo hizo convergir todo, cortesías, elogios, interrupciones, bostezos ó 
vasos de agua: todo. 

Asi filé, que cuando el Sr. Castelar, mirando al techo y recordando 
sus apuntes de aquella tarde, quiso hablar un par de horas sobre la 
historia de las coaliciones latinas desde Díocleciano hasta nuestros 
dias, D. Manuel le interrumpió para una cuestiott previa, para saber 
cuántos radicales creia D. Smilio que deben venir al Parlamento. Y 
cuando el buen marqués de Barzanallana, símbolo respetable del ge- 
nio económico de los Barbones, intentó probar que el joven D. Al&nso 
podia muy bien llegar á ser padre CBriiSosWmo de diez y seis millo- 
nes de contribuyentes, D. Manuel le salió al encuentro diciéndole: pero 
seiior marqués, los radicales necesitamos venir, y venir muchos á las 
Cortes antes que ese joven á la frontera. Y el aeBor marqués se calló, 
por no armar un tiberio. Y cuando el Sr, Nocedal estuvo á punto de 
" sacar de su bolsillo y de leer un título de virey que se le acaba de 
enviar de Suiza, escrito en tres lenguas muertas y una medio viva, 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



D. Manuel exclamó: pero, Sr. Nocedal, los radicales no queremos ser 
vipeyes, sino diputados. Y el Sr. Nocedal se g'uardó el iofólio, compa- 
decido de aquella terquedad . 

Solo el Br. Esteban Collantes, con un alto espíritu de franqueza, 
y con esa hábil ingenuidad del patricio que no se para en barras, di& 
por el guate al dueSo de la casa, planteando la cuestión en sus verda- 
deros términos y diciendo, poco más ó ménoa: «SeQorea: aquí estamoa ■ 
cuatro grupos, ó cuatro ideas, ó cuatro elementos heterogéneos. De 
estos cuatro, tres vamos por el pronto á un mismo 6n inmediato: al ca- 
taclismo; el otro no quiere ir, por ahora, más que hasta lo inmediato, 
la mitad del camino, hasta las urnas; porque si dá la casiiaUdad, ca- 
sualidad inverosímil, confesémoslo, de que salga bien de ellas, no le 
volveremos á ver el pelo. Y esto no hay que extraílarlo. Así es la na- 
turaleza humana. Pues bueno: supuesto que este elemento no nos 
ofrece en rigor más que un concurso relativo, y á inedias, aceptémosla 
¡qué diablos! que algo es algo, y por algo se empieza; y que el seQor 
Ruiz diga sin rebozo cuántos diputados futuros y radicales apetece. 

Entonces, el Sr. Ruiz, penetrado de secreta gratitud hacia el jefe 
moderado, dijo modestamente que se contentaba con los del último 
Congreso. Y aquí-surgió la dificultad. Quién exclamó: pero entonces, 
¿va á venir el radicalismo entero á la Cámara? Quién dijo: lo que es 
sin inñuencia moral, sin favorcillos oficiales de que disponer, me pa- 
rece que el radicalismo no puede pensar en eso. Quién murmuró: eso 
es una atrocidad. Quién le contestó: eso es más necio que otra cosa. Y 
entonces el Sr. Castelar, que tiene siempre soluciones de concordia pa-> 
ra todo, y que profesa un horror teórico y práctico & las tempestades 
morales y físicas, saltó sobre su asiento, extmdió sus trémulos brazos 
á la reunión, pregunto qué hora era, y propuso que la cuestión pre- 
via y fatal del regateo se tratase otro día, con más espacio y deteni- 
miento, puesto que estas cuestiones candentes y sorprendentes siem- 
pre habían sido tratadas con calma, lo mismo en la Agora de Atenas, 
que en el Foro romano, que en los Concilios, etc., etc. 

Y la reunión, que no deseaba otra cosa, convinoen disolverse has- 
ta otro dia. ¡Ay! cuando ese día llegue, los vigilantes de D. Manuel 
serán los mismos y estarán lo mismo. 



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LA CIRCULAR CARLISTA. 



(II de Marzo.) 

Adoremos los decretos de la Providencaa: el duque de Madrid aca- 
ba de eotrsr en un auevo periodo intelectual y moral; el duque de 
Madrid, que basta ahora no habia hecho por la felicidad de Eepaiía 
otrajcosa que dejarse quererj aumentar convenientemente su descen- 
dencia, se ha decidido ú, tener ideas. ¿Cómo ha sido esto? Aun no se 
sabe, ni en rigor importa el cómo; presúmese que una noche, de so- 
bremesa, acostados los uiSos, ajustada la cuenta, abierto el correo de 
Castilla, se leyó una carta del virey D. Cándido en quedeciaáS. M.: 
«Seflor: es menester que consideréis la actitud que mis conviene al 
partido, y que dispong-aís que vayamos á las urnas.» Y el duque lo 
pensó, no a^ como quiera, sino detenidamente, y lo dispuso. El gran 
Chambelán de su futuro palacio quiso objetarle tímidamente algo, 
pero S. M. le dijor «Anda, hombre, que cuando Nocedal lo dice, por 
»lgo lo dirá. Y no me vengas con arg^ucias, porque te conozco, y sé 
que eres de los que el Apocalipsis condena porque no son ni frios ni 
calientes. Ahora es menester ser calientes. Calentémonos al dulce ñie- 
go patrio, y vamos, es decir, que vayan á los comicios.» 

¡Ensalcemos y glorifiquemos al SeBor Dios de los ejércitos! El du- 
que de Madrid sabe que la verdadera'juBticia, aquella que no se ejerce 
cumpliianiente en España desde qoe el volteriano Femando vn su- 
cumbió á sus disgustos constitucionales, y la verdadera libertad, que 
es la cristiana, que es aquella que acabó para los hijos de Pelayo con 
el Areópago de la inquisición, as! se guardan en el fendo de las urnas 
electorales como por los cerros de Ubeda. Porque, después de todo, 
¿qué Bon esas urnas? Una manera de que todo el mundo contribuya al 
gobierno; y un gobierno hecho por todos no puede sepr bueno, miodelo 



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quien lo mande. El duque de Madrid sabe también que todos los me- 
dios de destniccioQ empleados por el liberalismo, aunque con buena 
suerte, son la misma piel del demonio; por ejemplo, la prensa: ¿hay 
cosa más abominable que la prensa, que produce rebeldes como Ga- 
bino Tejado? 

Pero — jsometámonos & la voluntad divina, hortelana sublime, que 
saca el bien del cogollo del mal! — pero no se puede levantar un eáiG- 
cio sin remover todos los obstáculos que se opong:an á los propósitos 
de una sabia mamposteria, y cómo desde la caida del antiguo régi- 
men, el Parlamento j la prensa son los que en EspaQa lo han echado 
todo á perder, hé aqui por qué la más rudimental teología permite al 
carlismo seguir utilizándose de I09 medios picaros de la libertad. Por 
lo demás, que llegue el día de la victoria, que el gobierno paternal de 
]ps Carlos se reanude en la iniéliz Peninsujlfi huérfana, y entonces se 
verá si el carlismo sabe tirar y des^veciar j e&vüecer como merece el 
instrumento de que la necesidad le ha obligado á servirse. Digo, á no 
serque D. Cándido quisiera conservarlo hasta cierto punto, y nada 
más que hasta cierto punto: que entonces podría permitirse escribir y 
hablaren latin. 

¡Recordemos las páginas de la Sagrada Historia, y aprendamos, 
ea sus ensefiauzas! Las bataUae no se ganan por el mero hecho de 
disparar el fusil y de aplicar la mecha á la oreja, ó, lo que es igual, a] 
oido del eaSon; las batallas se ganan por el general que estudia el 
eampo, que combina loe ataques y que seüala oportuna y convaiien- 
temCBte los que han de morir. Si el culpable ejército antiguo que pe— 
recio de un atracón de agua salada en el Mar Rojo (la mer vermeéllej 
hubiese tenido un buen general, áe seguro que. culpable y todo, no 
se hubiesa ahogado, porque el general no le hubiese d^ado echar el 
pecho al elemento. Y un poco más adelante, ^pcyt qué se hiso el con- 
venio de Vergara? Porque un mal jieneral... poro no, evoquemos re— • 
cuerdos contraproducentes. Lo cierto es qtte los partidosr íjonio los 
ejércitos, necesitan una dirección, un jeíe, y cuando éste no puede es- 
tar con ellos, otro que lo represatte; y puesto que D. Callos desda 
Suiza, y D. Ctodido desde su casa, dicen: «¡A pelear!» ¿qui^será el 
mal eclefiiá^co que no obedezca? 

Y además, Sanl» Teresa de Jepús; lo dijo: nosotros no somos &a— 
getea, pueeto que teowws cateirpo, y cuerpo si^jeto á las picadui»s .da 



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la tentoeioB. Hay en esta pobra EspaSa un óiden de oosaa qu& noaí 
tienta, qtie pone en nuestras mai os las irmaa coa qtv podónos eor-«. 
terte i cercen la satánica cal)eE&. Noaotroe Itemos «ido en el último, 
Congreso loe ártatroa, Im dueüíoB, loa seSores, la madre del cordero.. 
Pan ello bastó que loa cimbrios se decidieran & ser ke Judas de la re-< 
Tolucioncüla de setiembre. ¿Quién nos dice que es el Üoi^reao próxi- 
mo no babri conbnos bastantes para clamos otra vw la supreioac^ 
en los conflictos? Y entonces, ¿no habrá llegado el njomeoto de 1a 
venganza? Si, da la ventanea, porque, ecm perdón diel Evangelio, loa 
manea de todos loa absolutistas que han muerto en su cama ó ñiwa de 
ella desde 1837 acá, bien merecen que Itagamos algo por ellos. Juáit 
no se paró á considerar la crueldad de lo que hizocon Olofemés cuan- 
do Jo hizo. Judit filé la precursora ¿.ú carlismo. 

Dice fray Luis de León en La Perfecta casada que ninguna ene- 
mistad e^ buena, y mucbo menos la de lo» criados. Otros dicen qtuí 
no hay enemigo pequeño. Ahora bien: wtos liberales que se creen loa 
dueBos de la casa han hecho una Constitución sin nosotros; nos han 
olvidado al confeccionarla, bao desdeñado nuestro ooocurso; y la cria- 
da, sin embargo, les ba salido respondona, porque con esa Constitu- 
ción, y solo con esa, nos han hecho fuertes como Samaon, audaces 
como Josué, y destructores como Atlla. Lo cual prueba una cosa que 
es menester no se olvide jamás por ninguno que se precie de querer 
mordazas para sus semejantes; y es á saber: que solo Dios ¿estamos? 
solo Dios es el que sabe hacer Constituciones. A primera vista, pare- 
ce esto un axioma oScioso, porque el que sabe lo más sabe lo menos, 
el que supo crear al hombre, bien puede saber hacer un libr,). Pero no 
es eso; ea que de una vez por todas, las Constituciones tienen que ser 
dictadas por el Espíritu Santo, como lo fueron las Tablas de la Ley; Ó 
no son tales Constituciones. 

Por ventura, ¿nos faltará un Moiflés que sepa sabir á la místeríosa 
cumbre, oir el trueno, circundarse de rayos y bajar luego con el me- 
jor derecho escrito, con el único derecho que los espaüoles deben aca- 
tar? Quien dice un Moisés con túnica y barba, dice un virey con levi- 
ta y patillas; pero es lo mismo, porque de Constitución á Constitución 
no va nada. Y entiéndase quj si alguno piensa siquiera en otro orden 
de constituciones, aunque este alguno se llame D. Ranton Cabrera, 
janaiema sit! Basta de tolerancias, basta de hablar de derechos ni á 



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lo3 pueblos ni á los reyes, basta de pagar contríbucioDea, basta de 
estarnos asi, mano sobre mano, dejando que en las escuelas se enseSe 
el francés, y esperando que el sufragio universal nos permita diaponer 
de la universal ignorancia. £a preciso ser fuertes por derecho propio, 
y que el n:ango de la sartén nos sirva á la vez de lanza de combate. 
íGloria, pues, & Dios en las alturas, y en la tierra honor á la guer- 
ra civil! A las urnas, ciudadanos absolutistas, vosotros los que Uevais 
treinta y tantos años de cobrar y no pagar, de maldecir y de haceros 
loa suecos. A las urnas, y que las estrellas del cíelo, las arenas del 
mar y las letras de un periódico sean menos que vosotros en las próxi- 
mas ,Córteg! ¡A las urnas; con el miamo entuaíasmo, con la resolución 
y la presteza mismas que si fuerais al entierro de un liberal! El correo 
de Suiza nos ha traído la verdadera señal, el guiia verdadero que debe 
llevarnos & la Tierra de Promisión; no ea una columna de fíiego, pero 
ea un papel escrito por un ex-ministro de una ex-reina, como quien 
no dice nada. Levántate, pues, oh Ismael afortunado, y sigue á quien 
te manda, y cruza el desierto, y mañana será otro dia: que aqui siem- 
pre hay un mañana para un reaccionario. 



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UN ATEO ANTE EL MEDITERRÁNEO. 



(ISde Harto.) 

La gloría tienen también , como la fortuna, su cuarto de liora , eae 
cuarto de hora que muchos esperamos en vano toda la vida, que otros 
ven llegar y d^aprovechati torpe ó cobardemente , y que otros sabes 
y logran utilizar á satisfoceion de su &ma. Y no hay duda que eotre 
«sas tres clases de amantes desgraciados '6 felices de la inmortalidad, 
la segunda es la más dig^ia de histima ; porque al fin , el que espera 
inátilmentfi su cuarto de hora de gloria , demuestra por lo menos ua 
alto deseo honroso; pero d que lo vé llegar y lo desperdicia, prueba 
^e no filé d^no de esperarlo ; ■ y en este sentido , hay ejemplos radi- 
cales de gran elocuencia. jQué fué la dirección de rentas para el se- 
fior Prieto? ¡El cuarta de hora , el anhelado , isverosimil cuarto de 
hora! El Sr. Prieto, shi embargo, lo dejiS pasar sin decir esta boca es 
mía, sin escrilñr su nombre en los anales de la eterna reforma aran- 
celaria, sin intervenir siquiera en un comiso importante, sin explicar de 
cualquier modo, como es uso, la baja de la recaudación, sin hacer otra 
cosa quecallar y cobrar. Después de esto, ¿tiene el Sr. Prieto derecho A 
volver á esperar la fortuna oficial? 

No le tiene, no; como no le tiene tampoco el Sr. Salmerón t volver 
á ser joven, como no le Heos el Sr. Cuevas á que el país le vuelva á oir 
en lo de Balsain, como no le tiene el Sr. Moret á volver & exjáicar la 
Hacienda de la liberta, ni D, Servando á defender el estanco. Todos 
^06 han sido unos ingratos solemnes con la suerte, que ha llamado & 
8U3 puertas estérilmente. La deidad veleidosa se les aleja para sien- 
pre, y está en su derecho. £1 epitafio de las insig-nificancias ó de Isfi 
calamidades políticas brilla en sus frentes con caracteres indelebles. 
7, lo que es mAs, con razón. Ellos no pueden decir , como otrt» mu- 



D,g,T,zed.;GOOgIe 



chos , como D. Vicjüte Rodríguez , por ejemplo , que nacieroii para 
ochavo j que nunca han podido llegar á cuartillo. Ellos han podido, 
brillar en esk; país tan tolerante, tan pródigo en reputaciones, y, eiu 
embarga, no han sabido hacerlo. Si se les volviera á ver ministros ó 
directores, habría que creer en lo absurdo^.- 

La in; parcialidad empero nos obliga á confesar que también hay 
en el radicalismo entidades y persoiudidades que a iben ponerse prove- 
chosamente al noble acecho de la gloria , que saben cog^r con dedos 
hábiles y sf guros ese picaro cabelló único de la ocasión calva , y que 
no morirán ciertamente con el remordinit.'nto de no haber conocido y 
explotado su cuarto de hora como unos exiiertos, como unos audaces, 
como unos héroes, Y aunque tenemos lu desgracia de ser adversarios 
del Sr. Echtigaray, no por razones de Índole personal como estuvo á 
punto de serlo el general Crespo, sino por motivos de Índole puramen- 
te política , hoy confesamos y reconocemos que el Sr. Echegaray es 
uno de esos hombres afortunad s, uno de esos hijos- mimados de la 
previsión que parece que no hacen nada en la vida y que , bíü erabar- 
go, cuando llega el momento saben dar el salta gigintesco y atrapar 
por donde mejor 4)ueden una inmortalidad incontestable. 

TeEtigo de ello, y prueba de ello fehaciente y suprema, ha sido el 
viaje del Sr. Echegaray á Valencia. E) Sr, Echegaray vegjtAba en 
Uadrid desde que dejó de ser ministro, con la doble, natural tristeza 
del hombre parlamentario £in distrito, y de] cesante sin cesantía. Su 
antigaia profesión, su primitivo y al parecer natural elemento, las ma- 
temáticas, cuyos cálculos llenan la creación, no bastaba yaAUenar su 
ánimo. La sed de gobierno es para los espíritus fuertes un ansia, una 
querencia que empieza y no acaba. Sus -discípulos h vjian por esto 
distraído, preocupado, melancólico , sin problemas que le interesaran, 
sin explicaciones que parecieran recrearle ó inspiraile, Y era eso; era 
que el hombre de números se liabia hecho hombre de palabras ; el c^-~ 
tedrático estadista, el realista inflexible , poeta romántico , todo ima- 
ginación; era que la modesta cátedra que vio caer sus cabellos se habia 
trocado por la ancha esfera del mundo; era, en fin, que el hombre pú- 
blico sentiu que no habia llegado aun su cuarto de hora famoso, pfen> 
que se acercaba, y que era preciso salirle al encuentro, dejando á otros 
el cuidado de hacer ingenieros. 

Puede que haya alguien que al ll^nr á este punto del preeeate ar- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



tícnigo, exclame: «r^mo! ¿Todavía, despnes de la qad ha eido su 
corta, pero esÉpepitosa" carrera política; aoBaba el Sr, Bcheguray en 
hacerae célabre? Pues qué, gnolo bahía sido ya r^lativamíinti bastan- 
te Un hombre qii.'! ain más trabajo que llamurs'í econoniista y dejarse 
eli^iar por los que 1h acompaílaban cuando viajaba en el estranjero 
por cuenta de los gobiernos nn)derado3, conaiq-ue qu^ el general Prim 
litígase á creer en la necesidad de hacerle' ministro; iio hombre que 
hace un discurso sobre nebulosas y pelofi qusmados, y consi^^ue que le 
Damen orador político; un bombrs que escribe siendo ministro una 
circular contra' el eatjcismo, y consigrae poco menos qu'i Voltaira con- 
siguió escribiendo ciín valúmin w; un hombre que va á Granada y 
prueba ¿ la vista de Sierra Nevada la absoluta in'3s:isteucla de rala- 
cioneá eatra la nieve y la divinida'i; un hombre que, cuando quiere, 
publica en JSl /mparcíal artículos que para nadie pasan desapercibi- 
dos más que para la Academia de la lengua; en una palabra, un hom- 
bre que tiene ya cosas propicia é ino'vidables ante la opinian; ¿no se ha 
dado por satisfecho, y se ha p;rinitido aspirar á más? ¿Qué país es 
este, qué ambiciones 6 qoS tonterías insaciables son estas?» 

El país podrá ser lo que se quiera;, pero el Sr. Echegaray ha sido 
así, y lo ha sido con éxito. ¿Por qué ¡o ha sido* Preg-iintáiselo 6 su 
instinto. El Sr. Echegaray hacia ya poca ó nala en !a corte. Su ele- 
vación antigua, sus pasados triunfos, sus cos-w d í aysf no habían sido 
más que d íbiles vagidos, timidas anuncios de su glorii. Y alemas, 
Madrid es la mansi >n insoportable de las notabiíida'ies; brillar aquí, 
hacerse oír aquí más de una vez, es una empresa inmensa. En cam- 
bio, vaya Vd. á provincias, anúncieao como enviado de la pléyade 
central, como la novedad del jalej As un dia, como qui^n va á rom- 
per mi momento los festidios de la intimiial provinciana, comí la 
curiosiiad, como el manjar apetecido de los subditas da un goberna- 
dor, y el- negocio es seguro, porque, por lomónos, pirli minos, cuen- 
ta Vd. con tener público. DíjosJ, pu23, el Sr. Echegaray, y se dijo 
bien: voy á hacerme oir en Valencia; eatx es la ocasión de hacerme 
oir, sabré todo si voy con Figuírola. Y sin esnerar siquiera á ver al 
mirqués de Sardoal con su nu9vo uniforme, se fuj al Circo Espatlol de 
Valencia. 

Desde su punto de ■visita, es indudable que el Sf, Echegaray hizo 
perfectam^te. El corazón le daba que ya poco ó nada queda que es- 



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pwar á fin gloría cabe la oriUa del intcnaitents ICanaaDaraa, y buMA 
Ift del Turia fecuBda, i, mejor dicho, la del Mediterráneo; j aUi, ante 
el mar de la historia, en presencia de un auditorio republicano, ha he- 
otío el mia notable, el a.ia original de sus diacursos, y ae ha «aaarm- 
maáo (esta es la eaprefuon) en el cénit de su nombradla. Kl procedi- 
miento es legitimo, es loable, es dig:no del genio. Estudündob, dea- 
Hkenuz&ndolo, íio puede minos de reconooegrsa «A. El 9r. Echegaray 
conocía perfectamente la manera de ser de la patria de Arólas, y ft9~ 
paró su oración con profuncÜtBim» habüidad, y trinsíB, y se conquistó 
la oración anhelada, y eooa^njió lo que no sabemos que ningún mo- 
nárquico haya conseguido hasta ahwa: consiguió que le lúcáeraD re- 
petir aquello de sus conexioDes con el ideal republicuio; consiguió, 
en suma, lo que solo c(«3iguen los grandes cantantes: que el público 
le ptdi«« ¡otra! con espontánea necesidad. 

Por lo demás, su peroracum, aun desde el panto de vista critico, 
es una verdadera obra de arte. Aquel periodo en que se explicó la 
utilidad y el poder. de la CoaJicton por la teoría de las moléculas, ea 
de primer orden. El Sr. Echeguray se apercibió de que sus oyentes 
daban la espalda á la playa, y lea mandó volverse; y una vez vueltos 
les hizo ver una nave, uBa vela en alta mar, y les d^aostró que si 
aquella vela estuviese hoy en su primitivo estado vegetal, en su esta- 
do de cáSamo, ni el viento la empujarla, ni ella empujaría al barco. 
Consecuencia: que la unión ó cohe8Í(Hi de las partes es lo que forma los 
cuerpos todos, y lo que les hace resistir; y que si los republicanos, los 
carlistas y los moderados no se unen para ayudarles, los radicales no 
podrán decir si soQ dinásticos. 

Y no digamos nada do aquella parte en que el 9r. Echegaray tra- 
tó del alma, á propósito de que si se ha dicho ó no se ha dicho que 
S. S. no tiene sentimi^itos religiosos. «¡Que no los tengo, vino á de- 
cir d Sr. Echegaray, que no loa tengol ¿Y pjr qué se dice esto? ¿Por 
lo que he dicho en el Congreso, ó por lo que he hecho decir eo la Oa~ 
eeUfí Pues los tengo, pese á guien pese; lo que hay es que no me da la 
gana de demoatrarlou. Pero yo admito el alma, seíleres; yo quiero la 
libertad del alma hasta bajo la losa del sepulcro, que es cuanto }my 
que decir; yo creo que el alma es un principio ^encialmente libre, un 
principio radical. Y sobre t>do, el que dude de que ya aceito la vieja 
teoría del alma, que ae lo pregunte á la horrible, á la sangrienta uoiim 



D,gH,zed.yGOOgIe 



liberal. Ese monstruoso partido sabe si me tiene ó no el alma quemada 
con BUE atrocidades!» 

Y no hablemos de aquello de llamar á la coalición sociedad de se- 
guros. Todavía se está riendo Valencia al recordarlo. Y no hablemos 
de aquello que hizo B^Küia Aoando arrancó del suelo el trono de los 
Borbones y se quedó un rato sin saber qué hacer, si tirarlo al mar para 
que luego lo sacasen buzos radicales, ó echarlo más allá del Pirineo 
para escarmiento de picaros y polacos de todos colores. Y no hable- 
mos de aquella coincidencia entre los quince vencidos por el Cid en 
Zamora y loe qiiinoe distritos en que el suñ^gio univeraal ha dividido 
la valenciana provincia. Solo un aritmético de la ñierzs de D. José 
«oca de esta casuaBdad tan gran [»rtido. A^i lo saquen las elecciones. 

Posgamos, pues, fin á estos pánaibs reconociendo que eo (A 
meetiTiff del Circo EspaSol ha habido dos afortunados: el Sr. Echeg»- 
ray, á quien acatamos desapasionadamente por su artística ovación 
gloriosa, y la parte del pueblo valenciano que le ha oído. ¡Feliz el hia^ 
toriador ñituro á quien quepa la suerte de reccodsr y pintar un suceso 
de tal importancia! Ya le estamos oyendo exclamar: «Valencia habia 
oido & Castelar, d cey de los poetas político», á Aparici, d rey de los 
poetas de sacristía, y Valencia debía oír al rey de los poetas ma- 
temáticos. Un dis llegó el gran ateo á sus f^ayaa, rennió si pue- 
blo, le haUó déla mar, y el pueblo y el toibuoo se abrazartm en 
presencia de las cerúleas ondas. Aquello podo sev una confínnacion 
de lo que dijo Boileau sobre el peor áe los géneros; pero fué también 
un acontecimiento. El tren que luego se llevó de nuestra ciudad al 
orador, la privó también de ana de las más agrodat^s é inof^isivas 
ée sus diversiones de entonces. Asi es la vida, dcnide todo soaba meaos 
ciertos tipos.» 



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UN SANTO político. 



(MdelUrio.) 

Entre la moral, no como la enüendeaD. Gabriel Rodri^ez 7 otrat 
sabios débil(?s para coala Internacional, sinocoEDolaentiendeélinil^ 
aDti-ecoDomiítta, y la santidad en lo que puede Uamarae su literatun, 
parécenos que hay una psqueSa contradicción. Es un precepto de mo- 
ral social el no meterse en vidas agenas, sin cuya fvofaibicion arderi» 
en chismes, mucho más de lo que arde, el mundo que fundó Era; pero 
es también una necifddad del que quiere ser eanto, ó al menos dd que 
deseaadmirar los saludables ejemplos de los canonizados, el leer, d 
conocer sus biografías, el registrar esos conmovedores anales donde 1> 
virtud cristiana ha escrito sus más bellas p&ginas. ¿Quién ata, pues, 
estos doa cabos? Declaramos que para nosotros es operación de gnta 
dificultad; y por esa aomos tan poco fuertes en historias de santos : tJ 
rospeto á. la vida privada nos lo ha impedido. 

Mas por puco versados qne estemos en ese delicado estudio, se ik» 
alcanza, sin embargo, que hay caracteres generales y comunes en to- 
dos los elegidos de la Divina gracia, que hay cualidades , condiciones, 
' dotes de espíritu, tamperamentos que ban brillado en tod: 13 ellos con 
inseparable constancia, y sin loa cualea es muy diñcil hallar un ver- 
dadero santo. Y que entre esaa cualidades esti en primer término I» 
paciencia, la heroica y bondalosa paciencia, no puede ponerse en dud&. 
Ella ha servido de escala universal para subir al cielo; ella y solo ell» 
guarda el secreto déla fuerza que vence al dolor. Desde San Narcis», 
que se dejó comer por las moscas, hasta San Lorenzo, que se de]6 tra- 
tar como una chuleta, ¡qué serie de pacienci.is en el martirologio! 

El Sr. D. Manuel Ruiz es un hombre de muchísima paciencia. í» 
es tiempo de que se le reconozca esta cualidad, primero, porque al^n- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



na h&bia de tener, 7 segundo porque la tiene. Toda su vida paliticilo 
danuestra. Él sufrió pacienzu Jámente la insignificante oscuridad en 
-que le dejaron laa Cirtes del bienio, que le abrieron las puertas de la 
cosa pública. Él aguardó con paciencia admiraV.e k qu3 él general . 
IPrini le dejase con su muerte la vacante de la presidencia del Consejo. 
Él no hab'a de puntos negros sino cuando conviene & su partido; él 
deja que otros escriban, que otros estudien, que otros S3 ganen la re- 
putación de una aptitud cualquiera; ¿1 no muestra siquiera impacisn- 
cia de saber quién disparó el trabucazo de la calle de San itoqus ; ('d 
sufre h Hartos, y está dicho todo. 

Los fisiólogos negar&n ep vano esa cualidad de D. Manuel, fun- 
dándose en la ñia amarillez de su rostro, que indica el predominio de 
la bilis, y alegwido que todavía no se ha probado que ningún biliosa 
ó nervioso sea hombre de caln.a, y que decir santo es lo mismo qu3 de- 
cir lin&tic->. En primer lugar, esto es admitir la tiranía del tempera- 
mento en la vida, que es lo mismo que ue^ar el libre albedrlo; paro 
aunque se admita, no es solo la bilis quien amarillea e! rostro; tara- 
bisn el pajizo esel colorinsíparabledemucbaa debilidades, de la en- 
vidia, por ejemplo, y de muchas emacionas, com'), ■Berbi graüa, el 
mied:). Seria, pues, necesario probar 8uficient3m3nt3 qu3 D. Manuel ea 
bilioso, y esto solo su m'dicj pjiria decirlo. El país no lo sabe, por- 
que si bien es verJai que el 3r, Riiz DOS tiena acostumbrados á sus 
acraniu33,, hay ta'übÍ3n la opinión giaaral de que es un hombre de 
buen humor. Los que han cjnado muchas vec3a con él en la fonda, lo 
as^ur^m. Bien es verdad que entonces no habia rey, y él tempera- 
mento de un hombre pa;Í3 variar muoho entre una interinidad revo- 
lucionaria y una monirquia que desdeña les amenazas. 

Pjto ta paciencia d d jefe de pelea, que hoy queremos demostrar 
cumpliendo un deber de justicia, no necesita de esas pruebas de ay.:r, 
á pesar de ser tantas y tan fehacientes. Nunca como ahora, nunca co- 
mo en estos instantes, está demostrando D. Manuel una paciencia sin 
limites, una paciencia sin rival en la historia, una paciencia homérica. 
¿Sabe nadie lo quelasitu'icion actual de su partido está haciendo pa- 
sar al grande hombre? La coalición ha hecho de su casa un jubileo, 
basta el punto de que la primavera, que probablemente pasará sin 
veríe ministro, no pasará sin ver rjnovadis los g.iznes de su puerta. 
Si el Padre Eterno, ese hermoso anciano que ¡A arte nos finje con an. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



loengrn barba y su jncieiiiiia etenuí, 'cod U mano sobie la bola dol 
niundo j lo3 oídos abiertoa & todas las reclamacioaas de la cKo&doa; 
^i el Padre Eterno tiene un asiento, ese asiento debe parecerse al eiUon 
del de^cho del Sr. Buiz, donde fedecalea.y carlistas, y moderadoa, y 
cimbrios tienen la seg-uridad de verle á toda hora en estos difis. 4Qué 
importa, para los efectos morales de U. comparación, que d fono de 
ese sillón sea de terciopelo de Utrecb? En él se posa una reaígoacion 
inmensa, y esto basta. 

¿Han igeditado Vds. sobre lo que debe ser uu discursó diario del 
QQal humorado y provecto marques de Barzanallana, acerca de la sitoa— 
cioD del mo4erantÍ6mo en los distritos? Pues D. Manuel oye ese dis- 
curso todoB los días, sin atentar contra los suyos. ¿Han pensado uste- 
des lo que dcbé ser la amistad política del Sr. Nocedal, padre, esa 
amistad que no han podido Sufrir ni Villoslada, ni Canga Argíiellea, 
ni Sofrena, ni el mismo P. Sánchez? Pues D. Manuel cultiva esa anús- 
tad en este momento histórico, sin quejarse. ¿Han reflexionado Vds. lo 
que será oir todas las maüanas á Caatelar discurriendo sobre la razón 
enciclopédica, en sus relaciones con las delicadezas del sufragio uni- 
versal? Pues D. Manuel le escucha, y le sonrio. ¿Se han ñ^urado.us- 
tedes por ventura lo que debe ser una consulta de Pasaron, un consejo 
de Portilla, una genialidad de Pellón, un rasgo de Rojo Arias, un ar- 
ticulo radical de Pérez de Guzman? Pues D, Manuel los sufre, loa oye, 
los digiere, y todavía está por la primera vez que haya pensado, al 
suñ-ir todo eso, en los antipodas. 

Días pasados, sin ir más lejos, y ai nuestras noticias son exactas, 
entraron en su despacho dos de los principales personajes de su colec- 
tividad, tan principales como que uno era el Sr. Moret {p. Segis- 
mundo), y otro el Sr. Rivero [D, Nicolás), La alteración marcada de 
sus rostros, la irregularidad de los nudos de sus corbatas, el no qui- 
tarse D. Nicolás el sombrero, y el no preguntar Moret por la &umlia, 
todo hizo sospechar desde luegp al jefe que iban á someterle una cues- 
tión de grande importancia. Y así era,, en efecto. Se trataba de si de— 
laa ó no publicar ^l Imparcial el discurso que pronupció el marqués, 
de Sardoal ante los comandantes de la Milicia, discurso que, seadichode 
paso, creíamos perdido para la historia, y que, de seguro, lo hubiera 
estado, ano tener el inteligente alcalde la previsión de llevar un taquí- 
grafo detrás de si, vaya donde vaya, y aunque no vaya de uniforme. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



fTatnralmcnte, el Sf . UcÉret opinaba por la pmblicacioii, ftor 1» añf 
maúv», DO' 9cdo potq/m eata es bu eosbunbEe, «n sa calidad de natur»- 
les» beüévela, aíDor porqoe laj afirmaciones dinásticas j senaataa d» 
£cfaa p^tmcion poreoiaQ, y ocm justicia, al Joven haceodista que ya 
eratiempa «le que ae conocieraD. «Yo, D. Haattel, dicen que diyo doa 
Sogúmundo, no paed» tcaneigir con laa barbaridadea en gener&t, ni 
con las de mí partido en particolar. Keeuerdo lo que dice Plutarco,' á 
ecfie Teapeoto, de Tacittides. Tucidides babia heebo grandes obras pú-- 
blicas, y el pueblo le acusaba de dilapidador. Pue^bien, dijo él al pue- 
blo: yo pagaré esas obras, pero que se ponga en todas ellas mi nom- 
bre, que ae me deje al menos la gloria de lo que he retüizado. Y el 
pueblo envidioso no Tblvió ¿ acusarle. Pues eso digo yo, después de tan- 
tos siglos como desde Tuddides han pasado, á los que me acusan d» 
ser dinástico de la dinaatia cuyos miniatroü hemos sido y deseamos ser: 
¿por qué me queréis quitar la gloria de mi consecuencia? Si ese dis- 
curso, pues, no se publica, yo declaro que voy á palacio á darlo en 
extracto.» 

Por su parte D. Nicolás se deebizo en argumentos tremebundos 
contra el discurso, la publicidad, el marqués y el Sr. Moret, haciendo 
hincapié espartano en la «inconveniencia de ciertas declaraciones.» Se 
puede ser, dicen que dijo S. S., dinástico, pero no siempre se puede 
decir lo que uno es. ¿A dónde iríamos á parar por este camino? Y lue- 
go, amigo Moret, Vd. no conoce ni á los hombres ni á tos poderes. ¡Si 
viera Vd. cuántos ingratos hace la consecuencia! ¿Qué me ha pasado 
á mi con la república? Y sobre todo, ¿por qué ha de hacer Sardoal lo 
que yo no hice cuando fui akalde? Comprendo un empréstito, com- 
prendo un bíll de indemnidad; pero un discurso conservador anta el 

pueblo eirmado ¡vive Dios que sí mi partido da en estos hábitos, se 

queda £in mi como yo me quedé sin presidencia! 

Y la cosa, planteada asi, estuvo á punto de ser grave, y lo hubiera 
aido si la paciencia hábil, habilísima de D. Manuel no hubiera roto el 
nudo convidando á almorzar á su grande amigo el patriarca dem6- 
crata, y haciendo un guiSo al Sr. Moret para que se fuera á la im- 
prenta. 

Y como este suceso, y como este detalle, pudiéramos citar otros 
muchos que prueban hasta la evidencia, hasta la sublime evidencia, 
que hoy la caracteriza, la santa calma, la paciencia angélica, la bon— 



D,gH,zed.yGOOgIe 



dad corderíl que D. Manuel eat& o&eciendD & Dios ea esta oompUcada 
épora de su vida. Si baj, pues, santos paliticas, 8Í deba haberiost aun- 
que el género a3a nuevo y Taro, el Sr. Buiz es nns de ellos. Y que tu» 
nos vengan los incrédulos de oficio diciendo que la paciencia sirve b 
mismo para ganar el cielo que para ganar carteras. ¿Dejará de ser 1s 
paciencia una virtud, vaya adonde vaya, é inspírela lo que la ins^^Ut 
Pues teniendo la virtud ss tisne lo principal; j el que está destinada 4 
llamarse el beato Manuel, ¿qué imp:»rta que antes quiera llamarse mi- 
nistro* 



D,gH,zed.yGOOgIe 



PREDESTIHACIOH. 



(21 d» Mario.) 

Entre ser críatiano j hombre político , y do f3r fatatista, do deja 
de haber bus dificoHadea, porqae, mirando!) despacio, la política es ua 
gran plantel de predestinadoa , es um g^an demostración de que cada 
ano oaceeo este mundo para su cosa. Losp'trsonajes déla escena p&~ 
blics no neceflitan, en efecto, serlo mucho tismpopara que la opinión, 
flon raras excepciones, lea prono3t¡iu9 priféticameote el porvenir. 
Almo por primiíra Tez la boca en público D, Vicente Rodríguez , y el 
público conoció, sin equivocarse mucho, que para poco 6 nada serviría, 
salvo el llegar á ser condidato por fuerza. PráJentSse un día en el Par- 
lamento el gran Moncasi, y el mundo pre^intiS que desde capitán de 
granaderos arriba, no habría elevación que Í3 asustara. Escribió su 
primera circular el Sr. Diez, y la mi^stratura dijo, y con razón: un 
fiscal menos. Apareció el partido radical, ra-lianta de secuestros y otras 
artes que le hacían posible y probableel poljr, y Europa dijo, miran- 
do al general Córdova: un ralícal más. Y es eso; es que la política es 
la ciencia de los horóscopos fáciles , una ciencia gitana, como si dijé- 
ramos. 

En este sentido, el Sr. Echegaray ha hwho perfectamente al en- 
trar en su vida de hombre d3 Estido deapro^irto de toda religión po- 
sitiva, sin una creencia reli^osa para un remedí >. ¿De qué serviría al 
gran matemático, por ejemplo, el viejo cristian'smo de sus padres, 
ante la evidencia de ese fatalismo qne la política , como ciencia parso- 
Bal, entraHa? ¿Ni cómo armonizar el libre albedrío, ese do^roa ehgen- 
drador de la responsabilidad humana, con el destino que cada hombre 
político lleva escrito, ya qua no en la frente , en sus acciones? ¿l'uede 
dudar nadie de que, verbi gratia, el Sr. Pellón nicii para compatible. 
-«1 Sr. Moret para hombre agradable, el Sr. Sardoa] para hacerse ua 



D,gmzed.yCOOgle 



uBiiforme? Solo el Sr. Prieto, á pesar de haber sido director de adua- 
nas, no sabe él mismo para qué ha nacido ; pero esta es una excepción 
que DO desvirtúa la regí». Por lo tanto, ei Sr. Echegarayobró sabia- 
mente al presentarse aate^ país oon A indiférentifimo teológico qu» 
le constituye. Si hay ona religión que verdaderamente convenga á la 
politica,«es la turca, es la de Mahoma, es la que dice al hombre: hagas 
lo que hagas, serás lo que has de ser. Y en la imposibilidad de ser po- 
lígamo, el Sr. Echegaray se decidió & ser ateo. Bien hecho. 

¡Ahí ¡El Destino! ¡El Destino! ¡Qué deidad tan inexorable! Los 
antiguos, que tanto la respetaban, no eran, no, oiSos de teta. El hom- 
bre que con ella pretendo luchar, intenta, como dit» Byroa (un poeta 
in^és), una lucha taa insensata eomoJa de la es{Hga contraía bm. Y 
jKwotros decimos que, poUtieameate hablando, eso es una gran verdad: 
■qoe el «estaba escrito» de la gran escuela pesimista es la gran divisa 
de todas las notabüidadas. El Sr. Rivero , D. NicoliJ«, 'salió de Madrid 
hace pocos diaa, haciendo quieá mil castillos en el aire sobre la reo^>^ 
eion «[ue iba á merecer ¿ sus paisanos, llevando escondido ea lo mis 
hondo de su fuero interno *ti cintaro inmortal de la lechera , » que h& 
dicho Oampoamor. Yo iré, yo llegaré , se decía acaso , y veré , y teu^ 
oeré, y aeré aplaudido, proclamado y el^^o. Pero como estaba escrito 
que el Sr. Rirero solo seria esta, vez silbado pcu- la reina del Bétis, al- 
bado fué. Pues no digamos nada. del Sr. Beranger, ¿Quién habia de 
decir á S. S. que iba & ser caididato por el distrito del Ebeplcio en 
Madrid? ¿Qui^ habia de pensar esto al ]H-esenoiar su etemo. miste- 
rioso sileD<áo parltunentorio? Cosas del Destino. 

Tfunpoco es difícil pronosticar el dosüoo dcJ Sr. Martos. En vano 
su habilidad, que es de primer orden, y la de sus amigos, que no es 
mes que mediana; en vano su modestia, las' conveniencias momentá- 
neas de su parcialidad, y otras machas C3ncausas análogas, tratan die 
ocaltwlE) que el Sr. Hartos ha de ser en el' s^io del radicalismo, ó, 
mejor dicho, lo que es' por el derecho propio de su cacumen, de su ca- 
rácter y de su aplicación. La je&tura cimbria, esa autoridad granate 
y pel^ro^a por iguales partes, que imprima dirección & la rápi^ 
marcha de los demócratos, que los llevó desde la república ¿ la mo— 
netrquia como con la mano, y que hoy, dando frente á retaguardi», 
lea invita i sallar sobre la mmarquia para ir «donde Dios quient.» 
como dice Nooedsl; esa je&tura no es para nadie un nvisterio. El 9&~ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Sor MartM ta tiene de hecho; aro aa núaion, su mtratñáo, so Des- 
ttnot Si hay allana radieal que no lo «na, ^oe ae pare y awdits: 
jeuántos aOos teaánnqus' estudiar el jefb de pelea psra llegar, úit»- 
kwtualoMnte hablando, á los Exiuajos <le D. Orifitino? 

Respecto al destino db D. Uannri, ao ea «¿dos sentdjo, si méaoi 
Itfgico, á nuestro juicio, A juvabaúco. A friaiera vista no lo puooe; 
pero dejémonos de primeras distas, porqus si ¿ eao vamoi, teiBpaeo 
parece & primera vista el Sr. Ruiz un hombre ootaUe, y lo w ai«<«a- 
bu^ ea cierto sontido. A pñoMra vista Iwbcáaqbeho siui^ae qne áoa 
Hami^ ha oaeido para matar el partido en que le metió el genend 
I^m, ó para hacer &moso el Bu^^ á» Osma en que rodó su otoa dfi 
oant». Pues no e» eso; todo eso, y mucko más, no «a otra cosa que la 
asoiáeutal d« sa vida, ocm respecto á sa predostisacioB. Lo sostaacíal, 
lo fimdamest^, lo decretado por esa PvarideQcia que desde la flor*- 
cffia kasta el radiciü seiEala á cada cosa su puesto en la ^erra, es «osa 
may distinta. El destino del Sr. HÍiíe no está ni ee sos destinas, ib es 
fu íama, ni en si» tsrrooes: esb& en sv. paldaia. ¿Qa¿ importa que esta 
aea premiosa oonm ^ oria, «smra oomo la &lta de ideas, estMl como 
el egoísmo? Lo cierto es que D. Manuel ha nacido para decir incoo- 
Teniencias. Y ahi están todos, absolutamente todos loe capítulos de su 
• biografía política, desde el primero hasta el que escribió ayer mismo, 
que no nos dejarán mentir. 

iDiscursos y actos del grande hombre, en lo que va de revolucioa: 
venid boy, siquiera sea ra|Hdisimamente, en apoyo de esta afirmación 
nu^tra! Servicios personales al conde de Reus, justipreciados en ana 
cartera; cartera desechada por la idea de una presidencia; presidencia 
ayudada por la filípica sobre los puntos negros; puntos negros que lue- 
go resultaron quedarse en inmensa mayoría cerca del que fué con la 
moralidad por la monarquía; monarquía declarada previamente para 
un uso particular y abandonada boy por el abrazo de loe republica- 
nos; republicanos que no quisieroa ase imnistros con el Sr. Ruiz , á 
pesar de las lágrimas de sus ojos; ojos que no saben como atender hoy 
ár los distritos y á plació: decid, decid vosotros si nos equivocamos; si, 
como el ministro de cierta zarzuela, abre D. Manuel una sola vez la 
boca para decir algo que no sea de lo más impertinente. Y aunque to- 
dos vosotros lo negarais, ¿no dice bastante la reunión de ayer en él 
teatro de La Bisa? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



' RsanióroiiHe los electores del comité del distrito del Congreso, qm, 
pot" ana casualllad, son loa mismos del comité del distrito de Bu°iia-' 
vista; dieron la preailencia al Sr. Ruiz, para evitarle un disgusto, y 
propusieron como candidato si Sr. Martos, y elSr. Martos habl6 cim. 
toda la brillantez que quísi, y el Sr. Ruiz tomó la palabra. ¿Para qui¥ 
¿Para decir sJgo monárquico, ó dinástico, qu;; atenuara un poco loque 
DO se ba dioho? No seSor: esto hubiera BÍdo aclararse el porvenir, per^i 
tamlnen hubiera BÍdo fiíltar á su idiosincrasia, ser infiel á su predesti- 
nación. D. Manuel tomó la palabra para decir que el Sr. Hartos no ba- 
bia querido presentarse por otros distritos, es decir, para dar ¿enten- 
der que el Sr. Martos no tiene más-^distrito, ni más esperanza que el 
del Congreso. Ahora bien: ¿es esto cierto, ó no eacierto? Si lo es, ¿para 
qué decirlo, para qué mortificar y rebajar á nadie, D. Manuel? Si no lo 
es, ¿qué nombre merece laafirmacioQ, S^.Ruiz?¿CómoqluereVd.lue- 
gx> que su je^tura sea una cosa seria, y que el Sr; Martus deje de 
reírse ante ella en su conciencia? t^ero, eu fin, D. Manuel, c:m una 
inconveniencia más, uo hizo sino cumplir con su naturaleza. El día en 
que salga de sus labios algo prudente, ese dia habrá cambiado su Des- 
tino. No espere BepaOa ese dia. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



LOS DESFALLECIENTES. 



(K'deAbriU 

Cuando el Sr. I>. Haouel Silvela hizo el sacriñcio de aceptar (A 
mÍBÍsterio que la revcducioQ , y en su nombre, sido recordan\oa mal, el 
respetable Sr. RiosRosfts, leofí^iera,elSr, Silvela, que,6eg-uQnuea- 
tras noticias, pudo optar estonces entre lascarteras deEstadoy Gracia 
y Justicia, lo bizopor ladeEetado, porladiplomática, conuna decisioa^ 
con una insistencia qoe los hechos vinieron en breveájustificar. Creyó, 
sin duda, el Sr.Silvela que, & pesar de su notable prácticade juriscon- 
sulto, la situación g^eral de la política en aquellos días, la imp irtan- 
cia que entonces entraüaban nuestras relaciones internacionales , y 
hasta sus condiciones intdectualea y personales, su vasta instrucción 
literaiia, su talento elástico, su fácil palabra, su distinguida ñ^ura, le 
llamaban á ser digTio sucesor del Sr, Lorenxana, del modesto autor del 
célebre memorándum revolucionario. 

Y-, en efecto, el Sr. D. Manuel Silvela creyó bien, estuvo en lo jus- 
to, apreció con lucida exactitud la situación de les cosas , y, lo que es 
más difícil, supo apreoiaree bien á si mismo. No fué larga su perma- 
nencia al frente de la primera secretaría, pero su breve paso por ella 
dejó, como no podiaménos, el honroso rastroquetod'jsnosprometiamos. 
Sus notablee conferencias con los representantes extranjer s , sosteni- 
das en el francés n^ás puro; las sabias , aunque penosas reducciones 
que hizo en el peraonalj número y sueldo de uuistras embajalas, apre- 
surándose á. obedecer incondicionahneute el espíritu económico déla 
mayoría constituyente; el cultivo intimo de la amistad del general 
Prím, que los elementos conservadores le agradecieron y le gradarán 
siempre; sus viajea á Vichy y París en compañía del malogrado mar- 
qués, que tan alto dejanHi en laentonces.córtedelasTullerLaaelnom- 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



41« 

bre de la diplomacia espaSola; todo esto, y mucho m¿s que a 

no recordar en este instante, dejó tras si en el ndinisterio de Estado la 

inteligencia del Sr. SUvela. 

Si no hubo más, si el acreditado nombre de nuestro antigoio amigo 
no quedó escrito en los anales de alguna negociación importante, de 
algún tratado, de algún procedimiento inteligente que deparase & la 
obra revolucionaría la amistad de algún gobierno ó de alguna poten- 
cia que no le fuese favorable; si el pereonal diplomitico y consular de 
España tampoco le debió reforma ó modíGcacion benéfica y plauúble, 
culpa filé de las circunstancias, que no lo dieron de si, y que le con- 
-denaron en este ^lentido 4 una esterilidad ó & una impotencia forzosas. 
En cambio no hubo un solo empleado de su ministerio que no quedase 
prendado de sus humas palabras, y todo d mundo sabe la vkdmtáa 
qae costó i su hatútnal s^iciUez el tener qne aeeptar las grandes at^ 
ees de Carlos m, de Sajonia y de Baviera que le fueran conferidas aa 
atención á sus iimegaÜes servicios. lia revolución, qae el Sr. Silvda 
aceptó c(Mno hecho ctHisumado, no tuvo, piias, motivo de arrepeatúrm 
por haberle elevsdo á uno de sus primeros sitios. 

Calculen, pues, nuestros lectores, por los rápidos antecedentes que 
. acabamos de indicar, la sincera y pio&mds pesa que nos habrá can- 
lado el repentino alejamiento en que el Sr. Sálvela se coloca de ia vid» 
pública. No está, por desgracia, la alta pcditica espa&ola tan abun- 
dante de grandes caracteres y de grandes talentís, qse pueda vem 
con indiferencia, ni con resignación, el eclipse de uno de sus tatroa 
más esplendorosos. Respecto á los motivos que han decidido al Sr. Sil- 
vela á su retraimiento, á no aceptar las reiteradas y varias ofertas de 
los distritos electorales que sufren 4 e^as horas la gran contrariedadi 
de su negativa, ya en nuestro último número los analisamos seria, 
annque brevemente, para oponerles desde nuestro punto de vista las 
razones que creemos bastantes 4 condenarlo; -pero protestando, ctHiio 
volvemos 4 hacerlo, del proAindo re^to que esa y cualesquiera otras 
determinaciones del fuero interno de las pecsonas dos merecen. 

Séanos licito, empero, contar una vez m4s que saitinios de todaa 
veras ver al ex-ministco de la conciliación rechazar en nombre de an 
criterio propio la convetüeiuña de lo que qoeda de la concáliaóon levo- 
hicionaria, qoe tanto oootaibnyó 4 rrálizar y sostener su grande ami- 
go y presidente el general Pcim, y ofrecer el obstócul», auaqae in- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



consciente, pero que al fin lo es, de su disentimiento, al desarrollo, de 
que tanto esperan las instituciones dsl nusvo partido cansarvador. 
Solo mitig'a al^n tanto, nuestro ingenuo desconsuelo la convicción, 
que la experiencia universal abona contra los Lombren necesarios, de 
que los altos y g'íneroSos y patrióticos fines de ese partido se cumplirán 
y llenarán providencial y enteramente, á pssar de la ausencia del se- 
ñor Silvela, y para conjurar las citAstrofes que el digno ex-ministro 
entrevé al final de su comunicado. ¡Lástima que el Sr. Silvela no crea 
hoy, como creyó en vispyras de -las insurrecciones republicana y car- 
lista, que debía arrimar el hombro al sagrado muro de la salvación 
común, aunque solo fuera siendo ministro, ó senador ó diputado! 

Y para dar, como si dijéramos, la última mano á la espresí m de 
nuestro psaar sincero, hemos de decir también que, según noa han 
asegurado personas qne nos merecen un alto concepto de veracida<t, y 
á quienes creemos muy bien enteradas de lo que aseguran, en la sen- 
sible determinación del Sr. Silvela no solo ha entrado jwr mucho el 
doloroso desengaño que la en su juicio mala manera de formarse el 
partido conservador le deparara, sino que ha tenido que añadir en su 
combatido ánimo, á esa decepción ooinable y controvertible, otras más 
amargas, más prácticas y más inexorables, de carácter puramente 
amiatoso, Dícesenos, en effecto, que los principales amigos políticos y 
privados á cuyas importantes gestiones venia el Sr. Silvela fiando en 
Bii provincia electoral, que es la de Avila, el éxiti de su elección, no 
se han mostrado enteramente dispuestos en esta Qcasion á entrar en la 
lucha, y así se lo tenian significado al Sr. Silvela con racional y opor- 
tuna anterioridad. Los Sres. Ibarreta y Delgado figuran entre esas 
personas. Da manera que la decisión del Sr. Silvela ha teoido hasta el 
mérito de una triste oportunidad; porque aunque el Sr. Silvela no hu- 
biese pensado en dejar hoy la vida parlamentaria, ya esta le había 
creado en el fondo un grave conflicto. L > sentimos, pues, doblemente . 

Pero de todos modos (y con esto entramos, aunque un poco tarde. 
¿justificar el titulo de este articulejo), nosotros abrigamos la esperan- 
za, . . ¿qué decimos esperanza? la convicción y la certeza de que el se- 
ñor T). Manuel Silvela retraido, en discrepancia, no solo con su anti- 
guo jefe disidente, el Sr. Rioe, con cuyo beneplácito diriiTÍó la instruc- 
ción pública y los asuntos de Estado, sino con su partido revoluciona- 
rio: abrigamos, decimos, la certeza de qne el Sr. Silvela, no por opinar 



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418 
y creer hoy que el partido coDservador de la revolucioD debe deshará 
cerse para hacerse de Duevo, se irá ¿ eu hog;ar, & su retiro, & seguir- 
sos elucubraciones literarias, ó ¿ contiouar siendo honor del fino, cor> 
nio unade esos desfallecientea de última, hora que fingen hacer de la. 
necesidad virtud, j cuyas contrariedades persoosjea tienen el arte da 
aparecer ante la opinión, con e! disfraz de una deci^on, meditada, aus- 
tera y sentinieatal; creemos, por el contrario, que d Sr, ^vel» se -ía. 
de buena fé & sus tiendas, dispuestopor el patriotismo, por su amor &. 
lo que también ha sido obra suya, y por su gran valor cívico, ¿ toL- 
TW & tconap parte en la batalla salvadora, si esta llega y le necesita.^ 
Respecto & esos desilusionados conyaicioDales, ai los hay; respecto- 
¿ esos profetas del despecho, cuyas lágrimas bastaría acaso ¿ ^u^r 
rapidi^maipente la repentina realidad de un nuevo encumbraoüeiito» 
respecto é. esos des&llecientes que buscan plaza al alcance de todos loa, 
aokftque puedan calentarWhoy ómaBana, ¿qué hemos de decir nos- 
otros, humildes soldados, del ejercite revoluóonarío, que hemos qu&- 
méSo y qnemarianuw cíen veces voluntariamente nuestras naves en la. 
playa & donde hemos llegado con las instituciones' vigentes? Lo ¿níco ' 
que se nos ocurre decir es que vayan cu buen hora; que, deapu^ dj& 
todo, Itay que agradecer á la Providencia esos alojaoúsntos, porque de 
hombres leales y resueltos e& saber con quienes se pivede conter, y na 
temer que lo4 que aiucbeceB dándonosla manoamapflzcaa en las svaar^ 
ladas de nuestros enemigos. H«nos dicho. 



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ESE ES EL MODO. 



(i de Abril.) 

Sí; er& él. Madrid le ba visto, lós'electores le han visto, los pa- 
seanteB f los polizontefi le han visto. Era &, eoaea lustroso sombrero 
de onolias encorvadas alas (imitación de los de Se^ainanca]; su gabaa 
de entretiempo color de boja seca; su habitual cargazón de eB|)aIdas, 
qne le da el aire de un bombre eébado para adelante , y su eterna se- 
riedad flBica , que tanto ba contribuido á su eievadon. Kra él ; loa 
agentes de 6rden pAblico, que la nación le ha prestado vitaliciamente, 
no le s^^uian, porque ayer era el día de mostrar valor; pero le segiiiit 
Uarb», con una fina Bonrísa socarrona que parecía decir: aqui va esto; 
y le seg^iia Moatero Rioe , él en -rgico codig^uista compeneador de las 
JÍojedaJca eoastituciooalea , y ftvía., el general ainjp&tico qne le ha 
peretonado en nombre de Prim; y le seguían otros varios, dispuesta i 
morir Gonél ant«^liae urnas, si era precisa. 

Kra él. Los republicanos le anudaban como diciendo: ahi va d que 
por poco nos hace el' cf^do gordo. Loa carlistas le miraban con todo el 
entemecuniento-de que son suseeptibles los enamorados de la guerra 
üvil. Los moderadoB le dejaban la acera con la presteza de la grati- ' 
tud. Los chiquillos le daban también escolta , pero no ae le acercaban 
p^r rae recdo inatintSva de la infancia b&cia todo lo fuerte ; y > en fin, 
hastti Ifr naCoralem parecía acompasarle con gasto. Un vientecülo 
fresco le precedía hiriendo las calles , y el sol , coqueteando con laa 
nubes, le proyectaba in juego de laa y sombra que realzaba sn silue- 
ta. Porque parece qne también üí naturaleza tiene sus preiHleccio&es 
politicas. A noeotn» nos han asegurado, por ejemplo, que Beranger, 
cuando navegaba, sempre eneontié el mar como una balsa de aceite, 
y por eso podo eetadrár- tranquilo au' <H«torÍB y su gramática-. 



D,g,.zed.yGOOgIe 



Era él, que iba 4 recorrer por ai misido lo3 calegioa electorales; él, 
que sabe que el ojo del amo engorda el caballo; él, que eati persuadi- 
do de que para obtener la ayuda del cielo no hay como ayudarse á sí 
mismo; él, que prefiere un «por si acaso» & cíen «quién pensara;» él, 
el previsor, el organizador, el avizor, el vigía in&tigable, que duer- 
me menos que Napoleón, que oye crecer la yerba, y que tiene más 
conchas que todos los galápagos de la democracia universal. Nosotros 
le vimos, y aunque no le saludamos porque tenemos miedo, verdadero 
miedo é, que empiece entre él y nosotros una simpatía que, de seguro, 
nos arrastraría á un abismo de afecto, le contemplamos, sin embargo, 
á nuestro sabor. ¿Y saben Vd. una cosa? Pues nos pareció otro hom- 
bre, nos pareció hasta dinástico. 

Sifué ó no ilusión de nuestros sentidos, él lo sabrA. Pero induda- 
blemente tuvo ffl Imparcial la culpa de cata alucinación nuestra, dado 
que lo fuera. El extracfo de su discurso de anteanoche en la Tertulia 
nos habia impresionado fuertemente. D. Manuel fué al club perpetuo 
una vez más, presidió una vez más, y una vez más trató la cuestión 
de las cuestiones, la cuestión de la cantidad de la obra revolucionaria 
que el radicalismo quiere sftlvar. Estábamos cansados de leer y de oir 
■ que esa cantidad seria todo lo mayor posible; pero que, en último re- 
sultado, con salvar la libertad habria bastante. Pues bien: anteano- 
che dijo D. Manuel de pronto, sin preparación, ex abwTidaTUia cordis, 
que esa cantidad seria toda la obra Integra y completa, y que los que 
otra cosa habian asegurado, ^ decir, sus propios discursos, sus praiA- 
dicos y sus amibos, calumniaban á la colectividad que loa une. 

Y nosotros digimos al salxir esto: ¿ha estado D. Manuel en Palacio? 
Y se nos contestó que, en efecto, habia estado el sábado á felicitar á. 
S. M. en sus dias por espacio de dos horas. Y nosotros replicamos^ 
pero entonces, ¿cómo se debe entender la felicitación de otros perso!;a— 
je*, la del duque de la Torre, por ejemplo, que solo duró algunos mi- 
nutos? í á esto se nos respondió que el duque de la Torre practica una 
política vieja; que eso de no liablar al rey de política sino cuando él 
llama á alguien directa y espresamehte para ello, es del antiguo régi- 
men; queen una monarquía democrática, toda entrevista, toda audien- 
cia regia debe contribuir á minar el terreno al gobierno constituido, 
sin que el soberano mismo, en su inagotable buena fé, se aperciba. 

Pu''3 bien; D. Manuel llevaba ayer en su fisonomía, ó nosotros vi— 



D,gH,zed.yGOOgIe 



mos visiones, todo el recrudecimiento monárquico y ctin¿.stico de sua 
últimas visitas á. la plaza de Oriente y á la calle de Carretas; toda, ab- 
solutamente toda la obra revolucionaria puede decirss que iba en su 
pecho, guardada, acariciada j venerada como un tesoro. Mes vale tai, 
y ojalá d^re asi liasta mucho después de las eleccionns, ojalá sea esta 
la entrada definitiva del jefe de pelea en el buen terreno, en el único 
terreno donde sua peleas y las de su hueste pueden tener un mediano 
-matiz de di^a lógica. ¡Quién sabe! La sensatez es una huéspeda ca- 
prichosa, que á lo mejor abre las más enmohecidas puertas cerebrales, 
aquellas que parecen serle más refractarías, y secuela por ellas como 
jpor su casa. ¿Quién sabe si D. Manuel habrá oido por fin en alg;uD in- 
somnio la voz de esa visitante augusta y prudente, que le habrá ense- 
ñado y demostrado el solo verdadero medio de salvar la libertad? 

«Mira, Manuel, le habrá dicho la sensatez: ó tú no sabes lo que te 
dices cuando das á entender que la libertad puede salvarse sin la di- 
nastía, ó no dices lo que sabes. Reflexiona, hijo (y permíteme que te 
dé este nombre), reflexiona y contesta; ¿Salvaría la libertad la repúbU- 
ca, hermana inseparable de la demag-ogia? ¿Fiarías tú k libertad de 
España á los esperimentos de Garrido? ¿Salvaría la libertad el carlis- 
mo, el absolutismo, aunque viniera sin Nocedal, y con la Constitución 
de Cabrera? ¿Es esto serlo? ¿Salvaría, en fin, la libertad la restaura- 
ción, que te oblig-aria, créelo, Manuel, por lo manos á buscarte en Gi- 
braltar una manera de vivir sin la política? Pues sí ning-U'ia deesas 
soluciones salvaría la libertad, y la libertad existe hoy, con sus traba- 
jillos y todo, pero existe con la única dinastía que ha venido por ella y 
para ellaá Espaüa: ¿qué quieren decir vuestras majaderías respecto á 
salvar la libertad, con ó sin la dinastía? ¡ Ah, Manuel, Manuel! ¿Quién 
te metió á tí á salvar libertades?....» Y puede que D. Manuel se haya 
hecho cargo, y que sea otro hombre en lo sucesivo. Cosas más gran- 
des se han visto. ^ 

Respecto al procedimiento de ayer, á su revista de* colegios, ¿ su 
paseo tríunfal por barrios y distritos, á su exhibición premeditada y 
solemne, nada tenemos que decir. Aquí estábamos acostumbrados á 
que los hombres políticos, cuando el merecimiento ó la fortúnales en- 
cumbraban á cierta altura, hiciesen gala de cierto inútil pudor que 
parecía impedirles su cotidiano descenso entre el vulgo mortal y poli- 
tico; aquí era jurisprudencia de todos los presidentes del Consejo de 



DigmzediiyCOOl^lC 



AkíniatroB, actívoe y cesantes, y de todos 1m jefeg de partido, el dtyar 
hacer ¿ BUS ganigpss, á la opinioa, lo c^ue podía regitltu' en su obae- 
quio; aquí tenia d^>eres exajei^BALente peassoa la suiu»ptibUid!ad. 
jAsi aadaba este pa^! Paro D. Slanuel ha rot:> cod la tradición, ae ha 
cuadrado j ha demostrado al pais que aquí lo que jiaj que hacer w 
que cada uno se sirva á si mismo. Y esta teoría, ademáa de que no ha- 
brá un criado interoacíonalista que no la acepte, inaugura el reinado 
d& la sencillez. Reconozcamos, pues, que ese es al modo, j no otra, 
de ser un gtaade honUtre, y v&caoaos & dar una vuelta por ku c(A^ 
gtoa, esdecir, i ver al mas g-ranáe de los espaSoles. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



COMPARACTON. 



(8 da A.brtl.) 

El jefe del partido conservador de Ing-laterra acaba de merecer al 
%uen pueblo de llaDcheateT una de esas oTaCíones que no dejan du¿a 
sl^na respecto ¿ la popularidad y & la estimación pública del que las 
«btiene. La muchedumbre de una de las principales ciudades ing-le- 
Bas, acaso lamáa importante por su riqueza &bril, ha recibido, esca- 
chado y aplaudido al honorable estadista con tal entusiasmo que hasta 
Uegó é. tirar y condacir bu cjche. Honor y enternecimiento de que no 
Suelen ser pródig^as las masas movedizas, y que en nuestro pais no se 
ha repetido, que sepamos, desde los dias en que el Sr. D. Feman- 
do Til voMó de Francia, libre de su cautiverio y arrepentido de la ab- 
dicación de la familia en manos del ^an Napoleón . 

Si Manchester fuese una población aristocrática, ó teocrática, ó de 
^randea intereses rurales, ó en algún otro sentido conservadora, esta- 
cionaria, reaccionaria, como aquí decimos, el triunfo popular de Dis- 
iraeli se explicaría fácilmente ¿ los ojos de la demag,)g-ia en general y 
■de ciertos liberalismos espaHoles en particular. Es claro, nos dirían 
Atoe seQores; el jefe de los conservadores ha ido i una ciudad conselr- 
Tadora á poner en las nub3s la monarquía y la dinastía inglesas, á 
enoomiar los beneficios teóricos y prácticos que Inglaterra viene ob- 
teniendo de la unión fecunda que esa monarquía y esa dinastía simbo- 
lizan para ella entre la tradición y la libertad; allí no había* más qae 
grandes terratenientes, ó títulos del reino, ó clérígaa, ó campesinos 
ianáticos: ¡cómo no habían de aplaudirle! 

Pero lo grave del caso ha e'staio y está en que loa recibidores y 
«ntusiástaa del jefe conservador han sido, en su inmensa mayoría, los 
Tiperarios de las fibricas de la gran ciudad, esos opararios que la civi- " 
lizacion debe creer intemacionalistas natos, suscritos á los periódicos 



D,g,T,zed.yGOOgIe ■ 



socitilistaíi más furibundos, enemigas irrecouciliables de todo poder 
que no aea el del núniero, de toda riqueza que no aspire á distribuirás, 
de t'}da elevación donde no flote la blusa democrática y humanitaria, 
y sin embargo, estos operarios han aplaudido frenéticamente al Jefe 
tory, como si no hubiese un solo papel en que se abomine de la mo- 
narquía, de la propiedad y de la diversidad de clases. ExtraSa coáa, 
ejemplo y suceso extraSísimos que los apóstoles políticos de nuestras 
turbas deben explicarles, si pueden, satisfactoriamente, ó por lo me- 
nos ocultarles por pudor del dogma revolucionario. 

Cosa extraña, repetimos: haber un pueblo libre, culto, poderoso, 
en el seno del gran movimiento social y regenerador de nuestro siglo, 
y dar este pueblo oidos á un personaje conservador como él solo, que 
le hace la apoteosis de la monarquía que lo rige, de las desigualdades 
sociales que lo constituyen, y del criterio político de su parcialidad que 
no le ofrece por ahora ningún nuevo progresol ¡Qué inverosímil lec- 
ción para nosotros los catorce millones de ciudadanos que nos agitamos 
en este hermoso rincón peninsular del occidente europeo, y que, á pe- 
sar de venir siendo monárquicos y conservadores desde el tiempo del 
rey que rabió, todavía, sin embargo, no transigimos, en punto á ova- 
ciones públicas, con nada que no sea de la escuela más progresiva! 

Y no digamos nada de lo que debe ensenarnos, concreta y perso- 
nalmente, el Sr. Dísraeli. ¡Cómo! ¿Será verdad? ¿Hay un personaje 
pohtico, un jefe de un partido, un ministro cesante que venera, enaltece 
y se propone servir mañana, con la mejor voluntad del mundo, al rey 
que aceptó su dimisión? ¿Hay un hombre ilustre, de gran reputación, 
de gran popularidad, alejado del poder, que desea noblemente volver 
& él, y que, para lograrlo, no intenta siquiera adular servil ó hipé- 
critamente á las masas, y se limita á infundirles respeto.y amor á loa 
poderes fundamentales de su patria? ¡Qué escándalo, ó, por lo menos, 
qué singularidad en la historia! Pero, al fin y al cabo, se trata de in- 
gleses, que es como quien dice, de los hombres más raros, extrava- 
gantes y estrambóticos de la creación, y tratándose de ingleses 
todo es creíble, 

Y, en último resultado, se trata de la raza sajona, ó germánica, ó 
teutónica, y nosotros somos latinos en dos terceras partes y árabes ea 
la otra. ¡Y vaya Vd. á comparar! Los sajones son un pueblo frío, in- 
sensible, calmoso, egoísta, hijos de un sol que no calienta, blanquea— 



D,gH,zed.yGOOgIe 



dos por el crepúsculo eíi que viven, y ablandados por la humedad 
que respiran. Esto esi^ica qua es» misma Inglaterra venga creyendo 
desde 1688 que para revoluciones con una buena basta. Esto esplica 
qué los pruaianos, después de haberse. paseado hasta Paris en áon de 
primera potencia, se hayan vuelto & cultivar sus terrones y á ejercer 
los escasos derechos individualqs que la Constitución imperial .Ie§ 
otorga. Y ya verán, ya verán Vds, como en muchos aüos no vuelve & 
oírse hablar de ellos. ¡Pazguatos! 

En cambio, nosotros, los latinos más ó menos moros, somos lo» 
agitadores, los iniciadores perpetuos, los jaleadores eternos, como ai 
dijéramos, de la civilización. Si no fuera por nosotros, las revoluciones 
ee morírian de viejas, las dinastías de extenuación y las Constitucio- 
nes de polilla. Nosotros representamos la actividad del espíritu hu- 
mano, su multi&rmidad, su eterno desasosiego; los reyes, los progre- 
sos, los trastornos, los cataclismos que nuestro genio hace subir y 
bajar, na^er y desaparecer, son la expresión de nuestra esencial mi^ 
sion en la historia, que es la de renovar el oxígeno vital de los pue- 
blos siempre que se puede, y aunque no se pueda; que es la de fumi- 
gar la atmósfera intelectual y moral de la humani(W, la de impedir 
que la inercia ó el estacionamiento corrompan ó disuelvan los gtTme- 
nes de la perfectibilidad individual. 

Verdad que los sajones, con su egoísmo y todo, hacen su camino. 
Verdad que suele pasar que, después de cincuenta ó sesenta años de . 
no meterse con nadie, una de esas frías naciones rubias resulte fuerte, 
poderosa, instruida, cultivada, productora y con su presupuesto nive- 
lado; pero no es menos cierto que todo eso lo hacen los sajones á costa 
del género humano, olvidándose del conjunto, líín pensar en el vecina,' 
ni en otro continente, ni en la propaganda redentora de la luz y de ¡a 
igualdad. Y en este sentido, ¿quién teme la comparación? Pregúntese 
al más vulgar de esos ingleses, de esos trabajadores que han palmo- 
teado á Disraeli si se conforma con que Inglaterra prospere fcada dia 
más aunque el mundo entero se quede en la mayor miseria; y de se- 
guro dirá que si. Nosotros, loa latinos modernos, los franceses de to- 
dos los países, no queremos ni podemos querer eso; nosotros preferímoa 
la abyección de todos á la dignidad de uno solo; por esto somos y he- 
mos de ser siempre los pueblos de los partidos irreconciliables, y de 
los &CCÍ0S08 interminables. 



D,gH,zed.yGOOgIe , 



ECCE HOMO. 



(15 d« A.bril.) 

No diremos nosotros que el honorable Sr. Ruiz eea precisamente 
lo que se lUma un hombre astuto. La astucia, aun k no mejor em- 
pleada, implica cierta elasticidad y cierta tlneza de inteligencia que 
hasta hoy no tenemos motivo para suponer en el cerebro, á todcts luce* 
Bólido, del jefe de pelea. Mas en la política, que, por desgracia fAn 
los tiempos que corren, no está siempre en pjrfecta armenia con el sen- 
tido moral, su3len hacer las veces de !a astucia cierta falta 8Í3tem&- 
tica de sinceridad, cierta provechosa abstracción de la formalidad, 
«ierto oportuno olvido de la lealtad vulgar, que dan un sjlemne chasco 
tú más pintado, j que, en sus efectos prácticos, se parecen mucho, 
pero mucho, á una sagacidad verdadera. Y considerando & D. Uanud 
desde este punto de vista, hay qu3 quitarle el sombrero. 

Prueba al canto. Era en el génesis de la coalición. Corrían aque- 
llas pavorosas jomadas en que SI Imparcial asef^uraba bajo su pala- 
bra que la situación iba & ser miserablem'inte derrotada en los comi- 
cios. La fórmula estaba enunciada, aceptada y planteada. Los dem<^- 
cratas, co-autores de la Constitución y co-votantes de la dinastía, ha- 
bian tendido sus cariñosos braeos á los republicanos enemigos del 
articulo 33, á, los absolutistas enemigos de todo el texto, y á loa mo- 
derados que no conciben cómo haya uq miembro de la casa de Saboya 
en el mundo. Era una tarde, debia ser una tarde, antes de la hora de 
comer, porque después de comer ni D. Manuel ni muchas personas— 
¡oh tiranía gástrica! — suelen tener ocurrencias felices. Ya habían sa- 
lido de la casanacional de la calle de San Marcos, Castelar y Nocedal, 
ambos contfíntos, el primero porque se contenta siempre consigo mis- 
mo, y el segundo porque ae ha propuesto estarlo toda su vida. No gafe- 
daban en el célebre despacho más que los dos jefes y representantes 



DigmzediiyCOOl^lC 



■Qsí iDoáerantismo, dos^^mlos para el obaút6 centrd de Is ex^osiou 
nacional; Iob Sres. Barzanaüana, marquis, y Esteban Oollantes. 

D. Manuel abiió, por deeirlo asi, la boca f les dijo, «o muy pare- 
cidas &ases , y con una franqueza de cincuenta grados , lo sig^uien- 
te: «SeBores : el ^rtido moderado no puede prometerse mucho de la 
jirózima elección general de diputados. El sufragio universal es al 
modenintismo lo que el peine a! calvo: una cosa completamente inaer- 
.vible. ¿Por qué ? Muy sencillo; porque el partido moderado no tiene 
masas, otuchedumbres activas y fevorables , proselitismo valeroso y 
batallador dentro de esa legalidad en que vota todo el mundo, hasta los 
soldados. Vds. son unos cuantos ex-ministros que desean volver á ser- 
vir á su patria, unos cuantos btmibres de órdra naturalmente contm- 
rios á las agitacioiies de otros, unos «uantos aristócratas que profesan 
el dogma tradicional del besamanos , y unos cuantos pensadores que 
no creen en el pueblo ^no i condición de que este no crea en si mismo. 
EstAn Vds,, pues , en su derecbo al espwar poco de la libertad, y tie- 
nen Vds. por ende el deber de prometerse poco del sufragio no restrin- 
gido. Esto es innegable.» 

«Pero la Providencia, señores {yo creo en la Providencia , no pre- 
cisamente por lo de la calle de San Roque, sino por otra porción de 
cosas], la Providencia, que todo lo armoniza, que todo lo compensa, 
queda la muerte al pobre-asno trabajador, el asno muerto al cuervo 
carnívoro, la tela é. la araña, la melena al león y la política al busca- 
vidas, la Providencia, que loa ha hecho A Vds. inferiores, bastante in- 
feriores á todos los partidos liberales, y especialmente al mió, en éso 
del voto universal, los ha hecho & Vds., sin embargo, bastante aptos 
para traer en esta ocasión, y con esta legalidad misma, un grupa res- 
petable de prohombres, ya que no al Congreso, al Senado. Casi todos 
ustedes, en efecto, tienen aptitud legal para senadores. Casi todos us- 
tedes tienen más de cuarenta aüos, y han sido consejeros de Estado , ó 
diputados tres veces, 6 generales. Mis amigos, que todavía no lo han 
sido en su* mayoría, porque no ha habido tiempo , reconocen en uste- 
des esta superioridad. To creo, por tanto, que el interés, de acuerdo 
con la posibilidad, del moderantismo, es venir al Senado. Voten us- 
tedes, en consecuencia, y apoyen á mis diputados radicales, y nosotros 
haremos lo imposible para trfierios como merecen á la Cámara alta. 
He parece que me explico > 



Digmzed .y Google 



Era tan ló^co, tan persuasivo este pimto de vista del honorable 
flirectot de la coalición; había tal tundo de verdad práctica y de im- 
parcialidad forzosa ea él, que los respetables jefes moderadoa echaron 
la cuenta y se dijeron: puesto que al Congreso no hemos de venir, y 
podemos venir al Senado, vengamos. Y aceptaron. Y se despidieron 
de D. Manuel con todas las buenas formas de un partido que, después 
de todo, ha tenido su literatura, y se fueron ¿ sus casas y á, las de sus 
ainig;oB en el fírnie propósito de ayudar como houibres serios á. \m 
candidatos radicales para la diputación. Y pasan los dias, y llegan las 
elecciones, y allí donde ha sido preciso que un radical, constitucioual 
y dinástico, ó poco menos, tenga el apoyo y la ^decisión de los mode- 
rados, bien para los efectos de alguna urna prestidigitadora, ó bien 
para algún escrutinio milagroso, allí Ls moderados — hay que reco- 
nocerlo — han echado el resto. 

Mas siguen pasando los dias, y llega el momento coaliciomsta de 
convenir y redactar las candidaturas senatjriales de la alianza santa. 
El contrato bilateral debía cumplirse en Madrid, como en todas partes, 
en su parte segunda, esto es, por parte del honorable Sr. Ruiz. La 
palabra empellada del grande hombre, las necesidades morales, par- 
lamentarias, y hasta filosóficas del pacto magno, lo exigían^ Y la co- 
misión moderada del comité central vuelve á casa de D. Manuel con 
la modesta, con la única pretensión de que se incluya en' la candidatu- 
ra madrileña, un nombra, uno solo, del moderantismo, y no el menos 
digno de respeto y de aceptación nacional: el nombre de D, Alejan- 
dro Mon. Llaman & la puerta de la casa de la calle de San Marcos. — 
¿El Sr. D. Manuel? — No está. — (Sorpresa.) — ¿A qué hora volverá? — 
No volverá en algunos dias, porque no está en Madrid. — (Indigna- 
ción.) — ¿Pues dónde está? — En Tablada. — (Estupor.) — ¿Yáqué ha 
ido? — Ya lo dice £1 Impareial: á negocios particulares.^ — Y la comi- 
sión baja de cuatro en cuatro los escalones, bramando de cólera y ro- 
ja, créanlo Vds,, roja de vergüenza. 

Pero aún no está todo perdido. Los compromisarios de la coalición 
van á reunirse, ¿Dónde? Donde se reúne tado el que tiene en sus ve- 
nas sangre coalicionista: en la Tertuha. La comisión deposita el nom- 
bre de su candidato en el seno de la lealtad y de la caballerosidad de 
Martos y Montero Ríos . Marios y Montero Kios van á la reunión , sueltan 
■ ese nombre, lo apoyan con to<^ ens fuerzas; pero en vano; una tem- 



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pestad radical estalla. — Basta de farsa, exclama uno: con los modera- 
dos," ni á la república. — ¡Bonito nombre el del S"^. Mon! dice otro: ¡un 
hombre que fué embajador de doña Isabel! — Nombre tributario, salta 
un economista. — No' sirve, na sirve, 4 votar, gritan otros muchos. Y 
se vota, y, en efecto, el Sr. D. Alejandro rion se queda sin la senádu- 
ria por Madrid, como se quedó sin reina. A. todo esto, D. Manuel en 
Tablada. 

Híiy volverá, empero; y cuando lleg-ue y le cuenten la escena, y le 
digan cómo se han tirado sos amigos los trastos á la cabeza, y cómo, 
en vez del Sr. Mon, filé propuesto el Sr. Fernandez de los Ríos (¿No 
sirve al gobierno en alguna parte este Sr. Fernandez de los Ríos?), 
D. Manuel no hari nada, absolutamente nada mAs que aom^ir. Y su 
sonrisa será un poema, j Ah! nosotros, loado sea Dios, no hemos de ver 
esa sonrisa. Lo que nosotros hemos de ver eg el resultado de la elec- 
ción senatorial de Madrid, que bien pudiera no ser grandemente satis- 
fectoria par» la Tertulia. Pero sea lo que- sea, lo que nosotros nos per- 
mitimos decir á los coligados ea que aprendan 6. conocer al hombre de 
la jefatura. Grandes rubores y grandes arrepentimientos deben sufrir 
las tres grandes agrupaciones lacciosas del actual momento histórico 
de GspaSa Pero no comprendemos que haya para ningún partido ni 
para ninguna racionalidad aislada mayor vergüenza que la de haber- 
se dejadt engañar por semejante individuahdad. Nosotros, al menos, 
si esto nos pasara, seria una pena que llevañamos hasta el sepulcro, y 
hasta más allá, con perdón sea dicho del Sr. Echegaray. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



El NATURAL. 



9 Dio» nos UamaAfr en inio de eatos dbu á gu preaencÍB, y su in^ 
8^table miaericordia cooflintieae & nnestra alma española haceele uiu 
sú[^te&, pedirle an favor Bwpremo antes de adimatanios á k bien- 
aventuranza sin deaeos de H eternidad; si la- bondad divina noafñdie» 
noticiaa de este r^^oso y. benemérita paia, qu3 tanto ha hecho por U 
verdadera fé y pOF el abstAtitíanio; nosotros, después de exponer breve 
j fielmente el estada dia nueaÉra república, que aeaao no será bien ea- 
noeidn en el cieb por razón de la distancia j porque aua ¿ngeks cus- 
todios hace mucfao tiempo que deben haberle abandonado abarridos, 
{bnnulaTÍaiao3 todas las Ansias, todas las hondas penas y todos las ur- 
geates neceaidade» de la EapaOa contempor&nea aa estas pocas pala- 
bras: SbOor, dirisanos, ha^ Vuestra Divina Ifagfestad el Kiayar de mis 
prodigios modamosv y que los radicales sean- un partido sensata 
mientras dure al menos la guerra civil! 

Pediríamos con ello, es verdad, un imposible, mucho menos fácil 
que aquel buen gobierno que, según el cuento, pidió á Dios un alma 
candida en la Península, y que le valió el sar echada del empíreo poco 
menos que ¿ empellones; pero nosotros habríamos cumplido con ta- 
maña petición el último y mayor deber de nuestro patriotismo, por- 

, que lo cierto es que si el radicalismo adquiriese siquiera una seasatez 
de ocho dias, se habría verificado el mayor de los milagros en esta 
noble tierra que tan milagrosamente vive. ¡Y hemos estado, sin em- 
bargo, á punto de creerlo! No hace aun quince dias que, al levantar- 
se en el Norte la bandera de la inquisición, los radicales fingieron sa- 
lir de su embriaguez coalicionista, volver por los fueros de la pobre 

' revolución que tan buenos destinos les ha dado, y ponerse al servicio 



.y Google 



áe m propift salvación. iQa¿ menos podjan ba(;er eaes impacientes: c^^ 
aaotes! 

La opJQion pública siempre piopsnsa al bien 7 al c^jxtimismo. 
Tolyió á creerles buenos muchacbos. Y cuando se vio, poE ejemplo, & 
Cóidova ir &, oÍKc&e su, bá tanto tiempo ociosa espada al gobierno, del - 
Tc^]; a mismo Damato ir, ooma cpüen dice, & ecbar xaa pájraía 
con S. M. en un lenguaje más ó menos racional, pero coa pretensiones, 
dinásticas; al propio Sr. Ruiz levantarse en el Congreso sin temor á 
la,s(Hnbra de Rivero,, sin mirar ajqniera á Martos, y declaxfuf que la. 
integridad de la obra re;volucionaria le era y le seria tan can^ como laa 
niñas de sus biirgalesea ojos;, cuuido se viá á un Alaminos dispuesto íh 
esperar, 4. un Becerra resignado, y al mismo Impareial tocar somaten 
enAre lasfílas.libecales, ¿qtiién no se crey¿ trasportado repenünamen,- 
te á na país constituido, & un paisiséño, & una sociedad de bombres, y 
quién no se sintió, dispuesto ¿creer en la posibilidad de que el radica- 
lisojo sirviera para algo? 

Pero ¡ah! que el natural vudve siempre al galope, como dijo Bai- 
leau. ¡AJiI que la opinión púl>lica,Be equivocó lastimosamente una vez 
más;; porque el radicaJismo ba sentido la. no&talgia de su insensatez 
muy pronto; porque el radicalismo pnsde vivir en paz con todo, basta 
coala república petrolera,, mends. con la. prudencia. Cuando el radica- 
lismo se vio & solas con la prudencia que las circunstancias le hicieron 
llevarse Á, su casa, la miró, de bito en hito, y al verla tan inofensiva, 
tan. serena., tan se«iday á la vez tan inexorable con la maldad y la. 
tontería, se le reverdecía la idiosincrasia y le dijo: Señora, no me sir- 
' ve Vd.; tiene Vd. unos andares insulsos, unos ojos festidiosos, una 
manode plomo, y, habla Vd. griego; no es Yd. mi tipo. Y la plantó 
lionitamente en la puerta de la calle, y se entregó de nuevo & su na- 
tuxal, y se echó á buscar alguna nueva majadería, a'guna otra in- 
oonveoiescia, algiina otra perEdieja política digna de sus instintos. 

Y el resultado no se ha hecho esperar. ¿No han oído Vds. hablar 
de criai4? ¿No ban visto Vd*. é, I>, Servando en el salón do' amferen- 
cías, vistiendo el &ac qne le sirvió para jurar 7 que le. sirve en todas. 
las grandes ocasiones,, dar pelos y aeSalcs-del supuesto conflicto? ¿No 
ll»»o¡do, Vds. refeir la palpitante intriga, ib que sea, de estos ios-' 
tuites,, pintar al,ministerio de cuerpo, presente y asegurar que D. Ha- 
noel va á. ser pronto, muy i»onto, preudente del Consejo, contra, laa 



D,gH,zed.yGOOgIe 



predicciones de sn horóacopü, que, seg-un el ZaragD'íano, le ha dicho 
muchas veces que no se verá-eo otra? jNo han oido Vd8,, en fin, ha- 
War de lo que ha pasado? Pues lo que ha pasado, según la versión de 
los más veraces,- es que el radicalismo ha querido armar no sabemos 
qué complot de antesala; y como el que nace para la planta baja no 
hará nunca buen papel en los recibimientos, el radicalismo solo ha he- 
cho un fiasco más. 

No nos pidan nuestros lectores detalles circunstanciados de la ma- 
rimonera: no los tetemos. Hemos oido hablar de no sabemos qué alar- 
mas esparcida.^ en ciertas regiones, de no sabemos qué procedimientos 
análogos á los que se emplearon, por ejemplo, contra el general O'Don- 
nell eRtandn este en África, de no sabemos qué ardides del má« refina- 
do polaquismo para infundir la vacilación ó la desconfianza en cierto 
esforzado ánimo. Lo que si está fuera de toda duda es que ese 
ánimo supo pmer la inquebrantable resistencia de su sinceridad 
patriótica al pérfido embate, y que los enviados de la abortada in- 
triga cuando fueron á llevar á la calle de San Marcos la triste noti- 
cia, llevaban los ojos llenos de lágrimas, y la imaginación puesta en 
el tremendo letrero que escribiiS el Dante sobre la puerta del infierno. 
¡Lasciate ogni speranza, oh radicali! 

En resumen: el radicalismo quiere el poder, lo ha querido, lo ha 
buscado una vez máícá su manera. ¿Para qu^? ¿Para separar la Igle- 
sia del Estado y acabar de hacer feliz al clero carlista? ¿Para autori- 
zar las reuniones de los intemacionalistas ociosos é impediries que se 
vayan á la facción? ¿Para hacer un centenar máa de capitanes entre 
sargentos, y de generales entre capitanes, y acabar de alborozar al 
bravo ejército que en estos momentos salva la libertad? ¿Para disolver 
las segundas Córt«s de la nueva monarquía i los quince dias de abier- 
tfts y buscar en otras una mayoría de coalición? ¿O será pura y sim- 
plemente para que vuelva á aer ministro Beranger? Esto último es lo 
más probable, aunque aquello es lo cierto. 

Por lo demás, este fenómeno político, engendrado por la insensatez 
radical, tiene un carácter fisioWgico en su esencia. Es lo único que 
disculpa á la bandería del Sr. Ruiz. No se puede ir contra la natu- 
- raleza, porque la naturaleza no admite otras leyes que las suyas, y d 
que las quiere contrarestar ese pierde el tiempo. Al oír las descargas 
carlistas, el radicalismo se sobrecogió y exclamó sin saber lo que pro- 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



metía: ¡yo callaré, yo me estaré quieto, yo esperaré! — Es el caao de 
«quel jugador que al entrar arrumado en su casa, se arrodilló con- 
trito ante un Crucifijo y le dijo: SeHor, prometo no volver á tirar cri- 
minalmente la fortuna de mis hijos; juguare, si se quiere, una brisca, 
una pialilla, un tresiUo... y aquí hizo una pausa, meditó en lo grave 
-de la pfomesa, se sintió incapaz de cumplirla, y añadió: ó un mon- 
te si me da la ^ana; porque, ¿en mi dinero quién manda?... ¿Quién 
manda en la insensatez del cimbrismo? Kadie: no ha nacido. Dejemos, 
pues, cumplirse las leyes de la naturaleza; no pidamos peras al olmo, 
ni á la cabra que no tire al monte. El radical ha nacido para hacer lo 
que no debe hasta la consumación de EspaQa. Si un amigo del seSor 
Ruiz llegase á tener un rasgo, un solo rasgo de prudencia, la dimi- 
«ion del jefe de pelea seria inevitable, y seria justa. 



.y Google 



¿DONDE ESTA? 



(9 de Hbjo.) 

«SeBor, dicen qne escribía hace pocos meses D. Cándido Nocedal 
á D. Carlos de Bor1x)n y Este; SeBor, la experiencia Isr^ de mi com- 
plicada! vida, y el fruto de mis prolijos estudios sobre loa reyes y los 
pueblos, me han hecho pro&sar un principio, que ea el primero y debe 
ser el último de los que se me han fijado en el ánimo, y es á saber: la 
snprema ciencia de todo rey que aspire á merecer el nombre de bueiw, 
de grande, de eclesiástico, es la de saber deponer á tiempo, esto es, la 
de no casarse sino, con su esposa, la de estar pronto á privar de em- 
pleo, gracia, ó fimcion cualquiera hasta al niño de la bola. SeBor; 
cuando el interés de vuestra sagrada causa lo exija, cerrad los ojos 4 
Tuestras más caras afecciones, dejad cesante al lucero del alba, deponed 
4 quien sea preciso, deponedme ¿ mi propio, si conviene, depoáeos & 
Vos mismo, si es menester; y estad seguro de que así y solo a^ lle- 
gareifi á ocupar el palacio de Carlos TV.» 

y este consejo profundo, filosófico, desinteresado, resumen de la 
sabiduría de un hombre público que desde miliciano hasta absolutista 
lo ha sido y probado todo, no solo valió á D, Cándido el titulo y oficio 
de virey que con tanto despejo le hemos visto desempeSar, sino que fué 
erigido en pauta, norma y móvil esencial de la conducta del nieto in- 
signe de Montemolin. Desde aquel dia, D. Carlos quedó entregado & 
una serie de deposiciones trascendentales. Quiso hablar á sus católicos 
electores el Sr. Múzquiz, y fué depuesto de su empleo de candidato. 
Quisieron La Begeneraciotí y El PensamierUo decir á Nocedal: «Es- 
taboca es mia,:& y el sambenito deponente cayó sobre la frente soQa— 
AoTS de Aparici y sobre Villoslada. Lo del mismo Cabrera, aquello da 



D,gmzed.yCOOgle 



Teirse de sqb conatos constitucionales y hacerle volver & Londres 
oomo Aquiles á su tienda: ¿qué fué sino una deposición de las más 
graves? 

Anda el tiempo, cóbrense los cuartos extranjeros y nacionales que 
ae necesitaban para la guerra santa; el aolitario del lago de Ginebra 
consig^ue burlar la provecta astucia del mismo Olózaga, y cruza la 
Francia y eotra en Vera. El brigadier Sada le recibe, sin embargo, 
con profunda escama, ; mientras las campanas del pueblo r^ican es~ 
tniendosas, y se queman fuegos de artificio, y ana población de leales 
siervos llora de alegría. Rada tiene el valor de aconáejar al inesperto 
G&rloa que se vaya por donde ha venido, que no se deje engañar, que 
no cuente con una sola población, con nina sola compaiüa organizada, 
con un solo guardia civil de los muchos que esperaba. El león herido 
da un zarpazo definitivo á su acoinetedor imprudente, y Rada fué de- 
puesto ni más ni menos que b foé en Burgos hace un aSo. 

Siguen andando los días, y llega el de Oroquiéta. El duque de Ma- 
drid hacia colación en Ift- sala baja que SI Impardai inmortalizó ayer, 
cuando, de pronto, suenan tiros, ;Ah! nadie que no lo haya experi- 
mentado por si mismo sabe bien lo que es eso de sonar tiros. En D. Car- 
los produjeron un efecto terrible: ¡eran los primeros que oia en su vida! 
El cura del lugar amartilló los seis revólvers que pendiau de la estola 
que le servia Me cinturon, y dice á su rey y dueSo: «Se5or, este ^ el 
momento de hacer buena la proclama de Aijona. Un buen rey tiene 
el deber de morir por su pueblo. Morid, señor, y morid tranquilo, que 
aquí quedamos nosotros.» Pero D. Carlos rechaza el procedimiento, y 
pide con la misma gracia que Arderías su caballo, y recuerda que 
para algo es Villadiego un nombre espaSol, y, cuatro pies para qué 
os quiero, busca la dirección inversa, perfectamente inversa, de la que 
traian las malditas tropas hberales, y se engol& en la.montaSa ben- 
diciendo el crepúsculo que le prot^^ , . . 

Desde entonces, ya lo ve el mundo: D. Carlos es un misterio, una 
especie de mitho, una cosa que no se sabe cómo es, ni dónde se halla; 
parece como que no ha nacido, como que se lo tragó la tierra, como que 
todo ha sido un su^o, como que el repique de Vera fué un delirio apos- 
tólico y nada más. El viento navarro va por caSadas y valles modu- 
luido: ¿dónde está ese rey que corre más que el viento? Los ecos de 
' aquellas montañas que fueron francesas repiten en vano: ¿dónde está? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



(Dánda e^? dicen las fecciones qoe le buecaban; j al ver que nadie 
les responde, y que una jicara de vino por bturba y iiq plato de sal- 
vado por cabeza no merecen la pena de creer en el derecho divino, y 
que Primo de Rivera avanza, avanza como el huracán, indinao el tra- 
buco y se presentan. Sus jefes no hacen otro tanto por evitar & sus 
cuerpos el olor & pólvora, pero lee aconsejan que lo hagan, y ellos pa- 
MD el rio de Irun esperando indulto, ^nde está? dicen los curas lan- 
zados y por lanzar; ¿dónde eatífl dicen las amas lanzadas; y lASta los 
chiquillos de boina dicen en el hermoso idioma qae solo ellos y sus pa- 
dres absolutistas entrenden: ¿dónde está?,.. 

Que cesen, empero, en sus dolientes ecos las auras navarras; que 
vuelva la tnmquílidad moral á los bogares de la rebdúm; que las amas 
sensiblas, y los sacritsnes nerviosos y los absolu^tas pequeflitos se 
calmen. D. Carlos existe; t^tústamós lo que se quiera á que exista 
nos lo da el corazón, el hecho mismo de su sabia huida nos lo garan- 
tíza. Verdad que las apariencias le condeaan; verdad que eso de venir 
con el único plan de correr, c<m la única misión del gamo , y sin otro 
plan que una esperanza, y sin nada práctico y eficaz para hacer fíren- 
te á las medianas dificultades de un egéroito enemigo, y sin otra solu- 
ción que el eetíondite, es un poco demasiado fuerte. Mas ea primer .lu- 
gar, lo esencial ra que viva ; y vive , si, de seguro vive. ¡Feliz la 
saetistia, ó la bodega 6 el pajwc que en este momento le den abrigo! 
% etlos pudiesen haUar , ellos nos dirian lo que dura en oidos augus- 
tos el eoo de ciertas detonaciones. Vive, si, vive, y no como D. Rodri- 
go, 6 D. Sebastian, que no volvieron ; vive como vivió Mambrú., púa 
volver, aunque sea4 Sui¿a á donde vue4va. 

Y adiemás, todo el que ose condenar ó censurar esa huida, ese ecttp- 
se, esa octihacíon, ese es un mal carüsta. ¡Pues' quél ¿Se ha olvidado 
ya el consejo, el precepto de D. Cándido? Aqui lo que hay que saber 
es deponer á tiempo á quien lo merezca. ^Quién nos dice que D. Carlos 
no haya creído llegada la hora de su mis grande d^iosicion? ¿Quién 
DOS dice que la soledad, el refugio que hoy le guardan, no le estén 
viendo decidido á deponerse á si mismo?. Es preciso aer justos; cada 
caal tiene el derecho de escoger sus prensiones, y de dejarlas cuando 
le coi^fim, y de arrepentirse. Ks preciso haber estado en Oroquieta 
para saber cómo cambia las ideas de un htxnbre, aunque este hmnlne 
sea un héroe, la granada enemiga que atraviesa el techo y viene i 



D,gmzed.yCOOgle 



preparar su estallido bajo la mesa en que se merienda. Pero aunque 
D. C&rlos se deponga ¿ ai propio, haciéndose justicia, ¿no tiene un hijo, 
no hay un Jaime para la generación próxima? D. CárltK está, pues, 
dónde y cómo dehe estar : deponiendo su gloria en fevor de su he- 
redero. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



EL ÁNGEL. 



Del fondo de la dimisión del general (jáiidara surge aliora una. 
fig^ura simpática, primaveral, inesperada, la más dulce de las fíg-uraa 
oposicionistas del actual momento histórico. Tal al menos lo asegura 
la persisliencia de los ociosos que todavía andan comentando aquel que 
pudo ser grave suceso; tal al menos lo asegura la curiosidad de los 
círculos políticos al pretender hacer la luz en aquella cuestión. Todos 
convienen en señalar esa figura, en entreverla, en haceria aparecer á 
través de las ya disipadas sombras de aquel incidente, bien asi como 
el pedazo de firmamento que enaeQa al cabo en su fondo la fátíl nube 
de verano, ó como la liebre que salta donde menos se piensa. 

Inútil seria que vacilásemos por nuestra parte en escribir el nom- 
bre de esa figura política que el chichisveo de la crónica del dia exhi- 
be en las profundidades de la que fué cuestión Gándara. Aun aquellos 
de nuestros lectores que no están obligados á perder su tiempo entre 
los noticieros habrán comprendido que cuando se habla de lo más sim- 
pático, de lo más fresco, de lo más suave de la política palpitante, de 
la más corredora y avizora liebre oposicionista, dispuesta siempre i, 
saltar donde máfios se la espera, no se trata, no puede tratarse de na- 
die más que del Sr, Moret, D. Segismundo. 

Y así es, en efecto. Parece ser que todo ha sido un sueSo del seBor 
Moret, El Sr. Moret, como todas las privilegiadas organizaciones que 
'gozan el monopolio de una juventud eterna, tiene indisputablemente, 
y mejor que los mejores, el derecho de soHar. Y sin duda una de estaa 
pasadas noches su imi^nacion , preocupada melancólicamente por la 
noticia definitiva de su derrota electoral en la Mancha, quiso ofrecerle 
una compensación en las gratasregiones de la quimera, y ofreció & su 



D,gH,zed.yGOOgIe 



&ntasia los campos de Navarra hirviendo ea carlistas triunfinntes, al 
brigadier Primo de Rivera y sus tropas veocidas y dispersas, á la (?»- 
<eía de Uadrid tratando en vano de disimular tan gran fracaso , & la 
coroúa preocupada con esa catástrofe y su ocultaóion , al radicalisma 
de frac y guante blanco esperando la hora de jurar, y al ministerio de 
Hacienda volviendo á, oir bajo aua artesonados la voz argentina de un 
ministro de nieve y rosa. 

Y sin duda el Sr . Moret despertó al día siguiente poseído de la ilo- 
flioDmagnéticadeaqnelsueOo, creyendo que habia sido una revelación, 
-que era y debía ser una realidad, una verdad perfecta. ¿ A quién , que 
de iin poco nervioso ae precie, no le ha pasado eso alguna vez? ¿Quién 
no ha soSado, por ejemplo, que la democracia economista era bastante 
para desprestigiar la revolución de setiembre , y quien, después de 
haberlo sellado, no ha seguido creyéndolo en plena vigilia? Pues, nada: 
el Sr. Moret hizo su toilette con su habitual escrupalosiiad Inglesa, 
tomó un refirigerio, se puso el palillo eo la baca (cigarro no, porque el 
Sr. Moret no fuma] saHó á la calle, miró frants é. frente a! sol que co- 
pia el color de su bigote, se encontró acaso k alguQ pariente del ge- 
neral Oándara que le bnscaba para antiguos asuntos particulares , y 
jBás! le encajó , esto es , le participó su sueño con el afdomo , cqn la 
convicción , con la persuasión , con la seriedad con que se dice lo que 
se cree. 

T el resultado no se hizo esperar. La buena fé de los sueüos de don 
Segismundo sorprendió, sin quererlo, la buena fé del pariente ó amigo 
del general Gándara, y la de éste, ¿ su vez, fué sorprendida por la de 
BU deudo; y, como n') podía menos de suceder en un asunto de interés 
nacional, bien pronto se difundió la soñada noticia por las más altas ren- 
glones, preocupando también ánimos augustos, estendiendo también, 
naturalmente, la preocupación al gobierno , convirtiéndose en un im- 
portantísímo accidente político, y conquistando, en fin, el imperio mo- 
ral de Madrid entera. Y solo cuando la verdad se abrió fácÜ paso entre 
tanta descomunal suposición , y el público, inútilmente a&nado, se 
preguntó cuál había si Jo la causa de todo , la silueta clásica , mitoló- 
gica del Sr. Moret, apareció en las entraQas de la cuestión, con las 
proporciones estéticas de un belb error inocente. 

'jAh! puesto que ya podemos ser historiadores de ese involuntario 
cngaBo de todos, que á todos, desde el jefe del Estado hasta los gáce- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



tflleroa, creó una situacioQ bastante penosa y difícil; puesto que ya, 
leadoiea Dios, todo ha pasado, e» razón á qiK no ha pasado nada, Sft« 
quemos por nuestra parte la consecuencia, lia ensefianza filosófica que 
ase acontecimieab) y su principal promovedor nos eogierea: reeoococa- 
moay con&semoa que es nngranbiea para noeatro estado social y-po- 
Utico del presente el que alternen j se distingan en la escota póbÜca 
caracteres y personalidades de la condición impresionable, soSadora, 
iMn^na, inofenava, uigélica, que amigos y adversarios ád Sr. Uo- 
ret le reconocen. Porquetodoloimpartante, todo lo traecendeotal, toda 
lo gnrave ae.coDVÍérte en sus manos, y mediante su participación, en 
lo efímero, en lo baladi, ea lo apacible, llay naturakaas que soo para- 
rayoe morales. La chispa destructora que ellos atraen, lejos de causaf- 
dt^o ó ruina, se disuelve en breve en el tkpósítD coman de su bondad 
amable. La política tiene también sus ángeles. 

¿Quién duda que el Sr. Moret tiene ese carácter? Toda 9u lüa^ 
toña pública lo abona. Candidato ministerial, 6 pocom^ioa, en ka. 
elecciones de 1863, el ministerio Miiafloies le vio, sin embargo, kacer 
su primera apancion oiimfaca en la tribuna; y, flor parlamentaria da 
un dú, cuando vio que aquellas Oórtes reaeekinariae, y el pele pos- 
: tergado con ellas, hicieron como que no oian su discurso, ae volvtú i 
8u secretaria de la sociedad de San Vicente de Faul,. que desfHnpeSÓ 
admirablemente , ó & j ugar al íchist en el palacio de su amigo de siem- 
pre y poderdante el Sr. Salamanca, donde rayaba á la mayor altura. 
Economista teórico, ideal de la Universidad, de la Bolsa y del Ateneo, 
llega á ministro de Hacienda por sus propios méritos y los d^ gooeral 
Prim; tropieza con las grandes, insuperables dificultades prácticas del 
gobierno, sublimadas por su maestro Elguerola, y en la primera oca- 
sión que se le presenta, ardiendo en bondad y en patriotismo, por la 
más leve alterackoi del pliego de condiciones en una c(Hitrata de taba- 
cos sin subasta, por una insignificante indemnización de treinta mi- 
llones ei Banco de Puda, deja su honroso puesto como eais puras es- 
trellas del firmamento que, al correrse, parece que buscan la más in- 
tacta parte del éter. 

La benevolencia, el respeto, el amor de su generación le signen á 
todas partes, á sus asiduas presentacioDea en palacio, á sus valerosas 
protestas en la Tertulia, á sus empeñadas lachas electoraleB. So par- 
tido, incluso Bivero, le agasaja, sus unigos le adoran, sus enemigos 



D,gH,zed.yGOOglC 



le toleran. Y es eso; es que hay naturalezas despoiaadas con el arte del 
bien, que lo irradian, que lo imponen, y & las cuales, si las vicisitudes 
déla suerte les o&ece un mal paso, un mal negocio, una ó cien pitias, 
imo ó cien descréditos, todavía, sin embargo, y siempre, y aun des- 
pués de descorrerse ó de raegarse el velo de la credulidad pública en 
lo que ¿ su valor moral é intrínseco se refiere, saben dorar, como vul- 
garmente se dice, la pildora, estender un manto brillante sobre todos 
los abismos, y dar al m&s amargo sedimento el sabor del néctar. 

No &ltan espíritus fuertes que creen esto un mal, que abominan 
de esas naturalezas calmantes, balsámicas, esclavas de la bella forma; 
sistemática; no &ltan execradores de todos los bajos imperios, que 
dan como causa eficiente del infierno social contemporáiwo esoa ^- 
geles de la política j del tempénunento. Pero esto es una aberración de 
la virilidad exagerada, tan viciosa como todos los extremos. Y por 
nuestra parte, y como hombres prácticos que creemos ser, «empre pre- 
feriremos que cuando haya un conflicto que atravesar, una grave noti- 
cia que sQÜar, un nuevo fiasco radical que deplorar, sea una imagina- 
cigja como la del Sr. Mcret quien ea sus deliquios le dé origen. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



INCORREGIBLE. 



(18 dfl Hsjo.) 

Gran palabra la del Sr. Martoa, fácil como los alborotos de la Ter- 
tulia, tersa y límpida como D. Segismundo, correcta como la gramá- 
tica que debieron aprender hace tiempo muchos demócratas, artístic* 
Como laa declaraciones dinásticas de su partido, profunda como cier- 
tas ig^Qorancias que se le sientan cerca en el Cong'res^, ssrena j due- 
ña de sí misma á veces como los héroes de los sábados negros , arre- 
batada y calorosa otras como el Sr. Ruíz Gómez cuando se le niega Ja 
nivelación de su presupuesto. Gran palabra. C^n decir que ayer tarde 
la oyó con gusto el Congreso durante dos horas con motivo del acta de 
Ecija, y con aBadir que hubo momentos en que hasta el Sr, Buiz Zor- 
rilla pareció entusiasmarse, se dice todo en su elogio. Y no hay que 
extraSarlo: es el poder eterno del g-énio. En los tiempos en que laa 
fieras tenian cierta afición á los hombres, Orfeo las desarmaba con su 
laúd, y San Gerónimo hacia de los leones falderiilos . En estos tíempos 
de radicalismo, Martos se hace aplaudir del jefe de pelea, venciendo 
todas ]{is repugnancias anexas á su autoridad inconsistente. El feoó- 
. meno es análogo. 

Por nuestra parte, vamos á resumir todas las alabanzas que el 
Sr. Martos nos merece como orador, diciendo que le escuchamos cbn 
la secreta pena de siempre. Porque ya lo hemos dicho alguna vez, y 
si no lo hemos dicho lo decimos hoy: á nosotros se nos encoge al- 
gún tanto el corazón siempre que oímos al Sr. Martos. Sí; á' pasar del 
placer con que siempre le aplicamos el oido, y del aplauso que nues- 
tro espíritu critico le tributa, un buen observador podria descubrir 
en nuestra fisonomía algo parecido á la compunción, á un gesto de 
amargado contento, á eso que en lenguaje infantil se llama puchero 



D,gH,zed.yGOOgIe 



y que no ea otra cosa que la batalla moral de lo dulce y lo á^rio. ¿Y 
por qué estot ¡Ah! por uoa razón mu; sencilla: porque nosotros no 
podemos menos de considerar, sitimpre que al Sr. Marios atendemos, 
loque serian una intelig-encia tan clara, una palabra tan poderosa, 
formal j decididamente aplicadas á cansas políticas mejores de las 
que hasta ahora las han tenido en su defensa. En una palahia: por- 
que nosotros deducimos del Hartos radical lo que podia ser el Martoa 
conservador, el Martos puesto al servicio de principios y de intereses 
qne fueran mucho en su patria. 

Pero jay! que en este sentidD no conocemos nada ni nadie más in- 
corr^ible que el Sr. Martos. Es ley general de los hombres pensado- 
res, ley general de las actividades inteligentes de la política, el venir 
con loe aSos y los desengaSos á la enmienda de sus primeras exagera- 
ciones. A fuerza de vagar por las ilimitadas r^^nes de la utopia, del 
error, del apasionamiento, raro es el cerebro privilegiado que no acaba 
felizmente por encontrar la esfera atractiva de un gran principio social 
serio é innegable, pDr no pagar tributo á la esperiencia, por no pene- 
trarse de las verdaderas necesidades de su paia, por no resanarse á la 
cordura, admitiendo la realidad de ciertos peligros. Por eso se dice que 
el radical nace y el conservador se hace. Desgraciada la edad madura 
que no tiene en el fondo algo conservador, en el perfecto sentido ¿e la 
palabra. ¡Qué vejez la espera! La vejez poUtica de Córdova, de Esco- 
8ura,'de todos los que han infringido temeraria y estérilmente aquella 
provechosa ley de la reflexión. 

Dicen los amigos particulares del Sr. Castslar que raro es el dia en 
que, después de recibid el correo, le Uega la camisa al cuerpo. Dicese 
que el ilustre cantor pilítico recibe con terrible frecuencia c&rtas y 
amenazas roja-í del peor género, en que los demagogos le acusan de su 
espíritu propagandista y pacifico, de sus instintos y hábitos legales, 
de sus deseos incruentos. Y, sin embalo, el Sr. C&stelar insiste en no 
ser comunista; el 3r. Castelar confiesa y reconoce que con la blonda 
diadema de sus primitivos cabsllos se ha caido ya de su frente el gor- 
ro del tribuno juvenil qua psdia la regeneración humana por el ester— 
minio; el Sr. Castelar ea ya un conservador relativo; como lo es tam- 
bién Pi y Margall, el enemigo formidable del retraimiento; como lo ea 
Figueras, que sabe más que toda la república espa5ola junta; como lo 
es Riv'^ro, el terrible extirpador de los secuestradores andaluces; como 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ha. llcgudo & serlo elmismo ex-miliwwK) Sr, Nocedal, que en estos 
momentos eabe conserrar baattmbemente su raitidad física haciéndose 
el perdido; oomo lo aaa todas oueatras notabilidades autorizadas; to- 
das, meuoa el Sx. Martoa. 

iSinguIar naturaleza la dd primer orador y abogado del radica- 
lismo, íiiTerosimiliaeQte rebelde á toda modificación da sus instíntoel 
¿De qué sirrió al Sr. Martos el aparente progreso conservador en que 
pareció entrar de bueoa fé cuando aceptó la monarquía y sus conse- 
cuencias, con los demás demócratas que aceptaron el presupueato? £a 
vano, en vano hizo tal sacrificio. Hay en el fondo de la estructura mo- 
ral é intelectual del Sr. Martos una levadura, un principio constitutivo 
Que luchartk siempre con las accidentales resoluciones de su bu«i de- 
seo, ó de su escarmiento. Hay que perder la esperanza de verle entrar 
en la órbita de la universal eipwiencia, hay que concederle patente 
intima é indeleble de la peor de las turbuleocias, de la que b es ¿ pesar 

. sayo. Por eso hizo tan inquieto, tan perturbador ministro de concilia- 
ción. Estamos of^roe de que muchaa ooobea se despierta despavorido, 
oyendo en su conciencia una voz que le dice: «¡tú monáiquico, tú 
dentro de una forma conservadora, tú con Buiz Zorrilla y no con 
Gacrido!* 

En el discurso de ayer tarde, sin ir más lejos, el Sr, Martos se le- 
vantó á hacer un alegato en forma contra el acta de Ecija, y cuando 
menos lo esperaban ni él mismo, ni el Omgreso; cuando todos oíamos 
con verdadero recogimiento aquella palabra galana, cervantesca» ll«ia 
de artistícos claro»~oscuroa, ya levantada y solemne, ya rebosando de 
perfecto aticismo; cuando el hombre de Parlamento y el hombre de 
ley procuraban en agradable consorcio damos lo que se llama un biieo 
rato, sucedió que el Martos natural metió su cuarto & espadas oontra 
el Martos artificial de la conveniencia, de la discreción, de la oportuni- 
dad, y se le fn¿, como quien dice, la burra, y soltó aqueUo cte que el 
radicalismo quiere hacer compatible, y lo hará en cuanto sea poder, el 
ejército perman^te con la abolición de las quintas. Pálido se paso él 

jefe de pelea al oir esta intempestiva promesa, como diciendo: ¡qué 
muehacho estel Y nosotros comprendimos la palidez del Sr. Ruíz. ¡Qué 
ministerio le aguarda! Un ministerio sin ejército, entre republicaBoa y 
carlistas. ¡Qué ganga! 

Permítanos, pues, el incorregible Sr. Martos, ya que tan sabrosos 



D,gH,zed.yGOOgIe 



cuentos nos refirió ayer tarde desde su escaflo, que Q(»otro3 le conte- 
mos breyifiimamente uno. Entró cierta vez en un café un pobre hom- 
bre, tan pobre que rolo tenia doce cuartos de capital; y sabiendo por 
la Toz pública que un chocolate cuesta dos retdes, Uamó al mozo y le 
dijo con ingenuidad patética: mire Vd.; yo teago un hambre recalci- 
trante, y no. tengo más que real y medio: ¿nó podria Vd. darme por 
este precio un chocolate, aunque fuese algo peor que el de dos reales? 
Y el mozo, después de meditar su respuesta unos instantes, le dijo con 
igual franqueza: «lo que yo puedo hacer es dar á Vd. por los doce 
cuartos un chocolate como todos, pero no peor; porque aqui, entre nos- 
otros, lo que eapeor, no le hay.» Pues eso decimos nosotros del radica^ 
lismo del Sr. Martoa. A pesar de su tEÚcnto y de su elocaenda, no se 
hallará, ni con mi candil, otro peor para Iob efectos del Sr. Zorrilla, 
y de aa partido monárquico y dinástico. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ERROR DE EXAHEH. 



(31 de U*70.) 

Lo menos que Á todo pretendiente á un trono ocupado puede exi- 
girse, 63 una dÓ3Ís de valor psrsonal bastante para aaivar , ya que no 
otra cosa, las apariencias. Por eso la hístoriay la fí]o6ofÍa estia con- 
formes en 'que no hay peores pretendientes á uoa corona qtie esos que 
la benignidad del vulgo llama pebres hombres, en el sentido moral del 
adjetivo. Concíbese que el peligroso oScio de aspirantes auna lista ci- 
vil respefeble, sea antiguo. Maa por lo mismo que la profesión ha Mdo 
siempre espinosa, siempre ocasionada ¿esas contingencias, á esos dis- 
gustos, á esos lances en que se empieza por jugarse el pellejo , no se 
concibe que siga la diñcil carrera ninguno que, obedeciendo á las le- 
yes de un organismo poco viril, tenga horror instintivo al testarazo. 
El pretendiente que vacile «itre la espada y la rueca, está perdido. 

La vieja EspaSa monárquica no ha sido desgraciada á ese respec- 
to. Llenos están sus anales de nombres de reyes, y de aspirantes á. re- 
yes que, á &lta de mejores condiciones, han tenido la imprescindible 
de no conocer el miedo. Aquellos hermanos, tios y sobrinos godos qiii^ 
se mataban en fiamilia, y que concluyeron por llevar al Guadalete al 
mismo sibarita Rodrigo, son buena prueba. Loa Trastamaras de M!on- 
tiel tampoco puede decirse que escondían el bulto. La casa de Castilla 
produjo simultáneamente, con algún Enrique tímid*), heroínas como la 
gran Isabel. La casa de Austria espaQola nos dio algún Carlos y algnin 
Juan bastante bien plantados. Los mismos Borbones, empezando por 
Felipe V, que se batía, y acabando por Montemolin, que sabia permane- 
cer donde se batían, tuvieron también sus hombr^. 

Y no hay para qué hablar de otros países. No hay para qué re- 
cordar á los que fueron Carlos n y Guillermo III de Inglatierra. Si el 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



primero se hubiese contentado con la protección diplomática de Maza- 
rino, y no hobiese dado á los escoceses la prueba de que tenia muy 
láen puestos sus gr^^escos, toda la resolución de Monk en su obse^ 
quio hubiera sido inútil. Si el segundo no hubiera sabido batir el co- 
bre papista, habría vuelto & Holanda hecho un ioftdiz. Y no hable- 
mos de los principesdellegitimismo francés, directores de la Vendée, ni 
del mismo D. Miguel de Portugal, que supo cuando fué preciso echar 
el cuerpo al agua. Y hablemosménos de las dinastías modernas, de 
los Napoleones volvieodo de la isla de Elba, de Murat cayendo como 
bueno en Ñapóles, de Bemardotte mereciendo su je&tura militar en 
Suecia. La hjst<H-¡a de todas esas pretensiones es asimismo la historia 
del valor. 

Resulta, pues , que la única pregunta que debe hacerse á todo el 
que se empeña en colocarse bajo un solio de otro es la de: «con irtm- 
queza; ¿es Vd. cobarde?» Y el único deber de todo solicitante es res- 
ponder con ingenuidad & esa pregunta. Tanto más , cuanto que está 
probado hasta la saciedad que nadie elige temperamento. De este m3- 
do se evitan de&odidos y defensores mil disgustos, y todos saben á qué 
ataierae, la opinión pública inclusive. Porque la opinión perdona que 
se sohcíte un trono, pero no perdona que lo solicite el. que no lo me- 
rece , no perdona que se abuse de su atención , que se dé que escribir 
á los historiadores, que se toque á degüello en el género humano , que 
se atasque el carro del progreso en pantanos de sangre, que se armen 
esos estrépitos infames de laa guerras civiles, y que el causante de todo 
sea una naturaleza aquejadfc de los más indignos escalofríos. 

Ahora bien: ¿hicieron los directores de la última intentona carlista 
esa pr^runta sacramental , hicieron sufrir ese rudimental examen al 
Sr. Borbon y Este? Esta es la cuestión. Todo hace creer , por-desgra- 
cia, que el programa del directorio inquisitorial fué muy distinto y 
muy erróneo. En vez de preguntar á D. Cáelos si se sentía capaz de 
llevar á la pelea á los bravos navarros , á los pertinaces vascongados; 
si se sentiá capaz de sonreír .á compás de una descarga, de encontrar 
sabroso el mendrugo endurecido en la cartuchera, de pasar las noches 
sobre la madre tierra y los días bajo el padre sol , y de soportar una 
misma camisa cuarenta y ocho hiiraa, y de privarse indefinidamente 
de BU ayuda de cámra, y, en último caso, de buscarse una sepultura 
«n la noble sierra, cuyas generaciones viene diezmando su pretensión; 



-,yGoogIe 



en vez de eso, se coateotaron, sin duda, con preguutarle si sabia ala- 
dar á misa, ycorrer. A lo eual el jÓTen Borbon y Este pesponiíeria la 
verdad afirmatíva; aiseüiindo su breviario y poniendo por teatigoe d« 
sua correrías h las montafiaa de Soiza. 

El resultado de ese faleo y mal entendido examen no se ha hecho 
esperar. Pasó el besamanos de Vera y vino la tarde de Oroquieta, y 
B, Carlos dijo: piéa para qué os quiero; y esta es la hora en que el 
inundo entero se devana loe sesos par» saber dónde ha ido ¿ parar su 
magostad corredora. Esto podia haber sido un profundo dr^r para los 
examinadores; pero, seamos francos: á D. Cirios no hay que ciúparle 
por ello. D. C¿rlos no ha engañado á nadie, porque -nadie le ha pre- 
guntado si tenia , en efecto , las propensiones del corzo , si mis que 
para r«nar se creia nacido para la locomoción , si le constaba que laa 
venas de sus piernas guardaban azogue y no eai^ire, si un tiro era 
para su ánimo la seflal de desaparecer y no la de acometer, si, en uta 
palabra, se crda m&s Judio Errante que nada. Estamos seguros de 
que D. C&rlofl es un jiWen sincero, y caso de haber sido pregimtado de 
ese modo, habiera respcndido con toda lealtad qae at , que él vendria 
& Espafla, pero qoe vendría con aa Batoralesa, con bus neeesi^des de 
galgo, y tal como la Divina voluntad le ha hecho. 

A vosotros, pues, maestroe, tentadores, instigadores y seductores 
y examinadores del niQ.}, cabe toda la culpa y toda la responsabilidad 
del fracaso. Lo limero que delñaás haber Babído es qué clase de idio- 
eincrasia, de figura moral, de pra«onaje ibais á poner al frente de las 
sacrificadas turbas cuya sangre pedíais ^ nombre de Dios. Porque, es 
, todo caso, era preciso decirles la verdad. Si no se trataba de un toni- 
bre; si Navarra, Vizcaya y Guipúzcoa, y hasta el cura de Alcaben 
iban á batirse por un personaje que en rigor no se viste por los pies, 
menester era decirlo, y atenuarlo con la franqueza, y pedir por cempleto 
el sacrificio. I^ro les habéis traído un pobre joven, can nn adoleacen- 
1e, que sabe latín, pero qne do puede contemplar ¿ jué firme un ras- 
guño, y que no ha heeho ni debe hacer otra cosa en so vida que cor- 
rer de aqui para allá, ni profesa otra divisa que la del movimiento 
continuo; y después de haber hecho esto, y después de haber hM^ 
ruborizarse á España entera pw el temperamento de un principe que 
tiene sangre española, jtenos síqutera el derecho de quejaros por el 
fiasco? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



No, no Icníneia. Lo que hay, pues, que hacer es variar «1 método 
de examen pSJs el porvenir, para D. J&ime, para no chasquear á los 
«spaüolesqueiibntrode veinte aflos morirAn por sus curas. Y entre- 
tanto, ¡oh generales con sombrero de canal! basta de correrías: á pre- 
Bentaros, y á casa. No hay otjv remedio. 



D,g,T,zed.yCOOgIe 



am& SEiuiiosAc. 



(I.* de Jnnio.) 

lA*lÚ8tona no lo creerá,, pero la hifitoría hatá mal eo no creerb^ 
porque es verdad, parque ha sido uii hecho, porque nosotros lo hemos 
visto con estos ojos que conocen & los personajes radicales. £1 país lo 
leerá con estupefaccitm á estas horas; la Europa encargará á sus te- 
légrafi» que lo difundan por au extensión, y si hoy no ha amanecido 
nublado, si hoy no hace un dia atmosféricamente triste como nuestra 
epífita, es porque la natnralezano tiene entraSas, ni se ocupa de polí- 
tica. Pero ello es lo cierto que ayer... ¡ah! númenes de la melancolia 
social, deidades secundarias y prácticas á quienes la Providencia tiene 
encargados los fenómenos de la cosa pública, genios de) dolor de los 
buenos libertes: inspiradnos, y qualosLectores de El D&batk uos de- 
ban hoy una relacicaí digna de lo que vio ayer el crepúsculo vesper- 
tino!... 

Venga Vd., venga Vd. pronto, que pasa una cosa grande, luts di- 
jeron cien voces al vemos entrar en el salón de conferencias. ¡Unaeo- 
8» grande! A primera vista nada tenia de particular el hecho, porque 
lo raro y lo iucoucebible es ya el dia en que no pasa una atrocidad. 
Una jomada sin escándalo, siu crisis, sin acontecimiraitos de marca 
loayor, es tan inverosímil para los españoles coetáneos déla coalición, 
que hasta la misma Spoea, cuando eso sucede, se ponede un humorde 
perros y escribe un amargo suelto de última hora sobre la deg'enera- 
ci<Bl de loa caracteres. jUna cosa g-rande! jQué serife? ¿Habría pareci- 
do D. Carlos dispuesto á batirse? ¿Se habría desahogado d Tesoro? 
4N0 habría ya conservadores enemigos de la monarquía? ¿Habria sido 
de^do Rivero diputado? ¿Habría hablado Salmerón ea idioma- com- 
pensible? ¿Habría dos esjn&oles que se entendieran? ¿Qué seria? 



D,gH,zed.yGOOgIe 



Una perdcñut respetablenoa lo dijo^fin, aunque tomando sus pre- 
caudonea. BegTBtró'príWeto niiestrts bolsillos para ver ai UeT&bamdB' 
arma oteidva qtie prriisra aniniafnos al süicíidío' eó* la deaesperaoiotf, 
nos quitd^el bastón, hlío traer y poner ¿ aa idcaQce un vsíso de agoa 
en la previsión del desmayo, nos oHígpi á sentdrtios etí uiio de aquftUoB 
divanes pobladds de minlst^' pasados Ó dot cierncía, nos sujetó a^tuo- 
Bamente las manos coa los' auysá, y en s^iiida, cOtno qui^ct le. da k 
otro unapuaáladáenlamltsf^délcostado-izqtiíetdb, eligiendo' impu'^ 
nemeate puQal y sitio, nos-hteo s^ftef queel'Sr'. Ruíz' había heohodi'- 
mision de au carg^ dé dipotááÁ, que el' fetal- oficio obraba ya en poder 
dtí la presidénfcia de la Cáinara, y que estó era' d^ düuvio: ¿Necesitare-' 
mos asegxit^r que el'eo^pjVJ 'de utfgtan sufrimiento Qós invadió en * 
el acto, y que caímos por alg-anos minutos en uü slilotips que nos trajo 
la Vision de un trono fiel y poderosamente servido pot la democrae^» 

Cuando en nosotros volvimos, el salón de conferencias estaba de- 
sierto, y un gran sÜéncio pavoroso noe rodeaba. ¡Cielos! pensamos, 
jse habrá ido D. MÁnual al extranjero, y habrá, ida todo Madrid, como 
es su deb:;r, á deapedirlb? ' Y eowimos* al salón de sefiioUes. Dichosa- 
mente, nuestro último temor había sido vano. Alff estaban el Congre- 
so y el público; aQl ae hablaba, y el que hablaba Tira el mísm r, mis- 
mísimo ex-jefede pelea. ¡Ahl'si; era él; él, mfts pálido que la noche 
del trabucazo, m&s coiimovido que cuundb fué la primera vez minis~ 
tro, más íng^éúuo que cuando seBalaba Itts puntos nagros desdé el Es- 
corial, más triste y romántico que en sus mayóte ataques de estóma- 
go; él, que decia lo que la' P^insnla entera sabrá á eatas horas para 
mutuo terror y cdmun pesaJnmbre de las clases conservadoras que no 
le han apercibido, y de las clases plebsyas que no le han hecho caso; ' 
ér, que anunciaba su resólnción irrev«;abíe de iraa éisa casa. 

¿Por quét Todavía estamos verdaderamente en la cimbrogénia de 
ese misterio. Ateniéndonos á loque él dijo, ae va porque ya'no espera, 
porque ya no creei porque ya, en un» palabra, le felta la fS; ¿Qué fé? 
¿La &¡ en quién? La fé en ai'mísm'), la única fé profunda, después de 
la fé liberal, qae ha tenido en su vida. Se va porque una idea extraSa 
y de^rarráddra ha venido á clavarle au fiero agilijouen el cerebro; se 
va porque anteanoche, á las altas horas, meditando aobre su situa- 
ción, oyó una voz cavernosa yfatidica, que le dijo: «D, Manuel, Vd. 
no nos sirve; D. Manuel, Vd. no es chicha ni limonada; Vd. se ha 



D,gH,zed.yGOOgIe 



quedado m\n ea sn banco en la sesión de esta tarde; Vd. ha visto & »u 
partido irse del salón con Martoa; Vd. no ha querido creer que su jefa- 
tura no tenia otra garantía, ni otra consistencia que el ministem; Vd. 
ha cfeido que íbamos á sufrirle iadefínidamente no siendo ministro: ha 
hecho Vd. mal, D. Manuel.» 

. Limpióse el Sr. Ruiz el frío sudor de su frente con el embozo de la 
sábana superior, y la toz continuó: «D. Manud, no áendo Vd. mi-' 
nistro, ni nosotros empleados, sea Vd. franco: ¿cómo diablos habia us- 
ted de imponéraenoeí? Para ser antidinisticos, tenemos á Rivero; para 
aer oposición parlamentaria, tenemos á Martos, que habla como usted 
no ha soñado; para armar ruido en la Tertulia,, tenemos á Becerra, 
tan hombre hoy como en sus buenos tiempos. D. Manuel: las jefiítu- 
ras, sean de la clase que sean, están encomendadas hoy k la fuerza, 
ya sea esta fueraa la intehgencia, ya el carácter, ya la astucia, pero 
siempre algo que se impone, algo que sabe triun&r. D. Manuel: el 
tiempo de las preponderancias inexpUcahlea, anodinas, injustificadas, 
deletéreas, ha pasado. Desde Cruillermo de Prusia hasta GuiUermina 
Rojas, desde el cesarismo al petróleo, hoy el mando es de quien pue- 
de. ¿Qué puede Vd., D. Manuel, si en realidad no es Vd. más que. un 
abogado que tiene que comer y que no practica? Abur.» 

Y entonces, allá en el fondo de su alcoba, vieron los ojos atónitos 
del ex-jefe al radic^ismo que le dejaba. Era una turba de fontásticos 
despechados, en cuyas manos ardiau las credenciales de sus aatí^os 
destinos, en cuyos expresivos temblantes brillaba elocuente y feroz- 
mente el horror á la opofdcion legal, es decir, á la cesantía indefinida, 
y á cuya cabeza iba Martoa, el elocuente, el astuto Martos, ese Mar- 
tos nacido para que D. Manuel no crea en Dios, de cuyo bolsillo saca^ 
ba su roja y mal disimulada punta el gorro frigio... — Se abrió el te- 
cho, salió por él la terrible tropa aérea, y entonces D. Manuel se 
conyenció de lo que dijo ayer tarde, de lo que le ha obligado á dejar 
BU escaSo encamado, es decir, de que no ea á propósito para el caso 
de una revolución en general y de la jefatura de un partido en parti- 
cular, Y el hombre politice cedió su puesto al hombre honrado y sin- 
cero, al corazón franco, al que alguna vez hahia de decir una gran 
verdad á su país; y D. Manuel la ha dicho diciendo: no sirvo. 

¡Ah! Esta noble, esta hermosa manera de caer, de renunciar, de 
iibdicar, de eclipsarse, no tiene precedentes ni en la historia, ni en la 



D,gH,zed.yGOOgIe 



literatura. Wamba y Cincioato cayeron bien, pero lo más que coufe- 
saroQ fué que les cargaba el gobierno. Todos los altos funcionarios 
constitucionales que caen voluntarianieiite presentan su dimisÍDU por 
motivos dt salud, & lo sumo; el mismo brigadier Kada, alicaído ea 
Vera, lo fué'pw su irrespetuosa franqueza con ¿1 soberano andante; 
el mismo D. Simplicio de La Pata depabra, si renuncia ¿ Leonor 
es porque no le queda otro camino; pero una caida, una abdicación, 
una pcKitergacion voluntaria, fundada en el propio intimo conocimien- 
to; presentarse ante su país y ante la posteridad diciéndole: yo dejo el 
mango de todas las sartenes que pudiera manejar, yo me voy, me 
eclipso, me anuli, porque tengo el presentimiento de qae no valgo un 
comino para esto de regir pueblos y consolidar monarquías; eso es lo 
más grande y !o más bello que sí ha hecho desde la conversión monár- 
quica de! cimbrismo acá. 

Pedimos, pues, que para esa gran cosa ge haga una cosa mayt)r; 
pedimos que antes de pensar en loa medios de salvarla revolución, 
huérfana por la heroica retirada de su ilustre propietario, se responda 
al acto memorable del Sf . Ruiz con un acto nacional digno de coronar- 
lo, de servirle de remate y consagración. Que veng-an comisiones de 
todas las provincias, que ae ilumine, sin miedo al petróleo, toda la 
calle de San Marcos, que se traigan todas las flores de Andalucía y 
de Valencia, que se ponga el marqués de Sardoal su uniforme, y que, 
sin distinción de partidos, ni de dinastismos, ni de liberalismos, vaya- 
' mos todos á cantar un himno nuevo de despedida al portal nacional 
por donde salió convenida la coalición idem. Y si no, que se haga otra 
cosa, pero grande, pero sonada, pero triste y magnifica como es justo. 
Estamos seguros de que hasta el mismo Sr, Martos lo desea, y lo 
aprueba. 



Post-scriptwm. A últiina hora se dice que D. Manuel volverá á 
presentarse candidato por los distritos de Madrid vacantes; si esto su- 
cede, como es probable, no hemos dicho nada. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



ESCRIBEN DE TABLADA. 



(8i:Je Judío.) 

Nadie estáliUe, del aol .abajo, de táertns contrfLriedadee. Digialo 
el general Córdova, ^ran impug:nador del- indulto de Amorevieta, cuya 
santa iDdignacion ha tenido que lepnmirae ouando le ,hao recordado 
■Jos indultos mucho in^ numerosos y .graduados que .como general en 
jefe del ejércitoide OataluQa ooQcedió en otros tiempos. Bien és verdad 
.que entonces eirsn los ^tiempos del general Córdova. A nosotros, ¿ pe~ 
sar de no ser tenientes 'generales, ni de 8(ñIar<Mn un tercer entorchado, 
ni de haber coooediiio jamás otros indultos que los que el o&tectemo 
aconseja, nos ha deparado sin embargo la looa suerte.en estos días una 
contrariedad inverosimil, y es, á saber: que nos ha «aljdo un amigo, ó 
p« lo menos, «n .corresponsal en Tablada. 

¥ decimos que esto nos contraria, no precisamente porque estemos 
habituada é vivir, como es^Soles y hombres políticos, sin amigos, ó 
con el escaso número de ellos que para llegar á ser ministro, ó para 
concurrir I que otros lo sean, se necesita. ,No; á-nosotros nos ha con- 
'trariado grandemente el recibir la carta de Tablada de que varaos á 
dar cuenta á nuestros lectores, por la razón sencilla de que hablamos 
creido poder olvidar definitivamente al Sr, Ruiz. Considérese el mu- 
cho tiempo que hacia que lo deseábamos. Obligados por los aconteci- 
mientos, á cuyo frente marchaba altivo é ímpcirtante el jefe de pelea, á 
no pasar dia sin juzgarle, sin definirle, sin cantarle, una pregunta an- 
gustiosa y urgente se habia formulado en mil ocasiones eu nuastra 
imaginación; ¿Cuándo nos dejará descansar este personaje? nos decía- 
mos. Y para conseguirlo, ofrecíamos al cielo cualquier costoso sacrifi- 
cio, como, por ejemplo, oir un discurso delSr. Pasardn. Y nada: el se- 
ñor Ruiz y la política espaHola seguían siendo inseparables. 



D,gH,zed.yGÓOglC 



lilsgtnit'bíapéro, su Slmíáotí, su eclipj3, su último ttct) iamortnl, 
.y údaítros rég^Iram&a cora» qaíSi' sale de debajo de ana lo3i, oamo 
quién, de la tíoSTíe & la "maflaQa, se ve líbre de las prayaatas Jíari^- 
meutlaríaa del Sr. 'Srad3. .Y etnp3Zamos.á dar g^racias & Dios como'á 
nos hubiese veaido «tía Tentura üacioaal, como si ya en EspaBa ha- 
"biese partidos que, & p3sar de no ser gobierao, fuesen dinásticos, co- 
, 'rao si, desde el punto de vista moral, Imbiéaímoa salido del paríodo 
constituyente que se abrió en 1808. Insensatos. Habiamos olrídado 
nuestro tcmstante siüo infeliz, habiatnos creído que para nnsotroa, 
amantes 3e la conciliación reTobicíonaria, podría haber uu perí-)3o flft 
'tranquilidad l^liitiva, que para nosstros, mientras haya un Ruiz ex- 
celso en elUiundo, pusde haber otros asutítos de qué tratar! Y hé aquí 
que, como castig^o providencial [lo reconacsmia) di nusatra loca espe- 
ranza, se le ocurre eacribirnoa á nuastro corresponsal de Tablada. 

¿Cómo se llama, quién es este instrumeiito importunísimo del 
castigo celeste & que nuestra tetnendad nos ha hecho acreelores? Poco 
importa el nombre Baste decir qu3, aun^u^ pireíca mentira, es un 
tsbladeSo conservador, antiguo unío.iiSta d? aqacDos qu? b3 afiliaron 
ai partido de O'Dnnnell, sin más razón que los cinco aitos de libirta^ 
y prosperidad y 'Parlam3nto qae pjr prímjra vez, y Dios quiera que 
no sea por última, disfrutó k EspaSa constitncÍDnal 4 mediados de 
eate sigh. Baste decir que es una especie de fósil político, de milagro 
de opinión, de rareza racional, un curiosísimo ejemplar libsral-coa- 
servador, que como tal se ha conservado, por voluntad propia, ea 
aquella localidad, donde hasta los chiquillos, hasta las piedras, llevan 
el sello de un radicalismo purisimo. 

Pues bien: este caballero nos dice que cree de su deber tenernos al 
tanto délo queD. Aquilea Ruíz hace, siente y padece en aquel pláci- 
do retiro que con el Burgo de Osmaha de ser su única patria hasta que 
Dios le llame & mejor vida, ó por lo m:énos hasta que sea reelegriío 
diputado y nada tenga que objetar Hartos en contra de au autoridad. 
A cuyo efecto escríbelas primeras cuatro cuartillas de su carta para 
pintamos la melancolía profunda que en el ya célebre -lugarcillo ha 
difundido la honda, desgarradora desesperación que desde su últímo 
convite en palacio domina al Wamba de la Tertulia. Ahora más qne 
nunca, ailade, quisiera yo haber sido testigo de la yida qne hacian 
Temlstocles, Escípiou, Napoleón, el principe de la Paz y todos las 



D,gH,zed.yGOOgIe 



desterrados lamosos en sus destierros; porque estoy seguro de que 
nioguDO de ellos sufrió, Uoró y penó lo que esta sima g-rande está su- 
ButneDdo aqui. Con decir á Vds. que ya no usa levita ni sombrero d& 
copa, sino la chaqeta y el hongo agrLcolad, en prueba de que quiere 
olvidarse por completo de cuanto ha sido, les digo lo bastante. Y el 
caso es que no está mal con este traje de sos antepasados. Si se quita- 
ja el poco de bigote que le queda, nadie diria que ha hecho otra cosa 
en su vida que cuidar de sub terrones. 

Todas las tardes, prosigue ei corresponsal, sale á paseo, y, desde 
una colina prózima á la villa, contempla la puesta del .so), imagen 
de su extinta grandeza. Le acompañan el médico, que ha hecho s«s 
estudios en un año, gracias á la libertad radical de enseSanza, el or- 
ganista de la iglesia, autor de unas variaciones sobre el himno de Rie- 
go, y el barbero, jefe de estos voluntarios. Y allí, viendo la agonía su- 
blime con que el rey de los astros se mete detrás del horizonte, se le 
ve derramar in&liblemente una lágrima en memoria de las institucio- 
nes. «Hijas de mis entrañas, dicen que la otra tarde decía pensando 
en ellas; conquistas gloriosas de la revolución que hicieron los gene- ■ 
rales unionistas; Constitución y trono y familia regia que yo, más que 
otro alguno, puedo decir que he criado á mis pechos, y que me he 
dejado en ese Madrid abominable de los conservadores y las cigarre- 
ras: ¡quién hubiese tenido la fé suficiente para salvaros!» 

Porque, añade el corresponsal, es lo que D. Manuel dice las pocas 
veces que habla de política, que no es más que' cuando le oyen ; quizá, 
entre mia enemigos habrá alguno que califique mi conducta de una 
cobardía insigne, y que diga que el que trajo un rey, no le trajo para 
, ser su ministro perpetuo, ni para obtener decretos de disolución apenas, 
abiertas unas Cortes, ni para dejar queJ'íí7oBií(Xíe le llamefeccioao to- 
dos los dias, ni para tener con ¿I los piques que se tienen con nu ami- 
go particular, ó con una novia, sino pura y simplemente para servir^ 
en él á su patria y á los sagrados principios que él simboliza, j Pero, 
señores, si no es eso! Si lo que hay es que á mí me falta la fé, como 
dije en el Congreso, y sin fé, ni se mueven montaüas, ni se es' minis- 
tro á pesar de las mayoñas, ni se domeñan Martos , ni se domestican 
republicanos. Recuerden Vds. 1q que se cuenta del pasajero de un bu- 
que, que iba muy pálido y conmuy mal aspecto, y á quien otro pasara 
jero caritativo ofreció una taza de thé con rom para aliviar su mareo^ 



D,gH,zed.yGOOgIe 



No estoy mareado, caballero, le contestó, mil gracias. Lo que yo ten- 
go es un miedo que me devora. Pues una cosa parecida digo yo: lo que 
yo tengo es un miedo de n-í mismo, atroz, indomable, y por eso he 
dicho: aqui falta uno. ¿Quién me conocerá mejor que yo mismo? 

¥ concluye el corresponsal dioiendo que apenas suena el toque de 
oracioaes, vuelve el desterrado ilustre á la villa y á. su casa , donde se 
reúne la flor del lugar; y &Ui, en amistosa tertulia, brisca va y brisca 
viene, sin más obsequio que alguna libación pequeña , y contando 
cuentos que no sean verdes, se aguarda la llegada del correo. La en- 
ti^adel cartero ea la señal de la dispersión; y, sin embargo, D. Ma- 
nuel no toma nanea su correspondencia. Ha jurado no hacer caso di- - 
recto de nada de Madrid, Lomas que sufre e.i que se la lean. — ¡Ah! el 
espectáculo, el ejemplo es conmovedor; y no seremos nosotros, cierta- 
mente, los que neguemos su grandeza á este voluntario infi>rtunio, 
tan bien llevado. Pero asi y todo, seamos francos: hubiéramos prefe- 
rido que no nos hubiese escrito el corresponsal de Tablada. 



D,g,T,zed.yGOOgIe 



CANTE USTED MtSA. 



cu dg Jimio.) 

Con permiso de nuestra generaciotí , declaramos qua , ea nuestm 
leal saber y entender, el Sr. Castelarse ha eijuivocido de carrera, ha 
desateodido su vocación, ba desoído erróneamente la voz de su exqui- 
sita naturaleza al aceptar el papel, cada dia más difícil y más en baja, 
de orador, de personaje político. Declaramos que, á nuastro joicio, el 
Sr. Castelar nació para cura como nosotros para no ser ministros. Da- 
claramos que elSr. Castelar, con el mejor deseo, con el mejor interés 
por la humanidad, por su patria y por su nombradla, está, sin embar- 
go, cometiendo y consum&ndo una especie de delito de lesa humanidad 
y de leso patriotismo, y hasta una espacie de suicidio, al erigir la tri- 
buna parlamentaria en Sinai de sus estupendas inspiraciones, siendo 
asi que todavía existe una reli^on positiva en Espafia, con su pulpito 
y todo, donde el Sr. Castelar podia ser ¿ todas sus anchas el Moisés de 
los atribulados pueblos, de fé insegura y de internacionalismo crecien- 
te, que le ^cuchan. 

No tire el lector lejos de si este número de El Dsbatb al oirnoü 
decir esto. Al menos, no lo tire sin escucharnos por completo, por m&s 
enamorado que est^ del gran orador federal. Por ventura , ¿no lo esta- 
mos tnmbien UMotros? El cielo sabe que no escuchamos un solo dis- 
curso del ilustre Emilio sin sentirnos poseidos de una delectación ver- 
tiginosa. El ciel.> sab3 que anteanoche mismi , si hubiéramos sabido 
tocar la bandurria , hubiéramos visto venir la madrugada atronando 
el feliz barrio de Salamanca con la más entusiasta y la más tierna se- 
renata que se ha dado á lumbrera alguna. Pero la pasión no debe qui- 
tar conocimiento, y nosotros , ahogando por un instante en nuestras 
entretelas morales la irremadiable pasión contsmpiránea qus Cistelar 



D,gH,zed.yGOOgIe 



tusinBpiia,icleclBramoB que todO:loque no baiaidode anfutededi- 
«•ree ¿ la -eloouencia a^ntda , ha sido no saher lo que se pesoa, ha 
tdáo nma láatima. 

La razón es muy BeocíBa: á Oaatdar ilo que ctaiviene , mee ^qtie 
DDa docuBocia arrebatada y «rrdifttttdúra , ooo todas sus tristes <xm- 
tíageacTMñáB alborotos, de di^i^Bst'K, dem^ticaa j de tcomproatiaes 
pereonii^, es irnua elocueoeia impuoe, una eloonenoía de la q«« ludie 
pueda pedir euenta «ficíal , una docueneta qne bmlle y zumbe ocot la 
bannoea íad^>encteiicáa de la caterata del Niig-ara, una elacaeoflia 
coBtra la ousl no haya optniooeB qne se rebelen , público que se aloe, 
historia que proteste, buen sentido -que ibrame, una elocueDoia «tisolu' 
te, OD la más hooda acepción deü adjetivo. Y como esba elocuencia no 
' «s 1a del tribuno , porqiw se dan cases de que ¿ lOs tríbunae se les eUbe 
física ó moralBieiite, ni la del «ibog^o, porque Im alsogados , aun iaa 
iná8.docaente8, suelen perder platos ; c<xm> esta elocuencáa no puede 
ni debe ser otra que la eclesiástica , de aqui -ú qué nosotros lamente- 
moa con el corazón queel Sr. Caatelar no haya sido cl¿ri^. 

jQué perdía, em ^ecío, el gran Castélar , con ser iMwabre de Igle- 
sia? ¿El bigote? Pero ¿qué es, Dios eterno, un lügote, por encaracolado 
y típico que sea, como lo es, y lo reconocemos con gusto, el del seílor 
Caetelar, ante la civiKiaciont En cambiu, considéreae un momenti, y 
con imparcialidad, lo que Castdar hubiera údo como orador sagrado, 
disponiendo á su placer del cristianiamo , de todo el cristiaoldmo , de 
toda la literatura comprendida entre D¿tvid y VeuUlot , de toda la his- 
toria comprendida entre Abel y Antonelli, de toda la poeaia compren- 
dida entre el Cantar de ios cantares y Vidal de Llobatera ; ¡considé- 
reae lo que seria esa gran figura eapaSoIa poseaionada de todos loa 
templos, de todas las novenas, de todas las ñinciones religiosas del 
país de San Henaenegildo , coii un público seguro de rai^eres modes- 
táe, vehemeotes y calladas, uoa cohorte de intactos monaguillos ves- 
tidos de blanco, un raudal de luz «mariUa por aureola , y ni un acdo 
taqaigraib por nicdestia. — ¡Espántala belleza de este ensueSo! 

Apelamos al raciocinio de los miamos detractores , mis 6 menos ' 
conacienteB„ del gran republicano. ¿Los hay que niegaD á bu elocuen- 
cia la eqxmtaneidad verdadera , que dicen que escribe en au casa los 
máe subümes p^Lrrafoe, que los ensaya en familia , y qne p:>r eso ag le 
vé, eutie trozo y trozo, ybc&m j luchar como un aicaple mruial ras- 



DigmzediiyCOOl^IC 



trero, para engranarlos? Piies todo eso se evitaría si , en vez de dis- 
cursos, fuesen sermonea los que Castelar pronunciara, üa sermón pae- 
de decirse todo de memoria, de cabo á rabo, sin miedo á la interrupción 
□i á la oportunidad. ¿Los hay que le acusan de ser un orador pooi 
viril, poco aérío en el fondo , incapaz de conmover laa entradas de una 
sociedad, incapaz de ofrecer un verdadero remedio álos males sociiúes, 
una verdadera esperanza á los patriotismos que piensan? Puee todo 
eso lo evitaría predicando, evan^s^elizando, discurriendo solas bóvedas 
góticas de nna catedral ó de una capilla, y sin otro objeto que el da 
hacer verter lágrimas y el de ganar público para los confésonariae. 

Y sobre todo, et gran cargo que se hace ¿ Castelar, no es el de 
desconocer el corazón de la parte bella del género humano, como dijo 
ayer, con su ruda y noble fianqueza, el Sr. Topete; no es el de sacri- 
ficarlo todo al relumbrón de una metáfora preconcebida y esplendoro- 
sa; no ea el de ser un Demósteaes de lentejuelas, como algunos malig^ 
. nos suponen; es, principalmente, el de haber hecho una historia para 
su uso particular, el de haberse fobricado en la historia, disfrazándo- 
la y deisfigurándola á su placer,- una especie de esclava que le sigue i, 
todas partes para presentarse en la postura y con los coloras que su 
amo y seQor desea. Pues bien; ¿tendría Castelar necesidad de esa his- 
toria-arlequín, de esa historia-sierva, de esa historia de goma elásti- 
ca, siendo obispo, ó fraüe, ó simplemente diácono? Claro es que no, 
porque aunque un día se le antojase asegurar que Nabucodonosor nació 
en Cicmpozuelos, no habría una beata que protestase coa los antees de 
Babilonia en la mano. jQué había de haber! 

Ayer mismo pensábamos nosotros todo éso oyendo el discur80~r¿~ 
plica del Sr. Sagasta á la peroración eaciclopédica-fenomenal-grandl— 
locuente-homéñca-pletóríca y bizantina que Castelar regaló el sába^ 
do último al género humano. Sin más que apoyarse en la verdad de 
los libros, de los hechos y de las cosas, la habilidad prosaica y sutil 
del Sr. Sagasta logró de^acer, como quien deshace un precioso casti- 
llo de cartón y seda, el esmaltado, coruscante, fúlgido y embriagador 
edificio oral que D. Emilio había levantado ante nuestros atónítoeojos. 
Hablaba el cruel Sagasta, y según él, ni Carlos V ñié un extranjero 
aborrecido en EspaSa, ni César inventó los candidatos oficíales, ni la 
Commwne de Faris fué una sociedad de b^iefícencía, ni Jules FavT« 
es intemacionalista, ni un periódico como £1 Cfmhat» es un mereo- 



D,gH,zed.yGOOgIe 



gne social, ni los fílibusteros aon precisamente héroes, ni la mitología 
es derecho constitucional, ni mucho menos. De modo que las m&s be- 
llas partea de la oración ct^mopolitay tnastodontial de D. Emilio, caían 
golpe ¿ golpe, pieza & pieza, átomo por átomo, á manos de un simple 
orador parlamentario que Be siente con fuerzas para discutir en espa- 
ñol. ¡Qué dolor, desde el punto de vista del arte! 

jAh, Castelar, Castelarl Oiga Vd. á quien bien le quiere: todavía 
es tiempo, puesto que no tiene Vd. mujer, ni se le conoce novia: Or- 
dénese Vd., cante Vd. misa. ^Qué trabajo podrá costarle, ni á qué se 
reduce, después de todo, el hacerlo? Aprender un poco de latin, j 
acostumbrarse al traje talar, no es cosa del otro jueves. Cante usted 
misa. El pulpito eapaüol le espera y le reclama como al nuevo Ungido 
de la inspiración moderna. Con el gran talento que Vd. tiene y mal- 
gasta haciendo el patricio, con la historia que Vd. sabe y la elocuen- 
cia de cold-cream que Dios le ha dado, Vd., que acabará de matar la 
politáca con la poesía, acabaría en el pulpito por ganarse una verda~- 
dera inmortalidad, su que, desde Orense á Figueras, ni de Sufíer á 
Paul y Ángulo, pudiera nadie disputársela por razones de tempera- 
mento. Cante Vd. misa. Mazzini ha muerto, Víctor Hugo chochea, 
Gambetta está caído, los republicanos ingleses no valen ui^ comino, 
los del Sur de América no tienen gramática: ¿qué diantre de porve- 
nir amistoso le guarda á Vd. la política? Cante Vd. misa, antes de 
que Abarzuza acabe de hacsrse orador, sin gritos, ni armonías, pero 
con ideas. Cante Vd. misa: este y solo este es su terreno: y si no, que 
lo diga Pi y Margall, con toda franqueza. ¡Ah, Castelar, Cas{élar! 
Usted no ha visto la cara de Pi cuando Vd. habla; parece como que le 
abruma la idea de que puede existir una in&ncia eterna. Cante usted 
misa,. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



NOS FASTA. 



(ISdaJoalNk} 

¡Oh' vocación, oh tendencia irresüttble de la iavidualidtMÍ Uteía 
BU afición congénita; oh (ni>iera,.aptítildi empleo fMorítief é iaritidible- 
deá' hombre!' Noeotros creemos- en ti-. NoBOtroe oreenaofl' que asi como 
, senaae, por ejemplo, para barbero, así se nace pana personaje! poMeo, 
Nosotros creemos que a^ coano el mortal destinado & hace: la baci» 
á'sus semejantss elige en vano distinto odoio, porque ll^a tm día eit 
gye 8» le v^n Ioí; ojos y las manos detr6s del jabón y la naraja de iú 
suerte' que, sin saber cómo, amanece afeitando, asi dinavitatde gnu- 
de actor de la» luchas sooi^ea, ya empiece por cadete, oome í^vpO' 
leon,.ya por sastre, como Lincoln, ya por simple estadiante, conod 
St: Ruiz, tiene siempre su cuarto de hora propio, de maaifestaeioa, 
de revelación de su gran- cometido; y cutmdo este. momieQtj llega, et 
mundo entero se opone inútilmente á la Providencia, y el entperaáor, 
el cindadano insigne, ó el jefe de pelea dicen de una vez por siempre: 
aqui estoy. 

Las escasas noticias que hemos podido adquirir respecto á la in- 
fencia de D. Manuel confirman esa creencia nuestra. Nadie hubiera 
dicho, al verle correr y desarrollarse por las llanuras de Castilla, mi- 
mado por los mozos de labor de su señor padre, y con todo el aspecto, 
el lenguaje y la seocítlez espontánea de un futuro cosechero, que 
aquello era el germen de un presidente de tertulia y de ministerio. Su 
juventud misma lo callaba, lo disimulaba igualmente. Personas ami- 
gas y coetáneas del malogrado general Prim nos aseguran que cuan- 
do vino á ofiwéraele como abijado, propietario y amigo, en la aurora 



D,gH,zed.yGOOgIe 



463. 

ral Prim se prometía hacer de su.aiV^lÍBE enk,.uti, ídem de cu^lqui^' 
s^bsepcetarAft. 6^ &,lo,.m¿s, uju jefe.de, o^jociaija de tercera, claáe. Y 
8Ífl,eml»rga,Ueg61ahomdBL Tiuniatr(),y. el ministro fué,. y, la.natUT. 
n^eKay^/oFt^uoAticaipaau.dis&afti'y la BapaOft modenia exteodió. 
supateiiíe de;, persoiu^ al éiumla de SlFU^tos. La vocsciw ^ iaexo- 

Hají, RÚi emhar^, que hacier justicia alSt. Ruiz^u un punto quc^ 
1e,hopcaba£^taiit«; hay que cooTenir. que él.ha.beclio por su parta, 
cuautohapodida-par* oponer^ 4,au misma, predestinacúm^ que-élba.' 
sido-el .prinieE equivocaáo.de bueua fé respecto ¿ saaptitud,.que él ha. 
sido qnMU con mayor peisevecancia.ba ditdaio de mis condjcionea paraj. 
UiVQar favorablementei la ateocioo. pública. Soj-pceudido poF laprimec 
ca^tcra^^qa&larQvaluticn puso ea sus maooA, sus r&ticadas aX Escorial 
ütsroQ, máfl. que desfallecijiúeutos del moraJista,, anuncios. de su coa-. 
■viiíeioo.3í>bJiela,oonvQUÍencia,dfi viuir aipiel campo, de na eer complica, 
de una sociedad y de una cÍTilizacian qos no crBiamiyaa. Fué luego & 
ItsJÍBi, j,^ deja .hacec el discurso que reditúen la córte^ como el hom.- 
bre modesto que quiere patentizar su ineptitud . Sus mismas peioraoio- 
nfisenelParlamenía, q^e parecen hechag á.drede para.deaesperat de 
la^pI^ab^a. humana; sus iniciKtívas de-^hierno, que parecen h^as de., 
ni^. cerebro oecQsitaáo de Legaoés; aa.viajg genovista por. Axag^oa y 
C^taluSa, que pareció hecho esprf^eeo para-ser silbado; sumisma do~ 
leocia crónica de estómago, ¿no dicen bastante ea favor, del hombro- 
in^^énuo que cree, no ser máft que. una petrsooa honrada, con la oscuñ^ 
dad por merecido de ayer y. ds maSaoa? . 

Pues considérese desde este punte de vista, la faz, actual de la vida. 
pjjiblica,de D, Maaoel, loque hoy le pasa,^ es ¡n^wsible no reconocer 
la¡.oppsícion á si mismo que, .como un héroe de modestia, viene haciéor 
dQse..^.abrieron.lasCórtes.d0abril,y IX Manuel no pensó en que.alU, 
np..-habia .m¿g que, dejar correr lai Ivla*. pronunciar, mediar dooena de- 
grandes diacurso^,, dejar que se. cumpUefie ea unpar de ajíoa laet^ia 
ccfisiQrvadora', y recoger, luego, normal y pacifica & inevitaldemente el 
podeii Efltodehió pensarlo .y quenerlo el jefe de partido, dinástico, libe- 
ral,^ hombre deJEstadoi.pero uuuo.B. Manuel aniea que nada es juez' 
de si mismo, loque^peasó fiíé que,unai.tal campaSa, larga, brillante^ 
trahnjoaa^ esforzada,,fecunda, corfespcHidia.áMartosynoáéL Yaefiíé 



D,gH,zed.yGOOgIe 



una tarde á la Cámara popular y dijo; ahí queda eso: yo no sirvo; yo nc 
tengo ffi en mí mismo; me vuelvoicasa. 

¡Cu&les, pues, no habrán sido las tribulaciones, y las violencias, y 
las amarguras de ese Al^andro de la modestia, de ese consecuente 
hombre de la naturaleza, de ese prodigio de sencillez, al ver llegar 
& sus amadra lares los cincuenta carros de Magaz con las comisiones 
que en nombre de la patna en peligro iban á probarle que, decidida- 
mente, es una gran cosa, y una cosa imprescindible! Compréndese, al 
pensar en esto, la marcada frialdad'y la reserva grande que, según la 
extraña relación dfel despiadado /jjfjOfflrcia/, usó al principio con los co- 
misionados; compréndese que oyera come quien oye llover el anuncio 
de la dimisión (¡horror!) de D. Servando; compréndese que exajerase 
sus respuestas hasta el punto de creer que su honra estaba empeüads 
en que el pais creyese un acto sincero su despedida del Congreso. Por- 
que, ¿qué derecho tenian ni los comisionados, ni el país entero para 
creer que quien llegó á Tablada sin fé en si mismo, la hubiese recu- 
perado con cuatro tortas de pan moreno, cnatro copas y cuatro paseos 
por una dehesa? ¿Desde cuándo tiene que ver la agricultura con la fé 
política* 

T no solo se comprende todo eso desde el punto de vista de la dea- 
confianza de D. Manuel en si propio, sino que se comprende hasta el 
desmayo, hasta el ya famoso sincope que, segun todas las versiones, 
le acometió cuando los radicales forzaron su puerta y le amenazaron, 
como La Tertulia en su extraordinario, con traerle de grado ó por 
fuerza, á la calle de San Marcos, Algunos dicen quo se desmayaría 
por el mal olor de la irrupción; otros sospechan que seria efecto del 
cloroformo, hábilmente manejadoy exhalado porel médico 3r. Rivero; 
otros apuntan la idea de que fué un terror producido por la necesi- 
dad de dar de comer á trescientos viajeros: tonterías de las gentes. 
D. Manuel perdió el sentido, y lo perdió bien, y lo perdió dignamente, 
porque D. Manuel conoció que no había remedio, que la vida públic^c 
le volvía á llamar á su seno, como la mar ti río, como el pinar á Cue- 
vas, como la versatilidad á Córdova; que sus sueños humildes, ríentes, 
pástenles de tantos aSos, volvían á disiparse; que decidídainente, y 
de una vez por siempre, iba á ser preciso luchar, pensar, hablar, co- 
brar y exhibirse. ¡Qué mayor justificación de un vahído! 

i Ah! cuando el nuevo héroe por fuerza abandonó su candido retíro, 



D,gH,zed.yGOOgIe 



di¿ un mudo adúw A nadiikAscoiliiiniH, é. m» trístj» Idtvel^í, i. ni 
macki fvfdDMáo, ¿ su gcaaero «obcLq, ¿ bub sfrLu.tíferg^ IiprülpiiiW, ^ 
BHs oriedoB rdlieoB, á su tertulia de eocilia, y se vio de UWV^ §» ^ 
jéfnwsanil, auB^ue sin fwg»r tnllete. y UegÓ á U^drid, y iio yió ^1 
moncirca en 1» aetedm, (Ksxm «c«Q eríjifLj ai Ifi guamicíoii t«^did«j 
como acaso eoSaba, ni las damas en coches y ventanas saludándole, ni 
siquiera ¿ Sardoal de uniforme; y vio & Martos con su eterna sonrisa 
socarrona, j oyó los aplausos premeditadoa de un páblico' de encargo, 
y comprentUó la obra piesadisima que le habjan echado otra vez sobre 
la espalda; coa razón, con harta razón se preguntaría: ¿qué mmple 
mortal ha sufirido lo que yo sufro; dónde esti un caso histórico seme- 
jante? jque me lo esiseñen, que meló recuerden! 

La historia, aun suponiendo que D. Manuel la conociera, poco po- 
dría enaeOarle, en efecto, que se parezca á su situación A principios 
del reinado de Carlos V, y durante la primera guerra de las célebres 
germanias de Valencia , sucedió que un caudillo popular , el famoso 
pelaire Guillem SoroUa, queriendo, según dice el cronista, escítar á la 
plebe, se escondió é hizo cundir la voz de que había sido asesinado por 
bs agentes del virey conde de Melito. Con cuyo motivo hubo alborotos, 
atropellos y muertos en la ciudad , principalmente en la calle de Ca- 
balleros, donde el virey teinia su casa. Pero entonces el obispo de Se- 
gorbe, D. Qüaberto Yofré, que j4W0^traba la diócesis, varón hábil 
y animoso á pesar de sus ochenta aSos, fué á la habitación del pelaire, 
conjuró á su mujer á que le dijera dónde se hallaba , lo sacó del sitio 
más opuesto & una peifhmeria , lo monto á la grupa de su muía y lo 
paaeó prar la agitada Valencia, que quedó con ello en sosiego. Pero este 
caao no es propiamente análogo. Ni D. Manuel es pelaire , ñi caudiUo, 
ni el Sr. Rivero obispo, que sepamos , ni aquí hay muía de por medio. 

De todos modos, lo esencial aquí, lo fundamental no es la vuelta 
del Sr. Ruiz á los destinos de la patria; es otra cosa que nosotros reco- 
nocemos con gran satisfacción, y para honor intimo ¿ indisputable del 
jefe de nuestros adversarlos hoy constitucionales; es que, después de 
esta última resistencia, de esta última pesadumbre, de este último 
drama wambesco, ya no puede haber duda: D. Manuel se conoce. Los 
hombres y las cosas, los argumentos sincópicos de Rivero, loe gritos 
de la &milia y el porvenir de los Voluntarios le oUígan á volver al 
gobierno, á lachar con Martos, á salvar las instituciones; pero conato 



DigiTizediiyCOO'^Ie 



qtifi si D. Manuel es capaz de sacrificarse hasta este ponto, esto no 
impide, bíd embargo, que ét aepa en su iüteríor, y hoj m&s que nun- 
ca, los puntos que calza en punto & genio. Conste que aunque él mun- 
do ó la Tertulia le declaren un grande liombre, él sigue negándolo de 
buena fé; él no lo ha creído, ni lo creerá nunca. Esto nos basta. 



D,gH,zed.yGOOgIe 



índice 



PRIMERA PARTE 
CAMPAÑA CONTRA LA INTERINIDAbREVOLüCIONAKIA. 



Un gran acto. 7 

Cortes Conatítuyentes ........:.. U 

Los hidalgos 15 

Memento * 18 

Un rey particular ..." 21 

¡Quepáis, qué paisaje y qué paisanaje! ^4 

Lo (ioaitivo .29 

Declarémooos.' 32 

¿Eirtará escrito? 36 

Temas ■.■■■• ^ ^ 

La monarquia aéria 45 

Doé aüetas. . 50 

El director de orquesta 56 

Juicio de un silencio 60 

B^ficenas de &mília 63 

Documento 67 

Melancolía 70 

Solución universal 73 

En principio 76 

El rey de los búlanos 80 

La conferencia 84 

Lo que pasa en Roma 89 

El consistorio 92 



.yCoogle 



íY la moMl? , . . . 98 

El paií responde. . .-.;..... . 100 

Vision 104 

Error lamentable. 108 

Golpe de teatro 119 

¡Qae venga! 115 

Panegírico * ... 119 

Esperemos 133 

A la función. . . ,' ISfJ 

Sesioá capital ■ . . 1^1 

kilT. tÍATtm (copia veros^Ut de una carta pra6a6UJ. . . . 135 

Paralahifltoria.. . . ' 139 

A lá séSofa duquesa de Aoeta 145 

Despedida .150 

Circular cimbria 165 

lMá:urao próximo. 1S8 

El pñmer suato 109 

Ud mal rato. Iffl 

Eií el wagón Vil 

La casa de Tócame-Roque. . ; 175 

DbB tipos .180 

Plegaria. . Ift5 

Cbéstion de instinto 189 

PüKtica Uiorimosa ' . . 19S 

Escena de actualidad 196 

ícíiro BOO' 

Eáperemos. . 304 

El ideal 908 

Loah&biles B13 

Transformación ^ 316 

Cuestión de formas 390 

De precisa asistencia . . . . Í^4 

Uü estudio 328 

Lótí derechos trabúcales 333 

EIntre dos monstruos 336 

Ullá curiosidad 38» 



:y Google 



SEOUNDA PARTB. 



CáMPAÑA COKSEBVADORA-LIBERAI.. 



ÜUlhírtii «46 

El ürte coaliekimite 950 

UfcrdeliB %» 

A to trodems. 380 

t^ tipo (eúmmieado). . S63 

OW* Mtflo. 287 

A 14 Víctor Hug». ÍJl 

aMOmlgínio 975 

El fe. CtutelaT y gu discurso 279 

Dttii celebridiid. . 984 

En H clsrileüo. . 988 

AtMolucion. S99 

¡No TOtar¿n! 908 



El Mbsdo negro . 306 

Sattovftdor Sl0 

.El ttíim& de la estatura 314 

El prior. 319 

Cuestión de necesidad 323 

Memorial colectiTO 328 

diim-Clraap ' 331 

El tribunal de los Nueve 335 

Lafiacalada 340 

La pascua radical 344 

De la capa y de los cimbrios 350 

¡Nadal 354 

Carta de un radical ¿ bus electores. ......... 358 

Por cuenta propia 363 



D,„„z,d, Google 



Cosas del maoüleito SM 

Méjico r/rv.'. -."7 . , . ... ■ -" ■' ;, /- ... 370 

Ovación 3f74 

Suba 878 

Lo que haj que hacer 382 

LoB incrédulos,' ■■. 1 '.:- ... ;. ...'■. .- '.'/. . . 388 

La industria nueva 390 

El regateo 393 

La circular carlista 397 

Un ateo ante el Meditenineo 491 

Un santo político. 406 

Predeatinacion ,...■..■. 411 

Los desfillecienies. 41& 

Ese es el modo. , 418 

Comparación , ' . . 433 

Ecce-Homo '. 428 

El natural. . ; . . 430 

¡Dónde está?: . : 434 

Elingel 438 

Incorregible 44£ 

Error de examen 446 

Caída hermosa. ...:'...: . 450 

Escriben de Tablada ^4 

Cante Vd. misa ■; ; ^SS 

N(^ basta 462 



D,gH,zed.yGOOgIe 



D,„i,z,d, Google