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COLECCIÓN SELECTA
DE
Antiguas Novelas Espaftoias
Tomo I
Teatro popular
(NOVELAS)
por
Francisco de Lugo y Dávila
Coa introduceíóii y notas de
DON EMILIO COTARELO Y MO}^I
De U Real Academia StpajSola
Madrid, 1906
PUBLÍCALA LA
LIBRERÍA DE LA VIUDA DE RICO
Travesía del Arenal, I-— Madrid
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COLECCIÓN SELECTA
DE
ANTIGUAS NOVELAS ESPAÑOLAS
TOMO I
COLECCIÓN SELECTA
DE
Antiguas Novelas Españolas
Tomo I
Teatro popular
Francisco de Lugo y Dávila
Coa Intraduccidn y notas ds
DON EMILIO COTARELO Y MORÍ
De Is Real AcademU Española
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IMPSENTA DB P. APALATBGUI, POZAS,
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Portada de las novelas 1
Tasa y demás ptelimiiiai-SB 3
Dedicatoria 10
A los lectores 12
Prohemio al lector 13
Títnloe de las novelas , , . , 17
Xatrodncoión de laa aovelaa 19
Novela I- Escarmentar en cabeza ajena, 29
t n. Premiado el amor constante. . 78
> III. Da laa dos Ketmanas 107
IV, De la hermanía 139
> T, Cada uno hace como quien ea. 168
• VI. Del médico de Cádiz 176
> VIL Del andrógino 191
VIII. De la inventad 271
Notaa 815
.■'^í£^^ '
ñB ACABÓ DB lUPBlinR BBTB
LIBRO BN OABA OBI P. APA-
LATBOtlI, í LOa VaiMTIOUA-
TSO DÍAS DBI. UBB DB UASZO
DD HOMTI
ROXjOOO
L
A publicación de una serie de escogidas
novelas antiguas y raras españolas cons-
tituye un suceso tiempo ha muy deseado de
los aficionados á nuestra literatura y aman-
tes de su mayor y debido realce.
Depués que la infatigable constancia de
los modernos bibliógrafos ha extraído de los
más oscuros rincones de viejos archivos y
librerías tantos y tan preciosos tomitos de
narraciones uQvelescas que divirtieron los
ocios de nuestros antepasados, vióse clara-
mente la grande importancia que logra este
género en la historia de nuestras letras,
cosa que ni aun en los. primeros cincuenta
años del siglo xix pudo conocerse con exac-
VI PRÓLOCU
títnd por la increíble escasez de tales obras.
La imprenta del siglo zviii había repe-
tido con no macha frecnencia las más fa-
mosas, que fueron justamente las que, una
vez más, reprodujo la antigua y célebre
Biblioteca de Autores Españoles. Pero cen-
tenares de ellas quedaron tan desconocidas '
como antes, á pesar de qne la inteligente
curiosidad de un librero madrileño, D. Pe-
dro José Alonso y Padilla, había, á los co-
mienzos de aquel siglo, reimpreso algunas,
que ya en su tiempo, como asegura, eran
muy escasas.
La rareza de las demás continuó siendo
tal, que de muchas no se conocen más que
uno ó dos ejemplares, famosos por haber
pertenecido á los bibliófilos G^allardo, Sóhl
de Paber, Maestre, Salva, Duran, Gayan-
gos, etc., y cuya gran mayoría ha venido,
al fin, ¿ parar á nuestra Biblioteca Nacio-
nal , inmenso océano , por decirlo así, que
recibió el tributo de estos y otros menos
caudalosos ríos de la bibliografía nacional.
Que el valor histórico y estético de nues-
tr-a vieja novela del siglo xvii (hablo de la
no conocida, dejando á nn lado á Cervantes,
Alemán, espinel, Yélez, Pérez de Hita y
\
PRÓLOGO \U
demás harto célebres) está en relación con
su número, es cosa que ya la crítica ilus-
trada ha reconocido. Divulgar, pues, su
perfecto conocimiento y facilitar su estudio
con la publicación de estos rarísimos tex-
tos, parece ser, por consecuencia lógica,
obra conveniente y provechosa.
Solamente los poco sabidos juzgarán em-
presa redundante la que el editor intenta,
toda vez que la Nueva Biblioteca de Autores
Españoles promete, j lo realizará, dar una
buena colección de nuestros antiguos nove-
listas no incluidos en la de E>ivadeneyra.
Y muestra de lo que en tal materia ha de
hacer, es, desde luego, la portentosa Histo-
ria de los orígenes y desarrollo de la novela
española anterior á Cervantes, última y es-
tupenda manifestación del genio de la eru-
dición y de la crítica, más fecundas y bien-
hechoras, encarnado enMenéndez y Pelayo,
incomparable maestro, orgullo de su pa-
tria, cuya gloria literaria le debe á él solo
más que á todos los que le han precedido
en la noble y patriótica tarea de difundirla
y hacerla reconocer por el mundo entero.
Pero el campo de la novela española es,
como otros de nuestra literatura, tan vasto
y variado, que todos podemos en él mo-
vernos con desembarazo y trabajar con
provecho y novedad, ya publicando textos
diversos, ya escudriñando las vidas délos
autores, punto descuidadísimo en la histo-
ria de las hispanas letras, ó ya contem-
plando bajo aspectos y con fines distintos
estas producciones del ingenio.
¿Qué utilidades no pueden obtenerse, así
para la histoxia de las costumbres naciona-
les, en sus mil ramificaciones, como para el
estudio interno del idioma en la novela de
menos valor estético y, por tanto, conde-
nada á no figurar en una colección de tex-
tos escogidos de buen decir? ¿Cómo no ad-
mirarse ante el poderoso ingenio de nues-
tros autores de la grande época _que, ur-
diendo un complicadísimo enredo, salpicado
de aventuras extrañas y episodios inespera-
dos, sabían conducirlo con hábil y seguro
paso y desenlazarlo con natural maestría,
siquiera los primores y elegancias del estilo
no correspondan á veces igualmente á esta
fuerza creadora?
En algunos, la precipitación con que es-
cribían, y en otros el deseo de hacerlo me-
jor, cayendo por ello en los vicios del cuite-
PRÓLOGO IX
ranismo ó del conceptismo, deslucen, es
verdad, varias de estas obras. Pero no se
crea en la frecuencia del caso ; porque
otras, y en número infinitamente mayor,
están libres de tales defectos y encierran un
lenguaje más ó menos elegante y escogido,
pero siempre claro, castizo y adecuado á la
narración y asuntos en que se emplea.
No vamos aquí á juzgar ni en conjunto
ni siquiera en series ó grupos el riquísimo
y complejo tesoro novelístico, que eso se
queda para el que ha de trazar su historia
compjeta. Tampoco entraremos en por-
menores sobre el origen y nacimiento de
nuestra novela, acerca de lo cual remitimos
al curioso al referido y admirable tomo del
Sr. Menóndez y Pelayo; nuestro papel está
reducido á introducir con el leyente el inge-
nio autor del libro que tiene ya en las ma-
nos, y hacer algunas observaciones sobre
este último.
If
y - >■
PRÓLOGO
n
Don Fbancisco de Lugo y Dávila, ó Dá-
vila y Lugo, pues aún no estamos seguros
sobre el verdadero orden de sus apellidos(l),
fué un caballero de origen a búlense por una
rama y canario por la otra, que nació en
Madrid algo antes de expirar el siglo xvi.
Su familia, si era ilustre por sangre, no
(1) Las nutrias personales que tenemos de Lngo y
Dávila son muy escasas. Don Nicolás Antonio sólo
dice lo siguiente:
«D. Fbasciscus 9b Lugo et Avila, Matritensis,
Americanae provinciae de Ghiapa olim praetor, huma-
niorum literarum historiaeque peritus, lusit olim:
Novelas, McUriti, 1622, in 8. Deinde scripsit:
Réplicas á las Proposiciones de Gerardo Basso, quae
de re monetaria sunt.
Expectari a sejam diu fecit librum De la Nobleza
exemplificada en el linaje de Lugo*
In vivis erat anno M.DG.LIX. Matriti» (Nic. Ajtt,
Nova, I, 439).
Alvarez y Baena, que le consagra un artículo en sos
Hijos ilustres de Mckdrid (II, 197), dice que «es uno de
los sujetos de quien no he podido alcanzar noticias
muy puntuales».
Bespecto del orden de sus apellidos, advertiremos
que su hermano, D. Dionisio, se £rma dos veces en los
PRÓLOGO XI
debía de gozar igual ventaja en cuanto á
bienes de fortuna, pues la vemos constituida
bajo cierta dependencia de la casa de Car*
denas. Don Dionisio Dávila j Lugo, her-
mano de D. Francisco, en la dedicatoria
que precede á las novelas, dice que su refe-
rido hermano había sido criado de don
Jorge de Cárdenas, cuarto duque de Maque-
da, y añade estas curiosas palabras: «bien
que no es nuevo en la casa de V. E. que su-
cedamos los hijos á nuestros padres y abue-
los en su servicio y vivamos todos á la som-
bra de su magnánima protección».
Esto no debe, sin embargo, entenderse en
un sentido material. Eran en aquella época
preliminares de las novelas de su hermano «Dávila j
Lugo»; por más que, por errata, en el presente tomo se
hayan impreso al revés: «Lugo y Dávila.»
£1 mismo D. Francisco usó primero el Dámla en
alguna obra que imprimió años adelante, como ve-
remos. En esta última forma le menciona Gerardo Er-
nesto de Franckenau, ó sea D. Juan Lucas Cortés, en
su Biblioteca Heráldica (página 124). Sin embargo, don
Francisco estimaba en mucho su apellido Lugo, de
cuyo linaje escribió extensamente, y hasta en un
pequeño bosquejo acerca de Santo Domingo de Guz-
mán tuvo cuidado de especificar que también le co-
respondia aquel apellido. Los Lugos eran procedentes
de las islas Canarias.
ido8 de la casa de los graades, no sólo
que prestaban los servicios más ínfimos,
) todos los que gozaban sueldo ó tiraban
Bs por acompañar al magnate á cier-
horas del día, ó les servían de secreta-
I ú otro cargo de distinción. Así, se veían
re ellos muchos que ostentaban en su
ho las rojas cruces de Santiago ó Cala-
ra.
>e esta clase debieron de ser los servicios
nuestro D. Francisco, y probableraen-
u hermano, prestaban en casa del duque
Jorge, en quien subió la casa á su mayor
ira, pues no sólo heredó á su padre, el
n J). Bemardino de Cárdenas, virrey
Sicilia, sino toda la casa de Nájera, cuya
pietaria, doña Luisa Manrique, quinta
uesa de Nájera, fué su madre,
'or su parte, D, Jorge era el tipo de
ella nobleza disipada, fastuosa y alegan-
;tue, saliendo de la sujacién en que dti-
te su vida la tuvo el severo Felipe II, se
oipitó briosa, aventurera y siempre va-
.te en toda clase de locuras, en los man-
militares de tierra y mar, en los gobier-
y virreinatos de ItaMa, Flandes y Amó-
i y hasta en la misma corte de los reyes
PRÓLOGO xm
Felipe m y Felipe IV. En comprobación,
véanse las noticias que al final damos de
este mismo duque de Maqueda.
Don Francisco de Lugo hizo estudios
muy profundos en toda clase de letras hu-
manas, de que dan harta muestra las nove*
las que siguen. Debió de seguir también la
carrera de jurisprudencia, fundamento del
cargo honroso é importante que tal vez le
granjearía su Mecenas por los años de 1621,
cual era el de gobernador de la provincia de
Chiapa, en el virreinato americano de
Nueva España.
Hallábase ya desempeñando el puesto en
1622, cuando su hermano, D. Dionisio, pu-
blicó las Novelas, y debía de ser reciente su
marcha, pues en tal concepto, alude á ella
Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, muy
afecto á Lugo, en la silva que se estampa
más adelante, al decir que todavía llora
Manzanares la ausencia del novelista
trasladado á las últimas regiones,
en mal seguro leño conducido,
á ser prodigio á bárbaras naciones.
La residencia en Méjico de D. Francisco
de Lugo debió de prolongarse unos diez
años. Parece que en 1632 se hallaba ya en
PRÓLOGO XV
laboró en este libro nuestro novelista con
una canción real á Santo Domingo, llamán-
dose en el encabezado «Dávila y Lugo». Y
con el título de «El gobernador D. Francis-
co Dávila y Lugo» estampó también en los
preliminares de él un elogio en prosa del
colector don José de Miranda; tema que le
da pie para lucir su erudición, discurriendo
sobre el hecho de componer versos sacros ó
dirigidos á los dioses entre griegos y lati-
nos; los de tal carácter escritos por los he-
breos y los poetas cristiano-latinos, en es-
pecial españoles, como Prudencio y Ju-
venco.
Después de la referida fecha sólo sa-
bemos, porque así lo afirma D. Nicolás An-
tonio, que Lugo vivía aún en 1659.
al nohilisnmo señor D, Femando \ de Fonseca JRuiz de
Contreraa, Marques de Lapilla,,, | D, Joseph de Miran-
da y la Cotera. I Con privilegio, | En Madrid: Por Diego
JHaz de la Carrera. | Año de M.DCLVII,
4,^, 28 h. prels., 204 foliadas. Al £n repite las señas
de impresión. Son versos escritos por 80 ingenios:
Cubillo, Baeza, Dávila y LugOy una canción real á
Santo Domingo, Godínez, Bocángel, D, Juan Yélez,
D. Francisco Bernardo de Qnirós, D. Vicente Sná-
rez, etc.
El Privilegio es de Í9 de Febrero de 1657; la Tasa de
20 de ídem.
PKÓLOGO XVU
Lugo, con grandes noticias de la antigüe-
dad, nobleza y casamientos desta familia,
comprobándolo con papeles de mucho cré-
dito y con escrituras auténticas.»
Rodrigo Méndez Silva la cita también,
aunque equivocando el título (Nobleza ex-
plicada en el linaje de Lugo), añadiendo que
entonces la tenia para dar á la estampa
(Hazañas del capitán Céspedes, folio 143).
Conocióla asimismo D. Nicolás Antonio
cono hemos visto, y por último, D. Juan
Lucas Cortés ; quien se lamenta de que en su
tiempo aún no se hubiese dado al público (1).
Desde entonces ha desaparecido, pues ni
aun los especialistas de estos estudios, si
bien la citan, han logrado verla (2.)
En 1649 imprimió D. Francisco un bos-
quejo histórico acerca de la familia de los
Marqueses de Rivas, con el título de Origen
(1) *Mer%to avJtem dolendumhistoriam istam av£x8ÓTT]v
adhuc in scriniis delitescere curioaorum* , (Franckenau:
Ob, cüj
(2) Por ejemplo, D. Francisco Fernández Bethen-
court, en su grande Historia genealógica de la monar"
quia éapafiola, tomo I, página 160, que la menciona con
el titulo de JSlogio y corolario de las armas y genealogía
de los Lugos f que quizá también llevó ó le darla algu-
no de sus tiltimos poseedores.
TEATRO POPULAR H
ran casa ds Saavedra, c^oe oLtfW-Con.
o D. José-de Fslliecr, <iu«:trBÍiii.luago
oo asunto, y P. Lnia do Salaasc y
paso también an panegírica oon el
l^-Mogio de Don Gaspar dñ' SeyaaSf
cdloe y Engo\ qira se imprimiió al
tío del libro d^ prapio B. &amfvif
<i (jitrúna de espmae de Ghititts. Ba-
miestro, como oiGimA^cromstiaificay
6h la Gándara en sa. Nobilim'iS' de
; (páginas 308' y 668) y roGnerdanl
tenau y AlrEvrez y Baena.
PRÓLOGO XIX
IV
Aunque no sea rigurosaü9ieaQ.ttt exadao qne
Oerv&xites (joomo él profio afirma) iiaya
Bidx> «rl fErkneEco que novelase á la itaíianu
en aoBstro idOíOiEra, lo onaü «n si mismo no
serría nin ^x»n mérito^ es m.ny cderto qme .sn
genio de naxosador ori^nal é independiente
Mzo cosa .mucJoo mejor, que fué acomodar
á las «ostamJbres y^sto de España aquellas
i)rwes noi^elas en que^ desde el Bocoaocio,
taxtto ¿sabían sobresalido los cuentistas ita-
liuiin, sobre todo los del soglo xyi.
^ada derben á Jrtali&, ni aun hay cpi faite
-cfHat «que bb pmeda igualar con aquellos pri*-
moxTosos «cuagiros de costumbres que farniaa
ÍM Qitaniüa, La, üu^re fregena^ Rinconete
y iJfMüd&lo, J^ cdoio extremeí^y ni el m-
oeaapaviable iJoloqui^ de los perrm Oiftón g
Bergmwaa. Xia que Cervanl^s -m. esta y ^tortí
dase de obm Jsa kechO; más que imitar :dí
adaptar, ee ^stoar 7 £ jar un género literario
yaniaiaddlaiclB^gaiBcáuamefite nacional, qaa
Beneldd^ á la» másmas leyee intonus^s 7 ecneta?-
cíales de nuestro glorioso teatro, y ain más
diferencia que la de adoptar la forma narra-
tiva y el lenguaje prosaico, había de ence-
rrar con él la expresión máa completa de la
rida intelectual de Espalla en el periodo de
sn mayor grandeza.
Uno de los primeros discípnlos é imitado-
res de Cervantes en este linaje de obras fué
D . Francisco de Lngo y Dávíla. No habían
transcurrido siete afloa de la publicación de
las Novelas ejemplares, cuando nuestro
autor, para entretener loe forzados y largos
ocios de su residencia en una aldea por un
tiempo que no consta, comenzó á borrajear
su Teatro popular, al que dio fin hacia 1620.
Cuando pensaba en darlo á la luz pública
sorprendióle su nombramiento para el go-
bierno de Chiapa; pero entonces fué su her-
mano D. Dionisio quien, animado y favo-
recido por los muchos amigos que aquí se
había granjeado el ausente D. Francisco,
algunos muy conocidos literatos, como Se-
bastián Francisco de Medrano, Montalbán,
Francia y Acosta y Salas Barbadillo, entre-
gó á la imprenta el mannscrito. Salió á luz
en Madrid en 1622, á expensas del librero
Alonso Pérez, padre del doctor Juan Pérez
PRÓLOGO ^Xk
deMontalbán, que acabamos de nombrar, y
bajo la protección del caarto duque de Ma-
queda (1).
Dióle el autor el título algo extraño de
Teatro popular^ en cuanto abraza diversos
hechos y episodios comunes á toda clase de
gentes aun de la más abatida; pero ofrece
en una segunda parte pintar, no lo común
del pueblo, sino «lo superior, con la imita-
ción trágica; esto se entiende, según Aris-
tóteles, las acciones graves de los príncipes
dignos del coturno de Sófocles». No consta
que haya puesto mano á semejante obra.
En la presente se propuso, como expresa
claramente, inducir ó mover al lector al
destierro del vicio y al amor de la virtud.
Pero esto es lo que no resulta, al menos
evidentemente, de las presentes historias.
£n la época en que Lugo escribía la moral
aplicada no se entendía de un modo tan
preciso y concreto como hoy; no era nece-
(1) El yolumen es en 8.°, de 220 hojas, aunque la fo-
liación está equivocada, y con las signaturas, aparte
de los preliminares, A-Cc. Después de la portada, de
que se le ha proourado dar idea en la página 4 de este
tomo, siguen la vuelta en blanco, Tasa, Erratas y de-
más preliminares que hemos reproducido; Texto, Co-
lofón final y vuelta en blanco.
L fíel, sino la Terosímil, la
tes, según el cambio de po-
sonajes, el estilo y lenguaje
uno y demás preceptos tuI-
os autoras, citando sólo de
listas griegos ó bizantinos
liles Tacio, á los italianos y
rvantes y Céspedes y Mene-
Historias trágicas de este
que Lugo y Divüa es imi-
.tes; y aunque esto resultará
runas notas que ponemos al
bemos aquí advertir que no
. y estructnra de sus novelas
iquel insigne modelo, sino
algunos temas ó argumen-
.0 en la titulada El Andró-
no poca semejanza con SI
j, y en La Hermania, que es
Rinconete y Cortadillo. La
ííiíuii tiene parcial semejaa-
íí Cornelia, y en algunos in-
lee también Cada uno hace
Curioso impertinente, nove-
el Quijote.
TEATRO
POPULAR
NOVELAS MORALES
para mostrar los géneros de vidas
del pueblo, y afectos, costumbres, y
passiones del ánimo, co aproue-
chamiento para todas
personas
Al Exmo Señor Don Jorge de Cárdenas, Man-
rique de Lara, Duque de Maqueda, Marqués
de Elche, Barón de Planes, Conde de Valencia,
Conde de Treviño, &.
POR
D . Francisco de Lugo y DA vila
En Madrid^ Por la viuda de
Fernando Correa Montenegro
Año M.DC.XXII.
A costa de Alonso Pérez.
TASA
Yo Diego González de Villarrobl, Escriba-
no de Cámara de Su Majestad, de los que en su
C!onsejo residen,
DOY FE: Que habiéndose visto por los señores
del un libro intitulado Teatro Popular, de ocho
novelas, compuesto por Don Francisco de Lugo,
que con licencia ¿e los dichos Señores fué impreso,
tasaron cada pliego de los del dicho libro á cuatro
maravedís y á este precio mandaron se venda y
no á más, y que otra tasa se ponga al principio de
cada Libro de los que se imprimieren. En Madrid
á treinta y uno de Mayo de mil seiscientos y vein-
te y dos años.
Diego González de Villarroel.
APROBACIÓN
He visto este libro intitulado Teatro Popular,
que ha compuesto Don Francisco de Lugo, y no
hallo en él cosa que contradiga á nuestra fé ni á
las buenas costumbres^ antes me parece á propósi-
to y á provecho su lección^ para aprender de sus
TBATRO POPULAR
DECIMA DEL LICENCÍADO
FELIPE BERNARDO DEL CASTILLO, AL AUTOR
No ausente, presente siento
lo ocnlto y grave enseñáis;
no os fnisteis, pues nos dejáis
parte del entendimiento.
De vuestro hermano el intento,
Dov Fbihgisco, se ha logrado;
¿ España y al mundo ha dado,
con vuestros doctos escritos,
emulación á inñnitos,
y él, por vos, se ha eternizado.
DE SEBASTIAN FRANCISCO DE MEDRANO
AL AUTOR
Romance,
Despliegue al viento las alas,
anime la fama el bronce,
sin que se oculte á su aliento
lo más remoto del orbe.
Mármoles, Francisco insigne,
produzca Paros qUe formen
ik vuestro retrato estatuas,
^ á la envidia admiraciones.
nombro
Pebo
s, que libres
.drid,
ine.
sifcloi
ombren
TEATRO FOPÜLAR
DECIMA DEL LICENCIADO
JUAN FáRBZ DB HONTALBÁN^ AL AUTOR
FsANCíSco, en cuanto escribís,
tan universal habláis,
que divirtiendo enseñáis,
y enseñando divertís;
los dos fines conseguís,
y asi las gracias os dan
cuantos advirtiendo están,
que os prometéis generoso,
maestro en lo sentencioso, -
y discreto en lo galán.
DE FEANCISCO DE FRANCIA Y ACOSTA
AL AUTOR
Soneto.
Este Teatro insigne, que aun acepto
del pecho vendrá á ser más envidioso,
fábrica es, ¡oh Luao prodigioso I,
que desmaya al más célebre arquitecto.
Intitulado aquí su autor perfecto,
indicio es á toda vista ocioso^
que leído lo docto, lo ingenioso,
la causa se verá por el efecto.
Efecto tal, que asi cual al Troyano
rescatan de flamígeros absombros,
manos no menos, que obligadas pías.
Bien como á padre, joh grande honor Hispano!,
ha de librarte en sus valientes hombros
de las voraces llamas de los días.
TEATRO POPULAR
velos de plata al viento,
halla en Jarama túmnlo sonoro,
á donde muere en paz tan deleitosa
que, en su misma harmonía,
exequias gratas hace á su dichosa,
bien que temprana muerte,
con que te debe á timas alta suerte.
Tú, pues, de estos aplausos animado,
de Apolo volverás á la palestra,
á ganar nuevos triunfos y blasones;
así satisfarás nuestros deseos,
que en tú luz encendidos,
con gloriosos empleos,
de una ambición gallarda suspendidos,
más obras solicitan,
y más flores esperan
de ingenio tan feliz, tan fructuoso.
Por eso consagramos á los cielos
sacri&cios y votos,
y tu restitución también pedimos
los que con otros ojos merecimos
comunicarte y verte :
vuelve á pesar de la inconstante suerte;
y el piélago profundo,
parto raro y monstruoso
de aq[uel caos que fué cárcel del mundo,
ya ameno y deleitoso,
con sus vientos halague y facilite
de sus ondas el paso
á la dichosa nave,
que, siendo alada imagen del Pegaso,
traer merezca en ti peso suave
al puerto, que te espera;
donde obediente, el mar soberbio humilla
las olas que son juego de su orilla.
I A .ai ^
TEATRO POPULAR * 11
esperanzas de igualarse á su padre en merecerle
por dueño, pues no es nuevo en la grandeza de la
casa de Y. Excelencia que sucedamos los hijos á
nuestros padres y abuelos en su servicio y vivamos
todos á la sombra de su magnánima protección.
Guarde N. Señor la persona de V. Excelencia con
la felicidad que Sus criados deseamos y hemos me-
nester.
De Madrid, á 3 de Junio de 1622 años.
Don Dionisio db Lugo y Dávila.
DON FRANCISCO DE LUGO Y DÁVILA
PROEMIO AL LECTOR
Declárase él intento con que se ha escrito este libro.
Según están depravados los ánimos de los koni'
bres, inclinados á las cosas terrenas, vemos cum-
plidas la profecía de S. Pablo, en la segunda Epís-
tola escrita á Timoteo, capítulo cuarto: «porque ya
apartan los oidos de la verdad y se convierten á
las fábulas», y Santo Tomás: «No quieren oir lo
útil, sino lo curioso». Antiguamente, la rudeza de
los ingenios de aquellos primitivos hombres que
habitaron la tierra después del diluvio, obligó á los
sabios á dar principio á las fábulas, y á esta causa,
dice G-elio, en su libro segundo, era costumbre de
los filósofos, para atraer á sí los ánimos rebeldes,
usar de blanduras artificiosas; y, como enseña Ano-
nimio, en sus Semejanzas^ de la manera que Demó-
crates médico, para curar una mujer, que rehusaba
cualquier medicamento, áspero al gusto, la dio á
beber leche de cabras que habían pacido lantiscos,
así á aquellos que huyen y aborrecen los preceptos
de la filosofía se les proponen fábulas amenas; pero
lo que en la antigüedad enseñó la rudeza, enseña
^oy la milicia, que, según Cornelio (sobre el lugar
citado de San Pablo), no buscan para sí los hombres
Lterdan con las palabras y corten ¿
ino que los balaguen.
ura es menester para que se ape-
ireceptoB de la. filosofia moral, tan
lici&a, para curarse los afectos y
imo desengañando al pueblo y re-
u3 errores; que no es otra cosa una
un teatro donde siempre están re-
mirables sncesos, útiles los unos
útiles los otros para buirlos y abo-
lausa (lector) me dio ¿nimo de po-
la represen tac ion popular de este
ime para acertar de las reglas y
ito Tomás '(Episf-, I, ad Timo., ca-
cujas palabras incluyen, á mi jui-
cialy curioBO de esta materia. »La
;án el filósofo, es compuesta de lo
Bron inventadas al principio, como
m su Poética, porque la intención
ara inducir y mover para adquirir
vitar los vicios*; y da la causa de
endo: «Con las simples representa-
inducen y mueven que con las ra-
en lo admirable, bien representa-
íctación; porque la razón se deleita
ión> (y da el ejemplo).
El que la delectación en los becbos es
en la representación con las pala-
la f&bula; conviene á saber, dicho
'epresenta, y la representación que
a cosa; por lo cnal los antiguos te-
omodadas con algunos casos verda-
as fábulas ocultaban la verdad» (y
TEAIRO POPULAR 15
añade): «Dos cosas, en conclusión, ha de tener la
fábula: esto es, que contenga en sí verdadero sen-
tido y que represente algo útil y que conmueva
aquello con la verdad». Y declárasele todo punto
con estas palabras: «Si se propone fábula que no
puede representar alguna verdad, es sin sustancia
y frustratoria, y la que no representa propiamente,
es inadvertida y necia». Estos soij los rumbos, esta
la carta conque me atreví á navegar el insconstan-
te golfo del pueblo. Preceptos, no con autores pro-
fanos autorizados, sino por uu Doctor Angélico; cu-
yos avisos y reglas he procurado guardar en este
volumen, donde (á mi ver) las representaqiones son
verosímiles y próximas á la verdad y algunas de
ellas verdades, y éstas, nacidas de lo admirable
elegido á tu aprovechamiento, y deseando inducir-
te y moverte á desterrar el vicio y amar la virtud.
Cuanto al adorno, he procurado romper la len-
gua en varias frases; ejecutando cuanto abraza la
Retórica y Oratoria, los Tropos, las Figuras, así
de las sentencias como de las palabras, con la va-
riedad de estilos que enseñan Cicerón, Quintiliano
y los demás autores.
Espero tu censura, no dictada de la malicia, sino
de la corrección sabia; y, agradándote este traba-
jo en que represento lo común del pueblo, te ofrez-
co en otro lo superior, con la imitación trágica,
esto se entiende según Aristóteles, las acciones
graves de los Príncipes dignos del coturno de Só-
focles (como dijo Virgilio), ofreciendo cifrarte un
verdadero y cristiano político, desengañado, pru-
dente y sabio, que, de acuerdo, no hallarás en este
volumen citados á Cornelio Tácito, Justo Lipsio y
LAS NOVELAS
1 . Escarmentar en cabeza ajena»
2. Premiado el amor constante,
3. De las dos hermanas.
4. De la Tiermania (1).
5. Cada U710 hace como quien es,
6. Del médico de Cádiz,
7. Del andrógino, ^
8. De la juventud.
(1) Quiere decir de la gérvianía,
TEATRO POPULAR
INTRODUCCIÓN Á LAS NOVELAS
Ver erat et blando mordervtia frigora sensu, (Era
la primavera, y blandamente se dejaba sentir el
mordaz hielo.)
Galante descripción, en pocas palabras (becba
por Ausonio) del tiempo en que Celio, Fabio y
Montano, tres amigos iguales en cualidad, en cos-
tumbres, en ingenio y aun en la inclinación y letras
(puedo decir), para vacar á mayores cuidados, bu-
yendo el ocio (raiz de los vicios) se juntaban á te-
ner apacibles ratos en el jardín de Celio, donde el
arte emulaba á la naturaleza y la naturaleza al
arte. En los cuadros, competían los colores de las
plantas con la hermosura de los lazos. Fragancia
prestaban al viento los jazmines, las rosas, clave
les y mosquetas, confeccionando suavidad para el
olfato, cuanto belleza para la vista. Enmedio, im-
pelida contra su natural, hurtaba el agua su ejer
cicio á los pájaros, trepando el aire^ y ellos en él
acompañaban, como á instrumento, el dulce mur-
murar de las aguas. Aquí, entre otras, una tarde
dijo Celio, con Horacio:
TEATRO POPULAR 21
visible. No en balde se mueven disputas si hay
tiempo presente, pues lo indivisible no permite ac-
ción humana con existencia; que las nuestras vue
lan con la misma velocidad, todas pretéritas, y el
que más metafísico lo considera, halla sólo que el
presente no es otra cosa que el punto en que ter-
mina el fin de lo pasado y pretende el fin de lo fu •
turo; y entre dos puntos y términos tan juntos, mal
puede caber otro punto real: y aunque os parezca
nueva esta doctrina, la hallaréis en Temistio.
—Lo disputable, quede á las escuelas (añadió
Montano). Y pues ha tantos días que nos convidó,
aun imaginada, la primavera para gozarla, en este
jardín demos principio al entretenimiento concer-
tado, ocupando las tardes en referir cada uno de I
los tres una Novela, explicando el lugar curioso I
que ocasionare la conversación, pues así consegui-
remos el precepto de Horacio, acertando en mez-
clar lo útil con lo deleitoso.
— Aunque los italianos, dijo Celio, con tanto nú-í«^
mero de novelas pudieran excusarnos hacer nuevas
imaginaciones é inquirirnos nuevos sucesos en la
antigüedad, hallamos en los griegos dado principio v
á este género de poemas, cual se ve en la de Teáge-
nes y üartclea^ Leucipo y Clithophonte; y, en nues-
tro vulgar, el Patrañuélo^ las Historien trágicas,
Cervantes y otras muchas.
—Primero que se refiera ninguna (añadió Fabio),
deseo que Celio, como tan versado en todas las
buenas letras que pide la curiosidad, nos dé á en-
tender qué es fábula, quiénes sus inventores, qué
género de fábula es la novela, qué partes requiere
tener y qué preceptos se deban guardar y de qué
TEATRO POPULAR 23
porcionan del principio al fín, siendo de una espe-
cie y naturaleza dice á los Pisones, si les causara
risa. Y pregunta^ como tan docto; pues de la torpe-
za, y fealdad nace el afecto de reir, y de lo hermo-
so lo admirable; y asi Aristóteles enseña que dis-
curriendo por todo, parezca un animal hermoso;
por lo cual, Celio Erodiginio, llama á la fábula ima-
gen de la verdad; y excusando la multitud de di«
visiones que tiene la fábula, unas por sus invento-»
res, como las Esópicas; otras por el fin, como las
Apologéticas; otras poéticas, porque las usaron los
poetas, ó inventándolas, como Hesiodo ú Orfeo.
La división que hace al propósito de este género
que vamos tratando, es la que da Cjslio Rodiginio:
racional, moral y mixta. De estas tres, aunque abra-
zando el ñn y la especie |que toca á la novela es lo
moral, por mirar á aquella alegoría que hace rela-
ción á las costumbres, según la doctrina del mismo
Celio. Las partes de que se compone la fábula ó
novela, según Aristóteles, son: agnición, peripecia
y perturbación; la agnición es aquel desengaño que
se adquiere por el reconocimiento; como si una per-
sona, teniéndose por otra, llega á conocerse en la
verdad de lo que es; la peripecia es aquella súbita
madanza que viene de un caso á otro, no esperada;
la perturbación^ es. aquello confuso que suspende
en la inquietud el ánimo, perturbando el verdade-
ro conocimiento del suceso. La mayor valentía y
primor en la fábula que compone la novela, es mo-
ver á la admiración con suceso dependiente del
caso y la fortuna; mas esto tan próximo á lo vero*
símil, que no haya nada que repugne al crédito;
porque, según el ñlósofo, cuya es toda esta doctri*
24 LUGO Y DÁVILA
na, al poeta no le toca narrar las cosas como ellas
fueron, sino verosímiles á lo que debieron ser.
Cuanto á la duración y límite de la fábula ó
novela (para guardar los preceptos de Aristóteles),
es todo aquel tiempo que se ofrece por varios acci-
dentes, hasta que con existencia se pasa de la incó-
moda fortuna á Ja cómoda, ó de la cómoda á la in-
cómoda; esto es, de la felicidad á la adversidad, ó al
contrario. Y reprueba el filósofo la opinión de los
que pretenden abrazar por una acción todas las que
pertenecen á uno. Esto mismo comprueba Eurípi-
des en las Ifigenias, donde, aunque es una la per-
sona, divide las acciones; y así escribió dos trage-
dias.
Cuanto á la elocución que debe guardarse os re-
mito al 3.° de los Retóricos, de Aristóteles, y á sus
comentadores Alejandro Apbrodisio, Pedro Victo-
rio, Alejandro Piccolomini, y, en sus prosas, al
Cardenal Pedro Bembo, donde hallaréis el modo de
formar las sentencias y los períodos; y cuanto al
formar las figuras, en Cicerón, Quintiliano, Cipria*
no y otros muchos; porque no es lugar este para
dar preceptos, en materia que pide libro aparte y
tan grande como lo escribió el Cavalcante, donde,
si gustáis de mayor latitud, hallaréis lo que desea-
reis: lo que yo advierto es el decoro de las perso-
^ ! ñas, donde tantos han errado, hablando el pastor
como académico ; el plebeyo como consular, y el
zafio como político.
Y por primer precepto, digo que la novela es un
poema regular, fundado en la imitación; porque
toda la poética, según la definió Aristóteles, es imi-
tación de la naturaleza. Lo mismo sintió Horacio,
TBATÍLO POPULAR ^6
escribieado á los de Pisa; qae los pintores y los
poetas, tienen igaal poderío por la imitación. Y de-
seando yo quien hermanase y explicase la defini-
ción de Horacio, que la dio comparativa como
poeta, con la que dio Aristóteles, quiditatiya como
filósofo, pues ambos dicen una misma sentencia,
hallé lo que buscaba en el doctísimo Fray Luis de t/
León, en el segundo de sus comentarios sobre los '
Cantares, cuyas palabras son estas: confieso atre-
vimiento en traducirlas: <íComo la poesía no sea
otra cosa que pintura que habla*. Yéis ahí la defi-
nición de Horacio. Todo su estudio estriba en imi-
tar la naturaleza. Veis ahí la definición de Aristó-
teles. Y añade á mi propósito: «Nuestros poetas,
que escribieron cosas de amores, poco advertidos
á lo cierto, entendiendo para consigo que decían
bien, se apartaron muy lejos del excelente oficio
de poetas. Esto es por donde pretendieron llegarse
á la perfección, se apartaron lejísimos de alcanzar-
la; erx'or que nace de escribir sin saber el arte
con que se escribe; y así acontece 4 los más, por
huir de la culpa, dejarse llevar del vicio, como lo
enseñó Horacio.
De manera que en la imitación está el todo para
acertar. Tal dio á entender Plutarco: De audit,
poe.j diciendo, que se deleita con los peces, que no
son peces y con las carnes que no son carnes. Esto
es, con aquellas imitaciones tan propias que repre-
senten al vivo lo imitado. Y de toda esta doctrina
lo que se saca es que se debe imitar cada persona
que se introduce en la novela, con el decoro y pro-
piedad que le pertenece; hablando el sabio como
sabio, el ignorante como ignorante, el viejo como
viejo, el mozo como mozo, sin exceder los liíaítds
de BU talento j ocamodindose al corriente de sos
frases y palabras; y si quisiereis perfeccion&r con.
más arte estos preceptos, leed todo el segnndo li-
bro de loa retóricos de Aristóteles, donde, como en
retrato, os pone la variedad de afectos y costum-
bres de los que habéis de imitar, y para la práctica,
harto oa dará el Boccaccio en aa Fíamela y ea el
Secaraerán de sas novelas.
El hn que tienen estos poemas^ como ya apun-
té, es poner á los ojos del entendimiento un es-
pejo en que hacen reflexión los suoesoa humanos;
para que el homhre, de la suerte que en el cristal
se compone á sí, mirándose en los varios casos que
abrazan y representan las novelas, compong^a sus
acciones, imitando lo bueno y huyendo lo malo. La
utilidad que, escritas con este acuerdo, tienen este
género de fábclaa, muestran bien Plutarco, Celio
üodigino, Platón y Dionisio Halicarnasio, dicien-
do: unas tienen consuelo de las humanas calami-
dades; otras destierran de nosotros las perturba-
ciones y terrores del ánimo; otra^ destruyen las
opiniones poco honestas, y otras fueron inventa-
das á causa de otras utilidades; porque, según San
Ambrosio, la fábula, aunque no tiene fuerza de
verdad, tiene la razón; y en las nuestras, no sólo
hemos de contentarnos con lo alegórico y moral,
sinj que hemos de mirar también á la sentencia;
pues como enseña el Filósofo maniñesto es de eS'
tas aooiones ser dos las causas: la sentencia y las
oostumbres: éstas, para el adorno del suceso, y
aquéllas para el adorno de la elocución, y no con
menoeaprjvechamiento. Aloque juzgo, pues, déla
hubéiB leído los pi'eoiiptos q^ue pidió Fftbio: yo oa
confieso por notario, el arte que se requiere saber
para escribir novelas; y asi, desde mañana, demos
principio á lo tratado, que será á mi joicio átil y
apacible eotretenimiento y que le podrá inmorta-
lizar la estampa. Lo que de mi parte os pido, es
que ae varien los asuntos y el lenguaje janto con
el adorno de las letras humanas; de saerte, qae no
todo sea. para loa doctos ni todo para loa vulgares,
ni todo entre estos dos extremos; asi lo concedie-
ron Celio y Fabio, ejecutando lo prometido.
NOVELA PRIMERA
Escarmentar en cabeza ajena.
Enseña cómo los sabios saben tolerar los casos
de la fortuna; esto se entieade, aquellas cosas que
dependen de la disposición de los sucesos, oculto el
gobierno de ellos al conocimiento humano; porque
no hay caso ni fortuna; que todo está debajo de la
divina Providencia, y así se han de entender estas
voces, «caso y fortuna» cuando se usaren. Enseña
asimismo cómo por dejarse llevar de la demasiada
curiosidad se da en el riesgo y pierden las ocasio-
nes, y cuánto vale á los cuerdos el escarmiento de
las aje ñas desdichas.
Los varios accidentes en los sucesos del vivir
humano dieron motivo á los tres amigos, Fabio,
Montano y Celio para cons^iderar la verdadera sen-
tencia que en sí encierra este proverbio, tantas
veces experimentado en el mundo, casi desde sus
principios que, á no temer fastidiar al ánimo del
lector con ejemplos, á manos llenas me los ofre-
cen las historias. i
i
aderaba Fabio el nao de loa proTorbios en tO'
ae naciones y lenguas, casi tan antiguos eomo
veíalos usados coa tanta frecuencia en las
las letras, que pudo el docto P. Uartin del Río
dos Tolúmenea no pequeños de aquellos solos
le hallan en la BMia; discortía en la enseflan-
e de ellos puede sacarse, así en la filosofía íao-
no en la natural. Acordábase del Comenda-
.ego y oti-os, ocupados en recogerlos y eacri-
¿Itimamente, reconocía su certeza, dando
azón que los adagios ó refranes no son otra
qae una sentencia nacida de la verdad y con
:periencia comprobada, y así concluyó dicien-
■Mis despierta lengua, mayor elocuencia y
delgada pluma que la mía, pide la expUea-
del proverbio qae hoy ha dado motrvo par»
tra conversación; pues cuaadono tuvitt« boíb
^edad y autoridad qae haberle r^erido Pla-
D en la vida de Timoleonte, bastaba.
Siekoto d quien It haem
lot ajeno$ peligrot advertido.
d si se le pondera bien, añadiendo voz de f«li-
1 al que guarda nuestro proverbio; y, supusato
L Toí me toca referir la novela de hoy, á pxopó-
ie lo que se tratare, ya parece que ma está Ua-
lo un caso de nnestroe tiempos, que, mi mi ^i-
, tiene de novedad y gusto y, sobre todo, nos
lira cu¿n provechoso es en oualquier fi;¿neio
NOV£LA PRIMERA 3L
1%^
^^r '
BSOiRMSNTAB EN CABEZA AJENA
l\o levantaré la voz á la cumbre; no colocaré
mi novela en las superiores, que eso remitiqaos á
Celio, á quien tenemos por maestro; y cuando le
toque el referir la suya, no le perdonamos la ex-
plicación de las diñcultades, ni lo secreto de la
curiosidad, puntos y cuestiones de la Filosofía y
lo que abrazan las ciencias circulares y de la re-
tórica, oratoria, poética, económica y las demás
que le vinieren á las manos.
— Basta, basta (dijo Celio); que visita la
sanare el rostro y creo que de la lisonja pasáis á
la murmuración. Bien me conozco; y por no daros
disgusto semejante, dejo de referiros encareci-
das alabanzas; sólo advierto, ya que gustáis que
os dé preceptos en todo, que si algunas senten-
cias ó lugares se trajeren, vayan traducidas en
nuestro vulgar, de tal suerte, que pueda correr
la contextura de modo que no estorbe la inteli-
gencia y el lenguaje.
— Observando estos preceptos (dijo Fabio),
prosigo.
En Sevilla, ciudad acomodada, por la variedad
de gentes que en si encierra, para que la fortu-
na halle en qué tropezar, ejecutando con los
hombres su poderío ó jugando con ellos, pues,
ísofo, el hombre es el jnego de la
os caballeros mozos, galanes en-
endientes al casamiento de nna
, y discreta , y, sobre todo, con
I de hacienda, que es el mayor
ás perfecciona les partes en qae
naturaleza, annque en do&a Bea-
. el nombre de esta dama, antes
d, concediendo belleza al cuerpo
entes para que mejor obrase el
, disposición de él, aunqne accí-
más Ó menos perfección á ella,
riqtteza & la hermosura y la her-
iieza, y á lo uno y á lo otro servia
adable, para el deseo de los pre-
0 tener ya madre doña Beatriz;
le barro, &., dijo el castellano.
1 y viejo, que no era lo menoa
^a la expectativa está introduci-
dote; díganlo más de cuatro que
pentidos de haberse casado con
dotada de futuros contingentes.
i bien me acuerdo, su padre de la
in Alvarado; persona que habla
queza en un gobierno de India,
Tcaderías y empleando eituados;
r introducida y acostumbrada, la
upulosa; que sí bien lo confiesan
usan que es como las colaciones
rieron en él los inventores y á los
NOVELA PRIMERA 33
demás quita ^1 riesgo y asegura la conciencia la
costumbre. En este modo de acarrear acrecenta-
miento se enriqueció, como digo, nuestro capi-
tán. T aunque las inclinaciones de viejo (como
enseña el filósofo) le hacían codicioso y avarien-
to, no era la menor causa de estos efectos el ser
indiano, que los tales tienen hecha naturaleza
la miseria; pero con toda la que tenía permitía
galas y joyas á su hija, y para éstas no limitaba
el gasto, diciendo que por tener plata y oro labra-
do en vajillas, cadenas, sortijas y otras joyas,
no era costoso en los hombres que tienen antes
estremado camino de atesorar, haciendo que en
un saco entren honra y provecho.
Traía coche de dos caballos que, hecha la cuen-
ta y supuesta la prevención del gasto en tiem-
po y con dinero adelantado, ahorraba una gran
suma de salarios y raciones de criados, que excu-
saba con «pon el coche», palabra breve y com-
pendiosa. Sólo en la mesa descubría su limita-
ción,' dando por disculpa el proverbio «Come
poco», etc.
Andaba siempre al lado de su hija; en su com-
pañía gozaba las fiestas y entretenimientos; con
ella salía á la Alameda, al Arenal y al Campo
de Tablada, y tal vez en un barco enramado ba-
jaba por el río hasta las huertas de San Juan de
Alfarache, agradable principio al motivo de Ma-
teo Alemán.
£n esta estación y en todas las que hacía doña
TEATRO POPULAR 3
los que más la segalan, los qn« más
an mostrarse eran don Félix y don
9, fundamento de nuestro anceso. Kepa-
ama de los dos competidores en laa fine-
Íes corporales de don Félix, perfeccio-
1 diligencias de amante yfavorecidas do
superior inclinación. El capitán Alvara-
m más lugar permitía y menos estorba-
don Femando, á causa do ser hijo úni-
> de los hombres más acreditados y más
iquella cindad, también indiano y gnar-
3 con ánimo de que no le faltasen á don
) galas y dinero con que pre ten diese
ir el matrimonio de doña Beatriz, á que
por su partr" Marco Antonio (que este
mbre del padre de don Fernando) pro-
ana grande amistad con el capitán y
descubiertamente qne trabasen, con el
ito de sus hijos, parontesco.
Beatriz lo estorbaba, procurando fuese
s su marido; á que no ayudaba poco
ez, tina dueña que la habla criado desde
;ros días, persona de antojos pendientes
eza, y en el alma cuentas largas, y qne
ortas las que tenia con don Félix. Amor-
aía el cuerpo en cumplidisiOias tocas;
en lo exterior osaba mortificaciones,
arga la buena dueña, y de las que entre
la y Ave María, cogen vuelo y cuentan
Etna, con más palabra^ que ciego que
NOVELA PRIMERA 85
Tende coplas: era, sobre todo, ^ran retórica na-
tural y que en mover afectos padiera ganársela
Á un pobre portugués criado en Italia y trasplan-
tado á la Corte de Castilla. Entendía su poquito
'del lucro cesante y daño emergente, y tenía su co-
rrespondencia con cierto corredor de lonja, dies-
tro en el arte de hacer que no se consuma una
mercadería en ciento y cincuenta ventas; causa
^ue la buena Hernández fuese algo añcionada al
dinero y granillo de la ganancia, si bien la dis-
<^ulpaba^na hija que tenía para remendar, digo,
para remediar, que así llaman el casarse. Últi-
mamente, Hernández era dueña (extraña gente);
y, aunque haga alguna digresión á nuestro cuen-
to, no puedo dejar de referiros uno que me viene
á la memoria que caliñca lo que son éstas. ^
Casábase un señor de estos reinos y encargó á
un amigo que le pusiese la casa de todos los cria-
■dos que le pareciesen á propósito. Disponíalo el
comisario con el cuidado que era menester; y,
cuando llegó á recibir dueñas, no se atrevió por
si solo á cosa tan peligrosa sin consultarlo con
su amigo, á quien escribió un papel en que le de-
soía que, entre otras, había hallado una muy hon-
rada mujer; pero que era tuerta y algo sorda, y
que cojeaba y, sobre todo, de pesadísima condi-
<}ión; á que respondió el señor amigo: «Recibidla
luego, que por fe de caballero que en mi vida vi
dueña con menos tachas. « '
Muchas cosas pudiera deciros de las diabólicas
)ñ«8cas; pero no me atrevo á engolodi-
luerte qu« olvidemos & don feliz, gne
á Harnindez en bu favor, valiéndoae
«Dádivas quebrautan peñas>; con que
n de BU mano, que no había instante
¡ese Á )a memoria de suAma la gallar-
ahijado, la liberalidad, el agrado, la
y el aplauso que le daba toda la ciu-
)r las partes de sn persona, como las
por su nobleza, que rsi no tan eíco
mpetidor, m&s conocida bu calidad y
.te hacienda para poder vivir y pasar,
lobernarse cuerdo, que lo era mucho y
iitendido; que esto solo pudiera bas-
arceros, para competir sin miedo con
ndo, que si bien era bachiller eu decir
lientos, faltábale prudencia y era de-
bute fácil en persuadirse é. gozar de-ea
.n reparar en inconvenientes; que no
lengiia la verdadera discreción y pru-
n los dos caballeros de día y de noche
su dama; y en particular, no la [H:inci-
onde caían los ventanas del cuarto de
riz y una puerta falsa correspondiente
n. La soledad de esta calle la haeía
lósito para los amantes, así porqu« la
la poca gente, como por no haber en
sgistro que el del doctor Ranjolo (que
nombre) y Celia bu mujer.
NOVELA PRIMERA 87
Era Celia de bizarro talle y de las que tienen
aquello que llaiaa el Y\xlgOff€trabato^ conque a&rió
á muchos y, entre ello», á don Fernando, que
con ]os ordinarios- paseos y viéndose mettosíf a vo«
recido que su competidor, procuró > divertir los
amores de doña Beatriz con los dó Celia-. Usó de
billetes y tercerías; sacó poco fruto; que había
pasado Celia ea la Corte el aüo del noviciado y,
como madrigada, rehusó toda» ostentación y rui-
do, reduciendo á sí sola toda^s las negoei aciones.
Asi lo dio á entender á don Femando, que ha-
biendo conocido el camino, cumpliendo el gusto
de Celia> alcanzó el suyo con tan grande recato,
que 4 las criadas y á las sospechas estaba secro'
to« Las señas conque se entendían, el modo con-
que se avisaban, las trazas conque se veían fue-
ra» alargar demasiado el referirlo: corra la imagi*-
nación por las mayores agudezas, que aún andará
corta.
Don Félix, como más perseverante, en nada
se divertía; todos sus sentidos ocupaba en su
doña Beatriz; las noches y los días todos se de-
dicaban á 1» pretensión del buen suceso de sus
amores, a(jrudando á ello valientemente Hernán-
dez, quien, de cuando en cuando, servía de des-
pertador al dar de don Félix; el cual trabó amis-
tad'estrecha con el doctor Ranjelo, así por regis-
tre forzoso, como por conocer en él superior
ingenio y extremado gusto y desenfado para
todiis> cosas.
Un día, pues, entra otros, dedicado por la
saerte para determinar el ña del caaamientOr
pretendido por don Félix y don Femando, el
capitán Alvarado trazó ana fiesta & su hija ea
las huertas de Alfarache, couvidando & Marco
Antonio y acordando con él que don Fernando,
en hijo, se hallase en ella, coma acaso á los úl-
' timos limites del día. Kízose el concierto; sápol»
don Félix, por medio de Hernández; fuese ¿ la
huerta donde habla de ser la holgura y, á fuerza
de interés y mafia, hurtó el oficio & un mozo del
jardinero, y en su lugar, como que suplía por ¿1,
alcanzó introducirse á la vista de sa dama, dis-
frazado de labrador; dando á entender al raAii-
cebo que le importaba, para guardarse de cierto
riesgo, estar allí aquel día, sin que supiese sa
amo la causa, haciéndole creer, como fué fácil,
que por no estar bueno el mozo de lu huerta, para
que no faltase quien acudiese en ocasión tan for-
zosa, le habla traído en su lugar. Supo fingir don
Félix extremadamente; aguardó á su dama qns
vino á desembarcar cuando el sol pudo hallarse
á verla, tan hermosa que, á valer lisonjas poéti-
cas, se hallara de ésta más prendado que de la
que se convirtió en laurel.
Estaba la huerta que podía acrecentar la vida
y el deleite; los naranjas, cubiertos de azahar,
ofrecían á un tiempo regalo á los dos sentidos,
vista y olfato; las flores, mezclando su fragan-
cia, transformaban el rocío en agua de ángeles;
NOVELA PRIMB&A 39
los pajarillos que habitaban en aquellas frescu-
ras, no daban de su parte menos agrado, dando
al viento las alas y las voces.
Apenas desampararon el barco, el capitán Al- '
varado, Marco Antonio, doña Beatriz, Hernán-
dez y un pajecillo, que no trajeron más gente
(por tener dispuesta la comida un cocinero del
capitán), cuando el hortelano salió al encuentro
con unos ramilletes, despojos de lo más precioso
que ofreció la primavera á los jardines. Recibié-
ronlos y estimaron el cuidado todos, y, en agra-
decimiento, doña Beatriz dio al jardinero una
sortija, si no de precio, de primor la hechura.
Pasaron á la casa, que estaba compuesta de ño-
res y hierbas, puestas con tal correspondencia^
que se lucía en ellas más ingenio que el del jardi-
nero; porque don Félix, á quien el amor (grande
artífice) enseñaba , mostré que para todo le ha-
bía concedido gracia el cielo. Quedáronse á poco
rato los viejos tratando muchas y varias mate-
ria^ de estado, plática dulce en los de sus años
y profesión; y doña Beatriz y Hernández, dejan-
do al pajecillo de guarda para que les avisase al
tiempo que fuese á propósito, comenzaron á dis-
currir por la huerta, yendo con particular acuer-
do desviándose de la casa, y guiando Hernández
á donde vio á don Félix, que como embebecido
(aunque cuidadoso) estaba cortando unas flores
de que formaba una guirnalda, dedicada al ídolo
de su deseo. Llegaron, pues, la dama y dueña,
NOVELA PRIMERA 41
de, tardo ó nunca se cobra? ; Animo, reina!, que
su criada soy, y con amor de madre, y no tan
lerda que no tenga mirados todos los inconve-
nientes; bien puede satisfacer la experiencia que
tiene de mí en tantos años de comunicación. En
estas manos nació; mis pechos la di; yo la ense-
ñó los primeros movimientos y las primeras pa-
labras; pues ¿por qué no me da crédito? ¿esa es
la confianza que tan bien fundada puede tener en
lo que la quiero?
— ;Ay, Hernández! (respondió la doncella): no
se espante, que tengo honor y no soy de las que
con las ocasiones han perdido el miedo.
— No me espanto yo (replicó la dueña); que
bien sé su virtud; mas ¡linda cosa es ser las mu-
jeres para todo!
A esto, atrepellando temores, llegó don Félix;
y, componiendo los semblantes, la dueña y la
dama le aguardaron; y él, con la guirnalda que
había tejido, dijo así:
— Ya que el hábito, mi señora, puede propia-
mente mostrar lo poco que valgo, á lo menos el
ánimo se juzgue por el más generoso que se en-
cierra en mortal cuerpo; pues dejando las cria-
turas que muestran en todo ser humanas, me
atrevo á la que casi confieso por divina; que á
no tener conocimiento de cristiano, aras levan-
tara y dedicara templos á tal belleza. Yo, pues,
soy don Félix, villano en lo exterior y noble en
los pensamientos; que los calificó el amor con tan
mpleo. ¡Ay, señora, y quién pudiera
1 corazón por las palabras, que cierto
star de que moviera la causa de mis
¿Es posible de que me hallo en ocasión
. & solas me concede estos bienes la for-
posible que haya capacidad en mí para
uta gloria que puedan estas rústicas
■everse á formar una guirnalda que si
aefiora, sírra en tan alto lugar como
abezaP 8í, que no es sueño; verdad es,
¿coltosa al crédito.
, doña Beatriz; y Hernández, que la
le el amante se alargaba, atajó la plá-
> la guirnalda de mano de don Félix;
la cabeza de la dama; entabló el juego,
irincipio Á los lances, guió los que le
1 en provecho del galán. Fué perdiendo
a el miedo; gusbó de oir á don Félix, y
sa de razones, conquistó el si, tan de-
doña Beatriz; y ella prometió que la
niente á la de aquel día, por la puerta
jardín, á las doce de la noche, Hernán-
lardaría para entrarle en su aposento,
isando á su padre que estaban juntos,
se había podido alcanzar por negocía-
haría por necesidad,
base don Félix de su dicha; ponderaba
i; hacia largas ofertas; prometía eterno
liento, y deseaba se apresurase el tiem-
ataba el ñu de sus esperanzas. La due-
NOV£LA PRIMERA 43
ña, como maestra del arte, para qne cobrase
nuevo aliento eatre los amantes metía el mon-
tante de la astucia de cuando en cuando , perfec»
clonando las heridas y dando cumplido efecto 4
las tretas que se ofrecían en favor de don Fé*
lix. Despidiéronse los dos amantes con ternezas
en los afectos y en la vista; porque ya el sol,
desde lo m&s alto del cielo, arrojaba rayos dere-
chos á la tierra. Avisó el paje con señas que los
viejos llamaban; f uéronse las dos, dejando á don
Félix alegre con los gustos que representaba el
amor en la fantasía; y, en tanto que la comida
duraba, se retiró con su hortelano donde los re-
galaron de la mesa.
Acabada esta obra forzosa y ordinaria, los
viejos se entregaron al sueño, obligados de la
evaporación que envía el mantenimiento al cere-*
bro;por lo cual Aristóteles llamó al sueño «pasión
natural y lazo de los sentidos» . Doña Beatriz y
Hernández, viendo á los ancianos hechos ima-
gen de la muerte, dejando el paje de guarda, sa-
lieron de la huerta, hallando á pocos pasos á
don Félix que esperaba. Las razones que pasa-
ron en esta segunda vista, las trazas de la vie-
ja, para que el concierto hecho quedase ratifica-
do, fueron tales que se niegan á la pluma.
En tanto, don Fernando, á quien el amor
abrasaba más que el rigor de la siesta, en un
barco adornado de ramos, defensa contra el sol
llegó á la huerta y, desembarcando solo, dejan-
NOVELA PRIMERA 46
aguas ahora se mira, parece que presta , no sólo
deleite á los sentidos, más al alma; y ahora veo
y «con la experieAcia toco lo que tantas veees he
oido predicar en los pulpitos; que la belleza de
las criaturas, Süanifiesta su criador. Mire, mi
a^ora, qué üorecillas tan graciosas nacen por
efita parte q^^ie se vierten las aguas con tan vi-
vos colores y tan diferentes, que en valde los
pintores se. pueden atrever á retratarlas, y me-
nos nosotras con las sedas y rebotines. Mas, ¡ay
Píos! (dijo levantándose), ^ué gente es aquella?
;ikh, buen hombre! (volviéndose á don Félix)^
llamad un paje que está á la puerta de la casa;
corred á prisa; haced qué despierte al Capitán
mi se^r. ¡Hiola, hola! ¿Qué es esto? ¿dónde está
el hortelano? ,¿qné hombre galán es aquél? ¿para
esto se da el dinero? De esto sirvió la preven-
ción.
Don Félix, que entendió el artificioso hablar
de 5erja>ández y que así levantando la voz habia
desmentido las sospechas qae pudieimn tenerlos
que venían y nc^gociado sin alboroto el remedio,
dejando la plática corrió -á llamar á la gente; y
el hortelano,. qme se vio en peligro, fué tras de
don Félix, y alcanzándole, procuFÓ detenerle,
con decirle quién era el que había entrado; aviso
qibe apresuró 9on la espuela de los celos, al ga-
lán, para qne hiciese ruido que despertase .los
viejos y estorbase su compotidor, que llegó en
tanto dondse estaban ^do&a Beatriz y Hernández
lo aplacarlas & faerza d« razones,
esto, se&orsB? Hombre Boy y no fie-
I á quien el amor permite tan licito
; mas yo conozco la cortedad de mi
un rústico merecía estar favorecido
gozando de tanto bien, y yo espan-
lar voces; yo altero. No creí qne me^
i-olantad y mi deseo castigo por lo
garse digno de premio, que no vent-
ar sino & servir. Licencia traigo del
n, y cuando no, amor padiera dis-
Jesús, señor don Fernando! (respon-
Bantiguándose); perdone v. m., gne
Ito es justo al recato que ae debe te-
aquí mi eefiora. ¡Ay, amores!; vael-
'ámenos, qne ya es tiempo, y habri
padre. ¡Ay Dios, y qué me dirá si ve
ro! Según conozco de sn condición,
< es traza mfa.V. m., sefior don Fer-
quien es y por lo que debe & caba-
lga merced de irse antea de agaamos
itntcnto qne no sabemoa cuándo ten-
3. Ea, vayase ó quédese, qao oigo
imo, geilor, suplico yo í v. m. (dijo
iz); y con -esto se. fueron acercando á
'ornando, viendo que no podía & rué-
NOVELA PBiMERA 47
gos ni mañas aquietarlas ni detenerlas, hubo de
tomar, por último partido, despedirse, pidiendo
se callasen haberle visto. Prometiéronlo la dama
y la dueña; dieron voces al hortelano, que puso
en breve á don Fernando fuera de la huerta, de
qne no se alegró poco don Félix, que también
quisiera hallar causa á propósito para hacer lo
mismo, temeroso de que le había de conocer don
Fernando ó los viejos, sin poderlo disimular ( 1
traje; y así, volviendo á trabar plática con el jar-
dinero, de quien entendió que había tratado ven-
der la sortija á don Fernando, de una en otra
palabra le llevó hacia otra puerta de la huerta ,
que salia al campo; allí, con engaño, le pidió la
sortija para verla, y habiéndosela dado el hor-
telano inocente, don Félix, malicioso, abrió la
puerta, salió por ella y fuese alejando, hasta que
le pareció estar seguro; entonces, sacando un
pistolete y poniéndosele al villano á los pechos,
le amedrentó de suerte que pudo escaparse an-
tes que diese voces y llamase gente; pues cuan-
do á ellas llegaron los viejos, el cocinero y el
otro mozo de la huerta, ya don Félix estaba en
salvo.
Volvieron admirados todos del atrevimiento
de aquel hombre á quien llamaban ladrón; hicie-
ron mirar si faltaba alguna. pi^»> ^^ ^^.^^^'^ 7^'
liáronlas cabalesy eon' que bóIo el ^^^^^^""^^^ ¡^l
raba su riesgo y su sortija, eoJiando la cu pa
su mozo, que le había introducido tal persona.
48 LUGO Y DÁVILA
Hernández no fué la postrera (aunque sabedora
de la verdad) en hacer extremos y esclamaciones
diciendo:
— Miren lo que hay en el mundo, y cómo se
echaba de ver en la traza aquel bellaconazo que
no era labrador ni hortelano, porque tenia muy
blancas las manos y la cara, y talle á lo esca-
rramanado; y aquel decir lo de «Dios es Cris-
to», y el artificio en el hablar y entremeterse,
bien mostraba que debajo de aquel sayal había
algo. Cierto, señores, que les quise decir mil ve-
ces que no tenia buen concepto de aquel hombre.
— ¿Ha visto, Hernández, y cómo se nos lle-
gaba?, dijo Doña Beatriz.
— Por robar alguna joya sería, respondió Her-
nández. Y el capitán, sacando fuerzas de la fla-
queza de su condición, compensó al hortelano la
pérdida de su sortija; y, ofreciendo su parte Mar-
co Antonio, divirtió la plática, á que dio fin una
regalada voz que á la harmonía de una lirs;, ex-
celente instrumento, pronunció estos versos, que
pienso son los primaros madrigales que con la
imitación de los italianos, se escribieron en nues-
tra lengua:
Fugitivas corrientes
Del padre Betis, candaloso río,
Si á los pies de mi Laura
Os viéredes presentes,
No seáis en besarlos perezosas,
Ni el mezclarse en vosotras llanto mío
Os haga temerosas.
NÓTELA PRIMERA 49
Séaos ejemplo Laura
(¡Oh noble atrevimiento!)
Con mis suspiros, presta ¿ Laura aliento.
Saspendió la dalzura del canto y el sonido
blando de las cnerdas con el arco heridas, asi á
los ancianos como á doña Beatriz y los demás,
annqne Hernández conoció en la voz ser Heredia,
el primero qne en España deleitó los oidos con el
superior instrumento de la lira, no conocido has-
ta entonces en estos reinos. Y así por esto como
por lo sucedido con don Fernando, discurrió la
dueña ser él causa de oirse aquellos versos.
Mandó el capitán abrir la huerta, porque
Marco Antonio dio aviso que, según las señas de
su hijo, venía á dar aumento á la fiesta con traer-
les tan regalada voz que, en tanto que el horte-
lano obedecía, se oyó asi:
Anhelante deseo,
Tanto caido, cuanto levantado,
Aspira á las estrellas,
Cuéntale al mismo Apolo mis querellas;
Pues como yo me veo,
El se vio de su Dafne desdeñado.
Con flecha noble amor rompió su pecho,
Ensayo para el tiro qué en mi ha hecho,
Hirió con plomo vil Ja Ninfa hermosa.
Huyó y buscó su muerte presurosa.
Laura advierte de amor el sabio intento
Que temprano previuo el escarmiento.
La repetición del último verso hacía Heredia,
cuando Marco Antonio y el capitán vieron á don
TEATRO POPULAR 4:
lo saltar del barco, tan galán qae pudie-
)nar ¿nimo máe desapasionado que eeta-
doña Beatriz entoncee. BíScibiéronle con
los viejas, celebrando la prerención de
nbarcóse Heredia y, trae breves preám-
e fueron í la fneate donde gozó don Fé-
Favores y donde procuró conquistar alga-
Fernando, alcanzó los que doña Beatriz
negar á la cortesía. Pasaron las últimas
3 la tarde gastosas, cenaron juntos rega-
abundante; y, porque ya el día era or»-
, se volvieron á embarcar todos juntos,
o el rio, con herir los remos laa aguas,
idamente, que casi eran otro instrumento,
trecho habían navegado coando deacn-
una falda, y en ella, en la proa de ella,
Uero en pie, dando al aire plumas y acre-
o al cielo arreboles ó hurtándoles el
un vestido de tela de plata encarnada,
todos la vista deleitándola; y porque no
tse su parte á los oídos, de tres acordadas
nviadoa fueron estos versos, que bacán &
mítación á otros de Torcaato Tasso:
nfinita hermosura,
inita habéis hecho mi ventora.
imiqaa ha sido finita mi eaperanEft,
aria infinita alcania.
Inito ea el bien que ja, poaso,
deseo iufinito mi deseo.
NOVELA PRIMERA 61
Los versos y la persona de don Félix conoció
doña Beatriz á nn tiempo, admirándose de la
presteza con que había llegado y con tanta pre-
vención, qne pudo alcanzar dos fines, siendo la
acción una; éstos fueron desterrar el sobresalto
y temor de la dama y la sospecha de que hubie-
se sido el ladrón de la sortija.
Abordaron el barco y la falúa, saludándose
con agrado y celebrando el capitán y su cuadri-
lla las voces que traía en la suya don Félix,
que repondió:
— No en valde pueden hacerse admiraciones,
pues los que hoy acompaño, son tres que cada uno
tiene dado honor á nuestra nación y llenas las
estran jeras de envidia y fama.
— ¿Quién son, por vida mía, señor don Félix?,
preguntó el capitán.
— ^El Racionero Cortés, López Maldonado y
don Francisco Muñoz (dijo D. Félix); que sólo
me faltaba Heredia y su lira.
— No falta (replicó el capitán), que aquí viene
en nuestra compañía.
A esto, mostrándose á bordo, se hablaron los
cuatro amigos, émulos de Anfión y Orfeo : fué
común la alegría , y excusando ruegos y cere-
monias, que los músicos alquilones han intro-
ducido por preámbulo de su canto, á gusto de
don Félix, cantaron este soneto:
m
¡Oh tiempol tú que á no volver volando
Con movimiento regtdar te mueves,
leca las horaa en miiintos breves,
tado vaelo tn correr forniaado.
'igero al pensamiento ve emnlando,
eatra veloE, que í compatlr te strevea,
:^ue mis penas con su curso llevas,
1 glorias con tu cnrao acelerando
L;I ai lee fuera dado & los mortales
no dentro de si, que obrar pndiera '
lemente imaginar hasta en el cielo:
[oviera yo los orbes celestialei;
s prestara, al sol en sn carrera;
«tara asf reposo á mi desvelo.
:eato3 de lae voces que, deseoso de go-
llevaba el aire; la harmonía de la lira,
lerdas, poderosas á mover afectos en las
[ieron vida á los versos, de suerte qae,
o rato, casi impresos estuvieron en las
,s de loa 03'entes y más en doña Beatriz,
itraba el artificio con que se dijeron en
ion, ponderando que á veces los poetas
lÓsticoB de los BuceBDB.
00 deseaba Hernández saber el qne con
evedad Je ofreció á don Félix comodida-
). Preguntóle curiosa y advertida y sa-
i deseo el galán en breves razones, di-
que desde la huerta vino á pie & Triana,
de un amigo, á quien había encomendado
1 música; y, hallándole prevenido para
mudando aquel traje, ocupó la falúa en
tan feliz negocio.
túvola hasta la Torre del Oro la música
NOVELA P&IMSRA 58
y la plática bastantes á. engañar el tiempo, de
manera que, con haber dilatado el movimiento
de los remos, llegaron, al juicio de todos, con
demasiada presteza; pisaron la tierra y deshicie-
ron las camaradas entrando en un coche doña
Beatriz, el Capitán y Hernández, y en otro Mar-
co Antonio, Heredia y don Fernando, y retirán-r
dose á Triana don Félix y sus músicos^ en casa
de sn amigo, donde cenaron aquella noche.
La venidera, en quien la suerte había dedica-
do el último de sus lances, asi en estos como en
otros amores, llegó al paso de los cielos, que no
es poco veloz y ellos parece que de su parte ayu-
daron, escaseando luces. La luna, por hallarse
cerca del sol, no se mostraba á los mortales; las
estrellas no dejaban verse con un denso nublado
que las servia de velo.
Todos los luminares parece se habían escon-
dido de industria ó avergonzados en ayudar (si
es lícito decirse) con sus influencias á la fortuna:
que así lo sintieron el Dante y comentándole
Landino y Vellutelo, pues todos concluyen que
la fortuna no es otra cosa que los varios influjos
de los cielos, ocultos siempre á nosotros.
Vino don Félix, cubierto con la negra capa
de tan oscura noche, al puesto señalado de la
puerta falsa del jardín de su dama, apresurado .
del deseo, que es la más viva espuela; vino tam-
bién más temprano que pedía su dicha, aunque
no sn suerte. Paseó la calle entretanto con las
NOVELA PRIMERA 55
tro y dio tal respuesta de cuchilladas, que, con
mostrar mucha valentía el contrario, le hizo re-
tirar, la calle arriba. En tanto que duraba el
ruido, el galán que estaba con Celia oyéndole (á
sus ruegos) volvió á salir; y, viendo que los dos
que se acuchillaban iban á la parte alta de la.
calle, bajó á buen paso por ella dejando en su re-
friega á los que la tenían; amigo de su comodi-
dad más que de riesgo: qae en Sevilla, por que-
rer poner paz, se han visto desdichas grandes.
En el discurso de la pendencia, ya en la voz,
ya en los movimientos, se conocieron don Félix
y el doctor Ranjelo. Gono<idos, se pararon con
igual admiración; y don Eélix, como más en sí,
preguntó á su amigo qué le movió á embestirle
oon tanta determinación de matarle.
-*No os espante (respondió Ranjelo), que el
honor presta aceleración y ánimo á las acciones
de la venganza. Sé que estoy ofendido en la par-
te de mayor estimación, que es la honra; sé que
mi mujer no me es leal y, entendiendo ser vos el
agresor, no me permitió la cólera dilatar más
querer satisfacerme. Y asi, amigo, pues quiso
mi fortuna que os halle á tal punto que no me
permite mi pena callarla, volvamos á mi casa,
donde según la relación de estar ya mi ofensa
en ella, allí, con vuestra ayuda, ya que en los
principios parece que erré el golpe á mi ven-
ganza, la haré perfecta; si bien no puedo dejar
de preguntaros qué os movió á estar escuchando
por las juntaras de mis puertas, qne
a) y aun viéndolo, me tiene cnidado-
eo; pues aunque sé la ofensa, qo el
I me la hace.
) admira (respondió don Félix) tan
rasión; saque fuera de sí al hombre
i; y para satisfaceros, sólo os traigo &
que soy don Félix y vuestro amigo, y
, causa me hizo llegar á vuestra puer-
oí abrirla, tras ver entrar por ella un
apenas llegué, cuando una mujer le
s, como amante, por haberse tardado
stando el du^o de la casa qne pudie-
lo, fuera de la ciudad.
aguardamos? (volvió á decir Banje-
:óae mi deshonra; echó el resto mi
ramos, amigo, vamos, qne para lasad-
p es el ampara de los que verdadera-
Lx, viendo el embarazo de tiempo que
iBultarle, arrepentido de haberle irri-
iró divertir al doctor, preguntándole
¡una criada de sospecha,
ino leal (respondió Banjelo); porque
e una doncella, hija de gente bien
le tengo para que sirva ¿ Celia, me
ifiado avisándome de todo lo que paea.
,rá seis días, que mi traidora mujer, .
on el instrumento de mi infamia (esta
oyó entrándose mañosamente en sn
ÓBe Celia (que ya se había yaelto &
y tomando nn manteo se paso ¿ la puer-
a,paeento, cuando ya Ranjelo Bnbió la
dejando por guarda de la puerta de la
in Félix. Y entonces Celia, haciéndose
litada, decía:
üe mil ¿Qa¿ puede ser la cansa de que
doctor con tanta prisa? ¿es falta de sa-
ta estoy. ¡Hola!, ¿no sube? ¡ Ay triste de
Bs de ¿I?
me ves, traidora (dijo Ranjelo), para
a y aun dos vidas que han dado muer-
mayor estimación que yo tengo — . Y
leí brazo á Celia, prosiguió : — ¿Para
traidora, afectos fingidos? ¿para qué
I? Ya uo es tiempo sino de poneros con
eolarar luego donde está el adúltero;
n de valer lágrimas ni ruegos: yo le vi
r mis ojos y yo le buscaré.
|ue en lo exterior estaba libre, cuanto
TÍor culpada; más en sí de lo que parece
itido & la femenil flaqueza, que tanto
liscrecióu en las adversidades que aun
I de naturaleza pervierte, dijo ¿ sn ma-
es esto, señor, que no lo creo? ¿Así
Ha y os infamáis debiéndome el honor
béis? ¿Qué frenesí es ésts? ¿yo culpada
t deshonra? ¿Yo quien no os ofende en el
ito, cuanto más en el acto? Ahora digo
NOVELA PRIMERA 69
que á los inocentes persigne la desdicha. Mirad;
señor, por qaien sois y por qnien soy lo qne decís;
reportaos y la satisfacción qne podéis tomar con
reputación de cnerdo, no la precipitéis & la de
loco. ¡Dios me libre de tal enredol Mil veces me
santiguo. ¿Hombre en mi casa y vístele entrar
vos? No sé á qué lo atribuya, sino á antojo vues-
tro ó. á maldad de una criada. Satisfaceos, señor,
que es mdy jjasto; no dejéis rincón, ni aun cofre
en que no miréis.
Por una parte se consumía Ranjelo oyendo ha-
blar tan en sí & Celia. Por otra atribuía á artificio
aquel modo de razones, conociendo en ella pronti-
tud é ingenio vivísimo; mas cuando la vio pedir
que se mirase la casa y echar la culpa á las cria -
das, mil imaginanaciones le asaltaron. Reportóse
cuanto pudo; encerró á Celia en su aposento; llamó
á don Félix; púsole en él de guarda; visitó la
casa sin dejar desván, tejado ni cofre que no mi-
rase, y no hallando lo que buscaba, volvió á su
amigo lleno de rabia y admiraciones dando cuen-
ta de lo que había. Don Félix, que advirtió cuer-
damente que se había escapado mientras la pen-
dencia el galán que buscaba Ranjelo; que lo veri-
ficaba la seguridad de Celia, para verse libre con
presteza de aquel embarazo, dijo:
— Por cierto, señor, que os tengo por engaña-
do; pues dejando las criadas libres, habéis puesto
el cuidado en guardar vuestra mujer que, juzgo
yo, no tiene culpa.
lede ser (respondió Ranjelo). Y con esto
il aposento, sacó la daga, amedrentó de
i Celia; mas ella constante, dijo:
y, señor; y cómo me parece ^ne os faltft
de vuestro entendimiento; y no me es-
qae una ocasión de honra, al más valeroso
io saca de sí! ¿Yo os había de ofender? ¿yo
ormo en «ste riesgo, cuando no mirara á
li & vos, ni á mi, sino al amor que os tengo?.
, i>or vuestra vida, que me dig&is si habéis
> en tanto tiempo como ha que vivimos jnn-
aun causa justa para sospechar. No, por
y si ahora visteis entrar algnna persona y
lalláis, ¿quién duda que es vuestra la cuJ-
eveaisteis contra mi solamente, no contra
iadaei yo encerrada, ellas librea, ¿quién
layan escapado é. quien quisieren? ¡Pla-
Dios que el temor y sobresalto me dejaran
irlo; que yo sé bien se descubriera la ver-
mi inocencia y su malicia y más de Ma,-
¿Qué es de ella? ¿adonde está? ¿no parece?
o sé que esta sola y no otra, puede hacer
nte maldad, Ó levantarme á mi tal testi-
quien duda por cansa vuestra. Uiraisla
ción demasiada; y habri imaginado qoe,
que yo pierdo mi honor y vuestra gracia,
Ha lo uno y lo otro. Séame testigo el ae&or
ilix: á él hago juez de esta causa y no por
)or imaginación de culpa, me condene.
< discurso último de Celia, hizo fuerza al
NOVELA PRIMERA 61
doctor Ranjelo, de suerte que le dio por verda-
dero; y volviéndose á don Félix, le apartó y dijo:
— Ahora sin duda esta mala criada hizo todo
el enredo qne os he contado y habéis visto, con
el intento qne dice Celia; pues yo os confieso que
con justa causa, muestra en su razón sus celos.
Verifícase con no hallar er agresor; con la se*
guridad que Celia muestra;' y ¿quién duda que,
viéndoos entrar conmigo y que no venía solo,
conque se descubriría sn maldad, como yo, inad-
vertido, he puesto el cuidado contra Celia, sola
Mariana ha tenido lugar bastante para poner en.
salvo el hombre que visteis y oisteis? No hay
que hacer más conjeturas, esto es lo cierto.
Ayudó á esto don Félix, diciendole:
— Volved, doctor, á deshacer el yerro; pedid
perdón á vuestra mujer y echad mañana esa
criada de casa, no os ocasione mayor desdicha.
Y dejando de este acuerdo á Ranjelo, conforme
más que nunca con Celia y haciendo de ella ma-
yor estimación, remitió castigar á Mariana, que
si inocente por la verdad del caso, no por la in-
tención.
Salió con esto don Félix admirado de ver su
amigo, hombre tan bien entendido, tras agravia-
do, satisfecho; tras ofendido, obligado; tras ce-
loso y con razón, libre de celos y sospechas; y
Celia, en vez de castigada, premiada; en vez de
ofensora con renombre de leal, y en vez de astuta
y cautelosa, con nombre de inocente: milagros
¿Fnes qué, mnrió doña Beatriz?, dijo alboro-
< el caballero.
No, señor (respondió la daefla): t. m. ai lo
u la gracia de mi señora; que la variedad de
indición 7 la disposición de la anerte se con-
ron en un punto contra el señor don Félix y
ra la desgraciada Hernández,
quí hizo la cenizada dueña, en poco rato,
íB las hazañas que, á fuer de en estado, supo
utar, que fueron hartas, y prosiguió:
•Porque habr& de saber (no quiero dilatar el
') que, aguardándole mi señora en su apo-
0, trazado lo que habia de ejecutares, yo bajé
puerta del jardín y con la oscuridad grande
[i noche, llegó un hombre embozado de buena
a, que & lo que juzgué era quien esperaba;
ten (¡ay necia!) pudiera reparar, que hombre
oía ruido de cachilladas, no muy lejos y no
aliaba en ellas, ya riñendo, ya metiendo paz,
odia ser don Félix. Cecéele y éntreme dentro,
era la seña que habíamos tratado. Siguióme
3aaos, cerrando tras sí la paerta del j'ardin,
, como de golpe, quedó con llave; subí el cara-
qne da en la antecámara del cuarto de míse-
i; estaba todo oscuro, allí, sin reparar, le dije;
, señor don Félix, ya ha llegado el deseado
to que tanto le cuesta, ya no hay qne temer
ires, como hasta aquí; buen ánimo y segaid-
que no está lejos de hallarse á los ojos de su
IB. ¡Quién tal le dijera, ha pocas horael Con
qne no hay que temer; mi señora estA sola y yo
tengo bien dispuesto el campo de enemigos.» Con
esto me partí al aposento del capitán, mi señor,
qne siempre dnerme con luz: llegué á la cama,
despertéle, y (lije: «Al pan qne tantos años he co-
mido en esta casa, á tas obligaciones de que me
precio, á la lealtad que tanto estimo y al mismo
honor mfo y de mis amos, fuera ingrara si me
cegara la pasión, el amor ó el interés, que por
todo he atropellado para llegar á hacer esta ha-
zaña.— ¿Qaó hazaña? (replicó el viejo). Acabad,
Hernández, que me dais rigurosa muerte, — ¿Es
pequeña, señor (dije yo entonces, humedeciendo
los ojos y levantando á ellos las tocas); es peque-
ña llegar á los pies de v, m. y decirle que mi se-
ñora tiene un hombre dentro de su aposento? Yo
le he visto; no son imaginaciones; y con todo lo
qne la quiero, quiero más su honra y la de v. m,
—Tened (dijo mi señor); tapad la boca que ha
sido la trompeta que pnblica mi infamia, jHola,
hola! Mas ¿qué. llamo? En mi casa estoy y aun me
dura vigor en las fuerzas y en la honra.» Y to-
mando uoa ropa y su espada, salió de su aposen-
to, para el de sn hija. Fui con la Inz tras él; en-
TEATRO POPULAR 5
como tan violento este suceso, lo que hoy parece
que ama, deatro de pocos días ha de aborrecerlo
y hallarse arrepentida; qae aon diferentes Ion
gastos gozados qne imaginados, y dificaltoso es
matar en -corto rato fuego que se ha encendido
en tantos días; y no sé si lo afirme asi viendo
qne, en el mismo tiempo de sus gustos, se acuer-
da, sea como fuere, de dar disculpa de su yerro.
En esto papel viene; y su esposo don Fernando,
que ya le doy este nombre, delante de mi ayudó
á notarle.
Así terminó Hernández, vertiendo lágrimas y
haciendo extremos y don Félix, cuando sus cria-
dos entendieron verle salir de sí, tomó el papel
y compuso el semblante. ¡Oh, lector! ya me cul-
parás de inadvertido, pues no te he dicho quién
era el galán de Celia . Sabe pues que don Fernán -
do, que te dije al principio de este discurso que
la gozaba, este fué el que salió de con ella, en
tanto que duraba la pendencia, y este mismoj ba
jando la calle y llegando á la puerta del jardín,
entró é, la eefla qne hizo Hernándea, y este mis-
mo caso de Banjelo, Celia y don Fernando, que
bien conjettiró ser él, don Félix, le hizo repor-
oídle todoB; que quiero seáis partícipes de pala-
bras notadas por hombre tAn apacible y escritas
por mano tan mudable. Abrióle y leyó así:
A «a amor, otro amor le satisface;
A un diwamor, nn desamor aa justo;
Dn gusto le pagaó con otro guato,
Si mal hice, castigo ¿qnien mal hace.
SUeno, esta sentencia me amenace,
Mas no de ingratitud fiero díagusto;
i Que aunqne al h-ado le dais nombre de injusto,
Es justo, al fin, ai desengaños hace.
Jam&s vida por muerte se desprecia;
No se aborrece el oro por la escoria;
Esto el médico fué para mi llaga.
CoDfirm¿raae en mi el nombre de necia,
A no trocar mi pena por mi gloria
Que la ocasión é, letra vista paga.
— Basta' (dijo Don Félix); que entre satisfac-
ciones, mi señora doña Beatriz me envía deseH'
ganos: forzoso es responderla. Dadme recaudo,
que si á su merced le faltó amor, & mí no la cor-
tesía. Y tomando la pluma, escribió así:
Parló la ocioaidad nn rapaz ciego
Que llamaron amor, deseo 6 ventura;
Tuvo, en la fantasía, & la locura
O por hija ó por llama de su fuego.
Sn hermano de ésta fué al desasosiego;
Entre I09 dos rompieron la cordura;
Prendaron la razón en una oscura
Cárcel, 7 del rigor hujó el sosiego.
NOVELA SEGUNDA
Premiado el amor constante.
Euseña por loa varios caminos que consigue
Dios la salTAción de las almaa, j cómo ee coaoce
que la Divina Providencia favorece á los que tie-
nen sangre de cristianos y cnanto se luce en las
mayores adversidades sn misericordia; y en toda
es un retrato de cnán inconstante es la vida hu.-
Ntinaa se vIó en amor ningrin contento
Qae no le siga en posta otro cnidado;
Ni en él habrá, placer tan acabado
Que no traiga consigo a1j;un d-^scuento.
Jjhtos versos de Jorge de Montemayor, refirió
Fabio por haberse ocurrido á la memoria. Cuán-
to sean escasos los guatos de los hombres y cu&n
llenos están de pinsiones de pesares; que en esta
frágil corriente (dijoj de la humana vida siem-
pre navegamos sujetos al riesgo y á la incons-
tancia. Epicteto, filósofo moral excelentísimo,
pocos, cerca de si, detrás de un paredón (qne
annqne oscura la noche, bieu ae divisaba), con
terrible ruido de armas, conoció ee procuraban
la muerte. Suspendióse entre las blanduras de
las femeniles ansias y entre la aspereza de los
soberbios golpes, con que retumbaban los ecos
de aqnellas soledades; y como el corazón brio-
so le inclinase á la parte del mayor y más
cercano riesgo, dejando el conienzado camino,
guió adonde peleaban, desnudó su alfanje y se
halló en medio de dos valientes soldados que, con
más obras qne razones, pretendia cada uno la
mejor parte de la batalla.
En esta coDgoja, desesperado del remedio, ad-
virtió pasos cerca de si; levantó al mida la ca
beza como pndo, y la voz diciendo:
— Enemigo ó amigo que seas, acábame, que
será la crueldad máa piadosa que & hombre triste
le puede conceder el cielo.
Aún el bulto se movía sin responder palabra,
cuando á paca distancia de tiempo, hiriendo un
pedernal el vaquero anciano que recibió á Celi-
mo, se le pnso dolante con Inz, y consolándole y
reparando lo mejor que pudo las berid^Ls, le dio
cuenta en breves palabras, cómo escondido entre
anas pe&as aguardó y vio el -lastimoso caso que,
tan sin poderlo prevenir, les habia sobrevenido.
Laatintábaee Celimo de la pérdida de su Zara
más que de su propia muerte, y el rústico le di-
vertía y consolaba con razones más discretas
'"■•^•m I
81
que de villano; que la experiencia de la vid»
' 'e perfeccionar el natural incnlto.
'on & la lus, como á farol de capitana
B la borraeca las esparcidas naves, los
ididos entre las breñas salvaron con
noche, el vivir y la libertad. T ha-
[untado hasta seis personas y benefi-
mejor qae supieron las heridas de Ge-
imún acuerdo Be determinaron llevarle
va que no lejos de allf, entre unas mi-
ficación, estaba, donde asistía un hom-
gioso, de religión cristiana, de edad
venerable aspecto y de conocidas ma-
xper i mentadas entre aquellos rústicos
n por obra el camino, llevando sobre
, en hombros de cuatro de ellos, al
?, guiando con su luz el vaquero, llega-
stancia de Fernando (este era el nom-
litario); y aun asi, pasada la tormenta,
ttda aquella vil gente, vojvian la vista
lian los pasos, juzgando por enemigo
co. Celimo, en aquel trance, para co-
to, pronunciaba como podía: «¡Ay Zara,
; y ella, vertiendo lágrimas en manos
fmigoa, caminaba al campo que ya mos-
. vista el Bol que vertía sus rayos ev-
ndas imperiales, gozándose en los re
:us vencedoras armas, y loa soldados,
^yor preaa que imaginaron, y aun al-
larga distancia de luguree, sia parar hasta la
misma persona de la majestad Cesárea, á quien
obligó el rumor á mandar que trajesen ante si In
presa qae hicieron aqaellos soldados, los cuales,
gloriosos, y en particular Benavides, valiente
español, se presentaron á su Príncipe y presen-
taron á Zara, tan hermosa, entre llantos y añío-
ciones, qne pudo verse ejemplo y acto segundo
de Scipión y la doncella cartaginesa; y en Carlos
Quinto mayor valor, mayor virtud y mayor lar-
gueza qne en el romano.
Mandó Su Majestad que se repartiese entre
aquellos soldados el precio de aquella esclava,
con determinación que, libre tan perfecto cuerpo,
no ae perdiese, antes con la verdadera ley, se
ganase para Dios aquella alma. Preguntó Su Ma-
jestad & Ib mora quién era y cómo la hallaron es-
condida entre pastores y gente rústica. A lo cual
respondió la doncella (entendida por intérprete),
BÍ do en estas palabras, esta sustancia:
encargándome el secreto de él, igua! con el vi-
,yir. El aparato con que me aervian, la majestad
con que me trataban, las caricias y los regalos
que me hacían, mal podré.yo representarlos, sino
para acrecentar lágrimas y nuevas causas de
dolor en mi adversidad. Últimamente, Reüor, las
cruzadas banderas de tu Imperio, tremolaron en
las murallas de Túnez; y, desesperado Barbarro-
ja, liuyó, no á tu rigor, maa la servidumbre que
es el ña de las desdichas, para los ánimos de sn
naturaleza, inclinados á mandar, y más cuando
á la inclinación ayuda el hábito. Trazó que yo
también huyese el cautiverio, acompañada de
algunos leales que, á poco trecho que hablamos
corrido, perdieron la vida en manos de un escua-
drón peque&D de soldados, y siendo yo la presa
entre dos capitanes, por mi salieron á matarse.
Había guiado la fortuna, errando también fu-
gitivo por la misma parte A Celimo, ¡ay triste!, .
el más gallardo mancebo, más hermoso, más dis-
creto y más valiente que pisó jamás el suelo
africano. Este me libró; con éste paré entre
aquellos albergues de pastores; éste perdió allí
la vida en mi defensa y éste habia de ser mi es-
poso.
ees; hallándose los dos Boloa un día, á la sombra
de unos abrazados arbolee, gozando del naci-
miento de una fuente qae, rompiendo las dura»
«ntrañas de una peña, se comunicaba al prado
suministrando radical virtud á taa plantas y á
las llores, Fernando dijo así á Celimo:
— Dios, ¡oh mancebo!, en quién están presen-
tes los sucesos humanos y que con su divina pro-
videncia, obrando libremente las segundas cau-
sas, guia sus efectos 4 los mejores fines por tan
extraordinarios caminos y accidentes como has
visto en ti, te trajo á mi presencia para que no
sólo te desengañe de quien eres, mas, si me es
concedido, te obligue á seguir Ja verdadera reli-
gión de tus pasados. Sabe, pues, que dé Francia
salió un caballero, cuya valentía se celebró no
sólo en Europa, mas en Asia y en África; la fama
dio noticia de su valor. Este, por algunas causas,
le forsó sn hado (si puede así decirse, cuando las
ocasiouee necesitan) & seguir las banderas de
Carlos Quinto, Rey de España y Emperador de
Roma, á costa de la vida de Borbón (9.ue este es
el nombre de tan valeroso príncipe y soldado); y
gué & Laudomia, mujer de aa mercader, Il&ma-
do Florencio M!eteli; & éstos te encargué, según
la orden que traía y yo me volví en basca de tu
padre, qae me esperaba. Sabíamos á menudo de
tu salud y crianza, por cartas, hasta que en el
asalto de Broma una bala fué el instrumento
conque triunfó la muerte de hombre tan valero-
so, que juzgo no se atrevió desde más cerca i
quitarle la vida.
Alcanzóse aquel día la victoria muriendo Bor-
búa; y tú y yo, desde aquel punto, quedamos
hechos esclavos de la fortuna.
Recogí las joyas y dineros que pude; partí
donde estaba tu madre, hallóla casada; enterne-
cióse de no poder luego ampararte y encargóme
que en siendo de diez años te llevase á servirla.
Frometilo así y caminé & Barleta; basqué á Lau-
domia y á Florencio; pediles que me restituyesen
mi prenda, volviéndote á mi poder. Mas Laudo-
mía, con ansias, lágrimas y suspiros, me confesó
que, habiendo tenido ea su casa un turco espía,
que viniendo de España y habiendo corrido la
tan grande el corsario y yo, que podo forzarme
á qae asistieBe •□ sd compañía. Criábaste en
tanto, y deseaba que tn edncacUn fuese en Ja
del verdadero Dios; mas Barbarroja lo estorba-
ba por todos caminos que le eran pnaibles. Te-
nías ya aiete años, llevando tras tí les ojos de la
morisma, y desde entonces te puse en el brazo la
ajorca que traes ahora, pidiéndote que nunca la
dejases, por trabajos en que te vieses, que no te
aprovecbaria poco; á causa de que la forjó con
asidnaa observaciones de estrellas, un turco
grande filósofo, astrólogo y aun mágico, de quien
aprendí algunos casos naturales, qne quizá lo
dispuso así el cielo para que , con ellos, aprove-
chasen en ta cura. Las veces, pues, que yo po-
día, te representaba qne eras cristiano, que era
Carlos tu nombre y te desengañaba del error
bárbaro de la secta mahometana, aunque sin
atreverme jam&s á decirte quién fuese tu ver-
eión de bub corsos, pasa á considerar sn artífice
qoe lo crió todo para el hombre, y ol hombre le
es ingrato; no seas tú de este número.
Dio fin & su razonamiento Fernaado, y Celímo,
qne le escuchó atento, reconocía poco á poco al
qne nn tiempo llamó padre, revolviendo en sn
imaginación tantos conceptos, que ios nnos á loa
otros se embarazaban. Has ya el sol, pasando
sns rayos á los antípodas, dando caoaa la noche,
para dejar aqnol sitio por el que lee servía de al-
bergue, adonde entre admiraciones y ofertas ha-
cían BU viaje los dos amigos, cuando, desde lejos,
les hirió la vista una Inz, que por boca de la
cneva se comunicaba ¿ los airea lóbregos con las
nocturnas tinieblas.
Reparó el mancebo y llevóle el ánimo la nove-
dad; y el dio lleva tras sí Leonora (que este era
ya el nombre de la qne en otro tiempo Zara) llora-
ba prisionera en Constantinopla, clamando al
cielo en sa retraimiento y pidiendo ayuda á quien
podía bien dársela, decía:
— ¿Cómo, SeÜor? Ya que permiljste que me fal-
muerte por salvar la vida de aquella por qoien
diera machas. Hálleme, cuando más desespera-
do, abundante de remedios, ministrados de este
hombre venerable que veis presento, éste me di6
la salnd del cuerpo y la del alma; porque ha-
biéndome' curado las heridas, ya libre de ellas,
aunqae convaleciente, oi de sa boca lo que hasta
entonces me tuvo encubierto, cuidadoso de mis
Huceeos; me volví con este anciano á su cueva
cuando vimos salir por ella una luz no esperada,
alargné el paso j juzgúela á ilusión & causa de
encubrirse antes que llegase con buen trecho,
desapareciendo á mis ojos lo que los deslum-
hraba. Entré á oscuras en la cueva tenté á todas
partes con el alfanje, no hallé nada que hiciese
estorbo y, atribuyéndolo á diferentes cosas, en-
tré Femando diciéndome: — «Sin duda lo que es-
criben de los carboneos, es cierto, pues no hallo
otra causa para esta lumbre que asi se nos ha
mostrado y escondido.» Yo en tanto busqué don-
de solía el eslabén y la yesca; herí al pedernal y
diéme fuego de sus entrañas (¡cuan verdadero
retrato de las mías!); olvidado el portento, cena-
In duas sórores diversorum morum. (Auso-
Nios; Epig.)
Enseña cnanto dañan é. laa mujeres loa trajes y
acciones libres, aunque las costumbres aean vir-
taosas, j cuan poco aprovecha la ceremonia ni el
h¿bitq honesto para encubrir las falacias en las
obras; y cómo aquellos fines que se pretenden pof
malos medios, deseando defraudar al próximo, re-
soltan (ain valor la astucia) en mayor daño, en lu'
gar del pretendido aprovechamiento.
Ddia, nos miramur, et est mirabüe, quod tam
dUimües estis, tu que sororque ¡na.
Hcec luUiiíu casto, cum non sit casta videtur.
Taproeter culíunt nihü nttretricis habes.
Cum etati more» tibi fiut, hute cvltus ¡tonestua.
Te tamem, et cuUua damnat, et actúa can.
introdnceu humildes.
Madrid, corte de España, mapa de los sacesos
hamanos, patria y habitación íaé de Lamia y
X)eUa, nombres antiguos qne confirman otros dos
modemoa, tan conocidos hoy como ellos enton-
ces. Hermanas eran, huérfanas quedaron, dese-
mejantes en las inclinaciones, aunque algo se-
mejantes en los pocos años y en las buenas ca-
ras. Lamia era mener de edad, mayor de astu-
cias. Delia, contraria en todo; la mocedad Ubre;
los tropezones de la gente ocasionaban á estas
dos hermanas distintos pareceres. Via Lamia
vilida la ceremonia y que los exteriores gran-
jean el crédito, aunque lo contradigan los actos;
dejábase llevar de su discurso; púsose hábito de
beata, honesto y aliñado, que ayudaba más i la
perfección de las facciones que & desfigurarlas.
Blancas manos, modestos ojos, & veces atrevidos,
con ser mesurados, tupido manto y, debajo d»
lana, coraaón astuto; limpio el vestido, no menoa
oloroso, fiada en la sentencia <«'"'^,.1''VM!h^
no desdice en la santidad; en publico hablaba
eojitemplativo; en secreto lasciva, y entre ami-
'%:£:.t:o':pini6o ai contrajo, cintas, dorea.
po de poco leal á mi hermana, y tú serás ingrato
si no me correspondes. En esta casa no puedes
alcanzar el fin de tu deseo sino con el de matri-
monio. Delia es hermosa, rompe galas, ocapa la
ventana y k todas horas mlranla muchos; vuelve
«on facilidad, si no el alma, los o]'ob, y estA á
riesgo de perder 6. quien se deja mirar; que hoy
«n la corte aquello que se conoce y ve, se jnzga,
no lo que está escondido; y & ti te basta propo-
nerte la diñcnltad para que la huyas. De mi re-
bato y vida te hago testigo, que no hácenae pro-
pias alahanzas; y asi excaso las mías, pnes lo
•que en eete rato palabras, en tiempo largo te
han dicho mis obras.
Elste fa&bito honesto, esta modestia este reco-
gimiento que tengo, no mi gusto, mi honor ea
quien me lo enseña; y quien se vence 6. sí libre,
mejor se vencerá sujeta & un hombre de tus
El engaño me EOBteata
T habito en torres da viento,
En mi tormenta contento,
Y en mi bonanza en tormenta.
Desvaríoa deaiiínales
Padece el enfermo amante;
Porque un frenesí inconstante
üa la cifra de sus males.
Con infalibles sefl ates
Hago pronóstico incierto
Qne este veneno encubierto
Obra porocnlto modo,
Pues se pierde & veces todo
Por no conocer el puerto.
Hasta el aire pareció saspenderee, agradecido
«n apacible calma & los sonoros compases y ac«n-
-tOB. Conoció Delia & Florino que los formaba, y
■ coBOció loB veraoe por de Femando; mas como
oráculo de amor, fácil de pervertir el sentido,
«penas quedó lugar para hacer juicio con mayor
acuerdo cnando lo estorbaron (y el hablarse los
amaates) nuevos instrumentos y voces, que acer-
matrimonio, diciando que e¡a sn presencia se hi-
ciese la tropelía. Concedía Lamia, remitiendo
á aqnella siesta el efecto. Delia creía unas ve-
ces, otras difionltaba, y de lo nno y lo otro la
nacían temores. Llegó al señalado tiempo Kon-
eardo, prevenido de Lamia y persuadido que se-
gún el estado presente; él falto de dinero, ella
caminando í la edad mayor á riesgo de perder
la honra, que en la opinión de los hombres tenía
granjeada con so recato, era el m&s acertado
medio casarse, que asi no faltarla & sn amor,
pues quien doncella sin serlo lo sabia ser, mejor
casada serla adúltera en lo interior, leal al cré-
dito común de la corte.
Propaso la persona de Femando, trayendo en
sn abono la seguidilla:
Ronsardo, necesitado más que persuadido,
aprobó el parecer de Lamia, resueltos entrambos
que la violencia supliese lo que á Femando le
faltaba de querer.
Los conjurados se fueron á Delia, y tomando
baid ella por ea manao; negaba ei; eiia eacaoa
alegre imagmando por cumplidos sus deseos, 7
él triste lamentando el frustrarse los suyos.
Dieron ana quejas ante el juez; oyólas con seve-
ridad, que la prevención de Eonaardo no olvidó
en disponer el ánimo del teniente; el cual, lla-
mando reos á Lamia y á Fernando, ÓBte le man-
dó poner en la cárcel y aquélla volverla á su
casa. Ejecutóse el decreto; cLuedó preso el galán
sin culpa, y la dama culpada se volvió libre: no
es la vez primera en que se castiga el inocente y
ae premia el culpado. Llegó á ajsta de Dalia la
estoy yo, traidora hermana, qneyani obligacio-
nes de sangre me fuerzan, ni en pundonores re-
paro; yo tengo defensa y con ella descubriré los
engaños.
Corrió & sa escritorio, sacó sa cédula, halló
perdido el color la tinta, oscurecidas y borradas
las letras de tal suerte, que era imposible leerse.
Allí afirmó las traiciones de Lamia, perdió los
estribos la paciencia; allí rasgó los aires con
qnejas y suspiros. Lamia pretendía consolarla
echando nnevas sombras & su mal trato. Atri-
buía & error lo qne fué aviso; disculpaba á Ron-
sardo el intento y culpábale el acto. Últimamen-
te, procurando nueva astucia para sosegar á De-
lia, con seguridad de que gozaría por esposo
Femando, Delia concedió por entonces, sagaz y
escarmentada. Sosegaron aquel día, no entero;
trocó el hábito Delia, determinada á romper los
.mayores peligros; y, con solo una criada, se fué
.-^J
^^aiflÜsJ
peles que probaban con evidencia bu deslionra.
Beapondióle Porcia entre quejas y persuasiones,
ni negando ni concediendo; mas el traidor, ha-
llando temor conocido en la dama, apretaba la
dificultad y limitaba el tiempo. En fin, tras mu-
cIioB aprietos de Octavio y muchas resistencias
de Porcia, se acordé que de allí ¿ cuatro días
fuesen las vistas, cerrando con este término la
esperanza de otro.
Hallóse Andrea en lugar que oyó toda la plá-
tica, y movida de las obligaciones que tenía á
don Pedro, considerando que era tiempo bastante
con buena diligencia para que el caballero vinie-
se & Uadrid antes del concierto, despidió un pro-
pio con todo secreto y diligencia, avisando de la
infidelidad de Octavio y frágil ánimo de Porcia.
Llegó á Zamora el mensajero en tiempo corto,
porque la paga fué larga; dio su despacho & don
Pedro á tiempo que trataba de recogerse; abrió
TttATRO POPULAa
Llegó, eu fin. Ib hora deseada en que partió 8o-
lier para Valencia, contento más de la jornrtda
que del cnmplimiento de sus deseos en gozar de
Laara; porqne cada hora sentía la diaposición
y largueza que había hecho de sus bienes, y en
los miserables no hay perfecto guato ei ea &
costa de interés. Querer referir menudamente
todos los accidentes de esta partida, sería alar-
garme demasiado; y asi [hablaré] so con la tar-
danza que caminaron, mas con la prisa que pide
mi deseo, para mostrar el fin de este suceso.
Llegaron & Valencia los recién casados, cuya
entrada fué no menos celebrada que la partida,
saliendo toda la nobleza de aquella ciudad, asi
naturales como forasteros; unos, obligados de la
patria ó el parentesco; otros, de la fama de Lau-
ra, por verla. Entre éstos fué don Ricardo, ves-
tido & lo galán, gozando de privilegio, que é. su
edad y profesión permitió la noche. Acompañá-
bale también disfrazado su ayo y grande amigo,
el maestro Zabatelo, á quien don Ricardo había
ganado la voluntad de suerte, que no sólo le ,
trataba como eaperior en los estudios, mas como
compañero, es lo que quería ejecutar, aunque
tal vez pasasen los actos á travesuras.
Procuró don Ricardo llegar cerca de su Laura
de modo que ella le conociese, como lo hizo, y dio
taba á poner freno á bu discarso (dunde aunque
le pronunció sn lengua) dificulto que se formase
concepto que degenere tanto de un hombre noble
y tanto como el seflor don Ricardo; pues ciAndo
por eí atrepellara por su fama, no puedo yo creer
que la opinión que en tantos eigloa han adqni*
rido y conservado sus antecesores, por un dejar-
se llevar de su inclinación quiera desdorarla y
aun entregarla al riesgo de la infamia; que de
éeta son notados, do eólo loa que se visten hábi-
tos mujeriles, mas los que afeminan la compos-
tura de su cuerpo, y así fueron reprendidos Aris-
tóteles, DemÓBtenes y Sócrates sólo porque se
afeminaron el' hábito; y baste, sin otros muchos
que se me ofrecen, el ejemplo de Miracles, uno
de los Argonautas de quien Valerio Flaco dice,
porque usaba de encresparse el cabello y afemi-
naba el traje:
Pues ¿por qué ha de querer quien goza en tan
tiernos años el renombre de varón, así por las
letras como por tos ejercicios de armas que su
L ■««-«-■
Be todos cnatro, míe dos tíos y mis doa novios;
allí pasaron algouaB razones, algo pesadas, re-
solviendo al fin que llej^isemos á lUescas. Hícíé*
ronlo asi; dejáronme en la iglesia de aqaella
bendita imagen (cuyos milagros y devoción qne
con ella se tiene conooe el mondo) para tratar
de medios; ae apartaron mis dos tíos y quedaron
el toledano y el de Madrid solos, que faé ana
inconsideración tal, que no resultó de ella menos
que perderme entrambos , porque sacando los
aoeros, tras algunas palabras, fueron tan apre-
aoradas las obras, que el toledano cayó con dos
heridas antes que mis tíos pudiesen socorrerle;
y el caballero de Madrid, volviendo & ponerse en
su caballo, so escapó (no sé por dónde).
Hi tío, el que aquí vino, dejando á au hermano
con el herido (que no sé si vive), acudió donde yo
estaba; y con traza qne tuvo, en las ancas de su
caballo, solo y sin criado alguno, me llevó no sé
por qué camino, hasta un lugar que creo llaman
Ghrifión. Era el señor de aquel pueblo grande
amigo de mi tío; recibiónos en sn casa; escondió-
noa hastaque se dio orden cómo nos escapásemos;
porque & fuerza de diligenciae aupo aquel caba-
llero qne la juaticia nos bascaba y que el hidal-
go de Toledo estaba peligroso y había declarado
qae, por mi orden, el cortesano le quiso quitar la
vida.
Mí tío, para salvar la mía, á lo menos el riesgo
Onando en la roca dura
roto el bajel deapide al agaa gente,
aunque en vano procura
moatrarae cualquier brazo diligente,
prestando In esperanza,
entre fiera tormenta au bonanza.
Cnando el médico llega
ft pronunciar sentencia rigurosa,
y al enfermo le niega
laa horaa de la vida, ya dndosa,
la eaperanza auapende
el fatal curso, y dilatarle emprende.
Entre el grillo j cadena,
cuando aguarda su fin el condenado,
le mitiga la pena,
y engañando al do'or desesperado,
la esperanza le alienta,
y en fuerza suya su vivir sustenta.
To, pues, á quien la suerto
casi ha puesto el cuchillo i, la garganta,
y á. los ojos la muerte,
pues mi tormenta al cielo ae levanta,
con esperanza vivo;
de la esperanza sólo al ser recibo.
Como el que despierta de un sueño en que re-
presenta la fantasía cosas agradables, tornó So-
lier en sf cnando paró la voz de don Ricardo, y
volviéndose á Inés, la dijo:
— ¿Qné es esto? ¿Qaé encantamento hay en
esta puerta? ¿Quién ba traído este &Dgel en hu-
mana forma?
Mae como los médicoe y lo8 filósofos, eBcudrí-
fiadores de la naturaleza y de la experiencia, co-
nocieses, por las causas y los efectos, queera
posible el hacer transFormaciones qnltando la
admiración milagrosa, observaron en semejantes
casos la naturaleza solamente; y así Hipócrates,
en los Ingares citados, refiere de Piteo que en el
primer tiempo de sn edad era mujer apta á tener
hijos, y estando vecina al parto desterraroh i sa
marido; habiendo estado muchos meses sin él y
sin sn costumbre, se le volvió el cuerpo de varón
velloso, le nació la barba y la voz se le hizo ás-
pera. Lo mismo dice qae le sucedió en Tasso ¿
Kamisia, mujer de Cíorgipo, y Flinio, en el lugar
apuntado, dice: <HaUamos en los anales, siendo
Publio Licinio Craso y Casio Longino, cónsolea,
que Casino, de doncella, fué hecho varón, estan-
do bajo el dominio de sus deudos*. T en el mis-
mo capítulo añade que Licinio Muciano vio &
Areaconte de Argos, cuyo nombre fué de Ares-
cusa que, como se casase, se transformó en va-
rón y tuvo barbas y virilidad y tomó mujer. De
la misma suerte otro muchacho de Esmima, le
vio el mismo Licinio, y concluye Plinio, conque
él propio vio mudado de hembra en varón, el día
do las bodas, & Lelio Gonficio, ciudadano Trisdi-
tnno, que vivía al tiempo que escribía su histO'
ria; que este ejemplo, cuando no hubiera otro,
bastaba, como dice A. 0-ellio (en el libro 9 de
sus Noches Áticas, capítulo 4), para desterrar
(Ceneo fué hijo de Elato en Tesalia; y como
fnese mujer hermoaÍBÍma en sos primeros aflos,
Neptuno se enamoró de ella; y habiéndola goza-
do, la pagó en trane formarla en varón, y aaf la
que como mnjer se llamó Cenea, come hombre
se llamó Ceneo. Dióle Neptano propiedad de
qne no pudiese ser herido, y siendo después oa-
pitan de los Lapitaa, por él se movió guerra con-
traloB Centauros, y allí murió (como dice Ovidio)
colgado de un árbol y acabándosele el aliento.
Y es de advertir (aunque algo fuera del propósito
para entender el verso de Ausonio) que llamó &
Neptuno, Dios Consns, de la generación Satur-
nia, por ser hijo de Saturno y estarle en Roma
dedicados los juegos Consuales, hechos en me-
moria del rapto que hicieron los romanos de las
doncellas Sabinas; y en estas fiestas llamaban 4
Neptuno Consus, qne es 1j mismo que Dios de
consejos. Pasa luego el poeta á la fábula de Ti-
resias, y dice:
Y TireBiaa (también 4 Ovidio cito)
que de cuerpo biforme ambiguo ha sido.
La fábula colegida latamente de Ovidio en el
libro 3 de sus Melamorfoteo» , y de Estacío
Papinio, libro 10 de su Tebaida, y de Homero
en el 11 de la ülisea, es así :
Tiresías fué Tebano, adivino é hijo de Pe-
neto; pues como viese dos varones conjuntos,
observando y mirando cuál era la hembra, la
mm^mi
274 LUGO Y DÁViLA
tocados con las manos y vistos con los ojos.
Valerio Máximo, entre otros, nos trae á Pom-
peyo Magno y Urecio y Publicio Libertino, que
mudados las vestiduras de los unos y de los otros,
á Pompeyo le podían hablar por ellos y á ellos
por Pompeyo, porque en nada diferenciaban.
Plinio también nos re£ere aquel ejemplo ad-
mirable de dos muchachos, uno Syro y otro na-
cido tras los Alpes, tan parecidos, que los ven-
dieron á Marco Antonio por mellizos, y viendo
que hablaban diferentes lenguas, agraviándose
que le hubiese llevado quien se lo vendió excesi-
vo precio, replicó advertidamente que más le me-
recían, pues á ser de un parto y una patria no te-
nía tanto de admirable como siendo de diferentes
padres y nacidos en tan apartadas regiones; y
para no cansar al que dificultare esta obra de
naturaleza, tan común en todos tiempos y partes,
lea á Valerio Máximo, lib. 2, cap. 15; á Pli-
nio, lib. 7, cap. 12; Al Car daño, de Varietate re-
rum, lib. 8, cap. 45; Cicerón, lib. 4^ q, Acade]
Luis Vives, lib. 21, cap. 8; Suidas, in Amoni.;
Plutarco, en las vidas de Antonio, de Pirro y de
Antioco; Justino, lib. 1; Solino, cap. 4, y otros
muchos.
Y supuesto que estos dos mercaderes fuesen
tan semejantes como propuse, pues á declarar
sus nombres y apellidos no fueran menester
para muchos los ejemplos que he dicho; y ya
porque, como dice el filósofo, el semejante es ami-
280 LUGO Y DÁVILA
no por la devoción, mas porque hay en ella quien
os mire, dicen que lo hacéis; si no vais más que
las fiestas, también os murmuran de poco cristia*
na, y dicen que cómo le ha de suceder bien á hom-
bre que está casado con mujer que no se acuerda
de Dios sino cuando el precepto la oblig»; en fin,
hija, no hay acción en que no yerre quien tiene
suegra que la revuelva, cuñadas que la envidien
y cuñados que la miren cómo pisa, cómo habla y
cómo mira; y como de todos estos inconvenientes
veo libre á Fádrique, eso es lo que me mueve á
que sea tu dueño y no otro; con él medito que
tendrás gusto, que no tendrá á quien agradar
más que á ti, ni tá más que á él; no conocerás
las necesidades, las más veces madres de las
rencillas. ¡ Ay, hija; ay, hija, que no lo entiendes
si no tomas mi consejo!
Con esta persuasión, dio el voto Inés en favor
de Fádrique y se pronunció la sentencia en pre-
sencia de los amantes amigos y competidores,
quedando Plácido tan triste como alegre Fádri-
que. Tratóse luego de ejecutar todo lo concertado
y que Plácido dejase la patria, perdiendo, no
sólo mujer y amigo, sino la vista y regalo de sus
padres. Dióle Fádrique mil escudos en oro con
que se fuese á las Indias, á Flandes ó Italia, que
donde quisiera, le socorrería siempre. Aceptó
Plácido, desesperado de su poca dicha con su
dama, que fué bien menester su cordura para re-
sistir la pena.
era embarazosa, y si bien tenía gasto con la
ootnpaGla de su esposa, que aupo coa discreción
y prudencia perfeccionar la hermosara de suer-
te, qne era sefiora de la volantad de Fadriqae;
con todo, entrambos se quejaban al cielo, por-
qae en machos años qae babla dorado el ma-
trimonio les faltaban los hijos, qae era faltar-
les lo más principal de sn buena fortuna y el
ñn para qae se juntaron; pues, como doctamente
uüse&an los jurisconsoltos, asi el matrimonio es
hoaesto para que en el género humano se vea in-
trodacida la inmortalidad artificiosa y de la ge-
neración de los hijos, estén renovados loa linajes.
Y por eso, como enseña Platón (de quien como
fuente salió esta sentencia), es ésta obra divina,
y en el mismo animal mortal la inmortalidad, es
á saber, la concepción y generación; y como el
mismo filósofo maestra en sa Diálogo de las le-
yes, no hay qaien no desee tener perpetuo nom-
bre acerca de lo porvenir, y de este modp el gé-
nero dará de los hijos, siempre, de nno en otro,
dura la memoria.
Y como este modo de inmortalizarse le faltase
á nuestro Fadríqne, negándose la esperanza al
paso que iban pasando los años, por suplir en
algo el deseo natural, aumentado con tantos
bienes de fortuna, envió á llamar á la monta-
ña dos sobrinos qae tenia, hijos de un hermano,
para fundar en ellos su memoria; las alas más
immm
284 LUGO Y DÁVILA
fuego qae les abrasaba de saerte, que llegó á no-
ticia este desenfrenado deseo, no sólo de Inés,
que resistió prudente, mas de Fadrique; y aon-
que imposibilitado de fuerzas corporales, con las
que prestó el honor, les dijo su sentimiento; y
para evitar ocasiones, mandó que luego se pasa-
sen á otra casa cerca, donde les dio todo lo nece-
sario para la vida humana, desde lo más á lo me*
nos, tan cumplido y abundante, que no tenían
que desear. Así los tuvo, tratándolos con obras
de padre más que de ofendido deudo; mas ellos
no por eso dejaron de llevar su intento adelante,
atrepellando, no sólo reprensiones de sus amigos
y personas cuerdas, mas el recato de la casa de
Fadrique.
Así perseveraron Iñigo y Bernardo algún
tiempo, en el caal, Plácido, habiendo corrido
casi toda la Italia, vino á parar en Bolonia, don^
de apenas hubo llegado, cuando la fortuna, amiga
de variedad (como dice Cicerón), le puso en pun-
to de perder la vida; porque habiendo pasado
parte de la noche buscando posada á caballo y
con un mozo que llevaba, tan nuevo en aquella
ciudad como Plácido y tan torpe de lengua por
ser francés y no saber italiano, no sabía darse á
entender, vagando de una calle en otra sin ver
persona á quien preguntar dónde hallarían alber-
gue, al revolver una esquina oyó Plácido tanto
ruido de armas, que mostraba ser número de
personas los de la pendencia, y hallóse tan cerca.
Plácido, ahorrando palabras, puso por obra lo
que Vitoli le pidió; y jimtoe, poniendo piernas
al caballo, fueron atravesando 7 volviendo de
unas calles en otras hasta salir á las últimas de
la ciudad, donde llamó J&come en una casa, 7
habiendo respondido un eatudiaute y abierto la
paerta, entró con Plácido y la cerró, y dejando
el caballo en cobro, trató de poner remedio á laa
heridas de Plácido, que eran de poco riesgo
(como dije), y en tanto dio orden al estudiante
que saliese á la parte de la pendencia, y con
todo aviso y recato supiese lo que pasaba. El lo
hizo, y apenas llegó á la calle donde sucedió el
oaso, cuando vio luces y cantidad de gente que
estaban mirando el muerto; y llegando, recono-
ció que eran ministros de justicia, de quien se
informó y supo cómo encontrando los dos heri-
dos qne huían, ellos mismos los guiaron á aquel
puesto, viniendo á sus manos en el camino el
mozo francés, que el ir corriendo tras del caba-
llo de su amo dio motivo bastante para an pri-
sión; y á pocas preguntas, con mal entendidas
palabras, respondió la verdad de lo que sabia.
El estudiante, con esta relación, volvió á bu
casa, donde se la di¿ á Jácome Yiteli y & Pláci-
do, que estaba ya curado, ; conociendo qne el
estarse más alli era de grande riesgo, previnien-
do Viteli á su amigo Alejandro, que ael se lla-
maba el estudiante, que de cierta suma qne te-
nía en poder de otro, su compañero, le remitiese
m
^pwiPí^nr^
288 LUGO Y DÁVILA
otro vuestra nobleza y vuestro valor, que me ase^
guran el secreto de mis sucesos^ no sólo os refé^
riré el que me preguntáis, sino muchos de mi
vida que tuvieron dependencia de él.
Mi nacimiento fué en la insigne ciudad dé
Roma, cabeza del mundo, y que goza más propia-
mente este nombre hoy que cuando la gobernaban
los Catones, los Lelios, los Elianos y otros famo-
sos cónsules, ni cuando los Césares la sujetaban,
pues lo está al Vicario de Cristo, Vice-Dios en la
tierra, que en ella tiene su silla.
Mis padres fueron nobles, cual muestra mi ape-
llido, de cuyo origen y personas señaladas no
quiero referiros grandezas por nó cansaros; de-
más que la virtud, á mi opinión, es la verdadera
nobleza. Fui pasando el discurso de mi vida, y
desde los primeros años de ella mostró la fortuna
su inconstancia y su rigor en mí; porque apenas
vine al mundo, cuando me faltaron mis padres, y
criándome con la hacienda de mi patrimonio mis
deudos, en llegando la edad competente, me en-
tregaron á las letras, y en ellas cobré en pocos
años alguna opinión.
De menos de trece vine á estudiar filosofía 4
esta Universidad de Bolonia, donde, no sólo al-
cancé fama de bu«n filósofo, mas de eminente en
ln lengua griega y en las vulgares, como la es»
pañola, la francesa, la germana y otras; perfec-
cionóse eon la edad la elección de la facultad
que había de seguir, y escogí la medicina, acor''*
dar en las manos de dos galeras de turcos, que
nos prendieron y llevaron á Argel, donde yo,
con otros, fui vend¡do,'y á pocos lances, de uu
amo en otro me enviaron á Gonatantinopla, pre-
sentándome, por último, dueño á nn médico del
Turco, Y conociendo en mis razones (que ya las
sabía decir en arábigo) que era inclinado & la
medicina y que tenía más que principios, se me
añcioQÓ de suerte que me dio parte de notables
secretos, ya adquiridos por medios naturales, ya
por supersticiosos, de que ellos se valen no poco;
y, en ñn, para mostrarme la última ñneza, me
puso en libertad, y dio algunos cequfes, que pa-
saron de dos mil, y sacando mis seguros paré en
Venecia, donde, sin darme á conocer, hice algu-
gnnas curas que más parecían milagrosas que
naturales.
Mas con haber cobrado opinión y desearme
la república, ofreciéndome acrecentadisimos par-
tidos,, no pude aeabar conmigo dejar de vol-
ver á Bolonia, donde me pareció estarían dis-
puesta s mis cosas y los ánimos de mis enemiges
diferentemente, con más de seis años de ausen-
cia que había hecho, en los cuales el amor de
Camila (¡ay de mí, que sin qaeror dije su nom-
bre!), como en crisol, se había añnado con los
trabajos que padecí en mis fortunas y canti-
Llegné, pues, 6. Bolonia, donde me recibieron
con aplauso y afabilidad todos los hombres de
292 LUGO Y DÁVILA
como los españoles, de cuya fama no es menester
mayor prueba que lo mucho que. os debo, y os
prometo servir con la hacienda y la persona de
suerte que me confeséis la paga.
Así acabó su discurso Jácome, trayendo tan
colgado de sus palabras á Plácido, que parecía
que le pesó hubiese acabado la historia; y pasan-
do entre los amigos nuevos cumplimientos y
ofertas, conñrmando la amistad y la comunica-
ción, porque en ella estriba, como enseña Aristó-
teles, pasaron adelante su viaje á Genova, y en
el discurso de él, hallando un cuartago, lo com-
pró Jácome sin reparar en el precio; y con esto y
la comodidad de las hosterías de Italia, tenían
alivio en la peregrinación, entreteniéndola con-
tándose el uno al otro, ya sucesos ajenos, ya pro-
pios, con la mayor elegancia y adorno que alcan-
zaban, porque las muchas letras de Jácome y
despejo en hablar la lengua podía divertir, no
sólo trabajos de camino, pero el ánimo más ane-
gado en penas. Y como Plácido tenía en el alma
las suyas y mostrase cuáles eran muchas veces^
ya con suspiros, ya con otras muestras de senti-
miento, para curarle, como tan excelente médi-
co, Jácome le pidió cuenta de su enfermedad, y
Plácido se la dio, diciendo el principio de sos
amores, la competencia de Eadrique, su amigo;
la elección que madre é hija hicieron en Fadri-
que; el concierto que con él tenía hecho y cómo
se ejecutó, la carta que hizo escribir de que. era
'>""."'
294 LUGO Y DÁVILA
mar lengua del estado de las cosas, y no fué me-
nester inquirir demasiado para saber el que te-
nia las que tocaban á su amigo, á quien volvió
con larga relación de los amores de Iñigo y Ber-
nardo, sobrinos de Fadrique, el cual se hallaba
en los últimos términos de la vida esperando
casi por horas la muerte; la hermosura que Inés
gozaba, y como á ninguno de los dos amantes
tenía inclinación, y, en fín, todo lo demás secreto
é íntimo de la casa de Eadrique adquirió noticia
tal, Jacome, que satisfizo á todas las preguntas
de Plácido, y no menos á las primeras y que le
tocaban más al alma, de sus padres, á quien la
muerte, última línea de las cosas, había qui-
tado la vida, pobres, por unos seguros que hicie-
ron de plata, cuya pérdida, no sólo fué comunica-
ble á los infortunados que sepultaron las ondas ^
mas á muchos que habitaban la tierra.
Sintió Plácido la muerte y desdichas de sus pa-
dres, que la naturaleza faltara á no dar lágrimas
á los ojos y suspiros al fatigado pecho. Preguntó
por sus hermanos, y dióle por nueva Viteli que
dos de sus hermanas eran monjas en San Lean-
dro, y dos varones que vivían estaban en aquella
ciudad, el uno religioso en San Pablo; el otro tra-
tando de sus negocios y hacienda, que, aunque
poca, bastaba á sustentarle sin conocida necesi-
dad. Consoló, en este trance, Viteli á Plácido con
razones tales, que pudo mitigar su pena; porque
la elocuencia, como dice Séneca, tiene poderío
resacítara aai, como fabuloso dicen lo hizo, tu-
vieran é, mi juicio temor de persuadir opinión
tan naeva, al parecer de algunoe; como que sea
posible restaurarse el húmido radical de suerte,
que preste al hombre una casi juventud. Pero la
fuerza que la verdad tiene consigo, y más caan-
do llega con el desengaño de la experiencia,
ahuyenta mi cobardía, despierta mi lengua, y
sujeto á la corrección de los sabios", me parece
mi opinión indubitable, aunque siempre lo raro
es dificultoso al crédito; y, aunque yo acertara &
darme á entender mejor en la lengua latina, por-
que los términos facilican la explicación de los
conceptas, hallándose á este acto esta señora, y
los señores Iñigo y Bernardo, que son ias par-
tes interesadas, tengo por lícito hacer esta plá-
tica en lengua castellana, que si bien vulgar,
entre todas la mejor en el estado presente .
Digo, pues, que tres caminos hay que prueban
con la evidencia posible los casos ocultos de ia
naturaleza y deseados en la filosofía; éstos son;
la autoridad, la experiencia y la razón, y por
todos tres caminos tengo por probable mi presu-
puesto, que autorizan las opiniones de tantos
hombres doctos, oual fué Arnaldo de Villanova,
Raimundo Lulio, Teofrasto, Paracelso, al Car-
dano, Martín Delrío, Uvequeiro, Torreblanca
y otros muchos, á quien se junta el corriente
de los alquimistas en la fábrica de su Árbol
vitce, que para solo citar nombres y lugares,
NOVELA OCTAVA 301
era menester hacer memoria de muchos pliegos.
Blasco de Taranto nos afirma que, viviendo él
en el reino de Valencia, en Monbedre, hoy así
llamada y de los antiguos Sagunto, una monja ,
siendo abadesa, con más de sesenta años de
edad, la volvió el menstruo, se la renovaron los
dientes, ennegrecieron los cabellos, quitaron las
arrugas, fortifícáronsela los pechos de tal modo,
que se vino á hallar como una doncella de pocos
años y tan perfeccionada en la hermosura y las
fuerzas que de vergüenza de verse tal dejaba ha-
blarse de pocos; y Antonio de Torquemada, en
los diálogos de su Jardín de flores, nos refiere
que en el año de mil quinientos treinta y uno, en
Tárente, un viejo, más cercano á la muerte, que
con esperanzas de vida, pues tenía cien años,
renovándosele las fuerzas y cobrando cabellos
negros, dientes firmes, carne y lozanía do mozo,
recuperada una como juventud, vivió después
cincuenta años,* y el mismo Torquemada, y aun
la tradición vulgar, nos cuenta de otro viejo se-
mejante que, en la Bioja, le sucedió lo mismo.
¿Y quién, entre los medianamente leídos, igno-
ra lo que Fernando de Castañeda, en el libro octa-
vo, y Pedro Maf eo, en su Historia de la India^ en
el libro once, nos cuentan de aquel indio noble
que vivió trescientos cuarenta años, y en este
tiempo se rejuveneció tres veces, casos que qui-
tan la dificultad aunque los traten los poetas,
causa quizá á los que no penetran 'la gallarda
filofiofía que enseñan, para qne todo lo qae no
tocan y ven cotidianamente lo atribuyan & fa-
buloso; pues como escribe Eschilo, Baco rejuve-
neció sns nutrices, y Ferécides, Licofrón y Simó-
nidea nos cnenta la rej arene cencía qne bizo Me-
dea á Eson, padre de Jaeón, qne si bien el modo
de sangrarle y cocerle no es verosímil, pues el re-
sucitar está sólo en el poder de Dios, por lo me-
nos las demás partes de esta transformación,
como las pone Ovidio, no hallo qne contradigan
en nada & la naturaleza. Dice:
La barba 7 el cabello,
& quien robu el color la vejez fría. ,
ues^o Be pone; de los palsos huye
la flaqueza, 7 se vaa también tras ella
la palidez j el bunior decrépito;
en el cuerpo las mgas se suplieron,
añadida la carne por aua cóncavos;
alégr&nse loa miembros vigorosos:
Esón se admira, y corno en otro tiempo,
antea que les cuarenta afios tuviese,
ae acuerda reducido al miamo estado.
T en este modo de recuperación no contradice
la razón, antee la prueba bastantemente; porque
no es otra cosa la juventud que nn temperamen-
to ad pondu», dicho así de los médicos, esto es,
nna igualdad del calor natural húmedo, dispues-
to de suerte, que el húmedo ha perdido lo vis-
coso y el color no sobrepuja con demasía al hú-
medo; con lo cual, llegan las fuerzas & cobrar
todo lo que pueden de vigor; y como se colige de
NOVELA OCTAVA 803
doctrina de Galeno y de toda la corriente de mé-
dicos y filósofos, la diferencia en las edades, lo
que las cansa, es el calor natural que, como agen-
te físico, va consumiendo el húmedo; y así en la
puericia se ve mayor craseza extinguida poco á
poco por el calor agente, viene en la juventud á
no ser tan superfina y/ por consecuoncia, estar
con mayor igualdad el temperamento, hasta que,
menoscabándose el húmido radical por la conti-
nua agencia en el del calor natural, va perdien-
do el vigor y acarreando la vejez, y así dijo Aris-
tóteles, disputando de la longitud y brevedad de
la vida, es necesario, cuando se envejecen, de-
searle.
Y definida por el mismo fiUsofo la natura-
leza propia de la vejez, dice ser fría y seca;
porque el calor, como agente físico, haciendo,
padece, y como no tiene el húmido (calidad más
propincua á sí), hice menos y prevalece lo terreo;
de donde se saca, que como el trabajo deseca,
atrae la senetud; y por eso los muy trabajados
envejecen pronto, según Aristóteles. Luego si la
vejez no es otra cosa que desecación del húmido
radical, para que prevalezca lo terreo, si se mi-
nistrase vigor al húmido en fuerza de la medici-
na con bebidas y otros modos de remedios, tales
que se pusiesen ad pondusj esto es, en igual
peso con el calor, ¿quién duda que diese al cuer-
po aquel mismo temperamento que tuvo en su
juventud, y éste, adquirido, forzoso habría de te-
«. 2>j^4£^<
806 LUGO y DÁVILA
bre, vivió ciento veinticuatro años, y los escu-
driñadores de la naturaleza cada día hallan ex-
periencias que parecen milagros, siendo efectos
naturales. Tal prueba Fortunio Liceti, en su li-
bro particular, de los que viven mucho tiempo
sin comer, con ejemplos de algunos que han es-
tado meses y aun años, no por milagro, como san-
tos, sino por naturaleza, y el curioso hallará en
este autor gallarda filosofía contra Argentorio y
otros, que ayuda también á mi razón; y Jacobo
Horiost, catedrático de medicina en Almesdad,
ciudad de Alemania, en un tratado particular,
nos cuenta que en la provincia de Silesia, en la
villa de Veycreldoph, en el año de mil quinientos
noventa y dos, por caso natural de igual y supe-
rior temperamento, con calidad de complexión
caliente y seca, habiéndose caído á un muchacho
de siete años los dientes, al nacerle los nuevos,
uno fué de oro .tan fino, que tocó en veintidós
quilates; y cuenta que él propio hizo la experien-
cia y toque, y así se movió como testigo de vista
á escribir lo que he dicho.
Y á las demás dudas que mueve la curiosidad,
por no alargarme demasiado, remito al escrupu-
loso á Martín Delrío, en sus Disquisiciones má-
gicas, libro segundo, cuestión veintitrés, donde
satisface bastantemente, y yo lo haré más lar.
go al que dudare; con todo lo cual, tengo 4)or
cierto que estos señores, desengañados con el
fin de la cura, que yo haré en nuestro enfermo, lo
enterráronle en San Pablo, donde era religioso
au hermano de Plácido, á quien, y no á otro, se
descubrió, trocando en misas el gasto de funera-
les y pompas.
Corrió por Sevilla la voz de que Fadrique
se había remozado, teniendo todos á Plácido
por Fadrique; y con esto engaño, efectuando
lo dispuesto por el testamento, Iñigo y Bernardo
se volvieron á su tierra; y Yiteli, con sentimien-
to de au amigo, siguió su peregrinación, bien
pagado do loa amantes, y ellos, para seguridad
de su conciencia, dando cuenta en confesión de
lo que pasaba al ordinario, los casó í'íi facie
EcxlñsicB, debajo de cuya correccióo y de los
sabioa doy fin é. este auceao, en que, ai no me
engaño, están explicadoa loa versos de Ovidio
que se propusieron, y declarados cuan agudos
son los engaños que hay en el mundo, y cómo
todos estos milagros de naturaleza que nos refie-
ren loa autores y la curiosidad tienen mucho de
probable y poco de exequibles.
c T"»» ■
I. Pág. 10. — Dedicatoria.
Don Jorge de Cárdenas y Manrique, cuarto
duque de Maqueda, nació en Elche en 23 de
Abril de 1584, y fué hijo de B. Bernardino de
Cárdenas y Velasco, tercer duque de Maqueda,
y de doña Luisa Manrique de Lara, quinta du-
quesa propietaria de Nájera.
Sucedió á su padre, que falleció en Talerma
en 17 de Diciembre de 1601, hallándose de virrey
de Sicilia, y quedó bajo la tutela y dirección de
su madre, doña Luisa.
Pero en breve empezó el Duque á dar mues-
tras de su caráter arriscado; pues hallándose en
Valladolid en la primavera de 1605, en unión
de dos hermanos suyos y varios criados, acome-
tió espada en mano á D. Luis de Velasco y los
suyos, obligándole á refugiarse en cierta casa
de la Plaza Mayor, donde, con la precipitación,
cayó D. Luis en un pozo que allí había y se aho-
gó. Prendieron al Duque y le llevaron á la for-
816
taleza de Coca, bajo la custodia de un caballero
guarda, dos menores y dos algaacües.
Al cabo de dos meses, por haber enfermado,
condujeron al Duque A Óigales, corea de Valla-
dolid, y en Noviembre del mismo alo salió con-
denado & servir con su persona y diez lanzas
por seis años en la frontera que se le señalase
y once mil ducados de costas y multa. A sus
hermanos se condenó con alguna mayor Unida'd.
Perdonóle el rey gran parte de esta pena; pues
en Junio del año siguiente aún se hallaba en Es-
paña, en Sevilla, y en Enero de 1608 asistió á ta
jura del príncipe D. Felipe.
Apenas libre de este asunto sucedió que, con
ocasión de notificarle un escribano cierta provi-
sión del Consejo Real, en unión de tres criados,
dio de patos al escribano & punto de dejarle por
muerto (Noviembre de 1608). Diósele por cárcel
la villa de Torrijos, que era de su casa; pero
huyó, presentándose al Consejo de las Ordenes,
por ser caballero de Santiago, y el Consejo le se;
ñaió por cárcel el convento de San Francisco de
Alcalá. Trasladáronle luego á Santorcaz, y la
justicia hizo tan aprisa las informaciones, qne
por las Pascuas publicó el alcalde de corte, Már-
quez, la Bentencia condenando al Duque á ser
degollado en público cudalgo y 34.000 ducados
de costas y daños. También condenaron á dos de
sus criados á ser arrastrados y descuartizados.
Tan desatinada sentencia hizo que su madre
por haber dado de palos equivocadamente & na
hidalgo sevillano, fué pocos días más tarde preso
el conde de Villamor y llevado á la fortaleza da
Arévalo.
Quince días después estaba ya sano de sus he-
ridas el de Sesea; y por intercesión del Cardenal
de Toledo, del Condestable de Castilla y del dn-
que del Infantado, hechas laa paces con el deMa-
qneda, por quien llevó la voz, en su ausencia, el
duque de Osnna. Sin embargo, el Consejo de las
Ordenes no anduvo tan benigno con el de Ma-
queda, y en Julio de 1610 adn le tenía preso en
el castillo de Guadamur, cerca de Toledo, aun-
que luego pudo regresar libre & la corte.
Dirección más acertada dio en adelante á sus
bríos y arrestos D. Jorge, asistiendo á las armaB
espafiolas en África, hallándose en la famosa
jomada de la Mamora, donde hizo su deber en
términos que á poco (1616) se le nombró gober-
nador, alcaide y capitán general de las fuerzas
de Orín, Tremecén y otros estados nuestros del
Norte de África.
De este gobierno regresaba en 1622 cuando
D. Dionisio de Avila y Lugo le dirigió las no-
velas de su hermano; y á esto se refieren aque-
llas palabras: «Ahora que V. E., después de ha-
ber postrado la corona de soberbia de los afri-
canos leones, restituye á la patria, con su pre-
sencia su ornamento... Ahora respirará África
Ubre de tasto (bien que generoso) peso, y qne
qaerqae; jen tranquilidad pasaron algunos años
de an vida.
A fines de Octubre de 1635 fué desterrado fie
la Corte en anión del almirante de Castilla, del
conde de Oropeaa, del marqaés de Velada, del
dnque de Sessa y del Condestable de Navarra,
por no haber qaerido levantar la coronelía de tro-
pas con que el Conde-Duque quiso gravar á loo
individuos de la grandeza castellana. Algunos
redimieron con dinero (como el duqne de Albur-
querque) el vejameii, y otros, como el de Velada,
yendoáprestar servicio personal ¿lejanos países.
Muerta su madre, sostuvo el Duque largo
jileito con los Manriquea sobre ol ducado de
Nájera, que, al fin, obtuvo en 1635 por sentencia
definitiva del Consejo,
ün Febrero de 1636 fué nombiado capitán ge-
neral de ia Armada del mar Océano, que antoB
había mandado D. Tadrique de Toledo. Pero no
sabemos por l^ué razón fué dilatando el encar-
garse del mando hasta fines de Agosto en que
snlió para Portugal á ponerse al frente de la es-
cuadra. Antes de hacerse á la mar fué destitui-
do, porque se le impuso la condición de estar bq-
bordinado í las órdenes del duque de Fernandi-
na, ó, en caso de no querer, se encargase de la
TEATRO POPULAt 21
'■'j'-j-v-^ar-
822 NOTAS
armada de la Coru&a, ó si nO| se volviese á Ma-
drid, lo cual hizo antes de tres días, tiempo que
le daban para escoger. (Septiembre de 1637.)
Sin embargo, al año siguiente volvió á con-
fiársele el mando de otra escuadra, la de las ga«
leras de Ñapóles, en que tenía bajo sus órdenes
al almirante D. Carlos de Ibarra.
En Agosto de 1640 tuvo un encuentro perso-
nal con el duque de Ciudad Real, también almi-
rante, que un corresponsal de los jesuítas de Se-
villa refiere así:
«Un soldado de la armada del duque de Ma-
queda hizo una muerte y le prendió el de Ciudad
Real. Armóse competencia entre los dos Duques
sobre quién le había de castigar: resolvióse se
entregase al de Maqueda. Enviando primera re.
quisitoria no fué obedecida, y menos la segunda,
por decir no iba ajustada á razones; y notificán-
dosela al de Ciudad Real, dijo, que al que le
trajese la tercera le daría doscientos azotes. El
de Maqueda le escribió un papel que le espera-
ba en la isla de Santa Catalina; el de Ciudad
Real tomó una faluca y fué ella y halló solo al de
Maqueda. Sacaron las espadas y diéronse dos es-
tocadas el uno al otro. El de Maqueda las tiene
en la cara y cuerpo, y Ciudad-Real en el cuerpo,
ambas penetrantes y además una cuchillada en
la cabeza, de que cayó aturdido en el suelo. Ma-
queda le levantó y le metió en la faluca y le en-
vió á tierra para que le curasen. Ha sido lásti-
NOTAS 3*23
ma que estos dos generales se encontrasen en
tiempo que hay tantos enemigos». (Mem, HtsL
Msp., t. 16, pág. 469.)
En 1642 ya residía en Madrid, siendo por en-
tonces nombrado del Consejo de Estado.
De nuevo I á fines de 1643, se le confió el man-
do de la armada real, pero no pudo gozarlo por-
que falleció en Madrid, el 20 de Octubre de 1644.
D. José de Pellicer, en sus Avisos históricos,
pág. 245, relata su muerte en los siguientes tér-
minos: «Avisos de 25 de Octubre de 1644. — El
martes pasado, día de San Lucas, á 18 de éste,
cumplió quince años el Principe nuestro señor...
Y este mismo día comulgaron por viático muy
aprisa al señor D. Jorge Manrique de Lara y
Cárdenas, duque de Nájera y de Maqueda, ca-
pitán general de la Armada real, virrey que
fué de Oran y del Consejo de Estado. Dióle una
apoplegía repentina que fué preciso garrotearle
con toda vehemencia. Volvió en sí con unturas
y bebidas. Sobreviniéronle cámaras y laego ca-
lenturas; sangráronle, y murió jueves á 20 de
éste, al amanecer. El viernes 21, por la noche,
llevaron su cuerpo á la iglesia de Torrijos, pa-
trón antiguo de la casa de Maqueda. Y se pon-
deró que quince días antes, viernes, y por 'a
misma hora, llevaba una aldaba del ataúd de la
Beina nuestra señora para sacarla al Escorial.
Deja un hijo natural, habido en una dama de
Oran, y una hija monja. De los estados ha toma-
y
.»^
HOTA8 325
La traduce Lón de Lugo, quizás ensayo de es-
colar, es bastante oscura por aspirar á concisa.
3. Pd^. 29.— «Escarmentar en cabeza ajena.»
No resulta ciertamente esta moraleja del cuen-
to referido. Don Félix no sólo no escarmienta con
la desgracia de su amigo Rangelo, sino que pasa
toda la noche á las puertas de do&a Beatriz es
perando el momento de poder celebrar su casa-
miento clandestino con ella. Y sólo renuncia á
«u mano cuando ve que ya está desposada con
B. Fernando, quien, en vez de castigo por su in-
famia contra Bangeló y hasta con su amada Ce-
lia, recibe el galardón á que aspiraba con mayo-
res ansias, ó sea la mano de doña Beatriz.
Claro es que si el caso ha sucedido «en nues-
tros tiempos», como dice el autor, no podría cam-
biarlo; y esto es lo que da mayor curiosidad y
valor á su historia.
4. Pág. 32y Un, 25, — «Persona que había ad-
quirido su riqueza en un gobierno de Lidia...»
Bien se conoce que cuando esto escribía Lugo
no pensaba él en ir á desempeñar idéntico desti-
no, pues en tal caso no hubiera estampado los
eonceptos satíricos que siguen á la cita de arri-
ba contra los empleados en Indias.
5. Pág. 35, Un. 1,^ — «Era, sobre todo, gran
retórica natural, y que en mover afectos pudiera
ganársela á un pobre portugués, criado en Italia
y trasplantado á la corte de Castilla.»
Nótese el encarecimiento y tal vez exagera-
ción que encieiraii estas frasea. No era bastante
que el pobre fuese portngués, sino qne debía de
haberse caucado 6 formado pedigüeño quejum*
brÓD en Italia y ejercer en la corte castellana sa
mimsterio.
6. Pdff. 49, Un. 7."— «Hernández conoció en
la voz ser Heredia, el primero qne en España
deleitó los oídos con el superior instrumento de
la tira, no conocido hasta entonces en estos
reinos.!
Ni en los tratados históricos de música espa-
ñola, ni en los diccionarios biográficos y técnicos
de ella, hemos hallado registrada esta curiosa
noticia ni el nombre del autor de la novedad
indicada. Seguramente qne Heredia importaría
de Italia el instrumento tan grato & los antigaos
helenos.
7. Pdg. 51, Un. Í8.— «El Racionero Cortés,
López Maldonado y D. Francisco Muñoz.*
Tampoco, ni en los diccionarios de Saldoni,
Pedrell, etc., se citan estos tres célebres canto-
res, cuya maestría y voz encarece Lago dicien-
do que eran émulos de Anfión y Orfeo, y que
cada nno de los tres tenía dado honor á nuestra
nación y llenas de envidia y fama las extran-
jeras.
8. Pdg. 89, Un. 22.— «Sabe, pues, que de
Franoia salió nn caballero...*
NOTAS " 937
No consta, según creemos, que el Condestable
de Borbón, que murió en el asalto de Koma en
1527, como es sabido, dejase hijo alguno. Bien
que el autor no dice que esta historia hay» suce-
dido realmente, como expresa en otras. Toda
ella debe tenerse, pues, por fingida.
9. Pág. 107, Un. 2.' ~ cDe las dos her-
manas.*
En esta novela, cuya moralidad es discutible,
annque si ejemplar, intentó el autor introducir
nna expresión distinta que en las demás, dicien-
do por boca de Celio, que es el crítico de la re-
unión de amigos que refieren estas historias:
«T pues al cnrioso y docto se le dedican las
novelas que llevan mi nombre, para diferenciar
usaré en ésta el estilo lacónico; esto es, conciso;
mas no querría afectado. Jnzgadle, que agrada-
rá á algunos, ó por moderno en nuestro vulgar,
ó por parecer ellos sabios.*
Empleólo, en efecto, al principio y en algunos
lagares de la novela; pero en otros volvió ¿ su
quedo natural, que era un estilo más bien abun-
dante que conciso, aunque no exageradamente,
10. Pdg. 129, Un. 2."— «De la hermania.»
O germania, que es como se escribe hoy y au>
en tiempo de Lugo y Bávila, como puede verse,
entre otros, en el Diccionario de Hidalgo, Esta
novela es imitación del RinÁionete y Cortadillo,
de Cerrantes, no sólo en el asunto y disposioióa
¿6 él, Bino que en varios logares parece ana co-
pia de ella.
Véanse estos párrafos. De La hermania:
«A este punto entraron la Uarfuza y la Zara-
gozana cada ana con su chalo, sa cesta y sa bota.
Salió la vieja, reconoció la gente y abrió la
puerta. Dióronse la bienvenida, y sacando á uq
patinejodoa esteras do ansa, se sentaron toiÍKs.»
De Binconete:
■Alegráronse todos con la entrada de Silbato,
y al momento mandó sacar Monipodio una de las
•steras de enea qae estaban en el aposento y ten-
derla en medio del patio, y ordenó asimismo qaa
todos se sentasen é. la redonda.*
La escena de la comida ee exactamente igual
en una y otra obra, y la del oanto-lo mismo.
Véase este pasaje de La hermania:
» — Vayan seguidillas de las de ahora, dijo la
Pintada, qne no es daño morir como bueuo, y
donde uno sale otro entra. Y tocando el pandero
una, y rascando otra la escoba y la otra dando
con una cb&ugIei en los ladrillos, tras brindarse
aendas cantaron aai:t
Y compárese con este otro del Binconete:
«La Escalanta (quitándose un chapín comenzó
á tañer en él como en un pandero; la Gananciosa
tomó una escoba de palma nueva, que allí halló
acaso, y raspándola hizo un son qae aunque ron-
co y áspero se concertaba con el del chapín; Mo-
nipodio rompió un plato y hizo dos tejoletas qae
algunas segnidillas de laa qae se usaban; mas la
qae oomenEÓ primero fné la Escalanta, y con voz
satil y quebradiza cant¿ lo siguiente:
Por nn sevillano
mío á lo valóQ,
ten^o Booarrado
todo el ci
II. Pág. 146, Un. 22.— «Vinieron en casa del
Licenciado Antolíoez, el cual era un viejo más
miserable que el de Segovia.*
¿Quién era este tipo de comparación tan cono-
cida que no necesitaba mayores detalles? Creo
que se trata del Dómine Cabra del Buscón.
Pero como esta novela no salió á luz hasta 1626,
es evidente que ó la obra era conocidísima antes
de imprimirse, cosa difícil de creer, ó que el per-
sonaje existió realmente y era célebre por su es-
caaeza antes de aquella fecha.
Asi lo creyó Fernández- Guerra, quien en su
edición del Buscón en la Biblioteca de Bivade-
neyra (pág. 489) copia una carta (¿apócrifa?) de
D. Joan Adán de la Parra á Quevedo, fechada
en Segovia en 1639, en que habla del original de
la novela como vivo aún y llamándole el «dómi-
ne Cabreriza*. Pero aunque esta carta se deba
atribuir á D. Diego de Torres, no resalta menos
cierto que en sn tiempo duraba aún la idea de
fs*f^
880 NOTAS
que el personaje retratado por Quevedo había te-
nido existencia real y verdadera.
Por lo demás, si en 1620 en que escribía Lugo
era ya famoso como viejo y como avaro el sego-
viano, es claro que no podía vivir en 1639, como
supone el autor de la carta escrita á nombre de
Adán de la Parra. La pintura literaria de Que-
vedo vale lo que un lienzo de Velázquez. No la
reproducimos por ser conocidísima.
12. Pég. 155, Un, 4.* — «Cuanto que no tiene
nada de fingido.»
Con estas palabras asegura el autor. que el
caso de esta novela ha sucedido realmente; y,
en efecto, recordamos haberlo leído, poco más ó
menos, en otra parte, si bien el hecho pudo ha-
ber ocurrido más de una vez. El Duque, á cuya
casa pertenecía D. Pedro Manrique, protagonis-
ta de la novela, era D. Alonso Pérez de Guz-
mán, séptimo duque de Medinasidonia, inepto
jefe de la armada Invencible, que murió siendo
el señor de mayor renta de España, en el mes de
Julio de 1615.
De este mismo y de su hijo D. Juan Manuel
vuelve á hablar Lugo y Dávila en su novela del
Médico de Cádiz.
13. Pág, 168, Un, P.*— «En la Casa del Cam-
po, en una sala baja á mano izquierda.»
Es la famosa posesión real á que hoy llama«
mos Casa de Campo. Cuando Felipe 11 trasladó
.. 982 NOTAS
■ ■ '^ ■■■■-■■■■ — ■ ■ ■■ — ■ ■»■■■ — ■■ -■■ , I ■ — ^ I ■! ■■ ■ ■ ■ I » ■» I I m^^^^mtm u
16. Pdg. 180, Un. 24, y pdg, 181, Un. 13.—
«Palenquines.»
Lo mismo que palanquines, según el Dic. de
la Academia; ó sea mozos de cordel.
17. Pag. 191, fów. 2.*— «Del andrógino.»
Da pretexto á esta curiosísima novela, qne
además, según dioe el autor, es un hecho real y
sucedido j el epigrama LXix de Ausonio: Quae
sexum mutarint, que el mismo D. Francisco
tradujo después, páginas 264 y 265, muy ajus-
tadamente.
No podria encarecer mucho la moralidad de
esta novela el autor; pues para enseñar «cuanto
son dañosos los casamientos entre personas des-
iguales en edad», cosa que, en verdad, no necesi-
ta demostración, compuso un enredo ó exornó
acontecimiento real que, aunque narrado con arte
muy superior á los demás del tomo, no creemos
esté exento de censura. El asunto era de suyo,
escabroso; pero el autor pudo suavizarlo algo en
las escenas en casa de Solier, sin que el interés
se debilitase.
En lo que nos parece excelente es en la pin-
tura del carácter de este personaje; y creemos
que tuvo á la vista el del Celoso extremeño, de
Cervantes. Sus ingeniaturas para aislar á su es-
posa son por el mismo estilo, si bien en el viejo
de Cervantes se queda en amagos lo que en el
I de Lugo es verdadera catástrofe.
r :?.- s^^wr
334 NOTAS
21. Pdg. 210, Un, 2.* — «Escribiéronse mu-
chas glosas 3e la Mal maridada, que resucitaron
entonces.»
Trátase del antiguo y célebre romance de La
ella mal maridada, que es el primer verso dé
esta poesía, cuya celebridad no sabemos explicar,
"ir' ¡y " -X5omo no sea por haber elegido la palabra maU
^J'^jtñn.aridada en vez de malcarada, que es lo que
j/*»^!/^ viene & significar.
.5» h^j^^'í^^'eI asunto es que la joven esposa, olvidada y
V •> ^* despreciada de su marido, se aviene á huir con
y un galán que ofrece acompañarla, cuando el ma-
rido, sobreviniendo de repente, le da la muerte.
No conocemos el romance primitivo. Duran in-
tentó reconstruirlo sirviéndose de otro de Loren-
zo de Sepúlveda (15B1), y una glosa anterior he-
cha en coplas por un poeta popular de principios
del siglo XVI, llamado Quesada, que hizo además
otras de igual clase.
Pero la reconstitución de Duran dista mucho
de ser exacta; puesto que. ya desde los primeros
versos es falsa, escribiendo como escribe una
copla en vez de romance:
La bella mal maridada,
de las lindas que yo vi;
véote tan triste, enojada:
la verdad dila tú á mi.
£etos primeros versos eran, en reaU
La bella mal maridada,
de laa m&a lindas que vi,
si liabéia de tomar amores,
vida, no dejéis í inl.
El hecho de ser Ó6te como otroa romai
tado, y acaso con liada música, ocasio
tud de variantes y glosas, que duraro
fligto XVI y aun gran parte del aigaienl
nos entre el pueblo, sirviendo de tópico ;
de comparación 4 nueetroa poetas y prc
aqnella edad para encarecer j penden
gar y corriente de alguna cosa.
Tantas debieron de ser las patáfrasi
idea, que produjo el cansancio y hasta
de escritores que, como Gregorio Silves
diados del mismo siglo xvi, escribió i
burlesca del romance , impresa primt
Cancionero general de Amberes de 1
uima y con curiosas variantes, y luí
Obras (Granada, 1699) de aquel egregio
Esta glosa, gracíosfsíma , de Silví
inienza;
¿Qué desventura lia venido
por la tríate de La bella
que todos bacen sobre ella
como en mujer del partido?
83G NOTAS
Y la última copla: »
]0h, hella mal maridada;
á qué manos has venido;
mal casada y mal trovada,
de los poetas tratada
peor que de tu marido!
22. Pág. 220, Un, 27. — «Aquellas cincdenta
hermanas que la primera noche de sus bodas,
dan las 49 muerte á sus maridos, y sólo una le
escapa libre.»
Son éstas las Danaidas, hijas de Dánao,rey d0
Argos, que, según la fábula, casaron con los cin-
cuenta hijos de Egipto, rey de la región de este
nombre; y por instigación del padre de ellas los
asesinaron, excepto Hipermnestra, que salvó á su
esposo Linceo. Júpiter castigó á las otras arro-
jándolas en el Tártaro y condenándolas á llenar
continuamente un tonel agujereado. Esta fábula
se utiliza siempre en sentido alegórico y moral,
como lo hace D. Francisco de Lugo.
23. Pág. 289, Un, 4,^ — «Cuando en la roca
dura...»
Estos versos y los que coloca el autor en la pá-
gina 245, son mejores que sus traducciones. De
los últimos de aquellos, añade: «que se vieron
algún día en la corte», con lo cual debe referirse
á que se habían impreso antes.
24. Pág, 244, Un, i.* — «Guardas me po-
néis.»
Esta Goplilla, que también fué muy glosada j
cantada por toda España, es completa, asi:
Madre, la mi madre;
guardas me ponéis? '
81 yo neme goardo
mal me guardaréis.
Eb el principio de an romancillo picaresco y
jocoso, qae también fué imitado, como se ve por
aquel otro del Romancero general:
Madre, la mi madre,
el amor esquivo,
me ofende 7 me agrada,
me deja y le sijco.
25. Pdg. 256, Un. 35.-«Como puede sucederna-
tnralmente,qiieiina majer se convierta en varón.»
Comienza el extraflo discurso del Dr. Salt so-
bre el androginismo. Y es cosa de admirar que
D. Francisco de Lugo haya recogido todos los
textos, entre ellos algunos mny curiosos, como
los de Antonio de Torquemada y el de Ubeda de
1617, para probar una cosa de la que acaba bur-
lándose, diciendo que es una •bernardina.»
Sin embargo, lo mismo en España que en otros
puntos fué aun hasta tiempos modernos creencia
muy extendida la de tal conversión. Después de
mediar el siglo xvii, el célebre D. Jerónimo de
Barrionuevo, en sus Aviaos históricos, registra
un caso semejante sucedido en Madrid, afiadien-
do que el sujeto de tan rara metamorfosis se en-
señaba al público, y que él pensaba ir i verlo.
' «^ . V" ^ -«w^jB»--»"
OBRAS DE D. EHUO GOTARELO T HORI
!
L
El Cokde Villamediana . Estibio biográfico
y critico con varias poesías inéditas dd misnio,
Madrid, 1886, en i."", 6 ptas.
T1B8O DB Molina. Investigaciones bio bibliográ-
ficas. Madrid, 18^, en 8.°, 3 ptas.
Vida y obras de Don Enbiqub de Villbna. Ma-
drid, 1896, en d."", 2 ptas.
Esttidios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña, I. María Ladvbnant y Qutrantf, pHmera
dama de los teatros de la corte. Madrid, 1896, en
8.", 2 ptas.
Estudios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña. II. MarIa del Rosario Fernández {la Ti"
rana). Madrid, 1897, en 8.®, 3 ptas.
Iriarte y su :época. Obra premiada en público
certamen por la Real Academia Española é impre-
sa á sus expensas. Madrid, 1897, en 4.^ mayor^ 15
pesetas.
El supuesto libro de Las Querellas del Rey Don
Alfonso el Sabio. Madrid, 1898, en 4.** (agotado).
Discurso de ingreso en ía Real Academia Espa-
ñola. Sobre las imitaciones castellanas del Quijote*
(No se ba puesto á la venta.) ^^
Don Ramón de la Cruz y sus obras. Ensayo
biográfico y bibliográfico. Madrid, 1899, en 4.°, 20
pesetas. (Quedan muy pocos ejemplares.)
Cancionero de Antón de Montoro («Z Ropero
de Córdoba)^ poeta del siglo xv, publicado por pri-
mera vez, con prólogo y notas. Madrid, 1900, en
8.^ 4 ptas.
Juan del Encina y los orígenes del teatro espa-
ñol. Madrid, 1901, en 8.^ (agotado.) .
Lope de Rueda y el teatro español de su tiempo.
Madrid, 1901, en 8/ (agotado).
ti
A.
Estudios de historia literaria de España, Ma-
drid, 1901, en 8.**, O ptas.
Estudios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña. III. Isidoro Máiquez y el teatro de su tiem-
j^Q. Mfl-djrid, 1902, ea 8.^ 6 pta».
Cancionero inédito d$ Jcav Ai^vaíbz Gtato», poe-
ta madrileño del siglo xv. Madrid, 1901, en 8.®, 2
pesetas.
Lazarillo de Manzanares, Novela española del
sifflo XVII, de JüA.N CoRTJÉ» PB T01..0SA, Reimpre-
&ÍQU y notas. Madrid, 1901, en 8.^ 2 ptas.
Comedia de Sepúlveda (del siglo xvi). Ahora por
primi©r^ vez publicada: con adverteoicia y n^tas.
Madrid, 1901, en 8.°, 2 ptas.
MI jfrimer auíto sacramental del tMiro español y
noticia de su autor El Baqhillbr HbrnÍlM Lópsz
im Yangtja». Madrid, 1902, en 4.® (agotado).
M supuesto casamiento de Almanzor con um»
T^ja de hermudo II. Madrid, 1903, eu 4,^ (agotado).
Sobre el origen y desarrollo de la leyenda de los
amantes de Terud. Madrid, l^S, en 4.^ (agotado).
ios aa^mas 4^ los Girones, Madrid, 1903, en 4.^
(agotado).
TMtro español del siglo XVl. Catá¡á>go depie»as
impresas y ixo conocidias hasta el presente, Madrid.
1903, «n 8,^ 1 pta.
Bibliografía de las controversias sobre la licitud
del teatro en España, Obra premiada por la Biblio-
teca JSfacional é impresa d expensas del Estado.
Madrid, i90i, en 4.^ mayor, 10 ptas.
Efemérides cervantinas, ó sea resumen cronaló*
gico de la vida de Migubl ds Obrvantbs Saavb-
QKA* Madrid, 1905, en 8.^, 5 ptas.
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Peregrinas y Ejemplares
NOVELAS DE
DOH GOHZALO DE CÉSPEDES T HEHESES
Con noticias del autor y de la obra
por
DON EMILIO COTARELO Y MORÍ
De la Real Academia Española
Madrid, 1906
PUBLÍCALA LA
librería de la viuda de rico
Travesía del Arenal, 1 — Madrid
VI PRÓLOGO
nio (i) y eí biógrafo madrileño D. José An-
tonio Alvarez y Baena (2).
Aunque no lo bastante para poner en cla-
ro la enmarañada biografía de este célebre
personaje, podemos, en vista de precioso»
y no conocidos documentos, indicar el ca-
mino para hallar la clave, así de su dramá-
tica existencia como de sus tan personales y
casi autobiográficas novelas (3).
torta de la soberana majestad de Felipe IV, el
Grande». (Montalbán: Para todos. Madrid, 1033,
índice de los ingenios de Madrid j núm. 140, al fin
del tomo.)
(1) Sólo dice que era madrileño y que en tanto
maduraba algunos trabajos históricos y serios, es-
cribió varias obras poéticas, como el Español Ge-
rardo (Madrid, 1015, 1617 y 1654, 4.^, y Lisboa,
lu25); las Historias peregrinas; El soldado Finda-
ro; la Historia apologética (Zaragoza, 1622 y 1624^
4.**), y Francia engañada, Caller (wí sonati^ 1635, 4.^
(Nic Ant.: Bib. Nov., I, 554.)
(2) Alvarez y Babna (Hijos ilustres de Ma-
drid^ II, 3o2j sólo añade á los anteriores que Oes-
l>edes pasó gran parte de su vida en Aragón. Men-
ciona también á su hermano D. Sebastián de Oes-
pedes y Meneses.
(3) Tenía hace tiempo en mi poder la copia de
la partida de defunción de Céspedes y Meneses; y
queriendo ahora sacar, guiado por ella, la de su
testamento, en el Archivo de protocolos, hallé que
La familia de D. Gonaalo no era entera-
mente vulgar, y sus antepasados más inme-
diatoB fueron todos madrilefios. Llamábase
su padre Leonardo de Céspedes y doña Ma-
ría de MeneseB au madre. Abuelos pater-
nos Q-onzalo Fernández de Céspedes, que
vivía en 1608, y había ya fallecido la mujer
de éste, dofia Ana de Espinosa. Eran tam-
bién difuntos ©n dicho año los abuelos ma-
tarnos, llamados T>. Q-onzalo de Paredes y
doña Isabel Velázquez de Meneaea (1); por
donde se ve, que de ningún modo le corres-
pondía á nuestro novelista este último ape-
llido, si bien la anarquía que entonces rei-
se me habís aaticipado el infatigable erudito don
Cristóbal Pérez Pastor, quien lo publicará integro
en el tomo I de su Tipografía madrileña del si-
glo XVII, actualmente en prensa. •
Este bueno y querido amigo no sólo me facilitó
las pruebas de esta parte de su libro, sino otros tres
cQriosisímoa documentos del mismo Céspedea que
DOS dan á conocer su familia j otras círcuntancias
no menoH importantes de su vida. Son: 1.", una in-
formación de limpieza de sangro hecha en 1608;
2.', venta del privilegio para imprimir el Español
Gerardo (1615), y 3.", recibo de Céspedes á favor do
Bo hermano por mil reales, en 1620.
(1) Información de limpieza de sangre hecha
por D. Gonzalo de Céspedes en Madrid en 1608.
VIU PRÓLOGO
naba en su empleo autorizaba este y otros
abusos r
Es posible que nuestro D. Gonzalo fuese
pariente del famoso capitán Alonso de Cés-
pedes, & quien saca & relucir en su Varia
fortuna del soldado Pindaro (pág. 310 de la
edición de Autores españolesj en una aven-
tura harto extraña y sobrenatural, aunque
no dice fuese de su sangre.
Nació D. Gronzalo en Madrid, como él
mismo asegura repetidamente en la portada
de sus libros y aun en la novela, en parte
biográfica, del Español Gerardo y diciendo:
«La insigne y famosa villa de Madrid, dig-
nísimo aposento y morada de nuestros ca-
tólicos monarcas, es mi amada patria; co-
mún y general madre de diversas gentes y
remotas naciones... Aquí nací y un martes,
cuyo proverbio desgraciado puedo decir no
ha salido á ninguno más verdadero que á
mí; pues hasta en el ser segundo fué con-
traria la infeliz estrella de mi nacimien-
to» (1).
Su hermano mayor, llamado D. Sebastián
de Céspedes y Meneses» siguió la carrera de
(1) Poema trágico del Español Gerardo, parte
primera; discurso I. (Bib. de AA. Esp., p. 124.)
V:
PROLOGO DC
la magistratura; y era en 1620 alcalde ma-
yor de las Alpu jarras. Hizo también versos
que no carecen de elevación y brío, como se
vé por la epístola en tercetos dirigida á su
hermano, y que éste incluyó en su Gerardo.
Nos inclinamos á fijar el nacimiento de
nuestro novelista por los años de 1686; pues
en 1614 era todavía joven, como expresan
algunos de sus panegiristas, y porque ya
habían pasado por él las trágicas aventuras
que forman parte de la trama de su primer
novela.
En 1608 quiso pasar al Perú, llamado por
un hermano de su madre, que residía en la
provincia de las Charcas. Hizo para ello
una información (2 de Julio) de limpieza de
sangre, en la que depusieron como testigos
el doctor Matías Vázquez, el capitán Diego
de Chaves y Francisco de La Fuente, esta-
bleciendo su filiación de cristianos viejos,
así como no ser pariente de los Pizarros, á
quienes estaba prohibido pasar á América.
Por esta información aparece que vivían
aún sus padres y abuelo paterno. Pero este
viaje no se realizó ni entonces ni* nunca.
No consta que siguiese carrera literaria;
pero como en sus escritos no escasean del
/.
X PROLOGO
todo (aunque tampoco abundan) las referen-
cias á los autores más comúnmente citados
á la sazón, es de creer que, por lo menos,
hiciese algunas provechosas lecturas de
ellos.
Y aquí comienza la parte más interesan-
te, si bien la más confusa, de la vida de don
Gózalo de Céspedes. Una aventura amoro-
sa de las varias que describió en la primera
parte de su Gerardo (quizá la de doña Cla-
ra), dio con él en una cárcel estrechísima y
con gran peligro de perder la vida en pú-
blico cadalso. Sobre esto no puede haber
dudas leyendo la advertencia «Al lector»,
que precede á la obra, y la referida epístola
poética de su hermano.
«Si acaso, lector crítico ó como tú esco-
gieres el renombre, el plectro de mi musa, ó
ya por triste ó ya por áspero é inculto di-
sonare á tus oídos, ruégete, si su buena in-
tención no la excusare, que siquiera la dis-
culpe contigo el bárbaro instrumento de una
cadena, á, cuyos desagradecidos acentos fue-
ra imposible cantar menos que endechas y
fúnebres elegías. Y si, supliendo la disposi-
ción de su inventiva, tocares sólo en la ca-
lidad de su doctrina, no condenes á su due-
PROLOGO. XI
ñó; culpa á las injurias de los tiempos, y
más que á ellos, á la soleda,d de una torrey
á la vejación y molestia de mis severos jue-
ces; pues^ muchas veces me privaron aun de
los libros que tenía para mi diversión, y al-
gunas de pluma y tinta para escribir; que á
tales términos suele extenderse su jurisdic-
ción; y á mayores si la emulación de los
enéx^igos los divierten ó inclinan. No es mi
intento jugar más de esta pieza, pues no ha^
hiendo sido más que la de una dama el prin-
cipal origen de tan largos trabajos, me tuvo,
como dicen, al canto del tablero^, Y al final,
añade que los sucesos que pasa á referir son
en parte verdaderos y en parte fingidos.
D. Sebastián de Céspedes, en la repetida
epístola, se expresa así:
¿Qué pudiera cantar entre los grillos
de una larga prisión el tracio Orfeo,
cansado de vivir y de suf rillos?
Allí, donde engañando su deseo,
y al misero cuchillo la garganta ,
esperaba aquel trágico trofeo.
Allí su error en tres discursos canta;
vivo ejemplar de su infeliz delito:
que amor excusa tanto como espanta.
La claridad con que uno y otro se expre-
san sobre la causa de la prisión de nuestro
XII PRÓLOGO
novelista demuestra que en la conducta de
éste no hubo nada de deshonroso para él,
siendo más bien víctima de sus disculpables
yerros amorosos y de injusta persecución
ajena. La primera aventura de Gerardo en
Talavera con doña Clara responde bien al
carácter que queremos . atribuir á estos su-
cesos reales de Céspedes.
Y tan conocida debía de ser entonces la
causa de esta desgracia y prisiones, que
hasta Vicente Espinel, en las décimas que
en elogio del libro de su amigo compuso,
dice:
Si puede haber males justos,
éstos, Gonzalo, son tales;
pues de tus trágicos males
sacas generales gustos.
A principios de 1615 estaba ya libre en
Madrid, según creemos, pues en 24 de Ene-
ro, el mismo día en que obtuvo el privilegio
por diez años para imprimir la primera
parte de su Español Gerardo, comparece
ante el escribano Francisco Testa, en unión
del librero Juan Berrillo, á quien se lo cede
y traspasa por la cantidad de 460 reales,
cantidad harto exigua, pero que acaso ha-
rían aceptable la situación poco desahoga*
da del autor, así como au escaso reno
Publicóse poco después, en este i
año, el libro, dedicado por el autor
moso D. G-ómez Suárez de Figueroa, i
dd Feria, ¿ la sazón virrey de Yalen<
en un elegante soneto, también al ]
dirigido por D. Sebastián de Césped
dice:
A ti, se&or, & ti los avarientos
triunfos de amor, mi agradtcido hermaní
A ti, se3or doctísimo y dlchoBO,
radezas 7 desdiobas ofrecemoB;
no impropio don, aunque pequeño y núes
¿Qaién no será & tu sombra venturoso?
¿Qui¿n docto y cnlto no, si en ti tenemos
padre y Ueoenos, príncipe y maestro?
Estas palabras parecen indicar que
que habría contribuido á hacer meni
gas las prisiones del turbulento y i
novelista (1).
(1) Como el editor de eíita obra en la Bü
de Autores españoles no conoció las primei
presiones, y allí se han omitido, tanto en e.
vela como en la del Soldado Píndaro, caai te
preliminares, describiré coa alguna minno:
las primeras ediciones de ambas.
I. Poema trágico \ del eepaAol | Qerardí
en- 1 gaño del amor lasciuo. \ Por Don
XIV PRÓLOGO
La buena acogida que obtuvo este libro
hizo que inmediatamente pusiese D. Q-on-
lo I de Céspedes y Meneses veeina y \ natural de
Jifadrid. I A Don Gómez Svarez de \ Figueroa y
Cordoua, Duque de Feria, Marques \. de Villálua,
señor de las Casas de Saluatierra, Co \ mendador
de Segura de la Sierra, Virrey y \ Capitán Gene-
ral del Reyno de \ Valencia \ Año (Un adorno de
imprenta) 1615, | Con privilegio.] En Madrid,
Por Luis Sánchez. \ A costa de luán Berrülo.
A la vuelta, escudo del impresor, con una alego-
ría formada de un brazo desnudo, empuñando un
hachón encendido; un sol en la parte superior, y
al pie esta inscripción poética:
Soy la luz del desengaño^
originario del cielo,
que vengo á quitar del suelo
las tinieblas de su engaño.
Tassa: Madrid, 23 de Marzo de IQlb.— Erratas:
20 de id.— Suma del privilegio (A Céspedes, por
diez años): «Arganda á 24 de Enero de 1615».—
Aprobación del Dr. Gutierre de Cetina: Madrid,
11 de Diciembre de 1614. — Aprobación de Fr. To-
más Daoiz, Presentado: Madrid, 26 de Diciembre
de 1614.
Dedicatoria (del autor).— Soneto de Sebastián de
Céspedes y Meneses.— ^¿ lector.— 2 Décimas del
Maestro Vicente Espinel.- Soneto de Luis Yélez de
Guevara.— 0/ro de D. Francisco Dávalos y Oroz-
co. — Otro del Lie. Francisco de Cuenca.— 0¿ro de
D. Antonio Manjares, vecino de Talavera.— 0¿ro
PRÓLOGO XV
zalo manos á una segunda parte que tenía
ya terminada al año siguiente, y se impri-
mió en Madrid en 1617 (1).
de D. Gonzalo de Ayala. — O^ro de Felipe Bernardo
del Castillo.— 2 Décimas de una Dama granadina,
al autor. Soneto de doña Beatriz de Zúñiga y
Alarcón. — Epístola, en tercetos, de D. Sebastián
de Céspedeíi.— Elogio, en prosa, de D. Francisco
Bávaios al a.utor.—- Soneto del Poema al lector.—
Texto (3 Discursos),
Termina esta primera parte con dos poesías en
tercetos, que se han suprimido en la edición de Bi-
vadeneyra, como la mayor parte de los anteriores
preliminares.
8.**; 20 h. prels., 303 foliadas^ y una de colofón:
«En Madrid, | Por Luis Sánchez | AñoM.DC.XV».
Esta es la 1.^ edición de solo la 1.*^ parte.
(1) n. No hemos visto ningún ejemplar de esta
primera edición de la Segunda parte, que resulta
de los preliminares de la que ya á seguir, y citan
Nicolás Antonio y otros, sin describirla.
III. Poema trágico del español Gerardo y des-
engaño del amor lascivo. Por D, Gonzalo de Cés-
pedes y Meneses.,, A D, Gómez Suarez de Figue-
roa,.. Año 1618, Con licencia. En Barcelona, Por
Sebastian de Cormellas y á su Costa. Año 1618.
Aprobaciones y licencias de la 1.* edición.— 2>e-
dicatoria; Soneto de D. Sebastián de Céspedes. —
Al lector*, — Epístola en tercetos. — Elogió de Dáva-
\os,— Soneto del Poema, Se han suprimido los de-
más preliminares.
XVI PRÓLOGO
Reveló en esta obra su autor cualidades
de eminente novelista, en cuanto á inven-
ción, arte de disponer el asunto y orden de
los episodios, que mantienen vivo y despier-
8,^; 11 h. prels. y 201 foliadas. También lleva al
íiual las dos poesías. A continuacióu va la 2.^parte:
Poema trágico \ dd español \ Gerardo, y des
en- I gaño del amor lascivo. Por Don Gonzalo de
Céspedes y Meneses natural de Madrid. \ A Don
Gómez Stiarez de Figueroa,., \ Segvnda Parte. Año
1618. I Con licencia \ En Barcelona^ en casa de Se-
bastian de Cormdlas | al Cali, y á su costa.
8.®;4 h. prels. y 180 foliadas. Aprobación áe¡\ Maes-
tro Espinel. Dice que mejora la primera parte: «Ma-
drid, 17 de Diciembre de 1^1^*.— Aprobación del
Maestro Fr. Alonso Yallejo: «Madrid, en el Car-
men, á 18 de Abril de 1617». — Licencia: Biircelona,
14 de Diciembre de IQll.^-Tassa: Madrid SO de
Mayo de 1617.— Dedicatoria del autor escrita en
Madrid (sin fecha).— Al lector (Ofrece las Historias
peregrinas).
Soneto de Juan de Salcedo y Batres, escribano de
Toledo. — «A D. Gonzalo de Céspedes y Meneses,
Unp, Peregrina» (Soneto y estancia). Dice hallarse
Céspedes «en tus floridos años».— Texto. (Faltan
los demás preliminares: se han suprimido.)
IV. Poema trágico del Español Gerardo, y des-
engaño del amor lasciuo, Nvevamente corregido y
emendado en esta segunda impresión por Don
Gonzalo de Céspedes y Meneses, vezino y natural
PRÓLOGO xvn
to el interés, sobre todo en la primera par-
te. Sobresale, además, en la pintura de ca-
racteres, empezando por el del protagonis-
ta, que es su propio retrato, ó, al menos,
de MadHd, su mismo Autor, A Don Gómez Sua-
rez de Figueroa.„.Ano (Escudo del impresor) 1621,
Con privilegio. En Madrid, por Luis Sánchez, im-
pressor del Bey N, S. A costa de luán Berrillo
Mercader de libros.
Las dos partes. 4.®, 8 h. prels. y 284 foliadas. Le
llama 2.^ impresión, aunque era ya tercera, por no
contar la de Barcelona, considerada fraudulenta ó
hecha sin licencia del propietario, por no haber
sacado privilegio para Aragón.
La primera parte lleva todos los preliminares de
la 1.^ edición, y la segunda los siguientes:
Soneto del Lie. Felipe B. del Castillo. — Soneto
de «La Peregrina». — «De Don Diego de Agreda y
Vargas, hijo del Doctor D. Alonso de Agreda del
Consejo Supremo y Cámara de S. M. > (Tres déci-
masj, — «A Don Gronzalo de Céspedes y Meneses, el
Licenciado Don Juan E,uiz de Alarcón y Mendo-
za» (1 octavilla), —Décim^a de D. Femando Ber mu-
dez Carvajal.— De luán de Vergara de la Serna (8
quintillas). — «Gonzalo de Ayala al lector» (2 dé-
ci7nas). ^
Ninguno de estos preliminares tan curiosos se
ha copiado en la edición de Autores españoles,
V. Poema trágico,,, Cuenca, por Salvador Yia-
der, impresor de libros, 1621^ 4.^, 240 hojas.
HISTORIAS PEREGRINAS II
XVIII PROLOGO
<5omo ¿1 hubiera querido ser. Que Gerardo
«ra su nombre poético, parece indudable;
pues aun en su último libro, publicado en
1636, lo recordó, suscribiéndolo con el seu-
dónimo de Gerardo Hispano, que, como se
comprende, es el mismo que Español Ge-
VI. Poema trágico.,, Madrid, Juan Gronzález,
1623, 4.<>
VII. Poema trágico,., Lisboa, por Antonio Al-
varez y á su costa. Año 1625, 4.^, 278 hojas. Esta
edición es como las de Mndrid, y reproduce todos
los preliminares.
VIII. Poema trágico,,. Valencia, Miguel Soro-
11a, 1628, 4.^ 12 h. prels., 400 pp.; más 4 h. y 350
páginas de la 2.* parte. Esta última aparece impre-
sa por Felipe Mey, con portada y paginación espe-
ciales.
IX. Poema trágico.,, Madrid, Imprenta Real,
1654, 4.S 4 h. prels. jr 234 foliadas.
X. Poem.a trágico,,, Madrid, Antonio Román,
1686, 4.*>, 21i. prels. y 372 pp.
XI. Poema trágico,,, Madrid, Francisco Martí-
nez Abad, 1723, 4.®, 2 h. prels. y. 386 pp.
XII. Poema trágico.,, Madrid, Pedro Marín,
1783, 4.*»
XIII. Poema trágico.,, Madrid, Rivadeneyra,
1851, 4.^ Páginas 117 á 271. (Tomo XIX de la Bi-
blioteca de AA, españoles.)
' XIV. Traducción italiana hecha por Barezzo
Barezzi y publicada en Venecia en 1630.
PROLOGO XIX
rardo, que lleva el héroe de la novela de
igual título.
Pero todavía fué más feliz Céspedes en
los caracteres femeninos, tan variados, aun
dentro de la expresión amorosa, común á
todas sus mujeres; manifestándose en cada
una con matiz diverso é inspirándoles ac-
cienes opuestas y hasta contradictorias,
pero lógicas, dentro de su peculiar modo
de ser.
No merece los mismos elogios el estilo,
sobre todo de la primera parte. No es pre-
cisamente culterano, pues carece de latinis-
mos, transposiciones y construcciones lati-
nas, para lo que no tenía Céspedes instruc-
ción suficiente. Pero^í es enfático el lengua-
je y los períodos largos en demasía, defecto
éste que no perdió nunca del todo; á la vez
que presenta muy diluidos y aun repetidos
los pensamientos, con sólo cambiar ó du-
plicar los adjetivos y los adverbios. En la
segunda parte y en las demás obras adoptó
un lenguaje más llano y más adecuado á los
sucesos que refiere, llegando en su última
novela á un grado muy alto de perfección
en cuanto á esto.
Pasados dos años, de nuevo hallamos, á
XX PRÓLOGO
D. Gonzalo mezclado en negocios crimina-
les y no menos que preso en la cárcel de
esta villa. El documento en que consta es
no poco curioso, aunque no muy claro. Em-
pieza así:
«En la villa de Madrid, á primero día del
mes de Enero de 1620 años, ante mí el es-
cribano público é testigos de yuso escriptos,,
pareció presente D. Gonzalo de Céspedes,
preso en la cárcel real desta corte, y dijo
que Pedro López de Córdoba, jurado y ve-
cino de la ciudad de Granada, en 24 días del
mes de Julio del año pasado de 1619, dio
una letra sobre Cristóbal Sánchez García,
defunto, vecino que fué desta villa, para
que pagase 1.000 reales en vellón á la per-
sona que le entregase testimonio de cómo
8u Magestad había hecho merced de alzar el
servicio de galeras al dicho D. Gonzalo de
Céspedes, á que estaba condenado por los ^6-
ñores de la Real Chancilleria de la dicha
ciudad, por tiempo de ocho años.*
Dicha cantidad la enviaba D. Sebastián
de Céspedes, alcalde mayor de las Alpu ja-
rras. No se hizo efectiva la letra en el resto
del año; en el intermedio murió Sánchez,
que era un comerciante de la Puerta de
PRÓLOGO XXi
Gaadalajara; y en 3 de Diciembre se renue-
va la letra, pero añadiendo que los mil rea-
les se entreguen directamente ¿ D. G-onza-
lo, & quien se los presta, su hermano; y en
1.® de Enero da éste recibo á Luis Sán-
cheas García, hermano y heredero de Cris-
tóbal.
En vista de la diferencia de tiempos,
pudiera creerse que se trata de algún nue-
vo desafuero cometido por nuestro novelis-
ta. Pero más bien parece sea el remate y
conclusión del proceso incoado antes
de 161B.
La primera parte del Español Gerardo
concluye quedando éste preso en la cárcel
de Iliberia, ó sea Granada, como en otro
lugar de la obra dice con más claridad. Y
el principio de la segunda es en igual sitio,
hasta que le trasladan á una torre del
Alhambra y comienzan sus amores con la
infortunada Lisis. Viene luego su fuga de
la torre y su refugio en la Alpu jarra, don-
de, como hemos visto, era alcalde mayor su
hermano. Entre los elogios poéticos de esta
obra hay dos décimas «de una dama grana-
dina», lo cual prueba su asistencia en aque-
lla ciudad antes de 1615.
XXn PRÓLOGO
Si, pues, la Chanoillería de Granada es
la que aparece ahora haber condenado í
ocho años de galeras á Céspedes, natural
será pensar que se trata de un solo y úni-
co asunto, cuya sustanciación, por causas
que no conocemos (quizá por haber que-
brantado su prisión el reo), duró todo este
tiempo.
Los mil reales serían destinados al pago
de los gastos de conmutar la pena de gale-
ras en cárcel ó destierro, que lograrían por
influencia con algún ministro ó consejero.
D. Gonzalo de Céspedes obtuvo pronto
su libertad; pero seguramente á cambio de
una sentencia' de destierro de la corte por
un número de años igual ó mayor que la
pena de galeras. Por eso le vemos en ade-
lante residir largo tiempo en, Zaragoza y
aun en Portugal, antes de que, ya indulta-
do, pueda volver á la capital de España.
En la aragonesa residía en 1622, cuando
terminó y dio á la estampa una Historia
apologética de las alteraciones de Aragón
en 1B91 y 1592, originadas principalmente
por haber acogido á Antonio Pérez, la cual
historia, aunque dedicada al rey y elogiada
por Bartolomé de Argensola, le ocasionó
PRÓLOGO XXIII
también algunos disgustos y, al fin, se man-
dó recoger (según dice Salva) por el Con-
sejo (1).
De los contratiempos que esta obra le
causó habla el mismo Céspedes en la adver-
tencia «Al lector» de las Historias peregri-
nas, que hoy publicamos, diciendo: «Pro-
testo dibujarte el alma de la historia, en
verdad efectiva, y tan calificada como la oí
á personas de crédito, si oien en el cum-
(1) Historia \ Apologética \ en los svcessos del
reyno de Aragón \ y su Ciudad de ^aragoga, Anos
de 91 y 92. \ Y relaciones fieles de la verdad^ que
hasta aora \ manzülaron diuersos Escritores. | Por
Don Gongalo de Céspedes y Meneses, vezino de Ma-
drid, I Al, Rey nvestro Señor (Escudo real). Año
1622. I Con licencia y Privilegio. \ En Zaragoga,
Por luán de Lanaja y Quartanet, Impressor del
Reyno de Aragón,
4.°; 2 h. prels. y 236 pp. — Licencia del ordinario:
28 de Julio de 1^22.^ Aprobación del Dr. Bartolo-
mé Leonardo de Argensola (Elogia el libro). Za-
ragoza, 28 de Julio de \&¿Q.^ Dedicatoria del ^.yx-
tor,— Privilegio para Aragón: 1.® de Agosto de
1622.— JE?rra¿íW, 19 de Octubre de iáem.—TextOy
dividido en discursos,
D. Nicolás Antonio cita una reimpresión de Za-
ragoza, 1624, 4.^, que no debe de existir, porque el
libro fué recogido por orden del Consejo.
/ .
XXIV PROLOGO
plirlo corra peligro el mío; daño experi-
mentado y de cuyas heridas aún no se han
aminorado las cicatrices. Pues por haberla
escrito lisa y sinceramente en uno de mis
libros, es maravilla grande verme ahora en
escape. Tantos fueron y han sido los ému-
los que la contradijeron», (Pág. 11.)
Disgustado por tales motivos, ó cansado
tal vez de su residencia en Aragón, hubo de
transferirla á la ciudad de Lisboa, segunda
metrópoli entonces de España, pues aún no
se había alzado este reino contra el dominio
de Castilla. Allí le hallamos en 1626, con
ocasión de publicar la primera parte de su
no terminada novela del Soldado Píndaro,
último y más perfecto de sus ensayos nove-
lísticos (1).
(1) I. Varia \ fortuna | dd soldado \ Píndaro
I Por don Gonzalo de Céspedes y Meneses, vezino
y na | turbal de Madrid \ Al Excellentissimo señor
don Manuel Alonso Pérez de ] Ghuzman el Bueno,
Duque de Medina Sidonia. \ (Escudo del impresor
con la leyenda. Vias tuas, Domine, ^demonstra mi-
hi). Con todas las licencias necessarias. \ Lisboa»
Por Geraldo de la Viña, 626 (1626).
4.**; 4 h. prels. y 188 foliadas.— Zrécen^o^: «Em
San Domingos de Lisboa 8 de laneiro de 625 annos.
Fr. Thomas de S. Domingos, Magister». — «O BispOv
PRÓLOGO XXV
Algunos críticos, como Ticknor, encuen-
tran en esta obra menos interés que en la
del Gerardo; cansancio quizá dimanado de
leer, una en pos de otra, tan extensas no-
velas. Pero creemos que, si bien el número
de incidentes y episodios no es tanto ni es-
tán contados con la rapidez que en el pri-
Inqnisidor geral.» — «Lisboa 4 de Feíiereiro de 625.
Viegos».- Otra y erratas y tasa (ICO reis), — jDe-
dicatoria.—Al Ijetor. Ofrece segunda parte muy en
breve y habla de sus dos Gerardos (1.* y 2.* par-
te). Cita, además, la Historia apologética y las His-
torian peregrinas^ añadiendo: «Uno mi^mo es su
estilo; no obstante que he procurado en éste ceñir
más el lenguaje, hurtando el cuerpo á toda afecta-
ción, epicteto y sinonomo. Lacónico y conciso ve-
rás hoy al Soldado.»
Ninguno de estos curiosos preliminares pasó á
la edición de AA. españoles.
II, Fortuna varia del soldado Pindaro, . . En
Madrid. Por Melchor Sánchez, Año 1661, A costa
de Mateo de la Bastida, Mercader de libros.
8.**; 250 hojas.
m. Fortuna varia... En Zaragoza, Por Pas-
cual BvenOj Impressor del Rey no de Aragón,
Año 1696.
8.°; 256 hojas.
IV. Varia fortuna,.. Madrid, Pedro José
Alonso y Padilla, 1733,
4.** (Con las Historias peregrinas,)
XXVI PRÓLOGO
mero de los Gerardos, el interés no es me-
nor; pues están los sucesos referidos aún
con mayor habilidad y una gradación más
calculada. La parte dramática de las aven-
turas no cede en intensidad á las de la an-
terior novela, comenzando ya al abrirse el
libro con la sangrienta peripecia del con-
vento.
A otros, como á Rosell, les parece des-
acertada la mezcla de lo serio y hasta mo-
ralizador de algunos pasajes de esta novela
con otros de sabor y tendencia picarescas.
Tampoco conceptuamos de fuerza este repa-
ro. La alternativa de sucesos de géneros dis-
tintos lleva la atención á ideas muy diver-
sas, evita el cansancio y la monotonía, da
más variedad al lenguaje y estilo y recrea
el ánimo con los pasajes alegres, después
del sentimiento de pena ó conmiseración
que producen otros de índole opuesta.
Y en la presente' obra, como el espíritu
de Céspedes, aunque valiente en la inventi-
va, estaba muy encariñado con la realidad,
los pasajes relativos á las cárceles y á la
hampa sevillana tienen un valor histórico
muy de estimar para el conocimiento de la
vida social de entonces.
PRÓLOGO xxvn
El estilo es todavía en esta obra mejor
que ep. las demás del autor; y con no ser de
corta extensión siente uno que Céspedes na
haya publicado la segunda parte que ofrece
en la primera. Ticknor, resumiendo su jui-
ció sobre esta obra y la del Español Gerar-
do j dice que «ana y otra revelan, sin em-
bargo, grandes recursos y tal fertilidad de
ingenio, cual no se halla en ningún otro li-
bro de su género escrito por aquel tiempo
en Francia y en Inglaterra».
En Lisboa se hallaba aún D. Gonzalo de
Céspedes en 1631, cuando dio á luz la obra
en que tal vez fiaba la restauración de su
fortuna. Habíala ido formando después que
su estancia en Aragón encaminó sus estu-
dios por los senderos de la Historia. Los
cambios repentinos é inesperados en el Go-
bierno; los sucesos trágicos y el nuevo giro
dado á la política española, y por ende á la
europea, le inspiraron el deseo de recoger
actos de tal transcendencia y referirlos ha-
ciendo núcleo de su narración la vida de
aquel joven rey que á los diez y seis años
fué llamado á gobernar el más vasto impe-
rio que hasta entonces había existido.
Reunió, pues, y ordenó los principales
XXVUI PRÓLOGO
hechos de la monarquía en los seis primeros
años del reinado del cuarto Filipo, y los dio
al público con el título de Historia de Feli-
pe IVy bajo la protección de D. Jorge de
Cárdenas, duque de Maqueda, que entonces
regía las galeras de la marina hispanopor-
tuguesa (1).
Esta historia es más bien una crónica bas-
tante minuciosa y exacta. Escarmentado
(1) Primera parte | de la Historia | de D, Fe-
lippe el nil I Rey de las Espanas, \ Por Don Gon-
zalo de Céspedes, y Metieses. \ (Escudo real). Al Ex-
cel,»^ Señor Don lorie de Car- \ denas Manrv
que, duque de Najara, y Maqueda, \ Año de (escu-
do del Mecenas) 1631, \ En Lisboa, con licencia la
imprimió Pedro Craesheeck,
Fol. 4 h. prels. y 607 ^i^.^Licengas: 7 de Feuerei-
ro de 631. O Doutor frey Manuel de Lemos. ~0¿ra;
20 Marzo de 1681. Fr. Thomás de S. Domingos, Ma-
gister. — 0¿ra; 20 Marzo 1631 ([nquisipam). — G^ra;
26 Marzo 1631 (Ordinario).— Gira (do Pa^o): 8
Abril 1631.— -Pe de no haber erratas: 14 Octubre
1631. — Taixa («dous cruzados em papel»). Lisboa,
21 Octubre liiSÍ. ^Dedicatoria del autor.— Epístola
latina, en prosa, al autor, por Francisco Tello de
León, trinitario. —Erratas. — Texto,
Historia de D. Felipe HII, rey de las Españas,
Por D. Gonzalo de Céspedes y Meneses, Barcelona,
1634. Por Sebastian de Cormellas, al Cali.
4.®; 4 h. prels. y 281 foliadas, más 34 de Tabla.
PRÓLOGO . XXIX
Céspedes, huye de juzgar las personas y
los sucesos, sobre todo los que podían dar
ocasión á querellas de poderosos. Como en
general tiende á aplaudir el gobierno y ac-
tos del favorito, conde de Olivares, el libro
fué bien recibido en la corte; tres años des-
pués se reimprimió en Barcelona y no se
hizo esperar mucho la recompensa de su
autor, que pudo regresar libremente á la
patria y fué nombrado cronista de Su Ma-
jestad.
Es posible que ya algo antes de 1631 pu-
diese circular sin limitaciones por toda Es*
paña, pues Lope de Vega, en su Laurel de
Apolo, impreso en 1630, decía, hablando de
los dos hermanos :
Dos Céspedes, hermanos, se te ofrecen,
qne como las estrellas resplandecen,
á quien Júpiter dio partes divinas
y Leda las humanas.
Sus fortunas han sido peregrinas;
pero todas tuvieron fuerzas vanas
contra su n9mbre; que sus luces bellas
no temen las estrellas, siendo estrellas.
(Silva VI.)
Desde entonces ya no salió de Madrid.
Había contraído matrimonio con doña Ma-
ría de Escobar, en quien no tuvo sucesión,
XXX PRÓLOGO
y que le sobrevivió por un tiempo que no
hemos podido precisar hasta ahora.
En cumplimiento de sus deberes de cro-
nista no se descuidó en responder, en 1636,
á los manifiestos del Gobierno francés, con
fechas de 6 de Enero de 1634 y 5 de Junio
del siguiente, y encaminados á formar opi-
nión contraria á la política internacional de
España, sobre todo en lo referente á nues-
tras cosas de los Países Bajos , y que tantas
y tan vehemente? y razonadas respuestas
(una memorable de D. Francisco de Queve-
do) provocaron de los nuestros.
Tituló la suya D. G-onzalo de Céspedes
Francia engañada: Francia respondida (1),
dedicada al conde de Niebla, hijo mayor
del duque de Medinasidonia. Declárase cria-
do del Conde; según creemos, más bien para
encarecer la adhesión á su persona que por-
que realmente lo fuese; si no es que mien-
tras anduvo fuera de Madrid, tuviese oca-
sión de residir al lado suyo.
(1) IfVancia \ engañada \ Francia \ respondi-
da, I Por Gerardo \ Hispano, \ Al grande primo
génito, I de la siempre grande y esclarecida casa
Cade I Crvzman \ El conde de Niebla \ Impresso en
ller, Año 1635.
4.*; 1 b. prel. y 154 pp.
Sn el cuerpo de este folleto polémico,
que aunque suena impreso en Caller pa-
rece lo fué en Madrid, ataca dura y hasta
injustamente al cardenal de Bichelieu, '
bien, desarrebozando la perfidia y sofísn
hipócritas ocultos en los manifiestos i:
pirados por él, hace ver que la políti
francesa, dirigida en primer término al al
timiento de la casa de Austria, era fram
mente anticatólica, no obstante afirmar
contrario, principalmente por la resue
protección qne dispensaba á los protestt
tes, no sólo los rebeldes de Flandes, sin(
los de toda Alemania.
Es probable que nuestro D. Gonzalo 1
'biese publicado también alguna de las m
tiples relaciones de sucesos que por aqi
líos años se dieron á luz, aun sin llevar
nombre (1).
(1) Por io meuoa coosta que se le encargó la,
las fiestas hechas en lladrid eo 1637 coa motivo
haber &ido elegido rey de romanos el de Hungí
cuñado de Felipe lY. Asi lo asegura cierto curi
autor de unos Noticias de Madrid, impresas co
notas de los tomos XIII y XIY del Memorial 1
iórico español, en estas textuales palabras: •£!
Btibir' una larga y extendida relación de toi
estas fiestas se ha encomendado á la cuidados
XXXn PRÓLOGO
No se hallaba todavía en edad avanzada,
cuando por el verano de 1637 fué acometido
de una grave dolencia que le puso en el
trance de otorgar su última voluntad, como
lo hizo, en 14 de Septiembre de dicho año
ante Nicolás Gómez.
Contiene este documento algunas cláusu-
las muy singulares, que inmediatamente
traen á la memoria sus aventuras de la ju-
ventud, aunque no podamos precisar eLob-
jeto de su referencia. Con todo, las extrac-
taremos.
Declara hallarse enfermo en la cama; es-
tar casado con doña María de Escobar, y
después de la ordinaria protestación de la
fe, añade:
«ítem: mando, y es mi voluntad, que
cuando Dios, Nuestro Señor, fuere servido
de llevarme desta presente vida, mi cuerpo
sea sepultado en la iglesia del Espíritu San-
to del convento de los Clérigos Menores, en
la sepultura en que está enterrado la seño-
diligente pluma del Sr. D. Gonzalo de Céspedes y
Meneses, dijs^nísimo cronista general de la monar-
quía de España. Esta suplirá mis faltas y se en-
viará habiendo salido á luz». (Mem. his, ^Pn
XIV, 69.)
PRÓLOGO XXXIII
rá doña María de Meneses, mi madre, que
santa gloria tenga; esto queriendo buena-
mente los dichos religiosos hacerme merced
de contentarse con cien reales de limosna
por salir á recibir mi cuerpo hasta la puer-
ta de la iglesia y mandarme abrir la sepul-
tura, responsos y otros gastos ordinarios de
cera, y les pido tengan por bien de admitir
esta poca cantidad. Y de no querer hacerme
ésta merced los dichos religiosos es mi vo-
luntad que mi cuerpo sea enterrado en el
convento y capilla de mi padre San Fran-
cisco, cuyo humilde religioso y profeso soy
de su Tercera orden, adonde mis albaceas
me mandarán Uevar en un coche para ex-
cusar los gastos incompatibles con mi poca
hacienda...
ítem: mando que con la mayor brevedad
que fuere posible mis albaceas tomen la
cantidad que de mi hacienda les pareciere,
y della distribuyan en la forma y manera
que yo les tengo comunicado las cantidades
y sumas que dejo apuntadas y referidas en
un papel aparte, del cual y dellas les reser-
vo de dar cuenta á persona mortal, porque
queda debajo del sello de la confisión, y les
pido y ruego que al punto le rompan, por-
mSTORIAS P£ILEG&INAS lU
XXXIV PRÓLOGO
<)ue p^ra lo %u& toca á su cumplimienta
sólo hdgo jueces i aus propias eoiaioieuciaS'^
hA cuales les encargo y protesto 4 su Siri*
ua Majestad, que la omisión qvtor en Sru eje-
cución hubiere no corra^per micuesita sia^
por la deelloB...
ítem: mando á Leonor Alvarez otros 50
ziealea.
ítem: mandior á Ale>nsro,.. BPbi GrÍAdo^^. deaoiáa
d^ mB y^stiéloft y sepa qtte I»? bud^ bftoha^ la
duséeate daftaJCaria, nairi ]siiu>J6^^todo elltieiBar
po que fuese xaenester pasrcu aeoscuodacsaT,
como nx} exceda, de un mea.
Y para oum»plir. y V^gf^^ ^ste i^ testar
saento, ísuuDidas j. leg^.do»7^ 7 eé^eesÉarip. y dásr^
poaer las demáisH eosaa quer eB. dicbor papel
dejo aparte firmadas de mi mano, comatitsr
yo y nombro por mis albacetts y testavien-
tarios al Padre Jeróxdnvo de Saleede, ni
CQniesoc y especial amigo, y á la diclMi do&a
María de Escobar, mi mujer, á la eual; p09
la mxLcba y grande confianza que de au&
aataoT y virtud, teago, dejo y doy todo mi
poder para qiAe luego que yo- fallezca disr-
pcnbga de lesr dicbie<Sfmi« bíeneay haciendar.^.
Y 60 el rezuanente ^ue de todos los dichoft
mtB biene» quedaíre y fincare instituyo y
üMftlhro por SH herectera. tmiyereaF fr»afrif&-
tivtará» á Ift cticbe^ dolía Mfl»H[a' éit^ Sseoibar,
mí rntríer; y qmevo lo k»ya j hopecfe^ eott I»
beofGKeión d« Dios; qtro', s^^ám el anife^r y }a
TolHiitad^ qao la he tenido, j Io> tufie^bo q«e
la deboy todo es muy poco. La cual la- dejo
€fmí ealiéad j eondi^km que, eottte tioneoios
tgnÉado y oottinHcado emt el- Padr^JerAei^
BW de» Sftleefite», y ella, por s» parte, libre' y
oBponi^&eaiBeiite e(W9ea%idíO', se^ baya ^
poner ¿ ceneo ó gananeia, eonro mejor le
pareciere, con todas bipotecas y s%ori:deh
des qvte para eflo fuesen necesaria»; á» ma-
ttera qt» yo no dejo á ía dieta Mi mujer
smo por uatifüruotuaria durattte^stt nda, y
para que en esta parte baga y eum;^ lo
que en el papel que reservo aparte, sellado
y firmado de mi nombre y mano especifico
y ordeno, porque esta es mi voluntad, y de
«Ara manera no quiero que tenga, posea ni
dftstcilmja con buena conciencia la dicba
bacieiida...»
' Firma este documento en Madrid, á 14
de Septiembre de 1637, como queda dicbo.
Toda¿iria se prolongó la vida de I>.. Ghonzalo
otiros cuatro meses, falleciendo el 27 de
Enero siguiente, por la nocbe, en la calle
XXXVI PRÓLOGO
del Sordo (Zorrilla), casas del duque de Ma*
queda, según expresan las diligencias de
apertura del anterior testamento y partida
de defunción existente en el archivo parro*
quial de la iglesia de San Sebastián, de esta
corte (1).
La iglesia en que, según su voluntad, fué
sepultado D. Gonzalo de Céspedes, estaba
en la Carrera de San Jerónimo , y ocupaba ,
con el convento, el mismo solar sobre el en
que hoy se levanta el Congreso de los Di-
putados.
Tales han sido la vida y las obras del au-
tor de las Historias peregrinas, cuya reim-
presión hoy damos á luz, y de la que ya de-
bemos decir algunas palabras.
(1) «Don Gonzalo de Céspedes y Meneses, Cro-
nista de su Magestad, casado con doña María de
Escobar, calle dsl Sordo, en casas del Duque de
Maqueda, murió en veinte y siete de Enero de 688
años. Recibió los S. Sacrams.; testó (tres palabra»
no inteligibles) en veinte y ocho del dicho ante Ni-
colás Gómez, escribano de número de esta villa»
Deja las misas á voluntad de su mujer y el Padre
Jerónimo de Salcedo, de los Clérigos Menores. Die-
ron de fábrica IG reales». (Libro VIH de Difuntos,
folio 288 del archivo parroquial de San Sebastián.)
PRÓLOGO XXXVII
II
Así como los sucesos referidos en las dos
partes del Español Gerardo y en la Varia
fortuna del soldado Píndaro, son en gran
parte fingidos, ó al menos adornados con
circunstancias y accidentes imaginarios, los
seis que se contienen en las Historias pere-
grinas son de todo punto históricos y ocu-
rridos en los mismos lugares que se expre-
sa. Una y otra vez lo afirma el autor, y nin-
guna razón tenemos para dudar de su cer-
teza.
Según un primer pensamiento suyo ha-
bían de ser doce las historias peregrinas,
aunque luego, por no abultar el tomo, las
redujo á la mitad, reservándose completar-
las en un segundo volumen, que no llegó á
publicar. Teníalas ya preparadas en 1617
ó, al menos, en proyecto, pues las anuncia
en el prólogo do la segunda parte de su Es-
pañol Gerardo, donde ofrece al público
«doce admirables y peregrinos casos que
XXXVUI PRÓLOGO
por sucedidos en nuestra patria parecerán
tan maravillosos, como notables en la dis-
posición y novedad». Antes ya había afir-
mado que tales casos no eran «fabuloso»
cuentos y novelas».
Pero creemos que en Zaragoza fué donde
les dló la última mano y publicó en 1623 (1)^
declicáikáolos á la misma impeciftl ciudad, j
(1) Primera paHe. \ Historias | peregrinas, y \ '
exemplares, \ Con él origen^ fvndameittos | y exce-
lencias de España, y 'Ciudades adonde | suc^die-
von, I Por Don Oongalo de OespedéS y Menésve^m»-
tur al de la villa de Madrid. \ A la imp&i^iai eii>-
dad I de Qarago^a. \ Año (Escudo con tin león co-
ronado: armas de Zaragoza) 1623» | Con licencia^ y
privilegio. | Impresa en Qaragoga, Por luán de
LaruTnbe. > A costa de Pedro Fernz,
4.^; 6 h. prels.; 191 foliadas, más 5 de Tabla. To*
dos los preliminaves van reproducidos á contkraa-'
ción de este prólogo; por eso no los especifícamoB,
D. Nicolás Antonio cita una edición de Zara-
goza, 1628; pero debe de ser errata ó confusión^
pues omite esta de 1623.
£1 mismo Pedro Fernández costeó una reimpre-
ty sión hecha por Lsirumbe en Zaragoza, en 16dU, con
1^ la misma portada, excepto las palabras Primera
\, parte. Está en 8.°, y tiene 2 h. prels. y 227 foliadas.
>, ^ r í — Ticknor (III, 346) menciona también una de 1(>47,
• ^ , '* \J en 8.*, «in más señas, que no creemos haya existido.
'.^ ^^ y ^^ ^"^^ 1'^ reimprixnió de nuevo en Madrid el li-
< ^^
V ♦ ^
• • V
. V
PRÓLOGO XXXTK
en su nombre á ios cónsnles y jurados que
entoncFes desempe^firban aquellos ©argos, y
que tal Tez le habían ayudado «n los con-
flictos que le produjo «u Historia apologéti-
ca del año anterior.
Como entonces absorbían la a'feención de
Céspedes estudios áe carácter histórico,
hizo preceder la narración de oad-a aventu-
ra de un rápido bosquejo acerca del origen,
condición y ventajas de cada una de las ciu-
dades en que habían ocurrido (Zaragoza,
Sevilla, Córdoba, Toledo, Lisboa y Ma-
brero D. Pedro José Padilla, ea unión del Soldado
Pindaro, en 4.°
En 1881 El Averiguador Universal publicó en un
tomito en 8.° la novela cuarta, Pachecos y Pa-
lomeques; pero tomándola, no de la edición prínci-
pe, sino de la reimpresión de Padilla de 1733, cuya
incorrección disgusta al nuevo editor, que procuró
corregir algunos de sus descuidos.
A pesar de esto, los ejemplares de las Historias
peregrinas son sumamente raros. En el comercio f
yo no he visto ninguno en los últimos veinte años.
Salva -poseyó un ejemplar de la primera edición.
En esta reproducción se ha procurado imitar la
portada de la edición príncipe; pero sin guardar
con exactitud la división de renglones ni la orto-
grafía; por eso la hemos copiado literalmente al
ingreso de esta nota.
XL PROLOGO
drid), y algunos capítulos al comienzo de
toda la obra sobre la grandeza y excelen-
cias de España.
Tanto en esta última como en las demás
reseñas históricas, la crítica de Céspedes
deja bastante que desear; pues no sólo de-
fiende las patrañas del Viterbiense, sino las
otras y más antiguas leyendas contenidas
en nuestras primitivas crónicas y antiguas
historias de pueblos. No debemos, sin em-
bargo, condenar con demasiado rigor la cre-
dulidad del autor madrileño, pues con no
mejor criterio se escribía entonces la histo-
ria en el resto de Europa.
En cambio ¡con qué vigorosa y concisa
expresión enumera, al llegar á su tiempo,
las grandezas nunca vistas que atesoraba su
patria! Céspedes conoce bien todos los do-
minios españoles, y su verdadera importan-
cia. En él hallamos ya el pensamiento, des-
pués tan famoso y repetido, aunque en otra
forma. El «dominio de España está tan di-
latado y extendido que, de Oriente á Po-
niente, dando el sol vuelta al círculo del
orbe, siempre va caminando por tierras y
provincias que le son tributarias».
En. el resumen histórico de las ciudades
PROLOGO XLl
86 detiene algo más en la de Zaragoza, don-
de escribía, ya para justificar mejor la de^
dicatoria, ó bien para realzar la historia
que le aplica, que nos parece la más ende-
ble de las seis.
Aumenta el interés novelesco en la se-
gunda, titulada El Desdén dd Alameda, de
Sevilla, y llega al más alto punto de lo dra-
mático en la tercera, titulada La Constante
Cordobesa y en cuya historia, si los dos pro-
tagonistas, doña Elvira y D. Diego, fueron
como el autor los pinta, ciertamente que
pocas veces la imaginación creadora pudo
llegar á tal grandeza poética .
Y por cierto que en esta historia hay un
episodio sobrenatural que tiene alguna se-
mejanza con otro del drama del Burlador
de Sevilla. Es aquel en que, paseándose don
Diego por una iglesia, en espera del mo-
mento de penetrar, al fin, en la casa de doña
Elvira, de repente se levanta una de las lo-
sas que hollaban sus plantas, y surge, en-
-^iiclto en blando sudario, el cuerpo nada
.enos que del padre (mucho antes difunto)
de la joven víctima^ y con potente voz y te-
rribles amenazas le intima la orden categó-
rica de renunciar á los favores de aquella
3BEU rttóuooo
d»mu. D. JSiego y sn amigo caen desvane-
ciSoB Éwrte "la espantosa • aparición, y «IsBr
cest) se *drvulga -por toda la ciudad de Cér-
doFba. Ira época de esta hi'storia es liacia Ion
años de 1530 y algo antes (pues dura seis "ft
ocho), y el atltor reouBrda variw cirouns-
tancias históricas y locales, como la groa
peste de Córdoba en aquel tiempo y el iiam-
bre que la «siguió; la coronación de Oar-
los Y, etc. Qué relación pueda tener esíte
hecho con la oscura leyenda, tradición ó Jo
que sea del Burlador, es lo que no sabemos;
pero, como se ve, hay alguna semejanza en-
tre una y otro. '
La más curiosa, por muchos respectos, de
las anécdotas históricas referidas por Oes-
pedes es la titulada Pachecos y Pálomeques^
alusiva á los bandos de la ciudad de To-
ledo en la revuelta época de las Oomumda-
des. Todo contribuye á dar interés ¿ esta
soberana tradición. El fondo del suceso, en
alto grado novelesco y dramártico; los ca-
racteres de las personas que en él intervie-
nen; las costumbres del tiempo y del lugar,
donde aparecen entremezcladas la barbarie
y la caballerosidad; los instintos más "fe-
roces y sanguinarios con los más delicaflüs
ntÓLOOt) XLIH
afBctos del ^maj la vida tumaltnaría , ki
absoluta insqguridad de las personas y ha-
ciexulas «en aquella época de desorden , 7
la ley tsEÓnica del honor imperando sobre
t&dso ^iqutel desbordamiento de pasiones ^
instintos >brxitales y perversos. Ouadro ^aé*
miraUe, y que enseña tanto como una bis»
toria llena de pormenores diversos.
No Bcm menores, ciertamente, el colorido
histórico y movimiento pasional en la quin-
ta dxistoria snoedida en Lisboa, poco tiem-
po antes que el autor la refiere, pues alude
siieaiq)re'á Portugal como provincia espado*
la, Aqai'BL odio es también entre dos fami-
lias; pero Uto üewa, en pos de sí el de los in*
divsduois de un pueblo entero dividido ^en
dos parcialidades. En cambio, el conflicto
se hace irremediable, y el rencor portugués
va más aUá de la tumba, sacrificando en srtB
aras la faanilia, el nombre, la fortuna y
hasta el «mor parfcemo. Todos los afectos y
vínculos que pueden formar la felicidad te-
rrena son menospreciados, y nada basta á
sacáiaTla inextinguible sed de venganza que
devora el -alma de Luis Antonio.
¡Pinteara vigorosamente trazada es la del
pttdre de4os dos Mendozas, que dan título «i
XLIV PROLOGO
la última de las Histordas peregrinas, y ga-
llarda figura la de estos dos hermanos, que
tan entrañablemente se aman y favorecen
en sus mutuas contingencias y aflicciones.
Lástima que tan grata y bien narrada his-
toria esté; al final, desmejorada con la vul-
gar conversación con el criado muerto; si
bien la primera y segunda aparición de este
personaje no pueden ser más dramáticas y
sorprendentes.
Si los sucesos han pasado así, poco deben
á la inventiva del narrador; pero de creer
es que, ya en algunos incidentes ó en la ex-
presión y fuerza dadas á las circunstancias
capitales del hecho, el autor, sin faltar en
absoluto á la verdad, haya puesto no poco
de su parte.
El estilo, aunque adecuado á las aventu-
ras en que se emplea y sin afectación el
lenguaje, no tiene toda la variedad que fue-
ra deseable. Los períodos son excesivamen-
te largos; adolecen de alguna monotonía, así
en la manera de comenzar como al concluir.
Este defecto está cometido voluntariamente.
Céspedes quiso probar su destreza en unir
las ideas más inconexas sin cortar el hilo del
discurso, y no tuvo presente que las transí-
PROLOGO XLV
ciones, cuando son naturales, están muy le-
jos de desagradar al que lee. Nótase tam-
bién alguna repetición innecesaria de ideas,
frases y hasta en el uso de los calificativos
y adverbios; pero estos defectos quedan
compensados con el brío, fuerza expresiva
y claridad con que el autor nos cuenta estos
casos extraordinarios.
En resolución; creemos que las Historias
peregrinas son dignas de la valiente pluma
que escribió el Español Gerardo y la Varia
fortuna del soldado PindarOy y merecen ser
más conocidas que basta aquí. Esta razón
nos ba movido á preferirlas para formar el
segundo tomo de esta colección de viejas
novelas (1).
(1) Anotar debidamente esta obra formaría un
volumen tan grande como ella. Solamente los ca-
pítulos históricos de cada ciudad celebrada y los
dedicados á la descripción general de España,
ocuparían muchas páginas superfinas en una edi>
ción vulgar como la presente. En la parte crítica
y la filológica no hemos advertido gran necesidad
de anotaciones, como tampoco en la relativa &
usos y modales, en que el autor, según su costum-
bre, se detiene muy poco.
PRIMERA PARTE
Historias Peregrinas
y exemplares
Con el origen, fundamentos y excelencias de España,
y Ciudades á donde sucedieron
POR
D. Gonzalo de Céspedes y Meoeses
Natural de la Villa de Madrid.
A ía Imperial Ciudad de
Zaragoza
Año 1623
Con licencia y privilegio
Impressa en Zaragoza, por Juan de Larumbe
A costa de Pedro Ferriz.
L
ASUNTOS PRINCIPALES QUE CONTIENE
BSTB LIBBO
Breve resumen de las excelencias de España,
teatro de estas Peregrinas historiéis.
El Btjten cdo premiado; historia primera en 1«
ciudad de Zaragoza; su descripción, antigüedad y
origen.
El Desdén deH Alameda; historia segunda, en la
ciudad de Sevilla, con otro breve elogio á su gran-
deza.
La Constante Cordobesa; historia tercera, en la
ciudad de Córdoba; su descripción y origen.
Pachecos y Palomeques; historia cuarta, en la
ciudad de Toledo; su descripción.
Sucesos trágicos de Don Enrique de Suva; histo-
ria quinta, en la ciudad de Lisboa; su descripción y
origen.
Los dos Mendozas; historia sexta, sucedida en
Madrid, y otro pequeño elogio á sus mayores exce-
lencias.
CÉSPEDES Y MENESBS
APROBACIÓN
Por comisión del muy ilustre señor el doctor don
Gaspar Arias de Reinoso, arcipreste de Belchite,
tesorero de la Santa Cruzada y vicario general de
este Arzobispado de Zaragoza, he leído la Primera
parte de las doce Peregrinas y ejemplares histo-
rian, con los originarios fundamentos y excelencias
de España y de las cittdades adonde sticedieron,
que ha compuesto con mucha constancia y dispues-
to con elegante estilo Don Gonzalo de C¿spbdbs t
Mbnejsbs. y sobre que no hay en ellas cosa contra
nuestra santa fe católica y buenas costumbres,
se desempeña tan bien el autor en su promesa que,
siendo tan peregrinas y bien ataviadas estas que
saca á la vista, no dejarán de hallar muy buena
posada, donde la curiosidad y el deseo de saber
halló acogida. En Jesús de Zaragoza, nueve de Mar-
zo de mil seiscientos veintitrés.
FsAT Juan Calderón.
LICENCIA DEL ORDINARIO
Dase licencia para que se imprima con esta apro^
dación. En Zaragoza, 10 de Marzo de 1623.
El Dootor Arias db Rbinoso,
Vicario sfeneral.
HISTORIAS PEREGRINAS
Por comisión del excelentísimo señor Comenda-
dor mayor don Fernando de Borja, lugarteniente y
capitán general por Su Majestad en el reino de
Aragón, he visto este libro intitulado Historias
peregrinas^ compuesto por Don Gonzalo dbj Cés-
PBDBS Y Menesbs, y me parece que puede S. E. con-
cederle la licencia que pide para que se imprima;
porque, demás que no contiene cosa contra la íe
católica y buenas costumbres, las historias que
refiere las cuenta con tan buen lenguaje y estiló,
que serán, sin duda, estimadas y leídas con grande
aprobación y gusto; á más del trabajo grande que
ha tenido de apurarlas y recogerlas de tan diver-
sas partes, y no es posible que de leerlas y saber-
las no resulte gran provecho y fruto. Bhi Zaragoza^
4 de Abrü de 1623.
£l Doctor Juan db Can aléis,
Del Oonsctjo de Su Majestad en el Civil de Aragón.
CÉSPEDES Y MENESES
PRIVILEGIO
Nos Don Fbltpb, por la gracia de Dios rey de Cas-
tilla, de Aragón, de León, de las Dos Sicilias, de
Hierusalem, etc.
Nos don Fernando de Borja, Comendador mayor
de Montesa, gentilhombre de la Cámara del rey
nuestro señor y su lugarteniente y capitán gene-
ral en el presente reino de Aragón. Por cuanto
Q-ONZALO DB CásPBDBs Y M&NBSBs nos ha suplicado
fuésemos servido de darle licencia premisa y facul-
tad para que él ó quien su poder tuviere, pueda ha-
cer imprimir y vender en el presente reino de Ara-
gón un libro titulado Primera parte de las doce
Historias peregrinas^ con los originarios funda-
mentos, antigüedades y excelencias de España, y
de las ciudades adonde sucedieron, E nos, habien-
do mandado reconocer el dicho libro, y tenido muy
buena relación de él y que, demás de esto, está
visto y aprobado por el ordinario de la ciudad y
Arzobispado de Zaragoza, lo habemos tenido por
bien en la manera infrascrita. Por ende, con tenor
de las presentes, de nuestra cierta ciencia y por la
Real autoridad de que usamos deliberadamente y
consulta, damos licencia, permiso y facultad á vos
el dicho Gonzalo de Céspedes y Mbnesbs y á
quien vuestro poder tuviere, para que podáis im-
HISTORIAS PEREGRINAS
primir y vender y hacer que se imprima y venda
en el presente reino de Aragón y en cualquier par-
te de él el dicho libro, sin incurrir por ello en pena
alguna, prohibiendo, como prohibimos, que ningu-
na otra persona lo pueda imprimir sin licencia
nuestra ó de S. M., so pena de mil florines de oro de
Aragón á sus reales cofres aplicaderos. Y es la vo-
luntad de S. M. que el impresor que imprimiere el
dicho libro haya y sea tenido y obligado, después
de haberlo impreso y antes de entregallo á la par-
te ni que salga de su poder, haya de traer al nues-
tro él dicho original libro, juntamente con uno de
los impresos, para que se vea si concuerda el uno
con el otro. Y demás de esto, mandamos de parte
de S. M. que no pueda imprimir el dicho libro ni
esta nuestra licencia sin estar primero registrada
y sellada en la Real Cancillería del presente reino
de Aragón; y si lo contrario hiciere, incurra en las
penas por fuero instituidas contra los que impri-
men sin licencia, porque si no sea de esta manera
no se la damos ni concedemos. Y mandamos á to-
dos y cualesquier oficiales y ministros de S. M.,
mayores y menor^s en el presente reino constituí-
do y constituidores y á sus lugartenientes, que la
presente nuestra Licencia os guarden, cumplan y
observen, sin poner en ella estorbo ni dificultad al-
guna. Si, demás de la ira é indignación de S. M.
en las penas arriba dichas y otras á nuestro arbi-
trio reservadas, desean no incurrir. Queremos,
empero, que en cada volumen de los que imprimié-
redes vaya impresa esta nuestra Licencia. En testi-
monio de lo cual, mandamos despachar las presen-
tes con el sello común de S. M. de esta Lugar Te-
8 CÉSPEDES Y MENEIES
nencia en el dorso selladas. Dat en Zaragoza, á die-
cisiete de Marzo del año mil seiscientos veintitrés.
Don Fernando db Borja.
y. SesaeB.
Domini locumtenerU et Capitanei Generáli, man-
da michi Joanne Ludovico Ábiego, visa per Ses-
se B. In diversorum locumtenent GenercAis Arag.
vj. Fol, iij.
' II I 'ilíU^-é'^
HISTOIUAS PEREGRINAS
ADVERTENCIA
Bien se podrá creer que he procurado saliese sin
erratas este libro; háme sido imposible, no obstan-
te que en su empresa han corrido parejas mi dili-
gencia y buen deseo. La culpa tienen precisos acci-
dentes que dificultaron mi asistencia; y con todo
son raros los defectos que truecan el verdadero
assumpto; mas si en alguno tropezare el lector,
acudiendo á e»ta página será absuelto en sus
dudas.
(Sig%íen las erratas)
Con estas erratas concuerda este libro con su
original. En Zaragoza, á 80 de Mayo de 1623.
El Doctor Juak db Canalbs.
10 CÉSPEDES Y MENESES
A LA IMPERIAL CIUDAD DE ZARAGOZA,
y por ella á los muy ilustras señores él capitán
Pedro Jerónimo de Villanueva, don Bernardina.
Copones, Francisco Tobar, Pedro de Maza y Pe-
dro Miguel Garda, sus dignísimos cónsules y
jurados.
Si antes de abora, en servicios de mayor jerar-
quía, no hubiera V. E. conocido mi celo, sin duda
alguna naufragara el presente, desmereciendo, por
humilde, su generoso patrimonio. Mas como de
mayores deseos viven, para mi crédito, tan frescas
experiencias (aunque se reconozca cuan mal frisa
lo trivial de este asunto con la superioridad del
sujeto, adonde se consagra y dedica), todavía que-
da mi atrevimiento disculpado, y aun animado,
con tantos beneficios y mercedes como de V. E. he
recibido, á ofrecer & sus pies, el nuevo fruto que le
rinde por feudo mi talento.
Y así, encarecidamente le suplico se digne de ad-
mitirle, si no por su valor y cantidad, ¿ lo menos
por el amor fiel que se me ha conocido; pues ha-
ciéndolo así, no solamente Y. E. me dejará premia-
do y para siempre agradecido, mas juntamente
imitará á los cielos, que regulan nuestras obras y
efectos, más según los deseos con que se les enca-
minan y dirigen, que no por la sustancia de la ca-
lidad y grandeza. Guarde Nuestro Señor á Y. E,
como puedo, etc.
Don Gonzalo db Céspedes y Menbses.
HISTORIAS PEREGRINAS 11
AL LECTOR
Doce historias prometí en mi Gerardo ^ y otras
tantas diera boy ¿ la emprenta si el juzgar por pe-
sado tan gran volumen no excusara el empeño de
entonces, obligándome á dividirla en dos partes.
La primera te ofrezco, lector discreto; traza, que
también asegura la mejor corrección de la segun-
da. Pues es cosa precisa que, viendo en la presente
tu objeción y censura, saldrá la que me queda
más ajustada y advertida. En una y otra protesto
dibujarte el alma de la historia, en verdad efecti-
va, y tan califíc ada como la oí á personas de cré-
dito, si bien en el cumplirlo corra peligro el mío;
daño experimentado y de cuyas heridas aún no se
han aminorado las cicatrices. Pues por haberla es-
crito lisa y sinceramente en uno de mis libros, es
maravilla grande verme ahora en escape. Tantos
fueron y han sido los émulos que la contradijeron;
aunque si hubieran leído Ío mucho que presumen>
hallaran que mi pluma dijo desnudamente lo que
varios autores, y no nada vulgares, afirmaron en
sus libros é historias. Mas no es aqueste asunto
parte de su defensa; perdono su ignorancia; dejóla
entre renglones, mientras dan los presentes límite
á sus efectos y en ejemplos morales loable diver-
sión, premio no indigno de mis buenos deseos.
Valb.
y
12 CÉSPEDES Y MENESES
BREVE RESUMEN
»
de las excelencias y antigüedad de Esparta,
teatro digno de estas Peregrinas historias.
Escribo en esta y la Segunda parte, doce verda-
deros y memorables sucesos, en otras tantas ciuda-
des, cabezas de los reinos de España; de quien,
no tanto por la obligación de hijo suyo, cuanto
forzado de la misma verdad, he querido, sin derra-
marme á extranjeras provincias, y para su mayor
emulación, dar á entender al mundo que como en
estos y en los pasados siglos, fué el teatro de sus más
grandes y notables efectos, asilo y propugnáculo
de sus furiosas armas, terror y dominación de las
gentes, así también que entre acciones tan gra-
ves ha producido maravillosa variedad de sujetos,
que con acaecimientos peregrinos, no sólo hoy lo
son á mi pluma mas en otra mejor limada pudie-
ran competir sus discursos, aun ceñidos al rigor de
la historia, con los de Aquiles Tacio, decantado
Heliodoro ó con las ingeniosas y sutiles del divino
Arios to.
Porque, si bien semejantes acciones parecen in-
compatibles con las materias del Estado, todavía
no se me negará cuanto, á su modo, singularizan la
nación, y en ella, con aprecio, los humores políti-
cos; que no tan solamente se engrandecen los rei-
nos, las repúblicas con el valor de los subditos ar-
mados, pues igualmente aumenta estimación el
HISTORIAS PEREGRINAS 13
ingenio, las letras y, últimamente, los redundantes
casos que la acrecientan nombre, opinión y fama.
Con tal advertimiento, justo será también se me
permita el breve adorno de tan buenos intentos; y
de tal suerte, que si dijere (afecto mi nación, no li-
sonjero) algo de su venerable antigüedad, no por
ello hayamos de incurrir en mayor objeción.
Parecióme precisa la noticia de las provincias y
ciudades adonde sucedieron. Y así, no obstante la
que tantos autores ban publicado, no be querido
excusar en mis rasguños este corto retrato de mi
patria, dando con él principio venerable y que más
califique las Historias que escribo.
De las excelencias de España.
CAPITULO PRIMERO
ISl principal, el mayor requisito que aventaja
á los reinos, es la antigüedad, á cuya causa el
origen de España debe ser justamente con grave
estimación reverenciado, pues él solo en el mun-
do guarda hoy el lugar primero, porque (no obs-
tante las objeciones que se han puesto á Juan
Anio) de los tres que en su libro tercero habla
Beroso sucesivos al diluvio, el de la Toscana,
fundado por Noé; el de Egipto, por Can; el de
los Asirios, por Nembrot, ninguno permanece
con título de reino; y así el de España, que fué
inmediato á éstos, quedó graduado en el mejor
lugar.
Tabal, hijo quinto de Jafet, según el mismo
autor; Josepho (Ántiquit.); San Jerónimo y En-
sebio Oesariense, fué el basa principal de bus
fundamentos. Excelencia notable, como también
16 CÉSPEDES Y MENESES
lo es la conservación maravillosa de sn nombre,
si bien ninguna ignala á la de haber (antes que
otra nación, después de la de Judea) recibido
la doctrina evangélica. Asi lo sustentó elegan-
temente el cardenal de Torquemada, dominico
y nuestro inquisidor en España, asistiendo al
Concilio de Basilea.
Porque Santiago, protomártir de los doce, an-
tes que se dividiesen por el mundo los demás
apóstoles, la predicó en ella y erigió sus prime-
ras aras en la imperial ciudad de Zaragoza,
corte de la corona de Aragón, dedicándoselas á
la Emperatriz y Beina de los Angeles, por ex-
preso mandato de su boca dulcísima, según
Anastasio Antioqueno, Isidoro, Braulio, Beda,
Usuardo, León III, Gregorio Vil,' Oelasio II,
Nicolás de Lira, el famoso Tostado, Calixto II
y lU, San Antonino, Garibay, Zurita, Morales,
Román, Genebrardo, Castillo, Blancas, Vaseo,
Béuter y otros autores, nos lo afirman y escri-
ben. Flinio comienza en su descripción general
hablando de ella como de parte más principal
del orbe. Y bien se deja ver que autor tan gra-
ve no así se movería sin causas que bastasen
á repetir entonces su defensa, mas justamente
pudiesen prevenir para ahora la portentosa ma-
jestad en que la vemos, pues prudentemente se
probará que ninguna región, reino ó provincia
gozado tan ilustres excelencias. De su infinito nú-
mero presumo entresacar doce que sean muestra
I»
DE LAS EXCELENCIAS DE ESPAÑA 17
de mi verdad y sn grandeza. Ellas, en tal bosque-
jo, podrán calificarse, qne mi pluma y talento
no aspira ni se atreve mayores golfos. Diré las
que ocurrieren á mi frágil memoria, ilaciones á su
origen antiguo, á su defensa, riqueza y cristian-
dad; á su inviolable fe, valor y santidad, sabi-
duría, valentía, dominio, imperio y consejo; en
cada cual de aquestos tributos procuraré ceñir-
me á un igual número. Sabida cosa es, como ya
queda dicho, que fué Túbal su primer fundador,
cuya corte y asiento en la región que después
se llamó Lusitania, fué la famosa villa de 8e-
túbal, erigida en su nombre, y desde quien po-
bló las demás provincias principales de España,
que son doce: Portugal, Galicia, Vizcaya, Na-
varra, Aragón, Cataluña, Valencia, Andalucía,
las dos Castillas, León y Extremadura, que no
es menos antiguo su venerable origen.
CAPÍTULO II
Prosigue.
[\i es menos admirable la segunda excelencia ,
la defensa espantosa que con tolerancia increí-
ble ha hecho á doce suertes de enemigos, de
quien se ha resistido en diferentes tiempos. En
aquellos primeros, los tres bravos Ger iones y el
decantado Caco harán cierta mi empresa; como
después y en éstos, los tiranos Almonidas, los
HISTORIAS PEREGRINAS 2
18 CÉSPEDES Y MENBSES
Cartagineses y Romanos , los Hunnos, Godos,
Vándalos, Suevos, Burgundios, Moros, Ingle-
ses y Franceses, que quien si quiere leer unes-
tras historias, verá contra estas gentes inaudi-
tas victorias.
De sus riquezas grandes, ¿quién duda que hoy
gozamos con más seguridad su dulce fruto, si
oomo se ha entendido no lo fuera en el mondo
tal verdad y noticia? Pues es cierto que ann
cuando se negara lo restante del orbe, España
encierra en sí cuanto necesitan los hombres, sin
haber menester las ayudas que ella hace á di-
versas provincias que se aumentan y viven con
las relieves de sus frutos y metales.
De éstos hizo mención el Spiritu Santo en el
primero de los Macábeos^ donde dice que oyó
Jadas decir de los romanos que habían sujetado á
España sus metales y riquezas preciosas. Y es
certísimo que del oro qme rindieron sus entrañas,
de la acendrada plata que brotaron sus venas, no
sólo se enriqueció Fenicia, África y Grecia, sino
que juntamente crecieron formidables y espan-
tosas las armas y poder de los romanos. Y así
á este £n, hablando de nosotros Valerio Máxi-
mo dice, nunca advertimos la importancia de
este grande tesoro, porque á entenderla, como
Roma por su ayuda y favor señoreó la- tierra,
así España se hubiera anticipado y hecho dueño
de ella y de Roma.
Pues demás de lo escrito no hay parte en bus
DE LAS EXCKLBNCIA8 DB ESPAÑA 19
contornos, que son de 634 leguas, que igualmeute
no se muestre abundante en los frutos, próspera
en las riquezas, sobrada en los metales, todo mer-
ced de sus benignas influencias, puros y saluda-
bles vientos, de su cielo y asiento felicísimo, en
quien, pasando á la excelencia que le sigue para
8U mayor gloria, Santiago el Mayor fué el prime-
ro que en ella predicó la fe de. Cristo, digna excep-
ción en su mejor grandeza, por ser no sólo uno de
los más queridos discípulos y primo suyo, sino
también el protomártir del divino Colegio. Y así,
á imitación de su Maestro, como él redimió el
mondo y sembró su fe con doce ciscípulos, cuya
predicación sonó por lo criado, así en España
Santiago la dilató con otros doce, cuyos nombres
y las provincias donde la promulgaron son las si-
guientes: SanMancio, en Alenté jo y Evora; San
Pedro de Eatis, en Coimbra y la Vera; San
Hieroteo, en Galicia; San Saturnino, en Pamplo-
na; en Avila, Segundo; San Eugenio, mártir, en
Toledo; San Hesiquio, en Astorga; San Torcato,
en Cádiz; San Eufrasio, en Andújar; en Almería,
Indalecio; en Berja, Tesipho, y en Granada,
Cecilio, y antes, en Zaragoza, nuesto invicto
Patrón.
Después del cual, con suficiente causa en la
quinta excelencia que es nuestra fe católica,
podré elegir por capitán dichoso al santo Reca-
•redo, pues este ínclito príncipe desterró la secta
«rriana, y resucitó en España la fe de Jesucris-
#" •
20 CÉSPEDES Y MBNBSES
to y la perseverancia inmadable contra los erro-
res y herejías qne la han presumido inficionar,
siendo sus principales soldados doce gloriosos
santos que, con valor accérrimo, se pusieron en
diversas edades á su contradicción. Así lo hi-
cieron Leandro é Isidoro, Fulgencio, Florentina
y la reina Teodora; Eugenio y Elifonso, San
Julián de Pomaro y el famoso Domingo, cerran-
do aqueste número los decantados reyes Fer-
nando é Isabel, que instituyeron la Santa In-
quisición, y el milagroso Pedro Arbués de Epi-
la, primer inquisidor de Zaragoza, á quien, en
odio de la fe y por su defensa, martirizaron (casi
en los tiempos de nuestros abuelos y padres) al-
gunos extranjeros.
Y pues es el valor la excelencia sexta, califi-
quen con inmortales alabanzas tan anexo atribu-
to otros doce esclarecidos príncipes, cuyo esfuer-
zo en la última calamidad de España fué su res-
tauración, y sea el primero el santo rey Pelayo,
que recogido en las Asturias cuando todo estaba
por el suelo y nuestras cervices sometidas á nn
duro cautiverio, saliendo de una cueva con una
muy corta compañía, restituyó á España su va-
lor, destrozando en un punto trescientos mil mo-
ros con su capitán Abraym. No le debemos me-
nos al primero y católico Alfonso; al ínclito Ber-
mudo, que venció al moro de Moncayo; á don
Ramiro, que nos libró del infame tributo de las
Vírgenes; Ordeño, que venció á Muza en Albai-
)k^ ■ \
DE LAS EXCELENCIAS DE ESPAÑA 21
da; á Iñigo-Arista, portento de Aragón; al glo-
rioso y nunca asaz loado conquistador don Jai-
me; el magno Alfonso, que sujetó á Toledo; don
Bamiro, que venció Abdurramen de Córdoba, con
la muerte de seiscientos mil moros. Y, finalmen-
te, dejando aparte el de las Navas de Tolosa, el
de Algecira, los Sanchos, los Ordeños y el últi-
mo Fernando, á quien ya he repetido, demos fin
á este número con el primero rey de Por tuga],
don Alonso Enríquez; con el siempre dichoso
D. Manuel, y últimamente oon el prudente y sa-
bio don Felipe U, terror universal de los infieles,
que allanó los moros levantados, que ganó la ba-
talla Naval, glorioso propugnáculo, asilo, guar-
da y defensa de la Iglesia católica.
CAPITULO III
Pi*08igue.
iSlAS, pues la santidad es su mayor excelencia,
discurramos en ella, entresacando del numeroso
ejército que la patrocina y ampara doce santos,
que, con el famoso Hermenegildo, engrandezcan
su patria, como á Huesca, el protomártir espa-
ñol Lorenzo; á Córdoba, Rodrigo; Justa y Rufi-
na, á Sevilla; San Dámaso, á Madrid; Raimun-
do, á Barcelona; San Vicente, á Valencia; San
Antonio, á Lisboa; Lamberto, á Zaragoza; á Al-
calá, Justo y Pastor, y á toda España, Engra-
.»
1
22 CÉSPEDES Y MENESES
cía, que, con sus invencibles compañeros, santi-
ficó la corte de Aragón. No me engolfo en sus
innumerables mártires, no escribo los de Mari-
da, los de Granada y León, los de todas las ciu-
dades que este dichoso reino tiene por sagrarios
riquísimos, por erarios famosos de sus santas ce-
nizas, pues todo es un plantel de tal semilla, re-
gada con su sangre y santificada con los glorio-
sos triunfos que alcanzaron de los idólatras gen-
tiles, de los arrianos y moros, á quien, con gene-
roso espíritu, venció su perseverancia católi-
ca, como también su ciencia, sus letras y doc-
trina.
Es esta la excelencia octava, y así aunque del
sabio Alfonso sus memorables Tablas pudieran
dar principio á otro igual número, he querido ex-
cusarle por no incurrir en general emulación de
tantos doctos. Tomaré otro camino, y asi, dejan-
do entre renglones sus más claros luceros, los
santos y doctores de sus iglesias y aquellos que
veneró la antigüedad gentil, ilustres Sénecas^
Pomponio, Silio Itálico, Marcial, Lucano, Quin-
tiliano, Avicena, Averroes, saldré de tanta má-
quina diciendo doce Universidades, que entre
sus más famosas resplandecen. Son éstas: Sala-
manca, Alcalá y Huesca; Coimbra, en Portugal;
Valladolid, Toledo; Lérida, en Cataluña; Valen-
cia, Zaragoza, Sevilla, Sigüenza y Osuna. Dejo
las de Oñate y Baeza y los Estudios, Colegios y
Conventos, porque si hablara de ellos, no hay
».w
DE LAS EXCELENCIAS DE ESPAÑA 23
villa, no hay ciudad que no tenga uno y muchos.
Y así quien esto oyere y antes hubiere leído que
las provincias de África, parte principal de la
tierra, sólo tuvieron á Medauro, ni Q-recia más
que á Atenas; Italia, á Bolonia y Pavía; Fran-
cia, á París y Tolosa; Flandes, á Lo vaina; á Ojo-
nia, Inglaterra^y Alemania, á Colonia, habrá de
concedernos su mayor excelencia.
Y ¿quién, nos negará la valentía española?
¿Quién el honor y gloria de sus temidos capita-
nes, de sus grandes victorias, de sus magnificas
hazañas, y quién las robustas y monstruosas
fuerzas con que las han alcanzado? Bien conoci-
da es, en verdad, en cuanto mira el sol, pues ni
sus rayos han hoy tocado parte en que sus he-
chos, sus grandezas no sean memorables y eter-
nas; y, con todo, no pretendo excusarme sin
agravio de aquellos que de presente olvida mi
memoria de escribir otros doce varones invenci-
bles, á cuyo lado sin descrédito pueda el portu-
gués Viriato (terror de las banderas imperiales
de Roma) mostrar su compañía, y así el segundo
á éste sea el célebre Bernardo, el famoso Ruy-
Díaz, el gran Fernán González, el venerable don
Artal de Alagón, Mudarra, Sancho Ordóñez, el
Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, y
sea el noveno el siempre victorioso Galeote Bar-
daxí, admiración de Italia y gloria de Aragón;
el ilustre portento en América don Fernando
Cor tés j Alfonso de Alburquerque, asombro del
24 CÉSPEDES Y MENBSES
Oriente, y don Fernando de Toledo, duque de
Alba.
Con que cerrando dignamente el ofrecido nú-
mero, podré mejor pasar á la excelencia que se
sigue: al dominio de España, que, según gravísi-
mos autores, está tan dilatado y extendido, que
de Oriente á Poniente, dando el sol vuelta al
círculo del orbe, siempre va caminando por tie-
rras y provincias que le son tributarias. Porque
en Europa, sujeta á Flandes, Borgoña, Milán,
Ñápeles, Sicilia, Cerdeña é Ibiza; Prócita, Ma-
llorca y Menorca; y en África y sus costas, á
Oran, Mazalquivir, Melilla, Tánger, Ceuta, La-
rache y la Marmora, sin la grandeza inmensa de
Guinea y cuanto allí tiene Portugal adquirido.
Asia le rinde populosas provincias, reinos, ciu-
dades, innumerables islas y fortalezas; en los dos
sinos Pérsico y Arábico, y las partes de G-oa,
Cochín, Malabar, Malaca, Filipinas, Malucas,
como en todas las costas del Océano, tiene toda
la América, en cuyo espacio, siendo la mitad de
]a tierra, nadie, ni sus grandes islas y tesoros,
triunfan gloriosos más que sus castillos y leones,
sus barras de Aragón, y aun estas últimas hicie-
ron las primicias del gasto, la costa y el avío de
aquellos sus primeros exploradores, del famoso
Colón y sus inmortales compañeros.
DE LAS EXCELItlCIAS DE BSPARA 25
CAPITULO IV
Concluye la materia.
ImAS ya es jasto tratemos de la excelencia de su
iiriperio, de los ilustres y generosos príncipes que
la han señoreado con este titulo; porque mejor en
ellos y á pesar de la envidia, se conozca en el mun-
do la felicidad con que España ha dado en todos
siglos muestra de su bondad con tales hijos; y
pues los mejores que tuvo B*oma fueron los suyos,
justo será que en doce emperadores que ha produ-
cido España se comience por ellos. Y así debida-
mente, Trajano podrá ser el primero, y seguirle
Teodosio, Valentiniano, Arcadio, Honorio, el se-
gundo Teodosio y Adriano; don Alonso, el que
ganó á Toledo y el Magno de su nombre, tuvieron
igual título; el décimo fué electo en Alemania, y
el de Aragón y de Castilla, el gran batallcídorf
don Alonso, mereció tal renombre; y, últimamen-
te, los dos caros hermanos Fernando y Garlos V,
de cuyas hazañas y victorias está el orbe cubier-
to, por su excelente madre fueron también de Es-
paña, con lo cual sólo me restará cumplir su más
grave atributo y la excelencia en que más res-
plandece su prudencia y consejo.
Repártese éste (dejo en silencio la santidad
y acuerdo de sus leyes y fueros) con gobierno
político, maravilloso y ejemplar por diversos
V.
26 CÉSPEDES Y MBNESBS
motivos; juntas, congregaciones, cabildos, co-
rregidores, regimientos, concejos, que reconocen
sujeción en lo que toca á cada uno, á doce Ck>n-
se jos superiores, que son la clave, basa, funda-
mento y gobierno de su más dilatada monar-
quía. El de Estado, con poderoso luto (en cierto
modo superior á las cosas) abraza lo esencial
de sus acciones; mira y conserva la reputación de
los reinos; como el Real de justicia la administra-
ción libre de ella. La temida y venerable Inquisi-
ción, cela y ampara, intacta y pura la santa fe ca-
tólica; el Consejo de Hacienda procura sus au-
mentos y creces; el de Guerra, consulta, premia
servicios, provee atentamente expertos capitanes
y los demás progresos incidentes en mejor ejecu-
ción; el de Ordenes dispone en los maestrazgos de
Alcántara, Calatrava y Santiago, juzga sus de-
pendencias; y el de Cruzada las que se ofrecen en
la publicación de las Bulas, distribución de sus
efectos. Todos éstos asisten en la corte y junta-
mente el Supremo Consejo de Aragón y de Italia,
Elandes yPortugal y el Real de las Indias: sin los
cuales en Valladolid y G-ranada, hay dos Chanci-
llerías, en Sevilla y Galicia dos Reales Audien-
cias; el reino de Navarra se gobierna con otra y
los de la corona de Aragón, Indias Occidentales
y Orientales, con tantas tan ilustres, que cada
cual forma por si distintamente otra grandiosa
corte, nueva y suprema majestad que las asiste
y aprecia con mayor esplendor.
DE LAS EXCELENCIAS DE ESPAÑA 27
Basta el que sobra en todas á deslum4>rar
aqueste atrevimiento con que, acobardada mi
pluma reprime su carrera y aun remite al cu*
rioso investigador de tantas excelencias á más
diestros pintores. Véanse, entre los muchos que
las han divulgado, á Marineo, Domingo Balta*
nás y Juan Vaseo; pues cualquiera de estos
graves autores llenará sus deseos y suplirá mi
empeño bastantemente, y si ya su opinión no les
satisficiese , lean las palabras de Suetonio
Tranquilo ó las del famoso historiador Justino,
pues en confirmación de mi verdad el uno des-
cribe esta nación con títulos magníficos, indó-
mita, invencible, valentísima; y aun no conten-
to, realza su valor, su lealtad, aventajándola
entre todas las gentes de la tierra; por cuya cau-
sa, Julio César, los eligió y mantuvo en su pro-
pia guarda. Y el otro, confirmando este mismo
argumento, hace increíble su tolerancia y sufri-
miento, espantosa su fe; y su constancia tan in-
contrastable é innaccesible, que ni la desnudez,
hambre, cansancio, ni trabajo sin número, la
prevaricaron ni vencieron. Con que dignamen-
te, ha llegado á sujetar el poder más soberbio y
la emulación de tantos enemigos; predominán-
dolos con más estimación, aplauso y honra que
los Asirlos, Persas, Griegos, Cartagineses y Bo-
manos. Y asi la dilación de este resumen, mere-
ce excusa, como el ceñirle en términos más bre-
ves rigurosa censura. Puera muy digno de ella.
28 CÉSPEDES Y MEriESES
8i tratando casos tan peregrinos, como verá el
lector, no hubiera hecho de la provincia y reino
que les fué madre tan corta digresión. Súplase-
me su enfado, mientras con la restante diver-
sión le pareciere digno de su perdón y aplauso.
Pasando juntamente los ojos, para su mayor ca-
lificación y certeza, por estos versos del divino
Claudiano, con que bastantemente, quedará sa-
tisfecho, y más gloriosas las excelencias de mi
patria.
Quid dignnm memorare tuis Hispania terris,
Mens humana valet, primolevat eqnore solem,
India, tu sessos exacta luce jagales,
Proluis, in que tuo respirant sidera flnotu
Dives equis, fragam faciJis, pretiosa metallis
Principibos fsecunda piis tibis saecula dabent
Trajanum, feries, his fontibus iBlia flaxit.
El buen celo premiado.
CAPÍTULO V
Historia notable sucedida en la imperial ciu-
dad de Zaragoza, con el origen y antigüedad
de sus mayores excelencias.
£n los sagrados márgenes del celebrado y fa-
moso Ibero, y casi en la mitad de su extendida
y espaciosa vega, está fundada la ciudad de Za-
ragoza, honor y gloria de España, cabeza impe-
rial de la corona de Aragón y de sus poderosas
provincias, reinos y condados : digo Bosellón y
Cerdania, Sicilia, Hierusalem y Ñápeles; Gerde-
ña, Ibiza, Mallorca y Menorca; y en primer gra-
do, Aragón, Valencia y Gatalufiía; y en los pasa-
dos siglos, de los valientes y fidelísimos Celtibe-
ros, colonia de romanos y Audiencia ó Chanci-
Uería predominante á los nombrados pueblos ede-
tanos.
Según Flinio, Gauberto, Marineo Sículo y
1
30 CÉSPEDES Y MEKESES
otros grandes autores, es una de las más ilnstres
y opulentas ciudades, no sólo de la provincia j
Citerior tarraconense, sino de lo restante de £b-
paña. Y si bien en su origen y notables principios
tienen diversas opiniones, como siempre padecen
todas las cosas muy antiguas, la más segnra,
verosímil y cierta es haberla edificado aqnel tan
decantado príncipe Túbal, nieto de Noé, á quien
con otros lugares de Espafia, que fundó entonces,
honró con su famoso nombre; porque es, sin duda,
que el primero que tuvo esta antigua ciudad f né
el de Salduba, que es lo mismo que Satúbal; y
no tan ligera objeción como la corrupción de
una letra y tan semejante como la D y la T hace
menos segura esta verdad: pues es llano que en
España no hay pueblo, no hay ciudad qne hoy
retenga su primer apellido sin semejante men-
gua. Culpa á la ancianidad de los tiempos y á las
invasiones y asistencias de tan diferentes nacio-
nes como la han señoreado. Ni menos obsta lo que
G-auberto siente cuando dice que la vecindad de
sus montes de sal dio & Salduba su nombre, pues
con igual razón, con semejante causa, se pudiera
decir lo mismo de Setúbal, villa de Portugal, y
atribuirle este nombre, supuesto que casi dentro
de sus muros hubo en aquellos siglos, y aun en
los presentes hay, las salinas que hoy vemos; y
con todo, hasta ahora, ningún autor lo ha em-
prendido ni aun negado la común tradición de
sus fundamentos.
Y si realmente con atención consideram
circunstancias qna pudieron obligar en an f
cióa ¿ aqael principe j á nueatros primeros
Solea, claramente se conocerá esta verdad;
es bien llano, advertido ea sitio, sn amenid
vega, los ríos qae la fertilizan j la salndat
flnencia de sus astros, qne no asi dejarían ó
paradas y desiertas tantas comodidades y ;
chos para la vida humana. Además, qaei
ficílmente pudieron ellos elegir en España ]
más apacible, más templado, delicioso y e
T asi juzgo que no tan solamente se movi
tsD justas razones el divino Augusto, stt r
rador, sino que, juntamente, asegurado de
dad de este origen, émulo de sus glorias, aa
Túbal, por ser su primero principe, y quien
do su verdadero fundador, la inmortalizó
nombre, así él también, como su primer e:
dcr y reedificadcr verdadero, la quiso ci
con el sayo.
Esta es la razón por qué hoy, perdida
no olvidado, el nombre de Saldaba obtier
César Augusta, ó algo más consigo, pro
ción arábiga, el de Zaragoza.
Y es esta opinión tan segura, tan o
abrazada de todas gentes, que no hay otr
en Espafia que, tan sin contradicción, pu
ciarse de tan esclarecido y poderoso ina*
Porque, aunque hay otras muchas d© qni
ron Hércules, Julio César y otros varoi
4
82 CÉSPEDES Y MBNESES
tos, todas padecen opiniones contrarias y todas
caminan en sns principios y fundación con difi-
cultades inmensas. Y asi sólo, con razón eviden-
te, con justicia notoria, se debe á esta sola el
nombre de imperial y la excelencia de augusta.
Y no me atreviera yo á decir con tanta libertad
verdad tan clara si el divino Isidoro, doctor de
España y arzobispo de Sevilla, no me hubiera
animado á confesarla; pues él (no obstante re-
sidía en una de las más amenas y populosas
ciudades del mundo y á quien en parte debía
afectos propios y natural inclinación), hablando
de Zaragoza, testifica, con palabras expresas,
ser la ciudad más ilustre y mejor de España. Si
bien aún ya pudo este santo en aquella edad
hablar con más razón que los antiguos, respecto
de estar calificada su verdad con ^1 mejor testigo
que, después de Dios, hubo en los cielos y en la
tierra. Pues la Virgen Santísima, con su dulce
asistencia, con su elección divina, en cierto modo
la señaló por la mejor de las Españas, cuando
mandó al apóstol que la rigiese su angelical ca-
pilla, santuario famoso y no inferior á ninguno
del mundo, el cual hoy hace dichosa á esta ciu-
dad, con el erario y tesoro riquísimo de cuerpos
milagrosos, mártires infinitos con que puede, sin
ninguna objeción, no sólo compararse con Roma,
empero afirmar con verdad que sus calles, sus
plazas, están regadas con su sangre y enlosadas
con sus santas cenizas.
EL BUEN CELO PREMIADO 38
Tan continuos han sido en ella los martirios y
tan acostumbrados en todos tiempos á recibirlos
sus hijos, que así en los del romano gentilismo,
arrianos godos y moros berbéricos (como en el
de nuestros padres le padeció el venerable Pedro
Arbués, de Epila), y no muchos siglos después
su natural fidelidad. Porque si el padecer ino-
centes es, moralmente hablando, cruel martirio,
¿quién como sus nobles ciudadanos han así, tan
sin culpa, padecido terribles y arrojadas opinio-
nes, efectos áh la mala intención de algunos ex-
tranjeros que, emulando su gloria, han impía-
mente presumido amancillar su crédito? No es de
este asunto proponer su defensa; podrá verla el
curioso en la Apología que hice el año de 1622.
Pero, volviendo ahora á mis intentos, digo que
habiéndola Octaviano ennoblecido, reedificado
con las ruinas de sus grandesb^y antiguos edifi-
cios, porque es cierto y sin duda que para ha-
cer la plaza de Armas y ponerla en defensa con-
tra los inquietos y valerosos cántabros, freno á
los celtíberos y astures, antes recogió su gran-
deza, unió sus espaciosos términos, ciñéndola y
estrechándola con murallas fortísimas, que no
la dilató, como otros han dicho, con las ruinas
de Julia Celsa y Bílbilis. Porque ella, según mi
conjetura, más tuvo necesidad entonces de es-
trechar su grandeza, fortaleciéndose, que de no
amplificarse con ajenos despojos. A esta sazón
la dio Augusto su nombre.
HISTORIAS PEREGRINAS 3
84 CÉSPEDES Y MENESES
CAPÍTULO VI
Aléganse en confirmación de la primada
y excelencia desta ciudad diferentes razones.
rio ignoro, asentado este punto, que hay quien
la llame juntamente Auripa, por el oro de sus
vecinos montes, minerales y río; y aun quien
áñrme ser ella Namancia, alegando á Pomponio
y Calepino; pero no es muy fiel su inteligencia:
defiende la contraria nuestro Alderete; sin em-
bargo, que el subir los navios desde el puerto
Agaray Osoria, es tal dificultad, que no sé yo
cómo puede apearse, y mayormente teniendo allí
el río Duero, tan poco f ondoso, que ni aun peque-
ñas tablas se pueden sustentar, cuanto y más
naves, y habiendo más de ciento y diez leguas
con rodeos inmensos y lugares innaccesibles.
Todo lo cual, en confirmación de la verdad de
tales autores, estaba fácil y posible en aquella
ciudad, mediante la grandeza del río, el fondo
caudaloso de sus aguas y la vecindad del Medi-
terráneo.
Mas, en efecto, quédese su certeza en opinio-
nes, pues en unas y en otras no hay poca auto-
ridad, y digamos lo que resta en la descripción
de Zaragoza; la cual, perdida ya por los romanos,
ganada por los godos y después por los africa-
nos; libertándola de éstos el emperador don
EL BU£N CELO PREMIADO 35
I
Alonso el Batallador, puso por siglos largos su
asiento y corte en ella; y de suerte continuán-
dola sus sucesores, hasta don Fernando el Cató-
lico, en número fueron casi diecisiete los reyes
que la han habitado: excelencia notable, pues no
sé yo qué otra ciudad de España pueda decir
igual; como también ocasión, según la real y
proseguida asistencia, para la majestad, esplen-
dor y nobleza con que la vemos hoy; y no asi
solamente adornada de hermosísimas calles, sun-
tuosos palacios y ediñcios soberbios, sino aun de
la mayor muestra de su piedad de iglesias y tem.
píos sin número; y éstos tan ricos, tan espacio-
sos y magníficos, que pueden en grandeza, en
ostentación y arquitectura, competir con los an-
fiteatros de Boma y con sus memorables edificios.
No singularizo sus partes, porque sería impo-
sible; ni menos hago mención, como debiera, de
su espaciosa Lonja; de su Armería, soberbias
entradas, apacibles salidas, grandiosos puentes,
innumerables torres, nombrado Coso, calle en
quien caben holgadamente dos ciudades de Es-
paña. Ni meóos emprenderá mi atrevimiento la
pintura de sus admirables santuarios, su iglesia
arzobispal, su hospital memorable ó aquel altar
primero de la tierra, la angelical capilla de la
Virgen, su imagen del Portillo, que la guarda y
defiende, ó aquel templo real, sepulcro digno de
la gloriosa Engracia, del divino Lamberto y otros
innumerables santos; como ni será empresa de
86 CÉSPEDES y MENESKS
mi talento escribir la nobleza de sns ilustres
hijos, el valor y riqueza de sos ciudades, el nú*
mero infinito de sus moradores, su natural cir-
cuBspecci'íii y gravedad, la inmnnidad de sus
preeminencias, la excelencia y santidad de sus
leyes y fneros; pues uo ea pequeña gloria poder
decir que entre ellos se mira establecida dos-
cientos años ha la Inmaculada Concepción de la
Sacratísima Haría.
Ni tampoco los Tribunales que la gobiernan,
el virrey que la asiste, el gobernador del reino,
sus ilustrísimoB diputados, sns dos Consejos y el,
sobre todos, temido y venerado del gran Justi-
cia, o&cio no tan bóIo único y singular en el
mando, sino asimismo el más santo, el más pío
y digno de renombre inmortal. Faes en su cor-
te, sin afectos humanos, está la conservación
de las leyes, el remedio de los agravios y el blan-
do y suave medio, entre la superior majestad
y sus vasallos, digo entre ellos y los arrebate-
dos ímpetus de la ira. E^ta ínclita cindad goza
hoy sólo de este único bien, de este beneñcio,
merced de aquellos sns primeros legisladores; y
ésta es qnien, entre cuantas contiene nuestra
España, á pesar de los tiempos, conserva hoy
en si el esplendor ilustre, la pompa ostentativa
del Senado Romano, la autoridad de sus pa-
dree conscriptos, la libertad prudente de sns se-
nadores, la madurez de eus grandes consejos;
pues todo esto se mira retratado en el más pre-
SL BUEN CELO PREACIADO 37
eminente y autorizado oficio de esta ciudad, que
es el Consistorio, en quien, por su cabeza, asis-
ten cinco jurados, electos por extracción y suer-
te, no así del numeroso pueblo, sino de cierta
cantidad de ciudadanos, en quien han de concu-
rrir, no solamente muy grandes calidades, expe-
riencia y virtud, sino asimismo lustrosas apa-
riencias y aún particularidades exquisitas. Su
hábito en las acciones públicas y el de los minis-
tros que los acompañan y sirven, retratan viva-
mente al de aquellos senadores antiguos de sus
ropas talares, de las insignias y vestidos de sus
lictores. La asistencia de sus juntas y acuerdos
es debajo un dosel, con tan grave decoro, que
ninguno de cuantos les asisten propone y acon-
seja menos que estando en pie. Y á su jurado in
Cap, (porque se entienda mejor la autoridad de
aqueste cargo), en cualquier acto público, entra-
das de su rey ó de otros principes, nadie le pre-
cede ni iguala, porque á él solamente se le debe
el de la diestra; y admiro mucho que cierto
autor moderno ignorase estos términos.
Tal, pues, es la majestad de los jurados y tanta
la grandeza y soberanía de sus oficios; pendiente
siempre de ellos el bien común, el estado político,
la conservación, hartura y abundancia de esta
ciudad; á cuya descripción será bien demos justo
limite, honrándola en sus mejores fines, sus más
dichosos hijos, el divino Prudencio, el famoso
Braulio, decantado Zurita, Blancas y el nunca
88 CÉSPEDES Y MEKESES
asaz loado don Antonio Agustín, snjetos tales,
que cualquiera 4>or si basta á inmortalizarla,
como también mi prometida historia, á quien
concluyendo este elogio daré breve principio; si
bien quiero se advierta que por justos respetos
habré de bautizar de ajenos nombres sus persona-
jes, pues aunque se note por apócrifo mi crédito,
parecerá más licito que no caer de ojos en algún
precipicio. Sírvame esta salva de excusa, mien-
tras con nuevo aliento se desempeña mi promesa.
CAPITULO VII
Dase principio al cuento prometido,
\£^OJEtRÍA á la misma sazón el año de 1689, cuyo
invierno fué airado; y nevada, escura y fría la
noche des te propio suceso. Entraba, pues, casi á
la mitad della, por la calle del Coso, un hombre
de camino, religioso en el hábito, aunque sin
compañía, cuando al llegar al monasterio donde
iba encaminado, impensada y aun temorosamen-
te le cercaron cinco hombres, de quien, aunque
al principio presumió defenderse, fué tan de re-
pente salteado que, sin contradicción, hubo, no
sin espanto, de seguir su mandado y á la voz de
uno de ellos que, en mal pronunciado catalán, le
ordenó se apease.
Ejecutólo al punto, y juntamente advirtiendo
que sólo le pedían confesase cierto hombre que
" j_
EL BUEN CELO PREMIADO 39
allí cerca tenían mor talmente herido, alegre se
redujo á su primer sosiego; no obstante que el
temor de diferente aprieto le privó, por entonces,
de mejor parecer, porque es notable el hombre
que bien sabe elegirle en el impensado peligro .
Así, por esta causa, atro pallando inconvenientes ^
que le vendrán muy presto, concediendo á su in-
tento, á pocos pasos, revolviendo una esquina, i
algo confusamente miró en la blanca nieve, si
bien ya matizada de su reciente sangre, un hom-
bre que, con gemidos graves, se revolcaba casi en |
los umbrales de la misma portería del convento. j
Allí los cinco, que nq tan solamente en el adorno j
de sus personas, sino en su buen olor, ponían en j
mayor crédito y opinión el suceso, apartándose i
un poco del fraile, dieron lugar á que, acercan- ¡
dose al herido, pudiese ministrarle aquella últi- j
ma y saludable medicina; si bien solicitando su !
breve despidiente, cuando el uno ó el otro fomen- I
taban su priessa, ó ya temiendo ser hallados en i
el delito, ó ya juzgando que la noche iba con pre- i
surosos pasos acercándose al día. \
Concluyóse, á su parecer, aquel artículo. Y
así, viendo al fraile que se venía hacia ellos, y
oyéndole decir que aquel miserable hombre ha-
bía expirado en sus brazos, llegando al reconoci-
miento, y ciertos de su verdad, le dejaron, vol-
viendo al convento las espaldas; donde, querien-
do el religioso quedarse, asiéndose del los dos
muy fuertemente, le advirtieron que callando
40 C¿SPSDBS T MBNXSSS
prosiguiese con ellos, porque de hacer otra cosa
correría semejante peligro.
Aseguráronle con aquesto la vida y juntamen-
te la vuelta en mejor coyuntura; con que, rodea-
do de temores intrínsecos y con inviolable silen-
cio, hubo de seguir su derrota, hasta que, atra-
vesando algunas calles, salieron bien fuera del
concurso del lugar, y adonde la soledad y tene-
brura de la noche, acompañados del sordo rumor
y embate de los vientos, acrecentaban su cuida-
do y afligían, con nuevas causas, su turbado es-
píritu. Acercábanse á unos paredones antiguos,
ruinas ó vestigios desiertos de asolados jardi-
nes, adonde apartándose dos de la compañía,
oyó al uno (y aun al que á él le había parecido,
que como á dueño obedecían los demás) que, así
hablando con el otro, decía:
—Hermano, yo me voy desangrando poco á
poco; y así, antes que mi peligro se acreciente,
conviene dar la vuelta á nuestra casa; haced vos,
entretanto, de suerte que esta diligencia tenga
el efecto que todos deseamos; pues aunque ese
hombre quiera con obligación contradecirla, en
parte os lo dejo, que podréis á puñaladas conse-
guirlo.
T que sin alargar su plática (dicho esto, y
respondido del que llamaba hermano, á su pro-
pósito) se volvía acompañado de uno de ellos,
con que pasando los demás adelante, su temor y
sospecha confirmada se aumentó de suerte, que
EL BUEN CELO PREMIADO 41
casi de turbado no acertaba á levantar los pies.
Sn efecto, habiéndose alargado por entre la es-
pesura de unos árboles y teniendo el lugar por
oportuno, aquel que había quedado con la orden,
acercándose al fraile, le dijo estas razones:
— Padre mío, bien entiendo que, sabido el in-
tento que hasta aquí nos ha traído, ha de pare-
ceros demasiado y aun nuestra curiosidad tan in-
discreta como poco piadosa; ma^, supuesta la re-
solación última que á nuestro dueño vistes, ni yo
podré eximirme de ella, ni vos excusaros de res-
ponder á cuanto os preguntare, advirtiendo que
réplica ninguna bastará á satisfacerme menos
que la verdad; cuyas premisas y conjeturas fuer-
tes traigo también reconocidas, que será por de-
más cualquiera prevención ó rodeo.
No le dejó proseguir oyendo su aspereza el re-
ligioso; antes (en medio de tales confusiones),
alentado, le respondió:
— No sé por cierto, caballero, adonde tantas
estratagemas van enderezadas, y mayormente
usándose con un hombre indigno por la venera-
ción de estos hábitos de semejante violencia.
Haced, sin tenerme más atribulado, lo que os
está dispuesto, que de mí yo os prometo que pu-
diendo satisfacer en algo á vuestro gusto, no
querré ponerme ni poneros en mayor contin-
gencia.
— Así pienso (replicó el mismo hombre) que os
será más á cuento. Y porque sin dilatarlo más
42 CÉSPEDES Y MBNBSES
salgamos ano y otro de dudas, sabed, padre, que
para lo que aquí os hemos sacado no es otra c<»a
que á que nos reveléis sin excepción algana la
confesión que aquel herido os hizo.
Y con tanto, cesando en su abominable pre-
gunta, dejó lo horrible y espantoso de ella tan
enmudecido y acobardado á su mismo dueño,
como turbado y temeroso al que le oía; cuya res-
puesta, después de una larga intermisión, no sin
admiración de los presentes, fué bien ajena de
lo que esperaba; porque sin dilatarlo más, desto-
cándose la capilla y sombrero, que hasta enton-
ces había tenido puesta, y descubriendo el cabe-
llo igual y sin distinción ó señal de corona, con
intrépido ánimo le dijo estas palabras:
— La mayor satisfacción que puede daros mi
turbada lengua es la que al presente tenéis delan-
te; y ansí, señor, si esto no aprovechare, satisfa-
ráos al menos saber que no sólo no soy, como ha-
béis pensado, sacerdote, pero ni aun religioso lego.
Esta transformación que veis y el valerme de
ella ocasionaron no más que mis propios peligros,
mi necesidad y secreto; y, sobre todo, el ampa-
rarme mejor de la justicia, de quien mal de mi
grado, ando escondiendo el rostro; por lo cual,
habiendo de venir de Epila esta noche, por más
seguridad, previno de esta suerte mi jornada un
hermano mío religioso que asiste en el convento
en quien nos encontramos y adonde tengo ahora
por infalible y cierto que la impensada ocasión
<^
x.
EL BUEN CELO PREMIADO 43
de yerme entcMioes debió de ainraar TUflstra re-
solución y pensamiento, si ya mejor no la juzga-
mos por atrevimiento detestable y horrible. Yo
08 confieso, al presente, que pude en los princi-
pios de esta tragedia declarar este enigma; aun-
que si va á decir verdad, prométeos que el temor
de mi propio castigo y el verme, tan de repente
salteado, me privó de cualquiera razonable dis-
curso, pues juzgándome en poder de mis enemi-
gos ó en las manos de la justicia, más difícil
empresa se me hiciera muy fácil como realmente
vuestra demanda y el tenerme por confesor y sa-
cerdote me lo pareció; no* obstante (que con di-
ferente presupuesto), con aquel infeliz hombre no
me alargué á más que fingiendo confesarle pia-
dosamente exhortarle á morir, representándole el
juicio temeroso adonde tan en breve había de
ser juzgado. También conozco ahora el riesgo en
que he puesto mi vida con tal declaración, si ya
vuestra prudencia no reprime su injusta cólera,
admitiendo por disculpa á este engaño tantas ra-
zones. Pues aunque, por reservarme en ella, pu-
diera con palabras confusas, con discursos equí-
vocos, fingir el cumplimiento de vuestro deseo^
y disimular mi disfraz, no sólo no lo he querido,
ni aun imaginado intentar, pero antes he deter-
minado primero padecer dos mil muertes que
infamar con tan notable injuria la religión y el
hábito de quien, para sombra y amparo de mi
vida, me he favorecido y aun la nobleza y fe de
4A CÉSPEDES Y MENESES
mi nación, de quien, por las premisas que he te-
nido, parecéis extranjeros.
CAPITULO VIII
Toman los delincuentes nueva resolución,
aumentando con ella sus culpas y delitos,
1X0 pasó adelante el fingido fraile, ni aun pien-
so le dejaran los oyentes; antes, conociendo en la
turbación que les había causado su ma yor detri-
mento, acordó, como valiente aragonés, valerse
en la defensa de tan inviolable Sacramento de
más ásperos medios, que no le fueron poco nece-
sarios, según lo que le avino. Porque vista de
aquellos hombres la claridad de su satisfacción
y no teniendo réplica que hacerle, brevemente
discurrieron en lo que su parecer más convenia,
que siempre es miserable propiedad del pecado
que uno engendre y acarree otro, hasta caer en
la última desesperación.
Habían éstos, cuando resolvieron su primera
maldad, asegurándola, juzgando que (aunque se
consiguiese) el propio daño y castigo en que in-
curría el religioso, revelando la confesión, ese
mismo les había de salvar y guardar secreto. Y
asi, faltando tan cierta circunstancia, y conoci-
da la contingencia en que su mal consejo les de-
jaba, justamente temiendo, tomaron ahora por
EL BUEN CELO PREMIADO 45
remedio otro tercero y, en su modo, tan bárbaro
delito, determinándose á matar al pobre que ez^
ninguna cosa les había ofendido. Mas la justicia
de Dios, á quien ya la concurrencia y perseve-
rancia de tales ofensas la tenia irritada, permi-
tió que en la ejecución de ellas hallasen el casti-
go. No se contentaban aquellos perversos homi-
cidas con la muerte que dejaban hecha ni con el
depravado sacrilegio que intentaron; antes, frus-
trada su esperanza y despeñados en furiosa cóle-
ra, juntamente confirman con el último exceso su
perdición, porque los cielos, cuanto parecen al
castigar más remisos y tardos, tanto más suelen
acrecentar el tormento y la pena.
Postrado el ánimo, entonces más se alienta y
resucita (aun en los muy cobardes) cuando se ven
cercados de mayores peligros. Reconoció el suyo
el aparente religioso; y así, antes de verse aco-
metido, ya él estaba, con mejor prevención, sa-
cando un corto pistolete de la manga, defensa
que él había reservado hasta e] último trance*
Amagos, pues, de aqueste y reparos con el man-
to revuelto, pudieron al principio serle alguna
resistencia; mas viéndose ya rodeado por todas
partes, y que ni el amenaza de aquel pequeño
rayo no les templaba ó suspendía, disparándole
al uno, conocieron su audacia, y el efecto derri-
bándole muerto. La turbación que este suceso
causó en los compañeros, aunque fué muy corta,
todavía dio lugar á que, recibiendo algunas he*
46 CÉSPEDES Y MENESES
ridas, cobrase el agresor la espada del difunto,
y con ella (ayudado de Dios, que comenzaba á
pagarle su buen celo) tan grande esfuerzo, que á
pocos golpes le envió compañía; y queriendo en-
vestir al último que ya volvía las espadas, reco-
nocida su buena suerte, corrigió la venganza, y
tomando su muía, con diligentes pasos dio la
vuelta al convento.
Suelen la Providencia y el corazón humano
tal vez hurtar su ofició á la profecía; y así, no
obstante que los dos procuraron, ya con eviden-
tes persuasiones y ya con secreta resistencia
torcer aquel intento, representando el forzoso
peligro en que nuestro fingido fraile se ponía,
su fatal suerte atropello tan seguros recelos, pa-
reciéndole más acertado proseguir su viaje que
dilatarle á mejor coyuntura. Y así, no reparan-
do en que precisamente había de volver por el
puesto adonde quedó aquel hombre herido ó
muerto y en lo que podía en su breve ausencia
haberse ofrecido; y asimismo en los indicios y
bastantes muestras que iban dando su hábito y
las manchas de la reciente sangre de sus heri-
das, atrepellando por todo, apresuró la jomada,
poniendo su perdición en contingencia; porque
apenas atravesó dos calles que enderezaban su
camino, cuando poco antes de llegar á la porte-
ría le salteó un tropel de gente, quien oyendo el
rumor de las herraduras le salió al encuentro,
dándose fácilmente á conocer por ministros de
.^
EL BUEN CELO PREMIADO 47
justicia, de quien, con el alboroto que les había
causado, lo que después sabréis, aunque los há-
bitos pudieran eximirle de su jurisdicción, no
por eso dejó su diligencia y libertad de proponer
su intento, preguntándole de qué lugar venia,
por qué parte ó camino y aun qué personas en él
había encontrado; todo á £n de sacar, por seme-
jantes conjeturas, la probanza y averiguación
que ya andaba haciendo acerca del herido que
hemos dicho, al cual, poco después que sus ho-
micidas se desviaron del puesto, llegó esta gente
encaminada de otros nuevos y mayores indicios,
sucesos de tan grave importancia como el que
queda escrito.
CAPÍTULO IX
Prosigue el caso, y dicese para su mayor inteli-
gencia él que antes de éste habia pasado por
aquestos ministros,
Andaban, pues, algunas horas antes rondando
la ciudad aquellos hombres; y en aqüeste ejerci-
cio discurriendo de unas partes á otras, cuando
menos pensaron dieron de ojos con una de las mu-
chas y peregrinas aventuras á quien suele asis-
tir el silencio, secreto y oscuridad de la noche.
Digo que al emparejar de unas grandes y autori-
zadas casas que caían detrás de aquel convento,
sintieron que desde sus altas ventanas, poco á
48 CÉSPEDES Y MENESES
poco, iban descolgando unas sábanas; de cuya
novedad, prometiéndose mayores lances, sin des-
plegar los labios esperaron su efecto, que no se
dilató; antes, en un momento, sirviendo aquel
débil instramento de segara escala, vieron con
varonil despejo bajar por ella una mujer; que en
tocando en el suelo, fué rodeada de sus armas y
luces.
No excusó el femenil sujeto la turbación que
el caso requería; y aun así, aunque deseara en-
cubrirse, le faltaron las fuerzas, con que mal de
su grado, quedó patente el vergonzoso rostro,
acompañado de tan peregrina hermosura, que
dejó á los presentes con igual respeto y admira-
ción; porque este don de la naturaleza, privilegio
del cielo y breve tiranía, no sólo atrae y fuerza los
corazones y benevolencia de los hombres, más
aún, trueca en afabilidad y cortesía la más incul-
ta y bárbara condición.
Pásesele á la dama, con el repentino sobresal-
to, parte de su temor, y así, más sosegada, reti-
rando á los principales ministros á una parte,
descubrió su pena, sacando entre suspiros tier-
nos de su pecho las siguientes razones:
— No os admire tanto mi atrevimiento, ¡oh no-
ble gente!, cuanto os lastime el afrentoso caso
en que me veo. El dueño y señor de estas casas,
hombre bien conocido, aunque extranjero de esta
grande ciudad y reino, es no sé si diga mi desdi-
chado esposo, cuya ofensa, indicios de que la
EL BUEN CELO PREMIADO 49
haya en su mayor reputación, le ha obligado á
salir esta misma noche en busca del cómplice
que presume, y, según los efectos, es sospe-
chado que á darle muerte; acompañándose, para
ello, de algunos criados y ^udos. Dejóme,
pues, en aqueste intermedio, en el encierro y se-
guridad de quien, faltándome aparejo para rom-
per sus puertas, he salido con designio y propó-
pósito de huirle el rostro y juntamente el peligro
que amenaza mi vida, la cual, con el honor, en-
comiendo á la obligación de vuestro oficio y pro-
ceder.
Interrumpió, llegando aquí, con lágrimas su
cuento lastimoso; y los oyentes, informados de
otras circunstancias convenientes y movidos de
una secreta fuerza, que para provocar á miseri-
cordia más que el hombre encierra en sí cual-
quier mujer, con bien pensado acuerdo, dispusie-
ron el remedio; y así resueltos, respecto de las
partes y calidad de aquella dama, los unos la
acompañaron hasta dejarla en seguro depósito, y
los otros, parte quedaron en espera de su esposo
y parte se dividieron por las vecinas calles; dili-
gencia tan buena y acertada, que ella sola, al fin,
como dispuesta de mejor providencia, los puso,
en brevp espacio, los delincuentes y la averigua-
ción en su poder¿
Porque los que asistían al marido, viéndole
aunque mal herido, llegar á las puertas de su
casa, cuando pensó que sus intentos estaban más
HISTORIAS PEREGRINAS 4
50 CÉSPEbES Y MENESES
ocultos y celados, se apoderaron de él y junta-
mente de un criado, cuyos hombros, por venir
desangrado, le servían de arrimo. Bien quisiera
el afligido caballero disimular el caso; mas como
la justicia estaba sobre aviso, ni sus razones sa-
tisficieron ni sus ruegos y promesas les obliga-
ron. No obstante que, temiendo su vida, le deja-
ron con muchas y fieles guardas arrestado en su
misma casa; adonde entendida la ausencia de
su esposa, confiriendo por ella, su declarada y.
más pública afrenta, el interior tormento de tal
desdicha, ayudó á sus heridas, de manera que,
en pocos días, las hizo irremediables.
CAPITULO X
Declárase quién eran el caballero herido
y él fingido fraile.
JCfN el ínterin que sucedió esta prisión y mien-
tras el criado fué llevado ¿ la cárcel , llegando
los demás, que se habían repartido por las veci-
nas calles, á la portería del convento, y ha-
llando en ellos y revuelto en su sangre aquel
cuerpo, queriendo, para conocerle mejor, lim-
piarle el rostro, en él, aunque mortal y pálido y
en la honrosa señal de Galatrava , no sin gene-
ral compasión, fué conocido y no menos qtie por
uno de los más generosos y bizarros mancebos de
aquella gran ciudad.
EL BUEN CELO PREMIADO 51
Su nombre era don Félix, y su sangre y vir-
tud tan conocida que, no sólo causó en los cir-
cunstantes el dolor que he dicho, más aún, les
fué fncentivo para su castigo y venganza; y asi,
•queriendo con nueva compañía proseguir los
unos tan importante prueba y los demás en el
último remedio del desdichado caballero, al po-
nerlo en sus hombros sintieron que, como si vol-
viera de algún parasismo mortal, el cansado es-
píritu anhelaba de sí pequeñas lumbres. Con que
apresurando el camino de su casa, con mejor es-
peranza, se le entregaron á sus deudos y criados,
que no sin lágrimas y mayor alboroto le recibie-
ron; y acudiendo al remedio de su vida, en bre-
ve término le restañaron la sangre y dispusie-
ron otros saludables antídotos y medicinas, si
bien en este tiempo no se descuidó la justicia en
lo que la tocaba; antes, dejando hasta el fin del
suceso en bastante guarda su persona, dividién-
dose en calles y cuadrillas, procuraron rastrear
los delincuentes, para cuyo efecto hacían las re-
preguntas que ya oisteis al disfrazado religioso;
que por muy buen partido tomara, en semejante
razón, hallarse muchas leguas del tal aprieto.
Y no así su recelo le salió engañoso; antes,
apenas comenzó á responderles, cuando en la
voz y el rostro descubierto á la luz de las linter-
nas fué de casi todos conocido. Era, pues, este
desgraciado hombre hijo de la ciudad, y, aun-
que algo inquieto, persona de calidad y valien-
52 CÉSPBDES Y MENESBS
; tes manos; y de presente, habiéndose hallado en
^ una muerte, mientras con sus deudos y hacien-
I da se acomodaba, yendo y viniendo de Epila, en
!^ aquel disfraz, le sucedió lo que habéis oído; y
últimamente el caer en las manos de la justicia,
que no menos alegre con tan buena prisión, guió
con él á la cárcel pública, adonde, respecto de
la religión, á su instancia, le permitieron dejar
los hábitos, aunque la reciente sangre de que
venían manchados y las heridas que traía (sobre
su principal delito) acrecentó nuevos y diferen-
tes indicios, vehementes presunciones de que po-
dría él haber sido alguno de los cómplices que
^ buscaban. Con que haciéndole primero curar,
acordando nueva orden, le dejaron encerrado y
sin comunicación en uno de los aposentos y cá-
maras destinadas á semejantes cosas, adonde el
^■, pobre y desgraciado Federico (que este era su
p propio nombre), con tristeza entrañable, efecto
^ de tan extraordinarias desventuras, gastó lo res*
f; tante de la noche y otros dos días sin entender
'< ni penetrar el fín de aquel encierro, ni el silen-
h cío con que, aun de los mismos que le curaban,
p^ era tratado.
íir-
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a3^»>L.
EL BUEN CELO PREMIADO 53
CAPITULO XI
Acontecimiento notable en la reclusión
dé Federico.
JbfN medio de tanto desconsuelo, la justicia di-
vina , á cuya poderosa diestra había movido el
celo y religión con que aqueste hombre aventuró
su vida contra la detestable maldad que al prin-
cipio oisteis , guió por sus particulares y secre-
tos juicios, no sólo los sucesos en que estaba ino-
cente, mas aquellos que más pudieran apretarle;
de suerte que, cuando se juzgó por perdido, en-
tonces casi llegaron amontonados el galardón,
la estimación y fin de todos sus temores y traba-
jos; porque es oficio del cielo recompensar con
beneficio y premio duplicado las obras que se
hacen por su respeto.
Mas antes de tan dichoso efecto y mientras
los jueces (ya con la dama que tenían en depó-
sito, ya con el marido, preso en su misma casa
y mortalmente herido, y ya con el galán don
Félix en la suya, y no en menor peligro, y, final-
mente , con el criado qué asistía en la cárcel) iba
haciendo diligente pesquisa, en una de las pró-
ximas noches de su encierro, como el dolor de las
heridas y el intenso temor desvelasen al pobre
Federico, estando fatigado su espíritu con varios
pensamientos , sin pensar interrumpió su pena
una voz lastimosa que, en medio de suspiros
54
tristes, se dejaba entender confuBamente; con
qne no poco alborotado, olvidando sus fatigas,
m&B atento aplicó los oídos y la vista é. ana jan-
tura breve que en forma de resquicio hacían los
ladrillos de un tabique, y por donde salía, á su
parecer, aquel nuevo rumor. Y no fué en vano
aquesta diligencia, pues apenas paso allí los
ojos cuando en el aposento vecino miró en un
pobre colchón tendido un h>>mbre, mas tan opri-
mido de grillos y cadenas, que casi sn pesadum-
bre sok le hacían inmóvil. Tenía pegada en la
pared frontera una vela encendida, con cuya laz
tambión'de terminó el rostro, y en él, aunque llo-
roso y lastimado, la poca edad del dneño, al
cual , movido de sn natural compasión y desean-
do en alguna manera consolarle, le comenzó i,
llamar en baja voz, diciéndole:
— Amigo y compañero de mis desdichas, cu-
yos trabajos bien pienso las igualan, suspended
& mi rnego parte de tanta pena, porque si no es
posible remediarla quejándoos, menos será acer-
tado prevenir el dolor antes de su ejecución. Sir-
van os de consuelo mis conformes cuidados, y,
participando yo de los vuestros, juntamente des-
cansarán nuestros corazones comunicándose.
Aquí, esperando la respuesta, y viendo qne
con igual admiración le volvía el rostro, calló
Federico, y con más atención vio que, acercando
al tabique mismo el fatigado cuerpo, satisfacía
BUS raeones con la siguiente plática:
EL BUEN CBLO PREMIADO OD
■ ■ ■ lili g
— Si en tan graves desventuras pudiera dis-
pensarse el sentimiento, ó mitigarse al menos ,
estad cierto, noble y piadoso amigo, que vuestra
prudente persuasión venciera su vigor ó suspen-
diera el temor incesable que me añige; mas él es
de tan miserable condición, que, como el más
espantoso de los males, irremediablemente me
tiene sin consuelo, incapaz de consejo; yo espero
por instantes la muerte, y aunque será corta sa-
tisfacción de mis delitoS; ellos y mi mala vida
producen tan cobardes extremos, porque así
como el morir es dulce y agradable á los buenos,
por el contrario, para los malos es sumamente
amargo y espantoso.
Suspenso dejaron á Federico tan notables ra-
zones; y aunque le pareció por demás el consolar
su dueño, todavía, con nuevas réplicas, volvió á
intentarlo así:
— Aunque tan Justas causas como habéis refe-
rido pueden en parte atajar mi razón y aun au-
mentar mi pena, el deseo de divertir la vuestra
habrá también de excusar mi importunación y
porfía. Yo soy de parecer que afligiros con tal
desconfianza no hará njejor efecto q«e anticipar
el daño que se espera; cosa por cierto indigna de
un ánimo varonil, en quien no sólo han de ser los
trabajos tolerables, mas hasta el fin acompañados
de constancia y firmeza. Apártese, pues, de vues-
tro espíritu tan miserable presupuesto; que si
para facilitarlo gustáredes que con mis desdichas
56 CÉSPEDES Y UENESB3
oa entretenga, dándome, en cambio, el alivio y
consuelo de las vueetiraa, tendré á muy buena
Baerte el referirlas.
Casi ordinariamente, ó ya con el temor, 6 ya
con la razón, se convencen los hombres; con qae
no seria mucbo qae laa de Federico obrasen en
aqnesta razón según su intento, oomo, á la fin,
sucedió; paes obligado y aun reconocido el afli-
gido preso, no sólo mostró con naevo aliento ma-
yor ánimo, mas deseando parecer corregido, en-
jugó las láfrrimas; y en vez de escachar ajenos
males, como quiera que, comunicados éstos, son
menores, mejoró la elección, tomando por parti-
do el referir los suyos. T así, apercibiéndose para
contar su historia, puso al nuevo amigo en justa
obligación y aun en cuidado de ensanchar el
resquicio. Después de lo cnal, ofreciendo aten-
ción y acomodándose según su miserable estado,
uno escuchó en silencio y otro de aquesta snerte
dio principio á su cuento.
CAPÍTULO xn
Cuenta él preso su mda á Federico.
nvtiWE , sin deslizarme & exornaciones y
preámbulos, pudiera reducir mi promesa á ma-
yor brevedad, dejando circunstancias, si no for-
zosas, no ajenas del intento, todavía (si bien á
costa de mi alma) deseo tanto pagar vuestro
EL' BUEN CELO PREMIADO 57
consuelo, que pienso referiros su pena, sin celar
mi secreto muchas cosas que vergonzosamente
han de aumentar mis culpas; no obstante que ya
de ellas tengo por permisión del cielo (que al
encubrirlas acobardo mis fuerzas) hecha bastan-
te confesión, á quitarme la vida; cuyo fin pienso
que se suspende hasta ratificarme. Con esta pre-
vención, si ya no lástima, podréis, amigo, tener
paciencia oyendo en mi discurso la mala cuenta
que ha dado de si este mísero compañero de
vuestras desgracias.
Doce años podrá haber que, infelizmente, con
semejante edad, salí, por muerte de mis padres,
de las montañas de León, patria de muchos bue-
nos, con que, si no se excusa, al menos se acre-
cienta la ingratitud infiel que me ha reducido á
tales términos. Mi nombre es Fulgencio, y mi
mi hacienda tan corta, que para sustentarme fué
preciso doblar mi inclinación, acomodándola á
servir, y en aquesta ciudad, á un caballero, de
quien no sólo vine á ser su mayor privanza, mas
juntamente amigo y compañero, no criado, de su
único hijo, mancebo de mi tiempo, aunque de
diferentes partes y virtudes.
Con éste, bien que su padre viejo enderazaba
para otros fines sus acrecentamientos, cursé en
la Universidad, ciñéndome al gusto de mi due-
ño, algunos años, en el loable ejercicio de las
letras, sin que de ellas me divirtiesen el hervor
de la sangre ni la inconstancia de la juventud,
68
cuya naturaleza, no sólo inclina A variedades y
caldaB, mas pronostica arrepentida y trabajosa
vejez. Y si bien reconozco excepción de esta re-
gla, no calpo, no, tan bien gastados dias; lloro,
eí, con razón, el haber huido sus documentos y
cedido al faror de las armas la quietad de los
estudios; pues quizá este desorden acarreó el
presente naufragio.
Frevonlase en aquesta sazón en la GoruOa, en
Lisboa y parte de Vizcaya la más potente arma-
mada que han visto nuestros siglos; magnánimo
y piadoso remedio del católico Felipe contra las
invasiones de la India y expugnación de Ingla-
terra, que las fomentaba.
Alborotóse, para jomada tan bien acepta, la
nobleza de España, y singularmente la de aques-
ta corona, entre quien, dejando este en inejor
paraíso, por gusto de su padre, fué mi dueño, y
yo en sa compa&fa; y habiéndole primero hecho
merced de un hábito, nos embarcamos en rasos
escogidos casi veinte mil hombres de pelea, se-
tecientas piezas de artillería, municiones, arca-
buces y picas para los católicos de la isla, que
en viendo las banderas de España se hablan de
juntar á nuestro ejército, de quien era cabeza
general-el duque de Medina, con quien salimos
de Lisboa á los ñnes de Mayo, maltratando de
este el mismo punto los vientos á la armada;
perdiéndose primero en la costa de Bayona algu-
nas galeras y abrasándose gran parte de la pól-
EL BUEN CELO PREMIADO 59
vera, rindiéndose navios; y finalmente, faltando
prevenciones que, á cargo del principe de Par-
ma, dejaron en opinión su crédito.
Cesó, sin mejores efectos, jomaba tan bien
prevenida, dando á España la vuelta, y en ella
á algunos puertos de Galicia; en quien des-
embarcando, perecieron de enfermedad ocasio-
nada del trabajo padecido en tantas borrascas y
contagio de los mantenimientos, muchos solda-
dos y personas de lustre, que aventureros habían
servido á Su Majestad, no siendo mi amo y yo de
los más bien parados. Si bien convalecientes, qui-
simos desde la Coruña volvernos á Zaragoza; y
poniéndolo por la obra, á dos ó tres jornadas, una
fiesta llegamos al Gebrero, al mismo punto que
otros muchos de á muía, acompañando una lite-
ra; de adonde parando en la posada, salieron dos
mujeres, una de anciana edad; mas la que la
seguía de tan pocos años, que pienso frisaban
en los quince, digno asiento de la mayor belleza
de la tierra. ¡Oh, cuan bien á este atributo lla-
maron los gentiles mudo engaño! Porque si mu-
chos hablando engañan, sólo la hermosura ca-
llando engaña y ciega al que la considera.
Sucedióle lo mismo á mi inconsiderado dueño»
pues apenas hizo la vista objeto de sus partes,
cuando abriendo por ella francas puertas al alma,
sin más consideración trocó su libertad en va-
sallaje. Quedó como rendido, humillado y sujeto
á diversos cuidados y confusiones; y así, no
60 CÉSPEDES Y MBHB3KS
sabiendo q^ué remedio tomcirse, de mi consejo
supo su nombre, su calidad y aatnraleza; porque
sin dificultad absolvió estas preguntas nno de
sus criados.
Eran las dos señoras hija y mujer de cierto
caballero de los de la jomada, que quedaba en-
fermo en Santiago; y con tan grande aprieto, qne
les convino venirle á acompañar desde Zaragoza,
adonde (no se diga que para mí total perdición)
tenían, como nosotros, su morada. Llamábase la
hija doña Elena, y por única y sola, exagerada-
mente querida de sus padres, cuya hacienda era
tanta como su calidad.
Con tal información se resolvió mi duefio &
hablarlas; y así el saber que eran de nuestra
patria facilitó su intento, llegando con tan bnen
achaque é. hacerles cortesía. Son los ricos vesti-
dos, los adornos preciosos, el mejor sobrescrito de
la persona; y más cuando con tan honrosa insig-
nia como un hábito, las partes se aventajan y
Incen. T cayendo todo esto sobre la presencia
gallarda, rostro agradable y algún conocimiento
de sus padres, no hay duda sino que sería mi
dueño recibido con gasto, como así sucedió, y
aunque no admitidos sus ofrecimientos corteses,
correspondidos con igual agasajo.
Hablaron de su tierra algunas cosas y no po-
cas de la infeliz jomada, procurando el nuevo
enamorado, por dilatar rato de tanto gusto, Intro-
ducir materias que lo alargasen; mas llegándose
EL BUEN CELO PREMIADO 61
la hora de comer, y poco después la de su parti-
da, haciendo esfuerzos para acompañarlas, ellas,
á su pesar, lo divirtieron; quedando tan triste y
afligido, que juzgando que de su inclinación y
amoroso afecto se había hecho poco caudal (y
como siempre la más ñel señal de un cierto amor
es comenzar temiendo y desconflando), de tal
modo estas dudas aumentaron su incendio, que
olvidado del primer viaje, se dispuso á volver
dando escolta á doña Elena; para lo cual, pasan-
do aquella tarde á Villaf ranea, por mejor disi-
mulo, haciendo dos esclavinas, dimos la vuelta
cumpliendo votos que si en la pasada tormenta
no los prometimos, no sé cómo los cielos nos sa-
caron á seguro puerto.
CAPITULO XIII
Prosigue Fulgencio él amor de su dueño
y dice su suceso en Compostela.
^^L fín, siguiendo la voluntad de mi amo, me
acomodé á su modo, caminando, aunque á cortas
jornadas, las que hasta Compostela nos queda-
ban, cuyo divino santuario, tercero á los mayo-
res de la tierra, visitamos el siguiente día; sien-
do tanta después nuestra diligencia, que no sólo
dimos con la posada de las damas, más aún, tuvi-
mos orden para aposentarnos pared en medio.
Con semejante prevención, todas las horas que
EL BUEN CELO PREMIADO 63
escribirla, y en tan buena ocasión, que no sólo
tuvo su diligencia efecto, mas juntamente fué
admitida con agradables muestras: cosa para el
amante tan alegre, que puso en contingencia su
buen juicio.
Decíale en el billete, entre tiernos afectos, la
fuerza de su amor, la firmeza de sus perveran-
cias, y aunque en bosquejo, asimismo mezclaba
algo de sus merecimientos, parte de su calidad
y mucho de sus pretensiones, hacienda y espe-
ranzas; enderezando tales razones á que su dama
tuviese de sus cosas mejor crédito y, sin indig-
nación de sus empleos, acogiese menos esquiva &
los que sólo á su honor se dedicaban. Leyó casi
á sus ojos doíVa Elena todo el papel, y con tanto
contento de mi dueño como ya habéis oído.
Mas como nuestros fáciles placeres tienen tan
seguros descuentos, brevemente se halló con ma-
yor pena y su dama con igual confusión. Porque
en medio de la suspensión en que sus conceptos
la tenían, sin poderlo remediar ni encubrir, la
halló su madre con el hurto en las manos y al
turbado galán pendiente de sus ojos.
. Cuando aún los flacos principios, ó ya por ra-
zón ó causa accidental llegan á errarse, pare-
ce que aperciben iguales fines. Veréis presto
en mi propia experiencia esta verdad, bien que
fomentada de propias culpas, de ingratitudes,
de venganzas y alevosos deseos. Cayó, pues, de
improviso la basa, el fundamento de este edifi-
U clausura ; encierro de su hija se moBtraron
mayoree.
Mas, antes qae paséis adelante, advertid este
punto y en él la fuerza de ana privación, el ri-
gor de una voluntad oprimida y, últimamente,
los efectos que de tanto cuidado, encierro y dili-
gencia resultaron.
No desmayó el amante con tal desgracia, aun-
que considerada en la ocasión primera favorable,
era justo temerse no disponer la fortuna del su-
ceso por diferentes medios; porque la que sin
duda fuera sin largo trato, sin finezas muy (gran-
des y continuos servicios imposible alcanzar, sin
'merecer, sin pensar, lo hizo fácil una madre in-
discreta, un recato encogido y una severidad de-
masiada.
Mi dueño, pues, á quien las dificultades po-
nían mayor esfuerzo, constante en su propósito,
asistió á conseguirle; viviendo con cuidado, y
recogido, tanto por no causarle i. do&a Elena,
cuanto por no ser conocido en semejante disfraz,
de los mucboe caballeros que acudían de la joma-
da. Por estas causas, lo más del día guardába-
mos la casa; eu quien en estos intermedios y muy
cerca de mi propia cama, no sin poca adverten-
cia, en diferentes noches y horas se sentían los
!
*
EL BUEN CELO PREMIADO 65
pequeños golpes, dados, según mi parecer, en la
pared vecina; cosa que aunque al principio no
me causó novedad, su continuación y hora extra-
ordinaria me obligó después á sospechar curio-
so y, juntamente, á decírselo á quien (como tan
buen amante) menores circunstancias le alboro-
taran; y así, con vigilancia, queriendo él asistir
á ésta, sucediendo los golpes en la siguiente no-
che y en la misma parte, tiempo y sazón, sin más
considerar (porque él ya antes tenia conjeturado
por señales y muestras evidentes que aquel tabi-
que caía al cuarto en que doña Elena posaba),
prometiéndose un alegre suceso, comenzó á res-
ponder con los mismos golpes; y luego, suspen-
diendo la obra, á escuchar si repetían en el recla-
mo, como en efecto pe hizo. Porque apenas aplicó
los oídos, cuando en voces confusas entendió
que le preguntaban si era alguuo de los dos pe-
regrinos; á que, no obstante que por entonces no
se distinguía el conocimiento de la voz, con ma-
yor alegría fué satisfecha.
Mas antes es justo que sepáis, porque no se
dificulte este acaecimiento, que no sólo la^ casas
de Santiago, empero casi todas las de Galicia,
son por la mayor parte de madera; digo los tra-
veses, divisiones, tabiques y aposentos; de los
cuales era este de quien voy á hablaros y por
donde, así en la presente como en otras nochep,
comunicó mi dueño, más bien reconocida á su
dama. Y aunque á su ingenio, á su vehemente
HISTORIAS PEREGRINAS 5
tad se le debía tan discreta industria, to-
, recelosa de algún engaño, ao quiso aqne-
■imera noche alargarse á más que ¿ pedir
>dásemos de tal suerte aquel puesto que
3& ella yernos; pues con algunos fáciles ba-
j saldría de duda y pasaría con mejor ob-
Bn fin, unos y otros por entonces quedamos
os, hasta que haciendo, según el adverten-
os barrenos, mí amo salló de coafusión y
e juicio^ y do&a Elena mostró, aunque ver-
sa, igual contento, y descubrióse bien en
ís, como asimismo el tierno amante en sus
ecimientos humildes.
iría ella obligarle y salir gananciosa, y así,
ivea palabras, estimó su voluntad, asegn-
e su perseverancia, encareció las primicias
recompesa, y el peligro á que se ponía, el
y cuidado de sus padres, y últimamente,
éndole por suyo, puso límites a los efectos
amor, anteponiendo su honra y la obedien-
ternal. Y si bien con esto raras veces deja
ropellarle, replicando aa amante, la dejó
ntenta como segura de au buen empleo.
EL BUEN CELO PREMIADO 67
CAPÍTLO XIV
donválece su padre de doña Elena: vuélven$e á
Zaragoza, y ella tácitamente en el camino se
desposa con su galán,
J? OR esta parte, y con el viento en popa, fué en-
:golfáñdose aqueste amor recíproco; y viéndose
>ca8i todas las noches, en ellas acabaron de satis-
facerse y aun encadenarse, con tan estrecho
nudo, que sólo la muerte ha podido romperle.
Aquíj^haciendo el afligido Fulgencio una gran
suspensión, dando nuevos gemidos, interrumpió
fiu cuento; no obstante, que la promesa hecha á
Pederico (dejándole aún más confuso su impul-
sado extremo) le forzó, reprimiendo las lágri-
mas, á proseguirle de esta suerte:
— No hay tan valiente antidoto contra toda as-
pereza como el trato y la comunicación, dulce y
agradable tiranía de los corazones humanos,
^sta reduce la condición más bárbara, el ánimo
más entero y el deseo más esquivo; y así llano
'es^que siendo tal su operación, mejor ahora en
«dos tales sujetos, en dos espíritus generosos, en
una discrección apacible haría su efecto. Pues
^s certísimo que no pudo mi amo hallar remedio
más seguro para conseguir su deseo y amartelar
de veras el pecho de su dama, como la continua-
ción de sus visitas; en cuyo término, teniéndole
la enfermedad de su padre, llegó el día de su
convalecencia, y después el de volverse con igual
regocijo á su natviral; si bien ya entre los dos
amantes tenían dispuesto, para oportuna ocasión
en el camino, la mayor seguridad ie sus inten-
tos, y esto temerosps de ijue la condición terri-
ble de su madre atrepellase con ellos; y más si
Á las sospechas referidas se le juntase el enten-
der la voluntad do su hija. Y asi, para mejorar
BU partido y recato, mi amo, en diferente hábito,
adelantaba las jornadas; ya las noches en el de
mozo de espuelas, fingiéndose mi criado, espera-
ba solicito la ocasión; que aunque á la vez es tar-
da, al fin se deja hallar do quien la busca. Y
asi como por providencia, superior iban encami-
nados BUS fines, todas las cosae enderezadas á
ellos les sucedían á propósito.
Estuvo en un lugar mitad de la jornada, como
recién convaleciente, apretado su padre de doaa
Siena; con que la noche misma que & él llega-
mos, el alboroto y confusión de los criados y el
nuevo afiigimlento de su madre, dieron lugar 4
que los dos se viesen, y con tan buen espacio,
que hallándonos presentes yo y otro criado de á
pie que nos acompañaba, después de ternisimoa
abrazos, haciendo á nosotros y á los cielos testi-
gos, se dieron fe y palabra de esposo; y con tan-
to, gustando doña Elena que estuviese encubier-
to hasta mejor coyuntura, de común acuerdo y
por obviar algún inconveniente que los dañase,
EL BUEN CELO PREMIADO 69
se despidieron, aunque no sin lágrimas, para no
verse más hasta Zaragoza, adonde en breve
tiempo y más crecido gusto fuimos bien recibi-
dos; no obstante que, á suspenderse más nuestra
venida, hallara mi señor muerto á su padre.
Estaba éste cargado de vejez y de achaques,
tan arraigados y poderosos, que á pocos lances
le concluyeron, quedando mi dueño, aunque he-
redado y rico, sumamente lloroso. Con que ocu-
pado en BUS exequias y retiramiento forzoso, y
aumentando su tristeza la ausencia y tardanza
de su dama, se le pasaría un mes, después del
cual, á ser el arco de iris de sus tormentas, llegó
á esta ciudad, prosiguiéndose en ella nuestra em-
presa amorosa con mayor libertad. Y aunque lle-
nos de luto y exteriores iguales, tan alegre el
amante á la vista de su esposa, como ella dili-
gente y solícita en mostrarle siempre que su ce-
losa madre dispensaba en su recato y guarda.
Mas duróles este pequeño alivio solamente lo
que ella tardó en penetrar sus pasos; porque
cuando un amor es vehemente y ñel, caisi se im-
posibilita el encubrirle: fuera de que su mayor
inquietud y nuevo desasosiego puso en los ojos
de su madre la causa, y juntamente con los pasos
y asistencia de su amante el autor de ella. Del
cual , no obstante que dos veces tan solas le ha-
bía visto, tenía con la primera sospecha tan im-
preso, como aborrecido y odioso en su corazón,
con que creciendo agora la pasión quedó á sí
EL BUEN CELO PREMIADO 71
CAPITULO XV
Prosigue el preso su amoroso discurso y cuenta
en él la traza con que llegó su efecto.
Advirtiónos, pues, doña Elena cuánto impor-
taría al cumplimiento y fin de sus amores que mi
persona, archivo entonces de ellos, procurase en-
trar en el servicio de sus padres; pues este pen-
samiento tendría efecto, ó ya valiéndose de nego-
ciaciones, ó ya de intercesión, que no se lo nega-
sen; con lo cual, no juzgando difícil esta traza,
porque ni tampoco su madre me conocía, hubo de
aprobarla mi amo, y yo, aunque sentí el dejarle
(por su mayor contento), me dispuse. Y fingien-
do con mis compañeros y amigos diferente oca-
sión, valiéndonos de inteligencias poderosas, se
aonsiguió la nuestra; y de manera que en breves
días pude, no sólo contarme por criado de doña
Elena, mas juntamente (á fuerza de asistencias
y puntualidades) por el más confidente y querido
de sus padres.
Guando al tirar el arco pasa el pulso, sus limi-
tes ó la cuerda se desanuda y rompe, ó él, saltán-
dose, quiebra y despedaza. Tal sucedió por la ce-
losa guarda, por la aspereza y terrible severidad
de su madre; pues llegó á apretarla de suerte
que, privada, con declaradas muestras de la es-
peranza de sus deseos, se aumentaron sus llamas,
72 CÉSFEDBS y MEHBSKS
para c^ue, sazonadas con tantas repugnancias,
llegase máa aprisa el último lance, por cuya eje-
oucióa, trazándolo ella, se diapuso mi persona
que, como ladrón de casa, sin guardarse de mi,
pude fácilmente meter al daefio de mis transfor-
maciones en mi aposento; y del, á conveniente
hora, con llaves hechas de propósito, en el de su
dama, con quien yo entiendo que ni él andaría
corto, ni puesta en semejante aprieto ella más
Ratificóse entonces la primera palabra; y, con-
Bumándola, salió en mi compañía sin ser sentido.
Con esta traza, tan bien asegurada, consiguieron
BU gusto y proitiguieron sus deseos que, aun en
sn cumplimiento, anhelaban por mayor esfuerzo.
Porque no la dulce posesión causa desprecios en
el amante fiel; antes, gozada, crece la estimación
y el conocimiento de más amables partes. Mae
¿quién pensara ahora que en tan estrechos lazos,
en vinculo tan indisoluble, pudiera haber quién,
sin desanudarles para su destrucción, como el
magno Alejandro, le cortara por medio?
Ocasionó tan grande desventura el ausencia
forzosa de mi dueño que, á precisos negocios de
su religión, hubo de partir & Castilla, con gusto
y beneplácito de doña Elena, cuya persona y el
despidiente de sus cartas, avisos y sucesos, que-
dó á cargo de mi mucha diligencia. Iban las de
sus padres aumentándose en aquella sazón, cui-
líadosos de darla estado y mayormente la compa-
EL BUEN CELO PREMIADO 73
ñia del pariente qae he dicho. Mas como la her-
mosa dama estaba ya tan imposible, resistiendo,
aunque humilde, ya con su corta edad ó ya con
otras causas, procuraba excluirse. Pareciéron-
les frivolas y aparentes; y asi apretaban su deli-
cado espiritu, el cual, mientras pudo vencer ál
temor y amenazas, estuvo, firme; mas cuando de
su resolución y parecer previnieron libertades
secretas, trocando neciamente su blandura en
rigores, determinaron oprimirla con fuerza.
Quitáronla, en consecuencia de esto, sus galas,
midieron sus pasos y acortaron su clausura y
encierro; y con tan exagerada diligencia, que de
ningún criado, por más familiar y confidente que
fuese, llegaba por entonces á ser vista. Y, con
ser tal su tratamiento y pena, pienso que aún la-
llevara con paciencia gustosa, si á estas desdi-
chas no se le acrecentaran otras mayores. Culpa
de su poca capacidad, pues, en tales extremos,
fuera justo excusar cualquiera inconveniente.
Digo, pues, que la afligida dama, en medio de
estas tribulaciones y para su mayor consuelo,
reiterando una y muchas veces las cartas y bi-
lletes de su amante, recreaba el corazón dolien-
te; y con la dulzura de sus requiebros y la dis-
creción de sus razones, acompañaba la triste so-
ledad de sus encierros. Y aunque, á su parecer,
hacía estas muestras recatada del sol, no así lo
fueron del cuidado y recelo.de su madre, en cu-
yas manos dieron, á su pesar, estos papeles, y
74
juatomente el desengaño cierto de bub inobedien-
ciaB. Con que no obstante qne quiac en ellos se
escribía 6 mentaba mi asistencia, mi razón que
ensangrentase en algo su sospecha, todavía lo
que leyó bastó á creer que aquella pretensión iba
muy adelante.
¡Oh providencia inútil de este frágil sujeto!
¿No es bueno que la causa urgentísima de verda-
des tan claras, de tan averiguado amor y volun-
tad, en vez de remediar el inferido dafio y de de-
sistir de sa intento, no sólo la obligó; pero, al
contrario, vencida de ira, atropello el maternal
amor su propio gusto, desalentó su oonñanza, y,
finalmente, con amenazas y obras, no sólo paso
en detrimento sn vida, mas lo que doña Siena
sintió y aun temió mucho más, mengua en so
honestidad, falta en sn honra?
capítulo XVI
JVesMme hacer su madre en doña ¡Elena indig-
nag experiencias, y temiéndolas ella, se rinde
á su voluntad.
Hasta aquí phdo durar la constante perseveran^
cía de una mujer principal, en quien mayor ba-
tería hace, mayor estrago, un átomo de infamia
qne todos los rigores, aspereza y crueldad. Por-
que no la espada furiosa de Tarquino, sino el
amago afrentoso de sn esclavo, forzó é. la oaatí-
EL BUEN CELO PREMIADO 75
sima Luerecia. Y asi, rendida de tan grave do-
lor y aumentándosele con nuevas amenazas, pues
aun se extendieron á intentar experiencias im-
prudentes en la entereza de su cuerpo; temiendo
este último golpe, dio el sí forzado doña Elena,
y poco después, al segundo esposo y pariente,
con las diligencias necesarias y bendiciones de la
Iglesia, la posesión de su persona.
Pasaron todas aquestas cosas con tanto secre-
to á los principios, y después (porque doña Elena
no se volviese atrás) tan por la posta, que, aun-
que con ella avisé al ausente, cuando á toda di-
ligencia llegó al remedio, ya su dama estaba sin
él. Pagando yo, que ni tenía la culpa, ni había
faltado á cosa de su gusto, el tormento rabioso
de sus penas, el entrañable y nunca oído dolor,
que rompió sus entrañas. Pues á la primera vis-
ta que tuvimos, discurriendo en el caso, no sólo
puso falta en mi diligencia, sobra en mi olvido y
obstáculo en mi fe, mas arrancando de la espa-
da, en vez del premio melrecido, por tantos ser-
vicios y trabajos, saqué de sus manos muchas
heridas, y lo que más sentí, injurias indignas y
afrentosas de su boca.
Convínome, por no dejar la vida, huirle el ros-
tro; y así, llegando á mi posada y diciendo en
ella otra diferente ocasión, di orden en mi cura,
y no se consiguió tan fácilmente que primero no
me viese en mortal peligro; y fuera de éste, en
largos días de cama y convalecencia obrando en
76 CA^FEDBS ¥ MEHESES
SQ progreso de tal suerte la memoria de tan ídjqs-
ta ofensa, que no sólo no me abstavo lealmente
de talea pensamientoe nneatra antigua crianza y
amistad estrecbiaima, al pan, el sustento que,
como, al fin, criado y hombre noble debiera ante-
poner í la injaria, sino que olvidando eatas j
las dem&s circunstancias que pudieran divertir
la venganza, cerrándoles los ojos, me dispuse á
ella; y con tal presupuesto, disimulando, recibí
algunos recaudos, machos dineros y mayores re-
galos, que ya con menos pasión me enviaba mi
arrepentido y pesaroso dueño casi en todo el dis-
curso de mis males.
La miserable vida que en estos intermedios
padecía doña £lena (en quien porque no se me
olvide había muerto su padre), bien claramente
la mostraba su rostro, cuya hermosura, marchi-
tada y triste, hacia públicas bus interiores pe-
nas, sa forzado gusto, y, sobre todo, la aborreci-
ble compañía de un hombre, siempre mal afecto
& sus ojos; y de quien, ó sn propia conciencia, ó
el defecto que pudo presumir de au persona, la
tenía temerosa j en continuos recelos. Y no pre-
sumo que fuera de razón; porque con desear sn
esposo y deudo tiernamente su agrado y suma-
mente su posesión desde el día que llegó ¿ tener-
la, ni el rostro se le miró contento, ni en sus
afectos y razones se conoció el gusto que antes,
ni menos las caricias, asistencia y amor del nue-
vo estado; y, en conclusión, según el tiempo lo
X
EL BUEN CELO PREMIADO 77
declaró después don Rodrigo (que tal era su nom-
bre), tuvo más que premisas del suceso; y poco á
poco, en confirmación de sus sospechas, vino á
entender las que más le irritaron. Porque mu-
chas veces con los juicios del ánimo adivinamos
la suerte, donde nacen nuestros bienes ó males.
El espíritu amante de mi dueño, perdida su
antigua posesión, bebía los vientos por ver y ha-
blar á doña Elena; y ella, que no menos cautiva,
dispusiera su alma á tener quien la animara, con
el mismo deseo, vacilando, intentaba mil medios,
que yo, por principio de mi mayor venganza, di-
ficultaba y corregía. Mas no pudiendo, sin deda-
da contradicción, negar en todo la inteligencia
de mi ayuda, no obstante que en ella se fundó la
ejecución de mi cruel deseo, propuse el tratarlo
de manera que, á horas excusadas y sin sospe-
cha, los dos amantes se hablasen muchas veces
por una alta ventana, de cuyas pláticas (después
de amargas lágrimas y satisfacciones sin reme-
dio), á no prevenirla mi ingratitud y alevosía,
resultara sin duda una extraordinaria resolución.
Mas yo, que solamente deseaba con obstinado
corazón, rabiosa venganza, atajé sus intentos
divertiéndolos hasta mi conveniencia con di-
simulación cautelosa, que es singular destreza
(permítase me culpe mi propia maldad) tener
siempre cariño la traición, palabras dulces, obras
enormes, seguridad matando, y promesas y di-
simulaciones para engañar mejor. ^
78 CÉSPEDES Y MENESBS
CAPITULO XVII
Descubre Fulgencio á don Rodrigo loa amores
de 8U dueño; trazan su venganza los dos, y
concluye su cuento.
Confieso, amigo, que fui, sobre todos los hom-
bres, á mi buen dueño, ingrato, y que ni sus in-
jurias, sus palabras y heridas pudieron lasti-
marme en la honra. Porque el señor no afrenta á
su criado, y, por consiguiente, ni en mí cupo su
ofensa ni en él mi venganza y satisfacción; y
asi, cualquier castigo, cualquiera pena, juzgo por
muy igual al merecimiento de mi delito.
Este llegó, en efecto, á sazonarse y prevenirse
en mi pecho de tal manera que, advertidas las
sospechas y disgustos de don Rodrigo, su pesar
y cuidado, hice de su favor, de su ira (al parecer
justa), instrumento y cuchillo para vengarme.
Y en ocasión oportuna, vendiéndome por muy su
confidente y leal criado, puse en sus oídos los
pasos de mi antiguo señor (y, aun antes y des-
pués del casamiento, sin ^ tocar en cosa de mi
daño), su pretensión y voluntad. No obstante
que de ella, por parecerme honesta y justa á los
principios y por juzgar después que con el nuevo
estado cesaría, no había prevenido como al pre-
sente su prosecución y según me obligaba mi
lealtad. Con ¡o cual, diciéndole así mesmo el
£L BUEN CELO PREMIADO 79
modo de sus visitas, la ventana y la hora^, y ofre-
ciendo ayudar con la vida últimamente, prometí
perderla en la satisfacción de su honra, dejando,
á razones tan tristes, absorto y suspendido su co-
razón. Mas satisfecho de mi verdad y no poco
. ayudado de su sospecha se alentó á la venganza,
ordenándola sin mayor dilación por el camino
más breve y conveniente á su honor y castigo de
semejante afrenta. La cual aún vio primero, á
instancia mia, con sus propios ojos; porque como
los seguros amantes fiaban de los míos su.secre-
tOy fácilmente, redundando de mí, podían coger-
les en el hurto, mas de otra suerte no; porque
para emprenderle, las ausencias que don Rodrigo
hacía de noche á la conversación ó el juego eran
su razón principal, y yo, en la calle, la centine-
la y cierto aviso de su vuelta.
Habiendo, pues, conseguido patente el des-
engaño de sus celos, creció con él el sangriento
ánimo, si bien cuanto á su esposa, aunque á su
primera duda acreditaban semejante muestra,
todavía, el parecerle conjeturas solas, no basta-
ban á disponer de ella; le tenía indeterminable.
En fin, la siguiente noche, acompañándole su
hermano y otros tres criados, puestos en dife-
rentes sitios, esperamos el lance, de quien era mi
vigilancia y orden el fundamento principal.
Llegó, pues, el descuidado galán á su acos-
tumbrado desvelo, y debajo de mi seguro y con-
fianza, apenas con doña Elena comenzó su pláti.
80 CÉSPEDES Y MKNBSKB
ca, cuando su esposo jautamente dio los prliKO'
ros pasoB de su venganza. Los cuales fueron ce-
rrarla por de f aera el aposento adonde enajenada
oon so amante (digo desde sas ventanas) estaba
en dulces coloq^uios, y loago, descendiendo la
calle, en viéndole rodeado de todos, se halló em-
bestido j aun herido de mí espada mi pobre due-
ño. A los principios no dejó de mostrar valiente
resistencia, pues á nuestro pesar, en comparado
término, fué retirándose un grandisimo espacio,
basta que finalmente acosado de tantas armas,
ciego de la oscuridad y tenebrnra de la noclie,
resbalando en la nieve que los nublados con in-
clemencia ¿espedían, cayendo, perdió el sentido
y juntamente las esperanzas de su defensa. Con
que siendo blanco & nuestra cólera y espadas,
quedó rendido y pidiendo, por últimas ansias,
confedón. Mas curándonos poco de sxt demanda,
juzgándole por muerto, nos quisimos volver, si
al mismo tiempo no interrumpiera este propóaito
el sentir los pasos de una muía, y poco después
que en ella se acercaba casi al puesto en que es-
tibamos un religioso, cosa que inopinadamente
causó en don Rodrigo notable alboroto, y no
tanto por el riesgo en que estaba, cnanto porque
la no pensada vista de aquel fraile indució de
rejíonte otra nueva salida, para del todo acabar
con sus sospechas. Mas ella fué de suerte, que
entiendo el mismo infierno no se atreviera & ima-
ginarla.
EL BUEN CELO PREMIADO 81
Al fin, aunque nosotros lo ignoramos entonces,
confiriendo de la nobleza de su pecho que quería
hacer á su enemigo aquel beneficio, por orden y
mandato suyo apeamos al fraile, y advirtiéndole
el caso, no sin alguna alteración, asistió á él,
confesándole; no obstante, que cuando concluido
aquel acto quiso, pidiendo beneplácito despedirse
y llamar en la portería de su convento, cuyo um-
bral ocupaba el desangrado cuerpo, entonces, sa-
cándonos de duda, descubrió don Bodrigo su da-
ñado propósito; pues nos le hizo sacar á más se-
guro puerto; y aunque sintiéndose en el camino
herido mortalmen te, no se halló en la ejecución,
encomendándola á su hermano y á mis compa-
ñeros; arrimado á mis hombros dio la vuelta á su
casa, y á mi en el camino de ella bastante parte
y cuenta de su espantoso atrevimiento. Pues no
era menos que, para penetrar si de la confesión
de mi dueño resultaba el seguro de la ofensa que
presumía en su esposa, hacer que el fraile, ó de
grado ó de fuerza, la revelase.
Mas no permitió el cielo que tan grave pecado
se siguiese á su primer delito, ni que uno y otro
se quedase sin el castigo que todos merecíamos;
porque apenas llegamos á las puertas de nuestra
casa, cuando en ellas se apoderó de don Rodrigo
la justicia, y á mí me trujo á estos aposentos,
adonde habiendo estado tres días, que ha lo que
yo sospecho, fué suspensión por mayores indi-
cios; hoy, que es el tercero, me sí>,caron á un te-
HISTORIAS PEREGRINAS "
82 CÉSPEDES Y MEHE5ES
meroso tribunal; en quien viéndome de una parte
rodeado del verdugo cruel de mi conciencia y de
otra declarándome la confeeión de doña Siena,
la de don Rodrigo su esposo y la del mal vendido
dueño mío; en que los unoa me culpaban de trai-
dor y loB otroa de cómplice; y juntamente sa-
biendo la mejoría del uno, el depósito de la dama
y peligro mortal de don Rodrigo, la muerte de
sa hermano y las heridas de otro criado, qne así
mismo con él hallaron en el campo (porqne así
4a divina justicia por mano de aquel fraile los
había castigado), y últimamente , juzgándome
por cansa de tan grandes desdichas, acobardado
y confuso, sin esperar á que negándole pnslesen
en contingencia mi vida, no sólo confesé cuanto
me imputaban, mas, agravando mi culpa, la tomé
tan de atrás como en la proligídad de aqueste
cuento habéis oído de mi boca.
Estas fueron las ¿Itímas palabras del misero
Fulgencio, y aun el principio de su mayor con-
fusión de Federico; pues aún no acertaban á
darle las debidas gracias, ni menos el consejo
que tan por la posta convenía á sus declarados
delitos.
EL BUEN CELO PREMIADO 85
CAPÍTULO xvni
Dase fin á la historia, y goza Federico el premio
merecido de su buen celo y religión,
Satisfecho Federico por lo que había escacha-
do, de que su tragedia y aquélla eran una misma,
pues el don Félix que la justicia halló fué el que
en hábito de fraile él había ayudado á morir y á
quien mató con el pistolete su hermano de don
Rodrigo, y su criado el que también dejó herido
en el campo; y cierto de que su culpa, según
tales indicios, estaba bien averiguada, perdió
totalmente la confianza y con ella el breve con-
suelo que la ignorancia de tal suceso le había
causado; mas puesta en los cielos su esperanza y
remedio, con ánimo constante aguardó el teme-
roso fin, divirtiendo la noche y hablando sobre
el caso con el nuevo amigo, hasta que á las pri-
meras horas del siguiente día, oyendo abrir la
puerta, le convino callar y seguir á uno de los
ministros que allí le habían encerrado.
Bien presumió que iba á la presencia de los
jueces, y así, encomendándose al que lo es de
todos, llegó á su tribunal. En quien haciéndole
ante todas cosas cargo de su antiguo delito, se
prosiguió á los indicios presentes leyendo la con-
fesión que tuás le culpaba, que era la del segunda
herido, con quien asimismo fué entonces carea-
84 CÉSPBDBS Y MENBSES
do, y aun convencido en lo que traía resaelto
confesar de plano; y así, sin más apremio, inci-
tado del cielo y sin qoerer valerse de otros re-
carsos y maniféstacioneB qne pudiera, declarólas
largamente cnanto en aquesta liiatoria queda es-
crito, concluyendo con la exageración que mere-
cía el honrado y piadoso celo que le movió á po-
nerse por la defensa de sn fe, del inviolable sa-
cramento, de sa patria y nación en tan grande
peligro. De que no solamente los considerados y
advertidos jaeces no se indignaron, mas antes
con impulso particular y convencidos de otra
fuerza mayor, poco á poco fué su rigor trocando
en misericordia, y en muestra de su efecto man-
daron le curasen é hicieren honrado tratamiento;
con que alentado y lleno de alegi'la, remitido á
más fácil prisión, qnedó esperando mejorado
suceso.
Kieutras esto pasaba en la cárcel, lastimado
de tan vergonzoBaa injurias, y vencido del terri-
ble dolor de las heridas, murió el lastimado don
Rodrigo; castigando los cielos en éste y los de-
más afrentosos golpes, no sólo sn temerario y
detestable intento, mas el loco rigor, la impío-
dencia y aprietos de su snegra. Con lo cnal,
desenga&ados los jueces, en acuerdos y consul-
tas consideradas, mandaron hacer justicia de los
dos criados; digo del que hallaron herido y del
triste Fulgencio; dieron por libres á don Félix y
á sn dama: y en cuanto á aquella culpa, absol-
EL BUEN CELO PREMIADO . 85
vieron á Federico, y premiando sa buen celo por
lo demás, fué snelto con fáciles fianzas. Deter-
minación que entendida del pueblo, no sólo fué
aplaudida de sus voces , mas aprobada con gene-
ral decreto de los hombres prudentes, calificando
aqueste regocijo con mayores extremos la con-
valecencia y salud adquirida del gallardo don
Pélix; y, finalmente, la revalidación de sus bo-
das con doña Elena.
Premio también debido á su perseverancia,
cuanto indigno de habérsele por tan infelices y
extraños caminos, dilatando la imprudencia y
rigor de una mujer; á la cual no asi término
largo se le dilató su castigo; mas antes preve-
nido y apresurado por sus propias manos, ape-
nas vio á don Félix en la posesión, que tanto por
eu parte se había contradicho, cuando, juzgán-
dolo por su mayor desdicha, desamparó su casa,
dejó su única hija y, acompañada de dos cria-
dos, tomó el camino de la ciudad de Játiva, don-
de era natural, y en cuyo viaje, rabiando con
deseos de venganza y pidiéndola al cielo de su
sangre, se le cumplió bastantemente; pues ha-
ciendo la última noche de su vida, jomada en un
lugar pequeño de moriscos, hasta hoy no se ha
sabido más de ella, ni su compañía; y así se
cree que, por quitarla muchas y ricas joyas que
llevaba, ó por el odio que aquellos pérfidos te-
nían á nuestra religión, ó por uno y por otro,
hicieron de ella y de sus criados lo que de otros
El Desdén del Alameda.
CAPÍTULO XIX
Historia segunda, sucedida en Sevilla, con el
antiguo origen y fundamento destd ciudad.
Lta ciudad de Sevilla, cabeza del Andalucía, se-
gún los mas graves autores, es una de las prime-
ras y grandiosas poblaciones de España. Fundó-
la Hispalo seiscientos años después de la inun-
dación y diluvio general del orbe; y llamóla, de
su nombre. Hispa lia. Siglos después vino Hércu-
les, y como por señal y pronóstico de su magni-
ficencia, puso en. la parte donde está hoy más
extendida y ampliada dos columnas-, cuyos ves-
tigios y antigüedad ilustre se conservan, con
esplendor maravilloso, en su famosa Alameda.
Mucho tiempo adelante, en los arruinados tro-
feos de esta ciudad, el siempre vencedor y pri-
mero César reedificó á Julia Romúlea. Y no
obstante que Hispalia y Julia, quiere Plinio, no
sean una misma cosa; por lo menos San Isidora
lo dice así, y afirma qne Julio César la pobló y
dio este nombre. Y, finalmente, los ¿rabea y mo-
ros, de quien con notables trabajos 7 prolijo ase-
dio la ganó el santo rey don Fernando, la lla-
maron SeviUa, que en su lengua significa lo
mismo que preciosa y rica.
Su asiento está en unas grandes y amenísimas
llanuras, que fertilizadas con las aguas del cau-
daloso Betís, rio por quien toda la provincia se
dijo Bética, y aun la hace más apacible, ale-
gre, y deleitosa. Tiene en solo el ámbito de sus
maros y arrabales, algunos de cinco mil veci-
nos, entre parroquias, conventos, hospitales y
casas de oración, más de trescientos edificios;
digna muestra de su piedad, y riqneza incom-
prensible. Por esta causa, en sus actos y demos-
traciones, es única, es incomparable. Y así los
oficios de la Semana Santa celebra, en particu-
lar, tan suntuosamente, qne deja & Boma, cabeza
del mundo y silla de la Iglesia, muy atrás.
Entre sus cosas notables, bien merece lugar
primero su templo arzobispal, en quien está
aquella torre de elevación y arquitectura me-
morable. Sus alcázares, ó por mejor decir, huer-
tos pensiles, segán la amenidad de sus jardines
y la fragancia y artificio de sus hermosos cua-
dros, también pueden competir con sus mayores
grandezas; aunque, no obstante, las de sus tres
Audiencias y Consejos, las dignidades de Asis-
tente, Provincial de la Hermandad, Casas de la
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 89
Contratación y Moneda, tenientes, alcaldes y
ministros inferiores, jurisdicción grandiosa, edi-
ficios magníficos, lonjas y caños de Carmena. La
de mayor admiración, riqueza y nombre es su
Aduana, en quien cifrándose los tesoros de
Oriente^ sus gomas preciosísimas y la inacaba-
ble y espantosa máquina, que sin. cesar, en mon-.
tañas de plata, barras de oro, cochinilla, co-
lambre y otras mercaderías inmensas» brota la
extendida América; siendo de todo escala y re*
ceptáculo esta ciudad y casa, juntamente la po-
dían bacer sin igual en la tierra, pues Venecia
en Italia, Lisboa en Portugal, Alejandría en
Egipto, Malaca, G-oa y Cantón en el Asia, ni
pueden comparársele sin grandes excepciones,
ni á su caudal, tesoros y riquezas llegar en mu-
cha parte.
De mantenimiento es abundante, y más parti-
cularmente su comarca de lindo aceite y olorosos
vinos, y en general, aun en tan gran concurso,
todo se vende á precio moderado; facilitándose
esto más por lo entrada y comunicación del río,
cuyas aguas corren con tanto fondo, que suben
desde el mar quince leguas, sin riesgo alguno
los bajeles. Y, finalmente, de esta insigne pobla-
ción salieron tres luceros de santidad y letras:
San Isidoro y San Leandro, y el santo y mártir
príncipe Hermenegildo, y de ella juntamente ,-
es hoy el asunto y materia esencial de nuestra
historia, cuyo principio es el que se sigue.
CAPÍTULO XX
ipieza el cato sucedido en Sevilla.
las paede baber de ciucneiita afios qne
1 esta ciudad Claudio Iranza, hombre
cargador de los más opulentos y ricos
eaido la Europa; pues llegó el valor de
□da á un millón, y el de sn crédito y con*
mucho más. Este, aun pasando ya de los
i, casó en Méjico con ana principal mv-
de otro poderoso mercader TÍzcaíno, oon
imás de sns virtudes y hermosura, llevó
cien mil ducados; cosa por cierto, si no
), digna de admiración que en hombre
•ir se juntase tal m&qnina de hacienda, y
& banderas desplegadas repartiese con
constante fortuna de ana bienes. Pnes
te si hubiera de ellos gozado larga vida,
le vejez, pudiéramos contarle entre los
iiosoB que la fama celebra,
□mo las riquezas temporales, los conten-
íanos, traen consigo tan amargos des-
raros han sido los que en ellos no ha-
lerimentado esta verdad. Así nuestro
reconociendo, como ahora sabréis, su
ncia y fragilidad, casi en el fin regoci-
ras bodas, le salteó el de sus dias, de-
án catorce, que estuvo enfermo, sin ha-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 91
cienda, sin mujor, sin criados, sin amigos y sin
vida.
Ocasionóse esta última miseria de lo que con
mayor razón debieran aumentarse sus alegrías;
porque fué el caso que aun no siendo en Méjico
pasados tres meses de su casamiento, como su
esposa sintiese en la novedad de los accidentes
desabridos la preñez con que en su persona poco
á poco iban agravándose, entendida tan buena
nueva de sus deudos y marido, queriendo cele-
brarla con más exageración, concertaron más
grandes fiestas, de quien desgraciadamente re-
sultó su muerte. Porque habiendo querido por
honra de aquellos regocijos, que eran juego de
cañas y valientes toros ser uno de los que en
ellas se hallaron, el rico Claudio, no solo á des-
pecho de su esposa no se contentó con haber an-
dado en las cañas, mejor que su ejercicio pro-
metía, sino que asimismo, como quien ya preten-
día con semejantes actos oscurecer tales prin-
cipios, se dispuso, acompañado de criados y
pintados rejones, á meterse entre aquellos furio-
sos animales, como en efecto lo hizo; mas con
tan triste suerte, que á la primera vista lloraron
en él los presentes, el mismo suceso que en la
plaza de Álava aconteció á don Diego de Toledo;
si bien lo que en aquél fué suma desdicha, en
Claudio Irunza fué poca destreza y menos ex-
periencia; porque al meter en el toro el agudo re-
ón, quedó incorporado y desigual, que cuando le
CKSrEDES y MEHEaES
coa el ímpetu y fuerza de la indo-
debiendo Bacar el cuento, al die»-
lo al revés, 41 mismo se hizo peda-
' con tan gran ruina, qne ni & en
1 resistencia los cascos,
píes del caballo sin sentido, de
ido muerto su feroz homicida, cor-
la tan terrible dallo, levantando el
erpo, dieron sus criados principio
aas & las exequias que después se
10 obstante que, volviendo en bu
término referido de su enferme-
teatamento, dejó en él por heréde-
le s'js riquezas al póatomo qad vi-
rañas de su esposa, á quien en de-
á luz, nombró también, en el mis-
i condición de que no se casase, ;
>Ia, diferentes legados yobraa pias,
tendiese.
tanto, la hermosa dama casi antes
ada, imposibilitada por no perder
poderío de las segundas bodas; y
í3 lágrimas, no del todo desconso-
peranza de sucesión, la cnal caía-
o destinado, fué de ana hermosa
u mitigando sentimiento de su di-
resuelta á cumplir au última vo-
coatenta; y así desde á diez alios,
eUoB muerto sus padres, quitados
lientos, por no faltar & tan grande
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 95
liAcieiida, como en Sevilla estaba, en no buena
administración, haciendo barras la que en dote
la cupo y la demás herencia, felizmente embar-
cándose, llegó con toda al famoso puerto de
Sanlúcar, de donde acompañañada de amigos y
deudos de su marido entró en Sevilla y en la de-
seada casa y familia que la esperaba.
CAPITULO XXI
Resiste honesta diferentes empleos la esposa
del difunto Clavdio y prosigue el cuento.
Aquí, pues, rica, poderosa y generalmente ve-
nerada, asistió alegre, creciendo, en tanto, al
peso de sus tiernos años, la rara y peregrina be-
lleza de su hija; cuya inestimable posesión, por
tantas razones deseada y pretendida de muchos
y grandes personajes, aun tan fuera de tiempo,
comenzó á darla no pequeños enfados é impor-
tunaciones. Siendo también las que por su pro-
pio casamiento la hicieron, de condición tan
apretada, que como, no obstante el ser moza, de-
sease perseverar en la fe de su primer dueño, la
fué fuerza, para mejor huir semejantes inquie-
tudes, retirarse á una pequeña aldea, en quien
sorda á infinitos combates, hasta que del todo
se entendió su determinación casta y honrada,
asistió á otros dos años de entretenida, tanto en
la disposición y aumento de su grande hacienda.
CÉSPEDES Y MEHÍSE3
cuanto en la educación, recato y virtuosas coa-
tumbrea de Floriana (que este era el nombre de
BU Lija), como la que pensaba, y no sin gravea
causas, que en ella se criaba digno aujeto de
sus altivos y soberbios empleos.
El caballero qne antes de esta ausencia, y con
la mayor perseverancia, insistió más «n la pre-
tensión de esta señora viuda, fué don Pedro de
Castilla, mayorazgo grandioso y nobilísimo y
con quien, según se dijo entonces, estuvo muy
adelante el concertarse; si bien el amor de au
hermosa hija, y al considerar que no sólo la per-
día en casándose, sino la posesión de tal rique-
za, hubo de contrastar á sus deseos y poner en
silencio tales pláticas. Aunque aaf mesmo, por-
que todo se entienda, hubo de parte de don Pe-
dro no pocos defectos é inconvenientes qne im-
pidiesen su gusto; y no el menos advertido y
considerable, el de au desvanecida y soberbia
condición, con lo cual se juntaba el ©star este
caballero en Sevilla infamado, y no sin- culpa,
del implacable odio con que trataba ¿ un her-
mano suyo; cosa que aunque entre particulares
naciones b&rbaras se acostumbre, al fin sen bár-
baras, al fin viven desnudas del amoroso afecto
que se engendra y produce en la afinidad de la
sangre. Pero entro cristianos y hombres de ra-
to, si no es faltá.ndolea eatoa atribn-
por impiedad y afrenta,
s, que teniendo eate caballero un
^ DESDÉN nw
solo iermaao y kIII " -~~J1__
clero, era f •'^ *^** entonces «n *
re«^ V ? **" aborrecido ^ ^°''^8o here-
^•ospetado y s,p.„j/ ,° ^e sus oíos v t« ,
»o iabía J r? **"* "^^ ««8 obras T^ ^ "^"^
abati<¿ 'í ^'^^ »° familia y ?« J ^'°«^°''' «««
de «* ^ peor Pareo,/ ' ^'°° "^ «er tan
«quella tT""' ^ ^«'«inaadoi iTr P^"<*''«'^-
mer® ^^'^«'•««a ciudad . k ,f ^*^^a en toda
ao ' í' •^ í'^^beyo ie ' r^''"«''« ^ ciudadano,
bien a¿2 ^^°' ^*« «^a el ñor». / ''^*^*' ^«
«omran-o tT'^ «^ «Piauió del^: if *°«' '^"^
W&n rl ''*'«*eridad y nVn ^ ° y» P*»"^ ^^
I*^ repugnancia en 1^1^° '^^ «^ hermano,
Esta ttala oniuil ? °"*l9mera sujeto.
;:rr-to d7; if ::f r ''^'^' '>>' «^^ «^
;!r '"'*° «orno su L^ ^''***°^*' «iescom-
raa,; . ""^^ ella, annn» "T^^aba con aquesta
S? P'^^ro en su^'"^ desengañándole cla-
8alk?^ '"« «'i él tenía «•, *°'**' ^°^«° perder
SlT^-o^» alma le ¿.K/^"'^^'"i«^*-y va.-
'""«í-^ia de gae p^^t T^^ *»? i^a (aunque vivía
Sil ¿ija sobrarían mari-
doB), le hizo entender que gustaría se emplease
en servirla; empeftándole así dudosa y confusa-
mente en esperanzas que, con bu continuación y
largo progreso pudieran dar al traste con bu
rico mayorazgo, tales efectos canea una vana
aficción, ostentación loca y gastos despropor-
cionados.
capítulo XXII
DescHbense las virtudes y partes de Floriana,
sii-venla en grande» fiestas y, por su recato
incomparable, grangea indignamente el nom-
bre del Desdén del Alameda.
Xehdría ya en aquesta sazón la graciosa Tío
riana catorce años, edad tan bien lucida y em-
pleada que, dejado aparte su peregrina y notable
hermosura (dote por sí solo bastantísimo), no
había gentileza, habilidad ó estudio lícito á per-
sona semejante que no estuviese ©n ella muy
aventajado y perfecto, y esto con tan singular
extremo, que aunque con la dulce música y de-
licada voz enloquecía los hombres, su destreza y
artificios los suspendía y asombraba, y sí la agi-
lidad, laborea y bordaduras exquisitas de sus
manos los admiraban, no tenían más que enten-
der, m&B que desear, en cualquier festín, junta
ó sarao que el hoaesto concurso de sus mudan-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 97
zas y la graciosa gentileza de sus movimientos.
Sabía además no pocas letras, latinidad y retó-
rica competente á su estado, y, sobre tantas y tan
generales excelencias, siendo honestísima era
igualmente un perfecto retrato de la compostura,
recato y vergüenza de una doncella noble; con
que no sólo tales partes la hicieron conocida por
sus muchas riquezas, sino amable, estimada y
más apetecida por sus heroicas virtudes.
De esta suerte comenzó el Andalucía, digo los
grandes señores de ella, á moverse en competen-
cia y emulación á tan grande pretensión, ya al-
gunos para sí mismos y ya otros por gusto y
conveniencia para sus dependientes y deudos; y
no paró en tan cortos límites la fama de este lin-
dísimo objeto, que alargándose á más, no hubo
en España ciudad en quien no se mostrasen los
triunfos, las victorias de su hermosura, y en fin,
Sevilla, por tan honrosos huéspedes, estuvo lar-
gos días hecha grandiosa corte y divertidos sus
ricos tratos en regocijos y fiestas continuadas,
no habiendo en todas ellas quien á muy grandes
costas de su hacienda campease con mayor de-
mostración que el enamorado don Pedro. Porque
ni vistió la hermosa Floriana color que él no lu-
ciese ni gala que hasta en la librea de sus mu-
chos criados no se admirase, ni aun fior pintada
de sus ricos tocados que no sirviese de artificio-
so enigma, hasta en las adargas y motivos de
sus alegrías, haciendo punta en aquestos extre-
HISTORIAS PEREGRINAS 7
98 CÉSPEDES Y MENESES
mos á los más persuadidos por su grandeza ó
partes en la pretensión de su dama.
Vivía, en el ínterin que estas cosas pasaban,
el pobre de su hermano miserablemente afligido
y sobremanera afrentado más que nunca; porque,
no obstante que siempre generalmente amado y
favorecid© del pueblo, en cualquier fiesta nin-
guno más que él se aventajase, así en caballos^,
galas y jaeces, como en la estimación y aplauso
de sus acciones, como todo este adorno en su
discrección parecía venir violento y forzado, si
ya no por la voluntad, de los que largamente con
él partían sus haciendas, por el vergonzoso y
noble pecho con que eran admitidas, no pudo
pasar más adelante en semejante vida. Y así, no
sin grande nota y sentimiento de toda la ciudad,
porque de toda era acariciado y bien visto, se re-
tiró y encubrió en su casa á todas estas últimas
fiestas y regocijos, en quien don Pedro, por su
ausencia, fué el más lucido, aunque no el mejor
mirado; porque el trato de su hermano le había
puesto en aborrecimiento común de todos.
Era, fuera de aquesto, el noble don Sancho tan
mirado y cortés en los respetos de su hermano,
que, aunque no le movieran á ocultarse tan jus-
tos sentimientos y causas, él lo hiciera, tanto
por dejarle lucir, cuanto por no ocasionarle á
nuevos enfados con su presencia. Y así, aunque
entendía el progreso de sus pretensiones, no sólo
estaba ignorante del conocimiento y sujeto de
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 99
«u hermoso dueño, mas ni aun sabía su casa, ni
en dos años que duraron atravesó el Alameda,
ni muchas calles de su contorno, sólo porque
había oído que era en aquel comedio el barrio y
morada de la hermosísima Floriana. A quien en
esta sazón, por su acostumbrado recato y hones-
to encogimiento, atribuyéndolo sus pretendien-
tes á desdeñoso melindre ó propia estimación,
•comenzaron por la cercanía á llamarla el Desdén
del Alameda^ nombre que la hizo tan conocida en
el mundo, que pudiera á ser igual mi intento, dar
titulo famoso á aquesta historia. En semejante
estado estaban estas cosas, cuando á la fama de
^llas llegaron á Sevilla los dos duques de Me-
dina y Alcalá, deseosos de gozar en sus antiguas
casas parte de tan crecidos regocijos. Y así
nuevamente alborozados y contentos, los que los
fomentaban comenzaron á disponer otros ma-
yores.
CAPÍTULO XXIII
Frosiguense las fiestas; la absteridad y rigor
que usa con don Sancho, su hermano, el ha-
hlarse los dos y su resolución.
Andaba don Pedro con esta novedad, más que
nimca divertido en sus galas, inventando li-
breas, y gastando con prodigalidad y grandeza;
ocasión que en don Sancho, comentando sus pe-
nas, apresuró el mejor remedio y salida de ellas;
100
y EiBÍ eatimolado y persuadido, aan de Iob mayo-
res amigos y confidetea de su hermano, dispues-
to & irse & Plandes, trató de hablarle y de aco-
modarse con él, sin intervención de justicia, en
el modo de sus alimentos, y del apercibirle y
aviarle conforme á, su calidad y persona; para
lo cual el mayor estorbo que se le ofrecia era lla-
garle & hablar. Porque en su casa tenía mandado
le impidiesen la entrada de su cuarto, y para sos
intentos y pretensiones, no era & propósito remi-
tirlo ¿ la calle. T como el noble mozo desease
excusar violencias, hubo de procurar quo el ver-
le se guiase en buena conjuntura. Sralo tnny i
pedir de boca cogerlo de noche en el acostum-
brado paseo del Alameda, adondeen siendo tar-
de se apeaba Á coger el fresco con sus amigos; los
cuales hablan de ser quien disimuladamente pu'
siesen 6, don Sancho en ocasión que á solas tra-
tase su pretensión con don Pedro.
Efectuóse & guato esta diligencia de los que Ift
deseaban; porque llegando él á buen tiempo, y
atravesando pláticas con su hermano, aunque se
le hizo nueva y áspera tal correspondencia, te-
miendo dar mayor motivo á los que le acompa-
ñaban, disimuló; y sin poderlo excusar, viendo
que pedia á loa demás licencia para hablarle, y
que todos alegres se la concedían, hubo de que-
darse paseando con él, y atender, aunque á su
pesar, á estas tan discretas cuanto bien comedi-
das razones.
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 101
— Doce años ha, hermano y señor mío, que aun
sin tener yo los seis de edad, faltando nuestros
padres, quedé amparado de vuestra sombra, te-
niéndoos, desde entonces, en el respeto y lugar
que aquéllos. Y sabe Dios que en todo aqueste
tiempo, deseando, sobre todas las cosas vues-
tro agrado, he presumido en secreto, ni en pú-
blico, acción ni pensamiento que degenere de
vuestra sangre, ni que me hiciese indigno de
Tuestra gracia; si bien no sé por qué contraria
estrella mía ha muchos tiempos que estoy tan
fuera de ella, que no sólo se me ha negado el
alivio y consuelo de vuestra vista, pero lo que
más puede causar admiración y lástima, el ves-
tido y adorno de mi persona, y aun el pequeño
y moderado alimento suyo; cosas que por ser tan
inexcusables y precisas, y mayormente por no
daros enfado, he procurado suplir hasta hoy
afrentosamente, ó ya valiéndome de nuestros
deudos ó ya de amigos mercaderes y ciudada-
nos que, condolidos de tanta calamidad, la han
remediado. Y pongo ahora por testigo á los cie-
los que hiciera lo mismo en la ocasión presente,
y me valiera de esta diligencia, antes que llega-
ra á cansaros, si el natural empacho, si la ver-
güenza noble, que con los años y mejores discur-
sos me han abierto los ojos, no impidieran tan
poco honrosa salida. Hasta ahora parece que mi
poca edad podía disculparla; pero ya que alcan-
zo lo mal que está á vuestra reputación, no per-
mita Dioa que yo la infamo ni amancille: soy
vuestro hermano, bijo de nnos mismos padresf
ellos me dejaron hacienda y joyaf, qae con los
alimentos do vuestra obligación, pueden susten-
tarme, si Bo en Sevilla, honradamente en flan-
des, donde sns alteraciones pueden servir de
empleo á los hombres de mi suerte; y así, con
esta determinación, y seguro de que á pensa-
mientos tan honrados habéis de ayadar con ge-
neroso espíritu, he querido proponéroslos, para
que con mayor voluntad, pues tenéis mi hacien-
da, se disponga la jornada y el modo que se ha.
de tener en acudirme en aquellas provincias.
Adentás, de que es muy justo que asi en ellas,
como en cualquiera parte, luzga en mis obrasel
esplendor de ser heriaano vuestro y segundo de
¡a ilustre casa de nuestros padres,
Aquí dio fin don Sancho á bu breve y propor-
cionado discurso; y ciertamente que en cualquie-
ra sujeto que le tuviese de hombre, lastimara y
noviera á más graves efectos; no obstante que
fueron bien contrarios y disformes los que en
don Pedro ocasionó esta justa demanda, el cnal,
reventando de ira y soberbia loca, aun mucho
antes que don Sancho acabara, quisiera el ha-
berle vuelto las espaldas; y si no lo ejecutó de-
jándole sin respuesta, no fué por mas estima-
ción, sino por parecerle conveniente dejar de-
cididas con su desengaño las pretensiones hon-
radas de su pobre hermano; y así, con tal rosolu-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA l03
ción, en viéndole callar, con fingida risa le res-
pondió, como se verá en el siguiente capitulo.
CAPITULO XXIV
Responde ásperamente, d su hermano, don Pe-
dro, y él, irritado justamente, satisface su
injuria.
i\o sé para qué ha sido cansarme ^ dijo don Pe-
dro, con tan estudiada arenga, ni apartarme de
la conversación de mis amigos, ¿ oir tanta ne-
cedad; pues con un memorial que se me diera se
hubiera excusado mi enfado, y vos tuviérades
satisfacción bastante. Don Sancho, que queráis
ó no emplearos en Flandes, sirviendo al rey ó en
vuestros pasatiempos; ni que por mi reputación
estiméis vuestros lucimientos, ni que por la mis-
ma causa procuréis excusar favores y ayudas
poco honrosas, en mí, de todo aquesto he hecho
siempre tan corta reflexión, que pienso que has-
ta ahora no me ha quitado el sueño, cuanto y
más reparado en que vuestras desórdenes y ba-
jezas puedan oscurecer mi estimación. Pero de-
jando esto á una parte, lo que yo sé deciros al
presente es que nunca los hermanos segundos
que tienen la mucha honra que vos blasonáis,
pretenden de sus mayores licencias tan costo-
sais ni gastos tan fuera de propósito; antes, de-
seando como nobles y honrados que en elloB
EL DESDÉK DBL ALAMEDA 105
toso de SU honrado lecho. Soltóle, oyendo tan in-
fames, tan nefandas razones, el pacientisimo
mancebo y mas no con el sufrimiento y cordura
que hasta entonces había mostrado, porque antes
fué tan implacable la ira y furor, que de él se
apoderó, luego que oyó repetir mancillas, tan in-
dianas y afrentosas, y que sus blanduras y hu-
mildades hubiesen alentado tan grave atrevi-
miento, que sin más esperar, ciego y loco con
pasiones tan justas, volviéndose ¿ don Pedro,
empuñada la espada, en alta voz le dijo:
— Ea, pues, infame caballero; yo soy contento
de no ser vuestro hermano, y pues, al paso que
me libráis de tan justos respetos, me obligáis
juntamente á la defensa de mi honrada madre,
callad la lengua y aventajad los brazos, en tanto
que os la cortan mis manos, si bien será vengan-
za poca, respecto de la injuria.
Y repitiendo aquesto, en un instante, aunque
al principio don Pedro intentó defenderse con li-
bertades y palabras viles y después, apretado,
con sus armas, siendo todo corta defensa, cu-
bierto de su sangre, y casi hecho pedazos por las
muchas heridas, se halló en un punto sin sentido
en el suelo.
Habían, cuando los dos hermanos comenzaron
su plática, apartándose sin sentir tan á lo largo
de la demás compañía, que casi este impensado
accidente les vino á hallar por lo más alto y su-
perior del Alameda, y gran trecho apartado de
106
BUS árboles; y con todo eeto, no faltó alguna gen-
te que, al mido de la» eap&das y confnsoa gemi-
dos de don Pedro, no acndieaen volando; hacien-
do igual diligencia ens amigos, &unqae anos y
otroB tan tarde, qae ya estaba dispuesto el mal
recaudo, y don Sancho, rompiendo por los minis-
tros de justicia, que nunca faltan en tales oca-
siones, ya en parte l^on algunas espaldas, y ya
dándole lado, no habiese en un momento des-
aparecidose.
Y fué el caso que cogiendo la primera calle,
hallando á pocos pasos abierta la puerta de una
grandiosa casa, arrojándose en ella y cerrándola
con una fuerte aldaba, sin ser de nadie visto,
aseguró algún taato su temor; del cual, regido,
pareciéndola que el ruido y concurso de la calle
era todo en su busca y seguimiento, sin reparar
en lo que hacía, viendo una pequeña luz al fin
del zaguán, guió hacia ella; y hallando un can-
cel abierto, se entró en la primera cuadra, en
quien durmiendo y en mortal descuido, miró una
esclava encima de unos cajones, cosa que le hizo
presumir aguardaba gente de fuera; con qae
alentando el paso, sin más considerarlo, de oo
aposento en otro, y de ana sala en otra, y sin ser
sentido de algunas personas, que á la confusa
luz que entraba de la luna, por unas altas rejas,
vio en diferentes lechos reposando, vino á dar
con sn cuerpo en unos largos y espaciosos corre-
dores, y de ellos en otro rico cuarto, y sin com-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 107
paración más adornado con preciosas colgaduras
y diferentes arreos. Del cual (cosa que espanta,
siendo de noche y con tan breve luz), salió á una
galería cubierta de tanto oro, así de los marcos
de diversas pinturas, como de los follajes y ma-
zonería de sus bóvedas, que no echó menos á los
rayos del sol.
CAPITULO XXV
Admirables sucesos de don Sancho huyendo
de la justicia,
jQfSTABA toda la galería á concertados trechos,
llena de ventanaje, que caía á un ameno jardín.
Corrióla don Sancho brevemente, admirado tanto
de su gracioso adorno, cuanto de ver que en la
pared frontera de una puerta se divisaba un res-
quicio de luz; con que perdido ya aquel temor
primero, no parando hasta ella, apenas la tocó,
cuando abriéndola, se halló en una cuadra cuya
riqueza y curiosidad, siendo admirable, inte-
rrumpió algún tanto el verse en un instante sal-
teado y hecho salteador de la más notable aven-
tura que hasta entonces vieron sus ojos. ¿Quién
le dijera á aqueste caballero que en una noche
tan rigurosa y llena de peligros para su vida
hallara tales desenfados y alientos? Por cierto,
los acaecimientos de los hombres son notables, y
la Providencia superior que los gobierna, asom-
bro digno de toda reverencia y estlmacíÓD. Ve-
ráse cuerdamente este infalibre, efecto, antea qae
demos fin á nuestra historia.
Y asf , volviéndonos á, ella, digo qae aún no ha-
bla don Sancho puesto los turbados píes en aqnel
aposento, cuando impensadamente se vio ofusca-
do y casi sumergido entre los blandos rayos de
unos divinos ojos; y esto, con tanta fuerza y ena-
jenación, que en buen espacio no pudo discernir
en que realmente, la verdadera luz que alumbra-
ba aijuel puesto era una blanca vela, que en un
candelero de plata, bufete de lo mismo, daba
alma á un libro en quien leía aquel objeto her-
moso que le tenía suspendido. El cual, viendo
tan temeroso acaecimiento, queriendo dar vooes,
é, la primera despertó á don Sancbo que, recono-
ciendo su peligro si aquel ángel alborotaba la
casa (que hasta entonces aún dudaba fuese mu-
jer mortal), acercándose al precioso lecho en que
estaba acostada, procuró suspender su temor,
asegurándola como mejor el suyo le dio lugar; si
bien importara poco esta diligencia, si abriendo
más los ojos no reparara el daño y acudiera con
descorteses muestras y amenazas al remedio;
con que la triste dama, eclipsado el más hermoso
rostro que miraron mortales, estando casi muer-
ta, hubo de reprimir su voz, comenzando, vién-
dose en tal aprieto, un muy amargo llanto, que
enterneciendo nuevamente el pecho de don San-
cho, no excusó el mitigarle, satisfaciéndolo con
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 109
decir en forma siguiente el origen y causa que
le había traído.
— Mucho siento, señora mía, y tanto como el
peligro que á vuestra casa y á daros este enoja
me redujo, la pasión con que os miro y conside-
ro por tantos caminos temerosa de ver, y con ra-
zón, hombre no conocido y á semejantes hora&
en tal puesto; mas el aprieto y riesgo de mi vida^
y la natural defensa suya, me obligó á que, vi-
niendo huyendo de quien deseaba quitármela, y
hallando esta casa abierta, me valiese de su
sombra para mi receptáculo y custodia; con que
de un aposento y cuarto en otro, he llegado has-
ta aquí, anhelando siempre por quien pusiese
con seguridad y salida secreta, límite á mis cui-
dados; y nunca he descubierto, hasta ver este
milagroso portento, persona á quien recomendar
mi necesidad y aflicción, y así, piadosamente^
pudíendo darles el remedio que pido, os suplico
por su ejecución, pues seguramente podréis
creer que ni mis riesgos han buscado otra cosa,
ni el noble ser que tengo,, aunque vos lo igno-
réis, me la permitirá emprender.
Había estado el tiempo que duró esta breve
plática considerando, aunque temerosa, la gen-
til dama, el rostro grave, la persona bizarra y
la compostura y discreción de aquel hombre que
la estaba hablando; y pareciéndole no haber vis-
to en sus pocos años tan grande perfección, poco
á poco, haciendo juntamente sus partes la blan-
onea, la piedad de sus ruegos, fué
ídroso deávelo. Y resolviéndose ¿
;ándole del presente peligro, con
be le respondió que ella le pon-
y que mientras para hacerlo se
«ase consolado de haber llegado
dos ó tres puertas podían darle
aseaba.
e tiempo las doce de la noche; j
maitines, tirando las cortinas &
mente salió vestida de un fatde-
pa de levantar, y uno y otro de
^ue no poco aumentaban sus
. la secreta fuerza de los her
dueño; cuyo talle bizarro, auD'
de no dieciséis años, era a
tbrió con esto otra segunda puer-
a, y siendo guía á don Sancho,
acol, dieron en el jardín que arri-
'ragancia, tanto con las sombras
i de sua cuadros, cenadores, altas
idas rejas descubrió la tuna, de-
bo en larga admiración; mas sa-
ver que, acercándose á una puer-
irecer y según el desaliento que
campo, siendo la verdad que no
no á la Alameda, aunque á día-
de su pendencia, llamándole la
advirtieae el gran alboroto que
ifectoa de su misma ocasión; y que
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 111
asi le parecía suspendiese el propósito hasta más
sosegarse. Obedeció don Sancho este consejo,
y juntamente la siguió aun hermoso cenador,
adonde sentándose los dos, á ruego de tal hués-
ped, porque ya con menos miedo le miraba, con-
tó sin nombrar los sujetos, digo á sí y á su her-
mano, todo el suceso referido.
CAPITULO XXVI
Degenera don Sancho en su proceder noble,
y con violencia goza de la ocasión,
i\o excuso en aquesta sazón el suspender mi
historia á |una breve consideración, pues es sin
duda que, á no dejar diferidas las muchas que
pueden ofrecerse, fuera poner en contigencia
la verdad y no facilitar sus repugnancias; por-
que realmente no dejara de parecer terrible con-
fianza ó suma libertad la que contemplo en esta
hermosa dama, de quien, si ya por los requisitos,
grandezas y esplendor con que la he pintado,
queda desvanecido el último defecto, todavía el
primero arguye poco juicio y menos experiencia,
pues le fuera más fácil, á ño ser esto así, el lla-
mar á su gente y hacer poner en cobro aquel
hombre, que animarse á ejecutarlo por sí sola,
con tan disculpable materia á cualquiera exceso.
Esta objeción, á mi ver no pequeña, ha sus-
pendido muchas veces la pluma, hasta que más
1J2
atento di en la excusa qne más verdaderamente
pudo favorecerle; porque es creíble que la afli-
gida dama, viéndoee en tales términos, conside-
ró profundamente que del llamar sns padres ó
criados venia i incurrir en una irremediable y
evidente sospeclia y, por el consiguiente, en el
da&o mayor que podia temerse; porque es el caso
certísimo que hallando en eu aposento hombre
de tales prendas, ni sn honestidad dejara de
quedar en opiniones , ni su fama en terrible detri-
mento; y asi, con más prudencia que prometían
sus pocos años, eligió el menor riesgo, fiándose
de aquél que por el mismo suyo habla de callar
cnalquíer fracaso, antes que de loe muchos cria-
dos, que & sus voces era fuerza acudiesen; ade-
más que tampoco don Sancho, temiendo su peli-
gro, se lo permitiría ni excusara el estar mny
sobre aviso; con que ciertamente ella, segán el
estado presente, había elegido buena resolución,
gi como en este caballero resplandecían muchas
y grandes excelencias, hubiera la abstinencia y
castidad sido de semejante número.
Mas porque se conozca lo ñaco y débil de
nuestra ruin naturaleza y cuan poco debe nadie
fiarse de su esfuerzo sin ayuda y favor del cielo,
por más ajustado que nos parezca, y de más per-
fecciones y virtudes, diré de éste, á quien con
general estimación y aplauso daba Sevilla el tí-
tulo de mayores requisitos, teniéndole por espejo
de su juventud, por ejemplar virtuoso de sus eos-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 113
tumbres, la facilidad de su caída, el defecto que
ocultaba en su pecho y la mina que causó su
inconstancia; pues cuando más pudiera lamentar
su peligro, así precipitado y ciego se dejaba
despeñar en otros nuevos y en su tanto ma-
yores.
Lloró tierna y amargamente la verdad de su
costosa ^experiencia la hermosa dama, de cuya
vista, rendido torpemente, apenas acabó de con-
tarla su historia , cuando valiéndose de la oca-
sión que más debiera agradecer, atrevido y des-
compuesto, la dejó sin honra. Cosa que no sé cómo
en medio de tan grandes y cuidadosos temores
pudo emprender un hombre de razón. Ello, en
fin, pasó así, quedando en el de su lascivo inten-
to la forzada señora desmayada, y él tan arre-
pentido y afrentado (efecto de su yerro y peca-
do), que sin tener ánimo ni cara, para esperar
las quejas lastimosas, que el caso prometía, su-
biendo de una reja á las almenas del jardín, á
todo riesgo de matarse ó dar con la justicia, se
dejó derrumbar; y en cogiendo el suelo, sin aten-
der á tomar siquiera alguna muestra, por señas
de la casa, en quien había ejecutado semejante
destrozo, se metió en la ciudad atravesando ca-
lles y cruzando plazas; y librándole su fortuna
de tantos como le buscaban, llegó en salvo á la
puerta de dos grandes amigos suyos, mercaderes
flamencos, y hermanos de los más poderosos y
ricos de Sevilla, adonde, habiéndole sus criados
HISTORIAS PEREGRINAS 8
conocido, y siendo avisados, salieron & recibirle
con entrañable amor.
Contóles brevemente su desgracia, y como en-
tendía quedaba en ella mnerto sa hermano, y
juntamente les pidió le amparasen; razón que,
sin encarecimiento, estimaron en más que el ma*
yor acrecentamiento de bus tratos y hacienda; y
asi, sin temor de sa daño, gratos á la elección y
conñanza, desde luego encargaron la iuLportaa-
cia de tal secreto á la familia, y agasajando al
huésped, le hicieron cenar y reposar hasta el si-
guiente dia, que con disimulación y cordura, he-
' chos exploradores del suceso y estado de don Pe-
dro, entendieron que él aún no había vaelto en
su acuerdo, y que las justicias de la Audiencia y
Asistente buscaban al matador, con tanta dili-
gencia que, tomadas las puertas, los pasos, los
caminos, no dejaban piedra ni sepulcro, ataúd
ni bóveda, cuyos huesos no revolviesen, ni se-
creto lugar, iglesia y convento, que una y mu-
chas veces no trastornasen é inquiriesen, sin
perdonar las casas de sus deudos, amigos y alle-
gados. Los pregones eran temerosos, las amena-
eas terribles; y en ñn, todo era rigor, todo aper-
cibimientos y cuidados; si bien en sus nobles
pechos antes aumentaron con esto nuevos deseos
de acudir á su huésped, favoreciéndole ó morien-
do en la empresa; y realmente ellos anduvieron
tan generosos en el discurso de la determinación
como visteis, y tanto, que ¿ no tener yo larga
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 115
experiencia del aliento y despejo con que em-
prenden semejantes acciones los nobles de aque-
lla belicosa nación, dudara de escribir la que
rtenemos entre manos.
CAPÍTULO XXVII
Los dos amigos, amparando á don Sancho, fa-
cilitan su fuga^ mientras su hermano vuelve
de las heridas en su acuerdo.
jí' IKALMENTE, aunque por el desasosiego de don
Sancho quisieron encubrirle tan graves preven-
ciones, no pudieron, viéndole que importuno de-
seaba salirse luego de Sevilla; y asi, advertidas
tales dificultades , hubo de reprimirse y dejarse
gobernar de sus buenos amigos, á quienes, muy
puesto en razón damos tan honroso título; pues
^considerada la ocasión en que se mostraba, á
cualquiera menos , si no en quilates, hiciera, como
•dicen, temblar la barba.
Era don Pedro de Castilla, como habéis enten-
'dido, uno de los grandes y calificados caballeros
del Andalucía; y esto, junto con el riquísimo ma-
yorazgo de que era dueño, no obstante su condi-
ción soberbia, le tenía puesto en estimación y
predicamento grandísimo: además, que aunque • -jit^
toda la ciudad disculpaba á don Sancho, cierta
•{aun ignorándose lo secreto del caso) de que hu- --.v
l>iese indigna y afrentosamente sido irritado á
■%
116 CÉSPEDES y MBMESBS
i Bemejante exceso; como qniera que la justicia
} tiene obligación á proceder por difereotes tér-
minos, y puesto en sus procesos y preámbulos
"-1 el matar un hermano & otro fea y dates-
lente, y más por materias de hacienda, es
da qne á caer en sus mauo8, la cabeza del
■riera notable riesgo.
iba aún hasta entonces don Pedro sin aen-
icribillado con horribles heridas, deean-
y en evidente peligro de morirse; porque
s sus amigos le acudieron con priesa, como-
aé tarde, ni el restafi.arle brevemente la
I que perdia por tantas bocas, fué parte ¿
jase de verse casi en los umbrales de la
i; aunque siendo el cielo servido de que al
lo día volviese en todo su acuerdo, las es-
;as de su hermano se mejoraron; y aun las
icias y prevenciones de la justicia hicieron
y asi, en líabiéüdose esta buena nueva, se
á su declaración; porque hasta aquel
con eu desfallecimiento, todo fué á cie-
por congeturas en lo escrito, Hízola el be-
m Pedro verdadera y fiel; y si fué á su pe-
erto seria temer á estrecha cuenta que se-
peligro ]e estaba amenazando; y asi toman-
rzas el crédito y opinión de su hermano, y
ves días asegurado de sus nobles amigos,
indo adelante el presupuesto que tan gran
a habia ocasionado, se embarcó en una
a tal dispuesto avio, que ni sus
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 117
padres, viviendo, se le ordenara más rico y re-
calado.
Eülciéronle bizarros vestidos, plumas vistosas,
^alas de soldado y costosa ropa blanca; y junta-
mente le dieron quinientos escudos y letras para
que sus agentes le acudiesen al mes con otros
cincuenta; y con tanto y cartas importantes
á sus deudos y amigos, le enviaron á Anvers;
con que no sé yo adonde más pudo alargarse el
ánimo el extremo de unos hombres particulares,
de dos hermanos y amigos verdaderos. No pien-
so que estos tales se hallaran hoy en el mundo;
j aun sospecho que entonces se inclinasen tan
fuertemente menos que compelidos de alguna fa-
vorable simpatía que desde este punto mostró
piadosa su invencible poder en cuantas acciones,
pasos y movimientos ejecutó don Sancho; el cual,
puesto ya en aquellas provincias, á pocos días
bvl generoso y gallardo espíritu se hizo bien co-
nocer, así de los naturales como de la milicia
belicosa, que á la sombra del excelente duque
de Alba contrastaba la fuerza de los alterados
países.
■"^ • fc
118 CÉSPEDES Y MENESE9
CAPÍTULO xxvni
Oran valor de don Sancho en los Países Bajos f
favorécele el Duque, yjpor honrarle le vuelve
á enviar á España, en tanto que en Sevilla
conten varios sucesos,
ÍH08TRÓ8E tan cortés, tan llano y socorrido eí
valiente andaluz, qae no había en el ejército prin-
cipe ni señor que no le honrase, ni soldado de
estimación que no se preciase de su lado y posa-
da. Llegó ésta á noticia del Duque; y como la vir-
tud del ánimo no puede largo tiempo encubrirse,
así deseando en don Sancho salir á luz en las pri-
meras ocasiones que le empleó, que fué la toma de
Mons de Henao, en sus asaltos, arrastrando una
pica, la enarboló el primero, á pesar del contrario»
en sus mismas almenas; y prosiguiendo tan hon-
rados principios, después, en diferentes trances,
hizo igual experiencia, y en la famosa rota que
se dio al enemigo, prendiendo á su general Moa
de G-enlis, él fué quien, aclamando la victoria,
anticipó el suceso, y quien, mediante su esfuer-
zo y valentía en aquel memorable Esguazo de
Targoes, singular ejemplar para el de Cirqniz-
ca, dio á España honor eterno y á lo restante de
la tierra, con semejante hazaña, ardmiración y
espanto. Y éste fué, así mesmo, quien en singu-
lares y peligrosos desafíos por la preeminencia y
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 119
honra de su nación, saliendo victorioso, la dejó
en iguales respectos y opinión que el portugués
Viriato; y, últimamente, él fué quien y por quien
los ejércitos del Duque, vivían quietos, pues en
la variedad de sus compuestos fué siempre la
absolución de sus duelos y dudas, el montante
de sus pendencias, amparo de sus riesgos, reme-
dio de BUS necesidades y el amigo y compañero
de todos.
Con que no solamente vino á hacerse amable y
famoso en aquellos países, sino en toda España,
adonde habiendo llegado por diferentes medios
al Consejo de Guerra sus servicios, y por el con-
siguiente á los oídos y noticias de aquel potentí-
simo príncipe y monarca Felipe II, prudente
apreciador de tales méritos, deseó mucho verle y
remunerarle según su grandeza, y así lo dio á
entender, remitiéndole por su medio del Duque
un hábito de Santiago, ventaja y conducta de
caballos; en cuyo ministerio, habiendo servido
algunos años, no con menor aplauso, antes con
nuevos casos y dichosos sucesos, aumentó su opi-
nión, y el amor y agasajo del excelente Duque.
De manera que, sabiendo el deseo y gusto de
S. M., con el primero aviso conveniente á su ca-
lidad, se le envió á España, en quien, y particu-
larmente en Sevilla, estaba su fama extendidísi-
ma; porque los dos amigos flamencos, con quien
siempre fué su correspondencia y amistad en au-
mento, no dejaban perder lance ni suerte con
120 CÉSPBDBS y MENBSES
que no aplaudiese la ciadad, y que con ella no se
engrandeciese y alegrase dándoles el pl&ceme;
no obstante que para don Pedro, su hermano, que
ya estaba sano de laa heridas, aunque con aua
cicatrices y costuras, manco y disforme, eran
semejantes nuevas mortales flechas que atrave-
saban su alma.
Había el odio y rencor envejecido con su acae-
cimiento, y juntamente con el dolor continuo,
<[ue cada día, mirándose al espejo, le refrescaban
las sefiales del rostro, endurecidose en sa alma
de suerte, que ningunos respetos bastaran á re'
conciliarle condón Sancho. El cual también, por
su parte, aumentando esta pena, con poderes que
remitió á sus dos amigos, había fomentado el
pleito de la hacienda, que le tenía usurpada, y de
los alimentos pretendidos; y aun tan bien defen-
dido que, diligenciándolo con larga mano tales
agentes, y por otra parte cartas yf avores del Bu-
que, y sobre todo su justicia, tuvo ^an buen efec-
to que, en todas instancias, condenaron 6, don
Pedro en la restitución de frutos y réditoa de lo
uno y en mil y quinientos ducados de alimentos,
con que se fué allegando tan gran suma, qae le
fué bien preciso, para sn recompensa, estrecharse
en sus gastos, y aun deshacerse de aus mejores
joyas y preseas; porque, obstinado y terco, no
quiso que de mano de su hermano se le hiciese
en la paga la mucha comodidad, que le ofrecie-
ron los dos amigos.
EL DESDÉK DEL ALAMEDA 121
Con esto don Sancho se vino á hallar con más
de treinta mil ducados, y sus alimentos, gajes y
hábito. Y don Pedro, lleno de mil ponzoñas, y
aunque empeñado, contento en parte por ver que
su casamiento, por tantos años pretendido y de-
seado, andaba ya en términos de concluirse. Ha-
bía en tal particular corrido con diferentes rum-
boa y accidentes; ya unas veces con próspera for-
tuna, y ya otras con tormentas y borrascas des-
hechas.
CAPITULO XXIX
Prosigue en sus empleos don Pedro de Castilla,
y en el ínterin vuelve á Sevilla por mandado
del rey su mismo hermano.
l9í JOSÉ, casi generalmente, en Sevilla que á la
honesta y hermosísima Floriana, desde la noche
que don Pedro fué herido no se le miró el rostro
alegre; y inquiriendo motivos, unos juzgaban su
tristeza respecto de las defectuosas cicatrices, y
otros por la ruinada mengua de su empleo. Y si
va á decir verdad, de la ocasión redundaban sus
mayores sentimientos, y con tan grande extremo
(bien que guiados por desiguales y secretos ca-
minos), que no queriendo admitir ninguno de los
muchos y aventajados casamientos que se le pro-
ponían, los más de ellos, perdida la esperanza y
ofendidos de su ingratitud, desistiendo en su pre-
122 CÉSPEDES Y MENESES
tensión, dejaron perseverante en ella á sn pri-
mero amante, con quien, aunqne naturalmente
le aborrecía su afligida madre á falta de buenos,
hubo de ponérsele en plática.
Sentía entrañablemente la noble viuda consi-
derar su hermosa hija en edad de veinticinco
años, y que aun en ellos su abstera y desdeño-
sa presunción la hubiesen puesto en término
incasable, y por la misma causa, despintándo-
sele graves y altos sujetos, que á haberlos ella
apetecido, lo menos fuera tener entonces un ti-
tulo su casa; y además de esto, conociendo sus
resoluciones y tristezas continuas, no tenía por
buen medio apretarla ni persuadirla con ma-
yores violencias, juzgando que, si las emprendía,
se le metería en algún convento, como diversas
veces había intentádolo con que perdida la espe-
ranza de sucesión en su casa y herencia, no sólo
contaba por perdida la grandiosa hacienda, sino
por desvanecido y desechado el fruto que por
tantos tiempos había sido de todos los suyos de-
seado. Tales y tan justos temores la traían cui-
dadosa, y no sin alguna sospecha de que^ se/s^ún
lo que se decía del sentimiento de las heridas ée
don Pedro, hubiese la antigüedad y continuación
de sus porfías hecho en su hija algún aficionado
efecto; y así, sin curarse de las grandezas á que
siempre aspiró, deseaba ahora que ella se decla-
rase y que don Pedro no se arrepintiese.
En tales términos andaban estas cosas, al
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 123
tiempo qae don Sancho, honrado de los grandes
de España y al lado de algnnos que por su mucho
valor le acompañaron, entró á besar la mano á
S. M.; de cuya real presencia agradablemente
recibido, salió con una encomienda de tres mil
ducados. Bíjose que con alguna singularidad
había admirado la valiente persona de don San-
cho, con que bastó á extenderse, aun hasta Flan-
des, aquel grave concepto; tanto era poderosa
cualquiera acción ó movimiento de este principe,
el cual, no contento con mercedes semejantes,
habiendo de enviar & Sevilla un personaje de su
casa que fomentase el efecto de cierto servicio,
que asi aquella como las demás ciudades de sus
reinos le habían concedido en forma de donati-
vo para los gastos de sus continuas guerras; sa-
biendo cuan bien quisto y mirado era don Sancho
en ella, le mandó proponer su voluntad y el ser-
vicio que recibiría, siendo él quien lo dispusiese;
cosa que estimó el buen caballero, como era jus-
to. Y así, alegre^ obedeciendo al punto, tan sólo
replicó el inconveniente que de las heridas de
su hermano y del caer con él en otros mayores
podía recrecerse, para que S. M., informándose
de la verdad y circunstancias del suceso, pusiere
en ello el medio que fuese servido. Hízolo como
se le pedía el prudente príncipe, y enterado bas-
tantemente, aun con la noticia del caso, honró
niás á don Sancho; y no sólo mandó escribir á las
justicias, sino que asimismo le dio su real cédu-
la de amparo y seguro; y aanqae, aegóii su arries-
gado espíritu, de esta segunda diligencia JDzgú
don Sancho poca necesidad, todavía conociendo
«1 guato do su rey, le estimó por favor notable. Y
«os tanto, sabiéndose su ida, generalmente rego-
cijada pre\'ino la cindad 6 sn mayor parte un
gran recibimiento; de suerte, que á la entrada
no quedó caballero, mercader ni oficial qne ns
le acompasase y aplaudiese hasta su posada, que
fué la misma de los nobles ñamencos, sus amigos,
adonde aderezada suntuosamente, fué aposen-
tado; y con tanta mayor grandeza, que la pu-
diera ser eu todo el reino; porque, además de la
inestimable y preciosa voluntad con que era ad-
mitido, el poder y riqueza de los dos hermanos
era el más cierto crédito de la Europa. En fin,
don Sancho, tomando desde luego con fervor par-
ticular el beneplácito de aquel magnifico ayun-
tamiento, dio principio al intento para que le en-
viaban; y prosiguiendo en él cen prudencia y cor-
dura, no sólo granjeó los ánimos á cumplir la
promesa ofrecida, sino que por su amor y respeto
la adelantaron á porfía; y de suerte, qne S. H. se
tuvo por tan bien servido, cuando lo entendió,
qne le mandó dar buen acostamiento y acrecen-
tar los gajes y ventajas.
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 125
CAPITULO XXX
Diversos regocijos festejando á don Sancho,
y el suceso que en uno de ellos tuvo.
L/AS fiestas que en este ínterin le hacia Sevilla
eran por otra parte tan continuas y alegres, que
pocos días se pasaban sin que, ó ya en una plaza,
ó ya otra, se corriesen toros ó dispusiesen diferen*
tes regocijos; entre los cuales sus dos caros ami-
gos, no queriendo en alguna demostración quedar
cortos, trazaron á su usanza un alegre festín, en
quien hallándose particularmente lo mejor de.su
nación, no quedó dama en Sevilla de calidad y
cuenta, que ya de embozo ó descubierta, no le
honrasen con su presencia.
Hubo en él notables aventuras, ingeniosas le-
tras, invenciones y máscaras; y, sobre todo, un
hermoso teatro, infinito de bizarros embozos, que
sin dejar los mantos y el secreto, danzaron ad-
mirablemente, sacando muchas veces el, gallar-
do huespede, digo, á don Sancho, blanco y fin de
esta fiesta; el cual hizo en tal noche igual mues-
tra de sus gracias y gentileza.
Entre las damas que danzaron con él, dos so-
las fueron las que, aventajando á las demás, pu-
diera su despejo dar envidia al sol mismo, si bien
la una no admitió igualdad, porque en los cir-
cunstantes no hubo quien le negase el premio
126 CÉSPEDES Y MENESES
justo y victoria conocida. De esta dama, pagán-
dose mucho el galán don Sancho, con singular
afecto, procuró conocerla, aunque de aquel de-
seo y afición le libró fácilmente uno de sus ami-
gos, diciéndole cómo era la hermosísima Floria-
na, y hablándole más claro, el famoso Desdén del
Alameda, sujeto que, según estaba público, seria
muy presto espora de su hermano, cosa que es-
candalizó en oyéndola á don Sancho, de suerte,
que aun con hacer encima de su cuerpo mil
cruces^ no le parecía bastante muestra para el
sentimiento de su breve deseo; tanto estimó siem-
pre á su hermano, que ni con tales rompimientos
perdió un punto el decoro á su obligación. Em-
pero sacóle de aquesta suspensión el ver que la
otra dama, que había danzado con él, habiéndo-
sele acercado disimuladamente, brindaba con sus
hermosos ojos y alguna inclinación su voluntad,
con que no rehusando el envite, en honesta con-
versación y plática, gastaron lo que duró el sa-
rao, en cuyos fines, dejando concertado verse
i' otro día en parte más segura, despiéndose ale-
gres y quizá alguno de los dos engañado, se fue-
ron á descansar á sus posadas.
Háseme olvidado advertiros cómo el agraviado
y don Pedro, sin tratar de otra cosa que de su ca-
l samiento, el cual andaba en términos de con-
cluirse, estuvo retirado en su casa, sin parecer
ni ser visto fuera de ella, todo el tiempo que á su
aborrecido hermano festejaba y aplaudía aquella
i<
tf-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 127
opulentísima ciudad; con que entendido su enco-
gimiento, por don Sancho , noble y generosamen-
te afligido, fué aprisa previniendo su jornada y
aun muchos días antes de lo que tenía pensado, y
uno de éstos, que fué el siguiente al del festín
que he dicho, estándola tratando y disponiendo,
siendo ya después de comer, entró un paje que le
traía un papel, que sin quererle decir su dueño
viendo que esperaba respuesta, sin apretarle
más, para dársela, abriéndole, leyó en él las ra-
zones siguientes:
«Si la ocasión de anoche fuera más á propósi-
to, procurara hablaros muy despacio, porque esto
ha muchos días que lo deseo; mas consolándome
con tan breve remedio, su ejecución remito á las
últimas horas de esta tarde, en quien os suplico,
que solo me esperéis junto á San Diego, á donde
en tan buenas soledades seré puntualmente en
un coche con vos;, y porque de vuestra fama y
valor puedo prometerme mayores empresas, no
os encarezco cumpláis mi voluntad, seguro de
que la debéis mayor merced. Dios os guarde.»
Muy alegre acabó de leer este billete don San-
cho, y presumiendo al punto que, según el con-
cierto, era de aquella dama con quien quedó
aplazado, despidió el mensajero, diciéndole que
cumpliría sin duda la salida y el modo con que
se le ordenaba; y así, no discurriendo más en el
caso, apretando la fiesta, se retiró á dormir.
CÉSPEDES y MENESES
CAPITULO XXXI
Ion Sancho en un grave pdigro, de quien
BU valor y el de unas damas, se halla im-
iadamente soco rrído .
10 del todo iba el sol de caída, caaodo pa-
áole hora para lo prometido, Hubiendo en
itil caballo, á pocas calles mandó volver
,ncho á sus criados, y quedándose con nn
cayo, en llegando & la puerta de Jerez se
y mandándole que allí le asistiese, pasó
te, basta el mismo convento de San Die-
bien en todos sus contornos ai aun en
extendido campo descnbríA cocbe alguno;
le pareciéndole que había acudido algo
mo, comenzó á pasearse con determinación
arar fielmente hasta la noche. Mas ¿ pocos
caí^i en un mismo punto, vio asomar hacia
-ta de Jerez un coche de cuatro caballos,
uñado do cuatro ó seis criados y gentiles-
as, que con su vista templaron el conten-
I si viniera sin ellos le aumentara; y por i
ias y huerta de San Diego otros cuatro I
)s mancebos, que poco á poco, acercándose i
ue de lo que sucedió estaba bien ajeno), en
lo á postura, sin hablarle palabra, sacan-
espadas, le embistieron, y con tan grandes
s que, á no haberlo con hombre tan ezpe-
EL DESDÉN DEL AI.AMEDA 129
rimentado en tales refriegas, fuera cierto el lle-
vársele en los primeros golpes. Más halláronle,
aunque descuidado, tan en si que, como si estu-
viera prevenido, cual otro Alcides, se revolvió
entre todos; pero sin duda alguna su esfuerzo y
ánimo suplieran mal el impensado aprieto, por-
que, además de hallarse muy desnudo, los que
le acometían venían tan bien armados y seguros
como el hecho pedía; y así, abriéndose de pechos,
hacían el caso de sus puntas, que si tuvieran
una trinchera delante.
Ya él en este medio, conociendo la evidencia
del daño, á fuerza de destreza sustentaba la
vida, aunque no sin algunas heridas; bien que
no corrían poco riesgo sus contrarios, porque de-
deseando él vengar su muerte, arrojándose en
ellos, tenía ya el uno atravesada la garganta y
tendido en el suelo; con que apretado rabiosamen-
te de los compañeros, viéndose en la última per-
dición, hubo de retirarse á las cercanas tapias, y
asegurando en ellas las espaldas, pudo sostener
BU final gemido algún pequeño espacio; que éstB
fué el que tardó en acercarse al coche y ser reco-
nocido de dos damas tapadas que venían en él;
las cuales, advertido su aprieto, con turbación
notable y mayores voces, mandaron á sus criados
que le favoreciesen. Hiciéronlo así en un punto,
¡porque además de ser seis eran todos hombres de
vergüenza y respeto. Ayuda tan milagrosa como
bien necesaria, y conocióse presto, pues á peque-
I HISTORIAS PEREGRINAS O
130 CÉSPEDES Y MBNESES
ños lances deetsUeron los contrarios de sa em-
presa, y tan mal parados y heridos, que los dos
corrieron en los mismos términos que el quedaba
agonizando.
No hay encarocioiíeiito que signifique bas-
tantemente el agradecimiento de don Sancbo;
y asi, aunque mal herido, reconociendo la parte
de adonde le viniera el socorro, no paró hasU
tocar loe estribos de su coche, en quien ball¿
dos mujeres, como he dicho, tapadas, que vién-
dole tal y casi desangrándose, con mayor sen-
timiento que él creía, le forzaron á que entra-
se en él; y así, tanto por verse ir desmayado,
cuanto por el riesgo que podía acarrearla el hom-
bre qne quedaba muriéndose, sin esperar é, oir
de su boca la ocasión áe su &le\iosía, juzgando
que sin duda la dama del concierto y billete la
hubiera fomentado, y aun pasándole por el pen-
samiento que fuese la misma que burló la noche
funeral de su desgracia, teniendo en más haber-
se librado, obedeció á las que entoncee debía tan
buena suerte; aunque tan ñaco y sin alientos
respecto de la sangre vertida, que al arrojarse en
el estribo juntamente se quedó desmayado en ei
regazo de las piadosas damas.
Las cuales, con nuevo sentimiento y lástimas,
mandaron que por la puerta de Carmona diesen á
toda prisa vuelta á la ciudad, como, en fin, se
dispuso, y con tal brevedad, que con hallarse
bien lejos de su casa, antes de anochecer estaban
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 131
«n ella; don Sancho curado y restañada la san-
;grej aunque á poco rato, volviendo en sí, no sin
cgrande admiración se halló en un precioso lecho
rodeado de venerables dueñas y aun de hermosas
doncellas; no obstante que á las que le trujeron á
semejante albergue no le pareció, según las se-
ñas, que estuvieran en toda la cuadra. Con que,
extrañando á las damas, preguntó por ellas, y
juntamente quiso saber adonde se hallaba y si sus
huéspedes y amigos habían sido avisados de su
desgracia. Mas como á nada de esto para respon-
-derle tuviesen licencia, viéndole que, muy pena-
dlo, insistía en ello y que por entonces no convenía
decírselo, poco á poco se fueron levantando, y
dejándole solo y con tan grave confusión y de-
sasosiego, que, si hallara sus ropas, infalible-
mente se vistiera y saliera de dudas.
Empero, con todo esto, más se le pasaron de
<los horas que saliese de ellas, gastatido aquel
espacio en discurrir, pensar y maquinar sobre
el negocio que tenia entre manos, haciendo, con
«u indisposición y melancolía, discursos tan des-
Tanecidos y tristes, que el mejor fué juzgarse por
vendido; y así, ó ya presumía que las damas del
coche fuesen las mismas del billete, y quien sa-
cándole con su traza al matadero, viéndole en él
'defender su cabeza, trocando la hoja habían ase-
•gurado su castigo con el segundo engaño tra-
iéndole á aquel puesto para mejor vengarse, ó
^ue si este disparate, mal pensado, no fuese él^
sin duda, estaba en poder de don Pedro, bu her-
mano y enemigo mortal; y aal, viendo qae la
noche Be alargaba, volviendo al tema de querer
vestirse, con nueva furia se levantó del leoho j
no dejó en todo el aposento lugar alguno que bus-
cando sus vestidos yespada no trastornase; hasta
que oyendo de la parte de afuera el ruido que
sobre aquesto hacía, ó que quiz¿ de intento es-
perasen aquel punto, ó qne por otra causa lo
hubiesen dilatado, abriendo con mido ana pe-
queña puerta, recogiéndose á su cama don Sancho
vio que por ella entraba una mujer en cuerpo, de
basta veinticinco años, pero tan hermosa y gen-
til, que aunque él en tan diferentes provincias
había visto sujetos bizarrísimos, todos respecto
del presente le parecieron bosquejo ó negras
Sombras; con que suspenso á tan peregrina vista,
retratado en sns ojos, esperó lo que, acercándose
& su leoho, le decía.
CAPÍTULO xxxn
Dicese quién era aquella dama, y hallándote
don Sancho Ueno de obligaciones, goza jnejor
fortuna y nuevo estado.
IsRAtA la graciosa dama vestidos solamente los
últimoíí arreos, digo, pretina y faldellín de ana
tela tan rica, que sólo sos reflejos pudiman
dar luces á la cuadra; el tiempo era verano, la
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 183
hora mny cerca de medía noche, y así el venir
tan ligwa se pudo atribuir á estas razones; sí
bien no entendiendo el herido en tales circuns-
tancias, más sosegado recorría su memoria; y
atentamente mirando aquel divino rostro (aun-
que como entre sueños), se le antojaba haberlo
otra vez visto.
En este pensamiento sumergido, le cogió la
dulce voz de aquella dama, que con halagüeño
semblante, y no sin alguna Vergüenza y turba-
ción, le preguntaba cómo se sentía; á que sacan-
do esfuerzo de flaqueza, le respondió don Sancho
de aquesta suerte:
— Aunque mis heridas fueran más peligrosas,
no es posible que amparado de tal sujeto deje su
dueño de recobrar muy presto la salud perdida;
y asi, hermosa señora, si el haber conocido vues-
tra piedad puede excusar en mi nuevos atrevi-
mientos, encarecidamente os suplico me digáis
«n qué prisión estoy ó quién es el peregrino al-
caide que me guarda; porque si, como sospecho,
e& el que miro, inmortales quisiera fueran estas
heridas, pues alargándose su cura, juntamente
se dilatara mi cautiverio y el gusto inestimable
de vuestra compañía.
-^No encarecéis cobarde (respondió la bizarra
dama) vuestros pensamientos, si come sabéis di-
gerillos con palabras, igualárades á su ejecución
con las obras. Mas ya es propia galaneria de
los hombres prometer grandes cosas á las pobres
IS'Í CÉSPEDES T MKNESES
EOUJareB, y camplir deapaés lo qae friaa mejor
con HUB deseos y aun con sus torpezas y apetitos.
Yo estoy, seflor don Sancho, ibny desengaKada
en lenguaje y lisonjas semejantea; y así también
podréis TOS excusarlas, creyéndome por cierto,
que ¿ no temer lo qne menos deseo, qne es algún
accidente en vnestra salud, qne no excusara el
absolver vuestras preguntas fácilmente; porque
no obstante qne lo apresure vuestro mal conoci-
miento, en fin, conmigo puede más el cuidado
que be dicho y la cura de que por ahora tanto
necesitáis.
— No ha de ser eso la causA (replicó el sospe-
choso caballero) para que por más tiempo me
permitáis estar confuso; porque ni el achaque
presente es inconveniente que importe á un hom-
bre que ha pasado por otros innumerables y se-
mejantes peligros, ni mi paciencia y sufrimiento
podrá tuás tolerarse sin precipitarme primero
por aquesas ventanas: fuera de que oa aseguro y
certifico que ni aun caerse sobre mi aquesta
casa me ocasionara mayor turbación y disgusto
que negarme lo que os he suplicado, y vos debéis
hacer por no ponerme en desígnales riesgos.
De esta suerte, alterado replicaba don San-
cho, caando sentándose la dama encima de sq
lecho, advirtiendo con su sospecha tan terribles
razones, sin poder resistirlo, comenzó, si no i
verter menudo aljófar de sus ojos, al menos nn
líquido cristal en vez de lágrimas; de caya no-
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 135
vedad más admirado, queriendo proseguir menos
colérico, le suspendió el ver que la llorosa dama,
envueltas entre ardientes suspiros, pronunciaba
estas dulces razones:
— ¿Es posible, amado señor mío, que así tan
por la posta, como ahora reconozco en vuestro
olvido, pasaron en ese noble peclio los sucesos
amargos, que ya tuvisteis en esta triste casa; y
es posible que con tanta crueldad os hayáis per-
suadido á despedir del corazón, del alma, una
mujer que en esta misma cuadra, en este mismo
lecho, no ha diez años, que hallasteis descuida-
da del miserable fin que halló su honra entre
esos brazos? ¿Y es posible, señor, que así los ca-
balleros tratan tales mujeres, y que sin acuerdo
de vuestra obligación hayáis de j adorne llegar
á aquestos términos de tristeza y edad, sin gusto,
sin consuelo, y sobre todo sin remedio é inca-
sable, siendo yo aquel sujeto quien para su espo-
sa pretendieron tan grandes personajes, tantos
títulos nobles y tantos poderosos caballeros?
¿Cómo, y que esto permitan los cielos que nos
oyen, y el más cortés y virtuoso de los hombres,
y que en tan largo llanto, á tan continuas lásti-
mas y ruegos, no se hayan condolido los unos
ni enternecido los otros? Compadézcanse, pues,
en esta alegre noche, alegre porque os gozan
estos ojos, de quien, aunque forzada, sois el due-
ño. Cesen, pues, mis desdichas; suéldense ya mis
males y miserias: para vos me eligió el cielo, para
Í3S CÉSFEUES Y MENBSES
v'08 ha guardado la más espantosa máquina de
hacienda que hasta hoy vio la Earopa; gozadla,
pues, querido eeüor mió; despendan mis riqne-
zas esas manos, sirvan os de esplendor, despnés
de tantas fatigas; y si ya mi triste desventura,
mi contraria sueit'e á tan fuertes razones, á obli-
gaciones tales cerrasen por mi mal esos oiáos,
rendida estoy á vuestros pies; vuestro gusto obe-
dezco, vuestro gusto adoro , y cumpliróla con
acabar llorando la necia con&anza que hice de
vuestra fe, el crédito que di á vuestras palabras
y la piedad que, por salvaros, usé tan & costada
mi honra. Mas si esto asi queréis, si esto os pare-
ce justo, al menos, señor mío, no quede así la ha-
cienda de mis padres; no quede, no, ya que yo
me he perdido, al albedrio de mis deudos, á la
distribución de albaceas; tratar siquiera de que
este retrato vuestro (y aqui sin pasar adelante,
levantándose y llegando a la puerta por donde
había entrado, volvió, trayendo un ángel de la
mano, un hermoso rapaz de hasta diez años, y
prosiguió su razón tornando á repetir): que este
retrato vuestro, este consuelo único de mi alma,
quede de puerta en puerta. Vuestro y mío es,
noble don Sancho; esta prenda tan sola me de-
jasteis alimentada con mi sangre, criada entre
mis lágrimas y gemidos; pagadme en remediarle,
como os pido, los trabajos que padecí tantos
tiempos, encubriéndole y recatándole de mi ma-
dre y criados; las ansias y congojas oon que
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 187
siempre en su lecho pasé por el mismo temor, los
mortales dolores y la incomodidad con qne en
tan tiernos años le saqné á luz; y finalmente, en
la afrenta y vergüenza del descubrir mi falta y
el trabajo, traza y cautela con que, fingiendo
nos le habían echado á la puerta, dispuse su
crianza, su regalo y educación en mi propia casa.
Grandes son estas causas, grandes vuestras obli-
gaciones, no indigno mi sujeto, ni mi calidad y
bienes de fortuna, desestimables; consideradlo
bien, don Sancho mío; pensad cosas tan arduas
•esta noche; quizá algún astro feliz inclinará á
mi amparo vuestra voluntad.
CAPITULO XXXIII
Prosigue el suceso y ábsuélvense las dudas
y suspensión pasada,
A estas razones últimas llegaba vertiendo es-
pesas lágrimas la hermosa dama acompañada
con igual sentimiento del ángel bello que sacó
por padrino, cuando el noble caballero, como
quien despierta de un pesado letargo, despidien-
do del alma tantas dudas y mayores congojas,
quedó tal cual podéis ponderar; oyendo tales co-
sas, mirando tales prendas, y reconociendo la
verdad, el suceso, su culpa y obligación; con lo
cual, cubriéndosele el cuerpo de un sudor frío,
el alma de opresiones y verdades y el rostro de
138 CÉSPEDES Y MENESES
tiernas lágrimas, sin poder hacer menos, forzado
por infinitos modos, obligado por tantos caminos
y contento con tan extrañas dichas, abrió los
brazos, recogió madre y hijo, llamó esposa á su
dama, dio nombre de padre á su retrato mismo
y, finalmente, sin interrumpir tanta gloria, sin
dilatar su justa satisfacción, hizo llamar á algu-
nos criados, y en su presencia, y en la de su ma-
dre, que ya oyendo el suceso (que ella había así
dispuesto) llegaba á abrazar el nuevo yerno,
dio la mano de esposo á su hermosa hija; y con
ella principió el regocijo y fiestas de su casa y
familia; de quien luego entendió, como su espo-
sa era, no menos que el forzoso heredero del ri-
quisimo Claudio, la hermosísima Floriana, el
famoso Desdén del Alameda, el engaño amoroso
de su hermano don Pedro, la que él forzó la no-
che de sus heridas; y últimamente, la mujer más
perfecta, más rica y virtuosa de la mitad del
orbe; con que satisfecho del todo, quedó loco de
gusto, admirado del suceso y sobremanera glo-
rioso de haber puesto con él un firme clavo á la
inconstante rueda.
Y ciertamente don Sancho podía, con justísi-
mas causas, tenerse por dichoso; porque no sé yo
quién será el ciego y falto de discurso que así
no lo confiese, ponderando el fracaso de aqueUa
triste noche, el hallar la puerta abierta para tan
gran ventura, la impensada fuerza, el rigor de
la justicia, la piedad de los amigos, la buena
EL DESDÉN DEL ALAXIEDA 139
suerte de los países, la merced de su rey, el amor
de sus naturales, el socorro de tan grave trai-
ción, sus inopinadas heridas y la cura y servi-
cio que para ellas tuvo y, últimamente, el im-
pensado £n y paradero de su carrera. ¿Quién ^
pues, será en esta ocasión el atrevido que dé al
soberbio don Pedro, al que tenia por acabadas
sus pretensiones, al que con tantos años de ser-
vicios y gastos increibles se juzgaba por dig->
no de mayores empresas, aquesta triste nueva»
aquesta impensada salida y la última resolución
y desengaño de su amor? Ciertamente, que aun-
que él no merece nii^guna lástima, no puedo
excusarla en mi pecho; mas tales disposiciones
y rodeos son secretos juicios de Dios, á quien
hemos de venerar y no inquirir.
Don Pedro, persuadido á que Floriana le que-
ría, juzgaba esta falsa sospecha por certísima,
trayendo á la memoria el sentimiento que hizo
por tan largos días cuando fué herido; mas
ahora entendido este caso, ¡oh cuan burlado se
hallaría, porque lo cierto fué que la triste se-
ñora entonces lloraba su desdicha y encubría
su preñez! Y como ésta empezó la noche de sus
heridas y duró lo necesario y forzoso, engañó
con iguales apariencias tan locas esperanzas; y
así, despreciando tales casamientos con ansia de
su madre y pena propia, dio lugar que mientras
ella libraba en solo Dios el remedio de su perdi-
da honra, atribuyendo su tristeza á presunción
140 CÉSPEDES Y MEKESBS
SU absteridad y saepensión, otroa mtentos va-
&oa creciese el titalo de desdeñosa, y las quejas
de saa pretendientes, y amantes, si bieu en tan-
tos tiempos nunca aa madre presumió la caoss,
paea de haberla entendido, llano es que en estos
dias últimos no intentara, aunque ¿ mas no po-
der, el casarla con su cufiado, y asi es certísiiao
que hasta la noche del festín que Floriana re-
oonoció é, don Sancho, y aun danuó con él, el
volver 6, su casa con tan grate y repentino albo-
roto y algunos congojosos desmayos, la hioieron
juzgar su última hora, y juntamente por cosa
necesaria el dar cuenta & su madre del suceso;
con que no desconfían dol a antes como mujer
prudente asegurando su perdida esperanza, la
hizo no sólo recobrar el sosiego, más aún, diBpu- i
80 el acuerdo de hablarle, y trazó para ello el
billete y recaudo que habéis oido; porque la
verdad fué que Floriana le escribió, y no las
otras damas que él esperaba; las cuales, quizá en
saliendo del sarao, no se acordaran más de su
concierto, ni aun de que tal hombre estuviese en
el mundo. En fin, todas aquestas cosas entendió
don Sancho tan alegre y gustoso con sa nuevo
estado, cuanto alentado y fuerte en sus heridas;
tanto puede un súbito contento un no esperado
bien.
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 141
CAPITULO XXXIV
Despósase don Sancho] búscale la justicia; quie-
ren hacerla en don Pedro; socórrele su her^
mano y y tiene fin la histoHa.
jífN medio de este gusto, ó, por mejor decir, ea
sus principios, apenas rayaba el sol los chapite<
les y balcones dorados de Floriana, cuando lla-
mando con grandes golpes á sus puertas, enten*
did^ la causa, fué avisado de que el Asistenta
mismo y acompañado de otros caballeros y muchos
ministros de justicia, preguntaban por él; y así,
aunque presumió luego lo que era, no dándosele
. mucho, hizo que les saliesen á recibir; y final-
mente, en viéndose, el uno salió de cuidado (por-
que el Asistente, respecto de la recomendación
de S. M., le tenia grandísimo), y el otro entró en
otros en su tanto mayores. Admiróle, y no poco^
el hallarlo en tal casa; porque, aunque traía ba-
rruntos y premisas de ello por haber entendídose
el socorro y ayuda que le dieron sus daeños, así
con sus criados como con su carroza, nunca se
persuadió á qué habría . sido para más que po-
nerle en cobro, y así su diligencia más era á
informase de él que á buscarle en tal parte. Mas
cuando, enterado en todo el caso, miró á don San-
cho como á dueño absoluto de la hermosa Floria**
na, no pudo encarecerle su alegría , antes en de-^
112 CÉSPEDES Y MKNBSES
mostración de ella se ofreció por padrino de sus
bodas, y queriendo con tanto despedirse, ya en
pie, por contera de su plática, le refirió que, asi
«1 herido que dejó en voz de muerto, con otros
dos de los que habían huido, estaban en la cár-
cel, y confesos en su delito y culpa; en la cual,
por principal actor y delincuente condenaban no
menos que á don Pedro su hermano, que sin te-
mor del cielo ni aun del real amparo que le obliga-
ba á un crimen lessej les había inducido á que por
quinientos escudos le matasen, y que andando
muchos días antes en su espía la tarde preceden-
te, valiéndose de su descuido y soledad le habían
acometido, según habéis oído; y no parando en
en esto el Asistente, concluyó su razón con de-
cirle cómo también su hermano, prevenida la
fuga que hacía á Portugal, estaba ya en la torre
y puerta de Triana con prisiones y guarda sufi-
cientes. Despidióse con esto dejando al herido
don Sancho con nuevas lástimas y aun mayores
cuidados, y tan en sumo grado, que temiendo el
peligro de su hermano, sin reparar en el suyo ni
en la traición y maldad cometida, juzgó por mal
obrada su alegría y aun por muy necesario el
consuelo de su nueva desdicha.
¡Oh poderosa fuerza de un ánimo juntamente
generoso y honrado! ¿Quién creerá semejantes
extremos, y quién el exceso notable que poco des-
pués de esto ejecutó sobre la misma causa? En
cuya prosecución y sustancia, dando el Asis*
EL DESDÉN DEL ALAMEDA 143
tente cuenta de todo al rey, fué sentido el suceso
por sumo atrevimiento, y encargándole con veras-
su castigo en breves días, fué don Pedro senten-,
ciado á degollar, si bien él estaba, de haber enten-
dido su desengaño y la buena fortuna de su her-
mano, tan desesperado y doliente, que hizo poco
caudal de la sentencia; y no cesando en esto sus
desdichas, como fuese el sujeto melancólico,
cavando poco á poco en sus discursos, sin poder
reprimirse, cayó en tal enfermedad, que á los
primeros accidentes le turbó el juicio.
Con todo, en tanto aprieto, sus deudos apelaron
al Audiencia; pero importara menos esta diligen-
cia si el piadoso don Sancho, con ánimo de verda-
dero hermano, no acudiera á su defensa. Y asi,
aun sin estar convaleciente, entendida la apresu-
rosa sentencia que amenazaba á don Pedro, y la
certeza de su conñrmación con tácito seguro de
que en veinte días no se ejecutaría, á pesar de su
esposa, partió en ligeras postas á Madrid, que,* á
no ser tan robusto, esto sólo le costara la vida.
Y en llegando se echó á los pies del rey y le pi-
dió la vida de su hermano; y no . obstante que
•aquella su admirable severidad suspendió la res-
puesta más de lo que el término pedía, el noble
caballero hizo tantos esfuerzos y se valió de tan
grandes favores, que al fin alcanzó su perdón,
mas con tal cortapisa, que luego se entrase en re-
ligión y profesase en ella, y esto por haber enten-
dido [el estado de su enfermedad, que si no su
144 CÉSPEDES Y MENESES
profesión fuera en Oran ó Melilla; y finalmente,
aplicando de hecho su hacienda y mayorazgo al
forzoso heredero, cosas que, aunque al parecer
eran muy duras, don Sancho las aceptó en su
nombre y con la misma prisa. Después de haber
cumplido su deber y respetos volvió & Sevilla y &
su casa, adonde de una y otra fué recibido y ce-
lebrado con voluntad y amor jamás oído.
Publicóse el perdón, y así don Pedro se entró
en el convento de San Pablo, adonde, apretado
de su enfermedad, cayendo y levantando, vivió
dos años, sin que en ellos su hermano tratase de
la aplicada hacienda, como ni la admitiera si vi-
viera dos siglos. Con lo cual, quedando para ca-
ballero particular el más rico y poderoso de Espa-
ña, y habiéndose celebrado sus casamientos con
el mayor aplauso que vio Sevilla, vivió en ella
en compañía de su amada esposa y en correspon-
dencia envidiable con sus dos amigos los herma-
nos flamencos; y teniendo ocho hijos y otra her-
mosa Floriana, á todos les fundó grandiosos ma-
yorazgos y á todos los vio puestos en estados
dignos á su calidad, que fué la última felicidad
de sus buenas dichas, y la mayor que puede ha-
ber en esta vida transitoria y perecedera.
La Constante Cordobesa.
CAPITULO XXXV
Historia tercera ^ sucedida en Córdoba; con el
antiguo oiñgen y fundamento desta ciudad,
fcfS tan notoria y conocida en lo descubierto del
orbe la antigüedad, fundación y excelencias de
la cindad de Córdoba, tanto por su originaria no-
bleza cuanto por los ilustres varones que así en
armas como en letras ha producido en todos
tiempos, que pudiera excusar por demasiada esta
breve narración si no temiera que el interrumpir
el estilo con que he comenzado había de censu-
rárseme con nota. Y así, por disuadirla, en pocos
renglones haré de sus grandezas eate fácil re-
sumen.
En las vertientes y amenísimas faldas de la fa-
mosa Sierra Morena, y en lo mejor y más poblado
del Andalucía, está fundada la ciudad de Córdo-
ba en un llano hermosísimo que entre la sie-
HISTORIAS PEREGRINAS 10
!
L.
14(! CÉSPEDES y
rra y caudaloso río Guadalquivir formó natura-
leza para asieato y mayor esplendor de bq pobla-
ción, á quien, según Plinio, Estrabón y Otros
autores edificó Marcelo, insigne capitán de los
romanos, y no así como quiera, disponiéndola
con los soldados comunes de aa ejército, sino en-
tresacando y escogiendo dél la ñor de la nobíeza,
los patricios y caballeros más ilustres de Roma.
Y así parece que desde aquellos memorables
principios ha conservado generosamente aqaeste
maravilloso pundonor; pues boy es cierto no bay
cindad ni población en toda la Europa de más
limpia y apurada nobleza, ni en su tanto de máa
caballeros de sangre y mayorazgos riquísimos.
Es su terreno, au comarca y ribera, abundante
.depan, vino y aceite, frutas y seda, y aobre
todo célebre y conocida por los veloces y alinda-
dos caballos que produce, y por las aguas puras
y delicadas del Bétis, en cuya margen hacen
sus altos y torreados muros majestuosa y agra-
dable vista. Los aires son saludables y delgados;
de suerte que aunque en parte la infama el calo-
roso estío, ellos, con su bondad y frescnra, parti-
cipada de la vecindad del rio, baoen bien enga-
ñosa esta opinión.
De sus templos magníficos, en quien m&s res-
plandece la piedad de sus moradores, ni de sus
grandes palacios, suntuosas casas j peregrina
iglesia catedral, dicho está harto con Itabei
apuntado la antigüedad, riqueza y noblesa por
LA CONSTANTE CORDOBESA lAl
tantos años continnada en sus hijos; pues ella,
con más elegancia y verdad que mis renglones,
liablará en su derecho; y así sólo daré un fácil
rasguño por su mayor iglesia. La cual fué pri-
mero la mayor mezquita que tuvieron los moros
después de la de Meca; y según el Suplemento de
las historias, su notable y suntuosa fábrica se
comenzó por Abduramen en el año de 892. Tiene
^ naves, con infinitos y compasados arcos sobre
mármoles y columnas de jaspe, que pasan de 500.
Y aunque conforme los edificios árabes y respecto
-de su grandeza es la techumbre baja, empero aún
en aquella forma representa una espantosa y os
tentativa máquina, como también hacen alarde y
muestra los alcázares y jardines reales de que es-
tán hermoseados y en perdurable primavera.
Hablando Marcial de las cosas de esta ciudad
dice que había un plátano en aquestos alcázares
de tan monstruosa y exquisita grandeza, que cu-
bría con sus hojosas ramas la mayor parte de
ellos; que &i fué así, no sé yo cómo le ponderó tan
sobrepeine; si bien ahora se pudiera mejor culpar
en mi diferente objeción, pues olvidado de lo más
esencial, he antepuesto en esta descripción las
ruinas, los vestigios, las murallas y torres á los
edificios vivos, á los verdaderos y más admira-
bles monstruos; pues no lo han sido menos, entre
los hombres, sus excelentes hijos. Dos Sénecas,
un Lucano, un orador Balonio, un cristiano y
doctísimo obispo Osio; un Avicena, unBasis, un
148 CÉSPEDES Y MENESES
MoyseSy médicos famosísimos; un Aben Rniz, co-
mentador insigne de Aristóteles, y, finalmente, el
ingenioso y venerable Juan de Mena; y sobre
todo el valiente y Gran Capitán Gonzalo Fernán-
dez de Córdoba, honra de sn patria y gloria de
su nación; con cuyo ilustre remate cesaré en las
demás excelencias de esta ciudad, y empezaré el
suceso que en ella tengo prometido; en quien su
principal persona es no menos que un caballero
de su esclarecida sangre, con que más animosa y
atrevida se alentará mi pluma , haciendo del la
narración siguiente.
CAPITULO XXXVI
Dase principio á la ofrecida historia; dicese
quién es el principal personaje de ella, y al-
gunas hazañas de sus progenitores,
j^K los años pasados de 520, gobernando estos
reinos, por el ausencia de la católica y cesárea
majestad de Carlos V, el cardenal de Tortosa, sti
maestro, que después, con el nombre de Adriano,
fué Pontífice máximo, vivía en esta ciudad don
Diego Fernández de Córdoba y Montemayor,
nobilísimo mancebo, en sangre esclarecido, po-
deroso en hacienda y por sus buenas partes ama-
ble con sus conciudadanos y una de sus mayores
cabezas.
A este caballero, habiéndose primero servido
...^^
<lél en Bua primeros años, casó la majestad de
Carlee con una ilustrísima señora llamada do&a
Aldonsa Osaorio, tanto ¿ án de aquistar algu
diferencias, cnanto por hacerle con mujer
poderosa (qne lo era mucho esta dama) una gi
de y señalada merced. Reconocialo asi don 1
£0, y deseando se conociese en sus obras, cot
CÓ á sus casamientos la nobleza mayor del Ai
Inola, á quien con esplendor, magni&cenciay \
tos festejó, sieudoaelmesmolasfiestas, los ton
y máscaras tan grandes, tan continuos y var
-qne dejó su nombre bien conocido en España, a
qae no lo es poco el de su antigua estirpe, e
progenitores valerosos, cuya originaria valeí
y magnanimidad parece que, de padres á h
heredada, es tan perdurable y excelente, yt
la famosa casa de Aguilar, ya en la de los coi]
de Alcaudete, Sésar, Feria, G-uadalcázar y oi
innumerables que, como ramas de sn firme troi
se han extendido por lo mejor de Europa, m
tras durare eu ella la memoria de los homb
y así, no pienso yo que debe aquella genei
ciadad á ningún hijo suyo más honrosas haza
en 8u provecho ni mayores servicios en su del
sa que i, los de aquestas casas referidas, de qi
si me fuera lícito contarlas fácilmente desen
fiasen mi verdad su crédito. Pero aunque se a
gue algo el suceso, ya que no las mayores, d
entre tantas, dos, en que, supuesto qne voy & r
zar y engrandecer más conveniente el lit
principal de esta Historia, habrá de sopllrseme
su breve dilación; fuera de que también apetece-
rá el curioso saber con gusto, con la antigüedad
y excelencia de bus claros ascendientes de don
Diego, ia canea original y tan decantada en Es-
paña de haberse llamado Campa de la Verdad
aquel llano extendido que tiene su ciudad pasado
el puente; y aun antes desto, el becbo memora-
ble y de pocos sabido que emprendió Martla
Alonso de Montemayor en el cerco y socorro de
Castro del Rio,
Y así, con esta saina, digo que Alonso Fer*
nández de Córdoba, hijo de don Fernán. Núñes
de Temez y Donora, seijora de Dos Hermanas,
qne fué Adelantado del Audalucia y dueño del
lugar y Torres de Cañete, tuvo dos hijos, Martin
Alonso, que heredó Dos Hermanas, y Hernando
Alonso, que sucedió en Cañete. Martin casó con
doña Aldonza de Raro, hija de don Lope, el qne
llamaron el Chico, mayordomo mayor del rey
don Alonso, y á quien, porque se vea coán gran-
de estimación se hacia entonces de esta familia,
diré lo que en el tal casamiento acaeció.
Parece ser que se dispuso éste sin sabiduría del
rey, de lo cual, muy sentido, reprendiendo & don
Lope, le dijo que cómo sin su orden se había
atrevido á casar con ningún su vasallo á sa hija.
A que cuentan haber respondido don Lope con
despejo y valor qne no lo había hecho, seg&n dt-
bfa, temiendo que 8. A. lo habla de impedir 7
estorbar para casar sa yerno con la infanta bu
bija. Que ciertamente fué gallarda satisfacción
y estimable salida al enfado y enojo de su rey
Has dejando esto aparte, después de algunos
días, viniendo moros contra Castro del Río (1
gar entonces áe estimación é importancia notí
ble), fné cercado por innumerable gentío,
onyo remedio, siendo el dársela & cargo de '
ciudad, sa juntó en ella lo mejor de la provinci
pero no conviniéndose en el modo y crecianq
con la dilación el peligro, Martin Alonso, coní,
verdadero hijo de sa patria, dijo que silepr
metiesen socorro, él se aventuraría á meter en
villa, por medio de sus enemigos, gente y bastí M,
mentó que entretuviese su ayuda. Ofrecieron.
así, y juraron de acudirle con mayor prevenoié
con lo cual, sin detenerse un punto, partió'
Montomayor, castillo inexpugnable y & quien ■
había fundado, en donde y en Dspejo, juntaní
alguna gente, al romper del alba, con énin
dacísimo, rompió él juntamente, y no asi
quiera por diez ó doce mil hombreí
ipantoso é innumerable ejército de doscieiit'.| U | .'| A,'^
il mm-ni^; por el cuat CU uH instante, acaudilla! ¿^ Í^VW
mil
do sus buenos soldados, llegó & la fortale:
bien se deja entender si en tan grande pelig
mostrarla necesariamente su valentía y es fuer z
y si en el que ahora, pasados loa reales, le aobr.
vino, seria preciso conformarlo; porque es de aabr
que cuando más acosado, pensó tener suánio
:í
152 CÉSPED BS y MEMESES
atrevido algún reparo, el que halló fué tapiadas
las puertas del caijt¡llo,y eacima de su poca gente
el numeroso y contrario ejército, de quien rode-
ado, sin defensa ú murallas, comenzó nuevamente
& verse compelido; y ciertamente que parece in-
creible que tan poco número pudiese sustentarse
un tíolo instante. Mas era león fuerte el capitán,y
asi, aunque sus soldados fueran mansos corderos,
Hicieran aún mayores efectos; y vióde claramen-
te esta verdad, pues sin turbarle el temeroso
riesgo, volviéndose é. romper por desiguales tro-
pas 7 peleando á veces con valor invencible, i
pesar de tan grande morisma, rodeó la fuerza, y
por un pequeño postigo descargó el bastimento,
metió su compañía y socorrió el lugar casi per-
dido, granjeando la mayor fama, opinión y nom-
bre que tuvo capitán en bu tiempo; y tanto, que
en oyendo el rey moro, el dueño del suceao, des-
confió del suyo y alzó el real, volviéndose afren-
tado. De suerte que podemos decir que el valor
admirable de este hombre atropello un principe
tan poderoso y á un ejército tan desproporcio-
CAPITULO XXXVII
Prosigúese este asunto y escríbese el mentor
origen del Campo de la Verdad.
^o fué eata hazaña el servicio menor qae dt
bueaoB hijos recibió bu ciudad; pues no m
después don Alonso Fernández, hijo de eati
ballero, emprendió el hecho memorable de q
al campo referido le quedó el nombre de la
dad, el cual pasó de esta manera:
Parece ser que como el justiciero rey don
dro fácilmente se dejase enga&ar de algunoE
intencionadoa, y quisiere, por ciertas sospec
hacer matar á nuestro don Alonso y ¿ don i
zalo Fernández de Córdoba, su primo y eeñi
Agailar, porque aun por chismes y conseja
las no era menor el castigo de este principe,
vio á este efecto al maestre de Calatrava,
Martin López de Córdoba, que mejor inforx
y cierto de la falsa relación que al rey se It
bia hecho, sobreseyó en su voluntad, de lo
fué tanto el coraje y sentimiento que recib;
sangriento ánimo, que, sin más suspenderlo,
mando por venganza, se avino con el rey de
mada, y al fin de disponerla en su poder, le
metió á Córdoba, y con tal conveniencia sac
Jos dos el mayor ejército que jamás se vi
aquellos contornos. Y dando vista á la ciud
xnayor temor á sus moradores desapercib
154 CÉSPBDSS y MENÚES
porque nanea creyeron de sa principe y se&or
satnr&l semejante resolacíón, faé tan notable bd
fidelidad y sn lealtad tau maravillosa, que aon
do entrar por el Alcázar Viejo loa oontra-
, no bnbo hombre qne se les opasíese, respe-
lo la presencia de sn rey, queriendo antes
lerse que tomar las armas en eu contra. Y
ira adelante este desmán si, advirtiéndolo
mas principales señoras, no salieran por las
38 y con ruegos tristes y tiernas lágrimas les
aran de tan necia perseverancia; 7 con tan
1 efecto, qoe no sólo los obligaron á compeler
is que entraban, retirándolos con machas
rtes, sino que nombrando por sn capitán al
e don Alonso, se dispusieron á mayores em-
las. Y asi hecha sn elección, y junta baena
e'de gente, envió al rey un mensajero pí-
idolese sirviese de aquella ciudad, y como
irincipe 7 señor, entrase en ella y dispusiese
US vidas 7 haciendas como mejor le parecie-
(nas que esto fuese sin semejante compañía,
a cual, respecto de ser enemigos de Dios, es-
m resueltos á defender su religión 7 Fe. A
ual, como la indignación de don Pedro no
:itfa megos ni ínter misiones, la respuesta que
fué más llena de amenazas, pues juró de oas-
r de tal manera la ciudad, que sólo de los
ios de las mujeres se llenase el Pilar de la
redera, y bebiesen los vivos sangre en vez del
a que entonces corría.
LA CONSTANTE COUDOBESA 165
Esta fiera y crael resolución cubrió las gen-
tes de lágrimas y miedo, digo al vulgo y común
que, como novelero sin atender á más, viendo á
su valiente capitán que salía á pelear, se persua-
dió á que se iba á concertar con los moros, y
creció de suerte su infame presunción, que llegó
á los oídos de doña Aldonza de Haro, madre del
dicho don Alonso y de don Lope Gutiérrez de
Córdoba, alcalde mayor de la ciudad y señor de
Montilla, de quien descienden los de Guadalcá-
zar, la cual, saliendo al paso de sus hijos y en-
contrándolos debajo de los arquillos de la igle-
sia, sin mayor advertencia, á grandes voces les
dijo:
— ¿Ah don Alonso? Advertid que estas gen-
tes me han dicho que vais á entregarnos á los
moros; y si esto ha de ser así, permita el cielo
quitarme antes la vida que ninguno me llame la
madre del traidor.
Mas no dejándola proseguir su noble hijo,
arrojándose del caballo y besándola la mano, la
satisfizo respondiéndola:
— Guando yo no tuviera sangre vuestra aún
se pudiera dudar mal de mi lealtad, cuanto y
más siendo vuestro hijo. Y tomando el caballo
con más cólera, levantando la voz, discurrió di-
ciendo: «Quedaos á Dios, madre y señora mia^
que al campo salgo, donde se sabrá la verdad.»
Esta es la causa y el origen famoso de su
nombre, mayormente con lo que luego sucedió;
; CÉSfHUES y MENBSES
'■" Baliendo con gallardo denuedo, en pasan-
'uente, mandó echarla por el snelo, licen-
primero iotrépido y feroz á cnantoa de
'OS 86 quisieron volver; y con semejante
i, resueltos ¿ morir él y los que le acom-
in, no sólo, ayndados del cielo, rompieron
: reyes, sino qne, siguiéndoles hasta Cas-
Bío, dejaron hecho de sn sangriento ea-
lloroso y memorable acuerdo para sds
;os, y á sus descendientes y hijos eterno
Inrable renombre, dándosele asimismo á
campo extendido teatro de sus grandes
is.
is han sido y fueron los troncos nobilisi-
e adonde, entre otros ramos, procedió el
pal héroe de esta historia: si bien es justo
jemos primero lo que en ella pareciere de-
tble ¿ su sangre; pues la amorosa cansa
>ligó sus muchos desacuerdos bastante-
disculpa da & mayores yerros,
amos, pues, el hilo del discurso, dejando-
ido y entretenido en los regocijos y fiestas
bodas. En medio de los cuales nació el
I de sos desvelos y mayor ocasión de sus
tos; porque no fneran ellos contentos y
is de ta tierra si no trnjeran tras de si fra-
íristes y desastres latimosos.
I CONSTANTE
CAPITULO XXXVIII
Ultimas fieetae en las bodas de don Diego,
trágico suceso que tuvieron.
XlAOíAKBB por remate y fin de tantas ñesta:
Tina de estas noches, ciertos torneos y masca
para cuyo efecto, atajando lo safíciente dt
plaza y calle de don Diego, igualaron con '<
tanajes y andamíos de madera los cercanos
floios. T siendo mantenedor é! hubo tanto
admirar y tantas galas, cifras, invenciont
letras qne ver, qne, á pretender particularia:
todo, creciera sin propósito este volumen. Y
por escribir solamente lo importante al inte
diré el fin que tuvieron; pues no fné menos
timoso y terrible que venirse con estrépit
rumor espantoso ano de aquellos artificii
ventanajes al suelo, que, oprimido de la inuu
rabie gente que le ocupaba, fué el estrago
hizo, no poco miserable y sangriento,
. N'o quedó á tan impensada ruina hombre
ventana, plaza ni tablado que no acudieS'
remedio de ella, y hasta los caballeros del pa
que, arrojando las armas, las plumas y libr
fueron de los primeros. Con esto, el rumor
aumentándose; y asi la temerosa confusión
paso que los tristes gemidos, llantos y vo
parece que crecían; y mayormente no oyénd
ni viéndoee otra coea que miembroB desgarrados,
cuerpos partidos, golpes y terribles heridas y,
Bobre todo, arroyos de sangre, que envueltos con
los tristes gemidos y quejas de los que la derra-
maban, formaba junto un horrible y lloroso es-
pectáculo.
En este concurso de desdichas, y en medio de
miserias tan grandes, no fué, pues, quien menos
asistió á su remedio don Diego de Córdoba; an-
tes juzgándose por el más obligado con noble y
generoso espíritu, acompañado de criados y la-
ces, atajó muchos males. Y así, sacando caai
ahogados á los que ya anhelaban con la maerU,
y haciendo abrigar y recoger en su misma casa
á los que, con más cierto peligro, necesitabas de
sacramentos y otras medicinas forzosas, sin pa-
rar, discurría á unas partes y & otras, hasta que
no habiendo más qne hacer, cansado, aunque no
satisfecho, en sus piadosas obras, al volverse i
su casa, como para salir á lo ancho, quisiese sal-
tar unos andamies, yendo á poner los pies en loe
maderos rotos de sus últimas ruinas, parece qne
se le enmollecieron; y sintiendo blandura, no sin
particular providencia del cielo, sospechando
algún daño, muy á prisa mandó quitar las tablas
y maderos; debajo de las cuales, no sin grande
lástima, halló que en medio de un tapete de es-
trado y casi en él amortajada y revuelta estaba
una mujer, cuyo adorno precioso, pocos afios y
hermosiüimo rostro, si bien matizado de recién-
te sangre, acrecentó no sólo el sentimieitto,
el cuidado de au remedio, pareciendo^
de suerte. Y asi, con nueva compasión, 1
la en sos brazos, aunque siempre juzgó
ba muerta, coa todo no paró hasta pa
los de au esposa, que en este ínterin, n<
nos piedad habla mostrado con los rao
ridos que ae acogieron á su amparo la t
ternura de su pecho; con que pocas
fueron bastantes á que al da&o presente
de remedio, ya previniendo cirujanos y
ya, como en tan grandiosa casa, alberg
pedaje conveniente. Todo lo cual, aún s
jó con más extrema luego qne cpnocida
y otros se advirtió su calidad.
Era, pues, esta seDora herida, ó por ¡
cir medio difunta, una doncella, aunq
hija de padrea nobiliaimoa y caballero
conocidos en aquella ciudad; no obstan
esta sazón, viada su madre, vivía en ai
compafiia, de adonde sacándola, á su pe
el torneo unas parientas auyas, ocaaio
deagracia, y aun participaron de igual
Y así entendido esto, sin mayor dílacii!
avisar don Diego & su afligida madre
aunc^ne al momento vino cubierta de t
grimas é insistió en llevársela, todavía
permitido; antes los piadosos huespede
garon á que también se quedase acompt
Fuera lo demás poner la dama en notori
160 CÉSPEDES Y MENESES
).
gencia por su mortal peligro. Con qne le fué pre-
ciso obviarle y asistir á los machos y eficaces
remedios que para volverla en su acuerdo se le
hacían, como, en efecto, el más esencial punto
y consistencia de su vida, la cual , fomentada
con tacitas medicinas como buenos deseos, al
cabo de dos días, volviendo algún tanto en sí,
mejoró su esperanza y consoló á los presen-
tes. Y yendo poco á poco recobrando el espí-
ritu, al mismo paso que se morigeraron los tu-
mores, los golpes cárdenos y la sangre espar-
cida, fué descubriendo en su rostro un portento
admirable, un retrato del cielo; tan bello era el
sujeto, que pudiera en su efigie, no sólo ponde-
rarse lo más hermoso de la tierra, mas conocerse
juntamente la suma perfección de su Criador.
CAPITULO XXXIX
ponvalece esta dama y su salud causa diferen-
tes efectos en sus ilustres huéspedes.
i9ejó esta impensada y peregrina vista cuando
llegó al punto y perfección que he referido, tan
asombrada y suspendida la familia de don Die-
go, que no se hablaba en otra materia, y aunque
todos, en general, contentos, no así igualmente
doña Aldonza y su esposo (digo, no á un mismo
fin), porque si ella con piadosas entrañas juzgaba
alegre el haberla hecho el cielo segunda causa y
i
LA CONSTANTE CORDOBESA 161
instrumento en la vida de aquel ángel hermoso,
don Diego, arrepentido y triste de haber traído á
su casa el incendio de ella, no sólo blandeaba en
la debida fe á su nuevo estado, mas compelido de
una secreta y poderosa fuerza, temía y aun llo-
raba su perdición; si bien, como discreto, procu-
rando en los principios atajar su fuego cuanto
podía, retiraba la vista de su hermoso huésped,
divertiendo el alma y pensamiento entre los amo-
rosos y tiernos lazos de su mujer, pues no sólo
por la virtud de su alma, más aún por las partes
graciosas de su cuerpo, por su nobleza grande y
riquezas sin número, era digna de correspon-
dencia y voluntad perseverante.
Pudiera yo, considerando tantas razones, ad-
mirarme, y no poco, en la fragilidad de este ca-
ballero, la cual, advertida en lo superficial,
muestra gran mengua, indigno proceder, corta
afición y menos voluntad con tal persona. Por^-
que ni en su excusa militan, ni aun podemos
juzgar en su favor las disculpas del lecho coti-
diano, de la mesa común, del ordinario hastio y,
finalmente, de una posesión continuada y proli-
ja, porque aunque todas son razones impías y de
malos casados y peores cristianos, no podía don
Diego valerse de ninguna, piíes apenas mudó
estado, tomó la^ posesión de su esposa, cuando
mudó también de pensamiento, prevaricando sus
honrados propósitos.
Empero, aun dando más este particular, no
HISTORIAS PEREGRINAS 11
En efecto; iuaistieiido por ahora cuerdamente
en huir la ocasión, no sólo el tierno mezo se es-
forzaba atrevido, mas juntamente solicitaba la
cnra y convalecencia de la enfermedad, pare-
ciéndole que siendo asi preciso el volverla & su
casa, quitada la causa principal cesarían loa efec-
tos de su operación. Mas enga&óse en esto noto-
riamente, poríjue apenas doBa Elvira en salnd,
rindiendo con su madre humildes gracias ; ofre-
cimientos, dejó su casa, cuando en la privación
de su vista creció el fuego mayor de sus deseos,
de quien dejándose vencer, precipitadamente
cayó en un inmenso piélago de amor, y no obs-
tante la cuerda resistencia, sometió la cerviz al
fiero yngo, y la voluntad, libre y exenta, & xina
injusta tiranía que dominó en su alma, en sus
potencias y sentidos; de suerte que, aun después
de largos días y prolijos disgustos, fuénecesario,
para sacarle de tan duras cadenas, medios y
fuerzas sobrenaturales y portentosas.
' LA CONSTANTE CORDOBESA 1G3
Llevó, pues, con tal solución la corresponden-
cia adelante, visitando á dofí.a Elvira y su madre,
y ellas diversas veces á doña Aldonza.
CAPÍTULO XL
Presume el ciego amante contrastar á la hones-
ta doña Elvira, valiéndose para ello de dife-
rentes medios y caminos,
iIalló don Diego pobrisimo el menaje dé su
casa, las paredes desnudas, la sala sin estrados
y, en conclusión, un grande y antiguo solar lleno
de arneses viejos, de adargas rotas, de lanzas y
banderas, trofeos Honrosos del padre de su dama;
pero en cuanto á lo demás, vacía de lo forzoso y
necesario y aun de sillas en qué poder sentarse;
con lo cual, pareciéndole camino para obligarla,
trató de que secretamente se arremediase con
larga mano tanta incomodidad.
Mas ya la hermosa doncella, cuando intentó
estos medios, había penetrado por sus ojos lo in-
terior de su pecho; porque aunque era niña y de
corta experiencia, es tal la enfermedad de amor,
que aun deja conocerse de los más incapaces;
y así, con discrección y blandura, rechazó el re-
cibir lo que otro día trajese tras de sí la paga ó
una aparejada ejecución en su honra. Ejemplar
puede ser este en las muchas ocasiones de nues-
tros tiempos, en quien no hay ñrme roca, no hay
♦ ^F
I'
164 CÉSPEDES Y MEÑESES
castillo inexpugnable, que el interés no venza y
avasalle; siendo esta dama (aunque noble) pobri-
sima, y por consiguiente, cargada de mayor pun-
donor y obligaciones, ninguna fué parte á torcer
Su propósito; antes, viendo que picado don Die-
go continuaba las visitas y que de ellas ni sus
entradas ni salidas podía resultarle mejor crédi-
to, por no perder el granjeado, trató de parecer
primero descortés, y así, con tal intento, ó se
negaba declaradamente, ó si alguna vez la cogía
descuidada, con desabridos ojos daba á entender
su poco gusto.
De esta manera vino á saber su amante el ruin
efecto de sus cuidados y la mala acogida de su
voluntad; con que perdiendo el alegría y aun la
conversación de sus amigos, estuvo en poco de
perder la paciencia. Había hasta aquel punto
conservado el secreto; mas viéndose irremedia-
ble y falto de consejo para tomarle y consolarse
mejor en tan ciega pasión, dio cuenta de ella á
su mayor amigo, á un caballero de su misma
sangre y con quien solía comunicar sus más ar-
duos negocios. Y aunque don García (era este su
nombre) procuró desvanecerla en los principios^
ya afeándosela con la obligación de su nuevo es-
tado, y ya dificultándole la empresa, viéndole
firme en ella, hubo de ponerlo los hombros, y de
común acuerdo, juzgando por remedio el decla-
rarse y que esto fuese mediante otra mujer y
con algún billete, sin mayor dilación lo dispusie-
.^3
.^Nii
LA CONSTANTE CORDOBESA 165
ron. Porque don G-arcía buscó un valiente terce-
ro, y tal, que ni la famosa Celestina ó Claudina
igualaron sus obras, ni Tulio ni Démostenos su
perversa elocuencia; y así, don Die^o, habiendo
escrito según su motivo el siguiente papel, se la
entregó en sus manos.
Papel á dolía Elvira.
«Nunca entendí, señora, que del haber piado-
samente reducido á mi casa el fuego abrasador
de vuestros ojos, y deseando con tantas veras
vuestra vida y salud, hubiera redundado todo en
mi daño y perdición; pues es cierto que de uno
y otro no sólo nacerá el incendio y ruina de mis
cosas, mas juntamente, al peso de vuestra ingra-
titud, mis mayores desacuerdos y penas. Yo es-
toy, reconociéndolas tan impaciente, ó por mejor
decir, falta de discurso, viendo cuan mal estimáis
esta vida, que temo y muy en breve, si no mu-
dáis estilo, hallarme arrepentido y pesaroso de
haber (con la que os restauró mi propio brazo)
dádoos armas y avilantez para tantos despre-
cios; porque aunque (como quien soy) confieso
no merecer vuestros favores, por otra parte al-
canzo que pudiórades moderar el desdén y cono-
cer que me debéis la vida; y cuando esto no que-
ráis entender, á lo menos, por fin de este papel,
os ruego que siquiera creáis no ser buen camino
reprimir el raudal de mi furioso amor con el
mayor incentivo de despreciarle. Kespondedme
resaelta y no de snerte qne experimentéis el tris-
te estado en que me reconozco; el cual es tal,
qne juzgo mil desdichas en mi crédito é irrepa-
rables dafios en mi salnd.*
CAPITULO XLI
Resoliición de doña Elvira, su respuesta
£rOK cierto maravillosa muestra de un ciego,
loco y desatinado deaeo; y bien hace don Diego
en llamarle furioso amor, porque semejante pa-
pel, tal discurso y palabras, qne bien las escri-
biera menos que arrebatado del frenesí de sn VO'
Inntad. Mas disculpémosle en alguna manera;
no afeemos del todo la opinión de aqneste caba-
llero; sírvale, pues, de excusa lo mismo que la
sirvió de objeto y culpa; la furia de su amor, el
incendio de su alma, tas llamas vivas' de sns de-
seos crueles y ñnalmente, la yesca, el incentivo
poderoso de los desprecios y desdenes de su
dama, la ingratitud de sus buenas obras, el olvi-
do de tan grandes beneficios y mal conocimien-
tos que, á au parecer, mostraba la restauración
de su vida y ser.
Y si alguno dijere qne estas mismas razones
militan mejor en alabanzas de do&a Elvira, pues
sin reparar las atropella á todas por conservar-
LA CONSTANTE CORDOBESA 167
se honestSj á esto responderé que no por otro ín-
coQveaiente pintaron ciego el poderoso ai
que aaí, ciegamente nuestro perdido amant
mal conocer semejante verdad, tan mal aja
y bien digeridas causas, con que faltandc
sentido tan esencial fuerza es que había
en mil tropiezos j barrancos mayores. En
papel se le dio & sa dama por mano de la
que he dicho, en qno no menos ae mostró
gnedad del que la envió; pues ya no era
valerse de sujeto tan vil había de llorar a:
sámente do&a Elvira. Mas, con todo, la caí
lestina, con achaque 6 propósito llegó á :
sencia, y proponiéndola primero la fuer
que temerosa y oompelida de un mozo pe
y arrebatado venia á tal diligencia, juntt
la propuso en su idioma el miserable esl
que se hallaba, las obligaciones que ella I
y la facilidad y secreto con que podía h
brevemente riquísima y fuera de necef
tan largas; y en conclusión, abrevió su
pidiéndola leyese el billete y la resolnciói
respuesta.
&abía doña Elvira, desde que atendí
razón primera, determinado en si el darse
vieja tan áspera y terrible, que quedase {
moría de su atrevimiento sepultada en i:
queresa sima. Mas cuando llegó á leer el
y en él á conocer tan ásperos discursos, tt
vo estilo de enamorar y pretender, con
16S
acuerdo reprimió su enojo, y advirtiendo en el
caso y aun eu el mensajero, miró por si y por las
asechanzas y encantos suyos, y no hizo poco en
esto; antes presumo que consistió en su recato sn
contento y salud; porque otra fuerza totalmente
la niego á los hechizos; turban éstos el- ji
ahogan y ofuscan los espíritus, y como realmen-
te, todos, é, la corta ó á la largti, son venenos,
quitan la vida; pero pensar que tocan en It
luntad libre, en el racional albedrÜo, es dis-
parate indigno de escribirse, cuanto y más da
creerse.
A este último £n, á esta, pues, desesperada
medicina de sua deseos había ofrecídosa la dia-
bólica vieja; y asi, por esta causa, más que por
otra, y con el pretexto del billete que he dicho,
se valieron de ella los dos amigos. Mas la virtuo-
sa doncella, advertidamente- dejó en vacío bu
intención depravada, no permitiendo la tocasen
sus manos y despachándola en un punto con de-
cir que don Diego viniese el siguiente día por la
tarde y tendría su resolución y última voluntad
por respuesta.
Y sin más esperarse, quedó aguardando & su
madre, con la cual, enterada del caso, y previ-
niendo este aviso, la dejaremos, volviendo & bu
abrasado amante, que habiendo oído de la terce-
ra el despidiente, y creído por él que sus desig-
nios tomaban mejor rumbo, aunque alegre, siglos
eternos juzgó los átomos de la obra asignada; en
LA CONSTANTE CORDOBESA 169
quien con nuevas galas y mayor bizarría, se fué
á la posada de doña Elvira, adonde, en vez de
hallarla más amorosa y menos intratable, lo que
halló fué la casa desembarazada, yermos los
aposentos, ó al menos en su humilde pobreza, y
en lugar de su dama, un escudero viejo por guar-
dián; del cual, absorto y suspendido, recibiendo
un papel con intrínseca pena de su alma, acabó
de salir de su engaño y confusión leyendo en
él estas razones:
«Si entendiera que por haber recibido de vues-
tras nobles manos la vida que reconozco por su
hechura, se me había de p^dir tan desigual re-
compensa, creed, señor don Diego, que primero
me dejara morir mil veces que admitir semejan-
te beneficio; fuera de que ni aun parece compa-
tible querer por él vuestro generoso ánimo tan
incomparable y mayor interés. Yo cbnfieso que,
como vos decís, sois justamente el acreedor de
mi vida; mas no por esto podréis negar ahora que
en pedirme por ella la misma honra, usáis con-
migo de cruel tiranía; pues es llano que cuanto
más participa aquélla de perecedera y mortal,
tiene ésta de inmortalidad y estimación. Además,
que ¿á qué mayor desdicha pudo reducirme mi
muerte si es indubitable y certísimo que es afren-
toso y desgraciado el día que se sustenta sin ho-
nor? Resuelta, pues, á perseverar en él y deseo-
sa de satisfacer las buenas obras que me habéis
hecho, he querido dejar mi tierra y desamparar
mi casa, para que, quitada oon mi ausencia 1>
ocasión de vaestras inquietndes, annqne tan á
costa de mí sosiego, vos le tengáis, en tanto qne
peregrinando pobre y miserablemente Hora mi
alma esta malograda hermosura qae & vos, por
mi, tanto os ha divertido, y & mi, por vos, tanto
mal hecho.*
¿Qaién, pnes, en este pnnto, supiera ponderar
la locura y furor que se apoderó de este perdido
mozo? ¿Quién el sangriento ánimo con qne se
puso en términos de quitarle la vida? ¿Quién en
la opresión y enajenamiento de su espíritu? De
mi puedo afirmar que no me atrevo; y asi sólo
diré que no fué pooa suerte el haber escapado sin
lesión de sus manos el anciano escudero, al cual,
ya algo divertido el raudal de su cólera, hacién-
dole intrincadas preguntas, y conocido de ellas y
sus respuestas que así mesmo su dama había del
recatado sus intentos y qne no sabía de ella, de
BU madre y una criada que las acompañaba, vol-
viendo las espaldas y buscando á don Qarcía le
contó el suceso; y lleno de pasión reventó en mu-
jeriles lágrimas parte del fuego qne le abrasaba
el pecho; mas no el llorar, en casos de tan irre-
mediable amor, es injuria 6 afrenta de los hom-
bres.
CAPITULO XLII
Bace don Diego diligencia por saber de «i
dama, mientras ella procura huir de su pre
senda.
rio se halló el discreto amigo poco indetermina
ble y ofuscado; y mayormente por la corta y di
fien Itosa noticia de doña Elvira, dudó elremedií
conveniente don Diego; mas viendo qne su valo:
y sentimiento le había de reducir á alguna mor
tal desventara, deseando atajarla, 6 por lo menoi
entretenerla, con sólo sus cuidados, divirtióndo
los con esperanza de salir presto de ellos; y as
brevemente, por caminos y atajos, despachó i
todas partes diferentes personas, diferentes es
pías y centinelas, que habiendo gastado macho:
días sin fruto, se volvieron ayunos y sin sabe
particularidad 6 circunatancia de aquello qU'
buscaban, cosa que á los dos caballeros y am
en otro caalquiera pareciera imposible. Y n
asi creedero es que tres mujeres, y de la calidaí
que he referido, se hubiesen ocultado y encubiei
to de suerte qua con tan grande brevedad y prie
sa, como si se les hubiere tragado la tierra, as
dejaron el rastro y la noticia; y así no sirvió d
más la diligencia del buscarlas que dejar el se
creto amor del infeliz don Diego al albedrlo ;
gasto de semejantes hombres.
172
Y caino su dolor impaciente crecía al paao que
se le imposibilitaban, síd dilatarlo más, previ-
nisiido para aii noble é ignorante esposa causa de
obligación y achaques más forzosos, acompañado
de algunos criados de su caro amigo, dio vuelta,
en pocos días, á toda el Andalucía, gran parte
de Castilla y Extremadura y corriendo la sierra,
ein haber antes dejado ciudad, villa ni aldea sin
inquirir, se volvió á Córdoba con no mejor noti-
cia, pero tan sin esfuerzo y esperanza, que sin
poderse ir á U mano cayó en una melancolía
profundísima, y de suerte mortal y peligrosa, qne
se dudó en su buen juicio y se temió muy mo-
cho su locara y perdición.
Porque no menos desdichados términos trajo
su ciega voluntad á este caballero; y dóile tan
tristes atributos por parecerme que no pudo hom-
bre humano llegar á estado semejante, & desespe-
ración tan terrible, á enfermedad tan incurable;
sin que para excusarle de ella le valiesen su ca-
lidad, su sangre, sus riquezas, sus amigos y aun,
sobre todo, ser persona de claro entendimiento y
discarso, que es la más e&ciente causa para re-
primir tales afectos. Por donde mejor conocere-
mos nnestra frágil y bien frágil naturaleza y
cuan breves y limitadaa-son las fuerzas y trazas
de los hombres.
Un año y más se le pasó á don Diego en tan
amarga vida, y ann sospecho qne toda se l^ pa-
sara así si el cielo no le abriera, y quizá para sn
LA CONSTANTE CORDOBESA 173
mayor castigo, el camino y luz que tanto había
deseado y con tantas costas y trabajos buscado.
Pero antes que á él le demos esta alegre nueva
y que el lector se despene en ella, quiero yo dar
también cuenta bastante de su hermosa dama,
del lugar de sus asistencia y juntamente de los
sucesos de su ausencia larga.
Y así bien os acordaréis que, según queda di-
cho, en recibiendo doña Elvira aquel billete, la
dejamos dispuesta á tratar con su madre la últi-
ma resolución de sus intentos. Dióla, pues, cuer-
damente noticia de la pretensión de don Diego,
de sus ofrecimientos, y últimamente del papel,
cuyas razones libres y arrojadas les dieron bien
claro á presumir el peligro en que estaban y el
detrimento que corría su honor; con lo cual, juz-
gando por forzoso el pl-e venirse, y ayudando á su
miedo la sospecha cruel en que además la puso
la hechicera, justamente resuelta por fin de sus
consejos, eligieron remedio, que sin duda hubie-
ra sido suficiente, si la fortuna ó suerte de su
amante no rodeara las cosas en su favor, y tan
á tiempo crudo, que á tardarse más días el saber-
se de ellas, por lo menos en hallar á doña Elvi-
ra, fuera en diferente estado, y con tales arri-
mos y respetos, que tuviera don Diego por pre-
ciso llorar su desengaño eternamente.
174 CÉSPEDES Y MENESES
CAPITULO XLHI
Ampárase la honesta Cordobesa de un antiguo
criado de sus padres, y alli impensadamente
halla nueva inquietud y desasosiego.
rj.ABÍAN, en este tiempo, las afligidas damas,
antes de salirse de Córdoba , vendido una pose-
sión qae solamente les había quedado, con pro-
pósito de trazar con su precio algún empleo que
las adelantase el provecho; y asi, hallándose en
la ocasión presente con el dinero, que sería mil
ducados, facilitando su jornada, la dispusieron
la noche de aquel día; y comenzada con secreto
inviolable y en tres muías ó cuatro forasteras
qne por ventura estaban en un mesón, cerraron
por todas partes las puertas á la noticia y rastro
de su viaje. Y de esta suerte, caminando lasoio-
«hes, al alba del tercero día llegaron al £n de
él á un lugar apacible de hasta quinientas casas,
«n quien al levante de la sierra vivía en razona-
ble puesto un antiguo criado de su casa, el cual,
admirado de su venida y lastimado de la cansa
de ella, se arresolvió á ampararlas con su misma
familia, y. haciendo por su mano empleos del di-
nero y facilitándolos con su solicitud, pasaban
las pobres señoras, aunque incómodamente,
aquel honroso y voluntario destierro, con menos
zozobras y temores; y esto con tan grande reca-
to y advertencia, que pudieron, en breve, no sólo
k».. N
LA CONSTANTE CORDOBESA 175
granjear la estimación del pueblo, sino hacerse
invisibles á cuantos ojos las buscaron.
Seis meses pasaron en estos intermedios^ cuan-
do, sin pensar en tal acaecimiento, se vio en no
pequeña inquietud ni menor desasosiego la ho-
nesta dama; y mayormente siendo en la misma
parte que ella había elegido para su receptáculo
y custodia; pues, por lo menos, fué á hallar de-
bajo de las propias almohadas de su cama un
billete amoroso. Suceso que no tan solamente la
dejó turbada, mas aumentó su pena y disgusto;
tanto por el cuidado de otro peligro semejante al
pasado, cuanto por presumir de las razones del
papel y de la ignorancia de su dueño, que de su
casa misma, ó al menos de algún criado de ella,
nacía la tercería de aquel atrevimiento. Y así,
estimando esta sospecha en más que su pesar,
sin esperar mayores lances, trató de mudar casa,
y con excusa honesta, dejar la de su criado.
Efectuóse todo, y pareciéndola que aún no esta-
ba segura, no volvió en muchos días á salir á
misa, ni la vieron en puerta ni en ventana.
^ Olvidábaseme escribir la continencia del bi-
llete, sus razones discretas y el propósito y fin
á que se enderezaba. El cual, si leyó doña Elvira,
no fué tanto curiosa cuanto cuerda y prudente,
juzgando convenir en sus cosas el entender y
prevenir cualquiera inconveniente, y asi, con
semejantes pensamientos, abriéndole en aquella
sazón, vio qijLO decía las palabras siguientes:
Papel á dofia Elvira.
«Mi buena suerte, 6 mi mayor desdicha, por-
que Tiuo y otro pongo en vueetraa manos, me tm-
jeron habrá cuarenta dias i. paaar mis estadios
& esta aldea, seguro de que en el sosiego de sus
soledades pudiera hallar ocasión que inquietara
mi alma y divirtiera mis sentidos; de suerte qno
adonde presumí salir aprovechado en la facultad
que profeso, he aprendido otra nueva doctrina,
otros docnmentos de amor; y en vez de repagar
leyes del reino, paso en la tiranía de las suyas
amargas horas j> desconsuelos sin medida. Esta
suma afición y barruntos bastantes de vuestra
nobleza y honestidad incomparable, animaron
eete atrevimiento; si bien de lo primero no pre-
tendo remedio contra vuestra honra; y de lo se-
gundo, aunque soy caballero, puedo decir que
aún me Juzgo por indigno de vuestra sombra. T
de suerte reconozco esta verdad, que ni por no-
ble sangre, ni por generosa humildad siento su-
jeto que 08 merezca; con que yo mismo vengo &
ser el castigo de mis libres ojos y un abrasado
estío de mi corta esperanza. Pero, no obstante,
estará i todos vientos perdurable mi fe, ó ya
haciéndome el cielo dichoso en vuestra graoia y
respuesta, ó ya dejándome consumir en vneatto
olvido é indignación.
Don Jüas de ZtrfViOA.»
LA. CONSTANTE CORDOBESA 177
CAPITULO XLIV
Impensada mudanza en doña Elvira^ y las
causas que más la originaron,
JfirSTE discurso breve y amoroso y aun iguíEtl-
mente cortesano y humilde, con la segura ofer-
ta, hicieron en el honestó acuerdo de la dama tan
ruin efecto, que antes, puedo afirmar, sintió la
traza de su arrojamiento como si se le hubiera
hecho una afrenta; y asi, atribuyendo á algún
descuido de sus ojos ó á alguna mengua de su
recato aquella libertad, reprimió sus salidas,
acortó sus pasos y cerró sus ventanas, hasta que
después de cuatro meses, pareciéndole que ya el
incógnito amante habría vuelto á sus estudios,
se dejó ver del mundo, dando más luz sus ojos
desde aquel pobre albergue que los rayos del sol
desde su esfera.
Salió á misa el disanto, llevando tras de sí las
almas y. dos mil bendiciones de aquellos rústi-
cos; y, finalmente, sin pensar, en la iglesia (por-
que muy de pensado se le había puesto enfrente)
vio de repente un mozo tan gallardo y bien he-
cho que pudiera hacer ruido en la mayor ciudad,
cuanto y más en una aldea; en quien no sólo el
hábito, mas el rostro agradable, hacía la misma
diferencia que el lucero á las demás estrellas.
Arrebatóle un espacio la vista de su presencia, y
HISTORIAS PEREGRINAS 12
178 CÉSPEDES Y MENRSES
tanto, que cuando cayó en su desmán, de empa-
cho y de vergüenza cubrió el rostro de nácar y
el manto h^sta los pechos; pero aunque de su
parte dio cárcel al deseo, la novedad solicitaba á
los ojos, y éstos á la voluntad; y no sé si también
anduvo inquieta el alma y aun deseosa áe que
fuese el dueño del papel referido semejante
sujeto.
Mas con aquestas dudas y su acostumbrado
encogimiento se volvió á su casa, no obstante
que, tomándola primero la vuelta de la calle,
antes de entrar en ella, se le volvió á ofrecer la
misma persona, y haciendo con la gorra y el pe-
cho humildes cortesías, de que aún más bien
pagada doña Elvira en recompensa, levantó un
poco el manto, y el galán prosiguió su camino,
dejando aquel pecho de mármol con unos calo-
fríos, que si no procedieron de amor, al menos
creo que se inclinaron algo de su parte; porque lo
que hasta entonces no le había sucedido, comió
poco gustosa y durmió sin sosiego, y ño sólo
aquel día, sino otros quince, que, forzando ani-
mosa á sus propios deseos, quiso con remedios
tan graves morigerarlos y rendirlos, si bien al
cabo, ella se halló vencida honestamente y, sobre
todo, ignorante en la causa.
¡Oh, cuántos razonables discursos propuso en
este tiempo; cuántos protestos castos; cuántos
honrosos medios, y con cuánta facilidad, toman-
do unos y tripulando otros, cuando quiso valerse
LA CONSTANTE CORDOBESA 179
^>«— ^——^—«^■^—i»^^»— ——^^——^— —»—»—»»— »—»i^—»—T-^'^ »»»^^-^l I I
de consejo, se halló imposibilitada de él! Porque
aunque más deseó reprimir sus ojos, volviendo
otro disanto al mismo sacrificio , no sólo la fué
casi imposible, más aún, dio avilantez á aquel
mancebo para que, al volverse á su casa, la
arrojase disimuladamente en sus umbrales un
billete; el cual, alcanzando de ella, si en cono-
ciendo que era la propia letra del pasado le pi-
dieran á albricias, diera su corazón, aunque no
sé si ya se le hallaran en el pecho, porque los
efectos presentes tiranizaban y oprimían lo me-
jpr de él.
Holgóse sumamente doña Elvira coligiendo
^ue el cielo tan á su honra y condición honesta
abría la puerta á su remedio; pues siendo tal la
calidad del sujeto, y según lo ponderado en el
papel de ahora y el pasado, no podía codiciar su
limpio intento cosa más á propósito, dueño más
á medida de su deseo; y así, aun antes de darle
el menor favor ni de imaginar la respuesta, 11a-
mando á aquel su criado antiguo y consultando
el caso con su madre, propuso al uno y otro la
pretensión de don Juan de Zúñiga; y advirtióles
fln su perBeyerancia. en sus dilatados desdenes,
enseñó los billetes y el fin de su demanda, que
era su casamiento. Con lo cual, dejándose infor-
mar del criado, que muy bien conocía al caba-
llero sabiendo que lo era y natural de Ubeda,
hermano de cierto mayorazgo, alimentado razo-
nablemente y las grandes esperanzas de sus es-
tndios, con más sano consejo que hasta entonces
acordó por buen medio el qne para remate áo sos
trabajos la ofrecía bu ventora; y así, con seme-
jante presupuesto, se diapneoi escribirle, digoá
responderle, estos breves renglones:
Doña Elvifa á don Juan de Zúñiga.
«La primera vez que para escribir & hombre
alguno he tomado con voluntad la ploma, qui-
siera mucho (señor don Juan) que creyéradeB as
la presente y juntamente que, según tan exquisi-
ta novedad, estimárades el servicio que os hago;
si bien antes de ahora no ha sido pequeSo, en
conformidad de mi encogimiento y recato el ha-
ber leído muchas veces vuestros papeles, y aun
el crédito que he dado & sus razones. Y asi, pues,
ya sabéis estas verdades de mi pecho, j no ig-
noráis que soy tan rica de calidad y buena fama
como pobre de bienes de fortuna, agradándoos
tal dote, madre tengo, y vos deudos y hermanos
que dispongan lo demás. Encomendadio á ellos,
pues ni mi estado pide otra cosa, ni á vos os está
á cnanto querer más que saber lo intentáis con
LA CONSTANTE CORDOBESA 181
CAPITULO XLV
Habíanse estos amantes, dispónense sus bodas,
y suspéndelas, avisado con un acaecimiento
peregrino^ don Diego de Córdoba.
jSl papel referido tuvo don Juan la misma tar<
de; porque poco cuidado bastó á ponerse delan-
te, 7 saliéndose al pasear la calle de su propia
lición; con que, fuera de sí, en leyéndole estuvo
para hacer extremos locos; y, en conclusión,
para abreviar con ello, tales réplicas, demandas
y respuestas hubo de por medio, que doña Elvi-
ra se dispuso á hablarle; y con tan gran favor,
si & don Juan le suspendían algunos inconve-
nientes (porque realmente quisiera que el casar-
se y las nuevas llegaran á su hermano á un mis-
mo tiempo), fácilmente quedaron atropellados,
haciendo al punto que dos criados suyos, huyendo
el cuerpo á Ubeda, se partiesen á Córdoba, y en
ella previniesen las galas, preseas-y joyas más
preciosas al caso; de adonde resultó todo su
daño y el saberle el afligido y enamorado don
Diego. Porque quiso su suerte que el oficial á
quien lo encomendaron acertase á ser, no sólo el
mismo sastre de su casa y persona, sino uno de
aquellos que por orden de don G-arcía salieron
en busca de doña Elvira; y así, apenas oyó ahora
de los necios criados el nombre, señas y casa-
132 cftspcDcs y menbsbs
miento, cnando como la mejor noticia del lagar
dio aqaella uaeva alegre, i qnien 8e le pagó tan
bien, que quedó rico.
Bien pienso que se podrá creer, aegún lo refe-
rido, qne si á tan impensado suceso no acabó e(
tierno amante de perder los sentidos, 6 sería ayu-
da milagrosa, ó hallar templado su gusto y ale-
gría con el desconsuelo de las futuras bodas;
aunque este esencial punto m¿8 le irritó el espí-
ritu que le acrecentó la voluntad; porque éats ne
podía subir & mayor altura, ni su celosa rabia le-
vantarla de punto. Y así, desde aquel mismo en
que tuyo el aviso, llamando á don Garcia y á
doce hombres para cualquiera afrenta, arraneó
por la posta, llevando ya resuelto no dejarse mo-
rir como amante cortés, sino quitársela por fuer-
za á quien se le opusiese.
En este Ínterin, como en negocio hecho y por
excusarse de mayor nota, las mas noches eátr»-
ba á verse con su dama don Juan; si bien nan-
ea estas visitas pasaron los limites honestoe, ni
aunque él lo pretendiera, oí aun tomarla una
mano sirviera de otra cosa que perder ¿ doña
Elviray oaer para siempre en su indignación; con
lo cual, en conversación amorosa, dulcemente
entrenlan las horas que sns criados dilataban la
vuelta, valiéndose para estas entradas y visitas
de medios que excusasen escándalos, y que, sin
interrupción de terceros, guardasen mejor que
ellos el secreto.
LA CONSTANTE CORDOBESA 183
Lilegóy pues, en esta coyuntura don Diego y
su compañía, que á tardarse algo más, hallara
hechas las bodas; de quien, apenas se apeó en
una posada, cuando, creyendo el huésped que ve-
nían convidados, les dijo, aun sin preguntármelo,
la casa de su dama. Cenaron luego con tan cier-
ta noticia, porque aunque era bien cerrada la
noche, no tenía la hora por conveniente; mas
como el corazón de don Diego no sosegaba, aun
con el bocado en la boca, dejó á su gente prosi-
guiendo la cena, y bien ajenos de imaginar lo
que hizo, que fué tomar las señas, y sin más com-
pañía hacerse explorador de la aventura, y no
con otro intento que de hartar sus deseos y aun
sus ojos, viendo y tocando los umbrales que pi-
saba su empleo y las paredes altas que ocultaban
su luz. Y así, discurriendo á tiento de unas par-
tes á otras, al volver jde una esquina, sin pensar,
le tocó en el rostro y parte de la vista una cinta
que colgaba de una ventana de reja, á la cual,
movido tanto más de su propio enfado que de lo
que resultó, apenas dándola con la mano, tiró de
ella, cuando se asomó una mujer que, en baja
voz, le dijo que esperase á la puerta; de cuya
novedad, admirado y confuso, juzgando que no
sólo en las grandes ciudades se hallaban seme-
jantes sucesos, suspendiendo el que más le im-
portaba, sin más acuerdo, se acercó á la puerta
que ya estaban abriendo. Y aunque de la parte
de adentro se divisaba una pequeña luz, atrope*
184 CÉSPEDES Y MENESES
liando por todo se arrojó al zaguán, en quien no
dio tres pasos cuando se halló casi en los dulces
brazos de su dama, en la deseada y hermosa pre-
sencia de doña Elvira, la cual, conociéndole asi-
mismo, no tuvo esfuerzo. ni ánimo para moverse;
si bien, aunque turbada y ciega, dio voces, á que
despertando don Diego como de un pesado sue-
ño, conociendo ser ciertas sus sospechas y celos,
quedó más desmayado que la ocasión pedía y aun
de lo que fuera menester, según el peligro en
se vio. Porque como el uno y el* otro, con su
impensada vista, olvidaron la puerta, aún no ha-
bía dado doña Elvira dos gritos cuando se entró
por ella un hombre, con tan grande alboroto y
inadvertencia, que hubiera de dar de ojos con
don Diego, al mismo instante que su furor celo-
so estaba en términos que, á tardarse el socorro,
diera de puñaladas á su dama; que conociendo
ahora á su esperado dueño, digo al galán don
Juan, á quien ya respetaba como á esposo, con
nuevo aliento se amparó de su lado, tratando él
de defenderse y defenderla tan venturosamente,
que no sólo retiró hasta la calle á su contrario,
mas en tanto que cerraba' doña Elvira las puer-
tos, le dio algunas heridas, tan peligrosas y
crueles, que á no llegar entonces don Grarcía y
su gente que le andaban buscando, dejara el
buen don Diego entre sus manos y arbias la vida
y pensamientos. Y si bien, aunque huyendo don
Juan tantas ventajas, se puso en cobro, no fué
LA CONSTANTE CORDOBESA 185
tan á su salvo, que no llevase juntamente que
curar muchos días; no obstante que al volverse
los que le habían seguido, hallaron á su dueño
tan desmayado y herido, que colgándole á hom-
bros les fué preciso suspender su buen lance, y
tratar muy aprisa de su vida y su alma.
CAPITULO XLVI
Diligencias de la justicia sobre las heridas de
don Diego] múdanle á Córdoba^ y juntamente
á doña Elvira, á su madre y criada,
Í2/0RRIÓ, aun aquellas horas, la voz de este su"
ceso por todo el lugarcillo; y asimismo, sin po-
derlo excusar, la ocasión y el personaje herido,
con que otro día, no sólo no quedó hombre con
hombre, pero llegó hasta Córdoba la nueva.
Don Juan, entendiendo la verdad, mal curado
y peor prevenido, no se hallando seguro, mudó
de tierra, y aunque no los pensamientos amoro-
sos, perseverante en ellos, tanto como satisfecho
en la integridad y pureza de su querida prenda,
no el atrevido y loco intento de su opuesto, bastó
á menguar un punto su aflicción y á desacreditar-
la en su pecho. Fuera de que, á esta sazón, ya
él sabía los infructuosos cuidados de don Diego,
y juntamente las peregrinaciones y trabajos de
su honrada resistencia. Y así, aunque el peli-
groso estado de tal suceso le metió en Portugal ,
"^m
186 CÉSPEDES Y MENESBS
y despaés el saber que allí le bascaban la maer-
te, le sacó k vagar por el muxKÍo, siempre acuar-
telado; y Ho pienso que en ausencias tan largas
(aonque en su correspondencia hubo olvidos y
grande intermisión) fué menos deseado y aun
llorado por doña Elvira, á quien, volviendo á
nuestra historia, sin respetar su sangre y su de-
coro, los villanos alcaldes pusieron guardas, y
en son de presa la aseguraron en su casa, hasta
que respecto de tan gran caballero, aun sin pe-
dirlo él, de oñcio envió la Audiencia real á la
averiguación de sus heridas; para lo cual, y para
la comprobación de otros indicios, llevaron á
ella, á su madre y criada, 4 Córdoba, adonde,
sabido por don Diego, á quien primero hablan
traído en una litera, como ninguno mejor enten-
día su inocencia, cargando en sí la culpa de todo,
no sólo las hizo dar por libres, mas con declara-
ciones y protestas honrosas, volvió por su opi-
nión y buena fama; si bien ésta, aunque faltara
semejante diligencia, padeció nunca detrimento;
antes, en medio tribulaciones tan graves, p^-
maneció intacta y durable, y al peso que las unas
crecieron, lució m&s su verdad y se acrisoló con
mayores quilates su constancia y firmeza.
Con la publicidad á que se arreducieron tales
negocios, fué forzoso entenderlos la noble y ge-
nerosa doña Aldonza, de quien, no obstante (aga-
sajado y recibido su distraído esposo), mientras
con paciencia cristiana trataba de curarle^ dis-
LA CONSTANTE CORDOBESA 187
♦
puso también, con gusto y beneplácito de doña
Elvira y su madre, su más segura vida y su nka-»
yor comodidad y consuelo. Y. asi, alimentadtt«r
con mano liberal y piadosa, se encerraron en un
convento, resueltas á esperar el fin de sus infeli-
ces bodas, y al dueño que había escogido para
esposo, ó acabala unas y otras con su clausura,
sus persecuciones y vida.
Mas ni tan sano acuerdo fué de importancia,
porque ni la prudencia ni sufrimiento dé su san-
ta mujer, ni los consejos de sus deudos y amigos,
bastaron á que, convaleciendo don Diego, se ex-
cusase de volver á su amoroso tema, y con deseos
tan vivos y nuevas fuerzas, que parece cobraban
mis vigor en sus mayores resistencias, y que
competían en inmortal pelea dos afectos tan po-
derosos y contrarios: el desdén y aborrecimiento
de su dama, y su incurable amor y voluntad. Y
así, entendido el lugar adonde estaba, renovan-
do las pasadas fiestas de sus casamientos, no
hubo día en quien la plaza del Convento no sir-
viese de teatro á sus invenciones, á sus máscaras
y regocijos y otros públicos juegos, con que no
sólo turbó la paz, quietud y recogimiento de
aquellas mujeres, sino que juntamente las obli-
gó á que advirtiendo el descrédito de su religión
y el escándalo de la ciudad lo remediasen con
sacar de su compañía la ocasión. Con que las
afligidas señoras, con lágrimas del alma y pi-
diendo venganza de sus injurias á los cielos, se
188 CÉSPEDES Y MEXESES
hubieron de acoger ¿ su antigua morada, resol-
viendo en SU' pecho doña Elvira morir con va-
ronil ánimo en ella antes que volver á más pere-
grinaciones ni verse por don Diego escarnecida.
CAPITULO XLVII
I^eraevera constante en sus intentos la Jionesta
doña Elvira, mientras don Diego proHgue los
de su loco amor,
I^N este tiempo, habiéndose pasado, después de
las heridas, tres años, y habiendo en el primero
de ellos aportado don Juan de Zúñiga á Bolonia y
tenido diferentes sucesos; de tal suerte, llevando
adelante sus estudios, aprovechó en ellos res-
plandeciendo su ingenio y letras, que sin contra-
dicción, por común voto llegó á ser su concepto
el más calificado, y su opinión y jurisprudencia
la primera silla de aquella insigne Universidad;
y tanto, que yendo en la misma sazón, la majes-
tad de Carlos V á celebrar en Bolonia el acto
solemnísimo de su coronación, teniendo de tan
grande sujeto larga noticia, y queriendo servirse
de él, le entretuvo consigo hasta venir á España.
Si bien, antes de aquesto, sucedieron en Cór-
doba cosas notables; porque, prosiguiendo don
Diego en sus locos devaneos, sin un mínimo ali-
vio ó esperanza de fruto en tantos años, corría
ligero el curso de su vida, engañando sus penas
LA CONSTANTE CORDOBESA 189
y divirtiendo sus pasiones con pasear la calle^
con besar las paredes y reja de su dama, sin que
el erizado y prolijo invierno, ni el abrasado y
seco estío, pusiesen límites á tantos desconciertos»
Estaba entonces la ciudad, y aun la resta de
España, snmamonte afligida y sumamente apre-
tada de una peste mortal que, infeccionando el
aire y la circundó con estrago cruel y lastimoso ^
y así, pocas ó ninguna casa se libraron en Cór-
doba de esta plaga y azote; y no obstante, sin
temor, seguía don Diego su carrera; cifraba,,
como dije, su consuelo mayor en sus paseos, en
quien bien de ordinario, ya con la diversión de
su plática, ya con el gusto de su compañía, ayu-
daba su amigo don García, no habiendo día ni
hora que no diesen mil vueltas á la casa de la
honesta doncella, cuyas puertas, aunque siempre
estuvieron con recato y clausura, pareciéndoles
que en aquesta sazón casi tres días continuos
las hallaban en una misma forma, notando tales
muestras, con mayor advertencia, no sólo confir-
maron sus dudas, mas de ellas y del silencio
grande, y sobre todo del no salir persona, ni
oirse ni entenderse en indicios ó barruntos de
que la hubiese dentro, presumieron otra se^nda
ausencia, otra impensada fuga ó semejante de-
terminación á la pasada, con lo cual, como real-
mente al afligido amante no le había quedada
otro alivio, otro refrigerio y descanso, viendo
perdido aqueste, no hay ingenio que pueda enea-
190 CÉSPEDES Y MENESSS
recer sus ansias, sus congojas y penas. Habló
mil desatinos, dijo mil tristes lástimas, llamó á
Yoces su dama, injurió su fortuna, y finalmente,
lloró con tiernas lágrimas sus rigores crueles y
sus resoluciones ingratas; y tal le vio su amigo,
tal le consideró, que movido á lástima ó regido
de otra superior causa, deseando aplacarle, pro-
curó juntamente, no lo sólo hacerle creer la pre-
sunción por falta, sino que sin quejarse á los
vientos, ni hacer más fundamento en esperanzas,
entrasen en casa de doña Elvira, y acabasen, ha-
llándola, por fuerza lo que tantos suspiros, con-
gojas y tormentos no habían de grado consegui-
do. Y asi, con tan vivo incentivo, alentado don
Diego, en siendo más de noche, con dos linternas
fácilmente penetraron la entrada por una puerta
falsa, que á pocos golpes, abrumada del tiempo y
de su ancianidad, se dejó franquear; y con aques-
to rodeando los patios, no hallando tan frágil re-
sistencia en otra que de ellos, subía á los altos
corredores, sirviéndoles de escalera sus pilares,
en un punto uno y otro se hallaron allá arriba;
mas no oyendo rumor, ni viendo que aun del suyo
con ser bien grande resultaba alboroto, perdien-
do la esperanza, y volviendo á su tema, se qui-
sieron salir por *donde entraron. T sin dada lo
hicieran si entonces la curiosidad y frenesí del
amartelado caballero, deseando ver el aposento,
ó según él decía, el relicario y lecho de su dama,
aquel testigo mudo de su más secreta hermosa-
i
LA CONSTANTE CORDOBESA I9l
ra, no les pasara adelante; hasta qne atravesan-
do dos tan despejados como crecidos aposentos,
al entrar al tercero, casi les hubiera suspendido
largo espacio el aire contagioso j ardiente que
salía de él; mas con todo, animados, arrojándose
dentro, apenas di6 la luz de las linternas alguna
claridad, cuando en pobi'es y diferentes lechos
miraron desmayadas ó en téruiinos de muertas á
la hermosa doña Elvira, á su madre, y en un
colchón, algo distante de ellas, á su fiel criada;
si bien ésta, como de natural más robusta, con
algún acuerdo.
CAPITULO XLVIII
Obliga nuevamente á su dama dorCDiego, líbra-
la de la muerte por dos veces; pero ella^ más
constante, mira más por su honra.
|\0 hay duda si no que semejante espectáculo,
vista tan lastimosa y nunca de don Diego imagi-
nada, haría en su pecho sangrienta operación;
pues es cosa bien cierta que teniendo librados
sus gustos, su alegría y su mayor riqueza en la
vida y salud de esta mujer, aun estando en su
desgracia, aun siendo su cuchillo, hoy que á su
parecer la hallaba muerta, sin cura, sin regalo
y auA sin la mortaja, que había de ser grande
su pena y grande su valor, pues pudo resistir
golpe tan duro.
192 CÉSPEDES Y MENESES
En este medio, habiendo don García más libre
de pasión, llegada á doña Elvira y su madre, lift*
Uándolas con pulsos y temiendo por cierto qaeel
humor pestilencial las tenia en tal estado y sQ
pobreza y Falta de remedios en semejante peli-
gro, advertido don Diego, dejando el llanto, bíd
mayor tardanza el uno fué por médicos y Ininbre,
y el otro por personas que asistiesen á su cara;
regalo, dando el amante á todo tan fácil expe-
diente como el caso y su afición pedían. Y con
tanto, dejando á la criada cantidad de dineros,
sin saber doña Elvira por entonces quién en tan
grave aprieto había sido el restaurador de 8«
vida, se volvieron á sus casas; y ella y su madre,
recobrado el sentido con los muchos remedios y
eficaces antídotos opuestos al veneno, juzgaron
su mejoría por sobrenatural y su regalo y cur*
por milagrosa; y aunque, con justa razón, de-
bieron así atribuirlo, todavía de la misma criada
entendieron las segundas causas y el brazo pía*
doso con que se habían dispuesto, si bien nial
verse dos veces (digámoslo así) resucitada po^
una mano, por un sujeto mismo, pudo trocar s^
pensamiento, ni mudar su intención en ésta, V^^'
que, aunque es verdad que, agradecida y con p®*
cho obligado, reconocía tan grandes beneficios»
primero se dejara herrar el rostro, vender po^
esclava, y primero ofreciera dos mil veces s^
vida por salir de tal deuda, que rendir su fir^^®
voluntad al ciego y torpe fin de sus deseos.
LA CONSTANTE CORDOBESA 193
Bien presumo que muchos, oyendo entonces
dureza semejante, y ahora leyendo tan admira-
bles pruebas del amor de aquesto caballero, dis-
culparán sus yerros y aun culparán en su dama
tantas ingratitudes, y no me admiraré; porque
los hombres así juzgamos el- fondo de las cosas,
presumiendo de las virtudes, vicios y de la per-
severancia y pureza, tema y locura. Llegó, pues,
esto á tanto, que aun de su misma madre, de su
fiel criada, vino á ser persuadida, y aun á ser
reputada por ingrata: tal es el imperioso brazo
de un interés y de las buenas obras recibidas,
pues aun exponiéndose á malos fines, rinden las
voluntades y echan duras cadenas al más libre
prudente juicio.
Mucho se temió doña Elvira viendo así blan-
dear á su madre y criada, y con justa razón, por-
que enemigos tan caseros, golpes tan continua-
dos, avisos tan secretos y guardas tan soborna-
das, no hay que pensar sino que una vez ú otra
había de dar entrada á su contrario, y con ella
al traste con su honra. Y así, de nuevo, cuidado-
sa y solícita, apenas se vio convaleciente de su
mal, cuando se halló rodeada por tan graves te-
mores, que para que más se acrecentasen y la
causa creciese, no pararon en las que he referido
sus obligaciones ni las generosas obras y bene-
ficios de su amante. Porque sobre la plaga pes-
tilente, de que no se veía libre aquella ciudad,
la castigó el cielo con otra en su tanto mayor,
HISTORIAS PEREGRINAS 13
194
con UQ han
tosa; que a
calles haml
tagio pesti
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reoí,endo, y
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menos, á
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don Diego
LA CONSTANTE CORDOBESA 195
CAPITULO XLIX
JResolución honrada de doña Elvira, fragilidad
de 8U madre y criada y esperanzas primeras
de don Diego.
ISn concluBÍón, firme en morir rabiando antes
qne verse deshonrada de sus lacivos lazos, per-
maneció en su dureza doña Elvira, hasta que ce-
diendo á sus ayunos y vigilias el flaco y tierno
espíritu , mirando morir su triste madre y sn
criada perecer, con lastimosas lágrimas y suspi-
ros celebraba sus obsequias y muerte.
Mas á esta misma hora, que serían las once de
la noche, como nunca la mano liberal de Dios
faltó en el mayor aprieto, en la mayor necesi-
dad estando como he dicho esta constante y fa-
mosa mujer, oyó un grande golpe, que á su pa-
recer había sonado en otro diferente aposento,
cuyas altas ventanas caían á una calle excusada
y sin salida. Con un varonil esfuerzo, animándo-
se lo mejor que pudo y tomando una luz, guió
con su madre y criada hacia aquella. parte; más
aún que su valor, procuraba alentarse, todavía
corazón mujeril, turbada y temerosa, llegó al
aposento, en quien en vez de algún vestiglo ó
sombra, halló en medio de él un costal grande,
que abriéndole al momento, ^t& su desdicha y
miseria fué tierra de promisión , y una oficina
llena de apacibles conservas, de carnes adoba-
19B CÉSPEDES Y MENESES
das, de cecinas y empanadas diversas; lo cnal^
y un bolsillo de quinientos escudos remediaron
no sólo la presente necesidad, pero el reparo de
otras cosas forzosas; y así, no queriendo la dama
inquirir tan nuevo modo de milagro, sin hacer
sobre él discursos y quimeras, dio al cielo ma-
chas gracias; y su madre y criada, aun sin saber
lo cierto, juntamente mil bendiciones al piadoso
don Diego; el cual, no pudiendo soportar con su
alma el ver más padecer al dueño hermoso de
ella, aunque dilató tan buena traza, presumien-
do rendirla por hambre, al fin él se hubo de
vencer primero; y con dos escaleras bien liga-
das, por ser la ventana muy alta, con un criada
y su mayor amigo, previno este milagro tan á
tiempo, que á suspenderle un día se hallare sin
dama y ella desesperadamente sin vida.
Hasta este punto y ocasión pudo seguir su
madre y aun perseverar en su honrada opinión.
Mas ahora, gobernando, juzgó por diferentes
rumbos, y siendo la criada del mismo parecer,
trataron entre las dos, con notable secreto, la
satisfacción y premio de tantos beneficios y el
asegurar sus aumentos para otra semejante des-
ventura. Y así, con semejante acuerdo, tomando
por sa cuenta el disponerlo, sin mayor dilación,
se vio la criada con don Diego, y con la misma,
sin usar de preámbulos y figuras retóricas, en
liso y llano estilo rindió gracias humildes á
tantas mercedes, á tantas buenas obras y bene-
LA CONSTANTE CO&D OBESA 197
^cios. y pasando adelante, culpando la entereza
y cruel condición de doña Elvira, su aspereza y
•desdén de parte de su madre y con su beneplá-
cito y gusto, dio fin á su demanda, ofreciéndose-
la liberalmente, con que él, como noble y gene-
roso caballero, tomase su remedio y en darla es-
tado por su cuenta.
Tal fué el recaudo y orden de la gentil criada,
tal la resolución de quien la gobernaba y tal, en
conclusión, oyendo tan increibles y no pensadas
nuevas el alborozo de don Diego, que dudo mu-
cho y con razones justas que, según he leído en
autores diversos, pueda matar un súbito con-
tento, una alegría impensada; pues siendo ésta
tan grande y superior á sus f-uerzas, le dejó con
la vida; y no así como quiera, sino con más vi-
gor, con mayores alientos.
Dio á la criada dos mil abrazos; y tras cada
pregunta, repetido este extremo, no sabiendo
cómo satisfacerla, aun su gran^ mayorazgo juz-
gaba por corta recompensa y á su misma persona
por indigna de tanto bien. En efecto, asentado
el concierto y asegurado un rico y grande dote,
al presente la criada volvió con muchas joyas y
no menor promesa; y don Diego, quedando pre-
viniéndose, hizo llamar á don García, á quien
loco y fuera de sí dio parte de su gusto; y asi-
mismo de cómo su entrada en casa de doña El-
vira había de ser aquella tarde y antes de ano-
checer.
198 CÉSPEDES Y MENESES
Era este último aviso y prevención de la cria-
da, pareciéndola que, esperando á más tarde, se-
ría dificultoso meterle en casa sin advertencia de
la ya sospechosa doña Elvira; con lo cnal, igual-
mente gozosos los amigos, esperaron la hora; si
bien como en don Diego los muy cortos minutos
fuesen años prolijos, aun antes de llegar dispu-
sieron su ida, entreteniendo lo restante del tiem-
po en la iglesia y parroquia de su dama, por
caerles muy cerca y aun casi ex^frente de sns
mismas ventanas, adonde, paseándose por una
hermosa nave, anduvieron buen rato conñriendo
sus cosas y desmembrando los diversos cami-
nos, por dónde, sin pensar, se hallaba dueño de
ella.
Así era la cuenta que se hacía don Diego; y
quizá en tiempo que la inocente corderilla vendi-
da por su sangre, ó por mejor decir, destinada á
tan detestable sacrificio, por ventura estaría con
más fervor y lágrimas pidiendo á Dios remedio.
Veíase ya la afligida doncella perseguida de su
madre é insistida de su criada y, finalmente, de
aquellas que tantas veces fueron su consuelo y
tantas el arrimo y apoyo de su perseverancia, y
no teniendo ahora á quién yol ver los ojos, fuerza
era que con mayor aliento acudiese á su único
amparo, al verdadero Padre de los huérfanos, al
consuelo de los afligidos y al siempre vengador
de tan graves injurias.
LA CONSTANTE CORDOBESA 199
CAPITULO L
Horrendo y espantoso suceso en los dos amigos.
JbrN fin, volviendo á mi propósito, siendo ya las
cinco de la tarde, y poco menos del término apla-
zado, alegre el tierno amante y su amigo conten-
to, viendo llegar la hora con más nuevo placer,
de una vuelta y otra dividían la espaciosa nave,
ya haciendo breves pausas en su conversación, y
ya volviendo á ella con donaires y motes; cuan-
do en medio de su mayor discurso, casi impensa-
da y repentinamente, parando don García, se
quedó embelesado mirando al suelo; cosa que,
advirtiéndose con admiración y cuidado por su
amigo, viéndole así pasmado, le tiró del brazo, y
de tal suerte, que como si despertara de un pesa-
do sueño, así le hizo volver el rostro; y no paran-
do aquí, oyendo que don Diego preguntaba admi-
rado la causa de su suspensión, con nuevo espan-
to, volviéndose á él, le dijo:
— ¿Cómo es posible, amigo y compañero, que
vos me preguntéis lo mismo que habéis visto?
¿Acaso en este punto no os hallasteis conmigo?
¿No veníades á mi propio lado? ¿No os sucedió lo
que á mí, ó por ventura venís tan sin sentido, dis-
currís tan sin ojos, sumergido en vuestro ciego
amor, que no habéis visto, oído ni entendido que
al pasar estias losas, estos mármoles cubiertos de
200 CÉSPEDES Y MENBSES
sepulcros, se han levantado con nosotros del suelo
portentosamente? Yo colijo, sin duda, que si este
estupendo caso se os ha pasado en blanco, ó he
perdido el sentido, ó vos la vista, la memoria y
el juicio.
Aquí,, sin dejarle pasar adelante, con descom-
puesta risa, gritos y voces desentonadas, ataján-
dole don Diego, discurrió por la iglesia, ha-
ciendo extremos tales, que cualquiera juzgara se
había soltado de la cadena ó casa de los locos.
Tales extremos ocasionó el asombro de su turba-
do amigo, con quien, volviéndose á juntar, con
trisca y burla celebraba las suyas; pues nunca
atribuyó su mejor acuerdo á cosa semejante, y
aun pienso que hoy estuviera en igual parecer,
y don García, corrido del crédito y engaño de sn
presunción, si, á esta hora, más sosegados y
quietos, volviendo á su paseo, 'no se hallaran in-
opinadamente desengañados y aun perdidos.
Porque apenas, en el mismo ejercicio y aun con
la misma risa y desenvoltura, quisieron juntos
atravesar la losa, cuando, al poner los pies en
ella, con horrible estampido, alzándose con ellos,
los arrojó como con un trabuco seis pasos ade-
lante; y luego, sin suspenderse allí el suceso es-
pantoso, mientras los dos se pusieron en pie, no
sin horrible turbación vieron que del sepulcro
se iba levantando poco á poco un hombre que,
en vez de la mortaja, vestía un hábito francis-
co, el cual, destocando el rostro y habiendo con
LA CONSTANTE CORDOBESA 201
sumisión profunda reverenciado á los altares y
simolacros, volviéndose hacia ellos, con trema-
lante voz, y mirando al mísero don Diego, daba
principio á las razones siguientes:
— ¿Hasta cuándo has pensado ¡oh atrevido
mancebo! que habrán de suspender ]os justos cie-
los el castigo y azote de tus detestables inten-
tos? ¿Hasta cuando, con tan graves ofensas y
pecados, has de irritar su tremenda justicia, te-
niendo juntamente lleno el mundo de escándalos,
alborotada esta ciudad y cubiertos de lágrimas y
miedos los ojos castos y pecho virtuoso de mi
desdichada perseguida hija; pues aún no han
perdonado en la projecución de tus torpes de-
seos y mi afrenta hollar tus pies estas losas y
mármoles, asilo de mis huesos, y por tantas ra-
zones lugar digno de mayor respeto y venera-
ción? Vuelve, vuelve ya sobre ti, miserable hom-
bre, antes que tu perseverancia detestable apre-
sure el castigo, para el cual, como hoy se me ha
permitido la amenaza, entonces se me cometerá
la ejecución de su ira, y tú satisfarás en desgra-
cia de Dios siglos eternos el tiempo mal gasta-
do de tu vida.
Aquí llegaba la temerosa voz cuando sin po-
der el ánimo y valor de los dos caballeros escu-
char más razones dieron consigo totalmente en
el suelo, y al mismo punto, haciendo como al
principio una reverencia humilde, aquel bulto
espantoso se volvió á su lugar, cubriéndose la
ryí
202 -C¿SPEDBS Y MENBSES
losa por si misma con tan grande estampido , que
no sólo acabó de quitarles ¿ los dos el sentido,
sino que jautamente su novedad y ramor tmjo
al puesto en que estaban algunos clérigos y
otras muchas personas de la vecindad, que ha-
llándoles en tan triste estado, brevemente se ex-
tendió su noticia por toda la ciudad, y sin po-
derlo remediar asimismo á los oídos de la vir-
tuosa y noble doña Aldonza.
CAPITULO LI
Siente don Diego en sus mejores prendas él
castigo del cielo, y doña Elvira comienza á
gozar de mejor fortuna.
A esta sazón, aunque se me ha olvidado referir-
lo, no obstante las inquietudes de su esposo, es-
taba la afligida señora preñada y muy vecina á
dar á luz con su parto al fruto que esperaba para
sosiego y paz de su casa y marido.
Mas como las determinaciones y juicios de Dios
sean tan investigables y secretos, muy al contra-
rio se dispusieron sus propósitos , siendo aquello
sin duda lo que más convendría, porque apenas
entendió la afligida señora la triste nueva (pues
indiscretamente añadida fué no menos de que
habían hallado nl^rto á don Diego en aquella
parte) cuando rompiendo la fuerza del dolor y so-
bresalto lo interior del pecho, abortó un hijo, y
i
Lk CONSTANTE CORDOBESA 203
con tan grandes ansias y mortales fatigas, que en
breves horas rindió el alma, y poco después, con
general sentimiento y lágrimas de toda la ciu-
dad, la siguió el tierno infante; que cuando el
cielo empieza á enojarse y sentirse, no suelen
ser menores los efectos de su ira, y asi, justa ,
aunque desastradamente, comenzó á experimen-
tar don Diego su espantoso aviso.
El cual, ya á esta hora (que fué el siguiente
día), volviendo en si, estaba, aunque ignorante de
tal pérdida, en términos de seguir á su esposa y
no en mejor su amigo, porque uno y otro, en mu-
chos días, se levantaron de la cama, sobrevinién-
doles tales accidentes, que fué milagro escapar
con la vida, y más cuando entendió don Diego
los daños de su casa, la muerte de su mujer y
sucesor, el perdido dote y la falta de otras como-
didades y conveniencias que pudieran dar al
traste con su salud y aun con sus sufrimien-
tos. Mas, como caballero cristiano, reconociendo
cuerdo y humilde de adonde y por qué causa le
venían tales azotes, protestando grandes enco-
miendas y conformándose con la voluntad del
cielo, esperó mejoría y convalecencia.
Habíase en este tiempo extendido aun lo más
esencial del secreto por toda Córdoba, adonde en
diferentes concursos y pláticas, añadiendo y
acrecentando circunstancias, se contaba con ho-
rror y general admiración; porque, aunque se
pretendió encubrir por justos respetos, de donde
204 CÉSPEDES Y MENESES
menos se esperaba salió en publico, y faé de la
misma casa de doña Elvira, en quien no que-
dándose sin castigo su madre, como más culpa-
da, lé tuvo á la hora misma que á don Diego le
vino, apareciéndola otra semejante sombra que
la dejó no menos mortal, mas antes llena de ho-
rribles miedos y tan espantosos temores, que
dieron con sus quejas, con su cura y poco ánimo
al traste con el justo secreto, haciendo patente
el caso, la culpa y aun su ruin determinación. Si
bien tocado de más superior brazo, atendiendo
don Diego al remedio y satisfacción de tan gra-
ves escándalos y quiebras, resuelto á darla, pro-
puso á sus deudos y amigos su última voluntad,
y aplaudida de todos, aunque todavía indispues-
to, asignó para el siguiente día á esta junta su
ejecución y el hacer notorio al mundo el remate
de su amor, pues era no menos que llenar el va-
cío de la difunta y noble doña Aldonza con la in-
vencible, casta y virtuosa doña Elvira.
Y así, acompañado de lo más general é ilustre
de aquella nobilísima ciudad, sin dar aviso de
este intento á su dama, porque quiso que la pre-
vención y el hecho la acogiesen á una, siguió á su
casa, adonde, aunque pensó hallarla en el recato
y soledad que siempre, no así le sucedió; antes
muy llena de alboroto, las puertas principales
abiertas, la calle con cuatro coches de camino,
literas, acémilas y recámara y, finalmente, el
patio y corredores con muchos criados de li-
LA CONSTANTE CORDOBESA 206
brea, alguaciles con varas, y todos forasteros y
de ninguno conocidos, cosa que sobre tantos so-
bresaltos y penas dejó á don Diego suspendido y
á su compañía en duda y confusión.
CAPITULO LII
Dicese la ocasión de este alb<yi*oto, concluyendo
la historia con la elección prudente que la
concede el cielo á doña Elvira por galardón
y premio de su perseverancia generosa.
(£/RECió este escándalo cuando, entendida la
causa se supo la verdad, pues era por lo menos
venirse á casar con doña Elvira, no menos que
Tin ministro gravísimo de uno de los más prin-
cipales y superiores Tribunales de España; y no
fué tan grande este cuidado ni sentido de don
Diego con tan largos extremos, como cuando
apoderándose el caso acab5 de apearle y de
saber que era su antiguo competidor el que le
sacó tanta sangre del pecho y, finalmente, don
Juan de Zúñiga, cuyos grandes estudios y partes
traían por primicias á aquella plaza y otros acos-
tamientos generosos del César Carlos V; con que
acabando su cólera de ponerse en su punto, acre-
centándola su celosa rabia, dio á los circunstan-
tes parte de todo y juntamente de su justa ven-
ganza y resolución. Y aunque algunos quisieran
que estando en tales términos las cosas se guia-
206 CBSPEDES Y MENBSES
ran con mayor cordura, como el pecho abrasado
de don Diego no estaba ya para admitir consejos,
siguiendo el suyo, entraron en la casa de doña
Elvira, que bien ajena de semejante novedad,
alegre y gustosamente recibía entonces, si ya no
por amor, por último remedio de sus males, al que
en don Juan le ofrecía su fortuna.
Mas como aún no estaba ésta cansada de afli-
girla, cuando pensó haberla puesto un clavo, vio
en términos de perderse su casa y honra. Porque
sin guardar otro mejor decoro, otro respeto, á
posar de don Juan y de toda su gente, la hizo
meter en una silla; y diciendo que llevaba á su
mujer, mando guiar con ella á su posada, aun-
que esto se hiciera no sin algunas muertes y
mayor dificultad. Porque, determinándose don
Juan á resistir tan descarada injuria, animado
con la autoridad de su oficio, comenzaba una te-
rrible sedición, si á este tiempo no le atajara el
corregidor, que avisado de todo, y siendo un gra-
ve y prudente personaje, su blandura y respeto
mitigó en don Diego, dando lugar á que sn pre-
tensión tuviese más justificación; y así, de su con-
sentimiento, fué puesta la hermosa dama en un
convento, adonde por términos jurídicos cotioció
el eclesiástico de la causa y sus impedimentos.
No obstante que, teniendo tanto poder don
Juan, dio parte de su agravio al Consejo, que,
proveyendo en ello como mejor convino, re-
mitió orden particular para que, sin embargo (}e
LA CONSTANTE CORDOBESA 207
lo actuado y escrito, el corregidor pusiese en
libertad á doña Elvira, para que con ella, y sin
perjuicio de los dos pretendientes, pudiese en su
presencia elegir á su voluntad quién de ellos
más bien le estuviese; y asi, no atreviéndose el
apasionado don Diego á pre vertir tan estrecho
mandato, perdidas totalmente las esperanzas de
buen suceso, hubo mal de su grado de obedecer
y f.sistir, aunque por cumplimiento, á aquel acto;
el cual, no sin grande concurso de la ciudad, se
dispuso en su casa del corregidor, donde sacan-
do él por la mano á la honestísima doncella, allí
en público la propuso la orden, y juntamente la
dijo hiciese su elección: con que esperando todos
los circunstantes pendientes de su boca, cubierto
el rostro de virginal vergüenza, vuelta á don
Juan de Zúñiga, dio principio á este breve dis-
curso:
— Aunque en esta ocasión pudiera justamente
quejarme de vuestro largo olvido y corta corres-
pondencia, y aun del haber acordádoos más de
vuestros acrecentamientos que de mis grandes
persecuciones y trabajos, todavía no es mi in-
tento, don Jup-n, contradecir el vuestro con seme-
jantes causas, pues ninguna fuera suñciente ni
excusara el ser vuestra esposa, á no tener delan-
te el mayor ejemplo de amor y perseverancia
que dieron los mortales, y á quien no una, sino
tres veces, debo la vida, y no sólo la vida, mas
asimismo por mi propia ocasión (aunque sin cul-
20S CÉSPEDES Y MSKESBS
pa mía) la pérdida de sus mejores prendas, de
sn santa mujer, de su hijo y hacienda, cosas por
cierto indignas de ingratitud, y por qnien, con
justisima cansa, pudiera el mundo desestimarme
y aborrecerme, ai ya en términos tales yo falta-
se á tantas obligaciones y deudas á qne vos no
habéis de dar lugar por las muchas muestras, ni
menos yo he de quitar á don Diego el premio J
galardón que merece. Y pasando adelante sin
esperar respuesta, cubiertos los ojos de aljofara-
das lágrimas, abrazando á don Diego, prosignid
su oración, diciendo: Vos el, dueño y se&or mío,
debéis serlo de mi alma, y & vos, en contrapnesto
de todo el mundo, elegirá mi boca y obedecerán
mis sentidos mientras me durare la vida.
Y sin poder proseguir, atajada del aplauso j
voces de los presentes, de la vergüenza y disgusto
de don Juan, de los estrechos lazos de sa nuevo
esposo, cesando su discurso, comenzó el ds sus
alegres bodas, en cuya prosecución el opuesto
amante, corrido y no poco afrentado, prosigniA
su jornada, y don Diego alcanzó el fin deseado de
su larga y bien resistida voluntad.
Pachecos y Palomeques.
CAPITULO Lili
Historia cuarta, sucedida en Toledo, con el
gen y fundamento y antigüedad denta ítk
é imperial ciudad,
Jjá imperial ciudad de Toledo, corte y Silla i
de los más eeclareoidoa reyes godos y, al pree
te, trono majestuoso del perlado mayor de
Sspañas, digo, de su primado cardenal y a
biapo, tienen bus faudameutoa tan venerable
cianidad, que casi en elloa, por bu mejor iiotÍ<
hemos de proceder más por conjeturas qne i
dencia notoria. De ella hacen mención bien .
guiar Tito Livio, Tolomeo y Plinio, ponién(
en la Citerior Tarraconense y en la Frovii
Carpetana; todos tres gravísimoB autores, y
ilustran bus glorias, sus victoriosos triunfi
su inmortal memoria con apIauBO tan digno
pudiera sa sola autoridad, su respeto solo,
cerla conocida y famosa entre las más indi
generosas y opulentas ciudades del mnnd
msTOKiAS p
\
210 CÉSPEDES Y MENBSES
asi, no sin muy justa causa, por infinitos siglos,
por edades largas, adquiriendo con sus grandes
empresas, con su valor altivo, con su riqueza in-
mensa, el título grandioso, el renombre impe-
rial, la majestad insigne de sus augustas armas,
las coronadas águilas de sus insignias han me-
recido conservarle juntamente y casi desde sus
primeros principios.
De los cuales, con seguridad y atención, han
escrito libros copiosos muchos autores nuestros,
digo, naturales de España y aun hijos propios de
esta imperial ciudad, si bien uno de ellos, y no
el menos auténtico, el docto arzobispo don Eo-
dtigo (no sé en qué se fundó), dándola á Tole-
món y Bruto por fundadores, quiso defraudarla
de muchos siglos de ancianidad y origen, aun-
que otros, que le investigaron profundamente,
han afirmado y dicho que fué edificada por los
griegos y su valiente y magno capitán Hércules
Libio, ayudando no sólo á esta opinión la fuerza
de la tradición que en su famosa cueva hoy se
conserva, mas aun la misma dictión, mudando
algunas letras lo testifica, porque Ptoliethron,
palabra griega, lo mismo significa que ciudad.
Otros, no sin grandes desvelos, dicen que Fe-
rresio, insigne astrólogo y griego, conociendo
por el benigno aspecto de sus astros que había de
ser tal sitio felicísimo, la fundó y dedicó su cueva
á Hércules, como á deidad de su adoración, 1270
años antes del nacimiento de Jesucristo.
PACHECOS Y PALOMEQUES 211
Diferente opinión sigue Garibay, alegando á
Beuter, Figueras y Arias Montano, pues todos
se resuelven en que los ejércitos de Nabucadne-
cer, formados por caldeos, persas y hebreos, y
viniendo á España la edificaron, llamándola To-
ledoth, que es lo mismo que generaciones; mas,
según la mayor parte de autores graves y doc-
tos, es lo menos dudoso que el valeroso Hércules
fué su verdadero fundador y haberla esotros am-
pliado y engrandecido.
Su asiento de esta ilustrisima ciudad es una
montaña proporcionado con su mismo circuito y,
por el consiguiente, inaccesible, áspera y firmísi-
ma, siendo gran parte de su fortaleza y adorno
las famosas riberas del caudaloso Tajo, cuyas
aguas, en forma de herradura, hermosamente la
rodean, fertilizando su anchurosa vega y terreno
abundante con majestad y aplauso maravilloso.
Esto, la templanza de sus frescos y delgados
aires y el privilegio de que goza contra los terre-
motos, nieblas, inundaciones, y la abundancia de
mantenimientos, prósperas influencias, hermosí-
simas y discretas damas y tantos y tan estima-
dos sujetos como ha producido en todos tiempos
y edades, parece que justamente recompensan la
parte que le cupo de aspereza y fragosidad.
No escribo lo que pudiera de su excelente
santuario, in^signe iglesia primada de España,
soberbios alcázares, magníficos palacios, puen-
tes, edificios y antiguallas, porque, además de
212 . CÉSPEDES Y MBNESES
F
u. prometido
I
repugnar á mi asunto, fuera alargarme infruc-
tuosamente; y así, no pretendiendo ser prolijo en
las cosas que de suyo tienen granjeado tanta
fama y conocimiento, habré de excusar esta cen-
sura, dando de aquesta suerte principio al cuento
letido.
CAPITULO LIV
g; No1¡able historia sucedida en Toledo.
I Ruando en los años de mil y quinientos y veinte
y uno la mayor parte de España parcial y diver-
ge tida en opiniones, que otros lian llamado comn-
r nidades, abrasándose en sangrientas y civiles
guerras, dio tante que hacer y que decir á lo res-
tante de la tierra, sucedió en esta imperial cin-
f.-^ dad el caso de quien al presente escribo, con la
verdad y fe que he protestado. Y porque casi en
S/ medio del espantoso estruendo de las armas, j
mientras tantas venganzas, castigos y atrocida-
des se ejecutaron, nació la causa de su mayor
particularidad, bien me atreveré á decir que
nunca con más justa razón pudo el hijo de Venus
preciarse de su adúltero padre, pues éntrela
desigualdad de dos tan contrarios efectos como
son guerra y amor, mostró más claramente la po-
derosa fuerza de su brazo y la verdadera signifi-
cación y moralidad de su metafórico nacimiento.
Estaba en esta sazón, por las pasiones y ban-
dos que seguían, tan afligida la ciudad, que faé
PACHECOS Y PALOMEQUES 2l3
evidente muestra de su opulencia el no quedar
perdida ó arruinada del todo. Señalándose en el
fomentar su desdicha los mejores y más podero-
sos hombres de ella, entre quien los dos herma-
nos Palomeques, famosos por el ánimo y fuerzas
que alcanzaron, tanto como por su antigua no-
bleza, no fueron los que menos dieron á sentir
su valor. Llamábase el mayor don Fernando, y
el segundo don Pedro, y entrambos grandes con-
servadores de su república, siguiendo en esto
las acciones y pasos del noble don Rodrigo, su
padre, al cual, en los principios de estas revuel-
tas, mataron, desgraciadamente, en la plaza de
San Juan de los Reyes; ocasión no pequeña para
que las inquietudes creciesen y las parcialidades
aumentasen, si bien como más particular emula-
ción mostraron su indignación con don Lope Pa-
checo, mancebo ilustrísimo y conocido por sus
heroicas y loables costumbres, amable y gene-
rosa presencia, pues por excelencia notable fué
llamado el perfecto.
Dos veces fueron de éste y algunos deudos su-
yos, echados los Palomeques de Toledo y perse-
guidos con tan notable extremo, que llegaron á
cercarlos en una casa de placer de adonde, en di-
ferentes ocasiones, se les escaparon dichosamen-
te y con tan secreta huida, que dio motivo á que
6n la ciudad no supiesen otro nombre al Cigarral
ó Quinta de los Palomeques, sino la Casa del en-
canto.
214 CÉSPEDES Y MENESES
Tantas injurias y ofensas declaradas no pro-
metían, en tan valientes hombres, menos que
una terrible venganza, la cual procuraron por
cuantos caminos y vías les fué posible, sin per-
donar desvelos, vigilias y aun jornadas no poco
peligrosas, no obstante que todas le salieron in-
ciertas, porque don Lope y los suyos se guarda-
ban con recato y prudencia.
En medio, pues, de tanta confusión, y cuando
con igual vigilancia procuraba este caballero
huir de Caribdis, dio sin pensar, no menos que
en el Scila de unos hermosos ojos, cuyo dueño le
tiranizó el alma. Digo que habiendo en una fies-
ta pública visto á Laurencia, doncella hermosí*
sima, no sólo hizo en su ánimo suspensión de las
armas, sino que juntamente rindió en su amoro-
rosa conquista la libertscd, joya inestimable so-
bre los demás atributos del hombre.
Era esta dama hija de un ciudano, más rico de
honrosos respetos que de caudal y hacienda, por-
tillo, á su parecer de don Lope, suficiente á salir
con el asedio que ya comenzaba á poner á la for-
taleza de Laurencia; y asi, regido de semejante
industria, solicito buscaba medios que, dándola
á entender su pasión, juntamente granjeasen coa
obras y regalos su voluntad, no le saliendo vana
tan fuerte diligencia; porque años pocos, mucha
hermosura, bizarros pensamientos y cortas fuer-
zas para lograrse en ellos, suelen desbaratar j
romper los más castos propósitos. Al fin, mk^
PACHECOS Y PALOMEQUES 215
obligada del precioso interés que de correspon-
dencia amorosa, abrió Laurencia fácil puerta en
su gusto al nuevo amante; y aunque en las de su
casa tenía su padre el cuidado conveniente, todo
importara poco si primero no fuera avisado y
prevenido de un pariente, que pretendiendo de
muy atrás el ser su yerno, desvelado en su in-
tento y receloso por algunos indicios, hizo tan
vigilante centinela, que á cortos lances alcanzó
la causa y aun particularidades más secretas de
ella, porque encubriéndose una noche en parte
que con facilidad se podía percibir lo que con
don Lope hablaba Laurencia desde cierta ven-
tana, claramente acabó de entender, no sólo por
cierta su sospecha, sino que temerosa la dama
de algunas que en su padre iban descubriéndose,
trataba con su amante le «previniese sacándola
de su casa y poder, como, en efecto, lo hiciera si
la advertencia del deudo no atajara sus pasos.
CAPITULO LV
Oculta con secreto y recato su padre á la her-
mosa Laurencia, y prosigue el caso,
JÍrfiA, según ya tengo dicho, hombre su padre
desta dama de más reputación que bienes de
fortuna; y asi sintió el afrenta que don Lope
había intentado hacerle, con más extremos que
sus fuerzas pedían; esmerándose en su satisfac-
210 CÉSPEDES Y MEHRSBS
ción, con tan pocs. cordura, que al fia, según
presto veréis, vino & perder la hija y á poner so
vida y honra en contingencia. Declaróse ante
todas cosas por del bando y parcialidad de los
dos hermanos, encnyo poder, digo en el de sa
madre, que asistía en Toledo, dejó la mejor
prenda de su alma; cierto de que en tal uasa, ni
el atrevimiento de don Lope pondría los ojos, ni
la perseverancia de su voluntad llegaría á efec-
to; y con tanto, saliéndose á las aldeas y villajes,
donde aquellos caballeros alojaban, mostró, en
cuanto pado, el deseo de su venganza, aangne lo
hubiera sido más & cuento remediar su ofensa,
dando cuerdainente á su hija esposo; pues con él
no sólo excusara la infamia de su publicidad,
sino que asimismo hubiera atajado los da&os que
por sn causa sucedieron.
No sintió don Lope menos esta desgracia; an-
tes, con amorosa y ardiente cólera, esi-avo en tér-
minos de emprender una temeraria violencia;
porque sospechoso de que se la habían encerra-
do en algún monasterio, hasta que en todos faé
desengañándose, tuvo su impaciencia algún su-
frimiento y consoelo, con la fuerza de qae pen-
saba aprovecharse. Mas cuando últimaoLente, y
como si se la hubiera tragado la tierra, perdió
las esperanzas del hallarla, bien le fué necesario
valerse de su cordura y discreto atributo; pues
no le mereciera de perfecto si en semejantes
trances se dejara rendir de sn pasión.
Esto, en efecto, como mal remediable, fué
cura remitiéndose al tiempo; y aunqae la c
valecencia ee alargó muchos dlaa, no por eso
jaba de acudir, así & los cuidados de sus civi
guerras, como ¿ la solicitud de las cosas que
ellas tenía & cargo.
No estaba en casa de sus enemigosy contrai
la hermosa Laurencia poco afligida en estos int
medios; porque si bien no amaba con tanto fue
como ya don Lope la costaba algunos disgusto
malos tratamientos, y la vagante imaginación
la mayor clausura y encierro que su pasada lib
tad la había puesto hiciese mejor su oñcio, poc
poco la memoria de su perdido empleo la fo
& sentir de veras lo que al principio dispoi
con diferentes motivos; y asi como el frágil :
tural de la mujer es más incapaz de resistenc
fácilmente pudo & costa de su disimulación
nocerse, si ya no su accidente, & lo menos el c
gueto que padecía; origen auñcieate para que
el noble hospedaje se sintiesen sus dueños ]
mal correspondidos; aunque no obstante es
como realmente deseasen BU agrado, y el sujeto
Laurencia, por bu mucha hermosura, fuese áig
de ser amado, por el consiguiente, cualqui<
sinsabor en ella les era díspensable; sin exi
sarle todo el agrado y agasajo de sus fuerz.
alargándose en esto con mayor asistencia, de
Juana Palomeque, que hermana de los dos '<
liantes caballeros, que asi por su corta ed
2LS
como partí
naba.
Era estE
BU madre I
digo la go
sus criado
persona, c
hniaaiio ii
atreva & r
perfección
do al prec
afirmar co
quiso eí ci
des y clan
patentes, <
hubiera en ellos ocasionado que venganzas y
daños las disensiones y armas ie sus deudos. Y
así, en tal compañía, aún más culpable y repren-
sible era el desabrimiento de Laurencia; de qoieii
mal resistidos sus desconsuetoe y cuidados &
pocas hojas (como doña Juana aunque niCa, tenia
de ingenio y agudeza suplida la falta de expe-
riencia), lejú en su frente con evidencia clara la
ocasión de su amorosa pena, que conocido no
tardó su dueño en descubrírsela.
PACHECOS Y PALOMEO UBS
CAPITULO LVI
íVociíra doña Juana, entendido el emj.
del ausencia, divertírsele y aun deaacredit
aéle.
Míen sabia Laurencia la emulación y enen
tad de aquélla y la casa de don Lope, bq am
te; mas deseando con tan gran grave sujeto (
culpar su yerro, qnieo juntamente informarla
su empleo; si bien mal afecto su nombre en
oidos de dofia Juana, que, como dicen, hablan
la leche bebido el mismo veneno, furia y ren
de sus hermanos; apenas le oyó, cuando proc
disnadirsele, aunque en vano; porque la tie
dama, por igual cansa gobernada de su atici
y como ordinariamente acontece , á loa i
enfermos de semejante pasión ; paes siem
quieren sea preciada de todos en su estimac
propia la cosa amada, no sólo no desistió de
propósito, mas antes con mayor vehemem
pintando su sujeto, tal vez le juzgó el más
llardo, elmás'valiente y generoso, y tal ves
más noble, el más virtuoso, el más galán, el i
entendido y de más peregrina hermosura; y ]
tendiendo aúnmás largas disculpas, añadiei
á las sujeciones de sus réplicas otras semej
tea razones, tal vez con más- ternura, la dijo
siguientes:
220 CÉSPEDES Y MENESES
— Si de tal hombre, señora y dueño mío, ha
merecido ser Laurencia querida, ¿quién en el
mundo puede con don Lope grangear su corres-
pondencia? ¿No es éste, por ventura, el amparo
y remedio de los caídos, el fuerte y poderoso con
los soberbios, el humano con los humildes, el
generoso y liberal con sus amigos, el terror de
sus contrarios, el blando y apacible con las mu-
jeres y el cortés y agradable con los hombres?
Y finalmente, éste ¿no es quién, entre todos, por
tantos requisitos y excelencias, ha merecido el
nombre de perfecto^ Pues si á él solo todos le
reconocen vasallaje, todos le rinden voluntad y
tributo, yo, que por tan frágil é indigna cosa
me reputo, ¿cómo podré negársele, ó cómo, aun-
que quisiera, dejaran de forzarme su razón y
justicia? Las cuales son tan poderosas y desapa-
sionadas, que estoy por afirmar que, ó faltan en
vos para conocer esta verdad, ú os sobran el odio
y rencor de vuestros hermanos para oscurecerla.
De esta suerte, y en diferentes ocasiones, oyó
en defensa de su amor doña Juana tales y ma-
yores encarecimientos de Laurencia, y referidos
con tanta exageración y esfuerzo que, sin pen-
sar, poco á poco, perdiendo en su opinión la que
de sangrienta y feroz homicida tenía don Lope,
fué adquiriendo en su alma, no sólo diferente
concepto, mas deseos grandes de mirar con los
5^ ' ojos su desengaño. Y así, determinándose á ce-
sar en su contradicción, juntamente se dispuso á
i
^1*'
5>
í
PACHECOS Y PALOMEQUES 221
favorecer con su ayuda la causa amorosa de esta
dama; de quien, entendida tal determinación,
fueron sus demostraciones y agradecimientos
tan encarecidos, que doña Juana se tuvo por más
qne satisfecha; y como ya regida de aqueste pa-
recer, tanto como por su nuevo deseo y curiosi-
dad, sin mayor dilación, con su consentimiento,
comenzó á prevenir Laurencia los medios que
para hacerle sabedor de su asistencia á don Lope
convenían, segura de que la razón por que su
padre eligió semejante amparo era enderezada á
solo encubrírsela; y como éste fuese en la prose-
cución de su voluntad el primer escalón que se
había de apear, no dejó para facilitarlo camino
que no rodease, ni máquina en su imaginación
que no dispusiese; y finalmente, tantos vados
tentó y tantas dificultades se atrepellaron, que
al fin, por último remedio, hubo de aprovechar
la diligente traza.
CAPITULO LVII
Avisa 8U asistencia á don Lope Laurencia,
ocasioncíndo con su vista varios sucesos,
IiABÍA comenzado su madre de doña Juana, en
la misma sazón, una novena al milagroso San-
tuario de la Piedra, en cuya estación, acompa-
ñada de Laurencia, de su hija y criadas, asistía
con secreto y rebozo de las ocho á las nueve ho-
222 CÉSPEDES Y MENESES
ras de la mañana. De esta breve jomada, que-
riendo valerse, escribió la dama dos cartas, las
cuales, siendo en la misma sustancia y sobrees-
critas á don Lope Pacheco, se ,las metió en el
pecho, hasta el conveniente término en quien,
haciendo perdida la una en la iglesia y dejando
caer la otra en la calle, libró su efecto en la dis-
posición de la fortuna; pareciéndole que siendo
tal la de don Lope, y su persona tan amable y
bien vista, de ninguno podían ser halladas que
no estimase con gusto el remitírselas, como real-
mente ello sucedió; porque, apenas eran las doce
de aquel día, cuando ya estaban entrambas en
sus manos; aunque no hizo tan larga confianza
de su buena suerte la dama que en ellas escribie-
se razón, porque en llegando á otro poder se en-
tendiese el secreto. Abriólas, en efecto, don
Lope; y aunque turbado por el conocimiento con-
fuso de la letra, leyó en ellas este breve dis-
curso:
Laurencia á don Lope.
«Por no aventurar la buena dicha que me con-
cede el cielo, remito el corto trabajo de otro avi-
so más seguro, el que en aqueste excuso por su
incertidumbre; y así, porque salgamos, vos de
cuidado y yo de la pena en que estoy, os suplico
que con la puntualidad que confío estéis mañana
á las nueve e^ la Capilla de la Piedra, adonde,
si por seña I%váredes esta carta en la mano, ha-
PACHECOS Y PAI.OMEQUES 223
liaréis entre las alfombras de sus gradas otra
con mejor orden y claridad de lo qne habéis de
hacer. Dios os guarde.»
Muy alegre se halló don Lope con el desenga-
ño y salida que de sus confusiones y sospechas
se le ofrecían; y asi, con igual cuidado, á la hora
concertada, ya él estaba con su muestra planta-
do en la peana del altar, en quien, aunque pro-
curó curioso y recatado conocer Ja imagen de su
devoción, como el concurso de damas y el ir en
diferentes disfraces se lo impidiesen, fué por
demás su diligencia, no obstante, que halló la
carta prometida; porque Laurencia, no sólo en
viéndole cumplió con su deseo, mas pudo, sin
embargo, del recato con que su madre miraba
por doña Juana, enseñarle despacio la satisfac-
ción de sus yerros y el crédito de su verdad.
No había hasta aquel punto aquella inocente
y mansa corderilla repastado entre flores de tan
nocivo y amargo fruto, porque, según ya tengo
referido, ni á sus divinos ojos llega\)a conocimien-
to humano, ni su edad y clausura, daban lugar &
mayor noticia, con que no me admiro ni espanto
que, siendo de tal hombre la primera que tuvo,
hiciese en su alma semejantes estragos; pues fué
tal su mudanza y turbación (culpa la corta ex-
periencia de aquellos accidentes), que casi puso
en términos de entenderse Bu mal disimulada pa-
sión; que, fomentada por la necia perseverancia
con que Laurencia la exageraba las admirables
a&adió yes
BDS llamas
vida que e
bien disFor
cuanto Lai
casalavuel.-, j p,, _„„, _
llegando k la suya, abrió la carta y jautamente
las puertas de su confusión y desengaño?, leyen-
do las siguientes r.
Laurencia á don Lope.
(Desde el punto en que mi cruel padre, efecto
de nuestra entendida voluntad, me priró de vaee-
tros ojos, no han cesado los míos de verter, en sa-
tisfacción de tal desdicha, abundantes l&grímas,
cuyo fin, á no haberme valido de esta industria,
hubiera sido mi última desesperación. Mas ya
que el cielo piadosamente acudió á mi remedio,
cierta de vuestra animosa resolución, me atrevo
& pediros procuréis verme esta noche en la casa
de vuestros contrarios, adonde, con sn madre y
hermosa hermana, estoy desde el amargo día qne
me ausentaron de vos. La empresa, aunque pa-
rezca difícil, mediante la ayada qae de acA se
me ofrece, se os hará mny posible; y asi, en ona
de las ventanas del jardín que caen junto A la
muralla de la Vega, os esperaré á las doce; el lo-
gar es secreto, la hora acomodada, vuestros ene-
PACHECOS Y PALOMEQUES 226
migos ausentes, vos don Lope Pacheco y quien
os lo pide vuestra firme Laurencia; con que ni
tengo más que encareceros, ni vos razones para
excusar la paga de tan verdadero amor.»
CAPITULO LVni
Resuélvese don Lope al cumplimiento del bille-
te^ y doña Juana aumenta en él la pasión de
su incendio.
H cuántos y diferentes pensamientos cercaron
á doa Lope luego que acabó de leer las razones
que habéis oído!, hallándose, por una parte, tan
sin pensar, alegre con la perdida prenda; y por
otra, no poco melancólico, viendo que el lugar
adonde había parecido fuese tan lleno de sospe-
chas, pues la menor que entonces confirió su pe-
cho bastara á acobardar al más animoso. Tam-
bién consideraba, y no poco temía el descrédito
de su persona, si acaso cuando todo saliese muy
cierto, con la continuación, sus secretos amoro-
sos se descubriesen, y él quedase mal reputado
y desdorada la opinión granjeada por el noble
trato y cortesía que con la casa de sus contrarios
habla usado.
No obstante que á taii graves causas no le fal-
taban réplicas que en su ánimo hiciesen mayor
contradicción^ pareciéndole que, según la hon-
rosa confianza de Laurencia, no sólo no podía sin
HISTORIAS PEREGRINAS 15
22f) CÉSPEDES Y MENESES
muclia nota excusarse de verla, sino que jun tai-
mente quedaban en nuevo empeño su reputación
«1 día que sin igual descuento se entendiese la
arrogancia de sus émulos; y entonces era tanta,
que la dama, á quien su mismo padre, aun es-
tando presente, no se había resuelto á defender-
le, ellos, por cosa suya y hacerle semejante pe-
sar, tomaban el guardarla por su cuenta.
Con que, infiriendo de aqueste hecho poca es-
timación, sin más consulta, arrojadamente in-
dignado, atropello por los demás inconvenientes
y cumplió la orden referida, aunque como pru-
dente y recatado, yendo dos horas antes del con-
cierto, cautamente notó en ellas todos loa vesti-
gios y señales que de sospecha ó traición se po-
dían tener; con que algún tanto más asegurado,
llegó á ponerse debajo de las ventanas del jardín,
cuando apenas las acababa de abrir su dama,
que ya puesta en la una y conocido le recibió
con el gusto que sus deseos prometían. Y así,
habiéndose dicho muchos tiernos y amorosos
conceptos, ya culpando Laurencia el descuido
de su amante, y ya don Lope la suspensión de
semejante traza, alegre el uno y satisfecho el
otro, se despidieron aplazados para las siguien-
tes noches; en quien, proseguidas sus amorosas
vistas, creció con ellas en Laurencia el incentivo
de su ardiente deseo (y lo que debe causar más
lástima, más grave sentimiento), vino á ser in-
curable y sin remedio el veneno furioso que del
PACHECOS Y PALOMEQÜES 227
tierno y aficionado corazón de doña Juana se hn •
bía apoderado. La cual, los breves ratos que fal-
taba á la custodia y centinela de su amiga, un-
giendo vana curiosidad en sus deseos y encu-
briéndose con ella de don Lope, gozaba, entivi el
amargo acíbar de la pena celosa de su alma, las
dulces blanduras y requiebros de su comunica -
ción, haciendo ésta su curiosa diligencia, sobro
tanta afición, tales efectos, que puso en contin-
gencia su salud, y aun su vida en conocido
riesgo.
Siempre el amor fué reputado por tormento
cruelísimo, si bien nunca es más insufrible que
recatado y encubierto; de adonde nace que, mieu •
tras el corazón más se anima á disimularle, en-
tonces crece con mayor furia, brotando como efí-
mera ardiente al rostro y á la boca las reliquias
de su fuego. Nadie hizo de esta verdad tan cos-
tosa experiencia, ni mujer, con mayor tolerancia
y cordura, procuró resistir en tan frágiles fuer-
zas tan juntas y amontonadas penas; con que de
su valiente resistencia el fruto que doña Juana
vino á sacar fué caer del todo rendida en una
cama, en que, poco ó mal entendida la pasión de
su alma, aplicándola desiguales remedios, llegó
á ser juntamente enfermedad del cuerpo, aumen-
tándose por esta razón, en su afligida madre, el
disgusto continuo en que la tenían las inquietu-
des y bandos de sus hijos; y cesando en Laurencia
las visitas y pláticas de que había gozado hasta
entonces, mediante la indastria 7 traza de dofia
Jaana, cuyo amoroso y dolielite espirita, bí por
algún camino pado recibir alegría, esta privación
impensada, no sólo se la dio, mas dobló sn cos-
BUelo; porqne es, sin dnda, el mayor de ana celo-
sa pena; pues al ñn no ae fomenta su dolor im-
{waibilítada la causa de él.
Aunque no por esta dificultad dejaban de ci>-
mUnicarse los amantes, que prevenidos antes
por lo que pudiera suceder, remitieron la proee-
cucíón de bu empresa ¿ una cinta, en la coal,
esperando ocasión, el uno ataba sus papeles y el
otro recibía sus respaestas; mas como Laurencia
totalmente ignorante on el da&o que ¿acia no
encubriese é, doña Jnaua éste y sas más inte-
riores pensamientos, también fuá aabídora dél,
aunque con diferente efecto de su pecho, porque
deseando no dejarse morir en semejante desespe-
ración, apenas entendió la discreta traza, cuando
en su idea la eligió por último reparo de su vida.
CAPITULO LXX
IntercadeTicias del amor de don Lope
y otros nuevos sucesos mayores.
CASABA, la suya don Lope en este, tiempo con
poco guato, nacido tanto de las dilaciones de sa
amor, cuanto porque realmente, desde la prime-
ra ínter cadencia que en él hubo, más por propia
PACHECOS Y PALOMEQXmS 229
xepntación y enfado de sus enemigos, que por
fuerza de voluntad, .perseveraba en su demanda ;
>así que esto y el ser tan llena de peligros como in-
fructuosa, le hizo que poco á poco fuese prevari-
cando en ella. Semejante tibieza, que como mala
nneva, aun antes de consultarse llegó á noti-
cia de su dama y de su boca á los oidos de la ya
convaleciente doña Juana; la apresuró su reso
lución, temerosa de que desistiendo en su afición
don Lope, quedaba sin remedio, el que para en-
tenderse en la suya tenía maquinado; con que
sin más tardanza, porque á la fuerza y necesidad
de amor ni hay ley que la reprima ni precepto
tan grave que la mitigue, pues ella sola, con más
facilidad, rompe y atrepella las del honor; pos-
puesto éste, su fama y reputación, el temor de
«US hermanos, la venganza de su padre muerto
y el odio intrínseco por tantas heridas recibidas,
determinó la ejecución de sus intentos en la ma-
nera que presto entenderéis.
No del todo declaradamente había don Lope de-
sistido en los suyos; antes, sabida la mejoría de
doña Juana, con la esperanza de volverse á ver
presto con su dama, acudía á la correspondencia
de sus papeles, en cuya prosecución, yendo por
la respuesta de uno que la noche antes había es-
crito, hallándola en la parte asignada, la tomó,
y queriendo, para mejor leerla, dar la vuelta á
su casa, previno su deseo el parecerle que, así
en el manejo como en el mayor peso del billete,
230 CÉSPEDES Y MENESES
mostraba en sí diferente novedad que en los pa-
sados, con que, sin esperar á más, llegando al
cobertizo de una iglesia en quien había ana
lámpara, abajándola y rompiendo i a nema, ape-
nas desplegó sus dobleces cuando salió del úl-
timo un rayo penetrante que le atravesó las
entrañas, pues con verdad puedo decir que lo
menos sangriento y poderoso fué el efecto que
hizo en ellas el retrato de un monstruo, de qb
portento de hermosura y belleza que se des-
cubrió ante él. Este acaemiento notable, t el
ser la letra que miraba de ajena mano y diferen-
tes señas, acrecentó, y con razón, su turbado es-
píritu, si bien teniendo tan cerca el desengaño,
embarazados el sentido y los ojos en la divina
efigie, aún no acertaba á valerse de él, hasta
que satisfecho de que en sujeto humano no podía
caber tan rara perfección, queriendo saber á que
efecto Laurencia lo escribía de otra letra y con
la eoigma de aquel pintado serafín, poniendo sq
lámina en el pecho, dio principio al billete y á
su mayor confusión de aquesta suerte:
Doña Juana á don Lope.
«Sabe el piadoso cielo á quien hago testigo de
mi honrada resistencia, las penas, los tormentos,
lágrimas y dolores que en perseverar en ella me
ha costado, pues por no verme rendida á seme-
jante liviandad he querido primero padecellas j
aun dejarme desesperadamente llegar á los fieros
PACHECOS Y PALOMEQUES 231
umbrales de la muerte. Mas si la última ruina de
mi casa infeliz está ya de lo alto subordinada á
vuestro brazo, de quien ni el valor de mi difunto
padre ni la audacia de mis desterrados hermanos
han podido ampararse, ¿cómo la frágil fuerza de
una mujer había de ser bastante á contrastarla?
Al fin, don Lope, hoy permiten los cielos que, en
vez délas venganzas tantas veces contra vos re-
petidas, sea mi alma victima y último sacrificio
de vuestra voluntad, para que de esta suerte no
le reserve cosa de vuestros enemigos que no
sienta su rigor y poder. El efecto que de éste re-
conozco desde el punto en que Laurencia me dio
de vos noticia, es de tal calidad, que ni me atrevo
á reducirlo á palabras ni los raudales de mis
amargas lágrimas han dejado lugar en el papel
para escribirle; y así, aunque temerosa de seme-
jante arroj amiento, cierta de que vuestro noble
pecho sabrá darle disculpa, le remito, siendo vos
servido á nuestra vista, si bien ésta quise pri-
mero granjearme y merecerla enviando á pedí-
rosla con semejante mensajero, al cual os ruego
tratéis con el' secreto y hospedaje que debéis á su
original, y, sobre todo, con mejor acogida, que
de mi desdicha y muchas partes de la hermosura
de Laurencia puedo prometerme. Dios os guarde
y á mi me haga agradable á vuestros ojos, que si
tan buena suerte me sucede , seguramente podré
esperaros mañana en la misma hora y ventana
que sabéis. »
232 CÉSPEDES Y MENESES
CAPITULO LX
Habíanse doña Juana y don Lope sin sabiduría
de Laurencia .
Í9ALE8 como ya habéis leído fueron las últimas
razones con que acabó don Lope de leer el tierno
y amoroso papel de doña Juana, en cuyo hermo-
sísimo retrato, volviéndole á sacar del pecho,
elevando asa contemplación, y pasando otras mil
veces por los ojos el billete, sin saber lo que le
había sucedido, casi en medio de tan extraordi-
naria suspensión hubiera de cogerle el d^a, por
lo cual, temiendo ser hallado en semejante lugar,
hubo de proseguir el camino de su posada, adon-
de arrojándose en el lecho, así vestido como es-
taba, sin dormir ni comer, pasó la mayor parte
del día, y esto con tan maravillosa confusión y
desasosiego que, como enajenado de sentido, asi
en el semblante de su rostro como en las demás
acciones de su persona, daba justamente á pre-
sumir á los criados, que con silencio le miraban,
ó que hubiese lastimosamente perdido el juicio,
ó que sin duda maquinase en su idea alguna
empresa ó jornada gravísima, como verdadera-
mente en esto último no se engañaban, porque
nunca don Lope, aun habiendo manejado cosas
tan grandes, se halló en su mayor aprieto con
igual aventura.
PACHECOS Y PALOMEQUES 238
Ella era, por cierto, según los casos y muestras
sucedidas, en el presente estado bien digna de
consideración/ y tanto, que á no tener en el bello
retrato tan valiente estimulo que le animase, y
en el premio ofrecido tan agudo acicate que ali-
gerase sus deseos, pienso que doña Juana se La- ,
liara corrida y burlada en su determinación;
mas esta dama anduvo tan prudente en el enviar
el retrato como discreta en la disposición del pa
pal, pues uno y otro aseguraron el temor de don
Liope, y granjearon su voluntad de suerte, que
ni la evidencia del peligro ni la sinrazón y lás-
tima de injuria tan afrentosa le pudieron mover
de su propósito; y así, no reparando en la corres-
pondencia antigua de Laurencia, ni menos en los
medios con que doña Juaua había de gobernarse,
remitiéndose en todo á su prudencia, puso resuel-
tamente la vida y honra en sus manos.
Con semejante determinación, habiéndose so-
segado algún tanto, esperó la noche, y junta-
mente con ella la hora deseada, en la cual, ves-
tido un fuerte jaco y con armas al hecho conve-
nientes, sin compañía ninguna por la importan-
cia del secreto, poco á poco se fué acercando al
puesto, en quien, después do haberle bien reco-
nocido, oyó que sentidos sus pasos iban de la
parte del jardín abriendo las ventanas; con que
acercándose á ella, apenas doña Juana se dejó
ver, cuando aun sin poder llegar é la reja quedó
inmóvil, gozando como en éxtasis de aquel si-
1:34 CÉSPEDES Y MENESES
mulacro de hermosura, y confiriendo en él el
presente gusto que había hasta entonces tenido
por gloria imaginada , ni la lengua pudo hacer
su oficio, ni las plantas llegar más adelante.
Pasó, en fin, la turbación de este accidente, y
llegándose á menor distancia el uno al otro, sin
mover los ojos, por largo y dulce término se re-
trataron en ellos, hasta que don Lope, vencido
de su justa cortesía, rompió de aquesta suerte
su silencio:
— ¿Es posible, único y solo portento de hermo-
sura, adoración de los humanos, que los ojos de
vuestro mayor enemigo, indigno por tales causas
de asistir á tanto resplandor, han merecido ve-
ros y contemplaros tan de cerca? ¿Qué venturosa
estrella, qué astros ó qué influjos dichosos mi-
raron aquel día mi nacimiento, pues haciéndome
en vuestra dulce vista agradable, juntamente
inclinaron la voluntad á sacarme de las tinie-
blas en quien hasta ahora he vivido? ¿Qué se-
creta deidad rigió mis pasos, ó qué piadosos sa-
crificios han merecido por descuento tan inesti-
mable galardón? ¡Ohventura incomprensible! Fe-
liz sea mil veces el punto y hora en que miré á
Laurencia, ocasión de tantas dichas y mil veces
bien empleados y dichosos los desvelos, mo-
vimientos y acciones gastados en su empresa,
pues á costa de tan breves servicios y con el su-
dor de tan cortos trabajos, he descubierto mina
de tan incomparable tesoro, joya de tan inesti-
PACHECOS Y PAI-OMEQUES 235
xnable precio y, sobre todo, alivio, que si alguno
en esta vida mortal puede ser comparable al de
aquellos divinos y Elíseos Campos, á él solo se
le debe semejante igualdad. Digan, pues, ¡oh
hermoso dueño mió!, más apriesa mis ojos lo que
como incapaz de tanta gloria ignora y calla mi
lengua, porque aun mi alma propia no sabe más
que sentirlas, como ni su humildad agrade-
cerlas.
— Bien confiada estaba yo, respondió doña
Juana (atajando su plática), que de tan noble y
cortesano caballero había de ser mi voluntad
correspondida con demostración semejante, aun-
que si bien no me podréis con ella poner en ma-
yor obligación, pues la mía ha llegado, sin po-
derla reprimir, al más subido grado, todavía
vuelvo á ratificar en vuestra presencia la fe que
para siempre os será inviolable. Vos, don Lope,
habéis sido después de mis hermanos el primer
hombre de quien aun mis ojos tuvieron particular
noticia, y el que sólo por ellos tomó la posesión
de mi alma, y asi, vivid seguro que, bien ó mal
pagada, no saldréis de ella mientras la vida me
durare, ni otro ocupará el lugar que vos solo
merecisteis, aunque por ello haya de perderla
mil veces. No os pido en recompensa de este
amor más finezas que las que vuestro gusto dis-
pusiere, porque ni de que viva ó muera en él
Laurencia harán menguas las mías ni de su
amor y vuestra perseverancia formaré agravios.
236 CÉSPEDES Y MENESES
Oon esta carga emprendí esta hazaña, y cnando
yo sea tan desdichada j vos tan desconocido en
la desigualdad de nuestros méritos que no que-
ráis proseguirla, pagaránlo en silencio mi sufri-
miento y lágrimas, mas no vuestro sosiego y mi
correspondencia.
CAPITULO LXI
Prosiguen estos nuevos amantes sus tiernos co-
loquios, quedando interi^mpidos por un c(Uo
notable,
Jl\0 quedaron estas palabras últimas y celosos
temores sin la satisfacción y promesa que doña
Juana merecía; y así, deseando sobre todas las
cosas el apasionado caballero el firme apoyo de
su nueva voluntad, procuró acreditarla con amo-
rosas réplicas, entre las cuales, habiendo enten-
dido el origen y principio de su afición y la en-
fermedad de doña Juana, tambiéh supo cómo
para escribirle se había apoderado de la misma
industria de Laurencia, que como ella le comn-
nicase sus papeles, fuéle fácil el verla atar el
último y el quitarle después sin ser sentida, po-
niendo en su lugar el del retrato; con que pare-
ciendo cosa conveniente, para su mayor quie-
tud, de acuerdo y consentimiento de sn dam«i,
quedó asentado que don Lope prosiguiese entre*
teniendo á la pobre Laurencia, á quien para po-
■ PACHECOS Y PALOMEQUES 237
der venir segurameDte á aquel puesto había de-
jádose en profundo sueño, sacando primero del
poder de su madre las llaves del jardín, que
siendo todas estas diligencias en su modo, de
igual peligro, aun con más evidencia conoció
don Lope la verdadera fe con que era amado.
Dos horas habría que los nuevos amantes, en
apacible plática, gozaban las primicias de su vo-
luntad, cuando oyendo don Lope un recio golpe,
como de persona que se había arrojado ó caído
de alta parte, ó tras de aquesto algún fácil ru-
mor, algo alterado, hizo que muy aprisa cerrase
doña Juana las ventanas, y con la misma breve-
dad, aun sin despedirse, abajándose al suelo,
para mejor encubrirse y descubrir lo que era, se
metió entre unos altos malvares y carrizos, des-
de adonde, con más seguridad, vio en un instan-
te cubierto de hombres y armas aquel sitio.
Cualquiera por de corto discurso que sea cono-
cerá en tan triste suceso el temeroso y afligido
aprieto con que se hallaría don Lope salteado;
el cual, dándose por perdido y presumiendo que
hubiese sido alevosamente vendido, ya que tau
cerca juzgó su amargo fin, se arrevolvió ansí
mesmo á vender por muchas vidas su temprana
muerte; y así, con valiente ánimo dispuesto, es-
peró, como quien deseaba dilatar aq^uel breve es-
pacio de vida, á que sus contrarios le hallasen y
embistiesen; los cuales, acercándose juntos á la
puerta del jardín, y habiéndose aguardado un
233 CÉSPEDES Y MENESES
corte término, vio que después de él, entendido
de adentro el contraseño, abriéndoles con recato
y silencio, se iban entrando sin curar de otra
cosa, basta que no quedando ninguno, vuelto á
cerrar el jardín, dejaron aquel sitio en el mismo
silencio y seguridad, con que más alentado, apre-
ciando desde aquel punto su vida milagrosa,
poco á poco se fué desviando bacia la parte de la
muralla, que era la misma por donde aquellos
bombres babian venido, y en quien, apenas puso
los pies don Lope, cuando entre unas grandes
sombras que bacían los torreones y barbacanas,
divisó un golpe de caballos, que á su ver asistían
á los que estaban en la ciudad, de cuyo riesgo y
perdición, temeroso y cuidando no bubiese igual
daño por las demás partes del muro, indetermi-
nable en su resolución, estuvo algo confuso; por-
que sospecbando por cierto que eran los dos ber-
manos de su dama, y satisfecbo de que en su fe
y amor no babía el doblez que al principio de
aquel fracaso presumió, como ya informa en su
pecbo otros más blandos y menos vengativos es-
píritus, quisiera disponer el peligro de la ciudad
sin que le recibiesen tan grande cosas de una
mujer á quien él debía tan maravillosa voluntad.
En efecto, regido de este generoso pensamien-
to, él solo, por no alborotar sin tiempo ni lugar,
requirió sus murallas y puertas, y previniendo
los soldados y guardas muy despacio, se volvió
á su casa, en quien puesto á caballo, con algo-
PACHECOS Y PALOMEQUES 289
TÍOS criados y amigos que mandó avisar, y ha-
ciendo juntamente que en San Bomán tocasen
las campanas, cierta señal para que la gente del
rebato acudiese á sus casas, cuando le pareció
que ya los dos hermanos, oyendo el alboroto, se
liabrian puesto en cobro (como al fin sucedió) á
buen paso, debiendo salir por la puerta del Cam-
brón, guió á la de Visagra y luego al lugar en
quien la tropa había descubiértose; desde adon-
de, conocida la huella de los muchos caballos
que huian, fueron á rienda suelta en su segui-
miento, aunque fué por demás su diligencia,
porque con las muchas que para su remedio hizo
el gallardo don Lope, llevaban grandísima ven-
taja; con lo cual, desconfiando de alcanzarlos, y
pareciéndole estaban bien fingidos sus deseos,
mandó tocar á recoger, disimulando el buen su-
ceso de ellos y el sobrado contento de haber tan
á su honra dado la vida á los dos valientes Pa-
lomeques y hecho á su querida hermana tan im-
portante servicio, no obstante, que como después
sabréis, hubiera aqueste de costarle el sosiego,
la hacienda y aun la vida y reputación; mas sin
prevenir estos cuidados, todos los atropello el
noble caballero, teniendo en más estima el haber
podido vengarse, que la satisfacción de sus eno-
jos y ruina de sus mortales enemigos; porque en
el generoso y magnánimo, la mayor venganza y
castigo es no ejecutarla, pudiendo.
240 CÉSPEDES Y MENESES
CAPITULO LXn
Don Lope, divertido en sus amores, falta al re-
cato y seguridad de sus cosas, con que impen-
sadamente salteadas, se viene á ver en un
mortal peligro.
JL/o restante del día y parte de la noche descan-
só don Lope, si bien, aun en tantos desvelos, no
excusó el ver á doña Juana, de quien temía (y
no poco) hubiese sido sentida en el rebato; y asi,
á la hora acostumbrada, ya él estaba en el pues-
to, habiendo antes, y con la industria y traza
que otras veces, recibido un papel de Laurencia,
y puesto para mejor engañarla y divertirla, otro
en su lugar, con que, disculpando su reniísión,
ella quedó en su olvido, y don Lope^ en saliendo
su dama, fuera de sus temores y sospechas; por-
que no sólo supo de su boca el término que tuvo
para salirse del jardín sin ser sentida, mas el
que la sobró para poner con igual suerte las lla-
ves en buen cobro, con lo cual, sumamente con-
tentos, en particular doña Juana, no sabía con
qué exageraciones y palabras encarecerla satis-
facción que su amante mostraba en su voluntad ,
pues justamente pudo antes temer que, según el
suceso de la primera noche, quedara para siem-
pre imposibilitada de su vista. En fin, clara y
abiertamente le confesó la venida de sus herma-
PACHECOS Y PALOMEQUES 241
nos, annqae de ésta, como cosa también sabida
de él, no Iiizo en su pecho alguna novedad; no
obstante que la ocasión que los habla traído, la
causó, y muy grande, porque era no. menos que
á tratar con su madre y hermana la última y
final conclusión de un casamiento, que muchos
días antes se le estaba tratado. Conviniéronse en
que, hasta tomar mejor acuerdo, esto se fuese
por doña Juana dilatando, de quien, diciéndola
primero lo que la pasada noche había dispuesto,
para la seguridad y peligro de sus hermanos, se
despidió don Lope, dejándola de nuevo amarte-
lada y agradecida. Mas como en los amantes son
siglos los momentos que interrumpen sus gustos,
no se pasaron muchos sin volverse á ver.
Latirencia, en este tiempo, consumiéndose, di-
vertía los tristes días de estas inter cadencias y
engañaba sus prolijas horas con la esperanza
alegre que de ver á su amante la daba doña
Juana; que como ésta estuviese solamente en
BU mano, fingiéndose unas veces mal convale-
ciente y otras diferentes achaques, érale fácil
disponerlo á su gusto y fomentar en él las ansias-
y congojas del engañado huésped. También don
Lope, advertido de su dama, no pocas veces lle-
no de pasión amorosa, ignoraba el medio y la
elección menos sangrienta para salir de tanta
confusión; porque, si por una parte conocía el
peligroso punto de su casamiento aplazado, por
otra el riesgo de excusársele, sin renovar ven»
HISTORIAS PEREGRINAS 16
I
242 CÉSPEDES Y MEKESBS
ganzas y acrecentar enemistades y violencias, le
ponía en mayor cuidado.
Todo esto conferían entre si los dos tiemes
amantes, y en todo hallaban inconvenientes v
dificultades invencibles; porque, como pruden-
tes, sabiendo que los consejos temerarios, cuanto
al principio son de alegres y, tr&tados, duros j
pertinaces, efectuados suelen salir amargos y
tristes, quisiera cuerdamente no despeñarse en
semejantes daños; mas como los que ya el cielo
tenía determinados se apresurasen por la posta,
ni pudieron antes tomar mejor acuerdo, ni menos
prevenir su desdicha. Y así, Ja última noche en
que estas cosas dulcemente conformes se comu-
nicaban el uno al otro, con ímpetu soberbio rom-
pió su tierna plática el repentino escándalo de
mil confusas voces los clamores de diversas
campanas, el temeroso estruendo del artillería,
los golpes de las armas y las respuestas de los
arcabuces, conque salteado lastimosamente aca-
bó don Lope de conocer su perdición y el mal
cobro en que sus desvelos amorosos habían redu-
cido su ciudad, sus amigos, sus deudos y su vida.
Despidiéndose con tiernas lágrimas intentó vol-
ver á su posada, si bien antes de llegar á ella
supo que la ciudad era entrada, y ella, con las
de sus mayores amigos, echadas por el snelo: fu-
rioso y vengativo efecto de sus contrarios, los
cuales, alentados y prevenidos con el descuido y
poco recato que hallaron la noche de su entrada
PACHECOS Y PALOMEQÜES
243
y mayormente por lo mal que fueron rebatidos
<ie don Lope, ejecutaron ahora animosamente su
intento; y con tan acertada disposición, que pri-
mero estuvieron apoderados de Toledo que fue-
sen sentidos; y como el quitarse de delante á don
Xiope era lo más esencial de su empresa, así em-
plearon la mayor furia de ella en su casa, aun-
^que no hallándole, la entregaron al fuego, y pa-
sando adelante se enseñorearon del alcázar, pía-
aas, puertas y famosas puentes.
CAPITULO LXIII
Ocúltase de sus enemigos don Lope, y ausentes
ellos j vuelve á ver á su dama,
|(Dh miserable fortuna de la vida humana: cuan
llena de inconstancias eres; cuan rodeada de
mudanzas y peligros! Veis aquí nuestro noble y
perfecto caballero , no sólo desposeído de tan su-
perior mando y grandeza, sino juntamente con-
vertido en un retrato lamentable de sus miserias;
porque si le consideramos cercado de tan morta-
les enemigos, también le hallaremos sin casas
en quien defenderse, sin amigos de quien am-
pararse, sin criados de quien favorecerse y,
finalmente, sin puerta sin salida, para escaparse
de tales desventuras. Mas como de los trabajos y
peligros muestra el altivo y generoso espíritu
mayor fortaleza, mayor ánimo, valiéndose del
L
J
244 CÉSPEDES Y MENESES
suyo con sabido nonsejo, se arrojó en la primera
casa que halló abierta; adonde no sólo fné amo-
rosamehte recibido, mas pudo fácil y segura-
mente confiarse de sns dueños, los cuales, como
si fuera hijo ó padre suyo, le guardaron tan bien,
que, aunque las diligencias de sus contrarios
pasaron de limite, sus pregones, amenazas y
promesas de término no tuvieron efecto, ni taa
graves temores fueron bastantes á descubrirle.
Andaban con. tan impensada^ desdicha todos
sus parciales ausentes, sus criados desterrados
y sus aficionados encogidos; y así, considerando
cuan mal por entonces podía ser de aquéllos
ayudado, haciendo á tanto5? males valiente resis-
tencia, esperó constantemente más sazonado
tiempo para bu libertad; la cual no se le dilató
muchos días; porque la fortuna, que siempre
favorece á quien contrasta la violencia de sob
excesos, ordenó las cosas de sus enemigos de tal
suerte, que les fué forzoso, aunque dejando bien
asegurado su partido, hacer ausencia de la ciu-
dad ocasionada de algunas sediciones y alboro-
tos importantes de los mejores lugares de la co*
marca; que siéndole esta nueva á don Lope
notoria, sin perder coyuntura con gran secreto,
previno, su partida, aunque con igual y ntayor
cuidado, en medio del rigor de tan grave peligro
no se olvidó de su dama, cuya casa queriendo,
desconocido por la seguridad, ver la siguiente no-
che y consolarse besando sus dichosa s* paredes»
PACHECOS Y PALOMEQUES 245
£iié á tan venturoso punto, que como de allá no
hubiese menos firmes deseos, menos afligimien-
tos y cuidados, halló que, prevenido su pensa-
xniBnto, le esperaba en la cinta que salía un pa-
pel, que abriéndole y conociendo la letra de doña
Jaana, leyó en él estos breves religiones:
cSi el cielo ha conservado vuestra vida y os
«.trovéis á verme, ejecutadlo sin dilación, porque
en ésta consiste la mía y vuestro gusto.»
Bien advirtió don Lope que, pues su dama así
lo disponía, no sólo habría seguridad bastante,
mas juntamente precisa y grave causa, y como
á los atrevidos no sólo la fortuna, más aún, el
mismo amor les favorece, intrépida y resuelta-
mente se dispuso al peligro, adonde muy sin él,
dentro de breve espacio, llegó doña Juana, tan
sentida y llorosa, con sus tristes sucesos, que si
fuera en su mano, fácilmente conociera el aman-
te la desigualdad de su estimación y aun el des-
precio de la victoria y reputación de su sangre.
Mas no desvaneciéndose en su encarecimiento,
sin mayor dilación la hizo saber cuan adelante
(en la determinación de sus hermanos) estaba
8u aborrecido casamiento y otras semejantes ra-
zones á su propósito, con que dispuesto el ánimo
de don Lope, brevemente ordenaron el último y
forzoso remedio.
En conclusión, doña Juana se arresolvió á
dejar su casa, y para ejecutarlo más á su honra,
haciendo á las estrellas y á los cielos testigos,
246 CÉSPEDES Y me;^bses
dio de esposa la hermosa y blanca mano al per-
seguido y venturoso caballero, que, como absorto
y elevado en semejante gloria, olvidado de sus
graves desdichas, asistía á ella. Con esto, asig-
nando su ida con limitado término, dieron 1&
vuelta entrambos á prevenirla, y ciertamente
que por ningún camino se le pudiera trazar ma-
yor venganza de sus contrarios, si como ello
quedaba concertado sucediera; pero como aque-
lla su influyente antipatía no cesaba en su cur-
so, de donde presumieron su mayor descanso,
casi hubieran de hallar su última ruina.
CAPITULO LXIV
Laurencia sigue esta misma noche á doña Jua-
na^ y es testigo (escondida) de su amx)r y con-
ciertos; avisa de ellos d los dos Palom^ques,
y en tanto doña Juana se sale de su casa,
h UÉ el caso, pues, que como doña Juana, re-
gida solamente de su ardiente deseo, aquella
misma noche, en sintiendo que el papel de la
cinta habían tomado, quisiese conocer luego la
experiencia de su efecto, debiendo primero espe-
rar á que Laurencia estuviere bien sosegada,
ella que con iguales penas velando padecía, no
sólo advirtió curiosa en su nueva inquietud, sino
que, fingiéndose dormida, aguardó el suceso, j
en viéndola salir siguió sus pasos, y sin ser sen-
PACHECOS Y PALOMEQUES ^7
tida, desde su aposento mismo hasta el jardín
y ventana adonde ya doña Juana estaba ha-
blando^ llegó (no sin grave y maravillosa con-
fusión del caso impensado) á salir de su engaño
al conocimiento de don Lope, y finalmente^ ser
testigo de sus conciertos y bodas. Queda á la
consideración del lector los rabiosos y mortales
efectos que causarían en su alma tan declarados
celos, y mayormente ocasionados por su amiga
y huéspeda, por el archivo y depósito de sus ma-
logrados empleos, pues fué notable muestra de
su varonil pecho el poder reprimir sus senti-
mientos, sin hacer con su boca público alarde de
su afrenta y dolor.
Mas disponiendo en su ánimo una horrible
venganza, antes de ser sentida se volvió al apo-
sento, en quien con infinitas lágrimas y abrasa-
dos suspiros celebró amargamente las obsequias
de su difunto amor hasta el siguiente día, en
quien, con el mismo deseo y resolución, escribió
cuanto pasaba á los dos caballeros, valiéndose para
esta sangrienta diligencia de un criado de su pa-
dre, que siendo el mensajero, no paró hasta llegar
á Torre jón, en cuyo asedio, hallando solamente á
don Femando, le dio las cartas. Mas antes que en
la prosecución de la venganza de esta mujer pa-
semos adelante, es justo que se advierta que aun-
que los dos amantes anduvieron en el recato de
sus conciertos tan desdichados, no del todo les
cerró sus puertas la fortuna, porque quiero que
248 CÉSPEDES Y MBNBSES
entendáis que su enemiga, si bien pudo oir la
palabra que se dieron, no asi con cierta distin-
ción el acuerdo y resolución de su partida.
Además, que nunca ella presumió que el dejar
sií casa fuera tan brevemente , ni por el camino
que quedaba trazado, porque si esto alcanzara,
fácilmente pudiera prevenirlo con sn misma
madre. Así que, advertido este punto , el aviso
que hizo sólo fué por mayor del casamiento con
su contrario, de la injuria de su casa de la parte
de su comunicación y el peligro y sospecha de
su faga afrentosa.
Este despacho fué en alguna manera favora-
ble á doña Juana, porque embarazada en él Lau-
rencia, pudo mejor prevenirse, sin tal testigo, de
muchas cosas convenientes á su intento, y asi
mesmo, en obra semejante, gastó don Lope el
día, que, como le faltaban criados, sólo se apro-
vechó de dos, que así como él se habían hasta
entonces escondido; y así, al uno mandó que le
asistiese aquella noche con sendos caballos en-
tre unas huertas, y con el otro avisó á los de-
más, que en una fortaleza se habían asegurado
en lo más áspero y fragoso de los veciaos mon-
tes. Y dada tan buena orden, en siendo la mitad
de la noche, no obstante que con su claridad h
luna les ayudaba poco, doña Juana abrió la
puerta del jardín y se puso en las manos de don
Lope, y él, con tiernos afectos, recibiéndola en
sus brazos, sin dejarla de ellos, siguió con bre-
PACHECOS T PALOMBQUES 240
ves pasos á la vecina muralla, en quien atándola
blanda y seguramente con una fuerte cuerda^
en un instante ya estaba en medio de aquel cam-
po, siguiéndola él con la misma facilidad y bue-
na suerte.
Había don Lope mandado á su criado que,
como habéis.oido, esperase con los caballos entre
unas huertas; tanto por el secreto conveniente,
cuanto porque, estando tan desviados y fuera de
sospecba, se aseguraba su negocio mejor que no
si los hallaran junto á sus muros ó entre la bar-
bacana. Por esta razón, temiendo ahora el can-
sancio de su dama y, sobre todo, el peligro de la
tardanza, quiso remitir á sus hombros aquel dul-
ce trabajo, que, entendido por ella, no fué posi-
ble con razones y ruegos persuadírselo; con que,
de su voluntad y parecer (quedando entre las
hierbas escondida), haciendo alas los pies, par-
tió por los caballos; si bien, aunque la brevedad
fué diligente, no sucedió la vuelta de la suerte
que doña Juana y su temor pedían.
1
250 CÉSPEDES Y MENESES
CAPITULO LXV
Cae doña Juana en poder de los suyos,
y prosigue el cuento.
Antes, en este mismo tiempo, pa^a acrecentar
sus desdichas, habiendo, con el aviso que babea
oído, corrido apresuradamente desde Torrejíi
con tres caballos, llegó su hermano donPemw-
do, á la Vega, y bajándose por la contramura"*
hacia la Puerta del Cambrón, que era el búsbo
lugar en quien doña Juana estaba escondida,
en tan fuerte y amargo punto que, como la
gida señora I cuidadosa esperase á su amante, J
su tardanza aumentase sus miedos, ignorando si
eran tres ó cuatro los que le asistían y gnarda-
ban, en viendo venir á aquella gente salió a*
adonde aunque pasaran fuera imposible verla, y
pensando que eran don Lope y sus criados, se le»
puso delante, no obstante que en un momento, y
cuando su inadvertencia no tuvo remedio, cono-
ció su desgracia. Y don Fernando, dando nn las-
timoso grito, en su vestido y persona, ¿ q^®^
arrojándose, del caballo y haciendo á su comp*"
nía proseguir la jornada sin poderla hablar; ^
aun mirar al rostro, se le cubrió con una band*
roja que á su cuello traía; y dejando un tanto p&'
sar el rabioso accidente, después de haberse 1>^
timado y enternecido en tan afrentosa injnri^'
]
PACHECOS Y PALOMEQUES 261
quiso saber de su alevosa sangre la parte adonde
su enemigo esperaba , ó el medio y traza que para
sacarla á aquel puesto había tenido.
Cataba, á estas razones, tan cubierta de lágri-
mas la llorosa dama, como de turbación y descon-
suelo; y asi, teniendo por segura la muerte y lo
más que hay que ponderar y decir, persuadién-
dose en aquel mismo punto á que don Lope, se-
gún su remisión, sólo la había sacado de su casa
para hacerla semejante afrenta y tomar, desam-
parándola en aquellos campos, de su frágil sujeto
la venganza que de los dos hermanos no podía,
arrojándose con tiernos y afectuosísimos suspi-
ros á los pies de don Fernando, no sólo le dio bre-
vemente cuenta de su pregunta, de su infame
burla, satisfacción indigna de don Lope, mas jun-
tamente le pidió muchas veces que, sin más dila-
ción, cobrase en parte dje su pecho alevoso el per-
dido honor.
Mas como ya él trújese fraguado en su deter-
minación otro mayor castigo (si es que le puede
haber más que la muerte), no cumpliéndola en
esto sus deseos, sin esperarse á más, la tomó á
las ancas y mandando guiar á la Puente Vieja,
en quien entonces había un barco para pasar la
gente, atravesando el Tajo y maquinando de don
Lope y de sus deudos, una atrocísima venganza,
llegó á su Cigarral ó casa de campo, y abriendo
BUS puertas y apeando á doña Juana, dejándola
adentro, él mismo la cerró con su propia manq;
252 CÉSPEDES Y MENESES
y con la presteza y vigilancia que su enojo {»e<Li
volviendo ¿ pasar el río á rienda suelta, requir
la campana, sin dejar en toda ella árbol, m&t^
ni hierba que, bascando á don Xiope, él y su g^'
te no revolviesen, hasta que hallando unas ii^^
lias de caballos, siguiendo el rastro, apresurar::
su corrida con determinación de no parar has^-
alcanzarle.
Toda esta vida y sus acciones y accidentes r-
presentan al vivo una farsa ó comedia, en qii-^-
los personajes que ayer hicieron reyes hoy sa^:?
ron esclavos, y en un pequeño espacio, los q^'
vimos en mayores caldas y desgracias, losmii^*
mos luego dichosos y contentos. Así que, sieB-
esta verdad tan manifiesta, aunque el presen -
caso traiga consigo igual admiración, no por e'-
será menos posible ó desacreditada su inconstaii
cia y variedad, cuya fuerza, maravillosameii-"
resistida, experimentaron estos amantes; p^^
cuando sus desdichas debieran -tener alguna m^^
gua, entonces parece que comenzaban con m&y^'
rigor, y, por el contrario, en la última desesp^^*
ción de sus inconvenientes ella misma era vida I
remedio de sus males.
Habíanse éstos, con tan grande tropel, *^^'^'
tonado en la hermosa y afligida doña Juana? q^^
estuvo en fácil término su remate, según eii ^*
ocasión que la dejó su hermano ; porque pr^^^'
miendo justamente de sus cosas que aquel eoc^^
rro triste había de ser el teatro de su muerte» 1*
PACHECOS Y PALOMEQUES 253
ame, en fin, como delicada y mortal, empezó i
emer su amargo trago, y vertiendo copiosas lá-
grimas y suspiros sin número, reconociendo el de
antas miserias y, por el consiguiente, el galar-
lón qne de don Lope había recibido, aumentando
m pena y trocando su temor en osadía, facilita-
Da y aun deseaba, con bárbara obstinación, nn
breve fin. '
CAPITULO LXVI
Horrendo y temeroso acaecimiento en la prisión
de doña Juana, y el que en el Ínterin tuvo la
vuelta de su amante.
Apenas en su alma confirmó doña Juana, con-
sentida aquella desesperada volundad, cuando
inopinadamente, oyendo unos gemidos tristes
que con espantoso rumor salían de aquellos apo-
sentos (aun sin haber mirado la sombra de la.
muerte), se juzgó por perdida, y con tan grave-
turbación y miedo, que aunque diversas veces
probó á dar voces pidiendo al cielo su favor, ni
pudo desanudar la lengua, ni el sentido superior
hacer su oficio. Aumentábanse en tanto horrible-
mente los profundos suspiros, si bien con alguna
Ínter cadencia; entre unos y otros se oían voces^
articuladas; con qoe, recobrando su aliento, abrió
los ojos y alargó los oídos, al mismo punto quo
251 CÉSPEDES Y MENESES
con más claridad, habiéndose acercado aquella
triste voz, decía estas lastimosas razones:
— ¡Oh alma miserable y afligida! ¿Por cnál,
de tantas puertas y heridas, determinas salir de
esta cárcel, y hasta cuándo durará la consulta
de mi lastimoso fín y tu sangrienta resolución?
Sácame ya de tan rabiosas y mortales penas,
pues no es posible que la memoria de su causa
infeliz, que en este triste apartamiento más me
atormenta, remita su dolor mientras tu aliento
me hiciese compañía. jAy infelices horas mal
gastadas! ¡Ay contentos mortales desvanecidos!
jAy glorias de la tierra perecederas, cómo todos
me habéis desamparado, todos en viento y humo
os habéis convertido, y al fin, al fin, en la mayor
necesidad, en el más grave aprieto, como amigos
fingidos, me habéis dejado!
De aquesta suerte, y con mayor horror se la-
mentaba aquel, á su parecer de doña Juana, va-
gante espíritu, cuando infiriendo la afligida se-
ñora de tan fieros vestigios y señales su porten-
toso fin, tragó la muerte, y levantándose con esta
ansia mortal, apenas desalentadamente dio seis
pasos, cuando á los rayos que de la clara luna
entraban por unas fuertes rejas, vio revuelto en
un lago de reciente sangre á un miserable hom-
bre, que arrastrando (porque estaba ligado pies
y manos) se pretendía acercar á las mismas
puertas. Aquí acabó la dama de perder el senti-
do; y así, falta de fuerzas, desapoderada, cayó en
PACHECOS Y PALOMEQUES 265
el suelo; sí bien cuando, después de breve espa-
cio, volvió de aquel pesado parosismo, hallando»
se en los brazos ligados de aquel hombre, que-
riendo, despavorida, arrojarse de ello», el san-
griento rostro que tenia delante, estando ya tan
cerca, fué lastimosamente conocido de ella y no
menos que por el del noble y desdichado amante
suyo; el cual, no siéndole más favorable la for-
tuna, aun antes de su acaecimiento de ella, ha-
bía caído en las manos de sus crueles y mortales
enemigos.
Porque apenas, según ya queda escrito, en de-
manda de los caballos, don Lope se apartó de sus
ojos, cuando al entrar de unas estrechas calles,
que las huertas hacían sin poderlo excusar, dio
con una gran tropa de gente de á caballo, de
quien siendo al instante conocido (tanto por el
aviso y sospecha que traían, cuanto por haber
dado primero con los suyos y con el criado que
íes guardaba), atropelladamente le embistieron,
escapando de aquel su primero ímpetu tan mal
herido, que aunque intentó animoso vender su
vida, cayendo sin sentido en el principio áe su
resistencia, al recobrarle, se halló en poder de
don Pedro Palomeque, que haciéndole atar de
pies y manos, entrando en la ciudad y atrave-
sando la Puente de San Martin, dio con él en su
quinta, de quien así él como su hermano tenían
llaves; y dejándole como en un fuerte castillo
asegurado, sin ser sentidos aun del que la tenia
256 CÉSPEDES Y MENESES
á cargo, porque dormía en diferente casa, volvió
á entrarse en la ciudad y á proseguir la orden de
que su hermano don Fernando había traído, el
cual, según ya queda escrito, 4 la hora que tuvo
en Torrejón la carta de Laurencia, le había avi-
sado á Casa Rubios de lo que en Toledo pasaba
y previniéndole para que antes de llegar se jun-
tasen; errando con la prisa este designio, vino
algo primero que él, y con la buena dicha que
habéis oído, pues con tanta facilidad tuvo en sus
manos el héroe principal de esta tragedia.
De suerte que, entendido este caso, digo esta
inaudita y maravillosa concordancia, obra de
superior providencia, los dos hermanos, ignoran-
tes el uno del acaecimiento del otro, juntaron en
un mismo lugar, en una misma casa, debajo de
una llave, por sus propias manos y voluntad, á
los que para la diversión y apartamiento de la
suya, parece que de acuerdo se habían convoca-
do los cielos todos y sus cuatro elementos.
CAPITULO XLVII
Previenen los hermanos sti sangrienta vengan-
za y el efecto que tuvo, etc,
JlrK fin, habiéndose después de las cosas referi*
daS' lastimosamente abrazado y comunicado sus
desastrados fines, brevemente los dos tristes
amantes consultaron el último golpe de su im-
PACHECOS Y PALOMEQUES 2o7
placable fortuna; y en estos intermedios, habien-
do don Fernando seguido casi dos leguas largas
aquel rastro de caballos, en cuya prosecución le
dejamos, llegando á unas caserías, sin pensar,
entendió en ellas el engaño con que caminaba, y
porque queriendo averiguar qué rúente había pa-
sado, supo que solamente don Pedro, su herma-
no, muchas horas antes iba á la vuelta do Tole-
do; con que siendo ya casi amanecido, aun en las
mismas huellas, que eran las qué su hermano
había dejado, conoció su infructuoso trabajo, por
lo cual, abrasándose en furiosa cólera, no sién-
dole por entonces otra cosa posible, dio vuelta á
la ciudad, como asi mesmo lo había hecho antes
don Pedro. Si bien, hallando éste á su madre y
familia llenos de confusión y escándalo, efecto
de la fuga de su hermana, fué tal su alteración,
que estuvo en términos de quitarse la vida.
Mas viendo que con semejante sentimiento no
remediaba su afrenta y deshonor, volvió á buscar
por entre aquellos campos la causa del; y trastor-
nando en esta diligencia las duras piedras, le
halló su hermano, de quien después de haberle
recibido con las nuevas que oyó de doña Juana,
salió su espíritu de la aflicción que padecía, no
siendo menos grave, antes sin comparación, ma-
yor el consuelo y alegría de don Fernando, luego
como entendió el suceso de su enemigo; y así, que-
riendo sin mayor dilación disponer su venganza,
mandó á don Pedro guiase adonde estaba; mas
HISTORIAS PEREGRINAS 17
258 CÉSPEDES Y MENESES
cuando en el camino, comunicándose los dos es-
tas cosas, advirtieron el yerro que su ignorancia
había cometido poniendo á los dos amantes en
una misma parte, en un mismo lugar, se queda-
ron pasmados, no obstante que con el imaginado
y breve castigo que de tantas injurias pensaban
tomar, apresurando el viaje, mitigaron su pena.
La cual, si por yerro tan disculpable, si por dis-
gusto tan satisfecho había sido tan grande, por
el que ahora oiréis que les estaba esperando, ¿qué
tal seria, ó de qué suerte á su paciencia y sufri-
miento les sería tolerable? Pues no sólo, abrien-
do las puertas de la quinta ó Casa del encanto,
hallaron transformados ó revueltos en humo y
sombra á los dos enamorados prisioneros, pero
ni aun rastro mayor de su asistencia que la mu-
cha sangre de las heridas de don Lope.
En conclusión: el modo de su fuga fué á todos
bien patente; porque como la sobra de pasión
ofusca y ciega el más claro entendimiento, asi,
aunque quisieran encubrirle los dos hermanos, y
mayormente la afrentosa ocasión que los traía
afligidos, fuera por demás é imposible el rigu-
roso sentimiento que hicieron al mal cobro de
sus perdida^ prendas. Con que no sólo quedó en-
tendido y manifiesto el secreto amoroso de so
hermana y don Lope, sino también el que con tan
inviolable silencio se había siempre ocultado ei
aquel cigarral; del cual, si os acordáis en loa
principios de esta Historia, habiéndose los dos
260 CÉSPEDES Y MENESES
hasta tocar en el cimiento y suelo que sería me-
nos qae nn estado.
CAPITULO LXVIII
Siguen á los amantes los PaXomeques, y el fin
trágico de la celosa Laurencia.
l\o entendían los apasionados caballeros que sn
hermana sabía este secreto, ni menos aún, cuando
don Fernando lo supiera, en la turbación en que
se hallaba cuando allí la encerró, pudiera preve-
nir este aviso, ni si la diligencia y buena suerte
de don Pedro tenían á don Lope en la misma pri-
sión; porque así el uno como el otro, regidos
de un igual pensamiento, no curaron de más que
dejar encerrada la prenda hallada y volver p'^r
la perdida con prisa y diligencia.
Pero ni con todo esto desconfiaron en la em-
presa de alcanzarlos; antes así, juntos como esta-
ban, habiendo primero requerido la mina, fueron
eñ su seguimiento; asegurando además bus espe-
ranzas el conocer, por el sangriento rastro que
don Lope iba dejando, que era imposible el ale-
járseles tan mal herido; comt) ello fuera indubi-
table si la clemencia y bondad divina no los am-
parara y socorriera. Mas la misma que dio á 1»
animosa dama resolución y industria para que,
acordándose (en medio del pelifrro f n que loe de-
jamos rodeados de angustias y mortales congo*
PACHECOS Y PALOMBQUES 261
jas) de la secreta mina, saliesen de su amarga
prisión; guió también sus temerosos pasos, y en
ocasión tan acertada, que encontrando unos po-
bres pastores, valiéndose de su piedad, casi en
sus hombros se hallaron al salir del sol en Arge-
te, lugar distante de Toledo una gran legua; en
donde, gratificados los buenos hombres, no le
faltaron á don Lope oíros muchos vecinos que le
amparasen y encubriesen; no obstante que su
riesgo evidente no le dio más lugar que para
apretarse las heridas, las cuales eran tantas, tan
peligrosas y crueles, que antes parecía obra mi-
lagrosa que valor humano sustentase vivo.
De aquí, en sendos caballos y con seguras
guías, se puso en un fuerte castillo; de suerte
que cuando sus enemigos llegaron á aquel aldea,
entendido su viaje y la ventaja que les llevaba,
hubieron de tornarse, aunque no para desistir en
su cruel venganza; antes la comenzaron de nue-
vo, siendo primicias de ella la celosa Laurencia,
á quien lastimosamente mataron 4 pu&aladas
este mismo día. Hecho, por cierto, no sólo indig-
no y repugnante á su nobleza, pero injusto y bár-
baro, y más de sangrientos caribes que de caba-
lleros cristianos.
Persuadiéronse los dos hermanos (como sabe-
dores de la liviandad porque su padre se valió
de su amparo) que en la prosecución de estos
amores había ocasionádose su afrenta; y aunque
^ra así verdad, las circunstancias y rodeos por
I
t
262 CÉSPEDES Y MEKESES
donde doña Juana lo dispnso, excnsaban grande-
mente á la pobre Laurencia. Mas sin topar ei
esto (como su origen principal), satisfizo conli
vida el peligroso riesgo en que puso á su amantt
y el aviso mortal que & términos tan tristes h
redaje. Si bien ninguna atrocidad de las mnchtf
que emprendieron los Palomeques, ya en los dea-
dos y amigos de su contrario, ya en su grandio»
hacienda, en sus hermosas granjas, casas dt
campo, ricos palacios, fué taa mal vista y pft^^
cida como esta barbaridad y desatino; el cual
ejecutado, sin mayor dilacién, juntaron geo^*
artillería y municiones bastantes á mayor cerco:
y determinando ponérsele á don Lope, salieroB
de Toledo.
»
Mas como en su prudencia no fuese necesano
prevenir este riesgo, no sintiéndose con bastan»
defensa, desamparó la fuerza, y así como se ba-
ilaba mal doliente, aunque mejor curado, cami-
nando las noches y los días, no paró hasta es*
•
trarse en Portugal; adonde siguiéndole sus cria*
dos con lo mejor de sus joyas y riquezas, lo p^'
mero que hizo faé tratar de su cura; que fué (P^
la remisión y tardanza) tan larga y prolija J^
llena de peligrosos accidentes, que muchas ^^
ees, aun antes de sus deseadas bodas, estnvo
doña Juana en términos de llorarse viuda. V^
el cielo, que de tales riesgos le había sacadO;
también le libró de éste; con que después de ^
convalecencia, en dulce posesión dichosam^^
PACHECOS Y PALOMEQUES 263
gozaron el premio y dulce galardón digno á tan-
tos trabajos.
CAPITULO LXIX
Sabe don Lope la calamidad de su hacienda y
amigos en la ausencia que hizo de Castilla, y
por satisfacción desafia á sus contrarios en
singular bataUa,
l_f08 infortunios y miserias que, en la brevedad
de este tiempo, padecieron en Toledo y Castilla to-
das sus cosas de don Lope, fueron tan generales,
tan terribles y ajenos de satisfacción y venganza
noble, que ni su calidad da lugar á escribirse, ni
fuera lícito 'que injurias semejantes, así por
quien las recibió como por el honor de quien las
hizo, queden inmortalizadas en la estampa; sólo
diré que la reputación de don Lope quedó en al-
gunas con tanto menoscabo y descrédito, que
siéndole inexcusable y forzoso el volver por su
honra, dejando los demás caminos y medios de
paz que con sus enemigos se trataban, eligió el
que en ley de caballero, y según sus grandes
agravios, tenía obligación.
Y así, habiendo primero pedido al rey don
Juan el III, que entonces reinaba en Portugal,
y debajo de cuyo amparo vivía en sus reinos, li-
cencia para desafiar á los dos caballeros, luego
que S. A. entendió tan graves y justas causas^
£64 ' CÉSPEDES Y MENESES
no obstante que ya en España se iba renLÍtiend<^
y olvidando este infernal abuso, á ruego de la
señora reina doña Catalina, que mucho estimaba
á don Lope, y debajo del plazo de cuarenta días,
se la concedió, asignando para su expedición la
ciudad de Evora, adonde en la sazón se halla-
ban SS. A A. Con lo cual, despachando á diver-
sas partes de la corona de Castilla, así en Tole-
do como en Valladolid, Burgos y Sevilla, pare
cieron en un mismo día fijados sus carteles; que
como en ellos los retase con atributos y cargos
poco honrosos, y ofreciese combatírselo á en-
trambos ó meter consigo caballero que ayudase
su intento, en breve término se llenó £spaüa de
su fama y valor, y la ciudad de Evora de gente
inumerable que acudió á ser testigo del suceso.
No tuvieron en mucho los dos hermanos seme-
jante resolución; antes, en alguna manera con-
solados por la última venganza que, según sa
valentía y fuerza, cualquiera de ellos se asegu-
raba aceptando la empresa, y con su salvaguar-
dia previnieron las cosas al trance necesarias.
Ya en aquesta sazón, habiendo don Juan Lope
de Padilla perdido aquella memorable batalla
de Villalar y pasadas las demás cosas decanta-
"das por tan graves autores, gozaba Castilla de
mayor quietud, la cual, con la venida del invic-
tísimo Carlos V, su rey, acabó de conseguirse; ai
bien para más perpetuarla, entendiendo S. M. el
estado y miserable ruina que amenazaba á estas
PACHECOS Y PALOMEQÜES 265
dos casas, desbando apaciguarlas y componerlas
sin otro rompimiento, y que estos caballeros vol-
viesen de Portugal igualmente satisfechos y
^honrados, tuvo por bien de escribir al señor rey
don Juan, su cuñado, sobre este punto, que no
deseándolo menos, procuró disuadir por diferen-
tes medios y trazas á don Lope; aunque, como el
sentimiento de sus agravios y la publicidad de
sus injurias, corriesen parejas, ño se pudo aca-
bar con él desistiese en la empresa; por cuya
causa mal contento S. A., secretamente dio or-
den para que ningún caballero y ñdalgo vasallo
suyo (porque muchos lo querían hacer) le acom-
pañasen en aquel desafío, pareciéndole que aque-
llo que con su autoridad y ruegos no había con-
seguido, la fuerza y aprieto de tal necesidad no
efectuaría.
Esta misma diligencia se usó en Castilla; si
bien el gallardo don Lope, que no por semejante
camino se había de reducir, aunque yió que los
amigos de Castilla tardaban y los de Portugal
se encogían, ni desmayó en su intento, ni menos
el aplazado día dejó de hallarse en medio del
palenque; cuyo teatro hermoso, adornado de bi-
zarras damas, y de toda la nobleza portuguesa,
aunque fuera en mi pluma asunto peregrino la
humildad que de ella reconozco, puede excusar-
me en su narración; y así, pasando ésta en si-
lencio, habré de proseguir en lo restante de mi
historia.
266 CÉSPEDES Y MENESES
No quiso hallarse en ocasión tan triste la her-
mosa doña Jnana, cuyas lágrimas, arinque disi-
muladas de su esposo, pudieran, como el divino
Orfeo con su canto, enternecer los insensibles
mármoles. Porque no sólo, aun antes de la teta-
Ha, le afligía su peligro y rigor, mas temía y coa
mayor cuidado que faltándole á don Lope ayuda,
como también conocía el valor, de sus hermanos,
se había de ver con ellos en notable riesgo. Pero
con todo esto, reprimiendo su llanto, ella misma
y con sus propias manos, ayudó á armar á su es-
poso, y no fiando de sus criados, apretando los
pernos y requiriendo las hevillas y correas, in-
fundía en su pecho nueva osadía y mayor au-
dacia.
CAPITULO LXX
Tiene don Lope ayuda en el combate, su suceso
y la conclusión de esta historia,
S>ÁiJió con esto don Lope de entre los tiernos
brazos de su esposa, y entró en la plaza, acom-
pañado de muchos criados y de algunos señores
portugueses, que así por sangre como por otros
respetos le quisieron honrar; y no cifrándose do
galas y divisas, armado de resplandecientes ar-
mas, todas ellas y el templado escudo, parecían
un espejo de bruñido cristal.
£1 caballo era rucio, y más valiente y hacedor
que galán, en quien con su acompañamiento y
PACHECOS Y PALOMEQUBS 267
padrinos dio una vuelta á la plaza, y hecho sú
acatamiento á los jaeces y damas, porque los re-
yes no asistieron en ella, se arrojó en el palen>
que al mismo punto que sus contrarios asoma-
ban; que como ellos quisiesen, juntamente con su
valor, mostrar sus riquezas y poder; más parece
que vinieron adornados para bodas alegres, que
para batallas sangrientas; y asá el acompaña-
miento, las libreas, "divisas, plumas y colores
fué maravilloso, con que dejaron en cuantos les
miraban granjeado el aplauso y voluntad. Las
armas que traían eran acuarteladas de oro y
azul con orlas y grabaduras, que las hacían mas
hermosas y ricas; y los caballos de Córdoba,
pelo castaño y la presencia hermosa, y digna de
sus valientes dueños; cuya enseña y divisa era
el blasón antiguo de sus famosas armas.
Luego, pues, que se vieron en el. palenque,
quisieran sin mayor dilación dar principio al
combate, aunque su mucho valor y gallardía, re*
pugnando conocida ventaja, no obstante que de
rigor y justicia pudieran hacerle juntos, ó ayu-
darse en cualquiera aprieto, resolvieron lo con-
trario; y habiendo, después de algunas diferen-
cias y porfías, porque cada uno quería ser el pri-
mero, convenídose apenas don Fernando esperó
el son de las trompetas, cuando entrando en la
plaza un caballero en orden de pelea, suspen-
diendo la suya, esperaron á ver su determina-
ción, la cual, no parando hasta el asiento de los
268 CÉSPEDES Y MENESES
jueces, habiendo hécholes ana gran cortesía, le-
vantando la visera del yelmo, les habló estas tan
libres como breves razones:
— Ya que hasta ahora vergonzosamente en un
reino cuyas temidas armas tienen sujeta la ma-
yor parte del Oriente, se ha permitido que en acto
tan honroso falte ayuda á un noble forastero y
por s as grandes méritos digno de su favor, no
es justo que, prosiguiéndose esta mengua, me
excuséis la licencia de enmendarla; pues siendo
vuestro gusto veréis que la ocasión de nai venida
es no sólo á suplirla, sino á poner la vida en
igual aventura con don Lope Pacheco.
Mal indignados oyeron los jueces semejante
plática, no obstante que encubriendo su cólera,
el uno de ellos respondió de esta suerte:
— Bien pienso, gallardo caballero, que debéis
á estos reinos poca naturaleza, pues ignorante
de su nobleza y valentía notoria, habéis de ella,
en este trance, presumido menos satisfacción de
la que á la modestia y cortesía de vuestro hábito
se permite. Vos podéis, con el consentimiento de
don Lope, ayudarle en su batalla, de quien, si es-
capáredos vivo, tened por cierto no quedará
vuestra inadvertencia sin enmienda; y entonces
entenderéis que si se ha faltado la causa pre-
sente ha sido más por la obediencia justa, debida
á nuestro príncipe, que ha deseado trocar enpas
aquestas disensiones, que por mengua ó cobar-
día de sus vasallos.
PACHECOS Y PALOMEQÜES 269
— Pues si por menos favor (replicó el caballe-
ro levantando la vo2) ha intentado reducirlas,
S. A. perdone su magnánimo espíritu, que el
medio no era lícito, ni don Lope caballero, que
por temor humano dejara de hacer rostro á lo
restante de ía tierra.
Y, con tanto, sin esperar más réplica, airado
por la presunción de la iiltima, picó el caballo,
que así como las armas era negro, dejando de su
alindado talle, despejo y libertad admirados los
presentes y al buen don Lope en mayor confian-
za de victoria. El cual, agradecido, queriendo ha-
blarle, aun antes de su razón primera, interrum-
pió su plática el señor rey don Juan, que acom-
pañado de sus grandes y corte, siendo informado
del nuevo acaecimiento y ayuda de don Lope,
quiso en persona alcanzar de él lo que por otros
medios no había podido; y asi, con semejante de-
seo entrando en el palenque, luego que aquellos
caballeros vieron su real presencia, dejando los
caballos, le besaron la mano; si bien el de las
armas negras no hizo más que ademán y cortesía
de intentarlo; cosa que igualmente fué notada de
todos y también el haberse quedado con su yel-
mo; no obstante que los demás, por el resT>eto de
tan grande príncipe, se los habían quitado.
En fin, entendida la voluntad del rey y que, á
instancia del mismo emperador, su natural due-
ño, quería, quedándolos igualmente por buenos
y leales caballeros, dejasen la batalla en aquel
T«l
270 C¿SPBDK8 Y MENESBS
estado y sus intereses en sus manos á más no
poder; y porque hacer otra cosa, contradiciendo
á tanta autoridad fuera desatino y locura, hubo
don Lope de concederlo, teniéndolo sus contra-
rios por bien; y facilitada cosa al parecer de tan-
tos imposible; advirtiendo S. A. en que el extra-
ño caballero quería, con su licencia, partireie; no
lo permitió, antes gustando conocer quien, en sn
reino y á su despecho, daba á don Lope ajnida,
le mandó descubrir; y asi, desenlazado el yelmo,
en vez del robusto semblante que su atrevimien-
to y presencia prometían, quedó patente un her-
moso y delicado serafín, cuyo rostro y cabellos
que, como trenzas de oro, cayeron blandamente,
bordando el negro arnés. Apenas fueron vistos,
cuando don Lope conoció á su esposa y los dos
valientes Palomeques á su enemiga hermana.
Quedaron á semejante vista los presentes atóni-
tos, y juzgando en su aspecto otra divina Palas,
corrió la voz de tan peregrino suceso y la noticia
de su gentil persona á los oídos de S. A., que,
con generoso y real pecho, conocida, la recibió
en sus brazos, de quien enternecidos y admira-
dos de tan grande valor, se la sacaron sus her-
manos y. esposo; haciendo esta impensada y no-
table acción impresión tan piadosa en sus entra-
ñas ^que, no queriendo faltar á su ilustre sah^e,
con gusto general de Sus Altezas, grandes y ca-
balleros, salieron de la plaza conformes y olvida-
das sus pasadas injurias; con lo cual, después de
PACHECOS Y PALOMEQUES 271
laberles hecho grandes honras y mayores mérce-
les el sefior rey don Juan, alegres y satisfechos,
os envió á Castilla. Si bien, queriendo que tan
meniorable valor quedase eterno, mandó, que de
la misma suerte que doña Juana se le habla mos-
trado, quedase retratada en su Armería real,
adonde, con majestad maravillosa, aún hoy con*
serva el valiente pincel la hermosura de su ori-
ginal, y adonde, si algún curioso circunspecto le
pareciese duro el haber sacado en esta Historia
armada y á caballo una delicada mujer, podrá,
leyéndola, satisfacer su duda, ver con los ojos su
desengaño y el mejor abono de mi crédito.
Sucesos trágicos
de Don Enrique de Silva.
CAPITULO LXXr
Historia quinta^ sucedida en Lisboa^ con el fa-
moso origen, antigüedad y fundamentos de
esta nobilisima ciudad, — Descripción de
Lisboa,
l^ESPUÉs de aquella tan memorable como de-
cantada destrncciÓQ de Troya, en quien fué uno
de sus famosos expugnadores el capitán Ulises,
excelente por su elocuencia y sagacidad, dicen
autores graves que, perdiéndose de la conserva
y junta de los demás príncipes vengadores de
Agamenón, dio principio á sus largos naufra-
gios y asunto en ellos á la honesta perseveran-
cia de su esposa.
En este prolijo viaje es también tradición an-
tigua haber aportado á España, derrotado por
ú famoso Estrecho de G-ibraltar, hasta la boca
HISTORIAS PEREGRINAS 18
\
274 CÉSPEDES Y MENESES
y desaguaderos del Tajo; porque subiendo con
sus naves y alegre con la majestad y esplendor
de sus riberas, tuvo por sitio digno de su memo-
ria las de mano siniestra, adonde, reparándoseí
fundó mil y ciento y setenta y dos años después
del Diluvio una hermosa ciudad en quien perse-
verase eternos siglos, llamándola Ulixípolis, qne
en griego significa ciudad de Ulixes, ó, según
Estrabón, Ulixea, por su nombre.
No es menos célebre y venerable la anciani-
dad y origen de la memorable y suntuosa ciudad
de Lisboa, que es la misma de quien voy hablan-
do, y á quien por tales causas los antiguos siem-
pre la llamaron Ulixipo. Si bien mucho después
de su primera fundación, escribe Plinio, fué
nombrada Salacia y también Julia Félix, y qne
en su tiempo, poblándose de los nobles y patri-
cios romanos, la volvieron su originario nombre.
Es, pues, esta dignísima y principal cabeza
de la Corona de Portugal, en asiento hermosísi-
ma, en comarca abundante y por la oportunidad
y manejo de su famoso río, rica, opulenta y en-
tre las demás escalas y ciudades del mundo,
única y admirable. Su fundación es una parte
eminente de la extendida playa, en quien se em-
pinan siete montes ó apacibles collados qne*
vestidos de levantadas torres, de edificios sun-
tuosos, espesas calles, innumerables plaxas y
magníficos templos y aplaudes por el real y ge-
neroso monasterio de Belén, pirámide y entierro
Y asi, tanto por diaculpar nu atroviunDu-u,
■cnanto por no animarle á semejante yerro, sus-
penderé U pluma y cederé contento el campo y
la ventaja é. quien más elegante y doctamente
diese vida al bosquejo que presumieron alentar
mis borrones, y yo, en el ínterin, proseguiré tan
276
sólo en la narración del enceso qae tengo pro-
metido; al cual, aanque por trágico y lloroso ho
dei^eado morigerar en alguna manera el senti-
miento y respeto de quien me ha obligado á es-
cribirle, no lo ha permitido, ni menos, la verdad
quo profeeo, aaí en las demás historias referidas
como en la que tenemos presente, cuyo princípb
es el que se sigue.
CAPITULO LSXII
Principio de la historia.
Así como es dificultoso en el que gobierna po-
der tanto reprimir sus afectos, que, desnudo de
ello.s, del respeto de la sangre, del amistad 6 de
BU propia inclinación , gnarde igualdad en la dis-
tribución de la justicia, premio y castigo de
elbi; así también ea imposible faltar, anná quien
con mayor rectitud se haya portado eu semejao-
tes cargos, querellas, émulos, pasiones y ven-
ganzas; que si bien, por la mayor parte, son in-
justas, raras veces en el crisol de los descargos,
en la prolijidad de las determinaciones, en el
descrédito del que está padeciendo y en la dila-
ción de BUS fines, deja de quedar, aanque ino-
cente, culpado, aunque absuelto cantivo y aun-
que sin pena, pobre y su opinión en opiniones.
Peligroso género de servicios, peligroso camino
, pues adonde un hombre ha echado
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 277
«1 resto de sus fuerzas y riesgos y trabaja más
por alcanzar el premio de ellos, entonces fomen-
ta yvSolicita su destrucción, entonces una mala
intención, un poderoso émulo, descompone cau-
teloso cuanto su industria, su buen celo y cuida-
dos adquirieron sudando.
No sin particulares fines he dispuesto tan
nueva digresión, pues casi iguales términos, se-
mejantes querellas y aun mayores quejas suspi-
raba ofendido en la ciudad de Goa el noble caba-
llero don Luis Antonio, uno de los personajes
principales de esta tragedia, capitán portugués,
de admirable valor, y á quien por sus hazañas se
le había dado el gobierno y tenencia de tfna for-
taleza importante, y de las más esenciales que
«seguran, en aquellas remotísimas partes, la ma-
jestad de la Corona. Mas como en tales y tan
grandes cargos sobra tanto de lo que he referi-
do, la envidia rindió tiranamente su inocencia, y
«in ser poderosos los medios con que se procuró
atajar en España, al fin el Supremo Consejo le
obligó á ceder el oficio, y remitió órdenes para
que, en son de preso, el virrey le enviase á Lis-
boa. El progreso de tan larga jornada vino á ser
la piedra fundamental en nuestra historia, y así,
aunque moralizados, fueron inexcusables sus
principios y causas.
Esperaba, con la resolución dicha, don Luis
Antonio que las naos de la India se aprestasen,
y como también se le mandaba llevar su casa,
278 .CÉSPEDES Y MENESES
en el Ínterin, haciendo traer á Groa sos mejore»
prendas, su mujer y una hermosa hija, iba pre-
viniendo el viaje y disponiendo de sa hacienda,
qne era bien poderosa, hasta que, llegado ei
tiempo conveniente, se hicieron á la vela.
Era el virrey persona de condición severa, j
así, ó bien por esta causa ó por las que le opo-
nían á don Luis al entregarle, casi públicamente
protestó'y encargó su guarda al capitán mayor ó
general de la Armada, el cual, no obstante qne
la nobleza de su ilustre sangre y el ser un gran
soldado y caballero no menos que^de la clara es-
tirpe de los Silvas, contradecía semejantes rigo-
gores; viendo cuan circunspecto lo entregaba el
virrey, no pudo excusar su mayor recato y con
él la seguridad de su crédito. Hízole embarcar
en su misma nave, y en ella, como más á la mira,
le trujo, no tan gustoso como quisiera y según
el preso merecía.
Púsole, sin opresiones como se le ordenaba, al
menos cuatro postas para que le asistiesen. Be-
quirióles su guarda, cuidó de su advertencia, y,
fínalmentOj en la disposición de tales diligencias,
granjeó poco á poco el mayor odio y rencor del
afligido don Luis y su familia, & quien, pare-
ciendo en medio de tan inmensos piélagos y ma-
res, exorbitante y aun impertinente tanto cuida-
do, llegaron á sentirle por vejación y aun á mor-
derse y lastimarse en secreto y en público.
Fomentábase con estas cosas una sedición enel
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 279
navio- y aun en toda la armada; porque si bien el
Silva era sn general y capitán mayor, don Lui»
Antonio era de los más compañero, de algunos
deudo y de todos amigo; conque teniendo el ca-
pitán por conveniente cumplir sus órdenes, no
aflojando el cordel, antes aumentando el recato,
en la ocasión primera mandó pasar, de otro en
que iba, á su bajel á don Enrique, su hijo.
Era este mancebo, si valeroso, arriscado y va-
liente, y á quien con respeto y aplauso estimaba
el armada por tan buenas partes, importante en
aquella sazón, como al fin pareció, pues con su
presencia no sólo se quietaron los sentimientos y
quejas, mas se moderaron los rigores y guarda
del preso; porque su padre, dejándole á su cuen-
ta, dio lugar á que en ella dispusiese á su gusto.
Con esto, lo que hasta Bntonces no había he-
cho, forzado de su obligación y cortesía empren-
dió don Enrique ahora, visitando á don Luis en
su estancia y cortejándole para su diversión y
consuelo lo más del tiempo, atajar los comenza-
dos rencores y dejar antes deudor al preso en su
agasajo, que lastimado y quejoso en su aspereza.
Y hubiérale valido á don Enrique el estarse
en su nave y el ser menos cortés, menos piadoso^
no menos que su total quietud, la tranquilidad
de su alma y el sosiego y paz de su corazón.
¿Quién podrá imaginar, antes de leer estos dis-
corsoSi que de tan heroica virtud, de tan noble
trato, de términos tan concertados y honestos
280 CÉSPEDES Y MENESES
naciera para aqueste mancebo el principio de su
perdición, el origen de aus trabajos y, en fin, con
su muerte, el remate de ellos? ¿Y quién será tan
loco que se atreva á presumir que entre las
procelosas ondas del Océano, entre su cana espu-
ma, entre sus aguas y en la opresión y cerco de
un tan fuerte y contrario elemento, podían en-
gendrarse las encendidas llamas, el fuego ar-
diente, que en breve tiempo, como presto vere-
mos, fué incendio lastimoso y miserable ruina de
su alma?
CAPITULO LXXIU
Origen del amor de don Enrique.
Jaealmente que cuando así en aqueste como en
los pasados sucesos que he escrito, llego á consi-
derar los medios, los caminos por donde provinie-
ron algunos, ó ya su dicha, ó ya su mala suerte,
que pierde pie mi humilde entendimiento y se
anega y confunde el juicio y el sentido y, enco-
giendo los hombros, sin más rastrear secretos
tan ocultos, reverencio admirado la causa supe-
rior que los gobierna.
Ya referí al principio cómo don Luis Antonio
traía toda su casa, su esposa y una hija, caja
belleza portentosa aunque entonces la pasé en
silencio, ahora que ha de dar tal materia á -esta
historia no es posible excusarlo; porque además
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 281
de ser digna en todo de alabanza la fama, que aún
dura en la India, de su hermosura y la que en
Lisboa prmanecerá por muchos siglos, obliga al
más útil pincel, á la más bien cortada pluma.
Era doña Leonor, que así se llamaba este be-
llo sujeto, moza 'de poca edad, mas tan gentil de
cuerpo, talle y disposición, que cualquiera juz-
gara siis años por mayores; y á este mismo mo-
delo seguían las demás facciones, el brío, el do-
naire y la virtud y discreción del alma. De
suerte, que si en ésta era admirable, en su cuer-
po era peregrina, formándose de tantas excelen-
cias un divino portento, un asombro de virtud y
hermosura; y aun parece que no queda exagera-
do, ni encarecido bastantemente.
A este dulce espectáculo, monstruo en belleza,
tal vez descuidados y aun libres miraron atrevi-
dos los ojos del incauto mancebo, llevando, como
siempre acontece, tras del atrevimiento y delito,
la pena y castigo de su descuido y libertad.
Teníanle sus padres, en Lisboa, casi ya con-
cluido un casamiento con una prima suya, tan
rica como hermosa, y sobre todo, el empleo y
caudal de su primero amor; y por cuyo respeto,
si no digo desdén, había padecido ^no pequeños
disgustos; y ahora sólo acabar su viaje dilataba
su posesión. Y así, con tal empeño, parecíale que
ni había causa en el mundo para que sus obliga-
ciones y fe faltasen, ni peligro ni objeto que hi-
ciese su palabra venir á menos. Con tan flaca
282 CÉSPEDES Y MENESES
defensa, que en nn instante se desvaneció como
hnmoy contándose, como dicen, por casado y por
el consiguiente, por seguro, dio franca y libre
puerta á sus dos ojos y rienda á su inadverten-
cia y presunción, hallándose cuando menos pen-
só y quiso retirarse precipitado en un abismo de
deseos y rodeado de murallas tan fuertes, que
juzgó por eterna su prisión y su libertad por irre-
mediable.
Olvidó el justo empleo que alborozado le vol-
vía á su patria, la perseverancia prometida y,
para mayor muestra de su exceso y locura, dio al
mar un hermoso retrato de su prima y futura es-
posa. Señales eran estas mortales, accidentes
eran aquestos de una furiosa calentura, y sus
efectos, aunque bien encubiertos, fácilmente sa-
liendo como el fuego á la boca, fueron patentes
á su dama; y aunque advertidos de su discreción,
en ninguna manera acogidos de su honesto pecho.
Sabia ya doña Leonor las aplazadas bodas; y
aunque esto asi.no fuera, su presunción altiva,
su recato y honestidad, bastaran á contrastar
fuerzas mayores y mayores peligros, ó al menos
extremos semejantes juzgaba ella de su entereza
y cordura; si bien yo dificulto tan igual conve-
niencia y temo que tales presunciones suelen dar
en terribles bajios; porque ser confiado y ser pru-
dente, de suyo trae la contradición yrepugntincift.
En fin, de aquesta suerte, ya en las primicias de
este amor, ya en la absteridad y encogimiento de
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 283
- ^ - ■ - - lili J LU I -^^^^^^— ^.^^^
la dama, se iba prosiguiendo aquella larga y te-
nebrosa navegación, con tan prósperos vientos,
que hasta invernar en Mozambique, por no atre-
verse entonces á doblar el Cabo, ninguno fué de
tan siniestra condición como la mal correspondi-
da voluntad del amante, que á vela y remo ca>
minaba sin esperanza de seguro puerto.
CAPITULO LXXIV
Inverna nuestra armada en Mozambique, dife-
rencias entre los capitanes ^ y otros varios su-
cesos en la navegación y amor de don Enri-
que^ etc.
LíLEGABON al término que tengo dicho las pode-
rosas naves y, juntamente, según lo han de cos-
tumbre, albergaron quietas; aunque no así el
preso don Luis, porque el ocasión de hallarse en
tierra, acrecentó su guarda y, por el consiguien-
te, incomodidades forzosas. Sentia este caballe-
ro la desconfianza del capitán mayor y, sobre
todo, que siendo de una misma ciudad y natura-
leza, pudiesen con él tan poco sus merecimientos
y partes, de adonde, volviendo á los encuentros
pasados y sus enojos, llegaron al punto de quien
jamás descaecieron. Con que si bien don Enrique,
por su propio interés, deseó apaciguarlos, aunque
hizo como antes lo que quiso de su padre y acomo-
dó á don Luis, ni por eso se reconciliaron, ni el
234 CÉSPEDES Y MBNESES
tierno amante volvió á la comunicación de sns
visitas. Con que, lastimosamente muriendo, pasó
aquel temporal, hasta que, al cabo de algunos
meses, embarcándose, sin mejor esperanza, vol-
vieron al viaje, y él, por la cercanía, á poder ver
mejor á su dama, sin la limitación que en k
tierra.
Tenía muy bueniL voz y igual destreza en la
música, y así, por medio de ella, diversas veceá
entendió doña Leonor los conceptas y ternuras de
su amante;, porque las más noches, en los corre-
dores de popa pasaba desvelado, ó ya cantando
al son de la vigüela, ó ya vertiendo amorosas lá-
grimas; si bien, á tantas quejas, á tan amargo
llanto, siempre doña Leonor estuvo sorda, sie«-
pre cruel y siempre desdeñosa. Con que el abra-
sado mozo, reconociendo su desdicha, perdió pie
en su remedio; y al paso que le iba faltando la
esperanza, á ese mismo crecían sus tristezas, y
perdiendo el vigor vino 4 rendirse, cayendo en
una peligrosa enfermedad, con la cual, cesando
el breve alivio de la vista de su dama, se aumen-
tó su accidente y con él el peligro de su vida.
Llorábale su padre tiernamente y aun todos los
soldados y oficiales, de quien era bien quisto; j
no era don Luis Antonio quien menos la sentía,
porque reconocía que, si algún buen pasaje se le
hacía, era por su medio y diligencia. Sólo doña
Leonor, constante y firme, como roca á estos gol-
pes, corría parejas en el sentimiento lícito, no en
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 285
el que á tan extraño y prodigioso amor debía.
En este ínterin, el mal del pobre enfermo, por
instantes, por puntos, caminaba á prevenir su
muerte, apresurada tanto de la causa dicha, como
de las incomodidades del navio, golpes y vaive-
nes del mar, que también á esta sazón, con un
viento deshecho, andaba por los cielos, hasta que
reconociendo las Terceras, casi forzadamente hu-
bieron de arribar á ellas; con que siendo preciso
reparar los bajeles, en el entretanto, la ocasión
á propósito obligó á saltar en tierra al capitán y
á que sacasen á ella á su hijo y á don Luis y su
gente, que todos venían con achaques diferentes.
Alojáronse juntos unos y otros en las casas del
gobernador de aquellas islas, que para facilitar
mejor su cura del noble don Enrique, acertó á ser
no menos que su tío. Tenía este caballero dos
hijas doncellas, de quien y de su madre casi
igualmente fueron , con los parientes recibidos,
don Luis y su mujer, y, sobre todo, la hermosa
doña Leonor, porque su belleza y cordura no sólo
causaba admiración, mas se hacia amable.
Ya se sabe cuan tiernamente se agasajan los
de aquesta nación, y cuan poco deudo, obligación
y conocimiento han menester para regalarse; y,
supuesto lo dicho, no tengo para qué encarecer
las caricias de tales huéspedes, ni la piedad y
amor con que el doliente mozo sería curado. No
se apartaban de él un punto sus dos primas, y si
algún breve espacio le faltaban, era sólo para
-/"
286 CÉSPEDES Y MENBSES
hacer compañía á su dama, por la cual, encar-
gando su gasto, cada instante preguntaba don
Enrique; y, en medio de sus ansias y congojas,
aquel su dulce nombre le alentaba con tal demos-
tración, que fácilmente las piadosas señoras die-
ron en su desvelo y, poco á poco, en el origen
cierto de su peligrosa enfermedad. Confesólo asi-
mismo, casi ya desconfiando de su remedio, el
tierno amante, y, cubiertos los ojos de lágrimas,
las pidió que á lo menos, en. habiendo muerto, le
dijesen á doña Leonor su infeliz suerte, y con
tristes suspiros les contó, juntamente, sn perse-
verancia y firmeza, y el descuento que en desde-
nes, tibiezas y rigores le había reducido á tan
mortal estado.
No se holgaron poco las dos damas de que su
sospecha saliese cierta, porque del entenderla
consiguieron en la salud del primo más segura
esperajiza, y en el consuelo de sus penas igual
remedio; con lo cual, alentado su descaecimiento,
tomaron tan á pecho su amorosa empresa, que sin
más dilatarla, aun antes de acostarse aquella
noche, sabia doña Leonor ya de su boca lo que
mucho tiempo antes se tenía ella muy mejor en-
tendido.
J
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 287
CAPITULO LXXV
JPersuaden con porfía las dos damas á doña
Leonor, y ella declara su última voluntad.
(¿luiEBO que antes de pasar adelante, ni que el
lector se entere en los sentimientos fingidos, eno-
jos disimulados y razones severas con que recha-
zó doña Leonor la intercesión de las dos primas,
sepa también la altura, lo8 términos y rumbos en
que la hallaba el peligro de su muerte, su larga
enfermedad, su tierno amor y su mayor constan-
cia, para que asi, más claramente penetrado este
punto, reconozca cuan cortas son las fuerzas de
una frágil mujer^ cuan breves sus rigores y cuan
fáciles sus resistencias; y, mayormente, comba-
tida y poco recatada de un continuo cuidado, de
unos dulces gemidos, de un largo padecer, de
unas fingidas ó verdaderas lágrimas, de una so-
licitad amorosa, y, sobre todo, de un forzoso y
cruel disimulo de su recato vergonzoso y de su
natural honestidad y encogimiento.
Nunca á doña Leonor le pareció mal don Enri-
que; antes, siendo sus partes tan gallardas, su
condición tan generosa y la cortesía tan. bien ex-
perimentada, era fuerza y obligación precisa que
en su pecho hubiese causado diferentes efectos de
los que ella mostraba, como realmente éralo cier-
to; mas teníala á raya el saber que él iba á casar-
288 CÉSPEDES Y MENESES
se, y sobre esto, su pundonor honesto, que este era
incomparable. Por esta causa j por razón isn
cierta, llano es que, aumentándose en la continoa
vista el fuego de esta viva centella, y creciendo
el rigor de un vivo viento, tan deshecho y, ma-
yormente por su causa, en términos de muerte un
mozo tan gallardo, que había de contrastar sos
intentos y desvanecer sus honrados propósitos.
Declarado^ pues, este enigma y entendido que,,
aunque oculto, en su pecho triunfaba amor de su
constancia, fácil me será el persuadir que no po-
día, en la sazón de entonces, suceder á doña Leo-
nor cosa más deseada ni conforme á su estima-
ción y entereza, porque ya, con su mayor contra-
dicción y esfuerzo, había cobrado alientos six
amoroso desvelo, y de tal suerte se hallaba su*
mergida y ahogada, que, á dilatarse más la dili-
gencia de las dos damas, saliera de ella el descu-
brir á voces su sentimiento ó, por lo menos, se
declarara infaliblemente por cualquier camina
con don Enrique; que no hace menos furiosa ba-
tería querer así oponerse, resistiendo, disimulan-
do y á brazo partido, con este ciego y rapacillo
amor.
Este era el término y estado en que la cogió el
tierno recaudo de su amante, y en quien los pia-
dosos ruegos de aquellas damas pretendieron
ablandar su corazón de cera, si bien para los dos
probó á mostrarse entonces de acero duro, y con
disimulación y enojo tan fingido y dispuesto,
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 269
ae yiéndose, en medio de sus muchas querellas,
)car en la estimación y aun en la obligación y
) de ser su huéspeda y, por el consiguiente, mal
)rrespondida, casi se hubieran de hallar muy
Tepentidas. Mas oyendo que, en el progreso de
s quejas, mezclaba artificiosamente las gene-
sas partes de su primo, su igual conocimiento
últimamente, que á no juzgarle por casado ó
términos de estarlo tan presto, no las culpara
ito; entendido el descuido exagerado, la die-
L por rendida y, apretando la cuerda, apenas
parte de don Enrique, las dos la aseguraron
3u recelo, pues no era puesto en razón ni aun
to pensar que él pretendiera tan ilustre mu-
menos que para un loable fin, cuando la abra-
sa señora hizo público alarde de su amor y
pió, no sin lágrimas, el velo de sü disimula-
y recato. Con lo cual, aclamando victoria, á
uasión de las dos primas se determinaron á
r la siguiente noche, secretamente, una vi-
al doliente mancebo, ó por mejor decir, á
ríe la salud y la vida, como en efecto su-
; porque alcanzando el si de doña Leonor,
ra conveniente y en el peso y silencio de la
: entraron unas y otras, llevando en medio
•dero antídoto y remedio del enfermo, al
m vez de la salud que deseaban, inadver-
lu hieran acarreádole la muerte con tan im-
lo y repentino contento.
rORIAS PEREGRINAS 19
290 C¿S?BDES Y MSNESKS
CAPITULO LXX VI
Llega á salvamento la armada, y en Lisboa se
va más alentando el enojo y rencor de dan
Luis Antonio.
Lbníanli: á don Enrique sus continuas congojas
en un suspiro eterno , desvelado y sin sueño jj
por otra parte, la enfermedad terrible y el no co-
mer, desalont-ado y débil. Y asi no fné mncho
juzgar á la primera vista tal suceso por alguna
de las transformaciones de Ovidio; y, en Hecho
de verdad, no pasó menos; porque, alborotado j
lleno de terror y respeto, en viéndolas, se quiso,
para hacerles conforme reverencia, arrojar delle-
Gh.o;'y ejecutáralo si al punto no le detuvieran sus
primas, y con el nuevo desengaño y nuevas de sa
baena fortuna, reprimieran su intento; aunque
esto no fué de suerte que, á contento tan grande
y. nunca esperado en su concepto, él pudiese es-
primir alguno que lo. pareciese, ni menos asegu-
rar su turbado espíritu, si bien con todo, agra-
deciendo con locuras de amor este favor inesti-
mable, dejó lugar á que sus dos primas le habla-
sen y doña Leonor le satisficiese. Dijo, pues, la
hermosa dama, cubierto el rostro de vergonzosa
grana, entre otras muchas cosas con que preten*
dio disculpar su esquiveza y rigor, la fuerza que
sus primas la habían hecho, lo que bu amor Ift
SUCESOS TRÁGICOS DE^-D. ENRIQUE DE SILVA 291
tenia obligada y cuánto deseaba bu primera sa-
lad, dio un pequeño rasguño en su corresponden «
-oía y, finalmente, aumentándose el virgíneo oo-
lor con la seguridad de su fe y palabra, aseguró
igualmente la suya y sus temores; con que bro-
tando el corazón de que la oía agradecimientos ^
aumieiones, promesas y una inviolable fe, tro-
cando en alivio sus penas, sus tormentos eit glo'
ría y sns tinieblas en sereno dia, quedó, de muer-
to resucitado y, con tan evidente mejoría el con*
■suelo del alma, que desde aquel punto informa
nueva vida, nuevas fuerzas y alientos á su cuerpo «
Despidiéronse por entonces las damas; mas
con iguales vistas, creciendo los favores, creció
*
la voluntad y, aumentándose el trato, poco én
poco el niño y ciego amor llegó á verse gigante
«n sus dos pecbos. T ¿qué mucho, si habiéndose
plantado sus raíces en la iiumedad inmensa del
Océano, crecido en medio de sus ondas y casi en-
derezádose en sus islas se lograse de esta suer-
te, pues aun para su aumento y correspondencia
no sólo sirvieron de terceras y arrimo dos damas
tan hermosas, mas aun, aquellos sollozos, aque-
llas islas ó pezones del mar le ayudaron y favo-
recieron con la semejanza de su nombre?
Había todo este tiempo andado alborotado el
mar, levantadas sus ondas y el viento desatado
y deshecho, porque aún en este rigor quiso con
don Enrique mostrarse favorable, y tanto que pa^
rece esperaba solóla mejoría y buen suceso de su
•^—
292 CÉSPEDES Y MENESES
amor y salud para dejar trillarse de las naves, j
asi abonanzando, despedidos de las hermosas pri-
mas con abrazos y aun lágrimas, se embarcaron
y, en ocho días., con general alegría , dieron
vista á Lisboa. y, finalmente, límites á los traba-
jos de su navegación, con lo cual (advertidos en
la prosecución de sus amores) don Enrique y su
padre pisaron los umbrales deseados de sn casa,
y don Luis Antonio, á quien ya esperaba un hij<^
suyo, con mejores despachos de la corte, guió i
la suya acompañado de algunos guardas y de
muchos amigos.
Teníasela el Supremo Consejo, informado me-
jor, señalada por cárcel; y así, juzgándolo por
diferente suceso que el que prometía el recato
del capitán mayor, creciendo su indignación y
odio esperó los fines, que no se dilataron pocos
días; aunque moderándose en ellos su prisión,
tuvo después de algunos meses licencia para ir á
la corte.
CAPITULO LXXVn
Procuran los parientes de don Enrique el efecto
de su casamiento aplazado; y él, regido de stf
nuevo desvelo, lo dilata cautelosamente.
ISüf este ínterin y aun luego, como don Enri-
que, convaleciente de su mal, llegó á su casa, ad
de la parte de sus mismos padres, como de los
parientes y deudos, de la que había de ser su es-
SUCESOS TILÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 293
posa, como en cosa tan hecha, comenzaron á tra-
tar del efecto y disponer las dispensaciones; por-
que, como tengo dicho, doña Clara (llamábase
«si la dama) era sa prima y, juntamente , donce-
lla riquísima, única heredera de su casa, y, so^
bre todo, mujer á quien, por su hermosura y bi-
-zarro parecer, había el olvidado amante servido
largos tiempos y aun querido con extremos locos;
y bien acerté en darles semejante atributo, pues
ninguno pudo mejor cuadrar con su variedad y
mudanza.
Habíasele,' al principio de este empleo, mos-
trado desdeñosa, condición ordinaria de una mu-
jer rogada; y este fácil castigo, sintiéndole don
Enrique por disfavor mortal, tuvo por buen re-
medio el ausentarse; y, poniéndolo por obra, á
pesar de sus padres, de quien era su mayor con-
suelo, se traspuso á la India, de donde, entendi-
da la causa y arrepentida el sujeto de ella, con-
certadas sus bodas, yendo por capitán mayor su
padre, lo traía ahora para su cumplimiento, mas
tan diferente y trocado como habéis oído; pues
no sólo no volvió los ojos al pasado empleo, sino
que, resuelto á proseguir su nuevo amor, pidió
se suspendiese el trato, como, en efecto, lo hi-
cieron sus padres, porque sólo su voluntad los
gobernaba.
Cesaron con aquesto las pláticas; y aunque de
parte de la dama se guardó el mismo orden, no
%BÍf en lo interior, se estimó el sentimiento.
291 CÉSPEDES Y MENBSES
Amaba doM Clara tiernamente á su primo, y el
juzgarse tan cierto por su esposa, no sólo habk
heoho. lícito este amor, mas, juntamente, al^ierto
franca puerta á sus ciegos deseos, á sos ardiea-
tes llamas y una voluntad tan arraigada y enve-
jecida, que fuera hoy por demás querer ceñirk
ó mitigar su fuego. T esta verdad, no obstante
que el ingrato deudo la advirtió y conocitS, aun-
que siempre resuelto á proseguir su gusto, nun-
ca ae persuadió desengañarla, ni tampoco quiso
que sus padres lo hiciesen; antes, jugando c<m
dos manos, procuró entretenerla; y fingiendo de-
seos, iba por otra parte excusando y dilatando
su ejecucióxi.
No puedo yo, á lo menos, presamir oon qaé
fines; pero á lo más, bien veo que en este trato
doble degeneró grandemente de sus obligaciones
don Enrique, y que muy justamente se le podráa
á él atribuir los dafios graves que de flus remi-
siones y fingimientos resultaron; porque es cosa
infalible, y que no admite duda, que «i luego
como llegó desengañara á su^pobre prima, ni sn
voluntad tomara tan grandes fuerzas,. ni su amor
hubiera crecido de tal suerte que, cuando quiso
atajarlo, pareció irremediable; mas no se queda-
ron sin castigo el uno y otro, porque si doña Cla-
ra lloró inmortalmente su libre y desenfrenado
arrojamiento, no se dilató á don Enrique, ni i
sus. disimulaciones y dobleces, la eatisfaocidn y
paga merecida.
SUCBSOS TRÁGICOS DE D. ENRIQXm DE SILVA 296
Pero dejado aquesto hasta su tiempo, no anda*
ba, en el presente la hermosa doña Leonor poco
afligida, porque la nueva asistencia de su casa
difícultaba, hasta tomarla el tiento, la comunica-
ción de su amante, á quien aunque los más días
veía desde sus rejas, semejante á otro Tántalo,
aquel breve consuelo la causaba más abrasada
sed, mayor deseo y, por el consiguiente, igual
pena y desesperación. Mas como la necesidad y
trabajo es prudente maestro de la industria, no
sin atrepellar inconvenientes, hizo que la forja-
sen un^ llave, con la cual, saliendo de su cuadra,
podía llegar á unas ventanas y por ellas hablar
c(m su galán seguramente. No era menos el cui-
dado y vigilancia de sns padres, pues aun en tan
corta diligencia, tenía su hija tantas dificultades;
mas ¿qué importan éstas ni otras mayores cuan-
do una voluntad vive dispuesta? En fin, previ-
niendo un papel con avisos y señas saficientes,
el mismo día que se acabó la llave, arrojándose-
le al pasar á don Enrique, y tomándole él con
ignal cuidado, entendido su gusto, salió de con-
fusiones, además que fué mucho no perder el
juicio.
296 C¿S PEDES Y MENESBS
CAPITULO LXXVni
Crecen los favores de doña Leonor hasta verse
con don Enrique en más estrechos lazos,
£rSTA tranquilidad que he referido, este gozo
y contento, les duró á los amantes largos días,
comunicándose las más noches ternísimas j coa-
firmando nuevamente su amor j perseverancia,
sin atreverse, en tanto tiempo, á tomar resolu-
ción segura, pidiéndola don Enrique á sus pa-
dres ó dando ella lugar, á otro concierto. Dora-
ban en don Luis los reñidos pleitos que de la
India le habían traído; y el rencor granjeado
por su guarda y recato, estaba con su padre de
don Enrique en el mismo paraje; y como estas
cosas no ignorase la dama, cierta de sa contra-
dicción, procuraba, hasta mejor sazón, divertir y
entretener á su amante; pero, en efecto, el temor
receloso de que con semejantes dilaciones no se
volviese á su primero empleo, y, sobre todo, su
insufrible deseo, la obligaron, ó por hablar más
lícito, la hicieron fuerza á que tomase otra reso-
lución; que si bien no fué la más honesta y acer-
tada, por lo menos, para su cumplimiento y para
mejor seguridad de sus cosas, ella la juzgó por
esencial y breve.
Quien trujere leyendo estos renglones á la
memoria los primeros de esta historia, y en ellos
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 297
la crueldad, el desdén, el severo rostro, la con^
tinencia y recato con que esta dama trató el ori-
gen de su amor, y ahora viere tan notable mu-
danza, fuerza será, ó que se me conceda en su
disculpa ser grave, ser vehemente su pasión ó
que en su pecho halló menos prudencia y mayor
confianza; blasón que locamente se atribuye más
presto, quien más pronto se precipita y cae de
ojos. No niego yo que el frágil natural dé las mu-
jeres es en cuanto á deseos más disculpable; pero
también no ignoro que para recatarlos y encu-
brirlos es, sin comparación, más fuerte y pode-
roso que en los hombres; y así, censurando mo-
desto, creo y tengo por cierto que primero le
rendiría la celosa pena del verse por sus dila.-
ciones olvidada, y mayormente estando de por
medio doña Clara, ó congruencias diferentes, en-
derezadas á su honrado propósito, que no incen -
dios de amor, llamas de sus desordenados deseos.
En conclusión, doña Leonor, dispuesta á di-
vertir su amante con más nuevos y crecidos fa-
vores, movida por las causas ya dichas, y apre-
surada de sus continuos ruegos é importunacio-
nes, le dio orden para que entrase en su casa, y
no obstante que esto era lleno de inconvenientes
temerosos, y no el menor el allanar las puertas,
loco de gusto, sin reparar en ellos, atropello en
sus dificultades, inclinando y disponiendo cavi-
losamente la voluntad de un esclavo portero,
piedra fundamental y llave de su entrada, y con
298 C&SPSDB8 Y If EN&8E8
tanta destreza y disimulación, que á pocos lan-
ces le tuvo de su parte. Porque valiéndose para
con semejante persona de otro igual sujeto, digo
de otro esclavo suyo^ y bien ladino; mediante
éiSte, con facilidad le granjeó, persuadido á qü«
según la verdad del intento, casándose los ios
amantes, ó seria con razón duefi.o de sus volunta-
des, ó que por lo menos le ahorrarían de su es-
clavitud, y a&adiendo á este punto dádivas y
regalos, que es el más fuerte medio, sin más di-
ficultarlo, don Enrique escaló la fortaleza, y doña
Leonor, aunque arrepentida, se halló en dlf éren-
te estado. Había llegado su amor al último re-
mate y, recíprocamente, más que nunca á su gas-
to sujeto, mostraba don Enrique el agradeci-
miento, tanto en el mortal peligro á que se po-
nía, cuanto á ella en los muchos á que para sa-
lir á verle se aventuraba, pues siéndole preciso
llegar hasta una sala de estrado qne era adon-
de el negro y falso alcaide podía meter á su ga-
lán, el menos importante en su modo, ir atrave-
sar por delante de sus mismos padres y herma-
nos, que unos y otros consecutivamente al suyo
dormían en diferentes aposentos, de quien á ser
sentida, indubitablemente y sin mayor examen
fuera muerta, porque en casos tan de honra no
es más bien reportada la gente noble de esta be-
licosa nación.
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 399
CAPITULO LXXIX
Dánse palabra y fe de esposos los amantes^ y.
en el Ínterin^ doña Clara, impaciente por la
dilación de su primo, cae en una grave en-
fermedad.
jSn la noche primera de sus vistas, no olvidan-
do del todo la hermosa dama lo que debía á sa
san^e, antes de verla puesta en contingencia ,
recibió de don Enrique con igual alegría la
mano y fe de esposo, llamando por testigos las
negras sombras de la oscura noche y al bárbaro
tercero de sus bodas, las cuales, con tales requi-
sitos, no dejaré yo de llamar muy negras y aun
tristes desde este punto, y ¿ lo menos en señales
y agüeros nos fuera lícito creer no sé que más
contrarios, no sé cuáles más infelices.
Ta yo estoy esperando en don Enrique si -el
verse con tan nuevo estado y sin remedio la per-
sona de su prima le obligan á desengañarla, le
fuerzan á declararse con ella. Pues no fué así,
porque ni con todo le pasó por el pensamiento;
antes con el mismo desvelo la traía suspendida,
adorando en sus acciones, creyendo en sus pa-
labras, y como inocente corderilla, dejándose
por ellas llevar al matadero.
Vivía la cuitada doncella en un continuo llasr
to, efectos que á los ojos respiraba su alma, abra-
I
1
900 CÉSPEDES Y MENESES
eada y encendida en ardientes recelos, siendo
lastimosa y crnelniente apresurados y preveni-
dos con la pena de tantas tibiezas y desdenes,
con el incendio de fingidos requiebros y, final-
mente, con el incentivo de sus dilaciones y pan-
sas, porque no hay accidente tan furioso ni lo-
cura tan desatada que asi rompa, atropello, des-
barate la más honesta y casta resolución, como
la desestimación y desprecio de la oosa amada;
y sobre todo, la privación ó suspensión de sos
mismos objetos. Así, regida de aqueste ciego é
implacable amor, abandonando su natural ver-
güenza, perdía, en viéndose con él á solas, los es-
tribos del recato, y lo que más se puede ponde-
rar, hacía tiernamente oprimida con su olvida-
do primo el mismo oficio que, en ley de buen ga-
lán, debiera él representar en aquesta tragedia,
pues trasformándole en sí mismo, ella le reque-
braba, ella le hacía caricias y, con dulcísimos
efectuosos gemidos, solicita fomentaba su gusto,
su perdición y ruina. ¡Oh lastimoso y miserable
estado de mujer I ;Onán imperiosamente está
apoderada de tu triste alma esta pasión tirana,
y cuan ciega y arrebatadamente eres llevada
al abismo de tu final desdicha!
Ciertamente que, llegando á este punto, casi
me falta aliento para proseguir esta historia, y
que si el haberme empeñado en su promesa no
me obligara, que de mi acuerdo quedara á otro
menos piadoso su progreso. En fin, digo que ya
=1
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA oOl
abriendo los ojos don Enrique cnando el remedio
de estas cosas consistía en no dársele, entonces,
para que el daño y fin de todas creciese con más
prisa, trató de declararse y desengañarla; si bien
aun este propósito tardío no llegó á ejecutarse
por entonces; porque la afligida señora, cansada
de sufrir tan largos males, le atajó, y acosada de
tan amarga resistencia, desmayando en ella, en-
tregó sus espíritus á un piélago profundo de tris-'
teza y el cuerpo hermoso á una fuerte y podero-
sa calentura, que en breve término rindió su
mayor fuerza; corriendo en aquestos extremos
unas mismas pisadas y parejas los dos primos;
pues si él se vio, cual ya visteis, al desdén doña
Leonor hecho esqueleto, así ahora doña Clara
por su ocasión, aunque con otros fines, llegó á se-
mejante estado. De esta suerte caminan los ac*
cidentes de esta vida; y en tal disformidad, sue-
len á veces discurrir sus mudanzas incesables.
Lloraba sin consuelo su triste madre; porque
estando ya en esta sazón- viuda, como única
prenda quería y estimaba á doña Clara; y así, li-
brando en su salud su esperanza y contento, no
dejó medicina ni remedio que no le aplicase, ni
médico famoso que no se desvelase en su cura;
pero sirviendo poco y obrando menos tan buenas
experiencias, la enfermedad creció y el sujeta
paciente vino á tanta flaqueza; porque sólo sus
lágrimas eran su mayor sustento, que, faltando
remedios que hacerle, desahuciaron su vida. Por
302 CÉSPEDES Y MBliTESES
otra parte, como su madreí cuidadosa y solicita,
mirase en sus acciones, en sus ansias y contiiiuo
llanto el afecto entrañable, adivinó el origen; 7
no cesando de importunarla con ruegos y amoro-
sos conjuros, al £n, sin más duros tormentos,
consiguió absolución de sus dudas y, no sin lá-
grimas, la confesión entera de su a£ción terri-
ble, de la vil correspondencia y olvido que ¿ ta-
les términos la había, reducido; guardando en
esto casi conforme estilo al que tuvo su primo,
refiriendo su pena, cuando contándola á sos deu-
dos, mejoró su salud, que basta en tan ignoradas
apariencias quiso imitar su amor, si bien no su
remedio, aunque asegurándosele su madre, ape-
nas entendió de su boca tan cierta presunción,
cuando teniéndolo por fácil y hacedero, dispuso
al punto los caminos más fuertes para su ejecn-
ción.
CAPÍTULO LXXX
Prosigue cauteloso en su dilación don JEnrique;
apriétale su prima f y finalmente, aunque tar-
de, se declara.
KyON el intento dicho, mandando llamar al pa-
dre del ingrato mancebo, sin reparar en diferen-
cias, dote ni hacienda, toda cuanta tenia, qne
era sin número, le ofreció.con su hija literalmen*
te; y no contenta con aquesto, como el atajar la
muerte de su hija la apresurase, juzgando que
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA BOSt
SU severidad había causado la tibieza y descon-;
cierto de sos bodas, atrepellando respetos y pua-
donoreS) el propio día (porque los más visitaba &<.
la enferma don Enrique), ella misma, tomándole ái
una parte, le propuso su intento y el ofrecimiento
hecho á su padre; y no celando la ocasión que á
su hija tenía en tan míseros términos, tan bien
supo pintársela, tales fueron sus ruegos, tan
grandes sus afectos y su empeño, que no dejó ca-
mino al apretado mozo, salida ni respuesta que
dar ó que fingir menos que declarándose; y esto
fuera un cuchillo, un golpe penetrante que die-
ra al traste con la pobre dama y aun con su triste <
madre; y juzgándolo asi, dilatando su desenga-
ño por entonces, con nuevos fingimientos y pro-
mesas se dispuso aplazarlo, dando, aunque con
ambiguas y dudosas razones, esperanzas de obe-
decerla.
Estas supo al momento doña Clara, con lo cual
y la presencia de su amante, que mas tierno y
alegre la sirvió de trinchante, pudo aquel día co-
mep; y los demás por el mismo consiguiente.
Porque reconociendo el primo que tan en breve
consuelo consistía su vida, no quiso suspenderle,
si bien faltó por ello no pocos ratos á la gracio-
sa vista de doña Leonor y á las delicias y rega-
los de sus tiernos abrazos*
Estaba, en aquesta sazón, tan adelante su
amoroso trato, que la hermosa dama sentía y aunt
lloraba achaques tan sospechosos y apretados,
d04 CÉSPEDES T MENESSS
que pudieran, á ño prevenirse con tiempo, oca-
BÍonarla nn afrentoso fin; y esta nueva tan triste,
aunque en otra coyuntura les fuera á entrambos
la más feliz y alegre, ahora les hacía que, üs-
curriendo en mil varios consejos y salidas, se les
pasasen juntos las noches cortas y divididos los
prolijos días.
No excusara, en tan cierto peligro, don Enri-
que de pedirla á su padre y valerse, si se la ne-
gara (como fuera lo cierto) de otros más fuertes
medios, con que quedara soldado semejante ye-
rro, sino que el estar don Luis Antonio en térmi*
nos de partirse á- la corte, le detenia; parecién-
dolé que mejor en su ausencia se dispondrían sos
intentos. Esta consideración que, al salirles cier-
ta, fuera sin duda el total remedio, suspendía á
doña Leonor, divirtiéndola y asegurándola en
los muchos temores que la causaba la dilatada
partida de su padre. Y en este mismo tiempo,
mejorando grandemente doña Clara con sus nue-
vas y fingidas esperanzas, aliviándose á veces,
solicitaba alegre su convalecencia; y juntamen-
te para el efecto de sus bodas, la intercesión y
ruegos de sus padres de don Enrique, de loscua-
les, tanto por esta causa, cuanto por las notables
conveniencias que en casamiento tal se les ha-
cían, era no poco importunado y oprimido don
Enrique; y de tal manera se hallaba acosado,
que solamente esperaba á que cobrase algunas
fuerzas su prima para poder por ellas resistir el
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 905
golpe duro de su desengaño , saliendo asi, aun-
que con tan cruel remedio, de confusiones y dis-
gustos.
Había sido el último y final con que los médi-
cos rigieron á la enferma señora ciertos ejerci-
cios y salidas, que tomando jarabes del acero era
preciso el disponerse á ellas; y, casi comenzando
la cura, todas las mañanas paseaba los campos ,
acompañada de una tía suya y otras criadas.
A esta agradable romería convidó alegre doña
Clara á su primo, que sin poner (aunque lo deseó)
excusas hubo de obedecerla, siendo algunas,
aunque no todas veces, el alba de aquel sol, digo
su escudero y galán. Con lo cual, una de estas
mañanas, en quien, ó sus acostumbrados fingi-
mientos ó el incendio que siempre la rodeaba,
fulminó en doña Clara nuevos rayos ó más ar-
dientes flechas, hallándose con su querido dueño
á solas, porque la demás gente, quizá de indus-
tria, se habían adelantado, haciéndole sentar
entre unos altos y espesos árboles, con' más te-
rribles ansias y aun deseos conmenzó dulcemente
á persuadirle, ya con requiebros tiernos, ya con
acciones amorosas; y esto con tan fuertes afec-
tos y resoluciones, que, finalmente, se temió don
Enrique, y más en la oportunidad, sitio y arro-
jamiento de ocasión semejante: y cierto que ella
era temerosa y tan digna de excusarse como de
huirle el rostro. Y así, considerándolo atenta-
mente y viendo que aquellos negocios pasaban
HISTORIAS PEREGRINAS 20
800 CÉSPEDES Y MBNSSES
de su limite, haciendo reportar á la prima y nc
queriendo tenerla más suspensa y engañada, dis-
currió cuerdamente, sin reservar nn pensamien-
to solo de cuanto habéis oído, declarando h
enigma de su olvido y la verdad de su nuevA
afición; y concluyendo su dolorosa y triste pU-
tica, con advertirla el estado en que se hallaba
preñada doña Leonor, y el mal remedio que, se-
gún tal empeño, podía tener su malogrado amor,
esperó bien confuso la respuesta que le daba se
prima. La cual, desde el instante mismo que co-
menzó á entender su cruel desengaño, se le ha-
bía, poco á poco, trocado la color del rostro; j.
por el propio término, suspendido el vigor, amon-
tonándose en su pecho gemidos y suspiros de
tal suerte, que cuando quiso responderle nr
pudo, ni menos hacer más que, bajando los ojos.
mirar con ellos fijos las hierbas del florido cam-
po; hasta que habiendo estado así trasportada un
largo espacio, recobrando el aliento, sin replicar
palabra, se levantó del suelo; y á la misma ma-
nera y aun con mejor semblante, callando unos
y prosiguiendo todos el fin de su ejercicio, dio h
vuelta á su casa, adonde, despidiéndose de dm
Enrique, que de tal suspensión venia turbado, se
entró con igual severidad y disimulación.
SUCESOS T&ÁGICOS DB D. ENRIQUE DE SILVA 307
CAPITULO LXXXI
Fin lamentdble y trágico en el amor
de doña Clara,
üAKDO los casos de tanta gravedad llegan á
strocarse sin remedio, de ánimos y pechos ge-
rosos es oponerse á ellos, abriendo el corazón
iesahogando el espíritu antes que envilecerse
i mujeriles quejas, con gritos y desordenadas
iones. Tal juzgó don Enrique en el presente
eso del silencio y despejo de su prima; y plu-
'a á los cielos qae así la pobre dama se hu-
a aconsejado.
n ñn, ella pasó el día, la mayor parte de él,
su madre y criadas, con .el semblante y alo-
que otros; si bien sólo fué diferente en
risueña y aun con tristes y donaires gra-
>8f hizo de sus joyuelas y donceles galas un
le vistoso; y teas de él (como si otorgara
mentó ó como si, con su esperada boda, se
3ra de mejorar) un general repartimiento
todas sus criadas. Con que, llegándose la
) y recogiéndose en su lecho, durmió ó veló
itante de ella, hasta que, siendo la acos-
'ada hora, vistiéndose para su ordinario
, salió de su cuadra, y antes de comenzar-
tró adonde su madre reposaba y, desper-
a con afectos ternísimos, la díó dulce? y
308 CÉSPEDES Y MENSSES
apretados abrazos, daplicándolos y repitiéndo-
los, no sin espesas lágrimas, muchas veces; j
todo aquesto sin hablarla palabra, porqae aún.
pienso que no pudiera pronunciarla; y far-
dando su madre el mi smo][ silencio, porqae tam-
bién semejante novedad la tenía suspensa, se
despidió de sus ojos, volviendo una vez y otra,
hasta perderla de vista los lagrimosos suyos; de
tal suerte que, como si jamás la hubieran de tor-
nar á ver, asi formaban su acción y sentimiento.
Diferente juzgó la amorosa madre; porque cui-
dando fuesen desdenes de su primo tales extre-
mos, segura de que preste se habían de trocar
en contentos y gustos, disimuló su pena, sin pre-
guntársela; más bien en breve se halló desien-
gañada.
Salió, pues, doña Clara adonde sus criadas
esperaban; y, entendiendo ser hora de tomar el
jarabe, para verlo de hacer, se volvió á su apo-
sento; en quien tanto espacio se estuvo y tanto
dilató su salida, que hubo su tía de entrar por
ella; mas viéndola que (aun sentada en una silla)
todavía se estaba con el vaso en la mano, como
temiendo, ó dilatando el beberlo, presumiendo
melindre, alegremente la comenzó á animar; y
con tal priesa. y aceleración, que aunque no qui-
so, hubo de despertar doña Clara de aquel letar-
go, y volviéndose á ella, decirla no sin abim*
dancia de lágrimas:
•«-¿CómOj querida tía, y vos también apresu-
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 309
ráis mi maerte; vos y todos solicitáis mis últimos
gemidos? Alto, pues; ejecútese el fallo y pague su
imprudencia mi miserable vida.
Y diciendo y haciendo, con ímpetu furioso,
bebiendo todo el vaso, se levantó de la silla y,
juntamente, tomándola por la mano, se salieron
é, la calle, adonde apenas hubo andado seis pasos
<$uando arrancándosele el alma, con un fiero ge-
mido, cayó muerta.
No así pensaron luego las criadas que la
acompañaban que su desdicha fuese más que un
breve desmayo, y consiguientemente, tomándola
•en sus brazos, como estaba tan cerca, se volvie-
ron á casa, en quien, ya á sus grandes voces, á
su alboroto y ruido, levantándose de la cama su
madre, viendo tan amargo espectáculo, arroján-
dose al pecho de su hija, sin cordura y recato,
perdió el decoro en su autoridad, y con gritos es-
pantosos y alaridos sin término solicitó un la-
mentable llanto en los presentes. El mal creció
sin límite luego que, llamándose los médicos de-
clararon la mortal sentencia. Halláronla éstos,
aunque en tan corto espacio, el rostro denegrido,
morado el cuerpo y, finalmente^ con señales cer-
tísimas de algún penetrante veneno. Y no obs-
tante que tal declaración corrió en secreto, limi-
tándola en público, á pocas horas sonó por
aquella gran ciudad la repentina muerte.
No son menos sangrientos los miserables fines
que siempre se promete una pasión tan desorde-
310 CÉSPEDES Y M£N£SES
nada y terrible, y asi tales, podrá esperarlos
quien no atajare en los principios el cáncer pon-
zoñoso de sus deseos y apetitos. No qoiero yo dfr>
cir, ni pretendo afirmar, que fuese indubitable
la presunción d^ los doctores, pues antes creeré
que fué veneno de amor irremediable que no
juzgar tan temerariamente de una mujer cris-
tiana y noble; sólo es mi pretensión, mi asnnt»
principal, dar á entender, en sucesos tan atroces
y miserables, cuánto deben las tiernas doncellas
poner freno á los ojos, reprimir sus afectos, huir
las ocasiones y no empeñar la voluntad y el alma
para no hallarlas, sin pensar, sumergidas en se-
mejantes desventuras.
No fué mucho menor la que en este tiempo se
apoderó de su fiero homicida, de su ingrato pri-
mo, á quien habiendo ya llegado nueva tan las-
timosa,^ le tenia convertido en un retrato de li-
grimas y de duelos, y tan rodeado de temores^
cercado de cuidados y penas, que casi vino á es*
tar juntamente imposibilitado de consuelo. Por*
que como ninguno sabía mejor la causa de aquel
daño, así también ninguno podía cuidar ni avB
temer con más razón su mayor castigo; y, en fin,
su sentimiento fué tan grande, que en muchos
días no le vieron .alegre, además que, según él
contó muchas veces, nunca en lo restante de la
vida se le quitó de su presencia la imagen dene-
grida y mortal de aquella miserable mujer.
SUCJCSOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 311
CAPITULO LXXXII
Sentimientos de don Enrique; recelos de su
dama, y el suceso notable que uno y otro tu-
vieron.
No se atrevió, por el presente, don Enrique,
ver á la añigida madre, ni aunque lo hiciera
fuera bien recibido ni mirado, y por esta razón,
ñngiéndose achacoso, no se halló en el entierro,
si bien su retiramiento y mayores lutos dieron
bien á entender tan justo sentimiento, cosa que,
á no tener en su esposa y dama tan seguras pren-
das, hubiera descompUéstole; porque enfadada de
extremos semejantes, no sólo los lamentó celosa,
mas estuvo en términos de juzgarse engañada,
que no es menos desatada y cruel una mujer
amante, y más con celos; y así no alcanzó poco
donEnrique cuando, pasados algunos días, la vol-
vió á ver desenojada y satisfecha, y mayormente
estando tan necesitada de consuelo con el ir di-
latándose la partida de su padre y creciendo su
peligro; pues por más encubrirle lo más del
tiempo lo pasaba en la cama, no faltándole, para
poderlo hacer, fingidos dolores y aun verdaderos
males.
Todas aquestas cosas pendiendo solamente del
afligido amante, le traían tan mortal y desalen-
tado, que casi de sus muchas tristezas y melan-
312 CÉSPEDES Y BCBNESES
colias profundi simas pudiera recelarse y temerse
un desastre,. como, en efecto, se le iban acarrean-
do sus peligrosos pasos ó, por hablar más moral-
mente, e] temeroso fin y acabamiento de supri-
ma, pues siendo, como fué ocasionado indubita-
blemente de sus fingimientos y engaños, cierto
es que el justo cielo no le había de dejar sin cas-
tigo, si bien dando su gran piedad lugar y tiem-
po al arrepentimiento, con azotes de padre y
particulares recuerdos dilató machos días el úl-
timo rigor.
Cuarenta y más se habían ya pasado después
de la muerte infeliz de doña Clara, cuando me-
nos sentido y lastimado (que el tiempo es f aerte
antídoto para semejantes pasiones) acudía doa
Enrique continuadamente á los regalados abra-
zos de su dama, en cuyo mayor gusto, como quie-
ra que los más de esta vida tienen la misma es-
tabilidad, bien sin pensar en ello, fueron saltea-
dos en la última de estas vistas; porque sin dada
alguna causó su desgracia el rumor que doña
Leonor hizo pasando por tantos aposentos y P®'
ligros; que no siempre es la fortuna favorable, ui
los sentidos de los hombres obedecen al sueño.
En conclusión, su padre y aun su hermano no
dormían, y como tal suceso les cogió inadverti-
dos, en tanto que uno y otro tomaron armas, ad-
virtiendo su daño don Enrique, con despejo va-
liente, cogiendo en brazos á su querida esposa»
se arrojó en el zaguán, cerrando en un momento
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DR SILVA 313
por de fuera aquel cuarto; con lo cual, juzgán-
dose por libre, abriéndole el esclavo la puerta
principal, salió á la calle al mismo tiempo que
á fieros puntillazos y grandes golpes se ola rom-
per la que él había cerrado. Y no teniéndose tan
cerca por seguros, aunque doña Lepnor estaba
muerta, todavía, animándola el riesgo, acompasó
como mejor pudo á su amante; que atravesando
algunas calles procuraba asegurarla desmitien-
do los pasos de quien fuese en su alcance, y hur
bieran conseguido su intento y pues tose en salvo,
si á esta hora no diese de repente con ellos una
gran tropa de hombres, luces y armas que los
detuvo. Bien conoció don Enrique aun antes de
acercarse que era ronda, y así, porque otro día
no atestiguasen en.el caso, hizo que doña Leonor,
para su vista, se ocultase primero entre unos
cobertizos; y saliéndoles después al encuentro,
en siendo conocido, menos tardaron en pasar
adelante que en sus ofrecimientos y cortesías;
que para quien iba liuyendo, serían harto pesa-
das y prolijas. Todo hasta aquí, por ser del mal
lo menos, había sucedídoles favorablemente, si
al propio instante que la justicia se apartó de
con él (previniendo su alcance aquel espacio bre-
ve) no dieran con su cuerpo por otra calle el pa-
dre y hermano de su dama.
814 CÉSPEDES Y MENESBS
CAPITULO LXXXIJT
Vénse los dos amantes en evidente riesgo,
y prosigúese el caso con varios accidentes.
Ya habían echado los dos caballeros menos sv
amada prenda, y el esclavo infiel, también bíb
dilación, declarado el ladrón que la llevaba; j
asi, medio desnudos, aunque con rodelas y espa-
das, queriendo don Enrique encubrirse, su reso-
lución excusó tal designio; porque apenas le vie-
ron, cuando le llegaron á reconocer, y tras de
aquesto á embestirle furiosos; y por el consi-
guiente, á volver la justicia; pero estaban los dos
tan encarnizados, y don Enrique tan cuidadoso
de su defensa, que primero se alborotó la caUe,
y hubo en aquellos balleguines muchas heridas
que pudiesen ponérseles en medio, hasta qae
viendo de unas partes y de otras acudir gentes,
abrir las puertas y sacar luces y hachas, rabian-
do padre é hijo se fueron retirando, haoiendo sa
contrario lo mismo, siguiéndolos á todos dividi-
das las guardas, si bien éstos, conocidos los tres,
curaron más de curar sus golpes que de otra
diligencia; con lo cual, separándose un tanto
don Enrique, hurtando el cuerpo ai puesto y ala
calle, con el ansia del bien que habia dejado,
volvió por otra parte en su busca; y aunque no
fué la menor de sus temeridades esta vuelta, pues
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 315
- - - - ■ . -
ya pudieran esperarle más prevenidos sus con-
trarios, todavía lo tuvo en poco, y aun diera
cualquier daño por bien empleado en recambio
de hallar su dulce esposa.
Mas saliendo al revés su pensamiento, enton*
ees comenzó su mayor locura, entonces su furor,
pues ciego de cólera y enojo, desatinado con su
grave pasión, no dejó sombra, rincón, portal ni
piedra que no viese y volcase, y rodeando mil
veces aquel sitio entre unos y otros lances, lla-
maba tiernamente á su dama; y an tejándosele
cualquier rumor su voz, cualquier sombra su
cuerpo, volvía de nuevo á trabajar sin fruto. Y,
en fin, llegando á términos de perder el sentido,
pues dio como frenético, espantosos gritos, y sin
consideración de honra ó respeto hizo público
alarde de su secreto amor; en tales desatinos le
cogió el día, con el cual, no pudiendo hacer me*
nos, hubo de retirarse á un convento, desde adon-
de, avisando del suceso á su padre, quedó aten-
diéndole rodeado de las mayores penas y de los
más amargos desvelos que nunca tuvo; porque
lo menos era juzgar su ausente dama en poder de
sus padres, y por el consiguiente, hecha pedazos
de sus manos y enojos. T así, llorando sin cesar
el mal cobro de sus cosas y la venganza y muer-
te presumida, su mayor alivio (si es que en caso
tan triste le podía haber) era prevenir y jurar
el más sangriento estrago que hubiese llegado
á noticia de los hombres.
316 CÉSPEDES Y MENESES
Ya en este ínterin corría el suceso con va-
liente estampido; porque, en los primeros movi-
inientos; el rumor y alboroto que in excusable-
mente hicieron padre é hijo al salir tras don En-
rique y el escutriño y examen del esclavo, fué
patente á los demás criados; y así de las bocas y
lenguas de aquellos enemigos forzosos salió á luz,
ao sin admiración y escándalo de toda la ciudad,
en quien, hablándose indiferente, cada cual echa-
ba por enmedio y su juicio en el corro, trayendo
la opinión de tales caballeros de plaza en plaza
y entre tabernas y mesones, que es la suma infe-
licidad y mayor ruina á que pueden llegar las
cosas de esta vida.
También á su llamado de dan Enrique había
venido su padre; con que bien advertido en nego-
cio tan arduo, sin curar por entonces de otras re-
prensiones y sentimientos que acudir al remedio,
visto el peligro que en poder de sus padres doña
Leonor corría, porque siempre creyó su amante
que había dado en sus manos; el prudente viejo
se resolvió á poner de veras los hombros en el
caso. Y así, acompañado de algunos deudos y te-
niendo por más breve y seguro aquel camino, dio
de todo él, y aun de sus últimos temores y sospe-
chas, caenta al virrey. Entendido el suceso, juzgó
de él y de la condición de don Luis Antonio una
salida muy sangrienta, si antes no se la reme-
diaba y prevenía y deseando, en parte, apaci-
guar por bien su justo enojo y, en parte, atajar
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 317
el riesgo de su hija, acordó de pedirle se la die-
se buenamente á sii esposo, ó sacársela con su
autoridad; para lo cual, rodeado de algunos ca-
balleros y la guarda ordinaria ^ se fué al punto á^
la posada de don Luis; y llegando á sus puertas,
por hallarlas, bien fuera de lo acostumbrado, ce-
rradas y en profundo silencio, fué preciso el ha-
cer que á puros golpes las abriese una esclava,
que sólo estaba en su guarda y custodia.
CAPITULO LXXXIV
Presúmese que don Luis ofendido^ haya muerto
á su hija^ y con tales indicios don Enrique^
frenético de amor^ procura su mayor ven-
ganza.
I3uCHO quedó admirado el virrey de tan breve
ausencia; pero muy mucho más cuando uno de
sus alabarderos le enseñó con la mano un buen
golpe de sangre en medio del zaguán: con que
apeándose, grandemente turbado, teniendo por
segura su sospecha, mandó seguir el rastro; el
cual atravesaba lo ancho del portal, hasta que,
llegando á la puerta de un hermoso cuarto, vién-
dola deÍBquiciada en el suelo y que todavía pasa-
ban adelante las sangrientas señales, discurrie-
ron siguiéndolas hasta llegar adonde con mayor
abundancia se mostraba su fin, que era en las al-
fombras de un estrado, cuyos varios matices.
818 CÉSPEDES Y MENESES
salpicados por diferentes partes, pablicaban la
tragedia cruel que allí se había representado. Y
con tanto, teniendo por emprendido el hecho qae
yenía á remediar , mandó el virrey que cincuenu
hombres siguiesen á don Luis, á su hijo y á la
demás familia. Sabíase ya, que iba á una peque-
ña aldea, y haciéndole secrestar sus bienes y que
quedasen en su custodia guardas, dio la vnelta á
Palacio, y con sentimiento y ánimo tan justamen-
te indignado, que estuvo muchas veces resuelto
á cortarles, en llegando, las cabezas.
Esta nueva infeliz, esta sospechosa probanza
de la muerte de doña Leonor, llenó de lástima y
conipasión la ciudad; y volando ligera, cubrió de
luto y lágrimas los ojos y el espíritu de su afligi-
do esposo; que ya á esta hora, viendo que la jus-
ticia no intervenía en el caso, estaba más segu-
ro en su casa; pero el efecto que en él hizo y aun
en todos los suyos fué tan terrible, tan ciego y
precipitado, que casi abandonando la vida, jaz*
gando por infamia el sustentarla sin su dueño,
se resolvió á la última y más desesperada y peor
salida que les pudiera maquinar si^ desdicha,
digo mal, su imprudencia y desatino.
Mas porque se conozcan los innumerables tra-
bajos y infortunios que acarreó tras si este arro-
jado mozo, desde el instante y punto que mudan-
do de amor, de fe y palabra, faltó á su obliga-
ción, faltó á su crédito, y con viles engaños des-
esperó á su prima, atiéndase y veráse en lo qae
SUCESOS TRÁGICOS DB D. ENRIQUB DE SILVA 819
resta de estos discursos, cuáles y cuántos fueroQ
y el fruto amargo que, por fin de todos, cogió
para su muerte.
Había el furioso mancebo entendido la ausencia
de don Luis, el camino que llevaba y la diligen*
cia que para su prisión prevenía el virrey; y así,
sin pedir ni tomar mejor consejo que el que dic-
taba su vengativo espíritu, mandó á un lacayo
que encubiertamente sacase al campo para él y
un primo suyo, mozo de igual edad y no menos
arriscado, adargas y lanzas berberiscas; y orde-
nado esto, subiendo los dos en caballos bastantes
para cualquiera afrenta, por excusadas calles y
veredas, saliendo al mismo sitio y brevemente al
camino que llevaban don Luis y su hijo, en me-
nos de una hora, y antes que la gente del virrey
llegase á ellos, se les pusieron delante. Venían ,
además de un coche de mujeres, acompañando á
los dos caballeros diez ó doce criados, que si bien
no todos eran para ocasión, todavía era muy co-
nocida tal ventaja; pero no obstante ésta, se
atravesaron en el camino los dos valientes pri-
mos, cuya enojosa vista dejó perplejos y no poco
irritado á cuantos la miraron; y, sin más suspen-
der el intento de su venida, alargardo el caballo
don Enrique, con tremendo semblante y voz fu-
riosa, comenzó á decirles las siguientes razones:
— Ya, viles y alevosos caballeros, llegó el día
en que pagareis vuestra maldad y traición, que-
dando en este campo diferidas las causas que os
820 CÉSPEDES Y MENESES
movieron á tan cobarde venganza y las que os
ezensaron de honrar con mi nobleza vuestra san-
gre; clamando está á los cielos la qne, como fla*
cas mujeres, sacastes del pecho de mi esposa, de
vnestra hija y hermana; y asi, curad de defende-
ros, que si á mis brazos no les sobrasen fuerzas
para dejaros sin vida, llamas y rayos duros ful-
minarán los cielos en castigo y venganza del án-
gel bello, de quien fuisteis infames homicidas.
Y con esto, dando un grito al caballo, arreme-
tió á los que, viendo sobre tan grande afrenta sn
atrevimiento, como acosado^ toros, hicieron con-
tra él lo mismo. Mas cuando la fortuna es adver-
sa, ni aprovecha el valor, conocida ventaja, ni
aun la razón y justicia, porque todo se avasalla
y se rinde á su voluntad y tiranía.
Así le sucedió á don Luis Antonio, pues no
bastando su razón, su mucha valentía y tantos
criados, vio en un instante atravesado y muerto
por la sangrienta lanza de su mortal enemigo al
hijo desdichado, y aun su misma persona mal he-
rida en el suelo; porque como los dos parientes
venían armados con lanzas y defensa suficiente,
así se metieron entre ellos, que ni su experiencia
y esfuerzo; ni el número de los qiie le acompaña-
ban, pudo excusar la inocente y temprana muer-
te de su querido hijo; y antes corriera él seme-
jante peligro, si á las crecidas voces de las da-
mas del coche y al rumor de las arm&s, y relin-
chos de los caballos, no acudiera infinita gente
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 321
de las huertas y quintas que había alrededor, y
aun bastara muy poco, si á esta hora por el mis-
mo camino de la ciudad, no asomara la escuadra
que enviaba el virrey; con lo cual, dilatando los
primos el fin de su venganza y protestando en su
prosecución el último estrago de sus enemigos,
campo travieso, picando los caballos, en un mo-
mento se desparecieron á todos, corriendo sin
parar algunas leguas, porque según lo que deja-
ban hecho, pareció asegurarse y ponerse su
cobro.
CAPITULO LXXXV
Diversos cargos de la justicia á don Luis Anto-
nio^ su satisfacción y respuesta,
Bebían al fin de esta refriega y llegada de la
gente del virrey poco menos de las tres de la
tarde; y así, siendo aquel consuelo y alivio que
tuvo el pobre do;a Luis, en tan graves desdichas,
no dejándole hacer otra cosa, entrándose en el
coche, para que le apretasen las heridas, con
ánimo verdaderamente constante, mandó dar la
vuelta á Lisboa; y haciendo con un tapete cubrir
el cuerpo de su hijo, encima de una acémila, si-
guió el mismo viaje, con tan grandes silencio y
compostura, asi en él y su esposa como en la res-
tante familia, que no juzgara nadie por piadoso
el sentimiento oculto de su alma.
De esta suerte que digo entraron al anoche-
HISTORIAS PEREGRINAS 21
8*22 CÉSPEDES Y MBfTESES
cer en la ciudad, y no sé si me afirme que con
general contento de sus males, porque la aprea-
8ión que le había hecho en la muerte cruel de sh
hermosa hija y ocasionaba, no sólo nemejante in-
dignación, mas juntamente entendido el arrisca-
do hecho de don Enrique, con ser tan injasto,
los nobles y plebeyos le aprobaron por hazaña
ilustre.
Pusieron á don Luis y á su familia en diferen-
tes prisiones, y no obstante que él venia falto de
sangre y fatigado de las heridas, con todo, en
habiendo curádole, se lo tomó su confesión, car-
gándole la muerte de su hija, casi ya averiguada
con su fuga, con los vehementes indicios de la
sangre y, finalmente, con el no saberse, viva ni
muerta de ella, y otras razones que intimaban el
hecho y aun le hacían detestable y terrible.
A lo cual, habiendo estado atento el afligido
caballero y hasta aquel punto con generoso y va-
liente espíritu, como ya habéis oído, en acaban-
do de aprender el caso, rompió por su silencio, y
sin poder ya más resistir su amargo sentimiento,
cubrió de lágrimas el severo rostro, pobló la cua-
dra de gemidos roncos, de suspiros tristísimos;
á cuyo nuevo extremo, suspendidos los que sa-
bían su entereaa y condición, cuando pensaros
que eran arrepentimientos de su delito, dando
principie á su respuesta y confesión, en el dis-
curso de ella salieron de su engaño, j ana entra-
ron en mayores dudas y confusiones.
SUCESOS TbJLgICOS 9E D. SN&IQWS DE SILVA^ 323
Porq[ii6, no sólo el hmm don Luis justiñoé bas-
itaatttauDiiite su iiDOcencia, mas «atís&zo, eotre
abviidantes l&grinoias, á loa cargos heclios; j así,
^a enaiito á faltar y no saberse de su bija, respon-
dió, repitiendo el suceso de la pasada nocbe, des-
da el panto que sintió sa afrenta, basta que él y
el difunto mancebo rompieron la puerta que por
de fuera les babia cerrado; siguieron por la ad-
vertencia del esclavo portero á don Enrique y lo
que en su alcanoe les paaó, ooncli^jendo este ar-
ticulo advirtiendo álos jueces con cuánta más ra-
zón debieran admitirle á él la demanda de su bija,
que no el pedírsela el mismo robador que se la sacó
de su casa tan afrentosamente; y, en cuanto á los
indix^ios de la sangre, confesó llanamente la
muerte que, entre él y su bijo, babian dado al
esclavo, como al pri^Lcipal instrumento de mx in-
juria y traición; y que, babiendo buido de sus
manos, desde al estrado adonde cayó muerto, fué
llevado á enterrar por su mandado en unos trasp
corrales de su casa, adonde le bailarían; y, últi-
mámente, al particular de su fuga y jornada sa^
tiflfizo con decir que lo babía becbo sólo porque
los ruegos é intercesiones de sus deudos y ami«-
gos no le obligasen á prestar con sentimiento en
s^mejantes bodas; y también por juzgar que la
afrenta recibida le dejaba incapaz de comercio
humano, de alegría y correspondencia; pero que
si el haber tomado resolución tan honrada se es-
timase & dalito y culpa, él, por lo menos, habieH'-
321: céspeLes y meneses
do tomado tan cruel enmienda don Enriqae, no
podía, ni aun debía ser castigado otra vez por
una misma causa; y mayormente cuando la gra-
velad del castigo excedía tan evidentemente á la
culpa, pues por la que emprendió ausentándose
peT'dió su amado hijo; y antes, con el quebranta*
miento de su casa, el honor y reputación.
CAPITULO LXXXVI
Sabe 8u padre de don Enrique este suceso , y
con otros, en su tardo mayores, desconfian en
el remedio de su hijo.
19e la suerte que he dicho, dio fin á sas razones
don Luis Antonio; y aunque con su entereza y
justificación minoró grandemente el sereno rigor
de los jueces todavía, como doña Leonor, prin-
cipal personaje de e^ta tragedia, faltaba, no sir-
vió de otra cosa que de acumular delitos á deli-
tos, verificar la muerte del esclavo y echar sobre
sí aquel embargo más.
En semejante estado andaban estas cosasr
Cuando sabiendo sus padres de don Enrique su
ya advertido atrevimiento, lloraban tiemamen*
te con su ausencia, su perdición y ruina; consi-
derando que según los delitos, aunque entonces
él aplauso del pueblo los hacía disculpables, por
lo menos no le verían más. Empero, si el común
parecer les dejaba esperanza, bien presto se le»
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 325
desvaneció; bien fácilmente juzgaron por irre-
mediables sos cuidados; y, á los que antes les
fueron tan propicios, contrarios y enemigos; por-
9^ue no es má : estable y firme el vulgo, ni sus
inclinaciones menos dispuestas.
En medio, pues, de tales aflicciones, ya con al-
gún consuelo, ya con mayor cuidado, les cogió un
notable accidente, que en parte les sacó de con-
fusión, aunque fué para meterles en otras. Se-
rian entonces dos horas de la noche pasadas, que
parece se esperaba semejante desazón para el
recato y mayor secreto del caso, cuando avi-
sado su padre de don Enrique, supo que un
hombre le buscaba á gran priesa, cosa que estaur
do en semejantes pensamientos, le hizo presumir
fuese algún aviso de su hijo; y así, haciendo que
algunos criados le entrasen en su cuadra, que-
riendo que delante de todos le dijese á lo que
yenia, rehusando esto el hombre, dio á entender
la importancia del secreto. Aseguróse en vién-
dole el capitán mayor, porque la presencia hon-
rada y las canas que adornaban su rostro, no
prometía otra alguna sospecha; con lo cual, que-
dando con él solo y creciendo en su pecho el pri-
mer indicio de que fuese recaudo del ausente
don Enrique, con más vivos deseos escuchó el
viejo anciano las siguientes razones :
— Estando (¡oh buen señor!) la pasada noche
reposando en mi cama, me obligó á levantar de
ella un gran tropel de golpes y armas que sona-
326 - CÉSPEDES Y M«N%8fiS
ba en la vecina calle, de adomde, oyendo qaib UMt
y otroe vecinos, ya con luces y ya ecm dÜeremim
armaa, salían también k dar favor á la jusfúmñf
^ueriüido yokacerlomisino, apenas, paiu^iessov
abrí mis puertas que caen debajo de ubob búj^t--
tales, cnando se arrojó dentro una mujer qn«) sin
duda por lo que pareció, se había eficondido e^ los
mismos nmbrales. Echóse, en viéndome^ & hif
pies, pidiéndome que la amparase, y esto con tan
espesas lágrimas y ruegos que, moviéndome «1
alma sin c«irar otra cosa, volvi á cerrar y á to*
marla por la mano hasta dejarla con dos donoe-
lias hijas mías, en cuya compañía, pasando la
resta de la noche, se llegó el dia, y con él el
yor deseo de saber quién era; y aunque de sn
pecto hermosísimo, de su adorno y persona, se
pudieran juzgar sus muchas partes, con todo le
que más he sabido es ser cosa que os toca, «od
que teniendo á buena suerte el halberos serviée,
vengo 4 decír(»lo y á traer juntamente este pa>
peí, que declara mejor que yo el misteo'io qne en-
oierra este secreto.
Y con tanto, sacando del pecho un fotiietey
cesó, dando lugar k la admiración y nuevo es-
panto del capitán, y á que acabase de desenga*
fiarse, leyendo en él las rasónos siguientes:
SUCESOS T&ÁaiCOS DE D. BN&IQUE DE SILVA 327
Papel de doüa Leonor,
cBien satisfecha quedo de que, se^n la dis-
creción y volttntad de don Enrique, llegando ya,
nds cosas 4 este estado, habrá de todas ellas
dádoos cuenta, mayormente si el cielo le libró
anoche de las crueles manos de los míos; con que
sólo servirá este, papel de suplicaros que, como
padre, amparéis la causa de vuestro hijo, y como
caballero, la de una mujer que, por obedecerle,
ha llegado á semejantes términos.
Doña Leonor.»
CAPITULO LXXXVII
Salen de España don EnHque y su primo; su
larga ausencia, y los acaecimientos de ella.
rí<lTJÍ, con el discurso breve del pasado billete,
acabó de salir de tantas dudas, y á representár-
sele de nuevo el desbarate lastimoso de su hijo,
la inocente muerte del que había de ser su cuña-
de, los irremediables agravios de don Luis, su
ra£Ón^ su justicia y, últimamente, la temerosa
imdignación del cielo y la severidad de su cas-
tigo.
Mfta eomo raras veces, en el mayor trabajo
j desventura, n/o falta alg^n oonsuelo, todos
aquestos males le tuvieron en parte con sólo pa*
82 ^ CÉSPEDES Y MENESES
recerle que sabiendo su hijo el nuevo hallazgo,
una vez que otra le verían sus ojos; y así, más
alentado y resuelto á oponerse á su fortuna, man-
dó que á toda priesa previniesen un coche, y con
la misma, no obstante la hora dicha, él en per-
sona avisó en un convento de monjas y parientas
suyas, adonde habiendo traído la hermosa dama,
la dejó más segura, aunque menos contenta;
pues es cosa evidente que, oyendo la ausencia de
su amante, su locura, la muerte de su hermano
y la prisión, heridas y afrenta de su padre y fa-
milia, que aunque fuera su alma hecha de bron-
ce había de suspirar males tan grandes, mayor-
mente interesando en todos tanto. En conclusión,
agradecido el agasajo y guarda del honrado
huésped, en amaneciendo al siguiente día supo
el virrey las justicias y ciudades su apareci-
miento; y abriendo más los ojos, conocieron las
s in razones de don Enrique y, por el consiguien-
te, los agravios y injurias del preso caballero;
con que, sin esperar otro descargo á éste con li-
mitada pena, por la muerte del esclavo, le man-
daron soltar, y contra don Enrique se dispusie-
ron diferentes diligencias.
Había, en el ínterin, tenido el capitán aviso de
su hijo, el cual, con el valiente primo, estaba
oculto seis leguas de Lisboa, y así entendido
este nuevo rigor, se le hizo saber con el snceso
de su dama, ocasionándole indiscretamente á
que, abandonando su peligro y su vida, viniese
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 829
■ ■ ■ ' ■ ■ ■ ^^^^^^^^^^^^^
mucliaff veces á verla. Y entre tanto, don Luis
Antonio, remitiendo á la justicia su castigo y
venganza, de suerte apretó el caso, que en bre-
ves días tuvieron los dos primos sentencia de
degollar, y por el consíguientei necesidad de
ponerse en Italia.
Despidióse primero don Enrique de sus tristes
padres, y, sobre todo, convertido en lágrimas, de
su prenda querida, dé cuyo sentimiento no hay
para qué contaros, pues es cierto que sería in-
creible, y mayormente quedando, como habéis
oído, preñada; porque si bien en tales personas,
que su agrado bastara ¿ mayor consuelo, el ver-
se dividir de la mitad del alma, del que esperaba
por esposo, y la incertidumbre y fin de sus des-
dichas, justamente se le imposibilitaban.
Corrió, pues, don Enrique con su primo el mar
Mediterráneo y, en pocos días, pisó el reino de
Ñapóles; adonde, atraído de su amenidad y abun-
dancia, fácilmente olvidó la Ruanova, los jardi-
nes, las quintas y aun las frescas riberas del do-
rado Tajo, aunque no por entonces la justa co-
rrespondencia de sus padres y dama, á quien,
perseverante y puntual, escribía continuadamen-
te. Pagábanle ellos en la misma moneda; y, con
todo, viendo que en dos años de ausencia no se con-
^cluia su perdón, ni menos se le facilitaba alguno
en este medio, para volver á verlos, casi descon-
fiando en la esperanza con que le entretenían, tra-
tó de divertir sus sentimientos y de aguardar el
380 CÉSPEDES Y MENXSES
fin, discurriendo lo restante de Italia y majorei
provincias de la Europa.
Bb remedio ntilisimo aproyecharse, en tales
casos, de la variedad 7 diversión; porqne si ja
BO les coflclnye, por lo menos los kace más tole-
rable y pasaderos. Así, por esta causa, como per-
qué otros dos caballeros la incitaban con la mis-
ma curiosidad, avisando á su patria y dejando
al primo en Ñapóles para que atendiese á la co-
rrespondencia de España, tomar y remitir cartas
j avisos, con su nueva compañía dio principio ¿
BU jomada y peregrinación.
Desde Venecia, habiendo ya corrido algunos
meses lo mejor de la Italia, fué la última carta
que de él tuvo sti primo; porque, aunque siempre
se estuvo en Ñapóles, y año y medio esperándole,
fué por demás el saberse de él; y asi, habiendo
vuelto los dos compañeros con nuevas de que k
dejaban en la ciudad de Praga, muy al cabo, sa^
liéndose él de Ñapóles y ad virtiendo á Lisboa de
semejante daño, caminó en su busca; pero ae
hallándole en el lugar que venia informado, ni
seña ni aun razón que le satisfaciese; crusando
la Alemania, se pasó á Flandes, adonde, militan-
do debajo de los estandartes del Archidiaque Al-
berto, á pocos días murió animosamente en la
reta de Ostende* La nueva de la enfermedad da
dfBMi Enrique, y la partida de su primo haacéMáy
le y el pasarse otros tres años sin saberse dfl
ellos, no sólo eon&rmó el rumor que ya andaba
832 CÉSPEDES Y MENESES
. Venia ya tan curtido del sol y tan otro con
fias peregrinaciones, que pudo seguro aventurar-
se, saliendo á tierra en hábito flamenco: y asi,
antes de anochecer, como el amor de su dama
arrastrase los demás respetos, sin tocar en su
casa guió al convento; en cuyo tomo, pregun-
tando con prisa por su hermoso dueño, viéndole
la portera, extranjero en vestido y portugués en
^el habla, extrañó la novedad; y con la míama,
oyendo que la traía cartas y que éstas se habían
4e dar en locutorio, volvió al punto á llamarla.
No incitaba su prisa el pensar de él quien fue-
se, porque mucho tiempo antes habían olvidado
semejantes sospechas; sólo la admiración y no-
vedad del traje formó tales extremos. Tornó,
pues, con la respuesta, y más curiosa, le hizo
otras importunas preguntas; hasta que, en fin,
por remate de ellas, le remitió á una grada , para
que allí esperase á doña Leonor. Y habiendo obe-
decido, después de un breve espacio, que en sus
deseos fueron siglos muy largos, vio que abrien-
do de la parte de adentro una pequeña puerta, ya
casi anochecido, llegaban á la reja cuatro mon-
jas; y que la una, acercándose más, le pregun-
taba lo que quería. Pero no tocó apenas la voz
¿ sus oídos, y dije mal apenas, á su vista la som-
bra de su rostro, cuando, sin embargo, del velo,
del hábito y aun de la oscuridad, conoció en
•ella no menos que su querido y dulcísimo empleo,
á su hermosa dama, á la ocasión que le traía de
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 633
tan remotas y extranjeras provincias. Y quedan^
do suspenso del impensado traje de sn vista, dio-
lagar á que, viendo tal suspensión, se le volviese
á repetir la misma pregunta, á quien, pasándose
algún tanto su turbación y espanto y juzgando
por devoción, ó voto á su venida el religioso há-
bito, desatando la lengua asi, amoroso y tierno,,
dijo á su dama las siguientes palabras:
— Pues ¿cómo asi, querido dueño mío, tan mal
conocimiento halla mi voluntad? ¿Tan corto fué
el pincel que imprimió en vuestro pecho mi re-
trato? ¿Ya no me conocéis? ¿Tan poco firme ha
sido aqueste esclavo, vuestro amante perdido,
vuestro don Enrique ausente, que ni el tiempo ni
el hábito le pudieron hacer desconocido en vues-
tros-ojos, olvidado en vuestra memoria? Yo soy»
¿Qué me miráis? ¿Qué os suspendéid? Pues seis
años de ausencia aún no han sido los del famoso
Ulises, ni los furiosos vientos y ardientes aoles,,
si han denegrido el rostro, por lo menos no han,
tocado mi alma, no han mudado su ser ni su fir-
meza; porque ésta ha sido intacta, siempre in-
vencible y perdurable; y lo será también mien-
tras el cielo diera aliento á mi vida y vos olvido
á su perseverancia.
Asi, llorando lágrimas alegres, discurría doui
Enrique, cuando atajó su plática el ver que de
improviso, al pronunciar su nombre, levantaban
los gritos hasta el cielo, tapándose los rostros la»
presentes, y que, haciéndose cruces, aun sin pa-
!
384 cÉSPBnzs y hbnbska
rar •& esto, coa crecido alboroto, atronaado el
oon vento, ie salieron huyendo de la grada, de-
jando sola ea ella á su hermoso dae&o. La enai,
annque se vio desamparada, con varonil denue-
do quedó gozando sin temor la presencia del que
(si no tenia por el difunto amante) á lo menos
creía fuese su espíritu.
CAPITULO TiXTTXTX
E8crÚ>e$e la traza con que don Luis Antonio
dispuso en aqueste intermedio parte de su
venganza,
nOR cierto que fué la de esta dama maravílloia
y gallarda prueba de un firme y verdadero amor.
Mas ¿qué no emprenderá este rapaz gigante?
¿Qué hazafta, qué peligro, qué temores, qué ries-
gos no han vencido y acabado sus encendidas
flechas, aun siendo gobernadas del más frágil
sujeto, de la más tierna y delicada donoella? No
quiero dilatar con tan común materia aquesta
historia ni con afectos tan experimentados sus
discursos; antes, volviendo á ellos, sabréis si
pude con razón exagerar el valiente ánimo con
que doña Leonor esperó semejante suceso; pues
no fué menos (y según en su concepto etstaba
creído) que haberse puesto á razones oon OA
muerto, quedarse sola con quien había muchos
días que le tenían por tal; y en conclusión^ estar
SUCESOS TRÁGICOS DE D. EN&IQUB DE SILVA 3S&
firme y entera, hablando á an fantasma, á un
alma en pena.
Pasaba esto en hecho de verdad, y asi lo he
ponderado, porque quiero que asi quedéis me-
jor desengañados en la forma que tan incierta
nueva se apoderó, no sólo del crédito y verdad
de sus padres y dama, empero de toda la ciudad,
de todo el reino. Ya os acordáis, como atrás
queda dicho, el mal que tuvo en Praga don En-
rique; el viaje de su primo buscándole, la muerte
de éste en Flandes, y últimamente, la gran quie*
bra y desmán de su correspondencia, cartas y
avisos. Es, pues, el caso ahora que como ningu-
na oosa de éstas se le encubriese á don Luis An-
tonio, porque no sólo en casa de sus contrarios»
en el convento de su hija, mas en Flandes, en
Italia y Bohemia tuvo centinelas y espías que le
advirtiesen de sus pasos, ó ya para prevenir su
venganza entre ellos, ó ya por otra causa reser-
vada á su pecho, y como fuera de esto, ni los
ruegos de poderosos príncipes, de personas reí i
giosas, ni aun las continuas lágrimas de su pro-
pia mujer hubiesen alcanzado el perdón del au-
sente, porque su airado espíritu, presentes sus
injurias, clamaba sólo por el castigo y venganza,
así siempre regido de sus deseos sangrientos, ma-
quinaba los días y pensaba las noches algún ca-
mino ó medio que ya en parte y en todo se les
diese á sentir sin riesgo suyo. Y con semejantes
desvelos, juzgando que el mayor castigo sería
336 CÉSPEDES Y MENESES
dejar imposibilitada de casarse á su hija, no
obstante que sabia que por primicias de su parto
criaban sus abuelos un hermoso retrato de sq
hijo, niño que era su mayor consuelo, emprendió
el principal de sus intentos, valiéndose, para me-
jor ejecutarle, de algunos papeles y cartas que el
primo de don Enrique dejó á sus camaradas el
día de aquella infeliz rota y su muerte; los cua-
les, por inteligencias notables, habiendo llegado
¿ su poder, y no menos que en medio del rumor
y aun de las lágrimas que derramaban sus con-
trarios, tanto por el aviso que desde Ñapóles tn-
vieron, cuanto por el que, habiéndole buscado y
nunca parecido, envió desde Flandes su difunto
primo, aprovechándose juntamente de tan buena
ocasión, sin más esperar, hizo que conforme la
letra y firmas que tenía, se falseasen unas car-
tas, con tan dispuesto disimulo, diestras y funda-
das razones, que fuesen suficientes á darlas cré-
dito. Fingíase en el principio de ellas cómo el
primo difunto, un día antes de la batalla (porque
es loable costumbre de cualquiera caballero y sol-
dado), había descargado su conciencia y escrito,
por punto principal de ella, aquellos avisos y
cartas; y así, después de un breve prólogo, en
que trataban de esto, su progreso mayor fué dar
cuenta á sus tíos de la muerte de don Enrique
en Praga de Bohemia y de algunos legatos y
obras pías que les dejó encargados en el último
artículo. Y tras de tan amargas nuevas, largas
N
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 837
disculpas en cnanto á la omisión de tal aviso,
excusándose con el deseo de atajar su sentimien-
to. Con lo cual, concluyendo, así mesmo quedó
forjado el cauteloso engaño, prosiguiéndolo con
tan buena dicha y con tan eficaces razones y fin-
gimientos del portador, que fué un soldado de los
mismos países, que no sólo se creyó y tuvo por
cierto, empero se le hicieron las funerales hon-
ras, con tan grave dolor de sus pobres padres,
que fué mucho poder sustentar la vida, y mayor-
mente la triste y afligida dama, que era el blan-
co principal de esta empresa. La cual, después de
algunos meses, que gastó llorando con perseve-
rancia increible su miserable ruina, su desampa-
ro y soledad, su viudez sin ser casada, su afren-
ta sin remedio, y al hijo hermoso con tan infame
título, al fin, al fin, no pudiendo hacer cosíi más
digna, rindió á los hados, digo, á la voluntad y
juicio del cielo, su honrada determinación, to-
mando el hábito de aquella religión y profesan-
do con gusto y voluntad, llegando el término.
CAPITULO XC
Concluyese el suceso con el incierto fin
de don Enrique,
Ya conseguidos sus rabiosos deseos, si bien
malográndose en ellos, murió su padre de doña
Leonor dentro de pocos días, dejando cuanto
pudo mandar y disponer de su hacienda, repar-
HISTORIAS PEREGRINAS. 22
838 CÉSPEDES Y MENKSES
tida en memorias j patronazgos por si y por sn
hijo, en que acabó de conocerse el sentimiento
intrínseco que le causó su inocente muerte hasta
aquel punto.
Este, pues, era el estado y término en que
halló don Enrique sus cosas, y este era el con-
concépto mañoso por quien las monjas, según
oisteis, se alborotaron, y con tan temerosa apren-
sión, que ya, en el ínterin, hubieran muchas ape-
llidado la vecindad si otras más recatadas y
prudentes no lo impidieran con más ánimo y
brío, pues convocándose casi todo el convento,
muy pocas animosas bastaron á que las demás
las siguiesen y entrasen con velas encendidas,
cruces y agua bendita, adonde, por lo menos,
juzgaban hallar muerta á doña Leonor.
Mas como en estos medios su turbación hubie-
se sosegado, y creciendo las lágrimas y aun las
razones dulces de su amante, fuese también ca-
yendo poco á poco en la cuenta, y ad virtiendo
que no tenían delante ningún cuerpo fantástico,
apenas con las luces que entraron acabó de des-
engañarse y las demás monjas de satisfacerse,
cuando reconociendo su desdicha, la cautelosa
burla de su padre y el estado imposible á que de
su voluntad se había reducido, sin poder resistir
elímpebu y coraje de su corazón, la pena y senti-
miento de su alma, turbados los vitales espíri-
tus, se cayó desmayada en los brazos .de las que
la acompañaban, estando á tan lloroso espec-
SUCESOS TRÁGICOS DE D. ENRIQUE DE SILVA 339
táculo el afligido caballero en términos de hacer
otro tanto.
Bien conocieron y rastrearon todas la causa
original del parosismo de la infeliz señora, y así,
juzgándola por grande, disculparon su extremo;
mas viendo que no tornaba en si, despidiendo al
amante, la llevaron á su lecho, en quien,« pasa-
das veinticuatro horas, cuando volvió en su
acuerdo fué turbada la lengua y muerto, por lo
menos, todo de lado siniestro, cosa que, aunque
aumentó en don Enrique sus desventuras y lasti-
mó generalmente la ciudad, se estimó por menor
daño del que prometía tan prolijo desmayo.
Y así, no obstante tales inconvenientes, do
consejo de sus viejos padres, que ya gozando de
su vista no se acordaban de los pasados males,
con el parecer de personas doctas que tenían por
inválida la profesión de doña Leonor, llevando
recaudos bastantes, alentado de las lágrimas y
continuas importunaciones de su dama, y aun
por no dejar su hijo con tan infame título, par-
tió áRoma, si bien sólo sirvió su viaje de cansar-
se sin fruto y acabar, con el desengaño que allí
le dieron, de perder la esperanza y la pacien-
cia. Y plega á Dios que con ella no haya per-
dido el alma, pues desde que se embarcó, para
volverse, en una nave genovesa, hasta hoy que
se escribe esta historia, no se ha sabido vivo ni
muerto de él, de la nave ni de cuantos en su com-
pañía se hicieron á la vela; con que, sin duda al-
340 CÉSPEDES Y MENESES
gana, se puede presumir que acabó sus peregri-
naciones, sus ansias y amorosos deseos en el
mismo elemento, en las mismas aguas y profun-
das ondas en que tuvieron principio, apresuran-
do con tan triste nueva la muerte de sus vie-
jos padres y el miserable fin de la infeliz doña
Leonor,
^
Los dos Mendozas.
CAPITULO XCI
Historia sexta y última de esta prinera parte ^
con el origen, fundamento y antigüedad de la
insigne Villa de Madrid, adonde sucedió. —
Descripción de Madrid,
rí doce leguas de la imperial Toledo, en la mi-
tad de las Españas y Citerior Tarraconense, está
fundada la memorable y famosa Villa de Madrid,
corte real y cabeza de la más estimada monar-
quía que ha visto al mundo desde sus principios,
cuyos originarios fundadores, como siempre su-
cede en cosas muy antiguas, tienen tan oscura
noticia, que casi de toda ella los tiempos espa-
ciosos y largos siglos no han dejado más esencial
memoria la tradición de su segundo nombre, que
es Mantua Carpetana, asi la llama César en sus
Comentarios, ó por el mismo apellido de los ve-
cinos montes, ó por la semejanza de esta voz,
342 CÉSPEDES Y MENESE8
Carpetunij que significa carro, uso particular de
sus naturales por la comodidad que para su arti-
ficio hay en tantos planicies y llanuras como por
largo espacio la rodean.
Tholomeo, poniendo su latitud en cuarent»
grados, también la llamaba así, y primero ürsa-
ria, y no falta quien, llevado de vestigios pro-
bables, la haga fundación de los primeros grie-
gos (cuyo antiguo blasón fué un dragón espan-
toso), y más particularmente de su famoso capi-
tán Epaminondas, y por el consiguiente, armas
originales de este lugar, según se hallaron en
los timbres antiguos de sus puertas. Arguye
bien su antigüedad notable haber en la reparti-
ción que hizo de España el Magno Constantino,
constituidola en obispado más ha de mil doscien-
tos y treinta años. Y, finalmente, el titulo y co-
rona que la concedió el emperador Carlos V para
sus nuevas armas.
Por estas y otras causas testifican autores fué
en su primero origen el escudo y muralla de los
antiguos y primeros españoles, como también
después Escuelas públicas y Estudio general de
las ciencias que entonces se sabían, en España.
También los moros, según acostumbraron con
las grandes y mejores poblaciones de esta pro-
vincia, en su asolación y pérdida la dieron nuevo
nombre y el mismo que hoy conserva, aludiendo
la significación de él á una de sus mayores exce-
lencias, á sus frescos y saludables aires, porque
LOS DOS MBNDOZAS 343
Madrid no otra cosa signiñca, en su lengaa, que
lugar de buenos aires ^ y esto es tan cierto, que
ni en lo restante de España ni aun de la mitad
del orbe se conoce sitio más sano, cielo más be-
névolo y claro, terreno más fértil, abundancia
más llena, aguas más puras, rostros más hermo-
sos y genios más lucidos, corazones más valien-
tes, ánimos generosos y, sobre todo, virtudes y
excelencias más en superior grado. Todo merced
de sus influyentes estrellas, de su cielo benigno
y, finalmente, de sus incorruptibles y delicados
vientos.
Y asi, respecto de tan grata experiencia y
convidados de la amenidad de sus campos, de la
grandeza de sus bosques y otras infinitas comodi-
dades, los más reyes de España honraron con lar-
gas asistencias, con amor increible, este noble
lagar, hasta que con perdurable asiento fijó el
prudente Filipo en él su casa y corte, amplián-
dolé y engrandeciéndole de suerte que él solo,
por la igualdad y anchura de sus calles, por sus
sasas fundadas á este fin, por sus grandes pala-
3 ios y por sus ricos y fértiles contornos, es capaz
ie tal máquina, de tanta multitud de moradores,
]e tan copiosos tratos, de tantas mercancías, de
;antos negociantes, de tan grandes príncipes, de
;antos títulos, de tantos caballeros, de tan graves
!yonsejos, de tan innumerables ministros , de
antas guardas, de tantos oficiales y, finalmen-
e, de tan varios compuestos como forman su
llama oontinoa, de un f aego restriagido, pnes lo
mÍBmo viene á ser el daro pedernal de qae es
formada y aun las piedras con que enlosan laa
callea. T aai, por esta caosa, dijo an autor que
Espa&a, entre otras excelencias, tenía una ciu-
dad fundada sobre fuego y cercada de lo mismo.
Mas, dejado esto aparte, justo será qae no se
olvide en esta descripción uno de sos mayo-
res atributos y aun santuario de loa mayores da
la Europa, la. imagen memorable que apareció en
Atocha; aquel retrato de la reina del cielo, aquel
asombro de maravillas y milagros; y, entre los
machos triunfos de sus victorias, la del antiguo
alcaide de Madrid, el portentoso caso de sus bi-
jas y esposa, aquella estupenda resurrección, y
tras de aquesto el hijo amado, el labrador hu-
milde qne, juntamente con los dos papas San
Dámaso y Melquíades, reverencia por sus santos
la Iglesia, y al primero por patrón, esta Villa, en
quien también se ve hoy entre otros edificios
grandiosos, monasterios sin número, el religioaí-
BÍmo convento de San Jerónimo del Fasso, nom-
bre notable adquirido por el que defendieron ge-
nerosamente algunos caballeros y aan privados
del sefior rey don Enrique lY; hazaña tan notí-
LOS DOS MENDOZAS 345
ble que justamente quedará para siempre eterni-
zada en la memoria de los hombres, como tam-
bién por los sucesos de la siguiente historia, la
fama y nombre de los Mendozas, hijos ilustres
de esta insigne Villa, y tan fíeles y verdaderos
hermanos, que su rara amistad, sus loables
hechos, pudo ser digno asunto y materia bas-
tante á su discurso. Y así, poniendo limite al
desta descripción, comenzará en sus fínes nues-
tro cuento.
CAPITULO XCII
Dase principio al cuento prometido, diciéndose
quién fué don Alonso de Mendoza,
l^ON Alonso González de Mendoza, caballero
ilustrísimo como lo son todos los de este genero-
so apellido, fué natural de Madrid, lugar á quien,
según ya queda escrito, han elegido por su gran-
^de excelencia los monarcas de España por asien-
to y morada de su corte. Aquí, pues, y en los
antiguos solares de sus progenitores, nació y
vivió largo tiempo, aunque lo más de su moce-
dad entre el rumor sangriento de las armas, sir-
viendo en sus inmortales haza&as y empresas
grandes á la cesárea majestad de Garlos Y, el
cual, como tan buen apreciador del valor y ex-
periencia militar, hizo particular estimación los
años que don Alonso siguió sus estandartes, de
346 CÉSPEDES Y MENESES
SUS méritos y persona; y tanta, que sí no faer&
algo arrebatado y colérico (condición que en par-
te desdoraba sus generosas obras), és sin dada
que hubiera ocupado un grandioso puesto.
Mas á esta causa, no siendo muy bien quisto
y teniendo en el ejército alganas importantes in-
quietudes, le convino retirarse á su tierra, adon-
de no le faltaron otras muchas, porque apenas
llegó á ella, cuando pagado sumamente del mny
hermoso agrado de doña Catalina Kamirez, dama
de admirables virtudes, la comenzó á servir con
tan poco gusto de sus padres, que deseaban para
su gallarda hija hombre menos brioso y no tan
soldado, que á pocos lances, rompiendo con ellos
y sus deudos, hubiera de granjear á lanzadas lo
que suele adquirirse con blanduras, voluntad y
terceros. Finalmente, porque deseo troncar estas
particularidades, que son muy accesorias ni he-
cho principal, don Alonso, bien granjeado el
amor de su dama, que quisieron que no sus pa-
dres, la hizo su mujef , y aunque á costa de ma-
chos gastos, pleitos y aun prisiones, ello se que-
dó hecho y sus suegros desenojados.
Mas como raras veces deja en la posesión de
mitigarse el ardor de los deseos, poco & poco,
morigerándose en su pecho aquella ardentísima
añción, fué divirtiéndose y aun distrayéndose
con alguna nota; si bien nunca ésta rompió de
suerte que llegase á sentimientos de su esposa ni
á faltar á las obligaciones precisas de su esta-
LOS DOS MENDOZAS 347
do; porque corre gran riesgo la flaqueza mujeril
el día que la disolución del marido hace huérfa-
nos el lecho casto y la mesa común; y asi, el
discreto honrado, aunque fuerce el alma y pierda
en su gusto lances sin recompensa, no ha de per-
der horas tan bien gastadas, pena de llorarlas de
veras. En fin, con nuevas aficiones don Alonso,
restringiendo el amor de su esposa, vivió sin hi-
jos seis ó siete años, cosa que, aunque disimula-
da de la honesta señora, era de ella sentida y aun
llorada con tiernas lágrimas.
Presumía, aunque dudosamente de la condi-
ción de BU dueño, sus desvelos é inquietudes;
mas no por eso acreditaba semejante/? sospechas
de suerte que él llegase á imaginarlas; que es
gran cordura para que no se pierda al pundonor,
el decoro y respeto, fingir y aun ignorar las co-
sas, que en los que pueden no sirven de más que
quitarles la máscara para ejecutarlas en público.
Asi disimulando padecía desoladas penas, en
tanto que,. desenfrenado en sus vicios, corría él
temerario y ligero. Hasta que perdiendo el temor
al cielo, y arriesgando su vida en terribles su-
cesos, vino á empeñarse en uno de manera que,
sin gusto y por fuerza, le obligó á dejar la corte,
como ahora sabréis.
348 ctSPEDKS Y MBNESES
CAPITULO xoni
Sabe 8U esposa la distracción de aqueste caba-
llero, procura remediarla, y él, sospechoso,
venga su injusta cólera en un criado de su
casa.
Ma.bía no lejos de sus barrios de don Alonso
una hermosa doncella, de tan grandes partes,
calidades y hacienda, que pudiera, á ser más re-
catada y menos libre, estimarse por casamiento
de un muy gran caballero. Esta señora, pnes,
sin reparar en que don Alonso tenia estado que
le imposibilitaba de remedio, llegó á prendar*
se de suerte en su afición, que casi hizo con
él los oficios de un muy fino galán; y como aún
más cortos envites eran bastantes á contrastar
su gusto, en breves días, y con menores diligen-
cias, ya el arrojado caballero era dueño absoluto
de su prenda mejor; y no parando allí el efecto
de semejante yerro, antes en lo que siempre sue-
le, á dos meses de trato ya ella estaba preñada
y entendida su falta. No tenia más que madre,
pero tan varonil, que al mismo punto, sabiendo
quién era el autor de su afrenta, con secreto
inviolable la desapareció de sus ojos.
Este último exceso alcanzó á saber dofia Ca-
talina desde sus principios, porque el poco re-
cato que en él hubo le hizo patente á una cria-
da antigua de sus padres y de ella sus oídos;
LOS DOS MENDOZAS 349
mas como era tan discreta y prudente y el caso
tan digno de temerse como de remediarse, antes
de dar cuenta á quien pudo atajarlo la pareció,
con dádivas y ruegos, saberlo con certeza de
un criado de su marido, el cual, no sólo por sus
buenos servicios era el archivo de su alma, mas
toda su privanza y voluntad. Pero fué por de-
más y cansarse en balde; pues antes el £el mozo
procuró desmentirles tales sospechas y aun dio
de ellas á su señor larga noticia, diligencia que
después le costó la vida; porque no satisfecha
con su absolución la celosa señora, tanto cavó en
su intento, que alcanzó la verdad, y mediante el
favor de una dama de palacio, su deuda, el so-
siego de su alma, pues al punto mandó Su Ma-
jestad, por medio del Consejo, que don Alonso se
fuese á sus lugares; orden que sintiéndola impa-
cientísimo y no atreviéndose á perder el respeto,
á quien la había trazado, como su condición fuese
terrible y desease de semejante pesar igual ven-
ganza, dio, sin poderse reprimir, en persuadirse
que aquel criado, á quien él tanto amaba, venci-
do de las dádivas de su mujer le había descu-
bierto. Y como á esta presunción engañada se
juntase el ausencia impensada de su dama que
todo sucedió en un mismo tiempo, hubo de que-
brar su cólera y enojo en el pobre inocente, des-
tinado ya, por su contraria suerte, á morir sin
culpa. Y así, sacándole una noche, como solía
consigo, hizo que dos valientes esclavos que te-
350 .CÉSPEDES Y MENESES
nía para tales empresas estuviesen en parte
que, con comodidad y recato, lo ejecutasen, aun-
que no sin defensa deL triste hombre; pues aun-
que se vio salteado de ellos y de su dueño, mos-
tró bien cuanto hiciera á medirse igualmente.
Al £n, en el mismo lugar, puesto que algo desvia-
do de las últimas casas, le enterraron, desmin-
tiendo la sangre y las señales; de suerte que, aun-
que echándole menos, á instancia de sus deudos,
que los tenia en Madrid, se hÍQÍeron notables dili-
gencias; y aunque la justicia, por algunos indi-
cios, puso guardas á don Alonso y procedió en la
causa, al cabo, sin saberse del muerto rastro al-
guno, fué absuelto de la instancia, y dado por
libre; con lo cual, el cumplimiento del mandato
que he dicho, con toda su familia se fué veinte
leguas de la corte, adonde en un fresco lugar da
su patrimonio y riberas del rio Júcar vivió con
más quietud y con menos distraimiento; y echó&e
bien de ver el provecho y gusto que acarreó á su
casa, pues dentro de tres años ya tenía dos hijos
en su esposa, y con ellos diferentes cuidados que
los que hasta allí. Llamóse el primogénito don
Diego y el menor don Fadrique, y uno y otro de
admirables presencias; y, sobre todo, tan Confor-
mes hermanos y tan verdaderos amigos, que
pudo su singularidad y excelencia, no sólo dar
dos héroes á mi historia, sino fama á su nación,
gloria á su patria y materia bastante á dejarlos
eternizados en la estampa.
LOS DOS MENDOZAS 351
CAPITULO XCIV
Desaviénense don Alonso y sus hijos,
y auséntanse á la corte.
Ya, en aquesta sazón y aun días antes que don
Alonso se retirase, había Carlos V en Flandes,
con aquella espantosa hazaña de la renunciación
de sus Estados^, echado el sello á sus inmortales
y famosas victorias, pues alcanzándola de sí mis-
mo, fue la mayor que en los pasados ni en los
presentes siglos han mirado los hombres.
Gobernaba por él esta dilatada monarquía su
prudentísimo hijo, el Salomón segundo, digno
abuelo del potentísimo príncipe Felipe IV, que
por dichosos y felices años hoy reina sobre sus
innumerables señoríos y vasallos.
Y así, teniendo por la templanza de sus aires,
serenidad de cielo y otras comodidades, particu-
lar inclinación á la asistencia de Madrid, con su
continuación y real presencia, poco á poco se fué
extendiendo y ampliando, hasta llegar casi á la
grandeza y esplendor en que le vemos; con que
todas sus cosas tomaron nuevo ser, porque los
muy apartados campos de sus contornos se con-
virtieron en vistosas calles, los sembrados en
grandes edificios, los humilladeros en parro-
quias, las ermitas en conventos, y los egidos en
plazas, lonjas y frecuentes mercados.
seza con qae trataba & la familia, tantas disen-
gionea en ella, que, annqne, no obstante, salió con
lo qae quiso, faé á (^osta de dejarle los criados,
olvidar sus obligaciones, morir de pena y otros
muchos enfados su propia mujer, y, áltímamen-
te, de malquistarse con sus bijos, que no pudie-
ron sufrir tal carestía.
Siendo ya mancebos de gallardos alientos, con
la conformidad de sn voluntad, apenas el mayor
dio & entender la suya, cuando ya don Fadrique
trazaba el modo de ejecutarla. Era sn intento de
loe dos obligarle en la corte á que los aefialase
alimento, pues el dote de sn madre, y los dos ma-
yorazgos de que eran sucesores, los pedían mny
grandes; pero dificult abáselo mucho la falta de
dineros, porque aunque don Diego tenía, por il-
timo abrazo de su madre, guardadas en secreto
BUS más ricas y preciosas joyas, todo les parecía
poco respecto de saber cuan tercamente los ha-
bía de defender su padre. Y así, resolviéndose
los dos, acordaron de hacerse bien espaldas, y
cargar en las suyas con la plata, jaeces y caba-
llos; para lo cual, haciendo venir á algnitoB de
LOS DOS MENDOZAS 353
los criados que andaban despedidos, con galante
despejo, á la primera caza que salió don Alonso,
la dieron ellos- á lo mejor que había, y con gran
diligencia se emboscaron en Madrid, hasta ver
como lo tomaba, que no fué con mucho rigor, si
no es que el mal remedio lo hizo disimular.
No era de su naturaleza miserable ni corto,
sino por accidente causado en el acrecentamien-
to de sus hijos, y así, forzosamente, como todo
había de ser suyo, fácil sería consolarse en la
pérdida. Con tal aviso, alegres los hermanos sa-
lieron en limpio, echaron libreas, pusieron casa
y cuerdamente censuraron sus gastos y despen-
sas; de suerte que veinte mil ducados que traían
consigo, pudiesen lucirles y fomentar su intento.
Eran entrambos bizarrísimos mozos, lindos ji-
netes, diestros en todas armas, callados, come-
didos y en extremo valientes; de forma que , sin
tener necesidad del aplauso y abono de sus mu-
chos deudos, en pocos días se hicieron los ojos
de la corte y en menos de año y medio se halla-,
ron con los alimentos que pretendían. Porque ha-
biéndolos puesteen telado justicia, aunque su pa-
dre los contradijo, y aunque intentó que , al me-
nos, se les pusiese en cuenta lo que se habían to-
mado, como no hubo probanza, merced á la afi-
ción de sus criados, que se hicieron mudos, sin
mayor dilación aprobó el Consejo los que parecie-
ron forzosos, causa para que, sin muchas escase-
zas, se alargasen sus galas y se aumentasen sus
HISTORIAS PEREGRINAS 23
354 CÉSPEDES Y MENESBS
lucimientos; y¡así, aun antes de esto, pocas fiestas
ó regocijos públicos hubo en quien ellos no se se-
ñalasen ni en quien con suertes venturosas no
granjeasen tierra. Valíanse y apadrinábanse, en
semejantes ocasiones tan á apunto, y estaban en
aquello tan diestros y. avisados, que ni para fa-
vorecerse había larga distancia ni para an ad-
vertencia ocupación, recato ni interés que lo3
descuadernase. A este propósito, no juzgo fuera
del escribir un lance peregrino que en la presen-
cia de Felipe II les sucedió en las primeras fies-
tas, que fué conocido su valor.
CAPITULO XCV
Obras y lucimientos generosos de los dos herma-
nos, por cuyos méritos granjearon el aplauso
del pueblo.
1? ABECÉ ser que no se contentaban, así por el
gran número de pretensores como por otras cir-
cunstancias, los caballeros que habían de ser en
el juego de cañas; y así, viendo ellos semejante
desorden, como discretos y corteses, aunque entre
sus naturales no había otros más dignos, desis-
tieron del juego, pero no de alegrarle oon la capa
y gorra y algunos rejonazoa mientras se aperci-
bían las cuadrillas. Cumplióse así su intento y,
á tan fuerte sazón, que pudo suceder un desmán,
porque (por culpa ó descuido del que los soltaba)
LOS DOS MENDOZAS 855
cuando los hermanos entraron se hallaban en la
plaza dos valientes toros, y no asi juntos como
acostumbran por natural instinto, sino como dos
desatados leones, divididos, y cada uno hacien-
do por su parte lastimosa riza en el pobre peo*
aaje.
Parece que la buena fortuna de estos mance-
)os, para que así mejor luciese y campease, ha-
tía guiado el suceso de esta suerte, porque ape-
las viendo lo, que pasaba, tomaron de sus laca-
oa sendos rejones y se apartaron hacia donde
ada cual de los toros hacía anchuroso círculo^
uando casi á un mismo tiempo embistieron con
[los, mas con diferentes suertes; porque don Fa-
ríque, el menor, rompió gallardamente el asta
1 piezas rehilando en la cerviz la resta con el
ierro; mas don Diego, aunque quebró diestrísi-
Of fué tanto lo que el toro se le entró por el
do, que llevándole de hilo las cinchas y co-
eas, le dejó, por la falta de silla, en evidente
)sgo de perderse; y pareció ello así, porque re-
lyiendo sobre él con el sentimiento de la herí-
, al primer encuentro le arrojó con la silla á la
•a parte, que cayendo de pies, mientras, en un
jtante embarazado el toro con la silla, le dio
^ar, ya él, con la espada en la mano, pudo re-
>ír el segundo golpe; pero tan en sí y animoso ,
3 embistiéndole con la capa en los ojos, al ba-
la cerviz le dejó sin vida, tendiéndole en
laelo con la más horrible y fiera cuchillada
356 CÉSPEDES Y MENESES
que desde entonces acá se ha visto en aqaeila
plaza.
Todo esto sucedió tan acaso, tan en un pensa-
miento, que casi al mismo instante don Padri»
que había hecho su suerte y don Diego esperaba
á caballo. Mas como á los alaridos que daban los
presentes alabando el suceso fuese preciso el
volver también el rostro á aquella parte, apenas
don Eadrique lo hizo cuando miró á su hermano
á pie y rodeado de infinita gente, y no parando
aquí su turbación, al propio punto vio así mesmo
al furioso animal que de su brazo había escapa-
do, que con ligeros pasos, desembarazándola
plaza, llegaba al puesto.
Tenía ya otro rejón en la mano, y así, cono-
ciendo el peligro, no despide su flecha el arco
indiano tan veloz y presto como él arrancó en
favor de su hermano, y tan á lindo tiempo, que
habiéndole sus criados mismos desamparado pa-
reció necesaria su ayuda; la cual fué tan airosa,
que, atravesándose en medio, hecho escudo del
querido hermano, recibió la indomable bestia
con tan gallardo pulso, que, ayudado del cielo y
de su buena suerte, apenas enderezó el rejón,
cuando, partiéndole la nuca, con aclamaciones
del pueblo y admiración y gusto de las damas, le
dejó haciendo sombra al compañero muerto.
Subió con tanto en otro caballo don Diego, y
mandando sacar, bien mal herido, al de su entra-
da, como si por ellos no hubieran sucedido dos
357
tan notables casoa así gratos y hamildes, pa-
seando la plaza, correspondieron al a
parabienes, liasta que entrando los d
haciendo acatamiento é. los reyes, la c
ron. DJjose por may cierto que aquel
príncipe había admirado el suceso y al
valientes y fieles amigos á los dos herm
qua quedó calificado su hecho y más ai
au opinión, y realmente toda esta honrs
con justicia su bizarría y despejo; porq
tan solo en aquesta ocasión, sino en
cuento, mostrando su valor, fueron ma
;omo se irá advirtiendo en el discurso í
'■oria que tenemos entre manos.
CAPITULO XOVI
yescúbi'ense émulos contra la virtud de
caballeros^ mientras ellos discurren
loables ejercicios.
J.ÜNOA, como en las demás acciones 1
litan & semejantes accidentes envidia
ciones, como ni tampoco á los grande
ya por el ingenio, ó ya por el valienl
do espíritu; y así, en alguna mant
so de menos valer si á los nuestros fa
celancia. Ser virtuosos, ser corteses,
ios, piadosos y discretos y, por el co
marmurados, téngolo á mucha dicht
358 CÉSPEDES Y MENESES
contrario por afrenta é injuria de los Hombres
al que no lo es; porque este tal, á falta de virtu-
des y méritos, no es envidiado.
No así fuera de intento he escrito estas breves
razones, antes, si, con muy gran causa; pues es-
bien de notar que sin haberla estos caballeros
dado por ningún camino ni entrado en lances
que como tan bizarros mancebos pudieran, fo-
mentaron en su contra la voluntad de un gran
señor tan mal afecto, que en cualquiera ocasión
procuraba disminuirlos; y esto con tan público
extremo y descortesía, que ninguno en su presen-
cia, ni aun á sus oídos, trataban de alabar ó en-
grandecer sus cosas que no le hallase opuesto y
disgustado. ¿Qué nombre, pues, daremos á se-
mejante exceso? ¿Qué titulo á tan bajos envites,
ó á qué parte atribuiremos tan mala voluntad?
Pienso que si no es llamarla vil envidia, que no
tengo otro atributo á que acojerme, por lo me-
nos, en muchos días no se entendió otra causa,
ni los hermanos curaron de saberla; y no porque
les tuviera á raya el ser este caballero marqués
rico y brioso, quo para tanto estado, ellos esta-
ban tan emparentados y bien quistos, que pudie-
ran frisar con él y darla mucha mohína; sólo les
enfrenaba su generosa y noble condición y de-
sear conservarse con agrado mientras él no les
empeñase al descubierto.
Tales y tan honrados propósitos fuerza era
que se lograsen aumentando su crédito; y así,
. (li.v.v;- wr .,
habían hecho lo mismo; con qne, más advertiuo
en su curiosidad, las hizo un humilde acat^i-
miento, porque no obatante que siempre ea é!
había tales extremos, la estofa de la ropa juzgó-
por digna de mayor cortesía.
CAPITULO XCVII
Prosigúese el suceso de este dia.
JLíA respuesta qne tuvo el comedimiento cortés
de don Tadrique fué de otra jerarquía; porque
haciéndole señas que se acercase, la una tapada
hasta los pechos, adelantándose de la compañía
algunos pasos, on baja voz le dijo con discreto
donaire:
— Si 09 atrevéis, como á matar los toroa en la
plaza, á seguirnos ahora en este campo, no es
pequeña aventuraen la que os pondréis; pues
habiendo de llegar á San Isidro, sólo porque el
acero que se toma por vos (más que por otro
achaque) no se vuelva contra nosotras, os remi-
tiremos nuestra guarda; y, por lo menos, podréis
venir seguro, que si hubiese caballeros andantes
coche tan libre, ni el aplaudir á Tuéstaos ojos
esa dichoaa suerte, ni aau menos recatadas lili-
genciae y acciones, fueran bastantes nones i
granjear mejor correspondencia y excusar mi
cuidado de semejante atrevimiento ; libertad.
Pero, al fin, cómo vos na la tengáis por tal, J
como yo quede en vuestra opinión en el predica-
mento que merezco, daré por perdonados tales
descuidos y aun los disgustos y riesgos ¿ qae
me he dispuesto, si esto imaginasen los míos, los
cuales aún son mayores de lo que puedo enca-
recer, y solamente los que han tenido & raya mis
afectos; porque ni tengo criado de qnien fiarme,
ni aun mujer en mi servicio, é. quien (fnera deis
que os vino hablando) pueda descubrirme. Ella
es buen testigo de lo mucho que me debéis; y no
hubiera dilatado según me quiere el haceros
cargo de tal deuda, si como yo, no estuviera en
el mismo recato, en la misma guarda y clausura.
Pero ya que los cielos han destinado por térmi-
nos tan tristes mi contento, no ha de faltar al-
guna buena estrella que nos ayude; siendo vues-
tro gusto verme y hablarme por adonde viniendo
BG4 CÉSPEDES Y MENESES
adonde, despidiéndose de las damas, mandó se-
guirlas, y que el más confidente tomase las se-
ñas de la casa; y prosiguiendo él á la suya, que-
riendo antes de descansar ver á su hermano, que
aún se estaba en la cama,- le halló leyendo un
papel, y junto á él un paje que le había traído.
Holgóse sumamente don Diego en viéndole, por-
que la respuesta del que tenía en la mano pedia
la consulta de entrambos; y así, poniéndole en las
suyas, aunque don Fadrique traía suficientes
cuidados, no fueron menores en los que de nuevo
se halló, leyéndole en la forma siguiente:
Papel para los dos hermanos.
« Barajas ha^.e mañana grandes fiestas , á
quien de secreto asisten los reyes y en público
lo mejor de la corte. Deseo sobre todas las cosas,
y aun deseamos, que vos y, don Fadrique asegu-
réig nuestro cuidado excusando el riesgo de más
lanzadas ni peligrosas suertes. Pero no que fal-
téis en ellas, pues ausentes, antes nos causarán
pesar que regocijo; y, en tanto, no curéis de
apurar al portador porque lleva tan limitada li-
cencia como tienen sus dueños que, respetando
dificultades grandes y imposibles mayores, sólo
pueden veros muy poco y desearos mucho.»
No era más largo el billete, y así, no hallando
en él cosa que dificultase el expediente , algo
risueño, volviéndose á su hermano, le dijo:
866 CÉSPEDES Y MENESES
gare por dichoso á vaestras manos, no permitiis
qne su dueño, por desdichado, quede sin el pre-
mio de yeros, pues esto será fácil advirtiendo
la casa y demás señas que van en ese mem-
brete.»
£ra verdad como el papel decía, porque den-
tro de él, en otro más pequeño, prosiguiendo la
orden, hallaron los hermanos señas tan claras j
razones tan infalibles, que no se podía errar el
intento. T así, aunque con recato particular, ha-
biendo de irse otro día á Barajas, tuvieron por
preciso acudir al puesto que se le avisaba á don
Eadrique, como en efecto lo cumplieron aquella
noche, pues ya á las doce, que era el término
señalado, el galán estaba donde el papel decía,
que era cierta calle excusada, á quien salía una
ventana baja, y don Diego haciéndole su escolta
y no sin grande aviso, porque respecto de la
grandeza y suntuosidad de la casa, juzgaba por
necesario todo recato y secreto.
CAPITULO XCIX
Habla don Fadrique á su dama, y partiendo á
Barajas él y don Diego, el siguiente dia tie-
nen aUi varios acaecimientos,
^AUó en esto la dama, incomparablemente
hermosa, porque el contento deirer á don Fadri-
que tan puntual acrecentó aquel atributo, que
encareció el amante con todas veras, señal de
368 CÉSPEDES Y MENESES
tantes, se arrojó por el coso hasta emparejar con
su hermano. Pero estando muy cerca de salir
con su bizarro intento, no sin admiración de los
presentes, turbó, no su buen ánimo, mas toda el
alegría de la plaza, el embestir el toro á aquella
parte.
Venía el feroz animal todo sangriento, bra-
mando, y acosado con algunas garrochas; y no
obstante, los dos buenos hermanos Je atendieron,
nú juntos, como suelen en tales casos, mas antes
apartándose algán tanto. A quien no sé si te-
miendo la empresa, ó abandonado del grande
atrevimiento, cuatro ó seis pasos de ellos reparó
el bravo toro, y así, mientras con furiosas pisadas
arrancaba la menuda arena, no quedó dama en
balcón, hombre en andamio, que no los diese gri-
tos, que no los pidiese se retirase. Mas fuera en-
tonces ponerse en conocido riesgo, además que,
sin mayor tardanza, los embistió tan ciego, que
en un punto se halló con las dos capas en los
ojos y cortadas las piernas. Mas aquí se vio aho-
ra el rumor del vulgo, los alaridos y voces de la
gente, aquí el alargar los cuerpos en las venta-
nas, aquí el empinarse unos sobre otros, y final*
mente, los mayores aplausos, las mayores ala-
banzas que oyeron hombres. Tomaron sus capas,
y con las gorras destocadas, prosiguiendo á sa
puesto, de un balcón, al pasar, dos damas ata-
padas dejaron caer encima de ellos una banda
pajiza y un bordado lenzuelo; mas con tanto des-
cuido, qae sin niagana nota se aalieron cou ella,
porque todos y todas estaban empleados en mirar
los valientes mancebos, los cuales, alcanzando
sus dos prendas y haciendo á aquella part
teda, BB subieron á sus ventanas, desde ac
aunque curioaos procuraron atalayar la
de su venida, que bien creyeron fuese 1
aquellos favores, se cansaron en balde; j
ni aun una seña, un volver de ojos, un m
cuidado, no llegó ¿ su noticia.
Con que, sin más rastrearlo, acabaron de^
fiestas; y no teniendo más que bacer aIlf,toi
algún refresco, en desababando el vulgacbc
el espeso polvo del camino, ya de noche, die
vuelta, engasando el corto viaje con gu
motea y atendiendo & matracas de no mem
naire y regocijo; basta qne, llegando al no
do arroyo de Broñigales, lee cortó el hilo di
otra tropa de gente de á caballo, qne, en 11
do á juntarse, les preguntaron por los dos U
zas, <ine apenas se oyeron nombrar, ouandc
Untándose un poco, dijeron qne ellos eran;
haciendo semejante ademán otros dos de 1.
traria parte, arrimándose á nn lado, les n
dieron:
— Pues si nos dan licencia vuestros con
ros, os qnerrfamos hablar.
— Pnes como mejor mandáredes (replic
Fadrique), y haced cuenta que la tenéis.
Y con tanto acercándose más él y en her
HISTORIAS rsaxouNAs
370 CÉSPEDES Y MENESSS
en llegando á postura, conocieron al mal inten-
cionado marqués que dije arriba, y á otro gran
caballero primo suyo, que tomando la mano,
mientras ellos dispusieron las suyas para cual-
quier suceso, les comenzó hablar de la suerte
que oiréis en el capitulo siguiente.
CAPITULO C
Desafío del marqués y su primo á los dos Men-
dazas y el efecto que hubo.
Aunque el puesto (dijo su primo del marqués),
para definir ciertas dudas no era poco apropósi-
to, todavía la mucha gente que traéis y la que á
nosotros acompaña lo contradicen; y así, según
aquesto, fuerza será que nos digáis en qué parte
los dos á los dos solos os hallaremos en tocando
á maitines, que allí seremos puntuales; y allí
quedarán definidas de una manera ó de otra
nuestras cosas.
— Harto mejor os fuera (respondió don Díego\
que pues tantas ganas teníades de hablarnos, lo
hubiérades anticipado, ó á lo menos advertido
con más secreto, y no que ahora, viendo seme-
jantes facciones (pues llano es que no han de
presumir bien los que nos miran), alborotemos la
corte y todo pare, al fin, en aire y en prisiones;
pero, en efecto ^ el caso no tiene ya remedio, ni
tampoco le tiene el señalaros lugar, hasta que á
LOS DOS MENDOZAS 37 1
«8ta misma hora dos juutemos en la Puerta Ce-
rrada, donde podremos elegirle mejor y más se-
guramente; y, en tanto, andad con Dios, que os
quedo encargo y deseoso dé serviros, merced que
ha muchos días tengo bien esperada.
— Pues quede así como ordenáis (replicó el
marqués), que ya podría ser se diese á paanos lle-
nas toda satisfacción á vuestros deseos.
Con esto, fingiendo alegres rostros y con ga-
llardo disimulo, prosiguieron los unos y los otros,
•ó por lo menos, así lo hicieron los dos Mendozas;
los cuales, en llegando á su casa, habiendo muy
:gustosos cenado, despedidos de los amigos y ha-
ciendo recoger su gente, ellos solos se armaron
y pusieron en forma ciertos de que todo les ha-
bía de ser forzoso y de que el marqués ni su pri •
mo habían de salir en camisa; y siendo ya la
hora, en un instante previnieron el puesto, si
•bien no tardó mucho en verse juntos; con que
concertándose en breve, sin hablar en el caso,
guiaron á la Puente Segoviana á instancias del
marqués; cusa en que los hermanos erraron lar-
gamente, pues de solo pedírsela el contrario, es-
taba sospechosa; pero por no encontrar descré-
dito, atrepellaron por ello.
Sería la una cuando se hallaron en los prime-
ros andenes, y así, separándose allí, vuelto á los
dos Mendozas, el marqués les dijo:
— Muchos días ha que, temiendo llegar á estos
términos lo he excusado, pareciéndome que
tendo ahora que tratéis de diBculparoa; porijne si
hasta aquí oa pudiera admitir cualquiera excuaa,
ya tan graves ofensaB j & mis ojos no piden
eino obras. Aqnl habernos salido mi primo y yo;
porque tUmbíén k él le toca mucha parte i que
nos deis una banda y pañuelo que os arrojaron
hoy en Barajas. Ved, pues, si lo traéis con vos-
otros, ó si no, quién ha de volver por ello, que con
darme de presente este gnsto y para lo fntaro
palabra de alzar mano de estos locos intentos,
podréis en paz volveros y granjear en mí un hon-
rado amigo.
Cesó con esto, y no sé si presumiendo que bra-
maban los dos por responderle, ó si por no decir
más descortesías: y así, viendo don radriqne i
su hermano que arrebatado de ellas, según sa
condición, no habia de replicar cosa & propósito,
tomándole la mano, lo hizo él de esta suerte:
— Porque don Diego está con mucha prisa y sé
que desea satisfaceros sin retóricas, acortaré yo
con las mias, porque todavía conozco ser conve-
niente atender á esto, como después á lo que mis
importare; y así, señor marqués, ante todas co-
esas os jaro que real y verdaderfunente
ignoramos vaestras pretensiones, la calle
7 á la ae&ora Hipólita, pero de la misma
los demás adherentes de esta plátioa; &
[es, por abreviar palabras y porque el
iisposiciÓD no admiten otro modo, satis
coa deciros que en cuanto á pensar qn
forasteros, est&ie tan engañados como :
tes en que somos más naturales de et
JOB vos 7 vuestro primo lo sois de Espa
cuanto á las bandas y favores, satisfac
mojos, obras ó palabras y á las demás
]ue habéis dicto, en las unas afirmo qu(
indado necios y en las otras mentido
aarba.
Y dando un paso breve, diciendo y ai
lo las espadas, ea instante, como dos
IOS, les cargaron de tfCntas cucbilladas,
f golpes, que ¿ no llegarles presto uní
infame diligencia entre hombres noble
acompañaran hasta el día del juicio las
a Puente.
Estaban cnatro hombres en un soml
Tanco que allí cerca se hace, y acudieni:
>unto, no sólo los libraron de muerte,
10 sin grandes heridas, sino qae asimi:
'on inerte apretón á los hermanos, que i
nosos y alentados con semejante trai'
imbistieron; y rebatiendo su fmpeta »
.reza y fneraa monstruosa, á su pesar, <
374 CÉSPEDES Y MENESES
se dos compañeros muertos, los arrancaron hasta
la misma puerta, adonde sacando algonas luces
y acudiendo gente, así unos como otros, acaba-
ron de dejar la pendencia, porque no menos ayn-
da el cielo á la razón y á la virtud, ni menos se
castiga la soberbia y locura. No quedaron los
Mendozas heridos, cosa que en parte confirmó su
justicia, con que atribuyendo á Dios tan buena
suerte, y avisando en su casa, se retiraron á un
convento.
CAPITULO CI
Discúrres^e en la corte sobre el caso pasado,
quedando los Mendozas en mayor crédito,
iiXJEGO, al siguiente día, se extendió por toda la
corte este suceso, y como siempre suele, dividi-
da en corrillos, unos le contaban de una manera
y otros de otra; si bien en todas partes, inclina-
dos á los dos hermanos, favorecían su causa y
afeaban la traición de los contrarios que, peli-
grosamente heridos, así amos como criados, te-
nían hecho un hospital el convento de Atocha.
Y porque aún mejor se conozca el gran predica-
mento de los Mendozas, la voluntad del vulgo y
su agradecimiento, diré la defensa y espaldas
que, en este ínterin, tenía su opinión, y ésta aun
en los templos del dios Baco, digo, en los taber-
náculos de la gula y embriaguez.
Parece ser que en una de estas casas, gober-
LOS D09 MIKDOZAS 375
nándosfl «I mondo por alganoa lacayos, entre
los machos triunfos de aaa rentoyes, salió el de
la reciente pendencia, en quien dos de aquellos
ministros, no sólo se contentaban con dar por
movedores y agresorea de ella Á los nobles her-
manos, sino que juntamente con alharacas y ju-
ramento afirmaban aer ellos loa que llevaban la
celada, y los qne engafiosa mente eacaron al mar-
qnós á aii puesto. Con lo cual, y con otros opro-
bioe, irritado el hermano tabernero, que era de
los del hampa, y nn espartero, que los contrade-
cía de nna palabra en otra y de nn brindis en
otro, ee entendieron de suerte, qne desmintién-
dose & lindas cuchilladas, cayó muerto un laca-
yo, y el otro escapó 4 Santa Cruz, herido; mas
acudiendo la justicia, el oficial de esparto se
paso en cobro, y el tabernero, que era algo pe-
sado, quedó por prenda de los agarradores.
Procedióse contra él, y cabalmente le conde-
naron á ahorcar, y pagara, el escote ai llegan-
do ¿ ooticiaa de los doa caballeros semejante an-
oeso no arrimaban loa hombroa, y aun el favor
de BUS grandes amigos, y le sacaron libre del
aprieto, pagándole no sólo cuanto había gastado,
máa aún, las pérdidas y ganancias que pedia
haber tenido eo sn oficio, y, últimamente, el
perdón de la parte y una muy buena joya para
memoria de su amistad. Y no paró en eete ejem-
plar del valgo qne el crédito granjeado y me-
recido, porque llegando de boca de Buiz Gómez
dad, dando á enteader con esto la maclia que
tan alto príncipe hacía de talos hombrea, los
cuales, en San Francisco, recogidos y visitadoa
de toda la corte, no hubo noohe en <jaien la oca-
sión de do^ Fadriqae no se hallasen con el so-
siego que primero, j con tan grande gasto de
los dos amantes, qne Á no tenerle á raya ciertas
dudas gravísimas y el respeto debido & sa deco-
ro, hubiera don Fadrique tomado diferente titu-
lo que el de pretendiente.
Pedíale Leonavda ^ue se casase con ella, 6
que á lo menos, la diese palabra ó cédala en
cambio de meterle en su casa. Y para esto es-
forzaba su gusto con el ser forzosa heredera de
un rico mayorazgo; que junto con su gran her-
mosura era, precioso dote, si como el caballero
estaba aatisfecho de esta verdad, lo estuviera
de quien era su padre, punto sobre el cual se ha-
clan en Madrid diferentes glosas.
Había criado á esta hermosa dama su misma
abuela, mujer en cuyo poder estaba entonces,
y señora de mucha calidad y aun prudencia va-
ronil; de la cual se decía que habiendo tenido
una sola hija, de peregrina y notable bellesa
LOS DOS MENDOZAS 377
siendo doncella engañada de un grande persona-
je, había dado mala cuenta de si, y al mundo en
la gentil Leonarda, aquella muestra de su exce-
so y pecado, y juntamente, que la discreta ma-
<lre, esperando con secreto, su parto, la había con
Tigores forzado á entrarse en un convento, en
-quien, haciendo profesión, la tenía sepultada. Y
como tales cosas eran tan delicadas y de honra,
entendidas por don Dieo^o, temiendo la pasión
del hermano, no sólo se las hizo saber, sino que
oon todas sus fuerzas procuraba disuadir su vo-
luntad. Mas como ésta, aunque en tan cortos
términos, había abierto grandiosa batería, fue-
ra desatino intentarlo, además qu« su ciega afi-
ción le ofrecía tan aparentes y discretas discul-
pas, que sin duda con ellas, una vez ú otra, era
muy de temer su arrojamiento.
CAPITULO CII
Nuevo y peregrino suceso en los dos hermanos,
£rK semejantes lances se les pasaron á los dos
hermanos algunos días de su retraimiento, en
quien, uno de los que con menor cuidado esta-
ban, porque don Diego no se preciase de tanta
libertad, remaneció en su cuarto una mañana el
paje del aviso de Barajas, con otro semejante
billete, que abriéndole, admirados dequehubie-
378 CÉSPEDES Y MENBSES
sen aquellas damas duendes acordándose de
ellos, vio que asi decia:
Papel para los dos hermanos,
cYa el cielo, condolido de mi amargo penar,
parece que ha mostrado su arco de Iris, aplaca-
do mis borrascas, de suerte, que de las mismas
vuestras haya nacido la paz que mi alma ha de-
seado. Sabréis aquesta enigma claramente si,
fíándoos de mí y de que no serán horas mal gas-
tadas las vuestras; tuviéredes por bien de llega-
ros adonde ese criado os guiare esta noche; que
con la serenidad y quietud de que gozan mis
umbrales (merced de vuestros brazos) y con el
valiente hermano vuestro, deseado por acá no
menos que vos; ni habrá enemigos que temer, ni
recato en que reparar: fuera de que perdida la
ocasión, podrá ser que, advertida algún día, me-
reciese vuestro arrepentimiento.»
En tocándoles á los dos hermanos en caso de
enemigos, temores ó seguridades, les llevaron
por la misma razón hasta las infernales fraguas
de Vulcano. Y asi, no reparando en más consul-
tas, regalando al paje, le enviaron contento, y
avisado en el punto y la hora, en quien, aforra-
dos los pechos (que las armas no son para co-
bardes, sino para quien sabe emplearlas y defen-
derlas), dejándose guiar, salieron en su compaflia
la vuelta délos Convalecientes, á cuya anchurosa
379
calle, dando una breve vuelta, en on riocón ó es-
gonce que hacia, encnbierto la misma pared,
tocaron nn pequeño postigo, que abierto con las
llaves que traía au guia, yendo ella adelante j
volviendo ¿ cerrar, se hallaron en nn gracioso
jardín, tan oloroso y bien trazado, qne casi por su
rastro, pudieran alcanzar el esplendor del dnefio.
Hacía frontera en él nn levantado cuarto, al
parecer, espaldas de anas gentiles casas que
caían & la principal calle, y así, habiéndolo todo
reconocido el paje y hallado qne esperaban, los
avis¿ llegasen Á una de sdb fuertes rejas, en
quien & pocos pasos descubrieron una bizarra
moza, que recibiéndolos con risueflo semblante
y m&s hermosos ojos, loa dejó é, entrambos en
igual estimación de su mucha belleza; y mayor-
mente cuando, oyéndola hablar con voz dulcísi-
ma, conocieron su discreción y gallardía.
Estaba adornada de riquísimas ropas; y así su
compostura, divino olor, gracia y donaire, pu-
diera suspender cualquier cuidado. Dijoles lue-
go que fuesen bien venidos; y prosiguiendo sin
apartar la vista de don f adriqne, las siguientes
razones:
— Si como habéis sido deseados de la sefLora,
mi prima, y de mi, hubieran en nosotras faltado,
como hoy, los inconvenientes, estad muy ciertos
que ni la. ida ¿ Barajas se hubiera imaginado,
ni la banda y favor con que os servimos fuera
ocasión de tales inqnietndes, ni quiz¿ el loco de-
330 CÉSPEDES Y MP.NESSS
vaneo del marqués se hubiera puesto en térmi-
nos de forzar voluntades de otro dueño; y, final-
mente, no se viera hoy nuestra casa, ó por me-
jor decir, la mejor prenda de ella, en tan grande
desesperación y disgusto. (Y volviendo de nuevo
el rostro á don Diego, con que pareció que á él
sólo tocaba lo restante del cuento, discurrió con
la misma gracia y dijo): El marqués, vuestro
opuesto, desde Alcalá, adonde asiste herido, ha
enviado á pedir á mi tío, el conde, su hija Hi-
pólita, y pienso que, sin duda, se efectuará su
intento; porque como los padres reparan algo
más en la comodidad del estado que en la con-
formidad del gusto, sin' empe&arse en éste no
ven que matan á su hermosa hija y rompen en
forzarla el báculo de su vejez y el más lucido
espejo de sus ojos. No sé hasta ahora en lo que
parará, ni menos si las lágrimas de Hipólita han
de mudar la aprensión que, como buenos cata-
lanes, han hecho en su primero parecer. Ella
está sobre cena en aquestos discursos, y asi, con
vuestro gusto, será bien que le avise y que, en el
ínterin, os recostéis en estos jazmines.
LOS DOS HENDOZAS 381
CAPITULO cin
Véese don Diego con la hermosa Hipólita, cu-
yos favores para siempre le dejan prendado
y más agradecido,
^OK tanto, habiendo los caballeros besado an-
tes y después las manos á aquella dama, que-
dando en la mayor confusión que nunca tuvie-
ron, repitiendo tan varias y notables cosas. De-
cía don Diego á don Fadrique,- no con pequeño
gusto:
— Hermano, ¿qué Hipólita es aquesta? ¿Qué
conde catalán, qué casamientos son estos en que
estamos metidos, qué máquinas y ambajes nos
rodean? Yo de mí sé deciros que aunque tan
grandes cosas me han suspendido y aun alboro-
tado, soy de tan buen contento, que sin duda me
hallara satisfecho con la dama que he visto, si
bien me ha parecido que fuisteis el favorecido
y aun el mejor mirado.
Biióse á esta razón notablemente don Fadri-
que, y respondió al hermano:
— Pues sois ya medio conde, ó al menos, se*
gún veo, para entero os pretenden; y aun sin
ser envidiado, ¿no estáis contento? Pues adviér*
toos que de quererlo todo caeréis de ojos en el
común adagio, y, por el consiguiente, os veréis
sin lo uno y sin lo otro.
qne, amaado á Leonards, queréis & ésta, ó yo
que, sin ninguna, estoy en tárminos de creer qoe
68 comedia este suceso?
—Que no pare en tragedia (replica don Fadri-
que) habernos de estimar, pues ya el marqués ba
becbo los principios.
— Beráloparaél (prosignié don Diego), porque,
i decir verdad, saliendo cierto lo desta Hipólita,
por bacerle pesar be de tomar su empresa, jmes
ya os acordaréis qne aquella noche asi nombré
& sn dama.
^Bien me acuerdo (dijo el hermano), y aun
ahora caigo en qne el pasar nosotros tan conti-
noadamente aquesta calle, & ver nuestro deudo
don Fernando, dio ocasión á la sospecha del mar-
qués y ann motivo al favor que hoy nos hacen, y
al pasado de la banda y lenzuelo, con qne nofpé
mucho yerro empeñarse.
— Disculpa su locura y trato descortés (res-
pondió don Diego) y cese su castigo con lo he-
cho; y si os parece, v&monos.
— Ni tal he imaginado; antes, concluyendo la
plática (replicó don Fadriqne), estoy de acuerdo
que, aunque faltando á Itis cosas de mi gusto, no
86 deje este lance un solo punto.
Y en este mismo interrumpió sus razones el
ver gente en la reja; y así, acudiendo á ella, de-
más de la dama que primero vieron, hallaron
otr& qafl, para encarecella sin hipérboles, no ten-
go qne decir más sino qae i don Fadriqu? se le
antojó fea en bu comparación en qnerida Leo-
narda, y á don Diego boBqaejo y sombra osonra
la qne poco antes le habia parecido una deidad.
Hiciéronse onos y otros cortesía; y anticipan-
do don Díego'sn razón, encareció con ella suma-
mente el favor que le hacían, agradeció discreto
la perseverancia de sn fe, dio, en cambio, igual
reconocimiento y mayor humildad, y finalmente,
ofreciendo nn inmortal amor, prometió morir ó
arrestar sus dendos, sus amibos y vidas porqne
ella no recibiese fuerza, aunque en todo no inte-
resase más que su serricio;y'pasando adelante en
el particular de sus billetes, favor de sus pren-
das y en el gusto con que las había defendido,
al nombrar el marqués se suspendió su plática,
porque la hermosísima Hipólita, que era la mis-
ma con quien él hablaba, entre tristes suspiro»
se la atajó diciendo:
— Cuatro años ha y más, buen don Diego, qne
ese hombre aborrecible me pretende, digo, ronda
estas calles, estas puertas, guarda aqueste jar-
din, estas paredes, persigue á mis criados, mo-
lesta á mis amigos, es sombra de mis pasos y
hoy, finalmente, mi última desdicha, sin haber
animado con causa alguna, ni aun con mirarle
sólo su atrevimiento, ó á la contraria suerte de
mi vida, la cual durará poco si el cielo no redu-
ce ante mis padres y vos no me amparáis con
384 CÉSPEDES Y MENESES
vuestro valor; seguro de que, haciéndolo, hacéis
lo que á vos toca, y pagáis parte de lo que en
muchos días me cuesta vuestro amor, y última-
mente, las opresiones que ha padecido el abna
imposibilitada de descubrirle, y cuando pudo, el
temor y vergüenza de ejecutarlo. Ya lo más está
hecho; y yo soy y he de ser vuestra á pesar del
mundo; el marqués me ha pedido y no lo he arros-
trado, antes dilataré el tiempo que á vos os pa-
reciere mi respuesta, hasta que se prevenga otro
remedio y el consuelo que mediante esta vista y
su continuación será más llevadero.
Con aquesto cebando y confiriendo cosas tan
arduas, en el ínterin que don Padrique metió
entre dos aguas y con desiguales efectos ó ya
otras semejantes razones, don Diego, alegre, sa-
tisfizo de suerte á la gallarda Hipólita, que ella
quedó más firme y más pagada; y encargándole
la correspondencia de su hermano para con su
prima, exagerando su rico y grande empleo, unos
y otros se despidieron hasta la siguiente noche;
en la cual, y en otras muchas, teniendo ya don
Diego la llave del jardín, fué fomentándose en
él y en su dama tal voluntad y tan valiente amor,
que primero los dividió la muerte que su fuego
encendido se consumiese.
CAPITULO CIV
Sucódele á don Fadrique, yendo á ver d Leo-
narda, otro notable caso.
DíSTASDO don Fadriqne tan prendado como ya
babéiB oído, mal podía la hermosara de Laura
(q^ne así era el nombre de la prima) e«r menos
que euga&ada; y así él, con el primero dueño,
gastaba lae m&s noches; y su hermano, fingiendo
achaques, disculpaba y suplía sus faltas; con que
por esta causa, á su pesar, les era fuerza el divi-
dirse; pero por no alejarse tanto el uno del otro, .
mudaron casa, tomando, de las muchas que se
iban labrando arriba de San Luis, una de ma-
ravilIoBOB edificios, cnartos y grandeza.
Ya en este tiempo, averiguada la verdad del
caso y presentádose, andaban en fiado; mientras
sus enemigos, desterrados y heridos, trataban
de BU convalecencia, y aun vivamente de su ca-
samiento, no obstante que las dos primas lo con-
trastaban inertemente. También Leonarda apre-:
taba sn amante, tanto porque su abuela, enferma
y vieja, temiendo dejarla sin estado, trataba de
dársele, cnanto por la fuerza que su amor la ha-
cia; & que tampoco, no faltándole causas, nuevas
excusas y dilaciones, don Fadrique, lleno da
amargos pensamientos, suspendía el fin áltimo.
Su este estado estaban los negocios, y los her-
mSTOBlAI PiaEGaiNAB 25
386 CÉSPSDBS Y ICKNSSES
manos tan bien quistos y amados, que no había
que temer sus enemigos; y así, con tal seguridad,
cada cual tiraba á solas y como le parecía á sus
cuidados.
Era el fin del invierno, tiempo lluvioso, no-
ches largas y oscuras; y por la parte que don
Padrique andaba, lo antiguo de Madrid, y aque-
llos barrios de San Pedro, aun de día, solos, y
por el consiguiente, á deshora, temerosos y oca-
sionados. Una noche, paes, de éstas, en quien
todo lo dicho parece que ayudaba, bien sin rece-
lo alguno, siendo ya hora dQ verse con su dama,
venía don Fadrique acercándose al puesto, para
lo cual, primero era preciso atravesar una an-
gosta calleja; y así, yendo por ella, al revolver
la esquina, de repente se le puso delante (y no
menos que en la puerta de un caballero de«ido y
amigo suyo) un vestiglo espantoso, tan alto y tan
disforme, que tomaba su espacio desde un alto
balcón, adonde tenía arrimada la monstruosa ca-
beza, hasta el mismo suelo. El caso^ por cierto,
era para turbar á un escuadrón de gente, cnanto
y más á un hombre; y asi no sería mucho que en
don Fadrique causase algún p^vor tan impensa-
do encuentro. Qontaba el animoso caballero que
al principio le tuvo, no sólo perdidísimo, sino
que el mismo aire, que encanalado rimbombaba
por aquellas angosturas, se le había antojado
bramidos roncos de algún fiero volcán; y que sin
poderse tener en los turbados pies, le convino
LOS DOS MSNDOZAS 387
«entarse en el primero umbral; y aunque, sin
^uda alguna, se volviera si su vergüenza misma
y otras consideraciones piadosas y cristianas no
le hubieran animado.
Y fué así realmente; porque ya recobrado en
parte y quieto el pecho, como si verdaderamente
se le hubiera infundido un nuevo espíritu , se le-
vantó dispuesto á moriró saber loque aquella som-
bra buscaba; y aun siéndole necesario su favor ó
ayuda dársela fielmente. Parece que esta resolu-
ción nos da á entender que sin duda presumió del
«uceso alguna aparición ó aliña en pena, y el efec-
to lo dice; porque besando la cruz de su espada,
creyendo tal sospecha, comenzó á conjurarla y
á pedirla nombre, causa y razón, como espidiente
del consejo; si bien, aunque en estas diligencias
gastó algdn rato, ni por eso despertó su silencio; lo
cual visto, mudó de parecer; y dejando conjuros
y preámbulos, como si embistiera á otro hombre
(notable corazón), así arrancó el espada y le em-
pezó á cargar de cuchilladas; y con tan gran ru-
mor golpes y fuerza, que al herir de las piedras
y retumbar de los encendidos pedernales des-
pertó la vecindad; abrieron las mismas puertas,
Sacaron hachas y acudieron algunos criados y
con un montante su propio deudo. Con lo cual,
conocido don Fadrique y alborotado el barrio y
todo puesto en confusión, el resplandor de tan-
bas luces dio entera noticia del horrible f antas- :^
ua, que e^a no menos que un crecido venado, ^^■•-^m
■'<!
"L*a
888 CÉSPEDES Y MENESES
que desde pequeñuelo se habla criado en casa, 4
quien, émulos y contrarios secretos de sn amigo,
por darle aquel pesar ó por otros intentos, que
no es de mío escribirlos, cogiéndole de fuera
aquella noche le habían muerto y medio desolla-
do; de suerte que, como le dejaron colgado por
los fornidos cuernos de la reja y el pellejo col-
gando de las piernas, formaba tan desemejada y
horrible muestra que, dejando aparte lo jocoso
del caso, fué uno de los notables y temerosos
que pudieran suceder á hombre, y en quien con*
siderado, nadie puede negar el audaz y valenti*
simo ánimo de este caballero. El cual, retirán-
dose con su deudo y amigo, y dejando por aqne*
Ha noche á Leonarda, estuvo en punto de matar*
se corrido, de lo que otro pudiera preciarse con.
mucha estimación. Al fín, volviéndose á su casa^
por más que se procuró encubrir, sonó el caso de
suerte y con tan diferente rostro del que él juz-
gaba, que apreciándose con general y común ee*
panto, quedó su nombre sobre las estrellas.
CAPITULO CV
Sospechan los desvelos de Hipólita sus padres,,
y indignados pi*evienen la venganza.
No pararon, no, en tan graves sucesos los de
estos nobles mozos; antes parece que la fortuna^
no como quiera acaso, sino con particular inten*
-to, se los enderezaba y disponía, ya al uno ó ya
LOS DOS MEIfDOZAS 389
ál otro, deseando sustentarlos siempre en igual
opinión; y asi parece de los mismos progresos de
esta historia, á quien volviendo y en ella á la
gallarda Hipólita, que apretada de sus padres
estaba en tales términos, que á no andar de por
medio el consuelo y la vista de su amante, se
hubiera muerto.
Y lo peor fué que de su resistencia y de los
continuos paseos de los Mendozas, heridas del
marqués, presunción del origen y algún descui-
do de ojos como los de sus padres anduviesen
tan recatados y sobre aviso, fácilmente dieron en
la cierta sospecha y aun en la causa de sus in-
obediencias; porque andando sobre los estribos y
hechos vigilantisimas espías, no pudo tanto su
hija recatarse que, al fin, no la cogiesen con el
hurto y viesen desde otra ventana que le caía
encima los conciertos y amores de los cuatro.
Pero no alborotándose ni enfureciéndose, cauta-
mente callaron y asegurándolos algunos días,
teniéndose por afrentados y ofendidos previnie-
ron el castigo de lo que les tocaba de la puerta
adentro y la venganza de los dos hermanos.
No son los contentos humanos menos quebra-
dizos y frágiles, ni las felicidades de esta vida
más perdurables; y así parece, que desde hoy
por largds días, todas las cosas de aquestos ca-
balleros en alguna manera mudaron forma; por-
que si á don Diego, ignorante de que estuviesen
públicas, se le había ocasionado semejante des-
390 CÉSPEDES Y MENESES
máo, i don Fadrique no le iba mejor con bd^
Leonarda que de esotro snjeto, como era cum-
plimiento y desenfado para la más fácil salid»
de la pretensión de sn hermano, no hacia el caao
que merecía la belleza j discreción de Lanía»
En fin, la vieja abuela de su dama que, año-
rando su cercano fin, deseaba, según dije, aoo^
modar su estado, habiéndole con grandes conTe-
niencias y secretas particularidades trazado y
dispuesto, como en su cumplimiento faltase el si
de Leonarda y ella lo suspendiese y rehusase con.
claridad y veras, no asi con suavidad la ansiosa.
abuela (cuya condición era terrible) persuadió &
su voluntad, mas con rigores y violencias taa
grandes, que no sólo llegó á ponerla las manos, á.
quitarla las galas, á moderarle su regalo, sía^
que, como si realmente supiera el consuelo qn»
estos trabajos tenían de noche con su amante»
sin pensar el provecho que daba á sus intenten»
se lo quitó encerrándola; con que, apretando im»
prudente el arco, se le hizo romper y atropellar
por todo, acogiéndose como mejor pudo con una»
deudas monjas á un convento.
Ya días antes don Fadrique había entendido
de aquella doncella, primera exploradora de sa
afición, estos aprietos, y con iguales penas y
sentimientos confería con su hermano el rema-
dio; el cual, viéndole en tal estado, aunque san*
tía honrosa y cuerdamente (por los achaqnea
que habéis oído) su remate y perdición, al fin.
LOS DOS MEKDOZAS 891
como le amase tanto, hubo de convenirse, en que
ya qiae se hiciese, fuese con gusto de su padre, ó
disculparse el inconveniente secreto con el gran
mayorazgo y hacienda libre que heredaba Leo-
narda, que todo junto era un dote tan rico y po-
deroso, que bastaría á contrapesarle y escure-
cerle.
!Este último acuerdo aceptó don Fadrique; si
bien antes de ejecutarle, para alivio de su afli-
gido dueño, quiso dársele á entender por el me-
dio que he dicho, mas fué á tiempo que Leonar-
da la misma tarde había prevenido su fuga; y así,
no obstante que por tan grave causa estaba la
casa bien alborotada, él tuvo papel de ella y
aviso cierto de su asistencia, porque de todo dejd
bien apercibida á su secretaria. Con lo cual, cre-
ciendo en don Fadrique sus desvelos, nuevamen-
te empeñado se volvió á su posada, adonde, ha-
biendo de acompañar á su hermano aquella
noche, hallándole que encima de su lecho repo-
saba hasta la más conveniente hora, él se fué á
hacer lo mismo.
CAPITULO CVl
Portentoso suceso de don Diego de Mendoza.
Lbkía, según he dicho, de verse con su dama
don Diego; y como para el efecto de su amor
conviniese, hasta tanto, el no desengañar la pri*
ma, una vez que otra esperaba á su hermano
-í
892 CÉSPEDES Y MBNBSBS
para que sustentase la traza. Seria entonces más
de inedia noche, por quien en silencio profundo
reposaba su gente, y asimismo el cuidadoso don
Eadrique; y con ser el tiempo que aguardaba
don Diego, aún todavía dormía; hasta que en
este mismo término de su pesado sueño le des-
pertó una terrible voz, que haciéndole todo es-
tremecer, le llamó por su propio nombre.
. Al principio, aunque el buen caballero se sin-
tió alborotado (no obstante), lo quiso atribuir á
fantasías del sueño; y asi, tratando de volverse
de otro lado, la temerosa voz, tornándole á lla-
mar, le privó de reposo. Abrió los ojos, y miró
por la cuadra; y aumentándose su admiración,
esperó suspenso en lo que paraba, porque aun
hasta entonces se presumía engañado de su pro-
pio desvelo; mas sacóle muy presto de esta duda
el oír que más acercándose á su cuarto volvía á
llamarle la afligida voz; con lo cual, intrépido y
gallardo, tomando una rodela y una espada, se
puso en pie, y abriendo otras dos puertas salió
á un anchuroso corredor, en quien mirando á to-
das partes, en lo mas sombrío y oscuro de él, vio
un hombre, á su parecer embozado y vestido de
negro, el cual, sacando la mano, le hacía seftas
para que se acercase á él; si bien hubiera sido
semejante diligencia excusada, pues de su ami-
noso espíritu podemos confiar le embistiera, aun-
que le acompañaran otros cuatro, si al mismo
punto que salió de su cuadra y llegó á mirarle
no le hubiera asido de cada pie una remora,
la lengua y labios un candado, q[ue impidi
respuesta; 7 asi, no padiendo moverse, ni
arrancar la espada de la vainai no obstante
|>or su remisión se le acercaba aquel hoa
quedó becho una estatua.
De aquí ae advertirá bien claramente '
frágiles, co&n miserables y apocadas se n:
tran, en semejantes casos, las más robnst
varoniles fuerzas, y, por el consigaiante, <
bárbara locura empreudieron los ciegos fund
res de la Torre- de Babel, pues un breve resqu
nn asomo, una sombra permitida del cielo, rí
atemoriza y encadena el valor y las monsl
sas fuerzas de un mozo tan gallardo y valii
como del progreso de esta bistoria queda v
Al coal, habiéndose acercado el que le llam
tomándole sin poderlo estorbar por una man
hizo andar fácilmente, mas con tan eztraorc
ríos sentimientos, que apenas le tocó cuanc
le antojó que le hubiesen metido en un lag
nieve frígidísima; tal fué aquel horrible ti
y tan penetrante y sutil su frialdad eapaní
Esto le hizo tirar para si el brazo, y como
que se va desmayando, rodándole con agu
alienta y vuelve en si, así á don Diego le j
«ió que desarraigada del corazón y el 1
aquella su primera turbación, habia el post
espirita animádose; con que, advirtiendo n
i^ su compañía, haciendo mella á una peq
394 CiSPBDES Y MENESES
pausa, al cabo le preguntó quién era y qué bus-
caba, 7 juntamente mirando el temeroso rostro,
triste, macilento y lleno de sangre, atendió 4 su
respuesta, que fué decirle :
— ^No es este el lugar, noble don Diego, en
quien se me permite daros esa razón; seguidme,
que en vuestro ánimo hay fuerzas para todo; de-
más que ha largos días que está destinado mi
remedio á vuestras manos.
— Pues en buen hora (replicó el caballero).
Guiad donde ordenáredes, que siendo asi, desde
luego os ofrezco mi ayuda, y sed quien vos qui-
siéredes.
No replicó aquel hombre á tal resolución ; sólo
bajando la cabeza, agradeciéndola, comenzó á ca-
mi];iar hacia una espaciosa escalera que descen-
día al patio, en cuyo descanso estaban los apo-
sentos de su hermano. Y asi, habiendo hasta
ellos abajado, al atravesar por delante los detu-^
vo el ver que don Fadrique, á la luz de una vela
con que le alumbraba un criado, salía abrochán-
dose las cintas de una cota. Bepararon en vién-
dose unos y otros, y diciendo don Fadrique que
por juzgar que era hora iba ya á llamarle; sin
responderle su hermano, se apartó con el hombre
á un lado, y haciendo señas á los demás para que
se retirasen, les dijo en voz baja:
— Ta veis aqueste inconveniente, y el caso que
me espera lo es tan grave que si no es ordenan*
do vos otra cosa me sería penosísimo el dejarle.
LOS DOS MBNDOZAS
— Pnes no vengo á afligiros (proa
asombro), antea seré contento que mi
quede ahora, do obstante qne loa min
son y aeran, para mi triste pena, ete
yo os veré en ocasión; id & la vuestra,
cho os encargo miréis por vnestra '
advirtáis graviaimoa peligros - que
Y diciendo aquesto, con nn anspiro tri
dose las losas de aqnel suelo, se dej^
ellas, quedando el buen don Diego ta
las razones últimas, 7 al mirarle parí
á su gran tardanza no saliera su be
se estuviera en el mismo sitio. Mas
turbado rostro conocía otra -mudan
hallarle tan de improviso solo alg&i
quiso dejar de preguntar la causa,
entonces la dilaté don Diego; y vi
hora de su concierto ae pasaba, aunq
tarle en tan turbada noche le tuvo a
al ñn, considerando que en ella ae 1
solver el sacar á su dama (según lo
puesto), ae acabó de determinar; y ae
bajar de au aposento un fuerte jaco, €
que ae le vestía mandó qne se armaf
otroa dos criados, novedad qne en do
acrecentó su pasado deseo, y de qniei
do á la calle, le sacó sn animoso he:
tándole el suceso y juntamente el ape
de las últimas palabras con que se le
aparecido aquella sombra.
corazones, ni don Fadriqae hizo más qne admi-
rarse al caso referido, ni don Diego otre cosa
más de la concertada. Llegaron al dar las dos al
postigo qtie he dicho, y habiendo reconocido se-
guridad bastante en el contorno, le dejaron
abierto y en su guarda á los dos criados, qae
eran hombres de satisfacción, cnal convenía, y,
con tanto, acercándose á la reja, hallando 4 sos
dos damas, dieron principio á sn amorosa plática
y al prevenir el modo que habían de tener en sas
resol aciones.
Porque, aunque Hipólita deseaba excusar la
fuerza en sus padres, 7 el temor que por otros
indicios nuevamente tenía, quisiera que esto
ee gaiara por medios tan suaves, qne ni bu
honra corriese detrimento, ni la vida de bu
amante peligro, había hallado en su padre otra
mudanza, menos buen rostro y aun recatarse de
ella, tratando con secreto algunas cosas; y así
mesmo, qne habí^ hecho venir dos ó tres deu^
de Cataluña por la posta; y todo aquesto, cansán-
dola aflicción, la traía suspensa; como, por otra
parte, á sn hermosa prima laS tibiezas de sn fin-
gido amante, sospecha qne también ayudaba mn-
cho á la indeterminacióa de Hipólita, ya qae no
se acabase de resolver en la orden qae daba su
galán, qae era el hacer saber su notoria fuerza
& quien la depositase en parte más segura, para
que libremente eligiese sa esposo.
En ña, dando y tomando pareceres, sin asentar
ningano, estuvieron gran rato, basta que de im-
proviso suspendió sus razones el ver qne con gran
raido abriéndose ana puerta que del cuarto salía
al jardín, se arrojaban por ella cuatro hombrea,
que en un punto, y oasi no dándoles lugar ¿embra-
zar las rodelas, los embistieron rabiosamente, y
con tanto silencio, que ai no era el sordo estruen-
do de sus golpes y algunas voces de las hermo-
sas damas (señal que también ellas tenían en su
modo castigo), no se oía otro raído. Bien juzgaron
los dos buenas hermanos cuan grave inconve-
niente les sería concluir allí dentro la refriega; y
asi, para excusarle , con gallarda destreza so
f nerón retirando y sacando pies.
Sra aquel accidente may á pedir de boca para
sus enemigos, porque ignorando la nueva pre-
vención de los Mendozas y Ijs dos criados, que
tan fuera de su costumbre los guardaban con
aviso prudente (si les hubiera sucedido así) te-
nían también dispuesta su salida con otros cua-
tro hombres, y librados en ellos la venganza y
castigo de sus contrarios, que, como ya advertí,
retirándose al postigo ann antes de llegar á ál,
oyeron de la parte de afaera semejante rumor, y
9dd CiSPKDBS Y MENB8ES
ello era así verdad, porque los cuatro habían á
un tiempo embestido á sus dos criados; aunque
como ellos fuesen personas de honra, hacían, sin
desamparar la puerta, notable resistencia.
Llegaron á este tiempo los dos hermanos al
peligro mayor, que era salir sin dar á espalda
por tan grande angostura; mas haciéndoles cara
don Diego, y dando un recio encuentro con su
hermano, su fuerza le sac6 á la calle; y ejecu-
tando él con gran tiento lo mismo, poniendo alti
el resto de su valor, y porque siendo tantos y ta-
les, saliéndose tras de él, no fuese mayor su ries-
go; á su pesar, con ánimo increíble, firmando fijo
el pie, los tuvo á raya; y diciendo á don Fadrí-
que ayudase á su gente (en el ínterin que obede-
ció gallardo), el buen don Diego defendió el pos-
tigo, y tan valientemente, que sin duda les ha-
llara allí el día que le saliera hombre. Mas en
aqueste punto, en quien, ya con ayuda de sus
criados, y no sin gran trabajo, llevaba don Fa-
drique á los contrarios de vencida, y de suerte
que sacándoles de aquella calle, podía en la re-
tirada temerse su desdicha; considerando los que
quedaban en el huerto, que á mayor dilación acu-
diría gente, que excusase su venganza; aunque
hasta entonces deseosos de encubrirla y ejecu-
tarla á su salvo, no se habían valido de otras ar-
mas; visto que ya el secreto era imposible, aban-
donándose infamemente, dispararon en el valien*
te mozo dos cargadas pistolas; que aunque, per*
mitiéndolo Dios, eóIo lu una Iq hirió es el brazo
derecho; la bala de la otra le acertó en la faerte
rodela, con tan grande furor, qne bí bien sas aee-
ros resistieroD el golpe, él iné tan poderoso, que
como si le bnbieran tirado un. morterete, ael le
echó & rodar por aquel anelo, en quien desemba-
razada la salida, rodeado de sns enemigos, es stn
duda que primero muriera á sus manos que se
levantara; si á tan triste sazón, no se les opusie-
ra impensadamente un hombre que le defendió
con tan maravilloso esfuerzo, qne pudo é, su pe-
sar, aunque 7a muy mal herido, recobrarse don
Diego y darles una terrible carga. Al principio
de tan buena ayuda, con el desatiento de la caída
y el cuidada del peligro presente, presumió que
su hermano era el que le favorecía; mas viéndole
é este punto llegar con sus criados, salió de aquel
engaño^
CAPITULO cvni
Cuéntase el fin de este fracaso y lo mda que les
I^EJABA don Fadrique, annque á costa de algu-
nas heridas, en declarada fuga, á los que le to-
caron; y no así se le fueran sin mayor estrago
si el estampido de las dos pistolas no le hiciera
volver, juzgando algún grave peligro en sa que-
rido hermano; que ahora con socorro tan bueno,
de tal suerte embistió á los que tan olevosamen-
400 CÉSPEDES Y MENESES
te le habían herido, que en breve espacio los en-
cerró en el jardín; si bien no tan lozanos como
salieron, porque el primero cayó en dando cuatro
pasos, y el último en el propio postigo quedó des-
mayado con una espantosa herida; y aún no se
contentara con lo hecho (porque el verse tan he-
rido le tenía rabioso), antes yendo á arrojarse en
el jardín, sin duda diera fin de los demás, ó su-
cediera el suyo; si trabándole aquel incógnito
hombre por un brazo, no le dijera:
— ¿Adonde vas, mancebo, tras de tu perdición
y la mía? Tente y vuelve á tu casa, que no harás
poca hazaña, si como estás, escapares la vida.
A estas razones que le turbaron los sentidos
más que el presente riesgo, se retiró don Diego:
y obedeciéndolas con obras, dio la vuelta á su
casa. Mas apenas, saliendo á lo ancho de la ca-
lle, quiso darle las gracias, cuando ni lo vio ni
lo oyó. Túvolo por portento milagroso, y asi, dan-
do gracias á Dios que le había escapado, en lle-
gando á su lecho, trató de que con gran secreto
le curasen. También don Fadrique traía dos he-
ridas, y el un criado atravesado el brazo; con
que todos hicieron cama, y todos estuvieron en no
poco peligro, aunque el de don Diego fué mayor.
No se entendió este caso en largos días,
porque unos y otros procuraron encubrirlo, tan
inviolablemente, que aunque en casa de Hipólita
quedó uno de la pendencia muerto, pasó en cosa
juzgada y sin saberse. Todo lo cual entendió don
"¿02 CÉSEEDBS Y MENBSES
sación y visitas de sus amigos, y ya con entre-
tenidos juegos y diversiones; sin curar de otra
cosa, ni aun de traer siquiera á la memoria al-
gunos de sus mayores acaecimientos, cuyo fin
dependiente, aunque él olvidó tanto, muy pron-
to se le hicieron acordar. Porque á la tercera
noche de su más segura salud (que parece se
había esperado á que totalmente la tuviese), es-
tando aún antes de maitines don Diego en su
cama despierto, y vacilando con su imposible
amor, con estar bien cerradas, de repente se
abrieron las dos puertas de la cuadra, y entrán-
dose por ellas aquel espantoso hombre qae ya
oísteis, poniéndole como otra vez en no pequeña
turbación, sin alargarse en pláticas, le pidió
que sé vistiese, cosa que, pasado aquel sobresal-
to primero, hizo don Diego en un punto, y con
mayor aliento que antes, porque aún los demo-
nios tratados son menos temerosos, ó á lo menos
así lo han presumido muchas engañadas muje-
res que ha castigado el Santo Oficio.
Digo esto, admirándome de ver tan despejado
en caso tal á este mancebo; pues como si le lla-
maran para algunas bodas, así se puso en orden
y así con sus acostumbradas armas, mano á
mano se salió de su cuarto con aquella sombra,
á quien asimismo, como si comunicara con otro
hombre de su suerte, le fué satisfaciendo así en
el particular de sus heridas como en la remi-
sión de su tardanza y descuido, á todo lo cual,
LOS DOS UIMllOEAS
no reapondi^ndoBeld palabra algnna, callai
jaatametite, atraTesaron los corredoreB^ bi
i la escalera, omzaroa el extendido patic
lieron á naos traBcorrales, signieiido oon
ánimo esta derrota, basta qae reparándos
en 1» mitad de eUos, volviéndose & don Di
afligido compañero, deapnée de nna breve
rmpoión que primero hizo mirándole atent
con tremola y triste voz le comenzó á dei
majantes razones.
CAPITULO CIX
Proaiffaete la historia y el valor genero
que don Diego asiste á este horrendo
tdctilo.
1 o S07 (dijo temblando aquel misero esj
¡oh ilustre mozo!, Ignacio Ortensio, cuyo
bre DO ignoro le habéis oido diversas ve(
vaestra casa propia; yo soy aquel criado á
in justamente habrá treinta afios que Tuest
dre y dos esclavos suyos, sacándome á e;
tío (campo bien solitario en aquel tiempt
dieron muerte y sepultura entre estas hiei
carrizos. No quiero, no, alargarme en la
porqne sé que muy pronto la sabréis poi
rente vía; sólo os vuelvo á decir que mo
cnlpa; y asi la Divina Providencia, á quien
las cosas están subordinadas, ya qne pe
404 CÉSPEDES Y MENESES
la muerte de mi cuerpo, no asi dio lugar ¿ la dd
mi alma; si bien desde aquel punto otras parti-
culares ofensas arrepentidas, lloradas, pero na
satisfechas, justamente merecieron el purgato-
rio y penas increíbles en que estoy padeciendo,
y de adonde si mereciere mi aflicción vuestra
noble piedad, haciendo por mí los sacrificios y
satisfacciones que yo os dijere, saldré al des-
canso perdurable. Ved ahora si según mide-
manda gustaréis de admitirla, advirtiendo an-
tes de responderme que aunque con más razón
pudiera pedir esto á quien me redució á tan tris-
te estado, no se me ha permitido; y asi, puos, los
secretos juicios del cielo me concedieron ser
instrumentó en vuestra ayuda cuando entre loa
pies de vuestros enemigos no ha un mes que os
visteis casi muerto, no hay duda sino que á vos
también tiene su misericordia y piedad remitido
mi último remedio.
Aquí, cesando, dio aquel cuerpo fantástico
fin á su discurso temeroso, y don Diego, que
con espanto y admiración le había escuchado,
principió á su respuesta, que fué tan cristiana,
tan llena de piedad y generoso espíritu, que
teniéndose de ella por satisfecho el difunto Or-
tensio, rindiéndole las gracias, finalmente, le
dio particular y estrecha cuenta de la satis*
facción y demás cosas que por su amparo se
habían de hacer; y pidiéndole, sobre todo, sa-
grada sepultura, y aceptádolo y prometidolo^
LOS DOS UBNDOZAS'
al mismo ponto ae le qaitó de deU
dolo el noble oab&Uero qne habla
en aquel propio sitio. T asi, con
ánimo que suspende, puBO en ¿1 [
piedras, y dando la vnelta con mi
hasta allí, de paso despertando i
le di6 extensamente razón de tod
dose en sn lecho, apenas fné de d
menzó ¿ disponer su promesa, da
sólo en que se le dijesen bnen núi
y hiciesen otros sufragios, sino á (
ciones de hacienda y honra, y lo
que fué un honrado entierro, |
dndó de hallar el onerpo. T como
pareciese forzosa la interTsación c
callando el nombre y el homicida,
claró todo el suceso; con que acu
diligencias ministros y personas
corte, dio un terrible estampido pi
mandando cavar eu la parte adve
lances pareció el cuerpo, digo, sm
hnesos, y juntamente una espada ;
dazos de la capa y vestido; por do
dio que con todo ello le habfan se
lo cual, haciéndolo ahora en su u
porque de la misma manera que s
riente, quiso don Diego que sus de
le honrasen.
Para las restantes satisfaccio
necesidad forzosa de oomonicarla
perder on casamiento tan ünstre.
Mae como Bemejantea Bervioioa nunca el oiel<>
loB deja sin recompensa, será por do menoa penxi
halló este caballero el premio de elloa y de sus
buenas obras, y así, en sn proaecaciÓn, se poso
tíb camino, encargando & an hermano la de otras
coaaa que dejaba empezadaa.
CAPITULO ex
Declárase quién era la dama de don Padrique,
íu desengaño y aflición.
[\o habla aún dado la vnelta el mensajero qne
esperaba don Fadriqne sobre sn caaamiento; j
esta resolución le dejó en Madrid, y el ver que
aaí mesmo de coraje y pasión habla rendldose &
una cama sn abuela de Leonarda. Y como an edad
les pnaieae en cuidado, deseando sn consuelo,
tuvo por acertado que ella lo diapusiese, satisfa-
ciendo á su inobediencia, con declararla sn vo-
luntad, y las partes, peraonas y calidad de su
empleo; pareciéndole, y no sin mucha rasón, í
don Fadrique qne ganando y no perdiendo repn-
[taci¿n con
! tendría po
' esta dilig<
papel y re
BDB intent
y d« Bos ;
profundos
quedó des'
Esta ab
mala nuev
amantes, 3
pocas hoTS
sin pensar
diablos aei
lea y advi
dije, esta
Leonarda
estovo on
mal que h
y sentimiG
á los oons<
sa alma,
cuerdo, si
per mi tiene
errado, mt
hizo dispoi
sin repare
declarase i
sólo el dig
quitarla, <
408 CÉSPEDES Y MENESES
Pero esta diligencia, aunque de tan gran ries-
go, pareció inexcusable, y tanto que, ¿ quedar en
silencio, se abriera puerta ¿ una dilatada y ho-
rrible ofensa de Dios; pues fuera cierto que si la
anciana abuela no dijera cómo la hermosa Leonar-
da era hija de don Alonso de Mendoza, y por ol
consiguiente, hermana de don Eadrique, apenas
cerrara ella los ojos cuando los hermanos estu-
vieran casados ó en términos peores; porque ya
en este punto, sabiéndose el de su muerte, como
heredera forzosa, Leonarda estaba en su casa y
su amante disponiendo las bodas; mas esta impen-
sada declaración suspendió sus deseos, aunque no
su esperanza. Porque, si bien sus ansias, sus con-
gojas y lágrimas fueron terribles, en medio de
ellas, sin poder animarse á darla crédito, don Pa-
drique partió á mejor enterarse de su padre y en
seguimiento de don Diego, su hermano; y su da-
ma, resolviéndose en llanto, quedó esperándole.
De esta suerte caminó tan aprisa el ciego
mozo, que antes de llegar al cristalino lugar al-
canzó á su hermano, con quien, referido el suce-
so, llegó á los ojos de su padre, que no estando
^visado los recibió, mezclando el gusto de su
venida con el sobresalto de verla tan sin pensar,
temiendo la hubiese ocasionado algún peligro.
Mas enterado en ella, don Padrique no sólo en-
tendió la certeza de sus dudas, mas oyó de su
boca los últimos amores que, si os acordáis, en
el principio de esta historia, no sólo fueron el
-•-T'
LOS DOS MENDOZÁS 4^
origen de su destierro y salida de la corte, pero
de la injusta t lastimosa muerte que dio al pobre
Ignacio Ortensio. Y así era la verdad, porque su
madre de Leonarda era aquella hermosa donce-
lla que dije haberse iibremente enamorado de
don Alonso; y la difunta vieja madre suya y
abuela de Leonarda, quien advertido su preñado
y la imposibilidad de don Alonso para saldar su
honra, excusando la publicidad de tal afrenta la
había encerrado en un convento, adonde profesa
vivía entonces ejemplarmente.
Con tal satisfacción (que era la misma que tenia
de llevar el mensajero) quedó don Fadrique des-
engañado y perdiendo el juicio, y su hermano don
Biego admirado y confuso, y no lo quedó menos
su padre cuando entendió la ocasión que á él le
traía, y el memorable y temeroso acaecimiento del
difunto criado; pues no sólo en oyéndolo se com-
pungió su alma y entristeció su corazón piadosa-
mente, sino que, sin poder reposar, ni aun ale-
grarse, desde aquel punto fué cavando en su pe-
cho de suerte el lemor del castigo y el deseo de
satisfacer á Dios y al mundo, que ni el amor de sus
queridos hijos, sus muchas lágrimas, ni el deseo
de sus acrecentamientos, desamparo de sus cria-
dos y mayormente su larga edad y sujeto rega-
lado, fueron parte á estorbarle meterse en un con-
vento, adonde profesando santamente la obser-
vancia regular de San Francisco, después de al-
gunos años acabó sus días.
í-
•*.
te diacreteautes profeaaa, se hallaron sin pen>
sar oon la bizarra Hipúlita 7 su hermosa prima.
A las caalea, habiéndolas traído alli el conde,
por máa que á la abadesa, qne era su hermaDS.
dejó encargada su recato j custodia, y sobre
todo, el escribir ó hablar de aquella suerte, twvo
el remedio que veis. Porque no obstante que á
loa principios se guardó con ellas apretado rigor,
7 tanto, que ni avisar pudieron á los dos caba-
lleros, ya en parte, mitigándose y dándolas solaz
en mirar á la calle, qniso su fortuna qne fuese á
tan buen tiempo, que al pasar por ella oonocie-
sea ¿ sas dos amantes, y tuviese el hablarlos
(mediante el favor de algunas monjas) el efecto
qne ofs.
Dejo á la consideración del leotor, por no di-
latar más esta historia, así el gnsto de aqnellos
caballeros (digo del bnen don Diego) como las
alegres lágrimas con que las dos seOorae solem-
nizaron sa deseada venida; y finalmente, los
amorosos coliceptos, que por no ser sentidas, re-
ducirían á una breve suma: de la cnal, el remate
y carta caenta que unos y otros se dieron faé
80 de sus corazoBes, Las pusieron por obnt, reno-
T&ndose las muchas ñestas qae se Mcieron en
ellas con las de sa hermosa hermana, á quiui
«dignamente dieron el estado que merecían sus
partes, cas&ndola, poco después, con un gran ca-
ballero. Con que dejando fama eterna de bus ma-
ohas virtudes el venerable y antiguo tronco de
su casa, sobre bob ezcelenciaB ilustres y, antre
tal -altas ramas, adelantó estos generosos pimpo-
llos que le adornaron y engrandecieron.
FUr DK ESTA PBIHEBA PABTK
TA-BL-A.
CAPfTVLOS QUE CONTIBHB ESTA PRIME
Breve lesnmen de las excelencias y í
de España, teatio digoo de estas peieg
torios.
Dúpónese éste en cuatro capítulos, i
lio 15 hasta el 28, en que coucluye la m
El buen oelo premiado.
CAP. T. — Historia notable sucedida e
imperial ciudad de Zaragoza, con el oí
y antigüedad de sus mayores exoelem
CAP. VI. — Aléganae en la confirmació
la primacía y excelencia de esta ciuda
feretes razones
CAP. Til.— D¿seprlncipioa1 cnentopr
CAP. Vm.— Toman loa delincuentes n
resolución, aumentando con ella sus
pos y delitos
416 CÉSPEDES Y MENESES
FoUos.
CAP. IX.— Prosigue el caso, y dícese para
su mayor inteligencia el que antes de éste .
había pasado por aquestos ministros. . • . • 47
CAP. X.— Declárase quién eran el caballero
herido y el fingido fraile 50
CAP. XL — Acontecimiento notable en la re-
clusióu de Federico 53
CAP. XII.— Cuenta el preso su vida á Fe
derico 56
CAP. XIII.— Prosigue Fulgencio el amor de
su dueño y dice su suceso en -Compostela. 61
CAP. XIV.— Convalece su padre de doña
£lena: vuélvense á Zaragoza, y ella táci-
tamente en el camino se desposa con su
' galán 67
CAP. XV.— Prosigue el preso su amoroso
discurso y cuenta en él la traza con que
llegó su efecto 71
CAP. XVI. — Presume hacer su madre en
doña EUena indignas experiencias, y te-
miéndolas ella, se rinde á su voluntad. ... 74
CAP. XVII.— Descubre Fulgencio á don Ro-
drigo los amores de su dueño; trazan su
venganza los dos, y concluye su cuento.-» . 78
CAP. XVIII y último de esta primera his-
toria.— Dase fin á la historia, y goza Fede-
rico el premio merecido de su buen celo y
redigión 83
TABLA DE LOS CAPÍTULOS 417
El Desdén del Alameda. i^qUob,
CAP. XIX. — ^Historia segiinda, sucedida en
Sevilla, con el antigao origen y fundamen-
to de-^ta ciadad 87
CAP. XX. — Empieza el caso sucedido en
Sevilla 9<)
CAP. XXI. — Resiste honesta diferentes em-
pleos la esposa del difunto Claudio y pro-
sigúese el cuento 9^
CAP. XXII. — Deseribense las viitudes y
p&rtes de Floriana, sírvenla en grandes
fiestas y, por su recato incomparable, gran-
jea indignamente el nombre del Desdén del
Alan^da ... 96
CAP. XXIII. — Frosíguense las fiestas; la
absteridad y rigor que usa con don San- ¡J
cho, 5>u hermano, al hablarse los dos y su
resolución 99 i
CAP. XXIV. — Responde ásperamente, á su j
hermano, don Pedro, y él, irritado justa- !
mente, satisface su injuria 108
CAP. XXV, — Admirables sucesos de don I
Sancho huyendo de la justicia 107 1
CAP. XXVI.— Degenera don Sancho en su
proceder noble, y con violencia goza de 1»
ocasión ••#...; 111
CAP. XXVII. --Los dos amigos, empavando
á don Sancho, facilitan su fuga, mientras
su hermano vuelve de las heridas en su
acuerdo • 115
CAP. XXVIII.- Gran valor de don Sancho
t
HISTORIAS PEREGRINAS 27 t
418 CÉSPEDES Y MSNESES
Folios.
en los Países Bajos; favorécele el Duque, .
7 por honrarle le vuelve á enviar á Espa-
ña, en tanto que en Sevilla corren' varios
sucesos 118
CAP. XX[X.—: Prosigue en sus empleos don
Pedro de Castilla, y en el ínterin vuelve á
Sevilla por mandado del rey su mismo
hermano 121
CAP. XXX.— Diversos regocijos festejando
á don Sancho, y el suceso que en uno de
ellos tuvo 125
CAP. XXXI. — Vése don Sancho en un grave
peligro, de quien con su valor y el de unas
damas, se halla impensadamente soco-
rrido 128
CAP. XXXII. — Dícese quién era aquella
dama, y hallándose don Sancho lleno de
ohligaciones, goza mejor fortuna y nuevo
estado 192
CAP. XXXIII.— Prosigue el suceso y ah-
suélvense las dudas y suspensión pasada. 137
CAP. XXXIV. —Despósase don Sancho; bús-
cale la justicia; ^ quieren hacerla en don
Pedro; socórrele su hermano, y tiene fin la
historia « 141
La Constante Cordobesa.
CAP. XXXV. — Historia tercera, sucedida
en Córdoba; con el antiguo oorigen y fun-
damento desta ciudad. 145
CAP. XXXVI.-Dáae principio i. la of
da liÍBtori&; dfcese quién es el prim
peTBonaJe de ella, j algtmas hazafia
soa progenitotsB
CAP. XXSVn.— Prosigúese este aBun
ssoribese el memorable origen del Ca
de la Verdad
CAP. XXXTIII.— TTltimas fiestas en la
das de don Diego, j el tr&gico suceso
tuvieron
CAP. XXXrX.— Convalece eata dama
salad causa diferentes efectos en sus
tres huéspedes
CAP. XL.— Preenme el ciego amante
trastar á la honesta doña Blvira, va
doee para ello de diferentes medios 3
CAP. XLl.— Besolnción de dofia Elviri
reapuesta y ansencia
CAP. XLII.— Hace don Diego diligenci
saber de au dama, mientras ella pro
huir de sn presencia
CAP. XLm. — Ampárase la honesta Ct
besa de un antiguo criado de sus pai
y allí impensadamente halla nuevi
quietud y desasosiego
CAP. XLIV. — Impensada mudanza en ■
Elvira, y tas causas que más la o
CAP, XLV.— Habíanse estos amantes,
pénese aus bodas, y suspéndelas, avi
42v') CÉSPEDES Y MENESES
PoUoa.
por un acaecimiento peregrino, don Diego
de Córdoba 181
CAP. XLVI. —Diligencias de la justicia so-
bre las heridas de don Diego; mudándole ¿
Córdoba, y juntamente á doña Elvira, á su
madre y criada 186-
CAP. XLVU. — Persevera constante en sus
intentos la honesta doña Elvira, mientras
don Diego prosigue los de su loco amor.. . 188
CAP. XLVin. — Obliga nuevamente á su
dama don Diego, líbrala de la muerte por
dos veces; pero ella, más constante, mira
más por su honra 191
CAP. XLIX. — Resolución honrada de doña
Elvira, fragilidad de su madre y criada y
esperanzas primeras de don Diego 19&
CAP. L.— Horrendo y espantoso suceso en
los dos amigos 199^
CAP. LI.— Siente don Diego en sus mej<»res
prendas el castigo d^ cielo, y doña Elvira
comienza á gozar de mejor fortuna 20Í
CAP. LII.— Dícese la ocasión de este albo-
roto, concluyendo la historia con la elec-
ción prudente que la concede el cielo á
doña Elvira por galardón y premio de su
perseverancia generosa 205
TABLA DB LOS CAPÍTULOS 421
Pachecos y Palomeques. vquos.
OAP. Lni. — Historia cuarta, sucedida en
Toledo, con el origen j fundamento y anti-
güedad de esta ínclita é imperial ciudad . 209
CAP. LIV.~ Notable historia sucedida en
Toledo 212
OAP. LV. — Oculta con secreto y recato su
padre á la hermosa Laurencia, y prosigue
el caso 215
CAP. LVI.— Procura doña Juana, entendi-
do el empleo del ausencia, divertírsele y
aun desacreditársele 219
OAP. LYII. — Avisa su asistencia & don
Lope Laurencia, ocasionando con su visita
varios sucesos 221
OAP. LVUI.-jResuélvese don Lope al cum-
plimiento del billete, y doña Juana au-
menta en él la pasión de su incendip 225
CAP. LIX. — Intercadencias del amor de
don Lope y otros nuevos sucesos ma-
yores , 228
OAP. LX. — Habíanse doña Juana y den
Lope sin sabiduría de Laurencia 232
CAP. LXL— Prosiguen estos nuevos aman-
tes sus tiernos coloquios, quedando inte-
rrumpidos por un caso notable 236
OAP. LXII. — Don Lope, divertido en sus
amores, falta al recato y seguridad de sus
cosas, con que impensadamente salteadas,
se viene á ver en un mortal peligro 240
OAP. LXIIl. — Ocúltase de sus enemigos
422 CÉSPEDES Y MENESES
FoUos.
don Lope, y ausentes ellos^ vnelve á ver á
su dama 24S
CAP. LXIV.— Laurencia sigue esta misma
noche á doña Juana, y es testigo (escondi-
da) de su amor y conciertos; avisa de ellos
á los dos Palomeques , y en tanto doña
Juana se sale de su casa 24&
CAP. LXV. — Cae doña Juana en poder de
los suyos, y prosigue el cuento 250
CAP. LX VI.— Horrendo y temeroso acaeci-
miento en la prisión de doña Juana, y el
que en el ínterin tuyo la vuelta de su
amante 25B
CAP. LXVII. — Provienen los hermados su
sangrienta venganza y el efecto que tuvo,
etcétera 256
CAP. LXVIII.— Siguen á los amantes los Pa-
lomeques, y el fin trágico de la celosa Lau
rencia 2tK>
CAP. LXIX.— Sabe don Lope la calamidad
de su hacienda y amigos en la ausencia
que hizo de Castilla, y por satisfacción de-
safia á sus contrarios en singular batalla. 263
CAP. LXX.— Tiene don Lope ayuda en el
combate, su suceso y la conclusión de
esta historia 266
^
TABLA DE LOS CAPÍTULOS 423
Sucesos trágicos de Don Enrique
de Silva. goijo»»
CAP. LXXI. — Historia quinta, sucedida en
Lásboa, con el famoso origen, antigüedad
7 fundamento de esta nobilísima ciudad.
Descripción de Lisboa 273
CAP. LXXII.— Principio de la historia 276
CAP. LXXIII. — Origen del amor de don
Enrique 280
CAP. LXXIV. —Inverna nuestra armada'
en Mozambique ; diferencias entre los ca-
pitanes, y otros varios sucesos en la nave-
gación y amor de don Enrique, etc 288
CAP . LXXV. — ^Persuaden con porfía las dos
damas á doña Leonor, y ella declara su úl-
tima voluntad ; 287
CAP. LXXVI.— Llega á salvamento la ar-
mada, y en Lisboa se va más alentando
el enojo y rencor de don Luis Antonio. . . 290
CAP. LXXVII.— Procuran los pariente» de
don Enrique el efecto de su casamiento
aplazado; y él, regido de su nuevo desvelo,
lo dilata cautelosamente 292
CAP. LXXVIII. — Crecen los favores de
doña Leonor hasta verse con don Enri-
que en más estrechos lazos 296
CAP. LXXIX.— Dánse palabra y fe de es-
posos los amantes, y en el ínterin, doña
Clara, impaciente con dilación de su primo,
cae en ana grave enfermedad 29^
CAP. LXXX.— Prosigue cauteloso en su di-
424 CÉSPEDES Y MBNBSBS
Folios.
iaoión don Enrique; apriétales su prima,
y finalmente, aunque tarde, se declara. . . 302
CAP. LXXXI.— Fin lamentable y trágico
en el amor de doña Clara 307
CAP. LXXXII. -Sentimientos de don En-
rique; recelos de su dama, y el suceso no-
table que uno y otro tuvieron 311
CAP. LXXXIIT.— Vénse los dos amantes en
evidente riesgo, y prosigúese el caso con
varios accidentes 814
CAP. LXXXIV. — Presúmese que don Luis
ofendido, haya muerto á su hija, y con ta-
los indicios don Enrique, frenético de
amor, procura su mayor venganza 817
CAP. LXXXV.— Diversos cargos de la jus-
ticia á don Luis Antonio, su satisfacción
y respuesta 321
CAP. LXXXVI.— Sabesu padre de don En-
rique este suceso, y con otro^, en su tanto
mayores , desconfía en el remedio de su hijo 324
CAP. LXXX VII.— Salen de España don En-
rique y su primo; su larga ausencia, y los
acontecimientos de ella 327
CAP. LXXXVIII. — Prosigue la historia,
volviendo después de algunos años don
Enrique á Lisboa 331
CAP. LXXXIX , — Escríbese la traza con
que don Luis Antonio dispuso en aqueste
intermedio parte de su venganza 834
CAP. XC— Concluyese el suceso con el in-
cierto fln de don Enrique • • . > 337
TABLA I>E LOS CAPÍTULOS 425
Los dos Mendozas. foHob.
CAP. XCI.— Historia sexta y última desta
primera parte, god el orig^en, fundamento
y antigüedad de la insigne Villa de Ma-
drid , adonde sucedió . — Descripción de
Madrid 341
CAP. XCII.— Dase principio al cuento pro-
metido, diciéndose quién fué don Alonso
de Mendoza 345
CAP. XCni.^Sabesu esposa la distracción
de aqueste caballero, y procura remediar-
la, y él, sospechoso, venga su injusta có-
lera en un criado de su casa 348
CAP. XCIV. — Desaviénense don Alonso y
sus hijos, y auséotanse á la corte 851
CAP. XCV. — Obras y lucimientos generosos
de los dos hermanos, por cuyos méritos
granjearon el aplauso del pueblo 354
CAP. XCVI.— Descúbrense émulos contra la
virtud de aquestos caballeros, mientras
ellos discurren en sus loables ejercicios. . 857
CAP. XCVII.— Prosigúese el suceso de este
día 360
CAP. XC VIII.— Escríbese el papel de esta
dama y otro semejante accidente para los
dos hermanos 868
CAP. XCIX. — Habla don Fadrique á su
dama, partiendo á Barajas él y don Die-
go; al siguiente día tienen allí varios
acaecimientos 866
CAP. C— Desafío del Marqués y su primo .>
426 CÉSPEDES Y MÍENESES
Folios.
k los dos Mei)dozas y el efecto que hubo. 370
CAP. CI. — Discúrrese en la corte sobre el
caso pasado, quedando los dos Mendozas
en mayor crédito. 374
CAP. ClI. — Nuevo y peregrino suceso en
los dos hermanos 377
CAP. Cni. — Vése don Diego con la hermo-.
sa Hipólita, cuyos favores para siempre
le dejan prendado y más agradecido 381
CAP. Ciy.— Sucédele á don Fadrique, yendo
4 ver á Leonarda, otro notable caso 385
CAP. CV,— Sospechan los desvelos de Hi-
pólita sus padres, é indignados, previenen
la venganza dS8
CAP. CVI. —Portentoso suceso de don Die-
go de Mendoza 391
CAP. CVIl. —Vénse los dos hermanos en un
gran peligro 3%
CAP. C VIII.— Cuéntase el fin de este fraca-
so y lo que más les avino 399
CAP. CIX. — Prosigúese la historia y el va-
lor generoso con que don Diego asiste á
este horrendo espectáculo 403
CAP. ex.— Declárase quién era la dama de
don Fadrique, su desengaño y afición 406
CAP. CXI.— Vuelven á Madrid los dos Men-
dozas y, juntamente con su historia, se da
fin á esta primera parte. 410
FIN
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B8TA PBIMBRA PARTB 8A ACABÓ DB
mPBIXIB BN ZABAQOZA, Á DOS DB JU-
KIO DBL AÑO DB 1628, BN 0A8A DB
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ftlfnuDS de olsoo lilgoae et de
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LIBRO BN GASA DB P. APA-
LATBGUI) Á LOS DIBZ T NUB-
TB Días dbl mbs db abkil
DB MOim
y 7 /
K
OBRAS DE D. EffiUO GOTARELO T MORÍ
El Condb Villamediana . Estudio biográfico
y critico con varias poesías inéditas dd mismo.
Madrid, lb86, en 4.*', 6 ptas.
Tirso db Molina. Investigaciones biobibliogr'á ■
ficas. Madrid, 1898, en 8.^, 3 ptas.
Vida y obbas db Don Enbiqub db Yillbna. Ma-
drid, 1896, en 8.^, 2 ptas.
Estudios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña. I. María Ladvbnant t Quira.ntb^ primera
dama de los teatros de la corte. Madrid, 1896, en
8•^ 2 ptas.
Estudios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña. II. María ddl Rosario Fernándbz {la Ti-
rana). Madrid, 1897, en 8.<>, 3 ptas.
Ikiartb y su época. Obra premiada en público
certamen por la Real Academia Española é impre-
sa á sus expensas. Madrid, 1897, en 4.^ mayor, 15
pesetas.
El supuesto libro de Las Qubrbllas del Bey Don
Alfonso el Sabio. Madrid, 1898, en 4.^ (agotado).
Discurso de ingreso en la Beal Academia Espa-
ñola. Sobre las imitaciones castellanas del Quijote,
(No se ha puesto 4 la venta.)
Don Ramón db la Cruz y sus obras. Ensayo jpij
biográfico y bibliográfico. Madrid, 1899, en 4.®, 20 -r^
pesetas. (Quedan muy pocos ejemplares.)
Cancionbro db Antón db Montoro {ü Ropero
de Córdoba) j poeta del siglo xv, publicado por pri-.
mera vez, con prólogo y notas. Madrid, 1900, en
8.^ 4 ptas.
Juan dbl Encina y los orígenes del teatro espa-
ñol. Madrid, 1901, en 8.^^ (agotado.)
LoPB DB ÉuBDA v él teatro español de su tiempo,
Madrid, 1901, en 8/ (agotado).
Estudios de historia literaria de España, Ma-
drid, 1901, en 8.**, o ptas.
Estudios sobre la historia del arte escénico en Es-
paña, IIJ. Isidoro Máiquez y él teatro de su tiem-
po. Madrid, 1902, en 8.*», 6 ptas.
Cancionero inédito de Juan Alvabbz Gato, poe-
ta madrileño del siglo xv. Madrid, 1901, en 8.®, 2
pesetas.
Lazarillo de Manzanares, Novela española del
siglo XVII, de Juan Cortés db Tolosa. Reimpre-
sión y notas. Madrid, 1901, en 8.% 2 ptas.
Comedia de SepüLveda (del siglo xvi). Ahora por
primera vez publicada: con advertencia y notas.
Madrid, 1901, en 8.*», 2 ptas.
El primer auto sacramental del teatro español y
noticia de su autor El Bachiller Heosnán Lópisz
DB Yanguas. Madrid, 1902, en 4.®
El supuesto casamiento de Almanzor con una
hija de Bermudo II, Madrid, 1903, en 4.^ .
Sobre el origen y desarrollo de la leyenda de los
amantes de Terud. Madrid, 1903, en 4.**
Las armras de los Girones. Madrid, 1903, en 4.®
Teatro español del siglo XVI, Catálogo de piezas
impresas y no conocidas hasta el preserde, Madrid.
1903, ©n 8,**, 1 pta.
Bibliografía de las controversias sobre la licitud
del teatro en España, Obra prem,iada por la BibUo-
teca Nacional é irnpresA á expensas del Estado.
Madrid, 1 904, en 4.^ mayor, 10 ptas.
Efemérides cervantinas^ ó sea resumen cronoló-
gico de la vida de Miqubl db Cb»t antes Saayb-
DRA. Madrid, 1905, en 8.", 6 ptas.
^
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Toxzio ZI
HISTORIAS PEREGRINAS Y EJEMPURES
POB
D. Gonzalo de Céspedes y Meneses
En prensa:
La niña de los embustes:
Teresa de Manzanares
POR
0. Alonso del Castillo Solórzano
■■«•»-
Preparadas:
Novelas de Miguel Moreno y del Alférez don
Baltasar Mateo Velázquez.
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