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Full text of "Colección selecta de antiguas novelas españoles"

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COLECCIÓN  SELECTA 

DE 

Antiguas  Novelas  Espaftoias 


Tomo  I 


Teatro  popular 

(NOVELAS) 

por 

Francisco  de  Lugo  y  Dávila 

Coa  introduceíóii  y  notas  de 

DON  EMILIO  COTARELO  Y   MO}^I 

De  U  Real  Academia  StpajSola 


Madrid,  1906 


PUBLÍCALA  LA 

LIBRERÍA  DE  LA  VIUDA  DE  RICO 
Travesía  del  Arenal,  I-— Madrid 


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COLECCIÓN  SELECTA 

DE 

ANTIGUAS  NOVELAS  ESPAÑOLAS 


TOMO    I 


COLECCIÓN  SELECTA 

DE 

Antiguas  Novelas  Españolas 
Tomo  I 

Teatro  popular 


Francisco  de  Lugo  y  Dávila 

Coa  Intraduccidn  y  notas  ds 

DON   EMILIO   COTARELO   Y    MORÍ 

De  Is  Real  AcademU  Española 


;  lo  1906  " 


IMPSENTA  DB  P.  APALATBGUI,  POZAS, 


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Pkóloqo  OBL  BDITOB T 

Portada  de  las  novelas 1 

Tasa  y  demás  ptelimiiiai-SB 3 

Dedicatoria 10 

A  los  lectores 12 

Prohemio  al  lector 13 

Títnloe  de  las  novelas , , . ,  17 

Xatrodncoión  de  laa  aovelaa 19 

Novela         I-  Escarmentar  en  cabeza  ajena,  29 

t             n.  Premiado  el  amor  constante. .  78 

>  III.  Da  laa  dos  Ketmanas 107 

IV,  De  la  hermanía 139 

>  T,  Cada  uno  hace  como  quien  ea.  168 
•          VI.  Del  médico  de  Cádiz 176 

>  VIL  Del  andrógino 191 

VIII.  De  la  inventad 271 

Notaa 815 


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ñB  ACABÓ  DB  lUPBlinR  BBTB 
LIBRO  BN  OABA  OBI  P.  APA- 
LATBOtlI,  í  LOa  VaiMTIOUA- 
TSO  DÍAS  DBI.  UBB  DB  UASZO 
DD  HOMTI 


ROXjOOO 


L 


A  publicación  de  una  serie  de  escogidas 
novelas  antiguas  y  raras  españolas  cons- 
tituye un  suceso  tiempo  ha  muy  deseado  de 
los  aficionados  á  nuestra  literatura  y  aman- 
tes de  su  mayor  y  debido  realce. 

Depués  que  la  infatigable  constancia  de 
los  modernos  bibliógrafos  ha  extraído  de  los 
más  oscuros  rincones  de  viejos  archivos  y 
librerías  tantos  y  tan  preciosos  tomitos  de 
narraciones  uQvelescas  que  divirtieron  los 
ocios  de  nuestros  antepasados,  vióse  clara- 
mente la  grande  importancia  que  logra  este 
género  en  la  historia  de  nuestras  letras, 
cosa  que  ni  aun  en  los.  primeros  cincuenta 
años  del  siglo  xix  pudo  conocerse  con  exac- 


VI  PRÓLOCU 

títnd  por  la  increíble  escasez  de  tales  obras. 

La  imprenta  del  siglo  zviii  había  repe- 
tido con  no  macha  frecnencia  las  más  fa- 
mosas, que  fueron  justamente  las  que,  una 
vez  más,  reprodujo  la  antigua  y  célebre 
Biblioteca  de  Autores  Españoles.  Pero  cen- 
tenares de  ellas  quedaron  tan  desconocidas  ' 
como  antes,  á  pesar  de  qne  la  inteligente 
curiosidad  de  un  librero  madrileño,  D.  Pe- 
dro José  Alonso  y  Padilla,  había,  á  los  co- 
mienzos de  aquel  siglo,  reimpreso  algunas, 
que  ya  en  su  tiempo,  como  asegura,  eran 
muy  escasas. 

La  rareza  de  las  demás  continuó  siendo 
tal,  que  de  muchas  no  se  conocen  más  que 
uno  ó  dos  ejemplares,  famosos  por  haber 
pertenecido  á  los  bibliófilos  G^allardo,  Sóhl 
de  Paber,  Maestre,  Salva,  Duran,  Gayan- 
gos,  etc.,  y  cuya  gran  mayoría  ha  venido, 
al  fin,  ¿  parar  á  nuestra  Biblioteca  Nacio- 
nal ,  inmenso  océano ,  por  decirlo  así,  que 
recibió  el  tributo  de  estos  y  otros  menos 
caudalosos  ríos  de  la  bibliografía  nacional. 

Que  el  valor  histórico  y  estético  de  nues- 
tr-a  vieja  novela  del  siglo  xvii  (hablo  de  la 
no  conocida,  dejando  á  nn  lado  á  Cervantes, 
Alemán,  espinel,  Yélez,  Pérez  de  Hita  y 


\ 


PRÓLOGO  \U 

demás  harto  célebres)  está  en  relación  con 
su  número,  es  cosa  que  ya  la  crítica  ilus- 
trada ha  reconocido.  Divulgar,  pues,  su 
perfecto  conocimiento  y  facilitar  su  estudio 
con  la  publicación  de  estos  rarísimos  tex- 
tos, parece  ser,  por  consecuencia  lógica, 
obra  conveniente  y  provechosa. 

Solamente  los  poco  sabidos  juzgarán  em- 
presa redundante  la  que  el  editor  intenta, 
toda  vez  que  la  Nueva  Biblioteca  de  Autores 
Españoles  promete,  j  lo  realizará,  dar  una 
buena  colección  de  nuestros  antiguos  nove- 
listas no  incluidos  en  la  de  E>ivadeneyra. 
Y  muestra  de  lo  que  en  tal  materia  ha  de 
hacer,  es,  desde  luego,  la  portentosa  Histo- 
ria de  los  orígenes  y  desarrollo  de  la  novela 
española  anterior  á  Cervantes,  última  y  es- 
tupenda manifestación  del  genio  de  la  eru- 
dición y  de  la  crítica,  más  fecundas  y  bien- 
hechoras, encarnado  enMenéndez  y  Pelayo, 
incomparable  maestro,  orgullo  de  su  pa- 
tria, cuya  gloria  literaria  le  debe  á  él  solo 
más  que  á  todos  los  que  le  han  precedido 
en  la  noble  y  patriótica  tarea  de  difundirla 
y  hacerla  reconocer  por  el  mundo  entero. 

Pero  el  campo  de  la  novela  española  es, 
como  otros  de  nuestra  literatura,  tan  vasto 


y  variado,  que  todos  podemos  en  él  mo- 
vernos con  desembarazo  y  trabajar  con 
provecho  y  novedad,  ya  publicando  textos 
diversos,  ya  escudriñando  las  vidas  délos 
autores,  punto  descuidadísimo  en  la  histo- 
ria de  las  hispanas  letras,  ó  ya  contem- 
plando bajo  aspectos  y  con  fines  distintos 
estas  producciones  del  ingenio. 

¿Qué  utilidades  no  pueden  obtenerse,  así 
para  la  histoxia  de  las  costumbres  naciona- 
les, en  sus  mil  ramificaciones,  como  para  el 
estudio  interno  del  idioma  en  la  novela  de 
menos  valor  estético  y,  por  tanto,  conde- 
nada á  no  figurar  en  una  colección  de  tex- 
tos escogidos  de  buen  decir?  ¿Cómo  no  ad- 
mirarse ante  el  poderoso  ingenio  de  nues- 
tros autores  de  la  grande  época  _que,  ur- 
diendo un  complicadísimo  enredo, salpicado 
de  aventuras  extrañas  y  episodios  inespera- 
dos, sabían  conducirlo  con  hábil  y  seguro 
paso  y  desenlazarlo  con  natural  maestría, 
siquiera  los  primores  y  elegancias  del  estilo 
no  correspondan  á  veces  igualmente  á  esta 
fuerza  creadora? 

En  algunos,  la  precipitación  con  que  es- 
cribían, y  en  otros  el  deseo  de  hacerlo  me- 
jor, cayendo  por  ello  en  los  vicios  del  cuite- 


PRÓLOGO  IX 


ranismo  ó  del  conceptismo,  deslucen,  es 
verdad,  varias  de  estas  obras.  Pero  no  se 
crea  en  la  frecuencia  del  caso ;  porque 
otras,  y  en  número  infinitamente  mayor, 
están  libres  de  tales  defectos  y  encierran  un 
lenguaje  más  ó  menos  elegante  y  escogido, 
pero  siempre  claro,  castizo  y  adecuado  á  la 
narración  y  asuntos  en  que  se  emplea. 

No  vamos  aquí  á  juzgar  ni  en  conjunto 
ni  siquiera  en  series  ó  grupos  el  riquísimo 
y  complejo  tesoro  novelístico,  que  eso  se 
queda  para  el  que  ha  de  trazar  su  historia 
compjeta.  Tampoco  entraremos  en  por- 
menores sobre  el  origen  y  nacimiento  de 
nuestra  novela,  acerca  de  lo  cual  remitimos 
al  curioso  al  referido  y  admirable  tomo  del 
Sr.  Menóndez  y  Pelayo;  nuestro  papel  está 
reducido  á  introducir  con  el  leyente  el  inge- 
nio autor  del  libro  que  tiene  ya  en  las  ma- 
nos, y  hacer  algunas  observaciones  sobre 
este  último. 


If 


y  -      >■ 


PRÓLOGO 


n 


Don  Fbancisco  de  Lugo  y  Dávila,  ó  Dá- 
vila  y  Lugo,  pues  aún  no  estamos  seguros 
sobre  el  verdadero  orden  de  sus  apellidos(l), 
fué  un  caballero  de  origen  a  búlense  por  una 
rama  y  canario  por  la  otra,  que  nació  en 
Madrid  algo  antes  de  expirar  el  siglo  xvi. 

Su  familia,  si  era  ilustre  por  sangre,  no 

(1)  Las  nutrias  personales  que  tenemos  de  Lngo  y 
Dávila  son  muy  escasas.  Don  Nicolás  Antonio  sólo 
dice  lo  siguiente: 

«D.  Fbasciscus  9b  Lugo  et  Avila,  Matritensis, 
Americanae  provinciae  de  Ghiapa  olim  praetor,  huma- 
niorum  literarum  historiaeque  peritus,  lusit  olim: 

Novelas,  McUriti,  1622,  in  8.  Deinde  scripsit: 

Réplicas  á  las  Proposiciones  de  Gerardo  Basso,  quae 
de  re  monetaria  sunt. 

Expectari  a  sejam  diu  fecit  librum  De  la  Nobleza 
exemplificada  en  el  linaje  de  Lugo* 

In  vivis  erat  anno  M.DG.LIX.  Matriti»  (Nic.  Ajtt, 
Nova,  I,  439). 

Alvarez  y  Baena,  que  le  consagra  un  artículo  en  sos 
Hijos  ilustres  de  Mckdrid  (II,  197),  dice  que  «es  uno  de 
los  sujetos  de  quien  no  he  podido  alcanzar  noticias 
muy  puntuales». 

Bespecto  del  orden  de  sus  apellidos,  advertiremos 
que  su  hermano,  D.  Dionisio,  se  £rma  dos  veces  en  los 


PRÓLOGO  XI 


debía  de  gozar  igual  ventaja  en  cuanto  á 
bienes  de  fortuna,  pues  la  vemos  constituida 
bajo  cierta  dependencia  de  la  casa  de  Car* 
denas.  Don  Dionisio  Dávila  j  Lugo,  her- 
mano de  D.  Francisco,  en  la  dedicatoria 
que  precede  á  las  novelas,  dice  que  su  refe- 
rido hermano  había  sido  criado  de  don 
Jorge  de  Cárdenas,  cuarto  duque  de  Maque- 
da,  y  añade  estas  curiosas  palabras:  «bien 
que  no  es  nuevo  en  la  casa  de  V.  E.  que  su- 
cedamos los  hijos  á  nuestros  padres  y  abue- 
los en  su  servicio  y  vivamos  todos  á  la  som- 
bra de  su  magnánima  protección». 

Esto  no  debe,  sin  embargo,  entenderse  en 
un  sentido  material.  Eran  en  aquella  época 


preliminares  de  las  novelas  de  su  hermano  «Dávila  j 
Lugo»;  por  más  que,  por  errata,  en  el  presente  tomo  se 
hayan  impreso  al  revés:  «Lugo  y  Dávila.» 

£1  mismo  D.  Francisco  usó  primero  el  Dámla  en 
alguna  obra  que  imprimió  años  adelante,  como  ve- 
remos. En  esta  última  forma  le  menciona  Gerardo  Er- 
nesto de  Franckenau,  ó  sea  D.  Juan  Lucas  Cortés,  en 
su  Biblioteca  Heráldica  (página  124).  Sin  embargo,  don 
Francisco  estimaba  en  mucho  su  apellido  Lugo,  de 
cuyo  linaje  escribió  extensamente,  y  hasta  en  un 
pequeño  bosquejo  acerca  de  Santo  Domingo  de  Guz- 
mán  tuvo  cuidado  de  especificar  que  también  le  co- 
respondia  aquel  apellido.  Los  Lugos  eran  procedentes 
de  las  islas  Canarias. 


ido8  de  la  casa  de  los  graades,  no  sólo 
que  prestaban  los  servicios  más  ínfimos, 
)  todos  los  que  gozaban  sueldo  ó  tiraban 
Bs  por  acompañar  al  magnate  á  cier- 
horas  del  día,  ó  les  servían  de  secreta- 
I  ú  otro  cargo  de  distinción.  Así,  se  veían 
re  ellos  muchos  que  ostentaban  en  su 
ho  las  rojas  cruces  de  Santiago  ó  Cala- 
ra. 

>e  esta  clase  debieron  de  ser  los  servicios 
nuestro  D.  Francisco,  y  probableraen- 
u  hermano,  prestaban  en  casa  del  duque 
Jorge,  en  quien  subió  la  casa  á  su  mayor 
ira,  pues  no  sólo  heredó  á  su  padre,  el 
n  J).  Bemardino  de  Cárdenas,  virrey 
Sicilia,  sino  toda  la  casa  de  Nájera,  cuya 
pietaria,  doña  Luisa  Manrique,  quinta 
uesa  de  Nájera,  fué  su  madre, 
'or  su  parte,  D,  Jorge  era  el  tipo  de 
ella  nobleza  disipada,  fastuosa  y  alegan- 
;tue,  saliendo  de  la  sujacién  en  que  dti- 
te  su  vida  la  tuvo  el  severo  Felipe  II,  se 
oipitó  briosa,  aventurera  y  siempre  va- 
.te  en  toda  clase  de  locuras,  en  los  man- 
militares  de  tierra  y  mar,  en  los  gobier- 
y  virreinatos  de  ItaMa,  Flandes  y  Amó- 
i  y  hasta  en  la  misma  corte  de  los  reyes 


PRÓLOGO  xm 

Felipe  m  y  Felipe  IV.  En  comprobación, 
véanse  las  noticias  que  al  final  damos  de 
este  mismo  duque  de  Maqueda. 

Don  Francisco  de  Lugo  hizo  estudios 
muy  profundos  en  toda  clase  de  letras  hu- 
manas, de  que  dan  harta  muestra  las  nove* 
las  que  siguen.  Debió  de  seguir  también  la 
carrera  de  jurisprudencia,  fundamento  del 
cargo  honroso  é  importante  que  tal  vez  le 
granjearía  su  Mecenas  por  los  años  de  1621, 
cual  era  el  de  gobernador  de  la  provincia  de 
Chiapa,  en  el  virreinato  americano  de 
Nueva  España. 

Hallábase  ya  desempeñando  el  puesto  en 
1622,  cuando  su  hermano,  D.  Dionisio,  pu- 
blicó las  Novelas,  y  debía  de  ser  reciente  su 
marcha,  pues  en  tal  concepto,  alude  á  ella 
Alonso  Jerónimo  de  Salas  Barbadillo,  muy 
afecto  á  Lugo,  en  la  silva  que  se  estampa 
más  adelante,  al  decir  que  todavía  llora 
Manzanares  la  ausencia  del  novelista 

trasladado  á  las  últimas  regiones, 

en  mal  seguro  leño  conducido, 

á  ser  prodigio  á  bárbaras  naciones. 

La  residencia  en  Méjico  de  D.  Francisco 
de  Lugo  debió  de  prolongarse  unos  diez 
años.  Parece  que  en  1632  se  hallaba  ya  en 


PRÓLOGO  XV 

laboró  en  este  libro  nuestro  novelista  con 
una  canción  real  á  Santo  Domingo,  llamán- 
dose en  el  encabezado  «Dávila  y  Lugo».  Y 
con  el  título  de  «El  gobernador  D.  Francis- 
co Dávila  y  Lugo»  estampó  también  en  los 
preliminares  de  él  un  elogio  en  prosa  del 
colector  don  José  de  Miranda;  tema  que  le 
da  pie  para  lucir  su  erudición,  discurriendo 
sobre  el  hecho  de  componer  versos  sacros  ó 
dirigidos  á  los  dioses  entre  griegos  y  lati- 
nos; los  de  tal  carácter  escritos  por  los  he- 
breos y  los  poetas  cristiano-latinos,  en  es- 
pecial españoles,  como  Prudencio  y  Ju- 
venco. 

Después  de  la  referida  fecha  sólo  sa- 
bemos, porque  así  lo  afirma  D.  Nicolás  An- 
tonio, que  Lugo  vivía  aún  en  1659. 


al  nohilisnmo  señor  D,  Femando  \  de  Fonseca  JRuiz  de 
Contreraa,  Marques  de  Lapilla,,,  |  D,  Joseph  de  Miran- 
da y  la  Cotera.  I  Con  privilegio,  |  En  Madrid:  Por  Diego 
JHaz  de  la  Carrera.  |  Año  de  M.DCLVII, 

4,^,  28  h.  prels.,  204  foliadas.  Al  £n  repite  las  señas 
de  impresión.  Son  versos  escritos  por  80  ingenios: 
Cubillo,  Baeza,  Dávila  y  LugOy  una  canción  real  á 
Santo  Domingo,  Godínez,  Bocángel,  D,  Juan  Yélez, 
D.  Francisco  Bernardo  de  Qnirós,  D.  Vicente  Sná- 
rez,  etc. 

El  Privilegio  es  de  Í9  de  Febrero  de  1657;  la  Tasa  de 
20  de  ídem. 


PKÓLOGO  XVU 

Lugo,  con  grandes  noticias  de  la  antigüe- 
dad, nobleza  y  casamientos  desta  familia, 
comprobándolo  con  papeles  de  mucho  cré- 
dito y  con  escrituras  auténticas.» 

Rodrigo  Méndez  Silva  la  cita  también, 
aunque  equivocando  el  título  (Nobleza  ex- 
plicada  en  el  linaje  de  Lugo),  añadiendo  que 
entonces  la  tenia  para  dar  á  la  estampa 
(Hazañas  del  capitán  Céspedes,  folio  143). 

Conocióla  asimismo  D.  Nicolás  Antonio 
cono  hemos  visto,  y  por  último,  D.  Juan 
Lucas  Cortés ;  quien  se  lamenta  de  que  en  su 
tiempo  aún  no  se  hubiese  dado  al  público  (1). 
Desde  entonces  ha  desaparecido,  pues  ni 
aun  los  especialistas  de  estos  estudios,  si 
bien  la  citan,  han  logrado  verla  (2.) 

En  1649  imprimió  D.  Francisco  un  bos- 
quejo histórico  acerca  de  la  familia  de  los 
Marqueses  de  Rivas,  con  el  título  de  Origen 


(1)  *Mer%to  avJtem  dolendumhistoriam  istam  av£x8ÓTT]v 
adhuc  in  scriniis  delitescere  curioaorum* ,  (Franckenau: 
Ob,  cüj 

(2)  Por  ejemplo,  D.  Francisco  Fernández  Bethen- 
court,  en  su  grande  Historia  genealógica  de  la  monar" 
quia  éapafiola,  tomo  I,  página  160,  que  la  menciona  con 
el  titulo  de  JSlogio  y  corolario  de  las  armas  y  genealogía 
de  los  Lugos f  que  quizá  también  llevó  ó  le  darla  algu- 
no de  sus  tiltimos  poseedores. 

TEATRO    POPULAR  H 


ran  casa  ds  Saavedra,  c^oe  oLtfW-Con. 
o  D.  José-de  Fslliecr,  <iu«:trBÍiii.luago 
oo  asunto,  y  P.  Lnia  do  Salaasc  y 

paso  también  an  panegírica  oon  el 
l^-Mogio  de  Don  Gaspar  dñ' SeyaaSf 
cdloe  y  Engo\  qira  se  imprimiió  al 
tío  del  libro  d^  prapio  B.  &amfvif 
<i  (jitrúna  de  espmae  de  Ghititts.  Ba- 
miestro, como  oiGimA^cromstiaificay 
6h  la  Gándara  en  sa.  Nobilim'iS'  de 
;  (páginas  308'  y  668)  y  roGnerdanl 
tenau  y  AlrEvrez  y  Baena. 


PRÓLOGO  XIX 


IV 


Aunque  no  sea  rigurosaü9ieaQ.ttt  exadao  qne 
Oerv&xites  (joomo  él  profio  afirma)  iiaya 
Bidx>  «rl  fErkneEco  que  novelase  á  la  itaíianu 
en  aoBstro  idOíOiEra,  lo  onaü  «n  si  mismo  no 
serría  nin  ^x»n  mérito^  es  m.ny  cderto  qme  .sn 
genio  de  naxosador  ori^nal  é  independiente 
Mzo  cosa  .mucJoo  mejor,  que  fué  acomodar 
á  las  «ostamJbres  y^sto  de  España  aquellas 
i)rwes  noi^elas  en  que^  desde  el  Bocoaocio, 
taxtto  ¿sabían  sobresalido  los  cuentistas  ita- 
liuiin,  sobre  todo  los  del  soglo  xyi. 

^ada  derben  á  Jrtali&,  ni  aun  hay  cpi  faite 
-cfHat  «que  bb  pmeda  igualar  con  aquellos  pri*- 
moxTosos  «cuagiros  de  costumbres  que  farniaa 
ÍM  Qitaniüa,  La,  üu^re  fregena^  Rinconete 
y  iJfMüd&lo,  J^  cdoio  extremeí^y  ni  el  m- 
oeaapaviable  iJoloqui^  de  los  perrm  Oiftón  g 
Bergmwaa.  Xia  que  Cervanl^s  -m.  esta  y  ^tortí 
dase  de  obm  Jsa  kechO;  más  que  imitar  :dí 
adaptar,  ee  ^stoar  7  £  jar  un  género  literario 
yaniaiaddlaiclB^gaiBcáuamefite  nacional,  qaa 
Beneldd^  á  la»  másmas  leyee  intonus^s  7  ecneta?- 


cíales  de  nuestro  glorioso  teatro,  y  ain  más 
diferencia  que  la  de  adoptar  la  forma  narra- 
tiva y  el  lenguaje  prosaico,  había  de  ence- 
rrar con  él  la  expresión  máa  completa  de  la 
rida  intelectual  de  Espalla  en  el  periodo  de 
sn  mayor  grandeza. 

Uno  de  los  primeros  discípnlos  é  imitado- 
res de  Cervantes  en  este  linaje  de  obras  fué 
D .  Francisco  de  Lngo  y  Dávíla.  No  habían 
transcurrido  siete  afloa  de  la  publicación  de 
las  Novelas  ejemplares,  cuando  nuestro 
autor,  para  entretener  loe  forzados  y  largos 
ocios  de  su  residencia  en  una  aldea  por  un 
tiempo  que  no  consta,  comenzó  á  borrajear 
su  Teatro  popular,  al  que  dio  fin  hacia  1620. 

Cuando  pensaba  en  darlo  á  la  luz  pública 
sorprendióle  su  nombramiento  para  el  go- 
bierno de  Chiapa;  pero  entonces  fué  su  her- 
mano D.  Dionisio  quien,  animado  y  favo- 
recido por  los  muchos  amigos  que  aquí  se 
había  granjeado  el  ausente  D.  Francisco, 
algunos  muy  conocidos  literatos,  como  Se- 
bastián Francisco  de  Medrano,  Montalbán, 
Francia  y  Acosta  y  Salas  Barbadillo,  entre- 
gó á  la  imprenta  el  mannscrito.  Salió  á  luz 
en  Madrid  en  1622,  á  expensas  del  librero 
Alonso  Pérez,  padre  del  doctor  Juan  Pérez 


PRÓLOGO  ^Xk 

deMontalbán,  que  acabamos  de  nombrar,  y 
bajo  la  protección  del  caarto  duque  de  Ma- 
queda  (1). 

Dióle  el  autor  el  título  algo  extraño  de 
Teatro  popular^  en  cuanto  abraza  diversos 
hechos  y  episodios  comunes  á  toda  clase  de 
gentes  aun  de  la  más  abatida;  pero  ofrece 
en  una  segunda  parte  pintar,  no  lo  común 
del  pueblo,  sino  «lo  superior,  con  la  imita- 
ción trágica;  esto  se  entiende,  según  Aris- 
tóteles, las  acciones  graves  de  los  príncipes 
dignos  del  coturno  de  Sófocles».  No  consta 
que  haya  puesto  mano  á  semejante  obra. 

En  la  presente  se  propuso,  como  expresa 
claramente,  inducir  ó  mover  al  lector  al 
destierro  del  vicio  y  al  amor  de  la  virtud. 
Pero  esto  es  lo  que  no  resulta,  al  menos 
evidentemente,  de  las  presentes  historias. 
£n  la  época  en  que  Lugo  escribía  la  moral 
aplicada  no  se  entendía  de  un  modo  tan 
preciso  y  concreto  como  hoy;  no  era  nece- 

(1)  El  yolumen  es  en  8.°,  de  220  hojas,  aunque  la  fo- 
liación está  equivocada,  y  con  las  signaturas,  aparte 
de  los  preliminares,  A-Cc.  Después  de  la  portada,  de 
que  se  le  ha  proourado  dar  idea  en  la  página  4  de  este 
tomo,  siguen  la  vuelta  en  blanco,  Tasa,  Erratas  y  de- 
más preliminares  que  hemos  reproducido;  Texto,  Co- 
lofón final  y  vuelta  en  blanco. 


L  fíel,  sino  la  Terosímil,  la 
tes,  según  el  cambio  de  po- 
sonajes,  el  estilo  y  lenguaje 
uno  y  demás  preceptos  tuI- 
os  autoras,  citando  sólo  de 
listas  griegos  ó  bizantinos 
liles  Tacio,  á  los  italianos  y 
rvantes  y  Céspedes  y  Mene- 
Historias   trágicas   de    este 

que  Lugo  y  Divüa  es  imi- 
.tes;  y  aunque  esto  resultará 
runas  notas  que  ponemos  al 
bemos  aquí  advertir  que  no 
.  y  estructnra  de  sus  novelas 
iquel  insigne  modelo,  sino 

algunos  temas  ó  argumen- 
.0  en  la  titulada  El  Andró- 
no  poca  semejanza  con  SI 
j,  y  en  La  Hermania,  que  es 

Rinconete  y  Cortadillo.  La 
ííiíuii  tiene  parcial  semejaa- 
íí  Cornelia,  y  en  algunos  in- 
lee  también  Cada  uno  hace 

Curioso  impertinente,  nove- 
el  Quijote. 


TEATRO 

POPULAR 

NOVELAS  MORALES 

para  mostrar  los  géneros  de  vidas 

del  pueblo,  y  afectos,  costumbres,  y 

passiones  del  ánimo,  co  aproue- 

chamiento  para  todas 


personas 


Al  Exmo  Señor  Don  Jorge  de  Cárdenas,  Man- 
rique de  Lara,  Duque  de  Maqueda,  Marqués 
de  Elche,  Barón  de  Planes,  Conde  de  Valencia, 

Conde  de  Treviño,  &. 

POR 

D .  Francisco  de  Lugo  y  DA vila 


En  Madrid^  Por  la  viuda  de 
Fernando    Correa    Montenegro 


Año  M.DC.XXII. 
A  costa  de  Alonso  Pérez. 


TASA 

Yo  Diego  González  de  Villarrobl,  Escriba- 
no de  Cámara  de  Su  Majestad,  de  los  que  en  su 
C!onsejo  residen, 

DOY  FE:  Que  habiéndose  visto  por  los  señores 
del  un  libro  intitulado  Teatro  Popular,  de  ocho 
novelas,  compuesto  por  Don  Francisco  de  Lugo, 
que  con  licencia  ¿e  los  dichos  Señores  fué  impreso, 
tasaron  cada  pliego  de  los  del  dicho  libro  á  cuatro 
maravedís  y  á  este  precio  mandaron  se  venda  y 
no  á  más,  y  que  otra  tasa  se  ponga  al  principio  de 
cada  Libro  de  los  que  se  imprimieren.  En  Madrid 
á  treinta  y  uno  de  Mayo  de  mil  seiscientos  y  vein- 
te y  dos  años. 

Diego  González  de  Villarroel. 


APROBACIÓN 

He  visto  este  libro  intitulado  Teatro  Popular, 
que  ha  compuesto  Don  Francisco  de  Lugo,  y  no 
hallo  en  él  cosa  que  contradiga  á  nuestra  fé  ni  á 
las  buenas  costumbres^  antes  me  parece  á  propósi- 
to y  á  provecho  su  lección^  para  aprender  de  sus 


TBATRO  POPULAR 


DECIMA  DEL  LICENCÍADO 

FELIPE  BERNARDO  DEL  CASTILLO,  AL  AUTOR 

No  ausente,  presente  siento 
lo  ocnlto  y  grave  enseñáis; 
no  os  fnisteis,  pues  nos  dejáis 
parte  del  entendimiento. 
De  vuestro  hermano  el  intento, 
Dov  Fbihgisco,  se  ha  logrado; 
¿  España  y  al  mundo  ha  dado, 
con  vuestros  doctos  escritos, 
emulación  á  inñnitos, 
y  él,  por  vos,  se  ha  eternizado. 


DE  SEBASTIAN  FRANCISCO  DE  MEDRANO 

AL  AUTOR 

Romance, 

Despliegue  al  viento  las  alas, 
anime  la  fama  el  bronce, 
sin  que  se  oculte  á  su  aliento 
lo  más  remoto  del  orbe. 

Mármoles,  Francisco  insigne, 
produzca  Paros  qUe  formen 
ik  vuestro  retrato  estatuas, 
^  á  la  envidia  admiraciones. 


nombro 


Pebo 

s,  que  libres 


.drid, 
ine. 


sifcloi 
ombren 


TEATRO    FOPÜLAR 


DECIMA  DEL  LICENCIADO 

JUAN  FáRBZ  DB  HONTALBÁN^  AL  AUTOR 

FsANCíSco,  en  cuanto  escribís, 
tan  universal  habláis, 
que  divirtiendo  enseñáis, 
y  enseñando  divertís; 
los  dos  fines  conseguís, 
y  asi  las  gracias  os  dan 
cuantos  advirtiendo  están, 
que  os  prometéis  generoso, 
maestro  en  lo  sentencioso,    - 
y  discreto  en  lo  galán. 


DE  FEANCISCO  DE  FRANCIA  Y  ACOSTA 

AL  AUTOR 

Soneto. 

Este  Teatro  insigne,  que  aun  acepto 
del  pecho  vendrá  á  ser  más  envidioso, 
fábrica  es,  ¡oh  Luao  prodigioso  I, 
que  desmaya  al  más  célebre  arquitecto. 

Intitulado  aquí  su  autor  perfecto, 
indicio  es  á  toda  vista  ocioso^ 
que  leído  lo  docto,  lo  ingenioso, 
la  causa  se  verá  por  el  efecto. 

Efecto  tal,  que  asi  cual  al  Troyano 
rescatan  de  flamígeros  absombros, 
manos  no  menos,  que  obligadas  pías. 

Bien  como  á  padre,  joh  grande  honor  Hispano!, 
ha  de  librarte  en  sus  valientes  hombros 
de  las  voraces  llamas  de  los  días. 


TEATRO   POPULAR 


velos  de  plata  al  viento, 

halla  en  Jarama  túmnlo  sonoro, 

á  donde  muere  en  paz  tan  deleitosa 

que,  en  su  misma  harmonía, 

exequias  gratas  hace  á  su  dichosa, 

bien  que  temprana  muerte, 

con  que  te  debe  á  timas  alta  suerte. 

Tú,  pues,  de  estos  aplausos  animado, 

de  Apolo  volverás  á  la  palestra, 

á  ganar  nuevos  triunfos  y  blasones; 

así  satisfarás  nuestros  deseos, 

que  en  tú  luz  encendidos, 

con  gloriosos  empleos, 

de  una  ambición  gallarda  suspendidos, 

más  obras  solicitan, 

y  más  flores  esperan 

de  ingenio  tan  feliz,  tan  fructuoso. 

Por  eso  consagramos  á  los  cielos 

sacri&cios  y  votos, 

y  tu  restitución  también  pedimos 

los  que  con  otros  ojos  merecimos 

comunicarte  y  verte : 

vuelve  á  pesar  de  la  inconstante  suerte; 

y  el  piélago  profundo, 

parto  raro  y  monstruoso 

de  aq[uel  caos  que  fué  cárcel  del  mundo, 

ya  ameno  y  deleitoso, 

con  sus  vientos  halague  y  facilite 

de  sus  ondas  el  paso 

á  la  dichosa  nave, 

que,  siendo  alada  imagen  del  Pegaso, 

traer  merezca  en  ti  peso  suave 

al  puerto,  que  te  espera; 

donde  obediente,  el  mar  soberbio  humilla 

las  olas  que  son  juego  de  su  orilla. 


I A  .ai  ^ 


TEATRO    POPULAR  *  11 


esperanzas  de  igualarse  á  su  padre  en  merecerle 
por  dueño,  pues  no  es  nuevo  en  la  grandeza  de  la 
casa  de  Y.  Excelencia  que  sucedamos  los  hijos  á 
nuestros  padres  y  abuelos  en  su  servicio  y  vivamos 
todos  á  la  sombra  de  su  magnánima  protección. 
Guarde  N.  Señor  la  persona  de  V.  Excelencia  con 
la  felicidad  que  Sus  criados  deseamos  y  hemos  me- 
nester. 
De  Madrid,  á  3  de  Junio  de  1622  años. 

Don  Dionisio  db  Lugo  y  Dávila. 


DON  FRANCISCO  DE  LUGO  Y  DÁVILA 

PROEMIO   AL  LECTOR 

Declárase  él  intento  con  que  se  ha  escrito  este  libro. 

Según  están  depravados  los  ánimos  de  los  koni' 
bres,  inclinados  á  las  cosas  terrenas,  vemos  cum- 
plidas la  profecía  de  S.  Pablo,  en  la  segunda  Epís- 
tola escrita  á  Timoteo,  capítulo  cuarto:  «porque  ya 
apartan  los  oidos  de  la  verdad  y  se  convierten  á 
las  fábulas»,  y  Santo  Tomás:   «No  quieren  oir  lo 
útil,  sino  lo  curioso».  Antiguamente,  la  rudeza  de 
los  ingenios  de  aquellos  primitivos  hombres  que 
habitaron  la  tierra  después  del  diluvio,  obligó  á  los 
sabios  á  dar  principio  á  las  fábulas,  y  á  esta  causa, 
dice  G-elio,  en  su  libro  segundo,  era  costumbre  de 
los  filósofos,  para  atraer  á  sí  los  ánimos  rebeldes, 
usar  de  blanduras  artificiosas;  y,  como  enseña  Ano- 
nimio,  en  sus  Semejanzas^  de  la  manera  que  Demó- 
crates  médico,  para  curar  una  mujer,  que  rehusaba 
cualquier  medicamento,  áspero  al  gusto,  la  dio  á 
beber  leche  de  cabras  que  habían  pacido  lantiscos, 
así  á  aquellos  que  huyen  y  aborrecen  los  preceptos 
de  la  filosofía  se  les  proponen  fábulas  amenas;  pero 
lo  que  en  la  antigüedad  enseñó  la  rudeza,  enseña 
^oy  la  milicia,  que,  según  Cornelio  (sobre  el  lugar 
citado  de  San  Pablo),  no  buscan  para  sí  los  hombres 


Lterdan  con  las  palabras  y  corten  ¿ 
ino  que  los  balaguen. 
ura  es  menester  para  que  se  ape- 
ireceptoB  de  la.  filosofia  moral,  tan 
lici&a,  para  curarse  los  afectos  y 
imo  desengañando  al  pueblo  y  re- 
u3  errores;  que  no  es  otra  cosa  una 
un  teatro  donde  siempre  están  re- 
mirables  sncesos,  útiles  los  unos 
útiles  los  otros  para  buirlos  y  abo- 
lausa  (lector)  me  dio  ¿nimo  de  po- 
la represen  tac  ion  popular  de  este 
ime  para  acertar  de  las  reglas  y 
ito  Tomás  '(Episf-,  I,  ad  Timo.,  ca- 
cujas palabras  incluyen,  á  mi  jui- 
cialy  curioBO  de  esta  materia.  »La 
;án  el  filósofo,  es  compuesta  de  lo 
Bron  inventadas  al  principio,  como 
m  su  Poética,  porque  la  intención 
ara  inducir  y  mover  para  adquirir 
vitar  los  vicios*;  y  da  la  causa  de 
endo:  «Con  las  simples  representa- 
inducen  y  mueven  que  con  las  ra- 
en lo  admirable,  bien  representa- 
íctación;  porque  la  razón  se  deleita 
ión>  (y  da  el  ejemplo). 
El  que  la  delectación  en  los  becbos  es 
en  la  representación  con  las  pala- 
la  f&bula;  conviene  á  saber,  dicho 
'epresenta,  y  la  representación  que 
a  cosa;  por  lo  cnal  los  antiguos  te- 
omodadas  con  algunos  casos  verda- 
as   fábulas  ocultaban  la  verdad»  (y 


TEAIRO    POPULAR  15 


añade):  «Dos  cosas,  en  conclusión,  ha  de  tener  la 
fábula:  esto  es,  que  contenga  en  sí  verdadero  sen- 
tido y  que  represente  algo  útil  y  que  conmueva 
aquello  con  la  verdad».  Y  declárasele  todo  punto 
con  estas  palabras:  «Si  se  propone  fábula  que  no 
puede  representar  alguna  verdad,  es  sin  sustancia 
y  frustratoria,  y  la  que  no  representa  propiamente, 
es  inadvertida  y  necia».  Estos  soij  los  rumbos,  esta 
la  carta  conque  me  atreví  á  navegar  el  insconstan- 
te  golfo  del  pueblo.  Preceptos,  no  con  autores  pro- 
fanos autorizados,  sino  por  uu  Doctor  Angélico;  cu- 
yos avisos  y  reglas  he  procurado  guardar  en  este 
volumen,  donde  (á  mi  ver)  las  representaqiones  son 
verosímiles  y  próximas  á  la  verdad  y  algunas  de 
ellas  verdades,  y  éstas,  nacidas  de  lo  admirable 
elegido  á  tu  aprovechamiento,  y  deseando  inducir- 
te y  moverte  á  desterrar  el  vicio  y  amar  la  virtud. 
Cuanto  al  adorno,  he  procurado  romper  la  len- 
gua en  varias  frases;  ejecutando  cuanto  abraza  la 
Retórica  y  Oratoria,  los  Tropos,  las  Figuras,  así 
de  las  sentencias  como  de  las  palabras,  con  la  va- 
riedad de  estilos  que  enseñan  Cicerón,  Quintiliano 
y  los  demás  autores. 

Espero  tu  censura,  no  dictada  de  la  malicia,  sino 
de  la  corrección  sabia;  y,  agradándote  este  traba- 
jo en  que  represento  lo  común  del  pueblo,  te  ofrez- 
co en  otro  lo  superior,  con  la  imitación  trágica, 
esto  se  entiende  según  Aristóteles,  las  acciones 
graves  de  los  Príncipes  dignos  del  coturno  de  Só- 
focles (como  dijo  Virgilio),  ofreciendo  cifrarte  un 
verdadero  y  cristiano  político,  desengañado,  pru- 
dente y  sabio,  que,  de  acuerdo,  no  hallarás  en  este 
volumen  citados  á  Cornelio  Tácito,  Justo  Lipsio  y 


LAS  NOVELAS 

1 .  Escarmentar  en  cabeza  ajena» 

2.  Premiado  el  amor  constante, 

3.  De  las  dos  hermanas. 

4.  De  la  Tiermania  (1). 

5.  Cada  U710  hace  como  quien  es, 

6.  Del  médico  de  Cádiz, 

7.  Del  andrógino,     ^ 

8.  De  la  juventud. 


(1)    Quiere  decir  de  la  gérvianía, 

TEATRO  POPULAR 


INTRODUCCIÓN  Á  LAS  NOVELAS 


Ver  erat  et  blando  mordervtia  frigora  sensu,  (Era 
la  primavera,  y  blandamente  se  dejaba  sentir  el 
mordaz  hielo.) 

Galante  descripción,  en  pocas  palabras  (becba 
por  Ausonio)  del  tiempo  en  que  Celio,  Fabio  y 
Montano,  tres  amigos  iguales  en  cualidad,  en  cos- 
tumbres, en  ingenio  y  aun  en  la  inclinación  y  letras 
(puedo  decir),  para  vacar  á  mayores  cuidados,  bu- 
yendo  el  ocio  (raiz  de  los  vicios)  se  juntaban  á  te- 
ner apacibles  ratos  en  el  jardín  de  Celio,  donde  el 
arte  emulaba  á  la  naturaleza  y  la  naturaleza  al 
arte.  En  los  cuadros,  competían  los  colores  de  las 
plantas  con  la  hermosura  de  los  lazos.  Fragancia 
prestaban  al  viento  los  jazmines,  las  rosas,  clave 
les  y  mosquetas,  confeccionando  suavidad  para  el 
olfato,  cuanto  belleza  para  la  vista.  Enmedio,  im- 
pelida contra  su  natural,  hurtaba  el  agua  su  ejer 
cicio  á  los  pájaros,  trepando  el  aire^  y  ellos  en  él 
acompañaban,  como  á  instrumento,  el  dulce  mur- 
murar de  las  aguas.  Aquí,  entre  otras,  una  tarde 
dijo  Celio,  con  Horacio: 


TEATRO    POPULAR  21 


visible.  No  en  balde  se  mueven  disputas  si  hay 
tiempo  presente,  pues  lo  indivisible  no  permite  ac- 
ción humana  con  existencia;  que  las  nuestras  vue 
lan  con  la  misma  velocidad,  todas  pretéritas,  y  el 
que  más  metafísico  lo  considera,  halla  sólo  que  el 
presente  no  es  otra  cosa  que  el  punto  en  que  ter- 
mina el  fin  de  lo  pasado  y  pretende  el  fin  de  lo  fu  • 
turo;  y  entre  dos  puntos  y  términos  tan  juntos,  mal 
puede  caber  otro  punto  real:  y  aunque  os  parezca 
nueva  esta  doctrina,  la  hallaréis  en  Temistio. 

—Lo  disputable,  quede  á  las  escuelas  (añadió 
Montano).  Y  pues  ha  tantos  días  que  nos  convidó, 
aun  imaginada,  la  primavera  para  gozarla,  en  este 
jardín  demos  principio  al  entretenimiento  concer- 
tado, ocupando  las  tardes  en  referir  cada  uno  de  I 
los  tres  una  Novela,  explicando  el  lugar  curioso  I 
que  ocasionare  la  conversación,  pues  así  consegui- 
remos el  precepto  de  Horacio,  acertando  en  mez- 
clar lo  útil  con  lo  deleitoso. 

— Aunque  los  italianos,  dijo  Celio,  con  tanto  nú-í«^ 
mero  de  novelas  pudieran  excusarnos  hacer  nuevas 
imaginaciones  é  inquirirnos  nuevos  sucesos  en  la 
antigüedad, hallamos  en  los  griegos  dado  principio  v 
á  este  género  de  poemas,  cual  se  ve  en  la  de  Teáge- 
nes  y  üartclea^  Leucipo  y  Clithophonte;  y,  en  nues- 
tro vulgar,  el  Patrañuélo^  las  Historien  trágicas, 
Cervantes  y  otras  muchas. 

—Primero  que  se  refiera  ninguna  (añadió  Fabio), 
deseo  que  Celio,  como  tan  versado  en  todas  las 
buenas  letras  que  pide  la  curiosidad,  nos  dé  á  en- 
tender qué  es  fábula,  quiénes  sus  inventores,  qué 
género  de  fábula  es  la  novela,  qué  partes  requiere 
tener  y  qué  preceptos  se  deban  guardar  y  de  qué 


TEATRO    POPULAR  23 


porcionan  del  principio  al  fín,  siendo  de  una  espe- 
cie y  naturaleza  dice  á  los  Pisones,  si  les  causara 
risa.  Y  pregunta^  como  tan  docto;  pues  de  la  torpe- 
za, y  fealdad  nace  el  afecto  de  reir,  y  de  lo  hermo- 
so lo  admirable;  y  asi  Aristóteles  enseña  que  dis- 
curriendo por  todo,  parezca  un  animal  hermoso; 
por  lo  cual,  Celio  Erodiginio, llama  á  la  fábula  ima- 
gen de  la  verdad;  y  excusando  la  multitud  de  di« 
visiones  que  tiene  la  fábula,  unas  por  sus  invento-» 
res,  como  las  Esópicas;  otras  por  el  fin,  como  las 
Apologéticas;  otras  poéticas,  porque  las  usaron  los 
poetas,  ó  inventándolas,  como  Hesiodo  ú  Orfeo. 

La  división  que  hace  al  propósito  de  este  género 
que  vamos  tratando,  es  la  que  da  Cjslio  Rodiginio: 
racional,  moral  y  mixta.  De  estas  tres,  aunque  abra- 
zando el  ñn  y  la  especie  |que  toca  á  la  novela  es  lo 
moral,  por  mirar  á  aquella  alegoría  que  hace  rela- 
ción á  las  costumbres,  según  la  doctrina  del  mismo 
Celio.  Las  partes  de  que  se  compone  la  fábula  ó 
novela,  según  Aristóteles,  son:  agnición,  peripecia 
y  perturbación;  la  agnición  es  aquel  desengaño  que 
se  adquiere  por  el  reconocimiento;  como  si  una  per- 
sona, teniéndose  por  otra,  llega  á  conocerse  en  la 
verdad  de  lo  que  es;  la  peripecia  es  aquella  súbita 
madanza  que  viene  de  un  caso  á  otro,  no  esperada; 
la  perturbación^  es.  aquello  confuso  que  suspende 
en  la  inquietud  el  ánimo,  perturbando  el  verdade- 
ro conocimiento  del  suceso.  La  mayor  valentía  y 
primor  en  la  fábula  que  compone  la  novela,  es  mo- 
ver á  la  admiración  con  suceso  dependiente  del 
caso  y  la  fortuna;  mas  esto  tan  próximo  á  lo  vero* 
símil,  que  no  haya  nada  que  repugne  al  crédito; 
porque,  según  el  ñlósofo,  cuya  es  toda  esta  doctri* 


24  LUGO    Y   DÁVILA 


na,  al  poeta  no  le  toca  narrar  las  cosas  como  ellas 
fueron,  sino  verosímiles  á  lo  que  debieron  ser. 

Cuanto  á  la  duración  y  límite  de  la  fábula  ó 
novela  (para  guardar  los  preceptos  de  Aristóteles), 
es  todo  aquel  tiempo  que  se  ofrece  por  varios  acci- 
dentes, hasta  que  con  existencia  se  pasa  de  la  incó- 
moda fortuna  á  Ja  cómoda,  ó  de  la  cómoda  á  la  in- 
cómoda; esto  es,  de  la  felicidad  á  la  adversidad,  ó  al 
contrario.  Y  reprueba  el  filósofo  la  opinión  de  los 
que  pretenden  abrazar  por  una  acción  todas  las  que 
pertenecen  á  uno.  Esto  mismo  comprueba  Eurípi- 
des en  las  Ifigenias,  donde,  aunque  es  una  la  per- 
sona, divide  las  acciones;  y  así  escribió  dos  trage- 
dias. 

Cuanto  á  la  elocución  que  debe  guardarse  os  re- 
mito al  3.°  de  los  Retóricos,  de  Aristóteles,  y  á  sus 
comentadores  Alejandro  Apbrodisio,  Pedro  Victo- 
rio,  Alejandro  Piccolomini,  y,  en  sus  prosas,  al 
Cardenal  Pedro  Bembo,  donde  hallaréis  el  modo  de 
formar  las  sentencias  y  los  períodos;  y  cuanto  al 
formar  las  figuras,  en  Cicerón,  Quintiliano,  Cipria* 
no  y  otros  muchos;  porque  no  es  lugar  este  para 
dar  preceptos,  en  materia  que  pide  libro  aparte  y 
tan  grande  como  lo  escribió  el  Cavalcante,  donde, 
si  gustáis  de  mayor  latitud,  hallaréis  lo  que  desea- 
reis: lo  que  yo  advierto  es  el  decoro  de  las  perso- 
^  !  ñas,  donde  tantos  han  errado,  hablando  el  pastor 
como  académico ;  el  plebeyo  como  consular,  y  el 
zafio  como  político. 

Y  por  primer  precepto,  digo  que  la  novela  es  un 
poema  regular,  fundado  en  la  imitación;  porque 
toda  la  poética,  según  la  definió  Aristóteles,  es  imi- 
tación de  la  naturaleza.  Lo  mismo  sintió  Horacio, 


TBATÍLO    POPULAR  ^6 


escribieado  á  los  de  Pisa;  qae  los  pintores  y  los 
poetas,  tienen  igaal  poderío  por  la  imitación.  Y  de- 
seando yo  quien  hermanase  y  explicase  la  defini- 
ción de  Horacio,  que  la  dio  comparativa  como 
poeta,  con  la  que  dio  Aristóteles,  quiditatiya  como 
filósofo,  pues  ambos  dicen  una  misma  sentencia, 
hallé  lo  que  buscaba  en  el  doctísimo  Fray  Luis  de  t/ 
León,  en  el  segundo  de  sus  comentarios  sobre  los ' 
Cantares,  cuyas  palabras  son  estas:  confieso  atre- 
vimiento en  traducirlas:  <íComo  la  poesía  no  sea 
otra  cosa  que  pintura  que  habla*.  Yéis  ahí  la  defi- 
nición de  Horacio.  Todo  su  estudio  estriba  en  imi- 
tar la  naturaleza.  Veis  ahí  la  definición  de  Aristó- 
teles. Y  añade  á  mi  propósito:  «Nuestros  poetas, 
que  escribieron  cosas  de  amores,  poco  advertidos 
á  lo  cierto,  entendiendo  para  consigo  que  decían 
bien,  se  apartaron  muy  lejos  del  excelente  oficio 
de  poetas.  Esto  es  por  donde  pretendieron  llegarse 
á  la  perfección,  se  apartaron  lejísimos  de  alcanzar- 
la; erx'or  que  nace  de  escribir  sin  saber  el  arte 
con  que  se  escribe;  y  así  acontece  4  los  más,  por 
huir  de  la  culpa,  dejarse  llevar  del  vicio,  como  lo 
enseñó  Horacio. 

De  manera  que  en  la  imitación  está  el  todo  para 
acertar.  Tal  dio  á  entender  Plutarco:  De  audit, 
poe.j  diciendo,  que  se  deleita  con  los  peces,  que  no 
son  peces  y  con  las  carnes  que  no  son  carnes.  Esto 
es,  con  aquellas  imitaciones  tan  propias  que  repre- 
senten al  vivo  lo  imitado.  Y  de  toda  esta  doctrina 
lo  que  se  saca  es  que  se  debe  imitar  cada  persona 
que  se  introduce  en  la  novela,  con  el  decoro  y  pro- 
piedad que  le  pertenece;  hablando  el  sabio  como 
sabio,  el  ignorante  como  ignorante,  el  viejo  como 


viejo,  el  mozo  como  mozo,  sin  exceder  los  liíaítds 
de  BU  talento  j  ocamodindose  al  corriente  de  sos 
frases  y  palabras;  y  si  quisiereis  perfeccion&r  con. 
más  arte  estos  preceptos,  leed  todo  el  segnndo  li- 
bro de  loa  retóricos  de  Aristóteles,  donde,  como  en 
retrato,  os  pone  la  variedad  de  afectos  y  costum- 
bres de  los  que  habéis  de  imitar,  y  para  la  práctica, 
harto  oa  dará  el  Boccaccio  en  aa  Fíamela  y  ea  el 
Secaraerán  de  sas  novelas. 

El  hn  que  tienen  estos  poemas^  como  ya  apun- 
té, es  poner  á  los  ojos  del  entendimiento  un  es- 
pejo en  que  hacen  reflexión  los  suoesoa  humanos; 
para  que  el  homhre,  de  la  suerte  que  en  el  cristal 
se  compone  á  sí,  mirándose  en  los  varios  casos  que 
abrazan  y  representan  las  novelas,  compong^a  sus 
acciones,  imitando  lo  bueno  y  huyendo  lo  malo.  La 
utilidad  que,  escritas  con  este  acuerdo,  tienen  este 
género  de  fábclaa,  muestran  bien  Plutarco,  Celio 
üodigino,  Platón  y  Dionisio  Halicarnasio,  dicien- 
do: unas  tienen  consuelo  de  las  humanas  calami- 
dades; otras  destierran  de  nosotros  las  perturba- 
ciones y  terrores  del  ánimo;  otra^  destruyen  las 
opiniones  poco  honestas,  y  otras  fueron  inventa- 
das á  causa  de  otras  utilidades;  porque,  según  San 
Ambrosio,  la  fábula,  aunque  no  tiene  fuerza  de 
verdad,  tiene  la  razón;  y  en  las  nuestras,  no  sólo 
hemos  de  contentarnos  con  lo  alegórico  y  moral, 
sinj  que  hemos  de  mirar  también  á  la  sentencia; 
pues  como  enseña  el  Filósofo  maniñesto  es  de  eS' 
tas  aooiones  ser  dos  las  causas:  la  sentencia  y  las 
oostumbres:  éstas,  para  el  adorno  del  suceso,  y 
aquéllas  para  el  adorno  de  la  elocución,  y  no  con 
menoeaprjvechamiento.  Aloque  juzgo,  pues,  déla 


hubéiB  leído  los  pi'eoiiptos  q^ue  pidió  Fftbio:  yo  oa 
confieso  por  notario,  el  arte  que  se  requiere  saber 
para  escribir  novelas;  y  asi,  desde  mañana,  demos 
principio  á  lo  tratado,  que  será  á  mi  joicio  átil  y 
apacible  eotretenimiento  y  que  le  podrá  inmorta- 
lizar la  estampa.  Lo  que  de  mi  parte  os  pido,  es 
que  ae  varien  los  asuntos  y  el  lenguaje  janto  con 
el  adorno  de  las  letras  humanas;  de  saerte,  qae  no 
todo  sea.  para  loa  doctos  ni  todo  para  loa  vulgares, 
ni  todo  entre  estos  dos  extremos;  asi  lo  concedie- 
ron Celio  y  Fabio,  ejecutando  lo  prometido. 


NOVELA  PRIMERA 


Escarmentar  en  cabeza  ajena. 

Enseña  cómo  los  sabios  saben  tolerar  los  casos 
de  la  fortuna;  esto  se  entieade,  aquellas  cosas  que 
dependen  de  la  disposición  de  los  sucesos,  oculto  el 
gobierno  de  ellos  al  conocimiento  humano;  porque 
no  hay  caso  ni  fortuna;  que  todo  está  debajo  de  la 
divina  Providencia,  y  así  se  han  de  entender  estas 
voces,  «caso  y  fortuna»  cuando  se  usaren.  Enseña 
asimismo  cómo  por  dejarse  llevar  de  la  demasiada 
curiosidad  se  da  en  el  riesgo  y  pierden  las  ocasio- 
nes, y  cuánto  vale  á  los  cuerdos  el  escarmiento  de 
las  aje  ñas  desdichas. 

Los  varios  accidentes  en  los  sucesos  del  vivir 
humano  dieron  motivo  á  los  tres  amigos,  Fabio, 
Montano  y  Celio  para  cons^iderar  la  verdadera  sen- 
tencia que  en  sí  encierra  este  proverbio,  tantas 
veces  experimentado  en  el  mundo,  casi  desde  sus 
principios  que,  á  no  temer  fastidiar  al  ánimo  del 
lector  con  ejemplos,  á  manos  llenas  me  los  ofre- 
cen las  historias.  i 

i 


aderaba  Fabio  el  nao  de  loa  proTorbios  en  tO' 

ae  naciones  y  lenguas,  casi  tan  antiguos  eomo 

veíalos  usados  coa  tanta  frecuencia  en  las 

las  letras,  que  pudo  el  docto  P.  Uartin  del  Río 

dos  Tolúmenea  no  pequeños  de  aquellos  solos 

le  hallan  en  la  BMia;  discortía  en  la  enseflan- 

e  de  ellos  puede  sacarse,  así  en  la  filosofía  íao- 

no  en  la  natural.  Acordábase  del  Comenda- 

.ego  y  oti-os,  ocupados  en  recogerlos  y  eacri- 

¿Itimamente,  reconocía  su  certeza,  dando 

azón  que  los  adagios  ó  refranes  no  son  otra 

qae  una  sentencia  nacida  de  la  verdad  y  con 

:periencia  comprobada,  y  así  concluyó  dicien- 

■Mis  despierta  lengua,    mayor   elocuencia   y 

delgada  pluma  que  la  mía,  pide  la  expUea- 

del  proverbio  qae  hoy  ha  dado  motrvo  par» 

tra  conversación;  pues  cuaadono  tuvitt«  boíb 

^edad  y  autoridad  qae  haberle  r^erido  Pla- 

D  en  la  vida  de  Timoleonte,  bastaba. 


Siekoto  d  quien  It  haem 

lot  ajeno$  peligrot  advertido. 

d  si  se  le  pondera  bien,  añadiendo  voz  de  f«li- 
1  al  que  guarda  nuestro  proverbio;  y,  supusato 
L  Toí  me  toca  referir  la  novela  de  hoy,  á  pxopó- 
ie  lo  que  se  tratare,  ya  parece  que  ma  está  Ua- 
lo  un  caso  de  nnestroe  tiempos,  que,  mi  mi  ^i- 
,  tiene  de  novedad  y  gusto  y,  sobre  todo,  nos 
lira  cu¿n  provechoso  es  en  oualquier  fi;¿neio 


NOV£LA   PRIMERA  3L 


1%^ 

^^r  ' 


BSOiRMSNTAB  EN  CABEZA  AJENA 


l\o  levantaré  la  voz  á  la  cumbre;  no  colocaré 
mi  novela  en  las  superiores,  que  eso  remitiqaos  á 
Celio,  á  quien  tenemos  por  maestro;  y  cuando  le 
toque  el  referir  la  suya,  no  le  perdonamos  la  ex- 
plicación de  las  diñcultades,  ni  lo  secreto  de  la 
curiosidad,  puntos  y  cuestiones  de  la  Filosofía  y 
lo  que  abrazan  las  ciencias  circulares  y  de  la  re- 
tórica, oratoria,  poética,  económica  y  las  demás 
que  le  vinieren  á  las  manos. 

— Basta,  basta  (dijo  Celio);  que  visita  la 
sanare  el  rostro  y  creo  que  de  la  lisonja  pasáis  á 
la  murmuración.  Bien  me  conozco;  y  por  no  daros 
disgusto  semejante,  dejo  de  referiros  encareci- 
das alabanzas;  sólo  advierto,  ya  que  gustáis  que 
os  dé  preceptos  en  todo,  que  si  algunas  senten- 
cias ó  lugares  se  trajeren,  vayan  traducidas  en 
nuestro  vulgar,  de  tal  suerte,  que  pueda  correr 
la  contextura  de  modo  que  no  estorbe  la  inteli- 
gencia y  el  lenguaje. 

— Observando  estos  preceptos  (dijo  Fabio), 
prosigo. 

En  Sevilla,  ciudad  acomodada,  por  la  variedad 
de  gentes  que  en  si  encierra,  para  que  la  fortu- 
na halle  en  qué  tropezar,  ejecutando  con  los 
hombres  su  poderío  ó  jugando  con  ellos,  pues, 


ísofo,  el  hombre  es  el  jnego  de  la 
os  caballeros  mozos,  galanes  en- 
endientes  al  casamiento  de  nna 
,  y  discreta ,  y,  sobre  todo,  con 
I  de  hacienda,  que  es  el  mayor 
ás  perfecciona  les  partes  en  qae 
naturaleza,  annque  en  do&a  Bea- 
.  el  nombre  de  esta  dama,  antes 
d,  concediendo  belleza  al  cuerpo 
entes  para  que  mejor  obrase  el 
,  disposición  de  él,  aunqne  accí- 
más  Ó  menos  perfección  á  ella, 
riqtteza  &  la  hermosura  y  la  her- 
iieza,  y  á  lo  uno  y  á  lo  otro  servia 
adable,  para  el  deseo  de  los  pre- 

0  tener  ya  madre  doña  Beatriz; 
le  barro,  &.,  dijo  el  castellano. 

1  y  viejo,  que  no  era  lo  menoa 
^a  la  expectativa  está  introduci- 
dote;  díganlo  más  de  cuatro  que 
pentidos  de  haberse  casado  con 
dotada  de  futuros  contingentes. 
i  bien  me  acuerdo,  su  padre  de  la 
in  Alvarado;  persona  que  habla 
queza  en  un  gobierno  de  India, 
Tcaderías  y  empleando  eituados; 
r  introducida  y  acostumbrada,  la 
upulosa;  que  sí  bien  lo  confiesan 
usan  que  es  como  las  colaciones 
rieron  en  él  los  inventores  y  á  los 


NOVELA   PRIMERA  33 


demás  quita  ^1  riesgo  y  asegura  la  conciencia  la 
costumbre.  En  este  modo  de  acarrear  acrecenta- 
miento se  enriqueció,  como  digo,  nuestro  capi- 
tán. T  aunque  las  inclinaciones  de  viejo  (como 
enseña  el  filósofo)  le  hacían  codicioso  y  avarien- 
to, no  era  la  menor  causa  de  estos  efectos  el  ser 
indiano,  que  los  tales  tienen  hecha  naturaleza 
la  miseria;  pero  con  toda  la  que  tenía  permitía 
galas  y  joyas  á  su  hija,  y  para  éstas  no  limitaba 
el  gasto,  diciendo  que  por  tener  plata  y  oro  labra- 
do en  vajillas,  cadenas,  sortijas  y  otras  joyas, 
no  era  costoso  en  los  hombres  que  tienen  antes 
estremado  camino  de  atesorar,  haciendo  que  en 
un  saco  entren  honra  y  provecho. 

Traía  coche  de  dos  caballos  que,  hecha  la  cuen- 
ta y  supuesta  la  prevención  del  gasto  en  tiem- 
po y  con  dinero  adelantado,  ahorraba  una  gran 
suma  de  salarios  y  raciones  de  criados,  que  excu- 
saba con  «pon  el  coche»,  palabra  breve  y  com- 
pendiosa. Sólo  en  la  mesa  descubría  su  limita- 
ción,' dando  por  disculpa  el  proverbio  «Come 
poco»,  etc. 

Andaba  siempre  al  lado  de  su  hija;  en  su  com- 
pañía gozaba  las  fiestas  y  entretenimientos;  con 
ella  salía  á  la  Alameda,  al  Arenal  y  al  Campo 
de  Tablada,  y  tal  vez  en  un  barco  enramado  ba- 
jaba por  el  río  hasta  las  huertas  de  San  Juan  de 
Alfarache,  agradable  principio  al  motivo  de  Ma- 
teo Alemán. 

£n  esta  estación  y  en  todas  las  que  hacía  doña 

TEATRO  POPULAR  3 


los  que  más  la  segalan,  los  qn«  más 
an  mostrarse  eran  don  Félix  y  don 
9,  fundamento  de  nuestro  anceso.  Kepa- 
ama  de  los  dos  competidores  en  laa  fine- 
Íes  corporales  de  don  Félix,  perfeccio- 
1  diligencias  de  amante  yfavorecidas  do 
superior  inclinación.  El  capitán  Alvara- 
m  más  lugar  permitía  y  menos  estorba- 
don  Femando,  á  causa  do  ser  hijo  úni- 
>  de  los  hombres  más  acreditados  y  más 
iquella  cindad,  también  indiano  y  gnar- 
3  con  ánimo  de  que  no  le  faltasen  á  don 
)  galas  y  dinero  con  que  pre ten  diese 
ir  el  matrimonio  de  doña  Beatriz,  á  que 

por  su  partr"  Marco  Antonio  (que  este 
mbre  del  padre  de  don  Fernando)  pro- 
ana  grande  amistad  con  el  capitán  y 
descubiertamente  qne  trabasen,  con  el 
ito  de  sus  hijos,  parontesco. 
Beatriz  lo  estorbaba,  procurando  fuese 
s  su  marido;  á  que  no  ayudaba  poco 
ez,  tina  dueña  que  la  habla  criado  desde 
;ros  días,  persona  de  antojos  pendientes 
eza,  y  en  el  alma  cuentas  largas,  y  qne 
ortas  las  que  tenia  con  don  Félix.  Amor- 
aía  el  cuerpo  en  cumplidisiOias  tocas; 

en  lo  exterior  osaba  mortificaciones, 
arga  la  buena  dueña,  y  de  las  que  entre 
la  y  Ave  María,  cogen  vuelo  y  cuentan 
Etna,  con  más  palabra^  que  ciego   que 


NOVELA  PRIMERA  85 


Tende  coplas:  era,  sobre  todo,  ^ran  retórica  na- 
tural y  que  en  mover  afectos  padiera  ganársela 
Á  un  pobre  portugués  criado  en  Italia  y  trasplan- 
tado á  la  Corte  de  Castilla.  Entendía  su  poquito 
'del  lucro  cesante  y  daño  emergente, y  tenía  su  co- 
rrespondencia con  cierto  corredor  de  lonja,  dies- 
tro en  el  arte  de  hacer  que  no  se  consuma  una 
mercadería  en  ciento  y  cincuenta  ventas;  causa 
^ue  la  buena  Hernández  fuese  algo  añcionada  al 
dinero  y  granillo  de  la  ganancia,  si  bien  la  dis- 
<^ulpaba^na  hija  que  tenía  para  remendar,  digo, 
para  remediar,  que  así  llaman  el  casarse.  Últi- 
mamente, Hernández  era  dueña  (extraña  gente); 
y,  aunque  haga  alguna  digresión  á  nuestro  cuen- 
to, no  puedo  dejar  de  referiros  uno  que  me  viene 
á  la  memoria  que  caliñca  lo  que  son  éstas.  ^ 

Casábase  un  señor  de  estos  reinos  y  encargó  á 
un  amigo  que  le  pusiese  la  casa  de  todos  los  cria- 
■dos  que  le  pareciesen  á  propósito.  Disponíalo  el 
comisario  con  el  cuidado  que  era  menester;  y, 
cuando  llegó  á  recibir  dueñas,  no  se  atrevió  por 
si  solo  á  cosa  tan  peligrosa  sin  consultarlo  con 
su  amigo,  á  quien  escribió  un  papel  en  que  le  de- 
soía que,  entre  otras,  había  hallado  una  muy  hon- 
rada mujer;  pero  que  era  tuerta  y  algo  sorda,  y 
que  cojeaba  y,  sobre  todo,  de  pesadísima  condi- 
<}ión;  á  que  respondió  el  señor  amigo:  «Recibidla 
luego,  que  por  fe  de  caballero  que  en  mi  vida  vi 
dueña  con  menos  tachas. «  ' 

Muchas  cosas  pudiera  deciros  de  las  diabólicas 


)ñ«8cas;  pero  no  me  atrevo  á  engolodi- 
luerte  qu«  olvidemos  &  don  feliz,  gne 
á  Harnindez  en  bu  favor,  valiéndoae 
«Dádivas  quebrautan  peñas>;  con  que 
n  de  BU  mano,  que  no  había  instante 
¡ese  Á  )a  memoria  de  suAma  la  gallar- 
ahijado,  la  liberalidad,  el  agrado,  la 

y  el  aplauso  que  le  daba  toda  la  ciu- 
)r  las  partes  de  sn  persona,  como  las 

por  su  nobleza,  que  rsi  no  tan  eíco 
mpetidor,  m&s  conocida  bu  calidad  y 
.te  hacienda  para  poder  vivir  y  pasar, 
lobernarse  cuerdo,  que  lo  era  mucho  y 
iitendido;  que  esto  solo  pudiera  bas- 
arceros,  para  competir  sin  miedo  con 
ndo,  que  si  bien  era  bachiller  eu  decir 
lientos,  faltábale  prudencia  y  era  de- 
bute fácil  en  persuadirse  é.  gozar  de-ea 
.n  reparar  en  inconvenientes;  que  no 
lengiia  la  verdadera  discreción  y  pru- 

n  los  dos  caballeros  de  día  y  de  noche 
su  dama;  y  en  particular,  no  la  [H:inci- 
onde  caían  los  ventanas  del  cuarto  de 
riz  y  una  puerta  falsa  correspondiente 
n.  La  soledad  de  esta  calle  la  haeía 
lósito  para  los  amantes,  así  porqu«  la 
la  poca  gente,  como  por  no  haber  en 
sgistro  que  el  del  doctor  Ranjolo  (que 
nombre)  y  Celia  bu  mujer. 


NOVELA   PRIMERA  87 


Era  Celia  de  bizarro  talle  y  de  las  que  tienen 
aquello  que  llaiaa  el  Y\xlgOff€trabato^  conque  a&rió 
á  muchos  y,  entre  ello»,  á  don  Fernando,  que 
con  ]os  ordinarios-  paseos  y  viéndose  mettosíf a vo« 
recido  que  su  competidor,  procuró  >  divertir  los 
amores  de  doña  Beatriz  con  los  dó  Celia-.  Usó  de 
billetes  y  tercerías;  sacó  poco  fruto;  que  había 
pasado  Celia  ea  la  Corte  el  aüo  del  noviciado  y, 
como  madrigada,  rehusó  toda»  ostentación  y  rui- 
do, reduciendo  á  sí  sola  toda^s  las  negoei aciones. 
Asi  lo  dio  á  entender  á  don  Femando,  que  ha- 
biendo conocido  el  camino,  cumpliendo  el  gusto 
de  Celia>  alcanzó  el  suyo  con  tan  grande  recato, 
que  4  las  criadas  y  á  las  sospechas  estaba  secro' 
to«  Las  señas  conque  se  entendían,  el  modo  con- 
que se  avisaban,  las  trazas  conque  se  veían  fue- 
ra» alargar  demasiado  el  referirlo:  corra  la  imagi*- 
nación  por  las  mayores  agudezas,  que  aún  andará 
corta. 

Don  Félix,  como  más  perseverante,  en  nada 
se  divertía;  todos  sus  sentidos  ocupaba  en  su 
doña  Beatriz;  las  noches  y  los  días  todos  se  de- 
dicaban á  1»  pretensión  del  buen  suceso  de  sus 
amores,  a(jrudando  á  ello  valientemente  Hernán- 
dez, quien,  de  cuando  en  cuando,  servía  de  des- 
pertador al  dar  de  don  Félix;  el  cual  trabó  amis- 
tad'estrecha  con  el  doctor  Ranjelo,  así  por  regis- 
tre forzoso,  como  por  conocer  en  él  superior 
ingenio  y  extremado  gusto  y  desenfado  para 
todiis>  cosas. 


Un  día,  pues,  entra  otros,  dedicado  por  la 
saerte  para  determinar  el  ña  del  caaamientOr 
pretendido  por  don  Félix  y  don  Femando,  el 
capitán  Alvarado  trazó  ana  fiesta  &  su  hija  ea 
las  huertas  de  Alfarache,  couvidando  &  Marco 
Antonio  y  acordando  con  él  que  don  Fernando, 
en  hijo,  se  hallase  en  ella,  coma  acaso  á  los  úl- 
'  timos  limites  del  día.  Kízose  el  concierto;  sápol» 
don  Félix,  por  medio  de  Hernández;  fuese  ¿  la 
huerta  donde  habla  de  ser  la  holgura  y,  á  fuerza 
de  interés  y  mafia,  hurtó  el  oficio  &  un  mozo  del 
jardinero,  y  en  su  lugar,  como  que  suplía  por  ¿1, 
alcanzó  introducirse  á  la  vista  de  sa  dama,  dis- 
frazado de  labrador;  dando  á  entender  al  raAii- 
cebo  que  le  importaba,  para  guardarse  de  cierto 
riesgo,  estar  allí  aquel  día,  sin  que  supiese  sa 
amo  la  causa,  haciéndole  creer,  como  fué  fácil, 
que  por  no  estar  bueno  el  mozo  de  lu  huerta,  para 
que  no  faltase  quien  acudiese  en  ocasión  tan  for- 
zosa, le  habla  traído  en  su  lugar.  Supo  fingir  don 
Félix  extremadamente;  aguardó  á  su  dama  qns 
vino  á  desembarcar  cuando  el  sol  pudo  hallarse 
á  verla,  tan  hermosa  que,  á  valer  lisonjas  poéti- 
cas, se  hallara  de  ésta  más  prendado  que  de  la 
que  se  convirtió  en  laurel. 

Estaba  la  huerta  que  podía  acrecentar  la  vida 
y  el  deleite;  los  naranjas,  cubiertos  de  azahar, 
ofrecían  á  un  tiempo  regalo  á  los  dos  sentidos, 
vista  y  olfato;  las  flores,  mezclando  su  fragan- 
cia, transformaban  el  rocío  en  agua  de  ángeles; 


NOVELA   PRIMB&A  39 


los  pajarillos  que  habitaban  en  aquellas  frescu- 
ras, no  daban  de  su  parte  menos  agrado,  dando 
al  viento  las  alas  y  las  voces. 

Apenas  desampararon  el  barco,  el  capitán  Al- ' 
varado,  Marco  Antonio,  doña  Beatriz,  Hernán- 
dez y  un  pajecillo,  que  no  trajeron  más  gente 
(por  tener  dispuesta  la  comida  un  cocinero  del 
capitán),  cuando  el  hortelano  salió  al  encuentro 
con  unos  ramilletes,  despojos  de  lo  más  precioso 
que  ofreció  la  primavera  á  los  jardines.  Recibié- 
ronlos y  estimaron  el  cuidado  todos,  y,  en  agra- 
decimiento, doña  Beatriz  dio  al  jardinero  una 
sortija,  si  no  de  precio,  de  primor  la  hechura. 
Pasaron  á  la  casa,  que  estaba  compuesta  de  ño- 
res y  hierbas,  puestas  con  tal  correspondencia^ 
que  se  lucía  en  ellas  más  ingenio  que  el  del  jardi- 
nero; porque  don  Félix,  á  quien  el  amor  (grande 
artífice)  enseñaba ,  mostré  que  para  todo  le  ha- 
bía concedido  gracia  el  cielo.  Quedáronse  á  poco 
rato  los  viejos  tratando  muchas  y  varias  mate- 
ria^  de  estado,  plática  dulce  en  los  de  sus  años 
y  profesión;  y  doña  Beatriz  y  Hernández,  dejan- 
do al  pajecillo  de  guarda  para  que  les  avisase  al 
tiempo  que  fuese  á  propósito,  comenzaron  á  dis- 
currir por  la  huerta,  yendo  con  particular  acuer- 
do desviándose  de  la  casa,  y  guiando  Hernández 
á  donde  vio  á  don  Félix,  que  como  embebecido 
(aunque  cuidadoso)  estaba  cortando  unas  flores 
de  que  formaba  una  guirnalda,  dedicada  al  ídolo 
de  su  deseo.  Llegaron,  pues,  la  dama  y  dueña, 


NOVELA   PRIMERA  41 


de,  tardo  ó  nunca  se  cobra?  ; Animo,  reina!,  que 
su  criada  soy,  y  con  amor  de  madre,  y  no  tan 
lerda  que  no  tenga  mirados  todos  los  inconve- 
nientes; bien  puede  satisfacer  la  experiencia  que 
tiene  de  mí  en  tantos  años  de  comunicación.  En 
estas  manos  nació;  mis  pechos  la  di;  yo  la  ense- 
ñó los  primeros  movimientos  y  las  primeras  pa- 
labras; pues  ¿por  qué  no  me  da  crédito?  ¿esa  es 
la  confianza  que  tan  bien  fundada  puede  tener  en 
lo  que  la  quiero? 

—  ;Ay,  Hernández!  (respondió  la  doncella):  no 
se  espante,  que  tengo  honor  y  no  soy  de  las  que 
con  las  ocasiones  han  perdido  el  miedo. 

— No  me  espanto  yo  (replicó  la  dueña);  que 
bien  sé  su  virtud;  mas  ¡linda  cosa  es  ser  las  mu- 
jeres para  todo! 

A  esto,  atrepellando  temores,  llegó  don  Félix; 
y,  componiendo  los  semblantes,  la  dueña  y  la 
dama  le  aguardaron;  y  él,  con  la  guirnalda  que 
había  tejido,  dijo  así: 

— Ya  que  el  hábito,  mi  señora,  puede  propia- 
mente mostrar  lo  poco  que  valgo,  á  lo  menos  el 
ánimo  se  juzgue  por  el  más  generoso  que  se  en- 
cierra en  mortal  cuerpo;  pues  dejando  las  cria- 
turas que  muestran  en  todo  ser  humanas,  me 
atrevo  á  la  que  casi  confieso  por  divina;  que  á 
no  tener  conocimiento  de  cristiano,  aras  levan- 
tara y  dedicara  templos  á  tal  belleza.  Yo,  pues, 
soy  don  Félix,  villano  en  lo  exterior  y  noble  en 
los  pensamientos;  que  los  calificó  el  amor  con  tan 


mpleo.  ¡Ay,  señora,  y  quién  pudiera 
1  corazón  por  las  palabras,  que  cierto 
star  de  que  moviera  la  causa  de  mis 

¿Es  posible  de  que  me  hallo  en  ocasión 
.  &  solas  me  concede  estos  bienes  la  for- 
posible  que  haya  capacidad  en  mí  para 
uta  gloria  que  puedan  estas  rústicas 
■everse  á  formar  una  guirnalda  que  si 
aefiora,  sírra  en  tan  alto  lugar  como 
abezaP  8í,  que  no  es  sueño;  verdad  es, 
¿coltosa  al  crédito. 

,  doña  Beatriz;  y  Hernández,  que  la 
le  el  amante  se  alargaba,  atajó  la  plá- 
>  la  guirnalda  de  mano  de  don  Félix; 
la  cabeza  de  la  dama;  entabló  el  juego, 
irincipio  Á  los  lances,  guió  los  que  le 
1  en  provecho  del  galán.  Fué  perdiendo 
a  el  miedo;  gusbó  de  oir  á  don  Félix,  y 
sa  de  razones,  conquistó  el  si,  tan  de- 
doña Beatriz;  y  ella  prometió  que  la 
niente  á  la  de  aquel  día,  por  la  puerta 
jardín,  á  las  doce  de  la  noche,  Hernán- 
lardaría  para  entrarle  en  su  aposento, 
isando  á  su  padre  que  estaban  juntos, 
se  había  podido  alcanzar  por  negocía- 
haría  por  necesidad, 
base  don  Félix  de  su  dicha;  ponderaba 
i;  hacia  largas  ofertas;  prometía  eterno 
liento,  y  deseaba  se  apresurase  el  tiem- 
ataba  el  ñu  de  sus  esperanzas.  La  due- 


NOV£LA  PRIMERA  43 


ña,  como  maestra  del  arte,  para  qne  cobrase 
nuevo  aliento  eatre  los  amantes  metía  el  mon- 
tante de  la  astucia  de  cuando  en  cuando ,  perfec» 
clonando  las  heridas  y  dando  cumplido  efecto  4 
las  tretas  que  se  ofrecían  en  favor  de  don  Fé* 
lix.  Despidiéronse  los  dos  amantes  con  ternezas 
en  los  afectos  y  en  la  vista;  porque  ya  el  sol, 
desde  lo  m&s  alto  del  cielo,  arrojaba  rayos  dere- 
chos á  la  tierra.  Avisó  el  paje  con  señas  que  los 
viejos  llamaban;  f  uéronse  las  dos,  dejando  á  don 
Félix  alegre  con  los  gustos  que  representaba  el 
amor  en  la  fantasía;  y,  en  tanto  que  la  comida 
duraba,  se  retiró  con  su  hortelano  donde  los  re- 
galaron de  la  mesa. 

Acabada  esta  obra  forzosa  y  ordinaria,  los 
viejos  se  entregaron  al  sueño,  obligados  de  la 
evaporación  que  envía  el  mantenimiento  al  cere-* 
bro;por  lo  cual  Aristóteles  llamó  al  sueño  «pasión 
natural  y  lazo  de  los  sentidos» .  Doña  Beatriz  y 
Hernández,  viendo  á  los  ancianos  hechos  ima- 
gen de  la  muerte,  dejando  el  paje  de  guarda,  sa- 
lieron de  la  huerta,  hallando  á  pocos  pasos  á 
don  Félix  que  esperaba.  Las  razones  que  pasa- 
ron en  esta  segunda  vista,  las  trazas  de  la  vie- 
ja, para  que  el  concierto  hecho  quedase  ratifica- 
do, fueron  tales  que  se  niegan  á  la  pluma. 

En  tanto,   don  Fernando,   á  quien  el  amor 
abrasaba  más  que  el  rigor  de  la  siesta,  en  un 
barco  adornado  de  ramos,  defensa  contra  el  sol 
llegó  á  la  huerta  y,  desembarcando  solo,  dejan- 


NOVELA  PRIMERA  46 


aguas  ahora  se  mira,  parece  que  presta ,  no  sólo 
deleite  á  los  sentidos,  más  al  alma;  y  ahora  veo 
y  «con  la  experieAcia  toco  lo  que  tantas  veees  he 
oido  predicar  en  los  pulpitos;  que  la  belleza  de 
las  criaturas,  Süanifiesta  su  criador.  Mire,  mi 
a^ora,  qué  üorecillas  tan  graciosas  nacen  por 
efita  parte  q^^ie  se  vierten  las  aguas  con  tan  vi- 
vos colores  y  tan  diferentes,  que  en  valde  los 
pintores  se. pueden  atrever  á  retratarlas,  y  me- 
nos nosotras  con  las  sedas  y  rebotines.  Mas,  ¡ay 
Píos!  (dijo  levantándose),  ^ué  gente  es  aquella? 
;ikh,  buen  hombre!  (volviéndose  á  don  Félix)^ 
llamad  un  paje  que  está  á  la  puerta  de  la  casa; 
corred  á  prisa;  haced  qué  despierte  al  Capitán 
mi  se^r.  ¡Hiola,  hola!  ¿Qué  es  esto?  ¿dónde  está 
el  hortelano?  ,¿qné  hombre  galán  es  aquél?  ¿para 
esto  se  da  el  dinero?  De  esto  sirvió  la  preven- 
ción. 

Don  Félix,  que  entendió  el  artificioso  hablar 
de  5erja>ández  y  que  así  levantando  la  voz  habia 
desmentido  las  sospechas  qae  pudieimn  tenerlos 
que  venían  y  nc^gociado  sin  alboroto  el  remedio, 
dejando  la  plática  corrió  -á  llamar  á  la  gente;  y 
el  hortelano,. qme  se  vio  en  peligro,  fué  tras  de 
don  Félix,  y  alcanzándole,  procuFÓ  detenerle, 
con  decirle  quién  era  el  que  había  entrado;  aviso 
qibe  apresuró  9on  la  espuela  de  los  celos,  al  ga- 
lán, para  qne  hiciese  ruido  que  despertase  .los 
viejos  y  estorbase  su  compotidor,  que  llegó  en 
tanto  dondse  estaban  ^do&a  Beatriz  y  Hernández 


lo  aplacarlas  &  faerza  d«  razones, 

esto,  se&orsB?  Hombre  Boy  y  no  fie- 
I  á  quien  el  amor  permite  tan  licito 
;  mas  yo  conozco  la  cortedad  de  mi 
un  rústico  merecía  estar  favorecido 
gozando  de  tanto  bien,  y  yo  espan- 
lar  voces;  yo  altero.  No  creí  qne  me^ 
i-olantad  y  mi  deseo  castigo  por  lo 
garse  digno  de  premio,  que  no  vent- 
ar sino  &  servir.  Licencia  traigo  del 
n,  y  cuando  no,  amor  padiera  dis- 


Jesús,  señor  don  Fernando!  (respon- 
Bantiguándose);  perdone  v.  m.,  gne 
Ito  es  justo  al  recato  que  ae  debe  te- 
aquí  mi  eefiora.  ¡Ay,  amores!;  vael- 
'ámenos,  qne  ya  es  tiempo,  y  habri 
padre.  ¡Ay  Dios,  y  qué  me  dirá  si  ve 
ro!  Según  conozco  de  sn  condición, 
<  es  traza  mfa.V.  m.,  sefior  don  Fer- 
quien  es  y  por  lo  que  debe  &  caba- 
lga merced  de  irse  antea  de  agaamos 
itntcnto  qne  no  sabemoa  cuándo  ten- 
3.  Ea,  vayase  ó  quédese,  qao  oigo 

imo,  geilor,  suplico  yo  í  v.  m.  (dijo 
iz);  y  con -esto  se. fueron  acercando  á 

'ornando,  viendo  que  no  podía  &  rué- 


NOVELA  PBiMERA  47 


gos  ni  mañas  aquietarlas  ni  detenerlas,  hubo  de 
tomar,  por  último  partido,  despedirse,  pidiendo 
se  callasen  haberle  visto.  Prometiéronlo  la  dama 
y  la  dueña;  dieron  voces  al  hortelano,  que  puso 
en  breve  á  don  Fernando  fuera  de  la  huerta,  de 
qne  no  se  alegró  poco  don  Félix,  que  también 
quisiera  hallar  causa  á  propósito  para  hacer  lo 
mismo,  temeroso  de  que  le  había  de  conocer  don 
Fernando  ó  los  viejos,  sin  poderlo  disimular  ( 1 
traje;  y  así,  volviendo  á  trabar  plática  con  el  jar- 
dinero, de  quien  entendió  que  había  tratado  ven- 
der la  sortija  á  don  Fernando,  de  una  en  otra 
palabra  le  llevó  hacia  otra  puerta  de  la  huerta , 
que  salia  al  campo;  allí,  con  engaño,  le  pidió  la 
sortija  para  verla,  y  habiéndosela  dado  el  hor- 
telano inocente,  don  Félix,  malicioso,   abrió  la 
puerta,  salió  por  ella  y  fuese  alejando,  hasta  que 
le  pareció  estar  seguro;  entonces,  sacando  un 
pistolete  y  poniéndosele  al  villano  á  los  pechos, 
le  amedrentó  de  suerte  que  pudo  escaparse  an- 
tes que  diese  voces  y  llamase  gente;  pues  cuan- 
do á  ellas  llegaron  los  viejos,  el  cocinero  y  el 
otro  mozo  de  la  huerta,  ya  don  Félix  estaba  en 
salvo. 

Volvieron  admirados  todos  del   atrevimiento 
de  aquel  hombre  á  quien  llamaban  ladrón;  hicie- 
ron mirar  si  faltaba  alguna. pi^»>  ^^  ^^.^^^'^  7^' 
liáronlas  cabalesy  eon'  que  bóIo  el  ^^^^^^""^^^  ¡^l 
raba  su  riesgo  y  su  sortija,  eoJiando  la  cu  pa 
su  mozo,  que  le  había  introducido  tal  persona. 


48  LUGO   Y   DÁVILA 


Hernández  no  fué  la  postrera  (aunque  sabedora 
de  la  verdad)  en  hacer  extremos  y  esclamaciones 
diciendo: 

— Miren  lo  que  hay  en  el  mundo,  y  cómo  se 
echaba  de  ver  en  la  traza  aquel  bellaconazo  que 
no  era  labrador  ni  hortelano,  porque  tenia  muy 
blancas  las  manos  y  la  cara,  y  talle  á  lo  esca- 
rramanado;  y  aquel  decir  lo  de  «Dios  es  Cris- 
to», y  el  artificio  en  el  hablar  y  entremeterse, 
bien  mostraba  que  debajo  de  aquel  sayal  había 
algo.  Cierto,  señores,  que  les  quise  decir  mil  ve- 
ces que  no  tenia  buen  concepto  de  aquel  hombre. 

— ¿Ha  visto,  Hernández,  y  cómo  se  nos  lle- 
gaba?, dijo  Doña  Beatriz. 

— Por  robar  alguna  joya  sería,  respondió  Her- 
nández. Y  el  capitán,  sacando  fuerzas  de  la  fla- 
queza de  su  condición,  compensó  al  hortelano  la 
pérdida  de  su  sortija;  y,  ofreciendo  su  parte  Mar- 
co Antonio,  divirtió  la  plática,  á  que  dio  fin  una 
regalada  voz  que  á  la  harmonía  de  una  lirs;,  ex- 
celente instrumento,  pronunció  estos  versos,  que 
pienso  son  los  primaros  madrigales  que  con  la 
imitación  de  los  italianos,  se  escribieron  en  nues- 
tra lengua: 

Fugitivas  corrientes 
Del  padre  Betis,  candaloso  río, 
Si  á  los  pies  de  mi  Laura 
Os  viéredes  presentes, 
No  seáis  en  besarlos  perezosas, 
Ni  el  mezclarse  en  vosotras  llanto  mío 
Os  haga  temerosas. 


NÓTELA   PRIMERA  49 


Séaos  ejemplo  Laura 

(¡Oh  noble  atrevimiento!) 

Con  mis  suspiros,  presta  ¿  Laura  aliento. 

Saspendió  la  dalzura  del  canto  y  el  sonido 
blando  de  las  cnerdas  con  el  arco  heridas,  asi  á 
los  ancianos  como  á  doña  Beatriz  y  los  demás, 
annqne  Hernández  conoció  en  la  voz  ser  Heredia, 
el  primero  qne  en  España  deleitó  los  oidos  con  el 
superior  instrumento  de  la  lira,  no  conocido  has- 
ta entonces  en  estos  reinos.  Y  así  por  esto  como 
por  lo  sucedido  con  don  Fernando,  discurrió  la 
dueña  ser  él  causa  de  oirse  aquellos  versos. 

Mandó  el  capitán  abrir  la  huerta,  porque 
Marco  Antonio  dio  aviso  que,  según  las  señas  de 
su  hijo,  venía  á  dar  aumento  á  la  fiesta  con  traer- 
les tan  regalada  voz  que,  en  tanto  que  el  horte- 
lano obedecía,  se  oyó  asi: 

Anhelante  deseo, 
Tanto  caido,  cuanto  levantado, 
Aspira  á  las  estrellas, 
Cuéntale  al  mismo  Apolo  mis  querellas; 
Pues  como  yo  me  veo, 
El  se  vio  de  su  Dafne  desdeñado. 
Con  flecha  noble  amor  rompió  su  pecho, 
Ensayo  para  el  tiro  qué  en  mi  ha  hecho, 
Hirió  con  plomo  vil  Ja  Ninfa  hermosa. 
Huyó  y  buscó  su  muerte  presurosa. 
Laura  advierte  de  amor  el  sabio  intento 
Que  temprano  previuo  el  escarmiento. 

La  repetición  del  último  verso  hacía  Heredia, 
cuando  Marco  Antonio  y  el  capitán  vieron  á  don 

TEATRO  POPULAR  4: 


lo  saltar  del  barco,  tan  galán  qae  pudie- 
)nar  ¿nimo  máe  desapasionado  que  eeta- 
doña  Beatriz  entoncee.  BíScibiéronle  con 
los  viejas,  celebrando  la  prerención  de 

nbarcóse  Heredia  y,  trae  breves  preám- 
e  fueron  í  la  fneate  donde  gozó  don  Fé- 
Favores  y  donde  procuró  conquistar  alga- 
Fernando,  alcanzó  los  que  doña  Beatriz 
negar  á  la  cortesía.  Pasaron  las  últimas 
3  la  tarde  gastosas,  cenaron  juntos  rega- 
abundante;  y,  porque  ya  el  día  era  or»- 
,  se  volvieron  á  embarcar  todos  juntos, 
o  el  rio,  con  herir  los  remos  laa  aguas, 
idamente, que  casi  eran  otro  instrumento, 
trecho  habían  navegado  coando  deacn- 
una  falda,  y  en  ella,  en  la  proa  de  ella, 
Uero  en  pie,  dando  al  aire  plumas  y  acre- 
o  al  cielo  arreboles  ó  hurtándoles  el 
un  vestido  de  tela  de  plata  encarnada, 
todos  la  vista  deleitándola;  y  porque  no 
tse  su  parte  á  los  oídos,  de  tres  acordadas 
nviadoa  fueron  estos  versos,  que  bacán  & 
mítación  á  otros  de  Torcaato  Tasso: 

nfinita  hermosura, 

inita  habéis  hecho  mi  ventora. 

imiqaa  ha  sido  finita  mi  eaperanEft, 

aria  infinita  alcania. 

Inito  ea  el  bien  que  ja,  poaso, 

deseo  iufinito  mi  deseo. 


NOVELA  PRIMERA  61 


Los  versos  y  la  persona  de  don  Félix  conoció 
doña  Beatriz  á  nn  tiempo,  admirándose  de  la 
presteza  con  que  había  llegado  y  con  tanta  pre- 
vención, qne  pudo  alcanzar  dos  fines,  siendo  la 
acción  una;  éstos  fueron  desterrar  el  sobresalto 
y  temor  de  la  dama  y  la  sospecha  de  que  hubie- 
se sido  el  ladrón  de  la  sortija. 

Abordaron  el  barco  y  la  falúa,  saludándose 
con  agrado  y  celebrando  el  capitán  y  su  cuadri- 
lla las  voces  que  traía  en  la  suya  don  Félix, 
que  repondió: 

— No  en  valde  pueden  hacerse  admiraciones, 
pues  los  que  hoy  acompaño,  son  tres  que  cada  uno 
tiene  dado  honor  á  nuestra  nación  y  llenas  las 
estran jeras  de  envidia  y  fama. 

— ¿Quién  son,  por  vida  mía,  señor  don  Félix?, 
preguntó  el  capitán. 

— ^El  Racionero  Cortés,  López  Maldonado  y 
don  Francisco  Muñoz  (dijo  D.  Félix);  que  sólo 
me  faltaba  Heredia  y  su  lira. 

— No  falta  (replicó  el  capitán),  que  aquí  viene 
en  nuestra  compañía. 

A  esto,  mostrándose  á  bordo,  se  hablaron  los 
cuatro  amigos,  émulos  de  Anfión  y  Orfeo :  fué 
común  la  alegría ,  y  excusando  ruegos  y  cere- 
monias, que  los  músicos  alquilones  han  intro- 
ducido por  preámbulo  de  su  canto,  á  gusto  de 
don  Félix,  cantaron  este  soneto: 

m 

¡Oh  tiempol  tú  que  á  no  volver  volando 
Con  movimiento  regtdar  te  mueves, 


leca  las  horaa  en  miiintos  breves, 
tado  vaelo  tn  correr  forniaado. 
'igero  al  pensamiento  ve  emnlando, 
eatra  veloE,  que  í  compatlr  te  strevea, 
:^ue  mis  penas  con  su  curso  llevas, 
1  glorias  con  tu  cnrao  acelerando 
L;I  ai  lee  fuera  dado  &  los  mortales 
no  dentro  de  si,  que  obrar  pndiera         ' 
lemente  imaginar  hasta  en  el  cielo: 
[oviera  yo  los  orbes  celestialei; 
s  prestara,  al  sol  en  sn  carrera; 
«tara  asf  reposo  á  mi  desvelo. 

:eato3  de  lae  voces  que,  deseoso  de  go- 
llevaba  el  aire;  la  harmonía  de  la  lira, 
lerdas,  poderosas  á  mover  afectos  en  las 
[ieron  vida  á  los  versos,  de  suerte  qae, 
o  rato,  casi  impresos  estuvieron  en  las 
,s  de  loa  03'entes  y  más  en  doña  Beatriz, 
itraba  el  artificio  con  que  se  dijeron  en 
ion,  ponderando  que  á  veces  los  poetas 
lÓsticoB  de  los  BuceBDB. 

00  deseaba  Hernández  saber  el  qne  con 
evedad  Je  ofreció  á  don  Félix  comodida- 
).  Preguntóle  curiosa  y  advertida  y  sa- 
i  deseo  el  galán  en  breves  razones,  di- 
que desde  la  huerta  vino  á  pie  &  Triana, 

de  un  amigo,  á  quien  había  encomendado 

1  música;  y,  hallándole  prevenido  para 
mudando  aquel  traje,  ocupó  la  falúa  en 
tan  feliz  negocio. 

túvola  hasta  la  Torre  del  Oro  la  música 


NOVELA   P&IMSRA  58 


y  la  plática  bastantes  á. engañar  el  tiempo,  de 
manera  que,  con  haber  dilatado  el  movimiento 
de  los  remos,  llegaron,  al  juicio  de  todos,  con 
demasiada  presteza;  pisaron  la  tierra  y  deshicie- 
ron las  camaradas  entrando  en  un  coche  doña 
Beatriz,  el  Capitán  y  Hernández,  y  en  otro  Mar- 
co Antonio,  Heredia  y  don  Fernando,  y  retirán-r 
dose  á  Triana  don  Félix  y  sus  músicos^  en  casa 
de  sn  amigo,  donde  cenaron  aquella  noche. 

La  venidera,  en  quien  la  suerte  había  dedica- 
do el  último  de  sus  lances,  asi  en  estos  como  en 
otros  amores,  llegó  al  paso  de  los  cielos,  que  no 
es  poco  veloz  y  ellos  parece  que  de  su  parte  ayu- 
daron, escaseando  luces.  La  luna,  por  hallarse 
cerca  del  sol,  no  se  mostraba  á  los  mortales;  las 
estrellas  no  dejaban  verse  con  un  denso  nublado 
que  las  servia  de  velo. 

Todos  los  luminares  parece  se  habían  escon- 
dido de  industria  ó  avergonzados  en  ayudar  (si 
es  lícito  decirse)  con  sus  influencias  á  la  fortuna: 
que  así  lo  sintieron  el  Dante  y  comentándole 
Landino  y  Vellutelo,  pues  todos  concluyen  que 
la  fortuna  no  es  otra  cosa  que  los  varios  influjos 
de  los  cielos,  ocultos  siempre  á  nosotros. 

Vino  don  Félix,  cubierto  con  la  negra  capa 
de  tan  oscura  noche,  al  puesto  señalado  de  la 
puerta  falsa  del  jardín  de  su  dama,  apresurado . 
del  deseo,  que  es  la  más  viva  espuela;  vino  tam- 
bién más  temprano  que  pedía  su  dicha,  aunque 
no  sn  suerte.  Paseó  la  calle  entretanto  con  las 


NOVELA  PRIMERA  55 


tro  y  dio  tal  respuesta  de  cuchilladas,  que,  con 
mostrar  mucha  valentía  el  contrario,  le  hizo  re- 
tirar, la  calle  arriba.  En  tanto  que  duraba  el 
ruido,  el  galán  que  estaba  con  Celia  oyéndole  (á 
sus  ruegos)  volvió  á  salir;  y,  viendo  que  los  dos 
que  se  acuchillaban  iban  á  la  parte  alta  de  la. 
calle,  bajó  á  buen  paso  por  ella  dejando  en  su  re- 
friega á  los  que  la  tenían;  amigo  de  su  comodi- 
dad más  que  de  riesgo:  qae  en  Sevilla,  por  que- 
rer poner  paz,  se  han  visto  desdichas  grandes. 

En  el  discurso  de  la  pendencia,  ya  en  la  voz, 
ya  en  los  movimientos,  se  conocieron  don  Félix 
y  el  doctor  Ranjelo.  Gono<idos,  se  pararon  con 
igual  admiración;  y  don  Eélix,  como  más  en  sí, 
preguntó  á  su  amigo  qué  le  movió  á  embestirle 
oon  tanta  determinación  de  matarle. 

-*No  os  espante  (respondió  Ranjelo),  que  el 
honor  presta  aceleración  y  ánimo  á  las  acciones 
de  la  venganza.  Sé  que  estoy  ofendido  en  la  par- 
te de  mayor  estimación,  que  es  la  honra;  sé  que 
mi  mujer  no  me  es  leal  y,  entendiendo  ser  vos  el 
agresor,  no  me  permitió  la  cólera  dilatar  más 
querer  satisfacerme.  Y  asi,  amigo,  pues  quiso 
mi  fortuna  que  os  halle  á  tal  punto  que  no  me 
permite  mi  pena  callarla,  volvamos  á  mi  casa, 
donde  según  la  relación  de  estar  ya  mi  ofensa 
en  ella,  allí,  con  vuestra  ayuda,  ya  que  en  los 
principios  parece  que  erré  el  golpe  á  mi  ven- 
ganza, la  haré  perfecta;  si  bien  no  puedo  dejar 
de  preguntaros  qué  os  movió  á  estar  escuchando 


por  las  juntaras  de  mis  puertas,  qne 
a)  y  aun  viéndolo,  me  tiene  cnidado- 
eo;  pues  aunque  sé  la  ofensa,  qo  el 
I  me  la  hace. 

)  admira  (respondió  don  Félix)  tan 
rasión;  saque  fuera  de  sí  al  hombre 
i;  y  para  satisfaceros,  sólo  os  traigo  & 

que  soy  don  Félix  y  vuestro  amigo,  y 
,  causa  me  hizo  llegar  á  vuestra  puer- 
oí  abrirla,  tras  ver  entrar  por  ella  un 
apenas  llegué,  cuando  una  mujer  le 
s,  como  amante,  por  haberse  tardado 
stando  el  du^o  de  la  casa  qne  pudie- 
lo,  fuera  de  la  ciudad. 
aguardamos?  (volvió  á  decir  Banje- 
:óae  mi  deshonra;  echó  el  resto  mi 
ramos,  amigo,  vamos,  qne  para  lasad- 
p  es  el  ampara  de  los  que  verdadera- 

Lx,  viendo  el  embarazo  de  tiempo  que 
iBultarle,  arrepentido  de  haberle  irri- 
iró  divertir  al  doctor,  preguntándole 
¡una  criada  de  sospecha, 
ino  leal  (respondió  Banjelo);  porque 
e  una  doncella,  hija  de  gente  bien 
le  tengo  para  que  sirva  ¿  Celia,  me 
ifiado  avisándome  de  todo  lo  que  paea. 
,rá  seis  días,  que  mi  traidora  mujer,  . 
on  el  instrumento  de  mi  infamia  (esta 
oyó  entrándose    mañosamente  en  sn 


ÓBe  Celia  (que  ya  se  había  yaelto  & 
y  tomando  nn  manteo  se  paso  ¿  la  puer- 
a,paeento,  cuando  ya  Ranjelo  Bnbió  la 
dejando  por  guarda  de  la  puerta  de  la 
in  Félix.  Y  entonces  Celia,  haciéndose 
litada,  decía: 

üe  mil  ¿Qa¿  puede  ser  la  cansa  de  que 
doctor  con  tanta  prisa?  ¿es  falta  de  sa- 
ta estoy.  ¡Hola!,  ¿no  sube?  ¡  Ay  triste  de 
Bs  de  ¿I? 

me  ves,  traidora  (dijo  Ranjelo),  para 
a  y  aun  dos  vidas  que  han  dado  muer- 
mayor  estimación  que  yo  tengo — .  Y 
leí  brazo  á  Celia,  prosiguió :  —  ¿Para 
traidora,  afectos  fingidos?  ¿para  qué 
I?  Ya  uo  es  tiempo  sino  de  poneros  con 
eolarar  luego  donde  está  el  adúltero; 
n  de  valer  lágrimas  ni  ruegos:  yo  le  vi 
r  mis  ojos  y  yo  le  buscaré. 
|ue  en  lo  exterior  estaba  libre,  cuanto 
TÍor  culpada;  más  en  sí  de  lo  que  parece 
itido  &  la  femenil  flaqueza,  que  tanto 
liscrecióu  en  las  adversidades  que  aun 
I  de  naturaleza  pervierte,  dijo  ¿  sn  ma- 

es  esto,  señor,  que  no  lo  creo?  ¿Así 
Ha  y  os  infamáis  debiéndome  el  honor 
béis?  ¿Qué  frenesí  es  ésts?  ¿yo  culpada 
t  deshonra?  ¿Yo  quien  no  os  ofende  en  el 
ito,  cuanto  más  en  el  acto?  Ahora  digo 


NOVELA  PRIMERA  69 


que  á  los  inocentes  persigne  la  desdicha.  Mirad; 
señor,  por  qaien  sois  y  por  qnien  soy  lo  qne  decís; 
reportaos  y  la  satisfacción  qne  podéis  tomar  con 
reputación  de  cnerdo,  no  la  precipitéis  &  la  de 
loco.  ¡Dios  me  libre  de  tal  enredol  Mil  veces  me 
santiguo.  ¿Hombre  en  mi  casa  y  vístele  entrar 
vos?  No  sé  á  qué  lo  atribuya,  sino  á  antojo  vues- 
tro ó.  á  maldad  de  una  criada.  Satisfaceos,  señor, 
que  es  mdy  jjasto;  no  dejéis  rincón,  ni  aun  cofre 
en  que  no  miréis. 

Por  una  parte  se  consumía  Ranjelo  oyendo  ha- 
blar tan  en  sí  &  Celia.  Por  otra  atribuía  á  artificio 
aquel  modo  de  razones,  conociendo  en  ella  pronti- 
tud é  ingenio  vivísimo;  mas  cuando  la  vio  pedir 
que  se  mirase  la  casa  y  echar  la  culpa  á  las  cria  - 
das,  mil  imaginanaciones  le  asaltaron.  Reportóse 
cuanto  pudo;  encerró  á  Celia  en  su  aposento;  llamó 
á  don  Félix;  púsole  en  él  de  guarda;  visitó  la 
casa  sin  dejar  desván,  tejado  ni  cofre  que  no  mi- 
rase, y  no  hallando  lo  que  buscaba,  volvió  á  su 
amigo  lleno  de  rabia  y  admiraciones  dando  cuen- 
ta de  lo  que  había.  Don  Félix,  que  advirtió  cuer- 
damente que  se  había  escapado  mientras  la  pen- 
dencia el  galán  que  buscaba  Ranjelo;  que  lo  veri- 
ficaba la  seguridad  de  Celia,  para  verse  libre  con 
presteza  de  aquel  embarazo,  dijo: 

— Por  cierto,  señor,  que  os  tengo  por  engaña- 
do; pues  dejando  las  criadas  libres,  habéis  puesto 
el  cuidado  en  guardar  vuestra  mujer  que,  juzgo 
yo,  no  tiene  culpa. 


lede  ser  (respondió  Ranjelo).  Y  con  esto 
il  aposento,  sacó  la  daga,  amedrentó  de 
i  Celia;  mas  ella  constante,  dijo: 
y,  señor;  y  cómo  me  parece  ^ne  os  faltft 
de  vuestro  entendimiento;  y  no  me  es- 
qae  una  ocasión  de  honra,  al  más  valeroso 
io  saca  de  sí!  ¿Yo  os  había  de  ofender?  ¿yo 
ormo  en  «ste  riesgo,  cuando  no  mirara  á 
li  &  vos,  ni  á  mi,  sino  al  amor  que  os  tengo?. 
,  i>or  vuestra  vida,  que  me  dig&is  si  habéis 
>  en  tanto  tiempo  como  ha  que  vivimos  jnn- 
aun  causa  justa  para  sospechar.  No,  por 
y  si  ahora  visteis  entrar  algnna  persona  y 
lalláis,  ¿quién  duda  que  es  vuestra  la  cuJ- 
eveaisteis  contra  mi  solamente,  no  contra 
iadaei  yo  encerrada,  ellas  librea,  ¿quién 
layan  escapado  é.  quien  quisieren?  ¡Pla- 
Dios  que  el  temor  y  sobresalto  me  dejaran 
irlo;  que  yo  sé  bien  se  descubriera  la  ver- 
mi  inocencia  y  su  malicia  y  más  de  Ma,- 
¿Qué  es  de  ella?  ¿adonde  está?  ¿no  parece? 
o  sé  que  esta  sola  y  no  otra,  puede  hacer 
nte  maldad,  Ó  levantarme  á  mi  tal  testi- 
quien  duda  por  cansa  vuestra.  Uiraisla 
ción  demasiada;  y  habri  imaginado  qoe, 
que  yo  pierdo  mi  honor  y  vuestra  gracia, 
Ha  lo  uno  y  lo  otro.  Séame  testigo  el  ae&or 
ilix:  á  él  hago  juez  de  esta  causa  y  no  por 
)or  imaginación  de  culpa,  me  condene. 
<  discurso  último  de  Celia,  hizo  fuerza  al 


NOVELA   PRIMERA  61 


doctor  Ranjelo,  de  suerte  que  le  dio  por  verda- 
dero; y  volviéndose  á  don  Félix,  le  apartó  y  dijo: 

— Ahora  sin  duda  esta  mala  criada  hizo  todo 
el  enredo  qne  os  he  contado  y  habéis  visto,  con 
el  intento  qne  dice  Celia;  pues  yo  os  confieso  que 
con  justa  causa,  muestra  en  su  razón  sus  celos. 
Verifícase  con  no  hallar  er  agresor;  con  la  se* 
guridad  que  Celia  muestra;'  y  ¿quién  duda  que, 
viéndoos  entrar  conmigo  y  que  no  venía  solo, 
conque  se  descubriría  sn  maldad,  como  yo,  inad- 
vertido, he  puesto  el  cuidado  contra  Celia,  sola 
Mariana  ha  tenido  lugar  bastante  para  poner  en. 
salvo  el  hombre  que  visteis  y  oisteis?  No  hay 
que  hacer  más  conjeturas,  esto  es  lo  cierto. 

Ayudó  á  esto  don  Félix,  diciendole: 

— Volved,  doctor,  á  deshacer  el  yerro;  pedid 
perdón  á  vuestra  mujer  y  echad  mañana  esa 
criada  de  casa,  no  os  ocasione  mayor  desdicha. 
Y  dejando  de  este  acuerdo  á  Ranjelo,  conforme 
más  que  nunca  con  Celia  y  haciendo  de  ella  ma- 
yor estimación,  remitió  castigar  á  Mariana,  que 
si  inocente  por  la  verdad  del  caso,  no  por  la  in- 
tención. 

Salió  con  esto  don  Félix  admirado  de  ver  su 
amigo,  hombre  tan  bien  entendido,  tras  agravia- 
do, satisfecho;  tras  ofendido,  obligado;  tras  ce- 
loso y  con  razón,  libre  de  celos  y  sospechas;  y 
Celia,  en  vez  de  castigada,  premiada;  en  vez  de 
ofensora  con  renombre  de  leal,  y  en  vez  de  astuta 
y  cautelosa,  con  nombre  de  inocente:  milagros 


¿Fnes  qué,  mnrió  doña  Beatriz?,  dijo  alboro- 
<  el  caballero. 

No,  señor  (respondió  la  daefla):  t.  m.  ai  lo 
u  la  gracia  de  mi  señora;  que  la  variedad  de 
indición  7  la  disposición  de  la  anerte  se  con- 
ron  en  un  punto  contra  el  señor  don  Félix  y 
ra  la  desgraciada  Hernández, 
quí  hizo  la  cenizada  dueña,  en  poco  rato, 
íB  las  hazañas  que,  á  fuer  de  en  estado,  supo 
utar,  que  fueron  hartas,  y  prosiguió: 
•Porque  habr&  de  saber  (no  quiero  dilatar  el 
')  que,  aguardándole  mi  señora  en  su  apo- 
0,  trazado  lo  que  habia  de  ejecutares,  yo  bajé 
puerta  del  jardín  y  con  la  oscuridad  grande 
[i  noche,  llegó  un  hombre  embozado  de  buena 
a,  que  &  lo  que  juzgué  era  quien  esperaba; 
ten  (¡ay  necia!)  pudiera  reparar,  que  hombre 
oía  ruido  de  cachilladas,  no  muy  lejos  y  no 
aliaba  en  ellas,  ya  riñendo,  ya  metiendo  paz, 
odia  ser  don  Félix.  Cecéele  y  éntreme  dentro, 
era  la  seña  que  habíamos  tratado.  Siguióme 
3aaos,  cerrando  tras  sí  la  paerta  del  j'ardin, 
,  como  de  golpe,  quedó  con  llave;  subí  el  cara- 
qne  da  en  la  antecámara  del  cuarto  de  míse- 
i;  estaba  todo  oscuro,  allí,  sin  reparar,  le  dije; 
,  señor  don  Félix,  ya  ha  llegado  el  deseado 
to  que  tanto  le  cuesta,  ya  no  hay  qne  temer 
ires,  como  hasta  aquí;  buen  ánimo  y  segaid- 
que  no  está  lejos  de  hallarse  á  los  ojos  de  su 
IB.  ¡Quién  tal  le  dijera,  ha  pocas  horael  Con 


qne  no  hay  que  temer;  mi  señora  estA  sola  y  yo 
tengo  bien  dispuesto  el  campo  de  enemigos.»  Con 
esto  me  partí  al  aposento  del  capitán,  mi  señor, 
qne  siempre  dnerme  con  luz:  llegué  á  la  cama, 
despertéle,  y  (lije:  «Al  pan  qne  tantos  años  he  co- 
mido en  esta  casa,  á  tas  obligaciones  de  que  me 
precio,  á  la  lealtad  que  tanto  estimo  y  al  mismo 
honor  mfo  y  de  mis  amos,  fuera  ingrara  si  me 
cegara  la  pasión,  el  amor  ó  el  interés,  que  por 
todo  he  atropellado  para  llegar  á  hacer  esta  ha- 
zaña.— ¿Qaó  hazaña?  (replicó  el  viejo).  Acabad, 
Hernández,  que  me  dais  rigurosa  muerte, — ¿Es 
pequeña,  señor  (dije  yo  entonces,  humedeciendo 
los  ojos  y  levantando  á  ellos  las  tocas);  es  peque- 
ña llegar  á  los  pies  de  v,  m.  y  decirle  que  mi  se- 
ñora tiene  un  hombre  dentro  de  su  aposento?  Yo 
le  he  visto;  no  son  imaginaciones;  y  con  todo  lo 
qne  la  quiero,  quiero  más  su  honra  y  la  de  v.  m, 
—Tened  (dijo  mi  señor);  tapad  la  boca  que  ha 
sido  la  trompeta  que  pnblica  mi  infamia,  jHola, 
hola!  Mas  ¿qué.  llamo?  En  mi  casa  estoy  y  aun  me 
dura  vigor  en  las  fuerzas  y  en  la  honra.»  Y  to- 
mando uoa  ropa  y  su  espada,  salió  de  su  aposen- 
to, para  el  de  sn  hija.  Fui  con  la  Inz  tras  él;  en- 

TEATRO    POPULAR  5 


como  tan  violento  este  suceso,  lo  que  hoy  parece 
que  ama,  deatro  de  pocos  días  ha  de  aborrecerlo 
y  hallarse  arrepentida;  qae  aon  diferentes  Ion 
gastos  gozados  qne  imaginados,  y  dificaltoso  es 
matar  en  -corto  rato  fuego  que  se  ha  encendido 
en  tantos  días;  y  no  sé  si  lo  afirme  asi  viendo 
qne,  en  el  mismo  tiempo  de  sus  gustos,  se  acuer- 
da, sea  como  fuere,  de  dar  disculpa  de  su  yerro. 
En  esto  papel  viene;  y  su  esposo  don  Fernando, 
que  ya  le  doy  este  nombre,  delante  de  mi  ayudó 
á  notarle. 

Así  terminó  Hernández,  vertiendo  lágrimas  y 
haciendo  extremos  y  don  Félix,  cuando  sus  cria- 
dos entendieron  verle  salir  de  sí,  tomó  el  papel 
y  compuso  el  semblante.  ¡Oh,  lector!  ya  me  cul- 
parás de  inadvertido,  pues  no  te  he  dicho  quién 
era  el  galán  de  Celia .  Sabe  pues  que  don  Fernán  - 
do,  que  te  dije  al  principio  de  este  discurso  que 
la  gozaba,  este  fué  el  que  salió  de  con  ella,  en 
tanto  que  duraba  la  pendencia,  y  este  mismoj  ba 
jando  la  calle  y  llegando  á  la  puerta  del  jardín, 
entró  é,  la  eefla  qne  hizo  Hernándea,  y  este  mis- 
mo caso  de  Banjelo,  Celia  y  don  Fernando,  que 
bien  conjettiró  ser  él,  don  Félix,  le  hizo  repor- 


oídle  todoB;  que  quiero  seáis  partícipes  de  pala- 
bras notadas  por  hombre  tAn  apacible  y  escritas 
por  mano  tan  mudable.  Abrióle  y  leyó  así: 

A  «a  amor,  otro  amor  le  satisface; 
A  un  diwamor,  nn  desamor  aa  justo; 
Dn  gusto  le  pagaó  con  otro  guato, 
Si  mal  hice,  castigo  ¿qnien  mal  hace. 

SUeno,  esta  sentencia  me  amenace, 
Mas  no  de  ingratitud  fiero  díagusto; 
i         Que  aunqne  al  h-ado  le  dais  nombre  de  injusto, 
Es  justo,  al  fin,  ai  desengaños  hace. 

Jam&s  vida  por  muerte  se  desprecia; 
No  se  aborrece  el  oro  por  la  escoria; 
Esto  el  médico  fué  para  mi  llaga. 

CoDfirm¿raae  en  mi  el  nombre  de  necia, 
A  no  trocar  mi  pena  por  mi  gloria 
Que  la  ocasión  é,  letra  vista  paga. 

— Basta'  (dijo  Don  Félix);  que  entre  satisfac- 
ciones, mi  señora  doña  Beatriz  me  envía  deseH' 
ganos:  forzoso  es  responderla.  Dadme  recaudo, 
que  si  á  su  merced  le  faltó  amor,  &  mí  no  la  cor- 
tesía. Y  tomando  la  pluma,  escribió  así: 
Parló  la  ocioaidad  nn  rapaz  ciego 
Que  llamaron  amor,  deseo  6  ventura; 
Tuvo,  en  la  fantasía,  &  la  locura 
O  por  hija  ó  por  llama  de  su  fuego. 

Sn  hermano  de  ésta  fué  al  desasosiego; 
Entre  I09  dos  rompieron  la  cordura; 
Prendaron  la  razón  en  una  oscura 
Cárcel,  7  del  rigor  hujó  el  sosiego. 


NOVELA  SEGUNDA 


Premiado  el  amor  constante. 


Euseña  por  loa  varios  caminos  que  consigue 
Dios  la  salTAción  de  las  almaa,  j  cómo  ee  coaoce 
que  la  Divina  Providencia  favorece  á  los  que  tie- 
nen sangre  de  cristianos  y  cnanto  se  luce  en  las 
mayores  adversidades  sn  misericordia;  y  en  toda 
es  un  retrato  de  cnán  inconstante  es  la  vida  hu.- 

Ntinaa  se  vIó  en  amor  ningrin  contento 
Qae  no  le  siga  en  posta  otro  cnidado; 
Ni  en  él  habrá,  placer  tan  acabado 
Que  no  traiga  consigo  a1j;un  d-^scuento. 

Jjhtos  versos  de  Jorge  de  Montemayor,  refirió 
Fabio  por  haberse  ocurrido  á  la  memoria.  Cuán- 
to sean  escasos  los  guatos  de  los  hombres  y  cu&n 
llenos  están  de  pinsiones  de  pesares;  que  en  esta 
frágil  corriente  (dijoj  de  la  humana  vida  siem- 
pre navegamos  sujetos  al  riesgo  y  á  la  incons- 
tancia. Epicteto,  filósofo  moral   excelentísimo, 


pocos,  cerca  de  si,  detrás  de  un  paredón  (qne 
annqne  oscura  la  noche,  bieu  ae  divisaba),  con 
terrible  ruido  de  armas,  conoció  ee  procuraban 
la  muerte.  Suspendióse  entre  las  blanduras  de 
las  femeniles  ansias  y  entre  la  aspereza  de  los 
soberbios  golpes,  con  que  retumbaban  los  ecos 
de  aqnellas  soledades;  y  como  el  corazón  brio- 
so le  inclinase  á  la  parte  del  mayor  y  más 
cercano  riesgo,  dejando  el  conienzado  camino, 
guió  adonde  peleaban,  desnudó  su  alfanje  y  se 
halló  en  medio  de  dos  valientes  soldados  que,  con 
más  obras  qne  razones,  pretendia  cada  uno  la 
mejor  parte  de  la  batalla. 


En  esta  coDgoja,  desesperado  del  remedio,  ad- 
virtió pasos  cerca  de  si;  levantó  al  mida  la  ca 
beza  como  pndo,  y  la  voz  diciendo: 

— Enemigo  ó  amigo  que  seas,  acábame,  que 
será  la  crueldad  máa  piadosa  que  &  hombre  triste 
le  puede  conceder  el  cielo. 

Aún  el  bulto  se  movía  sin  responder  palabra, 
cuando  á  paca  distancia  de  tiempo,  hiriendo  un 
pedernal  el  vaquero  anciano  que  recibió  á  Celi- 
mo,  se  le  pnso  dolante  con  Inz,  y  consolándole  y 
reparando  lo  mejor  que  pudo  las  berid^Ls,  le  dio 
cuenta  en  breves  palabras,  cómo  escondido  entre 
anas  pe&as  aguardó  y  vio  el -lastimoso  caso  que, 
tan  sin  poderlo  prevenir,  les  habia  sobrevenido. 
Laatintábaee  Celimo  de  la  pérdida  de  su  Zara 
más  que  de  su  propia  muerte,  y  el  rústico  le  di- 
vertía y  consolaba  con  razones  más  discretas 


'"■•^•m  I 


81 


que  de  villano;  que  la  experiencia  de  la  vid» 
'  'e  perfeccionar  el  natural  incnlto. 

'on  &  la  lus,  como  á  farol  de  capitana 
B  la  borraeca  las  esparcidas  naves,  los 
ididos  entre  las  breñas  salvaron  con 
noche,  el  vivir  y  la  libertad.  T  ha- 
[untado  hasta  seis  personas  y  benefi- 
mejor  qae  supieron  las  heridas  de  Ge- 
imún  acuerdo  Be  determinaron  llevarle 
va  que  no  lejos  de  allf,  entre  unas  mi- 
ficación,  estaba,  donde  asistía  un  hom- 
gioso,  de  religión  cristiana,  de  edad 
venerable  aspecto  y  de  conocidas  ma- 
xper i  mentadas  entre  aquellos  rústicos 


n  por  obra  el  camino,  llevando  sobre 
,  en  hombros  de  cuatro  de  ellos,  al 
?,  guiando  con  su  luz  el  vaquero,  llega- 
stancia  de  Fernando  (este  era  el  nom- 
litario);  y  aun  asi,  pasada  la  tormenta, 
ttda  aquella  vil  gente,  vojvian  la  vista 
lian  los  pasos,  juzgando  por  enemigo 
co.  Celimo,  en  aquel  trance,  para  co- 
to, pronunciaba  como  podía:  «¡Ay  Zara, 
;  y  ella,  vertiendo  lágrimas  en  manos 
fmigoa,  caminaba  al  campo  que  ya  mos- 
.  vista  el  Bol  que  vertía  sus  rayos  ev- 
ndas  imperiales,  gozándose  en  los  re 
:us  vencedoras  armas,  y  loa  soldados, 
^yor  preaa  que  imaginaron,  y   aun  al- 


larga  distancia  de  luguree,  sia  parar  hasta  la 
misma  persona  de  la  majestad  Cesárea,  á  quien 
obligó  el  rumor  á  mandar  que  trajesen  ante  si  In 
presa  qae  hicieron  aqaellos  soldados,  los  cuales, 
gloriosos,  y  en  particular  Benavides,  valiente 
español,  se  presentaron  á  su  Príncipe  y  presen- 
taron á  Zara,  tan  hermosa,  entre  llantos  y  añío- 
ciones,  qne  pudo  verse  ejemplo  y  acto  segundo 
de  Scipión  y  la  doncella  cartaginesa;  y  en  Carlos 
Quinto  mayor  valor,  mayor  virtud  y  mayor  lar- 
gueza qne  en  el  romano. 

Mandó  Su  Majestad  que  se  repartiese  entre 
aquellos  soldados  el  precio  de  aquella  esclava, 
con  determinación  que,  libre  tan  perfecto  cuerpo, 
no  ae  perdiese,  antes  con  la  verdadera  ley,  se 
ganase  para  Dios  aquella  alma.  Preguntó  Su  Ma- 
jestad &  Ib  mora  quién  era  y  cómo  la  hallaron  es- 
condida entre  pastores  y  gente  rústica.  A  lo  cual 
respondió  la  doncella  (entendida  por  intérprete), 
BÍ  do  en  estas  palabras,  esta  sustancia: 


encargándome  el  secreto  de  él,  igua!  con  el  vi- 
,yir.  El  aparato  con  que  me  aervian,  la  majestad 
con  que  me  trataban,  las  caricias  y  los  regalos 
que  me  hacían,  mal  podré.yo  representarlos,  sino 
para  acrecentar  lágrimas  y  nuevas  causas  de 
dolor  en  mi  adversidad.  Últimamente,  Reüor,  las 
cruzadas  banderas  de  tu  Imperio,  tremolaron  en 
las  murallas  de  Túnez;  y,  desesperado  Barbarro- 
ja,  liuyó,  no  á  tu  rigor,  maa  la  servidumbre  que 
es  el  ña  de  las  desdichas,  para  los  ánimos  de  sn 
naturaleza,  inclinados  á  mandar,  y  más  cuando 
á  la  inclinación  ayuda  el  hábito.  Trazó  que  yo 
también  huyese  el  cautiverio,  acompañada  de 
algunos  leales  que,  á  poco  trecho  que  hablamos 
corrido,  perdieron  la  vida  en  manos  de  un  escua- 
drón peque&D  de  soldados,  y  siendo  yo  la  presa 
entre  dos  capitanes,  por  mi  salieron  á  matarse. 
Había  guiado  la  fortuna,  errando  también  fu- 
gitivo por  la  misma  parte  A  Celimo,  ¡ay  triste!,  . 
el  más  gallardo  mancebo,  más  hermoso,  más  dis- 
creto y  más  valiente  que  pisó  jamás  el  suelo 
africano.  Este  me  libró;  con  éste  paré  entre 
aquellos  albergues  de  pastores;  éste  perdió  allí 
la  vida  en  mi  defensa  y  éste  habia  de  ser  mi  es- 
poso. 


ees;  hallándose  los  dos  Boloa  un  día,  á  la  sombra 
de  unos  abrazados  arbolee,  gozando  del  naci- 
miento de  una  fuente  qae,  rompiendo  las  dura» 
«ntrañas  de  una  peña,  se  comunicaba  al  prado 
suministrando  radical  virtud  á  taa  plantas  y  á 
las  llores,  Fernando  dijo  así  á  Celimo: 

— Dios,  ¡oh  mancebo!,  en  quién  están  presen- 
tes los  sucesos  humanos  y  que  con  su  divina  pro- 
videncia, obrando  libremente  las  segundas  cau- 
sas, guia  sus  efectos  4  los  mejores  fines  por  tan 
extraordinarios  caminos  y  accidentes  como  has 
visto  en  ti,  te  trajo  á  mi  presencia  para  que  no 
sólo  te  desengañe  de  quien  eres,  mas,  si  me  es 
concedido,  te  obligue  á  seguir  Ja  verdadera  reli- 
gión de  tus  pasados.  Sabe,  pues,  que  dé  Francia 
salió  un  caballero,  cuya  valentía  se  celebró  no 
sólo  en  Europa,  mas  en  Asia  y  en  África;  la  fama 
dio  noticia  de  su  valor.  Este, por  algunas  causas, 
le  forsó  sn  hado  (si  puede  así  decirse,  cuando  las 
ocasiouee  necesitan)  &  seguir  las  banderas  de 
Carlos  Quinto,  Rey  de  España  y  Emperador  de 
Roma,  á  costa  de  la  vida  de  Borbón  (9.ue  este  es 
el  nombre  de  tan  valeroso  príncipe  y  soldado);  y 


gué  &  Laudomia,  mujer  de  aa  mercader,  Il&ma- 

do  Florencio  M!eteli;  &  éstos  te  encargué,  según 
la  orden  que  traía  y  yo  me  volví  en  basca  de  tu 
padre,  qae  me  esperaba.  Sabíamos  á  menudo  de 
tu  salud  y  crianza,  por  cartas,  hasta  que  en  el 
asalto  de  Broma  una  bala  fué  el  instrumento 
conque  triunfó  la  muerte  de  hombre  tan  valero- 
so, que  juzgo  no  se  atrevió  desde  más  cerca  i 
quitarle  la  vida. 

Alcanzóse  aquel  día  la  victoria  muriendo  Bor- 
búa;  y  tú  y  yo,  desde  aquel  punto,  quedamos 
hechos  esclavos  de  la  fortuna. 

Recogí  las  joyas  y  dineros  que  pude;  partí 
donde  estaba  tu  madre,  hallóla  casada;  enterne- 
cióse de  no  poder  luego  ampararte  y  encargóme 
que  en  siendo  de  diez  años  te  llevase  á  servirla. 
Frometilo  así  y  caminé  &  Barleta;  basqué  á  Lau- 
domia y  á  Florencio;  pediles  que  me  restituyesen 
mi  prenda,  volviéndote  á  mi  poder.  Mas  Laudo- 
mía,  con  ansias,  lágrimas  y  suspiros,  me  confesó 
que,  habiendo  tenido  ea  su  casa  un  turco  espía, 
que  viniendo  de  España  y  habiendo  corrido  la 


tan  grande  el  corsario  y  yo,  que  podo  forzarme 
á  qae  asistieBe  •□  sd  compañía.  Criábaste  en 
tanto,  y  deseaba  que  tn  edncacUn  fuese  en  Ja 
del  verdadero  Dios;  mas  Barbarroja  lo  estorba- 
ba por  todos  caminos  que  le  eran  pnaibles.  Te- 
nías ya  aiete  años,  llevando  tras  tí  les  ojos  de  la 
morisma,  y  desde  entonces  te  puse  en  el  brazo  la 
ajorca  que  traes  ahora,  pidiéndote  que  nunca  la 
dejases,  por  trabajos  en  que  te  vieses,  que  no  te 
aprovecbaria  poco;  á  causa  de  que  la  forjó  con 
asidnaa  observaciones  de  estrellas,  un  turco 
grande  filósofo,  astrólogo  y  aun  mágico,  de  quien 
aprendí  algunos  casos  naturales,  qne  quizá  lo 
dispuso  así  el  cielo  para  que ,  con  ellos,  aprove- 
chasen en  ta  cura.  Las  veces,  pues,  que  yo  po- 
día, te  representaba  qne  eras  cristiano,  que  era 
Carlos  tu  nombre  y  te  desengañaba  del  error 
bárbaro  de  la  secta  mahometana,  aunque  sin 
atreverme  jam&s  á  decirte  quién  fuese  tu   ver- 


eión  de  bub  corsos,  pasa  á  considerar  sn  artífice 
qoe  lo  crió  todo  para  el  hombre,  y  ol  hombre  le 
es  ingrato;  no  seas  tú  de  este  número. 

Dio  fin  &  su  razonamiento  Fernaado,  y  Celímo, 
qne  le  escuchó  atento,  reconocía  poco  á  poco  al 
qne  nn  tiempo  llamó  padre,  revolviendo  en  sn 
imaginación  tantos  conceptos,  que  ios  nnos  á  loa 
otros  se  embarazaban.  Has  ya  el  sol,  pasando 
sns  rayos  á  los  antípodas,  dando  caoaa  la  noche, 
para  dejar  aqnol  sitio  por  el  que  lee  servía  de  al- 
bergue, adonde  entre  admiraciones  y  ofertas  ha- 
cían BU  viaje  los  dos  amigos,  cuando,  desde  lejos, 
les  hirió  la  vista  una  Inz,  que  por  boca  de  la 
cneva  se  comunicaba  ¿  los  airea  lóbregos  con  las 
nocturnas  tinieblas. 

Reparó  el  mancebo  y  llevóle  el  ánimo  la  nove- 
dad; y  el  dio  lleva  tras  sí  Leonora  (que  este  era 
ya  el  nombre  de  la  qne  en  otro  tiempo  Zara)  llora- 
ba prisionera  en  Constantinopla,  clamando  al 
cielo  en  sa  retraimiento  y  pidiendo  ayuda  á  quien 
podía  bien  dársela,  decía: 

— ¿Cómo,  SeÜor?  Ya  que  permiljste  que  me  fal- 


muerte  por  salvar  la  vida  de  aquella  por  qoien 
diera  machas.  Hálleme,  cuando  más  desespera- 
do, abundante  de  remedios,  ministrados  de  este 
hombre  venerable  que  veis  presento,  éste  me  di6 
la  salnd  del  cuerpo  y  la  del  alma;  porque  ha- 
biéndome' curado  las  heridas,  ya  libre  de  ellas, 
aunqae  convaleciente,  oi  de  sa  boca  lo  que  hasta 
entonces  me  tuvo  encubierto,  cuidadoso  de  mis 
Huceeos;  me  volví  con  este  anciano  á  su  cueva 
cuando  vimos  salir  por  ella  una  luz  no  esperada, 
alargné  el  paso  j  juzgúela  á  ilusión  &  causa  de 
encubrirse  antes  que  llegase  con  buen  trecho, 
desapareciendo  á  mis  ojos  lo  que  los  deslum- 
hraba. Entré  á  oscuras  en  la  cueva  tenté  á  todas 
partes  con  el  alfanje,  no  hallé  nada  que  hiciese 
estorbo  y,  atribuyéndolo  á  diferentes  cosas,  en- 
tré Femando  diciéndome: — «Sin  duda  lo  que  es- 
criben de  los  carboneos,  es  cierto,  pues  no  hallo 
otra  causa  para  esta  lumbre  que  asi  se  nos  ha 
mostrado  y  escondido.»  Yo  en  tanto  busqué  don- 
de solía  el  eslabén  y  la  yesca;  herí  al  pedernal  y 
diéme  fuego  de  sus  entrañas  (¡cuan  verdadero 
retrato  de  las  mías!);  olvidado  el  portento,  cena- 


In  duas  sórores  diversorum  morum.  (Auso- 
Nios;  Epig.) 

Enseña  cnanto  dañan  é.  laa  mujeres  loa  trajes  y 
acciones  libres,  aunque  las  costumbres  aean  vir- 
taosas,  j  cuan  poco  aprovecha  la  ceremonia  ni  el 
h¿bitq  honesto  para  encubrir  las  falacias  en  las 
obras;  y  cómo  aquellos  fines  que  se  pretenden  pof 
malos  medios,  deseando  defraudar  al  próximo,  re- 
soltan (ain  valor  la  astucia)  en  mayor  daño,  en  lu' 
gar  del  pretendido  aprovechamiento. 

Ddia,  nos  miramur,  et  est  mirabüe,  quod  tam 
dUimües  estis,  tu  que  sororque  ¡na. 

Hcec  luUiiíu  casto,  cum  non  sit  casta  videtur. 
Taproeter  culíunt  nihü  nttretricis  habes. 
Cum  etati  more»  tibi  fiut,  hute  cvltus  ¡tonestua. 
Te  tamem,  et  cuUua  damnat,  et  actúa  can. 


introdnceu  humildes. 

Madrid,  corte  de  España,  mapa  de  los  sacesos 
hamanos,  patria  y  habitación   íaé  de  Lamia  y 
X)eUa,  nombres  antiguos  qne  confirman  otros  dos 
modemoa,  tan  conocidos  hoy  como  ellos  enton- 
ces. Hermanas  eran,  huérfanas  quedaron,  dese- 
mejantes en  las  inclinaciones,  aunque  algo  se- 
mejantes en  los  pocos  años  y  en  las  buenas  ca- 
ras. Lamia  era  mener  de  edad,  mayor  de  astu- 
cias. Delia,  contraria  en  todo;  la  mocedad  Ubre; 
los  tropezones  de  la  gente  ocasionaban  á  estas 
dos  hermanas  distintos   pareceres.    Via  Lamia 
vilida  la    ceremonia  y  que  los  exteriores  gran- 
jean el  crédito,  aunque  lo  contradigan  los  actos; 
dejábase  llevar  de  su  discurso;  púsose  hábito  de 
beata,  honesto  y  aliñado,  que  ayudaba  más  i  la 
perfección  de  las  facciones  que  &  desfigurarlas. 
Blancas  manos,  modestos  ojos,  &  veces  atrevidos, 
con  ser  mesurados,  tupido  manto  y,  debajo  d» 
lana,  coraaón  astuto;  limpio  el  vestido,  no  menoa 
oloroso,  fiada  en   la  sentencia  <«'"'^,.1''VM!h^ 
no  desdice  en   la   santidad;  en  publico  hablaba 
eojitemplativo;  en    secreto   lasciva,  y  entre  ami- 
'%:£:.t:o':pini6o  ai  contrajo,  cintas,  dorea. 


po  de  poco  leal  á  mi  hermana,  y  tú  serás  ingrato 
si  no  me  correspondes.  En  esta  casa  no  puedes 
alcanzar  el  fin  de  tu  deseo  sino  con  el  de  matri- 
monio. Delia  es  hermosa,  rompe  galas,  ocapa  la 
ventana  y  k  todas  horas  mlranla  muchos;  vuelve 
«on  facilidad,  si  no  el  alma,  los  o]'ob,  y  estA  á 
riesgo  de  perder  6.  quien  se  deja  mirar;  que  hoy 
«n  la  corte  aquello  que  se  conoce  y  ve,  se  jnzga, 
no  lo  que  está  escondido;  y  &  ti  te  basta  propo- 
nerte la  diñcnltad  para  que  la  huyas.  De  mi  re- 
bato y  vida  te  hago  testigo,  que  no  hácenae  pro- 
pias alahanzas;  y  asi  excaso  las  mías,  pnes  lo 
•que  en  eete  rato  palabras,  en  tiempo  largo  te 
han  dicho  mis  obras. 

Elste  fa&bito  honesto,  esta  modestia  este  reco- 
gimiento que  tengo,  no  mi  gusto,  mi  honor  ea 
quien  me  lo  enseña;  y  quien  se  vence  6.  sí  libre, 
mejor  se  vencerá  sujeta  &  un  hombre  de  tus 


El  engaño  me  EOBteata 

T  habito  en  torres  da  viento, 

En  mi  tormenta  contento, 

Y  en  mi  bonanza  en  tormenta. 
Desvaríoa  deaiiínales 

Padece  el  enfermo  amante; 

Porque  un  frenesí  inconstante 

üa  la  cifra  de  sus  males. 

Con  infalibles  sefl ates 

Hago  pronóstico  incierto 

Qne  este  veneno  encubierto 

Obra  porocnlto  modo, 

Pues  se  pierde  &  veces  todo 

Por  no  conocer  el  puerto. 
Hasta  el  aire  pareció  saspenderee,  agradecido 
«n  apacible  calma  &  los  sonoros  compases  y  ac«n- 
-tOB.  Conoció  Delia  &  Florino  que  los  formaba,  y 
■  coBOció  loB  veraoe  por  de  Femando;  mas  como 
oráculo  de  amor,  fácil  de  pervertir  el  sentido, 
«penas  quedó  lugar  para  hacer  juicio  con  mayor 
acuerdo  cnando  lo  estorbaron  (y  el  hablarse  los 
amaates)  nuevos  instrumentos  y  voces,  que  acer- 


matrimonio,  diciando  que  e¡a  sn  presencia  se  hi- 
ciese la  tropelía.  Concedía  Lamia,  remitiendo 
á  aqnella  siesta  el  efecto.  Delia  creía  unas  ve- 
ces, otras  difionltaba,  y  de  lo  nno  y  lo  otro  la 
nacían  temores.  Llegó  al  señalado  tiempo  Kon- 
eardo,  prevenido  de  Lamia  y  persuadido  que  se- 
gún el  estado  presente;  él  falto  de  dinero,  ella 
caminando  í  la  edad  mayor  á  riesgo  de  perder 
la  honra,  que  en  la  opinión  de  los  hombres  tenía 
granjeada  con  so  recato,  era  el  m&s  acertado 
medio  casarse,  que  asi  no  faltarla  &  sn  amor, 
pues  quien  doncella  sin  serlo  lo  sabia  ser,  mejor 
casada  serla  adúltera  en  lo  interior,  leal  al  cré- 
dito común  de  la  corte. 

Propaso  la  persona  de  Femando,  trayendo  en 
sn  abono  la  seguidilla: 


Ronsardo,  necesitado  más  que  persuadido, 
aprobó  el  parecer  de  Lamia,  resueltos  entrambos 
que  la  violencia  supliese  lo  que  á  Femando  le 
faltaba  de  querer. 

Los  conjurados  se  fueron  á  Delia,  y  tomando 


baid  ella  por  ea  manao;  negaba  ei;  eiia  eacaoa 
alegre  imagmando  por  cumplidos  sus  deseos,  7 
él  triste  lamentando  el  frustrarse  los  suyos. 
Dieron  ana  quejas  ante  el  juez;  oyólas  con  seve- 
ridad, que  la  prevención  de  Eonaardo  no  olvidó 
en  disponer  el  ánimo  del  teniente;  el  cual,  lla- 
mando reos  á  Lamia  y  á  Fernando,  ÓBte  le  man- 
dó poner  en  la  cárcel  y  aquélla  volverla  á  su 
casa.  Ejecutóse  el  decreto;  cLuedó  preso  el  galán 
sin  culpa,  y  la  dama  culpada  se  volvió  libre:  no 
es  la  vez  primera  en  que  se  castiga  el  inocente  y 
ae  premia  el  culpado.  Llegó  á  ajsta  de  Dalia  la 


estoy  yo,  traidora  hermana,  qneyani  obligacio- 
nes de  sangre  me  fuerzan,  ni  en  pundonores  re- 
paro; yo  tengo  defensa  y  con  ella  descubriré  los 
engaños. 

Corrió  &  sa  escritorio,  sacó  sa  cédula,  halló 
perdido  el  color  la  tinta,  oscurecidas  y  borradas 
las  letras  de  tal  suerte,  que  era  imposible  leerse. 
Allí  afirmó  las  traiciones  de  Lamia,  perdió  los 
estribos  la  paciencia;  allí  rasgó  los  aires  con 
qnejas  y  suspiros.  Lamia  pretendía  consolarla 
echando  nnevas  sombras  &  su  mal  trato.  Atri- 
buía &  error  lo  qne  fué  aviso;  disculpaba  á  Ron- 
sardo  el  intento  y  culpábale  el  acto.  Últimamen- 
te, procurando  nueva  astucia  para  sosegar  á  De- 
lia,  con  seguridad  de  que  gozaría  por  esposo 
Femando,  Delia  concedió  por  entonces,  sagaz  y 
escarmentada.  Sosegaron  aquel  día,  no  entero; 
trocó  el  hábito  Delia,  determinada  á  romper  los 
.mayores  peligros;  y,  con  solo  una  criada,  se  fué 


.-^J 


^^aiflÜsJ 


peles  que  probaban  con  evidencia  bu  deslionra. 
Beapondióle  Porcia  entre  quejas  y  persuasiones, 
ni  negando  ni  concediendo;  mas  el  traidor,  ha- 
llando temor  conocido  en  la  dama,  apretaba  la 
dificultad  y  limitaba  el  tiempo.  En  fin,  tras  mu- 
cIioB  aprietos  de  Octavio  y  muchas  resistencias 
de  Porcia,  se  acordé  que  de  allí  ¿  cuatro  días 
fuesen  las  vistas,  cerrando  con  este  término  la 
esperanza  de  otro. 

Hallóse  Andrea  en  lugar  que  oyó  toda  la  plá- 
tica, y  movida  de  las  obligaciones  que  tenía  á 
don  Pedro,  considerando  que  era  tiempo  bastante 
con  buena  diligencia  para  que  el  caballero  vinie- 
se &  Uadrid  antes  del  concierto,  despidió  un  pro- 
pio con  todo  secreto  y  diligencia,  avisando  de  la 
infidelidad  de  Octavio  y  frágil  ánimo  de  Porcia. 

Llegó  á  Zamora  el  mensajero  en  tiempo  corto, 
porque  la  paga  fué  larga;  dio  su  despacho  &  don 
Pedro  á  tiempo  que  trataba  de  recogerse;  abrió 


TttATRO  POPULAa 


Llegó,  eu  fin.  Ib  hora  deseada  en  que  partió  8o- 
lier  para  Valencia,  contento  más  de  la  jornrtda 
que  del  cnmplimiento  de  sus  deseos  en  gozar  de 
Laara;  porqne  cada  hora  sentía  la  diaposición 
y  largueza  que  había  hecho  de  sus  bienes,  y  en 
los  miserables  no  hay  perfecto  guato  ei  ea  & 
costa  de  interés.  Querer  referir  menudamente 
todos  los  accidentes  de  esta  partida,  sería  alar- 
garme demasiado;  y  asi  [hablaré]  so  con  la  tar- 
danza que  caminaron,  mas  con  la  prisa  que  pide 
mi  deseo,  para  mostrar  el  fin  de  este  suceso. 

Llegaron  &  Valencia  los  recién  casados,  cuya 
entrada  fué  no  menos  celebrada  que  la  partida, 
saliendo  toda  la  nobleza  de  aquella  ciudad,  asi 
naturales  como  forasteros;  unos,  obligados  de  la 
patria  ó  el  parentesco;  otros,  de  la  fama  de  Lau- 
ra, por  verla.  Entre  éstos  fué  don  Ricardo,  ves- 
tido &  lo  galán,  gozando  de  privilegio,  que  é.  su 
edad  y  profesión  permitió  la  noche.  Acompañá- 
bale también  disfrazado  su  ayo  y  grande  amigo, 
el  maestro  Zabatelo,  á  quien  don  Ricardo  había 
ganado  la  voluntad  de  suerte,  que  no  sólo  le  , 
trataba  como  eaperior  en  los  estudios,  mas  como 
compañero,  es  lo  que  quería  ejecutar,  aunque 
tal  vez  pasasen  los  actos  á  travesuras. 

Procuró  don  Ricardo  llegar  cerca  de  su  Laura 
de  modo  que  ella  le  conociese,  como  lo  hizo,  y  dio 


taba  á  poner  freno  á  bu  discarso  (dunde  aunque 
le  pronunció  sn  lengua)  dificulto  que  se  formase 
concepto  que  degenere  tanto  de  un  hombre  noble 
y  tanto  como  el  seflor  don  Ricardo;  pues  ciAndo 
por  eí  atrepellara  por  su  fama,  no  puedo  yo  creer 
que  la  opinión  que  en  tantos  eigloa  han  adqni* 
rido  y  conservado  sus  antecesores,  por  un  dejar- 
se llevar  de  su  inclinación  quiera  desdorarla  y 
aun  entregarla  al  riesgo  de  la  infamia;  que  de 
éeta  son  notados,  do  eólo  loa  que  se  visten  hábi- 
tos mujeriles,  mas  los  que  afeminan  la  compos- 
tura de  su  cuerpo,  y  así  fueron  reprendidos  Aris- 
tóteles, DemÓBtenes  y  Sócrates  sólo  porque  se 
afeminaron  el' hábito;  y  baste,  sin  otros  muchos 
que  se  me  ofrecen,  el  ejemplo  de  Miracles,  uno 
de  los  Argonautas  de  quien  Valerio  Flaco  dice, 
porque  usaba  de  encresparse  el  cabello  y  afemi- 
naba el  traje: 


Pues  ¿por  qué  ha  de  querer  quien  goza  en  tan 
tiernos  años  el  renombre  de  varón,  así  por  las 
letras   como  por  tos  ejercicios  de  armas  que  su 


L  ■««-«-■ 


Be  todos  cnatro,  míe  dos  tíos  y  mis  doa  novios; 
allí  pasaron  algouaB  razones,  algo  pesadas,  re- 
solviendo al  fin  que  llej^isemos  á  lUescas.  Hícíé* 
ronlo  asi;  dejáronme  en  la  iglesia  de  aqaella 
bendita  imagen  (cuyos  milagros  y  devoción  qne 
con  ella  se  tiene  conooe  el  mondo)  para  tratar 
de  medios;  ae  apartaron  mis  dos  tíos  y  quedaron 
el  toledano  y  el  de  Madrid  solos,  que  faé  ana 
inconsideración  tal,  que  no  resultó  de  ella  menos 
que  perderme  entrambos ,  porque  sacando  los 
aoeros,  tras  algunas  palabras,  fueron  tan  apre- 
aoradas  las  obras,  que  el  toledano  cayó  con  dos 
heridas  antes  que  mis  tíos  pudiesen  socorrerle; 
y  el  caballero  de  Madrid,  volviendo  &  ponerse  en 
su  caballo,  so  escapó  (no  sé  por  dónde). 

Hi  tío,  el  que  aquí  vino,  dejando  á  au  hermano 
con  el  herido  (que  no  sé  si  vive),  acudió  donde  yo 
estaba;  y  con  traza  qne  tuvo,  en  las  ancas  de  su 
caballo,  solo  y  sin  criado  alguno,  me  llevó  no  sé 
por  qué  camino,  hasta  un  lugar  que  creo  llaman 
Ghrifión.  Era  el  señor  de  aquel  pueblo  grande 
amigo  de  mi  tío;  recibiónos  en  sn  casa;  escondió- 
noa  hastaque  se  dio  orden  cómo  nos  escapásemos; 
porque  &  fuerza  de  diligenciae  aupo  aquel  caba- 
llero qne  la  juaticia  nos  bascaba  y  que  el  hidal- 
go de  Toledo  estaba  peligroso  y  había  declarado 
qae,  por  mi  orden,  el  cortesano  le  quiso  quitar  la 
vida. 

Mí  tío,  para  salvar  la  mía,  á  lo  menos  el  riesgo 


Onando  en  la  roca  dura 

roto  el  bajel  deapide  al  agaa  gente, 

aunque  en  vano  procura 

moatrarae  cualquier  brazo  diligente, 

prestando  In  esperanza, 

entre  fiera  tormenta  au  bonanza. 
Cnando  el  médico  llega 

ft  pronunciar  sentencia  rigurosa, 

y  al  enfermo  le  niega 

laa  horaa  de  la  vida,  ya  dndosa, 

la  eaperanza  auapende 

el  fatal  curso,  y  dilatarle  emprende. 
Entre  el  grillo  j  cadena, 

cuando  aguarda  su  fin  el  condenado, 

le  mitiga  la  pena, 

y  engañando  al  do'or  desesperado, 

la  esperanza  le  alienta, 

y  en  fuerza  suya  su  vivir  sustenta. 
To,  pues,  á  quien  la  suerto 

casi  ha  puesto  el  cuchillo  i,  la  garganta, 

y  á.  los  ojos  la  muerte, 

pues  mi  tormenta  al  cielo  ae  levanta, 

con  esperanza  vivo; 

de  la  esperanza  sólo  al  ser  recibo. 
Como  el  que  despierta  de  un  sueño  en  que  re- 
presenta la  fantasía  cosas  agradables,  tornó  So- 
lier  en  sf  cnando  paró  la  voz  de  don  Ricardo,  y 
volviéndose  á  Inés,  la  dijo: 

— ¿Qné  es  esto?  ¿Qaé  encantamento  hay  en 
esta  puerta?  ¿Quién  ba  traído  este  &Dgel  en  hu- 
mana forma? 


Mae  como  los  médicoe  y  lo8  filósofos,  eBcudrí- 
fiadores  de  la  naturaleza  y  de  la  experiencia,  co- 
nocieses, por  las  causas  y  los  efectos,  queera 
posible  el  hacer  transFormaciones  qnltando  la 
admiración  milagrosa,  observaron  en  semejantes 
casos  la  naturaleza  solamente;  y  así  Hipócrates, 
en  los  Ingares  citados,  refiere  de  Piteo  que  en  el 
primer  tiempo  de  sn  edad  era  mujer  apta  á  tener 
hijos,  y  estando  vecina  al  parto  desterraroh  i  sa 
marido;  habiendo  estado  muchos  meses  sin  él  y 
sin  sn  costumbre,  se  le  volvió  el  cuerpo  de  varón 
velloso,  le  nació  la  barba  y  la  voz  se  le  hizo  ás- 
pera. Lo  mismo  dice  qae  le  sucedió  en  Tasso  ¿ 
Kamisia,  mujer  de  Cíorgipo,  y  Flinio,  en  el  lugar 
apuntado,  dice:  <HaUamos  en  los  anales,  siendo 
Publio  Licinio  Craso  y  Casio  Longino,  cónsolea, 
que  Casino,  de  doncella,  fué  hecho  varón,  estan- 
do bajo  el  dominio  de  sus  deudos*.  T  en  el  mis- 
mo capítulo  añade  que  Licinio  Muciano  vio  & 
Areaconte  de  Argos,  cuyo  nombre  fué  de  Ares- 
cusa  que,  como  se  casase,  se  transformó  en  va- 
rón y  tuvo  barbas  y  virilidad  y  tomó  mujer.  De 
la  misma  suerte  otro  muchacho  de  Esmima,  le 
vio  el  mismo  Licinio,  y  concluye  Plinio,  conque 
él  propio  vio  mudado  de  hembra  en  varón,  el  día 
do  las  bodas,  &  Lelio  Gonficio,  ciudadano  Trisdi- 
tnno,  que  vivía  al  tiempo  que  escribía  su  histO' 
ria;  que  este  ejemplo,  cuando  no  hubiera  otro, 
bastaba,  como  dice  A.  0-ellio  (en  el  libro  9  de 
sus  Noches  Áticas,  capítulo  4),  para  desterrar 


(Ceneo  fué  hijo  de  Elato  en  Tesalia;  y  como 
fnese  mujer  hermoaÍBÍma  en  sos  primeros  aflos, 
Neptuno  se  enamoró  de  ella;  y  habiéndola  goza- 
do, la  pagó  en  trane formarla  en  varón,  y  aaf  la 
que  como  mnjer  se  llamó  Cenea,  come  hombre 
se  llamó  Ceneo.  Dióle  Neptano  propiedad  de 
qne  no  pudiese  ser  herido,  y  siendo  después  oa- 
pitan  de  los  Lapitaa,  por  él  se  movió  guerra  con- 
traloB  Centauros,  y  allí  murió  (como  dice  Ovidio) 
colgado  de  un  árbol  y  acabándosele  el  aliento. 
Y  es  de  advertir  (aunque  algo  fuera  del  propósito 
para  entender  el  verso  de  Ausonio)  que  llamó  & 
Neptuno,  Dios  Consns,  de  la  generación  Satur- 
nia, por  ser  hijo  de  Saturno  y  estarle  en  Roma 
dedicados  los  juegos  Consuales,  hechos  en  me- 
moria del  rapto  que  hicieron  los  romanos  de  las 
doncellas  Sabinas;  y  en  estas  fiestas  llamaban  4 
Neptuno  Consus,  qne  es  1j  mismo  que  Dios  de 
consejos.  Pasa  luego  el  poeta  á  la  fábula  de  Ti- 
resias,  y  dice: 

Y  TireBiaa  (también  4  Ovidio  cito) 
que  de  cuerpo  biforme  ambiguo  ha  sido. 

La  fábula  colegida  latamente  de  Ovidio  en  el 
libro  3  de  sus  Melamorfoteo» ,  y  de  Estacío 
Papinio,  libro  10  de  su  Tebaida,  y  de  Homero 
en  el  11  de  la  ülisea,  es  así : 

Tiresías  fué  Tebano,  adivino  é  hijo  de  Pe- 
neto;  pues  como  viese  dos  varones  conjuntos, 
observando  y  mirando  cuál  era  la  hembra,  la 


mm^mi 


274  LUGO   Y   DÁViLA 


tocados  con  las  manos  y  vistos  con  los  ojos. 

Valerio  Máximo,  entre  otros,  nos  trae  á  Pom- 
peyo  Magno  y  Urecio  y  Publicio  Libertino,  que 
mudados  las  vestiduras  de  los  unos  y  de  los  otros, 
á  Pompeyo  le  podían  hablar  por  ellos  y  á  ellos 
por  Pompeyo,   porque  en  nada   diferenciaban. 

Plinio  también  nos  re£ere  aquel  ejemplo  ad- 
mirable de  dos  muchachos,  uno  Syro  y  otro  na- 
cido tras  los  Alpes,  tan  parecidos,  que  los  ven- 
dieron á  Marco  Antonio  por  mellizos,  y  viendo 
que  hablaban  diferentes  lenguas,  agraviándose 
que  le  hubiese  llevado  quien  se  lo  vendió  excesi- 
vo precio,  replicó  advertidamente  que  más  le  me- 
recían, pues  á  ser  de  un  parto  y  una  patria  no  te- 
nía tanto  de  admirable  como  siendo  de  diferentes 
padres  y  nacidos  en  tan  apartadas  regiones;  y 
para  no  cansar  al  que  dificultare  esta  obra  de 
naturaleza,  tan  común  en  todos  tiempos  y  partes, 
lea  á  Valerio  Máximo,  lib.  2,  cap.  15;  á  Pli- 
nio, lib.  7,  cap.  12;  Al  Car  daño,  de  Varietate  re- 
rum,  lib.  8,  cap.  45;  Cicerón,  lib.  4^  q,  Acade] 
Luis  Vives,  lib.  21,  cap.  8;  Suidas,  in  Amoni.; 
Plutarco,  en  las  vidas  de  Antonio,  de  Pirro  y  de 
Antioco;  Justino,  lib.  1;  Solino,  cap.  4,  y  otros 
muchos. 

Y  supuesto  que  estos  dos  mercaderes  fuesen 
tan  semejantes  como  propuse,  pues  á  declarar 
sus  nombres  y  apellidos  no  fueran  menester 
para  muchos  los  ejemplos  que  he  dicho;  y  ya 
porque,  como  dice  el  filósofo,  el  semejante  es  ami- 


280  LUGO   Y   DÁVILA 


no  por  la  devoción,  mas  porque  hay  en  ella  quien 
os  mire,  dicen  que  lo  hacéis;  si  no  vais  más  que 
las  fiestas,  también  os  murmuran  de  poco  cristia* 
na,  y  dicen  que  cómo  le  ha  de  suceder  bien  á  hom- 
bre que  está  casado  con  mujer  que  no  se  acuerda 
de  Dios  sino  cuando  el  precepto  la  oblig»;  en  fin, 
hija,  no  hay  acción  en  que  no  yerre  quien  tiene 
suegra  que  la  revuelva,  cuñadas  que  la  envidien 
y  cuñados  que  la  miren  cómo  pisa,  cómo  habla  y 
cómo  mira;  y  como  de  todos  estos  inconvenientes 
veo  libre  á  Fádrique,  eso  es  lo  que  me  mueve  á 
que  sea  tu  dueño  y  no  otro;  con  él  medito  que 
tendrás  gusto,  que  no  tendrá  á  quien  agradar 
más  que  á  ti,  ni  tá  más  que  á  él;  no  conocerás 
las  necesidades,  las  más  veces  madres  de  las 
rencillas.  ¡  Ay,  hija;  ay,  hija,  que  no  lo  entiendes 
si  no  tomas  mi  consejo! 

Con  esta  persuasión,  dio  el  voto  Inés  en  favor 
de  Fádrique  y  se  pronunció  la  sentencia  en  pre- 
sencia de  los  amantes  amigos  y  competidores, 
quedando  Plácido  tan  triste  como  alegre  Fádri- 
que. Tratóse  luego  de  ejecutar  todo  lo  concertado 
y  que  Plácido  dejase  la  patria,  perdiendo,  no 
sólo  mujer  y  amigo,  sino  la  vista  y  regalo  de  sus 
padres.  Dióle  Fádrique  mil  escudos  en  oro  con 
que  se  fuese  á  las  Indias,  á  Flandes  ó  Italia,  que 
donde  quisiera,  le  socorrería  siempre.  Aceptó 
Plácido,  desesperado  de  su  poca  dicha  con  su 
dama,  que  fué  bien  menester  su  cordura  para  re- 
sistir la  pena. 


era  embarazosa,  y  si  bien  tenía  gasto  con  la 
ootnpaGla  de  su  esposa,  que  aupo  coa  discreción 
y  prudencia  perfeccionar  la  hermosara  de  suer- 
te, qne  era  sefiora  de  la  volantad  de  Fadriqae; 
con  todo,  entrambos  se  quejaban  al  cielo,  por- 
qae  en  machos  años  qae  babla  dorado  el  ma- 
trimonio les  faltaban  los  hijos,  qae  era  faltar- 
les lo  más  principal  de  sn  buena  fortuna  y  el 
ñn  para  qae  se  juntaron;  pues,  como  doctamente 
uüse&an  los  jurisconsoltos,  asi  el  matrimonio  es 
hoaesto  para  que  en  el  género  humano  se  vea  in- 
trodacida  la  inmortalidad  artificiosa  y  de  la  ge- 
neración de  los  hijos,  estén  renovados  loa  linajes. 
Y  por  eso,  como  enseña  Platón  (de  quien  como 
fuente  salió  esta  sentencia),  es  ésta  obra  divina, 
y  en  el  mismo  animal  mortal  la  inmortalidad,  es 
á  saber,  la  concepción  y  generación;  y  como  el 
mismo  filósofo  maestra  en  sa  Diálogo  de  las  le- 
yes, no  hay  qaien  no  desee  tener  perpetuo  nom- 
bre acerca  de  lo  porvenir,  y  de  este  modp  el  gé- 
nero dará  de  los  hijos,  siempre,  de  nno  en  otro, 
dura  la  memoria. 

Y  como  este  modo  de  inmortalizarse  le  faltase 
á  nuestro  Fadríqne,  negándose  la  esperanza  al 
paso  que  iban  pasando  los  años,  por  suplir  en 
algo  el  deseo  natural,  aumentado  con  tantos 
bienes  de  fortuna,  envió  á  llamar  á  la  monta- 
ña dos  sobrinos  qae  tenia,  hijos  de  un  hermano, 
para  fundar  en  ellos  su  memoria;  las  alas  más 


immm 


284  LUGO    Y  DÁVILA 


fuego  qae  les  abrasaba  de  saerte,  que  llegó  á  no- 
ticia este  desenfrenado  deseo,  no  sólo  de  Inés, 
que  resistió  prudente,  mas  de  Fadrique;  y  aon- 
que  imposibilitado  de  fuerzas  corporales,  con  las 
que  prestó  el  honor,  les  dijo  su  sentimiento;  y 
para  evitar  ocasiones,  mandó  que  luego  se  pasa- 
sen á  otra  casa  cerca,  donde  les  dio  todo  lo  nece- 
sario para  la  vida  humana,  desde  lo  más  á  lo  me* 
nos,  tan  cumplido  y  abundante,  que  no  tenían 
que  desear.  Así  los  tuvo,  tratándolos  con  obras 
de  padre  más  que  de  ofendido  deudo;  mas  ellos 
no  por  eso  dejaron  de  llevar  su  intento  adelante, 
atrepellando,  no  sólo  reprensiones  de  sus  amigos 
y  personas  cuerdas,  mas  el  recato  de  la  casa  de 
Fadrique. 

Así  perseveraron  Iñigo  y  Bernardo  algún 
tiempo,  en  el  caal,  Plácido,  habiendo  corrido 
casi  toda  la  Italia,  vino  á  parar  en  Bolonia,  don^ 
de  apenas  hubo  llegado,  cuando  la  fortuna,  amiga 
de  variedad  (como  dice  Cicerón),  le  puso  en  pun- 
to de  perder  la  vida;  porque  habiendo  pasado 
parte  de  la  noche  buscando  posada  á  caballo  y 
con  un  mozo  que  llevaba,  tan  nuevo  en  aquella 
ciudad  como  Plácido  y  tan  torpe  de  lengua  por 
ser  francés  y  no  saber  italiano,  no  sabía  darse  á 
entender,  vagando  de  una  calle  en  otra  sin  ver 
persona  á  quien  preguntar  dónde  hallarían  alber- 
gue, al  revolver  una  esquina  oyó  Plácido  tanto 
ruido  de  armas,  que  mostraba  ser  número  de 
personas  los  de  la  pendencia,  y  hallóse  tan  cerca. 


Plácido,  ahorrando  palabras,  puso  por  obra  lo 
que  Vitoli  le  pidió;  y  jimtoe,  poniendo  piernas 
al  caballo,  fueron  atravesando  7  volviendo  de 
unas  calles  en  otras  hasta  salir  á  las  últimas  de 
la  ciudad,  donde  llamó  J&come  en  una  casa,  7 
habiendo  respondido  un  eatudiaute  y  abierto  la 
paerta,  entró  con  Plácido  y  la  cerró,  y  dejando 
el  caballo  en  cobro,  trató  de  poner  remedio  á  laa 
heridas  de  Plácido,  que  eran  de  poco  riesgo 
(como  dije),  y  en  tanto  dio  orden  al  estudiante 
que  saliese  á  la  parte  de  la  pendencia,  y  con 
todo  aviso  y  recato  supiese  lo  que  pasaba.  El  lo 
hizo,  y  apenas  llegó  á  la  calle  donde  sucedió  el 
oaso,  cuando  vio  luces  y  cantidad  de  gente  que 
estaban  mirando  el  muerto;  y  llegando,  recono- 
ció que  eran  ministros  de  justicia,  de  quien  se 
informó  y  supo  cómo  encontrando  los  dos  heri- 
dos qne  huían,  ellos  mismos  los  guiaron  á  aquel 
puesto,  viniendo  á  sus  manos  en  el  camino  el 
mozo  francés,  que  el  ir  corriendo  tras  del  caba- 
llo de  su  amo  dio  motivo  bastante  para  an  pri- 
sión; y  á  pocas  preguntas,  con  mal  entendidas 
palabras,  respondió  la  verdad  de  lo  que  sabia. 

El  estudiante,  con  esta  relación,  volvió  á  bu 
casa,  donde  se  la  di¿  á  Jácome  Yiteli  y  &  Pláci- 
do, que  estaba  ya  curado,  ;  conociendo  qne  el 
estarse  más  alli  era  de  grande  riesgo,  previnien- 
do Viteli  á  su  amigo  Alejandro,  que  ael  se  lla- 
maba el  estudiante,  que  de  cierta  suma  qne  te- 
nía en  poder  de  otro,  su  compañero,  le  remitiese 


m 


^pwiPí^nr^ 


288  LUGO   Y  DÁVILA 


otro  vuestra  nobleza  y  vuestro  valor,  que  me  ase^ 
guran  el  secreto  de  mis  sucesos^  no  sólo  os  refé^ 
riré  el  que  me  preguntáis,  sino  muchos  de  mi 
vida  que  tuvieron  dependencia  de  él. 

Mi  nacimiento  fué  en  la  insigne  ciudad  dé 
Roma,  cabeza  del  mundo,  y  que  goza  más  propia- 
mente este  nombre  hoy  que  cuando  la  gobernaban 
los  Catones,  los  Lelios,  los  Elianos  y  otros  famo- 
sos cónsules,  ni  cuando  los  Césares  la  sujetaban, 
pues  lo  está  al  Vicario  de  Cristo,  Vice-Dios  en  la 
tierra,  que  en  ella  tiene  su  silla. 

Mis  padres  fueron  nobles,  cual  muestra  mi  ape- 
llido, de  cuyo  origen  y  personas  señaladas  no 
quiero  referiros  grandezas  por  nó  cansaros;  de- 
más que  la  virtud,  á  mi  opinión,  es  la  verdadera 
nobleza.  Fui  pasando  el  discurso  de  mi  vida,  y 
desde  los  primeros  años  de  ella  mostró  la  fortuna 
su  inconstancia  y  su  rigor  en  mí;  porque  apenas 
vine  al  mundo,  cuando  me  faltaron  mis  padres,  y 
criándome  con  la  hacienda  de  mi  patrimonio  mis 
deudos,  en  llegando  la  edad  competente,  me  en- 
tregaron á  las  letras,  y  en  ellas  cobré  en  pocos 
años  alguna  opinión. 

De  menos  de  trece  vine  á  estudiar  filosofía  4 
esta  Universidad  de  Bolonia,  donde,  no  sólo  al- 
cancé fama  de  bu«n  filósofo,  mas  de  eminente  en 
ln  lengua  griega  y  en  las  vulgares,  como  la  es» 
pañola,  la  francesa,  la  germana  y  otras;  perfec- 
cionóse eon  la  edad  la  elección  de  la  facultad 
que  había  de  seguir,  y  escogí  la  medicina,  acor''* 


dar  en  las  manos  de  dos  galeras  de  turcos,  que 
nos  prendieron  y  llevaron  á  Argel,  donde  yo, 
con  otros,  fui  vend¡do,'y  á  pocos  lances,  de  uu 
amo  en  otro  me  enviaron  á  Gonatantinopla,  pre- 
sentándome, por  último,  dueño  á  nn  médico  del 
Turco,  Y  conociendo  en  mis  razones  (que  ya  las 
sabía  decir  en  arábigo)  que  era  inclinado  &  la 
medicina  y  que  tenía  más  que  principios,  se  me 
añcioQÓ  de  suerte  que  me  dio  parte  de  notables 
secretos,  ya  adquiridos  por  medios  naturales,  ya 
por  supersticiosos,  de  que  ellos  se  valen  no  poco; 
y,  en  ñn,  para  mostrarme  la  última  ñneza,  me 
puso  en  libertad,  y  dio  algunos  cequfes,  que  pa- 
saron de  dos  mil,  y  sacando  mis  seguros  paré  en 
Venecia,  donde,  sin  darme  á  conocer,  hice  algu- 
gnnas  curas  que  más  parecían  milagrosas  que 
naturales. 

Mas  con  haber  cobrado  opinión  y  desearme 
la  república,  ofreciéndome acrecentadisimos  par- 
tidos,, no  pude  aeabar  conmigo  dejar  de  vol- 
ver á  Bolonia,  donde  me  pareció  estarían  dis- 
puesta s  mis  cosas  y  los  ánimos  de  mis  enemiges 
diferentemente,  con  más  de  seis  años  de  ausen- 
cia que  había  hecho,  en  los  cuales  el  amor  de 
Camila  (¡ay  de  mí,  que  sin  qaeror  dije  su  nom- 
bre!), como  en  crisol,  se  había  añnado  con  los 
trabajos  que  padecí  en  mis  fortunas  y  canti- 

Llegné,  pues,  6.  Bolonia,  donde  me  recibieron 
con  aplauso  y  afabilidad  todos  los  hombres  de 


292  LUGO   Y   DÁVILA 


como  los  españoles,  de  cuya  fama  no  es  menester 
mayor  prueba  que  lo  mucho  que. os  debo,  y  os 
prometo  servir  con  la  hacienda  y  la  persona  de 
suerte  que  me  confeséis  la  paga. 

Así  acabó  su  discurso  Jácome,  trayendo  tan 
colgado  de  sus  palabras  á  Plácido,  que  parecía 
que  le  pesó  hubiese  acabado  la  historia;  y  pasan- 
do entre  los  amigos  nuevos  cumplimientos  y 
ofertas,  conñrmando  la  amistad  y  la  comunica- 
ción, porque  en  ella  estriba,  como  enseña  Aristó- 
teles, pasaron  adelante  su  viaje  á  Genova,  y  en 
el  discurso  de  él,  hallando  un  cuartago,  lo  com- 
pró Jácome  sin  reparar  en  el  precio;  y  con  esto  y 
la  comodidad  de  las  hosterías  de  Italia,  tenían 
alivio  en  la  peregrinación,  entreteniéndola  con- 
tándose el  uno  al  otro,  ya  sucesos  ajenos,  ya  pro- 
pios, con  la  mayor  elegancia  y  adorno  que  alcan- 
zaban, porque  las  muchas  letras  de  Jácome  y 
despejo  en  hablar  la  lengua  podía  divertir,  no 
sólo  trabajos  de  camino,  pero  el  ánimo  más  ane- 
gado en  penas.  Y  como  Plácido  tenía  en  el  alma 
las  suyas  y  mostrase  cuáles  eran  muchas  veces^ 
ya  con  suspiros,  ya  con  otras  muestras  de  senti- 
miento, para  curarle,  como  tan  excelente  médi- 
co, Jácome  le  pidió  cuenta  de  su  enfermedad,  y 
Plácido  se  la  dio,  diciendo  el  principio  de  sos 
amores,  la  competencia  de  Eadrique,  su  amigo; 
la  elección  que  madre  é  hija  hicieron  en  Fadri- 
que;  el  concierto  que  con  él  tenía  hecho  y  cómo 
se  ejecutó,  la  carta  que  hizo  escribir  de  que.  era 


'>""."' 


294  LUGO   Y  DÁVILA 


mar  lengua  del  estado  de  las  cosas,  y  no  fué  me- 
nester inquirir  demasiado  para  saber  el  que  te- 
nia las  que  tocaban  á  su  amigo,  á  quien  volvió 
con  larga  relación  de  los  amores  de  Iñigo  y  Ber- 
nardo, sobrinos  de  Fadrique,  el  cual  se  hallaba 
en  los  últimos  términos  de  la  vida  esperando 
casi  por  horas  la  muerte;  la  hermosura  que  Inés 
gozaba,  y  como  á  ninguno  de  los  dos  amantes 
tenía  inclinación,  y,  en  fín,  todo  lo  demás  secreto 
é  íntimo  de  la  casa  de  Eadrique  adquirió  noticia 
tal,  Jacome,  que  satisfizo  á  todas  las  preguntas 
de  Plácido,  y  no  menos  á  las  primeras  y  que  le 
tocaban  más  al  alma,  de  sus  padres,  á  quien  la 
muerte,  última  línea  de  las  cosas,  había  qui- 
tado la  vida,  pobres,  por  unos  seguros  que  hicie- 
ron de  plata,  cuya  pérdida,  no  sólo  fué  comunica- 
ble á  los  infortunados  que  sepultaron  las  ondas  ^ 
mas  á  muchos  que  habitaban  la  tierra. 

Sintió  Plácido  la  muerte  y  desdichas  de  sus  pa- 
dres, que  la  naturaleza  faltara  á  no  dar  lágrimas 
á  los  ojos  y  suspiros  al  fatigado  pecho.  Preguntó 
por  sus  hermanos,  y  dióle  por  nueva  Viteli  que 
dos  de  sus  hermanas  eran  monjas  en  San  Lean- 
dro, y  dos  varones  que  vivían  estaban  en  aquella 
ciudad,  el  uno  religioso  en  San  Pablo;  el  otro  tra- 
tando de  sus  negocios  y  hacienda,  que,  aunque 
poca,  bastaba  á  sustentarle  sin  conocida  necesi- 
dad. Consoló,  en  este  trance,  Viteli  á  Plácido  con 
razones  tales,  que  pudo  mitigar  su  pena;  porque 
la  elocuencia,  como  dice  Séneca,  tiene  poderío 


resacítara  aai,  como  fabuloso  dicen  lo  hizo,  tu- 
vieran é,  mi  juicio  temor  de  persuadir  opinión 
tan  naeva,  al  parecer  de  algunoe;  como  que  sea 
posible  restaurarse  el  húmido  radical  de  suerte, 
que  preste  al  hombre  una  casi  juventud.  Pero  la 
fuerza  que  la  verdad  tiene  consigo,  y  más  caan- 
do  llega  con  el  desengaño  de  la  experiencia, 
ahuyenta  mi  cobardía,  despierta  mi  lengua,  y 
sujeto  á  la  corrección  de  los  sabios",  me  parece 
mi  opinión  indubitable,  aunque  siempre  lo  raro 
es  dificultoso  al  crédito;  y,  aunque  yo  acertara  & 
darme  á  entender  mejor  en  la  lengua  latina,  por- 
que los  términos  facilican  la  explicación  de  los 
conceptas,  hallándose  á  este  acto  esta  señora,  y 
los  señores  Iñigo  y  Bernardo,  que  son  ias  par- 
tes interesadas,  tengo  por  lícito  hacer  esta  plá- 
tica en  lengua  castellana,  que  si  bien  vulgar, 
entre  todas  la  mejor  en  el  estado  presente . 
Digo,  pues,  que  tres  caminos  hay  que  prueban 
con  la  evidencia  posible  los  casos  ocultos  de  ia 
naturaleza  y  deseados  en  la  filosofía;  éstos  son; 
la  autoridad,  la  experiencia  y  la  razón,  y  por 
todos  tres  caminos  tengo  por  probable  mi  presu- 
puesto, que  autorizan  las  opiniones  de  tantos 
hombres  doctos,  oual  fué  Arnaldo  de  Villanova, 
Raimundo  Lulio,  Teofrasto,  Paracelso,  al  Car- 
dano,  Martín  Delrío,  Uvequeiro,  Torreblanca 
y  otros  muchos,  á  quien  se  junta  el  corriente 
de  los  alquimistas  en  la  fábrica  de  su  Árbol 
vitce,  que  para  solo  citar  nombres  y  lugares, 


NOVELA  OCTAVA  301 


era  menester  hacer  memoria  de  muchos  pliegos. 

Blasco  de  Taranto  nos  afirma  que,  viviendo  él 
en  el  reino  de  Valencia,  en  Monbedre,  hoy  así 
llamada  y  de  los  antiguos  Sagunto,  una  monja , 
siendo  abadesa,  con  más  de  sesenta  años  de 
edad,  la  volvió  el  menstruo,  se  la  renovaron  los 
dientes,  ennegrecieron  los  cabellos,  quitaron  las 
arrugas,  fortifícáronsela  los  pechos  de  tal  modo, 
que  se  vino  á  hallar  como  una  doncella  de  pocos 
años  y  tan  perfeccionada  en  la  hermosura  y  las 
fuerzas  que  de  vergüenza  de  verse  tal  dejaba  ha- 
blarse de  pocos;  y  Antonio  de  Torquemada,  en 
los  diálogos  de  su  Jardín  de  flores,  nos  refiere 
que  en  el  año  de  mil  quinientos  treinta  y  uno,  en 
Tárente,  un  viejo,  más  cercano  á  la  muerte,  que 
con  esperanzas  de  vida,  pues  tenía  cien  años, 
renovándosele  las  fuerzas  y  cobrando  cabellos 
negros,  dientes  firmes,  carne  y  lozanía  do  mozo, 
recuperada  una  como  juventud,  vivió  después 
cincuenta  años,*  y  el  mismo  Torquemada,  y  aun 
la  tradición  vulgar,  nos  cuenta  de  otro  viejo  se- 
mejante que,  en  la  Bioja,  le  sucedió  lo  mismo. 

¿Y  quién,  entre  los  medianamente  leídos,  igno- 
ra lo  que  Fernando  de  Castañeda,  en  el  libro  octa- 
vo, y  Pedro  Maf  eo,  en  su  Historia  de  la  India^  en 
el  libro  once,  nos  cuentan  de  aquel  indio  noble 
que  vivió  trescientos  cuarenta  años,  y  en  este 
tiempo  se  rejuveneció  tres  veces,  casos  que  qui- 
tan la  dificultad  aunque  los  traten  los  poetas, 
causa  quizá  á  los  que  no  penetran 'la  gallarda 


filofiofía  que  enseñan,  para  qne  todo  lo  qae  no 
tocan  y  ven  cotidianamente  lo  atribuyan  &  fa- 
buloso; pues  como  escribe  Eschilo,  Baco  rejuve- 
neció sns  nutrices,  y  Ferécides,  Licofrón  y  Simó- 
nidea  nos  cnenta  la  rej  arene  cencía  qne  bizo  Me- 
dea  á  Eson,  padre  de  Jaeón,  qne  si  bien  el  modo 
de  sangrarle  y  cocerle  no  es  verosímil,  pues  el  re- 
sucitar está  sólo  en  el  poder  de  Dios,  por  lo  me- 
nos las  demás  partes  de  esta  transformación, 
como  las  pone  Ovidio,  no  hallo  qne  contradigan 
en  nada  &  la  naturaleza.  Dice: 

La  barba  7  el  cabello, 
&  quien  robu  el  color  la  vejez  fría.  , 
ues^o  Be  pone;  de  los  palsos  huye 
la  flaqueza,  7  se  vaa  también  tras  ella 
la  palidez  j  el  bunior  decrépito; 
en  el  cuerpo  las  mgas  se  suplieron, 
añadida  la  carne  por  aua  cóncavos; 
alégr&nse  loa  miembros  vigorosos: 
Esón  se  admira,  y  corno  en  otro  tiempo, 
antea  que  les  cuarenta  afios  tuviese, 
ae  acuerda  reducido  al  miamo  estado. 

T  en  este  modo  de  recuperación  no  contradice 
la  razón,  antee  la  prueba  bastantemente;  porque 
no  es  otra  cosa  la  juventud  que  nn  temperamen- 
to ad  pondu»,  dicho  así  de  los  médicos,  esto  es, 
nna  igualdad  del  calor  natural  húmedo,  dispues- 
to de  suerte,  que  el  húmedo  ha  perdido  lo  vis- 
coso y  el  color  no  sobrepuja  con  demasía  al  hú- 
medo; con  lo  cual,  llegan  las  fuerzas  &  cobrar 
todo  lo  que  pueden  de  vigor;  y  como  se  colige  de 


NOVELA   OCTAVA  803 


doctrina  de  Galeno  y  de  toda  la  corriente  de  mé- 
dicos y  filósofos,  la  diferencia  en  las  edades,  lo 
que  las  cansa,  es  el  calor  natural  que,  como  agen- 
te físico,  va  consumiendo  el  húmedo;  y  así  en  la 
puericia  se  ve  mayor  craseza  extinguida  poco  á 
poco  por  el  calor  agente,  viene  en  la  juventud  á 
no  ser  tan  superfina  y/  por  consecuoncia,  estar 
con  mayor  igualdad  el  temperamento,  hasta  que, 
menoscabándose  el  húmido  radical  por  la  conti- 
nua agencia  en  el  del  calor  natural,  va  perdien- 
do el  vigor  y  acarreando  la  vejez,  y  así  dijo  Aris- 
tóteles, disputando  de  la  longitud  y  brevedad  de 
la  vida,  es  necesario,  cuando  se  envejecen,  de- 
searle. 

Y  definida  por  el  mismo  fiUsofo  la  natura- 
leza propia  de  la  vejez,  dice  ser  fría  y  seca; 
porque  el  calor,  como  agente  físico,  haciendo, 
padece,  y  como  no  tiene  el  húmido  (calidad  más 
propincua  á  sí),  hice  menos  y  prevalece  lo  terreo; 
de  donde  se  saca,  que  como  el  trabajo  deseca, 
atrae  la  senetud;  y  por  eso  los  muy  trabajados 
envejecen  pronto,  según  Aristóteles.  Luego  si  la 
vejez  no  es  otra  cosa  que  desecación  del  húmido 
radical,  para  que  prevalezca  lo  terreo,  si  se  mi- 
nistrase vigor  al  húmido  en  fuerza  de  la  medici- 
na con  bebidas  y  otros  modos  de  remedios,  tales 
que  se  pusiesen  ad  pondusj  esto  es,  en  igual 
peso  con  el  calor,  ¿quién  duda  que  diese  al  cuer- 
po aquel  mismo  temperamento  que  tuvo  en  su 
juventud,  y  éste,  adquirido,  forzoso  habría  de  te- 


«.  2>j^4£^< 


806  LUGO   y  DÁVILA 


bre,  vivió  ciento  veinticuatro  años,  y  los  escu- 
driñadores de  la  naturaleza  cada  día  hallan  ex- 
periencias que  parecen  milagros,  siendo  efectos 
naturales.  Tal  prueba  Fortunio  Liceti,  en  su  li- 
bro particular,  de  los  que  viven  mucho  tiempo 
sin  comer,  con  ejemplos  de  algunos  que  han  es- 
tado meses  y  aun  años,  no  por  milagro,  como  san- 
tos, sino  por  naturaleza,  y  el  curioso  hallará  en 
este  autor  gallarda  filosofía  contra  Argentorio  y 
otros,  que  ayuda  también  á  mi  razón;  y  Jacobo 
Horiost,  catedrático  de  medicina  en  Almesdad, 
ciudad  de  Alemania,  en  un  tratado  particular, 
nos  cuenta  que  en  la  provincia  de  Silesia,  en  la 
villa  de  Veycreldoph,  en  el  año  de  mil  quinientos 
noventa  y  dos,  por  caso  natural  de  igual  y  supe- 
rior temperamento,  con  calidad  de  complexión 
caliente  y  seca,  habiéndose  caído  á  un  muchacho 
de  siete  años  los  dientes,  al  nacerle  los  nuevos, 
uno  fué  de  oro  .tan  fino,  que  tocó  en  veintidós 
quilates;  y  cuenta  que  él  propio  hizo  la  experien- 
cia y  toque,  y  así  se  movió  como  testigo  de  vista 
á  escribir  lo  que  he  dicho. 

Y  á  las  demás  dudas  que  mueve  la  curiosidad, 
por  no  alargarme  demasiado,  remito  al  escrupu- 
loso á  Martín  Delrío,  en  sus  Disquisiciones  má- 
gicas, libro  segundo,  cuestión  veintitrés,  donde 
satisface  bastantemente,  y  yo  lo  haré  más  lar. 
go  al  que  dudare;  con  todo  lo  cual,  tengo  4)or 
cierto  que  estos  señores,  desengañados  con  el 
fin  de  la  cura,  que  yo  haré  en  nuestro  enfermo,  lo 


enterráronle  en  San  Pablo,  donde  era  religioso 
au  hermano  de  Plácido,  á  quien,  y  no  á  otro,  se 
descubrió,  trocando  en  misas  el  gasto  de  funera- 
les y  pompas. 

Corrió  por  Sevilla  la  voz  de  que  Fadrique 
se  había  remozado,  teniendo  todos  á  Plácido 
por  Fadrique;  y  con  esto  engaño,  efectuando 
lo  dispuesto  por  el  testamento,  Iñigo  y  Bernardo 
se  volvieron  á  su  tierra;  y  Yiteli,  con  sentimien- 
to de  au  amigo,  siguió  su  peregrinación,  bien 
pagado  do  loa  amantes,  y  ellos,  para  seguridad 
de  su  conciencia,  dando  cuenta  en  confesión  de 
lo  que  pasaba  al  ordinario,  los  casó  í'íi  facie 
EcxlñsicB,  debajo  de  cuya  correccióo  y  de  los 
sabioa  doy  fin  é.  este  auceao,  en  que,  ai  no  me 
engaño,  están  explicadoa  loa  versos  de  Ovidio 
que  se  propusieron,  y  declarados  cuan  agudos 
son  los  engaños  que  hay  en  el  mundo,  y  cómo 
todos  estos  milagros  de  naturaleza  que  nos  refie- 
ren loa  autores  y  la  curiosidad  tienen  mucho  de 
probable  y  poco  de  exequibles. 


c  T"»»    ■ 


I.    Pág.  10. — Dedicatoria. 

Don  Jorge  de  Cárdenas  y  Manrique,  cuarto 
duque  de  Maqueda,  nació  en  Elche  en  23  de 
Abril  de  1584,  y  fué  hijo  de  B.  Bernardino  de 
Cárdenas  y  Velasco,  tercer  duque  de  Maqueda, 
y  de  doña  Luisa  Manrique  de  Lara,  quinta  du- 
quesa propietaria  de  Nájera. 

Sucedió  á  su  padre,  que  falleció  en  Talerma 
en  17  de  Diciembre  de  1601,  hallándose  de  virrey 
de  Sicilia,  y  quedó  bajo  la  tutela  y  dirección  de 
su  madre,  doña  Luisa. 

Pero  en  breve  empezó  el  Duque  á  dar  mues- 
tras de  su  caráter  arriscado;  pues  hallándose  en 
Valladolid  en  la  primavera  de  1605,  en  unión 
de  dos  hermanos  suyos  y  varios  criados,  acome- 
tió espada  en  mano  á  D.  Luis  de  Velasco  y  los 
suyos,  obligándole  á  refugiarse  en  cierta  casa 
de  la  Plaza  Mayor,  donde,  con  la  precipitación, 
cayó  D.  Luis  en  un  pozo  que  allí  había  y  se  aho- 
gó. Prendieron  al  Duque  y  le  llevaron  á  la  for- 


816 


taleza  de  Coca,  bajo  la  custodia  de  un  caballero 
guarda,  dos  menores  y  dos  algaacües. 

Al  cabo  de  dos  meses,  por  haber  enfermado, 
condujeron  al  Duque  A  Óigales,  corea  de  Valla- 
dolid,  y  en  Noviembre  del  mismo  alo  salió  con- 
denado &  servir  con  su  persona  y  diez  lanzas 
por  seis  años  en  la  frontera  que  se  le  señalase 
y  once  mil  ducados  de  costas  y  multa.  A  sus 
hermanos  se  condenó  con  alguna  mayor  Unida'd. 

Perdonóle  el  rey  gran  parte  de  esta  pena;  pues 
en  Junio  del  año  siguiente  aún  se  hallaba  en  Es- 
paña, en  Sevilla,  y  en  Enero  de  1608  asistió  á  ta 
jura  del  príncipe  D.  Felipe. 

Apenas  libre  de  este  asunto  sucedió  que,  con 
ocasión  de  notificarle  un  escribano  cierta  provi- 
sión del  Consejo  Real,  en  unión  de  tres  criados, 
dio  de  patos  al  escribano  &  punto  de  dejarle  por 
muerto  (Noviembre  de  1608).  Diósele  por  cárcel 
la  villa  de  Torrijos,  que  era  de  su  casa;  pero 
huyó,  presentándose  al  Consejo  de  las  Ordenes, 
por  ser  caballero  de  Santiago,  y  el  Consejo  le  se; 
ñaió  por  cárcel  el  convento  de  San  Francisco  de 
Alcalá.  Trasladáronle  luego  á  Santorcaz,  y  la 
justicia  hizo  tan  aprisa  las  informaciones,  qne 
por  las  Pascuas  publicó  el  alcalde  de  corte,  Már- 
quez, la  Bentencia  condenando  al  Duque  á  ser 
degollado  en  público  cudalgo  y  34.000  ducados 
de  costas  y  daños.  También  condenaron  á  dos  de 
sus  criados  á  ser  arrastrados  y  descuartizados. 

Tan  desatinada  sentencia  hizo  que  su  madre 


por  haber  dado  de  palos  equivocadamente  &  na 
hidalgo  sevillano,  fué  pocos  días  más  tarde  preso 
el  conde  de  Villamor  y  llevado  á  la  fortaleza  da 
Arévalo. 

Quince  días  después  estaba  ya  sano  de  sus  he- 
ridas el  de  Sesea;  y  por  intercesión  del  Cardenal 
de  Toledo,  del  Condestable  de  Castilla  y  del  dn- 
que  del  Infantado, hechas  laa  paces  con  el  deMa- 
qneda,  por  quien  llevó  la  voz,  en  su  ausencia,  el 
duque  de  Osnna.  Sin  embargo,  el  Consejo  de  las 
Ordenes  no  anduvo  tan  benigno  con  el  de  Ma- 
queda,  y  en  Julio  de  1610  adn  le  tenía  preso  en 
el  castillo  de  Guadamur,  cerca  de  Toledo,  aun- 
que luego  pudo  regresar  libre  &  la  corte. 

Dirección  más  acertada  dio  en  adelante  á  sus 
bríos  y  arrestos  D.  Jorge,  asistiendo  á  las  armaB 
espafiolas  en  África,  hallándose  en  la  famosa 
jomada  de  la  Mamora,  donde  hizo  su  deber  en 
términos  que  á  poco  (1616)  se  le  nombró  gober- 
nador, alcaide  y  capitán  general  de  las  fuerzas 
de  Orín,  Tremecén  y  otros  estados  nuestros  del 
Norte  de  África. 

De  este  gobierno  regresaba  en  1622  cuando 
D.  Dionisio  de  Avila  y  Lugo  le  dirigió  las  no- 
velas de  su  hermano;  y  á  esto  se  refieren  aque- 
llas palabras:  «Ahora  que  V.  E.,  después  de  ha- 
ber postrado  la  corona  de  soberbia  de  los  afri- 
canos leones,  restituye  á  la  patria,  con  su  pre- 
sencia su  ornamento...  Ahora  respirará  África 
Ubre  de  tasto  (bien  que  generoso)  peso,  y  qne 


qaerqae;  jen  tranquilidad  pasaron  algunos  años 
de  an  vida. 

A  fines  de  Octubre  de  1635  fué  desterrado  fie 
la  Corte  en  anión  del  almirante  de  Castilla,  del 
conde  de  Oropeaa,  del  marqaés  de  Velada,  del 
dnque  de  Sessa  y  del  Condestable  de  Navarra, 
por  no  haber  qaerido  levantar  la  coronelía  de  tro- 
pas con  que  el  Conde-Duque  quiso  gravar  á  loo 
individuos  de  la  grandeza  castellana.  Algunos 
redimieron  con  dinero  (como  el  duqne  de  Albur- 
querque)  el  vejameii,  y  otros,  como  el  de  Velada, 
yendoáprestar  servicio  personal  ¿lejanos  países. 

Muerta  su  madre,  sostuvo  el  Duque  largo 
jileito  con  los  Manriquea  sobre  ol  ducado  de 
Nájera,  que,  al  fin,  obtuvo  en  1635  por  sentencia 
definitiva  del  Consejo, 

ün  Febrero  de  1636  fué  nombiado  capitán  ge- 
neral de  ia  Armada  del  mar  Océano,  que  antoB 
había  mandado  D.  Tadrique  de  Toledo.  Pero  no 
sabemos  por  l^ué  razón  fué  dilatando  el  encar- 
garse del  mando  hasta  fines  de  Agosto  en  que 
snlió  para  Portugal  á  ponerse  al  frente  de  la  es- 
cuadra. Antes  de  hacerse  á  la  mar  fué  destitui- 
do, porque  se  le  impuso  la  condición  de  estar  bq- 
bordinado  í  las  órdenes  del  duque  de  Fernandi- 
na,  ó,  en  caso  de  no  querer,  se  encargase  de  la 

TEATRO  POPULAt  21 


'■'j'-j-v-^ar- 


822  NOTAS 

armada  de  la  Coru&a,  ó  si  nO|  se  volviese  á  Ma- 
drid, lo  cual  hizo  antes  de  tres  días,  tiempo  que 
le  daban  para  escoger.  (Septiembre  de  1637.) 

Sin  embargo,  al  año  siguiente  volvió  á  con- 
fiársele  el  mando  de  otra  escuadra,  la  de  las  ga« 
leras  de  Ñapóles,  en  que  tenía  bajo  sus  órdenes 
al  almirante  D.  Carlos  de  Ibarra. 

En  Agosto  de  1640  tuvo  un  encuentro  perso- 
nal con  el  duque  de  Ciudad  Real,  también  almi- 
rante, que  un  corresponsal  de  los  jesuítas  de  Se- 
villa refiere  así: 

«Un  soldado  de  la  armada  del  duque  de  Ma- 
queda  hizo  una  muerte  y  le  prendió  el  de  Ciudad 
Real.  Armóse  competencia  entre  los  dos  Duques 
sobre  quién  le  había  de  castigar:  resolvióse  se 
entregase  al  de  Maqueda.  Enviando  primera  re. 
quisitoria  no  fué  obedecida,  y  menos  la  segunda, 
por  decir  no  iba  ajustada  á  razones;  y  notificán- 
dosela al  de  Ciudad  Real,  dijo,  que  al  que  le 
trajese  la  tercera  le  daría  doscientos  azotes.  El 
de  Maqueda  le  escribió  un  papel  que  le  espera- 
ba en  la  isla  de  Santa  Catalina;  el  de  Ciudad 
Real  tomó  una  faluca  y  fué  ella  y  halló  solo  al  de 
Maqueda.  Sacaron  las  espadas  y  diéronse  dos  es- 
tocadas el  uno  al  otro.  El  de  Maqueda  las  tiene 
en  la  cara  y  cuerpo,  y  Ciudad-Real  en  el  cuerpo, 
ambas  penetrantes  y  además  una  cuchillada  en 
la  cabeza,  de  que  cayó  aturdido  en  el  suelo.  Ma- 
queda le  levantó  y  le  metió  en  la  faluca  y  le  en- 
vió á  tierra  para  que  le  curasen.  Ha  sido  lásti- 


NOTAS  3*23 

ma  que  estos  dos  generales  se  encontrasen  en 
tiempo  que  hay  tantos  enemigos».  (Mem,  HtsL 
Msp.,  t.  16,  pág.  469.) 

En  1642  ya  residía  en  Madrid,  siendo  por  en- 
tonces nombrado  del  Consejo  de  Estado. 

De  nuevo  I  á  fines  de  1643,  se  le  confió  el  man- 
do de  la  armada  real,  pero  no  pudo  gozarlo  por- 
que falleció  en  Madrid,  el  20  de  Octubre  de  1644. 

D.  José  de  Pellicer,  en  sus  Avisos  históricos, 
pág.  245,  relata  su  muerte  en  los  siguientes  tér- 
minos: «Avisos  de  25  de  Octubre  de  1644. — El 
martes  pasado,  día  de  San  Lucas,  á  18  de  éste, 
cumplió  quince  años  el  Principe  nuestro  señor... 
Y  este  mismo  día  comulgaron  por  viático  muy 
aprisa  al  señor  D.  Jorge  Manrique  de  Lara  y 
Cárdenas,  duque  de  Nájera  y  de  Maqueda,  ca- 
pitán general  de  la  Armada  real,  virrey  que 
fué  de  Oran  y  del  Consejo  de  Estado.  Dióle  una 
apoplegía  repentina  que  fué  preciso  garrotearle 
con  toda  vehemencia.  Volvió  en  sí  con  unturas 
y  bebidas.  Sobreviniéronle  cámaras  y  laego  ca- 
lenturas; sangráronle,  y  murió  jueves  á  20  de 
éste,  al  amanecer.  El  viernes  21,  por  la  noche, 
llevaron  su  cuerpo  á  la  iglesia  de  Torrijos,  pa- 
trón antiguo  de  la  casa  de  Maqueda.  Y  se  pon- 
deró que  quince  días  antes,  viernes,  y  por  'a 
misma  hora,  llevaba  una  aldaba  del  ataúd  de  la 
Beina  nuestra  señora  para  sacarla  al  Escorial. 
Deja  un  hijo  natural,  habido  en  una  dama  de 
Oran,  y  una  hija  monja.  De  los  estados  ha  toma- 


y 


.»^ 


HOTA8  325 

La  traduce Lón  de  Lugo,  quizás  ensayo  de  es- 
colar, es  bastante  oscura  por  aspirar  á  concisa. 

3.  Pd^. 29.— «Escarmentar  en  cabeza  ajena.» 
No  resulta  ciertamente  esta  moraleja  del  cuen- 
to referido.  Don  Félix  no  sólo  no  escarmienta  con 
la  desgracia  de  su  amigo  Rangelo,  sino  que  pasa 
toda  la  noche  á  las  puertas  de  do&a  Beatriz  es 
perando  el  momento  de  poder  celebrar  su  casa- 
miento clandestino  con  ella.  Y  sólo  renuncia  á 
«u  mano  cuando  ve  que  ya  está  desposada  con 
B.  Fernando,  quien,  en  vez  de  castigo  por  su  in- 
famia contra  Bangeló  y  hasta  con  su  amada  Ce- 
lia, recibe  el  galardón  á  que  aspiraba  con  mayo- 
res ansias,  ó  sea  la  mano  de  doña  Beatriz. 

Claro  es  que  si  el  caso  ha  sucedido  «en  nues- 
tros tiempos»,  como  dice  el  autor,  no  podría  cam- 
biarlo; y  esto  es  lo  que  da  mayor  curiosidad  y 
valor  á  su  historia. 

4.  Pág.  32y  Un,  25, — «Persona  que  había  ad- 
quirido su  riqueza  en  un  gobierno  de  Lidia...» 

Bien  se  conoce  que  cuando  esto  escribía  Lugo 
no  pensaba  él  en  ir  á  desempeñar  idéntico  desti- 
no, pues  en  tal  caso  no  hubiera  estampado  los 
eonceptos  satíricos  que  siguen  á  la  cita  de  arri- 
ba contra  los  empleados  en  Indias. 

5.  Pág.  35,  Un.  1,^ — «Era,  sobre  todo,  gran 
retórica  natural,  y  que  en  mover  afectos  pudiera 
ganársela  á  un  pobre  portugués,  criado  en  Italia 
y  trasplantado  á  la  corte  de  Castilla.» 


Nótese  el  encarecimiento  y  tal  vez  exagera- 
ción que  encieiraii  estas  frasea.  No  era  bastante 
que  el  pobre  fuese  portngués,  sino  qne  debía  de 
haberse  caucado  6  formado  pedigüeño  quejum* 
brÓD  en  Italia  y  ejercer  en  la  corte  castellana  sa 
mimsterio. 

6.  Pdff.  49,  Un.  7."— «Hernández  conoció  en 
la  voz  ser  Heredia,  el  primero  qne  en  España 
deleitó  los  oídos  con  el  superior  instrumento  de 
la  tira,  no  conocido  hasta  entonces  en  estos 
reinos.! 

Ni  en  los  tratados  históricos  de  música  espa- 
ñola, ni  en  los  diccionarios  biográficos  y  técnicos 
de  ella,  hemos  hallado  registrada  esta  curiosa 
noticia  ni  el  nombre  del  autor  de  la  novedad 
indicada.  Seguramente  qne  Heredia  importaría 
de  Italia  el  instrumento  tan  grato  &  los  antigaos 
helenos. 

7.  Pdg.  51,  Un.  Í8.— «El  Racionero  Cortés, 
López  Maldonado  y  D.  Francisco  Muñoz.* 

Tampoco,  ni  en  los  diccionarios  de  Saldoni, 
Pedrell,  etc.,  se  citan  estos  tres  célebres  canto- 
res, cuya  maestría  y  voz  encarece  Lago  dicien- 
do que  eran  émulos  de  Anfión  y  Orfeo,  y  que 
cada  nno  de  los  tres  tenía  dado  honor  á  nuestra 
nación  y  llenas  de  envidia  y  fama  las  extran- 
jeras. 

8.  Pdg.  89,  Un.  22.— «Sabe,  pues,  que  de 
Franoia  salió  nn  caballero...* 


NOTAS  "       937 

No  consta,  según  creemos,  que  el  Condestable 
de  Borbón,  que  murió  en  el  asalto  de  Koma  en 
1527,  como  es  sabido,  dejase  hijo  alguno.  Bien 
que  el  autor  no  dice  que  esta  historia  hay»  suce- 
dido realmente,  como  expresa  en  otras.  Toda 
ella  debe  tenerse,  pues,  por  fingida. 

9.  Pág.  107,  Un.  2.' ~  cDe  las  dos  her- 
manas.* 

En  esta  novela,  cuya  moralidad  es  discutible, 
annque  si  ejemplar,  intentó  el  autor  introducir 
nna  expresión  distinta  que  en  las  demás,  dicien- 
do por  boca  de  Celio,  que  es  el  crítico  de  la  re- 
unión de  amigos  que  refieren  estas  historias: 

«T  pues  al  cnrioso  y  docto  se  le  dedican  las 
novelas  que  llevan  mi  nombre,  para  diferenciar 
usaré  en  ésta  el  estilo  lacónico;  esto  es,  conciso; 
mas  no  querría  afectado.  Jnzgadle,  que  agrada- 
rá á  algunos,  ó  por  moderno  en  nuestro  vulgar, 
ó  por  parecer  ellos  sabios.* 

Empleólo,  en  efecto,  al  principio  y  en  algunos 
lagares  de  la  novela;  pero  en  otros  volvió  ¿  su 
quedo  natural,  que  era  un  estilo  más  bien  abun- 
dante que  conciso,  aunque  no  exageradamente, 

10.  Pdg.  129,  Un.  2."— «De  la  hermania.» 

O  germania,  que  es  como  se  escribe  hoy  y  au> 
en  tiempo  de  Lugo  y  Bávila,  como  puede  verse, 
entre  otros,  en  el  Diccionario  de  Hidalgo,  Esta 
novela  es  imitación  del  RinÁionete  y  Cortadillo, 
de  Cerrantes,  no  sólo  en  el  asunto  y  disposioióa 


¿6  él,  Bino  que  en  varios  logares  parece  ana  co- 
pia de  ella. 
Véanse  estos  párrafos.  De  La  hermania: 

«A  este  punto  entraron  la  Uarfuza  y  la  Zara- 
gozana cada  ana  con  su  chalo,  sa  cesta  y  sa  bota. 
Salió  la  vieja,  reconoció  la  gente  y  abrió  la 
puerta.  Dióronse  la  bienvenida,  y  sacando  á  uq 
patinejodoa  esteras  do  ansa,  se  sentaron  toiÍKs.» 

De  Binconete: 

■Alegráronse  todos  con  la  entrada  de  Silbato, 
y  al  momento  mandó  sacar  Monipodio  una  de  las 
•steras  de  enea  qae  estaban  en  el  aposento  y  ten- 
derla en  medio  del  patio,  y  ordenó  asimismo  qaa 
todos  se  sentasen  é.  la  redonda.* 

La  escena  de  la  comida  ee  exactamente  igual 
en  una  y  otra  obra,  y  la  del  oanto-lo  mismo. 
Véase  este  pasaje  de  La  hermania: 

» — Vayan  seguidillas  de  las  de  ahora,  dijo  la 
Pintada,  qne  no  es  daño  morir  como  bueuo,  y 
donde  uno  sale  otro  entra.  Y  tocando  el  pandero 
una,  y  rascando  otra  la  escoba  y  la  otra  dando 
con  una  cb&ugIei  en  los  ladrillos,  tras  brindarse 
aendas  cantaron  aai:t 

Y  compárese  con  este  otro  del  Binconete: 

«La  Escalanta  (quitándose  un  chapín  comenzó 
á  tañer  en  él  como  en  un  pandero;  la  Gananciosa 
tomó  una  escoba  de  palma  nueva,  que  allí  halló 
acaso,  y  raspándola  hizo  un  son  qae  aunque  ron- 
co y  áspero  se  concertaba  con  el  del  chapín;  Mo- 
nipodio rompió  un  plato  y  hizo  dos  tejoletas  qae 


algunas  segnidillas  de  laa  qae  se  usaban;  mas  la 
qae  oomenEÓ  primero  fné  la  Escalanta,  y  con  voz 
satil  y  quebradiza  cant¿  lo  siguiente: 

Por  nn  sevillano 
mío  á  lo  valóQ, 
ten^o  Booarrado 
todo  el  ci 


II.  Pág.  146,  Un.  22.— «Vinieron  en  casa  del 
Licenciado  Antolíoez,  el  cual  era  un  viejo  más 
miserable  que  el  de  Segovia.* 

¿Quién  era  este  tipo  de  comparación  tan  cono- 
cida que  no  necesitaba  mayores  detalles?  Creo 
que  se  trata  del  Dómine  Cabra  del  Buscón. 
Pero  como  esta  novela  no  salió  á  luz  hasta  1626, 
es  evidente  que  ó  la  obra  era  conocidísima  antes 
de  imprimirse,  cosa  difícil  de  creer,  ó  que  el  per- 
sonaje existió  realmente  y  era  célebre  por  su  es- 
caaeza  antes  de  aquella  fecha. 

Asi  lo  creyó  Fernández- Guerra,  quien  en  su 
edición  del  Buscón  en  la  Biblioteca  de  Bivade- 
neyra  (pág.  489)  copia  una  carta  (¿apócrifa?)  de 
D.  Joan  Adán  de  la  Parra  á  Quevedo,  fechada 
en  Segovia  en  1639,  en  que  habla  del  original  de 
la  novela  como  vivo  aún  y  llamándole  el  «dómi- 
ne Cabreriza*.  Pero  aunque  esta  carta  se  deba 
atribuir  á  D.  Diego  de  Torres,  no  resalta  menos 
cierto  que  en  sn  tiempo  duraba  aún  la  idea  de 


fs*f^ 


880  NOTAS 

que  el  personaje  retratado  por  Quevedo  había  te- 
nido existencia  real  y  verdadera. 

Por  lo  demás,  si  en  1620  en  que  escribía  Lugo 
era  ya  famoso  como  viejo  y  como  avaro  el  sego- 
viano,  es  claro  que  no  podía  vivir  en  1639,  como 
supone  el  autor  de  la  carta  escrita  á  nombre  de 
Adán  de  la  Parra.  La  pintura  literaria  de  Que- 
vedo vale  lo  que  un  lienzo  de  Velázquez.  No  la 
reproducimos  por  ser  conocidísima. 

12.  Pég.  155,  Un,  4.* — «Cuanto  que  no  tiene 
nada  de  fingido.» 

Con  estas  palabras  asegura  el  autor. que  el 
caso  de  esta  novela  ha  sucedido  realmente;  y, 
en  efecto,  recordamos  haberlo  leído,  poco  más  ó 
menos,  en  otra  parte,  si  bien  el  hecho  pudo  ha- 
ber ocurrido  más  de  una  vez.  El  Duque,  á  cuya 
casa  pertenecía  D.  Pedro  Manrique,  protagonis- 
ta de  la  novela,  era  D.  Alonso  Pérez  de  Guz- 
mán,  séptimo  duque  de  Medinasidonia,  inepto 
jefe  de  la  armada  Invencible,  que  murió  siendo 
el  señor  de  mayor  renta  de  España,  en  el  mes  de 
Julio  de  1615. 

De  este  mismo  y  de  su  hijo  D.  Juan  Manuel 
vuelve  á  hablar  Lugo  y  Dávila  en  su  novela  del 
Médico  de  Cádiz. 

13.  Pág,  168,  Un,  P.*— «En  la  Casa  del  Cam- 
po, en  una  sala  baja  á  mano  izquierda.» 

Es  la  famosa  posesión  real  á  que  hoy  llama« 
mos  Casa  de  Campo.  Cuando  Felipe  11  trasladó 


..    982  NOTAS 

■  ■  '^ ■■■■-■■■■  —      ■       ■  ■■     — ■  ■»■■■    — ■■     -■■  ,      I       ■     —   ^    I    ■!  ■■  ■       ■   ■  I  »  ■»     I     I      m^^^^mtm  u 

16.  Pdg.  180,  Un.  24,  y  pdg,  181,  Un.  13.— 
«Palenquines.» 

Lo  mismo  que  palanquines,  según  el  Dic.  de 
la  Academia;  ó  sea  mozos  de  cordel. 

17.  Pag.  191,  fów.  2.*— «Del  andrógino.» 
Da  pretexto  á  esta  curiosísima  novela,  qne 

además,  según  dioe  el  autor,  es  un  hecho  real  y 
sucedido j  el  epigrama  LXix  de  Ausonio:  Quae 
sexum  mutarint,  que  el  mismo  D.  Francisco 
tradujo  después,  páginas  264  y  265,  muy  ajus- 
tadamente. 

No  podria  encarecer  mucho  la  moralidad  de 
esta  novela  el  autor;  pues  para  enseñar  «cuanto 
son  dañosos  los  casamientos  entre  personas  des- 
iguales en  edad»,  cosa  que,  en  verdad,  no  necesi- 
ta demostración,  compuso  un  enredo  ó  exornó 
acontecimiento  real  que,  aunque  narrado  con  arte 
muy  superior  á  los  demás  del  tomo,  no  creemos 
esté  exento  de  censura.  El  asunto  era  de  suyo, 
escabroso;  pero  el  autor  pudo  suavizarlo  algo  en 
las  escenas  en  casa  de  Solier,  sin  que  el  interés 
se  debilitase. 

En  lo  que  nos  parece  excelente  es  en  la  pin- 
tura del  carácter  de  este  personaje;  y  creemos 
que  tuvo  á  la  vista  el  del  Celoso  extremeño,  de 
Cervantes.  Sus  ingeniaturas  para  aislar  á  su  es- 
posa son  por  el  mismo  estilo,  si  bien  en  el  viejo 
de  Cervantes  se  queda  en  amagos  lo  que  en  el 
I  de  Lugo  es  verdadera  catástrofe. 


r :?.-  s^^wr 


334  NOTAS 

21.  Pdg.  210,  Un,  2.*  —  «Escribiéronse  mu- 
chas glosas  3e  la  Mal  maridada,  que  resucitaron 
entonces.» 

Trátase  del  antiguo  y  célebre  romance  de  La 
ella  mal  maridada,  que  es  el  primer  verso  dé 
esta  poesía,  cuya  celebridad  no  sabemos  explicar, 
"ir'  ¡y  "  -X5omo  no  sea  por  haber  elegido  la  palabra  maU 
^J'^jtñn.aridada  en  vez  de  malcarada,  que  es  lo  que 
j/*»^!/^ viene  &  significar. 
.5»    h^j^^'í^^'eI  asunto  es  que  la  joven  esposa,  olvidada  y 
V    •>       ^*    despreciada  de  su  marido,  se  aviene  á  huir  con 
y  un  galán  que  ofrece  acompañarla,  cuando  el  ma- 

rido, sobreviniendo  de  repente,  le  da  la  muerte. 
No  conocemos  el  romance  primitivo.  Duran  in- 
tentó reconstruirlo  sirviéndose  de  otro  de  Loren- 
zo de  Sepúlveda  (15B1),  y  una  glosa  anterior  he- 
cha en  coplas  por  un  poeta  popular  de  principios 
del  siglo  XVI,  llamado  Quesada,  que  hizo  además 
otras  de  igual  clase. 

Pero  la  reconstitución  de  Duran  dista  mucho 
de  ser  exacta;  puesto  que.  ya  desde  los  primeros 
versos  es  falsa,  escribiendo  como  escribe  una 
copla  en  vez  de  romance: 

La  bella  mal  maridada, 
de  las  lindas  que  yo  vi; 
véote  tan  triste,  enojada: 
la  verdad  dila  tú  á  mi. 


£etos  primeros  versos  eran,  en  reaU 

La  bella  mal  maridada, 
de  laa  m&a  lindas  que  vi, 
si  liabéia  de  tomar  amores, 
vida,  no  dejéis  í  inl. 

El  hecho  de  ser  Ó6te  como  otroa  romai 
tado,  y  acaso  con  liada  música,  ocasio 
tud  de  variantes  y  glosas,  que  duraro 
fligto  XVI  y  aun  gran  parte  del  aigaienl 
nos  entre  el  pueblo,  sirviendo  de  tópico ; 
de  comparación  4  nueetroa  poetas  y  prc 
aqnella  edad  para  encarecer  j  penden 
gar  y  corriente  de  alguna  cosa. 

Tantas  debieron  de  ser  las  patáfrasi 
idea,  que  produjo  el  cansancio  y  hasta 
de  escritores  que,  como  Gregorio  Silves 
diados  del  mismo  siglo  xvi,  escribió  i 
burlesca  del  romance ,  impresa  primt 
Cancionero  general  de  Amberes  de  1 
uima  y  con  curiosas  variantes,  y  luí 
Obras  (Granada,  1699)  de  aquel  egregio 

Esta  glosa,  gracíosfsíma ,  de  Silví 
inienza; 

¿Qué  desventura  lia  venido 
por  la  tríate  de  La  bella 
que  todos  bacen  sobre  ella 
como  en  mujer  del  partido? 


83G  NOTAS 

Y  la  última  copla:     » 

]0h,  hella  mal  maridada; 
á  qué  manos  has  venido; 
mal  casada  y  mal  trovada, 
de  los  poetas  tratada 
peor  que  de  tu  marido! 

22.  Pág.  220,  Un,  27. — «Aquellas  cincdenta 
hermanas  que  la  primera  noche  de  sus  bodas, 
dan  las  49  muerte  á  sus  maridos,  y  sólo  una  le 
escapa  libre.» 

Son  éstas  las  Danaidas,  hijas  de  Dánao,rey  d0 
Argos,  que,  según  la  fábula,  casaron  con  los  cin- 
cuenta hijos  de  Egipto,  rey  de  la  región  de  este 
nombre;  y  por  instigación  del  padre  de  ellas  los 
asesinaron,  excepto Hipermnestra,  que  salvó  á  su 
esposo  Linceo.  Júpiter  castigó  á  las  otras  arro- 
jándolas en  el  Tártaro  y  condenándolas  á  llenar 
continuamente  un  tonel  agujereado.  Esta  fábula 
se  utiliza  siempre  en  sentido  alegórico  y  moral, 
como  lo  hace  D.  Francisco  de  Lugo. 

23.  Pág.  289,  Un,  4,^ — «Cuando  en  la  roca 
dura...» 

Estos  versos  y  los  que  coloca  el  autor  en  la  pá- 
gina 245,  son  mejores  que  sus  traducciones.  De 
los  últimos  de  aquellos,  añade:  «que  se  vieron 
algún  día  en  la  corte»,  con  lo  cual  debe  referirse 
á  que  se  habían  impreso  antes. 

24.  Pág,  244,  Un,  i.* — «Guardas  me  po- 
néis.» 


Esta  Goplilla,  que  también  fué  muy  glosada  j 
cantada  por  toda  España,  es  completa,  asi: 

Madre,  la  mi  madre; 
guardas  me  ponéis?  ' 
81  yo  neme  goardo 
mal  me  guardaréis. 

Eb  el  principio  de  an  romancillo  picaresco  y 
jocoso,  qae  también  fué  imitado,  como  se  ve  por 
aquel  otro  del  Romancero  general: 
Madre,  la  mi  madre, 
el  amor  esquivo, 
me  ofende  7  me  agrada, 
me  deja  y  le  sijco. 

25.  Pdg.  256,  Un.  35.-«Como  puede  sucederna- 
tnralmente,qiieiina  majer  se  convierta  en  varón.» 

Comienza  el  extraflo  discurso  del  Dr.  Salt  so- 
bre el  androginismo.  Y  es  cosa  de  admirar  que 
D.  Francisco  de  Lugo  haya  recogido  todos  los 
textos,  entre  ellos  algunos  mny  curiosos,  como 
los  de  Antonio  de  Torquemada  y  el  de  Ubeda  de 
1617,  para  probar  una  cosa  de  la  que  acaba  bur- 
lándose, diciendo  que  es  una  •bernardina.» 

Sin  embargo,  lo  mismo  en  España  que  en  otros 
puntos  fué  aun  hasta  tiempos  modernos  creencia 
muy  extendida  la  de  tal  conversión.  Después  de 
mediar  el  siglo  xvii,  el  célebre  D.  Jerónimo  de 
Barrionuevo,  en  sus  Aviaos  históricos,  registra 
un  caso  semejante  sucedido  en  Madrid,  afiadien- 
do  que  el  sujeto  de  tan  rara  metamorfosis  se  en- 
señaba al  público,  y  que  él  pensaba  ir  i  verlo. 


'  «^ .  V"  ^  -«w^jB»--»" 


OBRAS  DE  D.  EHUO  GOTARELO  T  HORI 


! 

L 


El  Cokde  Villamediana  .  Estibio  biográfico 
y  critico  con  varias  poesías  inéditas  dd  misnio, 
Madrid,  1886,  en  i."",  6  ptas. 

T1B8O  DB  Molina.  Investigaciones  bio  bibliográ- 
ficas. Madrid,  18^,  en  8.°,  3  ptas. 

Vida  y  obras  de  Don  Enbiqub  de  Villbna.  Ma- 
drid, 1896,  en  d."",  2  ptas. 

Esttidios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña,  I.  María  Ladvbnant  y  Qutrantf,  pHmera 
dama  de  los  teatros  de  la  corte.  Madrid,  1896,  en 
8.",  2  ptas. 

Estudios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña. II.  MarIa  del  Rosario  Fernández  {la  Ti" 
rana).  Madrid,  1897,  en  8.®,  3  ptas. 

Iriarte  y  su  :época.  Obra  premiada  en  público 
certamen  por  la  Real  Academia  Española  é  impre- 
sa á  sus  expensas.  Madrid,  1897,  en  4.^  mayor^  15 
pesetas. 

El  supuesto  libro  de  Las  Querellas  del  Rey  Don 
Alfonso  el  Sabio.  Madrid,  1898,  en  4.**  (agotado). 

Discurso  de  ingreso  en  ía  Real  Academia  Espa- 
ñola. Sobre  las  imitaciones  castellanas  del  Quijote* 
(No  se  ba  puesto  á  la  venta.)  ^^ 

Don  Ramón  de  la  Cruz  y  sus  obras.  Ensayo 
biográfico  y  bibliográfico.  Madrid,  1899,  en  4.°,  20 
pesetas.  (Quedan  muy  pocos  ejemplares.) 

Cancionero  de  Antón  de  Montoro  («Z  Ropero 
de  Córdoba)^  poeta  del  siglo  xv,  publicado  por  pri- 
mera vez,  con  prólogo  y  notas.  Madrid,  1900,  en 
8.^  4  ptas. 

Juan  del  Encina  y  los  orígenes  del  teatro  espa- 
ñol. Madrid,  1901,  en  8.^  (agotado.)  . 

Lope  de  Rueda  y  el  teatro  español  de  su  tiempo. 
Madrid,  1901,  en  8/ (agotado). 


ti 


A. 


Estudios  de  historia  literaria  de  España,  Ma- 
drid, 1901,  en  8.**,  O  ptas. 

Estudios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña. III.  Isidoro  Máiquez  y  el  teatro  de  su  tiem- 
j^Q.  Mfl-djrid,  1902,  ea  8.^  6  pta». 

Cancionero  inédito  d$  Jcav  Ai^vaíbz  Gtato»,  poe- 
ta madrileño  del  siglo  xv.  Madrid,  1901,  en  8.®,  2 
pesetas. 

Lazarillo  de  Manzanares,  Novela  española  del 
sifflo  XVII,  de  JüA.N  CoRTJÉ»  PB  T01..0SA,  Reimpre- 
&ÍQU  y  notas.  Madrid,  1901,  en  8.^  2  ptas. 

Comedia  de  Sepúlveda  (del  siglo  xvi).  Ahora  por 
primi©r^  vez  publicada:  con  adverteoicia  y  n^tas. 
Madrid,  1901,  en  8.°,  2  ptas. 

MI  jfrimer  auíto  sacramental  del  tMiro  español  y 
noticia  de  su  autor  El  Baqhillbr  HbrnÍlM  Lópsz 
im  Yangtja».  Madrid,  1902,  en  4.®  (agotado). 

M  supuesto  casamiento  de  Almanzor  con  um» 
T^ja  de  hermudo  II.  Madrid,  1903,  eu  4,^  (agotado). 

Sobre  el  origen  y  desarrollo  de  la  leyenda  de  los 
amantes  de  Terud.  Madrid,  l^S,  en  4.^  (agotado). 

ios  aa^mas  4^  los  Girones,  Madrid,  1903,  en  4.^ 
(agotado). 

TMtro  español  del  siglo  XVl.  Catá¡á>go  depie»as 
impresas  y  ixo  conocidias  hasta  el  presente,  Madrid. 
1903,  «n  8,^  1  pta. 

Bibliografía  de  las  controversias  sobre  la  licitud 
del  teatro  en  España,  Obra  premiada  por  la  Biblio- 
teca JSfacional  é  impresa  d  expensas  del  Estado. 
Madrid,  i90i,  en  4.^  mayor,  10  ptas. 

Efemérides  cervantinas,  ó  sea  resumen  cronaló* 
gico  de  la  vida  de  Migubl  ds  Obrvantbs  Saavb- 
QKA*  Madrid,  1905,  en  8.^,  5  ptas. 


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DON  EMILIO  COTARELO  Y  MORÍ 

De  la  Real  Academia  Española 


Madrid,  1906 


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Travesía  del  Arenal,  1 — Madrid 


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ANTIGUAS  NOVELAS  ESPAK 


TOMO    II 


COLECCIÓN  SELECTA 

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Tomo  II 


HISTORIAS 

Peregrinas  y  Ejemplares 

NOVELAS  DE 

DOH  GOHZALO  DE  CÉSPEDES  T  HEHESES 

Con  noticias  del  autor  y  de  la  obra 
por 

DON  EMILIO  COTARELO  Y   MORÍ 

De  la  Real  Academia  Española 


Madrid,  1906 


PUBLÍCALA  LA 

librería  de  la  viuda  de  rico 

Travesía  del  Arenal,  1 — Madrid 


VI  PRÓLOGO 

nio  (i)  y  eí  biógrafo  madrileño  D.  José  An- 
tonio Alvarez  y  Baena  (2). 

Aunque  no  lo  bastante  para  poner  en  cla- 
ro la  enmarañada  biografía  de  este  célebre 
personaje,  podemos,  en  vista  de  precioso» 
y  no  conocidos  documentos,  indicar  el  ca- 
mino para  hallar  la  clave,  así  de  su  dramá- 
tica existencia  como  de  sus  tan  personales  y 
casi  autobiográficas  novelas  (3). 


torta  de  la  soberana  majestad  de  Felipe  IV,  el 
Grande».  (Montalbán:  Para  todos.  Madrid,  1033, 
índice  de  los  ingenios  de  Madrid j  núm.  140,  al  fin 
del  tomo.) 

(1)  Sólo  dice  que  era  madrileño  y  que  en  tanto 
maduraba  algunos  trabajos  históricos  y  serios,  es- 
cribió varias  obras  poéticas,  como  el  Español  Ge- 
rardo (Madrid,  1015,  1617  y  1654,  4.^,  y  Lisboa, 
lu25);  las  Historias  peregrinas;  El  soldado  Finda- 
ro;  la  Historia  apologética  (Zaragoza,  1622  y  1624^ 
4.**),  y  Francia  engañada,  Caller  (wí  sonati^  1635, 4.^ 
(Nic  Ant.:  Bib.  Nov.,  I,  554.) 

(2)  Alvarez  y  Babna  (Hijos  ilustres  de  Ma- 
drid^ II,  3o2j  sólo  añade  á  los  anteriores  que  Oes- 
l>edes  pasó  gran  parte  de  su  vida  en  Aragón.  Men- 
ciona también  á  su  hermano  D.  Sebastián  de  Oes- 
pedes  y  Meneses. 

(3)  Tenía  hace  tiempo  en  mi  poder  la  copia  de 
la  partida  de  defunción  de  Céspedes  y  Meneses;  y 
queriendo  ahora  sacar,  guiado  por  ella,  la  de  su 
testamento,  en  el  Archivo  de  protocolos,  hallé  que 


La  familia  de  D.  Gonaalo  no  era  entera- 
mente vulgar,  y  sus  antepasados  más  inme- 
diatoB  fueron  todos  madrilefios.  Llamábase 
su  padre  Leonardo  de  Céspedes  y  doña  Ma- 
ría de  MeneseB  au  madre.  Abuelos  pater- 
nos Q-onzalo  Fernández  de  Céspedes,  que 
vivía  en  1608,  y  había  ya  fallecido  la  mujer 
de  éste,  dofia  Ana  de  Espinosa.  Eran  tam- 
bién difuntos  ©n  dicho  año  los  abuelos  ma- 
tarnos, llamados  T>.  Q-onzalo  de  Paredes  y 
doña  Isabel  Velázquez  de  Meneaea  (1);  por 
donde  se  ve,  que  de  ningún  modo  le  corres- 
pondía á  nuestro  novelista  este  último  ape- 
llido, si  bien  la  anarquía  que  entonces  rei- 


se  me  habís  aaticipado  el  infatigable  erudito  don 
Cristóbal  Pérez  Pastor,  quien  lo  publicará  integro 
en  el  tomo  I  de  su  Tipografía  madrileña  del  si- 
glo XVII,  actualmente  en  prensa.  • 

Este  bueno  y  querido  amigo  no  sólo  me  facilitó 
las  pruebas  de  esta  parte  de  su  libro,  sino  otros  tres 
cQriosisímoa  documentos  del  mismo  Céspedea  que 
DOS  dan  á  conocer  su  familia  j  otras  círcuntancias 
no  menoH  importantes  de  su  vida.  Son:  1.",  una  in- 
formación de  limpieza  de  sangro  hecha  en  1608; 
2.',  venta  del  privilegio  para  imprimir  el  Español 
Gerardo  (1615),  y  3.",  recibo  de  Céspedes  á  favor  do 
Bo  hermano  por  mil  reales,  en  1620. 

(1)  Información  de  limpieza  de  sangre  hecha 
por  D.  Gonzalo  de  Céspedes  en  Madrid  en  1608. 


VIU  PRÓLOGO 

naba  en  su  empleo  autorizaba  este  y  otros 
abusos  r 

Es  posible  que  nuestro  D.  Gonzalo  fuese 
pariente  del  famoso  capitán  Alonso  de  Cés- 
pedes, &  quien  saca  &  relucir  en  su  Varia 
fortuna  del  soldado  Pindaro  (pág.  310  de  la 
edición  de  Autores  españolesj  en  una  aven- 
tura harto  extraña  y  sobrenatural,  aunque 
no  dice  fuese  de  su  sangre. 

Nació  D.  Gronzalo  en  Madrid,  como  él 
mismo  asegura  repetidamente  en  la  portada 
de  sus  libros  y  aun  en  la  novela,  en  parte 
biográfica,  del  Español  Gerardo  y  diciendo: 
«La  insigne  y  famosa  villa  de  Madrid,  dig- 
nísimo aposento  y  morada  de  nuestros  ca- 
tólicos monarcas,  es  mi  amada  patria;  co- 
mún y  general  madre  de  diversas  gentes  y 
remotas  naciones...  Aquí  nací  y  un  martes, 
cuyo  proverbio  desgraciado  puedo  decir  no 
ha  salido  á  ninguno  más  verdadero  que  á 
mí;  pues  hasta  en  el  ser  segundo  fué  con- 
traria la  infeliz  estrella  de  mi  nacimien- 
to» (1). 

Su  hermano  mayor,  llamado  D.  Sebastián 
de  Céspedes  y  Meneses»  siguió  la  carrera  de 


(1)    Poema  trágico  del  Español  Gerardo,  parte 
primera;  discurso  I.  (Bib.  de  AA.  Esp.,  p.  124.) 


V: 


PROLOGO  DC 


la  magistratura;  y  era  en  1620  alcalde  ma- 
yor de  las  Alpu jarras.  Hizo  también  versos 
que  no  carecen  de  elevación  y  brío,  como  se 
vé  por  la  epístola  en  tercetos  dirigida  á  su 
hermano,  y  que  éste  incluyó  en  su  Gerardo. 

Nos  inclinamos  á  fijar  el  nacimiento  de 
nuestro  novelista  por  los  años  de  1686;  pues 
en  1614  era  todavía  joven,  como  expresan 
algunos  de  sus  panegiristas,  y  porque  ya 
habían  pasado  por  él  las  trágicas  aventuras 
que  forman  parte  de  la  trama  de  su  primer 
novela. 

En  1608  quiso  pasar  al  Perú,  llamado  por 
un  hermano  de  su  madre,  que  residía  en  la 
provincia  de  las  Charcas.  Hizo  para  ello 
una  información  (2  de  Julio)  de  limpieza  de 
sangre,  en  la  que  depusieron  como  testigos 
el  doctor  Matías  Vázquez,  el  capitán  Diego 
de  Chaves  y  Francisco  de  La  Fuente,  esta- 
bleciendo su  filiación  de  cristianos  viejos, 
así  como  no  ser  pariente  de  los  Pizarros,  á 
quienes  estaba  prohibido  pasar  á  América. 
Por  esta  información  aparece  que  vivían 
aún  sus  padres  y  abuelo  paterno.  Pero  este 
viaje  no  se  realizó  ni  entonces  ni* nunca. 

No  consta  que  siguiese  carrera  literaria; 
pero  como  en  sus  escritos  no  escasean  del 


/. 


X  PROLOGO 


todo  (aunque  tampoco  abundan)  las  referen- 
cias á  los  autores  más  comúnmente  citados 
á  la  sazón,  es  de  creer  que,  por  lo  menos, 
hiciese  algunas  provechosas  lecturas  de 
ellos. 

Y  aquí  comienza  la  parte  más  interesan- 
te, si  bien  la  más  confusa,  de  la  vida  de  don 
Gózalo  de  Céspedes.  Una  aventura  amoro- 
sa de  las  varias  que  describió  en  la  primera 
parte  de  su  Gerardo  (quizá  la  de  doña  Cla- 
ra), dio  con  él  en  una  cárcel  estrechísima  y 
con  gran  peligro  de  perder  la  vida  en  pú- 
blico cadalso.  Sobre  esto  no  puede  haber 
dudas  leyendo  la  advertencia  «Al  lector», 
que  precede  á  la  obra,  y  la  referida  epístola 
poética  de  su  hermano. 

«Si  acaso,  lector  crítico  ó  como  tú  esco- 
gieres el  renombre,  el  plectro  de  mi  musa,  ó 
ya  por  triste  ó  ya  por  áspero  é  inculto  di- 
sonare á  tus  oídos,  ruégete,  si  su  buena  in- 
tención no  la  excusare,  que  siquiera  la  dis- 
culpe contigo  el  bárbaro  instrumento  de  una 
cadena, á,  cuyos  desagradecidos  acentos  fue- 
ra imposible  cantar  menos  que  endechas  y 
fúnebres  elegías.  Y  si,  supliendo  la  disposi- 
ción de  su  inventiva,  tocares  sólo  en  la  ca- 
lidad de  su  doctrina,  no  condenes  á  su  due- 


PROLOGO.  XI 


ñó;  culpa  á  las  injurias  de  los  tiempos,  y 
más  que  á  ellos,  á  la  soleda,d  de  una  torrey 
á  la  vejación  y  molestia  de  mis  severos  jue- 
ces; pues^  muchas  veces  me  privaron  aun  de 
los  libros  que  tenía  para  mi  diversión,  y  al- 
gunas de  pluma  y  tinta  para  escribir;  que  á 
tales  términos  suele  extenderse  su  jurisdic- 
ción; y  á  mayores  si  la  emulación  de  los 
enéx^igos  los  divierten  ó  inclinan.  No  es  mi 
intento  jugar  más  de  esta  pieza,  pues  no  ha^ 
hiendo  sido  más  que  la  de  una  dama  el  prin- 
cipal origen  de  tan  largos  trabajos,  me  tuvo, 
como  dicen,  al  canto  del  tablero^,  Y  al  final, 
añade  que  los  sucesos  que  pasa  á  referir  son 
en  parte  verdaderos  y  en  parte  fingidos. 

D.  Sebastián  de  Céspedes,  en  la  repetida 
epístola,  se  expresa  así: 

¿Qué  pudiera  cantar  entre  los  grillos 
de  una  larga  prisión  el  tracio  Orfeo, 
cansado  de  vivir  y  de  suf rillos? 

Allí,  donde  engañando  su  deseo, 
y  al  misero  cuchillo  la  garganta , 
esperaba  aquel  trágico  trofeo. 

Allí  su  error  en  tres  discursos  canta; 
vivo  ejemplar  de  su  infeliz  delito: 
que  amor  excusa  tanto  como  espanta. 

La  claridad  con  que  uno  y  otro  se  expre- 
san sobre  la  causa  de  la  prisión  de  nuestro 


XII  PRÓLOGO 

novelista  demuestra  que  en  la  conducta  de 
éste  no  hubo  nada  de  deshonroso  para  él, 
siendo  más  bien  víctima  de  sus  disculpables 
yerros  amorosos  y  de  injusta  persecución 
ajena.  La  primera  aventura  de  Gerardo  en 
Talavera  con  doña  Clara  responde  bien  al 
carácter  que  queremos .  atribuir  á  estos  su- 
cesos reales  de  Céspedes. 

Y  tan  conocida  debía  de  ser  entonces  la 
causa  de  esta  desgracia  y  prisiones,  que 
hasta  Vicente  Espinel,  en  las  décimas  que 
en  elogio  del  libro  de  su  amigo  compuso, 
dice: 

Si  puede  haber  males  justos, 
éstos,  Gonzalo,  son  tales; 
pues  de  tus  trágicos  males 
sacas  generales  gustos. 

A  principios  de  1615  estaba  ya  libre  en 
Madrid,  según  creemos,  pues  en  24  de  Ene- 
ro, el  mismo  día  en  que  obtuvo  el  privilegio 
por  diez  años  para  imprimir  la  primera 
parte  de  su  Español  Gerardo,  comparece 
ante  el  escribano  Francisco  Testa,  en  unión 
del  librero  Juan  Berrillo,  á  quien  se  lo  cede 
y  traspasa  por  la  cantidad  de  460  reales, 
cantidad  harto  exigua,  pero  que  acaso  ha- 
rían aceptable  la  situación  poco  desahoga* 


da  del  autor,  así  como  au  escaso  reno 
Publicóse  poco  después,  en  este  i 
año,  el  libro,  dedicado  por  el  autor 
moso  D.  G-ómez  Suárez  de  Figueroa,  i 
dd  Feria,  ¿  la  sazón  virrey  de  Yalen< 
en  un  elegante  soneto,  también  al  ] 
dirigido  por  D.  Sebastián  de  Césped 
dice: 

A  ti,  se&or,  &  ti  los  avarientos 
triunfos  de  amor,  mi  agradtcido  hermaní 

A  ti,  se3or  doctísimo  y  dlchoBO, 
radezas  7  desdiobas  ofrecemoB; 
no  impropio  don,  aunque  pequeño  y  núes 

¿Qaién  no  será  &  tu  sombra  venturoso? 
¿Qui¿n  docto  y  cnlto  no,  si  en  ti  tenemos 
padre  y  Ueoenos,  príncipe  y  maestro? 

Estas  palabras  parecen  indicar  que 
que  habría  contribuido  á  hacer  meni 
gas  las  prisiones  del  turbulento  y  i 
novelista  (1). 


(1)  Como  el  editor  de  eíita  obra  en  la  Bü 
de  Autores  españoles  no  conoció  las  primei 
presiones,  y  allí  se  han  omitido,  tanto  en  e. 
vela  como  en  la  del  Soldado  Píndaro,  caai  te 
preliminares,  describiré  coa  alguna  minno: 
las  primeras  ediciones  de  ambas. 

I.  Poema  trágico  \  del  eepaAol  |  Qerardí 
en-  1  gaño    del    amor    lasciuo.  \  Por  Don 


XIV  PRÓLOGO 

La  buena  acogida  que  obtuvo  este  libro 
hizo  que  inmediatamente  pusiese  D.  Q-on- 

lo  I  de  Céspedes  y  Meneses  veeina  y  \  natural  de 
Jifadrid.  I  A  Don  Gómez  Svarez  de  \  Figueroa  y 
Cordoua,  Duque  de  Feria,  Marques  \.  de  Villálua, 
señor  de  las  Casas  de  Saluatierra,  Co  \  mendador 
de  Segura  de  la  Sierra,  Virrey  y  \  Capitán  Gene- 
ral del  Reyno  de  \  Valencia  \  Año  (Un  adorno  de 
imprenta)  1615,  |  Con  privilegio.]  En  Madrid, 
Por  Luis  Sánchez.  \  A  costa  de  luán  Berrülo. 

A  la  vuelta,  escudo  del  impresor,  con  una  alego- 
ría formada  de  un  brazo  desnudo,  empuñando  un 
hachón  encendido;  un  sol  en  la  parte  superior,  y 
al  pie  esta  inscripción  poética: 

Soy  la  luz  del  desengaño^ 
originario  del  cielo, 
que  vengo  á  quitar  del  suelo 
las  tinieblas  de  su  engaño. 

Tassa:  Madrid,  23  de  Marzo  de  IQlb.— Erratas: 
20  de  id.— Suma  del  privilegio  (A  Céspedes,  por 
diez  años):  «Arganda  á  24  de  Enero  de  1615».— 
Aprobación  del  Dr.  Gutierre  de  Cetina:  Madrid, 
11  de  Diciembre  de  1614. — Aprobación  de  Fr.  To- 
más Daoiz,  Presentado:  Madrid,  26  de  Diciembre 
de  1614. 

Dedicatoria  (del  autor).—  Soneto  de  Sebastián  de 
Céspedes  y  Meneses.— ^¿  lector.— 2  Décimas  del 
Maestro  Vicente  Espinel.-  Soneto  de  Luis  Yélez  de 
Guevara.— 0/ro  de  D.  Francisco  Dávalos  y  Oroz- 
co. — Otro  del  Lie.  Francisco  de  Cuenca.— 0¿ro  de 
D.  Antonio  Manjares,  vecino  de  Talavera.— 0¿ro 


PRÓLOGO  XV 


zalo  manos  á  una  segunda  parte  que  tenía 
ya  terminada  al  año  siguiente,  y  se  impri- 
mió en  Madrid  en  1617  (1). 


de  D.  Gonzalo  de  Ayala. —  O^ro  de  Felipe  Bernardo 
del  Castillo.— 2  Décimas  de  una  Dama  granadina, 
al  autor.  Soneto  de  doña  Beatriz  de  Zúñiga  y 
Alarcón. — Epístola,  en  tercetos,  de  D.  Sebastián 
de  Céspedeíi.— Elogio,  en  prosa,  de  D.  Francisco 
Bávaios  al  a.utor.—- Soneto  del  Poema  al  lector.— 
Texto  (3  Discursos), 

Termina  esta  primera  parte  con  dos  poesías  en 
tercetos,  que  se  han  suprimido  en  la  edición  de  Bi- 
vadeneyra,  como  la  mayor  parte  de  los  anteriores 
preliminares. 

8.**;  20  h.  prels.,  303  foliadas^  y  una  de  colofón: 
«En  Madrid,  |  Por  Luis  Sánchez  |  AñoM.DC.XV». 
Esta  es  la  1.^  edición  de  solo  la  1.*^  parte. 

(1)  n.  No  hemos  visto  ningún  ejemplar  de  esta 
primera  edición  de  la  Segunda  parte,  que  resulta 
de  los  preliminares  de  la  que  ya  á  seguir,  y  citan 
Nicolás  Antonio  y  otros,  sin  describirla. 

III.  Poema  trágico  del  español  Gerardo  y  des- 
engaño del  amor  lascivo.  Por  D,  Gonzalo  de  Cés- 
pedes y  Meneses.,,  A  D,  Gómez  Suarez  de  Figue- 
roa,..  Año  1618,  Con  licencia.  En  Barcelona,  Por 
Sebastian  de  Cormellas  y  á  su  Costa.  Año  1618. 

Aprobaciones  y  licencias  de  la  1.*  edición.— 2>e- 
dicatoria;  Soneto  de  D.  Sebastián  de  Céspedes. — 
Al  lector*, — Epístola  en  tercetos. — Elogió  de  Dáva- 
\os,— Soneto  del  Poema,  Se  han  suprimido  los  de- 
más preliminares. 


XVI  PRÓLOGO 

Reveló  en  esta  obra  su  autor  cualidades 
de  eminente  novelista,  en  cuanto  á  inven- 
ción, arte  de  disponer  el  asunto  y  orden  de 
los  episodios,  que  mantienen  vivo  y  despier- 


8,^;  11  h.  prels.  y  201  foliadas.  También  lleva  al 
íiual  las  dos  poesías.  A  continuacióu  va  la  2.^parte: 

Poema  trágico  \  dd  español  \  Gerardo,  y  des 
en-  I  gaño  del  amor  lascivo.  Por  Don  Gonzalo  de 
Céspedes  y  Meneses  natural  de  Madrid.  \  A  Don 
Gómez  Stiarez  de  Figueroa,.,  \  Segvnda  Parte.  Año 
1618.  I  Con  licencia  \  En  Barcelona^  en  casa  de  Se- 
bastian de  Cormdlas  |  al  Cali,  y  á  su  costa. 

8.®;4  h.  prels.  y  180  foliadas.  Aprobación  áe¡\  Maes- 
tro Espinel.  Dice  que  mejora  la  primera  parte:  «Ma- 
drid, 17  de  Diciembre  de  1^1^*.— Aprobación  del 
Maestro  Fr.  Alonso  Yallejo:  «Madrid,  en  el  Car- 
men, á  18  de  Abril  de  1617». — Licencia:  Biircelona, 
14  de  Diciembre  de  IQll.^-Tassa:  Madrid  SO  de 
Mayo  de  1617.— Dedicatoria  del  autor  escrita  en 
Madrid  (sin  fecha).— Al  lector  (Ofrece  las  Historias 
peregrinas). 

Soneto  de  Juan  de  Salcedo  y  Batres,  escribano  de 
Toledo. — «A  D.  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses, 
Unp,  Peregrina»  (Soneto  y  estancia).  Dice  hallarse 
Céspedes  «en  tus  floridos  años».— Texto.  (Faltan 
los  demás  preliminares:  se  han  suprimido.) 

IV.  Poema  trágico  del  Español  Gerardo,  y  des- 
engaño  del  amor  lasciuo,  Nvevamente  corregido  y 
emendado  en  esta  segunda  impresión  por  Don 
Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses,  vezino  y  natural 


PRÓLOGO  xvn 


to  el  interés,  sobre  todo  en  la  primera  par- 
te. Sobresale,  además,  en  la  pintura  de  ca- 
racteres, empezando  por  el  del  protagonis- 
ta, que  es  su  propio  retrato,  ó,  al  menos, 


de  MadHd,  su  mismo  Autor,  A  Don  Gómez  Sua- 
rez  de  Figueroa.„.Ano  (Escudo  del  impresor)  1621, 
Con  privilegio.  En  Madrid,  por  Luis  Sánchez,  im- 
pressor  del  Bey  N,  S.  A  costa  de  luán  Berrillo 
Mercader  de  libros. 

Las  dos  partes.  4.®,  8  h.  prels.  y  284  foliadas.  Le 
llama  2.^  impresión,  aunque  era  ya  tercera,  por  no 
contar  la  de  Barcelona,  considerada  fraudulenta  ó 
hecha  sin  licencia  del  propietario,  por  no  haber 
sacado  privilegio  para  Aragón. 

La  primera  parte  lleva  todos  los  preliminares  de 
la  1.^  edición,  y  la  segunda  los  siguientes: 

Soneto  del  Lie.  Felipe  B.  del  Castillo. — Soneto 
de  «La  Peregrina». — «De  Don  Diego  de  Agreda  y 
Vargas,  hijo  del  Doctor  D.  Alonso  de  Agreda  del 
Consejo  Supremo  y  Cámara  de  S.  M.  >  (Tres  déci- 
masj, — «A  Don  Gronzalo  de  Céspedes  y  Meneses,  el 
Licenciado  Don  Juan  E,uiz  de  Alarcón  y  Mendo- 
za» (1  octavilla), —Décim^a  de  D.  Femando  Ber mu- 
dez Carvajal.— De  luán  de  Vergara  de  la  Serna  (8 
quintillas). — «Gonzalo  de  Ayala  al  lector»  (2  dé- 
ci7nas).  ^ 

Ninguno  de  estos  preliminares  tan  curiosos  se 
ha  copiado  en  la  edición  de  Autores  españoles, 

V.  Poema  trágico,,,  Cuenca,  por  Salvador  Yia- 
der,  impresor  de  libros,  1621^  4.^,  240  hojas. 

HISTORIAS  PEREGRINAS  II 


XVIII  PROLOGO 


<5omo  ¿1  hubiera  querido  ser.  Que  Gerardo 
«ra  su  nombre  poético,  parece  indudable; 
pues  aun  en  su  último  libro,  publicado  en 
1636,  lo  recordó,  suscribiéndolo  con  el  seu- 
dónimo de  Gerardo  Hispano,  que,  como  se 
comprende,  es  el  mismo  que  Español  Ge- 


VI.  Poema  trágico.,,  Madrid,  Juan  Gronzález, 
1623,  4.<> 

VII.  Poema  trágico,.,  Lisboa,  por  Antonio  Al- 
varez  y  á  su  costa.  Año  1625,  4.^,  278  hojas.  Esta 
edición  es  como  las  de  Mndrid,  y  reproduce  todos 
los  preliminares. 

VIII.  Poema  trágico,,.  Valencia,  Miguel  Soro- 
11a,  1628,  4.^  12  h.  prels.,  400  pp.;  más  4  h.  y  350 
páginas  de  la  2.*  parte.  Esta  última  aparece  impre- 
sa por  Felipe  Mey,  con  portada  y  paginación  espe- 
ciales. 

IX.  Poema  trágico.,,  Madrid,  Imprenta  Real, 
1654,  4.S  4  h.  prels.  jr  234  foliadas. 

X.  Poem.a  trágico,,,  Madrid,  Antonio  Román, 
1686,  4.*>,  21i.  prels.  y  372  pp. 

XI.  Poema  trágico,,,  Madrid,  Francisco  Martí- 
nez Abad,  1723,  4.®,  2  h.  prels.  y. 386  pp. 

XII.  Poema  trágico.,,  Madrid,  Pedro  Marín, 
1783,  4.*» 

XIII.  Poema  trágico.,,  Madrid,  Rivadeneyra, 
1851,  4.^  Páginas  117  á  271.  (Tomo  XIX  de  la  Bi- 
blioteca  de  AA,  españoles.) 

'   XIV.    Traducción  italiana  hecha  por  Barezzo 
Barezzi  y  publicada  en  Venecia  en  1630. 


PROLOGO  XIX 


rardo,  que  lleva  el  héroe  de  la  novela  de 
igual  título. 

Pero  todavía  fué  más  feliz  Céspedes  en 
los  caracteres  femeninos,  tan  variados,  aun 
dentro  de  la  expresión  amorosa,  común  á 
todas  sus  mujeres;  manifestándose  en  cada 
una  con  matiz  diverso  é  inspirándoles  ac- 
cienes  opuestas  y  hasta  contradictorias, 
pero  lógicas,  dentro  de  su  peculiar  modo 
de  ser. 

No  merece  los  mismos  elogios  el  estilo, 
sobre  todo  de  la  primera  parte.  No  es  pre- 
cisamente culterano,  pues  carece  de  latinis- 
mos, transposiciones  y  construcciones  lati- 
nas, para  lo  que  no  tenía  Céspedes  instruc- 
ción suficiente.  Pero^í  es  enfático  el  lengua- 
je y  los  períodos  largos  en  demasía,  defecto 
éste  que  no  perdió  nunca  del  todo;  á  la  vez 
que  presenta  muy  diluidos  y  aun  repetidos 
los  pensamientos,  con  sólo  cambiar  ó  du- 
plicar los  adjetivos  y  los  adverbios.  En  la 
segunda  parte  y  en  las  demás  obras  adoptó 
un  lenguaje  más  llano  y  más  adecuado  á  los 
sucesos  que  refiere,  llegando  en  su  última 
novela  á  un  grado  muy  alto  de  perfección 
en  cuanto  á  esto. 

Pasados  dos  años,  de  nuevo  hallamos,  á 


XX  PRÓLOGO 

D.  Gonzalo  mezclado  en  negocios  crimina- 
les y  no  menos  que  preso  en  la  cárcel  de 
esta  villa.  El  documento  en  que  consta  es 
no  poco  curioso,  aunque  no  muy  claro.  Em- 
pieza así: 

«En  la  villa  de  Madrid,  á  primero  día  del 
mes  de  Enero  de  1620  años,  ante  mí  el  es- 
cribano público  é  testigos  de  yuso  escriptos,, 
pareció  presente  D.  Gonzalo  de  Céspedes, 
preso  en  la  cárcel  real  desta  corte,  y  dijo 
que  Pedro  López  de  Córdoba,  jurado  y  ve- 
cino de  la  ciudad  de  Granada,  en  24  días  del 
mes  de  Julio  del  año  pasado  de  1619,  dio 
una  letra  sobre  Cristóbal  Sánchez  García, 
defunto,  vecino  que  fué  desta  villa,  para 
que  pagase  1.000  reales  en  vellón  á  la  per- 
sona que  le  entregase  testimonio  de  cómo 
8u  Magestad  había  hecho  merced  de  alzar  el 
servicio  de  galeras  al  dicho  D.  Gonzalo  de 
Céspedes,  á  que  estaba  condenado  por  los  ^6- 
ñores  de  la  Real  Chancilleria  de  la  dicha 
ciudad,  por  tiempo  de  ocho  años.* 

Dicha  cantidad  la  enviaba  D.  Sebastián 
de  Céspedes,  alcalde  mayor  de  las  Alpu ja- 
rras. No  se  hizo  efectiva  la  letra  en  el  resto 
del  año;  en  el  intermedio  murió  Sánchez, 
que  era  un  comerciante  de  la  Puerta  de 


PRÓLOGO  XXi 

Gaadalajara;  y  en  3  de  Diciembre  se  renue- 
va la  letra,  pero  añadiendo  que  los  mil  rea- 
les se  entreguen  directamente  ¿  D.  G-onza- 
lo,  &  quien  se  los  presta,  su  hermano;  y  en 
1.®  de  Enero  da  éste  recibo  á  Luis  Sán- 
cheas  García,  hermano  y  heredero  de  Cris- 
tóbal. 

En  vista  de  la  diferencia  de  tiempos, 
pudiera  creerse  que  se  trata  de  algún  nue- 
vo desafuero  cometido  por  nuestro  novelis- 
ta. Pero  más  bien  parece  sea  el  remate  y 
conclusión  del  proceso  incoado  antes 
de  161B. 

La  primera  parte  del  Español  Gerardo 
concluye  quedando  éste  preso  en  la  cárcel 
de  Iliberia,  ó  sea  Granada,  como  en  otro 
lugar  de  la  obra  dice  con  más  claridad.  Y 
el  principio  de  la  segunda  es  en  igual  sitio, 
hasta  que  le  trasladan  á  una  torre  del 
Alhambra  y  comienzan  sus  amores  con  la 
infortunada  Lisis.  Viene  luego  su  fuga  de 
la  torre  y  su  refugio  en  la  Alpu jarra,  don- 
de, como  hemos  visto,  era  alcalde  mayor  su 
hermano.  Entre  los  elogios  poéticos  de  esta 
obra  hay  dos  décimas  «de  una  dama  grana- 
dina», lo  cual  prueba  su  asistencia  en  aque- 
lla ciudad  antes  de  1615. 


XXn  PRÓLOGO 

Si,  pues,  la  Chanoillería  de  Granada  es 
la  que  aparece  ahora  haber  condenado  í 
ocho  años  de  galeras  á  Céspedes,  natural 
será  pensar  que  se  trata  de  un  solo  y  úni- 
co asunto,  cuya  sustanciación,  por  causas 
que  no  conocemos  (quizá  por  haber  que- 
brantado su  prisión  el  reo),  duró  todo  este 
tiempo. 

Los  mil  reales  serían  destinados  al  pago 
de  los  gastos  de  conmutar  la  pena  de  gale- 
ras en  cárcel  ó  destierro,  que  lograrían  por 
influencia  con  algún  ministro  ó  consejero. 

D.  Gonzalo  de  Céspedes  obtuvo  pronto 
su  libertad;  pero  seguramente  á  cambio  de 
una  sentencia'  de  destierro  de  la  corte  por 
un  número  de  años  igual  ó  mayor  que  la 
pena  de  galeras.  Por  eso  le  vemos  en  ade- 
lante residir  largo  tiempo  en,  Zaragoza  y 
aun  en  Portugal,  antes  de  que,  ya  indulta- 
do, pueda  volver  á  la  capital  de  España. 

En  la  aragonesa  residía  en  1622,  cuando 
terminó  y  dio  á  la  estampa  una  Historia 
apologética  de  las  alteraciones  de  Aragón 
en  1B91  y  1592,  originadas  principalmente 
por  haber  acogido  á  Antonio  Pérez,  la  cual 
historia,  aunque  dedicada  al  rey  y  elogiada 
por  Bartolomé  de  Argensola,  le  ocasionó 


PRÓLOGO  XXIII 

también  algunos  disgustos  y,  al  fin,  se  man- 
dó recoger  (según  dice  Salva)  por  el  Con- 
sejo (1). 

De  los  contratiempos  que  esta  obra  le 
causó  habla  el  mismo  Céspedes  en  la  adver- 
tencia «Al  lector»  de  las  Historias  peregri- 
nas, que  hoy  publicamos,  diciendo:  «Pro- 
testo dibujarte  el  alma  de  la  historia,  en 
verdad  efectiva,  y  tan  calificada  como  la  oí 
á  personas  de  crédito,  si   oien  en  el  cum- 


(1)  Historia  \  Apologética  \  en  los  svcessos  del 
reyno  de  Aragón  \  y  su  Ciudad  de  ^aragoga,  Anos 
de  91  y  92.  \  Y  relaciones  fieles  de  la  verdad^  que 
hasta  aora  \  manzülaron  diuersos  Escritores.  |  Por 
Don  Gongalo  de  Céspedes  y  Meneses,  vezino  de  Ma- 
drid, I  Al,  Rey  nvestro  Señor  (Escudo  real).  Año 
1622.  I  Con  licencia  y  Privilegio.  \  En  Zaragoga, 
Por  luán  de  Lanaja  y  Quartanet,  Impressor  del 
Reyno  de  Aragón, 

4.°;  2  h.  prels.  y  236  pp. — Licencia  del  ordinario: 
28  de  Julio  de  1^22.^ Aprobación  del  Dr.  Bartolo- 
mé Leonardo  de  Argensola  (Elogia  el  libro).  Za- 
ragoza, 28  de  Julio  de  \&¿Q.^ Dedicatoria  del  ^.yx- 
tor,— Privilegio  para  Aragón:  1.®  de  Agosto  de 
1622.— JE?rra¿íW,  19  de  Octubre  de  iáem.—TextOy 
dividido  en  discursos, 

D.  Nicolás  Antonio  cita  una  reimpresión  de  Za- 
ragoza, 1624,  4.^,  que  no  debe  de  existir,  porque  el 
libro  fué  recogido  por  orden  del  Consejo. 


/ . 


XXIV  PROLOGO 


plirlo  corra  peligro  el  mío;  daño  experi- 
mentado y  de  cuyas  heridas  aún  no  se  han 
aminorado  las  cicatrices.  Pues  por  haberla 
escrito  lisa  y  sinceramente  en  uno  de  mis 
libros,  es  maravilla  grande  verme  ahora  en 
escape.  Tantos  fueron  y  han  sido  los  ému- 
los que  la  contradijeron»,  (Pág.  11.) 

Disgustado  por  tales  motivos,  ó  cansado 
tal  vez  de  su  residencia  en  Aragón,  hubo  de 
transferirla  á  la  ciudad  de  Lisboa,  segunda 
metrópoli  entonces  de  España,  pues  aún  no 
se  había  alzado  este  reino  contra  el  dominio 
de  Castilla.  Allí  le  hallamos  en  1626,  con 
ocasión  de  publicar  la  primera  parte  de  su 
no  terminada  novela  del  Soldado  Píndaro, 
último  y  más  perfecto  de  sus  ensayos  nove- 
lísticos (1). 


(1)  I.  Varia  \  fortuna  |  dd  soldado  \  Píndaro 
I  Por  don  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses,  vezino 
y  na  |  turbal  de  Madrid  \  Al  Excellentissimo  señor 
don  Manuel  Alonso  Pérez  de  ]  Ghuzman  el  Bueno, 
Duque  de  Medina  Sidonia.  \  (Escudo  del  impresor 
con  la  leyenda.  Vias  tuas,  Domine,  ^demonstra  mi- 
hi).  Con  todas  las  licencias  necessarias.  \  Lisboa» 
Por  Geraldo  de  la  Viña,  626  (1626). 

4.**;  4  h.  prels.  y  188  foliadas.— Zrécen^o^:  «Em 
San  Domingos  de  Lisboa  8  de  laneiro  de  625  annos. 
Fr.  Thomas  de  S.  Domingos,  Magister». — «O  BispOv 


PRÓLOGO  XXV 

Algunos  críticos,  como  Ticknor,  encuen- 
tran en  esta  obra  menos  interés  que  en  la 
del  Gerardo;  cansancio  quizá  dimanado  de 
leer,  una  en  pos  de  otra,  tan  extensas  no- 
velas. Pero  creemos  que,  si  bien  el  número 
de  incidentes  y  episodios  no  es  tanto  ni  es- 
tán contados  con  la  rapidez  que  en  el  pri- 


Inqnisidor  geral.» — «Lisboa  4  de  Feíiereiro  de  625. 
Viegos».-  Otra  y  erratas  y  tasa  (ICO  reis),  —  jDe- 
dicatoria.—Al  Ijetor.  Ofrece  segunda  parte  muy  en 
breve  y  habla  de  sus  dos  Gerardos  (1.*  y  2.*  par- 
te). Cita,  además,  la  Historia  apologética  y  las  His- 
torian peregrinas^  añadiendo:  «Uno  mi^mo  es  su 
estilo;  no  obstante  que  he  procurado  en  éste  ceñir 
más  el  lenguaje,  hurtando  el  cuerpo  á  toda  afecta- 
ción, epicteto  y  sinonomo.  Lacónico  y  conciso  ve- 
rás hoy  al  Soldado.» 

Ninguno  de  estos  curiosos  preliminares  pasó  á 
la  edición  de  AA.  españoles. 

II,  Fortuna  varia  del  soldado  Pindaro, . .  En 
Madrid.  Por  Melchor  Sánchez,  Año  1661,  A  costa 
de  Mateo  de  la  Bastida,  Mercader  de  libros. 

8.**;  250  hojas. 

m.  Fortuna  varia...  En  Zaragoza,  Por  Pas- 
cual BvenOj  Impressor  del  Rey  no  de  Aragón, 
Año  1696. 

8.°;  256  hojas. 

IV.  Varia  fortuna,..  Madrid,  Pedro  José 
Alonso  y  Padilla,  1733, 

4.**  (Con  las  Historias  peregrinas,) 


XXVI  PRÓLOGO 

mero  de  los  Gerardos,  el  interés  no  es  me- 
nor; pues  están  los  sucesos  referidos  aún 
con  mayor  habilidad  y  una  gradación  más 
calculada.  La  parte  dramática  de  las  aven- 
turas no  cede  en  intensidad  á  las  de  la  an- 
terior novela,  comenzando  ya  al  abrirse  el 
libro  con  la  sangrienta  peripecia  del  con- 
vento. 

A  otros,  como  á  Rosell,  les  parece  des- 
acertada la  mezcla  de  lo  serio  y  hasta  mo- 
ralizador  de  algunos  pasajes  de  esta  novela 
con  otros  de  sabor  y  tendencia  picarescas. 
Tampoco  conceptuamos  de  fuerza  este  repa- 
ro. La  alternativa  de  sucesos  de  géneros  dis- 
tintos lleva  la  atención  á  ideas  muy  diver- 
sas, evita  el  cansancio  y  la  monotonía,  da 
más  variedad  al  lenguaje  y  estilo  y  recrea 
el  ánimo  con  los  pasajes  alegres,  después 
del  sentimiento  de  pena  ó  conmiseración 
que  producen  otros  de  índole  opuesta. 

Y  en  la  presente'  obra,  como  el  espíritu 
de  Céspedes,  aunque  valiente  en  la  inventi- 
va, estaba  muy  encariñado  con  la  realidad, 
los  pasajes  relativos  á  las  cárceles  y  á  la 
hampa  sevillana  tienen  un  valor  histórico 
muy  de  estimar  para  el  conocimiento  de  la 
vida  social  de  entonces. 


PRÓLOGO  xxvn 


El  estilo  es  todavía  en  esta  obra  mejor 
que  ep.  las  demás  del  autor;  y  con  no  ser  de 
corta  extensión  siente  uno  que  Céspedes  na 
haya  publicado  la  segunda  parte  que  ofrece 
en  la  primera.  Ticknor,  resumiendo  su  jui- 
ció  sobre  esta  obra  y  la  del  Español  Gerar- 
do j  dice  que  «ana  y  otra  revelan,  sin  em- 
bargo, grandes  recursos  y  tal  fertilidad  de 
ingenio,  cual  no  se  halla  en  ningún  otro  li- 
bro de  su  género  escrito  por  aquel  tiempo 
en  Francia  y  en  Inglaterra». 

En  Lisboa  se  hallaba  aún  D.  Gonzalo  de 
Céspedes  en  1631,  cuando  dio  á  luz  la  obra 
en  que  tal  vez  fiaba  la  restauración  de  su 
fortuna.  Habíala  ido  formando  después  que 
su  estancia  en  Aragón  encaminó  sus  estu- 
dios por  los  senderos  de  la  Historia.  Los 
cambios  repentinos  é  inesperados  en  el  Go- 
bierno; los  sucesos  trágicos  y  el  nuevo  giro 
dado  á  la  política  española,  y  por  ende  á  la 
europea,  le  inspiraron  el  deseo  de  recoger 
actos  de  tal  transcendencia  y  referirlos  ha- 
ciendo núcleo  de  su  narración  la  vida  de 
aquel  joven  rey  que  á  los  diez  y  seis  años 
fué  llamado  á  gobernar  el  más  vasto  impe- 
rio que  hasta  entonces  había  existido. 

Reunió,  pues,  y  ordenó  los  principales 


XXVUI  PRÓLOGO 


hechos  de  la  monarquía  en  los  seis  primeros 
años  del  reinado  del  cuarto  Filipo,  y  los  dio 
al  público  con  el  título  de  Historia  de  Feli- 
pe  IVy  bajo  la  protección  de  D.  Jorge  de 
Cárdenas,  duque  de  Maqueda,  que  entonces 
regía  las  galeras  de  la  marina  hispanopor- 
tuguesa  (1). 

Esta  historia  es  más  bien  una  crónica  bas- 
tante minuciosa  y   exacta.    Escarmentado 


(1)  Primera  parte  |  de  la  Historia  |  de  D,  Fe- 
lippe  el  nil  I  Rey  de  las  Espanas,  \  Por  Don  Gon- 
zalo de  Céspedes,  y  Metieses.  \  (Escudo  real).  Al  Ex- 
cel,»^ Señor  Don  lorie  de  Car-  \  denas  Manrv 
que,  duque  de  Najara,  y  Maqueda,  \  Año  de  (escu- 
do del  Mecenas)  1631,  \  En  Lisboa,  con  licencia  la 
imprimió  Pedro  Craesheeck, 

Fol.  4  h.  prels.  y  607  ^i^.^Licengas:  7  de  Feuerei- 
ro  de  631.  O  Doutor  frey  Manuel  de  Lemos. ~0¿ra; 

20  Marzo  de  1681.  Fr.  Thomás  de  S.  Domingos,  Ma- 
gister.  —  0¿ra;  20  Marzo  1631  ([nquisipam).  — G^ra; 
26  Marzo  1631  (Ordinario).— Gira  (do  Pa^o):  8 
Abril  1631.— -Pe  de  no  haber  erratas:  14  Octubre 
1631. — Taixa  («dous  cruzados  em  papel»).  Lisboa, 

21  Octubre  liiSÍ. ^Dedicatoria  del  autor.— Epístola 
latina,  en  prosa,  al  autor,  por  Francisco  Tello  de 
León,  trinitario.  —Erratas. — Texto, 

Historia  de  D.  Felipe  HII,  rey  de  las  Españas, 
Por  D.  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses,  Barcelona, 
1634.  Por  Sebastian  de  Cormellas,  al  Cali. 

4.®;  4  h.  prels.  y  281  foliadas,  más  34  de  Tabla. 


PRÓLOGO         .  XXIX 


Céspedes,  huye  de  juzgar  las  personas  y 
los  sucesos,  sobre  todo  los  que  podían  dar 
ocasión  á  querellas  de  poderosos.  Como  en 
general  tiende  á  aplaudir  el  gobierno  y  ac- 
tos del  favorito,  conde  de  Olivares,  el  libro 
fué  bien  recibido  en  la  corte;  tres  años  des- 
pués se  reimprimió  en  Barcelona  y  no  se 
hizo  esperar  mucho  la  recompensa  de  su 
autor,  que  pudo  regresar  libremente  á  la 
patria  y  fué  nombrado  cronista  de  Su  Ma- 
jestad. 

Es  posible  que  ya  algo  antes  de  1631  pu- 
diese circular  sin  limitaciones  por  toda  Es* 
paña,  pues  Lope  de  Vega,  en  su  Laurel  de 
Apolo,  impreso  en  1630,  decía,  hablando  de 
los  dos  hermanos : 

Dos  Céspedes,  hermanos,  se  te  ofrecen, 
qne  como  las  estrellas  resplandecen, 
á  quien  Júpiter  dio  partes  divinas 
y  Leda  las  humanas. 
Sus  fortunas  han  sido  peregrinas; 
pero  todas  tuvieron  fuerzas  vanas 
contra  su  n9mbre;  que  sus  luces  bellas 
no  temen  las  estrellas,  siendo  estrellas. 

(Silva  VI.) 

Desde  entonces  ya  no  salió  de  Madrid. 
Había  contraído  matrimonio  con  doña  Ma- 
ría de  Escobar,  en  quien  no  tuvo  sucesión, 


XXX  PRÓLOGO 

y  que  le  sobrevivió  por  un  tiempo  que  no 
hemos  podido  precisar  hasta  ahora. 

En  cumplimiento  de  sus  deberes  de  cro- 
nista no  se  descuidó  en  responder,  en  1636, 
á  los  manifiestos  del  Gobierno  francés,  con 
fechas  de  6  de  Enero  de  1634  y  5  de  Junio 
del  siguiente,  y  encaminados  á  formar  opi- 
nión contraria  á  la  política  internacional  de 
España,  sobre  todo  en  lo  referente  á  nues- 
tras cosas  de  los  Países  Bajos ,  y  que  tantas 
y  tan  vehemente?  y  razonadas  respuestas 
(una  memorable  de  D.  Francisco  de  Queve- 
do)  provocaron  de  los  nuestros. 

Tituló  la  suya  D.  G-onzalo  de  Céspedes 
Francia  engañada:  Francia  respondida  (1), 
dedicada  al  conde  de  Niebla,  hijo  mayor 
del  duque  de  Medinasidonia.  Declárase  cria- 
do del  Conde;  según  creemos,  más  bien  para 
encarecer  la  adhesión  á  su  persona  que  por- 
que realmente  lo  fuese;  si  no  es  que  mien- 
tras anduvo  fuera  de  Madrid,  tuviese  oca- 
sión de  residir  al  lado  suyo. 

(1)    IfVancia  \  engañada  \  Francia  \  respondi- 
da, I  Por  Gerardo  \  Hispano,  \  Al  grande  primo 
génito,  I  de  la  siempre  grande  y  esclarecida  casa 
Cade  I  Crvzman  \  El  conde  de  Niebla  \  Impresso  en 
ller,  Año  1635. 

4.*;  1  b.  prel.  y  154  pp. 


Sn  el  cuerpo  de  este  folleto  polémico, 
que  aunque  suena  impreso  en  Caller  pa- 
rece lo  fué  en  Madrid,  ataca  dura  y  hasta 
injustamente   al  cardenal  de  Bichelieu,     ' 
bien,  desarrebozando  la  perfidia  y  sofísn 
hipócritas  ocultos  en  los  manifiestos  i: 
pirados   por   él,  hace  ver   que   la  políti 
francesa,  dirigida  en  primer  término  al  al 
timiento  de  la  casa  de  Austria,  era  fram 
mente  anticatólica,  no  obstante  afirmar 
contrario,   principalmente  por  la  resue 
protección  qne  dispensaba  á  los  protestt 
tes,  no  sólo  los  rebeldes  de  Flandes,  sin( 
los  de  toda  Alemania. 

Es  probable  que  nuestro  D.  Gonzalo  1 
'biese  publicado  también  alguna  de  las  m 
tiples  relaciones  de  sucesos  que  por  aqi 
líos  años  se  dieron  á  luz,  aun  sin  llevar 
nombre  (1). 


(1)  Por  io  meuoa  coosta  que  se  le  encargó  la, 
las  fiestas  hechas  en  lladrid  eo  1637  coa  motivo 
haber  &ido  elegido  rey  de  romanos  el  de  Hungí 
cuñado  de  Felipe  lY.  Asi  lo  asegura  cierto  curi 
autor  de  unos  Noticias  de  Madrid,  impresas  co 
notas  de  los  tomos  XIII  y  XIY  del  Memorial  1 
iórico  español,  en  estas  textuales  palabras:  •£! 
Btibir'  una  larga  y  extendida  relación  de  toi 
estas  fiestas  se  ha  encomendado  á  la  cuidados 


XXXn  PRÓLOGO 

No  se  hallaba  todavía  en  edad  avanzada, 
cuando  por  el  verano  de  1637  fué  acometido 
de  una  grave  dolencia  que  le  puso  en  el 
trance  de  otorgar  su  última  voluntad,  como 
lo  hizo,  en  14  de  Septiembre  de  dicho  año 
ante  Nicolás  Gómez. 

Contiene  este  documento  algunas  cláusu- 
las muy  singulares,  que  inmediatamente 
traen  á  la  memoria  sus  aventuras  de  la  ju- 
ventud, aunque  no  podamos  precisar  eLob- 
jeto  de  su  referencia.  Con  todo,  las  extrac- 
taremos. 

Declara  hallarse  enfermo  en  la  cama;  es- 
tar casado  con  doña  María  de  Escobar,  y 
después  de  la  ordinaria  protestación  de  la 
fe,  añade: 

«ítem:  mando,  y  es  mi  voluntad,  que 
cuando  Dios,  Nuestro  Señor,  fuere  servido 
de  llevarme  desta  presente  vida,  mi  cuerpo 
sea  sepultado  en  la  iglesia  del  Espíritu  San- 
to del  convento  de  los  Clérigos  Menores,  en 
la  sepultura  en  que  está  enterrado  la  seño- 


diligente  pluma  del  Sr.  D.  Gonzalo  de  Céspedes  y 
Meneses,  dijs^nísimo  cronista  general  de  la  monar- 
quía de  España.  Esta  suplirá  mis  faltas  y  se  en- 
viará habiendo  salido  á  luz».  (Mem.  his,  ^Pn 
XIV,  69.) 


PRÓLOGO  XXXIII 

rá  doña  María  de  Meneses,  mi  madre,  que 
santa  gloria  tenga;  esto  queriendo  buena- 
mente los  dichos  religiosos  hacerme  merced 
de  contentarse  con  cien  reales  de  limosna 
por  salir  á  recibir  mi  cuerpo  hasta  la  puer- 
ta de  la  iglesia  y  mandarme  abrir  la  sepul- 
tura, responsos  y  otros  gastos  ordinarios  de 
cera,  y  les  pido  tengan  por  bien  de  admitir 
esta  poca  cantidad.  Y  de  no  querer  hacerme 
ésta  merced  los  dichos  religiosos  es  mi  vo- 
luntad que  mi  cuerpo  sea  enterrado  en  el 
convento  y  capilla  de  mi  padre  San  Fran- 
cisco, cuyo  humilde  religioso  y  profeso  soy 
de  su  Tercera  orden,  adonde  mis  albaceas 
me  mandarán  Uevar  en  un  coche  para  ex- 
cusar los  gastos  incompatibles  con  mi  poca 
hacienda... 

ítem:  mando  que  con  la  mayor  brevedad 
que  fuere  posible  mis  albaceas  tomen  la 
cantidad  que  de  mi  hacienda  les  pareciere, 
y  della  distribuyan  en  la  forma  y  manera 
que  yo  les  tengo  comunicado  las  cantidades 
y  sumas  que  dejo  apuntadas  y  referidas  en 
un  papel  aparte,  del  cual  y  dellas  les  reser- 
vo de  dar  cuenta  á  persona  mortal,  porque 
queda  debajo  del  sello  de  la  confisión,  y  les 
pido  y  ruego  que  al  punto  le  rompan,  por- 

mSTORIAS   P£ILEG&INAS  lU 


XXXIV  PRÓLOGO 


<)ue  p^ra  lo  %u&  toca  á  su  cumplimienta 
sólo  hdgo  jueces  i  aus  propias  eoiaioieuciaS'^ 
hA  cuales  les  encargo  y  protesto  4  su  Siri* 
ua  Majestad,  que  la  omisión  qvtor  en  Sru  eje- 
cución hubiere  no  corra^per  micuesita  sia^ 
por  la  deelloB... 

ítem:  mando  á  Leonor  Alvarez  otros  50 
ziealea. 

ítem:  mandior  á  Ale>nsro,..  BPbi  GrÍAdo^^.  deaoiáa 
d^  mB  y^stiéloft  y  sepa  qtte  I»?  bud^  bftoha^  la 
duséeate  daftaJCaria,  nairi  ]siiu>J6^^todo  elltieiBar 
po  que  fuese  xaenester  pasrcu  aeoscuodacsaT, 
como  nx}  exceda,  de  un  mea. 

Y  para  oum»plir.  y  V^gf^^  ^ste  i^  testar 
saento,  ísuuDidas  j.  leg^.do»7^  7  eé^eesÉarip.  y  dásr^ 
poaer  las  demáisH  eosaa  quer  eB.  dicbor  papel 
dejo  aparte  firmadas  de  mi  mano,  comatitsr 
yo  y  nombro  por  mis  albacetts  y  testavien- 
tarios  al  Padre  Jeróxdnvo  de  Saleede,  ni 
CQniesoc  y  especial  amigo,  y  á  la  diclMi  do&a 
María  de  Escobar,  mi  mujer,  á  la  eual;  p09 
la  mxLcba  y  grande  confianza  que  de  au& 
aataoT  y  virtud,  teago,  dejo  y  doy  todo  mi 
poder  para  qiAe  luego  que  yo-  fallezca  disr- 
pcnbga  de  lesr  dicbie<Sfmi«  bíeneay  haciendar.^. 
Y  60  el  rezuanente  ^ue  de  todos  los  dichoft 
mtB  biene»  quedaíre  y  fincare  instituyo  y 


üMftlhro  por  SH  herectera.  tmiyereaF  fr»afrif&- 
tivtará»  á  Ift  cticbe^  dolía  Mfl»H[a'  éit^  Sseoibar, 
mí  rntríer;  y  qmevo  lo  k»ya  j  hopecfe^  eott  I» 
beofGKeión  d«  Dios;  qtro',  s^^ám  el  anife^r  y  }a 
TolHiitad^  qao  la  he  tenido,  j  Io>  tufie^bo  q«e 
la  deboy  todo  es  muy  poco.  La  cual  la- dejo 
€fmí  ealiéad  j  eondi^km  que,  eottte  tioneoios 
tgnÉado  y  oottinHcado  emt  el- Padr^JerAei^ 
BW  de»  Sftleefite»,  y  ella,  por  s»  parte,  libre'  y 
oBponi^&eaiBeiite  e(W9ea%idíO',  se^  baya  ^ 
poner  ¿  ceneo  ó  gananeia,  eonro  mejor  le 
pareciere,  con  todas  bipotecas  y  s%ori:deh 
des  qvte  para  eflo  fuesen  necesaria»;  á»  ma- 
ttera  qt»  yo  no  dejo  á  ía  dieta  Mi  mujer 
smo  por  uatifüruotuaria  durattte^stt  nda,  y 
para  que  en  esta  parte  baga  y  eum;^  lo 
que  en  el  papel  que  reservo  aparte,  sellado 
y  firmado  de  mi  nombre  y  mano  especifico 
y  ordeno,  porque  esta  es  mi  voluntad,  y  de 
«Ara  manera  no  quiero  que  tenga,  posea  ni 
dftstcilmja  con  buena  conciencia  la  dicba 
bacieiida...» 

'  Firma  este  documento  en  Madrid,  á  14 
de  Septiembre  de  1637,  como  queda  dicbo. 
Toda¿iria  se  prolongó  la  vida  de  I>..  Ghonzalo 
otiros  cuatro  meses,  falleciendo  el  27  de 
Enero  siguiente,  por  la  nocbe,  en  la  calle 


XXXVI  PRÓLOGO 

del  Sordo  (Zorrilla),  casas  del  duque  de  Ma* 
queda,  según  expresan  las  diligencias  de 
apertura  del  anterior  testamento  y  partida 
de  defunción  existente  en  el  archivo  parro* 
quial  de  la  iglesia  de  San  Sebastián,  de  esta 
corte  (1). 

La  iglesia  en  que,  según  su  voluntad,  fué 
sepultado  D.  Gonzalo  de  Céspedes,  estaba 
en  la  Carrera  de  San  Jerónimo ,  y  ocupaba , 
con  el  convento,  el  mismo  solar  sobre  el  en 
que  hoy  se  levanta  el  Congreso  de  los  Di- 
putados. 

Tales  han  sido  la  vida  y  las  obras  del  au- 
tor de  las  Historias  peregrinas,  cuya  reim- 
presión hoy  damos  á  luz,  y  de  la  que  ya  de- 
bemos decir  algunas  palabras. 


(1)  «Don  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses,  Cro- 
nista de  su  Magestad,  casado  con  doña  María  de 
Escobar,  calle  dsl  Sordo,  en  casas  del  Duque  de 
Maqueda,  murió  en  veinte  y  siete  de  Enero  de  688 
años.  Recibió  los  S.  Sacrams.;  testó  (tres  palabra» 
no  inteligibles)  en  veinte  y  ocho  del  dicho  ante  Ni- 
colás Gómez,  escribano  de  número  de  esta  villa» 
Deja  las  misas  á  voluntad  de  su  mujer  y  el  Padre 
Jerónimo  de  Salcedo,  de  los  Clérigos  Menores.  Die- 
ron de  fábrica  IG  reales».  (Libro  VIH  de  Difuntos, 
folio  288  del  archivo  parroquial  de  San  Sebastián.) 


PRÓLOGO  XXXVII 


II 


Así  como  los  sucesos  referidos  en  las  dos 
partes  del  Español  Gerardo  y  en  la  Varia 
fortuna  del  soldado  Píndaro,  son  en  gran 
parte  fingidos,  ó  al  menos  adornados  con 
circunstancias  y  accidentes  imaginarios,  los 
seis  que  se  contienen  en  las  Historias  pere- 
grinas son  de  todo  punto  históricos  y  ocu- 
rridos en  los  mismos  lugares  que  se  expre- 
sa. Una  y  otra  vez  lo  afirma  el  autor,  y  nin- 
guna razón  tenemos  para  dudar  de  su  cer- 
teza. 

Según  un  primer  pensamiento  suyo  ha- 
bían de  ser  doce  las  historias  peregrinas, 
aunque  luego,  por  no  abultar  el  tomo,  las 
redujo  á  la  mitad,  reservándose  completar- 
las en  un  segundo  volumen,  que  no  llegó  á 
publicar.  Teníalas  ya  preparadas  en  1617 
ó,  al  menos,  en  proyecto,  pues  las  anuncia 
en  el  prólogo  do  la  segunda  parte  de  su  Es- 
pañol Gerardo,  donde  ofrece  al  público 
«doce  admirables  y  peregrinos  casos  que 


XXXVUI  PRÓLOGO 


por  sucedidos  en  nuestra  patria  parecerán 
tan  maravillosos,  como  notables  en  la  dis- 
posición y  novedad».  Antes  ya  había  afir- 
mado que  tales  casos  no  eran  «fabuloso» 
cuentos  y  novelas». 

Pero  creemos  que  en  Zaragoza  fué  donde 
les  dló  la  última  mano  y  publicó  en  1623  (1)^ 
declicáikáolos  á  la  misma  impeciftl  ciudad,  j 

(1)  Primera  paHe.  \  Historias  |  peregrinas,  y  \  ' 
exemplares,  \  Con  él  origen^  fvndameittos  |  y  exce- 
lencias de  España,  y  'Ciudades  adonde  |  suc^die- 
von,  I  Por  Don  Oongalo  de  OespedéS  y  Menésve^m»- 
tur  al  de  la  villa  de  Madrid.  \  A  la  imp&i^iai  eii>- 
dad  I  de  Qarago^a.  \  Año  (Escudo  con  tin  león  co- 
ronado: armas  de  Zaragoza)  1623»  |  Con  licencia^  y 
privilegio.  |  Impresa  en  Qaragoga,  Por  luán  de 
LaruTnbe.  >  A  costa  de  Pedro  Fernz, 

4.^;  6  h.  prels.;  191  foliadas,  más  5  de  Tabla.  To* 
dos  los  preliminaves  van  reproducidos  á  contkraa-' 
ción  de  este  prólogo;  por  eso  no  los  especifícamoB, 
D.  Nicolás  Antonio  cita  una  edición  de  Zara- 
goza, 1628;  pero  debe  de  ser  errata  ó  confusión^ 
pues  omite  esta  de  1623. 
£1  mismo  Pedro  Fernández  costeó  una  reimpre- 
ty  sión  hecha  por  Lsirumbe  en  Zaragoza,  en  16dU,  con 
1^    la  misma  portada,  excepto  las  palabras  Primera 
\,  parte.  Está  en  8.°,  y  tiene  2  h.  prels.  y  227  foliadas. 

>,  ^    r  í — Ticknor  (III,  346)  menciona  también  una  de  1(>47, 
•  ^ ,  '*  \J    en  8.*,  «in  más  señas,  que  no  creemos  haya  existido. 

'.^    ^^      y  ^^  ^"^^  1'^  reimprixnió  de  nuevo  en  Madrid  el  li- 

<         ^^ 

V  ♦  ^ 

•  •        V 

.    V 


PRÓLOGO  XXXTK 

en  su  nombre  á  ios  cónsnles  y  jurados  que 
entoncFes  desempe^firban  aquellos  ©argos,  y 
que  tal  Tez  le  habían  ayudado  «n  los  con- 
flictos  que  le  produjo  «u  Historia  apologéti- 
ca del  año  anterior. 

Como  entonces  absorbían  la  a'feención  de 
Céspedes  estudios  áe  carácter  histórico, 
hizo  preceder  la  narración  de  oad-a  aventu- 
ra de  un  rápido  bosquejo  acerca  del  origen, 
condición  y  ventajas  de  cada  una  de  las  ciu- 
dades en  que  habían  ocurrido  (Zaragoza, 
Sevilla,   Córdoba,   Toledo,  Lisboa   y  Ma- 


brero  D.  Pedro  José  Padilla,  ea  unión  del  Soldado 
Pindaro,  en  4.° 

En  1881  El  Averiguador  Universal  publicó  en  un 
tomito  en  8.°  la  novela  cuarta,  Pachecos  y  Pa- 
lomeques;  pero  tomándola,  no  de  la  edición  prínci- 
pe, sino  de  la  reimpresión  de  Padilla  de  1733,  cuya 
incorrección  disgusta  al  nuevo  editor,  que  procuró 
corregir  algunos  de  sus  descuidos. 

A  pesar  de  esto,  los  ejemplares  de  las  Historias 
peregrinas  son  sumamente  raros.  En  el  comercio  f 

yo  no  he  visto  ninguno  en  los  últimos  veinte  años. 
Salva -poseyó  un  ejemplar  de  la  primera  edición. 

En  esta  reproducción  se  ha  procurado  imitar  la 
portada  de  la  edición  príncipe;  pero  sin  guardar 
con  exactitud  la  división  de  renglones  ni  la  orto- 
grafía; por  eso  la  hemos  copiado  literalmente  al 
ingreso  de  esta  nota. 


XL  PROLOGO 


drid),  y  algunos  capítulos  al  comienzo  de 
toda  la  obra  sobre  la  grandeza  y  excelen- 
cias de  España. 

Tanto  en  esta  última  como  en  las  demás 
reseñas  históricas,  la  crítica  de  Céspedes 
deja  bastante  que  desear;  pues  no  sólo  de- 
fiende las  patrañas  del  Viterbiense,  sino  las 
otras  y  más  antiguas  leyendas  contenidas 
en  nuestras  primitivas  crónicas  y  antiguas 
historias  de  pueblos.  No  debemos,  sin  em- 
bargo, condenar  con  demasiado  rigor  la  cre- 
dulidad del  autor  madrileño,  pues  con  no 
mejor  criterio  se  escribía  entonces  la  histo- 
ria en  el  resto  de  Europa. 

En  cambio  ¡con  qué  vigorosa  y  concisa 
expresión  enumera,  al  llegar  á  su  tiempo, 
las  grandezas  nunca  vistas  que  atesoraba  su 
patria!  Céspedes  conoce  bien  todos  los  do- 
minios españoles,  y  su  verdadera  importan- 
cia. En  él  hallamos  ya  el  pensamiento,  des- 
pués tan  famoso  y  repetido,  aunque  en  otra 
forma.  El  «dominio  de  España  está  tan  di- 
latado y  extendido  que,  de  Oriente  á  Po- 
niente, dando  el  sol  vuelta  al  círculo  del 
orbe,  siempre  va  caminando  por  tierras  y 
provincias  que  le  son  tributarias». 

En.  el  resumen  histórico  de  las  ciudades 


PROLOGO  XLl 


86  detiene  algo  más  en  la  de  Zaragoza,  don- 
de escribía,  ya  para  justificar  mejor  la  de^ 
dicatoria,  ó  bien  para  realzar  la  historia 
que  le  aplica,  que  nos  parece  la  más  ende- 
ble de  las  seis. 

Aumenta  el  interés  novelesco  en  la  se- 
gunda, titulada  El  Desdén  dd  Alameda,  de 
Sevilla,  y  llega  al  más  alto  punto  de  lo  dra- 
mático en  la  tercera,  titulada  La  Constante 
Cordobesa  y  en  cuya  historia,  si  los  dos  pro- 
tagonistas, doña  Elvira  y  D.  Diego,  fueron 
como  el  autor  los  pinta,  ciertamente  que 
pocas  veces  la  imaginación  creadora  pudo 
llegar  á  tal  grandeza  poética . 

Y  por  cierto  que  en  esta  historia  hay  un 
episodio  sobrenatural  que  tiene  alguna  se- 
mejanza con  otro  del  drama  del  Burlador 
de  Sevilla.  Es  aquel  en  que,  paseándose  don 
Diego  por  una  iglesia,  en  espera  del  mo- 
mento de  penetrar,  al  fin,  en  la  casa  de  doña 
Elvira,  de  repente  se  levanta  una  de  las  lo- 
sas que  hollaban  sus  plantas,  y  surge,  en- 
-^iiclto  en  blando  sudario,  el  cuerpo  nada 
.enos  que  del  padre  (mucho  antes  difunto) 
de  la  joven  víctima^  y  con  potente  voz  y  te- 
rribles amenazas  le  intima  la  orden  categó- 
rica de  renunciar  á  los  favores  de  aquella 


3BEU  rttóuooo 

d»mu.  D.  JSiego  y  sn  amigo  caen  desvane- 
ciSoB  Éwrte  "la  espantosa  •  aparición,  y  «IsBr 
cest)  se  *drvulga  -por  toda  la  ciudad  de  Cér- 
doFba.  Ira  época  de  esta  hi'storia  es  liacia  Ion 
años  de  1530  y  algo  antes  (pues  dura  seis  "ft 
ocho),  y  el  atltor  reouBrda  variw  cirouns- 
tancias  históricas  y  locales,  como  la  groa 
peste  de  Córdoba  en  aquel  tiempo  y  el  iiam- 
bre  que  la  «siguió;  la  coronación  de  Oar- 
los  Y,  etc.  Qué  relación  pueda  tener  esíte 
hecho  con  la  oscura  leyenda,  tradición  ó  Jo 
que  sea  del  Burlador,  es  lo  que  no  sabemos; 
pero,  como  se  ve,  hay  alguna  semejanza  en- 
tre una  y  otro.  ' 

La  más  curiosa,  por  muchos  respectos,  de 
las  anécdotas  históricas  referidas  por  Oes- 
pedes  es  la  titulada  Pachecos  y  Pálomeques^ 
alusiva  á  los  bandos  de  la  ciudad  de  To- 
ledo en  la  revuelta  época  de  las  Oomumda- 
des.  Todo  contribuye  á  dar  interés  ¿  esta 
soberana  tradición.  El  fondo  del  suceso,  en 
alto  grado  novelesco  y  dramártico;  los  ca- 
racteres de  las  personas  que  en  él  intervie- 
nen; las  costumbres  del  tiempo  y  del  lugar, 
donde  aparecen  entremezcladas  la  barbarie 
y  la  caballerosidad;  los  instintos  más  "fe- 
roces y  sanguinarios  con  los  más  delicaflüs 


ntÓLOOt)  XLIH 

afBctos  del  ^maj  la  vida  tumaltnaría ,  ki 
absoluta  insqguridad  de  las  personas  y  ha- 
ciexulas  «en  aquella  época  de  desorden ,  7 
la  ley  tsEÓnica  del  honor  imperando  sobre 
t&dso  ^iqutel  desbordamiento  de  pasiones  ^ 
instintos  >brxitales  y  perversos.  Ouadro  ^aé* 
miraUe,  y  que  enseña  tanto  como  una  bis» 
toria  llena  de  pormenores  diversos. 

No  Bcm  menores,  ciertamente,  el  colorido 
histórico  y  movimiento  pasional  en  la  quin- 
ta dxistoria  snoedida  en  Lisboa,  poco  tiem- 
po antes  que  el  autor  la  refiere,  pues  alude 
siieaiq)re'á  Portugal  como  provincia  espado* 
la,  Aqai'BL  odio  es  también  entre  dos  fami- 
lias; pero  Uto  üewa,  en  pos  de  sí  el  de  los  in* 
divsduois  de  un  pueblo  entero  dividido  ^en 
dos  parcialidades.  En  cambio,  el  conflicto 
se  hace  irremediable,  y  el  rencor  portugués 
va  más  aUá  de  la  tumba,  sacrificando  en  srtB 
aras  la  faanilia,  el  nombre,  la  fortuna  y 
hasta  el  «mor  parfcemo.  Todos  los  afectos  y 
vínculos  que  pueden  formar  la  felicidad  te- 
rrena son  menospreciados,  y  nada  basta  á 
sacáiaTla  inextinguible  sed  de  venganza  que 
devora  el  -alma  de  Luis  Antonio. 

¡Pinteara  vigorosamente  trazada  es  la  del 
pttdre  de4os  dos  Mendozas,  que  dan  título  «i 


XLIV  PROLOGO 


la  última  de  las  Histordas  peregrinas,  y  ga- 
llarda figura  la  de  estos  dos  hermanos,  que 
tan  entrañablemente  se  aman  y  favorecen 
en  sus  mutuas  contingencias  y  aflicciones. 
Lástima  que  tan  grata  y  bien  narrada  his- 
toria esté;  al  final,  desmejorada  con  la  vul- 
gar conversación  con  el  criado  muerto;  si 
bien  la  primera  y  segunda  aparición  de  este 
personaje  no  pueden  ser  más  dramáticas  y 
sorprendentes. 

Si  los  sucesos  han  pasado  así,  poco  deben 
á  la  inventiva  del  narrador;  pero  de  creer 
es  que,  ya  en  algunos  incidentes  ó  en  la  ex- 
presión y  fuerza  dadas  á  las  circunstancias 
capitales  del  hecho,  el  autor,  sin  faltar  en 
absoluto  á  la  verdad,  haya  puesto  no  poco 
de  su  parte. 

El  estilo,  aunque  adecuado  á  las  aventu- 
ras en  que  se  emplea  y  sin  afectación  el 
lenguaje,  no  tiene  toda  la  variedad  que  fue- 
ra deseable.  Los  períodos  son  excesivamen- 
te largos;  adolecen  de  alguna  monotonía,  así 
en  la  manera  de  comenzar  como  al  concluir. 
Este  defecto  está  cometido  voluntariamente. 
Céspedes  quiso  probar  su  destreza  en  unir 
las  ideas  más  inconexas  sin  cortar  el  hilo  del 
discurso,  y  no  tuvo  presente  que  las  transí- 


PROLOGO  XLV 


ciones,  cuando  son  naturales,  están  muy  le- 
jos de  desagradar  al  que  lee.  Nótase  tam- 
bién alguna  repetición  innecesaria  de  ideas, 
frases  y  hasta  en  el  uso  de  los  calificativos 
y  adverbios;  pero  estos  defectos  quedan 
compensados  con  el  brío,  fuerza  expresiva 
y  claridad  con  que  el  autor  nos  cuenta  estos 
casos  extraordinarios. 

En  resolución;  creemos  que  las  Historias 
peregrinas  son  dignas  de  la  valiente  pluma 
que  escribió  el  Español  Gerardo  y  la  Varia 
fortuna  del  soldado  PindarOy  y  merecen  ser 
más  conocidas  que  basta  aquí.  Esta  razón 
nos  ba  movido  á  preferirlas  para  formar  el 
segundo  tomo  de  esta  colección  de  viejas 
novelas  (1). 


(1)  Anotar  debidamente  esta  obra  formaría  un 
volumen  tan  grande  como  ella.  Solamente  los  ca- 
pítulos históricos  de  cada  ciudad  celebrada  y  los 
dedicados  á  la  descripción  general  de  España, 
ocuparían  muchas  páginas  superfinas  en  una  edi> 
ción  vulgar  como  la  presente.  En  la  parte  crítica 
y  la  filológica  no  hemos  advertido  gran  necesidad 
de  anotaciones,  como  tampoco  en  la  relativa  & 
usos  y  modales,  en  que  el  autor,  según  su  costum- 
bre, se  detiene  muy  poco. 


PRIMERA  PARTE 


Historias  Peregrinas 
y  exemplares 

Con  el  origen,  fundamentos  y  excelencias  de  España, 
y  Ciudades  á  donde  sucedieron 

POR 

D.  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meoeses 

Natural  de  la  Villa  de  Madrid. 


A  ía  Imperial  Ciudad  de 

Zaragoza 


Año  1623 

Con  licencia  y  privilegio 

Impressa  en  Zaragoza,  por  Juan  de  Larumbe 

A  costa  de  Pedro  Ferriz. 


L 


ASUNTOS  PRINCIPALES  QUE  CONTIENE 

BSTB  LIBBO 


Breve  resumen  de  las  excelencias  de  España, 
teatro  de  estas  Peregrinas  historiéis. 

El  Btjten  cdo  premiado;  historia  primera  en  1« 
ciudad  de  Zaragoza;  su  descripción,  antigüedad  y 
origen. 

El  Desdén  deH  Alameda;  historia  segunda,  en  la 
ciudad  de  Sevilla,  con  otro  breve  elogio  á  su  gran- 
deza. 

La  Constante  Cordobesa;  historia  tercera,  en  la 
ciudad  de  Córdoba;  su  descripción  y  origen. 

Pachecos  y  Palomeques;  historia  cuarta,  en  la 
ciudad  de  Toledo;  su  descripción. 

Sucesos  trágicos  de  Don  Enrique  de  Suva;  histo- 
ria quinta,  en  la  ciudad  de  Lisboa;  su  descripción  y 
origen. 

Los  dos  Mendozas;  historia  sexta,  sucedida  en 
Madrid,  y  otro  pequeño  elogio  á  sus  mayores  exce- 
lencias. 


CÉSPEDES   Y   MENESBS 


APROBACIÓN 

Por  comisión  del  muy  ilustre  señor  el  doctor  don 
Gaspar  Arias  de  Reinoso,  arcipreste  de  Belchite, 
tesorero  de  la  Santa  Cruzada  y  vicario  general  de 
este  Arzobispado  de  Zaragoza,  he  leído  la  Primera 
parte  de  las  doce  Peregrinas  y  ejemplares  histo- 
rian, con  los  originarios  fundamentos  y  excelencias 
de  España  y  de  las  cittdades  adonde  sticedieron, 
que  ha  compuesto  con  mucha  constancia  y  dispues- 
to con  elegante  estilo  Don  Gonzalo  de  C¿spbdbs  t 
Mbnejsbs.  y  sobre  que  no  hay  en  ellas  cosa  contra 
nuestra  santa  fe  católica  y  buenas  costumbres, 
se  desempeña  tan  bien  el  autor  en  su  promesa  que, 
siendo  tan  peregrinas  y  bien  ataviadas  estas  que 
saca  á  la  vista,  no  dejarán  de  hallar  muy  buena 
posada,  donde  la  curiosidad  y  el  deseo  de  saber 
halló  acogida.  En  Jesús  de  Zaragoza,  nueve  de  Mar- 
zo de  mil  seiscientos  veintitrés. 

FsAT  Juan  Calderón. 


LICENCIA  DEL  ORDINARIO 

Dase  licencia  para  que  se  imprima  con  esta  apro^ 
dación.  En  Zaragoza,  10  de  Marzo  de  1623. 

El  Dootor  Arias  db  Rbinoso, 

Vicario  sfeneral. 


HISTORIAS   PEREGRINAS 


Por  comisión  del  excelentísimo  señor  Comenda- 
dor mayor  don  Fernando  de  Borja,  lugarteniente  y 
capitán  general  por  Su  Majestad  en  el  reino  de 
Aragón,  he  visto  este  libro  intitulado  Historias 
peregrinas^  compuesto  por  Don  Gonzalo  dbj  Cés- 
PBDBS  Y  Menesbs,  y  me  parece  que  puede  S.  E.  con- 
cederle la  licencia  que  pide  para  que  se  imprima; 
porque,  demás  que  no  contiene  cosa  contra  la  íe 
católica  y  buenas  costumbres,  las  historias  que 
refiere  las  cuenta  con  tan  buen  lenguaje  y  estiló, 
que  serán,  sin  duda,  estimadas  y  leídas  con  grande 
aprobación  y  gusto;  á  más  del  trabajo  grande  que 
ha  tenido  de  apurarlas  y  recogerlas  de  tan  diver- 
sas partes,  y  no  es  posible  que  de  leerlas  y  saber- 
las no  resulte  gran  provecho  y  fruto.  Bhi  Zaragoza^ 
4  de  Abrü  de  1623. 

£l  Doctor  Juan  db  Can  aléis, 

Del  Oonsctjo  de  Su  Majestad  en  el  Civil  de  Aragón. 


CÉSPEDES   Y   MENESES 


PRIVILEGIO 

Nos  Don  Fbltpb,  por  la  gracia  de  Dios  rey  de  Cas- 
tilla, de  Aragón,  de  León,  de  las  Dos  Sicilias,  de 
Hierusalem,  etc. 

Nos  don  Fernando  de  Borja,  Comendador  mayor 
de  Montesa,  gentilhombre  de  la  Cámara  del  rey 
nuestro  señor  y  su  lugarteniente  y  capitán  gene- 
ral en  el  presente  reino  de  Aragón.  Por  cuanto 
Q-ONZALO  DB  CásPBDBs  Y  M&NBSBs  nos  ha  suplicado 
fuésemos  servido  de  darle  licencia  premisa  y  facul- 
tad para  que  él  ó  quien  su  poder  tuviere,  pueda  ha- 
cer imprimir  y  vender  en  el  presente  reino  de  Ara- 
gón un  libro  titulado  Primera  parte  de  las  doce 
Historias  peregrinas^  con  los  originarios  funda- 
mentos, antigüedades  y  excelencias  de  España,  y 
de  las  ciudades  adonde  sucedieron,  E  nos,  habien- 
do mandado  reconocer  el  dicho  libro,  y  tenido  muy 
buena  relación  de  él  y  que,  demás  de  esto,  está 
visto  y  aprobado  por  el  ordinario  de  la  ciudad  y 
Arzobispado  de  Zaragoza,  lo  habemos  tenido  por 
bien  en  la  manera  infrascrita.  Por  ende,  con  tenor 
de  las  presentes,  de  nuestra  cierta  ciencia  y  por  la 
Real  autoridad  de  que  usamos  deliberadamente  y 
consulta,  damos  licencia,  permiso  y  facultad  á  vos 
el  dicho  Gonzalo  de  Céspedes  y  Mbnesbs  y  á 
quien  vuestro  poder  tuviere,  para  que  podáis  im- 


HISTORIAS   PEREGRINAS 


primir  y  vender  y  hacer  que  se  imprima  y  venda 
en  el  presente  reino  de  Aragón  y  en  cualquier  par- 
te de  él  el  dicho  libro,  sin  incurrir  por  ello  en  pena 
alguna,  prohibiendo,  como  prohibimos,  que  ningu- 
na otra  persona  lo  pueda  imprimir  sin  licencia 
nuestra  ó  de  S.  M.,  so  pena  de  mil  florines  de  oro  de 
Aragón  á  sus  reales  cofres  aplicaderos.  Y  es  la  vo- 
luntad de  S.  M.  que  el  impresor  que  imprimiere  el 
dicho  libro  haya  y  sea  tenido  y  obligado,  después 
de  haberlo  impreso  y  antes  de  entregallo  á  la  par- 
te ni  que  salga  de  su  poder,  haya  de  traer  al  nues- 
tro él  dicho  original  libro,  juntamente  con  uno  de 
los  impresos,  para  que  se  vea  si  concuerda  el  uno 
con  el  otro.  Y  demás  de  esto,  mandamos  de  parte 
de  S.  M.  que  no  pueda  imprimir  el  dicho  libro  ni 
esta  nuestra  licencia  sin  estar  primero  registrada 
y  sellada  en  la  Real  Cancillería  del  presente  reino 
de  Aragón;  y  si  lo  contrario  hiciere,  incurra  en  las 
penas  por  fuero  instituidas  contra  los  que  impri- 
men sin  licencia,  porque  si  no  sea  de  esta  manera 
no  se  la  damos  ni  concedemos.  Y  mandamos  á  to- 
dos y  cualesquier  oficiales  y  ministros  de  S.  M., 
mayores  y  menor^s  en  el  presente  reino  constituí- 
do  y  constituidores  y  á  sus  lugartenientes,  que  la 
presente  nuestra  Licencia  os  guarden,  cumplan  y 
observen,  sin  poner  en  ella  estorbo  ni  dificultad  al- 
guna. Si,  demás  de  la  ira  é  indignación  de  S.  M. 
en  las  penas  arriba  dichas  y  otras  á  nuestro  arbi- 
trio reservadas,  desean  no  incurrir.  Queremos, 
empero,  que  en  cada  volumen  de  los  que  imprimié- 
redes  vaya  impresa  esta  nuestra  Licencia.  En  testi- 
monio de  lo  cual,  mandamos  despachar  las  presen- 
tes con  el  sello  común  de  S.  M.  de  esta  Lugar  Te- 


8  CÉSPEDES   Y  MENEIES 


nencia  en  el  dorso  selladas.  Dat  en  Zaragoza,  á  die- 
cisiete de  Marzo  del  año  mil  seiscientos  veintitrés. 

Don  Fernando  db  Borja. 

y.  SesaeB. 

Domini  locumtenerU  et  Capitanei  Generáli,  man- 
da michi  Joanne  Ludovico  Ábiego,  visa  per  Ses- 
se  B.  In  diversorum  locumtenent  GenercAis  Arag. 
vj.  Fol,  iij. 


'  II  I  'ilíU^-é'^ 


HISTOIUAS   PEREGRINAS 


ADVERTENCIA 

Bien  se  podrá  creer  que  he  procurado  saliese  sin 
erratas  este  libro;  háme  sido  imposible,  no  obstan- 
te que  en  su  empresa  han  corrido  parejas  mi  dili- 
gencia y  buen  deseo.  La  culpa  tienen  precisos  acci- 
dentes que  dificultaron  mi  asistencia;  y  con  todo 
son  raros  los  defectos  que  truecan  el  verdadero 
assumpto;  mas  si  en  alguno  tropezare  el  lector, 
acudiendo  á  e»ta  página  será  absuelto  en  sus 
dudas. 

(Sig%íen  las  erratas) 

Con  estas  erratas  concuerda  este  libro  con  su 
original.  En  Zaragoza,  á  80  de  Mayo  de  1623. 

El  Doctor  Juak  db  Canalbs. 


10  CÉSPEDES   Y  MENESES 


A  LA  IMPERIAL  CIUDAD  DE  ZARAGOZA, 
y  por  ella  á  los  muy  ilustras  señores  él  capitán 
Pedro  Jerónimo  de  Villanueva,  don  Bernardina. 
Copones,  Francisco  Tobar,  Pedro  de  Maza  y  Pe- 
dro Miguel  Garda,  sus  dignísimos  cónsules  y 
jurados. 

Si  antes  de  abora,  en  servicios  de  mayor  jerar- 
quía, no  hubiera  V.  E.  conocido  mi  celo,  sin  duda 
alguna  naufragara  el  presente,  desmereciendo,  por 
humilde,  su  generoso  patrimonio.  Mas  como  de 
mayores  deseos  viven,  para  mi  crédito,  tan  frescas 
experiencias  (aunque  se  reconozca  cuan  mal  frisa 
lo  trivial  de  este  asunto  con  la  superioridad  del 
sujeto,  adonde  se  consagra  y  dedica),  todavía  que- 
da mi  atrevimiento  disculpado,  y  aun  animado, 
con  tantos  beneficios  y  mercedes  como  de  V.  E.  he 
recibido,  á  ofrecer  &  sus  pies,  el  nuevo  fruto  que  le 
rinde  por  feudo  mi  talento. 

Y  así,  encarecidamente  le  suplico  se  digne  de  ad- 
mitirle, si  no  por  su  valor  y  cantidad,  ¿  lo  menos 
por  el  amor  fiel  que  se  me  ha  conocido;  pues  ha- 
ciéndolo así,  no  solamente  Y.  E.  me  dejará  premia- 
do y  para  siempre  agradecido,  mas  juntamente 
imitará  á  los  cielos,  que  regulan  nuestras  obras  y 
efectos,  más  según  los  deseos  con  que  se  les  enca- 
minan y  dirigen,  que  no  por  la  sustancia  de  la  ca- 
lidad y  grandeza.  Guarde  Nuestro  Señor  á  Y.  E, 
como  puedo,  etc. 

Don  Gonzalo  db  Céspedes  y  Menbses. 


HISTORIAS   PEREGRINAS  11 


AL  LECTOR 

Doce  historias  prometí  en  mi  Gerardo  ^  y  otras 
tantas  diera  boy  ¿  la  emprenta  si  el  juzgar  por  pe- 
sado tan  gran  volumen  no  excusara  el  empeño  de 
entonces,  obligándome  á  dividirla  en  dos  partes. 
La  primera  te  ofrezco,  lector  discreto;  traza,  que 
también  asegura  la  mejor  corrección  de  la  segun- 
da. Pues  es  cosa  precisa  que,  viendo  en  la  presente 
tu  objeción  y  censura,  saldrá  la  que  me  queda 
más  ajustada  y  advertida.  En  una  y  otra  protesto 
dibujarte  el  alma  de  la  historia,  en  verdad  efecti- 
va, y  tan  califíc  ada  como  la  oí  á  personas  de  cré- 
dito, si  bien  en  el  cumplirlo  corra  peligro  el  mío; 
daño  experimentado  y  de  cuyas  heridas  aún  no  se 
han  aminorado  las  cicatrices.  Pues  por  haberla  es- 
crito lisa  y  sinceramente  en  uno  de  mis  libros,  es 
maravilla  grande  verme  ahora  en  escape.  Tantos 
fueron  y  han  sido  los  émulos  que  la  contradijeron; 
aunque  si  hubieran  leído  Ío  mucho  que  presumen> 
hallaran  que  mi  pluma  dijo  desnudamente  lo  que 
varios  autores,  y  no  nada  vulgares,  afirmaron  en 
sus  libros  é  historias.  Mas  no  es  aqueste  asunto 
parte  de  su  defensa;  perdono  su  ignorancia;  dejóla 
entre  renglones,  mientras  dan  los  presentes  límite 
á  sus  efectos  y  en  ejemplos  morales  loable  diver- 
sión, premio  no  indigno  de  mis  buenos  deseos. 

Valb. 


y 


12  CÉSPEDES   Y  MENESES 


BREVE  RESUMEN 

» 

de  las  excelencias  y  antigüedad  de  Esparta, 
teatro  digno  de  estas  Peregrinas  historias. 

Escribo  en  esta  y  la  Segunda  parte,  doce  verda- 
deros y  memorables  sucesos,  en  otras  tantas  ciuda- 
des, cabezas  de  los  reinos  de  España;  de  quien, 
no  tanto  por  la  obligación  de  hijo  suyo,  cuanto 
forzado  de  la  misma  verdad,  he  querido,  sin  derra- 
marme á  extranjeras  provincias,  y  para  su  mayor 
emulación,  dar  á  entender  al  mundo  que  como  en 
estos  y  en  los  pasados  siglos,  fué  el  teatro  de  sus  más 
grandes  y  notables  efectos,  asilo  y  propugnáculo 
de  sus  furiosas  armas,  terror  y  dominación  de  las 
gentes,  así  también  que  entre  acciones  tan  gra- 
ves ha  producido  maravillosa  variedad  de  sujetos, 
que  con  acaecimientos  peregrinos,  no  sólo  hoy  lo 
son  á  mi  pluma  mas  en  otra  mejor  limada  pudie- 
ran competir  sus  discursos,  aun  ceñidos  al  rigor  de 
la  historia,  con  los  de  Aquiles  Tacio,  decantado 
Heliodoro  ó  con  las  ingeniosas  y  sutiles  del  divino 
Arios  to. 

Porque,  si  bien  semejantes  acciones  parecen  in- 
compatibles con  las  materias  del  Estado,  todavía 
no  se  me  negará  cuanto,  á  su  modo,  singularizan  la 
nación,  y  en  ella,  con  aprecio,  los  humores  políti- 
cos; que  no  tan  solamente  se  engrandecen  los  rei- 
nos, las  repúblicas  con  el  valor  de  los  subditos  ar- 
mados, pues  igualmente  aumenta  estimación  el 


HISTORIAS   PEREGRINAS  13 

ingenio,  las  letras  y,  últimamente,  los  redundantes 
casos  que  la  acrecientan  nombre,  opinión  y  fama. 
Con  tal  advertimiento,  justo  será  también  se  me 
permita  el  breve  adorno  de  tan  buenos  intentos;  y 
de  tal  suerte,  que  si  dijere  (afecto  mi  nación,  no  li- 
sonjero) algo  de  su  venerable  antigüedad,  no  por 
ello  hayamos  de  incurrir  en  mayor  objeción. 

Parecióme  precisa  la  noticia  de  las  provincias  y 
ciudades  adonde  sucedieron.  Y  así,  no  obstante  la 
que  tantos  autores  ban  publicado,  no  be  querido 
excusar  en  mis  rasguños  este  corto  retrato  de  mi 
patria,  dando  con  él  principio  venerable  y  que  más 
califique  las  Historias  que  escribo. 


De  las  excelencias  de  España. 


CAPITULO  PRIMERO 

ISl  principal,  el  mayor  requisito  que  aventaja 
á  los  reinos,  es  la  antigüedad,  á  cuya  causa  el 
origen  de  España  debe  ser  justamente  con  grave 
estimación  reverenciado,  pues  él  solo  en  el  mun- 
do guarda  hoy  el  lugar  primero,  porque  (no  obs- 
tante las  objeciones  que  se  han  puesto  á  Juan 
Anio)  de  los  tres  que  en  su  libro  tercero  habla 
Beroso  sucesivos  al  diluvio,   el  de  la  Toscana, 
fundado  por  Noé;  el  de  Egipto,  por  Can;  el  de 
los  Asirios,   por  Nembrot,   ninguno  permanece 
con  título  de  reino;  y  así  el  de  España,  que  fué 
inmediato  á  éstos,  quedó  graduado  en  el  mejor 
lugar. 

Tabal,  hijo  quinto  de  Jafet,  según  el  mismo 
autor;  Josepho  (Ántiquit.);  San  Jerónimo  y  En- 
sebio Oesariense,  fué  el  basa  principal  de  bus 
fundamentos.  Excelencia  notable,  como  también 


16  CÉSPEDES   Y  MENESES 


lo  es  la  conservación  maravillosa  de  sn  nombre, 
si  bien  ninguna  ignala  á  la  de  haber  (antes  que 
otra  nación,  después  de  la  de  Judea)  recibido 
la  doctrina  evangélica.  Asi  lo  sustentó  elegan- 
temente el  cardenal  de  Torquemada,  dominico 
y  nuestro  inquisidor  en  España,  asistiendo  al 
Concilio  de  Basilea. 

Porque  Santiago,  protomártir  de  los  doce,  an- 
tes que  se  dividiesen  por  el  mundo  los  demás 
apóstoles,  la  predicó  en  ella  y  erigió  sus  prime- 
ras aras  en  la  imperial  ciudad  de  Zaragoza, 
corte  de  la  corona  de  Aragón,  dedicándoselas  á 
la  Emperatriz  y  Beina  de  los  Angeles,  por  ex- 
preso mandato  de  su  boca  dulcísima,  según 
Anastasio  Antioqueno,  Isidoro,  Braulio,  Beda, 
Usuardo,  León  III,  Gregorio  Vil,'  Oelasio  II, 
Nicolás  de  Lira,  el  famoso  Tostado,  Calixto  II 
y  lU,  San  Antonino,  Garibay,  Zurita,  Morales, 
Román,  Genebrardo,  Castillo,  Blancas,  Vaseo, 
Béuter  y  otros  autores,  nos  lo  afirman  y  escri- 
ben. Flinio  comienza  en  su  descripción  general 
hablando  de  ella  como  de  parte  más  principal 
del  orbe.  Y  bien  se  deja  ver  que  autor  tan  gra- 
ve  no  así  se  movería  sin  causas  que  bastasen 
á  repetir  entonces  su  defensa,  mas  justamente 
pudiesen  prevenir  para  ahora  la  portentosa  ma- 
jestad en  que  la  vemos,  pues  prudentemente  se 
probará  que  ninguna  región,  reino  ó  provincia 
gozado  tan  ilustres  excelencias.  De  su  infinito  nú- 
mero presumo  entresacar  doce  que  sean  muestra 


I» 


DE  LAS  EXCELENCIAS  DE  ESPAÑA  17 

de  mi  verdad  y  sn  grandeza.  Ellas,  en  tal  bosque- 
jo, podrán  calificarse,  qne  mi  pluma  y  talento 
no  aspira  ni  se  atreve  mayores  golfos.  Diré  las 
que  ocurrieren  á  mi  frágil  memoria,  ilaciones  á  su 
origen  antiguo,  á  su  defensa,  riqueza  y  cristian- 
dad; á  su  inviolable  fe,  valor  y  santidad,  sabi- 
duría, valentía,  dominio,  imperio  y  consejo;  en 
cada  cual  de  aquestos  tributos  procuraré  ceñir- 
me á  un  igual  número.  Sabida  cosa  es,  como  ya 
queda  dicho,  que  fué  Túbal  su  primer  fundador, 
cuya  corte  y  asiento  en  la  región  que  después 
se  llamó  Lusitania,  fué  la  famosa  villa  de  8e- 
túbal,  erigida  en  su  nombre,  y  desde  quien  po- 
bló las  demás  provincias  principales  de  España, 
que  son  doce:  Portugal,  Galicia,  Vizcaya,  Na- 
varra, Aragón,  Cataluña,  Valencia,  Andalucía, 
las  dos  Castillas,  León  y  Extremadura,  que  no 
es  menos  antiguo  su  venerable  origen. 


CAPÍTULO  II 

Prosigue. 

[\i  es  menos  admirable  la  segunda  excelencia , 
la  defensa  espantosa  que  con  tolerancia  increí- 
ble ha  hecho  á  doce  suertes  de  enemigos,  de 
quien  se  ha  resistido  en  diferentes  tiempos.  En 
aquellos  primeros,  los  tres  bravos  Ger iones  y  el 
decantado  Caco  harán  cierta  mi  empresa;  como 
después  y  en  éstos,  los  tiranos  Almonidas,  los 

HISTORIAS  PEREGRINAS  2 


18  CÉSPEDES   Y   MENBSES 


Cartagineses  y  Romanos ,  los  Hunnos,  Godos, 
Vándalos,  Suevos,  Burgundios,  Moros,  Ingle- 
ses y  Franceses,  que  quien  si  quiere  leer  unes- 
tras  historias,  verá  contra  estas  gentes  inaudi- 
tas victorias. 

De  sus  riquezas  grandes,  ¿quién  duda  que  hoy 
gozamos  con  más  seguridad  su  dulce  fruto,  si 
oomo  se  ha  entendido  no  lo  fuera  en  el  mondo 
tal  verdad  y  noticia?  Pues  es  cierto  que  ann 
cuando  se  negara  lo  restante  del  orbe,  España 
encierra  en  sí  cuanto  necesitan  los  hombres,  sin 
haber  menester  las  ayudas  que  ella  hace  á  di- 
versas provincias  que  se  aumentan  y  viven  con 
las  relieves  de  sus  frutos  y  metales. 

De  éstos  hizo  mención  el  Spiritu  Santo  en  el 
primero  de  los  Macábeos^  donde  dice  que  oyó 
Jadas  decir  de  los  romanos  que  habían  sujetado  á 
España  sus  metales  y  riquezas  preciosas.  Y  es 
certísimo  que  del  oro  qme  rindieron  sus  entrañas, 
de  la  acendrada  plata  que  brotaron  sus  venas,  no 
sólo  se  enriqueció  Fenicia,  África  y  Grecia,  sino 
que  juntamente  crecieron  formidables  y  espan- 
tosas las  armas  y  poder  de  los  romanos.  Y  así 
á  este  £n,  hablando  de  nosotros  Valerio  Máxi- 
mo dice,  nunca  advertimos  la  importancia  de 
este  grande  tesoro,  porque  á  entenderla,  como 
Roma  por  su  ayuda  y  favor  señoreó  la- tierra, 
así  España  se  hubiera  anticipado  y  hecho  dueño 
de  ella  y  de  Roma. 

Pues  demás  de  lo  escrito  no  hay  parte  en  bus 


DE  LAS   EXCKLBNCIA8  DB  ESPAÑA  19 

contornos,  que  son  de  634  leguas,  que  igualmeute 
no  se  muestre  abundante  en  los  frutos,  próspera 
en  las  riquezas,  sobrada  en  los  metales,  todo  mer- 
ced de  sus  benignas  influencias,  puros  y  saluda- 
bles vientos,  de  su  cielo  y  asiento  felicísimo,  en 
quien,  pasando  á  la  excelencia  que  le  sigue  para 
8U  mayor  gloria,  Santiago  el  Mayor  fué  el  prime- 
ro que  en  ella  predicó  la  fe  de. Cristo,  digna  excep- 
ción en  su  mejor  grandeza,  por  ser  no  sólo  uno  de 
los  más  queridos  discípulos  y  primo  suyo,  sino 
también  el  protomártir  del  divino  Colegio.  Y  así, 
á  imitación  de  su  Maestro,  como  él  redimió  el 
mondo  y  sembró  su  fe  con  doce  ciscípulos,  cuya 
predicación  sonó  por  lo  criado,  así  en  España 
Santiago  la  dilató  con  otros  doce,  cuyos  nombres 
y  las  provincias  donde  la  promulgaron  son  las  si- 
guientes: SanMancio,  en  Alenté  jo  y  Evora;  San 
Pedro  de  Eatis,  en  Coimbra  y  la  Vera;  San 
Hieroteo,  en  Galicia;  San  Saturnino,  en  Pamplo- 
na; en  Avila,  Segundo;  San  Eugenio,  mártir,  en 
Toledo;  San  Hesiquio,  en  Astorga;  San  Torcato, 
en  Cádiz;  San  Eufrasio,  en  Andújar;  en  Almería, 
Indalecio;  en  Berja,  Tesipho,  y  en  Granada, 
Cecilio,  y  antes,  en  Zaragoza,  nuesto  invicto 
Patrón. 

Después  del  cual,  con  suficiente  causa  en  la 
quinta  excelencia  que  es  nuestra  fe  católica, 
podré  elegir  por  capitán  dichoso  al  santo  Reca- 
•redo,  pues  este  ínclito  príncipe  desterró  la  secta 
«rriana,  y  resucitó  en  España  la  fe  de  Jesucris- 


#"  • 


20  CÉSPEDES  Y  MBNBSES 


to  y  la  perseverancia  inmadable  contra  los  erro- 
res y  herejías  qne  la  han  presumido  inficionar, 
siendo  sus  principales  soldados  doce  gloriosos 
santos  que,  con  valor  accérrimo,  se  pusieron  en 
diversas  edades  á  su  contradicción.  Así  lo  hi- 
cieron Leandro  é  Isidoro,  Fulgencio,  Florentina 
y  la  reina  Teodora;  Eugenio  y  Elifonso,  San 
Julián  de  Pomaro  y  el  famoso  Domingo,  cerran- 
do aqueste  número  los  decantados  reyes  Fer- 
nando é  Isabel,  que  instituyeron  la  Santa  In- 
quisición, y  el  milagroso  Pedro  Arbués  de  Epi- 
la,  primer  inquisidor  de  Zaragoza,  á  quien,  en 
odio  de  la  fe  y  por  su  defensa,  martirizaron  (casi 
en  los  tiempos  de  nuestros  abuelos  y  padres)  al- 
gunos extranjeros. 

Y  pues  es  el  valor  la  excelencia  sexta,  califi- 
quen con  inmortales  alabanzas  tan  anexo  atribu- 
to otros  doce  esclarecidos  príncipes,  cuyo  esfuer- 
zo en  la  última  calamidad  de  España  fué  su  res- 
tauración, y  sea  el  primero  el  santo  rey  Pelayo, 
que  recogido  en  las  Asturias  cuando  todo  estaba 
por  el  suelo  y  nuestras  cervices  sometidas  á  nn 
duro  cautiverio,  saliendo  de  una  cueva  con  una 
muy  corta  compañía,  restituyó  á  España  su  va- 
lor,  destrozando  en  un  punto  trescientos  mil  mo- 
ros con  su  capitán  Abraym.  No  le  debemos  me- 
nos al  primero  y  católico  Alfonso;  al  ínclito  Ber- 
mudo,  que  venció  al  moro  de  Moncayo;  á  don 
Ramiro,  que  nos  libró  del  infame  tributo  de  las 
Vírgenes;  Ordeño,  que  venció  á  Muza  en  Albai- 


)k^  ■  \ 


DE  LAS   EXCELENCIAS   DE   ESPAÑA  21 

da;  á  Iñigo-Arista,  portento  de  Aragón;  al  glo- 
rioso y  nunca  asaz  loado  conquistador  don  Jai- 
me;  el  magno  Alfonso,  que  sujetó  á  Toledo;  don 
Bamiro,  que  venció  Abdurramen  de  Córdoba,  con 
la  muerte  de  seiscientos  mil  moros.  Y,  finalmen- 
te, dejando  aparte  el  de  las  Navas  de  Tolosa,  el 
de  Algecira,  los  Sanchos,  los  Ordeños  y  el  últi- 
mo Fernando,  á  quien  ya  he  repetido,  demos  fin 
á  este  número  con  el  primero  rey  de  Por  tuga], 
don  Alonso  Enríquez;  con  el  siempre  dichoso 
D.  Manuel,  y  últimamente  oon  el  prudente  y  sa- 
bio don  Felipe  U,  terror  universal  de  los  infieles, 
que  allanó  los  moros  levantados,  que  ganó  la  ba- 
talla Naval,  glorioso  propugnáculo,  asilo,  guar- 
da y  defensa  de  la  Iglesia  católica. 


CAPITULO  III 

Pi*08igue. 

iSlAS,  pues  la  santidad  es  su  mayor  excelencia, 
discurramos  en  ella,  entresacando  del  numeroso 
ejército  que  la  patrocina  y  ampara  doce  santos, 
que,  con  el  famoso  Hermenegildo,  engrandezcan 
su  patria,  como  á  Huesca,  el  protomártir  espa- 
ñol Lorenzo;  á  Córdoba,  Rodrigo;  Justa  y  Rufi- 
na, á  Sevilla;  San  Dámaso,  á  Madrid;  Raimun- 
do, á  Barcelona;  San  Vicente,  á  Valencia;  San 
Antonio,  á  Lisboa;  Lamberto,  á  Zaragoza;  á  Al- 
calá, Justo  y  Pastor,  y  á  toda  España,  Engra- 


.» 


1 


22  CÉSPEDES   Y   MENESES 

cía,  que,  con  sus  invencibles  compañeros,  santi- 
ficó la  corte  de  Aragón.  No  me  engolfo  en  sus 
innumerables  mártires,  no  escribo  los  de  Mari- 
da, los  de  Granada  y  León,  los  de  todas  las  ciu- 
dades que  este  dichoso  reino  tiene  por  sagrarios 
riquísimos,  por  erarios  famosos  de  sus  santas  ce- 
nizas, pues  todo  es  un  plantel  de  tal  semilla,  re- 
gada con  su  sangre  y  santificada  con  los  glorio- 
sos triunfos  que  alcanzaron  de  los  idólatras  gen- 
tiles, de  los  arrianos  y  moros,  á  quien,  con  gene- 
roso espíritu,  venció  su  perseverancia  católi- 
ca, como  también  su  ciencia,  sus  letras  y  doc- 
trina. 

Es  esta  la  excelencia  octava,  y  así  aunque  del 
sabio  Alfonso  sus  memorables  Tablas  pudieran 
dar  principio  á  otro  igual  número,  he  querido  ex- 
cusarle por  no  incurrir  en  general  emulación  de 
tantos  doctos.  Tomaré  otro  camino,  y  asi,  dejan- 
do entre  renglones  sus  más  claros  luceros,  los 
santos  y  doctores  de  sus  iglesias  y  aquellos  que 
veneró  la  antigüedad  gentil,  ilustres  Sénecas^ 
Pomponio,  Silio  Itálico,  Marcial,  Lucano,  Quin- 
tiliano,  Avicena,  Averroes,  saldré  de  tanta  má- 
quina diciendo  doce  Universidades,  que  entre 
sus  más  famosas  resplandecen.  Son  éstas:  Sala- 
manca, Alcalá  y  Huesca;  Coimbra,  en  Portugal; 
Valladolid,  Toledo;  Lérida,  en  Cataluña;  Valen- 
cia, Zaragoza,  Sevilla,  Sigüenza  y  Osuna.  Dejo 
las  de  Oñate  y  Baeza  y  los  Estudios,  Colegios  y 
Conventos,  porque  si  hablara  de  ellos,  no  hay 


».w 


DE  LAS   EXCELENCIAS  DE   ESPAÑA  23 


villa,  no  hay  ciudad  que  no  tenga  uno  y  muchos. 
Y  así  quien  esto  oyere  y  antes  hubiere  leído  que 
las  provincias  de  África,  parte  principal  de  la 
tierra,  sólo  tuvieron  á  Medauro,  ni  Q-recia  más 
que  á  Atenas;  Italia,  á  Bolonia  y  Pavía;  Fran- 
cia, á  París  y  Tolosa;  Flandes,  á  Lo  vaina;  á  Ojo- 
nia,  Inglaterra^y  Alemania,  á  Colonia,  habrá  de 
concedernos  su  mayor  excelencia. 

Y  ¿quién,  nos  negará  la  valentía  española? 
¿Quién  el  honor  y  gloria  de  sus  temidos  capita- 
nes, de  sus  grandes  victorias,  de  sus  magnificas 
hazañas,  y  quién  las  robustas  y  monstruosas 
fuerzas  con  que  las  han  alcanzado?  Bien  conoci- 
da es,  en  verdad,  en  cuanto  mira  el  sol,  pues  ni 
sus  rayos  han  hoy  tocado  parte  en  que  sus  he- 
chos, sus  grandezas  no  sean  memorables  y  eter- 
nas; y,  con  todo,  no  pretendo  excusarme  sin 
agravio  de  aquellos  que  de  presente  olvida  mi 
memoria  de  escribir  otros  doce  varones  invenci- 
bles, á  cuyo  lado  sin  descrédito  pueda  el  portu- 
gués Viriato  (terror  de  las  banderas  imperiales 
de  Roma)  mostrar  su  compañía,  y  así  el  segundo 
á  éste  sea  el  célebre  Bernardo,  el  famoso  Ruy- 
Díaz,  el  gran  Fernán  González,  el  venerable  don 
Artal  de  Alagón,  Mudarra,  Sancho  Ordóñez,  el 
Gran  Capitán  Gonzalo  Fernández  de  Córdoba,  y 
sea  el  noveno  el  siempre  victorioso  Galeote  Bar- 
daxí,  admiración  de  Italia  y  gloria  de  Aragón; 
el  ilustre  portento  en  América  don  Fernando 
Cor  tés  j  Alfonso  de  Alburquerque,  asombro  del 


24  CÉSPEDES   Y   MENBSES 


Oriente,  y  don  Fernando  de  Toledo,  duque  de 
Alba. 

Con  que  cerrando  dignamente  el  ofrecido  nú- 
mero, podré  mejor  pasar  á  la  excelencia  que  se 
sigue:  al  dominio  de  España,  que,  según  gravísi- 
mos autores,  está  tan  dilatado  y  extendido,  que 
de  Oriente  á  Poniente,  dando  el  sol  vuelta  al 
círculo  del  orbe,  siempre  va  caminando  por  tie- 
rras y  provincias  que  le  son  tributarias.  Porque 
en  Europa,  sujeta  á  Flandes,  Borgoña,  Milán, 
Ñápeles,  Sicilia,  Cerdeña  é  Ibiza;  Prócita,  Ma- 
llorca y  Menorca;  y  en  África  y  sus  costas,  á 
Oran,  Mazalquivir,  Melilla,  Tánger,  Ceuta,  La- 
rache  y  la  Marmora,  sin  la  grandeza  inmensa  de 
Guinea  y  cuanto  allí  tiene  Portugal  adquirido. 
Asia  le  rinde  populosas  provincias,  reinos,  ciu- 
dades, innumerables  islas  y  fortalezas;  en  los  dos 
sinos  Pérsico  y  Arábico,  y  las  partes  de  G-oa, 
Cochín,  Malabar,  Malaca,  Filipinas,  Malucas, 
como  en  todas  las  costas  del  Océano,  tiene  toda 
la  América,  en  cuyo  espacio,  siendo  la  mitad  de 
]a  tierra,  nadie,  ni  sus  grandes  islas  y  tesoros, 
triunfan  gloriosos  más  que  sus  castillos  y  leones, 
sus  barras  de  Aragón,  y  aun  estas  últimas  hicie- 
ron las  primicias  del  gasto,  la  costa  y  el  avío  de 
aquellos  sus  primeros  exploradores,  del  famoso 
Colón  y  sus  inmortales  compañeros. 


DE   LAS   EXCELItlCIAS   DE   BSPARA  25 


CAPITULO  IV 
Concluye  la  materia. 

ImAS  ya  es  jasto  tratemos  de  la  excelencia  de  su 
iiriperio,  de  los  ilustres  y  generosos  príncipes  que 
la  han  señoreado  con  este  titulo;  porque  mejor  en 
ellos  y  á  pesar  de  la  envidia,  se  conozca  en  el  mun- 
do la  felicidad  con  que  España  ha  dado  en  todos 
siglos  muestra  de  su  bondad  con  tales  hijos;  y 
pues  los  mejores  que  tuvo  B*oma  fueron  los  suyos, 
justo  será  que  en  doce  emperadores  que  ha  produ- 
cido España  se  comience  por  ellos.  Y  así  debida- 
mente, Trajano  podrá  ser  el  primero,  y  seguirle 
Teodosio,  Valentiniano,  Arcadio,  Honorio,  el  se- 
gundo Teodosio  y  Adriano;  don  Alonso,  el  que 
ganó  á  Toledo  y  el  Magno  de  su  nombre,  tuvieron 
igual  título;  el  décimo  fué  electo  en  Alemania,  y 
el  de  Aragón  y  de  Castilla,  el  gran  batallcídorf 
don  Alonso,  mereció  tal  renombre;  y,  últimamen- 
te, los  dos  caros  hermanos  Fernando  y  Garlos  V, 
de  cuyas  hazañas  y  victorias  está  el  orbe  cubier- 
to, por  su  excelente  madre  fueron  también  de  Es- 
paña, con  lo  cual  sólo  me  restará  cumplir  su  más 
grave  atributo  y  la  excelencia  en  que  más  res- 
plandece su  prudencia  y  consejo. 

Repártese  éste  (dejo  en  silencio  la  santidad 
y  acuerdo  de  sus  leyes  y  fueros)  con  gobierno 
político,   maravilloso  y  ejemplar  por  diversos 


V. 


26  CÉSPEDES   Y   MBNESBS 


motivos;  juntas,  congregaciones,  cabildos,  co- 
rregidores, regimientos,  concejos,  que  reconocen 
sujeción  en  lo  que  toca  á  cada  uno,  á  doce  Ck>n- 
se  jos  superiores,  que  son  la  clave,  basa,  funda- 
mento y  gobierno  de  su  más  dilatada  monar- 
quía. El  de  Estado,  con  poderoso  luto  (en  cierto 
modo  superior  á  las  cosas)  abraza  lo  esencial 
de  sus  acciones;  mira  y  conserva  la  reputación  de 
los  reinos;  como  el  Real  de  justicia  la  administra- 
ción libre  de  ella.  La  temida  y  venerable  Inquisi- 
ción, cela  y  ampara,  intacta  y  pura  la  santa  fe  ca- 
tólica; el  Consejo  de  Hacienda  procura  sus  au- 
mentos y  creces;  el  de  Guerra,  consulta,  premia 
servicios,  provee  atentamente  expertos  capitanes 
y  los  demás  progresos  incidentes  en  mejor  ejecu- 
ción; el  de  Ordenes  dispone  en  los  maestrazgos  de 
Alcántara,  Calatrava  y  Santiago,  juzga  sus  de- 
pendencias; y  el  de  Cruzada  las  que  se  ofrecen  en 
la  publicación  de  las  Bulas,  distribución  de  sus 
efectos.  Todos  éstos  asisten  en  la  corte  y  junta- 
mente el  Supremo  Consejo  de  Aragón  y  de  Italia, 
Elandes  yPortugal  y  el  Real  de  las  Indias:  sin  los 
cuales  en  Valladolid  y  G-ranada,  hay  dos  Chanci- 
llerías,  en  Sevilla  y  Galicia  dos  Reales  Audien- 
cias; el  reino  de  Navarra  se  gobierna  con  otra  y 
los  de  la  corona  de  Aragón,  Indias  Occidentales 
y  Orientales,  con  tantas  tan  ilustres,  que  cada 
cual  forma  por  si  distintamente  otra  grandiosa 
corte,  nueva  y  suprema  majestad  que  las  asiste 
y  aprecia  con  mayor  esplendor. 


DE  LAS  EXCELENCIAS  DE  ESPAÑA  27 

Basta  el  que  sobra  en  todas  á  deslum4>rar 
aqueste  atrevimiento  con  que,  acobardada  mi 
pluma  reprime  su  carrera  y  aun  remite  al  cu* 
rioso  investigador  de  tantas  excelencias  á  más 
diestros  pintores.  Véanse,  entre  los  muchos  que 
las  han  divulgado,  á  Marineo,  Domingo  Balta* 
nás  y  Juan  Vaseo;  pues  cualquiera  de  estos 
graves  autores  llenará  sus  deseos  y  suplirá  mi 
empeño  bastantemente,  y  si  ya  su  opinión  no  les 
satisficiese ,  lean  las  palabras  de  Suetonio 
Tranquilo  ó  las  del  famoso  historiador  Justino, 
pues  en  confirmación  de  mi  verdad  el  uno  des- 
cribe esta  nación  con  títulos  magníficos,  indó- 
mita, invencible,  valentísima;  y  aun  no  conten- 
to, realza  su  valor,  su  lealtad,  aventajándola 
entre  todas  las  gentes  de  la  tierra;  por  cuya  cau- 
sa, Julio  César,  los  eligió  y  mantuvo  en  su  pro- 
pia guarda.  Y  el  otro,  confirmando  este  mismo 
argumento,  hace  increíble  su  tolerancia  y  sufri- 
miento, espantosa  su  fe;  y  su  constancia  tan  in- 
contrastable é  innaccesible,  que  ni  la  desnudez, 
hambre,  cansancio,  ni  trabajo  sin  número,  la 
prevaricaron  ni  vencieron.  Con  que  dignamen- 
te, ha  llegado  á  sujetar  el  poder  más  soberbio  y 
la  emulación  de  tantos  enemigos;  predominán- 
dolos con  más  estimación,  aplauso  y  honra  que 
los  Asirlos,  Persas,  Griegos,  Cartagineses  y  Bo- 
manos.  Y  asi  la  dilación  de  este  resumen,  mere- 
ce excusa,  como  el  ceñirle  en  términos  más  bre- 
ves rigurosa  censura.  Puera  muy  digno  de  ella. 


28  CÉSPEDES    Y   MEriESES 


8i  tratando  casos  tan  peregrinos,  como  verá  el 
lector,  no  hubiera  hecho  de  la  provincia  y  reino 
que  les  fué  madre  tan  corta  digresión.  Súplase- 
me su  enfado,  mientras  con  la  restante  diver- 
sión le  pareciere  digno  de  su  perdón  y  aplauso. 
Pasando  juntamente  los  ojos,  para  su  mayor  ca- 
lificación y  certeza,  por  estos  versos  del  divino 
Claudiano,  con  que  bastantemente,  quedará  sa- 
tisfecho, y  más  gloriosas  las  excelencias  de  mi 
patria. 

Quid  dignnm  memorare  tuis  Hispania  terris, 
Mens  humana  valet,  primolevat  eqnore  solem, 
India,  tu  sessos  exacta  luce  jagales, 
Proluis,  in  que  tuo  respirant  sidera  flnotu 
Dives  equis,  fragam  faciJis,  pretiosa  metallis 
Principibos  fsecunda  piis  tibis  saecula  dabent 
Trajanum,  feries,  his  fontibus  iBlia  flaxit. 


El  buen  celo  premiado. 


CAPÍTULO  V 

Historia  notable  sucedida  en  la  imperial  ciu- 
dad de  Zaragoza,  con  el  origen  y  antigüedad 
de  sus  mayores  excelencias. 

£n  los  sagrados  márgenes  del  celebrado  y  fa- 
moso Ibero,  y  casi  en  la  mitad  de  su  extendida 
y  espaciosa  vega,  está  fundada  la  ciudad  de  Za- 
ragoza, honor  y  gloria  de  España,  cabeza  impe- 
rial de  la  corona  de  Aragón  y  de  sus  poderosas 
provincias,  reinos  y  condados :  digo  Bosellón  y 
Cerdania,  Sicilia,  Hierusalem  y  Ñápeles;  Gerde- 
ña,  Ibiza,  Mallorca  y  Menorca;  y  en  primer  gra- 
do, Aragón,  Valencia  y  Gatalufiía;  y  en  los  pasa- 
dos siglos,  de  los  valientes  y  fidelísimos  Celtibe- 
ros, colonia  de  romanos  y  Audiencia  ó  Chanci- 
Uería  predominante  á  los  nombrados  pueblos  ede- 
tanos. 
Según   Flinio,   Gauberto,   Marineo   Sículo  y 


1 


30  CÉSPEDES   Y   MEKESES 


otros  grandes  autores,  es  una  de  las  más  ilnstres 
y  opulentas  ciudades,  no  sólo  de  la  provincia  j 
Citerior  tarraconense,  sino  de  lo  restante  de  £b- 
paña.  Y  si  bien  en  su  origen  y  notables  principios 
tienen  diversas  opiniones,  como  siempre  padecen 
todas  las  cosas  muy  antiguas,  la  más  segnra, 
verosímil  y  cierta  es  haberla  edificado  aqnel  tan 
decantado  príncipe  Túbal,  nieto  de  Noé,  á  quien 
con  otros  lugares  de  Espafia,  que  fundó  entonces, 
honró  con  su  famoso  nombre;  porque  es,  sin  duda, 
que  el  primero  que  tuvo  esta  antigua  ciudad  f  né 
el  de  Salduba,  que  es  lo  mismo  que  Satúbal;  y 
no  tan  ligera  objeción  como  la  corrupción  de 
una  letra  y  tan  semejante  como  la  D  y  la  T  hace 
menos  segura  esta  verdad:  pues  es  llano  que  en 
España  no  hay  pueblo,  no  hay  ciudad  qne  hoy 
retenga  su  primer  apellido  sin  semejante  men- 
gua. Culpa  á  la  ancianidad  de  los  tiempos  y  á  las 
invasiones  y  asistencias  de  tan  diferentes  nacio- 
nes como  la  han  señoreado.  Ni  menos  obsta  lo  que 
G-auberto  siente  cuando  dice  que  la  vecindad  de 
sus  montes  de  sal  dio  &  Salduba  su  nombre,  pues 
con  igual  razón,  con  semejante  causa,  se  pudiera 
decir  lo  mismo  de  Setúbal,  villa  de  Portugal,  y 
atribuirle  este  nombre,  supuesto  que  casi  dentro 
de  sus  muros  hubo  en  aquellos  siglos,  y  aun  en 
los  presentes  hay,  las  salinas  que  hoy  vemos;  y 
con  todo,  hasta  ahora,  ningún  autor  lo  ha  em- 
prendido ni  aun  negado  la  común  tradición  de 
sus  fundamentos. 


Y  si  realmente  con  atención  consideram 
circunstancias  qna  pudieron  obligar  en  an  f 
cióa  ¿  aqael  principe  j  á  nueatros  primeros 
Solea,  claramente  se  conocerá  esta  verdad; 
es  bien  llano,  advertido  ea  sitio,  sn  amenid 
vega,  los  ríos  qae  la  fertilizan  j  la  salndat 
flnencia  de  sus  astros,  qne  no  asi  dejarían  ó 
paradas  y  desiertas  tantas  comodidades  y  ; 
chos  para  la  vida  humana.  Además,  qaei 
ficílmente  pudieron  ellos  elegir  en  España  ] 
más  apacible,  más  templado,  delicioso  y  e 
T  asi  juzgo  que  no  tan  solamente  se  movi 
tsD  justas  razones  el  divino  Augusto,  stt  r 
rador,  sino  que,  juntamente,  asegurado  de 
dad  de  este  origen,  émulo  de  sus  glorias,  aa 
Túbal,  por  ser  su  primero  principe,  y  quien 
do  su  verdadero  fundador,  la  inmortalizó 
nombre,  así  él  también,  como  su  primer  e: 
dcr  y  reedificadcr  verdadero,  la  quiso  ci 
con  el  sayo. 

Esta  es  la  razón  por  qué  hoy,  perdida 
no  olvidado,  el  nombre  de  Saldaba  obtier 
César  Augusta,  ó  algo  más  consigo,  pro 
ción  arábiga,  el  de  Zaragoza. 

Y  es  esta  opinión  tan  segura,  tan  o 
abrazada  de  todas  gentes,  que  no  hay  otr 
en  Espafia  que,  tan  sin  contradicción,  pu 
ciarse  de  tan  esclarecido  y  poderoso  ina* 
Porque,  aunque  hay  otras  muchas  d©  qni 
ron  Hércules,  Julio  César  y  otros  varoi 


4 


82  CÉSPEDES   Y  MBNESES 

tos,  todas  padecen  opiniones  contrarias  y  todas 
caminan  en  sns  principios  y  fundación  con  difi- 
cultades inmensas.  Y  asi  sólo,  con  razón  eviden- 
te, con  justicia  notoria,  se  debe  á  esta  sola  el 
nombre  de  imperial  y  la  excelencia  de  augusta. 
Y  no  me  atreviera  yo  á  decir  con  tanta  libertad 
verdad  tan  clara  si  el  divino  Isidoro,  doctor  de 
España  y  arzobispo  de  Sevilla,  no  me  hubiera 
animado  á  confesarla;  pues  él  (no  obstante  re- 
sidía en  una  de  las  más  amenas  y  populosas 
ciudades  del  mundo  y  á  quien  en  parte  debía 
afectos  propios  y  natural  inclinación),  hablando 
de  Zaragoza,  testifica,  con  palabras  expresas, 
ser  la  ciudad  más  ilustre  y  mejor  de  España.  Si 
bien  aún  ya  pudo  este  santo  en  aquella  edad 
hablar  con  más  razón  que  los  antiguos,  respecto 
de  estar  calificada  su  verdad  con  ^1  mejor  testigo 
que,  después  de  Dios,  hubo  en  los  cielos  y  en  la 
tierra.  Pues  la  Virgen  Santísima,  con  su  dulce 
asistencia,  con  su  elección  divina,  en  cierto  modo 
la  señaló  por  la  mejor  de  las  Españas,  cuando 
mandó  al  apóstol  que  la  rigiese  su  angelical  ca- 
pilla, santuario  famoso  y  no  inferior  á  ninguno 
del  mundo,  el  cual  hoy  hace  dichosa  á  esta  ciu- 
dad, con  el  erario  y  tesoro  riquísimo  de  cuerpos 
milagrosos,  mártires  infinitos  con  que  puede,  sin 
ninguna  objeción,  no  sólo  compararse  con  Roma, 
empero  afirmar  con  verdad  que  sus  calles,  sus 
plazas,  están  regadas  con  su  sangre  y  enlosadas 
con  sus  santas  cenizas. 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  38 

Tan  continuos  han  sido  en  ella  los  martirios  y 
tan  acostumbrados  en  todos  tiempos  á  recibirlos 
sus  hijos,  que  así  en  los  del  romano  gentilismo, 
arrianos  godos  y  moros  berbéricos  (como  en  el 
de  nuestros  padres  le  padeció  el  venerable  Pedro 
Arbués,  de  Epila),  y  no  muchos  siglos  después 
su  natural  fidelidad.  Porque  si  el  padecer  ino- 
centes es,  moralmente  hablando,  cruel  martirio, 
¿quién  como  sus  nobles  ciudadanos  han  así,  tan 
sin  culpa,  padecido  terribles  y  arrojadas  opinio- 
nes, efectos  áh  la  mala  intención  de  algunos  ex- 
tranjeros que,  emulando  su  gloria,  han  impía- 
mente presumido  amancillar  su  crédito?  No  es  de 
este  asunto  proponer  su  defensa;  podrá  verla  el 
curioso  en  la  Apología  que  hice  el  año  de  1622. 

Pero,  volviendo  ahora  á  mis  intentos,  digo  que 
habiéndola  Octaviano  ennoblecido,  reedificado 
con  las  ruinas  de  sus  grandesb^y  antiguos  edifi- 
cios, porque  es  cierto  y  sin  duda  que  para  ha- 
cer la  plaza  de  Armas  y  ponerla  en  defensa  con- 
tra los  inquietos  y  valerosos  cántabros,  freno  á 
los  celtíberos  y  astures,  antes  recogió  su  gran- 
deza, unió  sus  espaciosos  términos,  ciñéndola  y 
estrechándola  con  murallas  fortísimas,  que  no 
la  dilató,  como  otros  han  dicho,  con  las  ruinas 
de  Julia  Celsa  y  Bílbilis.  Porque  ella,  según  mi 
conjetura,  más  tuvo  necesidad  entonces  de  es- 
trechar  su  grandeza,  fortaleciéndose,  que  de  no 
amplificarse  con  ajenos  despojos.  A  esta  sazón 
la  dio  Augusto  su  nombre. 

HISTORIAS  PEREGRINAS  3 


84  CÉSPEDES   Y   MENESES 


CAPÍTULO  VI 

Aléganse  en  confirmación  de  la  primada 
y  excelencia  desta  ciudad  diferentes  razones. 

rio  ignoro,  asentado  este  punto,  que  hay  quien 
la  llame  juntamente  Auripa,  por  el  oro  de  sus 
vecinos  montes,  minerales  y  río;  y  aun  quien 
áñrme  ser  ella  Namancia,  alegando  á  Pomponio 
y  Calepino;  pero  no  es  muy  fiel  su  inteligencia: 
defiende  la  contraria  nuestro  Alderete;  sin  em- 
bargo, que  el  subir  los  navios  desde  el  puerto 
Agaray  Osoria,  es  tal  dificultad,  que  no  sé  yo 
cómo  puede  apearse,  y  mayormente  teniendo  allí 
el  río  Duero,  tan  poco  f ondoso,  que  ni  aun  peque- 
ñas tablas  se  pueden  sustentar,  cuanto  y  más 
naves,  y  habiendo  más  de  ciento  y  diez  leguas 
con  rodeos  inmensos  y  lugares  innaccesibles. 
Todo  lo  cual,  en  confirmación  de  la  verdad  de 
tales  autores,  estaba  fácil  y  posible  en  aquella 
ciudad,  mediante  la  grandeza  del  río,  el  fondo 
caudaloso  de  sus  aguas  y  la  vecindad  del  Medi- 
terráneo. 

Mas,  en  efecto,  quédese  su  certeza  en  opinio- 
nes, pues  en  unas  y  en  otras  no  hay  poca  auto- 
ridad, y  digamos  lo  que  resta  en  la  descripción 
de  Zaragoza;  la  cual,  perdida  ya  por  los  romanos, 
ganada  por  los  godos  y  después  por  los  africa- 
nos;  libertándola  de  éstos    el    emperador   don 


EL   BU£N   CELO   PREMIADO  35 

I 

Alonso  el  Batallador,  puso  por  siglos  largos  su 
asiento  y  corte  en  ella;  y  de  suerte  continuán- 
dola sus  sucesores,  hasta  don  Fernando  el  Cató- 
lico, en  número  fueron  casi  diecisiete  los  reyes 
que  la  han  habitado:  excelencia  notable,  pues  no 
sé  yo  qué  otra  ciudad  de  España  pueda  decir 
igual;  como  también  ocasión,  según  la  real  y 
proseguida  asistencia,  para  la  majestad,  esplen- 
dor y  nobleza  con  que  la  vemos  hoy;  y  no   asi 
solamente  adornada  de  hermosísimas  calles,  sun- 
tuosos palacios  y  ediñcios  soberbios,  sino  aun  de 
la  mayor  muestra  de  su  piedad  de  iglesias  y  tem. 
píos  sin  número;  y  éstos  tan  ricos,  tan  espacio- 
sos y  magníficos,  que  pueden  en  grandeza,  en 
ostentación  y  arquitectura,  competir  con  los  an- 
fiteatros de  Boma  y  con  sus  memorables  edificios. 
No  singularizo  sus  partes,  porque  sería  impo- 
sible; ni  menos  hago  mención,  como  debiera,  de 
su  espaciosa  Lonja;  de  su  Armería,  soberbias 
entradas,  apacibles  salidas,  grandiosos  puentes, 
innumerables  torres,  nombrado  Coso,  calle  en 
quien  caben  holgadamente  dos  ciudades  de  Es- 
paña. Ni  meóos  emprenderá  mi  atrevimiento  la 
pintura  de  sus  admirables  santuarios,  su  iglesia 
arzobispal,  su  hospital  memorable  ó  aquel  altar 
primero  de  la  tierra,  la  angelical  capilla  de  la 
Virgen,  su  imagen  del  Portillo,  que  la  guarda  y 
defiende,  ó  aquel  templo  real,  sepulcro  digno  de 
la  gloriosa  Engracia,  del  divino  Lamberto  y  otros 
innumerables  santos;  como  ni  será  empresa  de 


86  CÉSPEDES   y   MENESKS 

mi  talento  escribir  la  nobleza  de  sns  ilustres 
hijos,  el  valor  y  riqueza  de  sos  ciudades,  el  nú* 
mero  infinito  de  sus  moradores,  su  natural  cir- 
cuBspecci'íii  y  gravedad,  la  inmnnidad  de  sus 
preeminencias,  la  excelencia  y  santidad  de  sus 
leyes  y  fneros;  pues  uo  ea  pequeña  gloria  poder 
decir  que  entre  ellos  se  mira  establecida  dos- 
cientos años  ha  la  Inmaculada  Concepción  de  la 
Sacratísima  Haría. 

Ni  tampoco  los  Tribunales  que  la  gobiernan, 
el  virrey  que  la  asiste,  el  gobernador  del  reino, 
sus  ilustrísimoB  diputados,  sns  dos  Consejos  y  el, 
sobre  todos,  temido  y  venerado  del  gran  Justi- 
cia, o&cio  no  tan  bóIo  único  y  singular  en  el 
mando,  sino  asimismo  el  más  santo,  el  más  pío 
y  digno  de  renombre  inmortal.  Faes  en  su  cor- 
te, sin  afectos  humanos,  está  la  conservación 
de  las  leyes,  el  remedio  de  los  agravios  y  el  blan- 
do y  suave  medio,  entre  la  superior  majestad 
y  sus  vasallos,  digo  entre  ellos  y  los  arrebate- 
dos  ímpetus  de  la  ira.  E^ta  ínclita  cindad  goza 
hoy  sólo  de  este  único  bien,  de  este  beneñcio, 
merced  de  aquellos  sns  primeros  legisladores;  y 
ésta  es  qnien,  entre  cuantas  contiene  nuestra 
España,  á  pesar  de  los  tiempos,  conserva  hoy 
en  si  el  esplendor  ilustre,  la  pompa  ostentativa 
del  Senado  Romano,  la  autoridad  de  sus  pa- 
dree conscriptos,  la  libertad  prudente  de  sns  se- 
nadores, la  madurez  de  eus  grandes  consejos; 
pues  todo  esto  se  mira  retratado  en  el  más  pre- 


SL   BUEN    CELO    PREACIADO  37 

eminente  y  autorizado  oficio  de  esta  ciudad,  que 
es  el  Consistorio,  en  quien,  por  su  cabeza,  asis- 
ten cinco  jurados,  electos  por  extracción  y  suer- 
te, no  así  del  numeroso  pueblo,  sino  de  cierta 
cantidad  de  ciudadanos,  en  quien  han  de  concu- 
rrir, no  solamente  muy  grandes  calidades,  expe- 
riencia y  virtud,  sino  asimismo  lustrosas  apa- 
riencias y  aún  particularidades  exquisitas.  Su 
hábito  en  las  acciones  públicas  y  el  de  los  minis- 
tros que  los  acompañan  y  sirven,  retratan  viva- 
mente al  de  aquellos  senadores  antiguos  de  sus 
ropas  talares,  de  las  insignias  y  vestidos  de  sus 
lictores.  La  asistencia  de  sus  juntas  y  acuerdos 
es  debajo  un  dosel,  con  tan  grave  decoro,  que 
ninguno  de  cuantos  les  asisten  propone  y  acon- 
seja menos  que  estando  en  pie.  Y  á  su  jurado  in 
Cap,  (porque  se  entienda  mejor  la  autoridad  de 
aqueste  cargo),  en  cualquier  acto  público,  entra- 
das de  su  rey  ó  de  otros  principes,  nadie  le  pre- 
cede ni  iguala,  porque  á  él  solamente  se  le  debe 
el  de  la  diestra;  y  admiro  mucho  que  cierto 
autor  moderno  ignorase  estos  términos. 

Tal,  pues,  es  la  majestad  de  los  jurados  y  tanta 
la  grandeza  y  soberanía  de  sus  oficios;  pendiente 
siempre  de  ellos  el  bien  común,  el  estado  político, 
la  conservación,  hartura  y  abundancia  de  esta 
ciudad;  á  cuya  descripción  será  bien  demos  justo 
limite,  honrándola  en  sus  mejores  fines,  sus  más 
dichosos  hijos,  el  divino  Prudencio,  el  famoso 
Braulio,  decantado  Zurita,  Blancas  y  el  nunca 


88  CÉSPEDES   Y   MEKESES 

asaz  loado  don  Antonio  Agustín,  snjetos  tales, 
que  cualquiera  4>or  si  basta  á  inmortalizarla, 
como  también  mi  prometida  historia,  á  quien 
concluyendo  este  elogio  daré  breve  principio;  si 
bien  quiero  se  advierta  que  por  justos  respetos 
habré  de  bautizar  de  ajenos  nombres  sus  persona- 
jes, pues  aunque  se  note  por  apócrifo  mi  crédito, 
parecerá  más  licito  que  no  caer  de  ojos  en  algún 
precipicio.  Sírvame  esta  salva  de  excusa,  mien- 
tras con  nuevo  aliento  se  desempeña  mi  promesa. 


CAPITULO  VII 

Dase  principio  al  cuento  prometido, 

\£^OJEtRÍA  á  la  misma  sazón  el  año  de  1689,  cuyo 
invierno  fué  airado;  y  nevada,  escura  y  fría  la 
noche  des  te  propio  suceso.  Entraba,  pues,  casi  á 
la  mitad  della,  por  la  calle  del  Coso,  un  hombre 
de  camino,  religioso  en  el  hábito,  aunque  sin 
compañía,  cuando  al  llegar  al  monasterio  donde 
iba  encaminado,  impensada  y  aun  temorosamen- 
te  le  cercaron  cinco  hombres,  de  quien,  aunque 
al  principio  presumió  defenderse,  fué  tan  de  re- 
pente salteado  que,  sin  contradicción,  hubo,  no 
sin  espanto,  de  seguir  su  mandado  y  á  la  voz  de 
uno  de  ellos  que,  en  mal  pronunciado  catalán,  le 
ordenó  se  apease. 

Ejecutólo  al  punto,  y  juntamente  advirtiendo 
que  sólo  le  pedían  confesase  cierto  hombre  que 


"  j_ 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  39 

allí  cerca  tenían  mor  talmente  herido,  alegre  se 
redujo  á  su  primer  sosiego;  no  obstante  que  el 
temor  de  diferente  aprieto  le  privó,  por  entonces, 
de  mejor  parecer,  porque  es  notable  el  hombre 
que  bien  sabe  elegirle  en  el  impensado  peligro . 
Así,  por  esta  causa,  atro pallando  inconvenientes  ^ 

que  le  vendrán  muy  presto,  concediendo  á  su  in- 
tento, á  pocos  pasos,  revolviendo  una  esquina,  i 
algo  confusamente  miró  en  la  blanca  nieve,  si 
bien  ya  matizada  de  su  reciente  sangre,  un  hom- 
bre que,  con  gemidos  graves,  se  revolcaba  casi  en  | 
los  umbrales  de  la  misma  portería  del  convento.  j 
Allí  los  cinco,  que  nq  tan  solamente  en  el  adorno  j 
de  sus  personas,  sino  en  su  buen  olor,  ponían  en  j 
mayor  crédito  y  opinión  el  suceso,  apartándose  i 
un  poco  del  fraile,  dieron  lugar  á  que,  acercan-  ¡ 
dose  al  herido,  pudiese  ministrarle  aquella  últi-  j 
ma  y  saludable  medicina;  si  bien  solicitando  su  ! 
breve  despidiente,  cuando  el  uno  ó  el  otro  fomen-  I 
taban  su  priessa,  ó  ya  temiendo  ser  hallados  en  i 
el  delito,  ó  ya  juzgando  que  la  noche  iba  con  pre-  i 
surosos  pasos  acercándose  al  día.  \ 

Concluyóse,   á  su  parecer,  aquel  artículo.  Y 
así,  viendo  al  fraile  que  se  venía  hacia  ellos,  y 
oyéndole  decir  que  aquel  miserable  hombre  ha- 
bía expirado  en  sus  brazos,  llegando  al  reconoci- 
miento, y  ciertos  de  su  verdad,  le  dejaron,  vol- 
viendo al  convento  las  espaldas;  donde,  querien- 
do el  religioso  quedarse,  asiéndose  del  los  dos 
muy  fuertemente,  le  advirtieron  que    callando 


40  C¿SPSDBS  T  MBNXSSS 


prosiguiese  con  ellos,  porque  de  hacer  otra  cosa 
correría  semejante  peligro. 

Aseguráronle  con  aquesto  la  vida  y  juntamen- 
te la  vuelta  en  mejor  coyuntura;  con  que,  rodea- 
do de  temores  intrínsecos  y  con  inviolable  silen- 
cio, hubo  de  seguir  su  derrota,  hasta  que,  atra- 
vesando algunas  calles,  salieron  bien  fuera  del 
concurso  del  lugar,  y  adonde  la  soledad  y  tene- 
brura  de  la  noche,  acompañados  del  sordo  rumor 
y  embate  de  los  vientos,  acrecentaban  su  cuida- 
do y  afligían,  con  nuevas  causas,  su  turbado  es- 
píritu. Acercábanse  á  unos  paredones  antiguos, 
ruinas  ó  vestigios  desiertos  de  asolados  jardi- 
nes, adonde  apartándose  dos  de  la  compañía, 
oyó  al  uno  (y  aun  al  que  á  él  le  había  parecido, 
que  como  á  dueño  obedecían  los  demás)  que,  así 
hablando  con  el  otro,  decía: 

—Hermano,  yo  me  voy  desangrando  poco  á 
poco;  y  así,  antes  que  mi  peligro  se  acreciente, 
conviene  dar  la  vuelta  á  nuestra  casa;  haced  vos, 
entretanto,  de  suerte  que  esta  diligencia  tenga 
el  efecto  que  todos  deseamos;  pues  aunque  ese 
hombre  quiera  con  obligación  contradecirla,  en 
parte  os  lo  dejo,  que  podréis  á  puñaladas  conse- 
guirlo. 

T  que  sin  alargar  su  plática  (dicho  esto,  y 
respondido  del  que  llamaba  hermano,  á  su  pro- 
pósito) se  volvía  acompañado  de  uno  de  ellos, 
con  que  pasando  los  demás  adelante,  su  temor  y 
sospecha  confirmada  se  aumentó  de  suerte,  que 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  41 

casi  de  turbado  no  acertaba  á  levantar  los  pies. 
Sn  efecto,  habiéndose  alargado  por  entre  la  es- 
pesura de  unos  árboles  y  teniendo  el  lugar  por 
oportuno,  aquel  que  había  quedado  con  la  orden, 
acercándose  al  fraile,  le  dijo  estas  razones: 

— Padre  mío,  bien  entiendo  que,  sabido  el  in- 
tento que  hasta  aquí  nos  ha  traído,  ha  de  pare- 
ceros  demasiado  y  aun  nuestra  curiosidad  tan  in- 
discreta como  poco  piadosa;  ma^,  supuesta  la  re- 
solación  última  que  á  nuestro  dueño  vistes,  ni  yo 
podré  eximirme  de  ella,  ni  vos  excusaros  de  res- 
ponder á  cuanto  os  preguntare,  advirtiendo  que 
réplica  ninguna  bastará  á  satisfacerme  menos 
que  la  verdad;  cuyas  premisas  y  conjeturas  fuer- 
tes traigo  también  reconocidas,  que  será  por  de- 
más cualquiera  prevención  ó  rodeo. 

No  le  dejó  proseguir  oyendo  su  aspereza  el  re- 
ligioso; antes  (en  medio  de  tales  confusiones), 
alentado,  le  respondió: 

— No  sé  por  cierto,  caballero,  adonde  tantas 
estratagemas  van  enderezadas,  y  mayormente 
usándose  con  un  hombre  indigno  por  la  venera- 
ción de  estos  hábitos  de  semejante  violencia. 
Haced,  sin  tenerme  más  atribulado,  lo  que  os 
está  dispuesto,  que  de  mí  yo  os  prometo  que  pu- 
diendo  satisfacer  en  algo  á  vuestro  gusto,  no 
querré  ponerme  ni  poneros  en  mayor  contin- 
gencia. 

— Así  pienso  (replicó  el  mismo  hombre)  que  os 
será  más  á  cuento.  Y  porque  sin  dilatarlo  más 


42  CÉSPEDES   Y  MBNBSES 


salgamos  ano  y  otro  de  dudas,  sabed,  padre,  que 
para  lo  que  aquí  os  hemos  sacado  no  es  otra  c<»a 
que  á  que  nos  reveléis  sin  excepción  algana  la 
confesión  que  aquel  herido  os  hizo. 

Y  con  tanto,  cesando  en  su  abominable  pre- 
gunta, dejó  lo  horrible  y  espantoso  de  ella  tan 
enmudecido  y  acobardado  á  su  mismo  dueño, 
como  turbado  y  temeroso  al  que  le  oía;  cuya  res- 
puesta, después  de  una  larga  intermisión,  no  sin 
admiración  de  los  presentes,  fué  bien  ajena  de 
lo  que  esperaba;  porque  sin  dilatarlo  más,  desto- 
cándose la  capilla  y  sombrero,  que  hasta  enton- 
ces había  tenido  puesta,  y  descubriendo  el  cabe- 
llo igual  y  sin  distinción  ó  señal  de  corona,  con 
intrépido  ánimo  le  dijo  estas  palabras: 

— La  mayor  satisfacción  que  puede  daros  mi 
turbada  lengua  es  la  que  al  presente  tenéis  delan- 
te; y  ansí,  señor,  si  esto  no  aprovechare,  satisfa- 
ráos  al  menos  saber  que  no  sólo  no  soy,  como  ha- 
béis pensado,  sacerdote,  pero  ni  aun  religioso  lego. 
Esta  transformación  que  veis  y  el  valerme  de 
ella  ocasionaron  no  más  que  mis  propios  peligros, 
mi  necesidad  y  secreto;  y,  sobre  todo,  el  ampa- 
rarme mejor  de  la  justicia,  de  quien  mal  de  mi 
grado,  ando  escondiendo  el  rostro;  por  lo  cual, 
habiendo  de  venir  de  Epila  esta  noche,  por  más 
seguridad,  previno  de  esta  suerte  mi  jornada  un 
hermano  mío  religioso  que  asiste  en  el  convento 
en  quien  nos  encontramos  y  adonde  tengo  ahora 
por  infalible  y  cierto  que  la  impensada  ocasión 


<^ 


x. 


EL   BUEN   CELO    PREMIADO  43 


de  yerme  entcMioes  debió  de  ainraar  TUflstra  re- 
solución y  pensamiento,  si  ya  mejor  no  la  juzga- 
mos por  atrevimiento  detestable  y  horrible.  Yo 
08  confieso,  al  presente,  que  pude  en  los  princi- 
pios de  esta  tragedia  declarar  este  enigma;  aun- 
que si  va  á  decir  verdad,  prométeos  que  el  temor 
de  mi  propio  castigo  y  el  verme,  tan  de  repente 
salteado,  me  privó  de  cualquiera  razonable  dis- 
curso, pues  juzgándome  en  poder  de  mis  enemi- 
gos ó  en  las  manos  de  la  justicia,  más  difícil 
empresa  se  me  hiciera  muy  fácil  como  realmente 
vuestra  demanda  y  el  tenerme  por  confesor  y  sa- 
cerdote me  lo  pareció;  no*  obstante  (que  con  di- 
ferente presupuesto),  con  aquel  infeliz  hombre  no 
me  alargué  á  más  que  fingiendo  confesarle  pia- 
dosamente exhortarle  á  morir,  representándole  el 
juicio  temeroso  adonde  tan  en  breve  había  de 
ser  juzgado.  También  conozco  ahora  el  riesgo  en 
que  he  puesto  mi  vida  con  tal  declaración,  si  ya 
vuestra  prudencia  no  reprime  su  injusta  cólera, 
admitiendo  por  disculpa  á  este  engaño  tantas  ra- 
zones. Pues  aunque,  por  reservarme  en  ella,  pu- 
diera con  palabras  confusas,  con  discursos  equí- 
vocos, fingir  el  cumplimiento  de  vuestro  deseo^ 
y  disimular  mi  disfraz,  no  sólo  no  lo  he  querido, 
ni  aun  imaginado  intentar,  pero  antes  he  deter- 
minado primero  padecer  dos  mil  muertes  que 
infamar  con  tan  notable  injuria  la  religión  y  el 
hábito  de  quien,  para  sombra  y  amparo  de  mi 
vida,  me  he  favorecido  y  aun  la  nobleza  y  fe  de 


4A  CÉSPEDES   Y  MENESES 

mi  nación,  de  quien,  por  las  premisas  que  he  te- 
nido, parecéis  extranjeros. 


CAPITULO  VIII 

Toman  los  delincuentes  nueva  resolución, 
aumentando  con  ella  sus  culpas  y  delitos, 

1X0  pasó  adelante  el  fingido  fraile,  ni  aun  pien- 
so le  dejaran  los  oyentes;  antes,  conociendo  en  la 
turbación  que  les  había  causado  su  ma  yor  detri- 
mento, acordó,  como  valiente  aragonés,  valerse 
en  la  defensa  de  tan  inviolable  Sacramento  de 
más  ásperos  medios,  que  no  le  fueron  poco  nece- 
sarios, según  lo  que  le  avino.  Porque  vista  de 
aquellos  hombres  la  claridad  de  su  satisfacción 
y  no  teniendo  réplica  que  hacerle,  brevemente 
discurrieron  en  lo  que  su  parecer  más  convenia, 
que  siempre  es  miserable  propiedad  del  pecado 
que  uno  engendre  y  acarree  otro,  hasta  caer  en 
la  última  desesperación. 

Habían  éstos,  cuando  resolvieron  su  primera 
maldad,  asegurándola,  juzgando  que  (aunque  se 
consiguiese)  el  propio  daño  y  castigo  en  que  in- 
curría el  religioso,  revelando  la  confesión,  ese 
mismo  les  había  de  salvar  y  guardar  secreto.  Y 
asi,  faltando  tan  cierta  circunstancia,  y  conoci- 
da la  contingencia  en  que  su  mal  consejo  les  de- 
jaba, justamente  temiendo,  tomaron  ahora  por 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  45 

remedio  otro  tercero  y,  en  su  modo,  tan  bárbaro 
delito,  determinándose  á  matar  al  pobre  que  ez^ 
ninguna  cosa  les  había  ofendido.  Mas  la  justicia 
de  Dios,  á  quien  ya  la  concurrencia  y  perseve- 
rancia de  tales  ofensas  la  tenia  irritada,  permi- 
tió que  en  la  ejecución  de  ellas  hallasen  el  casti- 
go. No  se  contentaban  aquellos  perversos  homi- 
cidas con  la  muerte  que  dejaban  hecha  ni  con  el 
depravado  sacrilegio  que  intentaron;  antes,  frus- 
trada su  esperanza  y  despeñados  en  furiosa  cóle- 
ra, juntamente  confirman  con  el  último  exceso  su 
perdición,  porque  los  cielos,  cuanto  parecen  al 
castigar  más  remisos  y  tardos,  tanto  más  suelen 
acrecentar  el  tormento  y  la  pena. 

Postrado  el  ánimo,  entonces  más  se  alienta  y 
resucita  (aun  en  los  muy  cobardes)  cuando  se  ven 
cercados  de  mayores  peligros.  Reconoció  el  suyo 
el  aparente  religioso;  y  así,  antes  de  verse  aco- 
metido, ya  él  estaba,  con  mejor  prevención,  sa- 
cando un  corto  pistolete  de  la  manga,  defensa 
que  él  había  reservado  hasta  e]  último  trance* 
Amagos,  pues,  de  aqueste  y  reparos  con  el  man- 
to revuelto,  pudieron  al  principio  serle  alguna 
resistencia;  mas  viéndose  ya  rodeado  por  todas 
partes,  y  que  ni  el  amenaza  de  aquel  pequeño 
rayo  no  les  templaba  ó  suspendía,  disparándole 
al  uno,  conocieron  su  audacia,  y  el  efecto  derri- 
bándole muerto.  La  turbación  que  este  suceso 
causó  en  los  compañeros,  aunque  fué  muy  corta, 
todavía  dio  lugar  á  que,  recibiendo  algunas  he* 


46  CÉSPEDES   Y   MENESES 


ridas,  cobrase  el  agresor  la  espada  del  difunto, 
y  con  ella  (ayudado  de  Dios,  que  comenzaba  á 
pagarle  su  buen  celo)  tan  grande  esfuerzo,  que  á 
pocos  golpes  le  envió  compañía;  y  queriendo  en- 
vestir al  último  que  ya  volvía  las  espadas,  reco- 
nocida su  buena  suerte,  corrigió  la  venganza,  y 
tomando  su  muía,  con  diligentes  pasos  dio  la 
vuelta  al  convento. 

Suelen  la  Providencia  y  el  corazón  humano 
tal  vez  hurtar  su  ofició  á  la  profecía;  y  así,  no 
obstante  que  los  dos  procuraron,  ya  con  eviden- 
tes persuasiones  y  ya  con  secreta  resistencia 
torcer  aquel  intento,  representando  el  forzoso 
peligro  en  que  nuestro  fingido  fraile  se  ponía, 
su  fatal  suerte  atropello  tan  seguros  recelos,  pa- 
reciéndole  más  acertado  proseguir  su  viaje  que 
dilatarle  á  mejor  coyuntura.  Y  así,  no  reparan- 
do en  que  precisamente  había  de  volver  por  el 
puesto  adonde  quedó  aquel  hombre  herido  ó 
muerto  y  en  lo  que  podía  en  su  breve  ausencia 
haberse  ofrecido;  y  asimismo  en  los  indicios  y 
bastantes  muestras  que  iban  dando  su  hábito  y 
las  manchas  de  la  reciente  sangre  de  sus  heri- 
das, atrepellando  por  todo,  apresuró  la  jomada, 
poniendo  su  perdición  en  contingencia;  porque 
apenas  atravesó  dos  calles  que  enderezaban  su 
camino,  cuando  poco  antes  de  llegar  á  la  porte- 
ría le  salteó  un  tropel  de  gente,  quien  oyendo  el 
rumor  de  las  herraduras  le  salió  al  encuentro, 
dándose  fácilmente  á  conocer  por  ministros  de 


.^ 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  47 

justicia,  de  quien,  con  el  alboroto  que  les  había 
causado,  lo  que  después  sabréis,  aunque  los  há- 
bitos pudieran  eximirle  de  su  jurisdicción,  no 
por  eso  dejó  su  diligencia  y  libertad  de  proponer 
su  intento,  preguntándole  de  qué  lugar  venia, 
por  qué  parte  ó  camino  y  aun  qué  personas  en  él 
había  encontrado;  todo  á  £n  de  sacar,  por  seme- 
jantes conjeturas,  la  probanza  y  averiguación 
que  ya  andaba  haciendo  acerca  del  herido  que 
hemos  dicho,  al  cual,  poco  después  que  sus  ho- 
micidas se  desviaron  del  puesto,  llegó  esta  gente 
encaminada  de  otros  nuevos  y  mayores  indicios, 
sucesos  de  tan  grave  importancia  como  el  que 
queda  escrito. 


CAPÍTULO  IX 

Prosigue  el  caso,  y  dicese  para  su  mayor  inteli- 
gencia él  que  antes  de  éste  habia  pasado  por 
aquestos  ministros, 

Andaban,  pues,  algunas  horas  antes  rondando 
la  ciudad  aquellos  hombres;  y  en  aqüeste  ejerci- 
cio discurriendo  de  unas  partes  á  otras,  cuando 
menos  pensaron  dieron  de  ojos  con  una  de  las  mu- 
chas y  peregrinas  aventuras  á  quien  suele  asis- 
tir el  silencio,  secreto  y  oscuridad  de  la  noche. 
Digo  que  al  emparejar  de  unas  grandes  y  autori- 
zadas casas  que  caían  detrás  de  aquel  convento, 
sintieron  que  desde  sus  altas  ventanas,  poco  á 


48  CÉSPEDES   Y   MENESES 

poco,  iban  descolgando  unas  sábanas;  de  cuya 
novedad,  prometiéndose  mayores  lances,  sin  des- 
plegar los  labios  esperaron  su  efecto,  que  no  se 
dilató;  antes,  en  un  momento,  sirviendo  aquel 
débil  instramento  de  segara  escala,  vieron  con 
varonil  despejo  bajar  por  ella  una  mujer;  que  en 
tocando  en  el  suelo,  fué  rodeada  de  sus  armas  y 
luces. 

No  excusó  el  femenil  sujeto  la  turbación  que 
el  caso  requería;  y  aun  así,  aunque  deseara  en- 
cubrirse, le  faltaron  las  fuerzas,  con  que  mal  de 
su  grado,  quedó  patente  el  vergonzoso  rostro, 
acompañado  de  tan  peregrina  hermosura,  que 
dejó  á  los  presentes  con  igual  respeto  y  admira- 
ción; porque  este  don  de  la  naturaleza,  privilegio 
del  cielo  y  breve  tiranía,  no  sólo  atrae  y  fuerza  los 
corazones  y  benevolencia  de  los  hombres,  más 
aún,  trueca  en  afabilidad  y  cortesía  la  más  incul- 
ta y  bárbara  condición. 

Pásesele  á  la  dama,  con  el  repentino  sobresal- 
to, parte  de  su  temor,  y  así,  más  sosegada,  reti- 
rando á  los  principales  ministros  á  una  parte, 
descubrió  su  pena,  sacando  entre  suspiros  tier- 
nos de  su  pecho  las  siguientes  razones: 

— No  os  admire  tanto  mi  atrevimiento,  ¡oh  no- 
ble gente!,  cuanto  os  lastime  el  afrentoso  caso 
en  que  me  veo.  El  dueño  y  señor  de  estas  casas, 
hombre  bien  conocido,  aunque  extranjero  de  esta 
grande  ciudad  y  reino,  es  no  sé  si  diga  mi  desdi- 
chado esposo,  cuya  ofensa,  indicios  de  que  la 


EL   BUEN   CELO    PREMIADO  49 

haya  en  su  mayor  reputación,  le  ha  obligado  á 
salir  esta  misma  noche  en  busca  del  cómplice 
que  presume,  y,  según  los  efectos,  es  sospe- 
chado que  á  darle  muerte;  acompañándose,  para 
ello,  de  algunos  criados  y  ^udos.  Dejóme, 
pues,  en  aqueste  intermedio,  en  el  encierro  y  se- 
guridad de  quien,  faltándome  aparejo  para  rom- 
per sus  puertas,  he  salido  con  designio  y  propó- 
pósito  de  huirle  el  rostro  y  juntamente  el  peligro 
que  amenaza  mi  vida,  la  cual,  con  el  honor,  en- 
comiendo á  la  obligación  de  vuestro  oficio  y  pro- 
ceder. 

Interrumpió,  llegando  aquí,  con  lágrimas  su 
cuento  lastimoso;  y  los  oyentes,  informados  de 
otras  circunstancias  convenientes  y  movidos  de 
una  secreta  fuerza,  que  para  provocar  á  miseri- 
cordia más  que  el  hombre  encierra  en  sí  cual- 
quier mujer,  con  bien  pensado  acuerdo,  dispusie- 
ron el  remedio;  y  así  resueltos,  respecto  de  las 
partes  y  calidad  de  aquella  dama,  los  unos  la 
acompañaron  hasta  dejarla  en  seguro  depósito,  y 
los  otros,  parte  quedaron  en  espera  de  su  esposo 
y  parte  se  dividieron  por  las  vecinas  calles;  dili- 
gencia tan  buena  y  acertada,  que  ella  sola,  al  fin, 
como  dispuesta  de  mejor  providencia,  los  puso, 
en  brevp  espacio,  los  delincuentes  y  la  averigua- 
ción en  su  poder¿ 

Porque  los  que  asistían  al  marido,  viéndole 
aunque  mal  herido,  llegar  á  las  puertas  de  su 
casa,  cuando  pensó  que  sus  intentos  estaban  más 

HISTORIAS   PEREGRINAS  4 


50  CÉSPEbES   Y  MENESES 


ocultos  y  celados,  se  apoderaron  de  él  y  junta- 
mente de  un  criado,  cuyos  hombros,  por  venir 
desangrado,  le  servían  de  arrimo.  Bien  quisiera 
el  afligido  caballero  disimular  el  caso;  mas  como 
la  justicia  estaba  sobre  aviso,  ni  sus  razones  sa- 
tisficieron ni  sus  ruegos  y  promesas  les  obliga- 
ron. No  obstante  que,  temiendo  su  vida,  le  deja- 
ron con  muchas  y  fieles  guardas  arrestado  en  su 
misma  casa;  adonde  entendida  la  ausencia  de 
su  esposa,  confiriendo  por  ella,  su  declarada  y. 
más  pública  afrenta,  el  interior  tormento  de  tal 
desdicha,  ayudó  á  sus  heridas,  de  manera  que, 
en  pocos  días,  las  hizo  irremediables. 


CAPITULO  X 

Declárase  quién  eran  el  caballero  herido 
y  él  fingido  fraile. 

JCfN  el  ínterin  que  sucedió  esta  prisión  y  mien- 
tras el  criado  fué  llevado  ¿  la  cárcel ,  llegando 
los  demás,  que  se  habían  repartido  por  las  veci- 
nas calles,  á  la  portería  del  convento,  y  ha- 
llando en  ellos  y  revuelto  en  su  sangre  aquel 
cuerpo,  queriendo,  para  conocerle  mejor,  lim- 
piarle el  rostro,  en  él,  aunque  mortal  y  pálido  y 
en  la  honrosa  señal  de  Galatrava ,  no  sin  gene- 
ral compasión,  fué  conocido  y  no  menos  qtie  por 
uno  de  los  más  generosos  y  bizarros  mancebos  de 
aquella  gran  ciudad. 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  51 

Su  nombre  era  don  Félix,  y  su  sangre  y  vir- 
tud tan  conocida  que,  no  sólo  causó  en  los  cir- 
cunstantes el  dolor  que  he  dicho,  más  aún,  les 
fué  fncentivo  para  su  castigo  y  venganza;  y  asi, 
•queriendo  con  nueva  compañía  proseguir  los 
unos  tan  importante  prueba  y  los  demás  en  el 
último  remedio  del  desdichado  caballero,  al  po- 
nerlo en  sus  hombros  sintieron  que,  como  si  vol- 
viera de  algún  parasismo  mortal,  el  cansado  es- 
píritu anhelaba  de  sí  pequeñas  lumbres.  Con  que 
apresurando  el  camino  de  su  casa,  con  mejor  es- 
peranza, se  le  entregaron  á  sus  deudos  y  criados, 
que  no  sin  lágrimas  y  mayor  alboroto  le  recibie- 
ron; y  acudiendo  al  remedio  de  su  vida,  en  bre- 
ve término  le  restañaron  la  sangre  y  dispusie- 
ron otros  saludables  antídotos  y  medicinas,  si 
bien  en  este  tiempo  no  se  descuidó  la  justicia  en 
lo  que  la  tocaba;  antes,  dejando  hasta  el  fin  del 
suceso  en  bastante  guarda  su  persona,  dividién- 
dose en  calles  y  cuadrillas,  procuraron  rastrear 
los  delincuentes,  para  cuyo  efecto  hacían  las  re- 
preguntas que  ya  oisteis  al  disfrazado  religioso; 
que  por  muy  buen  partido  tomara,  en  semejante 
razón,  hallarse  muchas  leguas  del  tal  aprieto. 

Y  no  así  su  recelo  le  salió  engañoso;  antes, 
apenas  comenzó  á  responderles,  cuando  en  la 
voz  y  el  rostro  descubierto  á  la  luz  de  las  linter- 
nas fué  de  casi  todos  conocido.  Era,  pues,  este 
desgraciado  hombre  hijo  de  la  ciudad,  y,  aun- 
que algo  inquieto,  persona  de  calidad  y  valien- 


52  CÉSPBDES  Y  MENESBS 


;  tes  manos;  y  de  presente,  habiéndose  hallado  en 

^  una  muerte,  mientras  con  sus  deudos  y  hacien- 

I  da  se  acomodaba,  yendo  y  viniendo  de  Epila,  en 

!^  aquel  disfraz,  le  sucedió  lo  que  habéis  oído;  y 

últimamente  el  caer  en  las  manos  de  la  justicia, 
que  no  menos  alegre  con  tan  buena  prisión,  guió 
con  él  á  la  cárcel  pública,  adonde,  respecto  de 
la  religión,  á  su  instancia,  le  permitieron  dejar 
los  hábitos,  aunque  la  reciente  sangre  de  que 
venían  manchados  y  las  heridas  que  traía  (sobre 
su  principal  delito)  acrecentó  nuevos  y  diferen- 
tes indicios,  vehementes  presunciones  de  que  po- 
dría él  haber  sido  alguno  de  los  cómplices  que 
^  buscaban.  Con  que  haciéndole  primero  curar, 

acordando  nueva  orden,  le  dejaron  encerrado  y 
sin  comunicación  en  uno  de  los  aposentos  y  cá- 
maras destinadas  á  semejantes  cosas,  adonde  el 
^■,  pobre  y  desgraciado  Federico  (que  este  era  su 

p  propio  nombre),  con  tristeza  entrañable,  efecto 

^  de  tan  extraordinarias  desventuras,  gastó  lo  res* 

f;  tante  de  la  noche  y  otros  dos  días  sin  entender 

'<  ni  penetrar  el  fín  de  aquel  encierro,  ni  el  silen- 

h  cío  con  que,  aun  de  los  mismos  que  le  curaban, 

p^  era  tratado. 


íir- 


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k, 


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a3^»>L. 


EL  BUEN   CELO   PREMIADO  53 


CAPITULO   XI 

Acontecimiento  notable  en  la  reclusión 

dé  Federico. 

JbfN  medio  de  tanto  desconsuelo,  la  justicia  di- 
vina ,  á  cuya  poderosa  diestra  había  movido  el 
celo  y  religión  con  que  aqueste  hombre  aventuró 
su  vida  contra  la  detestable  maldad  que  al  prin- 
cipio oisteis ,  guió  por  sus  particulares  y  secre- 
tos juicios,  no  sólo  los  sucesos  en  que  estaba  ino- 
cente, mas  aquellos  que  más  pudieran  apretarle; 
de  suerte  que,  cuando  se  juzgó  por  perdido,  en- 
tonces casi  llegaron  amontonados  el  galardón, 
la  estimación  y  fin  de  todos  sus  temores  y  traba- 
jos; porque  es  oficio  del  cielo  recompensar  con 
beneficio  y  premio  duplicado  las  obras  que  se 
hacen  por  su  respeto. 

Mas  antes  de  tan  dichoso  efecto  y  mientras 
los  jueces  (ya  con  la  dama  que  tenían  en  depó- 
sito, ya  con  el  marido,  preso  en  su  misma  casa 
y  mortalmente  herido,  y  ya  con  el  galán  don 
Félix  en  la  suya,  y  no  en  menor  peligro,  y,  final- 
mente ,  con  el  criado  qué  asistía  en  la  cárcel)  iba 
haciendo  diligente  pesquisa,  en  una  de  las  pró- 
ximas noches  de  su  encierro,  como  el  dolor  de  las 
heridas  y  el  intenso  temor  desvelasen  al  pobre 
Federico,  estando  fatigado  su  espíritu  con  varios 
pensamientos ,  sin  pensar  interrumpió  su  pena 
una  voz  lastimosa  que,  en  medio  de  suspiros 


54 


tristes,  se  dejaba  entender  confuBamente;  con 
qne  no  poco  alborotado,  olvidando  sus  fatigas, 
m&B  atento  aplicó  los  oídos  y  la  vista  é.  ana  jan- 
tura  breve  que  en  forma  de  resquicio  hacían  los 
ladrillos  de  un  tabique,  y  por  donde  salía,  á  su 
parecer,  aquel  nuevo  rumor.  Y  no  fué  en  vano 
aquesta  diligencia,  pues  apenas  paso  allí  los 
ojos  cuando  en  el  aposento  vecino  miró  en  un 
pobre  colchón  tendido  un  h>>mbre,  mas  tan  opri- 
mido de  grillos  y  cadenas,  que  casi  sn  pesadum- 
bre sok  le  hacían  inmóvil.  Tenía  pegada  en  la 
pared  frontera  una  vela  encendida,  con  cuya  laz 
tambión'de terminó  el  rostro,  y  en  él,  aunque  llo- 
roso y  lastimado,  la  poca  edad  del  dneño,  al 
cual ,  movido  de  sn  natural  compasión  y  desean- 
do en  alguna  manera  consolarle,  le  comenzó  i, 
llamar  en  baja  voz,  diciéndole: 

— Amigo  y  compañero  de  mis  desdichas,  cu- 
yos trabajos  bien  pienso  las  igualan,  suspended 
&  mi  rnego  parte  de  tanta  pena,  porque  si  no  es 
posible  remediarla  quejándoos,  menos  será  acer- 
tado prevenir  el  dolor  antes  de  su  ejecución.  Sir- 
van os  de  consuelo  mis  conformes  cuidados,  y, 
participando  yo  de  los  vuestros,  juntamente  des- 
cansarán nuestros  corazones  comunicándose. 

Aquí,  esperando  la  respuesta,  y  viendo  qne 
con  igual  admiración  le  volvía  el  rostro,  calló 
Federico,  y  con  más  atención  vio  que,  acercando 
al  tabique  mismo  el  fatigado  cuerpo,  satisfacía 
BUS  raeones  con  la  siguiente  plática: 


EL   BUEN   CBLO   PREMIADO  OD 

■  ■  ■  lili  g 

— Si  en  tan  graves  desventuras  pudiera  dis- 
pensarse el  sentimiento,  ó  mitigarse  al  menos , 
estad  cierto,  noble  y  piadoso  amigo,  que  vuestra 
prudente  persuasión  venciera  su  vigor  ó  suspen- 
diera el  temor  incesable  que  me  añige;  mas  él  es 
de  tan  miserable  condición,  que,  como  el  más 
espantoso  de  los  males,  irremediablemente  me 
tiene  sin  consuelo,  incapaz  de  consejo;  yo  espero 
por  instantes  la  muerte,  y  aunque  será  corta  sa- 
tisfacción de  mis  delitoS;  ellos  y  mi  mala  vida 
producen  tan  cobardes  extremos,  porque  así 
como  el  morir  es  dulce  y  agradable  á  los  buenos, 
por  el  contrario,  para  los  malos  es  sumamente 
amargo  y  espantoso. 

Suspenso  dejaron  á  Federico  tan  notables  ra- 
zones; y  aunque  le  pareció  por  demás  el  consolar 
su  dueño,  todavía,  con  nuevas  réplicas,  volvió  á 
intentarlo  así: 

— Aunque  tan  Justas  causas  como  habéis  refe- 
rido pueden  en  parte  atajar  mi  razón  y  aun  au- 
mentar mi  pena,  el  deseo  de  divertir  la  vuestra 
habrá  también  de  excusar  mi  importunación  y 
porfía.  Yo  soy  de  parecer  que  afligiros  con  tal 
desconfianza  no  hará  njejor  efecto  q«e  anticipar 
el  daño  que  se  espera;  cosa  por  cierto  indigna  de 
un  ánimo  varonil,  en  quien  no  sólo  han  de  ser  los 
trabajos  tolerables,  mas  hasta  el  fin  acompañados 
de  constancia  y  firmeza.  Apártese,  pues,  de  vues- 
tro espíritu  tan  miserable  presupuesto;  que  si 
para  facilitarlo  gustáredes  que  con  mis  desdichas 


56  CÉSPEDES    Y   UENESB3 

oa  entretenga,  dándome,  en  cambio,  el  alivio  y 
consuelo  de  las  vueetiraa,  tendré  á  muy  buena 
Baerte  el  referirlas. 

Casi  ordinariamente,  ó  ya  con  el  temor,  6  ya 
con  la  razón,  se  convencen  los  hombres;  con  qae 
no  seria  mucbo  qae  laa  de  Federico  obrasen  en 
aqnesta  razón  según  su  intento,  oomo,  á  la  fin, 
sucedió;  paes  obligado  y  aun  reconocido  el  afli- 
gido preso,  no  sólo  mostró  con  naevo  aliento  ma- 
yor ánimo,  mas  deseando  parecer  corregido,  en- 
jugó las  láfrrimas;  y  en  vez  de  escachar  ajenos 
males,  como  quiera  que,  comunicados  éstos,  son 
menores,  mejoró  la  elección,  tomando  por  parti- 
do el  referir  los  suyos. T  así,  apercibiéndose  para 
contar  su  historia,  puso  al  nuevo  amigo  en  justa 
obligación  y  aun  en  cuidado  de  ensanchar  el 
resquicio.  Después  de  lo  cnal,  ofreciendo  aten- 
ción y  acomodándose  según  su  miserable  estado, 
uno  escuchó  en  silencio  y  otro  de  aquesta  snerte 
dio  principio  á  su  cuento. 


CAPÍTULO  xn 

Cuenta  él  preso  su  mda  á  Federico. 

nvtiWE ,  sin  deslizarme  &  exornaciones  y 
preámbulos,  pudiera  reducir  mi  promesa  á  ma- 
yor brevedad,  dejando  circunstancias,  si  no  for- 
zosas, no  ajenas  del  intento,  todavía  (si  bien  á 
costa  de  mi  alma)  deseo   tanto  pagar  vuestro 


EL'  BUEN   CELO   PREMIADO  57 

consuelo,  que  pienso  referiros  su  pena,  sin  celar 
mi  secreto  muchas  cosas  que  vergonzosamente 
han  de  aumentar  mis  culpas;  no  obstante  que  ya 
de  ellas  tengo  por  permisión  del  cielo  (que  al 
encubrirlas  acobardo  mis  fuerzas)  hecha  bastan- 
te confesión,  á  quitarme  la  vida;  cuyo  fin  pienso 
que  se  suspende  hasta  ratificarme.  Con  esta  pre- 
vención, si  ya  no  lástima,  podréis,  amigo,  tener 
paciencia  oyendo  en  mi  discurso  la  mala  cuenta 
que  ha  dado  de  si  este  mísero  compañero  de 
vuestras  desgracias. 

Doce  años  podrá  haber  que,  infelizmente,  con 
semejante  edad,  salí,  por  muerte  de  mis  padres, 
de  las  montañas  de  León,  patria  de  muchos  bue- 
nos, con  que,  si  no  se  excusa,  al  menos  se  acre- 
cienta la  ingratitud  infiel  que  me  ha  reducido  á 
tales  términos.  Mi  nombre  es  Fulgencio,  y  mi 
mi  hacienda  tan  corta,  que  para  sustentarme  fué 
preciso  doblar  mi  inclinación,  acomodándola  á 
servir,  y  en  aquesta  ciudad,  á  un  caballero,  de 
quien  no  sólo  vine  á  ser  su  mayor  privanza,  mas 
juntamente  amigo  y  compañero,  no  criado,  de  su 
único  hijo,  mancebo  de  mi  tiempo,  aunque  de 
diferentes  partes  y  virtudes. 

Con  éste,  bien  que  su  padre  viejo  enderazaba 
para  otros  fines  sus  acrecentamientos,  cursé  en 
la  Universidad,  ciñéndome  al  gusto  de  mi  due- 
ño, algunos  años,  en  el  loable  ejercicio  de  las 
letras,  sin  que  de  ellas  me  divirtiesen  el  hervor 
de  la  sangre  ni  la  inconstancia  de  la  juventud, 


68 


cuya  naturaleza,  no  sólo  inclina  A  variedades  y 
caldaB,  mas  pronostica  arrepentida  y  trabajosa 
vejez.  Y  si  bien  reconozco  excepción  de  esta  re- 
gla, no  calpo,  no,  tan  bien  gastados  dias;  lloro, 
eí,  con  razón,  el  haber  huido  sus  documentos  y 
cedido  al  faror  de  las  armas  la  quietad  de  los 
estudios;  pues  quizá  este  desorden  acarreó  el 
presente  naufragio. 

Frevonlase  en  aquesta  sazón  en  la  GoruOa,  en 
Lisboa  y  parte  de  Vizcaya  la  más  potente  arma- 
mada  que  han  visto  nuestros  siglos;  magnánimo 
y  piadoso  remedio  del  católico  Felipe  contra  las 
invasiones  de  la  India  y  expugnación  de  Ingla- 
terra, que  las  fomentaba. 

Alborotóse,  para  jomada  tan  bien  acepta,  la 
nobleza  de  España,  y  singularmente  la  de  aques- 
ta corona,  entre  quien,  dejando  este  en  inejor 
paraíso,  por  gusto  de  su  padre,  fué  mi  dueño,  y 
yo  en  sa  compa&fa;  y  habiéndole  primero  hecho 
merced  de  un  hábito,  nos  embarcamos  en  rasos 
escogidos  casi  veinte  mil  hombres  de  pelea,  se- 
tecientas piezas  de  artillería,  municiones,  arca- 
buces y  picas  para  los  católicos  de  la  isla,  que 
en  viendo  las  banderas  de  España  se  hablan  de 
juntar  á  nuestro  ejército,  de  quien  era  cabeza 
general-el  duque  de  Medina,  con  quien  salimos 
de  Lisboa  á  los  ñnes  de  Mayo,  maltratando  de 
este  el  mismo  punto  los  vientos  á  la  armada; 
perdiéndose  primero  en  la  costa  de  Bayona  algu- 
nas galeras  y  abrasándose  gran  parte  de  la  pól- 


EL  BUEN   CELO   PREMIADO  59 

vera,  rindiéndose  navios;  y  finalmente,  faltando 
prevenciones  que,  á  cargo  del  principe  de  Par- 
ma,  dejaron  en  opinión  su  crédito. 

Cesó,  sin  mejores  efectos,  jomaba  tan  bien 
prevenida,  dando  á  España  la  vuelta,  y  en  ella 
á  algunos  puertos  de  Galicia;  en  quien  des- 
embarcando, perecieron  de  enfermedad  ocasio- 
nada del  trabajo  padecido  en  tantas  borrascas  y 
contagio  de  los  mantenimientos,  muchos  solda- 
dos y  personas  de  lustre,  que  aventureros  habían 
servido  á  Su  Majestad,  no  siendo  mi  amo  y  yo  de 
los  más  bien  parados.  Si  bien  convalecientes,  qui- 
simos desde  la  Coruña  volvernos  á  Zaragoza;  y 
poniéndolo  por  la  obra,  á  dos  ó  tres  jornadas,  una 
fiesta  llegamos  al  Gebrero,  al  mismo  punto  que 
otros  muchos  de  á  muía,  acompañando  una  lite- 
ra; de  adonde  parando  en  la  posada,  salieron  dos 
mujeres,  una  de  anciana  edad;  mas  la  que  la 
seguía  de  tan  pocos  años,  que  pienso  frisaban 
en  los  quince,  digno  asiento  de  la  mayor  belleza 
de  la  tierra.  ¡Oh,  cuan  bien  á  este  atributo  lla- 
maron los  gentiles  mudo  engaño!  Porque  si  mu- 
chos hablando  engañan,  sólo  la  hermosura  ca- 
llando engaña  y  ciega  al  que  la  considera. 

Sucedióle  lo  mismo  á  mi  inconsiderado  dueño» 
pues  apenas  hizo  la  vista  objeto  de  sus  partes, 
cuando  abriendo  por  ella  francas  puertas  al  alma, 
sin  más  consideración  trocó  su  libertad  en  va- 
sallaje. Quedó  como  rendido,  humillado  y  sujeto 
á   diversos  cuidados  y  confusiones;  y  así,  no 


60  CÉSPEDES   Y   MBHB3KS 

sabiendo  q^ué  remedio  tomcirse,  de  mi  consejo 
supo  su  nombre,  su  calidad  y  aatnraleza;  porque 
sin  dificultad  absolvió  estas  preguntas  nno  de 
sus  criados. 

Eran  las  dos  señoras  hija  y  mujer  de  cierto 
caballero  de  los  de  la  jomada,  que  quedaba  en- 
fermo en  Santiago;  y  con  tan  grande  aprieto,  qne 
les  convino  venirle  á  acompañar  desde  Zaragoza, 
adonde  (no  se  diga  que  para  mí  total  perdición) 
tenían,  como  nosotros,  su  morada.  Llamábase  la 
hija  doña  Elena,  y  por  única  y  sola,  exagerada- 
mente querida  de  sus  padres,  cuya  hacienda  era 
tanta  como  su  calidad. 

Con  tal  información  se  resolvió  mi  duefio  & 
hablarlas;  y  así  el  saber  que  eran  de  nuestra 
patria  facilitó  su  intento,  llegando  con  tan  bnen 
achaque  é.  hacerles  cortesía.  Son  los  ricos  vesti- 
dos, los  adornos  preciosos,  el  mejor  sobrescrito  de 
la  persona;  y  más  cuando  con  tan  honrosa  insig- 
nia como  un  hábito,  las  partes  se  aventajan  y 
Incen.  T  cayendo  todo  esto  sobre  la  presencia 
gallarda,  rostro  agradable  y  algún  conocimiento 
de  sus  padres,  no  hay  duda  sino  que  sería  mi 
dueño  recibido  con  gasto,  como  así  sucedió,  y 
aunque  no  admitidos  sus  ofrecimientos  corteses, 
correspondidos  con  igual  agasajo. 

Hablaron  de  su  tierra  algunas  cosas  y  no  po- 
cas de  la  infeliz  jomada,  procurando  el  nuevo 
enamorado,  por  dilatar  rato  de  tanto  gusto,  Intro- 
ducir materias  que  lo  alargasen;  mas  llegándose 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  61 

la  hora  de  comer,  y  poco  después  la  de  su  parti- 
da, haciendo  esfuerzos  para  acompañarlas,  ellas, 
á  su  pesar,  lo  divirtieron;  quedando  tan  triste  y 
afligido,  que  juzgando  que  de  su  inclinación  y 
amoroso  afecto  se  había  hecho  poco  caudal  (y 
como  siempre  la  más  ñel  señal  de  un  cierto  amor 
es  comenzar  temiendo  y  desconflando),  de  tal 
modo  estas  dudas  aumentaron  su  incendio,  que 
olvidado  del  primer  viaje,  se  dispuso  á  volver 
dando  escolta  á  doña  Elena;  para  lo  cual,  pasan- 
do aquella  tarde  á  Villaf ranea,  por  mejor  disi- 
mulo, haciendo  dos  esclavinas,  dimos  la  vuelta 
cumpliendo  votos  que  si  en  la  pasada  tormenta 
no  los  prometimos,  no  sé  cómo  los  cielos  nos  sa- 
caron á  seguro  puerto. 


CAPITULO  XIII 

Prosigue  Fulgencio  él  amor  de  su  dueño 
y  dice  su  suceso  en  Compostela. 

^^L  fín,  siguiendo  la  voluntad  de  mi  amo,  me 
acomodé  á  su  modo,  caminando,  aunque  á  cortas 
jornadas,  las  que  hasta  Compostela  nos  queda- 
ban, cuyo  divino  santuario,  tercero  á  los  mayo- 
res de  la  tierra,  visitamos  el  siguiente  día;  sien- 
do tanta  después  nuestra  diligencia,  que  no  sólo 
dimos  con  la  posada  de  las  damas,  más  aún,  tuvi- 
mos orden  para  aposentarnos  pared  en  medio. 
Con  semejante  prevención,  todas  las  horas  que 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  63 

escribirla,  y  en  tan  buena  ocasión,  que  no  sólo 
tuvo  su  diligencia  efecto,  mas  juntamente  fué 
admitida  con  agradables  muestras:  cosa  para  el 
amante  tan  alegre,  que  puso  en  contingencia  su 
buen  juicio. 

Decíale  en  el  billete,  entre  tiernos  afectos,  la 
fuerza  de  su  amor,  la  firmeza  de  sus  perveran- 
cias,  y  aunque  en  bosquejo,  asimismo  mezclaba 
algo  de  sus  merecimientos,  parte  de  su  calidad 
y  mucho  de  sus  pretensiones,  hacienda  y  espe- 
ranzas; enderezando  tales  razones  á  que  su  dama 
tuviese  de  sus  cosas  mejor  crédito  y,  sin  indig- 
nación de  sus  empleos,  acogiese  menos  esquiva  & 
los  que  sólo  á  su  honor  se  dedicaban.  Leyó  casi 
á  sus  ojos  doíVa  Elena  todo  el  papel,  y  con  tanto 
contento  de  mi  dueño  como  ya  habéis  oído. 

Mas  como  nuestros  fáciles  placeres  tienen  tan 
seguros  descuentos,  brevemente  se  halló  con  ma- 
yor pena  y  su  dama  con  igual  confusión.  Porque 
en  medio  de  la  suspensión  en  que  sus  conceptos 
la  tenían,  sin  poderlo  remediar  ni  encubrir,  la 
halló  su  madre  con  el  hurto  en  las  manos  y  al 
turbado  galán  pendiente  de  sus  ojos. 
.  Cuando  aún  los  flacos  principios,  ó  ya  por  ra- 
zón ó  causa  accidental  llegan  á  errarse,  pare- 
ce que  aperciben  iguales  fines.  Veréis  presto 
en  mi  propia  experiencia  esta  verdad,  bien  que 
fomentada  de  propias  culpas,  de  ingratitudes, 
de  venganzas  y  alevosos  deseos.  Cayó,  pues,  de 
improviso  la  basa,  el  fundamento  de  este  edifi- 


U  clausura  ;  encierro  de  su  hija  se  moBtraron 
mayoree. 

Mas,  antes  qae  paséis  adelante,  advertid  este 
punto  y  en  él  la  fuerza  de  ana  privación,  el  ri- 
gor de  una  voluntad  oprimida  y,  últimamente, 
los  efectos  que  de  tanto  cuidado,  encierro  y  dili- 
gencia resultaron. 

No  desmayó  el  amante  con  tal  desgracia,  aun- 
que considerada  en  la  ocasión  primera  favorable, 
era  justo  temerse  no  disponer  la  fortuna  del  su- 
ceso por  diferentes  medios;  porque  la  que  sin 
duda  fuera  sin  largo  trato,  sin  finezas  muy  (gran- 
des y  continuos  servicios  imposible  alcanzar,  sin 
'merecer,  sin  pensar,  lo  hizo  fácil  una  madre  in- 
discreta, un  recato  encogido  y  una  severidad  de- 
masiada. 

Mi  dueño,  pues,  á  quien  las  dificultades  po- 
nían mayor  esfuerzo,  constante  en  su  propósito, 
asistió  á  conseguirle;  viviendo  con  cuidado,  y 
recogido,  tanto  por  no  causarle  i.  do&a  Elena, 
cuanto  por  no  ser  conocido  en  semejante  disfraz, 
de  los  mucboe  caballeros  que  acudían  de  la  joma- 
da. Por  estas  causas,  lo  más  del  día  guardába- 
mos la  casa;  eu  quien  en  estos  intermedios  y  muy 
cerca  de  mi  propia  cama,  no  sin  poca  adverten- 
cia, en  diferentes  noches  y  horas  se  sentían  los 


! 


* 

EL  BUEN  CELO  PREMIADO  65 

pequeños  golpes,  dados,  según  mi  parecer,  en  la 
pared  vecina;  cosa  que  aunque  al  principio  no 
me  causó  novedad,  su  continuación  y  hora  extra- 
ordinaria me  obligó  después  á  sospechar  curio- 
so y,  juntamente,  á  decírselo  á  quien  (como  tan 
buen  amante)  menores  circunstancias  le  alboro- 
taran; y  así,  con  vigilancia,  queriendo  él  asistir 
á  ésta,  sucediendo  los  golpes  en  la  siguiente  no- 
che y  en  la  misma  parte,  tiempo  y  sazón,  sin  más 
considerar  (porque  él  ya  antes  tenia  conjeturado 
por  señales  y  muestras  evidentes  que  aquel  tabi- 
que caía  al  cuarto  en  que  doña  Elena  posaba), 
prometiéndose  un  alegre  suceso,  comenzó  á  res- 
ponder con  los  mismos  golpes;  y  luego,  suspen- 
diendo la  obra,  á  escuchar  si  repetían  en  el  recla- 
mo, como  en  efecto  pe  hizo.  Porque  apenas  aplicó 
los  oídos,  cuando  en  voces  confusas  entendió 
que  le  preguntaban  si  era  alguuo  de  los  dos  pe- 
regrinos; á  que,  no  obstante  que  por  entonces  no 
se  distinguía  el  conocimiento  de  la  voz,  con  ma- 
yor alegría  fué  satisfecha. 

Mas  antes  es  justo  que  sepáis,  porque  no  se 
dificulte  este  acaecimiento,  que  no  sólo  la^  casas 
de  Santiago,  empero  casi  todas  las  de  Galicia, 
son  por  la  mayor  parte  de  madera;  digo  los  tra- 
veses,  divisiones,  tabiques  y  aposentos;  de  los 
cuales  era  este  de  quien  voy  á  hablaros  y  por 
donde,  así  en  la  presente  como  en  otras  nochep, 
comunicó  mi  dueño,  más  bien  reconocida  á  su 
dama.  Y  aunque  á  su  ingenio,  á  su  vehemente 

HISTORIAS  PEREGRINAS  5 


tad  se  le  debía  tan  discreta  industria,  to- 
,  recelosa  de  algún  engaño,  ao  quiso  aqne- 
■imera  noche  alargarse  á  más  que  ¿  pedir 
>dásemos  de  tal  suerte  aquel  puesto  que 
3&  ella  yernos;  pues  con  algunos  fáciles  ba- 
j  saldría  de  duda  y  pasaría  con  mejor  ob- 
Bn  fin,  unos  y  otros  por  entonces  quedamos 
os,  hasta  que  haciendo,  según  el  adverten- 
os  barrenos,  mí  amo  salló  de  coafusión  y 
e  juicio^  y  do&a  Elena  mostró,  aunque  ver- 
sa, igual  contento,  y  descubrióse  bien  en 
ís,  como  asimismo  el  tierno  amante  en  sus 
ecimientos  humildes. 

iría  ella  obligarle  y  salir  gananciosa,  y  así, 
ivea  palabras,  estimó  su  voluntad,  asegn- 
e  su  perseverancia,  encareció  las  primicias 
recompesa,  y  el  peligro  á  que  se  ponía,  el 
y  cuidado  de  sus  padres,  y  últimamente, 
éndole  por  suyo,  puso  límites  a  los  efectos 
amor,  anteponiendo  su  honra  y  la  obedien- 
ternal.  Y  si  bien  con  esto  raras  veces  deja 
ropellarle,  replicando  aa  amante,  la  dejó 
ntenta  como  segura  de  au  buen  empleo. 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  67 


CAPÍTLO  XIV 

donválece  su  padre  de  doña  Elena:  vuélven$e  á 
Zaragoza,  y  ella  tácitamente  en  el  camino  se 
desposa  con  su  galán, 

J? OR  esta  parte,  y  con  el  viento  en  popa,  fué  en- 
:golfáñdose  aqueste  amor  recíproco;  y  viéndose 
>ca8i  todas  las  noches,  en  ellas  acabaron  de  satis- 
facerse y  aun  encadenarse,  con  tan  estrecho 
nudo,  que  sólo  la  muerte  ha  podido  romperle. 

Aquíj^haciendo  el  afligido  Fulgencio  una  gran 
suspensión,  dando  nuevos  gemidos,  interrumpió 
fiu  cuento;  no  obstante,  que  la  promesa  hecha  á 
Pederico  (dejándole  aún  más  confuso  su  impul- 
sado extremo)  le  forzó,  reprimiendo  las  lágri- 
mas, á  proseguirle  de  esta  suerte: 

— No  hay  tan  valiente  antidoto  contra  toda  as- 
pereza como  el  trato  y  la  comunicación,  dulce  y 
agradable  tiranía  de  los  corazones  humanos, 
^sta  reduce  la  condición  más  bárbara,  el  ánimo 
más  entero  y  el  deseo  más  esquivo;  y  así  llano 
'es^que  siendo  tal  su  operación,  mejor  ahora  en 
«dos  tales  sujetos,  en  dos  espíritus  generosos,  en 
una  discrección  apacible  haría  su  efecto.  Pues 
^s  certísimo  que  no  pudo  mi  amo  hallar  remedio 
más  seguro  para  conseguir  su  deseo  y  amartelar 
de  veras  el  pecho  de  su  dama,  como  la  continua- 
ción de  sus  visitas;  en  cuyo  término,  teniéndole 


la  enfermedad  de  su  padre,  llegó  el  día  de  su 
convalecencia,  y  después  el  de  volverse  con  igual 
regocijo  á  su  natviral;  si  bien  ya  entre  los  dos 
amantes  tenían  dispuesto,  para  oportuna  ocasión 
en  el  camino,  la  mayor  seguridad  ie  sus  inten- 
tos, y  esto  temerosps  de  ijue  la  condición  terri- 
ble de  su  madre  atrepellase  con  ellos;  y  más  si 
Á  las  sospechas  referidas  se  le  juntase  el  enten- 
der la  voluntad  do  su  hija.  Y  asi,  para  mejorar 
BU  partido  y  recato,  mi  amo,  en  diferente  hábito, 
adelantaba  las  jornadas;  ya  las  noches  en  el  de 
mozo  de  espuelas,  fingiéndose  mi  criado,  espera- 
ba solicito  la  ocasión;  que  aunque  á  la  vez  es  tar- 
da, al  fin  se  deja  hallar  do  quien  la  busca.  Y 
asi  como  por  providencia,  superior  iban  encami- 
nados BUS  fines,  todas  las  cosae  enderezadas  á 
ellos  les  sucedían  á  propósito. 

Estuvo  en  un  lugar  mitad  de  la  jornada,  como 
recién  convaleciente,  apretado  su  padre  de  doaa 
Siena;  con  que  la  noche  misma  que  &  él  llega- 
mos, el  alboroto  y  confusión  de  los  criados  y  el 
nuevo  afiigimlento  de  su  madre,  dieron  lugar  4 
que  los  dos  se  viesen,  y  con  tan  buen  espacio, 
que  hallándonos  presentes  yo  y  otro  criado  de  á 
pie  que  nos  acompañaba,  después  de  ternisimoa 
abrazos,  haciendo  á  nosotros  y  á  los  cielos  testi- 
gos, se  dieron  fe  y  palabra  de  esposo;  y  con  tan- 
to, gustando  doña  Elena  que  estuviese  encubier- 
to hasta  mejor  coyuntura,  de  común  acuerdo  y 
por  obviar  algún  inconveniente  que  los  dañase, 


EL  BUEN   CELO   PREMIADO  69 

se  despidieron,  aunque  no  sin  lágrimas,  para  no 
verse  más  hasta  Zaragoza,  adonde  en  breve 
tiempo  y  más  crecido  gusto  fuimos  bien  recibi- 
dos; no  obstante  que,  á  suspenderse  más  nuestra 
venida,  hallara  mi  señor  muerto  á  su  padre. 

Estaba  éste  cargado  de  vejez  y  de  achaques, 
tan  arraigados  y  poderosos,  que  á  pocos  lances 
le  concluyeron,  quedando  mi  dueño,  aunque  he- 
redado y  rico,  sumamente  lloroso.  Con  que  ocu- 
pado en  BUS  exequias  y  retiramiento  forzoso,  y 
aumentando  su  tristeza  la  ausencia  y  tardanza 
de  su  dama,  se  le  pasaría  un  mes,  después  del 
cual,  á  ser  el  arco  de  iris  de  sus  tormentas,  llegó 
á  esta  ciudad,  prosiguiéndose  en  ella  nuestra  em- 
presa amorosa  con  mayor  libertad.  Y  aunque  lle- 
nos de  luto  y  exteriores  iguales,  tan  alegre  el 
amante  á  la  vista  de  su  esposa,  como  ella  dili- 
gente y  solícita  en  mostrarle  siempre  que  su  ce- 
losa madre  dispensaba  en  su  recato  y  guarda. 

Mas  duróles  este  pequeño  alivio  solamente  lo 
que  ella  tardó  en  penetrar  sus  pasos;  porque 
cuando  un  amor  es  vehemente  y  ñel,  caisi  se  im- 
posibilita el  encubrirle:  fuera  de  que  su  mayor 
inquietud  y  nuevo  desasosiego  puso  en  los  ojos 
de  su  madre  la  causa,  y  juntamente  con  los  pasos 
y  asistencia  de  su  amante  el  autor  de  ella.  Del 
cual ,  no  obstante  que  dos  veces  tan  solas  le  ha- 
bía visto,  tenía  con  la  primera  sospecha  tan  im- 
preso, como  aborrecido  y  odioso  en  su  corazón, 
con  que  creciendo  agora  la  pasión  quedó  á  sí 


EL   BUEN   CELO    PREMIADO  71 


CAPITULO  XV 

Prosigue  el  preso  su  amoroso  discurso  y  cuenta 
en  él  la  traza  con  que  llegó  su  efecto. 

Advirtiónos,  pues,  doña  Elena  cuánto  impor- 
taría al  cumplimiento  y  fin  de  sus  amores  que  mi 
persona,  archivo  entonces  de  ellos,  procurase  en- 
trar en  el  servicio  de  sus  padres;  pues  este  pen- 
samiento tendría  efecto,  ó  ya  valiéndose  de  nego- 
ciaciones, ó  ya  de  intercesión,  que  no  se  lo  nega- 
sen; con  lo  cual,  no  juzgando  difícil  esta  traza, 
porque  ni  tampoco  su  madre  me  conocía,  hubo  de 
aprobarla  mi  amo,  y  yo,  aunque  sentí  el  dejarle 
(por  su  mayor  contento),  me  dispuse.  Y  fingien- 
do con  mis  compañeros  y  amigos  diferente  oca- 
sión, valiéndonos  de  inteligencias  poderosas,  se 
aonsiguió  la  nuestra;  y  de  manera  que  en  breves 
días  pude,  no  sólo  contarme  por  criado  de  doña 
Elena,  mas  juntamente  (á  fuerza  de  asistencias 
y  puntualidades)  por  el  más  confidente  y  querido 
de  sus  padres. 

Guando  al  tirar  el  arco  pasa  el  pulso,  sus  limi- 
tes ó  la  cuerda  se  desanuda  y  rompe,  ó  él,  saltán- 
dose, quiebra  y  despedaza.  Tal  sucedió  por  la  ce- 
losa guarda,  por  la  aspereza  y  terrible  severidad 
de  su  madre;  pues  llegó  á  apretarla  de  suerte 
que,  privada,  con  declaradas  muestras  de  la  es- 
peranza de  sus  deseos,  se  aumentaron  sus  llamas, 


72  CÉSFEDBS   y   MEHBSKS 

para  c^ue,  sazonadas  con  tantas  repugnancias, 
llegase  máa  aprisa  el  último  lance,  por  cuya  eje- 
oucióa,  trazándolo  ella,  se  diapuso  mi  persona 
que,  como  ladrón  de  casa,  sin  guardarse  de  mi, 
pude  fácilmente  meter  al  daefio  de  mis  transfor- 
maciones en  mi  aposento;  y  del,  á  conveniente 
hora,  con  llaves  hechas  de  propósito,  en  el  de  su 
dama,  con  quien  yo  entiendo  que  ni  él  andaría 
corto,  ni  puesta  en  semejante  aprieto  ella  más 


Ratificóse  entonces  la  primera  palabra;  y,  con- 
Bumándola,  salió  en  mi  compañía  sin  ser  sentido. 
Con  esta  traza,  tan  bien  asegurada,  consiguieron 
BU  gusto  y  proitiguieron  sus  deseos  que,  aun  en 
sn  cumplimiento,  anhelaban  por  mayor  esfuerzo. 
Porque  no  la  dulce  posesión  causa  desprecios  en 
el  amante  fiel;  antes,  gozada,  crece  la  estimación 
y  el  conocimiento  de  más  amables  partes.  Mae 
¿quién  pensara  ahora  que  en  tan  estrechos  lazos, 
en  vinculo  tan  indisoluble,  pudiera  haber  quién, 
sin  desanudarles  para  su  destrucción,  como  el 
magno  Alejandro,  le  cortara  por  medio? 

Ocasionó  tan  grande  desventura  el  ausencia 
forzosa  de  mi  dueño  que,  á  precisos  negocios  de 
su  religión,  hubo  de  partir  &  Castilla,  con  gusto 
y  beneplácito  de  doña  Elena,  cuya  persona  y  el 
despidiente  de  sus  cartas,  avisos  y  sucesos,  que- 
dó á  cargo  de  mi  mucha  diligencia.  Iban  las  de 
sus  padres  aumentándose  en  aquella  sazón,  cui- 
líadosos  de  darla  estado  y  mayormente  la  compa- 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  73 

ñia  del  pariente  qae  he  dicho.  Mas  como  la  her- 
mosa dama  estaba  ya  tan  imposible,  resistiendo, 
aunque  humilde,  ya  con  su  corta  edad  ó  ya  con 
otras  causas,  procuraba  excluirse.  Pareciéron- 
les frivolas  y  aparentes;  y  asi  apretaban  su  deli- 
cado espiritu,  el  cual,  mientras  pudo  vencer  ál 
temor  y  amenazas,  estuvo,  firme;  mas  cuando  de 
su  resolución  y  parecer  previnieron  libertades 
secretas,  trocando  neciamente  su  blandura  en 
rigores,  determinaron  oprimirla  con  fuerza. 

Quitáronla,  en  consecuencia  de  esto,  sus  galas, 
midieron  sus  pasos  y  acortaron  su  clausura  y 
encierro;  y  con  tan  exagerada  diligencia,  que  de 
ningún  criado,  por  más  familiar  y  confidente  que 
fuese,  llegaba  por  entonces  á  ser  vista.  Y,  con 
ser  tal  su  tratamiento  y  pena,  pienso  que  aún  la- 
llevara  con  paciencia  gustosa,  si  á  estas  desdi- 
chas no  se  le  acrecentaran  otras  mayores.  Culpa 
de  su  poca  capacidad,  pues,  en  tales  extremos, 
fuera  justo  excusar  cualquiera  inconveniente. 

Digo,  pues,  que  la  afligida  dama,  en  medio  de 
estas  tribulaciones  y  para  su  mayor  consuelo, 
reiterando  una  y  muchas  veces  las  cartas  y  bi- 
lletes de  su  amante,  recreaba  el  corazón  dolien- 
te; y  con  la  dulzura  de  sus  requiebros  y  la  dis- 
creción de  sus  razones,  acompañaba  la  triste  so- 
ledad de  sus  encierros.  Y  aunque,  á  su  parecer, 
hacía  estas  muestras  recatada  del  sol,  no  así  lo 
fueron  del  cuidado  y  recelo.de  su  madre,  en  cu- 
yas manos  dieron,  á  su  pesar,  estos  papeles,  y 


74 


juatomente  el  desengaño  cierto  de  bub  inobedien- 
ciaB.  Con  que  no  obstante  qne  quiac  en  ellos  se 
escribía  6  mentaba  mi  asistencia,  mi  razón  que 
ensangrentase  en  algo  su  sospecha,  todavía  lo 
que  leyó  bastó  á  creer  que  aquella  pretensión  iba 
muy  adelante. 

¡Oh  providencia  inútil  de  este  frágil  sujeto! 
¿No  es  bueno  que  la  causa  urgentísima  de  verda- 
des tan  claras,  de  tan  averiguado  amor  y  volun- 
tad, en  vez  de  remediar  el  inferido  dafio  y  de  de- 
sistir de  sa  intento,  no  sólo  la  obligó;  pero,  al 
contrario,  vencida  de  ira,  atropello  el  maternal 
amor  su  propio  gusto,  desalentó  su  oonñanza,  y, 
finalmente,  con  amenazas  y  obras,  no  sólo  paso 
en  detrimento  sn  vida,  mas  lo  que  doña  Siena 
sintió  y  aun  temió  mucho  más,  mengua  en  so 
honestidad,  falta  en  sn  honra? 


capítulo  XVI 

JVesMme  hacer  su  madre  en  doña  ¡Elena  indig- 
nag  experiencias,  y  temiéndolas  ella,  se  rinde 
á  su  voluntad. 

Hasta  aquí  phdo  durar  la  constante  perseveran^ 
cía  de  una  mujer  principal,  en  quien  mayor  ba- 
tería hace,  mayor  estrago,  un  átomo  de  infamia 
qne  todos  los  rigores,  aspereza  y  crueldad.  Por- 
que no  la  espada  furiosa  de  Tarquino,  sino  el 
amago  afrentoso  de  sn  esclavo,  forzó  é.  la  oaatí- 


EL  BUEN   CELO   PREMIADO  75 

sima  Luerecia.  Y  asi,  rendida  de  tan  grave  do- 
lor y  aumentándosele  con  nuevas  amenazas,  pues 
aun  se  extendieron  á  intentar  experiencias  im- 
prudentes en  la  entereza  de  su  cuerpo;  temiendo 
este  último  golpe,  dio  el  sí  forzado  doña  Elena, 
y  poco  después,  al  segundo  esposo  y  pariente, 
con  las  diligencias  necesarias  y  bendiciones  de  la 
Iglesia,  la  posesión  de  su  persona. 

Pasaron  todas  aquestas  cosas  con  tanto  secre- 
to á  los  principios,  y  después  (porque  doña  Elena 
no  se  volviese  atrás)  tan  por  la  posta,  que,  aun- 
que con  ella  avisé  al  ausente,  cuando  á  toda  di- 
ligencia  llegó  al  remedio,  ya  su  dama  estaba  sin 
él.  Pagando  yo,  que  ni  tenía  la  culpa,  ni  había 
faltado  á  cosa  de  su  gusto,  el  tormento  rabioso 
de  sus  penas,  el  entrañable  y  nunca  oído  dolor, 
que  rompió  sus  entrañas.  Pues  á  la  primera  vis- 
ta que  tuvimos,  discurriendo  en  el  caso,  no  sólo 
puso  falta  en  mi  diligencia,  sobra  en  mi  olvido  y 
obstáculo  en  mi  fe,  mas  arrancando  de  la  espa- 
da, en  vez  del  premio  melrecido,  por  tantos  ser- 
vicios y  trabajos,  saqué  de  sus  manos  muchas 
heridas,  y  lo  que  más  sentí,  injurias  indignas  y 
afrentosas  de  su  boca. 

Convínome,  por  no  dejar  la  vida,  huirle  el  ros- 
tro; y  así,  llegando  á  mi  posada  y  diciendo  en 
ella  otra  diferente  ocasión,  di  orden  en  mi  cura, 
y  no  se  consiguió  tan  fácilmente  que  primero  no 
me  viese  en  mortal  peligro;  y  fuera  de  éste,  en 
largos  días  de  cama  y  convalecencia  obrando  en 


76  CA^FEDBS    ¥    MEHESES 

SQ  progreso  de  tal  suerte  la  memoria  de  tan  ídjqs- 
ta  ofensa,  que  no  sólo  no  me  abstavo  lealmente 
de  talea  pensamientoe  nneatra  antigua  crianza  y 
amistad  estrecbiaima,  al  pan,  el  sustento  que, 
como,  al  fin,  criado  y  hombre  noble  debiera  ante- 
poner í  la  injaria,  sino  que  olvidando  eatas  j 
las  dem&s  circunstancias  que  pudieran  divertir 
la  venganza,  cerrándoles  los  ojos,  me  dispuse  á 
ella;  y  con  tal  presupuesto,  disimulando,  recibí 
algunos  recaudos,  machos  dineros  y  mayores  re- 
galos, que  ya  con  menos  pasión  me  enviaba  mi 
arrepentido  y  pesaroso  dueño  casi  en  todo  el  dis- 
curso de  mis  males. 

La  miserable  vida  que  en  estos  intermedios 
padecía  doña  £lena  (en  quien  porque  no  se  me 
olvide  había  muerto  su  padre),  bien  claramente 
la  mostraba  su  rostro,  cuya  hermosura,  marchi- 
tada y  triste,  hacia  públicas  bus  interiores  pe- 
nas, sa  forzado  gusto,  y,  sobre  todo,  la  aborreci- 
ble compañía  de  un  hombre,  siempre  mal  afecto 
&  sus  ojos;  y  de  quien,  ó  sn  propia  conciencia,  ó 
el  defecto  que  pudo  presumir  de  au  persona,  la 
tenía  temerosa  j  en  continuos  recelos.  Y  no  pre- 
sumo que  fuera  de  razón;  porque  con  desear  sn 
esposo  y  deudo  tiernamente  su  agrado  y  suma- 
mente su  posesión  desde  el  día  que  llegó  ¿  tener- 
la, ni  el  rostro  se  le  miró  contento,  ni  en  sus 
afectos  y  razones  se  conoció  el  gusto  que  antes, 
ni  menos  las  caricias,  asistencia  y  amor  del  nue- 
vo estado;  y,  en  conclusión,  según  el  tiempo  lo 


X 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  77 

declaró  después  don  Rodrigo  (que  tal  era  su  nom- 
bre), tuvo  más  que  premisas  del  suceso;  y  poco  á 
poco,  en  confirmación  de  sus  sospechas,  vino  á 
entender  las  que  más  le  irritaron.  Porque  mu- 
chas veces  con  los  juicios  del  ánimo  adivinamos 
la  suerte,  donde  nacen  nuestros  bienes  ó  males. 
El  espíritu  amante  de  mi  dueño,  perdida  su 
antigua  posesión,  bebía  los  vientos  por  ver  y  ha- 
blar á  doña  Elena;  y  ella,  que  no  menos  cautiva, 
dispusiera  su  alma  á  tener  quien  la  animara,  con 
el  mismo  deseo,  vacilando,  intentaba  mil  medios, 
que  yo,  por  principio  de  mi  mayor  venganza,  di- 
ficultaba y  corregía.  Mas  no  pudiendo,  sin  deda- 
da contradicción,  negar  en  todo  la  inteligencia 
de  mi  ayuda,  no  obstante  que  en  ella  se  fundó  la 
ejecución  de  mi  cruel  deseo,  propuse  el  tratarlo 
de  manera  que,  á  horas  excusadas  y  sin  sospe- 
cha, los  dos  amantes  se  hablasen  muchas  veces 
por  una  alta  ventana,  de  cuyas  pláticas  (después 
de  amargas  lágrimas  y  satisfacciones  sin  reme- 
dio), á  no  prevenirla  mi  ingratitud  y  alevosía, 
resultara  sin  duda  una  extraordinaria  resolución. 
Mas  yo,  que  solamente  deseaba  con  obstinado 
corazón,  rabiosa  venganza,  atajé  sus  intentos 
divertiéndolos  hasta  mi  conveniencia  con  di- 
simulación cautelosa,  que  es  singular  destreza 
(permítase  me  culpe  mi  propia  maldad)  tener 
siempre  cariño  la  traición,  palabras  dulces,  obras 
enormes,  seguridad  matando,  y  promesas  y  di- 
simulaciones para  engañar  mejor.  ^ 


78  CÉSPEDES   Y   MENESBS 


CAPITULO  XVII 

Descubre  Fulgencio  á  don  Rodrigo  loa  amores 
de  8U  dueño;  trazan  su  venganza  los  dos,  y 
concluye  su  cuento. 

Confieso,  amigo,  que  fui,  sobre  todos  los  hom- 
bres, á  mi  buen  dueño,  ingrato,  y  que  ni  sus  in- 
jurias, sus  palabras  y  heridas  pudieron  lasti- 
marme en  la  honra.  Porque  el  señor  no  afrenta  á 
su  criado,  y,  por  consiguiente,  ni  en  mí  cupo  su 
ofensa  ni  en  él  mi  venganza  y  satisfacción;  y 
asi,  cualquier  castigo,  cualquiera  pena,  juzgo  por 
muy  igual  al  merecimiento  de  mi  delito. 

Este  llegó,  en  efecto,  á  sazonarse  y  prevenirse 
en  mi  pecho  de  tal  manera  que,  advertidas  las 
sospechas  y  disgustos  de  don  Rodrigo,  su  pesar 
y  cuidado,  hice  de  su  favor,  de  su  ira  (al  parecer 
justa),  instrumento  y  cuchillo  para  vengarme. 
Y  en  ocasión  oportuna,  vendiéndome  por  muy  su 
confidente  y  leal  criado,  puse  en  sus  oídos  los 
pasos  de  mi  antiguo  señor  (y,  aun  antes  y  des- 
pués del  casamiento,  sin  ^  tocar  en  cosa  de  mi 
daño),  su  pretensión  y  voluntad.  No  obstante 
que  de  ella,  por  parecerme  honesta  y  justa  á  los 
principios  y  por  juzgar  después  que  con  el  nuevo 
estado  cesaría,  no  había  prevenido  como  al  pre- 
sente su  prosecución  y  según  me  obligaba  mi 
lealtad.  Con  ¡o  cual,  diciéndole  así  mesmo  el 


£L   BUEN   CELO    PREMIADO  79 

modo  de  sus  visitas,  la  ventana  y  la  hora^,  y  ofre- 
ciendo ayudar  con  la  vida  últimamente,  prometí 
perderla  en  la  satisfacción  de  su  honra,  dejando, 
á  razones  tan  tristes,  absorto  y  suspendido  su  co- 
razón. Mas  satisfecho  de  mi  verdad  y  no  poco 
.  ayudado  de  su  sospecha  se  alentó  á  la  venganza, 
ordenándola  sin  mayor  dilación  por  el  camino 
más  breve  y  conveniente  á  su  honor  y  castigo  de 
semejante  afrenta.  La  cual  aún  vio  primero,  á 
instancia  mia,  con  sus  propios  ojos;  porque  como 
los  seguros  amantes  fiaban  de  los  míos  su.secre- 
tOy  fácilmente,  redundando  de  mí,  podían  coger- 
les en  el  hurto,  mas  de  otra  suerte  no;  porque 
para  emprenderle,  las  ausencias  que  don  Rodrigo 
hacía  de  noche  á  la  conversación  ó  el  juego  eran 
su  razón  principal,  y  yo,  en  la  calle,  la  centine- 
la y  cierto  aviso  de  su  vuelta. 

Habiendo,  pues,  conseguido  patente  el  des- 
engaño de  sus  celos,  creció  con  él  el  sangriento 
ánimo,  si  bien  cuanto  á  su  esposa,  aunque  á  su 
primera  duda  acreditaban  semejante  muestra, 
todavía,  el  parecerle  conjeturas  solas,  no  basta- 
ban á  disponer  de  ella;  le  tenía  indeterminable. 
En  fin,  la  siguiente  noche,  acompañándole  su 
hermano  y  otros  tres  criados,  puestos  en  dife- 
rentes sitios,  esperamos  el  lance,  de  quien  era  mi 
vigilancia  y  orden  el  fundamento  principal. 

Llegó,  pues,  el  descuidado  galán  á  su  acos- 
tumbrado desvelo,  y  debajo  de  mi  seguro  y  con- 
fianza, apenas  con  doña  Elena  comenzó  su  pláti. 


80  CÉSPEDES   Y   MKNBSKB 

ca,  cuando  su  esposo  jautamente  dio  los  prliKO' 
ros  pasoB  de  su  venganza.  Los  cuales  fueron  ce- 
rrarla por  de  f  aera  el  aposento  adonde  enajenada 
oon  so  amante  (digo  desde  sas  ventanas)  estaba 
en  dulces  coloq^uios,  y  loago,  descendiendo  la 
calle,  en  viéndole  rodeado  de  todos,  se  halló  em- 
bestido j  aun  herido  de  mí  espada  mi  pobre  due- 
ño. A  los  principios  no  dejó  de  mostrar  valiente 
resistencia,  pues  á  nuestro  pesar,  en  comparado 
término,  fué  retirándose  un  grandisimo  espacio, 
basta  que  finalmente  acosado  de  tantas  armas, 
ciego  de  la  oscuridad  y  tenebrnra  de  la  noclie, 
resbalando  en  la  nieve  que  los  nublados  con  in- 
clemencia ¿espedían,  cayendo,  perdió  el  sentido 
y  juntamente  las  esperanzas  de  su  defensa.  Con 
que  siendo  blanco  &  nuestra  cólera  y  espadas, 
quedó  rendido  y  pidiendo,  por  últimas  ansias, 
confedón.  Mas  curándonos  poco  de  sxt  demanda, 
juzgándole  por  muerto,  nos  quisimos  volver,  si 
al  mismo  tiempo  no  interrumpiera  este  propóaito 
el  sentir  los  pasos  de  una  muía,  y  poco  después 
que  en  ella  se  acercaba  casi  al  puesto  en  que  es- 
tibamos un  religioso,  cosa  que  inopinadamente 
causó  en  don  Rodrigo  notable  alboroto,  y  no 
tanto  por  el  riesgo  en  que  estaba,  cnanto  porque 
la  no  pensada  vista  de  aquel  fraile  indució  de 
rejíonte  otra  nueva  salida,  para  del  todo  acabar 
con  sus  sospechas.  Mas  ella  fué  de  suerte,  que 
entiendo  el  mismo  infierno  no  se  atreviera  &  ima- 
ginarla. 


EL   BUEN   CELO    PREMIADO  81 

Al  fin,  aunque  nosotros  lo  ignoramos  entonces, 
confiriendo  de  la  nobleza  de  su  pecho  que  quería 
hacer  á  su  enemigo  aquel  beneficio,  por  orden  y 
mandato  suyo  apeamos  al  fraile,  y  advirtiéndole 
el  caso,  no  sin  alguna  alteración,  asistió  á  él, 
confesándole;  no  obstante,  que  cuando  concluido 
aquel  acto  quiso,  pidiendo  beneplácito  despedirse 
y  llamar  en  la  portería  de  su  convento,  cuyo  um- 
bral ocupaba  el  desangrado  cuerpo,  entonces,  sa- 
cándonos de  duda,  descubrió  don  Bodrigo  su  da- 
ñado propósito;  pues  nos  le  hizo  sacar  á  más  se- 
guro puerto;  y  aunque  sintiéndose  en  el  camino 
herido  mortalmen te,  no  se  halló  en  la  ejecución, 
encomendándola  á  su  hermano  y  á  mis  compa- 
ñeros; arrimado  á  mis  hombros  dio  la  vuelta  á  su 
casa,  y  á  mi  en  el  camino  de  ella  bastante  parte 
y  cuenta  de  su  espantoso  atrevimiento.  Pues  no 
era  menos  que,  para  penetrar  si  de  la  confesión 
de  mi  dueño  resultaba  el  seguro  de  la  ofensa  que 
presumía  en  su  esposa,  hacer  que  el  fraile,  ó  de 
grado  ó  de  fuerza,  la  revelase. 

Mas  no  permitió  el  cielo  que  tan  grave  pecado 
se  siguiese  á  su  primer  delito,  ni  que  uno  y  otro 
se  quedase  sin  el  castigo  que  todos  merecíamos; 
porque  apenas  llegamos  á  las  puertas  de  nuestra 
casa,  cuando  en  ellas  se  apoderó  de  don  Rodrigo 
la  justicia,  y  á  mí  me  trujo  á  estos  aposentos, 
adonde  habiendo  estado  tres  días,  que  ha  lo  que 
yo  sospecho,  fué  suspensión  por  mayores  indi- 
cios; hoy,  que  es  el  tercero,  me  sí>,caron  á  un  te- 

HISTORIAS   PEREGRINAS  " 


82  CÉSPEDES    Y   MEHE5ES 

meroso  tribunal;  en  quien  viéndome  de  una  parte 
rodeado  del  verdugo  cruel  de  mi  conciencia  y  de 
otra  declarándome  la  confeeión  de  doña  Siena, 
la  de  don  Rodrigo  su  esposo  y  la  del  mal  vendido 
dueño  mío;  en  que  los  unoa  me  culpaban  de  trai- 
dor y  loB  otroa  de  cómplice;  y  juntamente  sa- 
biendo la  mejoría  del  uno,  el  depósito  de  la  dama 
y  peligro  mortal  de  don  Rodrigo,  la  muerte  de 
sa  hermano  y  las  heridas  de  otro  criado,  qne  así 
mismo  con  él  hallaron  en  el  campo  (porqne  así 
4a  divina  justicia  por  mano  de  aquel  fraile  los 
había  castigado),  y  últimamente ,  juzgándome 
por  cansa  de  tan  grandes  desdichas,  acobardado 
y  confuso,  sin  esperar  á  que  negándole  pnslesen 
en  contingencia  mi  vida,  no  sólo  confesé  cuanto 
me  imputaban,  mas,  agravando  mi  culpa,  la  tomé 
tan  de  atrás  como  en  la  proligídad  de  aqueste 
cuento  habéis  oído  de  mi  boca. 

Estas  fueron  las  ¿Itímas  palabras  del  misero 
Fulgencio,  y  aun  el  principio  de  su  mayor  con- 
fusión de  Federico;  pues  aún  no  acertaban  á 
darle  las  debidas  gracias,  ni  menos  el  consejo 
que  tan  por  la  posta  convenía  á  sus  declarados 
delitos. 


EL   BUEN   CELO   PREMIADO  85 


CAPÍTULO  xvni 

Dase  fin  á  la  historia,  y  goza  Federico  el  premio 
merecido  de  su  buen  celo  y  religión, 

Satisfecho  Federico  por  lo  que  había  escacha- 
do, de  que  su  tragedia  y  aquélla  eran  una  misma, 
pues  el  don  Félix  que  la  justicia  halló  fué  el  que 
en  hábito  de  fraile  él  había  ayudado  á  morir  y  á 
quien  mató  con  el  pistolete  su  hermano  de  don 
Rodrigo,  y  su  criado  el  que  también  dejó  herido 
en  el  campo;  y  cierto  de  que  su  culpa,  según 
tales  indicios,  estaba  bien  averiguada,  perdió 
totalmente  la  confianza  y  con  ella  el  breve  con- 
suelo que  la  ignorancia  de  tal  suceso  le  había 
causado;  mas  puesta  en  los  cielos  su  esperanza  y 
remedio,  con  ánimo  constante  aguardó  el  teme- 
roso fin,  divirtiendo  la  noche  y  hablando  sobre 
el  caso  con  el  nuevo  amigo,  hasta  que  á  las  pri- 
meras horas  del  siguiente  día,  oyendo  abrir  la 
puerta,  le  convino  callar  y  seguir  á  uno  de  los 
ministros  que  allí  le  habían  encerrado. 

Bien  presumió  que  iba  á  la  presencia  de  los 
jueces,  y  así,  encomendándose  al  que  lo  es  de 
todos,  llegó  á  su  tribunal.  En  quien  haciéndole 
ante  todas  cosas  cargo  de  su  antiguo  delito,  se 
prosiguió  á  los  indicios  presentes  leyendo  la  con- 
fesión que  tuás  le  culpaba,  que  era  la  del  segunda 
herido,  con  quien  asimismo  fué  entonces  carea- 


84  CÉSPBDBS    Y   MENBSES 

do,  y  aun  convencido  en  lo  que  traía  resaelto 
confesar  de  plano;  y  así,  sin  más  apremio,  inci- 
tado del  cielo  y  sin  qoerer  valerse  de  otros  re- 
carsos  y  maniféstacioneB  qne  pudiera,  declarólas 
largamente  cnanto  en  aquesta  liiatoria  queda  es- 
crito, concluyendo  con  la  exageración  que  mere- 
cía el  honrado  y  piadoso  celo  que  le  movió  á  po- 
nerse por  la  defensa  de  sn  fe,  del  inviolable  sa- 
cramento, de  sa  patria  y  nación  en  tan  grande 
peligro.  De  que  no  solamente  los  considerados  y 
advertidos  jaeces  no  se  indignaron,  mas  antes 
con  impulso  particular  y  convencidos  de  otra 
fuerza  mayor,  poco  á  poco  fué  su  rigor  trocando 
en  misericordia,  y  en  muestra  de  su  efecto  man- 
daron le  curasen  é  hicieren  honrado  tratamiento; 
con  que  alentado  y  lleno  de  alegi'la,  remitido  á 
más  fácil  prisión,  qnedó  esperando  mejorado 
suceso. 

Kieutras  esto  pasaba  en  la  cárcel,  lastimado 
de  tan  vergonzoBaa  injurias,  y  vencido  del  terri- 
ble dolor  de  las  heridas,  murió  el  lastimado  don 
Rodrigo;  castigando  los  cielos  en  éste  y  los  de- 
más afrentosos  golpes,  no  sólo  sn  temerario  y 
detestable  intento,  mas  el  loco  rigor,  la  impío- 
dencia  y  aprietos  de  su  snegra.  Con  lo  cnal, 
desenga&ados  los  jueces,  en  acuerdos  y  consul- 
tas consideradas,  mandaron  hacer  justicia  de  los 
dos  criados;  digo  del  que  hallaron  herido  y  del 
triste  Fulgencio;  dieron  por  libres  á  don  Félix  y 
á  sn  dama:  y  en  cuanto  á  aquella  culpa,  absol- 


EL  BUEN   CELO   PREMIADO  .  85 

vieron  á  Federico,  y  premiando  sa  buen  celo  por 
lo  demás,  fué  snelto  con  fáciles  fianzas.  Deter- 
minación que  entendida  del  pueblo,  no  sólo  fué 
aplaudida  de  sus  voces ,  mas  aprobada  con  gene- 
ral decreto  de  los  hombres  prudentes,  calificando 
aqueste  regocijo  con  mayores  extremos  la  con- 
valecencia y  salud  adquirida  del  gallardo  don 
Pélix;  y,  finalmente,  la  revalidación  de  sus  bo- 
das con  doña  Elena. 

Premio  también  debido  á  su  perseverancia, 
cuanto  indigno  de  habérsele  por  tan  infelices  y 
extraños  caminos,  dilatando  la  imprudencia  y 
rigor  de  una  mujer;  á  la  cual  no  asi  término 
largo  se  le  dilató  su  castigo;  mas  antes  preve- 
nido y  apresurado  por  sus  propias  manos,  ape- 
nas vio  á  don  Félix  en  la  posesión,  que  tanto  por 
eu  parte  se  había  contradicho,  cuando,  juzgán- 
dolo por  su  mayor  desdicha,  desamparó  su  casa, 
dejó  su  única  hija  y,  acompañada  de  dos  cria- 
dos, tomó  el  camino  de  la  ciudad  de  Játiva,  don- 
de era  natural,  y  en  cuyo  viaje,  rabiando  con 
deseos  de  venganza  y  pidiéndola  al  cielo  de  su 
sangre,  se  le  cumplió  bastantemente;  pues  ha- 
ciendo la  última  noche  de  su  vida,  jomada  en  un 
lugar  pequeño  de  moriscos,  hasta  hoy  no  se  ha 
sabido  más  de  ella,  ni  su  compañía;  y  así  se 
cree  que,  por  quitarla  muchas  y  ricas  joyas  que 
llevaba,  ó  por  el  odio  que  aquellos  pérfidos  te- 
nían á  nuestra  religión,  ó  por  uno  y  por  otro, 
hicieron  de  ella  y  de  sus  criados  lo  que  de  otros 


El  Desdén  del  Alameda. 


CAPÍTULO  XIX 

Historia  segunda,  sucedida  en  Sevilla,  con  el 
antiguo  origen  y  fundamento  destd  ciudad. 

Lta  ciudad  de  Sevilla,  cabeza  del  Andalucía,  se- 
gún los  mas  graves  autores,  es  una  de  las  prime- 
ras y  grandiosas  poblaciones  de  España.  Fundó- 
la Hispalo  seiscientos  años  después  de  la  inun- 
dación y  diluvio  general  del  orbe;  y  llamóla,  de 
su  nombre.  Hispa  lia.  Siglos  después  vino  Hércu- 
les, y  como  por  señal  y  pronóstico  de  su  magni- 
ficencia, puso  en. la  parte  donde  está  hoy  más 
extendida  y  ampliada  dos  columnas-,  cuyos  ves- 
tigios y  antigüedad  ilustre  se  conservan,  con 
esplendor  maravilloso,  en  su  famosa  Alameda. 
Mucho  tiempo  adelante,  en  los  arruinados  tro- 
feos de  esta  ciudad,  el  siempre  vencedor  y  pri- 
mero César  reedificó  á  Julia  Romúlea.  Y  no 
obstante  que  Hispalia  y  Julia,  quiere  Plinio,  no 
sean  una  misma  cosa;  por  lo  menos  San  Isidora 


lo  dice  así,  y  afirma  qne  Julio  César  la  pobló  y 
dio  este  nombre.  Y,  finalmente,  los  ¿rabea  y  mo- 
ros, de  quien  con  notables  trabajos  7  prolijo  ase- 
dio la  ganó  el  santo  rey  don  Fernando,  la  lla- 
maron SeviUa,  que  en  su  lengua  significa  lo 
mismo  que  preciosa  y  rica. 

Su  asiento  está  en  unas  grandes  y  amenísimas 
llanuras,  que  fertilizadas  con  las  aguas  del  cau- 
daloso Betís,  rio  por  quien  toda  la  provincia  se 
dijo  Bética,  y  aun  la  hace  más  apacible,  ale- 
gre, y  deleitosa.  Tiene  en  solo  el  ámbito  de  sus 
maros  y  arrabales,  algunos  de  cinco  mil  veci- 
nos, entre  parroquias,  conventos,  hospitales  y 
casas  de  oración,  más  de  trescientos  edificios; 
digna  muestra  de  su  piedad,  y  riqneza  incom- 
prensible. Por  esta  causa,  en  sus  actos  y  demos- 
traciones, es  única,  es  incomparable.  Y  así  los 
oficios  de  la  Semana  Santa  celebra,  en  particu- 
lar, tan  suntuosamente,  qne  deja  &  Boma,  cabeza 
del  mundo  y  silla  de  la  Iglesia,  muy  atrás. 

Entre  sus  cosas  notables,  bien  merece  lugar 
primero  su  templo  arzobispal,  en  quien  está 
aquella  torre  de  elevación  y  arquitectura  me- 
morable. Sus  alcázares,  ó  por  mejor  decir,  huer- 
tos pensiles,  segán  la  amenidad  de  sus  jardines 
y  la  fragancia  y  artificio  de  sus  hermosos  cua- 
dros, también  pueden  competir  con  sus  mayores 
grandezas;  aunque,  no  obstante,  las  de  sus  tres 
Audiencias  y  Consejos,  las  dignidades  de  Asis- 
tente, Provincial  de  la  Hermandad,  Casas  de  la 


EL   DESDÉN   DEL   ALAMEDA  89 

Contratación  y  Moneda,  tenientes,  alcaldes  y 
ministros  inferiores,  jurisdicción  grandiosa,  edi- 
ficios magníficos,  lonjas  y  caños  de  Carmena.  La 
de  mayor  admiración,  riqueza  y  nombre  es  su 
Aduana,  en  quien  cifrándose  los  tesoros  de 
Oriente^  sus  gomas  preciosísimas  y  la  inacaba- 
ble y  espantosa  máquina,  que  sin.  cesar,  en  mon-. 
tañas  de  plata,  barras  de  oro,  cochinilla,  co- 
lambre y  otras  mercaderías  inmensas»  brota  la 
extendida  América;  siendo  de  todo  escala  y  re* 
ceptáculo  esta  ciudad  y  casa,  juntamente  la  po- 
dían bacer  sin  igual  en  la  tierra,  pues  Venecia 
en  Italia,  Lisboa  en  Portugal,  Alejandría  en 
Egipto,  Malaca,  G-oa  y  Cantón  en  el  Asia,  ni 
pueden  comparársele  sin  grandes  excepciones, 
ni  á  su  caudal,  tesoros  y  riquezas  llegar  en  mu- 
cha parte. 

De  mantenimiento  es  abundante,  y  más  parti- 
cularmente su  comarca  de  lindo  aceite  y  olorosos 
vinos,  y  en  general,  aun  en  tan  gran  concurso, 
todo  se  vende  á  precio  moderado;  facilitándose 
esto  más  por  lo  entrada  y  comunicación  del  río, 
cuyas  aguas  corren  con  tanto  fondo,  que  suben 
desde  el  mar  quince  leguas,  sin  riesgo  alguno 
los  bajeles.  Y,  finalmente,  de  esta  insigne  pobla- 
ción salieron  tres  luceros  de  santidad  y  letras: 
San  Isidoro  y  San  Leandro,  y  el  santo  y  mártir 
príncipe  Hermenegildo,  y  de  ella  juntamente ,- 
es  hoy  el  asunto  y  materia  esencial  de  nuestra 
historia,  cuyo  principio  es  el  que  se  sigue. 


CAPÍTULO  XX 

ipieza  el  cato  sucedido  en  Sevilla. 

las  paede  baber  de  ciucneiita  afios  qne 
1  esta  ciudad  Claudio  Iranza,  hombre 

cargador  de  los  más  opulentos  y  ricos 
eaido  la  Europa;  pues  llegó  el  valor  de 
□da  á  un  millón,  y  el  de  sn  crédito  y  con* 
mucho  más.  Este,  aun  pasando  ya  de  los 
i,  casó  en  Méjico  con  ana  principal  mv- 

de  otro  poderoso  mercader  TÍzcaíno,  oon 
imás  de  sns  virtudes  y  hermosura,  llevó 
cien  mil  ducados;  cosa  por  cierto,  si  no 
),  digna  de  admiración  que  en  hombre 
•ir  se  juntase  tal  m&qnina  de  hacienda,  y 
&  banderas  desplegadas  repartiese  con 
constante  fortuna  de  ana  bienes.  Pnes 
te  si  hubiera  de  ellos  gozado  larga  vida, 
le  vejez,  pudiéramos  contarle  entre  los 
iiosoB  que  la  fama  celebra, 
□mo  las  riquezas  temporales,  los  conten- 
íanos, traen  consigo  tan  amargos  des- 

raros  han  sido  los  que  en  ellos  no  ha- 
lerimentado   esta  verdad.   Así   nuestro 

reconociendo,  como  ahora  sabréis,  su 
ncia  y  fragilidad,  casi  en  el  fin  regoci- 
ras  bodas,  le  salteó  el  de  sus  dias,  de- 
án catorce,  que  estuvo  enfermo,  sin  ha- 


EL   DESDÉN  DEL   ALAMEDA  91 

cienda,  sin  mujor,  sin  criados,  sin  amigos  y  sin 
vida. 

Ocasionóse  esta  última  miseria  de  lo  que  con 
mayor  razón  debieran  aumentarse  sus  alegrías; 
porque  fué  el  caso  que  aun  no  siendo  en  Méjico 
pasados  tres  meses  de  su  casamiento,  como  su 
esposa  sintiese  en  la  novedad  de  los  accidentes 
desabridos  la  preñez  con  que  en  su  persona  poco 
á  poco  iban  agravándose,  entendida  tan  buena 
nueva  de  sus  deudos  y  marido,  queriendo  cele- 
brarla con  más  exageración,  concertaron  más 
grandes  fiestas,  de  quien  desgraciadamente  re- 
sultó su  muerte.  Porque  habiendo  querido  por 
honra  de  aquellos  regocijos,  que  eran  juego  de 
cañas  y  valientes  toros  ser  uno  de  los  que  en 
ellas  se  hallaron,  el  rico  Claudio,  no  solo  á  des- 
pecho de  su  esposa  no  se  contentó  con  haber  an- 
dado en  las  cañas,  mejor  que  su  ejercicio  pro- 
metía, sino  que  asimismo,  como  quien  ya  preten- 
día con  semejantes  actos  oscurecer  tales  prin- 
cipios, se  dispuso,  acompañado  de  criados  y 
pintados  rejones,  á  meterse  entre  aquellos  furio- 
sos animales,  como  en  efecto  lo  hizo;  mas  con 
tan  triste  suerte,  que  á  la  primera  vista  lloraron 
en  él  los  presentes,  el  mismo  suceso  que  en  la 
plaza  de  Álava  aconteció  á  don  Diego  de  Toledo; 
si  bien  lo  que  en  aquél  fué  suma  desdicha,  en 
Claudio  Irunza  fué  poca  destreza  y  menos  ex- 
periencia; porque  al  meter  en  el  toro  el  agudo  re- 
ón,  quedó  incorporado  y  desigual,  que  cuando  le 


CKSrEDES   y   MEHEaES 

coa  el  ímpetu  y  fuerza  de  la  indo- 
debiendo  Bacar  el  cuento,  al  die»- 
lo  al  revés,  41  mismo  se  hizo  peda- 
'  con  tan  gran  ruina,  qne  ni  &  en 
1  resistencia  los  cascos, 
píes  del  caballo  sin  sentido,  de 
ido  muerto  su  feroz  homicida,  cor- 
la tan  terrible  dallo,  levantando  el 
erpo,  dieron  sus  criados  principio 
aas  &  las  exequias  que  después  se 
10  obstante  que,  volviendo  en  bu 
término  referido  de  su  enferme- 
teatamento,  dejó  en  él  por  heréde- 
le s'js  riquezas  al  póatomo  qad  vi- 
rañas  de  su  esposa,  á  quien  en  de- 
á  luz,  nombró  también,  en  el  mis- 
i  condición  de  que  no  se  casase,  ; 
>Ia,  diferentes  legados  yobraa  pias, 
tendiese. 

tanto,  la  hermosa  dama  casi  antes 
ada,  imposibilitada  por  no  perder 
poderío  de  las  segundas  bodas;  y 
í3  lágrimas,  no  del  todo  desconso- 
peranza  de  sucesión,  la  cnal  caía- 
o  destinado,  fué  de  ana  hermosa 
u  mitigando  sentimiento  de  su  di- 
resuelta  á  cumplir  au  última  vo- 
coatenta;  y  así  desde  á  diez  alios, 
eUoB  muerto  sus  padres,  quitados 
lientos,  por  no  faltar  &  tan  grande 


EL   DESDÉN   DEL   ALAMEDA  95 

liAcieiida,  como  en  Sevilla  estaba,  en  no  buena 
administración,  haciendo  barras  la  que  en  dote 
la  cupo  y  la  demás  herencia,  felizmente  embar- 
cándose, llegó  con  toda  al  famoso  puerto  de 
Sanlúcar,  de  donde  acompañañada  de  amigos  y 
deudos  de  su  marido  entró  en  Sevilla  y  en  la  de- 
seada casa  y  familia  que  la  esperaba. 


CAPITULO  XXI 

Resiste  honesta  diferentes  empleos  la  esposa 
del  difunto  Clavdio  y  prosigue  el  cuento. 

Aquí,  pues,  rica,  poderosa  y  generalmente  ve- 
nerada, asistió  alegre,  creciendo,  en  tanto,  al 
peso  de  sus  tiernos  años,  la  rara  y  peregrina  be- 
lleza de  su  hija;  cuya  inestimable  posesión,  por 
tantas  razones  deseada  y  pretendida  de  muchos 
y  grandes  personajes,  aun  tan  fuera  de  tiempo, 
comenzó  á  darla  no  pequeños  enfados  é  impor- 
tunaciones. Siendo  también  las  que  por  su  pro- 
pio  casamiento  la  hicieron,   de  condición  tan 
apretada,  que  como,  no  obstante  el  ser  moza,  de- 
sease perseverar  en  la  fe  de  su  primer  dueño,  la 
fué  fuerza,  para  mejor  huir  semejantes  inquie- 
tudes, retirarse  á  una  pequeña  aldea,  en  quien 
sorda  á  infinitos  combates,  hasta  que  del  todo 
se  entendió  su  determinación  casta  y  honrada, 
asistió  á  otros  dos  años  de  entretenida,  tanto  en 
la  disposición  y  aumento  de  su  grande  hacienda. 


CÉSPEDES   Y   MEHÍSE3 


cuanto  en  la  educación,  recato  y  virtuosas  coa- 
tumbrea  de  Floriana  (que  este  era  el  nombre  de 
BU  Lija),  como  la  que  pensaba,  y  no  sin  gravea 
causas,  que  en  ella  se  criaba  digno  aujeto  de 
sus  altivos  y  soberbios  empleos. 

El  caballero  qne  antes  de  esta  ausencia,  y  con 
la  mayor  perseverancia,  insistió  más  «n  la  pre- 
tensión de  esta  señora  viuda,  fué  don  Pedro  de 
Castilla,  mayorazgo  grandioso  y  nobilísimo  y 
con  quien,  según  se  dijo  entonces,  estuvo  muy 
adelante  el  concertarse;  si  bien  el  amor  de  au 
hermosa  hija,  y  al  considerar  que  no  sólo  la  per- 
día en  casándose,  sino  la  posesión  de  tal  rique- 
za, hubo  de  contrastar  á  sus  deseos  y  poner  en 
silencio  tales  pláticas.  Aunque  aaf  mesmo,  por- 
que todo  se  entienda,  hubo  de  parte  de  don  Pe- 
dro no  pocos  defectos  é  inconvenientes  qne  im- 
pidiesen su  gusto;  y  no  el  menos  advertido  y 
considerable,  el  de  au  desvanecida  y  soberbia 
condición,  con  lo  cual  se  juntaba  el  ©star  este 
caballero  en  Sevilla  infamado,  y  no  sin- culpa, 
del  implacable  odio  con  que  trataba  ¿  un  her- 
mano suyo;  cosa  que  aunque  entre  particulares 
naciones  b&rbaras  se  acostumbre,  al  fin  sen  bár- 
baras, al  fin  viven  desnudas  del  amoroso  afecto 
que  se  engendra  y  produce  en  la  afinidad  de  la 
sangre.  Pero  entro  cristianos  y  hombres  de  ra- 
to, si  no  es  faltá.ndolea  eatoa  atribn- 
por  impiedad  y  afrenta, 
s,  que  teniendo   eate  caballero  un 


^   DESDÉN   nw 


solo  iermaao  y  kIII  " -~~J1__ 

clero,  era  f     •'^    *^**  entonces  «n  * 

re«^  V  ?  **"  aborrecido  ^  ^°''^8o  here- 

^•ospetado  y  s,p.„j/  ,°  ^e  sus  oíos  v  t«         , 

»o  iabía  J  r?    **"*  "^^  ««8  obras  T^  ^        "^"^ 

abati<¿    'í  ^'^^  »°  familia  y ?« J  ^'°«^°'''  ««« 

de  «*  ^  peor  Pareo,/        '  ^'°°  "^  «er  tan 

«quella  tT""'  ^  ^«'«inaadoi  iTr  P^"<*''«'^- 
mer®  ^^'^«'•««a  ciudad   .  k  ,f    ^*^^a  en  toda 

ao  '     í'  •^  í'^^beyo  ie '  r^''"«''«  ^  ciudadano, 

bien  a¿2   ^^°'  ^*«  «^a  el  ñor».     /  ''^*^*'  ^« 

«omran-o  tT'^  «^  «Piauió  del^:  if  *°«'  '^"^ 
W&n  rl        ''*'«*eridad  y  nVn    ^      °  y»  P*»"^  ^^ 
I*^  repugnancia  en  1^1^°    '^^  «^  hermano, 
Esta  ttala  oniuil  ?  °"*l9mera  sujeto. 

;:rr-to  d7; if ::f r  ''^'^' '>>'  «^^  «^ 

;!r    '"'*°  «orno  su  L^      ^''***°^*'  «iescom- 

raa,;  .     ""^^  ella,  annn»    "T^^aba  con  aquesta 
S?  P'^^ro  en    su^'"^  desengañándole  cla- 

8alk?^  '"«  «'i  él  tenía    «•,  *°'**'  ^°^«°  perder 
SlT^-o^»  alma  le  ¿.K/^"'^^'"i«^*-y  va.- 

'""«í-^ia  de  gae  p^^t  T^^ *»? i^a  (aunque  vivía 

Sil   ¿ija  sobrarían  mari- 


doB),  le  hizo  entender  que  gustaría  se  emplease 
en  servirla;  empeftándole  así  dudosa  y  confusa- 
mente en  esperanzas  que,  con  bu  continuación  y 
largo  progreso  pudieran  dar  al  traste  con  bu 
rico  mayorazgo,  tales  efectos  canea  una  vana 
aficción,  ostentación  loca  y  gastos  despropor- 
cionados. 


capítulo  XXII 

DescHbense  las  virtudes  y  partes  de  Floriana, 
sii-venla  en  grande»  fiestas  y,  por  su  recato 
incomparable,  grangea  indignamente  el  nom- 
bre del  Desdén  del  Alameda. 

Xehdría  ya  en  aquesta  sazón  la  graciosa  Tío 
riana  catorce  años,  edad  tan  bien  lucida  y  em- 
pleada que,  dejado  aparte  su  peregrina  y  notable 
hermosura  (dote  por  sí  solo  bastantísimo),  no 
había  gentileza,  habilidad  ó  estudio  lícito  á  per- 
sona semejante  que  no  estuviese  ©n  ella  muy 
aventajado  y  perfecto,  y  esto  con  tan  singular 
extremo,  que  aunque  con  la  dulce  música  y  de- 
licada voz  enloquecía  los  hombres,  su  destreza  y 
artificios  los  suspendía  y  asombraba,  y  sí  la  agi- 
lidad, laborea  y  bordaduras  exquisitas  de  sus 
manos  los  admiraban,  no  tenían  más  que  enten- 
der, m&B  que  desear,  en  cualquier  festín,  junta 
ó  sarao  que  el  hoaesto  concurso  de  sus  mudan- 


EL   DESDÉN   DEL   ALAMEDA  97 

zas  y  la  graciosa  gentileza  de  sus  movimientos. 

Sabía  además  no  pocas  letras,  latinidad  y  retó- 
rica competente  á  su  estado,  y,  sobre  tantas  y  tan 
generales  excelencias,  siendo  honestísima  era 
igualmente  un  perfecto  retrato  de  la  compostura, 
recato  y  vergüenza  de  una  doncella  noble;  con 
que  no  sólo  tales  partes  la  hicieron  conocida  por 
sus  muchas  riquezas,  sino  amable,  estimada  y 
más  apetecida  por  sus  heroicas  virtudes. 

De  esta  suerte  comenzó  el  Andalucía,  digo  los 
grandes  señores  de  ella,  á  moverse  en  competen- 
cia y  emulación  á  tan  grande  pretensión,  ya  al- 
gunos para  sí  mismos  y  ya  otros  por  gusto  y 
conveniencia  para  sus  dependientes  y  deudos;  y 
no  paró  en  tan  cortos  límites  la  fama  de  este  lin- 
dísimo objeto,  que  alargándose  á  más,  no  hubo 
en  España  ciudad  en  quien  no  se  mostrasen  los 
triunfos,  las  victorias  de  su  hermosura,  y  en  fin, 
Sevilla,  por  tan  honrosos  huéspedes,  estuvo  lar- 
gos días  hecha  grandiosa  corte  y  divertidos  sus 
ricos  tratos  en  regocijos  y  fiestas  continuadas, 
no  habiendo  en  todas  ellas  quien  á  muy  grandes 
costas  de  su  hacienda  campease  con  mayor  de- 
mostración que  el  enamorado  don  Pedro.  Porque 
ni  vistió  la  hermosa  Floriana  color  que  él  no  lu- 
ciese ni  gala  que  hasta  en  la  librea  de  sus  mu- 
chos criados  no  se  admirase,  ni  aun  fior  pintada 
de  sus  ricos  tocados  que  no  sirviese  de  artificio- 
so enigma,  hasta  en  las  adargas  y  motivos  de 
sus  alegrías,  haciendo  punta  en  aquestos  extre- 

HISTORIAS    PEREGRINAS  7 


98  CÉSPEDES  Y   MENESES 

mos  á  los  más  persuadidos  por  su  grandeza  ó 
partes  en  la  pretensión  de  su  dama. 

Vivía,  en  el  ínterin  que  estas  cosas  pasaban, 
el  pobre  de  su  hermano  miserablemente  afligido 
y  sobremanera  afrentado  más  que  nunca;  porque, 
no  obstante  que  siempre  generalmente  amado  y 
favorecid©  del  pueblo,  en  cualquier  fiesta  nin- 
guno más  que  él  se  aventajase,  así  en  caballos^, 
galas  y  jaeces,  como  en  la  estimación  y  aplauso 
de  sus  acciones,  como  todo  este  adorno  en  su 
discrección  parecía  venir  violento  y  forzado,  si 
ya  no  por  la  voluntad,  de  los  que  largamente  con 
él  partían  sus  haciendas,  por  el  vergonzoso  y 
noble  pecho  con  que  eran  admitidas,  no  pudo 
pasar  más  adelante  en  semejante  vida.  Y  así,  no 
sin  grande  nota  y  sentimiento  de  toda  la  ciudad, 
porque  de  toda  era  acariciado  y  bien  visto,  se  re- 
tiró y  encubrió  en  su  casa  á  todas  estas  últimas 
fiestas  y  regocijos,  en  quien  don  Pedro,  por  su 
ausencia,  fué  el  más  lucido,  aunque  no  el  mejor 
mirado;  porque  el  trato  de  su  hermano  le  había 
puesto  en  aborrecimiento  común  de  todos. 

Era,  fuera  de  aquesto,  el  noble  don  Sancho  tan 
mirado  y  cortés  en  los  respetos  de  su  hermano, 
que,  aunque  no  le  movieran  á  ocultarse  tan  jus- 
tos sentimientos  y  causas,  él  lo  hiciera,  tanto 
por  dejarle  lucir,  cuanto  por  no  ocasionarle  á 
nuevos  enfados  con  su  presencia.  Y  así,  aunque 
entendía  el  progreso  de  sus  pretensiones,  no  sólo 
estaba  ignorante  del  conocimiento  y  sujeto  de 


EL   DESDÉN   DEL   ALAMEDA  99 

«u  hermoso  dueño,  mas  ni  aun  sabía  su  casa,  ni 
en  dos  años  que  duraron  atravesó  el  Alameda, 
ni  muchas  calles  de  su  contorno,  sólo  porque 
había  oído  que  era  en  aquel  comedio  el  barrio  y 
morada  de  la  hermosísima  Floriana.  A  quien  en 
esta  sazón,  por  su  acostumbrado  recato  y  hones- 
to encogimiento,  atribuyéndolo  sus  pretendien- 
tes á  desdeñoso  melindre  ó  propia  estimación, 
•comenzaron  por  la  cercanía  á  llamarla  el  Desdén 
del  Alameda^  nombre  que  la  hizo  tan  conocida  en 
el  mundo,  que  pudiera  á  ser  igual  mi  intento,  dar 
titulo  famoso  á  aquesta  historia.  En  semejante 
estado  estaban  estas  cosas,  cuando  á  la  fama  de 
^llas  llegaron  á  Sevilla  los  dos  duques  de  Me- 
dina y  Alcalá,  deseosos  de  gozar  en  sus  antiguas 
casas  parte  de  tan  crecidos  regocijos.  Y  así 
nuevamente  alborozados  y  contentos,  los  que  los 
fomentaban  comenzaron  á  disponer  otros  ma- 
yores. 

CAPÍTULO  XXIII 

Frosiguense  las  fiestas;  la  absteridad  y  rigor 
que  usa  con  don  Sancho,  su  hermano,  el  ha- 
hlarse  los  dos  y  su  resolución. 

Andaba  don  Pedro  con  esta  novedad,  más  que 
nimca  divertido  en  sus  galas,  inventando  li- 
breas, y  gastando  con  prodigalidad  y  grandeza; 
ocasión  que  en  don  Sancho,  comentando  sus  pe- 
nas, apresuró  el  mejor  remedio  y  salida  de  ellas; 


100 


y  EiBÍ  eatimolado  y  persuadido,  aan  de  Iob  mayo- 
res amigos  y  confidetea  de  su  hermano,  dispues- 
to &  irse  &  Plandes,  trató  de  hablarle  y  de  aco- 
modarse con  él,  sin  intervención  de  justicia,  en 
el  modo  de  sus  alimentos,  y  del  apercibirle  y 
aviarle  conforme  á,  su  calidad  y  persona;  para 
lo  cual  el  mayor  estorbo  que  se  le  ofrecia  era  lla- 
garle &  hablar.  Porque  en  su  casa  tenía  mandado 
le  impidiesen  la  entrada  de  su  cuarto,  y  para  sos 
intentos  y  pretensiones,  no  era  &  propósito  remi- 
tirlo ¿  la  calle.  T  como  el  noble  mozo  desease 
excusar  violencias,  hubo  de  procurar  quo  el  ver- 
le se  guiase  en  buena  conjuntura.  Sralo  tnny  i 
pedir  de  boca  cogerlo  de  noche  en  el  acostum- 
brado paseo  del  Alameda,  adondeen  siendo  tar- 
de se  apeaba  Á  coger  el  fresco  con  sus  amigos;  los 
cuales  hablan  de  ser  quien  disimuladamente  pu' 
siesen  6,  don  Sancho  en  ocasión  que  á  solas  tra- 
tase su  pretensión  con  don  Pedro. 

Efectuóse  &  guato  esta  diligencia  de  los  que  Ift 
deseaban;  porque  llegando  él  á  buen  tiempo,  y 
atravesando  pláticas  con  su  hermano,  aunque  se 
le  hizo  nueva  y  áspera  tal  correspondencia,  te- 
miendo dar  mayor  motivo  á  los  que  le  acompa- 
ñaban, disimuló;  y  sin  poderlo  excusar,  viendo 
que  pedia  á  loa  demás  licencia  para  hablarle,  y 
que  todos  alegres  se  la  concedían,  hubo  de  que- 
darse paseando  con  él,  y  atender,  aunque  á  su 
pesar,  á  estas  tan  discretas  cuanto  bien  comedi- 
das razones. 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA         101 

— Doce  años  ha,  hermano  y  señor  mío,  que  aun 
sin  tener  yo  los  seis  de  edad,  faltando  nuestros 
padres,  quedé  amparado  de  vuestra  sombra,  te- 
niéndoos, desde  entonces,  en  el  respeto  y  lugar 
que  aquéllos.  Y  sabe  Dios  que  en  todo  aqueste 
tiempo,   deseando,  sobre  todas  las  cosas  vues- 
tro agrado,  he  presumido  en  secreto,  ni  en  pú- 
blico, acción  ni  pensamiento  que  degenere  de 
vuestra  sangre,  ni  que  me  hiciese  indigno  de 
Tuestra  gracia;  si  bien  no  sé  por  qué  contraria 
estrella  mía  ha  muchos  tiempos  que  estoy  tan 
fuera  de  ella,  que  no  sólo  se  me  ha  negado  el 
alivio  y  consuelo  de  vuestra  vista,  pero  lo  que 
más  puede  causar  admiración  y  lástima,  el  ves- 
tido y  adorno  de  mi  persona,  y  aun  el  pequeño 
y  moderado  alimento  suyo;  cosas  que  por  ser  tan 
inexcusables  y  precisas,  y  mayormente  por  no 
daros   enfado,  he  procurado  suplir   hasta  hoy 
afrentosamente,  ó  ya   valiéndome  de  nuestros 
deudos  ó  ya  de  amigos  mercaderes  y  ciudada- 
nos que,  condolidos  de  tanta  calamidad,  la  han 
remediado.  Y  pongo  ahora  por  testigo  á  los  cie- 
los que  hiciera  lo  mismo  en  la  ocasión  presente, 
y  me  valiera  de  esta  diligencia,  antes  que  llega- 
ra á  cansaros,  si  el  natural  empacho,  si  la  ver- 
güenza noble,  que  con  los  años  y  mejores  discur- 
sos me  han  abierto  los  ojos,  no  impidieran  tan 
poco  honrosa  salida.  Hasta  ahora  parece  que  mi 
poca  edad  podía  disculparla;  pero  ya  que  alcan- 
zo lo  mal  que  está  á  vuestra  reputación,  no  per- 


mita  Dioa  que  yo  la  infamo  ni  amancille:  soy 
vuestro  hermano,  bijo  de  nnos  mismos  padresf 
ellos  me  dejaron  hacienda  y  joyaf,  qae  con  los 
alimentos  do  vuestra  obligación,  pueden  susten- 
tarme, si  Bo  en  Sevilla,  honradamente  en  flan- 
des,  donde  sns  alteraciones  pueden  servir  de 
empleo  á  los  hombres  de  mi  suerte;  y  así,  con 
esta  determinación,  y  seguro  de  que  á  pensa- 
mientos tan  honrados  habéis  de  ayadar  con  ge- 
neroso espíritu,  he  querido  proponéroslos,  para 
que  con  mayor  voluntad,  pues  tenéis  mi  hacien- 
da, se  disponga  la  jornada  y  el  modo  que  se  ha. 
de  tener  en  acudirme  en  aquellas  provincias. 
Adentás,  de  que  es  muy  justo  que  asi  en  ellas, 
como  en  cualquiera  parte,  luzga  en  mis  obrasel 
esplendor  de  ser  heriaano  vuestro  y  segundo  de 
¡a  ilustre  casa  de  nuestros  padres, 

Aquí  dio  fin  don  Sancho  á  bu  breve  y  propor- 
cionado discurso;  y  ciertamente  que  en  cualquie- 
ra sujeto  que  le  tuviese  de  hombre,  lastimara  y 
noviera  á  más  graves  efectos;  no  obstante  que 
fueron  bien  contrarios  y  disformes  los  que  en 
don  Pedro  ocasionó  esta  justa  demanda,  el  cnal, 
reventando  de  ira  y  soberbia  loca,  aun  mucho 
antes  que  don  Sancho  acabara,  quisiera  el  ha- 
berle vuelto  las  espaldas;  y  si  no  lo  ejecutó  de- 
jándole sin  respuesta,  no  fué  por  mas  estima- 
ción, sino  por  parecerle  conveniente  dejar  de- 
cididas con  su  desengaño  las  pretensiones  hon- 
radas de  su  pobre  hermano;  y  así,  con  tal  rosolu- 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  l03 

ción,  en  viéndole  callar,  con  fingida  risa  le  res- 
pondió, como  se  verá  en  el  siguiente  capitulo. 


CAPITULO  XXIV 

Responde  ásperamente,  d  su  hermano,  don  Pe- 
dro, y  él,  irritado  justamente,  satisface  su 
injuria. 

i\o  sé  para  qué  ha  sido  cansarme ^  dijo  don  Pe- 
dro, con  tan  estudiada  arenga,  ni  apartarme  de 
la  conversación  de  mis  amigos,  ¿  oir  tanta  ne- 
cedad; pues  con  un  memorial  que  se  me  diera  se 
hubiera  excusado  mi  enfado,  y  vos  tuviérades 
satisfacción  bastante.  Don  Sancho,  que  queráis 
ó  no  emplearos  en  Flandes,  sirviendo  al  rey  ó  en 
vuestros  pasatiempos;  ni  que  por  mi  reputación 
estiméis  vuestros  lucimientos,  ni  que  por  la  mis- 
ma causa  procuréis  excusar  favores  y  ayudas 
poco  honrosas,  en  mí,  de  todo  aquesto  he  hecho 
siempre  tan  corta  reflexión,  que  pienso  que  has- 
ta ahora  no  me  ha  quitado  el  sueño,  cuanto  y 
más  reparado  en  que  vuestras  desórdenes  y  ba- 
jezas puedan  oscurecer  mi  estimación.  Pero  de- 
jando esto  á  una  parte,  lo  que  yo  sé  deciros  al 
presente  es  que  nunca  los  hermanos  segundos 
que  tienen  la  mucha  honra  que  vos  blasonáis, 
pretenden  de  sus  mayores  licencias  tan  costo- 
sais  ni  gastos  tan  fuera  de  propósito;  antes,  de- 
seando como  nobles  y  honrados   que  en  elloB 


EL  DESDÉK  DBL  ALAMEDA  105 

toso  de  SU  honrado  lecho.  Soltóle,  oyendo  tan  in- 
fames, tan  nefandas  razones,  el  pacientisimo 
mancebo  y  mas  no  con  el  sufrimiento  y  cordura 
que  hasta  entonces  había  mostrado,  porque  antes 
fué  tan  implacable  la  ira  y  furor,  que  de  él  se 
apoderó,  luego  que  oyó  repetir  mancillas,  tan  in- 
dianas y  afrentosas,  y  que  sus  blanduras  y  hu- 
mildades hubiesen  alentado  tan  grave  atrevi- 
miento, que  sin  más  esperar,  ciego  y  loco  con 
pasiones  tan  justas,  volviéndose  ¿  don  Pedro, 
empuñada  la  espada,  en  alta  voz  le  dijo: 

— Ea,  pues,  infame  caballero;  yo  soy  contento 
de  no  ser  vuestro  hermano,  y  pues,  al  paso  que 
me  libráis  de  tan  justos  respetos,  me  obligáis 
juntamente  á  la  defensa  de  mi  honrada  madre, 
callad  la  lengua  y  aventajad  los  brazos,  en  tanto 
que  os  la  cortan  mis  manos,  si  bien  será  vengan- 
za poca,  respecto  de  la  injuria. 

Y  repitiendo  aquesto,  en  un  instante,  aunque 
al  principio  don  Pedro  intentó  defenderse  con  li- 
bertades y  palabras  viles  y  después,  apretado, 
con  sus  armas,  siendo  todo  corta  defensa,  cu- 
bierto de  su  sangre,  y  casi  hecho  pedazos  por  las 
muchas  heridas,  se  halló  en  un  punto  sin  sentido 
en  el  suelo. 

Habían,  cuando  los  dos  hermanos  comenzaron 
su  plática,  apartándose  sin  sentir  tan  á  lo  largo 
de  la  demás  compañía,  que  casi  este  impensado 
accidente  les  vino  á  hallar  por  lo  más  alto  y  su- 
perior del  Alameda,  y  gran  trecho  apartado  de 


106 


BUS  árboles;  y  con  todo  eeto,  no  faltó  alguna  gen- 
te que,  al  mido  de  la»  eap&das  y  confnsoa  gemi- 
dos de  don  Pedro,  no  acndieaen  volando;  hacien- 
do igual  diligencia  ens  amigos,  &unqae  anos  y 
otroB  tan  tarde,  qae  ya  estaba  dispuesto  el  mal 
recaudo,  y  don  Sancho,  rompiendo  por  los  minis- 
tros de  justicia,  que  nunca  faltan  en  tales  oca- 
siones, ya  en  parte  l^on  algunas  espaldas,  y  ya 
dándole  lado,  no  habiese  en  un  momento  des- 
aparecidose. 

Y  fué  el  caso  que  cogiendo  la  primera  calle, 
hallando  á  pocos  pasos  abierta  la  puerta  de  una 
grandiosa  casa,  arrojándose  en  ella  y  cerrándola 
con  una  fuerte  aldaba,  sin  ser  de  nadie  visto, 
aseguró  algún  taato  su  temor;  del  cual,  regido, 
pareciéndola  que  el  ruido  y  concurso  de  la  calle 
era  todo  en  su  busca  y  seguimiento,  sin  reparar 
en  lo  que  hacía,  viendo  una  pequeña  luz  al  fin 
del  zaguán,  guió  hacia  ella;  y  hallando  un  can- 
cel abierto,  se  entró  en  la  primera  cuadra,  en 
quien  durmiendo  y  en  mortal  descuido,  miró  una 
esclava  encima  de  unos  cajones,  cosa  que  le  hizo 
presumir  aguardaba  gente  de  fuera;  con  qae 
alentando  el  paso,  sin  más  considerarlo,  de  oo 
aposento  en  otro,  y  de  ana  sala  en  otra,  y  sin  ser 
sentido  de  algunas  personas,  que  á  la  confusa 
luz  que  entraba  de  la  luna,  por  unas  altas  rejas, 
vio  en  diferentes  lechos  reposando,  vino  á  dar 
con  sn  cuerpo  en  unos  largos  y  espaciosos  corre- 
dores, y  de  ellos  en  otro  rico  cuarto,  y  sin  com- 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA         107 


paración  más  adornado  con  preciosas  colgaduras 
y  diferentes  arreos.  Del  cual  (cosa  que  espanta, 
siendo  de  noche  y  con  tan  breve  luz),  salió  á  una 
galería  cubierta  de  tanto  oro,  así  de  los  marcos 
de  diversas  pinturas,  como  de  los  follajes  y  ma- 
zonería de  sus  bóvedas,  que  no  echó  menos  á  los 
rayos  del  sol. 


CAPITULO  XXV 

Admirables  sucesos  de  don  Sancho  huyendo 

de  la  justicia, 

jQfSTABA  toda  la  galería  á  concertados  trechos, 
llena  de  ventanaje,  que  caía  á  un  ameno  jardín. 
Corrióla  don  Sancho  brevemente,  admirado  tanto 
de  su  gracioso  adorno,  cuanto  de  ver  que  en  la 
pared  frontera  de  una  puerta  se  divisaba  un  res- 
quicio de  luz;  con  que  perdido  ya  aquel  temor 
primero,  no  parando  hasta  ella,  apenas  la  tocó, 
cuando  abriéndola,  se  halló  en  una  cuadra  cuya 
riqueza  y  curiosidad,  siendo  admirable,  inte- 
rrumpió algún  tanto  el  verse  en  un  instante  sal- 
teado y  hecho  salteador  de  la  más  notable  aven- 
tura que  hasta  entonces  vieron  sus  ojos.  ¿Quién 
le  dijera  á  aqueste  caballero  que  en  una  noche 
tan  rigurosa  y  llena  de  peligros  para  su  vida 
hallara  tales  desenfados  y  alientos?  Por  cierto, 
los  acaecimientos  de  los  hombres  son  notables,  y 
la  Providencia  superior  que  los  gobierna,  asom- 


bro  digno  de  toda  reverencia  y  estlmacíÓD.  Ve- 
ráse  cuerdamente  este  infalibre, efecto,  antea  qae 
demos  fin  á  nuestra  historia. 

Y  asf ,  volviéndonos  á,  ella,  digo  qae  aún  no  ha- 
bla don  Sancho  puesto  los  turbados  píes  en  aqnel 
aposento,  cuando  impensadamente  se  vio  ofusca- 
do y  casi  sumergido  entre  los  blandos  rayos  de 
unos  divinos  ojos;  y  esto,  con  tanta  fuerza  y  ena- 
jenación, que  en  buen  espacio  no  pudo  discernir 
en  que  realmente,  la  verdadera  luz  que  alumbra- 
ba aijuel  puesto  era  una  blanca  vela,  que  en  un 
candelero  de  plata,  bufete  de  lo  mismo,  daba 
alma  á  un  libro  en  quien  leía  aquel  objeto  her- 
moso que  le  tenía  suspendido.  El  cual,  viendo 
tan  temeroso  acaecimiento,  queriendo  dar  vooes, 
é,  la  primera  despertó  á  don  Sancbo  que,  recono- 
ciendo su  peligro  si  aquel  ángel  alborotaba  la 
casa  (que  hasta  entonces  aún  dudaba  fuese  mu- 
jer mortal),  acercándose  al  precioso  lecho  en  que 
estaba  acostada,  procuró  suspender  su  temor, 
asegurándola  como  mejor  el  suyo  le  dio  lugar;  si 
bien  importara  poco  esta  diligencia,  si  abriendo 
más  los  ojos  no  reparara  el  daño  y  acudiera  con 
descorteses  muestras  y  amenazas  al  remedio; 
con  que  la  triste  dama,  eclipsado  el  más  hermoso 
rostro  que  miraron  mortales,  estando  casi  muer- 
ta, hubo  de  reprimir  su  voz,  comenzando,  vién- 
dose en  tal  aprieto,  un  muy  amargo  llanto,  que 
enterneciendo  nuevamente  el  pecho  de  don  San- 
cho, no  excusó  el  mitigarle,  satisfaciéndolo  con 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  109 

decir  en  forma  siguiente  el  origen  y  causa  que 
le  había  traído. 

— Mucho  siento,  señora  mía,  y  tanto  como  el 
peligro  que  á  vuestra  casa  y  á  daros  este  enoja 
me  redujo,  la  pasión  con  que  os  miro  y  conside- 
ro por  tantos  caminos  temerosa  de  ver,  y  con  ra- 
zón, hombre  no  conocido  y  á  semejantes  hora& 
en  tal  puesto;  mas  el  aprieto  y  riesgo  de  mi  vida^ 
y  la  natural  defensa  suya,  me  obligó  á  que,  vi- 
niendo huyendo  de  quien  deseaba  quitármela,  y 
hallando  esta  casa  abierta,  me  valiese  de  su 
sombra  para  mi  receptáculo  y  custodia;  con  que 
de  un  aposento  y  cuarto  en  otro,  he  llegado  has- 
ta aquí,  anhelando  siempre  por  quien  pusiese 
con  seguridad  y  salida  secreta,  límite  á  mis  cui- 
dados; y  nunca  he  descubierto,  hasta  ver  este 
milagroso  portento,  persona  á  quien  recomendar 
mi  necesidad  y  aflicción,  y  así,  piadosamente^ 
pudíendo  darles  el  remedio  que  pido,  os  suplico 
por  su  ejecución,  pues  seguramente  podréis 
creer  que  ni  mis  riesgos  han  buscado  otra  cosa, 
ni  el  noble  ser  que  tengo,,  aunque  vos  lo  igno- 
réis, me  la  permitirá  emprender. 

Había  estado  el  tiempo  que  duró  esta  breve 
plática  considerando,  aunque  temerosa,  la  gen- 
til dama,  el  rostro  grave,  la  persona  bizarra  y 
la  compostura  y  discreción  de  aquel  hombre  que 
la  estaba  hablando;  y  pareciéndole  no  haber  vis- 
to en  sus  pocos  años  tan  grande  perfección,  poco 
á  poco,  haciendo  juntamente  sus  partes  la  blan- 


onea,  la  piedad  de  sus  ruegos,  fué 
ídroso  deávelo.  Y  resolviéndose  ¿ 
;ándole  del  presente  peligro,  con 
be  le  respondió  que  ella  le  pon- 
y  que  mientras  para  hacerlo  se 
«ase  consolado  de  haber  llegado 

dos   ó  tres  puertas  podían  darle 

aseaba. 

e  tiempo  las  doce  de  la  noche;  j 

maitines,  tirando  las  cortinas  & 
mente  salió  vestida  de  un  fatde- 
pa  de  levantar,  y  uno  y  otro  de 
^ue  no  poco  aumentaban  sus 
.  la  secreta  fuerza  de  los  her 

dueño;  cuyo  talle  bizarro,  auD' 

de  no  dieciséis  años,  era  a 
tbrió  con  esto  otra  segunda  puer- 
a,  y  siendo  guía  á  don  Sancho, 
acol,  dieron  en  el  jardín  que  arri- 
'ragancia,  tanto  con  las  sombras 
i  de  sua  cuadros,  cenadores,  altas 
idas  rejas  descubrió  la  tuna,  de- 
bo en  larga  admiración;  mas  sa- 
ver  que,  acercándose  á  una  puer- 
irecer  y  según  el  desaliento  que 

campo,  siendo  la  verdad  que  no 
no  á  la  Alameda,  aunque  á  día- 

de  su  pendencia,  llamándole  la 

advirtieae  el  gran  alboroto  que 
ifectoa  de  su  misma  ocasión;  y  que 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  111 

asi  le  parecía  suspendiese  el  propósito  hasta  más 
sosegarse.  Obedeció  don  Sancho  este  consejo, 
y  juntamente  la  siguió  aun  hermoso  cenador, 
adonde  sentándose  los  dos,  á  ruego  de  tal  hués- 
ped, porque  ya  con  menos  miedo  le  miraba,  con- 
tó sin  nombrar  los  sujetos,  digo  á  sí  y  á  su  her- 
mano, todo  el  suceso  referido. 


CAPITULO  XXVI 

Degenera  don  Sancho  en  su  proceder  noble, 
y  con  violencia  goza  de  la  ocasión, 

i\o  excuso  en  aquesta  sazón  el  suspender  mi 
historia  á  |una  breve  consideración,  pues  es  sin 
duda  que,  á  no  dejar  diferidas  las  muchas  que 
pueden  ofrecerse,  fuera  poner  en  contigencia 
la  verdad  y  no  facilitar  sus  repugnancias;  por- 
que realmente  no  dejara  de  parecer  terrible  con- 
fianza ó  suma  libertad  la  que  contemplo  en  esta 
hermosa  dama,  de  quien,  si  ya  por  los  requisitos, 
grandezas  y  esplendor  con  que  la  he  pintado, 
queda  desvanecido  el  último  defecto,  todavía  el 
primero  arguye  poco  juicio  y  menos  experiencia, 
pues  le  fuera  más  fácil,  á  ño  ser  esto  así,  el  lla- 
mar á  su  gente  y  hacer  poner  en  cobro  aquel 
hombre,  que  animarse  á  ejecutarlo  por  sí  sola, 
con  tan  disculpable  materia  á  cualquiera  exceso. 
Esta  objeción,  á  mi  ver  no  pequeña,  ha  sus- 
pendido muchas  veces  la  pluma,  hasta  que  más 


1J2 


atento  di  en  la  excusa  qne  más  verdaderamente 
pudo  favorecerle;  porque  es  creíble  que  la  afli- 
gida dama,  viéndoee  en  tales  términos,  conside- 
ró profundamente  que  del  llamar  sns  padres  ó 
criados  venia  i  incurrir  en  una  irremediable  y 
evidente  sospeclia  y,  por  el  consiguiente,  en  el 
da&o  mayor  que  podia  temerse;  porque  es  el  caso 
certísimo  que  hallando  en  eu  aposento  hombre 
de  tales  prendas,  ni  sn  honestidad  dejara  de 
quedar  en  opiniones ,  ni  su  fama  en  terrible  detri- 
mento; y  asi,  con  más  prudencia  que  prometían 
sus  pocos  años,  eligió  el  menor  riesgo,  fiándose 
de  aquél  que  por  el  mismo  suyo  habla  de  callar 
cnalquíer  fracaso,  antes  que  de  loe  muchos  cria- 
dos, que  &  sus  voces  era  fuerza  acudiesen;  ade- 
más que  tampoco  don  Sancho,  temiendo  su  peli- 
gro, se  lo  permitiría  ni  excusara  el  estar  mny 
sobre  aviso;  con  que  ciertamente  ella,  segán  el 
estado  presente,  había  elegido  buena  resolución, 
gi  como  en  este  caballero  resplandecían  muchas 
y  grandes  excelencias,  hubiera  la  abstinencia  y 
castidad  sido  de  semejante  número. 

Mas  porque  se  conozca  lo  ñaco  y  débil  de 
nuestra  ruin  naturaleza  y  cuan  poco  debe  nadie 
fiarse  de  su  esfuerzo  sin  ayuda  y  favor  del  cielo, 
por  más  ajustado  que  nos  parezca,  y  de  más  per- 
fecciones  y  virtudes,  diré  de  éste,  á  quien  con 
general  estimación  y  aplauso  daba  Sevilla  el  tí- 
tulo de  mayores  requisitos,  teniéndole  por  espejo 
de  su  juventud,  por  ejemplar  virtuoso  de  sus  eos- 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA         113 

tumbres,  la  facilidad  de  su  caída,  el  defecto  que 
ocultaba  en  su  pecho  y  la  mina  que  causó  su 
inconstancia;  pues  cuando  más  pudiera  lamentar 
su  peligro,  así  precipitado  y  ciego  se  dejaba 
despeñar  en  otros  nuevos  y  en  su  tanto  ma- 
yores. 

Lloró  tierna  y  amargamente  la  verdad  de  su 
costosa  ^experiencia  la  hermosa  dama,  de  cuya 
vista,  rendido  torpemente,  apenas  acabó  de  con- 
tarla su  historia ,  cuando  valiéndose  de  la  oca- 
sión que  más  debiera  agradecer,  atrevido  y  des- 
compuesto, la  dejó  sin  honra.  Cosa  que  no  sé  cómo 
en  medio  de  tan  grandes  y  cuidadosos  temores 
pudo  emprender  un  hombre  de  razón.  Ello,  en 
fin,  pasó  así,  quedando  en  el  de  su  lascivo  inten- 
to la  forzada  señora  desmayada,  y  él  tan  arre- 
pentido y  afrentado  (efecto  de  su  yerro  y  peca- 
do), que  sin  tener  ánimo  ni  cara,  para  esperar 
las  quejas  lastimosas,  que  el  caso  prometía,  su- 
biendo de  una  reja  á  las  almenas  del  jardín,  á 
todo  riesgo  de  matarse  ó  dar  con  la  justicia,  se 
dejó  derrumbar;  y  en  cogiendo  el  suelo,  sin  aten- 
der á  tomar  siquiera  alguna  muestra,  por  señas 
de  la  casa,  en  quien  había  ejecutado  semejante 
destrozo,  se  metió  en  la  ciudad  atravesando  ca- 
lles y  cruzando  plazas;  y  librándole  su  fortuna 
de  tantos  como  le  buscaban,  llegó  en  salvo  á  la 
puerta  de  dos  grandes  amigos  suyos,  mercaderes 
flamencos,  y  hermanos  de  los  más  poderosos  y 
ricos  de  Sevilla,  adonde,  habiéndole  sus  criados 

HISTORIAS   PEREGRINAS  8 


conocido,  y  siendo  avisados,  salieron  &  recibirle 
con  entrañable  amor. 

Contóles  brevemente  su  desgracia,  y  como  en- 
tendía  quedaba  en  ella  mnerto  sa  hermano,  y 
juntamente  les  pidió  le  amparasen;  razón  que, 
sin  encarecimiento,  estimaron  en  más  que  el  ma* 
yor  acrecentamiento  de  bus  tratos  y  hacienda;  y 
asi,  sin  temor  de  sa  daño,  gratos  á  la  elección  y 
conñanza,  desde  luego  encargaron  la  iuLportaa- 
cia  de  tal  secreto  á  la  familia,  y  agasajando  al 
huésped,  le  hicieron  cenar  y  reposar  hasta  el  si- 
guiente dia,  que  con  disimulación  y  cordura,  he- 
'  chos  exploradores  del  suceso  y  estado  de  don  Pe- 
dro, entendieron  que  él  aún  no  había  vaelto  en 
su  acuerdo,  y  que  las  justicias  de  la  Audiencia  y 
Asistente  buscaban  al  matador,  con  tanta  dili- 
gencia que,  tomadas  las  puertas,  los  pasos,  los 
caminos,  no  dejaban  piedra  ni  sepulcro,  ataúd 
ni  bóveda,  cuyos  huesos  no  revolviesen,  ni  se- 
creto lugar,  iglesia  y  convento,  que  una  y  mu- 
chas veces  no  trastornasen  é  inquiriesen,  sin 
perdonar  las  casas  de  sus  deudos,  amigos  y  alle- 
gados. Los  pregones  eran  temerosos,  las  amena- 
eas  terribles;  y  en  ñn,  todo  era  rigor,  todo  aper- 
cibimientos y  cuidados;  si  bien  en  sus  nobles 
pechos  antes  aumentaron  con  esto  nuevos  deseos 
de  acudir  á  su  huésped,  favoreciéndole  ó  morien- 
do  en  la  empresa;  y  realmente  ellos  anduvieron 
tan  generosos  en  el  discurso  de  la  determinación 
como  visteis,  y  tanto,  que  ¿  no  tener  yo  larga 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  115 

experiencia  del  aliento  y  despejo  con  que  em- 
prenden semejantes  acciones  los  nobles  de  aque- 
lla belicosa  nación,  dudara  de  escribir  la  que 
rtenemos  entre  manos. 


CAPÍTULO  XXVII 

Los  dos  amigos,  amparando  á  don  Sancho,  fa- 
cilitan su  fuga^  mientras  su  hermano  vuelve 
de  las  heridas  en  su  acuerdo. 

jí'  IKALMENTE,  aunque  por  el  desasosiego  de  don 
Sancho  quisieron  encubrirle  tan  graves  preven- 
ciones, no  pudieron,  viéndole  que  importuno  de- 
seaba salirse  luego  de  Sevilla;  y  asi,  advertidas 
tales  dificultades ,  hubo  de  reprimirse  y  dejarse 
gobernar  de  sus  buenos  amigos,  á  quienes,  muy 
puesto  en  razón  damos  tan  honroso  título;  pues 
^considerada  la  ocasión  en  que  se  mostraba,  á 
cualquiera  menos ,  si  no  en  quilates,  hiciera,  como 
•dicen,  temblar  la  barba. 

Era  don  Pedro  de  Castilla,  como  habéis  enten- 
'dido,  uno  de  los  grandes  y  calificados  caballeros 
del  Andalucía;  y  esto,  junto  con  el  riquísimo  ma- 
yorazgo de  que  era  dueño,  no  obstante  su  condi- 
ción soberbia,  le  tenía  puesto  en  estimación  y 
predicamento  grandísimo:  además,  que  aunque  •    -jit^ 

toda  la  ciudad  disculpaba  á  don  Sancho,  cierta 
•{aun  ignorándose  lo  secreto  del  caso)  de  que  hu-  --.v 

l>iese  indigna  y  afrentosamente  sido  irritado  á 


■% 


116  CÉSPEDES   y    MBMESBS 

i  Bemejante  exceso;  como  qniera  que  la  justicia 

}  tiene  obligación  á  proceder  por  difereotes  tér- 

minos, y  puesto  en  sus  procesos  y  preámbulos 

"-1  el  matar  un  hermano  &  otro  fea  y  dates- 

lente,  y  más  por  materias  de  hacienda,  es 
da  qne  á  caer  en  sus  mauo8,  la  cabeza  del 
■riera  notable  riesgo. 

iba  aún  hasta  entonces  don  Pedro  sin  aen- 
icribillado  con  horribles  heridas,  deean- 
y  en  evidente  peligro  de  morirse;  porque 
s  sus  amigos  le  acudieron  con  priesa,  como- 
aé  tarde,  ni  el  restafi.arle  brevemente  la 
I  que  perdia  por  tantas  bocas,  fué  parte  ¿ 
jase  de  verse  casi  en  los  umbrales  de  la 
i;  aunque  siendo  el  cielo  servido  de  que  al 
lo  día  volviese  en  todo  su  acuerdo,  las  es- 
;as  de  su  hermano  se  mejoraron;  y  aun  las 
icias  y  prevenciones  de  la  justicia  hicieron 
y  asi,  en  líabiéüdose  esta  buena  nueva,  se 
á  su  declaración;  porque  hasta  aquel 
con  eu  desfallecimiento,  todo  fué  á  cie- 
por  congeturas  en  lo  escrito,  Hízola  el  be- 
m  Pedro  verdadera  y  fiel;  y  si  fué  á  su  pe- 
erto  seria  temer  á  estrecha  cuenta  que  se- 
peligro  ]e  estaba  amenazando;  y  asi  toman- 
rzas  el  crédito  y  opinión  de  su  hermano,  y 
ves  días  asegurado  de  sus  nobles  amigos, 
indo  adelante  el  presupuesto  que  tan  gran 
a  habia  ocasionado,  se  embarcó  en  una 
a  tal  dispuesto  avio,  que  ni  sus 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  117 

padres,  viviendo,  se  le  ordenara  más  rico  y  re- 
calado. 

Eülciéronle  bizarros  vestidos,  plumas  vistosas, 
^alas  de  soldado  y  costosa  ropa  blanca;  y  junta- 
mente le  dieron  quinientos  escudos  y  letras  para 
que  sus  agentes  le  acudiesen  al  mes  con  otros 
cincuenta;  y  con  tanto  y  cartas  importantes 
á  sus  deudos  y  amigos,  le  enviaron  á  Anvers; 
con  que  no  sé  yo  adonde  más  pudo  alargarse  el 
ánimo  el  extremo  de  unos  hombres  particulares, 
de  dos  hermanos  y  amigos  verdaderos.  No  pien- 
so que  estos  tales  se  hallaran  hoy  en  el  mundo; 
j  aun  sospecho  que  entonces  se  inclinasen  tan 
fuertemente  menos  que  compelidos  de  alguna  fa- 
vorable simpatía  que  desde  este  punto  mostró 
piadosa  su  invencible  poder  en  cuantas  acciones, 
pasos  y  movimientos  ejecutó  don  Sancho;  el  cual, 
puesto  ya  en  aquellas  provincias,  á  pocos  días 
bvl  generoso  y  gallardo  espíritu  se  hizo  bien  co- 
nocer, así  de  los  naturales  como  de  la  milicia 
belicosa,  que  á  la  sombra  del  excelente  duque 
de  Alba  contrastaba  la  fuerza  de  los  alterados 
países. 


■"^  •  fc 


118  CÉSPEDES   Y  MENESE9 


CAPÍTULO  xxvni 

Oran  valor  de  don  Sancho  en  los  Países  Bajos f 
favorécele  el  Duque,  yjpor  honrarle  le  vuelve 
á  enviar  á  España,  en  tanto  que  en  Sevilla 
conten  varios  sucesos, 

ÍH08TRÓ8E  tan  cortés,  tan  llano  y  socorrido  eí 
valiente  andaluz,  qae  no  había  en  el  ejército  prin- 
cipe ni  señor  que  no  le  honrase,  ni  soldado  de 
estimación  que  no  se  preciase  de  su  lado  y  posa- 
da.  Llegó  ésta  á  noticia  del  Duque;  y  como  la  vir- 
tud del  ánimo  no  puede  largo  tiempo  encubrirse, 
así  deseando  en  don  Sancho  salir  á  luz  en  las  pri- 
meras ocasiones  que  le  empleó,  que  fué  la  toma  de 
Mons  de  Henao,  en  sus  asaltos,  arrastrando  una 
pica,  la  enarboló  el  primero,  á  pesar  del  contrario» 
en  sus  mismas  almenas;  y  prosiguiendo  tan  hon- 
rados principios,  después,  en  diferentes  trances, 
hizo  igual  experiencia,  y  en  la  famosa  rota  que 
se  dio  al  enemigo,  prendiendo  á  su  general  Moa 
de  G-enlis,  él  fué  quien,  aclamando  la  victoria, 
anticipó  el  suceso,  y  quien,  mediante  su  esfuer- 
zo y  valentía  en  aquel  memorable  Esguazo  de 
Targoes,  singular  ejemplar  para  el  de  Cirqniz- 
ca,  dio  á  España  honor  eterno  y  á  lo  restante  de 
la  tierra,  con  semejante  hazaña,  ardmiración  y 
espanto.  Y  éste  fué,  así  mesmo,  quien  en  singu- 
lares y  peligrosos  desafíos  por  la  preeminencia  y 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  119 

honra  de  su  nación,  saliendo  victorioso,  la  dejó 
en  iguales  respectos  y  opinión  que  el  portugués 
Viriato;  y,  últimamente,  él  fué  quien  y  por  quien 
los  ejércitos  del  Duque,  vivían  quietos,  pues  en 
la  variedad  de  sus  compuestos  fué  siempre  la 
absolución  de  sus  duelos  y  dudas,  el  montante 
de  sus  pendencias,  amparo  de  sus  riesgos,  reme- 
dio de  BUS  necesidades  y  el  amigo  y  compañero 
de  todos. 

Con  que  no  solamente  vino  á  hacerse  amable  y 
famoso  en  aquellos  países,  sino  en  toda  España, 
adonde  habiendo  llegado  por  diferentes  medios 
al  Consejo  de  Guerra  sus  servicios,  y  por  el  con- 
siguiente á  los  oídos  y  noticias  de  aquel  potentí- 
simo príncipe  y  monarca  Felipe   II,  prudente 
apreciador  de  tales  méritos,  deseó  mucho  verle  y 
remunerarle  según  su  grandeza,  y  así  lo  dio  á 
entender,  remitiéndole  por  su  medio  del  Duque 
un  hábito  de  Santiago,  ventaja  y  conducta  de 
caballos;  en  cuyo  ministerio,  habiendo  servido 
algunos  años,  no  con  menor  aplauso,  antes  con 
nuevos  casos  y  dichosos  sucesos,  aumentó  su  opi- 
nión, y  el  amor  y  agasajo  del  excelente  Duque. 
De  manera  que,  sabiendo  el  deseo  y  gusto  de 
S.  M.,  con  el  primero  aviso  conveniente  á  su  ca- 
lidad, se  le  envió  á  España,  en  quien,  y  particu- 
larmente en  Sevilla,  estaba  su  fama  extendidísi- 
ma;  porque  los  dos  amigos  flamencos,  con  quien 
siempre  fué  su  correspondencia  y  amistad  en  au- 
mento, no  dejaban  perder  lance  ni  suerte  con 


120  CÉSPBDBS    y  MENBSES 

que  no  aplaudiese  la  ciadad,  y  que  con  ella  no  se 
engrandeciese  y  alegrase  dándoles  el  pl&ceme; 
no  obstante  que  para  don  Pedro,  su  hermano,  que 
ya  estaba  sano  de  laa  heridas,  aunque  con  aua 
cicatrices  y  costuras,  manco  y  disforme,  eran 
semejantes  nuevas  mortales  flechas  que  atrave- 
saban su  alma. 

Había  el  odio  y  rencor  envejecido  con  su  acae- 
cimiento, y  juntamente  con  el  dolor  continuo, 
<[ue  cada  día,  mirándose  al  espejo,  le  refrescaban 
las  sefiales  del  rostro,  endurecidose  en  sa  alma 
de  suerte,  que  ningunos  respetos  bastaran  á  re' 
conciliarle  condón  Sancho.  El  cual  también,  por 
su  parte,  aumentando  esta  pena,  con  poderes  que 
remitió  á  sus  dos  amigos,  había  fomentado  el 
pleito  de  la  hacienda,  que  le  tenía  usurpada,  y  de 
los  alimentos  pretendidos;  y  aun  tan  bien  defen- 
dido que,  diligenciándolo  con  larga  mano  tales 
agentes,  y  por  otra  parte  cartas  yf  avores  del  Bu- 
que, y  sobre  todo  su  justicia,  tuvo  ^an  buen  efec- 
to que,  en  todas  instancias,  condenaron  6,  don 
Pedro  en  la  restitución  de  frutos  y  réditoa  de  lo 
uno  y  en  mil  y  quinientos  ducados  de  alimentos, 
con  que  se  fué  allegando  tan  gran  suma,  qae  le 
fué  bien  preciso,  para  sn  recompensa,  estrecharse 
en  sus  gastos,  y  aun  deshacerse  de  aus  mejores 
joyas  y  preseas;  porque,  obstinado  y  terco,  no 
quiso  que  de  mano  de  su  hermano  se  le  hiciese 
en  la  paga  la  mucha  comodidad,  que  le  ofrecie- 
ron los  dos  amigos. 


EL  DESDÉK  DEL  ALAMEDA  121 

Con  esto  don  Sancho  se  vino  á  hallar  con  más 
de  treinta  mil  ducados,  y  sus  alimentos,  gajes  y 
hábito.  Y  don  Pedro,  lleno  de  mil  ponzoñas,  y 
aunque  empeñado,  contento  en  parte  por  ver  que 
su  casamiento,  por  tantos  años  pretendido  y  de- 
seado, andaba  ya  en  términos  de  concluirse.  Ha- 
bía en  tal  particular  corrido  con  diferentes  rum- 
boa  y  accidentes;  ya  unas  veces  con  próspera  for- 
tuna,  y  ya  otras  con  tormentas  y  borrascas  des- 
hechas. 


CAPITULO  XXIX 

Prosigue  en  sus  empleos  don  Pedro  de  Castilla, 
y  en  el  ínterin  vuelve  á  Sevilla  por  mandado 
del  rey  su  mismo  hermano. 

l9í  JOSÉ,  casi  generalmente,  en  Sevilla  que  á  la 
honesta  y  hermosísima  Floriana,  desde  la  noche 
que  don  Pedro  fué  herido  no  se  le  miró  el  rostro 
alegre;  y  inquiriendo  motivos,  unos  juzgaban  su 
tristeza  respecto  de  las  defectuosas  cicatrices,  y 
otros  por  la  ruinada  mengua  de  su  empleo.  Y  si 
va  á  decir  verdad,  de  la  ocasión  redundaban  sus 
mayores  sentimientos,  y  con  tan  grande  extremo 
(bien  que  guiados  por  desiguales  y  secretos  ca- 
minos), que  no  queriendo  admitir  ninguno  de  los 
muchos  y  aventajados  casamientos  que  se  le  pro- 
ponían, los  más  de  ellos,  perdida  la  esperanza  y 
ofendidos  de  su  ingratitud,  desistiendo  en  su  pre- 


122  CÉSPEDES   Y   MENESES 


tensión,  dejaron  perseverante  en  ella  á  sn  pri- 
mero amante,  con  quien,  aunqne  naturalmente 
le  aborrecía  su  afligida  madre  á  falta  de  buenos, 
hubo  de  ponérsele  en  plática. 

Sentía  entrañablemente  la  noble  viuda  consi- 
derar su  hermosa  hija  en  edad  de  veinticinco 
años,  y  que  aun  en  ellos  su  abstera  y  desdeño- 
sa presunción  la   hubiesen  puesto  en  término 
incasable,  y  por  la  misma  causa,  despintándo- 
sele graves  y  altos  sujetos,  que  á  haberlos  ella 
apetecido,  lo  menos  fuera  tener  entonces  un  ti- 
tulo su  casa;  y  además  de  esto,  conociendo  sus 
resoluciones  y  tristezas  continuas,  no  tenía  por 
buen  medio  apretarla  ni  persuadirla  con  ma- 
yores violencias,  juzgando  que,  si  las  emprendía, 
se  le  metería  en  algún  convento,  como  diversas 
veces  había  intentádolo  con  que  perdida  la  espe- 
ranza de  sucesión  en  su  casa  y  herencia,  no  sólo 
contaba  por  perdida  la  grandiosa  hacienda,  sino 
por  desvanecido  y  desechado  el  fruto  que  por 
tantos  tiempos  había  sido  de  todos  los  suyos  de- 
seado. Tales  y  tan  justos  temores  la  traían  cui- 
dadosa, y  no  sin  alguna  sospecha  de  que^  se/s^ún 
lo  que  se  decía  del  sentimiento  de  las  heridas  ée 
don  Pedro,  hubiese  la  antigüedad  y  continuación 
de  sus  porfías  hecho  en  su  hija  algún  aficionado 
efecto;  y  así,  sin  curarse  de  las  grandezas  á  que 
siempre  aspiró,  deseaba  ahora  que  ella  se  decla- 
rase y  que  don  Pedro  no  se  arrepintiese. 

En  tales  términos  andaban  estas  cosas,    al 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA         123 

tiempo  qae  don  Sancho,  honrado  de  los  grandes 
de  España  y  al  lado  de  algnnos  que  por  su  mucho 
valor  le  acompañaron,  entró  á  besar  la  mano  á 
S.  M.;  de  cuya  real  presencia  agradablemente 
recibido,  salió  con  una  encomienda  de  tres  mil 
ducados.  Bíjose  que  con  alguna  singularidad 
había  admirado  la  valiente  persona  de  don  San- 
cho, con  que  bastó  á  extenderse,  aun  hasta  Flan- 
des,  aquel  grave  concepto;  tanto  era  poderosa 
cualquiera  acción  ó  movimiento  de  este  principe, 
el  cual,  no  contento  con  mercedes  semejantes, 
habiendo  de  enviar  &  Sevilla  un  personaje  de  su 
casa  que  fomentase  el  efecto  de  cierto  servicio, 
que  asi  aquella  como  las  demás  ciudades  de  sus 
reinos  le  habían  concedido  en  forma  de  donati- 
vo para  los  gastos  de  sus  continuas  guerras;  sa- 
biendo cuan  bien  quisto  y  mirado  era  don  Sancho 
en  ella,  le  mandó  proponer  su  voluntad  y  el  ser- 
vicio que  recibiría,  siendo  él  quien  lo  dispusiese; 
cosa  que  estimó  el  buen  caballero,  como  era  jus- 
to. Y  así,  alegre^  obedeciendo  al  punto,  tan  sólo 
replicó  el  inconveniente  que  de  las  heridas  de 
su  hermano  y  del  caer  con  él  en  otros  mayores 
podía  recrecerse,  para  que  S.  M.,  informándose 
de  la  verdad  y  circunstancias  del  suceso,  pusiere 
en  ello  el  medio  que  fuese  servido.  Hízolo  como 
se  le  pedía  el  prudente  príncipe,  y  enterado  bas- 
tantemente, aun  con  la  noticia  del  caso,  honró 
niás  á  don  Sancho;  y  no  sólo  mandó  escribir  á  las 
justicias,  sino  que  asimismo  le  dio  su  real  cédu- 


la  de  amparo  y  seguro;  y  aanqae,  aegóii  su  arries- 
gado espíritu,  de  esta  segunda  diligencia  JDzgú 
don  Sancho  poca  necesidad,  todavía  conociendo 
«1  guato  do  su  rey,  le  estimó  por  favor  notable.  Y 
«os  tanto,  sabiéndose  su  ida,  generalmente  rego- 
cijada pre\'ino  la  cindad  6  sn  mayor  parte  un 
gran  recibimiento;  de  suerte,  que  á  la  entrada 
no  quedó  caballero,  mercader  ni  oficial  qne  ns 
le  acompasase  y  aplaudiese  hasta  su  posada,  que 
fué  la  misma  de  los  nobles  ñamencos,  sus  amigos, 
adonde  aderezada  suntuosamente,  fué  aposen- 
tado; y  con  tanta  mayor  grandeza,  que  la  pu- 
diera ser  eu  todo  el  reino;  porque,  además  de  la 
inestimable  y  preciosa  voluntad  con  que  era  ad- 
mitido, el  poder  y  riqueza  de  los  dos  hermanos 
era  el  más  cierto  crédito  de  la  Europa.  En  fin, 
don  Sancho,  tomando  desde  luego  con  fervor  par- 
ticular el  beneplácito  de  aquel  magnifico  ayun- 
tamiento, dio  principio  al  intento  para  que  le  en- 
viaban; y  prosiguiendo  en  él  cen  prudencia  y  cor- 
dura, no  sólo  granjeó  los  ánimos  á  cumplir  la 
promesa  ofrecida,  sino  que  por  su  amor  y  respeto 
la  adelantaron  á  porfía;  y  de  suerte,  qne  S.  H.  se 
tuvo  por  tan  bien  servido,  cuando  lo  entendió, 
qne  le  mandó  dar  buen  acostamiento  y  acrecen- 
tar los  gajes  y  ventajas. 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  125 


CAPITULO  XXX 

Diversos  regocijos  festejando  á  don  Sancho, 
y  el  suceso  que  en  uno  de  ellos  tuvo. 

L/AS  fiestas  que  en  este  ínterin  le  hacia  Sevilla 
eran  por  otra  parte  tan  continuas  y  alegres,  que 
pocos  días  se  pasaban  sin  que,  ó  ya  en  una  plaza, 
ó  ya  otra,  se  corriesen  toros  ó  dispusiesen  diferen* 
tes  regocijos;  entre  los  cuales  sus  dos  caros  ami- 
gos, no  queriendo  en  alguna  demostración  quedar 
cortos,  trazaron  á  su  usanza  un  alegre  festín,  en 
quien  hallándose  particularmente  lo  mejor  de.su 
nación,  no  quedó  dama  en  Sevilla  de  calidad  y 
cuenta,  que  ya  de  embozo  ó  descubierta,  no  le 
honrasen  con  su  presencia. 

Hubo  en  él  notables  aventuras,  ingeniosas  le- 
tras, invenciones  y  máscaras;  y,  sobre  todo,  un 
hermoso  teatro,  infinito  de  bizarros  embozos,  que 
sin  dejar  los  mantos  y  el  secreto,  danzaron  ad- 
mirablemente, sacando  muchas  veces  el, gallar- 
do huespede,  digo,  á  don  Sancho,  blanco  y  fin  de 
esta  fiesta;  el  cual  hizo  en  tal  noche  igual  mues- 
tra de  sus  gracias  y  gentileza. 

Entre  las  damas  que  danzaron  con  él,  dos  so- 
las fueron  las  que,  aventajando  á  las  demás,  pu- 
diera su  despejo  dar  envidia  al  sol  mismo,  si  bien 
la  una  no  admitió  igualdad,  porque  en  los  cir- 
cunstantes no  hubo  quien  le  negase  el  premio 


126  CÉSPEDES   Y   MENESES 


justo  y  victoria  conocida.  De  esta  dama,  pagán- 
dose mucho  el  galán  don  Sancho,  con  singular 
afecto,  procuró  conocerla,  aunque  de  aquel  de- 
seo y  afición  le  libró  fácilmente  uno  de  sus  ami- 
gos, diciéndole  cómo  era  la  hermosísima  Floria- 
na,  y  hablándole  más  claro,  el  famoso  Desdén  del 
Alameda,  sujeto  que,  según  estaba  público,  seria 
muy  presto  espora  de  su  hermano,  cosa  que  es- 
candalizó en  oyéndola  á  don  Sancho,  de  suerte, 
que  aun  con  hacer  encima  de  su  cuerpo  mil 
cruces^  no  le  parecía  bastante  muestra  para  el 
sentimiento  de  su  breve  deseo;  tanto  estimó  siem- 
pre á  su  hermano,  que  ni  con  tales  rompimientos 
perdió  un  punto  el  decoro  á  su  obligación.  Em- 
pero sacóle  de  aquesta  suspensión  el  ver  que  la 
otra  dama,  que  había  danzado  con  él,  habiéndo- 
sele acercado  disimuladamente,  brindaba  con  sus 
hermosos  ojos  y  alguna  inclinación  su  voluntad, 
con  que  no  rehusando  el  envite,  en  honesta  con- 
versación y  plática,  gastaron  lo  que  duró  el  sa- 
rao, en  cuyos  fines,  dejando  concertado  verse 
i'  otro  día  en  parte  más  segura,  despiéndose  ale- 

gres y  quizá  alguno  de  los  dos  engañado,  se  fue- 
ron á  descansar  á  sus  posadas. 

Háseme  olvidado  advertiros  cómo  el  agraviado 
y  don  Pedro,  sin  tratar  de  otra  cosa  que  de  su  ca- 

l  samiento,  el  cual  andaba  en  términos  de  con- 

cluirse, estuvo  retirado  en  su  casa,  sin  parecer 
ni  ser  visto  fuera  de  ella,  todo  el  tiempo  que  á  su 
aborrecido  hermano  festejaba  y  aplaudía  aquella 


i< 


tf- 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA         127 

opulentísima  ciudad;  con  que  entendido  su  enco- 
gimiento, por  don  Sancho ,  noble  y  generosamen- 
te afligido,  fué  aprisa  previniendo  su  jornada  y 
aun  muchos  días  antes  de  lo  que  tenía  pensado,  y 
uno  de  éstos,  que  fué  el  siguiente  al  del  festín 
que  he  dicho,  estándola  tratando  y  disponiendo, 
siendo  ya  después  de  comer,  entró  un  paje  que  le 
traía  un  papel,  que  sin  quererle  decir  su  dueño 
viendo  que  esperaba  respuesta,  sin  apretarle 
más,  para  dársela,  abriéndole,  leyó  en  él  las  ra- 
zones siguientes: 

«Si  la  ocasión  de  anoche  fuera  más  á  propósi- 
to, procurara  hablaros  muy  despacio,  porque  esto 
ha  muchos  días  que  lo  deseo;  mas  consolándome 
con  tan  breve  remedio,  su  ejecución  remito  á  las 
últimas  horas  de  esta  tarde,  en  quien  os  suplico, 
que  solo  me  esperéis  junto  á  San  Diego,  á  donde 
en  tan  buenas  soledades  seré  puntualmente  en 
un  coche  con  vos;,  y  porque  de  vuestra  fama  y 
valor  puedo  prometerme  mayores  empresas,  no 
os  encarezco  cumpláis  mi  voluntad,  seguro  de 
que  la  debéis  mayor  merced.  Dios  os  guarde.» 

Muy  alegre  acabó  de  leer  este  billete  don  San- 
cho, y  presumiendo  al  punto  que,  según  el  con- 
cierto, era  de  aquella  dama  con  quien  quedó 
aplazado,  despidió  el  mensajero,  diciéndole  que 
cumpliría  sin  duda  la  salida  y  el  modo  con  que 
se  le  ordenaba;  y  así,  no  discurriendo  más  en  el 
caso,  apretando  la  fiesta,  se  retiró  á  dormir. 


CÉSPEDES   y   MENESES 


CAPITULO  XXXI 


Ion  Sancho  en  un  grave  pdigro,  de  quien 
BU  valor  y  el  de  unas  damas,  se  halla  im- 

iadamente  soco  rrído . 

10  del  todo  iba  el  sol  de  caída,  caaodo  pa- 
áole  hora  para  lo  prometido,  Hubiendo  en 
itil  caballo,  á  pocas  calles  mandó  volver 
,ncho  á  sus  criados,  y  quedándose  con  nn 
cayo,  en  llegando  &  la  puerta  de  Jerez  se 
y  mandándole  que  allí  le  asistiese,  pasó 
te,  basta  el  mismo  convento  de  San  Die- 
bien  en  todos  sus  contornos  ai  aun  en 
extendido  campo  descnbríA  cocbe  alguno; 
le  pareciéndole  que  había  acudido  algo 
mo,  comenzó  á  pasearse  con  determinación 
arar  fielmente  hasta  la  noche.  Mas  ¿  pocos 
caí^i  en  un  mismo  punto,  vio  asomar  hacia 
-ta  de  Jerez  un  coche  de  cuatro  caballos, 
uñado  do  cuatro  ó  seis  criados  y  gentiles- 
as,  que  con  su  vista  templaron  el  conten- 
I  si  viniera  sin  ellos  le  aumentara;  y  por  i 
ias  y  huerta  de  San  Diego  otros  cuatro  I 
)s  mancebos,  que  poco  á  poco,  acercándose  i 
ue  de  lo  que  sucedió  estaba  bien  ajeno),  en 
lo  á  postura,  sin  hablarle  palabra,  sacan- 
espadas,  le  embistieron,  y  con  tan  grandes 
s  que,  á  no  haberlo  con  hombre  tan  ezpe- 


EL   DESDÉN  DEL    AI.AMEDA  129 

rimentado  en  tales  refriegas,  fuera  cierto  el  lle- 
vársele en  los  primeros  golpes.  Más  halláronle, 
aunque  descuidado,  tan  en  si  que,  como  si  estu- 
viera prevenido,  cual  otro  Alcides,  se  revolvió 
entre  todos;  pero  sin  duda  alguna  su  esfuerzo  y 
ánimo  suplieran  mal  el  impensado  aprieto,  por- 
que, además  de  hallarse  muy  desnudo,  los  que 
le  acometían  venían  tan  bien  armados  y  seguros 
como  el  hecho  pedía;  y  así,  abriéndose  de  pechos, 
hacían  el  caso  de  sus  puntas,  que  si  tuvieran 
una  trinchera  delante. 

Ya  él  en  este  medio,  conociendo  la  evidencia 
del  daño,  á  fuerza  de  destreza  sustentaba  la 
vida,  aunque  no  sin  algunas  heridas;  bien  que 
no  corrían  poco  riesgo  sus  contrarios,  porque  de- 
deseando  él  vengar  su  muerte,  arrojándose  en 
ellos,  tenía  ya  el  uno  atravesada  la  garganta  y 
tendido  en  el  suelo;  con  que  apretado  rabiosamen- 
te de  los  compañeros,  viéndose  en  la  última  per- 
dición, hubo  de  retirarse  á  las  cercanas  tapias,  y 
asegurando  en  ellas  las  espaldas,  pudo  sostener 
BU  final  gemido  algún  pequeño  espacio;  que  éstB 
fué  el  que  tardó  en  acercarse  al  coche  y  ser  reco- 
nocido de  dos  damas  tapadas  que  venían  en  él; 
las  cuales,  advertido  su  aprieto,  con  turbación 
notable  y  mayores  voces,  mandaron  á  sus  criados 
que  le  favoreciesen.  Hiciéronlo  así  en  un  punto, 
¡porque  además  de  ser  seis  eran  todos  hombres  de 
vergüenza  y  respeto.  Ayuda  tan  milagrosa  como 
bien  necesaria,  y  conocióse  presto,  pues  á  peque- 

I  HISTORIAS   PEREGRINAS  O 


130  CÉSPEDES   Y   MBNESES 

ños  lances  deetsUeron  los  contrarios  de  sa  em- 
presa, y  tan  mal  parados  y  heridos,  que  los  dos 
corrieron  en  los  mismos  términos  que  el  quedaba 
agonizando. 

No  hay  encarocioiíeiito  que  signifique  bas- 
tantemente el  agradecimiento  de  don  Sancbo; 
y  asi,  aunque  mal  herido,  reconociendo  la  parte 
de  adonde  le  viniera  el  socorro,  no  paró  hasU 
tocar  loe  estribos  de  su  coche,  en  quien  ball¿ 
dos  mujeres,  como  he  dicho,  tapadas,  que  vién- 
dole tal  y  casi  desangrándose,  con  mayor  sen- 
timiento que  él  creía,  le  forzaron  á  que  entra- 
se en  él;  y  así,  tanto  por  verse  ir  desmayado, 
cuanto  por  el  riesgo  que  podía  acarrearla  el  hom- 
bre qne  quedaba  muriéndose,  sin  esperar  é,  oir 
de  su  boca  la  ocasión  áe  su  &le\iosía,  juzgando 
que  sin  duda  la  dama  del  concierto  y  billete  la 
hubiera  fomentado,  y  aun  pasándole  por  el  pen- 
samiento que  fuese  la  misma  que  burló  la  noche 
funeral  de  su  desgracia,  teniendo  en  más  haber- 
se librado,  obedeció  á  las  que  entoncee  debía  tan 
buena  suerte;  aunque  tan  ñaco  y  sin  alientos 
respecto  de  la  sangre  vertida,  que  al  arrojarse  en 
el  estribo  juntamente  se  quedó  desmayado  en  ei 
regazo  de  las  piadosas  damas. 

Las  cuales,  con  nuevo  sentimiento  y  lástimas, 
mandaron  que  por  la  puerta  de  Carmona  diesen  á 
toda  prisa  vuelta  á  la  ciudad,  como,  en  fin,  se 
dispuso,  y  con  tal  brevedad,  que  con  hallarse 
bien  lejos  de  su  casa,  antes  de  anochecer  estaban 


EL   DESDÉN  DEL   ALAMEDA  131 

«n  ella;  don  Sancho  curado  y  restañada  la  san- 
;grej  aunque  á  poco  rato,  volviendo  en  sí,  no  sin 
cgrande  admiración  se  halló  en  un  precioso  lecho 
rodeado  de  venerables  dueñas  y  aun  de  hermosas 
doncellas;  no  obstante  que  á  las  que  le  trujeron  á 
semejante  albergue  no  le  pareció,  según  las  se- 
ñas, que  estuvieran  en  toda  la  cuadra.  Con  que, 
extrañando  á  las  damas,  preguntó  por  ellas,  y 
juntamente  quiso  saber  adonde  se  hallaba  y  si  sus 
huéspedes  y  amigos  habían  sido  avisados  de  su 
desgracia.  Mas  como  á  nada  de  esto  para  respon- 
-derle  tuviesen  licencia,  viéndole  que,  muy  pena- 
dlo, insistía  en  ello  y  que  por  entonces  no  convenía 
decírselo,  poco  á  poco  se  fueron  levantando,  y 
dejándole  solo  y  con  tan  grave  confusión  y  de- 
sasosiego, que,  si  hallara  sus  ropas,  infalible- 
mente se  vistiera  y  saliera  de  dudas. 

Empero,  con  todo  esto,  más  se  le  pasaron  de 
<los  horas  que  saliese  de  ellas,  gastatido  aquel 
espacio  en  discurrir,  pensar  y  maquinar  sobre 
el  negocio  que  tenia  entre  manos,  haciendo,  con 
«u  indisposición  y  melancolía,  discursos  tan  des- 
Tanecidos  y  tristes,  que  el  mejor  fué  juzgarse  por 
vendido;  y  así,  ó  ya  presumía  que  las  damas  del 
coche  fuesen  las  mismas  del  billete,  y  quien  sa- 
cándole con  su  traza  al  matadero,  viéndole  en  él 
'defender  su  cabeza,  trocando  la  hoja  habían  ase- 
•gurado  su  castigo  con  el  segundo  engaño  tra- 
iéndole á  aquel  puesto  para  mejor  vengarse,  ó 
^ue  si  este  disparate,  mal  pensado,  no  fuese  él^ 


sin  duda,  estaba  en  poder  de  don  Pedro,  bu  her- 
mano y  enemigo  mortal;  y  aal,  viendo  qae  la 
noche  Be  alargaba,  volviendo  al  tema  de  querer 
vestirse,  con  nueva  furia  se  levantó  del  leoho  j 
no  dejó  en  todo  el  aposento  lugar  alguno  que  bus- 
cando sus  vestidos  yespada  no  trastornase;  hasta 
que  oyendo  de  la  parte  de  afuera  el  ruido  que 
sobre  aquesto  hacía,  ó  que  quiz¿  de  intento  es- 
perasen aquel  punto,  ó  qne  por  otra  causa  lo 
hubiesen  dilatado,  abriendo  con  mido  ana  pe- 
queña puerta,  recogiéndose  á  su  cama  don  Sancho 
vio  que  por  ella  entraba  una  mujer  en  cuerpo,  de 
basta  veinticinco  años,  pero  tan  hermosa  y  gen- 
til, que  aunque  él  en  tan  diferentes  provincias 
había  visto  sujetos  bizarrísimos,  todos  respecto 
del  presente  le  parecieron  bosquejo  ó  negras 
Sombras;  con  que  suspenso  á  tan  peregrina  vista, 
retratado  en  sns  ojos,  esperó  lo  que,  acercándose 
&  su  leoho,  le  decía. 


CAPÍTULO  xxxn 

Dicese  quién  era  aquella  dama,  y  hallándote 
don  Sancho  Ueno  de  obligaciones,  goza  jnejor 
fortuna  y  nuevo  estado. 

IsRAtA  la  graciosa  dama  vestidos  solamente  los 
últimoíí  arreos,  digo,  pretina  y  faldellín  de  ana 
tela  tan  rica,  que  sólo  sos  reflejos  pudiman 
dar  luces  á  la  cuadra;  el  tiempo  era  verano,  la 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  183 

hora  mny  cerca  de  medía  noche,  y  así  el  venir 
tan  ligwa  se  pudo  atribuir  á  estas  razones;  sí 
bien  no  entendiendo  el  herido  en  tales  circuns- 
tancias, más  sosegado  recorría  su  memoria;  y 
atentamente  mirando  aquel  divino  rostro  (aun- 
que como  entre  sueños),  se  le  antojaba  haberlo 
otra  vez  visto. 

En  este  pensamiento  sumergido,  le  cogió  la 
dulce  voz  de  aquella  dama,  que  con  halagüeño 
semblante,  y  no  sin  alguna  Vergüenza  y  turba- 
ción, le  preguntaba  cómo  se  sentía;  á  que  sacan- 
do esfuerzo  de  flaqueza,  le  respondió  don  Sancho 
de  aquesta  suerte: 

— Aunque  mis  heridas  fueran  más  peligrosas, 
no  es  posible  que  amparado  de  tal  sujeto  deje  su 
dueño  de  recobrar  muy  presto  la  salud  perdida; 
y  asi,  hermosa  señora,  si  el  haber  conocido  vues- 
tra piedad  puede  excusar  en  mi  nuevos  atrevi- 
mientos, encarecidamente  os  suplico  me  digáis 
«n  qué  prisión  estoy  ó  quién  es  el  peregrino  al- 
caide que  me  guarda;  porque  si,  como  sospecho, 
e&  el  que  miro,  inmortales  quisiera  fueran  estas 
heridas,  pues  alargándose  su  cura,  juntamente 
se  dilatara  mi  cautiverio  y  el  gusto  inestimable 
de  vuestra  compañía. 

-^No  encarecéis  cobarde  (respondió  la  bizarra 
dama)  vuestros  pensamientos,  si  come  sabéis  di- 
gerillos  con  palabras,  igualárades  á  su  ejecución 
con  las  obras.  Mas  ya  es  propia  galaneria  de 
los  hombres  prometer  grandes  cosas  á  las  pobres 


IS'Í  CÉSPEDES    T    MKNESES 

EOUJareB,  y  camplir  deapaés  lo  qae  friaa  mejor 
con  HUB  deseos  y  aun  con  sus  torpezas  y  apetitos. 
Yo  estoy,  seflor  don  Sancho,  ibny  desengaKada 
en  lenguaje  y  lisonjas  semejantea;  y  así  también 
podréis  TOS  excusarlas,  creyéndome  por  cierto, 
que  ¿  no  temer  lo  qne  menos  deseo,  qne  es  algún 
accidente  en  vnestra  salud,  qne  no  excusara  el 
absolver  vuestras  preguntas  fácilmente;  porque 
no  obstante  qne  lo  apresure  vuestro  mal  conoci- 
miento, en  fin,  conmigo  puede  más  el  cuidado 
que  be  dicho  y  la  cura  de  que  por  ahora  tanto 
necesitáis. 

— No  ha  de  ser  eso  la  causA  (replicó  el  sospe- 
choso caballero)  para  que  por  más  tiempo  me 
permitáis  estar  confuso;  porque  ni  el  achaque 
presente  es  inconveniente  que  importe  á  un  hom- 
bre que  ha  pasado  por  otros  innumerables  y  se- 
mejantes peligros,  ni  mi  paciencia  y  sufrimiento 
podrá  tuás  tolerarse  sin  precipitarme  primero 
por  aquesas  ventanas:  fuera  de  que  oa  aseguro  y 
certifico  que  ni  aun  caerse  sobre  mi  aquesta 
casa  me  ocasionara  mayor  turbación  y  disgusto 
que  negarme  lo  que  os  he  suplicado,  y  vos  debéis 
hacer  por  no  ponerme  en  desígnales  riesgos. 

De  esta  suerte,  alterado  replicaba  don  San- 
cho, caando  sentándose  la  dama  encima  de  sq 
lecho,  advirtiendo  con  su  sospecha  tan  terribles 
razones,  sin  poder  resistirlo,  comenzó,  si  no  i 
verter  menudo  aljófar  de  sus  ojos,  al  menos  nn 
líquido  cristal  en  vez  de  lágrimas;  de  caya  no- 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  135 

vedad  más  admirado,  queriendo  proseguir  menos 
colérico,  le  suspendió  el  ver  que  la  llorosa  dama, 
envueltas  entre  ardientes  suspiros,  pronunciaba 
estas  dulces  razones: 

— ¿Es  posible,  amado  señor  mío,  que  así  tan 
por  la  posta,  como  ahora  reconozco  en  vuestro 
olvido,  pasaron  en  ese  noble  peclio  los  sucesos 
amargos,  que  ya  tuvisteis  en  esta  triste  casa;  y 
es  posible  que  con  tanta  crueldad  os  hayáis  per- 
suadido á  despedir  del  corazón,  del  alma,  una 
mujer  que  en  esta  misma  cuadra,  en  este  mismo 
lecho,  no  ha  diez  años,  que  hallasteis  descuida- 
da del  miserable  fin  que  halló  su  honra  entre 
esos  brazos?  ¿Y  es  posible,  señor,  que  así  los  ca- 
balleros tratan  tales  mujeres,  y  que  sin  acuerdo 
de  vuestra  obligación  hayáis  de j adorne  llegar 
á  aquestos  términos  de  tristeza  y  edad,  sin  gusto, 
sin  consuelo,  y  sobre  todo  sin  remedio  é  inca- 
sable, siendo  yo  aquel  sujeto  quien  para  su  espo- 
sa pretendieron  tan  grandes  personajes,  tantos 
títulos  nobles  y  tantos  poderosos  caballeros? 
¿Cómo,  y  que  esto  permitan  los  cielos  que  nos 
oyen,  y  el  más  cortés  y  virtuoso  de  los  hombres, 
y  que  en  tan  largo  llanto,  á  tan  continuas  lásti- 
mas y  ruegos,  no  se  hayan  condolido  los  unos 
ni  enternecido  los  otros?  Compadézcanse,  pues, 
en  esta  alegre  noche,  alegre  porque  os  gozan 
estos  ojos,  de  quien,  aunque  forzada,  sois  el  due- 
ño. Cesen,  pues,  mis  desdichas;  suéldense  ya  mis 
males  y  miserias:  para  vos  me  eligió  el  cielo,  para 


Í3S  CÉSFEUES   Y   MENBSES 

v'08  ha  guardado  la  más  espantosa  máquina  de 
hacienda  que  hasta  hoy  vio  la  Earopa;  gozadla, 
pues,  querido  eeüor  mió;  despendan  mis  riqne- 
zas  esas  manos,  sirvan  os  de  esplendor,  despnés 
de  tantas  fatigas;  y  si  ya  mi  triste  desventura, 
mi  contraria  sueit'e  á  tan  fuertes  razones,  á  obli- 
gaciones tales  cerrasen  por  mi  mal  esos  oiáos, 
rendida  estoy  á  vuestros  pies;  vuestro  gusto  obe- 
dezco, vuestro  gusto  adoro ,  y  cumpliróla  con 
acabar  llorando  la  necia  con&anza  que  hice  de 
vuestra  fe,  el  crédito  que  di  á  vuestras  palabras 
y  la  piedad  que,  por  salvaros,  usé  tan  &  costada 
mi  honra.  Mas  si  esto  asi  queréis,  si  esto  os  pare- 
ce justo,  al  menos,  señor  mío,  no  quede  así  la  ha- 
cienda de  mis  padres;  no  quede,  no,  ya  que  yo 
me  he  perdido,  al  albedrio  de  mis  deudos,  á  la 
distribución  de  albaceas;  tratar  siquiera  de  que 
este  retrato  vuestro  (y  aqui  sin  pasar  adelante, 
levantándose  y  llegando  a  la  puerta  por  donde 
había  entrado,  volvió,  trayendo  un  ángel  de  la 
mano,  un  hermoso  rapaz  de  hasta  diez  años,  y 
prosiguió  su  razón  tornando  á  repetir):  que  este 
retrato  vuestro,  este  consuelo  único  de  mi  alma, 
quede  de  puerta  en  puerta.  Vuestro  y  mío  es, 
noble  don  Sancho;  esta  prenda  tan  sola  me  de- 
jasteis alimentada  con  mi  sangre,  criada  entre 
mis  lágrimas  y  gemidos;  pagadme  en  remediarle, 
como  os  pido,  los  trabajos  que  padecí  tantos 
tiempos,  encubriéndole  y  recatándole  de  mi  ma- 
dre y  criados;  las  ansias  y  congojas  oon  que 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  187 

siempre  en  su  lecho  pasé  por  el  mismo  temor,  los 
mortales  dolores  y  la  incomodidad  con  qne  en 
tan  tiernos  años  le  saqné  á  luz;  y  finalmente,  en 
la  afrenta  y  vergüenza  del  descubrir  mi  falta  y 
el  trabajo,  traza  y  cautela  con  que,  fingiendo 
nos  le  habían  echado  á  la  puerta,  dispuse  su 
crianza,  su  regalo  y  educación  en  mi  propia  casa. 
Grandes  son  estas  causas,  grandes  vuestras  obli- 
gaciones, no  indigno  mi  sujeto,  ni  mi  calidad  y 
bienes  de  fortuna,  desestimables;  consideradlo 
bien,  don  Sancho  mío;  pensad  cosas  tan  arduas 
•esta  noche;  quizá  algún  astro  feliz  inclinará  á 
mi  amparo  vuestra  voluntad. 


CAPITULO    XXXIII 

Prosigue  el  suceso  y  ábsuélvense  las  dudas 
y  suspensión  pasada, 

A  estas  razones  últimas  llegaba  vertiendo  es- 
pesas lágrimas  la  hermosa  dama  acompañada 
con  igual  sentimiento  del  ángel  bello  que  sacó 
por  padrino,  cuando  el  noble  caballero,  como 
quien  despierta  de  un  pesado  letargo,  despidien- 
do del  alma  tantas  dudas  y  mayores  congojas, 
quedó  tal  cual  podéis  ponderar;  oyendo  tales  co- 
sas, mirando  tales  prendas,  y  reconociendo  la 
verdad,  el  suceso,  su  culpa  y  obligación;  con  lo 
cual,  cubriéndosele  el  cuerpo  de  un  sudor  frío, 
el  alma  de  opresiones  y  verdades  y  el  rostro  de 


138  CÉSPEDES   Y  MENESES 


tiernas  lágrimas,  sin  poder  hacer  menos,  forzado 
por  infinitos  modos,  obligado  por  tantos  caminos 
y  contento  con  tan  extrañas  dichas,  abrió  los 
brazos,  recogió  madre  y  hijo,  llamó  esposa  á  su 
dama,  dio  nombre  de  padre  á  su  retrato  mismo 
y,  finalmente,  sin  interrumpir  tanta  gloria,  sin 
dilatar  su  justa  satisfacción,  hizo  llamar  á  algu- 
nos criados,  y  en  su  presencia,  y  en  la  de  su  ma- 
dre, que  ya  oyendo  el  suceso  (que  ella  había  así 
dispuesto)  llegaba  á  abrazar  el  nuevo  yerno, 
dio  la  mano  de  esposo  á  su  hermosa  hija;  y  con 
ella  principió  el  regocijo  y  fiestas  de  su  casa  y 
familia;  de  quien  luego  entendió,  como  su  espo- 
sa  era,  no  menos  que  el  forzoso  heredero  del  ri- 
quisimo  Claudio,  la  hermosísima  Floriana,  el 
famoso  Desdén  del  Alameda,  el  engaño  amoroso 
de  su  hermano  don  Pedro,  la  que  él  forzó  la  no- 
che de  sus  heridas;  y  últimamente,  la  mujer  más 
perfecta,  más  rica  y  virtuosa  de  la  mitad  del 
orbe;  con  que  satisfecho  del  todo,  quedó  loco  de 
gusto,  admirado  del  suceso  y  sobremanera  glo- 
rioso de  haber  puesto  con  él  un  firme  clavo  á  la 
inconstante  rueda. 

Y  ciertamente  don  Sancho  podía,  con  justísi- 
mas causas,  tenerse  por  dichoso;  porque  no  sé  yo 
quién  será  el  ciego  y  falto  de  discurso  que  así 
no  lo  confiese,  ponderando  el  fracaso  de  aqueUa 
triste  noche,  el  hallar  la  puerta  abierta  para  tan 
gran  ventura,  la  impensada  fuerza,  el  rigor  de 
la  justicia,  la  piedad  de  los  amigos,  la  buena 


EL  DESDÉN  DEL   ALAXIEDA  139 

suerte  de  los  países,  la  merced  de  su  rey,  el  amor 
de  sus  naturales,  el  socorro  de  tan  grave  trai- 
ción, sus  inopinadas  heridas  y  la  cura  y  servi- 
cio que  para  ellas  tuvo  y,  últimamente,  el  im- 
pensado £n  y  paradero  de  su  carrera.  ¿Quién ^ 
pues,  será  en  esta  ocasión  el  atrevido  que  dé  al 
soberbio  don  Pedro,  al  que  tenia  por  acabadas 
sus  pretensiones,  al  que  con  tantos  años  de  ser- 
vicios y  gastos  increibles  se  juzgaba  por  dig-> 
no  de  mayores  empresas,  aquesta  triste  nueva» 
aquesta  impensada  salida  y  la  última  resolución 
y  desengaño  de  su  amor?  Ciertamente,  que  aun- 
que él  no  merece  nii^guna  lástima,  no  puedo 
excusarla  en  mi  pecho;  mas  tales  disposiciones 
y  rodeos  son  secretos  juicios  de  Dios,  á  quien 
hemos  de  venerar  y  no  inquirir. 

Don  Pedro,  persuadido  á  que  Floriana  le  que- 
ría, juzgaba  esta  falsa  sospecha  por  certísima, 
trayendo  á  la  memoria  el  sentimiento  que  hizo 
por  tan  largos  días  cuando  fué  herido;  mas 
ahora  entendido  este  caso,  ¡oh  cuan  burlado  se 
hallaría,  porque  lo  cierto  fué  que  la  triste  se- 
ñora entonces  lloraba  su  desdicha  y  encubría 
su  preñez!  Y  como  ésta  empezó  la  noche  de  sus 
heridas  y  duró  lo  necesario  y  forzoso,  engañó 
con  iguales  apariencias  tan  locas  esperanzas;  y 
así,  despreciando  tales  casamientos  con  ansia  de 
su  madre  y  pena  propia,  dio  lugar  que  mientras 
ella  libraba  en  solo  Dios  el  remedio  de  su  perdi- 
da honra,  atribuyendo  su  tristeza  á  presunción 


140  CÉSPEDES    Y   MEKESBS 

SU  absteridad  y  saepensión,  otroa  mtentos  va- 
&oa  creciese  el  titalo  de  desdeñosa,  y  las  quejas 
de  saa  pretendientes,  y  amantes,  si  bieu  en  tan- 
tos tiempos  nunca  aa  madre  presumió  la  caoss, 
paea  de  haberla  entendido,  llano  es  que  en  estos 
dias  últimos  no  intentara,  aunque  ¿  mas  no  po- 
der, el  casarla  con  su  cufiado,  y  asi  es  certísiiao 
que  hasta  la  noche  del  festín  que  Floriana  re- 
oonoció  é,  don  Sancho,  y  aun  danuó  con  él,  el 
volver  6,  su  casa  con  tan  grate  y  repentino  albo- 
roto y  algunos  congojosos  desmayos,  la  hioieron 
juzgar  su  última  hora,  y  juntamente  por  cosa 
necesaria  el  dar  cuenta  &  su  madre  del  suceso; 
con  que  no  desconfían dol a  antes  como  mujer 
prudente  asegurando  su  perdida  esperanza,  la 
hizo  no  sólo  recobrar  el  sosiego,  más  aún,  diBpu-  i 
80  el  acuerdo  de  hablarle,  y  trazó  para  ello  el 
billete  y  recaudo  que  habéis  oido;  porque  la 
verdad  fué  que  Floriana  le  escribió,  y  no  las 
otras  damas  que  él  esperaba;  las  cuales,  quizá  en 
saliendo  del  sarao,  no  se  acordaran  más  de  su 
concierto,  ni  aun  de  que  tal  hombre  estuviese  en 
el  mundo.  En  fin,  todas  aquestas  cosas  entendió 
don  Sancho  tan  alegre  y  gustoso  con  sa  nuevo 
estado,  cuanto  alentado  y  fuerte  en  sus  heridas; 
tanto  puede  un  súbito  contento  un  no  esperado 
bien. 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  141 


CAPITULO  XXXIV 

Despósase  don  Sancho]  búscale  la  justicia;  quie- 
ren hacerla  en  don  Pedro;  socórrele  su  her^ 
mano  y  y  tiene  fin  la  histoHa. 

jífN  medio  de  este  gusto,  ó,  por  mejor  decir,  ea 
sus  principios,  apenas  rayaba  el  sol  los  chapite< 
les  y  balcones  dorados  de  Floriana,  cuando  lla- 
mando con  grandes  golpes  á  sus  puertas,  enten* 
did^  la  causa,  fué  avisado  de  que  el  Asistenta 
mismo  y  acompañado  de  otros  caballeros  y  muchos 
ministros  de  justicia,  preguntaban  por  él;  y  así, 
aunque  presumió  luego  lo  que  era,  no  dándosele 
.  mucho,  hizo  que  les  saliesen  á  recibir;  y  final- 
mente, en  viéndose,  el  uno  salió  de  cuidado  (por- 
que el  Asistente,  respecto  de  la  recomendación 
de  S.  M.,  le  tenia  grandísimo),  y  el  otro  entró  en 
otros  en  su  tanto  mayores.  Admiróle,  y  no  poco^ 
el  hallarlo  en  tal  casa;  porque,  aunque  traía  ba- 
rruntos y  premisas  de  ello  por  haber  entendídose 
el  socorro  y  ayuda  que  le  dieron  sus  daeños,  así 
con  sus  criados  como  con  su  carroza,  nunca  se 
persuadió  á  qué  habría .  sido  para  más  que  po- 
nerle en  cobro,  y  así  su  diligencia  más  era  á 
informase  de  él  que  á  buscarle  en  tal  parte.  Mas 
cuando,  enterado  en  todo  el  caso,  miró  á  don  San- 
cho como  á  dueño  absoluto  de  la  hermosa  Floria** 
na,  no  pudo  encarecerle  su  alegría ,  antes  en  de-^ 


112  CÉSPEDES   Y  MKNBSES 


mostración  de  ella  se  ofreció  por  padrino  de  sus 
bodas,  y  queriendo  con  tanto  despedirse,  ya  en 
pie,  por  contera  de  su  plática,  le  refirió  que,  asi 
«1  herido  que  dejó  en  voz  de  muerto,  con  otros 
dos  de  los  que  habían  huido,  estaban  en  la  cár- 
cel, y  confesos  en  su  delito  y  culpa;  en  la  cual, 
por  principal  actor  y  delincuente  condenaban  no 
menos  que  á  don  Pedro  su  hermano,  que  sin  te- 
mor del  cielo  ni  aun  del  real  amparo  que  le  obliga- 
ba á  un  crimen  lessej  les  había  inducido  á  que  por 
quinientos  escudos  le  matasen,  y  que  andando 
muchos  días  antes  en  su  espía  la  tarde  preceden- 
te, valiéndose  de  su  descuido  y  soledad  le  habían 
acometido,  según  habéis  oído;  y  no  parando  en 
en  esto  el  Asistente,  concluyó  su  razón  con  de- 
cirle cómo  también  su  hermano,  prevenida  la 
fuga  que  hacía  á  Portugal,  estaba  ya  en  la  torre 
y  puerta  de  Triana  con  prisiones  y  guarda  sufi- 
cientes. Despidióse  con  esto  dejando  al  herido 
don  Sancho  con  nuevas  lástimas  y  aun  mayores 
cuidados,  y  tan  en  sumo  grado,  que  temiendo  el 
peligro  de  su  hermano,  sin  reparar  en  el  suyo  ni 
en  la  traición  y  maldad  cometida,  juzgó  por  mal 
obrada  su  alegría  y  aun  por  muy  necesario  el 
consuelo  de  su  nueva  desdicha. 

¡Oh  poderosa  fuerza  de  un  ánimo  juntamente 
generoso  y  honrado!  ¿Quién  creerá  semejantes 
extremos,  y  quién  el  exceso  notable  que  poco  des- 
pués de  esto  ejecutó  sobre  la  misma  causa?  En 
cuya  prosecución  y  sustancia,   dando  el  Asis* 


EL  DESDÉN  DEL  ALAMEDA  143 

tente  cuenta  de  todo  al  rey,  fué  sentido  el  suceso 
por  sumo  atrevimiento,  y  encargándole  con  veras- 
su  castigo  en  breves  días,  fué  don  Pedro  senten-, 
ciado  á  degollar,  si  bien  él  estaba,  de  haber  enten- 
dido su  desengaño  y  la  buena  fortuna  de  su  her- 
mano, tan  desesperado  y  doliente,  que  hizo  poco 
caudal  de  la  sentencia;  y  no  cesando  en  esto  sus 
desdichas,  como  fuese  el  sujeto  melancólico, 
cavando  poco  á  poco  en  sus  discursos,  sin  poder 
reprimirse,  cayó  en  tal  enfermedad,  que  á  los 
primeros  accidentes  le  turbó  el  juicio. 

Con  todo,  en  tanto  aprieto,  sus  deudos  apelaron 
al  Audiencia;  pero  importara  menos  esta  diligen- 
cia si  el  piadoso  don  Sancho,  con  ánimo  de  verda- 
dero hermano,  no  acudiera  á  su  defensa.  Y  asi, 
aun  sin  estar  convaleciente,  entendida  la  apresu- 
rosa  sentencia  que  amenazaba  á  don  Pedro,  y  la 
certeza  de  su  conñrmación  con  tácito  seguro  de 
que  en  veinte  días  no  se  ejecutaría,  á  pesar  de  su 
esposa,  partió  en  ligeras  postas  á  Madrid,  que,*  á 
no  ser  tan  robusto,  esto  sólo  le  costara  la  vida. 
Y  en  llegando  se  echó  á  los  pies  del  rey  y  le  pi- 
dió la  vida  de  su  hermano;  y  no .  obstante  que 
•aquella  su  admirable  severidad  suspendió  la  res- 
puesta más  de  lo  que  el  término  pedía,  el  noble 
caballero  hizo  tantos  esfuerzos  y  se  valió  de  tan 
grandes  favores,  que  al  fin  alcanzó  su  perdón, 
mas  con  tal  cortapisa,  que  luego  se  entrase  en  re- 
ligión y  profesase  en  ella,  y  esto  por  haber  enten- 
dido [el  estado  de  su  enfermedad,  que  si  no  su 


144  CÉSPEDES   Y  MENESES 


profesión  fuera  en  Oran  ó  Melilla;  y  finalmente, 
aplicando  de  hecho  su  hacienda  y  mayorazgo  al 
forzoso  heredero,  cosas  que,  aunque  al  parecer 
eran  muy  duras,  don  Sancho  las  aceptó  en  su 
nombre  y  con  la  misma  prisa.  Después  de  haber 
cumplido  su  deber  y  respetos  volvió  &  Sevilla  y  & 
su  casa,  adonde  de  una  y  otra  fué  recibido  y  ce- 
lebrado con  voluntad  y  amor  jamás  oído. 

Publicóse  el  perdón,  y  así  don  Pedro  se  entró 
en  el  convento  de  San  Pablo,  adonde,  apretado 
de  su  enfermedad,  cayendo  y  levantando,  vivió 
dos  años,  sin  que  en  ellos  su  hermano  tratase  de 
la  aplicada  hacienda,  como  ni  la  admitiera  si  vi- 
viera dos  siglos.  Con  lo  cual,  quedando  para  ca- 
ballero particular  el  más  rico  y  poderoso  de  Espa- 
ña, y  habiéndose  celebrado  sus  casamientos  con 
el  mayor  aplauso  que  vio  Sevilla,  vivió  en  ella 
en  compañía  de  su  amada  esposa  y  en  correspon- 
dencia envidiable  con  sus  dos  amigos  los  herma- 
nos flamencos;  y  teniendo  ocho  hijos  y  otra  her- 
mosa Floriana,  á  todos  les  fundó  grandiosos  ma- 
yorazgos y  á  todos  los  vio  puestos  en  estados 
dignos  á  su  calidad,  que  fué  la  última  felicidad 
de  sus  buenas  dichas,  y  la  mayor  que  puede  ha- 
ber en  esta  vida  transitoria  y  perecedera. 


La  Constante  Cordobesa. 


CAPITULO  XXXV 

Historia  tercera  ^  sucedida  en  Córdoba;  con  el 
antiguo  oiñgen  y  fundamento  desta  ciudad, 

fcfS  tan  notoria  y  conocida  en  lo  descubierto  del 
orbe  la  antigüedad,  fundación  y  excelencias  de 
la  cindad  de  Córdoba,  tanto  por  su  originaria  no- 
bleza cuanto  por  los  ilustres  varones  que  así  en 
armas  como  en  letras  ha  producido  en  todos 
tiempos,  que  pudiera  excusar  por  demasiada  esta 
breve  narración  si  no  temiera  que  el  interrumpir 
el  estilo  con  que  he  comenzado  había  de  censu- 
rárseme con  nota.  Y  así,  por  disuadirla,  en  pocos 
renglones  haré  de  sus  grandezas  eate  fácil  re- 
sumen. 

En  las  vertientes  y  amenísimas  faldas  de  la  fa- 
mosa Sierra  Morena,  y  en  lo  mejor  y  más  poblado 
del  Andalucía,  está  fundada  la  ciudad  de  Córdo- 
ba en  un  llano  hermosísimo  que  entre  la  sie- 

HISTORIAS   PEREGRINAS  10 


! 


L. 


14(!  CÉSPEDES  y 


rra  y  caudaloso  río  Guadalquivir  formó  natura- 
leza para  asieato  y  mayor  esplendor  de  bq  pobla- 
ción, á  quien,  según  Plinio,  Estrabón  y  Otros 
autores  edificó  Marcelo,  insigne  capitán  de  los 
romanos,  y  no  así  como  quiera,  disponiéndola 
con  los  soldados  comunes  de  aa  ejército,  sino  en- 
tresacando y  escogiendo  dél  la  ñor  de  la  nobíeza, 
los  patricios  y  caballeros  más  ilustres  de  Roma. 
Y  así  parece  que  desde  aquellos  memorables 
principios  ha  conservado  generosamente  aqaeste 
maravilloso  pundonor;  pues  boy  es  cierto  no  bay 
cindad  ni  población  en  toda  la  Europa  de  más 
limpia  y  apurada  nobleza,  ni  en  su  tanto  de  máa 
caballeros  de  sangre  y  mayorazgos  riquísimos. 

Es  su  terreno,  au  comarca  y  ribera,  abundante 
.depan,  vino  y  aceite,  frutas  y  seda,  y  aobre 
todo  célebre  y  conocida  por  los  veloces  y  alinda- 
dos caballos  que  produce,  y  por  las  aguas  puras 
y  delicadas  del  Bétis,  en  cuya  margen  hacen 
sus  altos  y  torreados  muros  majestuosa  y  agra- 
dable vista.  Los  aires  son  saludables  y  delgados; 
de  suerte  que  aunque  en  parte  la  infama  el  calo- 
roso estío,  ellos,  con  su  bondad  y  frescnra,  parti- 
cipada de  la  vecindad  del  rio,  baoen  bien  enga- 
ñosa esta  opinión. 

De  sus  templos  magníficos,  en  quien  m&s  res- 
plandece la  piedad  de  sus  moradores,  ni  de  sus 
grandes  palacios,  suntuosas  casas  j  peregrina 
iglesia  catedral,  dicho  está  harto  con  Itabei 
apuntado  la  antigüedad,  riqueza  y  noblesa  por 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  lAl 

tantos  años  continnada  en  sus  hijos;  pues  ella, 
con  más  elegancia  y  verdad  que  mis  renglones, 
liablará  en  su  derecho;  y  así  sólo  daré  un  fácil 
rasguño  por  su  mayor  iglesia.  La  cual  fué  pri- 
mero la  mayor  mezquita  que  tuvieron  los  moros 
después  de  la  de  Meca;  y  según  el  Suplemento  de 
las  historias,  su  notable  y  suntuosa  fábrica  se 
comenzó  por  Abduramen  en  el  año  de  892.  Tiene 
^  naves,  con  infinitos  y  compasados  arcos  sobre 
mármoles  y  columnas  de  jaspe,  que  pasan  de  500. 
Y  aunque  conforme  los  edificios  árabes  y  respecto 
-de  su  grandeza  es  la  techumbre  baja,  empero  aún 
en  aquella  forma  representa  una  espantosa  y  os 
tentativa  máquina,  como  también  hacen  alarde  y 
muestra  los  alcázares  y  jardines  reales  de  que  es- 
tán hermoseados  y  en  perdurable  primavera. 

Hablando  Marcial  de  las  cosas  de  esta  ciudad 
dice  que  había  un  plátano  en  aquestos  alcázares 
de  tan  monstruosa  y  exquisita  grandeza,  que  cu- 
bría con  sus  hojosas  ramas  la  mayor  parte  de 
ellos;  que  &i  fué  así,  no  sé  yo  cómo  le  ponderó  tan 
sobrepeine;  si  bien  ahora  se  pudiera  mejor  culpar 
en  mi  diferente  objeción,  pues  olvidado  de  lo  más 
esencial,  he  antepuesto  en  esta  descripción  las 
ruinas,  los  vestigios,  las  murallas  y  torres  á  los 
edificios  vivos,  á  los  verdaderos  y  más  admira- 
bles monstruos;  pues  no  lo  han  sido  menos,  entre 
los  hombres,  sus  excelentes  hijos.  Dos  Sénecas, 
un  Lucano,  un  orador  Balonio,  un  cristiano  y 
doctísimo  obispo  Osio;  un  Avicena,  unBasis,  un 


148  CÉSPEDES   Y   MENESES 


MoyseSy  médicos  famosísimos;  un  Aben  Rniz,  co- 
mentador insigne  de  Aristóteles,  y,  finalmente,  el 
ingenioso  y  venerable  Juan  de  Mena;  y  sobre 
todo  el  valiente  y  Gran  Capitán  Gonzalo  Fernán- 
dez de  Córdoba,  honra  de  sn  patria  y  gloria  de 
su  nación;  con  cuyo  ilustre  remate  cesaré  en  las 
demás  excelencias  de  esta  ciudad,  y  empezaré  el 
suceso  que  en  ella  tengo  prometido;  en  quien  su 
principal  persona  es  no  menos  que  un  caballero 
de  su  esclarecida  sangre,  con  que  más  animosa  y 
atrevida  se  alentará  mi  pluma ,  haciendo  del  la 
narración  siguiente. 


CAPITULO  XXXVI 

Dase  principio  á  la  ofrecida  historia;  dicese 
quién  es  el  principal  personaje  de  ella,  y  al- 
gunas hazañas  de  sus  progenitores, 

j^K  los  años  pasados  de  520,  gobernando  estos 
reinos,  por  el  ausencia  de  la  católica  y  cesárea 
majestad  de  Carlos  V,  el  cardenal  de  Tortosa,  sti 
maestro,  que  después,  con  el  nombre  de  Adriano, 
fué  Pontífice  máximo,  vivía  en  esta  ciudad  don 
Diego  Fernández  de  Córdoba  y  Montemayor, 
nobilísimo  mancebo,  en  sangre  esclarecido,  po- 
deroso en  hacienda  y  por  sus  buenas  partes  ama- 
ble con  sus  conciudadanos  y  una  de  sus  mayores 
cabezas. 

A  este  caballero,  habiéndose  primero  servido 


...^^ 


<lél  en  Bua  primeros  años,  casó  la  majestad  de 
Carlee  con  una  ilustrísima  señora  llamada  do&a 
Aldonsa  Osaorio,  tanto  ¿  án  de  aquistar  algu 
diferencias,  cnanto  por  hacerle  con  mujer 
poderosa  (qne  lo  era  mucho  esta  dama)  una  gi 
de  y  señalada  merced.  Reconocialo  asi  don  1 
£0,  y  deseando  se  conociese  en  sus  obras,  cot 
CÓ  á  sus  casamientos  la  nobleza  mayor  del  Ai 
Inola,  á  quien  con  esplendor,  magni&cenciay  \ 
tos  festejó,  sieudoaelmesmolasfiestas,  los  ton 
y  máscaras  tan  grandes,  tan  continuos  y  var 
-qne  dejó  su  nombre  bien  conocido  en  España,  a 
qae  no  lo  es  poco  el  de  su  antigua  estirpe,  e 
progenitores  valerosos,  cuya  originaria  valeí 
y  magnanimidad  parece  que,  de  padres  á  h 
heredada,  es  tan  perdurable  y  excelente,  yt 
la  famosa  casa  de  Aguilar,  ya  en  la  de  los  coi] 
de  Alcaudete,  Sésar,  Feria,  G-uadalcázar  y  oi 
innumerables  que,  como  ramas  de  sn  firme  troi 
se  han  extendido  por  lo  mejor  de  Europa,  m 
tras  durare  eu  ella  la  memoria  de  los  homb 
y  así,  no  pienso  yo  que  debe  aquella  genei 
ciadad  á  ningún  hijo  suyo  más  honrosas  haza 
en  8u  provecho  ni  mayores  servicios  en  su  del 
sa  que  i,  los  de  aquestas  casas  referidas,  de  qi 
si  me  fuera  lícito  contarlas  fácilmente  desen 
fiasen  mi  verdad  su  crédito.  Pero  aunque  se  a 
gue  algo  el  suceso,  ya  que  no  las  mayores,  d 
entre  tantas,  dos, en  que, supuesto  qne  voy  &  r 
zar  y  engrandecer  más  conveniente   el   lit 


principal  de  esta  Historia,  habrá  de  sopllrseme 
su  breve  dilación;  fuera  de  que  también  apetece- 
rá el  curioso  saber  con  gusto,  con  la  antigüedad 
y  excelencia  de  bus  claros  ascendientes  de  don 
Diego,  ia  canea  original  y  tan  decantada  en  Es- 
paña de  haberse  llamado  Campa  de  la  Verdad 
aquel  llano  extendido  que  tiene  su  ciudad  pasado 
el  puente;  y  aun  antes  desto,  el  becbo  memora- 
ble y  de  pocos  sabido  que  emprendió  Martla 
Alonso  de  Montemayor  en  el  cerco  y  socorro  de 
Castro  del  Rio, 

Y  así,  con  esta  saina,  digo  que  Alonso  Fer* 
nández  de  Córdoba,  hijo  de  don  Fernán.  Núñes 
de  Temez  y  Donora,  seijora  de  Dos  Hermanas, 
qne  fué  Adelantado  del  Audalucia  y  dueño  del 
lugar  y  Torres  de  Cañete,  tuvo  dos  hijos,  Martin 
Alonso,  que  heredó  Dos  Hermanas,  y  Hernando 
Alonso,  que  sucedió  en  Cañete.  Martin  casó  con 
doña  Aldonza  de  Raro,  hija  de  don  Lope,  el  qne 
llamaron  el  Chico,  mayordomo  mayor  del  rey 
don  Alonso,  y  á  quien,  porque  se  vea  coán  gran- 
de estimación  se  hacia  entonces  de  esta  familia, 
diré  lo  que  en  el  tal  casamiento  acaeció. 

Parece  ser  que  se  dispuso  éste  sin  sabiduría  del 
rey,  de  lo  cual,  muy  sentido,  reprendiendo  &  don 
Lope,  le  dijo  que  cómo  sin  su  orden  se  había 
atrevido  á  casar  con  ningún  su  vasallo  á  sa  hija. 
A  que  cuentan  haber  respondido  don  Lope  con 
despejo  y  valor  qne  no  lo  había  hecho,  seg&n  dt- 
bfa,  temiendo  que  8.  A.  lo  habla  de  impedir  7 


estorbar  para  casar  sa  yerno  con  la  infanta  bu 
bija.  Que  ciertamente  fué  gallarda  satisfacción 
y  estimable  salida  al  enfado  y  enojo  de  su  rey 
Has  dejando  esto  aparte,  después  de  algunos 
días,  viniendo  moros  contra  Castro  del  Río  (1 
gar  entonces  áe  estimación  é  importancia  notí 
ble),  fné  cercado  por  innumerable  gentío, 
onyo  remedio,  siendo  el  dársela  &  cargo  de  ' 
ciudad,  sa  juntó  en  ella  lo  mejor  de  la  provinci 
pero  no  conviniéndose  en  el  modo  y  crecianq 
con  la  dilación  el  peligro,  Martin  Alonso,  coní, 
verdadero  hijo  de  sa  patria,  dijo  que  silepr 
metiesen  socorro,  él  se  aventuraría  á  meter  en 
villa,  por  medio  de  sus  enemigos,  gente  y  bastí  M, 
mentó  que  entretuviese  su  ayuda.  Ofrecieron. 
así,  y  juraron  de  acudirle  con  mayor  prevenoié 
con  lo  cual,  sin  detenerse  un  punto,  partió' 
Montomayor,  castillo  inexpugnable  y  &  quien  ■ 
había  fundado,  en  donde  y  en  Dspejo,  juntaní 
alguna  gente,  al  romper  del  alba,  con  énin 
dacísimo,  rompió  él  juntamente,  y  no  asi 
quiera  por  diez  ó  doce  mil  hombreí 


ipantoso  é  innumerable  ejército  de  doscieiit'.|  U  |   .'|   A,'^ 
il  mm-ni^;  por  el  cuat  CU  uH  instante,  acaudilla!  ¿^  Í^VW 


mil 

do  sus  buenos  soldados,  llegó  &  la  fortale: 
bien  se  deja  entender  si  en  tan  grande  pelig 
mostrarla  necesariamente  su  valentía  y  es  fuer  z 
y  si  en  el  que  ahora,  pasados  loa  reales,  le  aobr. 
vino,  seria  preciso  conformarlo;  porque  es  de  aabr 
que  cuando  más  acosado,  pensó  tener  suánio 


:í 


152  CÉSPED BS    y    MEMESES 

atrevido  algún  reparo,  el  que  halló  fué  tapiadas 
las  puertas  del  caijt¡llo,y  eacima  de  su  poca  gente 
el  numeroso  y  contrario  ejército,  de  quien  rode- 
ado, sin  defensa  ú  murallas,  comenzó  nuevamente 
&  verse  compelido;  y  ciertamente  que  parece  in- 
creible  que  tan  poco  número  pudiese  sustentarse 
un  tíolo  instante.  Mas  era  león  fuerte  el  capitán,y 
asi,  aunque  sus  soldados  fueran  mansos  corderos, 
Hicieran  aún  mayores  efectos;  y  vióde  claramen- 
te esta  verdad,  pues  sin  turbarle  el  temeroso 
riesgo,  volviéndose  é.  romper  por  desiguales  tro- 
pas 7  peleando  á  veces  con  valor  invencible,  i 
pesar  de  tan  grande  morisma,  rodeó  la  fuerza,  y 
por  un  pequeño  postigo  descargó  el  bastimento, 
metió  su  compañía  y  socorrió  el  lugar  casi  per- 
dido, granjeando  la  mayor  fama,  opinión  y  nom- 
bre que  tuvo  capitán  en  bu  tiempo;  y  tanto,  que 
en  oyendo  el  rey  moro,  el  dueño  del  suceao,  des- 
confió del  suyo  y  alzó  el  real,  volviéndose  afren- 
tado. De  suerte  que  podemos  decir  que  el  valor 
admirable  de  este  hombre  atropello  un  principe 
tan  poderoso  y  á  un  ejército  tan  desproporcio- 


CAPITULO  XXXVII 
Prosigúese  este  asunto  y  escríbese  el  mentor 
origen  del  Campo  de  la  Verdad. 

^o  fué  eata  hazaña  el  servicio  menor  qae  dt 
bueaoB  hijos  recibió  bu  ciudad;  pues  no  m 
después  don  Alonso  Fernández,  hijo  de  eati 
ballero,  emprendió  el  hecho  memorable  de  q 
al  campo  referido  le  quedó  el  nombre  de  la 
dad,  el  cual  pasó  de  esta  manera: 

Parece  ser  que  como  el  justiciero  rey  don 
dro  fácilmente  se  dejase  enga&ar  de  algunoE 
intencionadoa,  y  quisiere,  por  ciertas  sospec 
hacer  matar  á  nuestro  don  Alonso  y  ¿  don  i 
zalo  Fernández  de  Córdoba,  su  primo  y  eeñi 
Agailar,  porque  aun  por  chismes  y  conseja 
las  no  era  menor  el  castigo  de  este  principe, 
vio  á  este  efecto  al  maestre  de  Calatrava, 
Martin  López  de  Córdoba,  que  mejor  inforx 
y  cierto  de  la  falsa  relación  que  al  rey  se  It 
bia  hecho,  sobreseyó  en  su  voluntad,  de  lo 
fué  tanto  el  coraje  y  sentimiento  que  recib; 
sangriento  ánimo,  que,  sin  más  suspenderlo, 
mando  por  venganza,  se  avino  con  el  rey  de 
mada,  y  al  fin  de  disponerla  en  su  poder,  le 
metió  á  Córdoba,  y  con  tal  conveniencia  sac 
Jos  dos  el  mayor  ejército  que  jamás  se  vi 
aquellos  contornos.  Y  dando  vista  á  la  ciud 
xnayor  temor  á  sus  moradores  desapercib 


154  CÉSPBDSS   y   MENÚES 

porque  nanea  creyeron  de  sa  principe  y  se&or 
satnr&l  semejante  resolacíón,  faé  tan  notable  bd 
fidelidad  y  sn  lealtad  tau  maravillosa,  que  aon 
do  entrar  por  el  Alcázar  Viejo  loa  oontra- 
,  no  bnbo  hombre  qne  se  les  opasíese,  respe- 
lo  la  presencia  de  sn  rey,  queriendo  antes 
lerse  que  tomar  las  armas  en  eu  contra.  Y 
ira  adelante  este  desmán  si,  advirtiéndolo 
mas  principales  señoras,  no  salieran  por  las 
38  y  con  ruegos  tristes  y  tiernas  lágrimas  les 
aran  de  tan  necia  perseverancia;  7  con  tan 
1  efecto,  qoe  no  sólo  los  obligaron  á  compeler 
is  que  entraban,  retirándolos  con  machas 
rtes,  sino  que  nombrando  por  sn  capitán  al 
e  don  Alonso,  se  dispusieron  á  mayores  em- 
las.  Y  asi  hecha  sn  elección,  y  junta  baena 
e'de  gente,  envió  al  rey  un  mensajero  pí- 
idolese  sirviese  de  aquella  ciudad,  y  como 
irincipe  7  señor,  entrase  en  ella  y  dispusiese 
US  vidas  7  haciendas  como  mejor  le  parecie- 
(nas  que  esto  fuese  sin  semejante  compañía, 
a  cual,  respecto  de  ser  enemigos  de  Dios,  es- 
m  resueltos  á  defender  su  religión  7  Fe.  A 
ual,  como  la  indignación  de  don  Pedro  no 
:itfa  megos  ni  ínter  misiones,  la  respuesta  que 
fué  más  llena  de  amenazas,  pues  juró  de  oas- 
r  de  tal  manera  la  ciudad,  que  sólo  de  los 
ios  de  las  mujeres  se  llenase  el  Pilar  de  la 
redera,  y  bebiesen  los  vivos  sangre  en  vez  del 
a  que  entonces  corría. 


LA   CONSTANTE   COUDOBESA  165 

Esta  fiera  y  crael  resolución  cubrió  las  gen- 
tes de  lágrimas  y  miedo,  digo  al  vulgo  y  común 
que,  como  novelero  sin  atender  á  más,  viendo  á 
su  valiente  capitán  que  salía  á  pelear,  se  persua- 
dió á  que  se  iba  á  concertar  con  los  moros,  y 
creció  de  suerte  su  infame  presunción,  que  llegó 
á  los  oídos  de  doña  Aldonza  de  Haro,  madre  del 
dicho  don  Alonso  y  de  don  Lope  Gutiérrez  de 
Córdoba,  alcalde  mayor  de  la  ciudad  y  señor  de 
Montilla,  de  quien  descienden  los  de  Guadalcá- 
zar,  la  cual,  saliendo  al  paso  de  sus  hijos  y  en- 
contrándolos debajo  de  los  arquillos  de  la  igle- 
sia, sin  mayor  advertencia,  á  grandes  voces  les 
dijo: 

— ¿Ah  don  Alonso?  Advertid  que  estas  gen- 
tes me  han  dicho  que  vais  á  entregarnos  á  los 
moros;  y  si  esto  ha  de  ser  así,  permita  el  cielo 
quitarme  antes  la  vida  que  ninguno  me  llame  la 
madre  del  traidor. 

Mas  no  dejándola  proseguir  su  noble  hijo, 
arrojándose  del  caballo  y  besándola  la  mano,  la 
satisfizo  respondiéndola: 

— Guando  yo  no  tuviera  sangre  vuestra  aún 
se  pudiera  dudar  mal  de  mi  lealtad,  cuanto  y 
más  siendo  vuestro  hijo.  Y  tomando  el  caballo 
con  más  cólera,  levantando  la  voz,  discurrió  di- 
ciendo: «Quedaos  á  Dios,  madre  y  señora  mia^ 
que  al  campo  salgo,  donde  se  sabrá  la  verdad.» 

Esta  es  la  causa  y  el  origen  famoso  de  su 
nombre,  mayormente  con  lo  que  luego  sucedió; 


;  CÉSfHUES    y    MENBSES 

'■"  Baliendo  con  gallardo  denuedo,  en  pasan- 
'uente,  mandó  echarla  por  el  snelo,  licen- 
primero  iotrépido  y  feroz  á  cnantoa  de 
'OS  86  quisieron  volver;  y  con  semejante 
i,  resueltos  ¿  morir  él  y  los  que  le  acom- 
in,  no  sólo,  ayndados  del  cielo,  rompieron 
:  reyes,  sino  qne,  siguiéndoles  hasta  Cas- 
Bío,  dejaron  hecho  de  sn  sangriento  ea- 
lloroso  y  memorable  acuerdo  para  sds 
;os,  y  á  sus  descendientes  y  hijos  eterno 
Inrable  renombre,  dándosele  asimismo  á 
campo  extendido  teatro  de  sus  grandes 
is. 

is  han  sido  y  fueron  los  troncos  nobilisi- 
e  adonde,  entre  otros  ramos,  procedió  el 
pal  héroe  de  esta  historia:  si  bien  es  justo 
jemos  primero  lo  que  en  ella  pareciere  de- 
tble  ¿  su  sangre;  pues  la  amorosa  cansa 
>ligó  sus  muchos  desacuerdos  bastante- 
disculpa  da  &  mayores  yerros, 
amos,  pues,  el  hilo  del  discurso,  dejando- 
ido  y  entretenido  en  los  regocijos  y  fiestas 
bodas.  En  medio  de  los  cuales  nació  el 
I  de  sos  desvelos  y  mayor  ocasión  de  sus 
tos;  porque  no  fneran  ellos  contentos  y 
is  de  ta  tierra  si  no  trnjeran  tras  de  si  fra- 
íristes  y  desastres  latimosos. 


I    CONSTANTE 


CAPITULO  XXXVIII 

Ultimas  fieetae  en  las  bodas  de  don  Diego, 
trágico  suceso  que  tuvieron. 

XlAOíAKBB  por  remate  y  fin  de  tantas  ñesta: 
Tina  de  estas  noches,  ciertos  torneos  y  masca 
para  cuyo  efecto,  atajando  lo  safíciente  dt 
plaza  y  calle  de  don  Diego,  igualaron  con  '< 
tanajes  y  andamíos  de  madera  los  cercanos 
floios.  T  siendo  mantenedor  é!  hubo  tanto 
admirar  y  tantas  galas,  cifras,  invenciont 
letras  qne  ver,  qne,  á  pretender  particularia: 
todo,  creciera  sin  propósito  este  volumen.  Y 
por  escribir  solamente  lo  importante  al  inte 
diré  el  fin  que  tuvieron;  pues  no  fné  menos 
timoso  y  terrible  que  venirse  con  estrépit 
rumor  espantoso  ano  de  aquellos  artificii 
ventanajes  al  suelo,  que,  oprimido  de  la  inuu 
rabie  gente  que  le  ocupaba,  fué  el  estrago 
hizo,  no  poco  miserable  y  sangriento, 
.  N'o  quedó  á  tan  impensada  ruina  hombre 
ventana,  plaza  ni  tablado  que  no  acudieS' 
remedio  de  ella,  y  hasta  los  caballeros  del  pa 
que,  arrojando  las  armas,  las  plumas  y  libr 
fueron  de  los  primeros.  Con  esto,  el  rumor 
aumentándose;  y  asi  la  temerosa  confusión 
paso  que  los  tristes  gemidos,  llantos  y  vo 
parece  que  crecían;  y  mayormente  no  oyénd 


ni  viéndoee  otra  coea  que  miembroB  desgarrados, 
cuerpos  partidos,  golpes  y  terribles  heridas  y, 
Bobre  todo,  arroyos  de  sangre,  que  envueltos  con 
los  tristes  gemidos  y  quejas  de  los  que  la  derra- 
maban, formaba  junto  un  horrible  y  lloroso  es- 
pectáculo. 

En  este  concurso  de  desdichas,  y  en  medio  de 
miserias  tan  grandes,  no  fué,  pues,  quien  menos 
asistió  á  su  remedio  don  Diego  de  Córdoba;  an- 
tes juzgándose  por  el  más  obligado  con  noble  y 
generoso  espíritu,  acompañado  de  criados  y  la- 
ces, atajó  muchos  males.  Y  así,  sacando  caai 
ahogados  á  los  que  ya  anhelaban  con  la  maerU, 
y  haciendo  abrigar  y  recoger  en  su  misma  casa 
á  los  que,  con  más  cierto  peligro,  necesitabas  de 
sacramentos  y  otras  medicinas  forzosas,  sin  pa- 
rar, discurría  á  unas  partes  y  &  otras,  hasta  que 
no  habiendo  más  qne  hacer,  cansado,  aunque  no 
satisfecho,  en  sus  piadosas  obras,  al  volverse  i 
su  casa,  como  para  salir  á  lo  ancho,  quisiese  sal- 
tar unos  andamies,  yendo  á  poner  los  pies  en  loe 
maderos  rotos  de  sus  últimas  ruinas,  parece  qne 
se  le  enmollecieron;  y  sintiendo  blandura,  no  sin 
particular  providencia  del  cielo,  sospechando 
algún  daño,  muy  á  prisa  mandó  quitar  las  tablas 
y  maderos;  debajo  de  las  cuales,  no  sin  grande 
lástima,  halló  que  en  medio  de  un  tapete  de  es- 
trado y  casi  en  él  amortajada  y  revuelta  estaba 
una  mujer,  cuyo  adorno  precioso,  pocos  afios  y 
hermosiüimo  rostro,  si  bien  matizado  de  recién- 


te  sangre,  acrecentó  no  sólo  el  sentimieitto, 
el  cuidado  de  au  remedio,  pareciendo^ 
de  suerte.  Y  asi,  con  nueva  compasión,  1 
la  en  sos  brazos,  aunque  siempre  juzgó 
ba  muerta,  coa  todo  no  paró  hasta  pa 
los  de  au  esposa,  que  en  este  ínterin,  n< 
nos  piedad  habla  mostrado  con  los  rao 
ridos  que  ae  acogieron  á  su  amparo  la  t 
ternura  de  su  pecho;  con  que  pocas 
fueron  bastantes  á  que  al  da&o  presente 
de  remedio,  ya  previniendo  cirujanos  y 
ya,  como  en  tan  grandiosa  casa,  alberg 
pedaje  conveniente.  Todo  lo  cual,  aún  s 
jó  con  más  extrema  luego  qne  cpnocida 
y  otros  se  advirtió  su  calidad. 

Era,  pues,  esta  seDora  herida,  ó  por  ¡ 
cir  medio  difunta,  una  doncella,  aunq 
hija  de  padrea  nobiliaimoa  y  caballero 
conocidos  en  aquella  ciudad;  no  obstan 
esta  sazón,  viada  su  madre,  vivía  en  ai 
compafiia,  de  adonde  sacándola,  á  su  pe 
el  torneo  unas  parientas  auyas,  ocaaio 
deagracia,  y  aun  participaron  de  igual 
Y  así  entendido  esto,  sin  mayor  dílacii! 
avisar  don  Diego  &  su  afligida  madre 
aunc^ne  al  momento  vino  cubierta  de  t 
grimas  é  insistió  en  llevársela,  todavía 
permitido;  antes  los  piadosos  huespede 
garon  á  que  también  se  quedase  acompt 
Fuera  lo  demás  poner  la  dama  en  notori 


160  CÉSPEDES   Y  MENESES 


). 


gencia  por  su  mortal  peligro.  Con  qne  le  fué  pre- 
ciso obviarle  y  asistir  á  los  machos  y  eficaces 
remedios  que  para  volverla  en  su  acuerdo  se  le 
hacían,  como,  en  efecto,  el  más  esencial  punto 
y  consistencia  de  su  vida,  la  cual ,  fomentada 
con  tacitas  medicinas  como  buenos  deseos,  al 
cabo  de  dos  días,  volviendo  algún  tanto  en  sí, 
mejoró  su  esperanza  y  consoló  á  los  presen- 
tes. Y  yendo  poco  á  poco  recobrando  el  espí- 
ritu, al  mismo  paso  que  se  morigeraron  los  tu- 
mores, los  golpes  cárdenos  y  la  sangre  espar- 
cida, fué  descubriendo  en  su  rostro  un  portento 
admirable,  un  retrato  del  cielo;  tan  bello  era  el 
sujeto,  que  pudiera  en  su  efigie,  no  sólo  ponde- 
rarse lo  más  hermoso  de  la  tierra,  mas  conocerse 
juntamente  la  suma  perfección  de  su  Criador. 


CAPITULO  XXXIX 

ponvalece  esta  dama  y  su  salud  causa  diferen- 
tes efectos  en  sus  ilustres  huéspedes. 

i9ejó  esta  impensada  y  peregrina  vista  cuando 
llegó  al  punto  y  perfección  que  he  referido,  tan 
asombrada  y  suspendida  la  familia  de  don  Die- 
go, que  no  se  hablaba  en  otra  materia,  y  aunque 
todos,  en  general,  contentos,  no  así  igualmente 
doña  Aldonza  y  su  esposo  (digo,  no  á  un  mismo 
fin),  porque  si  ella  con  piadosas  entrañas  juzgaba 
alegre  el  haberla  hecho  el  cielo  segunda  causa  y 


i 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  161 

instrumento  en  la  vida  de  aquel  ángel  hermoso, 
don  Diego,  arrepentido  y  triste  de  haber  traído  á 
su  casa  el  incendio  de  ella,  no  sólo  blandeaba  en 
la  debida  fe  á  su  nuevo  estado,  mas  compelido  de 
una  secreta  y  poderosa  fuerza,  temía  y  aun  llo- 
raba su  perdición;  si  bien,  como  discreto,  procu- 
rando en  los  principios  atajar  su  fuego  cuanto 
podía,  retiraba  la  vista  de  su  hermoso  huésped, 
divertiendo  el  alma  y  pensamiento  entre  los  amo- 
rosos y  tiernos  lazos  de  su  mujer,  pues  no  sólo 
por  la  virtud  de  su  alma,  más  aún  por  las  partes 
graciosas  de  su  cuerpo,  por  su  nobleza  grande  y 
riquezas  sin  número,  era  digna  de  correspon- 
dencia y  voluntad  perseverante. 

Pudiera  yo,  considerando  tantas  razones,  ad- 
mirarme, y  no  poco,  en  la  fragilidad  de  este  ca- 
ballero, la  cual,  advertida  en  lo  superficial, 
muestra  gran  mengua,  indigno  proceder,  corta 
afición  y  menos  voluntad  con  tal  persona.  Por^- 
que  ni  en  su  excusa  militan,  ni  aun  podemos 
juzgar  en  su  favor  las  disculpas  del  lecho  coti- 
diano, de  la  mesa  común,  del  ordinario  hastio  y, 
finalmente,  de  una  posesión  continuada  y  proli- 
ja, porque  aunque  todas  son  razones  impías  y  de 
malos  casados  y  peores  cristianos,  no  podía  don 
Diego  valerse  de  ninguna,  piíes  apenas  mudó 
estado,  tomó  la^  posesión  de  su  esposa,  cuando 
mudó  también  de  pensamiento,  prevaricando  sus 
honrados  propósitos. 

Empero,  aun  dando  más  este  particular,  no 

HISTORIAS   PEREGRINAS  11 


En  efecto;  iuaistieiido  por  ahora  cuerdamente 
en  huir  la  ocasión,  no  sólo  el  tierno  mezo  se  es- 
forzaba atrevido,  mas  juntamente  solicitaba  la 
cnra  y  convalecencia  de  la  enfermedad,  pare- 
ciéndole  que  siendo  asi  preciso  el  volverla  &  su 
casa,  quitada  la  causa  principal  cesarían  loa  efec- 
tos de  su  operación.  Mas  enga&óse  en  esto  noto- 
riamente, poríjue  apenas  doBa  Elvira  en  salnd, 
rindiendo  con  su  madre  humildes  gracias  ;  ofre- 
cimientos, dejó  su  casa,  cuando  en  la  privación 
de  su  vista  creció  el  fuego  mayor  de  sus  deseos, 
de  quien  dejándose  vencer,  precipitadamente 
cayó  en  un  inmenso  piélago  de  amor,  y  no  obs- 
tante la  cuerda  resistencia,  sometió  la  cerviz  al 
fiero  yngo,  y  la  voluntad,  libre  y  exenta,  &  xina 
injusta  tiranía  que  dominó  en  su  alma,  en  sus 
potencias  y  sentidos;  de  suerte  que,  aun  después 
de  largos  días  y  prolijos  disgustos, fuénecesario, 
para  sacarle  de  tan  duras  cadenas,  medios  y 
fuerzas  sobrenaturales  y  portentosas. 


'  LA   CONSTANTE   CORDOBESA  1G3 

Llevó,  pues,  con  tal  solución  la  corresponden- 
cia adelante,  visitando  á  dofí.a  Elvira  y  su  madre, 
y  ellas  diversas  veces  á  doña  Aldonza. 


CAPÍTULO  XL 

Presume  el  ciego  amante  contrastar  á  la  hones- 
ta doña  Elvira,  valiéndose  para  ello  de  dife- 
rentes medios  y  caminos, 

iIalló  don  Diego  pobrisimo  el  menaje  dé  su 
casa,  las  paredes  desnudas,  la  sala  sin  estrados 
y,  en  conclusión,  un  grande  y  antiguo  solar  lleno 
de  arneses  viejos,  de  adargas  rotas,  de  lanzas  y 
banderas,  trofeos  Honrosos  del  padre  de  su  dama; 
pero  en  cuanto  á  lo  demás,  vacía  de  lo  forzoso  y 
necesario  y  aun  de  sillas  en  qué  poder  sentarse; 
con  lo  cual,  pareciéndole  camino  para  obligarla, 
trató  de  que  secretamente  se  arremediase  con 
larga  mano  tanta  incomodidad. 

Mas  ya  la  hermosa  doncella,  cuando  intentó 
estos  medios,  había  penetrado  por  sus  ojos  lo  in- 
terior de  su  pecho;  porque  aunque  era  niña  y  de 
corta  experiencia,  es  tal  la  enfermedad  de  amor, 
que  aun  deja  conocerse  de  los  más  incapaces; 
y  así,  con  discrección  y  blandura,  rechazó  el  re- 
cibir lo  que  otro  día  trajese  tras  de  sí  la  paga  ó 
una  aparejada  ejecución  en  su  honra.  Ejemplar 
puede  ser  este  en  las  muchas  ocasiones  de  nues- 
tros tiempos,  en  quien  no  hay  ñrme  roca,  no  hay 


♦  ^F 


I' 


164  CÉSPEDES   Y   MEÑESES 


castillo  inexpugnable,  que  el  interés  no  venza  y 
avasalle;  siendo  esta  dama  (aunque  noble)  pobri- 
sima,  y  por  consiguiente,  cargada  de  mayor  pun- 
donor y  obligaciones,  ninguna  fué  parte  á  torcer 
Su  propósito;  antes,  viendo  que  picado  don  Die- 
go continuaba  las  visitas  y  que  de  ellas  ni  sus 
entradas  ni  salidas  podía  resultarle  mejor  crédi- 
to, por  no  perder  el  granjeado,  trató  de  parecer 
primero  descortés,  y  así,  con  tal  intento,  ó  se 
negaba  declaradamente,  ó  si  alguna  vez  la  cogía 
descuidada,  con  desabridos  ojos  daba  á  entender 
su  poco  gusto. 

De  esta  manera  vino  á  saber  su  amante  el  ruin 
efecto  de  sus  cuidados  y  la  mala  acogida  de  su 
voluntad;  con  que  perdiendo  el  alegría  y  aun  la 
conversación  de  sus  amigos,  estuvo  en  poco  de 
perder  la  paciencia.  Había  hasta  aquel  punto 
conservado  el  secreto;  mas  viéndose  irremedia- 
ble y  falto  de  consejo  para  tomarle  y  consolarse 
mejor  en  tan  ciega  pasión,  dio  cuenta  de  ella  á 
su  mayor  amigo,  á  un  caballero  de  su  misma 
sangre  y  con  quien  solía  comunicar  sus  más  ar- 
duos negocios.  Y  aunque  don  García  (era  este  su 
nombre)  procuró  desvanecerla  en  los  principios^ 
ya  afeándosela  con  la  obligación  de  su  nuevo  es- 
tado, y  ya  dificultándole  la  empresa,  viéndole 
firme  en  ella,  hubo  de  ponerlo  los  hombros,  y  de 
común  acuerdo,  juzgando  por  remedio  el  decla- 
rarse y  que  esto  fuese  mediante  otra  mujer  y 
con  algún  billete,  sin  mayor  dilación  lo  dispusie- 


.^3 


.^Nii 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  165 

ron.  Porque  don  G-arcía  buscó  un  valiente  terce- 
ro, y  tal,  que  ni  la  famosa  Celestina  ó  Claudina 
igualaron  sus  obras,  ni  Tulio  ni  Démostenos  su 
perversa  elocuencia;  y  así,  don  Die^o,  habiendo 
escrito  según  su  motivo  el  siguiente  papel,  se  la 
entregó  en  sus  manos. 

Papel  á  dolía  Elvira. 

«Nunca  entendí,  señora,  que  del  haber  piado- 
samente reducido  á  mi  casa  el  fuego  abrasador 
de  vuestros  ojos,  y  deseando  con  tantas  veras 
vuestra  vida  y  salud,  hubiera  redundado  todo  en 
mi  daño  y  perdición;  pues  es  cierto  que  de  uno 
y  otro  no  sólo  nacerá  el  incendio  y  ruina  de  mis 
cosas,  mas  juntamente,  al  peso  de  vuestra  ingra- 
titud, mis  mayores  desacuerdos  y  penas.  Yo  es- 
toy, reconociéndolas  tan  impaciente,  ó  por  mejor 
decir,  falta  de  discurso,  viendo  cuan  mal  estimáis 
esta  vida,  que  temo  y  muy  en  breve,  si  no  mu- 
dáis estilo,  hallarme  arrepentido  y  pesaroso  de 
haber  (con  la  que  os  restauró  mi  propio  brazo) 
dádoos  armas  y  avilantez  para  tantos  despre- 
cios; porque  aunque  (como  quien  soy)  confieso 
no  merecer  vuestros  favores,  por  otra  parte  al- 
canzo que  pudiórades  moderar  el  desdén  y  cono- 
cer que  me  debéis  la  vida;  y  cuando  esto  no  que- 
ráis entender,  á  lo  menos,  por  fin  de  este  papel, 
os  ruego  que  siquiera  creáis  no  ser  buen  camino 
reprimir   el  raudal  de  mi  furioso  amor  con  el 


mayor  incentivo  de  despreciarle.  Kespondedme 
resaelta  y  no  de  snerte  qne  experimentéis  el  tris- 
te estado  en  que  me  reconozco;  el  cual  es  tal, 
qne  juzgo  mil  desdichas  en  mi  crédito  é  irrepa- 
rables dafios  en  mi  salnd.* 


CAPITULO  XLI 
Resoliición  de  doña  Elvira,  su  respuesta 


£rOK  cierto  maravillosa  muestra  de  un  ciego, 
loco  y  desatinado  deaeo;  y  bien  hace  don  Diego 
en  llamarle  furioso  amor,  porque  semejante  pa- 
pel, tal  discurso  y  palabras,  qne  bien  las  escri- 
biera menos  que  arrebatado  del  frenesí  de  sn  VO' 
Inntad.  Mas  disculpémosle  en  alguna  manera; 
no  afeemos  del  todo  la  opinión  de  aqneste  caba- 
llero; sírvale,  pues,  de  excusa  lo  mismo  que  la 
sirvió  de  objeto  y  culpa;  la  furia  de  su  amor,  el 
incendio  de  su  alma,  tas  llamas  vivas' de  sns  de- 
seos crueles  y  ñnalmente,  la  yesca,  el  incentivo 
poderoso  de  los  desprecios  y  desdenes  de  su 
dama,  la  ingratitud  de  sus  buenas  obras,  el  olvi- 
do de  tan  grandes  beneficios  y  mal  conocimien- 
tos que,  á  au  parecer,  mostraba  la  restauración 
de  su  vida  y  ser. 

Y  si  alguno  dijere  qne  estas  mismas  razones 
militan  mejor  en  alabanzas  de  do&a  Elvira,  pues 
sin  reparar  las  atropella  á  todas  por  conservar- 


LA    CONSTANTE    CORDOBESA  167 

se  honestSj  á  esto  responderé  que  no  por  otro  ín- 
coQveaiente  pintaron  ciego  el  poderoso  ai 
que  aaí,  ciegamente  nuestro  perdido  amant 
mal  conocer  semejante  verdad,  tan  mal  aja 
y  bien  digeridas  causas,  con  que  faltandc 
sentido  tan  esencial  fuerza  es  que  había 
en  mil  tropiezos  j  barrancos  mayores.  En 
papel  se  le  dio  &  sa  dama  por  mano  de  la 
que  he  dicho,  en  qno  no  menos  ae  mostró 
gnedad  del  que  la  envió;  pues  ya  no  era 
valerse  de  sujeto  tan  vil  había  de  llorar  a: 
sámente  do&a  Elvira.  Mas,  con  todo,  la  caí 
lestina,  con  achaque  6  propósito  llegó  á  : 
sencia,  y  proponiéndola  primero  la  fuer 
que  temerosa  y  oompelida  de  un  mozo  pe 
y  arrebatado  venia  á  tal  diligencia,  juntt 
la  propuso  en  su  idioma  el  miserable  esl 
que  se  hallaba,  las  obligaciones  que  ella  I 
y  la  facilidad  y  secreto  con  que  podía  h 
brevemente  riquísima  y  fuera  de  necef 
tan  largas;  y  en  conclusión,  abrevió  su 
pidiéndola  leyese  el  billete  y  la  resolnciói 
respuesta. 

&abía  doña  Elvira,  desde  que  atendí 
razón  primera,  determinado  en  si  el  darse 
vieja  tan  áspera  y  terrible,  que  quedase  { 
moría  de  su  atrevimiento  sepultada  en  i: 
queresa  sima.  Mas  cuando  llegó  á  leer  el 
y  en  él  á  conocer  tan  ásperos  discursos,  tt 
vo  estilo  de  enamorar  y  pretender,  con 


16S 


acuerdo  reprimió  su  enojo,  y  advirtiendo  en  el 
caso  y  aun  eu  el  mensajero,  miró  por  si  y  por  las 
asechanzas  y  encantos  suyos,  y  no  hizo  poco  en 
esto;  antes  presumo  que  consistió  en  su  recato  sn 
contento  y  salud;  porque  otra  fuerza  totalmente 
la  niego  á  los  hechizos;  turban  éstos  el-  ji 
ahogan  y  ofuscan  los  espíritus,  y  como  realmen- 
te, todos,  é,  la  corta  ó  á  la  largti,  son  venenos, 
quitan  la  vida;  pero  pensar  que  tocan  en  It 
luntad  libre,  en  el  racional  albedrÜo,  es  dis- 
parate indigno  de  escribirse,  cuanto  y  más  da 
creerse. 

A  este  último  £n,  á  esta,  pues,  desesperada 
medicina  de  sua  deseos  había  ofrecídosa  la  dia- 
bólica vieja;  y  asi,  por  esta  causa,  más  que  por 
otra,  y  con  el  pretexto  del  billete  que  he  dicho, 
se  valieron  de  ella  los  dos  amigos.  Mas  la  virtuo- 
sa doncella,  advertidamente-  dejó  en  vacío  bu 
intención  depravada,  no  permitiendo  la  tocasen 
sus  manos  y  despachándola  en  un  punto  con  de- 
cir que  don  Diego  viniese  el  siguiente  día  por  la 
tarde  y  tendría  su  resolución  y  última  voluntad 
por  respuesta. 

Y  sin  más  esperarse,  quedó  aguardando  &  su 
madre,  con  la  cual,  enterada  del  caso,  y  previ- 
niendo este  aviso,  la  dejaremos,  volviendo  &  bu 
abrasado  amante,  que  habiendo  oído  de  la  terce- 
ra el  despidiente,  y  creído  por  él  que  sus  desig- 
nios tomaban  mejor  rumbo,  aunque  alegre,  siglos 
eternos  juzgó  los  átomos  de  la  obra  asignada;  en 


LA   CONSTANTE    CORDOBESA  169 

quien  con  nuevas  galas  y  mayor  bizarría,  se  fué 
á  la  posada  de  doña  Elvira,  adonde,  en  vez  de 
hallarla  más  amorosa  y  menos  intratable,  lo  que 
halló  fué  la  casa  desembarazada,  yermos  los 
aposentos,  ó  al  menos  en  su  humilde  pobreza,  y 
en  lugar  de  su  dama,  un  escudero  viejo  por  guar- 
dián; del  cual,  absorto  y  suspendido,  recibiendo 
un  papel  con  intrínseca  pena  de  su  alma,  acabó 
de  salir  de  su  engaño  y  confusión  leyendo  en 
él  estas  razones: 

«Si  entendiera  que  por  haber  recibido  de  vues- 
tras nobles  manos  la  vida  que  reconozco  por  su 
hechura,  se  me  había  de  p^dir  tan  desigual  re- 
compensa, creed,  señor  don  Diego,  que  primero 
me  dejara  morir  mil  veces  que  admitir  semejan- 
te beneficio;  fuera  de  que  ni  aun  parece  compa- 
tible querer  por  él  vuestro  generoso  ánimo  tan 
incomparable  y  mayor  interés.  Yo  cbnfieso  que, 
como  vos  decís,  sois  justamente  el  acreedor  de 
mi  vida;  mas  no  por  esto  podréis  negar  ahora  que 
en  pedirme  por  ella  la  misma  honra,  usáis  con- 
migo de  cruel  tiranía;  pues  es  llano  que  cuanto 
más  participa  aquélla  de  perecedera  y  mortal, 
tiene  ésta  de  inmortalidad  y  estimación.  Además, 
que  ¿á  qué  mayor  desdicha  pudo  reducirme  mi 
muerte  si  es  indubitable  y  certísimo  que  es  afren- 
toso y  desgraciado  el  día  que  se  sustenta  sin  ho- 
nor? Resuelta,  pues,  á  perseverar  en  él  y  deseo- 
sa de  satisfacer  las  buenas  obras  que  me  habéis 
hecho,  he  querido  dejar  mi  tierra  y  desamparar 


mi  casa,  para  que,  quitada  oon  mi  ausencia  1> 
ocasión  de  vaestras  inquietndes,  annqne  tan  á 
costa  de  mí  sosiego,  vos  le  tengáis,  en  tanto  qne 
peregrinando  pobre  y  miserablemente  Hora  mi 
alma  esta  malograda  hermosura  qae  &  vos,  por 
mi,  tanto  os  ha  divertido,  y  &  mi,  por  vos,  tanto 
mal  hecho.* 

¿Qaién,  pnes,  en  este  pnnto,  supiera  ponderar 
la  locura  y  furor  que  se  apoderó  de  este  perdido 
mozo?  ¿Quién  el  sangriento  ánimo  con  qne  se 
puso  en  términos  de  quitarle  la  vida?  ¿Quién  en 
la  opresión  y  enajenamiento  de  su  espíritu?  De 
mi  puedo  afirmar  que  no  me  atrevo;  y  asi  sólo 
diré  que  no  fué  pooa  suerte  el  haber  escapado  sin 
lesión  de  sus  manos  el  anciano  escudero,  al  cual, 
ya  algo  divertido  el  raudal  de  su  cólera,  hacién- 
dole intrincadas  preguntas,  y  conocido  de  ellas  y 
sus  respuestas  que  así  mesmo  su  dama  había  del 
recatado  sus  intentos  y  qne  no  sabía  de  ella,  de 
BU  madre  y  una  criada  que  las  acompañaba,  vol- 
viendo las  espaldas  y  buscando  á  don  Qarcía  le 
contó  el  suceso;  y  lleno  de  pasión  reventó  en  mu- 
jeriles lágrimas  parte  del  fuego  qne  le  abrasaba 
el  pecho;  mas  no  el  llorar,  en  casos  de  tan  irre- 
mediable amor,  es  injuria  6  afrenta  de  los  hom- 
bres. 


CAPITULO  XLII 

Bace  don  Diego  diligencia  por  saber  de  «i 
dama,  mientras  ella  procura  huir  de  su  pre 
senda. 

rio  se  halló  el  discreto  amigo  poco  indetermina 
ble  y  ofuscado;  y  mayormente  por  la  corta  y  di 

fien Itosa  noticia  de  doña  Elvira,  dudó  elremedií 
conveniente  don  Diego;  mas  viendo  qne  su  valo: 
y  sentimiento  le  había  de  reducir  á  alguna  mor 
tal  desventara,  deseando  atajarla,  6  por  lo  menoi 
entretenerla,  con  sólo  sus  cuidados,  divirtióndo 
los  con  esperanza  de  salir  presto  de  ellos;  y  as 
brevemente,  por  caminos  y  atajos,  despachó  i 
todas  partes  diferentes  personas,  diferentes  es 
pías  y  centinelas,  que  habiendo  gastado  macho: 
días  sin  fruto,  se  volvieron  ayunos  y  sin  sabe 
particularidad  6  circunatancia  de  aquello  qU' 
buscaban,  cosa  que  á  los  dos  caballeros  y  am 
en  otro  caalquiera  pareciera  imposible.  Y  n 
asi  creedero  es  que  tres  mujeres,  y  de  la  calidaí 
que  he  referido,  se  hubiesen  ocultado  y  encubiei 
to  de  suerte  qua  con  tan  grande  brevedad  y  prie 
sa,  como  si  se  les  hubiere  tragado  la  tierra,  as 
dejaron  el  rastro  y  la  noticia;  y  así  no  sirvió  d 
más  la  diligencia  del  buscarlas  que  dejar  el  se 
creto  amor  del  infeliz  don  Diego  al  albedrlo  ; 
gasto  de  semejantes  hombres. 


172 


Y  caino  su  dolor  impaciente  crecía  al  paao  que 
se  le  imposibilitaban,  síd  dilatarlo  más,  previ- 
nisiido  para  aii  noble  é  ignorante  esposa  causa  de 
obligación  y  achaques  más  forzosos,  acompañado 
de  algunos  criados  de  su  caro  amigo,  dio  vuelta, 
en  pocos  días,  á  toda  el  Andalucía,  gran  parte 
de  Castilla  y  Extremadura  y  corriendo  la  sierra, 
ein  haber  antes  dejado  ciudad,  villa  ni  aldea  sin 
inquirir,  se  volvió  á  Córdoba  con  no  mejor  noti- 
cia, pero  tan  sin  esfuerzo  y  esperanza,  que  sin 
poderse  ir  á  U  mano  cayó  en  una  melancolía 
profundísima,  y  de  suerte  mortal  y  peligrosa,  qne 
se  dudó  en  su  buen  juicio  y  se  temió  muy  mo- 
cho su  locara  y  perdición. 

Porque  no  menos  desdichados  términos  trajo 
su  ciega  voluntad  á  este  caballero;  y  dóile  tan 
tristes  atributos  por  parecerme  que  no  pudo  hom- 
bre humano  llegar  á  estado  semejante,  &  desespe- 
ración tan  terrible,  á  enfermedad  tan  incurable; 
sin  que  para  excusarle  de  ella  le  valiesen  su  ca- 
lidad, su  sangre,  sus  riquezas,  sus  amigos  y  aun, 
sobre  todo,  ser  persona  de  claro  entendimiento  y 
discarso,  que  es  la  más  e&ciente  causa  para  re- 
primir tales  afectos.  Por  donde  mejor  conocere- 
mos nnestra  frágil  y  bien  frágil  naturaleza  y 
cuan  breves  y  limitadaa-son  las  fuerzas  y  trazas 
de  los  hombres. 

Un  año  y  más  se  le  pasó  á  don  Diego  en  tan 
amarga  vida,  y  ann  sospecho  qne  toda  se  l^  pa- 
sara así  si  el  cielo  no  le  abriera,  y  quizá  para  sn 


LA  CONSTANTE  CORDOBESA         173 

mayor  castigo,  el  camino  y  luz  que  tanto  había 
deseado  y  con  tantas  costas  y  trabajos  buscado. 
Pero  antes  que  á  él  le  demos  esta  alegre  nueva 
y  que  el  lector  se  despene  en  ella,  quiero  yo  dar 
también  cuenta  bastante  de  su  hermosa  dama, 
del  lugar  de  sus  asistencia  y  juntamente  de  los 
sucesos  de  su  ausencia  larga. 

Y  así  bien  os  acordaréis  que,  según  queda  di- 
cho, en  recibiendo  doña  Elvira  aquel  billete,  la 
dejamos  dispuesta  á  tratar  con  su  madre  la  últi- 
ma resolución  de  sus  intentos.  Dióla,  pues,  cuer- 
damente noticia  de  la  pretensión  de  don  Diego, 
de  sus  ofrecimientos,  y  últimamente  del  papel, 
cuyas  razones  libres  y  arrojadas  les  dieron  bien 
claro  á  presumir  el  peligro  en  que  estaban  y  el 
detrimento  que  corría  su  honor;  con  lo  cual,  juz- 
gando por  forzoso  el  pl-e venirse,  y  ayudando  á  su 
miedo  la  sospecha  cruel  en  que  además  la  puso 
la  hechicera,  justamente  resuelta  por  fin  de  sus 
consejos,  eligieron  remedio,  que  sin  duda  hubie- 
ra sido  suficiente,  si  la  fortuna  ó  suerte  de  su 
amante  no  rodeara  las  cosas  en  su  favor,  y  tan 
á  tiempo  crudo,  que  á  tardarse  más  días  el  saber- 
se de  ellas,  por  lo  menos  en  hallar  á  doña  Elvi- 
ra, fuera  en  diferente  estado,  y  con  tales  arri- 
mos y  respetos,  que  tuviera  don  Diego  por  pre- 
ciso llorar  su  desengaño  eternamente. 


174  CÉSPEDES   Y  MENESES 

CAPITULO  XLHI 

Ampárase  la  honesta  Cordobesa  de  un  antiguo 
criado  de  sus  padres,  y  alli  impensadamente 
halla  nueva  inquietud  y  desasosiego. 

rj.ABÍAN,  en  este  tiempo,  las  afligidas  damas, 
antes  de  salirse  de  Córdoba ,  vendido  una  pose- 
sión qae  solamente  les  había  quedado,  con  pro- 
pósito de  trazar  con  su  precio  algún  empleo  que 
las  adelantase  el  provecho;  y  asi,  hallándose  en 
la  ocasión  presente  con  el  dinero,  que  sería  mil 
ducados,  facilitando  su  jornada,  la  dispusieron 
la  noche  de  aquel  día;  y  comenzada  con  secreto 
inviolable  y  en  tres  muías  ó  cuatro  forasteras 
qne  por  ventura  estaban  en  un  mesón,  cerraron 
por  todas  partes  las  puertas  á  la  noticia  y  rastro 
de  su  viaje.  Y  de  esta  suerte,  caminando  lasoio- 
«hes,  al  alba  del  tercero  día  llegaron  al  £n  de 
él  á  un  lugar  apacible  de  hasta  quinientas  casas, 
«n  quien  al  levante  de  la  sierra  vivía  en  razona- 
ble puesto  un  antiguo  criado  de  su  casa,  el  cual, 
admirado  de  su  venida  y  lastimado  de  la  cansa 
de  ella,  se  arresolvió  á  ampararlas  con  su  misma 
familia,  y. haciendo  por  su  mano  empleos  del  di- 
nero y  facilitándolos  con  su  solicitud,  pasaban 
las  pobres  señoras,  aunque  incómodamente, 
aquel  honroso  y  voluntario  destierro,  con  menos 
zozobras  y  temores;  y  esto  con  tan  grande  reca- 
to y  advertencia,  que  pudieron,  en  breve,  no  sólo 


k»..  N 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  175 

granjear  la  estimación  del  pueblo,  sino  hacerse 
invisibles  á  cuantos  ojos  las  buscaron. 

Seis  meses  pasaron  en  estos  intermedios^  cuan- 
do,  sin  pensar  en  tal  acaecimiento,  se  vio  en  no 
pequeña  inquietud  ni  menor  desasosiego  la  ho- 
nesta dama;  y  mayormente  siendo  en  la  misma 
parte  que  ella  había  elegido  para  su  receptáculo 
y  custodia;  pues,  por  lo  menos,  fué  á  hallar  de- 
bajo de  las  propias  almohadas  de  su  cama  un 
billete  amoroso.  Suceso  que  no  tan  solamente  la 
dejó  turbada,  mas  aumentó  su  pena  y  disgusto; 
tanto  por  el  cuidado  de  otro  peligro  semejante  al 
pasado,  cuanto  por  presumir  de  las  razones  del 
papel  y  de  la  ignorancia  de  su  dueño,  que  de  su 
casa  misma,  ó  al  menos  de  algún  criado  de  ella, 
nacía  la  tercería  de  aquel  atrevimiento.  Y  así, 
estimando  esta  sospecha  en  más  que  su  pesar, 
sin  esperar  mayores  lances,  trató  de  mudar  casa, 
y  con  excusa  honesta,  dejar  la  de  su  criado. 
Efectuóse  todo,  y  pareciéndola  que  aún  no  esta- 
ba segura,  no  volvió  en  muchos  días  á  salir  á 
misa,  ni  la  vieron  en  puerta  ni  en  ventana. 

^  Olvidábaseme  escribir  la  continencia  del  bi- 
llete, sus  razones  discretas  y  el  propósito  y  fin 
á  que  se  enderezaba.  El  cual,  si  leyó  doña  Elvira, 
no  fué  tanto  curiosa  cuanto  cuerda  y  prudente, 
juzgando  convenir  en  sus  cosas  el  entender  y 
prevenir  cualquiera  inconveniente,  y  asi,  con 
semejantes  pensamientos,  abriéndole  en  aquella 
sazón,  vio  qijLO  decía  las  palabras  siguientes: 


Papel  á  dofia  Elvira. 

«Mi  buena  suerte,  6  mi  mayor  desdicha,  por- 
que Tiuo  y  otro  pongo  en  vueetraa  manos,  me  tm- 
jeron  habrá  cuarenta  dias  i.  paaar  mis  estadios 
&  esta  aldea,  seguro  de  que  en  el  sosiego  de  sus 
soledades  pudiera  hallar  ocasión  que  inquietara 
mi  alma  y  divirtiera  mis  sentidos;  de  suerte  qno 
adonde  presumí  salir  aprovechado  en  la  facultad 
que  profeso,  he  aprendido  otra  nueva  doctrina, 
otros  docnmentos  de  amor;  y  en  vez  de  repagar 
leyes  del  reino,  paso  en  la  tiranía  de  las  suyas 
amargas  horas  j>  desconsuelos  sin  medida.  Esta 
suma  afición  y  barruntos  bastantes  de  vuestra 
nobleza  y  honestidad  incomparable,  animaron 
eete  atrevimiento;  si  bien  de  lo  primero  no  pre- 
tendo remedio  contra  vuestra  honra;  y  de  lo  se- 
gundo, aunque  soy  caballero,  puedo  decir  que 
aún  me  Juzgo  por  indigno  de  vuestra  sombra.  T 
de  suerte  reconozco  esta  verdad,  que  ni  por  no- 
ble sangre,  ni  por  generosa  humildad  siento  su- 
jeto que  08  merezca;  con  que  yo  mismo  vengo  & 
ser  el  castigo  de  mis  libres  ojos  y  un  abrasado 
estío  de  mi  corta  esperanza.  Pero,  no  obstante, 
estará  i  todos  vientos  perdurable  mi  fe,  ó  ya 
haciéndome  el  cielo  dichoso  en  vuestra  graoia  y 
respuesta,  ó  ya  dejándome  consumir  en  vneatto 
olvido  é  indignación. 

Don  Jüas  de  ZtrfViOA.» 


LA.   CONSTANTE   CORDOBESA  177 


CAPITULO  XLIV 

Impensada  mudanza  en  doña  Elvira^  y  las 
causas  que  más  la  originaron, 

JfirSTE  discurso  breve  y  amoroso  y  aun  iguíEtl- 
mente  cortesano  y  humilde,  con  la  segura  ofer- 
ta, hicieron  en  el  honestó  acuerdo  de  la  dama  tan 
ruin  efecto,  que  antes,  puedo  afirmar,  sintió  la 
traza  de  su  arrojamiento  como  si  se  le  hubiera 
hecho  una  afrenta;  y  asi,  atribuyendo  á  algún 
descuido  de  sus  ojos  ó  á  alguna  mengua  de  su 
recato  aquella  libertad,  reprimió  sus  salidas, 
acortó  sus  pasos  y  cerró  sus  ventanas,  hasta  que 
después  de  cuatro  meses,  pareciéndole  que  ya  el 
incógnito  amante  habría  vuelto  á  sus  estudios, 
se  dejó  ver  del  mundo,  dando  más  luz  sus  ojos 
desde  aquel  pobre  albergue  que  los  rayos  del  sol 
desde  su  esfera. 

Salió  á  misa  el  disanto,  llevando  tras  de  sí  las 
almas  y.  dos  mil  bendiciones  de  aquellos  rústi- 
cos; y,  finalmente,  sin  pensar,  en  la  iglesia  (por- 
que muy  de  pensado  se  le  había  puesto  enfrente) 
vio  de  repente  un  mozo  tan  gallardo  y  bien  he- 
cho que  pudiera  hacer  ruido  en  la  mayor  ciudad, 
cuanto  y  más  en  una  aldea;  en  quien  no  sólo  el 
hábito,  mas  el  rostro  agradable,  hacía  la  misma 
diferencia  que  el  lucero  á  las  demás  estrellas. 
Arrebatóle  un  espacio  la  vista  de  su  presencia,  y 

HISTORIAS  PEREGRINAS  12 


178  CÉSPEDES    Y   MENRSES 

tanto,  que  cuando  cayó  en  su  desmán,  de  empa- 
cho y  de  vergüenza  cubrió  el  rostro  de  nácar  y 
el  manto  h^sta  los  pechos;  pero  aunque  de  su 
parte  dio  cárcel  al  deseo,  la  novedad  solicitaba  á 
los  ojos,  y  éstos  á  la  voluntad;  y  no  sé  si  también 
anduvo  inquieta  el  alma  y  aun  deseosa  áe  que 
fuese  el  dueño  del  papel  referido  semejante 
sujeto. 

Mas  con  aquestas  dudas  y  su  acostumbrado 
encogimiento  se  volvió  á  su  casa,  no  obstante 
que,  tomándola  primero  la  vuelta  de  la  calle, 
antes  de  entrar  en  ella,  se  le  volvió  á  ofrecer  la 
misma  persona,  y  haciendo  con  la  gorra  y  el  pe- 
cho humildes  cortesías,  de  que  aún  más  bien 
pagada  doña  Elvira  en  recompensa,  levantó  un 
poco  el  manto,  y  el  galán  prosiguió  su  camino, 
dejando  aquel  pecho  de  mármol  con  unos  calo- 
fríos,  que  si  no  procedieron  de  amor,  al  menos 
creo  que  se  inclinaron  algo  de  su  parte;  porque  lo 
que  hasta  entonces  no  le  había  sucedido,  comió 
poco  gustosa  y  durmió  sin  sosiego,  y  ño  sólo 
aquel  día,  sino  otros  quince,  que,  forzando  ani- 
mosa á  sus  propios  deseos,  quiso  con  remedios 
tan  graves  morigerarlos  y  rendirlos,  si  bien  al 
cabo,  ella  se  halló  vencida  honestamente  y,  sobre 
todo,  ignorante  en  la  causa. 

¡Oh,  cuántos  razonables  discursos  propuso  en 
este  tiempo;  cuántos  protestos  castos;  cuántos 
honrosos  medios,  y  con  cuánta  facilidad,  toman- 
do unos  y  tripulando  otros,  cuando  quiso  valerse 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  179 

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de  consejo,  se  halló  imposibilitada  de  él!  Porque 
aunque  más  deseó  reprimir  sus  ojos,  volviendo 
otro  disanto  al  mismo  sacrificio ,  no  sólo  la  fué 
casi  imposible,  más  aún,  dio  avilantez  á  aquel 
mancebo  para  que,  al  volverse  á  su  casa,  la 
arrojase  disimuladamente  en  sus  umbrales  un 
billete;  el  cual,  alcanzando  de  ella,  si  en  cono- 
ciendo que  era  la  propia  letra  del  pasado  le  pi- 
dieran á  albricias,  diera  su  corazón,  aunque  no 
sé  si  ya  se  le  hallaran  en  el  pecho,  porque  los 
efectos  presentes  tiranizaban  y  oprimían  lo  me- 
jpr  de  él. 

Holgóse  sumamente  doña  Elvira  coligiendo 
^ue  el  cielo  tan  á  su  honra  y  condición  honesta 
abría  la  puerta  á  su  remedio;  pues  siendo  tal  la 
calidad  del  sujeto,  y  según  lo  ponderado  en  el 
papel  de  ahora  y  el  pasado,  no  podía  codiciar  su 
limpio  intento  cosa  más  á  propósito,  dueño  más 
á  medida  de  su  deseo;  y  así,  aun  antes  de  darle 
el  menor  favor  ni  de  imaginar  la  respuesta,  11a- 
mando  á  aquel  su  criado  antiguo  y  consultando 
el  caso  con  su  madre,  propuso  al  uno  y  otro  la 
pretensión  de  don  Juan  de  Zúñiga;  y  advirtióles 
fln  su  perBeyerancia.  en  sus  dilatados  desdenes, 
enseñó  los  billetes  y  el  fin  de  su  demanda,  que 
era  su  casamiento.  Con  lo  cual,  dejándose  infor- 
mar del  criado,  que  muy  bien  conocía  al  caba- 
llero sabiendo  que  lo  era  y  natural  de  Ubeda, 
hermano  de  cierto  mayorazgo,  alimentado  razo- 
nablemente y  las  grandes  esperanzas  de  sus  es- 


tndios,  con  más  sano  consejo  que  hasta  entonces 
acordó  por  buen  medio  el  qne  para  remate  áo  sos 
trabajos  la  ofrecía  bu  ventora;  y  así,  con  seme- 
jante presupuesto,  se  diapneoi  escribirle,  digoá 
responderle,  estos  breves  renglones: 

Doña  Elvifa  á  don  Juan  de  Zúñiga. 

«La  primera  vez  que  para  escribir  &  hombre 
alguno  he  tomado  con  voluntad  la  ploma,  qui- 
siera mucho  (señor  don  Juan)  que  creyéradeB  as 
la  presente  y  juntamente  que,  según  tan  exquisi- 
ta novedad,  estimárades  el  servicio  que  os  hago; 
si  bien  antes  de  ahora  no  ha  sido  pequeSo,  en 
conformidad  de  mi  encogimiento  y  recato  el  ha- 
ber leído  muchas  veces  vuestros  papeles,  y  aun 
el  crédito  que  he  dado  &  sus  razones.  Y  asi,  pues, 
ya  sabéis  estas  verdades  de  mi  pecho,  j  no  ig- 
noráis que  soy  tan  rica  de  calidad  y  buena  fama 
como  pobre  de  bienes  de  fortuna,  agradándoos 
tal  dote,  madre  tengo,  y  vos  deudos  y  hermanos 
que  dispongan  lo  demás.  Encomendadio  á  ellos, 
pues  ni  mi  estado  pide  otra  cosa,  ni  á  vos  os  está 
á  cnanto  querer  más  que  saber  lo  intentáis  con 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  181 


CAPITULO  XLV 

Habíanse  estos  amantes,  dispónense  sus  bodas, 
y  suspéndelas,  avisado  con  un  acaecimiento 
peregrino^  don  Diego  de  Córdoba. 

jSl  papel  referido  tuvo  don  Juan  la  misma  tar< 
de;  porque  poco  cuidado  bastó  á  ponerse  delan- 
te, 7  saliéndose  al  pasear  la  calle  de  su  propia 
lición;  con  que,  fuera  de  sí,  en  leyéndole  estuvo 
para  hacer  extremos  locos;  y,  en  conclusión, 
para  abreviar  con  ello,  tales  réplicas,  demandas 
y  respuestas  hubo  de  por  medio,  que  doña  Elvi- 
ra se  dispuso  á  hablarle;  y  con  tan  gran  favor, 
si  &  don  Juan  le  suspendían  algunos  inconve- 
nientes (porque  realmente  quisiera  que  el  casar- 
se y  las  nuevas  llegaran  á  su  hermano  á  un  mis- 
mo tiempo),  fácilmente  quedaron  atropellados, 
haciendo  al  punto  que  dos  criados  suyos,  huyendo 
el  cuerpo  á  Ubeda,  se  partiesen  á  Córdoba,  y  en 
ella  previniesen  las  galas,  preseas-y  joyas  más 
preciosas  al  caso;  de  adonde  resultó  todo  su 
daño  y  el  saberle  el  afligido  y  enamorado  don 
Diego.  Porque  quiso  su  suerte  que  el  oficial  á 
quien  lo  encomendaron  acertase  á  ser,  no  sólo  el 
mismo  sastre  de  su  casa  y  persona,  sino  uno  de 
aquellos  que  por  orden  de  don  G-arcía  salieron 
en  busca  de  doña  Elvira;  y  así,  apenas  oyó  ahora 
de  los  necios  criados  el  nombre,  señas  y  casa- 


132  cftspcDcs  y  menbsbs 

miento,  cnando  como  la  mejor  noticia  del  lagar 
dio  aqaella  uaeva  alegre,  i  qnien  8e  le  pagó  tan 
bien,  que  quedó  rico. 

Bien  pienso  que  se  podrá  creer,  aegún  lo  refe- 
rido, qne  si  á  tan  impensado  suceso  no  acabó  e( 
tierno  amante  de  perder  los  sentidos,  6  sería  ayu- 
da milagrosa,  ó  hallar  templado  su  gusto  y  ale- 
gría con  el  desconsuelo  de  las  futuras  bodas; 
aunque  este  esencial  punto  m¿8  le  irritó  el  espí- 
ritu que  le  acrecentó  la  voluntad;  porque  éats  ne 
podía  subir  &  mayor  altura,  ni  su  celosa  rabia  le- 
vantarla de  punto.  Y  así,  desde  aquel  mismo  en 
que  tuyo  el  aviso,  llamando  á  don  Garcia  y  á 
doce  hombres  para  cualquiera  afrenta,  arraneó 
por  la  posta,  llevando  ya  resuelto  no  dejarse  mo- 
rir como  amante  cortés,  sino  quitársela  por  fuer- 
za á  quien  se  le  opusiese. 

En  este  Ínterin,  como  en  negocio  hecho  y  por 
excusarse  de  mayor  nota,  las  mas  noches  eátr»- 
ba  á  verse  con  su  dama  don  Juan;  si  bien  nan- 
ea estas  visitas  pasaron  los  limites  honestoe,  ni 
aunque  él  lo  pretendiera,  oí  aun  tomarla  una 
mano  sirviera  de  otra  cosa  que  perder  ¿  doña 
Elviray  oaer  para  siempre  en  su  indignación;  con 
lo  cual,  en  conversación  amorosa,  dulcemente 
entrenlan  las  horas  que  sns  criados  dilataban  la 
vuelta,  valiéndose  para  estas  entradas  y  visitas 
de  medios  que  excusasen  escándalos,  y  que,  sin 
interrupción  de  terceros,  guardasen  mejor  que 
ellos  el  secreto. 


LA   CONSTANTE    CORDOBESA  183 

Lilegóy  pues,  en  esta  coyuntura  don  Diego  y 
su  compañía,  que  á  tardarse  algo  más,  hallara 
hechas  las  bodas;  de  quien,  apenas  se  apeó  en 
una  posada,  cuando,  creyendo  el  huésped  que  ve- 
nían convidados,  les  dijo,  aun  sin  preguntármelo, 
la  casa  de  su  dama.  Cenaron  luego  con  tan  cier- 
ta noticia,  porque  aunque  era  bien  cerrada  la 
noche,  no  tenía  la  hora  por  conveniente;  mas 
como  el  corazón  de  don  Diego  no  sosegaba,  aun 
con  el  bocado  en  la  boca,  dejó  á  su  gente  prosi- 
guiendo la  cena,  y  bien  ajenos  de  imaginar  lo 
que  hizo,  que  fué  tomar  las  señas,  y  sin  más  com- 
pañía hacerse  explorador  de  la  aventura,  y  no 
con  otro  intento  que  de  hartar  sus  deseos  y  aun 
sus  ojos,  viendo  y  tocando  los  umbrales  que  pi- 
saba su  empleo  y  las  paredes  altas  que  ocultaban 
su  luz.  Y  así,  discurriendo  á  tiento  de  unas  par- 
tes á  otras,  al  volver  jde  una  esquina,  sin  pensar, 
le  tocó  en  el  rostro  y  parte  de  la  vista  una  cinta 
que  colgaba  de  una  ventana  de  reja,  á  la  cual, 
movido  tanto  más  de  su  propio  enfado  que  de  lo 
que  resultó,  apenas  dándola  con  la  mano,  tiró  de 
ella,  cuando  se  asomó  una  mujer  que,  en  baja 
voz,  le  dijo  que  esperase  á  la  puerta;  de  cuya 
novedad,  admirado  y  confuso,  juzgando  que  no 
sólo  en  las  grandes  ciudades  se  hallaban  seme- 
jantes sucesos,  suspendiendo  el  que  más  le  im- 
portaba, sin  más  acuerdo,  se  acercó  á  la  puerta 
que  ya  estaban  abriendo.  Y  aunque  de  la  parte 
de  adentro  se  divisaba  una  pequeña  luz,  atrope* 


184  CÉSPEDES   Y   MENESES 


liando  por  todo  se  arrojó  al  zaguán,  en  quien  no 
dio  tres  pasos  cuando  se  halló  casi  en  los  dulces 
brazos  de  su  dama,  en  la  deseada  y  hermosa  pre- 
sencia de  doña  Elvira,  la  cual,  conociéndole  asi- 
mismo, no  tuvo  esfuerzo. ni  ánimo  para  moverse; 
si  bien,  aunque  turbada  y  ciega,  dio  voces,  á  que 
despertando  don  Diego  como  de  un  pesado  sue- 
ño, conociendo  ser  ciertas  sus  sospechas  y  celos, 
quedó  más  desmayado  que  la  ocasión  pedía  y  aun 
de  lo  que  fuera  menester,  según  el  peligro  en 
se  vio.  Porque  como  el  uno  y  el*  otro,  con  su 
impensada  vista,  olvidaron  la  puerta,  aún  no  ha- 
bía dado  doña  Elvira  dos  gritos  cuando  se  entró 
por  ella  un  hombre,  con  tan  grande  alboroto  y 
inadvertencia,  que  hubiera  de  dar  de  ojos  con 
don  Diego,  al  mismo  instante  que  su  furor  celo- 
so estaba  en  términos  que,  á  tardarse  el  socorro, 
diera  de  puñaladas  á  su  dama;  que  conociendo 
ahora  á  su  esperado  dueño,  digo  al  galán  don 
Juan,  á  quien  ya  respetaba  como  á  esposo,  con 
nuevo  aliento  se  amparó  de  su  lado,  tratando  él 
de  defenderse  y  defenderla  tan  venturosamente, 
que  no  sólo  retiró  hasta  la  calle  á  su  contrario, 
mas  en  tanto  que  cerraba' doña  Elvira  las  puer- 
tos, le  dio  algunas  heridas,  tan  peligrosas  y 
crueles,  que  á  no  llegar  entonces  don  Grarcía  y 
su  gente  que  le  andaban  buscando,  dejara  el 
buen  don  Diego  entre  sus  manos  y  arbias  la  vida 
y  pensamientos.  Y  si  bien,  aunque  huyendo  don 
Juan  tantas  ventajas,  se  puso  en  cobro,  no  fué 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  185 

tan  á  su  salvo,  que  no  llevase  juntamente  que 
curar  muchos  días;  no  obstante  que  al  volverse 
los  que  le  habían  seguido,  hallaron  á  su  dueño 
tan  desmayado  y  herido,  que  colgándole  á  hom- 
bros les  fué  preciso  suspender  su  buen  lance,  y 
tratar  muy  aprisa  de  su  vida  y  su  alma. 


CAPITULO  XLVI 

Diligencias  de  la  justicia  sobre  las  heridas  de 
don  Diego]  múdanle  á  Córdoba^  y  juntamente 
á  doña  Elvira,  á  su  madre  y  criada, 

Í2/0RRIÓ,  aun  aquellas  horas,  la  voz  de  este  su" 
ceso  por  todo  el  lugarcillo;  y  asimismo,  sin  po- 
derlo excusar,  la  ocasión  y  el  personaje  herido, 
con  que  otro  día,  no  sólo  no  quedó  hombre  con 
hombre,  pero  llegó  hasta  Córdoba  la  nueva. 

Don  Juan,  entendiendo  la  verdad,  mal  curado 
y  peor  prevenido,  no  se  hallando  seguro,  mudó 
de  tierra,  y  aunque  no  los  pensamientos  amoro- 
sos, perseverante  en  ellos,  tanto  como  satisfecho 
en  la  integridad  y  pureza  de  su  querida  prenda, 
no  el  atrevido  y  loco  intento  de  su  opuesto,  bastó 
á  menguar  un  punto  su  aflicción  y  á  desacreditar- 
la en  su  pecho.  Fuera  de  que,  á  esta  sazón,  ya 
él  sabía  los  infructuosos  cuidados  de  don  Diego, 
y  juntamente  las  peregrinaciones  y  trabajos  de 
su  honrada  resistencia.  Y  así,  aunque  el  peli- 
groso estado  de  tal  suceso  le  metió  en  Portugal , 


"^m 


186  CÉSPEDES   Y  MENESBS 


y  despaés  el  saber  que  allí  le  bascaban  la  maer- 
te,  le  sacó  k  vagar  por  el  muxKÍo,  siempre  acuar- 
telado; y  Ho  pienso  que  en  ausencias  tan  largas 
(aonque  en  su  correspondencia  hubo  olvidos  y 
grande  intermisión)  fué  menos  deseado  y  aun 
llorado  por  doña  Elvira,  á  quien,  volviendo  á 
nuestra  historia,  sin  respetar  su  sangre  y  su  de- 
coro, los  villanos  alcaldes  pusieron  guardas,  y 
en  son  de  presa  la  aseguraron  en  su  casa,  hasta 
que  respecto  de  tan  gran  caballero,  aun  sin  pe- 
dirlo él,  de  oñcio  envió  la  Audiencia  real  á  la 
averiguación  de  sus  heridas;  para  lo  cual,  y  para 
la  comprobación  de  otros  indicios,  llevaron  á 
ella,  á  su  madre  y  criada,  4  Córdoba,  adonde, 
sabido  por  don  Diego,  á  quien  primero  hablan 
traído  en  una  litera,  como  ninguno  mejor  enten- 
día su  inocencia,  cargando  en  sí  la  culpa  de  todo, 
no  sólo  las  hizo  dar  por  libres,  mas  con  declara- 
ciones y  protestas  honrosas,  volvió  por  su  opi- 
nión y  buena  fama;  si  bien  ésta,  aunque  faltara 
semejante  diligencia,  padeció  nunca  detrimento; 
antes,  en  medio  tribulaciones  tan  graves,  p^- 
maneció  intacta  y  durable,  y  al  peso  que  las  unas 
crecieron,  lució  m&s  su  verdad  y  se  acrisoló  con 
mayores  quilates  su  constancia  y  firmeza. 

Con  la  publicidad  á  que  se  arreducieron  tales 
negocios,  fué  forzoso  entenderlos  la  noble  y  ge- 
nerosa doña  Aldonza,  de  quien,  no  obstante  (aga- 
sajado y  recibido  su  distraído  esposo),  mientras 
con  paciencia  cristiana  trataba  de  curarle^  dis- 


LA    CONSTANTE  CORDOBESA  187 

♦ 

puso  también,  con  gusto  y  beneplácito  de  doña 
Elvira  y  su  madre,  su  más  segura  vida  y  su  nka-» 
yor  comodidad  y  consuelo.  Y.  asi,  alimentadtt«r 
con  mano  liberal  y  piadosa,  se  encerraron  en  un 
convento,  resueltas  á  esperar  el  fin  de  sus  infeli- 
ces bodas,  y  al  dueño  que  había  escogido  para 
esposo,  ó  acabala  unas  y  otras  con  su  clausura, 
sus  persecuciones  y  vida. 

Mas  ni  tan  sano  acuerdo  fué  de  importancia, 
porque  ni  la  prudencia  ni  sufrimiento  dé  su  san- 
ta mujer,  ni  los  consejos  de  sus  deudos  y  amigos, 
bastaron  á  que,  convaleciendo  don  Diego,  se  ex- 
cusase de  volver  á  su  amoroso  tema,  y  con  deseos 
tan  vivos  y  nuevas  fuerzas,  que  parece  cobraban 
mis  vigor  en  sus  mayores  resistencias,  y  que 
competían  en  inmortal  pelea  dos  afectos  tan  po- 
derosos y  contrarios:  el  desdén  y  aborrecimiento 
de  su  dama,  y  su  incurable  amor  y  voluntad.  Y 
así,  entendido  el  lugar  adonde  estaba,  renovan- 
do las  pasadas  fiestas  de  sus  casamientos,  no 
hubo  día  en  quien  la  plaza  del  Convento  no  sir- 
viese de  teatro  á  sus  invenciones,  á  sus  máscaras 
y  regocijos  y  otros  públicos  juegos,  con  que  no 
sólo  turbó  la  paz,  quietud  y  recogimiento  de 
aquellas  mujeres,  sino  que  juntamente  las  obli- 
gó á  que  advirtiendo  el  descrédito  de  su  religión 
y  el  escándalo  de  la  ciudad  lo  remediasen  con 
sacar  de  su  compañía  la  ocasión.  Con  que  las 
afligidas  señoras,  con  lágrimas  del  alma  y  pi- 
diendo venganza  de  sus  injurias  á  los  cielos,  se 


188  CÉSPEDES   Y   MEXESES 


hubieron  de  acoger  ¿  su  antigua  morada,  resol- 
viendo en  SU' pecho  doña  Elvira  morir  con  va- 
ronil ánimo  en  ella  antes  que  volver  á  más  pere- 
grinaciones ni  verse  por  don  Diego  escarnecida. 


CAPITULO  XLVII 

I^eraevera  constante  en  sus  intentos  la  Jionesta 
doña  Elvira,  mientras  don  Diego  proHgue  los 
de  su  loco  amor, 

I^N  este  tiempo,  habiéndose  pasado,  después  de 
las  heridas,  tres  años,  y  habiendo  en  el  primero 
de  ellos  aportado  don  Juan  de  Zúñiga  á  Bolonia  y 
tenido  diferentes  sucesos;  de  tal  suerte,  llevando 
adelante  sus  estudios,  aprovechó  en  ellos  res- 
plandeciendo su  ingenio  y  letras,  que  sin  contra- 
dicción, por  común  voto  llegó  á  ser  su  concepto 
el  más  calificado,  y  su  opinión  y  jurisprudencia 
la  primera  silla  de  aquella  insigne  Universidad; 
y  tanto,  que  yendo  en  la  misma  sazón,  la  majes- 
tad de  Carlos  V  á  celebrar  en  Bolonia  el  acto 
solemnísimo  de  su  coronación,  teniendo  de  tan 
grande  sujeto  larga  noticia,  y  queriendo  servirse 
de  él,  le  entretuvo  consigo  hasta  venir  á  España. 
Si  bien,  antes  de  aquesto,  sucedieron  en  Cór- 
doba cosas  notables;  porque,  prosiguiendo  don 
Diego  en  sus  locos  devaneos,  sin  un  mínimo  ali- 
vio ó  esperanza  de  fruto  en  tantos  años,  corría 
ligero  el  curso  de  su  vida,  engañando  sus  penas 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  189 

y  divirtiendo  sus  pasiones  con  pasear  la  calle^ 
con  besar  las  paredes  y  reja  de  su  dama,  sin  que 
el  erizado  y  prolijo  invierno,  ni  el  abrasado  y 
seco  estío,  pusiesen  límites á  tantos  desconciertos» 
Estaba  entonces  la  ciudad,  y  aun  la  resta  de 
España,  snmamonte  afligida  y  sumamente  apre- 
tada de  una  peste  mortal  que,  infeccionando  el 
aire  y  la  circundó  con  estrago  cruel  y  lastimoso  ^ 
y  así,  pocas  ó  ninguna  casa  se  libraron  en  Cór- 
doba de  esta  plaga  y  azote;  y  no  obstante,  sin 
temor,  seguía  don  Diego  su  carrera;  cifraba,, 
como  dije,  su  consuelo  mayor  en  sus  paseos,  en 
quien  bien  de  ordinario,  ya  con  la  diversión  de 
su  plática,  ya  con  el  gusto  de  su  compañía,  ayu- 
daba su  amigo  don  García,  no  habiendo  día  ni 
hora  que  no  diesen  mil  vueltas  á  la  casa  de  la 
honesta  doncella,  cuyas  puertas,  aunque  siempre 
estuvieron  con  recato  y  clausura,  pareciéndoles 
que  en  aquesta  sazón  casi  tres  días  continuos 
las  hallaban  en  una  misma  forma,  notando  tales 
muestras,  con  mayor  advertencia,  no  sólo  confir- 
maron sus  dudas,  mas  de  ellas  y  del  silencio 
grande,  y  sobre  todo  del  no  salir  persona,  ni 
oirse  ni  entenderse  en  indicios  ó  barruntos  de 
que  la  hubiese  dentro,  presumieron  otra  se^nda 
ausencia,  otra  impensada  fuga  ó  semejante  de- 
terminación á  la  pasada,  con  lo  cual,  como  real- 
mente al  afligido  amante  no  le  había  quedada 
otro  alivio,  otro  refrigerio  y  descanso,  viendo 
perdido  aqueste,  no  hay  ingenio  que  pueda  enea- 


190  CÉSPEDES   Y   MENESSS 


recer  sus  ansias,  sus  congojas  y  penas.  Habló 
mil  desatinos,  dijo  mil  tristes  lástimas,  llamó  á 
Yoces  su  dama,  injurió  su  fortuna,  y  finalmente, 
lloró  con  tiernas  lágrimas  sus  rigores  crueles  y 
sus  resoluciones  ingratas;  y  tal  le  vio  su  amigo, 
tal  le  consideró,  que  movido  á  lástima  ó  regido 
de  otra  superior  causa,  deseando  aplacarle,  pro- 
curó juntamente,  no  lo  sólo  hacerle  creer  la  pre- 
sunción  por  falta,  sino  que  sin  quejarse  á  los 
vientos,  ni  hacer  más  fundamento  en  esperanzas, 
entrasen  en  casa  de  doña  Elvira,  y  acabasen,  ha- 
llándola, por  fuerza  lo  que  tantos  suspiros,  con- 
gojas y  tormentos  no  habían  de  grado  consegui- 
do. Y  asi,  con  tan  vivo  incentivo,  alentado  don 
Diego,  en  siendo  más  de  noche,  con  dos  linternas 
fácilmente  penetraron  la  entrada  por  una  puerta 
falsa,  que  á  pocos  golpes,  abrumada  del  tiempo  y 
de  su  ancianidad,  se  dejó  franquear;  y  con  aques- 
to rodeando  los  patios,  no  hallando  tan  frágil  re- 
sistencia en  otra  que  de  ellos,  subía  á  los  altos 
corredores,  sirviéndoles  de  escalera  sus  pilares, 
en  un  punto  uno  y  otro  se  hallaron  allá  arriba; 
mas  no  oyendo  rumor,  ni  viendo  que  aun  del  suyo 
con  ser  bien  grande  resultaba  alboroto,  perdien- 
do la  esperanza,  y  volviendo  á  su  tema,  se  qui- 
sieron salir  por  *donde  entraron.  T  sin  dada  lo 
hicieran  si  entonces  la  curiosidad  y  frenesí  del 
amartelado  caballero,  deseando  ver  el  aposento, 
ó  según  él  decía,  el  relicario  y  lecho  de  su  dama, 
aquel  testigo  mudo  de  su  más  secreta  hermosa- 


i 


LA  CONSTANTE  CORDOBESA         I9l 

ra,  no  les  pasara  adelante;  hasta  qne  atravesan- 
do dos  tan  despejados  como  crecidos  aposentos, 
al  entrar  al  tercero,  casi  les  hubiera  suspendido 
largo  espacio  el  aire  contagioso  j  ardiente  que 
salía  de  él;  mas  con  todo,  animados,  arrojándose 
dentro,  apenas  di6  la  luz  de  las  linternas  alguna 
claridad,  cuando  en  pobi'es  y  diferentes  lechos 
miraron  desmayadas  ó  en  téruiinos  de  muertas  á 
la  hermosa  doña  Elvira,  á  su  madre,  y  en  un 
colchón,  algo  distante  de  ellas,  á  su  fiel  criada; 
si  bien  ésta,  como  de  natural  más  robusta,  con 
algún  acuerdo. 


CAPITULO  XLVIII 

Obliga  nuevamente  á  su  dama  dorCDiego,  líbra- 
la de  la  muerte  por  dos  veces;  pero  ella^  más 
constante,  mira  más  por  su  honra. 

|\0  hay  duda  si  no  que  semejante  espectáculo, 
vista  tan  lastimosa  y  nunca  de  don  Diego  imagi- 
nada, haría  en  su  pecho  sangrienta  operación; 
pues  es  cosa  bien  cierta  que  teniendo  librados 
sus  gustos,  su  alegría  y  su  mayor  riqueza  en  la 
vida  y  salud  de  esta  mujer,  aun  estando  en  su 
desgracia,  aun  siendo  su  cuchillo,  hoy  que  á  su 
parecer  la  hallaba  muerta,  sin  cura,  sin  regalo 
y  auA  sin  la  mortaja,  que  había  de  ser  grande 
su  pena  y  grande  su  valor,  pues  pudo  resistir 
golpe  tan  duro. 


192  CÉSPEDES   Y  MENESES 

En  este  medio,  habiendo  don  García  más  libre 
de  pasión,  llegada  á  doña  Elvira  y  su  madre,  lift* 
Uándolas  con  pulsos  y  temiendo  por  cierto  qaeel 
humor  pestilencial  las  tenia  en  tal  estado  y  sQ 
pobreza  y  Falta  de  remedios  en  semejante  peli- 
gro, advertido  don  Diego,  dejando  el  llanto,  bíd 
mayor  tardanza  el  uno  fué  por  médicos  y  Ininbre, 
y  el  otro  por  personas  que  asistiesen  á  su  cara; 
regalo,  dando  el  amante  á  todo  tan  fácil  expe- 
diente como  el  caso  y  su  afición  pedían.  Y  con 
tanto,  dejando  á  la  criada  cantidad  de  dineros, 
sin  saber  doña  Elvira  por  entonces  quién  en  tan 
grave  aprieto  había  sido  el  restaurador  de  8« 
vida,  se  volvieron  á  sus  casas;  y  ella  y  su  madre, 
recobrado  el  sentido  con  los  muchos  remedios  y 
eficaces  antídotos  opuestos  al  veneno,  juzgaron 
su  mejoría  por  sobrenatural  y  su  regalo  y  cur* 
por  milagrosa;  y  aunque,  con  justa  razón,  de- 
bieron así  atribuirlo,  todavía  de  la  misma  criada 
entendieron  las  segundas  causas  y  el  brazo  pía* 
doso  con  que  se  habían  dispuesto,  si  bien  nial 
verse  dos  veces  (digámoslo  así)  resucitada  po^ 
una  mano,  por  un  sujeto  mismo,  pudo  trocar  s^ 
pensamiento,  ni  mudar  su  intención  en  ésta,  V^^' 
que,  aunque  es  verdad  que,  agradecida  y  con  p®* 
cho  obligado,  reconocía  tan  grandes  beneficios» 
primero  se  dejara  herrar  el  rostro,  vender  po^ 
esclava,  y  primero  ofreciera  dos  mil  veces  s^ 
vida  por  salir  de  tal  deuda,  que  rendir  su  fir^^® 
voluntad  al  ciego  y  torpe  fin  de  sus  deseos. 


LA   CONSTANTE    CORDOBESA  193 

Bien  presumo  que  muchos,  oyendo  entonces 
dureza  semejante,  y  ahora  leyendo  tan  admira- 
bles pruebas  del  amor  de  aquesto  caballero,  dis- 
culparán sus  yerros  y  aun  culparán  en  su  dama 
tantas  ingratitudes,  y  no  me  admiraré;  porque 
los  hombres  así  juzgamos  el- fondo  de  las  cosas, 
presumiendo  de  las  virtudes,  vicios  y  de  la  per- 
severancia y  pureza,  tema  y  locura.  Llegó,  pues, 
esto  á  tanto,  que  aun  de  su  misma  madre,  de  su 
fiel  criada,  vino  á  ser  persuadida,  y  aun  á  ser 
reputada  por  ingrata:  tal  es  el  imperioso  brazo 
de  un  interés  y  de  las  buenas  obras  recibidas, 
pues  aun  exponiéndose  á  malos  fines,  rinden  las 
voluntades  y  echan  duras  cadenas  al  más  libre 
prudente  juicio. 

Mucho  se  temió  doña  Elvira  viendo  así  blan- 
dear á  su  madre  y  criada,  y  con  justa  razón,  por- 
que enemigos  tan  caseros,  golpes  tan  continua- 
dos, avisos  tan  secretos  y  guardas  tan  soborna- 
das, no  hay  que  pensar  sino  que  una  vez  ú  otra 
había  de  dar  entrada  á  su  contrario,  y  con  ella 
al  traste  con  su  honra.  Y  así,  de  nuevo,  cuidado- 
sa y  solícita,  apenas  se  vio  convaleciente  de  su 
mal,  cuando  se  halló  rodeada  por  tan  graves  te- 
mores, que  para  que  más  se  acrecentasen  y  la 
causa  creciese,  no  pararon  en  las  que  he  referido 
sus  obligaciones  ni  las  generosas  obras  y  bene- 
ficios de  su  amante.  Porque  sobre  la  plaga  pes- 
tilente, de  que  no  se  veía  libre  aquella  ciudad, 
la  castigó  el  cielo  con  otra  en  su  tanto  mayor, 

HISTORIAS   PEREGRINAS  13 


194 


con  UQ  han 

tosa;  que  a 
calles  haml 
tagio  pesti 
Es  muy 
desdicha;  ¡ 
trabajo,  su 
reoí,endo,  y 
san  do  se  Ice 
mka  con  a 


T  como  el  t 
tos,  tenía  ( 
porque  aú\ 
mismoB  mi 
&  la  sepul 
mismos  pa 
deshonra  ( 
la),  sino  ai 
menos,  á 
ésta  para  i 
don  Diego 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  195 


CAPITULO  XLIX 

JResolución  honrada  de  doña  Elvira,  fragilidad 
de  8U  madre  y  criada  y  esperanzas  primeras 
de  don  Diego. 

ISn  concluBÍón,  firme  en  morir  rabiando  antes 
qne  verse  deshonrada  de  sus  lacivos  lazos,  per- 
maneció en  su  dureza  doña  Elvira,  hasta  que  ce- 
diendo á  sus  ayunos  y  vigilias  el  flaco  y  tierno 
espíritu ,  mirando  morir  su  triste  madre  y  sn 
criada  perecer,  con  lastimosas  lágrimas  y  suspi- 
ros celebraba  sus  obsequias  y  muerte. 

Mas  á  esta  misma  hora,  que  serían  las  once  de 
la  noche,  como  nunca  la  mano  liberal  de  Dios 
faltó  en  el  mayor  aprieto,  en  la  mayor  necesi- 
dad estando  como  he  dicho  esta  constante  y  fa- 
mosa mujer,  oyó  un  grande  golpe,  que  á  su  pa- 
recer había  sonado  en  otro  diferente  aposento, 
cuyas  altas  ventanas  caían  á  una  calle  excusada 
y  sin  salida.  Con  un  varonil  esfuerzo,  animándo- 
se lo  mejor  que  pudo  y  tomando  una  luz,  guió 
con  su  madre  y  criada  hacia  aquella. parte;  más 
aún  que  su  valor,  procuraba  alentarse,  todavía 
corazón  mujeril,  turbada  y  temerosa,  llegó  al 
aposento,  en  quien  en  vez  de  algún  vestiglo  ó 
sombra,  halló  en  medio  de  él  un  costal  grande, 
que  abriéndole  al  momento,  ^t&  su  desdicha  y 
miseria  fué  tierra  de  promisión ,  y  una  oficina 
llena  de  apacibles  conservas,  de  carnes  adoba- 


19B  CÉSPEDES   Y   MENESES 

das,  de  cecinas  y  empanadas  diversas;  lo  cnal^ 
y  un  bolsillo  de  quinientos  escudos  remediaron 
no  sólo  la  presente  necesidad,  pero  el  reparo  de 
otras  cosas  forzosas;  y  así,  no  queriendo  la  dama 
inquirir  tan  nuevo  modo  de  milagro,  sin  hacer 
sobre  él  discursos  y  quimeras,  dio  al  cielo  ma- 
chas gracias;  y  su  madre  y  criada,  aun  sin  saber 
lo  cierto,  juntamente  mil  bendiciones  al  piadoso 
don  Diego;  el  cual,  no  pudiendo  soportar  con  su 
alma  el  ver  más  padecer  al  dueño  hermoso  de 
ella,  aunque  dilató  tan  buena  traza,  presumien- 
do rendirla  por  hambre,  al  fin  él  se  hubo  de 
vencer  primero;  y  con  dos  escaleras  bien  liga- 
das, por  ser  la  ventana  muy  alta,  con  un  criada 
y  su  mayor  amigo,  previno  este  milagro  tan  á 
tiempo,  que  á  suspenderle  un  día  se  hallare  sin 
dama  y  ella  desesperadamente  sin  vida. 

Hasta  este  punto  y  ocasión  pudo  seguir  su 
madre  y  aun  perseverar  en  su  honrada  opinión. 
Mas  ahora,  gobernando,  juzgó  por  diferentes 
rumbos,  y  siendo  la  criada  del  mismo  parecer, 
trataron  entre  las  dos,  con  notable  secreto,  la 
satisfacción  y  premio  de  tantos  beneficios  y  el 
asegurar  sus  aumentos  para  otra  semejante  des- 
ventura. Y  así,  con  semejante  acuerdo,  tomando 
por  sa  cuenta  el  disponerlo,  sin  mayor  dilación, 
se  vio  la  criada  con  don  Diego,  y  con  la  misma, 
sin  usar  de  preámbulos  y  figuras  retóricas,  en 
liso  y  llano  estilo  rindió  gracias  humildes  á 
tantas  mercedes,  á  tantas  buenas  obras  y  bene- 


LA  CONSTANTE  CO&D OBESA         197 


^cios.  y  pasando  adelante,  culpando  la  entereza 
y  cruel  condición  de  doña  Elvira,  su  aspereza  y 
•desdén  de  parte  de  su  madre  y  con  su  beneplá- 
cito y  gusto,  dio  fin  á  su  demanda,  ofreciéndose- 
la liberalmente,  con  que  él,  como  noble  y  gene- 
roso caballero,  tomase  su  remedio  y  en  darla  es- 
tado por  su  cuenta. 

Tal  fué  el  recaudo  y  orden  de  la  gentil  criada, 
tal  la  resolución  de  quien  la  gobernaba  y  tal,  en 
conclusión,  oyendo  tan  increibles  y  no  pensadas 
nuevas  el  alborozo  de  don  Diego,  que  dudo  mu- 
cho y  con  razones  justas  que,  según  he  leído  en 
autores  diversos,  pueda  matar  un  súbito  con- 
tento, una  alegría  impensada;  pues  siendo  ésta 
tan  grande  y  superior  á  sus  f-uerzas,  le  dejó  con 
la  vida;  y  no  así  como  quiera,  sino  con  más  vi- 
gor, con  mayores  alientos. 

Dio  á  la  criada  dos  mil  abrazos;  y  tras  cada 
pregunta,  repetido  este  extremo,  no  sabiendo 
cómo  satisfacerla,  aun  su  gran^  mayorazgo  juz- 
gaba por  corta  recompensa  y  á  su  misma  persona 
por  indigna  de  tanto  bien.  En  efecto,  asentado 
el  concierto  y  asegurado  un  rico  y  grande  dote, 
al  presente  la  criada  volvió  con  muchas  joyas  y 
no  menor  promesa;  y  don  Diego,  quedando  pre- 
viniéndose, hizo  llamar  á  don  García,  á  quien 
loco  y  fuera  de  sí  dio  parte  de  su  gusto;  y  asi- 
mismo de  cómo  su  entrada  en  casa  de  doña  El- 
vira había  de  ser  aquella  tarde  y  antes  de  ano- 
checer. 


198  CÉSPEDES   Y   MENESES 


Era  este  último  aviso  y  prevención  de  la  cria- 
da, pareciéndola  que,  esperando  á  más  tarde,  se- 
ría dificultoso  meterle  en  casa  sin  advertencia  de 
la  ya  sospechosa  doña  Elvira;  con  lo  cnal,  igual- 
mente gozosos  los  amigos,  esperaron  la  hora;  si 
bien  como  en  don  Diego  los  muy  cortos  minutos 
fuesen  años  prolijos,  aun  antes  de  llegar  dispu- 
sieron su  ida,  entreteniendo  lo  restante  del  tiem- 
po en  la  iglesia  y  parroquia  de  su  dama,  por 
caerles  muy  cerca  y  aun  casi  ex^frente  de  sns 
mismas  ventanas,  adonde,  paseándose  por  una 
hermosa  nave,  anduvieron  buen  rato  conñriendo 
sus  cosas  y  desmembrando  los  diversos  cami- 
nos, por  dónde,  sin  pensar,  se  hallaba  dueño  de 
ella. 

Así  era  la  cuenta  que  se  hacía  don  Diego;  y 
quizá  en  tiempo  que  la  inocente  corderilla  vendi- 
da por  su  sangre,  ó  por  mejor  decir,  destinada  á 
tan  detestable  sacrificio,  por  ventura  estaría  con 
más  fervor  y  lágrimas  pidiendo  á  Dios  remedio. 
Veíase  ya  la  afligida  doncella  perseguida  de  su 
madre  é  insistida  de  su  criada  y,  finalmente,  de 
aquellas  que  tantas  veces  fueron  su  consuelo  y 
tantas  el  arrimo  y  apoyo  de  su  perseverancia,  y 
no  teniendo  ahora  á  quién  yol  ver  los  ojos,  fuerza 
era  que  con  mayor  aliento  acudiese  á  su  único 
amparo,  al  verdadero  Padre  de  los  huérfanos,  al 
consuelo  de  los  afligidos  y  al  siempre  vengador 
de  tan  graves  injurias. 


LA   CONSTANTE   CORDOBESA  199 


CAPITULO  L 

Horrendo  y  espantoso  suceso  en  los  dos  amigos. 

JbrN  fin,  volviendo  á  mi  propósito,  siendo  ya  las 
cinco  de  la  tarde,  y  poco  menos  del  término  apla- 
zado, alegre  el  tierno  amante  y  su  amigo  conten- 
to, viendo  llegar  la  hora  con  más  nuevo  placer, 
de  una  vuelta  y  otra  dividían  la  espaciosa  nave, 
ya  haciendo  breves  pausas  en  su  conversación,  y 
ya  volviendo  á  ella  con  donaires  y  motes;  cuan- 
do en  medio  de  su  mayor  discurso,  casi  impensa- 
da y  repentinamente,  parando  don  García,  se 
quedó  embelesado  mirando  al  suelo;  cosa  que, 
advirtiéndose  con  admiración  y  cuidado  por  su 
amigo,  viéndole  así  pasmado,  le  tiró  del  brazo,  y 
de  tal  suerte,  que  como  si  despertara  de  un  pesa- 
do sueño,  así  le  hizo  volver  el  rostro;  y  no  paran- 
do aquí,  oyendo  que  don  Diego  preguntaba  admi- 
rado la  causa  de  su  suspensión,  con  nuevo  espan- 
to, volviéndose  á  él,  le  dijo: 

— ¿Cómo  es  posible,  amigo  y  compañero,  que 
vos  me  preguntéis  lo  mismo  que  habéis  visto? 
¿Acaso  en  este  punto  no  os  hallasteis  conmigo? 
¿No  veníades  á  mi  propio  lado?  ¿No  os  sucedió  lo 
que  á  mí,  ó  por  ventura  venís  tan  sin  sentido,  dis- 
currís tan  sin  ojos,  sumergido  en  vuestro  ciego 
amor,  que  no  habéis  visto,  oído  ni  entendido  que 
al  pasar  estias  losas,  estos  mármoles  cubiertos  de 


200  CÉSPEDES   Y   MENBSES 

sepulcros,  se  han  levantado  con  nosotros  del  suelo 
portentosamente?  Yo  colijo,  sin  duda,  que  si  este 
estupendo  caso  se  os  ha  pasado  en  blanco,  ó  he 
perdido  el  sentido,  ó  vos  la  vista,  la  memoria  y 
el  juicio. 

Aquí,,  sin  dejarle  pasar  adelante,  con  descom- 
puesta risa,  gritos  y  voces  desentonadas,  ataján- 
dole don  Diego,  discurrió  por  la  iglesia,  ha- 
ciendo extremos  tales,  que  cualquiera  juzgara  se 
había  soltado  de  la  cadena  ó  casa  de  los  locos. 
Tales  extremos  ocasionó  el  asombro  de  su  turba- 
do amigo,  con  quien,  volviéndose  á  juntar,  con 
trisca  y  burla  celebraba  las  suyas;  pues  nunca 
atribuyó  su  mejor  acuerdo  á  cosa  semejante,  y 
aun  pienso  que  hoy  estuviera  en  igual  parecer, 
y  don  García,  corrido  del  crédito  y  engaño  de  sn 
presunción,  si,  á  esta  hora,  más  sosegados  y 
quietos,  volviendo  á  su  paseo, 'no  se  hallaran  in- 
opinadamente desengañados  y  aun  perdidos. 
Porque  apenas,  en  el  mismo  ejercicio  y  aun  con 
la  misma  risa  y  desenvoltura,  quisieron  juntos 
atravesar  la  losa,  cuando,  al  poner  los  pies  en 
ella,  con  horrible  estampido,  alzándose  con  ellos, 
los  arrojó  como  con  un  trabuco  seis  pasos  ade- 
lante; y  luego,  sin  suspenderse  allí  el  suceso  es- 
pantoso, mientras  los  dos  se  pusieron  en  pie,  no 
sin  horrible  turbación  vieron  que  del  sepulcro 
se  iba  levantando  poco  á  poco  un  hombre  que, 
en  vez  de  la  mortaja,  vestía  un  hábito  francis- 
co, el  cual,  destocando  el  rostro  y  habiendo  con 


LA   CONSTANTE    CORDOBESA  201 


sumisión  profunda  reverenciado  á  los  altares  y 
simolacros,  volviéndose  hacia  ellos,  con  trema- 
lante  voz,  y  mirando  al  mísero  don  Diego,  daba 
principio  á  las  razones  siguientes: 

—  ¿Hasta  cuándo  has  pensado  ¡oh  atrevido 
mancebo!  que  habrán  de  suspender  ]os  justos  cie- 
los el  castigo  y  azote  de  tus  detestables  inten- 
tos? ¿Hasta  cuando,  con  tan  graves  ofensas  y 
pecados,  has  de  irritar  su  tremenda  justicia,  te- 
niendo juntamente  lleno  el  mundo  de  escándalos, 
alborotada  esta  ciudad  y  cubiertos  de  lágrimas  y 
miedos  los  ojos  castos  y  pecho  virtuoso  de  mi 
desdichada  perseguida  hija;  pues  aún  no  han 
perdonado  en  la  projecución  de  tus  torpes  de- 
seos y  mi  afrenta  hollar  tus  pies  estas  losas  y 
mármoles,  asilo  de  mis  huesos,  y  por  tantas  ra- 
zones lugar  digno  de  mayor  respeto  y  venera- 
ción? Vuelve,  vuelve  ya  sobre  ti,  miserable  hom- 
bre, antes  que  tu  perseverancia  detestable  apre- 
sure el  castigo,  para  el  cual,  como  hoy  se  me  ha 
permitido  la  amenaza,  entonces  se  me  cometerá 
la  ejecución  de  su  ira,  y  tú  satisfarás  en  desgra- 
cia de  Dios  siglos  eternos  el  tiempo  mal  gasta- 
do de  tu  vida. 

Aquí  llegaba  la  temerosa  voz  cuando  sin  po- 
der el  ánimo  y  valor  de  los  dos  caballeros  escu- 
char más  razones  dieron  consigo  totalmente  en 
el  suelo,  y  al  mismo  punto,  haciendo  como  al 
principio  una  reverencia  humilde,  aquel  bulto 
espantoso  se  volvió  á  su  lugar,  cubriéndose  la 


ryí 


202  -C¿SPEDBS   Y  MENBSES 

losa  por  si  misma  con  tan  grande  estampido ,  que 
no  sólo  acabó  de  quitarles  ¿  los  dos  el  sentido, 
sino  que  jautamente  su  novedad  y  ramor  tmjo 
al  puesto  en  que  estaban  algunos  clérigos  y 
otras  muchas  personas  de  la  vecindad,  que  ha- 
llándoles en  tan  triste  estado,  brevemente  se  ex- 
tendió su  noticia  por  toda  la  ciudad,  y  sin  po- 
derlo remediar  asimismo  á  los  oídos  de  la  vir- 
tuosa y  noble  doña  Aldonza. 


CAPITULO  LI 

Siente  don  Diego  en  sus  mejores  prendas  él 
castigo  del  cielo,  y  doña  Elvira  comienza  á 
gozar  de  mejor  fortuna. 

A  esta  sazón,  aunque  se  me  ha  olvidado  referir- 
lo, no  obstante  las  inquietudes  de  su  esposo,  es- 
taba la  afligida  señora  preñada  y  muy  vecina  á 
dar  á  luz  con  su  parto  al  fruto  que  esperaba  para 
sosiego  y  paz  de  su  casa  y  marido. 

Mas  como  las  determinaciones  y  juicios  de  Dios 
sean  tan  investigables  y  secretos,  muy  al  contra- 
rio se  dispusieron  sus  propósitos ,  siendo  aquello 
sin  duda  lo  que  más  convendría,  porque  apenas 
entendió  la  afligida  señora  la  triste  nueva  (pues 
indiscretamente  añadida  fué  no  menos  de  que 
habían  hallado  nl^rto  á  don  Diego  en  aquella 
parte)  cuando  rompiendo  la  fuerza  del  dolor  y  so- 
bresalto lo  interior  del  pecho,  abortó  un  hijo,  y 


i 


Lk   CONSTANTE   CORDOBESA  203 

con  tan  grandes  ansias  y  mortales  fatigas,  que  en 
breves  horas  rindió  el  alma,  y  poco  después,  con 
general  sentimiento  y  lágrimas  de  toda  la  ciu- 
dad, la  siguió  el  tierno  infante;  que  cuando  el 
cielo  empieza  á  enojarse  y  sentirse,  no  suelen 
ser  menores  los  efectos  de  su  ira,  y  asi,  justa , 
aunque  desastradamente,  comenzó  á  experimen- 
tar don  Diego  su  espantoso  aviso. 

El  cual,  ya  á  esta  hora  (que  fué  el  siguiente 
día),  volviendo  en  si,  estaba,  aunque  ignorante  de 
tal  pérdida,  en  términos  de  seguir  á  su  esposa  y 
no  en  mejor  su  amigo,  porque  uno  y  otro,  en  mu- 
chos días,  se  levantaron  de  la  cama,  sobrevinién- 
doles tales  accidentes,  que  fué  milagro  escapar 
con  la  vida,  y  más  cuando  entendió  don  Diego 
los  daños  de  su  casa,  la  muerte  de  su  mujer  y 
sucesor,  el  perdido  dote  y  la  falta  de  otras  como- 
didades y  conveniencias  que  pudieran  dar  al 
traste  con  su  salud  y  aun  con  sus  sufrimien- 
tos. Mas,  como  caballero  cristiano,  reconociendo 
cuerdo  y  humilde  de  adonde  y  por  qué  causa  le 
venían  tales  azotes,  protestando  grandes  enco- 
miendas y  conformándose  con  la  voluntad  del 
cielo,  esperó  mejoría  y  convalecencia. 

Habíase  en  este  tiempo  extendido  aun  lo  más 
esencial  del  secreto  por  toda  Córdoba,  adonde  en 
diferentes  concursos  y  pláticas,  añadiendo  y 
acrecentando  circunstancias,  se  contaba  con  ho- 
rror y  general  admiración;  porque,  aunque  se 
pretendió  encubrir  por  justos  respetos,  de  donde 


204  CÉSPEDES   Y  MENESES 

menos  se  esperaba  salió  en  publico,  y  faé  de  la 
misma  casa  de  doña  Elvira,  en  quien  no  que- 
dándose sin  castigo  su  madre,  como  más  culpa- 
da, lé  tuvo  á  la  hora  misma  que  á  don  Diego  le 
vino,  apareciéndola  otra  semejante  sombra  que 
la  dejó  no  menos  mortal,  mas  antes  llena  de  ho- 
rribles miedos  y  tan  espantosos  temores,  que 
dieron  con  sus  quejas,  con  su  cura  y  poco  ánimo 
al  traste  con  el  justo  secreto,  haciendo  patente 
el  caso,  la  culpa  y  aun  su  ruin  determinación.  Si 
bien  tocado  de  más  superior  brazo,  atendiendo 
don  Diego  al  remedio  y  satisfacción  de  tan  gra- 
ves escándalos  y  quiebras,  resuelto  á  darla,  pro- 
puso á  sus  deudos  y  amigos  su  última  voluntad, 
y  aplaudida  de  todos,  aunque  todavía  indispues- 
to, asignó  para  el  siguiente  día  á  esta  junta  su 
ejecución  y  el  hacer  notorio  al  mundo  el  remate 
de  su  amor,  pues  era  no  menos  que  llenar  el  va- 
cío de  la  difunta  y  noble  doña  Aldonza  con  la  in- 
vencible, casta  y  virtuosa  doña  Elvira. 

Y  así,  acompañado  de  lo  más  general  é  ilustre 
de  aquella  nobilísima  ciudad,  sin  dar  aviso  de 
este  intento  á  su  dama,  porque  quiso  que  la  pre- 
vención y  el  hecho  la  acogiesen  á  una,  siguió  á  su 
casa,  adonde,  aunque  pensó  hallarla  en  el  recato 
y  soledad  que  siempre,  no  así  le  sucedió;  antes 
muy  llena  de  alboroto,  las  puertas  principales 
abiertas,  la  calle  con  cuatro  coches  de  camino, 
literas,  acémilas  y  recámara  y,  finalmente,  el 
patio  y   corredores  con  muchos   criados  de  li- 


LA  CONSTANTE  CORDOBESA         206 


brea,  alguaciles  con  varas,  y  todos  forasteros  y 
de  ninguno  conocidos,  cosa  que  sobre  tantos  so- 
bresaltos y  penas  dejó  á  don  Diego  suspendido  y 
á  su  compañía  en  duda  y  confusión. 


CAPITULO  LII 

Dicese  la  ocasión  de  este  alb<yi*oto,  concluyendo 
la  historia  con  la  elección  prudente  que  la 
concede  el  cielo  á  doña  Elvira  por  galardón 
y  premio  de  su  perseverancia  generosa. 

(£/RECió  este  escándalo  cuando,  entendida  la 
causa  se  supo  la  verdad,  pues  era  por  lo  menos 
venirse  á  casar  con  doña  Elvira,  no  menos  que 
Tin  ministro  gravísimo  de  uno  de  los  más  prin- 
cipales y  superiores  Tribunales  de  España;  y  no 
fué  tan  grande  este  cuidado  ni  sentido  de  don 
Diego  con  tan  largos  extremos,  como  cuando 
apoderándose  el  caso  acab5  de  apearle  y  de 
saber  que  era  su  antiguo  competidor  el  que  le 
sacó  tanta  sangre  del  pecho  y,  finalmente,  don 
Juan  de  Zúñiga,  cuyos  grandes  estudios  y  partes 
traían  por  primicias  á  aquella  plaza  y  otros  acos- 
tamientos generosos  del  César  Carlos  V;  con  que 
acabando  su  cólera  de  ponerse  en  su  punto,  acre- 
centándola su  celosa  rabia,  dio  á  los  circunstan- 
tes parte  de  todo  y  juntamente  de  su  justa  ven- 
ganza y  resolución.  Y  aunque  algunos  quisieran 
que  estando  en  tales  términos  las  cosas  se  guia- 


206  CBSPEDES   Y   MENBSES 

ran  con  mayor  cordura,  como  el  pecho  abrasado 
de  don  Diego  no  estaba  ya  para  admitir  consejos, 
siguiendo  el  suyo,  entraron  en  la  casa  de  doña 
Elvira,  que  bien  ajena  de  semejante  novedad, 
alegre  y  gustosamente  recibía  entonces,  si  ya  no 
por  amor,  por  último  remedio  de  sus  males,  al  que 
en  don  Juan  le  ofrecía  su  fortuna. 

Mas  como  aún  no  estaba  ésta  cansada  de  afli- 
girla, cuando  pensó  haberla  puesto  un  clavo,  vio 
en  términos  de  perderse  su  casa  y  honra.  Porque 
sin  guardar  otro  mejor  decoro,  otro  respeto,  á 
posar  de  don  Juan  y  de  toda  su  gente,  la  hizo 
meter  en  una  silla;  y  diciendo  que  llevaba  á  su 
mujer,  mando  guiar  con  ella  á  su  posada,  aun- 
que esto  se  hiciera  no  sin  algunas  muertes  y 
mayor  dificultad.  Porque,  determinándose  don 
Juan  á  resistir  tan  descarada  injuria,  animado 
con  la  autoridad  de  su  oficio,  comenzaba  una  te- 
rrible sedición,  si  á  este  tiempo  no  le  atajara  el 
corregidor,  que  avisado  de  todo,  y  siendo  un  gra- 
ve y  prudente  personaje,  su  blandura  y  respeto 
mitigó  en  don  Diego,  dando  lugar  á  que  sn  pre- 
tensión tuviese  más  justificación; y  así,  de  su  con- 
sentimiento, fué  puesta  la  hermosa  dama  en  un 
convento,  adonde  por  términos  jurídicos  cotioció 
el  eclesiástico  de  la  causa  y  sus  impedimentos. 

No  obstante  que,  teniendo  tanto  poder  don 
Juan,  dio  parte  de  su  agravio  al  Consejo,  que, 
proveyendo  en  ello  como  mejor  convino,  re- 
mitió orden  particular  para  que,  sin  embargo  (}e 


LA   CONSTANTE    CORDOBESA  207 

lo  actuado  y  escrito,  el  corregidor  pusiese  en 
libertad  á  doña  Elvira,  para  que  con  ella,  y  sin 
perjuicio  de  los  dos  pretendientes,  pudiese  en  su 
presencia  elegir  á  su  voluntad   quién  de  ellos 
más  bien  le  estuviese;  y  asi,  no  atreviéndose  el 
apasionado  don  Diego  á  pre vertir  tan  estrecho 
mandato,  perdidas  totalmente  las  esperanzas  de 
buen  suceso,  hubo  mal  de  su  grado  de  obedecer 
y  f.sistir,  aunque  por  cumplimiento,  á  aquel  acto; 
el  cual,  no  sin  grande  concurso  de  la  ciudad,  se 
dispuso  en  su  casa  del  corregidor,  donde  sacan- 
do él  por  la  mano  á  la  honestísima  doncella,  allí 
en  público  la  propuso  la  orden,  y  juntamente  la 
dijo  hiciese  su  elección:  con  que  esperando  todos 
los  circunstantes  pendientes  de  su  boca,  cubierto 
el  rostro  de  virginal  vergüenza,   vuelta  á  don 
Juan  de  Zúñiga,  dio  principio  á  este  breve  dis- 
curso: 

— Aunque  en  esta  ocasión  pudiera  justamente 
quejarme  de  vuestro  largo  olvido  y  corta  corres- 
pondencia, y  aun  del  haber  acordádoos  más  de 
vuestros  acrecentamientos  que  de  mis  grandes 
persecuciones  y  trabajos,  todavía  no  es  mi  in- 
tento, don  Jup-n,  contradecir  el  vuestro  con  seme- 
jantes causas,  pues  ninguna  fuera  suñciente  ni 
excusara  el  ser  vuestra  esposa,  á  no  tener  delan- 
te el  mayor  ejemplo  de  amor  y  perseverancia 
que  dieron  los  mortales,  y  á  quien  no  una,  sino 
tres  veces,  debo  la  vida,  y  no  sólo  la  vida,  mas 
asimismo  por  mi  propia  ocasión  (aunque  sin  cul- 


20S  CÉSPEDES    Y    MSKESBS 

pa  mía)  la  pérdida  de  sus  mejores  prendas,  de 
sn  santa  mujer,  de  su  hijo  y  hacienda,  cosas  por 
cierto  indignas  de  ingratitud,  y  por  qnien,  con 
justisima  cansa,  pudiera  el  mundo  desestimarme 
y  aborrecerme,  ai  ya  en  términos  tales  yo  falta- 
se á  tantas  obligaciones  y  deudas  á  qne  vos  no 
habéis  de  dar  lugar  por  las  muchas  muestras,  ni 
menos  yo  he  de  quitar  á  don  Diego  el  premio  J 
galardón  que  merece.  Y  pasando  adelante  sin 
esperar  respuesta,  cubiertos  los  ojos  de  aljofara- 
das lágrimas,  abrazando  á  don  Diego,  prosignid 
su  oración,  diciendo:  Vos  el,  dueño  y  se&or  mío, 
debéis  serlo  de  mi  alma,  y  &  vos,  en  contrapnesto 
de  todo  el  mundo,  elegirá  mi  boca  y  obedecerán 
mis  sentidos  mientras  me  durare  la  vida. 

Y  sin  poder  proseguir,  atajada  del  aplauso  j 
voces  de  los  presentes,  de  la  vergüenza  y  disgusto 
de  don  Juan,  de  los  estrechos  lazos  de  sa  nuevo 
esposo,  cesando  su  discurso,  comenzó  el  ds  sus 
alegres  bodas,  en  cuya  prosecución  el  opuesto 
amante,  corrido  y  no  poco  afrentado,  prosigniA 
su  jornada,  y  don  Diego  alcanzó  el  fin  deseado  de 
su  larga  y  bien  resistida  voluntad. 


Pachecos  y  Palomeques. 


CAPITULO  Lili 

Historia  cuarta,  sucedida  en  Toledo,  con  el 
gen  y  fundamento  y  antigüedad  denta  ítk 
é  imperial  ciudad, 

Jjá  imperial  ciudad  de  Toledo,  corte  y  Silla  i 
de  los  más  eeclareoidoa  reyes  godos  y,  al  pree 
te,  trono  majestuoso  del  perlado  mayor  de 
Sspañas,  digo,  de  su  primado  cardenal  y  a 
biapo,  tienen  bus  faudameutoa  tan  venerable 
cianidad,  que  casi  en  elloa,  por  bu  mejor  iiotÍ< 
hemos  de  proceder  más  por  conjeturas  qne  i 
dencia  notoria.  De  ella  hacen  mención  bien  . 
guiar  Tito  Livio,  Tolomeo  y  Plinio,  ponién( 
en  la  Citerior  Tarraconense  y  en  la  Frovii 
Carpetana;  todos  tres  gravísimoB  autores,  y 
ilustran  bus  glorias,  sus  victoriosos  triunfi 
su  inmortal  memoria  con  apIauBO  tan  digno 
pudiera  sa  sola  autoridad,  su  respeto  solo, 
cerla  conocida  y  famosa  entre  las  más  indi 
generosas  y  opulentas  ciudades  del  mnnd 
msTOKiAS  p 


\ 


210  CÉSPEDES   Y  MENBSES 

asi,  no  sin  muy  justa  causa,  por  infinitos  siglos, 
por  edades  largas,  adquiriendo  con  sus  grandes 
empresas,  con  su  valor  altivo,  con  su  riqueza  in- 
mensa, el  título  grandioso,  el  renombre  impe- 
rial, la  majestad  insigne  de  sus  augustas  armas, 
las  coronadas  águilas  de  sus  insignias  han  me- 
recido conservarle  juntamente  y  casi  desde  sus 
primeros  principios. 

De  los  cuales,  con  seguridad  y  atención,  han 
escrito  libros  copiosos  muchos  autores  nuestros, 
digo,  naturales  de  España  y  aun  hijos  propios  de 
esta  imperial  ciudad,  si  bien  uno  de  ellos,  y  no 
el  menos  auténtico,  el  docto  arzobispo  don  Eo- 
dtigo  (no  sé  en  qué  se  fundó),  dándola  á  Tole- 
món  y  Bruto  por  fundadores,  quiso  defraudarla 
de  muchos  siglos  de  ancianidad  y  origen,  aun- 
que otros,  que  le  investigaron  profundamente, 
han  afirmado  y  dicho  que  fué  edificada  por  los 
griegos  y  su  valiente  y  magno  capitán  Hércules 
Libio,  ayudando  no  sólo  á  esta  opinión  la  fuerza 
de  la  tradición  que  en  su  famosa  cueva  hoy  se 
conserva,  mas  aun  la  misma  dictión,  mudando 
algunas  letras  lo  testifica,  porque  Ptoliethron, 
palabra  griega,  lo  mismo  significa  que  ciudad. 
Otros,  no  sin  grandes  desvelos,  dicen  que  Fe- 
rresio,  insigne  astrólogo  y  griego,  conociendo 
por  el  benigno  aspecto  de  sus  astros  que  había  de 
ser  tal  sitio  felicísimo,  la  fundó  y  dedicó  su  cueva 
á  Hércules,  como  á  deidad  de  su  adoración,  1270 
años  antes  del  nacimiento  de  Jesucristo. 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  211 

Diferente  opinión  sigue  Garibay,  alegando  á 
Beuter,  Figueras  y  Arias  Montano,  pues  todos 
se  resuelven  en  que  los  ejércitos  de  Nabucadne- 
cer,  formados  por  caldeos,  persas  y  hebreos,  y 
viniendo  á  España  la  edificaron,  llamándola  To- 
ledoth,  que  es  lo  mismo  que  generaciones;  mas, 
según  la  mayor  parte  de  autores  graves  y  doc- 
tos, es  lo  menos  dudoso  que  el  valeroso  Hércules 
fué  su  verdadero  fundador  y  haberla  esotros  am- 
pliado y  engrandecido. 

Su  asiento  de  esta  ilustrisima  ciudad  es  una 
montaña  proporcionado  con  su  mismo  circuito  y, 
por  el  consiguiente,  inaccesible,  áspera  y  firmísi- 
ma, siendo  gran  parte  de  su  fortaleza  y  adorno 
las  famosas  riberas  del  caudaloso  Tajo,  cuyas 
aguas,  en  forma  de  herradura,  hermosamente  la 
rodean,  fertilizando  su  anchurosa  vega  y  terreno 
abundante  con  majestad  y  aplauso  maravilloso. 
Esto,  la  templanza  de  sus  frescos  y  delgados 
aires  y  el  privilegio  de  que  goza  contra  los  terre- 
motos, nieblas,  inundaciones,  y  la  abundancia  de 
mantenimientos,  prósperas  influencias,  hermosí- 
simas y  discretas  damas  y  tantos  y  tan  estima- 
dos sujetos  como  ha  producido  en  todos  tiempos 
y  edades,  parece  que  justamente  recompensan  la 
parte  que  le  cupo  de  aspereza  y  fragosidad. 

No  escribo  lo  que  pudiera  de  su  excelente 
santuario,  in^signe  iglesia  primada  de  España, 
soberbios  alcázares,  magníficos  palacios,  puen- 
tes, edificios  y  antiguallas,  porque,  además  de 


212  .  CÉSPEDES  Y   MBNESES 


F 

u.  prometido 


I 


repugnar  á  mi  asunto,  fuera  alargarme  infruc- 
tuosamente; y  así,  no  pretendiendo  ser  prolijo  en 
las  cosas  que  de  suyo  tienen  granjeado  tanta 
fama  y  conocimiento,  habré  de  excusar  esta  cen- 
sura, dando  de  aquesta  suerte  principio  al  cuento 
letido. 


CAPITULO  LIV 
g;  No1¡able  historia  sucedida  en  Toledo. 

I  Ruando  en  los  años  de  mil  y  quinientos  y  veinte 

y  uno  la  mayor  parte  de  España  parcial  y  diver- 
ge tida  en  opiniones,  que  otros  lian  llamado  comn- 
r                    nidades,  abrasándose  en  sangrientas  y  civiles 

guerras,  dio  tante  que  hacer  y  que  decir  á  lo  res- 
tante de  la  tierra,  sucedió  en  esta  imperial  cin- 
f.-^  dad  el  caso  de  quien  al  presente  escribo,  con  la 

verdad  y  fe  que  he  protestado.  Y  porque  casi  en 
S/  medio  del  espantoso  estruendo  de  las  armas,  j 

mientras  tantas  venganzas,  castigos  y  atrocida- 
des se  ejecutaron,  nació  la  causa  de  su  mayor 
particularidad,    bien   me  atreveré  á  decir  que 
nunca  con  más  justa  razón  pudo  el  hijo  de  Venus 
preciarse  de  su  adúltero  padre,  pues  éntrela 
desigualdad  de  dos  tan  contrarios  efectos  como 
son  guerra  y  amor,  mostró  más  claramente  la  po- 
derosa fuerza  de  su  brazo  y  la  verdadera  signifi- 
cación y  moralidad  de  su  metafórico  nacimiento. 
Estaba  en  esta  sazón,  por  las  pasiones  y  ban- 
dos que  seguían,  tan  afligida  la  ciudad,  que  faé 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  2l3 

evidente  muestra  de  su  opulencia  el  no  quedar 
perdida  ó  arruinada  del  todo.  Señalándose  en  el 
fomentar  su  desdicha  los  mejores  y  más  podero- 
sos hombres  de  ella,  entre  quien  los  dos  herma- 
nos Palomeques,  famosos  por  el  ánimo  y  fuerzas 
que  alcanzaron,  tanto  como  por  su  antigua  no- 
bleza, no  fueron  los  que  menos  dieron  á  sentir 
su  valor.  Llamábase  el  mayor  don  Fernando,  y 
el  segundo  don  Pedro,  y  entrambos  grandes  con- 
servadores de  su  república,  siguiendo  en  esto 
las  acciones  y  pasos  del  noble  don  Rodrigo,  su 
padre,  al  cual,  en  los  principios  de  estas  revuel- 
tas, mataron,  desgraciadamente,  en  la  plaza  de 
San  Juan  de  los  Reyes;  ocasión  no  pequeña  para 
que  las  inquietudes  creciesen  y  las  parcialidades 
aumentasen,  si  bien  como  más  particular  emula- 
ción mostraron  su  indignación  con  don  Lope  Pa- 
checo, mancebo  ilustrísimo  y  conocido  por  sus 
heroicas  y  loables  costumbres,  amable  y  gene- 
rosa presencia,  pues  por  excelencia  notable  fué 
llamado  el  perfecto. 

Dos  veces  fueron  de  éste  y  algunos  deudos  su- 
yos, echados  los  Palomeques  de  Toledo  y  perse- 
guidos con  tan  notable  extremo,  que  llegaron  á 
cercarlos  en  una  casa  de  placer  de  adonde,  en  di- 
ferentes ocasiones,  se  les  escaparon  dichosamen- 
te y  con  tan  secreta  huida,  que  dio  motivo  á  que 
6n  la  ciudad  no  supiesen  otro  nombre  al  Cigarral 
ó  Quinta  de  los  Palomeques,  sino  la  Casa  del  en- 
canto. 


214  CÉSPEDES   Y   MENESES 


Tantas  injurias  y  ofensas  declaradas  no  pro- 
metían, en  tan  valientes  hombres,  menos  que 
una  terrible  venganza,  la  cual  procuraron  por 
cuantos  caminos  y  vías  les  fué  posible,  sin  per- 
donar desvelos,  vigilias  y  aun  jornadas  no  poco 
peligrosas,  no  obstante  que  todas  le  salieron  in- 
ciertas, porque  don  Lope  y  los  suyos  se  guarda- 
ban con  recato  y  prudencia. 

En  medio,  pues,  de  tanta  confusión,  y  cuando 
con  igual  vigilancia  procuraba  este  caballero 
huir  de  Caribdis,  dio  sin  pensar,  no  menos  que 
en  el  Scila  de  unos  hermosos  ojos,  cuyo  dueño  le 
tiranizó  el  alma.  Digo  que  habiendo  en  una  fies- 
ta pública  visto  á  Laurencia,  doncella  hermosí* 
sima,  no  sólo  hizo  en  su  ánimo  suspensión  de  las 
armas,  sino  que  juntamente  rindió  en  su  amoro- 
rosa  conquista  la  libertscd,  joya  inestimable  so- 
bre los  demás  atributos  del  hombre. 

Era  esta  dama  hija  de  un  ciudano,  más  rico  de 
honrosos  respetos  que  de  caudal  y  hacienda,  por- 
tillo, á  su  parecer  de  don  Lope,  suficiente  á  salir 
con  el  asedio  que  ya  comenzaba  á  poner  á  la  for- 
taleza de  Laurencia;  y  asi,  regido  de  semejante 
industria,  solicito  buscaba  medios  que,  dándola 
á  entender  su  pasión,  juntamente  granjeasen  coa 
obras  y  regalos  su  voluntad,  no  le  saliendo  vana 
tan  fuerte  diligencia;  porque  años  pocos,  mucha 
hermosura,  bizarros  pensamientos  y  cortas  fuer- 
zas  para  lograrse  en  ellos,  suelen  desbaratar  j 
romper  los  más  castos  propósitos.  Al  fin,  mk^ 


PACHECOS    Y   PALOMEQUES  215 

obligada  del  precioso  interés  que  de  correspon- 
dencia amorosa,  abrió  Laurencia  fácil  puerta  en 
su  gusto  al  nuevo  amante;  y  aunque  en  las  de  su 
casa  tenía  su  padre  el  cuidado  conveniente,  todo 
importara  poco  si  primero  no  fuera  avisado  y 
prevenido  de  un  pariente,  que  pretendiendo  de 
muy  atrás  el  ser  su  yerno,  desvelado  en  su  in- 
tento y  receloso  por  algunos  indicios,  hizo  tan 
vigilante  centinela,  que  á  cortos  lances  alcanzó 
la  causa  y  aun  particularidades  más  secretas  de 
ella,  porque  encubriéndose  una  noche  en  parte 
que  con  facilidad  se  podía  percibir  lo  que  con 
don  Lope  hablaba  Laurencia  desde  cierta  ven- 
tana, claramente  acabó  de  entender,  no  sólo  por 
cierta  su  sospecha,  sino  que  temerosa  la  dama 
de  algunas  que  en  su  padre  iban  descubriéndose, 
trataba  con  su  amante  le  «previniese  sacándola 
de  su  casa  y  poder,  como,  en  efecto,  lo  hiciera  si 
la  advertencia  del  deudo  no  atajara  sus  pasos. 


CAPITULO  LV 

Oculta  con  secreto  y  recato  su  padre  á  la  her- 
mosa Laurencia,  y  prosigue  el  caso, 

JÍrfiA,  según  ya  tengo  dicho,  hombre  su  padre 
desta  dama  de  más  reputación  que  bienes  de 
fortuna;  y  asi  sintió  el  afrenta  que  don  Lope 
había  intentado  hacerle,  con  más  extremos  que 
sus  fuerzas  pedían;  esmerándose  en  su  satisfac- 


210  CÉSPEDES    Y    MEHRSBS 

ción,  con  tan  pocs.  cordura,  que  al  fia,  según 
presto  veréis,  vino  &  perder  la  hija  y  á  poner  so 
vida  y  honra  en  contingencia.  Declaróse  ante 
todas  cosas  por  del  bando  y  parcialidad  de  los 
dos  hermanos,  encnyo  poder,  digo  en  el  de  sa 
madre,  que  asistía  en  Toledo,  dejó  la  mejor 
prenda  de  su  alma;  cierto  de  que  en  tal  uasa,  ni 
el  atrevimiento  de  don  Lope  pondría  los  ojos,  ni 
la  perseverancia  de  su  voluntad  llegaría  á  efec- 
to; y  con  tanto,  saliéndose  á  las  aldeas  y  villajes, 
donde  aquellos  caballeros  alojaban,  mostró,  en 
cuanto  pado,  el  deseo  de  su  venganza,  aangne  lo 
hubiera  sido  más  &  cuento  remediar  su  ofensa, 
dando  cuerdainente  á  su  hija  esposo;  pues  con  él 
no  sólo  excusara  la  infamia  de  su  publicidad, 
sino  que  asimismo  hubiera  atajado  los  da&os  que 
por  sn  causa  sucedieron. 

No  sintió  don  Lope  menos  esta  desgracia;  an- 
tes, con  amorosa  y  ardiente  cólera,  esi-avo  en  tér- 
minos de  emprender  una  temeraria  violencia; 
porque  sospechoso  de  que  se  la  habían  encerra- 
do en  algún  monasterio,  hasta  que  en  todos  faé 
desengañándose,  tuvo  su  impaciencia  algún  su- 
frimiento y  consoelo,  con  la  fuerza  de  qae  pen- 
saba aprovecharse.  Mas  cuando  últimaoLente,  y 
como  si  se  la  hubiera  tragado  la  tierra,  perdió 
las  esperanzas  del  hallarla,  bien  le  fué  necesario 
valerse  de  su  cordura  y  discreto  atributo;  pues 
no  le  mereciera  de  perfecto  si  en  semejantes 
trances  se  dejara  rendir  de  sn  pasión. 


Esto,  en  efecto,  como  mal  remediable,  fué 
cura  remitiéndose  al  tiempo;  y  aunqae  la  c 
valecencia  ee  alargó  muchos  dlaa,  no  por  eso 
jaba  de  acudir,  así  &  los  cuidados  de  sus  civi 
guerras,  como  ¿  la  solicitud  de  las  cosas  que 
ellas  tenía  &  cargo. 

No  estaba  en  casa  de  sus  enemigosy  contrai 
la  hermosa  Laurencia  poco  afligida  en  estos  int 
medios;  porque  si  bien  no  amaba  con  tanto  fue 
como  ya  don  Lope  la  costaba  algunos  disgusto 
malos  tratamientos,  y  la  vagante  imaginación 
la  mayor  clausura  y  encierro  que  su  pasada  lib 
tad  la  había  puesto  hiciese  mejor  su  oñcio,  poc 
poco  la  memoria  de  su  perdido  empleo  la  fo 
&  sentir  de  veras  lo  que  al  principio  dispoi 
con  diferentes  motivos;  y  asi  como  el  frágil  : 
tural  de  la  mujer  es  más  incapaz  de  resistenc 
fácilmente  pudo  &  costa  de  su  disimulación 
nocerse,  si  ya  no  su  accidente,  &  lo  menos  el  c 
gueto  que  padecía;  origen  auñcieate  para  que 
el  noble  hospedaje  se  sintiesen  sus  dueños  ] 
mal  correspondidos;  aunque  no  obstante  es 
como  realmente  deseasen  BU  agrado,  y  el  sujeto 
Laurencia,  por  bu  mucha  hermosura,  fuese  áig 
de  ser  amado,  por  el  consiguiente,  cualqui< 
sinsabor  en  ella  les  era  díspensable;  sin  exi 
sarle  todo  el  agrado  y  agasajo  de  sus  fuerz. 
alargándose  en  esto  con  mayor  asistencia,  de 
Juana  Palomeque,  que  hermana  de  los  dos  '< 
liantes  caballeros,  que  asi  por  su  corta   ed 


2LS 

como  partí 
naba. 

Era  estE 
BU  madre  I 
digo  la  go 
sus  criado 
persona,  c 
hniaaiio  ii 
atreva  &  r 
perfección 
do  al  prec 
afirmar  co 
quiso  eí  ci 
des  y  clan 
patentes,  < 

hubiera  en  ellos  ocasionado  que  venganzas  y 
daños  las  disensiones  y  armas  ie  sus  deudos.  Y 
así,  en  tal  compañía,  aún  más  culpable  y  repren- 
sible era  el  desabrimiento  de  Laurencia;  de  qoieii 
mal  resistidos  sus  desconsuetoe  y  cuidados  & 
pocas  hojas  (como  doña  Juana  aunque  niCa, tenia 
de  ingenio  y  agudeza  suplida  la  falta  de  expe- 
riencia), lejú  en  su  frente  con  evidencia  clara  la 
ocasión  de  su  amorosa  pena,  que  conocido  no 
tardó  su  dueño  en  descubrírsela. 


PACHECOS    Y   PALOMEO UBS 


CAPITULO  LVI 


íVociíra  doña  Juana,  entendido  el  emj. 
del  ausencia,  divertírsele  y  aun  deaacredit 
aéle. 

Míen  sabia  Laurencia  la  emulación  y  enen 
tad  de  aquélla  y  la  casa  de  don  Lope,  bq  am 
te;  mas  deseando  con  tan  gran  grave  sujeto  ( 
culpar  su  yerro,  qnieo  juntamente  informarla 
su  empleo;  si  bien  mal  afecto  su  nombre  en 
oidos  de  dofia  Juana,  que,  como  dicen,  hablan 
la  leche  bebido  el  mismo  veneno,  furia  y  ren 
de  sus  hermanos;  apenas  le  oyó,  cuando  proc 
disnadirsele,  aunque  en  vano;  porque  la  tie 
dama,  por  igual  cansa  gobernada  de  su  atici 
y  como  ordinariamente  acontece ,  á  loa  i 
enfermos  de  semejante  pasión ;  paes  siem 
quieren  sea  preciada  de  todos  en  su  estimac 
propia  la  cosa  amada,  no  sólo  no  desistió  de 
propósito,  mas  antes  con  mayor  vehemem 
pintando  su  sujeto,  tal  vez  le  juzgó  el  más 
llardo,  elmás'valiente  y  generoso,  y  tal  ves 
más  noble,  el  más  virtuoso,  el  más  galán,  el  i 
entendido  y  de  más  peregrina  hermosura;  y  ] 
tendiendo  aúnmás  largas  disculpas,  añadiei 
á  las  sujeciones  de  sus  réplicas  otras  semej 
tea  razones,  tal  vez  con  más- ternura,  la  dijo 
siguientes: 


220  CÉSPEDES   Y   MENESES 


— Si  de  tal  hombre,  señora  y  dueño  mío,  ha 
merecido  ser  Laurencia  querida,  ¿quién  en  el 
mundo  puede  con  don  Lope  grangear  su  corres- 
pondencia? ¿No  es  éste,  por  ventura,  el  amparo 
y  remedio  de  los  caídos,  el  fuerte  y  poderoso  con 
los  soberbios,  el  humano  con  los  humildes,  el 
generoso  y  liberal  con  sus  amigos,  el  terror  de 
sus  contrarios,  el  blando  y  apacible  con  las  mu- 
jeres y  el  cortés  y  agradable  con  los  hombres? 
Y  finalmente,  éste  ¿no  es  quién,  entre  todos,  por 
tantos  requisitos  y  excelencias,  ha  merecido  el 
nombre  de  perfecto^  Pues  si  á  él  solo  todos  le 
reconocen  vasallaje,  todos  le  rinden  voluntad  y 
tributo,  yo,  que  por  tan  frágil  é  indigna  cosa 
me  reputo,  ¿cómo  podré  negársele,  ó  cómo,  aun- 
que quisiera,  dejaran  de  forzarme  su  razón  y 
justicia?  Las  cuales  son  tan  poderosas  y  desapa- 
sionadas, que  estoy  por  afirmar  que,  ó  faltan  en 
vos  para  conocer  esta  verdad,  ú  os  sobran  el  odio 
y  rencor  de  vuestros  hermanos  para  oscurecerla. 
De  esta  suerte,  y  en  diferentes  ocasiones,  oyó 
en  defensa  de  su  amor  doña  Juana  tales  y  ma- 
yores encarecimientos  de  Laurencia,  y  referidos 
con  tanta  exageración  y  esfuerzo  que,  sin  pen- 
sar, poco  á  poco,  perdiendo  en  su  opinión  la  que 
de  sangrienta  y  feroz  homicida  tenía  don  Lope, 
fué  adquiriendo  en  su  alma,  no  sólo  diferente 
concepto,  mas  deseos  grandes  de  mirar  con  los 
5^  '  ojos  su  desengaño.  Y  así,  determinándose  á  ce- 

sar en  su  contradicción,  juntamente  se  dispuso  á 


i 


^1*' 


5> 


í 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  221 

favorecer  con  su  ayuda  la  causa  amorosa  de  esta 
dama;  de  quien,  entendida  tal  determinación, 
fueron  sus  demostraciones  y  agradecimientos 
tan  encarecidos,  que  doña  Juana  se  tuvo  por  más 
qne  satisfecha;  y  como  ya  regida  de  aqueste  pa- 
recer, tanto  como  por  su  nuevo  deseo  y  curiosi- 
dad, sin  mayor  dilación,  con  su  consentimiento, 
comenzó  á  prevenir  Laurencia  los  medios  que 
para  hacerle  sabedor  de  su  asistencia  á  don  Lope 
convenían,  segura  de  que  la  razón  por  que  su 
padre  eligió  semejante  amparo  era  enderezada  á 
solo  encubrírsela;  y  como  éste  fuese  en  la  prose- 
cución de  su  voluntad  el  primer  escalón  que  se 
había  de  apear,  no  dejó  para  facilitarlo  camino 
que  no  rodease,  ni  máquina  en  su  imaginación 
que  no  dispusiese;  y  finalmente,  tantos  vados 
tentó  y  tantas  dificultades  se  atrepellaron,  que 
al  fin,  por  último  remedio,  hubo  de  aprovechar 
la  diligente  traza. 


CAPITULO  LVII 

Avisa  8U  asistencia  á  don  Lope  Laurencia, 
ocasioncíndo  con  su  vista  varios  sucesos, 

IiABÍA  comenzado  su  madre  de  doña  Juana,  en 
la  misma  sazón,  una  novena  al  milagroso  San- 
tuario de  la  Piedra,  en  cuya  estación,  acompa- 
ñada de  Laurencia,  de  su  hija  y  criadas,  asistía 
con  secreto  y  rebozo  de  las  ocho  á  las  nueve  ho- 


222  CÉSPEDES   Y  MENESES 


ras  de  la  mañana.  De  esta  breve  jomada,  que- 
riendo valerse,  escribió  la  dama  dos  cartas,  las 
cuales,  siendo  en  la  misma  sustancia  y  sobrees- 
critas  á  don  Lope  Pacheco,  se  ,las  metió  en  el 
pecho,  hasta  el  conveniente  término  en  quien, 
haciendo  perdida  la  una  en  la  iglesia  y  dejando 
caer  la  otra  en  la  calle,  libró  su  efecto  en  la  dis- 
posición de  la  fortuna;  pareciéndole  que  siendo 
tal  la  de  don  Lope,  y  su  persona  tan  amable  y 
bien  vista,  de  ninguno  podían  ser  halladas  que 
no  estimase  con  gusto  el  remitírselas,  como  real- 
mente ello  sucedió;  porque,  apenas  eran  las  doce 
de  aquel  día,  cuando  ya  estaban  entrambas  en 
sus  manos;  aunque  no  hizo  tan  larga  confianza 
de  su  buena  suerte  la  dama  que  en  ellas  escribie- 
se razón,  porque  en  llegando  á  otro  poder  se  en- 
tendiese el  secreto.  Abriólas,  en  efecto,  don 
Lope;  y  aunque  turbado  por  el  conocimiento  con- 
fuso de  la  letra,  leyó  en  ellas  este  breve  dis- 
curso: 

Laurencia  á  don  Lope. 

«Por  no  aventurar  la  buena  dicha  que  me  con- 
cede el  cielo,  remito  el  corto  trabajo  de  otro  avi- 
so más  seguro,  el  que  en  aqueste  excuso  por  su 
incertidumbre;  y  así,  porque  salgamos,  vos  de 
cuidado  y  yo  de  la  pena  en  que  estoy,  os  suplico 
que  con  la  puntualidad  que  confío  estéis  mañana 
á  las  nueve  e^  la  Capilla  de  la  Piedra,  adonde, 
si  por  seña  I%váredes  esta  carta  en  la  mano,  ha- 


PACHECOS    Y   PAI.OMEQUES  223 

liaréis  entre  las  alfombras  de  sus  gradas  otra 
con  mejor  orden  y  claridad  de  lo  qne  habéis  de 
hacer.  Dios  os  guarde.» 

Muy  alegre  se  halló  don  Lope  con  el  desenga- 
ño y  salida  que  de  sus  confusiones  y  sospechas 
se  le  ofrecían;  y  asi,  con  igual  cuidado,  á  la  hora 
concertada,  ya  él  estaba  con  su  muestra  planta- 
do en  la  peana  del  altar,  en  quien,  aunque  pro- 
curó curioso  y  recatado  conocer  Ja  imagen  de  su 
devoción,  como  el  concurso  de  damas  y  el  ir  en 
diferentes  disfraces  se  lo  impidiesen,  fué  por 
demás  su  diligencia,  no  obstante,  que  halló  la 
carta  prometida;  porque  Laurencia,  no  sólo  en 
viéndole  cumplió  con  su  deseo,  mas  pudo,  sin 
embargo,  del  recato  con  que  su  madre  miraba 
por  doña  Juana,  enseñarle  despacio  la  satisfac- 
ción de  sus  yerros  y  el  crédito  de  su  verdad. 

No  había  hasta  aquel  punto  aquella  inocente 
y  mansa  corderilla  repastado  entre  flores  de  tan 
nocivo  y  amargo  fruto,  porque,  según  ya  tengo 
referido,  ni  á  sus  divinos  ojos  llega\)a  conocimien- 
to humano,  ni  su  edad  y  clausura,  daban  lugar  & 
mayor  noticia,  con  que  no  me  admiro  ni  espanto 
que,  siendo  de  tal  hombre  la  primera  que  tuvo, 
hiciese  en  su  alma  semejantes  estragos;  pues  fué 
tal  su  mudanza  y  turbación  (culpa  la  corta  ex- 
periencia de  aquellos  accidentes),  que  casi  puso 
en  términos  de  entenderse  Bu  mal  disimulada  pa- 
sión; que,  fomentada  por  la  necia  perseverancia 
con  que  Laurencia  la  exageraba  las  admirables 


a&adió  yes 
BDS  llamas 
vida  que  e 
bien  disFor 
cuanto  Lai 

casalavuel.-,  j p,, _„„,  _ 

llegando  k  la  suya,  abrió  la  carta  y  jautamente 
las  puertas  de  su  confusión  y  desengaño?,  leyen- 
do las  siguientes  r. 


Laurencia  á  don  Lope. 

(Desde  el  punto  en  que  mi  cruel  padre,  efecto 
de  nuestra  entendida  voluntad,  me  priró  de  vaee- 
tros  ojos,  no  han  cesado  los  míos  de  verter,  en  sa- 
tisfacción de  tal  desdicha,  abundantes  l&grímas, 
cuyo  fin,  á  no  haberme  valido  de  esta  industria, 
hubiera  sido  mi  última  desesperación.  Mas  ya 
que  el  cielo  piadosamente  acudió  á  mi  remedio, 
cierta  de  vuestra  animosa  resolución,  me  atrevo 
&  pediros  procuréis  verme  esta  noche  en  la  casa 
de  vuestros  contrarios,  adonde,  con  sn  madre  y 
hermosa  hermana,  estoy  desde  el  amargo  día  qne 
me  ausentaron  de  vos.  La  empresa,  aunque  pa- 
rezca difícil,  mediante  la  ayada  qae  de  acA  se 
me  ofrece,  se  os  hará  mny  posible;  y  asi,  en  ona 
de  las  ventanas  del  jardín  que  caen  junto  A  la 
muralla  de  la  Vega,  os  esperaré  á  las  doce;  el  lo- 
gar es  secreto,  la  hora  acomodada,  vuestros  ene- 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  226 


migos  ausentes,  vos  don  Lope  Pacheco  y  quien 
os  lo  pide  vuestra  firme  Laurencia;  con  que  ni 
tengo  más  que  encareceros,  ni  vos  razones  para 
excusar  la  paga  de  tan  verdadero  amor.» 


CAPITULO  LVni 

Resuélvese  don  Lope  al  cumplimiento  del  bille- 
te^ y  doña  Juana  aumenta  en  él  la  pasión  de 
su  incendio. 


H  cuántos  y  diferentes  pensamientos  cercaron 
á  doa  Lope  luego  que  acabó  de  leer  las  razones 
que  habéis  oído!,  hallándose,  por  una  parte,  tan 
sin  pensar,  alegre  con  la  perdida  prenda;  y  por 
otra,  no  poco  melancólico,  viendo  que  el  lugar 
adonde  había  parecido  fuese  tan  lleno  de  sospe- 
chas, pues  la  menor  que  entonces  confirió  su  pe- 
cho bastara  á  acobardar  al  más  animoso.  Tam- 
bién consideraba,  y  no  poco  temía  el  descrédito 
de  su  persona,  si  acaso  cuando  todo  saliese  muy 
cierto,  con  la  continuación,  sus  secretos  amoro- 
sos se  descubriesen,  y  él  quedase  mal  reputado 
y  desdorada  la  opinión  granjeada  por  el  noble 
trato  y  cortesía  que  con  la  casa  de  sus  contrarios 
habla  usado. 

No  obstante  que  á  taii  graves  causas  no  le  fal- 
taban réplicas  que  en  su  ánimo  hiciesen  mayor 
contradicción^  pareciéndole  que,  según  la  hon- 
rosa confianza  de  Laurencia,  no  sólo  no  podía  sin 

HISTORIAS  PEREGRINAS  15 


22f)  CÉSPEDES   Y  MENESES 

muclia  nota  excusarse  de  verla,  sino  que  jun tai- 
mente quedaban  en  nuevo  empeño  su  reputación 
«1  día  que  sin  igual  descuento  se  entendiese  la 
arrogancia  de  sus  émulos;  y  entonces  era  tanta, 
que  la  dama,  á  quien  su  mismo  padre,  aun  es- 
tando presente,  no  se  había  resuelto  á  defender- 
le, ellos,  por  cosa  suya  y  hacerle  semejante  pe- 
sar, tomaban  el  guardarla  por  su  cuenta. 

Con  que,  infiriendo  de  aqueste  hecho  poca  es- 
timación, sin  más  consulta,  arrojadamente  in- 
dignado, atropello  por  los  demás  inconvenientes 
y  cumplió  la  orden  referida,  aunque  como  pru- 
dente y  recatado,  yendo  dos  horas  antes  del  con- 
cierto, cautamente  notó  en  ellas  todos  loa  vesti- 
gios y  señales  que  de  sospecha  ó  traición  se  po- 
dían tener;  con  que  algún  tanto  más  asegurado, 
llegó  á  ponerse  debajo  de  las  ventanas  del  jardín, 
cuando  apenas  las  acababa  de  abrir  su  dama, 
que  ya  puesta  en  la  una  y  conocido  le  recibió 
con  el  gusto  que  sus  deseos  prometían.  Y  así, 
habiéndose  dicho  muchos  tiernos  y  amorosos 
conceptos,  ya  culpando  Laurencia  el  descuido 
de  su  amante,  y  ya  don  Lope  la  suspensión  de 
semejante  traza,  alegre  el  uno  y  satisfecho  el 
otro,  se  despidieron  aplazados  para  las  siguien- 
tes noches;  en  quien,  proseguidas  sus  amorosas 
vistas,  creció  con  ellas  en  Laurencia  el  incentivo 
de  su  ardiente  deseo  (y  lo  que  debe  causar  más 
lástima,  más  grave  sentimiento),  vino  á  ser  in- 
curable y  sin  remedio  el  veneno  furioso  que  del 


PACHECOS    Y    PALOMEQÜES  227 

tierno  y  aficionado  corazón  de  doña  Juana  se  hn  • 
bía  apoderado.  La  cual,  los  breves  ratos  que  fal- 
taba á  la  custodia  y  centinela  de  su  amiga,  un- 
giendo vana  curiosidad  en  sus  deseos  y  encu- 
briéndose con  ella  de  don  Lope,  gozaba,  entivi  el 
amargo  acíbar  de  la  pena  celosa  de  su  alma,  las 
dulces  blanduras  y  requiebros  de  su  comunica - 
ción,  haciendo  ésta  su  curiosa  diligencia,  sobro 
tanta  afición,  tales  efectos,  que  puso  en  contin- 
gencia su  salud,  y  aun  su  vida  en  conocido 
riesgo. 

Siempre  el  amor  fué  reputado  por  tormento 
cruelísimo,  si  bien  nunca  es  más  insufrible  que 
recatado  y  encubierto;  de  adonde  nace  que,  mieu  • 
tras  el  corazón  más  se  anima  á  disimularle,  en- 
tonces crece  con  mayor  furia,  brotando  como  efí- 
mera ardiente  al  rostro  y  á  la  boca  las  reliquias 
de  su  fuego.  Nadie  hizo  de  esta  verdad  tan  cos- 
tosa experiencia,  ni  mujer,  con  mayor  tolerancia 
y  cordura,  procuró  resistir  en  tan  frágiles  fuer- 
zas tan  juntas  y  amontonadas  penas;  con  que  de 
su  valiente  resistencia  el  fruto  que  doña  Juana 
vino  á  sacar  fué  caer  del  todo  rendida  en  una 
cama,  en  que,  poco  ó  mal  entendida  la  pasión  de 
su  alma,  aplicándola  desiguales  remedios,  llegó 
á  ser  juntamente  enfermedad  del  cuerpo,  aumen- 
tándose por  esta  razón,  en  su  afligida  madre,  el 
disgusto  continuo  en  que  la  tenían  las  inquietu- 
des y  bandos  de  sus  hijos;  y  cesando  en  Laurencia 
las  visitas  y  pláticas  de  que  había  gozado  hasta 


entonces,  mediante  la  indastria  7  traza  de  dofia 
Jaana,  cuyo  amoroso  y  dolielite  espirita,  bí  por 
algún  camino  pado  recibir  alegría,  esta  privación 
impensada,  no  sólo  se  la  dio,  mas  dobló  sn  cos- 
BUelo;  porqne  es,  sin  dnda,  el  mayor  de  ana  celo- 
sa pena;  pues  al  ñn  no  ae  fomenta  su  dolor  im- 
{waibilítada  la  causa  de  él. 

Aunque  no  por  esta  dificultad  dejaban  de  ci>- 
mUnicarse  los  amantes,  que  prevenidos  antes 
por  lo  que  pudiera  suceder,  remitieron  la  proee- 
cucíón  de  bu  empresa  ¿  una  cinta,  en  la  coal, 
esperando  ocasión,  el  uno  ataba  sus  papeles  y  el 
otro  recibía  sus  respaestas;  mas  como  Laurencia 
totalmente  ignorante  on  el  da&o  que  ¿acia  no 
encubriese  é,  doña  Jnaua  éste  y  sas  más  inte- 
riores pensamientos,  también  fuá  aabídora  dél, 
aunque  con  diferente  efecto  de  su  pecho,  porque 
deseando  no  dejarse  morir  en  semejante  desespe- 
ración, apenas  entendió  la  discreta  traza,  cuando 
en  su  idea  la  eligió  por  último  reparo  de  su  vida. 


CAPITULO  LXX 

IntercadeTicias  del  amor  de  don  Lope 
y  otros  nuevos  sucesos  mayores. 

CASABA,  la  suya  don  Lope  en  este,  tiempo  con 
poco  guato,  nacido  tanto  de  las  dilaciones  de  sa 
amor,  cuanto  porque  realmente,  desde  la  prime- 
ra ínter  cadencia  que  en  él  hubo,  más  por  propia 


PACHECOS    Y   PALOMEQXmS  229 

xepntación  y  enfado  de  sus  enemigos,  que  por 
fuerza  de  voluntad,  .perseveraba  en  su  demanda ; 
>así  que  esto  y  el  ser  tan  llena  de  peligros  como  in- 
fructuosa, le  hizo  que  poco  á  poco  fuese  prevari- 
cando en  ella.  Semejante  tibieza,  que  como  mala 
nneva,  aun  antes  de  consultarse  llegó  á  noti- 
cia de  su  dama  y  de  su  boca  á  los  oidos  de  la  ya 
convaleciente  doña  Juana;  la  apresuró  su  reso 
lución,  temerosa  de  que  desistiendo  en  su  afición 
don  Lope,  quedaba  sin  remedio,  el  que  para  en- 
tenderse en  la  suya  tenía  maquinado;  con  que 
sin  más  tardanza,  porque  á  la  fuerza  y  necesidad 
de  amor  ni  hay  ley  que  la  reprima  ni  precepto 
tan  grave  que  la  mitigue,  pues  ella  sola,  con  más 
facilidad,  rompe  y  atrepella  las  del  honor;  pos- 
puesto éste,  su  fama  y  reputación,  el  temor  de 
«US  hermanos,  la  venganza  de  su  padre  muerto 
y  el  odio  intrínseco  por  tantas  heridas  recibidas, 
determinó  la  ejecución  de  sus  intentos  en  la  ma- 
nera que  presto  entenderéis. 

No  del  todo  declaradamente  había  don  Lope  de- 
sistido en  los  suyos;  antes,  sabida  la  mejoría  de 
doña  Juana,  con  la  esperanza  de  volverse  á  ver 
presto  con  su  dama,  acudía  á  la  correspondencia 
de  sus  papeles,  en  cuya  prosecución,  yendo  por 
la  respuesta  de  uno  que  la  noche  antes  había  es- 
crito, hallándola  en  la  parte  asignada,  la  tomó, 
y  queriendo,  para  mejor  leerla,  dar  la  vuelta  á 
su  casa,  previno  su  deseo  el  parecerle  que,  así 
en  el  manejo  como  en  el  mayor  peso  del  billete, 


230  CÉSPEDES    Y    MENESES 

mostraba  en  sí  diferente  novedad  que  en  los  pa- 
sados, con  que,  sin  esperar  á  más,  llegando  al 
cobertizo  de  una  iglesia  en  quien  había  ana 
lámpara,  abajándola  y  rompiendo  i  a  nema,  ape- 
nas desplegó  sus  dobleces  cuando  salió  del  úl- 
timo un  rayo  penetrante  que  le  atravesó  las 
entrañas,  pues  con  verdad  puedo  decir  que  lo 
menos  sangriento  y  poderoso  fué  el  efecto  que 
hizo  en  ellas  el  retrato  de  un  monstruo,  de  qb 
portento  de  hermosura  y  belleza  que  se  des- 
cubrió ante  él.  Este  acaemiento  notable,  t  el 
ser  la  letra  que  miraba  de  ajena  mano  y  diferen- 
tes señas,  acrecentó,  y  con  razón,  su  turbado  es- 
píritu, si  bien  teniendo  tan  cerca  el  desengaño, 
embarazados  el  sentido  y  los  ojos  en  la  divina 
efigie,  aún  no  acertaba  á  valerse  de  él,  hasta 
que  satisfecho  de  que  en  sujeto  humano  no  podía 
caber  tan  rara  perfección,  queriendo  saber  á  que 
efecto  Laurencia  lo  escribía  de  otra  letra  y  con 
la  eoigma  de  aquel  pintado  serafín,  poniendo  sq 
lámina  en  el  pecho,  dio  principio  al  billete  y  á 
su  mayor  confusión  de  aquesta  suerte: 

Doña  Juana  á  don  Lope. 

«Sabe  el  piadoso  cielo  á  quien  hago  testigo  de 
mi  honrada  resistencia,  las  penas,  los  tormentos, 
lágrimas  y  dolores  que  en  perseverar  en  ella  me 
ha  costado,  pues  por  no  verme  rendida  á  seme- 
jante liviandad  he  querido  primero  padecellas  j 
aun  dejarme  desesperadamente  llegar  á  los  fieros 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  231 

umbrales  de  la  muerte.  Mas  si  la  última  ruina  de 
mi  casa  infeliz  está  ya  de  lo  alto  subordinada  á 
vuestro  brazo,  de  quien  ni  el  valor  de  mi  difunto 
padre  ni  la  audacia  de  mis  desterrados  hermanos 
han  podido  ampararse,  ¿cómo  la  frágil  fuerza  de 
una  mujer  había  de  ser  bastante  á  contrastarla? 
Al  fin,  don  Lope,  hoy  permiten  los  cielos  que,  en 
vez  délas  venganzas  tantas  veces  contra  vos  re- 
petidas, sea  mi  alma  victima  y  último  sacrificio 
de  vuestra  voluntad,  para  que  de  esta  suerte  no 
le  reserve  cosa  de  vuestros   enemigos   que   no 
sienta  su  rigor  y  poder.  El  efecto  que  de  éste  re- 
conozco desde  el  punto  en  que  Laurencia  me  dio 
de  vos  noticia,  es  de  tal  calidad,  que  ni  me  atrevo 
á  reducirlo  á  palabras  ni  los  raudales  de  mis 
amargas  lágrimas  han  dejado  lugar  en  el  papel 
para  escribirle;  y  así,  aunque  temerosa  de  seme- 
jante arroj amiento,  cierta  de  que  vuestro  noble 
pecho  sabrá  darle  disculpa,  le  remito,  siendo  vos 
servido  á  nuestra  vista,  si  bien  ésta  quise  pri- 
mero granjearme  y  merecerla  enviando  á  pedí- 
rosla con  semejante  mensajero,  al  cual  os  ruego 
tratéis  con  el'  secreto  y  hospedaje  que  debéis  á  su 
original,  y,  sobre  todo,  con  mejor  acogida,  que 
de  mi  desdicha  y  muchas  partes  de  la  hermosura 
de  Laurencia  puedo  prometerme.  Dios  os  guarde 
y  á  mi  me  haga  agradable  á  vuestros  ojos,  que  si 
tan  buena  suerte  me  sucede ,  seguramente  podré 
esperaros  mañana  en  la  misma  hora  y  ventana 
que  sabéis. » 


232  CÉSPEDES   Y   MENESES 


CAPITULO  LX 

Habíanse  doña  Juana  y  don  Lope  sin  sabiduría 

de  Laurencia . 

Í9ALE8  como  ya  habéis  leído  fueron  las  últimas 
razones  con  que  acabó  don  Lope  de  leer  el  tierno 
y  amoroso  papel  de  doña  Juana,  en  cuyo  hermo- 
sísimo retrato,  volviéndole  á  sacar  del  pecho, 
elevando  asa  contemplación,  y  pasando  otras  mil 
veces  por  los  ojos  el  billete,  sin  saber  lo  que  le 
había  sucedido,  casi  en  medio  de  tan  extraordi- 
naria suspensión  hubiera  de  cogerle  el  d^a,  por 
lo  cual,  temiendo  ser  hallado  en  semejante  lugar, 
hubo  de  proseguir  el  camino  de  su  posada,  adon- 
de arrojándose  en  el  lecho,  así  vestido  como  es- 
taba, sin  dormir  ni  comer,  pasó  la  mayor  parte 
del  día,  y  esto  con  tan  maravillosa  confusión  y 
desasosiego  que,  como  enajenado  de  sentido,  asi 
en  el  semblante  de  su  rostro  como  en  las  demás 
acciones  de  su  persona,  daba  justamente  á  pre- 
sumir á  los  criados,  que  con  silencio  le  miraban, 
ó  que  hubiese  lastimosamente  perdido  el  juicio, 
ó  que  sin  duda  maquinase  en  su  idea  alguna 
empresa  ó  jornada  gravísima,  como  verdadera- 
mente en  esto  último  no  se  engañaban,  porque 
nunca  don  Lope,  aun  habiendo  manejado  cosas 
tan  grandes,  se  halló  en  su  mayor  aprieto  con 
igual  aventura. 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  238 

Ella  era,  por  cierto,  según  los  casos  y  muestras 
sucedidas,  en  el  presente  estado  bien  digna  de 
consideración/  y  tanto,  que  á  no  tener  en  el  bello 
retrato  tan  valiente  estimulo  que  le  animase,  y 
en  el  premio  ofrecido  tan  agudo  acicate  que  ali- 
gerase sus  deseos,  pienso  que  doña  Juana  se  La- , 
liara  corrida  y  burlada  en  su  determinación; 
mas  esta  dama  anduvo  tan  prudente  en  el  enviar 
el  retrato  como  discreta  en  la  disposición  del  pa 
pal,  pues  uno  y  otro  aseguraron  el  temor  de  don 
Liope,  y  granjearon  su  voluntad  de  suerte,  que 
ni  la  evidencia  del  peligro  ni  la  sinrazón  y  lás- 
tima de  injuria  tan  afrentosa  le  pudieron  mover 
de  su  propósito;  y  así,  no  reparando  en  la  corres- 
pondencia antigua  de  Laurencia,  ni  menos  en  los 
medios  con  que  doña  Juaua  había  de  gobernarse, 
remitiéndose  en  todo  á  su  prudencia,  puso  resuel- 
tamente la  vida  y  honra  en  sus  manos. 

Con  semejante  determinación,  habiéndose  so- 
segado algún  tanto,  esperó  la  noche,  y  junta- 
mente con  ella  la  hora  deseada,  en  la  cual,  ves- 
tido un  fuerte  jaco  y  con  armas  al  hecho  conve- 
nientes, sin  compañía  ninguna  por  la  importan- 
cia del  secreto,  poco  á  poco  se  fué  acercando  al 
puesto,  en  quien,  después  do  haberle  bien  reco- 
nocido, oyó  que  sentidos  sus  pasos  iban  de  la 
parte  del  jardín  abriendo  las  ventanas;  con  que 
acercándose  á  ella,  apenas  doña  Juana  se  dejó 
ver,  cuando  aun  sin  poder  llegar  é  la  reja  quedó 
inmóvil,  gozando  como  en  éxtasis  de  aquel  si- 


1:34  CÉSPEDES  Y  MENESES 

mulacro  de  hermosura,  y  confiriendo  en  él  el 
presente  gusto  que  había  hasta  entonces  tenido 
por  gloria  imaginada ,  ni  la  lengua  pudo  hacer 
su  oficio,  ni  las  plantas  llegar  más  adelante. 

Pasó,  en  fin,  la  turbación  de  este  accidente,  y 
llegándose  á  menor  distancia  el  uno  al  otro,  sin 
mover  los  ojos,  por  largo  y  dulce  término  se  re- 
trataron en  ellos,  hasta  que  don  Lope,  vencido 
de  su  justa  cortesía,  rompió  de  aquesta  suerte 
su  silencio: 

— ¿Es  posible,  único  y  solo  portento  de  hermo- 
sura, adoración  de  los  humanos,  que  los  ojos  de 
vuestro  mayor  enemigo,  indigno  por  tales  causas 
de  asistir  á  tanto  resplandor,  han  merecido  ve- 
ros y  contemplaros  tan  de  cerca?  ¿Qué  venturosa 
estrella,  qué  astros  ó  qué  influjos  dichosos  mi- 
raron aquel  día  mi  nacimiento,  pues  haciéndome 
en  vuestra  dulce  vista  agradable,  juntamente 
inclinaron  la  voluntad  á  sacarme  de  las  tinie- 
blas en  quien  hasta  ahora  he  vivido?  ¿Qué  se- 
creta  deidad  rigió  mis  pasos,  ó  qué  piadosos  sa- 
crificios han  merecido  por  descuento  tan  inesti- 
mable galardón?  ¡Ohventura  incomprensible!  Fe- 
liz sea  mil  veces  el  punto  y  hora  en  que  miré  á 
Laurencia,  ocasión  de  tantas  dichas  y  mil  veces 
bien  empleados  y  dichosos  los  desvelos,  mo- 
vimientos y  acciones  gastados  en  su  empresa, 
pues  á  costa  de  tan  breves  servicios  y  con  el  su- 
dor de  tan  cortos  trabajos,  he  descubierto  mina 
de  tan  incomparable  tesoro,  joya  de  tan  inesti- 


PACHECOS    Y    PAI-OMEQUES  235 

xnable  precio  y,  sobre  todo,  alivio,  que  si  alguno 
en  esta  vida  mortal  puede  ser  comparable  al  de 
aquellos  divinos  y  Elíseos  Campos,  á  él  solo  se 
le  debe  semejante  igualdad.  Digan,  pues,  ¡oh 
hermoso  dueño  mió!,  más  apriesa  mis  ojos  lo  que 
como  incapaz  de  tanta  gloria  ignora  y  calla  mi 
lengua,  porque  aun  mi  alma  propia  no  sabe  más 
que  sentirlas,  como  ni  su  humildad  agrade- 
cerlas. 

— Bien   confiada   estaba  yo,  respondió  doña 
Juana  (atajando  su  plática),  que  de  tan  noble  y 
cortesano  caballero  había  de  ser  mi  voluntad 
correspondida  con  demostración  semejante,  aun- 
que si  bien  no  me  podréis  con  ella  poner  en  ma- 
yor obligación,  pues  la  mía  ha  llegado,  sin  po- 
derla reprimir,  al  más  subido  grado,  todavía 
vuelvo  á  ratificar  en  vuestra  presencia  la  fe  que 
para  siempre  os  será  inviolable.  Vos,  don  Lope, 
habéis  sido  después  de  mis  hermanos  el  primer 
hombre  de  quien  aun  mis  ojos  tuvieron  particular 
noticia,  y  el  que  sólo  por  ellos  tomó  la  posesión 
de  mi  alma,  y  asi,  vivid  seguro  que,  bien  ó  mal 
pagada,  no  saldréis  de  ella  mientras  la  vida  me 
durare,  ni  otro  ocupará  el  lugar  que  vos  solo 
merecisteis,  aunque  por  ello  haya  de  perderla 
mil  veces.  No  os  pido  en  recompensa  de  este 
amor  más  finezas  que  las  que  vuestro  gusto  dis- 
pusiere, porque  ni  de  que  viva  ó  muera  en  él 
Laurencia  harán  menguas  las  mías  ni  de   su 
amor  y  vuestra  perseverancia  formaré  agravios. 


236  CÉSPEDES    Y  MENESES 

Oon  esta  carga  emprendí  esta  hazaña,  y  cnando 
yo  sea  tan  desdichada  j  vos  tan  desconocido  en 
la  desigualdad  de  nuestros  méritos  que  no  que- 
ráis proseguirla,  pagaránlo  en  silencio  mi  sufri- 
miento y  lágrimas,  mas  no  vuestro  sosiego  y  mi 
correspondencia. 


CAPITULO  LXI 

Prosiguen  estos  nuevos  amantes  sus  tiernos  co- 
loquios, quedando  interi^mpidos por  un  c(Uo 
notable, 

Jl\0  quedaron  estas  palabras  últimas  y  celosos 
temores  sin  la  satisfacción  y  promesa  que  doña 
Juana  merecía;  y  así,  deseando  sobre  todas  las 
cosas  el  apasionado  caballero  el  firme  apoyo  de 
su  nueva  voluntad,  procuró  acreditarla  con  amo- 
rosas réplicas,  entre  las  cuales,  habiendo  enten- 
dido el  origen  y  principio  de  su  afición  y  la  en- 
fermedad de  doña  Juana,  tambiéh  supo  cómo 
para  escribirle  se  había  apoderado  de  la  misma 
industria  de  Laurencia,  que  como  ella  le  comn- 
nicase  sus  papeles,  fuéle  fácil  el  verla  atar  el 
último  y  el  quitarle  después  sin  ser  sentida,  po- 
niendo en  su  lugar  el  del  retrato;  con  que  pare- 
ciendo cosa  conveniente,  para  su  mayor  quie- 
tud, de  acuerdo  y  consentimiento  de  sn  dam«i, 
quedó  asentado  que  don  Lope  prosiguiese  entre* 
teniendo  á  la  pobre  Laurencia,  á  quien  para  po- 


■   PACHECOS   Y  PALOMEQUES  237 

der  venir  segurameDte  á  aquel  puesto  había  de- 
jádose  en  profundo  sueño,  sacando  primero  del 
poder  de  su  madre  las  llaves  del  jardín,  que 
siendo  todas  estas  diligencias  en  su  modo,  de 
igual  peligro,  aun  con  más  evidencia  conoció 
don  Lope  la  verdadera  fe  con  que  era  amado. 

Dos  horas  habría  que  los  nuevos  amantes,  en 
apacible  plática,  gozaban  las  primicias  de  su  vo- 
luntad, cuando  oyendo  don  Lope  un  recio  golpe, 
como  de  persona  que  se  había  arrojado  ó  caído 
de  alta  parte,  ó  tras  de  aquesto  algún  fácil  ru- 
mor, algo  alterado,  hizo  que  muy  aprisa  cerrase 
doña  Juana  las  ventanas,  y  con  la  misma  breve- 
dad, aun  sin  despedirse,  abajándose  al  suelo, 
para  mejor  encubrirse  y  descubrir  lo  que  era,  se 
metió  entre  unos  altos  malvares  y  carrizos,  des- 
de adonde,  con  más  seguridad,  vio  en  un  instan- 
te  cubierto  de   hombres  y  armas  aquel   sitio. 
Cualquiera  por  de  corto  discurso  que  sea  cono- 
cerá en  tan  triste  suceso  el  temeroso  y  afligido 
aprieto  con  que  se  hallaría  don  Lope  salteado; 
el  cual,  dándose  por  perdido  y  presumiendo  que 
hubiese  sido  alevosamente  vendido,  ya  que  tau 
cerca  juzgó  su  amargo  fin,  se  arrevolvió  ansí 
mesmo  á  vender  por  muchas  vidas  su  temprana 
muerte;  y  así,  con  valiente  ánimo  dispuesto,  es- 
peró, como  quien  deseaba  dilatar  aq^uel  breve  es- 
pacio de  vida,  á  que  sus  contrarios  le  hallasen  y 
embistiesen;  los  cuales,  acercándose  juntos  á  la 
puerta  del  jardín,  y  habiéndose  aguardado  un 


233  CÉSPEDES    Y   MENESES 

corte  término,  vio  que  después  de  él,  entendido 
de  adentro  el  contraseño,  abriéndoles  con  recato 
y  silencio,  se  iban  entrando  sin  curar  de  otra 
cosa,  basta  que  no  quedando  ninguno,  vuelto  á 
cerrar  el  jardín,  dejaron  aquel  sitio  en  el  mismo 
silencio  y  seguridad,  con  que  más  alentado,  apre- 
ciando desde  aquel  punto   su   vida   milagrosa, 
poco  á  poco  se  fué  desviando  bacia  la  parte  de  la 
muralla,  que  era  la  misma  por  donde  aquellos 
bombres  babian  venido,  y  en  quien,  apenas  puso 
los  pies  don  Lope,  cuando  entre  unas  grandes 
sombras  que  bacían  los  torreones  y  barbacanas, 
divisó  un  golpe  de  caballos,  que  á  su  ver  asistían 
á  los  que  estaban  en  la  ciudad,  de  cuyo  riesgo  y 
perdición,  temeroso  y  cuidando  no  bubiese  igual 
daño  por  las  demás  partes  del  muro,  indetermi- 
nable en  su  resolución,  estuvo  algo  confuso;  por- 
que sospecbando  por  cierto  que  eran  los  dos  ber- 
manos  de  su  dama,  y  satisfecbo  de  que  en  su  fe 
y  amor  no  babía  el  doblez  que  al  principio  de 
aquel  fracaso  presumió,  como  ya  informa  en  su 
pecbo  otros  más  blandos  y  menos  vengativos  es- 
píritus, quisiera  disponer  el  peligro  de  la  ciudad 
sin  que  le  recibiesen  tan  grande  cosas  de  una 
mujer  á  quien  él  debía  tan  maravillosa  voluntad. 
En  efecto,  regido  de  este  generoso  pensamien- 
to, él  solo,  por  no  alborotar  sin  tiempo  ni  lugar, 
requirió  sus  murallas  y  puertas,  y  previniendo 
los  soldados  y  guardas  muy  despacio,  se  volvió 
á  su  casa,  en  quien  puesto  á  caballo,  con  algo- 


PACHECOS    Y   PALOMEQUES  289 

TÍOS  criados  y  amigos  que  mandó  avisar,  y  ha- 
ciendo juntamente  que  en  San  Bomán  tocasen 
las  campanas,  cierta  señal  para  que  la  gente  del 
rebato  acudiese  á  sus  casas,  cuando  le  pareció 
que  ya  los  dos  hermanos,  oyendo  el  alboroto,  se 
liabrian  puesto  en  cobro  (como  al  fin  sucedió)  á 
buen  paso,  debiendo  salir  por  la  puerta  del  Cam- 
brón, guió  á  la  de  Visagra  y  luego  al  lugar  en 
quien  la  tropa  había  descubiértose;  desde  adon- 
de, conocida  la  huella  de  los  muchos  caballos 
que  huian,  fueron  á  rienda  suelta  en  su  segui- 
miento, aunque  fué  por  demás  su  diligencia, 
porque  con  las  muchas  que  para  su  remedio  hizo 
el  gallardo  don  Lope,  llevaban  grandísima  ven- 
taja; con  lo  cual,  desconfiando  de  alcanzarlos,  y 
pareciéndole  estaban  bien  fingidos  sus  deseos, 
mandó  tocar  á  recoger,  disimulando  el  buen  su- 
ceso de  ellos  y  el  sobrado  contento  de  haber  tan 
á  su  honra  dado  la  vida  á  los  dos  valientes  Pa- 
lomeques  y  hecho  á  su  querida  hermana  tan  im- 
portante servicio,  no  obstante,  que  como  después 
sabréis,  hubiera  aqueste  de  costarle  el  sosiego, 
la  hacienda  y  aun  la  vida  y  reputación;  mas  sin 
prevenir  estos  cuidados,  todos  los  atropello   el 
noble  caballero,  teniendo  en  más  estima  el  haber 
podido  vengarse,  que  la  satisfacción  de  sus  eno- 
jos y  ruina  de  sus  mortales  enemigos;  porque  en 
el  generoso  y  magnánimo,  la  mayor  venganza  y 
castigo  es  no  ejecutarla,  pudiendo. 


240  CÉSPEDES   Y  MENESES 


CAPITULO  LXn 

Don  Lope,  divertido  en  sus  amores,  falta  al  re- 
cato y  seguridad  de  sus  cosas,  con  que  impen- 
sadamente salteadas,  se  viene  á  ver  en  un 
mortal  peligro. 

JL/o  restante  del  día  y  parte  de  la  noche  descan- 
só don  Lope,  si  bien,  aun  en  tantos  desvelos,  no 
excusó  el  ver  á  doña  Juana,  de  quien  temía  (y 
no  poco)  hubiese  sido  sentida  en  el  rebato;  y  asi, 
á  la  hora  acostumbrada,  ya  él  estaba  en  el  pues- 
to, habiendo  antes,  y  con  la  industria  y  traza 
que  otras  veces,  recibido  un  papel  de  Laurencia, 
y  puesto  para  mejor  engañarla  y  divertirla,  otro 
en  su  lugar,  con  que,  disculpando  su  reniísión, 
ella  quedó  en  su  olvido,  y  don  Lope^  en  saliendo 
su  dama,  fuera  de  sus  temores  y  sospechas;  por- 
que no  sólo  supo  de  su  boca  el  término  que  tuvo 
para  salirse  del  jardín  sin  ser  sentida,  mas  el 
que  la  sobró  para  poner  con  igual  suerte  las  lla- 
ves en  buen  cobro,  con  lo  cual,  sumamente  con- 
tentos, en  particular  doña  Juana,  no  sabía  con 
qué  exageraciones  y  palabras  encarecerla  satis- 
facción que  su  amante  mostraba  en  su  voluntad , 
pues  justamente  pudo  antes  temer  que,  según  el 
suceso  de  la  primera  noche,  quedara  para  siem- 
pre imposibilitada  de  su  vista.  En  fin,  clara  y 
abiertamente  le  confesó  la  venida  de  sus  herma- 


PACHECOS   Y  PALOMEQUES  241 

nos,  annqae  de  ésta,  como  cosa  también  sabida 
de  él,  no  Iiizo  en  su  pecho  alguna  novedad;  no 
obstante  que  la  ocasión  que  los  habla  traído,  la 
causó,  y  muy  grande,  porque  era  no.  menos  que 
á  tratar  con  su  madre  y  hermana  la  última  y 
final  conclusión  de  un  casamiento,  que  muchos 
días  antes  se  le  estaba  tratado.  Conviniéronse  en 
que,  hasta  tomar  mejor  acuerdo,  esto  se  fuese 
por  doña  Juana  dilatando,  de  quien,  diciéndola 
primero  lo  que  la  pasada  noche  había  dispuesto, 
para  la  seguridad  y  peligro  de  sus  hermanos,  se 
despidió  don  Lope,  dejándola  de  nuevo  amarte- 
lada y  agradecida.  Mas  como  en  los  amantes  son 
siglos  los  momentos  que  interrumpen  sus  gustos, 
no  se  pasaron  muchos  sin  volverse  á  ver. 

Latirencia,  en  este  tiempo,  consumiéndose,  di- 
vertía los  tristes  días  de  estas  inter cadencias  y 
engañaba  sus  prolijas  horas  con  la  esperanza 
alegre  que  de  ver  á  su  amante  la  daba  doña 
Juana;  que  como  ésta  estuviese  solamente  en 
BU  mano,  fingiéndose  unas  veces  mal  convale- 
ciente y  otras  diferentes  achaques,  érale  fácil 
disponerlo  á  su  gusto  y  fomentar  en  él  las  ansias- 
y  congojas  del  engañado  huésped.  También  don 
Lope,  advertido  de  su  dama,  no  pocas  veces  lle- 
no de  pasión  amorosa,  ignoraba  el  medio  y  la 
elección  menos  sangrienta  para  salir  de  tanta 
confusión;  porque,  si  por  una  parte  conocía  el 
peligroso  punto  de  su  casamiento  aplazado,  por 
otra  el  riesgo  de  excusársele,  sin  renovar  ven» 

HISTORIAS  PEREGRINAS  16 


I 


242  CÉSPEDES    Y   MEKESBS 

ganzas  y  acrecentar  enemistades  y  violencias,  le 
ponía  en  mayor  cuidado. 

Todo  esto  conferían  entre  si  los  dos  tiemes 
amantes,  y  en  todo  hallaban  inconvenientes  v 
dificultades  invencibles;  porque,  como  pruden- 
tes, sabiendo  que  los  consejos  temerarios,  cuanto 
al  principio  son  de  alegres  y,  tr&tados,  duros  j 
pertinaces,  efectuados  suelen  salir  amargos  y 
tristes,  quisiera  cuerdamente  no  despeñarse  en 
semejantes  daños;  mas  como  los  que  ya  el  cielo 
tenía  determinados  se  apresurasen  por  la  posta, 
ni  pudieron  antes  tomar  mejor  acuerdo,  ni  menos 
prevenir  su  desdicha.  Y  así,  Ja  última  noche  en 
que  estas  cosas  dulcemente  conformes  se  comu- 
nicaban el  uno  al  otro,  con  ímpetu  soberbio  rom- 
pió su  tierna  plática  el  repentino  escándalo  de 
mil  confusas  voces  los  clamores  de  diversas 
campanas,  el  temeroso  estruendo  del  artillería, 
los  golpes  de  las  armas  y  las  respuestas  de  los 
arcabuces,  conque  salteado  lastimosamente  aca- 
bó don  Lope  de  conocer  su  perdición  y  el  mal 
cobro  en  que  sus  desvelos  amorosos  habían  redu- 
cido su  ciudad,  sus  amigos,  sus  deudos  y  su  vida. 
Despidiéndose  con  tiernas  lágrimas  intentó  vol- 
ver á  su  posada,  si  bien  antes  de  llegar  á  ella 
supo  que  la  ciudad  era  entrada,  y  ella,  con  las 
de  sus  mayores  amigos,  echadas  por  el  snelo:  fu- 
rioso y  vengativo  efecto  de  sus  contrarios,  los 
cuales,  alentados  y  prevenidos  con  el  descuido  y 
poco  recato  que  hallaron  la  noche  de  su  entrada 


PACHECOS   Y  PALOMEQÜES 


243 


y  mayormente  por  lo  mal  que  fueron  rebatidos 
<ie  don  Lope,  ejecutaron  ahora  animosamente  su 
intento;  y  con  tan  acertada  disposición,  que  pri- 
mero  estuvieron  apoderados  de  Toledo  que  fue- 
sen sentidos;  y  como  el  quitarse  de  delante  á  don 
Xiope  era  lo  más  esencial  de  su  empresa,  así  em- 
plearon la  mayor  furia  de  ella  en  su  casa,  aun- 
^que  no  hallándole,  la  entregaron  al  fuego,  y  pa- 
sando adelante  se  enseñorearon  del  alcázar,  pía- 
aas,  puertas  y  famosas  puentes. 


CAPITULO  LXIII 

Ocúltase  de  sus  enemigos  don  Lope,  y  ausentes 
ellos j  vuelve  á  ver  á  su  dama, 

|(Dh  miserable  fortuna  de  la  vida  humana:  cuan 
llena  de  inconstancias  eres;  cuan  rodeada  de 
mudanzas  y  peligros!  Veis  aquí  nuestro  noble  y 
perfecto  caballero ,  no  sólo  desposeído  de  tan  su- 
perior mando  y  grandeza,  sino  juntamente  con- 
vertido en  un  retrato  lamentable  de  sus  miserias; 
porque  si  le  consideramos  cercado  de  tan  morta- 
les enemigos,  también  le  hallaremos  sin  casas 
en  quien  defenderse,  sin  amigos  de  quien  am- 
pararse,  sin  criados   de  quien  favorecerse  y, 
finalmente,  sin  puerta  sin  salida,  para  escaparse 
de  tales  desventuras.  Mas  como  de  los  trabajos  y 
peligros  muestra  el  altivo  y  generoso  espíritu 
mayor  fortaleza,  mayor  ánimo,  valiéndose  del 


L 


J 


244  CÉSPEDES   Y   MENESES 


suyo  con  sabido  nonsejo,  se  arrojó  en  la  primera 
casa  que  halló  abierta;  adonde  no  sólo  fné  amo- 
rosamehte  recibido,  mas  pudo  fácil  y  segura- 
mente confiarse  de  sns  dueños,  los  cuales,  como 
si  fuera  hijo  ó  padre  suyo,  le  guardaron  tan  bien, 
que,  aunque  las  diligencias  de  sus  contrarios 
pasaron  de  limite,  sus  pregones,  amenazas  y 
promesas  de  término  no  tuvieron  efecto,  ni  taa 
graves  temores  fueron  bastantes  á  descubrirle. 
Andaban  con.  tan  impensada^  desdicha  todos 
sus  parciales  ausentes,  sus  criados  desterrados 
y  sus  aficionados  encogidos;  y  así,  considerando 
cuan  mal  por  entonces  podía  ser  de  aquéllos 
ayudado,  haciendo  á  tanto5?  males  valiente  resis- 
tencia, esperó  constantemente  más  sazonado 
tiempo  para  bu  libertad;  la  cual  no  se  le  dilató 
muchos  días;  porque  la  fortuna,  que  siempre 
favorece  á  quien  contrasta  la  violencia  de  sob 
excesos,  ordenó  las  cosas  de  sus  enemigos  de  tal 
suerte,  que  les  fué  forzoso,  aunque  dejando  bien 
asegurado  su  partido,  hacer  ausencia  de  la  ciu- 
dad ocasionada  de  algunas  sediciones  y  alboro- 
tos importantes  de  los  mejores  lugares  de  la  co* 
marca;  que  siéndole  esta  nueva  á  don  Lope 
notoria,  sin  perder  coyuntura  con  gran  secreto, 
previno,  su  partida,  aunque  con  igual  y  ntayor 
cuidado,  en  medio  del  rigor  de  tan  grave  peligro 
no  se  olvidó  de  su  dama,  cuya  casa  queriendo, 
desconocido  por  la  seguridad,  ver  la  siguiente  no- 
che y  consolarse  besando  sus  dichosa s*  paredes» 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  245 

£iié  á  tan  venturoso  punto,  que  como  de  allá  no 
hubiese  menos  firmes  deseos,  menos  afligimien- 
tos  y  cuidados,  halló  que,  prevenido  su  pensa- 
xniBnto,  le  esperaba  en  la  cinta  que  salía  un  pa- 
pel, que  abriéndole  y  conociendo  la  letra  de  doña 
Jaana,  leyó  en  él  estos  breves  religiones: 

cSi  el  cielo  ha  conservado  vuestra  vida  y  os 
«.trovéis  á  verme,  ejecutadlo  sin  dilación,  porque 
en  ésta  consiste  la  mía  y  vuestro  gusto.» 

Bien  advirtió  don  Lope  que,  pues  su  dama  así 
lo  disponía,  no  sólo  habría  seguridad  bastante, 
mas  juntamente  precisa  y  grave  causa,  y  como 
á  los  atrevidos  no  sólo  la  fortuna,  más  aún,  el 
mismo  amor  les  favorece,  intrépida  y  resuelta- 
mente se  dispuso  al  peligro,  adonde  muy  sin  él, 
dentro  de  breve  espacio,  llegó  doña  Juana,  tan 
sentida  y  llorosa,  con  sus  tristes  sucesos,  que  si 
fuera  en  su  mano,  fácilmente  conociera  el  aman- 
te la  desigualdad  de  su  estimación  y  aun  el  des- 
precio de  la  victoria  y  reputación  de  su  sangre. 
Mas  no  desvaneciéndose  en  su  encarecimiento, 
sin  mayor  dilación  la  hizo  saber  cuan  adelante 
(en  la  determinación  de  sus  hermanos)  estaba 
8u  aborrecido  casamiento  y  otras  semejantes  ra- 
zones á  su  propósito,  con  que  dispuesto  el  ánimo 
de  don  Lope,  brevemente  ordenaron  el  último  y 
forzoso  remedio. 

En  conclusión,  doña  Juana  se  arresolvió  á 
dejar  su  casa,  y  para  ejecutarlo  más  á  su  honra, 
haciendo  á  las  estrellas  y  á  los  cielos  testigos, 


246  CÉSPEDES  Y  me;^bses 


dio  de  esposa  la  hermosa  y  blanca  mano  al  per- 
seguido y  venturoso  caballero,  que,  como  absorto 
y  elevado  en  semejante  gloria,  olvidado  de  sus 
graves  desdichas,  asistía  á  ella.  Con  esto,  asig- 
nando su  ida  con  limitado  término,  dieron  1& 
vuelta  entrambos  á  prevenirla,  y  ciertamente 
que  por  ningún  camino  se  le  pudiera  trazar  ma- 
yor venganza  de  sus  contrarios,  si  como  ello 
quedaba  concertado  sucediera;  pero  como  aque- 
lla su  influyente  antipatía  no  cesaba  en  su  cur- 
so, de  donde  presumieron  su  mayor  descanso, 
casi  hubieran  de  hallar  su  última  ruina. 


CAPITULO  LXIV 

Laurencia  sigue  esta  misma  noche  á  doña  Jua- 
na^  y  es  testigo  (escondida)  de  su  amx)r  y  con- 
ciertos;  avisa  de  ellos  d  los  dos  Palom^ques, 
y  en  tanto  doña  Juana  se  sale  de  su  casa, 

h  UÉ  el  caso,  pues,  que  como  doña  Juana,  re- 
gida solamente  de  su  ardiente  deseo,  aquella 
misma  noche,  en  sintiendo  que  el  papel  de  la 
cinta  habían  tomado,  quisiese  conocer  luego  la 
experiencia  de  su  efecto,  debiendo  primero  espe- 
rar á  que  Laurencia  estuviere  bien  sosegada, 
ella  que  con  iguales  penas  velando  padecía,  no 
sólo  advirtió  curiosa  en  su  nueva  inquietud,  sino 
que,  fingiéndose  dormida,  aguardó  el  suceso,  j 
en  viéndola  salir  siguió  sus  pasos,  y  sin  ser  sen- 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  ^7 

tida,  desde  su  aposento  mismo  hasta  el  jardín 
y   ventana  adonde  ya  doña  Juana  estaba  ha- 
blando^ llegó  (no  sin  grave  y  maravillosa  con- 
fusión del  caso  impensado)  á  salir  de  su  engaño 
al  conocimiento  de  don  Lope,  y  finalmente^  ser 
testigo  de  sus  conciertos  y  bodas.  Queda  á  la 
consideración  del  lector  los  rabiosos  y  mortales 
efectos  que  causarían  en  su  alma  tan  declarados 
celos,  y  mayormente  ocasionados  por  su  amiga 
y  huéspeda,  por  el  archivo  y  depósito  de  sus  ma- 
logrados empleos,  pues  fué  notable  muestra  de 
su  varonil  pecho  el  poder  reprimir  sus  senti- 
mientos, sin  hacer  con  su  boca  público  alarde  de 
su  afrenta  y  dolor. 

Mas  disponiendo  en  su  ánimo  una  horrible 
venganza,  antes  de  ser  sentida  se  volvió  al  apo- 
sento, en  quien  con  infinitas  lágrimas  y  abrasa- 
dos suspiros  celebró  amargamente  las  obsequias 
de  su  difunto  amor  hasta  el  siguiente  día,  en 
quien,  con  el  mismo  deseo  y  resolución,  escribió 
cuanto  pasaba  á  los  dos  caballeros,  valiéndose  para 
esta  sangrienta  diligencia  de  un  criado  de  su  pa- 
dre, que  siendo  el  mensajero,  no  paró  hasta  llegar 
á  Torre jón,  en  cuyo  asedio,  hallando  solamente  á 
don  Femando,  le  dio  las  cartas.  Mas  antes  que  en 
la  prosecución  de  la  venganza  de  esta  mujer  pa- 
semos adelante,  es  justo  que  se  advierta  que  aun- 
que los  dos  amantes  anduvieron  en  el  recato  de 
sus  conciertos  tan  desdichados,  no  del  todo  les 
cerró  sus  puertas  la  fortuna,  porque  quiero  que 


248  CÉSPEDES  Y  MBNBSES 

entendáis  que  su  enemiga,  si  bien  pudo  oir  la 
palabra  que  se  dieron,  no  asi  con  cierta  distin- 
ción el  acuerdo  y  resolución  de  su  partida. 
Además,  que  nunca  ella  presumió  que  el  dejar 
sií  casa  fuera  tan  brevemente ,  ni  por  el  camino 
que  quedaba  trazado,  porque  si  esto  alcanzara, 
fácilmente  pudiera  prevenirlo  con  sn  misma 
madre.  Así  que,  advertido  este  punto ,  el  aviso 
que  hizo  sólo  fué  por  mayor  del  casamiento  con 
su  contrario,  de  la  injuria  de  su  casa  de  la  parte 
de  su  comunicación  y  el  peligro  y  sospecha  de 
su  faga  afrentosa. 

Este  despacho  fué  en  alguna  manera  favora- 
ble á  doña  Juana,  porque  embarazada  en  él  Lau- 
rencia, pudo  mejor  prevenirse,  sin  tal  testigo,  de 
muchas  cosas  convenientes  á  su  intento,  y  asi 
mesmo,  en  obra  semejante,  gastó  don  Lope  el 
día,  que,  como  le  faltaban  criados,  sólo  se  apro- 
vechó de  dos,  que  así  como  él  se  habían  hasta 
entonces  escondido;  y  así,  al  uno  mandó  que  le 
asistiese  aquella  noche  con  sendos  caballos  en- 
tre unas  huertas,  y  con  el  otro  avisó  á  los  de- 
más, que  en  una  fortaleza  se  habían  asegurado 
en  lo  más  áspero  y  fragoso  de  los  veciaos  mon- 
tes. Y  dada  tan  buena  orden,  en  siendo  la  mitad 
de  la  noche,  no  obstante  que  con  su  claridad  h 
luna  les  ayudaba  poco,  doña  Juana  abrió  la 
puerta  del  jardín  y  se  puso  en  las  manos  de  don 
Lope,  y  él,  con  tiernos  afectos,  recibiéndola  en 
sus  brazos,  sin  dejarla  de  ellos,  siguió  con  bre- 


PACHECOS   T  PALOMBQUES  240 

ves  pasos  á  la  vecina  muralla,  en  quien  atándola 
blanda  y  seguramente  con  una  fuerte  cuerda^ 
en  un  instante  ya  estaba  en  medio  de  aquel  cam- 
po, siguiéndola  él  con  la  misma  facilidad  y  bue- 
na suerte. 

Había  don  Lope  mandado  á  su  criado  que, 
como  habéis.oido,  esperase  con  los  caballos  entre 
unas  huertas;  tanto  por  el  secreto  conveniente, 
cuanto  porque,  estando  tan  desviados  y  fuera  de 
sospecba,  se  aseguraba  su  negocio  mejor  que  no 
si  los  hallaran  junto  á  sus  muros  ó  entre  la  bar- 
bacana. Por  esta  razón,  temiendo  ahora  el  can- 
sancio de  su  dama  y,  sobre  todo,  el  peligro  de  la 
tardanza,  quiso  remitir  á  sus  hombros  aquel  dul- 
ce trabajo,  que,  entendido  por  ella,  no  fué  posi- 
ble con  razones  y  ruegos  persuadírselo;  con  que, 
de  su  voluntad  y  parecer  (quedando  entre  las 
hierbas  escondida),  haciendo  alas  los  pies,  par- 
tió por  los  caballos;  si  bien,  aunque  la  brevedad 
fué  diligente,  no  sucedió  la  vuelta  de  la  suerte 
que  doña  Juana  y  su  temor  pedían. 


1 


250  CÉSPEDES   Y   MENESES 


CAPITULO  LXV 

Cae  doña  Juana  en  poder  de  los  suyos, 
y  prosigue  el  cuento. 

Antes,  en  este  mismo  tiempo,  pa^a  acrecentar 
sus  desdichas,  habiendo,  con  el  aviso  que  babea 
oído,  corrido  apresuradamente  desde  Torrejíi 
con  tres  caballos,  llegó  su  hermano  donPemw- 
do,  á  la  Vega,  y  bajándose  por  la  contramura"* 
hacia  la  Puerta  del  Cambrón,  que  era  el  búsbo 
lugar  en  quien  doña  Juana  estaba  escondida, 
en  tan  fuerte  y  amargo  punto  que,  como  la 
gida  señora  I  cuidadosa  esperase  á  su  amante,  J 
su  tardanza  aumentase  sus  miedos,  ignorando  si 
eran  tres  ó  cuatro  los  que  le  asistían  y  gnarda- 
ban,  en  viendo  venir  á  aquella  gente  salió  a* 
adonde  aunque  pasaran  fuera  imposible  verla,  y 
pensando  que  eran  don  Lope  y  sus  criados,  se  le» 
puso  delante,  no  obstante  que  en  un  momento,  y 
cuando  su  inadvertencia  no  tuvo  remedio,  cono- 
ció su  desgracia.  Y  don  Fernando,  dando  nn  las- 
timoso grito,  en  su  vestido  y  persona,  ¿  q^®^ 
arrojándose,  del  caballo  y  haciendo  á  su  comp*" 
nía  proseguir  la  jornada  sin  poderla  hablar;  ^ 
aun  mirar  al  rostro,  se  le  cubrió  con  una  band* 
roja  que  á  su  cuello  traía;  y  dejando  un  tanto p&' 
sar  el  rabioso  accidente,  después  de  haberse  1>^ 
timado  y  enternecido  en  tan  afrentosa  injnri^' 


] 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  261 

quiso  saber  de  su  alevosa  sangre  la  parte  adonde 
su  enemigo  esperaba ,  ó  el  medio  y  traza  que  para 
sacarla  á  aquel  puesto  había  tenido. 

Cataba,  á  estas  razones,  tan  cubierta  de  lágri- 
mas la  llorosa  dama,  como  de  turbación  y  descon- 
suelo; y  asi,  teniendo  por  segura  la  muerte  y  lo 
más  que  hay  que  ponderar  y  decir,  persuadién- 
dose en  aquel  mismo  punto  á  que  don  Lope,  se- 
gún su  remisión,  sólo  la  había  sacado  de  su  casa 
para  hacerla  semejante  afrenta  y  tomar,  desam- 
parándola en  aquellos  campos,  de  su  frágil  sujeto 
la  venganza  que  de  los  dos  hermanos  no  podía, 
arrojándose  con  tiernos  y  afectuosísimos  suspi- 
ros á  los  pies  de  don  Fernando,  no  sólo  le  dio  bre- 
vemente cuenta  de  su  pregunta,  de  su  infame 
burla,  satisfacción  indigna  de  don  Lope,  mas  jun- 
tamente le  pidió  muchas  veces  que,  sin  más  dila- 
ción, cobrase  en  parte  dje  su  pecho  alevoso  el  per- 
dido honor. 

Mas  como  ya  él  trújese  fraguado  en  su  deter- 
minación otro  mayor  castigo  (si  es  que  le  puede 
haber  más  que  la  muerte),  no  cumpliéndola  en 
esto  sus  deseos,  sin  esperarse  á  más,  la  tomó  á 
las  ancas  y  mandando  guiar  á  la  Puente  Vieja, 
en  quien  entonces  había  un  barco  para  pasar  la 
gente,  atravesando  el  Tajo  y  maquinando  de  don 
Lope  y  de  sus  deudos,  una  atrocísima  venganza, 
llegó  á  su  Cigarral  ó  casa  de  campo,  y  abriendo 
BUS  puertas  y  apeando  á  doña  Juana,  dejándola 
adentro,  él  mismo  la  cerró  con  su  propia  manq; 


252  CÉSPEDES    Y   MENESES 

y  con  la  presteza  y  vigilancia  que  su  enojo  {»e<Li 
volviendo  ¿  pasar  el  río  á  rienda  suelta,  requir 
la  campana,  sin  dejar  en  toda  ella  árbol,  m&t^ 
ni  hierba  que,  bascando  á  don  Xiope,  él  y  su  g^' 
te  no  revolviesen,  hasta  que  hallando  unas  ii^^ 
lias  de  caballos,  siguiendo  el  rastro,  apresurar:: 
su  corrida  con  determinación  de  no  parar  has^- 
alcanzarle. 

Toda  esta  vida  y  sus  acciones  y  accidentes  r- 
presentan  al  vivo  una  farsa  ó  comedia,  en  qii-^- 
los  personajes  que  ayer  hicieron  reyes  hoy  sa^:? 
ron  esclavos,  y  en  un  pequeño  espacio,  los  q^' 
vimos  en  mayores  caldas  y  desgracias,  losmii^* 
mos  luego  dichosos  y  contentos.  Así  que,  sieB- 
esta  verdad  tan  manifiesta,  aunque  el  presen - 
caso  traiga  consigo  igual  admiración,  no  por  e'- 
será  menos  posible  ó  desacreditada  su  inconstaii 
cia  y  variedad,  cuya  fuerza,  maravillosameii-" 
resistida,  experimentaron  estos  amantes;  p^^ 
cuando  sus  desdichas  debieran -tener  alguna  m^^ 
gua,  entonces  parece  que  comenzaban  con  m&y^' 
rigor,  y,  por  el  contrario,  en  la  última  desesp^^* 
ción  de  sus  inconvenientes  ella  misma  era  vida  I 
remedio  de  sus  males. 

Habíanse  éstos,  con  tan  grande  tropel,  *^^'^' 
tonado  en  la  hermosa  y  afligida  doña  Juana?  q^^ 
estuvo  en  fácil  término  su  remate,  según  eii  ^* 
ocasión  que  la  dejó  su  hermano ;  porque  pr^^^' 
miendo  justamente  de  sus  cosas  que  aquel  eoc^^ 
rro  triste  había  de  ser  el  teatro  de  su  muerte»  1* 


PACHECOS    Y    PALOMEQUES  253 

ame,  en  fin,  como  delicada  y  mortal,  empezó  i 
emer  su  amargo  trago,  y  vertiendo  copiosas  lá- 
grimas y  suspiros  sin  número,  reconociendo  el  de 
antas  miserias  y,  por  el  consiguiente,  el  galar- 
lón  qne  de  don  Lope  había  recibido,  aumentando 
m  pena  y  trocando  su  temor  en  osadía,  facilita- 
Da  y  aun  deseaba,  con  bárbara  obstinación,  nn 
breve  fin. ' 


CAPITULO  LXVI 

Horrendo  y  temeroso  acaecimiento  en  la  prisión 
de  doña  Juana,  y  el  que  en  el  Ínterin  tuvo  la 
vuelta  de  su  amante. 

Apenas  en  su  alma  confirmó  doña  Juana,  con- 
sentida aquella  desesperada  volundad,  cuando 
inopinadamente,  oyendo  unos  gemidos  tristes 
que  con  espantoso  rumor  salían  de  aquellos  apo- 
sentos (aun  sin  haber  mirado  la  sombra  de  la. 
muerte),  se  juzgó  por  perdida,  y  con  tan  grave- 
turbación  y  miedo,  que  aunque  diversas  veces 
probó  á  dar  voces  pidiendo  al  cielo  su  favor,  ni 
pudo  desanudar  la  lengua,  ni  el  sentido  superior 
hacer  su  oficio.  Aumentábanse  en  tanto  horrible- 
mente los  profundos  suspiros,  si  bien  con  alguna 
Ínter  cadencia;  entre  unos  y  otros  se  oían  voces^ 
articuladas;  con  qoe,  recobrando  su  aliento,  abrió 
los  ojos  y  alargó  los  oídos,  al  mismo  punto  quo 


251  CÉSPEDES   Y   MENESES 

con  más  claridad,  habiéndose  acercado  aquella 
triste  voz,  decía  estas  lastimosas  razones: 

— ¡Oh  alma  miserable  y  afligida!  ¿Por  cnál, 
de  tantas  puertas  y  heridas,  determinas  salir  de 
esta  cárcel,  y  hasta  cuándo  durará  la  consulta 
de  mi  lastimoso  fín  y  tu  sangrienta  resolución? 
Sácame  ya  de  tan  rabiosas  y  mortales  penas, 
pues  no  es  posible  que  la  memoria  de  su  causa 
infeliz,  que  en  este  triste  apartamiento  más  me 
atormenta,  remita  su  dolor  mientras  tu  aliento 
me  hiciese  compañía.  jAy  infelices  horas  mal 
gastadas!  ¡Ay  contentos  mortales  desvanecidos! 
jAy  glorias  de  la  tierra  perecederas,  cómo  todos 
me  habéis  desamparado,  todos  en  viento  y  humo 
os  habéis  convertido,  y  al  fin,  al  fin,  en  la  mayor 
necesidad,  en  el  más  grave  aprieto,  como  amigos 
fingidos,  me  habéis  dejado! 

De  aquesta  suerte,  y  con  mayor  horror  se  la- 
mentaba aquel,  á  su  parecer  de  doña  Juana,  va- 
gante espíritu,  cuando  infiriendo  la  afligida  se- 
ñora de  tan  fieros  vestigios  y  señales  su  porten- 
toso fin,  tragó  la  muerte,  y  levantándose  con  esta 
ansia  mortal,  apenas  desalentadamente  dio  seis 
pasos,  cuando  á  los  rayos  que  de  la  clara  luna 
entraban  por  unas  fuertes  rejas,  vio  revuelto  en 
un  lago  de  reciente  sangre  á  un  miserable  hom- 
bre, que  arrastrando  (porque  estaba  ligado  pies 
y  manos)  se  pretendía  acercar  á  las  mismas 
puertas.  Aquí  acabó  la  dama  de  perder  el  senti- 
do; y  así,  falta  de  fuerzas,  desapoderada,  cayó  en 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  265 

el  suelo;  sí  bien  cuando,  después  de  breve  espa- 
cio, volvió  de  aquel  pesado  parosismo,  hallando» 
se  en  los  brazos  ligados  de  aquel  hombre,  que- 
riendo, despavorida,  arrojarse  de  ello»,  el  san- 
griento rostro  que  tenia  delante,  estando  ya  tan 
cerca,  fué  lastimosamente  conocido  de  ella  y  no 
menos  que  por  el  del  noble  y  desdichado  amante 
suyo;  el  cual,  no  siéndole  más  favorable  la  for- 
tuna, aun  antes  de  su  acaecimiento  de  ella,  ha- 
bía caído  en  las  manos  de  sus  crueles  y  mortales 
enemigos. 

Porque  apenas,  según  ya  queda  escrito,  en  de- 
manda de  los  caballos,  don  Lope  se  apartó  de  sus 
ojos,  cuando  al  entrar  de  unas  estrechas  calles, 
que  las  huertas  hacían  sin  poderlo  excusar,  dio 
con  una  gran  tropa  de  gente  de  á  caballo,  de 
quien  siendo  al  instante  conocido  (tanto  por  el 
aviso  y  sospecha  que  traían,  cuanto  por  haber 
dado  primero  con  los  suyos  y  con  el  criado  que 
íes  guardaba),  atropelladamente  le  embistieron, 
escapando  de  aquel  su  primero  ímpetu  tan  mal 
herido,  que  aunque  intentó  animoso  vender  su 
vida,  cayendo  sin  sentido  en  el  principio  áe  su 
resistencia,  al  recobrarle,  se  halló  en  poder  de 
don  Pedro  Palomeque,  que  haciéndole  atar  de 
pies  y  manos,  entrando  en  la  ciudad  y  atrave- 
sando la  Puente  de  San  Martin,  dio  con  él  en  su 
quinta,  de  quien  así  él  como  su  hermano  tenían 
llaves;  y  dejándole  como  en  un  fuerte  castillo 
asegurado,  sin  ser  sentidos  aun  del  que  la  tenia 


256  CÉSPEDES   Y   MENESES 


á  cargo,  porque  dormía  en  diferente  casa,  volvió 
á  entrarse  en  la  ciudad  y  á  proseguir  la  orden  de 
que  su  hermano  don  Fernando  había  traído,  el 
cual,  según  ya  queda  escrito,  4  la  hora  que  tuvo 
en  Torrejón  la  carta  de  Laurencia,  le  había  avi- 
sado á  Casa  Rubios  de  lo  que  en  Toledo  pasaba 
y  previniéndole  para  que  antes  de  llegar  se  jun- 
tasen; errando  con  la  prisa  este  designio,  vino 
algo  primero  que  él,  y  con  la  buena  dicha  que 
habéis  oído,  pues  con  tanta  facilidad  tuvo  en  sus 
manos  el  héroe  principal  de  esta  tragedia. 

De  suerte  que,  entendido  este  caso,  digo  esta 
inaudita  y  maravillosa  concordancia,  obra  de 
superior  providencia,  los  dos  hermanos,  ignoran- 
tes el  uno  del  acaecimiento  del  otro,  juntaron  en 
un  mismo  lugar,  en  una  misma  casa,  debajo  de 
una  llave,  por  sus  propias  manos  y  voluntad,  á 
los  que  para  la  diversión  y  apartamiento  de  la 
suya,  parece  que  de  acuerdo  se  habían  convoca- 
do los  cielos  todos  y  sus  cuatro  elementos. 


CAPITULO  XLVII 

Previenen  los  hermanos  sti  sangrienta  vengan- 
za y  el  efecto  que  tuvo,  etc, 

JlrK  fin,  habiéndose  después  de  las  cosas  referi* 
daS'  lastimosamente  abrazado  y  comunicado  sus 
desastrados  fines,  brevemente  los  dos  tristes 
amantes  consultaron  el  último  golpe  de  su  im- 


PACHECOS    Y   PALOMEQUES  2o7 

placable  fortuna;  y  en  estos  intermedios,  habien- 
do don  Fernando  seguido  casi  dos  leguas  largas 
aquel  rastro  de  caballos,  en  cuya  prosecución  le 
dejamos,  llegando  á  unas  caserías,  sin  pensar, 
entendió  en  ellas  el  engaño  con  que  caminaba,  y 
porque  queriendo  averiguar  qué  rúente  había  pa- 
sado, supo  que  solamente  don  Pedro,  su  herma- 
no, muchas  horas  antes  iba  á  la  vuelta  do  Tole- 
do; con  que  siendo  ya  casi  amanecido,  aun  en  las 
mismas  huellas,  que  eran  las  qué  su  hermano 
había  dejado,  conoció  su  infructuoso  trabajo,  por 
lo  cual,  abrasándose  en  furiosa  cólera,  no  sién- 
dole por  entonces  otra  cosa  posible,  dio  vuelta  á 
la  ciudad,  como  asi  mesmo  lo  había  hecho  antes 
don  Pedro.  Si  bien,  hallando  éste  á  su  madre  y 
familia  llenos  de  confusión  y  escándalo,  efecto 
de  la  fuga  de  su  hermana,  fué  tal  su  alteración, 
que  estuvo  en  términos  de  quitarse  la  vida. 

Mas  viendo  que  con  semejante  sentimiento  no 
remediaba  su  afrenta  y  deshonor,  volvió  á  buscar 
por  entre  aquellos  campos  la  causa  del;  y  trastor- 
nando en  esta  diligencia  las  duras  piedras,  le 
halló  su  hermano,  de  quien  después  de  haberle 
recibido  con  las  nuevas  que  oyó  de  doña  Juana, 
salió  su  espíritu  de  la  aflicción  que  padecía,  no 
siendo  menos  grave,  antes  sin  comparación,  ma- 
yor el  consuelo  y  alegría  de  don  Fernando,  luego 
como  entendió  el  suceso  de  su  enemigo;  y  así,  que- 
riendo sin  mayor  dilación  disponer  su  venganza, 
mandó  á  don  Pedro  guiase  adonde  estaba;  mas 

HISTORIAS   PEREGRINAS  17 


258  CÉSPEDES   Y   MENESES 


cuando  en  el  camino,  comunicándose  los  dos  es- 
tas cosas,  advirtieron  el  yerro  que  su  ignorancia 
había  cometido  poniendo  á  los  dos  amantes  en 
una  misma  parte,  en  un  mismo  lugar,  se  queda- 
ron pasmados,  no  obstante  que  con  el  imaginado 
y  breve  castigo  que  de  tantas  injurias  pensaban 
tomar,  apresurando  el  viaje,  mitigaron  su  pena. 
La  cual,  si  por  yerro  tan  disculpable,  si  por  dis- 
gusto tan  satisfecho  había  sido  tan  grande,  por 
el  que  ahora  oiréis  que  les  estaba  esperando,  ¿qué 
tal  seria,  ó  de  qué  suerte  á  su  paciencia  y  sufri- 
miento les  sería  tolerable?  Pues  no  sólo,  abrien- 
do las  puertas  de  la  quinta  ó  Casa  del  encanto, 
hallaron  transformados  ó  revueltos  en  humo  y 
sombra  á  los  dos  enamorados  prisioneros,  pero 
ni  aun  rastro  mayor  de  su  asistencia  que  la  mu- 
cha sangre  de  las  heridas  de  don  Lope. 

En  conclusión:  el  modo  de  su  fuga  fué  á  todos 
bien  patente;  porque  como  la  sobra  de  pasión 
ofusca  y  ciega  el  más  claro  entendimiento,  asi, 
aunque  quisieran  encubrirle  los  dos  hermanos,  y 
mayormente  la  afrentosa  ocasión  que  los  traía 
afligidos,  fuera  por  demás  é  imposible  el  rigu- 
roso sentimiento  que  hicieron  al  mal  cobro  de 
sus  perdida^  prendas.  Con  que  no  sólo  quedó  en- 
tendido y  manifiesto  el  secreto  amoroso  de  so 
hermana  y  don  Lope,  sino  también  el  que  con  tan 
inviolable  silencio  se  había  siempre  ocultado  ei 
aquel  cigarral;  del  cual,  si  os  acordáis  en  loa 
principios  de  esta  Historia,  habiéndose  los  dos 


260  CÉSPEDES   Y   MENESES 


hasta  tocar  en  el  cimiento  y  suelo  que  sería  me- 
nos qae  nn  estado. 


CAPITULO   LXVIII 

Siguen  á  los  amantes  los  PaXomeques,  y  el  fin 
trágico  de  la  celosa  Laurencia. 

l\o  entendían  los  apasionados  caballeros  que  sn 
hermana  sabía  este  secreto,  ni  menos  aún,  cuando 
don  Fernando  lo  supiera,  en  la  turbación  en  que 
se  hallaba  cuando  allí  la  encerró,  pudiera  preve- 
nir este  aviso,  ni  si  la  diligencia  y  buena  suerte 
de  don  Pedro  tenían  á  don  Lope  en  la  misma  pri- 
sión; porque  así  el  uno  como  el  otro,  regidos 
de  un  igual  pensamiento,  no  curaron  de  más  que 
dejar  encerrada  la  prenda  hallada  y  volver  p'^r 
la  perdida  con  prisa  y  diligencia. 

Pero  ni  con  todo  esto  desconfiaron  en  la  em- 
presa de  alcanzarlos;  antes  así,  juntos  como  esta- 
ban, habiendo  primero  requerido  la  mina,  fueron 
eñ  su  seguimiento;  asegurando  además  bus  espe- 
ranzas el  conocer,  por  el  sangriento  rastro  que 
don  Lope  iba  dejando,  que  era  imposible  el  ale- 
járseles tan  mal  herido;  comt)  ello  fuera  indubi- 
table si  la  clemencia  y  bondad  divina  no  los  am- 
parara y  socorriera.  Mas  la  misma  que  dio  á  1» 
animosa  dama  resolución  y  industria  para  que, 
acordándose  (en  medio  del  pelifrro  f  n  que  loe  de- 
jamos rodeados  de  angustias  y  mortales  congo* 


PACHECOS   Y  PALOMBQUES  261 

jas)  de  la  secreta  mina,  saliesen  de  su  amarga 
prisión;  guió  también  sus  temerosos  pasos,  y  en 
ocasión  tan  acertada,  que  encontrando  unos  po- 
bres pastores,  valiéndose  de  su  piedad,  casi  en 
sus  hombros  se  hallaron  al  salir  del  sol  en  Arge- 
te,  lugar  distante  de  Toledo  una  gran  legua;  en 
donde,  gratificados  los  buenos  hombres,  no  le 
faltaron  á  don  Lope  oíros  muchos  vecinos  que  le 
amparasen  y  encubriesen;  no  obstante  que  su 
riesgo  evidente  no  le  dio  más  lugar  que  para 
apretarse  las  heridas,  las  cuales  eran  tantas,  tan 
peligrosas  y  crueles,  que  antes  parecía  obra  mi- 
lagrosa que  valor  humano  sustentase  vivo. 

De  aquí,  en  sendos  caballos  y  con  seguras 
guías,  se  puso  en  un  fuerte  castillo;  de  suerte 
que  cuando  sus  enemigos  llegaron  á  aquel  aldea, 
entendido  su  viaje  y  la  ventaja  que  les  llevaba, 
hubieron  de  tornarse,  aunque  no  para  desistir  en 
su  cruel  venganza;  antes  la  comenzaron  de  nue- 
vo, siendo  primicias  de  ella  la  celosa  Laurencia, 
á  quien  lastimosamente  mataron  4  pu&aladas 
este  mismo  día.  Hecho,  por  cierto,  no  sólo  indig- 
no y  repugnante  á  su  nobleza,  pero  injusto  y  bár- 
baro, y  más  de  sangrientos  caribes  que  de  caba- 
lleros cristianos. 

Persuadiéronse  los  dos  hermanos  (como  sabe- 
dores de  la  liviandad  porque  su  padre  se  valió 
de  su  amparo)  que  en  la  prosecución  de  estos 
amores  había  ocasionádose  su  afrenta;  y  aunque 
^ra  así  verdad,  las  circunstancias  y  rodeos  por 


I 

t 


262  CÉSPEDES    Y    MEKESES 

donde  doña  Juana  lo  dispnso,  excnsaban  grande- 
mente á  la  pobre  Laurencia.  Mas  sin  topar  ei 
esto  (como  su  origen  principal),  satisfizo  conli 
vida  el  peligroso  riesgo  en  que  puso  á  su  amantt 
y  el  aviso  mortal  que  &  términos  tan  tristes  h 
redaje.  Si  bien  ninguna  atrocidad  de  las  mnchtf 
que  emprendieron  los  Palomeques,  ya  en  los  dea- 
dos  y  amigos  de  su  contrario,  ya  en  su  grandio» 
hacienda,  en  sus  hermosas  granjas,  casas  dt 
campo,  ricos  palacios,  fué  taa  mal  vista  y  pft^^ 
cida  como  esta  barbaridad  y  desatino;  el  cual 
ejecutado,  sin  mayor  dilacién,  juntaron  geo^* 
artillería  y  municiones  bastantes  á  mayor  cerco: 
y  determinando  ponérsele  á  don  Lope,  salieroB 
de  Toledo. 

» 

Mas  como  en  su  prudencia  no  fuese  necesano 
prevenir  este  riesgo,  no  sintiéndose  con  bastan» 
defensa,  desamparó  la  fuerza,  y  así  como  se  ba- 
ilaba mal  doliente,  aunque  mejor  curado,  cami- 
nando las  noches  y  los  días,  no  paró  hasta  es* 

• 

trarse  en  Portugal;  adonde  siguiéndole  sus  cria* 
dos  con  lo  mejor  de  sus  joyas  y  riquezas,  lo  p^' 
mero  que  hizo  faé  tratar  de  su  cura;  que  fué  (P^ 
la  remisión  y  tardanza)  tan  larga  y  prolija  J^ 
llena  de  peligrosos  accidentes,  que  muchas  ^^ 
ees,  aun  antes  de  sus  deseadas  bodas,  estnvo 
doña  Juana  en  términos  de  llorarse  viuda.  V^ 
el  cielo,  que  de  tales  riesgos  le  había  sacadO; 
también  le  libró  de  éste;  con  que  después  de  ^ 
convalecencia,  en  dulce  posesión  dichosam^^ 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  263 

gozaron  el  premio  y  dulce  galardón  digno  á  tan- 
tos trabajos. 


CAPITULO  LXIX 

Sabe  don  Lope  la  calamidad  de  su  hacienda  y 
amigos  en  la  ausencia  que  hizo  de  Castilla,  y 
por  satisfacción  desafia  á  sus  contrarios  en 
singular  bataUa, 

l_f08  infortunios  y  miserias  que,  en  la  brevedad 
de  este  tiempo,  padecieron  en  Toledo  y  Castilla  to- 
das sus  cosas  de  don  Lope,  fueron  tan  generales, 
tan  terribles  y  ajenos  de  satisfacción  y  venganza 
noble,  que  ni  su  calidad  da  lugar  á  escribirse,  ni 
fuera  lícito 'que  injurias  semejantes,  así  por 
quien  las  recibió  como  por  el  honor  de  quien  las 
hizo,  queden  inmortalizadas  en  la  estampa;  sólo 
diré  que  la  reputación  de  don  Lope  quedó  en  al- 
gunas con  tanto  menoscabo  y  descrédito,  que 
siéndole  inexcusable  y  forzoso  el  volver  por  su 
honra,  dejando  los  demás  caminos  y  medios  de 
paz  que  con  sus  enemigos  se  trataban,  eligió  el 
que  en  ley  de  caballero,  y  según  sus  grandes 
agravios,  tenía  obligación. 

Y  así,  habiendo  primero  pedido  al  rey  don 
Juan  el  III,  que  entonces  reinaba  en  Portugal, 
y  debajo  de  cuyo  amparo  vivía  en  sus  reinos,  li- 
cencia para  desafiar  á  los  dos  caballeros,  luego 
que  S.  A.  entendió  tan  graves  y  justas  causas^ 


£64  '  CÉSPEDES    Y   MENESES 


no  obstante  que  ya  en  España  se  iba  renLÍtiend<^ 
y  olvidando  este  infernal  abuso,  á  ruego  de  la 
señora  reina  doña  Catalina,  que  mucho  estimaba 
á  don  Lope,  y  debajo  del  plazo  de  cuarenta  días, 
se  la  concedió,  asignando  para  su  expedición  la 
ciudad  de  Evora,  adonde  en  la  sazón  se  halla- 
ban SS.  A  A.  Con  lo  cual,  despachando  á  diver- 
sas partes  de  la  corona  de  Castilla,  así  en  Tole- 
do como  en  Valladolid,  Burgos  y  Sevilla,  pare 
cieron  en  un  mismo  día  fijados  sus  carteles;  que 
como  en  ellos  los  retase  con  atributos  y  cargos 
poco  honrosos,  y  ofreciese  combatírselo  á  en- 
trambos ó  meter  consigo  caballero  que  ayudase 
su  intento,  en  breve  término  se  llenó  £spaüa  de 
su  fama  y  valor,  y  la  ciudad  de  Evora  de  gente 
inumerable  que  acudió  á  ser  testigo  del  suceso. 
No  tuvieron  en  mucho  los  dos  hermanos  seme- 
jante resolución;  antes,  en  alguna  manera  con- 
solados por  la  última  venganza  que,  según  sa 
valentía  y  fuerza,  cualquiera  de  ellos  se  asegu- 
raba aceptando  la  empresa,  y  con  su  salvaguar- 
dia previnieron  las  cosas  al  trance  necesarias. 
Ya  en  aquesta  sazón,  habiendo  don  Juan  Lope 
de  Padilla  perdido  aquella  memorable  batalla 
de  Villalar  y  pasadas  las  demás  cosas  decanta- 
"das  por  tan  graves  autores,  gozaba  Castilla  de 
mayor  quietud,  la  cual,  con  la  venida  del  invic- 
tísimo Carlos  V,  su  rey,  acabó  de  conseguirse;  ai 
bien  para  más  perpetuarla,  entendiendo  S.  M.  el 
estado  y  miserable  ruina  que  amenazaba  á  estas 


PACHECOS   Y   PALOMEQÜES  265 

dos  casas,  desbando  apaciguarlas  y  componerlas 
sin  otro  rompimiento,  y  que  estos  caballeros  vol- 
viesen de  Portugal  igualmente  satisfechos  y 
^honrados,  tuvo  por  bien  de  escribir  al  señor  rey 
don  Juan,  su  cuñado,  sobre  este  punto,  que  no 
deseándolo  menos,  procuró  disuadir  por  diferen- 
tes medios  y  trazas  á  don  Lope;  aunque,  como  el 
sentimiento  de  sus  agravios  y  la  publicidad  de 
sus  injurias,  corriesen  parejas,  ño  se  pudo  aca- 
bar con  él  desistiese  en  la  empresa;  por  cuya 
causa  mal  contento  S.  A.,  secretamente  dio  or- 
den para  que  ningún  caballero  y  ñdalgo  vasallo 
suyo  (porque  muchos  lo  querían  hacer)  le  acom- 
pañasen en  aquel  desafío,  pareciéndole  que  aque- 
llo que  con  su  autoridad  y  ruegos  no  había  con- 
seguido, la  fuerza  y  aprieto  de  tal  necesidad  no 
efectuaría. 

Esta  misma  diligencia  se  usó  en  Castilla;  si 
bien  el  gallardo  don  Lope,  que  no  por  semejante 
camino  se  había  de  reducir,  aunque  yió  que  los 
amigos  de  Castilla  tardaban  y  los  de  Portugal 
se  encogían,  ni  desmayó  en  su  intento,  ni  menos 
el  aplazado  día  dejó  de  hallarse  en  medio  del 
palenque;  cuyo  teatro  hermoso,  adornado  de  bi- 
zarras damas,  y  de  toda  la  nobleza  portuguesa, 
aunque  fuera  en  mi  pluma  asunto  peregrino  la 
humildad  que  de  ella  reconozco,  puede  excusar- 
me en  su  narración;  y  así,  pasando  ésta  en  si- 
lencio, habré  de  proseguir  en  lo  restante  de  mi 
historia. 


266  CÉSPEDES   Y  MENESES 


No  quiso  hallarse  en  ocasión  tan  triste  la  her- 
mosa doña  Jnana,  cuyas  lágrimas,  arinque  disi- 
muladas  de  su  esposo,  pudieran,  como  el  divino 
Orfeo  con  su  canto,  enternecer  los  insensibles 
mármoles.  Porque  no  sólo,  aun  antes  de  la  teta- 
Ha,  le  afligía  su  peligro  y  rigor,  mas  temía  y  coa 
mayor  cuidado  que  faltándole  á  don  Lope  ayuda, 
como  también  conocía  el  valor,  de  sus  hermanos, 
se  había  de  ver  con  ellos  en  notable  riesgo.  Pero 
con  todo  esto,  reprimiendo  su  llanto,  ella  misma 
y  con  sus  propias  manos,  ayudó  á  armar  á  su  es- 
poso, y  no  fiando  de  sus  criados,  apretando  los 
pernos  y  requiriendo  las  hevillas  y  correas,  in- 
fundía en  su  pecho  nueva  osadía  y  mayor  au- 
dacia. 

CAPITULO  LXX 

Tiene  don  Lope  ayuda  en  el  combate,  su  suceso 
y  la  conclusión  de  esta  historia, 

S>ÁiJió  con  esto  don  Lope  de  entre  los  tiernos 
brazos  de  su  esposa,  y  entró  en  la  plaza,  acom- 
pañado de  muchos  criados  y  de  algunos  señores 
portugueses,  que  así  por  sangre  como  por  otros 
respetos  le  quisieron  honrar;  y  no  cifrándose  do 
galas  y  divisas,  armado  de  resplandecientes  ar- 
mas, todas  ellas  y  el  templado  escudo,  parecían 
un  espejo  de  bruñido  cristal. 

£1  caballo  era  rucio,  y  más  valiente  y  hacedor 
que  galán,  en  quien  con  su  acompañamiento  y 


PACHECOS   Y   PALOMEQUBS  267 

padrinos  dio  una  vuelta  á  la  plaza,  y  hecho  sú 
acatamiento  á  los  jaeces  y  damas,  porque  los  re- 
yes no  asistieron  en  ella,  se  arrojó  en  el  palen> 
que  al  mismo  punto  que  sus  contrarios  asoma- 
ban; que  como  ellos  quisiesen,  juntamente  con  su 
valor,  mostrar  sus  riquezas  y  poder;  más  parece 
que  vinieron  adornados  para  bodas  alegres,  que 
para  batallas  sangrientas;  y  asá  el  acompaña- 
miento, las  libreas,  "divisas,  plumas  y  colores 
fué  maravilloso,  con  que  dejaron  en  cuantos  les 
miraban  granjeado  el  aplauso  y  voluntad.  Las 
armas  que  traían  eran  acuarteladas  de  oro  y 
azul  con  orlas  y  grabaduras,  que  las  hacían  mas 
hermosas  y  ricas;  y  los  caballos  de  Córdoba, 
pelo  castaño  y  la  presencia  hermosa,  y  digna  de 
sus  valientes  dueños;  cuya  enseña  y  divisa  era 
el  blasón  antiguo  de  sus  famosas  armas. 

Luego,  pues,  que  se  vieron  en  el. palenque, 
quisieran  sin  mayor  dilación  dar  principio  al 
combate,  aunque  su  mucho  valor  y  gallardía,  re* 
pugnando  conocida  ventaja,  no  obstante  que  de 
rigor  y  justicia  pudieran  hacerle  juntos,  ó  ayu- 
darse en  cualquiera  aprieto,  resolvieron  lo  con- 
trario; y  habiendo,  después  de  algunas  diferen- 
cias y  porfías,  porque  cada  uno  quería  ser  el  pri- 
mero, convenídose  apenas  don  Fernando  esperó 
el  son  de  las  trompetas,  cuando  entrando  en  la 
plaza  un  caballero  en  orden  de  pelea,  suspen- 
diendo la  suya,  esperaron  á  ver  su  determina- 
ción, la  cual,  no  parando  hasta  el  asiento  de  los 


268  CÉSPEDES   Y   MENESES 


jueces,  habiendo  hécholes  ana  gran  cortesía,  le- 
vantando la  visera  del  yelmo,  les  habló  estas  tan 
libres  como  breves  razones: 

— Ya  que  hasta  ahora  vergonzosamente  en  un 
reino  cuyas  temidas  armas  tienen  sujeta  la  ma- 
yor parte  del  Oriente, se  ha  permitido  que  en  acto 
tan  honroso  falte  ayuda  á  un  noble  forastero  y 
por  s as  grandes  méritos  digno  de  su  favor,  no 
es  justo  que,  prosiguiéndose  esta  mengua,  me 
excuséis  la  licencia  de  enmendarla;  pues  siendo 
vuestro  gusto  veréis  que  la  ocasión  de  nai  venida 
es  no  sólo  á  suplirla,  sino  á  poner  la  vida  en 
igual  aventura  con  don  Lope  Pacheco. 

Mal  indignados  oyeron  los  jueces  semejante 
plática,  no  obstante  que  encubriendo  su  cólera, 
el  uno  de  ellos  respondió  de  esta  suerte: 

— Bien  pienso,  gallardo  caballero,  que  debéis 
á  estos  reinos  poca  naturaleza,  pues  ignorante 
de  su  nobleza  y  valentía  notoria,  habéis  de  ella, 
en  este  trance,  presumido  menos  satisfacción  de 
la  que  á  la  modestia  y  cortesía  de  vuestro  hábito 
se  permite.  Vos  podéis,  con  el  consentimiento  de 
don  Lope,  ayudarle  en  su  batalla,  de  quien,  si  es- 
capáredos  vivo,  tened  por  cierto  no  quedará 
vuestra  inadvertencia  sin  enmienda;  y  entonces 
entenderéis  que  si  se  ha  faltado  la  causa  pre- 
sente ha  sido  más  por  la  obediencia  justa,  debida 
á  nuestro  príncipe,  que  ha  deseado  trocar  enpas 
aquestas  disensiones,  que  por  mengua  ó  cobar- 
día de  sus  vasallos. 


PACHECOS   Y   PALOMEQÜES  269 


— Pues  si  por  menos  favor  (replicó  el  caballe- 
ro levantando  la  vo2)  ha  intentado  reducirlas, 
S.  A.  perdone  su  magnánimo  espíritu,  que  el 
medio  no  era  lícito,  ni  don  Lope  caballero,  que 
por  temor  humano  dejara  de  hacer  rostro  á  lo 
restante  de  ía  tierra. 

Y,  con  tanto,  sin  esperar  más  réplica,  airado 
por  la  presunción  de  la  iiltima,  picó  el  caballo, 
que  así  como  las  armas  era  negro,  dejando  de  su 
alindado  talle,  despejo  y  libertad  admirados  los 
presentes  y  al  buen  don  Lope  en  mayor  confian- 
za de  victoria.  El  cual,  agradecido,  queriendo  ha- 
blarle, aun  antes  de  su  razón  primera,  interrum- 
pió su  plática  el  señor  rey  don  Juan,  que  acom- 
pañado de  sus  grandes  y  corte,  siendo  informado 
del  nuevo  acaecimiento  y  ayuda  de  don  Lope, 
quiso  en  persona  alcanzar  de  él  lo  que  por  otros 
medios  no  había  podido;  y  asi,  con  semejante  de- 
seo entrando  en  el  palenque,  luego  que  aquellos 
caballeros  vieron  su  real  presencia,  dejando  los 
caballos,  le  besaron  la  mano;  si  bien  el  de  las 
armas  negras  no  hizo  más  que  ademán  y  cortesía 
de  intentarlo;  cosa  que  igualmente  fué  notada  de 
todos  y  también  el  haberse  quedado  con  su  yel- 
mo; no  obstante  que  los  demás,  por  el  resT>eto  de 
tan  grande  príncipe,  se  los  habían  quitado. 

En  fin,  entendida  la  voluntad  del  rey  y  que,  á 
instancia  del  mismo  emperador,  su  natural  due- 
ño, quería,  quedándolos  igualmente  por  buenos 
y  leales  caballeros,  dejasen  la  batalla  en  aquel 


T«l 


270  C¿SPBDK8    Y  MENESBS 


estado  y  sus  intereses  en  sus  manos  á  más  no 
poder;  y  porque  hacer  otra  cosa,  contradiciendo 
á  tanta  autoridad  fuera  desatino  y  locura,  hubo 
don  Lope  de  concederlo,  teniéndolo  sus  contra- 
rios por  bien;  y  facilitada  cosa  al  parecer  de  tan- 
tos imposible;  advirtiendo  S.  A.  en  que  el  extra- 
ño caballero  quería,  con  su  licencia,  partireie;  no 
lo  permitió,  antes  gustando  conocer  quien,  en  sn 
reino  y  á  su  despecho,  daba  á  don  Lope  ajnida, 
le  mandó  descubrir;  y  asi,  desenlazado  el  yelmo, 
en  vez  del  robusto  semblante  que  su  atrevimien- 
to y  presencia  prometían,  quedó  patente  un  her- 
moso y  delicado  serafín,  cuyo  rostro  y  cabellos 
que,  como  trenzas  de  oro,  cayeron  blandamente, 
bordando  el  negro  arnés.  Apenas  fueron  vistos, 
cuando  don  Lope  conoció  á  su  esposa  y  los  dos 
valientes  Palomeques  á  su  enemiga  hermana. 
Quedaron  á  semejante  vista  los  presentes  atóni- 
tos, y  juzgando  en  su  aspecto  otra  divina  Palas, 
corrió  la  voz  de  tan  peregrino  suceso  y  la  noticia 
de  su  gentil  persona  á  los  oídos  de  S.  A.,  que, 
con  generoso  y  real  pecho,  conocida,  la  recibió 
en  sus  brazos,  de  quien  enternecidos  y  admira- 
dos de  tan  grande  valor,  se  la  sacaron  sus  her- 
manos y. esposo;  haciendo  esta  impensada  y  no- 
table acción  impresión  tan  piadosa  en  sus  entra- 
ñas ^que,  no  queriendo  faltar  á  su  ilustre  sah^e, 
con  gusto  general  de  Sus  Altezas,  grandes  y  ca- 
balleros, salieron  de  la  plaza  conformes  y  olvida- 
das sus  pasadas  injurias;  con  lo  cual,  después  de 


PACHECOS   Y   PALOMEQUES  271 

laberles  hecho  grandes  honras  y  mayores  mérce- 
les el  sefior  rey  don  Juan,  alegres  y  satisfechos, 
os  envió  á  Castilla.  Si  bien,  queriendo  que  tan 
meniorable  valor  quedase  eterno,  mandó,  que  de 
la  misma  suerte  que  doña  Juana  se  le  habla  mos- 
trado, quedase  retratada  en  su  Armería  real, 
adonde,  con  majestad  maravillosa,  aún  hoy  con* 
serva  el  valiente  pincel  la  hermosura  de  su  ori- 
ginal, y  adonde,  si  algún  curioso  circunspecto  le 
pareciese  duro  el  haber  sacado  en  esta  Historia 
armada  y  á  caballo  una  delicada  mujer,  podrá, 
leyéndola,  satisfacer  su  duda,  ver  con  los  ojos  su 
desengaño  y  el  mejor  abono  de  mi  crédito. 


Sucesos  trágicos 
de  Don  Enrique  de  Silva. 


CAPITULO  LXXr 

Historia  quinta^  sucedida  en  Lisboa^  con  el  fa- 
moso origen,  antigüedad  y  fundamentos  de 
esta  nobilisima  ciudad, — Descripción  de 
Lisboa, 

l^ESPUÉs  de  aquella  tan  memorable  como  de- 
cantada destrncciÓQ  de  Troya,  en  quien  fué  uno 
de  sus  famosos  expugnadores  el  capitán  Ulises, 
excelente  por  su  elocuencia  y  sagacidad,  dicen 
autores  graves  que,  perdiéndose  de  la  conserva 
y  junta  de  los  demás  príncipes  vengadores  de 
Agamenón,  dio  principio  á  sus  largos  naufra- 
gios y  asunto  en  ellos  á  la  honesta  perseveran- 
cia de  su  esposa. 

En  este  prolijo  viaje  es  también  tradición  an- 
tigua haber  aportado  á  España,  derrotado  por 
ú  famoso  Estrecho  de  G-ibraltar,  hasta  la  boca 

HISTORIAS  PEREGRINAS  18 


\ 


274  CÉSPEDES   Y   MENESES 

y  desaguaderos  del  Tajo;  porque  subiendo  con 
sus  naves  y  alegre  con  la  majestad  y  esplendor 
de  sus  riberas,  tuvo  por  sitio  digno  de  su  memo- 
ria las  de  mano  siniestra,  adonde,  reparándoseí 
fundó  mil  y  ciento  y  setenta  y  dos  años  después 
del  Diluvio  una  hermosa  ciudad  en  quien  perse- 
verase eternos  siglos,  llamándola  Ulixípolis,  qne 
en  griego  significa  ciudad  de  Ulixes,  ó,  según 
Estrabón,  Ulixea,  por  su  nombre. 

No  es  menos  célebre  y  venerable  la  anciani- 
dad y  origen  de  la  memorable  y  suntuosa  ciudad 
de  Lisboa,  que  es  la  misma  de  quien  voy  hablan- 
do, y  á  quien  por  tales  causas  los  antiguos  siem- 
pre la  llamaron  Ulixipo.  Si  bien  mucho  después 
de  su  primera  fundación,  escribe  Plinio,  fué 
nombrada  Salacia  y  también  Julia  Félix,  y  qne 
en  su  tiempo,  poblándose  de  los  nobles  y  patri- 
cios romanos,  la  volvieron  su  originario  nombre. 

Es,  pues,  esta  dignísima  y  principal  cabeza 
de  la  Corona  de  Portugal,  en  asiento  hermosísi- 
ma, en  comarca  abundante  y  por  la  oportunidad 
y  manejo  de  su  famoso  río,  rica,  opulenta  y  en- 
tre las  demás  escalas  y  ciudades  del  mundo, 
única  y  admirable.  Su  fundación  es  una  parte 
eminente  de  la  extendida  playa,  en  quien  se  em- 
pinan siete  montes  ó  apacibles  collados  qne* 
vestidos  de  levantadas  torres,  de  edificios  sun- 
tuosos, espesas  calles,  innumerables  plaxas  y 
magníficos  templos  y  aplaudes  por  el  real  y  ge- 
neroso monasterio  de  Belén,  pirámide  y  entierro 


Y  asi,  tanto  por  diaculpar  nu  atroviunDu-u, 
■cnanto  por  no  animarle  á  semejante  yerro,  sus- 
penderé U  pluma  y  cederé  contento  el  campo  y 
la  ventaja  é.  quien  más  elegante  y  doctamente 
diese  vida  al  bosquejo  que  presumieron  alentar 
mis  borrones,  y  yo,  en  el  ínterin,  proseguiré  tan 


276 


sólo  en  la  narración  del  enceso  qae  tengo  pro- 
metido; al  cual,  aanque  por  trágico  y  lloroso  ho 
dei^eado  morigerar  en  alguna  manera  el  senti- 
miento y  respeto  de  quien  me  ha  obligado  á  es- 
cribirle, no  lo  ha  permitido,  ni  menos,  la  verdad 
quo  profeeo,  aaí  en  las  demás  historias  referidas 
como  en  la  que  tenemos  presente,  cuyo  princípb 
es  el  que  se  sigue. 


CAPITULO  LSXII 

Principio  de  la  historia. 

Así  como  es  dificultoso  en  el  que  gobierna  po- 
der tanto  reprimir  sus  afectos,  que,  desnudo  de 
ello.s,  del  respeto  de  la  sangre,  del  amistad  6  de 
BU  propia  inclinación ,  gnarde  igualdad  en  la  dis- 
tribución de  la  justicia,  premio  y  castigo  de 
elbi;  así  también  ea  imposible  faltar,  anná  quien 
con  mayor  rectitud  se  haya  portado  eu  semejao- 
tes  cargos,  querellas,  émulos,  pasiones  y  ven- 
ganzas; que  si  bien,  por  la  mayor  parte,  son  in- 
justas, raras  veces  en  el  crisol  de  los  descargos, 
en  la  prolijidad  de  las  determinaciones,  en  el 
descrédito  del  que  está  padeciendo  y  en  la  dila- 
ción de  BUS  fines,  deja  de  quedar,  aanque  ino- 
cente, culpado,  aunque  absuelto  cantivo  y  aun- 
que sin  pena,  pobre  y  su  opinión  en  opiniones. 
Peligroso  género  de  servicios,  peligroso  camino 
,  pues  adonde  un  hombre  ha  echado 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       277 

«1  resto  de  sus  fuerzas  y  riesgos  y  trabaja  más 
por  alcanzar  el  premio  de  ellos,  entonces  fomen- 
ta yvSolicita  su  destrucción,  entonces  una  mala 
intención,  un  poderoso  émulo,  descompone  cau- 
teloso cuanto  su  industria,  su  buen  celo  y  cuida- 
dos adquirieron  sudando. 

No  sin  particulares  fines  he  dispuesto  tan 
nueva  digresión,  pues  casi  iguales  términos,  se- 
mejantes querellas  y  aun  mayores  quejas  suspi- 
raba ofendido  en  la  ciudad  de  Goa  el  noble  caba- 
llero  don  Luis  Antonio,  uno  de  los  personajes 
principales  de  esta  tragedia,  capitán  portugués, 
de  admirable  valor,  y  á  quien  por  sus  hazañas  se 
le  había  dado  el  gobierno  y  tenencia  de  tfna  for- 
taleza importante,  y  de  las  más  esenciales  que 
«seguran,  en  aquellas  remotísimas  partes,  la  ma- 
jestad de  la  Corona.  Mas  como  en  tales  y  tan 
grandes  cargos  sobra  tanto  de  lo  que  he  referi- 
do, la  envidia  rindió  tiranamente  su  inocencia,  y 
«in  ser  poderosos  los  medios  con  que  se  procuró 
atajar  en  España,  al  fin  el  Supremo  Consejo  le 
obligó  á  ceder  el  oficio,  y  remitió  órdenes  para 
que,  en  son  de  preso,  el  virrey  le  enviase  á  Lis- 
boa. El  progreso  de  tan  larga  jornada  vino  á  ser 
la  piedra  fundamental  en  nuestra  historia,  y  así, 
aunque  moralizados,  fueron  inexcusables  sus 
principios  y  causas. 

Esperaba,  con  la  resolución  dicha,  don  Luis 
Antonio  que  las  naos  de  la  India  se  aprestasen, 
y  como  también  se  le  mandaba  llevar  su  casa, 


278  .CÉSPEDES   Y  MENESES 


en  el  Ínterin,  haciendo  traer  á  Groa  sos  mejore» 
prendas,  su  mujer  y  una  hermosa  hija,  iba  pre- 
viniendo el  viaje  y  disponiendo  de  sa  hacienda, 
qne  era  bien  poderosa,  hasta  que,  llegado  ei 
tiempo  conveniente,  se  hicieron  á  la  vela. 

Era  el  virrey  persona  de  condición  severa,  j 
así,  ó  bien  por  esta  causa  ó  por  las  que  le  opo- 
nían á  don  Luis  al  entregarle,  casi  públicamente 
protestó'y  encargó  su  guarda  al  capitán  mayor  ó 
general  de  la  Armada,  el  cual,  no  obstante  qne 
la  nobleza  de  su  ilustre  sangre  y  el  ser  un  gran 
soldado  y  caballero  no  menos  que^de  la  clara  es- 
tirpe de  los  Silvas,  contradecía  semejantes  rigo- 
gores;  viendo  cuan  circunspecto  lo  entregaba  el 
virrey,  no  pudo  excusar  su  mayor  recato  y  con 
él  la  seguridad  de  su  crédito.  Hízole  embarcar 
en  su  misma  nave,  y  en  ella,  como  más  á  la  mira, 
le  trujo,  no  tan   gustoso  como  quisiera  y  según 
el  preso  merecía. 

Púsole,  sin  opresiones  como  se  le  ordenaba,  al 
menos  cuatro  postas  para  que  le  asistiesen.  Be- 
quirióles  su  guarda,  cuidó  de  su  advertencia,  y, 
fínalmentOj  en  la  disposición  de  tales  diligencias, 
granjeó  poco  á  poco  el  mayor  odio  y  rencor  del 
afligido  don  Luis  y  su  familia,  &  quien,  pare- 
ciendo en  medio  de  tan  inmensos  piélagos  y  ma- 
res, exorbitante  y  aun  impertinente  tanto  cuida- 
do, llegaron  á  sentirle  por  vejación  y  aun  á  mor- 
derse y  lastimarse  en  secreto  y  en  público. 

Fomentábase  con  estas  cosas  una  sedición  enel 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       279 

navio-  y  aun  en  toda  la  armada;  porque  si  bien  el 
Silva  era  sn  general  y  capitán  mayor,  don  Lui» 
Antonio  era  de  los  más  compañero,  de  algunos 
deudo  y  de  todos  amigo;  conque  teniendo  el  ca- 
pitán por  conveniente  cumplir  sus  órdenes,  no 
aflojando  el  cordel,  antes  aumentando  el  recato, 
en  la  ocasión  primera  mandó  pasar,  de  otro  en 
que  iba,  á  su  bajel  á  don  Enrique,  su  hijo. 

Era  este  mancebo,  si  valeroso,  arriscado  y  va- 
liente, y  á  quien  con  respeto  y  aplauso  estimaba 
el  armada  por  tan  buenas  partes,  importante  en 
aquella  sazón,  como  al  fin  pareció,  pues  con  su 
presencia  no  sólo  se  quietaron  los  sentimientos  y 
quejas,  mas  se  moderaron  los  rigores  y  guarda 
del  preso;  porque  su  padre,  dejándole  á  su  cuen- 
ta, dio  lugar  á  que  en  ella  dispusiese  á  su  gusto. 

Con  esto,  lo  que  hasta  Bntonces  no  había  he- 
cho, forzado  de  su  obligación  y  cortesía  empren- 
dió don  Enrique  ahora,  visitando  á  don  Luis  en 
su  estancia  y  cortejándole  para  su  diversión  y 
consuelo  lo  más  del  tiempo,  atajar  los  comenza- 
dos rencores  y  dejar  antes  deudor  al  preso  en  su 
agasajo,  que  lastimado  y  quejoso  en  su  aspereza. 

Y  hubiérale  valido  á  don  Enrique  el  estarse 
en  su  nave  y  el  ser  menos  cortés,  menos  piadoso^ 
no  menos  que  su  total  quietud,  la  tranquilidad 
de  su  alma  y  el  sosiego  y  paz  de  su  corazón. 
¿Quién  podrá  imaginar,  antes  de  leer  estos  dis- 
corsoSi  que  de  tan  heroica  virtud,  de  tan  noble 
trato,  de  términos  tan  concertados  y  honestos 


280  CÉSPEDES   Y  MENESES 


naciera  para  aqueste  mancebo  el  principio  de  su 
perdición,  el  origen  de  aus  trabajos  y,  en  fin,  con 
su  muerte,  el  remate  de  ellos?  ¿Y  quién  será  tan 
loco  que  se  atreva  á  presumir  que  entre  las 
procelosas  ondas  del  Océano,  entre  su  cana  espu- 
ma, entre  sus  aguas  y  en  la  opresión  y  cerco  de 
un  tan  fuerte  y  contrario  elemento,  podían  en- 
gendrarse las  encendidas  llamas,  el  fuego  ar- 
diente, que  en  breve  tiempo,  como  presto  vere- 
mos, fué  incendio  lastimoso  y  miserable  ruina  de 
su  alma? 


CAPITULO  LXXIU 

Origen  del  amor  de  don  Enrique. 

Jaealmente  que  cuando  así  en  aqueste  como  en 
los  pasados  sucesos  que  he  escrito,  llego  á  consi- 
derar los  medios,  los  caminos  por  donde  provinie- 
ron algunos,  ó  ya  su  dicha,  ó  ya  su  mala  suerte, 
que  pierde  pie  mi  humilde  entendimiento  y  se 
anega  y  confunde  el  juicio  y  el  sentido  y,  enco- 
giendo los  hombros,  sin  más  rastrear  secretos 
tan  ocultos,  reverencio  admirado  la  causa  supe- 
rior que  los  gobierna. 

Ya  referí  al  principio  cómo  don  Luis  Antonio 
traía  toda  su  casa,  su  esposa  y  una  hija,  caja 
belleza  portentosa  aunque  entonces  la  pasé  en 
silencio,  ahora  que  ha  de  dar  tal  materia  á  -esta 
historia  no  es  posible  excusarlo;  porque  además 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       281 

de  ser  digna  en  todo  de  alabanza  la  fama,  que  aún 
dura  en  la  India,  de  su  hermosura  y  la  que  en 
Lisboa  prmanecerá  por  muchos  siglos,  obliga  al 
más  útil  pincel,  á  la  más  bien  cortada  pluma. 

Era  doña  Leonor,  que  así  se  llamaba  este  be- 
llo sujeto,  moza 'de  poca  edad,  mas  tan  gentil  de 
cuerpo,  talle  y  disposición,  que  cualquiera  juz- 
gara siis  años  por  mayores;  y  á  este  mismo  mo- 
delo seguían  las  demás  facciones,  el  brío,  el  do- 
naire y  la  virtud  y  discreción  del  alma.  De 
suerte,  que  si  en  ésta  era  admirable,  en  su  cuer- 
po era  peregrina,  formándose  de  tantas  excelen- 
cias un  divino  portento,  un  asombro  de  virtud  y 
hermosura;  y  aun  parece  que  no  queda  exagera- 
do, ni  encarecido  bastantemente. 

A  este  dulce  espectáculo,  monstruo  en  belleza, 
tal  vez  descuidados  y  aun  libres  miraron  atrevi- 
dos los  ojos  del  incauto  mancebo,  llevando,  como 
siempre  acontece,  tras  del  atrevimiento  y  delito, 
la  pena  y  castigo  de  su  descuido  y  libertad. 

Teníanle  sus  padres,  en  Lisboa,  casi  ya  con- 
cluido un  casamiento  con  una  prima  suya,  tan 
rica  como  hermosa,  y  sobre  todo,  el  empleo  y 
caudal  de  su  primero  amor;  y  por  cuyo  respeto, 
si  no  digo  desdén,  había  padecido  ^no  pequeños 
disgustos;  y  ahora  sólo  acabar  su  viaje  dilataba 
su  posesión.  Y  así,  con  tal  empeño,  parecíale  que 
ni  había  causa  en  el  mundo  para  que  sus  obliga- 
ciones y  fe  faltasen,  ni  peligro  ni  objeto  que  hi- 
ciese su  palabra  venir  á  menos.  Con  tan  flaca 


282  CÉSPEDES  Y   MENESES 


defensa,  que  en  nn  instante  se  desvaneció  como 
hnmoy  contándose,  como  dicen,  por  casado  y  por 
el  consiguiente,  por  seguro,  dio  franca  y  libre 
puerta  á  sus  dos  ojos  y  rienda  á  su  inadverten- 
cia y  presunción,  hallándose  cuando  menos  pen- 
só y  quiso  retirarse  precipitado  en  un  abismo  de 
deseos  y  rodeado  de  murallas  tan  fuertes,  que 
juzgó  por  eterna  su  prisión  y  su  libertad  por  irre- 
mediable. 

Olvidó  el  justo  empleo  que  alborozado  le  vol- 
vía á  su  patria,  la  perseverancia  prometida  y, 
para  mayor  muestra  de  su  exceso  y  locura,  dio  al 
mar  un  hermoso  retrato  de  su  prima  y  futura  es- 
posa. Señales  eran  estas  mortales,  accidentes 
eran  aquestos  de  una  furiosa  calentura,  y  sus 
efectos,  aunque  bien  encubiertos,  fácilmente  sa- 
liendo como  el  fuego  á  la  boca,  fueron  patentes 
á  su  dama;  y  aunque  advertidos  de  su  discreción, 
en  ninguna  manera  acogidos  de  su  honesto  pecho. 

Sabia  ya  doña  Leonor  las  aplazadas  bodas;  y 
aunque  esto  asi.no  fuera,  su  presunción  altiva, 
su  recato  y  honestidad,  bastaran  á  contrastar 
fuerzas  mayores  y  mayores  peligros,  ó  al  menos 
extremos  semejantes  juzgaba  ella  de  su  entereza 
y  cordura;  si  bien  yo  dificulto  tan  igual  conve- 
niencia y  temo  que  tales  presunciones  suelen  dar 
en  terribles  bajios;  porque  ser  confiado  y  ser  pru- 
dente, de  suyo  trae  la  contradición  yrepugntincift. 
En  fin,  de  aquesta  suerte,  ya  en  las  primicias  de 
este  amor,  ya  en  la  absteridad  y  encogimiento  de 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       283 

-    ^     -        ■ -  -  lili J LU I -^^^^^^— ^.^^^ 

la  dama,  se  iba  prosiguiendo  aquella  larga  y  te- 
nebrosa navegación,  con  tan  prósperos  vientos, 
que  hasta  invernar  en  Mozambique,  por  no  atre- 
verse entonces  á  doblar  el  Cabo,  ninguno  fué  de 
tan  siniestra  condición  como  la  mal  correspondi- 
da voluntad  del  amante,  que  á  vela  y  remo  ca> 
minaba  sin  esperanza  de  seguro  puerto. 


CAPITULO  LXXIV 

Inverna  nuestra  armada  en  Mozambique,  dife- 
rencias entre  los  capitanes ^  y  otros  varios  su- 
cesos en  la  navegación  y  amor  de  don  Enri- 
que^  etc. 

LíLEGABON  al  término  que  tengo  dicho  las  pode- 
rosas naves  y,  juntamente,  según  lo  han  de  cos- 
tumbre, albergaron  quietas;  aunque  no  así  el 
preso  don  Luis,  porque  el  ocasión  de  hallarse  en 
tierra,  acrecentó  su  guarda  y,  por  el  consiguien- 
te, incomodidades  forzosas.  Sentia  este  caballe- 
ro la  desconfianza  del  capitán  mayor  y,  sobre 
todo,  que  siendo  de  una  misma  ciudad  y  natura- 
leza, pudiesen  con  él  tan  poco  sus  merecimientos 
y  partes,  de  adonde,  volviendo  á  los  encuentros 
pasados  y  sus  enojos,  llegaron  al  punto  de  quien 
jamás  descaecieron.  Con  que  si  bien  don  Enrique, 
por  su  propio  interés,  deseó  apaciguarlos,  aunque 
hizo  como  antes  lo  que  quiso  de  su  padre  y  acomo- 
dó á  don  Luis,  ni  por  eso  se  reconciliaron,  ni  el 


234  CÉSPEDES   Y  MBNESES 

tierno  amante  volvió  á  la  comunicación  de  sns 
visitas.  Con  que,  lastimosamente  muriendo,  pasó 
aquel  temporal,  hasta  que,  al  cabo  de  algunos 
meses,  embarcándose,  sin  mejor  esperanza,  vol- 
vieron al  viaje,  y  él,  por  la  cercanía,  á  poder  ver 
mejor  á  su  dama,  sin  la  limitación  que  en  k 
tierra. 

Tenía  muy  bueniL  voz  y  igual  destreza  en  la 
música,  y  así,  por  medio  de  ella,  diversas  veceá 
entendió  doña  Leonor  los  conceptas  y  ternuras  de 
su  amante;,  porque  las  más  noches,  en  los  corre- 
dores de  popa  pasaba  desvelado,  ó  ya  cantando 
al  son  de  la  vigüela,  ó  ya  vertiendo  amorosas  lá- 
grimas; si  bien,  á  tantas  quejas,  á  tan  amargo 
llanto,  siempre  doña  Leonor  estuvo  sorda,  sie«- 
pre  cruel  y  siempre  desdeñosa.  Con  que  el  abra- 
sado mozo,  reconociendo  su  desdicha,  perdió  pie 
en  su  remedio;  y  al  paso  que  le  iba  faltando  la 
esperanza,  á  ese  mismo  crecían  sus  tristezas,  y 
perdiendo  el  vigor  vino  4  rendirse,  cayendo  en 
una  peligrosa  enfermedad,  con  la  cual,  cesando 
el  breve  alivio  de  la  vista  de  su  dama,  se  aumen- 
tó su  accidente  y  con  él  el  peligro  de  su  vida. 

Llorábale  su  padre  tiernamente  y  aun  todos  los 
soldados  y  oficiales,  de  quien  era  bien  quisto;  j 
no  era  don  Luis  Antonio  quien  menos  la  sentía, 
porque  reconocía  que,  si  algún  buen  pasaje  se  le 
hacía,  era  por  su  medio  y  diligencia.  Sólo  doña 
Leonor,  constante  y  firme,  como  roca  á  estos  gol- 
pes, corría  parejas  en  el  sentimiento  lícito,  no  en 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       285 

el  que  á  tan  extraño  y  prodigioso  amor  debía. 

En  este  ínterin,  el  mal  del  pobre  enfermo,  por 
instantes,  por  puntos,  caminaba  á  prevenir  su 
muerte,  apresurada  tanto  de  la  causa  dicha,  como 
de  las  incomodidades  del  navio,  golpes  y  vaive- 
nes del  mar,  que  también  á  esta  sazón,  con  un 
viento  deshecho,  andaba  por  los  cielos,  hasta  que 
reconociendo  las  Terceras,  casi  forzadamente  hu- 
bieron de  arribar  á  ellas;  con  que  siendo  preciso 
reparar  los  bajeles,  en  el  entretanto,  la  ocasión 
á  propósito  obligó  á  saltar  en  tierra  al  capitán  y 
á  que  sacasen  á  ella  á  su  hijo  y  á  don  Luis  y  su 
gente,  que  todos  venían  con  achaques  diferentes. 

Alojáronse  juntos  unos  y  otros  en  las  casas  del 
gobernador  de  aquellas  islas,  que  para  facilitar 
mejor  su  cura  del  noble  don  Enrique,  acertó  á  ser 
no  menos  que  su  tío.  Tenía  este  caballero  dos 
hijas  doncellas,  de  quien  y  de  su  madre  casi 
igualmente  fueron ,  con  los  parientes  recibidos, 
don  Luis  y  su  mujer,  y,  sobre  todo,  la  hermosa 
doña  Leonor,  porque  su  belleza  y  cordura  no  sólo 
causaba  admiración,  mas  se  hacia  amable. 

Ya  se  sabe  cuan  tiernamente  se  agasajan  los 
de  aquesta  nación,  y  cuan  poco  deudo,  obligación 
y  conocimiento  han  menester  para  regalarse;  y, 
supuesto  lo  dicho,  no  tengo  para  qué  encarecer 
las  caricias  de  tales  huéspedes,  ni  la  piedad  y 
amor  con  que  el  doliente  mozo  sería  curado.  No 
se  apartaban  de  él  un  punto  sus  dos  primas,  y  si 
algún  breve  espacio  le  faltaban,  era  sólo  para 


-/" 


286  CÉSPEDES   Y  MENBSES 

hacer  compañía  á  su  dama,  por  la  cual,  encar- 
gando su  gasto,  cada  instante  preguntaba  don 
Enrique;  y,  en  medio  de  sus  ansias  y  congojas, 
aquel  su  dulce  nombre  le  alentaba  con  tal  demos- 
tración, que  fácilmente  las  piadosas  señoras  die- 
ron en  su  desvelo  y,  poco  á  poco,  en  el  origen 
cierto  de  su  peligrosa  enfermedad.  Confesólo  asi- 
mismo, casi  ya  desconfiando  de  su  remedio,  el 
tierno  amante,  y,  cubiertos  los  ojos  de  lágrimas, 
las  pidió  que  á  lo  menos,  en. habiendo  muerto,  le 
dijesen  á  doña  Leonor  su  infeliz  suerte,  y  con 
tristes  suspiros  les  contó,  juntamente,  sn  perse- 
verancia y  firmeza,  y  el  descuento  que  en  desde- 
nes, tibiezas  y  rigores  le  había  reducido  á  tan 
mortal  estado. 

No  se  holgaron  poco  las  dos  damas  de  que  su 
sospecha  saliese  cierta,  porque  del  entenderla 
consiguieron  en  la  salud  del  primo  más  segura 
esperajiza,  y  en  el  consuelo  de  sus  penas  igual 
remedio;  con  lo  cual,  alentado  su  descaecimiento, 
tomaron  tan  á  pecho  su  amorosa  empresa,  que  sin 
más  dilatarla,  aun  antes  de  acostarse  aquella 
noche,  sabia  doña  Leonor  ya  de  su  boca  lo  que 
mucho  tiempo  antes  se  tenía  ella  muy  mejor  en- 
tendido. 


J 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      287 


CAPITULO  LXXV 

JPersuaden  con  porfía  las  dos  damas  á  doña 
Leonor,  y  ella  declara  su  última  voluntad. 

(¿luiEBO  que  antes  de  pasar  adelante,  ni  que  el 
lector  se  entere  en  los  sentimientos  fingidos,  eno- 
jos disimulados  y  razones  severas  con  que  recha- 
zó doña  Leonor  la  intercesión  de  las  dos  primas, 
sepa  también  la  altura,  lo8  términos  y  rumbos  en 
que  la  hallaba  el  peligro  de  su  muerte,  su  larga 
enfermedad,  su  tierno  amor  y  su  mayor  constan- 
cia, para  que  asi,  más  claramente  penetrado  este 
punto,  reconozca  cuan  cortas  son  las  fuerzas  de 
una  frágil  mujer^  cuan  breves  sus  rigores  y  cuan 
fáciles  sus  resistencias;  y,  mayormente,  comba- 
tida  y  poco  recatada  de  un  continuo  cuidado,  de 
unos  dulces  gemidos,  de  un  largo  padecer,  de 
unas  fingidas  ó  verdaderas  lágrimas,  de  una  so- 
licitad amorosa,  y,  sobre  todo,  de  un  forzoso  y 
cruel  disimulo  de  su  recato  vergonzoso  y  de  su 
natural  honestidad  y  encogimiento. 

Nunca  á  doña  Leonor  le  pareció  mal  don  Enri- 
que; antes,  siendo  sus  partes  tan  gallardas,  su 
condición  tan  generosa  y  la  cortesía  tan.  bien  ex- 
perimentada, era  fuerza  y  obligación  precisa  que 
en  su  pecho  hubiese  causado  diferentes  efectos  de 
los  que  ella  mostraba,  como  realmente  éralo  cier- 
to; mas  teníala  á  raya  el  saber  que  él  iba  á  casar- 


288  CÉSPEDES   Y   MENESES 


se,  y  sobre  esto,  su  pundonor  honesto,  que  este  era 
incomparable.  Por  esta  causa  j  por  razón  isn 
cierta,  llano  es  que,  aumentándose  en  la  continoa 
vista  el  fuego  de  esta  viva  centella,  y  creciendo 
el  rigor  de  un  vivo  viento,  tan  deshecho  y,  ma- 
yormente por  su  causa,  en  términos  de  muerte  un 
mozo  tan  gallardo,  que  había  de  contrastar  sos 
intentos  y  desvanecer  sus  honrados  propósitos. 

Declarado^  pues,  este  enigma  y  entendido  que,, 
aunque  oculto,  en  su  pecho  triunfaba  amor  de  su 
constancia,  fácil  me  será  el  persuadir  que  no  po- 
día,  en  la  sazón  de  entonces,  suceder  á  doña  Leo- 
nor cosa  más  deseada  ni  conforme  á  su  estima- 
ción y  entereza,  porque  ya,  con  su  mayor  contra- 
dicción y  esfuerzo,  había  cobrado  alientos  six 
amoroso  desvelo,  y  de  tal  suerte  se  hallaba  su* 
mergida  y  ahogada,  que,  á  dilatarse  más  la  dili- 
gencia de  las  dos  damas,  saliera  de  ella  el  descu- 
brir á  voces  su  sentimiento  ó,  por  lo  menos,  se 
declarara  infaliblemente  por  cualquier  camina 
con  don  Enrique;  que  no  hace  menos  furiosa  ba- 
tería querer  así  oponerse,  resistiendo,  disimulan- 
do y  á  brazo  partido,  con  este  ciego  y  rapacillo 
amor. 

Este  era  el  término  y  estado  en  que  la  cogió  el 
tierno  recaudo  de  su  amante,  y  en  quien  los  pia- 
dosos ruegos  de  aquellas  damas  pretendieron 
ablandar  su  corazón  de  cera,  si  bien  para  los  dos 
probó  á  mostrarse  entonces  de  acero  duro,  y  con 
disimulación  y  enojo  tan  fingido  y  dispuesto, 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      269 


ae  yiéndose,  en  medio  de  sus  muchas  querellas, 
)car  en  la  estimación  y  aun  en  la  obligación  y 
)  de  ser  su  huéspeda  y,  por  el  consiguiente,  mal 
)rrespondida,  casi  se  hubieran  de  hallar  muy 
Tepentidas.  Mas  oyendo  que,  en  el  progreso  de 
s  quejas,  mezclaba  artificiosamente  las  gene- 
sas  partes  de  su  primo,  su  igual  conocimiento 
últimamente,  que  á  no  juzgarle  por  casado  ó 
términos  de  estarlo  tan  presto,  no  las  culpara 
ito;  entendido  el  descuido  exagerado,  la  die- 
L  por  rendida  y,  apretando  la  cuerda,  apenas 
parte  de  don  Enrique,  las  dos  la  aseguraron 
3u  recelo,  pues  no  era  puesto  en  razón  ni  aun 
to  pensar  que  él  pretendiera  tan  ilustre  mu- 
menos  que  para  un  loable  fin,  cuando  la  abra- 
sa señora  hizo  público  alarde  de  su  amor  y 
pió,  no  sin  lágrimas,  el  velo  de  sü  disimula- 
y  recato.  Con  lo  cual,  aclamando  victoria,  á 
uasión  de  las  dos  primas  se  determinaron  á 
r  la  siguiente  noche,  secretamente,  una  vi- 
al doliente  mancebo,  ó  por  mejor  decir,  á 
ríe  la  salud  y  la  vida,  como  en  efecto  su- 
;  porque  alcanzando  el  si  de  doña  Leonor, 
ra  conveniente  y  en  el  peso  y  silencio  de  la 
:  entraron  unas  y  otras,  llevando  en  medio 
•dero  antídoto  y  remedio  del  enfermo,  al 
m  vez  de  la  salud  que  deseaban,  inadver- 
lu hieran  acarreádole  la  muerte  con  tan  im- 
lo  y  repentino  contento. 

rORIAS    PEREGRINAS  19 


290  C¿S?BDES  Y  MSNESKS 


CAPITULO  LXX  VI 

Llega  á  salvamento  la  armada,  y  en  Lisboa  se 
va  más  alentando  el  enojo  y  rencor  de  dan 
Luis  Antonio. 

Lbníanli:  á  don  Enrique  sus  continuas  congojas 
en  un  suspiro  eterno ,  desvelado  y  sin  sueño  jj 
por  otra  parte,  la  enfermedad  terrible  y  el  no  co- 
mer, desalont-ado  y  débil.  Y  asi  no  fné  mncho 
juzgar  á  la  primera  vista  tal  suceso  por  alguna 
de  las  transformaciones  de  Ovidio;  y,  en  Hecho 
de  verdad,  no  pasó  menos;  porque,  alborotado  j 
lleno  de  terror  y  respeto,  en  viéndolas,  se  quiso, 
para  hacerles  conforme  reverencia,  arrojar  delle- 
Gh.o;'y  ejecutáralo  si  al  punto  no  le  detuvieran  sus 
primas,  y  con  el  nuevo  desengaño  y  nuevas  de  sa 
baena  fortuna,  reprimieran  su  intento;  aunque 
esto  no  fué  de  suerte  que,  á  contento  tan  grande 
y. nunca  esperado  en  su  concepto,  él  pudiese  es- 
primir  alguno  que  lo. pareciese,  ni  menos  asegu- 
rar su  turbado  espíritu,  si  bien  con  todo,  agra- 
deciendo con  locuras  de  amor  este  favor  inesti- 
mable, dejó  lugar  á  que  sus  dos  primas  le  habla- 
sen y  doña  Leonor  le  satisficiese.  Dijo,  pues,  la 
hermosa  dama,  cubierto  el  rostro  de  vergonzosa 
grana,  entre  otras  muchas  cosas  con  que  preten* 
dio  disculpar  su  esquiveza  y  rigor,  la  fuerza  que 
sus  primas  la  habían  hecho,  lo  que  bu  amor  Ift 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE^-D.  ENRIQUE  DE  SILVA       291 

tenia  obligada  y  cuánto  deseaba  bu  primera  sa- 
lad, dio  un  pequeño  rasguño  en  su  corresponden « 
-oía  y,  finalmente,  aumentándose  el  virgíneo  oo- 
lor  con  la  seguridad  de  su  fe  y  palabra,  aseguró 
igualmente  la  suya  y  sus  temores;  con  que  bro- 
tando el  corazón  de  que  la  oía  agradecimientos  ^ 
aumieiones,  promesas  y  una  inviolable  fe,  tro- 
cando en  alivio  sus  penas,  sus  tormentos  eit  glo' 
ría  y  sns  tinieblas  en  sereno  dia, quedó,  de  muer- 
to resucitado  y,  con  tan  evidente  mejoría  el  con* 
■suelo  del  alma,  que  desde  aquel  punto  informa 
nueva  vida,  nuevas  fuerzas  y  alientos  á  su  cuerpo « 
Despidiéronse  por  entonces  las  damas;  mas 
con  iguales  vistas,  creciendo  los  favores,  creció 

* 

la  voluntad  y,  aumentándose  el  trato,  poco  én 
poco  el  niño  y  ciego  amor  llegó  á  verse  gigante 
«n  sus  dos  pecbos.  T  ¿qué  mucho,  si  habiéndose 
plantado  sus  raíces  en  la  iiumedad  inmensa  del 
Océano,  crecido  en  medio  de  sus  ondas  y  casi  en- 
derezádose  en  sus  islas  se  lograse  de  esta  suer- 
te, pues  aun  para  su  aumento  y  correspondencia 
no  sólo  sirvieron  de  terceras  y  arrimo  dos  damas 
tan  hermosas,  mas  aun,  aquellos  sollozos,  aque- 
llas islas  ó  pezones  del  mar  le  ayudaron  y  favo- 
recieron con  la  semejanza  de  su  nombre? 

Había  todo  este  tiempo  andado  alborotado  el 
mar,  levantadas  sus  ondas  y  el  viento  desatado 
y  deshecho,  porque  aún  en  este  rigor  quiso  con 
don  Enrique  mostrarse  favorable,  y  tanto  que  pa^ 
rece  esperaba  solóla  mejoría  y  buen  suceso  de  su 


•^— 


292  CÉSPEDES   Y  MENESES 

amor  y  salud  para  dejar  trillarse  de  las  naves,  j 
asi  abonanzando,  despedidos  de  las  hermosas  pri- 
mas con  abrazos  y  aun  lágrimas,  se  embarcaron 
y,  en  ocho  días.,  con  general  alegría ,  dieron 
vista  á  Lisboa. y,  finalmente,  límites  á  los  traba- 
jos de  su  navegación,  con  lo  cual  (advertidos  en 
la  prosecución  de  sus  amores)  don  Enrique  y  su 
padre  pisaron  los  umbrales  deseados  de  sn  casa, 
y  don  Luis  Antonio,  á  quien  ya  esperaba  un  hij<^ 
suyo,  con  mejores  despachos  de  la  corte,  guió  i 
la  suya  acompañado  de  algunos  guardas  y  de 
muchos  amigos. 

Teníasela  el  Supremo  Consejo,  informado  me- 
jor, señalada  por  cárcel;  y  así,  juzgándolo  por 
diferente  suceso  que  el  que  prometía  el  recato 
del  capitán  mayor,  creciendo  su  indignación  y 
odio  esperó  los  fines,  que  no  se  dilataron  pocos 
días;  aunque  moderándose  en  ellos  su  prisión, 
tuvo  después  de  algunos  meses  licencia  para  ir  á 
la  corte. 

CAPITULO  LXXVn 

Procuran  los  parientes  de  don  Enrique  el  efecto 
de  su  casamiento  aplazado;  y  él,  regido  de  stf 
nuevo  desvelo,  lo  dilata  cautelosamente. 

ISüf  este  ínterin  y  aun  luego,  como  don  Enri- 
que, convaleciente  de  su  mal,  llegó  á  su  casa,  ad 
de  la  parte  de  sus  mismos  padres,  como  de  los 
parientes  y  deudos,  de  la  que  había  de  ser  su  es- 


SUCESOS  TILÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       293 

posa,  como  en  cosa  tan  hecha,  comenzaron  á  tra- 
tar del  efecto  y  disponer  las  dispensaciones;  por- 
que, como  tengo  dicho,  doña  Clara  (llamábase 
«si  la  dama)  era  sa  prima  y,  juntamente ,  donce- 
lla riquísima,  única  heredera  de  su  casa,  y,  so^ 
bre  todo,  mujer  á  quien,  por  su  hermosura  y  bi- 
-zarro  parecer,  había  el  olvidado  amante  servido 
largos  tiempos  y  aun  querido  con  extremos  locos; 
y  bien  acerté  en  darles  semejante  atributo,  pues 
ninguno  pudo  mejor  cuadrar  con  su  variedad  y 
mudanza. 

Habíasele,'  al  principio  de  este  empleo,  mos- 
trado desdeñosa,  condición  ordinaria  de  una  mu- 
jer rogada;  y  este  fácil  castigo,  sintiéndole  don 
Enrique  por  disfavor  mortal,  tuvo  por  buen  re- 
medio el  ausentarse;  y,  poniéndolo  por  obra,  á 
pesar  de  sus  padres,  de  quien  era  su  mayor  con- 
suelo, se  traspuso  á  la  India,  de  donde,  entendi- 
da la  causa  y  arrepentida  el  sujeto  de  ella,  con- 
certadas sus  bodas,  yendo  por  capitán  mayor  su 
padre,  lo  traía  ahora  para  su  cumplimiento,  mas 
tan  diferente  y  trocado  como  habéis  oído;  pues 
no  sólo  no  volvió  los  ojos  al  pasado  empleo,  sino 
que,  resuelto  á  proseguir  su  nuevo  amor,  pidió 
se  suspendiese  el  trato,  como,  en  efecto,  lo  hi- 
cieron sus  padres,  porque  sólo  su  voluntad  los 
gobernaba. 

Cesaron  con  aquesto  las  pláticas;  y  aunque  de 
parte  de  la  dama  se  guardó  el  mismo  orden,  no 
%BÍf    en  lo  interior,   se  estimó  el  sentimiento. 


291  CÉSPEDES  Y  MENBSES 

Amaba  doM  Clara  tiernamente  á  su  primo,  y  el 
juzgarse  tan  cierto  por  su  esposa,  no  sólo  habk 
heoho. lícito  este  amor,  mas,  juntamente,  al^ierto 
franca  puerta  á  sus  ciegos  deseos,  á  sos  ardiea- 
tes  llamas  y  una  voluntad  tan  arraigada  y  enve- 
jecida, que  fuera  hoy  por  demás  querer  ceñirk 
ó  mitigar  su  fuego.  T  esta  verdad,  no  obstante 
que  el  ingrato  deudo  la  advirtió  y  conocitS,  aun- 
que siempre  resuelto  á  proseguir  su  gusto,  nun- 
ca ae  persuadió  desengañarla,  ni  tampoco  quiso 
que  sus  padres  lo  hiciesen;  antes,  jugando  c<m 
dos  manos,  procuró  entretenerla;  y  fingiendo  de- 
seos, iba  por  otra  parte  excusando  y  dilatando 
su  ejecucióxi. 

No  puedo  yo,  á  lo  menos,  presamir  oon  qaé 
fines;  pero  á  lo  más,  bien  veo  que  en  este  trato 
doble  degeneró  grandemente  de  sus  obligaciones 
don  Enrique,  y  que  muy  justamente  se  le  podráa 
á  él  atribuir  los  dafios  graves  que  de  flus  remi- 
siones y  fingimientos  resultaron;  porque  es  cosa 
infalible,  y  que  no  admite  duda,  que  «i  luego 
como  llegó  desengañara  á  su^pobre  prima,  ni  sn 
voluntad  tomara  tan  grandes  fuerzas,. ni  su  amor 
hubiera  crecido  de  tal  suerte  que,  cuando  quiso 
atajarlo,  pareció  irremediable;  mas  no  se  queda- 
ron sin  castigo  el  uno  y  otro,  porque  si  doña  Cla- 
ra lloró  inmortalmente  su  libre  y  desenfrenado 
arrojamiento,  no  se  dilató  á  don  Enrique,  ni  i 
sus. disimulaciones  y  dobleces,  la  eatisfaocidn  y 
paga  merecida. 


SUCBSOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQXm  DE  SILVA       296 

Pero  dejado  aquesto  hasta  su  tiempo,  no  anda* 
ba,  en  el  presente  la  hermosa  doña  Leonor  poco 
afligida,  porque  la  nueva  asistencia  de  su  casa 
difícultaba,  hasta  tomarla  el  tiento,  la  comunica- 
ción de  su  amante,  á  quien  aunque  los  más  días 
veía  desde  sus  rejas,  semejante  á  otro  Tántalo, 
aquel  breve  consuelo  la  causaba  más  abrasada 
sed,  mayor  deseo  y,  por  el  consiguiente,  igual 
pena  y  desesperación.  Mas  como  la  necesidad  y 
trabajo  es  prudente  maestro  de  la  industria,  no 
sin  atrepellar  inconvenientes,  hizo  que  la  forja- 
sen un^  llave,  con  la  cual,  saliendo  de  su  cuadra, 
podía  llegar  á  unas  ventanas  y  por  ellas  hablar 
c(m  su  galán  seguramente.  No  era  menos  el  cui- 
dado y  vigilancia  de  sns  padres,  pues  aun  en  tan 
corta  diligencia,  tenía  su  hija  tantas  dificultades; 
mas  ¿qué  importan  éstas  ni  otras  mayores  cuan- 
do una  voluntad  vive  dispuesta?  En  fin,  previ- 
niendo un  papel  con  avisos  y  señas  saficientes, 
el  mismo  día  que  se  acabó  la  llave,  arrojándose- 
le al  pasar  á  don  Enrique,  y  tomándole  él  con 
ignal  cuidado,  entendido  su  gusto,  salió  de  con- 
fusiones, además  que  fué  mucho  no  perder  el 
juicio. 


296  C¿S PEDES   Y  MENESBS 


CAPITULO  LXXVni 

Crecen  los  favores  de  doña  Leonor  hasta  verse 
con  don  Enrique  en  más  estrechos  lazos, 

£rSTA  tranquilidad  que  he  referido,   este  gozo 
y  contento,  les  duró  á  los  amantes  largos  días, 
comunicándose  las  más  noches  ternísimas  j  coa- 
firmando nuevamente  su  amor  j  perseverancia, 
sin  atreverse,  en  tanto  tiempo,  á  tomar  resolu- 
ción segura,  pidiéndola  don  Enrique  á  sus  pa- 
dres ó  dando  ella  lugar,  á  otro  concierto.  Dora- 
ban en  don  Luis  los  reñidos  pleitos  que  de  la 
India  le  habían  traído;  y  el  rencor  granjeado 
por  su  guarda  y  recato,  estaba  con  su  padre  de 
don  Enrique  en  el  mismo  paraje;  y  como  estas 
cosas  no  ignorase  la  dama,  cierta  de  sa  contra- 
dicción, procuraba,  hasta  mejor  sazón,  divertir  y 
entretener  á  su  amante;  pero,  en  efecto,  el  temor 
receloso  de  que  con  semejantes  dilaciones  no  se 
volviese  á  su  primero  empleo,  y,  sobre  todo,  su 
insufrible  deseo,  la  obligaron,  ó  por  hablar  más 
lícito,  la  hicieron  fuerza  á  que  tomase  otra  reso- 
lución; que  si  bien  no  fué  la  más  honesta  y  acer- 
tada, por  lo  menos,  para  su  cumplimiento  y  para 
mejor  seguridad  de  sus  cosas,  ella  la  juzgó  por 
esencial  y  breve. 

Quien  trujere  leyendo  estos  renglones  á  la 
memoria  los  primeros  de  esta  historia,  y  en  ellos 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA   297 

la  crueldad,  el  desdén,  el  severo  rostro,  la  con^ 
tinencia  y  recato  con  que  esta  dama  trató  el  ori- 
gen de  su  amor,  y  ahora  viere  tan  notable  mu- 
danza, fuerza  será,  ó  que  se  me  conceda  en  su 
disculpa  ser  grave,  ser  vehemente  su  pasión  ó 
que  en  su  pecho  halló  menos  prudencia  y  mayor 
confianza;  blasón  que  locamente  se  atribuye  más 
presto,  quien  más  pronto  se  precipita  y  cae  de 
ojos.  No  niego  yo  que  el  frágil  natural  dé  las  mu- 
jeres es  en  cuanto  á  deseos  más  disculpable;  pero 
también  no  ignoro  que  para  recatarlos  y  encu- 
brirlos es,  sin  comparación,  más  fuerte  y  pode- 
roso que  en  los  hombres;  y  así,  censurando  mo- 
desto, creo  y  tengo  por  cierto  que  primero  le 
rendiría  la  celosa  pena  del  verse  por  sus  dila.- 
ciones  olvidada,  y  mayormente  estando  de  por 
medio  doña  Clara,  ó  congruencias  diferentes,  en- 
derezadas á  su  honrado  propósito,  que  no  incen  - 
dios  de  amor,  llamas  de  sus  desordenados  deseos. 
En  conclusión,  doña  Leonor,  dispuesta  á  di- 
vertir su  amante  con  más  nuevos  y  crecidos  fa- 
vores, movida  por  las  causas  ya  dichas,  y  apre- 
surada de  sus  continuos  ruegos  é  importunacio- 
nes, le  dio  orden  para  que  entrase  en  su  casa,  y 
no  obstante  que  esto  era  lleno  de  inconvenientes 
temerosos,  y  no  el  menor  el  allanar  las  puertas, 
loco  de  gusto,  sin  reparar  en  ellos,  atropello  en 
sus  dificultades,  inclinando  y  disponiendo  cavi- 
losamente la  voluntad  de  un  esclavo  portero, 
piedra  fundamental  y  llave  de  su  entrada,  y  con 


298  C&SPSDB8  Y  If  EN&8E8 

tanta  destreza  y  disimulación,  que  á  pocos  lan- 
ces le  tuvo  de  su  parte.  Porque  valiéndose  para 
con  semejante  persona  de  otro  igual  sujeto,  digo 
de  otro  esclavo  suyo^  y  bien  ladino;  mediante 
éiSte,  con  facilidad  le  granjeó,  persuadido  á  qü« 
según  la  verdad  del  intento,  casándose  los  ios 
amantes,  ó  seria  con  razón  duefi.o  de  sus  volunta- 
des, ó  que  por  lo  menos  le  ahorrarían  de  su  es- 
clavitud, y  a&adiendo  á  este  punto  dádivas  y 
regalos,  que  es  el  más  fuerte  medio,  sin  más  di- 
ficultarlo, don  Enrique  escaló  la  fortaleza,  y  doña 
Leonor,  aunque  arrepentida,  se  halló  en  dlf éren- 
te estado.  Había  llegado  su  amor  al  último  re- 
mate y,  recíprocamente,  más  que  nunca  á  su  gas- 
to sujeto,  mostraba  don  Enrique  el  agradeci- 
miento, tanto  en  el  mortal  peligro  á  que  se  po- 
nía, cuanto  á  ella  en  los  muchos  á  que  para  sa- 
lir á  verle  se  aventuraba,  pues  siéndole  preciso 
llegar  hasta  una  sala  de  estrado  qne  era  adon- 
de el  negro  y  falso  alcaide  podía  meter  á  su  ga- 
lán, el  menos  importante  en  su  modo,  ir  atrave- 
sar por  delante  de  sus  mismos  padres  y  herma- 
nos, que  unos  y  otros  consecutivamente  al  suyo 
dormían  en  diferentes  aposentos,  de  quien  á  ser 
sentida,  indubitablemente  y  sin  mayor  examen 
fuera  muerta,  porque  en  casos  tan  de  honra  no 
es  más  bien  reportada  la  gente  noble  de  esta  be- 
licosa nación. 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       399 


CAPITULO  LXXIX 

Dánse  palabra  y  fe  de  esposos  los  amantes^  y. 
en  el  Ínterin^  doña  Clara,  impaciente  por  la 
dilación  de  su  primo,  cae  en  una  grave  en- 
fermedad. 

jSn  la  noche  primera  de  sus  vistas,  no  olvidan- 
do del  todo  la  hermosa  dama  lo  que  debía  á  sa 
san^e,  antes  de  verla  puesta  en  contingencia , 
recibió  de  don  Enrique  con  igual  alegría  la 
mano  y  fe  de  esposo,  llamando  por  testigos  las 
negras  sombras  de  la  oscura  noche  y  al  bárbaro 
tercero  de  sus  bodas,  las  cuales,  con  tales  requi- 
sitos, no  dejaré  yo  de  llamar  muy  negras  y  aun 
tristes  desde  este  punto,  y  ¿  lo  menos  en  señales 
y  agüeros  nos  fuera  lícito  creer  no  sé  que  más 
contrarios,  no  sé  cuáles  más  infelices. 

Ta  yo  estoy  esperando  en  don  Enrique  si -el 
verse  con  tan  nuevo  estado  y  sin  remedio  la  per- 
sona de  su  prima  le  obligan  á  desengañarla,  le 
fuerzan  á  declararse  con  ella.  Pues  no  fué  así, 
porque  ni  con  todo  le  pasó  por  el  pensamiento; 
antes  con  el  mismo  desvelo  la  traía  suspendida, 
adorando  en  sus  acciones,  creyendo  en  sus  pa- 
labras, y  como  inocente  corderilla,  dejándose 
por  ellas  llevar  al  matadero. 

Vivía  la  cuitada  doncella  en  un  continuo  llasr 
to,  efectos  que  á  los  ojos  respiraba  su  alma,  abra- 


I 

1 


900  CÉSPEDES   Y  MENESES 

eada  y  encendida  en  ardientes  recelos,  siendo 
lastimosa  y  crnelniente  apresurados  y  preveni- 
dos con  la  pena  de  tantas  tibiezas  y  desdenes, 
con  el  incendio  de  fingidos  requiebros  y,  final- 
mente, con  el  incentivo  de  sus  dilaciones  y  pan- 
sas,  porque  no  hay  accidente  tan  furioso  ni  lo- 
cura tan  desatada  que  asi  rompa,  atropello,  des- 
barate la  más  honesta  y  casta  resolución,  como 
la  desestimación  y  desprecio  de  la  oosa  amada; 
y  sobre  todo,  la  privación  ó  suspensión  de  sos 
mismos  objetos.  Así,  regida  de  aqueste  ciego  é 
implacable  amor,  abandonando  su  natural  ver- 
güenza, perdía,  en  viéndose  con  él  á  solas,  los  es- 
tribos del  recato,  y  lo  que  más  se  puede  ponde- 
rar, hacía  tiernamente  oprimida  con  su  olvida- 
do primo  el  mismo  oficio  que,  en  ley  de  buen  ga- 
lán,  debiera  él  representar  en  aquesta  tragedia, 
pues  trasformándole  en  sí  mismo,  ella  le  reque- 
braba, ella  le  hacía  caricias  y,  con  dulcísimos 
efectuosos  gemidos,  solicita  fomentaba  su  gusto, 
su  perdición  y  ruina.  ¡Oh  lastimoso  y  miserable 
estado  de  mujer  I   ;Onán  imperiosamente  está 
apoderada  de  tu  triste  alma  esta  pasión  tirana, 
y  cuan  ciega  y  arrebatadamente  eres  llevada 
al  abismo  de  tu  final  desdicha! 

Ciertamente  que,  llegando  á  este  punto,  casi 
me  falta  aliento  para  proseguir  esta  historia,  y 
que  si  el  haberme  empeñado  en  su  promesa  no 
me  obligara,  que  de  mi  acuerdo  quedara  á  otro 
menos  piadoso  su  progreso.  En  fin,  digo  que  ya 


=1 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      oOl 

abriendo  los  ojos  don  Enrique  cnando  el  remedio 
de  estas  cosas  consistía  en  no  dársele,  entonces, 
para  que  el  daño  y  fin  de  todas  creciese  con  más 
prisa,  trató  de  declararse  y  desengañarla;  si  bien 
aun  este  propósito  tardío  no  llegó  á  ejecutarse 
por  entonces;  porque  la  afligida  señora,  cansada 
de  sufrir  tan  largos  males,  le  atajó,  y  acosada  de 
tan  amarga  resistencia,  desmayando  en  ella,  en- 
tregó sus  espíritus  á  un  piélago  profundo  de  tris-' 
teza  y  el  cuerpo  hermoso  á  una  fuerte  y  podero- 
sa calentura,  que  en  breve  término  rindió  su 
mayor  fuerza;  corriendo  en  aquestos  extremos 
unas  mismas  pisadas  y  parejas  los  dos  primos; 
pues  si  él  se  vio,  cual  ya  visteis,  al  desdén  doña 
Leonor  hecho  esqueleto,  así  ahora  doña  Clara 
por  su  ocasión,  aunque  con  otros  fines,  llegó  á  se- 
mejante estado.  De  esta  suerte  caminan  los  ac* 
cidentes  de  esta  vida;  y  en  tal  disformidad,  sue- 
len á  veces  discurrir  sus  mudanzas  incesables. 
Lloraba  sin  consuelo  su  triste  madre;  porque 
estando  ya  en  esta  sazón-  viuda,  como  única 
prenda  quería  y  estimaba  á  doña  Clara;  y  así,  li- 
brando en  su  salud  su  esperanza  y  contento,  no 
dejó  medicina  ni  remedio  que  no  le  aplicase,  ni 
médico  famoso  que  no  se  desvelase  en  su  cura; 
pero  sirviendo  poco  y  obrando  menos  tan  buenas 
experiencias,  la  enfermedad  creció  y  el  sujeta 
paciente  vino  á  tanta  flaqueza;  porque  sólo  sus 
lágrimas  eran  su  mayor  sustento,  que,  faltando 
remedios  que  hacerle,  desahuciaron  su  vida.  Por 


302  CÉSPEDES   Y   MBliTESES 

otra  parte,  como  su  madreí  cuidadosa  y  solicita, 
mirase  en  sus  acciones,  en  sus  ansias  y  contiiiuo 
llanto  el  afecto  entrañable,  adivinó  el  origen;  7 
no  cesando  de  importunarla  con  ruegos  y  amoro- 
sos conjuros,  al  £n,  sin  más  duros  tormentos, 
consiguió  absolución  de  sus  dudas  y,  no  sin  lá- 
grimas, la  confesión  entera  de  su  a£ción  terri- 
ble,  de  la  vil  correspondencia  y  olvido  que  ¿  ta- 
les términos  la  había,  reducido;  guardando  en 
esto  casi  conforme  estilo  al  que  tuvo  su  primo, 
refiriendo  su  pena,  cuando  contándola  á  sos  deu- 
dos, mejoró  su  salud,  que  basta  en  tan  ignoradas 
apariencias  quiso  imitar  su  amor,  si  bien  no  su 
remedio,  aunque  asegurándosele  su  madre,  ape- 
nas entendió  de  su  boca  tan  cierta  presunción, 
cuando  teniéndolo  por  fácil  y  hacedero,  dispuso 
al  punto  los  caminos  más  fuertes  para  su  ejecn- 
ción. 

CAPÍTULO  LXXX 

Prosigue  cauteloso  en  su  dilación  don  JEnrique; 
apriétale  su  prima  f  y  finalmente,  aunque  tar- 
de, se  declara. 

KyON  el  intento  dicho,  mandando  llamar  al  pa- 
dre del  ingrato  mancebo,  sin  reparar  en  diferen- 
cias, dote  ni  hacienda,  toda  cuanta  tenia,  qne 
era  sin  número,  le  ofreció.con  su  hija  literalmen* 
te;  y  no  contenta  con  aquesto,  como  el  atajar  la 
muerte  de  su  hija  la  apresurase,  juzgando  que 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      BOSt 

SU  severidad  había  causado  la  tibieza  y  descon-; 
cierto  de  sos  bodas,  atrepellando  respetos  y  pua- 
donoreS)  el  propio  día  (porque  los  más  visitaba  &<. 
la  enferma  don  Enrique),  ella  misma,  tomándole  ái 
una  parte,  le  propuso  su  intento  y  el  ofrecimiento 
hecho  á  su  padre;  y  no  celando  la  ocasión  que  á 
su  hija  tenía  en  tan  míseros  términos,  tan  bien 
supo  pintársela,  tales  fueron  sus  ruegos,  tan 
grandes  sus  afectos  y  su  empeño,  que  no  dejó  ca- 
mino al  apretado  mozo,  salida  ni  respuesta  que 
dar  ó  que  fingir  menos  que  declarándose;  y  esto 
fuera  un  cuchillo,  un  golpe  penetrante  que  die- 
ra al  traste  con  la  pobre  dama  y  aun  con  su  triste  < 
madre;  y  juzgándolo  asi,  dilatando  su  desenga- 
ño por  entonces,  con  nuevos  fingimientos  y  pro- 
mesas se  dispuso  aplazarlo,  dando,  aunque  con 
ambiguas  y  dudosas  razones,  esperanzas  de  obe- 
decerla. 

Estas  supo  al  momento  doña  Clara,  con  lo  cual 
y  la  presencia  de  su  amante,  que  mas  tierno  y 
alegre  la  sirvió  de  trinchante,  pudo  aquel  día  co- 
mep;  y  los  demás  por  el  mismo  consiguiente. 
Porque  reconociendo  el  primo  que  tan  en  breve 
consuelo  consistía  su  vida,  no  quiso  suspenderle, 
si  bien  faltó  por  ello  no  pocos  ratos  á  la  gracio- 
sa vista  de  doña  Leonor  y  á  las  delicias  y  rega- 
los de  sus  tiernos  abrazos* 

Estaba,  en  aquesta  sazón,  tan  adelante  su 
amoroso  trato,  que  la  hermosa  dama  sentía  y  aunt 
lloraba  achaques  tan  sospechosos  y  apretados, 


d04  CÉSPEDES  T  MENESSS 

que  pudieran,  á  ño  prevenirse  con  tiempo,  oca- 
BÍonarla  nn  afrentoso  fin;  y  esta  nueva  tan  triste, 
aunque  en  otra  coyuntura  les  fuera  á  entrambos 
la  más  feliz  y  alegre,  ahora  les  hacía  que,  üs- 
curriendo  en  mil  varios  consejos  y  salidas,  se  les 
pasasen  juntos  las  noches  cortas  y  divididos  los 
prolijos  días. 

No  excusara,  en  tan  cierto  peligro,  don  Enri- 
que de  pedirla  á  su  padre  y  valerse,  si  se  la  ne- 
gara (como  fuera  lo  cierto)  de  otros  más  fuertes 
medios,  con  que  quedara  soldado  semejante  ye- 
rro, sino  que  el  estar  don  Luis  Antonio  en  térmi* 
nos  de  partirse  á-  la  corte,  le  detenia;  parecién- 
dolé  que  mejor  en  su  ausencia  se  dispondrían  sos 
intentos.  Esta  consideración  que,  al  salirles  cier- 
ta, fuera  sin  duda  el  total  remedio,  suspendía  á 
doña  Leonor,  divirtiéndola  y  asegurándola  en 
los  muchos  temores  que  la  causaba  la  dilatada 
partida  de  su  padre.  Y  en  este  mismo  tiempo, 
mejorando  grandemente  doña  Clara  con  sus  nue- 
vas y  fingidas  esperanzas,  aliviándose  á  veces, 
solicitaba  alegre  su  convalecencia;  y  juntamen- 
te para  el  efecto  de  sus  bodas,  la  intercesión  y 
ruegos  de  sus  padres  de  don  Enrique,  de  loscua- 
les,  tanto  por  esta  causa,  cuanto  por  las  notables 
conveniencias  que  en  casamiento  tal  se  les  ha- 
cían, era  no  poco  importunado  y  oprimido  don 
Enrique;  y  de  tal  manera  se  hallaba  acosado, 
que  solamente  esperaba  á  que  cobrase  algunas 
fuerzas  su  prima  para  poder  por  ellas  resistir  el 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA       905 

golpe  duro  de  su  desengaño ,  saliendo  asi,  aun- 
que con  tan  cruel  remedio,  de  confusiones  y  dis- 
gustos. 

Había  sido  el  último  y  final  con  que  los  médi- 
cos rigieron  á  la  enferma  señora  ciertos  ejerci- 
cios y  salidas,  que  tomando  jarabes  del  acero  era 
preciso  el  disponerse  á  ellas;  y,  casi  comenzando 
la  cura,  todas  las  mañanas  paseaba  los  campos , 
acompañada  de  una  tía  suya  y  otras  criadas. 

A  esta  agradable  romería  convidó  alegre  doña 
Clara  á  su  primo,  que  sin  poner  (aunque  lo  deseó) 
excusas  hubo  de  obedecerla,  siendo  algunas, 
aunque  no  todas  veces,  el  alba  de  aquel  sol,  digo 
su  escudero  y  galán.  Con  lo  cual,  una  de  estas 
mañanas,  en  quien,  ó  sus  acostumbrados  fingi- 
mientos ó  el  incendio  que  siempre  la  rodeaba, 
fulminó  en  doña  Clara  nuevos  rayos  ó  más  ar- 
dientes flechas,  hallándose  con  su  querido  dueño 
á  solas,  porque  la  demás  gente,  quizá  de  indus- 
tria, se  habían  adelantado,  haciéndole  sentar 
entre  unos  altos  y  espesos  árboles,  con'  más  te- 
rribles ansias  y  aun  deseos  conmenzó  dulcemente 
á  persuadirle,  ya  con  requiebros  tiernos,  ya  con 
acciones  amorosas;  y  esto  con  tan  fuertes  afec- 
tos y  resoluciones,  que,  finalmente,  se  temió  don 
Enrique,  y  más  en  la  oportunidad,  sitio  y  arro- 
jamiento  de  ocasión  semejante:  y  cierto  que  ella 
era  temerosa  y  tan  digna  de  excusarse  como  de 
huirle  el  rostro.  Y  así,  considerándolo  atenta- 
mente y  viendo  que  aquellos  negocios  pasaban 

HISTORIAS  PEREGRINAS  20 


800  CÉSPEDES   Y  MBNSSES 

de  su  limite,  haciendo  reportar  á  la  prima  y  nc 
queriendo  tenerla  más  suspensa  y  engañada,  dis- 
currió cuerdamente,  sin  reservar  nn  pensamien- 
to solo  de  cuanto  habéis  oído,  declarando  h 
enigma  de  su  olvido  y  la  verdad  de  su  nuevA 
afición;  y  concluyendo  su  dolorosa  y  triste  pU- 
tica,  con  advertirla  el  estado  en  que  se  hallaba 
preñada  doña  Leonor,  y  el  mal  remedio  que,  se- 
gún tal  empeño,  podía  tener  su  malogrado  amor, 
esperó  bien  confuso  la  respuesta  que  le  daba  se 
prima.  La  cual,  desde  el  instante  mismo  que  co- 
menzó á  entender  su  cruel  desengaño,  se  le  ha- 
bía, poco  á  poco,  trocado  la  color  del  rostro;  j. 
por  el  propio  término,  suspendido  el  vigor,  amon- 
tonándose en  su  pecho  gemidos  y  suspiros  de 
tal  suerte,  que  cuando  quiso  responderle  nr 
pudo,  ni  menos  hacer  más  que,  bajando  los  ojos. 
mirar  con  ellos  fijos  las  hierbas  del  florido  cam- 
po; hasta  que  habiendo  estado  así  trasportada  un 
largo  espacio,  recobrando  el  aliento,  sin  replicar 
palabra,  se  levantó  del  suelo;  y  á  la  misma  ma- 
nera y  aun  con  mejor  semblante,  callando  unos 
y  prosiguiendo  todos  el  fin  de  su  ejercicio,  dio  h 
vuelta  á  su  casa,  adonde,  despidiéndose  de  dm 
Enrique,  que  de  tal  suspensión  venia  turbado,  se 
entró  con  igual  severidad  y  disimulación. 


SUCESOS  T&ÁGICOS  DB  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      307 


CAPITULO  LXXXI 

Fin  lamentdble  y  trágico  en  el  amor 
de  doña  Clara, 

üAKDO  los  casos  de  tanta  gravedad  llegan  á 
strocarse  sin  remedio,  de  ánimos  y  pechos  ge- 
rosos  es  oponerse  á  ellos,  abriendo  el  corazón 
iesahogando  el  espíritu  antes  que  envilecerse 
i  mujeriles  quejas,  con  gritos  y  desordenadas 
iones.  Tal  juzgó  don  Enrique  en  el  presente 
eso  del  silencio  y  despejo  de  su  prima;  y  plu- 
'a  á  los  cielos  qae  así  la  pobre  dama  se  hu- 
a  aconsejado. 

n  ñn,  ella  pasó  el  día,  la  mayor  parte  de  él, 
su  madre  y  criadas,  con  .el  semblante  y  alo- 
que otros;  si  bien  sólo  fué  diferente  en 
risueña  y  aun  con  tristes  y  donaires  gra- 
>8f  hizo  de  sus  joyuelas  y  donceles  galas  un 
le  vistoso;  y  teas  de  él  (como  si  otorgara 
mentó  ó  como  si,  con  su  esperada  boda,  se 
3ra  de  mejorar)  un  general  repartimiento 
todas  sus  criadas.  Con  que,  llegándose  la 
)  y  recogiéndose  en  su  lecho,  durmió  ó  veló 
itante  de  ella,  hasta  que,  siendo  la  acos- 
'ada  hora,  vistiéndose  para  su  ordinario 
,  salió  de  su  cuadra,  y  antes  de  comenzar- 
tró  adonde  su  madre  reposaba  y,  desper- 
a    con  afectos  ternísimos,  la  díó  dulce?  y 


308  CÉSPEDES   Y   MENSSES 

apretados  abrazos,  daplicándolos  y  repitiéndo- 
los, no  sin  espesas  lágrimas,  muchas  veces;  j 
todo  aquesto  sin  hablarla  palabra,  porqae  aún. 
pienso  que  no  pudiera  pronunciarla;  y  far- 
dando su  madre  el  mi smo][ silencio,  porqae  tam- 
bién semejante  novedad  la  tenía  suspensa,  se 
despidió  de  sus  ojos,  volviendo  una  vez  y  otra, 
hasta  perderla  de  vista  los  lagrimosos  suyos;  de 
tal  suerte  que,  como  si  jamás  la  hubieran  de  tor- 
nar á  ver,  asi  formaban  su  acción  y  sentimiento. 
Diferente  juzgó  la  amorosa  madre;  porque  cui- 
dando fuesen  desdenes  de  su  primo  tales  extre- 
mos, segura  de  que  preste  se  habían  de  trocar 
en  contentos  y  gustos,  disimuló  su  pena,  sin  pre- 
guntársela; más  bien  en  breve  se  halló  desien- 
gañada. 

Salió,  pues,  doña  Clara  adonde  sus  criadas 
esperaban;  y,  entendiendo  ser  hora  de  tomar  el 
jarabe,  para  verlo  de  hacer,  se  volvió  á  su  apo- 
sento; en  quien  tanto  espacio  se  estuvo  y  tanto 
dilató  su  salida,  que  hubo  su  tía  de  entrar  por 
ella;  mas  viéndola  que  (aun  sentada  en  una  silla) 
todavía  se  estaba  con  el  vaso  en  la  mano,  como 
temiendo,  ó  dilatando  el  beberlo,  presumiendo 
melindre,  alegremente  la  comenzó  á  animar;  y 
con  tal  priesa. y  aceleración,  que  aunque  no  qui- 
so, hubo  de  despertar  doña  Clara  de  aquel  letar- 
go, y  volviéndose  á  ella,  decirla  no  sin  abim* 
dancia  de  lágrimas: 

•«-¿CómOj  querida  tía,  y  vos  también  apresu- 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      309 

ráis  mi  maerte;  vos  y  todos  solicitáis  mis  últimos 
gemidos?  Alto,  pues;  ejecútese  el  fallo  y  pague  su 
imprudencia  mi  miserable  vida. 

Y  diciendo  y  haciendo,  con  ímpetu  furioso, 
bebiendo  todo  el  vaso,  se  levantó  de  la  silla  y, 
juntamente,  tomándola  por  la  mano,  se  salieron 
é,  la  calle,  adonde  apenas  hubo  andado  seis  pasos 
<$uando  arrancándosele  el  alma,  con  un  fiero  ge- 
mido, cayó  muerta. 

No  así  pensaron  luego  las  criadas  que  la 
acompañaban  que  su  desdicha  fuese  más  que  un 
breve  desmayo,  y  consiguientemente,  tomándola 
•en  sus  brazos,  como  estaba  tan  cerca,  se  volvie- 
ron á  casa,  en  quien,  ya  á  sus  grandes  voces,  á 
su  alboroto  y  ruido,  levantándose  de  la  cama  su 
madre,  viendo  tan  amargo  espectáculo,  arroján- 
dose al  pecho  de  su  hija,  sin  cordura  y  recato, 
perdió  el  decoro  en  su  autoridad,  y  con  gritos  es- 
pantosos y  alaridos  sin  término  solicitó  un  la- 
mentable llanto  en  los  presentes.  El  mal  creció 
sin  límite  luego  que,  llamándose  los  médicos  de- 
clararon la  mortal  sentencia.  Halláronla  éstos, 
aunque  en  tan  corto  espacio,  el  rostro  denegrido, 
morado  el  cuerpo  y,  finalmente^  con  señales  cer- 
tísimas de  algún  penetrante  veneno.  Y  no  obs- 
tante que  tal  declaración  corrió  en  secreto,  limi- 
tándola en  público,  á  pocas  horas  sonó  por 
aquella  gran  ciudad  la  repentina  muerte. 

No  son  menos  sangrientos  los  miserables  fines 
que  siempre  se  promete  una  pasión  tan  desorde- 


310  CÉSPEDES   Y   M£N£SES 

nada  y  terrible,  y  asi  tales,  podrá  esperarlos 
quien  no  atajare  en  los  principios  el  cáncer  pon- 
zoñoso de  sus  deseos  y  apetitos.  No  qoiero  yo  dfr> 
cir,  ni  pretendo  afirmar,  que  fuese  indubitable 
la  presunción  d^  los  doctores,  pues  antes  creeré 
que  fué  veneno  de  amor  irremediable  que  no 
juzgar  tan  temerariamente  de  una  mujer  cris- 
tiana y  noble;  sólo  es  mi  pretensión,  mi  asnnt» 
principal,  dar  á  entender,  en  sucesos  tan  atroces 
y  miserables,  cuánto  deben  las  tiernas  doncellas 
poner  freno  á  los  ojos,  reprimir  sus  afectos,  huir 
las  ocasiones  y  no  empeñar  la  voluntad  y  el  alma 
para  no  hallarlas,  sin  pensar,  sumergidas  en  se- 
mejantes desventuras. 

No  fué  mucho  menor  la  que  en  este  tiempo  se 
apoderó  de  su  fiero  homicida,  de  su  ingrato  pri- 
mo, á  quien  habiendo  ya  llegado  nueva  tan  las- 
timosa,^ le  tenia  convertido  en  un  retrato  de  li- 
grimas y  de  duelos,  y  tan  rodeado  de  temores^ 
cercado  de  cuidados  y  penas,  que  casi  vino  á  es* 
tar  juntamente  imposibilitado  de  consuelo.  Por* 
que  como  ninguno  sabía  mejor  la  causa  de  aquel 
daño,  así  también  ninguno  podía  cuidar  ni  avB 
temer  con  más  razón  su  mayor  castigo;  y,  en  fin, 
su  sentimiento  fué  tan  grande,  que  en  muchos 
días  no  le  vieron  .alegre,  además  que,  según  él 
contó  muchas  veces,  nunca  en  lo  restante  de  la 
vida  se  le  quitó  de  su  presencia  la  imagen  dene- 
grida y  mortal  de  aquella  miserable  mujer. 


SUCJCSOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      311 


CAPITULO  LXXXII 

Sentimientos  de  don  Enrique;  recelos  de  su 
dama,  y  el  suceso  notable  que  uno  y  otro  tu- 
vieron. 

No  se  atrevió,  por  el  presente,  don  Enrique, 
ver  á  la  añigida  madre,  ni  aunque  lo  hiciera 
fuera  bien  recibido  ni  mirado,  y  por  esta  razón, 
ñngiéndose  achacoso,  no  se  halló  en  el  entierro, 
si  bien  su  retiramiento  y  mayores  lutos  dieron 
bien  á  entender  tan  justo  sentimiento,  cosa  que, 
á  no  tener  en  su  esposa  y  dama  tan  seguras  pren- 
das, hubiera  descompUéstole;  porque  enfadada  de 
extremos  semejantes,  no  sólo  los  lamentó  celosa, 
mas  estuvo  en  términos  de  juzgarse  engañada, 
que  no  es  menos  desatada  y  cruel  una  mujer 
amante,  y  más  con  celos;  y  así  no  alcanzó  poco 
donEnrique  cuando,  pasados  algunos  días,  la  vol- 
vió á  ver  desenojada  y  satisfecha,  y  mayormente 
estando  tan  necesitada  de  consuelo  con  el  ir  di- 
latándose la  partida  de  su  padre  y  creciendo  su 
peligro;  pues  por  más  encubrirle  lo  más  del 
tiempo  lo  pasaba  en  la  cama,  no  faltándole,  para 
poderlo  hacer,  fingidos  dolores  y  aun  verdaderos 
males. 

Todas  aquestas  cosas  pendiendo  solamente  del 
afligido  amante,  le  traían  tan  mortal  y  desalen- 
tado, que  casi  de  sus  muchas  tristezas  y  melan- 


312  CÉSPEDES  Y  BCBNESES 

colias  profundi simas  pudiera  recelarse  y  temerse 
un  desastre,. como,  en  efecto,  se  le  iban  acarrean- 
do sus  peligrosos  pasos  ó,  por  hablar  más  moral- 
mente,  e]  temeroso  fin  y  acabamiento  de  supri- 
ma, pues  siendo,  como  fué  ocasionado  indubita- 
blemente de  sus  fingimientos  y  engaños,  cierto 
es  que  el  justo  cielo  no  le  había  de  dejar  sin  cas- 
tigo, si  bien  dando  su  gran  piedad  lugar  y  tiem- 
po al  arrepentimiento,  con  azotes  de  padre  y 
particulares  recuerdos  dilató  machos  días  el  úl- 
timo rigor. 

Cuarenta  y  más  se  habían  ya  pasado  después 
de  la  muerte  infeliz  de  doña  Clara,  cuando  me- 
nos sentido  y  lastimado  (que  el  tiempo  es  f  aerte 
antídoto  para  semejantes  pasiones)  acudía  doa 
Enrique  continuadamente  á  los  regalados  abra- 
zos  de  su  dama,  en  cuyo  mayor  gusto,  como  quie- 
ra que  los  más  de  esta  vida  tienen  la  misma  es- 
tabilidad, bien  sin  pensar  en  ello,  fueron  saltea- 
dos en  la  última  de  estas  vistas;  porque  sin  dada 
alguna  causó  su  desgracia  el  rumor  que  doña 
Leonor  hizo  pasando  por  tantos  aposentos  y  P®' 
ligros;  que  no  siempre  es  la  fortuna  favorable,  ui 
los  sentidos  de  los  hombres  obedecen  al  sueño. 
En  conclusión,  su  padre  y  aun  su  hermano  no 
dormían,  y  como  tal  suceso  les  cogió  inadverti- 
dos, en  tanto  que  uno  y  otro  tomaron  armas,  ad- 
virtiendo su  daño  don  Enrique,  con  despejo  va- 
liente, cogiendo  en  brazos  á  su  querida  esposa» 
se  arrojó  en  el  zaguán,  cerrando  en  un  momento 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DR  SILVA      313 

por  de  fuera  aquel  cuarto;  con  lo  cual,  juzgán- 
dose por  libre,  abriéndole  el  esclavo  la  puerta 
principal,  salió  á  la  calle  al  mismo  tiempo  que 
á  fieros  puntillazos  y  grandes  golpes  se  ola  rom- 
per la  que  él  había  cerrado.  Y  no  teniéndose  tan 
cerca  por  seguros,  aunque  doña  Lepnor  estaba 
muerta,  todavía,  animándola  el  riesgo,  acompasó 
como  mejor  pudo  á  su  amante;  que  atravesando 
algunas  calles  procuraba  asegurarla  desmitien- 
do  los  pasos  de  quien  fuese  en  su  alcance,  y  hur 
bieran  conseguido  su  intento  y  pues  tose  en  salvo, 
si  á  esta  hora  no  diese  de  repente  con  ellos  una 
gran  tropa  de  hombres,  luces  y  armas  que  los 
detuvo.  Bien  conoció  don  Enrique  aun  antes  de 
acercarse  que  era  ronda,  y  así,  porque  otro  día 
no  atestiguasen  en.el  caso,  hizo  que  doña  Leonor, 
para  su  vista,  se  ocultase  primero  entre  unos 
cobertizos;  y  saliéndoles  después  al  encuentro, 
en  siendo  conocido,  menos  tardaron  en  pasar 
adelante  que  en  sus  ofrecimientos  y  cortesías; 
que  para  quien  iba  liuyendo,  serían  harto  pesa- 
das y  prolijas.  Todo  hasta  aquí,  por  ser  del  mal 
lo  menos,  había  sucedídoles  favorablemente,  si 
al  propio  instante  que  la  justicia  se  apartó  de 
con  él  (previniendo  su  alcance  aquel  espacio  bre- 
ve) no  dieran  con  su  cuerpo  por  otra  calle  el  pa- 
dre y  hermano  de  su  dama. 


814  CÉSPEDES   Y  MENESBS 


CAPITULO  LXXXIJT 

Vénse    los  dos    amantes  en    evidente    riesgo, 
y  prosigúese  el  caso  con  varios  accidentes. 

Ya  habían  echado  los  dos  caballeros  menos  sv 
amada  prenda,  y  el  esclavo  infiel,  también  bíb 
dilación,  declarado  el  ladrón  que  la  llevaba;  j 
asi,  medio  desnudos,  aunque  con  rodelas  y  espa- 
das, queriendo  don  Enrique  encubrirse,  su  reso- 
lución  excusó  tal  designio;  porque  apenas  le  vie- 
ron, cuando  le  llegaron  á  reconocer,  y  tras  de 
aquesto  á  embestirle  furiosos;  y  por  el  consi- 
guiente, á  volver  la  justicia;  pero  estaban  los  dos 
tan  encarnizados,  y  don  Enrique  tan  cuidadoso 
de  su  defensa,  que  primero  se  alborotó  la  caUe, 
y  hubo  en  aquellos  balleguines  muchas  heridas 
que  pudiesen  ponérseles  en  medio,  hasta  qae 
viendo  de  unas  partes  y  de  otras  acudir  gentes, 
abrir  las  puertas  y  sacar  luces  y  hachas,  rabian- 
do padre  é  hijo  se  fueron  retirando,  haoiendo  sa 
contrario  lo  mismo,  siguiéndolos  á  todos  dividi- 
das las  guardas,  si  bien  éstos,  conocidos  los  tres, 
curaron  más  de  curar  sus   golpes  que  de  otra 
diligencia;  con  lo  cual,  separándose  un  tanto 
don  Enrique,  hurtando  el  cuerpo  ai  puesto  y  ala 
calle,  con  el  ansia  del  bien  que  habia  dejado, 
volvió  por  otra  parte  en  su  busca;  y  aunque  no 
fué  la  menor  de  sus  temeridades  esta  vuelta,  pues 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      315 

-  -       -  -  ■  .      - 

ya  pudieran  esperarle  más  prevenidos  sus  con- 
trarios, todavía  lo  tuvo  en  poco,  y  aun  diera 
cualquier  daño  por  bien  empleado  en  recambio 
de  hallar  su  dulce  esposa. 

Mas  saliendo  al  revés  su  pensamiento,  enton* 
ees  comenzó  su  mayor  locura,  entonces  su  furor, 
pues  ciego  de  cólera  y  enojo,  desatinado  con  su 
grave  pasión,  no  dejó  sombra,  rincón,  portal  ni 
piedra  que  no  viese  y  volcase,  y  rodeando  mil 
veces  aquel  sitio  entre  unos  y  otros  lances,  lla- 
maba tiernamente  á  su  dama;  y  an tejándosele 
cualquier  rumor  su  voz,  cualquier  sombra  su 
cuerpo,  volvía  de  nuevo  á  trabajar  sin  fruto.  Y, 
en  fin,  llegando  á  términos  de  perder  el  sentido, 
pues  dio  como  frenético,  espantosos  gritos,  y  sin 
consideración  de  honra  ó  respeto  hizo  público 
alarde  de  su  secreto  amor;  en  tales  desatinos  le 
cogió  el  día,  con  el  cual,  no  pudiendo  hacer  me* 
nos,  hubo  de  retirarse  á  un  convento,  desde  adon- 
de, avisando  del  suceso  á  su  padre,  quedó  aten- 
diéndole rodeado  de  las  mayores  penas  y  de  los 
más  amargos  desvelos  que  nunca  tuvo;  porque 
lo  menos  era  juzgar  su  ausente  dama  en  poder  de 
sus  padres,  y  por  el  consiguiente,  hecha  pedazos 
de  sus  manos  y  enojos.  T  así,  llorando  sin  cesar 
el  mal  cobro  de  sus  cosas  y  la  venganza  y  muer- 
te presumida,  su  mayor  alivio  (si  es  que  en  caso 
tan  triste  le  podía  haber)  era  prevenir  y  jurar 
el  más  sangriento  estrago  que  hubiese  llegado 
á  noticia  de  los  hombres. 


316  CÉSPEDES   Y  MENESES 


Ya  en  este  ínterin  corría  el  suceso  con  va- 
liente estampido;  porque,  en  los  primeros  movi- 
inientos;  el  rumor  y  alboroto  que  in excusable- 
mente hicieron  padre  é  hijo  al  salir  tras  don  En- 
rique y  el  escutriño  y  examen  del  esclavo,  fué 
patente  á  los  demás  criados;  y  así  de  las  bocas  y 
lenguas  de  aquellos  enemigos  forzosos  salió  á  luz, 
ao  sin  admiración  y  escándalo  de  toda  la  ciudad, 
en  quien,  hablándose  indiferente,  cada  cual  echa- 
ba por  enmedio  y  su  juicio  en  el  corro,  trayendo 
la  opinión  de  tales  caballeros  de  plaza  en  plaza 
y  entre  tabernas  y  mesones,  que  es  la  suma  infe- 
licidad y  mayor  ruina  á  que  pueden  llegar  las 
cosas  de  esta  vida. 

También  á  su  llamado  de  dan  Enrique  había 
venido  su  padre;  con  que  bien  advertido  en  nego- 
cio tan  arduo,  sin  curar  por  entonces  de  otras  re- 
prensiones y  sentimientos  que  acudir  al  remedio, 
visto  el  peligro  que  en  poder  de  sus  padres  doña 
Leonor  corría,  porque  siempre  creyó  su  amante 
que  había  dado  en  sus  manos;  el  prudente  viejo 
se  resolvió  á  poner  de  veras  los  hombros  en  el 
caso.  Y  así,  acompañado  de  algunos  deudos  y  te- 
niendo por  más  breve  y  seguro  aquel  camino,  dio 
de  todo  él,  y  aun  de  sus  últimos  temores  y  sospe- 
chas, caenta  al  virrey.  Entendido  el  suceso,  juzgó 
de  él  y  de  la  condición  de  don  Luis  Antonio  una 
salida  muy  sangrienta,  si  antes  no  se  la  reme- 
diaba y  prevenía  y  deseando,  en  parte,  apaci- 
guar por  bien  su  justo  enojo  y,  en  parte,  atajar 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA   317 


el  riesgo  de  su  hija,  acordó  de  pedirle  se  la  die- 
se  buenamente  á  sii  esposo,  ó  sacársela  con  su 
autoridad;  para  lo  cual,  rodeado  de  algunos  ca- 
balleros y  la  guarda  ordinaria  ^  se  fué  al  punto  á^ 
la  posada  de  don  Luis;  y  llegando  á  sus  puertas, 
por  hallarlas,  bien  fuera  de  lo  acostumbrado,  ce- 
rradas y  en  profundo  silencio,  fué  preciso  el  ha- 
cer que  á  puros  golpes  las  abriese  una  esclava, 
que  sólo  estaba  en  su  guarda  y  custodia. 


CAPITULO  LXXXIV 

Presúmese  que  don  Luis  ofendido^  haya  muerto 
á  su  hija^  y  con  tales  indicios  don  Enrique^ 
frenético  de  amor^  procura  su  mayor  ven- 
ganza. 

I3uCHO  quedó  admirado  el  virrey  de  tan  breve 
ausencia;  pero  muy  mucho  más  cuando  uno  de 
sus  alabarderos  le  enseñó  con  la  mano  un  buen 
golpe  de  sangre  en  medio  del  zaguán:  con  que 
apeándose,  grandemente  turbado,  teniendo  por 
segura  su  sospecha,  mandó  seguir  el  rastro;  el 
cual  atravesaba  lo  ancho  del  portal,  hasta  que, 
llegando  á  la  puerta  de  un  hermoso  cuarto,  vién- 
dola deÍBquiciada  en  el  suelo  y  que  todavía  pasa- 
ban adelante  las  sangrientas  señales,  discurrie- 
ron siguiéndolas  hasta  llegar  adonde  con  mayor 
abundancia  se  mostraba  su  fin,  que  era  en  las  al- 
fombras de  un  estrado,  cuyos  varios  matices. 


818  CÉSPEDES  Y  MENESES 

salpicados  por  diferentes  partes,  pablicaban  la 
tragedia  cruel  que  allí  se  había  representado.  Y 
con  tanto,  teniendo  por  emprendido  el  hecho  qae 
yenía  á  remediar ,  mandó  el  virrey  que  cincuenu 
hombres  siguiesen  á  don  Luis,  á  su  hijo  y  á  la 
demás  familia.  Sabíase  ya,  que  iba  á  una  peque- 
ña aldea,  y  haciéndole  secrestar  sus  bienes  y  que 
quedasen  en  su  custodia  guardas,  dio  la  vnelta  á 
Palacio,  y  con  sentimiento  y  ánimo  tan  justamen- 
te indignado,  que  estuvo  muchas  veces  resuelto 
á  cortarles,  en  llegando,  las  cabezas. 

Esta  nueva  infeliz,  esta  sospechosa  probanza 
de  la  muerte  de  doña  Leonor,  llenó  de  lástima  y 
conipasión  la  ciudad;  y  volando  ligera,  cubrió  de 
luto  y  lágrimas  los  ojos  y  el  espíritu  de  su  afligi- 
do esposo;  que  ya  á  esta  hora,  viendo  que  la  jus- 
ticia no  intervenía  en  el  caso,  estaba  más  segu- 
ro en  su  casa;  pero  el  efecto  que  en  él  hizo  y  aun 
en  todos  los  suyos  fué  tan  terrible,  tan  ciego  y 
precipitado,  que  casi  abandonando  la  vida,  jaz* 
gando  por  infamia  el  sustentarla  sin  su  dueño, 
se  resolvió  á  la  última  y  más  desesperada  y  peor 
salida  que  les  pudiera  maquinar  si^  desdicha, 
digo  mal,  su  imprudencia  y  desatino. 

Mas  porque  se  conozcan  los  innumerables  tra- 
bajos y  infortunios  que  acarreó  tras  si  este  arro- 
jado mozo,  desde  el  instante  y  punto  que  mudan- 
do de  amor,  de  fe  y  palabra,  faltó  á  su  obliga- 
ción, faltó  á  su  crédito,  y  con  viles  engaños  des- 
esperó á  su  prima,  atiéndase  y  veráse  en  lo  qae 


SUCESOS  TRÁGICOS  DB  D.  ENRIQUB  DE  SILVA      819 

resta  de  estos  discursos,  cuáles  y  cuántos  fueroQ 
y  el  fruto  amargo  que,  por  fin  de  todos,  cogió 
para  su  muerte. 

Había  el  furioso  mancebo  entendido  la  ausencia 
de  don  Luis,  el  camino  que  llevaba  y  la  diligen* 
cia  que  para  su  prisión  prevenía  el  virrey;  y  así, 
sin  pedir  ni  tomar  mejor  consejo  que  el  que  dic- 
taba su  vengativo  espíritu,  mandó  á  un  lacayo 
que  encubiertamente  sacase  al  campo  para  él  y 
un  primo  suyo,  mozo  de  igual  edad  y  no  menos 
arriscado,  adargas  y  lanzas  berberiscas;  y  orde- 
nado esto,  subiendo  los  dos  en  caballos  bastantes 
para  cualquiera  afrenta,  por  excusadas  calles  y 
veredas,  saliendo  al  mismo  sitio  y  brevemente  al 
camino  que  llevaban  don  Luis  y  su  hijo,  en  me- 
nos de  una  hora,  y  antes  que  la  gente  del  virrey 
llegase  á  ellos,  se  les  pusieron  delante.  Venían , 
además  de  un  coche  de  mujeres,  acompañando  á 
los  dos  caballeros  diez  ó  doce  criados,  que  si  bien 
no  todos  eran  para  ocasión,  todavía  era  muy  co- 
nocida tal  ventaja;  pero  no  obstante  ésta,  se 
atravesaron  en  el  camino  los  dos  valientes  pri- 
mos,  cuya  enojosa  vista  dejó  perplejos  y  no  poco 
irritado  á  cuantos  la  miraron;  y,  sin  más  suspen- 
der el  intento  de  su  venida,  alargardo  el  caballo 
don  Enrique,  con  tremendo  semblante  y  voz  fu- 
riosa, comenzó  á  decirles  las  siguientes  razones: 

— Ya,  viles  y  alevosos  caballeros,  llegó  el  día 
en  que  pagareis  vuestra  maldad  y  traición,  que- 
dando en  este  campo  diferidas  las  causas  que  os 


820  CÉSPEDES  Y  MENESES 

movieron  á  tan  cobarde  venganza  y  las  que  os 
ezensaron  de  honrar  con  mi  nobleza  vuestra  san- 
gre;  clamando  está  á  los  cielos  la  qne,  como  fla* 
cas  mujeres,  sacastes  del  pecho  de  mi  esposa,  de 
vnestra  hija  y  hermana;  y  asi,  curad  de  defende- 
ros, que  si  á  mis  brazos  no  les  sobrasen  fuerzas 
para  dejaros  sin  vida,  llamas  y  rayos  duros  ful- 
minarán los  cielos  en  castigo  y  venganza  del  án- 
gel bello,  de  quien  fuisteis  infames  homicidas. 

Y  con  esto,  dando  un  grito  al  caballo,  arreme- 
tió á  los  que,  viendo  sobre  tan  grande  afrenta  sn 
atrevimiento,  como  acosado^  toros,  hicieron  con- 
tra él  lo  mismo.  Mas  cuando  la  fortuna  es  adver- 
sa, ni  aprovecha  el  valor,  conocida  ventaja,  ni 
aun  la  razón  y  justicia,  porque  todo  se  avasalla 
y  se  rinde  á  su  voluntad  y  tiranía. 

Así  le  sucedió  á  don  Luis  Antonio,  pues  no 
bastando  su  razón,  su  mucha  valentía  y  tantos 
criados,  vio  en  un  instante  atravesado  y  muerto 
por  la  sangrienta  lanza  de  su  mortal  enemigo  al 
hijo  desdichado,  y  aun  su  misma  persona  mal  he- 
rida en  el  suelo;  porque  como  los  dos  parientes 
venían  armados  con  lanzas  y  defensa  suficiente, 
así  se  metieron  entre  ellos,  que  ni  su  experiencia 
y  esfuerzo;  ni  el  número  de  los  qiie  le  acompaña- 
ban, pudo  excusar  la  inocente  y  temprana  muer- 
te de  su  querido  hijo;  y  antes  corriera  él  seme- 
jante peligro,  si  á  las  crecidas  voces  de  las  da- 
mas del  coche  y  al  rumor  de  las  arm&s,  y  relin- 
chos de  los  caballos,  no  acudiera  infinita  gente 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      321 

de  las  huertas  y  quintas  que  había  alrededor,  y 
aun  bastara  muy  poco,  si  á  esta  hora  por  el  mis- 
mo camino  de  la  ciudad,  no  asomara  la  escuadra 
que  enviaba  el  virrey;  con  lo  cual,  dilatando  los 
primos  el  fin  de  su  venganza  y  protestando  en  su 
prosecución  el  último  estrago  de  sus  enemigos, 
campo  travieso,  picando  los  caballos,  en  un  mo- 
mento se  desparecieron  á  todos,  corriendo  sin 
parar  algunas  leguas,  porque  según  lo  que  deja- 
ban hecho,  pareció  asegurarse  y  ponerse  su 
cobro. 

CAPITULO  LXXXV 

Diversos  cargos  de  la  justicia  á  don  Luis  Anto- 
nio^ su  satisfacción  y  respuesta, 

Bebían  al  fin  de  esta  refriega  y  llegada  de  la 
gente  del  virrey  poco  menos  de  las  tres  de  la 
tarde;  y  así,  siendo  aquel  consuelo  y  alivio  que 
tuvo  el  pobre  do;a  Luis,  en  tan  graves  desdichas, 
no  dejándole  hacer  otra  cosa,  entrándose  en  el 
coche,  para  que  le  apretasen  las  heridas,  con 
ánimo  verdaderamente  constante,  mandó  dar  la 
vuelta  á  Lisboa;  y  haciendo  con  un  tapete  cubrir 
el  cuerpo  de  su  hijo,  encima  de  una  acémila,  si- 
guió el  mismo  viaje,  con  tan  grandes  silencio  y 
compostura,  asi  en  él  y  su  esposa  como  en  la  res- 
tante familia,  que  no  juzgara  nadie  por  piadoso 
el  sentimiento  oculto  de  su  alma. 

De  esta  suerte  que  digo  entraron  al  anoche- 

HISTORIAS  PEREGRINAS  21 


8*22  CÉSPEDES   Y   MBfTESES 


cer  en  la  ciudad,  y  no  sé  si  me  afirme  que  con 
general  contento  de  sus  males,  porque  la  aprea- 
8ión  que  le  había  hecho  en  la  muerte  cruel  de  sh 
hermosa  hija  y  ocasionaba,  no  sólo  nemejante  in- 
dignación, mas  juntamente  entendido  el  arrisca- 
do hecho  de  don  Enrique,  con  ser  tan  injasto, 
los  nobles  y  plebeyos  le  aprobaron  por  hazaña 
ilustre. 

Pusieron  á  don  Luis  y  á  su  familia  en  diferen- 
tes prisiones,  y  no  obstante  que  él  venia  falto  de 
sangre  y  fatigado  de  las  heridas,  con  todo,  en 
habiendo  curádole,  se  lo  tomó  su  confesión,  car- 
gándole la  muerte  de  su  hija,  casi  ya  averiguada 
con  su  fuga,  con  los  vehementes  indicios  de  la 
sangre  y,  finalmente,  con  el  no  saberse,  viva  ni 
muerta  de  ella,  y  otras  razones  que  intimaban  el 
hecho  y  aun  le  hacían  detestable  y  terrible. 

A  lo  cual,  habiendo  estado  atento  el  afligido 
caballero  y  hasta  aquel  punto  con  generoso  y  va- 
liente espíritu,  como  ya  habéis  oído,  en  acaban- 
do de  aprender  el  caso,  rompió  por  su  silencio,  y 
sin  poder  ya  más  resistir  su  amargo  sentimiento, 
cubrió  de  lágrimas  el  severo  rostro,  pobló  la  cua- 
dra de  gemidos  roncos,  de  suspiros  tristísimos; 
á  cuyo  nuevo  extremo,  suspendidos  los  que  sa- 
bían su  entereaa  y  condición,  cuando  pensaros 
que  eran  arrepentimientos  de  su  delito,  dando 
principie  á  su  respuesta  y  confesión,  en  el  dis- 
curso de  ella  salieron  de  su  engaño,  j  ana  entra- 
ron en  mayores  dudas  y  confusiones. 


SUCESOS  TbJLgICOS  9E  D.  SN&IQWS  DE  SILVA^     323 

Porq[ii6,  no  sólo  el  hmm  don  Luis  justiñoé  bas- 
itaatttauDiiite  su  iiDOcencia,  mas  «atís&zo,  eotre 
abviidantes  l&grinoias,  á  loa  cargos  heclios;  j  así, 
^a  enaiito  á  faltar  y  no  saberse  de  su  bija,  respon- 
dió, repitiendo  el  suceso  de  la  pasada  nocbe,  des- 
da el  panto  que  sintió  sa  afrenta,  basta  que  él  y 
el  difunto  mancebo  rompieron  la  puerta  que  por 
de  fuera  les  babia  cerrado;  siguieron  por  la  ad- 
vertencia del  esclavo  portero  á  don  Enrique  y  lo 
que  en  su  alcanoe  les  paaó,  ooncli^jendo  este  ar- 
ticulo advirtiendo  álos  jueces  con  cuánta  más  ra- 
zón debieran  admitirle  á  él  la  demanda  de  su  bija, 
que  no  el  pedírsela  el  mismo  robador  que  se  la  sacó 
de  su  casa  tan  afrentosamente;  y,  en  cuanto  á  los 
indix^ios  de  la  sangre,  confesó  llanamente  la 
muerte  que,  entre  él  y  su  bijo,  babian  dado  al 
esclavo,  como  al  pri^Lcipal  instrumento  de  mx  in- 
juria y  traición;  y  que,  babiendo  buido  de  sus 
manos,  desde  al  estrado  adonde  cayó  muerto,  fué 
llevado  á  enterrar  por  su  mandado  en  unos  trasp 
corrales  de  su  casa,  adonde  le  bailarían;  y,  últi- 
mámente,  al  particular  de  su  fuga  y  jornada  sa^ 
tiflfizo  con  decir  que  lo  babía  becbo  sólo  porque 
los  ruegos  é  intercesiones  de  sus  deudos  y  ami«- 
gos  no  le  obligasen  á  prestar  con  sentimiento  en 
s^mejantes  bodas;  y  también  por  juzgar  que  la 
afrenta  recibida  le  dejaba  incapaz  de  comercio 
humano,  de  alegría  y  correspondencia;  pero  que 
si  el  haber  tomado  resolución  tan  honrada  se  es- 
timase &  dalito  y  culpa,  él,  por  lo  menos,  habieH'- 


321:  céspeLes  y  meneses 


do  tomado  tan  cruel  enmienda  don  Enriqae,  no 
podía,  ni  aun  debía  ser  castigado  otra  vez  por 
una  misma  causa;  y  mayormente  cuando  la  gra- 
velad  del  castigo  excedía  tan  evidentemente  á  la 
culpa,  pues  por  la  que  emprendió  ausentándose 
peT'dió  su  amado  hijo;  y  antes,  con  el  quebranta* 
miento  de  su  casa,  el  honor  y  reputación. 


CAPITULO  LXXXVI 

Sabe  8u  padre  de  don  Enrique  este  suceso ,  y 
con  otros,  en  su  tardo  mayores,  desconfian  en 
el  remedio  de  su  hijo. 

19e  la  suerte  que  he  dicho,  dio  fin  á  sas  razones 
don  Luis  Antonio;  y  aunque  con  su  entereza  y 
justificación  minoró  grandemente  el  sereno  rigor 
de  los  jueces  todavía,  como  doña  Leonor,  prin- 
cipal personaje  de  e^ta  tragedia,  faltaba,  no  sir- 
vió de  otra  cosa  que  de  acumular  delitos  á  deli- 
tos, verificar  la  muerte  del  esclavo  y  echar  sobre 
sí  aquel  embargo  más. 

En  semejante  estado  andaban  estas  cosasr 
Cuando  sabiendo  sus  padres  de  don  Enrique  su 
ya  advertido  atrevimiento,  lloraban  tiemamen* 
te  con  su  ausencia,  su  perdición  y  ruina;  consi- 
derando que  según  los  delitos,  aunque  entonces 
él  aplauso  del  pueblo  los  hacía  disculpables,  por 
lo  menos  no  le  verían  más.  Empero,  si  el  común 
parecer  les  dejaba  esperanza,  bien  presto  se  le» 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      325 

desvaneció;  bien  fácilmente  juzgaron  por  irre- 
mediables sos  cuidados;  y,  á  los  que  antes  les 
fueron  tan  propicios,  contrarios  y  enemigos;  por- 
9^ue  no  es  má :  estable  y  firme  el  vulgo,  ni  sus 
inclinaciones  menos  dispuestas. 

En  medio,  pues,  de  tales  aflicciones,  ya  con  al- 
gún consuelo,  ya  con  mayor  cuidado,  les  cogió  un 
notable  accidente,  que  en  parte  les  sacó  de  con- 
fusión, aunque  fué  para  meterles  en  otras.  Se- 
rian entonces  dos  horas  de  la  noche  pasadas,  que 
parece  se  esperaba  semejante  desazón  para  el 
recato  y  mayor  secreto  del  caso,  cuando  avi- 
sado su  padre  de  don  Enrique,  supo  que  un 
hombre  le  buscaba  á  gran  priesa,  cosa  que  estaur 
do  en  semejantes  pensamientos,  le  hizo  presumir 
fuese  algún  aviso  de  su  hijo;  y  así,  haciendo  que 
algunos  criados  le  entrasen  en  su  cuadra,  que- 
riendo que  delante  de  todos  le  dijese  á  lo  que 
yenia,  rehusando  esto  el  hombre,  dio  á  entender 
la  importancia  del  secreto.  Aseguróse  en  vién- 
dole el  capitán  mayor,  porque  la  presencia  hon- 
rada y  las  canas  que  adornaban  su  rostro,  no 
prometía  otra  alguna  sospecha;  con  lo  cual,  que- 
dando con  él  solo  y  creciendo  en  su  pecho  el  pri- 
mer indicio  de  que  fuese  recaudo  del  ausente 
don  Enrique,  con  más  vivos  deseos  escuchó  el 
viejo  anciano  las  siguientes  razones : 

— Estando  (¡oh  buen  señor!)  la  pasada  noche 
reposando  en  mi  cama,  me  obligó  á  levantar  de 
ella  un  gran  tropel  de  golpes  y  armas  que  sona- 


326     -  CÉSPEDES  Y  M«N%8fiS 


ba  en  la  vecina  calle,  de  adomde,  oyendo  qaib  UMt 
y  otroe  vecinos,  ya  con  luces  y  ya  ecm  dÜeremim 
armaa,  salían  también  k  dar  favor  á  la  jusfúmñf 
^ueriüido  yokacerlomisino,  apenas,  paiu^iessov 
abrí  mis  puertas  que  caen  debajo  de  ubob  búj^t-- 
tales,  cnando  se  arrojó  dentro  una  mujer  qn«)  sin 
duda  por  lo  que  pareció,  se  había  eficondido  e^  los 
mismos  nmbrales.  Echóse,  en  viéndome^  &  hif 
pies,  pidiéndome  que  la  amparase,  y  esto  con  tan 
espesas  lágrimas  y  ruegos  que,  moviéndome  «1 
alma  sin  c«irar  otra  cosa,  volvi  á  cerrar  y  á  to* 
marla  por  la  mano  hasta  dejarla  con  dos  donoe- 
lias  hijas  mías,  en  cuya  compañía,  pasando  la 
resta  de  la  noche,  se  llegó  el  dia,  y  con  él  el 
yor  deseo  de  saber  quién  era;  y  aunque  de  sn 
pecto  hermosísimo,  de  su  adorno  y  persona,  se 
pudieran  juzgar  sus  muchas  partes,  con  todo  le 
que  más  he  sabido  es  ser  cosa  que  os  toca,  «od 
que  teniendo  á  buena  suerte  el  halberos  serviée, 
vengo  4  decír(»lo  y  á  traer  juntamente  este  pa> 
peí,  que  declara  mejor  que  yo  el  misteo'io  qne  en- 
oierra  este  secreto. 

Y  con  tanto,  sacando  del  pecho  un  fotiietey 
cesó,  dando  lugar  k  la  admiración  y  nuevo  es- 
panto del  capitán,  y  á  que  acabase  de  desenga* 
fiarse,  leyendo  en  él  las  rasónos  siguientes: 


SUCESOS  T&ÁaiCOS  DE  D.  BN&IQUE  DE  SILVA      327 

Papel  de  doüa  Leonor, 

cBien  satisfecha  quedo  de  que,  se^n  la  dis- 
creción y  volttntad  de  don  Enrique,  llegando  ya, 
nds  cosas  4  este  estado,  habrá  de  todas  ellas 
dádoos  cuenta,  mayormente  si  el  cielo  le  libró 
anoche  de  las  crueles  manos  de  los  míos;  con  que 
sólo  servirá  este,  papel  de  suplicaros  que,  como 
padre,  amparéis  la  causa  de  vuestro  hijo,  y  como 
caballero,  la  de  una  mujer  que,  por  obedecerle, 
ha  llegado  á  semejantes  términos. 

Doña  Leonor.» 


CAPITULO  LXXXVII 

Salen  de  España  don  EnHque  y  su  primo;  su 
larga  ausencia,  y  los  acaecimientos  de  ella. 

rí<lTJÍ,  con  el  discurso  breve  del  pasado  billete, 
acabó  de  salir  de  tantas  dudas,  y  á  representár- 
sele de  nuevo  el  desbarate  lastimoso  de  su  hijo, 
la  inocente  muerte  del  que  había  de  ser  su  cuña- 
de,  los  irremediables  agravios  de  don  Luis,  su 
ra£Ón^  su  justicia  y,  últimamente,  la  temerosa 
imdignación  del  cielo  y  la  severidad  de  su  cas- 
tigo. 

Mfta  eomo  raras  veces,  en  el  mayor  trabajo 
j  desventura,  n/o  falta  alg^n  oonsuelo,  todos 
aquestos  males  le  tuvieron  en  parte  con  sólo  pa* 


82  ^  CÉSPEDES   Y  MENESES 


recerle  que  sabiendo  su  hijo  el  nuevo  hallazgo, 
una  vez  que  otra  le  verían  sus  ojos;  y  así,  más 
alentado  y  resuelto  á  oponerse  á  su  fortuna,  man- 
dó que  á  toda  priesa  previniesen  un  coche,  y  con 
la  misma,  no  obstante  la  hora  dicha,  él  en  per- 
sona avisó  en  un  convento  de  monjas  y  parientas 
suyas,  adonde  habiendo  traído  la  hermosa  dama, 
la   dejó  más  segura,   aunque   menos    contenta; 
pues  es  cosa  evidente  que,  oyendo  la  ausencia  de 
su  amante,  su  locura,  la  muerte  de  su  hermano 
y  la  prisión,  heridas  y  afrenta  de  su  padre  y  fa- 
milia, que  aunque  fuera  su  alma  hecha  de  bron- 
ce había  de  suspirar  males  tan  grandes,   mayor- 
mente interesando  en  todos  tanto.  En  conclusión, 
agradecido  el  agasajo   y   guarda   del   honrado 
huésped,  en  amaneciendo  al  siguiente  día  supo 
el  virrey   las  justicias  y   ciudades  su  apareci- 
miento; y  abriendo  más  los  ojos,  conocieron  las 
s  in  razones  de  don  Enrique  y,  por  el  consiguien- 
te, los  agravios  y  injurias  del  preso  caballero; 
con  que,  sin  esperar  otro  descargo  á  éste  con  li- 
mitada pena,  por  la  muerte  del  esclavo,  le  man- 
daron soltar,  y  contra  don  Enrique  se  dispusie- 
ron diferentes  diligencias. 

Había,  en  el  ínterin,  tenido  el  capitán  aviso  de 
su  hijo,  el  cual,  con  el  valiente  primo,  estaba 
oculto  seis  leguas  de  Lisboa,  y  así  entendido 
este  nuevo  rigor,  se  le  hizo  saber  con  el  snceso 
de  su  dama,  ocasionándole  indiscretamente  á 
que,  abandonando  su  peligro  y  su  vida,  viniese 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      829 

■      ■  ■  '  ■  ■      ■  ^^^^^^^^^^^^^ 

mucliaff  veces  á  verla.  Y  entre  tanto,  don  Luis 
Antonio,  remitiendo  á  la  justicia  su  castigo  y 
venganza,  de  suerte  apretó  el  caso,  que  en  bre- 
ves días  tuvieron  los  dos  primos  sentencia  de 
degollar,  y  por  el  consíguientei  necesidad  de 
ponerse  en  Italia. 

Despidióse  primero  don  Enrique  de  sus  tristes 
padres,  y,  sobre  todo,  convertido  en  lágrimas,  de 
su  prenda  querida,  dé  cuyo  sentimiento  no  hay 
para  qué  contaros,  pues  es  cierto  que  sería  in- 
creible,  y  mayormente  quedando,  como  habéis 
oído,  preñada;  porque  si  bien  en  tales  personas, 
que  su  agrado  bastara  ¿  mayor  consuelo,  el  ver- 
se dividir  de  la  mitad  del  alma,  del  que  esperaba 
por  esposo,  y  la  incertidumbre  y  fin  de  sus  des- 
dichas, justamente  se  le  imposibilitaban. 

Corrió,  pues,  don  Enrique  con  su  primo  el  mar 
Mediterráneo  y,  en  pocos  días,  pisó  el  reino  de 
Ñapóles;  adonde,  atraído  de  su  amenidad  y  abun- 
dancia, fácilmente  olvidó  la  Ruanova,  los  jardi- 
nes, las  quintas  y  aun  las  frescas  riberas  del  do- 
rado Tajo,  aunque  no  por  entonces  la  justa  co- 
rrespondencia de  sus  padres  y  dama,  á  quien, 
perseverante  y  puntual,  escribía  continuadamen- 
te. Pagábanle  ellos  en  la  misma  moneda;  y,  con 
todo,  viendo  que  en  dos  años  de  ausencia  no  se  con- 
^cluia  su  perdón,  ni  menos  se  le  facilitaba  alguno 
en  este  medio,  para  volver  á  verlos,  casi  descon- 
fiando en  la  esperanza  con  que  le  entretenían,  tra- 
tó de  divertir  sus  sentimientos  y  de  aguardar  el 


380  CÉSPEDES  Y  MENXSES 


fin,  discurriendo  lo  restante  de  Italia  y  majorei 
provincias  de  la  Europa. 

Bb  remedio  ntilisimo  aproyecharse,  en  tales 
casos,  de  la  variedad  7  diversión;  porqne  si  ja 
BO  les  coflclnye,  por  lo  menos  los  kace  más  tole- 
rable y  pasaderos.  Así,  por  esta  causa,  como  per- 
qué otros  dos  caballeros  la  incitaban  con  la  mis- 
ma curiosidad,  avisando  á  su  patria  y  dejando 
al  primo  en  Ñapóles  para  que  atendiese  á  la  co- 
rrespondencia de  España,  tomar  y  remitir  cartas 
j  avisos,  con  su  nueva  compañía  dio  principio  ¿ 
BU  jomada  y  peregrinación. 

Desde  Venecia,  habiendo  ya  corrido  algunos 
meses  lo  mejor  de  la  Italia,  fué  la  última  carta 
que  de  él  tuvo  sti  primo;  porque,  aunque  siempre 
se  estuvo  en  Ñapóles,  y  año  y  medio  esperándole, 
fué  por  demás  el  saberse  de  él;  y  asi,  habiendo 
vuelto  los  dos  compañeros  con  nuevas  de  que  k 
dejaban  en  la  ciudad  de  Praga,  muy  al  cabo,  sa^ 
liéndose  él  de  Ñapóles  y  ad virtiendo  á  Lisboa  de 
semejante  daño,  caminó  en  su  busca;  pero  ae 
hallándole  en  el  lugar  que  venia  informado,  ni 
seña  ni  aun  razón  que  le  satisfaciese;  crusando 
la  Alemania,  se  pasó  á  Flandes,  adonde,  militan- 
do debajo  de  los  estandartes  del  Archidiaque  Al- 
berto, á  pocos  días  murió  animosamente  en  la 
reta  de  Ostende*  La  nueva  de  la  enfermedad  da 
dfBMi  Enrique,  y  la  partida  de  su  primo  haacéMáy 
le  y  el  pasarse  otros  tres  años  sin  saberse  dfl 
ellos,  no  sólo  eon&rmó  el  rumor  que  ya  andaba 


832  CÉSPEDES   Y   MENESES 


.   Venia  ya  tan  curtido  del  sol  y  tan  otro  con 
fias  peregrinaciones,  que  pudo  seguro  aventurar- 
se,  saliendo  á  tierra  en  hábito  flamenco:  y  asi, 
antes  de  anochecer,  como  el  amor  de  su  dama 
arrastrase  los  demás  respetos,  sin  tocar  en  su 
casa  guió  al  convento;  en  cuyo  tomo,  pregun- 
tando con  prisa  por  su  hermoso  dueño,  viéndole 
la  portera,  extranjero  en  vestido  y  portugués  en 
^el  habla,  extrañó  la  novedad;  y  con  la  míama, 
oyendo  que  la  traía  cartas  y  que  éstas  se  habían 
4e  dar  en  locutorio,  volvió  al  punto  á  llamarla. 
No  incitaba  su  prisa  el  pensar  de  él  quien  fue- 
se, porque  mucho  tiempo  antes  habían  olvidado 
semejantes  sospechas;  sólo  la  admiración  y  no- 
vedad del  traje  formó  tales  extremos.  Tornó, 
pues,  con  la  respuesta,  y  más  curiosa,  le  hizo 
otras  importunas  preguntas;  hasta  que,  en  fin, 
por  remate  de  ellas,  le  remitió  á  una  grada ,  para 
que  allí  esperase  á  doña  Leonor.  Y  habiendo  obe- 
decido, después  de  un  breve  espacio,  que  en  sus 
deseos  fueron  siglos  muy  largos,  vio  que  abrien- 
do de  la  parte  de  adentro  una  pequeña  puerta,  ya 
casi  anochecido,  llegaban  á  la  reja  cuatro  mon- 
jas; y  que  la  una,  acercándose  más,  le  pregun- 
taba lo  que  quería.  Pero  no  tocó  apenas  la  voz 
¿  sus  oídos,  y  dije  mal  apenas,  á  su  vista  la  som- 
bra de  su  rostro,  cuando,  sin  embargo,  del  velo, 
del   hábito  y  aun  de  la  oscuridad,  conoció  en 
•ella  no  menos  que  su  querido  y  dulcísimo  empleo, 
á  su  hermosa  dama,  á  la  ocasión  que  le  traía  de 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      633 

tan  remotas  y  extranjeras  provincias.  Y  quedan^ 
do  suspenso  del  impensado  traje  de  sn  vista,  dio- 
lagar  á  que,  viendo  tal  suspensión,  se  le  volviese 
á  repetir  la  misma  pregunta,  á  quien,  pasándose 
algún  tanto  su  turbación  y  espanto  y  juzgando 
por  devoción,  ó  voto  á  su  venida  el  religioso  há- 
bito, desatando  la  lengua  asi,  amoroso  y  tierno,, 
dijo  á  su  dama  las  siguientes  palabras: 

— Pues  ¿cómo  asi,  querido  dueño  mío,  tan  mal 
conocimiento  halla  mi  voluntad?  ¿Tan  corto  fué 
el  pincel  que  imprimió  en  vuestro  pecho  mi  re- 
trato? ¿Ya  no  me  conocéis?  ¿Tan  poco  firme  ha 
sido  aqueste  esclavo,  vuestro  amante  perdido, 
vuestro  don  Enrique  ausente,  que  ni  el  tiempo  ni 
el  hábito  le  pudieron  hacer  desconocido  en  vues- 
tros-ojos,  olvidado  en  vuestra  memoria?  Yo  soy» 
¿Qué  me  miráis?  ¿Qué  os  suspendéid?  Pues  seis 
años  de  ausencia  aún  no  han  sido  los  del  famoso 
Ulises,  ni  los  furiosos  vientos  y  ardientes  aoles,, 
si  han  denegrido  el  rostro,  por  lo  menos  no  han, 
tocado  mi  alma,  no  han  mudado  su  ser  ni  su  fir- 
meza; porque  ésta  ha  sido  intacta,  siempre  in- 
vencible y  perdurable;  y  lo  será  también  mien- 
tras el  cielo  diera  aliento  á  mi  vida  y  vos  olvido 
á  su  perseverancia. 

Asi,  llorando  lágrimas  alegres,  discurría  doui 
Enrique,  cuando  atajó  su  plática  el  ver  que  de 
improviso,  al  pronunciar  su  nombre,  levantaban 
los  gritos  hasta  el  cielo,  tapándose  los  rostros  la» 
presentes,  y  que,  haciéndose  cruces,  aun  sin  pa- 


! 


384  cÉSPBnzs  y  hbnbska 

rar  •&  esto,  coa  crecido  alboroto,  atronaado  el 
oon vento,  ie  salieron  huyendo  de  la  grada,  de- 
jando sola  ea  ella  á  su  hermoso  dae&o.  La  enai, 
annque  se  vio  desamparada,  con  varonil  denue- 
do quedó  gozando  sin  temor  la  presencia  del  que 
(si  no  tenia  por  el  difunto  amante)  á  lo  menos 
creía  fuese  su  espíritu. 


CAPITULO  TiXTTXTX 

E8crÚ>e$e  la  traza  con  que  don  Luis  Antonio 
dispuso  en  aqueste  intermedio  parte  de  su 
venganza, 

nOR  cierto  que  fué  la  de  esta  dama  maravílloia 
y  gallarda  prueba  de  un  firme  y  verdadero  amor. 
Mas  ¿qué  no  emprenderá  este  rapaz  gigante? 
¿Qué  hazafta,  qué  peligro,  qué  temores,  qué  ries- 
gos no  han  vencido  y  acabado  sus  encendidas 
flechas,  aun  siendo  gobernadas  del  más  frágil 
sujeto,  de  la  más  tierna  y  delicada  donoella?  No 
quiero  dilatar  con  tan  común  materia  aquesta 
historia  ni  con  afectos  tan  experimentados  sus 
discursos;  antes,  volviendo  á  ellos,  sabréis  si 
pude  con  razón  exagerar  el  valiente  ánimo  con 
que  doña  Leonor  esperó  semejante  suceso;  pues 
no  fué  menos  (y  según  en  su  concepto  etstaba 
creído)  que  haberse  puesto  á  razones  oon  OA 
muerto,  quedarse  sola  con  quien  había  muchos 
días  que  le  tenían  por  tal;  y  en  conclusión^  estar 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  EN&IQUB  DE  SILVA      3S& 

firme  y  entera,  hablando  á  an  fantasma,  á  un 
alma  en  pena. 

Pasaba  esto  en  hecho  de  verdad,  y  asi  lo  he 
ponderado,  porque  quiero  que  asi  quedéis  me- 
jor desengañados  en  la  forma  que  tan  incierta 
nueva  se  apoderó,  no  sólo  del  crédito  y  verdad 
de  sus  padres  y  dama,  empero  de  toda  la  ciudad, 
de  todo  el  reino.  Ya  os  acordáis,  como  atrás 
queda  dicho,  el  mal  que  tuvo  en  Praga  don  En- 
rique; el  viaje  de  su  primo  buscándole,  la  muerte 
de  éste  en  Flandes,  y  últimamente,  la  gran  quie* 
bra  y  desmán  de  su  correspondencia,  cartas  y 
avisos.  Es,  pues,  el  caso  ahora  que  como  ningu- 
na oosa  de  éstas  se  le  encubriese  á  don  Luis  An- 
tonio, porque  no  sólo  en  casa  de  sus  contrarios» 
en  el  convento  de  su  hija,  mas  en  Flandes,  en 
Italia  y  Bohemia  tuvo  centinelas  y  espías  que  le 
advirtiesen  de  sus  pasos,  ó  ya  para  prevenir  su 
venganza  entre  ellos,  ó  ya  por  otra  causa  reser- 
vada á  su  pecho,  y  como  fuera  de  esto,  ni  los 
ruegos  de  poderosos  príncipes,  de  personas  reí  i 
giosas,  ni  aun  las  continuas  lágrimas  de  su  pro- 
pia mujer  hubiesen  alcanzado  el  perdón  del  au- 
sente, porque  su  airado  espíritu,  presentes  sus 
injurias,  clamaba  sólo  por  el  castigo  y  venganza, 
así  siempre  regido  de  sus  deseos  sangrientos,  ma- 
quinaba los  días  y  pensaba  las  noches  algún  ca- 
mino ó  medio  que  ya  en  parte  y  en  todo  se  les 
diese  á  sentir  sin  riesgo  suyo.  Y  con  semejantes 
desvelos,  juzgando  que  el  mayor  castigo  sería 


336  CÉSPEDES   Y  MENESES 

dejar  imposibilitada  de  casarse  á  su  hija,  no 
obstante  que  sabia  que  por  primicias  de  su  parto 
criaban  sus  abuelos  un  hermoso  retrato  de  sq 
hijo,  niño  que  era  su  mayor  consuelo,  emprendió 
el  principal  de  sus  intentos,  valiéndose,  para  me- 
jor ejecutarle,  de  algunos  papeles  y  cartas  que  el 
primo  de  don  Enrique  dejó  á  sus  camaradas  el 
día  de  aquella  infeliz  rota  y  su  muerte;  los  cua- 
les, por  inteligencias  notables,  habiendo  llegado 
¿  su  poder,  y  no  menos  que  en  medio  del  rumor 
y  aun  de  las  lágrimas  que  derramaban  sus  con- 
trarios, tanto  por  el  aviso  que  desde  Ñapóles  tn- 
vieron,  cuanto  por  el  que,  habiéndole  buscado  y 
nunca  parecido,  envió  desde  Flandes  su  difunto 
primo,  aprovechándose  juntamente  de  tan  buena 
ocasión,  sin  más  esperar,  hizo  que  conforme  la 
letra  y  firmas  que  tenía,  se  falseasen  unas  car- 
tas, con  tan  dispuesto  disimulo,  diestras  y  funda- 
das razones,  que  fuesen  suficientes  á  darlas  cré- 
dito. Fingíase  en  el  principio  de  ellas  cómo  el 
primo  difunto,  un  día  antes  de  la  batalla  (porque 
es  loable  costumbre  de  cualquiera  caballero  y  sol- 
dado), había  descargado  su  conciencia  y  escrito, 
por  punto  principal  de  ella,  aquellos  avisos  y 
cartas;  y  así,  después  de  un  breve  prólogo,  en 
que  trataban  de  esto,  su  progreso  mayor  fué  dar 
cuenta  á  sus  tíos  de  la  muerte  de  don  Enrique 
en  Praga  de  Bohemia  y  de  algunos  legatos  y 
obras  pías  que  les  dejó  encargados  en  el  último 
artículo.  Y  tras  de  tan  amargas  nuevas,  largas 


N 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      837 


disculpas  en  cnanto  á  la  omisión  de  tal  aviso, 
excusándose  con  el  deseo  de  atajar  su  sentimien- 
to. Con  lo  cual,  concluyendo,  así  mesmo  quedó 
forjado  el  cauteloso  engaño,  prosiguiéndolo  con 
tan  buena  dicha  y  con  tan  eficaces  razones  y  fin- 
gimientos del  portador,  que  fué  un  soldado  de  los 
mismos  países,  que  no  sólo  se  creyó  y  tuvo  por 
cierto,  empero  se  le  hicieron  las  funerales  hon- 
ras, con  tan  grave  dolor  de  sus  pobres  padres, 
que  fué  mucho  poder  sustentar  la  vida,  y  mayor- 
mente la  triste  y  afligida  dama,  que  era  el  blan- 
co principal  de  esta  empresa.  La  cual,  después  de 
algunos  meses,  que  gastó  llorando  con  perseve- 
rancia increible  su  miserable  ruina,  su  desampa- 
ro y  soledad,  su  viudez  sin  ser  casada,  su  afren- 
ta sin  remedio,  y  al  hijo  hermoso  con  tan  infame 
título,  al  fin,  al  fin,  no  pudiendo  hacer  cosíi  más 
digna,  rindió  á  los  hados,  digo,  á  la  voluntad  y 
juicio  del  cielo,  su  honrada  determinación,  to- 
mando el  hábito  de  aquella  religión  y  profesan- 
do con  gusto  y  voluntad,  llegando  el  término. 

CAPITULO  XC 

Concluyese  el  suceso  con  el  incierto  fin 
de  don  Enrique, 

Ya  conseguidos  sus  rabiosos  deseos,  si  bien 
malográndose  en  ellos,  murió  su  padre  de  doña 
Leonor  dentro  de  pocos  días,  dejando  cuanto 
pudo  mandar  y  disponer  de  su  hacienda,  repar- 

HISTORIAS  PEREGRINAS.  22 


838  CÉSPEDES   Y  MENKSES 

tida  en  memorias  j  patronazgos  por  si  y  por  sn 
hijo,  en  que  acabó  de  conocerse  el  sentimiento 
intrínseco  que  le  causó  su  inocente  muerte  hasta 
aquel  punto. 

Este,  pues,  era  el  estado  y  término  en  que 
halló  don  Enrique  sus  cosas,  y  este  era  el  con- 
concépto  mañoso  por  quien  las  monjas,  según 
oisteis,  se  alborotaron,  y  con  tan  temerosa  apren- 
sión, que  ya,  en  el  ínterin,  hubieran  muchas  ape- 
llidado la  vecindad  si  otras  más  recatadas  y 
prudentes  no  lo  impidieran  con  más  ánimo  y 
brío,  pues  convocándose  casi  todo  el  convento, 
muy  pocas  animosas  bastaron  á  que  las  demás 
las  siguiesen  y  entrasen  con  velas  encendidas, 
cruces  y  agua  bendita,  adonde,  por  lo  menos, 
juzgaban  hallar  muerta  á  doña  Leonor. 

Mas  como  en  estos  medios  su  turbación  hubie- 
se sosegado,  y  creciendo  las  lágrimas  y  aun  las 
razones  dulces  de  su  amante,  fuese  también  ca- 
yendo poco  á  poco  en  la  cuenta,  y  ad virtiendo 
que  no  tenían  delante  ningún  cuerpo  fantástico, 
apenas  con  las  luces  que  entraron  acabó  de  des- 
engañarse y  las  demás  monjas  de  satisfacerse, 
cuando  reconociendo  su  desdicha,  la  cautelosa 
burla  de  su  padre  y  el  estado  imposible  á  que  de 
su  voluntad  se  había  reducido,  sin  poder  resistir 
elímpebu  y  coraje  de  su  corazón,  la  pena  y  senti- 
miento de  su  alma,  turbados  los  vitales  espíri- 
tus, se  cayó  desmayada  en  los  brazos  .de  las  que 
la  acompañaban,  estando  á  tan  lloroso  espec- 


SUCESOS  TRÁGICOS  DE  D.  ENRIQUE  DE  SILVA      339 


táculo  el  afligido  caballero  en  términos  de  hacer 
otro  tanto. 

Bien  conocieron  y  rastrearon  todas  la  causa 
original  del  parosismo  de  la  infeliz  señora,  y  así, 
juzgándola  por  grande,  disculparon  su  extremo; 
mas  viendo  que  no  tornaba  en  si,  despidiendo  al 
amante,  la  llevaron  á  su  lecho,  en  quien,«  pasa- 
das veinticuatro  horas,  cuando  volvió  en  su 
acuerdo  fué  turbada  la  lengua  y  muerto,  por  lo 
menos,  todo  de  lado  siniestro,  cosa  que,  aunque 
aumentó  en  don  Enrique  sus  desventuras  y  lasti- 
mó generalmente  la  ciudad,  se  estimó  por  menor 
daño  del  que  prometía  tan  prolijo  desmayo. 

Y  así,  no  obstante  tales  inconvenientes,  do 
consejo  de  sus  viejos  padres,  que  ya  gozando  de 
su  vista  no  se  acordaban  de  los  pasados  males, 
con  el  parecer  de  personas  doctas  que  tenían  por 
inválida  la  profesión  de  doña  Leonor,  llevando 
recaudos  bastantes,  alentado  de  las  lágrimas  y 
continuas  importunaciones  de  su  dama,  y  aun 
por  no  dejar  su  hijo  con  tan  infame  título,  par- 
tió áRoma,  si  bien  sólo  sirvió  su  viaje  de  cansar- 
se sin  fruto  y  acabar,  con  el  desengaño  que  allí 
le  dieron,  de  perder  la  esperanza  y  la  pacien- 
cia. Y  plega  á  Dios  que  con  ella  no  haya  per- 
dido el  alma,  pues  desde  que  se  embarcó,  para 
volverse,  en  una  nave  genovesa,  hasta  hoy  que 
se  escribe  esta  historia,  no  se  ha  sabido  vivo  ni 
muerto  de  él,  de  la  nave  ni  de  cuantos  en  su  com- 
pañía se  hicieron  á  la  vela;  con  que,  sin  duda  al- 


340  CÉSPEDES   Y  MENESES 

gana,  se  puede  presumir  que  acabó  sus  peregri- 
naciones, sus  ansias  y  amorosos  deseos  en  el 
mismo  elemento,  en  las  mismas  aguas  y  profun- 
das ondas  en  que  tuvieron  principio,  apresuran- 
do con  tan  triste  nueva  la  muerte  de  sus  vie- 
jos padres  y  el  miserable  fin  de  la  infeliz  doña 
Leonor, 


^ 


Los  dos  Mendozas. 


CAPITULO  XCI 

Historia  sexta  y  última  de  esta  prinera  parte  ^ 
con  el  origen,  fundamento  y  antigüedad  de  la 
insigne  Villa  de  Madrid,  adonde  sucedió. — 
Descripción  de  Madrid, 

rí  doce  leguas  de  la  imperial  Toledo,  en  la  mi- 
tad de  las  Españas  y  Citerior  Tarraconense,  está 
fundada  la  memorable  y  famosa  Villa  de  Madrid, 
corte  real  y  cabeza  de  la  más  estimada  monar- 
quía que  ha  visto  al  mundo  desde  sus  principios, 
cuyos  originarios  fundadores,  como  siempre  su- 
cede en  cosas  muy  antiguas,  tienen  tan  oscura 
noticia,  que  casi  de  toda  ella  los  tiempos  espa- 
ciosos y  largos  siglos  no  han  dejado  más  esencial 
memoria  la  tradición  de  su  segundo  nombre,  que 
es  Mantua  Carpetana,  asi  la  llama  César  en  sus 
Comentarios,  ó  por  el  mismo  apellido  de  los  ve- 
cinos montes,  ó  por  la  semejanza  de  esta  voz, 


342  CÉSPEDES   Y   MENESE8 

Carpetunij  que  significa  carro,  uso  particular  de 
sus  naturales  por  la  comodidad  que  para  su  arti- 
ficio hay  en  tantos  planicies  y  llanuras  como  por 
largo  espacio  la  rodean. 

Tholomeo,  poniendo  su  latitud  en  cuarent» 
grados,  también  la  llamaba  así,  y  primero  ürsa- 
ria,  y  no  falta  quien,  llevado  de  vestigios  pro- 
bables, la  haga  fundación  de  los  primeros  grie- 
gos (cuyo  antiguo  blasón  fué  un  dragón  espan- 
toso), y  más  particularmente  de  su  famoso  capi- 
tán Epaminondas,  y  por  el  consiguiente,  armas 
originales  de  este  lugar,  según  se  hallaron  en 
los  timbres  antiguos  de  sus  puertas.  Arguye 
bien  su  antigüedad  notable  haber  en  la  reparti- 
ción que  hizo  de  España  el  Magno  Constantino, 
constituidola  en  obispado  más  ha  de  mil  doscien- 
tos y  treinta  años.  Y,  finalmente,  el  titulo  y  co- 
rona que  la  concedió  el  emperador  Carlos  V  para 
sus  nuevas  armas. 

Por  estas  y  otras  causas  testifican  autores  fué 
en  su  primero  origen  el  escudo  y  muralla  de  los 
antiguos  y  primeros  españoles,  como  también 
después  Escuelas  públicas  y  Estudio  general  de 
las  ciencias  que  entonces  se  sabían,  en  España. 
También  los  moros,  según  acostumbraron  con 
las  grandes  y  mejores  poblaciones  de  esta  pro- 
vincia, en  su  asolación  y  pérdida  la  dieron  nuevo 
nombre  y  el  mismo  que  hoy  conserva,  aludiendo 
la  significación  de  él  á  una  de  sus  mayores  exce- 
lencias, á  sus  frescos  y  saludables  aires,  porque 


LOS   DOS   MBNDOZAS  343 

Madrid  no  otra  cosa  signiñca,  en  su  lengaa,  que 
lugar  de  buenos  aires ^  y  esto  es  tan  cierto,  que 
ni  en  lo  restante  de  España  ni  aun  de  la  mitad 
del  orbe  se  conoce  sitio  más  sano,  cielo  más  be- 
névolo y  claro,  terreno  más  fértil,  abundancia 
más  llena,  aguas  más  puras,  rostros  más  hermo- 
sos y  genios  más  lucidos,  corazones  más  valien- 
tes, ánimos  generosos  y,  sobre  todo,  virtudes  y 
excelencias  más  en  superior  grado.  Todo  merced 
de  sus  influyentes  estrellas,  de  su  cielo  benigno 
y,  finalmente,  de  sus  incorruptibles  y  delicados 
vientos. 

Y  asi,  respecto  de  tan  grata  experiencia  y 
convidados  de  la  amenidad  de  sus  campos,  de  la 
grandeza  de  sus  bosques  y  otras  infinitas  comodi- 
dades, los  más  reyes  de  España  honraron  con  lar- 
gas asistencias,  con  amor  increible,  este  noble 
lagar,  hasta  que  con  perdurable  asiento  fijó  el 
prudente  Filipo  en  él  su  casa  y  corte,  amplián- 
dolé  y  engrandeciéndole  de  suerte  que  él  solo, 
por  la  igualdad  y  anchura  de  sus  calles,  por  sus 
sasas  fundadas  á  este  fin,  por  sus  grandes  pala- 
3  ios  y  por  sus  ricos  y  fértiles  contornos,  es  capaz 
ie  tal  máquina,  de  tanta  multitud  de  moradores, 
]e  tan  copiosos  tratos,  de  tantas  mercancías,  de 
;antos  negociantes,  de  tan  grandes  príncipes,  de 
;antos  títulos, de  tantos  caballeros,  de  tan  graves 
!yonsejos,  de  tan  innumerables  ministros ,  de 
antas  guardas,  de  tantos  oficiales  y,  finalmen- 
e,    de  tan  varios  compuestos  como  forman  su 


llama  oontinoa,  de  un  f  aego  restriagido,  pnes  lo 
mÍBmo  viene  á  ser  el  daro  pedernal  de  qae  es 
formada  y  aun  las  piedras  con  que  enlosan  laa 
callea.  T  aai,  por  esta  caosa,  dijo  an  autor  que 
Espa&a,  entre  otras  excelencias,  tenía  una  ciu- 
dad fundada  sobre  fuego  y  cercada  de  lo  mismo. 
Mas,  dejado  esto  aparte,  justo  será  qae  no  se 
olvide  en  esta  descripción  uno  de  sos  mayo- 
res atributos  y  aun  santuario  de  loa  mayores  da 
la  Europa,  la. imagen  memorable  que  apareció  en 
Atocha;  aquel  retrato  de  la  reina  del  cielo,  aquel 
asombro  de  maravillas  y  milagros;  y,  entre  los 
machos  triunfos  de  sus  victorias,  la  del  antiguo 
alcaide  de  Madrid,  el  portentoso  caso  de  sus  bi- 
jas y  esposa,  aquella  estupenda  resurrección,  y 
tras  de  aquesto  el  hijo  amado,  el  labrador  hu- 
milde qne,  juntamente  con  los  dos  papas  San 
Dámaso  y  Melquíades,  reverencia  por  sus  santos 
la  Iglesia,  y  al  primero  por  patrón,  esta  Villa,  en 
quien  también  se  ve  hoy  entre  otros  edificios 
grandiosos,  monasterios  sin  número,  el  religioaí- 
BÍmo  convento  de  San  Jerónimo  del  Fasso,  nom- 
bre notable  adquirido  por  el  que  defendieron  ge- 
nerosamente algunos  caballeros  y  aan  privados 
del  sefior  rey  don  Enrique  lY;  hazaña  tan  notí- 


LOS   DOS   MENDOZAS  345 


ble  que  justamente  quedará  para  siempre  eterni- 
zada en  la  memoria  de  los  hombres,  como  tam- 
bién por  los  sucesos  de  la  siguiente  historia,  la 
fama  y  nombre  de  los  Mendozas,  hijos  ilustres 
de  esta  insigne  Villa,  y  tan  fíeles  y  verdaderos 
hermanos,  que  su  rara  amistad,  sus  loables 
hechos,  pudo  ser  digno  asunto  y  materia  bas- 
tante á  su  discurso.  Y  así,  poniendo  limite  al 
desta  descripción,  comenzará  en  sus  fínes  nues- 
tro cuento. 


CAPITULO  XCII 

Dase  principio  al  cuento  prometido,  diciéndose 
quién  fué  don  Alonso  de  Mendoza, 

l^ON  Alonso  González  de  Mendoza,  caballero 
ilustrísimo  como  lo  son  todos  los  de  este  genero- 
so apellido,  fué  natural  de  Madrid,  lugar  á  quien, 
según  ya  queda  escrito,  han  elegido  por  su  gran- 
^de  excelencia  los  monarcas  de  España  por  asien- 
to y  morada  de  su  corte.  Aquí,  pues,  y  en  los 
antiguos  solares  de  sus  progenitores,  nació  y 
vivió  largo  tiempo,  aunque  lo  más  de  su  moce- 
dad entre  el  rumor  sangriento  de  las  armas,  sir- 
viendo en  sus  inmortales  haza&as  y  empresas 
grandes  á  la  cesárea  majestad  de  Garlos  Y,  el 
cual,  como  tan  buen  apreciador  del  valor  y  ex- 
periencia militar,  hizo  particular  estimación  los 
años  que  don  Alonso  siguió  sus  estandartes,  de 


346  CÉSPEDES   Y   MENESES 

SUS  méritos  y  persona;  y  tanta,  que  sí  no  faer& 
algo  arrebatado  y  colérico  (condición  que  en  par- 
te desdoraba  sus  generosas  obras),  és  sin  dada 
que  hubiera  ocupado  un  grandioso  puesto. 

Mas  á  esta  causa,  no  siendo  muy  bien  quisto 
y  teniendo  en  el  ejército  alganas  importantes  in- 
quietudes, le  convino  retirarse  á  su  tierra,  adon- 
de no  le  faltaron  otras  muchas,  porque  apenas 
llegó  á  ella,  cuando  pagado  sumamente  del  mny 
hermoso  agrado  de  doña  Catalina  Kamirez,  dama 
de  admirables  virtudes,  la  comenzó  á  servir  con 
tan  poco  gusto  de  sus  padres,  que  deseaban  para 
su  gallarda  hija  hombre  menos  brioso  y  no  tan 
soldado,  que  á  pocos  lances,  rompiendo  con  ellos 
y  sus  deudos,  hubiera  de  granjear  á  lanzadas  lo 
que  suele  adquirirse  con  blanduras,  voluntad  y 
terceros.  Finalmente,  porque  deseo  troncar  estas 
particularidades,  que  son  muy  accesorias  ni  he- 
cho principal,  don  Alonso,  bien  granjeado  el 
amor  de  su  dama,  que  quisieron  que  no  sus  pa- 
dres, la  hizo  su  mujef ,  y  aunque  á  costa  de  ma- 
chos gastos,  pleitos  y  aun  prisiones,  ello  se  que- 
dó hecho  y  sus  suegros  desenojados. 

Mas  como  raras  veces  deja  en  la  posesión  de 
mitigarse  el  ardor  de  los  deseos,  poco  &  poco, 
morigerándose  en  su  pecho  aquella  ardentísima 
añción,  fué  divirtiéndose  y  aun  distrayéndose 
con  alguna  nota;  si  bien  nunca  ésta  rompió  de 
suerte  que  llegase  á  sentimientos  de  su  esposa  ni 
á  faltar  á  las  obligaciones  precisas  de  su  esta- 


LOS  DOS   MENDOZAS  347 


do;  porque  corre  gran  riesgo  la  flaqueza  mujeril 
el  día  que  la  disolución  del  marido  hace  huérfa- 
nos el  lecho  casto  y  la  mesa  común;  y  asi,  el 
discreto  honrado,  aunque  fuerce  el  alma  y  pierda 
en  su  gusto  lances  sin  recompensa,  no  ha  de  per- 
der horas  tan  bien  gastadas,  pena  de  llorarlas  de 
veras.  En  fin,  con  nuevas  aficiones  don  Alonso, 
restringiendo  el  amor  de  su  esposa,  vivió  sin  hi- 
jos seis  ó  siete  años,  cosa  que,  aunque  disimula- 
da de  la  honesta  señora,  era  de  ella  sentida  y  aun 
llorada  con  tiernas  lágrimas. 

Presumía,  aunque  dudosamente  de  la  condi- 
ción de  BU  dueño,  sus  desvelos  é  inquietudes; 
mas  no  por  eso  acreditaba  semejante/?  sospechas 
de  suerte  que  él  llegase  á  imaginarlas;  que  es 
gran  cordura  para  que  no  se  pierda  al  pundonor, 
el  decoro  y  respeto,  fingir  y  aun  ignorar  las  co- 
sas, que  en  los  que  pueden  no  sirven  de  más  que 
quitarles  la  máscara  para  ejecutarlas  en  público. 
Asi  disimulando  padecía  desoladas  penas,  en 
tanto  que,. desenfrenado  en  sus  vicios,  corría  él 
temerario  y  ligero.  Hasta  que  perdiendo  el  temor 
al  cielo,  y  arriesgando  su  vida  en  terribles  su- 
cesos, vino  á  empeñarse  en  uno  de  manera  que, 
sin  gusto  y  por  fuerza,  le  obligó  á  dejar  la  corte, 
como  ahora  sabréis. 


348  ctSPEDKS  Y  MBNESES 


CAPITULO  xoni 

Sabe  8U  esposa  la  distracción  de  aqueste  caba- 
llero, procura  remediarla,  y  él,  sospechoso, 
venga  su  injusta  cólera  en  un  criado  de  su 
casa. 

Ma.bía  no  lejos  de  sus  barrios  de  don  Alonso 
una  hermosa  doncella,  de  tan  grandes  partes, 
calidades  y  hacienda,  que  pudiera,  á  ser  más  re- 
catada y  menos  libre,  estimarse  por  casamiento 
de  un  muy  gran  caballero.  Esta  señora,  pnes, 
sin  reparar  en  que  don  Alonso  tenia  estado  que 
le  imposibilitaba  de  remedio,  llegó  á  prendar* 
se  de  suerte  en  su  afición,  que  casi  hizo  con 
él  los  oficios  de  un  muy  fino  galán;  y  como  aún 
más  cortos  envites  eran  bastantes  á  contrastar 
su  gusto,  en  breves  días,  y  con  menores  diligen- 
cias, ya  el  arrojado  caballero  era  dueño  absoluto 
de  su  prenda  mejor;  y  no  parando  allí  el  efecto 
de  semejante  yerro,  antes  en  lo  que  siempre  sue- 
le, á  dos  meses  de  trato  ya  ella  estaba  preñada 
y  entendida  su  falta.  No  tenia  más  que  madre, 
pero  tan  varonil,  que  al  mismo  punto,  sabiendo 
quién  era  el  autor  de  su  afrenta,  con  secreto 
inviolable  la  desapareció  de  sus  ojos. 

Este  último  exceso  alcanzó  á  saber  dofia  Ca- 
talina desde  sus  principios,  porque  el  poco  re- 
cato que  en  él  hubo  le  hizo  patente  á  una  cria- 
da antigua  de  sus  padres  y  de  ella  sus  oídos; 


LOS  DOS   MENDOZAS  349 


mas  como  era  tan  discreta  y  prudente  y  el  caso 
tan  digno  de  temerse  como  de  remediarse,  antes 
de  dar  cuenta  á  quien  pudo  atajarlo  la  pareció, 
con  dádivas  y  ruegos,  saberlo  con  certeza  de 
un  criado  de  su  marido,  el  cual,  no  sólo  por  sus 
buenos  servicios  era  el  archivo  de  su  alma,  mas 
toda  su  privanza  y  voluntad.  Pero  fué  por  de- 
más y  cansarse  en  balde;  pues  antes  el  £el  mozo 
procuró  desmentirles  tales  sospechas  y  aun  dio 
de  ellas  á  su  señor  larga  noticia,  diligencia  que 
después  le  costó  la  vida;  porque  no  satisfecha 
con  su  absolución  la  celosa  señora,  tanto  cavó  en 
su  intento,  que  alcanzó  la  verdad,  y  mediante  el 
favor  de  una  dama  de  palacio,  su  deuda,  el  so- 
siego de  su  alma,  pues  al  punto  mandó  Su  Ma- 
jestad, por  medio  del  Consejo,  que  don  Alonso  se 
fuese  á  sus  lugares;  orden  que  sintiéndola  impa- 
cientísimo  y  no  atreviéndose  á  perder  el  respeto, 
á  quien  la  había  trazado,  como  su  condición  fuese 
terrible  y  desease  de  semejante  pesar  igual  ven- 
ganza, dio,  sin  poderse  reprimir,  en  persuadirse 
que  aquel  criado,  á  quien  él  tanto  amaba,  venci- 
do de  las  dádivas  de  su  mujer  le  había  descu- 
bierto. Y  como  á  esta  presunción  engañada  se 
juntase  el  ausencia  impensada  de  su  dama  que 
todo  sucedió  en  un  mismo  tiempo,  hubo  de  que- 
brar su  cólera  y  enojo  en  el  pobre  inocente,  des- 
tinado ya,  por  su  contraria  suerte,  á  morir  sin 
culpa.  Y  así,  sacándole  una  noche,  como  solía 
consigo,  hizo  que  dos  valientes  esclavos  que  te- 


350  .CÉSPEDES   Y  MENESES 

nía  para  tales  empresas  estuviesen  en  parte 
que,  con  comodidad  y  recato,  lo  ejecutasen,  aun- 
que no  sin  defensa  deL triste  hombre;  pues  aun- 
que se  vio  salteado  de  ellos  y  de  su  dueño,  mos- 
tró bien  cuanto  hiciera  á  medirse  igualmente. 
Al  £n,  en  el  mismo  lugar,  puesto  que  algo  desvia- 
do de  las  últimas  casas,  le  enterraron,  desmin- 
tiendo la  sangre  y  las  señales;  de  suerte  que,  aun- 
que echándole  menos,  á  instancia  de  sus  deudos, 
que  los  tenia  en  Madrid,  se  hÍQÍeron  notables  dili- 
gencias; y  aunque  la  justicia,  por  algunos  indi- 
cios, puso  guardas  á  don  Alonso  y  procedió  en  la 
causa,  al  cabo,  sin  saberse  del  muerto  rastro  al- 
guno, fué  absuelto  de  la  instancia,  y  dado  por 
libre;  con  lo  cual,  el  cumplimiento  del  mandato 
que  he  dicho,  con  toda  su  familia  se  fué  veinte 
leguas  de  la  corte,  adonde  en  un  fresco  lugar  da 
su  patrimonio  y  riberas  del  rio  Júcar  vivió  con 
más  quietud  y  con  menos  distraimiento;  y  echó&e 
bien  de  ver  el  provecho  y  gusto  que  acarreó  á  su 
casa,  pues  dentro  de  tres  años  ya  tenía  dos  hijos 
en  su  esposa,  y  con  ellos  diferentes  cuidados  que 
los  que  hasta  allí.  Llamóse  el  primogénito  don 
Diego  y  el  menor  don  Fadrique,  y  uno  y  otro  de 
admirables  presencias;  y,  sobre  todo,  tan  Confor- 
mes hermanos  y  tan  verdaderos  amigos,  que 
pudo  su  singularidad  y  excelencia,  no  sólo  dar 
dos  héroes  á  mi  historia,  sino  fama  á  su  nación, 
gloria  á  su  patria  y  materia  bastante  á  dejarlos 
eternizados  en  la  estampa. 


LOS    DOS   MENDOZAS  351 


CAPITULO  XCIV 

Desaviénense  don  Alonso  y  sus  hijos, 
y  auséntanse  á  la  corte. 

Ya,  en  aquesta  sazón  y  aun  días  antes  que  don 
Alonso  se  retirase,  había  Carlos  V  en  Flandes, 
con  aquella  espantosa  hazaña  de  la  renunciación 
de  sus  Estados^,  echado  el  sello  á  sus  inmortales 
y  famosas  victorias,  pues  alcanzándola  de  sí  mis- 
mo, fue  la  mayor  que  en  los  pasados  ni  en  los 
presentes  siglos  han  mirado  los  hombres. 

Gobernaba  por  él  esta  dilatada  monarquía  su 
prudentísimo  hijo,  el  Salomón  segundo,  digno 
abuelo  del  potentísimo  príncipe  Felipe  IV,  que 
por  dichosos  y  felices  años  hoy  reina  sobre  sus 
innumerables  señoríos  y  vasallos. 

Y  así,  teniendo  por  la  templanza  de  sus  aires, 
serenidad  de  cielo  y  otras  comodidades,  particu- 
lar inclinación  á  la  asistencia  de  Madrid,  con  su 
continuación  y  real  presencia,  poco  á  poco  se  fué 
extendiendo  y  ampliando,  hasta  llegar  casi  á  la 
grandeza  y  esplendor  en  que  le  vemos;  con  que 
todas  sus  cosas  tomaron  nuevo  ser,  porque  los 
muy  apartados  campos  de  sus  contornos  se  con- 
virtieron en  vistosas  calles,  los  sembrados  en 
grandes  edificios,  los  humilladeros  en  parro- 
quias, las  ermitas  en  conventos,  y  los  egidos  en 
plazas,  lonjas  y  frecuentes  mercados. 


seza  con  qae  trataba  &  la  familia,  tantas  disen- 
gionea  en  ella,  que,  annqne,  no  obstante,  salió  con 
lo  qae  quiso,  faé  á  (^osta  de  dejarle  los  criados, 
olvidar  sus  obligaciones,  morir  de  pena  y  otros 
muchos  enfados  su  propia  mujer,  y,  áltímamen- 
te,  de  malquistarse  con  sus  bijos,  que  no  pudie- 
ron sufrir  tal  carestía. 

Siendo  ya  mancebos  de  gallardos  alientos,  con 
la  conformidad  de  sn  voluntad,  apenas  el  mayor 
dio  &  entender  la  suya,  cuando  ya  don  Fadrique 
trazaba  el  modo  de  ejecutarla.  Era  sn  intento  de 
loe  dos  obligarle  en  la  corte  á  que  los  aefialase 
alimento,  pues  el  dote  de  sn  madre,  y  los  dos  ma- 
yorazgos de  que  eran  sucesores,  los  pedían  mny 
grandes;  pero  dificult abáselo  mucho  la  falta  de 
dineros,  porque  aunque  don  Diego  tenía,  por  il- 
timo  abrazo  de  su  madre,  guardadas  en  secreto 
BUS  más  ricas  y  preciosas  joyas,  todo  les  parecía 
poco  respecto  de  saber  cuan  tercamente  los  ha- 
bía de  defender  su  padre.  Y  así,  resolviéndose 
los  dos,  acordaron  de  hacerse  bien  espaldas,  y 
cargar  en  las  suyas  con  la  plata,  jaeces  y  caba- 
llos; para  lo  cual,  haciendo  venir  á  algnitoB  de 


LOS   DOS   MENDOZAS  353 


los  criados  que  andaban  despedidos,  con  galante 
despejo,  á  la  primera  caza  que  salió  don  Alonso, 
la  dieron  ellos-  á  lo  mejor  que  había,  y  con  gran 
diligencia  se  emboscaron  en  Madrid,  hasta  ver 
como  lo  tomaba,  que  no  fué  con  mucho  rigor,  si 
no  es  que  el  mal  remedio  lo  hizo  disimular. 

No  era  de  su  naturaleza  miserable  ni  corto, 
sino  por  accidente  causado  en  el  acrecentamien- 
to de  sus  hijos,  y  así,  forzosamente,  como  todo 
había  de  ser  suyo,  fácil  sería  consolarse  en  la 
pérdida.  Con  tal  aviso,  alegres  los  hermanos  sa- 
lieron en  limpio,  echaron  libreas,  pusieron  casa 
y  cuerdamente  censuraron  sus  gastos  y  despen- 
sas; de  suerte  que  veinte  mil  ducados  que  traían 
consigo,  pudiesen  lucirles  y  fomentar  su  intento. 

Eran  entrambos  bizarrísimos  mozos,  lindos  ji- 
netes, diestros  en  todas  armas,  callados,  come- 
didos y  en  extremo  valientes;  de  forma  que ,  sin 
tener  necesidad  del  aplauso  y  abono  de  sus  mu- 
chos deudos,  en  pocos  días  se  hicieron  los  ojos 
de  la  corte  y  en  menos  de  año  y  medio  se  halla-, 
ron  con  los  alimentos  que  pretendían.  Porque  ha- 
biéndolos puesteen  telado  justicia,  aunque  su  pa- 
dre los  contradijo,  y  aunque  intentó  que ,  al  me- 
nos, se  les  pusiese  en  cuenta  lo  que  se  habían  to- 
mado, como  no  hubo  probanza,  merced  á  la  afi- 
ción de  sus  criados,  que  se  hicieron  mudos,  sin 
mayor  dilación  aprobó  el  Consejo  los  que  parecie- 
ron forzosos,  causa  para  que,  sin  muchas  escase- 
zas,  se  alargasen  sus  galas  y  se  aumentasen  sus 

HISTORIAS  PEREGRINAS  23 


354  CÉSPEDES   Y  MENESBS 

lucimientos;  y¡así,  aun  antes  de  esto,  pocas  fiestas 
ó  regocijos  públicos  hubo  en  quien  ellos  no  se  se- 
ñalasen ni  en  quien  con  suertes  venturosas  no 
granjeasen  tierra.  Valíanse  y  apadrinábanse,  en 
semejantes  ocasiones  tan  á  apunto,  y  estaban  en 
aquello  tan  diestros  y.  avisados,  que  ni  para  fa- 
vorecerse había  larga  distancia  ni  para  an  ad- 
vertencia ocupación,  recato  ni  interés  que  lo3 
descuadernase.  A  este  propósito,  no  juzgo  fuera 
del  escribir  un  lance  peregrino  que  en  la  presen- 
cia de  Felipe  II  les  sucedió  en  las  primeras  fies- 
tas, que  fué  conocido  su  valor. 


CAPITULO  XCV 

Obras  y  lucimientos  generosos  de  los  dos  herma- 
nos, por  cuyos  méritos  granjearon  el  aplauso 
del  pueblo. 

1? ABECÉ  ser  que  no  se  contentaban,  así  por  el 
gran  número  de  pretensores  como  por  otras  cir- 
cunstancias, los  caballeros  que  habían  de  ser  en 
el  juego  de  cañas;  y  así,  viendo  ellos  semejante 
desorden,  como  discretos  y  corteses,  aunque  entre 
sus  naturales  no  había  otros  más  dignos,  desis- 
tieron del  juego,  pero  no  de  alegrarle  oon  la  capa 
y  gorra  y  algunos  rejonazoa  mientras  se  aperci- 
bían las  cuadrillas.  Cumplióse  así  su  intento  y, 
á  tan  fuerte  sazón,  que  pudo  suceder  un  desmán, 
porque  (por  culpa  ó  descuido  del  que  los  soltaba) 


LOS   DOS   MENDOZAS  855 

cuando  los  hermanos  entraron  se  hallaban  en  la 
plaza  dos  valientes  toros,  y  no  asi  juntos  como 
acostumbran  por  natural  instinto,  sino  como  dos 
desatados  leones,  divididos,  y  cada  uno  hacien- 
do por  su  parte  lastimosa  riza  en  el  pobre  peo* 
aaje. 

Parece  que  la  buena  fortuna  de  estos  mance- 
)os,  para  que  así  mejor  luciese  y  campease,  ha- 
tía  guiado  el  suceso  de  esta  suerte,  porque  ape- 
las viendo  lo,  que  pasaba,  tomaron  de  sus  laca- 
oa  sendos  rejones  y  se  apartaron  hacia  donde 
ada  cual  de  los  toros  hacía  anchuroso  círculo^ 
uando  casi  á  un  mismo  tiempo  embistieron  con 
[los,  mas  con  diferentes  suertes;  porque  don  Fa- 
ríque,  el  menor,  rompió  gallardamente  el  asta 
1  piezas  rehilando  en  la  cerviz  la  resta  con  el 
ierro;  mas  don  Diego,  aunque  quebró  diestrísi- 
Of  fué  tanto  lo  que  el  toro  se  le  entró  por  el 
do,  que  llevándole  de  hilo  las  cinchas  y  co- 
eas,  le  dejó,  por  la  falta  de  silla,  en  evidente 
)sgo  de  perderse;  y  pareció  ello  así,  porque  re- 
lyiendo  sobre  él  con  el  sentimiento  de  la  herí- 
,  al  primer  encuentro  le  arrojó  con  la  silla  á  la 
•a  parte,  que  cayendo  de  pies,  mientras,  en  un 
jtante  embarazado  el  toro  con  la  silla,  le  dio 
^ar,  ya  él,  con  la  espada  en  la  mano,  pudo  re- 
>ír  el  segundo  golpe;  pero  tan  en  sí  y  animoso , 
3  embistiéndole  con  la  capa  en  los  ojos,  al  ba- 
la cerviz  le  dejó  sin  vida,  tendiéndole  en 
laelo  con  la  más  horrible  y  fiera  cuchillada 


356  CÉSPEDES   Y  MENESES 

que  desde  entonces  acá  se  ha  visto  en  aqaeila 
plaza. 

Todo  esto  sucedió  tan  acaso,  tan  en  un  pensa- 
miento, que  casi  al  mismo  instante  don  Padri» 
que  había  hecho  su  suerte  y  don  Diego  esperaba 
á  caballo.  Mas  como  á  los  alaridos  que  daban  los 
presentes  alabando  el  suceso  fuese  preciso  el 
volver  también  el  rostro  á  aquella  parte,  apenas 
don  Eadrique  lo  hizo  cuando  miró  á  su  hermano 
á  pie  y  rodeado  de  infinita  gente,  y  no  parando 
aquí  su  turbación,  al  propio  punto  vio  así  mesmo 
al  furioso  animal  que  de  su  brazo  había  escapa- 
do, que  con  ligeros  pasos,  desembarazándola 
plaza,  llegaba  al  puesto. 

Tenía  ya  otro  rejón  en  la  mano,  y  así,  cono- 
ciendo el  peligro,  no  despide  su  flecha  el  arco 
indiano  tan  veloz  y  presto  como  él  arrancó  en 
favor  de  su  hermano,  y  tan  á  lindo  tiempo,  que 
habiéndole  sus  criados  mismos  desamparado  pa- 
reció necesaria  su  ayuda;  la  cual  fué  tan  airosa, 
que,  atravesándose  en  medio,  hecho  escudo  del 
querido  hermano,  recibió  la  indomable  bestia 
con  tan  gallardo  pulso,  que,  ayudado  del  cielo  y 
de  su  buena  suerte,  apenas  enderezó  el  rejón, 
cuando,  partiéndole  la  nuca,  con  aclamaciones 
del  pueblo  y  admiración  y  gusto  de  las  damas,  le 
dejó  haciendo  sombra  al  compañero  muerto. 

Subió  con  tanto  en  otro  caballo  don  Diego,  y 
mandando  sacar,  bien  mal  herido,  al  de  su  entra- 
da, como  si  por  ellos  no  hubieran  sucedido  dos 


357 


tan  notables  casoa  así  gratos  y  hamildes,  pa- 
seando la  plaza,  correspondieron  al  a 

parabienes,  liasta  que  entrando  los  d 
haciendo  acatamiento  é.  los  reyes,  la  c 
ron.  DJjose  por  may  cierto  que  aquel 
príncipe  había  admirado  el  suceso  y  al 
valientes  y  fieles  amigos  á  los  dos  herm 
qua  quedó  calificado  su  hecho  y  más  ai 
au  opinión,  y  realmente  toda  esta  honrs 
con  justicia  su  bizarría  y  despejo;  porq 
tan  solo  en  aquesta  ocasión,  sino  en 
cuento,  mostrando  su  valor,  fueron  ma 
;omo  se  irá  advirtiendo  en  el  discurso  í 
'■oria  que  tenemos  entre  manos. 


CAPITULO  XOVI 

yescúbi'ense  émulos  contra  la  virtud  de 
caballeros^  mientras  ellos  discurren 
loables  ejercicios. 

J.ÜNOA,  como  en  las  demás  acciones  1 
litan  &  semejantes  accidentes  envidia 
ciones,  como  ni  tampoco  á  los  grande 
ya  por  el  ingenio,  ó  ya  por  el  valienl 
do  espíritu;  y  así,  en  alguna  mant 
so  de  menos  valer  si  á  los  nuestros  fa 
celancia.  Ser  virtuosos,  ser  corteses, 
ios,  piadosos  y  discretos  y,  por  el  co 
marmurados,  téngolo  á  mucha  dicht 


358  CÉSPEDES   Y   MENESES 

contrario  por  afrenta  é  injuria  de  los  Hombres 
al  que  no  lo  es;  porque  este  tal,  á  falta  de  virtu- 
des  y  méritos,  no  es  envidiado. 

No  así  fuera  de  intento  he  escrito  estas  breves 
razones,  antes,  si,  con  muy  gran  causa;  pues  es- 
bien  de  notar  que  sin  haberla  estos  caballeros 
dado  por  ningún  camino  ni  entrado  en  lances 
que  como  tan  bizarros  mancebos  pudieran,  fo- 
mentaron en  su  contra  la  voluntad  de  un  gran 
señor  tan  mal  afecto,  que  en  cualquiera  ocasión 
procuraba  disminuirlos;  y  esto  con  tan  público 
extremo  y  descortesía,  que  ninguno  en  su  presen- 
cia, ni  aun  á  sus  oídos,  trataban  de  alabar  ó  en- 
grandecer sus  cosas  que  no  le  hallase  opuesto  y 
disgustado.  ¿Qué  nombre,  pues,  daremos  á  se- 
mejante exceso?  ¿Qué  titulo  á  tan  bajos  envites, 
ó  á  qué  parte  atribuiremos  tan  mala  voluntad? 
Pienso  que  si  no  es  llamarla  vil  envidia,  que  no 
tengo  otro  atributo  á  que  acojerme,  por  lo  me- 
nos, en  muchos  días  no  se  entendió  otra  causa, 
ni  los  hermanos  curaron  de  saberla;  y  no  porque 
les  tuviera  á  raya  el  ser  este  caballero  marqués 
rico  y  brioso,  quo  para  tanto  estado,  ellos  esta- 
ban tan  emparentados  y  bien  quistos,  que  pudie- 
ran frisar  con  él  y  darla  mucha  mohína;  sólo  les 
enfrenaba  su  generosa  y  noble  condición  y  de- 
sear conservarse  con  agrado  mientras  él  no  les 
empeñase  al  descubierto. 

Tales  y  tan  honrados  propósitos  fuerza  era 
que  se  lograsen  aumentando  su  crédito;  y  así, 


.  (li.v.v;-    wr ., 

habían  hecho  lo  mismo;  con  qne,  más  advertiuo 
en  su  curiosidad,  las  hizo  un  humilde  acat^i- 
miento,  porque  no  obatante  que  siempre  ea  é! 
había  tales  extremos,  la  estofa  de  la  ropa  juzgó- 
por  digna  de  mayor  cortesía. 


CAPITULO  XCVII 


Prosigúese  el  suceso  de  este  dia. 

JLíA  respuesta  qne  tuvo  el  comedimiento  cortés 
de  don  Tadrique  fué  de  otra  jerarquía;  porque 
haciéndole  señas  que  se  acercase,  la  una  tapada 
hasta  los  pechos,  adelantándose  de  la  compañía 
algunos  pasos,  on  baja  voz  le  dijo  con  discreto 
donaire: 

— Si  09  atrevéis,  como  á  matar  los  toroa  en  la 
plaza,  á  seguirnos  ahora  en  este  campo,  no  es 
pequeña  aventuraen  la  que  os  pondréis;  pues 
habiendo  de  llegar  á  San  Isidro,  sólo  porque  el 
acero  que  se  toma  por  vos  (más  que  por  otro 
achaque)  no  se  vuelva  contra  nosotras,  os  remi- 
tiremos nuestra  guarda;  y,  por  lo  menos,  podréis 
venir  seguro,  que  si  hubiese  caballeros  andantes 


coche  tan  libre,  ni  el  aplaudir  á  Tuéstaos  ojos 
esa  dichoaa  suerte,  ni  aau  menos  recatadas  lili- 
genciae  y  acciones,  fueran  bastantes  nones  i 
granjear  mejor  correspondencia  y  excusar  mi 
cuidado  de  semejante  atrevimiento  ;  libertad. 
Pero,  al  fin,  cómo  vos  na  la  tengáis  por  tal,  J 
como  yo  quede  en  vuestra  opinión  en  el  predica- 
mento que  merezco,  daré  por  perdonados  tales 
descuidos  y  aun  los  disgustos  y  riesgos  ¿  qae 
me  he  dispuesto,  si  esto  imaginasen  los  míos,  los 
cuales  aún  son  mayores  de  lo  que  puedo  enca- 
recer, y  solamente  los  que  han  tenido  &  raya  mis 
afectos;  porque  ni  tengo  criado  de  qnien  fiarme, 
ni  aun  mujer  en  mi  servicio,  é.  quien  (fnera  deis 
que  os  vino  hablando)  pueda  descubrirme.  Ella 
es  buen  testigo  de  lo  mucho  que  me  debéis;  y  no 
hubiera  dilatado  según  me  quiere  el  haceros 
cargo  de  tal  deuda,  si  como  yo,  no  estuviera  en 
el  mismo  recato,  en  la  misma  guarda  y  clausura. 
Pero  ya  que  los  cielos  han  destinado  por  térmi- 
nos tan  tristes  mi  contento,  no  ha  de  faltar  al- 
guna buena  estrella  que  nos  ayude;  siendo  vues- 
tro gusto  verme  y  hablarme  por  adonde  viniendo 


BG4  CÉSPEDES    Y  MENESES 

adonde,  despidiéndose  de  las  damas,  mandó  se- 
guirlas, y  que  el  más  confidente  tomase  las  se- 
ñas de  la  casa;  y  prosiguiendo  él  á  la  suya,  que- 
riendo antes  de  descansar  ver  á  su  hermano,  que 
aún  se  estaba  en  la  cama,-  le  halló  leyendo  un 
papel,  y  junto  á  él  un  paje  que  le  había  traído. 
Holgóse  sumamente  don  Diego  en  viéndole,  por- 
que la  respuesta  del  que  tenía  en  la  mano  pedia 
la  consulta  de  entrambos;  y  así,  poniéndole  en  las 
suyas,  aunque  don  Fadrique  traía  suficientes 
cuidados,  no  fueron  menores  en  los  que  de  nuevo 
se  halló,  leyéndole  en  la  forma  siguiente: 

Papel  para  los  dos  hermanos. 

« Barajas  ha^.e  mañana  grandes  fiestas ,  á 
quien  de  secreto  asisten  los  reyes  y  en  público 
lo  mejor  de  la  corte.  Deseo  sobre  todas  las  cosas, 
y  aun  deseamos,  que  vos  y, don  Fadrique  asegu- 
réig  nuestro  cuidado  excusando  el  riesgo  de  más 
lanzadas  ni  peligrosas  suertes.  Pero  no  que  fal- 
téis en  ellas,  pues  ausentes,  antes  nos  causarán 
pesar  que  regocijo;  y,  en  tanto,  no  curéis  de 
apurar  al  portador  porque  lleva  tan  limitada  li- 
cencia como  tienen  sus  dueños  que,  respetando 
dificultades  grandes  y  imposibles  mayores,  sólo 
pueden  veros  muy  poco  y  desearos  mucho.» 

No  era  más  largo  el  billete,  y  así,  no  hallando 
en  él  cosa  que  dificultase  el  expediente ,  algo 
risueño,  volviéndose  á  su  hermano,  le  dijo: 


866  CÉSPEDES  Y  MENESES 

gare  por  dichoso  á  vaestras  manos,  no  permitiis 
qne  su  dueño,  por  desdichado,  quede  sin  el  pre- 
mio de  yeros,  pues  esto  será  fácil  advirtiendo 
la  casa  y  demás  señas  que  van  en  ese  mem- 
brete.» 

£ra  verdad  como  el  papel  decía,  porque  den- 
tro de  él,  en  otro  más  pequeño,  prosiguiendo  la 
orden,  hallaron  los  hermanos  señas  tan  claras  j 
razones  tan  infalibles,  que  no  se  podía  errar  el 
intento.  T  así,  aunque  con  recato  particular,  ha- 
biendo de  irse  otro  día  á  Barajas,  tuvieron  por 
preciso  acudir  al  puesto  que  se  le  avisaba  á  don 
Eadrique,  como  en  efecto  lo  cumplieron  aquella 
noche,  pues  ya  á  las  doce,  que  era  el  término 
señalado,  el  galán  estaba  donde  el  papel  decía, 
que  era  cierta  calle  excusada,  á  quien  salía  una 
ventana  baja,  y  don  Diego  haciéndole  su  escolta 
y  no  sin  grande  aviso,  porque  respecto  de  la 
grandeza  y  suntuosidad  de  la  casa,  juzgaba  por 
necesario  todo  recato  y  secreto. 

CAPITULO  XCIX 

Habla  don  Fadrique  á  su  dama,  y  partiendo  á 
Barajas  él  y  don  Diego,  el  siguiente  dia  tie- 
nen aUi  varios  acaecimientos, 

^AUó  en  esto  la  dama,  incomparablemente 
hermosa,  porque  el  contento  deirer  á  don  Fadri- 
que tan  puntual  acrecentó  aquel  atributo,  que 
encareció  el  amante  con  todas  veras,  señal  de 


368  CÉSPEDES   Y   MENESES 

tantes,  se  arrojó  por  el  coso  hasta  emparejar  con 
su  hermano.  Pero  estando  muy  cerca  de  salir 
con  su  bizarro  intento,  no  sin  admiración  de  los 
presentes,  turbó,  no  su  buen  ánimo,  mas  toda  el 
alegría  de  la  plaza,  el  embestir  el  toro  á  aquella 
parte. 

Venía  el  feroz  animal  todo  sangriento,  bra- 
mando, y  acosado  con  algunas  garrochas;  y  no 
obstante,  los  dos  buenos  hermanos  Je  atendieron, 
nú  juntos,  como  suelen  en  tales  casos,  mas  antes 
apartándose  algán  tanto.  A  quien  no  sé  si  te- 
miendo la  empresa,   ó  abandonado  del  grande 
atrevimiento,  cuatro  ó  seis  pasos  de  ellos  reparó 
el  bravo  toro,  y  así,  mientras  con  furiosas  pisadas 
arrancaba  la  menuda  arena,  no  quedó  dama  en 
balcón,  hombre  en  andamio,  que  no  los  diese  gri- 
tos, que  no  los  pidiese  se  retirase.  Mas  fuera  en- 
tonces ponerse  en  conocido  riesgo,  además  que, 
sin  mayor  tardanza,  los  embistió  tan  ciego,  que 
en  un  punto  se  halló  con  las  dos  capas  en  los 
ojos  y  cortadas  las  piernas.  Mas  aquí  se  vio  aho- 
ra el  rumor  del  vulgo,  los  alaridos  y  voces  de  la 
gente,  aquí  el  alargar  los  cuerpos  en  las  venta- 
nas, aquí  el  empinarse  unos  sobre  otros,  y  final* 
mente,  los  mayores  aplausos,  las  mayores  ala- 
banzas que  oyeron  hombres.  Tomaron  sus  capas, 
y  con  las  gorras  destocadas,  prosiguiendo  á  sa 
puesto,  de  un  balcón,  al  pasar,  dos  damas  ata- 
padas  dejaron  caer  encima  de  ellos  una  banda 
pajiza  y  un  bordado  lenzuelo;  mas  con  tanto  des- 


cuido,  qae  sin  niagana  nota  se  aalieron  cou  ella, 
porque  todos  y  todas  estaban  empleados  en  mirar 
los  valientes  mancebos,   los  cuales,  alcanzando 
sus  dos  prendas  y  haciendo  á  aquella  part 
teda,  BB  subieron  á  sus  ventanas,  desde  ac 
aunque  curioaos  procuraron  atalayar  la 
de  su  venida,  que  bien   creyeron  fuese  1 
aquellos  favores,  se  cansaron  en  balde;  j 
ni  aun  una  seña,  un  volver  de  ojos,  un  m 
cuidado,  no  llegó  ¿  su  noticia. 

Con  que, sin  más  rastrearlo, acabaron  de^ 
fiestas;  y  no  teniendo  más  que  bacer  aIlf,toi 
algún  refresco,  en  desababando  el  vulgacbc 
el  espeso  polvo  del  camino,  ya  de  noche,  die 
vuelta,  engasando  el  corto  viaje  con  gu 
motea  y  atendiendo  &  matracas  de  no  mem 
naire  y  regocijo;  basta  qne,  llegando  al  no 
do  arroyo  de  Broñigales,  lee  cortó  el  hilo  di 
otra  tropa  de  gente  de  á  caballo,  qne,  en  11 
do  á  juntarse,  les  preguntaron  por  los  dos  U 
zas,  <ine  apenas  se  oyeron  nombrar,  ouandc 
Untándose  un  poco,  dijeron  qne  ellos  eran; 
haciendo  semejante  ademán  otros  dos  de  1. 
traria  parte,  arrimándose  á  nn  lado,  les  n 
dieron: 

— Pues  si  nos  dan  licencia  vuestros  con 
ros,  os  qnerrfamos  hablar. 

— Pnes  como  mejor  mandáredes  (replic 
Fadrique),  y  haced  cuenta  que  la  tenéis. 

Y  con  tanto  acercándose  más  él  y  en  her 
HISTORIAS  rsaxouNAs 


370  CÉSPEDES   Y   MENESSS 

en  llegando  á  postura,  conocieron  al  mal  inten- 
cionado marqués  que  dije  arriba,  y  á  otro  gran 
caballero  primo  suyo,  que  tomando  la  mano, 
mientras  ellos  dispusieron  las  suyas  para  cual- 
quier suceso,  les  comenzó  hablar  de  la  suerte 
que  oiréis  en  el  capitulo  siguiente. 


CAPITULO  C 

Desafío  del  marqués  y  su  primo  á  los  dos  Men- 
dazas  y  el  efecto  que  hubo. 

Aunque  el  puesto  (dijo  su  primo  del  marqués), 
para  definir  ciertas  dudas  no  era  poco  apropósi- 
to,  todavía  la  mucha  gente  que  traéis  y  la  que  á 
nosotros  acompaña  lo  contradicen;  y  así,  según 
aquesto,  fuerza  será  que  nos  digáis  en  qué  parte 
los  dos  á  los  dos  solos  os  hallaremos  en  tocando 
á  maitines,  que  allí  seremos  puntuales;  y  allí 
quedarán  definidas  de  una  manera  ó  de  otra 
nuestras  cosas. 

— Harto  mejor  os  fuera  (respondió  don  Díego\ 
que  pues  tantas  ganas  teníades  de  hablarnos,  lo 
hubiérades  anticipado,  ó  á  lo  menos  advertido 
con  más  secreto,  y  no  que  ahora,  viendo  seme- 
jantes facciones  (pues  llano  es  que  no  han  de 
presumir  bien  los  que  nos  miran),  alborotemos  la 
corte  y  todo  pare,  al  fin,  en  aire  y  en  prisiones; 
pero,  en  efecto ^  el  caso  no  tiene  ya  remedio,  ni 
tampoco  le  tiene  el  señalaros  lugar,  hasta  que  á 


LOS   DOS   MENDOZAS  37 1 


«8ta  misma  hora  dos  juutemos  en  la  Puerta  Ce- 
rrada, donde  podremos  elegirle  mejor  y  más  se- 
guramente; y,  en  tanto,  andad  con  Dios,  que  os 
quedo  encargo  y  deseoso  dé  serviros,  merced  que 
ha  muchos  días  tengo  bien  esperada. 

— Pues  quede  así  como  ordenáis  (replicó  el 
marqués),  que  ya  podría  ser  se  diese  á  paanos  lle- 
nas toda  satisfacción  á  vuestros  deseos. 

Con  esto,  fingiendo  alegres  rostros  y  con  ga- 
llardo disimulo,  prosiguieron  los  unos  y  los  otros, 
•ó  por  lo  menos,  así  lo  hicieron  los  dos  Mendozas; 
los  cuales,  en  llegando  á  su  casa,  habiendo  muy 
:gustosos  cenado,  despedidos  de  los  amigos  y  ha- 
ciendo recoger  su  gente,  ellos  solos  se  armaron 
y  pusieron  en  forma  ciertos  de  que  todo  les  ha- 
bía de  ser  forzoso  y  de  que  el  marqués  ni  su  pri  • 
mo  habían  de  salir  en  camisa;  y  siendo  ya  la 
hora,  en  un  instante  previnieron  el  puesto,  si 
•bien  no  tardó  mucho  en  verse  juntos;  con  que 
concertándose  en  breve,  sin  hablar  en  el  caso, 
guiaron  á  la  Puente  Segoviana  á  instancias  del 
marqués;  cusa  en  que  los  hermanos  erraron  lar- 
gamente, pues  de  solo  pedírsela  el  contrario,  es- 
taba sospechosa;  pero  por  no  encontrar  descré- 
dito, atrepellaron  por  ello. 

Sería  la  una  cuando  se  hallaron  en  los  prime- 
ros andenes,  y  así,  separándose  allí,  vuelto  á  los 
dos  Mendozas,  el  marqués  les  dijo: 

— Muchos  días  ha  que,  temiendo  llegar  á  estos 
términos  lo    he    excusado,   pareciéndome    que 


tendo  ahora  que  tratéis  de  diBculparoa;  porijne  si 
hasta  aquí  oa  pudiera  admitir  cualquiera  excuaa, 
ya  tan  graves  ofensaB  j  &  mis  ojos  no  piden 
eino  obras.  Aqnl  habernos  salido  mi  primo  y  yo; 
porque  tUmbíén  k  él  le  toca  mucha  parte  i  que 
nos  deis  una  banda  y  pañuelo  que  os  arrojaron 
hoy  en  Barajas.  Ved,  pues,  si  lo  traéis  con  vos- 
otros, ó  si  no,  quién  ha  de  volver  por  ello,  que  con 
darme  de  presente  este  gnsto  y  para  lo  fntaro 
palabra  de  alzar  mano  de  estos  locos  intentos, 
podréis  en  paz  volveros  y  granjear  en  mí  un  hon- 
rado amigo. 

Cesó  con  esto,  y  no  sé  si  presumiendo  que  bra- 
maban los  dos  por  responderle,  ó  si  por  no  decir 
más  descortesías:  y  así,  viendo  don  radriqne  i 
su  hermano  que  arrebatado  de  ellas,  según  sa 
condición,  no  habia  de  replicar  cosa  &  propósito, 
tomándole  la  mano,  lo  hizo  él  de  esta  suerte: 

— Porque  don  Diego  está  con  mucha  prisa  y  sé 
que  desea  satisfaceros  sin  retóricas,  acortaré  yo 
con  las  mias,  porque  todavía  conozco  ser  conve- 
niente atender  á  esto,  como  después  á  lo  que  mis 
importare;  y  así,  señor  marqués,  ante  todas  co- 


esas  os  jaro  que  real  y  verdaderfunente 
ignoramos  vaestras  pretensiones,  la  calle 
7  á  la  ae&ora  Hipólita,  pero  de  la  misma 
los  demás  adherentes  de  esta  plátioa;  & 
[es,  por  abreviar  palabras  y  porque  el 
iisposiciÓD  no  admiten  otro  modo,  satis 
coa  deciros  que  en  cuanto  á  pensar  qn 
forasteros,  est&ie  tan  engañados  como  : 
tes  en  que  somos  más  naturales  de  et 
JOB  vos  7  vuestro  primo  lo  sois  de  Espa 
cuanto  á  las  bandas  y  favores,  satisfac 
mojos,  obras  ó  palabras  y  á  las  demás 
]ue  habéis  dicto,  en  las  unas  afirmo  qu( 
indado  necios  y  en  las  otras  mentido 
aarba. 

Y  dando  un  paso  breve,  diciendo  y  ai 
lo  las  espadas,  ea  instante,  como  dos 
IOS,  les  cargaron  de  tfCntas  cucbilladas, 
f  golpes,  que  ¿  no  llegarles  presto  uní 
infame  diligencia  entre  hombres  noble 
acompañaran  hasta  el  día  del  juicio  las 
a  Puente. 

Estaban  cnatro  hombres  en  un  soml 
Tanco  que  allí  cerca  se  hace,  y  acudieni: 
>unto,  no  sólo  los  libraron  de  muerte, 
10  sin  grandes  heridas,  sino  qae  asimi: 
'on  inerte  apretón  á  los  hermanos,  que  i 
nosos  y  alentados  con  semejante  trai' 
imbistieron;  y  rebatiendo  su  fmpeta  » 
.reza  y  fneraa  monstruosa,  á  su  pesar,  < 


374  CÉSPEDES   Y   MENESES 

se  dos  compañeros  muertos,  los  arrancaron  hasta 
la  misma  puerta,  adonde  sacando  algonas  luces 
y  acudiendo  gente,  así  unos  como  otros,  acaba- 
ron de  dejar  la  pendencia,  porque  no  menos  ayn- 
da  el  cielo  á  la  razón  y  á  la  virtud,  ni  menos  se 
castiga  la  soberbia  y  locura.  No  quedaron  los 
Mendozas  heridos,  cosa  que  en  parte  confirmó  su 
justicia,  con  que  atribuyendo  á  Dios  tan  buena 
suerte,  y  avisando  en  su  casa,  se  retiraron  á  un 
convento. 

CAPITULO  CI 

Discúrres^e  en  la  corte  sobre  el  caso  pasado, 
quedando  los  Mendozas  en  mayor  crédito, 

iiXJEGO,  al  siguiente  día,  se  extendió  por  toda  la 
corte  este  suceso,  y  como  siempre  suele,  dividi- 
da en  corrillos,  unos  le  contaban  de  una  manera 
y  otros  de  otra;  si  bien  en  todas  partes,  inclina- 
dos á  los  dos  hermanos,  favorecían  su  causa  y 
afeaban  la  traición  de  los  contrarios  que,  peli- 
grosamente heridos,  así  amos  como  criados,  te- 
nían hecho  un  hospital  el  convento  de  Atocha. 
Y  porque  aún  mejor  se  conozca  el  gran  predica- 
mento de  los  Mendozas,  la  voluntad  del  vulgo  y 
su  agradecimiento,  diré  la  defensa  y  espaldas 
que,  en  este  ínterin,  tenía  su  opinión,  y  ésta  aun 
en  los  templos  del  dios  Baco,  digo,  en  los  taber- 
náculos de  la  gula  y  embriaguez. 

Parece  ser  que  en  una  de  estas  casas,  gober- 


LOS   D09   MIKDOZAS  375 

nándosfl  «I  mondo  por  alganoa  lacayos,  entre 
los  machos  triunfos  de  aaa  rentoyes,  salió  el  de 
la  reciente  pendencia,  en  quien  dos  de  aquellos 
ministros,  no  sólo  se  contentaban  con  dar  por 
movedores  y  agresorea  de  ella  Á  los  nobles  her- 
manos, sino  que  juntamente  con  alharacas  y  ju- 
ramento afirmaban  aer  ellos  loa  que  llevaban  la 
celada,  y  los  qne  engafiosa mente  eacaron  al  mar- 
qnós  á  aii  puesto.  Con  lo  cual,  y  con  otros  opro- 
bioe,  irritado  el  hermano  tabernero,  que  era  de 
los  del  hampa,  y  nn  espartero,  que  los  contrade- 
cía de  nna  palabra  en  otra  y  de  nn  brindis  en 
otro,  ee  entendieron  de  suerte,  qne  desmintién- 
dose &  lindas  cuchilladas,  cayó  muerto  un  laca- 
yo, y  el  otro  escapó  4  Santa  Cruz,  herido;  mas 
acudiendo  la  justicia,  el  oficial  de  esparto  se 
paso  en  cobro,  y  el  tabernero,  que  era  algo  pe- 
sado, quedó  por  prenda  de  los  agarradores. 

Procedióse  contra  él,  y  cabalmente  le  conde- 
naron á  ahorcar,  y  pagara,  el  escote  ai  llegan- 
do ¿  ooticiaa  de  los  doa  caballeros  semejante  an- 
oeso  no  arrimaban  loa  hombroa,  y  aun  el  favor 
de  BUS  grandes  amigos,  y  le  sacaron  libre  del 
aprieto,  pagándole  no  sólo  cuanto  había  gastado, 
máa  aún,  las  pérdidas  y  ganancias  que  pedia 
haber  tenido  eo  sn  oficio,  y,  últimamente,  el 
perdón  de  la  parte  y  una  muy  buena  joya  para 
memoria  de  su  amistad.  Y  no  paró  en  eete  ejem- 
plar del  valgo  qne  el  crédito  granjeado  y  me- 
recido, porque  llegando  de  boca  de  Buiz  Gómez 


dad,  dando  á  enteader  con  esto  la  maclia  que 
tan  alto  príncipe  hacía  de  talos  hombrea,  los 
cuales,  en  San  Francisco,  recogidos  y  visitadoa 
de  toda  la  corte,  no  hubo  noohe  en  <jaien  la  oca- 
sión de  do^  Fadriqae  no  se  hallasen  con  el  so- 
siego que  primero,  j  con  tan  grande  gasto  de 
los  dos  amantes,  qne  Á  no  tenerle  á  raya  ciertas 
dudas  gravísimas  y  el  respeto  debido  &  sa  deco- 
ro, hubiera  don  Fadrique  tomado  diferente  titu- 
lo que  el  de  pretendiente. 

Pedíale  Leonavda  ^ue  se  casase  con  ella,  6 
que  á  lo  menos,  la  diese  palabra  ó  cédala  en 
cambio  de  meterle  en  su  casa.  Y  para  esto  es- 
forzaba su  gusto  con  el  ser  forzosa  heredera  de 
un  rico  mayorazgo;  que  junto  con  su  gran  her- 
mosura era,  precioso  dote,  si  como  el  caballero 
estaba  aatisfecho  de  esta  verdad,  lo  estuviera 
de  quien  era  su  padre,  punto  sobre  el  cual  se  ha- 
clan  en  Madrid  diferentes  glosas. 

Había  criado  á  esta  hermosa  dama  su  misma 
abuela,  mujer  en  cuyo  poder  estaba  entonces, 
y  señora  de  mucha  calidad  y  aun  prudencia  va- 
ronil; de  la  cual  se  decía  que  habiendo  tenido 
una  sola  hija,  de  peregrina  y  notable  bellesa 


LOS   DOS   MENDOZAS  377 


siendo  doncella  engañada  de  un  grande  persona- 
je, había  dado  mala  cuenta  de  si,  y  al  mundo  en 
la  gentil  Leonarda,  aquella  muestra  de  su  exce- 
so y  pecado,  y  juntamente,  que  la  discreta  ma- 
<lre,  esperando  con  secreto, su  parto,  la  había  con 
Tigores  forzado  á  entrarse  en  un  convento,  en 
-quien,  haciendo  profesión,  la  tenía  sepultada.  Y 
como  tales  cosas  eran  tan  delicadas  y  de  honra, 
entendidas  por  don  Dieo^o,  temiendo  la  pasión 
del  hermano,  no  sólo  se  las  hizo  saber,  sino  que 
oon  todas  sus  fuerzas  procuraba  disuadir  su  vo- 
luntad. Mas  como  ésta,  aunque  en  tan  cortos 
términos,  había  abierto  grandiosa  batería,  fue- 
ra desatino  intentarlo,  además  qu«  su  ciega  afi- 
ción le  ofrecía  tan  aparentes  y  discretas  discul- 
pas, que  sin  duda  con  ellas,  una  vez  ú  otra,  era 
muy  de  temer  su  arrojamiento. 


CAPITULO  CII 
Nuevo  y  peregrino  suceso  en  los  dos  hermanos, 

£rK  semejantes  lances  se  les  pasaron  á  los  dos 
hermanos  algunos  días  de  su  retraimiento,  en 
quien,  uno  de  los  que  con  menor  cuidado  esta- 
ban, porque  don  Diego  no  se  preciase  de  tanta 
libertad,  remaneció  en  su  cuarto  una  mañana  el 
paje  del  aviso  de  Barajas,  con  otro  semejante 
billete,  que  abriéndole,  admirados  dequehubie- 


378  CÉSPEDES   Y   MENBSES 

sen   aquellas   damas   duendes   acordándose  de 
ellos,  vio  que  asi  decia: 

Papel  para  los  dos  hermanos, 

cYa  el  cielo,  condolido  de  mi  amargo  penar, 
parece  que  ha  mostrado  su  arco  de  Iris,  aplaca- 
do mis  borrascas,  de  suerte,  que  de  las  mismas 
vuestras  haya  nacido  la  paz  que  mi  alma  ha  de- 
seado. Sabréis  aquesta  enigma  claramente  si, 
fíándoos  de  mí  y  de  que  no  serán  horas  mal  gas- 
tadas las  vuestras;  tuviéredes  por  bien  de  llega- 
ros adonde  ese  criado  os  guiare  esta  noche;  que 
con  la  serenidad  y  quietud  de  que  gozan  mis 
umbrales  (merced  de  vuestros  brazos)  y  con  el 
valiente  hermano  vuestro,  deseado  por  acá  no 
menos  que  vos;  ni  habrá  enemigos  que  temer,  ni 
recato  en  que  reparar:  fuera  de  que  perdida  la 
ocasión,  podrá  ser  que,  advertida  algún  día,  me- 
reciese vuestro  arrepentimiento.» 

En  tocándoles  á  los  dos  hermanos  en  caso  de 
enemigos,  temores  ó  seguridades,  les  llevaron 
por  la  misma  razón  hasta  las  infernales  fraguas 
de  Vulcano.  Y  asi,  no  reparando  en  más  consul- 
tas, regalando  al  paje,  le  enviaron  contento,  y 
avisado  en  el  punto  y  la  hora,  en  quien,  aforra- 
dos los  pechos  (que  las  armas  no  son  para  co- 
bardes, sino  para  quien  sabe  emplearlas  y  defen- 
derlas), dejándose  guiar,  salieron  en  su  compaflia 
la  vuelta  délos  Convalecientes,  á  cuya  anchurosa 


379 


calle,  dando  una  breve  vuelta,  en  on  riocón  ó  es- 
gonce  que  hacia,  encnbierto  la  misma  pared, 
tocaron  nn  pequeño  postigo,  que  abierto  con  las 
llaves  que  traía  au  guia,  yendo  ella  adelante  j 
volviendo  ¿  cerrar,  se  hallaron  en  nn  gracioso 
jardín,  tan  oloroso  y  bien  trazado,  qne  casi  por  su 
rastro,  pudieran  alcanzar  el  esplendor  del  dnefio. 

Hacía  frontera  en  él  nn  levantado  cuarto,  al 
parecer,  espaldas  de  anas  gentiles  casas  que 
caían  &  la  principal  calle,  y  así,  habiéndolo  todo 
reconocido  el  paje  y  hallado  qne  esperaban,  los 
avis¿  llegasen  Á  una  de  sdb  fuertes  rejas,  en 
quien  &  pocos  pasos  descubrieron  una  bizarra 
moza,  que  recibiéndolos  con  risueflo  semblante 
y  m&s  hermosos  ojos,  loa  dejó  é,  entrambos  en 
igual  estimación  de  su  mucha  belleza;  y  mayor- 
mente cuando,  oyéndola  hablar  con  voz  dulcísi- 
ma, conocieron  su  discreción  y  gallardía. 

Estaba  adornada  de  riquísimas  ropas;  y  así  su 
compostura,  divino  olor,  gracia  y  donaire,  pu- 
diera suspender  cualquier  cuidado.  Dijoles  lue- 
go que  fuesen  bien  venidos;  y  prosiguiendo  sin 
apartar  la  vista  de  don  f  adriqne,  las  siguientes 
razones: 

— Si  como  habéis  sido  deseados  de  la  sefLora, 
mi  prima,  y  de  mi,  hubieran  en  nosotras  faltado, 
como  hoy,  los  inconvenientes,  estad  muy  ciertos 
que  ni  la. ida  ¿  Barajas  se  hubiera  imaginado, 
ni  la  banda  y  favor  con  que  os  servimos  fuera 
ocasión  de  tales  inqnietndes,  ni  quiz¿  el  loco  de- 


330  CÉSPEDES   Y  MP.NESSS 

vaneo  del  marqués  se  hubiera  puesto  en  térmi- 
nos de  forzar  voluntades  de  otro  dueño;  y,  final- 
mente, no  se  viera  hoy  nuestra  casa,  ó  por  me- 
jor decir,  la  mejor  prenda  de  ella,  en  tan  grande 
desesperación  y  disgusto.  (Y  volviendo  de  nuevo 
el  rostro  á  don  Diego,  con  que  pareció  que  á  él 
sólo  tocaba  lo  restante  del  cuento,  discurrió  con 
la  misma  gracia  y  dijo):  El  marqués,  vuestro 
opuesto,  desde  Alcalá,  adonde  asiste  herido,  ha 
enviado  á  pedir  á  mi  tío,  el  conde,  su  hija  Hi- 
pólita, y  pienso  que,  sin  duda,  se  efectuará  su 
intento;  porque  como  los  padres  reparan  algo 
más  en  la  comodidad  del  estado  que  en  la  con- 
formidad del  gusto,  sin'  empe&arse  en  éste  no 
ven  que  matan  á  su  hermosa  hija  y  rompen  en 
forzarla  el  báculo  de  su  vejez  y  el  más  lucido 
espejo  de  sus  ojos.  No  sé  hasta  ahora  en  lo  que 
parará,  ni  menos  si  las  lágrimas  de  Hipólita  han 
de  mudar  la  aprensión  que,  como  buenos  cata- 
lanes, han  hecho  en  su  primero  parecer.  Ella 
está  sobre  cena  en  aquestos  discursos,  y  asi,  con 
vuestro  gusto,  será  bien  que  le  avise  y  que,  en  el 
ínterin,  os  recostéis  en  estos  jazmines. 


LOS  DOS  HENDOZAS  381 


CAPITULO  cin 

Véese  don  Diego  con  la  hermosa  Hipólita,  cu- 
yos favores  para  siempre  le  dejan  prendado 
y  más  agradecido, 

^OK  tanto,  habiendo  los  caballeros  besado  an- 
tes y  después  las  manos  á  aquella  dama,  que- 
dando en  la  mayor  confusión  que  nunca  tuvie- 
ron, repitiendo  tan  varias  y  notables  cosas.  De- 
cía don  Diego  á  don  Fadrique,-  no  con  pequeño 
gusto: 

— Hermano,  ¿qué  Hipólita  es  aquesta?  ¿Qué 
conde  catalán,  qué  casamientos  son  estos  en  que 
estamos  metidos,  qué  máquinas  y  ambajes  nos 
rodean?  Yo  de  mí  sé  deciros  que  aunque  tan 
grandes  cosas  me  han  suspendido  y  aun  alboro- 
tado, soy  de  tan  buen  contento,  que  sin  duda  me 
hallara  satisfecho  con  la  dama  que  he  visto,  si 
bien  me  ha  parecido  que  fuisteis  el  favorecido 
y  aun  el  mejor  mirado. 

Biióse  á  esta  razón  notablemente  don  Fadri- 
que,  y  respondió  al  hermano: 

— Pues  sois  ya  medio  conde,  ó  al  menos,  se* 
gún  veo,  para  entero  os  pretenden;  y  aun  sin 
ser  envidiado,  ¿no  estáis  contento?  Pues  adviér* 
toos  que  de  quererlo  todo  caeréis  de  ojos  en  el 
común  adagio,  y,  por  el  consiguiente,  os  veréis 
sin  lo  uno  y  sin  lo  otro. 


qne,  amaado  á  Leonards,  queréis  &  ésta,  ó  yo 
que,  sin  ninguna,  estoy  en  tárminos  de  creer  qoe 
68  comedia  este  suceso? 

—Que  no  pare  en  tragedia  (replica  don  Fadri- 
que)  habernos  de  estimar,  pues  ya  el  marqués  ba 
becbo  los  principios. 

— Beráloparaél  (prosignié  don  Diego), porque, 
i  decir  verdad,  saliendo  cierto  lo  desta  Hipólita, 
por  bacerle  pesar  be  de  tomar  su  empresa,  jmes 
ya  os  acordaréis  qne  aquella  noche  asi  nombré 
&  sn  dama. 

^Bien  me  acuerdo  (dijo  el  hermano),  y  aun 
ahora  caigo  en  qne  el  pasar  nosotros  tan  conti- 
noadamente  aquesta  calle,  &  ver  nuestro  deudo 
don  Fernando,  dio  ocasión  á  la  sospecha  del  mar- 
qués y  ann  motivo  al  favor  que  hoy  nos  hacen,  y 
al  pasado  de  la  banda  y  lenzuelo,  con  qne  nofpé 
mucho  yerro  empeñarse. 

— Disculpa  su  locura  y  trato  descortés  (res- 
pondió don  Diego)  y  cese  su  castigo  con  lo  he- 
cho; y  si  os  parece,  v&monos. 

— Ni  tal  he  imaginado;  antes,  concluyendo  la 
plática  (replicó  don  Fadriqne),  estoy  de  acuerdo 
que,  aunque  faltando  á  Itis  cosas  de  mi  gusto,  no 
86  deje  este  lance  un  solo  punto. 

Y  en  este  mismo  interrumpió  sus  razones  el 
ver  gente  en  la  reja;  y  así,  acudiendo  á  ella,  de- 
más de  la  dama  que  primero  vieron,  hallaron 


otr&  qafl,  para  encarecella  sin  hipérboles,  no  ten- 
go qne  decir  más  sino  qae  i  don  Fadriqu?  se  le 
antojó  fea  en  bu  comparación  en  qnerida  Leo- 
narda,  y  á  don  Diego  boBqaejo  y  sombra  osonra 
la  qne  poco  antes  le  habia  parecido  una  deidad. 

Hiciéronse  onos  y  otros  cortesía;  y  anticipan- 
do don  Díego'sn  razón,  encareció  con  ella  suma- 
mente el  favor  que  le  hacían,  agradeció  discreto 
la  perseverancia  de  sn  fe,  dio,  en  cambio,  igual 
reconocimiento  y  mayor  humildad,  y  finalmente, 
ofreciendo  nn  inmortal  amor,  prometió  morir  ó 
arrestar  sus  dendos,  sus  amibos  y  vidas  porqne 
ella  no  recibiese  fuerza,  aunque  en  todo  no  inte- 
resase más  que  su  serricio;y'pasando  adelante  en 
el  particular  de  sus  billetes,  favor  de  sus  pren- 
das y  en  el  gusto  con  que  las  había  defendido, 
al  nombrar  el  marqués  se  suspendió  su  plática, 
porque  la  hermosísima  Hipólita,  que  era  la  mis- 
ma con  quien  él  hablaba,  entre  tristes  suspiro» 
se  la  atajó  diciendo: 

— Cuatro  años  ha  y  más,  buen  don  Diego,  qne 
ese  hombre  aborrecible  me  pretende,  digo,  ronda 
estas  calles,  estas  puertas,  guarda  aqueste  jar- 
din,  estas  paredes,  persigue  á  mis  criados,  mo- 
lesta á  mis  amigos,  es  sombra  de  mis  pasos  y 
hoy,  finalmente,  mi  última  desdicha,  sin  haber 
animado  con  causa  alguna,  ni  aun  con  mirarle 
sólo  su  atrevimiento,  ó  á  la  contraria  suerte  de 
mi  vida,  la  cual  durará  poco  si  el  cielo  no  redu- 
ce ante  mis  padres  y  vos  no  me  amparáis  con 


384  CÉSPEDES   Y  MENESES 


vuestro  valor;  seguro  de  que,  haciéndolo,  hacéis 
lo  que  á  vos  toca,  y  pagáis  parte  de  lo  que  en 
muchos  días  me  cuesta  vuestro  amor,  y  última- 
mente, las  opresiones  que  ha  padecido  el  abna 
imposibilitada  de  descubrirle,  y  cuando  pudo,  el 
temor  y  vergüenza  de  ejecutarlo.  Ya  lo  más  está 
hecho;  y  yo  soy  y  he  de  ser  vuestra  á  pesar  del 
mundo;  el  marqués  me  ha  pedido  y  no  lo  he  arros- 
trado, antes  dilataré  el  tiempo  que  á  vos  os  pa- 
reciere mi  respuesta,  hasta  que  se  prevenga  otro 
remedio  y  el  consuelo  que  mediante  esta  vista  y 
su  continuación  será  más  llevadero. 

Con  aquesto  cebando  y  confiriendo  cosas  tan 
arduas,  en  el  ínterin  que  don  Padrique  metió 
entre  dos  aguas  y  con  desiguales  efectos  ó  ya 
otras  semejantes  razones,  don  Diego,  alegre,  sa- 
tisfizo de  suerte  á  la  gallarda  Hipólita,  que  ella 
quedó  más  firme  y  más  pagada;  y  encargándole 
la  correspondencia  de  su  hermano  para  con  su 
prima,  exagerando  su  rico  y  grande  empleo,  unos 
y  otros  se  despidieron  hasta  la  siguiente  noche; 
en  la  cual,  y  en  otras  muchas,  teniendo  ya  don 
Diego  la  llave  del  jardín,  fué  fomentándose  en 
él  y  en  su  dama  tal  voluntad  y  tan  valiente  amor, 
que  primero  los  dividió  la  muerte  que  su  fuego 
encendido  se  consumiese. 


CAPITULO  CIV 

Sucódele  á  don  Fadrique,  yendo  á  ver  d  Leo- 
narda,  otro  notable  caso. 

DíSTASDO  don  Fadriqne  tan  prendado  como  ya 
babéiB  oído,  mal  podía  la  hermosara  de  Laura 
(q^ne  así  era  el  nombre  de  la  prima)  e«r  menos 
que  euga&ada;  y  así  él,  con  el  primero  dueño, 
gastaba  lae  m&s  noches;  y  su  hermano,  fingiendo 
achaques,  disculpaba  y  suplía  sus  faltas;  con  que 
por  esta  causa,  á  su  pesar,  les  era  fuerza  el  divi- 
dirse; pero  por  no  alejarse  tanto  el  uno  del  otro, . 
mudaron  casa,  tomando,  de  las  muchas  que  se 
iban  labrando  arriba  de  San  Luis,  una  de  ma- 
ravilIoBOB  edificios,  cnartos  y  grandeza. 

Ya  en  este  tiempo,  averiguada  la  verdad  del 
caso  y  presentádose,  andaban  en  fiado;  mientras 
sus  enemigos,  desterrados  y  heridos,  trataban 
de  BU  convalecencia,  y  aun  vivamente  de  su  ca- 
samiento, no  obstante  que  las  dos  primas  lo  con- 
trastaban inertemente.  También  Leonarda  apre-: 
taba  sn  amante,  tanto  porque  su  abuela,  enferma 
y  vieja,  temiendo  dejarla  sin  estado,  trataba  de 
dársele,  cnanto  por  la  fuerza  que  su  amor  la  ha- 
cia; &  que  tampoco,  no  faltándole  causas,  nuevas 
excusas  y  dilaciones,  don  Fadrique,  lleno  da 
amargos  pensamientos,  suspendía  el  fin  áltimo. 
Su  este  estado  estaban  los  negocios,  y  los  her- 

mSTOBlAI   PiaEGaiNAB  25 


386  CÉSPSDBS  Y  ICKNSSES 

manos  tan  bien  quistos  y  amados,  que  no  había 
que  temer  sus  enemigos;  y  así,  con  tal  seguridad, 
cada  cual  tiraba  á  solas  y  como  le  parecía  á  sus 
cuidados. 

Era  el  fin  del  invierno,  tiempo  lluvioso,  no- 
ches largas  y  oscuras;  y  por  la  parte  que  don 
Padrique  andaba,  lo  antiguo  de  Madrid,  y  aque- 
llos barrios  de  San  Pedro,  aun  de  día,  solos,  y 
por  el  consiguiente,  á  deshora,  temerosos  y  oca- 
sionados. Una  noche,  paes,  de  éstas,  en  quien 
todo  lo  dicho  parece  que  ayudaba,  bien  sin  rece- 
lo alguno,  siendo  ya  hora  dQ  verse  con  su  dama, 
venía  don  Fadrique  acercándose  al  puesto,  para 
lo  cual,  primero  era  preciso  atravesar  una  an- 
gosta calleja;  y  así,  yendo  por  ella,  al  revolver 
la  esquina,  de  repente  se  le  puso  delante  (y  no 
menos  que  en  la  puerta  de  un  caballero  de«ido  y 
amigo  suyo)  un  vestiglo  espantoso,  tan  alto  y  tan 
disforme,  que  tomaba  su  espacio  desde  un  alto 
balcón,  adonde  tenía  arrimada  la  monstruosa  ca- 
beza, hasta  el  mismo  suelo.  El  caso^  por  cierto, 
era  para  turbar  á  un  escuadrón  de  gente,  cnanto 
y  más  á  un  hombre;  y  asi  no  sería  mucho  que  en 
don  Fadrique  causase  algún  p^vor  tan  impensa- 
do encuentro.  Qontaba  el  animoso  caballero  que 
al  principio  le  tuvo,  no  sólo  perdidísimo,  sino 
que  el  mismo  aire,  que  encanalado  rimbombaba 
por  aquellas  angosturas,  se  le  había  antojado 
bramidos  roncos  de  algún  fiero  volcán;  y  que  sin 
poderse  tener  en  los  turbados  pies,  le  convino 


LOS  DOS   MSNDOZAS  387 


«entarse  en  el  primero  umbral;  y  aunque,  sin 
^uda  alguna,  se  volviera  si  su  vergüenza  misma 
y  otras  consideraciones  piadosas  y  cristianas  no 
le  hubieran  animado. 

Y  fué  así  realmente;  porque  ya  recobrado  en 
parte  y  quieto  el  pecho,  como  si  verdaderamente 
se  le  hubiera  infundido  un  nuevo  espíritu ,  se  le- 
vantó dispuesto  á  moriró  saber  loque  aquella  som- 
bra buscaba;  y  aun  siéndole  necesario  su  favor  ó 
ayuda  dársela  fielmente.  Parece  que  esta  resolu- 
ción nos  da  á  entender  que  sin  duda  presumió  del 
«uceso  alguna  aparición  ó  aliña  en  pena,  y  el  efec- 
to lo  dice;  porque  besando  la  cruz  de  su  espada, 
creyendo  tal  sospecha,  comenzó  á  conjurarla  y 
á  pedirla  nombre,  causa  y  razón,  como  espidiente 
del  consejo;  si  bien,  aunque  en  estas  diligencias 
gastó  algdn  rato,  ni  por  eso  despertó  su  silencio;  lo 
cual  visto,  mudó  de  parecer;  y  dejando  conjuros 
y  preámbulos,  como  si  embistiera  á  otro  hombre 
(notable  corazón),  así  arrancó  el  espada  y  le  em- 
pezó á  cargar  de  cuchilladas;  y  con  tan  gran  ru- 
mor golpes  y  fuerza,  que  al  herir  de  las  piedras 
y  retumbar  de  los  encendidos  pedernales  des- 
pertó la  vecindad;  abrieron  las  mismas  puertas, 
Sacaron  hachas  y  acudieron  algunos  criados  y 
con  un  montante  su  propio  deudo.  Con  lo  cual, 
conocido  don  Fadrique  y  alborotado  el  barrio  y 
todo  puesto  en  confusión,  el  resplandor  de  tan- 
bas  luces  dio  entera  noticia  del  horrible  f antas-  :^ 

ua,  que  e^a  no  menos  que  un  crecido  venado,  ^^■•-^m 


■'<! 


"L*a 


888  CÉSPEDES   Y   MENESES 


que  desde  pequeñuelo  se  habla  criado  en  casa,  4 
quien,  émulos  y  contrarios  secretos  de  sn  amigo, 
por  darle  aquel  pesar  ó  por  otros  intentos,  que 
no  es  de  mío  escribirlos,  cogiéndole  de  fuera 
aquella  noche  le  habían  muerto  y  medio  desolla- 
do; de  suerte  que,  como  le  dejaron  colgado  por 
los  fornidos  cuernos  de  la  reja  y  el  pellejo  col- 
gando de  las  piernas,  formaba  tan  desemejada  y 
horrible  muestra  que,  dejando  aparte  lo  jocoso 
del  caso,  fué  uno  de  los  notables  y  temerosos 
que  pudieran  suceder  á  hombre,  y  en  quien  con* 
siderado,  nadie  puede  negar  el  audaz  y  valenti* 
simo  ánimo  de  este  caballero.  El  cual,  retirán- 
dose  con  su  deudo  y  amigo,  y  dejando  por  aqne* 
Ha  noche  á  Leonarda,  estuvo  en  punto  de  matar* 
se  corrido,  de  lo  que  otro  pudiera  preciarse  con. 
mucha  estimación.  Al  fín,  volviéndose  á  su  casa^ 
por  más  que  se  procuró  encubrir,  sonó  el  caso  de 
suerte  y  con  tan  diferente  rostro  del  que  él  juz- 
gaba, que  apreciándose  con  general  y  común  ee* 
panto,  quedó  su  nombre  sobre  las  estrellas. 

CAPITULO  CV 

Sospechan  los  desvelos  de  Hipólita  sus  padres,, 
y  indignados  pi*evienen  la  venganza. 

No  pararon,  no,  en  tan  graves  sucesos  los  de 
estos  nobles  mozos;  antes  parece  que  la  fortuna^ 
no  como  quiera  acaso,  sino  con  particular  inten* 
-to,  se  los  enderezaba  y  disponía,  ya  al  uno  ó  ya 


LOS   DOS   MEIfDOZAS  389 


ál  otro,  deseando  sustentarlos  siempre  en  igual 
opinión;  y  asi  parece  de  los  mismos  progresos  de 
esta  historia,  á  quien  volviendo  y  en  ella  á  la 
gallarda  Hipólita,  que  apretada  de  sus  padres 
estaba  en  tales  términos,  que  á  no  andar  de  por 
medio  el  consuelo  y  la  vista  de  su  amante,  se 
hubiera  muerto. 

Y  lo  peor  fué  que  de  su  resistencia  y  de  los 
continuos  paseos  de  los  Mendozas,  heridas  del 
marqués,  presunción  del  origen  y  algún  descui- 
do de  ojos  como  los  de  sus  padres  anduviesen 
tan  recatados  y  sobre  aviso,  fácilmente  dieron  en 
la  cierta  sospecha  y  aun  en  la  causa  de  sus  in- 
obediencias; porque  andando  sobre  los  estribos  y 
hechos  vigilantisimas  espías,  no  pudo  tanto  su 
hija  recatarse  que,  al  fin,  no  la  cogiesen  con  el 
hurto  y  viesen  desde  otra  ventana  que  le  caía 
encima  los  conciertos  y  amores  de  los  cuatro. 
Pero  no  alborotándose  ni  enfureciéndose,  cauta- 
mente callaron  y  asegurándolos  algunos  días, 
teniéndose  por  afrentados  y  ofendidos  previnie- 
ron el  castigo  de  lo  que  les  tocaba  de  la  puerta 
adentro  y  la  venganza  de  los  dos  hermanos. 

No  son  los  contentos  humanos  menos  quebra- 
dizos y  frágiles,  ni  las  felicidades  de  esta  vida 
más  perdurables;  y  así  parece,  que  desde  hoy 
por  largds  días,  todas  las  cosas  de  aquestos  ca- 
balleros en  alguna  manera  mudaron  forma;  por- 
que si  á  don  Diego,  ignorante  de  que  estuviesen 
públicas,  se  le  había  ocasionado  semejante  des- 


390  CÉSPEDES  Y   MENESES 


máo,  i  don  Fadrique  no  le  iba  mejor  con  bd^ 
Leonarda  que  de  esotro  snjeto,  como  era  cum- 
plimiento y  desenfado  para  la  más  fácil  salid» 
de  la  pretensión  de  sn  hermano,  no  hacia  el  caao 
que  merecía  la  belleza  j  discreción  de  Lanía» 

En  fin,  la  vieja  abuela  de  su  dama  que,  año- 
rando su  cercano  fin,  deseaba,  según  dije,  aoo^ 
modar  su  estado,  habiéndole  con  grandes  conTe- 
niencias  y  secretas  particularidades  trazado  y 
dispuesto,  como  en  su  cumplimiento  faltase  el  si 
de  Leonarda  y  ella  lo  suspendiese  y  rehusase  con. 
claridad  y  veras,  no  asi  con  suavidad  la  ansiosa. 
abuela  (cuya  condición  era  terrible)  persuadió  & 
su  voluntad,  mas  con  rigores  y  violencias  taa 
grandes,  que  no  sólo  llegó  á  ponerla  las  manos,  á. 
quitarla  las  galas,  á  moderarle  su  regalo,  sía^ 
que,  como  si  realmente  supiera  el  consuelo  qn» 
estos  trabajos  tenían  de  noche  con  su  amante» 
sin  pensar  el  provecho  que  daba  á  sus  intenten» 
se  lo  quitó  encerrándola;  con  que,  apretando  im» 
prudente  el  arco,  se  le  hizo  romper  y  atropellar 
por  todo,  acogiéndose  como  mejor  pudo  con  una» 
deudas  monjas  á  un  convento. 

Ya  días  antes  don  Fadrique  había  entendido 
de  aquella  doncella,  primera  exploradora  de  sa 
afición,  estos  aprietos,  y  con  iguales  penas  y 
sentimientos  confería  con  su  hermano  el  rema- 
dio;  el  cual,  viéndole  en  tal  estado,  aunque  san* 
tía  honrosa  y  cuerdamente  (por  los  achaqnea 
que  habéis  oído)  su  remate  y  perdición,  al  fin. 


LOS  DOS  MEKDOZAS  891 


como  le  amase  tanto,  hubo  de  convenirse,  en  que 
ya  qiae  se  hiciese,  fuese  con  gusto  de  su  padre,  ó 
disculparse  el  inconveniente  secreto  con  el  gran 
mayorazgo  y  hacienda  libre  que  heredaba  Leo- 
narda,  que  todo  junto  era  un  dote  tan  rico  y  po- 
deroso, que  bastaría  á  contrapesarle  y  escure- 
cerle. 

!Este  último  acuerdo  aceptó  don  Fadrique;  si 
bien  antes  de  ejecutarle,  para  alivio  de  su  afli- 
gido dueño,  quiso  dársele  á  entender  por  el  me- 
dio que  he  dicho,  mas  fué  á  tiempo  que  Leonar- 
da  la  misma  tarde  había  prevenido  su  fuga;  y  así, 
no  obstante  que  por  tan  grave  causa  estaba  la 
casa  bien  alborotada,  él  tuvo  papel  de  ella  y 
aviso  cierto  de  su  asistencia,  porque  de  todo  dejd 
bien  apercibida  á  su  secretaria.  Con  lo  cual,  cre- 
ciendo en  don  Fadrique  sus  desvelos,  nuevamen- 
te empeñado  se  volvió  á  su  posada,  adonde,  ha- 
biendo de  acompañar   á    su  hermano   aquella 
noche,  hallándole  que  encima  de  su  lecho  repo- 
saba hasta  la  más  conveniente  hora,  él  se  fué  á 
hacer  lo  mismo. 

CAPITULO  CVl 

Portentoso  suceso  de  don  Diego  de  Mendoza. 

Lbkía,  según  he  dicho,  de  verse  con  su  dama 
don  Diego;  y  como  para  el  efecto  de  su  amor 
conviniese,  hasta  tanto,  el  no  desengañar  la  pri* 
ma,  una  vez  que  otra  esperaba  á  su  hermano 


-í 


892  CÉSPEDES   Y  MBNBSBS 

para  que  sustentase  la  traza.  Seria  entonces  más 
de  inedia  noche,  por  quien  en  silencio  profundo 
reposaba  su  gente,  y  asimismo  el  cuidadoso  don 
Eadrique;  y  con  ser  el  tiempo  que  aguardaba 
don  Diego,  aún  todavía  dormía;  hasta  que  en 
este  mismo  término  de  su  pesado  sueño  le  des- 
pertó una  terrible  voz,  que  haciéndole  todo  es- 
tremecer, le  llamó  por  su  propio  nombre. 
.  Al  principio,  aunque  el  buen  caballero  se  sin- 
tió alborotado  (no  obstante),  lo  quiso  atribuir  á 
fantasías  del  sueño;  y  asi,  tratando  de  volverse 
de  otro  lado,  la  temerosa  voz,  tornándole  á  lla- 
mar, le  privó  de  reposo.  Abrió  los  ojos,  y  miró 
por  la  cuadra;  y  aumentándose  su  admiración, 
esperó  suspenso  en  lo  que  paraba,  porque  aun 
hasta  entonces  se  presumía  engañado  de  su  pro- 
pio desvelo;  mas  sacóle  muy  presto  de  esta  duda 
el  oír  que  más  acercándose  á  su  cuarto  volvía  á 
llamarle  la  afligida  voz;  con  lo  cual,  intrépido  y 
gallardo,  tomando  una  rodela  y  una  espada,  se 
puso  en  pie,  y  abriendo  otras  dos  puertas  salió 
á  un  anchuroso  corredor,  en  quien  mirando  á  to- 
das partes,  en  lo  mas  sombrío  y  oscuro  de  él,  vio 
un  hombre,  á  su  parecer  embozado  y  vestido  de 
negro,  el  cual,  sacando  la  mano,  le  hacía  seftas 
para  que  se  acercase  á  él;  si  bien  hubiera  sido 
semejante  diligencia  excusada,  pues  de  su  ami- 
noso  espíritu  podemos  confiar  le  embistiera,  aun- 
que le  acompañaran  otros  cuatro,  si  al  mismo 
punto  que  salió  de  su  cuadra  y  llegó  á  mirarle 


no  le  hubiera  asido  de  cada  pie  una  remora, 
la  lengua  y  labios  un  candado,  q[ue  impidi 
respuesta;  7  asi,  no  padiendo  moverse,  ni 
arrancar  la  espada  de  la  vainai  no  obstante 
|>or  su  remisión  se  le  acercaba  aquel  hoa 
quedó  becho  una  estatua. 

De  aquí  ae  advertirá  bien  claramente  ' 
frágiles,  co&n  miserables  y  apocadas  se  n: 
tran,  en  semejantes  casos,  las  más  robnst 
varoniles  fuerzas,  y,  por  el  consigaiante,  < 
bárbara  locura  empreudieron  los  ciegos  fund 
res  de  la  Torre-  de  Babel,  pues  un  breve resqu 
nn  asomo,  una  sombra  permitida  del  cielo,  rí 
atemoriza  y  encadena  el  valor  y  las  monsl 
sas  fuerzas  de  un  mozo  tan  gallardo  y  valii 
como  del  progreso  de  esta  bistoria  queda  v 
Al  coal,  habiéndose  acercado  el  que  le  llam 
tomándole  sin  poderlo  estorbar  por  una  man 
hizo  andar  fácilmente,  mas  con  tan  eztraorc 
ríos  sentimientos,  que  apenas  le  tocó  cuanc 
le  antojó  que  le  hubiesen  metido  en  un  lag 
nieve  frígidísima;  tal  fué  aquel  horrible  ti 
y  tan  penetrante  y  sutil  su  frialdad  eapaní 
Esto  le  hizo  tirar  para  si  el  brazo,  y  como 
que  se  va  desmayando,  rodándole  con  agu 
alienta  y  vuelve  en  si,  así  á  don  Diego  le  j 
«ió  que  desarraigada  del  corazón  y  el  1 
aquella  su  primera  turbación,  habia  el  post 
espirita  animádose;  con  que,  advirtiendo  n 
i^  su  compañía,  haciendo  mella  á  una  peq 


394  CiSPBDES   Y  MENESES 

pausa,  al  cabo  le  preguntó  quién  era  y  qué  bus- 
caba, 7  juntamente  mirando  el  temeroso  rostro, 
triste,  macilento  y  lleno  de  sangre,  atendió  4  su 
respuesta,  que  fué  decirle : 

— ^No  es  este  el  lugar,  noble  don  Diego,  en 
quien  se  me  permite  daros  esa  razón;  seguidme, 
que  en  vuestro  ánimo  hay  fuerzas  para  todo;  de- 
más que  ha  largos  días  que  está  destinado  mi 
remedio  á  vuestras  manos. 

— Pues  en  buen  hora  (replicó  el  caballero). 
Guiad  donde  ordenáredes,  que  siendo  asi,  desde 
luego  os  ofrezco  mi  ayuda,  y  sed  quien  vos  qui- 
siéredes. 

No  replicó  aquel  hombre  á  tal  resolución ;  sólo 
bajando  la  cabeza,  agradeciéndola,  comenzó  á  ca- 
mi];iar  hacia  una  espaciosa  escalera  que  descen- 
día al  patio,  en  cuyo  descanso  estaban  los  apo- 
sentos de  su  hermano.  Y  asi,  habiendo  hasta 
ellos  abajado,  al  atravesar  por  delante  los  detu-^ 
vo  el  ver  que  don  Fadrique,  á  la  luz  de  una  vela 
con  que  le  alumbraba  un  criado,  salía  abrochán- 
dose las  cintas  de  una  cota.  Bepararon  en  vién- 
dose unos  y  otros,  y  diciendo  don  Fadrique  que 
por  juzgar  que  era  hora  iba  ya  á  llamarle;  sin 
responderle  su  hermano,  se  apartó  con  el  hombre 
á  un  lado,  y  haciendo  señas  á  los  demás  para  que 
se  retirasen,  les  dijo  en  voz  baja: 

— Ta  veis  aqueste  inconveniente,  y  el  caso  que 
me  espera  lo  es  tan  grave  que  si  no  es  ordenan* 
do  vos  otra  cosa  me  sería  penosísimo  el  dejarle. 


LOS  DOS  MBNDOZAS 

— Pnes  no  vengo  á  afligiros  (proa 
asombro),  antea  seré  contento  que  mi 
quede  ahora,  do  obstante  qne  loa  min 
son  y  aeran,  para  mi  triste  pena,  ete 
yo  os  veré  en  ocasión;  id  &  la  vuestra, 
cho  os  encargo  miréis  por  vnestra  ' 
advirtáis  graviaimoa  peligros  -  que 
Y  diciendo  aquesto,  con  nn  anspiro  tri 
dose  las  losas  de  aqnel  suelo,  se  dej^ 
ellas,  quedando  el  buen  don  Diego  ta 
las  razones  últimas,  7  al  mirarle  parí 
á  su  gran  tardanza  no  saliera  su  be 
se  estuviera  en  el  mismo  sitio.  Mas 
turbado  rostro  conocía  otra  -mudan 
hallarle  tan  de  improviso  solo  alg&i 
quiso  dejar  de  preguntar  la  causa, 
entonces  la  dilaté  don  Diego;  y  vi 
hora  de  su  concierto  ae  pasaba,  aunq 
tarle  en  tan  turbada  noche  le  tuvo  a 
al  ñn,  considerando  que  en  ella  ae  1 
solver  el  sacar  á  su  dama  (según  lo 
puesto),  ae  acabó  de  determinar;  y  ae 
bajar  de  au  aposento  un  fuerte  jaco,  € 
que  ae  le  vestía  mandó  qne  se  armaf 
otroa  dos  criados,  novedad  qne  en  do 
acrecentó  su  pasado  deseo,  y  de  qniei 
do  á  la  calle,  le  sacó  sn  animoso  he: 
tándole  el  suceso  y  juntamente  el  ape 
de  las  últimas  palabras  con  que  se  le 
aparecido  aquella  sombra. 


corazones,  ni  don  Fadriqae  hizo  más  qne  admi- 
rarse al  caso  referido,  ni  don  Diego  otre  cosa 
más  de  la  concertada.  Llegaron  al  dar  las  dos  al 
postigo  qtie  he  dicho,  y  habiendo  reconocido  se- 
guridad bastante  en  el  contorno,  le  dejaron 
abierto  y  en  su  guarda  á  los  dos  criados,  qae 
eran  hombres  de  satisfacción,  cnal  convenía,  y, 
con  tanto,  acercándose  á  la  reja,  hallando  4  sos 
dos  damas,  dieron  principio  á  sn  amorosa  plática 
y  al  prevenir  el  modo  que  habían  de  tener  en  sas 
resol  aciones. 

Porque,  aunque  Hipólita  deseaba  excusar  la 
fuerza  en  sus  padres,  7  el  temor  que  por  otros 
indicios  nuevamente  tenía,  quisiera  que  esto 
ee  gaiara  por  medios  tan  suaves,  qne  ni  bu 
honra  corriese  detrimento,  ni  la  vida  de  bu 
amante  peligro,  había  hallado  en  su  padre  otra 
mudanza,  menos  buen  rostro  y  aun  recatarse  de 
ella,  tratando  con  secreto  algunas  cosas;  y  así 
mesmo,  qne  habí^  hecho  venir  dos  ó  tres  deu^ 
de  Cataluña  por  la  posta;  y  todo  aquesto,  cansán- 
dola aflicción,  la  traía  suspensa;  como,  por  otra 
parte,  á  sn  hermosa  prima  laS  tibiezas  de  sn  fin- 
gido amante,  sospecha  qne  también  ayudaba  mn- 


cho  á  la  indeterminacióa  de  Hipólita,  ya  qae  no 
se  acabase  de  resolver  en  la  orden  qae  daba  su 
galán,  qae  era  el  hacer  saber  su  notoria  fuerza 
&  quien  la  depositase  en  parte  más  segura,  para 
que  libremente  eligiese  sa  esposo. 

En  ña,  dando  y  tomando  pareceres,  sin  asentar 
ningano,  estuvieron  gran  rato,  basta  que  de  im- 
proviso suspendió  sus  razones  el  ver  qne  con  gran 
raido  abriéndose  ana  puerta  que  del  cuarto  salía 
al  jardín,  se  arrojaban  por  ella  cuatro  hombrea, 
que  en  un  punto,  y  oasi  no  dándoles  lugar  ¿embra- 
zar las  rodelas,  los  embistieron  rabiosamente,  y 
con  tanto  silencio,  que  ai  no  era  el  sordo  estruen- 
do de  sus  golpes  y  algunas  voces  de  las  hermo- 
sas damas  (señal  que  también  ellas  tenían  en  su 
modo  castigo),  no  se  oía  otro  raído.  Bien  juzgaron 
los  dos  buenas  hermanos  cuan  grave  inconve- 
niente les  sería  concluir  allí  dentro  la  refriega;  y 
asi,  para  excusarle ,  con  gallarda  destreza  so 
f  nerón  retirando  y  sacando  pies. 

Sra  aquel  accidente  may  á  pedir  de  boca  para 
sus  enemigos,  porque  ignorando  la  nueva  pre- 
vención de  los  Mendozas  y  Ijs  dos  criados,  que 
tan  fuera  de  su  costumbre  los  guardaban  con 
aviso  prudente  (si  les  hubiera  sucedido  así)  te- 
nían también  dispuesta  su  salida  con  otros  cua- 
tro hombres,  y  librados  en  ellos  la  venganza  y 
castigo  de  sus  contrarios,  que,  como  ya  advertí, 
retirándose  al  postigo  ann  antes  de  llegar  á  ál, 
oyeron  de  la  parte  de  afaera  semejante  rumor,  y 


9dd  CiSPKDBS   Y  MENB8ES 


ello  era  así  verdad,  porque  los  cuatro  habían  á 
un  tiempo  embestido  á  sus  dos  criados;  aunque 
como  ellos  fuesen  personas  de  honra,  hacían,  sin 
desamparar  la  puerta,  notable  resistencia. 

Llegaron  á  este  tiempo  los  dos  hermanos  al 
peligro  mayor,  que  era  salir  sin  dar  á  espalda 
por  tan  grande  angostura;  mas  haciéndoles  cara 
don  Diego,  y  dando  un  recio  encuentro  con  su 
hermano,  su  fuerza  le  sac6  á  la  calle;  y  ejecu- 
tando él  con  gran  tiento  lo  mismo,  poniendo  alti 
el  resto  de  su  valor,  y  porque  siendo  tantos  y  ta- 
les, saliéndose  tras  de  él,  no  fuese  mayor  su  ries- 
go; á  su  pesar,  con  ánimo  increíble,  firmando  fijo 
el  pie,  los  tuvo  á  raya;  y  diciendo  á  don  Fadrí- 
que  ayudase  á  su  gente  (en  el  ínterin  que  obede- 
ció gallardo),  el  buen  don  Diego  defendió  el  pos- 
tigo, y  tan  valientemente,  que  sin  duda  les  ha- 
llara allí  el  día  que  le  saliera  hombre.  Mas  en 
aqueste  punto,  en  quien,  ya  con  ayuda  de  sus 
criados,  y  no  sin  gran  trabajo,  llevaba  don  Fa- 
drique  á  los  contrarios  de  vencida,  y  de  suerte 
que  sacándoles  de  aquella  calle,  podía  en  la  re- 
tirada temerse  su  desdicha;  considerando  los  que 
quedaban  en  el  huerto,  que  á  mayor  dilación  acu- 
diría gente,  que  excusase  su  venganza;  aunque 
hasta  entonces  deseosos  de  encubrirla  y  ejecu- 
tarla á  su  salvo,  no  se  habían  valido  de  otras  ar- 
mas; visto  que  ya  el  secreto  era  imposible,  aban- 
donándose infamemente,  dispararon  en  el  valien* 
te  mozo  dos  cargadas  pistolas;  que  aunque,  per* 


mitiéndolo  Dios,  eóIo  lu  una  Iq  hirió  es  el  brazo 
derecho;  la  bala  de  la  otra  le  acertó  en  la  faerte 
rodela,  con  tan  grande  furor,  qne  bí  bien  sas  aee- 
ros  resistieroD  el  golpe,  él  iné  tan  poderoso,  que 
como  si  le  bnbieran  tirado  un.  morterete,  ael  le 
echó  &  rodar  por  aquel  anelo,  en  quien  desemba- 
razada la  salida,  rodeado  de  sns  enemigos,  es  stn 
duda  que  primero  muriera  á  sus  manos  que  se 
levantara;  si  á  tan  triste  sazón,  no  se  les  opusie- 
ra impensadamente  un  hombre  que  le  defendió 
con  tan  maravilloso  esfuerzo,  qne  pudo  é,  su  pe- 
sar, aunque  7a  muy  mal  herido,  recobrarse  don 
Diego  y  darles  una  terrible  carga.  Al  principio 
de  tan  buena  ayuda,  con  el  desatiento  de  la  caída 
y  el  cuidada  del  peligro  presente,  presumió  que 
su  hermano  era  el  que  le  favorecía;  mas  viéndole 
é  este  punto  llegar  con  sus  criados,  salió  de  aquel 
engaño^ 

CAPITULO  cvni 

Cuéntase  el  fin  de  este  fracaso  y  lo  mda  que  les 

I^EJABA  don  Fadrique,  annque  á  costa  de  algu- 
nas heridas,  en  declarada  fuga,  á  los  que  le  to- 
caron; y  no  así  se  le  fueran  sin  mayor  estrago 
si  el  estampido  de  las  dos  pistolas  no  le  hiciera 
volver,  juzgando  algún  grave  peligro  en  sa  que- 
rido hermano;  que  ahora  con  socorro  tan  bueno, 
de  tal  suerte  embistió  á  los  que  tan  olevosamen- 


400  CÉSPEDES    Y   MENESES 

te  le  habían  herido,  que  en  breve  espacio  los  en- 
cerró en  el  jardín;  si  bien  no  tan  lozanos  como 
salieron,  porque  el  primero  cayó  en  dando  cuatro 
pasos,  y  el  último  en  el  propio  postigo  quedó  des- 
mayado con  una  espantosa  herida;  y  aún  no  se 
contentara  con  lo  hecho  (porque  el  verse  tan  he- 
rido le  tenía  rabioso),  antes  yendo  á  arrojarse  en 
el  jardín,  sin  duda  diera  fin  de  los  demás,  ó  su- 
cediera el  suyo;  si  trabándole  aquel  incógnito 
hombre  por  un  brazo,  no  le  dijera: 

— ¿Adonde  vas,  mancebo,  tras  de  tu  perdición 
y  la  mía?  Tente  y  vuelve  á  tu  casa,  que  no  harás 
poca  hazaña,  si  como  estás,  escapares  la  vida. 

A  estas  razones  que  le  turbaron  los  sentidos 
más  que  el  presente  riesgo,  se  retiró  don  Diego: 
y  obedeciéndolas  con  obras,  dio  la  vuelta  á  su 
casa.  Mas  apenas,  saliendo  á  lo  ancho  de  la  ca- 
lle, quiso  darle  las  gracias,  cuando  ni  lo  vio  ni 
lo  oyó.  Túvolo  por  portento  milagroso,  y  asi,  dan- 
do gracias  á  Dios  que  le  había  escapado,  en  lle- 
gando á  su  lecho,  trató  de  que  con  gran  secreto 
le  curasen.  También  don  Fadrique  traía  dos  he- 
ridas, y  el  un  criado  atravesado  el  brazo;  con 
que  todos  hicieron  cama,  y  todos  estuvieron  en  no 
poco  peligro,  aunque  el  de  don  Diego  fué  mayor. 

No  se  entendió  este  caso  en  largos  días, 
porque  unos  y  otros  procuraron  encubrirlo,  tan 
inviolablemente,  que  aunque  en  casa  de  Hipólita 
quedó  uno  de  la  pendencia  muerto,  pasó  en  cosa 
juzgada  y  sin  saberse.  Todo  lo  cual  entendió  don 


"¿02  CÉSEEDBS  Y  MENBSES 

sación  y  visitas  de  sus  amigos,  y  ya  con  entre- 
tenidos juegos  y  diversiones;  sin  curar  de  otra 
cosa,  ni  aun  de  traer  siquiera  á  la  memoria  al- 
gunos de  sus  mayores  acaecimientos,  cuyo  fin 
dependiente,  aunque  él  olvidó  tanto,  muy  pron- 
to se  le  hicieron  acordar.  Porque  á  la  tercera 
noche  de  su  más  segura  salud  (que  parece  se 
había  esperado  á  que  totalmente  la  tuviese),  es- 
tando aún  antes  de  maitines  don  Diego  en  su 
cama  despierto,  y  vacilando  con  su  imposible 
amor,  con  estar  bien  cerradas,  de  repente  se 
abrieron  las  dos  puertas  de  la  cuadra,  y  entrán- 
dose por  ellas  aquel  espantoso  hombre  qae  ya 
oísteis,  poniéndole  como  otra  vez  en  no  pequeña 
turbación,  sin  alargarse  en  pláticas,  le  pidió 
que  sé  vistiese,  cosa  que,  pasado  aquel  sobresal- 
to primero,  hizo  don  Diego  en  un  punto,  y  con 
mayor  aliento  que  antes,  porque  aún  los  demo- 
nios tratados  son  menos  temerosos,  ó  á  lo  menos 
así  lo  han  presumido  muchas  engañadas  muje- 
res que  ha  castigado  el  Santo  Oficio. 

Digo  esto,  admirándome  de  ver  tan  despejado 
en  caso  tal  á  este  mancebo;  pues  como  si  le  lla- 
maran para  algunas  bodas,  así  se  puso  en  orden 
y  así  con  sus  acostumbradas  armas,  mano  á 
mano  se  salió  de  su  cuarto  con  aquella  sombra, 
á  quien  asimismo,  como  si  comunicara  con  otro 
hombre  de  su  suerte,  le  fué  satisfaciendo  así  en 
el  particular  de  sus  heridas  como  en  la  remi- 
sión de  su  tardanza  y  descuido,  á  todo  lo  cual, 


LOS   DOS    UIMllOEAS 

no  reapondi^ndoBeld  palabra  algnna,  callai 
jaatametite,  atraTesaron  los  corredoreB^  bi 
i  la  escalera,  omzaroa  el  extendido  patic 
lieron  á  naos  traBcorrales,  signieiido  oon 
ánimo  esta  derrota,  basta  qae  reparándos 
en  1»  mitad  de  eUos,  volviéndose  &  don  Di 
afligido  compañero,  deapnée  de  nna  breve 
rmpoión  que  primero  hizo  mirándole  atent 
con  tremola  y  triste  voz  le  comenzó  á  dei 
majantes  razones. 


CAPITULO  CIX 

Proaiffaete  la  historia  y  el  valor  genero 
que  don  Diego  asiste  á  este  horrendo 
tdctilo. 

1  o  S07  (dijo  temblando  aquel  misero  esj 
¡oh  ilustre  mozo!,  Ignacio  Ortensio,  cuyo 
bre  DO  ignoro  le  habéis  oido  diversas  ve( 
vaestra  casa  propia;  yo  soy  aquel  criado  á 
in justamente  habrá  treinta  afios  que  Tuest 
dre  y  dos  esclavos  suyos,  sacándome  á  e; 
tío  (campo  bien  solitario  en  aquel  tiempt 
dieron  muerte  y  sepultura  entre  estas  hiei 
carrizos.  No  quiero,  no,  alargarme  en  la 
porqne  sé  que  muy  pronto  la  sabréis  poi 
rente  vía;  sólo  os  vuelvo  á  decir  que  mo 
cnlpa;  y  asi  la  Divina  Providencia,  á  quien 
las  cosas  están  subordinadas,  ya  qne  pe 


404  CÉSPEDES  Y   MENESES 

la  muerte  de  mi  cuerpo,  no  asi  dio  lugar  ¿  la  dd 
mi  alma;  si  bien  desde  aquel  punto  otras  parti- 
culares ofensas  arrepentidas,  lloradas,  pero  na 
satisfechas,  justamente  merecieron  el  purgato- 
rio y  penas  increíbles  en  que  estoy  padeciendo, 
y  de  adonde  si  mereciere  mi  aflicción  vuestra 
noble  piedad,  haciendo  por  mí  los  sacrificios  y 
satisfacciones  que  yo  os  dijere,  saldré  al  des- 
canso perdurable.  Ved  ahora  si  según  mide- 
manda  gustaréis  de  admitirla,  advirtiendo  an- 
tes de  responderme  que  aunque  con  más  razón 
pudiera  pedir  esto  á  quien  me  redució  á  tan  tris- 
te estado,  no  se  me  ha  permitido;  y  asi,  puos,  los 
secretos  juicios  del  cielo  me  concedieron  ser 
instrumentó  en  vuestra  ayuda  cuando  entre  loa 
pies  de  vuestros  enemigos  no  ha  un  mes  que  os 
visteis  casi  muerto,  no  hay  duda  sino  que  á  vos 
también  tiene  su  misericordia  y  piedad  remitido 
mi  último  remedio. 

Aquí,  cesando,  dio  aquel  cuerpo  fantástico 
fin  á  su  discurso  temeroso,  y  don  Diego,  que 
con  espanto  y  admiración  le  había  escuchado, 
principió  á  su  respuesta,  que  fué  tan  cristiana, 
tan  llena  de  piedad  y  generoso  espíritu,  que 
teniéndose  de  ella  por  satisfecho  el  difunto  Or- 
tensio,  rindiéndole  las  gracias,  finalmente,  le 
dio  particular  y  estrecha  cuenta  de  la  satis* 
facción  y  demás  cosas  que  por  su  amparo  se 
habían  de  hacer;  y  pidiéndole,  sobre  todo,  sa- 
grada sepultura,  y  aceptádolo  y  prometidolo^ 


LOS  DOS  UBNDOZAS' 

al  mismo  ponto  ae  le  qaitó  de  deU 
dolo  el  noble  oab&Uero  qne  habla 
en  aquel  propio  sitio.  T  asi,  con 
ánimo  que  suspende,  puBO  en  ¿1  [ 
piedras,  y  dando  la  vnelta  con  mi 
hasta  allí,  de  paso  despertando  i 
le  di6  extensamente  razón  de  tod 
dose  en  sn  lecho,  apenas  fné  de  d 
menzó  ¿  disponer  su  promesa,  da 
sólo  en  que  se  le  dijesen  bnen  núi 
y  hiciesen  otros  sufragios,  sino  á  ( 
ciones  de  hacienda  y  honra,  y  lo 
que  fué  un  honrado  entierro,  | 
dndó  de  hallar  el  onerpo.  T  como 
pareciese  forzosa  la  interTsación  c 
callando  el  nombre  y  el  homicida, 
claró  todo  el  suceso;  con  que  acu 
diligencias  ministros  y  personas 
corte,  dio  un  terrible  estampido  pi 
mandando  cavar  eu  la  parte  adve 
lances  pareció  el  cuerpo,  digo,  sm 
hnesos,  y  juntamente  una  espada  ; 
dazos  de  la  capa  y  vestido;  por  do 
dio  que  con  todo  ello  le  habfan  se 
lo  cual,  haciéndolo  ahora  en  su  u 
porque  de  la  misma  manera  que  s 
riente,  quiso  don  Diego  que  sus  de 
le  honrasen. 

Para  las  restantes   satisfaccio 
necesidad  forzosa  de  oomonicarla 


perder  on  casamiento  tan  ünstre. 

Mae  como  Bemejantea  Bervioioa  nunca  el  oiel<> 
loB  deja  sin  recompensa,  será  por  do  menoa  penxi 
halló  este  caballero  el  premio  de  elloa  y  de  sus 
buenas  obras,  y  así,  en  sn  proaecaciÓn,  se  poso 
tíb  camino,  encargando  &  an  hermano  la  de  otras 
coaaa  que  dejaba  empezadaa. 


CAPITULO  ex 

Declárase  quién  era  la  dama  de  don  Padrique, 
íu  desengaño  y  aflición. 

[\o  habla  aún  dado  la  vnelta  el  mensajero  qne 
esperaba  don  Fadriqne  sobre  sn  caaamiento;  j 
esta  resolución  le  dejó  en  Madrid,  y  el  ver  que 
aaí  mesmo  de  coraje  y  pasión  habla  rendldose  & 
una  cama  sn  abuela  de  Leonarda.  Y  como  an  edad 
les  pnaieae  en  cuidado,  deseando  sn  consuelo, 
tuvo  por  acertado  que  ella  lo  diapusiese,  satisfa- 
ciendo á  su  inobediencia,  con  declararla  sn  vo- 
luntad, y  las  partes,  peraonas  y  calidad  de  su 
empleo;  pareciéndole,  y  no  sin  mucha  rasón,  í 
don  Fadrique  qne  ganando  y  no  perdiendo  repn- 


[taci¿n  con 
!  tendría  po 
'  esta  dilig< 
papel  y  re 
BDB  intent 
y  d«  Bos  ; 
profundos 
quedó  des' 
Esta  ab 
mala  nuev 
amantes,  3 
pocas  hoTS 
sin  pensar 
diablos  aei 
lea  y  advi 
dije,  esta 
Leonarda 
estovo  on 
mal  que  h 
y  sentimiG 
á  los  oons< 
sa  alma, 
cuerdo,  si 
per  mi  tiene 
errado,  mt 
hizo  dispoi 
sin  repare 
declarase  i 
sólo  el  dig 
quitarla,  < 


408  CÉSPEDES  Y   MENESES 


Pero  esta  diligencia,  aunque  de  tan  gran  ries- 
go, pareció  inexcusable,  y  tanto  que,  ¿  quedar  en 
silencio,  se  abriera  puerta  ¿  una  dilatada  y  ho- 
rrible ofensa  de  Dios;  pues  fuera  cierto  que  si  la 
anciana  abuela  no  dijera  cómo  la  hermosa  Leonar- 
da  era  hija  de  don  Alonso  de  Mendoza,  y  por  ol 
consiguiente,  hermana  de  don  Eadrique,  apenas 
cerrara  ella  los  ojos  cuando  los  hermanos  estu- 
vieran casados  ó  en  términos  peores;  porque  ya 
en  este  punto,  sabiéndose  el  de  su  muerte,  como 
heredera  forzosa,  Leonarda  estaba  en  su  casa  y 
su  amante  disponiendo  las  bodas;  mas  esta  impen- 
sada declaración  suspendió  sus  deseos,  aunque  no 
su  esperanza.  Porque,  si  bien  sus  ansias,  sus  con- 
gojas y  lágrimas  fueron  terribles,  en  medio  de 
ellas,  sin  poder  animarse  á  darla  crédito,  don  Pa- 
drique  partió  á  mejor  enterarse  de  su  padre  y  en 
seguimiento  de  don  Diego,  su  hermano;  y  su  da- 
ma, resolviéndose  en  llanto,  quedó  esperándole. 

De  esta  suerte  caminó  tan  aprisa  el  ciego 
mozo,  que  antes  de  llegar  al  cristalino  lugar  al- 
canzó á  su  hermano,  con  quien,  referido  el  suce- 
so, llegó  á  los  ojos  de  su  padre,  que  no  estando 
^visado  los  recibió,  mezclando  el  gusto  de  su 
venida  con  el  sobresalto  de  verla  tan  sin  pensar, 
temiendo  la  hubiese  ocasionado  algún  peligro. 
Mas  enterado  en  ella,  don  Padrique  no  sólo  en- 
tendió la  certeza  de  sus  dudas,  mas  oyó  de  su 
boca  los  últimos  amores  que,  si  os  acordáis,  en 
el  principio  de  esta  historia,  no  sólo  fueron  el 


-•-T' 


LOS   DOS   MENDOZÁS  4^ 


origen  de  su  destierro  y  salida  de  la  corte,  pero 
de  la  injusta  t  lastimosa  muerte  que  dio  al  pobre 
Ignacio  Ortensio.  Y  así  era  la  verdad,  porque  su 
madre  de  Leonarda  era  aquella  hermosa  donce- 
lla que  dije  haberse  iibremente  enamorado  de 
don  Alonso;  y  la  difunta  vieja  madre  suya  y 
abuela  de  Leonarda,  quien  advertido  su  preñado 
y  la  imposibilidad  de  don  Alonso  para  saldar  su 
honra,  excusando  la  publicidad  de  tal  afrenta  la 
había  encerrado  en  un  convento,  adonde  profesa 
vivía  entonces  ejemplarmente. 

Con  tal  satisfacción  (que  era  la  misma  que  tenia 
de  llevar  el  mensajero)  quedó  don  Fadrique  des- 
engañado y  perdiendo  el  juicio,  y  su  hermano  don 
Biego  admirado  y  confuso,  y  no  lo  quedó  menos 
su  padre  cuando  entendió  la  ocasión  que  á  él  le 
traía,  y  el  memorable  y  temeroso  acaecimiento  del 
difunto  criado;  pues  no  sólo  en  oyéndolo  se  com- 
pungió su  alma  y  entristeció  su  corazón  piadosa- 
mente, sino  que,  sin  poder  reposar,  ni  aun  ale- 
grarse, desde  aquel  punto  fué  cavando  en  su  pe- 
cho de  suerte  el  lemor  del  castigo  y  el  deseo  de 
satisfacer  á  Dios  y  al  mundo,  que  ni  el  amor  de  sus 
queridos  hijos,  sus  muchas  lágrimas,  ni  el  deseo 
de  sus  acrecentamientos,  desamparo  de  sus  cria- 
dos y  mayormente  su  larga  edad  y  sujeto  rega- 
lado, fueron  parte  á  estorbarle  meterse  en  un  con- 
vento, adonde  profesando  santamente  la  obser- 
vancia regular  de  San  Francisco,  después  de  al- 
gunos años  acabó  sus  días. 


í- 


•*. 


te  diacreteautes  profeaaa,  se  hallaron  sin  pen> 
sar  oon  la  bizarra  Hipúlita  7  su  hermosa  prima. 
A  las  caalea,  habiéndolas  traído  alli  el  conde, 
por  máa  que  á  la  abadesa,  qne  era  su  hermaDS. 
dejó  encargada  su  recato  j  custodia,  y  sobre 
todo,  el  escribir  ó  hablar  de  aquella  suerte,  twvo 
el  remedio  que  veis.  Porque  no  obstante  que  á 
loa  principios  se  guardó  con  ellas  apretado  rigor, 
7  tanto,  que  ni  avisar  pudieron  á  los  dos  caba- 
lleros, ya  en  parte,  mitigándose  y  dándolas  solaz 
en  mirar  á  la  calle,  qniso  su  fortuna  qne  fuese  á 
tan  buen  tiempo,  que  al  pasar  por  ella  oonocie- 
sea  ¿  sas  dos  amantes,  y  tuviese  el  hablarlos 
(mediante  el  favor  de  algunas  monjas)  el  efecto 
qne  ofs. 

Dejo  á  la  consideración  del  leotor,  por  no  di- 
latar más  esta  historia,  así  el  gnsto  de  aqnellos 
caballeros  (digo  del  bnen  don  Diego)  como  las 
alegres  lágrimas  con  que  las  dos  seOorae  solem- 
nizaron sa  deseada  venida;  y  finalmente,  los 
amorosos  coliceptos,  que  por  no  ser  sentidas,  re- 
ducirían á  una  breve  suma:  de  la  cnal,  el  remate 
y  carta  caenta  que  unos  y  otros  se  dieron  faé 


80  de  sus  corazoBes,  Las  pusieron  por  obnt,  reno- 
T&ndose  las  muchas  ñestas  qae  se  Mcieron  en 
ellas  con  las  de  sa  hermosa  hermana,  á  quiui 
«dignamente  dieron  el  estado  que  merecían  sus 
partes,  cas&ndola,  poco  después,  con  un  gran  ca- 
ballero. Con  que  dejando  fama  eterna  de  bus  ma- 
ohas  virtudes  el  venerable  y  antiguo  tronco  de 
su  casa,  sobre  bob  ezcelenciaB  ilustres  y,  antre 
tal  -altas  ramas,  adelantó  estos  generosos  pimpo- 
llos que  le  adornaron  y  engrandecieron. 


FUr  DK   ESTA   PBIHEBA   PABTK 


TA-BL-A. 
CAPfTVLOS  QUE  CONTIBHB  ESTA  PRIME 


Breve  lesnmen  de  las  excelencias  y  í 
de  España,  teatio  digoo  de  estas  peieg 
torios. 

Dúpónese  éste  en  cuatro  capítulos,  i 
lio  15  hasta  el  28,  en  que  coucluye  la  m 


El  buen  oelo  premiado. 


CAP.  T. — Historia  notable  sucedida  e 
imperial  ciudad  de  Zaragoza,  con  el  oí 
y  antigüedad  de  sus  mayores  exoelem 

CAP.  VI. — Aléganae  en  la  confirmació 
la  primacía  y  excelencia  de  esta  ciuda 
feretes  razones 

CAP.  Til.— D¿seprlncipioa1  cnentopr 

CAP.  Vm.— Toman  loa  delincuentes  n 
resolución,  aumentando  con  ella  sus 
pos  y  delitos 


416  CÉSPEDES   Y  MENESES 

FoUos. 

CAP.  IX.— Prosigue  el  caso,  y  dícese  para 
su  mayor  inteligencia  el  que  antes  de  éste  . 
había  pasado  por  aquestos  ministros. .  • .  •      47 

CAP.  X.— Declárase  quién  eran  el  caballero 
herido  y  el  fingido  fraile 50 

CAP.  XL — Acontecimiento  notable  en  la  re- 
clusióu  de  Federico 53 

CAP.  XII.— Cuenta  el  preso  su  vida  á  Fe 
derico 56 

CAP.  XIII.— Prosigue  Fulgencio  el  amor  de 
su  dueño  y  dice  su  suceso  en  -Compostela.      61 

CAP.  XIV.— Convalece  su  padre  de  doña 
£lena:  vuélvense  á  Zaragoza,  y  ella  táci- 
tamente en  el  camino  se  desposa  con  su 

'  galán 67 

CAP.  XV.— Prosigue  el  preso  su  amoroso 
discurso  y  cuenta  en  él  la  traza  con  que 
llegó  su  efecto 71 

CAP.  XVI.  —  Presume  hacer  su  madre  en 
doña  EUena  indignas  experiencias,  y  te- 
miéndolas ella,  se  rinde  á  su  voluntad. ...       74 

CAP.  XVII.— Descubre  Fulgencio  á  don  Ro- 
drigo los  amores  de  su  dueño;  trazan  su 
venganza  los  dos,  y  concluye  su  cuento.-» .       78 

CAP.  XVIII  y  último  de  esta  primera  his- 
toria.— Dase  fin  á  la  historia,  y  goza  Fede- 
rico el  premio  merecido  de  su  buen  celo  y 
redigión 83 


TABLA   DE   LOS   CAPÍTULOS  417 


El  Desdén  del  Alameda.  i^qUob, 

CAP.  XIX. — ^Historia  segiinda,  sucedida  en 
Sevilla,  con  el  antigao  origen  y  fundamen- 
to de-^ta  ciadad 87 

CAP.  XX. — Empieza  el  caso  sucedido  en 

Sevilla 9<) 

CAP.  XXI. — Resiste  honesta  diferentes  em- 
pleos la  esposa  del  difunto  Claudio  y  pro- 
sigúese el  cuento 9^ 

CAP.  XXII.  —  Deseribense  las  viitudes  y 
p&rtes  de  Floriana,  sírvenla  en  grandes 
fiestas  y,  por  su  recato  incomparable, gran- 
jea indignamente  el  nombre  del  Desdén  del 
Alan^da ...   96 

CAP.  XXIII.  —  Frosíguense  las  fiestas;  la 

absteridad  y  rigor  que  usa  con  don  San-  ¡J 

cho,  5>u  hermano,  al  hablarse  los  dos  y  su 

resolución 99  i 

CAP.  XXIV. — Responde  ásperamente,  á  su  j 

hermano,  don  Pedro,  y  él,  irritado  justa-  ! 

mente,  satisface  su  injuria 108 

CAP.  XXV,  —  Admirables  sucesos  de  don  I 

Sancho  huyendo  de  la  justicia 107  1 

CAP.  XXVI.— Degenera  don  Sancho  en  su 
proceder  noble,  y  con  violencia  goza  de  1» 
ocasión ••#...; 111 

CAP.  XXVII. --Los  dos  amigos,  empavando 

á  don  Sancho,  facilitan  su  fuga,  mientras 

su  hermano  vuelve  de  las  heridas  en  su 

acuerdo • 115 

CAP.  XXVIII.- Gran  valor  de  don  Sancho 

t 

HISTORIAS   PEREGRINAS  27  t 


418  CÉSPEDES   Y  MSNESES 


Folios. 


en  los  Países  Bajos;  favorécele  el  Duque,  . 
7  por  honrarle  le  vuelve  á  enviar  á  Espa- 
ña, en  tanto  que  en  Sevilla  corren'  varios 
sucesos 118 

CAP.  XX[X.—: Prosigue  en  sus  empleos  don 
Pedro  de  Castilla,  y  en  el  ínterin  vuelve  á 
Sevilla  por  mandado  del  rey  su  mismo 
hermano 121 

CAP.  XXX.— Diversos  regocijos  festejando 
á  don  Sancho,  y  el  suceso  que  en  uno  de 
ellos  tuvo 125 

CAP.  XXXI. — Vése  don  Sancho  en  un  grave 
peligro,  de  quien  con  su  valor  y  el  de  unas 
damas,  se  halla  impensadamente  soco- 
rrido      128 

CAP.  XXXII.  —  Dícese  quién  era  aquella 
dama,  y  hallándose  don  Sancho  lleno  de 
ohligaciones,  goza  mejor  fortuna  y  nuevo 
estado 192 

CAP.  XXXIII.— Prosigue  el  suceso  y  ah- 
suélvense  las  dudas  y  suspensión  pasada.     137 

CAP.  XXXIV.  —Despósase  don  Sancho;  bús- 
cale la  justicia; ^  quieren  hacerla  en  don 
Pedro;  socórrele  su  hermano,  y  tiene  fin  la 
historia « 141 

La  Constante  Cordobesa. 

CAP.  XXXV.  —  Historia  tercera,  sucedida 
en  Córdoba;  con  el  antiguo  oorigen  y  fun- 
damento desta  ciudad. 145 


CAP.  XXXVI.-Dáae  principio  i.  la  of 
da  liÍBtori&;  dfcese  quién  es  el  prim 
peTBonaJe  de  ella,  j  algtmas  hazafia 
soa  progenitotsB 

CAP.  XXSVn.— Prosigúese  este  aBun 
ssoribese  el  memorable  origen  del  Ca 
de  la  Verdad 

CAP.  XXXTIII.— TTltimas  fiestas  en  la 
das  de  don  Diego,  j  el  tr&gico  suceso 
tuvieron 

CAP.  XXXrX.— Convalece  eata  dama 
salad  causa  diferentes  efectos  en  sus 
tres  huéspedes 

CAP.  XL.— Preenme  el  ciego  amante 
trastar  á  la  honesta  doña  Blvira,  va 
doee  para  ello  de  diferentes  medios  3 

CAP.  XLl.— Besolnción  de  dofia  Elviri 
reapuesta  y  ansencia 

CAP.  XLII.— Hace  don  Diego  diligenci 
saber  de  au  dama,  mientras  ella  pro 
huir  de  sn  presencia 

CAP.  XLm. —  Ampárase  la  honesta  Ct 
besa  de  un  antiguo  criado  de  sus  pai 
y  allí  impensadamente  halla  nuevi 
quietud  y  desasosiego 

CAP.  XLIV. — Impensada  mudanza  en  ■ 
Elvira,  y  tas  causas  que  más  la  o 

CAP,  XLV.— Habíanse  estos  amantes, 
pénese  aus  bodas,  y  suspéndelas,  avi 


42v')  CÉSPEDES   Y   MENESES 


PoUoa. 


por  un  acaecimiento  peregrino,  don  Diego 

de  Córdoba 181 

CAP.  XLVI.  —Diligencias  de  la  justicia  so- 
bre las  heridas  de  don  Diego;  mudándole  ¿ 
Córdoba,  y  juntamente  á  doña  Elvira,  á  su 
madre  y  criada 186- 

CAP.  XLVU. — Persevera  constante  en  sus 
intentos  la  honesta  doña  Elvira,  mientras 
don  Diego  prosigue  los  de  su  loco  amor.. .     188 

CAP.  XLVin.  —  Obliga  nuevamente  á  su 
dama  don  Diego,  líbrala  de  la  muerte  por 
dos  veces;  pero  ella,  más  constante,  mira 
más  por  su  honra 191 

CAP.  XLIX. — Resolución  honrada  de  doña 
Elvira,  fragilidad  de  su  madre  y  criada  y 
esperanzas  primeras  de  don  Diego 19& 

CAP.  L.— Horrendo  y  espantoso  suceso  en 
los  dos  amigos 199^ 

CAP.  LI.— Siente  don  Diego  en  sus  mej<»res 
prendas  el  castigo  d^  cielo,  y  doña  Elvira 
comienza  á  gozar  de  mejor  fortuna 20Í 

CAP.  LII.— Dícese  la  ocasión  de  este  albo- 
roto, concluyendo  la  historia  con  la  elec- 
ción prudente  que  la  concede  el  cielo  á 
doña  Elvira  por  galardón  y  premio  de  su 
perseverancia  generosa 205 


TABLA   DB   LOS   CAPÍTULOS  421 


Pachecos  y  Palomeques.  vquos. 

OAP.  Lni.  —  Historia  cuarta,  sucedida  en 
Toledo,  con  el  origen  j  fundamento  y  anti- 
güedad de  esta  ínclita  é  imperial  ciudad .     209 

CAP.  LIV.~  Notable  historia  sucedida  en 
Toledo 212 

OAP.  LV. — Oculta  con  secreto  y  recato  su 
padre  á  la  hermosa  Laurencia,  y  prosigue 
el  caso 215 

CAP.  LVI.— Procura  doña  Juana,  entendi- 
do el  empleo  del  ausencia,  divertírsele  y 
aun  desacreditársele 219 

OAP.  LYII.  —  Avisa  su  asistencia  &  don 
Lope  Laurencia,  ocasionando  con  su  visita 
varios  sucesos 221 

OAP.  LVUI.-jResuélvese  don  Lope  al  cum- 
plimiento del  billete,  y  doña  Juana  au- 
menta en  él  la  pasión  de  su  incendip 225 

CAP.  LIX.  —  Intercadencias  del  amor  de 
don  Lope  y  otros  nuevos  sucesos  ma- 
yores  , 228 

OAP.  LX.  —  Habíanse  doña  Juana  y  den 
Lope  sin  sabiduría  de  Laurencia 232 

CAP.  LXL— Prosiguen  estos  nuevos  aman- 
tes sus  tiernos  coloquios,  quedando  inte- 
rrumpidos por  un  caso  notable 236 

OAP.  LXII. —  Don  Lope,  divertido  en  sus 
amores,  falta  al  recato  y  seguridad  de  sus 
cosas,  con  que  impensadamente  salteadas, 
se  viene  á  ver  en  un  mortal  peligro 240 

OAP.  LXIIl.  —  Ocúltase  de  sus  enemigos 


422  CÉSPEDES   Y   MENESES 


FoUos. 


don  Lope,  y  ausentes  ellos^  vnelve  á  ver  á 

su  dama 24S 

CAP.  LXIV.— Laurencia  sigue  esta  misma 
noche  á  doña  Juana,  y  es  testigo  (escondi- 
da) de  su  amor  y  conciertos;  avisa  de  ellos 
á  los  dos  Palomeques ,  y  en  tanto  doña 
Juana  se  sale  de  su  casa 24& 

CAP.  LXV. — Cae  doña  Juana  en  poder  de 
los  suyos,  y  prosigue  el  cuento 250 

CAP.  LX VI.— Horrendo  y  temeroso  acaeci- 
miento en  la  prisión  de  doña  Juana,  y  el 
que  en  el  ínterin  tuyo  la  vuelta  de  su 
amante 25B 

CAP.  LXVII.  —  Provienen  los  hermados  su 
sangrienta  venganza  y  el  efecto  que  tuvo, 
etcétera 256 

CAP.  LXVIII.— Siguen  á  los  amantes  los  Pa- 
lomeques, y  el  fin  trágico  de  la  celosa  Lau 
rencia 2tK> 

CAP.  LXIX.— Sabe  don  Lope  la  calamidad 
de  su  hacienda  y  amigos  en  la  ausencia 
que  hizo  de  Castilla,  y  por  satisfacción  de- 
safia á  sus  contrarios  en  singular  batalla.    263 

CAP.  LXX.— Tiene  don  Lope  ayuda  en  el 
combate,  su  suceso  y  la  conclusión  de 
esta  historia 266 


^ 


TABLA  DE  LOS   CAPÍTULOS  423 


Sucesos  trágicos  de  Don  Enrique 

de  Silva.  goijo»» 

CAP.  LXXI. — Historia  quinta,  sucedida  en 
Lásboa,  con  el  famoso  origen,  antigüedad 
7  fundamento  de  esta  nobilísima  ciudad. 
Descripción  de  Lisboa 273 

CAP.  LXXII.— Principio  de  la  historia 276 

CAP.  LXXIII.  —  Origen  del  amor  de  don 
Enrique 280 

CAP.  LXXIV.  —Inverna  nuestra  armada' 
en  Mozambique ;  diferencias  entre  los  ca- 
pitanes, y  otros  varios  sucesos  en  la  nave- 
gación y  amor  de  don  Enrique,  etc 288 

CAP .  LXXV. — ^Persuaden  con  porfía  las  dos 
damas  á  doña  Leonor,  y  ella  declara  su  úl- 
tima voluntad ; 287 

CAP.  LXXVI.— Llega  á  salvamento  la  ar- 
mada, y  en  Lisboa  se  va  más  alentando 
el  enojo  y  rencor  de  don  Luis  Antonio. . .     290 

CAP.  LXXVII.— Procuran  los  pariente»  de 
don  Enrique  el  efecto  de  su  casamiento 
aplazado;  y  él,  regido  de  su  nuevo  desvelo, 
lo  dilata  cautelosamente 292 

CAP.  LXXVIII.  —  Crecen  los  favores  de 
doña  Leonor  hasta  verse  con  don  Enri- 
que en  más  estrechos  lazos 296 

CAP.  LXXIX.— Dánse  palabra  y  fe  de  es- 
posos los  amantes,  y  en  el  ínterin,  doña 
Clara,  impaciente  con  dilación  de  su  primo, 
cae  en  ana  grave  enfermedad 29^ 

CAP.  LXXX.— Prosigue  cauteloso  en  su  di- 


424  CÉSPEDES   Y  MBNBSBS 


Folios. 


iaoión  don  Enrique;  apriétales  su  prima, 

y  finalmente,  aunque  tarde,  se  declara. . .     302 

CAP.  LXXXI.— Fin  lamentable  y  trágico 
en  el  amor  de  doña  Clara 307 

CAP.  LXXXII.  -Sentimientos  de  don  En- 
rique; recelos  de  su  dama,  y  el  suceso  no- 
table que  uno  y  otro  tuvieron 311 

CAP.  LXXXIIT.— Vénse  los  dos  amantes  en 
evidente  riesgo,  y  prosigúese  el  caso  con 
varios  accidentes 814 

CAP.  LXXXIV.  —  Presúmese  que  don  Luis 
ofendido,  haya  muerto  á  su  hija,  y  con  ta- 
los indicios  don  Enrique,  frenético  de 
amor,  procura  su  mayor  venganza 817 

CAP.  LXXXV.—  Diversos  cargos  de  la  jus- 
ticia á  don  Luis  Antonio,  su  satisfacción 
y  respuesta 321 

CAP.  LXXXVI.— Sabesu  padre  de  don  En- 
rique este  suceso,  y  con  otro^,  en  su  tanto 
mayores ,  desconfía  en  el  remedio  de  su  hijo    324 

CAP.  LXXX  VII.— Salen  de  España  don  En- 
rique y  su  primo;  su  larga  ausencia,  y  los 
acontecimientos  de  ella 327 

CAP.  LXXXVIII.  —  Prosigue  la  historia, 
volviendo  después  de  algunos  años  don 
Enrique  á  Lisboa 331 

CAP.  LXXXIX ,  —  Escríbese  la  traza  con 
que  don  Luis  Antonio  dispuso  en  aqueste 
intermedio  parte  de  su  venganza 834 

CAP.  XC— Concluyese  el  suceso  con  el  in- 
cierto fln  de  don  Enrique •  • .  >     337 


TABLA   I>E   LOS    CAPÍTULOS  425 


Los  dos  Mendozas.  foHob. 


CAP.  XCI.— Historia  sexta  y  última  desta 
primera  parte,  god  el  orig^en,  fundamento 
y  antigüedad  de  la  insigne  Villa  de  Ma- 
drid ,  adonde  sucedió .  —  Descripción  de 
Madrid 341 

CAP.  XCII.— Dase  principio  al  cuento  pro- 
metido, diciéndose  quién  fué  don  Alonso 
de  Mendoza 345 

CAP.  XCni.^Sabesu  esposa  la  distracción 
de  aqueste  caballero,  y  procura  remediar- 
la, y  él,  sospechoso,  venga  su  injusta  có- 
lera en  un  criado  de  su  casa 348 

CAP.  XCIV. — Desaviénense  don  Alonso  y 
sus  hijos,  y  auséotanse  á  la  corte 851 

CAP.  XCV. — Obras  y  lucimientos  generosos 
de  los  dos  hermanos,  por  cuyos  méritos 
granjearon  el  aplauso  del  pueblo 354 

CAP.  XCVI.— Descúbrense  émulos  contra  la 
virtud  de  aquestos  caballeros,  mientras 
ellos  discurren  en  sus  loables  ejercicios. .     857 

CAP.  XCVII.— Prosigúese  el  suceso  de  este 
día 360 

CAP.  XC VIII.— Escríbese  el  papel  de  esta 
dama  y  otro  semejante  accidente  para  los 
dos  hermanos 868 

CAP.  XCIX.  — Habla  don  Fadrique  á  su 
dama,  partiendo  á  Barajas  él  y  don  Die- 
go; al  siguiente  día  tienen  allí  varios 
acaecimientos 866 

CAP.  C— Desafío  del  Marqués  y  su  primo  .> 


426  CÉSPEDES  Y  MÍENESES 


Folios. 


k  los  dos  Mei)dozas  y  el  efecto  que  hubo.     370 

CAP.  CI. — Discúrrese  en  la  corte  sobre  el 
caso  pasado,  quedando  los  dos  Mendozas 
en  mayor  crédito. 374 

CAP.  ClI. —  Nuevo  y  peregrino  suceso  en 
los  dos  hermanos 377 

CAP.  Cni. — Vése  don  Diego  con  la  hermo-. 
sa  Hipólita,  cuyos  favores  para  siempre 
le  dejan  prendado  y  más  agradecido 381 

CAP.  Ciy.— Sucédele  á  don  Fadrique,  yendo 
4  ver  á  Leonarda,  otro  notable  caso 385 

CAP.  CV,— Sospechan  los  desvelos  de  Hi- 
pólita sus  padres,  é  indignados,  previenen 
la  venganza dS8 

CAP.  CVI.  —Portentoso  suceso  de  don  Die- 
go de  Mendoza 391 

CAP.  CVIl.  —Vénse  los  dos  hermanos  en  un 
gran  peligro 3% 

CAP.  C VIII.— Cuéntase  el  fin  de  este  fraca- 
so y  lo  que  más  les  avino 399 

CAP.  CIX. — Prosigúese  la  historia  y  el  va- 
lor generoso  con  que  don  Diego  asiste  á 
este  horrendo  espectáculo 403 

CAP.  ex.— Declárase  quién  era  la  dama  de 
don  Fadrique,  su  desengaño  y  afición 406 

CAP.  CXI.— Vuelven  á  Madrid  los  dos  Men- 
dozas y,  juntamente  con  su  historia,  se  da 
fin  á  esta  primera  parte. 410 


FIN 


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B8TA  PBIMBRA  PARTB  8A  ACABÓ  DB 
mPBIXIB  BN  ZABAQOZA,  Á  DOS  DB  JU- 
KIO  DBL  AÑO  DB  1628,  BN  0A8A  DB 
JVAB  DB  LABUMBB,  IMPBB80R  DB  LI- 
BBOB,   BM  LA  CUOHILLBBIa 


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FE  DE  ERRATAS 


padei  abaolnt 
Aiui.7  OmtI»  Qaniy  ó  Sd: 

ftlfnuDS  de  olsoo        lilgoae  et  de 
Aitlileleí  Artlñolo 

Aptandos  ApUndldoi 


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SB  AOABÓ  DB  UCPBIMIB  BSTH 
LIBRO  BN  GASA  DB  P.  APA- 
LATBGUI)  Á  LOS  DIBZ  T  NUB- 

TB  Días  dbl  mbs  db  abkil 

DB  MOim 


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OBRAS  DE  D.  EffiUO  GOTARELO  T  MORÍ 


El  Condb  Villamediana  .  Estudio  biográfico 
y  critico  con  varias  poesías  inéditas  dd  mismo. 
Madrid,  lb86,  en  4.*',  6  ptas. 

Tirso  db  Molina.  Investigaciones  biobibliogr'á  ■ 
ficas.  Madrid,  1898,  en  8.^,  3  ptas. 

Vida  y  obbas  db  Don  Enbiqub  db  Yillbna.  Ma- 
drid, 1896,  en  8.^,  2  ptas. 

Estudios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña. I.  María  Ladvbnant  t  Quira.ntb^  primera 
dama  de  los  teatros  de  la  corte.  Madrid,  1896,  en 
8•^  2  ptas. 

Estudios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña. II.  María  ddl  Rosario  Fernándbz  {la  Ti- 
rana). Madrid,  1897,  en  8.<>,  3  ptas. 

Ikiartb  y  su  época.  Obra  premiada  en  público 
certamen  por  la  Real  Academia  Española  é  impre- 
sa á  sus  expensas.  Madrid,  1897,  en  4.^  mayor,  15 
pesetas. 

El  supuesto  libro  de  Las  Qubrbllas  del  Bey  Don 
Alfonso  el  Sabio.  Madrid,  1898,  en  4.^  (agotado). 

Discurso  de  ingreso  en  la  Beal  Academia  Espa- 
ñola. Sobre  las  imitaciones  castellanas  del  Quijote, 
(No  se  ha  puesto  4  la  venta.) 

Don  Ramón  db  la  Cruz  y  sus  obras.  Ensayo  jpij 

biográfico  y  bibliográfico.  Madrid,  1899,  en  4.®,  20  -r^ 

pesetas.  (Quedan  muy  pocos  ejemplares.) 

Cancionbro  db  Antón  db  Montoro  {ü  Ropero 
de  Córdoba) j  poeta  del  siglo  xv,  publicado  por  pri-. 
mera  vez,  con  prólogo  y  notas.  Madrid,  1900,  en 
8.^  4  ptas. 

Juan  dbl  Encina  y  los  orígenes  del  teatro  espa- 
ñol. Madrid,  1901,  en  8.^^  (agotado.) 

LoPB  DB  ÉuBDA  v  él  teatro  español  de  su  tiempo, 
Madrid,  1901,  en  8/  (agotado). 


Estudios  de  historia  literaria  de  España,  Ma- 
drid, 1901,  en  8.**,  o  ptas. 

Estudios  sobre  la  historia  del  arte  escénico  en  Es- 
paña, IIJ.  Isidoro  Máiquez  y  él  teatro  de  su  tiem- 
po. Madrid,  1902,  en  8.*»,  6  ptas. 

Cancionero  inédito  de  Juan  Alvabbz  Gato,  poe- 
ta madrileño  del  siglo  xv.  Madrid,  1901,  en  8.®,  2 
pesetas. 

Lazarillo  de  Manzanares,  Novela  española  del 
siglo  XVII,  de  Juan  Cortés  db  Tolosa.  Reimpre- 
sión y  notas.  Madrid,  1901,  en  8.%  2  ptas. 

Comedia  de  SepüLveda  (del  siglo  xvi).  Ahora  por 
primera  vez  publicada:  con  advertencia  y  notas. 
Madrid,  1901,  en  8.*»,  2  ptas. 

El  primer  auto  sacramental  del  teatro  español  y 
noticia  de  su  autor  El  Bachiller  Heosnán  Lópisz 
DB  Yanguas.  Madrid,  1902,  en  4.® 

El  supuesto  casamiento  de  Almanzor  con  una 
hija  de  Bermudo  II,  Madrid,  1903,  en  4.^ . 

Sobre  el  origen  y  desarrollo  de  la  leyenda  de  los 
amantes  de  Terud.  Madrid,  1903,  en  4.** 

Las  armras  de  los  Girones.  Madrid,  1903,  en  4.® 

Teatro  español  del  siglo  XVI,  Catálogo  de  piezas 
impresas  y  no  conocidas  hasta  el  preserde,  Madrid. 
1903,  ©n  8,**,  1  pta. 

Bibliografía  de  las  controversias  sobre  la  licitud 
del  teatro  en  España,  Obra prem,iada  por  la  BibUo- 
teca  Nacional  é  irnpresA  á  expensas  del  Estado. 
Madrid,  1 904,  en  4.^  mayor,  10  ptas. 

Efemérides  cervantinas^  ó  sea  resumen  cronoló- 
gico de  la  vida  de  Miqubl  db  Cb»t antes  Saayb- 
DRA.  Madrid,  1905,  en  8.",  6  ptas. 


^ 


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■'    .S  « 


COLECCIÓN  SELECTA 

DB 

ANTIGUAS  NOVELAS  ESPAÑOLAS 

á  3  pesetas  tomo. 
Publicados: 

"Pozxio  I 


(NOVELAS) 

POS 


D.  Francisco  de  Lugo  y  Dávila 


-•••- 


Toxzio  ZI 

HISTORIAS  PEREGRINAS  Y  EJEMPURES 

POB 

D.  Gonzalo  de  Céspedes  y  Meneses 


En  prensa: 


La  niña  de  los  embustes: 

Teresa  de  Manzanares 

POR 

0.  Alonso  del  Castillo  Solórzano 


■■«•»- 


Preparadas: 


Novelas  de  Miguel  Moreno  y  del  Alférez  don 
Baltasar  Mateo  Velázquez. 


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