MASTER
NEGA TIVE
NO. 93-81440
MICROFILMED 1 993
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A UTHOR:
ARISTOPHANES
TITLE:
COMEDIAS DE
ARISTÓFANES
PLACE:
MADRID
DATE:
1880-81
COLUMBIA UNIVERSITY LIBRARIES
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Master NegalivG //
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88Ar5
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Works Spanlsh Bais.
Ar 1 8 tophanea • j ■■«uiiil^^.
•••Comedlaa de Aristófanes, traducidas dlreota-
mente del griego por D* Fedorioo Baraibar y
Zumarraga ••• Madrid, Imprenta central a cargo
de Víctor Sala, 1880-81«
3 v# 17^ onié (Biblioteca olasioa, t^ 27 ,
34p 42)
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BORN 1835-DIEO 1903
FOR THIRTY YEARS CHIEF TRANSLATOR
DEPARTMENT OF STATE, WASHINGTON, D. C.
LOVER OF LANGUAQES AND LITERATURE
HIS LIBRARY WAS GIVEN AS A MEMORIAL
BY HIS SON WILLIAM S. THOMAS, M. D.
TO COLUMBIA UNIVERSITY
A. D. 1905
I
BIBLIOTECA CLASICA
TOMO X X V 1 1
^
> COMEDIAS
DE
ARISTÓFANES
TRADl^CIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO
POR
D. FEDERICO BARÁiBAR Y ZUMÁRRAGA
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MADRID
IMPRENTA CENTRAL Á CARGO DE VÍCTOR SAlZ
CALLE DE LA COLEGIATA, NÜM. 6
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X.
I
INTRODUCCIÓN.
iCoros de nubes, y graznar de ranas.
Chistes inmundos, mág-ico lirismo.
Comedia aristofánica, que adunas
Fan<i-o y irrandeza. y buscas en las lifíces
De lo real lo ideal! La suelta danza
De tus filados hijos me circunde.
Que nunca el ritmo ni la gracia olvidan
Aun en sus locos. descomi)uestos saltos.
(Mknhndez Pelayo. Carta á mis ami-
gox de Sfinlander con motivo de haberme
regalado ¡a Bibliothhca Guasca de Fer-
mín Didoí.J
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«La gioria escénica de Aristófanes, dice un dis-
creto traductor (1), su influencia sobre el pueblo
ateniense, las numerosas coronas conquistadas en
las fiestas de Baco, hé aquí toda su biog-rafía.» Tal
carencia de noticias tratándose de tan ilustre poeta,
débese, sin duda, á su misma celebridad, que dis-
pensó á los escritores contemporáneos de consig--
nar lo que de todos era sabido, no menos que á la
(1) PoYARD. Aristophane, trad. nouvelle, 6.® éd. París,
1878, \Y¿í¿. 41.
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i
INTRODUCCIÓN
iCoros de nu'ies, y graznar de ranas.
Chistes inmundos, mág-ico lirismo.
Comedia aristofánica. que adunas
Fang'o y irrandeza, 3^ buscas en las hsíce.s
De lo real lo ideal! La suelta danza
De tus alados hijos me circunde.
Que nunca el ritmo ni la gracia olvidan
Aun en sus locos, descompuestos saltos.
(Mkn'éndez Pelayo. Carta ó mis ami-
goa de Santander cotí motivo de haberme
regalado In BiBLiOTHKCA Giíakca de Fer-
mín Didot.J
«La g-loria escénica de Aristófanes, dice un dis-
creto traductor (1), su influencia sobre el pueblo
ateniense, las numerosas coronas conquistadas en
las fiestas de Baco, hé aquí toda su biog-rafia.» Tal
carencia de noticias tratándose de tan ilustre poeta,
débese, sin duda, á su misma celebridad, que dis-
pensó á los escritores contemporáneos de consig--
nar lo que de todos era sabido, no menos que á la
(1) PoYARí). AHstopham, tpad. nouvelle, 6.e éd. París, '
1878, pá^. il.
lISTROiaCClON.
INTRODUCCIÓN.
pérdida de las comedias de sus rivales (1), de las
cuales, á vueltas de la exag-eracion 'natural en el ,
ataque, pudieran haberse recocido muy interesan-
tes datos.
La escasez de. estos llegra al extremo de no sa-
berse á punto fijo la fecha ni el lug-ar del na-
cimiento de Aristófanes. Conjetúrase que debió
ser hacia la Olimpiada 82 (452 años antes de
Cristo), (2) y en Cidatene, demo del Ática, pertene-
ciente á la tribu de Pandion. Asi lo afirman la ma-
yoría de sus biógrafos, por más que alg-unos le
creyeran natural de Egina, de Camira, de Lindo en
Rodas y aun de Naucratita en Eg-ipto (3). Igual-
mente desconocidos son los detalles de su vida de
familia, sabiéndose en junto que su padre se llama-
ba Filipo, y que tres de sus hijos, Araros, Filetero y
(1) Los principales fueron Cratino, Eupolis, Ferécrates,
Hermipo, Aoiípsias, Telecléides, Ci-átes y Platón, de cuyas
comedias sólo se conservan fragmentos. (V. Poetarum co-
micorum gracorum fragmenta post Augustwni MeUecke
recognovit et latine transtidit F. H. Bolhe, Parisiis. Ed. A.
F. Didot, 1855, v Otfrikd Müller, Histoire de la littérature
grecqíie, Irad. par K Hillebrand, París, 1866. Tomo 11,
págs. 433 y siguientes.
(2) El Escoliasta de Zas Ranas, v. 501, dice, con evi-
dente exageración, que era un adolescente cuando concur-
rió al primer certamen dramático en el año 4-27. Lo proba-
ble es que entonces tuviera 25 años por lo menos. El
mismo poeta se pinta en sus comedias como de más
avanzada edad, y en Las Nubes alude ya graciosamente á
su calvicie, que no hay razón para suponer prematura.
(3) V. Scholñ graca in Aristophanem am prolegomenis
grammaticorum. Parisiis, ed. F. Üidot, 1855, p. xvii el sqq.
—Suidas: ^\^i^'o^6L^r^^.—Heliodorus atheniensis in libris
KEpl áxpoTtóXeoí, apud Atheneum, V!, pág. 299, c.
Nicóstrato, se dedicaron también al cultivo de la
Musa cómica. El ñorecimiento de Aristófanes coin-
cidió con la guerra del Peloponeso (4:31-404 antes
de la era cristiana), en cuyo azaroso periodo se
representaron diez de las once comedias que de él
se conservan. Afilióse al partido aristocrático, y
atacó constantemente á los demag-og-os, en cuyas
manos estaba en su tiempo la dirección de la repú-
blica. Con este motivo se atrajo las iras de varios de
ellos, pero muy especialmente de Cleon, que fué su
más constante y encarnizado enemig-o.
Tampoco se sabe si ejerció carg-os públicos, por
más que es de suponer que, dada su g*ran significa-
ción, no dejarían de enconmendársele alg-unos. Se
tiene sólo noticia de que en 4:30 pasó en calidad de
cleruco con otros conciudadanos á la isla de Eg-ina,
recobrada por los Atenienses, con objeto de hacerse
carg-o de los extensos dominios que en ella po-
seía (1).
O por timidez, ó porque la ley ó la costumbre
exig-iesen una edad determinada para presentar
comedias, Aristófanes, como él mismo lo indica (2),
puso en escena las tres primeras que compuso
bajo los nombres de sus dos actores Fidónides y Ca-
lístrato, aunque el público no dejara de comprender
(1) Müller (obra citada, pág. 385) apoya esta noticia en
el testimonio de Aristófanes, los Acarnienses, v. 652, y de
Küster, Aristoph., pág. 14, y Teágenes en los escolios á
la Apología de Platón, pág. 93, 8 (311, Becker).
(2) En Los Caballeros, v. 512, y en la Parábasis de Las
Nubes.
IMRODI'COION.
á quién pertenecían. Fueron estas Los Detalensesy
Los Babilonios (1), de las cuales sólo se conservan
fragmentos, y Los Acannedses, que poseemos com-
pleta. En la primera atacaba Aristófanes la defec-
tuosa educación que se daba á los jóvenes de su
tiempo, presentando ante el coro, compuesto de
una sociedad de g-astrónomos, un debate entre un
joven modesto y virtuoso (jwcppwv) y otro corrompi-
do (xaxairJYwv), análog-o al que éLdusto y el ín^taio
sostienen en Las Nubes, cuyo objeto es, aunque
ampliado y mejorado, el mismo de Los Detalemes.
En la seg-unda, ó sea Los Bahilonios, representa-
da en 426 por Calistrato, el poeta echa por otro
camino, y principia ya la audaz empresa en que no
cejó un pimto de hacer del pueblo mismo, de la
constitución ateniense y de las resoluciones de los
tribunales y la agora, el objeto de sus comedias. En
esta atacó ruda y valientemente, ante el inmenso
público que concurría al teatro en las brillantes
fiestas Dionisiacas, á muchos magistrados, y espe-
cialmente al arrog-ante Cleon. El demagog'o sintió
en el alma la ofensa y trató de 'angaria citando
ante el Senado á Calistrato, que era, por decirlo asi,
el editor responsable, y acumuló sobre él tales
insultos, calumnias y amenazas que le pusieron á
dos dedos de su ruina (2). Contra Aristófanes
INTRODUCCIÓN.
S
(!) De Los Detalemes se conservan 41 fragmentos y 23
de Los Babilonios, reunidos en la edición greco-latina
de Aristófanes, dada á luz por F. üidot en Paris, 1877.
(2) V. Los Caballeros, 377. Algunos creen que la pri-
mera acusación fué también contra Aristófanes, pero el
valióse para inutilizarle de medios indirectos, pre-
sentando la g'rave acusación de usurpación de los
derechos de ciudadano, Ypa<pTi Jevíoec, de que el poeta
consiguió ser absuelto. La animosidad que entre
ambos existía adquirió con esto las proporciones
de un odio mortal, que estalló con una violencia
sin ejemplo en la célebre comedia Los Caballeros^
cuarta de las compuestas por Aristófanes y pri-
mera de las presentadas con su nombre. Siguieron
á esta otras, hasta cuarenta y cuatro, de las cuales
sólo se han conservado once, que son, además de
Los Acaniieuses ('A^apví5<;) y Los Caballeros ('iTrirtici
ya citados, Las Nubes (Nácp£>at), Las Avispas (Scpfjxeff),
La Paz (Eipi^vTj), Las Aves ("OpviOEc), la Lisistrafa
{Au<Jt7tpáTTi), Las FieslaS de CértS (Oejaotpoptá^oujai),
Las Ranas (Báxpa^^ot), Lis Junteras (ExxXtjjiá^oujat) y
el Pinto (n).oDTo;) (1).
público no podia menos de aplicar las pnlabras de Im-
eeopolis:
AÚTÓc; x' ¿[xaÚTOv, úiió KXéíüvo;, airaBov
'EríaxajjLat, etc.
al actor que las declamaba, que era Calistrato, encargado
de desempeñar el papel de protagonista en las comedias de
carácter político.
(1) Los títulos de las restantes son: AatxaXí};, BabuXtbvtoi,
Níjjot, OXxáSsc, íleX'ypYot, IIoítijic, IIoXúySo;, Hki^vAc
xaxaXajifiávouaai, Ta^Tiviaxai, TeXjjLTiaíi;, TptcpáXri;, <í>oívi<j(Tat
''íipai. Estas veintiocho comedias con las once del texto
hacen sólo treinta y nueve, pero es de advertir que de Las
INTRODUCCIÓN
Ignóranse, por último, la época y las circunstan-
cias de la muerte de Aristófanes, conjeturándose
únicamente que debió ocurrir siendo de edad bas-
tante avanzada, pues su Pinto reformado se repre-
sentó en el año 390, cuando el poeta debia estar ya
en los 62 de su edad, y aún compuso después el
Cácalo y el Eolosícon , bien que estos se pusieroa
en escena por su hijo Araros.
Hechas estas indicaciones biog-ráficas, pasemos
ya á ocuparnos del teatro de Aristófanes, diciendo
antes, para juzgarle con el debido acierto, alg-o
sobre el origen y carácter de la antigua comedia
ateniense, de que fué principal cultivador y es ge-
nuino y único representante (1).
La comediajr la tragedia sabido es que nacieron
enlas^fiestas de Baco, cuyo culto, vario sobre ma-
nera, contenia una multitud de elementos dramá-
ticos (2). Pero así como la segunda, inspirada ea
las fiestas Lencas, tuvo un carácter triste y serio,
conforme á los sufrimientos aparentes del dios en
aquella solemnidad conmemorados, la primera, na-
NuheSy La Paz, Las Fiestas de Céres, e\Pluío y el Eolosi-
con, se hicieron dos ediciones. Para más detalles, véanse
. De Aristophanis fabularum numero et nominibus, en la
edic.on Dindorf-Didot, pág. 4í5 y siguientes, y las notician
que preceden á nuestra traducción de cada una de las
conservadas.
(1) En la colección de los poetas cómicos deMeinecke,
antes citada, puede verse el inmenso tesoro de comedias
que se ha perdido. El índice de poetas comprende 451
nombres v se conservan los títulos de 4.414 obras.
(2) Vid. Müller, t. II, pág. 456.
INTRODUCCIÓN
cida en las Dionisiacas campestres, fiestas de ven-
dimia en que el placer de ver terminadas las fae-
nas agrícolas y llenos trojes y lagares sejnanifes-
taba con todo géiiero de locuras, lleva hasta en sus
menores detalles impreso el sello de la más des-
compuesta alegría. Parte muy principal de estas
fiestas era el cornos (x^ij-o;), festín animado y bu-
llicioso sazonado con picarescos chistes y cancio-
neadesobremesa, al fin de las cuales los convida-
dos, perdiendo su gravedad, se entregaban medio
beodos á danzas irregulares y desenvueltas y en-
tonaban á coro un entusiasta himno á Baco en que
al dios del vino se asociaban Falo y Fáles, repre-
sentantes de la fuerza generatriz de la naturaleza.
A -esta canción báquica se la llamaba la Comedia,
es decir, el canto del banquete, según la fuerza
etimológicT^3FTa palabra (1), y solia repetirse en
una procesión que á continuación del festín se or-
ganizaba. Los comensales, disfrazados con abigar-
rados vestidos, grotescas máscaras, enormes coro-
nas de hojas y flores, y tiznados de heces de vino y
otras sustancias colorantes, recorrían encaramados
en carros de labranza el demo ó villa en que la
fiesta tenía lugar.
Una vez celebrado el dios causa de su alegría,
esta especie de ebria mascarada buscaba como
blanco de sus burlas al primero que se ofrecía ante
su vista, y lanzaba contra él desde la carreta, em-
(4) Otros creen que viene do xwfATi, en cuyo caso Co-
media significarla canto de aldea.
INTRODUCCIÓN.
brioa del futuro tablado escénico, un verdadero di-
luvio de irrespetuosos chistes, sacando á pública
verg-üenza todos los defectos, y saltando las barre-
ras del pudor entre las carcajadas y aplausos de la
multitud que los rodeaba é iba eng-rosando á cada
instante. En Las Ranas de Aristófanea.eBCüiutemos
vestig-ios de la costumbre que estamos indicand' > ,
pues en ella el coro de Iniciados, después de haber
ürig-ido sublimes himnos á Dionisío-Iao.o^ los in-
rerrumpe sin transición alg-una, para exclamar:
<¿Querej£queii03 burlemos j untos de Ar quedemo*:?»
Jircunstancia que con otras sirve de base al in-
signe MüUer para considerar las improvisadas bur-
las de los falóforos como parte esencial del canto
báquico.
El cómo y cuándo este rudimento de comedia se
perfeccionó y tomó carta de naturaleza en Atenas,
convirtiéndose las farsas de la aldea en espectáculo
artístico digno de ser saboreado por los ciudadanos
más cultos, es cosa que no está bien averig"iada .
Dejemos á un lado la historia de su oscura g-esta-
cion, desconocida para los mismos Grieg-os, y ha-
gamos notar tan sólo que este g-énero dramático,
aun después de su perfeccionamiento, conservó en
el fondo todos los caracteres de su origen, siendo,
por tanto, la antigua comedia ateniense una com-
posición enteramente distinta de las que con ig-ual
título cultivaron Menandro y Filemon, imitaron
Plauto y Terencio y se representan en nuestro mo-
derno teatro. Así, al aquilatar su mérito evitaremos
el grave error en que escritores de nota han iiicur-
IMRODUCCION.
9
rido, porque como dice Schlegel (1), «para juzgar
»acertadamente al antiguo teatro cómico, es nece-
»sario prescindir por completo de la idea de lo que
»en la actualidad se llama comedia y los Griegos
»designaron también con el mismo nombre. La co-
» media antigua y la nueva no se distinguen sólo por
»diferencias accidentales, sino que son absoluta y
»esencialmente diversas. Jamás podrá considerarse
»la antigua como el principio grosero de un arte
»perfeccionado después; al contrario, constituye el
»género original y verdaderamente poético, mién-
»tras la nueva únicamente presenta una modifi-
»cacion más cercana á la prosa y á la realidad.»
Nacida la comedia en las regocijadas fiestas Dio-
lüsiacas, conservó siempre como carácter distintivo
y esencial la alegría franca y desenvuelta que en
el canto del cóaios y los subsiguientes himnos falo-
fóricos é itif alíeos dominaban. Buscando los poetas
la fuente de lo cómico, y huyendo en sus compo-
siciones de cuanto pudiera ser grave y serio, pre-
sentaron los errores, inconsecuencias y debilida-
des de los hombres como resultado natural del
imperio de sus apetitos y de casuales accidentes
sin desastrosas consecuencias. Comprendiendo que
la alegría rehuye todo fin determinado, y que asi
como cuando llega á apoderarse de un individuo
se manifiesta por saltos desordenados, gritos, car-
cajadas sin motivo, atrevidas burlas, hasta llegar á
(1) Cours de littérature dramatique^ trad. de ralUm.
Paris, 1814, tomo I, págs. 293-295.
40
INTRODUCCIÓN.
INTRODUCCIÓN.
il
una especie de delirio, prescindieron por completo
en sus piezas de todo plan y presentaron la Musa
cómica á modo de bacante ebria c[iieya se eleva á
reg-iones ideales, revelando en medio de su beodez
la pura esencia de su naturaleza divina, ya des-
ciende al fang-o de la realidad más repug-nante;
que enlaza en medio de un caos sin objeto aparente
sublimes himnos y obscenas g-roserias, sabios con-
sejos y virulentas sátiras; y que aspirando á la
virtud y á la justicia, propone su ideal á los espec-
tadores entre el bullicio del licencioso cordan y las
torpes imág-enes del falo. Recordando las improvi-
saciones carnavalescas y las ocurrencias imprevis-
tas de los falóforos, presentaron sus obras en el
tablado escénico comojiiiaJiíniensa- chaiiza,^como
una especie dp bromazo universal, si se nos per-
mite la frase, en que no escapan impunes ni filó-
sofos, ni g-enerales, ni estadistas, ni poetas, ni
oradores; en que se revelan los misterios más re-
cónditos de la vida de familia; en que se cruza el
rostro con el látigo de procaz ironía al pueblo
que presencia, pag-a y juzg-a el espectáculo y á los
mismos dioses, en cuyo honor se celebra.
De esta suerte la comedia, embriag-ada, por
decirlo asi, con su propia alegría y levantada en
alas de la imaginación, pasó pronto de la censura
del ciudadano particular á mostrar bajo su aspecto
cómico, dice un escritor ya citado (1), «toda la
»constitucion social, el pueblo, el gobierno, la raza
(1) Sclilegel.
i>de los hombres y la de los dioses, dándoles la fan-
»tasía con los brillantes toques de su pincel los co-
»lores más vivos y originales.»
Atenta únicamente la comedia antigua á rendir
Cülta^il dios dg la.alegría^ y apegada siemru:fí.á sus
^^adickuies, no trató en sus censuras de evitar las
personalidades (1); todo lo contrario, designaba al
vicioso por su nombre, le presentaba con su propia
fisonomía, y si acudía al teatro, Ld señalaba con el
dedo. De^ óíró modo hubieran parecido insípidas
sus sales á los espectadores, ávidos de hallar en ella
pasto á su natural malignidad, pues es de advertir
que el público que acudía á las representaciones
escénicas no era, como en los teatros modernos, en
escaso número y formado de las clases más ilustra-
das, sino el pueblo en masa, que buscaba en aquel
espectáculo una distracción análoga á su gusto.
Por consiguiente, los poetas quizá hubieran sido
silbados implacablemente si, prescindiendo de per-
sonalidades, única parte de la comedia inteligible
para la mayoría de su auditorio, se hubiesen con-
cretado á presentar obras de pura imaginación
como las modernas.
De aquí el carácter predominantemente política
que, conformándose á la afición á intervenir en el
(1) EupoUs atque Cratinus Aristophanesque poetes
A¿que alii, quorum comoedia prisca vircrum est.
Si quis erat dignus describid quod malus aut/ur^
Quod moechus foret^ aut sicarius, aut alioqui
Famosus, mulla cum libértate notabant.
(Horacio, Sat. iv, lib. i.)
INTRODUCCIÓN.
13
12
INTR0l»rCC10N.
gobierno y á la constitución democrática de Atenas,
Ueg-ó á revestir la comedia antigua, convirtiendo
la escena en una segunda tribuna y juzgando con
una audacia sólo posible dado el buen sentido de
los Atenienses, las decisiones que el pueblo adop-
taba en la Agora y proponiendo además reformas
y medidas que le han dado cierta semejanza con la
prensa periódica moderna. Asi es que, no contenta
todavía con las alusiones más ó menos directas que
en el decurso del diálogo van como bordando el velo
alegórico que constituye generalmente la trama de
las mismas, habia un punto en que toda ficción se
suspendía, en que se cortaba la acción, y el poeta
se presentaba frente á frente á los espectadores,
para decirles paladinamente en la Pardbasis cuanto
creia oportuno sobre los más graves negocios del
Estado ó sus asuntos particulares. En ella el^cori-
fep^ -quitándose la máscara, no es ya un simple
actor qiíe7e7líríg^eá'^ los concurrentes á un espec-
táculo, sin^elorador que arenga á una asamblea.
De este modoTcomo afirma PTaton con una ironía
que manifiesta el extremo á que la influencia de
los cómicos alcanzaba, la república ateniense llegó
á ser una Teatrocmcvt verdadera (1).
En esta forma determinada llegó la comedia á
Aristófanes, quien no introdujo en ella más modifi-
caciones que las que un ingenio superior da inevi-
tablemente á cuanto toca con sus manos. ¿Habrá,
pues, derecho á exigirle en sus obras méritos y
(1) Las Leyes, lib. iii.
perfecciones impropios de las mismas, dada la di-
ferencia esencial que hemos señalado entre la anti-
gua comedia y la moderna? ¿No podría el poeta
favorito de las Gracias, rechazar como imperti-
nente el interrogatorio á que el Abate Andrés le
sujeta al hacerle comparecer ante la autoridad de
su critica? (1) ¿No tendría derecho cuando]el erudito
Aristarco le exige un plan bien ideado y regular,
una acción ligada, bien seguida y acabada, pintu-
ras justas y fieles, caracteres bien expresados y
distintos, y afectos bien manejados, á contestarle:
todo eso que echas de menos en mis dramas es
grave y serio, y en su composición yo no he
tenido más objeto aparente que la alegría; y la
ñ\p'.Qr\f\. ^ól<;> fiviste cuando se rechaza todo plan y
toda traba; cuando sedesarroTlan"de~irn modómes-
perado todas las íacultadeá jde nuestra^alma; cuan-
do el pensamiento abandona sus trilladas sendas y
vuela por la región de lo imprevisto; cuando se
reúne lo extraordinario, lo inverosímil, lo maravi-
lloso y lo imposible con las localidades más cono-
cidas y los usos más familiares; cuando se inventa
una fábula atrevida y fantástica, con tal que sea
propia para sacar á luz caracteres extravagantes y
situaciones ridiculas; cuando con la rapidez del
rayo se arranca su máscara al vicio y se disimula
la indignación bajo una estrepitosa carcajada;
cuando, en una palabra, se toman como á juego
(i) Origen, ¡)rogresos y estado actual de toda la lUera-
tura, cd, Mailriil, 1787, tomo iv, p. H8.
'íl
u
INTRODUCaON.
INTRODUCCIÓN.
15
las cosas más graves y se presentan bajo el disfraz
de divertida chanza? (1)
Para convencerse de que Aristófanes fué, en
efecto, dig-no intérprete de Talla, y de que poseyó,
como nadi3, ese talento especial y precioso de re-
gocijar los ánimos, al que se ha dado el expresivo
nombre de vis cómica^ no hay más que leer sin
preocupaciones sistemáticas ni espíritu de escuela
cualquiera de sus obras, y no se podrá menos de
confesar que la serie de escenas que las constitu-
yen revelan tal ing-enio, tal profusión de sales y de
gracias, que si el aparato escénico, los trajes, las
danzas y la música eran dignas de las concepcio-
nes del poeta, debieron producir en los espectado-
res, dice MüUer, una verdadera embriag-uez có-
mica.
No se crea, sin embarg'o, que la comedia es -en
manos de Aristófanes un simple jueg-o de la fanta-
sía, propio sólo para divertir á los niños y á la
plebe más rústica y soez. Todo lo contrario. Pare-
cida á aquellas g-rotescas imág-enes de sátiros que
contenían en su interior la estatua de una divini-
dad, oculta siempre bajo el revuelto vaivén de sus
locuras, liviandades y chocarrerías, el oro de un
profundo pensamiento moral y la constante aspi-
ración á un ideal más perfecto, buscado entre las
heces de la realidad.
Perfectamente persuadido Aristófanes de la altí-
sima misión de los poetas, lleno de ardiente patrio-
tismo, y amante de la justicia y la virtud, ataca,
como Cervantes, con aquellas terribles ¿f radas ^
(jjoSspáí '/óLpnoL^ (1), de que poseía inagotable caudal,
tdosl£SjÍ6Í93-y-,abnsos q[ue j^ en su. tiempo
la existencia de la república ateniense ó contri-
buían á extraviar el buen sentido en el orden reli-
gioso, literario y moral.
Así es que de las oace comedias que de él se han
conservado, unas son predominantemente políti-
cas, como Los Acar/demeSy Los Caballeros, la Lisos-
trata y La Paz, y se refieren á la guerra del Pelo-
poneso, aconsejan su terminación y atacan ruda-
mente á los ambiciosos demagogos que conseguían
captarse el aura popular; otras, como Las AoispiSy
Las Junteras y el Plato, van dirigidas con espe-
cialidad contra abusos introducidos en la interna
administración de la República por la viciosa orga-
nización de los tribunales y las discusiones de la
Agora, y tratan de atajar el mal que la predica-
ción de ciertas utopías filosóficas podian llegar á
producir; otras, como Las Fiestas de Céres y Las
Ranas, son verdaderas sátiras literarias en las cua-
les el poeta trata de 'cónteneFTadecalenc^íá' del
arlé trágico, iniciada en Eurípides y Agaton;
otras, en fin, como Las- NW)es f Xas iti;í?.?, áCacan
layiciosa educación que á la juventud daban los
g^fistas, ó presentan, en el cuadro más animado y
pintoresco que ha podido crear la humana fanfa-
(1) V. Schoel y Müller, obras citadas.
(4) Vid. en la Antología palatina, ix, ISG, el epigrama
de Antípatro de Tesülónica.
40
INTROmCCIO>
INTRODUCCIÓN.
17
sía^ una especie de resumen de cuantos vicioa^jalüi-
sos y ridiculeces son objeto de especial censura en
leírdemasT
Mas para salir victorioso en esta g'ig'antesca lu-
cha contra la injusticia, las preocupaciones y el
error, el poeta hubo de acudir á todos los resortes
de su ingenio, y dobleg-arse á la dura necesidad de
dar g-usto lo mismo á la parte más sensata de su
auditorio, que era naturalmente la menor, que á la
multitud ig-norante, grosera y afiliada por añadi-
dura á un partido contrario al que Aristófanes se
creia obligado á defender. Por eso, sin dada, y te-
niendo además presente la derrota de Cratino, ex-
pulsado del teatro por no haber sazonado su co-
media con los inmundos chistes que eran de rigor,
nuestro poeta mancha con excesiva frecuencia el
espléndido ropaje de su Musa con impiidicas sales,
licencioso» -euadrovícases malsonantes, equívocos
bajos y pueriles, y recursos escénicos de pésimo
gusto y mala ley. Al decir esto, no pretendemos
defenderle á fuer de ciegos apologistas; pero si
creemos oportuno advertir, como circunstancia que
atenúa notablemente la gTa vedad de esas faltas,
que más que del poeta son de la corrompida socie-
dad y de la época en que vivió, á la cual, si le in-
dignase el verse pintada tan al vivo y con tan re-
pugnantes colores, pudiera decirse con Quevedo:
Arrojar la cara importa,
Que el espejo no hay porqué.
Pues es de notar que entre los méritos que,
aparte de los literarios, hacen sobremanera intere-
sante el teatro de Aristófanes, figura en primera
línea el de ser un verdadero retrato de la Repú-
blica ateniense en el interesante período de la
guerra del Peloponeso, así como el más completo
monumento que de las costumbres griegas nos ha
legado la antigüedad. Y tan exacto es esto, que se
cuenta que deseando Dionisio el Joven conocer á
fondo la situación de Atenas, el divino Platón le
envió como el libro más adecuado las comedias de
Aristófanes; y en nuestros días, para citar un solo
testimonio entre mil, el docto Macaulay (1) las
prefiere para igual objeto á las admirables histo-
rias de Tucídides y Jenofonte.
Entiéndase, por supuesto, que al utilizar los dra-
mas de Aristófanes como documentos históricos,
hay que proceder con la necesaria discreción para
prescindir de todas aquellas exageraciones, errores
y aun calumnias en que el espíritu de partido, la
enemistad personal, el amor propio lastimado y
otras debilidades humanas hicieron incurrir al
poeta, especialmente al ocuparse de Lámaco, Cleon,
Eurípides y Sócrates.
Pues aunque Aristófanes, según él mismo dice y
manifiesta, creia obrar siempre á impulsos de un
pensamiento generoso, como no era ni un sabio ni
un santo, no pudo librarse en todas sus censuras
del ofuscamiento de las pasiones y el error. Por eso
(4) Estudios literarios. Tr. de M. Juderías Bender,
Madrid, 1879, pág. 384.
ix
IMKODIUXION.
INTRODUCCIÓN.
49
confundió lastimosamente á Sócrates con aquella
muchedumbre de sofistas, corruptores del arte y
de la moral y pelig-rosos maestros de la juventud,
y envolviéndole quizá en el profunde aborreci-
miento que sentia contra Eurípides, de quien el
ilustre filósofo fué amig-o, le escarneció en Las Nu-
bes, sembrando las calumnias que veinticuatro
años más tarde sirvieron de base á su ccndenaciou.
Fué esta una falta de que no habremos de discul-
parle, por más que ni seriamos los primeros, ni
faltarían razones sólidas que aleg-ar; pero creemos
sumamente injusto el que algunos críticos, ha-
ciendo solidarios los errores del hombre con los del
literato, se ensañen por este motivo contra Aristó-
fanes hasta el punto de neg-arle, por decirlo así, el
pan y la sal, y tratar de expulsarle ignominiosa-
mente del Estado de las letras, sin darle siquiera
aquella honorífica corona que Platón concedía á los
vates al desterrarlos de su República ideal.
Ai hacer esta indicación, bien se comprenderá que
nos referimos especialmente á Plutarco ^1), que en
su violenta diatriba contra Aristófanes en paran-
o-on con jVIenandi-o, punto de partida de muchas
críticas posteriores, aparte de comparar la poesía
aristofánica á una vieja é hipócrita ramera, tan
insoportable á las personas sensatas como á la
más abyecta multitud, lleg-a hasta motejar su
( l) R icARD ((^Juvres morales de Plufarq^J^, trad. enjran-
cois, Pans, 4789, t. \l, p. ^íGi) atribuye el injusto juicio
de Plutarco á haber alaeaao Yristófanes? á Sócrates en Las
Nubes,
astilo, desconociendo aquel aticismo seductor,
encanto de San Juan Crisóstomo, y en cuyo honor
compuso Platón, autoridad nada sospechosa en la
materia, el sabido dístico en que se hace del alma
de Aristófanes el indestinictible santuario de las
Gracias.
Se necesita, en efecto, todo el apasionamiento y
ceg-uedad del autor de un tratado sobre la Malig-
rndad de Herodoto para neg-ar al leng-uaje de Aris-
tófanes esa .magia indescriptible , eseperf ume
dfílir.ioso-jme se percibe todavía á pesar del tras-
curso de tantos sigilos, raro conjunto de elocu-
ción sublime y familiar, de eleg-ancia y rudeza,
de g-iros g-rañosisímos^ezclados^á palabras" de
incomensurables dimensiones, siempre exacto, pu-
ro, ñexible, conciso y espontáneo, y siempre enca-
jado por decirlo así, en la pauta de una versifica-
ción rica, variada, armoniosa é irreprochable.
Mucho pudiéramos decir todavía sobre el Teatro
de Aristófanes y los encontrados juicios á que ha
dado lug-ar, pero creemos que las observaciones
apuntadas bastan para preparar el ánimo del
que emprenda la lectiu'a de sus comedias con la
imparcialidad debida. Sólo nos resta, pues, recla-
mar mucha indulg-encia para nuestra traducción,
que por ser nuestra y la primera que aparece en
leng-ua castellana, necesariamente debe adolecer
de infinitos defectos. Al hacerla hemos seg'uido el
texto de Aristófanes, correg-ido por Dindorf y publi-
cado en 1867 por Fermin Didot en su Bibliotheca
grcRca^ habiendo tenido también á la vista, entre
Í20
INTRODUCCIÓN.
otros trabajos, las ediciones de Brunck (Londres,
1823), Boissonade (Paris, 1826) y Ber^ck (Leipzig*,
1867). Para las notas, que necesariamente han de
abundar en un autor todo alusiones, parodias y ale-
«•orías, hemos acudido principalmente á los escolios
g-riegos, procurando apartarnos en ellas de todo
cuanto pudiera parecer de mera erudición. Y final-
mente, en la versión hemos procurado ceñirnos todo
lo posible á la letra, adecentando á menudo con el
velo de la perífrasis sus obscenas desnudeces, y
poniendo al pié la interpretación latina de Brunck,
excepto en aquellos pasajes, poco frecuentes por
fortuna dadas las costumbres griegas, en que lo
nefando del vicio nos ha oblig-ado á suprimirlos
ó á dejarlos en el idioma original.
LOS ACARNIENSES.
KOTICÍA PRELIMINAR.
Cuando se representaron Lo,^ Acar/de/ises, ha.cía
ya seis años que la guerra llamada del Peloponeso
tenía en conflagración toda la Grecia, y, sem-
brando por do quiera la discordia, la desolación y
la muerte, anulaba el resultado de los épicos com-
bates de Maratón, Salamina y las Termopilas, y
preparaba sensiblemente la ruina de la nacionali-
dad helena. No siendo preciso á nuestro propósito
el entrar en minuciosos detalles sobre el particu-
lar, remitimos á los que deseen conocerlos á las
obras de Tucidides, Diodoro Siculo, Plutarco y
otros (1), donde podrán satisfacer su curiosidad
cumplidamente, y nos limitaremos á espigar en el
vasto campo de sus escrito;? las noticias más nece-
sarias para la ilustración de Los Acardienses.
( l) Historia de la Guerra del Peloponeso; Diodoro Sículo,
Bibliotheca histórica, Lib. xu; Plutarco, Vitoe Parallela.
Feríeles; Doowell (Henr.) Annales Thucydidei et Xeno-
pkonteiíiú calcem operis ejusdem deeyclis. Oxonii, 1710.
i>;
NOTICIA PRKLIMLNAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
25
Algunos jóvenes de Atenas, después de haberse
embriag-ado jugando al Cótabo, se dirigieron á
Megara y robaron á la cortesana Simeta. Los Me-
garenses, en revanclia, arrebataron á Aspasia dos
de sus más íntimas amigas (1). Entonces Feríeles,
cediendo á las instigaciones de la hermosa y dis-
creta hetaira, y más que todo, ala necesidad de
sostenerse en el poder por medio de una guerra
que le hiciese indispensable y distrajera á los Ate-
nienses, hizo aprobar el célebre decreto que cas-
tigaba con la pena capital á todo ciudadano de
Megara que fuese cogido dentro del territorio del
Ática. Los Megarenses solicitaron, pero inútil-
mente, la derogación de este decreto, y vanas fue-
ron también las reclamaciones hechas por los La-
cedemonios. Feríeles se opuso con toda su influen-
cia, y el decreto no se derogó. Tal fué el pretexto
de aquella guerra funesta; pretexto decimos, por-
que la verdadera causa que la hizo completamente
inevitable fué, como apunta el perspicaz Tucídi-
des (2), el recelo y justificado temor que á los La-
cedemonios inspiraba el siempre creciente poderío
de Atenas. No dejaba de haber, sin embargo, en-
tre ambas repúblicas otros poderosos motivos de
resentimiento; pero Flutarco (3) da por seguro que
los Espartanos jamás se hubieran puesto á la ca-
beza de la liga, si el decreto contra Megara hu-
(1) Aristófanes, Los Acarnienses. v. S24 v sig.
(2) Historia de la Guerra del Pelopo^iieso] I, 23.
(3) Vida de Feríeles.
biera sido revocado , estando acorde en este punto
con lo que Aristófanes dice en su comedia.
La mayoría de los Atenienses, acostumbrados á
vivir hasta entonces en el campo con esa indepen-
da, abundancia y libertad que hacen la vida rús-
tica tan agradable, viéronse obligados á buscar un
refugio en la capital con sus mujeres é hijos,
enviando sus ganados á la Eubea, y abando-
nando sus hogares y tierras cuando apenas habían
concluido de repararse los estragos causados por
las recientes guerras médicas. «Desamparaban He--
nos de dolor, dice Tucídides (1), las habitaciones
y los templos á los cuales una larga posesión
parecía ligarles; y al renunciar á su modo de vi-
vir, creían dar un adiós eterno á su pueblo na-
tivo.» La pena que naturalmente les hizo experi-
mentar la concentración, se exacerbaba cada día
por lo incómodo de los alojamientos que en Atenas
pudieron proporcionarse. «Muy pocos, dice el his-
toriador citado (2), hallaron acogida en las casas
de sus amigos y parientes; los más se establecie-
ron en los sitios deshabitados de la ciudad, en los
lugares consagrados á los dioses y á los héroes, en
todas partes, en ñn, excepto en la Acrópolis, el
Eleusinion (3), y otros recintos sólidamente cerra-
dos. El mismo Felásgicon (4), á pesar del oráculo
(\) Historia de la Guerra del Peloponeso, IL 16.
(2) HisL, II, 17.
(3) Templo de Ceros Eleusinia, situado al Norte de la
Acrópolis, cerca de la Agora.
Espacio situado á lo largo del muro septentrional
26
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
27
que á su ocupación se oponía, fué también inva-
dido, é ig-ualmente las torres de las murallas.» Todo
esto no era suficiente, sin embargo, para la in-
mensa afluencia de refugiados, y la mayor parte
vivían mezquina y desastrosamente faltos de aire
y de luz, sujetos á todo género de privaciones y
miserias (1), y expuestos más tarde al furor de la
espantosa peste que repetidas veces desoló á Ate-
nas durante el decurso de la guerra. La influencia
de ésta, como no podia menos, dejóse muy pronto
sentir, introduciendo perturbaciones en el orden
político y social. La discordia tiranizaba las ciuda-
des; todo eran disensiones y atroces venganzas; las
ambiciones más bajas y viles tenían espacio abierto
donde tender las alas; la codicia era causa y oca-
sión de enriquecerse en los frecuentes tumultos; la
calumnia estaba segura de ser oída y aceptada, no
menos que la audacia irreflexiva ó criminal de con-
seguir el favor de la desenfrenada muchedumbre; |
y á tal extremo llegaron el desorden y la perver-
sión, que se cambió arbitrariamente la acepción de
las cosas y palabras. «La inconsiderada temeridad
»se tuvo por valor á toda prueba; la calma prudente
»por hipócrita cobardía; la moderación por pretexto
»de timidez; y una inteligencia poco común por
»una grande inercia. El ciego arrojo fué el distín-
»tivo del valiente; la circunspección un especioso
(le la Acrópolis, construido por los Pelasgos (Herodoto,
Historia, VL, 137). A semejanza del poMosHum romano, de-
Lia permanecer deshabitado y vacío.
{i) Aristófanes. Lo.s Caballeros, v. 780.
^subterfugio. Al hombre violento se le consideraba
»como el más seguro; y al que se le oponía, como
^sospechoso. El colmo de la habilidad era tender
x>asechanzas á sus enemigos, y sobre todo el eludír-
»las, y en cambio, al que rehuía tan bajos medios
»se le acusaba de traidor y pusilánime. Los vínculos
»de la sangre eran más débiles que el espíritu de
» partido; éste, en efecto, ligaba más fuertemente á
»los hombres, por lo mismo que sus asociaciones no
»se pactaban bajo el amparo de la ley sino con mi-
aras culpables, y en vez de estar sancionadas por
»el santo temor de los dioses, tenían su sola salva-
)i>guardía en la participación del crimen. Se estí-
)i>maba en más el vengar una ofensa que el no ha-
»berla recibido. Los juramentos de paz solo tenían
»una fuerza transitoria que duraba lo que la nece-
» sí dad que los habia arrancado; en cuanto se of re-
acia ocasión no habia reparo en atacar al enemiga
»índefenso, prefiriéndose la vil traición al noble y
^descubierto combate. Manantial de todos estos
x>males fué el afán de dominar instigado por la co-
»dicia y la ambición, envenenado después por las
»pasiones, despertadas al grito de la rivalidad. Los
» jefes de partido ostentaban en sus banderas, unos
»ia igualdad de derechos, otros una aristocracia
» moderada; pero, bajo la máscara del bien gene-
>.ral, sólo trataban de suplantarse mutuamente.
» Daban rienda suelta á sus deseos y rencores, y
xsin más ley que el propio arbitrio, menosprecia-
jí>ban la justicia y el bien común. Llegados al po-
)>der, satisfacían sus odios personales á fuerza de
t
28
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
29
»sentencias inicuas y descaradas violencias. Nin-
»gTino respetaba la buena fe : el dios éxito era el
»único en cuyos altares se sacrificaba; y el perpe-
»trador de algnn negro delito, como supiera encu-
»brirlo con apariencias de honradez , podia estar
»seg'uro de la pública estimación. En cambio, los
»ciudadanos que se mantenían apartados de la po-
»litica, sucumbían al furor de ambos partidos, ya
»por negarse á tomar parte en la lucha , ya por
»envidia á su tranquilidad (1).»
Tan aflictiva situación velase además sobrema-
nera ag-ravada, de un lado por la escasez y carestía
que se dejaba sentir como era natural después de la
devastación del territorio del Ática y elconsig-uieute
abandono de las tareas ag*ricolas, y de otro por una
segrmda invasión de la peste que debilitó extraor-
dinariamente á Atenas, arrebatándole cuatro mil
cuatrocientos hoplitas, trescientos caballeros, é in-
calculable número de los demás habitantes (2). Ade-
más, las esperanzas fundadas en alianzas con reyes
extranjeros hablan meng-uado mucho, y aun no po-
cas se hablan desvanecido por completo, visto el
ning-un resultado práctico de las neg'o elaciones en-
tabladas con Sitálces, rey de Tracia, casado con
una hermana de Ninfodoro de Abdera, y con los
monarcas de Persia y Macedonia. Y para colmo de
males, la sabia y moderada influencia de Feríeles,
victima de la peste á los dos años y medio de la
(i) Historia de la Guerra del Pelopoiieso, lib. 111.
(2) TucíDiDES, 111, 87.
guerra, se vela sustituida por la del demag-ogfo
Oleon, hombre de baja estofa, orador violento y
audaz, ídolo entonces del populacho ateniense,
cuyos bélicos instintos halag'aba incesantemente,
excitándole además contra todos aquellos ciuda-
danos que podian oponerse leg'ítimamente á su
poder.
En tal estado de cosas, las g'entes honradas y pu-
dientes, hartas de ser juguete de ambiciosos é in-
trigantes, compadecidas de la miseria pública,
previendo el desastroso efecto de la g-uerra, cual-
quiera que fuese el vencedor, desconfiando del en-
vío de auxilios extranjeros, anhelando la tranqui-
lidad y el sosiego, se pronunciaron abiertamente
por la paz. Aristófanes, haciéndose eco de tales
sentimientos, compuso entonces Los Acarmemes^
comedia cuyo objeto es demostrar las ventajas de
la paz, y la conveniencia de reconciliarse con La-
cedemonia.
El título de esta pieza 'A^^apv^c viene de AcciTnui
('A)^ápva), demo del Ática, cuyos moradores, toscos
y robustos, ejercían en su mayor parte el oficio de
carboneros. No sin razón escogió Aristófanes el
coro entre los ancianos de aquella comarca, pues
además de estar dotados del belicoso humor que le
convenia para el contraste, el territorio de Acarna
fué de los primeros invadidos, haata el punto que
Arquidamo, rey de Lacedemonia, contaba con la
exasperación de sus habitantes para obligar á los
Atenienses á una decisiva batalla en los principios
de la guerra del Peloponeso. «Creía, en efecto, al
M)
iVOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMI^AR.
M
»tomar posiciones junto á Acama, que suministrdu-
»do sus moradores al Estado hasta tres mil hoplitas,
»no dejarían asolar impunemente sn territorio y
»arrastrarian á todos al combate, ó que una vez
»tolerada la devastación no pondrían ignial empeño
»en defender las haciendas ajenas después de la
»ruina de las propias (1).» El plan de Arquidamo
era acertadísimo. Sólo el tacto exquisito de Feríeles
pudo contener á los Acarnienses y evitar el que en
una sola partida se decidiese la suerte de Atenas.
Los Acarnienses, pues, hablan sido los más cas-
tig'ados por la guerra: seis años hacía que habían
abandonado sus fértiles campos cubiertos de viñe-
dos y los frondosos bosques donde ejercían la in-
dustria carbonera. No fué sin motivo, por consi-
guiente, el elegirlos para formar el coro en una
comedia cuyo fin era aconsejar la paz, y el sacar de
entre ellos el protagonista.
Diceópolis, identificado, como indica su nombre
(ofxatoí, justo, Tzóha, ciudad ), con la idea de lo que
debe ser una república bien administrada , acude
al lugar de la Asamblea decidido á promover una
discusión sóbrela conveniencia de la paz. A pesar
de lo grave de la situación de Atenas, encuentra el
Pnix desierto, y distingue á los ciudadanos y á los
Pritáneos muy distraídos en la Agora con pláticas
insustanciales. El buen viejo recuerda con amar-
gura su vida pasada y su situación presente, y se
confirma más y más en sus proyectos pacíficos.
(\) Tü..íiunF.s, II. iO.
Ábrese al fin la sesión, y Anfiteo, que usa el pri-
mero la palabra, en cuanto propone la paz con La-
cedemonia es arrojado de la Asamblea. Preséntanse
después los embajadores de Atenas al rey de Persia,
acompañados de Pseudartábas, el Ojo dd Rey, y
luego Teoro, enviado á la corte de Sitálces, rey de
Tracia. Diceópolis descubre sus farsas y mentiras,
y exasperado por el robo de su frugal desayuno y
la ineficacia de sus esfuerzos, hace levantar la
sesión y encarga á Anfiteo que pacte para él y su
familia una tregua particular con los Lacede-
monios.
A su vuelta de Esparta, Anfiteo es sorprendido
y perseguido por un grupo de ancianos acarnien-
ses, y sin tiempo más que para entregar á Diceó-
polis su tratado, huye precipitadamente. El furioso
tropel encuentra á Diceópolis cuando se disponía á
solenmizar con un sacrificio su regreso al campo.
La bilis acarniense, inJlíLiHÁhle como iDia ehciwi
seco., se desata contra él y tratan de matarle á pe-
dradas; pero el astuto viejo les contiene amena-
zando hundir su puñal en el seno de un inocente
saco de carbón. Los Acarnienses, enternecidos por
la desgracia que amenaza á un compañero querido,
admiten parlamento. Diceópolis, comprendiéndolo
apurado del trance, acude á Eurípides en busca
de un traje á propósito para producir el patético.
El poeta trágico accede benévolo á las súplicas del
viejo socarre n, y le da á elegir los andrajos de
Éneo, Fénix, Filoctétes y Belerofonte. Diceópolis
escoge por último los de Telefo, que en el guarda-
3S
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
33
ropa de Eurípides se hallaban entre los de Ino y
Tiéstes. Con su disfraz de mendig-o heroico, areng'a
al coro Diceópolis y logra convencer á varios de
sus compatriotas de que no todas las injusticias han
sido cometidas por los Lacedemonios. El resto del
coro, indignado, llama en su auxilio á Lámaco,
g-eneral ateniense, que es también blanco de las
burlas de Diceópolis. Este acaba por abrir su mer-
cado á Meg^renses y Beocios, con los cuales estaba
entonces prohibida toda relación mercantil. Lleg'a
im Meg-arense y da á conocer la espantosa miseria
á que su país estaba reducido. Oblig-ado por el
hambre, se propone vender sus dos hijas disfrazán-
dolas al efecto de puercos, lo cual da lug*ar á una
multitud de equívocos maliciosos. Un sicofanta ó
delator sobreviene durante la corta ausencia del
protag-onista, que al fin le oblig-a á callarse. Acude
lueg-o un Beocio, inundando el mercado de todo
g-énero de comestibles, leg-umbres, caza, aves, an-
g-uilas y otros deliciosos manjares de que hacía
tiempo estaba privada Atenas. La venta es inter-
rumpida por Nicarco, otro delator, que acaba por
ser empaquetado como una vasija en castig-o de su
insolencia. Diceópolis, hechas sus provisiones, se
prepara á celebrar aleg-remente la fiesta de las Co-
pas. Un sirviente de Lámaco, que se presenta á
comprar para su dueño alg'unos tordos y ang*uilas,
es rechazado entre graciosas burlas; pero la peti-
ción de una recien casada es benévolamente aco-
g-ida. El coro pondera las ventajas de la paz y la fe-
licidad de Diceópolis, y un afligido labrador contri-
buye á ponerlas de relieve con la relación de sus
miserias. En esto, una repentina invasión obliga á
Lámaco á partir, no obstante lo crudo del tempor^L
Con tal motivo hay una graciosísima escena abuji-
dante en contrastes cómicos entre los preparativos
guerreros de Lámaco y los aprestos culinarios de
Diceópolis. Parten por fin ambos y vuelven á poco,
el primero herido y magullado, arrojando lastime-
ros gritos, y el segundo sostenido por dos lindas
muchachas, bien comido y bien bebido. Por últi-
mo, las lamentaciones del asendereado general son
ahogadas por las aclamaciones del coro en honra
de Diceópolis, dichoso vencedor en la fiesta de las
Copas.
Esta comedia es una de las más notables de Aris-
tófanes y la tercera que compuso, según la más
acreditada opinión que la coloca después de Los De-
talenses y Los BaUlonios (1). En toda ella se observa
una alegría siempre creciente, y verdadera plétora
de aquellas sales áticss que tan sabrosa hacen la
poesía aristofánica. Las escenas entre Eurípides
y Diceópolis y éste y Lámaco son de mano maes-
tra en su género, como el lector podrá juzgar por
sí mismo, á pesar de lo mucho que con la traduc-
ción se desfigura. La pintura viva y animada de
las ventajas de la paz debió sin duda hacerla ape-
tecible á los más belicosos. Pero el carácter in-
constante y voluble, que Aristófanes echa en cara
(1) r. Arisloph. comcedim^ ed. Firmin Didot, p. 445.-
Schol. Nuh., 5^29.
3
34
NOTICIA PRELIMINAR.
á los Atenienses, hizo sin duda ineficaces sus sa-
ludables consejos. ¡Tanta inñuencia ejercía enton-
ces hasta sobre ciudadanos victimas de los hor-
rores de la guerra la audaz y arrebatada oratoria
de los demagogos!
Esta Comedia se representó el año 425 antes
de Jesucristo, como lo indican varios pasajes
de la misma (1). Calístrato estuvo encargadi? del
papel de Diceópolis, y la representación tuvo lugar
en las fiestas Leneas, que se celebraban en el mes
Gamellón (Enero-Febrerol y ofrecían la particula-
ridad de no admitirse extranjeros á sus espec-
táculos.
[i) Versos 266, S90; 504-508.
PERSONAJES.
Diceópolis .
Un Heraldo.
Anfiteo.
Un Pritáneo.
Embajadores de Atenas, de*
regreso de Persia.
pseudartábas.
Teoro.
'^.oro de acarivienses.
Una Mujer, esposa de Di-
ceópolis.
Una Joven, hija de Diceó-
polis.
Un Triado de Eurípides.
Eurípides.
LA MACO.
Un Megarense
Muchachas, hijas del Mega-
rense.
Un Delator.
Un Pieocio.
NlCARCO.
Un Criado de Lámaco.
Un Labrador.
Un Paraninfo.
Mensajeros (i).
(i) La edición de Dindorf, publicada por Fermin Didot,
que es la que seguimos, no incluye entre los personajes de
esta comedia á los Mensajeros, sin razón para ello, pues
intervienen en la acción y hablan tanto como cualquiera
de los otros secundarios. En la lista no se ponen los per-
sonajes mudos, que son: Jántias, f sclavo de Diceópolis, y
la Madrina de las bodas que aparece en una de las últimas
escenas.
LOS ACARNIENSES.
DICEÓPOLIS (1).
¡Cuántos pesares me han roído el corazón! ¡qué
pocas, poquísimas veces, cuatro á lo más, he sen-
tido placer! Pero mis penas son innumerables
como las arenas del mar; veamos, si no, qué cosas
me han causado verdadero júbilo. Nunca recuerdo
haber gozado tanto como cuando Cleon (2) vomitó
aquellos cinco talentos. iQué aleg-ria! desde enton-
ces amo á los caballeros, autores de esta acción,
(i) El nombre de Diceópolis se compone de dos pala-
bras, Síxaioí; y iróXtc;, que significan ciudadano justo ^ ó ciu-
dad justa. Píndaro da este epíteto á la isla de Egina.
(2) Demagogo ateniense, enemigo encarnizado de Aris-
tófanes, contra el cual lanza éste en sus comedias todo
género de acusaciones. Es uno de los personajes principa-
les de Los Caballeros. Habiendo recibido en una ocasión
cinco talentos de las islas tributarias de Atonas, para con-
seguir rebaja en la contribución que debian de pagar, los
caballeros le obligaron á devolverlos. Y este es el hecho
que causó tanta alegría á üiceópolis.
38
COMEDIAS ÜE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES
m
dig-na de Grecia (1). En cambio, experimenté \m
dolor verdaderamente trág-ico, cuando después de
esperar con tanta boca abierta la aparición de Es~
quilo (2), oí g-ritar al Heíaldo: «Teóg'nis (3), intro-
duce tu coro.» ¡Golpe mortal para mi corazón!
Otra vez g-océ mucho cuando á seguida de Mosco (4),
ejecutó Doxlteo (5) un aire beocio; pero este año
pensé morir víctima del más cruel martirio, viendo
á Quéris (6) disponerse á cantar al modo Ortio (7).
Mas u\mca, desde que me es permitido lavarme
(1) Hemistiquio del Tele/o de Eurípides, al decir de!
FiScoliasts
(-2) Esquilo murió el 456 á. d. C, es decir, 30 años áiiles-
de la representación de Los Acarnienses. Mas en considera-
ción á su mérito, los Atenienses perinitieron á los poetas
modernos concurrir á los certámenes trágicos con sus
tragedias corregidas y arregladas. Suidas dice que Eufor-
raion, hijo de Esquilo, ganó cuatro premios con tragedias
de su padre, que aun no hablan sido representadas.
(3) Poeta trágico, de cuya frialdad se burla más ade-
lante Aristófanes, suponiendo que al representarse sus
dramas se helaron todos los rios de Tracia (v. i40). Los
Atenienses le llamaron por lo misnio ^'«^v la Nieve. Llegó
á ser uno de los treinta tiranos.
(4) Músico detestable.
(r>) Excelente citarista, vencedor en los juegos Píticos.
(6) Flautista y citarista, sin mérito alguno. Aristófanes^
se burla también de él en otros pasajes de sus comedias^
{las Aves, 858; La Paz, 95i). Entre otros defectos, le echa
en cara el de hallarse siempre donde sus amigos se reunían
á comer.
(7) Era un modo vivo y guerrero y que, según indica
su nombre, se cantaba en los tonos más elevados. Arion
(Heroü., Olio, xxiv), antes de arrojarse al mar, cantó un
nomo Ortio, cuya deliciosa melodía le valió el ser salvado
por un delfín.
en los públicos baños (1), me ha picado tanto el
polvo en los ojos como boy, dia de la asamblea or-
dinaria (2), en este Pnix (3), todavía desierto.
Allí se están charlando mis conciudadanos en la
plaza, corriendo arriba y abajo para evitar la
cuerda teñida de rojo (4;. Ni aun los Pritáneos (5)
vienen; eso sí, en cuanto lleguen, aunque tarde,
los veremos empujarse sin consideración, dispu-
tarse los primeros bancos de madera (6) y tomar-
los como por asalto, üe los medios de conseg'uir la
paz, no hay temor de que se ocupen ¡Ah, ciuda-
danos, ciudadanos! Yo soy el primero que acudo á
(i) Es decir, desde la pubertad, porque antes de esa
edad no se permitía la entrada en los baños púbbcos.
{'¿) Las asambleas ordinarias (xúptat) tenían lugar los
días once, veinte y treinta de cada mes. A las extraordi-
narias (joy/Atítoi) se convocaba cuando había asuntos ur-
gentes é interesantes.
(3) Plaza próxima á la Cindadela, donde tenían lugar
las asambleas del pueblo. La palabra Pnix se deriva de
TcuxvuiaOott, apretarse, habiéndosele dado este nombre, tal
vez, por la multitud que en él se aglomeraba en algunos
días de sesión.
(4) Para obligar á los ciudadanos á entrar en el Pnix,
se teííía de rojo una cuerda, que se llevaba á lo ancho de
la agora 6 morcado. La cuerda manchaba el vestido de los
morosos, pudiendo así ser reconocidos y obligados á pagar
la multa de un Iriobolo (medio dracma), en que consistía el
sueldo de los asistentes á la asamblea.
(5) Magistrados entre cuyas atribuciones estaba la de
convocar y presidir las asambleas populares y levantar
sus sesiones.
(6) Los asientos del Pnix eran de piedra (V. Los Caba-
lleros, 751); pero debía de haber algunos de madera, cuya
posesión se disputaban los Pritáneos por ser sin duda más
distinguidos y cómodos.
40
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES.
41
la asamblea y tomo en ella asiento; y al verme solo,
suspiro, bostezo, me desperezo y desahog-o á mi
gusto (1); no sabiendo qué hacer, me entreteng-o en
escribir con el bastón en la arena, en arrancarme
pelillos, en hacer cálculos; y, iñirando al campo,
amante de la paz y aborrecedor de la ciudad, echo
de menos mi aldea, que nunca me decia: «compra
carbón, compra vinag-re, compra aceite;» esta pa-
labra «compra» le era desconocida; ella misma lo
producia todo, sin este eterno «compra» (2) que me
sierra las entrañas. Así es que veng-o completa-
mente decidido á gritar, á interrumpir, á insultar
á los oradores si hablan de otra cosa que de la paz.
Pero ya llegan, aunque al mediodía, los Pritáneos.
¿No lo decia yo? como me fig-uraba, todos se pre-
cipitan sobre los primeros bancos.
UN HERALDO.
Más adelante, más adelante, para que estéis den-
tro del recinto purificado (3).
ANFITEO (4).
¿Ha hablado ya alguno?
(1) n¿poo|jLat,^^¿/(?.
(2) Hay en el texto un juego de palabras intraducibie,
basado en la semejanza de las palabras irpíiüv, sierra, y
irp[o), comprar.
(3) Poco antes de reunirse la asamblea se purificaba
el local, vertiendo sobre los bancos de los Pritáneos algu-
nas gotas de sangre de cerdo. Este sacrificio se ofrecía á
Céres.
(4) La palabra 0£Óc, dios, entra en la composición de
este nombre.
EL HERALDO.
¿Quién pide la palabra?
ANFITEO.
•EL HERALDO.
ANFITEO.
Yo.
¿Quién eres?
Anfiteo.
EL PRITÁNEO.
¿No eres hombre?
ANFITEO.
No; soy un inmortal. Anñteo fué hijo de Céres y
Triptólemo; de él nació Celeo; Celeo se casó con
Fenáreta (1), mi abuela, de esta nació Licino, que
me engendró inmortal. Únicamente á mí permi-
tieron los dioses que pactase una tregua con los
Lacedemonios. Pero yo, Ciudadanos, á pesar de mi
inmortalidad, carezco de los víveres necesarios para
el viaje; porque no me los dan los Pritáneos (2).
EL PRITÁNEO.
¡Hola, Arqueros!
(1) Aristófanes parodia los prólogos de Eurípides, en
los cuales uno de los personajes principales solia exponer
fríamente toda su genealogía. Ifigenia, por ejemplo, pre-
sentándose sola en escena decia, (Vid. Eurip. IJig. m Tau-
ride): «Pelope hijo de Tántalo, cuando vino de Nisa se casó
con la hija de Enomao, de la cual nació Atreo; de Atreo
nacieron Menelao y Agamenón; éste se casó con la hija de
Tíndaro; y yo, Ifigenia, fui el fruto de este himeneo.»
(2) Los Pritáneos estaban encargados de proveer a
las necesidades de los ciudadanos pobres que habían ser-
vido á la república.
4-i
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ANFITEO.
¡Oh Triptólemo! ¡oh Celeo! ¿lo consentiréis?
DICEÓPOLIS.
Pritáneoi?, inferís una injuria á la Asamblea man-
dando expulsar á un hombre que trata de propor-
cionaros una treofua y el placer de colg-ar nuestros
escudos.
EL PRITÁNEO.
Siéntate v calla.
V
DICEÓPOLIS.
No, por Apolo; no callaré hasta que propong-ai»
que se trate de la paz.
ELHER\LD0.
Los embajadores enviados al Rey...
DICEÓPOLIS.
¿A qué rey? ya estoy harto de embajadores, y
pavos reales (1) y fanfarronerías.
EL HERALDO.
¡Silencio!
DICEÓPOLIS.
¡Ah! ¡Ah! ¡Oh Ecbatana (2), qué traje!
(i) Los pavos reales eran muy raros entonces en Ate-
nas y se exponían todos los meses á la curiosidad pública.
Tal vez los embajadores se presentarian en escena con
plumas de pavo real, lo cual explica la exclamación de
Diceópolis.
(2) Residencia de invierno del gran Rey; en el verano
la corte residía en Susa. En Ecbatana se hacía la especie
de vestido llamado ^fWtíía, que sin duda traian los emba-
jadores atenienses.
LOS ACARMENSES.
43
UN EMBAJADOR.
Siendo arconte Eutímenes (1), nos enviasteis al
gran Rey con un sueldo de dos dracmas diarios.
DICEÓPOLIS.
¡Cuántos dracmas, gran Júpiter!
EL EMBAJADOR.
Hemos padecido muchísimo vagando por las ori-
llas del Caistro (2), viviendo bajo nuestras tiendas
blandamente acostados en los carros; ¡muertos de
fatiga!
DICEÓPOLIS.
¿Y yo? ¿lo pasaba muy bien durmiendo sobre
paja para guardar las murallas?
ÉL EMBAJADOR.
Adonde quiera que llegábamos nos obligaban á
beber en copas de oro y cristal un vino dulce y
exquisito.
DICEÓPOLIS.
¿No conoces, ciudad de Cranao (3), que se burlan
de tí tus embajadores?
EL EMBAJADOR.
Aquellos bárbaros sólo tienen por hombres á los
grandes glotones y borrachos.
DICEÓPOLIS.
Y nosotros á los libertinos é infames.
(1) Eutímenes fué arconte el 423 á. d. C, de modo que
la embajada habia durado trece años.
(2) Rio de Lidia, que desemboca en el Egeo, junto
á Efeso.
(3) Antiguo rey de Atenas, sucedió á Cécrope en 4506.
44
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL EMBAJADOR.
A los cuatro años Ueg-amos al palacio; pero el rey,
á la cabeza del ejército , había marchado á hacer
sus necesidades, y semejante operación le entretu-
vo ocho eternos meses en las montañas de Oro (1).
DICEÓPOLIS.
¿Y cuánto tardó en terminarla definitivamente?
EL EMBAJADOR.
Todo el plenilunio} después recesó á su alcázar
y nos recibió admirablemente, obsequiándonos con
bueyes enteros asados en horno.
DICEÓPOLIS.
¿Se han visto nunca bueyes asados en horno? (2)
¡Qué exag-eraciou !
EL EMBAJADOR.
También, os lo juro, hizo que nos sirviesen un
ave tres veces mayor que Cleónimo (3); se lla-
maba el Eng-añador.
(1) Censura de la ostentación de la corte de Persia.
Luciano (Hermótimo, al fin) habla de las montañas de Oro
como de un país imaginario.
(í2) Los Griegos sólo conocían los panes cocidos en el
homo. Herodoto (I, 133) hablando de los Persas dice: «El
aniversario de su nacimiento es de todos los días el que
celebran con preferencia, debiendo dar en él un convite,
en el cual la gente más rica y principal suele sacar á la
mesa bueyes enteros, caballos, camellos y asnos asados
en el horno.» (Tr. de Pou).
(3) General ateniense, de elevada estatura y muy vil y
cobarde. Aristófanes lanza contra él sus invectivas en casi
todas sus comedias. El hecho más escandaloso de su vida
pública fué el haner huido arrojando el escudo. (V. Las
Nubes, 673; Los Caballeros, 958; Las Ates, 1473 y 1480;
Las Fiestas de Céres, 829, etc.)
LOS AGARMIfiNSES.
41^
DICEÓPOLIS.
Por eso nos eng-añas tú cobrando los dos drac-
mas.
EL EMBAJADOR.
Y ahora os traemos á Pseudartábas (1), el Ojo
del Rey.
DICEÓPOLIS (á Pseudartábas) .
iHércules poderoso! ¿Qué te pasa, buen hombre?
¿Yes una línea de navios dispuestos al ataque, ó
costeas un accidentado promontorio? Tu ojo está
guarnecido de cuero como los ag-ujeros de los re-
mos en las naves (2).
EL EMBAJADOR.
Manifiesta ahora, Pseudartábas, lo que el Rey te
encarg-ó que anunciases á los Atenienses.
PSEUDARTÁBAS.
lartamm exarx anapíssomi satra (3).
(1) La palabra ^eüSoc, mentira ^ entra en la composi-
ción de este nombre. Recibían el título de Ojo del Rey
ciertos ministros de la confianza particular del Monarca
persa. Eran, como si dijéramos, su brazo derecho.
(2) Este agujero se llamaba ócpOaXpLÓí, ojo. El actor que
desempeñada el papel de Pseudartábas tenía una máscara
con un solo ojo enormemente grande, de donde la compa-
ración de Diceópolis.
(3) Jerga incomprensible que probablemente no tiene
significado en lengua alguna. Algunos sabios orientalistas
han creído encontrar en ella ciertos vestigios de la len-
gua persa, pero sumamente alterados é ininteligibles. (An-
quetil-Duperron y Sacy). Hotibius supone que es una
frase griega, ligeramente alterada y que pudiera recons-
truirse así
b(iú ápTi [jLTiV '¿$T|p^' ávaTTtxToOv ao aaOpá
y traducirse: «Yo hace poco he comenzado á calafatear
46
COMEDIAS I>E ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
47
EL EMBAJADOR.
¿Has entendido lo que ha dicho?
DTCEÓPOLIS.
No, por mi vida.
EL EMBAJADOR.
Dice que el Rey os enviará oro.
PSEUDARTÁBAS.
No se te dará oro, Jonio infame (1).
DICEÓPOLIS.
¡Desdichado de mi! ¡eso si que lo ha dicho claro!
EL EMBAJADOR.
¿Pues qué ha dicho?
DICEÓPOLIS.
Nada: que son unos asnos los Atenienses si cuen-
tan con el oro de los Per-as.
EL EMBAJADOR.
No hay tal: habla de darnos el oro por fanegas.
DICEÓPOLIS.
¡Por fanegas! Eres el fanfarrón más grande que
se ha visto. Pero vete, les preguntaré yo solo. fA
PseudaHdbasJ Ea, respóndeme con claridad, sino
quieres que te tina en púrpura de Sardes (2). ¿Nos
enviará dinero el gran Rey? fPseudar tabas hace se-
Jlas negativas). ¿Por consiguiente nos engañan los
de nuevo mis estropeadas naves.»— Tal vez haya en todas
estas ingeniosas explicaciones mucho de los sueños de
los sabios de Campoamor, al interpretar el Tururú y
Tarará,
(1) Hianti podice.
(2) Es decir, "que te apalee hasta dejarte bañado en
sangre.»
embajadores? fPseicdai'tabas hace señas ajírmati-
vasj. Pero estos hombres hacen para contestar las
mismas señas que los Griegos: me parece imposi-
ble que no lo sean. ¡Justamente! ya he conocido á
uno de estos eunucos; es Clístenes (1), el hijo de
Sibirtio. ¡Qué invención la del infame! ¿Cómo, te-
niendo barba, quieres pasar por eunuco, mico
desvergonzado? Y ese otro, ¿quién es? ¿Acaso Es-
traton?
EL HERALDO.
Calla y siéntate. El Senado invita á Ojo del Rey
á pasar al Pritáneo (2).
DICEÓPOLIS.
¡Hay para ahorcarse! ¿Qué hago aquí ya? Las
puertas del Pritáneo siempre están abiertas para
tales huéspedes. Mas voy á llevar á cabo un pro-
yecto grande y asombroso. ¿Dónde está Anfiteo?
ANFITEO.
Heme aquí.
DICEÓPOLIS.
Toma estos ocho dracmas, y páctame con los
Lacedemonios una tregua para mi solo, mi mujer
y mis hijos. Vosotros, papanatas, continuad en-
viando embajadores.
(1) Hombre de relajadas costumbres citado muchas ve-
ces en las comedias de Aristülanes (V. Zas Aves, 831; los
Caballeros, 1374; Las Nubes, 355; las Bañas, 48; Lisís-
trata, 4092, etc.) Cratino también se ocupó de él en la Bo-
tella de Mimbres.
(2) Los embajadores se alojaban en el Pritáneo, donde
eran mantenidos por cuenta del Estado.
II
48
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES.
EL HERALDO.
Preséntese Teoro (1), embajador en la corte de
Sitálces.
TEORO.
Aquí estoy.
DICEÓPOLIS.
Ya sale otro charlatán á la palestra.
TEORO.
No hubiéramos permanecido tanto tiempo en
Tracia...
DICEÓPOLIS.
Es verdad, ?i no hubieras percibido tan crecido
sueldo.
TEORO.
Si toda la Tracia no hubiera estado cubierta de
nieve y helados sus rios, precisamente cuando
Teóg-nis (2) hacia representar aquí sus trag'edias.
Mientras tanto, pasé el tiempo en beber con Sitál-
ces (3), que es aficionadísimo á los Atenienses y
nos quiere de veras; á tal punto Ueg-a su afecto que
ha escrito en la muralla: uHermosos Atenienses.»
49
(f) Embajador, que es preciso "no confundir con otro
Teoro, poeta de mala reputación, que vivia en Corinto
para satisfacer sus crapulosas aficiones. Aristófanes le
acusa de adulador, impío, adúltero v ladrón (Las Avis^, 42,
43; Las Nubes, 309).
(2) Alusión á la frialdad de sus dramas.
(3) Rey de Tracia, aliado de Atenas y muy poderoso.
Murió algunos años después de la representación de Los
Acarnienses en una expedición contra los Tríbalos. (Véase
TuciD., 11,368, 369; IV, iOl.)
Su hijo (1), á quien nombramos ciudadano, deseaba
comer salchichas en las Apaturias (2), y rogaba á
su padre que os auxiliase; éste, atendiendo su sú-
plica, ha jurado en un sacrificio, que había de ve-
nir á socorrernos con tan numeroso ejército, que
los Atenienses exclamarían al verlo: «¡Qué nube
de lang-ostasl»
DICEÓPOLIS.
¡Que muera desastrosamente sí creo mía sola
palabra de cuanto has dicho, excepto lo de las lan-
f>'ostasl
TEORO.
Por de pronto os envía el pueblo más belicoso de
la Tracia.
DICEÓPOLIS.
Ya empieza á verse claro.
EL HERALDO.
Presentaos, Tracios de Teoro.
DICEÓPOLIS.
¿Qué plag^ es esta?
TEORO.
líl ejército de los Odomantas (3).
(1) .Teres ó Sitálces, llamado Sadoco por Tucídides
(IV, lOi.)
(2) Fiestas que duraban tres dias y se celebraban en
el mes Pianepsion (Noviembre). Fueron establecidas en
conmemoración de un combate entre Atenienses y Teba-
nos, en el cual cada pueblo estuvo representado por dos
campeones. El Ateniense derribó á su adversario por me-
dio de un ardid, y salvó á su patria. La palabra apaturia
encierra la idea de engaño ( aTráxT)), y por eso sin duda el
hijo de Sitálces prefería estas Oestasá otras más solemnes.
(3) Pueblo de Tracia que habitaba en la orilla del Es-
48
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES.
EL HERALDO.
Preséntese Teoro (1), embajador en la corte de
Sitálces.
TEORO.
Aquí estoy.
DICEÓPOLIS.
Ya sale otro charlatán á la palestra.
TEORO.
No hubiéramos permanecido tanto tiempo en
Tracia...
DICEÓPOLIS.
Es verdad, ?i no hubieras percibido tan crecido
sueldo.
TEORO.
Si toda la Tracia no hubiera estado cubierta de
nieve y helados sus rios, precisamente cuando
Teóg-nis (2) hacia representar aquí sus tragedias.
Mientras tanto, pasé el tiempo en beber con Sitál-
ces (3), que es aficionadísimo á los Atenienses y
nos quiere de veras; á tal punto llega su afecto que
ha escrito en la muralla: «Hermosos Atenienses.»
49
(1) Embajador, que es preciso no confundir con otro
Teoi'o, poeta de mala reputación, que vivia en Corinto
para satisfacer sus crapulosas aficiones. Aristófanes le
acusa de adulador, impío, adúltero v ladrón (Las Avisj). 42,
43; las Nubes, 309).
(2) Alusión á la frialdad de sus dramas.
(3) Rey de Tracia, aliado de Atenas y muy poderoso.
Murió algunos años después de la representación de Los
Acarnienses en una expedición contra los Tríbalos. (Véase
TuciD., II, 368, 3tí9;IV, iOi.)
Su hijo (1), á quien nombramos ciudadano, deseaba
comer salchichas en las Apaturias (2), y rogaba á
su padi-e que os auxiliase; éste, atendiendo su sú-
plica, ha jurado en un sacrificio, que habia de ve-
nir á socorrernos con tan numeroso ejército, que
los Atenienses exclamarían al verlo: «¡Qué nube
de langostas!»
DICEÓPOLIS.
íQue muera desastrosamente si creo mía sola
palabra de cuanto has dicho, excepto lo de las lan-
gostas!
TEORO.
Por de pronto os envía el pueblo más belicoso de
la Tracia.
DICEÓPOLIS.
Ya empieza á verse claro.
EL HERALDO.
Presentaos, Tracios de Teoro.
DICEÓPOLIS.
íí.Qué plaga es esta?
TEORO.
líl ejército de los Odomanta3 (3).
(1) -Teres ó Sitálces, llamado Sadoco por Tucídidos
(IV, 101.)
(2) Fiestas que duraban tres dias y se celebraban en
el mes Pianepsion (Noviembre). Fueron establecidas en
conmemoración de un combate entre Atenienses y Tába-
nos, en el cual cada pueblo estuvo representado por dos
campeones. El Ateniense derribó á su adversario por me-
dio de un ardid, y salvó á su patria. La palabra apaturia
encierra la idea de engaño (awáxTfi), y por eso sin duda el
hijo de Sitálces prefería estas fiestas á otras más solemnes.
(3) Pueblo de Tracia que habitaba en la orilla del Es-
50
COMEDIAS bE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
M
DICEÓPOLIS.
í;,Qué Odomantas? Dime, ¿qué es esto? ¿quién los
ha circuncidado? (1).
TEORO.
Si les dais dos dracmas de sueldo, asolarán toda
la Beocia. (2).
DICEÓPOLIS.
¡Dos dracmas á esos hombres incompletos! Con
razón se quejarían todos nuestros marinos, bravos
defensores de la ciudad. ...¡Ah! qué desgracia...
los Odomantas me han robado los ajos (3); devol-
védmelos pronto.
TEORO.
iDesdichado! guárdate de acercarte á unos hom-
bres que han comido ajos (4).
DICEÓPOLIS.
¿Consentís, oh Prítáneos, que en mi propio país
me traten los extranjeros de esta manera? Me opon-
g-o á que la Asamblea delibere sobre el sueldo de
los Tracios: os asegairo que acaba de manifestarse
un au^irio: me ha caído una g-ota de agna (5).
trimon. Practicaban la circuncisión, por lo cual se les
creyó judíos.
(1) Quisnam ei mutilavit penem?
(2) Entonces en guerra con los Atenienses.
(3) Diceópolis habia traído á la Asamblea su frugal des-
ayuno. En Las Junteras, v. 306, se hace referencia á la
misma costumbre.
(4) Los ajos les hacían más terribles en el combate,
como á los gallos, á quienes se obligaba á comerlos antes
de entrar en riña. e , v
(5) La Asamblea se disolvía cuando se maniresiana
algún augurio desfavorable.
EL HERALDO.
Retírense los Tracios y comparezcan dentro de
tres dias; pues los Prítáneos disuelven la Asam-
blea.
DICEÓPOLIS.
íPobre de mí! he perdido casi todo el almuerzo.
¡Hola! aquí está Anfiteo de vuelta de Lacedemonia.
Salud, amig-o.
ANFITEO.
Déjame, déjame correr y huir de los Acarnien-
ses que me persig-uen.
DICEÓPOLIS.
¿Qué sucede?
ANFITEO.
Venía apresuradamente con tu tratado de paz:
pero lo olieron (1) unos de esos viejos Acamienses,
duros como el roble, intratables, feroces, veteranos
de Maratón, y gritaron unánimes: «Infame, ¿traes
la paz, y el enemigo ha talado nuestras viñas?» y
al mismo tiempo recogían piedras en los mantos:
yo eché á correr, y ellos me persiguen vociferando.
DICEÓPOLIS.
Que griten cuanto quieran; ¿traes el tratado
de paz?
(1) Para la mteligencia de esta frase y las siguientes
es preciso tener en cuenta que la palabra griega aTtovaal,
treffuas, significa también libaciones.
m
íii
í
5-2
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES.
53
ANFITEO.
Los traigo de tres clases: á elección. Este es por
cinco años. Toma y gústale.
DÍCEÓPOUS.
iPuf!
ANFITEO.
¿Qué?
DICEÓPOLIS.
No me gusta: huele á brea y á equipo de na-
ves (1).
ANFITEO.
Toma este de diez años, y prueba á ver.
DICEÓPOLIS.
Tampoco; este huele á los embajadores enviados
á las ciudades para quejarse de la morosidad de
los aliados.
ANFITEO.
En este se pacta por treinta años una treg'ua en
mar y tierra.
DICEÓPOLIS.
¡Oh placer! este sí que huele á ambrosía y á néc-
tar: este no me manda aprovisionarme para tres
dias (2), sino que me dice bien claro: «Vé á donde
quieras.» Por eso lo acepto y ratifico con entusias-
mo, deseando mü felicidades á los Acarnienses.
(\) Alusión á los aprestos marítimos que entonces se
Kopíon
(2) Los soldados al partir á una expedición militar
debian llevar víveres para tres dias. (V. la Paz, 312; Las
Avispas, 243.)
Libre de la gnerra y de sus males, iré al campo á
celebrar las fiestas de Baco (1).
ANFITEO.
Yo huyo de los Acarnienses (2).
CORO.
Por aquí todos, seg-uidle, perseg-uidle, preg'untad
á los transeúntes por él: la captura de ese hombre
interesa á la república. El que sepa á dónde ha
huido ese porta- tratados, dígfamelo.
¡Ha escapado, ha desaparecido! jTriste peso de
los años! ¡En mis buenos tiempos, cuando cargpado
de carbón seg-uia sin dificultad á Failo (3) el an-
darín, no se me hubiera escurrido ese neg-ociante
de treg-uas, á pesar de toda su ag-ilidad!
Las rodillas del viejo Lacrátides (4) se han endu-
(1) Habia en Atenas cuatro fiestas de Baco: 4.', las
JHonisiacas, llamadas de los campos, se celebran en todo
el Ática en el mes Posidéon (Diciembre- Enero); 2.% las Le-
neas (fiesta de los lagares) peculiares á Atenas, en el mes
Gamélion (Enero-Febrero); 3.% las Antesterias (Febrero-
Marzo); 4.*, las Grandes Dionüia>'.as en el 42 de Elafebó-
lion (Marzo-Abríl). Las fiestas á que se refiere Diceópolis,
son las segundas. En ellas fueron representadas Los Acar-
nienses y Los Caballeros.
(2) Al terminar esta escena debia de haber necesaria-
mente un cambio de decoración.
(3) Célebre andarín, natural de Crotona, que obtuvo
tres veces el primer premio en los juegos Pitios. (Herod.,
VIH, 47). ^ *^ ■' ^ ^ '
(4) Arconte de Atenas en tiempo de Darío. Durante
su mando nevó tanto y se sintieron tan intensos fríos, que
M
COMEDIAS DE ARISTOFAI^ES •
LOS AC.\RNIENSES.
55
recido: los años pesan sobre sus piernas; por eso se
escapó el bribón. Persig-ámosle: que jamás pueda
burlarse de nosotros, aunque viejos, g-loriándose
de haberse librado de los Acamienses, él, ¡oh Jú-
piter y dioses soberanos! él que se ha atrevido á.
pactar treg-uas con mis enemigaos, contra los cua-
les mis campos devastados me obligaran á comba-
tir cada dia más encarnizadamente. ¡Oh! no cesa-
ré de perseguirlos hasta clavarme en su costado
como acerado junco; ni dejaré de hostigarlos para
que nunca vuelvan á talar mis viñas.
Pero busquemos á ese hombre: dirijámonos hacia
Balena (1), y persigámosle de lugar en lugar: ja-
más me cansaré de apedrearle.
DICEÓPOLIS.
Guardad, guardad el silencio religioso (2).
CORO.
Callad. ¿Habéis oido? Se nos pide que guarde-
mos el silencio religioso. Es el mismo á quien
buscamos. Venid todos aquí. Separaos: parece que
va á ofrecer un sacrificio.
DICEÓPÜLIS.
Silencio, silencio. — Adelántate un poco, jó-
las gentes viéronse obligadas á encerrarse en sus casas.
De ahí que su nombre se hubiese hecho proverbial para
designar toda cosa fria en sentido propio ó figurado.
(i) Juego de palabras intraducibie. Palena era un
demo del Ática donde los Atenienses lucharon contra Pi-
sístrato cuando quiso apoderarse de la Tracia. Cambiando
la P en B, resulta Balena, palabra que significa lapidación,
(2) Eú^TjtAetTs (ore favete), fórmula sacramental que
pronunciaba el sacerdote antes de ofrecer el sacrificio.
ven Canéfora (1).— Jántias, ten el falo (2) derecho.
LA MUJER.
Deja la cesta, hija mia, para que principiemos el
sacrificio.
LA HIJA.
Madre, dame la cuchara, y verteré la salsa so-
bre esta torta.
DICEÓPOLIS.
Todo está bien preparado. — ¡Baco poderoso, ya
que lleno de gratitud te dedico con mi familia esta
fiesta y solemne sacrificio, concédeme que, libre
de las faenas militares, celebre con alegría las Dio-
nisiacas campestres, y que me sean para bien es-
tos treinta años de tregua!
LA MUJER.
Vamos, hija mia, procura llevar con gracia el
canastillo; vé seria y con el avinagrado gesto del
que mastica ajedrea. Feliz quien se case contigo
(i) Llamábase así la joven que llevaba la cesta mística
en las ceremonias religiosas. Solían ser de las más distin-
guidas familias.
(2) El Falo figuraba en las procesiones de las fiestas de
Baco, en memoria de una enfermedad de los órganos de la
generación que Baco, irritado por la mala acogida hecha
á su imagen importada por Pegaso, envió contra los Ate-
nienses. La enfermedad sólo cesó por la institución de las
Dionisiacas, en las cuales figuró en primera línea una re-
presentación de las partes atacadas por la epidemia. El
Falo se imitaba con un pedazo de cuero pendiente de la
punta de un báculo ó cayado. Los poetas cómicos abusa-
ron de las imágenes del Falo para hacer reir á la parte
más grosera del público, como censura Aristófanes en Las
jVubes, V. 542, por más que después, con notable inconse-
cuencia, lo empleó él mismo en la Lisístrata.
iii
56
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
57
y fecunde tu seno al salir el sol (1). Anda y cuida
de que entre la multitud no te roben las alhajas de
oro (2).
DICEÓPOLIS.
Jántias, lleva el falo derecho detras de la Cané-
fora: yo te seguiré cantando el himno fálico. — Tú,
esposa mia, puedes mirarnos desde el terrado de
casa (3).— Adelante.
¡Oh Falo (4), amigo y compañero de Baco, noc-
turno rondador, adúltero y pederasta, al cabo de
seis años (5) te saludo al fin, volviendo regocijado á
mi aldea, libre de miserias, combates y Láma-
cos (6), después de haber pactado una tregua para
mí solo y mi familia! ¡Cuánto más delicioso es,
amable Fáles, enconti'arse una linda leñadora como
Trata, la esclava de Estrimodoro, robando troncos
en el monte Feleo (7), y estrechar su talle gentil, y
gozar allí mismo de sus encantos! ¡Oh Fáles, ama-
ble Fáles, si hoy bebieres con nosotros, trastornado
aún por el vino de la víspera, devorarás mañana
(1) Tempus acpptüStaíov, dice el Escoliasta.
(2) Sin duda se corria en escena peligro de ser robado.
(V. la Paz, 734.)
(3) Las mujeres no formaban parte de las procesiones.
(4) Dios de la generación, adorado bajo el emblema
del falo.
(5) Este pasaje no deja duda sobre la fecha en que se
representaron Los Acarnienses.
(6) General ateniense, contemporáneo de Nícias y Al-
€ibíades.
(7) Monte del Ática donde crecia en abundancia la
planta acuática llamada Fleos.
el plato de la paz, y yo colgaré mi escudo al
humol
COKÜ.
Ese es, ese mismo. Tirad, tirad. Apedreemos
todos á ese infame. ¿Por qué no tiráis? ¿Por qué no
tiráis?
UICEÓPOLIS.
¡Por Hércules! ¿Qué es esto? Me vais á romper la
olla (1).
CORO.
Tu cabeza, traidor, es lo que vamos á romper á
pedradas.
DICCÓPOLIS.
¿Qué motivo hay, venerables Acarnienses?
CORO.
¿Y lo preguntas, bribón desvergonzado, traidor
á tu patria? ¿Y aún te atreves á mirarme á la cara
después de haber pactado treguas con los ene-
migos?
DICRÓ POLIS.
Ignoráis por qué he hecho ese tratado. Escu-
chad.
CORO.
¡Escucharte! Matémosle á pedradas.
DICEÜPOLIS.
Nunca antes de oirme. Calmaos, mis buenos
amigos.
;íi
(1) En las Dionisiacas rurales se llevaba una olla llena
de legumbres. Por lo mismo uno de los tres dias de las
Aniesterias se llamaba la fiesta de las ollas.
rA
58
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
COBO.
Ni yo me calmaré, ni tú hablarás otra palabra.
Porque te aborrezco más que á Cleon, á quien
pienso desollar para hacer con su piel sandalias á
los caballeros (1). Amigo de los Lacedemonios, na
pienses que yo escuche tus largos discursos. Vas k
llevar tu merecido.
DICEÓPOLIS.
Mis buenos convecinos , dejad en paz á los La-
cedemonios. Oid las razones que he tenido para
pactar esta tregua.
CORO.
¿Qué razones puede haber para pactar con esos
hombres sin fe, sin religión, sin juramento?
DICEÓPOLIS.
Es que creo también que los Lacedemonios, á
quienes tanto aborrecemos, no son la causa de to-
dos nuestros males.
CORO.
¿Que no son la causa de todos nuestros males,
grandísimo bribón? ¿Y te atreves á decirlo delante
de nosotros? ¿Y áim pretenderás que te perdone?
DICEÓPOLIS.
No de todos, no de todos. Yo mismo podria de-
mostraros que ellos han sido victimas de más de
una injusticia.
CORO.
Sólo faltaba que te atrevieses á defender delante
(i) Cleon había sido curtidor. Los caballeros eran sus
más acérrimos enemigos.
LOS ACARNIENSES.
59
de nosotros á nuestros enemigos : tus palabras me
irritan y exasperan.
DICEÓPOLIS.
Si lo que digo no es justo, y si el pueblo no lo
reconoce por tal, me comprometo á hablar con la
cabeza sobre un tajo.
CORO.
Ea, compañeros, ¿por qué no le apedreamos?
¿por qué no le cardamos como á la lana que va á
teñirse de púrpura?
DICEÓPOLIS.
¿Qué negro tizón enciende de nuevo vuestra ira?
¿No me escuchareis, Acarnienses? ¿No me escu-
chareis?
CORO.
No te escucharemos.
DICEÓPOLIS.
¿Y me tratareis tan indignamente?
CORO.
¡Que me muera si te escucho!
DICEÓPOLIS.
De ningún modo, Acarnienses.
CORO.
Sabe que vas á morir ahora.
DICEÓPOLIS.
También yo os daré que sentir; también yo ma-
taré á vuestros más queridos amigos; porque tengo
rehenes vuestros y los degollaré sin piedad.
CORO.
Decidme, conciudadanos, ¿ qué amenaza contra
los Acarnienses envuelven sus palabras? ¿Tendrá
60
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
64
acaso encerrado á algnno de nuestros hijos? ¿Cómo
está tan atrevido?
DICEÓPOLTS.
Tirad, tirad si queréis; yo destrozaré á éste: asi
sabré pronto el cariño que tenéis á los carbones (1).
CORO.
¡Perdidos somos! Ese cesto es conciudadano mió.
No realices, ¡ah! no realices tu intento.
DICEÓPOLIS.
Lo mataré, g-ritad cuanto queráis; yo no os es-
cucharé.
CORO.
¿Será posible qué mates á ese pobre carbonero,
nuestro amig'o é igual?
DICEÓPOLIS.
¿Atendíais vosotros hace un instante á lo que os
decia?
CORO.
Di, pues, lo que quieras de esos Lacedemonios
que te son tan queridos. Jamás abandonaré á ese
pobre cestülo.
DICEÓPOLIS.
Dejad primero las piedras.
CORO.
Ya están en el suelo; deja tú también la espada.
DICEÓPOLIS.
Cuidado con esconder piedras en los mantos.
(1) Parodia de la escena en que Telefo se apodera de
Orestes, niño todavía, y amenaza matarle si Agamenón no
le da audiencia.
CORO,
Las hemos tirado todas. Mira cómo sacudimos
los mantos; pero no pong-as pretexto, deja la es-
pada; ya ves cómo sacudo mi manto al pasar de
un lado á otro.
DICEÓPOLIS.
Debíais de gritar todos á porfía. Si continuáis
un poco más, hubierais visto perecer los carbones
del Parneto (1) por la imprudencia de sus conciu-
dadanos. Á fe que este cesto ha tenido un miedo
terrible; pues me ha manchado de negro, como el
calamar al verse perseguido. Ya veis cuan dañoso
es ese vuestro carácter intratable, que os arrastra
en seguida á dar golpes y garitos, y no os deja es-
cuchar las equitativas proposiciones que sobre los
Lacedemonios pensaba haceros con la cabeza so-
bre un tajo: y cuenta que estimo la vida como el
que más.
CORO.
¿Por qué no traes, hombre audaz, tu decantado
tajo, y dices sobre él esas cosas de tanta importan-
cia? Tengo vivos deseos de saber lo que piensas.
Pero ya que tú mismo te has comprometido, venga
el tajo, y habla en seguida.
DICEÓPOLIS.
Está bien, mirad. Este es el tajo, el orador este,
eg decir, yo, así, pequeñito. No me cubriré con un
escudo; pero diré de los Lacedemonios lo que me
parezca conveniente. Y no es que no tenga por que
\\
(1) Monte del Ática, en el demo de Acama.
62
COMEDIAS I>E ARISTÓFANES.
temer: conozco perfectamente el flaco de los labra-
dores, y sé que, con tal que un charlatán colme de
elog-ios justos ó injustos á ellos y á su ciudad, ya
no caben en sí de g'ozo , ni ven que les está ven-
diendo. También conozco el carácter de los viejos:
sólo piensan en fulminar sentencias condenatorias.
Y sé por experiencia propia lo que me hizo sufrir
Cleon (1) por mi comedia del año pasado, hacién-
dome comparecer ante el Senado, calumniándome,
acumulándome supuestos crímenes, tratando de
confundirme con sus ultrajes y declamaciones, y
poniéndome á pique de morir, manchado por sus
infames calumnias. Pero antes de principiar mi
discurso, permitidme que me vista los andrajos de
un hombre miserable.
CORO.
¿Qué engaños estás fraguando? ¿A qué tales di-
laciones? Por mí, si quieres, ya puedes pedir á
Hierónimo (2) el casco tenebroso y erizado de
(i) Alusión á Los Babilonios. Cleon, que era muy mal
tratado en esta comedia, acusó á Calístrato de haber in-
juriado en ella á los principales magistrados de Atenas, con
la circunstancia agravante de haberlo hecho en presencia
de los muchos extranjeros que, por haberse puesto en es-
cena durante las Dionisiacas, asistieron á la represen-
tación.
(2) Poeta lírico y trágico que escogia para sus dra-
mas los asuntos más terribles, sin saber sacar partido de
ellos; el éxito de sus piezas lo fiaba mucho en las extrañas
máscaras que daba á sus personajes. Tal vez el erizado
casco de Pluton, de que habla Aristófanes, es una alusión
á la crespa y abundante cabellera que cubria el ardiente
cráneo del melenudo poeta, ó quizá á alguna de las piezas
LOS ACARNIENSES.
63
Pluton, y emplear después todas las astucias de
Sísifo (1); pero el negocio no admite demora.
DICEÓPOLIS.
Ya es tiempo de adoptar una resolución enér-
gica; no tengo más remedio que dirigirme &
Eurípides. (Llamando d la pmrta de Euripides)
jEsclavo! ¡esclavo!
EL CRIADO DE EURÍProRS (2).
é.Quién?
DICEÓPOLIS.
¿Está en casa Eurípides?
EL CRIADO.
Está y no está, ¿lo entiendes?
DICEÓPOLIS.
¿Cómo puede estar y no estar al mismo tiempo?
EL CRIADO.
Muy fácilmente, anciano. Su espíritu, que anda
por fuera recogiendo versitos, no está en casa;
pero él está en casa, colgado del techo, y compo-
niendo una tragedia (3).
DICEÓPOLIS.
¡Oh bienaventurado Eurípides! ¡Qué felicidad
del mismo, en que Perseo se presentaba cubierto del
casco infernal, para cortar la cabeza de Medusa. (V. Suidas,
(1) Se dio maña hasta para escaparse del Infierno.
(2) Otras ediciones sustituyen el nombre apelativo por
el propio Cefisofon, criado de quien habrá ocasión de ha-
blar más adelante.
(3) Crítica de las sutilezas que abundan en las trage-
dias de Eurípides.
64
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
tener un criado que responda con tanta discre-
ción! (1)— -Llámale.
EL CRIADO.
Es imposible.
DICEÓPOLIS.
Sin embar^... yo no puedo marcharme. Lla-
maré á su puerta. ¡Eurípides, mi querido Eurí-
pides! Escúchame, si alguna vez has escuchado &
alguien. Te llamo yo, Diceópolis el de Cólides (2).
EURÍPIDES.
No tengo tiempo.
DICEÓPOLIS.
Haz que te traigan aquí.
EURÍPIDES.
Es imposible.
DICEÓPOLIS.
Sin embargo...
EURÍPIDES.
Sea, haré que me lleven (3); pero no tengo
tiempo de bajar.
DICEÓPOLIS.
¡Eurípides!
(i) Estas palabras envuelven quizá una censura á
Eurípides por haber dado gran importancia en sus trage-
dias ? los papeles de esclavo, lo cual debió escandalizar á
los clasicistas de su tiempo.
(í2) Demo del Ática.
(3) Como los dioses y los héroes, que aparecían en
escena por medio de la máquina llamada ekciclema, de
donde vino el haberse hecho proverbial el Veus ex ma-
china. En las fiestas de Céres, Agaton se presenta con igual
aparato.
\
LOS ACARNIENSES,
65
EURÍPIDES.
?:Por qué gritas?
DICEÓPOLIS.
¡Ah, compones tus tragedias suspendido en el
aire, pudiéndolas hacer en tierra! ya no me asom-
bra que sean cojos tus personajes (1). ¿Qué mise-
rables andrajos guardas ahí? ya no me extraña que
tus héroes sean mendigos (2). De rodillas te lo
pido, Eurípides; dame los harapos de algnn drama
antiguo. Teng-o que pronunciar ante el coro un
largo discurso; y, si lo declamo mal, me va en ello
la vida.
EURÍPIDES.
¿Qué vestidos te daré? ¿los que llevaba Éneo (3),
anciano infeliz, al presentarse á la lucha?
DICEÓPOLIS.
Los de Éneo, uó; otros más derrotados.
(1) Porque se rompen las piernas al caer de la má-
quina donde está colgado. Alusión á varios personajes de
las tragedias de Eurípides que eran cojos, como Telefo,
Filoctétes, Belerofonte. En Las Ranas, Esquilo le llama gra-
ciosamente xwXottoióv (Lit.: factor de cojos).
(2) Eurípides se complacía en presentar á sus héroes
cubiertos de andrajos y en la última miseria, acudiendo á
este medio, un poco de mala ley, para producir efecto.
(H) Héroe de una tragedia perdida. Después de la
muerte de Tideo, mientras Diomédes hacia una expedición
contra los Tebanos, Éneo, ya anciano, fué destronado por
los hijos de Agrio, y reducido á andar errante en la mayor
miseria. Diomédes, á su regreso, arrojó al usurpador y vol-
vió á colocar en el trono á Éneo. En Las Ranas, v. i.238,
cita Eurípides dos versos de la tragedia aquí aludida.
5
I' /
66
COMEDIAS OE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
67
BURÍ PIDES.
^.Los de el ciego Fénix? (1)
DICEÓPOLIS.
Log de Fénix, no: otros más miserables todavía.
EURÍPIDES.
^.Qué andrajos serán los que pide este hombre?
¿Quieres los del mendigo Filoctétes? (2)
DICEÓPOLIS.
No, no: los de otro héroe muchísimo más mise-
rable.
EURÍProBS.
¿Quieres aquel manto sucio que sacó el cojo Be-
lerofonte? (3)
DICEÓPOLIS.
No quiero el de Belerofonte, sino el de aquel que
era cojo, mendigo, charlatán é infatigable ha-
blador.
EURÍPIDES.
Ya sé quién dices; Telefo de Misia (4).
H) Protagonista de otro drama de Eurípides, también
nerdido. Atendiendo á las calumnias de una concubina, su
nadpe Amíntor le condenó á perder la vista; pero el cen-
tauro Quiron se la devolvió al encomendarle la educación
de Aquiles. ,. j i «i^ a .
(")) Eurípides lo presentó mendigando en la isla de
Lémnos, donde le abandonaron los Griegos á causa de la
fetidez de su herida. . .
(3) Be'erofonte quedó cojo á consecuencia de una caída
del caballo Pegaso, sobre el cual tenía la pretensión de
*4iibir al cielo.
(4) Cuando los Griegos se dirigieron contra Troya, ere-
vendo al llegar á Misia encontrarse ya en país enemigo, la
devastaron por completo. Telefo, rey de aquel país, que
quiso oponerse, fué herido por Aquiles, y no consigmo
DICEÓPOLIS.
El mismo; por favor, préstame su vestido.
EURÍPIDES.
Esclavo, dale los harapos de Telefo; están enci-
ma de los de Tiéstes y entre los de Ino (1).
EL CRIADO.
Tómalos.
DICEÓPOLIS.
¡Oh Júpiter, que todo lo ves con perspicaz mira-
da, permíteme cubrirme hoy con el vestido de la
miseria! (2)— Eurípides, ya que me has concedido
este favor, no me niegues los accesorios correspon-
dientes á estos girones; dame el gorrillo misio para
la cabeza. «Pues hoy me conviene, para fingirme
mendigo, ser quien soy y no parecerlo (3).» Es pre-
ciso que los espectadores sepan quién soy, y que
yo burle al coro estúpido con mi palabrería.
EURÍPIDES.
Te lo daré: á tu sutil ingenio nada puede ne-
garse. +v
DICEÓPOLiS.
«La bendición de los inmortales descienda sobre
tí y tu Telefo (4).» ¡Magnífico! Me siento henchido
curarse hasta hacer un viaje á Tesalia. Telefo fué en tarde
muy infeliz, llegando hasta mendigar el sustento,más cuya
situación lo presentó Eurípides en una tragedia perdida,
(i) Tragedias perdidas.
(2) Versos tombdos del Télelo de Eurípides.
(3) Nueva parodia.
1 4) Este verso es probablemente parodia de otro de
Eurípides.
/
u /
68
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
69
de bellas frases. Pero necesito también un bastón
de mendigo.
EURÍPIDES.
Toma, y «retírate de estos pórticos de piedra.»
DICEÓPÜLTS.
¿Ves, alma mia, cómo me despide, cuando aun
me faltan tantas cosas para completar mi atavío?
No hay que desistir; pidamos, supliquemos, por-
fiemos. Eurípides, dame un farolillo de mimbres
ya medio quemado (1).
EURÍPIDES.
Pero, desdichado, ?.para qué lo quieres?
DICEÓPOLIS.
Para nada; pero quiero tenerlo.
EURÍPIDES.
Eres excesivamente fastidioso. Vete.
DICEÓPOLIS.
¡Ah! los dioses te bendigan como ya bendijeron
k tu madre.
EURÍPIDES.
¡Ea, vete!
DICEÓPOLIS.
Aún no; dame también un jarrillo desportillado.
EURÍPIDES.
Toma y márchate; ya estás demás aquí.
DICEÓPOLIS.
No sabes, por Júpiter, todo el mal que me causas.
Ea, dulcísimo Eurípides, otra cosa tan sólo; dame
un puchero cuyo fondo esté cerrado por una es-
ponja (1).
EURÍPIDES.
Hombre, te me llevas una trag'edia entera. Toma
y lárg-ate.
DICEÓPOLIS.
Me marcho; ¿mas qué hag-o? Aun me falta una
cosa, de cuya adquisición pende mi vida. Oye, dul-
císimo Eurípides; si me das lo que te voy á pedir,
me marcho para no volver: por favor, unas hojitas
de verdura para la cesta.
EURÍPIDES.
¡Me asesinas! Ahí las tienes. Mis trag-edias que-
dan reducidas á nada.
DICEÓPOLIS.
Basta; me retiro : soy demasiado molesto « sin
mirar que me hag'o odioso á los reyes.» ¡Infeliz de
mí, soy perdido; he olvidado lo principal ! Dulcí-
simo, queridísimo Eurípides, permita Júpiter que
muera desastrosamente, si te pido otra cosa fuera
de esta sola, de esta sola; dame un poco de aquel
perifollo que vende tu madre (2).
(1) Los faroles se llevaban en cestitas de mimbres para
preservarlos del viendo.
(1) O para servirse de ella á modo de casco, cuyo fon-
do solia rellenarse de esponjas ó lana con objeto de amor-
tiguar los golpes; ó para excitar la compasión mostrando el
mal estado de su batería de cocina. Crítica mordaz de los
recursos dramáticos de Eurípides para producir el patético.
(2) La madre de Eurípides habia sido verdulera. Aris-
tófanes no se contenta con echar en cara á su enemigo lo
humilde de su nacimiento, sino que parece acusar á su
madre de no vender legítima hortaliza, sino perifollo ó
scaíidix. (Vid. Plin. Hist. nat., xxn.)
/
\f ^
70
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EURÍPIDES.
Ese hombre me insulta. Cierra la puerta.
DICEÓPOLIS.
No teng-o más remedio que presentarme sin el
perifollo. íA sí mismo J ¿Sabes la lucha que vasa
emprender atreviéndote á hablar en favor délos
Lacedemoniosf Adelante, corazón mió: hé aquí la
línea enemig'a. ¿Te detienes'^ ¿No estás empapado
en el espíritu de Eurípides? ¡Valor! adelante, cora-
zón angustiado; presenta sin miedo tu cabeza, y di
cuanto te agrade. Atrévete, anda, acércate. Mi
denuedo me regocija.
CORO.
¿Qué hará? ¿Qué dirá? Sólo un hombre impu-
dente y de férreo corazón se atrevería á exponer
su cabeza contra toda la ciudad, y á ponerse en
contradicción con ella. Ya se presenta ese hombre
mtrépido. Ea, habla, pues tal es tu deseo.
DIGEÓPOLIS.
No os ofendáis (1), espectadores, de que siendo
un mendigo, me atreva á hablar de política en
una comedia; pues también la comedia conoce lo
que es justo. Yo os diré palabras amargas, pero
verdaderas. No me acusará hoy Cleon de que ha-
blo mal de la ciudad en presencia de los extranje-
ros; estamos solos; las fiestas se celebran en el Le-
neo (2); no hay extranjeros, ni han venido de las
(1) Parodia del Tele/o.
(i) Véase la nota al verso 378.
LOS ACARNIENSES.
H
ciudades los pagadores de tributos, ni los aliados;
estamos solos y limpios de toda paja: porque yo
llamo paja de la ciudad á los Metecos (1).
Yo aborrezco como el que más á los Lacedemo-
nios; ojalá el mismo Neptuno, dios del Ténaro (2),
reduzca á escombros su ciudad (3): pues también
talaron mis viñas. Sin embargo, y esto lo digo por-
que sois amigos míos los que escucháis, ¿áqué
creerles la causa de todos nuestros males? Algunos
conciudadanos nuestros, no digo toda la repúbUca,
notadlo bien, no digo toda la república; sino al-
gunos hombres perdidos, falsos, sin honra, ni
pudor, y extraños á la ciudad, acusaron de contra-
bando á los Megarenses. En cuanto veían un me-
lón, ó un lebratillo, ó un cochinillo de leche, ó un
ajo, ó un grano de sal, decían que eran deMegara,
y los arrebataban y vendían inmediatamente. Todo
esto no tenía grande importancia, ni trascendía
fuera de la ciudad; pero algunos mozuelos , que se
habían embriagado jugando al cótabo, fueron á
/
4
li
(1) Los Metecos eran los extranjeros domiciliados en
Atenas.
(2) Ciudad de Laconia, junto al cabo del mismo nom-
bre (hoy de Matapan). Neptuno tenía en ella un magnífico
templo.
(3) Alusión á un terremoto que se sintió en Esparta
(468), después de haber quebrantado los Lacedemonios el
derecho de asilo de que gozaba el templo de Neptuno,
para apoderarse de los Hilotas refugiados al pié de sus al-
tares. En el invierno anterior y en el verano siguiente
se observaron otros temblores de tierra en toda Grecia.
(tuc. m, 87, 89.)
]t ^
Ti
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARMENSES.
73
^i
Meofara y robaron á la cortesana Simeta (1); los
Meg-arenses, irritados, se apoderaron en revancha
de dos hetairas amig-as de Aspasia (2), y por esto,
por tres meretrices, la g-iierra se encendió en todos
los pueblos ^ieg'os. Por esto Feríeles el Olím-
pico (3) tronó y relampag-ueó , conturbó toda la
Grecia con sus discursos, é hizo aprobar una ley
en la cual, como dice la canción (4), se prohibía á
los Meoparenses permanecer en el territorio del
Ática, en el mercado, en el mar y en el continente.
Pronto éstos, al verse acosados por el hambre,
rogaron á los Lacedemonios que intepusieran su
influencia para que revocásemos el decreto, moti-
(4) El Escoliasta se hace eco de la especie de que Al-
cíbi^des, enamorado de Simeta, indujo á unos marineros
atenienses á que la robaran. fAcar., 524.)
(2) Célebre cortesana, amiga y consejera de Sócrates,
amante, y más tarde esposa de Feríeles, y rival de los más
elocuentes oradores. Según Platón, la oración fúnebre de
los Atenienses muertos por la patria, que Tucídides nos ha
conservado, es obra de Aspasia. Su influencia era extraor
dinaria. (Vid. fhilaréte chasles, Etudes sur V Antiquitéy
p. 320 y siguientes. Paris, 4847.)
(3) Acerca de este sobrenombre de Perícles dice Plu-
tarco en su biografía: «El nombre de Olímpico creen unos
que se le dio por los soberbios monumeriios con que em-
belleció la ciudad, y otros por su acierto en el gobierno
de la república y el mando de los ejércitos; nada impide,
sin embargo, que varias causas hayan contribuido á su
gloria. Los poetas cómicos de su tiempo, al asestar contra
él los dardos de la sátira, dan á entender que su elocuen-
cia le valló ese sobrenombre, pues dice que tronaba y re-
lampagueaba desde la tribuna.»
(4) una canción de Timocreonte de Rodas, entonces
muy popular, principiaba con las mismas palabras que el
decreto contra los Megarenses.
vado por las cortesanas. Nosotros desatendimos
sus repetidas súplicas. Empezaba ya á oírse el en-
trechocar de los escudos. «Alg'uno dirá: no conve-
nia; decid, pues, ¿qué con venia?» (1). Si contra un
Lacedemonio se hubiera presentado la acusación
de haber ido embarcado á Serífos (2), y robado allí
un perrillo, ¿hubierais permanecido tranquilos en
vuestras moradas? Me parece que nó: en seg-uida
hubierais puesto á flote vuestras trescientas naves,
y nos hubieran ensordecido el rumor de los solda-
dos, las voces de los electores de trierarcas (3), y
los garitos de los que venían á cobrar su pag-a: se
hubieran dorado las estatuas de Palas (4); la mul-
titud hubiera invadido los pórticos donde se distri-
buye el trig-o; y la ciudad se hubiera llenado de
odres, de correas pararemos, de compradores de to-
neles, de ristras de ajos, de aceitunas, de horcas de
cebollas, de coronas, de sardinas, de tañedoras de
flauta, y de contusiones: el arsenal también se hu-
(1) Verso del Telefo de Eurípides.
(2) isla pequeña, próxima á la costa de Tracia perte-
neciente al grupo ele las Cicladas. Estaba bajo la depen-
dencia de Atenas.
(3) El nombramiento de Trierarca, traia consigo cuan-
tiosos gastos, pues estaba obligado el electo á mantener
por su cuenta la tripulación de una galera, y á tenerla
siempre en disposición de darse á la vela en servicio del
Estado. Este cargo durante las revueltas políticas era con-
ferido á ciertos ciudadanos cc.n ánimo de arruinarles. Así
es que muchos se fingían pobres para excusarse de acep-
tarlo.
(4) Las galeras atenienses llevaban en la proa una
imagen dorada de Minerva, que se restauraba á cada nueva
expedición.
F /"
74
COMEDIAS DE ARISIOFA.NKS.
biera visto atestado de maderas para remos, y atro-
nado por el ruido de las clavijas que se ajustan y
por el de los remos sujetos á las clavijas, por los
gritos de los marineros, y por los silbidos de las
flautas y pitos, que los animan al trabajo. «Sé que
hubierais hecho esto;» pero, ¿no pensamos en Te-
lefo? «Nos falta el sentido común.» (1).
SEMICORO.
¡Perdido, infame, mendigo harapiento! ¿cómo te
atreves á decirnos eso, y á echarnos en rostro que
hemos sido delatores?
SEMICORO.
Tiene razón. Por Neptuno, cuanto ha dicho es la
pura verdad.
SEMTCÜRO.
¿Y aunque sea verdad, es necesario decirlo? Pero
ya le costará caro su atrevimiento.
SEmCORO.
íEh, tú! ¿á dónde vas? Detente. Si tocas á ese
hombre, yo me encargaré de tí.
SEMICORO.
¡Oh Lámaco de fulminante mirada, socórrenos:
preséntate, amigo Lámaco, ciudadano de mi tribu;
preséntate y atérralos con tu terrible penachol (2)
(i) Versos del Telefo.
(2) La elección de Lámaco, como representante del
partido que deseaba la guerra, es acertada, no sólo por el
humor belicoso que caracterizaba á aquel general, sino
hasta por su nombre, perfectamente adecuado á las cir-
cunstancias: la etimología de Aái^a^oj; es, en efecto, ^fí),
quiero, H-á/Ti, guerra.
LOS ACARNIENSES.
75
Generales y capitanes, acudid todos en mi auxilio.
Me tienen agarrado por medio del cuerpo.
LÁMACO.
¿De dónde salen esos gritos de guerra? ¿A dónde
es menester prestar mi auxilio y armar alborotos?
¿Quién me obliga á sacar de su caja mi terrible
Gorgona? (1)
DICEÓPOLIS.
¡Oh Lámaco, héroe sin rival en penachos y bata-
llones!
CORO.
¡Oh Lámaco, este hombre hace tiempo que está
ultrajando á toda la ciudad!
LÁMACO.
¿Tá, vil mendigo, te atreves á tanto?
DICEÓPOLIS.
Heroico Lámaco, perdona que un mendigo, al
empeñarse en hablar, haya dicho algunas nece-
dades.
LÁMACO.
¿Qué has dicho contra nosotros? Habla.
DICEÓPOLIS.
No me acuerdo ya; el miedo á tu armadura me
marea; por piedad, aparta de mi vista ese espan-
tajo de tu escudo.
LÁMACO.
Sea.
ij
(1) Era bastante frecuente esculpir en los escudos una
cabeza de Gorgona.
76
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Ú:
DICEOPOLIS.
Déjalo ahora en el suelo.
LÁMACO.
Ya está.
DICEOPOLIS.
Ahora dame una pluma de tu casco.
LÁMACO.
Toma la pluma.
DICRÓPOLIS.
Ahora sostenme la cabeza para que vomite: tu
penacho me da náuseas.
LÁMACO.
¿Qué intentas? ¿quieres provocar el vómito con
esa pluma?
DICEOPOLIS.
¡Ah! ¿es una pluma? Y dime, ¿de qué pajaro?
¿Acaso del Fanfarrón? ( 1 )
LÁMACO.
¡ Me las vas á pagar!
DICEOPOLIS.
De ning*un modo, Lámaco; esto no se decide por
la fuerza; ya que tanta fuerza tienes, ¿por qué no
me circuncidas? Armas no te faltan.
LÁMACO.
¿Así te insolentas con todo un general, vil men-
digo?
DICEOPOLIS.
¡Yo mendigo!
(1) Nombre de pájaro, fingido por Aristófanes para
pintar el carácter de Lámaco.
LOS ACARNIENSES.
-7
LÁMACO.
¿Pues quién eres?
DICEOPOLIS.
¿Quién soy? Un buen ciudadano, exento de ambi-
ción; y, desde que hay guerra, un soldado volun-
tario; y tú, desde que hay guerra, un soldado mer-
cenario.
LÁMACO.
Fui elegido por los votos de...
DICEOPOLIS.
Tres petates (1). Eso es lo que me ha indignado
y movido á pactar esta tregua, no menos que el
ver en las filas á hombres encanecidos, mientras
otros jóvenes como tú, escurriendo el bulto, se iban
con embajadas, unos á Tracia, ganándose tres
dracmas, como los Tisámenes (2), los Feniposylos
Hipárquidas, todos á cual peores; otros, con Ca-
res (3), á la Caonia (4), como los Géres y Teodoros,
y los Diomeos, tan pagados de sí mismos; otros á
Camarina, Gela y Gat ágela (5).
(1) Lit.: de tres cucos. Alude quizá á alguna elec-
ción hecha por sorpresa.
(2) Atenienses de mala reputación. ^ , „
(3) El escoliasta de Aristófanes, en Los Caballeros,
habla de un «Cares general que tomó á Mitilene«, sm duda
confundiéndole con Paques. (Tuc, m, 48, 28, 34 y sigs.).
(4) País de Tracia. Este nombre tiene en su acepción
etimolóffica un significado obsceno, por lo cual lo emplea
Aristófanes para indicar la depravación de costumbres de
Géres y Teodoro. , , ^. ... ^ .. ^/^
(5) Camarina y Gela, ciudades de Sicilia. Oatagela,
nombre imaginario que significa cosa ridicula. El poeta
parece aludir á Laques, que habia mandado por entonces
la escuadra enviada contra Sicilia.
78
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
79
LÁ.MACO.
Fueron elegidos por e). sufrag-io popular.
DICEÓPOLIS.
¿Entonces por qué todas las recompensas son
para vosotros y para estos ning-una? (1) Di, Marí-
lades, tú que tienes la cabeza encanecida por la
edad, ¿has ido alguna vez en embajada? Dice que
no, y sin embarg-o ef? prudente y laborioso. Y
vosotros, Dracilo, Eufórides y Prínides (2), ¿cono-
céis á Ecbatana ó la Caonia? Tampoco. Sin embar-
gro, las han visitado el hijo de Cesira (3) y Láma-
co, de quienes, por no poder pagar su escote, ni
sus deudas, decían hace poco sus amig-os: «¡Ag^ua
va!» como los que al anochecer vierten por las ven-
tanas el liquido con que se han lavado los piós.
LÁMACO.
jPueblo insolente! ¿Habrá que tolerar tales in-
sultos'^
DICEÓPOLIS.
Xo; si Lámaco no cobrase sueldo.
LÁMACO.
Pues yo haré siempre la g'uerra á todos los Pelo-
ponesios; los hostilizaré cuanto pueda, y los
perseg"uiré con todas mis fuerzss terrestres y marí-
timas.
(4) Señalando al Copo.
(2) Marílades, Prínides, Eufórides, nombres perfecta-
mente adecuados á unos carboneros; vienen, en efecto, de
lxap?>T), brasa; irpívo;, e)icina; sí cpápw, que lleva con facili-
dad su carga.
(3) Joven orador desconocido. Algunos suponen que es
una alusión á Alcibíades.
DICEÓPOLIS.
Pue? yo anuncio á todos los Peloponesios, Me-
garenses y Beocios, que pueden acudir á comprar
y vender en mi mercado; sólo exceptúo á Lámaco.
(Qvsda solo el coro.)
CORO.
Este hombre aduce argnmentos convincentes y
va á cambiar la opinión del pueblo, inclinándole
á la paz. Pero dispongámonos á recitar los ana-
pectos (1).
Desde que nuestro poeta dirige los coros cómicos
nunca se ha presentado á hacer su propio panegí-
rico (2); pero hoy que ante los Atenienses, tan
precipitados en sus decisiones, sus enemigos le
acusan falsamente de que se burla de la república
ó insulta al pueblo, preciso le es justificarse con
(i) Metro empleado en las Paralasis. La Paráhasis (de
itapaSaívO, mudar de sitio) era la parle más principal del
coro en la comedia antigua ateniense. En ella, reunido
aquel frente á los espectadores, les dirigía la palabra, en
el ppmer entreacto, como diríamos nosotros, pues la Pa-
ráhasis se declamaba cuando los actores abandonaban por
primera vez la escena. Los poetas aprovechahim esta
oportunidad para dirigir la palabra al pueblo, dando expli-
caciones sobre sus actos y obras, ó discurriendo sobre los
negocios públicos, como se observa en esta de Los Acar-
nienses. La Paráhasis, á lo menos con el carácter político
que aquí tiene, desapareció en la comedia media y moder-
na. El Pinto, última de las piezas de Aristófanes que
se han conservado, no tiene Paráhasis.
(2) Aristófanes había presentado sus dos primeras co-
medias con los nombres de Calístrato y Filónides, actores
encargados de la representación de sus fábulas dra-
máticas.
i
80
COMEDIAS DE AKISTÓFANES.
-- 1-
LOS acarnienses.
84
sus volubles conciudadanos. El poeta pretende
haberos hecho mucho bien, impidiendo que os de-
jéis sorprender por las palabras de los extranjeros
y que os hechicen los aduladores y seáis unos
chorlitos. Antos los diputados de las ciudades,
cuando os querían eng-añar, principiaban por lla-
maros: «Coronados de violetas» (1), y al oiría pa-
hra corarías, era de ver cómo no cabíais ya en vues-
tros asientos (2). Si otro adulándoos decia: «La es-
pléndida Atenas» (3), conseg-uia al punto cuanto
deseaba, por haberos untado los labios con el elo-
gio, como si fueseis anchoas. Deseng-añándoos,
pues, os ha prestado el poeta eminentes servicios,
y ha difundido por las ciudades aliadas el régimen
democrático. Por eso los pag-adores de tributos de
esas mismas ciudades acudirán deseosos de cono-
cer al ex.celente poeta que no ha temido decir la
verdad á los Atenienses. La fama de su atrevi-
miento ha llegado tan lejos, que el gran Rey, in-
(4) Los Atenienses ¡ acian un gran consumo de coronas,
especialmente de violetas. En El Banqueteas Platón, Alci-
biades se presenta con varias coronas de aquella deli-
ciosa flor.
(2) La frase gnej^a es mucho más gráfica: in primo-
rtous natibus sedebatü.
(3) Lit.: grasicnta y lustrosa, como lo que se unta de
aceite; por eso viene después la comparación de las an-
choas. El Escoliasta cita con este motivo el siguiente verso
de una oda de Píndaro:
Al XiTrapa? xal loarxácpavot 'AOfJvat
Brillante y coronada
De violetas Atenas.
terrogando ala embajada de los Lacedemonios,
preguntó primero cuál era la armada más podero-
sa, y después cuáles eran los más atacados por
nuestro vate, y les aseguró que sería más feliz y
conseguiría señaladísimas victorias la república
que siguiese sus consejos. Por eso los Lac e demonios
os brindan con la paz, y reclaman á Egina (1); no
porque den gran importancia á aquella isla, sino
por despojar de sus bienes al poeta; pero vosotros
no le abandonéis jamás; en sus comedias brillará
siempre la justicia, y abogará siempre por vues-
tra felicidad, no con adulaciones ni vanas prome-
sas, fraudes, bajezas ni intrigas, sino dándoos
buenos consejos y proponiéndoos lo que sea mejor.
Después de esto, ya puede Cleon urdir y maqui-
nar contra mí cuanto se le antoje. La h onradez y
la justicia estarán de mi lado, y nunca la Repúbli-
ca verá en mí, como en él, un cobarde é inmundo
bardaje.
I Ven, infatigable Musa acarniense, brillante y
devoradora como el fuego! Semejante á la chispa
que, sostenida por un suave viento, salta de los
tizones de encina mientras unos asan sobre ellos
sabrosos pececillos, y otros preparan la salmuera
fresca de Tasos ó amasan la blanca harina, ven,
(1) Isla dependiente de Atenas. De este pasaje han de-
ducido algunos que Aristófanes tenía propiedades en Egina;
otros creen que no se trata del poeta, sino del actor Calis-
trato. De todos modos, la toma de Egina fué una de las
principales causas de la guerra (V. Tuc, i, 439).
6
lie 3
4
82
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Musa impetuosa, intencionada y agfreste, y presta
inspiración á tu conciudadano!
Nosotros, decrépitos ancianos, acusamos á la
ciudad. Vemos desamparada nuestra vejez, sin
que se nos alimente en recompensa dig*na de los
méritos que en las batallas navales contraimos; en
cambio, sufrimos mil vejámenes; nos enredáis en
litig-iosas contiendas, y luég^o permitís que sirva-
mos de jug-uete á oradores jovenzuelos: ya nada so-
mos; mudos é inservibles, como flautas rajadas, un
bastón es nuestro único apoyo, ó nuestro Neptuno,
por decirlo asi. En pié ante el tribunal, balbu-
ceando alg-unas palabras inconexas, solo vemos de
la justicia la bruma que la rodea, mientras el abo-
gado contrario, deseando captarse las simpatías
de la juventud, lanza sobre el demandado un dilu-
vio de palabras precisas y seguras; y lueg-o de
haberlo rendido, le interro^, le dirig-e preg-untas
insidiosas, y le turba, le aflig-e y despedaza, como
le sucedió al anciano Titon.
El pobre calla; se retira castig-ado con una pena
pecuniaria; llora y solloza, y dice á sus amigaos:
«El dinero con que pensaba comprar mi ataúd,
teng*o que darlo para pag-ar esta multa. »
¿Es justo arruinar de ese modo á un anciano, á
un hombre encanecido, que sobrellevó con sus
compañeros tantas fatig-as, que vertió por la Repú-
blica sudores ardientes, varoniles y copiosos, y que
en Maratón peleó como un héroe? Nosotros, que de
jóvenes perseg*uimos en Maratón á los enemigos,
somos ahora perseguidos por hombres malvados, y
\
LOS ACARMENSES.
83
condenados al fin. ¿Que responderá á esto Marp-
sias? (1) ¿Es justo que un hombre encorvado por la
edad, como Tucídides (2), cual si se hubiera per-
dido en los desiertos de Escitia, sucumba en sus
litigios con Cefisodemo (3), abogado locuaz? Os
aseguro que sentí la más viva compasión y hasta
lloré, viendo maltratado por un arquero á ese an-
ciano, á Tucídides digo, que, por Céres, cuando
estaba en la plenitud de sus fuerzas no hubiera
tolerado fácilmente que se le atreviese nadie, ni
aun la misma Céres, pues primero hubiera der-
ribado á diez Evatlos (4), y luego aterrado con sus
gritos á los tres mil arqueros, y matado con sus
flechas á toda la parentela de ese mercenario. Mas,
ya que no queréis dejar descansar á los viejos,
decretad, á lo menos, la división de las causas: que
el viejo desdentado litigue contra los viejos; el
bardaje contra los jóvenes, y el charlatán contra
el hijo de Clínias (5). Es necesario, no lo niego,
(1) Orador sumamente verboso y siempre pronto á dis-
putar.
(2) Uno de los adversario.s políticos de Feríeles. Acu-
sado de traición, no pudo pronunciar una sola palabra, á
pesar de ser un orador distinguido, y fué condenado, según
unos, al ostracismo por diez años, y, según otros, á des-
tierro perpetuo y confiscación de bienes.
(3) Mal orador y gran pleitista. Su abuela era natural
de Escitia, lo cual le echa en cara Aristófanes. Para com-
prender lo que sigue conviene tener presente que la mayar
j»arte de los arqueros, que constituían la guardia munici-
pal de Atenas, procedian de liscitia.
(4) Orador de mala reputación. Era hijo de un arquero
ó de otra persona de baja extracción.
(5) Alcibíades.
^'
84
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
perseguir á los malvados; pero en todos los pro-
cesos sea el anciano quien condene al anciano, y
el joven al joven.
85
DICEÓPOLIS.
Estos son los límites de mi mercado. Todos los
Peloponesios, Megarenses y Beocios pueden con-
currir á él, con la condición de que me vendan á
mi sus mercancías y no á Lámaco, Nombro ag'orá-
nomos (1) de mi mercado, eleg-idos á suerte, estos
tres zurriag-os del Lepreo (2). Que no entre aquí
ningún delacor, ni ningún habitante de Fásos (3).
Voy á traer la columna (4) sobre la cual está es-
crito el tratado, para colocarla á la vista de todos.
(Entra un Megarerise con dos muchmhm,)
EL MEGARENSR (5).
¡Salud, mercado de Atenas, grato á los Megaren-
ses! Juro por Júpiter, protector de la amistad, que
deseaba verte como el hijo á su madre. Hijas des-
(i) Magistrados que, como su nombre indica, tenían á
su cargo la inspección de los mercados. Iban armados de
azotes formados de correas.
(2) L&pros era un sitio extramuros de Atenas, donde
estaba el mercado de cueros.
(8) Es decir, todo delator, porque/zíoí en griego tiene
la misma raíz que sicofanta ó delator. Fasos es el nombre
de una ciudad y de un rio de Escitía.
(4) Era costumbre grabar en una columna de piedra ó
de madera las leyes y decretos para darlos á conocer.
(5) El Megarensese expresa en dialecto dórico.
dichadas de un padre infortunado, mirad si en-
contráis alg'una torta. Escuchadme, por favor, y
hag-an eco mis palabras en vuestro famélico
vientre. ¿Qué queréis? ¿Ser vendidas ó moriros de
hambre?
LAS MUCHACHAS.
¡Ser vendidas! ¡ser vendidas!
EL MEGARENSE.
También me parece lo mejor. ¿Mas habrá al^n
tonto que os compre siendo una carga manifiesta?
Pero se me ocurre un ardid dig'no de Megara. Os
voy á disfrazar de cerdos, y diré que os traigo al
mercado. Poneos estas pezuñas y procurad parecer
de buena casta, pues si volvéis á casa, ya sabéis,
por el tonante Júpiter, que sufriréis los horrores
del hambre. Ea, colocaos estos hocicos de puerco y
meteos en este saco. Procurad g-ruñir bien y hacer
co% gritando como los cerdos que van á ser sacri-
ficados á Céres (1). Yo voy á llamar á Diceópolis:
jDiceópolis! ¿Quieres comprar cerdos?
DICEÓPOLIS.
¿Qué es ello? ¡Un Megarense!
EL MEGARENSE.
Venimos al mercado.
DICEÓPOLIS.
¿Cómo lo pasáis?
(1) Cada iniciado ofrecía á Céres el sacrificio de un
cerdo.
86
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL MEGARENSE.
Sentados siempre junto al faeg'o y muertos de
hambre.
DICICÓPOLIS.
Por Júpiter, eso es muy agradable, teniendo al
lado un flautista. (1) ¿Y qué más hacéis los Meg-a-
renses?
EL MEG ÁRENSE.
¿Y lo preg'untas'^ Cuando yo salí para venir al
mercado, nuestras autoridades dictaban las medi-
das oportunas para que la ciudad se arruine lo más
pronto y desastrosamente posible.
DICEÓPOLIS.
Entonces no tardareis en veros libres de apuros.
EL MEGARENSE.
¿Por qué no?
DICEÓPOLIS.
¿Qué más ocurre en Megara? ¿Qué precio tiene
el trig"o?
EL MEGARENSE.
Tiene tanta estimación y precio como los dioses.
DICEÓPOLIS.
¿Traes sal?
EL MEGARENSE.
¿Cómo, si os habéis apoderado de nuestras sa-
linas?
(1) Juego de palabras. El Megarense dice TceivOfjLev, te-
nemos harnbre^ y Diceópolis entiende -nívcojisv, bebemos^ poi'
la semejanza de ambos vocablos, que en la pronunciación
casi debian confundirse.
LOS ACARNIENSES.
87
DICEÓPOLIS.
¿Y ajos? (1)
EL MEGARENSE.
¿Qué ajos? Si siempre que invadís nuestras tier-
ras arrancáis todas las plantas como si fueseis ra-
tones de campo.
DICEÓPOLIS.
¿Pues qué traes?
EL MEGARENSE.
Riercas para los sacrificios.
DICEÓPOLIS.
¡Que me place! A verlas.
EL MEGARENSE.
¡Mira qué hermosas! Tómalas á peso si quieres.
¿Qué g-orda y qué hermosa está esta?
DICEÓPOLIS.
¿Pero qué es esto?
EL MEGARENSE.
Una cerda, por vida mia.
DICEÓPOLIS.
¿Qué dices? ¿De dónde es?
EL MEGARENSE.
De Megara. ¿No es puerca ó qué?
DICEÓPOLIS.
A mí no me lo parece.
(1) El ajo puede decirse que constituía la base de la
alimentación de los campesinos y del pueblo bajo. En Me-
gara se recogia mucho.
Tes ty lis et rápido fessis messoribus as tu
A lita serpyllvmque herbas contundit olentes.
(ViRG. Eg. II, 10-11.)
88
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
89
Í5;
EL MEGARENSE.
íQue no! ¡Tu incredulidad es asombrosa! ¡Decir
que no es una puerca! Apostemos, si quieres, un
celemin de sal mezclada con tomillo á que entre los
Griegos pasa esta por puerca.
DICEÓPOLIS.
Sí, que es puerca (1); pero de hombre.
EL MEGARENSE.
Sí, por Diócles, (2) y mía, ¿qué crees tú que son?
¿Quieres oirías g-ruüir?
DICEÓPOLIS.
Bueno; no hay inconveniente.
EL MEGARENSE.
Gruñe pronto, puerquecilla. ¿A qué te callas,
desdichada'^ Te volveré á casa, por Mercurio.
UNA MUCHACHA.
¡Coi! ¡Coi!
EL MEGARENSE.
¿Es Ó no puerca?
DICEÓPOLIS.
Ahora lo parece; pero bien alimentada será otra
cosa (3).
EL MEGARENSE.
Dentro de cinco años, te lo aseguro, será como
su madre.
(1) La palabra x^^poí significa porcus y cunnus; de aquí
una infinidad de equívocos que no hacemos más que dejar
traslucir.
(á) Diócles era un héroe por el cual juraban los Mega-
rense como en otros pueblos por Hércules ó los Dioscuros.
En su honor se celebraban juegos llamados Diocleenses.
(3) Cunnus fiet.
DICEÓPOLIS.
Pero no sirve para el sacrificio.
EL MEGARENSE.
¿Por qué razón?
DICEÓPOLIS.
Porque no tiene cola (1).
EL MEGARENSE.
Aun es muy joven; cuando crezca tendrá una
cola grande, gorda y colorada. Si quieres alimen-
tarla, será una puerca magnífica.
DICEÓPOLIS.
¡Qué parecida es á esta otra! (2).
EL MEGARENSE.
Las dos son hijas del mismo padre y de la misma
madre. Cuando se engorde y se cubra de pelos será
la mejor víctima que pueda ofrecerse á Venus.
DICEÓPOLIS.
A Venus no se le sacrifican puercas.
EL MEGARENSE.
¿Que no se sacrifican puercas á Venus? Precisa-
mente es la única deidad á quien le agradan. La
carne de estos animales es riquísima, sobre todo
cuando se la clava en el asador.
DICEÓPOLIS.
¿Comen ya solas, sin necesitar de su madre?
EL MEGARENSE.
Ni de su padre, por Neptuno.
(1) Sólo se sacrificaban víctimas perfectas.
(2) Quam germanus est hujus cunni alteril
90
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
9i
DICEÓPOLIS.
¿Qué comida les gusta más?
EL MEGARENSE.
La que les des. Pregiintaselo á ellas
DICEÓPOLIS.
¡Gorrin! ¡Gorrín!
LAS MUCHACHAS.
¡Coi!! ¡Coi!!
DICEÓPOLIS.
¿Comerás nabos? (1).
LAS MUCHACHAS.
¡Coi! ¡Coi! ¡Coi!
DICEÓPOLIS.
¿Comerás hig'os?
LAS MUCHACHAS.
¡Coi! ¡Coi!
DICEÓPOLIS.
¡Con qué furia han pedido los higos! Traedles
algrmos á estas puerquecillas. ¿Los comerán? — ¡So-
pla! ¡Conque afán los devoran, Hércules venerando!
Parece que son de Tragada (2). Pero es imposible
que se hayan comido todos los higos.
EL MEGARENSE.
Todos, menos uno que he cogido yo.
DICEÓPOLIS.
Son hermosos animales, á fe mia. ¿Por cuánto me
los vendes?
(1) \ÁX.: garbanzos. Vox grceca penem etiam significat.
(2) Ciudad imaginaria, cuyo nombre se deriva de tpa^Stv,
tragar ó devorar.
EL MEGARENSE.
Este, por una ristra de ajos, y el otro, si te
gusta, por un quénice (1) de sal.
DICEÓPOLIS.
Trato hecho. Espérame aquí.
EL MEGARENSE.
¡Bueno va! ¡Mercurio protector del comercio,
concédeme que pueda vender lo mismo á mi mujer
y á mi madre! (2).
UN DELATOR.
¡Buen hombre! ¿De dónde eres?
EL MEGARENSE.
Soy un Megarense, vendedor de cerdos.
EL DELATOR.
Pues yo denuncio como enemigos á tus lechon-
cillos y á tí.
EL MEGARENSE.
¡Otra vez! Este renueva la fuente de todos nues-
tros males.
EL DELATOR.
Ya te arrepentirás de tu venida. Deja pronto ese
saco.
EL MEGARENSE.
¡Díceópolis! ¡Diceópolis! Me denuncia un no sé
quién.
(4) Medida de capacidad equivalente á un litro, ocho
centilitros. , i. v.- „ j
(2) Esta súplica indica el extremo á que había llegado
en Megara la miseria.
i
92
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
DICEÓPOLIS.
¿Quién te denuncia? Ag-oránomos, ¿por qué no
arrojáis del mercado á los delatores?— ¿Cómo quieres
alumbrarnos sin linterna? (1).
EL DELATOR.
¿No puedo denunciar á los enemigaos?
DICEÓPOLIS.
A costa de tu pellejo, si no te larg'as á otro sitio
con tus delaciones.
EL MEGARENSE .
íQué peste para Atenas!
DICEÓPOLIS.
Animo, Meg-arense; aquí tienes el precio de tus
lechoncillos; toma los ajos y la sal. Y pásalo bien.
EL MEGARENSE.
Ya no es costumbre entre nosotros.
DICEÓPOLIS.
Cierto, he dicho una tontería. ¡Caiga la culpa
sobre mil
EL MEGARENSE.
Id, lechoncillos mios, y, lejos de vuestro padre,
ved si hay quien os dé de comer tortas con sal.
(Vame los dos.)
CORO.
Este hombre (2) es muy feliz. ¿No has oido cuan
provechosa le ha sido su determinación? Se g-ana
(1) La voz griega significa alumbrar y delatar.
(2) Diceópolis.
LOS ACARMENSES.
93
la vida sentado tranquilamente en la plaza; y si se
presenta Ctesias ó algún otro delator, les obligará
á tomar asiento doloridos. Nadie te engañará en la
compra de comestibles; Prépis (1) no te manchará
con su inmundo contacto; Cleónimo no te dará em-
pellones; cruzarás por entre la multitud vestido de
fiesta sin temor de que te salga al encuentro el
pleitista Hipérbolo, ni de que, al pasear por el
mercado, se te acerque Cratino (2), pelado ala ma-
nera de los libertinos, ó aquel perversísimo Arte-
mon (3), en cuyas axilas se esconden chivos apesta-
dos (4) . Tampoco se burlarán de tí en la plaza ni
el perdido Pauson (5) ni Lisístrato (6), oprobio de
los Colargienses; ese que impregnado de todos los
vicios, como el paño en la púrpura que le tiñe, pa-
dece hambre y frío más de treinta dias al mes.
(i) Alusión á SUS prácticas infames.
2 El Escoliasta dice que este Cratino, poeta lí ico de
costumbres depravadas, no debe confundirse con e poeta
cómico de igual nombre, atacado también por Aristófanes
en varias de sus comedias.
13) Anacreonte, en un fragmento conservado Por Me-
neo (xii. 434. e. f. , habla de un Artemon, al cual llama
TtepicpopTixo; fcircunveciüiusj, adjetivo cambiado por Aris-
tófanes en ¿ptTTÓvrjpo; (como si dijéramos aMnbon),
Plutarco fVida de Perides. Ti) habla de otro Ariemon, ha-
bil mecánico, que ayudó Feríeles en el sitio de Sámos,
empleando máquinas de guerra. no,M'f,»n«íQ nai-í»
(4) Los poetas latinos usan también esta perífrasis pai a
indicar el mal olor vulgarmente llamado á sobaquma.
(5) Pintor extremadamente pobre y desvergonzado.
b Parásito, natural del demo de Colarges; su pobreza
y descaro eran extraordinarios. (Vid. Los Caballeros, 1.265;
Las Ams^as, 787, y el frag. 4 de Los DetaUmes.)
94
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIENSES.
9S
|i
UN BEOCIO.
iPor Hércules! ¡Cómo me duele el hombro.— Is-
ménico, descarga con cuidado el poleo (1); y vos-
otros, flautistas tebanos, soplad con vuestras flau-
tas de hueso por el ag^ujero mayor de esta piel de
perro (2).
DICEÓPOLIS.
¡Callad, malditos! ¿Si habrán echado raíces en mi
puerta semejantes moscones? ¿De dónde vendrán
esos discordantes flautistas, dig-nos discípulos de
Quéris? (3).
EL BEOCIO.
Por lolao (4), ¡con qué placer les veria irse
al infierno! Desde Tébas vienen soplando detras de
mí, y me han arrancado todas las flores del poleo.
Extranjero, ¿quieres comprarme pollos ó lan-
gostas?
DICEÓPOLIS.
Salud, amigo Beocio, gran comedor de paneci-
llos. ¿Qué traes?
UN BEOCIO.
Cuanto de bueno hay en Beocia; orégano, poleo,
esterillas, mechas para lámparas, ánades, grajos,
francolines, pollas de agua, reyezuelos, mergos...
(i) Hierba tónica y astringente, muy abundante en
Beocia.
(2j Osseis tihUs Ínflate canis culum. Las flautas á que
alude eran parecidas á nuestras gaitas gallegas.
(3) Mal flautista, ya citado.
(4) Héroe muy respetado en Beocia. Ayudó á Hércules
en su combate con la hidra de Lerna. (V. Pausanias,
1. IX, 23.)
DICEÓPOLIS.
De modo que entras en el mercado á manera de
huracán que abate las aves contra el suelo.
EL BEOCIO.
También traigo gansos, liebres, zorras, topos,
erizos, gatos, píctidas, nutrias, anguilas del Co-
páis... (1)
DICEÓPOLIS.
iOh qué deliciosísimo bocado acabas de nom-
brar! Sí traes anguilas, déjame que las salude.
EL BEOCIO.
Sal, tú, la mayor de las cincuenta vírgenes Co-
paidas, á regocijar con tu presencia á este extran-
jero (2).
DICEÓPOLIS.
¡Querida mia, por tanto tiempo deseada, al fin
has venido á satisfacer los deseos de los coros có-
micos, y los del mismo Moricos! (3). -Esclavos,
traedme el fuego y el aventador. Mrad, mucha-
chos, esta hermosa anguila, que al fin viene á vi-
sitarnos después de seis años de espera (4). Salu-
dadla, hijos mios. Llevadla adentro.— Ni aun la
(1) Lago de Beocia, cuyas anguilas eran muy grandes
V anreciadas.
(2) Parodia de Esquilo y Eurípides.
3) Poeta trágico, fué embajador en la corte de Persia,
y gastrónomo famoso, una especie de Lúculo ateniense.
(4) Porque durante la guerra del Peloponeso estuvie-
ron interrumpidas las relaciones mercantiles con Beocia,
y no podian presentarse en el mercado ateniense sus re-
nombradas anguilas.
«í
96
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACARNIEiNSES.
97
í
■i
muerte podrá separarme de tí (1), como te cuezan
con acelg-as.
EL BEOCIO.
¿Y cuánto me vas á pag-ar por ella?
DICEÓPOLIS.
Esta me la darás por derechos de entrada. ¿Quie-
res vender algnina otra cosa?
EL BEOCIO.
Sí, por cierto; todo.
DICEÓPOLIS.
Vamos á ver, ¿cuánto pides? ¿O prefieres cam-
biar por otras tus mercancías?
EL BEOCIO.
Bien, me llevaré de Atenas lo que no hay en
Beocia.
DICEÓPOLIS.
Entonces querrás anchoas del Falero (2) y ca-
charros.
EL BEOCIO.
i Anchoas! iCacharros! De sobra los tenemos. Sólo
quiero llevarme cosas que no hay allí, y aquí se
encuentran en abundancia.
DICEÓPOLIS.
Ahora caig-o en la cuenta: llévate un delator per-
fectamente empaquetado como si fuese una vasija.
1) Verso 367 de la Alcéstes de Eurípides.
(i) Puerto de Atenas. Barthelemy, apoyado en AA an-
tiguos dice quejas sardinas que en sus inmediaciones se
pescaban merecían presentarse en la mesa de los dioses.
(V. VoyagedujeutieAmcharis, t. ii, cap. 25)
1.
i
EL BEOCIO.
iPor los Dioscuros! (1) Ese sí que sería un neg-o-
cio redondo: cargar con un mico lleno de malicias.
DICEÓPOLIS.
Muy oportunamente lleg-a Nicarco á delatar á
alguno.
EL BEOCIO.
¡Qué pequeño es!
DICEÓPOLIS.
Pero todo veneno.
NICARCO.
¿De quién son estas mercancías?
EL BEOCIO.
Mias; traídas de Beocia: por Júpiter lo juro.
NICARCO.
Pues yo las denuncio por enemig^as.
EL BEOCIO.
¿Qué furia te mueve á declarar la g-uerra á las
aves?
NICARCO,
También á tí te denunciaré.
EL BEOCIO.
¿Qué daño te he hecho yo?
NICARCO..
Te lo diré en obsequio de ios presentes: tú traes
mechas del país enemigo.
(1) Juramento muy usado por los Espartanos, entre los
cuales Castor y Pólux recibían culto especial. (V. La Paa^
214, 28S;Zm5¿.,81, 86.)
7
Oí
98
COMEDIAS DE ARISTÓFA^ES.
LOS ACaRMENSES.
99
EL BEOCIO.
i;,Eres por tanto un denunciador de mechas?
NICARCO.
Cna sola puede incendiar la flota.
EL BEOCIO.
¡Una mecha incendiar la flota! ¿Cómo? ¡Soberano
Júpiter!
NICARCO.
Cualquier Beocio enciende una mecha, la ata á
un insecto alado, y, aprovechando un momento en
que el Bóreas sople con más violencia, la lanza so-
bre la flota por medio de un tubo; si el íueg-o pren
de en cualquier navio, es seguro que se abrasará
en seguida toda la flota.
DICEÓPOLIS.
¡Canalla sin vergüenza! ?.De modo que para re-
ducir á cenizas la escuadra, bastan una mecha y
un insecto? (Le pegaj.
NICARCO.
iSed testigos! ¡Favor!
DICEÓPOLIS.
Tápale la boca: dame bálago y mimbres para en-
volverle y podérmelo llevar como una vasija sin
que se rompa.
CORO.
Buen hombre, ata bien tan delicada mercancía,
no se te quiebre en el camino.
DICEÓPOLIS.
Eso á mi cargo queda; aunque deja oir un cru-
jido como si se hubiera rajado en el horno. ¡Cru-
jido odioso á los inmortales!
. CORO.
¿Qué hará con él?
DICEÓPOLIS.
Me servirá para todo: de recipiente de los males;
de mortero para majar pleitos; de linterna para es-
piar á los recaudadores, y de barreño donde se en-
turbien todas las cosas.
CORO.
¿Pero quién se atreverá á usar un vaso cuyos
crujidas resuenan incesantemente en la casa?
DICEÓPOLIS.
Es sólido, amigo mió, y no se quebrará fácil-
mente si se le cuelga de los pies, cabeza abajo.
CORO.
Ya está bien embalado.
EL BEOCIO.
Voy á segar mi cosecha.
CORO.
Excelente forastero, carga con ese paquete, llé-
vate á ese delator, bueno para cualquier cosa, y
arrójalo donde te agrade.
DICEÓPOLIS.
Trabajo me ha costado el empaquetar á ese per-
dido. Ea, amigo, toma tu vasija y llévatela.
EL BEÜCIO.
Isméiiico, cárgatela sobre tus duros hombros.
DICEÓPOLIS.
Procura llevarla con cuidado. Aunque no llevas
nada de bueno, sin embargo, es fácil que salgas
ganancioso con tu carga: serás feliz por gracia de
los delatores. fVáse el Beocio.)
100
COMEDIAS DE ARISTÓFANE*^.
LOS ACARMENSES.
iOl
UN CRIADO DE iAmACO.
iDiceópolisI
DICEÓPOLIS.
^.Quién va? ¿Qué me quieres?
EL CRIADO.
Lámaco te suplica que le des, mediante este
dracma, alamos tordos, para celebrar la fiesta de
las Copas (1); y que por otros tres le vendas una
au^ila del Gópais.
DICEÓPOLIS.
^.Quién es ese Lámaco que desea la anguila?
EL CRIADO.
Aquel terrible sufridor de trabajos, que lleva una
Gorgona en el escudo, y sobre cuyo casco se agita
un penacho triple.
(4) Fiesta que se celebraba el segundo día de las An-
téstenos. Hé aquí su oiMgen, según el Escoliasta: cuando
Oréstes vino á Atenas, después de haber vengado el ase-
sinato de su padre Agamenón con el de su madre Clitena-
nestra, Pandion, rey entonces del Ática, hallábase presi-
diendo un banquete en honor de Baco. No queriendo ni
excluir á Orésies ni que sus convidados se contaminasen
bebiendo en el mismo vaso que el parricida, distribuyó á
cada uno una copa, de modo que al hacer las libaciones
no hubiese necesidad de pasarla de mano, como era eos-
La tradición de este piadoso procedimiento conservóse
en las fiestas de Baco. Lo característico de la de las copas
era la lucha de bebedores, en la cual para ser declarado
vencedor era preciso apurar una copa (x^Oc) cuyo conte-
nido era de más de tres litros. El que primero la vaciaba
recibía en recompensa una corona y un pellejo de vino.
Al fin de la comedia veremos á Diceópolis triunfante en
este certamen báquico.
DICEÓPOLIS.
No le venderé nada, por Júpiter, aunque me dé
su escudo: en vez de comer pescado, entreténg-ase
en agitar su penachos. Si se alborota, llamaré á
los Ag-oránomos. Ahora, recog-iendo mis compras,
entraré en mi casa «sobre las alas de los mirlos y
los tordos.» (1)
CORO.
¿No veis, ciudadanos, no veis la extremada pru-
dencia y discreción de ese hombre, que, después
de haber pactado sus treg-uas, puede comprar
cuantas cosas suelen traer los mercaderes, útiles
unas á la casa, y gratísimas otras al paladar?
Todos los bienes penetran por sí mismos en su
morada.
Nunca admitiré en mi casa al belicoso Marte;
jamás cantará en mi mesa el himno de Harmo-
dio (2), porque es un ser cuya embriag-aez es te-
mible. Arrojándose sobre nuestros bienes, descargó
sobre nosotros todos los males, la ruina, la des-
trucción y la muerte; en vano le decíamos amable-
(4) Parodia de alguna canción popular.
(2) En honor de Harmodio, que, unido á Aristogiton,
mató al tirano Hiparco, se compuso un Escolio ó canto de
sobremesa, conservado por Ateneo (lib. 45, c. 45). Cantar
el Hanrcdto con alguno, significaba lo mismo que comer
en su compañía. La canción aludida principiaba:
«Llevaré mi espada cubierta con hojas de mirto, como
Harmodio y Aristogiton, cuando mataron al tirano y resta-
blecieron en Atenas la igualdad de las leyes.»
102
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
mente: «Bebe, acompáñanos en la mesa, acepta
esta copa de amistad,» porque entonces atizaba
con más violencia el incendio de nuestros rodrig-o-.
nes, y derramaba el vino de nuestras cepas.
Abundante mesa es la de Diceópolis; envanecida
con su suerte, arroja en los umbrales de su casa
esas plumas, indicio de su reg-alada vida.
¡Oh Paz , compañera de la hermosa Venus y de
sus amig-as las Gracias! ¿Cómo he podido descono-
cer tanto tiempo tu sin par belleza?
i Ojalá me despose contig-o un Amor coronado
de rosas como el que está allí pintado! (1) ¿Me crees
acaso demasiado viejo? Pues si me enlazo á tí po-
dré, aunque anciano, hacer tres cosas en obsequio
tuyo: abrir en primer lugar un larg-o surco para la
vid (2); poner después junto á él tiernos retoños de
higruera, y plantar luég-o el vig-oroso sarmiento;
cercando, por fin, todo mi campo de olivos, con
cuyo aceite podamos mutuamente ung-irnos en las
Neomenias.
UN HERALDO.
Pueblos, escuchad: conforme á la costumbre pa-
tria, bebed en vuestras copas, ai son de las trom-
(i) Se cree que Aristófanes alude á un Amor coronado
de rosas y radiante de hermosura que Zéuxis había pin-
tado en el templo de Venus, en Atenas.
(-2) In his turpiuscula latent (boissonade.).
LOS ACARNIENSES.
103
ii
I
petas; el que primero haya apurado su vaso reci-
birá en premio un odre de Ctesifon (1).
DICEÓPOLIS.
Muchachos, mujeres, ¿no habéis oido? ¿Qué ha-
céis? ?.No habéis oido el pregón? Coced las viandas,
asadlas; retirad pronto las liebres de los asadores;
tejed las coronas; dadme asadorciUos para los
tordos (2).
CORO.
Celebro tu suerte, ami^o mió, y más que todo
esa tu discreción admirable por la cual gozas de
tan delicioso banquete.
DICEÓPOLIS.
¿Pues qué diréis cuando veáis cómo se asan mis
tordos?
CORO.
También creo que tienes razón en eso.
DICEÓPOLIS.
Atizad el fuego.
CORO.
¿Veis cómo dispone su comida, á modo de un
cocinero hábil y experimentado?
UN LABRADOR.
¡Infeliz de mi!
DICEÓPOLIS.
Por Hércules, ¿quién es este?
(4) Epigrama contra Ctesifon, que era muy grueso y
^"ir'^Los tordos eran muy estimados, en Atenas, coma
lo prueban varios pasajes del mismo Aristófanes.
,/
104
COMEDIAS DE ARlSTÓFA.\Eí).
LOS ACARNIENSES.
105
EL LABRADOR.
ün hombre desgTacia(?o.
DICEÓPOLIS.
Pues sig-ue tu camino.
EL LABRADOR.
mítlT*"!!""" *°''^°' y^ "l"" ^^' ''^^^^ «e han
pactado sólo para tí, cédeme ,m poco de tu paz
aunque no sea má.s que por cinco años. '
DICEÓPOLIS.
¿Qué te aflige?
EL LABRADOR.
DICEÓPOLIS.
¿Cómo'^
EL LABRADOR.
Los Beocios me los quitaron en la toma de Fila (1).
DICEÓPOLIS.
blinco?"^' ^^'^' °'^'''''* '^ ^""^ ^^' ^^^^"^ ^^
EL LABRADOR.
1« ^r'. r^. ^'^"'"'^ ^^^''^^'- ^^ niantenian en
ia más deliciosa abundancia (2).
DICEÓPOLIS.
4Quó necesitas ahora?
EL LABRADOR.
Me he estropeado los ojos Uorando aquellos bue-
(1) Demo del Ática.
yes. Si alg-un interés te merece Dercéles de Fila,
frótame pronto los ojos con el bálsamo de la paz.
DICEÓPOLIS.
Pero, desdichado, yo no soy médico público (1).
EL LABRADOR.
Por piedad, hazlo, para ver si puedo recobrar mis
bueyes.
DICEÓPOLIS.
Me es imposible; vete con tus lágrimas á los dis-
cípulos de Pítalo (2).
EL LABRADOR.
Pónme siquiera una g-ota de paz en esta cañita.
DICEÓPOLIS.
Ni el átomo más imperceptible. Vete á llorar
donde quieras.
EL LABRADOR.
¡Desdichado de mí! ¡Sin bueyes para la labranzal
CORO.
Este hombre ha conseguido con su tratado mu-
chas ventajas, de las cuales, al parecer, no quiere
hacer partícipe á nadie.
DICEÓPOLIS.
Pon esos callos con miel: asa los calamares.
CORO.
¿Oís cómo levanta la voz?
DICEÓPOLIS.
Asad las anillas.
(1) Habia en Atenas médicos encargados de prestar
gratuitamente sus servicios á los pobres.
(2) Médico de Atenas.
106
COMEDIAS DE ARISTÓFANFS.
LOS ACARNIENSES.
107
\
li
CORO.
Nos vas á matar de hambre; y á tus vecinos con
el humo y las voces.
DICKÓPOLLS.
Asad esa con cuidado; que quede doradita.
UN PARANINFO (1).
¡Diceópolis! ¡Diceópolis!
DICEÓPÜLIS.
¿Quién llama?
EL PARANINFO.
Un recien casado te envia esta parte de su con-
vite de boda.
DICEÓPOLIS.
Es muy amable, sea quien quiera.
EL PARANINFO.
Te suplica que en cambio de estas viandas, le
eches en este vaso de alabastro una copita de paz,
para que pueda eximirse de la milicia y quedarse
en casa disfrutando de los placeres del amor.
DICEÓPOLIS.
Llévate, llévate tus viandas, y nada me des, pues
no le cederla una g'ota por mil dracmas. — ¿Pero
quién es esa mujer?
EL PARANINFO.
Es la madrina de la boda. Quiere hablarte á tí
solo, de parte de la novia.
(1) Dábase este nombre ni mozo que flcompanaba al
recien casado cuando se dingia á su casa con su esposa.
V \
DICEÓPOLIS.
Vamos, ¿qué tienes que decirme?... — ¿Dioses in-
mortales! Qué ridicula es la pretensión de la novia. . .
Me pide que hag*a de modo que permanezca en la
casa una parte del cuerpo de su esposo (1). Ea,
veng-a aquí el tratado; á ella sola le daré parte, en
consideración á que siendo mujer no debe sufrir
las molestias de la g-uerra. Tá fA la madrimj,
buena mujer, acerca el frasco... ¿Sabes cómo se ha
de usar? Dile á la desposada que cuando se hagu
la leva de los soldados, unte con esto esa parte del
cuerpo de su marido que desea conservar. Llévate
el tratado. Traed el cacillo para que llene de vino
las copas.
CORO.
Ahí se acerca uno con el entrecejo fruncido,
como si nos fuera á anunciar alguna desgracia.
MENSAJERO L"
¡Oh trabajos y combates! ¡Oh Lámacos! (2)
LÁMACO.
jj.Quién mueve tanto estrépito en torno de esta
casa hermoseada por ornamentos de bronce? (3).
MENSAJERO L°
Los Estrategas ordenan que, reuniendo á toda
prisa tus batallones y penachos, partas hoy mismo,
á pesar de la nieve, á custodiar la frontera. Han
(4) Tó Tcáoí.
(2) Juego de palabras sobre (i-á^^ai y AáuLa^^ot.
(3J Parodia del estilo trágico.
/
d08
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
sabido que los bandidos Beocios pensaban invadir
nuestro territorio, en ocasión de estarse celebrando
la fiesta de las copas y las ollas (1).
LÁMACO.
|0b Estrategas, cuantos más sois peores! ¿No es
terrible el no poder ni siquiera celebrar esta
fiesta?
DICEÓPOLIS.
¡Oh ejército bélico -lamacaico! (2).
LÁMACO.
¡Oh desgracia! ¿Ya te burlas de mí?
DICEÓPOLIS.
¿Quieres luchar con este Gerion de cuádruple
penacho? (3).
LÁMACO.
lAy! ¡Ay! iqué noticia tan triste me ha traído
este mensajero!
DICEÓPOLIS.
¡Oh! íOh! iqué agradable es la que me trae este
otro!
¡Diceópolis!
¿Qué hay?
MENSAJERO 2."
DICEÓPOLIS.
LOS ACARNIENSES.
109
•,J
(V
MENSAJERO 2.®
Corre al festín y lleva una cesta y una copa,
pues te invita el sacerdote de Baco (1): pero apre-
súrate: los convidados te esperan. Ya está todo
preparado, los triclinios, los cojines, los tapetes, las
coronas, los perfumes y los postres: hay allí corte-
sanas, y galletas, pasteles, tortas de sésamo, ros-
quillas, y hermosas bailarinas, delicias de Harmo-
dio (2); pero corre, corre cuanto puedas.
LÁMACO.
¡Infeliz de mí!
DICEÓPOLIS.
i Infeliz tú, cuando te pavoneas con la gran Gor-
gona de tu escudo! Cerrad la puerta y preparad la
comida.
LÁMACO.
¡Esclavo! ¡esclavo! Tráeme la maleta.
DICEÓPOLIS.
¡Esclavo! ¡esclavo! Tráeme la cesta.
LÁMACO.
Trae sal mezclada con tomillo, y cebollas.
DICEÓPOLIS.
Y á mí peces; me cansan las cebollas.
LÁMACO.
Tráeme aquel rancio guiso envuelto en su hoja
de higuera.
(i) El tercer dia de las Anlesterias se llamaba la tiesta
de las ollas.
(2) Expresión burlesca.
(3) El Escoliasta supone que el nombre de Gerion se lo
da burlescamente Diceópolis á un insecto de cuatro alas
que revolotea sobre la cabeza de Lámaco.
\(\
(1) Que solia dar un gran festín para celebrar la fiesta
del dios.
(2) Es decir del banquete.
110
COMEDIAS DE ARISTÓFAWES.
LOS AGaRNIEMSES.
111
DICEÓPOLIS.
Y á mí aquel reden hecho [1): ya lo coceré yo.
LÁMACO.
Tráeme las plumas de mi casco.
DICEÓPOLIS. \
Tráeme pichones y tordos. ;
LÁMACO. '
¡Qué hermosa y qué blanca es esta pluma de
avestruz!
DICEÓPOLIS.
¡Qué hermosa y qué dorada está la carne de este
pichón!
LÁMACO.
Amigo, deja de burlarte de mi armadura.
DICEÓPOLIS.
Amigo, deja, si puedes, de mirar mis tordos.
LÁMACO.
Dame la caja de mi triple cimera.
DICEÓPOLIS.
Dame ese embutido de carne de liebre.
(1) Este guiso recibía el nombre de OptSv, hoja de hi-
guera. Los había de muchas clases; vayan por muestra dos
recetas para confeccionar este sabroso plito. Se mezclaba
manteca de cerdo derretida con leche, hasta formar una
masa esp-isa; añadíase queso fn seo, yemas de huevus, y
sesos; envolvíase la pasta en una hoja de higuera, y se po-
nía á cocer en un caldo de aves ó de cabrito. Después se
retiraba del fuego, se separaba la hoja y se sumergía en
una cazuela llena de miel hirviendo. El manjar se servia
después de cuajada la tnezcla. Ütra menos complicada: se
mezclaban un trozo de tocino, harina de trigo común, le-
che, y una yema de huevo, y se envolvía la pasta en hojas
de higuera.
\
L AMAGO.
¡Cómo han devorado las polillas mis penachos!
DICEÓPOLIS.
¡Cómo voy á devorar embutidos de liebre antes
del banquete!
LÁMACO .
Amigo, ¿no puedes dejar de hablarme?
DICEÓPOLIS.
No te hablo; disputo hace tiempo con mi escla-
vo. — ¿Quieres apostar (Lámaco decidirá la cues-
tión) si son más sabrosos los tordos que las lan-
gostas?
LÁMACO.
Estás muy insolente.
DICEÓPOLIS.
Dice que son más sabrosas las langostas.
LÁMACO.
Esclavo, esclavo, saca la lanza y tráemela.
DICEÓPOLIS.
Esclavo, esclavo, saca aquella morcilla del fuego
y tráemela.
LÁxVIACO.
Ea, sujeta bien la lanza mientras yo tiro de la
vaina.
DICEÓPOLIS.
Ten tú también firme y no lo sueltes (1).
LÁMACO.
Saca las abrazaderas de mi escudo.
(1) Se supone que para sacar las carnes del asador
142
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
)
lito
DICEÓ POLIS.
Saca del horno los panes, abrazaderas de mi es-
tómag-o.
LÁMACO.
Tráeme el disco del escudo que tiene unaGorg-ona.
DICRÓPOLIS.
Tráeme el disco de aquel pastel que tiene un
queso.
LÁMACO.
¿No es éste un burlón sin gracia?
DICRÓPOLIS.
¿No es éste un pastel delicioso?
LÁMACO.
Echa aceite en el escudo. Veo en él la imagen
de un viejo que será acusado de cobardía (1).
DICRÓPOLIS.
Echa miel al pastel. Veo en él la imagen de un
viejo que hace rabiar al peuachudo Lámaco.
LÁMACO.
Esclavo, tráeme la coraza de batalla.
DICRÓPOLIS.
Esclavo, tráeme mi coraza, es decir, mi copa.
LÁMACO.
Con esto defenderé mi pecho contra los enemigos.
DICRÓPOLIS.
Con esto defenderé mi pecho contra los bebedo-
res (2).
(1) Era una de las acusaciones públicas, lo mismo que
la deserción.
(2) El verbo O'opViaírü) significa: ponerse una coraza^ y
embriagarse.
\
LOS A Carmen SES.
{ V.
) .
N:
H3
LAMACO.
Sujeta esas correas á mi escudo.
DICRÓPOLIS.
Sujeta los platos á la cesta.
LÁMACO.
Cog-eré esta maleta y la llevaré yo mismo.
DICRÓPOLIS.
Yo cogeré este vestido y me marcharé.
LÁMACO.
Toma el escudo y anda.-jOh Júpiter! ¡Está ne-
vando] Tengo que hacer una campaña de invierno.
DICRÓPOLIS.
Recoo-e las viandas. Tengo que cenar. fSalen
ambos. ¡
CORO.
Id alegremente á la guerra. ¡Qué caminos tan
diversos seguís.' Aquel beberá, coronado de flores;
til harás centinela medio helado; aquél dormirá con
una hermosísima joven... Lo digo de veras: jojalá
Júpiter confunda al hijo de Psácas, á Antímaco,
poetastro infeliz, que, siendo Corega (1) en las fies-
tas Lencas, me mandó á mi casa sin cenar! ¡Ojalá
le vea yo alg-un día deseoso de comer un calamar,
y cuando esté ya frito, chirriando en la sartén,'
servido en la mesa, y aderezado con sal, en el mo-
InilLtnc íío?^? ^^ n^ ^ ^" ^^^^^ °^^^"^'* PO^ su cuenta
mnn^n i 1 teatpales. Parece que Antímaco trató mezquina-
rp^pn^hh-^'?,'-^^""^^'*^*^^ ^P^'^^^^i' "n decreto en
que se prohibía á los poetas cómicos poner en escena con
su propio nombre á los ciudadanos atenienses; por lo cual
cirln«T!'a^i"'i-'-??."'"^'''' comedias, y quedaron redu-
cíílos a la mendicidad gran parte de los constas.
8
142
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS ACaRNIENSES.
DICEO POLIS.
Saca del homo los panes, abrazaderas de mi es«
tómag-o.
LÁMACO.
Tráeme el disco del escudo que tiene unaGorg-ona.
DICEÓPOLIS.
Tráeme el disco de aquel pastel que tiene un
queso.
LÁMACO.
¿No es éste un burlón sin gracia?
DICEÓPOLIS.
¿No es éste un pastel delicioso?
LÁMACO.
Echa aceite en el escudo. Veo en él la imagen
de un viejo que será acusado de cobardía (1).
DICEÓPOLIS.
Echa miel al pastel. Veo en él la imág-en de un
viejo que hace rabiar al penachudo Lámaco.
LÁMACO.
Esclavo, tráeme la coraza de batalla.
DICEÓPOLIS.
Esclavo, tráeme mi coraza, es decir, mi copa.
LÁMACO.
Con esto defenderé mi pecho contra los enemigos.
DICEÓPOLIS.
Con esto defenderé mi pecho contra los bebedo-
res (2).
113
(1) Era una de las acusaciones públicas, lo mismo que
la deserción.
(2) El verbo O'^pi^acrü) significa: 'ponerse una, coraza^ y
embriagarse.
<s
!
' i i
LÁMACO.
Sujeta esas correas á mi escudo.
DICEÓPOLIS.
Sujeta los platos á la cesta.
LÁMACO.
Cog-eré esta maleta y la llevaré yo mismo.
DICEÓPOLIS.
Yo cogeré este vestido y me marcharé.
LÁMACO.
Toma el escudo y anda.— ¡Oh Júpiter! ¡Está ne-
vando! Tengo que hacer una campaña de invierno.
DICEÓPOLIS.
Recoge las viandas. Tengo que cenar. CSale/i
a/nbos.J
CORO.
Id alegremente á la guerra. jQué caminos tan
diversos seguís! Aquel beberá, coronado de flores;
til harás centinela medio helado; aquél dormirá con
una hermosísima joven... Lo digo de veras: jojalá
Júpiter confunda al hijo de Psácas, á Antímaco,
poetastro infeliz, que, siendo Corega (1) en las fies-
tas Lencas, me mandó á mi casa sin cenar! [Ojalá
le vea yo algún día deseoso de comer un calamar,
y cuando esté ya frito, chirriando en la sartén,
servido en la mesa, y aderezado con sal, en el mo-
(1) El Corega tenía á su cargo ordenar por su cuenta
los gastos teatrales. Parece que Antímaco trató mezquina-
mente á los artistas. Además hizo aprobar un decreto en
que se prohibia á los poetas cómicos poner en escena con
su propio nombre á los ciudadanos atenienses; por lo cual
nubieron de retirarse muchas comedias, y quedaron redu-
cidos á la mendicidad gran parte de los coristas.
8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
i44 ^
mentó de Uevarlo á la boca, un perro se lo arrebate
y escape con él!
Además de ese mal, le deseo otra aventura noc-
turna. ¡Ojalá al volver febril á su casa, después de
la equitación, se tropiece con Oréstes (1) borracho,
y éste enfurecido le rompa la cabeza; y que pen-
sando tirarle una piedra, coja en la oscuridad un
excremento reciente, y al lanzarlo conímpetu como
si fuera un g-uijarro, yerre el golpe y le pe^e á
Cratino! (2).
UN CRIADO DE LÁMACO.
¡Esclavos de Lámaco, pronto, pronto, calentad
a^a en un pucherillo! Preparad trapos, ungüento,
lana virgen y vendas, para atarle el tobillo. Al sal-
tar una zanja se ha herido con una estaca, se ha
dislocado un pié y se ha roto la cabeza contra una
peña; la Gorgona saltó del escudo, y al ver el héroe
su formidable penacho caido entre las piedras,
entonó estos versos terribles:
Por la postrera vez, astro brillante,
Te ven mis ojos; desfallezco y muero (3)
Dicho esto, cae en una zanja, levántase, se arroja
sobre los fugitivos, persigue á los bandoleros, los
hostiliza con su lanza. Pero helo aquí; abrid pronto
la puerta.
(4) Ladrón de vestidos. o*o ««n a1
(2) Este Cratino es el mismo del verso 849, y no el
poeta cómico. .
(3) Parodia de algún poeta trágico.
LOS ACARNIEWSES.
115
LÁMACO.
íAy, ay, ayl ¡qué agudos doloresl ¡qué frió! /Yo
muero, triste de mí, herido por una lanza enemiga!
Pero aun será mas terrible mi desgracia si Diceó-
polis viéndome en este estado, se burla de mi in-
fortunio.
DiCEÓPOLis fmi dos cortesanas del brazo),
lAy! ¡ay! ¡ay! ¡Vuestro turgente seno tiene la
dureza del membrillo! Dadme un beso, tesoro mió,
un beso dulce y voluptuoso. Pues yo he sido el que
he bebido la primera copa.
LÁMACO.
¡Oh suerte funesta! ¡Oh dolorosísimas heridas!
DICEÓPOLIS.
¡Ah! ¡ah! salud, caballero Lámaco.
LÁMACO .
¡Infeliz de mí!
DICEÓPOLIS.
¡Qué desdichado soy!
LÁMACO.
¿Por qué me besas?
DICEÓPOLIS.
¿Por qué me muerdes?
LÁMACO.
¡Infortunado! ¡Qué duro escote he pagado en el
combate!
DICEÓPOLIS.
¿Pues qué se paga escote en la fiesta de las
copas? (1)
(1) Los invitados á las fiestas solemnes no pagaban
escote.
116
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LÁMACO.
¡Oh Pean! ¡Pean! (1)
DICEÜPÜLIS.
Hoy no 3e celebran las fiestas de Pean.
LÁM\CO.
Levantadme, levantadme esta pierna. ¡ Ay, ami-
gos mios, sostenedme!
DICKüPüLIS.
Vosotras, amigas mias, sostenedme también (2).
LÁMACü.
La herida de la cabeza me da vértigos y me
tnrba la vista.
DICHÓPOLIS.
Yo qmero acostarme; no puedo más: necesito
descanso (3).
LxVMACO.
Llevadme á casa -le Pítalo, cuyas manos son
émulas de las de Peón ¡4).
DICEÓPOLIS.
Llevadme ante los jueces. ^.Dónde está el Rey'^
Dadme el odre señalado como premio.
LÁMACO.
Una lanza terrible se lia clavado en mis huesos.
DICEÓPOLIS.
Mirad esta copa vacía. ¡Victoria! iVictoria!
(!) Sobrenombre ae Apolo, honrado como dios d- la
"^V^^'^^Meiim penem amhce médium prehendÜt^^
3 Tentigine rmíipor, et in tenebns futiiere gestto.
(4) Dios de la medicina.
LOS ACARNIENSES.
117
CORO.
¡Victoriai Anciano, pues así lo deseas, clamemos
ivictorial
DICEÓPOLIS.
He llenado mi copa de vino y la he apurado sin
respirar.
CORO.
iVictoria! recoge tu odre, ilustre vencedor.
DICEÓPOLIS.
Seguidme cantando: ¡Victoria! ¡Victoria!
CORO.
Te seguiremos cantando ¡victoria! ¡victoria! á tí
y á tu odre.
PIN DE LOS ACAH>ÍIENSBS.
LOS CABALLEROS,
NOTICIA PRELIMINAR.
Al establecer Solón el principio de la soberanía
nacional, dando al pueblo reunido en asamblea
amplias facultades leg-isladoras y administrativas,
no dejó de comprender el grave peligro que la nave
del Estado correrla si de su dirección se encarg-aba
una multitud ligera, frivola, olvidadiza, fácilmente
impresionable, apasionada en sus decisiones, ig'no-
rante y perpetuamente inexperta como la ate-
niense. Entre los infinitos escollos que el sabio le-
g-islador debió prever, presentábasele indudable-
mente como uno de los más formidables el de los
nombramientos para las altas mag-istraturas encar-
g-adas de importantísimas funciones. Pues si pri-
vaba á la asamblea del derecho electoral, exponíase
á hacer ilusorios todos los otros, dejándola á mer-
ced de sus enemigaos declarados; y si no limitaba
de alg-un modo el ejercicio de esta prerog-ativa,
¿cómo impedir que, captándose el aura popular
mediante halageos y promesas, escalasen los más
íff
NOTICIA PRELIMINAR.
altos puestos hombres sin ilustración ni patrio-
tismo, ávidos, rapaces y predispuestos al soborno
y la venalidad? Sabido es que Solón resolvió el con-
flicto dejando á la asamblea general la facultad de
nombrar los magistrados y de exigirles cuenta de
su administración, mas prescribiendo que la desig-
nación para altos cargos únicamente pudiera re-
caer sobre los ricos. Al efecto, adoptando como
base la riqueza y prescindiendo de la aristocracia
de la sangre, dividió á los Atenienses en cuatro
clases, á saber: Pentacosiomedimms^ que tenian
una renta anual de 500 medimnas; Caballeros, cuya
cosecha era de 300 á 500; ZeugUas, que recogían
de 200 á 300; y Tetas {^fi'^^<i), todos los demás. Es-
tos últimos, con arreglo á la constitución de Solón,
no tenian más derechos políticos que el de emitir
su voto en la Asamblea y formar parte de los tribu-
nales de justicia, mientras las tres clases primeras
constituían, por decirlo así, el cuerpo de electores-
elegibles.
Pero las guerras módicas antes, y la del Pelopo-
neso después, dieron al traste con tan sabias pre-
cauciones, siendo causa del desastroso estado en
que la administración de Atenas se encontraba
cuando Aristófanes escribió Los Caballeros. Arísti-
des fué quien dio el primer paso en tan funesto
camino, haciendo aprobar después de la batalla de
Platea un decreto por el cual los ciudadanos de la
última clase podían aspirar, en concurrencia con
los de las otras, á las altas magistraturas: agravóse
más tarde el mal cuando el gobierno consignó un
NOTICIA PRELIMINAR.
123
salario para los asistentes á las públicas delibera-
ciones y empezaron á hacerse distribuciones de
trigo: la clase pobre rehuyó entonces el trabajo; el
aliciente del trióbolo la arrastró en masa al Pnix;
la holgazanería fomentó su humor inquieto y no-
velero; la miseria la hizo esclava del que prometía
más; y rechazando el blando freno de la ley y la
prudencia con que los buenos ciudadanos intenta-
ban sujetarla, los alejó furiosa del gobierno, y se
echó ciegamente en brazos de los ambiciosos de-
magogos. Figuraba como el principal de éstos
Gleon, heredero de la influencia de Feríeles y acér-
rimo partidario de la guerra: Tucídides nos le
pinta audaz, arrebatado y violento (1), idolatrado
por el pueblo ateniense, cuyo apoyo se procuraba
medíante larguezas esquilmadoras del tesoro y
lisonjeros discursos en que trataba de inspirarle un
soberano desprecio á las fuerzas de Lacedemo-
nía (2). Cuéntase que, deseando dar uno de esos
golpes de efecto que seducen á la muchedumbre,
reunió un día á todos sus amigos y les manifestó
que, hallándose á punto de administrar la repú-
blica, veíase obligado á renunciar á todo género
de afecciones para ajustar sus actos sólo al más
puro criterio de justicia. Les hechos desmintieron
bien pronto estas palabras; pero la multitud, obsti-
nada y ciega, continuó favoreciéndole hasta el
punto de tolerar sus burlas é insolencias, y aun de
(4) Eist., III, 36.
(2) /á.,IV, 28.
1^4
NOTiaA PRELIMLNAR.
aplaudirlas, como las de un niño mimado (1). Sin
embarco, como el pueblo ateniense era voluble y
tornadizo si los hubo, empezaba ya á eclipsarse y
palidecer la estrella de Cleon, cuando un aconteci-
miento singular, reciente al ponerse en escena Zo5
Caballeros, vino á prestarle nuevos y más vivos
resplandores. Refiriéndose constantemente la co-
media de Aristófanes á este suceso, preciso es que
sobre el mismo dig-amos algo.
Corria el año sétimo de la guerra del Peloponeso
(425 antes de J. C). Demóstenes, general atenien-
se, en una expedición á la Laconia, ocupó á Pilos,
pequeña ciudad marítima, situada en la antigua
Mesenia, á 400 estadios de Esparta, y la hizo amu-
rallar en la espectativa de un ataque de los Lace-
demonios. Dieron éstos al principio muy poca im-
portancia á la dicha ocupación, considerando cosa
fácil el recobrar una plaza fortificada á la ligera,
defendida sólo por un puñado de hombres y mal
aprovisionada por añadidura. En esta confianza
marcharon contra Pilos; pero no creyendo inútiles
ciertas precauciones, situaron sus hoplitas en la
isla Esfacteria, que extendiéndose delante de aquel
puerto sólo permite llegar á él por dos estrechos
(1) Plutarco, en la Vida de Nietas, refiere que en una
ocasión, esperando la Asamblea á Cleon con impaciencia
para tratar de un asunto interesante, el insolente dema-
gogo presentóse al fin, suplicando á ios concurrentes que
dejasen la discusión para otro dia, porque teniendo convi-
dados á unos extranjeros, no tenía entonces tiempo para
dedicarse á los negocios del Estado. El pueblo se levanto,
aplaudió á Cleon y continuó favoreciéndole.
NOTICIA PRELIMIIVAR.
125
pasos, cuya angostura dificulta sobremanera toda
maniobra naval. Pensaban, pues, sin combate ma-
rítimo y sin grave riesgo, apoderarse de una plaza
casi desguarnecida. Sin embargo , de tal modo se
arreglaron las cosas que, contra lo que esperaban,
fueron vencidos los Lacedemonios en un combate,
y viéronse obligados á abandonar en Esfacteria
420 soldados de las más distinguidas familias es-
partanas. Con objeto de librarlos, enviaron á los
Atenienses una embajada; pero Cleon, cuyo ascen-
diente sobre el pueblo no tenía entonces límites,
imposibilitó todas las negociaciones con exigen-
cias irritantes, y la guerra continuó alrededor de
Pilos con más encarnizamiento que nunca.
Prolongábase el bloqueo indefinidamente; los
Atenienses carecían de víveres y sufrían toda clase
de privaciones, mientras los Lacedemonios conse-
guían, aunque á duras penas , introducir vituallas
en la isla. El pueblo de Atenas irritóse con estas
dilaciones y empezó á murmurar de Cleon á quien
cabia grave responsabilidad en el asunto. El audaz
demagogo culpó de lo que ocurría á la ineptitud y
morosidad de los generales Nícias y Demóstenes,
dejándose decir públicamente que si se le confiaba
el mando del ejército, se apoderaría de Esfacte-
ria en menos de veinte días. Cogióle la palabra
Nielas y le puso en grave aprieto dimitiendo su
cargo: el pueblo, viendo defenderse á Cleon con
evasivas, le obligó á partir por uno de esos movi-
mientos familiares á la multitud ateniense.
Demóstenes en tanto había puesto fuego á un
426
NOTIOA PRELIMINAR.
montecillo de la isla, desde el cual su grente era
muy hostilizada. Quemado el monte era fácil apo-
derarse de Esfacteria sin necesidad de refuerzos.
Lleg-ó á poco Cleon, y acompañado de Demóstenes
oblig-ó á rendirse á la guarnición lacedemonia, y
volvió triunfante á Atenas con los trescientos pri-
sioneros hechos en la isla, atribuyéndose toda la
gloria de aquella hazaña. No es decible cuánto au-
mentó su crédito con esto; las turbas Herrón á
adorar en él, con lo cual el insolente demag-og-o
dio rienda suelta á su audacia y vejó más que
nunca á todos sus enemig-os (1).
A raíz de estos sucesos compuso Aristófanes su
comedia intitulada Los Caballeros ('Iitirti?) que es
una violentísima sátira contra Cleon y sus se-
cuaces. El poeta le azota sin piedad; saca á pú-
blico espectáculo sus violencias y sus crímenes;
acumula sobre su cabeza cuantas acusaciones pue-
den hacer á un hombre odioso y despreciable, y se
ensaña con una virulencia de que no hay otro
ejemplo en los anales literarios. Como si no le bas-
tase haber apurado todo el diccionario de los ultra-
jes y dicterios, lleg-a hasta inventar palabras nue-
vas para denig-rarlo : Cleon en Los Caballeros es
insolente, adulador, sicofanta, concusionario, ve-
nal, impudente, cobarde, calumniador, canalla,
bribón, infame, recaudador sin conciencia, mina
de latrocinios y abismo de perversidad: las prendas
corporales marchan en armonía con las del espí-
(1) TüCÍDIDES, JV, 3, 4i.
NOTICIA PRELIMINAR.
\Tl
ritu; su continente es tosco y soez , su voz atrona-
dora y desentonada, su faz ceñuda, sus ojos aviesos
y feroces, y todo su cuerpo, en fin , sucio y pesti-
lente. Para apreciar en su justo valor la verdad de
todo este neg'rísimo retrato, téngase en cuenta
que en Aristófanes hablaban á un tiempo el odio
de partido y los resentimientos personales. Tucí-
dides, no obstante estar afiliado también á la aris-
tocracia, trata á Cleon con mucho menos encono;
pero ya vimos en Los Acarmemes que luég-o de
representados Los B^hilomos^ Cleon habia acusado
á Aristófanes en la persona de CaUstrato de haber
entreg'ado el pueblo al ludibrio de los extranjeros
y luego habia tratado de disputarle su condición
de ciudadano.
El poeta después de estos ataques creyóse auto-
rizado á todo, y desafiando, como nos dice el mismo,
el huracán y las tetripestades (1), lanzó contra el
hombre más poderoso de su tiempo los dardos
de su burla inexting-uible. Pero en medio de las
personalidades que afean Los Caballeros^ no puede
menos de aplaudirse el ardiente patriotismo de
Aristófanes , que con valor rayano en temerario le
anima á decir á sus conciudadanos las más amar-
gas verdades: en esta comedia ataca, en efecto, vi-
gorosamente todos los vicios que iban minando la
constitución de Atenas y acelerando el dia de su per-
dición cuales eran: la debilidad del Senado, la im-
pudencia de los oradores, la frivolidad y presunción
(1) Los Cab., v. 511.
128
NOTICIA PRELIMINAR
del pueblo, las concusiones de los funcionarios pú-
blicos, las calumnias de los sicofantas, el desorden
de la administración, la manía de los procesos, la
creciente inmoralidad de las costumbres y la fu-
nesta oposición á la paz.
El pueblo ateniense está en Los CaUlleros per-
sonificado en AfiJioí viejo chocho y ^uñon, de
áspero é irascible carácter. Dos de sus esclavos,
Nícias y Demóstenes, los generales de que acaba-
mos de hablar, se quejan amargamente de que uno
de sus camaradas, como perro zalamero, á fuerza de
adulaciones y servilismo ha logrado sorber el sexo
al buen anciano, y gobernar á su antojo toda la
casa. Este tal es Cleon, al cual nunca llaman por su
propio nombre, sino con los apodos de Paflagonio
ó curtidor. Buscando un modo de librarse de tan
odiosa tiranía, consiguen apoderarse de un oráculo,
en el cual se predice que debe ser suplantado por
un choricero. Apenas han concluido de enterarse
de la preciosa profecía, aparece uno de aquel oficio
en la plaza pública : Nielas y Demóstenes se apre-
suran á anunciarle su futura gloria, y logran ven-
cer sus escrúpulos y resistencia. «¿Pero cómo yo.
simple choricero, les dice, puedo llegar á ser un
gran personaje V— Por eso mismo, porque eres un
canalla, audaz y salido de la hez del pueblo.— Si
no he recibido la menor instrucción; si sólo sé leer,
y eso mal...» alega batiéndose ya en retirada. A lo
lo cual replican: «Precisamente lo único que te
perjudica es saber leer, aunque mal, porque has
de tener presente que el gobierno popular no per-
NOTICIA PRELIMINAR.
429
tenece á los hombres ilustrados y de intachable
conducta, sino á los ignorantes y perdidos.» Con
tan sangrienta ironía ataca Aristófanes á la de-
mocracia.
Cleon aparece entonces vomitando calumnias, y
á su vista el Choricero huye despavorido: el coro,
formado de Caballeros, acude á socorrerle, y lanza
una granizada de denuestos sobre el Paflagonio; el
choricero se anima poco á poco; entáblase entre
ambos contendientes un certamen sobre cuál es
más bribón, des vergonzado y canalla, y el Choricero
vence. Cleon acude al Senado y al Pueblo, y su ri-
val consigue nuevos triunfos , hasta que al fin se
presenta con el anciano Demo, completamente re-
mozado y embellecido, y con firmes propósitos de
enmendarse. Para probar su arrepentimiento el
Pueblo arroja al Paflagonio de su presencia , y ce-
lebra las dulzuras de la paz.
Respecto á la dificultad de apreciar el mérito li-
terario de Los Caballeros, dice el Sr. Camus: «Dos
circunstancias de gran bulto hacen que no poda-
mos recrearnos con esta pieza tanto como se re-
crearon los espectadores atenienses: es la primera
el ningún interés que para nosotros tiene el perso-
naje satirizado por el poeta, y por tanto, no tienen
ya el efecto cómico que hubieron de tener entonces
las mordaces alusiones á sus rasgos personales; y
la segunda, que por estar erizado su estilo de enig-
mas y anécdotas de aquel tiempo, por grande que
sea nuestra erudición, por grande que sea nuestro
conocimiento de las cosas de aquella época por
9
í
130
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PREUMINAR.
i3i
siempre memorable, nunca llegaremos á compren-
derlas todas lo bastante para poder disfrutar de
toda la gracia que contienen, quedando siempre
algo ininteligible y oscuro (1).» Mas á pesar de
todo, se nota en esta comedia que el vigor del
ataque, la seria indignación que hervia en el alma
del poeta, y tal vez el convencimiento de los pe-
ligros á que le dejaba expuesto su filípica teatral,
hacen sin duda que en ella no se encuentren con
la ordinaria abundancia la inagotable inventiva,
la vis cómica, las sabrosas sales, las ingeniosas
alegorías, las chispeantes burlas, la ática ironía
características del teatro aristofánico. La realidad
se ve demasiado clara, y la verdad se muestra
demasiado al desnudo, sin que el velo de la ficción,
tan necesario en todo poema dramático, suavice la
dureza de sus contornos y dulcifique la acritud de
su colorido; «sólo al fin, dice un traductor de Aris-
tófanes (2), cuando el poeta ha desahogado ya su
bilis contra Cleon su enemigo, vuelve á aparecer la
inextinguible vena de sus chistes en la lucha de
adulaciones y zalamerías que el Choricero y el
Curtidor entablan para granjearse el afecto del
Pueblo.» Es también de admirar en Los Caballeros
la pericia de consumado general con que Aristófe-
nes previene los peligros y consecuencias de su
(1) Estudios de lit. griega, publicados en la Revista de
la Universidad de il/a¿r¿á.— Segunda época, tomo I, pa-
gina 645. . o_-j
(2) Poyard: AristophaTie, trad. nomelU. París, loi»,
pág. 44.
agresión, ligando á su propia causa la de los acau-
dalados propietarios, de entre los cuales formó el
coro, no designando nunca por su nombre á Cleon,
por más que se le vea, dice Brumoy (1), detras de
una alegoría de gasa; y por último, Msonjeando los
instintos de la multitud, abofeteada en la persona
de Pueblo, con su regeneración y embellecimiento
final.
El hecho de no haber querido ningún actor en-
cargarse del papel de Paflagonio ni haberse encon-
trado en Atenas artista alguno que quisiera hacer
su máscara, demuestra elocuentemente la necesi-
dad de estas precauciones: el mismo Aristófanes con
la cara embadurnada tuvo que representar al pe-
ligroso personaje.
Los Oaballeros se pusieron en escena en las fies-
tas Lemas, á raíz de los acontecimientos de Pilos,
el 425 antes de Jesucristo, habiendo obtenido el
primer premio.
(4) Le Thmredes Orees. París. 4749. Tom. VI, p. 295.
PERSONAJES.
Demóstenes.
NfCIAS.
Un Choricero llamado Aco-
RÁCRITO.
Gleor.
Coro de Caballeros.
Pueblo, personificado en ua
anciano.
La escena pasa delante de la casa del anciano Pueblo.
LOS CABALLEROS.
DEMÓSTENES.
íOh qué calamidad! ¡Ojalá confundan los dioses
á ese recien venido Paflag'onio (1) y á sus malditos
consejos! Desde que, en mal hora, se introdujo en
esta casa (2), no cesa de apalear á los esclavos.
NÍCIAS.
íOjalá perezca desastradamente con sus infames
calumnias!
DEMÓSTENES.
¿Cómo lo pasas, desdichado?
NÍCIAS.
Muy mal, lo mismo que tú.
(1) Cleon. Le llama PaJlagoniOf no por que fuese de
Paflagonia, región del Asia menor, sino para indicar su pro-
nunciación defectuosa y sus desentonados gritos. Pues
dicho apodo se deriva del verbo icacpXá^ca, designativo del
rumor que produce el agua al hervir, y que en otra acep-
ción significa también tartajear ó tartamudear.
(2) Es decir, se mezcló en la administración de la Re-
pública.
436
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
DEMOSTENES.
Ven acá: mezclemos nuestros g-emidos, imitando
los cantos plañideros de Olimpo (1).
DEMOSTENES Y NÍCIAS.
Mumu, mumu, mumu, mumu, mumu, mumu.
DEMOSTENES.
ik qué lamentos inútiles? ¿No convendría más
buscar otro medio de mejorar nuestra suerte, y de-
jamos de llantos?
NÍCIAS.
¿Cuál podrá ser ese medio? Dímelo.
DEMOSTENES.
Dímelo tú; no quiero disputar contigo.
NÍCIAS.
No, ¡por Apolo! no he de ser yo el primero; habla
sin temor; después hablaré yo.
DEMOSTENES.
«¡Ojalá me dijeses lo que debo decir!» (2)
NÍCIAS.
No me atrevo. ¿Cómo haré para decir eso discre-
tamente, á la manera de Eurípides?
DEMOSTENES.
¡Aparta, aparta, no me llenes de verdolagas! (3)
Más vale que inventes un canto de libertad (4).
(1) Músico, discípulo de Márpsias, que compuso melo-
días, con acompañamiento de flauta, que expresaban per-
fectamente el dolor.
(1) Verso 345 del Hipólito de Eurípides.
(3) Alusión al oficio de la madre de Eurípides. El verbo
8(a9xav8cxíC(*> es invención de Aristófanes.
(4) Lit.: un canto de faga de la casa de nuestro amo.
LOS CABALLEROS.
137
NICIAS.
Bi, pues, de una vez: pasemos (1).
DEMOSTENES.
Sea; ya ^go pasemos.
NÍCIAS.
Añade d él k pasemos,
DEMOSTENES.
Á él.
NÍCIAS.
Perfectamente. Ahora, como si te arrascases, di
primero despacito: Pasemos, y repítelo después,
aprisa, añadiendo á él.
DEMOSTENES.
Pasemos, pasemos á él, pasemos á él.
NÍCIAS.
¡Eh! ¿No es delicioso?
DEMOSTENES.
Sin duda; pero temo que este oráculo sea funesto
á nuestra piel.
NÍCIAS.
¿Por qué motivo?
DEMOSTENES.
Porque arrascándose suele arañarse la piel (2).
(4) La palabra griega {jLÓXwfjiev se decia con particulari-
dad de los esclavos y desertores. Quiza Aristófanes supone
en Nícias y Demóstenes intención de pasarse al enemigo.
(2) Sobre la mterpretacion de este pasaje, dice discre-
tamente el Sr. Camus:
«Brunck en su traducción latina (Argentorati, apud Socios
Bibliop. Bauer et Treuttel, 1781) y todos los que le siguen,
como Artaüd, Poyard y otros en lenguas vulgares, creen
üallar aquí una obscenidad repugnante; pero hartas sucie-
dades tiene el original para que los eruditos se tomen el
138
COMEDUS DE ARISTÓFANES.
NÍCIAS.
En el actual estado de las cosas, creo que lo me-
jor será acercarnos suplicantes á la estatua de cual-
quier dios.
DEMÓSTENES.
¿A qué estatua? ¿Acaso crees que hay dioses?
NÍCIAS.
Yo sí.
DEMÓSTENES.
¿En qué te fundas?
NÍCIAS.
En que soy aborrecido por ellos. ¿No tengo razón?
DEMÓSTENES.
Me has convencido.
NÍCIAS.
Pero hablemos de otra cosa.
DEMÓSTENES.
¿Quieres que manifieste todo el asunto á los es-
pectadores?
NÍCUS.
No será malo: pero antes roznémosles que con
la expresión de su fisonomía muestren si les son
gratos nuestros argumentos y palabras (1).
trabajo excusado de acrecentar su número, á todas luces
lamentable; lo que no es necesario á fé para demostrar la
travesura sin íreno del ingenio del poeta. El verbo óécpw en
8U acepción recta si^'nifica rascar, y también amasar^ como
se prueba en la Odyss., lib. xii, v. 48: Kyjpóv 6E(pn»a<
u,tkúU^,cera malassaía dulci (Estudios de literatura gríeaa.
C(media, publicados en la Revista de la Universidad de
Madrid. Segunda época. Tom. ii, pág, 648).»
(i) Probablemente el público manifestaria su aproba-
ción por medio de aplausos.
LOS CABALLEROS.
43^
DEMÓSTENES.
Principio ya. Tenemos un amo, selvático, voraz
por las habas (1), irascible, tardón y algo sordo; se
llama Pueblo Pniciense. El mes último compró un
esclavo, zurrador pañagonio, lo más intrigante y
calumniador que puede imaginarse. El tal Paflago-
nio, conociendo el carácter del viejo, empezó, como
perro zalamero, á hacerle la rosca, á adularle, k
acariciarle y á sujetarle con sus correillas (2), di-
ciéndole: «¡Dueño mió! vete al baño, que ya es bas-
tante trabajo el sentenciar un pleito; toma un
bocadillo, echa un trago, come, cobra los tres óbo-
los (3). ¿Quieres que te sirva la comida?» Y arreba-
tando después lo que cada uno de nosotros habia
dispuesto para sí, se lo ofrecía generosamente al
viejo. Últimamente le habia yo preparado en Pi-
los (4) un pastel lacedemonio; pues bien, no sé de
(1) Las habas se empleaban para votar en las asambleas;
además, ios jueces, para no dormirse en el tribunal, solian
entretenerse en mascullarlas. De modo que el epíteto de
Aristófanes es intencionadísimo, pues satiriza á un tiempo
las dos manías capitales de los Atenienses: la afición á la
política y á los pleitos. Por esto mismo la abstención de
comer habas, que prescribía Pitágoras á sus discípulos,
significaba su retraimiento de los negocios.
(2) Cleon era hijo de un curtidor y habia ejercido el
oficio de su padre.
(3) Salario de los jueces. Perícles fué quien introdujo
la costumbre de pagar un óbolo á los ciudadanos que con-
currían á la asamblea ó formaban parte de los tribunales.
Cleon, para hacerse popular, elevó su sueldo á tres.
(4) Alusión á la victoria de Pilos, que se atribuyó á
Cleon, aunque Demóstenes lo hizo todo. (Véase la Noticia
preliminar y Tugídides, lib. iv, páginas 28 y siguientes).
440
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
qué manera se las arregló ese bribón; pero el caso
es que me lo escamoteó y se lo ofreció al amo como
cosa suya. Nos aparta cuidadosamente del anciano
Pueblo y no nos permite servirle. Armado de su
mosquero de correas (1), se coloca junto á su señor
cuando cena, y espanta á los oradores y pronuncia
oráculos, y le ha llenado al viejo la cabeza de pro-
fecías. Cuando le ve ya chocho, pone manos á la
obra. Acusa y calumnia á todos los de la casa y
nos muelen á g-olpes. El mismo Paflagonio corre ai-
rededor de los criados, les pide, les acosa, les ar-
ranca regalos, diciéndoles: «¿Veis cómo por mi
causa le sacuden á Hilas? ¡Si no hacéis lo que quiero,
moriréis hoy mismo!» Y nosotros le damos cuanto
pide, pues sino, pateados por el viejo, aflojarianos
ocho veces más (2). Tratemos, pues, cuanto antes,
amigo mió, del camino que debemos seguir y á
dónde debemos ir á parar.
NÍCUS.
Lo mejor será lo que antes hemos dicho; huir.
DEMÓSTENES.
Pero si nada puede hacerse sin que lo vea ese
maldito Paflagonio: él mismo lo inspecciona todo.
Tiene un pié en Pilos y el otro en la asamblea. Esta
inmensa separación de sus piernas hace que sus
nalgas caigan sobre Caonia, mientras sus dos ma-
(i) Cambiando ixop^tvTjv en pupalvtiv, el poeta sustituye
la rama de mirto que los esclavos usaban para espantar las
moscas por unas discipUnas de cuero, alusivas al oficio de
Cleon.
('2) Octuplum cacamtu.
LOS CABALLEROS
i4i
nos están pidiendo en Etolia y su imaginación ro-
bando en Clopidia (1).
NÍCIAS.
Lo mejor será morir. Mas procura que muramos
como valientes.
DEMÓSTENES.
¿Cómo nos arreglaremos para morir como va.
lientes?
NÍCIAS.
Lo mejor será beber sangre de toro. ¿Hay muerte
más apetecible que la de Temistocles-^ (2).
DEMÓSTENES.
Sangre no, por mi vida; mejor será vino del Buen
Genio. Quizá se nos ocurra alguna idea excelente.
NÍCIAS.
íAh! i vino! Luego se trata de beber. ¿Pero qué
idea buena puede ocurrirsele á un hombre ebrio?
DEMÓSTENES.
Pues ya lo creo; bebes tanta agua que sólo acier-
tas á decir necedades. ¿Te atreves á acusar al vino
(1) Lit. C'ulus est Ohaonim, manus utraque JEtolm^ mens
vero in tribu Clopidum.
Alusión á las infamias y rapacidad de Cleon, Chaonia
guia podex ejus hiat; JEtolia, de ahéu), pedir; Clopidia
(xAsjrTü), robar) ^ región imaginaria, sinónima úq país de los
ladrones. «Los espectadores esperaban oir en vez de este
último nombre el de Crópides, demo de la tribu Leóntida.»
(Esc. Cab., 79.)
(í2) Tucídides (lib. i, 138) no menciona esta particula-
ridad de la muerte de Temístocles, y asegura que murió de
enfermedad, aunque apunta el rumor de que se suicidó;
pero Cicerón (De claris Orat.,U) y Plutarco fVida de Te-
místocles) dicen lo mismo que Aristófanes.
442
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
de que turba la razón? ¿Acaso hay nada de más
eficaces resultados? Escucha: los hombres cuando
beben son ricos, afortunados en sus negocios,
ganan los pleitos y son felices y útiles á sus ami-
gas. Ea, tráeme pronto una copa de vino para que
riegue mi espíritu y diga alguna gracia.
NÍCIAS.
I Ay de mí! ¿Qué vamos á sacar de que tú bebas?
DEMÓSTENES.
Mil ventajas; pero trae la copa: voy á recostarme
aquí. Si llega á alegrarme el vino, ya verás cómo
inundo estos contomos de conceptitos, sentencitas
y argumentillos.
(Entra un momento en la casa y vuelve con el vino.)
NÍCIAS.
¡Qué suerte! nadie me ha sorprendido.
DEMÓSTENES.
íDí! ¿Qué hace el Pañagonio?
NÍCIAS.
Harto de vino y panes denunciados, el muy
bribón ronca tendido sobre sus cueros.
DEMÓSTENES.
Entonces escancíame vino con mano pródiga,
como si fuera para una libación.
NÍCIAS.
Toma y haz una libación en honor del Buen Ge-
nio (1); bebe, bebe el vino del genio de Pramnio (2).
(i) Se cree que era la copa que se bebia al fin de la co-
mida. Otros suponen que era la primera.
(2) Comarca del Asia menor, junto á Esmirna, célebre
por sus vinos.
LOS CABALLEROS.
143
DEMÓSTENES.
íOh Buen Genio! esta idea no es mía, sino tuya.
NÍCIAS.
iCómo! ¡habla pronto! ¿qué se te ha ocurrido?
DEMÓSTENES.
Entra en la casa mientras duerme, y escamo-
téale sus oráculos al Paflagonio.
NÍCIAS.
Lo haré. Mas temo que esa idea te la haya inspi-
rado un mal Genio.
DEMÓSTENES.
Anda. En tanto llenaré yo mismo la copa. Tal
vez este riego haga germinar en mi cerebro algu-
na buena idea.
(Entra en la casa Nietas y vuelve en seguida.)
NÍCIAS.
íCon qué furia ronca y se desahoga el Pañago-
nio! Así es que le he sustraído sin dificultad aquel
sagrado oráculo que guardaba cuidadosamente.
DEMÓSTENES.
iTu destreza no tiene rival! dámelo para que lo
lea. En tanto échame vino á toda prisa.— Veamos lo
que dice. ¡Oh, qué precioso hallazgo! Dame, dame
pronto la copa.
NÍCIAS.
Toma. ¿Qué dice el oráculo?
DEMÓSTENES.
Lléname otra.
NÍCIAS.
¡Oómol ¿El oráculo dice: «lléname otra?*
144
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
DEMÓSTENES.
¡Oh Bácis! (1).
NÍCIAS.
¿Pero qué es ello?
DEMÓSTENES.
Dame pronto la copa.
NÍCIAS.
Sin duda Bácis menudeaba los tragos.
DEMÓSTENES.
¡Maldito Paflagonio! ¡Por eso guardabas hace
tanto tiempo este oráculo que se refiere á ti!
NÍCIAS.
¿Cómo?
DEMÓSTENES.
Aquí se dice cómo ha de perecer.
NÍCIAS.
Pero ¿cómo?
DEMÓSTENES.
¿Cómo? El oráculo dice terminantemente que pri-
mero habrá un vendedor (2) de estopas que gober-
nará la república.
NÍCIAS.
Ya hemos tenido el vendedor. ¿Y después?
(i) Antiguo y famoso adivino griego, natural de Beo-
cia. El Escoliasta menciona dos más del mismo nombre,
uno Ateniense y otro Arcado.
(2) Eucrátes (alias Estopa), demagogo influyente en
Atenas antes de Cleon. Vióse obligado á esconderse bajo un
montón de salvado para librarse de sus enemigos. Parece
que además de comerciante en estopas lo era también en
trigo y harinas.
LOS CABALLEROS.
145
DEMÓSTENES.
Será el segundo un tratante en ganado (1).
NÍCIAS.
Ya van dos comerciantes. Y á ése ¿qué le su-
cederá?,
DEMÓSTENES.
Mandará hasta que aparezca otro hombre más
perverso que él. Caerá entonces, reemplazándole
un Paflagonio, comerciante en pieles, ladrón, al-
borotador y de voz ensordecedora como la del tor-
rente Ciclóboro (2).
NÍCIAS.
¿El tratante en ganado debia, pues, ser derribado
por el comerciante en pieles?
DEMÓSTENES.
SÍ, por cierto.
NÍCIAS.
¡Infeliz de mil ¿Dónde podremos encontrar otro
comerciante?
DEMÓSTENES.
Aun hay otro de astucia extraordinaria.
NÍCIAS.
¿Quién? Por favor, ¿quién es?
DEMÓSTENES.
¿Lo diré?
NÍCIAS.
Sí, por Júpiter.
ií\ ií^^^'y demagogo como el anterior.
(2) Torrente del Ática.
iO
44b
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
DEMÓSTENES.
Un choricero será quien le derribe.
NÍCIAS.
¡Un choricero! (1) ¡Nobilísimo oficio, por Nep-
tuno! ¿Pero dónde hallaremos á ese hombre?
DEMÓSTENES.
Busquémosle.
NÍCTAS.
Ahora entra uno en el mercado; los dioses nos
le envían.
(Entra él Choricero con wia tabla llena de embu-
tidos,)
DEMÓSTENES.
¡Ven, ven, choricero dichoso! ¡adelante, hombre
querido, á quien está reservada nuestra salvación
y la de la república!
EL CHORICERO.
¿Qué es esto? ¿Por qué me UamaisV
DEMÓSTENES.
Ven acá, y escucha tu feliz y afori;unado destino.
NÍCIAS.
Ea, cógele el tablero y entérale del oráculo del
dios j de su contenido. Yo voy á ver lo que hace
el Paflagonio.
DEMÓSTENES.
Vamos, deja primero en el suelo tus mercancías,
y adora después á la tierra y á los dioses.
(1) El choricero se cree que es Hipérbolo.
LOS CABALLEROS.
147
EL CHORICERO.
Heme aquí. ¿Qué es ello?
DEMÓSTENES.
¡Mortal bienaventurado! ¡mortal opulento, que
hoy no eres nada, y mañana lo serás todol ¡Oh jefe
de la afortunada Atenas !
EL CHORICERO.
¿Por qué, buen hombre, te burlas de mí y no me
dejas lavar estas tripas ni vender estos chorizos?
DEMÓSTENES.
¿Qué tripas? ¡Insensato! mira allí. ¿Ves esas filas
de ciudadanos? (1).
EL CHORICERO.
Las veo.
DEMÓSTENES.
Pues bien, tú serás su jefe, y el jefe del mercado,
y de los puertos y de la Asamblea; pisotearás al
Senado; destituirás á los g^enerales, les cargarás
de cadenas, los reducirás á prisión y establecerás
tu mancebía en el Pritáneo.
EL CHORICERO.
¿Yo?
DEMÓSTENES.
Sí, tá; y aun no lo ves todo. Súbete sobre ese ta-
blero y mira todas las islas del rededor (2).
EL CHORICERO.
Las veo.
DEMÓSTENES.
Bueno; ¿y los mercados y las naves de carga?
(4) Señala á los espectadores.
(2) 'Ev xúxX(jj, en círculo. Se refiere á las Cicladas.
148
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
449
EL CHORICERO.
También.
DEMÓSTENES.
¿Puede haber fortuna mayor? Dirige ahora el ojo
derecho á Caria y el otro á Calcedonia (1).
EL CHORICERO.
¿De modo que mi gran fortuna va á ser quedarme
bizco?
DEMÓSTENES.
No; tú venderás (2) todo eso. Porque llegarás á
ser, como el oráculo lo dice, un gran personaje.
EL CHORICERO.
¿Pero cómo yo, que soy im choricero, llegaré á
ser un personaje?
DEMÓSTENES.
Por eso mismo llegarás á ser un grande hombre;
porque eres un canalla audaz, salido de la hez del
pueblo.
EL CHORICERO.
Me creo indigno de ser grande.
DEMÓSTENES.
¡Pobre de mi! ¿De qué te crees indigno? parece
que aun abrigas algún buen sentimiento. ¿Acaso
perteneces á una clase honrada?
EL CHORICERO.
No, por los dioses ; pertenezco á la canalla.
i\\ La Caria estaba al Sur del Asia Menor, y la Calcedo-
nia, al Norte; de ahí los temores de estrabismo que asaltan
(f)^'^ Venderái, ^ov gobernarás', alusión á la mala admi-
nistración de Atenas.
DEMÓSTENES.
¡Oh mortal afortunado! ¡de qué felices dotes de
gobierno te ha colmado la naturaleza!
EL CHORICERO.
Pero, buen amigo, si no he recibido la menor
instrucción; si sólo sé leer, y eso mal.
DEMÓSTENES.
Precisamente lo único que te perjudica es saber
leer, aunque sea mal. Porque el gobierno popular
no pertenece á los hombres instruidos y de inta-
chable conducta, sino á los ignorantes y perdidos.
No desprecies lo que los dioses te prometen en sus
predicciones.
EL CHORICERO.
Veamos; ¿qué dice ese oráculo?
DEMÓSTENES.
Se expresa muy bien, por los dioses, y con una
alegoría elegante y no muy oscura. «Pero cuando el
águila pelambrera, de ganchudas uñas, por la ca-
beza sujete al estúpido dragón bebedor de sangre,
entonces la salmuera con ajos de los Paflagonios
perecerá, y el Numen á los tripicalleros concederá
insigne gloria; á no ser que prefieran continuar
vendiendo embutidos» (1).
EL CHORICERO.
¿Qué tiene eso que ver conmigo? Explícamelo .
DEMÓSTENES.
El águila pelambrera es nuestro Paflagonio.
(4) Parodia del estilo ampuloso é intrincado de los
oráculos.
150
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL CHORICERO.
¿Qué si^ifica eso «de ganchudas uñas?»
DEMÓSTENES.
Eso quiere decir que con sus manos todo lo arre-
bata y se lo lleva.
EL CHORICERO.
¿Y lo del dragón?
DEMÓSTENES.
Eso está clarísimo. El dragón e3 largo y el cho-
rizo también. Y el chorizo y el dragón se llenan de
sangre. Así es que el dragón, dice el oráculo, po-
drá vencer al águila pelambrera si no se deja en-
gañar por palabras.
EL CHORICERO.
Me lisonjean, por vida mia, sus vaticinios; mas
no acierto á comprender cómo puedo ser apto para
los negocios políticos.
DEMÓSTENES.
Muy fácilmente. Haz lo mismo que ahora: em-
brolla y revuelve los negocios como acostumbras
á hacer con los intestinos, y conquista el cariño 3el
pueblo engolosinándole con proposiciones culina-
rias. Tus cualidades son las únicas para ser un de-
magogo á pedir de boca: voz terrible; natural per-
verso; impudencia de plazuela ; en fin , cuanto se
necesita para gobernar la república. Los oráculos
y el mismo Apolo -Pitio te designan para ello. Ea,
ponte una corona, híiz una libación á la Necedad (1)
y ataca á tu rival denodadamente.
(1) Como pudiera decir á Júpiter ó á las Musas.
LOS CABALLEROS.
i51
EL CHORICERO.
^.Y quién me ayudará? Los ricos le temen; la po-
bre plebe tiembla en su presencia.
DEMÓSTENES.
Pero hay mil honrados caballeros (1) que le de-
testan y que te defenderán; en tu auxilio vendrán
todos los ciudadanos buenos y probos, todos los
espectadores sensatos y yo con ellos, y hasta los
mismos dioses. No temas; ni siquiera verás su ros-
tro, pues ningún artista se ha atrevido á esculpir
su máscara. Sin embargo , ya se le conocerá; los
espectadores no son lerdos.
(Sale Cleon.J
EL CHORICERO.
¡Desdichado de mí! Ya sale el Paflagonio.
CLEON.
No quedará impune, lo juro por los doce gran-
des dioses, la conspiración que estáis tramando
dontra el pueblo hace tanto tiempo. ¿Qué hace aquí
esta copa de Cálcis? (2) No cabe duda de que tra-
tabais de sublevar á los Calcidenses. Pereceréis,
moriréis sin remedio, pareja de malvados.
(1) Segunda clase del Estado. (V. Noticia preliminar.)
(2) Ciudad de Tracia, sometida entonces á Atenas y
que trataba de sacudir el yugo de la metrópoli. Cleon al
ver una copa de Cálcis en manos de Demóstenes sospecha
que es un regalo enviado para sobornarlo. Otros creen
que se trata de Cálcis de Eubea, emancipada del protecto-
rado de Atenas pocos años después (Tuc. vui, 5), y muy
conocida por sus obras de Cerámica.
15^2
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
153
DEMÓSTENES.
íEh, tú! ¿Por qué huyes? Quédate, ilustre chori-
cero. No abandones la empresa. Acudid, Caballe-
ros: Uegró la hora. Simón, Panecio, colocaos en
el ala derecha. Ya se acercan. Persiste tú también
y dale cara de nuevo. El polvo que levantan te
anuncia que ya Ueg-an; resístele, acométele, hazle
que huya.
CORO DE CABALLEROS.
Hiere, hiere á ese canalla enemig-o de los Caba-
lleros, recaudador sin conciencia, abismo de per-
versidad, mina de latrocinios, y canalla y cien
veces canalla; y siempre canalla, nunca me can-
saré de decírselo, pues lo es más cada dia. Pero
sacúdele, sigúele, zarandéale, expulsa á ese bri-
bón; maldícele como nosotros y persígnele g-ri-
tando. Cuidado no se te escabulla; mira que sabe
los caminos por donde Eucrátes se escapó al sal-
vado (1).
CLEON.
Ancianos Heliastas (2), cofrades del trióbolo, á
quienes yo alimento con mis justas é injustas de-
nuncias, socorredme: estos hombres se han conju-
rado para sacudirme.
(1) Véase la nota sobre Eiícpátes.
(2) Llamábanse así los jueces del 'HXtaaxtxóv, tribunal
de Atenas, situado al Mediodía y al aire libre. Cleon cuenta
con la ayuda de los Heliastas, que eran 500, por el sueldo
de tres óbolos que por iniciativa suva se les habia
asignado.
CORO.
Y nos sobra razón, porque tú te apoderas de los
bienes de todos y los consumes antes de que sean
distribuidos; y después tanteas y oprimes á los que
han de dar las cuentas, como se tantea "in hig'o
para ver si está verde ó maduro; y cuando ves al-
gnno de carácter débil y pacífico, le haces venir
del Quersoneso (1), le ag-arras por la cintura, le
echas los brazos al cuello, le armas la zancadilla,
y después de arrojarlo al suelo te lo tragpas de un
sólo bocado (2). Tú siempre estás acechando á los
ciudadanos sencillos y mansos como ovejas, hon-
rados y enemigros de pleitos.
CLEON.
¿Todos os subleváis contra mí? Y sin embarg'o,
ciudadanos, por vuestra causa soy apaleado, pues
iba á proponer en el Senado que se construyese en
la ciudad un monumento conmemorativo de vues-
tro valor.
CORO.
¡Qué hablador y qué astuto! Mira como se arras-
tra á nuestro alderedor y trata de engañarnos
como si fuéramos unos viejos chochos. Mas si
vencepor estos medios, con ellos será castig'ado;
si se inclina hacia aquí, le plantaré un puntapié.
(1) El Quersoneso de Tracia , tributario entonces de
Atenas y muy maltratado por Cleon.
(2) Aristófanes después de una serie de metáforas to-
madas de los combates cuerpo á cuerpo, vuelve á su pri-
mera comparación de los higos. La idea es que Cleon
arruina con sus calumniosas delaciones á los débiles ó
tímidos.
i54
comedías de ARISTÓFANES.
CLEON (apaleado).
¡Oh pueblo! ¡Oh ciudadanos! ¡Qué fieras me pa-
tean el vientre!
CORO.
¿También tú gritas, destructor de la república?
EL CHORICERO.
Yo me comprometo á ahuyentarle al punto con
mis gritos.
CORO.
Si tus gritos son mayores, te proclamaremof;
vencedor; si le sobrepujas en desvergüenza, nues-
tra será la victoria.
CLEON.
Yo delato á ese hombre, y sostengo que ha lle-
vado la salsa de sus mercancías á las naves pelo-
ponesias (1).
EL CHORICERO.
Y yo, voto á brios, acuso á este de haber ido al
Pritáneo con el estómago vacío, y haber vuelto de
él con el vientre lleno (2).
DEMÓSTENES.
Y además, saca de allí cosas prohibidas, carne,
pan y pescado, lo cual nunca consiguió ni el
mismo Feríeles.
CLEON.
Los dos vais á morir.
EL CHORICERO.
Gritaré tres veces más que tú.
(4) Con quienes Atenas estaba en guerra entonces,
(-2) Alusión al súbito enriquecimiento de Cleon.
LOS CABALLEROS.
155
CLEON.
Te aturdiré con mis voces.
EL CHORICERO.
Te ensordeceré con mis gritos.
CLEON.
Te acusaré cuando seas general.
EL CHORICERO.
Te deslomaré como á un perro.
CLEON.
Ya te cortaré los vuelos.
EL CHORICERO.
Ya te atajaré el camino.
CLEON.
Mírame de frente.
EL CHORICERO.
También yo me he criado en la plaza.
CLEON.
Si resuellas, te hago trizas.
EL CHORICERO.
Si hablas, te cubro de estiércol .
CLEON.
Yo confieso que soy un ladrón: tú lo niegas.
EL CHORICERO.
Por Mercurio, dios del mercado, lo negaré con
juramento aunque me cojan infraganti.
CLEON.
í-Juieres adornarte con méritos ajenos. Te acu-
saré ante los Pritáneos (1) de que tienes vientres
(1) Los Pritáneos eran cincuenta individuos del Senado
ó Consejo de los quinientos, encargados de la vigilancia y
presidencia de las asambleas durante treinta y cinco dias.
156
COMEDIAS DE ARISTOKANES.
de víctimas que no han pag^ado su diezmo á los
dioses.
CORO.
ilnfame, bribón, bocaza; tu audacia llena toda
la tierra, toda la asamblea, las oficinas de recauda-
ción, los procesos, los tribunales! ¡Removedorde
fango, tubas enturbiado la limpieza de la repú-
blica, y ensordecido á Atenas con tus estentóreos
clamores: tú desde lo alto del poder acechas las
rentas públicas, como desde un peñasco acecha el
pescador los atunes !
CLEON.
Ya só yo donde se ha adobado (1) esta conspi-
ración.
EL CHORICERO.
Si tú no supieses adobar pieles, yo no sabria ha-
cer embutidos; tú que vendías á los labradores la
piel de un buey enfermo , curtida de suerte que
parecía más gruesa, y apenas la hablan llevado un
dia se estiraba dos palmos.
DEMÓSTENES.
¡A. mí me jugó la misma mala pasada! ¡Cuánto
se burlaron mis compañeros y vecinos ! Antes de
llegar á Pergaso (2) ya nadaba en mis zapatos.
CORO.
¿No has hecho desde el principio ostentación de
desvergüenza, arma única de los oradores? Tú, que
eres el jefe de esa impudente gavilla, sonsacas á
(4) Término tomado de su oficio de pelambrero.
(2) Demo de Atenas.
LOS CABALLEROS.
i57
los extranjeros opulentos; por eso el hijo de Hipo-
damo (1) llora cuando te mira; pero ha aparecido,
¡cuánto me alegro ! otro hombre más bribón que
tú, que te arrojará del puesto, y, á lo que parece,
te vencerá en audacia, intrigas y maquinaciones.
fAl Choricero J Tú, que te has criado aquí (2), de
donde salen los hombres que valen algo, demués-
tranos cuan inútil es una educación honrada.
EL CHORICERO.
Escuchad, pues, quién es este ciudadano.
CLEON.
¿ No me dejarás hablar ?
KL CHORICERO.
No por cierto; también yo soy un canalla.
CORO.
Si eso no le convence, dile que también fueron
canallas tu padre y tu madre.
CLEON.
¿No me dejarás hablar?
EL CHORICERO.
No.
CLEON.
Si.
(1) Hipodamo de Mileto fué un arquitecto célebre;
contribuyó mucho al embellecimiento de Atenas, dividién-
dola en calles, plazas y barrios. Cedió al Estado una casa
de su propiedad en el Pireo. Su hijo Arqueptolemo, afi-
liado á la aristocracia y enemigo de Cleon, y partidario de
)a paz, después de la caida de los cuatrocientos y del res-
tablecimiento de la democracia, fué acusado de traición y
condenado á muerte.
(2) Es decir, en el mercado, escuela de desvergüenza
y malas artes.
158
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL CHORICERO.
No, por Neptuno. Discutamos antes para ver á
qyién le corresponde hablar el primero.
CLEON.
íOh, voy á estallar!
EL CHORICERO.
No te dejaré.
CORO.
Déjale, por los dioses te lo pido; déjale que es-
talle.
CLEON.
¿En qué confias para creerte digfno de contrade-
cirme?
EL CHORICERO.
En que sé hablar y hacer chorizos.
CLEON.
¡Hablar! Será bueno, si se te presenta slgun
asunto, ver cómo lo haces picadillo y lo embutes
sin dificultad. ¿A que sé lo que te ha pasado? Lo
mismo que á otros muchos. Sin duda has granado
tm pleito contra algiin infeliz extranjero domici-
liado (1) á fuerza de soñar con tu defensa toda la
noche, de hablar á solas en las calles, de beber
agua, y ensayarte cien veces con g^ran molestia
de tus amig-os; y sin más te crees ya un elocuente
orador. ¡Qué estupidez!
(1) Los metecos ó extranjeros domiciliados no gozaban
de los derechos políticos; estaban sujetos á tributos espe-
cíales y á multitud de vejaciones: su condición era, pues,
muy inferior á la de los ciudadanos.
LOS CABALLEROS.
159
EL CHORICERO.
¿Y tú qué licor has bebido para hacer callar con
tu charlatanería á toda la ciudad?
CLEON.
¿Y habrá quien se atreva á oponérseme? A mí,
que después de comer una caliente tajada de atún,
y de beber una copa de buen vino, soy capaz de
hacer un corte de mangas á todos los g-enerales
de Pilos.
EL CHORICERO.
Yo, que después de trag-arme todos los tripaca-
Uos de un buey y el vientre de un cerdo, y de be-
berme encima la salsa, soy capaz de estrang-ular
á todos los oradores y de volver turulato al mismo
Nícias.
CORO.
Me parece bien cuanto has dicho; sólo me des-
agrada el que pienses beberte toda la salsa.
CLEON.
¿A que no te atreves con los Milesios (1), sólo por
comer percas de mar?
EL CHORICERO.
¿A que si me cómo un lomo de buey recobro las
minas? (2).
(1) Las costas de Mileto abundaban en rica pesca, es-
pecialmente en el pez llamado XáSpaJ, especie de perca,
gobio ó locha á que los romanos dieron el nombre de
(2) Se refiere á las minas de oro y plata de Laurium,
montaña próxima á Atenas: el impuesto sobre sus rendi-
mientos proporcionaba al Estado una pingüe renta. Per-
tenecían á particulares ricos.
160
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CLEON.
¿A que si me arrojo sobre el Senado lo trastorno
todo'^
EL CHORICERO.
¿A que hag^o una morcilla con tu intestino recto'^
CLEON.
¿A que te aplico un puntapié, y sales de cabezal
EL CORO.
|Eh! por Neptuno, para que ese salgti tienes que
echarme á mi antes.
CLEON.
¡En ané cepo de madera (1) te voy á meter!
EL CHORICERO.
Te acusaré de cobardía.
CLEON.
Cubriré sillas con tu piel.
EL CHORICERO.
Te desollaré para hacer un zurrón de bandidos.
CLEON.
Te clavaré en el suelo.
EL CHORICERO.
Te haré picadillo.
CLEON.
Te arrancaré los párpados.
EL CHORICERO.
Te reventaré el buche.
DEMÓSTENES.
íPor Júpiter! Metámosle un palo en la cabeza
(i) A los criminales se les sujetaba con cepos de ma-
dera.
LOS CABALLEROS.
161
como hacen los cocineros, arranquémosle la len-
grúa, y mirando á placer por el agnijero del ano,
veamos si tiene lamparones (1).
CORO.
Hay, pues, otras cosas más ardientes que el fue-
g-o, y en la ciudad palabras más desverg-onzadas
que la desverg-üenza misma. No hay que despre-
ciar este asunto. Empújale, derríbale, nada hag^s
á medias: en cuanto consigras que flaquee en el
primer encuentro, verás que es un cobarde. Nos-
otros le conocemos bien.
EL CHORICERO.
Siempre lo ha sido, y sin embarg-o, ha pasado
por valiente, sin más que por haberse dado maña
á recog-er la cosecha ajena. Ahora deja que se se-
quen en las prisiones aquellas espigas y pretende
venderlas (2).
CLEON.
No os temo mientras exista el Senado, y el Pueblo
continúe siendo estúpido.
CORO.
iQué desverg-onzado es en todo! ¡Ni siquiera se
le muda el color! Si no te aborrezco, permita Júpi-
ter que sirva á Cratino de colchón (3) y que teng-a
(i) Operaciones que se practicaban con los cerdos
para certificarse de su buen estado.
(2) Alusión á la victoria de Pilos, conseguida en reali-
dad por Demóstenes, y cuya gloria se apropió Cleon; y
después á los prisioneros de Esfacteria, por los cuales se
exigía á los Lacedemonios un crecido rescate, y que al fin
murieron de miseria en las prisiones de Atenas.
(3) Célebre poeta cómico. Su afición al vino, que Aris-
462
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
i 63
que aprender á cantar toda una tragedia de Mor-
simo (1).
¡Y tú, que como la abeja que va^ de flor en flor
andas pidiendo reg-alos á todos en todas partes,
ojalá los devuelvas con la misma facilidad que los
adquieres! Entonces podremos cantar: «Brinda,
brinda á la buena fortuna» (2). Entonces hasta el
hijo de Julio (3), ese viejo acaparador de trig-o,
cantará alegremente al dios Pean y á Baco.
CLEON.
¡Os juro por Neptuno que no me excederéis en
desvergüenza! de otra suerte, permita el cielo que
no asista á los sacrificios de Júpiter, protector del
mercado (4).
EL CHORICERO.
Y yo juro por los infinitos puñetazos que por
mil tunantadas diversas me han sacudido desde la
niñez, y por mis cien cuchilladas, que espero
vencerte en esta contienda, ó si no, me será inútil
esta corpulencia adquirida á fuerza de comer mi-
tófanes le echa en cara varias veces, le hizo contraer una
incontinencia de orina.
(4) Trágico detestable. Su padre Filócles y su hijo As-
tidámas eran también muy malos poetas. Aristófanes le
cita á menudo. (V. Paz,* 803; Ranas, ií>d.)
(2) Así empezaba una canción de Simónides.
(3) Sobre el epíteto Ttupoicívijv, acaparador de trigo,
dado al hijo de Julio, véase Feuillemorte, Comedies d^Aris-
íopkane, tomo i, pág 290, nota. Paris, 4864.
(4) Lit. Júpiter forense á^opatóc:, sin duda por la esta-
tua que tenía en la Agora ó mercado.
gajones destinados á limpiarse la grasa de los
dedos (1). .
CLEON.
íMig^jones, como un perro! ^j tú, miserable,
que te has alimentado como un perro, quieres reñir
con un cinocéfalo? (2).
EL CHORICERO.
¡Eh, por Júpiter! también yo cometía mis frau-
des cuando chico. Engañaba á los cocineros dición-
doles: «Mirad, muchachos, ^.no veis? ya viene la
primavera, la g-olondrina (3).» Ellos miraban, y
mientras tanto yo les atrapaba muy buenas ta-
jadas.
CORO.
¡Astucia admirable! ¡lntelig*encia precoz! Como
los aficionados á comer or tigras (4), hacias tu cose-
cha antes de volver las gfolondrinas.
EL CHORICERO. •
La mayor parte de las veces no me velan; pero
si alguno lo notaba, escondia la carne entre los
muslos, y juraba por todos los dioses que nada te-
(i) En vez de servilletas se usaban rebanadas de pan
para limpiarse los dedos.
(2) Especie de mono. Cinocéfalo quiere decir Cabeza
de perro, esto es, desvergonzado, ó conservando la etimo-
logía, cínico.
(3) La aparición de las golondfinas era en Grecia señal
de la vuelta de la primavera. Se celebraba mucho su ve-
nida. Ateneo nos ha conservado una canción de los niños
de Rodas, titulada Quelidonismo, cuya traducción incluí
en mi artículo sobre los cantos populares griegos, publica-
dos en El Ateneo de Vitoria.
(4) Se cogían al aproximarse el buen tiempo.
i^i
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
165
nía. Por lo cual dijo un orador que me vio: «Es im-
posible que ese muchacho no llegue á gobernar la
república.»
CORO.
Acertó en su pronóstico. Claro está en qué se
fundaba: en que negabas descaradamente el hurto,
mientras lo escondías entre las nalgas.
CLEON.
Yo reprimiré tu audacia, ó más bien, la de los
dos. Me arrojaré sobre tí con ímpetu horrendo, y,
á modo de violento torbellino, revolveré los mares
y la tierra.
EL CHORICERO.
Pero yo formaré con mis chorizos una balsa, y
encomendándome sobre ella á las olas propicias,
te daré que sentir.
DEMÓSTENES.
Y yo vigilaré en la sentina, por si acaso se raja.
CLEON.
No, por Céres lo juro; no has de disfrutar impu-
nemente de los talentos que has robado á Atenas.
CORO.
Cuidado, amaina un poco las velas; empieza á
soplar un viento de calumnias y delaciones.
EL CHORICERO.
Me consta que has sacado diez talentos de Po-
tidea (1).
(1) Ciudad tpibularia de Atenas: al principio de la guer-
ra del Peloponeso se declaró independiente, y fué reducida
á la obediencia después de un largo asedio (V. Tuc, i, 59,
64; II, 58, 70).
CLEON.
¿Quién? ¡Yo! ¿Quieres uno por callar?
CORO.
Con gusto lo tomaría. Pero tá ya desamarras.
EL CHORICERO.
El viento cede.
CLEON.
Voy á hacer que te formen cuatro causas de cien
talentos cada una (1).
EL CHORICERO.
Y yo á tí veinte por deserción, y más de mil por
robo.
CLEON.
Yo digo que desciendes de los profanadores de la
Diosa (2).
EL CHORICERO.
Y yo, que tu abuelo fué uno de los satélites...
CLEON.
¿De quién? Di.
EL CHORICERO.
De Birsina, esposa de Hípias (3).
CLEON.
Eres un impostor.
(i) El acusador debia fijar la multa á que habia de ser
condenado el reo, caso de probarse el delito.
(2) A lusion á un antiguo sacrilegio cometido en el tem-
plo de Minerva.
(3) La mujer de Hípias, tirano de Atenas é hijo de Pi-
sístrato, se llamaba Mirrina ó Mirsina; pero Aristófanes
la da el nombre de Birsma, aludiendo al primer oficio de
Cleon: Birsa, significa cuero.
166
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL CHORICERO.
Y tá un bandido.
CORO.
¡Dale duro!
CLEON.
¡Ay, ay! Los conspiradores me matan á palos.
CORO.
Dale, dale duro; azótale el vientre con manojos
de intestinos; castígale sin piedad.
¡Oh admirable corpulencia! ¡Oh esforzado cora-
zón, salvador de la república y de los ciudadanos!
¡Con qué hábil oratoria has sabido vencerle! ¡Ojalá
pudiéramos alabarte como deseamos!
CLEON.
No se me ocultaba, por Céres, esta fábrica de
intrigas: bien sabía yo que aquí se encolaban
todas (1).
CORO.
¿Y tú no le dirás algún término de constructor
de carretas?
EL CHORICERO.
Tampoco se me oculta lo que está fraguando en
Argos. Finge que trata de concillarnos su alianz?j
y celebra en tanto conferencias secretas con los La-
cedemonios. Sé para qué se atiza este fuego; para
forjar las cadenas de los cautivos.
CORO.
¡Bravo, bravo! forja tú mientras él encola.
(4) Parodia de las metáforas bajas y vulgares que algu-
nos oradores empleaban para hacer efecto en el populacho.
LOS CABALLEROS.
167
EL CHORICERO.
Allí tienes hombres que te ayudan en la obra (1);
mas nunca, aunque me des todo el oro y plata del
mundo y me envies á todos mis amigos para que
me calle, nunca conseguirás que yo oculte la ver-
dad á los Atenienses.
CLEON.
Iré al punto al Senado y delataré á todos vuestra
conjuración, vuestras reuniones nocturnas contra
la república, vuestra connivencia con el rey persa,
y ese negocio con los de Beocia que tratáis de que
cuaje.
EL CHORICERO.
jiPues qué precio tiene el queso de Beocia? ¡2)
CLEON.
¡Por Hércules, te Voy á desollar vivo!
CORO.
Ea, demuéstranos ahora ingenio y valor; tú,
que, como acabas de confesarlo, escondías en otro
tiempo la carne entre los muslos. Corre al Senado
sin perder un instante, pues ese va á calumniarnos
á todos, vociferando como acostumbra.
EL CHORICERO.
Voy allá; pero antes permitidme que deje aquí
estas tripas y cuchillos.
(1) Quizá estas palabras se dirigieran á cierta clase de
espectadores.
(2) La pregunta del Choricero, está motivada por la
metáfora de Cleon. Demóstenes (Discurso sobre la Embaja-
da mal desempeñada) empleó una frase análoga, xupeúetv
xaxáavceuac.
!6«
COMEDIAS UR ARISTÓFANES.
CORO.
Lleva sólo esa enjundia para untarte el cuello y
poder escurrirte si la calumnia te ag'arra (1).
EL CHORICKRO.
Buen consejo; así se acostumbra en la palestra.
CORO.
Toma, y cómete también esos ajos (2).
EL CHORICERO.
^.Para qué?
CORO.
Para que al combatir harto de ajos, tengas más
tuerza, amigo mió. Pero anda pronto.
EL CHORICERO.
Ya voy.
CORO.
Procura morderle y derribarlo; arráncale la
cresta, y no vuelvas sin haberte comido su papa-
da (3). Parte alegre y triunfa como es mi deseo.
¡Que el Júpiter del mercado te guarde, y vuelvas
vencedor y cubierto de coronas!
(El choricero sale; el coro qiieda solo por pri-
/nera vez en la escena y se vuelve á los especladores
para principiar laparábasis.)
Pero vosotros, que estáis acostumbrados á todo
(4) A imitación de los atletas, que se untaban el cuer-
po de aceite para escurrirse con más facilidad entre las
manos de su adversario.
(2) Véase la nota al verso 166 de Los Acarnienses.
(3) Alusión á las riñas de gallos.
LOS CABALLEROS.
169
género de poesías, escuchad nuestros anapes-
tos (1).
Si alguno de vuestros antiguos poetas cómicos
nos hubiese pedido que recitáramos sus versos en
el teatro, le hubiera sido difícil conseguirlo; pero
el autor de esta comedia es digno de que lo haga-
mos en su obsequio. Ya porque odia á los mismos
que nosotros aborrecemos, ya porque desafiando in-
trépido al huracán y las tempestades, no le atemo-
riza el decir lo que es justo. Como miichos se le han
acercado admirándose de que desde hace tiempo
no haya solicitado un coro, y pregun tádole la causa
de ello, el poeta nos manda que os manifestemos
el motivo. No ha sido sin razón, dice, el haber tar-
dado tanto, sino por conocer que el arte de hacer
comedias es el más difícil de todos, hasta el punto
de que de los muchos que lo solicitan, pocos logran
dominarlo. Sabe además desde hace tiempo cuan
inconstante es vuestro carácter, y con qué facili-
dad abandonáis, apenas envejecen, á los poetas
antiguos. No ignora, en primer lugar, la suerte que
cupo á Mágnes (2) cuando le empezaron á blan-
quear los cabellos. Aunque habia conseguido mu-
chas victorias en los certámenes cómicos; aunque
recorrió todos los tonos y presentó en escena cita-
ristas, aves, Lidios y cínifes; aunque se pintó el
(4) Metro usado en la parábasis.
(2) Poeta cómico, al principio muy del gusto de los
Atenienses, que premiaron sus piezas once veces. Aristófa-
nes enumera algunas de sus comedias. Ateneo (xv, 690, c.)
cita Los Citaristas, Los Cínifes y Los Lidios.
no
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
rostro del color de las ranas, no pudo sostenerse,
sino que en la edad madura y no en la juventud le
abandonasteis, porque con los años habia perdido
aquella ^acia que os hacia reir. También se acuer-
da de Cratino, que en sus buenos tiempos, en el
apog-eo de su gloria, coriia impetuosamente por
los llanos, y desarraig-ando plátanos y encinas, los
arrastraba con sus adversarios vencidos; entonces
no se podia cantar en los banquetes otra cosa que:
Daro, la de las saíulalias de higuera (1), y Autores
de himnos elegantes (2); ¡tan floreciente estaba!
Pero ahora cuando le veis chochear no os compa-
decéis de él: desde que á su lira se le caen las cla-
vijas, se le saltan las cuerdas y se le pierden las
armonías, el pobre anciano vaga lo mismo que
Gonnas (3), ceñida la frence de una seca corona y
muerto de sed, él que por sus primeros triunfos me-
recía beber (4) en el Pritáneo, y en vez de delirar
(i) Principio de un canto de Cratino, que era una sá-
tira contra la venalidad y la delación.
(2) Principio de otro canto de Cratino.
(3) Músico que tenía el vicio de embriagarse; su po-
breza era extremada, pues las coronas de olivo con que le
premiaron en los juegos olímpicos eran toda su hacienda.
Solia decir: «que estaba bien coronado, pero mal bebido.»
(4) Cratino era extremadamente aficionado á la bebida.
Horacio hace mérito de este vicio (Epist. i, 19):
Prisco, si credis, Míecenas docte, Cratino
Nulla placeré diu, nec vivere carmina possunt,
Quae scribuntur aquae potoribus
Dícese que, sin duda mortificado por la alusión de
Aristófanes, Cratino compuso á los noventa y siete años
de edad, y al siguiente de la representación de Los Caba-
laos CABALLEROS.
Í7I
en la escena, presenciar perfumado el espectáculo,
sentado junto á la estatua de Baco (1). ¿Y Grates (2),
cuántos insultos y ultrajes vuestros no sufrió á
pesar de que os alimentaba, á tan poca costa, mas-
ticando en su boca delicada los más ing-eníosos
pensamientos? Y, sin embarg-o, este fué el único
que se sostuvo, ya cayéndose, ya levantándose.
Temeroso de esto nuestro autor, se ha contenido
repitiéndose á menudo: «es preciso ser remero
antes de ser piloto, y gfuardar la proa y observar
los vientos antes de dirig-ir por sí mismo la nave.»
En g-racia de esta modestia, que le ha impedido
deciros necedades, tributadle un aplauso que ig-ua-
le al estruendo de las olas, honradle en estas fies-
tas Lencas (3) con jubilosas aclamaciones, para
que, satisfecho de su triunfo, se retire con la frente
radiante de aleg-ría (4).
Neptuno ecuestre (5), que te complaces oyendo el
relincho de tus corceles y el resonar de sus ferra-
dos cascos; potente numen á quien agrada ver las
llerot, una comedia titulada La botella de mimbres, que
ganó el primer premio: alarde de vigor intelectual, que no
es único en el teatro ateniense, pues también Sófocles
compuso su Edipo en Colona á los ochenta y tantos años.
(4) Habia asientos de honor en el teatro.
(2) Poeta cómico. Principió por ser actor y representar
las obras de Cratino. El Escoliasta asegura que compraba
los votos de los especladores.
(3) Véanse Los Acarnienses.
(4) Aristófanes parece aludir á su espaciosa calva.
(5) En su disputa con Minerva sobre quién habia de
dar su nombre á la ciudad de Atenas, Neptuno produjo el
caballo, de donde el epíteto que se lee en el texto.
47-i
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
triremes (1) mercenarias hender rápidas los mares
con azulada proa, y á los jóvenes, enardecidos por
esa pasión que les arruina, dirigir sus carros en el
reñido certamen, asiste á este coro, deidad de
áureo tridente, rey de los delfines, adorado en Su-
nio (2) y en Geresta (3), hijo de Saturno, protector
de Formion (4), y ahora, para Atenas, el más pro-
picio de los dioses.
Queremos elogiar á nuestros padres, héroes dig-
nos de su patria y de los honores del peplo (5), que,
vencedores siempre y en todas partes en combates
terrestres y marítimos, cubrieron de gloria á la
repúbUca; que nunca al encentrar los enemigos
se ocuparon en contarlos, pues su corazón estaba
[i) Las triremes (tpiTípTic) eran naves de tres filas de
remeros.
(2) Promontorio del Ática consagrado á Neptuno.
(3) Promontorio de Eubea, junto al cual habia un tem-
plo de Neptuno.
(4) General ateniense, jefe de la escuadra, y famoso
por sus recientes victorias navales. Era de costumbres muy
austeras. No habiendo podido pagar á causa de su honrada
pobreza la cantidad de cien minas, por la que estaba en
descubierto con el tesoro público, «fué condenado como
insolvente y se retiró al campo.» Más tarde le rehabilitó el
pueblo ateniense. (V. La Paz, 347; Tuc. ii, 68, 85, 92.)
(5) El peplo (itéirXoí;) era una especie de manto cortado
en redondo, de una tela muy fina, consagrado con espe-
cialidad á Minerva en concepto de patrona de Atenas; en
él se hallaba representado el gigaste Encelado, muerto
por la diosa. Cada cinco años, en hs grandes Pa^iateneas^ se
le ofrecía un peplo en el cual figuraban la» acdones y los
nombres de los ciudadanos dignos de recordarse. (V. Winc-
KELMANN, Hüt. dc V Art ckez les Anciens; tom. i, pág. 517.
Paris, 4802; Escoliasta, Los Cab., 56H.)
LOS CABALLEROS.
173
siempre dispuesto al ataque. Si alguno llegaba á
caerse por casualidad en la batalla, limpiábase el
polvo, y negando su caida, volvia á la carga con
más ardor. Jamás los generales de entonces hubie-
ran pedido á Cleéneto (1) que se les alimentase á
costa del Estado; pero ahora, si no tienen esta pre-
rogativa y la de asiento distinguido (2), se niegan
á combatir. Nosotros deseamos pelear valiente-
mente y ún sueldo por la patria y nuestros dioses:
nada pedimos en pago, sino que cuando se haga
la paz y cesen las fatigas de la guerra nos permi-
táis llevar largo el cabello (3) y cuidar de nuestro
cutis.
Veneranda Palas, diosa tutelar de Atenas que
reinas sobre la tierra más religiosa y fecunda en
poetas y guerreros, ven y trae contigo á la victoria,
nuestra compañera en los ejércitos y batallas, esa
fiel amiga del Coro, que combate á nuestro lado
contra nuestros enemigos. Preséntate ahora: hoy
más que nunca, sea como quiera, es preciso que
nos otorgues el triunfo. Queremos también publi-
car lo bueno que sabemos de nuestros caballos (4):
dignos son de alabanza. Muchas veces nos ayudá-
is) Autor de un decreto sobre el derecho de los gene-
rales á obtener de la República una subvención. El padre
del demagogo Cleon se llama Cleéneto, pero no está bien
averiguado si es el mismo á quien cita Aristófanes.
(2) Uno de los honores más apreciados era el tener
asiento de distinción en el teatro y otros lugares públicos.
(3) Los caballeros llevaban el cabello largo.
(4) El Coro tributa á sus caballos los elogios que
no quiere dirigirse á sí mismo.
474
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
175
ron en las excursiones y combates; mas nunca nos
admiraron tanto con lo que en tierra hicieron,
como cuando se lanzaron intrépidamente á las
naves (1) con toda su carga de vasos de campaña,
ajos y cebollas; y apoderándose de los remos, como
si fueran hombres, gritaban: « ¡Hippapai! (2) ¿Quién
remará con más brío? ¿Qué hacemos? ¿No remarás
tú, oh Sánfora? (3))> También bajaron á Corinto: los
más jóvenes se hicieron allí un lecho con sus cascos
ó iban en busca de cobertores, y en vez de forraje
de la Media, comían los cang^rejos que se descuida-
ban en salir á la playa, y aun los buscaban en lo
profundo del mar. Por eso Teoro dijo que un
cangrejo había hablado así: «Terrible es, oh Neptu-
no, no poder, ni en el fondo del abismo, ni en la
tierra, ni en el mar, escapar de los Caballeros» (4).
f Vuelve EL CHORICERO.)
CORO.
jOh, el más querido y valiente de los hombres,
cuan inquieto nos ha tenido tu ausencia! Ya que
vuelves sano y salvo, cuéntanos cómo te las has
arreglado.
(i) Los Atenienses enviaron una expedición contra Co-
rinto después de la victoria de Pilos, tantas veces aludida
en esta comedia. (V. Tuc, iv, 42, 43.)
(2) Grito de los marineros.
(3) Nombre de un caballo.
(4) Pasaje lleno de alusiones oscuras para nosotros.
Sobre Teoro, véanse los Arcanienses.
EL CHORICERO.
¿Qué he de deciros, sino que he conseg'uido la
victoria en el Senado?
CORO.
¡Ahora es ocasión de prorumpir todos en excla-
maciones de júbilo! Tú, que hablas tan bien, pero
que superas á las palabras con las obras, cuénta-
noslo todo circunstanciadamente; con gnisto em-
prenderíamos un larg'o viaje sólo por oirte. Por
tanto, hombre excelente, habla sin miedo; todos
nos aleg-ramos de tu triunfo.
EL CHORICERO.
Escuchad, pues la cosa merece la pena. En
cuanto salió de aquí, le seg-uí pisándole los talones;
apenas entró en el Senado, empezó con su voz es-
tentórea á tronar contra los Caballeros, acumulán-
doles calumnias portentosas, acusándoles de cons-
piradores y amontonando palabras sobre palabras,
que empezaban á ser creídas. El Senado le escu-
chaba y tan fácilmente se apacentó de aquellas
falsedades, que crecían prodig'iosamente como la
mala hierba, que ya lanzaba miradas severas y
fruncía el entrecejo. Pero yo, cuando comprendí
que sus palabras producían efecto y que conseg-uia
engañar á su auditorio, exclamé: «Oh dioses pro-
tectores de la lujuria y del fraude, de las chocarre-
rías y desverg-üenzas (1); y tú. Mercado, en donde
(1) Todas las divinidades invocadas por el Choricero
son inventadas por Aristófanes: SxlxaXot, demonios de la lu-
jwHa; <I>¿vaxe<;, del fraude (de cpéva^, engañador); Bepsa^^eOol,
17(>
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LOS Caballeros.
i77
se educó mi niñez, dadme audacia, lengnia expedi-
ta é impudente voz.» Cuando pensaba en esto, un
bardaje se desahogó (1) á mi derecha, y yo me pros-
terné en actitud de adoración; después, empujando
la barrera con la espalda, grité abriendo una boca
enorme: uSenadores, soy portador de buenas noti-
cias, y quiero ser el primero en anunciároslas
desde que estalló la g'uerra, nunca han estado más
baratas las anchoas.» Al punto la serenidad brilló
en todos los semblantes, y en seg'uida me decreta-
ron una corona por la fausta nueva. Yo en cambio
les enseñé en pocas palabras un secreto para com-
prar muchas anchoas por un óbolo: que era el re-
cog-er todos los platos á los fabricantes. Todos
aplaudieron y me miraban con la boca abierta.
Advirtiendo esto el Paflagonio, que conoce muy
bien el modo de engatusar al Senado, dijo: «Ciuda-
danos, propongo, ya que tan buenas nuevas acaban
de anunciarnos, que para celebrarlas inmolemos
cien bueyes á Minerva.» Y el Senado se puso otra
vez de su parte: yo, viéndome entonces humillado
y vencido, le cogí la vuelta, proponiendo que se
sacrificasen hasta doscientos, y además mil cabras
á Diana, si al dia siguiente se vendían las sardinas
á un óbolo el ciento; con esto el Senado se inclinó
de nuevo á mi favor; y el Paflagonio, aturdido, em-
pezó á decir necedades: los arqueros y Pritáneos le
sacaron fuera y se formaron grupos en que se tra-
de la estupidez; Ko?á/ot, de la chocarrer{a\ Mó6wv, exclavo
insolente.
(1) Pepedit.
taba de las anchoas. Él les suplicaba que esperasen
un momento: «Escuchad, exclamaba, lo que va
á decir el enviado de Lacedemonía: viene á tratar
de la paz.» Entonces gritaron todos á una: «¿Ahora
de la paz? lEstiipido! ¿Después que han sabido lo
baratas que tenemos las anchoas? No necesitamos
paz, siga la guerra.» Y mandaron á los Pritáneos
que levantasen la sesión. En seguida saltaron las
verjas por todas partes. Yo me escapé y corrí á
comprar cuanto cilantro y puerros había en el
mercado, y los distribuí luego gratis á todos los que
lo necesitaban para sazonar las anchoas. Ellos no
hallaban palabras con que elogiarme y me colma-
ban de caricias, hasta el punto de que por un solo
<>bolo de cilantro me he hecho dueño del Senado.
CORO.
Has conseguido cuanto te proponías como hom-
bre favorecido por la fortuna. Aquel bribón ha tro-
pezado con otro que le da quince y raya en tunan-
tadas, astucia y zalamerías. Procura terminar el
combate con igual felicidad: ya sabes hace tiempo
que somos tus benévolos auxiliares.
KL CHORICERO.
Ahí viene el Paflagonio turbando y arremoli-
nando las olas delante de sí, como si tratara de
tragarme. ¡Dioses! ¡qué audacia!
CLEON.
íQue me muera si no te hago añicos, por pocas
de mis antiguas mentiras que me resten!
178
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL CHORICERO.
Me g-usta oir tus amenazas y reirme de tus
humos; de miedo que me das, bailo y ^rito ¡qui-
quiriquí!
CLEON.
¡Por Céres, perezca ahora mismo si no te devorol
EL CHORICERO.
¿Si no me devoras? ¡Asi me muera si no te sorbo
de un solo tra^o y reviento después de haberte
sorbido!
CLEON.
Te mataré, lo juro por el asiento de honor que
srané con lo de Pilos.
EL CHORICERO.
¡Ya salió el asiento disting-uido! ¡Bah! pronto
pienso verte releído de aquel primer asiento á los
últimos bancos del teatro.
CLEON.
Juro por cuanto hay que jurar, aplicarte el tor-
mento.
EL CHORICERO.
¡Qué furioso estás! Vamos, ¿qué te daré de comer?
¿Qué es lo que más te gusta? ¿Una bolsa?
CLEON.
Te voy á arrancar las tripas con las uñas.
EL CHORICERO.
Ya te cortaré yo esas uñitas con que atrapas los
víveres del Pritáneo.
CLEON.
Te arrastraré ante el pueblo para que me haga
justicia.
LOS CABALLEROS.
479
EL CHORICERO.
También yo te arrastraré y te acusaré de mil
crímenes.
CLEON.
íMiserable! á tí no te cree, y yo me burlo de él
cuando quiero.
EL CHORICERO.
¡Qué segTiro estás de dominar al pueblo!
CLEON.
Es que sé con qué guisos se le ceba.
EL CHORICERO.
Y le alimentas mal como las nodrizas; pues con
el pretexto de masticar antes la comida te tragas
tres veces más de lo que á él le presentas (1).
CLEON.
iPor Júpiter, con mi destreza yo puedo ensanchar
o estrechar el pueblo á mi gusto (2).
EL CHORICERO.
¡Vaya un lance! también lo sé yo.
CLEON.
Pobre hombre, no pienses que me has de jugar
otra pasada como la del Senado: acudamos al
pueblo.
EL CHORICERO.
Nádanos lo impide: adelante, no haya tardanza.
CLEON.
jOh pueblo! ¡sal aquí!
(4) Aristóteles {ReL, i 4) hace la misma comparación,
(i) Es decir, darle mucho ó uoco á su arhif r.n^
180
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL CHORICERO.
¡Sí, por Júpiter; sal aquí, padre mió!
CLEON.
¡Pueblecillo mió querido, sal para que veas cuan
indígenamente me tratan!
PUEBLO.
¿Quiénes son estos alborotadores? ¡fuera pronto
de esta puerta! Me habéis tirado el ramo de olivo (1).
¿(juién te maltrata, Paflag-onio?
CLEON.
Este, y esos jóvenes que me apalean por tu causa.
PUEBLO.
^.Por qué?
CLEON.
Porque te quiero, oh Pueblo, y estoy enamorado
de tí.
PUEBLO.
Y tú, ¿quién eres?
EL CHORICERO.
Yo soy su rival; te amo ya hace tiempo, y con
otros muchos buenos y honrados ciudadanos sólo
anhelo serte útil. Pero éste nos io impide. Pues tú
te pareces á esos jóvenes rodeados de amantes; no
quieres á los buenos y honrados, y te entregas á
los vendedores de lámparas (2), y á los zapateros,
g-uarnicioneros y curtidores.
(1) Era una costumbre piadosa el colgar ramas de ár-
boles á las puertas de la casa.
(2) Alusión á Hipérbolo.
LOS CABALLEROS.
181
CLEON.
Hace bien; porque yo sirvo al pueblo.
EL CHORICERO.
¿En quéf ¿díme?
CLEON.
Fui á Pilos, suplanté á los g'enerales cuando á
ella se dirig-ian, y me traje á los prisioneros lace-
demonios.
EL CHORICERO.
También yo, estando paseando, robé de una
tienda la olla con la comida que otro habia puesto
á cocer.
CLEON.
Pueblo mió, convoca cuanto antes una asamblea
para que sepas quién de los dos te quiere más, y
decidas quién merece tu amor.
EL CHORICERO.
Bueno, bueno, decide entre los dos, con tal que
no sea en el Pnix (1).
PUEBLO.
No puedo sentarme en otro sitio; pero antes es
necesario reunir en él los ciudadanos.
EL CHORICERO.
¡Infeliz de mí! ¡Soy perdido! Porque este viejo,
que en su casa es el más discreto de los hombres,
en cuanto se sienta en esos bancos de piedra se
está con la boca abierta, como el que al colg'ar
higos se le quedan los cabos en la mano (2).
(4) Lugar donde se reunía la asamblea popular.
(2) Al ponerlos á secar al sol.
i82
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CORO (1).
Ahora es necesario que despliegues todas las ve-
^as y desamarres todos los cables; ármate de valor
y de astucia y de capciosos discursos para vencerle.
El enemigo es flexible y hábil en presentar toda
clase de obstáculos. Procura, pues, arrojarte sobre
él con todas tus fuerzas; mucho cuidado; antes de
que él te ataque levanta los pesos que has de arro-
jarle y adelanta tu nave (2).
CLKON.
iOh poderosa Minerva, protectora de la ciudad!
si después de Lisíeles (3), Cinna y Salabaca (4) soy
yo el que más amo al pueblo ateniense, concédeme
que, como hasta ahora, sea, por no hacer nada, ali-
mentado á costa del Estado. Mas si te aborrezco y
no combato por ti, aunque me vea aislado, que
muera y me sierren vivo, y corten en correas mi
pellejo.
EL CHORICERO.
¡Y yo. Pueblo mió, si no es cierto que te amo y
estimo, permita Júpiter que sea cocido y hecho
menudísimas tajadas! Si no crees mis palabras,
consiento en ser rallado sobre este tablero, mez-
clado con queso para hacer un almodrote y arras-
trado con un g-ancho al Cerámico (5).
(1) Cambio de decoración. La escena debia de repre-
sentar el Pnix.
(2) Metáforas lomadas de la navegación.
(3) Lisíeles, ya citado en el verso i32.
(4) Cinna y Salabaca, cortesanas de Atenas. Como se
ve, el patriotismo de Cleon no era excesivo.
(o) Demo de Atenas en que eran sepultados los guerre-
LOS CABALLEROS.
183
CLEON.
¡Oh Pueblo! ¿Cómo puede haber un ciudadano
que te ame más que yo? Desde que soy tu conseje-
ro, he enriquecido tu tesoro atormentando á éstos,
apurando á aquellos y pidiendo á otros, sin atender
á ning*un particular con tal de serte g'rato.
EL CHORICERO.
Todo eso, oh Pueblo, nada tiene de extraordina-
rio; yo haré lo mismo, pues robaré panes á otros
para servírtelos. No creas que ese te ama y procura
tu bien en consideración á tu persona, sino por ca-
lentarse á tu fueg'o. De otra suerte, ¿cómo no ve
que tú, que en defensa de esta tierra desenvainaste
en Maratón la espada contra los Persas y alcanzaste
de ellos aquella insigne victoria tantas y tantas
veces ponderada, te sientas siempre sobre esas
duras piedrasi^ Nunca se le ha ocurrido como á mí
ofrecerte un cojin, como este que te traiofo cosido
con mis propias manos. Ea, levántate y siéntate
sobre él cómodamente; así no estarán mortifica-
dos esos miembros que trabajaron tanto en Sala-
mina (1).
PUEBLO.
¿Quién eres, amig-o mío? ¿Eres acaso de la raza
de Harmodio"^ Tu obsequio es en verdad muy po-
pular y delicado.
ros muertos en el combate. En el recinto de la ciudad habia
un lugar del mismo nombre habitado por las cortesanas.
Para dar más fuerza á su imprecación, Agorácrito dice
por dónde ha de ser enganchado: tGv ópytTréSwv, correpüs
testiculis.
( !) Nates eorum qui remum agebant.
i8 4
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
185
CLKON.
Eso es muy poco para que ya te muestres bené-
volo con él.
ISL CHORICIíRO.
A fe que tii le has engranado con mucho menos
cebo.
CLKÜN.
Apuesto la cabeza á que no habido nunca unu
que combata más que yo por tí, ¡oh Pueblo! ni que
más te ame.
EL CHORIClíRO.
¿Cómo puedes amarle cuando le ves hace ocho
años vivir en cuevas y miserables chozas, y lejos
de compadecerte de él lo dejas que se muera ahu-
mado (1), y cuando Arqueptólemo vino á propo-
nernos la paz, la rechazaste y arrojaste de la ciu-
dad á puntapiés á los embajadores encarg-ados de
pactar las ti^egifiasí^ (2).
CLKON.
Es para que gobierne á todos los Grieg-os. Por
que en los oráculos se dice que si tiene paciencia
llegará á cobrar en la Arcadia cinco óbolos por ad-
ministrar justicia. Así es que yo le alimentaré y
cuidaré, y suceda lo que suceda siempre le pag-aré
los tres óbolos (3).
(1) Vid. ia Noticia preliminar de los Acarnienses.
(2) Los Lacedemonios, antes de la toma de Pilos, en-
viaron á Aleñas una embajada solicitando la paz. Arque-
ptólemo, ciudadano ateniense, lué el encargado de presen-
tarla; pero Cleon hizo infructuosas sus gestiones. (Vid.
Tüc. IV, 47, n.) ^
(3) Salario de los jueces. Ya hemos visto que era uno
EL CHORICERO.
No te afanas porque éste mande en Arcadia, sino
por robar más, y obtener muchos reg-alos de las
ciudades tributarias: quieres que entre el remolino
de la g-uerra el Pueblo no vea tus tunantadas, y
que la necesidad, la miseria y el aliciente del esti-
pendio le oblig'ue á considerarte como su única es-
peranza. Pero si alg-una vez, volviendo al campo,
log-ra vivir en paz, y reponer sus fuerzas con el
trig-o nuevo y las sabrosas olivas, conocerá los bie-
nes de que le priva tu estipendio; entonces, irritado
y feroz, te acusará ante los tribunales. Tú lo sabes,
y por eso le eng-anas con esperanzas quiméricas.
CLEON.
¿No es intolerable que tú dig-as eso de mí y me
calumnies ante los Atenienses y el Pueblo, cuando,
por la venerable Céres lo juro, he prestado á la Re-
pública más servicios que Temístocles'^
EL CHORICERO.
«iCiudad de Arg-os! ¿escuchas lo que dice?(l)» ¿Tú
ig-ual á Temístocles? Nuestra ciudad estaba ya hen-
chida de riquezas, y él añadió tantas que se desbor-
daron como el ag-ua de un vaso lleno hasta la boca;
á los manjares de su espléndida mesa, él añadió el
Pireo (2), y, sin quitarnos los antig-uos peces, nos
de los medios empleados por Cleon para sostener su in-
Imencia.
(i) Verso de Eurípides.
(f2) Puerto de Atenas que se hizo por consejo de Te-
niistocles, quien lo unió á la ciudad por medio de una mu-
ralla de 35 estadios. (I'lutarco, Vida (le Temístocles; Cor-
NELio Nepote, id,, cap. 6.)
\m
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CARALLEROS.
187
procuró otros nuevos! ¡Tú ig'ual á Temístocles,
caando no has hecho más que estrechar la ciudad,
dividirla con murallas é inventar oráculos! El, sin
embarg-o, fué desterrado, y tú te regulas el cuerpo
á nuestra costa (1).
CLKON.
¿No es insufrible, oh Pueblo, tener que oir estos
dicterios sólo porque te amo?
PUKBLO.
Cállate, basta de injurias. Harto tiempo me has
engañado.
EL CHORICERO.
¡Es un malvado, Pueblecillo mió! Ha cometido
mil iniquidades mientras te ha tenido sorbido el
seso. Se ha hecho pagar á peso de oro la impuni-
dad de los concusionarios, y metiendo el brazo
hasta el codo en el tesoro de la República, ha ro-
bado cuanto ha podido.
CLEON.
¡No te has de aleg-rar! Yo probaré que has robado
tres mil dracmas.
EL CHORICERO.
¿Por qué te revuelves? ¿Por qué te alborotas sien-
do el hombre peor que existe para el pueblo ate-
niense? También yo probaré, ó si nó que me muera,
que recibiste de Mitilene (2) más de cuarenta minas.
(1) Lit. «Comes las tortos de Aquiles,w frase proverbiítl
para indicar una alimentación exquisita.
(2) No se sabe de cierto por qué motivo. El Escoliasta
recuerda lo que sobre la sublevación de los Mitilenenses
dice Tucídides (ni, 18, 36, 50). Pero el haber pedido
CORO.
Te felicito por tu elocuencia, oh mortal que apa-
reces como el bienhechor de todos los hombres (1).
Si así continúas, serás el más g-rande de los Grie-
g-os, y único dueño de la República: armado del
simbólico tridente, mandarás á los aliados, y reuni-
rás inmensas riquezas trastornando y confundién-
dolo todo. Pero no sueltes á ese hombre, ya que se
ha dejado cog-er; fácil te será vencerle con seme-
jantes pulmones.
CLEON.
Aun no, buena g-ente, aun no han lleg-ado las
cosas á ase extremo; me queda todavía por decir
una hazaña tan ilustre que puedo tapar con ella la
boca á todos mis adversarios, mientras se conserve
un resto de los escudos cog-idos en Pilos (2).
EL CHORICERO.
Párate en los escudos; ya me has dado un asi-
dero (3). Pues por precaución no debías, ya que
Cleon que fuesen pasados á cuchillo todos los hombres de
la ciudad rebelde y reducidos á la esclavitud los niños y
las mujeres, no permite suponer que hubiera sido com-
prado en esta ocasión. El pueblo ateniense, compadecido
de la mísera suerte de tantos infelices, revocó su cruel
decreto, y sólo fueron castigados los principales culpables.
(1) Parodia del verso 614 del Prometeo de Esquilo.
(2) Los escudos cogidos ai enemigo se colgaban en
los templos como en acción de gracias á los dioses; pero
tomando la precaución de quitarles las correas ó abraza-
deras para evitar el que pudieran utilizarse en alguna se-
dición. A esta falta de precaución alude en su respuesta el
Choricero.
(3) Juego de palabras sobre Xa6/jv, que designa también
la abrazadera ó asa del escudo.
188
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLERO)!.
189
tanto amas al pueblo, permitir que fueran suspen-
didos en el templo con sus abrazaderas. Pero lo que
hay aquí, Pueblo mió, es una maquinación para
que no puedas castig-arle, si alguna vez lo intentai=!.
¿¡.Ves esa turba de jóvenes curtidores que le escolta.
acompañada por esa otra de vendedores de miel y
de quesos? Pues todos conspiran al mismo fin. Por
tanto, si te encolerizas y le amenazas con el ostra-
cismo (1), se apoderarán una noche de esos escudos
y correrán á apropiarse de nuestros gfraneros.
PUEBLO.
(Infeliz de mi! ^.Conque aun tienen las abraza-
deras? [Infame, cuánto tiempo me has tenido en-
gañado!
CLEON.
Querido mió: no seas tan crédulo; no pienses que
has de encontrar un amig'o mejor que yo: yo solo
he sofocado todas las conspiraciones; en cuanto
existe la menor conspiración, yo te la denuncio á
g-ritos.
EL CHORICERO.
Haces lo que los pescadores de anguilas. Si el
lag") está tranquilo, no cogen nada; pero cuando
revuelven el cieno arriba y abajo, hallan buena
pesca. Tú también pescas cuando revuelves la
ciudad (2). Pero dime una sola cosa: tú que vende?
(4) Destierro por algunos años que se solia decretar
contra los ciudadanos cuyo poder é influencia inspiraba
temor á la recelosa democracia ateniense.
(2) Nótese la semejanza de esta comparación con nues-
tro refrán: «A rio revuelto ganancia de pescadores.»
tantos cueros, y te jactas de amar tanto al pueblo,
¿le has dado nunca una suela para sus zapatos?
PUEBLO.
¡No, por Apolo!
EL CHORICERO.
Y bien, ¿vas conociendo á ese hombre? Yo te he
comprado este par de zapatos y te los doy para que
los gastes.
PUEBLO.
Ningún hombre, que yo sepa, ha sido mejor que
tú para el pueblo; ni más celoso por el bien de la
República y de los dedos de mis pies.
CLEON.
¿No es doloroso que des tanta importancia á un
par de zapatos y te olvides de todo lo que he hecho
en tu favor? Yo corregí á los lujuriosos, borrando
á Grito (1) de la lista de los ciudadanos.
EL CHORICERO.
¿No es doloroso también que te metas á investi-
gaciones de cierto g-énero (2), y á corregir los luju-
riosos? Aunque sólo lo hiciste por miedo de que se
convirtiesen en ora lores (3). En tanto, ves á este
(1) Uno de los Escoliastas dice que este Grito era un
constante parroquiano de los lupanares y burdeles, conde-
nado á muerte por Cleon. Sin embargo, lo probable es que
no sea un personaje real. Quizá es un nombre imaginario,
formadode yp\i, porgiiena de lasuñas^ inventado por Aristó-
fanes para hacer ridicula la importancia de la pretendida
corrección de costumbres que pondera Cleon.
(2) Te culos guidem inspectare.
(3) Aristófanes alude muchas veces á la disolución de
los oradores.
^'
190
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALL' ROS.
i 94
pobre anciano sin túnica, en el rig*or del invierno,
y no has sido capaz de darle una con dos man-
gas (1), como esta que yo le regíalo.
PUEBLO.
Hé aquí una idea que nunca se le ocurrió á Te-
místocles. No cabe duda de que las fortificaciones
del Pireo son una gran cosa, pero á mí me parece
mejor la ocurrencia de darme esta túnica.
CLEON.
íAy de mí! jcon qué zalamerías me suplantas!
EL CHORICERO.
Nada de eso: hag-o lo que los convidados cuando
se ven apretados por una necesidad; así como ellos
cogen los zapatos ajenos (2), yo me valgo de tus
añagazas.
CLEON.
Pues á zalamero no me has de ganar. Voy á cu-
brirle con este manto. Tú, bribón, rabia ahora.
PUEBLO.
¡Puf! ¡quita allá! apestas á cuero.
EL CHORICERO.
Por eso te ha puesto el manto, con objeto de as-
fixiarte. También antes lo intentó: ¿te acuerdas de
aquella corteza de laserpicio (3) que vendia tan
barata?
(i) Las túnicas con mangas sólo las usaban los cin(gdi
y pueri meritarü, y los actores: ¿habrá en la promesa de
Cleon alguna alusión satírica al pueblo ateniense? (Vid.
WiNCKELMANN, obra citada, tom. i, pág. 546.)
(2) Los antiguos se descalzaban para recostarse en los
triclinios, ó camas, sobre las cuales comían.
(3) El (ji>^tov rae parece que debe traducirse laserpicio.
PUEBLO.
Sí que me acuerdo.
EL CHORICERO.
Procuró que se vendiese tan barata para que la
compraseis y comieseis, y después en el tribunal
os mataseis los jueces unos á otros con vuestras
ventosidades.
PUEBLO.
¡Por Neptuno, xmfemxtero (1) me dijo lo mismo.
EL CHORICERO.
¿Y no os poníais rojos de tanto mal olor?
PUEBLO.
Fué en verdad una idea digna de Pirrandro (2).
CLEON.
¡Canalla! ¡con qué chocarrerías intentas per-
derme!
EL CHORICERO.
La diosa me mandó que te sobrepujase en pala-
brería.
CLEON.
Pues no me vencerás. Yo prometo, oh Pueblo,
por más que haya escritores que entiendan que es el beti-
juL Era una hierba notable por sus cualidades medicinales,
y sumamente ventosa y laxante. Su olor no era agradable
para todos. Se cosechaba mucho en la Cirenaica.
(i) Permítasenos la importación de esta palabra del
catalán, en gracia á que traduce exactamente el y.ÓTtpetoc;
del original, y puede además derivarse de la castellana
^emo ó cieno.
(2) Pirrandro quiere decir hombre rojo, aludiendo al
enrojecimiento anterior. Según el Escoliasta, el sujeto ci-
tado fué un delator ó sicofanta.
19*2
COMKltlAS l>K ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
493
darte un buen plato: tu salario de juez sin trabajar
nada.
EE CHORICERO.
Y yo te doy esta cajita con ung-üento para que te
cures las úlceras de las piernas.
CLEON.
Yo te rejuveneceré, quitándote los cabellos
blancos.
EL CHORICERO.
Toma esta cola de liebre para que te enjutes
los ojillos.
CLEON.
Cuando te suenes, Pueblo mió, limpíate los dedos
en mi cabeza.
EL CHORICERO.
En la mia.
CLEON.
En la mia. Haré que te nombren Trierarca (1
para que te veas oblig-ado á equipar una nave á tu
costa; ya procuraré darte la más vieja, y de ese
modo no tendrán fin tus g'astos y reparaciones.
Las velas han de ser podridas.
EL CORO.
El hombre entra en ebullición (2); basta, basta.
(i) El cargo de Trierarca era sumamente oneroso. La
República sólo proporcionaba el casco de la nave, y el
Trierarca tenía que equiparla á su costa. Era uno de los
medios de que se valian los demagogos para vejar á sus
enemigos
(2) üd^lisit, de donde el apodo de Paflagonio dado á
CleoD.
Mira que hierve demasiado; quita un poco de fuego
para disminuir sus espumarajos de rabia.
CLEON.
Ya me las pag-arás todas juntas; voy á hundirte
á contribuciones, y á hacer que te inscriban en el
padrón de los ricos.
EL CHORICERO.
Yo no grastaré el tiempo en amenazas; sólo esto
te deseo: que cuando la sartén llena de calamares
esté chirriando en el fueg-o, y tú disponiéndote á
hablar por los Milesios para g-anar un talento si
consigues que su proposición sea aprobada, al tra-
tar de engulHrte á toda prisa la fritada, antes de
acudir á la asamblea, se presente cualquiera im-
portuno, y tú por no perder el talento, te ahogues
al trag-ar el almuerzo.
CORO.
i Muy bien, por Júpiter, Céres y Apolo»
PUEBLO.
A mí también me parece fuera de duda que es
un buen ciudadano, y de esos que en estos tiempos
no se venden por un óbolo. Tú, Paflag-onio, que
tanto alardeas de quererme, me has irritado, y por
tanto devuélveme mi anillo (1), pues desde este
instante dejas de ser mi tesorero.
CLEON.
Tómalo. Sin embargo , bueno es que sepas que
si no me dejas gobernar la repúbüca, mi sucesor
será peor que yo.
(\) Signo de mando.
^'^
194
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
4í)5
PUEBLO.
No es posible que este sea mi anillo; me parece,
si no me engaña la vista, que el sello es diferente.
EL CHORICERO.
Veamos, ¿cuál era tú sello?
PUEBLO.
Lina hoja de higuera untada de grasa (1).
EL CHORICERO.
No es ese.
PUEBLO.
¿No es la hoja de higuera? ¿ pues qué tiene?
EL CHORICERO.
Un cuervo marino (2), con el pico abierto, aren-
gando desde una piedra (3).
PUEBLO.
¡ Desdichado de mi !
EL CHORICERO.
¿Qué te pasa?
PUEBLO.
Tíralo lejos; no es el mió, es el de Cleónimo (4).
Toma este y sé mi tesorero.
CLEON.
A lo menos, dueño mió, escucha antes mis
oráculos.
(4) Vuelve á mencionarse el Bprov^de cuya confección
hablamos en la ñola al verso li02 cíe Los Acarnienses. Hay
además en el original un equivoco intraducibie, basado en
la casi completa semejanza de los vocablos Si^jxoí;, pueblo,
y 8tj{jió<;, grasa.
(-2) Ave voraz, símbolo de la codicia de Cleon.
(3) La tribuna desde In cual hablaban los oradores.
(4) Alusión á su rapacidad.
EL CHORICERO.
Y los mios.
CLEON.
Si le crees, tendrás que prestarte á sus rapiñas.
EL CHORICERO.
Si le crees, tendrás que prestarte á sus infa-
mias (1).
CLEON.
Mis oráculos dicen que reinarás en todo el mundo
coronado de rosas.
EL CHORICERO.
Los mios, que vestido de una túnica de púrpura
bordada á aguja, y ceñida la frente con una coro-
na, perseguirás en un carro de oro á Esmicítes (2)
y á su marido.
PUEBLO.
Vé y trae los oráculos para que éste los oiga.
EL CHORICERO.
Con gusto.
PUEBLO.
Trae tú también los tuyos.
CLEON.
Voy.
EL CHORICERO.
Vamos, pues: nada nos lo impide.
(i) Verpumjejeri necesse est usque ad pectinm.
U) Rey de Tracia, aliado de los Persas. Aristófanes lo
convierte en mujer y al decir que el pueblo perseglirál
Esmicítes, en vez de añadir y á su ejército, dice yá^tt
rtiarido como si se tratase de perseguir en iusticia á una
"¡^^Zo "" P'''^'' '"' demandada en^nion de sí
496
COMEDIAS DE ARISTÓFANíS.
CORO.
Felicísimo será este día para los presentes y los
que han de llegar (1), si en él acaece la pérdida de
Oleon; aunque he oido en el bazar de los pleitos
sostener á ciertos viejos tardones, que si este hom-
bre no hubiera alcanzado tanto poder, nos falta-
rían en la República dos útilísimos enseres: el
mortero y la espumadera (2).
Admiro también su fosera educación ; los mu-
chachos que con él asistían á la escuela, dicen
que nunca pudo templar su Ura más que al modo
dóríco, sin querer aprender ning-un otro; por lo
cual irritado el maestro de música le despidió, di-
ciendo: «ese mozuelo es incapaz de aprender otros
tonos que aquellos cuyo nombre signifique re-
galar» (3).
CLEON.
Aquí tienes, mira; aun no los traig^o todos.
EL CHORICERO.
¡Ah, no puedo resistir más! (4) y aun no los
traigo todos.
(1) Los habitantes de las ciudades aliadas.
m Quiere decir que Cleon desempeñaba el m;smo pa-
pel en la administración del Estado que el mortero y la
espumadera en la cocina; aplastando á sus enemigos y re-
volviéndolo todo. ^, , . . „ ,
(3) Alusión á los regalos que Cleon admitía. Hay en el
original un juego de palabras basado en la semejanza de
dórico y oojpov, recalo.
(4) Qtíum mide cacaturio.
LOS CABALLEROS.
197
PUEBLO.
¿Qué es eso?
CLEON.
Oráculos.
PUEBLO.
¿Todos?
CLEON.
¿Te admiras? pues aun tengo un arca llena.
EL CHORICERO.
Y yo el desván de mi casa y otros dos contiguos.
PUEBLO.
Veamos, ¿de quién son esos oráculos?
CLEON.
Los mios de Bácis.
PUEBLO.
¿Y los tuyos?
EL CHORICERO.
De Glánis (1), hermano mayor de Bácis.
PUEBLO.
¿De qué hablan?
CLEON.
f)e Atenas, de Pilos ^ de ti, de mi, de tjdas las
cosas.
PUEBLO.
Y los tuyos ¿de qué?
EL CHORICERO.
De Atenas, de lentejas, de Lacedemonia, de ala-
(1) Glánis es un adivino inventado por Agorácrito.
Llamábase así un pez que tenía la particularidad de co-
merse el cebo sin tragarse el anzuelo.
i98
COMEDIAS UE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
199
cha^ frescas , de los que venden en la plaza mal el
grano, de tí, de mí. ¡Chúpate esa, Paflaofonio! (1).
PUEBLO.
Leédmelos, leédmelos, y sobre todo aquel que
tanto me agrada porque vaticina que seré un águila
cerniéndome en las nubes.
CLEON.
Escucha, y fíjate bien: «Medita, hijo de Erecteo,
sobre el sentido de este oráculo, que Apolo pronun-
ció desde su santuario impenetrable, por medio de
los trípodes venerandos. Te manda guardar al sa-
grado can de agudísimos dientes, que ladrando y
desgañitándose por tí, defiende tu salario; si así no
lo hicieres, morirá. Mil grajos envidiosos graznan
contra él.»
PUEBLO.
Por Cércs, no he entendido una palabra de toda
esa jerigonza ¿Qué tiene que ver Erecteo con los
perros y los grajos?
CLEON .
Yo soy aquel perro, que ladro por tí, y Apolo te
dice que me guardes. •
EL CHORICERO.
No dice semejante cosa; pero ese perro roe los
oráculos lo mismo que tu puerta: yo tengo uno que
canta claro respecto á ese sagrado can.
PUEBLO.
Dilo: antes voy á coger una piedra, no se le an-
toje morderme á ese oráculo que habla del perro.
EL CHORICERO.
«Desconfía, hijo de Erecteo, del Cancerbero trafi-
cante en hombres, que mueve la cola y te mira
cuando cenas, dispuesto á arrebatarte la comida si
vuelves la cabeza para bostezar. A la noche pene-
trará cautelosamente en la cocina, y con perruna
voracidad te lamerá los platas y las ollas.»
PUEBLO.
Oh Glánis, tus oráculos son mucho mejores.
CLEON.
Escucha, amigo mió, y juzga después: «hay una
mujer que parirá en la sagrada Atenas un león,
que, como si defendiese sus cachorros, peleará por
el pueblo, contra una multitud de mosquitos; guár-
dalo y construye murallas de madera y ferradas
torres.»
¿Comprendes lo que esto significad
PUEBLO.
Ni una sola palabra.
CLEON.
El dios te ordena bien claro que me conserves; yo
soy para tí lo que el león.
PUEBLO.
¿Cómo te has convertido en león sin yo saberloi?
EL CHORICERO.
Te oculta de intento una parte esencial del vati-
cinio: el fatídico Lóxias (1) ordena en efecto que lo
guardes, pero ha de ser encerrado en los muros de
madera y ferradas torres.
(i) Penem iste sibi mordeal.
(1) Sobrenombre de Apolb, cuando profetizaba.
-200
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PUEBLO.
íCómo! ¿El dios dice eso?
EL CHORICERO.
Te manda sujetarlo en un cepo de cinco ag-u-
jeros.
PUEBLO.
Me parece que el oráculo se empieza á cumplir.
CLKON.
No lo creas; es el gTaznido de las envidiosas cor-
nejas. A.ma siempre al azor; no olvides que te ha
traido los cuervos de Lacedemonia (1). .
EL CHORICERO.
Ese peligro lo afrontó el Paflagonio en un mo-
mento de embriaguez: ¿y lo tendrás p jr una hazaña
insig-ne, atolondrado Cecrópida? (2) Una mujer lle-
vará fácilmente un fardo si le ayuda á cargársele
un hombre; pero no combatirá en la guerra, por
que si combate, apestará (3).
CLEON.
Pero fíjate bien en lo que dice de Pilos; escucha:
«Pilos está delante de Pilos...»
PUEBLO.
¿Qué significa lo de «delante de Pilos?»
EL CHORICERO.
Da á entender que ocupará todas las pilas de los
baños (4).
(1) Una clase de peces.
(2) Cécrope fué el primer rey de Atenas.
(3) Cacaverií. Hay en el original un juego de palabras,
sobre i¡.cl ¡(éuxizo y ^^iaatxo.
(4) Juego de palabras que hemos podido reproducir.
LOS CABALLEROS.
201
PUEBLO.
De modo que hoy no podré lavarme, puesto que
nes roba todas las pilas.
EL CHORICERO.
Este oráculo mió dice de la escuadra una cosa en
la que te conviene fijar mucho la atención.
PUEBLO.
Ya atiendo; lee, pero antes dime cómo me he de
arreg-lar para pag-ar el sueldo á los marineros.
EL CHORICERO.
«Hijo de Egeo, cuidado no te engañe el perro-
zorro (1); mira que muerde á traición, y es falaz,
astuto y malicioso.»
¿Sabes quién es este"^
PUEBLO.
Filóstrato es el perro-zorro (2).
EL CHORICERO.
No.es eso; Cleon te pide naves ligeras, para co-
brar los tributos insulares; Apolo te prohibe dá -
selas.
PUEBLO.
¿Pero en qué se parece una trireme al perro -
zorro'^
EL CHORICERO.
¿En qué se parece? La trireme y el perro son
muy veloces.
PUEBLO.
Y ¿por qué al perro se añade el zorro?
(1^ Cinalopex, especie de pero de caza. (V. Jenofonte,
Cinegética.)
(•2) Rufián conocido por el apodo que le da el texto.
20-2
COMEDIAS l»E ARISTOFA.NES.
LOS CABALLEROS.
í2oa
KL CHORICERO.
Porque el zorro se asemeja á 1(js soldados en que
roba las uvas de las viñas.
PUEBLO.
Sea; ¿¡.mas dónde está el sueldo para esos raposi-
nos'^ (1).
KL CHORICERO.
Yo lo proporcionaré en el término de tres dias.
Kscucha también este oráculo en que el hijo de
Latona te manda evitar á Cilene y sus engaños.
PUEBLO.
¿(jiié Cilene^
EL CHORICERO.
Da á entender la mano de Cleon, porque está di-
ciendo siempre «Kcha en Cile» (2).
(1) El sueldo era la preocupación constante de los
Atenienses.
(2) Es decir, «en el hueco de la mano.» Feuillemorte
(Comedies d'Aristophane, tom. i, pág. 342) comenta asi
este verso: «Cilene (que es necesario no confundir con la
montaña del mismo nombre situada al Sur de la Acaya, al
Norte de la Arcadia, tenida por los antiguos como morada
de los mirlos blancos) era el principal puerto de la Elida en
el mar de Sicilia. Quizá su nombre es denigrado por el
oráculo, que la personifica como un agente de fraudes y
tunanterías, no sólo á causa de la analogía de su nombre
con el que en griego significa hueco de la mano, ó garra^ de
que va á hablar luego, sino porque en aquella ciudad ha-
bia nacido Mercurio, dios de los ladrones fPomponio Mela,
ii, 2, 3). Esta explicación es aplicable también á la Cilene
de Arcadia, pues Virgilio (Eneida, viii, 438) coloca en
esta montaña la cuna de Mercurio, y Pausanias (Arcad.)
•Iice que en ella habia un antiguo templo consagrado á
:iquei dios.»
CLlíON.
Te equivocas. Febo al hablar de Cilene (1) se re-
fiere á la mano de Diópito (2). Pero aun tengpo un
oráculo alado, que se refiere á tí. «Serás un ág-uila
y reinarás en toda la tierra.»
EL CHORICERO.
Yo teng-o otro: «administrarás justicia en la tier-
ra, en el mar Eritreo y en Ecbatana, y comerás
manjares deliciosos» (3).
CLEON.
Yo he tenido un sueño, y en él me ha parecido
ver á la misma diosa derramando sobre el pueblo
la salud y la riqueza.
EL CHORICERO.
Y yo también, por Júpiter, y en él me ha pare
cido ver á la misma diosa bajar de la cindadela con
una lechuza (4) sobre sus cabellos, y derramar de
un ancho vaso sobre tu cabeza, loh Pueblo! la am-
brosía, y sobre la de ese (5) salmuera con ajos.
PUEBLO.
¡Oh! joh! nadie aventaja á Glánis en sabiduría.
Me encomiendo á tí para que seas el báculo de mi
vejez, y me eduques como á un niño (6).
(1) Ciudad de Mésenla.
(2) Adivino, amigo de Nícias, orador fogoso y arreba-
tado, acusado de ladrón. Frínico, Eupolis, Amípsias y Te-
léclides le atacaron también. Aristófanes vuelve á ocu-
parse de él en Las Aves, 988, y en Zas Avispas, 380.
(3) Alusión á la manía de juzgar de los Atenienses.
(4) La lechuza estaba consagrada á Minerva, patrona
<le Atenas.
(o) Cleon.
(6) Parodia del Peleo de Sófocles.
204
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS .
"205
CLEON.
Aun no; por favor, espera un instante; yo te
daré todos los dias trig-o y alimentos.
PUEBLO.
No quiero oir hablar de granos; tú y Teófano (1)
me habéis engañado ya muchas veces.
EL CHORICERO.
Yo te daré la harina preparada.
CLEON.
Yo tortitas muy bien cocidas y peces asados; no
tf*ndrás más que comerlos.
PUEBLO.
Apresuraos á cumplir lo que prometéis. Entre-
garé las riendas del Pnix. al que me trate mejor.
CLEON.
Yo seré el primero.
EL CHORICERO.
¡Cá' el primero seré yo.
fFdnse corriendo.)
CORO.
¡Oh Pueblo! tu poder es muy grande; todos los
hombres te temen como á un tirano; pero eres in-
constante y te agrada ser adulado y engañado (2):
en cuanto habla un orador te quedas con la boca
abierta, y pierdes hasta el sentido común.
(4) Teófano debía ser algún demagogo que prometía al
pueblo repartos de trigo.
(-2) Sobre la facilidad con que el pueblo ateniense era
engañado por los oradores, véase en Tucídídes el discurso
de Cleon (lib. m, 38).
PUEBLO.
No habrá un átomo de sentido común bajo vues-
tros cabellos si eréis que obro sin juicio: me hago
el loco porque me conviene. A mi me gusta estar
bebiendo todo el dia, alimentar á un dueño ladrón,
y matarlo cuando está bien gordo.
CORO.
Discretamente obras, si según aseguras haces las
cosas con esa intención; si los engordas en el Pnix
como públicas víctimas, y luego, cuando hay falta
de provisiones, eliges el más gordo, lo matas y te
lo comes.
PUEBLO.
Considerad, pues, si veré claros los manejos de
esos que se tienen por muy listos y creen engañar-
me. Yo los observo cuando roban, y finjo no ver
nada, después les obligo á vomitar todo cuanto me
han robado, echando por su garganta á guisa de
anzuelo una acusación pública.
CLEON.
¡Afuera, en hora mala!
EL CHORICERO.
¡Vete tú, so bribón!
CLEON.
¡Oh Pueblo! hace ya mucho tiempo que estoy
aquí dispuesto á servirte.
EL CHORICERO.
Y yo hace diez veces más tiempo, y doce veces
más tiempo, y mil veces más tiempo, y mucho más
tiempo, mucho más tiempo, mucho más tiempo.
Í06
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LOS CAI5ALLER0S.
-207
PURBLO.
Y yo hace treinta mil veces más tiempo que os
espero, y os maldig-o, y muchísimo tiempo, mu-
chísimo tiempo más.
EL CHORrCERO.
¿Sabes lo que has de hacer?
PUEBLO.
iSi no lo sé, tú me lo dirás.
EL CHORICERO.
Mándanos que disputemos á quién te sirve mejor.
PUEBLO.
Que me place. Alejaos.
CLEON.
Ya estamos.
PUEBLO.
Corred.
EL CHORICERO.
No me adelantarás.
PUEBLO.
Gracias á estos dos adoradores, voy á ser hoy el
más feliz de los mortales, á no ser que me las eche
de interesante.
CLEON.
¿Ves? yo soy el primero que te traig'o una silla.
EL CHORICERO.
Pero no una mesa; y yo la he traído muchísimo
antes.
CLEON.
Mira; aquí tienes esta tortita hecha con aquella
harina que traje de Pilos.
EL CHORICERO.
Toma estos panecillos que la misma diosa ha so-
cavado con su mano de marfil (1)
PUEBLO.
¡Qué dedos tan larg-os tienes, Minerva veneranda:
CLEON.
Toma estos puches de g-uisañtes, cuyo hermoso
color y buen gusto abre el apetito: los lia colado la
misma Palas, mi protectora en Pilos.
EL CHORICERO.
¡Oh Pueblo! no hay duda que la diosa te proteg-e;
ahora extiende sobre tu cabeza esta olla llena de
salsa.
PUEBLO.
¿Crees tú que hubiera podido vivir tanto tiempo
en esta ciudad si la diosa no hubiese tenido real-
mente la olla extendida sobre nosotros? [2)
CLEON.
Este plato de peces te lo regíala la diosa, terror
de los ejércitos.
EL CHORICERO.
La hija del poderoso Júpiter te envia esta carne
cocida en salsa, y este plato de tripa-callos é in-
testinos.
PUEBLO.
Bueno es que se acuerde delpeplo(3) que la reg-alo.
(1) Era costumbre quihiral i>;ui !;i i)iip:;i y ocluir en el
hueco salsa ó legumbres. L;i mimo di* m;ir-i¡l íihide á 1;»
magnifica estatua de Minerva liecliM por Kidiys. y colocada
en la Ciududela.
(2) Kn vez de su mnno probuitorfi.
(3) Vid. la 'JOta al verso .'Ȓ)G.
■■ ^
208
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LOS CABALLEROS.
209
CLEON.
La diosa temible por la Gorg-ona de su casco, te
manda comer esta torta prolong-ada, para que pue-
das alarg'ar más fácilmente los remos.
EL CHORICERO.
Toma también esto.
PUEBLO.
¿Y qué haré de estos intestinos?
EL CHORICERO.
La diosa te los envia de intento, para componer
las tripas de las naves: no pierde de vista nuestra
escuadra. Bebe también este vaso con dos partes
de vino y tres de agna.
PUEBLO.
¡Oh Júpiter! ¡Qué vino tan g-rato! ¡Qué buen
g-usto le dan las tres partes de agna (1).
EL CHORICERO.
La misma Tritonia (2) ha hecho la mezcla.
CLEON.
Acepta este pedazo de torta untado con manteca.
EL CHORICERO.
Toma esta torta entera.
CLEON.
Pero tú no tienes liebre para darle, y yo sí.
(i) Los Griegos no solian beber el vino puro, sino mez-
clado con agua.
(2) En el original hay un juego de palabras intraduci-
bies que versa sobre la semejanza de sonido entre el or-
dinal -c^'/coí (tercero) que ocurre al hablar de las tres partes
de agua mezcladas á eos de vino, y Tpixoyevf,^, sobrenom-
bre de Minerva, por haber nacido de la cabeza de Júpiter á
los tres dias de concebida, (3 á la margen del lago Tritón.
EL CHORICERO.
¡Ay! es verdad. ¿En donde encontraré liebre
ahora? Ingenio mió, discurre alguna estrata-
gema.
CLEON.
¿Ves esta liebre, pobre hombre?
EL CHORICERO.
Nada se me importa. ¡Calla! aquellos se dirigen
ámí.
CLEON.
¿Quiénes son?
EL CHORICERO.
Unos embajadores con bolsas repletas de dinero.
CLEON.
¿Dónde? ¿dónde?
EL CHORICERO.
¿Qué se te importa? ¿no has de dejar en paz á los
extranjeros? (Al volmr la cabeza Cleo/i, le quita la
liebre y se la ofrece d pueblo.; Pueblecillo mío, ¿ves
la liebre que te traigo? •
CLEON.
¡Ay desdichado! me la has robado á traición.
EL CHORICERO.
Por Neptuno, tú hiciste lo mismo en Pilos.
PUEBLO.
Dime, dime: ¿de qué estratagema te has valido
para robársela?
EL CHORICERO.
La estratagema es de la diosa; el hurto mió.
CLEON.
Me ha costado mucho trabajo el cazarla.
i4
ÍIO
COMEDIAS DE AKISTOFANES .
EL CHORICERO.
Y á mí el asarla.
PUEBLO.
Vete; yo sólo sé quién me la ha servido.
CLEON.
¡Infeliz de mí! ¡Me vence en desvergüenza!
EL CHORICERO.
¿Por qué no decides, oh Pueblo, quién de los dos
ha servido mejor á tí y á tu vientre?
PUEBLO.
¿De qué medio me valdré para demostrar á los
espectadores la justicia de mi elección?
EL CHORICERO.
Voy á decírtelo. Anda, reg-istra en silencio mi
cesta y la del Paflagonio; mira lo que contienen, y
después podrás juzgar con acierto.
PUEBLO.
Corriente, voy á examinar la tuya.
EL CHORICERO.
¿No ves, padrecfto mío, que está vacía? Todo te
lo traje.
PUEBLO.
Es una cesta verdaderamente popular.
EL CHORICERO.
Aproxímate á la del Paflag-onio. ¿La ves?
PUEBLO.
¡Hola! ¡qué repleta está! ¡qué torta tan grande
96 ha guardado! ¡y á mí me dio un pedacillo!
EL CHORICERO.
Siempre ha hecho lo mismo; te daba un trocito
de lo que cogía, y él se guardaba la mejor parte.
LOS CABALLEROS.
m
PUEBLO.
¡Ah, infame! ¿así me robabas; así me engañabas?
Y «yo te llené de coronas y presentes» (1).
CLEON.
Yo robaba por el bien de la República.
PUEBLO.
Quítate al instante esa corona para que se la
ciña á tu rival.
EL CHORICERO.
Quítatela pronto, bergante.
CLEON.
De ninguna manera: tengo un oráculo de Délfos
que declara quién debe ser mi vencedor. '
EL CHORICERO.
Dice, y muy claro, que he de ser yo.
CLEON.
Examinaré antes si las palabras del dios pueden
referirse á tí; dime en primer lugar, ¿á qué escuela
acudiste de niño?
EL CHORICERO.
Me educaron á puñetazos en las cocinas.
CLEON.
¿Qué dices? ¡Ah, este oráculo me mata!... Prosi-
gamos... ¿Qué aprendiste con el maestro de gim-
nasia?
EL CHORICERO.
A robar, á negar el robo y á mirar á los testigos
cara á cara.
(1) Verso tomado de los Eilotas coronando á Neptum
tragedia de autor desconocido. Está en dialecto dóríc(».
212
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
2i3
CLEON.
¡Oh Febo! ¡Oh Apolo, dios de Licia! (1) ¿qué vas á
hacer de mi? Y de adulto ¿á qué te has dedicado?
EL CHORICERO.
A la venta de chorizos y al libertinaje.
CLEON.
¡Oh desdicha! Soy perdido; una tenue esperanza
me sustenta. Dime esto no más: ¿vendías los cho-
rizos en el mercado ó en las puertas?
EL CHORICERO.
En las puertas, donde se vende la pesca salada.
CLEON.
¡Infortunado! la predicción se ha cumplido (2).
Llevad adentro á este infeliz. Adiós, corona mia.
Bien á mi pesarte abandono: otro te poseerá no
más ladrón que yo, aunque más afortunado (3).
EL CHORICERO.
Tuya es la victoria , Júpiter , protector de la
Grecia.
DEMÓSTENES.
Salud, ilustre vencedor; acuérdate de que yo te
he hecho hombre. Bien poco te pido en recom-
sa: nómbrame escribano de actuaciones, como lo
es ahora Fános (4).
(\) Verso del Tele/o de Eurípides.
(2) Parodia de un verso del Belerofonte de Eurípides.
(3) Parodia de los versos 181 y 182 de la Alceste de
Eurípides. , . , ■, .
(4) Fano (etimológicamente el delator) se duda si era
un agente de Cleon, ó un nombre inventado por Aristófa-
nes. Se le cita también en La$ Avispas, v. i.220.
PUEBLO (al Choricero.)
Dime cómo te llamas.
EL CHORICERO.
Agrorácrito, porque me crié en el mercado en
medio de los pleitos.
PUEBLO.
Póng'ome, pues, en manos de Agorácrito (1), y
le entreg-o á ese Paflag-onio. fB/i este momento Cleon,
que había per tnanecido en la escena, era llevado aden-
tro).
AGORÁCRITO.
Y yo. Pueblo, te cuidaré con tal solicitud que ten-
drás que confesar que nunca has visto un hombre
más adicto á la república de los papanatas.
fVanse.J
CORO.
«¿Hay nada más hermoso que principiar y con-
cluir nuestros cantos celebrando al conductor de
rápidos corceles» (2), en vez de herir con ultrajes
g-ratuitos á Lisistrato ó á Teomántis (3) privado
hasta de hog-ar"^ Este, divino Apolo, derramando
lág'rimas arrancadas por el hambre, se abraza su-
(1) Nombre compuesto de áYopá,^?aza;?M5^¿c«, merca-
do, y xptxi^c, juez.
(2) Los tres primeros versos de este coro están toma-
don literainr.cnte de Píndaro.
(3) Sobre Lisistrato, véase Los Acamienses, nota al ver-
so 855. Teomántis era un adivino sumament»! pobre. Aris-
tófanes vuelve á citarle en Las Aves, v. 1.406.
!214
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
plicante á tu carcaj en Délfos para evitar el rigor
de la miseria.
Nadie critica que se censure á los malvados;
todos los hombres discretos lo consider an como un
tributo á la virtud. Si la persona cuyas infamias voy
á delatar fuese muy conocida, no baria mención de
otro amigo. Nadie ignora quién es Arignoto (1), á
menos de no saber distinguir lo bl anco de lo negro,
ni el modo Ortio de los demás. Pero éste tiene un
hermano que no lo es ciertamente en las costum-
bres, el infame Arifrades (2), perverso á sabiendas,
y no sólo perverso (si así fuese nada diria), ni sólo
perversísimo, sino inventor de nefandas torpezas..
Quien no deteste con toda su alma á semejante
hombre, no beberá jamás en nuestra copa.
Muchas veces medito durante la noche sobre la
causa de la voracidad de Cleónimo. Dicen que de-
vorando como un animal los bienes de los ricos, no
pueden apartarle de la cesta del pan, viéndose obli-
gados á decirle: «V ete, por piedad; déjanos algo en
la mesa.»
(4) Músico muy estimado por los Atenienses. Sobre el
modo Ortio, véase la nota al v 16 de Los Acarnienses.
(2) Hermano de Arignoto y de costumbres horrible-
mente depravadas. Aristófanes las expone á la pública in-
dignación, aunque más valiera que nunca lo hubiera he-
cho. Tan repugnante es la descripción que de ellas hace,
que ni encubiertas con el velo de la lengua latina pueden
reproducirse. En nuestra traducción omitimos en su con-
secuencia la de los versos 1.284-1.287.
LOS CABALLEROS.
215
Cuentan que el otro día se reunieron las naves
para tratar de sus asuntos, y que la más vieja de
todas dijo: «¿Habéis oido, amigas mias, lo que pasa
en la ciudad'^ Un tal Hipérbolo (1 ;, ciudadano per-
verso é inútil como el vino picado, ha pedido cien
de nosotras para una expedición á Calcedonia» (2).
Dicen que esto pareció insoportable á las triremes,
y que una de ellas, virgen todavía, exclamó: «Por
todos los dioses, antes consentirá Naufante, hija de
Nauson, ser roída por la carcoma y pudrirse de
vieja en el puerto, que tener por dueño á un hom-
bre semejante. ¡Tan cierto como estoy hecha de ta-
blas y de brea! si los Atenienses aprueban esa pro-
posición, no nos resta más recurso que navegar con
rumbo al templo de Teseo ó al de las Euméni-
des (3), y detenernos allí. De este modo no le vere-
mos insultar á la República mandando la escuadra;
vayase á los infiernos, botando al agua aquellos ca-
jones en que vendía lámparas.»
AGORA GRITO.
Guardad el silencio sagrado, plegad los labios y
absteneos de citar testigos: ciérrense las puertas de
los tribunales, delicias de la República, y retumbe
(1) Demagogo muy influyente, varias veces citado.
Después de la muerte de Cleon su poder no tuvo límites,
hasta que Nícias y su partido consiguieron que se le con-
denase al ostracismo.
(2) Ciudad de Tracia, próxima á Bizancio.
(3) El templo de Teseo y el de las Euménides gozaban
del derecho de asilo.
216
COMeOlAS DE ARISTÓFANES.
en todo el teatro un jubiloso pean (1) en celebridad
de las nuevas felicidades.
CORO.
I Antorcha de la sagrada Atenas, salvador de
nuestras islas! ¿qué fausta nueva nos anuncias'^
¿Qué dicha es esa que llenará nuestras plazas con
el humo de los sacrificios?
AGORÁCRITO.
He regfenerado á Pueblo (2), y lo he hermoseado.
CORO.
Y ahora ¿dónde está, ¡oh inventor de cambio
tan prodig'ioso!
AGORÁCRITO.
Habita en la antig-ua Atenas, coronada de vio-
letas.
CORO.
¿Cuándo le veremos? ¿Qué vestido tiene? ¿Cómo
es ahora?
AGORÁCRITO.
Es lo que era antes, cuando tenía por comensa-
les á Milciades y Arístides. Vais á verle ; pues ya
(i) El Pean, himno dedicado primeramente á celebrar
á Apolo, recibió este nombre de iraúetv (cesar) porque se
\{i dirigia al dios para obtener la terminación de alguna
calamidad, como la guerra ó la peste. Después llegó á de-
signar, como aqní, todo canto de alegría. En este sentido
dice Calímaco (Himno II, v. 20 y 21):
'OnTTÓx IH UAiHON IH DAIHON a/.oúan-
(2) Lit.: recoxiy aludiendo sin duda al remozamiento
ae Eson por Medea.
LOS CABALLEROS.
217
resuenan las puertas de los Propileos (1). Regoci-
jaos; saludad con ruidosas aclamaciones á la ad-
mirable y celebrada Atenas; miradla qué bella pa-
rece, recobrado su antig-uo esplendor, y habitada
por un pueblo ilustre 2).
CORO.
¡Oh hermosa y brillante ciudad coronada de vio-
letas! (3), muéstranos al único señor de este país
y de la Helada.
AGORÁCRITO.
Vedle con las cabellos adornados de cig-arras (4) ,
con su esplendido traje primitivo, oliendo á mirra
y á paz, en vez de apestar á mariscos (5).
CORO.
Salud, rey de los Grieg*os; contig-o nos cong-ra-
tulamos; sobre ti ha derramado la Fortuna dones
dig-nos de esta ciudad y de los trofeos de Maratón.
(i) Magnífico edificio construido por orden de Feríeles
conforme á los diseños del arquitecto Mnesícles. Era de
mármol y del majestuoso y severo orden dórico. Princi-
pióse el 437 antes de J. C, y se concluyó cinco años des-
pués. El importe de esta suntuosa fábrica ascendió á dos
mil doce talentos, suma que excedia al presupuesto anual
de ingresos de Atenas. Su nombre DpoTtúXaitúv, vale tanto
como vestíbulos.
(2) Probablemente un cambio de decoración permitiria
ver el pórtico de los Propileos.
(3) Epíteto tradicional de Atenas. Vid. Acarnienses, 637.
(4) La cigarra, á la que se creia nacida de la tierra,
era un símbolo de autoctonía para los habitantes de Ate-
nas. Los antiguos habitantes del Ática, acostumbraban á
recoger sus cabellos con cigarras de oro. (Tucid., í, 6).
(5) Los jueces emitían sus votos por medio de conchas.
Esta es la etimología de ostracismo.
2i8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LOS CABALLEROS
2i9
PUlíBLO.
¡Oh queridísimo ami^o! acércate, Ag-orácrito.
¡Cuánto bien me has hecho transformándome!
AGORÁCRITO.
¿Yo? Pero, buen hombre , aun no sabes lo que
eras antes y lo que hacías; de otra suerte me cree-
rías un dios.
PUEBLO.
¿Pues qué hice antes? dime, ^icómo era?
AGOKÁCRITÜ.
Antes, sí alg-uno decía en la asamblea: «Oh Pue-
blo, yo soy tu amigo, yo te amo de veras, yo soy
el único que velo por tus intereses,» al punto te
levantabas del asiento y te pavoneabas arrogante.
PUEBLO.
¿YoV
AGORÁCRITO.
Y después de engranarte se marchaba.
PUEBLO.
; Qué dices? ¿Eso hicieron conmig^o, y yo nada
conocí?
AGORÁCRITO.
No es extraño : tus orejas se extendian unas ve-
ces, y otras se pleg-aban como un quitasol.
PUEBLO .
¡Tan imbécil y chocho me puso la vejez!
AGORÁCRITO.
Además, si dos oradores trataban, uno de equi-
par las naves y el otro de pag-ar á los jueces su
salario, siempre se retiraba vencedor el que habló
del sueldo, y derrotado el que propuso armar la
escuadra.— ¿Pero que haces? ¿Por qué bajas la vis-
ta? ¿No puedes estarte quieto?
PUEBLO.
Me averg-üenzo de mis faltas pasadas.
AGORÁCRITO.
Pero no te aflijas; no es tuya la culpa, sino de
los que te engañaron. Ahora contéstame: si alg-un
abogado chocarrero te dice: «Jueces, no tendréis
pan si no condenáis á este acusado,» ¿qué le harás?
PUEBLO.
Lo levantaré en alto y lo arrojaré al Báratro (1),
colgándole del cuello á Hipérbolo.
AGORÁCRITO.
¡Hola! en esto ya andas acertado y discreto. Pero,
y los otros asuntos de la república ¿cómo los arre-
glarás?
PUEBLO.
En cuanto lleguen al puerto los remeros de los
navios de guerra les pagaré íntegro su sueldo (2).
AGORÁCRITO.
Providencia grata á muchas asendereadas posa-
deras.
PUEBLO.
Después mandaré que ningún ciudadano inscrito
en la lista de los hoplítas (3) pueda pasar por reco-
(1) Precipicio al cual eran arrojados los criminales. La
frase de Aristófanes es mucho más graciosa en el texto
original, por cuanto el nombre propio Hipérbolo es tam-
bién un adjetivo con el cual se designaba la piedra que
servía para la ejecución.
(í2) El sueldo de los remeros era de un dracma diario.
(3) La infantería ateniense se componía de tres clases
\h
220
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LOS CABALLEROS.
m
mendacion á otro orden; cada cual estará en la
lista donde se le apuntó al principio.
AGüRÁCRITO.
Eso va derecho contra el escudo de Cleónimo (1).
PUEBLO.
Ningpun imberbe podrá hablar en la asamblea.
AGORÁCRITO.
¿Y dónde perorarán Clístenes y Estraton? (2)
PUEBLO.
Hablo de esos jovenzuelos que frecuentan las
tiendas de perfumes, donde charlan asi: «¡Qué
docto es Feax! (3) ¡Cuan acertada ha sido su educa-
ción! Se apodera del ánimo de sus oyentes y los
conduce á su fin: es sentencioso, sabio, y muy
diestro en mover las pasiones y en dominar un tu-
multo.»
AGORÁCRITO.
¿Acaso estás apasionado de esos charlatanes?
áe so\á3iáos: i. \\os ffoplüas, cuyas armas eran: casco,
coraza, escudo, grebas, pica y espada; 2.^ los Psiles, ó
infantería ligera, destinados á lanzar dardos, y aun pie-
dras; 3.**, los Peltastas, que recibían este nombre del pe-
queño escudo llamado pelta (ttAttí) de que iban armados.
(i) Aristóranes moteja su cobardía en casi todas sus
comedias.
(2) Ya citados en Los Arcanienses.
(3) Orador diserto pero no elocuente. Los cómicos le
acusaban de pederaslia. Parece que era muy hábil abogado,
pues consiguió eludir con un discurso la pena de muerte
que iba á imponérsele inevitablemente, por haber sido co-
gido infraganti en un delito que la merecia. El elogio de
Aristófanes tiene visos de irónico.
PUEBLO.
No, por cierto; á todos les obligaré á irse de caza,
en vez de hacer decretos.
AGORÁCRITO.
Con esa condición, toma esta silla, y este robusto
muchacho para que la lleve; si te agrada, puedes
sentarte sobre él (1).
PUEBLO.
iQué felicidad recobrar mi antiguo estado!
AGORÁCRITO.
Eso lo podrás decir cuando te entregue las tre-
guas por treinta años. ¡Hola, Treguas (2), presen-
taos pronto!
PUEBLO.
¡Júpiter supremo! ¡Qué hermosas son! Dime, por
los dioses: ¿puede tratarse con ellas? ¿dónde las
encontraste?
AGORÁCRITO.
Pues qué, ¿no las tenía guardadas el Pañagonio
para que tú no las hallases? Yo te las doy; vete al
campo y llévatelas.
PUEBLO.
¿Qué castigo vas á imponer á ese Paflagonio que
ha hecho tanto mal?
{\) Casi todas estas palabras y las de las contestaciones
siguientes tienen un doble sentido obsceno.
(2) Personifica las Treguas convirtiéndolas en cortesa-
nas. Después de la muerte de Cleon y Brásidas (Tuc, v, iO)
se pactó una tregua de 30 aííos, que se rompió muy
pronto.
252
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
AGORACRITO.
Uno pequeño. No le impondré más que el de
ejercer mi antiguo oficio: vender chorizos en las
puertas, y picar carnes de perros y burros (1).
Cuando se embriague, reñirá con las prostitutas,
y no beberá más agua que la de las bañeras.
PUEBLO.
Excelente idea: nadie más digno que él de des-
trozarse á denuestos con los bañeros y prostitutas.
En recompensa de tantos beneficios te invito á ve-
nir al Pritáneo y á ocupar en él la silla de aquel
miserable. Sigúeme y coge esa túnica verde-rana.
Conducid al Paflagonio al sitio donde ha de ejercer
su oficio, para que lo vean los extranjeros á quie-
nes solia ultrajar.
(4) Como se vé, cierta clase do fraudes tienen un anti-
quísimo abolengo.
FIN DE LOS CABALLEROS.
LAS NUBES,
NOTICIA PRELIMINAR.
«El año último dirigió el poeta sus ataques con-
tra esos vampiros que, pálidos abrasados por in-
cesante fiebre, estrangrulaban en las tinieblas á
vuestros padres y abuelos, y acostados en el lecho
(le los ciudadanos pacíficos enemigos de cuestio-
nes, amontonaban sobre ellos procesos, citaciones y
testigos, hasta el punto de que muchos acudieron
aterrados al polemarca. Y esto no obstante, el año
pasado abandonasteis al intrépido defensor que
puso todo su ahinco en purgar de tales monstruos
a la patria, precisamente cuando sembraba pen-
samientos de encantadora novedad, cuyo creci-
miento impedísteis por no haberlos comprendido
bien. Sm embargo, el autor jura á menudo, entre
estas Ubaciones á Baco, que jamás oísteis mejores
versos cómicos. Vergonzoso es que no compren-
dieseis de seguida su intención profunda; pero al
poeta le consuela el no haber desmerecido en la
opimon de los doctos, aunque se hayan estreUado
^26
NOTICIA PRELIMINAR.
SUS esperanzas por vencer en audacia á sus ri-
vales.»
Así explica Aristófanes, en la Parábasts de Las
Avispas, el objeto de Las Nuks, y el elevado con-
cepto que tenía formado de esta comedia, una de
las más hermosas cieaciones de su fantasía. Las
Nubes son, en efecto, una sátira ingeniosa y tras-
cendental de los viciosjiieenla educación iban in-
troduciéndose merced, especialmente, á la influen-
cia de los sofistas, ídolo entonces de la juventud,
que frecuentaba solícita sus escuelas. Los sofistas
babian aparecido en Atenas en tiempo de Feríeles,
y, abusando de la invención de Zenon el eleático,
esg-rimieron las armas de la dialéctica para satis-
facer sus miras interesadas y ambiciosas. En sus
disciu-sos, exornados con todas las galas de la
oratoria, no se proponían como objeto principal la
demostración científica de un sistema de verdades,
sino el deslumhrar á sus oyentes, sosteniendo, con
aquellos falaces ar- umentos que de ellos han reci-
bido el nombre de sofismas, las más absurdas con-
clusiones y extrañas paradojas.
Ensoberbecidos con su ingenie, disputaban atre-
vidamente de oami re scibili, y sostenían indistin-
tamente el pro y el contra en todas las cuestiones,
llegando, por este funesto modo de filosofar, á
convertir la varonil elocuencia antigua en un arte
de disputar artificiosamente, á llevar las inteligen-
cias al escepticismo y á la negación de los dioses,
y á relajar los más fuertes vínculos sociales con la
predicación de una moral cuyo único móvil era el
NOTICIA PRELIMINAR.
227
carpe diem y el placer. «El talento de hacer justo
^oim^\,,^^\X¡^^f^^^^^^^ queorgullosamente se
atribman debía de ser, dice Schoell, siguiendo á
Heeren (1), extremadamente peligroso en sus re-
¡aciones con la vida civil; pero aun producía un
mal mayor, cual es el de echar por tierra el sen-
timiento de la verdad, que deja de ser respetable
desde el momento en que se la considera^discu-
tibie.»
Aristófanes, que siempre estaba con el látig-o le-
vantado contra todo abuso y todo error lo des-
cargó también sobre estos maestros aí¿s^anos
e mmorales^impulsado por el nobleríerantado v
patriSTico pensaniiento de restaurar aquel sistema
de enseñanza que formó los héroes de Maratón é
hizo remar en las costumbres la modestia y la vir-
tud; pero al hacerlo cometió la imperdonable falta
de elegir como blanco de sus tiros y personifica-
ción de los sofistas la ven£rabte«gmilde.a(icrales
que era precisamente el más declarado de sus ene^
raig-os. ¿Qué motivo pudo impulsar á Aristófanes
á semejante elección y á acumular sobre la cabeza
del virtuoso filósofo los anatemas con que quiere
confundir la nueva educación? ¿P.or qué acusar de
corEuiiíat4e.la juventud al que sólo pretendía di-
ng-irla al bien, de ^teísmo al hombre más piadoso
de a^ariciaal más grenSFosS y desprendido, y de
perderse en nebulosas especulaciones al que sen-
1824, l!^í'p%t '" ^''''^''('''" Srecgue profane. Paris,
•«j
228
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
229
Íij|
taba toda su filosofía sobre la base práctica de la
./moral? Digámoslo en dos palabras: por la misma
\ popularidad de Sócrates y su especial manera de
Vnseñar. Sócrates, que no explicaba dentro del re-
cinto de una escuela, sino en los lug-ares más con-
curridos; que empleaba todos los recursos de su
natural ^acejo en la disputa y en la exposición
de sus doctrinas, era indudablemente el filósofo
más conocido de los Atenienses, y sin duda por
eso lo eligió Aristófanes para personificar en él
toda la filosofía de su tiempo, obedeciendo á la ne-
cesidad de dar unidad á su comedia y de no con-
vertirla en una polémica insípida ó pedante.
Es preciso, además, tener en cuenta, que Sócra-
tes, como todos los genios, quizá no lo apareciera
ante los ojos de sus contemporáneos hasta que su
muerte depuró en él, por decirlo así , toda aquella
especie de imperfección que empequeñece, cuando
se las mira de cerca, las más grandes figuras.
Desde luego , aun los más furiosos detractores de
Aristófanes no podrán menos de confesar que ha-
bía motivo para engañarse al apreciar las miras
del mártir de la cicuta , cuando se le veía discutir
con chistes y cuentecillos entre la plebe menos
ilustrada, ó dar consejos de arte amandi á la bella
cortesana Teodota.
Esta singular conducta cuando sus altos fines no
eran bien conocidos, se prestaba indudablemente
aLndíeHlü;.XPO^ ^^^ Sócrates, que despreciaba las
vulgares preocup"aciones que acerca de él existían,
fué el blanco, como dice Séneca, de las envenena-
das burlas de los cómicos. Porque no fué sólo Aris-
tófanes quien le escarneció en el teatro; Eupólis y
Amípsias le llamaron vanidoso, mendigo y ladrón,
y es de creer que también otros, dada la declarada
guerra que entre poetas cómicos y filósofos y trá-
gicos existia.
No pretendemos con esto justificar á Aristófa-
nes, sino hacer constar que al componer Las Nu-
bes, aparte de lo indisculpable de la sátira perso-
nal y calumniosa, procedió de buena fe, aunque
con criminal ligereza, por haber confundido á Só-
crates con la turba de sofistas^cuya peligrosa en-
señanza quería desterrar.
De todos modos, sus insultos no hallaron eco,
por esta vez, en el público de Atenas, que, acov
tumbrado á la extremada licencia de los cómicos,
tomaba á risa sus ultrajes y calumnias, ó los consi-
deraba como grandes exageraciones. Pues sólo así
se comprende que aplaudiese á un mismo tiempo
los ataques de Aristófanes á Eurípides y su sistema
dramático, y las tragedias del inspirado poeta. Só-
crates, según lirrecusables testimonios, continuó
después de representadas Las Nubes siendo querido
y respetado, y no pareció guardar resentimiento
alguno contra su calumniador. Platón y Jenofonte,
sus más afectos discípulos, tampoco tienen para él
ni una palabra de censura: al contrario, el primero
compuso en su honor un lisonjero dístico y le pre-
sentó en el Banquete^ conversando amigablemente
con el maestro sobre las interesantes teorías del
arte, la belleza y el amor.
230
NOTICIA PRELIMINAR.
En vista de estos elocuentes hechos y de haber
trascurrido nada menos que veinticuatro años en-
tre la primera representación de Las Nithes y la
muerte de Sócrates, ha caido ya en descrédito la
opinión de que la comedia aristofánica fué la causa
principal de la injusta condena del filósofo. Verdad
es que sus enemig-os presentaron contra él las mis-
mas acusaciones que en Las Nubes se le hacen;
pero también es cierto que no pasaron de ser pretex-
tos especiosos acogfidos por un tribunal decidido á
condenar á muerte al que habia osado censurar la
tiranía de los Treinta, y los atropellos de Nielas (1).
Quitado de Las Nuhes el nombre de Sócrates, que-
da esta comedia como una de las más perfectas de
Aristófanes. Muy lisonjeros juicios se han formu-
lado sobre ella; pero como entre los más acertados
fi^ra el que mi particular amig-o D. Fermin Her-
ran tuvo la bondad de poner al frente de mi versión
en el año 1875, lo inserto á continuación, aprove-
chando esta oportunidad de agradecerle los ama-
bles é inmerecidos elog'ios de que entonces me
colmó.
«El argumento de Las Nubes es sencillísimo; pa-
í>récese en esto á alg'unos de nuestros autos sacra-
;í mentales en que la acción se desenvuelve sin tro-
mpiezo, sin incidentes que la compliquen, ni episo-
»dios que la armonicen; lig-era, sencilla y fácilmen-
*te comprensible.
(i) Véase sobre Las Nubes, y la multitud de trabajosa
que han dado lugar, Muller, Hüt. de la litt. grecqMy t. ii.
NOTICIA PRELIMINAR.
231
»Estrepsíades, personaje que Aristófanes nos
^presenta como la personificación del fraude, tipo
»que excita la repug'nancia, sin dejar de interesar
*por eso, es un hombre que agfobiado de deudas y
»no teniendo con qué pagarlas, discurre los medios
»de burlar á sus acreedores dejando á salvo su res-
mponsabilidad, única cosa que le atemoriza, no por
»la nota que sobre él podrá echar, sino por la mate-
»rialidad del pago á que se vería oblig-ado. Y en
mvez de recurrir á la economía, disminuyendo sus
^gastos, deshaciéndose de lo superfino, ó arbitrando
^recursos de cualquiera manera, cree haber resuelto
»la cuestión enviando á su hijo Fidípides á la es-
«cuela de Sócrates, donde debía aprender á con-
»vencer con su elocuencia á los más rehacios de
»sus acreedores, logrando de este modo, y en caso
»de ser citado á juicio, g-anar el pleito obteniendo
^sentencia favorable, para lo cual habia de llevar
aprevenidos dos discursos, uno justo y otro injusto.
*Pero, en un principio, su hijo Fidípides, que está
»muy lejos de ser uñ modelo de respeto y cariño
»filial, se nieg-a á ir á la escuela, pretextando la an-
»tipatía que siente por aquellos sabios, viéndose
»Estrepsiades obligado á presentarse él mismo en
»la escuela, donde es admitido, empezando á recibir
j>las lecciones de Sócrates, que renuncia á sacar
apartido de un discípulo tan estúpido y desmemo-
x>riado que sólo recuerda de lo que le enseñan
^aquello que tiene relación con la manía que le
í>ocupa. Viendo que por sí m/smo nada consig-ue,
*logra, si no convencer, persuadir á su hijo á en-
232
NOTICIA PREUMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
»trar en la escuela, de donde sale con los conoci-
»mientos que deseaba, los cuales emplea, no en
)>salvar á su padre de los rig*ores de una sentencia
)>inminente, sino en cohonestar con arg*ucias ó so-
j>fismas su conducta depravada; lo que obliga á
*Estrepsiades á renegar del talento de su hijo y
^maldecir la hora en que abrigó la idea de que lo
»adqiiiriese. Ansiando tomar venganza de loa auto-
»re3 de su mal, quema la casa de Sócrates, y ter-
)>mina la comedia.
»Como se ve, la acción marcha por si sola, sin
»que nada la detenga ni precipite; y la moral,
»aunque un poco tergiversada, es clara y prove-
»chosa, y pudiera condensarse en estas palabras:
(;"¿del mal no puede venir el bien.»
»Por el argumento no podria llamarse á Aristó-
»fanes notable dramático, toda vez que el ingenio
»más mediano es capaz de concebir un asunto tan
»sencillo; pero hay circunstancias que le avaloran
a>y engrandecen, poniendo á su autor en elevado
»lugar.
)>E1 diálogo, siempre vivo y animado, se hace
^notable é interesa por la oportunidad de las ró-
)>plicas y agudeza de las observaciones. La sátira
» punzante que encierra, las transparentes alusio-
»nes que pone en boca de sus personajes le reco-
í>miendan y enaltecen, y los chistes en que abunda
»hacen la acción amena é interesante en sumo
»grado: la intervención del coro podria hacerla pe-
nsada y algo monótona, pero es necesaria, toda vez
)í>que el comentario puesto en su boca hace las veces
233
»de n^oraleja, ilustración del texto, y explicacio-
*nes de los pas^eiTadeiSás de que, dáHas las cos-
^tumbres^ entonces en aquel país, no podia pres-
»cindirse de él.
»Cuanto de ridículo tienen algunos personajes de
»la comedia está sacado á luz con tanta gracia,
»con tal oportunidad, que á pesar de reconocer
»muchas veces la injusticia y encono de los tiros,
»se aplaude la puntería en gracia del chiste.
^En los episodios, en ciertas escenas, en deter-
»minadas situaciones, luce esplendorosa la habili-
»dad del autor de Zas Nubes. El diálogo entre lo
^Juslo y lo Injusto es admirable y verdadera obra
»maestra de ática ironía. El poner en boca del hijo,
»niño mimado é insolente, los sofismas que para
»defender lo contrario, ó al menos lo distinto, ha
)>expuesco el padre, bonachón y débil, es de éxito
)>grande y efecto oportuno, como lo es la famosa
)>escena entre el viejo y el filósofo, cuya irónica
agracia, cuya petulancia é intención son muy su-
»periores á todo encarecimiento.
»Sintetizando: argumento sencillo, lenguaje se-
»lecto, diálogos chispeantes y animados, caracteres
»bien dibujados y correctos, episodios divertidos é
^interesantes.» * /
La representación de Las Nubes tuvo lugar, se-
gún la opinión más probable, el año primero de la
Olimpiada ochenta y nueve, ó sea el 424 a. J. C. El
mismo Aristófanes lo indica al lamentarse de su
mal éxito en la parábasis de Las Avispas, repre-
sentadas el 423, y al hablar en aquella comedia de
234
NOTIOA PREU MINAR.
Cleon, como si viviese todavía, siendo asi que el
célebre demag'og'o murió en el año décimo de la
guerra del Peloponeso, que corresponde al se-
^ndo de la Olimpiada ochenta y nueve.
PERSONAJES.
ESTREPSÍADES.
FiDÍPIDBS.
Un esclavo de Estrepsíades.
Discípulos de Sócrates.
Sócrates.
Cono DE Nubes.
El Razonamiento justo.
El Razonamiento injusto.
PAsias, acreedor.
Un testigo de Pásias.
A MINIAS, acreedor.
QUEREFON.
J
LAS NUBES.
La escena representa el dormitorio de Estrepsíades. Este aparees
en su lecho, y próximos á él duermen su hijo y los esclavos.
ESTREPSÍADES.
¡Oh Júpiter supremo! ¿.Es acaso interminable la
duración de las noches? ¿Nunca se hará de dia?
Mucho tiempo ha que he oido el canto del ^allo, y
sin embarg'o, los esclavos aun están roncando: an-
tes no sucedía esto. Maldita sea la g-uerra, que me
impide hasta el castig'ar á mis esclavos (1). Este
buen mozo no despierta en toda la noche, y duer-
me profundamente (2), envuelto en las cinco man-
tas de su lecho. Pero probemos á imitarle...
¡Pobre de mí! no puedo conciliar el sueño. ¿Cómo
he de dormir, si me atormentan los glastos, la ca-
li) Sin duda por el temor de que evitasen los malo»
tratamientos pasando al campo enemigo. En La Paz (ver-
so 454) se indica esto mismo con más claridad. La guerra
á que alude Aristófanes es la del Peloponeso.
(2) Verumpedit,
Í38
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS NUBES.
439
balleriza y las deudas que he contraído por causa
de este hijo? El cuida su cabellera , cabalga , gtiia
un carro y sueña con caballos; y yo me siento mo-
rir cuando Ueg-a el dia veinte del mes, porque se
acerca el momento de pagar los intereses... (1).
Muchacho, enciende la lámpara y tráeme el libro
de cuentas, para que examine los g-astos , y ave-
rigTiando á quiénes debo, calcule los intereses...
Ea, veamos, ?. cuánto debo ? «Doce minas á Pá-
sias (2).» ¿Y por qué doce minas á PásiasV ¿En qué
las he g-astado? Cuando compré el Coppatia (3).
¡Desdichado de mí! ; Ojalá me hubiesen vaciado an-
tes un ojo de una pedrada! (4).
FiDÍpiDEs fsoñandoj.
Filón, g-uias mal: tu carro debe segiiir á éste.
RSTREPSÍADES.
Hé aquí el mal que me mata: hasta durmiendo
sueña con caballos.
FIDÍPIDES (SO mido).
¿Cuántas carreras es necesario dar en el cer-
tamen?
ESTREPSÍADES.
A tu padre sí que le haces dar carreras... ¿Pero
qué deuda contraje (5) después de la de Pásias?
(4) Los intereses de las cantidades tomadas á préstamo
se pagaban á fin de mes.
(2) Cantidad equivalente á 4.479 reales 69 céntimos.
(3) Nombre do un caballo, derivado del coppa (90) sig-
no de la numeración griega, que marcado en la piel, desig-
naria su precio.
(4) Porque entonces no lo hubiera comprado.
(5) Parodia de Eurípides, según el escoliasta.
Veamos: «tres minas á Aminias (1) por el carro y
las ruedas.»
FIDÍPIDES (soñando).
Lleva el caballo á la cuadra y revuélcalo antes
en la arena.
ESTREPSÍADES.
[Infeliz! tú si que das vuelco á mi fortuna ; unos
me tienen ya citado á los tribunales, otros me pi-
den que les garantice el pag-o de los intereses (2).
FIDÍPIDES (despertando),
Pero, padre, ¿qué te ang-ustia que no haces más
que dar vueltas toda la noche*?
ESTREPSÍADES.
Me muerde cierto Demarco (3) de las camas.
FIDÍPIDES.
Por favor, querido, déjame dormir un poco.
ESTREPSÍADES.
Duerme en hora buena, pero sabe que todas estas
deudas caerán sobre tu cabeza... i Oh! así perezca
miserablemente aquella casamentera que me im-
pulsó á contraer matrimonio con tu madre! Pjrque
yo tenía una vida dulcísima, sencilla, grosera,
descuidada y abundante en panales, ovejas y acei-
(4) Se cree que bajo este nombre Aristófanes alude á
Aminias, hijo de Pronápos, autor de un decreto que prohi-
bía á los poetas cómicos burlarse de los magistrados.
(2) Por medio de prendas ó hipotecas.
¡3) Demarco se llamaba al jeie de un demo ó cantón
del Ática; uno de sus deberes era llevar un registro de las
deudas de sus administrados, y apoderarse de los deudo-
res morosos. Estrepsíades alude á ellos ai quejarse de las
pulgas de su lecho.
240
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LAS NUBES.
Ui
te. Después, aunque era hombre del campo, me
casé con la nieta de Megécles, hijo de Meg^cles,
ciudadana soberbia, amig-a de los placeres, con las
mismas costumbres que Cesira (1). Después del ma-
trimonio, cuando nos acostábamos, yo no olia más
que á mosto, hig-os y lana de mis ovejas; ella por
el contrario, apestaba á pomadas y esencias, y
sólo deseaba besos amorosos, lujo, comilonas y los
placeres de Venus (2). No diré que fuese holgazana,
sino que tejía; y muchas veces, enseñándola esta
capa, le decia con tal pretexto: «Esposa mia, aprie-
tas (3) demasiado los hilos. »
UN ESCLAVO.
No tiene aceite la lámpara.
ESTREPSÍADES.
¡Ay de mi! ^.por qué has encendido una lámpara
tan bebedora*^ Acércate para que te haga llorar.
EL ESCLAVO.
Y ¿por qué he de llorar?
ESTREPSÍADES.
Por haber puesto una mecha muy g*orda... Des-
pués, cuando nos nació este hijo , disputamos mi
(1) Mujer de Alcmeon, que se hizo famosa por su extra-
ordinario lujo.
(2) Nos valemos de este rodeo para traducir ías pala-
bras Ku)Xtá8o< y revexuXXiSo;. Ambos son sobrenombres de
Venus, tomados, el primero del promontorio Cólias, sobre
el cual tenía un templo; y el seguHdo del acto de la gene-
ración. Bajo el primero se oculta un equívoco obsceno que
autoriza más nuestra versión. «
(3) El verbo aira8áa> significa i2ímh\en prodigar y dila-
pidar.
buena mujer y yo acerca del nombre que habría-
mos de ponerle. Ella le posponía á todos los nom-
bres el de caballo , queriendo que se llamase Jan-
tipo, Caripo ó Calípides(l). Yo le llamaba Fidó-
nides (2), como su abuelo. Tras larg-o debate,
adoptamos, por fin, un término medio y le llama-
mos Fidípides (3). Su madre, tomándole en brazos,
solia decirle entre caricias: «iCuándo te veré, hecho
un hombre, venir á la ciudad, ricamente vestiao y
dirig-iendo tu carro, como tu abuelo Meg-ácles!...»
Y yo le decia : «i Cuándo te veré, vestido de pieles,
traer las cabras del Feleo (4) como tu padre !>>
Pero nunca hizo caso de mis palabras. Y su afición
á los caballos (5) me ha perdido. Después de haber
meditado toda la noche, he encontrado un maravi-
lloso expediente, que me salvará si consig-o per-
suadir á mi hijo. Mas, antes de todo, quiero desper-
tarle. ¿Cómo haré para despertarlo dulcemente?
¿Cómo? íFidípides, querido Fidípides! (6).
(i) Nombres en cuya composición entran el sustantivo
YTcitoc (caballo) y los adjetivos JavGó? (rubio), XoLpkia (gra-
cioso y KaXXóc (hermoso). V /» í' *. lg»d
(2) Significa económico.
(3) Nombre compuesto de (petSó? (económico) é limlc
(dimmutivo de caballo). / '*
(4) Monte del Ática. V. Acarnienses, 273.
(5) Iirrepoí, enfermedad del caballo (morbus equinus)
palabra formada por Aristófanes á semejanza de üSepoa
txtepoc. ^ *
(6) <I>ec8tir7ti$t(pov, diminutivo de Fidípides, imposible de
lormarse bien en nuestra lengua, por lo cual nos valemos
pe un apelaUvo cariñoso equivalente: Fidipidillo sería
interminable.
¡«"
M
542
COMEOIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
243
FIDÍPIDES.
¿Qué, padre mió?
ESTREPSÍADES.
Bésame y dame tu mano dereclia.
FIDÍPIDES.
Hela aquí. ¿Qué ocurre?
ESTREPSÍADES.
Di: ¿me amas?
FIDÍPIDES.
Si, por Neptuno ecuestre.
ESTREPSÍADES.
Por favor, no me recuerdes nunca á ese domador
de caballos; es la causa de todos mis males. Si me
amas de todo corazón, hijo mío, compláceme.
FIDÍPIDES.
¿Y en qué quieres que te complazca?
ESTREPSÍADES.
Cambia pronto de costumbres, y vé á aprender
donde yo te mande.
FIDÍPIDES.
Explícate ya: ¿qué quieres?
ESTREPSÍADES.
¿Y me obedecerás?
FIDÍPIDES.
Te obedeceré, por Baco.
ESTREPSÍADES.
Mira á este lado, ¿Ves esa puertecita y ésa ca-
sita?
FIDÍPIDES.
Las veo. ¿Pero qué quiere decir esto?
ESTREPSÍADES.
Esa es la escuela (1) de las almas sabias. Ahí ha-
bitan hombres que hacen creer con sus discursos
que el cielo es un horno que nos rodea, y que nos-
otros somos los carbones (2). Los mismos enseñan,
§1 se les pag-a, de qué manera pueden ganarse las
buenas y las malas causas.
FIDÍPIDES.
Y ¿quiénes son esos hombres?
ESTREPSÍADES.
No sé bien cómo se llaman. Son personas buenas
dedicadas ala meditación.
FIDÍPIDES;
I Ah, los conozco, miserables] ¿Hablas de aquellos
charlatanes pálidos y descalzos, entre los cuales se
encuentran el perdido Sócrates y Querefon (3).
ESTREPSÍADES.
íEh! calla : no dignas necedades. Antes bien, si te
conmueven las aflicciones de tu padre, sé uno de
ellos y abandona la equitación.
(1) La palabra griega cppovtKxxTnptov tiene una irracia in-
traducibie: literalmente, significa un pensadero. '^
(2) Doctrina de Hippon de Sámos". El escoliasta de Aris-
tohint'S dice que en esta opinión fué también ridiculizada
por el poeta Grates. En Las Aves (v. 101) se pone en boca
del geómetra Aleton.
(3) Querefon era uno de los discípulos más apídnos de
Sócrates según Platón. (Apología.) Diógenes Laercio
{iib. w Sócrates, 46; dice que á él dio la Pitonisa aquel
(•onocido oráculo: Sócrates es el sabio entre los hombres
Arist()lanes le llama vuxtspíí, murciélago, (Aves, v. 429f>
y 1od4.)
^1
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Al I
^♦1
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I
244
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
.LAS NUBES
245
FIDÍPIDES.
No lo haré , por Baco , aunque me dieses todos
los faisanes que cria Leóg-oras (1).
ESTREPSÍADKS.
¡Oh! por favor, queridísimo hijo, vé á la es-
cuela.
FIDÍPIDES.
Y ¿qué aprenderé"^
ESTREPSÍADES.
Dicen que enseñan dos clases de discursos : uno
justo, cualquiera que sea, y otro injusto (2); con el
, segundo de éstos afirman que pueden granar hasta
las causas más inicuas. Por tanto , si aprendes el
discurso injusto, no pagaré ni un óbolo (3) de las
deudas que tengo por tu causa.
FIDÍPIDES.
No puedo complacerte. Me seria imposible mirar
á un jinete si tuviese el color de la cara tan per-
dido.
ESTREPSÍADES.
Por Céres, no comeréis ya á mis espensas ni tú,
ni tu caballo de tiro, ni tu caballo de silla (4) ; sino
que te echaré de casa enhoramala (5).
(i) Célebre glotón, padre del orador Andócídes.
(2) Literalmente mejor ^^ peor.
(3) Valia próximamente tres cuartillos de nuestro real
de vellón.
(4) ^«{jupópa; designa un caballo marcado con la letra
sigma, circunstancia que parece designar un caballo de
lujo.
(5) Literalmente á los cuervos (le xópaxac.)
FIDÍPIDES.
Mi tio Megácles no me dejará sin caballos. Me
voy, y no hago caso de tus amenazas.
(Aquí debe haber miUacion de escena^ puesto que
Estrepsiades va á llamar en la puerta de Sócrates.)
ESTREPSÍADES.
Sin embargo, aunque he caido, no he de perma-
necer en tierra (1), sino que invocando á los dioses
iré á esa escuela y recibiré yo mismo las lecciones.
Pero ¿cómo, siendo viejo, olvidadizo y torpe, podré
aprender discursos llenos de exquisitas sutilezas?
Marchemos. ¿Por qué me detengo y no llamo á la
puerta? ¡Esclavo! lEsclavo!
UN DISCÍPULO.
¡Vaya al infierno! ¿Quién golpea la puerta?
ESTREPSÍADES.
Estrepsiades, hijo de Fidon, del cantón de Ci-
cinno (2).
EL DISCÍPULO.
jPor Júpiter! campesino hablas de ser para gol-
pear tan brutalmente la puerta y hacerme abor-
tar (3) un pensamiento que habia concebido.
ESTREPSIADES.
Perdóname , porque habito lejos de aquí , en el
(i) Quiere decir que no se da por vencido.
(2) Uno de los cantones del Ática.
(3) Alusión al oficio de partera que tenía la madre de
Sócrates. Este solia llamarse comadrón de las almas.
246
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
247
campo; pero dime : ¿cuál es el pensamiento que te
he hecho abortar?
EL DISCÍPULO.
'No me es permitido decirlo más que á los discí-
pulos.
ESTREPSÍADES.
Dímelo sin temor, porque vengo á la escuela
como discípulo.
EL DISCÍPULO.
Lo diré: pero ten en cuenta que esto debe de ser
un misterio. Preguntaba ha poco Querefon á Só-
crates cuántas veces saltaba lo larg'o de sus patas
una puig-a que habia picado á Querefon en una
ceja y se habia lanzado luego á la cabeza de Só-
crates (1).
ESTREPSÍADES.
Y ¿cómo ha podido?...
EL DISCÍPULO.
Muy ingeniosamente. Derritió un poco de cera, y
cogiendo la pulga sumergió en ella sus patitas.
Cuando se enfrió la cera, quedó la pulga con una
especie de borceguíes pérsicos (2) . Se los descalzó
Sócrates y midió con ellos la distancia recorrida
por el salto.
ESTREPSÍADES.
íSupremo Júpiter, qué inteligencia tan sutil!
(1) Burla sobre las espesas cejas de Querefon y la cal-
va de Sócrates.
(2) Calzado de mujer. Vid. Lisístrata, 229; Las Fiesta»
de CéreSj 734; Las Junteras^ 319.
EL DISCÍPULO.
¿Pues qué dirás si te cuento otra invención de
Sócrates?
ESTREPSÍADES.
¿Cuál? Dímela, te lo ruego.
EL DISCÍPULO.
El mismo Querefon Esfetiense le preguntó si
creía que los mosquitos zumbaban con la trompa ó
con el trasero.
ESTREPSÍADES.
¿Y qué dijo de los mosquitos?
EL DISCÍPULO.
Dijo que el intestino del mosquito es muy an-
gosto , y que á causa de su estrechez el aire pasa
con gran violencia hasta el trasero, y como el ori-
ficio de éste comunica con el intestino , el trasero
produce el zumbido por la violencia del aire.
ESTREPSÍADES.
Por lo tanto , el trasero de los mosquitos es una
trompeta, i Oh tres veces bienaventurado el autor
de tal descubrimiento! Fácilmente obtendrá la ab-
solución de un reo quien conoce tan bien el intes-
tino del mosquito.
EL DISCÍPULO.
Poco ha ima salamandra le hizo perder un gran
pensamiento.
ESTREPSÍADES.
Dime: ¿de qué manera?
EL DISCÍPULO.
Observando de noche el curso y las revoluciones
de la luna, miraba al cielo con la boca abierta, j
ii-i»
T
.1
248
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS NUBES.
249
entonces una salamandra le arrojó su excremento
desde el techo.
ESTREPSÍADES.
iLinda salamandra que hace sus necesidades en
la boca de Sócrates!
EL DISCÍPULO.
Ayer por la tarde no teníamos cena.
ESTREPSÍADES.
¡Hem! ¿Y qué inventó para encontrar comida?
EL DISCÍPULO.
Extendió polvo sobre la mesa, dobló una barrita
de hierro (1), y recog'iendo después el compás, es-
camoteó un vestido de la palestra.
ESTREPSÍADES.
¿Por qué admiramos ya á Tales? (2) Abre, abre
prontamente la escuela , y preséntame á Sócrates
cuanto antes. Me impaciento por ser su discípulo.
¡Vivo! abre la puerta.— ¡Oh Hércules! ¿De qué país
son estos animales? (3).
EL DISCÍPULO.
¿De qué te admiras? ¿Con quiénes les encuentras
semejanza?
ESTREPSÍADES.
Con los Lacedemonios hechos prisioneros en Pi-
los (4). ¿Pero por qué miran esos á la tierra?
(i) Como para hacer una demostración de geometría.
(2) Célebre filósofo, el primero de los sabios de Grecia
y fundador de la escuela jónica. (Vid. Dióg. Laercio, lib. i.)
(3) Esta transición indica que la puerta se abre y se ve
el interior de la escuela.
(4) Alude al mal aspecto que éstos debieron presentar
EL DISCÍPULO.
Investigan las cosas subterráneas.
ESTREPSÍADES.
Entonces buscan cebollas. No os cuidéis más de
eso : yo sé dónde las hay hermosas y g-randes.— ¿Y
qué hacen esos otros con el cuerpo inclinado?
EL DISCÍPULO.
Investigan los abismos del Tártaro.
ESTREPSÍADES.
¿Para qué mira al cielo su trasero?
EL DISCÍPULO.
Es que aprende astronomía por su parte. Pero
entrad, no sea que el maestro nos sorprenda.
ESTREPSÍADES.
No, todavía no: que estén aquí; tengo que comu-
nicarles un asuntillo mió.
EL DISCÍPULO.
Es que no pueden permanecer largo tiempo al
aire y en el exterior.
ESTREPSÍADES.
¡En nombre de los dioses ! ¿qué son estas cosas?
Decídmelo.
EL DISCÍPULO.
Esa es la astronomía.
ESTREPSÍADES.
¿Y ésta?
EL DISCÍPULO.
La geometría.
V 'f
i
y
á causa del hambre sufrida durante el sitio de aquella ciu-
dad. Vid. Caballeros, passim. Tucidides, IV, 45, 29-38.
•i
-250
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
251
i
ESTREPSIADES.
¿Para qué sirve la g-eometría?
EL DISCÍPULO.
Para medir la tierra.
ESTREPSIADES.
¿La que se distribuye á la suerte?
EL DISCÍPULO.
No. Toda la tierra.
ESTREPSIADES.
í Gracioso dicho ! Hé aquí una idea muy popular
y útil (1).
EL DISCÍPULO.
Hé aquí todo el circuito de la tierra. ¿Ves? Aquí
está Atenas.
ESTREPSIADES.
¿Qué dices? No te creo. No veo á los jueces en se-
sión (1).
EL DISCÍPULO.
Sin embarg-o, este es verdaderamente el territorio
del Ática.
ESTREPSIADES.
¿Y dónde están los Cicinenses mis compatriotas?
EL DISCÍPULO.
Helos aquí; y mira también la Eubea, que, como
ves, es muy larga.
(i) Plutarco (Vida de Feríeles, 3i.) asegura que Fe-
ríeles calmó la irritación del pueblo contra la guerra pro-
metiendo distribuir los campos conquistados. Después de
la toma de Mitilene, realizó esta promesa, dividiéndola en
tres mil lotes. (Tuc. iii , 50.)
(2) Alusión á la manía de juzgar de los Atenienses, cri-
ticada en Las Avispas.
ESTREPSIADES.
Lo sé: Pericles y vosotros la habéis sometido
á mil torturas (1). Pero ¿dónde está Lacede-
monia?
EL DISCÍPULO.
¿Que dónde está? Hela aquí.
ESTREPSIADES.
jCuán cerca de nosotros! Meditad sobre esto y
alejadla todo lo que se pueda.
EL DISCÍPULO.
Por Júpiter, eso es imposible.
ESTREPSIADES.
Pues ya os pesará.— ¡Calla! ¿y quién es ese hom-
bre suspendido en el aire en un cesto?
EL DISCÍPULO.
Él.
ESTREPSIADES.
¿Quién es él?
EL DISCÍPULO.
Sócrates.
ESTREPSIADES.
¡Sócrates! Anda y llámale fuerte.
EL DISCÍPULO.
Llámale tú; que yo no teng-o tiempo.
ESTREPSIADES.
iSócrates! [Sócrates!
(\ ) El verbo griego irapaTEfvoj significa extendí y tortu-
rar. La isla de Eubea (Negro ponto) es de desproporciona-
da longitud y habia sufrido mucho durante la guerra del
Peloponeso.
'4.
II
il
252
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
253
SÓCRATES.
Mortal (1). ¿Por qué me llamas?
ESTREPSIADES.
Ante todo , te rueg*o que me dig^s qué es lo que
haces ahí.
SÓCRATES.
Camino por los aires y contemplo el Sol.
ESTREPSIADES.
Por tanto, ^.miras (2) á los dioses desde tu cesto y
no desde la tierra? Si no es que...
SÓCRATES.
Nunca podría investig'ar con acierto las cosas
celestes si no suspendiese mi alma y mezclase mis
pensamientos con el aire que se les parece (3). Si
permaneciera en el suelo, para contemplar las re-
g'iones superiores, no podria descubrir nada por-
que la tierra atrae á si los jug-os del pensamiento :
lo mismo exactamente que sucede con los berros.
ESTREPSIADES.
¿Qué hablas? ¿El pensamiento atrae la humedad
de los berros? Pero, querido Sócrates, baja, para
que me enseñes las cosas que he venido á aprender.
SÓCRATES.
¿Qué es lo que te ha hecho venir?
(1) La palabra griega es mucho más enfática , y literal-
mente traducida s\^n\ñc2i efímero.
(2) 'ritepíppovéto significa mirar dealto á bajo (despicere)
y también menospreciar.
(3) Alusión á las ideas de Anaxímenes Milesio, que de-
cía eran principio de todas las cosas el aire y el infinito
(DioG. Laer., lib. ii) y que el alma se parecía á aquel primer
elemento.
ESTREPSIADES.
El deseo de aprender á hablar. Los usureros, los
acreedores más intratables me persig-uen sin des-
canso y destruyen los bienes que les he dado en
prenda.
SÓCRATES.
¿Cómo te has llenado de deudas sin apercibirte?
ESTREPSIADES.
Me ha arruinado la enfermedad de los caballos,
cuya voracidad es espantosa. Mas enséñame uno
de tus dos discursos, aquel que sirve para no pa-
g^r. Sea cual fuere el salario que me pidas , juro
por los dioses que te lo he de satisfacer.
SÓCRATES.
¿Por qué dioses juras? En primer lug^r, es preci-)
so que sepas que los dioses no son ya moneda cor->
riente entre nosotros. J
ESTREPSIADES.
¿Pues por quién juráis? Acaso por las monedas
de hierro, como en Bizancio .
SÓCRATES.
¿Quieres cono'cer perfectamente las cosas divinas
y saber sin eng-año lo que son?
ESTREPSIADES.
Sí, por Júpiter, á ser posible.
SÓCRATES.
Y ¿hablar con las Nubes, nuestras divinidades?
ESTREPSIADES.
Mucho más.
SÓCRATES.
Siéntate, pues, en el lecho sacado.
254
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
255
ESTREPSIADES.
Ya estoy sentado-
SÓCRATES.
Cog'e esta corona.
ESTREPSIADES.
?.Para qué la corona? jAy de mí!, Sócrates, no
me sacrificarás como á Atámas (1).
SÓCRATES.
No: hacemos todas estas ceremonias con los ini-
ciados.
ESTREPSIADES.
[J qué ganaré con estol?
SÓCRATES.
Lleg-arás á ser un inolino de palabras, un verda-
dadero cascabel, fino como la flor de la harina:
pero no te muevas.
ESTREPSIADES.
No me encañas, por Júpiter; si continúas em-
polvándome de ese modo me convertiré pronto en
flor de harina (2).
SÓCRATES.
Es necesario g-uardar silencio, anciano, y escu-
char atentamente mis súplicas. Soberano señor,
Aire inmenso que rodeas la sublime tierra, Éter lu-
minoso, y vosotras. Nubes, diosas venerables, que
eng-endrais los rayos y los truenos, levantaos, so-
beranas mias, y mostraos al filósofo en las alturas.
ESTREPSIADES.
No, todavía no, hasta que me cubra la cabeza
con el manto doblado, no sea que me moje. [Pobre
de mí! haber salido de casa sin mi montera de piel
de perro.
SÓCRATES.
Venid pues, oh Nubes venerables, y mostraos á
éste, ora ocupéis la sagrada cumbre del nevado
Olimpo, ora forméis con las Ninfas la danza sa-
grada en los jardines del padre Océano, ora reco-
jáis en urnas de oro las ag-uas del Nilo, ora resi-
dáis en la lag-una Meótis, ó sobre las nevadas rocas
del Mimas; oidme, aceptad mi sacrificio y mirad
complacidas estas sagradas ceremonias.
(i) Alusión á una traejedia de S'ífocles en que Atámas
era llevado al sacníicio coronado de flores. Atámas aban-
donó á su mujer Né/ele (la Nube), que se refugias en el
Cielo, haciendo sufrir una prolongada sequía al país de su
marido. Esto, para evitar tamaño azoto, se ofreció á sí mis-
mo en sacrificio; pero en el momento de ir á ser inmolado,
fué salvado por Hércules. El recuerdo de Atámas, con pre-
ferencia á otra víctim:;, es muy natural en esta comedia por
la circunstancia de ser marido de la Nube.
(2) Sócrates (según el escoliasta) esparcía harina sobre
la cabeza do Estrepsíades, como se acostumbraba á hacer
con las tortas de los sacrificios.
CORO DE NUBES.
Del seno mug-iente del Océano, nuestro padre,
levantémonos. Nubes eternas, lig-eras por nuestra
naturaleza vaporosa, á las altas cumbres de los
montes coronados de árboles seculares. Desde ellas
veremos á lo lejos el horizonte montuoso, la tierra
sagrada, madre de los frutos, el curso de los nos
divinos, y el mar que murmura profundamente.
256
I
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
Puesto que el ojo infatig*able del Éter brilla siem-
pre con resplandeciente luz, disipemos la niebla
oscura que nos rodea, y mostrémonos á la tierra
con todo el esplendor de nuestra belleza inmortal.
SÓCRATES.
Indudablemente, habéis escuchado mis votos ¡oh
Nubes venerables! ¿Has oido tú su voz acompañada
de los mug^idos del trueno?
ESTREPSIADES.
Yo también os adoro, santas Nubes, y quiero res-
ponder á vuestros truenos (1); á ello me oblig-an el
miedo y el temblor; así es que, sea ó no lícito,
quiero desahog-arme (2).
SÓCRATES.
No te burles, ni hag^s lo que esos cómicos mi-
serables (3). — ¡Silencio! Una multitud de diosas se
adelantan cantando.
CORO.
Vírg-enes imbríferas (4), vamos á visitar el pin-
^e territorio de Palas y la amable tierra de Cé-
crope, patria de tan grandes hombres, donde se
celebra el culto de los sagrados misterios, se ven
el santuario místico de las santas iniciaciones (5),
las ofrendas á los habitantes del Olimpo, les ele-
(1) Ves trisque voló tonitrubus oppedere.
(2) Voló cacare.
(3) Literalmente tiznados con heces de vino.
(4) Empleamos este adjetivo, que tal vez parecerá de-
masiado poético, porque ningún otro traduce con tanta
exactitud el ¿(ji^pocpópoi del original.
(5) El templo de Céres en Eléusis.
Las nubes.
257
vados templos y las estatuas de los dioses, las pro-
cesiones religiosas, los sacrificios á las coronadas
divinidades y los festines de todas las estaciones;
y, cuando con la primavera vuelve la fiesta de
Baco, los certámenes de los resonantes coros, v el
grrave sonido de las nautas.
ESTREPSIADES.
íPor Júpiter! Sócrates, dime: ¿Quiénes son aque-
Has mujeres que han cantado con tanta majestad'?
¿Son alg-unas heroínas?
SÓCRATES.
No; estas son las celestes Nubes, grandes diosas
de los hombres ociosos; que nos dan el pensa-
nuento, la palabra y la inteligencia, el charlata- *
nismo, la locuacidad, la astucia y la comprensión!
ESTREPSIADES.
Hó aquí por qué al oirías parece que mi alma va
á volar, y ya desea discutir sobre sutilezas, hablar
del humo, contradecir y oponer arg-umentos con-
fra argumentos. Así es que desearía, si fuese posi-
ble, verlas personalmente.
SÓCRATES.
Mira hacia aquel lado, hacia el monte Parneto.
Yo las veo descender con lentitud.
ESTREPSIADES.
¿Donde? Enséñame.
SÓCRATES.
Míralas; vienen oblicuamente en gran número,
á través de los valles y los bosques.
ESTREPSIADES.
Pero ¿qué es esto? sino las disting-o.
17
• 'j
256
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
Puesto que el ojo infatig-able del Éter brilla siem-
pre con resplandeciente luz, disipemos la niebla
oscura que nos rodea, y mostrémonos á la tierra
con todo el esplendor de nuestra belleza inmortal.
SÓCRATES.
Indudablemente, habéis escuchado mis votos ¡oh
Nubes venerables! ^.Has oido tú su voz acompañada
de los mugidos del trueno?
ESTRKPSIADES.
Yo también os adoro, santas Nubes, y quiero res-
ponder á vuestros truenos (1); á ello me obligan el
miedo y el temblor; así es que, sea ó no lícito,
quiero desahogarme (2).
SÓCRATES.
No te burles, ni hagas lo que esos cómicos mi-
serables (3). — ¡Silencio! Una multitud de diosas se
adelantan cantando.
CORO.
Vírgenes imbríferas (4), vamos á visitar el pin-
güe territorio de Palas y la amable tierra de Cé-
crope, patria de tan grandes hombres, donde se
celebra el culto de los sagrados misterios, se ven
el santuario místico de las santas iniciaciones (5),
las ofrendas á los habitantes del Olimpo, les ele-
las nubes.
(1) Ves trisque voló tonitruhus oppedere.
(2) Voló cacare.
(3) Literalmente tiznados con heces de vino.
(4) Empleamos este adjetivo, que tal vez parecerá de-
masiado poético, porque ningún otro traduce con tanta
exactitud el ójippocpópot del original.
(5) El templo de Céres en Eléusis.
vados templos y las^tuas de los dioses, las pro-
cesiones religiosas, los sacrificios á las coronadas
divinidades y los festines de todas las estaciones-
y, cuando con la primavera vuelve la fiesta dé
Baco, los certámenes de los resonantes coros v el
grave sonido de las flautas.
ESTREPSÍADES.
«Por Júpiter! Sócrates, dime: ¿Quiénes son aque-
lias mujeres que han cantado con tanta majestad^
¿fcjon algunas heroínas?
SÓCRATES.
No; estas son las celestes Nubes, grandes diosas
de los hombres ociosos; que nos dan el pensa-
miento, la palabra y la inteligencia, el charlata- '
nismo, la locuacidad, la astucia y la comprensión!
ESTREPSÍADES.
Hó aquí por qué al oírlas parece que mi alma va
a volar, y ya desea discutir sobre sutilezas, hablar
oel humo, contradecir y oponer argumentos con-
fra argumentos. Así es que desearía, si fuese posi-
We, verlas personalmente.
SÓCRATES.
Mira hacia aquel lado, hacia el monte Parneto.
Yo las veo descender con lentitud.
ESTREPSÍADES.
¿Donde? Enséñame.
SÓCRATES.
Míralas; vienen oblicuamente en gran número
á través de los valles y los bosques.
ESTREPSÍADES.
Pero ¿qué es esto? sino las distingo.
17
^58
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS NUBES.
259
SÓCRATES.
Ahí, junto á la entrada.
ESTREPSÍADES.
Al fin la3 entreveo.
SÓCRATES.
Ahora las verás perfectamente si no tienea tela-
rañas en los ojos (1).
ESTREPSÍADES.
Sí, por Júpiter: ¡oh diosas venerables! ya ocu-
pan toda la escena.
SÓCRATES.
¡Y tá, que inorabas su existencia y no las tenias
por diosas!
ESTREPSÍADES,
No por cierto: pero las creia niebla, humo ó
rocío.
SÓCRATES.
Por Júpiter, ¿no sabes que éstas alimentan á mul-
titud de sofistas, á los adivinos de Turium, á los
médicos, á los holgazanes que no se ocupan mas
que de sus uñas, sortijas y cabellos, á los autores
de ditirambos y á los charlatanes de vaciedades
sublimes? A todos éstos los alimentan porque las
celebran en sus cantos.
ESTREPSÍADES.
¿Por eso cantan en sus versos el ímpetu veloz de
las húmedas Nubes que lanzan deslumbradores re-
lámpag"os, los cabellos erizados de Tifón, el de las
cien cabezas, y las tempestades furiosas como aves
de rapiña, que vuelan por el éter, nadando por el
aire y los torrentes de lluvia que derraman las Nu-
bes? (1) Y en premio de estos versos se comen los
más gandes peces. y la carne delicada de los
tordos.
SÓCRATES.
¿Por causa de ellas, no es justo?
ESTREPSÍADES.
Pero dime, si en realidad son Nubes, ¿en qué con-
siste que parecen mujeres y sin embargfo no lo son?
SÓCRATES.
¿Pues qué son entonces?
ESTREPSÍADES.
No lo sé bien: ahora me parecen copos de lana,
pero de ning-una manera mujeres. Estas, sin em-
bargro, tienen narices.
SÓCRATES.
Vamos, responde á mis preg^untas.
ESTREPSÍADES.
Preg-unta lo que quieras.
SÓCRATES.
¿No has visto alg'una vez, mirando al cielo, una
Nube parecida á un centauro, á un leopardo, á un
lobo ó á un toro?
ESTREPSÍADES.
Sí, en verdad; y ¿á qué viene esto? *
SÓCRATES.
A probarte que se transforman como quieren.
(i) Nisi gramica m oculis hahes instar cucurHtos .
(1) Parodia del estilo hincbado é incdierente que so-
lian emplear los malos poetas ditirámbicos.
Í60
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
261
Así, cuando ven á un hombre de larg^a cabellera y
pecho velludo como el hijo de Jenofante, se burlan
de su locura, cambiándose en centauros.
ESTREPSÍADES.
Y ¿qué hacen cuando ven á Simón, ladrón del
tesoro público?
SÓCRATES.
Para poner de manifiesto sus costumbres, se
transforman en lobos.
ESTREPSÍADES.
Por eso es que ayer al distinguir á Cleónimo, que
arrojó su escudo para huir, al verle tan cobarde se
cambiaron en ciervos.
SÓCRATES.
Y ¿ves ahora? al mirar á Clístenes se han trans-
formado en mujeres.
ESTREPSÍADES.
¡Salud, oh diosasl Si alguna vez lo habéis hecho
por un mortal, romped vuestro silencio y dejad oir
vuestra celeste voz, reinas omnipotentes.
CORO.
Salud, investigador de la sabiduría: y tú, sacer-
dote de las vaciedades más inútiles, di para qué nos
necesitas. Porque á ningún sofista de los que in-
vestigan las cosas del cielo escuchamos con tanto
placer como á tí, excepto á Pródico (1): á éste le
(1) Sofista de grande ingenio muy elogiado por su ale-
goría del Vicio y la Virtud disputándose el alma de Hér-
cules. Jenofonte (Memorias de Sócrates^ lib. ii) hace de
ella una magnífica exposición, y San Basilio habla de él
con mucho aprecio recomendando á los jóvenes su lectura.
atendemos por su ingenio y por su ciencia; á tí
por tu andar arrogante, por tu mirar desdeñoso, tu
sufrimiento en caminar desnudo, y la majestad
que imprimes á tu fisonomía.
ESTREPSÍADES .
íOh Tierra, qué voz tan sagrada, venerable y
prodigiosa!
SÓCRATES.
Es que ellas son las únicas diosas; todas las de-
más son pura ficción.
ESTREPSÍADES.
Pero entonces, dime, por la sagrada Tierra: ¿Jú-
piter olímpico no es dios?
SÓCRATES.
¿Cuál Júpiter? tú te burlas. No hay tal Júpiter.
ESTREPSÍADES. ^^
¿Qué estas diciendo? ¿pues quién hace llover?
Demuéstrame esto antes de todo.
SÓCRATES.
Ellas: y voy á demostrarlo con grandes razones.
¿Has visto alguna vez que Júpiter haga llover sin
Nubes? Si fuese él, sería necesario que lloviese es-
tando el cielo sereno y después de haberlas disi-
pado.
ESTREPSÍADES.
Perfectamente: por Apolo, tu argumento me ha
convencido. Yo creia antes, como cosa cierta, que
Júpiter para hacer llover orinaba en una criba.
Pero dime: ¿quién produce el trueno? Esto me hace
temblar.
II
Wi
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LAS NUBES.
263
i
SÓCRATES.
Las Nubes truenan cuando se revuelven sobre sí
mismas (1).
ESTREPSÍADES.
¿De qué manera, hombre audaz?
SÓCRATES.
Cuando están muy llenas de a^a y se ponen
en movimiento arrastradas por su propio peso, al
V caer se entrechocan y rompen con estrépito.
ESTREPSÍADES.
Pero ¿quién las empuja para que se entrecho-
quen? ¿acaso Júpiter?
SÓCRATES.
De ningún modo: las empuja el Torbellino etéreo.
ESTREPSÍADES.
¿El Torbellino? En verdad, ignoraba que Júpiter
no existia y que reinaba por él el Torbellino. Pero
nada me has enseñado todavía del fragor de los
truenos.
SÓCRATES.
iNo me has oido decir que cuando las Nubes lle-
nas de agua caen unas sobre otras producen ese
fragor á causa de su densidad?
ESTREPSÍADES.
¿Y cómo he de creer eso?
SÓCRATES.
Observando lo que á tí mismo te sucede, como
(1) Epicuro explicaba la formación de la lluvia, el rayo
y el trueno con las mismas razones que Aristófanes pone
en boca de Sócrates. ^Vid. Diog. Laert. lib. X. Epicuro. J
voy á demostrarte. Cuando en las Panateneas (1)
cenas tanto que se te desarregla el vientre, ¿no has
notado que este produce de repente algunos rui-
dos?
ESTREPSÍADES.
SÍ á fe mia: y en seguida me atormenta, y se
revuelve, ruge como el trueno, y después estalla
con estrépito. Primero hace, con ruido apenas per-
ceptible, pax-, Inégo papax, enseguida papappaXy y
cuando hago mis necesidades es un verdadero
trueno pappappaXy lo mismo que las Nubes.
SÓCRATES.
Considera el gran ruido que haces con tu peque-
ño vientre; ¿será, pues, inverosímil el que el aire
inmenso truene con estrepitoso fragor? Por eso las
palabras trueno y ventosidad son semejantes.
ESTREPSÍADES.
Pero dime: ¿de dónde provendrá el rayo resplan-
deciente que á unos los reduce á cenizas y á otros
los toca sin matarlos? Evidentemente Júpiter es
quien lo lanza contra los perjuros.
SÓCRATES.
¡Pobre tonto, más viejo que el tiempo, la luna
y el pan! ¿Cómo, si hiere á los perjuros, no ha
abrasado ni á Simón, ni á Cleónimo, ni á Teoro?
Estos son no poco perjuros. Sin embargo, vemos
que hiere á su propio templo, al promontorio Su-
nio, y á las gigantescas encinas. ¿Por qué causa?
una encina jamás es perjura.
•/I
(i) Fiestas en honor de Minerva.
264
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
\
^
ESTREPSIADES.
No lo sé, pero me parece que discurres bien. Mas
dime: ¿qué es el rayo?
SÓCRATES.
Si un viento seco se eleva y se encierra dentro
de las Nubes, las hincha como si fueran una vejig-a;
después cuando su misma fuerza las revienta se
escapa violentamente comprimido por su densidad,
y el ímpetu terrible con que estalla hace que se
encienda á sí mismo.
ESTREPSIADES.
En verdad, lo mismo me sucedió una vez en las
fiestas de Júpiter. Asaba para mi familia un vien-
tre sin liaber tenido la precaución de hacerle alg*u-
nas incisiones ; se habia hinchado mucho, y de
repente reventó por medio y me saltó á los ojos su
interior quemándome la cara.
CORO.
íOh tú que deseas aprender los arcanos de la
ciencia, cuan dichoso serás entre los Atenienses y
los demás Grieg-os, si tienes memoria y aplicación
y un alma constante para el sufrimiento; si no te
cansas ni de permanecer quieto, ni de caminar;
si no te hace mella el frió, ni deseas comer; si te
abstienes del vino, de los ejercicios g*imnástico3 y
de otras necedades, y piensas que es lo mejor y lo
más propio de un hombre digno el sobresalir en
las obras, en los consejos y en los combates de la
palabra!
ESTREP.SÍADES.
Si te hace falta un alma dura é insensible á los
LAS NUBES.
265
desveladores cuidados, y un estómago frugal acos-
tumbrado á las privaciones y capaz de alimentar-
se con ajedrea, puedes contar conmig-o; mi cuerpo
es tan duro como uu yunque,
SÓCRATES.
Promete también no reconocer ya más dioses que
los que nosotros veneramos en concepto de tales;
á saber: el Cáos^JasNubes^^la Lengua; hé aquí «/
las tres divinidades. "
ESTREPSIADES.
Nunca hablaré de otras aunque me tropezase con
ellas, ni las honraré con sacrificios, libaciones ni
incienso.
CORO.
Pide ahora confiadamente lo que deseas de nos-
otras, y lo obtendrás, si nos honras, nos admiras y
procuras ser hombre hábil.
ESTREPSIADES.
¡Oh dioses! lo que os pido es lo menos que puede *
pedirse; haced tan sólo que sea el más elocuente de /
los Griegos.
CORO.
Concedido: ningún hombre de estos tiempos te
superará en hacer bellos discursos.
ESTRFPSTADES.
No: eso no es lo que deseo, porque á mí jamás se
me ocurre pronunciar grandes sentencias. Tan so-
lo quiero resolver en mi favor los pleitos y escapar
de las manos de los acreedores.
CORO.
Se cumplirá lo que deseas, pues no apeteces cosas
266
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
26T
imposibles. Ponte confiadamente en manos de uno
de nuestros sacerdotes.
ESTREPSÍADES.
Haré lo que me mandáis, pues la necesidad
aprieta por causa de los caballos y el matrimonio»
que me han perdido. Hagan estos de mí ahora todo
cuanto les plazca; yo les entreg-o mi cuerpo para
que lo destrocen á fuerza de g-olpes, hambre, sed,
calor y frió, y si quieren conviertan mi piel en una
bota, con tal que no pague mis deudas y pase por
hombre atrevido, charlatán, temerario, sin ver-
güenza, costal de mentiras, inventor de frases,
trillado en los pleitos, litigante perpetuo, molino
de palabras, zorro astuto, penetrante barreno, cor-
rea flexible, disimulado, escurridizo, fanfarrón, in-
sensible como el nudo de las maderas, impuro,
veleta, y parásito impudente. Si todos los que me
encuentren llegan á saludarme con todos estos ca-
lificativos, hagan mis maestros cuanto les agrade
de mi persona; y si les gusta, por Céres, embutan
mis intestinos y sírvanselos á los filósofos.
CORO.
Este hombre tiene una voluntad pronta y valien-
te. Ten entendido que la ciencia que te vamos á
enseñar te hará conseguir tal gloria entre los mor-
tales, que te levantará hasta el cielo.
ESTREPSÍADES.
Y ¿qué me sucederá?
CORO.
Que mientras vivas, gozarás con nosotras una
existencia extremadamente feliz.
ESTREPSÍADES.
¿Acaso llegaré á ver eso?
CORO.
Habrá constantemente muchos sentados á tu
puerta, deseando consultarte, hablar contigo y
deliberar sobre infinitos pleitos y negocios en lo»
que se cruzarán sumas inmensas. (A Sócrates) Pero
enseña al viejo algunas de tus lecciones, sondea su
espíritu y explora los alcances de su ingenio.
SÓCRATES.
Ea, dime qué clase de carácter tienes, para que,
una vez conocido, pueda dirigir contra él nuevas
máquinas.
ESTREPSÍADES.
¡CJómoI ¿Acaso piensas asaltarme como si fuera
una muralla?
SÓCRATES.
No: solamente quiero hacerte algunas breves
preguntas. En primer lugar, ¿tienes memoria?
ESTREPSÍADES.
Sí, por cierto, y de dos clases. Si me deben, ten-
go una memoria excelente; pero si debo, ¡pobre de
mil soy muy olvidadizo.
SÓCRATES.
¿Tienes alguna disposición natural para la elo-
cuencia?
ESTREPSÍADES.
Para la elocuencia no, pero sí para el fraude.
SÓCRATES.
Entonces, ¿cómo podrás aprender?
i\
^
268
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
269
ESTREPSÍADES.
Perfectamente, no te inquietes por eso.
SÓCRATES.
Ea, manos á la obra; en cuanto yo te propong^a
alg'una cuestión sobre las cosas celestes, te apoderas
de ella inmediatamente.
ESTREPSÍADES.
I Qué! ¿es preciso atrapar la sabiduría como un
perro arrebata una tajada?
SÓCRATES.
iVaya un hombre ig-norante y bárbaro! Me pa-
rece, anciano, que vas á necesitar algam correctivo.
Vamos á ver, ¿qué haces cuando alg-uno te apalea?
ESTREPSÍADES.
Me dejo apalear; después tomo testig-os; en se-
guida ejercito mi acción ante el tribunal.
SÓCRATES.
Ea, quítate el vestido.
ESTREPSÍADES.
¿Te he ofendido en algo?
SÓCRATES.
No; pero la costumbre es entrar desnudo (1).
ESTREPSÍADES.
Yo no veng'o aquí á buscar ninguna cosa ro-
bada (2).
SÓCRATES.
Abajo el vestido. ¿A qué decir tantas sandeces?
(4) Como en los misterios.
(2) El que penetraba en una casa para buscar un objeto
que le habla sido robado y que suponía se hallaba escon-
dido, debia, para evitar fraude, despojarse de sus vestidos.
ESTREPSÍADES.
Dime solo una cosa. Si soy muy aplicado y es-
tudio con g-rande afán ¿á cuál de tus discípulos me
pareceré?
SÓCRATES.
Serás enteramente semejante á Querefon.
ESTREPSÍADES.
íAy desgrraciado de mí! Entonces seré un cadá-
ver ambulante.
SÓCRATES.
No charles tanto. Apresúrate y sígneme hacia
ese lado.
ESTREPSÍADES.
Dame antes una torta de miel, porque, al entrar
ahí, siento tanto miedo como si bajase á la cueva
de Trofonio (1).
SÓCRATES.
Anda: ¿por qué te detienes en la puerta?
CORO. -
Marcha reg'ocijado, sin que disminuya tu valor
por eso. Ojalá tenga feliz éxito la empresa de este
hombre, que en edad provecta ilustra su inteli-
gencia con ideas nuevas y cultiva la sabiduría (2).
Expectadores, os diré francamente la verdad; lo
juro por Baco, de quien soy discípulo (3). Así salgfa
(i) Con objeto de impedir el que pudieran ser recono-
cidos los resortes de la cueva de este célebre oráculo, los
que penetraban en ella llevaban las manos ocupadas con
tortas de miel para evitar, según decían los sacerdotes,
las mordeduras de las serpientes.
(2) Principia la paráhasis.
(3) Tanto la tragedia como la comedia tuvieron su orí-
Í70
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS NUBES.
271
yo vencedor y sea tenido por sabio, como es cierto
que creyéndoos personas de buen ^sto, sometí
por primera vez á vuestra aprobación esta come-
dia, la mejor de las mias, trabajada con exquisito
esmero. Y sin embarg'o, á pesar de no merecer tal
deshacía, fui vencido por rivales ineptos (1). Por
esto me quejo de vosotros, ilustrados jueces, á
quienes dediqué mis trabajos. Mas no por tal mo-
tivo he de recusar la opinión de los doctos, ante
quienes es tan agradable comparecer, y que oye-
ron con tanta complacencia á mi Prudente y mi
Deshonesto (2), cuando yo, (virg-en aún porque no
me era lícito parir) (3) expuse el fruto de mi ingenio,
que recogido por otra madre (4) fué educado libe-
ralmente por vosotros; desde lo cual creia tener
asegurada vuestra benevolencia. Ahora, pues, se
presenta mi Comedia como una nueva Electra bus-
cando con la vista á aquellos sabios espectadores;
y de seguro que reconocerá, en cuanto lo vea, el
gen en las fiestas de Baco, por lo cual era este considera-
do como el dios de los poetas dramáticos. En todos los
teatros la tímela recordaba el altar donde primitivamente
se sacrificó á Baco (V. la Introducción).
[\) Uno de estos fué AmípsiaSy del cual nos ha con-
servado Diógenes Laercio algunos versos ( Vtda de Sóc, 9).
(2) Personajes de la primera comedia de Aristófanes,
Los Detalenses.
(3) Era necesario tener treinta ó cuarenta años de
edad para poder presentar comedias en el teatro. Los au-
tores que no los tenian las presentaban con el nombre
de otro.
(4) Alude á Filónides y Calístrato, que presentaron co-
mo suya la primera comedia de Aristófanes.
rizo de su hermano (1). Reparad la decencia de
sus costumbres. Es la primera que aparece en la
escena sin venir armada de un instrumento de
cuero, rojo por la punta, grueso y á propósito para
hacer reír á los niños (2); que no se burla de los
calvos ni baila el cordax (3); que no introduce un
viejo golpeando con su bastón á todos los que en-
cuentra para disimular la grosería de sus chistes,
ni asalta la escena agitando una antorcha y gri-
tando lio! ¡lo!; ni confia más que en sí misma y
sus vversos. Y yo, que soy su autor, ciertamente
que no me enorgullezco (4) por tal cosa, ni pro-
curo engañaros, presentándola dos y tres veces.
Sino que siempre invento comedias nuevas, que
no se parecen entre sí y son todas bellas é inge-
niosas. Cuando Cleon estaba en todo su poder yo le
he atacado frente á frente (5), pero en cuanto cayó
cesé de insultarle. Los demás poetas, desde que Hi-
pérbolo dio el ejemplo, atacan sin cesar al desgra-
ciado sin perdonar ni á su madre. El primero de to-
dos fué Eupólis, el cual presentó en escena su Ma^
ricas que no era otra cosa que un mal arreglo de
mis Caballeros-^ sólo añadió una vieja embriagada
(4) Alusión al reconocimiento de Electra y Oréstes, en
las Coéforas de Esquilo.
(2) Descripción del falo. (V. Los Acarnienses.)
(3) Baile lascivo usado en la comedia antigua,
(4) El verbo x' jjtáü) significa enorgullecerse y tener híte-
nos cabellos. Aristófanes era calvo, por lo cual esta palabra
es muy graciosa en sus labios.
(5) Literalmente; «Le he herido en el vientre.» Alude
á Los Caballeros,
272
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS ísUBES.
que bailase el cordax, personaje inventado mucho
tiempo hace por Frinico (1), que la exponia á la
voracidad de un monstruo marino. Después Her-
mipo presentó á Hipérbolo; y todos los demás ca-
yeron sobre Hipérbolo imitando mi comparación
de las ang-uilas. ¡Ojalá los que rien en sus come-
dias no se diviertan con la? mias! En cuanto á vos-
otros, que os deleitáis con mi persona é invencio-
nes, seréis considerados en el porvenir como per-
sonas de buen gnsto.
SEMICORO.
Invoco primeramente en favor de este coro al
gran Júpiter, rey del cielo y señor de los dioses;
después al prepotente numen cuyo tridente irre-
sistible conmueve la tierra y los salados mares; y
á tí, nuestro ilustre padre, venerable Éter, alma
de todas las cosas; y á tí, oh Sol, domador de cor-
celes, que vivificas la tierra con tus brillantes ra-
yos, y eres una divinidad poderosa entre los inmor-
tales y los hombres.
CORO.
Sabios espectadores, parad en esto la atención.
Nos quejamos de la injusticia con que nos tratáis;
puesto que recibiendo de nosotras vuestra ciudad
más beneficios que de todos los demás dioses, sin
embarg-o ni sacrificáis ni hacéis libaciones en
(i) El Frinico á quien alude Aristófanes es probable-
mente un poeta cómico contemporáneo suyo, y no el per-
feccionador de la tragedia. Sus comedias carecían de in-
vención, y adolecían de defectos de versificación y len-
guaje.
honor de vuestras conservadoras. Si se decreta al-
guna expedición insensata, inmediatamente tro-
namos ó llovemos. Cuando elegisteis general al
zurrador Paflagonio (1), enemigo de los dioses
fruncimos las cejas y dimos muestras de grande
mdignacion; brilló el rayo acompañado de los es-
tellidos del trueno; la luna abandonó su acostum-
brado camino; y el sol (2), retirando su antorcha,
negó sus resplandores á la tierra si Cleon era ge-
neral. Sm embargo, le elegisteis, y desde entonces
dicen que todas vuestras determinaciones son des-
acertadas, pero que los dioses convierten en bue-
na3 las faltas que cometéis. Os enseñaremos fácil-
mente la manera de aprovecharos de esto: apode-
raos de Cleon (3), de esa paviota voraz, y, después
de condenarle por ladrón y sobornador, encabres-
tadlo y ahorcadlc contra una viga: de esta manera
reparareis vuestra falta y conseguiréis que pro-
duzca resultados en favor de la República.
SEMICORü.
Acude tú también, Febo soberano, dios de Délos,
(1) '^leoD, célebre demagogo, ob¡etod<» ln<; vír.i^ní.r.
ataques de Aristófanes en loí Caballeros Íu^^^^^^^^
gon.o, no es porque hubiera nacido en esa región del Asia"
^S?'\';?l'r'"^""^^ ^ '".'? ^"^'-^^ y desentonada
(2) Aristófanes parece aludir al eclipse que seeun Tn
cídides, tuvo lu-ar el año octavo de la guerra ddPdonn
oeso á la hora del medio dia. ^ ^^^ *^^'^P^-
(3) Nótese que Aristófanes habla en este pasaje de
Cleon como si viviese todavía, cuando poco antes ha hecho
mención de su muerte Esta contradicdon hace creer íue
e texto de las Nubes está formado con los dTva 4s edf
Clones de la misma. ^^**^® ^^^'
i8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
474
habitante délas elevadas y rocallosas cumbres del
Cintio- y tú, Diana inmortal, que tienes en Efeso un
templo de oro, donde te sirven magníficamente las
hijas de los Lidios; y tú, Minerva, diosa de nuestra
patria, señora de la é-ida, patrona de esta ciudad;
V tú alegre Baco, que va-as por la cima del Par-
naso, al resplandor de las teas, entre las bacantes
de Délíbs.
CORO.
Cuando íbamos á marchar, la luna se ha acer-
cado á nosotros y nos ha encar-ado en primer lu-
ffar que saludemos h los Atenienses y á sus aliados.
Después se ha mostrado enojada por la manera
atroz con que la habéis tratado, cuando ella os
presta mil servicios no de palabra sino de obra.
Primeramente os economiza lo menos un dracma
de luz cada mes; puesto que todos los que salen al
oscurecer dicen á su criado: «No compres antorchas
porque la luz de la luna es muy hermosa.» Tam-
bién dice que os hace otros muchos beneficios.
Vosotros, en cambio, alteráis de un modo lamenta-
ble el orden de los dias (1). Así es que en todos ellos
tiene que sufrir las quejas de los dioses cuando
vuelven á sus palacios frustradas sus esperanzas
de una cena, que debia ofrecérseles se-un el pri-
mitivo orden de los dias. Cuando es ocasión de ha-
• cer sacrificios, os halláis ocupados en los tribuna-
({) Eslc pasaje alude probablemente ala confusión
que se inlpodujo en el calendario griego por causa del arre-
glo hecho por el astrónomo Meton.
les. Cuando uno ayuna llorando la muerte deMem-
non ó de Sarpedon (1), otros rien y beben. Por eso
nosotras hemos arrebatado su corona á Hipérbolo.
cuando desig-nado por la suerte, acudía este año a
la asamblea de los Anfictiones. Así aprenderá á
arreg-lar los dias conforme á las revoluciones de
la luna.
SüCRATlíS.
Juro por la respiración, por el caos y por el aire,
no haber visto nunca un hombre tan grosero!
tan estúpido y tan olvidadizo. Las sutilezas más;
sencillas las olvida antes de haberlas aprendido
Sin embarg-o, le llamaré á la luz del dia. iHola, K*^-
trepsíades! Sal aquí y tráete la cama.
RSTRRPSÍADES.
No me dejan llevarla las chinches.
SÓCRATKS.
Colócala pronto y préstame atención.
ESTREPSÍADES.
Heme aquí.
SÓCRATKS.
lEa! dime: ¿cuál de las cosas que ig-noras quieres
aprender primero: los versos, la medida ó el ritraoV
ESTUEPSÍADES.
La medida. Precisamente un comerciante de ha-
rina me defraudó el otro dia dos kénices (2).
'i
(1) fíiios de Júpiter.
(-2^ El kémce ático (yorvij) valia litros 1,08.
276
COMEDIAS DE ARlSTÓFAiNES.
SÓCRATES.
Ko te pregunto eso; sino qué medida te parece
más hermosa, la de tres ó la de cuatro (1).
ESTREPSIADES.
Nln^na hay mejor que el semisextario (2).
SÓCRATES.
¡Pobre hombre! sólo dices necedades.
ESTttEPSÍADES.
¿Quó apuestas á que el semisextario es la medida
de cuatro?
SÓCRATES.
¡Vé enhoramala! ¡Cuidado que eres díscolo y
grosero! Vamos á ver si aprendes con más facili-
dad algo del ritmo.
ESTREPSIADES.
¿i,De qué me servirá el ritmo para vivir?
SÓCRATES.
Serás amable y chistoso cuando conozcas el rit-
mo enoplio Í3) y el del dáctilo.
ESTREPSIADES.
¿El del dáctilo? Por Júpiter, ya le conozco.
SÓCRATES.
Pues dilo.
íl) Literalmente el trímetro ó el tetrámetro. Sócrates
habla de la medida de los versos, y Estrepsíades entiende
'" Tift ',SU Wufsxxov) valia euatro kénices, lo
que en sentir del viejo equivale al;»^^^»"^,e^^^\. .¡Iaq v un
(3) El ritmo eiwplio se componía de dos dáctilos y un
espondeo.
LAS NUBES.
277
ESTREPSIADES (1).
Este. Cuando era joven me servia de este otro.
SÓCRATES.
• Eres tonto y grosero.
ESTREPSIADES.
Pero, desdichado, ¡si yo no quiero aprender nin-
guna de esas cosas!
SÓCRATES.
^.Pues cuáles quieres?
ESTREPSIADES. . /
Aquel, aquel razonamiento injusto. /
SÓCRATES.
Pero antes es necesario aprender otras cosas. En
primer lugar, tienes que saber cuáles son los cua-
drúpedos machos.
ESTREPSIADES.
^.Pues no lo sé, ó acaso estoy loco? El carnero, el
cabrón, el toro, el perro, el faisán... (2).
SÓCRATES.
^.Ves lo que haces? llamas faisán á la hembra lo
mismo que al macho.
ESTREPSIADES.
?.Cómo es eso?
SÓCRATES.
^.Cómo? faisán y faisán.
[i) Dáctilo significa dedo. Estrepsíades usa esta palabra
en un doble sentido, que debia comprenderse por medio de
la acción.
(í2) En griego, áXsxTpuf'ov (gallo). Hacemos esta va-
riación para que se entienda con más facilidad lo si-
guiente.
278
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
279
ESTREPSIADE3.
Verdad es lo que dices, por Neptuno. ¿Mas de
qué modo llamaré á la hembra?
SÓCRATES.
Faisana; y al otro faisán (1).
ESTREPSÍADES.
Faisana. Tienes razón, por el Aire. Sólo por eso
he de llenar de trig-o tu troj (2).
SÓCRATES.
Nueva falta. Haces masculino un nombre feme-
nino.
ESTREPSÍADlíS.
lG6mo hag-o masculina la troj?
SÓCRATES.
Lo mismo que diciendo Cleon (3).
ESTREPSÍADES.
¿Por qué razón? explícate.
SÓCRATES.
Dices tro jiO mismo que Cleon.
ESTREPSÍADES.
Pero , querido , si Cleon no tenia troj y amasaba
la harina en un mortero redondo. Acabemos. ¿Cómo
deberé decir?
SÓCRATES.
¿Cómo? diciendo ¿/'oja como dices Sóstrata.
(i) 'AXsxxpjatvav TÓv o'sxEpov ócXÉxxopa.
(2) Lit.: ue harina lu artesa. Como lodos los argumen-
tos de Sócrates se fundan en tener xápooTio; (artesa) ter-
minación masculina no obstante ser del género íemenino,
hemos tenido que buscar un equivalente, para hacer inteli-
gible el pasaje.
(3) El texto original dice: Cléonimo,
¡Troja!
Así está bien.
ESTREPSÍADES.
SÓCRATES.
ESTREPSÍADES.
De modo que debe decirse troja , Cleona.
SÓCRATES.
También debes aprender á disting-uir en los nom-
bres de las personas cuáles son masculinos y cuá-
les femeninos.
ESTREPSÍADES.
Conozco perfectamente los que son femeninos.
SÓCRATES.
Di alg*unos.
ESTREPSÍADES.
Lisila, Filina, Clitág-ora, Demetria.
SÓCRATFíS.
¿Y qué nombres son masculinos?
ESTREPSÍADES.
Muchísimos. Filóxeno, Meléxias, Amínias.
SÓCRATES.
Pero, tonto, esos no son masculinos.
ESTREPSÍADES.
¿No son masculinos para vosotros?
SÓCRATES.
De ning"una manera. ¿Cómo dirás para llamar á
Amínias?
ESTREPSÍADES,
¿Cómo diré? así: ¡Amlnia! ¡Aminia! (1).
(1) El vocativo de Amínias tiene en griego terminación
femenina.
480
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS Nl!BES.
284
SÓCRATES.
¿Lo ves? Ya llamas á Amínias como si fuera una
mujer.
ESTREPSÍADIíS.
Y ¿no es justo llamar asi al que no va al ejército?
Mas ¿para qué aprendo lo que todos sabemos?
SÓCRATES.
Para nada, en verdad. Pero acuéstate ahí...
ESTREPSÍADES.
¿Qué hago?
SÓCRATES.
Pensar un poco en tus asuntos.
ESTREPSÍADES.
Por favor, no me mandes tenderme en esa cama.
Si es de todo punto preciso el acostarse, déjame
meditar sobre el duro suelo.
SÓCRATES.
Eso es imposible.
ESTREPSÍADES.
ílnfeliz de mí, cuánto me van á atormentar hoy
las chinches!
SÓCRATES.
Medita y reflexiona; reconcentra tu espíritu, y
hazle discurrir en todos sentidos. Cuando tropieces
con alg-una dificultad, pasa inmediatamente á otro
asunto, y así el dulce sueño huirá de tus párpados.
ESTdEPSÍADES.
íAy! íAy! ¡Ay!
SÓCRATES.
¿Qué te pasa? ¿Qué te aflige?
ESTREPSÍADES.
r
Perezco miserablemente; las chinches, que bro-
tan de esta cama, me muerden, me desgarran los
costados, me chupan la sangre, me ulceran todo el
cuerpo (1) y me matan.
SÓCRATES.
No te quejes tan fuerte.
ESTREPSÍADES.
Cómo no he de gritar si he perdido mis bienes,
mi sangre, mi alma y mis zapatos, y para colmo
de males, voy á perder aquí lo poco que me queda.
SÓCRATES.
íHe, tú! ¿qué haces? ¿No meditas?
ESTREPSÍADES.
Sí, por Neptuno.
SÓCRATES.
Y ¿en qué piensas?
ESTREPSÍADES.
Pienso en si dejarán algo de mí las chinches.
SÓCRATES.
Te perderás sin remedio.
ESTREPSÍADES.
¡Pero, buen hombre, si ya estoy perdido!
SÓCRATES.
No desfallezcas, y envuélvete bien. Es preciso
discurrir algún fraude, algún paliativo.
ESTREPSÍADES.
lAy! ¿quién me arrojará como paliativo una piel
de carnero?
(1) Et testículos evellunt, et cutum perfodiunt.
582
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
283
SÓCRATES.
Ea, veré primeramente lo que hace éste. ¡Hola I
¿duermes?
ESTREPSÍADES.
No, por Apolo.
SÓCRATES.
¿Tienes algo?
ESTREPSÍADES.
Nada tengo.
SÓCRATES.
¿Nada absolutamente?
ESTREPSÍADES.
Nada más que esto (1).
SÓCRATES.
Cúbrete y discurre algo.
ESTREPSÍADES.
¿Sobre qué? contesta, Sócrates.
SÓCRATlíS.
Di tú lo que quieres hallar primeramente.
ESTREPSÍADES.
¿No lo has oído mil veces? quisiera hallar el me-
dio de no pagar los intereses á ningún usurero.
SÓCRATES.
Pues manos á la obra, cúbrele, fija tu inteligen-
cia en un pensamiento sutil y estudia minuciosa-
mente el asunto, distinguiendo bien sus diferentes
partes y reflexionando sobre ellas.
ESTREPSÍADES.
¡Ay de mil
(i) Nihil^ nisi^enem hunc, quem teneo dextera.
SÓCRATES.
Tranquilízate; si tropiezas con alguna dificultad,
sepárate de ella; y en seguida vuelve al mismo
pensamiento y reflexiona sobre él.
ESTREPSÍADES.
lAy, queridísimo Sócrates!
SÓCRATES.
¿Qué pasa, anciano?
ESTREPSÍADES.
Yahedado con un medio de no pagar los intereses.
SÓCRATES.
Manifiéstalo.
ESTREPSÍADES.
Di: ¿si yo comprase una hechicera de la Tesalia,
que hiciera bajar de noche á la luna y la guardase
después encerrada en una caja redonda, como si
fuera un espejo...?
SÓCRATES.
¿Para qué puede servirte...?
ESTREPSÍADES.
¿Para qué? si la luna no volviese á salir, yo no
tendría que pagar más intereses.
SÓCRATES.
¿Cómo?
ESTREPSÍADES.
Porque los intereses se pagan cada mes.
SÓCRATES.
Perfectamente. Pero yo voy á proponerte otra
astucia. Dime, si se dicta contra tí una sentencia
que te condena al pago de cinco talentos, ¿cómo te
arreglarás para que desaparezca?
i
i
Í84
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
"m
ESTREPSÍADES.
¿Cómo? ¿cómo? no sé : pero es preciso hallar un
medio.
SÓCRATES.
No concentres siempre el pensamiento dentro de
tí mismo; dale suelta y déjale volar como un esca-
rabajo á quien se ata un hilo al pié para que no se
escape.
ESTREPSÍADES.
He hallado un medio ing-eniosisimo para anular
la sentencia; tu vas á ser de mi opinión.
SÓCRATES.
¿Chiál?
ESTREPSÍADÍíS.
i Has visto alguna vez en la tienda de los dro-
guistas una piedra hermosa y diáfana, que sirve
para encender fueg*o?
SÓCRATES.
¿Hablas del cri^ítal?
ESTREPSÍADES.
Del mismo.
SÓCRATES.
Y bien, ¿qué barias?
ESTREPSÍADES.
Cogería el cristal , y cuando el escribano escri-
biera la sentencia, yo, permaneciendo bastante se-
parado, derretirla (1) al sol el documento que me
condenaba.
(i) Se escribía sobre tablas cubiertas de una ligera
capa de cera.
SÓCRATES.
• Ingfeniosísimo, por las Gracias.
ESTREPSÍADES.
I Qué placer, borrar una sentencia que me con-
dena al pagfo de cinco talentos!
SÓCRATES.
Vamos á ver si encuentras pronto esto.
ESTREPSÍADES.
¿Qné?
SÓCRATES.
El modo de contradecir la petición del deman-
dante en un juicio, cuando ya vas á ser condenado,
por falta de testig'os.
ESTREPSÍADES.
Eso es sumamente fácil.
SÓCRATES.
Veamos.
ESTREPSÍADES.
Cuando no quedase por sentenciar más que un
pleito antes del mió, correría á ahorcarme.
SÓCRATES.
Eso nada vale.
ESTREPSÍADES.
¿Pues no ha de valer? Por los dioses , ¿quién me
pondría pleito después de mi muerte?
SÓCRATES.
Desvarías. Vete de aquí; no quiero enseñarte
más.
ESTREPSÍADES.
Por los dioses, querido Sócrates, dime la causa.
i'i I
286
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
287
SÓCRATES.
Porque olvidas al instante todo cnanto se te en-
seña. Y si no, dime: ¿qué era lo que has aprendido
primeramente?
ESTRRPSIADRS.
Veamos: ¿qué era lo primero? ¿qué era lo pri-
mero?. . . ¿qué era aquello en que g-uardábamos el
trig-o?... jAy de mí! ¿qué era?
SÓCIIATKS.
Vaya enhoramala el más desmemoriado y el más
estúpido de todos los viejos.
KSTRKPSIADKS.
jAh desdichado! ¿qué será de mí? Soy perdido,
por no haber aprendido á manejar bien la leng-ua.
Vosotras, oh Nubes, dadme alg-un buen consejo.
CORO.
Nosotras, anciano, te aconsejamos que si tienes
educando á alg-un hijo, lo envíes para que estudie
por tí.
ESTRKinSADKS.
Ten^o un hijo buen ) y hermoso; pero no quiere
estudiar. ¿Qué haré?
CORO.
Y ¿tú toleras eso^
líSTRHPSlADRS.
Es vig-oroso y de buena constitución, y desciende
por parte de madre de la noble familia de Oesira.
Me dirig-iré á él, y si se nieg'a , no cómo pan hasta
que no lo eche de casa. Mntra, tú, adentro y espé-
rame un poco.
CORO.
¿Reconoces (1) que nosotras te proporcionamos
más bienes que todos los demás dioses? Porque ese
está dispuesto á hacer todo cuanto le mandes. El
pobre hombre queda atónito y deslumhrado por tu
ingenio; procura sacar de él todo cuanto puedas, y
que sea pronto, porque no suelen durar mucho tan
buenas disposiciones.
líSTREPSIADES.
No, no permanecerás más en esta casa, lo juro
por la Niebla: lárg-ate, y cómete las columnas (2) de
tu tío Meg-ácles.
FIDIPIDES.
jDesg-raciado! ¿Qué te pasa, padre mió? Por Jú-
piter olímpico, tú has perdido el seso.
ESTREPSIADES.
jMira, mira «Júpiter olímpico!» jQué estupidez!
¿á tu edad crees en Júpiter olímpico?
FHHPIDES.
¿De qué te ríes?
ESTREPSIADES.
De verte tan chiquillo dando crédito á todas esas
vejeces. Acércate y sabrás muchas cosas; y aun te
diré algnma que en cuanto la sepas te sentirás con-
vertido en hombre; pero no se la dig-as á nadie.
(i^ Dirigiéndose á Sócrates.
(2) Por ser lo único que le resta de su antigua opu
lencia.
9S8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
289
FIDIPIDES.
Heme aqai. ¿Qué es ello?
ESTREPSIADES.
Acabas de jurar por Júpiter.
FIDIPIDES.
Es cierto.
ESTREPSIADES.
¡Mira que bueno es estudiar! No existe Júpiter,
querido Fidípides.
FIDIPIDES.
¿Pues quién?
ESTREPSIADES.
Reina el Torbellino, que ha expulsado á Jápiter.
FIDIPIDES.
¿Qué estás disparatando?
ESTREPSIADES.
Sabe que es como te digo.
FIDIPIDES.
¿Quién dice eso?
ESTREPSIADES.
Sócrates el Méllense (1), y Querefon, que conoce
las huellas de una pulga.
FIDIPIDES.
¿Tan adelante has ido en tu locura que das cré-
dito á esos atrabiliarios?
ESTREPSIADES.
Conten la lengua, y no murmures de esos hom-
bres hábiles é inteligentes que, por economía, ni
(I) Sócrates era de Atenas; pero Aristófanes le llama
Meliense, porque el ateo Diógorus era natural de Mélos.
se rasuran, ni se perfuman, ni van nunca al baño
para lavarse; mientras que tú disipas mis bienes
como si ya hubiese muerto. Pero vé cuanto antes v
aprende por mí.
FIDIPIDES.
¿Qué cosa buena puede aprenderse de ellos?
ESTREPSÍADES.
Toda la sabiduría humana. Tú mismo has de co-
nocer lo ignorante y estúpido que eres. Pero espé-
rame aquí un momento (1).
FIDIPIDES.
íAh! ¿qué haré? Mi padre está loco. ¿Le argüiré
de demencia en los tribunales, ó noticiaré su enfer-
medad á los confeccionadores de ataúdes?
ESTREPSÍADES.
Vamos á ver: ¿cómo llamas á este pájaro?
FIDIPIDES.
Faisán.
ESTREPSÍADES.
Bien, ¿y á esta hembra?
FIDÍPmES.
Faisán.
ESTREPSÍADES.
¿Los dos lo mismo? eso es ridículo. En ade-
lante no hables. Llama á ésta faisana y á aquél
faisán.
I (i) Entra un momento en la casa, de donde sale con un
gallo y una gallina en la mano, que aquí sustituimos por
una pareja de faisanes, y repite la lección que antes reci-
pió de Sócrates. .
i9
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
29i
FIDÍPIDES.
¿Faisana dices? ¿Esas son las grandes cosas que
has aprendido de los hijos de la Tierra?
ESTREPSÍADES.
Y otras muchas; pero á causa de mis años cuan-
do aprendia algo se me olvidaba en seguida.
FIDÍPIDES.
¿Por eso has perdido tu vestido?
ESTREPSÍADES.
No lo he perdido; lo he dejado en la escuela.
FIDÍPIDES.
¿Y qué has hecho de tus zapatos, pobre tonto?
ESTREPSÍADES.
Los he perdido, como Feríeles (1), en -lo que era
necesario. Ea, anda, marchemos: si obedeces á tu
padre, podrás delinquir sin cuidado alguno. No ha-
biascumplido seis años, y aun balbuceabas, cuando
yo te compré en las fiestas de Júpiter un carrillo
con el primer óbolo que gané administrando justi-
cia en el Heliástico.
FIDÍPIDES.
Algún dia te pesará lo que haces.
ESTREPSÍADES.
• Bien, ya me obedeces. iHe! Sócrates, sal aquí
pronto; te traigo á mi hijo, á quien he convencido
á duras penas.
(1) Alusión á la frase análoga de P^rícles al dar cuenU
délos diez talentos gastados en sobordar á los ^lf¡?\^\
espartanos. (Plutarco, Vida de Feríeles, c. XXII, XXIU.) ,
SÓCRATES.
Este es un mozo inexperto y w acostumhníMio á
nuestros cestos colgantes.
FIDÍPIDES.
Más acostumbrado estarías tú si te colgases.
ESTREPSÍADES.
¿No te irás al infierno? estás insultan,djO á te pro-
fesor.
SÓCRATES.
iSi te colgases, ha dicho! iQué horrible pronun-
ciación! ¡qué abrir la boca! ¿Cómo podrá aprender
éste la manera de ganar un pleito, de entablar
una demanda y de destruir los argumentos del
contrario? Hipérbolo aprendió todo esto por un ta-
lento.
ESTREPSÍADES.
No te apures y enséñale: porque tiene disposición
natural. Cuando era pequeñito, ya construía casas,
esculpía naves, fabricaba carritos de cuero y ha-
cía ranas de cascaras de granada. Enséñale los dos
razonamientos, el bueno, cualquiera que sea, y el
malo, que triunfa del bueno por medio de la injus-
ticia; ó, por lo menos, enséñale el razonamiento [/
injusto.
SÓCRATES.
Lo aprenderá de los mismos razonamientos.
ESTREPSÍADES.
Yo me retiro. Acuérdate de ponerle en estado de
refutar todos los argumentos justos.
•^m
292
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
293
CORO.
(Falta el canto del coro.)
EL RAZONAMIENTO JUSTO (1).
Sal aquí y muéstrate á los espectadores, th que
eres tan descarado.
EL RAZONAMIENTO INJUSTO.
Sea como ^stes; al fin te derrotaré con más fa-
cilidad hablando ante la multitud.
EL JUSTO.
¿Tú derrotarme? ¿Quién eres.^
EL INJUSTO.
ün razonamiento.
EL JUSTO.
Si, pero débil.
EL INJUSTO.
Pues te venceré, aunque te crees más fuerte.
EL JUSTO.
¿De qué modo?
EL INJUSTO.
Inventando pruebas nuevas.
EL JUSTO.
Eso está boy de moda, gracias á esos necios.
EL INJUSTO.
Di más bien á esos sabios.
EL JUSTO.
Yo te derrotaré vergonzosamente.
(4) El Razonamiento justo y el injusto eran traídos á la
escena en jaulas de mimbre como dos gallos preparados
para reñir.
EL INJUSTO.
¿Cómo?
EL JUSTO.
Diciendo lo que sea justo.
EL INJUSTO.
Yo lo echaré todo por tierra contradiciéndote.
En primer lug^r, nieg-o que haya justicia.
EL JUSTO.
¿Dices que no hay...?
EL INJUSTO.
Claro; y si no, ¿dónde está?
EL JUSTO.
Entre los dioses. ^
EL INJUSTO. /
Si la justicia existe, ¿cómo es que Júpiter no p(
recio cuando encadenó á su padre?
EL JUSTO.
íCómo! ¿Hasta ese extremo llega el mal? iQií&
asco! traedme una jofaina.
EL INJUSTO.
Eres un viejo chocho é imbécil.
EL JUSTO.
Y tú un bardaje sin vergüenza. . . !
EL INJUSTO.
Como si me cubrieras de rosas.
EL JUSTO.
¡Payasol...
EL INJUSTO.
Me coronas de lirios.
EL JUSTO.
Y parricida.
294
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
295
EL INJUSTO.
Pero ¿no conoces que me empolvas con oro?
EL JUSTO.
En otro tiempo esto te parecía plomo.
EL INJUSTO.
Pues ahora me sirve de adorno.
EL JUSTO.
iQué desverg'onzado!
EL INJUSTO.
¡Qué estúpido!
EL JUSTO.
Por tí no frecuenta ning-un joven las escuelas: ya
conocerán al^n día los Atenienses lo que enseñas
á esos necios.
EL INJUSTO.
Tu suciedad me repug-na.
EL JUSTO.
Ahora eres rico, pero no há mucho pedias limos-
na, y te comparabas á Telefo de Misia, teniendo
por única comida las sentencias de Pandelótes que
llevabas en tu alforja.
EL INJUSTO.
iQuó gran sabiduría. . . !
EL JUSTO.
¡Qué gran locura. . . !
EL INJUSTO.
iMe estás recordando. . . !
EL JUSTO.
La tuya y la de Atonas que alimenta al corruptor
de la juventud.
EL INJUSTO.
¿Pretendes educar á este joven, viejo chocho?
EL JUSTO.
Claro está que sí, á no ser que quiera perderle y
ejercitarse sólo en la charlatanería.
EL INJUSTO.
Acércate aquí y déjale que delire.
EL JUSTO.
Te arrepentirás si le tiendes la mano.
CORO.
Dejaos de riñas y de injurias; y declarad, tú lo
que enseñabas á los hombres de otra época, y tú la
nueva doctrina; para que este joven, oído y sen-
tenciado vuestro pleito, se decida por lo que mejor
le parezca.
EL JUSTO.
Me place.
EL INJUSTO.
A mí también.
CORO.
Ea, ¿quién hablará primero?
EL INJUSTO.
Concedo que principie éste; cuando haya ha-
blado, yo me encargo de destrozar sus dichos con
palabras y pensamientos nuevos, agudos como
flechas; y por último, si aun se atreve á respirar,
los rasgos de mi elocuencia le darán muerte, pi-
cándole toda la cara y los ojos, como si fueran tá-
banos.
CORO.
Vais á demostrar ahora por medio de artificiosas
\11IIJL
296
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
\
LAS NUBES.
297
palabras, sutiles pensamientos y profundas sen-
tencias cuál de vosotros es más hábil en el arte
oratoria. Hoy se debaten grandes asuntos de la
filosofía, por la cual mis amig-os libran un gran
combate. Tú, que inspiraste á los antiguos tan bue-
nas costumbres, levanta la voz en defensa de tu
causa favorita, y danos á conocer tu carácter.
EL JUSTO.
Voy á decir cuál era la educación antig-ua, en
los tiempos florecientes en que yo predicaba la
justicia, y la modestia reinaba en las costumbres.
En primer lugar, era necesario que ning*un niño
pronunciase imperfectamente. Los que vivian en
un mismo barrio, iban á casa del maestro de mú-
sica, recorriendo modestamente las calles desnudos
y en buen orden, aunque la nieve cayese tan es-
pesa como la harina del cedazo: después se senta-
ban con las piernas separadas y se les enseñaba ó
el canto «Temible Palas, destructora de ciudades,»
ó el que principia «Grito resonante á lo lejos,» con-
servándoles el aire que les hablan dado sus ante-
pasados. Si alguno de ellos trataba de hacer alguna
payasada, ó cantar, imitando los modos de Ejos y
Sifnios, con las muelles inflexiones inventadas por
Frínis (1), y que hoy gozan de tanta popularidad,
era inmediatamente castigado con sendos azotes
por enemigo de las Musas. En el g'imnasio debian
sentarse con las piernas extendidas para no ense-
ñar ninguna indecencia; y cada cual al levantarse
debia remover la arena, cuidando de no dejar álos
amantes ning-una huella de su sexo. NingTin niño
se ungia entonces más abajo del ombligo, flore-
ciendo en sus vergüenzas un vello suave como el
de las manzanas; ni se ofrecía por sí mismo á un
amante con dulces inflexiones de voz y miradas
lascivas. No les era permitido comer rabanas, ni
el anís, reservado á los viejos, ni apio, ni peces, ni
tordos (1), ni poner una pierna sobre otra (2).
EL INJUSTO.
Todo esto es antiquísimo y coetáneo de las fies-
tas Diipolias (3), llenas de cigarras (4), del poeta
Cécidas (5) y de las Eufonías.
EL JUSTO.
Sin embargo, esta fué la educación que formó
los héroes que pelearon en Maratón. Tú en cambio
les enseñas á envolverse en seguida en sus vestidos;
así es que me indigno, cuando, si les es necesario
bailar en las Panateneas, veo á algunos cubrién-
dose con el escudo, sin cuidarse de Minerva. Por
lo tanto, joven, decídete por mí sin vacilar; y apren-
(1) Tañedor de lira, que obtuvo el primer premio en
las Panateneas, siendo arconte Cálias.
(1) Esta prohibición reconocia por causa la virtud afro-
disiaca de todos esos alimentos.
(!2) Esta postura era muy indecente entre los Griegos.
Su prohibición á los niños debia obedecer á motivos aná-
logos al de la anterior.
(3) Las fiestas Diipolias y Bufonias eran una misma en
honor de Júpiter Polieus 6 protector de la ciudad.
(4) Alude á una moda antigua de Atenas, que consistía
en sujetar los cabellos con una cigarra de oro.
(5) Poeta ditirámbico muy anttguo.
-Si
298
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS NUBES.
299
derás á aborrecer los pleitos, á no acudir á los ba-
ños públicos, á avergonzarte de las cosas torpes,
¿ indignaarte cuando se burlen de ti, á ceder tu
asiento á los ancianos que se te acerquen, á con-
ducirte bien con tus padres, y á no hacer nada
deshonesto, porque debes de ser la imagen del pu-
dor; á no extasiarte ante las bailarinas, no sea que
mientras las miras como un papanatas, alguna
meretriz te arroje su manzana (1), con detrimento
de tu reputación; á no contradecir á tu padre, ni,
burlándote de su vejez, recordar los defectos del
que te ha educado.
EL INJUSTO.
Cree lo que este dice, y, por Baco, te parecerás á
los hijos de Hipócrates (2), y te llamarán el tonto.
EL JUSTO.
Brillarás en los gimnasios; no charlarás sande-
ces en la plaza pública, como hacen los jóvenes del
dia; ni entablarás pleitos por la cosa más pequeña,
cuando pueden arruinarte las calumnias de tus ad-
versarios. Sino que, bajando á la Academia, te pa-
searás con un sabio de tu edad bajo los olivos sa-
grados, ceñidas las sienes con una corona de caña
blanca, respirando en la más deliciosa ociosidad
el perfume de los tejos y del follaje del álamo blan-
co, y gozando de los hermosos dias de primavera,
en los que el plátano y el olmo confunden sus mur-
mullos.
(i) Como prenda de amor.
(-2) Eran tres, tan notables por su estupidez, que tue-
ron objeto de la burla de ios poetas cómicos.
Si haces lo que te digo, y sigues mis consejos,
tendrás siempre el pecho robusto, el cutis fresco,
anchas las espaldas, corta la lengua, gruesas las
nalgas, y proporcionado el vientre (1). Pero si te
aficionas á las costumbres modernas, tendrás muy
pronto color pálido, pecho débil, hombros estre-
chos, lengua larga, nalgas delgadas, vientre des-
proporcionado, y serás gran litigante. El otro te
educará de tal modo que te parecerá torpe lo ho-
nesto, y honesto lo torpe, y por último, serás tan
infame como Antímaco.
CORO.
iQué grato perfume de virtud exhalan tus pala-
bras, cultivador de la más sólida y elevada filo-
sofía! ¡Dichosos hombres los que vivieron en la
época de tu esplendor! Tú, que posees todos los
recursos de la oratoria, es preciso que digas algo
nuevo contra éste, que se ha hecho digno de ala-
banza. Necesitas ciertamente emplear recursos ex-
traordinarios contra tu adversario, si quieres ven-
cerle y no ser blanco de la burla de todos.
EL INJUSTO.
Hace tiempo que me abrasa la impaciencia, y
ardo en deseos de echar por tierra todos sus argu-
mentos. Los filósofos me llaman injusto, porque
soy el primero que he descubierto la manera de
contradecir las leyes y el derecho; pero ¿no es una
habilidad inestimable la de salir vencedor en la
causa más débil? Verás cómo refuto su decantado
(1) Penem.
300
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
30 i
J
sistema de educación. En primer lug^r, te prohibe
los baños calientes. ¿En qué te fundas para vitu-
perar los baños calientes?
EL JUSTO.
En que son perjudiciales y debilitan al hombre.
EL INJUSTO.
Alto: ya estás cog-ido y no te escaparás. Dime,
¿cuál de los hijos de Júpiter ha sido el más esfor-
zado y ha llevado á cabo más trabajos?
EL JUSTO.
Creo que ning*uno sobrepuja á Hércules.
EL INJUSTO.
Y ¿dónde has visto baños fríos bajo la advoca-
ción de Hércules? (1) Sin embarg-o, ¿quién era el
más esforzado?
EL JUSTO.
Esas son las razones que los jóvenes tienen siem-
pre en la boca, y gracias á ellas los baños están
llenos y desiertas las palestras.
EL INJUSTO.
También vituperas la costumbre de hablar en la
plaza pública. Yo la alabo. Porque, si eso fuese
perjudicial, Homero no hubiera hecho orador á
Néstor, ni á todos los demás sabios. Pasemos al
ejercicio de la leng*ua: dice que los jóvenes no de-
ben cultivarla; yo dig-o lo contrario. También re-
comienda la modestia. En total, dos malos con-
sejos. Porque ¿á quién has visto que haya conse-
guido bien alguno por medio de la modestia? Ha-
bla, refútame.
EL JUSTO.
He visto muchos: por causa de ella recibió Pe-
leo (1) una espada.
EL INJUSTO.
íüna espada! iLinda g-anancia tuvo el desdicha-
do! Ahí tienes á Hipérbolo, que gracias á su malicia
y nó á su espada, ha granado muchos talentos ven-
diendo lámparas.
EL JUSTO.
El mismo Peleo, por ser modesto, se casó con la
diosa Tétis.
EL INJUSTO.
Que se marchó muy pronto y le dejó solo; por-
que no era un hombre violento, capaz de pasar
toda la noche en dulces luchas de amor, que es lo
que agrada á las mujeres. Pero tú eres un viejo
chocho.
Considera, joven, todas las contrariedades de la
modestia, y de qué placeres te privará; de los mu-
chachos, de las mujeres, de los jueg-os (2), de los
pescados, de beber y de reir. ¿Para qué quieres la
vida, privada de estos placeres? Basta de esto. Paso
ahora á las necesidades de la naturaleza. Has de-
linquido, has amado, has cometido alg^un adulte-
(1) Las fuentes de aguas termales se llamaban baños
de Hércules.
(1) Peleo recibió una espada de los dioses, cuando fué
expuesto sin armas al furor de las fieras, á causa de la ca-
lumnia de Hipólita.
(2) Aristófanes nombra el Cótabo, por toda clase de
juegos.
/
302
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
303
rio y eres cogido iafra^anti; ya eres hombre muerto
porque no sabes defender ta causa. Pero, conmi-
go, goza sin cuidado de la vida, baila, rie, y nada
te avergüence. Si eres sorprendido con la mujer
ajena, asegura al marido que no has faltado; ecba
la culpa á Júpiter, que también fué vencido por el
amor y las mujeres. Tú, siendo mortal, ¿cómo pue-
des ser más fuerte que el padre de los dioses?
EL JUSTO.
Y si siguiendo tus lecciones, es condenado al
castigo de los adúlteros (1): ¿encontrará entonces
algún argumento para demostrar que no es un
bardaje?
EL INJUSTO.
Y aunque sea un bardaje, ¿qué mal hay en ello?
EL JUSTO.
»
¿Puede haber mal mayor?
EL INJUSTO.
¿Qué dirás si también te venzo en este punto?
EL JUSTO.
Me callaré; ¿qué podria hacer?
EL INJUSTO.
Ea, dime, ¿á qué clase pertenecen los oradores?
EL JUSTO.
A la de los bardajes (2) .
EL INJUSTO.
Lo creo. ¿Y los poetas trágicos?
(1) Véase el Escoliasta. (Las Nuhes. 1083; Pluto, 168.
De este castigo, que producía la euriproctia, se libraba el
culpable mediante el pago de una multa.
(2) EJ eüpu7rp(í)xx(«)v.
EL JUSTO.
A. la de los bardajes.
EL INJUSTO.
Tienes razón. ¿Y los demagogos?
EL JUSTO.
A la de los bardajes.
EL INJUSTO.
¿Ves cómo yo no hablaba tan neciamente? Mira
ahora á qué clase pertenecen la mayoríade los es-
pectadores.
EL JUSTO.
Ya miro.
EL INJUSTO.
¿Qué ves?
EL JUSTO.
Por los dioses, veo que los más son bardajes. Es-
te que yo conozco, ese, y aquel de los largos ca-
bellos.
EL INJUSTO.
¿Qué dices ahora?
EL JUSTO.
Somos vencidos. ¡Bardajes, recibid mi manto; me
paso á vosotros!
fSe retiran J
SÓCRATES.
Y bien, ¿quieres llevarte á tu hijo, ó dejarle para
que le enseñe el arte de hablar?
ESTREPSÍADES.
Enséñale, castígale, y no te olvides de afilar bien
304
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
SU lengua, de modo que uno de sus dos filos le sirva
para los neg-ocios de poca monta, y el otro para los
de mucha importancia.
SÓCRATES.
Pierde cuidado; te le enviaré hecho im completo
sofista.
FIDÍPIDES.
Bien pálido, me parece, y bien miserable.
CORO.
Id, pues; creo que te arrepentirás algún dia.
(Entran en la escicela de Sócrates.) Queremos deci-
ros, jueces, lo que ganareis si nos otorgáis la pro-
tección merecida. En primer lugar, al principio de
la primavera, cuando queráis labrar vuestras tierras
lloveremos antes para vosotros y en seguida para
los demás; después, cuando vuestras viñas tengan
ya racimos, cuidaremos de que no las perjudiquen
ni la sequía ni la excesiva humedad. Pero, si algún
mortal nos ofende, piense en los muchos males
que le reserva nuestra venganza. No recogerá de
su campo vino ni fruto alguno; cuando principien
á brotar sus vides y sus olivos, los devastaremos y
los destruiremos por medio del huracán; si le ve-
mos fabricar ladrillos, lloveremos y romperemos
con redondo g-raniz o las tejas de su casa; cuando él
ó alguno de sus parientes ó amigos contraiga ma-
trimonio, lloveremos á torrentes toda la noche (1),
LAS NUBES.
305
(\) Para apagar las antorchas á cuya luz era conducida
la novia á casa de su marido.
de modo que preferirá haber estado en Eg-ipto á
haber juzgado injustamente.
fEstrepsiades sale de su casa con un saco de Jmrina
y se dirije á la de Sócrates J
ESTREPSIADES.
Aun faltan cinco dias; después cuatro, tres,
dos, y por último viene luego á toda prisa el que
más temo, detesto y abomino, el dia treinta del
mes (1). Todos mis acreedores hacen el depósito
necesario para entablar un pleito y juran arruinar-
me y perderme: sin embargo, mis proposiciones
son moderadas y justas. «Amigo mió, digo á cada
uno, no me exijas por ahora esta cantidad; dame
próroga para pagarte esta otra; perdóname aque-
lla.» Pero ellos dicen que así no cobrarán nunca,
me insultan llamándome injusto, y dicen que van
á procesarme. iQue me procesen! poco me impor-
ta, si Fidípides aprende el arte de hablar bien.
Pronto lo sabré; llamemos á la puerta de la es^
cuela. ¡Esclavo! ihola, esclavo!
SÓCRATES.
Salud á Estrepsíades.
(i) EvTi xa v¿a significa literalmente el viejo y el nue-
vo porque Solón le consideró común al mes que termina-
R^n L. A"^ ^^^^ principio. (Plutarco, vida de Solón, c. 25.)
En este día se pagaban los intereses. ^
20
7"
306
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ESTREPSÍADES.
Salud á Sócrates. Por lo pronto, toma esto (1).
Es justo regalar alg-una cosa al maestro. Di, ¿ha
aprendido mi hijo el famoso razonamiento?
SÓCRATES.
Lo ha aprendido.
ESTREPSIADES.
¡Bien, oh Fraude omnipotente!
SÓCRATES.
Podrás ^anar todos los pleitos que quieras.
ESTRE3ÍADES.
¿Aunque haya habido algún testiguo cuando yo
tomé el préstamo?
SÓCRATES.
Aunque haya habido mil.
ESTREPSIADES.
De modo que podré gritar en alta voz: ¡Ay de
vosotros, usureros! ahora pereceréis con vuestro
capital y los intereses de los intereses; no me veja-
reis más, porque en esa escuela se educa un hijo
mió, armado de una lengua de dos filos, que será
mi defensor, el salvador de mi casa, el azote de mis
enemigos, el que libertará á su padre de infinitos
cuidados y molestias. Llámale pronto afuera. ¡Hijo
mió, hijo mió! ¡Sal de la casa! ¡Atiende á tu padre!
SÓCRATES.
Helo aquí.
4
í
LAS NUBES.
307
ESTREPSIADES.
¡Oh, amigo mió! ¡amigo mió!
SÓCRATES.
Parte, y llévatelo.
(Sócrates entra en su casa,)
ESTREPSIADES.
¡Oh, hijo mió! ¡Ah! ¡Ah! ¡Cuánto me alegro al
ver tu color! Tu rostro indica que estás dispuesto
primero á negar, después á contradecir, y que te es
muy familiar esta frase: «¿Qué dices tú?» y el fin-
girte injuriado, cuando injurias y maltratas á los
demás. Hasta en tu semblante brilla la mirada áti-
ca. Ahora date maña á salvarme, ya que me has
perdido.
FIDÍ PIDES.
¿Qué te atemoriza?
ESTREPSIADES.
El dia viejo y nuevo.
FIDÍPIDES.
¿Hay acaso algún dia viejo y nuevo?
ESTREPSIADES.
En él dicen que van á hacer sus depósitos para
procesarme.
FIDÍPIDES.
Pues perderán los depositantes; porque un dia no
puede ser dos dias.
ESTREPSIADES.
¿Que no puede ser?
(1) La harina que le prometió antes.
308
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
FIDÍPIDES.
¿Cómo? á menos que la misma mujer pueda ser
á un tiempo vieja y joven.
ESTREPSÍADES.
La ley así lo dispone.
FIDÍPIDES.
Indudablemente no comprenden bien el espíritu
de la ley.
ESTREPSÍADES.
¿Cuál es su espíritu?
FIDÍPIDES.
El viejo Solón era, por carácter, ami^o del pueblo.
ESTREPSÍADES.
Eso no tiene nada que ver con el dia nuevo y
viejo.
FIDÍPIDES.
Y fijó dos días para la citación á juicio, el viejo y
el nuevo, á fin de que los depósitos fuesen hechos
el dia del novilunio.
ESTREPSÍADES.
¿Y por qué añadió el viejo?
FIDÍPIDES.
¿Pre^ntas por qué, fatuo? Con objeto de que los
que hayan sido citados tengan un dia para arre-
glar ami^blemente el asunto; y de lo contrario,
para que pueda reclamárseles en la mañana misma
del novilunio.
ESTREPSÍADES.
Entonces, ¿por qué los magistrados no reciben
los depósitos el dia primero de mes, sino en el an-
terior, en el dia nuevo y viejo?
LAS NUBES.
309
, FIDÍPIDES.
f Me parece á mí que hacen lo que los g-lotones,
adelantan un dia para disfrutar más pronto de los
depósitos de los litigantes.
ESTREPSÍADES.
íBien! Pobres tontos que servís de juguete á nos-
otros los sabios, porque sois como piedras, como un
rebaño de imbéciles, como borregos aglomerados
al acaso cual si fuerais tinajas. Preciso es que yo
entone un himno de alabanza en honor mío y de
mi hijo.
«íFeliz Estrepsíades, cuan sabio eres, y qué hijo
has educado!» Tales serán las palabras de mis ami-
gos y conciudadanos cuando me feliciten por ha-
ber ganado mis pleitos con tu elocuencia. Pero
entra, que antes quiero darte una buena comida.
(E)htran en la casa,)
pÁsiAs ((Ungiéndose al testigo que viene con él),
¿Conviene perder alguna vez los bienes propios
en provecho de los demás? Nunca seguramente.
Yo debí hace tiempo deponer toda vergüenza y me
hubiera ahorrado estos disgustos. Ahora, para re-
cobrar mi dinero, tengo que traerte como testigo,
y convertir en enemigo un conciudadano. Pero su-
ceda lo que suceda, jamás, mientras viva, me he
de mostrar indigno de mi patria (1). Citaré á Es-
trepsíades...
(Sale Bstrepsiades.)
I (i) Alude á la afición á pleitear de los Atenienses.
i
/
310
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
ESTREPSIADES.
¿Quién es este?
PÁSIAS.
Para el dia viejo y nuevo.
ESTREPSIADES.
Sed testig-os de que ha indicado dos dias á la
vez. ¿Por qué me citas?
PÁSIAS.
Por las doce minas que te presté cuando com-
praste el caballo tordo.
ESTREPSIADES.
¿Un caballo? ¿No le oís todos vosotros que sabéis
cuÁnto aborrezco la equitación?
PÁSIAS.
Y juraste por los dioses que me las hablas de res-
tituir.
ESTREPSIADES.
¡Por Júpiter! entonces mi hijo Fidipides aun no
habla aprendido el razonamiento irresistible.
PÁSIAS.
¿Y piensas por eso negar ahora tu deuda?
ESTREPSIADES.
¿Qué otro provecho he de sacar de aquella ense-
ñanza?
PÁSIAS.
¿Y te atreverás á negarla ante los dioses cuando
yo te exija el juramento?
ESTREPSIADES.
¿Qué dioses?
PÁSIAS.
Júpiter, Mercurio, Neptuno...
\
LAS NUBES.
311
ESTREPSIADES.
Sin duda; y aun añadiré tres óbolos por el gusto
de que me hagas prestar juramento.
PÁSIAS.
¡Ojalá castiguen tu desvergüenza!
ESTREPSIADES.
Si á este hombre le restregasen con sal estaría
mejor (1).
PÁSIAS.
¡Ah, te burlas!
ESTREPSÍADES.
Caben en él seis congios (2).
PÁSIAS.
¡Por el gran Júpiter y por todos los dioses! no te
burlarás de mí impunemente.
ESTREPSIADES.
Me estás dando risa con tus dioses. Júpiter, por
quien juras, excita la hilaridad de las personas
ilustradas.
PÁSIAS.
Algún dia serán castigadas tus blasfemias. Pero
contesta si me pagarás ó nó; despáchame pronto.
ESTREPSIADES.
Ten paciencia. En seguida te voy á contestar
claramente.
(Entra en su casa.)
PÁSIAS.
¿Qué te parece que hará?
(i) Para hacer de él un pellejo de vino.
(2) El congio (xoo;) era una medida de capacidad que
contenia doce cotilas. La cotila equivale á 27 centilitros.
342
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL TESTIGO.
Me parece que te restituirá lo que le prestaste.
ESTREPSIADES.
¿Dónde está el que reclama el dinero? Di, ¿qué
es esto?
písias.
¿Qué es eso? Una pequeña troj (1).
ESTREPSIADES.
¿Y te atreves á reclamar tu dinero siendo tan
rudo? No; jamás devolveré ni un óbolo á quien lla-
ma troj á la troja.
PÁSIAS.
¿Conque no me pagarás?
ESTREPSIADES.
Nó, que yo sepa. ¿Pero te marchas, ó piensas
echar raíces en la puerta?
PASTAS.
Me voy. Mas ten presente que ó me muero, ó
ha^o el depósito leg-al para demandarte.
ESTREPSIADES.
Será una nueva pérdida que tendrás que añadir
á la de las doce minas. De todas maneras, siento
que te suceda eso por haber llamado neciamente
troj á la troja.
AMINIAS.
¡Ay, pobre de mí!
(\) Lit: una artesa.
LAS NUBES.
313
ESTREPSIADES.
íHolal ¿Quién es este que se queja? ¿Acaso ha
hablado alg-uno de los dioses de Carcino? (1)
AMÍNIAS.
¿Quién soy? ¿Quieres saber quién soy? Soy un
hombre desgfraciado.
ESTREPSIADES.
Sigue entonces tu camino.
AMÍNIAS.
íOh, triste suerte mia! ¡Oh fortuna, que has roto
las ruedas de mis carros! jOh Palas, tú me has per-
dido! (2)
ESTREPSIADES.
¿Pues qué daño te ha causado Tlepólemo?
AMÍNIAS.
No te burles de mí, amig-o mío; manda más
bien á tu hijo que me devuelva el dinero que
me debe, hoy principalmente que estoy en la des-
gracia.
ESTREPSIADES.
¿De qué dinero hablas?
AMÍNIAS.
Del que le presté. .
ESTREPSIADES.
TÚ no estás bueno, á lo que parece.
(1) Poeta que en alguna de sus tragedias introdujo
dioses que se lamentaban.
(2) Parodia de una tragedia de Jenócles, hijo de Car-
cino, en la que Alcmena lamenta en iguales términos la
muerte de su hermano Licinmio á manos de Tlepólemo.
3i4
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
AMÍNIAS.
Es verdad, me he caido al hacer ^lopar los ca-
ballos.
ESTREPSIADES.
Pues no se conoce, porque deliras como si nunca
te hubieras caido del asno (1).
AMÍNIAS.
¡Conque deliro porque quiero cobrar lo que se
me debe!
ESTREPSIADES.
Es imposible que estés en tu sano juicio.
AMÍNIAS.
¿Por qué?
ESTREPSIADES.
Me parece que tienes el cerebro algo perturbado.
AMÍNIAS.
Por Mercurio, te citaré á juicio, si no me devuel-
ves el dinero.
ESTREPSIADES.
Dime: cuando llueve ¿crees tú que Júpiter hace
siempre caer agua nueva, ó bien que es la misma
suspendida en el aire por el calor del sol?
AMÍNIAS.
No lo sé, ni me importa saberlo.
ESTREPSIADES.
Entonces, ¿cómo ha de ser justo el pagarte si no
tienes ning-una noción de meteorología?
(4) La frase griega significaba al mismo tiempo caer
en demencia, porque en la pronunciación se confimdian,
áic' 5vou y ítcó voO. Hemos tratado de sustituirla con una
frase española equivalente.
LAS NUBES.
315
AMÍNIAS,
Si te encuentras apurado, pág-ame al menos el
interés.
' ESTREPSIADES.
¿El interés? ¿Qué animal es ese?
i AMÍNIAS.
Es el dinero que va creciendo más y más cada
dia, á medida que trascurre el tiempo.
1 ESTREPSÍADES.
Muy bien dicho. Pero contesta: ¿crees tú que el
mar es ahora más gfrande que antes?
AMÍNIAS.
i No, por Júpiter, siempre es igual: porque el mar
no puede aumentarse.
ESTREPSIADES.
¿Y cómo, gran canalla, si el mar no crece á
pesar de los ríos que en él desembocan, preten-
des tú aumentar incesantemente tu dinero? A
ver si te largas pronto de esta casa. ¡Prontol Un
palo (1).
AMÍNIAS.
Sed testigos de esto.
ESTREPSIADES.
iLargo de aquí! ¿qué esperas? ¿No te moverás?
AMÍNIAS.
¿No es esto una injuria?
ESTREPSIADES.
¿Te mueves, ó me obligas á que te pinche como
(1) Literalmente «un aguijón.»
3i6
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
á un caballo de tiro? ¿Huirás? (Sale) Ya iba yo á
removerte con tus ruedas y tus carros.
fEstrepsíddes entra en la casaj
CORO.
jLo que es aficionarse á las malas obras! Este
viejo, que las ama con pasión, quiere defraudar á
sus acreedores el dinero que le prestaron; pero es
imposible que hoy no le sobrevengíi alg-una des-
gracia, y que este sofista, en castig-o de sus tramas,
no sea victima de alg"un mal imprevisto. Creo que
muy pronto conseg-uirá lo que deseaba, y su hijo
sabrá oponer hábiles arg-umentos contra la justi-
cia, y vencerá á todos sus adversarios aun cuando
defienda las peores causas. Pero quizá llegue á de
sear que su hijo sea mudo.
ESTREPSÍADES (Salieudo predpUadamente).
¡Ay! ¡Ay! Vecinos, parientes, ciudadanos, so-
corredme con todas vuestras fuerzas! ¡Me apalean!
íAy mis mandíbulas! ¡Infame! ¿no ves que es á tu
padre á quien maltratas?
FIDÍPIDES.
Lo confieso, padre mió.
ESTREPSÍADES.
¿Oís? confiesa que me maltrata.
FIDÍPIDES,
Sin duda.
LAS NUBES.
3i7
ESTREPSÍADES.
¡Perverso! ¡parricida! ¡horadador de murallas!
FIDÍPIDES.
Dime otra vez esas injurias, y añade otras; ¿sa-
bes que teng-o el mayor gusto en escucharlas?
ESTREPSÍADES.
¡Infame!
FIDÍPIDES.
Me estás cubriendo de rosas.
ESTREPSÍADES.
Maltratas á tu padre.
FIDÍPIDES.
Y, por Júpiter, he de demostrar que teng-o razón
en peg-arte.
ESTREPSÍADES.
¡Perversísimo! ¿Acaso puede nunca haber razón
para peg-ar á su padre?
FIDÍPIDES.
Yo te lo demostraré y te convenceré con mis pa-
labras.
ESTREPSÍADES.
¿Qae me convencerás?
FIDÍPIDES.
Hasta la evidencia y muy fácilmente. Elig-e cuál
de los dos razonamientos he de emplear.
ESTREPSÍADES.
¿Cuáles razonamientos?
FIDÍPIDES.
El fuerte ó el débil.
ESTREPSÍADES.
A la verdad, querido mío, daré por bien emplea-
t
348
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
319
dos mis afanes para enseñarte á contradecir la
justicia, si consig'iies persuadirme que es bueno y
justo que los hijos g-olpeen á sus padres.
FIDÍ PIDES. I,
Pues creo que te persuadiré de tal manera, que
en cuanto me hayas oido no tendrás nada que re-
plicarme.
ESTREPSIADES.
Teng^o granas de oirte.
CORO.
A tí te corresponde, anciano, el encontrar un
medio de reducirle á la obediencia; porque no esta-
rla tan soberbio si dudase de su triunfo. Por tanto,
hay algima cosa que le hace insolente como hom-
bre confiado en sus propias fuerzas. Pero primera-
mente conviene que dig^s al Coro cómo ha tenido
lug^r vuestra disputa. Esto es lo que debes hacer
antes de todo.
ESTREPSIADES.
Os diré cómo comenzó nuestra reyerta. Después
que hubimos comido, como sabéis, le mandé en
primer lugar tomar su lira y cantar la canción de
Simónide^ «Cuando el carnero fué trasquilado.» Y
en seguida rae replicó que era una necedad cantar
de sobremesa acompañado de la citara, como una
mujer ocupada en moler trigo.
FIDÍPIDES.
¿Y no era motivo para golpearte y patearte el que
me hubieses mandado cantar como si tuvieras ci-
garras convidadas?
ESTREPSIADES.
Ahora no hace más que repetir lo que me
dijo en casa: también aseguró que Simónides era
un mal poeta. Me contuve al principio, aunque
con trabajo, y le mandé que, tomando la rama de
mirto, me recitase algún trozo de Esquilo. <c¡Está
muy bien! me contestó; precisamente yo conside- \
ro á Esquilo el primero de nuestros poetas, como /
que es desordenado, enfático, estrepitoso y des/
igual.» Con estas palabras, considerad como esta-/
ría mi corazón; pero reprimiendo la ira, le dije:
«Ea, recita sino, alg-unos pasajes de los poetas mo-
dernos que son los más doctos.» Y en seguida cantó
un fragmento de Eurípides, en el que un hermano
¡justo cielo! viola á su hermana de madre (1). En-
tonces yo no pude contenerme y le dirigí los más
terribles insultos, y después, como suele suceder,
acumulamos injurias sobre injurias; y por último,
éste se lanza sobre mí, me g'olpea, me maltrata,
me sofoca y me mata.
FIDÍPIDES.
Muy justamente. ¿Por qué no elog-ias al doctísi-
mo Eurípides?
ESTREPSIADES.
¡El doctísimo: i Ah! . . . ¿Cómo diré yo? Pero seré de
nuevo maltratado.
(i) Una ley de Solón permitía el matrimonio con los
hermanos de padre, pero entre hermanos uterinos estaba
prohibido. Estrepsíades alude á una tragedia de Eurípides,
Bl Bolo, en que Macareo viola á su hermana Canace.
3á0
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS NUBES.
:m
FIDÍPIDES.
Sí, por Júpiter, y justísimamente.
ESTREPSIADES.
iJustísimameate, desverg-onzadol ¡k mí que te
he educado con tanto cariño, que adivinaba los
deseos que manifestabas con voz todavía balbu-
ceante.' Si decías «brin,i> te comprendía, y te daba
al punto de beber. Si decías «manman,»en seg-uida
te traía pan. Apenas habías dicho «cacean» te sa-
caba fuera y te sostenía para que hicieras tus ne-
cesidades (1). Ahora, aunque yo clame y g'ríte, es
bien seg-uro, bribón, que no me sacarás fuera, ni
me sostendrás. Al contrario, me sofocas y me obli-
gas á desahog-ar me aquí mismo.
CORO.
Creo que el corazón de los jóvenes palpita impa-
ciente por escuchar lo que va á decir. Y si logra
demostrar que obró justamente al perpetrar tai
crimen, no doy un comino (2) por la piel de los
viejos. Ahora, g-ran inventor y removedor de pala-
bras, busca arg-umentos convenientes para justifi-
car tu causa.
FIDÍPIDES.
iQuó grato es vivir entre cosas nuevas é ing-enio-
sas y poder despreciar las leyes establecidas!
Cuando me ocupaba sólo de la equitación, no podía
pronunciar tres palabras seguidas sin equivocar -
(i) Parodia del admirable discurso de Fénix en la Mia-
da. Lib. IX.
(2) Lit.: un garbanzo.
me; pero desde que este hombre me ha hecho
abandonar mis aficiones predilectas, y me he acos-
tumbrado á los pensamientos sutiles, á los discur-
sos y á las meditaciones, me siento capaz de probar
que he obrado bien maltratando á mi padre.
KSTRKPSÍADES.
Síg-ue con la equitación, por Júpiter. Prefiero
mantener cuatro caballos á ser molido á g-olpes.
FIDÍPIDES.
Reanudo mi discurso en donde tú lo has inter-
rumpido, y principio por preg-untarte: ¿Me pegaste
cuando era chico?
ESTRlíPSÍADES.
Sí, porque te quería y miraba por tu bien.
FIDÍPIDES.
Dime, ¿no será justo que ahora mire yo ig-ual-
inente por tu bien, y te peg-ue, puesto que el peg-ar
á uno es mirar por su bien? ¿Es razonable que tu
cuerpo esté exento de palos y el mío no? ¿No nací
yo de tan libre condición como tú? Lloran los hi-
jos, y ¿no han de llorar los padres? ¿Crees que los
padres no deben llorar?
¿Por qué?
líSTREPSIADKS.
I-'IDIPIDES.
TÚ dü-ás que la ley tolera que el niño sea castig-a-
do, y yo replicaré que los viejos son dos veces
niños, y que es más justo castig-ar á los viejos que
á los jóvenes, por cuanto sus faltas son menos ex-
cusables.
21
320
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
FIDÍPIDES.
Sí, por Júpiter, y justísimamente.
ESTREPSIADES.
iJustísimameate, desverg-onzadol ¡A mí que te
he educado con tanto cariño, que adivinaba los
deseos que manifestabas con voz todavía balbu-
ceante! Si decías «brin,» te comprendía, y te daba
al punto de beber. Si decías «manman,»en seg-uida
te traía pan. Apenas habías dicho «cacean» te sa-
caba fuera y te sostenía para que hicieras tus ne-
cesidades (1). Ahora, aunque yo clame y g^rite, es
bien seg-uro, bribón, que no me sacarás fuera, ni
me sostendrás. Al contrario, me sofocas y me obli-
gáis á desahogarme aquí mismo.
CORO.
Creo que el corazón de los jóvenes palpita impa-
ciente por escuchar lo que va á decir. Y si logra
demostrar que obró justamente al perpetrar tal
crimen, no doy un comino (2) por la piel de los
viejos. Ahora, g-ran inventor y removedor de pala-
bras, busca arg-umentos convenientes para justifi-
car tu causa.
FIDÍPIDES.
iQuó grato es vivir entre cosas nuevas é ingenio-
sas y poder despreciar las leyes establecidas!
Cuando me ocupaba sólo de la equitación, no podía
pronunciar tres palabras seguidas sin equivocar-
(4) Parodia del admirable discurso de Fénix en la lUa-
da, Lib. IX.
(2) Lit.: un garbanzo.
LAS NUBES.
mí
me; pero desde que este hombre me ha hecho
abandonar mis aficiones predilectas, y me he acos-
tumbrado á los pensamientos sutiles, á los discur-
sos y á las meditaciones, me siento capaz de probar
que he obrado bien maltratando á mi padre.
ESTREPSIADES.
Sigue con la equitación, por Júpiter. Prefiero
mantener cuatro caballos á ser molido á golpes.
FIDÍPIDES.
Reanudo mi discurso en donde tú lo has inter-
rumpido, y principio por preguntarte: ¿Me pegaste
cuando era chico?
ESTREPSIADES.
Sí, porque te quería y miraba por tu bien.
FIDÍPIDES.
Dime, ¿no será justo que ahora mire yo igual-
mente por tu bien, y te pegue, puesto que el pegar
á uno es mirar por su bien? ¿Es razonable que tu
cuerpo esté exento de palos y el mío no? ¿No nací
yo de tan libre condición como tú? Lloran los hi-
jos, y ¿no han de llorar los padres? ¿Crees que los
padres no deben llorar?
KSTREPSÍADES.
¿Por qué?
FIDÍPIDES.
TÚ dirás que la ley tolera que el niño sea castiga-
do, y yo replicaré que los viejos son dos veces
niños, y que es más justo castigar á los viejos que
á los jóvenes, por cuanto sus faltas son menos ex-
cusables.
2i
H-2-2
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ESTREPSÍADES.
Pero ning-una ley establece que el padre sea cas-
tig'ado.
FIDÍ PIDES.
¿No era hombre como tú y como yo el que prime-
ramente presentó aquella ley, y persuadió á los
antig-uos á que la aprobasen"? Pues bien; ¿qué se
opone á que yo haga una nueva por la cual los hijos
puedan á su vez castig-ar á los padres? De buen
^ado os perdonamos los g'olpes recibidos antes de
la promulg-acion de esta ley, y consentimos el ha-
ber sido maltratados impunemente. Mira cómo los
gallos y los demás animales se vuelven contra sus
padres: sin embargo, ¿se diferencian de nosotros
en otra cosa que en no redactar decretos?
ESTREPSÍADES.
Ya que imitas á los gallos en todo, ¿por qué no
comes estiércol y duermes en un palo?
FIDtPIDES.
No es lo mismo, querido; Sócrates no admitirla
ese argumento.
ESTREPSÍADES.
No me pegues, pues te perjudicarás tú mismo.
FIDÍPIDES.
¿Por qué?
ESTREPSÍADES.
Porque lo justo es que yo te castigue; y que tú
castigues á tu hijo, si alguno te nace.
FIDÍPIDES.
¿Y si no me nace? Habré llorado en vano, y tú
morirás burlándote de mí.
LAS MIÍJES.
3^23
ESTUKPSÍAD13S.
En verdad, amigos mios, voy creyendo que tiene
razón, y que se les debe conceder lo que es equita-
tivo. Justo es que seamos castigados si ho andamo.-í
derechos.
FiDÍpri)i:s.
Escuclia otro argumento todavía.
E.STREPSÍADKS.
Soy hombre muerto.
FIDÍPiniíS.
Quizá te alegres de haber sido maltratado.
estri:psíadi:s,
¿Cómo? díme qué ganancia sacaré.
FIDÍPIDES.
Maltrataré también á mi madre.
ESTREPSÍADES.
¿Qué dices? ¿Qué dices? ¡Eso es mucho peor!
FIDÍPIDi:s.
¿Qué dirás, si te pruebo por medio de aquel ra-
zonamiento que es necesario maltratar á la ma-
dre?
ESTRIOPSÍADIÍS.
Si haces eso, nada se opondrá á que te arrojes ai
Báratro (1) con Sócrates y su maldito razonamien-
to. Por vosotras, Nubes, me sucede esto; por vos-
otras á quienes encomendé todos mis asuntos.
couo.
Tú tienes la culpa de todo por liaber seguido la
senda del mal.
(4) Precipicio al que eran ai'rojad')S los criminales.
324
COMEIHAS DK ARISTÓFANES.
ESTREPSÍADES.
í¡.Por qué n ) me lo advertisteis antes, en vez de
engañar á un pobre viejo campesino?
CORO.
Siempre obramos de esa manera cuando conoce-
mos que alguno se inclina al mal, hasta enviarle
una desgracia, para (^ue aprenda á respetar á los
dioses (1).
ESTREPSÍADRS.
¡Ay! doloroso es el castigo, ¡oh Nubes! pero jus-
to. Pues no debia haber negado á mis acreedor es
el dinero que me prestaron. Ahora, hijo mió queri-
do, acompáñame para que nos venguemos del
infame Querefon y de Sócrates, que nos han enga-
ñado.
FIDÍPIDES.
Nunca maltrataré á mis maestros.
ESTREPSÍADES.
Respeta á Júpiter paternal.
FIDÍPIDES.
¡Júpiter paternal! ¡qué tonto eres! ?.Hay acaso
algún Júpiter?
ESTREPSÍADES.
SI.
FIDÍPIDES.
No hay tal; pues reina el Torbellino que ha des-
tronado á Júpiter.
ESTREPSÍADES.
No lo ha destronado; pero entonces creía que
(i) Este parece ser el fin moral de la Comedia.
LAS NUBEb.
325
ese Torbellino era Júpiter. ¡Pobre de mí, que tomé
por un dios á un vaso de arcilla! (1).
FIDÍPIDES.
Quédate ahí diciendo necedades.
(Se Ddj
ESTREPSÍADES.
¡Funesto delirio! ¡Qué necio fui al negar los dio-
ses, persuadido por Sócrates! Pero, queridísimo
Mercurio, no te encolerices conmigo: no me ani-
quiles; perdona á un pobre hombre fascinado por
la charlatanería de los sofistas; sé mi consejero:
¿qué te parece? ¿entablaré contra ellos un proceso
ó adoptaré otra resolución?... ¡Excelente conse-
jo! (2) dices que no espere la tardía determinación
de una sentencia é incendie cuanto antes la casa
de esos habladores. ¡Hola, Jántias! ven acá, trae
una escalera y un azadón, sube en seguida al te-
jado de la escuela; y si amas á tu dueño, sacude de
firme hasta que el techo se desplome sobre los ha-
bitantes. Dadme también una antorcha encendida;
quiero vengarme de esos infames á pesar de tgda
su arrogancia.
DISCÍPULO PIIIMEUO.
¡Ay! ¡Ay!
(4) Estrepsíades parece dirigirse á un vaso de arcilla
que, según Brunck, debia haber en el teatro, delante de
la casa de Sócrates, sustituyendo á la columna en honor
de Apolo que los Atenienses acostumbraban á colocar en
e\ vestíbulo.
(2) Se supone inspirado por Mercurio.
3!26
COMEDIAS 1»E ARISTÓFANES.
ESTRI'Psf.VDES.
Antorcha mia, lanza una llama devoradora.
DISCÍPULO PRIMERO,
¡En! tú: ¿qué estás haciendo?
ESTREPSÍADES.
¿Qué ha^o? Disputo sobre sutilezas con las vig-a»
de la casa.
DISCÍPULO SEGUNDO.
¡Ah! ¿Quién incendia nuestra casa?
ESTREPSÍADES.
Aquel á quien habéis cogido la capa.
DISC í PULO SEGUNDO .
;Que nos vas á matar! ¡Que nos vas á matar!
ESTREPSÍADES.
No quiero otra cosa, con tal que el azadón no
defraude mis esperanzas ó que antes no me des-
nuque cayéndome de lo alto.
SÓCRATES.
Hola, ¿qué haces en el tejado? ^
ESTREPSÍADES.
Camino por el aire y contemplo el sol.
SÓCRATES.
:Ay de mí! intentas asfixiarme.
QUEREFON ¡1).
¡Desgraciado! voy á morir quemado vivo.
(1) ^EKGK (Aristophanis Comoedias. Upme, d867, vo-
lumen I, pág. XVllj dice que las palabras de Querefon de-
ben atribuirse al Discípulo, pues si el poeta hubiera queri-
do que interviniera en la acción, indudablemente hubiera
dado también más importancia á su papel. Cree asimismo
que los Discípulos de Sócrates debe entenderse que son
uno solo.
LAS NUBES.
:t-)
VI i
ESTREPSÍADES.
¿Quién os mandaba ultrajar á los dioses, y con-
templar el lugar de la luna? Sigue (1), arranca,
destroza, paguen así todas sus culpas, y principal-
mente su impiedad.
CORO.
Retirémonos; pues el Coro ha trabajado bas-
tante.
( I) Estas palabras van dirigidas á Jántias.
FIN DE LAS NUBES.
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ÍNDICE
Págs.
Cuatro palabras acerca del Teatro griego en España. v
Introducción |
Los Acarnienses «),i
Los Caballeros .| jí|
v^Las Nubes -22H
# *
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(ÜT11060 DE IOS AUTORES (¡RIEGOS Y limOS QUE COMPREiWRl
LA BIBLIOTECA CLASICA.
CLÁSICOS GRIEGOS. CLÁSICOS LATINOS.
Tomos.
Hbbodoto. — Los nueve li-
bros de la Historia 2
TocÍDiDEs .—Historia de las
g-uerras del Peloponeso 1
Jenofonte. —Obras com-
pletas 3
POLYBio.— Historia 3
Plutarco.— Vidas parale-
las 5
Flavio Josepo. — Obras
completas tJ
Apiano. — Historia romana. 3
Arbiano.— Expediciones de
Alejandro l
DióGENBS Labroio.— Vidas
de los filósofos 2
DiODOBO SíCüLO.— Biblio-
teca histórica 4
Homero. — Obras comple-
tas 5
HESipDO.— Las obras y los
dias.— LaTeog-onía 1
POBTAS BUCÓLICOS fTeócri-
to. Mosco y BionJ 1
Poetas líricos fPindaro,
Anacreonle, Safo, etc ). 2
Esquilo . —Teatro completo 1
SÓFOCLES.— ídem, id 2
Eurípides.- ídem, id 4
Aristófanes. -ídem. id... 3
Platón.— Obras completas 10
Aristóteles.— Obras esco-
gidas 11
Tbofrastro . — Caracteres \
Cbbes.— Tabla ¡ \
Epictbto.— Manual )
Hipócrates.- Obras esco-
gidas 1
Dbmóstbnes.— Discursos. . 2
IsóOBATES.- Discursos 1
Oradores áticos f Lisias,
Ipérides, etc) 1
Luciano.— Obras completas 3
Hbliodoro.— Teag-enes y\
Coriclea | i
Longo.— Dafnia y Cloe.. . . )
1
Tomos.
Julio César.— Obras com-
pletas 2
Salustio.— Obras comple-
tas 1
Tito Livio. —Historia ro-
mana 5
Tácito.— Obras completas. 3
Sübtonio. —Los doce Cé-
sares 1
Quinto Cürcio.— Vida de
Alejandro 1
Vele YO Paterculo.— His-i
toria Romana f
CoRNELio Nepote. — Bío-í
g-rafías )
Virgilio.— Eneida
— Las Eg-log-as /
— Las Geórg-icas. \
Lucrecio.— De la natura-
leza de las cosas 2
LuCANO . —La Farsalia 1
Estacio.— La Tebaida 1
Valerio Flacco.— La Ar-
g-onáutica 1
SiLio Itálico.— Guerra pú-
nica 1
Horacio.— Obras comple-
tas 4
Ovidio.— Obras completas. 3
Catulo.— Poesías i
TiBüLO.— Eleg-ías ¡ 1
Propebcio— Elegías )
Juvenal.- Sátiras j ,
Persio.— Sátiras | *
Marcial.— Epig-ramas 1
Plauto.— Teatro completo 4
Terencio. — Teatro com-
pleto I
Séneca el Trágico.— Tea-
tro completo 8
Cicerón.— Obras completas 10
Séneca.— Obras completas 4
Plinio el Joven.— Cartas ¿ i
— Paneg-írico de Trajanoj
CoLUMELA. De ag-ricultura I
Petronio.— El satiricen. . . 1
Apuleyo.— Elasno deoro. I
COLUMBIA UNIVERSITY LIBRARY
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expiration of a definite period af ter the date o^ borrowing,
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BORN 1835-DIED 1903
FOR THIRTY YEARS CHIEF TRANSLATOR
DEPARTMENT OF STATE, WASHINGTON, D. C.
LOVER OF LANGUAQES AND LITERATURE
HIS LIBRARY WAS 6IVEN AS A MEMORIAL
BY HIS SON WILLIAM S. THOMAS, M. O.
TO COLUMBIA UNIVERSITY
A. D. 1905
♦•
V-
BIBLIOTECA CLÁSICA
TOMO XXXIV
COMEDIAS
DE
ARISTÓFANES
TRADUCIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO
POR
D. FEDERICO BARÁIBAR Y ZÜMÁRRAGA
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MADRID
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NAVARRO, EDITOR
COLEGIATA, NÚM. 6
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LAS AVISPAS
Q
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NOTICIA PRELIMINAR.
A deplorable estado lleg-ó la administración de
justicia en Atenas durante los primeros años de la
guerra del Peloponeso. Contribuían á ello grande-
mente de un lado la defectuosa organización de los
tribunales, y de otro la manía de juzgar, litigar y
perorar en público, desarrollada en los Atenienses
con una furia de que no hay otro ejemplo. Entre
los principales vicios de aquel sistema, aparece
desde luego como de más bulto el de la multi-
pl'cidad de los tribunales. Basta, en efecto, lecor-
dar los nombres del Areópago, el Heliástico, el
Epipaladio, el Epidelfinio, el Enfreacio, el Epipri-
táneo, el Epitalacio y las Curias del Arconte-epó-
nimoj del Arconte-rey, del Polemarca, de los Tes-
motetas, de los Once, de lus Catademos, de los Dia-
tetas y de los Nautódicos, con sus mal definidas y
á veces encontradas atribuciones, para compren-
der á cuántos abusos y entorpecimientos daria
NOTICIA PRELIMINAR .
NOTICIA PRELIMINAR.
lug-ar complicación semejante. Y, sin embarg-o,
leemos con asombro en Jenofonte que con ser tan-
tos los tribunales y dotados de personal numeroso,
no eran todavía bastantes para dar solución á las
infinitas cuestiones que á su decisión se sometían.
«Muchos particulares, dice, vense oblig-ados á espe-
rar todo un año antes de poder presentar su deman-
da al Senado ó al pueblo, porque la multitud de ne-
gocios es tal, que impide dar audiencia á todo el
mundo (1).» Pero el oríg-en y verdadera fuente de las
infamias y abusos que los jurados ateniensco co-
metieron debe buscarse, sin duda alg-una, en la ley
de Solón que, equiparando la administración de
justicia al ejercicio de los derechos políticos, per-
mitía á todo ciudadano de treinta años formar
parte de los tribunales; pues, como para el altísimo
cargo de juzgar no se exig'ia circunstancia alguna
de moralidad ni ilustración, los jueces eran fácil-
mente engañadlos por los oradores, que, ó tergiver-
sando los hechos, ó falseando la ley, ó enterne-
ciendo al tribunal con peroraciones elocuentes, le
hacían pronunciar fallos á todas luces injustos.
Así se explican hechos como el del anciano Tu-
cidides (2), envuelto por la elocuencia de un hábil
abogado, y condenado, no obstante su inculpabili-
dad, á una crecida multa: así se explica también,
dice el citado Jenofonte (3), que tantos inocentes
(1) República ateniense^ iii.
(2) V. Aristófanes, Los Acarnienses, parábasis.
(3) Apología de Sócrates.
pereciesen víctimas de su altivez, mientras muchos
criminales conseguían la absolución libre. Y si
esto ocurría cuando los jueces eran ignorantes sin
dejar de ser honrados, calcúlese á qué extremo lle-
garían los abusos cuando las ag'ítacíones políticas y
la guerra crearon tal estado de cosas, que el so-
borno, la venalidad y la falta de independencia
llegaron á ser lo más corriente y ordinario.
Ya en Los Acarmemes y Los Caballeros pudimos
observar que los campesinos refugiados en Atenas
al verificarse la primera incursión lacedemonia,
invadieron los tribunales é hicieron un modo de
vivir de la profesión de juez. Faltos de ocupación
y víctimas de una miseria que las escasas distri-
buciones de víveres no podían remediar, tenían su
único recurso en los tres óbolos que el Estado pa-
gaba por sesión: expuestos por su penuria á la ve-
nalidad y al soborno, sucedía que en los neg-ocíos
privados daban su voto al rico particular que se lo
compraba, y en los asuntos de ínteres común obe-
decían dócil y ciegamente al demagogo, de cuya
voluntad dependía el cobrar ó no su sueldo.
A aumentar el desconcierto y escandalosos abu-
sos de los tribunales, contribuía no poco aquella
extraña afición de los Atenienses á todo lo que
fuera litigio, proceso y discusión, avivada por los
odios de partido que dividían su democracia.
A este propósito dice discretamente Artaud: «Los
debates entre particulares fácilmente se transfor-
maban en Atenas en públicas acusaciones; todo
hombre distinguido era pronto sospechoso de as-
KOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
pirar á la tiranía; el derecho de acusar, conce-
dido á todo ciudadano, secundaba las animosida-
des, las veng-anzas, y sobre todo, esas pasiones en-
vidiosas y malig'nas de que adolecen los g*obiernos
populares; la delación era ya un oficio, y el que
denunciaba á un conspirador era bien acog-ido con
seg-uridad: hé aquí, pups, una fuente abundante de
procesos. En fin, el pasar la vida entera en la calle
y en la plaza, producía una continua necesidad
de diversiones y pasatiempos; los oradores, los so-
fistas, los retóricos, cuya única ocupación era el
perorar, encontraban siempre una multitud de
ociosos, ávidos de escucharles: los discursos de los
abordos en los tribunales no se oian con menos
afán que las arengas políticas; era esto una diver-
sión como otra cualquiera, y todos los dias el
pueblo se apiñaba alrededor de la maroma que
marcaba el recinto de ios jueces en la plaza de
Helia (1).»
Tantos abusos y ridiculeces no podían pasar sin
correctivo ante la cáustica musa de Aristófanes,
pronta á azotar con el látigro de una sátira impla-
cable todo lo que le parecía injusto ó perjudicial.
Así es que después de haberse desatado en Las Nu-
bes contra los sofistas y sus doctrinas funestas
para la juventud, trata de correg-ir en Las Avispas
los vicios que acabamos de reseñar.
En esta comedia volvemos á encontrar en Filo-
cleon una nueva personificación del pueblo ate-
(i) Comedies d'Aristophane, i. i, pág. 206.
niense^i aunque sólo bajo su aspecto de xua[Aoxp('o{,
mascuUador de habas, es decir, entregado á la ta-
rea de juzgar, que casi lo ha vuelto loco. Bdeliclem
(enemigo de Cleon), hijo del maniático juez, le re-
tiene en casa con ánimo de curarle; pero burlando
la vigilancia de dos esclavos que guardaban la
puerta de Filocleon, trata de evadirse, primero por
el cañón de la chimenea, y después por el tejado,
y, por último, parodiando á Ulises, escondido bajo
la panza de su asno. Frustradas todas sus tentati-
vas, auméntase su furor cuando ve llegar á sus
colegas, que, vestidos de Avispas, le llaman para
ir al tribunal: este disfraz es un emblema de su
carácter irascible y feroz. Filocleon implora el so-
corro de sus amigos, y pronto se traba una con-
tienda entre ellos y sus guardianes. Por fin hay
un momento de tregua en que Bdelicleon refuta
las quiméricas ventajas de ser jueces, y logra atraer
á su partido al irritado enjambre.
Su padre cede también, pero con la condición de
establecer en su casa una especie de tribunal. El
primer acusado es el perro Labes, reo sorprendido
infraganti delito de hurto de un queso siciliano. La
causa se instruye con toda rapidez y formalidad, y
al dar la sentencia Filocleon absuelve al reo por
una equivocación. El haber dejado libre á un cul-
pable le llena de desesperación, hasta que su hijo
se la hace olvidar llevándole á fiestas y banquetes.
Al llegar á este punto, el asunto de la comedia
cambia por completo; el carácter del juez se trans-
forma en el de un viejo alegre, insolente y alboro-
a
NOTICrA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
tador, y la acción se reduce á las reclamaciones á
que da lugar su intemperancia y á un certamen
coreográfico á que provoca el transformado he-
liasta á todos los danzantes que se quieran pre-
sentar.
Respecto al mérito de esta Comedia debemos
decir que no es ciertamente de las obras más in-
teresantes de Aristófanes, bajo el punto de vista
literario; no abundan en ella tanto como en otras
aquellas inagotables gracias qne les dan tanta
amenidad; la acción se arrastra lánguida y des-
mayadamente, y carece, además, de la unidad ne-
cesaria, condición sin la cual toda obra artística
deja mucho que desear.
En cambio, bajo el punto de vista histórico y ju-
rídico tiene una importancia inmensa, pues sir-
ve para completar la historia interna de Atenas,
y da curiosas noticias sobre el procedimiento y
los tribunales en aquella ciudad.
Es digna también de mencionarse, al hablar de
Las Avispas^ la famosa imitación que de ella hizo
Hacine en sus Plaidems, aunque no sea más que
por ser única en su género. El célebre trágico con-
servó en Los litigantes muchos chistes y algunos
episodios de Aristófanes; pero su comedia, como
no podia menos, difiere esencialmente de las del
poeta griego, no sólo en la forma, sino en la inten-
ción, pues se limita á pintar e» Dauclin el carácter
de un juez maniático, sin la significación univer-
sal y política que tiene Filocleon.
Las Avispas se representaron un año después de
Las Nubes^ es decir, el 423 antes de nuestra era,
noveno de la guerra del Peloponeso. No se sabe si
fueron premiadas, porque el Escoliasta no nos lo
dice, y es de notar la modestia con que el autor
habla de sí mismo en la PardbasiSy en cuya parte
suele de ordinario encarecer sus medios de agradar.
PERSONAJES.
Sosias, i Esclavos de Filo-
JántiasJ cleon.
Bdeligleon. .
FlLOClSON.
Coro de anoanos vestidos de
Avispas.
Niños.
Un perro.
Una panadera.
Un acusador.
(La escena en Atenas, delante de la casa de Filocleon. La acción
principia alg-o antes de amanecer.)
LAS AVISPAS.
SOSIAS.
¡Hola! ¿Qué haces, desdichado Jántias?
JÁNTIAS.
Procuro descansar de esta maldita centinela (1).
SOSIAS.
¿Tan á mal estás con tus costillas? ¿O no sabes
la casta de fiera que guardamos?
JÁNTIAS.
Lo sé; pero quiero dormir un poco.
SOSIAS.
Peligroso es, mas puedes: hacerlo: yo también
siento que sobre mis párpados pesa un sueño dul-
císimo (2).
(i) Es decir, trata de dormirse. , ^ ,
(2) Parece extraño que Sosias que acaba de despertar
á su camarada, trate de imitarle. Pero esta contradicción
se explica perfectamente, conocido el carácter de no dar-
seles nada por nada, que Aristófanes suele presentar en
los esclavos de sus piezas.
14
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
15
JANTIAS.
^.Estás loco Ó frenético como un Coribante? (1)
SOSIAS.
No, el sopor que de mí se apodera proviene de
Sabacio (2).
JÁNTIAS-
Entónces adoras como yo á Sabacio; porque hace
un instante cayó también con sueño profundísimo
sobre mis párpados, á modo de enemigo persa; y
he tenido un ensueño maravilloso.
SOSIAS.
Y yo he tenido otro, como nunca. Pero cuenta
primero el tuyo.
JANTIAS.
Vi á un águila muy grande bajar volando á la
plaza pública, y arrebatando en sus garras un es-
cudo de bronce (3), elevarse con él hasta el cielo;
después vi á Cleónimo (4) que arrojaba aquel mismo
escudo.
SOSIAS.
De modo que Cleónimo es un verdadero logo-
grifo (5). ¿Cómo, preguntará algún convidado, una
(1) Nombre de los sacerdotes de Cibeles. Al celebrar
los misterios de la diosa, entrechocaban sus armas, batían
estrepitosamente los tambores y se herían hasta derramar
sangre en medio del mayor frenesí.
(i) Sobrenombre de Baco. De modo que hablando en
plata, el sueño de Sosias es producido por el vino.
(3) La palabra aaizU. significa escudo y serpiente.
(A) Cleónimo arrojó su escudo en una batalla.
(5) Los convidados solían proponerse de sobremesa
enigmas y cuestiones para entretenerse.
misma fiera puede arrojar su escudo en el mar, en
el cielo y en la tierra?
jíntias.
lAy de mí! ¿Qué desgracia me anunciará seme-
jante sueño?
SOSIAS.
No t3 dé cuidado: ningún mal te sucederá: te lo
aseguro.
JÁNTIA8.
Sin embargo, es terrible agüero el de un
hombre aiTojando su escudo. Pero cuenta tu
sueño.
SOSIAS.
El mió es grand'oso: se refiere á toda la nave
del Estado.
JÁXTIAS.
Examina, pue.4, pronto la quilla del asunto.
SOSIAS.
Creí ver en mi primer sueño, sentados en el Pnix
y celebrando una asamblea, una multitud de car-
neros, con báculos (1) y mantos burdos; después me
pareció que entre ellos hablaba una omnívora ba-
llena, cuya voz parecía la de un cerdo á quien es-
tán chamuscando.
JANTIAS.
¡Puf!
SOSIAS.
¿Qué te sucede?
(i) Este era el distintivo de los jueces.
46
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
17
JAXTIAS.
Basta, basta; no cuentes más; ese sueño apesta
á cuero podrido (1).
SOSIAS.
Aquella maldita ballena tenía una balanza en la
cual pesaba grasa de buey (2).
JÁNTIAS.
lOh desgracia! Quiere dividir nuestro pueblo (3).
SOSIAS.
A su lado creí distinguir á Teoro (4), sentado en
el suelo con cabeza de cuervo, y Alcibiádes (5) me
dijo tartajeando: «Mila, Teolo tiene cabeza de
cueivo.
JÁNTIAS.
Nunca ha balbuceado más oportunamente Alci-
biádes (6).
SOSIAS.
¿Y no es un mal ag-üero el haberse convertido en
cuervo Teoro?
JÁNTIAS.
Nada de eso; es excelente.
(1) Cleon.
(2) Alusión al oficio de curtidor de Cleon.
(3) Hay en griego un equívoco intraducibie, basado en
la casi absoluta semejanza de las palabras que significan
grasa y pueblo. Ya lo hicimos observar en la nota al verso
953 de Los Cahalleros.
(4) Vid. Los Acarnienses^ 134-166, Zoí .ahalleros, 608,
Las Nubes, 399.
(o) Alcibiádes era algo tartajoso y no podia pronunciar
bien la r, convirtiéndola en 1.
(6) KópaJ, cuervo, al transformarse la I en r, significa
en griego adulador.
SOSIAS.
¿Cómo?
JÁNTIAS.
¿Que cómo? ¿era hombre y de repente se ha
convertido en cuervo? ¿No puede conjeturarse sin
dificultad, que nos abandonará para irse á los
cuervos (1)?
SOSIAS.
¿Y no te he de dar dos óbolos de salario, siendo
tan hábil para interpretar los sueños?
JÁNTIAS.
Ag"uarda, quiero áuteí; exponer el asunto á los
espectadores y hacerles alg*unas breves adverten-
cias. No esperéis de nosotros nada grandioso, ni
siquiera una risa robada á Meg-ara (2). No teuemos
ni esclavos que arrojen de su cesta nueces á los
concurren ees (3); ni un Hércules (4), furioso por su
cena frustrada; ni siquiera Eurípides (5) será otra
(1) Esta frase ya hemos visto que equivalia á la nues-
tra «irse al diablo» ó «al infierno.»
(-2) Los Megarenses eran de gusto poco delicado en sus
diversiones, y sus poetas cómicos empleaban para hacer-
les reir medios vulgares y groseros. Esto, á pesar de que
según la opinión de Aristóteles (Poética, iii), la comedia
principió á cultivarse en Megara.
(I)j Aristófanes indica alguno de los recursos de mala
ley empleados por los poetas vulgares. En el Piulo, v. 797,
vuelve á aludir á esta costumbre de arrojar á los especta-
dores nueces y golosinas.
(4) La glotonería de Hércules era un tema inagotable
para los cómicos griegos. En la Lisistrata, Las Aves ^ Las
Ranas, Aristófanes la hace también objeto de sus burlas.
(o) Lo fué en Los Acarnienses, y Aristófanes volvió á la
carga en Las Fiestas de Veres, Las Ranas, '^ía.
TOMO II.
2
18
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
19
vez implacablemente censurado; ni sacaremos
de nuevo á relucir con su sal y pimienta á Cleon (1),
por más que le haya elevado tanto la fortuna.
Pero tenemos un ar^mento bastante racional, no
superior ciertamente á nuestros alcances, pero sí
más discreto que el de cualquiera insustancial
comedia. Nuestro dueño, hombre poderoso, que
duerme en la habitación que está bajo el tejado, nos
ha mandado que guardemos á su padre, á quien
tiene encerrado para que no sal^. Este se halla
atacado de una enfermedad tan extraña, que difí-
cilmente la podríais conocer vosotros, ni aun figu-
rárosla, sino 03 dijéramos cuál era. ?,No lo creéis'?
pues tratad de adivinarlo. Aminias (2), el hijo de
Pronapo, dice que es la afición al juego; pero se
-equivoca.
SOSIAS.
¡Ya lo creo! se le figura que los demás tienen sus
vicios.
JÁNTIAS.
No; el mal tiene su raíz en otra afición... Ahí
está Sosias que le dice á Dercilo (3) que es la afi-
ción á la bebida.
(1) Hnrto asendereado quedó en Los Caballeros.
(2) Aristófanes vuelve á citar á este Amínias en el
verso 1.2G7 de esta comedia, pero llamándole Ir.jo de
Selo; sin embargo, parece que ambas personas son una
misma, porque llamábase así á todo hombre pobre y vani-
doso, por concurrir estas circunstancias en Esquines, nijo
de aquél. , ,
(3) Se ignora si era un comediante, un tabernero o un
borracho.
SOSIAS.
No por cierto; esa es una afición de personas
decentes.
JÁNTIAS.
Nícostrato (1), el de Escambónides (2), asegura
que es la afición á los sacrificios ó á la hospita-
lidad.
SOSIAS.
Nícostrato, te lo juro por el perro (3); no es la
afición á la hospitalidad; basta que el nombre im-
púdico de Filóxeno (4) suene á hospitalidad, para
que él la deteste,
JÁNTIAS.
En vano os cansáis; no daréis en ello. Mas si lo
deseáis saber, callad y yo os diré el mal que aqueja
á mi dueño: es amante del tribunal como nin-
guno (5); su pasión por juzgar le vuelve loco; se
desespera si no se sienta el primero en el banco de
los jueces. Durante la noche no disfruta ni un ins-
tante de sueño: si por casualidad se le cierran un
momento los ojos, ya su pensamiento revolotea
en el tribunal alrededor de la Clepsidra (6), y
acostumbrado á tener la piedrecilla de los votos (7),
(1) Ateniense supersticioso.
(2) Del nombre de un demo del Ática.
(3) Exclaip.acion ordinaria de Sócrates.
(4) Filóxeno significa amigo de la hospitalidad.
(o) Lit.r es fileliasta como nadie.
(6) Reloj de agua, que servia para medir el tiempo
concedido á los oradores v abogados para sus arencas y
defensas.
(7) Se volaba por medio de piedrecitas
20
COMEDIAS PE ARISTÓFANES-
se despierta con los tres dedos apretados, como
quien ofrece incienso á los dioses en el novilunio.
Si ve escrito en alg'una puerta : «Hermoso Demo,
hijo de Pirilampo»; en seg-iüda pone al lado: «Her-
mosa urnaíD de las votaciones.» Habiendo cantado
su gtillo al anochecer, dijo que sin duda le hablan
sobornado los criminales para que le despertase
tarde (2). En cuanto cena, pide á g-ritos los zapatos;
corre al tribunal antes de amanecer, y duerme allí
recostado y pej^ado como una lapa á una de las co-
(1) Af^uLOí (Demo); xtijjióí (urna) . Demo era un hermoso
ióven (V Platón, Górgias). Kúpolis habln de él también en
sus coir.edias. Las muchas inscripciones de su nombre que
en las paredes se leían, atestiguaban el gran e ecto que su
hermosura causaba. Era costumbre escribir el nombre del
ser amado en los muros, puertas y otros objetos como ya
vMmos en Los Xcarniemes. v. 141. En la Antología, aluden
á este uso muchos epigramas. Véase uno de Petronio:
Al plantar los perales y manzanos.
Grabé tu amado nombre en la corteza,
Cr^^cen ellos, so cubren de inscripciones,
Y con ellos mi amor crece y se aumenta.
(2) Este chiste ha sido imitado por Plauto y Racine:
Obtrunco gallum, t'urem manifestarium,
Credo ledepol illi mercedem gallo poUicitos coquos,
Si id palam fecisset.
fAulularia, m, 4, 10.)
l! fit couper la tete ?i son coq, de colére,
Püur l'avoir éveillé plus tard qu'a Tordmaire.
11 disait qu'un plaideur, dont Taflaire allait mal,
Avail graissé la pate íi ce pauvre animal .
(Les Plaideurs, Acto i, esc. i.")
LAS AVISPAS.
u
lumnas. Su severidad le hace trazar siempre sobre
las tablillas la línea condenatoria (1), de suerte que
siempre, como las abejas ó los záng-anos, vuelve á
su casa con las uñas llenas de cera. Temeroso de
que le falten piedrecltas para las votaciones, man-
tiene ahí dentro un banco de grava. Tal es su ma-
nía (2); cuanto más se trata de correg-irle, más se
empeña en juzg'ar. Ahora le tenemos encerrado con
cerrojos para que no salg*a, pues su hijo siente en
el alma tal enfermedad. Primero trató de persua-
dirle con afables palabras á que no llevase el manto
burdo, ni saliese de casa, mas no cambió por eso.
Luég-o le bañó y purgró; y sierapr :• lo mismo. Des-
pués trató de curarle con los ejercicios de los Oo-
ribantes, y el buen viejo se escapó con el tambor
y se presentó á juzg-ar en el tribuna!. Viendo la
ineficacia de estos medios, lo llevó á Eg'ina y le
hizo acostarse una noche en el templo de Escula-
pio (3). Mas en el momento de amanecer apareció
ante la cancela del tribunal. Desde entonces no le
dejábamos salir; pero como se nos escapaba por las
canales y buhardillas, tuvimos que tapar y cerrar
con paños todos los ag-ujeros. Mas él, clavando
palitos en la pare I, saltaba de uno á otro como un
g-rajo. Por último, hemos tenido que rodear con
una red todo el patio, y así le g'uardamos. El viejo
(i) Para condenar se trazaba sobre una tablilla cu-
bierta de cera una línea larga.
(2) Parodia de la Estenóhea, de Eurípides.
(3) Sobre esta costumbre véase el Pluto, v. 411 y si-
guientes.
22
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ge llama Filocleon (1); ningún nombre, por Jú-
piter, le está más propio: su hijo se llama Bdeli-
cleon (2), y trata de corregir el feroz carácter de
su padre.
BDELiCLEON fasomáudose d la ventana).
lEh, Jántias, Sosias! ¿estáis durmiendo?
JÁNTIAS.
¡Oh!
SÓ3IA.S.
¿Qué hay?
JÁNTIAS.
*Bdelicleon se ha despertado.
BDELICLEON.
A ver, pronto aquí uno de vosotros. Mi padre ha
entrado en la cocina y está royendo no se qué
como un ratón dentro del agujero. Tú, mira no se
escape por el tubo de los baños; y tú recuéstate
contra la puerta.
SOSIAS.
Está bien, señor.
JÁNTIAS.
lOh poderoso Neptuno! ¿Quién hace tanto ruido
en la chimenea? ¡Eh, tú! ¿quién eres?
(\) Filocleon sisjnifica amigo de Cleon, porque este de-
maeoeo tenía graii partido entre la gente que constituía
los tribunales, por el triúbolo que les hacía pagar.
m Bdelicleon, significa que detesta á Cleon: de suerte
que la lucha entre ambos personajes representa perfecta-
mente la que entót ees sostenían en Atenas el famoso de-
magogo Cleon, apoyado por el pueblo mediante el trió-
bolo, y el partido aristocrático.
LAS AVISPAS.
23
FILOCLEON.
Soy el humo que salgo.
BDELICLEON.
lEl humo! ¿De qué leña?
FILOCLEON.
De higuera (1).
BDELICLEON.
Ya se conoce, por Júpiter, pues es la que des-
pide humo má<=i acre. Ea, adentro pronto. ¿Dónde
está la tapa de la chimenea? Adentro he dicho.
Encima, para mayor seguridad, pondré esta vi-
gueta. Busca ahora otra salida; soy el más desdi-
chado de los hombres : mañana podrán llamarme
el hijo del ahumado! (2)
SOSIAS.
Empuja la puerta. Aprieta ahora mucho y iner-
te. Allá voy yo también. Ten sumo cuidado de la
cerradura y el cerrojo, no vaya á roer el pestillo.
FILOCLEON.
¿Qué hacéis? ¿no me dejais salir á juzgar, gran-
dísimos bribones, y Dracóntides (3) será absuelto?
(1) El humo producido por la leña de higuera es, según
el Escoliasta, de los más irritantes y molestos, lo cual
pinta bien el carácter intratable de Filocleon. Ademas, en
el hecho de mencionar esa especie de combustible, hay
una alusión álos ^tco/awí ai ó delatores, nombre en cuya
composición entra la raíz del de higuera.
(2) Kairvla;. Este sobrenombre se le dió á Ecfantides,
poeta cómico contemporáneo de Cratino, por la oscuridad
de su estilo y el embrollo de sus argumentos.
(3) Ateniense de mala fama, condenado muchas veces.
Parece que después de la representación í^q Las Avisjms,
llegó á ser uno de los treinta tiranos.
24
COMEDIAS r»E ARISTÓFANES.
BDELICLEON.
¿Y eso te causará mucha pena?
FILOCLEON. *
Apolo, á quien consulté en Délfos , me pre-
dijo que morirla cuando se me escapase un acu-
sado (1).
BDKLICLEON.
¡Olí Apolo, patrono nuestro, vaya un oráculo!
FILOCLEON.
Vamos, por piedad, déjame salir ó estallo.
BDELIGLICON.
Nunca, Filocleon, nunca; lo juro por Neptuno.
FILOCLEON.
Bueno, romperé la red á mordiscos.
BDELICLEON.
Si no tienes dientes.
FILOCLEON.
íOh, qué desdicha!... ¿Cómo podria motarte?
¿Cómo? Tracdme pronto mi espada, ó la tablilla
condenatoria.
BDELICLEON.
Este hombre maquina alg-una mala pasada.
FILOCLEON.
No, yo te lo aseg'uro: sólo deseo salir á vender
el asno con su albarda: hoy es el día de la luna
nueva (2).
BDELICLEON.
Y dime, ¿no lo podria yo vender lo mismo?
(i) Sin condenarle.
(2) Dia de mercado.
LAS AVISPAS.
U
FILOCLEON.
No tan bien como yo.
BDELICLEON.
Muchísimo mejor, por Júpiter. Ea, trae el asno.
(Filocleon vaseen, busca del asm.)
JÁNTIAS.
¡Qué buen pretexto ha imag'inado para que le
sueltes!
BDELICLEON.
Pero no he trag'ado el anzuelo: en seguida he co-
nocido á dónde iba á parar. Voy á llevar yo mismo
el asno, y así el viejo no conseg-uirá salir.— ¡Pobre
borriquillo! ¿Por qué te quejas? ¿porque vas á ser
vendido? Vamos pronto; ¿por qué gimes? ¿Llevas
acaso algún Ulíses?
JÁNTIA.S.
Sí, por Júpiter; lleva uno atado al vientre (1).
BDELICLEON.
¿Quién? Veamos.
JÁNTIAS.
Es él.
BDELICLEON.
¿Qué es esto? ¿quién eres , buen hombre?
FILOCLEON.
Ninguno, por Júpiter.
(1) Parodia del episodio del Cíclope en la Odisea,
Canto IX. Con esle asunto se compusieron varios dramas
satíricos, de los cuales sólo se ha conservado El Ciclope
de Eurípides, cuya primera traducción al castellano esta-
mos publicando qü El Ateneo de Vitoria.
26
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
27
BDELICLEON.
¿Ninguno tú'^ ¿y de qué tierra?
FILOCLEON.
De Itaca, de la familia fugitiva.
BDELICLEON.
Por vida mia, ya sentirás el haberte llamado nin-
guno. Sácalo cuanto antes. ¡Oh desdichado, dónde
se habia metido! ¡Si parece un pollino escondido
debajo de su madre!
FILOCLEON.
Si no me soltáis, litigaremos.
BDELICLEON.
¿Por qué?
FILOCLEON.
Por la sombra del asno (1).
BDELICLEON.
No vales para ello, á pesar de tu extremada au-
dacia.
FILOCLEON.
iQue no valgo! es que no sabes tod&vía lo que yo
soy; ya lo sabrás cuando comasj lo que te deje el
anciano juez (2).
BDELICLEON.
Entra con el asno en casa.
FILOCLEON.
¡Oh jueces compañeros mios, y tú, Oleon, socor-
redme!
BDELICLEON.
Grita adentro á puerta cerrada.— Pon tú una por-
ción de piedras en la entrada; echa de nuevo el cer-
rojo; atraviesa esa tranca; y, para mayor seguri-
dad, afiánzala con ese gran mortero.
SOSIAS.
¡Ayl ¿de dónde me ha caido este terroncillo?
JÁNTIAS.
Quizá te lo haya arrojado algún ratón.
SOSIAS.
¿ün ratón? ¡Cá! es ese maldito juez que se des-
liza por entre las tejas.
JÁNTIAS.
¡Oh desgracia! Ese hombre se ha convertido en
pájaro. Va á volar. ¿Dónde está, dónde esta la red?
(Gomo quien espanta m pájaro. J—\Eh\ ¡Pchist!
¡Pchist! ¡fuera de ahí! ¡Pchist.
BDELICLEON.
Por Júpiter, más quisiera guardar á Escione (1)
que á mi padre.
SOSIAS.
Puesto que le hemos espantado, y ya no puede
(4) Expresión proverbial para indicar personas que dis-
putan sobre cualquier necedad. Del texto de Aristófanes
puede deducirse tal vez que el célebre cuento de Demos-
tenes del litigio sobre la sombra del asno, no fué inven-
ción del elocuente orador, bastante posterior al poeta.
(2) Es decir, su herencia.
(i) Ciudad de Tracia, que por innuencia de Brásidas se
reveló contra Atenas, uno ó dos años antes de la repre-
sentación de Zaj ^üú^ja* . Los Atenienses la sitiaron y la
desmantelaron para que no volviese á inquietarles en lo
sucesivo (V. TudDiDES, iv, 120, 130, 431; v, 48, 32).
28
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPA^
29
escapársenos furtivamente, ^.por qué no dormimos
un poco?
BDELICLEON.
Pero, desdichado, ¿no ves que dentro de poco ven-
drán á llamarle sus compañeros de tribunal?
SOSIAS.
¿Qué dices? Si aún no ha amanecido.
BDELICLEON.
Es verdad; hoy se levantan más tarde de lo acos-
tumbrado, porque suelen venir con sus linternas á
media noche, y le llaman cantando dulces versos
de las Fenicias del antig-uo Frínico (1).
SOSIAS.
Pues, si hay necesidad, los apedrearemos.
BDELICLEON.
Pero, temerario, esa casta de viejos, cuando se la
enfurece es como la de las avispas; pues en la raba-
dilla tienen un ag-uijon ag'udisimo con el cual pi-
can, y saltan gritando, y lo lanzan como una cen-
tella (2).
SOSIAS.
Pierde cuidado; teng^ yo piedras, y dispersaré
todo un enjambre de jueces.
(Entran en la casa y llega el coro.)
(i) Antiguo poeta trágico, que floreció en 542 antes de
Jesucristo. Para elogiarle Aristófanes forja la enorme pa-
labra áp/aio{j.eAiat5ü)voíj.puvi)^TjpaTa.
(2) Alusión al traje con que van á presentarse los
jueces.
CORO.
Adelante, paso firme. ¿Te retrasas Gomias? Por
Júpiter, antes no eras asi; al contrario, eras más
duro que una correa de perro: ahora Carínades te
gana á andar. lOh Estrimodoro de Contilo (1), el
mejor de los jueces! ¿están ahí por casualidad
Everg'ides y Cabes de Flios? ¡Diantre, diantrel aquí
se halla cuanto queda de aquella juventud que
florecia cuando tú y yo hacíamos centinela en Bi-
zancio: entonces en nuestras correrías nocturnas
le robamos su artesa á aquella panadera; la hici-
mos astillas, y cocimos unas verdolag-as. Pero
apresurémonos, amig-os; hoy es el juicio de La-
ques (2); todos dicen que tiene su colmena llena de
dinero. Por eso Cleon, nuestro patrono, nos mandó
ayer que acudiéramos temprano provistos para
tres dias de terrible cólera contra él (3), á fin de
vengarnos de sus injurias. Ea, aprisa, compañe-
ros, antes de que amanezca. Marchemos mirando
á todas partes con ayuda de las linternas (4), no
caigamos por falta de precaución en algún lazo.
(1) Aldea del Ática.
(2) General ateniense que mandó la escuadra enviada
á Sicilia en auxilio de los Leontinos (Tucídides, m, 86). Fué
reemplazado por Sófocles y Pitódoro, y tuvo que dar
cuenta de su conducta. La intención de Aristófanes es la
de revelar las infames calumnias con que Cleon perseguia
á sus enemigos políticos.
(3) Alusión á la provisión ordinaria de los soldados.
(V. Los Acarnienses.)
(4) Como aun no ha amanecido, los niños les preceden
con linternas.
30
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
3i
UN MÑO.
Padre, padre, cuidado con ese lodazal.
CORO.
Coge esa pajita del suelo, y espabila la linterna.
EL NIÑO.
No, ya la espabilaré con el dedo.
CORO.
Niño, ¿no ves que con el dedo vas á alargar la
mecha, ahora que anda tan escaso el aceite? ¡Ya
se conoce que tú no lo compras!
EL NIÑO.
Por Júpiter, si continuáis amonestándonos á pu-
ñetazos, apagamos las linternas y nos vamos á
casa. Entonces os quedaréis á oscuras y andaréis
removiendo lodos, como si fueseis patos.
CORO.
Yo castigo á otros mayores. Pero me parece que
voy pisando barro. Mucho será que á lo más den«
tro de cuatro dias no Hueva copiosamente. ¡Tanto
crece el pábilo de mi lám paral Este suele ser signo
de gran lluvia. Además, los frutos tardíos están
pidiendo el agua y el soplo del Bóreas. Pero ¿qué le
habrá sucedido al colega que vive en esa casa, que
no sale á reunirse con nosotros? A fe que antes no
habia que sacarle á remolque; él iba delante de
nosotros cantando versos de Frínico, pues el amigo
es aficionado á la música. Pienso, compañeros,
que debemos pararnos aquí, y llamarle cantando;
quizá la melodía de mi canción le haga salir.
¿Por qué no se presenta el viejo delante de su
puerta y ni siquiera nos responde? ¿Habrá perdido
ios zapato.V? ¿Se habrá dado algún golpe en el pie
andando á oscuras y tendrá hinchado el tobillo?
•.Tendrá quizá algún bubón? Pues era el más acér-
rimo de nosotros y el único inexorable. Si alguno
le suplicaba, le decia bajando la cabeza: «Cueces
un guijarro» (1). Puede que haya tomado á pecho
el habérsenos escurrido con mentiras aquel acu-
sado, proclamándose amigo de los Atenienses, y
primer revelador de lo ocurrido en Sámos (2); quizá
esto le tenga con fiebre, porque el hombre es así.
Vamos, amigo mió, levántate, no te dejes consu-
mir por la ira. Hoy va á ser juzgado un hombre
opulento de los que entregaron á Tracia (3). Vén á
condenarlo.
Anda adelante, muchacho, anda adelante.
EL NIÑO.
Padre, ¿me darás lo que te pida?
CORO.
Sí, hijito mío. ¿Qué cosa buena quieres que te
compre? Creo que vas á pedirme un juego de tabas.
EL NIÑO.
No, papá mió; higos, que me gustan más.
í\) Es decir: intentas un imposible. , . • *
2 El hecho á que alude Aristólanes es el siguiente:
Los Atenienses aliados de los Milesios, atacaron á Samos
vestablecieron en ella el gobierno democrático. Los de Sa-
ínos, para sacudir el yugo de Atenas entraron en negocia-
ciones secretas con los Persas, que fueron reveladas por
un tal Caristion. Los Atenienses se apoderaron de la ciudad
y destruyeron sus murallas (V. Tucid., i, 115, 592; Dion.
Sicxii -27, 199;Plut., Fií/íiú?<?PmWS.; . . . ,^
(3) Quizá aluda á Gleon, que murió el ano siguiente
delante de Anfípolis.
32
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
33
CORO.
Eso no, aunque te ahorques.
EL NIÑO.
Bien; pues no te acompaño.
CORO.
Con mi mezquino sueldo de juez teng-o que com-
prar pan, leña y c^rne, ¿y aún me pides higos?
EL NIÑO.
Y bien, padre mió, si al arconte se le antoja que
no haya hoy tribunal, ¿dónde compraremos la co-
mida? ¿Puedes darme alg-una nueva esperanza ó
sólo designarme el sagrado camino de Heles? (1)
CORO.
¡Ay! ¡ay! no sé en verdad cómo cenaremos.
EL NIÑO.
¿Por qué me pariste, madre infelic, si tanto ha-
bia de costarme sostener mi vida? (2)
CORO.
Saquito mió, eres un adorno inútil (3).
EL NL\0.
íAy! gemir es nuestra suerte.
(-I) Es decir, el suicidio, arrojándose al mar. Heles, al
atravesar los aires sobre el vellocino de oro, se espantó
del ruido de las olas al atravesar el mar, y cayó en el es-
trecho, que recibió el nombre de Helesponto. Hay en el
texto una alusión á Píndaro.
(2) Tomado del Teseo de Eurípides. Estas palabras las
decian los jóvenes enviados á servir de pasto al Minotauro,
entre los cuales se hallaba Hipólito, hijo de Teseo.
(3) Este apostrofe se dirige al saco donde habia de He-
var á su casa, de regreso del tribunal, los víveres com-
prados con su salario de juez.
FiLOCLEON faso?mndose d la ventmiaj.
Hace rato, amigos mios, que os oigo desde esta
ventana y deseo responderos; pero no me atrevo á
cantar. ¿Qué haré? Estos me tienen cerrado porque
quiero ir cf^n vosotros á las judiciales urnas para
hacer alguna de las mias. ¡Oh Júpiter, truena con
furia, y conviérteme de repente en humo (1), ó en
Proxénides, ó en el hijo de Selo (2), charlatán in-
fatigable! Compadecido de mi suerte, otórgame
esta gracia, Numen poderoso, ó si no, redúceme á
cenizas con tu ardiente rayo, ó arrástrame con tu
impetuoso viento á una salmuera acida ó hirviente,
o trasfórmame en aquella piedra sobre la cual se
cuentan los votos.
CORO.
Pero ¿quién te detiene y te cierra la puerta? Di,
ya sabes que hablas con amigos.
FILOCLEON.
Mi hijo; pero no gritéis; duerme en la parte ante-
rior de la casa: hablad más bajo.
CORO.
Pero, tonto, ¿qué pretende impedir al hacer eso?
FILOCLEON.
El que juzgue y condene, amigos mios: por lo
demás, trata de regalarme; pero yo no quiero.
(1) En las Suplicantes de Esquilo (v. 779) hay una im-
I precación idéntica que Aristófanes parece parodiar.
(2) Prosénides y el hijo de Selo (Esquines) eran dos há-
biles charlatanes capaces con su locuacidad de salir de lo»
I trances más apurados.
TOMO II S
34
COMEDIAS DE AHISTOFANES.
LAS AVISPAS.
35
COBO.
¿Eso se ha atrevido á decir ese tuno, ese orador á
lo Gleon? (1)
Nunca hubiera tenido tal osadía ese hombre si no
estuviera comprometido en alg-una conspiración.
Mas ya que esto sucede, tienes que intentar alg-una
nueva estratag-ema para bajar aquí sin que te vea
tu carcelero.
FILOCLEON.
¿Cuál puede ser? Inventadla vosotros; á todo es-
toy dispuesto; ital deseo me abrasa de recorrer los
bancos con mi concha! (2).
CORO.
¿Hay, di, alg-un agiijero que puedas ensanchar
por dentro, para escurrirte por él cubierto de an-
drajos como el prudente Ulíses? (3)
FILOCLEON.
Todos están cerrados; no puede salir ni un mos-
quito. Buscad, buscad otro medio: ese es imprac-
ticable.
CORO.
¿Te acuerdas cuando en la toma de Náxos, es-
tando de servicio, te escapaste clavando en la
muralla unos asadores que habías robado? (4)
(1) Hay una laguna en el texto, que se ha tratado de
llenar con una frase cuya traducción es «porque dices sin
rebozo la verdad sobre las naves.»
(2) Para emitir su voto.
(3) Alusión á la Hécuha de Eurípides, donde la madre
de Héctor recuerda el dia en que Ulíses penetró en Troya
como espía.
(4) El Escoliasta cree que Aristófanes alude á la toma
FILOCLEON.
Ya me acuerdo; pero ¿y qué? Ahora no es lo
mismo. Entonces era joven, y lleno de vigor y
energía para robar; además, nadie me custodiaba,
y podía huir seguramente. Ahora hombres arma-
doj hasta los dientes están apostados en todas las
salidas: dos de ellos, colocados junto á la puerta,
me observan con asadores en las manos como á un
gato que ha robado carne.
CORO.
Pues inventa cuanto antes otro medio, dulce
amigo: ya despierta la aurora.
FILOCLEON.
Lo mejor será roer mi red. Perdóneme este des-
trozo Dictina (1), diosa de las redes.
CORO.
Eso es obrar como hombre que busca su salva-
ción. Dale duro á las mandíbulas.
FILOCLEON.
Ya está roido: chito, no gritéis: mucho cuidado,
no nos oiga Bdelicleon.
CORO.
Nada temas, amigo mío, nada temas; si chista, le
obligaré á morderse su propio corazón y á comba-
tir por su existencia, para que entienda que no se
conculcan impunemente las leyes de las venera-
de Náxos por Pisístrato; pero es más probable que se re-
liara á la del tiempo de Cimon, cincuenta años antes de la
representación de Las Avispas, pues así era posible la aven-
tura de Filocleon.
(i) Sobrenombre de Diana.
36
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
37
bles diosas (1). Ata una cuerda á la ventana, sujé-
tate con ella, y baja henchido el espíritu del furor
de Diopítes (2).
FILOCLEON.
Mas, decidme; si mis g-uardianes notan lo que
ha^o, y tiran de la cuerda para llevarme adentro,
¿qué es lo que haréis?
CORO.
Te defenderemos y reuniremos todas nuestras
fuerzas para que no consigan su intento: eso es lo
que pensamos hacer.
FILOCLEON.
Haré lo que decís confiado en vosotros; mas acor-
daos, si alguna desgracia me sucede, de levan-
tarme c jn vuestras manos, y, después de regarme
con vuestras lágrimas, sepultadme bajo la cancela
del tribunal.
CORO.
Nada te sucederá, no temas; vamos, mi buen
amigo, descuélgate sin miedo invocando los dioses
de la patria (3).
(i) Céres y Proserpina. La profanación de sus miste-
rios era una de las acusaciones más frecuentes y graves
^^m "Adivino, amigo de Nicias, acusado de robo al erario
Dúblico, orador íuribundo censurado como tal por Frinico
(en el Saturno). Eupólis, Teléclides y Amipsias. (V. Los
Caballeros, \Mr>', Las Aves, ^m.)
(3) Apolo V Júpiter eran los dioses tutelares de Atenas,
pero Aristófanes supone que lo es Lico, hyo de Pandion,
cuya estatua se elevaba junto al sitio donde se pagaba a
los jueces el irióbolo.
FILOCLEON.
¡Oh Lico, mi señor, héroe vecino mió; tú, como
yo, te deleitas con las lágrimas perpetuas y los la-
mentos de los acusados; por oirlos, sin duda, has
elegido ese lugar, siendo el único de los héroes
que has querido vivir junto á los desgraciados: ten
compasión de mí y salva á este tu vecino fiell
Nunca, te lo juro, nunca mancharé tu verja de
madera con ninguna inmundicia (1).
BDELICLEON.
¡Eh, tú, alerta!
SOSIAS.
¿Qué ocurre?
BDELICLEON.
Oigo sonar una voz en torno mió.
SOSIAS.
¿Se escmTirá el viejo por alguna parte?
BDELICLEON.
No, por Júpiter; se descuelga atado con una
cnerda.
SOSIAS.
¿Qué haces desdichado? no bajes.
BDELICLEON.
Sube corriendo á la otra ventana y pégale con
este ramo (2), á ver si con tus golpes consigues ha-
cerle retroceder.
(1) \ÁL: nec mingan nec ventrem exoneraba cum stre-
pitu.
(2) Sin duda echan mano de la rama que era costumbre
colgar delante de las puertas.
38
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
39
FILOCLEON.
¿No me socorréis, Esmicition, Tisíades, Cremon,
Feredípes (1), j' cuantos habéis de entender en los
procesos de este año? ¿Cuándo me auxiliaréis si no
es ahora, antes de que me arrastren allá dentro?
CORO.
Decidme: ¿por qué tardamos en remover aquella
bilis que hierve furiosa contra todo el que ofende
á nuestro enjambre? Enderecemos el aguijón ven-
gador. Muchachos, pronto, arrojad vuestro manto;
corred, ^itad, advertid á Cleon lo que sucede. De-
cidle que venga y que castigue á ese hombre ene-
migo de la república y digno del último suplicio,
pues se atreve á sostener la inconveniencia de los
juicios y procesos.
BDELICLEON.
Amigos mios, oid lo que ha ocurrido y no gritéis.
CORO.
Pondremos el grito en el cielo, y no abando-
naremos á nuestro colega. ¿No es esto intolera-
ble y tiránico á todas luces? ¡Oh ciudadanos! ¡Oh
Teoro (2), despreciador de los dioses! ¡Oh adulado-
res que nos presidís!
jÁNTiAs fA Bdelicleon),
¡Diantre! tienen aguijones. ¿No los ves, señor?
BDELICLEON.
Son los que atravesaron á Filipo, el hijo de Gór-
gias.
(1) Nombres de amigos de Filocleon.
(2) Véase la nota al verso 134 de Los Acarnietises,
CORO.
Y los que te atravesarán á ti. Ea, dirijámonos
todos contra él; acometámosle con el aguijón des-
envainado, en buen orden, llenos de ira y de furor,
para que conozca al fin á qué enjambre ha irritado.
JÁNTIAS.
Por Júpiter, el negocio se pone serio, si hay que
reñir; tiemblo cuando veo sus aguijones.
CORO.
Suelta á nuestro amigo; si no, yo te aseguro que
has de envidiar á las tortugas la dureza de su
concha.
FILOCLEON.
Ea, compañeros, rabiosas avispas, precipitaos
unos con furia sobre sus nalgas; picadle otros los
ojos y los dedos.
BDELTCLEON.
¡Midas, Frigio, Masíntias (1), acudid! ¡sujetadle
y no le soltéis por nada del mundo; si no, ayuna-
réis en el cepo. Ya sé yo que casi siempre es más
el ruido que las nueces (2).
CORO.
Si no le sueltas, te clavaré el aguijón.
FILOCLEON.
Heroico Cécrope (3), rey nuestro, cuyo cuerpo
(i) Nombres de esclavos.
(2) Lit.: «He oido muchas veces en el fuego los estaUí-
dos de las hojas de higuera.» Proverbio equivalente al cas-
llano, y empleado por Bdelicleon para manifestar que no
le asustan las amenazas del Coro.
(3) Fundador de Atenas. Su cuerpo termmaba en cola
de dragón, lo cual parece significar lo mucho que hizo
40
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
41
termina en drag'on, ¿consentirás que así me traten
estos bárbaros, á quienes he enseñado á llevar su
quénice con cuatro medidas de lágrimas (1).
CORO.
¡Qué temibles males aflig-en á la vejez! Ahora
esos dos bribones sujetan á viva fuerza á su an-
ciano señor, y no se acuerdan de las pieles y pe-
queñas tánicas que les compró en otro tiempo, ni
de las monteras de piel de perro, ni del cuidado
que tenia para que en el invierno no se les enfria-
sen los pies; pero en su impudente mirada no se
ve el menor agradecimiento por los viejos zapatos.
FILOCLEON.
¿No me soltarás, bestia feroz? ¿No te acuerdas de
cuando te sorprendí robando uvas y te até á un
olivo y te vapuleé de lo lindo, hasta el punto de
que daba envidia verte? — Pero eres un ingrato,
suéltame tú; y tú también, antes de que veng-a mi
hijo.
CORO.
Pronto y bien vais á pagar vuestro atrevimiento;
asi comprendereis, bribones, que os las habéis con
hombres justicieros, iracundos, de terrible mirada.
BDELICLEON.
Sacúdeles, sacúdeles Jántias; arroja de casa estas
avispas.
progresar á los hombres suavizando sus costumbres, sal-
vajes hasta él.
(1) En vez de decir á amasar cuatro panes por quénice.
Esta palabra designa una medida de capacidad y los cepos
en que se aprisionaba á los esclavos.
JÁNTTAS.
Eso estoy haciendo; ahuyéntalas tú con una
densa humareda (1).
SOSIAS.
¿No 03 iréis al infierno? lAh! ¿no os largáis? Buen
palo en ellos.
JÁNTIAS.
Echa tú al fuego para hacer humo á Esquines,
Mjo de Selarcio (2). Por fin os hemos ahuyentado.
BDELICLEON.
No lo hubieras conseguido tan fácilmente, si hu-
biesen comido versos de Filócles (3).
CORO.
¿No está claro como la luz que la tiranía se ha
introducido para los pobres, aprovechándose de
nuestro descuido? Y tú, perverso, y arrogante se-
cuaz de Amínias, nos arrebatas las leyes que rigen
la repúbüca, y, como dueño absoluto, ni siquiera
disculpas tu usurpación con un pretexto ó con
una elegante arenga.
BDELICLEON.
¿No podríamos sin golpes ni alharacas conferen-
ciar como buenos amigos, y hacer las paces?
CORO.
¿Conferenciar contigo, enemigo del pueblo, par-
(i) Medio empleado para alejarlas. Virgilio hablando de
las abejas {Qeórg. iv, 230) dice: ai^'wmoí ^etende seqmces.^^
(% Selarcio en lugar de Sélos. Véase la nota del veiso
324 de esta misma comedia.
(3) Poeta trágico, cuyos versos eran muy duros, á lo
cual parece aludir la frase de Aristófanes.
42
LAS AVISPAS.
43
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
tidario de la monarquía, amigo de Brásidas (1),
que llevas franjas de lana y no te cortas la
barba? (2)
BDELICLEüN.
Ciertamente me valdría más abandonar á mi pa-
dre, que sufrir todos los dias semejantes borrascas.
CORO.
Pues esto son todavía tortas y pan pintado (3),
como dice el proverbio vulg-ar. Hasta ahora no tie-
nes por qué quejarte; pero ya verás, ya verás,
cuando el acusador público te eche en cara todos
esos crímenes y cite y emplace á tus conjurados (4).
BDELICLEON.
¿Pero no os iréis, por todos los dioses? Mirad que
si no, estoy resuelto á moleros á palos todo el dia.
CORO.
No, nunca, jamás, mientras me quede un soplo
de vida. Bien claro veo tus aspiraciones á la ti-
ranía.
BDELICLEON.
Es fuerte cosa que sea grande ó pequeño el mo-
tivo, á todo lo hemos de llamar tiranía y conspira-
(i) General lacedemonio. Murió al año siguiente de la
representación de Las Avisj^as en el mismo combate que
Cleon.
(2) Los Lacedemonios, enemigos de los Atenienses, se
dejaban crecer la barba.
(3) Lit.: «Pues aun no estás en el apio ni en el camino.»
El apio servia para marcar los bordes de las sendas en
los jardines. El proverbio se aplicaba á los que aun no es-
taban más que al principio de un grave negocio.
(4) Las acusaciones de aspirar á la restauración de la
tiranía eran frecuentes en Atenas.
cion. Durante cincuenta años, ni una sola vez ol
este dichoso nombre de tiranía; pero ahora es más
común que el del pescado salado, y en el mercado
no se oye ya otra cosa. Si uno compra orfos y no
quiere membradas, el que vende estos peces en el
puesto inmediato, ^rita al momento: «Ese hombre,
quiere reg-alarse como durante la tiranía» (1). Si
otro pide puerros para sazonar las anchoas, la ver-
dulera, mirándole de soslayo, le dice: «¿Puerros,
eh? ¿Quieres restablecer la tiranía? ¿Oh , piensas
que Atenas te ha de pag'ar los condimentos?»
JÁNTIAS.
Sin ir más lejos, yo entré ayer al mediodía en
casa de una cortesana; y porque la propuse ciertos
ejercicios hípicos, me preg-untó furiosa si quería
restablecer la tiranía de Hípias.
BDELICLEON.
Eso le adrada al pueblo: y á mí, porque quiero
que mi padre cambie de costumbres, y, dejándose
de delaciones, y pleitos y miserias, no sal^a de casa
al amanecer y viva espléndidamente como Morsí-
cos (2), me acusan de conjuración y tiranía.
FILOCLEON.
Y se te está muy bien empleado; pues yo ni por
todas las delicias del mundo dejaría este género de
vida de que pretendes apartarme. A mí no me gus-
tan las rayas ni las anguilas; un pleito pequeñito
(1) Tan delicado gusto despertaba sus sospechas.
(2) Poeta trágico, gran gastrónomo, citado en los
Acarnienses (v. 8S7).
44
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
cocido en su correspondiente tartera, me agrada-
ría más.
BDELICLEON.
Claro está, como que te has acostumcrado á
ello (1); mas si puedes callar y escuchar con pacien-
cia lo que te digo, creo que te demostraré cuan
engañado estás.
FILOCLEON.
¿Me engaño cuando juzgo?
BDELICLEON.
¿No conoces que se burlan de tí esos hombres (2)
á quienes rindes culto y adoración? ¿Que no eres
más que un esclavo?
FILOCLEON.
¡Esclavo yol Yo, que mando á todo el mundo.
BDELICLEON.
No lo creas: te haces la ilusión de que mandas,
y eres un esclavo; y, si no, díme, padre: ¿qué honra
obtienes de disfrutar todos los tributos de la
Grecia?
FILOCLEON.
Muchísima: apelo al testimonio de esos amigos.
BDELICLEON.
Acepto el arbitraje: soltadle, esclavos.
FILOCLEON.
Dadme una espada. Si tus argumentos me ven-
cen, me atravesaré con ella.
(4) Flechazo á la manía de los Atenienses por los pro-
cesos.
(2) Los demagogos y oradores.
LAS AVISPAS.
45
BDELICLEON.
Y si no, ¿te conformas con la sentencia de esos
arbitros?
FILOCLEON.
No beberé jamás vino en honor del buen ge-
nio (1).
COBO.
Ahora, adalid nuestro, es preciso que encuentres
nuevas razones, á fin de
BDELICLEON.
Traedme aquí cuanto antes unas tablillas; pero
tú ¿qué opinión piensas sustentar cuando le inci-
tas asi?
CORO.
no hablar como pudiera hacerlo esejóven(2).
Ya'ves la inmensa importancia del certamen, y que
lo perderemos si (lo que Dios no quiera) este sale
vencedor.
BDELICLEON.
Iré apuntando todo cuanto diga, para que nada
se me olvide.
FIL0CLÍ:0N.
¿Qué me decís si este sale vencedor?
CORO.
La turba de los viejos no servirá para nada. En
todas las calles se burlarán de nosotros llamando-
nos talóforos (3) y mondaduras de pleitos. Tú, que
M\ Vírase la nota al verso 106 de Los Caballeros,
2 Ele^ro contLú^ la interrumpida frase de Filoc leo..
(3) Designábanse con el nombre de Taló/oros los an-
46
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS
47
vas á defender nuestra soberanía, desplieg-a, pues,
atrevidamente todos los recursos de tu lengua.
FILOCLEON.
Empezaré por probar desde las primeras pala-
bras que nuestro poder no es menor que el de los
reyes más poderosos. Pues, ¿quién más afortunado,
quién más feliz que un juez? ¿Hay vida más deli-
ciosa que la suya? ¿Existe alg-un animal más temi-
ble, sobre todo si es viejo? Para cuando salto del
lecho, ya me están esperando unos hombrones de
cuatro codos que me escoltan hasta el tribunal:
apenas me presento, una mano delicada, que fué
esquilmadora del erario, estrecha blandamente la
mia: los acusados abrazan suplicantes mis rodi-
llas, y me dicen con lastimera voz: «Ten compa-
sión de mí, padre mió; yo te lo pido por los hurtos
que hayas podido cometer en el ejercicio de alg-una
mag-istratura ó en el aprovisionamiento del ejér-
cito.» Pues bien, este á quien me refiero no sabría
siquiera si yo existia si no le hubiera absuelto la
primera vez.
BDELICLEON.
Tomo nota de lo que dices sobre los suplicantes.
FILOCLEON.
Entro después, abrumado de súplicas, y calmada
mi cólera suelo hacer en el tribunal todo lo con-
trario de lo que habia prometido; pero escucho á
una muchedumbre de acusados que en todos los
tonos piden la absolución. ¡Oh! iCuántas palabras
de miel pueden oir allí los jueces! Unos lamentan
su pobreza, y añaden males fingidos á los verdade-
ros hasta lograr que sus desgracias igualen á las
nuestras: otros nos recitan fábulas: éstos nos refie-
ren alguna gracia de Esopo (1): aquellos dicen un
chiste para hacerme reír y desarmar mi ira.
Cuando tales recursos nonos vencen, se presentan
de pronto trayendo sus hijos é hijas de la mano:
yo presto atención: ellos, desgreñado el cabello,
prorumpen en berridos; el padre, temblando, me
suphca como á un Dios que le absuelva siquiera
por eUos. «Si te es grata la voz de los corderos,
dice, compadécete de la de mi hijo.» «Si te gusta
más la de las puerquecillas (2), procura conmoverte
con la de mi hija.» Entonces disminuimos un poco
nuestro furor. ¿No es esto, decidme, un g-ran poder
que nos permite despreciar las riquezas?
BDELICLEON.
Nota segunda: el desprecio de las riquezas. Dime
ahora cuáles son esas ventajas por las cuales te
crees señor de la Grecia.
FILOCLEON.
También cuando se examina la edad de los niños
tenemos el privilegio de verlos desnudos (3). Si
Glanos que llevaban ramas de olivo en las grandes Panate-
neas, y también los que sólo servian para esta función.
(1) Este Esopo no es el célebre fabulista, sino el autor
cómico muy en boga entonces. , , . •
(2) Se reproduce el equívoco de Los Acarmenses,
470 y siguientes. , • , j
(3) Al ser inscritos en el registro de ciudadanos, se
sometía á los niños á una inspección de su sexo.
48
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
49
EagTO (1) es citado ajuicio, no consigrae salir ab-
suelto hasta después de haberuos recitado el más
hermoso trozo de la Níobe (2). Si g^na un flautista
el pleito, en pag'o de la sentencia se pone delante
de la boca la correa (3), y nos toca al salir del tri-
bunal una marcha primorosa. Cuando muere un
• padre disponiendo con quién ha de casarse su hija
y única heredera, nosotros hacemos caso omiso del
testamento y de la Conchita (4) que con tanta g-ra-
vedad cubre su sello, y entregamos la hija á quien
ha sabido ganarnos con sus súplicas. Y todo esto
sin la menor responsabilidad. Cítame otro cargo
que teng^ este privilegio.
BDEUCLEON.
Te felicito por ese privilegio, que hasta ahora es
el único; pero eso de anular el testamento de la
única heredera, me parece injusto.
FILOCLEON.
Además, cuando el Senado y el pueblo no saben
qué decidir sobre algún grave asunto, dan un
decreto para que los acusador comparezcan ante
los jueces. Entonces Evatlo (5), y el ilustre Cleó-
nimo (6), garande adulador y arrojador de escudos,
(1) Célebre actor trágico.
(2) Tragedia de Esquilo en que Eagro hacía el papel
principal.
(3) Costumbres de los flautistas.
(4) Se cubria el sello con la valva de un molusco para
conservarlo mejor.
(5) Orador de mala reputación. ( Véase Zm hcarnien"
ses, 710.)
(6) El mismo citado varias veces.
juran no abandonamos nunca y combatir por la
muchedumbre. Y dime, ¿ante el pueblo ha podido
nunca orador alguno hacer prevalecer su opinión
si no ha dicho antes que los jueces deben retirarse
en cuanto hayan sentenciado un solo pleito? El
mismo Cleon, que todo lo avasalla con sus alari-
dos, no se abreve á mordemos; al contrario, vela
por nosotros, nos acaricia y nos espántalas mos-
cas. ¿Has hecho tú eso ni una vez siquiera por tu
padre? Pues, hijo mió, Teoro, el mismo Teoro,
íiunque no vale menos que el ilustre Eufemio (1),
coge una esponja del barreño y nos limpia los za-
patos. Considera, pues, de qué bienes quieres ex-
cluirme y despojarme: mira si esto es servidumbre
y esclavitud, como decias.
BDELICLEON.
Desahógate á gusto; dia llegará en que conozcas
que esa tu decantada autoridad se parece á un tra-
inero, siempre suc'.o por más que se le lave.
FILOCLEON.
Pero se me olvidaba lo más delicioso: cuando
entro en casa con el salario, todos corren á abra-
zarme atraídos por el olorcillo del dinero; enseg-uida
mi hija me lava, me perfuma los pies (2) y se in-
clina sobre mi para basarme; me llama «papá que-
rido» y me pesca con la lengua el trióbolo que
llevo en la boca (3). Después mi mujercita, toda
(1) Vil adulador.
(2) Costumbre que también se observa en el lluevo
testamento.
(3) Aristófanes alude varias veces á esta costumbre de
llevar monedas en la boca.
TOMO n.
50
COMEDÍAS DE ARISTÓFANES.
LA«i AVISPAS.
51
mimos y halagos, me presenta una torta riquí-
sima, se sienta á mi lado y me dice cariñosa: «Come
esto, prueba esto otro.» Lo cual me deleita infinüo,
y me libra de miraros á la cara á ti ni al mayor-
domo, para ver cuando os dignaréis servirme la
comida, gruñendo y maldiciéndome. Mas para
cuando mi mujer no me trae pronto la torta, tengo
este quita-pesares (1), muralla en que se estrellan
todos los dardos. Por si no me das de beber, he
traido este soberbio porrón con dos asas á modo de
orejas de asno (2). .Cómo rebuzna cuando inclinán-
dome hacia atrás apuro su contenido! Sus terribles
cloqueos ahogan el ruido de tus odres. Mi poder es
por lo menos igual al iel padre de los Dioses; pues
hablan de mí como del propio Júpiter. Cuando
nos alborotamos suelen decir todos los transeún-
tes: «Jove soberano, cómo truena el tribunal.» Y
cuando lanzo el rayo de mi indignación, ¡oh! en-
tonces es de ver cómo me halagan todos, y cómo
el terror descompone el vientre á los más ricos y
soberbios. Tú mismo me temes más que ningún
otro; sí, tú, por Céres. Yo, en cambio, que me
muera si te tengo miedo.
CORO.
Nunca habíamos oído discutir con tanta preci-
sión y habilidad.
(i) Su salario de juez.
(Y) "Ovo; significa vasija y asno\ de aquí un juego de
palabras intraducibie. Literalmente traducido este pasaje,
es: Tum si mihi vinum sitienti non infuderis, asinum Aití
adtuli vino plenum;... Ule auíem hians rudit et conin
tuum turbiiMm graiide et horrendum pedit.
FILOCLEON.
No; es que esperaba vendimiar una viña aban-
donada (1); pues ya conoce bien mi superioridad
en la materia.
CORO.
¡Qué bien lo ha dicho todo! ¡De nada se ha olvi-
dado! Al oirle me sentia crecer. Ya pensaba estar
administrando justicia en las Islas Afortunadas.
¡Tal es el encanto de su elocuencia!
FILOCLEON.
¡Cómo se entusiasma! ¡Ya no cabe en el pellejo!
Infeliz, dentro de poco todo se le van á antojar
garrotes.
CORO.
Si quieres salir vencedor, preciso es que emplees
todos tus ardides. Difícil es templar mi cólera,
sobre todo hablando en contra mia. Por tanto, si
nada bueno tienes que decir, ya puedes buscar
una muela buena y recien cortada para quebrantar
nuestra ira
BDELICLEON.
Ardua, atrevida y superior á las fuerzas de un
poeta cómico es ciertamente la empresa de des-
arraigar de la ciudad un vicio tan inveterado. Pero
padre mío, hijo de Saturno... (2).
FILOCLEON.
No me des ese nombre. Porque si sobre la niar-
(1) Frase proverbial para indicar el abandono de ua
pleito.
(2) Es decir, viejo estúi)ido.
5-2
COMEDIAS PE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
53
cha no me manifiestas que soy un esclavo, no ha-
brá para ti medio de librarte de la muerte, aunque
me vea privado de participar de los festines en los
sacrificios (1).
BDKLICLEON.
Escucha, pues, padrecito mió, y degarrug:a un
poco tu fruncido ceño. Principia por calcular no
con piedrecillas, sino con los dedos (la cuenta no es
difícil), cuál es el total de los tributos que nos pa-
gan las ciudades aliadas; á ellos agreg-a los im-
puestos personales, los céntimos, las rentas, los
derechos de los puertos y mercados y el producto
de los salarios y confiscaciones. En junto sumarán
unos dos mil talentos. Cuenta ahora el sueldo
anual de los jueces, que son seis mil, pues nunca
excedieron de este número, y hallarás que asciende
á ciento cincuenta talentos (2).
(1) Por el delito de homicidio.
(2) Artaud (Comedies iP Aristopliane , traduites du
Grec, t. I.) formaliza esta cuenta del moUo siguiente, te-
niendo presente que cada juez recibia tres óbolos diarios:
6.000 jueces, á tres óbolos al
dia, hacen 540.000 óbolos al mes.
Valiendo seis óbolos cada drac-
ma, son 90.000 dracmas, id.
Valiendo 400 dracmas cada
mina son 900 minas, id.
Valiendo 60 minas cada talento
son 15 talentos, id.
De suerte que cada año de iO
meses, por que los otros dos
estaban cerrados los tribu-
nales, el sueldo de los jueces
asciende á i50 talentos.
FILOCLEON.
De modo que nuestro sueldo no lle^a á la dé-
cima parte de las rentas (1)
BDELICLEON.
Justamente.
FILOCLEON.
¿A dónde va á parar todo lo demás?
BDELICLEON.
A esos que están diciendo, siempre: «nunca ha-
remos traición al pueblo ateniense; siempre com-
batiremos por la democracia.» Tú, padre mió, en-
«•aüado por sus palabra3, dejas que te dominen.
Ellos en tanto arrancan á los aliados los talentos
por cincuentenas, aterrándoles con estas amena-
zas: «O me pag-ais tributo, dicen, ó no dejo piedra
sobre piedra en vuestra ciudad.» Y tú te contentas
con roer los zancajos que les sobran. A los aliados,
en tanto, viendo que la multitud ateniense vive
miserablemente de su salario de juaz, se les im-
porta tanto de tí, como del voto ae Comió; mas á
ellos les traen á porfía orzas de conservas, vino,
tapices, queso, miel, sésamo, cojines, frascos, tú-
nicas preciosas, coronas, collares, copas, en fin
cuanto contribuye á la salud y á la riqueza; y
áti, que mandas en ellos, después de tus infini-
tos trabajos en mar y tierra, ni siquiera te dan
(i) El total de las rentas ascendía á 2.000 talentos,
<íuya décima parte son 200; y el sueldo de los jueces sólo
importaba 150.
54
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
55
una cabeza de ajos para guisar tus pececiUos.
FILOCLEON.
Efectivamente, yo mismo he tenido que enviará
casa de Eucárides (1) á por tres ajos. Pero me con-
sumes no probándome esa pretendida esclavitud.
BDELICLEON.
¿No es esclavitud, y grande el ver á todos esos
bribones y á sus aduladores ejerciendo las prmci-
pales magistraturas y cobrando sueldos soberbios^
¡Tú, con tal que te den los tres óbolos ya estás tan
contento! ¡Tú, que has ganado para ellos todos
esos bienes, peleando por mar y tierra y sitiando
ciudades! Pero lo que más me irrita es que te obh-
onien á asistir al tribunal de orden ajena, cuando
In jovenzuelo disoluto, el hijo de Quéreas, por
ejemplo, ese que anda con las piernas separadas y
aire afeminado y lascivo, entra en casa y te manda
que vayas á juzgar muy temprano y á la hora
fijada, porque todo el que se presente después de
la señal no cobrará el trióbolo. Él en cambio, aun-
que llegue tarde cobra un dracma como abogado
públicol2). Después, si un acusado le da algo, hace
participe de ello á 3u colega, y ambos procuran
arreglar como puedan ei negocio. Entonces es de
ver cómo á modo de aserradores de leña, uno lo
(I) Músico derrochador, que se había arruinado con
'"^rtol^'S recibían un dracma diario, cuando
es aban encarcadüs de alguna defensa. Constituían una
especie de magistratura anual, compuesta de diez ciudada-
nos elegidos á suerte.
suelta y otro lo toma; y cómo tú te estás con la
boca abierta y con los ojos tijos en el pagador pú-
blico, sin notar sus manejos.
FILOCLEON.
¡Eso hacen conmigo' ¡ Ah! ¿Qué dices? Me destro-
zas el corazón. Ya no sé ni lo que pienso ni lo que
digo.
BDELICLEON.
Considera, pues, que tú y todos tus colegas po-
díais enriqueceros sin dificultad, si no os dejaseis
arrastrar por esos aduladores que están siempre
alardeando de amor al pueblo. Tú, que imperas
sobre mil ciudades desde la Cerdeña al Ponto, sólo
disfrutas del miserable sueldo que te dan, y aun ese
te lo pagan poco á poco, gota á gota, como aceite
que se exprime de un vellón de lana; en fin, lo pre-
ciso para que no te mueras de hambre. Quieren
que seas pobre, y te diré la razón: para que reco-
nociéndoles por tus alimentadores, estés dispuesto
á la menor instigación á lanzarttj como un perro
furioso sobre cualquiera de aus enemigos. Como
quieran, nada les será más fácil que alimentar al
pueblo. ¿No tenemos mil ciudades (1) tributarias?
Pues impóngase á cada una la carga de mantener
veinte hombres, y veinte mil ciudadanos (2) vivirán
(1) Algunos entienden que este número determinado-
está por otro indeterminado. ^« «^^ i v v*««
(2) Demóstenes calcula también en 20.000 los balitan-
tes de Atenas; Aristófanes en Za^ Ju7iteras,\. i Aliólo
hace ascender á 30.000, pero incluyendo los habitantes
extranjeros.
56
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
57
deliciosamente, comiendo carne de liebre, llenos
de toda clase de coronas, bebiendo la leche más
pura (1), gozando, en una palabra, de todas las
ventajas á que les dan derecho nuestra patria y el
triunfo de Maratón. En vez de eso, como si fuerais
jornaleros recolectores de aceituna, seguís al paga-
dor de sueldos.
FILOCLEON.
¡Ay! súbito hielo entorpece mi mano; no puedo
sostener la espada; me siento desfallecer (2).
BDELICLEON.
Esos intrigantes cuando cobran miedo os dan la
Eubea y prometen distribuir cincuenta celemines
de trigo: nunca te han dado, bien lo sabes, más de
cinco celemines, y esos con mil molestias, midién-
dolos uno por uno, y exigiéndoLe previa justifica-
ción de no ser extranjero. Ahí tienes por qué te
tengo encerrado siempre, deseando mantenerte yo
mismo y librarte de insolentes burlas. Resuelto es-
toy á darte cuanto quieras, menos ese maldito sa-
lario.
CORO.
¡Cuan sabio era el que dijo: «No juzgues sin ha-
ber oido á ambas partes! fA BdelicleouJ Ahora me
parece que tú tienes sobrada razón. Mi cólera se
calma, y lirrojo estos garrotes. fA Füocleo/i.J Cede,
(1) Lii.: calostra et lac decoctum. Llamábase calostro la
primera leche de las rases recien paridas.
(2) Parodia del verso tiSQ de la Andrómaca de Eurí-
pides.
cede á sus consejos, colega y contemporáneo nues-
tro; no seas obstinado, ni hagas alarde de tenacidad
inflexible. ¡Ojalá tuviera yo un pariente ó amigo
que así me aconsejase! Hoy, que se te aparece un
dios para socorrerte y colmarte de favores, recíbe-
los propicio.
BDELICLEON.
Sí, yo le mantendré y ie daré cuanto un anciano
puede desear: ricos puches, blancas túnicas, un
fino manto y una cortesana que le frote los ríño-
nes (1). Pero se calla y no dice esta boca es mía.
Mala espina me da.
CORO.
Es que recobra la razón en el mismo punto que
lahabia perdido: reconoce su culpa, y se arrepiente
de haber desoído tanto tiempo tus exhortaciones
Quizá ahora, más cuerdo, se propone mudar de
costumbres y obedecerte en todo.
FÍLOCLEON.
¡Ay de mí!
BDELICLEON.
¿Por qué esa exclamación?
FILOCLEON.
Déjate de promesas; lo que yo quisiera era estar
allí, sentarme allí donde el heraldo grita: «El que
no haya emitido todavía su voto, que se levante.»
¡Ahí ¿porqué no me he de encontrarjuntoálas
urnas y depositar en ellas el último mi voto? ¡Apre-
súrate, alma mia! Alma mía, ¿dónde estás? «Ti-
(1) Quaepenem ei lumhosque fricahit.
$s
COMEDIAS I)E ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
99
nieblas, abridme paso» (1). ¡Ohl por Hércules lo
juro, mi más vehemente deseo es sentarme hoy
entre los jueces y convencer de robo á Cleon.
BDELICLEON.
En nombre de los dioses, padre mió, cede á mis
ruegos.
FILOCLEON.
¿Qué deseas? Pídeme cuanto quieras, menos una
cosa.
BDELICLEON.
¿Qué cosa es esa? Di.
FILOCLEON.
Que no juzgue; antes de consentirlo, Pluton ha-
brá pronunciado mi sentencia»
BDELICLEON.
Sea, ya que tanto te gusta administrar justicia;
pero cuando menos no acudas ya al tribunal; qué-
date en casa y juzga á los criados (2).
FILOCLEON.
¿Sobre qué? ¡Tú deliras!
BDELICLEON.
Haciendo en casa lo mismo que allí: si la criada
abre clandestinamente la puerta, la condenas á
una simple multa; es decir, exactamente igual que
(4) Verso del Belerofonte de Eurípides.
(2) Racime (Les Piaideurs, act. ii, esc. xiii) pone en
boca de Leandro igual proposición.
Si pour vous, sans juger, la vie est un supplice,
Si vous étes pressé de rendre la justice,
II ne faut point sortir pour cela de chez vous:
Exercez le talent, et jugez parmi nous.
en el tribunal. Todo lo demás se hará también como
allí se acostumbra: cuando caliente el sol, juzga-
rás desde la mañana sentado al sol; y cuando nieve
ó hueva, sentado ante el hogar: asi aunque te le-
vantes al mediodía, ningún tesmoteta (1) te prohi-
birá la entrada en el tribunal.
FILOCLEON.
Eso me agrada.
BDELICLEON.
Además, si un orador habla mucho tiempo, no
tendrás que esperar rabiando de hambre á que con-
cluya, con gran tormento tuyo y del acusado que
temetufuror(2).
FILOCLEON.
¿Pero podré lo mismo que hasta ahora conocer
perfectamente el asunto, si cómo en el intervalo.^
BDELICLEON.
Mejor que en ayunas. ¿No has oido decir á todo el
mundo que, cuando los testigos mienten, los jue-
ces sólo pueden comprender el asunto á fuerza de
rumiarlo?
FILOCLEON.
Me has convencido. Mas aun no me has dicho
quién me pagará los honorarios.
BDELICLEON.
Yo.
FILOCLEON.
Bueno, asi recibiré yo sólo mi paga, y no en com-
(4) De los nueve arcontes, seis se llamaban tesmole-
tas, y presidian los tribunales de Justicia.
(2) Exacerbado por la pesadez del abogado.
60
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
61
pañía de otro: porque hace poco ese bufón de Lisís-
trato (1) me jug-ó la más mala pasada que puede
imaginarse. Había recibido un dracma para los
dos, y fuimos á la pescadería, donde lo cambio en
monedas de cobre (2); luég-o, en vez de darme mi
parte, me puso en la mano tres escamas; yo, cre-
yendo que eran tres óbolos, las escondí en la boca;
pero ofendido por el olor las arrojé en seguida y le
citó á juicio.
BDELICLEON.
¿Y qué dijo?
FILOCLEON.
?.Qué dijo? que yo tenía estómag-o de grallo. «Di-
gieres fácilmente el dinero,» repetía riéndose.
BDELICLEON.
?.Ves cuánto vas ganando hasta en esto?
FILOCLEON.
No poco, es verdad. Pero, anda, haz lo que has
prometido.
BDELICLEON.
Espera un momento; en seg-uida vuelvo aquí con
todo.
FILOCLEON.
¡Mirad cómo se cumplen los oráculos! Yo había
oído que llegaría día en que cada Ateniense admi-
nistraría justicia en sil propia casa, y construiría
en el vestíbulo un pequeño tribunal, como esas es-
(i) Citado en Los Acarnienses, V. 854; v en Los Caba-
lleros, V. 1.16!>.
(2) Como el dracma valía seis óbolos, solía darse uno
para cada dos jueces.
tatúas de Hécate que se colocan delante de las
puertas.
BDELICLEON.
Heme aquí: ¿qué tienes que decir? traigo todo lo
que te dije y mucho más. Este bacín puede col-
garse á tu lado para cuando lo necesites (1).
FILOCLEON.
iFelíz ocurrencia! ¡Excelente remedio para pre-
servar á un viejo de la retención de orina!
BDELICLEON.
Aquí traigo además un hornillo con una escu-
dilla llena de lentejas, por sí se te ocurre comer.
FILOCLEON.
Muy bien, muy bien; de modo que cobraré mi
salario, aunque tenga calentura, y podré comer
lentejas sin moverme de aquí. Mas ¿para qué me
traes ese gallo?
BDELICLEON.
Para que si te duermes durante la defensa de una
causa, te despierte cantando encima de tí.
FILOCLEON.
Sólo echo de menos una cosa; todo lo demás me
satisface.
BDELICLEON.
¿Cuál?
FILOCLEON.
¿Sí pudieras traer la estatua de Lico? (2)
(1) Si mingere velis.
(2) Véase la nota al verso 389 de esta comedia..
62
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
63
BDELICLEON.
Hela aquí; parece el mismo héroe.
FTLOCLEON.
¡Oh héroe mi señor! ¡Cuan terrible es tu aspecto;
es el retrato de Cleónimo.
SOSIAS.
Por eso, aunque es un héroe, no tiene armas (1).
BDELICLEON.
Si te sientas, someteré en seguida á tu decisión
una causa.
FILOCLEON.
Venga al punto: hace cien años que estoy sen-
tado.
BDELICLEON.
Veamos; ¿por qué causa principiaremos? ¿habrá
faltado alguno de los criados? ¡Ah! Trata (2), que
hace poco se dejó quemar el puchero...
FILOCLEON.
¡Eh! detente: me has puesto al borde del abis-
mo. ¿Cómo pretendes que actúe el tribunal sin ba-
laustrada^ Precisamente es para nosotros lo má?
sagrado.
BDELICLEON.
Es verdad, por Jíipiter. Corro á casa y la traigo
volando. ¡Lo que es la costumbre!
(i) Alusión á la cobardía de Cleónimo, que huyó arre-
ando las íirmas.
(2) Nombre de una esclava.
JÁNTIAS.
¡Diántre de animal! ¿Es posible que demos de
comer á semejante perro?
BDELICLEON.
¿Qué pasa?
JÁNTIAS.
Nada, que Labes (1), tu perro, ha entrado en la
cocina, ha robado un magnífico queso de Sicilia, y
se lo ha engullido.
BDELICLEON.
Ya tenemos la primera causa en que ha de en-
tender mi padre. fA Jántias.) Comparece tú como
acusador.
JÁNTIAS.
Yo no, por vida mia; otro perro dice que presen-
tará la acusación, si se instruye el proceso.
BDELICLEON.
Bueno; tráete acá los dos.
JÁNTIAS.
Es lo que hay que hacer.
FILOCLEON.
¿Qué es eso?
BDELICLEON.
La gamella de los cerdos consagrados á Vesta (2) .
FILOCLEON.
¿Osas poner sobre ella tus sacrilegas manos?
(1) Con el perro Labes se alude á Laques, de quien an-
tes se h^ hecho mención. Aristófanes parece acusarle de
haberse dejado ganar por los Sicilianos. ,...„,
(2) La trae para que sirva de balaustrada al tribunal.
64
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
65
BDELICLEON.
Ino; principiando por sacrificar á Vesta (1), tri-
turaré á mi adversario.
FTLOCLEON.
Vamos, vamos, principia pronto la acusación;
yo ya sé cuál castig-o ha de imponerse.
BDELICLEON.
Deja que te traig-a las tablillas y el estilo.
FILOCLEON.
¡Oh! ¡Me mueles y me asesinas con tus dilacio-
nes! Lo mismo me era escribir en la arena.
BDELICLEON.
Ten.
FILOCLEON.
Cita, pues.
BDELICLEON.
Ya estoy.
FILOCLEON.
¿Quién es ese primero?
BDELICLEON.
¡Oh, qué memoria la mia! Esto es atroz. ¿Pues
no se me han olvidado las urnas de los votos?
FILOCLEON.
Eh, tú, ¿á dónde vas?
BDELICLEON.
A por las urnas.
FILOCLEON.
Es inútii; me serviré de estos cacharros.
BDELICLEON.
Muy bien; ya tenemos todo lo necesario, excepto
la clepsidra.
FILOCLEON.
¿No puede pasar por clepsidra este bacin?
BDELICLEON.
Eres ingenioso para proporcionarte los útiles
precisos y acostumbrados. Pronto, traed fuego,
mirtos é incienso para que principiemos por invo-
car á los Dioses.
CORO.
Durante vuestras libaciones uniremos nuestros
votos á loá vuestros, congratulándonos de que una
reconciliación tan generosa haya seguido á vues-
tras disputas y querellas.
BDELICLEON.
Principiad, pues, por g-uardar un silencio reli-
gioso.
CORO.
¡Oh Febo! ¡Oh Apolo Fitio! Haz que el neg-ocio
que va á resolverse delante de esa puerta, sea para
bien de todos nosotros, Kbres ya de nuestros er-
rores. ¡Oh Pean!
BDELICLEON.
¡Oh Dios poderoso, Apolo Agieo que velas ante
el vestíbulo de mi casa! (1) Acepta este nuevo sacri -
ficio que te ofrezco para que te di^es suavizar el
(i) Frase proverbial como la de: Al Jove principium.
(i) Ante las puertas de las casas se colocaban altares,
columnas ó conos en honor de Apolo, llamado Affieo^
'Ayuieú<;; que preside las calles.
TOMO II.
66
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
67
humor áspero é intratable de mi padre. ¡Oh rey!
endulza con alg-unas g-otas de miel su avinagrado
corazón; que sea en adelante clemente con los
hombres; más compasivo con los reos que con los
acusadores; sensible á las súplicas, y que pierda su
carácter esa furia, dolorosa para el que se acerca,
como las ortigas.
CORO.
Nosotros unimos á los tuyos nuestros votos en
favor del nuevo magistrado. Pues te queremos,
Bdelicleon, desde qr^e nos has dado á conocer que
amas al pueblo como ningún otro joven.
BDELICLEON.
Si hay algún juez fuera, que entre; pues en
cuanto se principie la vista no se dejará entrar á
nadie.
FILOCLEON.
¿Quién es ese acusado^ ¡Qué condena le aguarda!
BDELICLEON (1) (coí/w acmadoi'J.
Oid el acta de acusación (2). La suscribe un
perro üidatenense contra Labes de Exona, al que
acusa de haberse comido él sólo, contra toda razón
y derecho, un queao de SiciUa. La pena una argo-
lla de higuera.
FILOCLEON.
o la muerte canina si se le prueba.
(1) Otras ediciones ponen la acusación en boca de
Jántias. , -,
(2) Aristófanes observa en toda esta escena las fürmu-
las forenses.
BDELICLEON.
Aquí está Labes e^ acusado.
FILOCLEON.
[Ah maldito! ¡Qué traza de ladrón tienes! ¿Si
creerá que me va á engañar apretando los dientes?
BDELICLEON.
¿Dónde está el querellante, el perro Cidate-
nense? (1)
EL PERRO.
¡Guau! jGuau!
BDELICLEON.
Aquí está.
FILOCLEON.
Ese es otro Labes, bueno sólo para ladrar y lamer
ollas.
BDELICLEON (2) (kacíendo de heraldo).
Calla y siéntate. Tú (á Jántias)^ sube y acusa.
FILOCLEON.
Vamos, en tanto voy á servirme y sorberme las
lentejas.
JÁNTIAS ('acmadorj.
Ya habéis oido, oh jueces, el escrito de acusa-
ción que he presentado contra Labes: ha cometido
contra mí y los marinos la más indigna felonía; se
metió en un rincón oscuro, robó un enorme queso
de Sicilia, y atracándose en las tinieblas... (3)
(i) Cidatene era una aldea ó demo del Ática.
(2) En otras ediciones Sosias hace el papel de he-
raldo.
(3) Hay en todo esto alusiones continuas á la conducta
de Laques'.
LAS AVISPAS.
69
68
COMEDIAS PE AUl TÓFANES
FILOCLEON.
Baf^ta, tasta; el hecho está probado: el ^n
canalla acaba de soltar junto á mis nances un
eructo que apesta á queso.
JÁNTIAS.
...Se negó á darme la parte que le pedia- Ahora
bien; ^.podrá prestaros servicio alg-uno quien no da
nada á vuestro perro leal?
FILOCLEON.
^.No ha dado nada?
JÁNTIAS.
¡Nada á mí, á su compañero!
l'ILOCLEON.
Se conoce que el mezo tiene los cascos tan calien-
tes como estas lentejas.
liDELICLEON.
Por favor, padre mió; no sentencies antes de
haber escuchado á los dos.
FILOCLEON.
Pero, querido, si la cosa está clara; si está cla-
mando justicia.
JÁNTIAS.
No le absolváis: es el perro más egoísta y voraz;
recorre en un instante todo el molde de un queso,
y se engalle la costra que le recubre (1).
FILOCLEON.
Ni siquiera me ha dejado con que cerrar las grie-
tas de mi urna.
(1) El doble sentido de las palabras griegas hace me
tod./ cuanto so dice del perro Labes pueda aplicarse á la
rapacidad de Laques y á sus concusiones en biciua.
JÁNTIAS.
Castigadle; una sola casa no puede mantener dos
ladrones; yo no quiero ladrar con el estómago va-
cío; castigadle, pues, ó dejaré de ladrar.
FILOCLEON.
¡Oh! ¡Oh! ¡Cuántas maldades! El mozo es ladrón
de veras. ^.No te parece lo mismo, gallo mió? ¡ Ah!
sí, se adhiere á mi opinión. ¡Eh, Tesmoteta! ¿Dónde
estás? Dame el bacin.
BDELICLEON.
Cógelo tú, que yo estoy llamando los testigos.
Testigos de Labes, compareced: son un plato, una
mano de mortero, un cuchillo, unas parrillas, una
olla y otros utensilios medio quemados. ¿Acabas de
hacer aguas? ¿Ó no va3 á sentarte nunca?
FILOCLEON.
Aún no; pero creo que ese pasará hoy á ma-
yores (1).
BDELICLEON fd FllOCleOIbJ,
¿Serás siempre duro ó intratable con los reos?
¿Cebarás siempre en ellos tu furor? (Ai musddoj
Sabe y defiéndete. ¿Por qué te callas? Habla.
FILOCLEON.
Parece que no tiene nada que alegar.
BDELICLEON.
Sí que tiene, pero se me figura que le pasa lo
que á Tucídides (2) en otra ocasión, cuando la sor-
(i) Cacaturum.
(2) Sobre Tucídides y el hecho á que se alude, véase la
nota á la Parábasis de Los Acamienses.
70
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
71
presa le cerró la boca. Retírate: yo rae encarg-o
de tu defensa. Ya comprendereis, oh jueces, lo
comprometido que es defender á un perro acu-
sado de crimen tan atroz. Hablaré no obstante. En
primer lug'ar, es valiente y ahuyenta los lobos.
FILÜCLEON.
Pero es ladrón y conspirador.
BDELICLEON.
No, por Júpiter; es el mejor de los perros, capaz
de ^lardar el rebaño más numeroso.
FILÜCLEON.
¿Qué importa si se come el queso?
BDlíLICLEON.
Pero en cambio te defiende, te guarda la puerta,
y tiene otras inmejorables cualidades. Si cometió
alg-un hurto, hay que perdonárselo. ¿No ves que es
un ignorantón que ni aun tocar la lira sabe?
FILÜCLEON.
¡Ojalá tampoco supiera escribir! asi no hubiera
redactado su defensa.
BDELICLEON.
Oye, honrado juez, ámis testigos. Acércate, buen
cuchillo, y declara en voz alta. Tú eras entonces
pagador. Responde claro. ¿No partiste las porciones
que debían ser distribuidas á los soldados? — Dice
que sí las partió.
FILOCLEON.
Pues miente el bellaco.
BDELICLEON.
lOh compasivo juez, ten piedad de su infortunio!
El infeliz Labes siempre come espinas y cabezas de
pescados; no para un momento en un sitio: ese
otro sólo sirve para guardar la casa (1); y ya sabe
lo que se hace; así reclama una parte de todo lo que
traen, y al que no se la da, le clava el diente.
FILÜCLEON.
¡Ih, estoy enfermo! ¡Se me figura que blandeo!
¡Oh desgracia! ¡Yo enternecido!
BDELICLEON.
Yo te lo ruego, padre mió, compadeceos de él,
no le condenéis (2).— ¿Dónde están sus hijos? Acer-
caos, infelices. Aullad, suplicad, llorad sin con-
suelo.
FILOCLEON.
Baja, baja, baja, baja (3).
BDELICLEON,
Bajaré, aunque esa palabra «baja» ha engañado
á muchos. No obstante, bajaré.
FILÜCLEON.
¡Vete al infierno! ¿por qué habré comido esas
lentejas? ¿Pues no he llorado? Creo que esto no me
hubiera sucedido si no me hubiera atracado de esas
malditas lentejas.
BI>ELICLEON.
¿Será, pues, absuelto?
FILOCLEON.
No he dicho tal cosa.
(4) Alude á Cleon, acusador de Laques.
(2) Habla en plural, como ante un tribunal contípleto.
(3) De la tribuna. La frase de Filocleon indica que da
por terminada la vista.
72
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
73
BDELICL^ÍON.
Vamos, parlrecito mió, sé más humano. Cog-e tu
voto; da un paso atrás; écíia'o en la seg'unda
urna (1), cerrando un poco lo.i ojos. Absuélvelo,
padro mió.
FILOCLEON.
No: tampoco jo sé tocar la lira.
BDSLTCLSON.
Vén, te llevaré yo mismo.
FILOCLlíON.
¿Es esta la primera urnaV (2).
BDEUCLEON.
Esa.
FILOCLEON.
Pues aquí hecho mi voto.
BDELICLEON.
Cayó en^eljazo, y lo absolvió sin saberlo (3j.
FILOCLEüN.
Veamos; vuelve la urna. ¿Cuál es el resultado?
BDELTCLEÜN.
Míralo. Labes, has sido absuelto. ¡Padre! ¡padre
¿qué te pasa? ¡Ag-ua, ag'ua! vamos, recóbrate.
FILOCLEON.
Dime, ¿de veras ha sido absuelto?
BDELICLEON.
Sí.
(1) La de absolución. En el tribunal se colocaban dos
urnas: en la que estaba delante se echaban los votos con-
denatorios, y en la de atrás los de la absolución.
(2) Es decir, la de absolver.
¡3) Estas palabras laa dice Bdelicleon aparte.
FILOCLEON.
¡Ah, soy perdido'
BDELICLEON.
Valor, padre mió, no te aflijas.
FILOCLEON.
¿Cómo podré resistir la pena de haber absuelto á
uu criminal? ¿Qué va á ser de mí? ¡Oh santos dio-
ses, perdonadme; lo hice á pesar mió; esa, yd lo
sabéis, no es mi costumbre!
BDELICLEON.
No lo tomes taa á pecho, padre mió; yo te daré
uaa vida reg'alada; te llevaré á cenas y convi-
tes; vendrás conmig-o á todas las fiestas, y pasarás
dLilcemente el resto de tu existencia: ya no se bur-
lará de tí Hipérbolo. Pero entremos.
FILOCLEON.
Haz lo que gfustes.
CORO.
Id alegres á donde queráis. Escuchad, en tanto,
innumerables espectadores, nuestros prudentes
consejos, y procurad que no caig*an en saco roto:
esa falta es propia de un auditorio ig-noraate; vos-
otros no la podéis cometer (1).
Ahora, si amáis la verdad desnuda y el leng-uaje
sin artificios, prestadme atención, oh pueblo. El
poeta quiere haceros alg-unos carg'os. Está quejoso
de vosotros, que antes le acogisteis tan bien,
(1) El coro se vuelve para recitar la Pardbasis.
74
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
75
caando imitando unas veces al espíritu profético
oculto en el vientre de Burieles (1), liizo que otros
poetas os presentasen muchas comedias suyas (2),
y afrontando otras cara á cara el peli^o dirigió
por su mano sin ajeno auxilio los vuelos de su
Musa. Colmado por vosotros de g-loria y honores,
como ning-un otro vate, no creyó, sin embargo,
haber llegado á la cúspide de la perfección, ni se
enorgulleció por ello, ni recorrió las palestras para
corromper á la juventud díslumbrada por sus
triunfos (3). Noblemente resuelto á que las Musas
que le inspiran no descienda-, jamás al oficio de
viles alcahuetas, ha desoldó las reclamaciones del
amante, quejoso de ver ridiculizado el objeto de
su torpe pasión. Ya en el extremo de su carrera
dramática no luchó con hombres, sino que mane-
jando intrépido la clava de Hércules, hubo de ata-
car á los mayores monstruos. Principió (4) por
acometer audazmente á aquella horrenda fiera, de
dientes espantosos, ojos terribles, ñameantes como
los de Cinna (5), rodeado de mil infames adulado-
(4) Adivino ventrílocuo, que respondía á las consultas
haciendo creer que no ero él quien hablaba, sino un genio
misterioso oculto en su vientre. Llegó á generalizarse su
sistema hasta darse el nombre de Euríclides á sus imita-
dores. En tiempo de Plutarco los nombres Burieles y adi-
vino eran y:i sinónimos.
(2) Aristófanes presentó varias de sus comedias coQ
los nombres de los autores Filónides y Calistrato.
(3) Esto se cree dirigido contra Eupólis.
(4) En Los Caballeros (passim), donde tan denodada y
rabiosamente atacó á Cleon, que es la fiera descrita.
(5) Meretriz ateniense.
res que á porfía le lamen la cabeza; de voz estruen-
dosa como la de destructor remolino; de olor á foca
y de partes secretas, que por lo inmundas recuer-
dan las de los camellos (1) y las lamias (2). A la vista
de semejante monstruo el miedo no le arrancó re-
galos para apaciguarle; ai contrario, sintió aumen-
tarse su valor para defenderos. Así, el año último
dii-igió de nuevo sus ataques contra esos vampi-
ros (3) que, pálidos, ab/asados por incesante fie-
bre, estrangulaban en las tinieblas á vuestros
padres y abuelos, y acostados en el lecho de los
ciudadanos pacíficos enemigos de cuestiones,
amontonaban sobre ellos procesos, citaciones y
testigos, hasta el punto de que muchos acudieron
aterrados al Polemarca (4). Esto no obstante, el
ano pasado abandonasteis al denodado defensor
que puso todo su ahinco en purgar de tales males á
la patria, y le abandonasteis precisamente cuando
sembraba pensamientos de encantadora novedad,
(1) Lit.: illolos LamicB coleos, culum cameli.
(2) Lamia, hija de Belo y Libia, fué amada por Júpiter.
Juno, celosa, mató á todos los hijos de esta unión, lo cual
produjo tal furor á Lamia, que se precipitaba sobre cuan-
tos niños veia para hacerles sufrir la misma suerte que á
los suyos. Júpiter le permitió tomar todas las formas que
quisiera para saciar su rabia. Esta idea que los antiguos
lenian de Lamia, como de un monstruo indefinido, movió
quizá á Aristófanes á escogerla para representar á Cleon.
(3) Los sofistas atacados en Las Nub^s fpassimj.
(4) El tribunal presidido por el Polemarca, nombre del
tercer arconte, entendia en todos los negocios relativos á
domiciliados y extranjeros. La cualidad de extranjero y
la privación de los derechos de ciudadano que traia con-
sigo, eran motivo de frecuentísimos pleitos en Atenas.
76
COMKDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
77
cayo crecimiento impedisteis por no haberlos com-
prendido bien(l); el autor, sinembar^^o, jura á me-
nudo entre estas libaciones á Baco, que jamás
oisteis versos cómicos mejores que ios suyos. Ver-
gonzoso es que no entendieseis de seguida su inten-
ción profunda; pero al poeta le consuela el no
haber desmerecido en la opinión de los doctos,
aunque se haya estrellado su esperanza por vencer
en audacia á sus rivales.
En adelante, queridos Atenienses, amad y hon-
rad más á los poetas que procuran deleitaros con
nuevas invenciones: recoged sus pensamientos y
guardadloLí en vuestras arcas como manzanas olo-
rosas. Si asi lo hiciereis, vuestros vestidos exhala-
rán todo el año un sua/e perfume de sabiduría.
En otro tiempo éramos infatigables en la danza,
infatigables en la guerra, infatigables, sobretodo,
ea las lides amorosas. ¡Todo, todo ha pasado! La
blancura de nuestros cabellos vence ya á la del
cisne; fuerza será, sin embargo, reanimar en estos
restos el vigor juvenil; pues mi vejez, según creo,
vale más que los rizos, adornos y disolutas cos-
tumbres de muchos jovenzuelos.
Espectadores; si alguno de vosotros se asombra
al vemos vestidos do avispas y no comprende el
objeto de nuestro aguijón, fácilmente disiparé su
ignorancia. Nosotros, á quienes veis asi armados
por d*etras, somos la gente ática única verdadera-
mente noble y autóctona; raza valerosísima que
tan insignes servicios prestó á la república cuando
el bárbaro, ganoso de arrojarnos de nuestras col-
menas, invadió este territorio llevando delante de
sí el incendio y la desolación. Al punto corrimos á
su encuentro, y armados de escudo y lanza (1), les
atacamos. La ira hervía en nuestros pechos; nos
tocábamos hombre con hombre; nos mordíamos
los labios de coraje, y una nube de dardos oscure-
cía el cielo (2): por fin, con ayuda de los Dioses los
derrotamos á la caída de la tarde. Antes del com-
bate una lechuza había pasado sobre nuestro ejér-
cito (3). Después les perseguimos, clavándoles
nuestro aguijón como furiosos tábanos; ellos
huían y nosotros les picábamos las mejillas y la
frente; así es que para los bárbaros nada hay ya
tan temible como la avispa ática.
Terribles éramos en aquel tiempo: nada nos
amedrentaba: á bordo de las tríremes extermina-
mos los enemigos. No nos cuidábamos entonces
de perorar elegantemente, ni de calumniar á nadie;
toda nuestra ambición se cifraba en ser el mejor
remero. De este modo ganamos á los persas mu-
(i) Se refiere á Las Nubes, cuya primera representa-
ción tuvo mala acogida.
(i> Alusión á la batalla de Maratón.
(2) Alusión á la frase de Leónidas, contestando al men-
sajero que le decia que los dardos de los persas oscure-
cían el sol: «Mejor, así pelearemos á la sombra.»
(3) El paso de una lechuza, ave consagrada á Minerva,
se consideraba como un augurio Oe victoria. La circuns-
tancia mencionada por Aristófanes es histórica. (Plut.,
Vida de Temíst,. xv.i
78
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
79
chas ciudades (1). Y á nuestro valor se deben prin-
cipalmente 3S0S tributos que hoy derrochan los
jóvenes (2).
Si nos miráis con detención, observaréis que
somos semejantes á las avispas en nuestras cos-
tumbres y modo de vivir. En primer liig^r, cuando
se nos irrita no hay animal más colérico é intrata-
ble; y en todo lo demás hacemos lo que ellas. Re-
unidos en enjambres nos repartimos en diferentes
avisperos: unos vamos á juzgar con el Arconte ¡3^,
otros al Odeon (4J, otros con los Once (5), y otros,
pecados á la pared (6) con la cabeza baja y sin
moverse apenas, nos parecemos h las larvas encer-
radas en su capullo. El procurarnos la subsistencia
nos es sumamente fácil, pues nos basta para ello
(i) Los Atenienses se hicieron entonces dueños de las
islas de Lésbos, Náxos, Paros, Sámos y otrí»s menos im-
portantes.
(2) Los demngogos, que gastaban las rentas del Estado
en dádivas y sueldos para nnanfener su influencia.
(3) El tribunal del Arconte epónimo, al que parece re-
ferirse Arisiüfanes, entendia da las tutelas y pleitos entre
parientes.
(4) En el Odeon, magnífico teatro construido por Ferí-
eles, donde tenian lugar los certámenes musicales, se
hacían las distribuciones de harina, lo cual daba lugar á
disputas que exigían la presencia de los magistrados.
(5) El tribunal de los Once entendia en "los robos co-
metidos de día que no excediesen de cincuenta dracmas
y de todos los de noche. Sus miembros tenian á su cargo
la custodia de las prisiones y la ejecución de las sentencias
de muerte. Sócrates desde su condena quedó bajo la vigi-
lancia de los Once.
(6) Parece referirse á los zttyottoioX, magistrados en-
cargados de la construcción y reparación de las murallas.
picar al primero que se presenta. Pero hay entre
nosotros zánganos desprovistos de ag-uijon, que se
comen sin trabajar el fruto de nuestros afanes. Y
es doloroso, ciudadanos, que quien nunca peleó,
quien nunca se hizo una ampolla manejando el
remo ó la lanza en defensa de la república, se apo-
dere así de nuestro salario. Por tanto, opino que
en adelante quien no teng-a aguijón no cobre el
trióbolo.
FILOCLEON.
No, jamás mientras viva dejaré de llevar este
manto, al que debí la sal7acion en aquella batalla
cuando el Bóreas se desencadenó furioso (1).
BDELICLEON.
¿No deseas tu comodidad?
FILOCLEON.
¡Por vida de Júpiter, no hay más que hacerse
hermosos trajes! El otro dia me ensucié tanto atra-
cándome de peces fritos, que tuve que pagar tres
óbolos al quita-manchas.
BDELICLEON.
Una vez que te has puesto en mis manos, ensaya
este nuevo género de vida, y déjame cuidarte.
FILOCLEON.
Bueno, ¿qué quieres que haga?
(1) Alusión ú la deshecha borrasca que desbarató la es-
cuadra persa cerca de Artemísium.
80
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
81
BDELICLEON.
Quítate ese manto ordinario, y ponte en su lugar
este más fino.
FILOCLEON.
Valía la pena de engendrar y criar hijos para
que éste pretenda ahora asfixiarme (1).
BDELICLEON.
Ea, póntelo y calla.
FILOCLEON.
Por los dioses, ^.qué especie de vestido es este?
BDELICLEON.
Unos le llaman pérsida, otros pelliza (2).
FILOCLEON.
Yo creí que era una manta (3) de las que hacen
en limeta.
BDELICLEON.
No es extraño; como nunca has ido á Sardes. Si-
no, ya la hubieras conocido.
FILOCLEON.
^.Yo? No, por Júpiter; pero ?e me fig*ura que á lo
que más se parece es al saco peludo de Morícos (4).
BDELICLEON.
Ni por pienso: esto se teje en Ecbatana.
(1) Por el mucho calor que le va á dar el nuevo traje.
(2) Vestidos usados por los persas, que se vendían en
Sí^rües (Lidia) y se fabricaban en Ecbatana. Eran de mu-
cho abrigo.
(3) Especie de capote de pieles que servia de manta en
el lecho; labricábase en limeta, demo del ática.
(4) Poeta ya citado por su glotonería y molicie. (Los
Acarnienses, é4, 887; Las Avispas , 506.^
FILOCLEON.
¿Hay, pues, allí intestinos de lana?
BDELICLEON.
No, hombre, no, esto lo fabrican los bárbaros sin
perdonar g-asto. Quizá en esta túnica haya entrado
un talento de lana.
FILOCLEON.
Entonces debia llamársela pierde4am, más bien
que pelliza.
BDELICLEON.
Vamos, padre mío, estáte quieto un instante y
póntela.
FILOCLEON.
íOh! ¡Qué calor tan horrible me da esta maldita
tánica!
BDELICLEON.
¿Te la pones ó qué?
FILOCLEON.
No, por piedad; prefiero, si es preciso, que me
metas en un horno.
BDELICLEON.
Vamos, ya te la pondré yo: vén acá.
FILOCLEON.
Coge siquiera ese gancho.
BDELICLEON.
¿Para qué?
FILOCLEON.
Para sacarme antes de que me derrita.
BDELICLEON.
Quítate esos infames zapatos, y ponte este cal-
zado lacedemonio.
TOMO II.
6
82
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
83
FILOCLEON.
¡Cómo! ¡yo sufrir en mis pies unos zapatos he-
chos por mis enemig-os!
BDELICLEON.
Entra el pié y aprieta fix'me á la suela lacede-
monia.
FILOCLEON.
No está bien que me oblig-ues á poner el pié en
suelo enemigo.
BDELICLEON.
Entra ahora el otro.
FILOCLEON.
De ninguna manera: uno de estos dedos aborrece
á los Lacedemonios como el que más.
BDELICLEON.
No hay otro remedio.
FILOCLEON.
¡Infeliz de mi, no voy á tener sabañones en la
vejez!
BDELICLEON.
Vamos pronto; ahora imita el paso afeminado y
muelle de los ricos... Asi, como yo.
FILOCLEON.
Sea. Di, ¿á quién de los ricos me parezco más en
el andar?
BDELICLEON.
¿A quién? A un divieso cubierto de un emplasto
de ajos (1).
(1) Frase que se empleaba para indicar dos cosas que
braman de verse juntas. Sin duda Filocleon no tenía ufli
aire muy elegante, á pesar de su nuevo vestido.
FILOCLEON.
¡Ah, cuánto deseo pasear moviendo las caderas!
BDELICLEON.
Veamos otra cosa, ¿sabrás seguir una conversa-
ción seria delante de hombres doctos y bien edu-
cados?
FILOCLEON.
Sí por cierto.
BDELICLEON.
¿De qué hablarás?
FmOCLEON.
De muchas cosas. Primero, de cómo Lamia, al
verse cogida, produjo un ruido sospechoso (1).
Después, de cómo Cardopion (2) y su madre...
BDELICLEON.
Déjate de fábulas y habíanos de cosas humanas,
de asuntos frecuentes en las conversaciones de fa-
milia.
FILOCLBON.
También estoy fuerte en el género familiar: ha-
bia en otro tiempo un ratón y una comadreja...
BDELICLEON.
«Estúpido é ignorante,» como decia furioso Teó-
g-enes á un limpia-letrinas. ¿Te atreverás á hablar
entre hombres de ratones y comadrejas?
FILOCLEON.
¿Pues de qué hay que hablar?
pnííino^^^ cuentos de lamias tenían alguna semejanza
con los cuentos de brujas. '
(2) Personaje desconocido.
84
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
85
BDELICLEON.
Sólo de grandezas: por ejemplo, de la excelentí-
sima diputación, en la que fuiste parte con Cli3té-
nes y Andrócles (1).
FILOCLEON.
¡En diputación! ¡Si jamás he ido á ninguna par-
te, como no haya sido á Paros, lo cual me valió dos
óbolos!
BDELICLEON.
Cuenta por lo menos cómo Efudion luchó al pan-
cracio valerosamente con Ascóndas (2); y aunque
viejo encanecido, sin embargo conservaba puños y
ríñones de hierro, robustos costados y una Tortí-
sima coraza.
Fn^OCLEON.
Basta, basta; no sabes lo que te dices. ¿Dónde se
ha visto luchar al pancracio (3) con coraza?
BDELICLEON.
Pues asi suelen hablar los sabios. Ahora dime
otra cosa. Cuando estés en un festín con extranje-
(\) Andrócles y Clislénes son citados burlescamente
nara censurar la falta de acierto de que adolecían los Ate-
nienses en la elección de sus embajadores. Andrócles era
un mendigo esclavo, y escamoteador de bolsas, sacado a
Dública vergüenza en el teatro por Cratmo, Ecfántides y
Teléclides. Clistenes era un asqueroso bardaje, muchas ve-
^^?2)' Efudion v Ascóndas se inclina á creer el escoliasta
flue son dos nomVes fingidos por el poeta. Sin embargo,
hay memoria de un ^/í*¿¿(Wvecendor en los juegos olim-
^*^(3) '^Enefpancrácio los atletas luchaban completamente
desnudos.
ros, ¿qué hazaña de tu juventud preferirás con-
tarles?
FILOCLEON.
lOhl lya sé, ya sé! Mi más famosa hazaña, cuando
robé á Ergasion (1) los rodrig*ones.
BDELICLEON.
¡Vete al infierno con tus rodrig'onesl Eso es ri-
dículc. Lo mejor es que hables de tus cacerías de
liebres ó jabalíes, ó de alguna carrera de antor-
chas (2) en que tomaste parte; en fin, de cualquier
hecho que revele tu valor juvenil.
FILOCLEON.
Ahora me acuerdo de uno de los más atrevidos:
siendo todavía un rapazuelo, demandé á Failo (3)
el andarín por injurias, y le vencí por dos votos.
BDELICLEON.
Basta; recuéstate ahí para que aprendas la ma-
nera de conducirte en los banquetes y conversa-
ciones.
FILOCLEON.
¿Cómo me recuesto? Vamos, dime pronto.
BDELICLEON.
Con elegrancia.
lAsí?
FILOCLEON.
BDELICLEON.
Nó.
(1) Nombre de un labrador.
(2) En la carrera de las antorchas salla vencedor el que
llegaba con la suya sin apagar á la meta señalada.
(3) Véase la nota al verso 245 de £os Acarnienses.
86
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
87
FILOCLEON.
¿Pues cómo?
BDELICLEON.
Estira las piernas y déjate caer blandamente so-
bre los almohadones como un lig-ero g'imnasta:
elog-ia después los vasos de bronce que haya por
allí; admira las cortinas del patio (1). En esto pre-
sentan ag'ua para las manos; traen las mesas, co-
memos; nos lavamos; principian las libaciones... (2)
FILOCLEON.
¿Pero acaso estamos cenando en sueños?
BDELICLEON.
La flautista preludia: los convidados son Teoro,
Esquines, Fano, Cleon, Acéstor, y al lado de éste
otro á quien no conozco. Tú estás con ellos. ¿Sa-
brás continuar las canciones principiadas? (3)
FILOCLEON.
Ya lo creo; mejor que cualquiera montañés (4).
(4) Era de buen tono no ponerse inmediatamente á la
mesa. (Véase Ateneo, lib. iv.)
(±) Descripción abreviada de una comida en Atenas.
Para más detalles, puede verse la que hace Darthelemy
(voy. dujeutie Anach., tom. n, pág. 5!26), basado en autores
antiguos, de un gran banquete en casa de un rico ate-
niense.
(3) Era costumbre cantar al fin de las comidas. Estas
canciones de sobremesa se llamaban escohos; el primero
que cantaba designaba á su sucesor, entrei^ándole la rama
de mirto ó de laurel. Era difícil, al ser cogido de impro-
viso, continuar la canción sin tener la especial aptitud por
la cual pregunta Bdelicleon á su padre.
(4) Antes de la división de los Atenienses en cuatro
clases, según su fortuna (Véanse Les Caballeros, Noticia
preliminar), los ciudadanos se dividían en tres: Ribereños
BDELICLEON.
Veamos; yo soy Cleon; el primero canta el Har-
modio (1); tú continuarás: «Nunca hubo en Atenas
un hombre...»
FILOCLEON.
«Tan canalla ni tan ladrón...»
. BDELICLEON.
¿Eso piensas contestar, desdichado? ¿No vea que
te confundirá á g-ritos y jurará perderte, aniqui-
larte y expulsarte del país?
FILOCLEON.
Pues yo responderé á sus amenazas con esta otra
canción: «En tu loca ambición del supremo mando,
acabarás por arruinar la república, que ya empieza
á vacilar (2).»
BDELICLEON.
Y cuando Teoro, acostado á tus pies, cante co-
ciéndole la mano á Cleon: «Amig'o, tú que conoces
la historia de Admeto, estima á los valientes;» ¿qué
contestarás? ^
FILOCLEON.
Lo siguiente: «Yo no puedo ser zorro y procla-
marme ami^o de los dos partidos.»
BDELICLEON.
A continuación, Esquines, hijo de Selo, hombre
docto y único diestro, cantará: «Bienes y riqueza»
(Parelios), habitantes del llano (Pedíanos), montañeses
(Acrios ó Superacrios).
(1) Véase la nota al verso 980 de Los Acarnienses.
(2) Parodia de Alceo.
88
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
89
á Cntágora (Ij, á mí y á los Tesalios » (2)
FILOCLEON.
«Muchas hemos derrochado tú y yo.»
BDELICLEON.
Esto lo entiende'5 bien; mas ya es hora de ir á
cenar á casa de Filoctemon.— ¡Muchacho! jmucha-
cho! jCrisolpon nuestra ración en una cesta (3); hoy
queremos beber de largo.
FILOCLEON.
No, no; es muy peligroso el beber; después del
vino se rompen las puertas y llueven bofetones y
pedradas, y al dia siguiente, cuando se han dor-
mido los tragos, se encuentra uno qué hay que
pagar los excesos déla víspera.
BDELICLEON.
No temas semejante cosa tratando con hombres
honrados y corteses. O te excusan ellos mismos con
el ofendido, ó tú aplicas á lo ocurrido algún chis-
toso cuento esópico ó sibarítico (4) de los que has
oído en la mesa: la cosa se toma h risa, y no pasa
adelante.
(i) Poetisa lacedemonia (Lisütrata, 4.237) cayos ver-
sos eran preferidos por algunos bebedores al canto de Te-
lamón, compuesto por Píndaro. El escoliasta (en Las Avis-
pas, i. 245) dice que era de Tesalia.
(2) Canción compuesta cuando los de Tesalia auxilia-
ron á los Atenienses contra los Pisistrátidas.
(3) Era frecuente al ir á comer á casa de otro llevar su
ración.
(4) Cuentecillos muy cortos que solían referirse en los
banquetes. Sus personajes eran humanos y su intención
política, en contraposición á las fábulas esópicas, cuya
intención era filosófica, y la acción pasaba entre animales.
FILOCLEON.
Pues ya merece la pena de aprender muchos
cuentos eso de poder librarme con uno de pagar
cualquiera daño que cause. Ea, vamos; que nadie
nos detenga.
CORO.
Muchas veces he dado prueba de agudo ingenio,
y jamás de estupidez; pero me gana Aminías (1),
ese hijo de Selo, perteneciente á la raza copetuda (2),
á quien vi un dia ir á cenar con Leógoras (3), lle-
vando por junto una manzana y una granada, y
cuenta que es más hambriento que Antifon (4). Ya
fué de embajador á Farsalia (5); pero allí sólo se
reunía á los Penestas (6), padeciendo él mayor pe-
nuria que ninguno.
[Afortunado Autómenes (7), cuánto envidiamos
tu felicidad! Tus hijos son los más hábiles artistas.
El primero, querido de todos, canta admirable-
mente al son de la cítara, y la gracia le acompaña;
el segundo es un autor cuyo mérito nunca se pon-
(1) Recuérdese lo dicho en la nota al verso 74 de esta
comedia.
(2) Quizá por la forma especial de su peinado.
(3) Lúculo Ateniense. (Véase la nota al verso 109 de
Las Nubes).
(4) Rico arruinado.
(5) Ciudad de Tesalia.
(6) Penestas se llamaban unos mercenarios tesalien-
ses: este nombre significa también j»o$r<? y miserable, pues
tiene \^ misma raíz qne penuria. Amínias no habla sabido
enriquecerse en su embajada.
(7) Sobre Autómenes y sus hijos, véase la nota al
verso 1.281 de Los Caballeros.
90
COMEDIAS DE AP.ISTOFA>ES.
derará bastante; pero el talento del último, de Ari-
frades dig-o, deja muy atrás al de los otros. Su pa-
dre jura que lo ha aprendido todo por sí propio,
sin necesidad de maestro, y que sólo á su talento
natural debe la invención de sus inmundas prácti-
cas en los lupanares. Alg-uuos han dicho que yo
me habia reconciliado con Cleon porque me perse-
guía encarnizadamente y me martirizaba con sus
ultrajes. Ved lo que hay de cierto: cuando yo lan-
zaba dolorosos gritos, vosotros os reíais á placer, y
en vez de compadecerme, sólo anhelabais que la
ang-ustia me inspirase alg-un chiste mordaz y di-
vertido. Al notar esto, cejó un poco y le hice algu-
nas caricias. Hé ahí por qué «á la cepa le falta
ahora su rodrig-on.» (1)
JÁNTIAS.
¡Oh tortug-as tres veces bienaventuradas! ¡Cuánto
envidio la dura concha que defiende vuestro
cuerpo! ¡Qué sabias y previsoras fuisteis al cubri-
ros la espalda con un impenetrable escudo! í Ay, un
nudoso g-arrote ha surcado la mía!
CORO.
¿Qué sucede, niño? porque hasta al más anciano
hay derecho para llamarle niño, cuando se deja
pegar.
JÁNTIAS.
Sucede que nuestro vií jo es la peor de las cala-
midades. Ha sido el más procaz de todos los convi-
(1) Proverbio que se decia de los que habian visto
frustradas sus esperanzas.
LAS AVISPAS.
91
dados, y cuenta que allí estaban Hipilo, Antifon,
Lico, Lisístrato, Teofrasto, y Frínico; pues sin em-
bargo, á todos ios dejó tamañitos su insolencia. En
cuanto se atracó de los mejores platos, empezó á
bailar, á saltar, á reír, á eructar como un pollino
harto de cebada, y á sacudirme de lo lindo, gri-
tándome: «í esclavo! ¡esclavo!» Lisístrato, al verlo
así, le lanzó esta comparación: «Anciano, pareces
un piojo resucitado ó un burro que corre á la paja.»
Y él, atronándonos los oidos, le replicó con esta:
«Y tú te pareces á una langosta, de cuyo manto se
pueden contar todos los hilos (1) y á Estenelo (2)
despojado de su guardar opa.» Todos aplaudieron,
menos Teofrasto, que se mordió los labios come
hombre bien educado. Entonces encarándosele
nuestro viejo, le dijo : «Di tú, ¿á qué te das tanto
tono, y te las echas de persona? Ya sabemos que
vives á costa de los ricos á fuerza de bufonadas.»
Así continuó dirigiendo insultos semejantes á to-
dos, diciendo los chistes más groseros, cantando
historias necias é importunas. Después se ha diri-
gido hacia aquí, completamente ebrio, pegando á
cuantos encuentra. Mirad, ahí viene haciendo eses.
Yo me largo, para evitar nuevos golpea.
FILOCLEON (3).
Dejadme: marchaos. Voy á dar que sentir á al-
(i) Por lo usado y raido.
(2) Actor trágico, cuyo guardaropa fué vendido por
sus acreedores.
(3) Entra acompañado de una flautista y seguido de las
personas á quienes ha maltratado.
92
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
9a
gunos de los que se obstinan en perseg'uirme. ¿Os
largaréis, bribones? Si no, os tuesto con esta an-
torcha.
BDELICLEON.
A pesar de tus baladronadas juveniles, te juro
que mañana nos has de pagar tus atropellos. Ven-
dremos en masa á citarte á juicio.
FILOOLEON.
iJa! ¡ja! ¡A citarme! ¡Qué vejeces! ¿No sabéis que
ya ni puedo oír hablar de pleitos? ¡Ja! ¡ja! Ahora
tengo otros gustos: tirad las urnas. ¿No os vais?
¿Dónde esta el juez? decidle que se ahorque. (A la
cortesana,) Sube, manzanita de oro, sube agarrada
á esta cuerda; cógela, pero con precaución, que está
algo gastada; sin embargo aun le gusta que la fro-
ten. ¿No has visto con qué astucia te he sustraído
á las torpes exigencias de los convidados? Debes
probarme tu gratitud. Pero no lo harás, demasiado
lo sé; ni siquieras lo intentarás; me engañarás y te
reirás en mis narices como lo has hecho con tantos
otros. Oye, si me quieres y me tratas bien, cuando
muera mi hijo me comprometo á sacarte del lupa-
nar y tomarte por concubina, amorcito mió. Ahora
no puedo disponer de mis bienes; soy joven y me
atan corto: mi hijito no me pierde de vista; es gru-
ñón, insoportable y tacaño hasta partir en dos un
comino y aprovechar la pelusilla de los berros.
Su único miedo es el que me eche á perder, pues
no tiene más padre que yo. Pero ahí está: se di-
rige apresuradamente hacia nosotros. Hazle frente:
coge esas teas: voy á jugarle una partida de mu-
chacho, como él á mi antes de iniciarme en los
misterios.
BDELICLEON.
¡Hola! ¡hola! viejo verde, parece que nos gustan
los lindos ataúdes. Mas lo juro por Apolo, no ha-
rás eso impunemente.
FILOCLEON.
¡Ah! tú te comerlas á gusto un proceso en vi-
nagre.
BDELICLEON.
¿No es una indecencia burlarme de e?e modo, y
arrebatar su flautista á los convidados?
FILOCLEON.
¿Qué flautista? ¿Has perdido el juicio, ó sales de
alguna tumba?
BDELICLEON.
Por Júpiter, esa Dardaniense (1) que está con-
tigo.
FILOCLEON.
¡Cá! 3i es una antorcha encendida en la plaza en
honor á los dioses (2).
BDELICLEON.
¿Una antorcha?
FILOCLEON.
Sí, una antorcha (3). ¿No ves que es de diversos
colores?
(1) Muchas mujeres de Dardania se dedicaban á la mú-
sica.
(2) Los antiguos encendian también antorchas en honor
de sus dioses.
(3) Se daba este nombre á las cortesanas, pues esta
I
94
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
BDELICLEON.
¿Qué es eso negro que tiene en medio?
FILOCLEON.
La pez que se derrite al quemarse.
BDELICLEON.
Y eso en la parte posterior. ¿No es su trasero?
FILOCLEON.
No, es el cabo de la antorcha que sobresale.
BDELICLEON.
¿Qué dices? ¿Cuál cabo? Vamos, ven acá.
FILOCLEON.
¡Eh, Gb! ¿Qué intentas?
BDELICLEON.
Llevármela y quitártela: estás ya gastado é im-
potente.
FILOCLEON.
Escucha un momento. Asistía yo á los juegos
olímpicos cuando Efudion (1), aunque viejo, luchó
valerosamente con Ascóndas, concluyendo el an-
ciano por hundir de un puñetazo al joven. Sírvate
de aviso, por si se me ocurriese reventarte un ojo.
BDELICLEON.
|Por Júpiter! Conoces bien á Olimpia.
UNA PANADERA. fA BdeUcUon.)
Socórreme, en nombre de los dioses. Ese hombre
clase de mujeres han tenido siempre el triste privilegio de
ser designadas con mil variados apelativos.
(1) Antes citado. Filocleon pone en ppáctica las leccio-
nes de su hijo.
LAS AVISPAS.
95
me ha arruinado; al pasar, agitando á tontas y á lo-
cas su antorcha, me ha echado á rodar por la plaza
diez panes de á óbolo, y además otros cuatro.
BDELICLEON.
¿Ves lo que has hecho'^ Tu dichoso vino nos va á
llenar de pleitos la casa.
FILOCLEON.
No lo creas; un cuentecillo alegare lo arreglM'á
todo: verás cómo me reconcilio con ésta.
LA PANADERA,
Te juro por las dos diosas (1) que no te reirás im-
punemente de Mirtia, hija de Ancilion y de Sós-
trata, después de haberle echado á perder sus mer-
cancías.
FILOCLEON.
Escucha, mujer: voy á contarte una fábula muy
chistosa.
LA PANADERA.
¿Fabulitas á mí, viejo chocho?
FILOCLEON.
Al volver una noche Esopo de un banquete le
ladró atrevida cierta perra borracha: «¡Ah perra,
perra, le dijo entonces, si cambiases tu maldita
lengua por un poco de trigo, me parecerías más
sensata!»
LA PANADERA.
¡Cómo! ¿Te burlas de mí? Pues bien; quienquiera
que seas, te cito ante los inspectores del merca-
(!) Céres y Proserpina, juramento ordinario de los
Atenienses.
96
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVISPAS.
97
do (1), para que me indemnices daños y perjuicios.
Querefon (2), que está ahí, será mi testig-o.
FILOCLEON.
Pero, por mi vida, oye á lo menos lo que voy á
decirte: quizá te agrade más. Laso (3) y Simónides
tenian en cierta ocasión un certamen poético, y
Laso dijo: uPoco me importa.»
LA PANADERA.
íMuy bien! como tú, ¿verdad?
FILOCLEON.
¿Y ti\, Querefon, vas á ser testig-o de esa mujer
amarilla (4), de esa Ino (5) precipitándose desde
una roca á los pies de Eurípides?
BDELICLEON.
Ahí se acerca otro: según parece, también á ci-
tarte, pues viene con un testigo.
UN ACUSADOR.
¡Qué desdichado soy!... Anciano, te demando
por injurias.
BDELICLEON.
¿Por injurias? lAhl no por piedad, no lo deman-
des. Yo te pagaré cuanto pidas, y aun así te que-
daré agradecido.
(4) Los Agopámonos.
(2) Discípulo de Sócrates. (V. las Nules, 505.)
(3) Poeta lírico, natural de Hermione, en el Pelopo-
neso, al cual se atribuía la invención de los coros. Fué ri-
val de Simónides.
(4) Alusión á la palidez de Querefon.
(5) Título y asunto de una tragedia de Eurípides.
FILOCLEON
Yo también quiero reconciliarme con él: confieso
francamente que le he pegado y r.pedreado. fAl
acusador,) Pero acércate más: ¿me permites que
yo sólo señale la cantidad que debe dársete como
indemnización, y que en adelante sea amigo tuyo,
ó prefieres fijarla tú?
EL ACUSADOR.
Habla tú, pues detesto los pleitos y negfocios.
FILOCLEON.
Cierto Sibarita se cayó de un carro y se infirió
una grave herida en la cabeza: es de advertir que
no entendía g-ran cosa de equitación. Acercósele
entonces uno de sus amigos, y le dijo: «Ejercítese
cada cual en el prte que sepa;» por tanto, corre á
curarte en casa de Píttalo(l).
BDELICLEON (á FüocleonJ,
Persistes en tus costumbres.
EL ACUSADOR fol tesUgo).
Acuérdate de su respuesta.
FILOCLEON.
Oye, no te vayas. En cierta ocasión rompió una
mujer en Síbaris el cofre de los procesos...
EL ACUSADOR ful tesUgoJ.
También te tomo por testiguo de lo que dice.
FILOCLEON fal acusador).
...El cual cofre hizo atestiguar el hecho; pero la
Sibarita le contestó: «iPor Proserpina, déjate de
(1) Médico de Atenas (V. los Acarnienses, 1.032.)
TOMO 11. 7
98
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
testigos y cómprate cuanto antes una ligadura; eso
tendrá más sentido común.»
EL ACUSADOR (á Filocleotí,)
¡Búrlate! ¡búrlate! ¡Ya veremos cuando el ár-
cente mande traer á la vista tu causa!
' BDELICLKON (d FUoCleOUj.
¡Por Céres, no estarás aquí más tiempo! Voy á
llevarte ala fuerza.
FILOCLEON.
¿Qué haces?
BDELICLEON.
¿Qué hago? Llevarte adentro. De otro modo no
va á haber testigos suficientes para los infinitos que
te demandan.
FILOCLEON.
Un díalos de Délfos... (1)
BDELICLEON.
«Poco me importa.»
FILOCLEON.
...Acusaron á Esopo de haber robado un vaso
de Apolo; entonces él contó que una vez el esca-
rabajo... (2).
BDELICLEON.
lOh, vete al infierno! me matas con tus esca-
rabajos.
f Bdelicleoii se Uevd d su padre].
(i) Mientras se le lleva su hijo, continúa contando su
12) Los Delfenses irritados por las críticas de Esopo le
acusaron de haber sustraído una copa sagrada. El fabulista
les recitó entonces el apólogo á que se refiere Anstuianes.
LAS AVISPAS.
99
CORO.
Envidio tu felicidad, anciano. ¡Qué cambio en su
áspera existencia! Sig-uiendo prudentes consejos,
va á vivir entre placeres y delicias. Quizá los des-
atienda, porque es difícil cambiar el carácter que
se tuvo desde la cuna. Sin embarg^o, muchos lo
consig-uieron; consejos ajenos han logrado modi-
ficar á veces nuestras costumbres. ¡Cuántas ala-
banzas no alcanzará por esto, en mi opinión y en
la de los sabios, el hijo de Filocleon, tan discreto
y cariñoso con su padre! Jamás he visto un
joven tan comedido, de tan amables costumbres.
Ning-uno me ha reg-ocijado como él. En todas las
respuestas que daba á su padre resplandecía la
razón y el deseo de inspirarle más decorosas afi-
ciones.
JÁNTIAS.
I Por Baco! sin duda alg-un Dios ha revuelto y
embrollado nuestra casa. El viejo, después de ha-
ber bebido y haber oído larg-o rato tocar la flauta,
ebrio de placer, repite toda la noche las antig-uas
danzas que Tespis (1) hacía ejecutar á sus coros.
Pretende demostrar, bailando incesantemente, que
los tráficos modernos son todos unos lelos sin sus-
tancia.
(1) Antiguo poeta trágico. El escoliasta supone que Ján-
tias no se refiere aquí al poeta, sino á un citarista del
mismo nombre, muy popular en tiempo de Aristófanes.
i 00
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
FiLOCLEON (declamando),
¿Quién se sienta á la entrada del vestibuloV (1)
JÁNTIAS.
La calamidad se aproxima.
FILOCLEON.
Apartad las vallas. Va á principiar el baüe...
JÁNTIA.S.
Mejor dirás la locura.
FILOCLEON.
Que aligera mi peolio con su impetuosidad.
¡Cómo mugen mis narices! ¡Cómo suenan mis vér-
tebras!...
JÁ.NTL\S.
Bien te vendría una toma de heléboro (2).
FILOCLEON.
rrinico (3) se asusta como un gallo...
JÁNTIAS.
Pongámonos en salvo.
FILOCLEON.
...Que agita sus patas en el aire.
JÁNTIAS.
¡Eli! mira dónde pisas.
FILOCLEON.
¡Con flexibiüdad juegan todos mis miembrosl
il) Parodia de una obra perdida.
(-)) Ueiiiedio contra la locura.
3 Frínico, á causa de haber renovado en su tragedia
Latomade Mileto el dolor de los ALcnieiis^es por esta pci'-
dida, fué condenado á una multa de 1.000 dracmas. Su
desgracia se hizo proverbial.
LAS AVISPAS.
lOi
JANTIAS.
Nada, está visto, es una verdadera locura.
FILOCLEON.
Ahora desafío á todos mis rivales. Si hay algún
trágico que se precie de danzar bien, venga por
acá y tendremos un certamen coreográfico... ¿Se
presenta alguno?
BDELICLEON.
Este sólo.
FILOCLEON.
^.Quién es ese desgraciado?
BDELICLEON.
El hijo segundo de Carcino (1).
FILOCLEON.
Pronto lo anonadaré; voy á molerle á puñetazos
acompasados; pues no entiende una palabra de
ritmos.
BDELICLEON.
Pero ¡infeliz! ahí viene su hermano, otro trágico
carcinita.
FILOCLEON.
Voy haciendo provisiones para el almuerzo.
BDELICLEON.
Sí, pero sólo de cangrejos (2); por que ahí llega
un tercer hijo de Carcino.
(1) Carcino era un mal poeta trágico, cuyos hijos te-
nían pequeña estatura y ejecutaban danzas trágicas. Otra
llamado Jenócles compuso tragedias y ganó un premio en
certamen con Eurípides. Aristófanes vuelve á ocuparse do
ellos en La Paz, 289, 778, 790; y en Las Ranas, 86.
(2) Juego de palabras, por significar Carcino, cangrejo.
10-2
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
FILOCLEON.
¿Qué es eso que se arrastra? ¿Es una araña ó una
vinagrera? (1)
BDELICLEON.
Es un cangrejillo; el más pequeño de la familia.
También poeta trágico.
FILOCLEON.
¡Oh Carcino, padre feliz de tan hermosa familia!
¡Qué banda de reyezuelos (2) desciende sobre mil
Fuerza es, ¡ay triste! que me bata con ellos. Pre-
parad la salmuera, por si salgo vencedor.
CORO.
Ea, apartémonos un poco, para que puedan ha-
cer sus pruebas delante de nosotros.
Ea, ilustres hijo3 de un habitante del mar (3),
hermanos de los langostinos, danzad sobre la arena
en la orilla del estéril piélago. Moved en círculo
vuestros pies; levantad las piernas como Frínico,
y al verlas en el aire, lanzarán gritos de asombro los
espectadores.
Gira sobre tí mismo, da vueltas; levanta la
pierna hasta el cielo; trasfórmate en un torbellino.
Ahí se adelanta el mismo rey del mar, el padre de
(1) Las vinagreras tenian una forma aproximadamente
esférica, y debian de ser de pequeñas dimensiones, porque
los antiguos usaban el vinagre muy concentrado. Con el
trípode que las sostenía debian parecerse á una arana le-
vantándose sobre sus palas, y á un cangrejo, por le cual
Filocleon halla en el hijo de Carcino esa triple semejanza.
(2) 'Opx(Xo;, reyezuelo (ave), tiene la misma raíz que
danzante ó bailarín.
(3) Carcino.
LAS AVISPAS.
103
tus rivales, orgulloso de sus hijos. Mas si tenéis
gusto en danzar, hacednos salir cuanto antes, pues
nunca hasta ahora se ha visto terminar la comedia
con un baile del coro (1).
(1) El coro bailaba al presentarse en escena, pero
nunca al retirarse.
FIN DE LAS AVISPAS.
NOTICIA PRELIMINAR.
Gleon y Brásidas, generales de Atenas y Lacede-
monia, murieron en un mismo combate; aquél al
retirarse fug-itivo, y éste en brazos de la victoria.
«Después de la derrota de los Atenienses ante An-
fipolis, dice Tucidides (1), y de la muerte de Brási-
das y Cleon, los más ardientes partidarios de la
guerra, el primero porque la debia sus triunfos y
su gloria, y el segundo porque no dejaba de pre-
ver que en tiempos normales serian más patentes
sus prevaricaciones y menos atendidas sus calum-
nias, los hombres que en ambas ciudades aspira-
ban á desempeñ&r el principal papel, Pliatoanax,
hijo dePausánias, rey de Esparta, y Nícias, hijo
de Nicerato, el general afortunado como ningu-
no, se declararon en favor de la paz. Pactóse
(1) Lib. V, 16.
108
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
109
está por cincuenta años tras larcas negociacio-
nes, aunque la reconcilie cion de las dos repúbli-
cas enemig-as siempre tuvo más de aparente que
de real.» Alcibiades, cuya desmedida ambición
era un continuo peli^o, pues aspiraba no méno3
que á recocer la herencia de Feríeles, y atro-
pellando por todo, trataba de comprometer á su
patria en una nueva guerra, atizó con sus intrigas
los enconados odios que en el corazón de ambas
ciudades se revolvían ; y tal maña se dio, que en
el año 420 antes de nuestra era, decimotercio de
la guerra del Peloponeso, era ya imminente una
nueva ruptura de hostilidades. Para contener, si
era posible, tan espantoso mal, escribió La Paz
Aristófanes, comedia cuyo objeto, indéntico al de
Los Acar ilienses , es inspirar al pueblo profunda
aversión á una guerra desastrosa y funesta, y con-
firmarle en el amor á las dulzuras del estado pací-
fico, que apenas habia empezado á saborear. Para
lograr tan levantado ñn, acude el poeta tanto á
su inagotable imaginación como á la audaz ener-
gía de que tan elocuente muestra son sus Caballe-
ros, pues á un tiempo que pinta con poético colo-
rido las ventajas de la paz y da existencia y vida
á las más inanimadas abstracciones, levanta con
atrevida mano el hipócrita velo con que se encu-
brían los enemigos del reposo público, mostrando
al desnudo sus miras interesadas, sus bajas inten-
ciones y su sospechosa ambición. Los dos partidos
que entónc3s dividian á Atenas aparecen en La
Paz tras una alegoría transparente: el populacho,
los demagogos, las gentes que no teniendo nada
que perder se agrupaban alderredor de Alcibia-
des, en aquella jarcia de comerciantes de lanzas,
cascos y escudos; y las personas sensatas y since-
ramente amantes de su país, en el noble coro de
labradores que ayuda al audaz Trigeo en la peli-
grosa tarea de libertar á la patria. Veamos cómo
desarrolla Aristófanes la acción.
Trigeo ó viMdory condolido de los males que afli-
gen á su patria, se propone subir al Olimpo en de-
manda de la Paz; el único medio que para ello se
le ocurre, es alimentar un enorme escarabajo, re-
cordando la fábula de Esopo en que aquel anima-
lejo consigue llegar hasta el regazo del padre de
los dioses. Caballero en el nuevo Pegaso, lánzase
atrevidamente á los aires, desoyendo las adverten-
cias de su atiibulada familia. Llega por fin al cie-
lo, donde Mercurio, despu3s de un recibimiento
descortés, se aviene á indicarle el modo de des-
enterrar á la Paz. Aparécese en esto la Guerra
acompañada del Tumulto, y pone á la vista sus vio-
lencias majando en un inmenso mortero ciudades
y regiones, mientras la Paz permanece relegada
al fondo de una caverna, obstruida por enormes
peñascos. Trigeo trata de darla libertad y convoca
al efecto á ciudadanos de todos los países, princi-
palmente labradores, que aparecen armados de ca-
bles y palancas. íío todos ponen, sin embargo,
igrual ahinco en la consecución de la obra, pues
mientras los Atenienses y Lacedemonios tiran con
todas sus fuerzas, los de Meg'ara blandean por el
íiO
NOTICIA PRELIMINAR.
KOTICIA PRELIMINAR.
Ui
hambre, y los de Ar^os y Beocia tratan, fingiendo
ayuda, de anular sus esfuerzos con ánimo de obte-
ner durante la guerra pingües subsidios de todos
los belig'erantes. Por fin la cautiva aparece, y con
ella Opora y Teoría, personificaciones de la abun-
dancia y de las fiestas anejas á la Paz. En medio del
mayor jiibilo se ofrece á la deidad rescatada un sa-
crificio, turbado sólo por las pretensiones de Hieró-
cles, sacerdote famélico, y las quejas de los vende-
dores de armas, á los que el nuevo orden de cosas
va á arruinar.
La comedia concluye con las bodas de Trigeo y
la Abundancia, celebradas por un alegre y estrepi-
toso canto de Himeneo.
Adolece esta pieza de im defecto capital, y es
que la ficción admirablemente sostenida hasta que
la Paz sale de la caverna , decae desde este mo-
mento y se arrastra lánguidamente hasta el final.
Ni los más picantes chistes, ni multitud de encan-
tadores detalles, parecidos, como dice Pierron (1),
á islotes de pura poesía sobrenadando en un mar
de obscenidades y bajezas; ni el diálogo siempre
intencionado y vivo, bastan para disimular la po-
breza de la acción, que desde el verso 520 (2), es de-
cir, mucho antes de la mitad de la comedia, queda
reducida á los preparativos necesarios para el ofre-
cimiento de un holocausto y la celebración de unas
bodas. A esto se agrega, observa Brumoy (3), el
(I) Historia de la literatura griega, t. ii, pág. 71.
(-2) La Paz tiene i.3o6 versos.
(3) Le Théatre des Qrecs, t. vi, pág. i.
hallarse llena La Paz^ más que otras comedias, de
enigmas, alusiones, metáforas y figuras de toda
especie, cuyo gusto, aunque no lo podamos apre-
ciar con la debida precisión, sin embargo, no era
de los más selectos, pues fué ya objeto de acerbas
críticas por parte de los contemporáneos de Aris-
tófanes (1), hasta tal punto que éste, según la opi-
nión más probable, los corrigió en una segunda
edición, en la cual la Paz, personaje mudo en la
conservada, debía de intervenir en el diálogo y la
acción con su compañera la Agricultura.
La Paz se representó el año 13 de la guerra del
Peloponeso, 420 antes de nuestra era, cuya fecha
fija suficientemente Aristófanes en el verso 998 de
la misma (2), y obtuvo en el certamen el segundo
lugar. « Quizá, observa un discreto intérprete (3),
al negarle los jueces la primera corona, quisieron
castigar al poeta por haber tenido razón contra la
ceguera popular.»
(1) Eupolis en Los Aduladores, y Platón, el cómico,
en Las Victorias, se burlaron mucho de la imagen colosal
de la Paz, que sale de su prisión para no decir una pala-
bra en toda la comedia.
(2) Trigeo se congratula en él de volver á ver á la Paz
después de trece años de ausencia.
(5) PoYARü. Aristophane, pág. 200.
a
PERSONAJES.
Dos ESCLAVOS DE TrIGEO.
Trigeo.
Muchachas, hijas de Trigeo.
Mercurio.
La Guerra.
El Tumulto.
Coro de labradores.
HiÉROciEs, adivino.
ÜN FABRlCAiNTE DE HOCES.
Un FABRICANTE DE PENACHOS.
Un VENDEDOR DE CORAZAS.
Un FABRICANTE DE TROMPETAS.
Un fabrig^vnte de cascos.
Un FABRICANTE DE LANZAS.
Un hjjo de Lámaco.
Un hijo de Cleónimo.
La Paz.
Opora ó la ABUN-'PeisonaJes
DANCIA. ( ^^^^d0«-
Teoría. 1
La acción pasa al principio delante de la casa de Trigreo.
TOMO II
8
LA PAZ.
ESCLAVO PRIMERO.
Vamos, vamos, trae pronto su pastelito al esca-
rabajo.
ESCLAVO SEGUNDO.
Toma, dáselo á ese maldito. ¡Ojalá no coma
otro mejori
ESCLAVO PRIMERO.
Dale otro de excremento de asno.
ESCLAVO SEGUNDO.
Ahí lo tienes también. ¿Pero dónde está el que
le trajiste hace un momento? ¿Se le ha comido ya?
ESCLAVO PRIMERO.
¡Pues ya lo creo! me lo arrebató de las manos, le
dio una vueltecilla entre las patas, y se lo trag^
enterito. Hazle, hazle otros más grandes y espesos.
ESCLAVO SEGUNDO.
¡Oh limpia-letrinas, socorredm3en nombre de
los dioses, si no queréis que me asfixie!
446
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ESCLAVO PRIMERO.
Otro, Otro, confeccionado con excrementos de
bardaje; ya sabes que le gusta la masa muy mo-
lida.
ESCLAVO SEGUNDO.
Toma; lo que me consuela es hallarme al abrigo
de una sospecha: nadie dirá que me cómo la pasta
al amasarla.
ESCLAVO PRIMERO.
¡Puf: venga otro, otro, y otro; no ceses de amasar.
ESCLAVO SEGUNDO.
¡Imposible! no puedo resistir ya el olor de esta
letrina. Voy á llegarlo todo adentro.
ESCLAVO PRIMERO.
Idos al infierno ella y tú.
ESCLAVO SEGUNDO.
¿No me dirá alguno de vosotros que lo sepa,
dónde podré comprar una nariz sin agujeros"^ Por
que es el más repugnante de los oficios, esto de
ser cocinero de un escarabajo. Al fin un cerdo ó
un perro se tragan nuestros excrementos tal y
como se los encuentran, mas este animal anda
siempre en repulgos, y ni aun se digna tocarlos,
si no me he estado amasando un día entero la
bolita, como si hubiera de ofrecerse á una joven
delicada. Pero veamos si ha concluido de comer;
voy á entreabrir un poquito la puerta, para que
él no me distinga. ¡Traga, traga, atrácate hasta
que revientes! ¡Cómo devera el maldito! Mueve
las mandíbulas como un atleta sus membrudos
bracos: luego agita la cabe::a y las patas, como los
LA PAZ.
447
que enrollan cables en las naves de carga. ¡Qué
animal tan voraz, fétido é inmundo! No sé qué
dios nos ha enviad j semejante regalo, pero segu-
ramente no han sido ni Venus ni las Gracias.
ESJLAVO PRIMERO.
¿Pues cuál?
ESCLAVO SEGUNDO.
Sólo ha podido ser Júpiter fulminante (1). Pero
sin duda algún espectador, alguno de esos jóvenes
presumidos de sabios, estará diciendo ya: ¿Qué es
esto? ¿Qué significa ese escarabajo? Y un Jonio (2)
sentado á su lado, estoy seguro de que le res-
ponde: Todo esto, si no me engaño, se refiere á
Cleon, pues es el único que no tiene reparo en ali-
mentarse de basura (3). Pero voy á dar agua al
escarabajo.
ESCLAVO PRIMERO.
Y yo voy á explicar el asunto á los niños, á los
mozos, á los hombres, á los viejos, y álos que han
(1) Es decir, irritado. Tratando de explicar este epíteto,
dicen unos que es para comparar la voracidad del escara-
bajo al rayo que lodo lo consume; y otros, teniendo en
cuenta que el xaxaéáxou del original significa bajar, yen en
él una alusión á la bajeza de aquel animal. Ambas explica-
ciones, como se ve, son demasiado sutiles para ser ver-
daderas.
(2) La circunstanciado asistir un extranjero á la repre-
sentación, hace creer que La Paz&e puso en escena en las
grandes dionisiacas.
(3) SnaxíXri significa liquida alvei egestio^ y raeduras
de cuero. Alusión al oficio de Cleon.
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
118
traspasado el término ordinario de la vida. Mi se-
ñor tiene una rara locura, no la vuestra (1), si no
otra completamente nueva. Todo el dia se lo pasa
mirando al cielo, con la boca abierta, é increpando
á Júpiter de este modo: ¡Oh Júpiter! ¿Qué intentas?
Depon tú escoba, no barras la Grecia.
LA PAZ.
119
TRiaKO (2) (dentro;^
¡Ay! ¡Ay!
ESCLA.V0 PRIMERO.
Callemos. Se me figura haber oido su voz.
TRIOEO.
•Oh Júpiter! ¿Qaé intentas hacer de nuestra pa-
tria? ¿.No ves que se despueblan las ciudades?
ESCLAVO PRIMERO.
Hó ahí la manía de que acabo de hablaros. Esas
palabras pueden daros una idea de ella; yo os diré
las que pronunciaba cuando principió á revolvér-
sele la bilis. Hablando aquí mismo á solas, excla-
maba: «¿Cómo podría yo ir derecho á Júpiter?»
Construyó al efecto escalas muy ligeras, por las
cuales sirviéndose de pies y manos, trataba de su-
bir al cielo, hasta que se cayó, rompiéndose la ca-
beza \yer se fué corriendo á no sé dónde, y vol-
vió á casa con este enorme esca.-abajo, ligero como
(i) Refiérese sin duda á la manía de los procesos cri-
'^? El no^'.br'eT rw,.. (derivado de xpú,., vendimia)
significa viñador
un caballo del Etna ¡1), obligándome á ser su pa-
lafrenero. Mi amD le acaricia como si fuese un po-
tro, y le dice: «Pegasillo mío, generoso volátil, llé-
vame de un vuelo hasta el trono de Júpiter (2).»
Pero voy á ver por esta rendija lo que hace. ¡Oh des-
graciado! [favor! ¡favor, vecinos! ¡Mi dueño sube
por el aire montado en el escarabajo!
TRiGEo fen la escena).
Despacio, despacio; poco á poco, escarabajo mió;
refrena algo tu fogosidad; no confíes demasiado en
tu fuerza; aguarda á que, después de sudar, el rá-
pido movimiento de las alas haya dado agilidad á
tus remos. Sobre todo, no despidas ningún mal
olor; si estás dispuesto á hacerlo, más vale que te
quedes en casa.
ESCLAVO PRIMERO.
¡Oh dueño mío! ¿Estás loco?
TRIGEO.
¡Silencio! ; silencio!
ESCLWO PRIMERO.
¿Pero á dónde diriges tu vuelo, temerario?
TRiaeo.
Vuelo para hacer la felicidad de todos los Grie-
(1) Los caballos de Etna (Sicilia) eran famosos por su
velocidad. Además, según el Escoliasta el Etna era nota-
ble por la gran variedad de escarabajos que en él se cria-
ban. Los de una de sus especies, al decir de Platón el Có-
mico, llegaban á ser tan grandes como un hombre.
(2) Parodia del BeUforonte de Eurípides.
420
COMEDIAS I>E ARISTÓFANES.
LA PAZ.
421
g'os; por ellos llevo á cabo esta nueva y atrevida
empresa.
ESCLAVO PRIMERO.
Mas ¿qué intentas? lOh, qué inútil locural
TRIGEO.
Nada de palabras de mal agüero. Al contrario,
pronúncialas favorables. Manda callar á todos;
haz que cubran con nuevos ladrillos las letrinas y
cloacas, y que se pongan un tapón en el tra-
sero (1).
ESCL.WO PRIMERO.
No, no callaré, si no me dices á dónde enderezas
el vuelo.
TRIGEO.
?.A dónde he de ir sino al cielo, á ver á Júpitef^
ESCLAVO PRIMERO.
¿CJon qué intención?
TRIGEO.
Con la de preguntarle qué piensa hacer de todos
los Griegos.
ESCLAVO PRIMERO.
¿Y si no te lo dice?
TRIGEO.
Le citaré á juicio y le acusaré de hacer traición
á los Griegos en favor de los Persas (2).
ESCLAVO PRIMERO.
Por Baco, no harás eso mientras yo viva.
(4) Por miedo de que algún mal olor atraiga al escara-
bajo. , , T»
(2) Esta acusación era frecuente en Atenas. Los Persas
velan con placer las disensiones de los Griegos.
TRIGEO.
Pues no es posible otra cosa.
ESCLAVO PRIMERO.
íAy! ¡ay! ¡ayl Chiquitas, que vuestro padre os
abandona marchándose al cielo de tapadillo. ¡Ahí
suplicadle, suplicadle, pobrecitas huérfanas.
LA MUCHACHA.
¡Padre, padre! ¿será verdad, como acaban de de-
cirnos, que nos abandonas para ir á perderte con
las aves en la reg-ion de los cuervos? Di, padre mió,
¿es verdad? Respóndeme, si me amas.
TRIGEO.
Si; me marcho. Cuando me pedís pan, hijas
mias, llamándome papá, se me parte el corazón al
no hallar en toda la casa ni la sombra de un óbo-
lo. Si salg'o bien de la empresa, tendréis siempre
que queráis una gran torta, sazonada con un buen
bofetón (1).
LA MUCHACHA.
Mas ¿cómo vas á hacer ese viaje? No hay navio
que pueda conducirte.
TRIGEO.
Iré sobre este corcel alado; no necesito embar-
carme.
LA MUCHACHA.
Pero, padre, ¿cómo se te ha ocurrido subir al
cielo montado en un escarabajo?
(i) Frase proverbial que se dirigía á los que se meten
en lo que no les importa.
I
I
m
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
423
TRIGEO.
Las fábulas de Esopo (1) dicen que es el único
volátil que ha llegado hasta los dioses.
L\ MUCHACHA..
iPadre mió! ¡padre mió! eso es un cuento increi-
ble. ¿Cómo ha podido llegar hasta los dioses un
animal tan inmundo?
TRIGEO.
Subió por la enemistad que tuvo con el águila, y
se vengó haciendo una tortilla con sus huevos.
LA MUCHACHA.
¿No era mejor que montases el alígero Pegaso y
te presentases á los dioses con más trágico conti-
nente? (2)
TRIGEO.
Tontuela, ¿no conoces que hubiera necesitado
doble provisión? Mientras así éste se aumentará
con lo que yo haya digerido.
LA MUCHACHA.
Y Si cae del piélago en los hilmedos abismos (3\
¿cómo podrá salir á flote un animal ala'io?
TRIGEO.
Llevo un timón (4) que emplearé si hay necesi-
dad; todo quedará reducido á que me sirva de nave
un escarabajo de Náxos (5).
(1) Véase la fábula de Samaniego El Águila y el Es-
^(V'^Alusion al Belero/onte áe Eurípides.
(3) Parodia.
5 Juego de palabras: xavOapoc, escarabajo era también
el nombre que se daba á unas naves construidas en Naxos.
LA MUCHACHA.
Después del naufragio ¿qué puerto te acogerá?
TRIGEO.
¿Pues no hay en el Píreo el puerto del Escara-
bajo? (1)
LA MUCHACHA.
Ten mucho cuidado de no tropezar y caer. Si te
quedas cojo, darás asunto á Eurípides para una
tragedia, de la cual serás protagonista (2).
TRIGEO.
Eso es cuenta mía. Adiós. fÁ los espectadores,)
Vosotros, en cuyo obsequio sufro estos trabajos,
absteneos durante tres días de todo desahogo, só-
lido ni fluido (3): pues, si al cernerse en las altu-
ras percibe mi corcel algún olor, se precipitará so-
bre la tierra y burlará mis esperanzas. Adelante,
Pegaso mío; haz resonar tu freno de oro, endereza
las orejas. ¡Oh! ¿qué haces? ¿qué haces? ¿por qué
vuelves la cabeza hacia las letrinas? Levántate
atrevidamente de la tierra, y desplegando tus ve-
loces alas, vuela en línea recta al palacio de Júpi-
ter. Aparta por hoy el hocico de la basura, y de
todos tus alimentos cotidianos. ¡Eh, buen hombrel
¿qué haces ahí? A ti te digo, que haces tus necesi-
dades en el Píreo, junto al Lupanar. ¿Quieres que
me mate? ¿quieres que me mate? Ocúltalo pronto,
cúbrelo con un gran montón de tierra, planta en-
(1) Uno de los tres puertos del Píreo tenía ese nombre.
(2) Véase Zos Acarnienses^ donde Diceópolis echa en
cara á Eurípides la cojera de sus héroes.
(3) Ne visite ne cácate triduo.
9
\u
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
1-25
cima serpol y rié^lo con perfumes, pues si llego
á caer ahí y á causarme grave daño, en castigo
de mi muerte tendrá qae pagar cin:o talentos la
ciudad de Qiüos (1) por tu condenado trasero. ¡Ay!
¡ay! ¡qué miedo! ¡ya no tengo ganas de bromas!
Mucha atención, maquinista. Un viento rebelde
gira alderredor de mi ombligo: sino tienes suma
precaución, voy á cebarle un pienso al escara-
bajo (2). Mas no debo estar lejos de los dioses, pues
ya distingo la morada de Júpiter. ¿Quién es ese
que está en la puerta? Abrid.
fia esce.'ia caiMa y represmta el cielo,)
MERCURIO.
Se me figura que huelo á hombre (viendo d Tri-
geo). lOh Hércules! ^qué monstruo es ese que veoV
TRIGEO.
ünhipocántaro(3).
MERCURIO.
Infama, atrevido, desvergonzado, bribón, rebri-
bon, bribón más que todos los bribones juntos,
¿cómo has subido hasta aquí? ¿Cómo te llamas?
¡pronto!
TRIGEO.
Bribón.
(4) Alusión á las disolutas costumbres de los habitan-
tes de Qítt'y*, ciudad aliada de Atenas.
(2) Por efecto de su temor.
(3) Es decir, un escarabajo que sirve de caballo. Alu-
sión al liipocentauro.
MERCURIO.
¿De c'ónde eres? contesta.
TRIGEO.
Bribón.
MERCURIO.
¿Quién es tu padre?
TRIGEO.
¿El mió? Bribón.
MERCURIO.
¡Por la Tierra! vas á morir si no me dices tu
nombre.
TRIGEO.
Soy Trigeo el Atmonense ¡1), viñador honrado,
enemigo de pleitos y delaciones.
MERCURIO.
¿A qué has venido?
TRIGEO.
A traerte estas viandas.
MERCURIO.
¡Oh pobrecillo! ¿qué tal, qué tal el viaje? (2)
TRIGEO.
Glotonazo, ¿ya no te parezco bribón? Ea, vete
á llamar á Júpiter.
MERCURIO.
¡Ay! ¡ay! ¡ay! No creas que estás cerca de los
dioses. Ayer mismo emigraron.
TRIGEO.
¿A qué lugar de la Tierra?
(1) Atmon era una aldea del Ática.
(2) Al aspecto de los comestibles, la glotonería hace
ablandarse á Mercurio.
Ii6
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
127
MERCURIO.
I Oh! ¿de la Tierra?
TRIGEO.
En fin, ¿á dónde?
MERCURIO.
Lejos, muy lejos, al sitio más escondido y apar-
tado de los cielos.
TRIGEO.
¿Cómo te has quedado aquí solo?
MERCURIO.
Para g-uardar la vajilla restante, los puclierillos,
las tablillas y las pequeñas ánforas (1).
TRIGEO.
¿Pero por qué han emigrado los dioses?
MERCURIO.
Por odio á los Griegos. En los lugures que les es-
taban destinados han alojado á la guerra dándole
amplios poderes para que os trate á su antojo.
Ellos se han retirado muy lejos, por no presenciar
vuestros combates ni oir vuestras súplicas.
TRIGEO.
¿Por qué razón nos tratan asi? dime.
MERCURIO.
Porque habéis preferido la guerra á la paz con
que os han brindado mil veces. Los Lacedemonios,
si llegaban á conseguir alguna pequeña ventaja,
exclamaban en seguida: «Por los Dióscuros (2), nos
(i) Luciano se burla también de estos oficios de Mer-
cui-io. (Diálogos de los Muertos. Mercurio y Maya.)
(2) Exclamación ordinaria de los Lacedemonios.
la han de pagar los Atenienses.» Por el contrario,
si los Atenienses salláis algo mejor librados y los
Lacedemonios venian á tratar de la paz, la contes-
tación ya se sabía que habia de ser: «Por Miner-
va (1), no nos la pegáis; por Júpiter, no hay que
darles crédito; ellos volverán mientras tengamos
á Pilos (2).»
TRIGEO.
Cierto, ese es nuestro lenguaje.
MERCURIO.
Por lo cual no sé si volvereis á ver á la Paz
TRIGEO.
¿Pues á dónde se ha ido?
MERCURIO.
La Guerra la hundió en una profunda caverna.
TRIGEO.
¿En cuál?
MERCURIO.
ühí, en ese abismo; ¿no ves cuántos peñascos ha
amontonado encima para que nunca podáis reco-
brarla?
TRIGEO.
Y dime, ¿qué calamidad nos prepara?
MERCURIO.
Lo ignoro; sólo sé que ayer á la tarde trajo un
mortero de prodigioso tamaño.
TRIGEO.
¿Qué hará con ese mortero?
(1) Exclamación favorita de los Atenienses.
(2) Véase Los Caballeros.
428
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
d29
MERCURIO.
Piensa machacar en él las ciudades. Pero me
marcho; si no me engaño, va á salir; ¡cómo albo-
rota ahí dentro!
TRIGEO.
¡Ah, pobre de mi! ¡huyamos! yo también oigo el
estruendo del mortero bélico.
L\ GUERRA (trayendo íui e/iorme mortero;
iGuay mortales, mortales, desdichados morta-
les! ¡Temblad por vuestras mandíbulas!
TRIGEO.
¡Oh poderoso Apolo, qué inmenso mortero! ¡Qué
daño hace la sola vista de la Guerra! ¡Ese, ese es
el monstruo sanguinario y cruel del cual huimos!
¡Oh, cómo se apoya sobre sus piernas! ¡1)
LA GUERRA.
¡Oh Prasies, Prasies (2), y una, y cien, y mil ve-
ces desgraciada, hoy feneces para siempre!
TRIGEO.
Hasta ahora, ciudadanos, nada va con vosotros;
ese golpe cae sobre Lacedemonia.
(i) Esta parece la versión más verosímil de las pala-
bras ó xa-á xoTv axeXorv que han dado lugar á muchas
conjeturas. . , , ... ^^ .
A) Ciudad de Laconia destruida por los Atenienses el
año segundo de la guerra del Peloponeso. (Tucíd., ii, 5b}^
Habia también otra población del mismo nombre en el
Ática. La Guerra, fingiendo arrojarla al mortero, echaba un
puerro, en griego rpáaov, por el parecido de este nombre
con el de Prasies.
LA GUKRRA.
I Ah Megara, Megara, cómo te voy á majar! Toda
vas á ser reducida á menudo picadillo,
TRIGEO.
¡Oh, ohl ¡Cuántas y cuan amargas lágrimas para
los Megarenses! (1).
LA GUERRA.
¡Ah Sicilia, también tú pereces!
TRIGEO.
¡Míseras ciudades, vais á ser ralladas como
queso!
LA GUERRA.
Ea, mezclemos un poco de miel del Ática (2).
TRIGEO.
¡Eh! no, te aconsejo que emplees otra; esa cuesta
á cuatro óbolos; economiza la miel del Ática.
LA GUERRA.
¡Hola! ¡eh, Tumulto!
EL TUMULTO.
¿Qué me quieres?
LA GUERRA.
¡Macho ojo! ¿Te estás mano sobre mano, éhí
pues toma esta puñada.
TRIGEO.
¡Soberbio golpe!
(i) La Guerra echa en el mortero ajos y queso, como
emblema de Megara y Sicilia respectivamente.
C'Á) En representación de Atenas, '.a miel del Ática era
muy celebrada.
i! I
í
*»
I
TOMO 11
130
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL TUMULTO.
lAy! señora.
TRIGEO.
¿Qué? ¿Se habia untado el puño con ajos? (1)
LA. GUERRA..
Traéme volando una mano de morterr
EL TUMULTO.
Pero, dueña mia, si no tenemos nin^ma: como
sólo estamos aquí desde ayer...
LA GUERRA.
Vete á buscar una en Antenas; pero ¡vivo, vivo!
EL TUMULTO.
Ya corro. ;Pobre de mí, si no la traigo!
TRIGEO.
Ea ¿qué haremos, miseros mortales? Ya veis qué
espantoso peli^o nos amenaza. Si vuelve con la
mano de mortero, ésta va á entretenerse en tntu-
rar á su gusto las ciudades. ¡Olí Baco, que muera
antes de traerla!
LA GUERRA (2).
¿Qué?
EL TUMULTO.
Lk GUERRA..
¿Cómo?
¿No la traes?
EL TUMULTO.
¡Qué he de traer! Los Atenienses han perdido la
(4) Para hacer más doloroso el puñetazo.
(2) Al Tumulto que regresa.
LA PAZ.
431
mano de su mortero, aquel curtidor que revolvia
toda la Grecia (1).
TRIGEO.
¡Oh, dicha! ¡veneranda Minerva! ¡con qué opor-
tunidad ha muerto para la República! Antes de
servirnos su g-uisado.
LA. GUERRA.
^yorre, pue?, á buscar otra en Lacedemonia, y
concluyamos de una vez.
EL TUMULTO.
Allá voy, señora.
LA GUERRA.
•Te recomiendo la vuelta!
TRIGEO.
¿Qué va á ser de vosotros, ciudadanos? Lleg-ó el
momento crítico. Si por casualidad al^no de vos-
otros está iniciado en los misterios de Samotra-
cia (2), ahora es ocasión de desear un buen retor-
tijón de pies al portador de la mano.
EL TUMULTO (de vueltaj,
¡Ay qué desg-raciadc soy! ¡ay, y mil veces ay!
LA GUERRA.
¿Qué es eso? ¿Tampoco traes nada ahora?
(4)f2Ci.E0N, muerto en la batalla de Anfípolis. (V. la
Noticia preLiminar.)
(2) Los que querian evitar algún mal se iniciaban en
los misterios de Samotracia, isla. del Egeo, famosa por el
culto de Hécale y los dioses Cabiros. La ininiaiiipn se con-
sideraba como un seguro preservativo, y como medio de
conseguir cuanto se deseaba.
132
COMKDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
133
EL TUMULTO.
También los Lacedemonios uan perdido la mana
de su mortero.
LA GUERRA.
¿Y cómo, gran canalla'?
EL TUMULTO.
Se la habían prestado á otros en Tracia, y la han
perdido (1).
TRIGKO.
¡Bien, muy bien va, oh Dioscuros! perfectamente
bien; cobrad ánimo, mortales.
LA GUERRA.
Co^ esos vasos y vuélvelos á llevar; yo entro
también para hacer una mano de mortero.
TRIGEO.
Llegó el momento de repetir lo que cantaba Dá-
tis [2], arrascándose sin pudor (3) en medio del
dia: «¡Qué gusto! ¡qué placer! ¡qué delicia!» Ahora,
oh Griegos, llegó la oca?ion oportuna de olvidar
querellas y combates, y de libertar á la Paz á quien
todos amamos, antes de que nos lo impida algima
nueva mano de mortero (4). Labradores, mercade-
(1) Brásidas, ítiiicrto en la misma batalla que Cleon.
(2) General persa en tiempo de Darío.
(4) AlSTsegun se cree, á Alcibiados, que en el
miimo año (Tl-cíd.^ v. 5^2) excitó á los If ^'tantes de Pá-
tras á extender sus forlifi. aciones hasta el mar, e iba pre-
parando los ánimos á una nueva guerra, con objeto de
desarrollar sus planes ambiciosos.
Tes, fabricantes, obreros, metecos, extranjeros, in-
sulares, hombres de todos los países, acudid pron-
to, armaos de azadones, palancas y maromas . Por
fin podremos beber la copa del Buen Genio (1).
CORO,
Acudamos todos á trabajar por la común salva-
ción. Pueblos de la Grecia, libres de guerras san-
grientas y combates, prestémonos hoy, como nun-
ca, mutuo socorro. Este dia amaneció en mal hora
para Lámaco (2). fA Trigeo.} Vamos, di lo que hay
que hacer; dispon, ordena, manda. Estamos deci-
didos á trabajar sin descanso, con máquinas y pa-
lancas, hasta volver á la luz á la más grande de
las diosas, á la protectora más solícita de nuestras
vidas.
TRIGEO.
¡Silencio! ¡silencio! No vayan á despertar á la
Guerra los gritos que os arranca la alegría.
CORO.
Nos ha regocijado ese edicto mandando libertar
á la Paz. ¡Oiián distintos de esos otros que nos han
ordenado tantas veces acudir con víveres para tres
días!
TRIGEO.
Cuidado con aquel cerbero (3), que está ahora en
(i) Que se acostumbraba á beber á fin de las comidas.
(2) General partidario de la guerra ( V. Lqb Acar-
nienses.
(3) Cleon.
ni
i li
fl
LA PAZ.
135
134
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
los infiernos; sus ladridos y aúllos podrían, coma
en vida, impedirnos libertar á la diosa.
CORO.
Ts^o hay nadie capaz de arrebatármela, como lle-
gue á estrecharla entre mis brazos. ¡Ay! ¡ay! ¡qué
gozo!
TRIGEO.
Por piedad, silencio, amigos mios, si no deseáis
mi perdición. Como la Guerra llegue á observar
algo, saldrá y echará por tierra de un golpe todos
nuestros planes.
CORO.
Aunque lo revuelva, pisotee y arruine todo, hoy
no puedo contener la alegría.
TRIGEO.
¿Pero estáis locos? ¿Qué os sucede, ciudadanos?
Por todos los dioses os lo pido, no echéis á perder
con vuestros saltos la más hermosa empresa.
CORO.
Si yo no quiero bailar; mi alegría es tanta, que,
sin quererlo yo, mis piernas saltan de gozo.
TRIGEO.
No máo; terminad, terminad el baile.
CORO.
Ea, ya está terminado.
TRIGEO.
Lo dices, pero no lo haces.
CORO.
Vamos, permíteme hacer esta figura, y nada más.
TRIGEO.
Bueno, esa sola; pero cese en seguida la danza.
CORO.
Si te podemos servir en algo, no danzaremos.
TRIGEO.
¡Pero, malditos, si no acabáis!
CORO.
Déjame lanzar al aire la pierna derecha, y te
juro concluir.
TRIGEO.
Os lo permito para que no me importunéis más.
CORO.
Pero justo es que la pierna izquierda haga lo
mismo. Hoy no quepo en mí de júbilo; rio y albo-
roto; para mí el dejar el escudo es tan grato como
despojarme de la vejez (1).
TRIGEO.
No os alegréis todavía; aun no es segura vues-
tra felicidad. Cuando la hayamos libertado, ale-
graos entonces, reíd y gritad. Porque entonces
sí que podréis á vuestro antojo navegar ó per-
manecer en casa, entregaros al sueño ó al amor,
asistir á las fiestas ó á los banquetes, jugar al có-
tabo (2), vivir como verdaderos Sibaritas y excla-
mas: ¡lu! ¡lu!
(i) En el texto hay un juego de palabras intraducibie,
porque "ítipa; significa vejez yla^ttf¿ ó camisa de las ser-
pientes, y átTTcí; escudo y áspid.
(2) Diversión de los asistentes á un festin, que consistía
en arrojar á un recipiente los restos del vino de sus copas;
del ruido que el liquido producía al caer, deducía cada ju-
gador el cariño que su amante le profesaba. Habia dos es-
pecies de cótabo. Hé aquí cómo los describe el Escoliasta:
Primero, clavábase en tierra un palo, á cuya extremidad
superior se adaptaba por medio de una correa una barra
43o
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
437
CORO.
¡Ojalá lle^ífue á ver ese día! Muchos trabajos he
sufrido, y iQuchas veces, como Formion (1), he dor-
mido sobre la dura tierra Ya no seré para ti, como
antes, un juez intratable y severo de duro y as-
pero carácter, sino mucho más afable ó indul-
gente, en c^-.anto me vea libre de las molegtias de
la guerra. Sobrado tiempo há que nos destrozan
y matan haciéndonos ir y venir al Liceo (2) con
lanza y escudo. Pero di en qué podemos compla-
certe, pues una suerte feliz ha hecho que seas
nuestro jefe.
TRIGEO.
Procuremos separar estas piedras.
movible que sostenía dos platillos, colgados de sus brazos
como de los de una balanza, y debajo de estos platillos se
ponían dos vasijas con agua: cada jugadorlanzaba una copa
(le vino sobre un platillo, que al llenarse descendía y cho-
caba con la cabeza de una eslatuita de bronce puesta en
la vasija con agua de que se ha hablado: cuando este cho-
que se verificaba sin ningún derramamiento del liquido, el
meadorera proclamado vencedor, y se le auguraba buena
suene en las lides de Cupido. Segundo, colocábase una
vasija con agua, sobre la cual ílolaban otras mas pequeñas:
el juego consistía en sumergir una de éstas, arrojando brus-
camente el vino que quedaba en el fondo de las copas.
(1) Ilustre general ateniense (V. la nota al verso 56-2
de Los Caballeros]. . i „ e/^l
(2) Gimnasio de Atenas donde se ejercitaban los sol-
dados y se ponían á prueba antes de una expedición mili-
tar los'hombres capaces de resistir sus fatigas.
MERCURIO.
Bribón temerario, ¿qué pretendes hacer?
TRIGEO.
«Nada malo,» como Cilicon (1).
MERCURIO.
¡Te has perdido, desdichado!
TRIGEO.
Si lleg*a á haber sorteo (2) no lo dudo, pues ha-
biendo de dirig-irlo tú, ya sé lo que resultará.
MERCURIO.
¡Te has perdido! ¡vas á morir!
TRIGEO.
?.En qué dia?
MERCURIO.
Ahora mismo.
TRIGEO.
Aun no he comprado nada, ni harina, ni queso,
para marchar á morir (3).
MERCURIO.
Date por molido.
(4) Respuesta que se habia hecho proverbial. Cilicon
de Wileto entregó sus patria á los habitantes de Priene,
respondiendo á los que le preguntaban qué intentaba ha-
cer: Nada malo. Después de su traición se refugió en Se-
rnos, donde uno de sus compatriotas, de oficio carnicero,
le cortó una mano para castigar su perfidia.
(2) Alusión á una costumbre judicial. Cuando habia va-
rios criminales condenados á la pena capital se ejecutaba
uno cada dia, sorteándolos al efecto.
(3) Se refiere á las municiones de boca que tenían que
adquirir los soldados al partir á una expedición.
138
COMEDIAS DK ARISTÓFANES.
LA PAZ.
439
TRIGEO.
¡Imposible! ¿No habia de haber advertido tanta
feUcidad? (1)
MERCURIO.
¿Ignoras que Júpiter ha amenazado con la muer-
te á todo el que sea sorprendido desenterrando á
esa infeliz'^
TRIGEO.
¿Es por consi^iente de absoluta necesidad que
yo muera"^
MERCURIO.
Sí por cierto.
TRIGEO.
Pues préstame tres dracmas para comprar un
lechoncillo: debo iniciarme antes de morir (2).
MIíRCURIO.
¡Oh Júpiter tonante!...
TRIGEO.
¡Oh Mercurio! por todos los dioses te lo pido: no
nos delates.
MERCURIO.
No puedo callarme.
TRIGEO.
¡Te lo ruego por las viandas que te he traido
con tan buena voluntad!
(1) Trigeo toma las palabras de Mercurio en su acep-
ción obscena. ^^ __^^^ ^^ ^^ ^^^^
sacrificio. Los iniciados gozaban después de su muerte de
una suerte más leliz. (V. Las Ranas, 454.)
MERCURIO.
Pero, desdichado, Júpiter me aniquilará si no te
delato á gritos (1).
TRIGEO.
¡Oh, por piedad, Mercurio mió! ¡Qué hacéis vos-
otros? ¿Estáis atónitos"^ Hablad, desdichados. ¿No
veis que va á denunciarme?
CORO.
¡No, poderoso Mercurio, no, no, no lo harás! si
algún recuerdo conservas del placer con que co-
miste el lechoncillo que te ofrecí, ten en cuenta
mi grata oblación.
TRIGEO.
Deidad poderosa, ¿no escuchas sus palabras li-
sonjeras?
CORO.
lOh, no cambies en ira tu bondad, tú el más hu-
mano y generoso de los dioses! Si detestas el ceño
y los penachos de Pisandro (2), acoge propicio
nuestras súplicas y déjanos libertar á la Paz. Así
te inmolaremos sin cesar sagradas víctimas y hon-
raremos tus altares con .sacrificios espléndidos.
TRIGEO.
Vamos, cede á sus ruegos, pues ahora observan
tu culto más fielmente que nunca.
(1) Parodia.
(2) Ironía. Pisandro era sumamente cobarde; Eupó-
lis dice de él: «Que hizo la expedición de Pactólo, pero
que su falta de valorle mantuvo siempre en la retaguardia.»
Contribuyó el año 20 de la guerra del Peloponeso á der-
ribar la democracia. Cuando cayó el gobierno de ios Cua-
trocientos se refugió en Decelia.
LA PAZ.
141
140
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
MERCURIO.
Como que nunca han si(V) más ladrones (1).
TRIGEO.
En cambio, te revelaré una vasta y terrible cons-
piración que se fragua contra todos los dioses.
MERCURIO.
Vamos, habla, quizá, me hagas ceder.
TRIGEO.
La Luna y ese canalla de Sol os tienden lazos
liace tiempo y entregan la Grecia á los bárbaros.
MERCURIO.
¿Por qué hacen eso?
TRIGEO.
Porque nosotros os ofrecemos sacrificios, y á
ellos ce los ofrecen los bárbaros (2). Asi es que es
muy natural que deseen vuestra desaparición,
para recibir ellos solos todas las oblaciones.
MERCURIO.
í Ah! ahora comprendo por qué de algún tiempo
acá, el uno nos roba parte dia, y la otra nos pre-
senta su disco carcomido (3).
TRIGEO.
Es la verdad. Por tanto, querido Mercurio, ayú-
(\) Mercurio era el protector de los ladrones, y ladrón
él mismo. (Véase el Himno á Mercurio, atribuido á Home-
ro.) Horacio dice en su elogio (lib. i, od. x):
Callidum, quidquid placuit, jocoso
condere furto.
(2) Los Persas respetaron por este motivo á Délos y
Efeso, célebres por el culto de Apolo y Diana.
(3) Alusión ó varios eclipses de sol y luna ocurridos
durante la guerra del Peloponeso.
danos con todas tus fuerzas á desenterrar la Paz.
En adelante las grandes Panateneas, y todas las
demás fiestas religiosas, las Diipolias, las Adonias,
los Misterios, se celebrarán en tu honor; todas las
ciudades, libertadas de sus males, sacrificarán á
Mercurio preservador; y otros mil bienes lloverán
sobre tí. Como una muestra, principio por regalar-
te este precioso vaso, para que hagas libaciones.
MERCURIO.
lAhl los vasos de oro me enternecen. Manos á la
obra, mortales: entrad y removed las piedras con
azadones.
CORO.
Dispuestos estamos. Tú, el más ingenioso de los
dioses, dirige nuestros trabajos como hábil arqui-
tecto, y manda cuanto gustes; ya verás que no so-
mos flojos para el trabajo.
TRIGEO.
Venga pronto la copa: inauguremos nuestro tra -
bajo con una invocación á los dioses. La libación
principia; guardad, guardad un silencio religioso.
Ruguemos á los dioses que en este dia empiece
para todos los Griegos una era feliz: pidámosles
que jamás tengan que embrazar el escudo cuantos
de buen grado secunden nuestra empresa.
CORO.
Sí, por Júpiter; y que pase en paz la vida, en
brazos de mi amada, revolviendo los carbones (1).
(1) La palabra carbones tiene un sentido obsceno, sig-
nificando TÓ •^WMY.ZXO'^ ttlSoTov.
442
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
443
TRIGEO.
¡Que todo el que prefiera la guerra, nunca acabe,
oh divino Baco, de extraer de sus codos las pun-
tas de las flechas!
CORO.
Si algún aficionado á mandar batallones se nie-
ga, oh Paz, á devolverte la luz, ¡sucédale en los
combates lo que á Cleónimo! (1)
TRIGEO.
Si algún fabricante de lanzas ó revendedor de
escudos desea la juerra para vender mejor sus
mercancías, ique le secuestren unos bandidos y no
coma más que cebada!
CORO.
Si alguno, ambicionando ser general, se niega á
ayudarnos, ó algún esclavo se dispone á pasarse al
enemigo, sea atado á la rueda y muerto á palos;
para nosotros todos los bienes; ¡lo! ¡Pean! ¡lo! (2)
TRIGEO.
Suprime el Pean, y di solamente: ¡lol
CORO.
¡lo! ¡lo! ya no digo más que ¡lo!
TRIGEO.
A Mercurio, á las Gracias, á las Horas, á Venus,
á Cupido.
CORO.
¿Y á Marte?
(i) Que arrojó el escudo.
(2) Himno á Apolo. Era también un canto guerrero, lo
cual motiva la respuesta de Trigeo.
No.
¿Y á Belona? (1)
No.
TRIGEO.
CORO.
TRIGEO.
CORO.
Tirad todos: arranquemos las piedras con los ca-
bles.
MERCURIO.
¡Venga!
CORO.
¡Venga más!
MERCURIO.
¡Venga!
CORO.
¡Venga más, más!
MERCURIO.
¡Venga! ¡venga!
TRIGEO.
Pero no todos arrastran igualmente. ¡Tirad to-
dos á una! ¡Eh! vosotros fingís que trabajáis. ¡Ah
Beocios, Beocios! lo habéis de sentir (2).
MERCURIO.
¡Venga, pues!
TRIGEO.
¡Venga!
(1) Lit.: á Enialio, sobrenombre de Marte en Homero,
pero aquí debe de ser una deidad diferente, aunque tam-
bién guerrera, por lo cual hemos traducido Belona.
(2) Da á entender que no querian la Paz.
i44
COMEDIAS DE ARiSTÓFANES.
LA PAZ.
445
CORO.
Ea, tirad tambiea vosotros.
TRIGEO.
Pues qué, ¿no tiro yo'^ ¿No estoy coleado de la
cuerda y haciendo los mayores esfuerzos?
CORO.
¿Entonces por qué no adelanta la obra?
TRIGEO.
¡Ah Lámaco! nos estorbas estándote alii sentado.
¿Qué necesidad tenemos de tu Gorgona? (1)
MERCURIO.
Tampoco tiran esos Argivos; es verdad que hace
mucho tiempo que se rien de nuestras desgrracias;
especialmente desde que obtienen subsidios de am-
bos bandos (2).
TRIGEO.
Pero los Lacedemonios, amigo mió, tiran con to-
das sus fuerzas.
CORO.
Mirad, los únicos que trabajan son los que ma-
nejan el azadón, y los armeros se lo estorban.
MERCURIO.
Tampoco los Meg-arenses hacen nada de prove-
cho; sin embargo tiran abriendo enormemente la
boca, como los perros cuando roen un hueso; pero
los pobres están desmayados de hambre (3).
(i) Vid. Los Acarnienses. ,. , , n
(-2) Los de Argos fueron unas veces aliados de Lspana
y otras de Atenas durante la guerra del Peloponeso.
(3) Ya vimos en Los Acarnienses el extremo a que na-
bia llegado én Megara la miseria pública.
TRIGEO.
Amigos, nada adelantamos; reunamos nuestros
esfuerzos, y tiremos á una.
MERCURIO.
iVengal
TRIGEO.
¡Venga másí
MERCURIO-
iVengal
TRIGEO.
¡Más, por vida de Júpiter!
MERCURIO.
Poco adelantamos.
TRIGEO.
¿Habrá infamia como esta? Unos tiran á un
lado, y los otros al contrario. ¡Argivos, Argivosl
¡que va á haber palos!
MERCURIO.
¡Venga, pues!
TRIGEO.
¡Venga!
CORO.
¡Qué canallas son algunos!
TRIGEO.
Vosotros, que deseáis ardientemente la Paz, ti-
rad con fuerza.
CORO.
Hay algunos que nos lo impiden.
MERCURIO.
¿No os iréis al infierno, Megarenses? La^diosa os
detesta, recordando que fuisteis los primeros en
TOMO II. 10
146
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
447
untarla con ajos (1). Vosotros. Atenienses, no tiréis
ya de ese lado; está visto que sólo podéis ocuparos
de procesos. Pero si queréis libertar á la Paz, retí-
raos hacia el mar un poco (2).
CORO.
Ea, amibos labradores, demos fin á este tra-
bajo.
MERCURIO.
La cosa va mucho mejor, ciudadanos.
CORO.
Dice que la cosa marcha; ea, redoblemos todos
nuestros esfuerzos.
TRIGEO.
Sólo los labradores, y nadie más, hacen adelan-
tar la obra.
CORO.
¡Firme, pues! ¡Firme todo el mundo! ¡Ya nos
acercamos! No hay que ceder. ¡Animo! ¡Animo! Ya
está concluido. Ahora, ¡ven^a! ¡venga! ¡venga!
¡venga! ¡venga, todos á una!
{La Paz sale de la caverna acompañada de Opora
y Teoría,)
TRIGEO.
¡Oh Diosa venerable que nos prodigas las uvas,
i\\ Ya hemos visto que el ajo era la producción más
abundante en l«egara, y que se le atribuía la virtud ac
enardecer los ánimos y atizar los instintos belicosos.
m Aristófanes da á los Atenienses el mismo consejo
que Temístócles. (Vid. Plutarco, Fute d^ TemUtoclss.J
iqné oración te dirigiré'? ¿Dónde podré hallar para
saludarte palabras equivalentes á diez mil ánfo-
ras? (1) No tengo ninguna en casa. Salud, Opora,
y tá también. Teoría (2). ¡Qué hechicero es tu ros-
tro. Teoría! ¡Qué perfume se exhala de tu seno! Es
dulce y delicado como la exención de la milicia,
ó el más precioso aroma.
MERCURIO.
¿No es un olor semejante al de la mochila mi-
ütar?
CORO.
¡Oh enemigo detestable, tu morral asqueroso
me da náuseas! Apesta á cebollas; mientras que al
lado de esta amable Diosa todo se vuelven sazona-
dos frutos; convites, Dionisiacas, flautas, poetas,
cómicos, cantos de Sófocles, tordos, versitos de
Eurípides...
TRIGEO.
¡Desdichado! no la calumnies. ¿Cómo ha de amar
á ese fabricante de sutilezas y sofismas?
(1) Es decir, que expresen la abundancia de vinos que
con la paz se van á recoger.
(2) Compañeras de la Paz. Opora es el otoño ó la abun-
dancia, que principiaba para los Atenienses hacia la mitad
de nuestro mes de Julio, es decir, cuando maduran mieses
y frutas. Teoría era el nombre de las comisiones ó emba-
jadas que tenían por objeto reglamentar las fiestas religio-
sas y los espectáculos y diversiones. De modo que ambas
compañeras de la Paz se presentan, la primera para in-
demnizar de sus pérdidas á los campesinos, y la segunda
para alegrar á los ciudadanos. Es de advertir que los dos
nombres recuerdan los de unas cortesanas, célebres en
Atenas, por lo cual sin duda aparecían en escena con el
traje de tale?.
I
LA PAZ.
449
448
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CORO.
. hiedras, coladores de vino, baladoras ovejas,
mujeres campesinas de bella ^r^nla, la esclava
ebria, el ánfora derribada y otras mil cosas buenas.
MERCURIO.
Mira, mira cómo hablan unas con otras las ciu-
dades y se rien de todo corazón; sin embargo, todas
tienen terribles heridas y enormes ampollas.
TRIGEO.
Mira también álos espectadores; por el semblan-
te de cada cual conocerás su oficio.
MERCURIO.
¡ Ah! ¿no ves á ese fabricante de penachos cómo
se arranca los cabellos? Aquél que hace azadones
se ríe en las barbas de un fabricante de espadas (1).
TRIGEO.
¿Ves tú cómo se regocija ese otro fabricante de
hoces, y señala con el dedo á un fabricante de
lanzas?
MERCURIO.
Ea, manda á los labradores que se retiren.
TRIGEO.
Pueblos, escuchad: vuelvan cuanto antes á los
campos los labradores con sus aperos, dejándose
de lanzas, espadas y flechas: la antigua Paz rema
ya en estos lugares. Vuelvan, pues, todos á las nós-
ticas faenas, después de entonar un jubiloso Pean.
CORO.
¡Oh dia deseado por los hombres de bien y los
(4) La frase griega es más gráfica: oppedit.
campesinos! ¡Con qué placer tornaré á ver mis
viñas y á saludar, después de tantos tiempos, las
frondosas higueras plantadas en mi juventud!
TRIGEO.
Principiemos, amigos míos, por adorar á la diosa
que nos ha libertado de Gorgonas y penachos, y
corramos después á nuestros campos, provistos de
sabroso almuerzo.
MERCURIO.
lOh Neptuno, cómo alegra la vista ese batallón
de labradores, apretados como la masa de una tor-
ta, ó los convidados en un banquete público!
TRIGEO.
¡Sí; mirad cómo brillan las palazadas! jcómo los
zarcillos de tres dientes relucen al sol! ¡Qué dere-
chos surcos va á trazar esa turba feliz! Yo también
deseo marchar al campo y remover aquellas pocas
tierras, tanto tiempo abandonadas. lAcordaos, ami-
gos mios, de nuestra antigua vida, regocijada con
los dones que la diosa entonces nos dispensaba!
¡Acordaos de aquellas cestas de higos secos y fres-
cos; acordaos de los mirtos, del dulce mosto, de las
violetas ocultas en las orillas de la fuente y de las
aceitunas tan deseadas! Por tan inmensos beneficios
adoremos á la Diosa.
CORO.
¡Salve, salve, deidad querida, tu vuelta llena de
regocijo nuestras almas! Lejos de ti me abrumaba
el dolor, me consumía el ardiente afán de volver
á mis campos. Tú eres para todos el mayor de los
bienes, la más anhelada dicha. Tú el único sosten
i 50
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
de los que viven cultivando la tierra. Bajo tu im-
perio, sin dispendios ni fatigas, disfrutábamos de
mil dulces placeres; tú eras nuestro pan cotidiano,
nuestra salud, nuestra vida. Por eso las vides y
jóvenes hig'ueras y todas nuestras plantaste acogen
jubilosas, y sonríen á tu venida. fA Mercurio,)
Pero tú, el más benévolo de los dioses, dínos dónde
ha estado encerrada tanto tiempo.
MERCURIO.
Sabios labradores, escuchad mis palabras, si
queréis saber cómo la habéis perdido. La desgracia
deFídias (1) fué la primera causa; en seguida Peri-
cles, temeroso de la misma suerte, desconfiando de
vuestro carácter irritable, creyó que el mejor modo
de evitar el peligro personal era poner fuego á la
República. Su decreto cDutra Megara fué la peque-
ña chispa que produjo la vasta conñagracion de una
guerra, cuyo humo ha arrancado tantas lágrimas
á todos los Griegos, á los de aquí y á los de otras
comarcas. Al primer rumor de ese incendio, cru-
jieron á su pesar nuestras cepas; la tinaja, brusca-
(i) El célebre escultor Fídias, amigo de Feríeles, re-
cibió el encargo de hacer la estatua de Minerva, y fué acu-
sado do haber sustraído parte del oro que al efecto se le
dio. Condenado al destierro, se retiró á Elis, donde hizo la
estatua de Júpiter Olímpico. Feríeles, temeroso de igual
suerte, y cómplice tal vez del artista, hizo decretar la
guerra contra Megara para distraer la atención pública de
tan peligroso asunto. Y esta fué, según el Escoliasta, la
causa de la guerra del Peloponeso, que no admiten algu-
nos autores, fundados en que el destierro de Fídias fué
muy anterior á este acontecimiento.
LA PAZ.
i51
mente removida, chocó contra la tinaja; nadie po-
día ya contener el mal, y la Paz desapareció.
TRIGEO.
Hé ahí, por Apolo, cosas completamente ignora-
das; yo á nadie habla oido que Fídias estuviese re-
lacionado con la Diosa.
CORO.
Ni yo tampoco hasta ahora. Sin duda la Paz
debe su hermosura á su alianza con él. ¡Cuántas
cosas ignoramos!
MERCURIO.
Entonces, conociendo las ciudades sometidas á
vuestro mando que, exasperados unos contra otros,
estabais próximos á despedazaros, pusieron en
práctica todos los medios para eximirse del pago
de los tributos y ganaron á fuerza de oro á los La-
cedemonios principales. Estos, como avaros que
son y despreciadores de todo extranjero, muy pron-
to arrojaron ignominiosamente á la Paz, y se decla-
raron por la Guerra. La fuente de sus ganancias
lo fué de ruina para los pobres labradores; pues
bien pronto vuestras triremes fueron, en represa-
lias, á comerse sus higos.
TRIGEO.
Muy bien hecho. También ellos me cortaron á
mí una higuera negra que yo mismo habla plan-
tado y dirigido.
CORO.
Sí, muy bien hecho, por Júpiter; á mí también
me rompieron de una pedrada una medida con
seis medimnas de trigo.
i52
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
153
MERCURIO.
Los trabajadores del campo, reunidos después
en la ciudad (1), se dejaron comprar como los otros;
echaban de menos, es cierto, sus uvas y sus hig'os,
pero en cambio oian á los oradores. Estos, cono-
ciendo la debilidad de los pobres, y la extremada
miseria á que estaban reducidos, ahuyentaron á la
Paz á fuerza de clamores, como si fueran horqui-
llas, siempre que, arrastrada por su amor á este
país, apareció entre nosotros: vejaban á los más
poderosos y opulentos de nuestros aliados, acusán-
dolos de ser partidarios de Brásidas. Y vosotros os
arrojabais como perros sobre el infeliz calum-
niado y lo despedazabais rabiosamente; pues la re-
pública, pálida de hambre y temerosa, aevoraba
con feroz placer cuantas victimas le presentaba la
calumnia. Los extranjeros, viendo los terribles gol-
pes que asestaban estos oradores, les tapaban la
boca con oro, de suerte que los enriquecieron,
mientras la Grecia se arruinaba sin que lo advir-
tieseis. El autor de tantos males era im cur-
tidor (2).
TRIGEO.
Cesa, cesa. Mercurio, de recordarme á ese hom-
bre; déjale en paz en los infiernos, donde sin duda
está: ya no es nuestro, sino tuyo (3); por consi-
(1) Al principiar la guerra los campesinos se refugiaron
en la capital. (V. Los Acarnienses, noticia preliminar.)
(2) Cleon.
(3) Uno de los ministerios de Mercurio era llevar al
infierno las almas de los difuntos.
guíente, cuanto digas de él, aunque en vida haya
sido canalla, charlatán, delator, revoltoso y tras-
tornador, recaerá sobre uno de tus subditos. fA la
Paz.) Pero ¿por qué callas, oh Diosa?
MERCURIO.
No conseguirás que revele á los espectadores la
causa de su silencio; está muy irritada por lo que
le han hecho sufrir.
TRIGEO.
Pues que te diga á tí siquiera algunas palabras.
MERCURIO.
Amiga querida, dime cuál es tu ánimo respecto
á éstos. Habla, mujer la más enemiga de los escu-
dos. BÍQXi,ydi,Q^Q,ViC\io. (Supone que le habla al oído.)
Esas son tus quejas; comprendo. [A los espectado-
res.) Oíd vosotros sus acusaciones. Dice que cuan-
do después de los sucesos de Pilos (1) se presentó
ella voluntariamente con una cesta llena de trata-
dos, la rechazasteis tres veces en la asamblea po-
pular.
TRIGEO.
Es verdad, faltamos en eso; pero perdónanos:
nuestra inteligencia estaba entonces rodeada de
cueros (2).
MERCURIO.
Escucha ahora la pregunta que acaba de hacer-
me. «¿Quién de vosotros era su mayor enemi-
(1) Véase log Caballeros.
(2) Alusión á la influencia omnipotente de Cleon en
aquella época.
454
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
iS5
go? ¿Quién trabajó má3 por la terminación déla
fierra?»
TRIGEO.
Su más fiel amigo era sin duda alguna Cleónimo.
MERCURIO.
¿Y qué tal era ese Cleónimo en punto á guerra?
TRIGEO.
Lo más intrépido, sólo que no es hijo de quien se
decia, pues eu cuanto va al ejército, prueba sufi-
cientemente, arrojando las armas, que es un hijo
supuesto (1).
MERCURIO.
Escucha lo que acaba de preguntarme. ¿Quién
manda ahora en la tribuna del Pnix?
TRIGEO.
Hipérbolo (2) es el dueño absoluto. fA la Paz.)
¡Ah! ¿qué haces? ¿por qué vuelves la cabeza?
MERCURIO.
Aparta el rostro indignada de que el pueblo haya
aceptado tan perverso jefe.
TRIGEO.
iBueno! ya no lo emplearemos más; el pueblo,
viéndose sin guía y en completa desnudez, se ha
servido de ese hombre como de una copa encon-
trada por casualidad.
(1) Juego (le palabras sin sentido en castellano, basado
en la semejanza de áitogat^i-aToí, que pierde sus armas, y
6ico6o>Jtxaro;, hijo supuesto. ^ , . „ . . p. .„ ^
(2) Demagogo, heredero de la influencia de C eon y
ob eto de los continuos ataques de f ¡J^ofanes V Xoí
Acarnienses, 846.) Eupólis y Platón el Cómico también le
persiguieron con sus burlas é invectivas.
MERCURIO.
La Paz quiere saber las ventajas que eso traerá
á la república.
TRIGEO.
Lo veremos todo más claro.
MERCURIO.
¿Por qué?
TRIGEO.
Porque es comerciante de lámparas (1), Antes
dirigíamos todos los negocios á tientas en la oscu-
ridad; ahora los resolveremos á la luz de una lám-
para.
MERCURIO.
íOhl ¡oh! ¡lo que me manda preguntarte!
TRIGEO.
¿Sobre qué?
MERCURIO.
Sobre mil antiguallas, que dejó al partir. Lo pri-
mero que desea saber es qué hace Sófocles.
TRIGEO.
Lo pasa muy bien; pero le ha sucedido una cosa
extraordinaria.
MERCURIO.
¿Cuál?
TRIGEO.
De Sófocles se ha convertido en Simónides (2).
MERCURIO.
íEn SimónidesI ¿Cómo?
(1) Vid. ¿as Nubes, nota al v. 1.065.
[2) Simónides fué el primer poeta que se hizo pagar
sus versos.
i56
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
TRIGEO.
Achacoso y viejo, es capaz por ganarse un óbolo
de navegar sobre un zarzo.
MERCURIO.
lY el sabio Cratino (1) vive todavía?
TRIGEO.
Murió cuando la invasión de los Lacedemo-
nios (2).
MERCURIO.
¿Qué le sucedió?
TRIGEO.
¿Qué? Se desfalleció, no pudiendo resistir á la
pena que le produjo el ver romperse una tinaja
llena de vino. ¿Cuántas desgracias como esta crees
que han afligido á esta ciudad? Así es qae en ade-
lante, señora, nada podrá apartarnos de tí.
MERCURIO.
En ese supuesto, te entrego á Opora por mujer;
vote á vivir con ella en el campo, y producid ricas
uvas (3).
TRIGEO.
Acércate, amada mia , y dame un dulce beso.
Dime, poderoso Mercurio: ¿me vendrá alg^un daño
(\) Poeta cómico. ,
(2) Cratino murió el año 423 antes de nuestra era, y la
última invasión lacedemonia tuvo lugar cuatro años antes.
Aristófanes se reíiere á la comedia de Patón titulada
Aoíxwvec, los Lacedemonios, en que se censuraba la afición
de Cratino á la bebida.
(3) Opora ya hemos visto que indica el otoño y sus
frutas.
LA PAZ.
157
de holgarme con Opora después de tan larg^ abs-
tinencia?
MERCURIO.
No, como en seg-uida tomes una infusión de po-
leo (1). Pero ante todo acompaña á Teoría al Senado,
su antigua morada.
TRIGEO.
¡Oh Senado, qué dichoso vas á ser alber^ndo
bajo tu techo á tan amable huésped! iCuánta salsa
sorberás en estos tres dias! (2) jQué de carnes y
entrañas cocidas no comerás! Adiós, pues, mi que-
rido Mercurio.
MERCURIO .
í Adiós, honrado Trig-eo; que lo pases bien y que
te acuerdes de mí!
TRIGEO.
¡Escarabajo mió, volemos, volemos á casal
MERCURIO.
Si no está aquí, amigo mió.
TRIGEO.
¿Pues adonde se fué?
MERCURIO.
Está uncido al carro de Júpiter y es portador del
rayo (3).
TRIGEO.
Pero ¿dónde hallará el infeliz sus alimentos?
(4) Yerba astringente y tónica propinada contra los
cólicos producidos por comer mucha fruta.
(2) Duración ordinaria de las fiestas.
(3) Verso del Belerofonte de Eurípides.
458
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
159
MERCURIO.
Comerá la ambrosía de Ganimédes (1).
TRIGEO.
Y yo, ¿cómo bajaré?
MERCURIO.
No tengas miedo, por aquí... junto á la Diosa.
TRIGEO.
Ea, lindas muchachas , seguidme pronto ; son
muchos los que os esperan enardecidos por el
amor (2).
CORO.
Vete contento. Nosotros entre tanto encomenda-
mos á nuestros servidores la custodia de estos ob-
jetos (3), pues no hay lu^r menos seguro que la
escena : alrededor de ella andan siempre escondi-
dos muchos ladrones, acechando la ocai3Íon de
atrapar algo. fA los criados.] Guardadnos bien todo
eso, mientras nosotros explicamos álos concurren-
tes el objeto de esta obra, y la intención que nos
anima. Merecerla ciertamente ser apaleado el poeta
cómico que, dirigiéndose á los espectadores, se elo-
giase á sí propio en los anapestos (4). Pero si es
justo, oh hija de Júpiter, el tributar todo linaje de
(4) Véase al principio de la comedia cuál era el ali-
mento favorito del escarabajo.
(2) Vos expectant cupidi, arrecto pene.
(3) Los que les han servido para libertar á la Paz.
(4) Metro empleado en la parábasis, que el coro na
principiado á recitar.
honores al más sobresaliente y famoso en el arte
de hacer comedias, nuestro autor se considera dig
no de los mayores elogios. En primer lugar, es el
único que ha obligado á sus rivales á suprimir sus
gastadas burlas sobre los harapos, y sus combates
contra los piojos; además él ha puesto en ridículo
y ha arrojado de la escena á aquellos Hércules (1),
panaderos hambrientos, siempre fugitivos y bella-
cos, y siempre dejándose apalear de lo lindo; y ha
prescindido, por último, de aquellos esclavos que
era de rigor saliesen llorando, sólo para que un
compañero, burlándose de sus lacerias, les pregun-
tase riendo: «Hola, pobrecillo. ¿Qué le ha pasado á
tu piel? ¿Acaso un puerco- espin ha lanzado sobre
tu espalda un ejército de púas, llenándola de sur-
cos?» Suprimiendo estos insultos é innobles bufona-
das, ha creado para vosotros un gran arte, parecido
aun palacio de altas torres, fabricado con her-
mosas palabras, profundos pensamientos, y chis-
tes no vulgares. Jamás sacó á la escena particula-
res oscuros ni mujeres; antes bien, con hercúleo
esfuerzo arremetió contra los mayores monstruos,
sin arredrarle el hedor de los cueros ni las amena-
zas de un cenagal removido. Yo fui el primero que
ataqué audazmente á aquella horrenda fiera de es-
pantosos dientes, ojos terribles, flameantes como los
de Cínna, rodeada de cien infames aduladores que
le lamían la cabeza, de voz estruendosa como la
(i) El Escoliasta cree que Aristófanes alude á Eupólis
y Cratino, poetas cómicos rivales suyos.
460
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
i6i
de destructor remolino, de olor á foca, y de partes
secretas que, por lo inmundas, recuerdan las de
las lamias y camellos (1). La vista de semejante
monstruo no me atemorizó; al contrario, salí á su
encuentro y peleé por vosotros y por las islas. Mo-
tivo es este para que premiéis mis servicios y no
es olvidéis de mí. Además, en la embriag-uez del
triunfo, no he recorrido las palestras seduciendo á
los jóvenes (2); sino que, recogiendo mis enseres, me
retiraba al punto, después de haber molestado á
pocos, deleitado álos más, y cumplido en todo con
mi deber. Por tanto, hombres y niños han de de-
clararse á mi favor; y hasta los calvos deben por
propio interés contribuir á mi victoria; pues si salg'o
vencedor, todos dirán en la mesa y en los festines:
«Llévale al calvo; dale esta confitura al calvo; no
neg-ueis nada á ese nobilísimo poeta, ni á su bri-
llante frente (3).
SEMICORO.
Oh Musa, ahuyenta la guerra y ven conmigo
á presidir las danzas, á celebrar las bodas de los
dioses, los festines de los hombres y los banquetes
de los bienaventurados. Estos son tus placeres. Si
Carcino (4) viene, y te suplica que bailes con sus
(4) Véase la nota á la Parábasis de las Avispas, donde
se encuentra repetido este pasaje relativo á Cleon.
(2) Invectiva contra Eu polis, repetición de la que le
dirigió en Las Avispas, 4.Ü06.
(3) Aristófanes era calvo.
(4) Véase la nota sobre Carcino y sus hijos al fin de
Las Avispas.
hijos, no le atiendas ni le ayudes en nada; consi-
dera que son unos bailarines de delg-ado cuello á
modo de codornices domésticas, enanos chiquiti-
tos, como excrementos de cabra; en fin, poetas de
tramoya (1). Su padre dice que la única de sus
piezas que, contra toda esperanza, tuvo éxito, fué
estrangulada á la noche por una comadreja (2).
SEMICORO,
Tales son los himnos que las Gracias de hermosa
cabellera inspiran al docto poeta cuando la prima-
veral g-olondrina gorjea entre el follaje; y Morsino
yMelantio (3) no pueden obtener un coro: este
me desnfdrró los oidos con su desentonada voz,
cuando consig-uieron su coro trágico, él y su her-
mano, dos g-lotones como las Arpías y Gorg-onas,
devoradores de rayas, amantes de las viejas, Impu^
ros, que apestan á chivo, y son el azote de los pe-
ces. .Oh Musa! envuélvelos en un inmenso g-ar-
gfajo, y ven á celebrar la fiesta conmig-o.
TRIGEO.
¡Qué empresa tan difícil erii la de Ueg-ar hasta
los dioses! Tengro como magnilladas las piernas.
!Qué pequeñitos me parecíais desde allá arriba;
(1) Jenócles, uno de los hijos de Carcino, que compuso
tragedias, abusaba en estas de la maquinaria, fiando en re-
curso í extraños al arte el éxito de sus dramas.
(2) Se cree que Aristófanes alude á alguna pieza de Je-
nócles tJtulada el ratón, que tuvo mal éxito.
(3) Sobre Morsino y Melantio, véase la nota corresoon-
diente al verso 401 de Los Caballeros.
TOMO II.
11
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
462
Cierto que iiü^d¡rd¡sde el cielo parecéis bastante
malos,- pero desde aquí mucho peores!
UN ESCLA.V0.
¿Estás aquí, señor?
TRIGEO.
Eso he oído decir.
EL ESCLAVO.
^.Cómo te ha ido?
TRIGEO.
Me duelen las piernas: ¡el camino es tan lax^ol
BL ESCLAVO.
Vamos, dime...
TBIGEO.
¿Qué?
EL ESCLAVO.
¿Has visto al^un otro hombre vagando en la re-
gion del cielo?
TRIGEO.
No: sólo he visto dos ó tres almas de poetas di-
tirámbicos (1).
EL ESCLAVO.
¿Qué hacian?
TRIGEO.
Trataban de coger al vuelo preludios líricos,
perdidos en el aire.
EL ESCLAVO.
¿Has averiguado si es verdad, como se dice, que
^mT Aristófanes censura á menudo la ampulosidad é
K-inL.nn dP Pstilo de los autores de ditirambos. En Lat
K i 37^ i m vuelve á ridiculizarlos en la persona de
emesias.
LA PAZ.
463
después de muertos n¡s~¡¡^^¡^g en estrellas?
TRIGEO.
Sí por cierto.
EL ESCLAVO.
¿Qué astro es aquel que se distingue allí?
TRIGEO.
Ion de Qaios (1), el autor de una oda que princi-
piaba: «Oriente.» En cnanto pareció en el cielo to-
dos le llamaron: «Astro Oriental.»
BL ESCLAVO.
¿Quiénes son esas estrellas que corren dejando
im rastro de luz? "^
TRIGEO.
Son estrellas de ios ricos que vuelven de cenar
llevando una linterna y en ella una luz. Pero
concluyamos: llévate cuanto antes á casa á esta
Joven (2); limpia la bañera; calienta el a^iia v
prepara para eUa y para mí el lecho nupdal Én
cuanto concluyas, vuelve aquí. Mientras tanto
devolveré esta otra (3) al Senado. '
EL ESCLAVO.
¿De dónde traes estas mujeres?
(i) Ion de Quios, poeta ditirámbico, autor de una nñ-,
enque seelogu.ba la belleza del lucero matutino- compuso
tímbien cotnedia.s, epigramas y otras poesías veanrti^
premio en un certamen Irágico. En a2rarip..hnf;'.,r.,^ f}
á.sus jueces, los Atentensef , una g41. ca„t dJd i^f ít^'}.^
sito v,„o de su patria. Su no.nbre "sYrve de uíuio á uírdl
(2)" ofon.' '""'"• '"'''''"'' '« -'"- en Z«' Za/
(3) Teoría.
464
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
465
TRIGEO.
¿De dónde? del cielo.
EL ESCLAVO.
Pues no doy un óbolo por los dioses, si se dedi-
can á rufianes como los hombres.
TRIGEO.
No lo son todos; pero hay alanos que viven de
ese oficio.
EL ESCLAVO.
Vamos, pues. ¡Ahí dime, ¿le daré algo de comer?
TRIGEO.
Nada, no querrá comer ni pan ni pasteles, pues
está acostumbrada á beber la ambrosia con los
dioses.
EL ESCLAVO.
Habrá, pues, que prepararle algo de beber (1).
[Vase.J
CORO.
Ese anciano, al parecer, es sumamente feliz.
TRIGEO.
¿Qué diréis cuando me veáis adornado para la
boda?
CORO.
Rejuvenecido por el amor, perñimado con ex-
quisitas exencias, tu felicidad es envidiable, an-
ciano.
TRIGEO.
Es verdad. ¿Y cuando, acostado con ella, bese
su seno!
CORO.
Serás más feliz que esos trompos, hijos de Car-
cino.
TRIGEO.
¿No merecia esta recompensa el haber salvado á
los Griegos, montado en mi escarabajo? Gracias á
mí, todos pueden vivir en el campo y gozar tran-
quilamente del amor y del sueño.
EL ESCLAVO fde vueltdj.
La joven se ha lavado, y todo su cuerpo está res-
plandeciente de hermosura; la torta está cocida,
amasado el sósamo (1) y preparado todo lo demás;
sólo falta el esposo (2).
TRIGEO.
Ea, apresurémonos á llevar á Teoría al Se-
nado.
EL ESCLAVO.
¿Qué dices? ¿es esa Teoría aquella muchacha con
(4) Hay en el original un equívoco indecentísimo.
(4) Planta de la familia de los Bignoniaceas, que, sin
duda por su abundancia de semillas, era tenida en Grecia
como emblema nupcial. A los recién casados se les coro-
naba de hojas de sésamo y se les ofrecía un panecillo
hecho con su harina. Todavía en los tiempos presentes se
le amasa en Levante con almidón y miel, formando unas
tortas que se venden en Esmirna.
(2) Sed pene opus est.
i66
COMEDIAS DE AUISTÓFANES.
la cual fuimos una vez á Brauron (1) á beber y á
refocilamos?
TRIGEO.
La misma; no me ha costado poco el cog-erla (2).
EL ESCLAVO.
íOh señor, qué placeres nos proporciona cada
cinco años!
TRIGEO.
lEa! ¿quién de vosotros es de ñar? ¿Quién d3 vos-
otros se encarg-a de gnardar esta joven y de llevarla
al Senado? ¡Eh, tú! ¿Qué dibujas ahí?
EL ESCLAVO.
El plano de la tienda que quiero levantar en el
Istmo (3).
(1) Dcmo del Ática. Celebrábanse en él cada cinco
años fiestas en honor de Diana. La causa de la institu-
ción de las Brauronias lué !a siguiente, según una tradi-
ción referida por el Escoliasta: allliíenia, hija de Agamenón»
iba á ser sacrificada en Brauron y no en Aulide, según la
opinión más admitida, cuando Diana la sustituyó por una
osa. En recuerdo de esta intervención se instituyeron las
fiestas aludidas. Según otros, lué para apaciguará la diosa,
irritada por la muerte de una osa, adscripta, digámoslo
así, á su templo, y favorita suya. En conmegaoracion de
uno ú otro suceso, ninguna joven ateniense podia casarse
sin habu* sido consagrada á Diana de Brauron.
(2) En el original hay una porción de equívocos basa-
dos en la doble acepción en que se toma á Teoría, signifi-
cando unas veces una nmjer y siendo otras una denomina-
ción común á todas las fiestas.
(3) Los que asistían á los Juegos olímpicos ó ístmicos
llevaban tiendas para acampar al aire libre, pues la mucha
concurrencia impedia hallar habitaciones. Hay una alusión
obscena, que hacía patente un gesto del actor: isthmum,
nempe pudendum muliebre puellce quam subagitare cupit
LA PAZ.
467
TRIGEO.
Vamos, ¿ninguno quiere encarg-arse de g-uar-
darla? fA Teoria). Ven acá; te colocaré en medio
de ellos.
EL ESCLAVO.
Ese hace señas.
TRIGEO.
¿Quién?
EL ESCLAVO.
¿Quién? Arifrádes (1) te suplica que se la lleves.
TRIGEO.
No por cierto: pronto la dejaría extenuada (2).
Vamos, Teoría, deja ahí todo eso (3).
Senadores y Pritáneos , contemplad á Teoria:
ved los infinitos bienes que con ella os entrego;
podéis al instante levantar las piernas de esta víc-
tima y consumar el sacrificio. Mirad qué hermoso
es este fogón; el hollín lo ha ennegrecido; en él,
antes déla guerra, solia el Senado colocar sus ca-
cerolas. Mañana podremos emprender con ella de-
liciosas contiendas, luchar en el suelo, ó á cuatro
pies, ó inclinados, ó apoyándonos sobre la rodilla
echarla de costado, y, ungidos como los atletas en
el pancracio, atacarla denodadamente con los pu-
ños y otros miembros. Al tercer dia empezaréis las
et qmd domicilium peni sao ailudit, sen dígito, seu phallo
in aere scribit.
(i) V. la no'-a al verso 1.281 de/oár Caballeros.
(-2) Succum ejus lambendo kauriet irruens.
(3) Sus vestidos.
168
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
169
carreras de caballos; cada jinete empujará á su ad-
versario; los tiros de los carros, derribados unos
sobre otros y relincliando jadeantes, se darán sa-
cudidas mutuas; mientras otros aurigas, rechaza-
dos de su asiento , rodarán al suelo cerca de la
meta (1). Pritáneos, recibid á Teoría. ¡Oh, con qué
gozo la acompaña ése! No hubieras estado tan solí-
cito para llevarla al Senado, si se tratase de un
asunto gratuito (2): no hubiera faltado el pretexto
de las ocupaciones.
CORO.
ün hombre c3mo tú es útilísimo á la república.
TBIGEO.
Cuando vendimiéis, conoceréis mejor lo que
valgo.
CORO.
Ya lo has demostrado bastante, siendo el salva-
dor de todos los hombres.
TRIGEO.
Me dirás todo eso cuando bebas el vino nuevo.
CORO.
Siempre te creeremos el ser más grande después
de los dioses.
TRIGEO.
Mucho me debéis á mí, Trigeo el Atmonense;
pues he libertado de gravísimos males á la pobla-
(1) Hay en toda esta descripción de las fiestas una por-
ción de equívocos obscenos, que nos creemos dispensados
de señalar.
(2) Los Priláneos debían de presentar al Senado á los
que lo necesitaban, pero parece que no lo bacian de balde.
cion rústica y urbana, y he reprimido á Hipérbolo.
CORO.
Dínos lo que debemos hacer ahora.
TRIGEO.
¿Qué cosa mejor que ofrecer á la Paz unas ollas
llenas de legumbres? (1)
CORO.
¡Ollas de legumbres, como al pobre Mercurio que
las encuentra tan poco nutritivas!
TRIGEO.
¿Pues qué queréis? ¿Un buey cebado?
CORO.
iün buey! no, de ningim modo; habría quizá que
socorrer á alguno (2).
TRIGEO.
¿Un puerco grande y gordo?
CORO.
No, no.
TRIGEO.
¿Por qué?
CORO.
Por miedo á Isñ porquerías de Teágenes.
(1) Sacrificio que se ofrecía á las divinidades de se-
gundo orden. Se ofrecian á Mercurio ollas de legumbres
en recuerdo de una oblación igual, hecha después del di-
luvio por los hombres que de él se salvaron, para aplacar
á Mercurio sobre la suerte de los fallecidos.
(2) Bot, bíiey, es la primera parrte de poT,0eTv, socorrer.
El coro no quiere oir hablar de bueyes, porque esta pala-
bra le recuerda los socorros militares de que está tan
harto. Tomo se ve, el juego de palabras que resulta es in-
traducibie.
no
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
171
TRIGEO.
¿Pues cuál víctima queréis?
CORO.
Una oveja.
TRIGEO.
¿Una oveja?
CORO.
Si.
TRIGEO.
Pero pronuncias esa palabra como los Jonios(l).
CORO.
De intento; asi, si en la Asamblea dice alguno:
«es preciso hacer la guerra;» los asistentes espan-
tados gritarán en jónico: «¡Oi! ¡Oi!»
TRIGEO.
Perfectamente.
CORO.
Y serán pacíficos. De esta manera seremos unos
con otros como corderos, y mucho más indulgen-
tes con los aliados.
TRIGEO.
Ea, traed cuanto antes una oveja: en tanto pre-
pararé yo el altar para sacrificarla.
CORO.
¡Qué bien sale todo, con la ayuda de los dioses y
el favor de la fortuna! ¡Qué oportunamente llega
todo!
(1) Para comprender este pasaje, es preciso tener pre-
sente que la palabra oT, oveja, la pronunciaban las Jonios
of, deshaciendo el diptongo y resultando la exclamación
de desaprobación y disgusto de que habla después el coro.
TRIGEO.
Es la pura verdad; porque ya está el altar en la
puerta.
CORO.
Apresuraos, pues, mientras los dioses encadenan
el soplo inconstante de la guerra. Evidentemente
una divinidad cambia en bienes nuestras miserias.
TRIGEO.
Aquí está la cesta, con la salsa mola (1), la co-
rona y el cuchillo : también el fuego; de modo que
solo falta la oveja.'
CORO.
Apresuraos, apresuraos; porque si os ve Qué-
ris (2), vendrá sin que se le llame, y tocará la flauta
hasta que os veáis obligados á taparle la boca con
algo, para premiar sus fatigas.
TRIGEO.
Vamos, coge la cesta y el agua lustral, y da
cuanto antes una vuelta por la derecha alrededor
del ara.
EL ESCLAVO.
Ya he dado la vuelta; manda otra cosa.
TRIGEO.
Aguarda á que sumerja este tizón en el agua.
Tú rocía el altar; tú dame un poco de salsa mola;
purifícate y alárgame después el vaso; y luego es-
(1) Harina tostada, espolvoreada de sal, que se em-
pleaba en los sacrificios, bien sola, bien para esparcirla
sobre las víctimas.
{"■I) Sobre Quéris véase la nota al principio de los Acar-
nienses.
i72
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
473
parce sobre loi espectadores el resto de la cebada.
EL ESCLAVO.
Ya está.
TRIGEO.
¿Ya la has arrojado?
EL ESCLAVO.
Sí por cierto; ning-uno de los espectadores deja
de tener su porción de cebada (1).
TRIGEO.
Pero las mujeres no la han recibido.
EL ESCLAVO.
Sus maridos se la darán á la noche.
TRIGEO.
Oremos. ¿Quién está aquíV ¿Dónde está esa muí-,
titud de hombres de bien?
EL ESCLAVO.
Ag'uarda á que les dé á estos; son muchos y
buenos.
TRIGEO.
¿Los crees buenos?
EL ESCLAVO.
¿Cómo no, si á pesar de haberles rociado de lo
lindo están firmes y plantados en su puesto?
TRIGEO*
Oremos, pues, cuanto antes; ¡oremos ya!
¡Augusta reina, diosa venerable, oh Paz, que
presides las danzas é himeneos, digrnate aceptar
nuestro sacrificio!
(1) Vos grceca ahordeumy^ notatetiam virile membrum.
Lo cual explica la contestación siguiente.
EL ESCLAVO.
Acéptalo, oh la más honrada de las diosas, y no
hagas como esas mujeres que engañan á sus mari-
dos. Esas, digo, que miran por la puerta entre-
abierta, y cuando alguno se fija en ellas, se reti-
ran; después, si se aleja, vuelven á mirar. ¡Oh, no
hagas eso con nosotros!
TRIGEO.
Al contrario, como una mujer honrada, mués-
trate sin rebozo á tus adoradores que hace trece
anos nos consumimos lejos de tí. Pon término á
las luchas y tumultos, y merece el nombre de Li-
símaca (1); corrige esta suspicacia 3»" charlatanería,
que engendra nuestras mutuas calumnias; une de
nuevo á los Griegos con los dulces yínculos de la
amistad, y predisponlos á la benignidad y á la in-
dulgencia; haz, en fin, que en nuestra plaza abun-
den las mejores mercancías, rastras de ajos, co-
hombros tempranos, manzanas, granadas, y pe-
queñas túnicas para los esclavos; que afluyan á
ella los Beocios cargados de gansos, ánades y alon-
dras; que vengan con cestos de anguilas del Co-
páis (2), y amontonados en torno de ellas, luche-
mos entre la turba de compradores, con Morícos,
Téleas y Glaucétes (3) y otros glotones ilustres; y
que Melantio, llegando el último al mercado, y
viéndolo todo vendido, se lamente y exclame como
(1) Nombre que significa: ^ow^/?t á los combates.
(á) Lago de Beocia.
(3) Atenienses famosos por su glotonería.
174
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LA PAZ.
475
en su Medea: «¡Yo muero! Me han abandonado las
que se esconden entre las acelg-as!» (1) y que to-
dos se rian de su desgracia. Concédenos, Diosa ve-
neranda, esto que te pedimos.
EL ESCLAVO.
Co^ el cuchillo y deg'üella la oveja, como un
cocinero consumado.
TRIGEO.
Eso no es lícito.
EL ESCLAVO.
¿Por qué?
TRIGEO.
La Paz aborrece la matanza, y por eso nunca se
ensangrienta su altar. Por lo tanto, llévate adentro
la víctima, mátala y trae las dos piernas; de este
modo la oveja se gnardará para el Corega.
(El esclaw entra en la casa.)
CORO.
Tú, que permaneces aquí, reúne pronto las as-
tillas y todo lo necesario para el sacrificio.
TRIGEO.
¿No os parece que dispong-o el hogtir como el
más experto adivino?
CORO.
¿Por qué no? ¿Acaso ignoras al^o de cuanto un
sabio debe conocer? ¿No prevés todo lo que un
(1) Las anguilas solian aderezarse con acelgas. Las pa-
labras que Aristófanes pone en boca de Melanlio son vero-
símilmente una parodia de ias de Jason en la Medea.
hombre de reconocida habilidad y audacia afor-
tunada debe prever?
TRIGEO,
El humo de las astillas incomoda á Estílbides (1).
Traeré una mesa y me pasaré sin criado.
CORO.
¿Quién no ensalzará á un hombre que, anos-
traudo infinitos pelig-ros, salvó la ciudad sagrada?
Jamás dejará de ser admirado por todos.
EL ESCLAVO (de vmlta).
Cumplí tus órdenes. Toma las piernas y ponías
sobre el fuego: yo voy á buscar las entrañas y la
torta.
TRIGEO.
Eso corre de mi cuenta; pero necesitaba que vi-
nieses.
EL ESCLAVO.
Pues aquí estoy. ¿Te parece que he tardado?
TRIGEO.
Asa bien eso. Pero ahí se acerca uno coronado
de laurel. ¿Quién es ese hombre?
EL ESCLAVO.
iQué arrogante parece! Sin duda, algún adivino.
(1) Se compara á Estílbides, famoso adivino que acom-
pañó á los Atenienses en su expedición á Sicilia. Su nom-
bre etimológicamente considerado significa brillar^ lucir,
y por eso se le ocurre á Trigeo en el momento de encen-
derse la llama para el sacrificio.
i 76
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
177
TRIGEO.
No, por Júpiter, es Hierócles (1).
EL ESCLAVO.
jAli! ese charlatán de oráculos, habitante de
Orea (2). ¿Qué nos querrá decir?
TRIGEO.
Claro está que vendrá á oponerse á la Paz.
EL ESCLAVO.
No, lo que le atrae es el olor de las viandas.
TRIGEO.
Hagamos como que no le vemos.
EL ESCLWO.
Tienes razón.
HIERÓCLES.
¿Qué sacrificio es este y á qué dios lo ofrecéis?
TRIGEO (3).
Asa eso callando; cuidado con los ríñones.
HIERÓCLES.
¿Pero no me diréis á qué dios sacrificáis?
TRIGEO.
La cola tiene buena traza.
EL ESCLAVO.
Muy buena, oh Paz veneranda y querida.
(1) Adivino poco perspicaz criticado por su arrogan-
cia. Eúpolis se ocupó también de él en su comedia Las
Ciudades. . , .
(2) Ciudad de Eubea, cuyos habitantes eran partidarios
de la guerra . , ^ .
(3) La conversación de Trigeo con el esclavo debe en-
tenderse que es aparte.
HIERÓCLES.
Vamos, corta ya y ofrece las primicias.
TRTGEO.
Antes ha de asarse bien.
HIERÓCLES.
Ya está bien asada.
TRIGEO.
Quienquiera que seas, eres demasiado curioso.
Corta: ¿dónde está la mesa? Trae las libaciones.
HIERÓCLES.
La lengrua se corta aparte.
TRIGEO.
Lo sabemos; ¿sabes tú lo que debias hacer?
HIERÓCLES.
Si me lo dices.
TRIGEO.
No hablarnos ya una palabra, porque sacrifica-
mos á la santa Paz.
HIERÓCLES.
¡Oh desaichados ó imbéciles mortales...!
TRIGEO.
íCaig-an sobre tí tus maldiciones!
HIERÓCLES.
...Que no entendiendo, en vuestra ceguedad,
la voluntad de los dioses, os aliáis con esos feroces
monos... (1).
TRIGEO.
iJá! íjál íjá!
(1) Los Lacedemonios.
TOMO II.
i2
178
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
HIERÓCLES.
¿De qué te ries?
TRIGEO.
Tienen gracia tus feroces monos.
HIERÓCLES.
Estúpidas palomas, que os fiáis de los zorros de
falso corazón y pensamientos falsos.
TRIGEO.
¡Ojalá, cliarlatan arrogante, se ponga tus pul-
mones tan calientes como estas entrañas!
HIEEÓCLES.
Si las Ninfas no engañaron á Bácis (1); si los mor-
tales no fueron engañados por Bácis, m Bácis por
las Ninfas...
TRIGEO.
¡Confúndante los dioses si no dejas de hablar de
Bácis!
HIERÓCLES.
No habrían decretado los hados que se rompiesen
las cadenas de la Paz; pero antes...
TRIGEO.
Hay que echar sal á eso.
HIERÓCLES.
No place & los dioses inmortales que desistamos
de la guerra, mientras el lobo paree con la oveja.
TRIGEO.
¿Acaso, charlatán maldito, el lobo pareará jamás
con la oveja?
W
Adivino mencionado en Los Caballeros, 123.
HIERÓCLHS.
Mientras la chinche de campo exhale al huir un
ría rL """' *''^^°'' ''° "* ^^ P^°^'
TRIGEO.
¿Pues qué debíamos hacer? ¿Continuarla^erra?
¿Echar suertes sobre quién habia de llorar mis
cuando podíamos, uniéndonos por un tratado, maní
dar en común sobre la Grecia?
HIERÓCLES.
Nunca conseguirás que el cangrejo ande en lí-
Dea recta.
TRIGEO.
J:pradí '^ " '' "'^^"^^ ^'^' "^ ^'^ p-^^*"
HIERÓCLES.
Nmica suavizarás la piel áspera del erizo.
TRIGEO.
¿No acabarás nunca de engañar á los Atenienses?
HIERÓCLES.
¿En virtud de qué oráculo habéis ofrecido ese sa-
cnficio á los dioses?
TRIGEO.
De este, que Homero expresó en tan bellas
irases:
La negTa nube de la odiosa guerra
Disipamos así, y en dulce abrazo
pÍÍ'o ^?^ ?jJ'vinos, especialmente en tiempo de eiierra
eran sostenidos en el Pritáneo á cuenta deTrepúbS'
180
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Estrechando á la Paz, cien sacrificios
Le ofrecimos gustosos. Cuando el fuego
Devoró de las victimas las piernas,
Nosotros sus entrañas consumimos
E hicimos libaciones; dirigía
La fiesta yo; mas nadie presentaba
Al adivino la brillante copa (1).
HIERÓCLES.
Eso nada tiene que ver conmigo: nos lo ha dicho
la Sibüa.
TRIGEO.
Pero el sabio Homero dijo muy bien:
Que ni casa, ni hogar, ni patria tiene
El que las guerras intestinas ama
Siempre dañosas (2).
HIERÓCLES.
Ten cuidado no te arrebate el müano la carne
con una de las suyas...
TRIGEO (al esclavo).
Sí, ten cuidado: ese oráculo amenaza nuestras
viandas. Haz la übacion y trae parte de los intes-
tinos.
HIERÓCLES.
Si os parece, voy á servirme yo mismo mi por-
cion.
THIGEO.
¡La libación, la libación!
"m) El oráculo de Trigeo eslá formado fe fragmento»
tomados de la IUada,i, 467; xvi, 301; xvn, 273, y de la
""T'^iJ^'A 6*- (Trad. de HermosiUa.)
LA PAZ.
481
HIERÓCLES.
Échame á mí también, y dame una porción de
los intestinos.
TRIGEO.
Eso no place á los dioses inmortales, sino el que
primero hadamos nosotros las libaciones y tú te
marches. ¡Oh veneranda Paz, permanece á nues-
tro lado toda la vida!
HIERÓCLES.
Tráeme aquí la lengua.
TRIGEO.
Tráeme la tuya.
HIERÓCLES.
¡La libacionl
TRIGEO fal esclavo). •
Llévate esto con la libación.
HIERÓCLES.
¿Nadie me dará algo de los intestinos?
TRIGEO.
No podemos darte nada hasta que el lobo se paree
con la oveja.
HIERÓCLES.
¡Ah, por favor! yo te lo pido por tus rodillas.
TRIGEO.
Tus ruegos son inútiles, amigo mió; no lograrás
suavizar «al áspero erizo.» Ea, espectadores, acom-
pañadnos á comer intestinos*
HIERÓCLES.
¿Y yo?
TRIGEO.
Cómete á la Sibila.
482
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
i 83
HIERÓCLES.
No, por la tierra, no os lo comeréis solos; si no
me dais, os lo quito; esto es para todo el mundo.
TRiGEO fal esclavo).
Sacúdele, sacúdele á Bácis.
HIEBÓCLES.
¡Sed testigos!...
TRTGEO.
De que eres un glotón y un impostor. ¡Firme:
echa de aquí á bastonazos á ese charlatanl
EL ESCLAVO.
Cuida de esto; yo voy á quitarle las pieles de las
victimas que nos ha escamoteado. ¡Suelta esas pie-
les, adivino infernall ¿Oyes'^ ¿Qué especie de cuervo
es éste que nos ha venido de Orea? Ea, pronto, em-
prende el vuelo hacia Elimnio (1).
CORO.
¡Qué alegría! ¡qué alegría! ¡ya no más cascos,
quesos ni cebollas! Los combates para quien los
quiera: á mí sólo me gusta beber con mis buenos
amigos, junto al hogar donde con viva llama arde
y chisporrotea la leña cortada en el rigor del estío,
y tostar garbanzos sobre las ascuas, y asar bello-
tas entre el rescoldo, y hurtar un beso á Trata (2),
(i) Flimnio era, según el Escoliasta un templo de
Eubéa. Otros, apoyados en un fragmento de ^^^P^f^J^^
Sófocles, creen que era un escollo próximo á la isla, donde
ocurrían frecuentes naufragios.
("2) Nombre de esclava.
mientras se baña mi esposa. Después de hecha la
siembra, cuando la riega Júpiter con benéfica
lluvia, nada hay tan agradable como el hablar así
con un vecino: «Dime, ¿qué hacemos ahora, querido
Comarquida? Yo quisiera beber, mientras el cielo
fecunda nuestro campo. Ea, mujer, mezcla un
poco de trigo con tres quénices de habichuelas, y
ponías á cocer, y danos higos secos. Que Sira haga
volver á Manes del campo; hoy no es posible po-
dar las vides, ni desterronar, pues la tierra está su-
mamente húmeda. Que me traigan el tordo y los
dos pinzones. También debe de haber en casa ca-
lostro y cuatro tajadas de liebre, si ayer noche no
las robó el gato, porque oí en la despensa un ruido
sospechoso. Muchacho, trae tres pedazos, y dale el
otro á mi padre. Pide á Esdúnada ramas de mirto
con sus bayas; y, ya que te coge de camino, dileá
Carinádes que venga á beber con nosotros, mientras
el cielo benéfico fecunda los sembrados.» Cuando
entona la cigarra su dulce cantinela (1), me gusta
(1) El canto ó estridulacion de la cigarra era muy
agradable para los Griegos. Anacreoxte compuso una oda
en honor de este insecto, y Homero [litada, iri, 525) cali-
fica de armoniosa su voz. Esopo la pondera igualmente en
esta fábula:
Un asno oyó cantar á las cigarras,
Y de su bella voz quedó prendado.
—¿El qué coméis, les preguntó envidioso,
Para sacar tan agradable canto?
— Solo rocío, contestaron ellas.
Y el asno con artístico entusiasmo,
— Sólo rocío comeré, se dijo.
Y al cabo de ocho dias le enterraron.
484
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LA PAZ.
485
ver si las uvas de Lémnos principian á madurar,
pues son las más tempranas; y no menos me adrada
mirar cómo van hinchándose los hi^os, y comerlos
cuando están maduros, y exclamar, saboreándolos:
«Deliciosa estación.» Después bebo una infusión
de tomillo machacado, y lo^o asi eng-ordar en el
estío, mucho más que viendo á uno de esos ta-
xiarcos (1), aborrecidos por los dioses, pavoneán-
dose con su triple penacho y su clámide teñida de
un rojo deslumbrador que pretende hacer pasar
por púrpura de Sardes. Pero cuando ocurre pelear,
él mismo se encarda de darle una mano de azafrán
cicense. Y después huye veloz el primero como un
^allo, altando sus amarillas crestas, mientras yo
guardo mi puesto. Cuando están en Atenas estos
valentones hacen cosas insufribles; inscriben á
unos en las listas y borran á otros, dos y tres ve-
ces, seg-un su capricho. «Mañana es la marcha,»
oye decir á lo mejor un ciudadano que no ha
comprado víveres porque nada sabía al salir de
su casa, y luég-o, al pararse delante de la estatua
de Pandion (2), ve su nombre inscrito en la lista;
se aturde, y echa á correr llorando. Así nos tratan
á los pobres campesinos; á los ciudadanos ya les
tienen más consideraciones esos cobardes aborre-
cidos de los dioses y los hombres. Pero si el cielo lo
(4) El Taxiarco venía á ser una especie de jefe de di-
visión, j . 1 p«
(2) Una de las doce estatuas en cuyo pedestal se lija-
ban las listas de los ciudadanos que debían tomar las
armas.
permite, ya tendrán su merecido. Mucho daño me
han hecho esos taxiarcos, leones en la ciudad y
zorros en el combate.
TRIGEO.
lOh! íoh! ícuánta g-enle viene al banquete de
boda' Limpia las mesas con ese penacho; ya no
sirve para otra cosa. Trae en seg-uida los pasteles y
los tordos, liebre en abundancia y panes.
UN FABRICANTE DE HOCES.
¿Dónde está Trigreo? ¿Dónde?
TRIGEO.
Estoy cociendo tordos.
EL FABRICANTE DE HOCES.
íOh queridísimo Trig-eo, cuánto bien nos has he-
cho procurándonos la paz! Antes no habia quien
diese un óbolo por una hoz; ahora vendo las que
quiero á cincuenta dracmas. Este amig-o vende á
tres los toneles para el campo. Vamos, Trig-eo, es-
coge de estas hoces y de todo lo demás cuanto
quieras, y llévatelo g-rátis. Todo esto que vendemos
y que nos produce ping-ües ganancias te lo ofrece-
mos como reg-alo de boda.
TRIGEO.
Bueno, bueno ; dejadlo ahí todo, y entrad á ce-
nar cuanto antes. Ahí se acerca un armero con
una cara más triste que un funeral.
186
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA PAZ.
i 87
EL FABRICANTE DE PENACHOS.
¡Ay, Trigeo, me has arruinado completamentei
TRIGEO.
¿Qué te pasa, desdichado? ¿Acaso te salen pena-
chos en la cabeza"^
EL FABRICANTE DB PENACHOS.
Nos has quitado el trabajo y la subsistencia á
mi y á este otro, fabricante de dardos.
TRIGEO.
Vamos, ¿cuánto quieres por esos dos penachos?
EL FABRICANTE DB PENACHOS.
¿Cuánto ofreces?
TRIGEO.
¿Que cuánto ofrezco?. Me da verg-üenza el decirlo.
Sin embarco, como el trenzado está hecho con
gran primor, te daré tres quénices de higos secos y
me servirán para limpiar esta mesa.
EL FABRICANTE DE PENACHOS.
Vengan los higos: más vale poco que nada.
TRIGEO.
Vete al infierno con tus penachos; tienen lacia la
cerda, no valen un pito. No daria una higa por to-
dos ellos.
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
¡ Ay de mí! ¿Qué haré con esta coraza tasada en
diez minas y trabajada con tanto esmero?
TRIGEO.
No se te irrogará perjuicio alguno; dámela en su
precio; podrá ser un bacin elegantísimo.
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
No te burles de mí y de mis mercancías.
TRIGEO.
Con ella... y tres buenos guijarros (1), ¿no ten-
dremos cuanto para el caso hace falta?
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
¿Pero cómo te limpiarás, imbécil?
TRIGEO.
Perfectamente. Mira, paso una mano por la aber-
tura del brazo, y la otra...
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
iCómo! ¿Con las dos manos?
TRIGEO.
Pues claro, para que no me acusen de defraudar
al Estado tapando los agujeros de los remos (2).
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
¿Y te atreverás á usar un bacin de mil dracmas?
TRIGEO.
¿Quién lo duda, miserable? Crees que ni por diez
mil vendería yo mi trasero.
EL VENDEDOR DE CORAZAS.
Vamos, venga el dinero.
TRIGEO.
lAy! Querido, tu coraza me destroza las nalgas.
Llévatela; no la compro.
(i) Lapillis usosfuisse veteres ahstergendis natibus
postquam alvum exonerassent, ostendü etiam Pluti locus,
v. 817.
(2) Alusión á los trierarcas, que mandaban cerrar va-
rios agujeros en las naves para beneficiarse con el suelda
de los correspondientes remeros suprimidos.
LA PAZ.
189
188
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL FABRICANTE DE TROMPETAS*
¿Qué haré de esta trompeta que me costó sesenta
dracmas?
TRIGEO.
Echa plomo en su cavidad; atraviesa encima una
vara un poco larg-a, y tendrás un cótalo (1) en equi-
librio.
EL FABRICANTE DE TROMPETAS.
í Ayl te burlas de mí.
TRIGEO.
otra idea. Échale plomo, como te he dicho; añade
un platillo colgado de unas cuerdecitas, y tendrás
una balanza para pesar en el campo los higos que
has de distribuir á tus esclavos.
EL FABRICANTE DE CASCOS.
¡Maldita suerte! ¡Estoy arruinado! Yo, que en otro
tiempo pag-ué una mina pf^r estos cascos. ¿Quién
me los comprará ahora?
TRIGEO.
Vete á venderlos á los Egipcios: son los únicos
para medir sirmea (2).
EL FABRICANTE DE LANZAS.
¡Ay, mi buen fabricante de cascos, qué desgra-
ciada es nuestra suertel
(1) Véase la nota al verso 343 de esta comedia.
(2) Planta purgante que se criaba en Egipto, aunque
otros dicen que astringente.
TRIGEO (al fabriccrnte de lamas).
La suya no lo es.
EL FABRICANTE DE LANZAS.
Pues qué, ¿habrá todavía quien necesite cascos?
TRIGEO.
Como sepa ponerles dos asas, los podrá vender
mucho más caros.
EL FABRICANTE DE CASCOS.
Vamonos, fabricante de lanzas.
TRIGEO.
No, no; le voy á comprar esas picas.
EL FABRICANTE DE LANZAS.
¿Cuánto das por ellas'^
TRIGEO.
Si las cortas por la mitad, para que puedan servir
de rodrigones, te pagaré á dracma el ciento.
EL FABRICANTE DE LANZAS.
Este hombre se burla de nosotros. Vamonos,
amigo.
TRIGEO.
Muy bien hecho; pues ya salen á orinar los hijos
de los convidados, y si no me engaño, á preludiar
sus cantos. Eh, muchacho, si piensas cantar, en-
sáyate antes delante de mí.
EL HIJO DE LÁMACO.
Celebremos ahora
Los valientes guerreros... (1).
(4) Versos de los Epígonos^ poema atribuido á Homero*
490
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
TRIGEO.
Maldita criatura, deja de cantar los valientes
guerreros; ahora estamos en paz. Eres un bribon-
zuelo mal enseñado.
EL HIJO DE lAmACO.
Con furia aterradora
Acométense fieros;
Se aplastan sus combados
Escudos (1).
TRIGEO.
¡Escudos! ¿No acabarás con tus escudos?
EL HIJO DE LÁMACO.
alaridos
De triunfo alborozados
Se escuchan, y gemidos...
TRIGEO.
¡Gemidos! Me parece que quien va á gemir aquí
eres tú, si continúas con tus gemidos y tus es-
cudos combados.
EL HIJO DE LÁMACO.
¿Pues qué he de cantar? ¿Qué es lo que te gusta?
TRIGEO.
«Se comian de buey sendos tasajos» O cosas por
el estilo.
Disponían alegres el banquete
Y cuantos platos hay apetecibles.
EL HIJO DE LÁMACO.
Se comian de buey sendos tasajos;
LA PAZ. 491
Los sudorosos brutos desuncían;
Hartos de pelear
TRIGEO.
Eso es: «hartos de pelear, se pusieron á comer.»
Canta, canta lo que comieron después de hartarse.
EL HIJO DE LÁMACO.
Después de terminada la comida,
Acorázanse el vientre
TRIGEO.
Con buen vino, ¿verdad?
EL mJO DE LÁMACO.
De las corres
Se precipitan. Alarido inmenso
Surca entonces
TRIGEO.
Que Júpiter te confunda con tus batallas, bríbon-
zuelo; no sabes más que cantos de guerra. ¿De
quién eres hijo?
EL HIJO DE LÁMACO.
¿Yo?
TRIGEO.
Sí, tú.
EL HIJO DE LÁMACO.
De Lámaco.
TRIGEO.
¡Oh! ¡oh! ya se me figuraba que debías de ser
hijo de algún aficionado á combates y heridas (1);
(4) Versos tomados de Homero, con ligeras altera-
ciones.
(4) La palabra combate (lax^ ^^^^^ ^^ ^^ composicioa
de Lámaco.
492
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
de alg^un Boulómaco ó Clausímaco (1). Larg*o de
aquí. Vete á entonar tus canciones á los lanceros.
¿Dónde está el hijo de Cleónimo? Ven acá; canta
alg-o antes de entrar en casa. Ya estoy seg-uro de
que tus cantares no serán belicosos. Tu padre es
prudentísimo.
EL HIJO DE CLEÓNIMO.
ün habitante de Sais
Ostenta el brillante escudo,
Que abandoné mal mi grado
Cabe un florecido arbusto (2).
TRIGEO.
Dime, pequeño, ¿cantas eso por tu padre?
EL HIJO DE CLEÓNIMO.
«Salvé mi vida...»
TRIGEO.
Pero deshonraste tu linaje. Mas entremos; de-
masiado sé que el hijo de tal padre no olvidará
nunca lo que acaba de cantar sobre el escudo. Vos-
otros los que os quedáis al festín ya no tenéis
que hacer otra cosa más que comer y consumir to-
das las viandas y menear sin descanso las mandí-
bulas. Lanzaos sobre todos los platos, y comed á
dos carrillos. ¡Desdichados.' ¿para qué sirven, sino
es para comer, los buenos dientes?
(1) Nombres caya composición envuelve la idea de
consejo y lágrimas, unidos á guerras y combates.
(2) Versos de Arquíloco, que huyó en un combate arro-
jando su escudo, y después celebró él mismo su hazaña.
Cleónimo hizo lo mismo.
LA PAZ.
193
CORO.
Eso queda á nuestro carg-o; nos has dado un buen
consejo.
TRIGEO.
Vosotros, que ayer estabais hambrientos, saciaos
ahora de liebre; no todos los dias se encuentran
pasteles abandonados. Devoradlos, pues, que si no,
tal vez sintáis mañana no haberlo hecho.
CORO.
Silencio, silencio, va á presentarse la novia; co-
ged las antorchas (1): que todo el pueblo se reg*o-
cije y dance. Después, cuando hayamos bailado, y
bebido y expulsado á Hipérbole, llevaremos de
nuevo al campo nuestro luirailde ajuar, y pelire-
mos á los dioses que otorguen á los Griegos oro en
abundancia, y á nosotros riquísima? cosechas de
cebada y vino, dulces higos y esposas fecundas.
Así podremos recobrar los perdidos bienes y abo-
lir para siempre el uso del acoro homicida.
TRIGEO.
Querida esposa, ven al campo á embellecer mi
lecho.
CORO.
¡Oh mortal tres veces feliz con tu merecida di-
chai ¡Oh Himeneo] ¡Himeneo! ¿Qué le haremos?
¿qué le haremos? ¡Gocemos de su belleza! ¡g-oce-
mos de su belleza! Nosotros ios hombres colocados
en la primera fila levantemos al novio y llevé-
moslo en triunfo! ¡Himeneo! ¡Himeneo:
(4) Nupciales.
TOMO II.
i3
194
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
TRIGEO.
Tendréis una linda casa, viviréis sin molestias y
cogeréis hi^s. ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo!
CORO.
Aquél tiene uno grande y grue'ío; éste, otro dul-
císimo. Después de comer y beber sendos tragos,
exclamarás: \0h Himeneo! iHimeneoI
CORO.
Adiós, adiós, amigos mios. Los que me sigan co-
merán pasteles.
LAS AVES,
PIN DE LA PAZ.
NOTICIA PRELIMINAR.
Dos ciudadanos atenienses, Evólpides y Piste-
tero, como si dijéramos. Buena -esperanza y Fiel-
amig-o, hartos de desórdenes, de pleitos, cabalas ó
iutrig-as, y tomando al pié de la letra la expresión
irse á los eneróos, análog-a, como hemos visto, á la
nuestra irse al diablo ó á otra cosa, si no peor,
más sucia, huyen de Atenas y se encaminan al
país de las aves en busca de la Abubilla, en otro
tiempo Tereo, rey de Tracia. Aceptada por el ex-
monarca-pájaro la idea de construir una ciudad en
los aires, convoca una asamblea de todas las ra-
zas aladas, que acudiendo en ^an número, se
preparan en el primer momento á embestir y des-
pedazar á los temerarios mortales que Lan osado
penetrar en sus dominios: calmados por la Abubi-
lla, cambiase pronto su furia en indescriptible en-
tusiasmo, cuando Pistetero desenvuelve un plan
i98
^OTICIA PREUMIÍfAR.
NOTÍCIA PRELIMINAR.
199
para devolver á los volátiles el cetro del mundo
que antes les habla pertenecido. Los dos Atenien-
ses son naturalizados inmediatamente: la nueva
ciudad, llamada Nefelecocigia, es construida en
un abrir y cerrar de ojos, y dos embajadores son
enviados al cielo y á la tierra. Apenas se empieza
á ofrecer el sacrificio de consagración, acuden á
Nefelecocigia toda clase de gentes: un pobre
Poeta, que versifica en honor de la nueva ciudad
para conseguir un manto y una túnica; un Adivino
cargado de oráculos; Meton el geómetra; un Ins-
pector y un Vendedor de decretos, que son apalea-
dos en castigo de sus impertinencias. Iris, mensa-
jera de los dioses, es hecha prisionera al intentar
atravesar los aires; sometida á un apremiante in-
. terrogatorio, vese obligada á manifestar que Jú-
piter la envia á los hombres para que ofrezcan los
acostumbrados sacrificios, y tiene que retirarse mal-
parada oyendo de boca de Pistetero que no hay
más dioses que las aves, y que el paso al través de
la nueva ciudad queda prohibido hasta nueva or-
den á las divinidades olímpicas. Preséntase des-
pués un Mensaj n-o, anunciando que los hombres
han decretado una corona de oro al fundador de
Nefelecocigia, y que las aves se han puesto de
moda y hacen tal furor en Atenas, que pronto se
verá llegar una multitud ormtomamaca pidiendo
alas y plumajes. No tarda efectivamente en pre-
sentarse un joven, con intentos parricidas, que re-
cibe entre equívocos y chistes consejos prudentísi-
mos, y al cual siguen Cinesias, poeta ditirámbico,
ganoso de atrapar entre las nubes las sublimes
vaciedades de sus versos y un sicofanta ó dela-
tor, que así como el poeta, lleva con una paliza su
justo merecido. Prometeo, que llega después, re-
vela á Pistetero el hambre canina que aflige á los
inmortales, indicándole el medio de explotar la mi-
seria del Olimpo, y retirándose con todo género d e
precauciones para no ser visto por Júpiter.
Una embajada, compuesta deNeptuno, Hércules
y un Tribalo, presenta por fin sus proposiciones á
la gente alada, y vencidas las dificultades se esti-
pulan la paz y el paso libre por Nefelecocigia,
con la condición de entregar Júpiter su cetro á las
aves y á Pistetero la mano de la Soberanía.
La comedia concluye, como La Paz^ con un ju-
biloso canto de himeneo.
Tal es el argumento de Las Aves. ¿Cuál es su ob-
jeto? Hé aquí una pregunta á la cual se han dado
muy diferentes contestaciones. Unos (1) han dicho
que su autor se limitaba á censur ar la afición á las
lides judiciales, sin considerar que Aristófanes sólo
se ocupa de esta manía de Atenas á la ligera y
muy de paso; otros (2) que su fin es nada menos
que promover cambios radicales en el carácter
ateniense, en el culto, en la religión, en la consti-
tución de la república y en el personal de sus ma-
gistrados, sin parar mientes que tales proposicio
(i) El Anónimo del Prefacio 3.0 de las Aves. Scholia
^%? '"/"slophanem, Parisiis, ed. Didot, 1855, pág. 209.
(i) Otpo Anónimo autor del Prefacio 2.« de las mismas.
Ídem, ibidem.
200
NOTICIA PRELI»II1NAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
20 i
nes, aun hechas de burlas, costaban la vida al te-
merario que las aventuraba: quiénes (1) (por más
que nada autorice á suponerlo) sólo ven en su fan-
tástico desarrollo una animada censura de las pere-
grinas invenciones de los tráficos y sus increíbles
fábulas; y no han faltado alg-unos (2) que, saltando
por encima de un flamante anacronismo, la con-
ceptúan una g-raciosa parodia de la República que
Platón soñó muchos años más tarde.
La explicación de M. Paulmier, desenvuelta
luego por el P Brumoy, es indudablemente la más
ingeniosa, careciendo sin embarco del debido fun-
damento. El erudito jesuíta, teniendo presente que
poco antes de la representación de esta comedia,
Alcibíadcs, Üamado á Atenas para defenderse del
crimen de sacrileg'io, había huido á Esparta y ex -
hortaba á los Laccdemonios á fortificar á Decelia,
ciudad del Ática que más adelante molestó mucho
á los Atenienses, opina que, aunque con el pulso
y delicadeza que la gravedad del asunto reque-
ría, trató Aristófanes en Las Aves de llamar la
atención del pueblo sobre los preparativos de una
rival ambiciosa, y decidirle á traer de Sicilia sus
tropas y g*aleras. Pero sólo un pasaje en que
se habla de la galera Salami/H^ y al^^unas otras
(i) Citados por el escritor de la nota precedente.
(2) Artaud (Comedien iVArütophine, t. ii, p. 5, nota)
mencioní» esta hipótesis. El mismo, citaniio á Diógenks
]>AERcio (I ib. IX, Protágoras, 4.) cita el tratado de la Repú-
blica de Protáfforits. único que podia haber sugerido á
Aristófanes !a idea refutada en el texto.
indicaciones remotísimas confirman la interpreta-
ción de Brumoy, que cae ante la consideración de
que Aristófanes cuando alude lo hace clara y di-
rectamente, y si á veces encubre su propósito, hay
que confesar que se vale siempre del velo de una
aleg-oría transparente. Sin ir tan lejos, dice Artaud,
ni perderse en cavilaciones sistemáticas, podemos
hallar la explicación del enig-ma. A una lectura un
poco atenta, vese en Las Aoes una especie de utopía
cómica, una república imaginaria como la de Pla-
tón, realizada de una manera burlesca. Todo lo
que precede á la fundación de la ciudad no es más
que el preámbulo de la acción. Sin el lazo de esta
idea general, la pieza px^esentaria solamente una
serie de escenas inintelig-ibles. Pero mirada bajo
este prisma, es un cuadro ingenioso en que el es-
píritu del poeta se solaza á placer y pasa revista á
todos los ridículo^. Un hijo que desea la muerta de
su padre recibe de las cig^üeñas una lescion de
amor filial. El autor ataca sucesivamente la pe-
dantería de los sabios y filósofos, la ig-norancia y
avidez de los sacerdotes y adivinos, las pretensio-
nes de los poetas, la venalidad de los mag-istrados,
las infamias de los delatores y las charlatanerías
de toda especie.
Para explicarse ciertas sinaalaridades de esta
comedia, como la de componer el coro de perso-
najes alados, no hay necesidad tampoco de acudir
ala hipótesis de que las aves sean representantes
de los Laccdemonios, y los hombres y los dioses de
los Atenienses y de los demás pueblos g-rieg-os;
( r
jl
202
NOTICJA PRELIMINAR.
NOTiaA PRELIMINAR.
203
pues para dar amenidad al espectáculo y ocupa-
ción á las máquinas teatrales, eran cosa corriente
entre los cómicos tan peregrinas invenciones; y
por otra parte, quien habia puesto en escena Nu-
bes, Avis::as y Escarabajos no puede decirse que se
excediera á si mismo al presentar un coro de volá-
tiles. Es más; en mi humilde opinión, la elección
del poeta fué sobremanera acertada, pues debió
dar así una animación extraordinaria á la come-
dia, falta de acción como todas las de Aristófanes,
con tantas idas y venidas, tantos «-iros y revolo-
teos, tanta variedad de plumajes, y esa encanta-
dora aleg-ría, patrimonio de los pájaros, que son
naturalmente, como dice Leopardi (1), las criatu-
turas más reg-ocijadas de la creación.
La elección de estos alados personajes permite
además al autor dar rienda suelta á su fantasía por
los amenos campos de la fábula, y presentar sin
sombra de pedantería, y con aquella frescura y
sencillez de colorido del poeta predilecto de las
Gracias, multitud de leyendas curiosas, entreteni-
dos detalles, mordaces chistes y picantes sales, al-
ternando con brillantes himnos de elevación ver-
daderamente pindárica. «De este modo, dice Po-
yard, Las Aves son una obra sin ejemplo y sin
rival, un g-énero aparte aun dentro del teatro aris-
tofánico, una fantasmagoría alegre, viva, seduc-
tora, llena de maravillosas sorpresas, chispeando
poesía, desenvolviéndose aérea y alada, y burlán-
dose con sátira ligrera y divertida, sin las virulen-
cias ordinarias.;í>
Esta comedia se representó elaño 415 antes de Je-
sucristo, décimo octavo de la guerra del Pelopo-
neso, habiendo obtenido el premio segimdo: Los
Bebedores de Amípsias consig-uieron el primero; y
el tercero fué otorg-ado al MomHropos (el Moroso)
de Frínico.
(1) Prose. Milano, 1876, p. 137. Elogio degli Uccelli.
Ú
PERSONAJES.
EVÉLPIDÍS.
PlSTETERO.
El Reyezuelo, criado de la
Abubilla.
La Abubilla.
Coro de Aves.
El Femcóptero.
Heraldos.
IÍN Sacerdote.
Un Poeta.
liN Adivino.
Meton, geómetra.
ÜN Inspector.
Un vendedor de decretos.
Mensajero.
Iris.
Un Parricida.
Cinesias, poeta ditii'ámbico.
Un delator.
Prometeo.
Neptino.
Tribalo.
Hércules.
Un criado de Pistetero.
t •
País agreste, lleno de piedras y zarzas. En el fondo una selva
á un lado una roca, morada de la Abubilla. '
LAS AVES.
EvÉLPiDEs fal grajo que le sirve de guia).
¿Me dices que vaya en línea recta hacia aquel
pisTETERo (á la coruja qm trae en U mano).
iPeste de avechuchol Ahora grazna que retroce-
damos.
EVÉLPIDES.
Pero, infeliz, ¿á qué caminar arriba y abajo? Con
estas idas y venidas nos derreng-amos inútilmente.
PISTETEBO.
íQué imbócü he sido en dejarme guiar por esta
corneja! Me ha hecho correr más de mil estadios (1).
EVÉLPIDES.
¿Mayor desdicha que la de llevar de g-uía á este
grajo, que me ha destrozado todas las uñas de los
dedos?
(4) i85 kilómetros.
208
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PISTETERO.
Ni siquiera sé en qué lugar de la tierra estamos.
EVKLPIDES.
^.No podrias hallar desde aquí tu patria?
PISTETERO.
No por cierto: ni Execestides (1) la suya.
EVÉLPIDlíS.
lAy!
PISTETERO.
Toma esa senda, amig-o mió.
EV ÉL PIDES.
¡Qué terriblemente nos ha eng-añado Filócra-
tes (2), ese atrabiliario vendedor de pájaros! Nos
aseguró qtie estas dos aves no3 guiarían mejor
que ninguna otra á la morada de Tereo la Abubi-
lla, que fué transformado en pájaro; y nos vendió
este grajo, hijo de Tarrélides (3), por un óbolo, y
por tres aquella corneja, que sólo saben darnos pi-
cotazos. (Al grajo.) ¿Por qué me miras con el pico
abierto? ¿Quieres precipitarnos desde esas rocas?
Por ahí no hay camino.
PISTETERO.
Ni senda tampoco.
EVÉLPIDES.
¿No dice nada tu corneja?
{{) Extranjero que quería pasar por Ateniense. Era
oriundo de Caria y (le baja extracción.
(2) No se sabe de Filócrales más que lo que dice Aris-
tófanes.
(3) Vendedor de pájaros. Era de pequeña estatura y pa-
recido á un grajo.
LAS AVES.
209
PISTETERO.
Nada absolutamente; grazna ahora como antes.
EVÉLPIDES.
Pero, ea fin, ¿qué dice de nuestra ruta?
PISTETERO.
¿Qué ha de decir sino que á fuerza de roer aca-
bará por comérseme ios dedos?
EVÉLPIDES.
íEsto es insoportable! Queremos irnos á los cuer-
vos (1); ponemos para conseg-uirlo cuanto está de
nuestra mano, y no logramos hallar el camino.
Porque habéis de saber, oyentes mios, que nuestra
enfermedad es completamente distinta de la que
aflige á Sáccas: éste, no siendo ciudadano se obs-
tina en serlo, y nosotros que lo somo?, y de fami-
lias disting-uidas, aunque nadie nos expulsa, hui-
mos á toda prisa de nuestra patria. No es que abor-
rezcamos á una ciudad tan célebre y afortunada,
y abierta siempre á todo el que desee arruinarse
con litig-ios; porque es una triste verdad que si las
cig-arras sólo cantan uno ó dos meses entre las ra-
mas de los árboles, en cambio los Atenienses can-
tan toda la vida posados sobre los procesos. Esto
es lo que nos ha oblig-ado á emprender este viaje y
á buscar, carg-ados del canastillo, la olla y las ra-
mas de mirto (2), un país libre de pleitos, donde
pasar tranquilamente la vida. Nos dirig-imos con
, (i) Ya hemos visto que esta frase equivale á la nuestra
«irse al infierno» ó «al diablo.»
(2) Al inaugurarse una ciudad se ofrecían sacrificios
Evélpides y Pistetero llevan los útiles necesarios.
TOMO II
44
2i0
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
tal objeto á Tereo la Abubilla, para preguntarle si,
en las comarcas que ha recorrido volando, ha visto
al^ma ciudad como la que deseamos.
¡Eh, tú!
¿Qué hay?
PISTETERO.
EVBLPIDES.
PISTETERO.
La corneja hace rato que me indica que hay al^o
arriba.
EVÉLPmES.
También mi ^rajo mira con el pico abierto en la
misma dirección, como si quisiera oeñalarme al-
guna cosa: no puede menos de haber aves por
aquí. Pronto lo sabremos haciendo ruido.
PISTETERO.
¿Sabes lo que has de hacer? Dar un golpe con la
rodilla en esa peña.
EVÉLPIDES.
Y tú, con la cabeza, para que el ruido sea doble.
PISTETERO.
Vamos, coge esa piedra y llama.
EVÉLPIDES.
Está bien; ¡esclavo! ¡esclavo!
PISTETERO.
Pero ¿qué haces? Para llamar á una Abubilla,
gritas ¡esclavo! ¡esclavo! En vez de ¡esclavo! debes
gritar: ¡Epopoi! ¡Epopoi! (1).
(i) Grito que ¡mita al de la Abubilla.
LAS AVES-
21 i
EVÉLPIDES.
¡Epopoi! Tendré que llamar otra vez. ¡Epopoi!
EL REYEZUELO (1).
¿Quién va? ¿Quién llama á mi dueño?
EVÉLPIDES.
¡Apolo nos asista! ¡qué enorme pico! (2).
EL REYEZUELO.
¡Horror! ¡Son cazadores!
EVÉLPIDES.
El miedo qne me causa no es para dicho.
EL REYEZUELO.
¡Moriréis!
EVÉLPIDES.
Pero si no somos hombres.
EL REYEZUELO.
¿Pues qué sois?
EVÉLPIDES.
Yo soy el Tímido^ ave africana.
EL REYEZUELO.
¡A otro con esas!
EVÉLPIDES.
Pregúntaselo á mis pies (3).
EL REYEZUELO.
Y ese otro, ¿qué pájaro es? Contesta.
(4) El Reyezuelo es un pajarito, notable por una her-
mosa corona color de aurora, orlada de negro por ambos
lados; vive en los bosques de Europa . ^
(2) Los actores salían con máscaras y trajes imitando
á las aves que representaban. ""Hduao
J}1 .^*V¿^/^ pr^ timore cacasse, et defluente merda
pedes tnqmnatos habere. En Las Ranas le acontece á Baco
una aventura semejante. ^^^
Sis
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PISTETERO.
El Ensuciado^ ave de Fásos (1).
EVÉLPIDES.
Y tú, ¿qué animal eres!
EL REYEZUELO.
Yo soy un pájaro esclavo.
EVÉLPIDES.
¿Te ha vencido algfun g-allo? (2).
EL REYEZUELO.
No; pero cuando mi dueño fué convertido en
Abubilla quiso que yo también me transformase en
pájaro, para tener quien le sigfuiera y sirviese.
EVÉLPmES.
Pues qué, ¿las aves necesitan criados?
EL REYEZUELO.
Este sí^ tal vez porque fué antes hombre. Cuando
se le antojan auiíhoas del Falero (3), yo cojo una
escudilla y corro á por anchoas; cuando quiere co-
mer puches, como se necesitan una cuchara y una
olla, corro á por la cuchara.
EVÉLPIDES.
Por las señas, este pájaro es un Confector (4). ¿Sa-
(4) Juego de palabras sobre Fagos, que envuelve el
sentido de delación. (V. nota al verso 726 de Los Acar-
nie,ues.)
(2) El gallo era un animal originario de Persia. Las ri-
ñas de gallos, á que alude el poeta, no se introdujeron en
Atenas basta después de las guerras Médicas.
(3) Puerto do Atenas.
(4) Tpój^iXoí, reyezuelo^ tiene la misma raíz que xp¿xw,
correr.
LAS AVES.
243
bes lo que has de hacer. Reyezuelo? Llamar 4 tu
señor.
EL REYEZUELO.
Pero si acaba de dormirse, después de haber co-
mido bayas de mirto y alg-unos gusanos.
EVÉLPIDES.
No importa, despiértale.
EL REYEZUELO.
Aunque estoy seg-uro de que se va á enfadar, lo
haré por complaceros.
(VáseJ
PISTETERO (al Reyezuelo),
Que el cielo te confunda: no me has dado mal
susto (1).
EVÉLPIDES.
lOh desgppacial ¡de miedo se me ha escapado el
grrajol
PISTETERO.
¡Grandísimo cobarde I te has dejado escapar el
grajo de miedo.
EVÉLPIDES.
Y tú, ¿no te has dejado marchar la corneja al
caer?
PISTETBRO.
No por cierto.
EVÉLPIDES.
¿Pues dónde está?
(i) Sin duda con el ruido de sus alas.
214
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PISTETEBO.
Voló.
EVÉLPIDES.
^Y no se te ha escapado? ¡Vaya el valentón!
LA ABUBILLA.
Abre la selva para que salga (1).
EVÉLPIDES.
¡Por Hércules, ¿qué animal es ese? ¡Qué alas!
¡Qué triple cresta! (2).
LA ABUBILLA.
¿Quién preg-unta por mí?
EVÉLPIDES.
Sin duda, los doce grandes dioses te han mal-
tratado.
LA ABUBILLA.
¿Acaso os burláis de la forma de mis alas? Sabed,
extranjeros, que antes he sido hombre.
EVÉLPIDES.
No nos burlamos de tí.
LA ABUBILLA.
¿Pues de qué?
(i) Los nombres griegos de selva y puerta sólo difieren
en una letra.
(2) La Abubilla es notable por su hermoso copete ion--
gitudinal, compuesto de dos hileras de plumas que, al ele-
varse, forman un penacho color de oro con orla negra,
sumamente lindo.
LAS AVES.
215
PISTETERO.
Tu pico nos da risa (1).
LA ABUBILLA.
Pues de esta facha representó ignominiosamente
Sófocles en sus tragedias á Tereo (2).
EVÉLPIDES.
¿Pero eres Tereo, ó un ave, ó un pavo real?
LA ABUBILLA.
Soy un ave.
EVÉLPIDES.
¿Y las alas?
LA ABUBILLA.
Se me han caidc.
EVÉLPIDES.
¿Alguna enfermedad?
' LA ABUBILLA.
No; pero en el invierno mudan todas las aves, y les
salen después nuevas plumas. Y vosotros ¿qué sois?
EVÉLPIDES.
¿Nosotros? mortales.
LA ABUBILLA.
¿De qué país?
EVÉLPIDES.
Bel de las hermosas triremes (3).
(1) El pico de la Abubilla es muy largo, relativamente
á su cuerpo.
(2) Sófocles en su Tereo presentó la transformación del
protagonista en pájaro, y es de creer que el personaje de
Aristófanes trajese una máscara y traje parecidos á los del
héroe trágico.
(3) Atenas acababa de equipar una flota para enviarla á
Sicilia.
^16
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA ABUBILLA.
¿Seréis jueces? (1).
EVÉLPIDES.
Nada de eso; antijueces (2).
LA ABUBILLA.
/Se siembra allí ese grano?
EVÉLPIDES.
Rebuscando en todo el campo, hallaréis un po-
quito.
LA ABUBILLA.
¿Qué os trae aquí?
EVÉLPIDES.
El deseo de hablarte.
LA ABUBILLA.
¿Para qué?
EVÉLPIDES.
Porque en otro tiempo fuiste hombre, como nos-
otros; en otro tiempo tuviste deudas, como nos«
otros; y en otro tiempo te gfustaba el no pag'arlas,
como á nosotros: después, cuando fuiste transfor-
mado en ave, recorriste en tu vuelo todos los ma-
res y tierras, y ileofaste á reunir la experiencia
del pájaro y la del hombre. Esto nos trae á tí
para suplicarte que nos indiques alg-una pacífica
ciudad donde podamos vivir blanda y sosegada-
mente, como el que se acuesta sobre mullidos co-
jines.
(1) Alusión á la manía censurada en las Avispas.
42) Es decir, enemigos de procesos.
LA<« AVES.
247
LA ABUBILLA.
¿Buscas, pues, una ciudad más grande que la de
Cranao? (IJ
EVÉLPIDES.
Más grande no, más agradable para nosotros.
LA ABUBILLA.
Claro está que buscas un país aristocrático.
EVÉLPIDES.
¿Yo? ni por pienso: si detesto al hijo de Escé-
lias (2).
LA ABUBILLA.
¿Pues en qué ciudad queréis vivir?
EVÉLPIDES.
En una donde los negocies más importantes sean,
por ejemplo, venir muy de mañana á mi puerta un
amig-o y decirme: «Te ruego por Júpiter olímpico
que al salir del baño vengáis á mi casa tú y tus
hijo?., pues voy á dar un banquete de bodas. ¡Cui-
dado con faltan ¡Como no vengas, no tienes que
poner los pies en mi casa hasta que me abandone
la fortuna! (3).
LA ABUBILLA.
Vamos, veo que tienes afición á las desgracias
¿Y tú?
(1) Atenas.
(2) Juego de palabras: el hijo de Escélias se llamaba
Ártstócrates: fué uno de los principales partidarios del
gobierno oligárquico, llamado de los Cuatrocientos, que se
estableció en Atenas tres años después de la representa-
ción de Las Aves. (V. TucIdides, vm, 89.)
(3) Aristófanes supone irónicamente lo contrario del
doñee eris felúc mullos numerabis árnicas.
^218
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
249
PISTETERO.
Teng'o los mismos gaistos.
LA ABUBILLA.
¿Cuáles?
PISTETERO.
Quisiera una ciudad en la que al verme el padre
de un hermoso muchacho, me dijese como si le
hubiera ofendido: «¡Muy bien, muy bien, Estilbóni-
des! Te encontraste ayer con mi hijo que volvia del
baño y del gimnasio, y no fuiste para darle un beso^
ni hablarle, ni acariciarle (1). ¿Quién dirá que eres
amigo mío?»
LA ABUBILLA.
¡Hola, hola! Pues no es nada las desdichas que
apeteces, buen hombre. En la costa del Mar Rojo
hay una ciudad, afortunada como la que deseáis.
EVÉLPIDES.
¡A.hl no me hables de ciudades marítimas; el me-
jor dia amanecería la galera Salamiiia (2) trayendo
un alguacil. ¿No puedes decirnos alguna ciudad
griega?
{\) Ñeque testículos attrecíasti,
(2) La galera Salamina sólo se empleaba en las nece-
sidades más apremiantes. Destinábase principalmente ú
traer á Atenas los ciudadanos fugitivos que habian de sei*
juzgados. En esta nave se vio obligado á regresar de Si-
cilia Alcibiades, para responder á la acusación de sacrile-
gio por baber mutilado las estatuas de Mercurio. Sabido
es que se escapó en el camino. (Tuc, vi, 61.) Este pasaje
de Aristófanes sirve al P. Brumoy para apoyar su conje
tura sobre la intención de Zas Aves^ de que se ha hecho
mérito en la Noticia preliminar.
LA ABUBILLA.
¿Por qué no emigráis á Lepreo, en Elida?
EVÉLPiDES.
¡Por todos los dioses! aunque no he visto á Le-
preo, lo aborrezco ya á causa de Melantio (1).
LA ABUBILLA.
Hay también en la Lócrída la ciudad de Opun-
cio, donde podréis vivir muy bien.
EVÉLPIDES.
No quisiera ser Opuncio (2) ni por un talento de
oro. ¿Pero qué tal pasan la vida los pájaros? Tú de-
bes saberlo bien.
LA ABUBILLA.
La vida no es desagradable; en primer lugar,
hay que prescindir de la bolsa.
EVÉLPIDES.
Pues con eso habéis suprimido la ocasión de mu-
chos fraudes.
LA ABUBILLA.
Comemos en los jardines sésamo blanco, mirto,
amapolas y menta.
EVÉLPIDES.
¿De modo que vivís como recien casados (3).
PISTETERO.
¡Ohí oh! .Qué magnífica idea se me ha ocurrido
W ^?^í?^^';^g'po» que padecía de lepra.
aSV ' h% ^^^^'*' '"®**'^*» porque Opuncio/contemporáneo
de Aristófanes, tenía este deftícto. '^ ' f "
(3) Los recien casados se coronaban de esas plantas
y comían tortas de sésamo. Véase la nota al verso 869 de
x»« Faz,
no
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
m
para la gente aladal ¡Seréis omnipotentes si me
obedecéis!
LA ABUBILLA.
¡Obedecerte! ¿en qué?
PISTETERO.
¿En qué? Primero en no andar revoloteando por
todas partes con el pico abierto: eso es indecoroso.
Entre nosotros, cuando vemos á uno de esos bota-
rates que no paran un instante, acostumbramos
á preguntar: «¿Quién es ese chorlito?» Y Téleas (1)
responde: «Es un inconstante; tiene siempre la ca-
beza á pájaros; no está un momento en un sitio.»
LA ABUBILLA.
Tienes razón, por Baco. ¿Qué hemos de hacer?
PISTETERO.
Fundad una ciudad.
LA ABUBILLA.
¿Qué ciudad hemos de fundar las aves?
PISTETERO.
A la verdad, tu pregunta es necia si las hay.
Mira abajo.
LA ABUBILLA.
Ya miro.
PISTETERO.
Ahora arriba.
LA ABUBILLA.
Ya miro.
PISTETERO.
Ahora vuelve la cabeza á todos lados.
(1) Citado en La Paz (v. 1.008) por su glotonería.
LA ABUBILLA.
¿ Qué voy á sacar de retorcerme así el pes-
cuezo? (1)
PISTETERO.
¿Ves algo?
LA ABUBILLA.
Sí, las nubes y el cielo.
PISTETERO.
¿No es ese el polo de las aves?
LA ABUBILLA.
¿El polo? ¿qué es polo?
PISTETERO.
Como si dijéramos el país; se llama polo (2) por-
que gira y atraviesa todo el mundo. Si fundáis en
él una ciudad y la rodeáis de murallas, en vez de
polo se llamará población (3); entonces reinaréis
sobre los hombres, como ahora sóbrelas langostas;
y mataréis á los dioses de hambre canina (4).
LA ABUBILLA.
¿Cómo?
PISTRTERO.
El aire está entre el cieloy la tierra, y del mismo
semejaifte.^*'" ^''^'^^'''' ^^'"«s visto un juego escénico
(2) Polo, de Tto^ctv, girar.
rtp^ilicVí*; ^^ ^^^'^''^ méllense, frase corriente en tiempo
nrfiTf ' ^vP^'l^'T^^'''""" necesidad extremnda.Su
origen fue el hambre horrible que sufrieron los habitantes
de Melos durante el asedio de los Atenienses en el año
diez y seis de la guerra. (V. Tuc. , v. 446.)
ir
i
222
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
modo que cuando nosotros queremos ir á Délfos
pedimos permiso á los Beocios para pasar, así vos-
otros, cuando los hombres hag'an sacrificios á los
dioses, si éstos no os pag^n tributo, podréis impe-
dir que el humo de las víctimas atraviese vuestra
ciudad y vuestro espacio.
LA. ABUBILLA.
¡Oh! ¡oh! lo juro por la tierra, las nubes, los la-
zos y las redes, jamás he oido una idea más inge-
niosa! Estoy dispuesto á fundar contig-o esa ciu-
dad, si las demás aves son de mi opinión.
PISTETERO.
¿Quién les dará á conocer el proyecto?
LA ABUBILLA.
TÚ mismo. Antes eran bárbaros, pero en el
largo tiempo que he estado en su compañía les he
enseñado á hablar.
PISTETERO. ^
¿Pero cómo las vas á convocar?
LA ABUBILLA.
Muy fácilmente. Voy á entrar en esa espesura;
despertaré á mi Procne (1) y las llamaremos; en
cuanto oioran nuestra voz acudirán sin detenerse.
223
(1) El original dice: «á mi ruiseñor,» porque el nom-
bre de este pájaro es femenino en griego. No traducimos
Filomena^ porque Aristófanes, así como Anacreonte, opi-
naba que la convertida en ruiseñor después de la catás-
trofe de Itis fué Procne, y no su hermana Filomela, como
suponia la tradición aceptada por Virgilio /^G^^or^., iv) y
Ovidio (Metam.^ i, 6), y por la generalidad de los escri-
tores antiguos.
PISTETERO.
íNo te detengas, queridísimo pájaro! Por favor,
entra pronto en esa espesura y despierta á tu ama-
ble compañera.
LA ABUBILLA.
Despierta, dulce compañera de mi vida; entona
esos himnos sagrados que, como armoniosos suspi-
ros, brotan de tu garganta divina cuando con meló-
diosa y pura voz deploras la triste suerte de nues-
tro llorado Itis. Tu sonoro canto sube, atravesando
los copudos tejos, hasta el trono de Júpiter; junto
al cual Febo, de áurea cabellera, responde con los
acordes de su lira de marfil á tus plañideras ende-
chas, y reúne los coros de los dioses, y de sus bo-
cas inmortales brota un celestial aplauso (1).
(Se oye um flauta dentro,)
PISTETERO.
íJúpiter soberano! iqué garganta la de ese pa-
janllo! Ha llenado de miel toda la espesura.
EVÉLPIDES.
íEh! íTú!
¿Qué hay?
¿No callarás?
¿Por qué?
PISTETERO.
EVKLPIDES
PISTETERO.
foilP« vf^J^l^A'^'' ^^ imitación ó parodia de otros de Só-
focles y Eurípides, en que se ponderaba el canto del rui-
f ;
2á4
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EVÉLPIDES.
La Abubilla se prepara á entonar nuevos cantos.
LA ABUBILLA.
Esopo, pepo, popo, popo, popoí ¡io! ¡io! venid,
venid, venid, venid, alados compañeros. Todos
cuantos taláis las fértiles campiñas, tribus innume-
rables que recog-eis y devoráis los granos de ceba-
da, catervas infinitas de rápido vuelo y melodioso
canto, acudid, acudid; vosotros, los que posados en
un terrón os complacéis en gorjear débilmente
entre los surcos: tio, tio, tio, tio, tio, tio, tio tio;
los que en los jardines saltáis sobre las yedras, ó
en las montañas picoteáis el madroño y la silvestre
aceituna, acudid á mi voz: trioto, trioto , toto brix.
Vosotros también, los que devoráis punzadores
mosquitos en los valles pantanosos; los que pobláis
los prados húmedos de rocío y el campo ameno de
Maratón; francolines de matizadas alas; aves que
revoloteáis con los alciones sobre las alborotadas
olas del mar, venid á escuchar la grata nueva:
congrég-uense aquí las aves de larg'o cuello. Sabed
que ha venido un anciano ingenioso, autor de una
nueva idea; que pretende realizar nuevos proyec-
tos. Venid to los á deliberar aquí. Torotorotorotoro-
tix. Kicc'ibau, kiccabau. Torotorotorotorolililix.
LAS AVES.
PISTETERO.
¿Ves algún pájaro ?
EVELPIDES.
Nmguno, por Apolo, aunque estoy mirando al
cielo con la boca abierta. mirando a]
PISTETERO.
Me parece que ha sido inútil que la Abubüla
imitando al pardal (1), se haya metido en ei b^^^^^^^^
como á empollar huevos. • ^ ®
UN FENICÓPTERO (2)
Torotix, torotix.
PISTETERO.
Ah, querido, ya viene alguna ave.
EVÉLPIDES.
bí, una ave, ¿pero cuál? ¿Es el pavo real? (31
PISTETERO.
Ese nos lo dirá. ¿Qué ave es esa?
LA ABUBILLA.
JíSt '" '""^ "'^ *^'" ''' •"-= - -a ave
PISTBTERO.
íOh qué hermoso color de púrpura fenicia!
A ^^'■''" ■í"' ""'=« «" °Wo en los agujeros de las
W Zancuda, notable ñor el hprmncn „^- ^
maje, alternando con un blanco áe'lTX.T c^ '" P^""
vulgar esjamenco «eslumbrador. Su nombre
«>. como animales rarofvéLp'i/n^.f"''K *'*''? P^"" 1'n«-
«a ¿01 Acarnünses ^ ""'* '"""■« «' Particular
TOMO II.
i&
226
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Las aves.
LA ABUBILLA.
Es verdad, por eso se llama el Fenicóptero.
EVÉLPIDKS.
¡Ehl ¡eh! ;Tú!
PISTF.TERO.
^.Por qué gritas"?
EVÉLPIDES.
Otra ave.
PISTETERO.
Cierto- otra ave, y exótica al parecer. ¿Cómo se
llama esa av^ mo^ltlñesa (1) de aspectotan solemne
como estúpido'?
LA ABUBILLA.
PISTETERO.
jEl Meda: ¡Hércules poderoso! ¿Cómo siendo el
Meda 'na venido sin camello? (3).
EVÉLPILES.
Ahí se presenta otra ave copetuda.
PISTETERO.
¿Qué prodigio es este? No eres tá la única Abu-
billa, puesto que hay esa otra.
LA ABUBILLA.
Esa Abubilla es hijo de Filócles , que J su
vez es hijo de la Abubilla; yo soy su abuelo
;:Lno; es como si dijeras: Hipónico, hoo
(1) Alusión á una tragedia '^^ ,^^^"1'° '^«/^¿^^oVi.'inano
(2) El Escoliasta cree qut es fl gallo, por ser on^iu.»
(3) Montura ordinaria de los Persas.
227
PISTETERO.
¿Lue^oCáiias es im pájaro? ¡Oh, y cómo se le
caen las plumas! (3).
LA ABUBILLA.
Es generoso; por eso los delatores le despluman
y las mujeres le arrancan las alas.
PISTETERO.
iOh Neptuno! ün nuevo pájaro de diversos coló-
res. ¿Cómo se llama ese?
LA ABUBILLA.
El g-Ioton (4).
(1) Para descifrar este aparente n-alimatías p<; n^A^ic.
a) li":'* T "f'> ^'•'■"'■''ado por ,nala conducta .
bp/thoió D "'"-^"•í"'*''^» tle^'""' que come con la ca-
feza baja. Pajaro granívoro, según Suidas.
258
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
249
PISTETERO.
¿Hay, pues, otro glotón además de Cleónimo?
EVÉLPIDES.
¿Crees que si fuese Gleóniíno hubiera podido con-
servar el penacho? (1).
PISTETERO.
¿Pero qué si^ifi mn todas esas crestas? ¿Quizá
acuden estas aves á disputar el premio del doble
estadio? (2).
LA ABUBILLA.
Son como los Carlos (3), que no abandonan las
crestas de las montanas para estar más seguros.
PISTETERO.
¡Oh Neptuno! ¡Mira, mira qué terrible multitud
de aves se reúne!
EVÉLPIDES.
¡Soberano Apolo! ¡Qué nube! ¡Oh! ¡oh! Sus alas
no dejan ver la entrada de la escena.
PISTETERO.
Esa es la perdiz; aquel el francoün; ese el pené-
lope; el otro el alción.
(\) AUisiones á la voracidad y cobardía de Cleónimo,
que como vamos viendo, nunca escapa sin su corres-
PT2H'osTue'¿o??ían en el diaulo ó ^oUe estadio lle-
vaban un penacho. Este juego, que era uno de los olímpi-
cos consistía, como indica su nombre, en recorrer dos
veces toda la extensión del campo. ,0.0^.. on «np
(3) Jueco de palabras insustancial, basado en que
Xóioi significa cresta y colina. Se atribula a los Cários,
pulblo belicoso, la invención délos penachos. (Herod.,
MisL, 1, 171.)
EVÉLPIDES.
¿Y aquel que viene detras del alción?
PISTETERO.
¿Ese? el barbero (1).
EVÉLPIDES.
¿Cómo? ¿el barbero es pájaro?
PISTETERO.
¿Pues no lo es Espórg-ilo, y de cuenta? (2). Ahí
viene la lechuza.
EVÉLPIDES.
¿Qué dices? ¿quién trae una lechuza á Atenas? (3).
PISTETERO.
Mira, mira, la urraca, la tórtola, la alondra, el
eleas, la hipotímis, la paloma, el nerto, el azor,
la torcaz, el cuco, el eritropo, la ceblepiris, el
porfirion (4), el cernícalo, el somormujo, la am-
pélis, el quebrantahuesos, el pico.
EVÉLPIDES.
jOh! ¡oh! ¡Cuántas aves! ¡Oh cuántos mirlos.
iCómo pían y corren con estrépito! Pero qué, ¿nos
amenazan? jAyl cómo abren los picos y nos mii:anl
PISTETERO.
Me parece lo mismo.
ri^L.^^*'**^^'."^'"?^®,^® P^j^''^' <^"ya »*aíz significa rasu-
,\F ],^^ cual alude el poeta á Espórgilo.
Hp molo f ^'^®^^ ^^ ^^n?^^' ^"y<^ establecimiento gozaba
de mala fama, según Platón el Cómico en £os Sofistls.
agua al rio^f, Proverbial equivalente á la nuestra allevpr
lihltl A ?^^f^ *w^^«w«- el nombre griego, aceptado en los
lloros de historia natural, es más expresivo y exacto.
230
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
234
cono.
¿Po po po po po po por dónde anda el que me
llamó? ¿En qué lugar se encuentra?
LA ABUBILLA.
Estoy aquí hace tiempo; yo nunca abandono á
lOB amigos.
CORO.
¿Ti ti ti ti ti ti ti tienes algo bueno que decirme?
LA ABUBILLA.
ün asunto de interés común, seguro, justo, agra-
dable, útil. Dos hombres de sutil ingenio han ve-
nido á buscarme.
CORO.
¿Dónde? ¿CJómo? ¿Qué dices?
LA ABUBILLA.
Digo, que dos ancianos han venido del país de
los hombres, á proponernos una empresa prodi-
giosa.
CORO.
I Oh tú que perpetraste el mayor crimen de que
he oido hablar en mi vida! ¿qué es lo que estás di-
ciendo?
LA ABUBILLA.
No te asustes de mis palabras.
CORO.
¿Qué has hecho?
LA ABUBILLA.
Acoger á dos hombres que desean vivir con nos-
otros.
CORO.
¿Y te has atrevido?
LA ABUBILLA.
Y cada vez me alegro más.
CORO.
¿Y están ya entre nosotros?
LA ABUBILLA.
Como yo.
CORO.
lAy, estamos vendidos; somos víctimas de la
traición más negra! Nuestro amigo, el que partía
con nosotros el fruto de los campos, ha hollado
nuestras antiguas leyes, ha quebrantado los jura-
mentos de las aves; nos ha atraído á un lazo, nos
ha puesto en manos de una raza impía con la que
estamos en guerra desds que vimos la luz. Tú,
traidor, no 3 darás luego cuenta de tus actos; mas
primero castiguemos á esos hombres. ¡Ea! ¡á des-
pedazarlos!
PISTETERO.
¡Somos perdidos!
EVELPIDES.
TÚ solo tienes la culpa de lo que nos sucede.
¿Para qué me trajiste?
PISTETERO.
Para tenerte á mi lado.
EVELPIDES.
Mejor para hacerme llorar á mares.
PISTETERO.
Tú deliras: ¿cómo has de llorar cuando te hayan
sacado los ojos? (1)
(i) Alusión á los trágicos, que hacian derramar lágri-
mas á Edipo después de haberse arrancado los ojos.
232
COMEDÍAS DE ARISTÓFANES.
CORO.
¡lo! ¡lo! ¡al ataque! precipítate sobre el ene-
mig'o; hiérele mortalmente; despliega tus alas; en-
vuelve con ellas á eso3 hombres; que pagnen su
culpa y den alimento á nuestros picos. Nada podrá
librarles de mi furor; ni las sombrías montañas,
ni las etéreas nubes, ni el piélag'o espumoso. ¡Ea,
caig-amos sobre ellos y desg-arrémosles sin tardan-
za! ^.Dónde está el taxiarco? Que haga avanzar el
ala derecha (1).
EVÉLPIDES.
Lleg'ó el momento supremo. ¿A dónde huiré, in-
feüz?
PISTETERO.
¡Eh! firme en tu puesto.
EVÉLPIDES.
¿Para qué me hagan trizas?
PISTETERO.
¿Pues cómo piensas escaparte?
EVÉLPIDES.
No lo sé.
PISTETERO.
Pues yo te di^-o que es preciso combatir á pié
firme y cog^er las ollas.
EVÉLPIDES.
¿De qué nos servirá la olla?
PISTETERO.
La lechuza no nos acometerá (2).
(i) Nótese la semejanza de esta escena con las análo-
gas de Los Acarnienses y Las Avispas.
(2) Reconociéndoles por Atenienses.
LAS AVES.
233
EVÉLPIDES.
¿Y contra esas de granchudas uñas?
PISTETERO.
Coge el asador y ponió en ristre.
EVÉLPIDES.
¿Y los ojos?
PISTETERO.
Defiéndelos con un plato ó con la vinagrera.
EVÉLPIDES.
¡Qué ing-enio! ¡qué habilidad dig-na de un g-ene-
ral consumado ! Sabes más estrateg-ia que Ni-
elas (1).
CORO.
Adelante, adelante (2), con el pico bajo: no re^
trabarse. Pica, desg-arra, hiere, arranca, rompe
primero la olla.
LA ABUBILLA.
Deteneos: decidme, animales cruelísimos, ¿por
qué queréis matar y despedazar á dos hombres que
ningún mal os han hecho y que son además de la
misma tribu y familia que mi esposa? (3J.
CORO.
Pues qué, ¿se perdona á los lobos? ¿No son nues-
tros más feroces enemig-os? Nunca encontraremos
otros más dig-nos de castigo.
. (1) Las estpatagenias empleadas recientemente por Ní-
cias en el sitio de Mélos le habían dado celebridad
(2) Lit.: ¡Eleleleu! grito de guerra.
(3) De la tribu de Pandion, de quien fué hija Procne
esposa de Tereo.
234
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA. ABUBILLA.
Si la naturaleza los hizo enemig-os, su intención
les hace amigaos, y vienen aquí á darnos un con-
sejo útil.
CORO.
¿Qué consejo útil pueden darnos ni decimos los
enemigaos de nuestros abuelos?
L\ ABUBILLA.
Los sabios aprenden muchas cosas de sus ene-
mig-os. La desconfianza es la madre de la seg*uri-
dad. Con un amig-o jamás aprenderíamos á ser
cautos, al paso que un enemig-o nos obliga á serio;
las ciudades en un principio aprendieron de sus
enemigos, y no de sus amigos, á rodearse de altas
murallas, y á construir largas naves, y con esta
lección á defender hijos, casas y haciendas.
CORO.
Sea: me parece que podrá ser útil el oírles antes;
puede recibirse alguna buena lección de un ene-
migo.
PISTETERO.
Su cólera parece calmarse. Retrocede un paso.
LA ABUBILLA.
Es muy justo; debéis de estarme agradecidos.
CORO.
En ninguna otra cosa íe hemos sido con-
trarios.
PISTETERO.
Cada vez se manifiestan más pacíficos; por con-
siguiente, deja en el suelo la olla y los platos:
ahora con la lanza terciada, digo, con el asa-
LAS AVES.
235
dor, paseémonos dentro del campamento, junto
á la olla, y sin perderla de vista. No debemos
huir.
EVÉLPIDES.
Tienes razón. Y si morimos, ¿dónde nos enter-
rarán?
PISTETERO.
En el Cerámico (1). Para ser sepultados á cuenta
del Estado, diremos que hemos muerto peleando
con los enemigos junto á Orneas (2).
CORO.
Todo el mundo á su puesto: depongamos nues-
tra cólera como el soldado sus armas; pregunte-
mos quiénes son, de dónde vienen y qué proyec-
tBQ. lEh, AbubiUal Ven acá.
LA ABUBILLA.
¿Qué deseas saber?
CORO.
¿Quiénes son esos hombres, y de dónde
vienen?
LA ABUBILLA.
Son extranjeros, venidos de Grecia, la patria de
los sabios.
W Lugar en que se verificaban los enterramientos.
Había dos Cerámicos; uno exterior, donde eran sepultados
los que hablan muerto en el campo de batalla, y otro
dentro de la ciudad, en el cual estaban los lupanares.
(2) Ciudad del Peloponeso, entre Corinto y Sicione,
cuyo nombre si^^mücdi pájaro. Poco antes de la representa-
ción de Las Aves, los Atenienses hablan sido derrotados en
sus inmediaciones.
236
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
COBO.
¿Qaé les ha inducido venir á buscaraos?
LA ABUBILLA.
La afición á vuestra vida y costumbres, y el
deseo de participarla y vivir con nosotros.
CORO.
íSerá verdad! ?.y cuáles son sus proyectos?
LA ABUBILLA.
Increíbles, inauditos.
CORO.
¿Hallan aJg'una ventaja en habitar aquí, ó espe-
ran que viviendo con nosotros podrán vencer á su
enemigfo y favorecer á sus amigaos?
LA ABUBILLA.
Nos anuncian una felicidad inmensa, indecible
é increíble, y demuestran con irrefutables arg'u-
mentos que cuanto hay aquí y allí, y en todas
partes, todo nos pertenece.
CORO.
¿Estarán locos?
LA ABUBILLA.
Su discreción no es para dicha.
CORO.
¿Tienen talento?
LA ABUBILLA.
Son dos zorros redomados, la astucia personifi-
cada, gente muy corrida é ing-eniosa.
CORO.
Diles, diles que veng-an á hablarnos. Sin más
que oir tus palabras, ya vuelo de g'ozo.
LAS AVES.
237
LA ABUBILLA (1).
Recogred vosotros esas armas y colgfadlas de
nuevo en la cocina, junto al hogar (2), bajo la pro-
tección de los dioses domésticos. fA PistekroJ Ex-
pon y demuestra á la asamblea el objeto para el
cual ha sido convocada.
PISTETERO.
No, por Apolo; nada diré mientras no prometan,
como aquel mono armero á su mujer, no morder-
me, ni desgarrarme, ni taladrarme...
CORO.
¿El...? Nada temas.
PISTETERO.
No, los ojos.
CORO.
Lo prometo.
PISTETERO.
Júralo.
CORO.
Lo juro, y si cumplo mi promesa, que obtenga el
premio por el voto unánime de todos los jueces y
espectadores.
PISTETERO.
Convenido.
CORO.
Y si no la cumplo, que la gane por un solo voto.
PISTETERO.
¡Pueblos, escuchad! Recojan los soldados sus ar-
fl) Dirigiéndose á los esclavos.
(2) En Los Acarnienses, 279, hemos visto indicada la
misma costumbre de colgar las armas junto al hogar.
238
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
239
mas y vuelvan á sus hog-ares, é infórmense de las
órdenes que se fijen en ios tablones (1).
CORO.
El hombre es un ser siempre y en todo falso; ha-
bla tú, sin embarg-o. Quizá me reveles alg-un pro-
yecto que te parezca útil, ó un medio de aumentar
mi poder que á mi se me ha^'a pasado por alto y
que tú hayas visto. Habla; en intelig'encia de que
lo haces para el bien g-eneral, porque los bienes
qne me procures los dividiré contig-o. Manifiesta
confiadamente los proyectos que te han traido
aquí, pues por ning-nn pretexto romperé la tregua
que contigo he pactado.
PISTETERO.
No deseo otra cosa: la masa de mi discurso está
ya dispuesta y sólo me falta sobarla. Esclavo,
tráeme una corona y ao-ua pnra las manos; pero
pronto.
EVKLPIDRS.
?. Vamos á cenar ó quév 2).
PISTETRUO.
No, por Júpiter; estoy buscando alg-unas nala-
bras mag-níficas y sustanciosas para ablandar sus
ánimos {Dmníéiidoí^e al Coral Sufro tanto por vos-
otros que en ctro tiempo fuisteis reyes...
CORO.
:No«^otros reyes! ^i.De quién?
H) Fórmula emplonda «irtra la promulgación de las
(-i) Los preparativos pnra pronunciar un discurso v po-
nerse á la mesa eran idénticos.
PISTETERO.
Reyes de todo cuanto existe; de mi, en primer
lug-ar; de éste; del mismo J úpiter; porque sois an-
teriores á Saturno, á los Titanes y á la Tierra.
CORO.
ik la Tierra?
PISTETERO.
Sí, por Apolo.
CORO.
No habia oido semejante cosa.
PISTETERO.
Es que sois ignorantes y descuidados y no ha-
béis manoseado á Esopo. Esopo dice que la alondra
nació antes que todos los seres y que la misma
Tierra: su padre murió de enfermedad, cuando la
Tierra aun no existia; permaneció cinco dias inse-
pulto, hasta que la alondra, ingeni )sa por la fuerza
de la necesidad, enterró á su padre en su cabeza.
EVÉLPTDES.
Por eso el padre de la alondra yace ahora en Cé-
fale(l).
LA ABUBILLA.
;.De modo que si las aves son anteriores á la
Tierra y á los dioses, á ellas les pertenecerá el
mando por derecho de antigüedad?
EVÉLPIDES.
Esa es la verdad: procura, por tanto, fortificar
tu pico, pues Júpiter no devolverá así como quiera
su cetro al pito real.
(1) Nombre de un demo del Ática, que significa cabeza.
240
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
PISTETERO.
Hay infinitas pruebas de que las aves, y no los
dioses, reinaron sobre los hombres en la más re-
mota antig-üedad. Principiaré por citaros al g-allo,
que fué rey y mandó á ios Persas antes que todos
sus monarcas, antes que Darío y Meg-abíses; y en
memoria de su reinado se le llama todavía el ave
pérsica.
EVÉLPIDES.
Por eso es la única de las aves que anda majes-
tuosamente, como el g-ran rey, con la tiara recta
sobre la cabeza (1).
PISTETERO.
Fué tan grande su poder y tan respetada su au-
ridad, que hoy mismo, como un vestig-io de su dig-
nidad antigua , en cuanto canta al amanecer, cor-
ren al trabajo y se calzan en la oscmidad todos los
herreros, alfareros, curtidores, zapateros, bañeros,
panaderos, y fabricantes de liras y de escudos.
EVÉLPIDES.
Pregúntamelo á mí; precisamente un gallo ha
tenido la culpa de que perdiese un ñno manto de
lana frigia. Estaba yo en la ciudad convidado á un
banquete que se daba para celebrar el acto de po-
ner nombre á un niño; bebí algo y empecé á da
mitar; en esto, y antes de que los demás convida-
dos se sentasen á la mesa, se le ociu're cantar á un
gallo: creyendo que era de día, marcho en direc-
(1) Los demás personajes la llevaban inclinada.
Clon á Ahmunte (1); apenas salgo extramuros, un
adron me asesta en la espalda un terrible Sr?
üizo; caigro al suelo; voy á pedir socorro; pío^¡
tarde, ya habia desaparecido con mi manto
PISTETERO.
G„^S!''°" '"' ^"^"a'nente jefe y rey de los
LA ABUBILLA.
¿De los Griegos?
, PISTETERO.
E fué durante su reinado quien les enseñó á ar
rodillarse á la vista de los milanos (2)
EVÉLPIDES.
cia deTnor^r ""^ ^"' ""' P™^*«™^ «° P'^^e^^"
cia de uno de ehos, me eché al suelo con la boca
W con'mif °""' '? ''"'° ^'^' P- '" -«^ -^^
d casa con mi saco vacío (4),
PISTETERO.
JL'Z ?^ 7 ^'^ ^'^'^ y ^' ^^ I- Fenicia;
Iban al campo i segar el trigo y la cebada.
EVÉLPIDES.
De ahí sin duda viene el proverbio: iCúcu' los
circuncidados al campo (5). i^ucu. ios
(1) Demo del Ática.
«^SJVZZ" "''"'"' '" '" """'' ''Sm costumbre
(4) Sin duda el saco que llevaba nana ir.ja> i- i,„ •
comprada con el óbolo Iragado '^ ^^ '" """""^
(5) Los Egipcios y Fenicios practicaban la circuncisión.
TOMO li-
le
242
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
243
PIS TETERO.
Tan grande fué el poder de la gente alada, que
los reyes de las ciudades griegas, Agamenón y
Menelao, llevaban en el extremo de su cetro una
ave que participaba de sus presentes.
EVÉLPIDES.
No sabia yo eso; asi e^ que me admiraba cuando
Priamo se presentaba en las tragedias con un pá-
jaro que observaba fijamente á Lisicrátes (1) y los
regalos con que se deja sobornar.
PISTETERO.
Pero oid la prueba más contundente. Júpiter,
que ahora reina, lleva sobre su cabeza un águila,
atributo de su soberanía; su hija lleva una lechu-
za; y Apolo, su ministro, un azor.
EVÉLPIDES.
¡Es verdad, por la venerable Géres! ¿Mas para
qué llevan esas aves?
PISTETERO.
Para q-je en los sacrificios, cuando, según el
rito, se ofrecen las entrañas á los dioses, ellas re-
ciban su parte antes que Júpiter. Entonces ningún
hombre juraba por los dioses, sino todos por las
aves; y hoy mismo cuando Lampón engaña á al-
guno suele jurar por el ganso (2). ¡En tanta estima
(4) General ateniense, ambicioso y venal. Aristófanes
86 burla en otros pasajes de su fealdad y de su manía de
teñirse los cabellos (Las Junteras^ 630, 736).
(2) En griego no hay más diferencia que de una letra
entre el nombre de Júpiter y el del ganso, Zijva y x'i^='-
Lampón era un adivino.
y veneración tenían entonces á los que ahora sois
considerados como imbéciles y esclavos viles! Hoy
os apedrean como á los dementes; hoy os arrojan
de los templos; hoy infinitos cazadores os tien-
den lazos y preparan contra vosotros varetas,
cepos, hilos, redes y pihuelas; hoy os venden á
granel después de cogidos, y ¡oh colmo de igno-
minia! los compradores os tantean para ver si estáis
gordos. í Y si se contentasen á lo menos con asaros!
pero hacen un menudo picadillo de silfio y queso,
aceite y vinagre; le agregan otros condimentos
dulces y crasos, y derraman sobre vosotros esta
salsa hirviente como si fueseis carnes corrom-
pidas.
CORO.
Acabas de hacernos, hombre querido, un triste,
tnstísimo relato. iCuánto deploro la incuria de mis
padres que, lejos de trasmitirme los honores here-
dados de sus abuelos, consintieron que fuesen abo-
hdos! Pero sin duda algún numen propicio te en-
vía para que me salves; á tí me entrego, pues, con-
fiadamente con mis pobres poUuelos. Dínos lo que
hay que hacer; porque seríamos indignos de vivir,
si por cualquier medio no reconquistáramos nues^
tra soberanía.
PISTETERO.
Opino primeramente que todas las aves se re-
unan en una sola ciudad, y que las llanuras del
aire y de este inmenso espacio se circunden de un
muro de grandes ladrillos cocidos, como los de Ba-
bilonia.
244
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Las aves.
245
LA ABUBILLA.
¡Oh Cebrion, oh Porfirion (1), qué terrible plaza
fuerte!
PTSTRTERO.
Cuando hayáis construido esa muralla, reclama-
réis el mando á Júpiter; si se nie^ y no quiere
acceder, obstinado en su sinrazón, declaradle una
^erra sagrada y prohibid á los dioses que atravie-
sen como antes vuestros dominios y que desciendan
á la tierra enardecidos por su adúltero amor á las
Alcmenas, Alopes y Semeles; y si se presentan, po-
nedles en estado de no gozarlas más (2). Enviad en
seguida otro alado embajador á los h:mbres para
que les haga entender que, siendo las aves dueñas
del mundo, á ellas deben ofrecer primero sus sa-
crificios y después á los dioses, y que deberán agre-
gar á cada divinidad el ave que le convenga; si,
por ejemplo, sacrifican á Venus, ofrecerán al mismo
tiempo cebada á la picaza marítima; si matan una
oveja en honor de Neptuno, presentarán granos
de trigo al ánade; si un buey á Hércules, tortas
con miel á la gaviota; si inmolan un carnero
en las aras de Júpiter rey, rey es también el re-
yezuelo, y por consiguiente habrá de consagrár-
sele, antes que al mismo Júpiter, un mosquito
macho.
(4) Nombres de pájaros y de gigantes.
(2) Ut mentulam eis amulo consíringatis, ne amjpim
illas futuant.
EVÉLPIDES.
Me agrada ese sacrificio de un mosquito. ¡Que
truene ahora el gran Júpiter!
LA ABÜBIILLA.
¿Pero cómo nos tendrán los hombres por dioses,
y no por grajos, al ver que volamos y tenemos alas?
PISTlíTERO.
No sabes lo que dices. Mercurio, siendo todo un
dios, tiene alas y vuela, y lo mismo otras muchas
divinidades: la Victoria vuela con alas de oro, el
Amor tiene las suyas, y Homero compara á íris
con una tímida paloma (1).
LA ABUBILLA.
¿No tronará Júpiter'^ ¿No lanzará contra nosotros
su alígero rayo?
PISTETERO.
Si los hombres en su ceguedad se obstinan en
despreciaros, y en tener por dioses sólo á los del
Olimpo, lanzad sobre la tierra una nube de gorrio-
nes que arrebaten de los surcos las semillas: vere-
mos si Céres baja á distribuir trigo á los ham-
brientos.
EVÉLPIDES.
No lo hará, de seguro: veréis cómo alega mil
pretextos.
PISTETERO.
Además, que los cuervos, para probar que sois
dioses, saquen los ojos á los bueyes de labranza y
(1) La comparación de Homero se refiere á Juno y Mi-
nerva y no á Iris. Sin duda esta es una de las correcciones
que ha sufrido el texto do la Uiada,
t
246
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
á otros gttnados, y que en seguida los cure Apolo,
que es médico; para eso le pagan.
EVÉLPIDES.
¡Eh, no! aguarda á que.baya vendido mi parejita.
PISTETERO.
Por el contrario, si los hombres os tienen á tí por
un dios, á ti por la vida, á tí por Saturno, á tí por
Neptuno, lloverán sobre ellos todos los bienes.
LA ABUBILLA.
Dime siquiera uno de ellos.
PISTETERO.
En primer lugar, las langostas no devorarán
las flores de sus viñas, porque un solo escuadrón
de lechuzas y cernícalos dará buena cuenta de
ellas. Después sus higos estarán libres de mosqui-
tos y cínifes, que serán devorados por un escua-
drón de tordos.
LA ABUBILLA.
¿Cómo les daremos las riquezas, que es lo que
más quieren?
PISTETERO.
Cuando consulten á las aves, indicaréis al adi-
vino las minas más ricas y los trancos más lucra-
tivos; ni un marino perecerá.
LA ABUBILLA.
¿Por qué no perecerá?
PISTETERO.
Porque cuando consulte los auspicios sobre la
navegación no faltará nunca un ave que le diga:
«No te embarques; habrá tempestad;» ó «embár-
cate; tendrás ganancias.»
LAS AVES.
247
EVELPIDES.
Compro un navio, y me lanzo al mar; no quiero
ya vivir con vosotros.
PISTETERO.
Revelaréis también á los hombres el lugar donde
3e ocultan los tesoros enterrados por sus padres;
porque todas lo sabéis. De aquí el proverbio: «Na-
die sabe dónde está mi tesoro, como no sea algún
pájaro.»
EVÉLPIDES.
Vendo mi barco; compro un azadón, y ¡¿ desen-
terrar ollas de oro!
LA ABUBILLA.
¿Y cómo darles la salud que vive entre los
dioses?
PISTETERO -
¿Qué mejor salud que la felicidad? Créeme, un
hombre desgraciado nunca está bueno.
LA ABUBILLA.
¿Pero como llegarán á la vejez? porque como
ésta habita en el Olimpo, habrán de morir en la in-
fancia.
PISTETERO.
Todo lo contrario, las aves prolongaréis su vida
trescientos años.
LA ABUBILLA.
¿De quién los tomaremos?
PISTETERO.
¿De quién? de vosotros mismos. ¿Ignoras que la
graznadora corneja vive cinco vidas de hombre?
248
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS AVES.
249
EVÉLPIDES.
í Ah, cuánto más grato será su imperio que el de
Júpiter!
PISTETERO.
l,Quién lo duda? En primer lug*ar, no tendremos
que consagrarles templos de piedra cerrados con
puertas de oro, porque habitarán entre el follaje
de las encinas: un olivo será el templo de las aves
más veneradas; además para ofrecerles sacrificios
no habrá que hacer un viaje á Délfos ó Amnon (1).
sino que parándonos delante de los madroños y
acebuches, les presentaremos un puñado de trigo
ó de cebada, suplicándoles, con las manos exten-
didas, que nos concedan parte de sus bienes, y los
conseguiremos sin más dispendios que un poquillo
de g'rano.
CORO.
¡Oh anciano, que después de haberme sido tan
odioso me eres ahora tan querido, nunca por mi
voluntad me apartaré de tus consejos! Animado
por tus palabras he prometido y jurado, que si tú,
fiel á tus santas promesas, te unes á mí, sin dolo
alguno, para atacar á los dioses, éstos no conser-
varán mucho tiempo el cetro que me pertenece.
Todo lo que dependa de la fuerza, queda á nues-
tro cargo; y al tuyo lo que exija habilidad y
consejo.
LA ABUBILLA.
¡Por Júpiter! no es tiempo de dormirse y dar
(i) Templo y opáculo de Júpiter en Libia.
largas á la manera de Nielas (1), sino de obrar con
energía y rapidez. Entrad en mi nido de pajas y
ramaje, y decidnos vuestros nombres.
PISTETERO.
Es fácil: me llamo Pistetero.
LA ABUBILLA.
¿Y ese?
PISTETERO-
Evélpides, de la aldea de Cria.
LA ABUBILLA.
Saluda entrambos.
PISTETERO.
Aceptamos el augurio.
LA ABUBILLA.
Entrad, pues.
PISTETERO.
Vamos, dirígenos tú.
LA ABUBILLA.
Venid.
PISTETERO.
¡Ah cielos! ven, vuelve acá. ¿Cómo éste, y yo que
no tenemos alas, os hemos de seguir cuando voléis?
LA ABUBILLA.
Muy fácilmente.
PISTETERO.
Piénsalo bien: mira que Esopo dice en sus fá-
bulas que á la zorra le causó g-rave perjuicio su
alianza con el águila (2).
(4) Tenía fama de moroso en sus operaciones militares.
(V. Tüc. VI, 25, y Plutarco, Vida delicias.)
(2) Se conserva un fragmento de Arquíloco sobre esta
250
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA ABUBILLA.
Nada temas; hay una raíz, que en cuanto la co-
máis os saldrán alas.
PISTETERO.
Entremos con esa condición. Ea, Jántias, y tú,
Maaodoro (1), coged nuestro equipaje.
CORO.
¡Hola! ¡eh, Abubilla! á tí te llamo.
LA ABUBILLA.
¿Qué me quieres?
CORO.
Llévate á esos y dales bien de comer; pero déja-
nos á la melodiosa Procne, cuyos cantos son dig*-
nos de las musas: hazla salir para que nos divirta-
mos con ella.
PISTETERO.
Sí, cede á sus deseos: hazla salir de entre las flo-
ridas cañas. Por los dioses te pido que la llames
para que contemplemos también nosotros al rui-
señor.
LA ABUBILLA.
Puesto que lo deseáis, fuerza es obedeceros: sal,
Procne, y muéstrate á nuestros huéspedes.
(Sale Procne J (2)
fábula. (V. Apraiz, Estudios tobre la/ábula, publicados en
Bl Ateneo, tom. i, p. 143 )
(4) Nombres de esclavos.
(2) SeguQ el Escoliasta, el atavio de Procne imitaba el
traje de las cortesanas y el plumaje del ruiseñor.
LAS AVES.
254
PISTETERO.
¡Oh venerado Júpiter! iQuó hermosa avecilla!
¿Qué tierna! ¡Qué brillante!
EVELPIDES.
¿Sabes que la estrecharía con gusto entre mis
brazos'^ (1)
PISTETERO.
¡Cuánto oro trae sobre sí! Parece una doncella.
EVELPIDES.
Tentado estoy de darle un beso.
PISTETERO.
Pero, desdichado, ¿no ves qne tiene por pico dos
asadores?
EVELPIDES.
¿Qué importa? ¿Hay más que quitarle la cascari-
lla que le cubre la cabeza como si fuese un huevo,
y besarla después.
LA ABUBILLA.
Vamos.
PISTETERO.
Guíanos en hora buena.
CORO.
Amable avecilla, el más querido de mis alados
compañeros, mi señor, que presides nuestros can-
tos; al fin viniste á mi presencia; viniste para de-
jar oir tu suavísimo gorjeo. Tú, que en la nauta ar-
moniosa tañes primaverales melodías, preludia
(4) Quam ipsi erura lubens divaricarem.
252
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
nuestros anapestos (1). Ciégaos humanos, semejan-
tes á la hoja lig-era, impotentes criaturas hechas
de barro deleznable, míseros mortales que, priva-
dos de alas, pasáis vuestra vida fug'az como
vanas sombras ó ensueños mentirosos, escuchad á
las aves, seres inmortales y eternos, aéreos, exen-
tos de la vejez, y ocupados siempre en pensamien-
tos perdurables; nosotros os daremos á conocer los
fenómenos celestes, la naturaleza de las aves,
y el verdadero origen de los dioses, de los rios, del
Erebo y del Caos; con tal enseñanza podréis cau-
sar envidia al mismo Pródico (2). En el prin-
cipio sólo existían el Caos y la Noche, el negro
Erebo y el profundo Tártaro; la Tierra, el Aire y
el Cielo no hablan nacido todavía; al fin, la Noche
de negras alas puso en el seno infinito del Erebo
un huevo sin gormen, del cual, tras el proceso de
largos siglos, nació el apetecido Amor con alas de
oro resplandeciente, y rápido como el torbellino.
El Amor, uniénd:^se en los abismos del Tártaro al
Caos alado y tenebroso engendró nuestra raza, la
primera que nació á la luz. La de los inmortales
no existía antes de que el Amor mezclase los gér-
menes de todas las cosas; pero, al confundirlos,
brotaron de tan sublime unión el Cielo, la Tierra,
el Océano, y la raza eterna de las deidades bien-
aventuradas. Hé aquí cómo nosotros somos mu-
chísimo más antiguos que los dioses. Nosotros
(4) Sigue la Paralasis.
(2) FilósofocitadoenZa*iVí*5tf*. (V. lanotaalv. 364.)
LAS AVES.
253
somos hijos del Amor; mil pruebas lo confirman;
volamos como él, y favorecemos & los aman-
tes. ¡Cuántos lindos muchachos habiendo jurado
ser insensibles, se rindieron á sus amantes al de-
clinar su edad florida, vencidos por el regalo de
una codorniz, de un porfirion,de un ánade ó de un
gallo! Nos deben los mortales sus mayores bienes.
En primer lugar, anunciamos las estaciones; la pri-
mavera, el invierno y el otoño: la 'grulla al emigrar
á Libia advierte al labrador (1) que siembre; al piloto
que cuelgue el timón (2) y se entregue al descanso;
á Ores tes (3) que se mande tejer un manto, para
que el frió no le incite á robárselo á los transeún-
tes. El milano anuncia, al aparecer, otra estación y
el momento oportuno de trasquilar los primavera-
les vellones; y la golondrina dice que ya es pre-
ciso abandonar el manto y vestirse una túnica li-
gera. Las aves reemplazamos para vosotros á
Anmon, á Délfos, á Dedona y á Apolo. Para todo
negocio comercial, ó compra de víveres, ó matri-
monios nos consultáis previamente y dais el nom-
bre de auspicios á todo cuanto sirve para revelaros
el porvenir: una palabra es un auspicio (4); un estor-
nudo es un auspicio; un encuentro es un auspicio;
(\) Estos pronósticos se encuentran en Las obras y los
dias de Hesiodo (v. 45, 448, 629.)
(2) El timón se separaba de la nave cuando no estaba
en el mar.
(3) Famoso caco ateniense. (Vid. Acarnienses, 4.167 >
(4) U{.: wn pájaro. Empleamos la palabra auspicio qx\
cuya composición entra el nombre de Ave.
254
COMEDIAS DE AKISTÓFANES.
LAS AVES.
255
una voz (1) es un auspicio; el nombre de un es-
clavo es un auspicio; un asno es un auspicio.
¿No está claro que somos para vosotros el fatí-
dico Apolo? Si nos reconocéis por dioses, hall3,réi3
en nosotros las Musas proféticas, los vientos sua-
ves, las estaciones, el invierno, el estío, un calor
moderado; no iremos como Júpiter á posarnos or-
gruUosos sobre las nubes, sino que, viviendo á vues-
tro lado, dispensaremos á vosotros y á vuestros
hijos, y á los hijos de vuestros hijos, riquezas y sa-
lud, felicidad, larg^ vida, paz, juventud, risas,
danzas, banquetes, delicias increíbles (2); en fin,
tal abundancia de bienes, que Ueg'aréis á saciaros.
¡Tan ricos seréis todos!
Musa silvestre de variados tonos, tío tío tío tio tio
tío tio tix (3), yo canto contiguo en las selvas y en la
cumbre de los montes, tio tio tio tio tix, posado en-
tre el follaje de un fresno copudo, tio tio tio tio tix,
exhalo de mi delicada g^rg^anta himnos sag'rados,
tio tio tio tix que se unen en las montanas á los au-
gfustos coros en honor de Pan y la maare de los
dioses, to to to to to to to to to tix. En ellos, á modo
de abeja, liba Frínico el néctar de sus inmortales
versos y de sus dulcísimas canciones, tio tio tio
tio tix.
Espectadores, si algnno de vosotros quiere pa-
sar dulcemente su existencia viviendo con las aves.
(1) Oída pop casualidad, se entiende.
(2) Lit.: leche de pájaros, que es como si dijéramos una
vida de Jauja.
l3) Imitaciones del canto de varias aves.
que acuda á nosotros. Todo lo que en la tierra es
torpe y se halla prohibido por las leyes, goza én-
trela g-ente alíg'era de no pequeño honor. Entre los
hombres, por ejemplo, es un crimen odioso el pe-
g-ar á su padre; entre las aves nada más bello que
acometerle gritando: si riñes, coge tu espolón. El
siervo prófug-o, marcado con infamante estig*-
ma (1), pasa aquí por pintado francolín: un bárbaro,
un frigio, tal como Espíntaro, será entre nosotros
el frigilo, de la familia de Filemon (2): un esclavo
de Caria, Execéstides (3), por ejemplo, podría pro-
veerse entre las aves de abuelos y parientes. ¿Qué
más? ¿Quiere el hijo de Písias (4) abrir las puertas
á los infames? pues trasfórmese en perdiz, digno
hijo de su padre, que por acá no es deshonroso
escaparse como la perdiz.
ASÍ los cisnes, tio tio tio tio tio tio tio tix, uniendo
sus voces y batiendo las alas, cantan á Apolo tio
tio tio tix; deteniéndose en ias orillas del Hebro (5),
tio tio tio tix, sus acentos atraviesan las etéreas
nubes; escúchanlos las fieras arrobadas y el mar
serenando sus olas, to to to to to to to to to tix;
todo el Olimpo resuena: los Dioses inmortales, las
Musas y las Gracias repiten gozosos aquella melo-
(1) Se hacía una marca en la frente á los esclavos fugi-
tivos.
("2) Abuelo de Espíntaro, á quien echa en cara su
cualidad de extranjero.
(3) Véase la nota al verso 11 de esta comedia.
(4) Se cree fué uno de los que mutilaron las estatuas de
Mercurio la víspera de la expedición á Sicilia.
(5) Rio de Tracia (hoy Marizzaj.
|l
256
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
^7
día, tio tio tio tix. Nada hay mejor, nada hay más
agradable que tener alas. Si uno de vosotros las
tuviese, podría, cuando asistiendo impaciente y
mal humorado á una interminable trag^edia se
siente desfallecer de hambre, volar á su casa, co-
mer, y regresar satisfecho su apetito. Si Patrócli-
des se viera acosado en el teatro por una apre-
miante necesidad, no tendría que ensuciar su man-
to, pues volaría á otra parte, y después de desaho-
g'arse, tornarla á su asiento recobradas las fuerzas.
Aún más: si alguno de vosotros, no importa quién,
abrasado por adúltera llama, disting-uia al mando
de su amante en las gradas de los Senadores, po-
dría extendiendo sus alas trasladarse á la amorosa
cita, y satisfecha su pasión volver á su puesto.
¿Comprendéis ahora las inmensas ventajas de ser
alado? Por eso Díi trefes (1), aunque sólo tiene alas
de mimbre, ha sido nombrado filarco primero; des-
pués hiparco; y de hombre de nada, se ha conver-
tido en grran personaje, y hoy es ya el gallito de
su tribu.
PISTETERO (2).
Ya está hecho. ¡Por Júpiter! no he visto nunca
cosa más ridicula.
BVELPIDES.
¿De qué te ríes?
(1) Cestero, que se enriqueció fabricando botellas de
mimbre.
(2) Pistetero y Evélpides vuelven provistos de alas.
PISTETERO.
De tus alas. ¿Sabes lo que pareces con ellas? un
gtinso pintado de brocha g-orda.
EVÉLPIDES.
Y tú un mirlo con la cabeza desplumada.
PISTETERO.
Nosotros lo hemos querído; y como Esquilo dice:
«No son plumas de otro, sino nuestras» (1).
LA ABUBILLA.
íEa! ¿qué debemos hacer?
PISTETERO.
Lo primero dar á la ciudad un nombre ilustre y
pomposo; después ofrecer un sacrificio á los dioses.
EVÉLPIDES.
Opino lo mismo.
LA ABUBILLA.
Pues veamos el nombre que ha de ponérsele.
PISTETERO.
¿Queréis que le demos uno ma^ífico tomado de
Lacedemonia? ¿Queréis que la llamemos Esparta?
EVÉLPIDES.
íPor Hércules.' ¿Esparta mi ciudad? Cuando ni
siquiera consiento que sea de esparto (2) mi lecho,
aunque sólo teng-a una estera de junco.
PISTETERO.
¿Pues qué nombre le daremos?
(i) Verso de los Mirmidones de Esquilo, tragedia de
la cual sólo se conservan fríígmentos. ^
nS-^A "^^ ®" ^' original el juego de palabras que hemos
podido conservar en la traducción.
TOMO II.
47
258
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EVÉLPIDES.
Uno mag-nífico, tomado de las nubes y de es-
tas elevadas regiones.
PISTET13R0.
¿Qué te parece Nefelococigia? (1)
LA. ABUBILLA.
fihl ¡oh! ese sí que es bello y grandioso.
EVÉLPIDES.
¿No es en Nefelococig-ia donde están todas las
grandes riquezas de Teógencs y Esquines? (2).
PISTETERO.
No, donde están es en el llano de Flegra (3), en el
que los dioses aniquilaron la arrogancia de los gi-
gantes.
EVÉLPIDES.
Será una ciudad hermosísima. ¿Pero cuál será su
divinidad protectora? ¿Para quién tejeremos el pe-
plo? (4).
PISTETERO.
¿Por qué no escogemos á Minerva Pollada?
EVÉLPIDES.
¿Podrá estar bien arreglada una ciudad en que
una mujer vaya completamente armada y Clíste-
nes se dedique á hilar?
PISTETERO.
¿Quién guardará el muro pelárgico? (5).
(1) Significa ciudad de las nubes y los cucos.
(2) Ciudadanos que se jactaban de tenei* riquezas,
siendo pobrisimos.
(3) OtPO lugar imaginario.
(4) Véase la ñola al verso 56-2 de Los Oaballeros.
(5) Pelárgico en vez de Pelásgico. Se llamaban así los
LAS AVES.
259
LA ABUBILLA.
Uno de los nuestros oriundo de Persia, que se
proclama el más valiente de todos, un pollo de
Marte (1).
EVÉLPIDES.
lOh pollo señor! ¡Es un dios á propósito para vi-
vir sobre las piedras!
PISTETRRO.
Ea, vete al aire, á ayudar á los albañiles que
construyen la muralla: llévales morrillos; desnú-
date y haz mortero: sube la gamella; cáete de la
escala; pon centinelas; guarda el fuego bajo la ce-
niza; ronda con tu campanilla (2), y duérmete; en-
vía luego dos heraldos, uno arriba á los dioses,
otro abajo á los hombres, y después vuelvo á mi
lado.
EVÉLPIDES.
TÚ quédate aquí, y revienta (3).
PISTETERO.
Anda, amigo mío, á donde te envío; nada de
cuanto te he dicho puede hacerse sin tí. Yo voy á
ofrecer un sacrificio á los nuevos dioses, y á llamar
al sacerdote para que presida la procesión. ¡Eh,
antiguos muros de la ciudadela de Atenas. Además este ad-
jetivo recuerda en griego el nombre de las cigüeñíis.
(i) El gallo. Alusión á la metamorfosis de Alectrion,
criado de Marle, en gallo, por no haberle avisado á tiempo
la venida de Vulcano, cuando estaba entretenido en amo-
rosos hurtos con la diosa Venus.
(2) Los que nacían la ronda por las murallas llevaban
una campanilla, á la cual debían responder los centinelas.
(d) En vez de x^rpe, adm, le dice oíjxwCs, llora.
560
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
tú, esclavol trae el canastillo y la sagrada va-
sija (1).
COBO.
Yo uno á las tuyas mis fuerzas y mi voluntad, y
te exhorto á dirigir á los dioses súplicas esplén-
didas y solemnes, y á inmolar una victima en
acción de gracias. Entonemos en honor del dios
canciones piticas acompañadas por la flauta de
Quéris.
pisTETKRO (al flautista).
Deja de soplar, Hércules. ¿Qué es eso? Por Júpi-
ter, muchos prodigios he visto, pero nunca á un
cuervo con bozal (2). Sacerdote, cumple tu deber,
y sacriñca á los nuevos dioses.
EL SACERDOTE.
Lo haré. ¿Dénde está el que tiene el canastillo?
Rogad á la Vesta de las aves, al milano protector
del hogar, y á todos los pájaros, olímpicos y olím-
picas, dioses y diosas...
PISTETERO.
¡Salve, gavilán protector de Sunio, rey pelás-
firicol (3)
(4) Con el agua lustral . Véanse en La Paz ceremonias
idénticas.
(2) Los flautistas se colocaban una correa delante de la
boca.
(3) En esta oración burlesca van mezclados nombres
de dioses y aves. El poeta dice Souviápaxe en vez de
SouviápaTE, áioi adorado en Sunio, epiteto de Neptuno.
LAS AVES.
261
KL SACERDOTE.
Al cisne Pítico y Delio, á Latona madre de las
codornices (1), á Diana jilguero...
PISTETERO.
En adelante no habrá Diana Colénis (2), sino
Diana jilguero.
EL SACERDOTE.
A Baco pinzón, á Cibeles avestruz, augusta ma-
dre de los dioses y los hombres...
pístete HO.
iOh poderosa Cibeles avestruz, madre de Cleó-
crito (3).
EL SACERDOTE.
Que den salud y felicidad á los Nefelococigios
y á sus aliados de Quíos (4).
PISTETERO.
Me gusta ver en todas partes á los de Quíos.
EL SACERDOTE.
A los héroes, á las aves, á los hijos de los héroes,
al porfirion, al pelícano, al pelecino, al fléxide al
tetraon, al pavo real, al elea, á la cerceta, al el¿a,
a la garza, al mergo, al becafigo, al pavo...
PISTETERO.
Acaba, hombre infernal; acaba tus invocacio-
J^} A^i^'^T^rí^J-^'- que significa, madre de las codorniz
ees I de la isla Orttgia 6 Délos que acogió á Latona.
(2) bobrenombre de Diana.
(3) Alude á la traza de avestruz de Cleócrito
AilnL uT ^"•''' ^^* ,""^ ^^ '^« ^íí^das «las fieles de
favor 1a i^rf'^H^V^^ ^"''"^'"^'^ ^^° í^ f^''"i»'«- «en
tdvor de Atenas y de Quios,» que el sacerdote añade á su
suphca como por la fuerza de la costumbre.
262
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
263
nes. Desdichado, ¿á qué víctimas llamas á los bui-
tres y á las águilas de mar? ¿No ves que un milano
basta para devorar estas viandas? ¡Lárgate de aquí
con tus ínfulas! Ya ofreceré yo solo el sacrificio.
EL SA.CERDOTE.
Es preciso que para la aspersión entone un nueva
himno sacro y piadoso, é invoque á los dioses, k
uno siquiera, si es que tenéis bastantes provisio-
nes, pues vuestras decantadas víctimas veo que se
reducen á barbas y cuernos.
PISTETERO.
Oremos al sacrificar á los dioses alados.
UN POETA.
Celebra, oh Musa, en tus himnos y canciones á
la feliz Nefelococigia.
PISTETERO.
¿Qué significa esto? Di, ¿quién eres?
EL POETA.
Yo soy un cantor melifluo , un celoso servidor
de las musas, como dice Homero.
PISTETERO.
Si eres esclavo, ¿cómo llevas largo el cabello? (1)
EL POETA.
No es eso; todos los poetas somos celosos servi-
dores de las Musas, al decir de Homero.
(1) Los esclavos llevaban el cabello rapado. La cabe-
llera larga era signo de ingenuidad y nobleza. En cuanto
á los poetas de cierta índole, parece que también en aque-
llos tiempos eran melenudos.
PISTETERO.
Ya no me asombro: tu manto demuestra muchos
aüos de servicio. Pero, desdichado poeta, ¿qué mal
viento te ha traido aquí?
EL POETA.
He compuesto versos en honor de vuestra Nefe-
lecocig-ia, y muchos hermosos ditirambos y par-
ténias (1), en el estilo de Simónides.
PISTETERO.
¿Y cuándo los has compuesto?
EL POETA.
Hace mucho tiempo, mucho tiempo, que yo
canto á esta ciudad.
PISTETERO.
¿Pero si en este instante celebro la fiesta de su
fundación, j acabo de ponerla un nombre como á
los niños de diez dias! (2)
EL POETA.
íQué importa! La voz de las Musas vuela como
los más rápidos corceles. ¡Oh tú, padre mió, fun-
dador del Etna, tú cuyo nombre recuerda los di-
vinos templos, otórgame propicio los bienes que
para tí desearías!
PISTETERO.
No nos vamos á quitar de encima esta calami-
(i) Llamábanse pariénias los versos cantados por co-
ros de doncellas.
(2) A los diez días de su nacimiento se ponia nombre
á los niños, celebrándose este suceso con un banquete.
Aristófanes, al mismo tiempo que parodia el estilo y versi-
ncacion de la poesía lírica, intercala unos versos de Pín-
aaro sobre Hieron, fundador del Etna, en Sicilia.
f64
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
2fi5
dad, si no le damos alg'ana cosa. Tá (1), que tie-
nes ese abrig'o sobre la túnica, quítatelo y dáselo
á este discretísimo poeta. — Toma este abrigo; pues
me parece que estás tiritando.
EL POETA.
Mi Musa acepta reg-ocijada este presente. Escu-
cha tú estos versos pindáricos... (2).
PISTETERÜ.
¿No se marchará nunca este importuno?
EL POETA.
Sin vestido de lino
Vaga Estraton en el confín helado
Del errabundo Escita:
Burdo manto le han dado,
Pero aun túnica ñna necesita (3).
¿Comprendes lo que quiero decir?
PISTETERO.
Vaya si comprendo: quieres que te regale una
túnica.— Quítatela: es preciso obsequiar á los poe-
tas.— Tómala, márchate.
EL POETA.
Me voy, y al irme compongo estos versos en ho-
nor de vuestra ciudad:
Numen de áureo trono,
Celebra esta ciudad
Que tirita á los soplos
De un céfiro glacial.
(1) Dirigiéndose á uno de los presentes.
yi) Hieron habia regalado á Píndaro un tiro de muías,
y el poeta le pedia además un carro.
(3) Galimalías poético, parodia del estilo ditirámbico.
Yo su campiña fértil,
Vengo de visitar,
Alfombrada de nievo.
¡Traíala, traíala!
fVaseJ
PISTETERO.
Sí, pero te escapas de estos helados campos con
una buena túnica. Jamás hubiera creído, Júpiter
soberano, que ese maldito poeta pudiera adquirir
tan pronto noticias de esta ciudad. fAl sacerdote J
Coge la vasija y da vuelta al altar.
EL SACERDOTE.
iSiienciol
UN ADIVINO.
No inmoles el chivo (1).
PISTETERO.
¿Quién eres tú?
EL ADIVINO.
¿Quién soy? un adivino.
PISTETERO.
iVéte en hora malai
EL ADIVINO.
Amigo mió, no desprecies las cosas divinas: hay
una profecía de Bácis (2) que se refiere claramente
á Nefelococigia.
(1) Que el sacerdote iba á sacrificar.
(2) Adivino cilado varias veces {los Caballeros, 123;
la Pai, 1.070).
266
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES,
26T
PISTtíTERO.
¿Por qué no me hablaste de ese oráculo antea de
fundar la ciudad?
EL ADIVINO.
Un dios me lo impedía.
PISTETERO.
No hay inconveniente en que oigamos el vaticinio.
EL ADIVINO.
«Cuando los lobas y las encanecidas cornejas ha-
bitaren juntos en el espacio que separa á Corinto
deSicione...:^{l).
PISTETERO.
¿Pero qué tenemos que ver con los Corintios?
EL ADIVINO.
Bácís, al expresarse de ese modo, se referia al
aire. «Sacrificad primeramente á Pandora un
blanco vellocino; y después reg-alad al profeta que
interprete mis oráculos un buen vestido y zapatos
nuevos...»
PISTETERO.
¿Están también los zapatos?
EL ADIVINO.
Toma y lee. «Y dadle además una copa y un
buen trozo de las entrañas de la victima.»
PISTETERO.
¿También hay que darle un trozo de las entrañas?
EL ADIVINO.
Toma y lee. «Joven divino, si obedecieres mis
mandatos, serás un águila en las nubes: si no le
das nada, ni tórtola, ni ág'uila, ni pito real,»
PISTETERO.
¿También está eso?
EL ADIVINO.
Toma y lee.
PISTETERO.
Pero tu oráculo en nada se parece á otro que
escribí yo mismo bajo la inspiración de Apolo.
^rCuapdo, sin que nadie le llame, veng-a un charla-
tán á molestarte mientras estás ofreciendo un sa-
crificio, y pida una porción de las entrañas, debe-
rás molerle las costillas á palos.»
EL ADIVINO.
Tú deliras.
PISTETERO.
Toma y lee. «Y no le perdones, aunque sea un
águila en las nubes, aunque sea Lampón, aunque
sea el gran Diopítes.» (1)
EL ADIVINO.
¿También está eso?
PISTETKRO.
Toma y lee, íy lárgate al infierno!
EL ADIVINO.
lAy, pobre de mí!
PISTETERO.
Pronto, pronto, vete á profetizar á otra parte
(4) Que era el sitio que ocupaba Orneas, de que antes
se ha hablado.
(1) Personas ya citadas.
f6«
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
%9
METON (1).
Vengo á...
PISTETERO.
Otro importuno. ¿Qué te trae aquí? ¿Cuáles son
tus proyectos? ¿Qué te propones viniendo tan enco-
petado con tus coturnos?
METON.
Quiero medir las llanuras aéreas, y dividirlas en
calles.
PISTETERO.
En nombre de los dioses, ¿quién eres?
METON.
¿Quién soy? Meton, conocido en toda la Grecia y
en la aldea de Colona (2).
PISTETERO.
Dime, ¿qué es eso que traes ahí?
METON.
Reglas para medir el aire. Pues todo el aire, en
su forma general, es enteramente parecido á un
horno (3). Por tanto, aplicando por arriba esta li-
nea curva y ajustando el compás... ¿Comprendes?
PISTETERO.
Ni una palabra.
(4) Célebre astrónomo y geómetra, autor del ciclo de
diez y nueve años, destinado á armonizar el año solar y el
lunar. La aceptación de este ciclo produjo algunas altera-
ciones en el calendario ateniense, deque ya se ocupó Aris-
tófanes en Las Nubes,
(2) La aldea de Colona debia á Meton el establecimiento
de una fuente.
(3) Comparación atribuida al pitagórico Hippon. (V. Lea
iVwíw, 95.) ^^ ^
METON.
Con esta otra regla trazo una línea recta, ins-
cribo un cuadrado en el círculo, y coloco en su
centro la plaza; á ella afluyen de todas partes ca-
lles derechas, del mismo modo que del sol, aunque
es circular, parten rayos rectos en todas direc-
cienes.
PISTETERO.
íEste hombre es un Tales... Metonl
METON.
¿Qué?
PISTETERO.
Ya sabes qué te quiero; pues bien, voy á darte
un buen consejo: márchate cuanto antes.
METON.
¿Pues qué peligro...?
PISTETERO.
Aquí, como en Lacedemonia (1), es costumbre
expulsar á los extranjeros, y en la ciudad llueven
^rrotazos.
METON.
¿Hay alguna sedición?
PISTETERO.
Nada de eso.
METON.
e,Pues qué?
PISTETERO.
Hemos tomado por unanimidad la resolución de
echar á todos los charlatanes.
{\) Alusión á la ley de lenelasia, vigente en Lacede^
moma.
270
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
METON.
Pues huyo.
PISTETERO.
Creo que ya es tarde: la tempestad estalla. (Le
pega.)
MKTON.
¡Desdichado de mil (Huye.)
PISTETEBO.
¿No te lo decía hace tiempo? Vote con tus medi-
das á otra parte.
-271
UN INSPECTOR.
¿Dónde están los próxenos? (1)
PISTETERO.
¿Quién es este Sardanápalo?
EL INSPECTOR.
Soy un Inspector (2) designado por la suerte
para vigilar en Nefelococigia.
PISTETERO.
¡Un Inspector! ¿Quién te ha enviado?
EL INSPECTOR.
Un maldito decreto de Teleas (3).
PISTETERO.
¿Quieros recibir tu sueldo, y marcharte, sin to-
marte la menor molestia?
(1) Magistrados encargados de recibir á los extranjeros
que venian á Atenas. Cada ciudad extranjera tenía en Ate-
nas sus próxenos, cuyas funciones se parecían algo á las
de nuestros cónsules.
(2) Los inspectores estaban encargados de vigilar las
ciudades tributarias de Atenas.
(3) Citado antes, y en La Paz, 4.008.
EL INSPECTOR.
Sí por cierto; precisamente tenía hoy necesidad
de estar en Atenas para asistirá la asamblea: ten^o
un asunto de Farnáces (1).
PISTETKRO.
Toma y llévate esto; este será tu sueldo (Le
pega,)
EL INSPECTOR.
¿Qué es esto?
PISTETERO.
Es la asamblea en que has de defender á Far-
naces.
EL INSPECTOR.
iSed testigos de que me peg-a! ¡á mí! ¡á un Ins-
pector!
PISTETERO.
¿No te irás con tus malditas urnas judiciales?
Esto es insoportable; ¡enviar inspectores á una ciu-
dad antes de haberse ofrecido el sacrificio de con-
sagración!
UN VENDEDOR DE DECRETOS.
«El Nefelococigio que faltase á un Ateniense...^
PISTETERO.
¿Qué nueva calamidad es esta, cargada de per-
gaminos?
EL VENDEDOR DE DECRETOS.
Soy un vendedor de decretos, y vengo á vende-
ros leyes nuevas.
(4) Sátrapa persa.
^n
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
PISTETERO.
¿Cuáles?
EL VENDEDOR DE DECRETOS.
«Los habitantes de Nefelococi^a tendrán las
mismas leyes, pesos y medidas que los Olofi-
xios (1).
PISTETERO.
Ahora vas á conocer las de los Ototixios (2).
EL VENDEDOR DE DECRETOS.
Eh, ¿qué haces?
PISTETERO.
¿No te larg-as con tus decretos? Pues te voy á
aplicar unos bien crueles.
EL INSPECTOR (volviendoj.
Cito por injurias á Pistetero para el mes Mu-
niquion (3).
PISTETERO.
¡Cómo! ¿aún estabas ahí?
EL VENDEDOR DE DECRETOS.
«El que expulsare á un magistrado y no le reci-
biese como prescribe el edicto fijado en la co-
lumna...»
(1) Habitantes de Olofixo, ciudad situada al pié del
monte Ates, dependientes de Atenas. Nefeloeocigia es coi.-
siderada por los Atenienses como una colonia suya, y por
eso tratan de imponerle las leyes de la metrópoli.
(2) Pueblo de invención de Aristófanes, cuya radical
significa «llorar.» • , j
(3) El mes Muniquion principiaba según el ciclo de
Harpalo el 6 de Mayo, y según el de Meton el 28 de Marzo.
Llamábase así, por las fiestas Muniquias en honor de Dia-
oa y en conmemoración de la batalla de Salamina en Chi-
pre, que se celebraban en él.
^i^'TETEm(AlÍJispector).
iOh, desdicha! ¿Ahí estabas también tú?
EL INSPECTOR.
PISTETERO.
Yo haré pedazos tus urnas.
EL INSPECTOR.
¿Te acuerdas de aquella tarde en que hicistP fn.
necesidades junto á la columna de ZtlT
PISTETERO.
isa, echadle mano á í^s^p Rnior ,«
te quedas. ^™^' ^^^^^- ^^^ no
,,, ^ , EL SACERDOTE.
fVanse lodos.)
COBO.
i que con mi vista abarco el mundo entem ^
rS;?;/"*" ? ^°^' «^estruyeado laTÜ
as castas de animales que, en el seno de la tierra
e le'hr'l'' 'T '''^'''' 1°« <i«™ án^
eSirA 'r^'" '"'' «» í-^tido contacto los
perfumados huertos; y todos los reptiles y veneno-
«os sapos mueren al golpe de mis LudL Xs
Hoy que se pregona principalmente este edicto:
TAHin II
TOMO II.
18
CCMEOtAS r>E ARISTÓFANES.
274
«El que matase á Diágoras Meliense (1), recibirá
»un talento: el que matase á uno de los tiranos
«nuestros (2), recibirá un talento,» queremos nos-
otros promulgar también este decreto: «El que
,>matare á Filócrates el pajarero, recibirá un ta-
»lento; cuatro el que lo traiga vivo: él es qmen
»ata los pinzones de siete en siete y los vende por
»un óbolo; él es quien atormenta á los tordos in-
»flánd¿los para que parezcan más gordos; él atra-
»vlesa con plumas el pico de los mirlos; él reúne
«palomas y las encierra obligándolas á reclamar á
«otras v atraerlas á sus redes. Este es nuestro
«edicto:"^ mandamos además que todo el que tenga
«aves encerradas en su patio, las suelte inmediata-
«mente. El que no obedeciere será apresado por
«las aves, y servirá cargado de cadenas para se-
«ñuelo de otros hombres.»
¡Oh raza afortunada la de las aves! ni en invierno
tenemos necesidad de túnicas, ni en estío nos mo-
lestan los abrasadores rayos de un sol canicular.
I-AS AVES.
íi) Diáeoras, después de la destrucción deMélos.su
Da r a se eslablcció en Aleñas, distinguiéndose por su .m-
nfedad divu gando los misterios de Eleusis y tratando de
8 dir ilorCudadanos de i" . ¡"¡«¡"«'«"^ C<)n este m -
tivo tué acusado y tuvo que huir, Perec'«n"„"" "'"
íragio. Los Atenienses pusieron precio á su fbeza . Como
una orueba de su irreligiosidad se cita, que no teniendo
S para hacer la comida, echó al fuego una estatua de
Hércules diciendo: «Debes hacer en obsequio mío un
"éc motercerolrabajo,que será el de focer estas entejas.»
(2) Vimos va en Las Avispas que «s Atenienses prodi-
gaban las acusaciones de tiranía. Aristófanes se burla de
los oradores que las presentaban.
27S
En los valles floridos, á la sombra del tupido fo-
llaje, hallo fresco reposo, mientras la diSnac^
garra, enfurecida por el calor del mediodía deTa o¡;
su agudo canto: cuevas profundas, en que jacSeteo
con las monteses ninfas, me abrigan en invierno
ba:zrmS '"'*" ^" ''^°'=^^ y -¿"s
Gracias ' ^ ■""^''"' ''' huertecíllos de las
Queremos decir á los jueces una palabra sobre el
cirdé IZ \''^"''^^"' ''' otorgaremos' d
Clase de bienes; biene.? más preciosos que los an^
recib.6 el mismo París (1). En primer hígar cosa
rón den rnH? f ^^«"^onarán jamás; habita-
rán dentro de vuestras casas, anidarán en vuestros
bolsilIos,yempolIarán enello.s pequeñas monSs
Además vuestras habitaciones parecerán temnin.;
magníficos, porque elevaremosTuTíetos en for
ma de alas de águila (3J. Si conseguís una miS-
to^atura y queréis robar algo, armaremos v^es¿as
manos comas garras veloces del azor. yS^S
un banquete, os proveeremos de espaciosos buXs
'^^" ^' °° °°^ afeáis el premio, ya podéis
ielirntT.TitT'''''''^'^''^ P^'» '» adjudicación
ae?eUu^a"Ktl„?;aSaroV;^,ff =• ""/ «^"^
asi como entre nosoir<v! ^i m?5h 5*"^ "amarse leeAuzas,
cucos sirve para des^narUrZ/'i*^ Pelucona* y perros
<te 5 cernimos de S " "'" ^ "' ™°"«'ías
(3) En griego «T¿;,'signiflca águila y frontón.
276
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES,
proveeros de sombrillas como las de las estatuas (1);
que el que no la lleve nos las pagfará todas juntas.
Pues cuando salga ostentando su túnica blanca,
todas las aves se la mancharemos con nuestras in-
mundicias.
PISTETERO.
Aves, el sacrificio ha sido favorable; pero me ex-
traña que no venga de la muralla ningún mensa-
jero para anunciamos cómo va la obra. |Ah! ahí
viene uno corriendo sin aliento (2).
MENSAJERO PRIMERO.
¿Dónde, dónde está"? ¿dónde, dónde, dónde está?
¿dónde, dónde, dónde está? ¿dónde está Pistetero,
nuestro jefe?
PISTETERO.
Aquí estoy.
MENSAJERO PRIMERO.
Tus murallas están construidas.
PISTETERO.
Muy bien.
MENSAJERO PRIMERO.
Es una obra soberbia y hermosísima: la anchura
del muro es tan grande, que si Proxénides el fan-
(i) Era costumbre colocar sobre las estatuas unas cu-
biertas de metal para librarlas de las inmundicias de los
pájaros. ^ ....
(2) Lit.: Alpheumspimns, frase que quiere mdicar que
venía con el sobrealiento de los que acaban de correr en
estadio olímpico que estaba á la orilla del Alfeo.
277
farron y Teógenes (1) se^^^^^^i^^^~^^^^
giendo dos carros tirados por caballos tan grandes
como el de Troya, pasarían sin dificultad (2).
PISTETERO.
íMagníficoi
MENSAJERO PRIMERO
bmzVsX' ^^'° '"''"'' ^^ ''' '^'^'^"^ '' ^' ''^''
PISTETERO.
íPor Neptuno, qué largura! ¿Quiénes han cons-
truido tan gigantesca muralla?
MENSAJERO PRIMERO
Las aves y nadie más que las aves; allí no ha
habido m albañilea egipcios, ai canteros; todo lo
han hecho por sí mismas con una habilidad asom-
brosa. De África vinieron cerca de treinta mil gru-
lias que descargaron su lastre de piedras (4) las
cuales, después de arregladas por el pico de los'ras-
cunes, han servido para los cimientos. Diez mil ci-
güeñas fabricaron los ladrillos. Los chorlitos v de-
mas aves fluviales subían a! aire el agua de la
tierra.
PISTETERO.
?.Quiénes traían el mortero?
(2) f n?.m c'í'' \ '^^í?'""' '''» «'do «"''dos antes,
en Atenas "'' '"'"'" '' '=°"°'^''"' '^« andaluzadas
niitros." '''*'' '""^^''*' '"" «•J"'^a'en próximamente á 185
(4) Las grullas se lastran con piedras, dice el Esco-
liasta para no ser arrastradas por el viento v nara ronn
cer al arrojarlas si vuelan sobre el mar úso'líe' ¡a tierra:
I
278
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
279
MENSAJERO PRIMERO.
Las g-arzas, en g-amellas.
PISTETERO.
¿Pero cómo pudieron echarlo en las g-ameilas?
MENSAJERO PRIMERO.
¡Olí, es una invención ingeniosísima! Losg-ansos
revolvian con sus patas, á guisa de paletas, el mor-
tero, y después lo echaban en las gamellas.
PISTETERO.
^,Qué no harán los pies? (1).
MENSAJERO PRIMERO.
Era de ver cómo traian ladrillos los ánades. Tam-
bién ayudaban á la faena las golondrinas trayendo
mortero en el pico y la llana en la cola, como si
fuesen niños.
PISTETERO.
Qué necesidad habrá ya de pagar operarios? Pero
dime: ¿quiénes labiaroa las maderas necesarias?
MENSAJERO PRIMERO.
Los pelícanos, como habilísimos carpinteros,
arreglaron con sus picos las jambas de las puertas:
cuando desbastaban las maderas, se oía un ruido
parecido al de los arsenales. Ahora está ya todo
cerrado con puertas y cerrojos y cuidadosamente
guardado: las rondas recorren el recinto con sus
campanillas: hay centinelas en todas partes, y an-
torchas en las xorres. Pero yo corro á lavarme: a
tí te toca terminar la obra. ^
CORO.
Vamos, ¿qué haces^ ¿Te admiras de la prontitud
CDn que el muro ha sido construido?
PISTETERO.
Sí por cierto; la cosa es digna de admiración;
parece una fábula. Pero ahí viene uno de los cen-
tinelas de la ciudad con marcial continente.
(1) Parodia del proverbio: «¿Qué no harán las manos?'>
MENSAJERO SECUNDO.
jOhl ¡oh,- ¡oh!
PISTETERO.
¿Qué ocurre?
MENSAJERO SEGUNDO.
Una cosa indigna. Uno de los dioses de la corte
de Júpiter ha atravesado las puertas y ha pene-
trado en el aire burlando la visriiancia de los gra-
jos que dan la guardia de día.
PISTETERO.
jOh indigno y criminal atentado! ¿Qué dios es?
MENSAJERO SEGUNDO.
Lo ignoramos; sólo sabemos que tiene alas.
PISTETERO.
¿Por que no habéis lanzado en seguida guardias
en su persecución?
MENSAJERO SEGUNDO.
Hemos enviado tres mil azores, arqueros de ca-
ballería: todas las aves de ganchudas uñas, cer-
nícalos, gerifaltes, buitres, águilas y gavilanes
vuelan en su busca, haciendo resonar el aire con el
rápido batir de sus alas. El dios no debe estar lejos;
si no me engaño, helo ahí.
<l
280
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LAS AVES.
-i81
PISTETERO.
I Armémonos de la honda y el arco! Aquí, mis
amiopos; disparad todos vuestras saetas; dadme una
honda.
CORO.
Declárase una guerra, una guerra nefanda entre
nosotros y los dioses. Hijos del Erebo, guardad
cuidadosos el aire y las nubes que le entoldan
para que ningún dios las atraviese: vigilad todo
el circuito. Ya se oye cerca un ruido de alas, como
el de un inmortal cuando vuela.
(iris aparece volando y es dete)ddaj
PISTETERO.
¡Eh, tú! ¿á dónde vuelas'^ Estáte quieta, inmó-
vil, i Alto! detente. ?. Quién eres"^ ¿De qué país'^ Es
preciso que digas de dónde vienes.
ÍRIS.
Vengo de la mansión de los dioses olímpicos.
PISTETERO.
¿Cómo te llamas, navio ó casco? (1)
IRIS.
La rápida iris.
PISTETERO.
¿La Páralos, ó la Salamina? (2)
(d) Navio, por las alas que le sirven de velas ó de re-
mos; y casco, por el penacho.
(2) Pistetero continúa fijo en su idea de que Iris es una
nave. La Páralos y la Salamina eran las dos galeras sa-
gradas, célebres por su velocidad. Véase antes la nota so-
íre la Salamina.
IRIS.
¿Qué dices?
PISTETERO.
¿No habrá un gerifalte (1) que emprenda el vue-
lo y se lance sobre ella?
IRIS.
¿Que se lance sobre mí? ¿Qué significan estos ul-
trajes?
PISTETERO.
Vas á llorará mares.
ÍRIS.
Pero esto es absurdo.
PISTETERO.
¿Por qué puerta has penetrado en la ciudad
gran malvada? '
ÍRIS.
¿Por qué puerta? No lo sé, por vida mia.
PISTETERO.
¿OÍS cómo se burla de nosotros? ¿Te has pre-
sentado al capitán de los grajos? Responde.
¿Traes un pase autorizado con el sello de las ci-
güeñas?
ÍRIS.
¿Qué es esto?
PISTETERO.
¿No lo traes?
IRIS.
¿Estás en tu juicio?
(1) Escoge esta ave por ser hene coleatus, 'zplopxoc.
282
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
í28a
PISTETERO,
¿No te ha enviado un salvo-conducto algún jefe
de las ave3V
ÍRIS.
Nadie me ha enviado nada, imbécil.
PISTETERO.
¿Y te has atrevido á atravesar en silencio el aire
y una ciudad extrañad
ÍRIS.
¿Pues por dónde hemos de pasar ios dioses.^
PISTETERO.
No lo sé; pero no por aqui. Lo cierto es que tú
has delinquido. ¿Sabes que si te aplicase la pena
merecida nos ap9deraríamos de ti y moriría la
bella iris?
ÍRIS.
Soy inmortal.
PISTETERO.
No por eso dejarlas de morir. Esto es insopor-
table; mandamos en todos los seres del mundo,
y ahora nos vienen los dioses echándoselas de
insolentes y neg-ándose á obedecer á los más
fuertes. Vamos, contesta: ¿á dónde dirigías tu
vueloy
IRIS.
¿Yo? llevo encargo de mi padre de ordenar á los
hombres que ofrezcan victimas á los dioses del
Olimpo; que inmolen bueyes y ovejas, y llenen las
calles con el humo de los sacrificios.
PISTETERO.
¿Qué dices? ¿á qué diosesa
IBIS. »
¿A qué dioses? á nosotros, á los dioses del cielo.
PISTETERO.
¿Pero vosotros sois dioses.^
ÍRIS.
¿Pues qué, hay otros?
PISTETERO.
Las aves son ahora los dioses ae los hombres; y
á ellas, por vida mia, han de ofrecerse los sacrifi-
cios y no á Júpiter.
ÍRIS.
¡Ah, insensato, insensato! no provoques las gra-
ves iras de los dioses; g-uarda que la Justicia, ar-
mada del terrible azadón de Júpiter, no extirpe de
raíz toda tu raza; teme que sus rayos vengadores
te reduzcan á cenizas con todos tus palacios. (1)
PISTETERO.
Oye, déjate de palabras campanudas, y estáte
quieta. Dime, ¿crees que me vas á espantar con ese
lenguaje, como si fuese algún esclavo lidio ó de la
Frigia? (2;. ¿Sabes que si Júpiter me molesta más,
enviaré águilas igníferas que incendien su morada
y el palacio de Anfión (3). ¿Sabes que puedo man-
dar al cielo contra él más de seiscientos alados
porfiriones (4) cubiertos con pieles de leopardos? Y
(1) Parodia del estilo tpágico.
(2) Parodia del verso 686 de la Alceste de Eurípides.
(3) Tomado de la Niobe de Esquilo.
(4) Nombre de un pájaro y de un gigante. Su denomi^
nación vulgar es polla sultana. Sabido es en qué grave
aprieto pusieron los gigantes á Júpiter.
284
COMEDIAS DE ARISTOF.\>ES.
cuenta que uno solo le dio mucho que hacer. Y á
tí, bella mensajera, como me incomodes, te ag'arro
y te doy á conocer, con asombro tuyo, que, aunque
viejo, pocos me ganan en las lides amorosas.
iRIS.
¡Ojalá revientes, estúpido, con tus dicharachos!
PISTETERO.
¿Te marchas ó no'^ ¡Larg'o pronto! ¡Cuidado con
los g-olpes!
ÍRIS.
¡Ahí mi padre castig-ará tu insolencia.
PISTETERO.
¡Vaya un susto! ¡Vuela, vuela, vete á llenar con
el humo y el hollín de tus rayos á otros más jóve-
nes que yo!
CORO.
Queda prohibido á los dioses, hijos de Júpiter,
el paso por nuestra ciudad; prohíbese también á
los mortales cuando les ofrezcan sacrificios el que
heg^an atravesar por aquí el humo de sus víctimas.
PISTETERO.
Temo que no acabe de volver el heraldo que en-
vié á los hombres.
LAS AVES.
^285
UN HERALDO*
¡Oh feliz Pistetero! ¡Oh sapientísimo! ¡Oh cele-
bérrimo! ¡Oh sapientísimo! ¡Oh hermosísimo! ¡Oh
felicísimo! ¡Oh... Vamos, apunta (1).
(1) El Escoliasta dice que la frase aparte debe enten-
PISTETERO.
¿Qué estás diciendo?
EL HERALDO.
Todos los pueblos, admirados de fcu sabiduría, te
ofrecen esta corona de oro.
PISTETERO.
La acepto; pero ¿por qué los pueblos me decretan
tan señalado honor?
EL HERALDO.
Til no sabes, ilustre fundador de una ciudad
aérea, la inmensa estimación en que te tienen los
mortales, y la afición extraordinaria que se ha des-
arrollado por este país. Antes de que echases los
cimientos de esta célebre ciudad, todos los hom-
bres atacados de la lacomanía se dejaban crecer
el cabello, ayunaban, iban sucios, vivían socráti-
camente (1), y llevaban bastones espartanos; ahora
ha cambiado la moda y les domina la manía por
las aves, complaciéndose en imitar su modo de vi-
vir. En cuanto apunta el alba saltan todos á la vez
del lecho y vuelan, como nosotros, á su pasto ha-
bitual; después se dirigen á los carteles y se atracan
de decretos. Su manía por las aves es tan garande,
que muchos llevan nombres de volátiles: un taber-
nero cojo, se llama perdiz; Menipo, g-olondrina;
Opuncio, cuervo tuerto; Filócles, alondra; Teó-
g-enes, g'anso-zorro; Licurg-o, ibis; Querefon, mur-
ciélago; Siracosio, urraca; y Midias se llama codor-
derse: «hazme callar.» Boissonade propone la interpreta-
ción que seguimos. ^
(1) V. Las Nubes, v. 835.
286
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
287
niz, porque, en efecto, tiene toda la traza de una
codorniz muerta de un porrazo en la cabeza (1). La
pasión por las aves hace que se canten versos,
donde es de ri^or hablar de g-olondrinas, de pené-
lopes, de ^nsos, de palomas, ó por lo menos alg-o
de plumaje. Así anda la cosa. lAh! te advierto
que pronto vendrán aquí más de diez mil personas
pidiéndote alas y g'arras g'anchudas; por tanto, ya
puedes hacer provisión de plumas para los nuevos
huéspedes.
PI?TETERO.
Entonces no hay tiempo que perder. Anda, llena
de alas todos los cestos y cestillos, y di^e á Ma-
nes (2) que me los trai^ aquí. Yo me encarg-o de
recibir á los que ven^n.
CO.10.
Esta ciudad va á ser pronto muy populosa.
PISTETERO.
Si la fortuna nos favorece.
CORO.
El amor á nuestra ciudad se propag-a.
PISTETERO (Al esclavo).
Trae eso pronto.
CORO.
¿Qué falta en ella de cuanto puede hacer g-rata
su mansión? Aquí se encuentran la Sabiduría, el
Amor, las Gracias inmortales, y el plácido sem-
blante de la querida Paz.
(i) Habia en Atenas riñas de codornices á semejanza
de las de gallos.
(2) Nombre de esclavo.
PISTETERO.
jQué calma, justo cielo! Trae eso pronto.
CORO.
Sí, traed pronto un cesto lleno de alas; y tú hazle
moverse á palos, como lo hag-o yo: es más pesado
que un asno.
PISTETERO.
Sí, Manes es un perezoso.
CORO.
Tú, pon en orden esas alas, las musicales (1), las
proféticas (2), las marítimas (3). Procura después
que cada uno se lleve las que le conveng^an.
PISTETERO (A Manes).
;Ah, lo juro por los cernícalos! esta no te la per-
dono, si continúas tan perezoso y tardón.
UN PARRICIDA.
¡Quién fuera el ágnila de altísimo vuelo, para
cernerse sobre las ondas cerúleas del estéril
mar! (4).
PISTETERO.
Veo que el mensajero dijo la verdad; ahí viene
no sé quién cantando á las ág-uilas.
EL PARRICIDA..
íOh, nada hay tan delicioso como volar! Yo adoro
(i) Es decir, de ruiseñores, de alondras, de cisnes y
demás aves cantoras.
(2) De águilas, cornejas, etc.
(3) De porfiriones, gaviotas, mergos, etc.
(4) Parodia del Enomao de Sófocles.
288
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
las leyes de los pájaros; la afición á las aves me
vuelve loco; yo vuelo, yo quiero vivir con vosotros,
soy apasionado por vuestras leyes.
PISTETERO.
¿Por cuáles? pues las aves tienen muchas cla-
ses (1).
EL PARRICIDA.
Por todas; más principalmente por esa en virtud
de la cual es licito á un pájaro morder á su padre y
retorcerle el pescuezo.
PISTETERO.
Es verdad, nosotros tenemos por muy valiente
al que, pollito aún, peg-a á su padre.
EL PARRICIDA.
Por eso he emigi'ado á esta reg'ion; deseo estran-
gulará mi padre para heredar toaos sus bienes.
pistí:tero.
Pero tenemos también otra ley inscrita en la co-
lumna de edictos de las cigüeñas: «Cuando la ci-
»güeña haya criado sus hijos y los haya puesto en
» disposición de volar, éstos tendrán á su vez obli-
j>gacion de alimentar á sus padres.»
el parricida.
jPues bastante he ganado con venir, si tongo
que sostener á mi padre!
PISTETERO.
No, no; ya que con tan benévolas intenciones
has acudido á nosotros, te emplumaré como con-
(1) La palabra que en griego significa ley, sólo se dife-
rencia en el acento de la que significa pasto.
289
ven, te daré un buen conseje, que aprendí en mi
mnez. No maltrates á tu padre; coge esta ala en
una mano y ese espolón en la otra; figúrate que
tienes una cresta de gallo, y haz guardias, vete á
!f ™' ^'^' ^" *" estipendio, y deja en paz á tu
C /í ^^' 'T *^^ ^'^^'"^^» ^'^'^^^ t^ vuelo á
Tracia (2), y combate allí.
EL parricida.
¡PorBacoItu consejo me parece excelente, y lo
seguiré. ' ^
PISTETERO
Obrarás discretamente.
CINESIAS.
Vuelo al Olimpo con ligeras alas (3^;
Y á su batir resuelto voy cruzando '
Las sendas de la gaya poesía...
PISTETERO.
Este va á necesitar un fardo entero de alas.
CINESIAS.
Otras nuevas buscando,
Mi cuerpo y mi indomable fantasía...
m t^n^T ^•''^"" P^í'^^ "^"'«do el huérfano.
Aristófanes. anchado y pretencioso parodia
TOMO II.
19
*290
COMEDIAS I)E ARISTÓFANES.
PI3TETER0.
Un abrazo á Cinesias, el Tilo (1). ¿A qué vienen
dando vueltas á tu pié cojo?
CINESIAS.
Quiero, ansio ser ave,
Ser ruiseñor, y con gorjeo suave...
PISTETERO.
Basta de música, y explícame tus deseos.
CINESIAS.
Pónme alas; pues anhelo subir por los aires y re-
coger de las nubes nuevos cantos, aéreos y caligi-
nosos.
PISTETERO.
^.Cantos en las nubes?
CINESIAS.
Sí; en ellas estriba hoy todo nuestro arte. Los
más' brillantes ditirambos son aéreos, caliginosos,
tenebrosos, alados. Pronto lo verás; escucha.
PISTETERO.
No, no oigo nada.
CINESIAS.
Pues oirás, mal que te pese:
En forma de volátil,
Cuyo ondulante cuello
Surca del éter fúlgido
La azul inmensidad,
Recorreré los aires,
(í) Cinesias era muy alto y delgado. El epiteto//*mí'
(de tilo) que Aristófanes le da, puede significar largo y es-
trecho como una percha.
íHopí (1).
LAS AVES.
Que te obedecen ya.
PISTETERO.
291
CINESIAS.
í Ahí íquién con vuelo rápido
Al hálito vehemente
Cediendo de los ímpetus
De indómito Aquilón,
Pudiera sobre el piélago
Cernerse bramador!
PISTETERO.
.Ya reprimiré yo tus hálitos é ímpetus. . . !
CINESIAS.
Y ora hacia el Noto cálido
Enderezando el vuelo
Ora á la región frígida
Del Bóreas glacial,
El oleaje férvido
Del éter...
1 vaya una hábil e ingeniosa invención!
PISTETERO.
¿No deseabas volar?
CINESIAS.
¿Así tratas á un poeta ditirámbico que se disnu-
tan todas las tribus? ^
PISTETERO.
¿Quieres quedarte con nosotros y enseñar á la
loi remeíos" '"" ^"' '" ''' "'"'' '' '"^«^«^^ ^^^tenerse á
292
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LaS aves.
293
tribu Ceropia un coro de aves voladoras, tan li-
gero como el espirituado Leotrófides (1).
CINESIAS.
Te burlas de mi, está claro. Pero no importa; ten
presente que no descansaré un momento basta
que surque los aires, transformado en pájaro.
UN DELATOR.
Di, golondrina de alas esplendentes
Por la Febea luz tornasoladas,
^.Quiénes son esas aves indigentes
De tan varios plumajes adornadas? (2)
PISTETERO.
El mal toma serias proporciones. Otro se acerca
zumbando.
EL DELATOR.
«Por la Febea luz tornasoladas,» repito.
PISTETERO.
Creo que esa canción la dirige á su manto, por-
que parece que tiene necesidad urgente de la vuelta
de la golondrina (3).
EL DELATOR.
¿Quién distribuye alas á los recien llegados?
PISTETERO.
Yo mismo; pero es preciso decir para qué. .
(i) Leotrófides era un poeta ditipámbico notable por
su flacura y palidez.
(2) Versos tomados de Alceo,
(3) Es decir, de la primavera, porque su raido manto
no le podia librar del frió.
EL DELATOR.
íAlas! íNeoesito alas! (1) No me preguntes más.
PISTETERO.
¿Acaso quieres volar en línea recta á Pelene? (2)
EL DRLATOR.
No; soy acusador de las islas (3), delator...
PISTETERO.
¡Buen oficio!
EL DELATOR.
E investigador de pleitos. Quiero tener alas, para
prar con rapidez mi visita á las ciudades y citar á
los acusados.
PISTETERO.
¿Los citarás mejor teniendo alas?
EL DELATOR.
No, por Júpiter; pero podré librarme de ladro-
nes, y volveré como las grullas, trayendo por las-
tre infinitos procesos.
PISTETERO.
¿Y esa es tu ocupación? jCómo! ¿Siendo joven y
robusto, te dedicas á delator de extranjeros?
EL DELA.TOR.
¿Qué he de hacer? No sé cavar.
(1) Parodia del verso de Los Mirmidones de Esauilo-
«íArmas! ¡necesito armas! ¡necesito armas'»
/tnii ^'"ííad de Acaya, notable por los mantos de abrieo
que en ella se fabrican. Era la PaUncia de los griegos
JntLní!fi.o^®"'f "'^^ obligaban á sus aliados insulares v
mPírS-''^ r ' ^'"^^ '"' "^«^^'^« ^ 'os tribunales de la
m^ho'- ^''?' ^"^ ^'^ "" ^^J^™^" írravísimo, lo defiende,
sm embargo, Jenofonte en su República Ateniense
S94
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
HSTETERO.
Pero, por Júpiter, hay otras ocupaciones con las
cuales un he mbre de tu edad puede ganarse hon-
radamente la vida, sin acudir al vil oficio de zur-
cidor de procesos.
EL DELATOR.
Amigo mió, no te pido consejos, sino alas.
PISTETERO.
Ya te doy alas con mis palabras.
EL DELATOR.
¿Cómo puedes con palabras dar alas á un hombre'^
PISTETERO.
Las palabras dan alas á todos.
EL DELATOR.
¿A todos*^
PISTETERO.
¿No has oido muchas veces en las barberías á los
padres decir hablando de los jóvenes: «Son terri-
bles las alas para la 3quitacion que le han dado
á mi hijo las palabras de Diitréfes (1).» «Pues yo,
dice otro, tengo un hijo que en alas de la imagina-
ción ha dirigido su vuelo á la tragedia.»
EL DELATOR.
¿Luego las palabras dan alas?
PISTETERO.
Ya te he dicho que sí: ellas elevan el espíritu, y
levantan al hombre. He ahí por qué con mis útiles
(1) Diitréfes era un rico que tenía muchos caballos. Ya
hemos visto en Las Nubes que la afición á lo equitación era
muy común y ruinosa en los jóvenes atenienses.
LAS AVES.
295
consejos pretendo yo levantar tu vuelo á una pro -
fesion más honrada.
EL DELATOR.
Pero yo no quiero.
PISTETERO.
¿Pues qué harás?
EL DELATOR.
No quiero desmerecer de mi raza: el oficio de de-
lator está vinculado á mi familia. Dame, pues, rá-
pidas y ligeras alas de gavilán ó cernícalo, para
que, en cuanto haya citado á los isleños, pueda
regresar á Atenas á sostener la acusación, y volar
en seguida á las islas.
PISTETERO.
Comprendo: á fin de que el isleño sea condenado
aquí, antes de llegar.
EL DELATOR.
Precisamente.
PISTETERO.
Y después, mientras él navega en esta dirección,,
volar tú allá y arrebatarle todos sus bienes.
EL DELATOR.
Exacto. Deseo ser un verdadero trompo.
PISTETERO.
A propósito de trompos: tengo aquí excelentes
alas de Corcira (1).
EL DELATOR.
iPobre de mí! jEs un azotel
{i) Esto se lo dice enseñándole unos azotes de cuero.
Los de Corcira tenían fama.
296
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
297
PISTETERO.
íFuera áe aquí volando! ¡Lárofate pronto, canalla
insoportable! Ya te haré yo sentir lo que se g^na
corrompiendo la justicia. fAl esclavo. J Recojamos
las alas y partamos.
CORO.
En nuestro vuelo hemos visto mil maravillas,
mil increibles prodig-ios. Hay lejos de Cardias (1) uu
árbol muy extraño llamado Cleónimo, completa-
mente inútil, aunque grande y tembloroso. En pri-
mavera produce siempre, en vez de yemas, dela-
ciones; y en invierno, en vez de hojas, deja caer
escudos. Hay también un país, junto á la reg'ion
de las sombras en los desiertos oscuros, donde los
hombres comen y hablan con los héroes, excepto
á la noche; cuando ésta llegu, su encuentro es peli-
groso. Pues si algrun mortal tropezare entonces
con Oréstes (2), sería despojado dé sus vestidos, y
molido á palos de pies á cabeza.
PROMETEO.
iQué desgraciado soy! Procuremos que no me
vea Júpiter. ¿Dónde está Pistetero?
(1) Cardias era una ciudad de Tracia cuyo nombre
significa corazón ó valor. Esto y lo siguiente son burlas so-
bre la cobardía de Cleónimo, tantas veces mencionada.
(2) Célebre ladrón, cuyo encuentro era peHi^roso de
noche. Véase la nota al verso i.i67 de ¿os Acamienses.
PISTETERO.
íOh! ¿qué es esto? ¿Un hombre tapado?
PROMIíTEO.
¿Ves algrun dios detras de mí?
PISTETERO.
Ning-uno, por vida mía. ¿Pero quién eres?
PROMETEO.
¿Qué hora es?
PISTETERO.
¿Qué hora? Un poco más del medio dia. ¿Pero
quién eres?
PROMETEO,
¿Es el declinar del dia ó más tarde?
PISTETERO.
íOh, qué fastidioso!
PROMETEO.
¿Qué hace Júpiter? ¿Disipa ó amontona las nu-
bes? (1).
PISTETERO.
¡Vete al infiemoí
PROMETEO.
Entonces, me descubriré.
PISTETERO.
íOh, querido Prometeo!
PROMETEO.
iCuidadoI ¡cuidado! ¡no grites!
PISTETERO.
¿Qué ocurre?
(i) Trata de saber si está el cielo cubierto ó despejado.
1 1 vi
298
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
299
PROMETEO.
iSilencio! no pronuncies mi nombre; soy perdido
si Júpiter me lleg-a á ver aquí. Si me cubres la ca-
beza con esta sombrilla, para que no me vean los
dioses, te contaré todo lo que pasa en el Olimpo.
PISTETRRO.
¡Ah, ja, ja! idea excelente y dig'na de Prometeo.
Métete pronto aquí debajo, y habla sin temor.
PROMETEO.
Escucha, pues.
PISTETERO.
Soy todo oidos: habla. •
PRDMETEO.
Júpiter está perdido.
PISTETERO.
¿Desde cuándo?
PROMETEO.
Desde que habéis fundado esta ciudad en el aire.
Ningún mortal ofrece ya sacrificios á los dioses,
y no sube hasta nosotros el humo de las víctimas.
Privados de todas sus ofrendas, ayunamos como en
las fiestas de Céres (1). Los dioses bárbaros, enfure-
cidos por el hambre, g'ritan como los Ilirios, y ame-
nazan bajar contra Júpiter, si no hace que vuelvan
á abrirse los mercados, para que puedan introdu-
cirse las entrañas de las víctimas,
PISTETERO.
¿Luég-o hay dioses bárbaros que habitan encima
de nosotros?
PROMETEO.
¿Pues si no hubiese dioses bárbaros, cuál podría
ser el patrón de Execéstides? (1).
PISTETERO.
¿Y cómo se llaman esos dioses?
PROMETEO.
¿Cómo? Tribalos (2).
PISTlíTERO.
Comprendo. De ahí, sin duda, viene la frase:
«Ojalá te trituren» (3) .
PROMETEO.
Está claro. Te asegruro que pronto bajará para
estipular las condiciones de paz una embajada de
Júpiter y de los Tribalos superiores; pero vosotros
no debéis hacer pacto alg-uno mientras Júpiter no
restituya el cetro á las aves, y te dé por esposa á
la Soberanía.
PISTETERO.
¿Quién es la Soberanía?
PROMETEO.
Una hermosísima doncella que maneja los rayos
de Júpiter y á cuyo carg-o están todas las demás
cosas: la prudencia, la equidad, la modestia, la
marina, las calumnias, la tesorería, y el pag-o del
trióbolo.
(A) Duraban cinco días y se ayunaba el tercero.
(1) Apolo era el patrono de los ciudadanos de Atenas
como Execéstides era extranjero, su patrono debia de
serlo también.
(2) Nombre de un pueblo de Tracia.
(3) 'EitexpiSítj c, tiene cierta semejanza con Tribalo,
300
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
301
PISTETERO.
De modo que es un administrador universal.
PROMETEO .
Precisamente. De suerte que si te la otor^, se-
rás dueño de todo. He venido para darte este conse-
jo, pues siempre he querido mucho á los hombres.
PISTETERU.
Es verdad; tú eres el único dios á quien debe-
mos los asados (1).
PROMETEO.
Sabes también que aborrezco á todos los dioses.
PISTETERO.
Sí, tú fuiste siempre su enemig-o.
PROMETEO.
ün verdadero Timón (2) para ellos. Pero dame
la sombrilla para que me vaya cuanto antes; si Jú-
piter me ve asi desde el cielo, creerá que voy si-
gniendo á una Canéfora (3).
PISTETERO.
Para fing-ir mejor, cog^e este asiento y llévatelo
con la sombrilla.
CORO.
En el país de los Esciápodas (4) hay un pantano
(1) Prometeo regaló el fuego á los hombres, incur-
riendo por esto en el enojo de Júpiter.
(2) Célebre misántropo.
(3) Ya hemos vjsto en Los Acarnünses que era costum-
bre llevar un quitasol detras de las Canéforas.
(4) Seres fabulosos que habitaban en la zona tórrida.
Sus pies eran más grandes que el resto del cuerpo, de
donde evoca los espíritus el desaseado Sócrates;
allá fué también Pisandrc (1), pidiendo ver su alma
que le habia abandonado en vida; traía un camello
por víctima en vez de un cordero, y cuando lo de-
golló, dio un paso atrás como Ulíses (2): después
Querefon (3), el murciélag-o, subió del Orco para
beber la sangre.
NEPTÜNO.
Estamos á la vista de Nefelococigfia, á cuya ciu-
dad venimos. fAl THhalo.) ;Eh, tú! ¿qué haces? ¿Te
echas el manto sobre el hombro izquierdo? ¿No
lo cambias al derecho? (4) í Cómo ! desdichado,
¿tendrás el mismo defecto que Lespódias? (5)
jOh democracia! ¿á dónde vamos á parar? ¡Verse
los dioses obligados á elegir semejante emba-
jador!
suerte que cuando el calor se dejaba sentir con exceso
adoptaban la posición cuadrúpeda y se servian de uno de
sus pies, como de quitasol, de donde les vino el nombre
de esciápodas. Aristófanes coloca á los filósofos socráticos
en este país, para indicar su constitución física empobre-
cida por las cavilaciones, y su poca policía.
(1) Este orador era notable por su cobardía. El mismo
Jenofonte, de ordinario inofensivo, dice de él en el Ban-
quett, que no se atrevía á mirar de frente una lanza. fVéase
La Paz. 395. nota.) ^
(2) Vid. Homero, Odisea, ix.
(3) Véase la nota correspondiente en Las Nubes.
(4) Lo ordinario era recoger el manto sobre el hombro
izquierdo, como nuestros embozos.
(5> General que para cubrirse las úlceras de las piernas
se dejaba caer el manto.
302
COMKDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
303
EL TRIBALO.
Déjame en paz.
NEPTUNO.
¡Peste de estúpido! No he visto dios más bárbaro.
Díme, Hércules, ?.qué haremos?
HÉRCULES.
Ya lo has oido; mi intención es estran^lar,
sea el que sea, á ese hombre que nos ha bloqueado.
NEPTUNO.
Pero, amigo mió, si hemos sido enviados á tratar
de la paz.
HÉRCULES.
Razón de más para estrang'ularle.
PISTETERO (1).
Alárgpame el rallador; trae silfio; dame queso;
atízalos carbones.
HÉRCULES (2).
Mortal, tres dioses te saludan.
PISTETERO.
Lo cubro de silfio.
HÉRCULES.
¿Qué carnes son esas?
PISTETERO.
Son unas aves que se han sublevado y conspi-
rado contra el partido popular.
HÉRCULES.
¿Y las cubres primero de silfio?
(1) Fingiendo no haberlos visto.
(2) Dulcificando la voz á la vista de los preparativos
culinarios.
PISTETKRü.
¡Salud, oh Hércules! ¿Qué ocurre?
HÉRCULES.
Venimos enviados por los dioses para cortar la
guerra.
UX CRIADO.
No hay aceite en la alcuza.
PISTETERO.
Pues estos pajarillos tienen que estar bien re-
hog-ddos.
HÉRCULES.
Nosotros nada granamos con hacer la ^erra; y
vosotros, si sois nuestros amigos, tendréis siempre
agua de lluvia en las balsas y disfrutaréis de dias
serenos. Venimos perfectamente autorizados para
estipular sobre este punto.
PISTETERO.
Nunca hemos sido los agresores, y ahora mismo
estamos dispuestos á hacer la paz que deseáis si
os avenís á una condición equitativa: tal es la de
que Júpiter nos devuelva el cetro á las aves. Des-
pués de arreglado este particular, invito á los em-
bajadores á comer.
HÉRCULES.
Por mí eso basta, y declaro.. .
NEPTUNO.
¿Qué? ídesdichado! Eres glotón é imbécil. ¿Así
piensas despojar del mando á tu padre?
PISTETERO.
Te equivocas. ¿Acaso no seréis más poderosos si
las aves reinan sobre la tierra? Ahora, ai abrigo de
304
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
las nubes y bajando la cabeza, los mortales perju-
ran impunemente de vosotros; pero si tuvieseis
por aliadas á las aves, cuando alguno jurase por el
cuervo y por Júpiter, el cuervo se acercaría furti-
vamente al perjuro, y le saltarla un ojo de un pi-
cotazo. V
NEPTUNO.
¡Bien dicho, por Neptuno! (1).
HÉRCULES.
Me parece lo mismo.
piSTETRRO fAl Tríbalo).
Y tú, ¿qué opinas?
EL TRIBALO.
Nabaisatreu (2).
PISTETERO.
¿Lo ves? es de la misma opinión. Oid otra de las
ventajas que nuestra alianza os proporcionará. Si
un hombre ofrece un sacrificio á alg'uno de vos-
otros, y después difiere su realización diciendo:
«Los dioses tendrán paciencia,» y por avaricia no
cumple su voto, nosotros le obligaremos.
NEPTUNO.
¿Cómo? ¿De qué manera?
NEPTUNO.
Cuando nuestro hombre esté contando su di-
nero, ó sentado en el baño, un gavilán le arreba-
tará, sin que lo note, el precio de dos ovejas y se lo
llevará al dios burlado.
305
(4) Neptuno jura burlescamente por sí mismo.
(í) Jerga ininteligible.
' HÉRCULES.
Confirmo mi declaración de que debe devolvér-
sele el cetro.
NEPTUNO.
Pregninta á Tríbalo.
HÉRCULES.
íÉh, Tríbalo! ¿quieres... una paliza?
EL TRIBALO.
Saunaca bactaricrousa.
HÉRCULES.
Dice que con mucho gusto.
NEPTUNO.
Si ambos sois de esa opinión, yo me adhiero
4 ella.
HÉRCULES.
Consentimos en la devolución del cetro.
PISTETERO.
íPor vida mia, si me olvidaba de otra condicionl
Dejo á Júpiter su Juno; pero exijo que me dé por
esposa á la joven Soberanía.
NEPTUNO.
Está visto que no quieres la paz. Retirémonos.
PISTETERO.
Poco me importa.— Cocinero, que esté sabrosa
la salsa.
HÉRCULES.
i Qué particular es este Neptuno ! ¿ A dónde
vas? ¿Hemos de emprender la guerra por una
mujer?
NEPTUNO.
¿Pues qué hemos de hacer?
TOMO II. 20
306
COMEDIAS DE «ARISTÓFANES.
I-AS AVES.
HÉRCÜLEá.
¿Qué? la paz.
NEPTUNO.
¡Cómo! ¿No conoces, imbécil, que te está en^-
ñando? Tú mismo te arruinas. Si Júpiter muere
después de haberle entregado el mando, quedarás
reducido á la miseria, pues á ti han de pasar todos
los bienes que tu padre deje & su muerte.
PISTETERO.
¡Ah, desdichado! ¡Cómo trata de confundirte!
Vén acá y te diré lo que hace al caso. Tu tio te en-
o-aña, pobre ami^o; según la ley, no puedes here-
dar ni un hilo de los bienes paternos, porque eres
hijo bastardo y no leg-ítimo
HÉRCULES.
¿Yo bastardo? ¿Qué dices?
PISTETERO.
La pura verdad: por ser hijo de una mujer ex-
tranjera. Y si no, dime: ¿cómo Minerva, siendo
hembra, pudiera ser única heredera de Júpiter, si
tuviera hermanos leg-ítimos?
HÉIICULES.
¿Y si mi padre al morir me leg-a la parte corres-
pondiente á los bastardos?
PISTETERO.
La ley no se lo permite. El mismo Neptuno que
ahora te provoca será el primero en disputarte
la herencia paterna, aleg-ando su cualidad de
hermano legítimo. Escucha el texto de la ley de
Solón: «El bastardo no puede heredar si hay hijos
legítimos. Si no hay hijos legítimos, la herencia
307
debe pasar á los colaterales más próximos» (1).
HÉRCULES.
¿Luego ningún derecho tengo á suceder á mi
padre?
PISTETERO.
Ninguno absolutamente. Dime: ¿tuvo tu padre cui-
dadode inscribirteen el registrode alguna tribu? (2).
HÉRCULES.
No por cierto; y á la verdad esto me admiraba.
PISTETERO.
Déjate de miradas feroces y de amenazas al
cielo. Vive con nosotros, que yo te nombraré rey
y te procuraré una vida á pedir de boca.
HÉRCULES.
Pues bien, creo justa tu petición de la doncella
y te la concedo.
PISTETERO.
Y tú ¿qué dices?
NEPTUNO.
Yo me opongo.
PISTETERO.
La resolución del asunto depende del Tribalo
?.Que opinas tú?
EL TRIBALO.
La grande y hermosa doncella la Soberanía, al
pajaro la concedo (3).
0) El texto déla ley está en prosa .
^.^2^ lormahdad que sólo se llenaba con los hijos legí-
bpis^de^Tliifnin'V"'' 'I ''"^^'^^ ^^ '•'^« incorrectas pala-
ms del Tiibalo. Sus colegas no le comprenden bien.
308
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS AVES.
309
HÉRCULES.
Dice que la concede.
NEPTUNO.
No por Júpiter, no dice que se la concede sino
en caso de que emigre como las golondrinas.
PISTETERO.
Lueg-o d:ce que es necesario concedérsela á las
golondrinas. Arreglaos les dos como podáis, y es-
tipulad las condiciones: yo, puesto que asi os
agrada, me callaré.
HÉR";ULES .
Nos place concederte cuanto pides. Vente pronto
con nosoiros al cielo, y te se entregará la Sobera-
nía y todo lo demás.
PISTETERO.
Estas aves han sido muertas con mucha oportu-
nidad para las bodas.
HÉRCULES.
¿Queréis que entretanto me quede yo á asarlas?
Vamos, idos.
NEPTUNO.
¿Tú abarlas? Eres muy glotón. ¿No vienes con
nosotros.^
HÉRCULES.
¡Qué bien lo hubiera pasadol
PISTETERO.
Traedme un vestido nupcial.
CORO.
En Fánes (1), junto á la Clepsid-a, vive la per-
fida nación de los Englotogastros (2), que siegan,
siembran, vendimian y recogen los higos (3) con
la lengua; son de raza bárbara, y entre ellos se en-
cuentran los Górgiasy Filipos (4). Estos Filipos
Englotogastros han sido la causa de que se intro-
dujese en el Ática la costumbre de cortar aparte la
lengua de las victimas (¿)).
UN MENSAJERO.
jOh vosotros cuya dicha no puede expresarse con
palabras; raza de las aves tres veces feliz, recibid
al nuevo rey en vuestras afortunadas mansiones.'
Ya se acerca á su palacio resplandeciente de oro,
rodeado de un esplendor que envidiarían los as-
tros: el claro sol no ha bríllado nunca tanto como
la esposa que trae coasigo, beldad incomprensible
en cuya diestra vibra el alado rayo de Júpiter: los
más deliciosos perfumes suben hasta el cielo. ¡Es-
(1) Nombre de un puerto en la isla de Quios. Envuelve
la idea de delación y es una alusión á los sicofantas v ora-
dores .
(2) Palabra compuesta de dos que significan lengua y
vientre, es decir, los que viven del producto de su lengua.
(3) La palabra aOxov, higo, entra en la composición de
sicofanta ó delator.
(4) Gorgias, célebre retórico y sofista. Platón dio su
nombre á uno de sus más bellos diálogos. Filipo se cree
que era un delator.
(5) V. la Paz, verso 1.060.
3i0
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS AVES.
341
pectáculo encantador! Una nube de perfumes im-
pulsada por los Céfiros se eleva en ondulante co -
lumna. Hele ahí. Musa divina, abre tus sagra-
dos labios, y entona cantos propicios.
SRMICORO.
¡Atrás! ¡A la derecha! lA la izquierda! jadelan-
tel (1) ¡revolotead en torno de ese mortal feliz, que
la fortuna colme de sus bienes. ¡Ahí ¡qué g'racia!
¡qué hermosura! ¡Oh matrimonio dichoso para esta
ciudad! ¡Gloria á ese hombre! Él ha abierto nue-
vos é inmensos horizontes á las aves. Saludadle
con el canto nupcial; saludad también á su es-
posa la Soberanía.
SEMICORO.
Entre semejantes himnos enlazaron las Parcas á
la olímpica Juno con el rey de los dioses, de su-
blime trono. ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo! El sonrosado
Amor de áureas alas tenía las riendas y dirig-ia el
carro en las bodas de Júpiter y la celeste Juno.
¡Oh Himeneo! ¡Himeneo!
PISTETERO,
Me deleitan vuestros himnos, me complacen
vuestros cantos, me hechizan vuestras palabras.
Celebrad ahora el mu^r de los truenos subterrá-
neos, los relámpag'os brillantes del nuevo Júpiter,
y sus terribles y deslumbradores rayos.
CORO.
¡Oh áureo fulg-or del relámpaofo! ¡Oh dardos in-
flamados de Júpiter! ¡Oh mugidos subterráneos y
retumbantes truenos, nuncios de la lluvia! En ade-
lante, por orden de nuestro rey, haréis temblar la
tierra. A la posesión de la bella Soberanía debe este
poder inmenso. ¡Oh Himeneo! ¡Himeneo!
PISTETERO.
Aves de toda especie, seguidme al palacio de
Júpiter y al tálamo nupcial. Dame la mano, es-
posa querida. Cógeme de las alas, y bailemos. Yo
te elevaré por los aires.
CORO.
¡Ea! ¡ea! ¡Pean! jViva el ilustre vencedor! ¡Viva
el más grande de los dioses!
FIN DE LAS AVES.
(4) Tecnicismo coreográfico.
LISÍSTRATA
NOTICIA PRELIMINAR.
Lisistrala, como quien dice Pacifica, pues la
etimología de esta palabra hace pensar en el li-
cénciamiento de las tropas (1), es un nombre muy
adecuado á la protagonista de ana comedia cuyo
objeto, como el de Los Acamiemes, Las Aves y La
Paz, es apartar á los Atenienses de una guerra
interminable y desastrosa.
Lisistrata, esposa de uno de los ciudadanos más
influyentes de Atenas, harta de los males de la
guerra que afligen á su patria, y viendo el nin-
gún ínteres que el pueblo manifiesta por termi-
narlos, decídese á hacerlo por sí misma, reuniendo
al efecto á las mujeres de su país y de los demás
pueblos beligerantes, y comprometiéndolas solem-
nemente á abstenerse de todo trato con sus man-
i íífl A^' '" !"*""' ®' An'^nimo autor de su Drefacio-
316
NOTICIA PRELIMINAR.
NOTICIA PRELIMINAR.
317
dos mientras éstos no estipulen la deseada paz. Al
mismo tiempo que se pacta esta resistencia pasiva,
otras mujeres se apoderan de la cindadela y se ha-
cen car^o del tesoro en ella custodiado, persuadi-
das de que la falta de recursos contribuirá no me-
nos que los estímulos del amor, á la pacificación de
Grecia. En efecto, el miedo de perder su salario de
jueces trae pronto á las puertas de la cindadela
una turba de viejos animados de proyectos incen-
diarios, que son rechazados mediante un diluvio de
a^a y otro de desvergüenzas, que las sitiadas y
el refuerzo de otra legión mujeril arrojan sin con-
sideración sobre todos ellos.
Un magistrado que acude después, es también
victima del descoco femenino, y ve arrollados y s>
papeados por la nata y ñor de las verduleras ate-
nienses á todos los arqueros de su guardia.
No obstante este triunfo, la situación va hacién-
dose insostenible dentro y fuera de la cindadela.
A Lisistrata le cuesta un trabajo infinito evitar la
deserción de sus soldados, que inventan mil pre-
textos especiosos para volver á sus casas; mien-
tras los hombres no aciertan á vivir más tiempo
separados desús mujeres.
En esto llega un heraldo de Lacedemonia, pin-
tando con vivos colores los males que también allí
afligen al sexo feo; en vista de lo cual, hay mutuo
envío de embajadores entre ambas ciudades, y se
llega por fin á estipular la paz. Una vez aceptado
este acuerdo, ábrense las puertas de la cindadela,
las mujeres se reúnen á sus esposos, y las ciuda-
des rivales olvidan sus rencores, entre cantos, dan-
zas y festines, himnos á los dioses, burlas y alga-
zara.
Lo que más llama la atención en esta comedia es,
además de la libertad con que el poeta trata en ella
de los asuntos más graves del Estado, la obsceni-
dad abominable que en ella domina, tanto en el
asunto, como en los cuadros y detalles.
^ Ya en las otras piezas de Aristófanes habrán po-
dído observar nuestros lectores cuan poco se res-
peta el pudor y la decencia en el teatro griego,
por más que hemos tratado de disimular sus
desnudeces con el velo de una púdica perífrasis;
pero en la Lisistrata esta precaución es imposi-
ble, porque estando basada toda la comedia en la
singular tortura decretada contra los hombres, to-
das las pinturas son de una libertad escandalosa,
digna del obsceno pincel de Petronio, Marcial,
Apuleyo y Casti. Así es que, después de haber
vacilado mucho tiempo sobre si debíamos verter
al castellano sus impúdicas escenas, sólo nos he-
mos decidido á hacerlo ante la consideración de
que los lectores tienen derecho á conocer por com-
pleto el teatro de Aristófanes; y aun con todo, nos
hemos visto obligados á poner en latín las escenas
de más subida obscenidad, por si esta versión,
destinada, como todos los libros de esta especie,
sólo á personas ilustradas y maduras, llegase á
caer en manos inexpertas.
Aparte de este defecto capital, que afea la Lisis-
trata, no puede monos de reconocerse que bajo el
318
NOTICIA PRELIMINAR.
punto de vista puramente literario abundan ea ella
bellezas estimables.
El carácter de la protag-onista está muy bien
trazado y sostenido, observándose en él cierto de-
coro y dig'nidad que contrasta agradablemente con
las indecencias de la comedia. La primera escena,
dice Brumoy, es digna del arte más depurado, y
no lo son menos todas aquellas en que se ponen en
juego, con admirable verdad, todos los recursos
de la coquetería y la astucia femeniles. Es de no-
tar también el leng'uaje rudo y leal de los Em-
bajadores de Esparta, y tampoco puede menos de
verse con agrado el valor y puro patriotismo que
revelan en Aristófanes la energía con que, de-
safiando las iras del populacho inconstante, se
atreve á decirle sin rodeos las verdades más
amargas.
La representación de la Lisistraia, seg'un se de-
duce de varios de sus pasajes (1) y afirma rotunda-
mente uno de sus prefacios, tuvo lugar el año 412
antes de nuestra era, ó por lo menos entre el vigé-
simo y vigésimotercero de la Guerra del Pelopo-
neso.
(1) Lisistrata se qut-ja (v. 104) de que su marido hace
siete meses que eslá de guarnición en Pilos, que fué reco-
brado por los Lacedeinonios el año 23 de la guerra; habla
después de la defección de los Milenios (v. 108), que tuvo
lugar al principio del año vigtsimo de la guerra. La alu-
sión á desastres recientes (v. 586) só',o puede referirse á
los de Sicilia, y ¡a liberlMd con que habla de l'isandro hace
suponer que estaba ya abolido el gobierno oligárquico de
los Cuatrocientos, que cayeron en el año 21 de la guerra
(Véase Tucídides, viii).
PERSONAJES.
LiSÍSTRATA.
Calónice.
MÍRRINA.
Lámpito.
Coro de ancianos.
Coro de mujeres.
Estratílis.
In Magistrado.
' Algunas mujeres.
Cinesias.
Un muchacho.
In Heraldo de Lacedemonia.
Embajadores de Lacedemonia.
Algunos Curiosos.
Un Ateniense.
Arqueros.
La escena en Atenas: plaza pública,
LISÍSTRATA.
LISfSTRATA (sola).
¡Ahí si se las hubiese citado á una fiesta de
Baco,ódePan ó de Venus Colíade ó Genetílide (1),
la multitud de tambores no permitiría transitar
por las calles. Ahora no viene ninguna, excepto
Ionice"^"* ^^"^^ *^"^ ^^^ ^^ ^"^ °*'*- ^^^"'^' *^*-
CALÓNICB.
Salud, Lisístrata. ¿Qué es lo que te aflig-e? Serena
(1) Las divinidades citadas dop í ¡«jktrato n»n« # a
favorables á la crápula y la disolu^cl K ' ifcap iíf
brenombre de CoHade, dado á Venus/ el Esco^Kcn/n?»
t^^i ^ ^1""*' ''"« «« """<5 loUade, del nombre de lo^
miembros desatados. Sóbrela advocación ris^l./V-S
véase Las Nubes, nota al verso 52 ™"'"'" ''e ffm«ftrf,f
i
TOMO U.
SI
322
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
tu frente, hija mia; no te sienta bien ese fruncido
ceño.
LISÍSTRATA.
Calónice, me hierve la sangre. Me avergüenzo de
mi sexo; los hombres pretenden que somos astutas. . .
CALÓNICE.
. Y lo somos, por Júpiter.
LISÍSTRATA.
Y cuando se las dice que acudan á este sitio,
para tratar de un importante asunto, duermen en
vez de venir. •
CALÓNICE.
Ya vendrán, querida: las mujeres no pueden sa-
lir tan fácilmente de casa. Una está ocupada con
su marido; otra despierta á su esclavo; otra acuesta
á su hijo; aquella le lava ó le da de comer.
LISÍSTRATA.
Más graves son estos cuidados.
CALÓNICE .
Pero sepamos para qué nos convocas. ¿Qué cosa
es? ¿Es grande?
LISÍSTRATA.
Es grande.
CALÓNICE.
¿Es gruesa?
LISÍSTRATA.
Es gruesa.
CALÓNICE.
¿Pues cómo no hemos venido todas?
LISÍSTRATA.
No es lo que te figuras, pues de serlo ni una hu-
LISÍSTRATA. jgS
biera faltado. Se trata de uu plan que yo he tra-
zado y revuelto en todos sentidos durante mis
insomnios. ^^
CALÓNICE.
Precisamente habrá de ser muy sutil para darlo
vuelta en todos sentidos.
LISÍSTRATA.
«f?K '°*'I ''"^ '* '*^^^'=^°'^ ^^ la Grecia entera
estriba en las mujeres.
CALÓNICE.
¿En las mujeres? Liviano es su fundamento.
LISÍSTRATA.
En nosotras está, ó el salvar la república, ó el
destruir completamente á losPeloponesios....
CALÓNICE.
m,?y Men.^""^" °' "°" ^"^ muestra; me parece
LISÍSTRATA.
Y aníquüar á todos los Beocios.
CALÓNICE.
A todos no; perdona siquiera á las anclas (1).
LISÍSTRATA.
A Atañas no la desearé semejante cosa; pero se
ZiZ7 Í'ÍV'^''- ^' '' ^°^ ^^''^'"^ todas las
mujeres del Peloponeso y la Beocia, quizá, aunando
nuestros esfuerzos, pudiéramos salvar á ¿retía
CALÓNICE.
¿Pero acaso las mujeres pueden Uevar á cabo
Cojiis.^" """"' ^'''^ '*» "*"'»'"'»« <I«« eran las del lago
324
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
empresa alguna ilustre y sensata? Nosotras, que
nos pasamos la vida encerradas en casa, muy pin-
tadas y adornadas, vestidas de túnicas amarillas y
flotantes cimbéricas (1), y calzadas con elegantes
peribárides (2).
LISÍSTRATA.
Precisamente en eso tengo yo puestas mis espe-
ranzas de salvación; en las tánicas amarillas, en los
perfumes, en el colorete, en las peribárides, en los
vestidos transparentes.
CALÓNICE.
¿Cómo?
LISÍSTRATA.
De suerte que ninguno de los hombres de hoy
dia levantará su lanza contra los otros...
CALÓNICE.
Por las dos diosas, me teñiré de amarillo una tú-
nica.
LISÍSTRATA.
Ni embrazará el escudo...
CALÓNICE.
Me pondré una cimbérica.
LISÍSTRATA.
Ni empuñará la espada.
CALÓNICE.
Compraré unas peribárides.
LISÍSTRATA.
¿Pero no debían ya estar aquí todas las mujeres?
LISÍSTRATA.
325
(1) Especie de túnica que no se sujetaba coQ ceñidor,
^2) Especie de calzado.
CALÓNICE.
Volando debían de haber venido hace tiempo.
LISÍSTRATA.
íAy amiga mía! Has de ver que llegan dema-
siado tarde como verdaderas Atenienses. No se dis-
üngue mngana mujer de la costa ni de gala-
CALÓNICE.
Pues de esas ya sé que se han embarcado muy
de madrugada (1). ^
LISÍSTRATA.
Tampoco vienen las Acarnienses, que yo es-
peraba y confiaba que estarían aquí las prime-
ras {^j.
CALÓNICE.
Pues la mujer de Teógeaes (3), sin duda pen-
sando acudir, consultó ayer la estatua de Hécate
í^' 7!. T^ ^'^•"'^''' y °*'*^«' y ^t"-»"- ¡Toma!
itoma! ¿de dónde son? ^
LISÍSTBATA.
DeAjiagriro(4).
««o ^dHos equívocos indecentes de ";^e ^^^74^^
«J}}J^'} ^"^^' P'"',^"^ habiendo sido su país muv castí.
farseía plz.®'"""*''' '^''"'" ^' ''' ■»*« soUcTas en^rocu-
(3) Teógenes era un hombre rico y suDerslicioso «..p
t.tnn.^T" '"«'•«encia vulgar, de los honores y la buen¿
326
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CALÓNICE.
Es verdad; parece que todo Anagii'o se nos viene
encima.
MÍKRINA.
¿Quizá llegamos tarde, Lisístrata? ¿Qué dices?
¿por qué no respondes?
LISÍSTRATA.
No he de elogiar, Mirrina, tu falta de puntuali-
dad en tan importante asunto.
MÍRRINA.
¡Si me vi y me deseé para hallar mi ceñidor á
oscuras! Mas, ya que la cosa urge, aquí nos tie-
nes, habla.
LISÍSTRATA.
No, esperemos un poco á que lleguen las muje-
res Beocias y Peloponesias.
MÍRRINA .
Tienes razón: mira, ahí viene Lámpito.
LISÍSTRATA.
Salud, Lámpito, mi querida Lacedemonia. ¡Qué
bella eres, dulcísima amiga! iQué buen color! ¡Qué
robustez! podrías estrangular un toro.
LÁMPITO (1).
Ya lo creo, por los Dióscuros (2); como que
(1) Lámpito era hija de Leotíquides, mujer de Arquida-^
mo, y madre de Agis, los tres reyes de Lacedemonia.
(2) Juramento ordinario de los Espartanos. Todo lO'
LISÍSTRATA.
327
hago gimnasia, y me doy con los talones en las
nalgas (1).
LISÍSTRATA.
¡Oh qué turgente seno!
LÁMPITO.
Me estáis tanteando como á las víctimas (2).
LISÍSTRATA.
¿De dónde es esa otra joven?
LÁMPITO.
Por los Dióscuros, es de una de las principales
familias de Beocia.
LISÍSTRATA,
¡Por Júpiter, mi querida Beocia! pareces un
florido jardín.
CALÓNICE.
Y muy limpio: le han arrancado todo el poleo (3).
LISÍSTRATA.
¿Y aquella otra niña?
LÁMPITO.
Es muy buena, por mi vida; pero es de Co-
rinto (4).
que dicen Lámpito y las demás Lacedemonias está en
dialecto dórico.
(i) En una especie de danza llamada Mbasis. Alusión á
los ejercicios gimnásticos que los jóvenes de ambos sexos
hacían en Esparta.
(2) Para ver si están gordas.
(3) El poleo crecia espontáneamente y con mucha
abundancia en Beocia. La Irase alude á una costumbre del
tocador griego.
(4) Célebre por sus muchas y bellas cortesanas, que se
hacían pagar muy caros sus favores; de donde vino el pro-
verbio: No todos pueden ir d Corinto,
328
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LiSfSTRATA .
LISISTRATA.
Comprendo, será buena como todas las de allí.
LÁMPITO.
¿Pero quién ha convocado esta asamblea de mu-
jeres?
LISÍSTBATA.
Yo misma.
LÁMPITO.
Pues dinos lo que deseas.
LISÍSTRATA.
Sí por cierto, queridísima amigfa.
MÍBRINA.
Sepamos, por fin, cuál es el gran negfocio.
LISÍSTRATA.
Voy á decíroslo; pero antes permitidme una sola
pregimta.
MÍRRINA.
Cuantas quieras.
LISÍSTRATA.
¿No sentís que los padres de vuestros hijos se
hallen lójos de vosotras en el ejército? pues dema-
siado sé que todas tenéis los maridos ausentes.
CALÓNICE.
El mío ipobrecillo! hace ya cinco meses que está
enTracia vigilando á Eúcrates (1).
329
(i) General ateniense, cuya lealtad á la república era
sospechosa. Parece que las tropas de Atenas estaban,
cuando se representó la Lisütrata^ vigilando á los pueblos
de la Tracia, y no muy seguros de su general Eúcrates.
LISÍSTRATA.
Siete hace que está el mió en Pilos (Ij.
LÁMPITO.
El mió, cuando vuelve alguna vez del ejército,
descuelga en seguida el escudo y se marcha vo-
lando.
LISÍSTRATA.
¡No queda un amante para un remedio, y con la
defección de los Milesios se acabaron todos los re-
cursos para consolar nuestra viudez! (2) Pues bien,
si yo encontrase un medio de poner fin á la guerra,'
¿querríais secundarme?
MÍRRINA.
Sí, por las dos diosas, aunque tuviese que dar en
prenda mi vestido y beberme el dinero el mismo
dia (3).
CALÓNICE.
Pues yo, aunque me tuviese que dejar partir en
(1) En la Noticia preliminar ^ Los Caballeros, Vmos
que los Atenienses se habian apoderado de esta plaza
luerte de los Lacedemonios: éstos no consiguieron reco-
brarla hasta dos años después de la representación de la
^tsmraía, ó sea en el 22 de la guerra del Pdoponeso.
(2) Lit: Sed nec moechi relicta est scintüla. Ex ano
enm nos prodiderunt Milesii, ne olisbum quidem vidi octo
aigilos longum qui nobis esselcoriaceum auxilium. El Re-
verendo P. Lobineau hizo, según M. Artaud, un sabio co-
mentario sobre tan resbaladiza materia. La defección de
los Miiesios, por consejo de Alcibíades, tuvo lugar el ano
Vigésimo de la guerra (Véase Tuc, vm, 17).
(3) Aristófanes echa en cara á menudo á las mujeres su
afición á la bebida. ^
330
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LlSiSTRATA.
331
dos, como un rodaballo, y dar la mitad de mí
misma (1).
LÁMPITO.
Yo subirla ¿ la cumbre del Taigeto (2), si allí
hubiese de ver á la Paz.
LISÍSTRATA.
Pues bien, os lo diré: ya no bay para qué ocul-
taros nada. Oh mujeres, si queremos oblig-ar á los
hombres á hacer la paz, es preciso abstenernos...
MÍRRINA.
iDe qué? habla.
LISÍSTRATA.
¿Lo haréis?
MÍRHINA.
Lo haremos, aunque nos cueste la vida.
LISÍSTRATA.
Es preciso abstenernos de los hombres... (3)
¿por qué me volvéis la espalda? ¿Adonde vais? ¡Eh,
vosotras! ¿por qué os mordéis los labios y meneáis
la cabeza? ¡Cómo! ¡Se os muda el color! ¡Una lá-
grima correl... ¿Qué decís? ¿lo haréis ó no lo ha-
réis?
MIRRINA.
Yo no puedo, que siga la guerra.
(i) En el Banquete de Platón, usa nuestro poeta la
misma comparación, al desenvolver su peregrina teoría
sobre la belleza y el amor.
(2) Monte de la Laconia.
(3) Lil: AbsCitie/idum está pene. La proposición de L¡-
sístrata produce malísimo efecto en su auditorio.
CALÓNICB.
Yo tampoco, que siga la guerra.
LISÍSTRATA.
¿Eso dices, mi valiente rodaballo? ¿tú que hace
un instante te dejabas partir en dos?
CALÓNICE.
Sí, todo menos eso. Mándame si quieres andar
entre llamas. Pero, querida Lisístrata, semejante
abstinencia... ¡Eso á nada puede compararse!
LISÍSTRATA .
¿Y tú?
MIRRINA.
También yo prefiero andar entre llamas.
LISÍSTRATA.
¡Oh sexo disoluto! ¡Y luego nos admiraremos de
ser maltratadas en las tragedias! Sólo servimos
para el amor (1). Pero, querida Lacedemonia, se-
cunda mis proyectos; que como tú me ayudes, aun
podremos salvarlo todo.
LÁMPITO.
Muy triste es á la verdad dormir sin compañía,
pero no hay más remedio; es preciso conseguir la
paz á todo trance.
LISÍSTRATA.
¡Oh amiga queridísima! ¡única mujer digna de
este nombre!
(i) Lit: «No somos más que Neptuno y barca.» Expre-
sión proverbial, cuyo equivalente es el indicado en eí
texto.
332
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
33$
CALÓNICE.
Pero si, lo que Dios no quiera, nos abstenemos
completamente de lo que dices, ¿consegruiremos
por eso más pronto la paz?
LISÍSTRATA.
Mucho más pronto, por las diosas. Permanezca-
mos en casa, bien pintadas, y sin más vestidos que
una transparente túnica de Amórgos (1), y los
hombres arderán en amorosos deseos. Si entonces
resistimos á sus instancias, estoy seg-ura de que
harán en seguida la paz (2).
LÁMPITO.
Por eso, sin duda, cuando Menelao vio el seno
desnudo de Helena, arrojó la espada (3).
CALÓNICE.
Pero, desdichada, ¿y si nos abandonan nuestros
maridos?
LISÍSTRATA.
Entonces, como dice Ferécrates, «desollaremos
un perro desollado» (4).
(1) Amórgos era una de las Cicladas entre Náxos y Cos.
Se fabricaban en ella telas finísimas, casi transparentes, y
de gran precio. Algunos suponen que estas telas se llama-
ban así, ó á causa de su color, ó por la planta de que es-
taban hechas. (V. SviDxs, Etym. «la^n ; Pollüx, vii, 16.)
(2) Siempre que se trata del amor, usa Aristófanes ex-
presiones de una obscenidad intraducibie, aunque muy
gráficas.
(3) Alusión á la Andrdmaca de Eurípides, v. 620.
(4) Este proverbio se aplicaba á los que se loman un
trabajo inútil. Intelligit femina venem coriaceum de quo
supra. Ferécrates era un poeta Ci5mico contemporáneo de
Aristófanes que citó ese proverbio en alguna de sus piezas.
CALÓNICE.
Esos simulacros nada valen; ¿y si nos cog'en y
nos arrastran á su alcoba?
LISÍSTRATA.
Agárrate á la puerta.
CALÓNICE.
¿Y si nos peg-an?
LISÍSTRATA.
Cede, pero de mala gana; no puede haber placer
SI hay violencia, i^demás podemos atormentarlos
de mil modos. No temas , pronto se cansarán; es
imposible un goce no recíproco.
CALÓNICE.
Si es esa vuestra opinión, me adhiero á ella.
LÁMPITO.
Nosotras quedamos en decidir á nuestros mari-
dos á firmar una paz leal y franca. ¿Pero quién será
capaz de hacer otro tanto con el populacho ate-
niense, tan enamorado de la guerra?
LISÍSTRATA.
No tengas cuidado; nosotras le persuadiremos.
LÁMPITO.
No lo conseguirás, mientras estén apasionados
de sus naves y se guarde en el templo de Minerva
aquel inmenso tesoro (1).
LISÍSTRATA.
Todo eso está previsto; hoy mismo nos apodera-
remos de la cindadela. Las mujeres de más edad
(i) En él había de reserva mil talentos. El templo de
Mmerva estaba en la ciudadela.
334
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
están encargadas de ocuparla con pretexto de ofre-
cer un sacrificio, mientras nosotras nos concerta-
mos aquí.
LÁMPITO.
Todo irá bien, pues todo está perfectamente tra-
zado.
lisístbata..
Entonces, Lámpito ¿por qué no nos compromete-
mos con un juramento inquebrantable?
LÁMPITO.
Pronuncia tú la fórmula, y nosotras juraremos.
LISÍSTRATA.
Tienes razón. ¿Dónde está la mujer escita? (1) ¿A
dónde miras? Poned aquí un escudo sobre la cara
convexa, y traedme las victimas.
CALÓNICE.
¿Qué juramento vamos á prestar, Lisístrata?
LISÍSTRATA.
¿Qué juramento? En Esquilo se deg'üella una
oveja y se jura sobre un escudo (2); nosotras hare-
mos lo mismo.
CALÓNICE.
Pero, Lisístrata mia, ¿cómo hemos de jurar sobre
un escudo, cuando se trata de la paz?
LISÍSTRATA.
¿Pues qué juramento haremos?
335
(1) Los alguaciles y arqueros de Atenas eran casi to-
dos Escitas; y Lisístrata quiere conformarse con la cos-
tumbre.
(2) Alusión á Los Siete contra Te'bas, donde los jefes
prestan un juramento en la forma indicada por Lisístrata.
CALÓNICE.
Cojamos un caballo blanco (1); sacrifiquémosle
y juremos sobre su cadáver . '
LISÍSTRATA.
¿Y dónde vas á hallar un caballo blanco^
CALÓNICE.
¿Pues cómo juraremos?
LISÍSTRATA.
Voy á decírtelo. Coloquemos aquí una g-ran
copa neg^ra (2), inmolemos en ella un cántaro de
vino de Tásos, y juremos no mezclarle ni una ffota
de asfua.
LÁMPITO.
íOh qué hermoso juramento! No hay palabras
para elogiarle bastante.
LISÍSTRATA.
Que me traigfan una copa y un cántaro.
CALÓNICE.
Queridísimas amigras, ¡qué enorme cántaro! icon
qué placer lo iremos vaciando!
LISÍSTRATA .
Déjalo aquí, y pon la mano sobre la víctima (3)
lOh soberana Persuasión, y tú, copa de la amistad^
aceptad este sacrificio y sed propicias á las muje-'
res! (4). '*
eiíltrü'dM^T. *'"'"'■'• '^ "'"^"^ ^'^'•«' *^'»'-'' ?«*
(2) Parodia de Esquilo.
(3) Para jurar se poníala roano sobre la víctima- eos-
tumbre que se ha conservado. vicuma, eos-
(4) Dice esto echando vino en ] copa.
336
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LlSiSTRATA.
CALÓNICE.
¡Qué hermoso color tiene la sangre! iqué bien
corre! (1).
LÁMPITO.
¡Por Castor, qué buen olor despidel
LISÍSTRATA.
Amigas mias, dejadme jurar la primera (2).
CALÓNICE.
No, por Venus, que decida la suerte (3).
LISÍSTRATA.
Vamos, Lámpito, y vosotras extended la mano
sobre la copa; después, que una sola, en nombre de
todas, repita mis palabra?; asi prestaréis el mismo
juramento y os comprometeréis á guardarlo.
Ningún amante^ ningún esposo.,.
CALÓNICE.
Ningún amante^ ningún esposo...
LISÍSTRATA.
Podrá acercárseme enardecido de amor,.. Repite.
CALÓNICE.
Podrá acercárseme enardecido de amor... ¡Ay! Li-
sístrata, me siento desfallecer.
LISÍSTRATA.
Viviré castamente en mi casa...
337
CALÓNICE.
Viviré castamente en mi casa.
LISÍSTRATA.
CuMerta sólo de un transparente vestido azafra-
nado, g adornada...
CALÓNICE.
Cubierta sólo de un transparente oestido azafra-
nado, y adornada...
LISÍSTRATA.
A ande inspirar d mi esposo más ardientes deseos...
CALÓNICE.
Áfinde inspirará mi esposo más ardientes deseos...
LISÍSTRATA.
Pero nunca cederé de buen grado á sus instancias. ..
CALÓNICE.
Pero nunca cederé de buen grado á sus instancias...
LISÍSTRATA.
y si, contra mi voluntad, m obligase...
CALÓNICE.
Y si, contra ?m voluntad, me obligase...
LISÍSTRATA.
Permaneceré inanimada en sus brazos... (IJ
CALÓNICE.
Permaneceré inanimada en sus brazos... (2)
(4) Esta circunstancia era de buen agüero en los sa-
crificios.
(2) La primera que jurase debia beber también la pri-
mera.
(3) En los festines parece que se echaban suertes para
fijar el orden en que habían de beber los convidados.
(1) Maligne ei prabebo et motus non addam.
(2) Hemos eliminado la traducción de dos versos
cuya versión latina es: mn tollam calceos sursum ad la-
cunar. Non conquiniscam instar lecBna in culíri manubrio.
TOMO II. ^2
338
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
¡Que pueda beber este vino, si cumplo mi jura-
mento!,.,
CALÓNICE.
¡Qtcepiceda beber este vino, si cumplo mi jura-
ynento!,,,
LISISTRATA.
¡Y si no lo cumplo, que se me llene esta copa de
agual.,,
CALÓNICE.
¡Y si no lo cumplo, que se me llene esta copa de
agua!.,*
LISISTRATA.
¿Juráis todas? %
MRRINA.
Sí, por Júpiter.
LISISTRATA.
Voy, pues, á sacrificar la víctima.
(Bebe.)
CALÓNICE.
Déjame un poco, querida mia, para que conso-
lidemos nuestra amistad.
LÁMPITO.
¿Qué gritos son esos?
LISISTRATA.
Lo que hace poco te decia. Son las mujeres que
se apoderan de la cindadela. Tú, Lámpito, parte á
arreg'lar tus cosas, y déjanos á esas en rehenes.
Corramos nosotras á encerrarnos en el alcázar y &
defenderlo con las demás compañeras,.
LfSÍSTRATA.
339
CALÓNICE.
¿Crees que los hombres vendrán pronto á ata-
camos?
LISISTRATA.
Nada se me da de ellos. Ni el incendio, ni todas
sus amenazas, me harán abrir jamás aquellas
puertas, si no aceptan la condición convenida.
CALÓNICE.
Nunca, por Venus: de otro modo sería inmere-
íadas ''^'''''''' ^'^ "^""^ '"''" ^'^''^'^ ^^ ^^^^^ y °'^^-
CORO DE VIEJOS (1).
Anda Dráces; guíanos con precaución, aunque'
te quebrante el hombro ese pesado haz de oUvo
verde. jQuó cosas tan inesperadas se ven cuando
se vive muchos añosl ikj, Estrimodoroí ¿Quién hu-
Diera imaginado nunca que habia de llegar un dia
en que las mujeres, esa peste de nuestras casas,
aumentadas por nosotros con tanto regalo, se apo-
derarían de la estatua de Minerva, y ocuparían mi
ciudadela, y atrancarian sus puertas con barras y
cerrojos? Pero corramos, corramos al alcázar,
amigo Filurgo; rodeemos de un muro de faginas á
las inventoras y ejecutoras de tan execrable haza-
(i) Acuden á los gritos de las mujeres carffadn«í há
! emar á «f i„P\^ '"'*'"'1j«^ laspuerJsde laSadelay
c.-a enérgica *^"'''^ aprestan á una resisten!
3-iO
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LISISTRATA.
344
ña; hagamos una sola pira, y con nuestras propias
manos abrasemos á todas sin excepción, y á la es-
posa de Licon la primera (1).
íNo, por Céres, mientras yo viva no se burlarán
de nosotros! Pues ni Cleómenes (2), cuando en otro
tiempo se apoderó de la cindadela, pudo dejarla
con honor; á pesar de sus humos lacedemonios,
vióse obligado á capitular y á retirarse sin armas,
sin más vestidos que una pequeña túnica, lleno de
andrajos, escuálido, hecho un oso sucio, como si en
seis años no se hubiese lavado. ¡Oh qué sitio aquel!
Nuestros soldados, coloc ados de diez y siete en fon-
do, cerraban la salida, y no se relevaban ni para
dormir. ¿Y no reprimiré con mi sola presencia la
audacia de esas mujeres aborrecidas por Eurípides
y todos los dioses'^ Si tal sucede, consiento que
sean derribados mis trofeos de la Tetrápolis (3).
Mas para llegar á la cindadela, aun tengo que
subir esa pendiente; procuremos arrastrar estos
haces, sin acudir á las bestias de carga; ¡ay! las
leñas me destrozan los hombros.
Sin embargo, es necesario subir, y soplar el
fuego, no vaya á apagársenos y á faltarme al final
(4) Se cree que sea Lisístrata. Licon era un demagogo
que entregó Naupacta á los enemigos. Los demás nom-
bres de esta primera parte del coro son de pura inven-
ción.
(2) Rey de Lacedemonia, que un siglo antes de la re-
presentación de la Lisístrata consiguió apoderarse de la
ciudadela. Tuvo que capitular. (V. Herod., v. 62.)
(3) Distrito del Ática, llamado así porque lo formaban
cuatro aldeas: Maratón, Enoe, Probalnito y Tricoriso.
de la jornada. ¡Fú! ¡fú! (soplando), Justo cielo, qué
humo! Al salir del brasero se lanza sobre mí, y me
muerde los ojos como un perro rabioso. Es fuego
de Lémnos (1), no me cabe duda; de otro modo no
atacaría tan cruelmente mis ojos legañosos. Va-
mos, Lagnes, corramos á la ciudadelf», y auxilie-
mos á la diosa. ¿Cuándo habrá ocasión mejor de
socorrerla? iFú! ifúl fsopUndo)] ¡justo cielo! ¡qué
humo!
Este fuego está vivo y arde por la gracia de los
dioses. Mas ¿por qué no depositamos aquí nuestros
haces? ¿No sería mejor encender en el brasero un
manojo de sarmientos y lanzarlo contra las puer-
tas, á modo de ariete? Si las mujeres no desatran-
can cuando se lo mandemos, será preciso incendiar
las puertas y asfixiarlas con el humo. Dejemos ya
la carga. jOh! ioh! ¡qué humareda! ¿No habrá por
ahí algún jefe de la expedición de Sámos (2) que
me ayude á descargar? ¡Ah! por fin se ven libres
mis hombros. Vamos, brasero mío, atiza el fuego,
y enciéndeme cuanto antes esta tea. Ayúdame, di-
(1) Las mujeres de Lémnos asesinaron en cierta oca-
sión á sus maridos: más tarde, los habitantes de aquella
isla, para vengarse de los Atenienses que les habian inju-
riado, les arrebataron muchas de sus mujeres y mataron
los hijos que nacieron de este concubinato. Todo esto
hacía que los isleños de Lémnos tuviesen malísima repu-
tación, formándose como expresión de esta idea la frase
Kaxóv XrifjLvtov, peste de Lémnos, para indicar las cosas
peores.
(2) Es decir, partidario de la democracia, cuyo go-
bierno acababa de establecerse, en Sámos. (V. Tuc, vm.)
342
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
vina Victoria; castigruemos la audacia de las mu-
jeres dueñas de la ciudadela, y erijamos un trofeo
triunfal.
CORO DE MUJERES (1).
Amig-as mias, creo disting'uir humo y llamas:
parece un incendio: acudamos á toda prisa. Vue-
la, vuela, Nicódice, antes de que Gálica y Cristila
perezcan asfixiadas, víctimas de las leyes más
crueles y de esos malditos viejos! Pero, veneran-
das diosas, ¿llegaré demasiado tarde? Al amanecer
ya estaba yo en la fuente, y á duras penas con-
seguí llenar esta vasija: jtanta era la confusión, el
tumulto y el estrépito de los cántaros! A empello-
nes con las criadas y viles esclavos, conseguí salir
con mi agua, y ahora me apresuro á socorrer á
mis amenazadas compañeras. Me han dicho que
unos viejos chochos, cargados con haces de cerca
de tres talentos de peso, como para calentar un
baño, se dirigían hacia aquí con desusada furia,
gritando, entre terribles amenazas, que es preciso
tostar á las pérfidas mujeres. Pero, venerable Mi-
nerva, haz que, en vez de ser pasto de las llamas,
consigan librar á la Grecia y á sus ciudadanos de
los horrores de la guerra. Con este objeto ocuparon
tu templo, santa patrona de refulgente casco de
(1) Distinto del primero, y compuesto de mujeres que
acuden cou cántaros de agua en auxilio de sus compa>
ñeras. ^
USISTRATA.
343
oro. Yo invoco tu auxilio, ¡oh Tritogenia! Si algún
hombre quiere abrasarlas, ven á traer agua con
nosotras.
íEh! ¡eh! deteneos (1). ¿Qué es eso, grandísimos
canallas? Los hombres honrados y piadíJsos no
obran de esa manera.
CORO DE VIEJOS.
¡Ahí lié ahí una cosa con la cual no contábamos:
un enjambre de mujeres defiende el exterior de la
ciudadela.
CORO DE MUJERES.
¿Por qué nos teméis? ¿acaso os parecemos mu-
chas? Pues no veis ni la diezmilésima parte.
CORO DE VIEJOS.
Fédrias, ¿las permitiremos charlar de ese modo?
¿no convendrá romperles un garrote en las cos-
tilas?
CORO DE MUJERES.
Dejemos en el suelo nuestros cántaros; así no
nos estorbarán, si alguno trata de sentarnos la
mano.
CORO DE VIEJOS.
Si las hubiesen dado dos ó tres bofetadas, como
á Búpalo (2), no chillarían tanto.
(i) Otras ediciones ponen estas palabras en boca de
Estratílis.
(2) Alusión á un verso en que Hippónax amenazaba á
Búpalo. Este Búpalo era un escultor célebre, que repre-
sentó á Hippónax con toda su deformidad natural, por lo
cual el poeta escribió contra él tan violenta sátira, que el
escultor se ahorcó desesperado.
344
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LlSÍSTa.^TA.
CORO DE MUJERES.
Anda, pég'arae; aquí te espero; pero te aseguro
que en adelante no te ag-arrará otra perra (1).
CORO DE VIEJOS.
Si no callas, este g-arrote se encarg-ará de que no
lleg-ues á vieja.
CORO DE MUJERES,
A ver; toca con un solo dedo á Estratílis.
CORO DE VIEJOS.
¿Y si te derreng-o á puñetazos? ¿qué harás en-
tonces?
CORO DE MUJERES.
Te arrancaré á mordiscos los pulmones y las en-
trañas.
CORO DE VIEJOS.
íAh! Eurípides es el más sabio de los poetas: sí,
tiene razón; la mujeres el animal más desverg'on-
zado.
CORO DE MUJERES.
Cojamos nuestros cántaros, Rodipa.
CORO DE VIEJOS.
¿Para qué traes esa agrua, mujer aborrecida de
los dioses?
CORO DE MUJERES.
¿Y tú ese fuego, cadáver ambulante? ¿es para
quemarte á tí mismo?
CORO DE VIEJOS.
Para encender una hoguera y quemar átus
amigas.
(i) Be nunqmm alh canis íesticulis te prehendet;
dando á entender, quia ego iibiprius avellam.
345
con esta
CORO DE MUJERES.
Pues yo para apagar tu hoguera.
CORO DE VIEJOS.
¿Tú apagarás mi fuego?
CORO DE MUJERES.
Pronto lo verás.
CORO DE VIEJOS.
No Sé Cómo no la tuesto á fuego lento
lámpara.
CORO DE MUJERES.
Si estás sucio, te daré un baño.
CORO DE VIEJOS.
¿Tú á mí un baño, puerca?
CORO DE MUJERES.
Sí, un baño nupcial.
CORO DE VIEJOS.
¿Oís sus desvergüenzas?
CORO DE MUJERES.
Por que soy libre.
CORO DE VIEJOS.
Ya reprimiré tus gritos.
CORO DE MUJERES.
Yo haré que no juzgues más en el Heliástico.
CORO DE VIEJOS.
Quémale el pelo.
CORO DE MUJERES.
Agua (1), cumple tu deber, f Arrojan el contenido
de sus ca7itaros sobre los mejos.J
I
(i) Lit.: Aqueloo, nombre de un rio.
346
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
CORO DE VIEJOS.
¡Ay desdicbadol
CORO DE MUJERES.
¿Estaba caliente?
COBO DE VIEJOS.
¡Sí, caliente! Acaba, ¿qué haces?
CORO DE MUJERES.
Te rieg-o para que reverdezcas.
CORO DE VIEJOS.
Ya estoy seco y tiritando.
CORO DE MUJERES.
Caliéntate, puesto que tienes fuego.
UN MAGISTRADO (1)-
¿Las mujeres no han manifestado ya suficiente-
mente su licencia con tanto estruendo de tambo-
res, con tantas bacanales, y con sus interminables
lamentaciones sobre los terrados en las Ado-
rnas? (2). El otro dia las oí yo desde la asamblea.
(1) En griego np¿SouXo<;. Las atribuciones de estos
magistrados no están bien definidas: unos creen que eran
una especie de jefes de policía; otros que su misión se re-
ducía á preparar los asuntos que habían de discutirse en
el Senado; y otros, en fin, opinan que era un cargo ex-
traordinario creado en épocas críticas, como en tiempo de
la invasión de Jérjes v después de las derrotas en Sicilia.
h) Fiestas en honor de Adonis que duraban dos días y
eran celebradas sólo por las mujeres. En el primero la-
mentaban su muerte dando gritos sobre los terrados de las
casas; y en el segundo, se regocijaban como si hubiese
vuelto á la vida.
Demóstrato (IJ, es7¡r¡^r que Júpiter conf^
proponía una expedición á Sicilia; y s^S
danzando .gritaba; «;Ayi ^ayl íAdónisl/DemóSo
proponía después que se hiciera una leva en Za
cinto, y su mujer, ya beoda, gritaba en el t Ld^:
.^Lamentad á Adonisí» Y el maldito Colocí ^3(2)*
aborrecido por los dioses, se des^aüitaba parí ha-
cerse oír. Ved á dónde Ile^a su desorden?
CORO DE VIEJOS.
cutó? Después de mil injurias, han arrojado sobre
ir.rh K r ^' '''''"'' '^'^««t™^ ^««tíd°s. como si
nos hubiésemos orinado.
EL MAGISTRADO.
¡Bien hecho, por Neptuno! Nosotros mismos fa-
vorecemos la perversidad de las mujeres, y les
damos lecciones de disolución, cuyo fruto soi cons-
tienda y dice el artífice: «Platero, bailando ayer &
^ tarde se le salió á mi mujer de su sitio el bro-
che de aquel collar que le hiciste; yo tengo que
embarcarme hoy para Salamina; si tienes tiempo!
haz todos los posibles por ir al anochecer á mí
casa y encajarle el broche.» Otro se dirig-e á un
348
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
34^
zapatero joven y vigoroso (1), y le dice: «una de
las correas le lastima á mi mujer el dedo peque-
ño, que es muy delicado; vete al mediodía, y
procura estirársela;» y asi andan las cosas tales,
que yo, provisor, al necesitar dinero para pagar á
los remeros ajustado?, me encuentro con que las
mujeres me cierran las puertas (2). ¿Pero qué gano
estándome así? Pronto, traedme unas palancas, y
yo castigaré su atrevimiento. ¿A qué te quedas con
la boca abierta, bribón? Y tú, ¿qué miras? Sin duda
tratas de ver alguna taberna. Pronto, derribad esas
puertas con las palancas. Yo también pongo ma-
nos en la obra.
LISISTRATA.
No derribéis nada; aquí me tenéis. ¿Para qué laí=«
palancas? No es eso lo que os hace falta, sino sen-
tido común.
EL MAGISTRADO.
¿De veras, mujer abominable? ¿Dónde está el
arquero? Cógela y átale las manos á la espalda.
LISISTRATA.
Como llegue á tocarme nada más que con la
punta de un dedo, por Diana lo juro, aunque sea
un funcionario público, me las pagará.
(1) Qui penem hahet haud quaquam jmerile.
\% De la ciudadela, donde se guardaba el dinero del
Estado.
EL MAGISTRADO. (Al avqueroj
iCómo! ¿Tienes miedo? Sujétala por la cintura.
Ayúdale tú también, y atadla entre los dos.
MUJER PRIMERA.
íPor Pandrosal (Ij. Si llegas á tocarla, te pateo
las tripas (2).
EL MAGISTRADO.
íAhl ¡las tripas! ¿Dónde está el otro arquero?
Prendedme también á esa que habla.
MUJER SEGUNDA.
¡Por la fulgente luna, si la tocas con un dedo,
pronto necesitarás una venda! (3).
EL MAGISTRADO.
¿Qué significa esto? ¿Dónde está el arquero? de-
tenía. Ya os cerraré yo todas las salidas.
MUJER TERCERA.
íPor Diana de Táuride, si te acercas á ella, te
arranco todos los cabellos, aunque te deshagas en
llanto!
EL MAGISTRADO.
lOh desdicha! mis arqueros me abandonan.
iCómo! ¿Nos dejaremos vencer por unas mujeres?
Adelante, Escitas, estrechad vuestras filas, y aco-
metedlas.
LISISTRATA.
íPor las diosas, os las vais á ver con cuatro va-
lientes batallones de mujeres bien armadas que
tengo adentro.
{{) Hija de Cécrope, por la cual juraban las Atenienses.
(S) Mox cacabis calcatiis.
(3) Para curarse las heridas.^
i
350
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL MAGISTRADO.
jEscitas, atadles las manos!
LISISTBATA.
Salid, valientes compañeras; vendedoras de le-
gTimbres, puches, ajos y verduras; panaderas y
taberneras, derribadlos, pegedles, desg*arradlos^
multiplicad vuestros insultos; haced ^la de des-
verg-üenza (1). Basta, retiraos; no despojéis á les
vencidos.
EL MAGISTRADO.
¡Ah, qué mal lo han pasado mis arqueros!
LISISTRATA.
¿Pues qué se te figuraba? ¿Creias que te las ibas
á haber con unas esclavas? ¿Piensas que no hay
.valor en las mujeres?
EL MAGISTRADO.
Sí, sí, demasiado valor; sobre todo cuando están
cerca de la taberna.
CORO DE VIEJOS.
¡Magistrado, estás perdiendo el tiempo en pala-
bras! ¿A qué entras en contestaciones con esas fie-
ras!? ¿Ig^noras el baño sin lejía que acaban de dar-
nos, estando completamente vestidos?
CORO DE MUJERES.
Es que, amigo mió, á nosotras nadie nos sienta
así como así la mano: hazlo, y verás cómo te salto
un ojo. A mi me g'usta estarme encerrada -en casa.
(I) La legión femenina da una buena soba á ios ai*-
queros.
LISÍSTRATA.
351
como una doncellita, sin hacer mal á nadie, ni si-
quiera menear una paja; pero como alguno me ir-
rite, soy una avispa.
CORO DE VIEJOS.
lOh Júpiter: ¿Qué haremos con estas fieras? ¡esto
es insoportable! (Al Magistrado.; Te es preciso
averiguar con nosotros la causa de este mal, y lo
que pretenden al apoderarse de la ciudadela de
Cranao, de esa fortaleza inaccesible, y su venerado
templo. Interrógales y no las creas; pero reúne
todos los indicios. Sería vergonzosa negligencia
no esclarecer tan importante asunto.
EL MAGISTRADO.
Lo primero que deseo que me digáis es la in-
tención con que os habéis encerrado en la ciu-
dadela.
LISISTRATA.
Con la de poner á salvo el tesoro y evitar la
causa de la guerra.
EL MAGISTRADO.
Pues qué, ¿el dinero es la causa de la guerra?
LISISTRATA.
Y de todos los demás desórdenes. Pisandro (1) y
otros ambiciosos amotinan continuamente las tur-
bas, sin más objeto que el de robar á favor de la
confusión. Ahora, ya pueden hacer lo que se les
antoje; porque lo que es de este dinero no han de
tocar ni un óbolo.
(1) Véanse £a Paz, 395; las Aves, 1.55«, nota.
352
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL íklAGISTRADO.
¿Pues qué harás?
LISISTRATA.
¡Vaya una pregunta! administrarlo nosotras.
EL MAGISTRADO.
¿Administrar vosotras el tesoro?
LISISTRATA.
No comprendo tu asombro. ¿Acaso no adminis-
tramos los gastos de nuestras casas?
EL MAGISTRADO.
Pero no es lo mismo.
LISISTRATA.
¿Por qué no es lo mismo?
EL MAGISTRADO.
Ese dinero se destina á la guerra,
LISISTRATA.
La guerra ya no es necesaria.
EL MAGISTRADO.
iCómo! ¿Y la defensa de la república? .
LISISTRATA.
Nosotras la defenderemos.
EL MAGISTRADO.
¿Vosotras?
LISISTRATA.
Si, nosotras.
EL MAGISTRADO.
Eso es indigno.
LISISTRATA.
Pues te defenderemos, mal que te pese.
EL MAGISTRADO.
¡Qué atrocidad!
LISISTRATA.
353
LISISTRATA.
¿Te enfadas, eh? Pues, amigo mió, no hay más
remedio.
EL MAGISTRADO.
Pero es inicuo, por Céres.
LISISTRATA.
Pues se te defenderá.
EL MAGISTRADO.
¿Y si no quiero?
LISISTRATA.
Con más motivo.
EL MAGISTRADO.
¿Pero de dónde os ha venido la idea de ocuparos
de la guerra y de la paz?
LISISTRATA.
Os lo diremos.
EL MAGISTRADO.
Habla pronto, ó si no, habrá lágrimas.
LISISTRATA.
Escucha; y quietecitas las manos.
EL MAGISTRADO.
No puedo; es tal mi ira, que me es difícil conté,
nerla.
UNA MUJER.
Entonces á ti te tocará llorar.
EL MAGISTRADO.
íCaiga sobre ti el oráculo que acabas de graz-
nar, vejestorio! fA Lisistmta.J Habla tú.
LISISTRATA.
Voy. En la guerra anterior sobrellevábamos con
paciencia ejemplar todo lo que hacíais los hom-
TOMO II.
23
354
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
bres, porque nonos permitíais abrir la boca. Vues-
tros proyectos no eran muy agradables que diga-
mos: nosotras los conocíamos, y más de una vez os
vimos en casa tomar desacertadas resoluciones en
los más graves asuntos. Entonces, disimulando con
una sonrisa nuestro interno dolor, os preguntába-
mos: «¿Qué resolución sobre la paz habéis tomado
hoy en la asamblea?» «¿Qué te importa? decía mi
marido: cállate;» y yo callaba.
UNA MUJER.
Pues yo no me hubiera callado.
EL MAGISTRADO.
Pueshubieras llorado por no callar.
LISISTRATA.
Yo me callaba; otra vez oyendo que habíais to-
mado una funestísima determinación, le pregunté:
ífMarido mío, ¿en qué consiste que obráis tan sin
sentido?» Y él, mirándome de reojo, contestó: «Teje
tu tela, si no quieres que la cabeza te duela mucho
tiempo: la guerra es asunto de hombres» (1).
EL MAGISTRADO.
Y tenía razón, por vida mía.
LISISTRATA.
¿Cómo que tenía razón? ¡miserable! ¿No hemos
ae poder daros un buen consejo cuando vemos que
adoptáis resoluciones funestas? Cansadas ya de oír á
unos preguntar á gritos en las calles: «¿No hay uu
hombre en este país?» y á otros responder: «No,
LISISTRATA.
355
(1) Las últimas palabras se las dirige Héctor á Andró-
maca en la llíacía, vi.
m uno;» las mujeres hemos tomado el partido de
reunimos y salvar entre todas á la Grecia. ¿A qué
habíamos de esperar más? Por consiguiente, s^* que-
réis escuchar nuestros buenos consejos, y callaros
á vuestra vez, como nosotras entonces, conseguí-
remos arreglaros.
EL MAGISTRADO.
¡Vosotras á nosotros! Vamos, jesto ya no puede
tolerarse! •
íCalla!
LISISTRATA.
EL MAGISTRADO.
¡Yol íCallarme yo, porque tú meló mandes, des-
ieng-uada! ¡Yo obedecer á quien lleva un velo en la
cabeza! ¡Antes morir!
LISISTRATA.
Si no tienes más inconveniente que ese, toma
mi velo, rodéatelo á la cabeza, y calla. Toma tam-
^len este canastillo; ponte un ceñidor, y dedícate á
hilar lana, mascullando habas (1): la g-uerra será
asunto de mujeres.
CORO DE MUJERES.
Mujeres, dejad vuestros cántaros, para que por
nuestra parte ayudemos también á nuestras ami-
bas. Yo jamás me rendiré de bailar, ni el cansan-
cio hará flaquear mis rodillas. Quiero hacer causa
común, y afrontar todos los riesg-os con esas com-
pañeras tan valientes, tan ing-eniosas, tan bellas,
tan atrevidas y discretas, raro conjunto de patrio-
(1) Es decir, en juzgar. (V. los Caballeros, 44.)
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
356
tismo y valor. Tú, intrépida Lisistrata, y vosotras
sus aliadas, no depon-ais vuestra cólera; sed siem-
pre como un manojo de ortigas: los vientos son fa-
vorables.
LISISTRATA.
Si el amable Cupido y la diosa de Chipre (1) der-
raman sobre nuestro seno los atractivos del amor,
é inspiran á los hombres ardientes y dulcísimos
deseos (2), espero que los Griegos llegarán á Ua-
marnos las Lisítnacas (3).
EL MAGISTRADO.
¿Y por qué?
LISISTRATA.
Por haber puesto término á sus locuras y paseos
con armas en el mercado.
UNA MUJER.
Muy bien, por Venus de Páfos.
LISISTRATA.
Pues ahora se les ve recorrer armados de punta
en blanco, como frenéticos coribantes, la pla^a en
que se venden ollas y legumbres.
EL MAGISTRADO.
Cierto, por que eso es propio de valientes.
LISISTRATA.
Pero es ridiculo ver comprando pececillos á un
hombron en cuyo escudo se ostenta una cabeza de
Gorgona.
LISÍSTRATA.
357
(2) Vi'Zris tentiginem jucundam ingeneraverint, ui
'% totb?;;"e S^;ias terminadoras de la guerra.
UNA MUJER.
El otro dia vi yo á todo un filarconte (1) de largos
cabellos, echar en su casco de bronce, sin apearse
siquiera, las puches que una vieja acababa de ven- •
derle. Otro Tracio, agitando su escudo y su dardo,
como Tereo (2), aterraba á una vendedora de hi-
gos, y se le comia los mejores.
EL MAGISTRADO.
¿Pero cómo podréis vosotras arreglar la enma-
rañada madeja de la cosa pública en este país?
LISISTRATA.
Facilísimamente.
EL MAGISTRADO.
¿Cómo? dímelo.
LISISTRATA.
Mira, cuando se nos enreda el hilo, lo cogemos
así y lo sacamos del huso, tirando á un lado y á otro;
pues bien, como nos dejen, desenredaremos igual-
mente la guerra, enviando embajadas á un lado y
á otro.
EL MAGISTRADO.
Por tanto, imbéciles, pensáis arreglar los más
peligrosos negocios con los husos, el hilo y la lana.
LISISTRATA.
Si tuvieseis un átomo de sentido común, segui-
ríais en política el ejemplo que os damos al traba-
jar la lana.
EL MAGISTRADO.
¿Cómo? Sepamos.
(1) Jefe de caballería de una tribu.
(2) Tereo reinó en Tracia.
358
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
Asi como nosotras principiamos por lavar la
lana para separarla de toda suciedad, vosotros de-
bíais empezar por expulsar á palos de la ciudad á
los malvados, y separar la mala hierba; luego di-
vidir á todos esos que se coligan y apelotonan para
apoderarse de los cargos públicos, y arrancarles la
cabeza; después amontonar en un canasto, para el
bien común, los metecos, los extranjeros, los ami-
gos y los deudores al Estado, y cardarlos sin distin-
cion. A las ciudades pobladas por colonos de este
país debíais de considerarlas separadamente, como
otros tantos pelotones colocados delante de nos-
otras, y en seguida sacar un hilo de cada una de
ellas, traerlo hasta aquí, reunirlos todos, hacer
un grande ovillo y tejer con ól un manta para el
pueblo.
EL xMAGISTRADO.
^.No es insufrible que pretenda hilarlo y deva-
narlo todo quien ninguna participación tiene en
la guerraV
LISISTRATA.
Pero, ¡maldito de Dios! nosotras tenemos parte
doble, pues primero parimos los hijos, y después
los enviamos al ejército.
EL MAGISTRADO.
Calla: no recuerdes nuestros desastres (1).
LISISTRATA.
Después, en vez de gozar en la flor de nuestra
(1) Alusión á la reciente derrota de Sicilia.
LISISTRATA.
359
juventud de los placeres del amor, estamos como
viudas, gracias á la guerra; y por nosotras, pase;
yo me aflijo p or esas pobres doncellas que enveje-
cen en su lecho solitario.
EL MAGISTRADO.
¿No envejecen también los hombres?
LISISTRATA.
¡Oh, eso es muy diferente! Un hombre, al volver
de la guerra, aunque tenga los cabellos blancos,
se casa pronto con una tierna doncellita. El tiempo
de la mujer es muy corto, y si no lo aprovecha, ya
nadie la quiere, y se pasa la vida en consultar los
augurios (1).
EL MAGISTRADO.
Pero todo anciano que aun conserva algún
vigor...
LISISTRATA.
¿Y tú, cuándo te piensas morir? Ya es tiempo;
cómprate un ataúd; mira, te voy á amasar la torta
funeraria (2). Toma esta corona y cíñete las sienes.
MUJER PRIMERA.
Toma estas cintas.
MUJER SEGUNDA.
Ten esta otra corona.
LISISTRATA.
í¡,Qué te falta? ¿Qué deseas? Carente (3) te espera;
tu tardanza le impide darse á la vela.
(1) Para averiguar cuándo le llegará eí turno.
(2) Para ofrecerla al Cerbero, según el rito funerario,
(3) Barquero del infierno.
360
COMEDIAS I)K ARISTÓFANES.
EL MAGISTRADO.
Estos ultrajes son insufribles. Voy á presentarme
yo mismo á mis coleg'as con esta facha.
LISISTRATA.
¿Te quejas porque aun no te hemos expuesto? (1)
No te apure?; dentro de tres dias iremos de madru-
g-ada á ofrecerte la oblación de costumbre.
fVame Lisistmta y el Magistrado, Los dos coros
quedan solos eti la escena.)
CORO DR VIEJOS.
Ya no puede dormir ning-un ami^o de la liber-
tad. Ea, dispong-ámonos para esta grande empre-
sa. Sospecho mayores pelig^ros, y creo percibir un
olor á tiranía de Hípias; y mucho me temo que al-
gunos Lacedemonios reunidos en casa de Olíste-
nes, hayan sido los incitadores de estas malditas
mujeres suafiriéndoles la idea de apoderarle de
nuestro tesoro y del salario de que vivimos. In -
dig'no es, por vida mia, qne se entrometan á dar
consejos á los ciudadanos y á hablar de cascos de
bronce, y á tratar de la paz con los Lacedemonios,
en quienes teng-o menos confianza que en un lobo
hambriento. Amibos, no cabe duda, todas sus tra-
mas tienden á restablecer la tiranía. Pero jamás
me tiranizarán; yo tomaré mis precauciones, y lle-
vando mi espada en la rama de mirto (2), estaró
(4) Era costumbre exponer los cadáveres delante de la
casa.
(% Verso tomado del escolio de Harmodio. Todo este
LISISTRATA.
361
sobre las armas en la plaza pública, junto á la es-
tatua de Aristog-iton. Allí permaneceré, porque
siento un vivo deseo de darle un bofetón á esa
maldita vieja.
CORO DE MUJERES.
Cuando vuelvas á tu casa no te conocerá ni la
madre que te parió (1). Pero, queridas ancianas,
dejemos esto en el suelo; nosotras, oh ciudadanos,
vamos á principiar un discurso muy útil á la re-
pública; y bien lo merece por haberme criado en
el seno de los placeres y del esplendor. A la edad
de siete años, ya llevé las ofrendas misteriosas en
la fiesta de Minerva; á los diez molia la cebada en
honor de la diosa; luég-o, ceñida de flotante túnica
azafranada, me consagraron á Diana en las Brauro-
nias (2); y por último, ya doncella nubil, fui cané-
fora, y rodeé mi g^rg-anta con el collar de hi-
g'os (3). En pag-o de tantas distinciones, ¿no deberé
dar útiles consejos á mi patria? Aunque mujer,
permitidme proponer un remedio á nuestros ma-
les; que al fin al darle mis hijos, también pag'o mi
contribución al Estado. Pero vosotros, miserables
viejos, ¿con qué contribuís? Después de haber con-
coro tiende á ridiculizar la suspicacia ateniense, á la cual
todo se le antojaban maquinaciones para restablecer la
tiranía.
(1) Amenaza dirigida á los viejos.
(2) UL: fui osa en las Brauronias . Véase la nota al
verso 874 de La Paz,
(3) Las canéforas, jóvenes de familias distinguidas que
llevaban los canastillos en las procesiones, solían llevar un
collar de higos.
362
COMEDIAS DE ARISTÓFA.NES.
LISJSTRATA.
sumido lo que se llamaba el tesoro de los Abue-
los (1), reunido durante las g-uerras médicas, nada
pag-ais; y todos corremos grave riesgo de que nos
arruinéis. ¿Qué podéis responder á esto? Como me
incomodes mucho, te siento en la cara este cotur-
no, y ¡cuidado que pesa!
CORO DE VUíJOS.
¿Puede haber mayor ultraje? La cosa va de mal
en peor. Todo hombre que se ten^a por tal, tiene
obligación de oponérseles. Pero quitémonos la tú-
nica. El hombre debe ante todo oler á hombre, y
no estar envuelto en sus vestidos. Ea, todos los que
en nuestros buenos tiempos nos reunimos en Lip-
sidrlon, hombres de pies desnudos, hoy es preciso
rejuvenecerse, enderezar el cuerpo, despojarnos
de la vejez. Si dejamos á las mujeres el menor asi-
dero, no cejarcán ni un punto en sus esfaerzos, y
las veremos construir naves, pretender dar bata-
llas navales y atacarnos á ejemplo de Artemisa (2).
Si les place dedicarse á la equitación, licenciaremos
á nuestros caballeros. A la mujer la ^usta mucho
el caballo; sobre él ataca vigorosamente, y no se
cae por mucho que galope: testigos las Amazonas
que Micon (3) pintó combatiendo á los hombres.
(1) En tiempo de las guerras médicas cada ciudadano
contribuyó según sus medios, formándose de esta manera
un gran fondo de reserva.
(2) Reina de Caria: acompañó á Jerjes en su expedi-
ción contra Grecia é hizo prodigios de valor. (Véase He-
RODOTO, VII, 99.)
(3) El cuadro del combate de las Amazonas y leseo
estaba en el Pecilo.
363
Por lo cual es preciso que nos apoderemos de ésta,
y las metamos á todas el cuello en el cepo.
CORO DE MUJERES.
íPor las diosas! Si me irritas, suelto las riendas á
mi cólera, y te doy una tunda que te obligo á pedir
socorro á tus vecinos. Amigas mias, quitémonos
también nosotras los vestidos: perciban esos car-
camales el olor á mujer enfurecida. Si alguno se
acerca á mí, yo le aseguro que no ha de comer
más ajos ni habas negras. ¡Di una sola palabra!
Estoy furiosa y te trataré como el escarabajo al
nido del águila. Ningún temor me dais mientras á
mi lado estén Lámpito y mi querida Ismenia, no-
ble tebana. Aunque des siete decretos, no podrás
con nosotras, imiserable, detestado por tus vecinos
y por todo el mundo! Ayer mismo, para celebrar
la fiesta de Hécate, quise traer de la vecindad una
muchacha buena y amable, muy querida por mis
hijos, una anguila de Beocia (1), y se negaron á
enviármela por tus malditos decretos. Y nunca ce-
saréis de hacerlos, hasta que alguno os coja por las
piernas y os precipite cabeza abajo.
ÍÁ Lisístmtaj. Directora de esta noble em-
presa (2), ¿por qué sales tan triste de tu morada?
(1) Estando interrumpido el comercio con Beocia por
la guerra, no venían al mercado ateniense sus exauisilas
anguilas.
(•2) Parodia del Telefo de Eurípides.
364
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTR\TA.
La indigna conducta de las mujeres, su incons-
tancia verdaderamente femenil, eso es lo que me
agita y llena de angustia.
CORO DE MUJERES.
¿Qué dices? ¿qué dices?
LISISTRATA.
La verdad, la verdad.
CORO DE MUJERES.
¿Qué desgracia ocurre? diselo á tus amigas.
LISISTRATA.
Vergonzoso es decirlo, y difícil callarlo.
CORO DE MUJERES.
No me ocultes la desgracia que nos ocuiTC.
LISISTRATA.
Nos abrasa la lujuria, para decirlo de una vez.
CORO DE MUJERES.
¡Oh Júpiter!
LISISTRATA.
¿A qué invocas á Júpiter? Esta es la pura verdad
No puedo privarles más tiempo de sus maridos;
pues se me escapan. La primera á quien sorprendí
abriaun agujero junto á la gruta de Pan (1): la se-
gunda se descolgaba por medio de una polea: otra
prepraba su deserción: otra, cogida á un pájaro, se
disponía volar á casa de Orsíloco (2), y la he dete-
nido por los cabellos; en fin, discurren todos los
(i) Que estaba al Norte de la ciudadela.
(2) Hombre de mala conducta.
LISISTRATA.
365
pretextos imaginables para volver á sus hogares.
Ahí viene una. ¡Eh! tú, ¿á dónde vas tan de prisa?
MUJER PRIMERA.
Quiero ir á nú casa: teng'o allí una porción de
lana de Mileto, que se la está comiendo la polilla.
LISISTRATA.
No hay polilla que valga. ¡Atrás!
MUJER PRIMERA.
Volveré al instante, te lo juro por las diosas; vol-
veré en cuanto la haya tendido sobre el lecho.
LISISTRATA.
No la tiendas, ni te muevas de aquí.
MUJER PRIMERA.
¿Y he de dejar perderse mi lana?
LISISTRATA.
No hay más remedio.
MUJER SEGUNDA.
¡Desdichada! ¡desdichada! me he dejado en casa
el lino sin macear.
LISISTRATA.
Ya tenemos otra que quiere ir á macear su lino.
Entra aquí.
MUJER SEGUNDA.
iTe lo juro por Diana! volveré en cuanto lo haya
maceado.
366
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
No lo macearás; porque si tú principias, otra
querrá hacer otro tanto.
MUJER TERCERA.
Divina Lucina, retrasa mi parto hasta que lle^e
á un lug-ar profano.
LISISTRATA.
¿Estás loca?
MUJER TERCERA.
Voy á parir de un momento á otro.
LISISTRATA.
¿Pero 9i ayer no estabas en cinta?
MUJER TERCERA.
Pues hoy lo estoy. Déjame, Lisístrata, déjame
salir en busca de la comadre.
LISISTRATA.
fíQué cuentos son esos? ^Qué cosa dura tienen
aquí?
MUJER TERCERA.
Un niño varón.
LISISTRVTA.
iCál si es de metal y hueca. Veámosla. ;0h,
tiene gracia! ¿iTraes el casco de la diosa, y decías
que estabas en cinta?
MUJER TERCERA.
Sí, por Júpiter, lo estoy.
LISISTRATA.
¿Pues por qué traías esto)*
LISISTRATA.
367
MUJER TERCERA.
Para si me sobrevenía el parto en la cindadela
hacer con él un nido, como las palomas.
LISISTRATA.
¿Qué dices? esos son pretextos: la cosa está clara.
¿No esperarás aquí el dia de tu puriñcacion? (1).
MUJER TERCERA.
No puedo dormir en la cindadela desde que he
visto la serpiente que la g-uarda (2).
MUJER CUARTA.
Yo, infeliz de mí, me muero de fatig-a: el grito
incesante de las lechuzas (3) no me deja conciliar
el sueño.
LISISTRATA.
íDesdichadas! basta de fing-idos terrores. Quizá
echáis de menos á vuestros maridos. ¿Creéis que
ellos no os desean también? Yo sé que pasan no-
ches crueles- Pero, amigas mias, resistios sin fla-
quea?, y tened ai'm un poco de paciencia: un oráculo
nos pronostica el triunfo, si no nos dividimos.
Oidlo.
CORO DE MUJKRES.
Sí, dínus el oráculo.
(i) Lit.: anjídroraia, ceremonia que consistía en dar
vueltas ali-ededor del altar con el niño, al quinto dia de
su iiacimientu.
(2) Creian los Atenienses que una gran serpiente ó
dragón estaba encargado de guardar el templo y la Acró-
polis.
(3) Las lechuzas abundaban muchísimo en Atenas.
. 368
COMEDIAS HE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
369
LISISTRATA.
Callad, pues. «Cuando las g-olondrinas, huyendo
de las abubillas, se reúnan en un lugar, y se abs-
tengan de los machos, entonces concluirán los
males, y Júpiter tonante pondrá lo de abajo ar-
riba...
CORO DE MUJERES
¿Nosotras estaremos encima?
LISISTRATA.
«Pero si las divide la discordia, y las golondrmas
huyen del sagrado templo, no habrá otra ave más
lasciva.»
CORO DE MUJERES.
El oráculo está claro. ¡ Oh dioses! no hay que
desalentarse. Entremos. Vergonzoso seria, compa-
ñeras, el faltar al oráculo.
CORO DE VIEJOS.
Quiero contaros una fábula que oí siendo niño.
Es asi: Habia un joven llamado Melanion (1), que
por odio al matrimonio se fué á un desierto; vivia
en las montañas; cazaba liebres, hacia lazos, y te-
nía un perro, y jamás volvió á su casa; ¡tanto abor-
recía á las mujeres! y nosotros también, que no so-
mos menos discretos que Melanion.
(1) Jenofonte (Cinegética, i) cita un Melanion, que con-
siguió la mano de Atalanta como premio á sus esfuerzos
en la caza. Pero la fábula cantada por el coro hace sospe-
char que no se refiere al mismo.
UN VIEJO.
Vieja mia, quiero darte un beso...
UNA MUJER.
Llorarás, sin comer ajos.
EL VIEJO.
Y atizarte un puntapié.
LA MUJER.
Tu espesa barba es buen asidero.
EL VIEJO.
Mirónides era negro y velludo y el terror de to-
dos sus enemigos, lo mismo queFormion (1).
CORO DE MUJERES.
También yo quiero contarte una fábula en res-
puesta á la de Melanion. Habia un tal Timón (2),
hombre intratable, inaccesible como si estuviese
erizado de espinas, un verdadero hijo de las Furias.
El tal Timón, lleno de odio, huyó de vosotros col-
mándoos de maldiciones. iTanto aborrecía á los
hombres! Sin embargo, era apasionadísimo por las
mujeres.
UNA MUJER.
¿Quieres que te sacuda un bofetón'^
UN VIEJO.
No, no te tengo miedo.
(1) Mirónides era un general que ganó la batalla de
Enófilo (Tuc, I, 108).— Sobre J^ortfMo^i véase la nota al
verso 562 de Los Caballeros.
(2) Llamado el Misántropo. Llevó su aborrecimiento á
los hombres al extremo de que habiéndose roto una pierna
dejó que se le gangrenase la herida y murió, por no que-
rer llamar á un médico.
lOMO II.
U
370
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
L1SÍSTRATA.
LA MUJER.
Pueg te daré un puntapié.
EL VIRJO.
Se te verá lo que no debe verse (1).
LA. MUJER.
No se verá nada sucio; aunque soy vieja, la luz
de la lámpara me sirve de depilatorio.
LISISTRATA.
|Eh! ¡ehl mujeres, acudid aprisa.
MUJER PRIMERA.
¿Qué ocurre? di, ¿por qué ems gritos?
LISISTRATA.
Un hombre, un hombre se acerca enfurecido por
la cólera de Venus. ¡Diosa reina de Chipre, Citera
y Páfos, no te desvies del principiado camino!
MUJER PRIMERA.
¿Dónde está? ¿Quién es?
LISISTRATA.
Junto al templo de Céres (2).
MUJER PRIMERA.
En efecto, es un hombre. ¿Pero quién podrá ser?
LISISTRATA.
Mirad. ¿Le conocéis alg-una de vosotras?
MIRRINA.
Yo le conozco: es mi marido Cinesias.
(\) Cunnum osíendes.
(2) El templo de Céres Cloe (Protectora de los trigos
verdes) cstoba próximo ó la Acrópolis.
371
LISISTRATA (A MirHm),
Procura mortificarle y enardecerle la sangre fin-
gióndole amor y desden, y concediéndole todo
cuanto pida, menos lo que la copa (1) te prohibe.
MIRRINA.
Pierde cuidado: eso corre de mi cuenta.
LISISTRATA.
Me quedo para ayudarte á engranarle y mortifi-
carle. Vosotras, retiraos.
CINESIAS.
i Ay desdichado, qué horrible- tormento! (2). Se
me figura que estoy sobre la rueda.
LISISTRATA.
¿Quién está ahí, más acá de los centinelas?
CINESIAS.
Yo.
LISISTRATA.
¿Un hombre?
CINESIAS.
Sí, un hombre.
LISISTRATA.
¡Pronto, fuera de ahí.'
CINESIAS.
¿Quién eres tú para despacharme?
LISISTRATA.
El centinela de dia.
/ol ^!,^®^''*' ^} Juí'amento que sobre la copa prestó.
(-2) ¡Quania discrucior convulsione et tentigenel
372
LISfSTRATA.
COMEDIAS I>£ AfiISrÓFAiN£S.
373
CINESIAS.
Por los dioses te lo pido, llama á Mírrina.
LISISTRATA.
¡Me gusta! ¿que llame á Miirina? Y tá ¿quién
eres?
CINESIAS
Su marido Cinesias Peónides.
LISISTRATA.
Salud, carísimo; tu nombre no nos es descono •
cido, porque á tu mujer nunca se le cae de la boca;
si coge un huevo ó una manzana, dice siempre:
«Esto para mi Cinesias.»
CINESIAS.
¡Oh soberanos dioses!
LISISTR\TA.
Asi es, por Venus. Siempre qne se hablada
hombres, tu mujer suele decir: uTodo es nada en
comparación de mi Cinesias.»
CINESIAS.
Vamos, llámala.
LISISTRATA.
¿Me darás algo por el servicio?
CINESIAS.
Ya lo creo; y en seguida, si quieres : mira, te
daré lo que tengo.
LISISTRATA.
Pues bajo á llamarla.
CINESIAS.
Anda lista. La vida no tiene encanto para mí
desde que abandonó el hogar; entro en él con has-
tío; la casa me parece un desierto; todos los man-
jares insípidos: ¡tal es mi pena!
MIRRINA.
¡Le amo, sí, le amo! pero él no quiere correspon-
derme. No me obligues á ir á verle.
CINESIAS.
¡Oh dulcísima Mirrinita! ¿por qué haces eso?
Baja, baja.
MIRRINA.
No lo creas.
CINESIAS.
¿Cómo, Mírrina, no bajarás llamándote yo?
MIRRINA.
Me llamas sin necesidad.
CINESIAS.
¿Sin necesidad, y estoy pereciendo?
MIRRINA.
Me voy.
CINESIAS-
No, por piedad: oye siquiera al niño. Vamos, hijo
mío, ¿no llamas á tu mamá?
EL NIÑO.
¡Mamá! ¡mamá! ¡mamá! (1).
CINESIAS.
Vamos, ¿qué haces? ¿No te compadeces de esta
(1) Maman era el nombre familiar con que los niños
llamaban á sus madres.
374
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
pobre criatura que hace seis dias está sin madre
que le asee?
MIRRINA.
Él ya me da lástima, pero su padre es muy des-
cuidado.
CINÉSUS.
Baja, loquilla, por amor á tu hijo.
MIRRINA.
lAh! jlo que es haberlo parido! Vamos, ya bajo:
¿qué remedioi?
CINESIAS.
Me parece mucho más joven; ¡qué tierna es su
mirada! Sin duda su desden y negativas enarde-
cen mi amor.
MIRRINA.
Dulcísimo niño, hijo de un mal padre, y en-
canto de tu mamá, toma, toma este beso.
CINESIAS.
¿Por qué haces eso, malvada, sig-uiendo el ejem-
plo de otras mujeres con gran pena tuya y mia?
MIRRINA.
Quietas las manos.
CINESIAS.
Todo lo que hay en casa se está perdiendo.
MIRRINA.
Poco se me importa.
CINESIAS.
¿Se te importa poco que las gallinas desgarren
tus telas?
MIRRINA.
Sí, por cierto.
LISISTRATA.
375
CINESIAS.
¡Tanto tiempo como hace que no has celebrado
las fiestas de Venus! ¿No quieres venir?
MIRRINA.
No, mientras no hagáis la paz y concluyáis la
guerra.
CINESIAS.
Bien; si te agrada, lo haremos.
MIRRINA.
Bien, si te agrada, volveré á casa; pero hasta
entonces estoy comprometida por un juramento.
CINESIAS.
Saltem aliquantisper mecum decumbe.
MYRRHINA.
Non sane: etsi non posse negari te a me amari.
CINESIAS.
Amas? cur ergo non decumbis, Myrrhinula?
MYRRHINA.
O ridende, num praesente puerulo?
CINESIAS.
Non hercle: sed tu, o Manes, fer eum domum.
Ecce puerulus jam tibi hinc amotus : tu vero non
decumbes?
MYRRHINA.
Sed, o perdite. ubi id fieri potest?
CINESIAS.
Ad Panos sacellum percommode.
MYRRHINA.
At quomodo in arcem casta rediré potero?
CINESIAS.
Facillume, in Clepsydra si laveris.
376
COMEDIAS PP: ARISTÓFANES.
MYRRHINA.
Scilicet, O perdite, jarata pejerabo?
CINKSIAS.
In caput meum vertat. De jurejurando no sis
soUicita.
Ag'edum ferara lectulum nobis.
CINESIAS.
Nequáquam: sufficit nobis liumi cubare.
MYRRHINA.
Ita me Apollo juvet, ut eg'o te, quamvis turg-en-
tem libídine, non reclinaverim humi.
CINESIAS.
Amat me valde, satis apparet, uxor.
MYRRHIXA.
En, decumbe properans, et ego exuo vestes. At,
perii, teg-es ef fe renda est.
CINlíSIAS.
Qiiae, maliim, teg'es? Hand mihi quidem.
MYRRHINA .
Ita mihi Diana propitia sit: turpe enim est super
loris cubare.
CINESIAS.
Sine deosculer te.
MYRRHINA.
Eu.
CINESIAS.
Papae! Reverteré huc erg-o quam celeriter.
MYRRHINA.
En teg-es. Decumbe: jam exuo vestes. Sed, periií
cervical non habes.
USÍSTRATA.
377
CINESIAS.
At nihil opus est mihi.
MYRRHINA.
At ecastor mihi.
CINESIAS.
Profecto penis hicce uti Hercules hospitio exci-
pietur.
MYRRHINA.
Surgre, subsulta.
CINESIAS.
Jam omnia habeo.
MYRRHINA.
Itane omnia?
CINESIAS.
Ag'edum, o áurea.
MYRRHINA.
Jam stropbium solvo: tu vero memento, ne,
quam dedisti de pace ineunda, fidem fallas.
CINESIAS.
Peream hercle prius.
MYRRHINA.
Sed lodiccm non habes.
CINESIAS.
Nec hercle opus est: sed futuere voló.
MYRRHINA.
Ne sis sollicitus, et istud facies : cito enim
redeo.
CINESIAS.
Strag^ilis perdet me hsec femina.
MYRRHINA.
Erigiere.
378
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
479
CINESIAS.
At iste jamdudum erectas est.
MYRBHINA.
Vin'ut te inungam?
CINESIAS.
Ne hoc Apollo sirit.
MYRRHINA.
Per Venerem, velis nolis, inungere.
CINESIAS.
Utinam, o supremo Júpiter, effusum fuisset is-
tuc ungueatum!
MYRRHINA.
Porrige manum, sume et inungere.
CINESIAS.
Istuc hercio ung'uentum mioime et suave, nisi
terendo bonum sit; nec concubitum olet.
MYRRHINA.
Me miseram! Rhodium unguentum extuli.
CINESIAS.
Bonum est: mitte hoc, o fatua.
MYRRHINA.
Nugaris.
CINESIAS.
Qui illum dii omnes perduint, qui primus coxit
unguentum!
MYRRHINA.
Cape hoc alabastrum.
CINESIAS.
Sed aliud habeo. At tu, o perdita, decumbe, et
ne fer mihi quidquam.
MYRRHINA.
Istuc agram, ita me Diana amabit. Calceos ig'itur
exuo. Sed, o carissime, vide utdecernas aliquid de
pace facienda.
CINESIAS.
Consulam. (Mynkim imjugit.) Perdidit me et
attrivit mulier tum alus ómnibus, tum quod me
excoriatum relinquens abiit. Hei mihi! quid fa-
cíame quem futuam, postquam spe excidi po-
tiundae pulcherrimae? quomodo hancce educabo? (1)
Ubi Cynalopex? (2) loca mihi mercede nutricem.
CHORUS SENUM.
In maxumis maUs, o infelix, et auimi ang'ore
cruciaris; et me tui miseret. Heu! heu! Quinam
renes possint durare? quis animus? qui colei? quis
penis intentus, nec mane permolens aliquam?
CINESIAS.
¡Oh Júpiter, qué horribles convulsiones!
CORO DE VIEJOS.
Cómo se te ha burlado la más execrable y pér-
fida de las mujeres!
CINESIAS.
Di la más amada, la más dulcísima.
CORO DE VIEJOS.
¿Dulcísima? No, cruel, muy cruel! ¡Oh Júpiter,
(1) De pene loquitur tamqmm depuella recenti paríu
edita, cui nutrice opus sit,
(2) Filóstrato. Véase Los Caballeros, 1.069.
I
380
COMEDIAS DE ARISTOFA>ES.
envia una violenta ráfag-a que la levante como á
paja lionera, y después de hacerla g-irar arremoli-
nada en lo3 aires, la deje de repente en tierra y la
clave... donde yo me sé! (1).
UX HERALDO.
¿Dónde está el Senado ateniense? ¿dónde están
los Pritáneos? teng-o que comunicarles una no-
ticia.
EL M.\GISTR\D0.
¿Eres un hombre ó un Príapo? (2).
EL HERALDO.
íSoy un heraldo, imbécil! te lo juro por Castor y
Pólux; vengo de Esparta para hacer la paz.
EL MAGISTRADO.
¿Trayendo una lanza escondida?
EL HERALDO.
No hay tal.
BL MAGISTRADO.
¿Adonde te vuelves? ¿Por qué te estiras la tá-
nica? ¿Te has excoriado de tanto andar?
EL HERALDO.
Este hombre es un idiota
EL MAGISTRADO.
Tu porte es indecentísimo (3).
(i) Deinie in mentulam incidit, et inigatur.
(2) Lit.: un Conísalo, especie de sátiro. El nombre con
que le sustituimos excusa una nota sobre la forma de pre-
sentarse el heraldo.
(3) Sed arrigis, o impuHssime.
LISISTRATA.
381
EL HERALDO.
Te digo que no, y basta de bromas.
EL MAGISTRADO.
¿Qué traes ahí?
EL HERALDO.
Una escítala (1) iacedemonia.
EL MAGISTRADO.
Pase por escítala; pero díme la verdad; mira que
lo sé todo: ¿cómo andan las cosas en Lacede-
monia?
EL HERALDO.
Mal; todas en el aire, lo mismo las de Lacede-
monia que las de los aliados; Pelene (2) nos es in-
dispensable.
EL MAGISTRADO.
¿Cuál es la causa de esa deplorable situación?
¿Quizá Pan (3) irritado...?
EL HERALDO.
No, Lámpito, según creo, fué la que principió;
y en seguida, á un tiempo y unánimes, todas las
Espartanas se han separado de sus maridos.
EL MAGISTRADO.
¿Y qué tal lo pasáis?
(i) La Escitala era un bastón cilindrico y prolongado
que los Lacedemonios entregaban á cada general que par-
tía á la guerra. En Lacedemonia quedaba otro idéntico, y
cuando querían enviar un despacho secreto rollaban una
correa al basten y escribían á lo largo; después la desen-
rollaban, de suerte que lo escrito sólo podia ser entendido
por el general que volvia á colocar la correa en torno de
m escitala.
(2) Nombre de una ciudad de Acaya y de una cortesana.
(3) Dios de la lascivia.
382
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISrSTRATA.
3S3
EL HERALDO.
Horriblemente; andamos encorvados por las ca-
lles, como si lleváramos linternas. Las mujeres
han resuelto no permitirnos la menor caricia,
hasta que por unánime consentimiento hag'amos
la paz con toda la Grecia.
EL MAGISTRADO.
Es una conspiración tramada por las mujeres
de todos los países. Ahora lo comprendo. Vete
cuanto antes, y di á los Lacedemonios que man-
den embajadores con plenos poderes para tratar
de la paz. Yo voy á decir al Senado que os envié
otros; me bastará para persuadirle el hacerle ver
nuestra situación.
EL HERALDO.
Voy volando: tu idea es excelente.
CORO DE VIEJOS.
No hay bestia feroz, ni incendio más indomable
que la mujer. La pantera es menos desverg'on-
zada.
CORO DE MUJERES.
Si sabes eso, ?.por qué te ob=?tinas en hacerme la
guerra, pudiendo, gran bribón, ser amig'o mío?
CORO DV. VIEJOS.
No, jamá^ dejaré de aborrecer á las mujeres.
CORO DE MUJERES.
Como quieras; mas por de pronto no puedo con-
sentir que estés desnudo. ¡Si vieras lo ridículo que
estás! Vamos, voy á ponerte esta túnica.
CORO DE VIEJOS.
En eso tenéis razón, por vida mía; me la quité
en aquel arrebato de cólera.
CORO DE MUJERES.
Ahora siquiera tienes facha de hombre, y no
haces reir. Si no me hubieras enojado tanto,
te sacaría también un animalito que tienes en
el ojo.
CORO DE VIEJOS.
Sin duda era eso lo que me mortificaba. Toma
este anillo; saca el insecto y enséñamelo. Me pica
en el ojo hace un buen rato.
CORO DE MUJERES.
Lo haré, aunque eres el hombre más gruñón...
íOh Júpiter, qué enorme mosquito! ¿Lo ves? Debe
ser de Tricoriso (1).
CORO DE VIEJOS.
í Ah, qué alivio te debo! Me estaba abriendo un
pozo; así es que en cuanto lo has sacado, me flu-
yen lág-rimas en abundancia.
CORO DE MUJERES.
Aunque eres muy bribón, yo te las enjug'aré, y
además te daré un beso.
CORO DE VIEJOS.
No me beses.
CORO DE MUJERES.
Quieras ó no.
(i) Demo del Alica, rodeado de bosques y pantanos.
l5us mosquitos, á lo que parece, eran de marca mayor.
384
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISiSTRATA.
385
cono DE VIEJOS.
¡Mala peste os lleve! ¿Habráse visto qué zala-
meras son? Con razón se dice: «Ni con esas perver-
sas, ni sin esas perversas.» Pero hagamos las pa-
ces, y convengamos en no causarnos en adelante
ningún mal; ni nosotros á vosotras, ni vosotras á
nosotros. Sancionemos nuestra amistad, uniendo
nuestros cantos.
CORO DE MUJERES.
No pretendemos, ciudadanos, hablar mal de nin-
guno de vosotros; al contrario, os deseamos y hare-
mos todo género de beneficios; que para males, los
presentes bastan (1). Acuda á nosotras todo hom-
bre ó mujer que necesite dinero, y recibirá tres
minas; pues adentro hay oro en abundancia, y
nosotras también tenemos bolsa. Y si la paz llega á
hacerse, nadie tendrá que devolver la cantidad re-
cibida. Hemos convidado á cenar á unos Caris-
tios (2), personas buenas y valientes; tenemos pu-
ches y un lechoncillo, recientemente inmolado,
cuya carne será tierna y sabrosa. Venid, pues, hoy
á mi morada, y venid pronto, después del baño,
vosotros y vuestros hijos; entrad sin preguntar
por nadie; seguid todo derecho, como en vuestra
(t) Nueva alusión á las derrotas en Sicilia y á la de Eri-
trea (Véase Tucídides, viii, 95).
(2) Habitantes de Carislio en Eubea, que tenían fama de
malas costumbres.
casa, sm reparo alguno; porque la puerta es-
tará... cerrada.
CORO DE VIEJOS.
Ahí vienen los embajadores espartanos, pisán-
dose las barbas; parece que traen una gamella
colgada á ia cintura.
íSalud, en primer lugar, Lacedemonios! y en
seguida, decidnos qué tal os encontráis.
UN LACEDEMONIO.
¿Qué necesidad hay de largos discursos? Mirad
y ved.
CORO DE VIEJOS.
¡Oh! el mal toma serias proporciones y va cada
vez á peor.
EL LACEDEMONIO.
Es indecible. ¿A qué hablar más? Venga cual-
quiera, y ajustemos la paz á cualquier precio.
CORO DE VIEJOS.
Atqui et istos conspicor indígenas, tamquam
luctatores a ventre rejicientes vestes, ita ut athle-
ticum quid hic morbus videatur.
ATHENIENSIS.
Quis indicet nobis Lysistratam, ubi sit? nam
viri adsumus et nos hujuscemodi.
CHORUS SENUM.
Etalter hic morbus alteri congruit. Numquid
mane tentigo vos capit?
ATHENIENSIS.
Immo hercle perimus, dum hoc experimur. Qua-
XOMO II.
25
386
COMEDIAS HE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
re, nisi pacem inter no? quis ocius conciliet, fieri
non poterit, quin Clisthenem futuamus.
CHORUS SRNÜM.
Si sapitis, vestes sumetis, ut nequis eoram, qui
Hermos truncant, vos videat .
ATHENIENSIS.
Recte, ita me Júpiter amet, autumas.
LACO.
Ita me Castores, recte omnino. Agredum ami-
ciamur.
ATHENIENSIS.
Sálvete, o Lacones: turpeest, quodnobis accidit.
LAGO.
O carissime, male utiqíie nobis fuisset, si vidis-
sent isti viri méntulas nostras erectas.
EL ATENIENSE.
Ea, Lacedemonios, hablemos con franqueza. ¿A
qué habéis venido?
EL LACEDEMONIO.
A tratar de la paz.
EL ATENIENSE.
Muy bien, nosotro.- á lo mismo. ¿Mas por qué no
llamamos á Lisistrata? Es la única que puede ar-
reg'larnos.
EL LACEDEMONIO.
Bueno, y si quieres también á Lisistrato(l).
CORO DE VIEJOS.
Es inútil llamarla; sin duda os ha oido, y sale.
387
(1) Llamado en Los Acarnienses (885) «Oprobio de los
Colargicnses.» Su nombre, como el de Lisístrala, significa:
fTerminador de la guerra.»
íSalud, mujer esforzadísima! Lleg-ó la ocasión de
mostrarte valiente ó tímida, buena ó mala, severa
ó indulg-ente, sencilla ó astuta. Los principales
Gneg-os, seducidos por tus encantos, se confian á
tí, y esperan que des fin á sus agravios.
LISÍSTRATA.
No es cosa difícil, mientras su situación no les
arrastre á excesos nefandos. Pronto lo sabré
¿Dónde está la Paz? (i) Tráeme primero á los La-
cedemonios, cogiéndoles de la mano, sin dureza
ni altivez, y sin aquella grosería con la cual les
recibían nuestros esposos (2); al contrario, mués-
trales esa afabilidad adorno de la mujer. Si se nie-
gan á darte la mano, cógelos por otra parte (3).
Tráeme asimismo á los Atenienses, cogiéndoles
por donde quieran.— Lacederaon ios, colocaos junto
á mí; vosotros, Atenienses, á este lado; ahora pres-
tadme atención. No soy más que una mujer, pero
tengo sentido común; la naturaleza me dotó de un
criterio claro, que las lecciones de mi padre y de
otros ancianos acertaron á desenvolver. Quiero
principiar por echaros en rostro faltas comunes á
entrambos y censurables con sobra de razón. Vos-
otros que en Olimpia, en las Termopilas, en Dél-
íos (ícuántos lugares pudiera citar si quisiera ex-
tenderme!) rociáis los mismos altares con igual
agualustral, y formáis una sola familia ante los
JJi Áí^'' ^.í^^-^.^^^'^^' ^'•«^«^^ (AtaXXaYti), personificada
como Opora, Teoría, etc.
(2) Cuando el negocio de Pilos, principalmente.
(.■«) Méntula prehensum duc
388
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISISTRATA.
389
bárbaros enemigos, arruináis ahora con desola-
dora guerra la Grecia y sus ciudades. Esto es lo
primero que tenía que deciros.
EL ATENIENSE.
Y á mi me mata el deseo.
LISTSTRATA.
Ahora, Lacedcmonios, me dirijo á vosotros en
particular. ¿No os acordáis de cuando el Espar-
tano Periclides (1) lleg-ó suplicante al pié de nues-
tras aras, pálido, vestido de púrpura (2), pidiendo
ék los Atenienses tropas auxiliares^ Porque enton-
ces la Mésenla os ai)uraba, y Neptuno estremecía
vuestra tierra (3). Cimon panió con cuatro mil sol-
dados, y salvó á Lacedemonia. ¡Y después de ta-
les beneficios devastáis los campos de vuestros li-
bertadores!
EL ATENIENSE.
Sí, Lisístrata, obraron mal.
EL LACEDKMONIO.
Obramos mal: pero es indecible la belleza de
esto (4).
LISISTRATA.
¿Creéis, Atenienses, que os voy á absolver de toda
culpa? ¿No recordáis que también los Lacedemo-
nios, cuando vestíais la túnica de esclavos, víníe-
(4) Véase Tucídides, i, 102.
(9) El traje mililar de los Lacedemonios era de color
de púrpura. ^ , , „ j«
(3) Se refiere á un terremoto y j^ una sublevación de
los Mesemos é Hilotas. (Véase Tucídides, id.)
(4) 'O uptDxxóí.
ron en armas, mataron g-ran número de Tesalíos
y de amig-os y partidarios de Hipias, y fueron los
únicos que en aquel memorable dia os devolvie-
ron la libertad y cambiaron vuestra túnica servil
por el manto de ciudadanos*^ (1).
EL LACl?DEMONIO.
No he vi-íto mujer más hermosa.
EL ATENIENSE.
Yo tampoco.
LISISTRATA.
Debiéndoos mutuamente tantos y tan preclaros
beneficios, ¿por quó os hacéis la g-uerra, y no de-
sistís de vuestros rencores? ¿Por qué no os recon-
ciliáis? Decid: ¿quién os lo impide?
EL LACEO íMONIO.
Nosotros ya queremos, sí se nos devuelve nues-
tro baluarte.
LISISTRATA.
¿Cuál? amig-0.
EL LACEDEMONIO.
Pilos, que reclamamos y apetecemos hace
tiempo.
EL ATENIENSE.
¡Por Neptuno! nunca lo consegfuíreis.
LISISTRATA.
Cedédselo, amig-os míos.
(i) Hipias, hijo de Pisístrato, mandó á una multitud de
Atenienses desocupa los á cultivar las tierras, obligándo-
les á vestirse la túnica corla de los esclavos, para que la
vergüenza les impidiera volver á la ciudad.
300
COMEDIAS DE ARISTOFANIíS.
LlSíSTRATA.
391
EL ATENIENSE.
Entonces, ¿dónde promoveremos alborotos?
LISISTRATA.
Exig-id otra plaza en cambio.
EL ATENIENSE.
Bueno, dadnos Equinonte, el g-olfo Maliense
que la baña, y los muros de Me^^ara, parecidos á
dos piernas.
EL LACEDEMüNIO.
No, querido mió, no todo eso.
LISISTHATA.
Convenios, no disputeis por dos piernas.
EL ATENIENSE.
Yo estoy deseando desnudarme, y arar mis
tierras.
EL LACEDEMÜNIO.
y yo abonarlas primero (1).
LISISTRATA.
En cuanto se ajuste la paz liareis todo eso. Si la
deseáis, deliberad sobre el asunto, y partid á co-
municar vuestra resolución á los aliados.
EL ATENIENSE.
¿A qué aliados, amig'a mia? Nuestra situación es
insostenible. ¿Crees que á nuestros aliados no les
pasará lo mismo?
EL LACEDEMOMO.
A los mios, si.
EL ATENIENSE.
Pues no di^-o nada á los Caristios (2) .
LISISTRATA.
Perfectamente. Ahora purificaos para que las
mujeres os recibamos en la cindadela, y vaciemos
en obsequio vuestro nuestras cestas. Juraos mutua
fidelidad; después cada uno recobrará su esposa, y
se marchará con ella.
EL ATENIENSE.
Vamos aprisa.
EL LACEDEMONIO.
Llévame adonde quieras.
EL ATENIENSE.
Sí, sí, volando.
(i) Hay muchos equívocos en el texto.
("1) Aiusioü á sus disolutas costumbres.
CORO DE MUJERES.
Tapices bordados, túnicas preciosas, vestidos ro-
zag*antes, vasos de oro, todo cuanto teng-o os lo
ofrezco de buena voluntad, para que lo lleven
vuestros hijos, ó vuestra hija, si lleg'a á ser cané-
fara. A todos os di^o que dispong-ais de mis rique-
zas y cojáis en mi casa cuanto os agrade: de todo,
por bien sellado que se encuentre, podéis apodera-
ros rompiendo su cerradura. Mas por mucho que
miréis no veréis nada, á menos de que vuestros
ojos sean más perspicaces que los mios. El que no
teng-a comiíia para sus esclavos ó numerosa prole,
encontrará en mi casa triodo molido y un enorme
pan de un quénice. Todos los pobres pueden acu-
dir á mí con sacos y alforjas para recibir g-ranos.
Manes, mi esclavo, se lo dará. Sin embarg'O, que
nadie se acerque ámi puerta; cuidado con el perro.
392
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LISÍSTRATA.
393
UN CURIOSO.
Abre la puerta.
UN CRIADO.
Retírate. ¿Qué hacéis vosotros ahí? ¿Queréis que
09 abrase con psta lámpara? ¡Qué g-ente tan mo-
lesta!
EL CURIOSO.
No me retiraré.
EL CRIADO.
Bueno, ya que os empeñáis, nos ag-uantarómos
aquí.
EL CLUIOSO.
Y nosotros nos aguantaremos contigfo.
EL CRIADO.
íAh! ¿No os vais? Vuestros cabellos lo pag-arán,
y después pondréis el grito en el cielo. ¿No os vais
para que los Lacedemonios se marchen en paz des-
pués del festín?
EL ATENIENSE.
Nunca he visto un banquete semejante. Los La-
cedemonios estaban encantadores; y nosotros, des-
pués de beber, discretísimos.
CORO DE VIEJOS.
Tienes razón, porque en ayunas desvariamos.
Por lo cual, si los Atenienses me creyesen, debería-
mos de ir siempre beodos á todas las embajadas.
¿Entramos sin beber pu Lacedemonia? Pues ya sólo
buscamos motivos de discordia: no oimos lo que
se nos dice: lo que no se nos dice nos inspira sos-
pechas; y al dar cuenta de lo ocurrido desnatura-
lizamos los hechos. Pero hoy estábamos de tan buen
talante, que si hubiesen cantado el escolio de Te-
lamón (1) en vez del de Clitágxiras, hubiéramos
aplaudido, dispuestos al perjurio.
EL CRIADO.
¿Ya vuelven otra vez? Larg-o de aquí, gfrandísi-
mos desollados.
EL CURIOSO.
Por fin salen los convidados.
EL LACEDEMONIO.
Queridísimo amig*o, cog-e las flautas para que yo
baile y cante en honor de los Atenienses y de nos-
otros mismos.
EL ATENIENSE.
Sí, coo*e las flautas, por todos los dioses; nada
me divertirá tanto como el verte bailar.
CCRO DE LACEDEMONIOS.
Inspira, oh Mnemosine (2), á estos jóvenes y á
mi Musa, sabedora de nuestras ilustres hazañas y
de las de les Atenienses, que junto á Artemisio (3)
con ímpetu de diosos se lanzaron sobre los bajeles
enemig-os y derrotaron á los Medas. Leónidas nos
llevaba como jabalíes que han ag-uzado sus colmi-
(1) Canción guerrera, inoportuna en un banquete para
solenonizar la paz.
(2) Madre de las Musas.
(3) Promontorio de Kubea junto al cual los Atenienses
derrotaron á Jérjes.
394
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
líos; copiosa espuma cabria nuestros labios, y cor-
ría por todo nuestro cuerpo. Porque los Persas eran
numerosos como las arenas del mar. ¡Cazadora
Diana, señora de las selvas, vir^^en cele.-?tial, ven y
patriocina nuestra alianza! ¡Que en adelante nos
lig-ue una amistad fraternal, jamás rota por la per-
fidia! ¡Senos propicia, doncella cazadora!
LISISTRATA.
Ea, ya que todo lo demás ha terminado tan fe-
lizmente, Lacedemonios, llevaos vuestras mujeres;
y vosotros, Atenienses, las vuestras; que el esposo
esté junto á su esposa y la esposa junto á su es-
poso; 7 en celebridad de tan feliz suceso, dan-
cemos en honor de los dioses y evitemos las reinci-
dencias.
CORO DE ATENIENSES.
¡Que se presente el coro! ¡Que aparezcan las Gra-
cias! Invocad á Diana, invocad á su hermano, al
benéfico Pean, director de las danza¿; invocad
al Hios de Nisa ^1), cuyos ojos centellean al fijarse
en las Ménades: invocad á Júpiter, el de corus-
cante rayo, á su veneranda esposa y á todas las
deidades, eternos testig-os de esta paz ajustada bajo
los auspicios de Venus. ¡lo! ¡io! Pean ¡bailad! ¡lo!
¡io! saltad como para celebrar una victoría. ¡Evóe!
Evóel Lacedemonio, entona un nuevo canto.
CORO DE LACEDEMONIOS.
Desciende otra vez del amable Taig^eto, Musa
lacedemonia, y ven á celebrar conmigo al Ami-
(1) Baco.
LISISTRATA.
395
cleo (1) Apolo, á Minerva Calcieca (2) y á los fuer-
tes Tindáridas (3) que se ejercitan en la márg-en
del Eurotas (4).
iOhi ven, tiende hacia mí tu rápido vuelo, y
cantemos á Esparta, amante de los sagrados coros,
y g-allardas danzas que junto al Eurotas ejecutan
sus doncellas, saltando con la ag-ilidad de jóvenes
corceles, hiriendo el suelo con lig-ero pié, y, á modo
de tirsíferas Bacantes, soltando al viento la des-
trenzada cabellera. La casta hija de Leda (5) las
precede radiante de hermosura. Ea, sujeta con una
cinta tus flotantes cabellos, y salta como ligera
cierva; arranca esos aplausos que animan los coros,
y celebra á Palas, la más fuerte y guerrera de las
diosas.
(1) Sobrenombre de Apolo, por el magnífico templo
que le consagró Amidas, hijo de Lacedémon, en la orilla
derecha del Eurotas, cerca de Esparta.
(2) Sobrenombre tomado del templo con puertas de
bronce (x«^xó<;) que Minerva tenía en Eubea.
(3) Castor y Pólux.
(4) Rio que pasaba por Esparta.
(5) Diana, y no Helena; pues ésta ni fué diosa, ni
casta.
FlN Dé LlBÍtíTKATA.
» I » »
M • t
ÍNDICE.
PáglBM.
Las Avispas 1
y^LaPaz 105
^^Las Aves 195
Lisístrata 313
II'
COLUMBIA UNIVERSITY LIBRARY
Tliis book is due on the date indicated below, or at the
expiration of a definite period after the date of borrowing,
as provided by the rules of the Library or by special ar-
rangement with the Librarían in charge.
DATE BORROWED
DATE DUE
DATE BORROWED
DATE DUE
t
3j^ar'43
i
^
1^
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88Xt5
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B^^^-5■
BRITTLEDONQl!
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AUQ 5 1940
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Vf-1
^ír*.-^
BIBLIOGRAPHIC IRREGULARITIES
MAIN
rnTOY, Afi^9n)PHAi^tS
Bibliographic IrregulanHes in thp Original Dociimpnt
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íyf..j^í"
(Columbta Inta^rBíto
Slibrarg
^mx\i Süningstnn SIinmaB
BORN 1835-DIED 1903
FOR THIRTY YEARS CHIEF TRANSLATOR
DEPARTMENT OF STATE, WASHINGTON, D. C.
LOVER OF LANGUAQES AND LITERATURE
HIS LIBRARY WAS GIVEN AS A MEMORIAL
BY HIS SON WILLIAM S. THOMAS. M. O.
TO COLUMBIA UNIVERSITY
A. D. 1905
BIBUIOTECA CLÁSICA
^
íí^
h
TOMO XLII
4'
COMEDIAS
DE
ARISTÓFANES
TRADUCIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO
POR
D. FEDERICO BARÁIBAR Y ZÜMÁRRAGA
I I 1 > I
TOMO III.
xM A D R í D
LUIS NAVARRO, EDITOR
COLEGIATA, NlÍM. 6 •
i88i
3f-
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
t f I • • . •
TOMO lU.
C
595994
NOTICIA PRELIMINAR.
Ya en Los Acamiemes habíase burlado ingenio-
samente Aristófanes de las innovaciones dramáticas
de Eurípides, criticando el falso patético que tra-
taba de obtener presentando á sus héroes cojos ó
reducidos á la mendicidad. En Las Fiestas de Cares
y en Las Rams le veremos nuevamente encarni-
zarse con su enemigro, sacando á luz todos sus de-
fectos y dando la voz de alerta á sus contemporá-
neos sobre las pelig^rosas teorías artísticas y mo-
rales que en sus trag-edias abundaban. No puede
desconocerse, pues de otro modo no se compren-
dería la virulencia y ensañamiento con que Aris-
tófanes le ataca, que entre ambos poetas debía de
haber motivos de resentimiento personal; pero hay
también que hacer justicia á la buena fe de nues-
tro poeta, y confesar que cuando sus censuras se
limitan al sistema dramático y moral de Eurípi-
NOTICIA PRELIMINAR.
?<OTICIA PRELIMINAR.
des, no deja por io comua de tener razón. Dejando
para el prelimicar de Las Rutas el estudio de los
defectos literarios del émulo de Sófocles y Esquilo,
nos limitaremos á decir aquí que, en Las Fiestas^ de
Céres, Aristófanes ataca principalmente á Eurípi-
des bajo el punto de vista de su célebre misoginia
ó aborrecimiento de la mujer.
Aunque no faltan autox-esque sinceran á Eurípi-
des de este car-o, explicando sus injurias al sexo
bello por la situación de los personajes, y contra-
poniendo á sus Medeas, Fedras y Estenoteas, las
Ingenias y Alcestes, tipos acabados de candor y
sacrificio conyugal; lo cierto es que hasta la tra-
dición, apoyada sin duda en dates de verdad, viene
& corroborar la fama de misógino que tenía entre
sus contemporáneos. Una leyenda suponía, en
efecto, que este poeta, como en otro tiempo Orfeo
en Tracia, habla muerto en Macedonia á manos de
las mujeres irritadas por los ultrajes dirigidos á su
sexo.
Las Tesmofonazusas (0£i[j.o<popi7j;ojiat), pues esxe
es el título de la comedia, reunidas con motivo de
celebrarse las fiestas de Céres y Proserpina, á las
que ellas sólo tenían derecho á asistir, tratan de
aprovechar esta ocasión para decretar contra su
enemigo un castigo ejemplar. Eurípides, sabedor
de lo que pasa y queriendo conjurar la tormenta,
suplica á su amigo Agaton que, á favor de su as-
pecto mujeril, se introduzca en la asamblea feme-
nina y trate de apartarlas de su propósito. Ante la
negativa de Agaton, Mnesíloco, suegro de Eurípi-
des, se decide á pr3starle este servicio y acude al
sitio de la fiesta. Pero ni defender á su yerno dé-
jase arrastrar imprudentemente por su pasión, y
vomita contra el sexo bello las má^ espantosas in-
jurias. Hácese sospechoso con esto, y cuando An-
tístenes llega á toda prisa anunciando que un hom-
bre se ha introducido en el Tesmofórion disfrazado
de mujer, todas las miradas caen sobre Mnesíloco
que es sometido inmediatamente á un reconoci-
miento riguroso. Descubierto el sacrilego fraude,
es condenado á morir aí-ado á un poste, bajo la vi-
gilancia de un Escita.
Eurípides acude en su socorro, ora fingiéndose
Menelao, ora Perseo, ora la ninfa Eco, pero todos
sus esfuerzos son inútiles, hasta que, después de
hacer las paces con las mujeres mediante la con-
dición de no hablar mal de ellas, consigue evadirse
con el infeliz Maesíloco, burlando al arquero que
le guardaba, con una estratagema de mala ley.
Respecto al mérito literario de esta comedia, es
de notar que en ninguna otra de Aristófanes se en-
cuentra un plan tan bien trazado y seguido, ni
tampoco más viveza y animación. Abundan en
ella parodias de muchos pasajes de Eurípides cuya
gracia se ha perdido para nosotros; y, lo que es
peor, la afean á cada momento indecencias y obs-
cenidades reveladoras de tan repugnantes vicios,
que hemos tenido que dejarlas en griego, por no
atrevernos á presentarlas ni aun bajo el velo del
latín.
Las Fiestas de Céres, según se deduce de varios
NOTICIA PRELIMINAR.
pasajes de las mismas (1), debieron representarse
el año 412 antes de Jesucristo, sin que tuvieran al
parecer favorable acogida. Aristófanes las retocó;
pero la nueva edición tuvo tan poca fortuna como
la primera (2).
(i) Son los s¡£?u¡entes: i.*' Alusión á la derrota naval de
Carmino (v. 80o)! -2.« Censura de los Senadores del ano
anterior, que se dejaron desposeer por los cuatrocientos y
sustituir la democracia por la oligarquía, cuyos sucesos
tuvieron ambos lugar en el dño 41S antes de Cristo, vigé-
simo de la uuerra, debiendo por consiguiente haberse re-
presentado ¿as fiestas de teres en el siguiente, ó sea el 412
antes de nuestra era.
(2) La edición que poseemos es la primera.
PERSONAJES.
Mnesíloco, suegro de Eurí-
pides.
Eurípides.
Un Criado de Agaton.
Agaton.
Coro de Agaton.
Un Heraldo.
Coro de Mujeres, celebran-
do las fiestas de Céres y
Proserpina.
Varias Mujeres.
ClÍ SIENES.
Un Pritáneo.
Un Escita, arquero.
I
La acción pasa primero delante de la casa de Ag-aton, y luego
junto al templo de Céres.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPISA.
#
1
MNESILOCO.
¡Oh Júpiter? ¿Cuándo aparecerá la g'olondri-
na? (1) Este hombre va á acabar conmig'o hacién-
dome correr desde el amanecer. ?.Podré, antes de
que mi bazo (2) estalle, saber adonde me condu-
ces, Eurípides?
EURÍPIDES.
No debes oír lo que pronto has de ver (3).
MXESÍLOCO.
¿Cómo dices? repítelo. ¿No debo de oir...?
EURÍPIDES .
Lo que pronto vas á ver...
(1) Locución proverbial. Como la golondrina indicaba
la vuelta de la primavera, la estación más deseada del
año, la frase del texto equivale á «cuándo vendrá el
tiempo que esperamos.»
(2) Por la agitación y el cansancio.
(3) VBvoá'vé áe\ Ores íes, V. 81. Aristófanes no cesa de
burlarse del tono sentencioso de Eurípides, y de sus pen-
samientos alambicados y conceptuosos.
10
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
li
MNESILOCO.
¿Tampoco deberé ver...?
EURÍPIDES.
No, lo que Inégo has de oir.
MNESÍLOCO.
¿Qué es lo que me aconsejas? Confieso, sin em-
barg"©, que hablas muy bien. ¿Dices que no debo oir
ui ver?
EURÍPIDES.
Esas dos funciones son en efecto distintas; una
cosa es no ver, y otra no oir; tenlo entendido.
MNESÍLOCO.
¿Cómo distintas?
EURÍPIDES.
Escucha. Cuando el Éter principió á separarse
del caos y eng'endró los animales que en su seno se
agitaban, con objeto de que viesen, les hizo pri-
mero los ojos redondos como el disco del sol, y
después les abrió los oidos en forma de embudo.
MNESÍLOCO.
¿Y por causa del embudo, ni oig-o ni veo? ¡Cuánto
me alegro de haber aprendido estas cosas! ¡Qué
bueno es conversar con los sabios!
EURÍPIDES.
Yo puedo enseñarte otras muchas parecidas.
MNESÍLOCO.
¡Ojalá entre ellas me enseñaras el modo de qui-
tarme la cojera! (1)
(1) Hay en esto alguna alusión á los muchos héroes de
Eurípides que tenían igual defecto, como Belerofonte,
Ficloctéles y otros.
EURÍPIDES.
Acércate y atiende.
MNFSÍLOOO.
Heme aquí.
EURÍPIDES.
¿Ves esa puertecita?
MNESÍLOCO.
Sin duda; digo, creo verla.
EURÍPIDES.
Calla.
MNESÍLOCO.
¿Qué calle yo la puerta?
EURÍPIDES.
Escucha.
MNESÍLOCO.
¿Qué yo escuche y calle la puerta?
EURÍPIDES.
Agaton (1), famoso poeta trágico, vive ahi.
MNESÍLOCO.
¿Qué Agaton es ere?
EURÍPIDES.
Es un cierto Agaton...
(i) Poeta que, siendo aún muy joven, consiguió el
premio en la tragedia ties años antes de la representación
de Las Fiestas de Ceres. Con este motivo obsequió á su
maestro Sócrates y á sus amibos con el suntuoso banque-
te que dió su nombre al famoso diálogo de Platón, en el
cual Aristófanes tiene parte muy principal. Los cómicos
censuraban sus modales afemmados, y el excesivo tiempo
que dedicaba al tocador. ^
Se citan entre sus tragedias, de las cuales sólo se con-
servan fragmentos insignificantes, el Telefo y el Ttéstes,
12
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
MNE3ÍL0C0.
Moreno y robusto, ¿verdad?
EURÍPIDRS.
No, es otro; ¿no lo has visto nunca?
MNESÍLOCO.
¿Tiene una gran barba?
EURÍPIDES.
¿Pero no lo has visto nunca?
MNESÍLOCO.
No, que yo sepa.
EURÍPIDES.
Pues estuviste con él (1), aunque quizá sin cono-
cerlo. Pero apartémonos, porque sale uno de sus
criados, trayendo fueg-o y ramas de mirto: sin
duda va á ofrecer un sacrificio para el buen éxito
de sus poesías.
EL CRIADO.
Guarda, oh pueblo, un silencio religioso; cierra
tu boca; el coro saí^rado de las Musas entona sus
himnos en la morada de mi señor (2). Refrene el
Éter apacible el soplo de los vientos: cese el rumor
de las cerúleas ondas. . .
MNESÍLOCO.
Bombax (3).
h) Es decir que Agaton está haciendo una tragedia.
(3) Palabra que imita el zumbido de un insecto, para
indicar que las enfáticas expresiones del criado están va-
cias de sentido.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
13
EL CRIADO.
Duerma la g'ente alada; párese el correr de las
feroces alimañas en las selvas...
MNESÍLOCO.
Bómbalo bombax.
EL CRIADO.
Porque Agaton nuestro amo, el poeta de armo-
niosa lira, se prepara..-
MNESÍLOCO.
ik prostituirse? (1).
EL CRIADO.
¿Quién ha hablado?
MNESÍLOCO.
El Éter apacible.
EL CRIADO.
A colocar el armazón de un drama; para lo cual
redondea nuevas formas poéticas, tornea unos ver-
sos, suelda otros, forja sentencias, inventa metá-
foras, funde, modela y vierte en el molde el asun-
to, que en sus manos es como blanda ceia.
MNESÍLOCO.
Y se dispone á una infamia (2).
EL CRIADO.
¿Qué patán se aproxima á este recinto?
MNESÍLOCO.
Uno que para perforar tu recinto jr el del poeta de
armoniosa lira, trae un excelente instrumento (3).
(i) Mav p'.veTaOxt.
(3) Obscano sensu.
44
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
15
EL CRIADO.
Anciano, en tu juventad debiste ser muy inso-
lente.
EURÍPIDES.
(A Míiesiloco.) Vamos, déjale en paz.— /'^^ cria-
do.) Y tú, vete á llamar á Agaton sin perder un
instante.
EL CRIADO.
No hay necesidad; mi amo vendrá muy pronto,
porque ha principiado á componer versos, y en el
invierno no es fácil redondear las estrofas sin sa-
lii* á tomar el sol (1).
(Vase,)
MNESÍLOCO.
Y yo, ¿qué haré?
EURÍPIDES.
Espera; ya sale. ¡Oh Júpiter! ¿Qué suerte me re-
servas hoy?
MNESÍLOCO.
Por los dioses, quiero saberlo que te pasa. ¿Por
qué grimes? ¿Por qué te lamentas? Siendo mi yerno,
no debes tener secretos para mi.
EURÍPIDES.
Me amenaza una gran desg-racia.
MNESÍLOCO.
¿Cuál?
EURÍPIDES.
Hoy se decidirá si Eurípides ha de vivir ó morir.
MNESÍLOCO.
¿Cómo es posible, no habiendo hoy sesioa en los
tribunales ni en el Senado, por ser el tercer día de
la fiesta, el día del medio de las Tesmoforias? (1)
EURÍPIDES.
Precisamente eso es lo que me hace presentir mi
perdición. Las mujeres se han conjurado contra
mí, y están reunidas en el templo de las dos dio-
sas (2) para tratar de mi muerte.
MSESÍLOCO.
¿Por qué motivo?
EURÍPIDES.
Porque las injurio en mis tragedias.
MNESÍLOCO.
Por Neptuno, se les está muy bien empleado. ¿Y
cómo podrás evitar el g-olpe?
EURÍPIDES.
Si consi;3ro que el poeta trágico Agraton se pre-
sente en la fiesta.
MNESÍLOCO.
¿Pars qué? Dime.
(1) Las Fiestas de Céres se celebraban en el mes Pia-
nepson (Noviembre).
(1) Las fiestas de Céres y Proserpina duraban cinco
día;, según se deduce de este pasaje. Mucho antes las mu-
jeres se preparaban á celebrarlas, absteniéndose de los
placeres conyugales, y comiendo con la mayor sobriedad.
El objeto de eslHs solemnidades era conmemorar los be-
nelicios que Céres Tesmófora (ieííisiadora) habla conce-
dido a los hombres dictándoles leyes prudentes y sabias,
solo las mujeres libres tenian derecho á concurrir á estas
liestas, de las cuales estaban excluidas las esclavas y los
nombres. El culto de Proserpina se asociaba al de Céres en
recuerdo del amor que le profesaba su madre.
(2) Céres y Proserpina.
16
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
47
EURÍPIDES.
Para que asista á la reunión de las mujeres, y
me defienda si hay necesidad.
MNESÍLOCO.
¿Franca ó disimuladamente?
EURÍPIDES,
Disimuladamente, disfrazado de mujer.
MNESÍLOCO.
Excelente idea y muy propia de tí. Tratándose
de astucias, el triunfo es nuestro.
EURÍPIDES.
Calla.
MNESÍLOCO.
¿Pues?
EURÍPIDES.
Sale A^aton.
MNESÍLOCO.
¿Dónde está?
EURÍPIDES.
Míralo: lo traen por tramoya (i).
MNESÍLOCO.
Sin duda estoy cieg-o; no veo ningún hombre;
sólo veo á Cirene (2).
EURÍPIDES.
Silencio; ya se prepara á cantar.
(1) Aí-aton era introducido sobre la máquina destinada
á la aparfcion de divinidades Ya vimos en Los Acarmen-
ses un juego escénico parecido. ^
(2) Famosa cortesana. Mnesíloco toma a Agaton por
Cirene, aludiendo á la disolución de sus costumbres.
MNESÍLOCO.
¿Va á entonar una marcha de hormig^as? (1)
AGATON (2).
Doncellas, recibid la sagrada antorcha (3), y fes-
tejad con danzas y alaridos á las diosas infernales
y á vuestra libre patria.
CORO DE AG-ATON (4).
¿De qué deidad se celebra hoy la fiesta? Pronto
estoy siempre á adorar á los dioses.
AGATON.
Canta, oh Musa, á Febo, el del arco de oro, que
levantó los muros de la ciudad del Simois (5).
CORO.
iSalve, Febo; para tí mis himnos mejores, pues
tú llevas la palma en el sacro certamen de las
MusasI
AGATON.
Ensalzad á Diana, la virgen cazadora, errabunda
por montañas y bosques.
(4) Frase proverbial para indicar las cosas pequeñas y
de poco vigor.
(2) En toda la escena Agaton habla en el estilo campa-
nudo y sesquipedálico de los malos poetas trágicos y lí-
ricos.
(3) En recuerdo de la antorcha que llevaba Céres.
buscando á Proserpina, robada por Pluton.
(i) Este coro es el que Agaton ensayaba para repre-
sentar en sus tragedias. El coro propio de esta comedia es
el de las mujeres celebrando las fiestas Tesmoforias, que
se presenta más tarde.
i5) Troya.
TOMO III.
2
CORO.
Celebremos á porfía, y ensalcemos & la casta
Diana, augusta hija de Latona.
AGATOV.
Y á Latona y & la citara asiática, imitando el
ritmo y el cadencioso compás de las Gracias de
Frigia (1).
CORO.
Celebremos á la augusta Latona, y & la cítara
madre de los himnos, para que nuestros acen os
varoniles hagan con fulgor repentmo brillar los
ojos de la adorable diosa. ¡Ensalcemos al poderoso
Apolo! ¡Salve, hijo feliz de la augusta Latona!
MNESÍLOCO.
■Venerandas Genetílides (2), qué dulce y volup-
tuosa melodía! ¡Los besos son menos tiernc» y las-
civos' ¡Todo mi cuerpo se ha estremecido de pla-
cer' (3). Escucha, muchacho, quienquiera queseas,
pues voy á, interrogarte con las palabras de Es-
quilo en su Lüurgo (4). iDe dónde ha salido ese
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
19
M^ Aristófanes supone que Agaton debía preferir el
modo lidio, por ser el más adecuado á sus costumbres
'^^(?) " D.'v'inidades protectoras de la generación. Vide Li-
sístraia, al principio, nota. , i- •, jv/v
(3) ha ut audienti mihi podicem tpsum subtent tUt-
^* ai Drama satírico, que formaba parte de una tetralo-
Kia de Esquilo, titulada ta Licurgia. Su P"nci pal personaje
Ira Licureo, rey de los Edonios, que se atrevió á burlarse
de Baco cSando regresó á Tracia vencedor de las Indias.
Su falla fué severamente castigada. Los títulos de Jas iret,
tragedias eran los Edenes, Los Basandes y Los Jóvenes.
hombre afeminado?^ ¿Cuál es su patria y su traje?
¡Qué contradicciones! ¡Una citara y una tánica
azafranada! ¡Una lira y un tocado de mujer! ¡Un
frasco de g-imnasia y un ceñidor! ¿Hay cosas más
opuestas? ¡Un espejo y una espada! Tú mismo, jo-
venzuelo, ¿qué eres? ¿Eres hombre? Entonces ¿dónde
están las pruebas de tu virilidad (1), y el manto y
el calzado propios de este sexo? ¿Eres mujer? En-
tonces ^dónde está el pecho levantado? ¿Qué dices?
¿Por qué callas? Sea como quieras, pero te advierto
que por la voz te conoceré en seguida.
agaton.
¡Anciano! ¡anciano! he oido el silbido de la envi-
dia, sin sentir el dolor de sus mordeduras. Yo
llevo un traje en consonancia con mis pensamien-
tos. Pues un poeta debe tener costumbres análo-
gas á lo3 dramas q:ie compone. Si el asunto de sus
tragedias son las mujeres, su persona debe imitar
la vida y el porte mujeril.
MNESÍLOCO.
¿De suerte que al componer la Fedra montarás
¿ caballo? (2)
AGATON.
Si los asuntos son varoniles, ya tiene en su cuer-
po todo lo necesario. Pero lo que no tenemos por
naturaleza, preciso es adquirirlo por la imitación.
(i) Atubipenis^
(2) Hic de venérea quadam statura agitur, de qua sa^
pius apud Arislophanem. Hay ademós una alusión satírica
á Eurípides, que pinta á Fedra sumamente aficionada á la
caza y los caballos.
50
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
n
MNESÍLOCO.
Por consiguiente, cuando escribas dramas saü-
ricos (1), llámame y yo me pondré detrás de tí en
la actitud requerida (2).
AGATON.
Además parecerá muy mal un poeta grosero y
velludo. Ibico (3), Anacreonte de Teos, y Alceo,
tan hábiles en la armonía, llevaban mitras, y bai-
laban las voluptuosas danzas de la Jonia (4); el
mismo Frínico (5), de quien has oido hablar, unia á
su propia hermosura la de sus vestidos; así es que
en sus dramas todo era hermoso. Cada cual impri-
me á sus obras su propio carácter.
MNESÍLOCO.
Por eso Filócles (6), que es feo, compone obras
(\) Sólo se conservan de este género de dramas, i>n-
vativo de los Griegos, el Ciclope de Eurípides, cuya tra-
ducción al castellano hemos publicado en este mismo ano.
(2) Arrecio veretro. Los dramas satíricos eran casi fan
licenciosos como las comedias. _
(3) Ibico, natural de Regium, floreció en el siglo vi an-
tes de nuestra era, y se distinguió por sus poesías líricas,
con tendencias épicas, como las de Estesicoro. ^
(4) Horacio nos presenta con una sola, pero magistral
pincelada las costumbres á que Aristófanes alude.
Motus doceri g av.de t Iónicos.
Matura virgo y et fingitur artubus
Jam nunc et incestos amores
De tener o meditatur ungui.
(OáaJ, in, 6, 21.)
(5) Poela trágico, citado ya con elogio en Las Avts-
ms. 220, ^riO; y en Las Ates, 750.
^ (6) Véanse Las Avispas, v. 462 y nota; y Las Aves,
284, 1.293.
feas; Jenócles (1), que es malo, malas; y Teóg-
nis (2), que es frió, Mas.
AGATON.
Es de absoluta necesidad. Y sabiéndolo yo, he
cuidado de mi persona.
MNESÍLOCO.
¿Cómo, por los dioses?
EURÍPIDES.
Cesa de ladrar. Yo era lo mismo cuando á la
edad de ése principié á escribir.
MNIÍSÍLOCO.
¡Vaya unos modales, amig-ol
EURÍPIDES.
Pero déjame decir á lo que he venido.
AGATON.
Habla.
EURÍPIDES.
Ag'aton, «es de hombres sabios el decir muchas
<5osas en pocas palabras. Herido poruña desgracia
nueva, veng'o á suplicarte.» (3)
AGATON.
¿Para qué me necesitas?
EURÍPIDES.
Las mujeres, reunidas en el templo de las dos
diosac, han resuelto hoy mi perdición, porque ha-
blo mal de ellas.
(l) Hijo tle Carcino. Véanse Las Avispas, 1.510, y nota,
y La Paz, 792.
(i) Véase Los Acarnienses, v. 11 y 140.
(3) Verso del Eolo, de Eurípides.
fi
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
^3
AGATON.
¿Y qué socorro puedes esperar de mí?
EURÍPIDES.
Uno grandísimo. Si te mezclan furtivamente en-
tre las mujeres de modo que parezcas una de tan-
tas, y defiendes mi causa elocuentemente, conse-
guirás salvarme. Tú eres el único capaz 'Je hablar
dignamente de mí.
AGATON.
¿Por qué no vas á defeudsrte tú mismo?
EURÍPIDES.
Te lo diré. En primer lugar, yo soy muy cono-
cido, y además cano y barbudo; mientras que tú
eres de hermosa figura, blanco, imberbe; tiene»
voz atiplada y aspecto delicado.
AGATON.
Eurípides...
EURÍPIDES.
¿Qué?
AGATON.
¿No has dicho en alguna parte: «el ver la luz te
alegra; ¿crees que no le alegra también á tu pa-
dre?» (1)
EURÍPIDES.
Cierto.
AGATON.
No esperes, por tanto, que yo me exponga en tu
lugar: seria una locura. Sufre, como es natural, tu
propio infortunio. Las desgracias no deben sobre-
llevarse con astucia, sino con paciencia.
MNESÍLOCO.
Así es como tú has llegado al colmo de la Icfa-
mia: á fuerza de paciencia (1).
EURÍPIDES.
¿Pero por qué temes ir allá?
AGATON.
Me tratarían peor que á tí.
EURÍPIDES.
¿Cómo?
AGATON.
¿Cómo? pareceria que iba á robarles sus placeres
nocturnos, y arrebatarles su Venus intima.
MNESÍLOCO.
¡Mira! ¿á robarles? di más bien á prostituirte (2).
¡Por Júpiter! ¡Vaya un pretexto!
EURÍPIDES.
En qué quedamos, ¿lo harás?
AGATON.
No lo esperes.
EURÍPIDES.
¡Desdichado de mí! ¡Estoy perdido!
MNESÍLOCO.
Eurípides, mi querido yerno, no te desalientes.
EURÍPIDES.
¿Qué hacer?
(i) Fragmento de la Álceste, de Eurípides.
(i) Obfc&fno sensu.
(2) BiveTaOat \kíy oJv.
n
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE tÉRES Y PROSERPLNA.
23
AGATON.
¿Y qué socorro puedes esperar de mí?
EURÍPIbES.
Uno grandísimo. Si te mezcla^ furtivamente en-
tre las mujeres de modo que parezcas una de tan-
tas, y defiendes mi causa elocuentemente, conse-
güiras salvarme. Tú eres el único capaz de hablar
dignamente de mí.
AGATON.
¿Por qué no vas á defeTid2rte t/i mismo?
EURÍPIDES.
Te lo diré. En primer lugar, yo soy muy cono-
cido, y además cano y barbudo; mientras que tú
eres de hermosa figura, blanco, imberbe; tiene»
voz atiplada y aspecto delicado.
AGATON.
Eurípides...
EURÍPIDES.
¿Qué?
AGATON.
¿No has dicho en alguna parte: «el ver la luz te
alegra; ¿crees que no le alegra también á tu pa-
dre?» (1)
EURÍPIDES.
Cierto.
AGATON.
No esperes, por tanto, que yo me exponga en tu
lu"^r: sería una locura. Sufre, como es natural, tu
propio infortunio. Las desgracias no deben sobre-
llevarse con astucia, sino con paciencia.
MNESÍLOCO.
Así es como tú has llegado al colmo de la Icfa-
mia: á fuerza de paciencia (1).
EURÍPIDES.
¿Pero por qué temes ir allá?
AGATON.
Me tratarían peor que á tí.
EURÍPIDES.
¿Cómo?
AGATON.
¿Cómo? parecería que iba á robarles sus placeres
nocturnos, y arrebatarles su Venus intima.
MNESÍLOCO.
¡Mira! ¿á robarles? di más bien á prostituirte (2).
jPor Júpiterl ¡Vaya un pretexto!
EURÍPIDES.
En qué quedamos, ¿lo harás?
AGATON.
No lo esperes.
EURÍPIDES.
¡Desdichado de mí! ¡Estoy perdido!
MNESÍLOCO.
Eurípides, mi querido yerno, no te desalientes.
EURÍPIDES.
¿Qué hacer?
(i) Fragmento de la Alceste, de Eurípides.
(1) Obscc^no sensu.
BtveTaOat \ily Ouv.
«4
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
25
MNESÍLOCO.
Échale á ése al infierno, y dispon de mi á tu
antxjjo.
EURÍPIDES.
Pues tü mismo te me ofreces, acepto. Vamos
qiútate ese vestido.
MNESÍLOCO.
Ya está en el suelo. ¿Qué intentas hacer de mi*^
EURÍPIDES.
Afeitarte la barba y quemarte el pelo de más
abajo (1).
MSESÍLOCO.
Haz lo que gustes, ya que me he ofrecido.
EURÍPIDES.
Agaton, tú siempre llevas navajas, préstanos una.
AGATÜN.
Cógela de ese estuche.
EURÍPIDES.
Gracias. Siéntate é hincha el carrillo derecho.
MNESÍLOCO.
¡Ay!
EURÍPIDES.
¿Por qué gritas? Te voy á meter un tarugo en la
boca, si no callas.
MNESÍLOCO.
¡Ayl ¡ay! ¡ay! ¡ay!
EURÍPID3S.
¿A dónde corres?
MNESÍLOCO.
Al templo de las Euménides (1); no, por Céres,
no me he de estar ahí para que me hagas tajadas.
EURÍPIDES.
Se van á reír de tí al verte con la cara medio
afdtada.
MNESÍLOCO.
Poco me importa.
EURÍPIDES.
No me abandones, por los dioses te lo pido,
ven acá.
MNESÍLOCO.
¡Desdichado de mí!
EURÍPIDES.
Estáte quieto y levanta la cabeza. ¿Adonde te
vuelves?
MNESÍLOCO.
¡Mu! ¡mu!
EURÍPIDES.
¿Por qué muges? Ya está concluido todo.
MNESÍLOCO.
¡Infeliz, voy á pelear armado á la ligera! (2)
EURÍPIDES.
No pienses en eso. Vas á estar hermosísimo.
¿Quieres mirarte?
(i ) Mos eral veteribus b . rbam navacula radere\ pudin-
dorum autem pilos admota ñamraa amburere.
(\) En él se refugiaban los suplicantes. Las Euménides,
ó benéficas, son las furias, llamadas así después del juicio
de Oresles. Su templo estaba próximo al Areópago.
(2) En el original hay un equívoco: 4"^ó<: significa afei-
tado y soldado armado á la libera.
S6
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
MNESÍLOCO.
Si, dame un espejo.
EURÍPIDES.
¿Te ves?
MNESÍLOCO.
A mí no, á Clístenes (1).
EURÍPIDES.
Levántate para que te queme el vello; ahora iu-
cKnate.
MNESÍLOCO-
íCielo santo! ¡Me vas á chamuscar como á un
cerdo!
EURÍPIDES.
Traadme una antorcha ó una lámpara. Inclínate
y cuídate sólo de una cosa (2).
MNESÍLOCO.
Ya la cuidaré, por Júpiter. ¡Oh, yo me abraso!
¡Agua, vecinos, a^ua, antes de que la llama in-
cendie mi trasero!
EURÍPIDES.
Tranquilízate.
MNESÍLOCO.
¿Quién puede estar tranquilo cuando le están
asando?
EURÍPIDES.
Ya no tienes por qué inquietarte; lo peor está
hecho.
(i) Alusión á las costumbres afeminadas de Ciístenes,
uno de los personajes de esta comedia.
(2) Cauda cave nunc extrema.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
27
MNESÍLOCO.
lOh qué hollín! Estoy completamente chamuscado
EURÍPIDES.
No te cuides de eso; ya se te lavará con una es-
ponja.
MNESÍLOCO.
íPobre del que se atreva á lavarme el trasero!
EURÍPIDES.
Agfaton, ya que no quieres ayudarme, préstame
á lo menos esa túnica y ese ceñidor; no puedes de-
cir que no los tienes.
AGATON.
Con mucho g'usto; tomad y usadlos.
MNESÍLOCO.
¿Qué me pongo?
AGATON.
Ponte primero esa túnica de color de azafrán.
MNESÍLOCO.
¡Por Venus, qué buen olor echa á hombre! (1)
Pónmela pronto: dame el ceñidor.
EURÍPIDES.
Toma.
MNESÍLOCO.
Ahora dame algo para adornarme las piernas (2).
EURÍPIDES.
Necesitas una cinta y una mitra (3).
(i) Suavem odorem méntula spirat.
(2) El adorno de las piernas lo constituían generalmente
anillos de más ó menos círculos. (Vid. Winckelmann. Ht$-
toire de Vart chez les anciens, tom. i, pág. 544.)
(3) Tocado de mujer.
!
f8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
AGATON.
loma mi gorro de dormir.
EURÍPIDES.
Por Júpiter, es lo más á propósito.
MNESÍLOCÜ.
^.Me caerá bien?
AGATON.
Admirablemente.
EURÍPIDES.
Venga el manto.
AGATON.
Cógelo de encima de la cama.
MNESÍLOGO.
Necesito zapatos.
AGATON.
Ten estos mios.
MNESÍLOGO.
¿Me vendrán bien? que á tí te gusta el calzado
ancho (1).
AGATON.
Pruébatelos. T?a tenéis todo cuanto os hace falta.
Llevadme pronto adentro (2).
EURÍPIDES.
Pareces completamente una mujer. Cuando ha-
bles, ten mucho cuidado de imitar la voz fe-
menina.
(\) Alusión obscena. , .j j
(2) Sobre la máquina en que está á guisa de deidad.
LAS FIESTAS Dí CÉRES Y PROSERPINA.
29
Lo procuraré.
MNESÍLOCO.
EURÍPIDES.
Vete ya.
MNESÍLOCO.
No por cierto, si antes no me juras...
EURÍPIDES.
¿Qué?
MNESÍLOCO.
Emplear todos los medios para salvarme, si me
ocurre alguna desgracia.
EURÍPIDES.
«Lo juro por el Éter, morada de Júpiter» (1).
MNESÍLOCO.
^No era mejor que jurases por la familia de Hi-
pócrates? (2).
EURÍPIDES.
Pues bien, juro por todos los dioses sin excepción.
MNESÍLOCO.
«Acuérdate de que ha jurado el corazón y no la
lengua:» (3) los juramentos de ésta no los quiero.
(1) Verso de la Melanipe de Eurípides.
(2) De diferente manera se ha entendido esta alusión.
El escoliasta opina que Aristófanes se refiere á un Hipó-
crates ignorante, padre de tres hijos cuyo idiotismo era
casi proverbial, y en este caso la frase del suegro de Eu-
rípides equivale á decir, que tanto se le importa de Jú-
piter como de la imbécil familia á que se refiere. Otros,
siguiendo áLittré en su traducción de Hipócrates, creen
que el poeta alude al célebre médico, que había em-
pleado el éter como medio terapéutico.
(3) Parodia del verso 612 del Hipólito de Eurípides,
cuya peligrosa doctrina causó verdadero escándalo en
Atenas: La lengua ha jurado, el alma no.
30
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
34
EURÍPIDES.
Anda listo; ya se ve en el templo de Céres la se-
ñal de reunirse. Yo me retiro.
(Mutación de escena. Apmce el templo de Céres y
Proserpina,)
MNESÍLOCO (1).
Ven, Trata, sigúeme. Mira, Trata, cuánto humo
despiden las antorchas. ¡Oh bellísimas Tesmóforas,
recibidme y despedidme propicias! Descárate la
cesta, Trati, y saca la torta para que se la ofrezca
á las dos diosas. ¡Oh augusta divinidad, Céres adc-
rada, y tú, venerable Proserpina, permitidme pre-
sentaros muchas veces oblaciones como ésta (y so-
bre todo que no me descubran). Conceded á mi hija
un esposo rico, aunque sea estúpido y necio, para
que no piense masque en divertirse (2). ¿Dónde
encontraré un sitio para poder oir á los oradores?
Tú, Trata, márchate; las esclavas no pueden asis-
tir á esta reunión (3).
UNA MUJER HERALDO (4).
Guardad el silencio religioso: guardad el silen-
(1) Hablando con Trata, esclava de que se hace acom-
pañar Mnesiloco.
(2) Ád phallum. ^ , ^ ,
(3) L«s esclavas esperaban á la puerta del templo para
recibir las órdenes de sus señoras, como se desprende de
un pasaje posterior. . .
' (4) Una mujer hace de heraldo, porque nmgun hom-
bre podia intervenir en las Tesmoforias. Toda la siguiente
escena es parodia de las formalidades observadas en la
asamblea popular.
ció religioso. Orad á las Tesmóforas Céres y Pro-
serpina, á Pluto (1), á Caligenia (2), á Curótro-
fe (3), á la Tierra, á Mercurio, á las Gracias, para
que esta asamblea nos sea propicia y útil á Atenas
y á nosotras mismas. Pedidles también que aque-
lla que por sus ilustres hechos y discursos merez^
ca más aplausos del pueblo ateniense y de las mu-
jeres, sea la vencedora. Dirigidles estas suplirías,
y haced votos por vuestra propia dicha. ¡lo Peanl
lio Pean! Congratulémonos.
CORO DE MUJERES.
Esos son nuestros votos. ¡Dígnense los dioses
acogerlos! Omnipotente Júpiter, dios de la lira de
oro, adorado en Délos (4); y tú, invencible diosa,
doncella de cerúleos ojos y áurea lanza, patrona
de la más floreciente ciudad (5), acudid á mi lla-
mamiento; acude tú también, hermoso retoño de
Latona (6), la de fúlgida mirada, virgen cazadora,
(4) Dios de las riquezas.
(2) Nodriza de Céres: otros creen que es un sobre-
nombre de Céres, y otros de Proserpina, sijínificativo de
su influencia en el buen desarrollo del feto durante la ges-
tación. Llamábase así uno de los cinco días de las Tesmo-
forias.
(3) Sobrenombre de Céres, que, como su etimología
indica (xoopoc, muchacho xpáípEiv, nutrir)^ presidia al des-
arrollo del i-.uerpo en los niños y adolescentes mediante
los alimentos que hace producir á la tierra.
(4) Apolo.
(5) Minerva. Traducimos ojos cerúleos el célebre y tra-
dicional epíteto ^XauxGitic, lil.: ojos de lechuza. Hermo-
silla traduce, brillantes. (Vid. Su versión de la Illada de
Homero, libro iv.)
(6) uiana.
m\
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
f
32
adorada bajo cien advocaciones; y tú, venerable
Nepümo, soberano de las olas, abandonando tu lí-
quido palacio arremolinado por las tempestades y
recorrido por los peces, ven acompañado de las hi-
jas de Nereo, y de las montañesas ninfas. Mézclense
á nuestras oraciones loa acentos de la dorada lira,
y reine el orden en esta asamblea de nobles ma-
tronas.
EL HERALDO.
Orad á les dioses y diosas del Olimpo, de Délfos,
de Délos, y é, las demás deidades. Si hay al^un
malvado que conspire contra el pueblo femenino ó
que ofrezca á Eurípides (1) ó á los Medas una paz
perjudicial á las mujeres, ó que aspire á la tiranía,
ó se proponga restablecer á un usurpador; si hay
un delator que denuncie á una mujer culpable de
suposición de prole, ó una esclava que después de
haber sido alcahueta de su señora le vaya con el
cuento al marido, y, encargada de llevar un re-
cado, traiga falsas noticias; si hay algún galan-
teador que engañe á una mujer y después no la dé
lo prometido; si hay una vieja que compra sus
amantes ó una cortesana que por los regalos de
otro abandona á su querido; si hay un tabernero
ó tabernera que al vendernos un congio ó una co-
tila (2) nos engaña en la medida, pedid al cielo los
(1) Eurípides es citado, al lado de los Medas, como
enemigo irreconciliable. . .
(2) Medidas de capacidad. El yoO<, congtM, equivale
á 3,24 litros; y la xotíXti, cotylus, á 0,27.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
33
confunda á todos, con toda su familia, y que ai
propio tiempo os colme de bienes á vosotras.
CORO.
unánimes pedimos que se cumplan nuestros vo-
tos en favor del pueblo y la república, y que, como
es justo, se otorgue la victoria á las que den mejo-
res consejos. Las que cometen fraudes y violan
los más sagrados juramentos en provecho propio y
daño del común; las que tratan de derogar las
antiguas leyes y decretos promulgando otros nue-
vos; las que revelan nuestros secretos á los enemi-
gos, é introducen á los Medas en nuestro país
para arruinarlo, esas son impías y enemigas de la
patria. Acoge tú nuestras preces, omnipotente Jú-
piter, para que, aunque somos mujeres, nos sean
propicios los dioses.
EL HERALDO.
Escuchad todas. «El Consejo de las mujeres,
siendo presidente Timoclea, secretario Lisila, y
Sóstrata orador (1), ha decretado: Que mañana dia
del medio de las Tesmoforias, por ser el más des-
ocupado, se destine ante todo á deliberar sobre el
castigo que debe imponerse á Eurípides, por sus
ultrajes á todas.» ¿Quién pide la palabra? (2).
MUJER PRIMERA.
Yo.
EL HERALDO.
Pnes ponte esa corona antes de hablar (3). Ca-
(i) Fórmula de los decretos.
(2) Fórmula ya empleada en los Acarnienses, v. 45.
(3) Gomo acostumbraban á hacerlo los oradores^
TOMO • 3
34
COMKDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
35
liad. ¡Silencio! ¡Atención! Ya escupe, segan acos-
tumbran lo3 oradore??. Parece que el discurso va á
ser larg'o.
MUJER trímera.
No es la ambición ¡olí mujeres! lo que me mueve
á usar de la palabra, os lo juro por las diosas. Mué-
veme solamente la indig-naciou que me sofoca al
veros vilipendiadas por Eurípides, ese hijo de una
verdulera (1). ¿Qué ultrajes hay que no nos pro-
di^ue'^ ¿Qué ocasión de calumniarnos desperdicia,
en cuanto tiene muchos ó pocos oyentes, actores y
coros'^ Nos llama adúlteras, desenvueltas, borra-
chas, traidoras, charlatanas, inútiles para nada de
provecho, peste de los hombres; con lo cual cuan-
do nuestros maridos vuelven del teatro nos miran
de reojo, y registran la casa para ver si hay oculto
al^un amante. Ya no nos permiten hacer lo que
hacíamos antes: ¡tales sospechas ha inspirado ese
hombre á los esposos! ¿Se le ocurre á una de nosotras
hacer una corona"^ ya la creen enamorada (2). ¿Se
deja otra caer una vasija al correr en sus domésticas
faenase el marido preg-u uta en seguida: «¿En ho-
nor de quién se ha quebrado esa olla? sin duda del
(i) Aristófanes echa continuamente en cara, á Eurípi-
des el luimiitje oficio de su madre.
(2) Era costumbre entre los enamorados antiguos el
hacerse regalos de coronas, aves, frutas, mechoncitos de
cabellos, etc.
Amaba, y no con rosas y manzanas
O apios, sino con furias perniciosas,
dice Teócrito para pintar la profunda pasión del Cíclope.
extranjero de Corinto» (1). ¿Está enferma alg-una
jéven? su hermano dice al punto: «No me g*usta el
color de esa muchacha» (2). Si una mujer que no
tiene hijos quiere suponer un parto, ya no puede
hacerlo, porque los hombres nos vig*ilan de cerca.
Para con los viejos que antes contraían matrimonio
con jóvenes, también nos ha desacreditado, y nin-
g'uno se casa después de haber oído aquel verso:
«La esposa es reina del marido anciano» (3).
El es asimismo la causa de que nos cierren con
cerrojos y sellos (4), y teng-an para g-uardarnos
esos perrazos molosos (5), terror de los amantes. Y
esto, pase; pero ahora no podemos, como antes, sa-
car nosotras mismas de la despensa harina, aceite
y vino; pues nuestros maridos llevan siempre con-
signo no sé qué condenadas Uavecítas lacedemo-
nias (6), secretas y de tres dientes. Sin embarg-o,
aun hubiéramos podido abrir las puertas más se-
(í) Estenobeá en la tragedia de 'Eurípides que lleva
este título, creyendo muerto á Belorofonle, decia constan-
temente, cuando se le caia alguna cosa: «Para el extran-
jero lie r.orinto.w A esto alude Aristófanes.
(2) Por suponerla en cmta.
(3) Verso del Fénix de Eurípides, tragedia perdida.
(4) De este pasaje se deduce que los maridos celosos
no se contentaban con echar el cerrojo á las habitaciones
de sus mujeres, sino que además sellaban las puertas.
(o) Perros originarios del Epiro, sumamente corpu-
lentos.
(6) Los herreros lacedemonios tenian fama de muy
hábiles. Planto habla también de una llave lacedemonia
en la Moatellaria, n, i, 57.
r
36
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
37
liadas, mandándonos hacer por tres óbolos un
anillo con la misma marca; pero ese maldito Eurí-
pides, perdición de las familias, ha enseñado á lo»
hombres á llevar colgados del cuello complicadísi-
mos sellos de madera (1). Creo, por consiguiente,
que es necesario librarnos á toda costa de ese ene-
migo, dándole muerte con veneno li otro media
cualquiera. Eso es lo que digo en alta voz; lo de-
mas lo haré constar en el registro del secretario.
'O
CORO.
Nunca he visto mujer más hábil y elocuente;
todo lo que dice es justo; ha examinado la cuestión
bajo todos sus aspectos y los ha pesado todos. Su
argumentación es nutrida, sagaz y selecta; de
suerte que si al lado de ella perorase Jcnócles (2),
hijo de Carcino, os parecería, á mi modo de ver,,
que sólo decia vaciedades.
MUJER SEGUNDA.
Habiendo abarcado perfectamente la preopinan-
te todos los extremos de la acusación, diré muy
pocas palabras, concretándome á manifestaros lo
que á mí misma me sucede. Murió mi marido en
Chipre, dejándome cinco hijos pequeños, á los que
sostenía á duras penas, haciendo coronas en la
plaza de los Mirtos (3). Con este recurso vivia así,
asi, es verdad; pero al fin vivia: pues bien, desde
que ese hombre en sus tragedias ha demostrado al
(1) Difíciles de ser falsificados.
(2) Varias veces citado, v. Las Avispas, i. 510.
(3) En los sacrificios, banquetes y asambleas se hacía
mucho gasto de coronas.
-público que no existen los dioses (1), no vendo ni
la mitad que antes (2). Por lo cual opino y os acon-
sejo que no dejéis de castigarle: sobran causas para
ello, pues siempre, amigas mias, nos está ultra-
jando con la grosería propia del que se ha edu-
cado entre legumbres. Yo voy á la plaza; tengo que
hacer veinte coronas que me han encargado.
Coro.
Sus palabras han sido más mordaces que las del
primer discurso. ¡Qué gracia! ¡Qué oportunidad!
iQué agudeza y qué astucia! Todo es claro y con-
vincente. Si, es necesario imponerle una pena
ejemplar por sus ultrajes.
MNESÍLOCO.
No me asombra, oh mujeres, que tales acusacio-
nes os irriten vivamente contra Eurípides, y hagan
hervir vuestra bilis. Yo misma, os lo juro por la
«alud de mis hijos, yo misma detesto á ese hombre,
pues seria menester estar loca para no aborrecerle.
No obstante, conviene que tengamos en confianza
algunas explicaciones; ahora estamos solas, y no
hay miedo de que nuestras palabras se divulguen.
¿Por qué le acusamos, por qué le hacemos graví-
simas inculpaciones sólo por haber revelado dos ó
tres de nuestros defectos, cuando los tenemos in-
numerables? Yo misma, para no hablar de otras,
(i) Acusación de ateísmo completamente infundada.
Si los personajes de Eurípides vieilen alguna frase im-
pía, es en el arrebato de una pasión que la hace discul-
pable.
(2) Por que ya no se gastan coronas en los sacrificios.
I
38
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PBOSER!>INA.
39
me reconozco culpable de muellísimos pecados; el
más gTave lo cometí á los tres días de casada: mi
marido dormía á mi lado; yo tenía un amante, que
me habia seducido á la edad de siete años: el tal,
arrastrado por su amor, vino á la puerta de mi
casa y la arañó suavemente. Yo comprendí en se-
guida, y bajé con precaución: mi marido me pre-
guntó: «¿Adonde vas'?- ¿Adonde? le respondí;
siento dolores y retortijones de vientre y bajo al
excusado. —Anda, pues,» me dijo. Él se puso á
majar semillas de cedro, anís y salvia (1), y en
tanto yo, después de tomar la precaución de mojar
los goznes (2), me reuní á mi amante, y apoyada
sobre el altar del pórtico (3), y agarrándome al
tronco del laurel, me entregué á sus deseos. Sin
embargo, notadlo bien, nunca Eurípides ha ha-
blado de esto, ni de nuestras complacencias con los
esclavos y muleteros cuando faltan amantes, ni de
que después de haber pasado una noche de liberti-
naje, acostumbramos á comer ajos (4) á la maña-
na, para que al volver el marido de su guardia no
conciba la menor sospecha. ¿Lo veis? de esto nunca
(4) Remedio contra el cólico.
(2) Para que no hicieran ruido. En Plauto {(^urcu-
lio, i, 3) se lee igualmente :
Placideegí^redere, etsonitum prohibe forumet ere pitum cardinum,
ííe quod hk agiraus hirus percipiat fleri. mea Plaaesium.
—Mane, suffundam aquam.
(3) A la entrada de las casas había un altar en forma
de columna, consagrado á Apolo.
(4) Porque el perfume no es el mas á propósito para
galanteos.
ha dicho na^la. Si maltrata á Fedra, ¿qué se nos ira-
porta? En cambio nunca ha hablado de e?as muje-
res que despliegan á la luz un gran manto, y
mientras el marido admira los primores del tra-
bajo, el galán logra escurrirse á favor de la estra-
tagema. Yo conocí á una que estuvo diez días fin-
giendo dolores de parto hasta comprar una cria-
tura. Su esposo en tanto corría por toda la ciudad
en busca de medicinas para acelerar el alumbra-
miento. Una vieja le trajo al fin, metido en una olla,
un niño con la boca tapada con cera para que no
gritase: entonces á una señal de su cómphce, la
mujer empezó á gritar: «Vete, marido mío, vete
que ya voy á parir.» La criatura, en efecto, pegaba
pataditas en el vientre... déla olla. El se retiró tan
contentí); ella le quitó el taponcillo de cera, y el
niño principió á llorar. Entonces la maldita vieja
que lo habia traido, corrió al esposo y le dijo son-
riendo: «Un león, un león te acaba de nacer; es tu
vivo retrato, se te parece en todo» (1). ¿No es ver-
dad que cometemos estas perfidias? Sí, por Diana.
¿Entonces á qué irritarnos contra Eurípides por
que dice de nosotras menos de lo que en realidad
hacemos? (2)
CORO.
¡No vuelvo de mi asombro! ¿De dónde ha sacado
esas invenciones? ¿En qué país se ha criado esa
(1) Tum etiam méntula tuce similis, tortuosa instar nu-
camenti pinei. , , ^ , y. ■, « - • ^ „
(2) Parodia de un fragmento del Tele/o de Eurípides.
40
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉHES Y PROSERPINA.
41
desvergfonzada? Nunca hubiera creído que niii'
giina mujer se atreviese á contar, ni aun entre
nosotras, semejantes atrocidades. Pero ya puede
esperarse todo; tiene razón el proverbio antiguo:
«Es necesario mirar debajo de todas las piedras, no
86 oculte alg-un orador pronto á picarnos» (1). No
hay nada peor que una mujer naturalmente des-
verg'onzada, como no sea otra mujer.
MUJER TERCERA.
Por Ag-laura (2), amigas; habéis perdido el jui-
cio, ó estáis hechizadas, ú os sucede otro grave
mal, para dejar á esa peste insultarnos á todas. Si
alguna de vosotras... pero no, nosotras y nuestras
criadas nos encargamos de vengarnos; vamos á
coger ceniza de cualquier parte, y á dejarla sin un
pelo (3). Asi aprenderá ano hablar mal de las mu-
jeres en lo sucesivo.
MNESÍLOCO.
¡Oh, no hagáis tal! Si en una asamblea donde to-
das las ciudadanas podemos exponer con toda li-
bertad nuestras ideas he dicho lo que me parecía
(1) E' proverbio dice: un escorpión. Aristófanes, al
sustituir esla palabra por orador, da á entenfler que éstos
eran tan venenosos y temibles.
(2) Hija de Cécrope y sacerdotisa de Minerva, por la
cual solian jurar las Atenienses. En venganza de haber es-
torbado por celos los amores de Mercurio con Hers3, her-
mana suya, fué transformada en piedra. Hubo otra Aglaura,
hija de Acleo, rey del Ática, la cual llevó este reino en
dote á su esposo Cécrope.
(3) Hujus cCepilabimus cunnum. — Ad vulsuram utuntur
dnere, ut pUiJirmius deprehendipossint.
en defensa de Eurípides, ¿será justo que me con-
denéis á la depilación?
MUJER TERCERA.
¿Cómo no ha de ser justo castigarte? Tú eres la
única que te has atrevido á defender á un hombre
que ha colmado de oprobio á nuestro sexo; á un
hombre que escoge de intento para argumento de
sus dramas aquellos asuntos donde hay mujeres
perversas, Fédras (1) ó Melanipes (2), y nunca se
le ocurre escribir sobre Penélope (3), sólo porque
fué casta.
MXESÍLOCO.
Yo sé el motivo. Entre todas las mujeres del dia
no podréis encontrar una Penélope, y sí infinitas
Fédras.
MUJER TERCERA.
¿No OÍS lo que esa bribona vuelve á decir de nos-
otras?
MNESÍLOCO.
Pero, por Júpiter, si aun no he dicho todo lo que
sé. ¿Queréis más todavía?
(1) Mujer de Teseo que, enamorada de su hijastro Hi-
pólito, le acusó de haber atentado á su honor, causando de
este modo su muerte. Este es el asunto de la tragedia de
Eurípides titulada Hipólito, que Racine presentó con el de
Fedra,
(2) Hija de Eolo, seducida por Neptuno, de quien tuvo
dos hijos. Su padre para castigar su debilidad la mandó
sacar los ojos. Este era el asunto de otra tragedia de Eurí-
pides, en la cual el carácter de mujer verdaderamente
odioso es el de Teano, hija de Metaponte, rey de Icaria.
(3) Mujer de Ulíses, cuya proverbial fidehdad es bien
conocida (V. Odisea, passim.)
42
COMEDIAS DE AKISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
43
MUJER TERCERA.
No puedes decir mág: ya has vomitado cuanto
sabías.
MNESÍLOCO.
Ni tampoco la diezmilésima parte de lo que ha-
cemos. No he dicho, por ejemplo, que formamos
con nuestras diademas una especie de tubo para
sorber el vino.
MUJER TERCERA.
¡Así estalles!
MNESÍLOCO.
No he dicho que en las Apaturias (1) damos las
viandas á nuestros amantes, y después echamos la
culpa al ^ato...
MUJER TERCERA.
lEso es insoportable! No sabes lo que te dices.
MNEfiÍLOCO.
Ni que una mujer mató de un hachazo á su es-
poso, ni que otra le hizo perder la razón con un fil-
tro, ni que debajo de la bañera... (2)
• MUJER TERCERA.
iQue la peste te lleve!
MNESÍLOCO.
Enterró Acárnica á su padre.
MUJER TERCERA.
¿Hay paciencia para oir esto!
(4) Sobre estas Hestas véase la nota al verso 146 de Loi
■ ^^r^B^ia bañera habia un hueco bastante grande que
se llinaha de vapor caliente, para mantenerla tempera-
tura del baño.
MNESÍLOCO.
Ni que habiendo parido tu esclava un varón,
supusiste que era tuyo, y le entreg'aste tu hija.
MUJER TERCERA.
Por las diosas, lo que es eso no lo dejo yo pasar:
te voy á arrancar el peb.
MNESÍLOCO.
iNo me tocarás por Júpiter!
MUJER TERCERA, füdjidoleum bo/eéadaJ
iToma!
MNESÍLOCO (Coiitestáiidole con otra,)
¡Toma tú!
MUJER TERCERA.
Recogfe mi manto, Filista (1).
MNESÍLOCO.
Acércate nada más, y por Diana yo te...
MUJER TERCERA.
.¿Qué harás tú?
MNESÍLOCO.
Te haré echar (2) la torta de sésamo que has co-
mido.
CORO.
Basta de riñas; una mujer se dirige hacia nos-
otras corriendo: callad antes que llegue, para oir
con sosiegfo lo que va á decirnos.
CLISTEXES.
Queridas mujeres, á quienes imito'en todo, mis
(1) Para reñir con más desembarazo.
(2) Cacare.
44
COMEDIAS DE ARISTÓFAI«ES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
4^
mejillas imberbes demuestran la afección que os
tengo; maniático por vosotras, estoy siempre dis-
puesto á defenderos. Hace un instante he oído ha-
bí ar en el mercado de un negocio importantísimo
qu'3 os concierne, y vengo á revelároslo; y al propio
tiempo á aconsejaros toméis las precauciones ne-
cesarias para que no os coja desprevenidas un
grande y terrible daño.
COHO.
¿Qué hay, niño mió? (Tienes tan tersas las meji-
llas, que bien puede llamársete asi.)
CLÍSTENES.
Dicen que Eurípides ha enviado boy á aquí mis-
mo á un anciano pariente suyo.
CORO.
¿Para qué? ¿Con qué objeto?
CLÍSTENES.
Para que se entere de vuestros discursos y le
tenga al tanto de vuestros proyectos y resoluciones.
CORO.
¿Pero cómo no hemos conocido á ese hombre en-
tre tantas mujeres?
CLÍSTENES.
Eurípides le ha quemado y arrancado los pelos,
y lo ha disfrazado completamente de mujer.
MNESÍLOCO.
¿Podéis creer eso? ¿Hp de haber un hombre tan
estúpido que se deje pelar de esa manera? Yo no
!• creo, ;venerandas diosas!
CLÍSTENES.
¿Qué sabes tú? Yo no hubiera venido á comuni-
caros esa noticia, si no se la hubiera oido á perso-
nas que tienen motivos para saberla.
CORO.
Terrible es la noticia. Ea, mujeres, no perdamos
UQ momento; registremos, busquemos á ese hom-
bre, y veamos dónde ha podido ocultarse. Ayúda-
nos, Clístenes, y asi, amigo mió, te estaremos
agradecidas por doble concepto.
CLÍSTENES.
Bueno, manos á la obra. ¿Quién eres tú, la pri-
mera?
MNESÍLOCO. f Apar te. J
¿Dónde me esconderé?
CLÍSTENES.
Vais á ser reconocidas.
MNESÍLOCO. (AparU.)
¡Pobre de mí!
MUJER CUARTA.
¿Quién soy yo, preguntas? La mujer de Cleó-
nimo.
CLÍSTENES.
¿Conocéis á esta mujer?
CORO.
La conocemos; pasa á otras.
CLÍSTENES.
¿Quién es esa que lleva un niño?
MUJER CUARTA.
Mi nodriza, por Júpiter.
MNESÍLOCO. I Aparte,)
¡Perdido soy! (Hace un movimiento para huir,)
46
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPIíNA.
47
CLÍSTENES. fA Miiesíloco.)
¡Eh, tú' i.k dónde vas? quieta en tu puesto. ?.Qué
te p^^a?
MNESÍLOCO.
Déjame ir á orinar.
CLÍSTENES.
Eres una desvergonzada. Anda; aquí te aguardo.
CORO.
Ag-uárdala y no la pierdas de vista; es la única
k quien no conocemos.
CLÍSTENES.
^,Vas á estar orinando eternamente?
MNESÍLOCO.
¡Ay! si, amigo mió. Ayer comí berros, y tengo
retención de orina (1).
CLÍSTF.NjIS,
¿Qué estás hablando de berros? ^en acá pronto.
M.NE^^ÍLOCO.
¡Ab! no arrastres así á una pobre enferma.
CLÍSTENES.
Responde; ¿quién es tu marido?
MNFSÍLOCO.
¿Dices que quién es mi marido? ¿Conoces en Co-
tócides (2) acierto...?
CLÍSTENES.
¿Acierto...? ¿Quién?
MNESÍLOCO.
' ¿.\ aquel á quien cierto dia, el hijo de cierto...?
(1) Se atribuía á los berros esta propiedad.
(2) Demo del Ática, donde nació el orador Esquines,
rival de Demóstenes.
CLÍSTENES,
Tú chocheas. ¿Has venido aquí antes de ahora?
MNESÍLOCO.
Sí, todos los años.
CLÍSTENES.
¿Cuál es tu compañera de tienda? (1)
MNIíSÍLüCO.
Es una tal.. . ¡Pobre de n^íl
CLÍSTENES.
¿No contestarás?
MUJlíR QUINTA.
Déjate, voy á hacerle varias preguntas sobre la
ceremonia del año pasado; retírate, porque como
eres hombre no debes oirías. Dime, ¿cuál fué la
primera ceremonia que hicimos?
MNESÍLOCO.
¿Cuál fué a primera dices? Beber.
MUJER QUINTA.
¿Y la segunda?
MNESÍLOCO.
Brindar.
MUJER QUINTA..
Telo habrá dicho alguno. ¿Y la tercera?
MNESÍLOCO.
Jenila pidió una copa; porque no habla orinal.
MUJER QUINTA.
Eso no es decir nada.— Ven acá, Ch'stenes: este
es el hombre de que hablabas.
(1) Durante las fiestas de Céres las mujeres se alojaban
de dos en dos en tiendas levantadas junto al tcaiplo de la
diosa.
m
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS HE CERES Y PROSERPINA.
49
CLÍSTENES.
¿Qué ba^o?
MUJER QUINTA.
Quítale los vestidos, pues contesta mal á todo.
MNESÍLOCO.
¡Cómo! ¿03 atrevéis á desnudar á una madre de
nueve hijov?
CLÍSTENES.
Suéltate pronto el ceñidor, desvergonzadísima.
MUJER QUINTA.
íQué fuerte y robusta parece! ¡Calla! ¡y no tiene
pecbos como nosotras!
MNESÍLOCO.
Es que soy estéril, y nunca be tenido bijos.
MUJER QUINTA.
¿Abora con esas? Hace un momento tenías
nueve.
CLÍSTENES.
Estáte derecbo. ¿Qué veo? (1)
MUJER QUINTA.
No cabe duda que es un bombre (2).
(i) Quo penem irudis deorsum?
(2) Prominet, el opiimi colorís «/.—La traducción la-
lina de lo suprimido en el texto es:
Clisth. At ubi tst?
MuLiER V. Rursus in anteriorem partem aoít,
CusTH. ütiqíie kic non est.
MuLiER V. Etenim hiic revorsus est.
Clisth Isthmum aliquem hades homo: sursum et deor-
swn penem trahis retrahUgue frequeniius quam Connthtu
¡Ab malvado! por eso nos llenó ae ultrajes en
su defensa de Eurípides.
MNESÍLOCO.
¡Infeliz» en qué bereng-enal me he metido!
MUJEK QUINTA.
¿Qué hacemos?
CLÍSTENES.
Guardadlo bien, para qne no se escape. Yo voy
á dar parte de lo ocurrido á los Pritáneos.
CORO.
Encendamos las lámparas, quitémonos los man-
tos, y ceñida al cuerpo la tánica de una manera
viril, veamos si por casualidad (1) ha entrado otra
hombre, y registremos todo el Pnix (2), las tiendas
y las bocacalles.
¡Ea! partamos con pié lig-ero, y examinémosla
todo sin chistar; correr es lo que importa; no hay
tiempo que perder, principiemos por hacer la ronda
con la mayor actividad. ¡Ea! registra, explora to-
dos los rincones, para ver si se oculta algún otra
traidor. Dirige la vista en derredor, á la derecha,,
á la izquierda, á todas partes; que nada escape á.
tu mirada perspicaz. El impío á quien sorprenda-
mos, sufrirá un castigo severo, para escarmiento»
(1) Estas pesquisas eran un motivo para que el cora
ejecutase las danzas de costumbre.
(2) Nombre de la plaza donde tenian lugar las asam-
bleas popu ares, aplicado aquí al templo de Céres, coma
apelativo de todo punto de reunión.
■
tomo III.
50
COMENAS PE ARISTÓFANES.
de insolentes criminales y sacrilegos. Reconocerá
que hay diose->, y enseñará á los demás hombres á
venerarlos, á honrarlos como es debido, á obedecer
á las leyes, y á practicar la virtud. Si no lo hacen,
oigan la pena que los aguarda: todo horab?e reo de
sacrilegio, inflamado por su rabia y loco de furor,
será para las mujeres y los mortales un ejemplo
viviente de que ]a venganza del cielo cae sin tar-
danza sobre los impíos.— Pero ya creemos haber
registrado todo perfectamente; no hallamos nin-
o'un otro hombr3 oculto entre nosotras.
MUJER SEXTA..
íEh! ¡eh! ?.Adónde huyes'^ ¡Detente! ¡O'i desdi-
chada! ¡desdichada! se escapa después de haberme
arrebatado mi hijo del pecho.
mnesíloco.
Grita cuanto quieras; pero éste no vuelve á ma-
mar, mientras no me soltéis: aquí mismo le abriré
las venas con este cuchillo, y su sangre rociará el
altar (1)*
MUJER SEXTA.
¡Oh, desdichada de mí! ¡Socorredme, amigas
mias; aterrad con vuestros gritos á ese monstruo;
arrebatadle su presa; no permitáis que así me pri-
ve de mi único hijo!
CORO.
¡Oh Parcas venerandas! ¿qué nuevo atentado
(i) Parodia de alguna tragedia de Eurípides El altar
es el de Céres, junto al cual se ha refugiado.
LAS FIESTAS DE CRRES Y PROSERPINA.
51
miro? Jamás he visto ni tanta audacia, ni tanta
desvergüenza. ¡Qué nuevo crimen ha perpetrado,
amigas! ¡Qué nuevo crimen!
MNESÍLOCO.
Yo sabré refrenar vuestra insolencia.
CORO.
¿No es esto el colmo de la indignidad?
MUJER SEXTA.
Sí, es indigno que me haya arrebatado mi pe-
queño.
CORO.
No he visto cosa igual ; por nada se aver-
güenza.
MNESÍLOCO.
Pues aun no he concluido.
MUJER SRXTA.
Vengas de donde vengas, no te escaparás; no te
irás sin castigo, para que luego te rias á nuestra
costa refiriendo tu atentado: vas á morir.
MNESÍLOCO.
¡Que jamás se cumpla tu deseo!
CORO.
?.Cuál de los dioses inmortales vendrá en socorro
de un hombre tan impío como tú?
MNESÍLOCO.
Vuestros gritos son inútiles: yo no suelto este
niüo.
CORO.
Por las dos diosas, tampoco te burlarás impune-
mente de nosotras, ni dirás más impiedades. A tus
sacrilegos actos opondremos el condigno castigo.
52
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Pronto un cambio de fortuna te hará sentir sus ri-
gores.-Anda con esas mujeres; trae leña para
quemar á este malvado, y asarlo vivo sin pér-
dida de tiempo.
MUJER SEXTA.
Mánia (1), vamos á buscar sarmientos.— r-^ Mne-
siloco.) Hoy te convierto en carbón.
MNESÍLOCO.
Asad, quemad.— Pero tú, pobre criaturilla, quí-
tate pronto el vestido cretense (2), y no acuses de
tu muerte á ning-una otra mujer mas que á tu ma-
dre. Mas ¿qué veo? la niña se ha convertido en
un odre lleno de vino con zapatitos pérsicos. ¡Oh
mujeres astutas y borrachonas, inag-otables en ar-
dides para beber! ¡providencia de los taberneros y
peste de los maridos! ¡polilla de nuestras telas y
ajuares!
MUJER SEXTA.
Trae muchos sarmientos, Mánia.
MNESÍLOCO.
Sí, trae. Pero, contéstame: ¿dices que has pa-
rido este muchacho?
MUJER SEXTA.
Diez meses lo llevé en mi seno.
MNESÍLOCO.
¿Que lo llevaste?
MUJER SEXTA.
Te lo juro por Diana.
(1) Nombre de una esclava.
(2) Vestido corto y de tela ligera.
LAS FIESTAS DE CEBES Y PROSERPINA.
83
MNESÍLOCO.
¿Cog'e tres cotilas ó cuánto? di.
MUJER SEXTA.
¿Qué has hecho, miserable? ¿has desnudado á
una criatura tan pequeñita?
MNESÍLOCO.
¿Tan pequeñita?
MUJER SEXTA.
Cierto que es pequeñita .
MNESÍLOCO.
¿Pues cuántos años tiene? ¿Ha visto tres ó cua-
tro veces la fiesta dalas copas (1).
MUJER SEXTA.
iQué! ¡si nació próximamente cuando las últimas
Dionisiacas! Devuélvemelo.
MNESÍLOCO.
No, te lo juro por ese Apolo (2).
MUJIÍR SEXTA.
Paes te quemaremos.
MNESÍLOCO.
Quemadme y lo deg-üello.
MUJER SEXTA.
¡Oh, no, por piedad! prefiero que me hagas á mí
todo el mal que quieras.
MNESÍLOCO.
Me pareces una buena madre; sin embargo, lo
degollaré.
(1) La fiesta de las copas y las Dionisiacas estaban con-
sagradas á Baco; por eso prefiere Mnesíloco estas solemni-
dades á otras para enterarse de la edad del pellejo de vino.
(2) Sin duda habia cerca alguna estatua de Apolo.
54
COMEDIAS DE ARISTOFANiiS.
MUJER- SEXTA.
¡Hija de mi corazón! Dame un vaso, Mánia, para
que al monos pueda recog-er su sangre.
MNESÍLOCO.
Pónlo debajo: te concedo esa gracia (i).
MUJER SEXTA.
i Que el cielo te confunda, monstruo feroz ó im-
placable!
MNESÍLOCO.
Esta piel pertenece á la sacerdotisa (2).
MUJER SKXTA.
¿Qué es lo que pertenece á la sacerdotisa?
MNESÍLOCO.
Tómala (3).
MUJER SÉTIMA.
Mica infortunada, ¿quién te ha quitado tu hi-
ja"^ (4). ¿Quién te ka arrebatado esa idolatrada cria-
turaV
MUJER SEXTA.
Ese infame. Ya que estás aquí, gTiárdalo bien,
en tanto que yo voy con Clístenes á denunciar sus
crímenes á los Pritáneos.
MNESÍLOCO.
¡Ab! ¿Cómo salvarme? ¿qué intent .ré? ¿qué ima-
(1) Al decir estas palabras desata el pellejo y corre el
vino.
(2) El vestidillo cretense. Según el rito, la piel de la
víctima pertenecía al sacrificador.
(3) Le arroja el vestido que envolvía el odre.
(4) Hay en griego un equívoco, pues la frase puede en-
tenderse: «¿quién te ha quitado la virginidad?»
LAS FIESTAS DE CERES Y FROSERPINA.
55
ginaréí^ El autor de todos mis males, el que me
metió en este desventurado neg-ocio, no se pre-
senta todavía. Veamos: ¿cómo podré enviarle un
aviso'^.. ¡Ahí Palamédes (1) me enseña un expe-
diente ingenioso. Escribiré, como él , mi infortunio
en un remo, y lo arrojaré al mar. Pero aquí no liay
remos. ¿Dónde podré encontrailos'^ ¿dónde? iQué
idea! ¿Si hiciese astillas esas estatuas, y escribiese
en ellas como si fuesen remos?. . . Sí, será mucho
mejor. Al fin, estatuas y remos todo es madera. Ea,
manos mías, emprended la obra de salvación. Ta-
blillas pulimentadas, nuncios de mi infortunio,
aprestaos á recibir las huellas del estilo.— ¡Oh!
¡qué U tan fea! ¿adonde va á parar?— Partid ya en
todas direcciones; apresuraos, tablillas mías, que
mi necesidad es apremiante.
CORO.
Volvámonos háíia los espectadores para cantar
nuestras propias alabanzas, aunque tolo el mundo
hable mal de nosotras y nos llame peste (2) del
g-énero humano, y causa de cuantos pleitos, riñas,
(i) Titulo de una tragedia de Eurípides. En ella Eax,
hermano de Falaniédes escribe la muerte de este sobre
unos remos y los arríja al mar, esperando que alguno de
ellos llegará á poder de su padre Nauplio, y le hará saber
la triste noticia. Aristófanes se burla de esta clase de
correos.
(-2) í.a palabra xavcóv, pesie 6 calamidad, se repite tan-
tas veces parodiando un discurso de Hipólito eu la trage-
dia de Eurípides del mismo titulo. (Versos 612 y siguientes.)
í)6
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
sediciones, g-uerras y pesares existen. Pero decid-
nos: Si somos una peste, ¿por qué os casáis con
nosotras'^ Si somos ima peste, ¿por qué nos prohi-
bís salir de casa y asomarnos á las ventanas? Si
somos una peste, ¿por qué si sale vuestra mujer y
no la encontráis en casa os enfurecéis como ener-
gúmenos, en vez de regocijaros y dar gracias á los
dioses de que la peste haya abandonado vuestro ho-
gar y de que estáis ya libres de huésped tan enojo-
áoV Si cansadas de jugar nos dormimos en casa de
una amiga, en seguida vais á buscar á vuestra pes-
te, y rondáis en torno de su lecho. Si nos asomamos
á la ventana, tolo el mundo se detiene á ver la peste;
si ruborizadas nos retiramos, aumenta el deseo de
que la peste vuelva á presentarse. Está, pues, fuera
de duda que somos mucho mejores que vosotros,
como lo prueba el más ligero examen. Compare-
mos, si no, los dos sexos, y veamos cuál es peor:
vosotros decís que el nuestro, y nosotras que el vues-
tro. Examinémoslos y pongámoslos en parangón,
oponiendo uno á uno, hombres y mujeres. Car-
mino (1) es inferior á Nausimaca; los hechos son
elocuentes. Cleofon (2) está muy por debajo de Sa-
(1) General derrotado en una batalla naval, cerca de
la isla Sime, contra el lacedemonio Astioco, el año vigé-
simo de la guerra. Aristófanes lo opone á Nausimaca,
nombre de una cortesana, escogido de intento, por signi-
ficar, atendiendo á sus raíces componentes, combate naval
(vaGc, nave, y [aí/^tj, combate).
(2) General delestahle y mal reputado. Era uno de los
^demagogos más influyentes, y acérrimo partidario de la
guerra. Platón el Cómico dio su nombre á una de sus pie-
LA5 FIESTAS DE CÉRES Y PROSEHPINA.
57
labacca. ConAristómaca, la heroína de Maratón, ni
con Estratónice (1), hace mucho tiempo que nadie
se atreve á contender. Entre los senadores que el
año último abandonaron á otros sus cargos, ¿habrá
alguno que pueda compararse con Eubula (2). Ni
ellos mismos se atreverían. Podemos, pues, gloriar-
nos de ser mucho mejores que los hombres. Tam-
poco se ve á ninguna mujer pasearse por la ciudad
en un carro magnífico después de haber robado
cincuenta talentos al Tesoro; nuestros mayores
hurtos son de un poco de trígo á nuestro esposo, y
para eso se lo devolvemos en el mismo dia. ¿Cuán-
tos de vosotros pudiéramos señalar que hacen otro
tantoyque son también más glotones que nosotras,
y chocarreros y ladrones de vestidos y de esclavos?
¿Cuántos que ni siquiera saben cómo las mujeres
conservan la herencia paterna? Nosotras, en efec-
to, tenemos todavía nuestros cilindros, nuestras
lanzaderas, nuestros canastillos y quitasoles; al
paso que muchos de nuestros maridos han perdido
zas, en que se le hacía hijo de una muier de Tracia, lla-
mada Tratta. En Las Ratias, 679, 681 y 1.532, vuelve á
ser citatJo. Salabaccaera una cortesana, con la cual com-
paró Aristófanes á Cleon. (Véase los Caballeros.)
(1) Nombres alegóricos para indicar la decadencia de
las armas atenienses. Aristóma<ía (ápiaxT), excelente, \xaL^-^
combate) designa la gloriosa batalla de Maratón; y Estra-
tónice (atpáxoí;, ejército, víxri, victoria) vale tanto como
victoria del ejército.
(2) Otro nombre alegórico (su, bien, pouXri, consejo) for-
jado para poner de reli/ve la desacertada conducta de los
senadores que cedieron ante el gobierno de los Cuatro-
cientos, 7 permitieron la abolición de la democracia.
(Véase Tucídides, vni, 68, 72.)
58
COMEDIAS DE AR1ST0FA^ES.
unos 9US lanzas, el asta y el hierro á la vez, y
otros han arrojado en el combate 3U3 escudos.
Muchísimos careros podemos hacer las mujeres
á los hombres, pero sólo mencionaremos el más
grave de todos. Era justo que cuando una de nos-
otras diera á luz un ciudadano útil, un taxiarco (1)
ó un estráteja (2), fuese honrada con alguna dis-
tinción, como, por ejemplo, la de ocupar el primer
puesto en las Estenias (3), las Esciras (4) y otras
fiestas que solemos celebrar. Por el contrario, la
madre de un ciudadano cobarde é inútil, de un
trierarca holgazán, ó de un piloto imperito, debe-
ría colocarse con el cabello cortado detras de la
que dio á luz un hombre valeroso. Porque, decid-
me, ciudadanos, ¿no es injusto de veras que jun-
to á la madre de Lámaco (5) se siente la de Hipér-
bolo (6), vestida de blanco y flotante el cabello, y
que siga prestando á usura, cuando sus deudores,
en vez de pagarle el ínteres (7), debieran decirle.
(i) El laxiarco mandaba ciento veintiocho hombres, y
era el jefe del batallón que suniinislraba cada tribu.
(-2) Llamábase así al que mandaba un cuerpo de ejér-
cito- . , , ,.
(3) Fiestas que se celebraban en memoria de la vuelta
de Céres.
(4) Fiestas llamadas así del ¡jxtpov, dosel, bajo el cual
eran llevadas procesionalmenle las estatuas de Minerva,
Cépes, Proserpina, el Sol y Nepluno.
(5) El mismo general oc quien se >urló en Los Acar-
nienses por su afición á la guerra. Aquí le hace ya justicia.
(6) El demagogo ex-vendedor de lamparas, tantas veces
atacado por Aristófanes
(7) Tóxov en el original significa interés del dinero y
feto.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
59
llevándose el dinero: «¡Vaya, que eres digna de
que se te pague después de habernos parido tal
alhaja!»
AINESÍLOCO.
Me he quedado bizco de tanto mirar á aquella
parte, y Eurípides no parece, ¿(¿uién se lo impedi-
rá'^ ¡Ah! sin duda se avergüenza del frío Palamé-
des! ¿Con qué otro drama le atraeré? ¡Ya di en ello!
Voy á imitar su nueva Helena. Tengo un vestido
de mujer completo.
MUJER SÉTIMA.
?,Qué intentas? ¿qué miras? Me parece que le
arrepentirás de tu Helena, sí no te estás quieto
hasta que venga un Pritáneo.
MNKsÍLoco. (Fingiéndose Helena.)
«Este es el Nilo, célebre por la liermosura de sus
Ninfas: sus aguas, sustituyendo al agua del cielo,
riegan los campos del blanco Egipto que alimen-
tan á sus habitantes con la negra sirmea» (1).
MUJER SÉTIMA.
¡Por la luciente Hécate! eres un costal de astu-
cias.
(i) Dos versos están tomados textualmente de la He^
Una de Eurípides; el tercero está parodiado. — La sirmea
era una planta, que se duda si era astringente ó purgan-
te.—Llama irónicamente blanco al Egipto, burlándose del
epíteto de negro que era de rigor al hablar del limo del
Nilo.
60
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIEOTAS DE CRRES Y PROSERPINA.
61
MNESÍLOCO.
«Mi patria no carece de g-loria; vi en Esparta la
luz, y Tindaro es mi padre» (1).
MUJER SÉTIMA.
¡Tindaro tu padre, perdido! Frinóndas (2) sí que
loes.
MNESÍLOCO.
«Me llamo Helena» (3).
MUJER SÉTIMA.
¿Vuelves á fin^^irte mujer, sin haber sufrido to-
davía el castig'o por el primer disfraz*^
MNESÍLOCO.
«Mil guerreros murieron por mí á orillas del Es-
camandro» (4).
MUJER SÉTIMA.
¡Ojalá hubieses muerto tú también!
MNESÍLOCO.
«Y yo estoy en estos lug-ares; ly mi esposo, el
mísero Menelao (5), no viene todavíal ¡Ah! ¿Por qué
vivo aún'^>
MUJER SÉTIMA.
Por la cobardía de los cuervos.
MNESÍLOCO.
«¿Pero qué dulce presentimiento hace palpitar
mi corazón? ¡Oh Júpiter, no burles mi espe-
ranza!»
EURÍPIDES. (Fingiéndose Menelao J
«¿Quién es el dueño de esta fortificada man-
sión? (1) ¿Acog'erá á unos náufrag-os extranjeros,
que han sufrido sobre las olas del mar todos los
horrores de la borrasca?» (2).
MNESÍLOCO.
«Este es el palacio de Proteo» (3).
EURÍPIDES.
¿De qué Proteo?
MUJER SÉTIMA.
¿Habrá mentiroso? Proteo (4) ha muerto hace
diez años.
EURÍPIDES .
«¿A qué regfion ha arribado mi nave?»
MNESÍLOCO.
A Egipto. .
EURÍPIDES.
«íOh infortunado! ¡Adonde nos arrojó la tem-
pestad!»
(1) Helena, versos 46 y 47.
(2) Ateniense de myla reputación. Fué también atacado
por Aristófanes en el Anfiarao, y por Eupólis en sus Demos.
(3) Verso 22 de la Helena de Eurípides.
(4) Helena, 52.
(5) Verso 49.
(4) Verso 68. En la tragedia de Eurípides, Teucro y no
Menelao es quien hace esa pregunta.
(2) Helena, 459. Es de advertir que algunos versos es-
tán ligeramente parodiados.
(3) Rey de Egipto.
. W La mujer cree que se trata de Próteas, general ate-
niense.
65
COMEDIAS DE ARISTÓFADES
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
63
MUJER SÉTIM\.
¿Pero puedes creer las necedades que te cuenta
ese perdido*^ Estás en el templo de Céres.
EURÍPIDES.
«^.Está Proteo en su palacio, ó fuera del alcance
de la vistan (1)
MUJER SÉTIMA.
Por faerza estás mareado todavía. Acabas de
oír que Proteo ha muerto, y preguntas si está ó no
en su palacio.
EURÍPIDES.
«¡Ay, murió! ¿Dónde descausan sus cenizas?»
MNESÍLOCO.
«¿Me ves sentada sobre su tumba?» (2).
MUJER SÉTIMA.
¡Que el cielo te confunda! ¿Pues no dice que el
altar es un sepulcro?
EURÍPIDES.
«¿Y por qué, extranjera, estás sentada sobre ese
mortuorio monumento envuelta en fúnebre ropaje?
MNESÍLOCO,
«Quieren oblig-arme a unir mi destino al del hijo
de Proteo» (3).
MUJER SÉTIMA.
¿Por qué engañas á ese infeliz extranjero?— No le
(i) Verso 467 de la Helena lif?eramente parodiado me-
dianití la agregación de la palabra ájwitioí;, fuera del al-
cance de la vista, que Eurípides empleaba con cierta fre-
cuencia.
(2) Helena, 466.
(3) Helena, 62.
creas; es un bribón que se ha metido entre las mu-
jeres para robarnos las joyas.
MNESÍLOCO. (A Id mujtr séÜTna.)
«Grita, lléname de ultrajes.»
EURÍPIDES.
«Extranjera, ¿quién es esi anciana que te in-
sulta?»
MNESÍLOCO.
«Es Teonoe, hija de Proteo.»
MüJEíl SÉTIMA.
íNo, por las diosas! Soy Crítila, hija de Antiteo.
natural de Garg-étes (1), y tú un canalla.
MNESÍLOCO.
«Inútiles palabras; jamás me casaré con tu her-
mano; jamás seré infiel á mi Menelao, que combate
bajo las murallas de Troya.»
EURÍPIDES.
«¡Mujer! ¿qué has dicho? Vuelve hacia mí los
rayos de tus ojos.»
MNESÍLOCO.
«Mis ultrajadas mejillas me lo impiden» (2).
EURÍPIDES.
«¿Qué miro? La voz se ahog-a en mi g-arg-anta...
iDiosesí ¿Qué facciones contemplo? Mujer, ¿quién
eres?»
MNESÍLOCO.
«Y tú ¿quién eres? Mi sorpresa es ig-ual á la tuya.»
(i) Demo del Ática.
^ (2) La respuesta de Mnesíloco y las siguientes de Eu-
rípides están tomadas de la Helena, 557 y siguientes.
64
COMEDIAS DE ARISTÓF\NES.
EURÍPIDES.
«¿Eres grieg'a ó indíg-ena?»
MNESÍLOCO.
«Griega; pero yo anhelo saber tu patria.»
EURÍPIDE3.
«Mujer, te pareces extraordinariamente á He-
lena.»
MNESÍLOCO.
«Y tú á Menelao; á lo menos en esos... peri-
follos» (1).
EURÍPIDES.
«El mismo: yo soy aquel mortal infortunado.»
MNESÍLOCO.
«¡Oh! ¡Cuánto has tardado en venir á los brazos
de tu esposa! Estréchame contra tu corazón, esposo
mío; ciñe mi cuello con tus manos; déjame que te
bese. Pronto, pronto, arráncame de estos funestos
lug'ares.»
MUJER SÉTIMA.
¡Pobre del que te lleve! Le sacudiré con esta an-
torcha.
EURÍPIDES.
«¿Me prohibes que me lleve á Esparta á mi es-
posa, á la hija deTlndaro?»
MUJER SÉTIMA.
Me vas pareciendo un redomado bribón, cóm-
plice de ese otro canalla. No sin razón charlabais
(i) Helena, verso 563, parodiado en su última palabra
para aludir al oficio de la madre de Eurípides.
LAS FIESTAS DE CE RES Y PROSERPINA.
65
tanto de Egipto (1). Pero ése á lo menos tendrá su
merecido. Ya vienen el Pritáneo y el arquero.
EUKÍPIDES.
Esto va mal. Tengo que retirarme con precau-
ción.
MNESÍLOCO.
¿Y qué haré yo, infeliz?
EURÍPIDES.
Tranquilízate. Mientras me quede un soplo de
vida, no te desampararé, á menos de que mis in-
finitos ardides me abandonen.
MNESÍLOCO.
En este anzuelo no ha caído nada.
EL PHITANEO.
¿Es ése el bribón que nos ha denunciado Clíste-
nes? — ¡Eh, tú, no te escondao!- Arquero, átale á
ese poste, y sujétalo bien: encárgate de su guarda,
y no permitas que nadie se le acerque: si alguno
se aproxima, hazle huir á latigazos.
MUJER SÉTIMA.
Excelente orden; pues hace un instante que por
poco se me lo lleva otro bribón.
MNESÍLOCO.
Oh Pritáneo, por esa diestra que tiendes de tan
buena gana cuando alguno te ofrece dinero, con-
cédeme una pequeña gracia, ya que voy á morir.
(i) La palabra griega significa también «emplear astu-
cias,» porque los Egipcios tenian fama de pérfidos.
TOMO III.
64
COMEDIAS DE ARISTÓFXIVES.
EURÍPIDES.
«¿Eres griega ó indígena'^»
MNESÍLOCO.
«Griega; pero yo anhelo saber tu patria.»
EURÍPIDES.
«Mujer, te pareces extraordinariamente á He-
lena.»
MNESÍLOCO.
«Y tú á Menelao; á lo monos en esos... peri-
follos» (1).
EURÍPIDES.
«El mismo: yo soy aquel mortal infortunado.»
MNESÍLOCO.
«¡Oh! ¡Cuánto has tardado en venir á los brazos
de tu espoáa! Estréchame contra tu corazón, esposo
mío; ciñe mi cuello con tus manos; déjame que te
bese. Pronto, pronto, arráncame de estos funestos
lugares.»
MUJER SÉTIMA.
¡Pobre del que te lleve! Le sacudiré con esta an-
torcha.
EURÍPIDES.
«¿Me prohibes que me lleve á Esparta á mi es-
posa, á la hija deTlndaro?»
MUJER SÉTIMA.
Me vas pareciendo un redomado bribón, cóm-
plice de ese otro canalla. No sin razón charlabais
(4) Helena, verso 563, parodiado en su última palabra
para aludir al oficio de la madre de Eurípides.
LAS FIESTAS DE CE RES Y PROSERPLNA.
65
tanto de Egipto (1). Pero ése á lo menos tendrá su
merecido. Ya vienen el Prifcáneo y el arquero.
EURÍPIDES.
Esto va mal. Tengo que retirarme con precau-
ción.
MNESÍLOCO.
¿Y qué haré yo, infeliz?
EURÍPIDES.
Tranquilízate. Mientras me quede un soplo de
vida, no te desampararé, á menos de que mis in-
finitos ardides me abandonen.
MNESÍLOCO.
En este anzuelo no ha caído nada.
EL PRITÁNEO.
¿Es ése el bribón que nos ha denunciado Clíste-
nes? — ¡Eh, tú, no te escondan!- Arquero, átale á
ese poste, y sujétalo bien: encárgate de su guarda,
y no permitas que nadie se le acerque: si alguna
se aproxima, hazle huir á latigazos.
MUJER SÉTIMA.
Excelente orden; pues hace un instante que por
poco se me lo lleva otro bribón.
MNESÍLOCO.
Oh Pritáneo, por esa diestra que tiendes de tan
buena gana cuando alguno te ofrece dinero, con-
cédeme una pequeña gracia, ya que voy á morir.
(1) La palabra griega significa también «emplear astu-
cias,» porque los Egipcios tenian fama de pérfidos.
TOMO III.
66
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL PUITÁNEO.
¿Qué gracia?
MNESÍLOCO.
Manda al arquero que me desnude, antes de
atarme al poste, para que este pobre viejo no
cause risa con su túnica azafranada y su mitra á
los mismos cuervos que se lo han de comer.
EL PillTÁNEO.
El Senado ha dispuesto que se te expong-a en ese
traje, para que lo5 transeúntes se enteren de tu
delito.
MNESÍLOCO
¡Oh maldito disfraz! ¡á qué extremo me reduces!
¡no tengo ya esperanza de salvación!
CORO.
Ea, divirtámonos, como es mujeril costumbre
cuando celebramos los misterios de las diosas, en
estos festivos dias qu^ Pauson (1) santifica con
ayunos, rogando á las dos venerables, que los mul-
tipliquen en consideración á su persona.
Lanzaos con pié ligero; formad ruedas; enlazad
vuestras manos; saltad acompasadamente, con vi-
vos y cadenciosos movimientos; girad los ojos en
torno y mirad á todas partes. Al propio tiempo ce-
lebre el coro, con trasportes de religiosa alexia,
á la raza de los dioses celestiales.
(i) Hombre arruinado cuya miseria le obligaba á ayu-
nar mí^s á menú lo de lo que quería.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
b7
¡Cuan engranado está quien se imagine que, por-
que soy mujer, voy á hablar mal de los hombres
en el templo. Sólo tratamos de ejecutar por primera
vez, como el baile lo exig'p, una armoniosa rueda.
Partid, cantando al dios de la sonora lira, y á la
casta deidad, armada del arco (1). ¡Salve, Apolo de
rápidas ñechas, danos la victoria! Tributemos un
justo homenaje á Juno, directora de todas las dan-
zas, g-uarla de las llaves del dulce himeneo.
Mercurio, dios de los pastores. Pan, y vosotras,
amadas Ninfas, conceded á los coros una sonrisa
benévola.
Ea, partamos con nuevos bríos, y animémonos
con vivos palmoteos. Divirtámonos, oh mujeres,
según es costumbre, y guardemos absoluto ayuno.
Vuélvete ahora hacia ese otro lado; marca el com-
pás con el pió, y entona variados cántico?. Guíanos
tú, Baco, coronado de hiedra, pues en mis oantos y
danzas te celebro á tí. ¡Oh Evio! ¡Oh Dionisio! ¡Oh
Brcmio (2), hijo de Semele, que te complaces en
mezclarte en las montañas á bs coros de las ama-
bles Ninfas, concluyendo tus himnos con el alegre
¡Evios! ¡Evios! ¡Evoe!— Eco, la Ninfa del Citeron,
repite tus acentos, que resuenan bajo las opacas
(i) Apolo y Diana.
i'l) Sobrenombres de Baco. Fmo(zl^ bien, o'i, hijo mió),
porque Júpiter le animaba con esa voz en la guerra de los
gigantes. Después fué la exclamación de las Bacantes, Evoel
repetidas muchas veces en los himnos á Baco. Dionisio se
le llamó por haber sido criado enNisa,y^romo, de ppéfjto),
hacer ruido, ó por haber nacido al estampido del trueno, ó
por el estruendo y alboroto con (jiic celebran sus fi'jstas.
§8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
bóvedas del espeso follaje, y entre los peñascos de
la selva; en torno de ti, la hiedra enlaza sus ramos,
cargados de flores.
KL ARQUERO.
Vas á pasar la pena negra, aquí, al aire libre (1).
MNESÍLOCO.
Arquero, 3^0 te suplico...
EL ARQUERO.
Nada me pidas.
MNESÍLOCO.
Añoja un poco ef?a argolla.
F.L ARQUERO.
Ya voy á hacerlo.
MNESÍLOCO.
¡Ay! ¡ay! La aprietas más.
EL ARQUERO.
^.Quieres más todavía?
MNESÍLOCO.
¡Ay! que el cielo te confunda.
EL ARQUERO.
Cállate, pobre viejo. Voy á traer un estera, para
guardarte con comodidad (2).
(4) El arquero, como Escita, se expresa en un £?rieiro
Heno de barbarismos. Como se comprende, las gracias que
de esto pudieran resultar son intraducibies. Y el tratar de
ofrecer otras equivalentes, aun dado que lo consiguiéra-
mos, sería en cierto modo falsificar el original.
(2) Tendido á su lado.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
69
MNESÍLOCO.
jEstos son los placeres que tengo que agradecer
á Eurípides!... Pero, ;oh dioses y Júpiter salvador!
aun tengo esperanzas. Parece que no piensa aban-
donarme...
Perseo al desaparecer me indicó disimulada-
mente que me fingiese Andrómeda (1); ya estoy
atado como aquella princesa infeliz. No hay duda
que vendrá á salvarme; de otro modo no hubiera
huido volando (2).
EURÍPIDES. {Fingiéndose Perseo,)
Ninfas amadas, si pudiera acercarme sin que el
Escita me viera... ¿Me oyes tú, moradora de los
antros? (3). En nombre del pudor, permíteme acer-
carme á mi esposa.
MNESÍLOCO (4).
I Un implacable verdugo ha encadenado al más
infeliz de los mortales! Logró escapar á duras pe-
nas de aquella repugnante vieja, y caí en un nue-
(1) Título de una tragedia de Eurípides, uno de cuyos
personajes, conforme á la conocida fábula en que estaba
basada, era Perseo.
(2) Perseo volvía del país de las Gorgonas, volando so-
bre el caballo Pegaso, cuando distinguió encadenada á un
escollo á Andrómeda, expuesta á la voracidad de un mons-
truo marino. Conmovido por su desp;racia, petrificó al
monstruo presentándole la cabeza de Medusa, y libertó á
la infeliz princesa, con la cual se casó.
(3) Implora á la ninfa Eco.
(4) Mnesíloco habla unas veces pop cuenta propia y
oirás fingiéndose Andrómeda.
70
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
vo infortunio: ese Escita no se aparta de mi lado:
desprovisto de toda defensa, voy á servir de ban-
quete á los cuervos. ¿Lo veis? Ya no tomo parte en
los coros de las doncellas, ni llevo el cestillo de los
sufragólos; cardada de prisiones, me veo expuesta á
la voracidad de la ballena Gláucetes (1).
¡Mujeres, deplorad mi suerte con el himno de la
esclavitud, y no con el del himeneo! ¡Ay! ¡que me
agobian infinitos males!... ¡Infeliz, infeliz de mí!...
¡é infeliz por mis parientes! Presa de tormentos in-
justos, mis ayes son capaces de arrancar torrentes
de lágrimas al insensible Tártaro. \kyl lay! socór-
reme, autor de mis males, tú, que me rapaste
primero y me enviaste después vestido de ama-
rilla túnica al templo donde estaban reunidas las
mujeres. ¡Oh hado inexorable! ¡oh cruel destinol
¿Quién podrá ver sin compadecerse mi espantosa
desdicha? ¡Ojalá los rayos deslumbradores del Éter
me aniquilen... á ese bárbaro! (2) Porque ya no me
es grato contemplar la eterna luz, desde que col-
gado, estrangulado, loco de dolor, desciendo por
el camino más corto á la mansión de los muertos.
EURÍPIDES. (Fingiéndose la ninfa Eco.)
¡Salud, hija querida! ¡Que los dioses confundan &
tu padre Cefeo (3), que te ha expuesto de ese modol
(4) Glotón famoso.
(2) Señalando al Escita.
(3) Rey de Etiopía. Vióse obligado á exponer á su hija
Andrómeda, para aplacar las iras de Neptuno, que habia
LAS FIESTA- DE CERES Y PROSERPL\A.
7Í
MXESÍLOCo. (Fingiéndose Á/idró/nedaJ
¿Quién eres tú que psí te compadeces de mis
males?
EURÍPIDES.
Soy Eco, la ninfa q.:e repite fielmente todas las
voces; la misma que el año pasado presté en este
lugar mi eficaz ayuda á Eurípides (1). Pero, hija
mia, lo que tú debes hacer es lamentarte lastimo-
samente.
MNESÍLOCO.
Y tú repetir mis gemidos,
EURÍPIDES.
Asi lo haré; principia.
MNIÍSÍLÜCO.
¡Oh noche sagrada! ¡Cuan larga es tu carreral
¡Cuan lento rueda tu carro por la estrellada bó-
veda de los cielos y el venerando Olimpo!
EURÍPIDES.
OUmpo.
MNESÍLOCO.
¿Por qué á Andrómeda le han tocado con prefe-
rencia todos los males en suerte?
EURÍPIDES.
En suerte.
MNESÍLOCO.
¡Muerte miseral
inundado su reino y enviado un mostruo marino para de-
vastarlo. El motivo de estas desgracias fué el haberse jac-
tado su mujer Casiope de ser más hermosa que las Nerei-
das y que la misma Juno.
(1) Al representarse una tragedia en la cual Eco era
uno de los personajes.
1t
COMEriAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERPINA.
T3
EURÍPIDES.
¡Muerte misera!
MNESÍLOCO.
Me asesinas, vieja charlatana.
EURÍPIDES.
Vieja charlatana.
MNESÍLOCO.
A la verdad, estás insoportable.
EURÍPIDES.
Insoportable.
MNESÍLOCO.
Amig'oinio, déjame lamentarme solo, y me da-
rás gusto. Basta ya.
EURÍPIDES.
Basta ya.
MNESÍLOCO.
¡Vete al infierno!
EURÍPIDES.
¡Vate al infierno!
MNESÍLOCO.
¡Qué peste!
¡Qué peste!
¡Qué necedadl
¡Qné necedad!
Lo vas á sentir.
Lo vas á sentir.
EURÍPIDES.
MNESÍLOCO.
EURÍPIDES.
MNESÍLOCO.
EURÍPIDES.
MNESÍLOCO.
Y vas á clamar.
EURÍPIDES.
Y vas á clamar.
EL ARQUERO.
¡Eh, tú! ¿qué charlas?
EURÍPIDES.
¡Eh, tú! ¿qué charlas?
EL ARQUERO.
Llamaré á los Pritáneos.
EURÍPIDES.
Llamaré á los Pritáneos.
EL ARQUERO.
¡Es extraño!
EURÍPIDES.
¡Es extraño!
EL ARQUERO.
¿De dónde sale esa voz?
EURÍPIDES.
¿De dónde sale esa voz?
EL ARQUERO.
¿Hablas tú?
¿Hablas tú?
I Cuidado!
¡Cuidado!
EURÍPIDES.
EL ARQUERO.
EURÍPIDES.
EL ARQUERO.
iTe burlas de mí?
74
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y ¡ROSERPrnA.
75
EURÍPIDKS.
¿Te burlas de mí?
MNESÍLÜCO.
Yo no, esa mujer que está junto á ti.
EURÍPIDES.
Que está junto á tí.
EL ARQUERO.
¿Dónde está esa bribona? ¡Ah, se escapa! ¿Adon-
de, adonde vas?
EURÍPIDES.
¿Adonde, adonde vas?
EL ARQUERO.
No te escaparás.
EURÍPIDES.
No te escaparás.
EL ARQUERO.
¿Aun charlas?
EURÍPIDES.
¿Aun charlas?
EL ARQUERO.
Coged á esa bribona.
EURÍPIDES.
Coged, á esa bribona.
EL ARQUERO.
iGámiIa y detestable mujer!
EURÍPIDES. (Fingiéndose Persea.)
¡Oh dioses! ¿A qué bárbara región me ha traido
mi rápido vuelo? Yo soy Perseo, que surcando el
éter con mis alados piós, me encamino á Argos,
llevando la cabeza de la Gorgona.
EL ARQUERO.
¿Qué dices de la cabe?:a de Gorgo el escri-
bano? (1).
EURÍPIDES.
He dicho la cabeza de la Gorgona.
EL ARQUERO.
Pues bien, de Gorgo.
EURÍPIDES.
lAh! ¿qué veo? ¿Una doncella semejante á las
diosas encadenada á ese escollo como un navio en
el puerto? (2).
MNESÍL0::!0.
Extranjero, ten piedad de esta mísera, desata
mis cadenas.
EL ARQUERO.
Cállate. ¡Habrá audacia como la suya! ¡Está
para morir y aun charla!
EURÍPIDES.
¡Oh doncella! muéveme á compasión el verte en-
cadenada.
EL ARQUERO.
Si no es doncella; si es un viejo zorro, ladrón y
canalla.
EURÍPIDES.
Tú desbarras. Escita; esa es Andrómeda, la hija
de Cefeo.
EL ARQUERO.
Míralo bien; ¿te parece todavía una doncella? (3).
(1) Alusión cuya intención no aparece clara.
(2) Comparación frecuente en los trágicos.
(3) Specía penem hunc; num Ubi parvus videtur?
i t
í
76
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CERES Y PROSERPINA.
77
EURÍPIDES.
Escita, dame la mano, para que me acerque á
esa joven. Todos los hombres tenemos nuestro fla-
co; el mió es estar enamorado de esa virgen.
EL ARQülíRO.
No te envidio el ji^-usto. Puedes hacer de él lo que
quieras, sin que tenga celos.
EURÍPIDES.
iPoT qué no me permites desatarla, y arrojarme
en los brazos y en el tálamo de una esposa querida?
EL ARQUERO.
Si tan furiosamente adoras á ese anciano, esa ta-
bla no debe ser obstáculo á tus deseos (1).
EURÍPIDES.
¡Ah! voy á soltar sus ligaduras.
EL ARQUERO.
Y yo á majarte á palos.
EURÍPIDES.
Pues lo haré.
EL ARQUERO.
Pues te cortaré la cabeza con mi espada.
EURÍPIDES.
¡A^yl ¿qué hacer? ¿qué razones emplear? Ese bár-
baro no las comprendería. Quien á ingenios rudoí^
presenta pensamientos nuevos é ingeniosos, pierde
sin fruto el tiempo (2). Busquemos otro medio
apropiado á su condición.
(1) Hay en el original expresiones intraducibies, por lo
obscenas.
(2) Pa'abras de Eurípides en la Medea, 301.
EL ARQUERO.
jZorro maldito! ¡cómo trataba de engañarme.'
MNESÍLOCO.
No olvides, Perseo, el infortunio en que me dejas.
EL ARQUERO.
Está visto que quieres llevar unos cuantos lati-
gazos.
CORO.
Palas, amiga de los coros, yo te invoco obede-
ciendo al sagrado rito. Ven, casta doncella, libre
del yugo de himeneo, protectora de nuestra ciu-
dad, única guarda de su poder y de sus puertas.
Apareces enemiga natural de los tiranos; el pueblo
délas mujeres te llama; acude en compañía de la
Paz, amigra de las fiestas. §
Vosotras también, diosas augustas (1),^ venid be-
uévolas y propicias á vuestro sagrado bosque,
donde la vista de los hombres no puede escudriñar
los sagrados misterios; donde á la luz de las bri-
llantes antorchas, mostráis vuestro rostro inmor-
tal. Llegad, acercaos, os lo pedimos humildemente,
venerandas Tesmóforas. Si alguna vez, accediendo
á nuestros ruegos, os dignasteis venir, venid ahora
también y no desoigáis nuestros votos.
EURÍPIDES.
Mujeres, si queréis reconciliaros conmigo, con-
(1) Céres y Proserpina.
78
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FIESTAS DE CÉRES Y PROSERt>INA.
79
siento y me comprometo á no hablar mal de vos-
otras en adelante. Estas son mis condiciones de paz.
CORO.
¿Por qué motivo nos la propones?
EURÍPIDES.
El hombre que está atado á ese poste es mi sue-
gro. Si me lo entregáis, no volveré á hablar mal de
vosotras; pero si no accedéis, me propDngo denun-
ciar á vuestros maridos á su regreso de la í^uerra
todas vuestras ocultas maquinaciones.
CORO.
Por lo que á nosotras toca, q'iedan aceptadas tus
condiciones; pero tienes que persuadir á ese bár-
baro.
EÜRÍPIDlí.S.
Esí^es cuenta mia. fVueloe disfrazado de vieja
con una bailarina ij una tañedora defluda,) Acuér-
date, Elafion (1), de hacer lo que te he dicho en el
camino. Pasa adelante, y recógete el vestido.— Tú,
Teredon, toca la flauta al modo pérsico.
EL ARQUERO.
¿Qué sig-nifica esa música? ¿Quién trata de exci-
tarme?
EURÍPIDES. (De vieja,)
Arquero, esta muchacha necesita ejercitarse,
pues tiene que ir á bailar delante de unos hom-
bres. •
(1) Nombre de la bailarina, significativo de su ligereza,
pues signiíic;! cervatilo.
EL ARQUERO.
Que baile y se ejercite; yo no se lo he de impe-
dir. íQué ágfil es! ;salta como una pulga en un pe-
llejo de carnero!
^ EURÍPIDES.
Vamos, hija mia, quítate ese vestido; siéntate en
las rodillas del Escita, y alárgfame los pies para
que te descalca (1).
EL ARQUERO.
Sí, si, siéntate, niña mia. ¡Oh qué seno tan durol
EURÍPIDES.
Toca pronto la nauta. ¿Aun te da miedo el Es-
cita?
EL ARQUERO.
¿Qué hermosísima es?
EURÍPIDES.
lórden, amig*o mío!
EL ARQUERO.
Pues no quedaría descontenta (2).
EURÍPIDES.
Bien. fA la dailarimj Ponte el vestido: ya es
hora de marchar.
EL ARQUERO.
¿Sin darme un be.?o?
EURÍPIDES.
Vamos, bésale.
EL ARQUERO.
lAjajá! [qué boquita tan dulce! ni la miel del
(i) Se comprenderá adonde van á parar todos estos
manejos al parecer indiferentes.
(2) Attamen pnlchra est species arrecia hujus méntula.
80
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS FÍESTAS DE CÉRES Y PROSERPI.XA.
Ática. Mas ¿por qué no ha de pasar un rato con-
migo? (1)
EURÍPIDES.
Adiós, Arquero, eso no es posible.
líL ARQUERO. ^
Si, 9Í, viejecita mia, hazme ese favor.
EURÍPIDES.
¿Me darás un dracma?
EL ARQUERO.
Si, si, te lo daré.
EURÍPIDES.
Pues ven^ el dinero.
EL ARQUERO.
No tengo un óbolo, pero toma mi cai'caj.
EURÍPIDES.
Traerás aquí á la muchacha.
EL ARQUERO.
Sigúeme, hermosa; tú, viejecita mia, guarda en
tanto á ese anciano. ¿Cómo te llamas?
EURÍPIDES.
Artemisia.
EL ARQUERO.
No se me olvidará. Artamuxia.
fVase con la bailarina J
EURÍPIDES.
Astuto Mercurio, todo sale á pedir de boca. Corre,
pobre muchacho, corre con la bailarina, mientras
8i
yo le desato. —Tú, en cuanto te suelte, huye á toda
prisa, y refugíate en casa, entre tu mujer y tus
hijos.
MNESÍLOCO.
Esa es cuenta mia, en cuanto me vea libre.
EURÍPIDES.
Ya lo estás. Ahora huye, antes de que venga el
arquero y te sorprenda.
MNESÍLOCO.
Ya lo hago.
fSe van Eurípides y MnesilocoJ
EL ARQUERO.
Viejecita mia, ¡qué hermosa hijita tienesl ¡lo
más dócil, lo más amable!... ¿Dónde está la vieja?
¡iih! ¡estoy perdidot ¿Adonde se ha ido el viejo?
Vieja, viejecita mia, eso no está bien hecho. Arta-
muxia me ha engañado. Lejos de mí, maldito car-
caj. Con razón te llaman así; por tí me ha enga-
ñado la vieja (1). ¡Ay! ¿Qué haré? ¿Dónde está la
viejecita? ¡Artamuxia!
CORO.
¿Preguntas por una vieja que llevaba una lira?
EL ARQUERO.
Sí, sí. ¿La habéis visto?
CORO.
Se marchó de aquí seguida de un viejo.
(1) ¿Qmre non concumbit mecum?
(i) En el original hay un juego de palabras intraduci-
bie, no sólo por no tener equivalente en castellano, sino
por su obscenidad.
TOMO III.
82
'COMEDIAS DK ARISTÓFANES
EL ARQUERO.
¿Un viejo con una túi.ica amarilla?
CORO.
Eso 69. Aun podrás alcanzarlos si los persignes
por ahí.
EL ARQUERO.
¡Maldita vieja! ¿Por cuál camino huyó? ¡Arta-
mu&ia!
CORO.
Sube todo derecho. ¿Adonde corres? Vuelve
atrás: sigue la dirección contraria.
EL ARQUERO.
¡Pobre de mi! Y en tanto huye Artamuxia.
CORO.
Corre, corre. ¡Ojelá un viento favorable se te
Ueve... al infierno! Pero ya es hora de que cesen
nuestros juegos y de retirarnos á nuestros hoga-
res. ¡Plegué alas Tesmóf oras sernos propicias en
premio de nuestro trabajo!
LAS RANA?
FIN DE LAS FIESTAS DE CKRBS Y PROSERPIÍ^A.
NOTICIA PRELIMINAR.
!^
Baco, en cuyo honor se celebraban los certáme-
nes trágicos y cómicos por haber tenido oríg'en en
sus fiestas, cansado de las malísimas trag-edias que
se representaban después de la muerte de Sófocles
y Eurípides, se decide á descender al infierno en
busca de un buen poeta. Para conseguir su objeto,
y recordando que Hércules habia ya realizado em-
presa tan peligrosa, llama al templo de este héroe,
y después de adquirir las noticias necesarias para
el viaje, parte acompañado de su esclavo Jántias y
disfrazado con la piel de león y la clava de Alcídes.
Al llegar á la laguna Estigia, Caronte le admite
en su barca, y durante el trayecto óyese el canto
de las ranas, que graznan á su sabor, insultando
con su estrepitosa alegría las molestias que el dios
experimenta. Este episodio completamente desli-
gado de la comedia es, sin embargo, el que le da
titulo.
86
COMEMAS DE ARISTÓFANES.
Después de varias peripecias que ponen de ma-
nifiesto la cobardía de Baco, y de sufrir éste los in-
sultos y malos tratamientos de dos taberneras y
Eaco, que le confunden con Hércules, penetra en
el palacio de Pluton, precisamente cuando todo el
infierno se halla conmovido por una terrible dis-
puta entre Esquilo y Eurípides, á causa de preten-
der éste ocupar el trono de la trag'edia. Baco es
eleg-ido juez, y ambos rivales, en una larga escena
interesantísima bajo el punto de vista de crítica
literaria, se echan en cara todos los vicios y defec-
tos de sus obras. Cansado Esquilo de las sutilezas
y argucias de su adversario, propone la prueba
decisiva de pesar los versos de uno y otro en una
balanza, y consigue un triunfo completo. En vista
de lo cual, Baco se lo lleva á la tierra, desenten-
diéndose del compromiso contraido con Eurípides;
y Esquilo, al partir, entrega el cetro trágico á Só-
focles, que ha presenciado la discusión con un si-
lencio lleno de modestia.
El objeto principal de La$ Ranas, como de la
breve exposición de su argumento se deduce, es
atacar el sistema^ totmáticg^ Eurípides, en el
cual veia Aristófanes inici^Ae Ja decadencia d^ la
tWLgedia. Los más perspicaces críticosTaoderüOs
no han podido menos de reconocer lo justificado
de sus censuras, que en esta comedia rara vez se
apartan de aquella decencia y miramiento poco
frecuentes en otras del mismo autor. Fuera, en
efecto, de alguna que otra maligna alusión al ofi-
cio de la madre de Eiu-ípides y á las relaciones de
NOTICIA PRELIMINAR.
87
Gefisofon con su esposa, y de cierta violencia en la
censura, natural en boca de E^quil®, á quien se
pinta terriblemente irritado, cuanto se dice res-
pecto al rebajamiento de los caracteres, del estilo
y de los asuntos, á la inmoralidad de muchas de
las fábulas y sentencias, al alambicamiento y su-
tileza de los pensamientos, á las sofísticas y anti-
trágicas discusiones y á la poca habilidad y vero-
similitud en la exposición y desarrollo de la acción,
es indudablemente cierto, y como tal ha sido re-
conocido por los más entusiastas admiradores de
Eurípides.
Otra de las cosas que llaman la ateuciün en Las
Ranas de Aristófanes es lOürlajjue en^dla je
hace de vám^iyinidade5JldjQlimpi^^m.uy es-
^^^^^i^^^^m^S^B^^^^ se solemnizaba
conTarepresentacion de esta comedia. El dios tu-
telar del arte dramático aparece cobarde y tan-
farron, y sujeto á las contingencias del más débil
íeM^iHilxsuliOT el esforzado Alcí-
desjaaiiu£§tras de aquella glotonería, por la cual
ya le vimos caracterizado en Las Aves,
A pesar de que el objeto de Aristófanes bien
claro está, como queda dicho, que no es otro que
satirizarájiüsfi^.^^ algunos han querido
encontrar una intención política más piofanda y
trascendental en Las Ranas, creyendo que su fin
era^-cen^^uraLal Gobierno ateniense porque abría
demagialQi^manoSSIO ^^^"^-^^^ ^^
sí jem esclavos.j..e^anieros. Mas aunque es
cierto que el poeta toca repetidas veces este pun.o
u
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
en su comedia, no lo es méuo? que lo hace sólo de
pasada, sin manifestar que su intención principal
sea esa.
Zas Ranas se representaron, seg-un indican sus
prolog-uistas grieg-os y se desprende de diferentes
pasajes (1) de la misma, el año 406 antes de Jesu-
cristo, corrrespondiente al vigésimosexto de la
guerra. Ag-radó tanto á los espectadores, que, no
contentos con darle la preferencia sobre otras dos
de Platón y Frínico, le concedieron el honor raro y
singular de pedir una seg'unda representación.
(1) Tales son los versos 48, 19-2 y 70o, que mencionan
como peeientemente ocurrida la batalla de los Arginusas,
ganada á los Lacedemonios el año vigésimosexlo de la
guerra; el verso 418, en que el coro ataca á Arquedemo
como jefe del partido popular, lo cual sucedia en el mismo
año. El verso 71), que habla de la muerte de Sófocles, acae-
cida en 40G antes de Jesucristo, y otros que se harán ob-
servar en las notas.
PERSONAJES.
JAntias.
Bago.
Hércules.
Un Muerto.
Caronte.
Coro de Ranas.
Coro de Iniciados.
Eaco.
Una Criada de Proserpina.
Dos Taberneras.
Eurípides.
Esquilo.
Plüton,
La escena pasa al principio en el camino de Atenas á los Infier-
nos; después en los lañemos mismos.
LAS RANAS.
JANTIA.S.
¿Diré, dueño mió, alg-uno de esos chistes de ca-
jón que siempre hacen reir á los espectadores"^
BAGO.
Di lo que se te antoje, excepto el consabido: «No
puedo más» (1). Pues estoy harto de oirlo.
JÁNTIAS.
¿Y al^n otro más gracioso?
BAGO.
Con tal que no sea el, «estoy hecho pedazos.»
JÁNTIAS.
¿Entonces no he de decir ning-una agudeza?
BAGO.
Sí por cierto, y sin ningún temor. Sólo te pro-
hibo...
(1) Alusión á los poetas de poca vis cómica, que usa-
ban chistes triviales y gastados.
^
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
93
\
jantias.
¿Qué?
BAGO.
Decir, al cambiar el hato de hombro, que no pue-
des aguantar cierta necesidad (I).
JÁNTIAS.
^.Tampoco que si alguno no me alivia de este
enorme peso, tendré que dar suelta á algún
gas? (2).
BAGO.
Nada de eso, te lo suplico: á no ser cuando tenga
que vomitar.
JÁNTIAS.
No sé entonces qué necesidad habia de echarme
al hombro esta carga, para no poder hacer nin-
guna de aqaellas cosas tan frecuentes en Fri-
nico (3), Lícis (4) y Amipsias (5), que siempre in-
troducen en sus comedias mozos de cordel.
BAGO.
No hagas tal; porque cuando yo me siento en-
(1) üú cacaturias,
(i) Pedan.
(3) Fdnico era un poeta cómico que concurrió con
Aristófanes al premio cuando hizo representar Las Ranas.
Su poca inventiva, el abuso de palabras inusitadas, y los
defectos de su versificación le hicieron pasar por extran-
jero. No debe confundirse este Frínico con el autor de tra-
gedias.
(4) Poeta cómico contemporáneo de Aristófanes. Su
principal defecto era la frialdad.
(5) Otro autor de comedias, que ganó dos veces el
premio en concurrencia con Aristófanes. Su Connos fué
prererido á Zas Nubes.
tre los espectadores y miro invenciones tan vulga-
res, envejezco más de un año.
JÁNTIAS.
¡Desdichado hombro mió! Sufres y no se te per-
mite hacer reir.
BAGO.
^.No es esto el colmo de la insolencia y de la flo-
jedad? Yo, Baco, hijo del ánfora (1), voy á pié y me
fatigo, mientras le cedo á ese sibarita mi asno
para que vaya á su gusto y no tenga nada que
llevar.
JÁNTIAS.
Pues qué, ¿no llevo yo nada?
BAGO.
¿Cómo has de llevar si eres llevado?
jJLntias.
Sí, con este equipaje encima.
BAGO.
¿Cómo?
JÁNTIAS.
Que pesa mucho.
BAGO.
¿Pero dejará de llevar el asno lo que tú llevas?
JÁNTIAS.
Por Júpiter, lo que yo llevo no lo lleva él.
BAGO.
Pero ¿cómo puedes llevar nada, siendo llevado
por otro?
(i) Como dios del vino.
94
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
95
JAN tías.
No lo sé; pero lo cierto es qae mi hombro no
puede resistir más.
BAGO.
Pueí=í ase^^mras que el asno no te sirve de nada,
cárgate el asno y llévalo á tu vez.
JAN tías.
¡Triste de mi! ¿Por qué no estuve en la última
batalla naval? (1). Ya me hubieras pagado esabro-
mita.
BAGO.
Apéate, bribón; voy á llamar á esta puerta,
donde tengo que hacer mi primera parada. ¡Escla-
vo! ¡Eh! ¡Esclavo! (2)
HÉIIGULES.
¿Quieres derribar la puerta? Quienquiera que
sea, llama como un centauro (3). Vamos ¿qué
ocurre?
BAGO.
¡JántiasI
(4) Fué las de las Arginusas ganada á los Lacedemon.os
el mismo año de la representación de Las Ranas. Algunos
esclavos que pelearon entonces denodadamente recibieron
la libertad en recompensa de su valor. Por consiguiente, si
Jántias hubiese estado en aquella batalla podría exigirá
su amo una satisfacción como emancipado de su potestad.
(2) Llama á la puerta del templo de Hércules, que es-
taba cerca de Atenas, en el demo de Melito.
(3) Monstruo fabuloso, mitad hombre y mitad caballo.
Sus procederes eran sumamente brutales, y en la célebre
lucha con los Lapitas dejaron de ello buena memoria.
JÁNTIAS.
BAGO.
JÁNTIAS.
¿Qué?
¿No has advertido?
¿El qué?
BAGO.
El miedo que le he dado.
JÁNTIAS.
¡Bah! tii estás loco.
HÉRGULRS.
Por Céres, no puedo contener la risa; por más
que me muerdo los labio.*:?, gin embargo me rio.
BAG0«
Acércate, amigo mió; te necesito.
HÉRCULES.
¡Oh! me es imposible no soltar la carcajada, al
ver una piel de león debajo de una tánica amari-
lla (1). ¿Qué intentas? ¿qué tienen que ver la maza
y los coturnos? ¿por qué país has viajado?
BAGO.
Me embarqué en el Clístenes (2).
HÉRCULES.
?,Y diste una batalla naval?
(i) Baco traia sobre un vestido de mujer la piel de león
y la maza que constituían el atavio característico de llér-
cu les.
(2) Habla de Clístenes como de un navio. Hay una alu-
sión á las costumbres disolutas de Clístenes.
96
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS RAiNAS.
97
BaCO.
Ya lo creo, y echamos á pique doce ó trece na-
ves enemigas.
HÉRCULES.
¿Vosotros?
BACO.
Por Apolo te lo juro.
HÉRCULES,
Y entonces me desperté (1).
BACO.
Estaba yo en la nave, leyendo para mí la Ahdro-'
meda (2), cuando de repente se apodera de mi co-
razón un vivo deseo...
HÉRCULES.
¿Un deseo? ¿De qué especie?
BACO.
Pequeñito, como Molón (3).
HÉRCULES.
¿De una mujer?
BACO.
No.
HÉRCULES.
¿De un muchacho?
(i) Con esta frase, que es la que ordinariamente se em-
plea para concluir la narración de un sueño, da á entender
Hércules que no cree una palabra de cuanto le ha dicho
Baco. — Otras ediciones (la de Boissonade) la ponen en
boca de Jántias, y aun del mismo Baco.
(2) Tragedia de Eurípides, de la cual sólo se conser-
van fragmentos, citada y parodiada en Las Fietlas d*
Céres.
(3) Habia dos personas de este nombre, uno autor y
otro ladrón, pero ambos de agigantada estatura.
BACO.
Ni por pienso.
HÉRCULES.
¿Entonces de un hombre?
BACO.
Eso es.
HÉRCULES.
Como estabas con Clistenes...
BACO.
No te burles, hermano mió; me siento mal de ve-
ras; el tal deseo me martiriza.
HÉRCULES.
Pero, hermanito, sepamos cuál es.
BACO.
No puedo revelártelo, pero te lo daré á entender
por medio de un enig-ma. Di, ¿no te ha asaltado al-
guna vez un repentino. deseo de comer ^L^ches? 1
HÉRCULES.
¿De puches? Ya lo creo: mil veces en mi vida (1).
BACO.
¿Comprendes bien? ¿ó me explico más?
HÉRCULES.
Lo que es de los puches, no tienes que decir más;
lo entiendo perfectamente.
BACO.
Pues bien, tal es el deseo que me devora por Eu-
rípides...
a
(1) La glotonería de Hércules era proverbial, y ya is^
ridiculizó Aristófanes en Zas Aves.
TOMO III.
98
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
HÉRCULES.
¿Por un muerto? (1).
BAGO.
Y ning^un hombre me disuadirá de que vaya á
buscarle.
HÉRCULES.
¿A los profundos infiernos?
BACO.
Y más abajo, si es preciso.
HÉRCULES.
Pero, ¿para qué lo necesitas?
BACO.
Me hace falta un buen poeta (2), y no hay nio-
guno, pues los vivos todos son detestables.
HÉRCULES.
¡Cómo! ¿.Ha muerto Isfun? (3)
BACO.
Ese es el único bueno que resta; si es que él es el
bueno, pues tengo mis dudas sobre el particular.
(i) Eurípides había muerto un año antes de represen-
ta se Las Ranas, en la corte de Arquelao, rey de Macedo-
Dia, despedazado por un . jauría de perros, que se echaron
sobre él en un lugar solitario.
(2) E! interés de Buco se explica, porque las tragedias
se representaban en sus fiestas y habían nacido con oca-
sión de las mismas.
(3) Hijo de Sófocles, que en vida de su padre, muerto
poce tiempo antes de ponerse en escena Las Ranos, había
ganado una vez el premio en un certamen trágico. Había
sospechas de que la obra laureada no era suya, sino de su
padre; y por eso Baco se reserva para juzgarle á que pre-
sente una nueva tragedia.
LAS RANAS.
99
HERCULES.
Ya que tienes absoluta necesidad de sacar algún
poeta de los infiernos, ¿por qué no te llevas á Sóío-'
cíes, que es superior á Eurípides? ^^^. - ^^ ^
BACO. t
No, antes quiero probar á lofon y ver lo que
puede hacer sin Sófocles. Además, como Eurípides
es muy astuto, despleg-ará todos su 5 ardides para
escaparse conmigfo, mientras que el otro es tan
sencillote allí como aquí (1).
HÉRCULES.
Y Agaton (2), ¿dónde está?
BACO.
Aquel buen poeta y amigo querido me abandonó
y partió.
HÉRCULES.
¿Adonde se fué el mísero?
BACO.
Al banquete de los bienaventurados (3).
HÉRCULES.
¿Y Jenócles? (4).
BACü.
iQué el cielo le confunda!
(1) Aristófanes hace justicia á la modestia de Sófocles,
virtud rarísima en los poetas. .
(2) Poeta trác;ico y cómico, uuo de los personajes de
Las Fiestas de Céres.
(3) A la corte de Arquelao, gran protector de los lite-
ratos y artistas de su época. Otros entienden que A^-aton
había muerto.
(4) Poeta trágico, hijo de Carcino, repetidas veces ci-
tado.
400
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
HÉaCULES,
¿Y Pitángelo? (1).
JÁNTIAS.
¡De mí ni una palabra! y se me está hundienda
el hombro (2).
HÉRCULES.
¿.Pero no componen también tragedias otros diez
mil mozal vetes infinitamente más habladores que
Eurípides?
BAGO.
Esos son ramillos sin savia, verdaderos poetas-
g-oloudrinas, gárrulos é insustanciales, peste del
arte, que en cuanto la Musa trágica les concede
el más pequeño favor lanzan de una vez todo su
talento, y caen extenuados de fatiga. ¡Oh! por mu-
cho que busques, no hallarás uno de esos vates
fecundos que seducen con sus magníficas palabras.
HÉRCULES.
¿Cómo fecuní!os?
BAGO.
Sí, fecundos y capaces de inventar esfeis atre-
vidas expresiones: «el éter, habitacioncita de Jú-
piter» (3) «el pié del tiempo» (4), «el corazón uü
II) Poeta trágico desconocido.
h) Jántias se queja de que Baco y Hércules se entre-
tengan en charla^ sin ocuparse para nada de la fatiga que
le causa su liato.^ „ . .j . v^ a^
(3) Tomacfo de la Melanipe de Eurípides, tragedia de
la cual sólo quedan fragmentos.
(4) Parodia del Alejandro de Eurípides, tragedia per-
dida.
LAS RANAS.
101
quiere jurar (1), pero la lengua perjiu*a sin la com-
plicidad del corazón.»
HÉRCULES.
¿Y eso te gusta?
BACO.
Estoy más que loco por ellas.
HÉRCULFS.
Si Ion necedades, tú mismo lo conoces.
BACO.
«No habites, en mi espíritu : ya tienes ti\ tu
casa» (2). bv/.:í>-^A
HÉRCULES.
Pues todo eso es lo más detestable.
BACO.
En comer me podrás dar lecciones (3).
JÁNTIAS.
¡De mí ni una palabra! (4)
BACO.
Escucha ahora la razón de haberme vestido
como tú. Es para que me digas, por si tengo ne-
cesidad, los huéspedes que te acogieron cuando
fuiste á bascar al Cerbero. Indícamelos, y también
los puertos, panaderías, lupanares, paradores, po-
sadas, fuentes, caminos, ciudades, figones, y las
tabernas donde haya ménoj^ chinches.
(1) Verso 612 del EipóUto de Eurípides, muchas veces
crincado y parodiado.
(-2) Parodia de un verso de la AndrómacaáQ Eurípides.
(3) Como glotón, debia ser maestro en gastronomía.
(4) Jántias repite su lamentación.
402
COMEDIAS DE AHISTÓFANES
JÁNTIA9 (1).
¡De mí ni una palabra!
HÉRCULES.
¿Te atreverás h ir, temerario?
BAGO.
" No hables una palabra en contra de raí proyec-
to; indícame solaments el camino más corto nara
ir al infierno: un camino que ni sea demasiado
caliente, ni demasiado frió.
HÉRCULES.
¿Cuál camino te indicaré el primero? ¿Cuál? ¡Ahí
este: coges un banquillo y una soga, y te cuelgas*
BACO.
¡Otro! ese es asfixiante.
HÉRCULES.
Hay otro camino muy corto y muy trillado; el
del mortero (2).
BACO.
¿Te refieres á la cicuta?
HÉRCULES.
Precisamente.
BACO.
Ese es frío y glacial: en seguida se hielan las
piernas (3).
HÉRCULES.
¿Quieres que te diga uno muy rápido y pendiente?
(1) rada vez más impaciente por la interminable charla
de su amo.
' m En que se majaba la ciouta.
(3) Alusión á los efectos de la cicuta. Véase el Fedon
de Platón.
LAS RANAS.
103
BACO.
Sí^ sí por cierto; pues no soy muy andarín.
HÉRCULES.
Vete al Cerámico ¡1).
BACO.
¿Y después?
HÉRCULES.
Sube á lo alto de la torre...
BACO.
¿Para qué?
HÉRCULES.
Ten fijos los ojos en la antorcha, hasta que se
dé la señal; y cuando los espectadores te manden
que la tires, te arrojas tú mismo.
BACO.
¿Monde?
HÉRCULES.
Abajo.
BACO.
Y me romperé las dos membranas del cerebro.
No me gusta ese camino.
HERCULES.
¿Pues cuál?
(1) Barrio de Atenas donde se celebraban las Lampa-
doforias, fiestas en honor de Minerva, Vulcano y Prome-
teo, por haber dado á los mortales el aceite, las lámparas
y el fuego respectivamente. La parte principal de estas
solemnidades, á la que se refiere el texto, consistía en
correr con antorchas encendidas, procurando que no se
apagasen hasta llegar al fin de la carrera. La señal de par-
tida se daba arrojando una antorcha desde lo alto de la
torre, de que habla luego Hércules.
i 04
COMEDIAS DE AnrSTOFANES.
LAS RANAS.
105
•■■-.» t
• r
¡y-'
BAGO.
Aquel por donde tú fuiste.
HÉRCULES.
Pero es sumamente larg-o. Lo primero que en-
contrarás será una lag^una inmensa y profundí-
sima.
BAGO.
¿Cómo la atravesaré?
HlíRGULES.
ün barquero viejo te pasará en un botecillo, me-
diante el pa^o de dos óbolos.
^ \ji^ B\G0.
av v^^-Oh qué poder tienen en todas partes los dos óbo-
los! (1). ¿Cómo han lleg-ado basta allí?
p-AlJ^ HÉRCULES.
Teseo (2) los llevó. Después verás una multitud
de serpientes y monstruos horrendos.
BAGO.
No trates de meterme miedo y aterrarme; no me
disuadirás.
HÉRCULES.
Luég-o un vasto cenagal, lleno de inmundicias,
y sumerg-idos en él todos los que faltaron á los de-
beres de la hospitalidad, los que negaron el salario
(i) El barquero Caronte, según los mitógrafos, sólo
exigía un óbolo; pero Aristófanes eleva sus derechos á
dos, para aludir ai salario que entonces cobraban los jue-
ces, y que osciló de uno ó tres óbolos, como hemos visto
en Los Caballeros y Las Avispas.
(2) Teseo ba^ó al intierno, acompañado dePiriloo, para
robar Proserpina.
á su bardaje, y los que maltrataron á su madre,
abofetearon á su padre, ó copiaron algún pasaje de
Morsimo (1).
BAGO.
A esos deberian agregarse todos los que apren-
dieron la danza pírrica de Cinesia^; (2).
HÉRCULES.
Más lejos encantará tus oídos el dulce sonido de
las flautas; verás bosquecillo? de mirtos ilumina-
dos por una luz purísima como la de aquí; encon-
trarás grupos bienaventurados de hombres y mu-
jeres, y escucharás alegres palmoteos.
BAGO.
Y esos, ¿quiénes son?
HÉRCULES.
Los iniciados... (3)
JÁNTIAS.
Y yo el asno portador de los misterios (4); pero,
por Júpiter, no los llevaré más.
(i) Detestable poeta trfigico, ya satiriz^ido en los Ca-
balleros, 401; y en la Puz, 803. Según el Escoliasta, era
mejor oculista que poeta.
(2) Autor de ditirambos, repetidas veces citado y
puesto en escena. Aquí alude á sus gesticulaciones al en-
sayar los coros que hablan de ejecutar sus cantos, pues la
danza pírrica era sumamente rápida. .
(3) Los iniciados en los misterios de Céres se creía que
gozaban después de morir de una vida bienaventurada.
(4) Un asno trasportaba de Atenas á Eléusis los útiles
necesarios para celebrar los misterios. Parece que este
rito tenía su origen en la circunstancia de haber huido
Tifón sobre un asno, después de su derrota, Por locual
este animal era odiado en Egipto, de donde se introdujo
en el Ática el culto de Céres eleusinia.
106
COMEDIAS DE AAIST FANES .
LAS RANAS.
107
HÉRCULES.
Que te dirán todo cuanto necesites, pues habitan
en el mismo camino, junto á la puerta del palacio
de Pluton. Conque, hermano mió, feliz viaje.
BAGO.
¡Adiós! y que Júpiter te oig-a. fAJántiasJ Vuelve
á cargarte el hato.
JÁNTIAS.
¿Antes de habérmelo descargado?
BAGO.
Y á escape.
JÁNTIAS.
No, no, te lo suplico: más vale que te ajustes
con algún muerto de los que necesariamente tie-
nen que recorrer este camino.
BAGO.
¿Y si no lo encuentro?
JÁNTIAS.
Entonces llévame.
BAGO.
Tienes razón. Ahí traen precisamente aun muer-
to. ¡Eh, tú, á ti te digo, el muerto! ¿Quieres llevar
un hatillo á los infiernos?
¿Es pesado?
Míralo.
UN MUERTO.
BAGO.
EL MUERTO.
¿Me pagarás dos dracmas?
BAGO.
¡Oh, no! menos.
EL MUERTO.
Adelante, sepultureros.
BAGO.
Espera un poco, amigo mío, para ver si pode-
mos arreglarnos.
EL MUERTO.
a no me das dos dracmas, excusas de hablar.
BAGO.
Toma nueve óbolos (1).
EL MUERTO.
¡Antes resucitarl
JÁNTIAS.
iQué soberbio es el maldito! ¿Y no se le castigará?
Iré yo mismo.
BAGO.
Eres un buen muchacho. Dirijámonos á la
barca.
CARONTB.
JÁNTIAS.
iHoopI Aborda.
¿Qué es eso?
(1) Recuérdese que cada dracraa valía seis -bolos; de
suerte que Baco ofrece al muerto una tercera pártemenos.
i08
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS RANAS.
109
BAGO.
Es la lag'una de que no3 ha hablado Hércules;
ya veo la barca.
JÁNTIAS.
Por Neptuno, ese es Caronte.
BAGO.
¡Salud, Caronte! ¡Salud, Caronte! iSalud, Ca-
ronte! (1).
GnRONTR.
^ ¿Quién viene del país de las miserias y cuidados
^y" á los campos del reposo y del Leteo, á trasquilarla
A\io r ^^^^ ^^ ^^^ asnos (2), á la morada de los Cerbe-
' T^f * rios (3), á los infiernos y al Ténaro? (4).
K\r^ V* BAGO.
;^' Yo.
. V >*" V CARONTE.
Entra al punto.
BAGO.
¿Adonde nos vas á llevar? ¿al infierno, de veras?
(1) BoissoNADE, apoyado en un escolio, reparte el triple
saludo entre Baco, Jántias y el Muerto. Sin embargo, según
indica otro escolio, puesto solamente en boca de Baco
tiene más intención, porque es parodia de una repetición
análoga en una pieza de Aqueo.
(2) Con esta frase da á entender Aristófanes que no cree
una palabra de las fábulas inventadas por los poetas res-
pecto al infierno.
(3) Es decir, al pueblo de Cerbero, perro trifauce, que
guardaba la entrada del infierno.
(4) Promontorio de la Laconia, en el cual habia una
caverna tenida poruña de las bocas del infierno.
Tañarías etiam fauces, alta ostia Ditis.
(ViRG., Oeorg.^ iv, 467. j
GAUONTE.
Sí, por Júpiter, para servirte. Vamos, entra.
BAGO.
Ven acá, muchacho.
GARONTE.
No paso al esclavo si no ha combatido en alguna
batalla naval por salvar el pellejo (1).
JÁNTIAS.
No pude, porque tenía entonces los ojos malos.
GARONTE.
Pues tienes que dar la vuelta á la laguna .
JÁNTIAS.
¿Y dónde me detengo?
GARONTE.
En la piedra de Aveno (2), junto á las posadas.
¿Has entendido?
JÁNTIAS.
Perfectamente. ¡Qué desgraciado soy! Sin duda
al salir de casa tuve algún encuentro de mal
agüero. '
{Vase.)
GARONTE.
(Á Baco.) Siéntate al remo.— Si hay algún otro
(1) Alusión á la reciente batalla de las Arginusas, ya
cil'idi
(2) Lugar imaginario, inventado por Aristófanes para
ndicaí; el sitio donde se secan los muertos (de auaívaaOat).
jfc ,fi«F*\
iiO
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
411
que desee pasar, que se apresure.— iEh, tul ¿Qué
¿aces? (1).
BAGO.
¿Qué he de hacer? Me he sentado sobre el remo
como me has dicho.
CARONTE.
Colócate ahí, panzon.
BACO.
Ya estoy.
CARONTE.
Adelanta los brazos; extiéndelos.
BAGO.
Ya están.
CARONTE.
¡Basta de tonterías! Rema vigorosamente.
BACO.
¿Cómo he de poder remar si no conozco este ofi-
cio, ni he estado nunca en Salamina?
CARONTE.
Facilísimamente ; porque en cuanto cojas el
remo vas á oir bellísimos cánticos.
BACO.
¿De quién?
CARONTE.
De las ranas, émulas de los cisnes; i son deli-
ciosos!
BACO.
£a, manda la maniobra.
CARUNTE.
ifioop, op! ¡Hoop, opí
LAS RANAS (1).
Brekekekex, coax, coax; brekekekex, coax,
coax. Húmedas hijas de los pantanos, mezclemos
nuestro cántico sonoro á los dulces sonidos de las
flautas, coax, coax; repitamos los himnos que en
honor de Baco Ni3eo (2), hijo ele Júpiter, entona-
mos en la sng-rada fiesta de las ollas (3), cuando
la multitud embriag-ada se dirig-e á nuestro templo
del pantano (4). Brekekekex, coax, coax.
BACO.
Principian á dolerme las nalg-as, carísima coax,
coax.— Pero á vosotras no se os importa nada.
LAS RANAS.
Brekekekex, coax, coax.
(1) A Baco que se ha sentado sobre el remo en vez de
echar mano á éi.
(i) Este coro da nombre á la comedia, aunque es pu-
ramente episódico. LiiS Ranas, según el Escoliasta, no
aparecían en escena, aunque en una sabia Memoria de
M. Russignol, citada por Artaud, se pretende probar lo
contrario.
[i) Sobrenombre de Baco, que entra en la composición
de Dionisio, nombre con que generalmente le designaron
los Griegos.
(3) El tercer dia de las Antesterias, fiestas de que se
habló en Los Acarnienses, nota, se cocian legumbres de
todas clases en ollas quj se ofrecian á Baco y Minerva.
(i) Baco lenía cerca de .\ténas un templo junto á un
pantano.
H2
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
113
BAGO,
¡Así reventéis con vuestro coax! ¡Siempre coax.,
coax!
LAS RANAS.
Y con razón, imbécil. Porque yo soy la favorita
de las Musas, hábiles tañedoras de la lira, y del
cornípedo Pan, diestro en el caramillo. Me ama
también el citarista Apolo, porque bago crecer en
los pantanos cañas para los puentes de sus liras.
Brekekekex, coax, coax.
BAGO.
Ya se me han hvantado ampollas; tengo el tra-
sero inúndalo de sudor, y pienso que pronto em-
pezaré á decir, brekekekex, coax, coax. Pero ca-
llad, raza grazuadora.
LAS RANAS.
¡Callar! al contrario, cantaremos más fuerte. Por-
que á nosotras nos deleita en los dias apacibles
saltar entre el fleos (1) y la juncia, entonando los
himnos que solemos cantar cuando nadamos; ó
bien, cuando Júpiter vierte la lluvia, sumergidas
en el fundo de nuestras moradas, unir nuestras ági-
les voces al ruido de las gotas. Brekekekex, coax,
coax.
BAGO.
Os prohibo cantar.
LAS RANAS.
El silencio es para nosotras insoportable.
(i) Planta que crece en los pantanos y prados hú-
medos.
BAGO.
Más insoportable es para mí el destrozarme re-
mando.
LAS RANAS.
Brekekekex, coax, coax.
BAGO.
¡Ojalá reventéis! poco me importaría.
LAS RANAS.
Pues nosotras graznaremos á toda voz, desde la
mañana hasta la noche, brekekekex, coax, coax.
BAGO.
En eso no me ganaréis.
LAS RANAS.
Ni tú á nosotras.
BAGO.
Ni vosotras á mí. Graznaré, si es preciso, todo
el dia hasta dominar vuestro coax. Brekekekex,
coax, coax. Ya sabía yo que os había de hacer
callar.
GARONTE.
¡Eh! para, para. Empuja el bote á la orilla coa
el remo. Desembarca, y paga.
BAGO.
Ahí tienes dos óbolos. — ¡ Jántias! ¿Dónde está
Jántias? ¡Eh, JántiasI
I
¡Eh!
Ven acá.
TOMO III.
JÁNTIAS.
BAGO.
i;
8
4U
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
iin
JÁNTIAS.
Salud, amo mió.
BAGO.
/,Qaé es lo que hay ahí?
JÁNTIAS.
Tinieblas y cieno.
BAGO.
¿Has visto en al^m lug^rálos parricidas y
perjuros de qne aquél nos habló?
JÁNTIAS.
¿No los has visto tú?
B\G0.
Por Neptuno, ahora los veo (1). Ea, ¿qué ha-
cemos? <4^ íc43j£/tXrv..-^V-\Ao
JÁNTIAS.
Lo mejor será ir más adelante, porque esté es el
sitio donde nos dijo que estaban los monstruos
horrendos.
BAGO.
¡Cómo se va á fastidiar! nos contaba fábulas
para meterme miedo; fué pura envidia. ¡CJomo
sabe que yo soy lo más bravo...! Hércules es muy
arrog-ante. Yo quisiera tener algnn encuentro, al-
guna ocasión de hacer famoso mi viaje.
JÁNTIAS.
Por Júpiter, siento no sé qué ruido.
BAGO (asustado),
¿Dónde? ¿dónde?
JÁNTIAS.
BAGO.
JÁNTIAS.
BAGO.
Detras.
Anda detras.
No, es delante.
Pues anda delante.
JÁNTIAS.
Por Júpiter, veo un monstruo gigantesco.
BAGO.
¿Cómo es?
JÁNTIAS.
¡Horrendo! Toma toda clase de formas: ya es un
buey, ya es un mico, ya una mujer muy hermosa.
BAGO.
¿Dónde está? ¡Oh! voy á salirle al encuentro.
JÁNTIAS.
Ya no es mujer; ahora es un perro.
BAGO.
Entonces es Empusa (1).
JÁNTIAS.
Todo su rostro está lleno de fuego.
BAGO.
Tiene una pierna de bronce.
JÁNTIAS.
Y otra de asno (2). Tenlo por seguro.
(\) Mirando á los espectadores.
(i) Espectro que Hécate enviaba á los hombres para
aterrorizarlos. Tomaba diferentes formas, todas horribles.
(2) Lit. de basura, pues tal es el significado de poXf-
Tivov. Sin embargo, el Escoliasta dice que este adjetivo
Iri
.»'
I
146
COMEDIAS OE ARISTÓFANES .
LAS RANAS.
117
V
BAGO.
^Adonde me escapo?
JÁNTIAS.
¿Y yo?
BAGO.
¡Oh sacerdote! (1), sálvame para que pueda be»
ber contig'o.
JÁNTIAS.
¡Estamos perdidos, Hércules poderoso!
BAGO.
No lo mientes, querido mió; no pronuncies su
nombre.
JÁNTIAS.
Entonces diré. ¡Oh Baco!
BAGO.
Menos aún.
JÁNTIAS.
Sigue todo derecho.— Aquí, aquí, amo mió.
BAGO.
¿Qué pasa?
JÁNTIAS.
Tranquilízate: la cosa va bien; ya podemos de-
cir como Hegéloco: «Después de la tempestad
veo la calma (2).» Empusa ha desaparecido.
era equivalente á ¿voxcbXouc, pata de asno, y así lo tra-
ducimos, porque hace sentido mejop.
(1) Se dirige al sacerdote de Baco, que ocupaba en
las fiestas dramáticas un lugar preferente.
(2) Alusión á la mala manera con que el actor Hege-
loco pronunció la frase citada, que es del verso 569 del
Orestes de Eurípides, dándole un sentido ridículo, que es-
tuvo á punto de hacer fracasar la tragedia; pues en vez de
BAGO.
Júramelo.
JÁNTIAS.
Lo juro por Júpiter.
BAGO.
Júralo otra vez.
Lo juro por Júpiter.
BAGO.
Vuélmelo á jurar.
JÁNTIAS.
Lo juro por Júpiter.
BAGO.
¡Oh, cómo he palidecido al ver esa fantasma!
JÁNTIAS.
Pues ese otro se ha puesto rojo de miedo (1).
BAGO.
¡Ay! ¿Cuál es la causa de todos estos males? ¿A
qué dios acusaré de mi des^aciada suerte? «¿Al
Éter, habitacioncita de Júpiter, ó al pié del Tiem-
po?» (2). l^Y'' ''■ '"'^"^'^ IM.. íajj^^'kAjaMj^ »
¡Eh, túI
¿Qué hay?
JÁNTIAS.
BAGO.
decir y^Xtív (oxítono), que significa calma, pronuncio ya^^v
(perispómeno), esto es, «después de la tempestad veo el
gato.»
(1) El sacerdote de Baco, que sin duda honraba á su
dios más de lo debido.
(2) Expresiones de Eurípides ya citadas.
H8
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
¿No has oido?
¿Qué?
Las flautas.
JANTIAS.
BAGO.
JÁNTIAS.
BAGO.
Es verdad, también ha llegado hasta mí el per-
fume místico de las antorchas. Cállate y escuché-
moslos escondidos.
CORO (1).
¡laco, oh laco! ¡laco, oh laco! (2).
JÁNTIAS.
Eso mismo es, dueño mió; son los juegos de los
iniciados de que nos hablaba; pu3S cantan á laco,
como Diágoras (3).
BAGO.
También á mí me lo parece. Por lo cual, lo me-
jor es guardar silencio, hasta enterarnos bien de
lo que sea.
CORO.
laco, veneradísimo laco, oye la voz de los que
adoran tus misterios, y acude á este prado, tu man-
(1) Este es el verdadero coro de la comedia, y está
compuesto de iniciados en los misterios de Eléusis.
(2) Sobrenombre de Baco en los misterios Eleusinios,
en los cuales su culto iba unido al de Céres.
(3) Diágoras de Molos, filósofo acusado de ateísmo, na-
bia sido en su juventud poeta lírico y babia compuesto di-
tirambos.
LAS RANAS.
dl9
sion favorita, para dirigir sus coros; ven, y ha-
ciendo retemblar sobre tu cabeza la corona de mir-
to cuajado de bayas, ejecuta con atrevido pió
aquella suelta y regocijada danza llena de gracias,
solemne y mística, puro encanto de los iniciados.
JÁNTIAS.
Augusta y veneranda Céres,_iquá- deliaoaa.Qbí
á carne de cerdo ha acariciado mis narices! (1).
BAGO.
Vamos, ¿será necesario darte un pedazo para
que calles'^
CORO.
Reanímala luz de las flameantes antorchas,
blandiéndolas en tus manos. ¡laco, oh laco, fúl-
gida estrella de la iniciación nocturna! El prado
deslumhra lleno de luces: vigorlzanse las rodillas
del anciano; disípanse sus penas, y aligérasele la
carga de los años para poder formar parte de los
sagrados coros. Guía tú, deidad resplandeciente,
sobre esta fresca y florida alfombra las danzas de
la garrida juventud. ¡Silencio! lejos de aquí, profa-
nos, almas impuras, nunca admitidos á las fiestas
y danzas de las nobles Piérides, ni iniciados en el
misterioso lenguaje ditirámbico del taurófago Ora-
tino (2), apasionados de los versos chocar reros ó
inoportunos chistes. Lejos de aquí todo el que, en
(1) A Céres se le ofrecían cerdos en sacrificio.
(i) Poeta cómico y ditirámbico, citado ya. Alude aquí
Aristófanes á su voracidad, dándole irónicamente el epíteto
de tauró/ago, que se encuentra aplicado á Baco en una
tragedia de Sófocles titulada Tiro.
420
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
121
vez de reprimir una sedición funesta y mirar por
el bien de sus conciudadanos, atiza y exacerba las
discordias, atento sólo á saciar la propia avaricia.
Lejos de aquí el que, estando al frente de una ciu-
dad agobiada por la desgracia, se deja sobornar y
entreg'a una fortaleza ó las naves; ó el que, como
ese infame Toricion (1), cobrador de vig-ésimas,
exporta de Eg-ina (2) á Epidauro (3) cueros, lino,
pez y demás mercancías prohibidas. Lejos de aquí
todo el que aconseja á cualquiera que preste á
nuestros enemig-os dinero para la construcción de
naves (4), ó mancha de inmundicia las imág-enes de
Hécate, mientras entona ditirambos (5). Lejos de
aquí todo orador que cercena el salario á los poe-
tas (6) porque le pusieron en escena en las fiestas
nacionales de Baco. A todos esos les dig-o, una y
cien veces, que dejen libre el campo á les rústicos
(1) Cobrador de contribuciones en Egina, que se apro-
vechaba de su cargo para ejercer el contrabando de que
habla el lexlo, defraudando al Estado en la percepción de
los derechos de aduana, digámoslo así, que subian á una
vigésima.
(-2) Isla próxima al Ática, de floreciente comercio. Los
Atenienses se hablan apoderado de ella al principio de la
guerra.
(3) Ciudad del Peloponeso, situada en la costa orien-
tal, cerca de h Argólida.
(4) Ahision á Alcibiádes, que se decía habla conse-
guido que Ciro el joven prestase á Lisandro una respeta-
ble suma para equipar la flota lacedemonia.
(5) Alusión al poeta Cinesias, acusado de haber profa-
nado (concacavisie) el pedestal de una estatua de Hécate.
(6) En LasJiinterws se cita como uno de estos orado-
res á Agirrio.
coros. Vosotros, elevad vuestros cantos y los him-
nos nocturnos propios de estas fiestas.
Adelántese cada cual osadamente por los prados
floridos de esta profunda mansión, dando rienda
' suelta á los chistes, burlas y dicterios. ¡Basta de
festines! ¡Adelante' Celebrad á nuestra divina pro-
tectoraJU, que ha prometido defender siempre este
país, á pesar de Toricion.
Ea, principiad ahora otros himnos en honor de
la frugífera Cares; celebradla en religiosos cantos.
Oh Céres, reina de los puros misterios, senos pro-
picia y protege á tu coro; permíteme entregarme
en todo tiempo á los juegos y á las danzas, y que
mezclando mil donaires y discretas razones, llegue
á merecer con obra digna de tus fiestas ser ceñido
por las bandas triunfales.
Ea, invoca ahora en tus cantos al numen jovial,
eterno compañero de estas danzas.
Veneradísimo laco, inventor de las suavísimas
melodías que en estas fiestas se cantan, ven á
acompañarnos al templo de la diosa, y prueba que
puedes recorrer sin fatigarte un largo camino (2).
laco, amigo del baile, guia mis pasos; tú has
desgarrado mis sandalias y pobres vestidos, para
que causen risa y me permitan danzar con más
desenfado.
laco, amigo del baile, guia mis pasos. Mirando
(i) Minerva.
(2) Del Cerámico, barrio de Atenas, á Eleúsis habia
próximamente cien estadios (18 kilómetros). Este era el
trayecto que recorría la procesión de los iniciados.
i 22
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
123
de reojo, acabo de ver una hermosísima doncella,
por cuya tánica desg-arrada asomaba indiscreta-
mente parte de su seno (1); laco, amigo del baile,
guia mis pasos. ,^ p ^^^--iv-^ i > 1 1
Sí, á mí me gusta unirme á esos coros, y desea
bailar con ella.
JANTIAS.
Jirmii
Yo también. .
cono. '^^"^yrtv
¿Queréis que nos burlemos juntos de lirjpede-
mp? (2). A los siete años no era todavía ciudadana,
y ahora es jefe de los muerdos de la tierra (3), y
ejerce allí el principado de la bribonería. He oido
que Clístenes se arranca sobre los sepulcros los pa-
los de las nalgas y se araña las mejillas (4): ten-
dido sobre las tumbas gime, llora y llama desolado
á Sebine de Anaíiisto (5). También cuentan que
(1) Eslo parece sei* una alusión á la tacañería de los
coregas, que no habían hecho trajes nuevos á los constas.
(2) Extranjero que había conseguido ponerse al ireuie
del partido popular en Atenas. Los niños eran inscritos a
los siete años de su edad en el registro de la tribu a que
su padre pertenecía, circunstancia que probaba su cuan-
tidad de ciudadanos.
(3) Los Atenienses.
(4) Las mujeres en los funerales se arrancaban los ca-
bellos y hacían las demás demostraciones de dolor quQel
poeta atribuye burlescamente al bardaje Clistenes.
(5) Nombre forjado por Aristófanes, que contiene abu-
siones obscenas: Sebitio, de [itvórv, coire; Anaflisto, demo
del Ática que tiene la radical parecida á ivatpAáv.
CáUas, el hijo de Hipobino (1), cubierto de una piel
de león (2), se entrega sobre sus naves á un com-
bate amoroso.
BACO.
¿Podrías decirnos dónde está la morada de Plu-
toü? Somos unos extranjeros recién llegados.
coao.
No vayas más lejos, ni repitas la pregunta: sa-
bed que estáis en su misma puerta.
BAGO.
Muchacho, coge de nuevo el hato.
JÁNTIAS.
La eterna muletilla de «la Corinto de Júpiter» (3)
86 repite con el hato.
CORO.
Sobre el césped de este florido bosque bailad en
rueda en honor de la diosa (4) los admitidos á esta
piadosa fiesta.
BAGO.
Yo voy á ir con las doncellas y matronas al
(\) Calías era hijo de Hipónico, cuyo nombre parodia
obscenamente Aristófanes en Hipobino (qui coit cum
equoj, aludiendo ala disolución de sus costumbres. En su
casa se dio el banquete, asunto de una de las obras de Je-
nofonte. , ,. ,
(2) Esto equivale á llamarle nuevo Hércules, aludiendo
á la aventura de este semidiós, que triunfó en una sola
noche de cincuenta vírgenes.
(3) Los Corintios enviaron á Megara un embajador, que
para ponderar la grandeza de su ciudad repetía constan-
temente: la Corinto de Júpiter, La frase se hizo prover-
bial, y se aplicó á todos los que decían muchas veces una
misma cosa.
i4) Céres.
LAS RANAS.
d25
424
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
sitio donde se celebra la velada de las diosas,
llevando la sagrada antorcha (1).
CORO.
Vamos á los prados floridos, esmaltados de ro-
sas, á recrearaos, seg'iin costumbre, en esas bri-
llantes danzas presididas por las bienaventuradas
Parcas. El sol y la luna sólo lucen para nosotros
los iniciados, que durante la vida fuimos benéficos
con propios y extraños ¡2).
BAGO.
¿Cómo llamaré á esta puerta? ¿Cómo? ¿De qué
manera acostumbran á llamar las g^entes de este
país?
JÁNTIAS.
No pierdas el tiempo; llama con la fuerza de
Hércules, para no estar en contradicción con tu
disfraz.
BAGO.
¡Esclavo! ¡Esclavo!
EAGO.
¿Quién va?
BAGO.
Hércules el valeroso.
EACO.
jAh infame, atrevido, sin verg-üenza, canalla,
(i) EneltemplodeCéres, en Atenas, habia una esta-
tua de Baco llevando una antorcha.
(2) Sólo los iniciados se creia que gozaban de la bien-
aventuranza después de la muerte.
más canalla que todos los canallas juntos, tá nos
llevaste nuestro perro Cerbero retorciéndole el
pescuezo, y escapaste con él estando yo encargado
de su guarda. Pero ya has caido en mi poder: las
negras rocas déla Estigia, y el peñasco ensangren-
tado del Aqueron te cierran el paso; los perros va-
gabundos del Cocito, y la Hidra de cien cabezas,
te desgarrarán las entrañas; la murena Tarte-
sia (1) devorará tus pulmones; y las Gorg^onias Ti- -^
trasias (2) se llevarán entre las uñas, revueltos con
los intestinos, tus sanguinolentos ríñones (3). ¡Ah!
corro á llamarlas.
JANTIAS.
¡Puf I ¿Qué has hecho?
BAGO.
Una libación (4); invoca al dios (5).
JÁNTIAS.
¡Qué ridiculez! levántate pronto, antes de que
algún extraño te vea.
(I) Se suponía nacida de la unión de las víboras y las
murenas. Su mordedura era mortal.
(-2) Titrasio era un lugar de la Lidia habitado por las
Goi'ííonas; otros creen que era un demo del Ática.
(3) Todo este lujo de sangrientas amenazas es una pa-
rodia de la poesía de Eurípides. Para demostrarlo, el Esco-
|liasla cita tres versos del Teseo, tragedia perdida.
(4) Cacavi; de miedo á las amenazas de Eaco.
(5) Fórmula usada después de las libaciones. Comice
his verbis signiñcat Bacchus se omnem ventris proluviem
e/fudisse.
Í26
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS BAÑAS
127
BAGO.
\ Me siento desfallecer; ponme una esponja sobre
^ corazón (1).
JÁNTIAS.
Toma.
BAGO.
Acércate.
jAntias.
¿Dónde está? ¡Santos dioses! ¿Aquí tienes el co-
razón?
BAGO.
De miedo se me lia caido al bajo vientre (2).
JÁNTIAS.
Eres el más cobarde de los dioses y los hom-
bres.
BAGO.
¡Yo cobarde! ¡y te he pedido una esponja! Nadie
en mi lug^r hubiera hecho otro tanto.
JÁNTIAS,
¿Pues qué?
BAGO.
Un cobarde hubiera quedado tendido sobre sn
propia inmundicia, y yo me he levantado y me
he limpiado.
JÁNTIAS.
¡Gran hazaña, porNeptuno!
(i) Se acostumbraba á hacer esto con las personas des-
mavadas para que recobrasen el sentido.
(2) Isíiiddicens famuli manum, spongiam tenentm.
sibi ad culum adducit.
BAGO.
Ya lo creo, por Júpiter. ¿No has temblado tú al
oir sus gritos y formidables amenazas?
JÁNTIAS.
No se me importó de ellas ni un comino.
BAGO.
Ea, si eres tan valiente y animoso, haz mi papel,
y puesto que nada te hace temblar, toma la ciava
y la piel de león; yo á mi vez llevaré el hato.
JÁNTIAS.
Veng-a al momento; es necesario obedecer. Con-
templa á Hércules-Jántias, y mira si soy un co-
barde y si me parezco á tí.
BAGO.
A mí en nada; eres el vivo retrato del bribón
Melitense (1). Ea, voy á carg-arme el equipaje.
UNA GRTAD\.
¿Eres tú, querido Hércules? Entra, entra. En
cuanto ]a diosa (2) ha sabido tu venida ha mandado
amasar pan, cocer dos ó tres ollas de leg-umbres y
puches, asar un buey entero, y preparar tortas y
pasteles (3); vamos, entra.
JÁNTIAS.
Gracias. Es mucho honor.
(1) Melito era un demo del Ática donde habia un mag-
nífico templo de Hércules. El bribón Melitense es Hércules
representado porJántias.
(2) Pposerpina.
(3) Lil.,co/rt/>o5, pasteles llamados así porque seles
daba la forma de una clavija de templar la lira.
128
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
429
LA CRIADA.
íAh, por Apolo! Note dejaré marchar. Ha cccido
aves; ha frito deliciosas confituras y preparado un
vino exquisito. Vamos, entra conmigo.
JÁNTIAS.
Mil gracias.
LA CRIADA.
¿Estás loco? No te he de soltar. Tiene también á
tu disposición una bellísima tañedora de nauta y
dos ó tres bailarinas.
JÁNTIAS.
¿Qué dices? ¿Bailarinas?
LA CRIADA.
En la ñor de la juventud, y recien salidas del to-
cador. Pero entra; el cocinero iba ya á sacar del
fuego los peces, y á llevarlos á la mesa.
JÁNTIAS.
Sea; vete á decir á esas bailarinas que entro al
instante. Tú, muchacho, sigúeme con el hato al
hombro.
BACO.
¡Eh, tú, alto! Sin duda has tomado en serio el
papel de Hércules que yo te he dado en broma.
Basta de sandeces, Jántias; vuelve á cargarte el
hato.
JÁNTIAS.
¿Qué es esto? Creo que no pensarás quitarme lo
que me has dado.
BACO.
Es más, lo hago, y al momento. ¡Pronto! Venga
esa piel.
JÁNTIAS.
Pongo á los dioses por testigos y les encomiendo
mi venganza.
BACO.
¿A qué dioses? ¿Habrá necedad é insensatez como
la tuya? ¡Un esclavo, un mortal querer pasar por
hijo de Alcmena!
JÁNTIAS.
iBien! ¡Bien! Toma tu traje. Quizá me necesites
algún dia, si Dios quiere.
CORO.
Todo hombre cuerdo, sensato y experimentado
sabe buscar el costado de la nave que se sumerge
menos, en vez de estarse como una figura pin-
tada, siempre en la misma actitud; pero sólo un
hombre hábil, como Terámenes (1), sabe cambiar
á medida de su conveniencia.
BACO.
¿No sería ridículo ver á Jántias, á un esclavo
tendido sobre tapices de Mileto, acariciar á una
bailarina y pedirme el orinal, mientras yo le mi-
(1) Uno de los treinta tiranos, famoso por su versatili-
dad Para caractenzarsu habilidad enlos cambios polílicos,
le llamaron co/Mrwo, calzado que por ser muy holgado ser-
via para lodos los pies. Cuando se repreí5ent:iron Las Ra-
nas, estaba en el apogeo de su poder, pero después fué
condenado á la pena capital y ejecutado por la acusación
de Crílias, otro de los treinta.
130
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
431
raba arrascándome (1), expuesto á que ese bribón
me saltase de un puñetazo los dientes de delante?
TABERNERA PRIMERA.
¡Platanal ¡Platana' (2) ven acá. Ese es aquel ca-
nalla que entró un dia tn nuestra taberna y se nos
comió diez y seis panes.
TABERNERA SEGU'iDA.
Justamente. El mismo.
JÁNTIAS.
Esto va mal para alg-uno.
TABlíRNERA PRIMERA.
Y además veinte tajadas de carne cocida, dea
medio óbolo cada una.
JÁNTIAS.
Algfuno lo va á pag^r.
TABERNERA PRIMERA.
Y ajos sin cuento.
BAGO.
Tú deliras, mujer; no sabes lo que te dices.
T\BERNKRA PRIMERA.
¿Creias que no t^ iba á conocer porque te has
puerto coturnor.? (3). Pues aun no he dicho nada de
aquella enormidad de pescados.
TABERNERA SEGUNDA.
Ni de aquel queso fresco que se me tra^ó, ¡pobre
(1) ToÚpsSíveOU 'SpatTÓfASV.
(2) Noinhre ele la iMbernppa secunda.
(3) El coturno era el calzíido de Baco, y no el de Hér-
cules.
de raí! con cesto y todo; y cuando le exigí el pag*©
me lanzó una mirada feroz y empezó á mugir.
JÁNTIAS.
Esas son cosas suyas; en todas partes hace lo
mismo.
TABERNERA SEGUNDA.
Y desenvainó su espada como un energúmeno.
TABERNERA PRIMERA.
¡Ay! sí.
TABERNERA SEGUNDA.
Nosotras espantadas nos subimos de un salto al
sobradillo, y él se escapó llevándosenos las cestas.
JÁNTIAS.
Eso es muy propio de él. Pero no debíais de ha-
berlo dejado asi.
TABERNERA PPIMERA.
Anda, llama á Cleon, nuestro prDtector.
TABERNERA SEGUNDA.
Y tú trata de hallar á Hipérbolo (1), para que
nos laspag-ue todas juntas ese bribón.
TABERNERA PRIMRRA.
¡Maldito gaznate! ¡Mi mayor placer seria ma-
jarte con un canto esas muelas con que devoraste
mis provisiones.
TABERNERA SEGUNDA.
Yo quisiera arrojarte al Báratro (2).
TABERNERA PRIMERA.
Y yo segarte con una hoz esa condenada gar-
(i) Cleon é llipérbolo hablan muerto, y Aristí^fwnes les
conserva en el iníi írno el mismo carácter y aficiones que
que en vida.
('2) Precipicio al cual eran arrojados los criminales.
in
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
i3S
ganta, por donde pasaron mis ricos tripacallos.
Voy en busca de Cleon para que te cite hoy misma
¿ juicio y desenrede este embrollo.
fVanseJ
BACO.
Que me muera, si no es verdad que quiero á Ján-
tias como á las niñas de mis ojos.
JÁNTIAS.
Te veo, te veo. Excusas de hablar más. No quiero
hacer de Hércules.
BACO.
¡Oh, no digas eso, Jántias mió!
JÁNTIAS.
^,Pero cómo he de poder pasar por el hijo de Alc-
mcna, yo, un esclavo, un mortal?
BACO.
Vamos, ya sé que estás enfadado y no te falta ra-
zón: aunque me pegases no te replicaría. Mira, si
en adelante vuelvo á quitarte e3tos atavíos, haga el
cielo que seamos exterminados yo, mi mujer, mis
hijos, toda mi casta, y el legañoso Arquedemo (1).
JÁNTI\S.
Recibo tu juramento, y acepto el papel de Hér-
cules con esa condición.
CORO.
Ahora, después de haber vestido de nuevo tn
traje de Hércules, tienes que aparentar juvcnile3
bríos y lanzar torbas miradas á ejemplo del dios
que representas; pues si representas mal tu papel
y te muestras flojo ó cobarde, volverás á cargar
con el hato.
JÁNTIAS.
Os agradezco el consejo, amigos mios; pero eso
ya lo tenia yo pensado. Si la cosa va bien, ya veréis
cómo quiere volver á desnudarme; lo tengo pre-
visto; sin embargo, no por eso dejaré de manifes-
tarme fuerte y arrogante, y de mirar con el gesto
avinagrado del que mastica orégano. Llegó á lo
que parece el momento de obrar, pues oigo rechi-
nar la puerta.
^ EACo. fA sus esclavos.)
Atadme pronto á ese ladrón de perros (1), para
castigarle; despachad.
BACO.
Esto va mal para alguno.
JÁNTIAS.
iAy del que se acerquel
EACO.
iCómo! ¿te resistes? ¡Eh, Di tilas, Escéblias, Pár-
docas (2), avanzad y combatid con óll
BACO.
¿No es insufrible que después de robar á otros
trate todavía de maltratarles?
(1) Antes citado.
(1) Hércules había robado el Cerbero.
(2) Nombres de esclavos de Tracia.
i34
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
*-%
JANTIAS.
Eso pasa ya de la raya.
EACO.
Sí, 63 insufrible é intolerable.
JÁNTIAS.
Aniquíleme Júpiter si jamás he venido aquí ó te
he robado el valor de un cabello. Quiero darte una
prueba de g-enerosidad; apodérate de ese esclavo;
somételo al tormento (1), y si llegfas á averiguar
algo contra mí, dame la muerte.
EACO.
¿A qué tormento le someteré?
JÁNTIAS.
A todos; átalo á una escalera, dale de palos, de-
suéllalo, tortúralo, échale vinagre en las narices,
cárgale de ladrillos; en fin, emplea todos los met
dios, menos el de azotarle con ajos ó puerros ver-
des (2).
EACO.
Muy bien dicho; mas si estropeo á tu esclavo,
¿me exigirás los daños y perjuicios?
JÁNTIAS.
No lo temas; puedes llevártelo y someterlo á la
tortura.
(i) Era costumbre en el procedimiento ateniense so-
meter al tormento á los esclavos paro que declarasen coa-
Ira sus señores.
(-2) iMenciona las torturas más crueles. Las madres
griegas solían azotar á sus hijos con tallos de ajos y cebo-
llas para amedrentarles sin hacerles daño.
LAS RANAS.
EACO.
135
Lo haré aquí mismo, para que hable delante de
ti.-Tú, deja la carga, y cuidado con mentir.
BACO.
Prohibo que nadie me atormente; yo soy inmor-
tal; si lo haces, todo el mal caerá sjbre tí.
EACO.
¿Qué dices?
BACO.
Digo que yo soy un inmorial , Baco, hijo de Jú-
piter" y que ése es un eixlavo.
EACO. (A JíuUias.)
¿Has oído?
JÁNTIAS.
Perfectamente; por lo mismo hay que azotarle
. más fuerte; si es un dios, no sentirá los golpes.
BACO.
¿Por qué, pues, ya que pretendes pasar por un
inmortal, no has de someterte también á la fusti-
gación?
JÁNTIAS.
Tienes razón. Aquel que llore antes, ó se mues-
tre sensible á los palos, es señal de que no es dios.
EACO.
Eres indudablemente un hcmbre generoso: no
rehuyes nada de lo que es justo. Ea, desnudaos.
JÁNTIAS.
¿Cómo nos darás tormento conforme á justicia?
EACO.
iNada más fácil; se os distribuirán los golpes al-
ternativamente.
im
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
JANTIAS.
íFeliz ideal
EACO.
¡Toma! fPe¿fa á JdntiasJ
JÁNTIAS.
Observa si me muevo.
EACO.
Pues ya te he pegado.
JANTIAS.
No por cierto.
EACO.
Parece que no los has sentido. Ahora voy á sa
cudirle á este otro.
BACO.
¿Cuándo?
EACO.
Sí, ya te he pegado.
• ■ . 'MACO, . . . , ^
¿Cómo y ¿si ni siquiera me has hecho estor-
nudar? (1)
EACO.
Lo ignoro; repetiré con el otro.
JANTIAS.
Anda listo. ¡Ayl jayl layl
EACO.
¡Hola! ¿Qué signitlca ese ay, ay, ayl Due-
le, ¿eh?
(i) Es decir, «ni siquiera me ha producido ta golpe el
ligero cosquilleo que hace estornudar.»
LAS RAMAS.
137
JANTIAS.
iCal estaba pensando en la fiesta de Hércules,
que se celebra en Diomea (1).
EACO.
¡Qué hombre tan piadoso! Volvamos al otro.
BACO.
íOh, ohl
EACO.
¿Qué te pasa?
BACO.
Veo caballeros (2).
EACO.
¿Y eso te hace llorar?
BACO.
No, es que he olido cebollas.
EACO.
¿No se te importan nada los palos?
; BACO.
Nada absolutamente.
EACO.
Volvamos á éste>H ,
JÁNÍIAS.
í Ay de mil
EACO.
¿Qué te pasa?
JÁNTIAS.
Sácame esta espina.
(1) Demo del Ática donde habia un templo dedicado á
Hércules. Los que concurrian á la fiesta lanzaban en honor
atl dios el grito que el dolor arranca á Jántias.
(2) Finge que su grito no es de dolor, sino de asombro.
138
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
3i>
■
EACO.
¿Qué significa eso? Ahora al otro.
BAGO.
. «¡Apolo adorado en Délo3 y Délfos!» (1)
JÁNTIAS.
Ya le duele. ¿No has oido?
BAGO.
No, es que me he acordado de un verso de Hi-
pónax.
JÁNTU3.
No adelantas nada; pej^a en los costados.
EAGO.
Es verdad; vamos, presenta el vientre.
BAGO.
¡OhNeptuno!...
JÁNTIAS.
Alguien se lamenta.
BAGO.
«...Qae reina sobre los promontorios del Egeo»
ó sobre el salado abismo del cerúleo mar» (2).
EAGO.
Por Géres, no puedo conocer cuál de vosotros es
dios. Entrad; mi amo y Proserpina, que son tam-
bién dioses, os podrán reconocer.
(4) Este verso es atnbuiclo á Ananio, poeta con el
cual se ha confundido frecuenlemenleá Hipónax. El tbto-
liastadice que Daco se equivoca por el dolor que le iw
causado el latigazo. ^ n,r ^
(2) Fragmento del Laocoonte de Sófocles.
BAGO.
Tienes razón. Pero eso debia de habérsete ocur-
rido antes de azotarme.
GORÜ (1).
Musa, asiste á nuestros sag-rados coros; ven á
deleitarte con mis versos y á contemplar esa infi-
nita muchedumbre, entre la cual hallarás muchos
hábiles ciudadanos más noblemente ambiciosos
que ese Cleofon (2), de cuyos gárrulos labios se es-
capa incesantemente un sonido ingrato, como el
de la golondrina de Tracia, posada sobre un ramo
en aquella bárbara reg'ion: ahora grazna ya los la-
mentables cantos del ruiseñor, porque va á morir,
aun cuando en la votación resulte empate (3).
Justo es que el sagrado coro dé á la República
consejos y enseñanzas. Nuestra primera atención
debe ser establecer la igualdad entre los ciudada-
nos y librarlos de temores; después, si alguno faltó,
engañado por los artificios de Frínico (4), creo que
debe permitírsele defenderse y justificarse, pues
(i) Parábasis.
(2) Orador de mala reputación, ya citado. Véanse Las
fiestas de Céres, 805, nota.) Se le acusaba de ser origina-
rio de Tracia. La predicción burlesca de AiisUJÍones se
cumplió pronto, pues murió en una sedición el año 406
antes de J. C.
(3) Guando había empate el acusado quedaba absuelto.
(4) General ]ue se opuso á la vuelta de Alcibiádes
(TucíD., VIII, 50). Contribuyó al establecimiento del go-
bierno oligárquico de los Cuatrocientos, y fué asesinado en
la plaza pública.
140
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
i 41
til
es vergonzoso que á los que tomaron parte una vez
en una batalla naval (1) los equiparéis á los Pla-
teenses, convirtiéndolos de esclavos en seQores. No
es que yo halle esto censurable; al contrario, lo
aplaudo y pienso que es lo único en que estuvisteis
acertados; pero entiendo que seria ig'ualmente justo
que los que tantas veces, lo mismo ellos que sus
padres, pelearon en el mar con nosotrog y nos es-
tan unidos por su nacimiento, obtuvieran el perdón
de su única falta (2). Aplacad, pues, un poco vues-
tra indignación, discretísimos Atenienses, y pro-
curemos que cuantos combatieron en nuestras ga-
leras formen una sola familia, y alcancen con su
rehabilitación el pleno goce de los derechos de ciu-
dadanos: el mostrarnos tan altivos y soberbios en la
concesión de la ciudadanía, sobre todo ahora que
fluctuamos á merced de las olas (3), es una impru-
dencia de que en el porvenir nos arrepentiremos.
Si soy hábil en conocer la vida y costumbres de los
que habrán de arrepentirse de su conducta, me pa-
rece que no está lejos la hora del castigo del pe-
queño Clígenes (4), ese mico revoltoso que es el
lili
(1) La de las Arginusas. Los esclavos quiten ella toma-
ron parte fueron declarados ciudadanos.— L^s Plateenses
gozaban de este derecho en Atenas.
(2) Se cree que Aristófanes intercede aquí por alguno
de los generales condenados con motivo de la batalla de
las Arginusas. ,
(3) Los negocios de la República iban empeorando
cada dia. Dos años después de la representación de Las
Ranas, Lisandro se apoderó de Atenas.
(4) Demagogo, de quien no se tienen más noticias que
las que da Aristófanes.
peor de cuantos bañeros mezclan á la ceniza falso
nitro y tierra de Cimolia (1). Él ya lo conoce; y por
eso va armado siempre de un grueso garrote, rece-
loso de que, al encontrarle ebrio, le despojen de sus
vestidos.
Muchas veces he notado que en nuestra ciudad
sucede con los buenos y malos ciudadanos lo
mismo que con las piezas de oro antiguas y mo-
dernas. Las primeras no falsificadas, y las mejores
sin disputa, por su buen cuño y excelente sonido,
son corrientes en todas partes entre Griegos y
Bárbaros, y sin embargo no las usamos para nada,
prefiriendo esas detestables piezas de cobre, re-
cientemente acuñadas, cuya mala ley es noto-
ria (2). Del mismo modo despreciamos y ultrajamos
á cuantos-€Í4iáa;4aftoa-^abefft03-^p^son jQobl^ mo-
destos, iustosjiuenos. honrados, hábiles en la pa-
lestra, en las danzas y en la hiúsica, y preTerimos
para todos los isargos á hombres sin ve^jienza
extrajijeros, 6fíclavoi^,-"b]TbonJBÍ3e3SI2^ ad-
venedizos, que antes la Repúbliea-no^hubiera admi-
tido ni para víctimas expiatorias. Ahora, pues, in-
sensatos, mudad de costumbres y utilizad de nuevo
á las gentes honradas, paes de esta suerte, si os va
bien, seréis elogiados, y si algan mal os resulta, al
menos dirán bs sabios que habéis caido con honra.
(4) Materias empleadas para blanquear la ropa. Címo-
los era una de las Cicladas.
(4) Alusión á una reciente acuñación de moneda becha
durante el arcontado de Antígenes.
442
COMEDIAS PE ARISTÓFANES .
EACO.
¡Por Júpiter salvador, tu amo es todo un exce-
lente sujeto!
JÁNTIAS.
¿Un excelente sujeto? Ya lo creo, no sabe más
que beber y amar.
EACO.
Lo que me asombra es que no te haya castigado
por haberte fingido el amo siendo el siervo.
JÁNTIAS.
Es que se hubiera arrepentido.
EACO.
En eso obraste como buen esclavo; á mí me
gusta hacer lo mismo.
JÁNTIAS.
Te gusta hacer eso, ?.eh?
EACO.
Yo soy feliz cuando digo pestes de mi dueño sin
que él me oiga.
JÁNTIAS.
^.Y cuando te marchas gruñendo después de ha-
ber recibido una paliza?
EACO.
También estoy satisfecho.
JÁNTIAS.
¿Y si te metes en lo que no te importa?
EACO.
"No conozco nada más grato.
JÁNTIAS.
¡Oh Júpiter! ¿Y si escuchas la conversación de
los amos?
LAS RANAS.
443
EACO.
Me vuelvo loco de júbilo.
JÁNTIAS.
¿Y cuando se la cuentas á los vecinos?
EACO.
¡Oh, con eso no hay placer comparable! (1)
JÁNTIAS.
¡Oh Apolo! dame tu mano, amigo, y permíteme
que te abrace. Ahora, en nombre de Júpiter vapu-
leado (2), di me qué significan ese estruendo, ese
griterío y eoas disputas que se oyen allá dentro.
EACO.
Son Esquilo y Eurípides.
JÁNTIAS.
¿Cómo?
E^CO.
Se ha promovido una contienda, una gran con-
tienda entre los muertos, una verdadera sedición.
JÁNTIAS.
¿Por qué motivo?
EACO.
Hay aquí establecida una ley, en virtud de la
cual todo hombre superior á sus émulos en las
artes más nob^es é importantes, tiene derecho á ser
alimentado en el Pritáueo y á sentarse junto á
Pluton...
(t) La frase grioga tiene una energía intraducibie:
xixjjLtafvojiae.
{">■) Invocación burlesca. Así como los extranjeros su-
plicaban á Júpiter hospitalario, Jántiasque era apaleado
á menudo, se dirige a' padre de los dioses bajo la advo-
cación de vapuleado.
444
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Entiendo.
JÁNTIAS.
eaco.
Hasta que ven^a otro más hábil en el mismo
arte: entonces el primero debe ceaerle el puesto.
JÁNTIAS.
¿Y eso por qué le alborota á Esquilo?
EACO.
Porque, como principe en el género, ocupaba el
trono de la tragedia.
JÁNTIAS.
Y ahora ¿quién?
EACO.
Cuando Eurípides descendió á estos lugares, dio
una muestra de sus versos á los rateros, cortadores
de bolsas, parricidas y horadadores de paredes que
pululan en el infierno: toda esta canalla en cuanto
oyeron sus dimes y diretes, sus discreteos y suti-
lezas, enloquecieron por él, y le proclamaron el sa-
bio délo ^ sabios. Entonces Eurípides, hinchado de
orgullo, se apoderó del trono que ocupaba Esquilo.
JÁNTIAS.
¿Y no le han apedreado?
EACO.
Al contrario, la multitud clamaba por un juicio
en que se decidiese cuál de los dos era el mejor
poeta.
JÁNTIAS.
¿Aquella multitud de bribones?
EACO.
¿Y con qué gritos? Llegaban hasta el cielo.
LAS RANAS.
145
JÁNTIAS.
¿Pero Esquilo no tenía defensores?
EAGü.
Aquí como ahí (1), el numero de loa buenos es
.KÁNTIA^.
¿Qué piensa hacer Plutcn?
EACO.
Abrir cuanto antes un certamen, para probar y
decidir sobre el mérito de cada uno.
JÁNTIAS.
¿Y cómo es que Sófocles no ha reclamado el
trono?
EACO.
íOh! ése es muy distinto. En cuanto llegó abrazó
á Esquilo y le tendióla mano, dejándole en pose-
sión pacífica del trono. Ahora, como dice Clidémi-
des (2), está de reserva; si vence Esquilo, perma-
necerá en su puesto; pero si es vencido, disputará
con Eurípides.
JÁNTIAS.
¿Cuándo va á ser eso?
EACO.
Dentro de muy poco va á principiar aquí mismo
el gran combate. Su ingenio poético va á ser pe-
sado en una balanza.
JÁNTIAS.
íGómo! ¿Se pesan las tragedias?
(1) Señalando á los espectadores.
(2) Hijo de Sófocles. Otros sostienen que era uno de
los actores que representaban sus tragedias.
TOMO III.
10
i4H
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
147
EACO.
Traerán rerr^as, y varas de medir versos, y mol-
des cuadriláteros, como lo-; de los ladrillos, diáme-
tros y cuñas. Pues Eurípides dice que ha de exa-
minar las tragedias verso por \5ers0.
JÁNTIAS
Esquilo, á mi ver, llevará todo eso muy á mal.
EACO.
Bajábala cabeza y lanzaba miradas furiosas.
JÁNTIAS.
^.Y quién será juez?
EACO.
Ahí estaba la dificultad, porque hay gran cares-
tía de hombres sensatos. AEsquilono le agradaban
los Atenienses.
JÁNTIAS.
Quizá porque veía entre ellos muchos ladrones.
EACO.
Y además no les creía muy aptos para apreciar
el ingenio délos poetas. Por fin, encomendaron el
asunto á tu señor, como perito en la materia. Pera
entremos; pufs cuando los amos tienen gran inte-
rés por alguna cosa, suelen pagarlo nuestras eos
tillas.
CORO.
¡Oh, qué horrenda cólera hervirá en el pecho del
grandilocuente poeta, cuando vea á su facundo
enemigo aguzar pro/ocfiti^amente sus diente>!
íQué terribles miradas le hará lanzar el furor! ¡Que
lucha entre las palabras de penachudo casco y on- .
dulante cimera y las sutilezas artificiosas! ¡Qué ]
combate de gigantescos períodos con frases atreví- /
das y pigmeas! Veráse al titán erizando las crines í
de su espesa melena y frunciendo espantosamente y
el entrecejo, rugir con poderoso aliento versos com- ■
pactos como la tablazón de un navio; mientras el
otro, tascando el freno de la envidia, pondrá en
movimiento su ágil y afilada lengua, y arrojándose
sobre las palabras de su rival, desmenuzará su en-
tilo, y reducirá á polvo el producto de su inspira-
ción vigorosa (1).
EURÍPIDES.
No te empeñes; no he de ceder el trono, porque
le soy superior en la poesía.
BAGO.
?.Por qué te callas. Esquilo? Ya entiendes lo que
ha dicho.
EURÍPIDES.
Primero se estará callando con gravedad; es una
especie de charlatanería peculiar á sus tragedias.
BAGO.
No tanta arrogancia, amigo mío.
EURÍPIDES.
¡Sí, le conozco hace tiempo! ¡y conozco también
sus caracteres feroces, y su lenguaje altivo, des ♦
(1) Este pasaje caracteriza la irrandezay majestad del
'•engiiaje de Esquilo, aunque parodiándolo un poco.
i
148
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
149
enfrenado, desmedido, sin reg-la, enfático y cua-
jado de palabras hinchadas y vacias!
ESQUILO.
¿Y eres tú, hijo de una^ústica diosa {Vu tú, co-
lector de necedades, fabricante de mendigos y re-
mendón de andrajos, quien se atreve á decirme...?
Pero tu audacia no ha de quedar impune.
BAGO.
Basta, Esquilo; no te dejes arrebatar por la ira.
ESQUILO -
No callaré sin haber demostrado hasta la evi-
dencia lo que vale ese insolente con todos sus
cojos (2).
BAGO.
iEsclavos, traed una oveja, una oveja negra (3),
pues la tempestad va á estallar!
ESQUILO.
¿No te avergüenzas de tus monólogos cretenses
y de los incestuosos himeneos que has introducido
\ en el arte trágico'^ (4).
' BAGO.
Modérate, venerable Esquilo.— Tú, mi pobre Eu-
rípides, déjate de temeridades y escapa de esta
granizada, no te acierte en la sien con alguna de
(i) La madre de Eurípides era verdulera.
(2) Belerofonte, Telefo y Filocléles.
(3) Virgilio hace mención do la costumbre de sacriii-
car una oveja negra para conjurar las tempestades.
Nioram hiemi pecadem, Zephyris felicibm albam.
^ (^N., III, 4-20.)
(4) Alusión á Fedra, natural de Creta, y al Eoío, en que
Macario viola á su hermana.
esas grandiosas palabras que haga saltar á tu Te-
lefo.—Vamos, Esquilo, calma; no discutas con esa
furia. Los poetas no deben injuriarse como si fue-
sen panaderas; tú gritas desde el principio, como
una encina á la que se prende fuego.
EURÍPIDES.
Estoy dispuesto á luchar; yo no retrocedo: lo
mismo me da atacar, que ser atacado; admito dis-
cusión sobre cuanto quiera; sobre los versos, el
diálogo, los coros, el nervio trágico, el Peleo^ el
Bolo, el Meleagro, y hasta sobre el mismo Te-
lefo (1).
BAGO.
¿Y tú, Esquilo, qué piensas hacer?
ESQUILO.
Yo no hubiera querido combatir aquí; pues en-
tre los dos la lucha es desigual.
BAGO.
¿Por qué?
ESQUILO.
Porque mis tragedias me han sobrevivido (2), y
las suyas murieron con él; de suerte que puede
utüizarlas contra mí. Sin embargo, ya que lo de-
seas, hay que obedecerte.
BAGO.
Ea, traedme fuego ó incienso; antes de la con-
tienda, quiero suplicar á los dioses que me inspi-
(\) Títulos de tragedias. .
(2) Los Atenienses decretaron que se suministrase un
coro al que quisiera poner en escena las tragedias de es-
quilo, después de la muerte de este poetas.
I
i
LAS RANAS
151
150
COMEmAS DE ARIST0FA!;ES.
ren una decisión acertada sobre este certamen.
Vosotros, entonad un himno á las Musas.
CORO.
Hijas de Júpiter, castas Musas, que leéis en la
mente ing-eniosa y sutil de los forjadores de sen-
tencias, cuando, ag-uzando su talento y desple-
gando todos sus artificiosos recursos, descienden á
combatir sobre la arena de la discusión, venid á
contemplar la fuerza de estos dos robustos atletas,
y otorgad al uno grandiosas frases, y al otro lima-
duras de versos. El gran certamen de ingenio va
á principiar.
BACO.
Orad también vosotros, antes de recitar vuestros
versos.
ESQUILO.
¡Oh Céres, que has formado mi inteligencia,
hazme digno de tus misteriosl (1).
BAGO. fÁ Eurípides J
Quema tú también incienso.
EURÍPIDES.
Gracias, yo dirijo mis oraciones á otros dioses.
BAGO.
¿Dioses particulares tuyos y recien acuñados?
EURÍPIDES.
Precisamente.
BAGO.
Invoca, pues, á esos dioses tuyos.
(i) Esquilo era natural de Eleusis; por eso invoca á la
diosa titular de aquella comarca.
EURÍPIDES.
Éter, de que me alimento, volubilidad de la len-
gua, ingenio sutil, olfato finísimo, haced que tri^
ture los argumentos de mi adversario.
CORO.
Deseosos estamos de saber, doctos poetas, qué
terreno vais á elegir para principiar la lucha.
Vuestra lengua empieza ya á desencadenarse, y
ni á vuestro pecho le falta valor, ni energía á vues-
tra mente. Debemos, pues, esperar que el uno ata-
cará con lenguaje limado y puUdo; y que el otro,
lanzándole inmensas palabras, pulverizará sus m-
finitas triquiñuelas.
BAGO.
Vamos, principiad cuanto antes, pero en estilo
elegante, sin figuras ni vulgaridades.
EURÍPIDES.
Hablaré en último término de mí y del carácter
de mi poesía; pues lo primero que me propongo de-
mostrar es que ese es un charlatán y un impos-
tor, que engañaba á su grosero auditorio con re-
cursos pobres, aprendidos en la escuela de Frí-
nico (1). Por ejemplo, presentando en escena un
personaje velado, como Aquíles ó Níobe (2), que se
(1) Uno de los más antiguos poetas t''JS^of ' íl»^^^^
recio á fines del siglo vi, cuando el arte estaba todavía cb
su infancia. Esquilo le imitó q^ Los Pjrsas.
(2) El autor griego de. la vida de Esqudo cita entre sus
tragedias la Níohe y las Frigias 6 el Rescate de Befren
las cuales aparecían los personajes mudos de que ñama
Eurípides.
45^
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
153
pavon^flubaii sin mostrar el ^iflaJxQjii pronunciar
una^Mkfebbwk^.
BA.CO.
Es verdad, por Júpiter.
^ EURÍPIDES.
[ El coro endilg-aba en tanto cuatro tiradas de
\yersos,y ellos se estaban sin decir esta boca es mia.
BAGO.
A mí me ag-radaba más aquel silencio que la
charla que hoy emplean.
EURÍPIDES. •
Porque eres un estúpido; tenlo por cierto.
BAGO.
Asi lo creo; pero ¿por qué lo hacia?
EURÍPIDES.
Por charlatanismo; así, el espectador esperaba
sin moverse á que Níobe hablase alg-o, y mientras,
el drama iba adelante.
BAGO.
¡Malvado! ¡Cómo me engranaba! (A Esquilo.)
/.Por qué te agitas é impacientas?
EURÍPIDES.
Porque le confundo. Después de haberse pasado
la mitad de la tragedia con estas vaciedades, sol-
taba una docena de palabrotas campanudas, muy
fruncidas de entrecejo y empenachadas, verdade-
ros espantajos que aterraban á los espectadores
asombrados.
ESQUILO.
¡Oh rabia!
BAGO. (A Esquilo.)
¡Silencio!
EURÍPIDES.
Y no decía nada inteligible...
B\Go. [A Esquilo.)
No rechines los dientas.
EURÍPIDES.
Pues todo se volvían Escamandros, y fosos, y en-
señas de escudos, y águilas -grifos de bronce , y
palabras ampulosas, difíciles de comprender.
BAGO.
Es verdad; yo me pasé en claro toda una noche
tratando de averiguar qué pájaro era su grajL^aÜJo
amarillo (1). "*- — ■ —
" ^ ESQUILO.
llgnoranton! es la figara que se pone en la popa
délas naves.
BAGO.
Pues yo creía que era Eríxis (2), hijo de Fi-
lóxeno.
EURÍPIDES.
¿Qué necesidad habia de gallos en las tragedias?
ESQUILO.
Y tú, enemigo de los dioses, ¿qué has hecho?
EURÍPIDES.
No he presentado en mis dramas grandes gallos ni
Wrcociervos como los que se ven en los tapices de
(1) SquOóv I7t7ia>.extpu6va, expresión empleada por Es-
quilo en los Mirmidones, tragedia perdida.
(2) Famoso por su fealdad.
o
J
154
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
155
Persia. Yo habia recibido de tus manos la tragedia
cargada de inútil y pomposo fárrago, y principié
por aUviarla de su molesto peso, y curar sn hincha-
zón por medio de versitos, digrfíñionfíS .sutile^ co
cimientos de acelgas blancaall), yjugos peHecta-
mente filtrados de' filosóficas vaciedades; después
la alimenté de ¡jioaólagps, mezclados con algo de
Cefisofon (2); y jamás dije á la ventura cuanto se
me ocurría, ni lo revolví todo sin distinción: el
primer personaje qiie^g-^rgSSHÍ?:^ ^^'
p1ipn,h:i pfr^T-^^tr^r y eljiacnniento del dranía.
ESQUILO.
Mejor era eso que decir el tuyo (3).
EURÍPIDES.
Después, desde los primeros versos, cada perso-
naje desempeñaba su papel; y hablaban todos, la
mujer, el esclavo, el dueño, -la-jóven y la vieja (4).
"^ ESQUILO.
¿No merecería la muerte tal atrevimiento'^
EURÍPIDES.
Al contrario, mi objeto era agradar al pueblo.
baco.
Déjate de eso, amigo; ese es tupunto flaco.
(1) Con esto quiere indicar Aristófanes la insipidez de
algunas sentencias de Eurípides.
(i) Amigo, criado ó actor de Eurípides. Se dice que le
ayudaba en sus obras, y que todo era común entre ellos,
hasta el tálamo conyugal. , „ , . ,
(3) Alusión á la liumilde cuna de Eurípides.-
4) Censura Aristófanes el haber introducido Eurípides
en la tragedia personajes de todas clases, rebajando su
majestad.
EURÍPIDES.
Luego enseñó á los espectadores el arte de hablar.
ESQUILO.
Lo reconozco; ¡ojalá hubieras reventado ántesl
EURÍPIDES.
Y el modo de usar las palabras en linea recta, 6
en ángulo, y el arte de discurrir, ver, entender,
engañar, amar, intrigar, sospechar, pensar en
todo...
ESQUILO.
Lo reconozco también.
EURÍPIDES.
Puse en escena la vida de familia y las cosas
más usuales y comunes, lo cual es atrevido, pues
todo el mundo puede emitir sobre ellas su opinión;
no aturdí á los espectadores con incomprensible y
fastuosa palabrería; ni los aterré con Cienos (1) y
Memnones (2), guiando corceles llenos de campa-
nillas y penachos. Ved sus discípulos y los mios=
Los suyos son Formisio y Megenétes (3), de Mag-
nesia, armados de lanzas, cascos, barbas y sarcás-
ticas sonrisas; los míos, Clitofon, y el elegante Te-
raménes.
BAGO.
¿Teraménes? ¿Ese hombre astuto y bueno para
(i) No se sabe en qué tragedia de Esquilo intervenía
Cieno.
[i] En la lista de las tragedias de Esquilo hay una titu-
lada Memnon,
(3) Formisio y Megenétes no eran poetas, y sí notables
por su desaseo y grosería.— En el texto hay palabras colo-
sales, parodia de las empleadas por Esquilo.
\
i 56
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
457
todo, que cuando cae en al^un mal negocio y le
velas orejas al lobo, suele escurrir el bulto, di-
ciendo que no es de Quios, sino deCeos? (i).
EURÍPIDES.
Asi he conseg-uido perfeccionar la inteligencia
de los hombres, introduciendo en mis dramas el
radodnio y la_ meditacion¡_ de suerte que ahora
todo lo comprenden y penetran, y han llegado á
administrar mejor que antes sus casas, inspeccio-
nándolo todo, y diciendo: «¿En qué anda tal asun-
to? ¿Dónde está tal cosa? ¿Quién ha cogido esta
otra?» \\
BAGO.
• V^Es verdad; ya en cuanto un Ateniense entra en
^ '" ^ -Ju'casa llama á sus esclavos y les pregunta: «¿Dónde
y está la olla? ¿Quién se ha comido la cabeza de sar-
^ dina? El plato que compré el año pasado ¿ha fene-
^ cido? ¿Dónde está el ajo de ayer? ¿Quién ha mor-
disqueado la aceituna?» (2). Y antes se estaban he-
chos unos bobos, con la boca abierta, como imbéci-
les papanatas.
CORO.
«Tú lo ves, ínclito Aquíles» (3). Vamos, ¿qué
dices tú á todo eso? Procura que la ira no te arras-
tre más allá de la meta, pues te ha dicho cosas
terribles. Noble Esquilo, no le respondas con fero-
(4) Frase proverbial que se aplicaba á las personas
versátiles
(2) Crítica de los detalles familiares á que Eurípides
hizo descender la tragedia.
(3) Verso de los Mirmidones de Esquilo.
cidad, recoge tus velas y deja sólo alg-unos cabos á
merced de los vientos; dirige con circunspección
tu nave, y no avances hasta conseguir una brisa
leda y apacible. Vamos, tú que fuiste el primero
de los Griegos en dar pompa (1) y elevación al es-
tilo exornando la Musa trágica, abre atrevida-
mente tus esclusas.
ESQUILO.
Esta lucha me enfurece; sólo al considerar que
tengo que disputar con él, hierve mi bilis. ¡Mas
que no crea haberme vencido! Respóndeme: ¿qué
es lo que se admira en un poeta?
EURÍPIDES.
Los hábiles consejos que hacenjnejor á los ciu-
dadanos.
"*" ESQUILO.
Y si tú, lejos de obrar así, los has hecho malísi-
mos, deuobles y buenos que eran antes, ¿cuál cas-
tigo merecerás?
BAGO.
La muerte; no lo preguntes.
ESQUILO.
Pues bien, mira cómo te los dejé yo: valientes,
de elevada estatura (2), sin rehuir las públicas car-
(1) La frase griega equivalente es ^^J^'^f^^^.^^^
aunque intraducibie á la letra: nupYcodac;, ^difícando tor-
res.- Antípatro de Tesalónica, en un epigrama a ,MuilOj
la adopta para caracterizar la elocución magnilica dei
^^%]^ul\ de cmtro codos. El codo tenia cuarenta y cinco
centímetros.
158
COMEDUS DR ARHTÓFANES.
LAS RANAS.
459
^s (1), no holgazanes, charlatanes y bribones
como los de hoy, sino apasionados por las lanzas,
las picas, los cascos de blancas cimeras, las grevas
y corazas, verdaderos corazones de hierro, defen-
didos por el sep tupie escudo de Ayax (2).
EURÍPIDES.
El mal va en aumento: me va á aplastar bajo el
peso de tantas armas.
B.\CO.
^.Ycómo conseguiste hacerlos tan valientesHIes-
ponde, Esiuilü, y modera tu arrogante jactancia.
ESQUILO.
Componiendo nn drami lleno del espíritu de
Marte.
BAGO.
^.Cuál?
ESQUILO.
Los Siete solm Téhas (3). Todos los espectadores
salían llenos de bélico furor.
BAGO.
En eso obraste mal; pues hiciste que los Tebanos
fueran mucho más atrevidos para la guerra, lo
cual merece castigo.
ESQUILO.
Vosotros podíais también haberos dedicado '^
(i) Alusión i\ los contemporáneos de Aristófanes, que
no querían euciir'^^Misíj d»' iiás mngisíralupas que las que
profiucian wVzwn inoro, rclinyondo aquellas en que podian
serútiles al Kstridn.
{±) Vé;ise Homero, Illa la, vii.
(3) Tragedia dt; Ksquilo.
ello, pero no quisisteis. Después con Los Persas, mi
obra maestra, os inspiré un ardiente deseo de ven-
cer siempre á los enemigo??:: --^
" B\CO.
Es verdad; me alegré mucho á la noticia de la
muerte de Darlo (1); y el coro palmoteo al punto,
exclamando: ¡Victoria!
ESQUILO.
Estos son los asuntos que deben tratar los poe-
tas: «Considerad, si no, qué servicios prestaron los
más ilustres desde la antigüedad más remota: Or-
feo (2) no^ enseñó las iniciaciones y el horror al
homicidio; Museo (3), los remedios de las enfermie-
dades y los oráculos; Hesiodo la agricultura y el
tiempo de las sementeras y recolecciones (4); y al
divino Homero, ¿de dónde le ha venido tanta glo-
ria, sino de haber en señíuio^^iisa»- -útiles, ia-estra-
tegia, Jasjñrtudei.^^M profesión tie las
armas':?
(1) En la trac^edia de Esquilo no se da tal noticia, por
lo cual este pHSMJe ha preocupado mucho á los comenta-
dores. Para explicarlo, han supuesto unos que t-sqmlo
compuso otros Persas, cuvo nsunto era la batalla de 1 la-
tea, y otros que en vez d(í Darío debia rnlenderse Jerj< s.
(í>í Silvestres homines sacer inlerpresque deorum,
Cadibus etvictufísh dtterruit Orpheus.
(HoBACio, Art. Poet., 391.)
{'\\ Discípulo do Orfeo, ir;icio dt- nación, cuya exisleu-
cia es dudosa, pues más bien parece un mito que un per-
sonaje histórico. El Eseo'iasta dice que compuso un poema
tobre los misterios.
(4) En su poema Las obras y los días.
ím
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
161
BAGO.
Sin embarg-o, no ha podido instruir en nada al
architonto de Pantácles (i); hace poco debia de ip
al frente de una procesión, y después de haberse
atado el casco, se acordó de que no le habia puesto
la cimera.
ESQUILO.
En cambio ha educado á otros mil valientes, en-
tre ellos el héroe Lámaco (2). Inspirándose ea él
mi fantasía, representó las hazañas de los Patro-
clos (3) y los Teneros (4), bravos como leones, para
excitar á imitarlos á todos los ciudadanos en cuanto
resuena el béUco clarin. Nunca puse en escena Fe-
dras ni impúdicas Kstenobeas (5); y nadie podrá
decir que he pintado en mis versos una mujer
qXS encorada (6) .
A'A.t^>^\^) 'El Escoliasta dice que era un hombre completa-
V- mente inepto, y cita una tVase de la *ídad de Oro de Eu-
^^ polis, en que le llama (y>cató<;, torpe.
(-2) Nótese el cambio de Aristólanes respecto a Lauraco.
En Los Acarnienses le ridiculizó terriblemente, y ya ea
las fiestas de Céres le tributó elogios, merecidos por
cierto, pues Lámaco era un valiente y entendido general.
(3) Amigo de Aquíles, cuya muerte á manos de Héctor
sacó aquel héroe de su retraimiento para combatir en el
asedio de Troya (Vid. Homero, Ilíada, passim.)
(4) Hijo de Telamón, rey de Salamina y hermano ue
(5)* Mujer de Preto, rey de Argos. Enamorada ciega-
mente de iielerofonte, que se habia refugiado en su corle,
y viendo despreciada su pasión, le acusó de haber alen-
tado á su honor, y procuró que su marido le diese muer-
te. Habiendo huido Belerofonte, se suicidó Estenobea.
(6) Esto no es del todo exacto, pues en el Agamenón
de Esquilo, Clitemnestra aparece enamorada de Egisto.
EURÍPIDES.
Es verdad, jamás has conocido & Venus.
ESQUILO.
Ni la quiero conocer; en cambio, por tu mal, tú
y los tuyos la conocéis demasiado.
BACü.
Cierto, cierto; los delitos que imputaste alas
mujeres de otros los viste en la tuya propia (1).
EURÍPIDES. """"^"^
Pero, importuno, ¿qué mal hacen á la república
mis Estenobeas?
ESQUILO.
Las nobles esposas de los ciudadanos nobles han
bebido la cicuta arrastradas por la vergüenza que
les han cau.-i.lo tus Belerofontes (2)^
KUifíi'ÍDIíS.
¿He cambiado en lo más mínimo la historia de
Fedra?
ESQUILO.
Es verda'l, no la has cambiado; pero un buen
pietadebe ocultar el^ vicio y no sacarlo á luz y
ponerlo 'en escealTiFfp'ics ha de ser para los s^áal-
tos l(rT^nT"para"Tos niños los iiíaestros. Nuestra
^>h''Áj; (Ol Jii es eii-.Q^££__SüIo el jien.
EUUÍPIDlI^T: —
¿Y cuan lo tú hablas Í3 \)^ Licabetos y de las
(I) L;ís d). ¡mijíM'fs con .¡'¡iones esliivo casado Eurí{»i-
"l;is liü t'ii''i' Hi iiiodcit litj í'*siii1;mí co« yniial .
(;i) Lsiiecif, (|uo h:»n in;ii:ido :i Fsí.'iioben, sintiendo
;iii on s fuiriiieros y enveiienáii'lí'SO como- MiiucUa princesa.
(8) Precepto digno de Itucrííe tn cuenta.
TOMO m.
\\
462
COMEDIAS DI ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
46S
/ Ritas cumbres del Parnaso (1), nos enseñas el bien?
* \¿Por qué no empleas un lenj^uaje humano?
\ ESQUILO.
Pero desdichado, las expresiones deben ser pro-
porcionadas á la elevación de las sentencias y pen-
/femientos. El lenguaje de los semidioses debe ser
\ sublime, lo mismo que sus vestiduras deben ser
jmás ostentosas que la3 nuestras. Lo que yo enno-
blecí, tú lo has degradado.
EURÍPIDES.
¿Cómo?
ESQmLO.
r En primer lugar, vistiendo de harapos á los re-
\ yes para que inspirasen más profunda compasión.
Vw EURÍPIDES.
¿Qué mal hay en eso?
ESQUILO.
Por culpa tuya ningim rico quiere armar ya &
8u costa una galera; pues para librarse del com-
promiso se cubre de andrajos, llora y dice que es
pobre.
^BACO.
Es verdad, por Céres; y debajo lleva una túnica
de lana fina; y después de habernos engañado se
le ve aparecer en la pescadería... (2)
(1) Montañas del Ática y la Fócida. Alusión a^ pom-
%V"s^lotsSídian regalarse con pescado fresco
Ya hemos visto la eHimacion y alto precio á que se ven-
dian las anguilas del Copáis.
ESQUILO.
En segundo lugar, tú has inspirado tal afición &
la charlatanería y las argucias, que las palestras
estéin abandonadas, los jóvenes corrompidos (1), y
los marineros se atreven á contradecir á sus co-
mandantes; en mis tiempos no sabían más que
pedir su ración de pan y gricar «¡Rippape!» (2).
BAGO.
¡Oh! pues ahora, ya saben lanzar un ñato (3) á la
boca del remero del banco inferior y embrear &
sus compañeros; y cuando desembarcan, robar los
vestidos al primer transeuute, y pasarse el tiempo
en discusiones, sin cuidarse de remar, dejando que
la nave bogue á la ventura.
ESQUILO.
¿De qué crímenes no es autor? ¿No ha puesto
en escena alojhuetíLS^jnuieres que^m^ en sa-
grado (4), hermanas incestuosas (5), y otras que di-
cénqííTa vida noesla vida (6)? Así es que nues-
tra düdSíd'^ se ha plagado de escribanos y bufones,
especie de monos que tienen al pueblo constan-
temente engañado; mientras que ya nadie sabe
(1) Aristófanes acusa de pederastía á los oradores y
maestros de retórica.
{% Grito de los marineros.
4 Auge, seducida por Hércules, dióá luz un hijo en
el templo de Minerva. Se ignora en qué tragedia de Euii-
pides tenía lugar este hecho.
g Efde^h. ti enU^lienen en discusiones filosóncas.
La frase parodiada se encontraba en el Frtso.
164
COMKDIAS PE ARISTÓFANES.
llevar una antorcha (1), por falta de ejercicio.
BAGO.
Nadie, es ver(la<1; asi eg que en 1? s Panateneas
me faltó poco para morir de rira viendo á un hom-
bre blanco, g-ordo y pesado que corria encorvado y
con un trab'fijo iníinito^ mU' ho más atrás q':e los
otros. En la puerta del Cerámico, los espectadores
le peinaron en el vientre, en el pecho, en los costa-
dos y en las nal.^^as, ha'sta que, en vista de aquella
lluvia de palmadas, mi hombre soltó un flato (2)
con el cnal apag-ó la antorch-t y se escapó.
CÜHÜ.
F.l neííocio es importante; la disputa veliem3nte;
grave la ¡xncvrsL. Difícil será el fcrmar opii ion,
pues si el uno ataca vi^n^rosamente, el otro huye
el cuerpo c m agililad y rcsi)oude con destreza.
No permanezcáis siempre en el unsrao terreno: te-
neis abiertos muchos caminos é infinitas arí^-ucias.
Decid, OKpí.n. =1, nrrr'fe^^tal todos vnesti-os recnr-
sos viej'x^ / nuevos; avcnlurnd aiinmos ar unien-
tes alMiiiirCnln-. ó iníí'enio^os. Ni trraiis que la
ignoríUH'i ' ^)r^c!:adores no pueda oinpr^n-
der V a^ sutileza^; lejos le =íer ^'-eiite ru Vi. to-
dos =■> :i ejercitarlo, y cada cual iene su libro
doud'^ !r. rer.tle^ábiaslceciore?; además su natural
ingenio «^-^ V hoy más anfíizudíj que nunca. Nal a
temáis, '. ui.j.uad todos io.^ m-^ídio^, pncs e'=;tais auto
un público iliFítralo.
Mi \ i¡ ■ \ Lns Lampo dndrow tas ÍVéa«o l:i t (,i.. al
ii) PfdeH'Jf).
LAS RANAS.
165
EUUÍPiDlíS.
Empecemos por sus prologeos; siendo lo primero
que se encuentra en una tra;?edia, es natural que
principiemos por ellus el estudio de erjte hábil poe-
ta. Era osQjüX.Q.,ea-ia.^e-^posicion de sus aauatys.
BAGO.
^.Ouál de sus prólogos vas á examinar?
EURÍPIOES.
Muchos. Recítame por de pronto el de la Ores-
tiada (1).
BAGO.
Silencio todos. Recita tú. Esquilo.
ESQUILO.
«Subterráneo Mercurio, que vigilas
Sobre el paterno reino, dame ayuda;
Vengo ai fin á mi patria y entro en ella» (2).
BAGO.
¿Hallas alguna falta en esus versos?
EURÍPIDES.
Más de doce.
BAGO.
Pero si no son más que tres versos.
EURÍPIDES.
Es que cada uno tieae veinte faltas.
(1) Tetralogía compuesta de tres tragedias: Agamnony
Las loéforas y Las Euménides, y de un drama salifico, el
Proteo. . 1 j^
(i) Palabras que Oréstes pronuncia ante el sepu ero ae
su padre, al volver á su patria, en el principio de Las
Coeforas.
166
COMEDIAS DI ARISTÓFANES,
BAGO.
Esquilo, te aconsejo que te calles: si no, además,
de esos tres yambos, te censurará otros muchos.
ESQUILO.
¿Yo callarme delante de ése? #
BAGO.
Si me haces caso.
EURÍPIDES.
En el principio ha cometido ya una falta enorme.
ESQUILO. (A BacoJ
¿Noves que no tienes razón?
BAGO.
Sea. A mi poco me importa.
ESQUILO. (A Eurípides.)
¿Dónde dices qtie está la falta?
EURÍPIDES.
Kepite desde el principio.
ESQUILO.
Mercurio subterráneo, que vigilas
Sobre el paterno reino...
EURÍPIDES.
Eso lo dice Oróstes ante la tumba de su padre,
¿verdad?
ESQUILO.
No lo niego.
EURÍPIDES.
¿De suerte que quiere decir qae Mercurio velaba
por su padre, para que cayendo en un pérfido
lazo fuese vilmente asesinado por su mujer?
ESQUILO.
No es al dios de la astucia, sino al Mercurio be-
LAS RANAS-
167
néfico al que llama subterráneo; y lo prueba di-
ciendo que recibió esa misión de su padre.
EURÍPIDES.
Entonces el yerro es más grande de lo que yo
pretendía; pues si recibió de su padre aquella mi-
sion subterránea...
B^GO.
Es que su padre le había nombrado enterrador.
ESQUILO.
¡ Ay Baco! tu vino no está perfumado ' 1).
BAGO.
Recita el otro verso; y tú acecha sus faltas.
ESQUILO.
« dame ayuda;
Vengo al fin á mi patria y entro en ella.»
EURÍPIDES.
El sabio Esquilo nos dice dos veces la misma
cosa.
BAGO.
¿Cómo dos veces?
EURÍPIDES.
Examina esa frase y te haré ver la rep».
«Vengo al fin á mi patria,» dice, y entro en eUa.»
Vengo es enteramente lo mismo que entro.
BAGO.
Entiendo; es como si uno ^ii-ajt ^ J^*^^
no: «Préstame la artesa, ó si quieies ei arca
amasar.»
U)
Esto es: tus chistes son de muy mal gusto.
i6n
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LAS RAXaS.
169
ESQUILO.
Xo 63 lo mismo, charlatán; mi verso es inmejo-
rable.
BAGO.
íiíJómo? pruébamclo.
ESQUILO.
Todo el que g"oz^ do los derechos de ciudadanía
puede ve.iir á su patria, porq»ie víe/ie sin haber
experimentado antes ning-un infoi-tiinia; pero el
desterrado lie/ie y entra (1).
BAGO.
íMuy bien, por Apolo! ¿Qué dices á eso, Eurí
pides?
EURÍPIDES.
Dig-o que Orestes no eutró en su patria, porque
viuo secretamente, sin haber obtenido la compe-
tente autorización de los que entonces ejercían el
m indo.
BAGO.
¡Muy bien, por Mercurio! Pero no te comprendo.
EURÍPIDES.
Recita, pues, otro.
BAGO.
Vamos, Esquilo, recítalo pronto. Tá acecha las
faltas.
(1) El verbo tlolzí p/oikai se decia con especialidad de
la vuelta de los deslenados. Como se vo, t idas estas dis-
cusiones se quiebran de puro sutiles y sirven para poner
de relieve los vicios capitales que Aristófanes encuentra
eii el estilo de Eurípides, y en nada perjudican al de Es-
quilo.
ESQUILO.
Invocando los manes de mi padre
Sobre su propia tumba, que se di^ne
Oírme y escucharme le suplico (1).
EURÍPIDES.
Otra repetición; oir y escuchar son dos cosas
iléuticas.
BAGO.
Pero, desdichado, ¿no ves que estaba hablando
con los muertos, á los que no basta invocar tres
veces? (2).
ESQUILO.
^ tú, ¿cómo hacías los prólogos?
EURÍPIDES.
Te lo voy á decir; y si encuentras una sola repe-
tición, ó un solo ripio, me doy por vencido.
BAGO.
Empieza ya: mi deber es escucharte; veamos qué
hermosos son los versos de tus prólogos.
EURÍPIDES.
«Edipo, que al principio era dichoso» (3).
ESQUILO.
De ningún modo; su sino era la desgracia, pues
ya antes de ser eng-endrado, Apolo predijo que
matariaá su padre, y aun no habia nacido. ¿Cómo,
pues, al principio era dichoso?
(i) Las Coéforas, 4 y 5. ,
(^2) En las invocaciones á los muertos se les llamaDa
tres veces por su nombre. „ , •, , „j:„
(3) Principio de la AnHffom de Eurípides, tragedia
perdida.
k
170
COMEDIAS DE ARIST ''PANES ,
LAS RANAS.
171
KURÍPIDES.
«¡Mortal infelicísimo fué luego.»
ESQUILO.
De nin^n modo, repito. No dejo de ser lo que
era^demás esa felicidad fué imposible. Apenas
nació ya le expusieron metido en una olla (1) en el
ri^r del invie-no, para que no llegase á ser el ase-
sino de su padre; después, por desgracia suya,
llegó al palacio de Pólibo, con los pies hmcha-
dos (2); luego, joven todavía, se casó con una
vieja, que por añadidura era su madre (3), y por
último se sacó los ojos.
BACO.
¡Feliz él si hubiera mandado la escuadra coq
Erasínides (4).
EURÍPIDES.
Desbarras, mis prólogos son buenos.
ESQUILO.
Por Júpiter, no pienso ir desmenuzando tus ver-
sos palabra por palabra, sino con la ayuda dalos
dioses aniquilar tus prólogos sin más que con uaa
pequeña alcuza.
í\) Cuando se exponía un niño en Atenas se le meiia
en una olla ó especi¿ de cuna de barro que empleaban las
clases pobres.
(2) Esta es la etimología de Edtpo.
3) Yocasta, viuda de Layo, rey de Tébas.
Í4 Uno de los generales que mandaban la í^ota aie
Biense en la batalla de las AÍginusas; fué cond^^^^^^^^^^
muerte con sus colegas, por no haber dado sepultuia á lo»
soldados muertos en el combate.
EURÍPIDES.
jCoü una alcuza?
ESQUILO.
SI, con una sola; pues tus yambos son de tal
naturaleza que se les puejie._añadir lo ^ue se
¿ira, unpellejijo^urmalcucita,unsaqu^
te lo demostraré en seguida.
EURÍPIDES.
¿TÚ demostrarme eso?
ESQUILO.
SI, yo.
BAGO.
Vamos, recita.
EURÍPIDES.
Cuando, según la fama más creída.
Con sus cincuenta hijas llegó Egipto
De Argos á la región... (1).
ESQUILO.
Perdió su alcuza (2).
EURÍPIDES.
4Qué alcuza? ¡Así te muerasl
BAGO.
Becitaotro prólogo, y veamos.
EURÍPIDES.
Baco, que armado del pomposo tirso
TT^^^del Arquelao, tragedia de Eurípides que
'^'rSov 4.ri>X.a.Jrase análoga ala latina o¿^^
p^dJllrabajo perdido), con cuya adición á lo versos
que recita Eurípides da á entender su "'«f " ^^^^^^ le.
ía perdido lastimosamente el tiempo y el tranajo que
ha costado el componerlos.. .
LAS RANAS.
ín
íii
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
Y cubierto de pieles de cervato,
Danza en las cumbres del Parnaso agreste
De antorchas ai fulgor... (1).
ESQUILO.
Perdió su alcuza.
BAGO.
De nuevo nos sacuie con su alcuza.
EURÍPIDES.
Kj nos fastidiará más, puesá este prólogo no le
podrá colgar la alcuza.
No existe, no, felicidad completa;
Tal de ilustre familia, es pobre; y otro
De modesta extracción... (2).
ESQUILO.
Perdió su alcuza.
BACO.
;EurípidesI
EURÍPIDES.
^.Quéhay?
BAGO.
Recoge velas; pues esta alcuza va á convertirse
en huracán.
EURÍPIDES.
Poco se me importa, í)or Céres; ya verás cómo se
hago soltar de las manos.
BAGO.
Continúa recitando, y mucho ojo con la alcuza.
(1) Prólogo de la Hipsipile, tragedia de Eurípides que
S tlia perdido. " ^ ^
(2) Prólogo de la Estenobea.
EURÍPIDES.
La ciudad de Sidon abandonando
Cadmo, hijo de Agenor... (1).
ESQUILO.
Perdió su alcuza.
BAGO.
¡Ay, amigo mic ! Cómprale e?a bendita alcuza,
I pues, si no, nos va á echar á pique todos los pró-
I logos.
EURÍPIDES.
iGómo! ¿yo comprársela^
BAGO.
Si me haces caso.
EURÍPIDES.
No por cierto. Puedo citnrle una porciím de pró-
logos, á!o3 que no podrá aplicarles la alcuza,
Pélope, hijo de Tántalo, par lien l3
Para Pisa, animando los corceles
De su carro veloz... (2).
ESQriLO.
Perdió ¿íu alcuza.
BACO.
?Lo ves? de nuevo le ha colga<lo su alcuza. Va-
|m»s, E>|iiiln, véndeíícla á ciíaLiiiicr precin; que tú
|por im tbolo podrás comprar otra hermosísima.
KURÍPI!)^=í.
Te Jigo que no; aun rae quedan muchos.
Éneo en su heredad. .. (3).
|l) iN-'h'.;o «if] Friíco.
{i) PiN'in-o ('o la Ifigfiiia en
(;■!,) P'ólogo del Mekagro.
'e.
\
474
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
175
ESQUILO.
Perdió su alcuza.
EURÍPIDES.
Déjame acabar el primer verso.
Éneo en su heredad, habiendo un dia
Pingüe cosecha recogido y de ella
Ofrecido á los dioses las primicias
En piadosa oblación...
ESQUILO,
Perdió su alcuza.
BAGO.
¡Durante el sacrificio! ¿Quién se la quitó?
EURÍPIDES.
Permíteme, amigo mió, que pruebe con este
verso:
Jove (la verdad misma lo asegura) (1).
BAGO.
Estás perdido; en seguida va á añadir: «Perdió
su alcuza.» Porque la tal alcuza se adhiere á tus
prólogos como el orzuelo^á los párpados. Pero, por
todoslos dioses, pasa ya á ocuparte de la parte lí-
rica de sus dramas.
EURÍPIDES.
Puedo demostrar hasta la evidencia que sus can-
tos son perversos y llenos de las mismas repeti-
ciones.
CORO.
¿En qué parará esto? Ansioso estoy de saber quéj
censuras se atreverá á presentar contra sus infim-
(1) Prólogo de la Melanipe.
tos y bellisisimos cantos, tan superiores á los de los
poetas del dia; no acierto á comprender en qué
podrá motejar á este rey de las fiestas de Baco (1), y
lo auguro una derrota.
EURÍPIDES.
¡Sí! ¡admirables cantos líricos! Ahora se verá,
pues voy á reanirlos todos en uno.
BAGO.
í yo á llevar la cuenta con estas piedrecitas.
EURÍPIDES.
Aquíles (2), rey le Ftia, ¿por qué, si oyes
El estruendo feral de la matanza,
A aliviar sus trabajos, di, no vuelas? (3)
Nosotros, habitantes de este lago.
Culto rendimos al sagaz Mercurio,
Egregio fundador de nuestra raza,
Y°á aliviar sus trabajos tú no corres (4).
BAGO.
Ya tienes dos trabajos, Esquilo.
EURÍPIDES.
¡Oh, el más ilustre aqueo, ínclito Atrida,
Jefe de muchos pueblos poderosos (5),
¿A aliviar sus trabajos tú no corres?
(1) Es decir, de la tragedia. Véase cómo Aristófanes
hace justicia al mérito de Esquilo. o^n^Hn ni
m Reunión de fracmentos que no forman sentido ci-
tados pop Eurípides pai^a demostrar que su adversario m-
curre en muchas repeticiones.
(■\) Versos de Los Mirmidones de Esquilo.
• (4) Tomado de Los Psicagogos (conductores de las
* 7^) No se sabe si este fragmento pertenecía al TeUfo ó
á la I/igenia, tragedias de Esquilo.
176
COMEblAS DE ARISTÓFANES-
LAS RANAS.
477
BAGO.
Va el tercer trabajo, Esquilo.
EURÍPIDES.
Silencio: las proféticas Melisas (1)
De Diana van á abrir ol templo ai^^iisto,
¿Y á aliviar sus trabajos tú no vuelas?
Yo puedo proclamar que los £?-'.errero3 (2)
Partieron con auspicios la victji ia,
A ulivisr sus trabajos tú no corres.
BAGO.
¡Soberano Júpiter! ¡qué infinidad de traba, )s!
;iuiero ir á bañarme; pues con tantos trabajos, se
me han iii ñamado l(-s ríñones.
EURÍPIDES.
Por favor, no te vayas antes de o'r este canto ar-
reglado para cítara.
BACU.
Sea; pero pronto y sin / '/ .' >'.
EÜRÍPIDIÍS ¡3),
¿Por qnó los dos monarcas qu3 comandan
La ardieiüe juventud de los Iqueos,
• Flato trato-ña totrafc,
(1) Snc> rdoti^as de b'mv.h Dñbn-^e osle nomtreá to-
das lus líiujcrcs ins|iirad;is, üídicutias ;»l cuidado de ios
templos.
(-2) Vcpso lOi del Agamen' a do, í'squilo,
(;^) La lirada k\xí versi^s <|'i^' í' <-'!' K;iri|>ides eslá com-
piu\<tade frairmenlos toiüa'; •• «liver^as ohras de Ks-
qui'G, como 'a Fsfinrje, el Agaiiítiixt. y ios TrarAos . Kl ri-
dículo {^>i\'.h\\\o^/tatotr,-tojla(it 'U t s piíi-a intilai* el ira-
queleo de alfiiinas frases de Iv^aido, cuyo seutiuo no se
penetra con facilidad.
La aterradora Esfing-e han enviado,
Perro factor de negros infortunios?
Flato trato-flatotrat ,
Vibrando el asta en la potente g-arra
El ave que impetuosa y vengadora,
Flatotrato- flato trat.
Entrega al crudo diente de los perrus,
Osados vagabundos de los aires,
Flatotrato-flatotrat,
Los que se inclinan al partido de Ayax,
Flatotrato- ñatotrat.
BAGO.
¿Qué es ese flatotrat? ¿En Maratón, ó dónde has
recogido ese canto de aguadores?
ESQUILO.
No; yo di á lo que era ya bueno una forma igual-
mente bella, para que no se dijese que cogía en el
jardín sagrado de las Musas las mismas flores que
Frínico (1). Pero Eurípides, para tomar sus can-
tos, acude á los de todas las meretrices, y á los es-
colios de Meleto (2), á los aires de la flauta caria^ á
los acentos doloridos, y á los himnos coreográficos,
como os lo voy á demostrar sobre ia marcha.
Traedme una lira. ¿Pero qué necesidad hay de lira
para este? ¿Dónde está ia mujer que toca las cas-
tañuelas? Ven, oh Musa de Eurípides. Tú eres la
única digna de modular sus canciones.
(1) Parece natural que sea el poeta traiiico; (tero el
Escoliasta dice que Esquilo se retitM-e al Ih'kío.
(2) Poeta trágico y lírico de rdn^uii mériio. Se cree
<iue es el mismo que sostuvo la acusación cof"';* Sócrates.
42
178
COMEKIAS DE ARISTÓFANES.
BAGO
^.No ha imitado nunca esa Musa á las Les-
benses?;!).
ESQUILO (2).
Alciones que gorjeáis sobre lan olas
Infinitas del piélag-o salado,
Con g'otas titilantes
De rocío menudas y cambiantes
El nítido plumaje salpicado;
Arañas que en los lóbreg-os rincones
De las habitíiciones
Hi'i-i lais (3) la trama prodigiosa
Con la pata ligera,
Y con la reseñante lanzadera. •
El delfín cautivado
Por el son de las flautas delicadas,
A'igurando un buen viaje,
Salta regocijado
En torno de las proas azuladas.
Adorno de la vid, crespo follaje,
Sostén lozano del racimo bello,
í I) Eü sus nefynd;ts torpezas.
(2) Ceiilon de versos tomados i]e h ffipsípile, a' Me-
leagro, la Ifigenia en Tauride. y la hiedra de Eurípides,
sin t-nlace ninguno y citad'>s sin más objeto que demos-
trar defectos de ritnio que no podemos apreciar los mo-
dernos.
(3) Esla repetición de una misma vocal es una burla
que ei poeta hace de la costumbre de cantar varias notas
solre una misma silaba que iba introduciéndose en la
melopea; lal vez serian una especie de grupetli djio-
ritwri.
LAS RANAS.
179
Enlaza, hijo, tus brazos á mi cuello.
¿Ves tú el ritmo?
Lo veo.
iCómo! ¿Lo ves?
Lo veo.
BAGO.
ESQUILO.
B\Cü.
ESQUILO.
¿Y tú, autor de semejantes versos; tú que imitas
al componerlos las doce posturas de Cirene (1), te
atreves á censurar los míos? Tales son sus cantos
líricos: examinemos ahora sus monólogos (2):
Oscuridad profunda de la noche,
Del fondo de tu abismo tenebroso
¿Qué ensueño pavoroso
Envías á mi mente conturbada?
Sin duda es un aborto del averno,
, Un alma inanimada,
De horrible aspecto y de letal mirada.
Un hijo de la no^he y del infierno,
De uñas de acero y veste rozagante.
La lámpara brillante.
Esclavas, encended, y al cristalino
Rio hurtadle la linfa en vuestras urnas;
Calentadla y podré de este divino
(1) Famosa cortesana qum dmdecim venéreas staturat
prq/itehatur. Esquilo increpa de nuevo á Eurípides sobre
la inmoralidad de sus dramas.
(2) Parodia del monólogo de Hécuba, en la tragedia de
este título, y de otros pasajes desconocidos para nosotros.
480
COMEDIAS I)E ARISTÓFANES.
Sueño purificarme,
Que en las horas nocturnas
Ha venido espantoso á atormentarme.
¡Oh Neptuno! ¿Qué es esto?
El prodigio funesto
Ved, mis consortes en destino impío,
lAh! Glice sin entrañas
Huye, huye, y se lleva el g^Uo mió!
¡Ninfas de las montañas,
Y tú, Mánia, prended, prended á Glicel
Yo que estaba ¡infelice!
A mi labor atenta
El blanco lino hi-i-i-i ilando
Que mi rueca cubría,
Y el ovillo formando
Que al despuntar el dia
En la plaza pensaba
A buen precio vender; mas él volaba
¡Ayi volaba (1) y con alas incansablps
Por el éter cruzaba;
Y penas, penas jay! interminables,
Me dejó solamente,
Y tristezas y enojos,
Y convertidos en perenne fuente
De lágrimas, de lágrimas mis ojos!
Cretenses, acudil; hijos del Ida,
Con el arco homicida
(1) Esta repetición y las siguientes se encuentran en
el texto oiú'inal, y son parodia del estilo de Eurípides, en
que eran muy frecuentes.
LAS RANAS.
181
En mi auxilio volad, cercad la casa; •
Divina cazadora,
Diana gentil, acude con tus canes
Y registra los últimos desvanes.
Hécate, hija de Júpiter, enciende
Dos antorchas, y guía
A la mansión de la ladrona Glice;
Quizá, quizá á su luz, ¡ay iafelice!
Pueda encontrar la pobre hacienda mia.
BAGO.
Basta de coros.
ESQUILO.
Si, basta. Ahora quiero traer una balanza, pues
es el único medio de aquilatar el valor de nuestra
poesía, y calcular el peso de nuestras palabras.
BAGO.
Vamos, venid. Me veo reducido á vender por li-
bras el numen de los poetas, como si fuese queso (1).
GORO.
Las gentes de talento son muy ingeniosas. Hé
ahí una idea peregrina, admirable y extraña que
antes á nadie se le habia ocurrido. Yo, si alguno
me lo hubiese contado, no le hubiera dado crédito
pensando que deliraba.
BAGO.
Ea, acercaos á los platillos.. .
ESQUILO Y EURÍPIDES.
Ya estamos.
(1) Se acerca á una gran balanza que acaban de traer
á la escena.
i82
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
BAGO.
Recitad teniéndolos cogidos, cada uno un verso,
y no los soltéis hasta que yo dig-a: ¡Cucúl
ESQUILO Y EURÍPIDES.
Ya están cogidos.
BAGO.
Decid ya un verso sobre la balanza.
EURÍPIDES.
«¡Oh, si el Argos jamás volado hubiera!...» (1)
ESQUILO.
€¡0h lio Esperquio! ¡oh pastos de los torosl...» (2).
BAGO.
¡Cucú! Soltad. ¡Oh! el verso de Esquilo baja mu-
cho más.
EURÍPIDES.
¿Por qué?
BAGO.
Porque, á ejemplo de los vendedores de lana, ha
mojado su verso, poniendo en él un rio, y tú le has
aligerado poniéndole alas.
EURÍPIDES.
Que recite otro y lo pese.
BAGO.
Coged de nuevo los platillos.
ESQUILO Y EURÍPIDES.
Ya están.
(4) Verso primero de la Medea de Eurípides. El Argoi
es el novio en el cual hicieron los héroes griegos su ex-
pedición á laCólquide.
(t>) Verso del Filoctétet de Esquilo. El Esperquio era
un rio de Tesalia que nacía en el Pindó y desembocaba ea
el golfo Maliaco.
LAS RANAS.
isa
BAGO. (A Eurípides,)
Di.
EURÍPIDES.
«De la Persuasión dulce es la elocuencia
El único santuario...» •!).
ESQUILO.
«Sólo la muerte es la deidad que no ama
Las oblaciones pías...» (2).
BAGO.
Soltad, soltad. De nuevo la balanza cae hacia d
lado de Esquilo; y es porque ha echado en el plato
la Muerte, que es el más pesado de los males.
EÜRÍl'IDES.
Y yo la Persuasión; mi verso es inmejorable.
BAGO.
Pero la Persuasión es cosa ligera y de poco peso.
Vamos, busca entre tus versos más pesados uno
muy robusto y vigoroso que incline la balanza a
tu favor.
EURÍPIDES.
¿Pero dónde encontrarlo? ¿dónde?
BAGO.
Yo te lo diré: «Aquiles ha sacado dos y cua-
tro» (3). Recitad; esta es la última prueba.
iW Verso de la Antigona de Eurípides. El sentido es
que Vara persuadir no es preciso decir la verdad, s.uo
hablar bien. . , ^ •, ,
m Verso de la Mohe de Esquilo.
3 Verso del Telefo de ^ur pules Aqul.sug.baea
es a tragedia á los dados, cuya «'•■-«"fVífil silbada
pWmirse en otra representac.on, por haber sido silbada.
i 84
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EURÍPIDES.
«Se apoderó de una ferrada maza...» (1).
ESQUILO.
«El carro sobre el carro, y el cadáver
Sobre el cadáver...» (2)
BACo. fA Eurípides).
Otra vez te ha vencido.
EURÍPIDES.
^Cónjo'^
baco.
Ha puesto dos carros y dos cadáveres, cayo peso
no podrían levantar ni cien Egfipcios (3).
ESQUILO.
Dejémonos de disputar verso por verso: póng-ase
Eurípides en un plato de la balanza, coa sus hijos,
su mujer, Cefisofon (4) y todos sus libros, y yo
pondré solamente dos versos en el otro.
B\C0.
Ambos poetas >on amig-o^ míos, y no quiero de-
cidir la cuestión, pues sentiría enemistarme con
uno de ellos. El uno me parece muy diestro; el
otro me encanta.
PLUTON.
Entonces no has logrado el objeto de tu viaje.
(1) Verso del JiWiJff^ro de Eurípides.
(i) Verso del Glauco úq Esquilo.
(3) Muchos de los mozos de cordel y cargadores de
Aleñas eran Egipcios.
(4) Amigo de Eurípides ya citado.
LAS RANAS.
185
BACO.
fj SÍ soutencio?
PLUTON.
Te llevarás al que prefieras; y no habrás hecho
en balde el viaje.
BACO.
ciracias, Pluton. Ahora, escuchadme; yo he ba-
jado aquí en busca de un poeta...
EURÍPIDES.
/Para qué?
BAGO.
Para que la ciudad, una vez libre de peligros (1),
hag-a representar sus tragedias. Estoy resuelto á
llevarme aquel de vosotros que me dé un buen
consejo para la república. Decidme: ¿qué pensáis
de Alcibiádes? Esta es cuestión que ha puesto á
parir á Atenas (2).
EURÍPIDES.
¿Y qué piensa de él?
BAGO.
;.Qué piensa? Le desea, le aborrece y no puede
pasarse sin él. Vamos, decid vuestra opinión.
EURÍPIDES.
Detesto al ciudadano lento en ayudar á su pa-
tria, pronto en hacerla daño, hábil para el propio
interés, torpe páralos del Estado.
(1) La situación de Atenas era al representarse La9
Ranas sumamente crítica.
(^2) Alcibiádes estaba entonces fugitivo de Atenas, y
muclias pei*8onas trabajaban para que volviese.
ú^
i86
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
BAGO.
¡B'en, por Neptuno! Sepamos ahora tu parecer.
ESQUILO.
No conviene criar en la ciudad al cachorro del
león. Lo mejor es esto; pero una vez criado, es ne-
cesario someterse á sus caprichos.
BAGO.
Por Júpiter salvador, quedo en la misma inde-
cisión; el uno habló con ingenio y el otro con cía-
ridad. Decidme ambos vuestra opinión sobre los
medios de salvar la repáblica.
EURÍPIDES.
Poniendo á Cinesias, á molo de alas, sobre Cleó-
crito (l),de suerte que el viento se llevase á ambos
sobre las olas del mar...
BAGO.
La idea es chistosa, pero ¿á dónde vas á parar?
EURÍPIDES.
Cuando hubiera una batalla naval podrían echar
vinagre á los ojos de nuestros enemigos. Pero voy
á deciros otra cosa.
BAGO.
Di.
EURÍPIDiíS.
Si confiamos en lo que ahora desconfiamos, y
desconfiamos en lo que ahora confiamos...
LAS RANAS.
187
BAGO.
¿Cómo? No entiendo. Dilo más llana y compren -
giblemeate.
EURÍPIDl^S.
Si desconfiamos de los ciudadanos en que lioy
confiamos, y empleamos á los que tenemos en ol-
vido, quizá nos salvaremos. Pues si con aqutiios
somos infelices, ¿no conseguiremos ser felices em •
picando á sus contrarios?
BAGO.
¡Admirable! Eres el hombre más ingenioso, un
verdadero Palamédes (1). Dime, ¿esa idea es tuya
ódeCefisofon?(2).
EURÍPIDES.
Es mía; la del vinagre es de-^efifiofoii: " -* ^^r' ^^
BAGO.
„-#-
¿Qué dices tú? ' >"'
ESQUILO. ^ . , 1
Díme antes á quiénes emplea la república. ¿A."" '
los hombres de bien?
BAGO.
No; los aborrece de muerte.
ESQUILO.
¿Le agradan los malos?
f if
(1) Cinesias era sumamente flaco, y Cleócnto muy alto
y grueso. A éste le Uamaban el avesiruz, por su elevada
estatura.
({) Tenía talento inventivo. Se le atribuyen la inven-
ción de los pesos, las medidas, los juegos de dados y de
las cuatro letras ©, f, +, X.- . - . ■ n c
(2) Alusión á la participación que se decía tenia Ceíiso-
fon en las tragedias de Eurípides.
188
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
189
BaCU.
Tampoco; pero la necesidad ie obliga á echar
mano de ellos.
ESQUILO.
^.Qué medios de salvación puede haber para una
ciudad que no quiere paño fino ni burdo"^ (1).
BAGO.
Por favor, Esquilo, discurre alguno que nos sa-
que del abismo.
ESQUILO.
En la tierra te lo diré; aquí no quiero.
B.\ Cü.
De ningún modo; envíales desde aquí la feli-
cidad.
ESQUILO.
Se salvarán cuando crean que la tierra de sus
enemigos es suya, y la suya de sus enemigos; y
que sus naves son sus riquezas, y sus riquezas su
ruina (2).
BAGO.
Muy bien; pero los jueces lo devoran todo. (3).
PLUTON. 'A Baco.)
Sentencia.
(4) Es decii\ que no le agrada ni el partido aristocrá-
licu ni el democrático. ■ j n - i«e
• H) Aristófanes reproduce el sabio consejo de Peritles,
que'consideraba que la verdadera fuerza de Atenas estaba
en la marina, y que nada importaba fuese devastado su
territorio. , . r . d««>..
(3) Alusión á su salario, que, al representar LJiKanaSy
era de dos óbolos, y que absorbia grandes sumas que po-
dian ser destinadas al mantenimiento de la flota.
BAGO.
Sentenciad vosotros. Yo elijo al predilecto de mi
corazón.
EURÍPIDES.
Tomaste á los dioses por testigos de que me lle-
varlas. Sé fiel á tu juramento y elige á tus amigos.
BAGO.
«La lengua ha jurado» (1), pero escojo á Esquilo.
«rr: EURÍPIDES.
¿Qué has hecho, miserable?
BAGO. ■'
¿Yo? Declarar vencedor á Esquilo. ¿Por qué no?
EÜRÍPlDTíS.
¿Y áan te atreves á mirarme á la cara después
de tu vergonzosa felonía?
BAGO.
¿Hay algo vergonzoso mientras el auditorio no
lo tenga por tal?
EURÍPIDES.
Cruel, ¿me vas k dejar éntrelos muertos?
B^GO.
¿Quién sabe si el vivir es morir, si el respirar es
comer, si el sueño es nn vellón? (2).
PLUTOV.
Entrad. Baco, ven conmigo.
UAGO.
¿Para qué?
(4) Frase del Ilipóliti do Eurípides, muchas veces ci-
tada.
(2) Parodia de varios p.-isajt^s de Eurípides.
190
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS RANAS.
191
PLÜTON.
Para que os dé hospitalidad antes de que partáis.
BAGO.
Bien dicho, por Júpiter; eso me agrada más.
CORO.
¡Feliz el poseedor de toda la sabiduría! Mil
pruebas lo demuestran. Esquilo, gracias á su in-
genio y habilidad, vuelve á su casa para dicha de
sus conciudadanos, amigos y parientes. Guardó-
monos de charlar con Sócrates, despreciando la
música y demás accesorios importautes de las Mu-
sas trágicas. El pasarse la vida en discursos enfá-
ticos y vanas sutilezas, es haber perdido el juicio.
PLUTON.
Parte gozoso, Esquilo; salva nuestra ciudad con
tus buenos consejos y castiga á los tontos: ¡hay
tantos! Entrega esta caerda (1) á Cleofon (2), esta
á los recaudadores Mirmex y Nicómaco (3), y ésta
á Arquénomo (4), y diles que se vengan por aquí
pronto y sin tardar. Pues si no bajan en seguida, los
agarro, los marco á fuego (5), y atándolos de pies
(1) Para que se ahorquen.
(2) Extranjero inflnvcn'.e, enemigo de la paz.
(3; Rt' cauda (lo res concusionarios. Contra Nicómaco se
ha conservado un alegato de Lisias.
(4) Desconocido.
(.")) Como á los esclavos fugitivos.
y manos con Aümante (1), hijo de Leucólofo, los
precipito, hechos un fardo, á los infiernos.
ESQUILO.
Cumpliré tas órdenes: coloca tú en mi trono &
Sófocles para que me lo conserve y guarde, por si
acaso vuelvo; porque después de mí, le creo el
más hábil. En cuanto á ese intrigante, impostor y
chocarrero, haz que jamás ocupe mi puesto, aun
cuando quieran dárselo contra su voluntad.
PLUTON. fAl Coro.J
Alumbradle con vuestras sagradas antorchas, y
acompañadle cantando sus propios himnos y coros.
CORO.
Dioses infernales, conceded un buen viaje al
poeta que retorna á la luz, y á nuestra ciudad
grandes y sensatos pensamientos. De esta suerte
nos libraréis de los grandes males y del horrible
estruendo de las armas. Cleofon y los que como él
piensan, vayanse á pelear á su patria (2).
(1) General ateniense que mandaha parle d.; la flota.
(Í2) Da á entender que son extranjeros. ^
FIN DE LAS RANAS.
I
LAS JUNTERAS.
TOMO ni.
43
IB
NOTICIA PRELIMINAR.
¥t
Protág-oras, y después Platón, en sus tratados de
Repiíbllca, hablan sentado teorías peligrosas, que
el mág-ico estilo del seg-undo hacía más de temer.
Aparte de mil innovaciones en lo relativo al g*o-
bierno y administración de los Estados, las ideas
más repug'nautes á la naturaleza humana, que des-
cuellan en la repúbKca del fundador de la Acade-
mia, son las relativas á la comunidad de bienes, y
sobre todo á la de hijos y mujeres, reglamentada
con detalles dig-nos de una ley para el fomento de
la cria caballar (1). Aristófanes, que ya habla com-
batido euérg-icamente á los filósofos en Las Nubes,
vuelve á la carg-a contra ellos en Las Jiirderas (2),
cubriendo de ridículo sus hipótesis y quimeras so-
(1) V. La República, lib. v.
(2) Esla nos parece la traducción más breve y exacta
del 'Ey.y.XT¡7iiCoujat. Otros traducen Las Arengadoras (Ru-
bio y Ors.' Apuntes para una Hist. de la Sat.^ p. í27), ó el
Congreso de las Mujeres. (Camús, Estudios de lit, griega^
ya citados.)
í
I
NOTICIA PRELIMISAB.
197
COMEDIAS OE ARISTÓFANES .
196
bre los do? puntos principales que acabamos de in-
dicar- y mostrando con una serie de cuadros y de
escenal llenas de colorido y de verdad, los extre-
mos á que conducirla el planteamiento de un co-
munismo absurdo.
El poeta se vale en Las Jmleras como en La Li-
sistmta del sexo femenino para lograr su objeto,
presentándonos una nueva conspiración mujeril.
Las Atenienses, capitaneadas por Praxáfrora, re-
suelven introducir cambios fundamentales en la
constitución de la República. Disfrazadas de hom-
bres armadas de bastones lacedemonios, envuel-
tas en los mantos de sus maridos, y oculto el ros-
tro en sendas barbas postizas, invaden el Pnis ilu-
tes de amanecer, no sin haber tenido un ensayo
de oratoria. Aprovechándose de la pereza de los
ciudadanos y de lo que les retrasa el no hallar sus
vestidos, hacen aprobar una by establscienlo la
comunidad más completa en los bienes y en los
ffoces del amor. Sigúese una admirable escena del
mi==mo corte de la del Justo y el Lijuslo en Las
Nubes, en la cual Aristófanes pinta de mano maes-
tra esos dos eternos tipos del bueno y del mal ciu-
dadano, del hombre amante déla justicia y del que
sólo atiende á su particular interés. Vienen después
otras en que varias viejas y una muchacha se dis-
putan, con arreglo á las disposiciones recientes,
el amor de un hermoso joven, descendiendo en
ellas la Musa aristofánica, como lo resbaladizo del
asunto hace suponer, á su acostumbrada licencia
y obscenidad.
En esta comedia no hay que buscar el desarrollo
de la acción, nudo, intriga ni desenlace , pues no
es como casi todas las de Aristófanes, especial-
mente Las Rmas y La Paz, mis que una serie de
cuadros y animadas pinturas llenas de alegría, de
chistes, de sales cómicas y de verdad. Entre los
especiales méritos de Las Junteras, es de notar la
elevación y gracia de su estilo, que en casi todas
sus escenas tiene, al decir de Brumoy (1), un aire
tráo-ico, parodia del de L% Memlipe de Eurípides,
en que éste delineaba el tipo de la mujer-filósofo,
Y que en las arengas preparatorias presenta bur-
lescas imitaciones de los discursos que solían pro-
nunciarse en el Pnix.
Las Junteras, según el dato nada más que pro-
bable que su verso 194 nos proporciona, deburon
representarse el año 393 antes de Jesucristo, pues
la aUanza de que dicho pasaje hace mención, se
cree fuera la de los Atenienses con los de Corinto,
Beocia y Argólida, en contra de Esparta, la cual
se pactó en el referido año.
En esta comedia falta la parábasis, sin duda por-
que, después de la toma de Atenas por Lisandro, el
gobierno de los Treinta prohibió á los poetas có-
micos hacer alusiones personales y atacar la polí-
tica, reduciéndolesá los limitesdeli sátira general.
(1) Le Ihéatre des Orees, t. vi. pág. 313.
i
PERSONAJES.
PraxAgoka.
Varias Mujeres.
Coro de Mujeres.
Blépiro.
Un Hombre.
Crémes.
Ciudadano l.^ que aporta
sus bienes al común.
Ciudadano 2.°, que no los
aporta.
Un Heraldo.
Varias Viejas.
Una Joven.
Un Joven.
Una Cki^da.
El dueño.
La acción pasa en la plaza pjííblica de Aténa».
LAS JUNTERAS.
•
f
PBAxiGoaA. (Adelantándose con una lámpara en la
m%río,)
¡Brillante resplandor de mi lámpara de arci-
lla (1), que desde esta altura atraes todas las mira-
das; tú, cuyo nacimiento y aventuras quiero ce-
lebrar, hija de la rápida rueda del alfarero, émula
del sol por el fulg-or radiante de tu pábilo, haz con
los movimientos de tu llama la convenida señal!
Tú eres la única confidente de nuestros secretos,
y lo eres con motivo, pues cuando en nuestros dor-
mitorios ensayamos las diferentes posiciones del
amor, sola nos asistes, y nadie te rechaza por tes-
tiguo de sus voluptuosos movimientos. Tú sola, al
abrasar su veg-etacion feraz, iluminas nuestros re-
cónditos encantos (2). Tú sola nos acompañas
(1) Parodia de algunos prólogos de tragedia.
(2) In arcanos usque feminum recessus deustulans pullu-
lantes pilos. Sobre esta costumbre véase Za* Fiestas d»
Céres, 216, 242, 291; Lisístrata, 821.
•
202
COMEDIAS DE ARISTOFXNES.
cuando furtivamente penetramos en las despensas
llenas de báquicos néctares y sazonadas frutas; y,
aunque cómplice de nuestras fechorías, jamás se
las revelas á U vecindad. Justo es, por tanto, que
sepas también los actuales proyectos aprobados
por las mujeres mis amibas en las fiestas de los
Esciros (1). Pero ning-una de las que deben acudir
se presentí, y empieza ya á clarear el dia y de un
momento á otro dará principio la asamblea. Es
necesario apoderarnos de nuestros puestos, que,
como yo recordaréis, dijo el otro dia Firómaco (2),
deben ser los otros (3), y una vez sentadas, man-
tenernos ocultas. ¿Qué les ocurrirá? ¿Quizá no
habrán podido ponerse las barbas postizas como
quedó acordado? ¿Les será difícil apoderarse de los
trajes de sus maridos? — ¡Ah! allí veo una luz que
se aproxima. Voy á retirarme un poco, no sea un
hombre.
MUJER PRIMERA.
Ya es hora de marchar: cuando salíamos de
(i) Estas fiestas se celebraban en el mes Escirofórion,
que de ellas tomaba nombre, correspondiente á nuestro
Junio. Paseábanse en ellas las estatuas de los dioses bajo
doseles ó palios llamados (7/.^po<.
(2) Desconocido.
(3) Sin duda Firómaco, después de hablar de los asien-
tos que las mujeres debian ocupar en los espectáculos,
llamó á los d3 los hombres ti; sxspK, los otros. Praxágora
trata, pues, de apoderarse de éstos para realizar sus pla-
nes. Este pasaje ha suscitado muchas dificu'tadcs para su
inteligencia, por haberse leido por muchos editores xá<
IxaípQc;, las cortesanas.
LAS JUNTERAS.
205
casa, el heraldo ha cantado por segunda vez (1).
PRAXÁGORA.
Yo he pasado toda la noche en vela esperándoos.
Aguardad, voy á llamar á esta vecina arañando
suavemente su puerta; porque es preciso que su
marido nada note.
MUJER SEGUNDA.
Ya he oído, al ponerme los zapatos, el ruido de
tus dedos, pues no estaba dormida; pero mi esposo,
que es un marinero de Salamina, no me ha dejado
descansar en toda la noche; en este mismo mo-
mento he podido por fin apoderarme de sus ves-
tidos.
MUJER PRIMERA.
Ya vienen Clináreta, Sóstratay su vecina Filéneta.
PRAXÁGORA.
¡Apresuraos! Glice ha jurado que la que Ueg'ue
la última pagará en castigo tres congrios de vino
y un quénice de g'arbanzos.
MUJER PRIMERA.
¿Ves á Melística, la mujer de Esmicition, que
viene con los zapatos de su marido? Esa es la
única, á mi parecer, que se ha separado sin difi-
cultad de su esposo.
MUJER SEGUNDA.
Mirad á Gensístrata, la mujer del tabernero, con
su lámpara en la mano, acompañada de las espo-
sas de Filodoreto y Querétades.
■I
i'
\\
(i) Este heraldo es un gallo.
^04
COMEDIAS DE AHI3TÓFANES.
LAS JUNTERAS.
205
PRAXÁGORA..
Veo también á otras muchas, ñor y nata de la
ciudad, que se dirigen hacia nosotras.
MUJER TERCERA.
Querida mia, me ha costado un trabajo infinito
el poder escaparme de casa sin que me vieran. Mi
marido ha estado tosiendo toda la noche (1) por
haber cenado demasiadas sardinas.
PRAXÁGORA.
Sentaos; y ya que estáis reunidas, decidme si
habéis cumplido ó no lo que acordamos en la fiesta
de los Esciros.
MUJER CUARTA.
Yo sí. Lo primero que hice, como convinimos,
fué ponerme los sobacos más hirsutos que un ma-
torral. Después, cuando mi marido se iba á la pla-
za, me untaba con aceite de pies á cabeza, y me
tostaba al sol durante todo el dia (2).
MUJER QUINTA.
Yo también he suprimido el uso de la navaja (3)
para estar completamente velluda, y no parecer
mujer en nada absolutamente.
PRAXÁGORA.
¿Traéis las barbas con que acordamos presen-
tarnos todas en la asamblea?
MUJER CUARTA.
¡Por Hécate! yo teng-o una hermosísima.
(1) Tota menocte usque, et usque agitavit en stragulis.
m Para tener el culis más moreno y varonil.
(3) Para afeitarse. Oti-as veces empleaban una lam-
para coa el mismo objeto.
MUJER QUINTA.
Y yo otra más bella que la de Epícrates (1).
PRAXÁGORA.
Y vosotras ¿qué decís?
MUJER CUARTA.
Hacen señas afirmativas.
PRAXÁGORA.
También veo que os habéis provisto de lo de-
mas; pues traéis calzado lacedemonio, bastones y
trajes d^ hombre, como dijimos.
MUJER SEXTA.
Yo traig'o el bastón de Lamia, á quien se lo he
quitado mientras dormía.
PRAXÁGORA.
Es uno de aquellos bastones bajo cuyo peso se
doblega (2).
MUJER SEXTA.
iPor Júpiter salvador! si ese hombre se pusiera
la piel de Argos (3), sería el único para adminis-
trar la cosa pública.
PRAXÁGORA.
Ea, mientras hay todavía estrellas en el cielo
(]) Orador dema^os^o. Su barba era tan espesa y cre-
cida que le bajaba hasta la cintura, cubriéndole todo el pe-
cho á guisa de escudo, por lo cual se le llamaba aaxEcr-
«opo;.
/fi)\ Pedit
3 Pasí^je difícil de comprender por aludirá alguna
circunstancia que nos es desconocida. La conjetura mjs
probable es la de que, si Lamia tuviera ingenio Y P^'^P '
cacia, como audacia y fuerza, sena un demagogo muy
influyente.
Í06
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
207
dispongamos lo que debemos hacer; pues la asam-
blea, para la cual venimos dispuestas, principiará
con la aurora.
MÍJJER PRIMERA.
¡Por Júpiter! tú debes tomar asiento al lado de
la tribuna, frente á los Pritáneos.
MUJER SÉTIMA.
Yo me he traido esta lana para carmenarla du-
rante la asamblea.
PRAXÁGORA.
¿Durante la asamblea? ¡desdichada! •
MUJER SÉTIMA.
Sin g-énero de duda, j; Dejaré de oir porque esté
cardando? Tengo á mis hijitos desnudos.
PRAXÁGORA.
¡Esta quiere cardar cuaado es preciso no dejar
ver á los asistentes ning*una parte de nuestro
cuerpo! ¡Estarla bonito que en medio de la multi-
tud una de nosotras se lanzase á la tribuna, y se
dejase ver al natural! (1). Por el contrario, si en-
vueltas en nuestros mantos ocupamos los primeros
puestos, nadie nos reconocerá; y si además saca-
mes fuera del embozo nuestras soberbias barbas v
las dejamos extenderse sobre el pecho, ¿quien será
cai>az de no tomarnos por hombres? Ag-irrio (2),
(i) Os tendere t Phornissium, Este general era muy
veiludo: significat inde Praxigora pudendum muliebre.
(2) General ateniense, de coslumbres depravadas que,
sin duda para aparecer más respetable se dejaba crecer la
barba. Fué objeto de muchos ataques de los poetas có-
micos, cuyos derechos suprimió. (Véase Jenofonte, Be-
lén,, s, 8, 31.)
^acias á la barba de Prónomo (1), engañó á todo
el mundo: antes era mujer, y ahora, como sabéis,
ocupa el primer puesto en la ciudad. Por tanto, yo
03 conjuro por el dia que va á nacer, á que acome-
tamos esta audaz y garande empresa para ver si
logramos apoderarnos del g-obierno en pro de la
república; porque al presente ni á remo ni á vela
se mueve la nave del Estado.
MUJER SÉTIMA.
¿Pero cómo podrán encontrarse oradores en una
junta de mujeres?
PRAXÁGORA.
Nada más fácil. Es cosa corriente que los jóvenes
más disolutos sean en g-eneral los de mejor pala-
bra; y, por fortuna, esta condición no nos falta á
nosotras.
MUJER SÉTIMA.
No só, no sé; la inexperiencia es peligrosa.
PRAXÁGORA.
Por eso mismo nos hemos reunido aquí, para
preparar nuestros discursos. Vamos, poneos pronto
las barbas, tú y todas las que se han ejercitado en
hablar.
MUJER OCTAVA.
Pero, loca, ^.quién de nosotras no sabe hablar?
PRAXÁGORA.
Ea, ponte la barba y conviértete cuanto antes en
hombre. Aquí dejo las coronas (2); ahora me voy á
(1) Flautista notable por su hermosa barba.
(2) Que se ponian los que hablaban en público .
208
COMEDIAS PE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
209
plantar yo también la barba, por si acaso tengo
necesidad de decir alg*o.
MUJER SEGUNDA.
Querida Praxá^ora, imira, mira qué ridiculez!
PRAXÁGORA.
¿CkSmo ridiculez?
MUJER 9RGUXDA.
Nuestras barbas parecen una sarta de calamares
asados.
PRAXÁGORA.
Purificador, da vuelta con el g-ato (1): adelante:
silencio. Arifrádes (2), pasa y ocupa tu puesto.
¿Quién quiere usar do ia palabra?
MUJER OCTAVA.
Yo.
PRAXÁGORA.
Ponte esa corona (3), y buena suert
MUJER OCTAVA.
Ya está.
PRAXÁGORA.
Principia, pues.
MUJER OCTAVA.
¿Antes de beber?
PRAXÁGORA.
¿Cómo beber?
(1) En vez del cochinillo, con cuya sangre se purificaba
ei recifitode la asamblea. (Véase Los Acamienses.)
(2) Sus impurezas fueron analemalizadas en Los Caba-
lleros, Aquí lo mezcla entre las mujeres por sus costum-
bres afeminadas.
(3) Estas coronas eran generalmente de olivo verde.
MUJER OCTAVA.
Pues si no, necia, ¿para qué necesito la corona?
PRAXÁGORA.
Vete; quizá allí nos hubieras hecho lo mismo.
MUJER OCTAVA.
¿Pero suelen beber los hombres en la asamblea?
PRAXÁGORA.
¡Vuelta al beber.'
MUJER OCTAVA.
Sí, por Diana, y de lo más puro. Por eso, á los
que los examinan y estudian detenidamente les
parecen sus insensatos decretos resoluciones de
borrachos. Además, si no hubiese vino, ¿cómo ha-
rían las libaciones á Júpiter, y demás ceremonias?
Por otra parte, suelen maltratarse como personas
que han bebido demasiado, y los arqueros se ven
obligrados á llevarse de la asamblea á más de un
borracho revoltoso.
PRAXÁGORA.
Vete y siéntate; no sirves para nada.
MUJER OCTAVA.
Para eso, maldita la falta que me hacía el haber-
me puesto la barba: la sed me abrasa las entrañas.
PRAXÁGORA.
¿Hay algfuna otra que quiera hablar?
MUJER NOVENA.
Yo.
PRAXÁGORA.
Pues ponte la corona: la cosa marcha. Procura
pronunciar un discurso bello y vig-oroso, apoyán-
dote con majestad sobre tu báculo.
TOMO III.
44
240
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LAS JUNTERAS.
214
MUJER NOVENA.
«Hubiera deseado ciertamente que cualquiera de
los que están avezados á las lides oratorias me hu-
biera permitido con lo excelente de sus proposi-
ciones permanecer tranquilo en mi lugar; mas no
puedo consentir, por lo que á mí respecta, que en
las tabernas se construyan aljibes (1). ¡No, por
las dos diosas!...»
PRAXÁGORA.
¡Por las dos diosas! (2) ¿En qué estás pensando,
desdicbada?
MUJER NOVENA.
¿Qué hay? todavía no te he pedido de beber.
PRAXÁGORA.
Es verdad; pero, siendo hombre, has jurado por
las dos diosas: lo demás ha estado bien.
MUJER NOVENA.
Tienes razón, por Apolo.
PRAXÁGORA.
¡Basta! no doy un paso para ir á la asamblea
sin que todo quede perfectamente arreg-lado.
MUJER NOVENA.
Dame la corona: voy á arengar de nuevo. Ahora
ya creo que lo he pensado bien. «En cuanto á mí,
oh mujeres aquí reunidas »
PRAXÁGORA.
¡Desdichada! ahora dices «mujeres» en vez de
hombres.
(4) Donde los antiguos conservaban el vino.
(2) Era un juramento peculiar á las mujeres.
MUJER NOVENA.
Epígrono (1) tiene la culpa. Le estaba mirando, y
he creido que hablaba delante de mujeres.
PRAXÁGORA.
Retírate átu asiento. Yo misma hablaré por vos-
otras y me ceñiré la corona, pidiendo antes á los
dioses que concedan un éxito feliz á nuestra em-
presa.
«La felicidad de este país me interesa tanto como
á vosotros, y me conduelen y lastiman los desórde-
nes de nuestra ciudad. Véola, en efecto, siempre
gobernada por perversos jefes; y conüdero que si
uno lleg-a á ser bueno un solo dia, luég-o es malo
otros diez. ¿Queréis encomendar á otro el g-obicrno?
de seg*uro que será peor. Difícil es, ciudadanos, cor-
reg'ir ese vuestro descontentadizo hu mor, que os hace
temer á los que os aman, y suplicar incesantemente
á los que os detestan. Hubo un tiempo en que no
teníamos asambleas, y pensábamos que Ag'irrio(2)
era un bribón; hoy que las tenemos, el que recibe
dinero no tiene boca para ponderarlas; mas el que
nada recibe, juzg-a dig-nos de pena capital á los
que trafican con las públicas deliberaciones.»
MUJER PRIMERA.
¡Muy bien dicho, por Yénus!
PRAXÁGORA.
¡Infeliz, has nombrado á Venus! Nos dejarás lu-
cidas si sales con esa pata de g-allo en ia asamblea.
(i) Bardaje desconocido.
(í2) Citado poco antes.
212
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
LAS JUNTERAS.
2d3
MUJER PRIMERA.
Pero no lo diré.
PRAXÁGORA.
Bueno es que no te acostumbres.
«Cuando deliberábamos sobre la alianza (1), todo
el mundo decía que era inminente la perdición de
la república si no se lle^faba á hac er: bízose por fin,
y todo el mundo lo llevó tan á mal, que el orador
que la habla aconsejado buyo y no ha vuelto á pa-
recer (2). Es necesario armar naves— sostienen los
pobres.— No es necesario— opinan los labradores y
los ricos.— ¿Os indisponéis con los Corintios? Ellos
03 pa^n en la misma moneda. Ahora, pues, que
los tenéis amig-os, sedlo vosotros también. El ar-
givo es ignorante; pero Hierónimo es un sabio (3).
¿Asoma una lig'era esperanza de salvación? (4) en
seguida la rechazáis... Ni el mismo Trasibulo (5)
si fuese llamado (6)
(l) Esta alianza es la de los Atenienses con los Corin-
tios, Beocios y Argivos, contra Lacedemonia. (Véase la No-
ticia preliminar, nota.) „ u- ^.
(-2) Este orador fué Conon probablemente. Habiendo
pasado al Asia menor, fué h^.clio prisionero y encarcelado
en Sardes por Teribázes, sátrapa persa. (Véase Cornelio
Nepote, Vida de Go non.)
(3) General al cual encomendó Conon el mando de
la Ilota, al partir á Persia. (Véase Diodoro Sículo, xiv, 81.)
fcl Escoliasta toma 'ap-jsroc por nombre propio. El elogio
á Hierónimo es irónico. , ^ „ ,,/.-,
(4) Aristófanes alude á la batalla naval de Cnido, ga-
nada por Conon á los Lacedemonios. , , . •,
(5) Éste, que libertó á Atenas en 401, estaba alejado
con un pretexto honroso. . v. a
(6) Falta la conclusión del discurso de Praxágora.
MUJER PHIMERA.
¡Qué hombre tan hábil!
PRAXÁGORA.
Ese elogio ya está, en regla. «iTú, oh pueblo,
eres la causa de todos estos males! Pues te haces
pagar un sueldo de los fondos del Estado, con lo
cual cada uno mira sólo á su particular provecho,
y la cosa pública anda cojeando como Esimo (1).
Pero si me atendéis, aún podéis salvaros. Mi opi-
nión es que debe entregarse á las mujeres el go-
bierno de la ciudad, ya que son intendentes y ad-
ministradores de nuestras casas.»
MUJER SEGUNDA..
¡Bravo! ¡bravo! ¡bravo! Prosigue , amigo mió,
prosigue.
PRAXÁGORA.
«Os demostraré que son infinitamente más sen-
satas que nosotros. En primer lugar, todas, según
la antigua costumbre, lavan la lana en agua ca-
liente, y jamás se las ve intentar temerarias nove-
dades. Si la ciudad do Atenas imitase esta con-
ducta y se dejase de innovaciones peligrosas, ¿no
tendría asegurada su salvación? Se sientan para
freir las viandas, como antes; llevan la carga en la
cabeza, como antes; celebran las Tesmoforias, como
antes; p masan las tortas, como antes; hacen rabiar
á sus maridos, como antes; ocultan en casa á los
galanes, como antes; sisan, como antes; les gusta
(1) Personaje desconocido, que además de ser cojo era
igaorante.
214
COMEDIAS DE ARISTOFANiSS .
el vino puro, como antes; y se complacen en el
amor, como antes. Entreg-ándoles, oh ciudadanos,
las riendas del g-obierno, no nos cansemos en in-
útiles disputas, ni les preguntemos lo que van á
hacer; dejémoslas en plena libertad de acción, con-
siderando solamente que, como son madres, pon-
drán todo su empeño en economizar sK)ldado3.
Además, ¿quién les suministrará con más celo las
provisiones que la que les parió? La mujer es inge-
niosísima, como nadie, para reunir riquezas; y si
llegan á mandar, no se las engañará fácilmente,
por cuanto ya están acostumbradas á hacerlo. No
enumeraré las demás ventajas; seguid mis conse-
jos, y seréis felices toda la vida.»
MUJKR PRIMERA.
¡Divina, admirable, dulcísima Praxágora! ¿Dónde
has aprendido á hablar tan bien, amiga mia?
PRAXÁGORA.
En el tiempo de la fuga (1) habité con mi esposo
en el Pnix, y, á fuerza de oir á los oradores, he
aprendido á arengar.
MUJER PRIMERA.
Ya no me extraña que seas tan hábil y elocuen-
te. Tú serás nuestro jefe: procura poner en prác-
tica tus proyectos. Pero si Céfalo (2) se lanza so-
bre tí para injuriarte, ¿cómo le replicarás en la
asamblea?
(\) Al principio de la guerra del Peloponeso, cuando-
los habitiinies del campo se refugiaron en Atenas.
(2) Demagogo.
LAS JUNTERAS.
21o
PRAXÁGORA.
Le diré que delira.
MUJER PRIMERA.
Eso lo sabe todo el mundo.
PRAXÁGORA.
Que es un atrabiliario.
MUJER PRIMERA.
También eso se sabe.
PRAXÁGORA.
Que es tan buen poUtico como mal alfa-
rero (1).
MUJER PRIMERA.
¿Y si te insulta el legañoso Neóclides« (2).
PRAXÁGORA.
A ese le diré que vaya á mirar por el trasero de
un perro (3).
IkJUJER PRIMERA.
¿Y si te empujan? (4).
PRAXÁGORA.
Les empujaré yo; en ese ejercicio pocos me ga-
narán.
MUJER PRIMERA.
En una cosa no hemos pensado: si se te llevan
los arqueros, ¿qué harás?
(1) El padre de Gófilo ejercia este oficio.
(-2) Aristófanes vuelve á ocuparse de Neóclides en el
Pluío,
(3) Frase proverbial que se decia á los que tenian los
°^^4)'"^Está palabra tiene además un sentido obsceno.
216
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PRAXÁGOKA.
Me defenderé poniéndome así, en jarras, y no
me dejaré coger por medio del cuerpo.
MUJER PRIMERA.
Si te sujetan, nosotras les diremos que te suelten.
MUJER SEGUNDA.
Todo eso está perfectamente dispuesto; pero de
lo que no nos hemos ocupado es de la manera de
levantar las manos (1) en la junta: nosotras que
sólo estamos acostumbradas á levantar las pier-
nas (2).
PRAXÁGORA.
Eso es lo difícil; y siu embarg'o no hay más re-
medio que alzar las manos, descubriendo el brazo
hasta el hombro. Vamos, levantaos las túnicas,
y poneos pronto los zapatos lacedemonios como
habéis visto que lo hacen nuestros maridos todos
los dias al salir ó al dirigirse á la asamblea. En
cuanto os hayáis calzado perfectamente, sujetaos
las barbas; después de atadas éstas con todo es-
mero, envolveos en los mantos sustraídos á vues-
tros esposos, y marchad, apoyándoos en los basto-
nes, y entonando alguna vieja canción á imitación
de los campesinos.
MUJER SEGUNDA.
Bien dicho; pero cojámosles la delantera, pues
creo que otras mujeres vendrán del campo al
Pnix.
(1) Se votaba levantando las manos.
(2) Obsceno sensu.
LAS JUNTERAS.
217
PRAXAGORA.
Apresuraos; ya sabéis que los que no están en el
Pnix desde el amanecer, vuelven sin recibir el me-
nor regalo.
CORO.
Llegó el momento de partir, ¡oh hombres! (esta
palabra no debe caérsenos nunca de la boca por
temor á un descuido, porque á la verdad no lo pa-
saríamos muy bien, si se nos sorprendiera fra-
guando esta conspiración en las tinieblas). Hom-
bres, vamos á la asamblea.
El Tesmóteta (1) ha dicho que todo el que á pri-
mera hora y antes de disiparse las tinieblas de la
noche no se haya presentado cubierto de polvo,
contento con su provisioncilla de ajos, y mirando
severamente, se quedará sin el trióbolo. Caritímides,
Esmicito, Dráces, apresuraos y procurad no olvi-
dar nada de lo que es necesario hacer. Cuando ha-
yamos recibido nuestro salario, sentémonos juntos
para votar decretos favorables á nuestras amigas.
¿Qué estoy hablando? quería decir nuestros amigos.
Procuremos expulsar á los que vengan de la ciu-
dad; antes, cuando sólo recibían un óbolo (2) por
asistir á la asamblea, se estaban de sobremesa
charlando con sus convidados; pero ahora la con-
(4) Nombre de los seis últimos arcontes, entre cuyas
funciones estaba la de recoger los votos en la asamblea.
(2) Pasaje que sirve para probar que el salario de los
asistentes á la asamblea, como el de los jueces, varió
durante el trascurso de la guerra.
248
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS ANTERAS.
219
currencia es extraordinaria. Ea el arcontado del
valiente Mirónides (1) nadie se hubiera atrevido á
cobrar sueldo por su intervención en los negocios
públicos, sino que todo el mundo acudia trayén-
dose su botita de vino con un pedazo de pan, dos
cebollas y tres ó cuatro aceitunas. Hoy, en cuanto
se hace algo por la república, en seguida se re-
clama el trióbolo, como un mercenario albañil.
, ( Vítase.)
BLÉPIRO.
¿Qué es esto? ¿Adonde se ha marchado mi mujer?
La aurora (pespunta ya y no parece por ninguna
parte. Largo rato hace que, atormentado poruña
perentoria necesidad (2), ando á oscuras buscando
mi manto y mis zapatos; pero, á pesar de mi em-
peño, no he podido encontrarlos á tientas; y como
el ciudadano excremento llama impaciente á mi
puerta, me he visto obligado á coger este chai de
mi mujer y á calzarme los borceguíes pérsicos.
¿Mas dónde encontraré un lugar limpio en que po-
der hacer del cuerpo? ¡Eh! de noche todos los sitios
son buenos, y nadie me verá. ¡Pobre de mí! ¡qué
desgraciado soy por haberme casado en la vejez!
lOh! ¡bien merezco ser majado á golpes! De seguro
(i) General muy estimado. Tucidides (i, 105, 408) re-
fiere muchas victorias ganadas por él. Fué contemporáneo
de Feríeles.
(2) Caca tur iens.
que no habrá salido para nada bueno. Pero sea lo
quesea, desahoguémonos (1).
ÜN HOMBRE.
¿Quién va? ¿no es mi vecino Blépiro? ¡Por Júpi-
ter! el mismo. Díme, ¿qué es eso de color rojo? ¿Ci-
nesias (2) te ha llenado quizá de inmundicia?
BLÉPIRO.
No, he salido de casa con el vestido de color d©
azafrán que suele ponerse mi mujer.
EL HOMBRE.
¿Pues dónde está tu manto?
BLÉPIRO.
No lo sé: lo he estado buscando mucho tiempo
sobre la cama, y no lo he podido hallaiji
EL HOMBRE.
¿Y por qué no has dicho á tu mujer que te lo
buscase?
BLÉPIRO.
¡Si no está en casa! ¡si se ha escurrido yo no sé
cómo! Por lo cual temo no me esté jugando alguna
mala partida.
EL HOMBRE.
Por Neptuno, entonces te pasa lo mismo que á
mí. También mi mujer ha desaparecido lleván-
doseme el manto que suelo usar; y no es eso lo
peor, sino que también me ha cogido los zapatos,
pues no he podido encontrarlos en ninguna parte.
- I
(1) Cacandum est tamen.
(2) En Las Ranas vimos que se acusaba á Cinesias de
haber profanado las estatuas de Hécate, llenándolas de
inmundicia.
no
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
2S4
BLÉPIRO.
Por Baco, ni yo mi calzado lacedemonio; y como
apremiaba la necesidad, me he puesto á toda prisa
sus coturnos, por no ensuciar la colcha, que está
recienlavada
EL HOMBRE.
¿Qué podrá ser esto? ¿Le habrá convidado á co-
mer alguna de sus amig'as?
f BLÉPIRO.
Eso creo yo; porque no es mala, que yo sepa.
EL HOMBRE.
¿Pero estás haciendo so^as? (1). Ya es hora de ir
á la asamblea; pero ten^o que hallar mi manto,
pues no tei^o más que uno.
BLÉPIRO.
Yo también, en cuanto acabe. Una maldita pera
silvestre me obstruye la salida.
EL HOMBRE.
Será la misma que se le atravesó á Trasíbulo (2)
con motivo de los Lacedemonios.
BLÉPIRO.
iPor Baco, no hay quien la arranque! ¿Qué haré?
porque no es sólo el mal presente lo que me aflig'e,
sino el pensar per dónde habrá de salir lo que
coma. Este maldito Acradusio (3) ha cerrado la
(\) At tu funem cacas. •
(2) Este Trasíbulo, distinto del restaurador de la de^
mocracia en Atenas, habiendo prometido hablar contra los
Lacedemonios que proponían una tregua, se disculpó di-
ciendo que estaba ronco por haber comido peras silvestres.
(3) Nombre formado de «xpá?, pera silvestre.
puerta á cal y canto. ¿Quién me traerá un médico?
¿y cuál? ¿Cuál es el más entendido en esta especia-
lidad de la obstetricia'? ¿Quizá Aminon? (1); pero
no querrá venir. Buscadme á Antistenes (2) á toda
costa: á juzg-ar por sus suspiros debe ser práctico
en esto de estreñimientos. ¡Augusta Lucina (3), no
me dejes morir de esta obstrucción para ser después
juguete de los cómicos! (4).
CREMES.
¡Eh, tú! ¿qué haces? ¿Tus necesidades?
BLÉPIRO.
¿Yo? no; me levanto: ya he concluidp.
CRÉMES.
¿Te has puesto el vestido de tu mujer?
BLÉPIRO.
Lo he cogido sin saber, en la oscuridad. ¿De
dónde vienes tú?
CRÉMES.
De la asamblea.
BLÉPIRO.
Pues qué ¿se ha concluido?
CRÉMES.
Ya lo creo, al amanecer. Por Júpiter, no me he
(1) Era un orador de los que Aristófanes designa en
Zas Nubes con el dicterio de £upurpoy.xoí, por lo cual in-
voca su auxilio Blépiro.
(2) Bardaje inmundo.
(3) Diosa protectora de los alumbramientos.
[A) Si llega alguno á sorprenderle en tan ridicula po-
sición.
222
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
reido poco viendo la pintura roja (1) extendida con
profusión por todo el recinto.
BLÉPIRO.
¿Habrás recibido el trióbolo?
C REMES.
¡Ojalá! lleg'ué tarde: eso es lo que siento: vol-
verme á casa con el zurrón vacío (2).
BLÉPIBO.
¿Cómo ha sido eso?
CRÉMES.
Ha habido en el Pnix ^jua concurrencia de hom-
bres como no hay memoria. Al verles, les tomamos
á todos por zapateros (3), pues sólo se veian ros-
tros blancos en aquella muchedumbre que llenaba
la asamblea; por eso no he cobrado el trióbolo, y
como yo, otros muchos.
BLÉPIUO.
¿De suerte que yo tampoco lo cobraría aunque
fuera?
CRÉMES.
No por cierto; aunque hubieses ido al segundo
canto del g-allo.
BLÉPIRO.
¡Infeliz de mi! «¡Oh Antíloco! llórame más vivo
(4) Se refiere á la cuerda teñida de rojo, que servia
para manchar á los morosos y no pagarles el trióbolo
como á los puntuales. (Véase Los Acarnienses.)
(2) En el cual pensaba traer las provisiones compradas
con el trióbolo.
(3) Porque trabajando dentro de sus talleres no teniae
el cutis tan moreno como los de otros oficios.
LAS JUNTERAS.
223
sin pl trióbolo que muerto con él: perdido soy (1).»
¿Pero por qué acudió e^a multitud tan temprano?
CRÉMES.
LosPritáneos habían resuelto abrir un debate
sobre el medio de salvar la república. Al instante
se plantó el primero en la tribuna el legañoso Neó-
clides (2); y al punto gritó el pueblo en masa (ya
puedes figurarte con qué fuerza): «¿No es una in-
dig-nidad que, tratándose de la salvación de la re-
pública, S3 atreva á areng-arnos ese que ni siquiera
ha podido salvar sus pestañas?» Entonces Neócli-
des, replicando y mirando en derredor: «¿Pues qué
debia hacer?» (3) ha dicho.
BLÉPIRO.
«Machacar ajos, con jug-o de laserpicio y eufor-
bio de LacGdemoniay untarte con ello los párpados
á la noche», le contesto yo, si estoy presente.
CRÉMES.
Después de Neóclides, el ingenioso Eveon (4) se
ha presentado desnudo, según creían los más (5),
aunque él aseguraba que llevaba manto, y ha pro-
nunciado un discurso lleno de espíritu popular. «Ya
veis, decía, que yo mismo tengo necesidad de ser
salvado, y que me hacen falta precisa diez y seis
(1) Parodia de un verso de Lo$ Mirmidones de Esquilo.
(2) Citado en el verso 254.
(8) Parodia del verso 551 del Oréstes de Eurípides.
(4) Ciudadano sumamente pobre á quien se daba ese
nombre por antífrasis, (eo attbv, buena vida )
(5) Perífrasis para indicar el deplorable estado de su
vestido.
294
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
225
dracmas (1); sin embarg'o, no por eso dejaré de
hablar de los medios de salvar á la república y
á los ciudadanos. En efecto, si al principiar el
invierno los bataneros suministrasen mantos de
abrig'o á los necesitados, ninguno de nosotros oería
atacado nunca por la pleuresía. Además, propongfo
que los que carezcan de carnas y de colchas, se
vayan después del baño á dormir á casa de un cur-
tidor, el cual, si se niega á abrir la puerta en in-
vierno, debe ser condenado á pagar tres pieles de
multa.»
BLÉPIRO.
íExcelente idea! pero hubiera debido añadir (y
de seguro que nadie le contradice) que los vende-
dores de harina tendrán obligación de dar tres qué-
nices á los indigentes bajo las más severas pe-
nas; asi, al menos, Nausícides (2) podría ser útil al
pueblo.
CRÉMES.
Luego ha subido á la tribuna un hermoso jo-
ven (3), muy blanco y parecido á Nícias (4), y ha
principiado por decir que convenia entregar á las
mujeres el gobierno de la república. Entonces la
muchedumbre de zapateros (5) empezó á alboro-
(i) Sin duda para comprarse un manto.
(2) Rico comerciante en harinas.
(3) Praxágora.
(4) Se cree que este Nícias sea un nieto del ilustre ge-
neral del mismo nombro, que murió en la expedición á Si-
cilia, doce años antes de representarse Las Junteras,
(h) Es decir, las gentes de cutis blanco.
tarse y á gritar que tenía razón; pero los habitan-
tes del campo se opusieron vivamente.
BLÉPIRO.
Y les sobraban motivos, ipor Júpiter!
CRÉMES.
Pero eran menos. En tanto el orador continuaba
vociferando más y mejor, haciendo mil elogios de
las mujeres y diciendo tempestades de tí.
BLÉPIRO.
¿Pues qué dijo?
CRÉMES.
Primero, que eras un bribón.
BLÉPIRO.
CRÉMES.
No me preguntes todavía... Después, un ladrón.
BLÉPIRO.
iYo sólo?
CRÉMES.
Sí, por cierto; y un delator.
BLÉPIRO.
iYo sólo?
CRÉMES.
TÚ, y toda esa turba.
BLÉpmo.
¿Quién dirá lo contrario?
CRÉMES.
«Las mujeres, proseguía, están llenas de discre-
ción y dotadas de especial aptitud para atesorar:
las mujeres no divulgan jamás los secretos de
las Tesmoforias; al paso que tú y yo (anadia)
TOMO III. 45
n$
COMEDIAS DE ABISTÓFaNES .
LAS JUNTERAS.
m
revelamos siempre las decisiones del Senado.»
BLÉPIRO.
Y no mentía, ¡por Mercurio!
CRÉMES.
«Las mujeres, continuaba, se prestan unas á
otras vestidos, alhajas, plata, vasos, á solas, sin
testio-os, y se lo devuelven todo religiosameute, sm
engtóarse nunca, lo cual no hacemos la mayor
parte de los hombres.»
BLÉPIRO.
¡Por Neptuno! es cierto; y aunque haya habido
testigos.
CRÉMES.
«Las mujeres jamás delatan ni persiguen á na-
die en justicia, ni conspiran contra el gobierno
democrático.» En fin, concluyó concediéndoles to-
das las buenas prendas imaginables.
BLÉPIRO.
¿Y qué se resolvió por último?
CRÉMES.
Encomendarlas la dirección del Estado: es la úni-
ca novedad que no se habia ensayado en Atenas.
BLÉPIRO.
¿Eso se decretó?
CRÉMES.
Yo te lo aseguro.
BLÉPIRO.
¿De modo que quedan á cargo de las mujeres to-
das las cosas que antes estaban al nuestro?
CRÉMES.
Eso es.
BLEPIRO.
¿Y en vez de ir yo, será mi mujer la que vaya al
tribunal?
CRÉMES.
Y tu mujer y no tú será la que en adelante ali-
mente á los hijos.
BLÉPIRO.
¿Y no tendré que bostezar desde el amanecer?
CRÉMES.
No por cierto, todo es ya cuidado de las muje-
res; tú te quedarás en casa con entera comodidad .
BLÉPIRO.
Sólo una cosa es de temer para las personas de
nuestra edad, y es que en cuanto se apoderen de
las riendas del gobierno, no nos obliguen...
CRÉMES.
¿A qué?
BLÉPIRO.
A pagarles el débito.
CRÉMES.
¿Y si no podemos?
BLÉPIRO.
No nos darán de comer.
CRÉMES.
Pues bien, arréglatelas de modo que comas y
pagues.
BLÉPIRO.
Siempre es odioso lo que se hace por fuerza.
CRÉMES.
Pero cuando el bien de la república lo exige, de-
bemos resignarnos: ya sabes que de antiguo se dice
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
428 ^_^_
que nuestros más insensatos y descabellados de-
cretos son los que suelen darnos resultados mejo-
res. ¡Augusta Palas y demás diosas, haced que así
sea.— Yo me voy. Pásalo bien.
BLÉPIRO.
Igualmente, Crémes.
fVanse.J
CORO.
En marcha, adelante. ¿Nos sigue algún hom-
bre? Vuélvete y mira; ten mucho cuidado, porque
hay una multitud de redomados bribones, que es-
pian por detrás nuestro talante. Haz al andar el
mayor ruido posible. Seria para todas la mayor
vergüenza el ser sorprendidas por los hombres. En-
vuélvete bien, mira á todas partes, á la derecha, á
la izquierda, no fracase nuestra empresa. Apreté-
mos el paso: ya estamos cerca del lugar de donde
partimos para la asamblea; ya se ve la casa de
nuestra generala, la atrevida autora del decreto
aprobado por los ciudadanos. Vamos, no hay que
retrasarse y dar tiempo á que alguno nos sorprenda
con barbas postizas y nos denuncie. Retiremo-
nos á la sombra, detras de esa pared, y. mirando
con precaución, cambiémonos de traje y vistámo-
nos con el ordinario. No hay que tardar. Mirad,
ya viene de la asamblea nuestra generala. Apre-
suraos todas; es ridículo el tener aún puestas estas
barbas, mucho más cuando aquellas companeras
vuelven ya con su habitual vestido.
LAS JUNTERAS.
229
PRAXÁGORA.
¡Oh mujeres ! todos nuestros proyectos se han
visto coronados por el éxito más favorable. Antes
de que ningún hombre os vea, arrojad los mantos,
quitaos ese calzado, desatad las correas lacedemo-
nias y dejadlos bastones. Encárgate tá del tocado
de esas mujeres; yo voy á entrar con precaución
en casa antes de que me vea mi marido, y á poner
el manto y demás prendas en el sitio de donde las
cogí.
CORO.
Ya están cumplidas todas las órdenes; sólo falta
que ahora nos digas lo que debemos hacer para
demostrarte nuestra sumisión, pues nunca he visto
mujer más hábil y enérgica que tú.
PRAXÁGORA.
Quedaos para que me aconsejéis sobre el ejerci-
cio de la autoridad de que acabo de ser investida.
Ya en medio del tumulto he tenido ocasión de ob-
servar vuestra energía para los más arduos ne-
gocios.
BLÉPIRO.
lEh, Praxágora! ¿de dónde vienes?
PRAXÁGORA.
¿Qué se te importa, querido mió?
BLÉPIRO.
¿Qué se me importa? ¡vaya una pregunta!
PRAXÁGORA.
Al menos no dirás que vengo de los brazos de un
amante.
230
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
231
BLÉPIRO.
No de uno solo, quizá.
PRAXÁGORA.
Puedes averiguarlo.
BLÉPIRO.
¿Cómo?
PRAXÁGORA.
Mira si mi cabeza huele á perfumes.
BLÉPIRO.
¿Pues qué, los perfumes son indispensables para
esas cosas?
PRAXÁGORA.
Para mi si lo son.
BLÉPIRO.
¿Adonde has ido tan temprano y tan callandito
llevándote mi manto?
PRAXÁGORA.
Me ha enviado á llamar una de mis amigas, que
estaba con dolores de parto.
BLÉPIRO.
¿Y no podias habérmelo dicho antes de mar-
charte?
PRAXÁGORA.
Pero, marido mió, ¿habia de dejarla sin asisten-
tencia en una necesidad tan urgente?
BLÉPIRO.
Bastaba una palabra. Aquí hay gato encerrado.
PRAXÁGORA.
iNo, por las dos diosas! fui como e^^taba, porque
me decia que acudiera á toda prisa.
BLÉPIRO.
¿Y por qué no llevaste tus vestidos? Lejos de eso
te apoderas de los mios, me echas encima la túni-
ca, y te largas dejándome como á un cadáver^
salvo las coronas y los perfumes.
PRAXÁGORA.
Hacía frió y yo soy débil y delicada, y te cogí el
manto por llevar más abrigo: además, marido mió,
te dejó bien calentito bajo las colchas.
BLÉPIRO.
¿Y los zapatos lacedemonios y el bastón, para
qué te los llevaste?
PRAXÁGORA.
Para defender el manto, cambié mis zapato»
por los tuyos, y me fui á imitación tuya pisando
con gran fuerza y golpeando las piedras con el
bastón.
BLÉPIRO.
¿Sabes que te has perdido un sextario de trigo,
que me hubieran dado en la asamblea?
PRAXÁGORA.
No te apures; ha tenido un niño.
BLÉPIRO.
¿La asamblea?
PRAXÁGORA.
No, hombre, la mujer que me ha llamado. ¿Pero
de veras ha habido asamblea?
BLÉPIRO.
Sí por cierto; ¿no te acuerdas que te lo dijeayert-
PRAXÁGORA.
Sí, ahora recuerdo.
232
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
BLEPIRO.
¿Sabes lo que se ha resuelto en ella?
PRAXÁGORA.
No.
BLÉPIRO.
Pues, hija mía, en adelante ya puedes tratarte á
cuerpo de rey. Dicen que se 03 ha encomendado la
república.
PRAXÁGORA.
¿Para qué? ¿para hilar?
BLÉPIRO.
No, para administrar. . .
PRAXÁGORA.
¿El qué?
BLÉPIRO.
Todos los asuntos del Estado.
PRAXÁGORA.
¡Por Venus! la república será feliz en adelante.
BLÉPIRO.
¿Por qué?
PRAXÁGORA.
Por mil razones. No se permitirá á los atrevidos
mancharla con torpes atentados, ni levantar falsos
testimonios, ni hacer calumniosas delaciones...
BLÉPIRO.
Dening-un modo hagas eso, por todos los dioses;
¿no veis que os vais á quitar los medios de vivir? (1)
CORO.
Querido mió, deja hablar á tu mujer.
(1) En Aleñas vivían muchos del producto de las de-
laciones.
LAS JUNTERAS.
233
PRAXÁGORA.
Ni robar, ni envidiar á los vecinos, ni estar
desnudo, ni ser pobre, ni injuriar, ni tomar pren-
das á los deudores.
CORO.
¡Por Neptuno! grandes promesas, si no son men-
tira.
PRAXÁGORA.
Yo las realizaré; tú (Al Coro) me harás justicia;
y tú {A Blépiro) tendrás que callar.
CORO.
Ahora es la ocasión de poner en juego los recur-
sos de tu ingenio, y de probar tu amor al pueblo
y lo que sabes hacer en favor de tus amigas. Ahora
es la ocasión de desplegar en provecho de todos
esa hábil inteligencia que colme de infinitas pros-
peridades la vida de un pueblo culto, demostrando
su inagotable poder. Ahora es sí la ocasión, porque
nuestra república necesita de un plan sabiamente
combinado. Pero tengamos cuidado de hacer cosas
nunca hechas ni dichas; porque nuestros hombres
aborrecen lo que están acostumbrados á ver. No
tardes; pon en seguida manos á la obra. La pron-
titud es singularmente grata á los espectadores.
PRAXÁGORA.
Yo confio en la bondad de mis consejos; pero
mucho temo que los espectadores no quieran acep-
tar mis novedades, y se aferren á las antiguas y
234
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
235
acostumbradas prácticas : esto es lo que me in-
quieta.
BLÉPIRO.
No temas por tus innovaciones; al contrario, el
apetecerlas y aceptarlas es nuestro flaco, asi como
el despreciar lo antiguo.
PRAXÁGORA.
Pues bien, que nadie me contradiga ni inte-
nimpa antes de conocer mi sistema y de haberme
oido. Quiero que todos los bienes sean comunes, y
que todos tengan igual parte en ellos y vivan de
los mismos; que no sea este rico y aquel pobre; que
no cultive uno un inmenso campo y otro no tenga
donde sepultar su cadáver; que no haya quien
lleve cien esclavos, y quien carezca de un solo ser-
vicio; en una palabra, establezco una vida común
é igual para todos.
BLÉPIRO.
¿Ckimo ha de ser común?
PRAXÁGORA..
comiendo tú estiércol antes que yo (1).
BLÉPIRO.
¿También será común el estiércol?
PRAXÁGORA.
¡No por cierto! Pero me has interumpido. Iba á
decir que haré primero comunes los campos, el
dinero y las demás propiedades. Y después, con
f4\ fímedes stercus era una frase análoga á nuestro
4a JXf¿mo.X, que se decia á los que interrumpían
intempestivamente.
todo este acervo de bienes os alimentaremos, admi-
nistrándolos económica y cuidadosamente.
BLÉPIRO.
¿Y el que no posee tierras, sino dinero, dári-
cos (1) y otras riquezas que no están á la vista?
PRAXÁGORA.
Las aportará al acervo común, y si no, será reo
de perjurio.
BLÉPIRO.
Como que por ese medio las ha ganado.
PRAXÁGORA.
Pero no le servirán absolutamente de nada.
BLÉPIRO.
¿Porqué?
PRAXÁGORA.
Porque la pobreza no obligará á trabajar á na-
die. Todo será de todos; panes, pescados, pasteles,
tánicas, vinos, coronas, garbanzos. ¿Qué provecho
obtendría por tanto de no aportar á la comunidad
sus bienes? Dínos tu opinión sobre esto.
BLÉPIRO.
¿Los que disfrutan de todas esas cosas no son los
ladrones más grandea?
PRAXÁGORA.
Antes sí, amigo mió, bajo el antiguo régimen;
mas ahora que todo será común, ¿qué provecho
podrá haber en no traer su parte?
(i) Moneda de oro que recibió este nombre por haber
sido acuñada primeramente por Darío. Pasó después á Gre-
cia. Valia veinte dracmas de plata.
S36
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
BLÉPIRO.
Si alguno ve á una linda machacha y ce le an-
toja gozar de sus encantos, con los bienes reserva-
dos podrá hacerla un obsequio, y de este modo ob-
tener su amor, sin dejar de percibir su parte de loa
bienes comunes.
PRAXÁGOEA..
Es que lo podrá obtener gratis. Pues yo haré
que las mujeres sean también comunesy den hijos
al que los quiera.
BLÉPIRO.
¿Pero no ves que todos se dirigirán á la más her-
mosa?
PBAXÁGORA.
Las más feas é imperfectas estarán junto á las
más lindas, y todo el que solicite á una de éstas,
deberá antes consumir un turno con las primeras.
BLÉPIRO.
¿Pero no ves que, conforme á tu sistema, los ya
machuchos estaremos exánimes (1) cuando llegue-
mos á las hermosas?
PRAXÁGORA.
Tampoco se resistirán.
BLÉPIRO.
¿A qué?
PRAXÁGORA.
Tranquilízate, no se resistirán.
BLÉPIRO.
Pero ¿á qué, te digo?
( l) Nonne deñciet penis?
LAS JUNTERAS.
237
PRAXAGORA.
Al amor. Esto por lo que á vosotros respecta.
BLÉPIRO.
En cuanto á vosotras está muy bien entendido j
pues habéis tomado todas las precauciones para
que ninguna carezca de galán (1) Pero, ¿y los hom-
bres? ¿Qué haremos? Pues las mujeres rechazarán
á los feos y se entregarán á los hermosos.
PRAXÁGORA.
Los hombres feos acecharán á los hermosos al sa-
lir de los banquetes y en los sitios públicos; y no
se permitirá tampoco á las mujeres cohabitar con
los buenos mozos sin haber cedido antes á las ins-
tancias de los deformes y chiquituelos.
BLÉPIRO.
De suerte que ahora la nariz de Lisícrates (2)
hará la competencia á los más gallardos mancebos.
PRAXÁGORA.
íEso es, por Apolo! Esta decisión es eminente-
mente popular. I Mira que será mortificación para
uno de esos vanitontos que llevan los dedos carga-
dos de sortijas, cuando un viejo calzado con grue-
sos zapatones le diga: «Amigo mió, paso al más
anciano; espera á que yo haya concluido; resíg-
nate á ser plato de segunda mesa!»
BLÉPIRO.
Pero si vivimos de esa manera, ¿cómo podrá cada
cual reconocer á sus hijos?
(4) Ne cujus femincB foramen vacuum sit?
(2) Según el Escoliasta y Suidas, Lisícrates era romo.
238
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PRAXÁGORA.
¿Y qué necesidad hay? Los jóvenes creerán que
son sus padres todas las personas de más edad.
BLÉPIRO.
¿Pero entonces, so color de inorarlo, no estran-
gularán sin ningún empacho á todo viejo ^ (1),
cuando ahora lo hacen, sabiendo á ciencia cierta
que son sus padres.
PR^XÁGORA.
Los presentes no lo permitirán. Antes á nadie le
importaba que apaleasen á los padres ajenos; pero
ahora todo el mundo, en cuanto oiga que ha sido
maltratado un anciano, le defenderá en la duda
de si será su propio padre.
BLÉPIRO.
En eso no andas descaminada. Pero te aseguro
que pasaría un mal rato si Epicuro ó Leucólo-
fas (2) se me acercasen llamándome papá.
PRAXÁGORA.
Peor rato pasarías. ..
BLÉPIRO.
¿Cómo?
PRAXÁ.G0RA.
Si Arístilo (3) te diese un beso llamándote su
padre.
BLÉPIRO.
¡Pobre de él, si se atrevía!
(4) Non tune eum nitro concacahunt?
(2) Ciudadanos de malas costumbres.
(3) Bardaje que usaba muchos perfumes, pero ordi-
narios.
LAS JUNTERAS.
239
PRAXÁGORA.
Pero tú olerías á calamento (1). Además, como ha
nacido antes del decreto, no tienes que temer sus
ósculos.
BLÉPIRO.
No podría aguantarlo. ¿Pero quién cultivará la
tierra?
PRAXÁGORA.
Los esclavos. Tú no tendrás más quehacer que
acudir limpio y perfumado al banquete cuando sea
de diez pies la sombra del cuadrante solar (2).
BLÉPIRO.
¿Quién nos proporcionará los vestidos? Quisiera
saber esto.
PRAXÁGORA.
Usad por de pronto los que tenéis; después ya os
haremos otros.
BLÉPIRO.
Una sola pregunta: Si los magistrados condenan
á uno á una multa, ¿de dónde tomará el dinero
para pagarla? No es justo que sea del tesoro común.
PRAXÁGORA.
Pero no habrá ya procesos.
BLÉPIRO.
¡Cuánto les pesará á muchos!
(4) Especie de menta de olor muy fuerte y desagra-
dable. , . ,
(2) Este cuadrante se componía de una ancha piedra
en la cual estaba clavada verticalmente una barra de
hierro, que proyectaba una sombra mayor ó menor, según
la altura del sol sobre el horizonte. Como se ve, este reloj
no podia ser más sencillo é imperfecto.
240
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
Uí
PRAXÁGORA.
Así lo he decidido. Además, ami^o mió, ¿para
qué habia de haberlos?
BLÉPIRO.
¡Para mil cosas, por Apolo! En primer lu^r^
para el caso de negarse una deuda.
PRAXÁGORA.
Siendo todos los bienes comunes, ¿de dónde ha-
bla de sacar dinero el prestamista? Sería un ladrón
manifiesto.
BLEPIRO.
¡Muy bien, por Céres! a otra cosa. Los que des-
pués de bien bebidos maltratan k los transeúntes,
¿con qué pagarán la indemnización correspondien-
te? Esto sí que no lo resuelves.
PRAXÁGORA.
Con su ordinaria pitanza: con este castigo de
estómago no volverán á excederse así como quiera.
BLÉPIRO.
¿No habrá ya ladrones?
PRAXÁGORA.
¿Quién ha de robar siendo comunes los bienes?
BLÉPIRO. .
¿No despojarán á la noche á los transeúntes?
PRAXÁGORA.
No por cierto. Lo mismo si duermes en tu casa,
que si duermes fuera de ella, como sucedía antes,
todo el mundo tendrá con que vivir. Si alguno
quiere despojar de sus vestidos á otro, éste se los
cederá de buen grado; ¿á qué ha de oponerse? Ya
sabe que ha de recibir del Estado otros mejores.
BLEPIRO.
¿No habrá juegos de azar?
PRAXÁGORA.
¿Qué se ha de ganar jugando?
BLÉPIRO.
¿Qué género de vida vas á establecer?
PRAXÁGORA.
ün comunismo perfecto. Atenas será como una
sola casa, en que todo pertenecerá á todos, hasta el
punto de que se podrá pasar libremente de una ha~
bitacion á otra.
BLÉPIRO.
¿Dónde se darán las comidas?
PRAXÁGORA.
Todos los pórticos y tribunales se convertirán
en comedores.
BLÉPIRO.
¿Y la tribuna para qué servirá?
PRAXÁGORA.
Para colocar las cráteras y los cántaros de agua;
un coro de niños celebrará desde ella la gloria de los
valientes y el oprobio de los cobardes; así, si hay al-
guno de éstos, se retirará de la mesa avergonzado.
BLÉPIRO.
íBuenaidea,'por Apolo! ¿Y dónde colocarás las
urnas de ios sorteos?
PRAXÁGORA.
Las pondré en la plaza pública y junto á la es-
tatua de Harmodio (1); iré sacando de ellas los
(4) .Estaba en el centro de la Agora.
TOMO III.
16
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
¡¡^¡í¡^d¡b¡d^^ que todos se va-
van contentor, sabiendo la letra á que les hato-
Jado ir á comer (1); así, el heraldo f egonará que
los de la letra Beta vayan á comer al pórtico Basí-
lico; los de la Zeta, al de Teséo, y los de la Rapj^a,
al mercado délas harinas.
BLE PIRO.
¿Para atracarse de trigo'^
No, para cenar.
BLÉPIRO.
Y al que no le toque en suerte nin-una letra para
cenar, se le arrojará de todas partes.
PR\XÁG0RA.
Eso no sucederá; porque tendremos especial
cuidado en dar copiosamente de todo á todos; de
manera que cada cual se refirará del banquete,
S con' su corona y su antorcha. Entónces las
muieres os saldrán al encuentro, cuando volváis
del festin, diciéndoos: «Ven acá, tenemos una her-
Isa muchacha.» Aquí hay unahennosa y blanca
como la nieve, os gritará otra desde un piso alto
pero antes es preciso que compartas mi tálamo^
Los hombres feos seguiréis á los jóvenes gallardos
exclamando: «lEh, tú! ¿á qué tanta prisa? M
de conseguir nada por mucho que corras; la ley
nos ha concedido á los feos el derecho de prela-
LAS JUNTERAS.
243
(i) \lusion á la costumbre de sacar todos los años por
suerte los nombres de los ciudadanos que habían de ejer-
cer la judicatura.
cion; y en tanto podéis entreteneros en el vestí-
bulo, jugpando con las hojas de higuera» (1). Va-
mos, dime, ¿no te agorada este sistema?
BLÉPIRO.
Muchísimo.
PRAXÁGüRA.
Ahora ten^o que ir á la plaza á recibir los bie-
nes que vayan depositándose, y á escoger por he-
raldo una mujer de buena voz. Es un deber inelu-
dible que me impone mi cualidad de jefe y la ne-
cesidad de proveer á la mesa común, si he de da-
ros hoy, como pienso, el primer banquete.
BLÉPIRO.
¿Desde hoy ya?
PRAXÁGORA.
Sin duda. En seguida voy á suprimir las corte-
sanas.
BLÉPIRO.
¿Por qué?
PRAXÁGORA.
A la vista está: para que no se nos lleven la flor
de la juventud. No es justo que unas esclavas bien
adornadas roben sus placeres á las mujeres libres.
Cohabitarán sólo con los esclavos, y sólo para ellos
emplearán sus deleites (2) .
BLÉPIRO.
Anda, yo te acompañaré, para que me miren
(1) Ohsccsno sensu.
(2) Ounno Catomcadepilato. La Catonace era el vestido
de los esclavos.
244
COMEDIAS tE ARISTÓFAXSS.
LAS JUNTERAS.
245
los transeúntes y digan: mirad el marido de nues-
tra generala.
( Vanse Blépiro y Praxdgora.)
(Falta el Coro.)
CIUDADANO PKMEKO.
Voy á preparar mis enseres para llevarlos i la
plaza, y & hacer inventario de toda mi hacienda.
Ven hermosa zaranda, tú eres mi bien más pre-
cioso; ven, llena aún de la harina de la cual has
cernido tantos sacos, á servir de Canéfora (1¡ en la
procesión de mis muebles. ¿Dónde está la porta-
sombrilla? (2). Esta olla hará sus veces: ¡qué negra
está, justo cielo! no lo estarla más si en ella se hu-
biesen cocido las drogas con que Lisicrates (3) se
tiñe las canas. Ponte á su lado, lindo tocador; y tu,
trípode, desempeña las funciones dehidriáfora (4);
á tí oh gallo, cuyo canto matinal me ha desper-
tado tantas veces para ir á la asamblea, te reservo
el papel de citarista. Adelántate, escacéfora (5),
n\ Parí ranéforas se etegian las jóvenes más hermo-
s,i y armejores S.as. Por eso escoge la zaranda, que
72) %^t;a'sVe"ra"ca:S iba un esclavo con un q«i-
11 £!S"e a'r.V."í." i'^Sanieros do-
mi^dliadT Se tenian obligación de ¡te- ^^^^^^
Henos de agua en la procesión de las taneioras ^uopta,
cántaro, íP3pu, //ícar). «««-.nn mií» llAvaha una
(5) Dábase este nombre á la mujer que üevaDa una
vasija con miel para los sacrificios.
con el gran cuenco de la miel cubierto por entre-
lazadas ramas de olivo, y tráete también los dos
trípodes y la alcuza (1). Los pucheros y demás me-
nudencias que se queden ahí.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Yo entregar mis bienes? ¡Qué insensatez! ¡qué
locural Jamás lo haré, por Neptuno. Veamos antes
lo que pasa, y después meditemos mucho sobre la
tal medida. Pues qué, ¿he de sacrificar sin más ni
más el fruto de mis sudores y economías antes de
saber á fondo todo lo que hay?— ¡Eh, tú! ¿qué sig-
nifican esos muebles? ¿con qué objeto los has saca-
do? ¿vas á mudarte de casa, ó los llevas á empeñar?
CIUDADANO PRIMERO.
No.
CIUDADANO SEGUNDO,
¿Pues para qué has puesto en fila todo tu ajuar?
iílnvias una procesión á leron el pregonero?
CIUDADANO PRIMERO.
No, por Júpiter; voy á depositarlo en la plaza
pública conforme á la última ley.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿A depositarlo?
CIUDADANO PRIMERO.
Si.
CIUDADANO SEGUNDO.
iPor Júpiter salvador, tú estás loco!
(1) Todo esto recuerda las ceremonias de los Pana-
teneas.
246
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
247
CIUDADANO PRIMERO.
¿Cómo?
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Cómo? á la vista está.
CIUDADANO PRIMERO.
Pues qué ¿no debo cumplir las leyes?
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Cuáles? ¡Desdichado!
CIUDADANO PRIMERO.
Las promulgadas.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Las promulgadas? ¡ Qué imbécil eres!
CIUDADANO PRIMERO.
¿Imbécil?
CIUDADANO SEGUNDO.
Sí, amigo; y el más tonto de todos los tontos ha-
bidos y por haber.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Porque cumplo las prescripciones legales?
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Pues qué, un hombre honrado tiene ese deber?
CIUDADANO PRIMERO.
Es el principal.
CIUDADANO SEGUNDO.
I Estúpido rematado!
CIUDADANO PRIMERO.
¿Pero tú no piensas depositar tus bienes?
CIUDADANO SEGUNDO.
Me guardaré muy bien, antes de ver la resolu-
ción que adopta la mayoría.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Puede ser otra que la de llevar al acervo común
todos los bienes?
CIUDADANO SEGUNDO.
Cuando lo vea, lo creeré.
CIUDADANO PRIMERO.
Por las calles no se habla de otra cosa.
CIUDADANO SEGUNDO.
Se hablará.
CIUDADANO PRIMERO.
Todos dicen que van á llevar su parte.
CIUDADANO SEGUNDO.
Se dirá.
CIUDADANO PRLMERO.
Me matas con tu desconfianza.
CIUDADANO SEGUNDO.
Se desconfiará.
CIUDADANO PRIMERO.
¡Que Júpiter te confundal
CIUDADANO SEGUNDO.
Se te confundirá. ¿Crees que todo ciudadano que
tenga un átomo de juicio ha de llevar nada? No
estamos acostumbrados á dar: sólo nos gusta reci-
bir, en lo cual imitamos á los dioses. Para conven-
certe, no tienes más que mirarles á las manos: sus
imágenes, cuando les pedimos dones y mercedes,
nos alargan las manos vueltas hacia arriba; no en
actitud de dar, sino de recibir.
CIUDADANO PRIMERO.
¡Miserable! déjame cumplir con mi deber. ¿Dónde
está mi correa?
248
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
U9
CIUDADANO SEGUNDO.
4Pero de veras lo vas á llevar?
CIUDADANO PRIMERO.
Sí, por cierto; mira, ya he atado este par de trí-
podes.
CIUDADANO SEGUNDO.
iQué locura! ¿por qué no esperas á ver lo que
hacen los demás, y después...?
aUDADANO PRIMERO.
Después, ¿qué?
CIUDADANO SEGUNDO.
Esperar de nuevo y dar tiempo.
CIUDADANO PRIMERO.
¿A qué?
CIUDADANO SEGUNDO.
A que haya un terremoto ó un relámpag-o de
mal agüero, ó á que pase una comadreja, y verás,
imbécil, cómo nadie lleva nada al depósito (1).
CIUDADANO PRIMERO.
Tendría gracia que por estar esperando no en-
contrase dónde depositar mis cosas.
CIUDADANO SEGUNDO.
No te apures por eso, y sí de cómo las has de re-
cuperar. Aunque tardes un mes, hallarás sitio de
sobra.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Cómo?
(i) Aprovechándose del pretexto que les da el mal
agüero.
CIUDADANO SEGUNDO.
Yo los conozco perfectamente. En seguida dan
un decreto, y después no lo cumplen.
CIUDADANO PRIMERO.
Todos aportarán sus bienes, amigo.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Y si no los aportan?
CIUDADANO PRIMERO.
No te quepa duda, los aportarán.
CIUDADANO SEGUNDO.
iJ si no los aportan, qué?
CIUDADANO PRIMERO.
Les obligaremos.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Y si son más fuertes?
CIUDADANO PRIMERO.
Dejaré mis muebles y me iré.
CIUDADADO SEGUNDO.
¿Y si te los venden, qué?
CIUDADANO PRIMERO.
íOjalá revientes.'
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Y si reviento, qué?
CIUDADANO PRIMERO.
Harás perfectamente.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿De modo que persistes en llevarlos?
CIUDADANO PRIMERO.
Sí, por cierto; pues ya veo á mis vecinos que se
disponen á llevar los suyos.
250
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUMERAS.
251
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Quién? ¿Antístenes? (1) Prefiriria mil veces el
estarse treinta dias seguidos sentado en un bacin.
CIUDADANO PRIMERO.
¡Vete al infierno!
CIUDADANO SEGUNDO.
y Calimaco (2) el maestro de coros, ¿qué llevará
á la comunidad?
CIUDADANO PRIMERO.
Más que Cálias (3).
CIUDADANO SEGUNDO.
¡Este hombre quiere arruinarse!
CIUDADANO PRIMERO.
¡Maldiciente!
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Maldiciente? ¿Pues no estamos viendo todos los
dias decretos semejantes? ¿No te acuerdas de aquel
que se dio sobre la sal? (4)
CIUDADANO PRIMERO.
Me acuerdo.
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Y de aquel otro sobre las monedas de cobre?
¿Te acuerdas ?
CIUDADANO PRIMERO.
Ya lo creo, ¡como que me causó poco perjuicio
aquella maldita moneda! Con la venta de mis uvas
(4) Avaro, que además, según dice Bothe, durum ca-
cahat,
(^1\ Era extremadamente pobre.
(3 Ya citado. Sus prodigalidades le habían arruinado.
(4) Alusión á un decreto bajando el precio de la sai,
que no fué llevado á efecto.
me había llenado la boca de monedas de cobre, y
me dirigí al mercado á comprar harina: tenía ya
abierto el saco, para recibirla, cuando, hete aquí
que el pregonero grita: «Nadie 4ebe recibir en ade-
lante la moneda de cobre; sólo será corriente la de
plata» (1). "
CIUDADANO SKGUNDO.
Y hace poco ¿no jurábamos todos que el im-
puesto de la cuadragésima, ideado por Eurípi-
des (2), proporcionaría quinientos talentos al Es-
tado? No había quien no pusiese en las nubes al
inventor; pero cuando, vista la cosa con deteni-
miento, se comprendió que era, como suele decirse:
«laCorinto de Júpiter» (3), y que no producía nada,
todo el mundo se desató contra Eurípides.
CIUDADANO PRIMERO.
Las circunstancias han variado. Entonces gober-
nábamos nosotros, y ahora las mujeres.
CIUDADANO SEGUNDO.
|Por Neptuno, ya tendré buen cuidado de que no
se orinen en mis barbas!
(i) Se refiere á la moneda acuñada durante el arcon-
tado de Anligenes, catorce años antes de representarse
Las Junteras. Se la llamó de cobre, aunque era de oro,
por la mucha liga que en ella entraba. Foresto mismo, sin
duda, se prohibió su circulación hacia el año 406, con
grave perjuicio de muchos ciudadanos.
(2) Este Eurípides era hijo ó hermano menor del céle-
bre poeta. La contribución de que habla Aristófanes con-
sistía en entregar cada ciudadano al tesoro público la cua-
dragésima parte de sus bienes.
(3) Como si dijéramos: «música celestial.» Sobre el orí-
gen de la frase proverbial del texto, véase lo dicho antes.
252
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
253
CIUDADANO PRIMERO.
No sé qué sandeces dices.— Esclavo, cárgfate ese
fardo.
EL HERALDO (1).
Ciudadanos, acudid todos, pues principia á plan-
tearse la nueva ley; presentaos á nuestra g'ene-
rala, para que la suerte designe el lu^r donde
cada uno debe comer; ya están las mesas dispues-
tas y cargadas de manjares exquisitos, y los le-
chos adornados de colchas y tapices; ya el agua y
el vino se mezclan en las cráteras junto á la fila
de las mujeres encargadas de los perfumes ; ya se
asan pescados, se clavan liebres en los asadores,
se tejen coronas y se frien pastelillos; las jóvenes
cuidan los puches de habas que hierven en las
ollas, y entre ellas Esmeo (2), con su uniforme de
caballería, friega los platos de las mujeres; Ge-
ron (3), con una hermosa túnica y finos zapatos (4),
se presenta riendo con otro jovencito; ya se ha des-
prendido de su manto y grueso calzado. Venid, el
panadero os espera; ejercitad bien vuestras man-
díbulas.
(1) Es una mujer.
(2) Bardaje del peor género. Las palabras que a él se
refieren tienen un doble sentido repugnante.
(3) Viejo elegante que quería pasar por joven.
(4) Era costuniDre dejarlos á la puerta de la sala del
festín.
CIUDADANO SEGUNDO.
Sí, iré. ¿Por qué me habia de retrasar cuando la
república lo manda?
CIUDADANO PRIMERO.
¿Adonde vas sin haber depositado tus bienes?
CIUDADANO SEGUNDO.
Al banquete.
CIUDADANO PRIMERO.
Si las mujeres tienen un átomo de juicio, no lo
consentirán antes de que hagas el depósito.
CIUDADANO SEGUNDO.
Ya lo haré.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Cuándo?
CIUDADANO SEGUNDO.
Te aseguro que habrá otros menos solícitos que yo,
CIUDADANO PRIMERO.
Y mientras tanto, ¿vas á comer?
CIUDADANO SEGUNDO.
¿Pues qué he de hacer? Todo hombre sensato
debe prestar su apoyo á la república.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Y si te prohiben entrar?
CIUDADANO SEGUNDO.
Bajaré la cabeza y entraré.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Y si te apalean?
CIUDADANO SEGUNDO.
Las citaré á juicio.
CIUDADANO PRIMERO.
¿Y si se rien de tí?
254
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
255
CIUDADANO SEGUNDO.
Me apostaré ala puerta...
CIUDADANO PRIMERO.
¿.Y qué harás?
CIUDADANO SEGUNDO.
Y arrebataré al paso los manjares.
CIU<>ADANO PRIMERO.
Anda, pues; pero detrás de mí. Vosotros, Sicon y
Parmenou (1), cargad con mis enseres.
CIUDADANO SEGUNDO.
Vamos, yo te ayudaré 4 llevarlos.
CIUDADANO PRIMERO.
¿TÚ"? de ning-iin modo. Me temo que ante nues-
tra generala dig-as que son tuyos los muebles que
yo deposito.
CIUDADANO SEGUNDO.
¡Por Júpiter! yo necesito hallar un medio de
conservar mis bienes y participar de la comida
común.— i Ah, excelente idea! ¡Pronto, pronto, á
comer!
fVase,J
(A las ventanas de dos casas próximas se asoman
una vieja y mía joven.)
VIEJA PRIMERA.
¿Cómo no vendrá ningún hombre? Pues ya es
hora pasada. Yo me estoy aquí llena de albayalde,
vestida de amarillo, cantando entre dientes, lo-
queando, y dispuesta á arrojarme en brazos del
primer transeúnte. ¡Oh Musas! descended á mis
labios é inspiradme una voluptuosa canción al
modojonio(l).
UNA JOVEN.
¿Te has asomado á la ventana antes que yo,
vieja podrida? Creías , sin duda, que estando yo
ausente ibas á vendimiar la viña abandonada y á
atraer alguno con las canciones. Sí tú haces eso,
yo también cantaré; pues aunque álos espectado-
res les parecerá gastado y fastidioso el procedi-
miento, no dejarán de encontrarlo algo cómico y
divertido.
VIEJA PRIMERA.
Habla con ese carcamal y llévatelo.— Tú, mí jo-
ven flautista, coge tus instrumentos y toca una
melodía digna de tí y de mí. Quien ame el placer,
debe buscarlo en mis brazos. Las jovencitas care-
cen de la experiencia, dote de las ya maduras.
Ninguna sabe querer como yo á mí amigo; á todas
les gusta volar de flor en flor.
LA JOVEN.
No hables mal de las jóvenes: el placer reside en
su cuerpo delicado y florece en su blanco seno. Tú,
vejestorio, estás expuesta y embalsamada; sólo la
muerte te llamará: «amor mió.»
VIEJA PRIMERA.
¡Ojalá pierdas la sensibilidad! ¡Ojalá no encuen-
(4) Esclavos.
(1) Leseamos de Jonia participaban de la voluptuosi-
dad de sus habitantes.
256
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
LAS JUNTERAS.
257
tres el lecho cuando quieras entre^rte á un hom-
bre! (1) ¡Ojalá al ir á besarle estreches una víbora
contra tu corazón!
Lk JOVEN.
íAy! lay! ¿qué haré? No viene mi amig-o: estoy
sola; mi madre ha salido, y de las demás me im-
porta poco. — Nodriza mia (2), llama á Ortág-o-
ras (3), para que goces de los derechos de ta edad.
VIEJA PRIMERA.
Pobrecilla, eres apasionada como una Jonia (4),
y no me pareces novicia en los placeres de Les-
bos (5). Pero no podrás arrebatarme mis placeres,
ni robarme un solo instante de las deliciosas horas
que me pertenecen.
LA JOVEN.
Canta cuanto quieras y alarga ei hocico por la
ventana como una gata; á pesar de to lo, nadie
entrará en tu casa antes que en la mia.
VIEJA PRIMERA.
Si entran, será para llevarte á enterrar.
LA JOVEN.
Seria una cosa nueva, vieja podrida.
VIEJA PRIMERA.
No, por cierto.
LA JOVEN.
Claro, fique puede decirse de nuevo á una vieja?
(i) Las expresiones griegas tienen una crudeza intra-
ducibie.
(2) Designa así irónicamente á la vieja.
(3) Inde signijicatur méntula arrecía,
(4) Pruris iónico more.
(5) Videris et Xa^jiSoa secundum Lesbios.
VIEJA PRIMERA.
Mi vejez no te causará perjuicio.
LA JOVEN.
¿Pues qué? ¿tu colorete ó tu albayalde?
VIEJA PRLMERA.
¿Por qué me hablas'^
LA JOVEN.
¿Por qué miras?
VIEJA PRIMERA.
¿Yo? le canto á solas á Epígenes, mi amante.
LA JOVEN.
¿Tienes más amante que Géres? (1).
VIEJA PRIMERA.
El mismo Epígenes te lo probará: va á venir
dentro de poco. Míralo, ahí está.
LA JOVEN.
Pero no piensa en tí, vieja bribona.
VIEJA PRIMERA.
Sí, por cierto, apestada.
LA JOVEN.
Él mismo nos lo probará: yo me retiro de la
ventana.
VIEJA PRIMERA.
Y yo también, para que veas que no me en-
gaño.
EL JOVEN.
iOh, si pudiese estrechar entre mis brazos á la
joven, sin sufrir antes las caricias de la vieja! Esto
es intolerable para un hombre libre.
(1) Bl viejo antes citado.
TOMO ni.
47
258
COMEDIAS DE ARISTÓFANES
LAS JUNTERAS.
259
VIEJA PRIMERA.
iPor Júpiter! las sufrirás, mal que te pese. No
creas que esta es una vejez caída en desuso (1). La
ley ha de cumplirse, pues vivimos bajo un régi-
men democrático. Me retiro para observar sus mo-
vimientos.
EL JOVEN.
¡Ojalá, oh dioses, encuentre sola á aqueUa linda
muchacha! El vino, que me enardece, me hace ve-
nir á buscarla.
LA JOVEN.
He eng-anado á la maldita vieja. Se retiró, cre-
yendo que yo me iba á ester en casa.
VIEJA PRIMERA.
Es el mismo, el mismo de quien hablamos.— Ven
acá, dueño mió, ven á pasar la noche entre mis bra-
zos Los bucles de tus cabellos me tienen loca de
amor- una pasión frenética arde en mi pecho y me
consume. Oye mis súplicas. Cupido, y haz que
ven^ á compartir mi tálamo.
EL JOVEN.
Ven acá, ven acá, baja á abrir la puerta, si no
quieres verme morir en su dintel. ¡Oh amada mía!
quiero embriagarme con tus caricias (2) ¡Oh Ve-
nus! ¿Por qué me inspiras este frenético deseos-
Oye mis súplicas. Cupido, y haz que venga á com-
partir mi tálamo. ¡Qué impotente es la palabra para
(1) Lit.: «esto no es del tiempo de Canxena,» que e^
como si dijéramos «de cuando el rey que rabió.»
(2) In tuo sim voló lascmre cum tms natious.
pintar mi pasión! Abre la puerta, dulce amigu:
estréchame entre tus brazos; pon fin á mi tormen-
to. Idoio mió, hija de Venus, abeja de las Musas,
alumna de la g'racia, vivo retrato del placer (1),
abre la puerta, estréchame entre tus brazos; pon
fia á mi tormento.
VIEJA PRIMERA.
lEh, tú! ¿por qué llamas"^ ¿me buscas?
EL JOVEN.
No.
VIEJA PRIMERA.
Sin embarg-o, llamabas.
EL JOVEN.
¡Antes morir!
VIEJA PRIMERA.
¿Por qué vienes con esa antorcha?
EL JOVEN.
Busco á un hombre de Anaflisto (2).
VIEJA PRIMERA.
¿Cuál?
EL JOVEN.
NoesSebino (3), á quien tal vez esperas.
VIEJA PRIMERA.
iSí, por Venus! quieras ó no.
EL JOVEN.
No entendemos de lo que cuenta sesenta años, y
(4) Piropos desusados.
[V Demo del Ática, cuya etimología da lugar á un
equívoco obsceno (de ávxcpXáív.) (V. Las Ranas, 428.)
Í3) Equívoco del mismo género que el anterior. Tov
Scmvov, eum quite ineat.
260
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
lo dejamos para más adelante; sólo juzg'amos de
lo que tiene menos de veinte (1).
VIEJA PRIMERA.
Eso era bajo el antig-uo régimen, querido mío;
pero ahora es preciso que nos juzguéis á nosotras
primero.
EL JOVEN.
Si quiero, segnin la ley del jueg"0 de damas.
VIEJA PRIMERA.
Cuando comes no es la ley segiin el juego de
damas (2).
EL JOVEN.
No te entiendo; voy á llamar á esa puerta.
VIEJA PRIMERA.
Después de haber llamado á la mia.
EL JOVEN.
Por ahora, no tengo necesidad de criba.
(La vieja baja y sale de la casa,)
VIEJA PRIMERA.
Sé que me amas; sólo que estás asombrado de
verme fuera; vamos, dame un beso.
EL JOVEN.
Pero, amiga mia, tengo miedo á tu amante.
VIEJA PRIMERA.
¿A. cuál?
(\) Alusión á la lentitud en administrar justicia. La
frase tiene doble sentido.
(2) Quiere decir que la ley debe cumplirse en todas
sus partes.
LAS JUNTERAS.
261
EL JOVEN.
A aquel excelente pintor (1) .
VIEJA PRIMERA.
¿Quién es?
EL JOVEN.
Uno que pinta vasos sobre los féretros. Entra
pronto, no vaya á verte en la puerta.
VIEJA PRIMERA.
Ya sé, ya sé, lo que tú quieres.
EL JÓVEfí.
También se yó lo que quieres tú.
VIEJA PRIMERA.
Mas te juro por Venus, que me ha favorecido,
que no te he de soltar.
EL JOVEN.
Chocheas, viejecita mia.
VIEJA PRIMERA.
Y tú te chanceas; pero tendrás que compartir
mi lecho.
EL JOVEN.
¿Qué necesidad hay de comprar ganchos para
sacar los cubos de los pozos? Con echar esta vieja,
se conseguirá el mismo objeto.
VIEJA PRIMERA.
Déjate de burlas, pobre muchacho, y sígneme.
EL JOVEN.
Ninguna obligación tengo, á no ser que hayas
(1) Elogio irónico. Porque los pintores del jaez de los
que habla eran, como diríamos hoy, de panderetas.
262
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
263
pagado ala república la quiDgentésima (1) de tus
años.
VIEJA PRIMERA.
Por Venus, sigúeme: á mí nada me complace
tanto como el amor de los muchachos detu edaa.
EL JOVEN.
Pues á mí nada me desagrada tanto como el
amor de tus coetáneas; jamás podré quererlas.
VIEJA PRIMERA.
¡Por Júpiter! esto te obligará.
EL JOVEN.
¿Qué es eso? *
VIEJA PRIMERA.
Un decreto con arreglo al cual tienes que en*
trar en mi casa.
EL JOVEN.
Dílo y veamos.
VIEJA PRIMERA.
Escucha: «Han resuelto las mujeres que cuando
un joven ame á una doncella no podrá gozar de
BUS favores sin haber otorgado previamente loe
suyos auna anciana: si atento sólo á supasion;por
la joven se negase á cumplimentar el precitado re-
quisito, las mujeres de avanzada edad tendrán de-
recho á prenderle y á arrastrarle impunemente por
donde más lo sienta» (2).
(i) Parece que este impuesto lo pagaban los amos
respecto al valor de sus esclavos. j
(2) Méntula prehenswm. ^
EL JOVEN.
¡ Ay de mí! voy á ser un nuevo Procusto (1).
VIEJA PRIMERA.
Es necesario obedecer nuestras leyes.
EL JOVEN.
¿Y si alguno de mis amigos ó conciudadanos vi-
niese á rescatarme?
VIEJA PRIMERA.
Ningún hombre puede disponer de cosa alguna
cuyo valor exceda al de una medimna.
EL JOVEN.
^.No puedo oponerme?
VIEJA PRIMERA.
Todos los rodeos están prohibidos.
EL JOVEN.
Alegaré que soy comerciante (2).
VIEJA PRIMERA.
Y yo haré que te arrepientas de haberlo alegado.
EL JOVEN.
¿Qué debo hacer?
VIEJA PRIMERA.
Entrar en mi casa.
EL JOVEN.
¿Indispensablemente?
VIEJA PRIMERA.
Como si Diomédes (3) lo ordenase.
(i) Los comerciantes estaban exentos del servicio mi-
litar
(2) Célebre bandido. (V. Plutarco, Vida de TeseoJ
h) Bandido de Tracia, en los tiempos heroicos, que
obligaba á los viajeros á compartir el tálamo con sus m-
*-i'
264
COMEDIAS DE ARISTÓFANES,
EL JOVEN.
Pues bien, extiende una capa de orégano sobre
cuatro ramas; cíñete de bandas la cabeza, y co-
loca junto á tí los vasos de perfumes, y en la
puerta el cántaro de ag^ua lustral (I).
VIEJA PRIMERA.
También me comprarás una corona.
EL JOVEN.
iSí, por Júpiter! con tal que sea de cirios (2),
pues creo que espirarás en cuanto entres en tu
casa.
LA JOVEN.
¿Adonde arrastras á ese joven?
VIEJA PRIMERA.
A mi casa; porque es mío.
LA JOVEN.
Es una locura. Es demasiado joven para tí; me-
jor puedes ser su madre que su esposa Con ese
sistema vais á llenar el mundo de Edipos (3).
VIEJA PRIMERA.
OaUa, sierpe. La envidia te hace hablar así; pero
la has de pagíir.
^EéTciÉes ^^°^ ^^ ^^^ devorados por sus caballos. Lo mató
(4) Aparato con que se exponían los cadáveres El
(|) Se hacían con juncos recubiertos de cera.
[d) Que se casó con su madre Yocasta, sin conocerla.
LAS JUNTERAS.
265
LA JOVEN.
¡Por Júpiter salvador! ¡qué g'ran servicio me
has prestado librándome de esa vieja. ¡Esta noche
te probaré mi ardiente gratitud (1).
VIEJA SEGUNDA.
íEh, eh! ¿adonde te llevas á ese? Segnin la ley,
mi derecho á sus abrazos es preferente.
EL JOVEN.
lOh desdichal ¿De dónde sales, vieja condenada?
Esta es mil veces peor que la primera.
VIEJA SEGUNDA.
Ven acá.
EL JOVEN. fA la joven.)
¡Por todos los dioses! no dejes que esa vieja me
obligrue á segruirla.
VIEJA SEGUNDA.
La ley te obliga, yo no.
EL JOVEN.
Di más bien una Empusa (2) con todo el cuerpo
plagado de úlceras hediondas.
VIEJA SEGUNDA.
Sigúeme, corazoncito mió, y déjate de charla.
EL JOVEN.
Déjame ir á hacer una necesidad, para que
pueda recobrarme un poco; si no, el miedo me
obligará á pintar de rojo el dintel de esa puerta.
(1) Gh'atiam tibi magnam et crassam referam.
(2) Fantasma infernal. (V. Las Ranas, 294.)
56(í
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
267
VIEJA SEGUNDA.
Ven, no temas; en casa lo harás (1).
EL JOVEN.
¡Ob! temo hacer más de lo que quiero; déjame, te
daré dos buenos fiadores.
VIEJA SEGUNDA.
No los admito.
VIEJA TERCERA.
¡Eb tú! ¿adonde vas con esa vieja?
EL JOVEN.
No voy, me llevan. Quienquiera que seas, ojalá
te colme el cielo de bendiciones, por venir á ayu-
darme en este apuro (2). ¡Ob Hércules! job Panes!
¡ob Coribantes! ¡oh Dióscuros! ese monstruo es in-
finitamente más horrible. ¿Pero qué es, Júpiter po-
deroso? ¿Es una mona rebozada en albayalde, ó el
espectro de una vieja vuelta de los infiernos?
VIEJA TERCERA.
No te burles, y sigúeme por aquí.
VIEJA SEGUNDA.
No, por aquí.
VIEJA TERCERA.
Nunca te soltaré.
VIEJA SEGUNDA.
Yo tampoco.
(1) Cacabis.
(2) Al decir esto, vuelve la cabeza y ve á una tercera
vieja más horrible que las dos primeras.
EL JOVEN.
Mq vais á descuartizar, viejas malditas.
VIEJA SEGUNDA.
La ley manda que me sigas.
VIEJA TERCERA.
Como no se presente otra vieja más fea.
EL JOVEN.
Pero si me matáis así, ?.cómo he de poder acer-
carme & aquella hermosa?
VIEJA TERCERA.
Arréglatelas como puedas; por de pronto obe-
déceme.
EL JOVEN.
¿Con cuál de vosotras debo cumplir primero?
VIEJA SEGUNDA.
¿No lo sabes? Ven conmigo.
EL JOVEN.
Pues que me suelte esta otra.
VIEJA TERCERA.
No, ven conmigo. .
EL JOVEN.
Iré, si ésta me suelta.
VIEJA SEGUNDA.
Pues yo no te suelto.
VIEJA TERCERA.
Ni yo.
EL JOVEN.
Sois muy malas barqueras.
VIEJA SEGUNDA.
¿Por qué?
^s
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
269
EL JOVEN.
Porque haréis pudazos á los pasajeros tirando á
un lado y á otro.
VIEJA SEGUNDA.
Galla, y ven por aquí.
VIEJA TERCERA.
No, por aquí.
EL JOVEN.
Estamos en el caso del decreto de Cannónos (1),
pues teiig-o que partirme en dos para daros gusto.
¿Pero cómo he de poder manejar dos remos á un
mismo tiempo?
VIEJA SEGUNDA.
Muy fácilmente, comiéndote un puchero de ce-
bollas (2).
EL JOVEN.
jAy de mí! iya estoy junto á la puerta!
VIEJA TERCERA. fA la Vieja segunda,)
Nada conseguirás, porque entraré contigo.
EL JOVEN.
No, por todos loa dioses : mejor es un mal
que dos.
VIEJA TERCERA.
Por Hécate, quieras ó no, así ha de ser.
. EL JOVEN.
iNegro infortuniol ¡Permanecer todo el día y
toda la noche en brazos de una vieja hedionda, y
(1) Este decreto mandaba que cuando hubiera varias
personas acusadas del mismo crimen, se formase pieza se-
parada de lo relativo á cada una de ellas.
(2) Como afrodisiaco.
para fin de fiesta caer de nuevo entre los de esa
rana cuyas mejillas parecen dos alcuzas (1). ¿Hay
desgracia como la mia? Sin duda nací con mal
sino, pues tengo que nadar entre estos monstruos.
Si algún mal me sucede al navegar sobre estas fé-
.tidas letrinas, acordaos de sepultarme bajo el
mismo dintel de la puerta; y á la que me sobreviva
untadle todo el cuerpo de hirviente pez. Cubridla
hasta el tobillo de fundido plomo, y colocadla so-
bre mi tumba, á guisa de lámpara funeraria (2).
UNA CRIADA (3). ^
¡Qué felicidad la del pueblo ateniense! ¡Qué feli-
cidad la-mia! ¡y sobre todo qué felicidad la de mi
señora!
¡Felices todos vosotros, vecinos y conciudadanos,
y cuantos estáis á nuestras puertas; y feliz con
ellos yo, simple sirvienta, que he llenado mi ca-
bellera de perfumes! ¡Y qué exquisitos, Júpiter
soberano! Pero el perfume de las ánforas llenas de
vino de Tásos es más exquisito todavía; este aroma
se conserva largo tiempo, los otros se desvanecen
en seguida. ^Sí, excelsos dioses, el perfume de las
ánforas es mil y mil veces preferible! ¡Echadme
vino! Echadme; pues alegra toda la noche á la
(i) El X^>cueo> del texto, solia estar pintado de negro
sobre fondo rojo.
(2) Hay en esta lamentación del joven muchas pala-
bras de doble sentido.
(3) Saliendo del festin.
«70
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LAS JUNTERAS.
271
que ha sabido eleg-irlo.— Pero, amibas, decidme
dónde está mi dueño, el marido de mi señora.
COBO.
Si te quedas ahí, me parece que lo encontrarás.
LA CKIADA.
Tenéis razón; ya viene á cenar. ¡Oh dueño miol
íHombre feliz! ¡Hombre mil veces feliz!
EL DÜBÑO.
¿Yo?
LA CRIADA.
Sí, tú, y más feliz que ning'uno, por Júpiter.
¿Puede haber nadie más dichoso que tú, que en una
población de más de treinta mil ciudadanos eres el
único que no ha cenado.
CORO. .
Es verderamente un hombre feliz .
LA CRIADA.
¿Adonde, adonde vas?
EL DUEÑO.
A cenar.
LA CRIADA.
Serás el último, por Venus. Sin embargo, mi
señora me ha dicho que te lleve, y contigo á esas
muchachas. Aun queda mucho vino de Quíosy otras
mil cosas buenas.— ¡Ea, no tardemos! Los especta-
dores que nos favorecen, y los jueces imparciales,
pueden venir también: les daremos de todo. Asi,
pues, di generosamente á todo el mundo, sin omi-
tir á nadie, invitando á viejos, jóvenes y niños,
que tendrán cena dispuesta para todos... si van á
sus casas.
CORO.
Corro al festín, llevando mi antorcha con gra-
cia. ¿Qué esperas tú^ ¿Por qué no vienes con esas
muchachas? Mientras bajas con ellas, yo entonaré
un canto á propósito para abrir el apetito. Pero
antes quiero dar al jurado un pequeño consejo. Que
los sabios me juzguen por lo que en esta comedia
hay de sabio, y los que gusten de chistes por los
muchos chistes que en ella he derramado. Así, si
no me engaño, me someto al parecer de todos. No
me perjudique el haberme tocado en suerte ser
el primero (1); no lo olvidéis; y fieles á vuestro
juramento, juzgad siempre con rectitud á los co-
ros; no seáis como esas viles cortesanas que sólo
se acuerdan de lo último que han recibido.
SEMI -CORO.
i Ya es hora, amigas mias! Ya es hora, si quere-
mos concluir, de dirigirnos al banquete danzando.
Partid y ajustad vuestros pasos al ritmo cretense.
SEMI-CORO.
Así lo hago.
CORO.
Marchad vosotras, ligera y acompasadamente.
Pronto se van á servir ostras, cecina, rayas, lam-
preas, pedazos de sesos en salsa picante, silfio,
puerros empapados en miel, tordos, mirlos, palo-
minos torcaces, palomas, crestas de galio asadas,
(1) Como cada dia se representaban varias piezas, se
sorteaba el orden en que habla de verificarse. Era venta-
joso ser de los últimos, porque la impresión era más viva,
como más reciente.
k
272
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
chochas, pichones, liebres cocidas en arrope, y
sustancia de alones (1). Ya lo sabéis; pronto, ami-
gas mias, cog'ed un plato, y en se^ida un vaso,
y á comer.
SE MI-CORO.
Las otras devoran ya.
CORO.
iSaltemos! ¡bailemos! jEa! ¡ea! jAl festín! lEa!
lea! ¡victoria! ¡victoria!
(i) Esta enumeración de manjares constituye en el
original un enorme vocablo de setenta y cuatro sílabas,
que puede dar una idea de la maravillosa flexibilidad del
griego para formar palabras compuestas. Voss lo tradujo
al alemán en otro de setenta y nueve, cuya pronunciabi-
lidad, si así puede decirse, nos parece dudosa. Por lo de-
mas, el pasaje de Aristófanes es una parodia áe\ Banquete
de Filóxeno de Citera, poeta lírico de alguna fama por
aquel entonces.
■
í
PLUTO.
I
FIN DE LAS JUNTERAS.
r-.
TOMO m.
i$
NOTICIA PRELIMINAR.
Después de haber combatido en Las Junteras los
absurdos de ciertas teorías comunistas, vuelve
Aristófanes en el Pluto á tratar por medio de una
ingeniosa aleg-oría la gran cuestión del pauperis-
mo y de la desigual ó injusta distribución de las
riquezas.
Pluto, el dios del oro, está ciego y distribuye
sus bienes al azar, enriqueciendo á todos los bri-
bones é intrigantes, y dejando en la miseria á los
hombres virtuosos y trabajadores. Cremilo, hon-
rado labrador, le encuentra en tan lastimoso es-
tado, y, obedeciendo á un oráculo de Apolo, trata
de devolverle la vista venciendo la resistencia del
dios, á quien tiene atemorizado una amenaza de
Júpiter. Después de sostener Cremilo una violenta
discusión con la Pobreza, en que ésta se presenta
<5omo la causa de todos los bienes y la fuente de
toda felicidad, lleva á Pluto al templo de Escula-
pio, donde recobra la vista. Una multitud inmensa
276
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
se agolpa en derredor del dios, deseosa de conse-
guir sus favores, pero él los reserva para los hom-
bres de bien, hasta entonces desdeñados. Un dela-
tor, una vieja verde, Mercurio y el sacerdote de
Júpiter aparecen sucesivamente lamentando la si-
tuación á que les ha reducido la curación de Pluto,
y la comedia acaba con una procesión para insta-
lar al dios en su antiguo puesto, detrás del templo
de Minerva.
Aunque velado por la multitud de sofismas, ale-
gorías , narraciones burlescas, alusiones satíricas
y discusiones y chistosos incidentes que constitu-
yen la trama de esta comedia, se ve que el remedio
eficaz, en concepto de Aristófanes, para la pobreza
pública no era el dejar á todos los ciudadanos en
una holgazanería llena de abundancia, ideal de
los pueblos antiguos, sino el trabajo, condición ne-
cesaria de nuestra naturaleza y cuya conveniente
utiüdad sostiene la Pobreza para llegar al qnod sa-
tis est y á la áurea tmdiocrUas, que constituyen
nuestra felicidad relativa, demostrando que el oro
por sí mismo no constituye la riqueza.
Lo que más llama la atención en el PMo y le
distingue de las otras comedias de Aristófanes, es
su lenguaje comedido y casi limpio de las obsce-
nidades y bufonadas que afean el de otras piezas;
la sátira es además mucho menos cáustica y mor-
dad, y el sangriento sarcasmo está sustituido casi
siempre por una agradable ironía. El coro desem-
peña un papel monos importante, y las alusiones
personales escasean: falta además la Parábasis, ca-
NOTICIA PRELIMINAR.
277
racterística, como hemos visto, de la comedia an-
tigua, por lo cual muchos escritores consideran el
Pluto como perteneciente á la llamada media. Por
esto mismo, hallándose desprovista del interés po-
lítico, el poeta pu3o sin duda mayor cuidado en el
desarrollo de su plan, desenvolviéndolo con un arte
parecido al de Las Nubes, y embelleciéndole con
chistes espirituales y de buen gusto.
El PliUo se representó en dos épocas distintas:
la primera vez en el año 408 ó el 409 antes de Je-
sucristo; y la segunda en 390, aunque entonces
con el nombre de Araros, hijo de nuestro poeta.
La edición que hasta nosotros ha llegado no es,
según todas las apariencias, ni la primera ni la se-
gunda, sino una refundición de ambas, hecha quizá
por algún gramático, tomando trozos de una y
otra. Pues la falta de Parábasis y diferentes alu-
siones á sucesos políticos posteriores al 409 de-
muestran que no puede ser la representada en esta
fecha, al paso que aquellos pasajes en que se ataca
personalmente á varios ciudadanos infiuyentes no
pertenecen á la de 390, en cuya época los Treinta
hablan prohibido á los cómicos el satirizar á nadie
por su nombre.
PERSONAJES.
Carion.
Crjemilo.
Plüto.
Coro de Labradores.
Blepsidemo.
La Pobreza.
La mujer de Cremilo.
Un hombre honrado.
Un Delator.
Una Vieja.
Un Joven.
Mercurio.
Un Sacerdote de Júpiter.
(La acción pasa delaate de la casa de Cremilo.)
PLUTO.
CARION.
¿Oh Júpiter! ¡Oh dioses! ¡qué terrible cosa es ser-
vir á uu amo demente! Si el esclavo dalos mejores
consejos y al dueño no se le antoja seg^uirlos, no
por eso deja de participar de su desgracia. Porque
la fortuna no nos permite disponer de este cuerpo
que es nuestro y muy nuestro, y se lo da al que lo
ha comprado. ¡Asi anda el mundo! Teng-o que di-
ri^r á Apolo, al dios cuya pitonisa profetiza desde
el áureo trípode, una justa acusación: siendo mé-
dico y hábil adivino, seg-un se asegura, ha dejado
salir de su templo á mi amo loco, obstinado en se-
guir á un cieg-o y empeñado en oponerse al buen
sentido, según el cual quien tiene buenos ojos
debe guiar al que carece de ellos; pero á mi señor
no hay medio de hacérselo comprender, y se va
detrás del ciego, y por añadidura me obliga á ir
también, sin responder á mispreguntas. No, dueño
mió, yo no puedo callar si no me dices por qué se-
282
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
gruimos á ese hombre; te atormentaré, ya que gra-
cias á mi corona (1) no puedes castigarme.
CREMILO.
Pero si me fastidias mucho, te quitaré la corona
y te sacudiré de lo lindo.
CARION.
¡Como si callarasI'No pienso dejarte en paz hasta
que me dig^s quién es ese. Ten presente que te lo
preg-unto por tu propio interés.
CREMILO.
Bueno, no te lo ocultaré, aunque sólo sea porque
eres el más fiel y el más ladrón de mis criados (2).
To, siendo piadoso y justo, era pobre y desgra-
ciado.
CARION.
Losé.
CREMILO,
Y otros, sacrileg'os, oradores, delatores (3) y mal-
vados, se enriquecían.
(1) Los que volvían, como Carion, de consultar el
oráculo de Apolo en Délfos traían una corona de laurel,
que les daba una especie de inviolabilidad.
(2) Contraste chistoso.
(3) Sicofantas. Sobre el origen de este nombre, que se-
gún su etimología quiere decir denunciadores de higos
(<Tüx?¡, higo, cpaívcü, denunciar), se dan distintas explicacio-
nes. Plutarco /" Fiúía í/(? Solón), supone que una antigua
ley prohibía la exportación de higos, y á los que delataban
á ios contraventores se les llamaba sicofantas, habiéndose
después generalizado esta denominación á cualquier de-
nunciador. El Escoliasta de Aristófanes (Piulo, 31) dice
que en tiempo de hambre ésta obligó á algunos á robar el
fruto de las higueras consagradas á los dioses, concitán-
dose la ira de éstos y siendo denunciados los sacrilegos.
PLUTO.
283
CARION.
Lo creo.
CREMILO.
En vista de esto ful á consultar al dios, no por
mí, que ^eo ya agotarse mi triste vida, sino por
mi único hijo, si convendría que, cambiando de
conducta, se hiciese canalla, injusto y malvado,
puesto que éste parece ser el camino de la fortuna.
CARTÓN.
¿Y qué ha respondido Apolo en medio de sus co-
ronas"^
CREMILO.
Vas á saberlo. En términos claros y precisos me
mandó seguir al primero que me encontrase al sa-
lir del templo, y que no me separase de él hasta
llevarlo á mi casa.
CARION.
¿Quién fué el primero que encontraste?
CREMILO.
Ese.
CARION.
¡Imbécil! ¿no has comprendido el espíritu del
oráculo que te ordena educar á tu hijo á la usanza
del país?
CREMILO.
¿De qué lo infieres?
CARION.
Está claro, hasta para un ciego, que hoy dia lo
Ya hemos visto en otra ocasión que muchas gentes no vi-
vían en Atenas de otra cosa que del producto de sus de-
nuncias contra malos é inocentes.
284
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLVTO.
285
más provechoso es prescindir de todo honrado
pensamiento.
CREMILO.
No puede ser ese el espíritu del oráculo, sino otro
más noble y elevado. Si ese hombre nos dijera
quién es y por qué ha venido, quizá pudiéramos
comprender el sentido misterioso del oráculo en
cuestión.
CARION, fA Pinto.)
íElí, tú! dínos quién eres, antes de que el efecto
sig-a á la amena/a. ¡Vamos, pronto, prontol
PLUTO.
iVéte al infierno!
CARION.
¿Has oído cómo te dice quién es?
CREMILO.
Eso va contig'o y no conmigo, porque le pre-
guntas de un modo g-rosero y brutal. — Amigo mió,
si te agrada la conversación de los hombres honra-
dos, respóndeme.
PLUTO.
¡Ahórcate!
CaRION.
I Va ya un hombre y un agüero que te envia el
diosl
CREMILO. (A Piulo O
¡Por Oéres, no has de seguir burlándote!
CARION.
Si no declaras tu nombre, te hago añicos.
PLÜTO.
Amigos, dejadme en paz.
CREMILO.
Nunca,
CARION.
No hay medio mejor, dueño mío; voy á matar á
ese tunante. Lo llevaré al borde de un abismo, y
lo abandonaré allí, para que se precipite y se rompa
la cabeza.
CREÓLO.
Llévatelo cuanto antes. .
PLUTO.
¡No! ¡no!
CREMILO.
¿Responderás?
PLUTO.
Pero cuando os diga quién soy, sé muy bien que
me maltrataréis; no me dejaréis marchar.
CREMILO.
iPor los dioses! en cuanto quieras.
PLUTO.
Principiad por soltarme.
CREMILO.
Ya estás suelto.
PLUTO.
Oid, pues, ya que es preciso revelaros lo que ha-
bla resuelto ocultar.— Yo soy Pluto (1).
CREMILO.
¡Grandísimo bribón! ¿Eres Pluto y lo callabas?
CARION.
¡TÚ Pluto en tan miserable estadol
(1) Dios de las riquezas.
286
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CRBMILO.
¡Oh Apolo! íOh dioses! ¡Oh genios! ¡Oh Júpiter!
¿Qué dices? ¿Es verdad que eres tú?
PLÜTO.
Sí.
CBEMILO.
¿El mismo?
PLUTO.
El mismísimo (1).
CREMTLO.
¿Pero de dónde vienes tan puerco?
PLüTO.
De casa de Patroclo (2), que no se ha lavado (3)
en toda su vida.
CREMILO.
¿Y tu enfermedad de dónde procede? Responde.
PLUTO.
Me la ha producido Júpiter, por odio á los hom-
bres. Yo, desde jovencito, le habia amenazado con
visitar solamente la casa de las personas justas,
sabias y modestas, y él me dejó cieg-o para que no
las conociese. ¡Tanto detesta á las gentes hon-
radas!
(1) A'JxóxaTo;, lo niismo que Plauto ipsissimus (Tri-
nummus, iv, 2.146).
(2) Ateniense muy rico, pero tan misepable, que la
frase «más avaro que Patroclo» se hizo proverbial. Para
evitar gastos imitaba á los Lacedemonios, comiendo muy
frugalmente, dejándose crecer barba y cabellos, y abste-
niéndose de bañarse.
(3) Los Atenienses se lavaban muy á menudo las ma-
nos y todo el cuerpo.
PLUTO.
287
CREMILO.
Pues la verdad es que sólo los hombres buenos
y justos le reverencian.
PLUTO.
Tienes razón.
CREMILO.
Y díme, ¿si recobrases de la vista huirlas de los
malos?
PLUTO -
Sí por cierto.
CREMILO.
¿Y visitarlas á los buenos?
PLUTO.
Seguramente: ¡hace tanto tiempo que no los he
visto!
CREmLO.
No tiene nada de particular; yo ten^o buenos
ojos y tampoco los veo.
PLUTO.
A^hora dejadme; ya os lo he dicho todo.
CREMILO.
No por cierto: ahora te retendremos con más
motivo.
PLUTO.
¿No decia yo que habláis de atormentarme?
CREMILO.
Vamos, te lo suplico, déjate convencer y no me
abandones. No encontrarás, por mucho que bus-
ques, un hombre mejor que yo. No, por Júpiter,
no hay otro como yo.
288
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
Lo mismo dicen todos; pero en cuanto me po-
seen y se hacen ricos, su perversidad no tiene li-
mites.
CREMILO.
Es verdad, pero no todos son malos.
PLUTO.
Todos sin excepción.
CARIüN.
Yate volveré esa palabrita al cuerpo.
CREMILO.
Pero á lo menos debes saber las ventajas que
conseguirás estando con nosotros: préstame aten-
ción. Yo espero, con ayuda de los dioses, curarte
la ceguera y devolverte la vista.
PLUTO.
No harás tal; no quiero recobrarla.
CREMILO.
¿.Qué dices?
CARION.
Este hombre se complace en su infortunio.
PLUTO.
Júpiter (lo sé muy bien), en cuanto supiese que
hablas hecho esa locura, me pulverizarla.
CREMILO.
¿No lo hace ya, dejándote ir á tientas expuesto á
mil peligros?
PLUTO.
Lo ignoro; pero le tengo un miedo cerval.
CREMILO.
Pero díme, ¡oh el más cobarde de todos los dio-
PLUTO.
289
sesl ¿Crees que el poder de Júpiter y sus rayos
valdrían un comino si recobrases la vista, aunque
sólo por poco tiempo?
PLUTO.
¡Oh, no digas eso, desdichado!
CREMILO.
Tranquilízate; yo te demostraré que eres mu-
cho más poderoso que Júpiter.
PLUTO.
¿Yo?
CREMILO.
Sí, por el cielo. ¿Quién da á Júpiter su poder so-
bre los demás dioses?
PLUTO.
El dinero; porque tiene muchísimo.
CílEMILO.
Y bien, ¿quién le suministra ese dinero?
CARION.
Pluto.
CREMILO.
Y el mismo Júpiter, ¿á quién débelos sacrificios
que se le ofrecen? ¿No es á Pluto?
CARION.
Es verdad, se le pide sin rebozo la riqueza.
CREMILO.
Por tanto, siendo Pluto la causa de esos sacrifi-
cios, ¿no pudiera darles también tínsi se le antojara?
PLUTO.
¿Cómo?
CREMILO.
Ningún hombre podría en adelante ofrecer en
TOMO III. 19
290
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PLÜTO.
291
sacrificio ni un buey, ni una torta, ni nada abso-
lutamente contra tu voluntad.
PLUTO.
¿Cómo?
CREMILO.
¿Cómo? Porque nadie podría comprar nada si
tú no le dabas el dinero; por consiguiente, en tu
mano está el anular el poder de Júpiter el dia en
que te incomode.
PLUTO.
¿Qué dices? ¿Por mi le ofrecen sacrificios?
CREMILO.
Y lo repito; cuanto hay de brillante, de gracioso
y de bello entre los hombres se te debe á tí; pues
todo depende de la riqueza.
CARION.
Yo, por ejemplo, soy esclavo por un poco de di-
nero; si hubiera sido rico, sería libre.
CRÉDULO.
¿Y no sabes lo que se cuenta de las cortesanas de
Corinto? (1). Cuando se les acerca un pobre, ni si-
quiera le miran; pero como sea un rico, no le ha-
cen esperar un momento (2).
CARION.
Lo mismo hacen los muchachos; el interés y no
el amor les guía.
(1) Las cortesanas de Corinto eran célebres por su
belleza y por lo caros que vendían sus favores, de donde
vino el proverbio: Non cuivis homini contigit adire Co-
rinthum.
(2) Clunes extemplo eas hmc ohvertere.
CREMILO.
No los honrados, sino los que se prostituyen á
cualquiera; los primeros no piden dinero.
CARION.
¿Pues qué piden?
CREMILO.
Uno, un buen caballo; otro, perros de caza.
CARION.
Les da vergüenza exigir dinero, y mudan de
nombre á su vileza.
CREMILO.
A tí se debe el nacimiento de todas las artes y
délas invenciones más ingeniosas de los hombres.
Por tí, y sólo por ti, uno corta cueros sentado en
su taller; otro forja el bronce; otro trabaja en ma-
dera; otro refina el oro que de tí ha recibido; otro
roba en las calles; otro horada paredes; otro es ba-
tanero; otro lava pieles; otro las curte; otro vende
cebollas; otro, sorprendido en adulterio, sufre, por
tí también, la depilación (1).
PLUTO.
iTriste de mí! ¡Cuánto tiempo he estado sin sa-
berlo!
CARION.
¿No es él quien ensoberbece al gran rey? (2).
¿No es él quien convoca á la asamblea á los ciuda-
(1) Sobre el castigo de los adúlteros, que tenía más de
ridículo ¿infamante que de doloroso, véase la nota cor-
respondiente en Las Nubes.
(2) Llamábase así al de Persia, dueño de inmensos te-
soros.
292
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
293
danos? (1). ¿No es él quien equípalos triremes? (2).
¿No es él quien mantiene nuestros mercenarios de
CJorinto? (3). ¿No es él quien hará desesperar á Pan-
filo (4), y con Panfilo al comerciante de aguja?? (5).
¿No es él quien da tantos humos á Agirrio? (6). ¿No
es él quien incita á Filepsio (7) á recitar sus fábulas?
¿No es él quien envia auxiliares al Egipto? (8). ¿No
es por él por quien Lais (9) ama á Filónides? (10).
¿No es él por quien la torre de Timoteo?... (11).
CREMiLO. (A Carion.)
Que ojalá te aplaste.— ^il Pinto.) En una palabra,
(4) Para cobrar el trióbolo.
(2) Este encargo se daba á los ciudadanos más ricos
nombrándoles trierarcas. La república sólo les proporcio-
naba el armazón de la nave.
(3) Hicimos mención en Las Junteras de la alianza en-
tre Atenienses, Beodos, Argivos y Corintios. Para socor-
rer á estos últimos, Atenas habia enviado una guardia de
algunos miles de soldados mercenarios.
(4) Usurero famoso; ó. según creen otros, demagogo
que habiendo defraudado al Erario fué desterrado, confis-
cándesele sus bienes.
(5) Parásito de Panfilo, ó cómplice de sus concusiones.
(6) Rico insolente.
(7) Se ganaba la vida refiriendo cuentos en las calles.
Se parecía en esto algo á los ciegos que cantan y recitan
romances y espeluznantes historias en nuestras plazuelas.
(8) Se tiene por problable que el poeta a uda aquí al
socorro de doscientos navios que los Atenienses enviaron
á los Egipcios cuando éstos se sublevaron contra Persia
proclamando rey á Inaro. (V. Tucídides, i, 104-11-2, y el
Escoliasta.)
(9) Célebre cortesana siciliana establecida en Corinto.
(10) Rico imbécil.
(11) Ostentoso edificio construido por Timoteo, hijo de
Conon. Era un general hábil y afortunado y niuy joven al
representarse el Pluto.
por tí se hace todo. Tú eres la causa de todos nues-
tros males y de todos nuestros bienes; tenlo enten-
dido.
CAftION.
En la g'uerra la victoria se inclina siempre del
lado donde tú pesas.
PLUTO.
¿Yo solo puedo hacer tantas cosas?
CREMILO.
Y otras muchas más, ¡por Júpiter! Asi es que
nadie se cansa de ti. Todas las demás cosas llegan
á saciar: el amor...
CARION.
El pan.
CREMILO.
La música.
CARION.
Las golosinas.
CREMILO.
Los honores.
CARION.
Las tortas.
CREMILO.
La virtud.
CARION,
Los higos. é
CREMILO.
La ambición.
CARION.
Las puches.
i
294
COMEDIAS DE ARISTO FANES.
CREMILO.
Los grados militares.
CARION.
Las lentejas.
CREMILO.
Pero de tí nunca se ha saciado nadie. Si se tie-
nen trece talentos (1), se desea con mayor afán
reunir diez y seis. ¿Se consig-uen los diez y seis?
pues se apetecen cuarenta, y se dice que no hay
con que vivir.
PLUTO.
Me parece muy bien todo lo que decís; sólo me
inquieta una cosa.
CREMILO.
¿Cuál?
PLUTO.
El cómo conseguiré hacerme dueño de ese poder
que decís que tengo.
CREMILO.
íPor Júpiter! Con muchísima razón dice todo el
mundo que la riqueza es la cosa más cobarde.
PLUTO.
No por cierto; me ha calumniado un ladrón. Ha-
biendo penetrado un dia en mi casa, no pudo lle-
varse nada, porque todo lo encontró cerrado; y en
despecho llamó cobardía ¿ mi previsión.
CREMILO.
No tengas ningún cuidado; si estás dispuesto á
(4) El talento valía 5.560 pesetas.
PLUTO.
295
secundar mi empresa, te volveré una vista más
penetrante que la de Linceo (1).
PLUTO.
¿Cómo podrás hacer eso siendo un simple mortal?
CREMILO.
Tengo buenas esperanzas por lo que me dijo el
mismo Apolo agitando el laurel de la pitonisa.
PLUTO.
¿De modo que también aquél lo sabe?
CREMILO.
Seguramente.
PLUTO.
Cuidado no...
CREMILO.
Nada temas, querido mió; yo estoy decidido,
tenlo bien presente, á conseguir mi objeto, aunque
deba morir en la demanda.
CARION.
Y, si quieres, yo también.
CREMILO.
Además nos ayudarán en nuestra empresa todos
los hombres honrados, que carecen hasta de un
bocado de pan.
PLUTO.
¡Ay, qué pobres son esos auxiliares!
CREMILO.
No lo serán cuando se hagan ñQOñ,—fA Cañón J
Corre á todo correr...
(i) Veia á tiavés de los cuerpos opacos, y distinguía
hasta lo que pasaba en los infiernos. Fué uno de los argo-
nautas. Se le atribuye el descubrimiento de los metales.
296
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CARION
¿Qué hag^o? di.
CRE-\nLO.
Llama ¿ nuestros compañeros los labradores (es-
toy seguro de que los hallarás en el campo en su
penosa faena), para que vengan á participar con
nosotros de los dones de Pinto.
CARION.
Voy; pero es preciso que alguno se encargue de
llevar á casa este tasajo de carne (1).
CREMILO.
Yo me encargo de eso: corre.— Tú, Pinto, el más
poderoso de los dioses, entra conmigo en mi mo-
rada. Esa es la casa que hoy has de colmar de ri-
quezas bien ó mal adquiridas.
PLUTO.
Pongo por testigos á los dioses de que nunca he
entrado á gusto en ninguna casa extraña; porque
jamás lo he pasado bien en ninguna. Pues si por
casualidad me alojo en la habitación de un avaro,
en seguida me mete debajo de tierra, y cuando al-
gún honrado amigo le viene á pedir prestado un
poquito de dinero, dice que jamás me ha visto. Si,
al contrario, es la de un pródigo sin juicio, me en-
trega al punto á los juegos de azar y á las corte-
sanas, y en pocos momentos me veo en la puerta
de la calle completamente desnudo.
(1) Parte de la víctima que Cremilo habia sacrificado á
Apolo. Era costumbre obsequiar con ella á los parientes y
amigos.
PLUTO.
297
CREMILO.
Es que nunca has tropezado con un hombre mo-
derado como yo lo soy en todas mis acciones. A mi
me gusta como á nadie la economía, pero también
el gastar, cuando es necesario. Pero entremos,
pues quiero que te vean mi mujer y mi Vmico hijo,
el ser á quien más amo después de ti.
PLUTO.
Lo creo.
CREMILO.
jA qué te habia de ocultar la verdad?
(Entran en la casa,)
CORO.
(FaltaJ
CARION.
Amigos y paisanos, laboriosos agricultores que
tantas veces habéis comido ajos con mi señor, ve-
nid, apresuraos, corred, no hay que perder un ins-
tante, acudid en nuestro auxilio.
CORO.
¿No ves que ya nos apresuramos cuanto es posi-
ble á unos hombres débiles y viejos? ¿Crees tú que
debo de correr antes de haberme dicho por qué
nos llama tu amo?
CARION.
¿No te lo he dicho hace un año? Sin duda te has
vuelto sordo. Mi dueño quiere anunciaros que en
298
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
adelante nadaréis todos en la abundancia, libres de
esa vida ruda y miserable.
CORO.
Pero ¿de qué se trata, ó de dónde procede eso
que nos dice?
CARION.
Se ha presentado aquí, mis pobres amig'os, con
un viejo sucio, encorvado, miserable, calvo, lleno
de arrugas, sin dientes, y, por Júpiter, creo que
hasta circuncidado [i).
CORO.
¡Es una noticia preciosa! ¿Qué nos cuentas? Re-
pítelo. ¿Querrás decir que se ha traido un montón
de dinero?
CARION.
Sí, un montón de achaques de la vejez (2).
CORO.
¿Crees que si nos engranas te vas á ir impune,
teniendo yo un garrote en la mano?
CARION.
¿Por tan desvergonzado me tenéis que me juz-
gáis incapaz de hablaros formalmente?
CORO.
I Qué impávido es el gran bellacol Sus piernas
gritan ya: ¡ay! ¡ay! y piden á voz en grito, los ce-
pos y las cuñas.
(1) Los Griegos despreciaban á los pueblos que practi-
caban la circuncisión.
(2) Planto (Mercator, ni, se. iv, v) dice también:
Non hominem mihi, sed thesaurumnescio quem memoras mali.
PLUTO
29»
CARION.
La letra (1) que te ha tocado en suerte te designa
para ir á juzgar en el ataúd; ¿por qué no vas? Ca-
rón te dará las insignias (2).
CORO.
I Así revientes! ¡Qué mal intencionado y fasti-
dioso empeño de burlarnos, y de no acabar de de-
cimos para qué nos llama tu señor! Habla, ya ves
que, aunque rendidos de fatiga y escasos de tiem-
po, hemos acudido á toda prisa, pasando á través
de innumerables ajos (3).
CARION,
No 03 lo ocultaré más tiempo: mi amo, amigos
mios, ha venido con Pluto en persona, que os enri-
quecerá.
CORO.
¿De veras? ¿Seremos todos ricos?
CARION.
Seguramente; y también seréis Midas (4), si os
salen orejas de asno.
(i) Vimos en Las Junteras que se sorteaban por medio
de letras los ciudadanos que debian de formar parte de
ios tribunales cada año. Carion quiere decir que en vez de
pensar en castigarle, el coro debia de pensar en arreglar
sus cosas para bien morir.
(2) La insignia del juez era un bastón ó vara (dxfiírrpoy)
que devolvían al Pritáneo al finalizar cada sesión, reci-
biendo entonces el trióbolo.
(3) Y resistiendo sin duda á la tentación de arrancar
algunas cabezas.
(4) Conocida es la fábula que de Midas se refiere. Era
éste un rey que devolvió á Baco su ayo y pedagogo Si-
leno; en recompensa de cuyo favor el dios le concedió la
300
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CORO.
íQué alegría! iqué placer! Voy á bailar de gusto,
si es verdad lo que dices.
CARION.
Yo también, trettanelo (1), quiero, imitando al
Ciclope (2), haceros andar á puntapiés. Ea, gfritad,
hijos mios; dad balidos melodiosos, como las ove-
jas ó las cabras de penetrante olor, y seguidme á
guisa de chivos lujuriosos enardecidos de amor (3).
CORO.
Nosotros también trettanelo queremos, cuando
balando encontremos al Cíclope (4), es decir, á tí
mismo, lleno de basura, con una alforja atestada
de verdolagas cubiertas de rocío, pastoreando
borracho tus ovejas, y dormido en el primer sitio
donde el sueño te rinda, coger un inmenso y en-
cendido tizón y dejarte ciego.
merced que le pedia, que era convertir en oro cuanto to-
case. Midas hubiera muerto de hambre si Baco no hubiera
revocado el funesto don. En otra ocasión, habiendo dicho
que la flauta de Pan era más armoniosa que la lira de Apo-
lo, éste le castigó haciéndole salir dos soberbias orejas de
asno. De suerte que Midas era el prototipo de los avaros y
de \os pseudo-dilettanti mitológicos.
(i) Palabra onomatopéyica para imitar el sonido de
la lira.
(2) Alusión, según el Escoliasta, al Ciclope de Filóxeno
en el cual Polifemo apacentaba sus rebaños ai son de la
lira. Se conserva un drama satírico de Eurípides con
igual título. — Carion se finge el pastor del Etna, y consi-
dera al coro como su rebaño.
(3) Arrectis verelrU, hircorum instar lascivUate,
(4) Alusión á la aventura de Ulíses y Polifemo. (Véase
Odisea ix, y Eurípides, el Ciclope.)
PLUTO.
301
CARION.
Yo he de imitar en todo á la hechicera Circe,
cuyos mág-icos brebajes hicieron en Corinto que
los compañeros de Filónides se atracasen, como
cerdos, de excrementos por ella preparados. Vos-
otros, gruñendo de alegría, seguid á vuestra ma-
dre, marrranillos (1).
CORO.
Nosotros, imitando en nuestro júbilo al hijo de
Laertes (2), nos apoderaremos de Circe (3), la de
los mágicos brebajes, y mal olientes pomadas, y
te colgaremos de donde más te duela (4); te unta-
remos la narices de estiércol como á un chivo; y
al relamerte, cual otro Arístilo (5), los entreabier-
tos labios, exclamarás: «Seguid á vuestra madre,
marranillos.»
CARION.
¡Ea, cesen los jocosos insultos! Entonad otro gé-
nero de versos. Yo voy á entrar en casa y á coger,
á escondidas de mi amo, un poco de pan y carne:
en cuanto lo coma volveré al trabajo.
(1) Alusión á las orgías de Lais y Filónides, y á las su-
cias complacencias de éste con aquella cortesana de Co-
rinto, comparada á Circe la hechicera. (V. Homero, Odisea,
y Lope de Vega, La Circe.)
(2) Ulíses.
(3) Es decir, de Carion.
(4) A testiculis. Castigo dado por Ulíses á Melantio,
uno de los procos ó pretendientes de Penólope. (Odi-
seUy xxii.) . ,, ,
(5) Bardaje del jaez de Arífrades. (V. Los Caballeros.)
302
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
CREMILO.
El deciros salud , conciudadanos mios, es una
fórmula vieja y muy gtistada; prefiero, pues, abra-
zaros cordialmente por la prontitud y buena vo-
luntad con que habéis acudido. Procurad ayudar-
me con ig-ual eficacia en todo lo demás, y lograre-
mos entre todos salvar al dios.
CORO.
Pierde cuidado. Verás brillar en mis ojos la mi-
rada de Marte. Sería absurdo, en efecto, que los
que por tres óbolos nos estrujamos diariamente en
la asamblea, nos dejáramos arrebatar á Pinto en
persona.
CREMILO.
Veo á Blepsidemo que se acerca á nosotros. Su
andar precipitado me demuestra que ha oido al^o
de lo que ocurre.
BLEPSIDEMO.
¿Qué sucede? ^.Cómo y cuándo se ha enriquecido
Cremilo tan de súbito? Yo no lo creo; sin embarg-o,
los habituales concurrentes á las barberías (1) no
hablan de otra cosa quede su repentino enrique-
cimiento. Pero aun me admira más el que, á pesar
de su próspera fortuna, mande llamar á los ami-
gos: esto es apartarse de todos los usos y cos-
tumbres.
(1) Eran el punto de reunión de los desocupados.
PLUTO.
303
CBEMILO.
Por los dioses, todo lo diré sin rebozo. Sí, Blep-
sidemo, mi situación actual es mejor que la de
ayer; quiero hacerte partícipe de mi suerte, como
á uno de mis amigos.
BLEPSIDEMO.
¿De veras eres rico como dicen?
CREMILO.
Lo seré muy pronto, si Dios quiere. Pero hay to-
davía un riesgo que correr.
BLEPSIDEMO.
¿Cuál?
CREMILO.
El de que...
BLEPSIDEMO.
Acaba de decir.
CREMLO.
Si logramos nuestro objeto, seremos perpetua-
mente felices; pero si no lo conseguimos, nuestra
ruina será total.
BLEPSIDEMO.
Me parece que te has metido en un mal nego-
cio; esto me da mala espina. Enriquecerse súbi-
tamente, y andarse después con temores, demues-
tra qae no se ha obrado bien.
CREMILO.
¿Cómo que no he obrado bien?
BLEPSIDEMO.
Tal vez has robado plata ú oro en el templo del
dios á quien has consultado, y te arrepientes de tu
acción.
304
PLUTO.
305
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
CREMILO.
Nunca. ¡Apolo me libre de ello!
BLEPSIDEMO.
Déjate de rodeos, ami^o mió; está claro como
la luz.
CREMILO.
No sospeches de mi semejante cosa.
BLEPSIDEMO.
I Ahí ¡no hay un solo hombre honrado! Todos son
esclavos del dinero.
CREMILO.
¡Por Céres! ¿Tú has perdido el juicio?
BLEPSIDEMO.
¡Qué cambio de costumbres*
CREMILO.
Pero, amigo mió, tú estás loco.
BLEPSIDEMO.
Su semblante está agitado ó intranquilo, prueba
evidente de que ha perpetrado algún crimen.
CREMILO.
¡ Oh! ya comprendo adonde van á parar tus
declamaciones: supones que he hurtado alguna
suma para exigirme una parte.
BLEPSIDEMO.
¿Yo una parte? ¿de qué?
CREMILO.
Pero no es eso, sino cosa muy distinta.
BLEPSIDEMO.
¿Acaso en vez de hurto ha sido robo?
CREMILO.
Decididamente estás dejado de la mano de Dios.
BLEPSIDEMO.
¿Pero no has hecho daño á nadie?
CREMILO.
No.
BLEPSIDEMO.
¡Oh Hércules! ¿Qué medio emplearé? Está visto
que no quieres confesar la verdad.
CREMILO.
¡Si me acusas antes de oirmel
BLEPSIDEMO.
Amigo mió, antes de que el asunto se divulgue,
yo lo arreglaré á poca costa, tapando la boca á los
oradores con algún dinero.
CREMILO.
Tienes toda la traza, querido mió, de gastar tres
minas en el negocio y presentarme una cuenta de
doce.
BLEPSIDEMO*
Se me figura ver á alguno (1) sentado al pié del
tribunal con su mujer y sus hijos y el ramo de
olivo de los suplicantes en la mano, enteramente
parecido á los Heráclidas de Panfilo (2).
CREMILO.
No, pobre hombre, yo enriqueceré solamente &
(1) A Cremilo.
(2) Célebre pintor, maestro de Apeles. Fundó una es-
cuela de pintura en Sicione, donde se hacía pagar honora-
rios crecidísimos, pues no admitia menos de diez talentos
(56.600 pesetas). En un cuadro expuesto en el Pecilo ha-
bia representado á los Heráclidas acudiendo en demanda
de auxilio contra Euristeo á los Atenienses.
TOMO III.
20
306
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
los hombres honrados, ingeniosos y modestos.
BLEPSIDEMO.
¿Qué dices? j|.tanto has robado?
CREMILO.
¡Oh, me matas con tus injurias'.
BLEPSIDEMO.
Tá mismo corres á la muerte, segfun creo.
CREMILO.
No por cierto, imbécil: Pluto está en mi casa.
BLEPSIDEMO.
¿Cuál Pluto?
CREMILO.
£1 mismo dios.
BLEPSIDEMO.
¿Y dónde está?
CREMILO.
Ahí dentro.
BLEPSIDEMO.
¿Dónde?
CREMILO.
En mi casa.
BLEPSIDEMO,
¿En tu casa?
CREMILO.
Sí.
BLEPSIDEMO.
¡Vete al infierno! ¿Pluto en tu casa?
CREMILO.
Te lo juro por los dioses.
BLEPSIDEMO.
¿Pero es verdad?
PLUTO.
307
CREMILO.
Es verdad.
BLEPSIDEMO.
Júralo por Vesta.
CREMILO.
Y por Neptuno.
BLEPSIDEMO.
¿Por el dios del mar?
CREMILO.
Y por otro Neptuno, si hay otro.
BLEPSIDEMO.
¿Y no lo envias á casa de tus buenos amigos?
CREMILO.
Aun no estamos en ese caso.
BLEPSIDEMO.
¿Qué dices? ¿no habrá partición?
CREMILO.
No. Antes es necesario...
BLEPSIDEMO.
¿Qué?
CREMILO.
Devolverle la vista.
BLEPSIDEMO.
¡La vi8ta! ¿A quién?
CREMILO.
A Pluto; es indispensable, sin perdonar medio.
BLESIDEMO.
jPero está ciego de veras!
CREMILO.
Sí, por el cielo. -
308
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLÜTO.
369
BLEPSIDEMO.
Ya no me admira que nunca haya venido & mi
casa.
CREMILO.
Ahora ya irá, si place á los dioses.
BLEPSIDEMO.
¿No convendría llamar á algún médico?
CREMILO.
¿Qué médico hay ahora en la ciudad? Donde na
hay recompensa no hay talento (1).
BLEPSIDEMO.
Sin emhargo, veamos.
CRElVnLO.
No hay nin^no.
BLEPSIDEMO.
Lo mismo creo.
CREMILO.
No, por Júpiter; lo mejor será, como yo hahia
pensado, llevarle á dormir al templo de Escula-
pio (2).
BLEPSIDEMO.
Esees, sin duda, el más eficaz remedio. ¡Ea! no
tardes; procura concluir pronto.
CREMILO.
Ya voy.
(í) Los médicos estaban mal pagados en Atenas, y
los de notable ciencia se iban á ejercerla á otros países.
(2) Muchos enfermos eran llevados al templo de Lscu-
lapio, donde pasaban la noche, suponiendo que el dios le»
visitaba en la oscuridad y les ponia ea el estado de reco-
hrar la salud.
Corre.
Eso hago.
BLEPSIDEMO.
CREMILO.
LA POBREZA..
¡Atrevidos, miserables, sacrilegos! ¿Qué inten-
táis, débiles y temerarios mortales? ¿Monde huís?
Deteneos.
BLEPSIDEMO.
¡Oh Hércules!
LA POBREZA.
íPerversos, yo os daré vuestro merecido! Osáis
llevar á cabo un proyecto intolerable, un proyecto
como nunca lo han intentado los hombres ni los
dioses; moriréis sin remedio.
CREMILO.
¿Pero quién eres? ¡Qué espantosa palidez!
BLEPSIDEMO.
Es quizá una furia de teatro (1); hay en su mi-
rada algo de trágico y feroz.
CREMILO.
Pero no tiene antorchas.
BLEPSIDEMO.
Pues pagará su audacia.
(1) Como las que aparecieron en las Bumémdes de
Esquilo llenando de terror á los espectadores, entre los
cuales hubo un «sálvese el que pueda» general.
310
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
311
LA POBREZA.
¿Quién pensáis que soyl
CREMILO.
Una tabernera ó una vendedora de huevos. De
otro modo no te hubieras lanzado con tan des-
templadas voces sobre nosotros, que en nada te
hemos ofendido.
LA POBREZA.
¿De veras, eh? ¿Os parece que todavía es poco el
tratar de echarme de todas partes?
CREMILO.
¿No te queda el Báratro? (1) ¿Pero quién eres?
Vamos, dínoslo pronto.
LA POBREZA.
Yo soy quien os castigará hoy mismo por haber
pretendido expulsarme de aquí.
BLESIPDEMO.
¿Si será esa tabernera de la vecindad que siem-
pre me engaña en la medida?
lA POBREZA.
Yo soy la Pobreza, que vivo con vosotros hace
muchos años.
BLEPSIDEMO.
iSoberano Apolo! ¡Dioses inmortales! ¡Adonde
me escapo?
CREMILO.
¿Adonde vas? ¡Cobarde! ¿No te quedarás ahí?
BLEPSIDEMO.
Ni por cuanto hay.
(1) Precipicio al cual eran arrojados los criminales..
CREMILO.
¿No te quedas? ¿Y dos hombres hemos de huir de
una mujer?
BLEPSIDEMO.
¡Desventurado! ¡Es la Pobreza! El monstruo
más horrendo y pestilente.
CREMILO.
Quédate, por favor; quédate.
BLEPSIDEMO.
No y no.
CREMILO.
Pero, amigo, comprende que cometeremos un
crimen infinitamente mayor si huimos, abando-
nando cobardemente al dios, sin intentar siquiera
la lucha.
BLEPSIDEMO.
¿Y con qué armas? ¿Con qué fuerzas? ¿Hay co-
raza ó escudo que esa maldita no haya llevado á
empeñar?
CREMILO.
Tranquilízate; el dios sin más que sus propios
recursos la vencerá.
LA POBREZA.
¿Aun os atrevéis á chistar, desalmados, después
de haber sido cogidos in fraganti del más abomi-
nable delito?
CREMILO.
Y tú, mujer que el cielo confunda, ¿por qué nos
insultas no habiéndote ofendido en nada?
LA POBREZA.
¿En nada, eh? ¿Se os figura que no me per-
312
COMEDIAS DE ARISTOF\NES.
judicais tratando de devolver la vista á Pluto?
CRB\flLO.
¡Cómo! ¿es perjudicarte el colmar de bienes á to-
dos los hombres?
LA POBREZA.
¿Qué proyectáis para su felicidad?
CRE^HLO.
¿Qué? Por de pronto expulsarte de Grecia.
LA POBREZA.
¿Expulsarme? ¿Pudierais hiacer un mal mayor á
los hombres?
CREMILO.
¿Un mal mayor? Sí... el no realizar nuestro pro-
yecto.
LA POBREZA.
Ea, consiento en explicaros las razones que so-
bre el particular me asisten: os demostraré que yo
soy la causa única de todos vuestros bienes, y el
único sostén de vuestra vida: sino consigo probá-
roslo, podréis hacer lo que queráis.
CRBMILO.
¿Te atreves á decir eso, desollada?
LA POBREZA. '
Déjame hablar; pues creo facilísimo demostrarte
que vas por muy errada senda al tratar de enri-
quecer ¿ los buenos.
CREMILO.
¡Vergas y garrotes! ¿Para cuándo os guar-
dáis?
LA POBREZA.
No te quejes y alborotes antes de escucharme.
PLUTO,
313
CREMILO.
¿Quién puede callar al oir semejantes desatinos?
LA POBREZA.
Todo el que esté en su sano juicio.
CREMILO.
¿Qué multa quieres que te imponga si pierdes tu
pleito?
LA POBREZA.
La que te parezca.
CREMILO.
Está bien.
LA POBRBZA.
En cambio, vosotros, si sois vencidos, quedaréis
sujetos á las mismas condiciones.
BLEPSIDEMO-
¿Crees que bastarán veinte muertes?
CREMILO.
Para ella, sí; para nosotros, con dos sobra.
LA POBREZA.
Vuestra perdición es inevitable. ¿Qué podréis
oponerme?
CORO.
Buscad ingeniosas razones; aducid sólidos argu-
mentos que la confundan; no hay que cejar un
punto.
CREMILO.
Teniendo por verdad evidente y umversalmente
reconocida la justicia de que todos los hombres de
bien vivan prósperamente y sufran la suerte con-
traria los impíos y malvados, y anhelando ver
cumplido nuestro propósito, hemos hallado, por
3U
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
315
fin, un bello, g'eneroso y útilísimo modo de reali-
zarlo. En efecto, si Pluto recobra la vista y deja de
caminar á tientas, se dirigirá á las personas hon-
radas para no abandonarlas nunca, huyendo siem-
pre de los impíos y malvados. Ahora bien; ¿qué se
conseg"uirá con esto? Se conseg-uirá que todos los
hombres sean buenos, ricos y piadosos. ¿Creéis que
pueda encontrarse nada mejor?
BLEPSIDEMO.
Nada; aquí estoy yo para atestiguarlo; no se lo
pregpintes á esa.
CREMILO.
Estando arreglada de esta suerte la humana vida,
¿quién no creerá que todo es locura, ó más bien
frenesí? Los más de los hombre**, que son los per-
versos, nadan en las riquezas injustamente acu-
muladas; mientras muchos otros de intachable
honradez, arrastran una vida llena de privaciones
y miserias, sin tener en casi todo el decurso de su
existencia más compañera que tú. Por tanto, si
Pluto recobra la vista y abandona este camino,
¿quién duda que podrá seguir otro infinitamente
mejor para los hombres?
LA POBREZA.
Estos dos ancianos se dejan alucinar como nadie
en el mundo, y deliran y desbarran al unísono con
pasmosa unanimidad. Pero yo os aseguro que, si
vuestros deseos se realizan, ningún provecho sa-
caréis. Porque si Pluto recobra la vista y distri-
buye sus favores con igualdad, nadie querrá dedi-
carse á las artes ni á las ciencias. Y una vez su-
primidas estas dos condiciones de existencia, ¿ha-
brá quien quiera forjar el hierro, construir naves,
coser vestidos, hacer ruedas, cortar cueros, fabri-
car ladrillos, lavar, curtir, arar los campos, segar
los dones de Céres, pudiendo todos vivir en la hol-
ganza y desdeñar el trabajo?
CREMILO.
jNecedades! Todos esos oficios que acabas de de-
cir los ejercen los esclavos.
LA POBREZA.
¿Y cómo tendrás esclavos?
CREMILO.
Los compraremos.
LA POBREZA.
¿Y quiénes serán los primeros vendedores si to-
dos tienen dinero?
CREMILO.
Cualquier codicioso comerciante á su vuelta de
Tesalia, donde hay muchos traficantes en esclavos.
LA POBREZA.
Es que, según tu propio sistema, no habrá ningún
mercader de esclavos. ¿Qué hombre rico arriesgará
su vida en semejante tráfico? Por consiguiente,
viéndote obligado á cavar la tierra y á otros tra-
bajos igualmente penosos, pasarás una vida mu-
cho más angustiada.
CREMILO.
íOjalá la pases t\\l
LA POBREZA.
No podrás dormir sobre una cama, porque no
las habrá; ni sobre colchas, ¿quién querrá tejer-
í
346
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
247
las sobrándole el oro? Cuando te cases con una
hermosa joven, no tendrás ni esencias para perfu-
marla, ni trajes ricos en colores y bordados con
que vestirla. ¿De qué servirá, pues, la riqueza, ca-
reciendo de todas estas cosas? Por el contrario,
gracias á mi, tenéis á mano cuanto os hace falta.
Yo soy una adusta señora que con el temor de la
indigencia y del hambre obligo al artífice á ga-
narse la vida.
CREMILO.
¿Qué cosa buena puedes darnos tú, como no sean
quemaduras en los baños (l),y turbas de chiquillos,
y viejecitas hambrientas, y nubes infinitas de chin-
ches, pulgas y piojos, que pululando con molesto
zumbido sobre nuestra cabeza, nos despiertan gri-
tando: «Tendrás hambre, pero levántate» Y ade-
más, por vestido unos jirones; por lecho, un jer-
gón de junco, plagado de chinches, enemigas del
sueño; por colcha, una estera podrida; por almo-
hada, una piedra grande; por pan, raices de mal-
vas; por pasteles, hojas de rábanos secos; por es-
cabel, la tapa de una tinaja rota; por artesa, las
costillas de una cuba, y para eso rajada. ¿No que-
dan perfectamente enumerados los bienes que pro-
porcionas á los hombres?
LA. POBREZA.
No has descrito mi vida, sino la délos mendigos.
(4) En el invierno se permitía á los pobres entrar á los
baños para calentarse. A veces se acercaban tanto al hor-
nillo que se quemaban, como indica el texto.
CREMILO.
La pobreza y la mendicidad son hermanas car-
nales.
LA POBREZA.
Para vosotros, que tenéis por iguales á Dionisio y
Trasíbulo (1); pero mi vida ni es ni será nunca
asi. La vida del mendigo que acabas de pintar con-
siste en vivir sin poseer nada; la del pobre en vivir
con economía, en trabajar, en no tener nada super-
fino ni carecer de lo necesario.
CREMILO.
¡Por Céres! ideliciosa vida! leconomizar y traba-
jar sin descanso para no dejar á nuestra muerte
con que pagar el entierro!
LA POBREZA.
Te ríes y te burlas en lugar de hablar formal-
mente, sin comprender que yo perfecciono el es-
píritu y el cuerpo de los hombres mucho más que
Pluto. Con él son gotosos, ventrudos, pesados, ex-
traordinariamente gruesos; conmigo delgados, es-
beltos como avispas, terror de sus adversarios.
CREMILO.
Quizá á fuerza de hambre les das esa esbeltez de
avispas.
LA POBREZA.
Ahora os hablaré de la templanza, y os demos-
traré que la modestia vive conmigo y no con Pluto.
(4) Es decir, las cosas más opuestas. Dionisio era ti-
rano de Siracusa, y Trasíbulo libertador de Atenas.
318
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
319
CREMILO.
Debe ser muy modesto el hurtar y el horadar
paredes.
BLEPSIDEMO.
¿Quién lo duda? Todas esas cosas se hacen escon-
diéndose. ¿Quieres más modestia?
LA POBREZA..
Fíjate en lo que pasa con los oradores: mientras
son pobres, son justos con la república y el pue-
blo; pero en cuanto se enriquecen á costa del Es-
tado, se hacen injustos, venden ala multitud y
atacan al gobierno democrático.
CREMILO.
Tus cargos son exactos, aunque tu lengua sea
viperina; pero no te ensoberbezcas por eso, que te
has de arrepentir del temerario arrojo con que pre-
tendes probamos las ventajas de la pobreza.
LA. POBREZA.
Como no puedes refutar mis argumentos, albo-
rotas y dices necedades (1).
CREMILO.
¿Cómo, pues, huyen todos de tí?
LA POBREZA.
Porque mejoro sus costumbres. Más claramente
vemos lo mismo en los muchachos; huyen de sus
padres, que sólo anhelan su dicha. ¡Tan difícil es
distinguir lo que es justol
CREMILO.
Dirás también que Júpiter no sabe distinguir lo
que es bueno, porque tiene riquezas (1).
BLEPSIDEMO.
Y nos envia la pobreza.
LA POBREZA.
íQuó telarañas tenéis en los ojos, carcamales del
siglo de Saturno! (2) Júpiter también es pobre; y
voy á probároslo . Si fuese rico, ¿cómo en los jue-
gos Olímpicos por él establecidos, al reunir cada
cinco años toda la Grecia habia de contentarse con
dar á los vendedores una sencilla corona de olivo?
De oro se la daría, si fuese rico.
CREMILO.
Prueba eso mismo la grande estimación en que
tiene las riquezas. Por economía, por evitar gastos,
regala á los vencedores coronas de ningún valor, y
se guarda las riquezas.
LA POBREZA.
Mil veces más vergonzosa que la pobreza es esa
avaricia sórdida é insaciable que le supones.
CREMILO.
íQue Júpiter te confunda con tu corona de
olivo!
LA POBREZA.
¡Atreverse á decir que la pobreza no es el ma-
nantial de todos los bienes!
(1) Como decimos nosotros: ^Mucho gritas, poca razón
tienes.»
(1) Lit. : «por que tiene á Pluto.»
{i) Esto es: «viejos chochos.»
320
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
32!
CREMJLO.
Pregnntemos á Hécate (1) qué es mejor, ser rico,
ó indigente: por orden suya, todos los que viven
con desahogo ofrecen mensualmente una comida,
y los pobres se la arrebatan antes de haberla ser-
vido. Así, vete al infierno y no chistes más pala-
bra, porque no me convencerás, aunque me hayas
convencido.
LA POBREZA.
«¿oís lo que dice, habitantes de Argos?» (2).
CRfiMILO.
Invoca á Pauson, tu comensal (3).
LA POBREZA.
¡Triste de mí! ¿Qué haré?
CREMILO.
Irte al infierno, y quitarte pronto de delante.
LA POBREZA.
¿Adonde iré?
CREMILO.
A la horca; pero, ¡pronto, pronto!
LA POBREZA.
Algún dia me llamaréis.
(1) En las encrucijadas de tres calles colocábanlos
Griegos estatuas de Hécate, á causa de la triple advocación
de Febea, Diana y Hécate bajo la cual era adorada. Los ri-
cos ofrecían á la diosa cada novilunio el sacrificio de una
comida, compuesta generalmente de huevos y queso, que
era dejada al pié de sus imágenes. Los pobres se la co-
mían, colgándole el milagro á la diosa.
(2) Verso del 2>/<?/b de Eurípides. , ^. ^ ,
(3) Pintor pobrísimo, cuya miseria se había hecho pro-
verbial.
CREMILO.
Entonces volverás; ahora márchate. Prefiero ser
rico, mal que te pese.
BLEPSIDEMO.
Y yo, por Júpiter, en cuanto me enriquezca
quiero comer espléndidamente con mi mujer y
mis hijos, salir del baño limpio y reluciente, y reír-
me en las barbas de los trabajadores y la pobreza.
CREMILO.
Por fin se fué esa condenada. Llevemos al dios
cuanto antes al templo de Esculapio, para que se
acueste en él.
BLEPSIDEMO.
Sin perder un instante, no venga algún otro á
impedirnos hacer todo lo necesario.
CREMILO.
¡Eh! Carion, es preciso traer las colchas, y llevar
á Pinto como el ritual prescribe; no se te olvide
nada de lo que hay preparado (1).
CORO.
• (Falta.)
CARION.
¡Ancianos que en las fiestas de Teseo (2) empa-
(1) Los manjares para obsequiar al dios á su regreso
del templo.
(2) Se celebraban el 8 de cada mes, en memoria de
TOMO III.
21
322
COMEPIAS de ARISTÓFANES.
PLUTO.
323
pais mendru^uillos de pan en la salsa de los po-
bres, cuan grande es vuestra felicidad! ¡Qué afor-
tunados sois vosotros y todos los hombres de bien!
CORO.
¿Qué ocurre, buen amigo? Pareces portador de
una noticia agradable.
CARTÓN.
¡Qué dicha la de mi amo, ó, por mejor decir, la
de Pluto! Era ciego y ha recobrado la vista; sus
ojos lanzan brillantes destellos, gracias á la soli-
citud de Esculapio.
CORO.
¡Oh gratísima nueva! ¡Oh colmo de felicidad!
CARION.
Es preciso alegrarse aunque no se quiera.
CORO.
Con resonante voz celebraré al hijo del ilustre
Júpiter, á Esculapio, astro que vivifica á los mor-
tales.
LA MUJER DE CREMILO.
¿Qué significan esos gritos? ¿Hay alguna buena
noticia? Te esperaba dentro de casa, llena de im-
paciencia.
haber reunido á los habitantes dispersos por el campo en
la ciudad. En la comida que en ellas se daba, la mesa de
los ancianos de que habla Canon estaba muy mal servida
á causa de su pobreza, y se veian obligados, faltos de cu-
charas y escudillas, á comer la salsa del plato común en
pedazos de pan.
CARTÓN.
Pronto, pronto, saca vino, señora mia; también
tú beberás: ya sabemos que te gusta. Te traigo en
compendio todos los bienes .
LA MUJER.
¿Dónde están?
CARION.
En mis palabras, lo vas á ver.
LA MUJER.
¡Vamos! acaba de explicarte.
CARION.
Escucha, pues: voy á contarte todo el negocio
desde los pies á la cabeza.
LA MUJER.
¿A la cabeza? (1). No, cuidado con ella.
CARION.
Luego no aceptas los bienes que se te meten en
casa.
LA MUJER.
,Lo que no quiero son negocios (2).
CARION.
En cuanto llegamos al templo con el dios enton-
ces tan miserable y ahora dichoso y feliz como
ninguno, nuestro primer cuidado fué llevarle al
mar y en seguida bañarle (3).
(1) Juego de palabras: éar xtív xecpaXT^v era una especie
de maldición.
(2) Es decir, barullos, confusiones.
(3) Para purificarle.
324
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
LA MUJER.
¡Por Júpiter! ¡Vaya una felicidad! Meter á un
"viejo en agua fría (1).
CARION.
Luego volvimos al santuario de Esculapio, y co-
locamos sobre el altar tortas y otras ofrendas, en-
tregamos harina de flor á la devoradora llama de
Vulcano, acostamos á Pluto con las solemnidades
de costumbre, y después cada cual se arregló un
, lecho de hojas.
LA MUJER.
¿Habia más gente implorando al dios?
CARION.
Un tal Neóclides (2), ciego, pero que en robar
aventaja á los de mejor vista, y otros muchos
atacados de toda clase de enfermedades. Después,
el sacerdote apagó las lámparas y nos mandó dor-
mir, encargándonos el silencio, aunque oyésemos
cualquiera ruido. Todos nos acostamos tranquila-
mente. Pero yo no po(1ia conciliar el sueño: una
olla de puches, colocada á la cabecera de una vie-
ja, me tentaba el apetito, y deseaba ardientemente
darle un asalto. En esto, levantando los ojos, veo
que el sacerdote despojaba de tortas é higos secos
la sagrada mesa. Después giró una visita de ins-
(i) Los Griegos tenían sin duda la misma idea, vulgar
entré nosotros, de no ser conveniente los baños á los vie-
jos. «De cincuenta para arriba, no te mojes la barriga,^
dice un refrán. , » ^ „
(2) Orador concusionario y sicofanta, antes citado, y
en Las Junteras^ 255.
PLUTO.
325
peccion á todos los altares, y cuantos paaes hablan
quedado en ellos, se los guardó santamente en un
saquito. — Convencido de lo religioso de la ceremo-
nia, depuse ya todo escriipulo y avancé hacia la olla.
LA MUJER.
¡ Ah grandísimo canalla! ¿No temías al dios?
CARTÓN.
Sí, temia que con sus coronas llegase á la olla
antes que yo; su sacerdote me habla abierto los
ojos. La viejecita, al oir un ruido, extendía ya la
mano para apartar la olla; entonces yo, imitando
á la ><erpiente pareas (1), di un silbido y la mordí.
La vieja retiró vivamente la mano; se acurrucó en
su lecho, se tapó con la colcha y lanzó de miedo
un ñato más pestilente que el de una comadreja.
Entonces yo me atraqué de puches, y volví bien
repleto á mi cama.
LA MUJER.
Y el dios, ¿no aparecía?
CARION.
*
Aún no. Luego hice otra de las mías: al acer-
carse el mismo Esculapio solté una estrepitosa des-
carga, pues tenía el vientre lleno de aire.
LA MUJER.
¿Sin duda le darías asco?
CARION.
íCá! laso (2), que le seguía, fué quien se rubo-
(1) Serpiente no venenosa, consagrada á Esculapio.
Había muchas en el templo de este dios.
(2) Hija de Esculapio, diosa de la curación. laso viene
de ISaBat, curarse.
326
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
rizó, y Panacea (1) se apartó tapándoselas narices,
porque yo no huelo á incienso.
LA MUJER.
¿Y el dios?
CARION.
No Mzo caso.
LA MUJEH.
De modo que le crees un grosero.
CARION.
No; le creo aficionado á la basura (2] y nada más.
LA MUJER.
lAh, bellaco!
CARION.
Después me metí en el lecbo lleno de temor; el
dios g-iró su visita , examinando con orden é interés
á todos los enfermos, y luego un esclavo le trajo
un matraz de piedra con su mano correspondiente
y una cajita.
LA MUJER.
¿De piedra?
CARION.
iPor Júpiter! la caja no.
LA MUJER.
Pero, bribón, ¿cómo podias verlo si estabas ta-
pado?
(\) Otra hija de Esculapio. Su nombre está compuesto
de Tcav, /odTo, y áxetaOat, curar.
(1) Merdivorura. Alusión á la inspección ae los excre-
mentos que hacían los médicos para enterarse del estado
de los enfermos en ciertas dolencias.
PLUTO.
327
CARION.
Por los ag-ujeros del manto, que no son pocos á
fe mia. Lo primero que preparó fué un ungüento
para Neóclides; puso en el matraz tres cabezas de
ajos de Ténos (1), y las majó mezclándolas goma y
cebollas albarranas; humedeció la masa con vina-
gre de Esfeto (2), y se la aplicó al paciente sobre
los ojos, habiéndole vuelto antes los párpados para
que fuese el dolor más vivo. Neóclides grita, au-
lla, salta del lecho y quiere huir; pero el dios le
dijo sonriendo: «Quédate alií con tu ungüento; así
no podrás presentarte en la asamblea y hacerla
cómplice de tus perjurios.»
LA MUJER.
¡Qué amante de la república y qué discreto es ese
diosí
CARION.
Después se sentó junto al lecho de Pluto: tocóle
primero la cabeza; luego le limpió los párpados
con un lienzo muy fino; Panacea le cubrió el crá-
neo y toda la cara con un velo de púrpura; por úl-
timo, Esculapio silbó, y dos inmensas serpientes
se lanzaron del fondo del santuario.
LA MUJER.
¡Soberanos dioses!
CARION.
Deslizáronse suavemente bajo el velo de púrpu-
(1) Una de las Cicladas. Probablemente sus ajos serían
muy cáusticos. ,, /. u • u
(2) Demo del Ática. El vinagre que en él se fabricaba
era sumamente fuerte.
328
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
ra, y á lo que me pareció, le lamieron I03 párpados,
y en menos tiempo que el que tú necesitas para be-
berte diez cotilas de vino, Pluto, señora mia, se le-
vantó con vista ya. Loco de júbilo, palmoteo y des-
perté á mi dueño: el dios y las serpientes se escon-
dieron al punto en el interior del santuario. Pero los
que teuian sus lechos junto al de Pluto le abrazaron
con indescriptible cariño, y estuvieron despiertos
toda la noche hasta que amaneció. Yo daba al
dios las g'racias más expresivas por haber sanado
tan pronto á Pluto y aumentado la ceg'uera de
Neóclides.
LA MUJER.
¡Oh Esculapio, qué grao de es tu poder! Pero,
díme, ¿dónde está Pluto'?
CARION.
Ya viene. Pero le rodeaba una inmensa multi-
tud. Los hombres de bien, reducidos hasta ahora á
una existencia mezquina, le abrazaban y le salu-
daban en la efusión del más completo reg-ocijo: los
antes ricos y po. eedores de una gran fortuna ma-
lamente adquirida, fruncían el ceño y dejaban tras-
lucir su temor en la inquietud de sus miradas.
Los primeros le seguían ceñidos de guirnaldas,
risueños y decidores, y la tierra resonaba bajo el
acompasado andar de los ancianos. Ea, ordenad el
baile, saltad, constituid los coros; y nunca volve-
reis á oir al entrar en vuestra casa la terrible frase:
«No hay harina en el saco.»
LA MUJER.
¡Por Hécatel en albricias de tu buena nue-
PLUTO.
329 •
va voy á ponerte una corona de pastelillos.
CARION.
No tardes, porque ya se acercan á la puerta.
LA MUJER.
Ea, voy adentro á disponer las oblaciones de cos-
tumbre para celebrar la entrada de esos ojos re-
cientemente adquiridos parala luz (1).
CARION.
Y yo á salirles al encuentro.
CORO.
(Falta.)
PLUTO.
iYo te saludo, oh sol! jYo te saludo también, in-
dita tierra (Je Palas, generoso país de Cécrope, que
me has dado hospitalidad! Me avergüenzo de mi
suerte infeliz. ¡Yo, sin saberlo, haber vivido con
semejantes hombres! ¡Yo, ignorante de todo, haber
huido de los únicos acreedores á mi amistadl í Ay
triste! ¡Cuan errados eran mis caminos! Pero cam-
biaré de conducta, y demostraré á todos los hom-
bres que al entregarme á los perversos lo hice
contra mi voluntad.
CREMILO.
¡Idos al infierno! ¡Qué fastidiosos son todos estos
(1) Habla de los ojos de Pluto como si fuesen un es-
clavo recien comprado que viniese por primera vez á su
casa. Entonces era costumbre esparcir en torno del hogar
nueces, higos, pasas, etc., emblemas de la abundancia.
330
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
amigos que le asedian á uno en cuanto mejora de
fortuna! ¡Cómo me codean y me martirizan las
piernas á fuerza de querer demostrarme su cariño!
¿Quién ha dejado de saludarme? ¡Qué muchedum-
bre de ancianos me rodeó en la plaza!
LA MUJER.
¡Salud al más querido de los hombres! ¡Salud
también á vosotros! ¡Oh Pluto, permíteme, como
es costumbre, ofrecerte estos dones de bien-
venida!
PLUTO.
No. Esta casa es la primera que visito después
de mi curación, y de ella nada debo llevarme; al
contrario, debo traerla mis dones.
LA MUJER.
¿Rehusas estos regalos?
PLUTO.
Los aceptaré dentro, junto al hogar, como es
costumbre. Así evitaremos además una escena
ridicula. No está bien que el poeta haga reír á
los espectadores arrojándoles golosinan é higos se-
cos (1).
LA MUJER.
Tienes razón. Tklira, ya se habia levantado Dexf-
nico (2) para atrapar los higos en el aire.
(Entran todos en la casa. )
(1) Ya censuró esta misma costumbre en Las At?«"
;?«*, 58;yenZaPa2,962-965.
(2) Hombre sumamente pobre y glotón.
PLÜIO.
331
CORO.
(Falta.)
CARION.
¡Qué agradable es, amigos míos, la felicidad, so-
bre todo cuando nada cuesta! Un montón de bie-
nes se ha colado de rondón en nuestra casa, sin que
hayamos hecho mal á nadie! ¡De este modo sí que
es buena la abundancia! La artesa está llena de
blanca harina, y las tinajas de rojo y perfumado
vino; el oro y la plata, ¡parece increíble! no caben
en los cofres; la cisterna se halla atestada de
aceite; los frascos de perfumes, y el frutero de
higos. Las vinagreras, las escudillas y las ollas son
todas de bronce; de plata, las fuentes semipodridas
en que antes servíamos la pesca; en fin, hasta el
sillico (1) se ha hecho de marfil, repentinamente.
Los esclavos jugamos á pares ó nones con mone-
das de oro, y, ¡oh refinamiento de sensualidad!
usamos para limpiarnos (2) tallos le ajo, en vez de
piedras. En este instante, mi amo, con su corres-
pondiente corona, está sacrificando un cerdo, un
carnero y un chivo; el humo me ha obligado á salir;
no podia parar dentro de casa. ¡Tanto me picaban
los ojos!
(1) Brunck propone que se lea Ttio;, ratonera, en el
texto, en vez de Itcvóc, lección seguida por Dindorf, Bergck,
Boissonade y otros. Esie litvóc se traduce generalmente
lámpara ó linterna^ pero la interpretación que le damos
es más cómica. (V. La Paz, 841, y el escolio al verso 815
del Pinto.)
(2) Nates.
232
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
333
UN HOMBRE HONRADO.
Síg-ueme, niño; vamos en busca del dios.
CREMILO.
¡Hola! ¿Quién va?
EL HOMBRE HONRADO.
Un hombre, hace poco infeliz y ahora afortu-
nado.
CREMILO.
Tú eres á lo que veo un hombre de bien.
EL HOMBRE HONRADO.
Seguramente.
CREMILO.
íY qué deseas?
EL HOMBRE HONRADO.
Dar gracias al dios por sus inmensos beneficios.
Habiendo heredado de mi padre una fortuna bas-
tante regnlar, me dediqué á aliviar las necesidades
de mis amig-os, creyendo que esto era lo mejor que
puede hacerse en la vida.
CREMILO.
¿Y te arruinaste muy pronto?
EL HOMBRE HONRADO.
Por completo.
CREMILO.
lY quedaste en la miseria?
EL HOMBRE HONRADO.
Más completa. Yo pensaba que los amig'os nece-
tados á quienes habia socorrido continuarían sién-
dolo en la desgracia, pero ¡ay! se apartaban de mi,
y fingían no verme.
CREMILO.
í hasta se burlarían de tí; estoy seguro.
EL HOMBRE HONRADO.
Completamente. La pobreza de mi ajuar me ha
perdido.
CREMILO.
Pero ya no es asi.
EL HOMBRE HONRADO.
Precisamente eso me hace venir á tributar al
dios una adoración merecida.
CREMILO.
¿Y qué tiene que ver con el dios el manto aguje-
reado del esclavo que te acompaña?
EL HOMBRE HONRADO.
Lo traigo con intención de dedicárselo.
CREMILO.
¿Es el que llevabas cuando te iniciaste en los
grandes misterios? (1).
EL HOMBRE HOMRADO.
No; pero me he helado con él durante trece años.
CREMILO.
¿Y esos borceguíes?
EL HOMBRE HONRADO.
También sufrieron conmigo ios rigores del in-
vierno.
CREMILO.
¿Los traes para consagrárselos?
(1) Era costumbre consagrar á los dioses después de
haberlos usado los vestidos que se llevaban al ser iniciado
en los misterios de Eléusis. Muchos no los ofrecian hasta
que no podían gastarlos ya de puro viejos.
334
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
EL HOMBRE HONRADO.
Sí por cierto.
CREMILO.
¡Magníficas ofrendas vas á presentar al dios!
UN DELATOR.
I Ay infeliz! ¡estoy arruinado, perdido! ¡Oh suerte
tres y cuatro y cinco y doce y diez mil veces in-
fortunada! ¡Ay, me ag-obiau desdichas sin número!
CREMILO.
¡Oh Apolo preservador! ¡Oh dioses tutelares!
¿qué desgracia le habrá sucedido á ese hombre?
EL DELATOR.
¿No es insoportable lo que me sucede? ¡Todo lo
he perdido! Ese dios me ha despojado de todos mis
bienes. ¡Oh, ya volverá á quedarse ciego, si hay
justicia en el mundo!
EL HOMBRE HONRADO.
Empiezo á comprender; es sin duda un hombre
arruinado; no tiene traza de ser de moneda cor-
riente.
CREMILO.
Tienes razón; pero su ruina es justa.
EL DELATOR.
¿Dónde está, dónde está el dios que había pro-
metido enriquecernos á todos en cuanto recobrase
la vista? Lo que ha hecho ha sido arruinar á al-
gunos.
CREMILO.
¿A quién ha maltratado de ese modof
PLÜTO.
335
EL DELATOR.
A mí mismo.
CREMILO.
¿Eras, por tanto, un malhechor, un ladrón?
EL DELATOR.
Vosotros lo seréis, ¡por Júpiter! No me cabe
duda de que ambos guardáis mi dinero.
CARION.
¡Por la venerable Céres, qué insolente se pre-
senta el delator! Debe azuzarle el hambre.
EL DELATOR.
Vas á comparecer sin perder un instante en la
plaza pública; la rueda y el tormento te obligarán
á confesar tus crímenes.
CARTÓN.
¡Mucho ojo! mala pécora.
EL HOMBRE HONRADO.
¡Oh, por Júpiter salvador, qué agradecidos de-
berán estar á Pluto todos los Griegos, si les libra
de esta peste de delatores!
EL DELATOR. '
¡Oh rabia! ¿También tú te burlas? ¡Tú eres cóm-
plice de su robo! Y si no, contesta: ¿de dónde has
sacado ese vestido nuevo? Ayer te vi hecho un an-
drajo.
EL HOMBRE HONRADO.
No te temo, gracias á este anillo que le compré
á Eudemo (1) por un dracma.
(4) Hechicero que vendía anillos mágicos, especie de
amuletos que se creia preservaban de la mordedura de
animales venenosos.
336
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PLUTO.
337
CREMILO.
No hay anillo qiie vaíg-a contra la mordedura de
un delator.
EL DELATOR.
. ¿Puede haber mayor-ultraje? Os burláis; pero aún
no habéis dicho lo que aquí hacéis; seg-uramente
que no es nada bueno.
CREMTLO.
Nada bueno para ti; tenlo presente.
EL DELATOR.
Vais á comer á mis expensas, por Júpiter.
CRE\UL0.
¡Impostor! ¡Ojalá revientes tú y tu testigo sin
haberos desayunadol
EL DELATOR.
¿Podéis negarlo, bribonea? Hasta aquí llega el
olor de los peces y de los asados; ¡hu! ¡hu! íhu!
íhu! ¡hu! ¡hu! (Olfatea,)
CREMILO.
¿Hueles algo, canalla?
EL HOMBRE HONRADO.
Es el frío sin duda. ¡Cómo lleva tan raído el
manto!
EL DELATOR.
¡Vive Dios! jEsto no puede tolerarse! ¡burlarse
de mi esa gentuza! ¡Qué indignidad! ¡verse tratado
así un hombre honrado, un buen ciudadano!
CREMILO.
¿Tú hombre honrado y buen ciudadano?
EL DELATOR.
Como ninguno.
CREMILO.
¡Pues bien! responde á mis preguntas.
ÉL DELATOR.
¿Cuáles?
CREMILO.
¿Eres labrador?
EL DELATOR.
¿Por tan loco me tienes?
CREMILO.
¿Comerciante?
EL DELATOR.
Paso por tal, cuando me hace falta (1).
CREMILO.
Por último, ¿has aprendido algún oficio?
EL DELATOR.
No por cierto.
CREMILO.
¿Pues de qué vivías si no hacías nada?
EL DELATOR.
Velo sobre todos los asuntos públicos y pri-
vados.
CREMILO.
¿Tú« ¿Y por qué?
EL DELATOR.
Porque quiero.
CREMILO.
¿Cómo has de ser un hombre honrado, grandí-
(1) Cuando le convenia para librarse de ciertos gravá-
menes de que los comerciantes estaban exentos. En estas
exenciones era la más importante la del servicio militar.
TOMO ni.
338
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
339
simo ladrón, haciéndote odioso á todo el mundo
por meterte en lo que no se te importa?
EL DELATOR.
¿No ha de importarme, imbécil, el servir á mi
patria con todas mis fuerzas?
CREMILO.
¿Pues qué, el meterse en camisa ajena es servir
á la patria?
EL DELATOR.
Sí, y el mantener las leyes establecidas y el no
permitir que nadie las quebrante.
CREMILO.
¿No tiene para eso la república sus tribunales?
EL DELATOR.
¿Y quién acusa?
CREMILO.
El que quiere (1).
EL DELATOR.
Pues bien, ese soy yo; por eso todos los negocios
del Estado son de mi competencia.
CREÓLO.
¡Buen magistrado, vive Dios! ¿Pero no preferi-
rlas vivir tranquilamente sin hacer nada?
EL DELATOR.
No ocuparse de nada es vivir como un borrego.
CREMILO.
¿No quieres mejorar de vida?
EL DELATOR.
No, aun cuando me des á Pinto en persona y el
silfio de Bato (1).
CREÓLO.
Quítate el vestido.
CARION.
lEh! á tí te dice.
CREMILO.
En seguida, descálzate.
CARION.
Todo eso va contigo.
EL DELATOR.
Acerqúese quien se atreva.
CARTÓN.
Yo me acerco.
EL DELATOR.
¡Oh, me desnudan en pleno dia!
CARION.
Consecuencias de meterse en negocios ajenos y
comer á costa del prójimo.
BL DELATOR. fA UTh tesUgo.)
¿No ves lo que me hacen? Sé testigo.
CARION.
Tu testigo ha puesto pies en polvorosa.
EL DELATOR.
¡Ayl ¡estoy solo, y cogido!
CARION.
¿Ahora gritas?
(i) El derecho de acusar era público en asuntos de ín-
teres general.
(i) Quiere decir, «la cosa más preciosa.» El silfio ppa
sumamente apreciado y se pagaba á peso de oro. Bato fué
el fundador de Cirene, que comerciaba mucho en silfio.
340
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLÜTO.
341
EL DELATOR.
¡Ay de mí! repito.
CARION.
Alárgame ese manto destrozado y se lo pondré
á este delator.
EL HOMBRE HONRADO.
No, no, está hace tiempo consagrado á Plato.
CARION.
.Dónde podrá estar mejor que sóbrelos honibros
de este infame bandido? A Pinto es necesario dedi-
carle vestidos mejores.
EL HOMBRE HONRADO.
Y con los zapatos, ¿qué hacemos?
CARION.
Voy á clavárselos en la frente, como si fuese un
acebnche sagrado (1) .
EL DELATOR.
Me marcho, porque conozco q"« P^^^^^^^^^^
vo oero como encuentre un auxiliar, siquiera sea
SCmo una tabla de higuera (2), me he de ven-
dar de ese dios tan poderoso que, por su sola au-
£ ¿d. sin consultar previamente ni al Senado m
S pueblo, echa por tierra la democracia.
BL HOMBRE H0NRA.D0.
Ahora que vas cubierto con mi armadura (3),
^m Era costumbre colgar las ofrendas de los árboles
'''■jg^ttasi asúmanlo y sus zapatos.
corre á los baños, y para calentarte, apodérate del
primer puesto, que yo durante tanto tiempo he
ocupado (1).
CREMILO.
Pero el bañero, agarrándole por donde más le
duela (2), le pondrá bonitamente en la calle; pues á
la primera ojeada comprenderá que es un bribón.
Entremos nosotros, para que adores al dios.
CORO.
(Falta.)
UNA VIEJA.
Buenos ancianos, ¿he llegado á la casa donde ha-
bita el nuevo dios, ó he equivocado el camino?
CORO.
Estás á su puerta, hermosa niña (3], tu pregunta
es oportunísima.
LA VIEJA.
Voy á llamar á alguno de la casa.
CREMILO.
No es necesario: aquí me tienes; ¿qué es lo que
te trae? Habla.
LA VIEJA.
Soy víctima, amigo mió, de la acción más iní-
(1) Véase la nota al verso 535 de esta comedia.
(2) Prehensum tesiiculis.
(3) Piropo irónico.
342
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PLÜTO.
343
cua ó infame desde que ese dios ha recobrado la
vista; mi existencia es insoportable.
CKEMILO.
¿Cómo? ¿Serás acaso un delator -bembra?
LA VIEJA.
No por cierto.
CREMILO.
¿Te habrá correspondido mala letra en el sorteo
para be'oer?
LA VIEJA.
Tú te ries, y yo ¡infeliz: muero devorada por
una pasión.
CBEMILO.
Vamos, acaba de decir cuál es la pasión que te
devora
LA VIEJA.
Escucha: yo amaba á un jóren pobre; ¡pero tan
hermoso, tan bien formado, tan bueno! Todo cuanto
le pedia me lo daba con la mayor soücitud y ca-
riño; y o á mi vez no le negaba nada.
CREMILO.
¿Y qué solia pedirte?
LA VIEJA.
Poca cosa; era conmigo lo más verg-onzoso...
Unas veces veinte dracmas para comprarse un tra-
je; otras, ocho para unos zapatos; ya me decia que
regalase túnicas á sus hermanas y un vestidillo á
su madre; ya necesitaba cuatro medimnas de trigo.
CREMILO.
No es mucho á la verdad; su discreción es ad-
mirable.
LA VIEJA.
Y aun eso, según solia decirme, no me lo pedia
por vil interés, sino por pura amistad. Por ejem-
plo, un vestido regalado por mi era un constante
recuerdo.
CREMILO.
Ese hombre te quería extraordinariamente.
LA VIEJA.
Pero ahora no es así. ¡Cómo se ha cambiado el
pérfido! Hoy le habia enviado este pastel con otras
golosinas que ves en este plato, indicándole que á
la noche iría...
CREMILO.
¿Y qué ha hecho?
LA VIEJA.
Me ha devuelto mis regalos, y además este otro
pastei, con la condición de que no pusiese los piés^
en su casa, añadiendo este insulto:
«Eran en otro tiempo los Milesios
Varones esforzados » (1).
CREMILO.
Pues no es tan malo el muchacho : ahora que es
rico no le gustan las lentejas (2); antes la necesidad
le obligaba comer de todo.
(1) Este verso es atribuido por uno de los Escoliastas
á Anacreonte, aunque no se sabe si en boca de este poeta
era también cita de un oráculo dado á Poiícrates, tirano de
Sámos.Al aplicárselo á la vieja el joven, la da á entender
que su belleza habia ya caducado.
(2) Proverbio que se aplicaba á los enriquecidos de re-
pente.
344
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PLÜTO.
345
LA VIEJA.
Por las dos diosas te lo juro, antes estaba conti-
nuamente á la puerta de mi casa.
CREMILO.
¿Para llevarte á enterrar?
LA VIEJA.
No, sino por el gusto de escuchar mi voz.
CREMILO.
Ya sería por ver si le dabas algo.
LA VIEJA.
Cuando estaba triste me llamaba con ternura:
«patito mió, palomita mia».
CREMILO.
Y después te pedirla dinero para unos zapatos.
LA VIEJA.
Habiendo ido en carro (1) á la celebración de los
grandes misterios, porque me miró por casualidad
no sé quién, lo tomó tan á pecho, que me estuvo
pegando todo el dia. ¡Tan celoso era el pobrel
CREMILO.
Sin duda deseaba comer solo.
LA VIEJA.
Solia decirme que mis manos eran hermosísimas.
CRE^HLO.
Cuando le alargaban veinte dracmas.
LA VIEJA.
Que mi cutis exhalaba un olor suavísimo...
CREMILO.
Cuando le servias vino de Tasos.
(i) Las mujeres ricas iban en carruaje á Eléusis.
LA VIEJA.
Ponderaba la ternura y brillantez de mis ojos.
CREMILO.
No era lerdo el mozo. iQué bien sabía explotar á
una impúdica vieja!
LA VIEJA.
Creo, por tanto, querido mío, que Pluto obra muy
mal al conducirse así, después de haber prometido
su constante ayuda á las víctimas de cualquiera
injusticia.
CREMILO.
¿Qué quieres que haga? dílo, cumplirá tu deseo.
LA VIEJA.
Es muy justo, por Júpiter, obligar al que de mí
ha recibido tantos favores, á hacérmelos á su vez:
de otro modo, no es digno dedisfrutar del bien más
pequeño.
CREMILO.
¿No te manifestaba su reconocimiento todas las
noches?
LA VIEJA.
Pero me prometía no abandonarme jamás mien-
tras viviera.
CREMILO.
Muy bien; pero creerá que ya no existes.
LA VIEJA.
í Ay, amigo de mi alma, estoy consumida por el
pesar!
CRElVnLO.
Más aún; me parece que has entrado ya en pu-
trefacción.
346
COMEDIAS DE ARISTÓFANES .
PLUTO.
347
LA VIEJA.
Podría pasar por ua anillo (1).
CREMILO.
Con tal que ese anillo fuese el aro de una criba.
LA VIEJA.
¿Qué veo? ahí viene el joven de quien me estaba
quejando: tiene traza de dirigirse á una orgía.
CREMILO.
Está claro: lleva, en efecto, una coronay una tea.
EL JOVEN.
LA VIEJA.
jSalud!
¿Qué dice?
EL JOVEN.
Mi*anciana amiga, ¡qué pronto has encanecido!
¡Es asombroso!
LA VIEJA.
¡Triste de mi! ¡Cuántos insultos!
CREMILO.
Sin duda bace mucho tiempo que no te ha visto.
LA VIEJA.
¡Mucho tiempo! ayer estuvo conmigo.
CRE-NULO.
Le pasa lo contrario que á otros muchos: el vino,
según parece, le acbra la vista.
LA VIEJA.
No; siempre es un desvergonzado.
EL JOVEN.
¡Oh Neptuno, rey del mar! ¡oh vetustas divini-
dades, cuántas arrugas tiene en la caral
LA VIEJA.
¡Eh! ¡eh! aparta la antorcha.
CREMILO.
Tiene razón; si le salta una sola chispa, arderá
como un tronco de olivo seco.
EL JOVEN.
¿Quieres jugar un momento conmigo?
LA VIEJA.
¿En dónde, pérfido?
EL JOVEN.
Aquí, con nueces.
LA VIEJA.
¿A qué juego?
EL JOVEN.
A adivinar cuántos dientes conservas.
CREMILO.
Yo adivinaré también; le quedan tres ó cuatro.
EL JOVEN.
Has perdido; no tiene más que una muela.
LA VIEJA.
¡Hombre infame! ¿has perdido el juicio para sa-
carme los trapos á la colada (1) delante de tanta
gente?
EL JOVEN.
No te vendría mal una buena jabonadura.
(1) Tan delgada se supone.
(1) Lit.: lavarme la cabeza.
348
LOMEDIAS de ARISTÓFANES.
PLUTO.
349
CREMILO.
Te equivocas; ahora está perfectamente pintada,
y si la lavases se le quitarla el albayalde y se pon-
drian de manifiesto todas sus arrufas.
LA. VIEJA.
Para ser tan viejo, me pareces muy poco formal.
EL JOVEN.
lAh! te hace carantoñas y te abraza la cintura
creyendo que nadie le ve.
LA VIEJA.
iNo, por Venus! ¡no, infame!
CREMILO.
Hécate me preserve de tal locura. Pero, mi joven
amigo, yo no puedo consentir que aborrezcas á
esta muchacha.
EL JOVEN.
Si la idolatro.
CREMILO.
Sin embargo, te acusa...
EL JOVEN.
¿De qué?
CREMILO.
De que eres un insolente, que le has dicho:
«Eran en otro tiempo los Milesios
Varones esforzados »
EL JOVEN.
Vamos, no quiero disputártela.
CREMILO.
¿Por qué?
EL JOVEN.
Por respeto á tu edad: á otro nunca se lo hu-
biera consentido. Vete en paz con la muchacha.
CREMILO.
Entiendo, entiendo: no quieres vivir ya con día.
LA VIEJA.
¿Y quién lo consentirá?
EL JOVEN.
Yo no puedo tener relaciones con una vieja que
cuenta trece mil años de amoríos.
CREMILO.
Sin embargo, pues no te desdeñaste de beber el
vino, justo es que apures la hez.
EL JOVEN.
Pero esta es sumamente rancia y corrompida.
CREMILO.
Pásala por la manga y se purificará.
EL JOVEN.
Pero entra: yo te sigo para ofrecer al dios estas
coronas.
LA VIEJA.
Yo también, porque tengo que decirle una cosa.
EL JOVEN.
Entonces, no entro.
CREMILO.
Tranquilízate: no te violará.
EL JOVEN.
Tienes razón; harto tiempo la he manejado á mi
antojo (1).
LA VIEJA.
Entra; yo te sigo.
(1) Satis multo tempore eam tublevi.
350
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLÜTO.
351
CREMILO.
lOh Júpiter! la viejecilla se pe^ al mozo con la
insistencia de una lapa.
(Entran todos.)
CORO.
(Falta.)
CARION.
¿Quién va? ^.quién llamaV ¿Qué es esto? no distin-
go á nadie; sin duda la puerta ha rechinado sin que
ninguno la toque.
MERCURIO.
¡Hola! Carion: aguarda.
CARION.
¿Eras tú el que tan estrepitosamente golpeaba la
puerta?
MERCURIO.
No, pero me disponía á llamar cuando has abier-
to. Ea, corre y advierte á, tu amo que sin perder un
instante se me presente con su mujer, sus hijos,
sus criados, su perro, tú y su marrano.
CARION.
¿Pues qué ocurre?
MERCURIO.
Júpiter, gran bribón, quiere aderezaros á todos
en la misma cazuela y arrojaros al Báratro.
CARION.
¡Cuidado con la lengua, pregonero de desgra-
cias! Mas, ¿por qué piensa tratarnos de ese modo?
MERCURIO.
Porque habéis cometido el crimen más horrendo.
Desde que Pluto ha recobrado la vista nadie nos
ofrece á los dioses ni incienso, ni laureles, ni tor-
tas, ni victimas, ni nada, en fin.
CARION.
Ni se os ofrecerán nunca: nos gobernabais muy
mal.
MERCURIO.
De los otros dioses poco se me importa; pero yo
me siento desfallecer y morir.
CARION.
iQué discreción!
MERCURIO.
Antes, de par de mañana, me ofrecían ya en los
figones toda clase de deliciosos manjares, sopa en
vino, miel, higos secos, y en fin, cuanto es digno de
mi paladar; pero ahora, muerto de inanición, me
estoy echado todo el dia, con los pies en el aire.
CARION.
Y se te está muy bien empleado: ¿por qué deja-
bas multar á los que te trataban tan á cuerpo de
rey?(l).
MERCURIO.
íAy triste de mí! i Ay torta querida que me ama-
saban el cuatro de cada mes! (2).
CARION.
«Tu amor está ausente; inútilmente le llamas.»
(i) Se imponían frecuentes multas á los taberneros por
falta en la medida ó por mala calidad del vino.
(2) Que estaba consagrado á Mercurio.
I
352
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
MERCURIO.
¡ly sabrosa pierna que yo devoraba!
CARTÓN.
Pues bien; salta sobre un pié en ese odre para
distraerte (1).
MERCURIO.
I Ay intestinos calientes que yo cornial
CARION.
Sin duda los tuyos están atormentados por un
cólico.
MERCURIO.
í Ay deliciosa copa, mitad vino y mitad aguai
CARION.
Bébete eso (2), y lárdate volando.
MERCURIO.
¿Querrás hacerme un favor, amigo mió?
CARION.
Si puedo, con mucho gusto.
MERCURIO.
¿No podrías darme un pan bien cocido, y una
gran tajada, de las víctimas que estáis sacrifi-
cando en casa?
CARTÓN.
Pero es un sacrilegio el sacarlas.
MERCURIO.
Ya sabes que cuando le robabas alguna cosa á
tu dueño, yo siempre procuraba que no lo supiese.
(\) Juego usado en las fiestas de Baco. El que lograba
mantenerse en pié sobre el odre ganaba el premio. Tenia
cierta analogía con algunas de nuestras cucañas.
(2) E<BC dicens, pedit.
PLütO.
353
CARION.
Con la condición de partir los provechos, ladrón
redomado; porque casi siempre recibías una ex-
quisita torta*
MERCURIO.
Que te la comias tú solo.
CARION.
¿Acaso participabas tú de mis golpes, cuando yo
era sorprendido?
MERCURIO.
Olvida los pasados males, ya que has tomado á
File (1). En nombre de los dioses, recibidme en
vuestra casa.
CARION.
¿Y abandonarás á los dioses por habitar con
nosotros?
MERCURIO.
Vuestra vida es mucho mejor.
CARION.
¿Cómo? ¿Crees honrosa semejante deserción?
MERCURIO.
«Patria es todo país donde se vive bien» (2).
CARION.
gPero qué ocupación podemos darte aquí?
(4) Cuando los Atenienses, mandados por Trasibulo, se
apoderaron de File, fortaleza que estaba en la frontera del
Ática, juraron no acordarse del mal y proclamar una am-
nistia general (V. Jenofonte, Helénicas^ ii, 4.). La frase
pijotxaxerv se hizo proverbial.
(2) Verso tomado de alguna tragedia perdida.
TOMO m. 23
I
354
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
IVIERCÜRIO.
Nombradme portero (1).
CARTÓN.
¿Portero? Maldita falta nos hace la chismogra-
fía porteril.
MERCURIO.
Comerciante.
CARION.
Si somos ricos, ¿para qué hemos de mantener un
Mercurio revendedor?
MERCURIO.
Agente de intrigas (2).
CARTÓN.
¿Intrigas? quita allá. Sencillez de costumbres es
lo que hace falta.
MERCURIO.
Guia.
CARION.
El dios ve perfectamente, y ya no necesita guia.
MERCURIO.
Pues bien, seré presidente de los juegos. ¿Qué
dirás ahora? Pluto debe instituir certámenes escé
nicos y gímnicos (3).
CARTÓN.
¡Qué bueno es tener muchos nombresl así ha en-
contrado el medio de ganarse la vida. No sin ra-
íl) Mercurio va mencionaiido los difefentes cargos que
se le atribuian.
(2) AóXtov, astuto.
(3) Como hacían los ciudadanos ricos.
PLUTO.
355
zon todos los jueces se afanan por ser inscritos en
varios tribunales (1).
MRRCURIO.
¿De modo que me admitiréis para ese empleo?
CARION.
Vete al pozo á lavar estas entrañas de las vícti-
mas, para que sobre la marcha nos demuestres que
entiendes de servir.
UN SACERDOTE DE JÚPITER.
¿Quién podrá decirme dónde está Cremilo?
CREMILO.
¿Qué ocurre, buen amigo?
EL SACERDOTE.
Nada de bueno. Desde que Pluto ha recobrado la
vista, me muero de hambre; yo, todo un sacerdote
de Júpiter salvador, no tengo que comer.
CREMILO.
Por los dioses, ¿cuál es la causa de tu laceria?
EL SACERDOTE.
Nadie ofrece el menor sacrificio.
CREMILO.
^.Por qué?
EL SACERDOTE.
Por que todos son ricos. Antes, cuando nada te-
nian, el mercader que regresaba sano á su casa, y
el reo que conseguía la absolución, nunca dejaban
. (i) Fraude muy generalizado para cobrar salario doble
o triple,
I
356
COMEDIAS DE ARISTÓFANES.
PLUTO.
357
de ofrecer alguna víctima. Cuando allano ofrecía
un sacrificio favorable, era derigor que el sacerdote
asistiese al festin; pero ahora nadie sacrifica, na-
die entra en el templo, como no sea millares de
personas para atestarlo con sus excrementos.
CREMILO.
00 tomas también tu parte de esas ofrendas?
EL SACERDOTE.
De modo que espontáneamente me he despedido
de Júpiter salvador, para establecerme aquí.
CREMILO.
Tranquilízate; pues, dios mediante, todo saldrá á
pedir de boca. Júpiter salvador está aquí; ha ve-
nido también espontáneamente.
EL SACERDOTE,
¡Oh, qué buena noticia!
CREMILO.
Aguarda un poco; vamos á colocar á Pluto en el
luo^r que antes ocupaba, como guardián perpetuo
del tesoro de Minerva (1). ¡Eh! vengan las antor-
chas encendidas. -Tú las llevarás delante del dios.
EL SACERDOTE.
Está muy bien dispuesto.
CREMILO.
Llamad á Pluto.
(1) Detras del templo de Júpiter Poliade había en la
Acrópolis un edificio donde se guardaba el tesoro publico.
Pluto, ó sea la riqueza, había dejado de habitarle, porque
se había agotado con los enormes gastos de la guerra.
LA VIEJA.
Y yo, ¿qué hago?
CREMILO.
Ponte sobre la cabeza esas ollas (1) consagradas,
al dios, y llévalas con majestad y decoro; precisa-
mente tienes un vestido de diversos colores (2).
LA VIEJA.
¿Y el asunto que me ha traido?
CREMILO.
Todo se arreglará. El joven irá á tu casa esta
noche.
LA VIEJA.
Si me respondes de que vendrá, llevaré las ollas.
CREMILO.
Sucede en estas ollas lo contrario que en las de-
mas. Ordinariamente la tez arrugada (3) se forma
encima; pero en éstas la tez arrugada va debajo.
CORO.
Tampoco nosotros debemos permanecer aquí;
preciso es que nos retiremos y marchemos can-
tando tras la procesión.
(1) Era costumbre ofrecer ollas de legumbres cocidas
en la inauguración de la estatua de una divinidad.
(2) Vestido usado en las festividades. La vieja se habia
adornado con otro objeto.
(3) La palabra ^pao? significa vieja, y esa tez rugosa que
se forma sobre la leche y otros comestibles sometidos á la
cocción.
, • • • •
• . t •
« • I
FIN DE PLUTO.
I • •
•.ti «I
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> . •
> »
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n t '
» •
índice
vkúa,
' Las Fiestas de Céres y Proserpina 1
Las Ranas , . . . 83
Las Junteras 193
Pluto 273
t < . • I
• I I 4 •
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