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Full text of "Comedias de Aristófanes [microform]"

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MASTER 

NEGA  TIVE 

NO.  93-81440 


MICROFILMED  1 993 
COLUMBIA  UNIVERSITY  LIBRARÍES/NEW  YORK 


as  part  of  the 
"Foundations  of  Western  Civilization  Preservation  Project" 


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A  UTHOR: 


ARISTOPHANES 


TITLE: 


COMEDIAS  DE 
ARISTÓFANES 


PLACE: 


MADRID 


DATE: 


1880-81 


COLUMBIA  UNIVERSITY  LIBRARIES 
PRESERVATION  DEPARTMENT 


Master  NegalivG  // 


DIBLIOGRAPHIC  MICROFORM  TARCFT 


Original  Material  as  Filmed  -  Existing  Bibliographic  Record 


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Works  Spanlsh  Bais. 
Ar  1 8 tophanea •  j  ■■«uiiil^^. 

•••Comedlaa  de  Aristófanes,  traducidas  dlreota- 
mente  del  griego  por  D*  Fedorioo  Baraibar  y 
Zumarraga  •••   Madrid,  Imprenta  central  a  cargo 
de  Víctor  Sala,  1880-81« 

3  v#    17^  onié     (Biblioteca  olasioa,  t^  27 , 
34p  42) 


Restrictions  on  Use: 


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TECHNICAL  MICROFORM  DATA 

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1100  Wayne  Avenue,  Suite  1100. 
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301/587-8202 


Centimeter 

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(ttulumbta  llntorattii 
Ktbrarg 

ifetirg  Cttrmgatntt  SlfímaB 

BORN   1835-DIEO   1903 

FOR   THIRTY   YEARS    CHIEF   TRANSLATOR 

DEPARTMENT   OF   STATE,  WASHINGTON,  D.  C. 

LOVER    OF   LANGUAQES   AND    LITERATURE 

HIS    LIBRARY    WAS   GIVEN    AS   A    MEMORIAL 

BY    HIS   SON   WILLIAM   S.  THOMAS,  M.  D. 

TO   COLUMBIA   UNIVERSITY 

A.  D.  1905 


I 


BIBLIOTECA       CLASICA 


TOMO     X  X  V  1  1 


^ 


>       COMEDIAS 


DE 


ARISTÓFANES 


TRADl^CIDAS  DIRECTAMENTE  DEL  GRIEGO 


POR 


D.  FEDERICO  BARÁiBAR  Y  ZUMÁRRAGA 


>    • 


•TOMO  >/     •     •  •• 


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MADRID 

IMPRENTA    CENTRAL    Á    CARGO    DE    VÍCTOR    SAlZ 
CALLE    DE    LA    COLEGIATA,    NÜM.    6 

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3 


í 
X. 

I 


INTRODUCCIÓN. 


iCoros  de  nubes,  y  graznar  de  ranas. 
Chistes  inmundos,  mág-ico  lirismo. 
Comedia  aristofánica,  que  adunas 
Fan<i-o  y  irrandeza.  y  buscas  en  las  lifíces 
De  lo  real  lo  ideal!  La  suelta  danza 
De  tus  filados  hijos  me  circunde. 
Que  nunca  el  ritmo  ni  la  gracia  olvidan 
Aun  en  sus  locos.  descomi)uestos  saltos. 

(Mknhndez  Pelayo.  Carta  á  mis  ami- 
gox  de  Sfinlander  con  motivo  de  haberme 
regalado  ¡a  Bibliothhca  Guasca  de  Fer- 
mín Didoí.J 


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«La  gioria  escénica  de  Aristófanes,  dice  un  dis- 
creto traductor  (1),  su  influencia  sobre  el  pueblo 
ateniense,  las  numerosas  coronas  conquistadas  en 
las  fiestas  de  Baco,  hé  aquí  toda  su  biog-rafía.»  Tal 
carencia  de  noticias  tratándose  de  tan  ilustre  poeta, 
débese,  sin  duda,  á  su  misma  celebridad,  que  dis- 
pensó á  los  escritores  contemporáneos  de  consig-- 
nar  lo  que  de  todos  era  sabido,  no  menos  que  á  la 


(1)    PoYARD.  Aristophane,  trad.  nouvelle,  6.®  éd.  París, 
1878,  \Y¿í¿.  41. 


■i  I 


i 


INTRODUCCIÓN 


iCoros  de  nu'ies,  y  graznar  de  ranas. 
Chistes  inmundos,  mág-ico  lirismo. 
Comedia  aristofánica.  que  adunas 
Fang'o  y  irrandeza,  3^  buscas  en  las  hsíce.s 
De  lo  real  lo  ideal!  La  suelta  danza 
De  tus  alados  hijos  me  circunde. 
Que  nunca  el  ritmo  ni  la  gracia  olvidan 
Aun  en  sus  locos,  descompuestos  saltos. 

(Mkn'éndez  Pelayo.  Carta  ó  mis  ami- 
goa  de  Santander  cotí  motivo  de  haberme 
regalado  In  BiBLiOTHKCA  Giíakca  de  Fer- 
mín Didot.J 


«La  g-loria  escénica  de  Aristófanes,  dice  un  dis- 
creto traductor  (1),  su  influencia  sobre  el  pueblo 
ateniense,  las  numerosas  coronas  conquistadas  en 
las  fiestas  de  Baco,  hé  aquí  toda  su  biog-rafia.»  Tal 
carencia  de  noticias  tratándose  de  tan  ilustre  poeta, 
débese,  sin  duda,  á  su  misma  celebridad,  que  dis- 
pensó á  los  escritores  contemporáneos  de  consig-- 
nar  lo  que  de  todos  era  sabido,  no  menos  que  á  la 


(1)    PoYARí).  AHstopham,  tpad.  nouvelle,  6.e  éd.  París,  ' 
1878,  pá^.  il. 


lISTROiaCClON. 


INTRODUCCIÓN. 


pérdida  de  las  comedias  de  sus  rivales  (1),  de  las 
cuales,  á  vueltas  de  la  exag-eracion  'natural  en  el , 
ataque,  pudieran  haberse  recocido  muy  interesan- 
tes datos. 

La  escasez  de.  estos  llegra  al  extremo  de  no  sa- 
berse á  punto  fijo  la  fecha  ni  el  lug-ar  del  na- 
cimiento de  Aristófanes.  Conjetúrase  que  debió 
ser  hacia  la  Olimpiada  82  (452  años  antes  de 
Cristo),  (2)  y  en  Cidatene,  demo  del  Ática,  pertene- 
ciente á  la  tribu  de  Pandion.  Asi  lo  afirman  la  ma- 
yoría de  sus  biógrafos,  por  más  que  alg-unos  le 
creyeran  natural  de  Egina,  de  Camira,  de  Lindo  en 
Rodas  y  aun  de  Naucratita  en  Eg-ipto  (3).  Igual- 
mente desconocidos  son  los  detalles  de  su  vida  de 
familia,  sabiéndose  en  junto  que  su  padre  se  llama- 
ba Filipo,  y  que  tres  de  sus  hijos,  Araros,  Filetero  y 


(1)  Los  principales  fueron  Cratino,  Eupolis,  Ferécrates, 
Hermipo,  Aoiípsias,  Telecléides,  Ci-átes  y  Platón,  de  cuyas 
comedias  sólo  se  conservan  fragmentos.  (V.  Poetarum  co- 
micorum  gracorum  fragmenta  post  Augustwni  MeUecke 
recognovit  et  latine  transtidit  F.  H.  Bolhe,  Parisiis.  Ed.  A. 
F.  Didot,  1855,  v  Otfrikd  Müller,  Histoire  de  la  littérature 
grecqíie,  Irad.  par  K  Hillebrand,  París,  1866.  Tomo  11, 
págs.  433  y  siguientes. 

(2)  El  Escoliasta  de  Zas  Ranas,  v.  501,  dice,  con  evi- 
dente exageración,  que  era  un  adolescente  cuando  concur- 
rió al  primer  certamen  dramático  en  el  año  4-27.  Lo  proba- 
ble es  que  entonces  tuviera  25  años  por  lo  menos.  El 
mismo  poeta  se  pinta  en  sus  comedias  como  de  más 
avanzada  edad,  y  en  Las  Nubes  alude  ya  graciosamente  á 
su  calvicie,  que  no  hay  razón  para  suponer  prematura. 

(3)  V.  Scholñ  graca  in  Aristophanem  am  prolegomenis 
grammaticorum.  Parisiis,  ed.  F.  Üidot,  1855,  p.  xvii  el  sqq. 
—Suidas:  ^\^i^'o^6L^r^^.—Heliodorus  atheniensis  in  libris 
KEpl  áxpoTtóXeoí,  apud  Atheneum,  V!,  pág.  299,  c. 


Nicóstrato,  se  dedicaron  también  al  cultivo  de  la 
Musa  cómica.  El  ñorecimiento  de  Aristófanes  coin- 
cidió con  la  guerra  del  Peloponeso  (4:31-404  antes 
de  la  era  cristiana),  en  cuyo  azaroso  periodo  se 
representaron  diez  de  las  once  comedias  que  de  él 
se  conservan.  Afilióse  al  partido  aristocrático,  y 
atacó  constantemente  á  los  demag-og-os,  en  cuyas 
manos  estaba  en  su  tiempo  la  dirección  de  la  repú- 
blica. Con  este  motivo  se  atrajo  las  iras  de  varios  de 
ellos,  pero  muy  especialmente  de  Cleon,  que  fué  su 
más  constante  y  encarnizado  enemig-o. 

Tampoco  se  sabe  si  ejerció  carg-os  públicos,  por 
más  que  es  de  suponer  que,  dada  su  g*ran  significa- 
ción, no  dejarían  de  enconmendársele  alg-unos.  Se 
tiene  sólo  noticia  de  que  en  4:30  pasó  en  calidad  de 
cleruco  con  otros  conciudadanos  á  la  isla  de  Eg-ina, 
recobrada  por  los  Atenienses,  con  objeto  de  hacerse 
carg-o  de  los  extensos  dominios  que  en  ella  po- 
seía (1). 

O  por  timidez,  ó  porque  la  ley  ó  la  costumbre 
exig-iesen  una  edad  determinada  para  presentar 
comedias,  Aristófanes,  como  él  mismo  lo  indica  (2), 
puso  en  escena  las  tres  primeras  que  compuso 
bajo  los  nombres  de  sus  dos  actores  Fidónides  y  Ca- 
lístrato,  aunque  el  público  no  dejara  de  comprender 


(1)  Müller  (obra  citada,  pág.  385)  apoya  esta  noticia  en 
el  testimonio  de  Aristófanes,  los  Acarnienses,  v.  652,  y  de 
Küster,  Aristoph.,  pág.  14,  y  Teágenes  en  los  escolios  á 
la  Apología  de  Platón,  pág.  93,  8  (311,  Becker). 

(2)  En  Los  Caballeros,  v.  512,  y  en  la  Parábasis  de  Las 
Nubes. 


IMRODI'COION. 


á  quién  pertenecían.  Fueron  estas  Los  Detalensesy 
Los  Babilonios  (1),  de  las  cuales  sólo  se  conservan 
fragmentos,  y  Los  Acannedses,  que  poseemos  com- 
pleta. En  la  primera  atacaba  Aristófanes  la  defec- 
tuosa educación  que  se  daba  á  los  jóvenes  de  su 
tiempo,  presentando  ante  el  coro,  compuesto  de 
una  sociedad  de  g-astrónomos,  un  debate  entre  un 
joven  modesto  y  virtuoso  (jwcppwv)  y  otro  corrompi- 
do (xaxairJYwv),  análog-o  al  que  éLdusto  y  el  ín^taio 
sostienen  en  Las  Nubes,  cuyo  objeto  es,  aunque 
ampliado  y  mejorado,  el  mismo  de  Los  Detalemes. 
En  la  seg-unda,  ó  sea  Los  Bahilonios,  representa- 
da en  426  por  Calistrato,  el  poeta  echa  por  otro 
camino,  y  principia  ya  la  audaz  empresa  en  que  no 
cejó  un  pimto  de  hacer  del  pueblo  mismo,  de  la 
constitución  ateniense  y  de  las  resoluciones  de  los 
tribunales  y  la  agora,  el  objeto  de  sus  comedias.  En 
esta  atacó  ruda  y  valientemente,  ante  el  inmenso 
público  que  concurría  al  teatro  en  las  brillantes 
fiestas  Dionisiacas,  á  muchos  magistrados,  y  espe- 
cialmente al  arrog-ante  Cleon.  El  demagog'o  sintió 
en  el  alma  la  ofensa  y  trató  de  'angaria  citando 
ante  el  Senado  á  Calistrato,  que  era,  por  decirlo  asi, 
el  editor  responsable,  y  acumuló  sobre  él  tales 
insultos,  calumnias  y  amenazas  que  le  pusieron  á 
dos   dedos  de  su  ruina  (2).    Contra  Aristófanes 


INTRODUCCIÓN. 


S 


(!)  De  Los  Detalemes  se  conservan  41  fragmentos  y  23 
de  Los  Babilonios,  reunidos  en  la  edición  greco-latina 
de  Aristófanes,  dada  á  luz  por  F.  üidot  en  Paris,  1877. 

(2)  V.  Los  Caballeros,  377.  Algunos  creen  que  la  pri- 
mera acusación  fué  también  contra  Aristófanes,  pero  el 


valióse  para  inutilizarle  de  medios  indirectos,  pre- 
sentando la  g'rave  acusación  de  usurpación  de  los 
derechos  de  ciudadano,  Ypa<pTi  Jevíoec,  de  que  el  poeta 
consiguió  ser  absuelto.  La  animosidad  que  entre 
ambos  existía  adquirió  con  esto  las  proporciones 
de  un  odio  mortal,  que  estalló  con  una  violencia 
sin  ejemplo  en  la  célebre  comedia  Los  Caballeros^ 
cuarta  de  las  compuestas  por  Aristófanes  y  pri- 
mera de  las  presentadas  con  su  nombre.  Siguieron 
á  esta  otras,  hasta  cuarenta  y  cuatro,  de  las  cuales 
sólo  se  han  conservado  once,  que  son,  además  de 
Los  Acaniieuses  ('A^apví5<;)  y  Los  Caballeros  ('iTrirtici 
ya  citados,  Las  Nubes  (Nácp£>at),  Las  Avispas  (Scpfjxeff), 
La  Paz  (Eipi^vTj),  Las  Aves  ("OpviOEc),  la  Lisistrafa 

{Au<Jt7tpáTTi),  Las  FieslaS  de  CértS  (Oejaotpoptá^oujai), 

Las  Ranas  (Báxpa^^ot),  Lis  Junteras  (ExxXtjjiá^oujat)  y 
el  Pinto  (n).oDTo;)  (1). 


público  no  podia  menos  de  aplicar  las  pnlabras  de  Im- 
eeopolis: 

AÚTÓc;  x'  ¿[xaÚTOv,  úiió  KXéíüvo;,  airaBov 
'EríaxajjLat,  etc. 

al  actor  que  las  declamaba,  que  era  Calistrato,  encargado 
de  desempeñar  el  papel  de  protagonista  en  las  comedias  de 
carácter  político. 

(1)    Los  títulos  de  las  restantes  son:  AatxaXí};,  BabuXtbvtoi, 


Níjjot,  OXxáSsc,  íleX'ypYot,  IIoítijic,  IIoXúySo;,  Hki^vAc 
xaxaXajifiávouaai,  Ta^Tiviaxai,  TeXjjLTiaíi;,  TptcpáXri;,  <í>oívi<j(Tat 
''íipai.  Estas  veintiocho  comedias  con  las  once  del  texto 
hacen  sólo  treinta  y  nueve,  pero  es  de  advertir  que  de  Las 


INTRODUCCIÓN 


Ignóranse,  por  último,  la  época  y  las  circunstan- 
cias de  la  muerte  de  Aristófanes,  conjeturándose 
únicamente  que  debió  ocurrir  siendo  de  edad  bas- 
tante avanzada,  pues  su  Pinto  reformado  se  repre- 
sentó en  el  año  390,  cuando  el  poeta  debia  estar  ya 
en  los  62  de  su  edad,  y  aún  compuso  después  el 
Cácalo  y  el  Eolosícon ,  bien  que  estos  se  pusieroa 
en  escena  por  su  hijo  Araros. 

Hechas  estas  indicaciones  biog-ráficas,  pasemos 
ya  á  ocuparnos  del  teatro  de  Aristófanes,  diciendo 
antes,  para  juzgarle  con  el  debido  acierto,  alg-o 
sobre  el  origen  y  carácter  de  la  antigua  comedia 
ateniense,  de  que  fué  principal  cultivador  y  es  ge- 
nuino y  único  representante  (1). 

La  comediajr  la  tragedia  sabido  es  que  nacieron 
enlas^fiestas  de  Baco,  cuyo  culto,  vario  sobre  ma- 
nera, contenia  una  multitud  de  elementos  dramá- 
ticos (2).  Pero  así  como  la  segunda,  inspirada  ea 
las  fiestas  Lencas,  tuvo  un  carácter  triste  y  serio, 
conforme  á  los  sufrimientos  aparentes  del  dios  en 
aquella  solemnidad  conmemorados,  la  primera,  na- 


NuheSy  La  Paz,  Las  Fiestas  de  Céres,  e\Pluío  y  el  Eolosi- 
con,  se  hicieron  dos  ediciones.  Para  más  detalles,  véanse 
.  De  Aristophanis  fabularum  numero  et  nominibus,  en  la 
edic.on  Dindorf-Didot,  pág.  4í5  y  siguientes,  y  las  notician 
que  preceden  á  nuestra  traducción  de  cada  una  de  las 
conservadas. 

(1)  En  la  colección  de  los  poetas  cómicos  deMeinecke, 
antes  citada,  puede  verse  el  inmenso  tesoro  de  comedias 
que  se  ha  perdido.  El  índice  de  poetas  comprende  451 
nombres  v  se  conservan  los  títulos  de  4.414  obras. 

(2)  Vid.  Müller,  t.  II,  pág.  456. 


INTRODUCCIÓN 


cida  en  las  Dionisiacas  campestres,  fiestas  de  ven- 
dimia en  que  el  placer  de  ver  terminadas  las  fae- 
nas agrícolas  y  llenos  trojes  y  lagares  sejnanifes- 
taba  con  todo  géiiero  de  locuras,  lleva  hasta  en  sus 
menores  detalles  impreso  el  sello  de  la  más  des- 
compuesta alegría.  Parte  muy  principal  de  estas 
fiestas  era  el  cornos  (x^ij-o;),  festín  animado  y  bu- 
llicioso sazonado  con  picarescos  chistes  y  cancio- 
neadesobremesa,  al  fin  de  las  cuales  los  convida- 
dos, perdiendo  su  gravedad,  se  entregaban  medio 
beodos  á  danzas  irregulares  y  desenvueltas  y  en- 
tonaban á  coro  un  entusiasta  himno  á  Baco  en  que 
al  dios  del  vino  se  asociaban  Falo  y  Fáles,  repre- 
sentantes de  la  fuerza  generatriz  de  la  naturaleza. 
A -esta  canción  báquica  se  la  llamaba  la  Comedia, 
es  decir,  el  canto  del  banquete,  según  la  fuerza 
etimológicT^3FTa  palabra  (1),  y  solia  repetirse  en 
una  procesión  que  á  continuación  del  festín  se  or- 
ganizaba. Los  comensales,  disfrazados  con  abigar- 
rados vestidos,  grotescas  máscaras,  enormes  coro- 
nas de  hojas  y  flores,  y  tiznados  de  heces  de  vino  y 
otras  sustancias  colorantes,  recorrían  encaramados 
en  carros  de  labranza  el  demo  ó  villa  en  que  la 
fiesta  tenía  lugar. 

Una  vez  celebrado  el  dios  causa  de  su  alegría, 
esta  especie  de  ebria  mascarada  buscaba  como 
blanco  de  sus  burlas  al  primero  que  se  ofrecía  ante 
su  vista,  y  lanzaba  contra  él  desde  la  carreta,  em- 


(4)    Otros  creen  que  viene  do  xwfATi,  en  cuyo  caso  Co- 
media significarla  canto  de  aldea. 


INTRODUCCIÓN. 


brioa  del  futuro  tablado  escénico,  un  verdadero  di- 
luvio de  irrespetuosos  chistes,  sacando  á  pública 
verg-üenza  todos  los  defectos,  y  saltando  las  barre- 
ras del  pudor  entre  las  carcajadas  y  aplausos  de  la 
multitud  que  los  rodeaba  é  iba  eng-rosando  á  cada 
instante.  En  Las  Ranas  de  Aristófanea.eBCüiutemos 
vestig-ios  de  la  costumbre  que  estamos  indicand'  > , 
pues  en  ella  el  coro  de  Iniciados,  después  de  haber 
ürig-ido  sublimes  himnos  á  Dionisío-Iao.o^  los  in- 
rerrumpe  sin  transición  alg-una,  para  exclamar: 
<¿Querej£queii03  burlemos  j  untos  de  Ar  quedemo*:?» 
Jircunstancia  que  con  otras  sirve  de  base  al  in- 
signe MüUer  para  considerar  las  improvisadas  bur- 
las de  los  falóforos  como  parte  esencial  del  canto 
báquico. 

El  cómo  y  cuándo  este  rudimento  de  comedia  se 
perfeccionó  y  tomó  carta  de  naturaleza  en  Atenas, 
convirtiéndose  las  farsas  de  la  aldea  en  espectáculo 
artístico  digno  de  ser  saboreado  por  los  ciudadanos 
más  cultos,  es  cosa  que  no  está  bien  averig"iada . 
Dejemos  á  un  lado  la  historia  de  su  oscura  g-esta- 
cion,  desconocida  para  los  mismos  Grieg-os,  y  ha- 
gamos notar  tan  sólo  que  este  g-énero  dramático, 
aun  después  de  su  perfeccionamiento,  conservó  en 
el  fondo  todos  los  caracteres  de  su  origen,  siendo, 
por  tanto,  la  antigua  comedia  ateniense  una  com- 
posición enteramente  distinta  de  las  que  con  ig-ual 
título  cultivaron  Menandro  y  Filemon,  imitaron 
Plauto  y  Terencio  y  se  representan  en  nuestro  mo- 
derno teatro.  Así,  al  aquilatar  su  mérito  evitaremos 
el  grave  error  en  que  escritores  de  nota  han  iiicur- 


IMRODUCCION. 


9 


rido,  porque  como  dice  Schlegel  (1),  «para  juzgar 
»acertadamente  al  antiguo  teatro  cómico,  es  nece- 
»sario  prescindir  por  completo  de  la  idea  de  lo  que 
»en  la  actualidad  se  llama  comedia  y  los  Griegos 
»designaron  también  con  el  mismo  nombre.  La  co- 
» media  antigua  y  la  nueva  no  se  distinguen  sólo  por 
»diferencias  accidentales,  sino  que  son  absoluta  y 
»esencialmente  diversas.  Jamás  podrá  considerarse 
»la  antigua  como  el  principio  grosero  de  un  arte 
»perfeccionado  después;  al  contrario,  constituye  el 
»género  original  y  verdaderamente  poético,  mién- 
»tras  la  nueva  únicamente  presenta  una  modifi- 
»cacion  más  cercana  á  la  prosa  y  á  la  realidad.» 

Nacida  la  comedia  en  las  regocijadas  fiestas  Dio- 
lüsiacas,  conservó  siempre  como  carácter  distintivo 
y  esencial  la  alegría  franca  y  desenvuelta  que  en 
el  canto  del  cóaios  y  los  subsiguientes  himnos  falo- 
fóricos  é  itif alíeos  dominaban.  Buscando  los  poetas 
la  fuente  de  lo  cómico,  y  huyendo  en  sus  compo- 
siciones de  cuanto  pudiera  ser  grave  y  serio,  pre- 
sentaron los  errores,  inconsecuencias  y  debilida- 
des de  los  hombres  como  resultado  natural  del 
imperio  de  sus  apetitos  y  de  casuales  accidentes 
sin  desastrosas  consecuencias.  Comprendiendo  que 
la  alegría  rehuye  todo  fin  determinado,  y  que  asi 
como  cuando  llega  á  apoderarse  de  un  individuo 
se  manifiesta  por  saltos  desordenados,  gritos,  car- 
cajadas sin  motivo,  atrevidas  burlas,  hasta  llegar  á 


(1)    Cours  de  littérature  dramatique^  trad.  de  ralUm. 
Paris,  1814,  tomo  I,  págs.  293-295. 


40 


INTRODUCCIÓN. 


INTRODUCCIÓN. 


il 


una  especie  de  delirio,  prescindieron  por  completo 
en  sus  piezas  de  todo  plan  y  presentaron  la  Musa 
cómica  á  modo  de  bacante  ebria  c[iieya  se  eleva  á 
reg-iones  ideales,  revelando  en  medio  de  su  beodez 
la  pura  esencia  de  su  naturaleza  divina,  ya  des- 
ciende al  fang-o  de  la  realidad  más  repug-nante; 
que  enlaza  en  medio  de  un  caos  sin  objeto  aparente 
sublimes  himnos  y  obscenas  g-roserias,  sabios  con- 
sejos y  virulentas  sátiras;  y  que  aspirando  á  la 
virtud  y  á  la  justicia,  propone  su  ideal  á  los  espec- 
tadores entre  el  bullicio  del  licencioso  cordan  y  las 
torpes  imág-enes  del  falo.  Recordando  las  improvi- 
saciones carnavalescas  y  las  ocurrencias  imprevis- 
tas de  los  falóforos,  presentaron  sus  obras  en  el 
tablado  escénico  comojiiiaJiíniensa- chaiiza,^como 
una  especie  dp  bromazo  universal,  si  se  nos  per- 
mite la  frase,  en  que  no  escapan  impunes  ni  filó- 
sofos, ni  g-enerales,  ni  estadistas,  ni  poetas,  ni 
oradores;  en  que  se  revelan  los  misterios  más  re- 
cónditos de  la  vida  de  familia;  en  que  se  cruza  el 
rostro  con  el  látigo  de  procaz  ironía  al  pueblo 
que  presencia,  pag-a  y  juzg-a  el  espectáculo  y  á  los 
mismos  dioses,  en  cuyo  honor  se  celebra. 

De  esta  suerte  la  comedia,  embriag-ada,  por 
decirlo  asi,  con  su  propia  alegría  y  levantada  en 
alas  de  la  imaginación,  pasó  pronto  de  la  censura 
del  ciudadano  particular  á  mostrar  bajo  su  aspecto 
cómico,  dice  un  escritor  ya  citado  (1),  «toda  la 
»constitucion  social,  el  pueblo,  el  gobierno,  la  raza 


(1)    Sclilegel. 


i>de  los  hombres  y  la  de  los  dioses,  dándoles  la  fan- 
»tasía  con  los  brillantes  toques  de  su  pincel  los  co- 
»lores  más  vivos  y  originales.» 

Atenta  únicamente  la  comedia  antigua  á  rendir 
Cülta^il  dios  dg  la.alegría^  y  apegada  siemru:fí.á  sus 
^^adickuies,  no  trató  en  sus  censuras  de  evitar  las 
personalidades  (1);  todo  lo  contrario,  designaba  al 
vicioso  por  su  nombre,  le  presentaba  con  su  propia 
fisonomía,  y  si  acudía  al  teatro,  Ld  señalaba  con  el 
dedo.  De^  óíró  modo  hubieran  parecido  insípidas 
sus  sales  á  los  espectadores,  ávidos  de  hallar  en  ella 
pasto  á  su  natural  malignidad,  pues  es  de  advertir 
que  el  público  que  acudía  á  las  representaciones 
escénicas  no  era,  como  en  los  teatros  modernos,  en 
escaso  número  y  formado  de  las  clases  más  ilustra- 
das, sino  el  pueblo  en  masa,  que  buscaba  en  aquel 
espectáculo  una  distracción  análoga  á  su  gusto. 
Por  consiguiente,  los  poetas  quizá  hubieran  sido 
silbados  implacablemente  si,  prescindiendo  de  per- 
sonalidades, única  parte  de  la  comedia  inteligible 
para  la  mayoría  de  su  auditorio,  se  hubiesen  con- 
cretado á  presentar  obras  de  pura  imaginación 
como  las  modernas. 

De  aquí  el  carácter  predominantemente  política 
que,  conformándose  á  la  afición  á  intervenir  en  el 


(1)    EupoUs  atque  Cratinus  Aristophanesque poetes 
A¿que  alii,  quorum  comoedia prisca  vircrum  est. 
Si  quis  erat  dignus  describid  quod  malus  aut/ur^ 
Quod  moechus  foret^  aut  sicarius,  aut  alioqui 
Famosus,  mulla  cum  libértate  notabant. 

(Horacio,  Sat.  iv,  lib.  i.) 


INTRODUCCIÓN. 


13 


12 


INTR0l»rCC10N. 


gobierno  y  á  la  constitución  democrática  de  Atenas, 
Ueg-ó  á  revestir  la  comedia  antigua,  convirtiendo 
la  escena  en  una  segunda  tribuna  y  juzgando  con 
una  audacia  sólo  posible  dado  el  buen  sentido  de 
los  Atenienses,  las  decisiones  que  el  pueblo  adop- 
taba en  la  Agora  y  proponiendo  además  reformas 
y  medidas  que  le  han  dado  cierta  semejanza  con  la 
prensa  periódica  moderna.  Asi  es  que,  no  contenta 
todavía  con  las  alusiones  más  ó  menos  directas  que 
en  el  decurso  del  diálogo  van  como  bordando  el  velo 
alegórico  que  constituye  generalmente  la  trama  de 
las  mismas,  habia  un  punto  en  que  toda  ficción  se 
suspendía,  en  que  se  cortaba  la  acción,  y  el  poeta 
se  presentaba  frente  á  frente  á  los  espectadores, 
para  decirles  paladinamente  en  la  Pardbasis  cuanto 
creia  oportuno  sobre  los  más  graves  negocios  del 
Estado  ó  sus  asuntos  particulares.  En  ella  el^cori- 
fep^ -quitándose  la  máscara,  no  es  ya  un  simple 
actor  qiíe7e7líríg^eá'^  los  concurrentes  á  un  espec- 
táculo, sin^elorador  que  arenga  á  una  asamblea. 
De  este  modoTcomo  afirma  PTaton  con  una  ironía 
que  manifiesta  el  extremo  á  que  la  influencia  de 
los  cómicos  alcanzaba,  la  república  ateniense  llegó 
á  ser  una  Teatrocmcvt  verdadera  (1). 

En  esta  forma  determinada  llegó  la  comedia  á 
Aristófanes,  quien  no  introdujo  en  ella  más  modifi- 
caciones que  las  que  un  ingenio  superior  da  inevi- 
tablemente á  cuanto  toca  con  sus  manos.  ¿Habrá, 
pues,  derecho  á  exigirle  en  sus  obras  méritos  y 


(1)    Las  Leyes,  lib.  iii. 


perfecciones  impropios  de  las  mismas,  dada  la  di- 
ferencia esencial  que  hemos  señalado  entre  la  anti- 
gua comedia  y  la  moderna?  ¿No  podría  el  poeta 
favorito  de  las  Gracias,  rechazar  como  imperti- 
nente el  interrogatorio  á  que  el  Abate  Andrés  le 
sujeta  al  hacerle  comparecer  ante  la  autoridad  de 
su  critica?  (1)  ¿No  tendría  derecho  cuando]el  erudito 
Aristarco  le  exige  un  plan  bien  ideado  y  regular, 
una  acción  ligada,  bien  seguida  y  acabada,  pintu- 
ras justas  y  fieles,  caracteres  bien  expresados  y 
distintos,  y  afectos  bien  manejados,  á  contestarle: 
todo  eso  que  echas  de  menos  en  mis  dramas  es 
grave  y  serio,  y  en  su  composición  yo  no  he 
tenido  más  objeto  aparente  que  la  alegría;  y  la 
ñ\p'.Qr\f\.  ^ól<;>  fiviste  cuando  se  rechaza  todo  plan  y 
toda  traba;  cuando  sedesarroTlan"de~irn  modómes- 
perado  todas  las  íacultadeá  jde  nuestra^alma;  cuan- 
do el  pensamiento  abandona  sus  trilladas  sendas  y 
vuela  por  la  región  de  lo  imprevisto;  cuando  se 
reúne  lo  extraordinario,  lo  inverosímil,  lo  maravi- 
lloso y  lo  imposible  con  las  localidades  más  cono- 
cidas y  los  usos  más  familiares;  cuando  se  inventa 
una  fábula  atrevida  y  fantástica,  con  tal  que  sea 
propia  para  sacar  á  luz  caracteres  extravagantes  y 
situaciones  ridiculas;  cuando  con  la  rapidez  del 
rayo  se  arranca  su  máscara  al  vicio  y  se  disimula 
la  indignación  bajo  una  estrepitosa  carcajada; 
cuando,  en  una  palabra,  se  toman  como  á  juego 


(i)     Origen,  ¡)rogresos  y  estado  actual  de  toda  la  lUera- 
tura,  cd,  Mailriil,  1787,  tomo  iv,  p.  H8. 


'íl 


u 


INTRODUCaON. 


INTRODUCCIÓN. 


15 


las  cosas  más  graves  y  se  presentan  bajo  el  disfraz 
de  divertida  chanza?  (1) 

Para  convencerse  de  que  Aristófanes  fué,  en 
efecto,  dig-no  intérprete  de  Talla,  y  de  que  poseyó, 
como  nadi3,  ese  talento  especial  y  precioso  de  re- 
gocijar los  ánimos,  al  que  se  ha  dado  el  expresivo 
nombre  de  vis  cómica^  no  hay  más  que  leer  sin 
preocupaciones  sistemáticas  ni  espíritu  de  escuela 
cualquiera  de  sus  obras,  y  no  se  podrá  menos  de 
confesar  que  la  serie  de  escenas  que  las  constitu- 
yen revelan  tal  ing-enio,  tal  profusión  de  sales  y  de 
gracias,  que  si  el  aparato  escénico,  los  trajes,  las 
danzas  y  la  música  eran  dignas  de  las  concepcio- 
nes del  poeta,  debieron  producir  en  los  espectado- 
res, dice  MüUer,  una  verdadera  embriag-uez  có- 
mica. 

No  se  crea,  sin  embarg'o,  que  la  comedia  es  -en 
manos  de  Aristófanes  un  simple  jueg-o  de  la  fanta- 
sía, propio  sólo  para  divertir  á  los  niños  y  á  la 
plebe  más  rústica  y  soez.  Todo  lo  contrario.  Pare- 
cida á  aquellas  g-rotescas  imág-enes  de  sátiros  que 
contenían  en  su  interior  la  estatua  de  una  divini- 
dad, oculta  siempre  bajo  el  revuelto  vaivén  de  sus 
locuras,  liviandades  y  chocarrerías,  el  oro  de  un 
profundo  pensamiento  moral  y  la  constante  aspi- 
ración á  un  ideal  más  perfecto,  buscado  entre  las 
heces  de  la  realidad. 

Perfectamente  persuadido  Aristófanes  de  la  altí- 
sima misión  de  los  poetas,  lleno  de  ardiente  patrio- 


tismo, y  amante  de  la  justicia  y  la  virtud,  ataca, 
como  Cervantes,  con  aquellas  terribles  ¿f radas ^ 
(jjoSspáí  '/óLpnoL^  (1),  de  que  poseía  inagotable  caudal, 
tdosl£SjÍ6Í93-y-,abnsos  q[ue  j^  en  su.  tiempo 
la  existencia  de  la  república  ateniense  ó  contri- 
buían á  extraviar  el  buen  sentido  en  el  orden  reli- 
gioso, literario  y  moral. 

Así  es  que  de  las  oace  comedias  que  de  él  se  han 
conservado,  unas  son  predominantemente  políti- 
cas, como  Los  Acar/demeSy  Los  Caballeros,  la  Lisos- 
trata  y  La  Paz,  y  se  refieren  á  la  guerra  del  Pelo- 
poneso,  aconsejan  su  terminación  y  atacan  ruda- 
mente á  los  ambiciosos  demagogos  que  conseguían 
captarse  el  aura  popular;  otras,  como  Las  AoispiSy 
Las  Junteras  y  el  Plato,  van  dirigidas  con  espe- 
cialidad contra  abusos  introducidos  en  la  interna 
administración  de  la  República  por  la  viciosa  orga- 
nización de  los  tribunales  y  las  discusiones  de  la 
Agora,  y  tratan  de  atajar  el  mal  que  la  predica- 
ción de  ciertas  utopías  filosóficas  podian  llegar  á 
producir;  otras,  como  Las  Fiestas  de  Céres  y  Las 
Ranas,  son  verdaderas  sátiras  literarias  en  las  cua- 
les el  poeta  trata  de 'cónteneFTadecalenc^íá' del 
arlé  trágico,  iniciada  en  Eurípides  y  Agaton; 
otras,  en  fin,  como  Las- NW)es  f  Xas  iti;í?.?,  áCacan 
layiciosa  educación  que  á  la  juventud  daban  los 
g^fistas,  ó  presentan,  en  el  cuadro  más  animado  y 
pintoresco  que  ha  podido  crear  la  humana  fanfa- 


(1)    V.  Schoel  y  Müller,  obras  citadas. 


(4)    Vid.  en  la  Antología  palatina,  ix,  ISG,  el  epigrama 
de  Antípatro  de  Tesülónica. 


40 


INTROmCCIO> 


INTRODUCCIÓN. 


17 


sía^  una  especie  de  resumen  de  cuantos  vicioa^jalüi- 
sos  y  ridiculeces  son  objeto  de  especial  censura  en 
leírdemasT 

Mas  para  salir  victorioso  en  esta  g'ig'antesca  lu- 
cha contra  la  injusticia,  las  preocupaciones  y  el 
error,  el  poeta  hubo  de  acudir  á  todos  los  resortes 
de  su  ingenio,  y  dobleg-arse  á  la  dura  necesidad  de 
dar  g-usto  lo  mismo  á  la  parte  más  sensata  de  su 
auditorio,  que  era  naturalmente  la  menor,  que  á  la 
multitud  ig-norante,  grosera  y  afiliada  por  añadi- 
dura á  un  partido  contrario  al  que  Aristófanes  se 
creia  obligado  á  defender.  Por  eso,  sin  dada,  y  te- 
niendo además  presente  la  derrota  de  Cratino,  ex- 
pulsado del  teatro  por  no  haber  sazonado  su  co- 
media con  los  inmundos  chistes  que  eran  de  rigor, 
nuestro  poeta  mancha  con  excesiva  frecuencia  el 
espléndido  ropaje  de  su  Musa  con  impiidicas  sales, 
licencioso»  -euadrovícases  malsonantes,  equívocos 
bajos  y  pueriles,  y  recursos  escénicos  de  pésimo 
gusto  y  mala  ley.  Al  decir  esto,  no  pretendemos 
defenderle  á  fuer  de  ciegos  apologistas;  pero  si 
creemos  oportuno  advertir,  como  circunstancia  que 
atenúa  notablemente  la  gTa vedad  de  esas  faltas, 
que  más  que  del  poeta  son  de  la  corrompida  socie- 
dad y  de  la  época  en  que  vivió,  á  la  cual,  si  le  in- 
dignase el  verse  pintada  tan  al  vivo  y  con  tan  re- 
pugnantes colores,  pudiera  decirse  con  Quevedo: 

Arrojar  la  cara  importa, 
Que  el  espejo  no  hay  porqué. 

Pues  es  de  notar  que  entre  los  méritos  que, 


aparte  de  los  literarios,  hacen  sobremanera  intere- 
sante el  teatro  de  Aristófanes,  figura  en  primera 
línea  el  de  ser  un  verdadero  retrato  de  la  Repú- 
blica ateniense  en  el  interesante  período  de  la 
guerra  del  Peloponeso,  así  como  el  más  completo 
monumento  que  de  las  costumbres  griegas  nos  ha 
legado  la  antigüedad.  Y  tan  exacto  es  esto,  que  se 
cuenta  que  deseando  Dionisio  el  Joven  conocer  á 
fondo  la  situación  de  Atenas,  el  divino  Platón  le 
envió  como  el  libro  más  adecuado  las  comedias  de 
Aristófanes;  y  en  nuestros  días,  para  citar  un  solo 
testimonio  entre  mil,  el  docto  Macaulay  (1)  las 
prefiere  para  igual  objeto  á  las  admirables  histo- 
rias de  Tucídides  y  Jenofonte. 

Entiéndase,  por  supuesto,  que  al  utilizar  los  dra- 
mas de  Aristófanes  como  documentos  históricos, 
hay  que  proceder  con  la  necesaria  discreción  para 
prescindir  de  todas  aquellas  exageraciones,  errores 
y  aun  calumnias  en  que  el  espíritu  de  partido,  la 
enemistad  personal,  el  amor  propio  lastimado  y 
otras  debilidades  humanas  hicieron  incurrir  al 
poeta,  especialmente  al  ocuparse  de  Lámaco,  Cleon, 
Eurípides  y  Sócrates. 

Pues  aunque  Aristófanes,  según  él  mismo  dice  y 
manifiesta,  creia  obrar  siempre  á  impulsos  de  un 
pensamiento  generoso,  como  no  era  ni  un  sabio  ni 
un  santo,  no  pudo  librarse  en  todas  sus  censuras 
del  ofuscamiento  de  las  pasiones  y  el  error.  Por  eso 


(4)    Estudios  literarios.  Tr.  de  M.  Juderías  Bender, 
Madrid,  1879,  pág.  384. 


ix 


IMKODIUXION. 


INTRODUCCIÓN. 


49 


confundió  lastimosamente  á  Sócrates  con  aquella 
muchedumbre  de  sofistas,  corruptores  del  arte  y 
de  la  moral  y  pelig-rosos  maestros  de  la  juventud, 
y  envolviéndole  quizá  en  el  profunde  aborreci- 
miento que  sentia  contra  Eurípides,  de  quien  el 
ilustre  filósofo  fué  amig-o,  le  escarneció  en  Las  Nu- 
bes, sembrando  las  calumnias  que  veinticuatro 
años  más  tarde  sirvieron  de  base  á  su  ccndenaciou. 
Fué  esta  una  falta  de  que  no  habremos  de  discul- 
parle, por  más  que  ni  seriamos  los  primeros,  ni 
faltarían  razones  sólidas  que  aleg-ar;  pero  creemos 
sumamente  injusto  el  que  algunos  críticos,  ha- 
ciendo solidarios  los  errores  del  hombre  con  los  del 
literato,  se  ensañen  por  este  motivo  contra  Aristó- 
fanes hasta  el  punto  de  neg-arle,  por  decirlo  así,  el 
pan  y  la  sal,  y  tratar  de  expulsarle  ignominiosa- 
mente del  Estado  de  las  letras,  sin  darle  siquiera 
aquella  honorífica  corona  que  Platón  concedía  á  los 
vates  al  desterrarlos  de  su  República  ideal. 

Ai  hacer  esta  indicación,  bien  se  comprenderá  que 
nos  referimos  especialmente  á  Plutarco  ^1),  que  en 
su  violenta  diatriba  contra  Aristófanes  en  paran- 
o-on  con  jVIenandi-o,  punto  de  partida  de  muchas 
críticas  posteriores,  aparte  de  comparar  la  poesía 
aristofánica  á  una  vieja  é  hipócrita  ramera,  tan 
insoportable  á  las  personas  sensatas  como  á  la 
más  abyecta  multitud,  lleg-a  hasta   motejar  su 

( l)  R  icARD  ((^Juvres  morales  de  Plufarq^J^,  trad.  enjran- 
cois,  Pans,  4789,  t.  \l,  p.  ^íGi)  atribuye  el  injusto  juicio 
de  Plutarco  á  haber  alaeaao  Yristófanes?  á  Sócrates  en  Las 

Nubes, 


astilo,  desconociendo  aquel  aticismo  seductor, 
encanto  de  San  Juan  Crisóstomo,  y  en  cuyo  honor 
compuso  Platón,  autoridad  nada  sospechosa  en  la 
materia,  el  sabido  dístico  en  que  se  hace  del  alma 
de  Aristófanes  el  indestinictible  santuario  de  las 
Gracias. 

Se  necesita,  en  efecto,  todo  el  apasionamiento  y 
ceg-uedad  del  autor  de  un  tratado  sobre  la  Malig- 
rndad  de  Herodoto  para  neg-ar  al  leng-uaje  de  Aris- 
tófanes esa  .magia  indescriptible ,  eseperf ume 
dfílir.ioso-jme  se  percibe  todavía  á  pesar  del  tras- 
curso de  tantos  sigilos,  raro  conjunto  de  elocu- 
ción sublime  y  familiar,  de  eleg-ancia  y  rudeza, 
de  g-iros  g-rañosisímos^ezclados^á  palabras"  de 
incomensurables  dimensiones,  siempre  exacto,  pu- 
ro, ñexible,  conciso  y  espontáneo,  y  siempre  enca- 
jado por  decirlo  así,  en  la  pauta  de  una  versifica- 
ción rica,  variada,  armoniosa  é  irreprochable. 

Mucho  pudiéramos  decir  todavía  sobre  el  Teatro 
de  Aristófanes  y  los  encontrados  juicios  á  que  ha 
dado  lug-ar,  pero  creemos  que  las  observaciones 
apuntadas  bastan  para  preparar  el  ánimo  del 
que  emprenda  la  lectiu'a  de  sus  comedias  con  la 
imparcialidad  debida.  Sólo  nos  resta,  pues,  recla- 
mar mucha  indulg-encia  para  nuestra  traducción, 
que  por  ser  nuestra  y  la  primera  que  aparece  en 
leng-ua  castellana,  necesariamente  debe  adolecer 
de  infinitos  defectos.  Al  hacerla  hemos  seg'uido  el 
texto  de  Aristófanes,  correg-ido  por  Dindorf  y  publi- 
cado en  1867  por  Fermin  Didot  en  su  Bibliotheca 
grcRca^  habiendo  tenido  también  á  la  vista,  entre 


Í20 


INTRODUCCIÓN. 


otros  trabajos,  las  ediciones  de  Brunck  (Londres, 
1823),  Boissonade  (Paris,  1826)  y  Ber^ck  (Leipzig*, 
1867).  Para  las  notas,  que  necesariamente  han  de 
abundar  en  un  autor  todo  alusiones,  parodias  y  ale- 
«•orías,  hemos  acudido  principalmente  á  los  escolios 
g-riegos,  procurando  apartarnos  en  ellas  de  todo 
cuanto  pudiera  parecer  de  mera  erudición.  Y  final- 
mente, en  la  versión  hemos  procurado  ceñirnos  todo 
lo  posible  á  la  letra,  adecentando  á  menudo  con  el 
velo  de  la  perífrasis  sus  obscenas  desnudeces,  y 
poniendo  al  pié  la  interpretación  latina  de  Brunck, 
excepto  en  aquellos  pasajes,  poco  frecuentes  por 
fortuna  dadas  las  costumbres  griegas,  en  que  lo 
nefando  del  vicio  nos  ha  oblig-ado  á  suprimirlos 
ó  á  dejarlos  en  el  idioma  original. 


LOS  ACARNIENSES. 


KOTICÍA  PRELIMINAR. 


Cuando  se  representaron  Lo,^  Acar/de/ises,  ha.cía 
ya  seis  años  que  la  guerra  llamada  del  Peloponeso 
tenía  en  conflagración  toda  la  Grecia,  y,  sem- 
brando por  do  quiera  la  discordia,  la  desolación  y 
la  muerte,  anulaba  el  resultado  de  los  épicos  com- 
bates de  Maratón,  Salamina  y  las  Termopilas,  y 
preparaba  sensiblemente  la  ruina  de  la  nacionali- 
dad helena.  No  siendo  preciso  á  nuestro  propósito 
el  entrar  en  minuciosos  detalles  sobre  el  particu- 
lar, remitimos  á  los  que  deseen  conocerlos  á  las 
obras  de  Tucidides,  Diodoro  Siculo,  Plutarco  y 
otros  (1),  donde  podrán  satisfacer  su  curiosidad 
cumplidamente,  y  nos  limitaremos  á  espigar  en  el 
vasto  campo  de  sus  escrito;?  las  noticias  más  nece- 
sarias para  la  ilustración  de  Los  Acardienses. 

( l)  Historia  de  la  Guerra  del  Peloponeso;  Diodoro  Sículo, 
Bibliotheca  histórica,  Lib.  xu;  Plutarco,  Vitoe  Parallela. 
Feríeles;  Doowell  (Henr.)  Annales  Thucydidei  et Xeno- 
pkonteiíiú  calcem  operis  ejusdem  deeyclis.  Oxonii,  1710. 


i>; 


NOTICIA  PRKLIMLNAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


25 


Algunos  jóvenes  de  Atenas,  después  de  haberse 
embriag-ado  jugando  al  Cótabo,  se  dirigieron  á 
Megara  y  robaron  á  la  cortesana  Simeta.  Los  Me- 
garenses,  en  revanclia,  arrebataron  á  Aspasia  dos 
de  sus  más  íntimas  amigas  (1).  Entonces  Feríeles, 
cediendo  á  las  instigaciones  de  la  hermosa  y  dis- 
creta hetaira,  y  más  que  todo,  ala  necesidad  de 
sostenerse  en  el  poder  por  medio  de  una  guerra 
que  le  hiciese  indispensable  y  distrajera  á  los  Ate- 
nienses, hizo  aprobar  el  célebre  decreto  que  cas- 
tigaba con  la  pena  capital  á  todo  ciudadano  de 
Megara  que  fuese  cogido  dentro  del  territorio  del 
Ática.   Los  Megarenses  solicitaron,  pero  inútil- 
mente, la  derogación  de  este  decreto,  y  vanas  fue- 
ron también  las  reclamaciones  hechas  por  los  La- 
cedemonios.  Feríeles  se  opuso  con  toda  su  influen- 
cia, y  el  decreto  no  se  derogó.  Tal  fué  el  pretexto 
de  aquella  guerra  funesta;  pretexto  decimos,  por- 
que la  verdadera  causa  que  la  hizo  completamente 
inevitable  fué,  como  apunta  el  perspicaz  Tucídi- 
des  (2),  el  recelo  y  justificado  temor  que  á  los  La- 
cedemonios  inspiraba  el  siempre  creciente  poderío 
de  Atenas.  No  dejaba  de  haber,  sin  embargo,  en- 
tre ambas  repúblicas  otros  poderosos  motivos  de 
resentimiento;  pero  Flutarco  (3)  da  por  seguro  que 
los  Espartanos  jamás  se  hubieran  puesto  á  la  ca- 
beza de  la  liga,  si  el  decreto  contra  Megara  hu- 


(1)  Aristófanes,  Los  Acarnienses.  v.  S24  v  sig. 

(2)  Historia  de  la  Guerra  del  Pelopo^iieso]  I,  23. 

(3)  Vida  de  Feríeles. 


biera  sido  revocado ,  estando  acorde  en  este  punto 
con  lo  que  Aristófanes  dice  en  su  comedia. 

La  mayoría  de  los  Atenienses,  acostumbrados  á 
vivir  hasta  entonces  en  el  campo  con  esa  indepen- 
da, abundancia  y  libertad  que  hacen  la  vida  rús- 
tica tan  agradable,  viéronse  obligados  á  buscar  un 
refugio  en  la  capital  con  sus  mujeres  é  hijos, 
enviando  sus  ganados  á  la  Eubea,  y  abando- 
nando sus  hogares  y  tierras  cuando  apenas  habían 
concluido  de  repararse  los  estragos  causados  por 
las  recientes  guerras  médicas.  «Desamparaban  He-- 
nos  de  dolor,  dice  Tucídides  (1),  las  habitaciones 
y  los  templos  á  los  cuales  una  larga  posesión 
parecía  ligarles;  y  al  renunciar  á  su  modo  de  vi- 
vir, creían  dar  un  adiós  eterno  á  su  pueblo  na- 
tivo.» La  pena  que  naturalmente  les  hizo  experi- 
mentar la  concentración,  se  exacerbaba  cada  día 
por  lo  incómodo  de  los  alojamientos  que  en  Atenas 
pudieron  proporcionarse.  «Muy  pocos,  dice  el  his- 
toriador citado  (2),  hallaron  acogida  en  las  casas 
de  sus  amigos  y  parientes;  los  más  se  establecie- 
ron en  los  sitios  deshabitados  de  la  ciudad,  en  los 
lugares  consagrados  á  los  dioses  y  á  los  héroes,  en 
todas  partes,  en  ñn,  excepto  en  la  Acrópolis,  el 
Eleusinion  (3),  y  otros  recintos  sólidamente  cerra- 
dos. El  mismo  Felásgicon  (4),  á  pesar  del  oráculo 


(\)    Historia  de  la  Guerra  del  Peloponeso,  IL  16. 

(2)  HisL,  II,  17. 

(3)  Templo  de  Ceros  Eleusinia,  situado  al  Norte  de  la 
Acrópolis,  cerca  de  la  Agora. 

Espacio  situado  á  lo  largo  del  muro  septentrional 


26 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


27 


que  á  su  ocupación  se  oponía,  fué  también  inva- 
dido, é  ig-ualmente  las  torres  de  las  murallas.»  Todo 
esto  no  era  suficiente,  sin  embargo,  para  la  in- 
mensa afluencia  de  refugiados,  y  la  mayor  parte 
vivían  mezquina  y  desastrosamente  faltos  de  aire 
y  de  luz,  sujetos  á  todo  género  de  privaciones  y 
miserias  (1),  y  expuestos  más  tarde  al  furor  de  la 
espantosa  peste  que  repetidas  veces  desoló  á  Ate- 
nas durante  el  decurso  de  la  guerra.  La  influencia 
de  ésta,  como  no  podia  menos,  dejóse  muy  pronto 
sentir,  introduciendo  perturbaciones  en  el  orden 
político  y  social.  La  discordia  tiranizaba  las  ciuda- 
des; todo  eran  disensiones  y  atroces  venganzas;  las 
ambiciones  más  bajas  y  viles  tenían  espacio  abierto 
donde  tender  las  alas;  la  codicia  era  causa  y  oca- 
sión de  enriquecerse  en  los  frecuentes  tumultos;  la 
calumnia  estaba  segura  de  ser  oída  y  aceptada,  no 
menos  que  la  audacia  irreflexiva  ó  criminal  de  con- 
seguir el  favor  de  la  desenfrenada  muchedumbre;  | 
y  á  tal  extremo  llegaron  el  desorden  y  la  perver- 
sión, que  se  cambió  arbitrariamente  la  acepción  de 
las  cosas  y  palabras.  «La  inconsiderada  temeridad 
»se  tuvo  por  valor  á  toda  prueba;  la  calma  prudente 
»por  hipócrita  cobardía;  la  moderación  por  pretexto 
»de  timidez;  y  una  inteligencia  poco  común  por 
»una  grande  inercia.  El  ciego  arrojo  fué  el  distín- 
»tivo  del  valiente;  la  circunspección  un  especioso 

(le  la  Acrópolis,  construido  por  los  Pelasgos  (Herodoto, 
Historia,  VL,  137).  A  semejanza  del  poMosHum  romano,  de- 
Lia  permanecer  deshabitado  y  vacío. 
{i)    Aristófanes.  Lo.s  Caballeros,  v.  780. 


^subterfugio.  Al  hombre  violento  se  le  consideraba 
»como  el  más  seguro;  y  al  que  se  le  oponía,  como 
^sospechoso.  El  colmo  de  la  habilidad  era  tender 
x>asechanzas  á  sus  enemigos,  y  sobre  todo  el  eludír- 
»las,  y  en  cambio,  al  que  rehuía  tan  bajos  medios 
»se  le  acusaba  de  traidor  y  pusilánime.  Los  vínculos 
»de  la  sangre  eran  más  débiles  que  el  espíritu  de 
» partido;  éste,  en  efecto,  ligaba  más  fuertemente  á 
»los  hombres,  por  lo  mismo  que  sus  asociaciones  no 
»se  pactaban  bajo  el  amparo  de  la  ley  sino  con  mi- 
aras culpables,  y  en  vez  de  estar  sancionadas  por 
»el  santo  temor  de  los  dioses,  tenían  su  sola  salva- 
)i>guardía  en  la  participación  del  crimen.  Se  estí- 
)i>maba  en  más  el  vengar  una  ofensa  que  el  no  ha- 
»berla  recibido.  Los  juramentos  de  paz  solo  tenían 
»una  fuerza  transitoria  que  duraba  lo  que  la  nece- 
» sí  dad  que  los  habia  arrancado;  en  cuanto  se  of re- 
acia ocasión  no  habia  reparo  en  atacar  al  enemiga 
»índefenso,  prefiriéndose  la  vil  traición  al  noble  y 
^descubierto  combate.  Manantial  de  todos  estos 
x>males  fué  el  afán  de  dominar  instigado  por  la  co- 
»dicia  y  la  ambición,  envenenado  después  por  las 
»pasiones,  despertadas  al  grito  de  la  rivalidad.  Los 
» jefes  de  partido  ostentaban  en  sus  banderas,  unos 
»ia  igualdad  de  derechos,  otros  una  aristocracia 
» moderada;  pero,  bajo  la  máscara  del  bien  gene- 
>.ral,  sólo  trataban  de  suplantarse  mutuamente. 
» Daban  rienda  suelta  á  sus  deseos  y  rencores,  y 
xsin  más  ley  que  el  propio  arbitrio,  menosprecia- 
jí>ban  la  justicia  y  el  bien  común.  Llegados  al  po- 
)>der,  satisfacían  sus  odios  personales  á  fuerza  de 


t 


28 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


29 


»sentencias  inicuas  y  descaradas  violencias.  Nin- 
»gTino  respetaba  la  buena  fe :  el  dios  éxito  era  el 
»único  en  cuyos  altares  se  sacrificaba;  y  el  perpe- 
»trador  de  algnn  negro  delito,  como  supiera  encu- 
»brirlo  con  apariencias  de  honradez ,  podia  estar 
»seg'uro  de  la  pública  estimación.  En  cambio,  los 
»ciudadanos  que  se  mantenían  apartados  de  la  po- 
»litica,  sucumbían  al  furor  de  ambos  partidos,  ya 
»por  negarse  á  tomar  parte  en  la  lucha ,  ya  por 
»envidia  á  su  tranquilidad  (1).» 

Tan  aflictiva  situación  velase  además  sobrema- 
nera ag-ravada,  de  un  lado  por  la  escasez  y  carestía 
que  se  dejaba  sentir  como  era  natural  después  de  la 
devastación  del  territorio  del  Ática  y  elconsig-uieute 
abandono  de  las  tareas  ag*ricolas,  y  de  otro  por  una 
segrmda  invasión  de  la  peste  que  debilitó  extraor- 
dinariamente á  Atenas,  arrebatándole  cuatro  mil 
cuatrocientos  hoplitas,  trescientos  caballeros,  é  in- 
calculable número  de  los  demás  habitantes  (2).  Ade- 
más, las  esperanzas  fundadas  en  alianzas  con  reyes 
extranjeros  hablan  meng-uado  mucho,  y  aun  no  po- 
cas se  hablan  desvanecido  por  completo,  visto  el 
ning-un  resultado  práctico  de  las  neg'o elaciones  en- 
tabladas con  Sitálces,  rey  de  Tracia,  casado  con 
una  hermana  de  Ninfodoro  de  Abdera,  y  con  los 
monarcas  de  Persia  y  Macedonia.  Y  para  colmo  de 
males,  la  sabia  y  moderada  influencia  de  Feríeles, 
victima  de  la  peste  á  los  dos  años  y  medio  de  la 


(i)    Historia  de  la  Guerra  del  Pelopoiieso,  lib.  111. 
(2)    TucíDiDES,  111,  87. 


guerra,  se  vela  sustituida  por  la  del  demag-ogfo 
Oleon,  hombre  de  baja  estofa,  orador  violento  y 
audaz,  ídolo  entonces  del  populacho  ateniense, 
cuyos  bélicos  instintos  halag'aba  incesantemente, 
excitándole  además  contra  todos  aquellos  ciuda- 
danos que  podian  oponerse  leg'ítimamente  á  su 
poder. 

En  tal  estado  de  cosas,  las  g'entes  honradas  y  pu- 
dientes, hartas  de  ser  juguete  de  ambiciosos  é  in- 
trigantes, compadecidas  de  la  miseria  pública, 
previendo  el  desastroso  efecto  de  la  g-uerra,  cual- 
quiera que  fuese  el  vencedor,  desconfiando  del  en- 
vío de  auxilios  extranjeros,  anhelando  la  tranqui- 
lidad y  el  sosiego,  se  pronunciaron  abiertamente 
por  la  paz.  Aristófanes,  haciéndose  eco  de  tales 
sentimientos,  compuso  entonces  Los  Acarmemes^ 
comedia  cuyo  objeto  es  demostrar  las  ventajas  de 
la  paz,  y  la  conveniencia  de  reconciliarse  con  La- 
cedemonia. 

El  título  de  esta  pieza  'A^^apv^c  viene  de  AcciTnui 
('A)^ápva),  demo  del  Ática,  cuyos  moradores,  toscos 
y  robustos,  ejercían  en  su  mayor  parte  el  oficio  de 
carboneros.  No  sin  razón  escogió  Aristófanes  el 
coro  entre  los  ancianos  de  aquella  comarca,  pues 
además  de  estar  dotados  del  belicoso  humor  que  le 
convenia  para  el  contraste,  el  territorio  de  Acarna 
fué  de  los  primeros  invadidos,  haata  el  punto  que 
Arquidamo,  rey  de  Lacedemonia,  contaba  con  la 
exasperación  de  sus  habitantes  para  obligar  á  los 
Atenienses  á  una  decisiva  batalla  en  los  principios 
de  la  guerra  del  Peloponeso.  «Creía,  en  efecto,  al 


M) 


iVOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMI^AR. 


M 


»tomar  posiciones  junto  á  Acama,  que  suministrdu- 
»do  sus  moradores  al  Estado  hasta  tres  mil  hoplitas, 
»no  dejarían  asolar  impunemente  sn  territorio  y 
»arrastrarian  á  todos  al  combate,  ó  que  una  vez 
»tolerada  la  devastación  no  pondrían  ignial  empeño 
»en  defender  las  haciendas  ajenas  después  de  la 
»ruina  de  las  propias  (1).»  El  plan  de  Arquidamo 
era  acertadísimo.  Sólo  el  tacto  exquisito  de  Feríeles 
pudo  contener  á  los  Acarnienses  y  evitar  el  que  en 
una  sola  partida  se  decidiese  la  suerte  de  Atenas. 

Los  Acarnienses,  pues,  hablan  sido  los  más  cas- 
tig'ados  por  la  guerra:  seis  años  hacía  que  habían 
abandonado  sus  fértiles  campos  cubiertos  de  viñe- 
dos y  los  frondosos  bosques  donde  ejercían  la  in- 
dustria carbonera.  No  fué  sin  motivo,  por  consi- 
guiente, el  elegirlos  para  formar  el  coro  en  una 
comedia  cuyo  fin  era  aconsejar  la  paz,  y  el  sacar  de 
entre  ellos  el  protagonista. 

Diceópolis,  identificado,  como  indica  su  nombre 
(ofxatoí,  justo,  Tzóha,  ciudad ),  con  la  idea  de  lo  que 
debe  ser  una  república  bien  administrada ,  acude 
al  lugar  de  la  Asamblea  decidido  á  promover  una 
discusión  sóbrela  conveniencia  de  la  paz.  A  pesar 
de  lo  grave  de  la  situación  de  Atenas,  encuentra  el 
Pnix  desierto,  y  distingue  á  los  ciudadanos  y  á  los 
Pritáneos  muy  distraídos  en  la  Agora  con  pláticas 
insustanciales.  El  buen  viejo  recuerda  con  amar- 
gura su  vida  pasada  y  su  situación  presente,  y  se 
confirma  más  y  más  en  sus  proyectos  pacíficos. 


(\)     Tü..íiunF.s,  II.  iO. 


Ábrese  al  fin  la  sesión,  y  Anfiteo,  que  usa  el  pri- 
mero la  palabra,  en  cuanto  propone  la  paz  con  La- 
cedemonia  es  arrojado  de  la  Asamblea.  Preséntanse 
después  los  embajadores  de  Atenas  al  rey  de  Persia, 
acompañados  de  Pseudartábas,  el  Ojo  dd  Rey,  y 
luego  Teoro,  enviado  á  la  corte  de  Sitálces,  rey  de 
Tracia.  Diceópolis  descubre  sus  farsas  y  mentiras, 
y  exasperado  por  el  robo  de  su  frugal  desayuno  y 
la  ineficacia  de  sus  esfuerzos,  hace  levantar  la 
sesión  y  encarga  á  Anfiteo  que  pacte  para  él  y  su 
familia  una  tregua  particular  con  los  Lacede- 
monios. 

A  su  vuelta  de  Esparta,  Anfiteo  es  sorprendido 
y  perseguido  por  un  grupo  de  ancianos  acarnien- 
ses, y  sin  tiempo  más  que  para  entregar  á  Diceó- 
polis su  tratado,  huye  precipitadamente.  El  furioso 
tropel  encuentra  á  Diceópolis  cuando  se  disponía  á 
solenmizar  con  un  sacrificio  su  regreso  al  campo. 
La  bilis  acarniense,  inJlíLiHÁhle  como  iDia  ehciwi 
seco.,  se  desata  contra  él  y  tratan  de  matarle  á  pe- 
dradas; pero  el  astuto  viejo  les  contiene  amena- 
zando hundir  su  puñal  en  el  seno  de  un  inocente 
saco  de  carbón.  Los  Acarnienses,  enternecidos  por 
la  desgracia  que  amenaza  á  un  compañero  querido, 
admiten  parlamento.  Diceópolis,  comprendiéndolo 
apurado  del  trance,  acude  á  Eurípides  en  busca 
de  un  traje  á  propósito  para  producir  el  patético. 
El  poeta  trágico  accede  benévolo  á  las  súplicas  del 
viejo  socarre  n,  y  le  da  á  elegir  los  andrajos  de 
Éneo,  Fénix,  Filoctétes  y  Belerofonte.  Diceópolis 
escoge  por  último  los  de  Telefo,  que  en  el  guarda- 


3S 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


33 


ropa  de  Eurípides  se  hallaban  entre  los  de  Ino  y 
Tiéstes.  Con  su  disfraz  de  mendig-o  heroico,  areng'a 
al  coro  Diceópolis  y  logra  convencer  á  varios  de 
sus  compatriotas  de  que  no  todas  las  injusticias  han 
sido  cometidas  por  los  Lacedemonios.  El  resto  del 
coro,  indignado,  llama  en  su  auxilio  á  Lámaco, 
g-eneral  ateniense,  que  es  también  blanco  de  las 
burlas  de  Diceópolis.  Este  acaba  por  abrir  su  mer- 
cado á  Meg^renses  y  Beocios,  con  los  cuales  estaba 
entonces  prohibida  toda  relación  mercantil.  Lleg'a 
im  Meg-arense  y  da  á  conocer  la  espantosa  miseria 
á  que  su  país  estaba  reducido.   Oblig-ado  por  el 
hambre,  se  propone  vender  sus  dos  hijas  disfrazán- 
dolas al  efecto  de  puercos,  lo  cual  da  lug*ar  á  una 
multitud  de  equívocos  maliciosos.  Un  sicofanta  ó 
delator  sobreviene  durante  la  corta  ausencia  del 
protag-onista,  que  al  fin  le  oblig-a  á  callarse.  Acude 
lueg-o  un  Beocio,  inundando  el  mercado  de  todo 
g-énero  de  comestibles,  leg-umbres,  caza,  aves,  an- 
g-uilas  y  otros  deliciosos  manjares  de  que  hacía 
tiempo  estaba  privada  Atenas.  La  venta  es  inter- 
rumpida por  Nicarco,  otro  delator,  que  acaba  por 
ser  empaquetado  como  una  vasija  en  castig-o  de  su 
insolencia.  Diceópolis,   hechas  sus  provisiones,  se 
prepara  á  celebrar  aleg-remente  la  fiesta  de  las  Co- 
pas. Un  sirviente  de  Lámaco,  que  se  presenta  á 
comprar  para  su  dueño  alg'unos  tordos  y  ang*uilas, 
es  rechazado  entre  graciosas  burlas;  pero  la  peti- 
ción de  una  recien  casada  es  benévolamente  aco- 
g-ida.  El  coro  pondera  las  ventajas  de  la  paz  y  la  fe- 
licidad de  Diceópolis,  y  un  afligido  labrador  contri- 


buye á  ponerlas  de  relieve  con  la  relación  de  sus 
miserias.  En  esto,  una  repentina  invasión  obliga  á 
Lámaco  á  partir,  no  obstante  lo  crudo  del  tempor^L 
Con  tal  motivo  hay  una  graciosísima  escena  abuji- 
dante  en  contrastes  cómicos  entre  los  preparativos 
guerreros  de  Lámaco  y  los  aprestos  culinarios  de 
Diceópolis.  Parten  por  fin  ambos  y  vuelven  á  poco, 
el  primero  herido  y  magullado,  arrojando  lastime- 
ros gritos,  y  el  segundo  sostenido  por  dos  lindas 
muchachas,  bien  comido  y  bien  bebido.  Por  últi- 
mo, las  lamentaciones  del  asendereado  general  son 
ahogadas  por  las  aclamaciones  del  coro  en  honra 
de  Diceópolis,  dichoso  vencedor  en  la  fiesta  de  las 
Copas. 

Esta  comedia  es  una  de  las  más  notables  de  Aris- 
tófanes y  la  tercera  que  compuso,  según  la  más 
acreditada  opinión  que  la  coloca  después  de  Los  De- 
talenses  y  Los  BaUlonios  (1).  En  toda  ella  se  observa 
una  alegría  siempre  creciente,  y  verdadera  plétora 
de  aquellas  sales  áticss  que  tan  sabrosa  hacen  la 
poesía  aristofánica.  Las  escenas  entre  Eurípides 
y  Diceópolis  y  éste  y  Lámaco  son  de  mano  maes- 
tra en  su  género,  como  el  lector  podrá  juzgar  por 
sí  mismo,  á  pesar  de  lo  mucho  que  con  la  traduc- 
ción se  desfigura.  La  pintura  viva  y  animada  de 
las  ventajas  de  la  paz  debió  sin  duda  hacerla  ape- 
tecible á  los  más  belicosos.  Pero  el  carácter  in- 
constante y  voluble,  que  Aristófanes  echa  en  cara 


(1)     r.  Arisloph.  comcedim^  ed.  Firmin  Didot,  p.  445.- 
Schol.  Nuh.,  5^29. 

3 


34 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


á  los  Atenienses,  hizo  sin  duda  ineficaces  sus  sa- 
ludables consejos.  ¡Tanta  inñuencia  ejercía  enton- 
ces hasta  sobre  ciudadanos  victimas  de  los  hor- 
rores de  la  guerra  la  audaz  y  arrebatada  oratoria 
de  los  demagogos! 

Esta  Comedia  se  representó  el  año  425  antes 
de  Jesucristo,  como  lo  indican  varios  pasajes 
de  la  misma  (1).  Calístrato  estuvo  encargadi?  del 
papel  de  Diceópolis,  y  la  representación  tuvo  lugar 
en  las  fiestas  Leneas,  que  se  celebraban  en  el  mes 
Gamellón  (Enero-Febrerol  y  ofrecían  la  particula- 
ridad de  no  admitirse  extranjeros  á  sus  espec- 
táculos. 


[i)  Versos  266,  S90;  504-508. 


PERSONAJES. 


Diceópolis  . 

Un  Heraldo. 

Anfiteo. 

Un  Pritáneo. 

Embajadores  de  Atenas,  de* 
regreso  de  Persia. 

pseudartábas. 

Teoro. 

'^.oro  de  acarivienses. 

Una  Mujer,   esposa  de  Di- 
ceópolis. 

Una  Joven,  hija  de  Diceó- 
polis. 


Un  Triado  de  Eurípides. 
Eurípides. 

LA MACO. 

Un  Megarense 

Muchachas,  hijas  del  Mega- 
rense. 
Un  Delator. 
Un  Pieocio. 

NlCARCO. 

Un  Criado  de  Lámaco. 
Un  Labrador. 
Un  Paraninfo. 
Mensajeros  (i). 


(i)  La  edición  de  Dindorf,  publicada  por  Fermin  Didot, 
que  es  la  que  seguimos,  no  incluye  entre  los  personajes  de 
esta  comedia  á  los  Mensajeros,  sin  razón  para  ello,  pues 
intervienen  en  la  acción  y  hablan  tanto  como  cualquiera 
de  los  otros  secundarios.  En  la  lista  no  se  ponen  los  per- 
sonajes mudos,  que  son:  Jántias,  f  sclavo  de  Diceópolis,  y 
la  Madrina  de  las  bodas  que  aparece  en  una  de  las  últimas 
escenas. 


LOS  ACARNIENSES. 


DICEÓPOLIS  (1). 

¡Cuántos  pesares  me  han  roído  el  corazón!  ¡qué 
pocas,  poquísimas  veces,  cuatro  á  lo  más,  he  sen- 
tido placer!  Pero  mis  penas  son  innumerables 
como  las  arenas  del  mar;  veamos,  si  no,  qué  cosas 
me  han  causado  verdadero  júbilo.  Nunca  recuerdo 
haber  gozado  tanto  como  cuando  Cleon  (2)  vomitó 
aquellos  cinco  talentos.  iQué  aleg-ria!  desde  enton- 
ces amo  á  los  caballeros,  autores  de  esta  acción, 


(i)  El  nombre  de  Diceópolis  se  compone  de  dos  pala- 
bras, Síxaioí;  y  iróXtc;,  que  significan  ciudadano  justo  ^  ó  ciu- 
dad justa.  Píndaro  da  este  epíteto  á  la  isla  de  Egina. 

(2)  Demagogo  ateniense,  enemigo  encarnizado  de  Aris- 
tófanes, contra  el  cual  lanza  éste  en  sus  comedias  todo 
género  de  acusaciones.  Es  uno  de  los  personajes  principa- 
les de  Los  Caballeros.  Habiendo  recibido  en  una  ocasión 
cinco  talentos  de  las  islas  tributarias  de  Atonas,  para  con- 
seguir rebaja  en  la  contribución  que  debian  de  pagar,  los 
caballeros  le  obligaron  á  devolverlos.  Y  este  es  el  hecho 
que  causó  tanta  alegría  á  üiceópolis. 


38 


COMEDIAS  ÜE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES 


m 


dig-na  de  Grecia  (1).  En  cambio,  experimenté  \m 
dolor  verdaderamente  trág-ico,  cuando  después  de 
esperar  con  tanta  boca  abierta  la  aparición  de  Es~ 
quilo  (2),  oí  g-ritar  al  Heíaldo:  «Teóg'nis  (3),  intro- 
duce tu  coro.»  ¡Golpe  mortal  para  mi  corazón! 
Otra  vez  g-océ  mucho  cuando  á  seguida  de  Mosco  (4), 
ejecutó  Doxlteo  (5)  un  aire  beocio;  pero  este  año 
pensé  morir  víctima  del  más  cruel  martirio,  viendo 
á  Quéris  (6)  disponerse  á  cantar  al  modo  Ortio  (7). 
Mas  u\mca,  desde  que  me  es  permitido  lavarme 


(1)  Hemistiquio  del  Tele/o  de  Eurípides,  al  decir  de! 
FiScoliasts 

(-2)  Esquilo  murió  el  456  á.  d.  C,  es  decir,  30  años  áiiles- 
de  la  representación  de  Los  Acarnienses.  Mas  en  considera- 
ción á  su  mérito,  los  Atenienses  perinitieron  á  los  poetas 
modernos  concurrir  á  los  certámenes  trágicos  con  sus 
tragedias  corregidas  y  arregladas.  Suidas  dice  que  Eufor- 
raion,  hijo  de  Esquilo,  ganó  cuatro  premios  con  tragedias 
de  su  padre,  que  aun  no  hablan  sido  representadas. 

(3)  Poeta  trágico,  de  cuya  frialdad  se  burla  más  ade- 
lante Aristófanes,  suponiendo  que  al  representarse  sus 
dramas  se  helaron  todos  los  rios  de  Tracia  (v.  i40).  Los 
Atenienses  le  llamaron  por  lo  misnio  ^'«^v  la  Nieve.  Llegó 
á  ser  uno  de  los  treinta  tiranos. 

(4)  Músico  detestable. 

(r>)    Excelente  citarista,  vencedor  en  los  juegos  Píticos. 

(6)  Flautista  y  citarista,  sin  mérito  alguno.  Aristófanes^ 
se  burla  también  de  él  en  otros  pasajes  de  sus  comedias^ 
{las  Aves,  858;  La  Paz,  95i).  Entre  otros  defectos,  le  echa 
en  cara  el  de  hallarse  siempre  donde  sus  amigos  se  reunían 
á  comer. 

(7)  Era  un  modo  vivo  y  guerrero  y  que,  según  indica 
su  nombre,  se  cantaba  en  los  tonos  más  elevados.  Arion 
(Heroü.,  Olio,  xxiv),  antes  de  arrojarse  al  mar,  cantó  un 
nomo  Ortio,  cuya  deliciosa  melodía  le  valió  el  ser  salvado 
por  un  delfín. 


en  los  públicos  baños  (1),  me  ha  picado  tanto  el 
polvo  en  los  ojos  como  boy,  dia  de  la  asamblea  or- 
dinaria (2),  en  este  Pnix  (3),  todavía  desierto. 
Allí  se  están  charlando  mis  conciudadanos  en  la 
plaza,  corriendo  arriba  y  abajo  para  evitar  la 
cuerda  teñida  de  rojo  (4;.  Ni  aun  los  Pritáneos  (5) 
vienen;  eso  sí,  en  cuanto  lleguen,  aunque  tarde, 
los  veremos  empujarse  sin  consideración,  dispu- 
tarse los  primeros  bancos  de  madera  (6)  y  tomar- 
los como  por  asalto,  üe  los  medios  de  conseg'uir  la 
paz,  no  hay  temor  de  que  se  ocupen  ¡Ah,  ciuda- 
danos, ciudadanos!  Yo  soy  el  primero  que  acudo  á 


(i)  Es  decir,  desde  la  pubertad,  porque  antes  de  esa 
edad  no  se  permitía  la  entrada  en  los  baños  púbbcos. 

{'¿)  Las  asambleas  ordinarias  (xúptat)  tenían  lugar  los 
días  once,  veinte  y  treinta  de  cada  mes.  A  las  extraordi- 
narias (joy/Atítoi)  se  convocaba  cuando  había  asuntos  ur- 
gentes é  interesantes. 

(3)  Plaza  próxima  á  la  Cindadela,  donde  tenían  lugar 
las  asambleas  del  pueblo.  La  palabra  Pnix  se  deriva  de 
TcuxvuiaOott,  apretarse,  habiéndosele  dado  este  nombre,  tal 
vez,  por  la  multitud  que  en  él  se  aglomeraba  en  algunos 
días  de  sesión. 

(4)  Para  obligar  á  los  ciudadanos  á  entrar  en  el  Pnix, 
se  teííía  de  rojo  una  cuerda,  que  se  llevaba  á  lo  ancho  de 
la  agora  6  morcado.  La  cuerda  manchaba  el  vestido  de  los 
morosos,  pudiendo  así  ser  reconocidos  y  obligados  á  pagar 
la  multa  de  un  Iriobolo  (medio  dracma),  en  que  consistía  el 
sueldo  de  los  asistentes  á  la  asamblea. 

(5)  Magistrados  entre  cuyas  atribuciones  estaba  la  de 
convocar  y  presidir  las  asambleas  populares  y  levantar 
sus  sesiones. 

(6)  Los  asientos  del  Pnix  eran  de  piedra  (V.  Los  Caba- 
lleros, 751);  pero  debía  de  haber  algunos  de  madera,  cuya 
posesión  se  disputaban  los  Pritáneos  por  ser  sin  duda  más 
distinguidos  y  cómodos. 


40 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES. 


41 


la  asamblea  y  tomo  en  ella  asiento;  y  al  verme  solo, 
suspiro,  bostezo,  me  desperezo  y  desahog-o  á  mi 
gusto  (1);  no  sabiendo  qué  hacer,  me  entreteng-o  en 
escribir  con  el  bastón  en  la  arena,  en  arrancarme 
pelillos,  en  hacer  cálculos;  y,  iñirando  al  campo, 
amante  de  la  paz  y  aborrecedor  de  la  ciudad,  echo 
de  menos  mi  aldea,  que  nunca  me  decia:  «compra 
carbón,  compra  vinag-re,  compra  aceite;»  esta  pa- 
labra «compra»  le  era  desconocida;  ella  misma  lo 
producia  todo,  sin  este  eterno  «compra»  (2)  que  me 
sierra  las  entrañas.  Así  es  que  veng-o  completa- 
mente decidido  á  gritar,  á  interrumpir,  á  insultar 
á  los  oradores  si  hablan  de  otra  cosa  que  de  la  paz. 
Pero  ya  llegan,  aunque  al  mediodía,  los  Pritáneos. 
¿No  lo  decia  yo?  como  me  fig-uraba,  todos  se  pre- 
cipitan sobre  los  primeros  bancos. 

UN  HERALDO. 

Más  adelante,  más  adelante,  para  que  estéis  den- 
tro del  recinto  purificado  (3). 

ANFITEO  (4). 

¿Ha  hablado  ya  alguno? 


(1)  n¿poo|jLat,^^¿/(?. 

(2)  Hay  en  el  texto  un  juego  de  palabras  intraducibie, 
basado  en  la  semejanza  de  las  palabras  irpíiüv,  sierra,  y 
irp[o),  comprar. 

(3)  Poco  antes  de  reunirse  la  asamblea  se  purificaba 
el  local,  vertiendo  sobre  los  bancos  de  los  Pritáneos  algu- 
nas gotas  de  sangre  de  cerdo.  Este  sacrificio  se  ofrecía  á 
Céres. 

(4)  La  palabra  0£Óc,  dios,  entra  en  la  composición  de 
este  nombre. 


EL  HERALDO. 

¿Quién  pide  la  palabra? 

ANFITEO. 


•EL  HERALDO. 


ANFITEO. 


Yo. 

¿Quién  eres? 
Anfiteo. 

EL  PRITÁNEO. 

¿No  eres  hombre? 

ANFITEO. 

No;  soy  un  inmortal.  Anñteo  fué  hijo  de  Céres  y 
Triptólemo;  de  él  nació  Celeo;  Celeo  se  casó  con 
Fenáreta  (1),  mi  abuela,  de  esta  nació  Licino,  que 
me  engendró  inmortal.  Únicamente  á  mí  permi- 
tieron los  dioses  que  pactase  una  tregua  con  los 
Lacedemonios.  Pero  yo,  Ciudadanos,  á  pesar  de  mi 
inmortalidad,  carezco  de  los  víveres  necesarios  para 
el  viaje;  porque  no  me  los  dan  los  Pritáneos  (2). 

EL  PRITÁNEO. 

¡Hola,  Arqueros! 


(1)  Aristófanes  parodia  los  prólogos  de  Eurípides,  en 
los  cuales  uno  de  los  personajes  principales  solia  exponer 
fríamente  toda  su  genealogía.  Ifigenia,  por  ejemplo,  pre- 
sentándose sola  en  escena  decia,  (Vid.  Eurip.  IJig.  m  Tau- 
ride):  «Pelope  hijo  de  Tántalo,  cuando  vino  de  Nisa  se  casó 
con  la  hija  de  Enomao,  de  la  cual  nació  Atreo;  de  Atreo 
nacieron  Menelao  y  Agamenón;  éste  se  casó  con  la  hija  de 
Tíndaro;  y  yo,  Ifigenia,  fui  el  fruto  de  este  himeneo.» 

(2)  Los  Pritáneos  estaban  encargados  de  proveer  a 
las  necesidades  de  los  ciudadanos  pobres  que  habían  ser- 
vido á  la  república. 


4-i 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


ANFITEO. 

¡Oh  Triptólemo!  ¡oh  Celeo!  ¿lo  consentiréis? 

DICEÓPOLIS. 

Pritáneoi?,  inferís  una  injuria  á  la  Asamblea  man- 
dando expulsar  á  un  hombre  que  trata  de  propor- 
cionaros una  treofua  y  el  placer  de  colg-ar  nuestros 
escudos. 

EL  PRITÁNEO. 

Siéntate  v  calla. 

V 

DICEÓPOLIS. 

No,  por  Apolo;  no  callaré  hasta  que  propong-ai» 
que  se  trate  de  la  paz. 

ELHER\LD0. 

Los  embajadores  enviados  al  Rey... 

DICEÓPOLIS. 

¿A  qué  rey?  ya  estoy  harto  de  embajadores,  y 
pavos  reales  (1)  y  fanfarronerías. 

EL  HERALDO. 

¡Silencio! 

DICEÓPOLIS. 

¡Ah!  ¡Ah!  ¡Oh  Ecbatana  (2),  qué  traje! 


(i)  Los  pavos  reales  eran  muy  raros  entonces  en  Ate- 
nas y  se  exponían  todos  los  meses  á  la  curiosidad  pública. 
Tal  vez  los  embajadores  se  presentarian  en  escena  con 
plumas  de  pavo  real,  lo  cual  explica  la  exclamación  de 
Diceópolis. 

(2)  Residencia  de  invierno  del  gran  Rey;  en  el  verano 
la  corte  residía  en  Susa.  En  Ecbatana  se  hacía  la  especie 
de  vestido  llamado  ^fWtíía,  que  sin  duda  traian  los  emba- 
jadores atenienses. 


LOS  ACARMENSES. 


43 


UN  EMBAJADOR. 

Siendo  arconte  Eutímenes  (1),  nos  enviasteis  al 
gran  Rey  con  un  sueldo  de  dos  dracmas  diarios. 

DICEÓPOLIS. 

¡Cuántos  dracmas,  gran  Júpiter! 

EL  EMBAJADOR. 

Hemos  padecido  muchísimo  vagando  por  las  ori- 
llas del  Caistro  (2),  viviendo  bajo  nuestras  tiendas 
blandamente  acostados  en  los  carros;  ¡muertos  de 
fatiga! 

DICEÓPOLIS. 

¿Y  yo?  ¿lo  pasaba  muy  bien  durmiendo  sobre 
paja  para  guardar  las  murallas? 

ÉL    EMBAJADOR. 

Adonde  quiera  que  llegábamos  nos  obligaban  á 
beber  en  copas  de  oro  y  cristal  un  vino  dulce  y 
exquisito. 

DICEÓPOLIS. 

¿No  conoces,  ciudad  de  Cranao  (3),  que  se  burlan 
de  tí  tus  embajadores? 

EL    EMBAJADOR. 

Aquellos  bárbaros  sólo  tienen  por  hombres  á  los 
grandes  glotones  y  borrachos. 

DICEÓPOLIS. 

Y  nosotros  á  los  libertinos  é  infames. 


(1)  Eutímenes  fué  arconte  el  423  á.  d.  C,  de  modo  que 
la  embajada  habia  durado  trece  años. 

(2)  Rio  de  Lidia,  que  desemboca  en  el  Egeo,  junto 
á  Efeso. 

(3)  Antiguo  rey  de  Atenas,  sucedió  á  Cécrope  en  4506. 


44 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL    EMBAJADOR. 

A  los  cuatro  años  Ueg-amos  al  palacio;  pero  el  rey, 
á  la  cabeza  del  ejército ,  había  marchado  á  hacer 
sus  necesidades,  y  semejante  operación  le  entretu- 
vo ocho  eternos  meses  en  las  montañas  de  Oro  (1). 

DICEÓPOLIS. 

¿Y  cuánto  tardó  en  terminarla  definitivamente? 

EL  EMBAJADOR. 

Todo  el  plenilunio}  después  recesó  á  su  alcázar 
y  nos  recibió  admirablemente,  obsequiándonos  con 
bueyes  enteros  asados  en  horno. 

DICEÓPOLIS. 

¿Se  han  visto  nunca  bueyes  asados  en  horno?  (2) 
¡Qué  exag-eraciou ! 

EL    EMBAJADOR. 

También,  os  lo  juro,  hizo  que  nos  sirviesen  un 
ave  tres  veces  mayor  que  Cleónimo  (3);  se  lla- 
maba el  Eng-añador. 


(1)  Censura  de  la  ostentación  de  la  corte  de  Persia. 
Luciano  (Hermótimo,  al  fin)  habla  de  las  montañas  de  Oro 
como  de  un  país  imaginario. 

(í2)  Los  Griegos  sólo  conocían  los  panes  cocidos  en  el 
homo.  Herodoto  (I,  133)  hablando  de  los  Persas  dice:  «El 
aniversario  de  su  nacimiento  es  de  todos  los  días  el  que 
celebran  con  preferencia,  debiendo  dar  en  él  un  convite, 
en  el  cual  la  gente  más  rica  y  principal  suele  sacar  á  la 
mesa  bueyes  enteros,  caballos,  camellos  y  asnos  asados 
en  el  horno.»  (Tr.  de  Pou). 

(3)  General  ateniense,  de  elevada  estatura  y  muy  vil  y 
cobarde.  Aristófanes  lanza  contra  él  sus  invectivas  en  casi 
todas  sus  comedias.  El  hecho  más  escandaloso  de  su  vida 
pública  fué  el  haner  huido  arrojando  el  escudo.  (V.  Las 
Nubes,  673;  Los  Caballeros,  958;  Las  Ates,  1473  y  1480; 
Las  Fiestas  de  Céres,  829,  etc.) 


LOS  AGARMIfiNSES. 


41^ 


DICEÓPOLIS. 

Por  eso  nos  eng-añas  tú  cobrando  los  dos  drac- 
mas. 

EL    EMBAJADOR. 

Y  ahora  os  traemos  á  Pseudartábas  (1),  el  Ojo 

del  Rey. 

DICEÓPOLIS  (á  Pseudartábas) . 
iHércules  poderoso!  ¿Qué  te  pasa,  buen  hombre? 
¿Yes  una  línea  de  navios  dispuestos  al  ataque,  ó 
costeas  un  accidentado  promontorio?  Tu  ojo  está 
guarnecido  de  cuero  como  los  ag-ujeros  de  los  re- 
mos en  las  naves  (2). 

EL   EMBAJADOR. 

Manifiesta  ahora,  Pseudartábas,  lo  que  el  Rey  te 
encarg-ó  que  anunciases  á  los  Atenienses. 

PSEUDARTÁBAS. 

lartamm  exarx  anapíssomi  satra  (3). 


(1)  La  palabra  ^eüSoc,  mentira  ^  entra  en  la  composi- 
ción de  este  nombre.  Recibían  el  título  de  Ojo  del  Rey 
ciertos  ministros  de  la  confianza  particular  del  Monarca 
persa.  Eran,  como  si  dijéramos,  su  brazo  derecho. 

(2)  Este  agujero  se  llamaba  ócpOaXpLÓí,  ojo.  El  actor  que 
desempeñada  el  papel  de  Pseudartábas  tenía  una  máscara 
con  un  solo  ojo  enormemente  grande,  de  donde  la  compa- 
ración de  Diceópolis. 

(3)  Jerga  incomprensible  que  probablemente  no  tiene 
significado  en  lengua  alguna.  Algunos  sabios  orientalistas 
han  creído  encontrar  en  ella  ciertos  vestigios  de  la  len- 
gua persa,  pero  sumamente  alterados  é  ininteligibles.  (An- 
quetil-Duperron  y  Sacy).  Hotibius  supone  que  es  una 
frase  griega,  ligeramente  alterada  y  que  pudiera  recons- 
truirse así 

b(iú  ápTi  [jLTiV  '¿$T|p^'  ávaTTtxToOv  ao  aaOpá 
y  traducirse:  «Yo  hace  poco  he  comenzado  á  calafatear 


46 


COMEDIAS    I>E  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


47 


EL    EMBAJADOR. 

¿Has  entendido  lo  que  ha  dicho? 

DTCEÓPOLIS. 

No,  por  mi  vida. 

EL    EMBAJADOR. 

Dice  que  el  Rey  os  enviará  oro. 

PSEUDARTÁBAS. 

No  se  te  dará  oro,  Jonio  infame  (1). 

DICEÓPOLIS. 

¡Desdichado  de  mi!  ¡eso  si  que  lo  ha  dicho  claro! 

EL    EMBAJADOR. 

¿Pues  qué  ha  dicho? 

DICEÓPOLIS. 

Nada:  que  son  unos  asnos  los  Atenienses  si  cuen- 
tan con  el  oro  de  los  Per-as. 

EL    EMBAJADOR. 

No  hay  tal:  habla  de  darnos  el  oro  por  fanegas. 

DICEÓPOLIS. 

¡Por  fanegas!  Eres  el  fanfarrón  más  grande  que 
se  ha  visto.  Pero  vete,  les  preguntaré  yo  solo.  fA 
PseudaHdbasJ  Ea,  respóndeme  con  claridad,  sino 
quieres  que  te  tina  en  púrpura  de  Sardes  (2).  ¿Nos 
enviará  dinero  el  gran  Rey?  fPseudar tabas  hace  se- 
Jlas  negativas).  ¿Por  consiguiente  nos  engañan  los 


de  nuevo  mis  estropeadas  naves.»— Tal  vez  haya  en  todas 
estas  ingeniosas  explicaciones  mucho  de  los  sueños  de 
los  sabios  de  Campoamor,  al  interpretar  el  Tururú  y 
Tarará, 

(1)  Hianti  podice. 

(2)  Es  decir,  "que  te  apalee  hasta  dejarte  bañado  en 
sangre.» 


embajadores?  fPseicdai'tabas  hace  señas  ajírmati- 
vasj.  Pero  estos  hombres  hacen  para  contestar  las 
mismas  señas  que  los  Griegos:  me  parece  imposi- 
ble que  no  lo  sean.  ¡Justamente!  ya  he  conocido  á 
uno  de  estos  eunucos;  es  Clístenes  (1),  el  hijo  de 
Sibirtio.  ¡Qué  invención  la  del  infame!  ¿Cómo,  te- 
niendo barba,  quieres  pasar  por  eunuco,  mico 
desvergonzado?  Y  ese  otro,  ¿quién  es?  ¿Acaso  Es- 
traton? 

EL  HERALDO. 

Calla  y  siéntate.  El  Senado  invita  á  Ojo  del  Rey 
á  pasar  al  Pritáneo  (2). 

DICEÓPOLIS. 

¡Hay  para  ahorcarse!  ¿Qué  hago  aquí  ya?  Las 
puertas  del  Pritáneo  siempre  están  abiertas  para 
tales  huéspedes.  Mas  voy  á  llevar  á  cabo  un  pro- 
yecto grande  y  asombroso.  ¿Dónde  está  Anfiteo? 

ANFITEO. 

Heme  aquí. 

DICEÓPOLIS. 

Toma  estos  ocho  dracmas,  y  páctame  con  los 
Lacedemonios  una  tregua  para  mi  solo,  mi  mujer 
y  mis  hijos.  Vosotros,  papanatas,  continuad  en- 
viando embajadores. 


(1)  Hombre  de  relajadas  costumbres  citado  muchas  ve- 
ces en  las  comedias  de  Aristülanes  (V.  Zas  Aves,  831;  los 
Caballeros,  1374;  Las  Nubes,  355;  las  Bañas,  48;  Lisís- 
trata,  4092,  etc.)  Cratino  también  se  ocupó  de  él  en  la  Bo- 
tella de  Mimbres. 

(2)  Los  embajadores  se  alojaban  en  el  Pritáneo,  donde 
eran  mantenidos  por  cuenta  del  Estado. 


II 


48 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES. 


EL  HERALDO. 

Preséntese  Teoro  (1),  embajador  en  la  corte  de 
Sitálces. 

TEORO. 

Aquí  estoy. 

DICEÓPOLIS. 

Ya  sale  otro  charlatán  á  la  palestra. 

TEORO. 

No  hubiéramos  permanecido  tanto  tiempo  en 
Tracia... 

DICEÓPOLIS. 

Es  verdad,  ?i  no  hubieras  percibido  tan  crecido 
sueldo. 

TEORO. 

Si  toda  la  Tracia  no  hubiera  estado  cubierta  de 
nieve  y  helados  sus  rios,  precisamente  cuando 
Teóg-nis  (2)  hacia  representar  aquí  sus  trag'edias. 
Mientras  tanto,  pasé  el  tiempo  en  beber  con  Sitál- 
ces  (3),  que  es  aficionadísimo  á  los  Atenienses  y 
nos  quiere  de  veras;  á  tal  punto  Ueg-a  su  afecto  que 
ha  escrito  en  la  muralla:  uHermosos  Atenienses.» 


49 


(f)  Embajador,  que  es  preciso  "no  confundir  con  otro 
Teoro,  poeta  de  mala  reputación,  que  vivia  en  Corinto 
para  satisfacer  sus  crapulosas  aficiones.  Aristófanes  le 
acusa  de  adulador,  impío,  adúltero  v  ladrón  (Las  Avis^,  42, 
43;  Las  Nubes,  309). 

(2)  Alusión  á  la  frialdad  de  sus  dramas. 

(3)  Rey  de  Tracia,  aliado  de  Atenas  y  muy  poderoso. 
Murió  algunos  años  después  de  la  representación  de  Los 
Acarnienses  en  una  expedición  contra  los  Tríbalos.  (Véase 
TuciD.,  11,368,  369;  IV,  iOl.) 


Su  hijo  (1),  á  quien  nombramos  ciudadano,  deseaba 
comer  salchichas  en  las  Apaturias  (2),  y  rogaba  á 
su  padre  que  os  auxiliase;  éste,  atendiendo  su  sú- 
plica, ha  jurado  en  un  sacrificio,  que  había  de  ve- 
nir á  socorrernos  con  tan  numeroso  ejército,  que 
los  Atenienses  exclamarían  al  verlo:  «¡Qué  nube 
de  lang-ostasl» 

DICEÓPOLIS. 

¡Que  muera  desastrosamente  sí  creo  mía  sola 
palabra  de  cuanto  has  dicho,  excepto  lo  de  las  lan- 
f>'ostasl 

TEORO. 

Por  de  pronto  os  envía  el  pueblo  más  belicoso  de 
la  Tracia. 

DICEÓPOLIS. 

Ya  empieza  á  verse  claro. 

EL  HERALDO. 

Presentaos,  Tracios  de  Teoro. 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  plag^  es  esta? 

TEORO. 

líl  ejército  de  los  Odomantas  (3). 

(1)  .Teres  ó  Sitálces,  llamado  Sadoco  por  Tucídides 
(IV,  lOi.) 

(2)  Fiestas  que  duraban  tres  dias  y  se  celebraban  en 
el  mes  Pianepsion  (Noviembre).  Fueron  establecidas  en 
conmemoración  de  un  combate  entre  Atenienses  y  Teba- 
nos,  en  el  cual  cada  pueblo  estuvo  representado  por  dos 
campeones.  El  Ateniense  derribó  á  su  adversario  por  me- 
dio de  un  ardid,  y  salvó  á  su  patria.  La  palabra  apaturia 
encierra  la  idea  de  engaño  (  aTráxT)),  y  por  eso  sin  duda  el 
hijo  de  Sitálces  prefería  estas  Oestasá  otras  más  solemnes. 

(3)  Pueblo  de  Tracia  que  habitaba  en  la  orilla  del  Es- 


48 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES. 


EL  HERALDO. 

Preséntese  Teoro  (1),  embajador  en  la  corte  de 
Sitálces. 

TEORO. 

Aquí  estoy. 

DICEÓPOLIS. 

Ya  sale  otro  charlatán  á  la  palestra. 

TEORO. 

No  hubiéramos  permanecido  tanto  tiempo  en 
Tracia... 

DICEÓPOLIS. 

Es  verdad,  ?i  no  hubieras  percibido  tan  crecido 
sueldo. 

TEORO. 

Si  toda  la  Tracia  no  hubiera  estado  cubierta  de 
nieve  y  helados  sus  rios,  precisamente  cuando 
Teóg-nis  (2)  hacia  representar  aquí  sus  tragedias. 
Mientras  tanto,  pasé  el  tiempo  en  beber  con  Sitál- 
ces (3),  que  es  aficionadísimo  á  los  Atenienses  y 
nos  quiere  de  veras;  á  tal  punto  llega  su  afecto  que 
ha  escrito  en  la  muralla:  «Hermosos  Atenienses.» 


49 


(1)  Embajador,  que  es  preciso  no  confundir  con  otro 
Teoi'o,  poeta  de  mala  reputación,  que  vivia  en  Corinto 
para  satisfacer  sus  crapulosas  aficiones.  Aristófanes  le 
acusa  de  adulador,  impío,  adúltero  v  ladrón  (Las  Avisj).  42, 
43;  las  Nubes,  309). 

(2)  Alusión  á  la  frialdad  de  sus  dramas. 

(3)  Rey  de  Tracia,  aliado  de  Atenas  y  muy  poderoso. 
Murió  algunos  años  después  de  la  representación  de  Los 
Acarnienses  en  una  expedición  contra  los  Tríbalos.  (Véase 
TuciD.,  II,  368,  3tí9;IV,  iOi.) 


Su  hijo  (1),  á  quien  nombramos  ciudadano,  deseaba 
comer  salchichas  en  las  Apaturias  (2),  y  rogaba  á 
su  padi-e  que  os  auxiliase;  éste,  atendiendo  su  sú- 
plica, ha  jurado  en  un  sacrificio,  que  habia  de  ve- 
nir á  socorrernos  con  tan  numeroso  ejército,  que 
los  Atenienses  exclamarían  al  verlo:  «¡Qué  nube 
de  langostas!» 

DICEÓPOLIS. 

íQue  muera  desastrosamente  si  creo  mía  sola 
palabra  de  cuanto  has  dicho,  excepto  lo  de  las  lan- 
gostas! 

TEORO. 

Por  de  pronto  os  envía  el  pueblo  más  belicoso  de 
la  Tracia. 

DICEÓPOLIS. 

Ya  empieza  á  verse  claro. 

EL  HERALDO. 

Presentaos,  Tracios  de  Teoro. 

DICEÓPOLIS. 

íí.Qué  plaga  es  esta? 

TEORO. 

líl  ejército  de  los  Odomanta3  (3). 

(1)  -Teres  ó  Sitálces,  llamado  Sadoco  por  Tucídidos 
(IV,  101.) 

(2)  Fiestas  que  duraban  tres  dias  y  se  celebraban  en 
el  mes  Pianepsion  (Noviembre).  Fueron  establecidas  en 
conmemoración  de  un  combate  entre  Atenienses  y  Tába- 
nos, en  el  cual  cada  pueblo  estuvo  representado  por  dos 
campeones.  El  Ateniense  derribó  á  su  adversario  por  me- 
dio de  un  ardid,  y  salvó  á  su  patria.  La  palabra  apaturia 
encierra  la  idea  de  engaño  (awáxTfi),  y  por  eso  sin  duda  el 
hijo  de  Sitálces  prefería  estas  fiestas  á  otras  más  solemnes. 

(3)  Pueblo  de  Tracia  que  habitaba  en  la  orilla  del  Es- 


50 


COMEDIAS  bE    ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


M 


DICEÓPOLIS. 

í;,Qué  Odomantas?  Dime,  ¿qué  es  esto?  ¿quién  los 
ha  circuncidado?  (1). 

TEORO. 

Si  les  dais  dos  dracmas  de  sueldo,  asolarán  toda 
la  Beocia.  (2). 

DICEÓPOLIS. 

¡Dos  dracmas  á  esos  hombres  incompletos!  Con 
razón  se  quejarían  todos  nuestros  marinos,  bravos 
defensores  de  la  ciudad.  ...¡Ah!  qué  desgracia... 
los  Odomantas  me  han  robado  los  ajos  (3);  devol- 
védmelos pronto. 

TEORO. 

iDesdichado!  guárdate  de  acercarte  á  unos  hom- 
bres que  han  comido  ajos  (4). 

DICEÓPOLIS. 

¿Consentís,  oh  Prítáneos,  que  en  mi  propio  país 
me  traten  los  extranjeros  de  esta  manera?  Me  opon- 
g-o  á  que  la  Asamblea  delibere  sobre  el  sueldo  de 
los  Tracios:  os  asegairo  que  acaba  de  manifestarse 
un  au^irio:  me  ha  caído  una  g-ota  de  agna  (5). 


trimon.  Practicaban  la  circuncisión,  por  lo  cual  se  les 

creyó  judíos. 

(1)  Quisnam  ei  mutilavit  penem? 

(2)  Entonces  en  guerra  con  los  Atenienses. 

(3)  Diceópolis  habia  traído  á  la  Asamblea  su  frugal  des- 
ayuno. En  Las  Junteras,  v.  306,  se  hace  referencia  á  la 
misma  costumbre. 

(4)  Los  ajos  les  hacían  más  terribles  en  el  combate, 
como  á  los  gallos,  á  quienes  se  obligaba  á  comerlos  antes 

de  entrar  en  riña.  e   ,  v 

(5)  La  Asamblea  se  disolvía  cuando  se  maniresiana 

algún  augurio  desfavorable. 


EL  HERALDO. 

Retírense  los  Tracios  y  comparezcan  dentro  de 
tres  dias;  pues  los  Prítáneos  disuelven  la  Asam- 
blea. 


DICEÓPOLIS. 

íPobre  de  mí!  he  perdido  casi  todo  el  almuerzo. 
¡Hola!  aquí  está  Anfiteo  de  vuelta  de  Lacedemonia. 
Salud,  amig-o. 

ANFITEO. 

Déjame,  déjame  correr  y  huir  de  los  Acarnien- 
ses  que  me  persig-uen. 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  sucede? 

ANFITEO. 

Venía  apresuradamente  con  tu  tratado  de  paz: 
pero  lo  olieron  (1)  unos  de  esos  viejos  Acamienses, 
duros  como  el  roble,  intratables,  feroces,  veteranos 
de  Maratón,  y  gritaron  unánimes:  «Infame,  ¿traes 
la  paz,  y  el  enemigo  ha  talado  nuestras  viñas?»  y 
al  mismo  tiempo  recogían  piedras  en  los  mantos: 
yo  eché  á  correr,  y  ellos  me  persiguen  vociferando. 

DICEÓPOLIS. 

Que  griten  cuanto  quieran;  ¿traes  el  tratado 
de  paz? 


(1)  Para  la  mteligencia  de  esta  frase  y  las  siguientes 
es  preciso  tener  en  cuenta  que  la  palabra  griega  aTtovaal, 
treffuas,  significa  también  libaciones. 


m 


íii 


í 


5-2 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES. 


53 


ANFITEO. 

Los  traigo  de  tres  clases:  á  elección.  Este  es  por 
cinco  años.  Toma  y  gústale. 

DÍCEÓPOUS. 

iPuf! 

ANFITEO. 

¿Qué? 

DICEÓPOLIS. 

No  me  gusta:  huele  á  brea  y  á  equipo  de  na- 
ves (1). 

ANFITEO. 

Toma  este  de  diez  años,  y  prueba  á  ver. 

DICEÓPOLIS. 

Tampoco;  este  huele  á  los  embajadores  enviados 
á  las  ciudades  para  quejarse  de  la  morosidad  de 
los  aliados. 

ANFITEO. 

En  este  se  pacta  por  treinta  años  una  treg'ua  en 
mar  y  tierra. 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh  placer!  este  sí  que  huele  á  ambrosía  y  á  néc- 
tar: este  no  me  manda  aprovisionarme  para  tres 
dias  (2),  sino  que  me  dice  bien  claro:  «Vé  á  donde 
quieras.»  Por  eso  lo  acepto  y  ratifico  con  entusias- 
mo, deseando  mü  felicidades  á  los  Acarnienses. 


(\)    Alusión  á  los  aprestos  marítimos  que  entonces  se 

Kopíon 

(2)  Los  soldados  al  partir  á  una  expedición  militar 
debian  llevar  víveres  para  tres  dias.  (V.  la  Paz,  312;  Las 
Avispas,  243.) 


Libre  de  la  gnerra  y  de  sus  males,  iré  al  campo  á 
celebrar  las  fiestas  de  Baco  (1). 

ANFITEO. 

Yo  huyo  de  los  Acarnienses  (2). 


CORO. 

Por  aquí  todos,  seg-uidle,  perseg-uidle,  preg'untad 
á  los  transeúntes  por  él:  la  captura  de  ese  hombre 
interesa  á  la  república.  El  que  sepa  á  dónde  ha 
huido  ese  porta- tratados,  dígfamelo. 

¡Ha  escapado,  ha  desaparecido!  jTriste  peso  de 
los  años!  ¡En  mis  buenos  tiempos,  cuando  cargpado 
de  carbón  seg-uia  sin  dificultad  á  Failo  (3)  el  an- 
darín, no  se  me  hubiera  escurrido  ese  neg-ociante 
de  treg-uas,  á  pesar  de  toda  su  ag-ilidad! 

Las  rodillas  del  viejo  Lacrátides  (4)  se  han  endu- 


(1)  Habia  en  Atenas  cuatro  fiestas  de  Baco:  4.',  las 
JHonisiacas,  llamadas  de  los  campos,  se  celebran  en  todo 
el  Ática  en  el  mes  Posidéon  (Diciembre- Enero);  2.%  las  Le- 
neas  (fiesta  de  los  lagares)  peculiares  á  Atenas,  en  el  mes 
Gamélion  (Enero-Febrero);  3.%  las  Antesterias  (Febrero- 
Marzo);  4.*,  las  Grandes  Dionüia>'.as  en  el  42  de  Elafebó- 
lion  (Marzo-Abríl).  Las  fiestas  á  que  se  refiere  Diceópolis, 
son  las  segundas.  En  ellas  fueron  representadas  Los  Acar- 
nienses y  Los  Caballeros. 

(2)  Al  terminar  esta  escena  debia  de  haber  necesaria- 
mente un  cambio  de  decoración. 

(3)  Célebre  andarín,  natural  de  Crotona,  que  obtuvo 
tres  veces  el  primer  premio  en  los  juegos  Pitios.  (Herod., 
VIH,  47).        ^  *^  ■'     ^  ^  ' 

(4)  Arconte  de  Atenas  en  tiempo  de  Darío.  Durante 
su  mando  nevó  tanto  y  se  sintieron  tan  intensos  fríos,  que 


M 


COMEDIAS  DE  ARISTOFAI^ES  • 


LOS  AC.\RNIENSES. 


55 


recido:  los  años  pesan  sobre  sus  piernas;  por  eso  se 
escapó  el  bribón.  Persig-ámosle:  que  jamás  pueda 
burlarse  de  nosotros,  aunque  viejos,  g-loriándose 
de  haberse  librado  de  los  Acamienses,  él,  ¡oh  Jú- 
piter y  dioses  soberanos!  él  que  se  ha  atrevido  á. 
pactar  treg-uas  con  mis  enemigaos,  contra  los  cua- 
les mis  campos  devastados  me  obligaran  á  comba- 
tir  cada  dia  más  encarnizadamente.  ¡Oh!  no  cesa- 
ré de  perseguirlos  hasta  clavarme  en  su  costado 
como  acerado  junco;  ni  dejaré  de  hostigarlos  para 
que  nunca  vuelvan  á  talar  mis  viñas. 

Pero  busquemos  á  ese  hombre:  dirijámonos  hacia 
Balena  (1),  y  persigámosle  de  lugar  en  lugar:  ja- 
más me  cansaré  de  apedrearle. 

DICEÓPOLIS. 

Guardad,  guardad  el  silencio  religioso  (2). 

CORO. 

Callad.  ¿Habéis  oido?  Se  nos  pide  que  guarde- 
mos el  silencio  religioso.  Es  el  mismo  á  quien 
buscamos.  Venid  todos  aquí.  Separaos:  parece  que 
va  á  ofrecer  un  sacrificio. 

DICEÓPÜLIS. 

Silencio,  silencio.  —  Adelántate  un  poco,  jó- 


las gentes  viéronse  obligadas  á  encerrarse  en  sus  casas. 
De  ahí  que  su  nombre  se  hubiese  hecho  proverbial  para 
designar  toda  cosa  fria  en  sentido  propio  ó  figurado. 

(i)  Juego  de  palabras  intraducibie.  Palena  era  un 
demo  del  Ática  donde  los  Atenienses  lucharon  contra  Pi- 
sístrato  cuando  quiso  apoderarse  de  la  Tracia.  Cambiando 
la  P  en  B,  resulta  Balena,  palabra  que  significa  lapidación, 

(2)  Eú^TjtAetTs  (ore  favete),  fórmula  sacramental  que 
pronunciaba  el  sacerdote  antes  de  ofrecer  el  sacrificio. 


ven  Canéfora  (1).— Jántias,  ten  el  falo  (2)  derecho. 

LA   MUJER. 

Deja  la  cesta,  hija  mia,  para  que  principiemos  el 
sacrificio. 

LA  HIJA. 

Madre,  dame  la  cuchara,  y  verteré  la  salsa  so- 
bre esta  torta. 

DICEÓPOLIS. 

Todo  está  bien  preparado. — ¡Baco  poderoso,  ya 
que  lleno  de  gratitud  te  dedico  con  mi  familia  esta 
fiesta  y  solemne  sacrificio,  concédeme  que,  libre 
de  las  faenas  militares,  celebre  con  alegría  las  Dio- 
nisiacas  campestres,  y  que  me  sean  para  bien  es- 
tos treinta  años  de  tregua! 

LA    MUJER. 

Vamos,  hija  mia,  procura  llevar  con  gracia  el 
canastillo;  vé  seria  y  con  el  avinagrado  gesto  del 
que  mastica  ajedrea.  Feliz  quien  se  case  contigo 


(i)  Llamábase  así  la  joven  que  llevaba  la  cesta  mística 
en  las  ceremonias  religiosas.  Solían  ser  de  las  más  distin- 
guidas familias. 

(2)  El  Falo  figuraba  en  las  procesiones  de  las  fiestas  de 
Baco,  en  memoria  de  una  enfermedad  de  los  órganos  de  la 
generación  que  Baco,  irritado  por  la  mala  acogida  hecha 
á  su  imagen  importada  por  Pegaso,  envió  contra  los  Ate- 
nienses. La  enfermedad  sólo  cesó  por  la  institución  de  las 
Dionisiacas,  en  las  cuales  figuró  en  primera  línea  una  re- 
presentación de  las  partes  atacadas  por  la  epidemia.  El 
Falo  se  imitaba  con  un  pedazo  de  cuero  pendiente  de  la 
punta  de  un  báculo  ó  cayado.  Los  poetas  cómicos  abusa- 
ron de  las  imágenes  del  Falo  para  hacer  reir  á  la  parte 
más  grosera  del  público,  como  censura  Aristófanes  en  Las 
jVubes,  V.  542,  por  más  que  después,  con  notable  inconse- 
cuencia, lo  empleó  él  mismo  en  la  Lisístrata. 


iii 


56 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


57 


y  fecunde  tu  seno  al  salir  el  sol  (1).  Anda  y  cuida 
de  que  entre  la  multitud  no  te  roben  las  alhajas  de 
oro  (2). 

DICEÓPOLIS. 

Jántias,  lleva  el  falo  derecho  detras  de  la  Cané- 
fora:  yo  te  seguiré  cantando  el  himno  fálico. — Tú, 
esposa  mia,  puedes  mirarnos  desde  el  terrado  de 
casa  (3).— Adelante. 

¡Oh  Falo  (4),  amigo  y  compañero  de  Baco,  noc- 
turno rondador,  adúltero  y  pederasta,  al  cabo  de 
seis  años  (5)  te  saludo  al  fin,  volviendo  regocijado  á 
mi  aldea,  libre  de  miserias,  combates  y  Láma- 
cos  (6),  después  de  haber  pactado  una  tregua  para 
mí  solo  y  mi  familia!  ¡Cuánto  más  delicioso  es, 
amable  Fáles,  enconti'arse  una  linda  leñadora  como 
Trata,  la  esclava  de  Estrimodoro,  robando  troncos 
en  el  monte  Feleo  (7),  y  estrechar  su  talle  gentil,  y 
gozar  allí  mismo  de  sus  encantos!  ¡Oh  Fáles,  ama- 
ble Fáles,  si  hoy  bebieres  con  nosotros,  trastornado 
aún  por  el  vino  de  la  víspera,  devorarás  mañana 


(1)  Tempus  acpptüStaíov,  dice  el  Escoliasta. 

(2)  Sin  duda  se  corria  en  escena  peligro  de  ser  robado. 
(V.  la  Paz,  734.) 

(3)  Las  mujeres  no  formaban  parte  de  las  procesiones. 

(4)  Dios  de  la  generación,  adorado  bajo  el  emblema 
del  falo. 

(5)  Este  pasaje  no  deja  duda  sobre  la  fecha  en  que  se 
representaron  Los  Acarnienses. 

(6)  General  ateniense,  contemporáneo  de  Nícias  y  Al- 
€ibíades. 

(7)  Monte  del  Ática  donde  crecia  en  abundancia  la 
planta  acuática  llamada  Fleos. 


el  plato  de  la  paz,  y  yo  colgaré  mi  escudo  al 
humol 

COKÜ. 

Ese  es,  ese  mismo.  Tirad,  tirad.  Apedreemos 
todos  á  ese  infame.  ¿Por  qué  no  tiráis?  ¿Por  qué  no 
tiráis? 

UICEÓPOLIS. 

¡Por  Hércules!  ¿Qué  es  esto?  Me  vais  á  romper  la 
olla  (1). 

CORO. 

Tu  cabeza,  traidor,  es  lo  que  vamos  á  romper  á 
pedradas. 

DICCÓPOLIS. 

¿Qué  motivo  hay,  venerables  Acarnienses? 

CORO. 

¿Y  lo  preguntas,  bribón  desvergonzado,  traidor 
á  tu  patria?  ¿Y  aún  te  atreves  á  mirarme  á  la  cara 
después  de  haber  pactado  treguas  con  los  ene- 
migos? 

DICRÓ  POLIS. 

Ignoráis  por  qué  he  hecho  ese  tratado.  Escu- 
chad. 

CORO. 

¡Escucharte!  Matémosle  á  pedradas. 

DICEÜPOLIS. 

Nunca  antes  de  oirme.  Calmaos,  mis  buenos 
amigos. 


;íi 


(1)  En  las  Dionisiacas  rurales  se  llevaba  una  olla  llena 
de  legumbres.  Por  lo  mismo  uno  de  los  tres  dias  de  las 
Aniesterias  se  llamaba  la  fiesta  de  las  ollas. 


rA 


58 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


COBO. 

Ni  yo  me  calmaré,  ni  tú  hablarás  otra  palabra. 
Porque  te  aborrezco  más  que  á  Cleon,  á  quien 
pienso  desollar  para  hacer  con  su  piel  sandalias  á 
los  caballeros  (1).  Amigo  de  los  Lacedemonios,  na 
pienses  que  yo  escuche  tus  largos  discursos.  Vas  k 
llevar  tu  merecido. 

DICEÓPOLIS. 

Mis  buenos  convecinos ,  dejad  en  paz  á  los  La- 
cedemonios. Oid  las  razones  que  he  tenido  para 
pactar  esta  tregua. 

CORO. 

¿Qué  razones  puede  haber  para  pactar  con  esos 
hombres  sin  fe,  sin  religión,  sin  juramento? 

DICEÓPOLIS. 

Es  que  creo  también  que  los  Lacedemonios,  á 
quienes  tanto  aborrecemos,  no  son  la  causa  de  to- 
dos nuestros  males. 

CORO. 

¿Que  no  son  la  causa  de  todos  nuestros  males, 
grandísimo  bribón?  ¿Y  te  atreves  á  decirlo  delante 
de  nosotros?  ¿Y  áim  pretenderás  que  te  perdone? 

DICEÓPOLIS. 

No  de  todos,  no  de  todos.  Yo  mismo  podria  de- 
mostraros que  ellos  han  sido  victimas  de  más  de 
una  injusticia. 

CORO. 

Sólo  faltaba  que  te  atrevieses  á  defender  delante 


(i)    Cleon  había  sido  curtidor.  Los  caballeros  eran  sus 
más  acérrimos  enemigos. 


LOS  ACARNIENSES. 


59 


de  nosotros  á  nuestros  enemigos :  tus  palabras  me 
irritan  y  exasperan. 

DICEÓPOLIS. 

Si  lo  que  digo  no  es  justo,  y  si  el  pueblo  no  lo 
reconoce  por  tal,  me  comprometo  á  hablar  con  la 
cabeza  sobre  un  tajo. 

CORO. 

Ea,  compañeros,  ¿por  qué  no  le  apedreamos? 
¿por  qué  no  le  cardamos  como  á  la  lana  que  va  á 
teñirse  de  púrpura? 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  negro  tizón  enciende  de  nuevo  vuestra  ira? 
¿No  me  escuchareis,  Acarnienses?  ¿No  me  escu- 
chareis? 

CORO. 

No  te  escucharemos. 

DICEÓPOLIS. 

¿Y  me  tratareis  tan  indignamente? 

CORO. 

¡Que  me  muera  si  te  escucho! 

DICEÓPOLIS. 

De  ningún  modo,  Acarnienses. 

CORO. 

Sabe  que  vas  á  morir  ahora. 

DICEÓPOLIS. 

También  yo  os  daré  que  sentir;  también  yo  ma- 
taré á  vuestros  más  queridos  amigos;  porque  tengo 
rehenes  vuestros  y  los  degollaré  sin  piedad. 

CORO. 

Decidme,  conciudadanos,  ¿  qué  amenaza  contra 
los  Acarnienses  envuelven  sus  palabras?  ¿Tendrá 


60 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


64 


acaso  encerrado  á  algnno  de  nuestros  hijos?  ¿Cómo 
está  tan  atrevido? 

DICEÓPOLTS. 

Tirad,  tirad  si  queréis;  yo  destrozaré  á  éste:  asi 
sabré  pronto  el  cariño  que  tenéis  á  los  carbones  (1). 

CORO. 

¡Perdidos  somos!  Ese  cesto  es  conciudadano  mió. 
No  realices,  ¡ah!  no  realices  tu  intento. 

DICEÓPOLIS. 

Lo  mataré,  g-ritad  cuanto  queráis;  yo  no  os  es- 
cucharé. 

CORO. 

¿Será  posible  qué  mates  á  ese  pobre  carbonero, 
nuestro  amig'o  é  igual? 

DICEÓPOLIS. 

¿Atendíais  vosotros  hace  un  instante  á  lo  que  os 
decia? 

CORO. 

Di,  pues,  lo  que  quieras  de  esos  Lacedemonios 
que  te  son  tan  queridos.  Jamás  abandonaré  á  ese 
pobre  cestülo. 

DICEÓPOLIS. 

Dejad  primero  las  piedras. 

CORO. 

Ya  están  en  el  suelo;  deja  tú  también  la  espada. 

DICEÓPOLIS. 

Cuidado  con  esconder  piedras  en  los  mantos. 


(1)  Parodia  de  la  escena  en  que  Telefo  se  apodera  de 
Orestes,  niño  todavía,  y  amenaza  matarle  si  Agamenón  no 
le  da  audiencia. 


CORO, 

Las  hemos  tirado  todas.  Mira  cómo  sacudimos 
los  mantos;  pero  no  pong-as  pretexto,  deja  la  es- 
pada; ya  ves  cómo  sacudo  mi  manto  al  pasar  de 
un  lado  á  otro. 

DICEÓPOLIS. 

Debíais  de  gritar  todos  á  porfía.  Si  continuáis 
un  poco  más,  hubierais  visto  perecer  los  carbones 
del  Parneto  (1)  por  la  imprudencia  de  sus  conciu- 
dadanos. Á  fe  que  este  cesto  ha  tenido  un  miedo 
terrible;  pues  me  ha  manchado  de  negro,  como  el 
calamar  al  verse  perseguido.  Ya  veis  cuan  dañoso 
es  ese  vuestro  carácter  intratable,  que  os  arrastra 
en  seguida  á  dar  golpes  y  garitos,  y  no  os  deja  es- 
cuchar las  equitativas  proposiciones  que  sobre  los 
Lacedemonios  pensaba  haceros  con  la  cabeza  so- 
bre un  tajo:  y  cuenta  que  estimo  la  vida  como  el 
que  más. 

CORO. 

¿Por  qué  no  traes,  hombre  audaz,  tu  decantado 
tajo,  y  dices  sobre  él  esas  cosas  de  tanta  importan- 
cia? Tengo  vivos  deseos  de  saber  lo  que  piensas. 
Pero  ya  que  tú  mismo  te  has  comprometido,  venga 
el  tajo,  y  habla  en  seguida. 

DICEÓPOLIS. 

Está  bien,  mirad.  Este  es  el  tajo,  el  orador  este, 
eg  decir,  yo,  así,  pequeñito.  No  me  cubriré  con  un 
escudo;  pero  diré  de  los  Lacedemonios  lo  que  me 
parezca  conveniente.  Y  no  es  que  no  tenga  por  que 


\\ 


(1)    Monte  del  Ática,  en  el  demo  de  Acama. 


62 


COMEDIAS  I>E  ARISTÓFANES. 


temer:  conozco  perfectamente  el  flaco  de  los  labra- 
dores, y  sé  que,  con  tal  que  un  charlatán  colme  de 
elog-ios  justos  ó  injustos  á  ellos  y  á  su  ciudad,  ya 
no  caben  en  sí  de  g'ozo ,  ni  ven  que  les  está  ven- 
diendo. También  conozco  el  carácter  de  los  viejos: 
sólo  piensan  en  fulminar  sentencias  condenatorias. 
Y  sé  por  experiencia  propia  lo  que  me  hizo  sufrir 
Cleon  (1)  por  mi  comedia  del  año  pasado,  hacién- 
dome comparecer  ante  el  Senado,  calumniándome, 
acumulándome  supuestos  crímenes,  tratando  de 
confundirme  con  sus  ultrajes  y  declamaciones,  y 
poniéndome  á  pique  de  morir,  manchado  por  sus 
infames  calumnias.  Pero  antes  de  principiar  mi 
discurso,  permitidme  que  me  vista  los  andrajos  de 
un  hombre  miserable. 

CORO. 

¿Qué  engaños  estás  fraguando?  ¿A  qué  tales  di- 
laciones? Por  mí,  si  quieres,  ya  puedes  pedir  á 
Hierónimo  (2)  el  casco  tenebroso  y  erizado  de 


(i)  Alusión  á  Los  Babilonios.  Cleon,  que  era  muy  mal 
tratado  en  esta  comedia,  acusó  á  Calístrato  de  haber  in- 
juriado en  ella  á  los  principales  magistrados  de  Atenas,  con 
la  circunstancia  agravante  de  haberlo  hecho  en  presencia 
de  los  muchos  extranjeros  que,  por  haberse  puesto  en  es- 
cena durante  las  Dionisiacas,  asistieron  á  la  represen- 
tación. 

(2)  Poeta  lírico  y  trágico  que  escogia  para  sus  dra- 
mas los  asuntos  más  terribles,  sin  saber  sacar  partido  de 
ellos;  el  éxito  de  sus  piezas  lo  fiaba  mucho  en  las  extrañas 
máscaras  que  daba  á  sus  personajes.  Tal  vez  el  erizado 
casco  de  Pluton,  de  que  habla  Aristófanes,  es  una  alusión 
á  la  crespa  y  abundante  cabellera  que  cubria  el  ardiente 
cráneo  del  melenudo  poeta,  ó  quizá  á  alguna  de  las  piezas 


LOS  ACARNIENSES. 


63 


Pluton,  y  emplear  después  todas  las  astucias  de 
Sísifo  (1);  pero  el  negocio  no  admite  demora. 

DICEÓPOLIS. 

Ya  es  tiempo  de  adoptar  una  resolución  enér- 
gica; no  tengo  más  remedio  que  dirigirme  & 
Eurípides.  (Llamando  d  la  pmrta  de  Euripides) 
jEsclavo!  ¡esclavo! 

EL  CRIADO  DE  EURÍProRS  (2). 

é.Quién? 

DICEÓPOLIS. 

¿Está  en  casa  Eurípides? 

EL  CRIADO. 

Está  y  no  está,  ¿lo  entiendes? 

DICEÓPOLIS. 

¿Cómo  puede  estar  y  no  estar  al  mismo  tiempo? 

EL  CRIADO. 

Muy  fácilmente,  anciano.  Su  espíritu,  que  anda 
por  fuera  recogiendo  versitos,  no  está  en  casa; 
pero  él  está  en  casa,  colgado  del  techo,  y  compo- 
niendo una  tragedia  (3). 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh  bienaventurado   Eurípides!   ¡Qué  felicidad 


del  mismo,  en  que  Perseo  se  presentaba  cubierto  del 
casco  infernal,  para  cortar  la  cabeza  de  Medusa.  (V.  Suidas, 

(1)  Se  dio  maña  hasta  para  escaparse  del  Infierno. 

(2)  Otras  ediciones  sustituyen  el  nombre  apelativo  por 
el  propio  Cefisofon,  criado  de  quien  habrá  ocasión  de  ha- 
blar más  adelante. 

(3)  Crítica  de  las  sutilezas  que  abundan  en  las  trage- 
dias de  Eurípides. 


64 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


tener  un  criado  que  responda  con  tanta  discre- 
ción! (1)— -Llámale. 

EL  CRIADO. 

Es  imposible. 

DICEÓPOLIS. 

Sin  embar^...  yo  no  puedo  marcharme.  Lla- 
maré á  su  puerta.  ¡Eurípides,  mi  querido  Eurí- 
pides! Escúchame,  si  alguna  vez  has  escuchado  & 
alguien.  Te  llamo  yo,  Diceópolis  el  de  Cólides  (2). 

EURÍPIDES. 

No  tengo  tiempo. 

DICEÓPOLIS. 

Haz  que  te  traigan  aquí. 

EURÍPIDES. 

Es  imposible. 

DICEÓPOLIS. 

Sin  embargo... 

EURÍPIDES. 

Sea,  haré  que  me  lleven  (3);  pero  no  tengo 
tiempo  de  bajar. 

DICEÓPOLIS. 

¡Eurípides! 


(i)  Estas  palabras  envuelven  quizá  una  censura  á 
Eurípides  por  haber  dado  gran  importancia  en  sus  trage- 
dias ?  los  papeles  de  esclavo,  lo  cual  debió  escandalizar  á 
los  clasicistas  de  su  tiempo. 

(í2)    Demo  del  Ática. 

(3)  Como  los  dioses  y  los  héroes,  que  aparecían  en 
escena  por  medio  de  la  máquina  llamada  ekciclema,  de 
donde  vino  el  haberse  hecho  proverbial  el  Veus  ex  ma- 
china. En  las  fiestas  de  Céres,  Agaton  se  presenta  con  igual 
aparato. 

\ 


LOS  ACARNIENSES, 


65 


EURÍPIDES. 


?:Por  qué  gritas? 

DICEÓPOLIS. 

¡Ah,  compones  tus  tragedias  suspendido  en  el 
aire,  pudiéndolas  hacer  en  tierra!  ya  no  me  asom- 
bra que  sean  cojos  tus  personajes  (1).  ¿Qué  mise- 
rables andrajos  guardas  ahí?  ya  no  me  extraña  que 
tus  héroes  sean  mendigos  (2).  De  rodillas  te  lo 
pido,  Eurípides;  dame  los  harapos  de  algnn  drama 
antiguo.  Teng-o  que  pronunciar  ante  el  coro  un 
largo  discurso;  y,  si  lo  declamo  mal,  me  va  en  ello 
la  vida. 

EURÍPIDES. 

¿Qué  vestidos  te  daré?  ¿los  que  llevaba  Éneo  (3), 
anciano  infeliz,  al  presentarse  á  la  lucha? 

DICEÓPOLIS. 

Los  de  Éneo,  uó;  otros  más  derrotados. 


(1)  Porque  se  rompen  las  piernas  al  caer  de  la  má- 
quina donde  está  colgado.  Alusión  á  varios  personajes  de 
las  tragedias  de  Eurípides  que  eran  cojos,  como  Telefo, 
Filoctétes,  Belerofonte.  En  Las  Ranas,  Esquilo  le  llama  gra- 
ciosamente xwXottoióv  (Lit.:  factor  de  cojos). 

(2)  Eurípides  se  complacía  en  presentar  á  sus  héroes 
cubiertos  de  andrajos  y  en  la  última  miseria,  acudiendo  á 
este  medio,  un  poco  de  mala  ley,  para  producir  efecto. 

(H)  Héroe  de  una  tragedia  perdida.  Después  de  la 
muerte  de  Tideo,  mientras  Diomédes  hacia  una  expedición 
contra  los  Tebanos,  Éneo,  ya  anciano,  fué  destronado  por 
los  hijos  de  Agrio,  y  reducido  á  andar  errante  en  la  mayor 
miseria.  Diomédes,  á  su  regreso,  arrojó  al  usurpador  y  vol- 
vió á  colocar  en  el  trono  á  Éneo.  En  Las  Ranas,  v.  i.238, 
cita  Eurípides  dos  versos  de  la  tragedia  aquí  aludida. 

5 


I'  / 


66 


COMEDIAS  OE   ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


67 


BURÍ  PIDES. 

^.Los  de  el  ciego  Fénix?  (1) 

DICEÓPOLIS. 

Log  de  Fénix,  no:  otros  más  miserables  todavía. 

EURÍPIDES. 

^.Qué  andrajos  serán  los  que  pide  este  hombre? 
¿Quieres  los  del  mendigo  Filoctétes?  (2) 

DICEÓPOLIS. 

No,  no:  los  de  otro  héroe  muchísimo  más  mise- 
rable. 

EURÍProBS. 

¿Quieres  aquel  manto  sucio  que  sacó  el  cojo  Be- 
lerofonte?  (3) 

DICEÓPOLIS. 

No  quiero  el  de  Belerofonte,  sino  el  de  aquel  que 
era  cojo,  mendigo,  charlatán  é  infatigable  ha- 
blador. 

EURÍPIDES. 

Ya  sé  quién  dices;  Telefo  de  Misia  (4). 

H)  Protagonista  de  otro  drama  de  Eurípides,  también 
nerdido.  Atendiendo  á  las  calumnias  de  una  concubina,  su 
nadpe  Amíntor  le  condenó  á  perder  la  vista;  pero  el  cen- 
tauro Quiron  se  la  devolvió  al  encomendarle  la  educación 

de  Aquiles.  ,.      j  i     «i^  a  . 

("))    Eurípides  lo  presentó  mendigando  en  la  isla  de 

Lémnos,  donde  le  abandonaron  los  Griegos  á  causa  de  la 

fetidez  de  su  herida.  .  . 

(3)  Be'erofonte  quedó  cojo  á  consecuencia  de  una  caída 
del  caballo  Pegaso,  sobre  el  cual  tenía  la  pretensión  de 

*4iibir  al  cielo. 

(4)  Cuando  los  Griegos  se  dirigieron  contra  Troya,  ere- 
vendo  al  llegar  á  Misia  encontrarse  ya  en  país  enemigo,  la 
devastaron  por  completo.  Telefo,  rey  de  aquel  país,  que 
quiso  oponerse,  fué  herido  por  Aquiles,  y  no  consigmo 


DICEÓPOLIS. 

El  mismo;  por  favor,  préstame  su  vestido. 

EURÍPIDES. 

Esclavo,  dale  los  harapos  de  Telefo;  están  enci- 
ma de  los  de  Tiéstes  y  entre  los  de  Ino  (1). 

EL  CRIADO. 

Tómalos. 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh  Júpiter,  que  todo  lo  ves  con  perspicaz  mira- 
da, permíteme  cubrirme  hoy  con  el  vestido  de  la 
miseria!  (2)— Eurípides,  ya  que  me  has  concedido 
este  favor,  no  me  niegues  los  accesorios  correspon- 
dientes á  estos  girones;  dame  el  gorrillo  misio  para 
la  cabeza.  «Pues  hoy  me  conviene,  para  fingirme 
mendigo,  ser  quien  soy  y  no  parecerlo  (3).»  Es  pre- 
ciso que  los  espectadores  sepan  quién  soy,  y  que 
yo  burle  al  coro  estúpido  con  mi  palabrería. 

EURÍPIDES. 

Te  lo  daré:  á  tu  sutil  ingenio  nada  puede  ne- 
garse. +v 

DICEÓPOLiS. 

«La  bendición  de  los  inmortales  descienda  sobre 
tí  y  tu  Telefo  (4).»  ¡Magnífico!  Me  siento  henchido 


curarse  hasta  hacer  un  viaje  á  Tesalia.  Telefo  fué  en  tarde 
muy  infeliz,  llegando  hasta  mendigar  el  sustento,más  cuya 
situación  lo  presentó  Eurípides  en  una  tragedia  perdida, 
(i)    Tragedias  perdidas. 

(2)  Versos  tombdos  del  Télelo  de  Eurípides. 

(3)  Nueva  parodia. 

1 4)    Este  verso  es  probablemente  parodia  de  otro  de 
Eurípides. 


/ 


u  / 


68 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


69 


de  bellas  frases.  Pero  necesito  también  un  bastón 
de  mendigo. 

EURÍPIDES. 

Toma,  y  «retírate  de  estos  pórticos  de  piedra.» 

DICEÓPÜLTS. 

¿Ves,  alma  mia,  cómo  me  despide,  cuando  aun 
me  faltan  tantas  cosas  para  completar  mi  atavío? 
No  hay  que  desistir;  pidamos,  supliquemos,  por- 
fiemos. Eurípides,  dame  un  farolillo  de  mimbres 
ya  medio  quemado  (1). 

EURÍPIDES. 

Pero,  desdichado,  ?.para  qué  lo  quieres? 

DICEÓPOLIS. 

Para  nada;  pero  quiero  tenerlo. 

EURÍPIDES. 

Eres  excesivamente  fastidioso.  Vete. 

DICEÓPOLIS. 

¡Ah!  los  dioses  te  bendigan  como  ya  bendijeron 
k  tu  madre. 

EURÍPIDES. 

¡Ea,  vete! 

DICEÓPOLIS. 

Aún  no;  dame  también  un  jarrillo  desportillado. 

EURÍPIDES. 

Toma  y  márchate;  ya  estás  demás  aquí. 

DICEÓPOLIS. 

No  sabes,  por  Júpiter,  todo  el  mal  que  me  causas. 
Ea,  dulcísimo  Eurípides,  otra  cosa  tan  sólo;  dame 


un  puchero  cuyo  fondo  esté  cerrado  por  una  es- 
ponja (1). 

EURÍPIDES. 

Hombre,  te  me  llevas  una  trag'edia  entera.  Toma 
y  lárg-ate. 

DICEÓPOLIS. 

Me  marcho;  ¿mas  qué  hag-o?  Aun  me  falta  una 
cosa,  de  cuya  adquisición  pende  mi  vida.  Oye,  dul- 
císimo Eurípides;  si  me  das  lo  que  te  voy  á  pedir, 
me  marcho  para  no  volver:  por  favor,  unas  hojitas 
de  verdura  para  la  cesta. 

EURÍPIDES. 

¡Me  asesinas!  Ahí  las  tienes.  Mis  trag-edias  que- 
dan reducidas  á  nada. 

DICEÓPOLIS. 

Basta;  me  retiro :  soy  demasiado  molesto  « sin 
mirar  que  me  hag'o  odioso  á  los  reyes.»  ¡Infeliz  de 
mí,  soy  perdido;  he  olvidado  lo  principal !  Dulcí- 
simo, queridísimo  Eurípides,  permita  Júpiter  que 
muera  desastrosamente,  si  te  pido  otra  cosa  fuera 
de  esta  sola,  de  esta  sola;  dame  un  poco  de  aquel 
perifollo  que  vende  tu  madre  (2). 


(1)    Los  faroles  se  llevaban  en  cestitas  de  mimbres  para 
preservarlos  del  viendo. 


(1)  O  para  servirse  de  ella  á  modo  de  casco,  cuyo  fon- 
do solia  rellenarse  de  esponjas  ó  lana  con  objeto  de  amor- 
tiguar los  golpes;  ó  para  excitar  la  compasión  mostrando  el 
mal  estado  de  su  batería  de  cocina.  Crítica  mordaz  de  los 
recursos  dramáticos  de  Eurípides  para  producir  el  patético. 

(2)  La  madre  de  Eurípides  habia  sido  verdulera.  Aris- 
tófanes no  se  contenta  con  echar  en  cara  á  su  enemigo  lo 
humilde  de  su  nacimiento,  sino  que  parece  acusar  á  su 
madre  de  no  vender  legítima  hortaliza,  sino  perifollo  ó 
scaíidix.  (Vid.  Plin.  Hist.  nat.,  xxn.) 


/ 


\f  ^ 


70 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EURÍPIDES. 

Ese  hombre  me  insulta.  Cierra  la  puerta. 


DICEÓPOLIS. 

No  teng-o  más  remedio  que  presentarme  sin  el 
perifollo.  íA  sí  mismo J  ¿Sabes  la  lucha  que  vasa 
emprender  atreviéndote  á hablar  en  favor  délos 
Lacedemoniosf  Adelante,  corazón  mió:  hé  aquí  la 
línea  enemig'a.  ¿Te  detienes'^  ¿No  estás  empapado 
en  el  espíritu  de  Eurípides?  ¡Valor!  adelante,  cora- 
zón angustiado;  presenta  sin  miedo  tu  cabeza,  y  di 
cuanto  te  agrade.  Atrévete,  anda,  acércate.  Mi 
denuedo  me  regocija. 

CORO. 

¿Qué  hará?  ¿Qué  dirá?  Sólo  un  hombre  impu- 
dente y  de  férreo  corazón  se  atrevería  á  exponer 
su  cabeza  contra  toda  la  ciudad,  y  á  ponerse  en 
contradicción  con  ella.  Ya  se  presenta  ese  hombre 
mtrépido.  Ea,  habla,  pues  tal  es  tu  deseo. 

DIGEÓPOLIS. 

No  os  ofendáis  (1),  espectadores,  de  que  siendo 
un  mendigo,  me  atreva  á  hablar  de  política  en 
una  comedia;  pues  también  la  comedia  conoce  lo 
que  es  justo.  Yo  os  diré  palabras  amargas,  pero 
verdaderas.  No  me  acusará  hoy  Cleon  de  que  ha- 
blo mal  de  la  ciudad  en  presencia  de  los  extranje- 
ros; estamos  solos;  las  fiestas  se  celebran  en  el  Le- 
neo  (2);  no  hay  extranjeros,  ni  han  venido  de  las 


(1)    Parodia  del  Tele/o. 

(i)    Véase  la  nota  al  verso  378. 


LOS  ACARNIENSES. 


H 


ciudades  los  pagadores  de  tributos,  ni  los  aliados; 
estamos  solos  y  limpios  de  toda  paja:  porque  yo 
llamo  paja  de  la  ciudad  á  los  Metecos  (1). 

Yo  aborrezco  como  el  que  más  á  los  Lacedemo- 
nios;  ojalá  el  mismo  Neptuno,  dios  del  Ténaro  (2), 
reduzca  á  escombros  su  ciudad  (3):  pues  también 
talaron  mis  viñas.  Sin  embargo,  y  esto  lo  digo  por- 
que sois  amigos  míos  los  que  escucháis,  ¿áqué 
creerles  la  causa  de  todos  nuestros  males?  Algunos 
conciudadanos  nuestros,  no  digo  toda  la  repúbUca, 
notadlo  bien,  no  digo  toda  la  república;  sino  al- 
gunos hombres  perdidos,  falsos,  sin  honra,  ni 
pudor,  y  extraños  á  la  ciudad,  acusaron  de  contra- 
bando á  los  Megarenses.  En  cuanto  veían  un  me- 
lón, ó  un  lebratillo,  ó  un  cochinillo  de  leche,  ó  un 
ajo,  ó  un  grano  de  sal,  decían  que  eran  deMegara, 
y  los  arrebataban  y  vendían  inmediatamente.  Todo 
esto  no  tenía  grande  importancia,  ni  trascendía 
fuera  de  la  ciudad;  pero  algunos  mozuelos ,  que  se 
habían  embriagado  jugando  al  cótabo,  fueron  á 


/ 


4 


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(1)  Los  Metecos  eran  los  extranjeros  domiciliados  en 
Atenas. 

(2)  Ciudad  de  Laconia,  junto  al  cabo  del  mismo  nom- 
bre (hoy  de  Matapan).  Neptuno  tenía  en  ella  un  magnífico 

templo. 

(3)  Alusión  á  un  terremoto  que  se  sintió  en  Esparta 
(468),  después  de  haber  quebrantado  los  Lacedemonios  el 
derecho  de  asilo  de  que  gozaba  el  templo  de  Neptuno, 
para  apoderarse  de  los  Hilotas  refugiados  al  pié  de  sus  al- 
tares. En  el  invierno  anterior  y  en  el  verano  siguiente 
se  observaron  otros  temblores  de  tierra  en  toda  Grecia. 
(tuc.  m,  87,  89.) 


]t  ^ 


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COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LOS  ACARMENSES. 


73 


^i 


Meofara  y  robaron  á  la  cortesana  Simeta  (1);  los 
Meg-arenses,  irritados,  se  apoderaron  en  revancha 
de  dos  hetairas  amig-as  de  Aspasia  (2),  y  por  esto, 
por  tres  meretrices,  la  g-iierra  se  encendió  en  todos 
los  pueblos  ^ieg'os.  Por  esto  Feríeles  el  Olím- 
pico (3)  tronó  y  relampag-ueó ,  conturbó  toda  la 
Grecia  con  sus  discursos,  é  hizo  aprobar  una  ley 
en  la  cual,  como  dice  la  canción  (4),  se  prohibía  á 
los  Meoparenses  permanecer  en  el  territorio  del 
Ática,  en  el  mercado,  en  el  mar  y  en  el  continente. 
Pronto  éstos,  al  verse  acosados  por  el  hambre, 
rogaron  á  los  Lacedemonios  que  intepusieran  su 
influencia  para  que  revocásemos  el  decreto,  moti- 


(4)  El  Escoliasta  se  hace  eco  de  la  especie  de  que  Al- 
cíbi^des,  enamorado  de  Simeta,  indujo  á  unos  marineros 
atenienses  á  que  la  robaran.  fAcar.,  524.) 

(2)  Célebre  cortesana,  amiga  y  consejera  de  Sócrates, 
amante,  y  más  tarde  esposa  de  Feríeles,  y  rival  de  los  más 
elocuentes  oradores.  Según  Platón,  la  oración  fúnebre  de 
los  Atenienses  muertos  por  la  patria,  que  Tucídides  nos  ha 
conservado,  es  obra  de  Aspasia.  Su  influencia  era  extraor 
dinaria.  (Vid.  fhilaréte  chasles,  Etudes  sur  V  Antiquitéy 
p.  320  y  siguientes.  Paris,  4847.) 

(3)  Acerca  de  este  sobrenombre  de  Perícles  dice  Plu- 
tarco en  su  biografía:  «El  nombre  de  Olímpico  creen  unos 
que  se  le  dio  por  los  soberbios  monumeriios  con  que  em- 
belleció la  ciudad,  y  otros  por  su  acierto  en  el  gobierno 
de  la  república  y  el  mando  de  los  ejércitos;  nada  impide, 
sin  embargo,  que  varias  causas  hayan  contribuido  á  su 
gloria.  Los  poetas  cómicos  de  su  tiempo,  al  asestar  contra 
él  los  dardos  de  la  sátira,  dan  á  entender  que  su  elocuen- 
cia le  valló  ese  sobrenombre,  pues  dice  que  tronaba  y  re- 
lampagueaba desde  la  tribuna.» 

(4)  una  canción  de  Timocreonte  de  Rodas,  entonces 
muy  popular,  principiaba  con  las  mismas  palabras  que  el 
decreto  contra  los  Megarenses. 


vado  por  las  cortesanas.  Nosotros  desatendimos 
sus  repetidas  súplicas.  Empezaba  ya  á  oírse  el  en- 
trechocar de  los  escudos.  «Alg'uno  dirá:  no  conve- 
nia; decid,  pues,  ¿qué  con  venia?»  (1).  Si  contra  un 
Lacedemonio  se  hubiera  presentado  la  acusación 
de  haber  ido  embarcado  á  Serífos  (2),  y  robado  allí 
un  perrillo,  ¿hubierais  permanecido  tranquilos  en 
vuestras  moradas?  Me  parece  que  nó:  en  seg-uida 
hubierais  puesto  á  flote  vuestras  trescientas  naves, 
y  nos  hubieran  ensordecido  el  rumor  de  los  solda- 
dos, las  voces  de  los  electores  de  trierarcas  (3),  y 
los  garitos  de  los  que  venían  á  cobrar  su  pag-a:  se 
hubieran  dorado  las  estatuas  de  Palas  (4);  la  mul- 
titud hubiera  invadido  los  pórticos  donde  se  distri- 
buye el  trig-o;  y  la  ciudad  se  hubiera  llenado  de 
odres,  de  correas  pararemos,  de  compradores  de  to- 
neles, de  ristras  de  ajos,  de  aceitunas,  de  horcas  de 
cebollas,  de  coronas,  de  sardinas,  de  tañedoras  de 
flauta,  y  de  contusiones:  el  arsenal  también  se  hu- 


(1)  Verso  del  Telefo  de  Eurípides. 

(2)  isla  pequeña,  próxima  á  la  costa  de  Tracia  perte- 
neciente al  grupo  ele  las  Cicladas.  Estaba  bajo  la  depen- 
dencia de  Atenas. 

(3)  El  nombramiento  de  Trierarca,  traia  consigo  cuan- 
tiosos gastos,  pues  estaba  obligado  el  electo  á  mantener 
por  su  cuenta  la  tripulación  de  una  galera,  y  á  tenerla 
siempre  en  disposición  de  darse  á  la  vela  en  servicio  del 
Estado.  Este  cargo  durante  las  revueltas  políticas  era  con- 
ferido á  ciertos  ciudadanos  cc.n  ánimo  de  arruinarles.  Así 
es  que  muchos  se  fingían  pobres  para  excusarse  de  acep- 
tarlo. 

(4)  Las  galeras  atenienses  llevaban  en  la  proa  una 
imagen  dorada  de  Minerva,  que  se  restauraba  á  cada  nueva 
expedición. 


F  /" 


74 


COMEDIAS    DE  ARISIOFA.NKS. 


biera  visto  atestado  de  maderas  para  remos,  y  atro- 
nado por  el  ruido  de  las  clavijas  que  se  ajustan  y 
por  el  de  los  remos  sujetos  á  las  clavijas,  por  los 
gritos  de  los  marineros,  y  por  los  silbidos  de  las 
flautas  y  pitos,  que  los  animan  al  trabajo.  «Sé  que 
hubierais  hecho  esto;»  pero,  ¿no  pensamos  en  Te- 
lefo?  «Nos  falta  el  sentido  común.»  (1). 

SEMICORO. 

¡Perdido,  infame,  mendigo  harapiento!  ¿cómo  te 
atreves  á  decirnos  eso,  y  á  echarnos  en  rostro  que 
hemos  sido  delatores? 

SEMICORO. 

Tiene  razón.  Por  Neptuno,  cuanto  ha  dicho  es  la 
pura  verdad. 

SEMTCÜRO. 

¿Y  aunque  sea  verdad,  es  necesario  decirlo?  Pero 
ya  le  costará  caro  su  atrevimiento. 

SEmCORO. 

íEh,  tú!  ¿á  dónde  vas?  Detente.  Si  tocas  á  ese 
hombre,  yo  me  encargaré  de  tí. 

SEMICORO. 

¡Oh  Lámaco  de  fulminante  mirada,  socórrenos: 
preséntate,  amigo  Lámaco,  ciudadano  de  mi  tribu; 
preséntate  y  atérralos  con  tu  terrible  penachol  (2) 


(i)    Versos  del  Telefo. 

(2)  La  elección  de  Lámaco,  como  representante  del 
partido  que  deseaba  la  guerra,  es  acertada,  no  sólo  por  el 
humor  belicoso  que  caracterizaba  á  aquel  general,  sino 
hasta  por  su  nombre,  perfectamente  adecuado  á  las  cir- 
cunstancias: la  etimología  de  Aái^a^oj;  es,  en  efecto,  ^fí), 
quiero,  H-á/Ti,  guerra. 


LOS   ACARNIENSES. 


75 


Generales  y  capitanes,  acudid  todos  en  mi  auxilio. 
Me  tienen  agarrado  por  medio  del  cuerpo. 

LÁMACO. 

¿De  dónde  salen  esos  gritos  de  guerra?  ¿A  dónde 
es  menester  prestar  mi  auxilio  y  armar  alborotos? 
¿Quién  me  obliga  á  sacar  de  su  caja  mi  terrible 
Gorgona?  (1) 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh  Lámaco,  héroe  sin  rival  en  penachos  y  bata- 
llones! 

CORO. 

¡Oh  Lámaco,  este  hombre  hace  tiempo  que  está 
ultrajando  á  toda  la  ciudad! 

LÁMACO. 

¿Tá,  vil  mendigo,  te  atreves  á  tanto? 

DICEÓPOLIS. 

Heroico  Lámaco,  perdona  que  un  mendigo,  al 
empeñarse  en  hablar,  haya  dicho  algunas  nece- 
dades. 

LÁMACO. 

¿Qué  has  dicho  contra  nosotros?  Habla. 

DICEÓPOLIS. 

No  me  acuerdo  ya;  el  miedo  á  tu  armadura  me 
marea;  por  piedad,  aparta  de  mi  vista  ese  espan- 
tajo de  tu  escudo. 

LÁMACO. 

Sea. 


ij 


(1)    Era  bastante  frecuente  esculpir  en  los  escudos  una 
cabeza  de  Gorgona. 


76 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


Ú: 


DICEOPOLIS. 

Déjalo  ahora  en  el  suelo. 

LÁMACO. 

Ya  está. 

DICEOPOLIS. 

Ahora  dame  una  pluma  de  tu  casco. 

LÁMACO. 

Toma  la  pluma. 

DICRÓPOLIS. 

Ahora  sostenme  la  cabeza  para  que  vomite:  tu 
penacho  me  da  náuseas. 

LÁMACO. 

¿Qué  intentas?  ¿quieres  provocar  el  vómito  con 
esa  pluma? 

DICEOPOLIS. 

¡Ah!  ¿es  una  pluma?  Y  dime,  ¿de  qué  pajaro? 
¿Acaso  del  Fanfarrón?  ( 1 ) 

LÁMACO. 

¡  Me  las  vas  á  pagar! 

DICEOPOLIS. 

De  ning*un  modo,  Lámaco;  esto  no  se  decide  por 
la  fuerza;  ya  que  tanta  fuerza  tienes,  ¿por  qué  no 
me  circuncidas?  Armas  no  te  faltan. 

LÁMACO. 

¿Así  te  insolentas  con  todo  un  general,  vil  men- 
digo? 

DICEOPOLIS. 

¡Yo  mendigo! 


(1)    Nombre  de  pájaro,   fingido  por  Aristófanes  para 
pintar  el  carácter  de  Lámaco. 


LOS   ACARNIENSES. 


-7 


LÁMACO. 

¿Pues  quién  eres? 

DICEOPOLIS. 

¿Quién  soy?  Un  buen  ciudadano,  exento  de  ambi- 
ción; y,  desde  que  hay  guerra,  un  soldado  volun- 
tario; y  tú,  desde  que  hay  guerra,  un  soldado  mer- 
cenario. 

LÁMACO. 

Fui  elegido  por  los  votos  de... 

DICEOPOLIS. 

Tres  petates  (1).  Eso  es  lo  que  me  ha  indignado 
y  movido  á  pactar  esta  tregua,  no  menos  que  el 
ver  en  las  filas  á  hombres  encanecidos,  mientras 
otros  jóvenes  como  tú,  escurriendo  el  bulto,  se  iban 
con  embajadas,  unos  á  Tracia,  ganándose  tres 
dracmas,  como  los  Tisámenes  (2),  los  Feniposylos 
Hipárquidas,  todos  á  cual  peores;  otros,  con  Ca- 
res (3),  á  la  Caonia  (4),  como  los  Géres  y  Teodoros, 
y  los  Diomeos,  tan  pagados  de  sí  mismos;  otros  á 
Camarina,  Gela  y  Gat ágela  (5). 

(1)  Lit.:  de  tres  cucos.  Alude  quizá  á  alguna  elec- 
ción hecha  por  sorpresa. 

(2)  Atenienses  de  mala  reputación.  ^  ,  „ 

(3)  El  escoliasta  de  Aristófanes,  en  Los  Caballeros, 
habla  de  un  «Cares  general  que  tomó  á  Mitilene«,  sm  duda 
confundiéndole  con  Paques.  (Tuc,  m,  48,  28,  34  y  sigs.). 

(4)  País  de  Tracia.  Este  nombre  tiene  en  su  acepción 
etimolóffica  un  significado  obsceno,  por  lo  cual  lo  emplea 
Aristófanes  para  indicar  la  depravación  de  costumbres  de 

Géres  y  Teodoro.  ,      ,     ^.  ...      ^  ..  ^/^ 

(5)  Camarina  y  Gela,  ciudades  de  Sicilia.  Oatagela, 
nombre  imaginario  que  significa  cosa  ridicula.  El  poeta 
parece  aludir  á  Laques,  que  habia  mandado  por  entonces 
la  escuadra  enviada  contra  Sicilia. 


78 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LOS   ACARNIENSES. 


79 


LÁ.MACO. 

Fueron  elegidos  por  e).  sufrag-io  popular. 

DICEÓPOLIS. 

¿Entonces  por  qué  todas  las  recompensas  son 
para  vosotros  y  para  estos  ning-una?  (1)  Di,  Marí- 
lades,  tú  que  tienes  la  cabeza  encanecida  por  la 
edad,  ¿has  ido  alguna  vez  en  embajada?  Dice  que 
no,  y  sin  embarg-o  ef?  prudente  y  laborioso.  Y 
vosotros,  Dracilo,  Eufórides  y  Prínides  (2),  ¿cono- 
céis á  Ecbatana  ó  la  Caonia?  Tampoco.  Sin  embar- 
gro,  las  han  visitado  el  hijo  de  Cesira  (3)  y  Láma- 
co,  de  quienes,  por  no  poder  pagar  su  escote,  ni 
sus  deudas,  decían  hace  poco  sus  amig-os:  «¡Ag^ua 
va!»  como  los  que  al  anochecer  vierten  por  las  ven- 
tanas el  liquido  con  que  se  han  lavado  los  piós. 

LÁMACO. 

jPueblo  insolente!  ¿Habrá  que  tolerar  tales  in- 
sultos'^ 

DICEÓPOLIS. 

Xo;  si  Lámaco  no  cobrase  sueldo. 

LÁMACO. 

Pues  yo  haré  siempre  la  g'uerra  á  todos  los  Pelo- 
ponesios;  los  hostilizaré  cuanto  pueda,  y  los 
perseg"uiré  con  todas  mis  fuerzss  terrestres  y  marí- 
timas. 


(4)     Señalando  al  Copo. 

(2)  Marílades,  Prínides,  Eufórides,  nombres  perfecta- 
mente adecuados  á  unos  carboneros;  vienen,  en  efecto,  de 
lxap?>T),  brasa;  irpívo;,  e)icina;  sí  cpápw,  que  lleva  con  facili- 
dad su  carga. 

(3)  Joven  orador  desconocido.  Algunos  suponen  que  es 
una  alusión  á  Alcibíades. 


DICEÓPOLIS. 

Pue?  yo  anuncio  á  todos  los  Peloponesios,  Me- 
garenses  y  Beocios,  que  pueden  acudir  á  comprar 
y  vender  en  mi  mercado;  sólo  exceptúo  á  Lámaco. 
(Qvsda  solo  el  coro.) 

CORO. 

Este  hombre  aduce  argnmentos  convincentes  y 
va  á  cambiar  la  opinión  del  pueblo,  inclinándole 
á  la  paz.  Pero  dispongámonos  á  recitar  los  ana- 

pectos  (1). 

Desde  que  nuestro  poeta  dirige  los  coros  cómicos 
nunca  se  ha  presentado  á  hacer  su  propio  panegí- 
rico (2);  pero  hoy  que  ante  los  Atenienses,  tan 
precipitados  en  sus  decisiones,  sus  enemigos  le 
acusan  falsamente  de  que  se  burla  de  la  república 
ó  insulta  al  pueblo,  preciso  le  es  justificarse  con 


(i)  Metro  empleado  en  las  Paralasis.  La  Paráhasis  (de 
itapaSaívO,  mudar  de  sitio)  era  la  parle  más  principal  del 
coro  en  la  comedia  antigua  ateniense.  En  ella,  reunido 
aquel  frente  á  los  espectadores,  les  dirigía  la  palabra,  en 
el  ppmer  entreacto,  como  diríamos  nosotros,  pues  la  Pa- 
ráhasis se  declamaba  cuando  los  actores  abandonaban  por 
primera  vez  la  escena.  Los  poetas  aprovechahim  esta 
oportunidad  para  dirigir  la  palabra  al  pueblo,  dando  expli- 
caciones sobre  sus  actos  y  obras,  ó  discurriendo  sobre  los 
negocios  públicos,  como  se  observa  en  esta  de  Los  Acar- 
nienses.  La  Paráhasis,  á  lo  menos  con  el  carácter  político 
que  aquí  tiene,  desapareció  en  la  comedia  media  y  moder- 
na. El  Pinto,  última  de  las  piezas  de  Aristófanes  que 
se  han  conservado,  no  tiene  Paráhasis. 

(2)  Aristófanes  había  presentado  sus  dos  primeras  co- 
medias con  los  nombres  de  Calístrato  y  Filónides,  actores 
encargados  de  la  representación  de  sus  fábulas  dra- 
máticas. 


i 


80 


COMEDIAS   DE   AKISTÓFANES. 


-- 1- 


LOS  acarnienses. 


84 


sus  volubles  conciudadanos.  El  poeta  pretende 
haberos  hecho  mucho  bien,  impidiendo  que  os  de- 
jéis sorprender  por  las  palabras  de  los  extranjeros 
y  que  os  hechicen  los  aduladores  y  seáis  unos 
chorlitos.  Antos  los  diputados  de  las  ciudades, 
cuando  os  querían  eng-añar,  principiaban  por  lla- 
maros: «Coronados  de  violetas»  (1),  y  al  oiría  pa- 
hra  corarías,  era  de  ver  cómo  no  cabíais  ya  en  vues- 
tros asientos  (2).  Si  otro  adulándoos  decia:  «La  es- 
pléndida Atenas»  (3),  conseg-uia  al  punto  cuanto 
deseaba,  por  haberos  untado  los  labios  con  el  elo- 
gio, como  si  fueseis  anchoas.  Deseng-añándoos, 
pues,  os  ha  prestado  el  poeta  eminentes  servicios, 
y  ha  difundido  por  las  ciudades  aliadas  el  régimen 
democrático.  Por  eso  los  pag-adores  de  tributos  de 
esas  mismas  ciudades  acudirán  deseosos  de  cono- 
cer al  ex.celente  poeta  que  no  ha  temido  decir  la 
verdad  á  los  Atenienses.  La  fama  de  su  atrevi- 
miento ha  llegado  tan  lejos,  que  el  gran  Rey,  in- 


(4)  Los  Atenienses  ¡  acian  un  gran  consumo  de  coronas, 
especialmente  de  violetas.  En  El  Banqueteas  Platón,  Alci- 
biades  se  presenta  con  varias  coronas  de  aquella  deli- 
ciosa flor. 

(2)  La  frase  gnej^a  es  mucho  más  gráfica:  in  primo- 
rtous  natibus  sedebatü. 

(3)  Lit.:  grasicnta  y  lustrosa,  como  lo  que  se  unta  de 
aceite;  por  eso  viene  después  la  comparación  de  las  an- 
choas. El  Escoliasta  cita  con  este  motivo  el  siguiente  verso 
de  una  oda  de  Píndaro: 

Al  XiTrapa?  xal  loarxácpavot  'AOfJvat 
Brillante  y  coronada 
De  violetas  Atenas. 


terrogando  ala  embajada  de  los  Lacedemonios, 
preguntó  primero  cuál  era  la  armada  más  podero- 
sa, y  después  cuáles  eran  los  más  atacados  por 
nuestro  vate,  y  les  aseguró  que  sería  más  feliz  y 
conseguiría  señaladísimas  victorias  la  república 
que  siguiese  sus  consejos.  Por  eso  los  Lac  e  demonios 
os  brindan  con  la  paz,  y  reclaman  á  Egina  (1);  no 
porque  den  gran  importancia  á  aquella  isla,  sino 
por  despojar  de  sus  bienes  al  poeta;  pero  vosotros 
no  le  abandonéis  jamás;  en  sus  comedias  brillará 
siempre  la  justicia,  y  abogará  siempre  por  vues- 
tra felicidad,  no  con  adulaciones  ni  vanas  prome- 
sas, fraudes,   bajezas  ni   intrigas,   sino  dándoos 
buenos  consejos  y  proponiéndoos  lo  que  sea  mejor. 
Después  de  esto,  ya  puede  Cleon  urdir  y  maqui- 
nar contra  mí  cuanto  se  le  antoje.  La  h  onradez  y 
la  justicia  estarán  de  mi  lado,  y  nunca  la  Repúbli- 
ca verá  en  mí,  como  en  él,  un  cobarde  é  inmundo 
bardaje. 

I  Ven,  infatigable  Musa  acarniense,  brillante  y 
devoradora  como  el  fuego!  Semejante  á  la  chispa 
que,  sostenida  por  un  suave  viento,  salta  de  los 
tizones  de  encina  mientras  unos  asan  sobre  ellos 
sabrosos  pececillos,  y  otros  preparan  la  salmuera 
fresca  de  Tasos  ó  amasan  la  blanca  harina,  ven, 


(1)  Isla  dependiente  de  Atenas.  De  este  pasaje  han  de- 
ducido algunos  que  Aristófanes  tenía  propiedades  en  Egina; 
otros  creen  que  no  se  trata  del  poeta,  sino  del  actor  Calis- 
trato.  De  todos  modos,  la  toma  de  Egina  fué  una  de  las 
principales  causas  de  la  guerra  (V.  Tuc,  i,  439). 

6 


lie  3 

4 


82 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


Musa  impetuosa,  intencionada  y  agfreste,  y  presta 
inspiración  á  tu  conciudadano! 

Nosotros,  decrépitos  ancianos,  acusamos  á  la 
ciudad.  Vemos  desamparada  nuestra  vejez,  sin 
que  se  nos  alimente  en  recompensa  dig*na  de  los 
méritos  que  en  las  batallas  navales  contraimos;  en 
cambio,  sufrimos  mil  vejámenes;  nos  enredáis  en 
litig-iosas  contiendas,  y  luég^o  permitís  que  sirva- 
mos de  jug-uete  á  oradores  jovenzuelos:  ya  nada  so- 
mos; mudos  é  inservibles,  como  flautas  rajadas,  un 
bastón  es  nuestro  único  apoyo,  ó  nuestro  Neptuno, 
por  decirlo  asi.  En  pié  ante  el  tribunal,  balbu- 
ceando alg-unas  palabras  inconexas,  solo  vemos  de 
la  justicia  la  bruma  que  la  rodea,  mientras  el  abo- 
gado contrario,  deseando  captarse  las  simpatías 
de  la  juventud,  lanza  sobre  el  demandado  un  dilu- 
vio de  palabras  precisas  y  seguras;  y  lueg-o  de 
haberlo  rendido,  le  interro^,  le  dirig-e  preg-untas 
insidiosas,  y  le  turba,  le  aflig-e  y  despedaza,  como 
le  sucedió  al  anciano  Titon. 

El  pobre  calla;  se  retira  castig-ado  con  una  pena 
pecuniaria;  llora  y  solloza,  y  dice  á  sus  amigaos: 
«El  dinero  con  que  pensaba  comprar  mi  ataúd, 
teng*o  que  darlo  para  pag-ar  esta  multa. » 

¿Es  justo  arruinar  de  ese  modo  á  un  anciano,  á 
un  hombre  encanecido,  que  sobrellevó  con  sus 
compañeros  tantas  fatig-as,  que  vertió  por  la  Repú- 
blica sudores  ardientes,  varoniles  y  copiosos,  y  que 
en  Maratón  peleó  como  un  héroe?  Nosotros,  que  de 
jóvenes  perseg*uimos  en  Maratón  á  los  enemigos, 
somos  ahora  perseguidos  por  hombres  malvados,  y 


\ 


LOS   ACARMENSES. 


83 


condenados  al  fin.  ¿Que  responderá  á  esto  Marp- 
sias?  (1)  ¿Es  justo  que  un  hombre  encorvado  por  la 
edad,  como  Tucídides  (2),  cual  si  se  hubiera  per- 
dido en  los  desiertos  de  Escitia,  sucumba  en  sus 
litigios  con  Cefisodemo  (3),  abogado  locuaz?  Os 
aseguro  que  sentí  la  más  viva  compasión  y  hasta 
lloré,  viendo  maltratado  por  un  arquero  á  ese  an- 
ciano, á  Tucídides  digo,  que,  por  Céres,  cuando 
estaba  en  la  plenitud  de  sus  fuerzas  no  hubiera 
tolerado  fácilmente  que  se  le  atreviese  nadie,  ni 
aun  la  misma  Céres,  pues  primero  hubiera  der- 
ribado á  diez  Evatlos  (4),  y  luego  aterrado  con  sus 
gritos  á  los  tres  mil  arqueros,  y  matado  con  sus 
flechas  á  toda  la  parentela  de  ese  mercenario.  Mas, 
ya  que  no  queréis  dejar  descansar  á  los  viejos, 
decretad,  á  lo  menos,  la  división  de  las  causas:  que 
el  viejo  desdentado  litigue  contra  los  viejos;  el 
bardaje  contra  los  jóvenes,  y  el  charlatán  contra 
el  hijo  de  Clínias  (5).  Es  necesario,  no  lo  niego, 

(1)  Orador  sumamente  verboso  y  siempre  pronto  á  dis- 
putar. 

(2)  Uno  de  los  adversario.s  políticos  de  Feríeles.  Acu- 
sado de  traición,  no  pudo  pronunciar  una  sola  palabra,  á 
pesar  de  ser  un  orador  distinguido,  y  fué  condenado,  según 
unos,  al  ostracismo  por  diez  años,  y,  según  otros,  á  des- 
tierro perpetuo  y  confiscación  de  bienes. 

(3)  Mal  orador  y  gran  pleitista.  Su  abuela  era  natural 
de  Escitia,  lo  cual  le  echa  en  cara  Aristófanes.  Para  com- 
prender lo  que  sigue  conviene  tener  presente  que  la  mayar 
j»arte  de  los  arqueros,  que  constituían  la  guardia  munici- 
pal de  Atenas,  procedian  de  liscitia. 

(4)  Orador  de  mala  reputación.  Era  hijo  de  un  arquero 
ó  de  otra  persona  de  baja  extracción. 

(5)  Alcibíades. 


^' 


84 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LOS   ACARNIENSES. 


perseguir  á  los  malvados;  pero  en  todos  los  pro- 
cesos sea  el  anciano  quien  condene  al  anciano,  y 
el  joven  al  joven. 


85 


DICEÓPOLIS. 

Estos  son  los  límites  de  mi  mercado.  Todos  los 
Peloponesios,  Megarenses  y  Beocios  pueden  con- 
currir á  él,  con  la  condición  de  que  me  vendan  á 
mi  sus  mercancías  y  no  á  Lámaco,  Nombro  ag'orá- 
nomos  (1)  de  mi  mercado,  eleg-idos  á  suerte,  estos 
tres  zurriag-os  del  Lepreo  (2).  Que  no  entre  aquí 
ningún  delacor,  ni  ningún  habitante  de  Fásos  (3). 
Voy  á  traer  la  columna  (4)  sobre  la  cual  está  es- 
crito el  tratado,  para  colocarla  á  la  vista  de  todos. 


(Entra  un  Megarerise  con  dos  muchmhm,) 

EL   MEGARENSR  (5). 

¡Salud,  mercado  de  Atenas,  grato  á  los  Megaren- 
ses!  Juro  por  Júpiter,  protector  de  la  amistad,  que 
deseaba  verte  como  el  hijo  á  su  madre.  Hijas  des- 


(i)  Magistrados  que,  como  su  nombre  indica,  tenían  á 
su  cargo  la  inspección  de  los  mercados.  Iban  armados  de 
azotes  formados  de  correas. 

(2)  L&pros  era  un  sitio  extramuros  de  Atenas,  donde 
estaba  el  mercado  de  cueros. 

(8)  Es  decir,  todo  delator,  porque/zíoí  en  griego  tiene 
la  misma  raíz  que  sicofanta  ó  delator.  Fasos  es  el  nombre 
de  una  ciudad  y  de  un  rio  de  Escitía. 

(4)  Era  costumbre  grabar  en  una  columna  de  piedra  ó 
de  madera  las  leyes  y  decretos  para  darlos  á  conocer. 

(5)  El  Megarensese  expresa  en  dialecto  dórico. 


dichadas  de  un  padre  infortunado,  mirad  si  en- 
contráis alg'una  torta.  Escuchadme,  por  favor,  y 
hag-an  eco  mis  palabras  en  vuestro  famélico 
vientre.  ¿Qué  queréis?  ¿Ser  vendidas  ó  moriros  de 
hambre? 

LAS  MUCHACHAS. 

¡Ser  vendidas!  ¡ser  vendidas! 

EL   MEGARENSE. 

También  me  parece  lo  mejor.  ¿Mas  habrá  al^n 
tonto  que  os  compre  siendo  una  carga  manifiesta? 
Pero  se  me  ocurre  un  ardid  dig'no  de  Megara.  Os 
voy  á  disfrazar  de  cerdos,  y  diré  que  os  traigo  al 
mercado.  Poneos  estas  pezuñas  y  procurad  parecer 
de  buena  casta,  pues  si  volvéis  á  casa,  ya  sabéis, 
por  el  tonante  Júpiter,  que  sufriréis  los  horrores 
del  hambre.  Ea,  colocaos  estos  hocicos  de  puerco  y 
meteos  en  este  saco.  Procurad  g-ruñir  bien  y  hacer 
co%  gritando  como  los  cerdos  que  van  á  ser  sacri- 
ficados á  Céres  (1).  Yo  voy  á  llamar  á  Diceópolis: 
jDiceópolis!  ¿Quieres  comprar  cerdos? 


DICEÓPOLIS. 

¿Qué  es  ello?  ¡Un  Megarense! 

EL  MEGARENSE. 

Venimos  al  mercado. 

DICEÓPOLIS. 

¿Cómo  lo  pasáis? 


(1)    Cada  iniciado  ofrecía  á  Céres  el  sacrificio  de  un 
cerdo. 


86 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


EL   MEGARENSE. 

Sentados  siempre  junto  al  faeg'o  y  muertos  de 
hambre. 

DICICÓPOLIS. 

Por  Júpiter,  eso  es  muy  agradable,  teniendo  al 
lado  un  flautista.  (1)  ¿Y  qué  más  hacéis  los  Meg-a- 
renses? 

EL   MEG ÁRENSE. 

¿Y  lo  preg'untas'^  Cuando  yo  salí  para  venir  al 
mercado,  nuestras  autoridades  dictaban  las  medi- 
das oportunas  para  que  la  ciudad  se  arruine  lo  más 
pronto  y  desastrosamente  posible. 

DICEÓPOLIS. 

Entonces  no  tardareis  en  veros  libres  de  apuros. 

EL   MEGARENSE. 

¿Por  qué  no? 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  más  ocurre  en  Megara?  ¿Qué  precio  tiene 
el  trig"o? 

EL  MEGARENSE. 

Tiene  tanta  estimación  y  precio  como  los  dioses. 

DICEÓPOLIS. 

¿Traes  sal? 

EL  MEGARENSE. 

¿Cómo,  si  os  habéis  apoderado  de  nuestras  sa- 
linas? 


(1)  Juego  de  palabras.  El  Megarense  dice  TceivOfjLev,  te- 
nemos harnbre^  y  Diceópolis  entiende  -nívcojisv,  bebemos^  poi' 
la  semejanza  de  ambos  vocablos,  que  en  la  pronunciación 
casi  debian  confundirse. 


LOS   ACARNIENSES. 


87 


DICEÓPOLIS. 

¿Y  ajos?  (1) 

EL  MEGARENSE. 

¿Qué  ajos?  Si  siempre  que  invadís  nuestras  tier- 
ras arrancáis  todas  las  plantas  como  si  fueseis  ra- 
tones de  campo. 

DICEÓPOLIS. 

¿Pues  qué  traes? 

EL  MEGARENSE. 

Riercas  para  los  sacrificios. 

DICEÓPOLIS. 

¡Que  me  place!  A  verlas. 

EL   MEGARENSE. 

¡Mira  qué  hermosas!  Tómalas  á  peso  si  quieres. 
¿Qué  g-orda  y  qué  hermosa  está  esta? 

DICEÓPOLIS. 

¿Pero  qué  es  esto? 

EL  MEGARENSE. 

Una  cerda,  por  vida  mia. 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  dices?  ¿De  dónde  es? 

EL   MEGARENSE. 

De  Megara.  ¿No  es  puerca  ó  qué? 

DICEÓPOLIS. 

A  mí  no  me  lo  parece. 


(1)  El  ajo  puede  decirse  que  constituía  la  base  de  la 
alimentación  de  los  campesinos  y  del  pueblo  bajo.  En  Me- 
gara  se  recogia  mucho. 

Tes  ty  lis  et  rápido  fessis  messoribus  as  tu 
A  lita  serpyllvmque  herbas  contundit  olentes. 

(ViRG.  Eg.  II,  10-11.) 


88 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


89 


Í5; 


EL   MEGARENSE. 

íQue  no!  ¡Tu  incredulidad  es  asombrosa!  ¡Decir 
que  no  es  una  puerca!  Apostemos,  si  quieres,  un 
celemin  de  sal  mezclada  con  tomillo  á  que  entre  los 
Griegos  pasa  esta  por  puerca. 

DICEÓPOLIS. 

Sí,  que  es  puerca  (1);  pero  de  hombre. 

EL   MEGARENSE. 

Sí,  por  Diócles,  (2)  y  mía,  ¿qué  crees  tú  que  son? 
¿Quieres  oirías  g-ruüir? 

DICEÓPOLIS. 

Bueno;  no  hay  inconveniente. 

EL  MEGARENSE. 

Gruñe  pronto,  puerquecilla.  ¿A  qué  te  callas, 
desdichada'^  Te  volveré  á  casa,  por  Mercurio. 

UNA  MUCHACHA. 

¡Coi!  ¡Coi! 

EL  MEGARENSE. 

¿Es  Ó  no  puerca? 

DICEÓPOLIS. 

Ahora  lo  parece;  pero  bien  alimentada  será  otra 
cosa  (3). 

EL   MEGARENSE. 

Dentro  de  cinco  años,  te  lo  aseguro,  será  como 
su  madre. 


(1)  La  palabra  x^^poí  significa  porcus  y  cunnus;  de  aquí 
una  infinidad  de  equívocos  que  no  hacemos  más  que  dejar 
traslucir. 

(á)  Diócles  era  un  héroe  por  el  cual  juraban  los  Mega- 
rense  como  en  otros  pueblos  por  Hércules  ó  los  Dioscuros. 
En  su  honor  se  celebraban  juegos  llamados  Diocleenses. 

(3)     Cunnus  fiet. 


DICEÓPOLIS. 

Pero  no  sirve  para  el  sacrificio. 

EL   MEGARENSE. 

¿Por  qué  razón? 

DICEÓPOLIS. 

Porque  no  tiene  cola  (1). 

EL   MEGARENSE. 

Aun  es  muy  joven;  cuando  crezca  tendrá  una 
cola  grande,  gorda  y  colorada.  Si  quieres  alimen- 
tarla, será  una  puerca  magnífica. 

DICEÓPOLIS. 

¡Qué  parecida  es  á  esta  otra!  (2). 

EL   MEGARENSE. 

Las  dos  son  hijas  del  mismo  padre  y  de  la  misma 
madre.  Cuando  se  engorde  y  se  cubra  de  pelos  será 
la  mejor  víctima  que  pueda  ofrecerse  á  Venus. 

DICEÓPOLIS. 

A  Venus  no  se  le  sacrifican  puercas. 

EL   MEGARENSE. 

¿Que  no  se  sacrifican  puercas  á  Venus?  Precisa- 
mente es  la  única  deidad  á  quien  le  agradan.  La 
carne  de  estos  animales  es  riquísima,  sobre  todo 
cuando  se  la  clava  en  el  asador. 

DICEÓPOLIS. 

¿Comen  ya  solas,  sin  necesitar  de  su  madre? 

EL  MEGARENSE. 

Ni  de  su  padre,  por  Neptuno. 


(1)  Sólo  se  sacrificaban  víctimas  perfectas. 

(2)  Quam  germanus  est  hujus  cunni  alteril 


90 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LOS   ACARNIENSES. 


9i 


DICEÓPOLIS. 

¿Qué  comida  les  gusta  más? 

EL  MEGARENSE. 

La  que  les  des.  Pregiintaselo  á  ellas 

DICEÓPOLIS. 

¡Gorrin!  ¡Gorrín! 

LAS  MUCHACHAS. 

¡Coi!!  ¡Coi!! 

DICEÓPOLIS. 

¿Comerás  nabos?  (1). 

LAS  MUCHACHAS. 

¡Coi!  ¡Coi!  ¡Coi! 

DICEÓPOLIS. 

¿Comerás  hig'os? 

LAS  MUCHACHAS. 

¡Coi!  ¡Coi! 

DICEÓPOLIS. 

¡Con  qué  furia  han  pedido  los  higos!  Traedles 
algrmos  á  estas puerquecillas.  ¿Los  comerán? — ¡So- 
pla! ¡Conque  afán  los  devoran,  Hércules  venerando! 
Parece  que  son  de  Tragada  (2).  Pero  es  imposible 
que  se  hayan  comido  todos  los  higos. 

EL  MEGARENSE. 

Todos,  menos  uno  que  he  cogido  yo. 

DICEÓPOLIS. 

Son  hermosos  animales,  á  fe  mia.  ¿Por  cuánto  me 
los  vendes? 


(1)  \ÁX.:  garbanzos.  Vox  grceca penem  etiam  significat. 

(2)  Ciudad  imaginaria,  cuyo  nombre  se  deriva  de  tpa^Stv, 
tragar  ó  devorar. 


EL  MEGARENSE. 

Este,  por  una  ristra  de  ajos,  y  el  otro,  si  te 
gusta,  por  un  quénice  (1)  de  sal. 

DICEÓPOLIS. 

Trato  hecho.  Espérame  aquí. 


EL  MEGARENSE. 

¡Bueno  va!  ¡Mercurio  protector  del  comercio, 
concédeme  que  pueda  vender  lo  mismo  á  mi  mujer 
y  á  mi  madre!  (2). 

UN  DELATOR. 

¡Buen  hombre!  ¿De  dónde  eres? 

EL  MEGARENSE. 

Soy  un  Megarense,  vendedor  de  cerdos. 

EL  DELATOR. 

Pues  yo  denuncio  como  enemigos  á  tus  lechon- 
cillos  y  á  tí. 

EL  MEGARENSE. 

¡Otra  vez!  Este  renueva  la  fuente  de  todos  nues- 
tros males. 

EL  DELATOR. 

Ya  te  arrepentirás  de  tu  venida.  Deja  pronto  ese 
saco. 

EL  MEGARENSE. 

¡Díceópolis!  ¡Diceópolis!  Me  denuncia  un  no  sé 
quién. 


(4)    Medida  de  capacidad  equivalente  á  un  litro,  ocho 

centilitros.  ,         i.  v.-    „      j 

(2)    Esta  súplica  indica  el  extremo  á  que  había  llegado 

en  Megara  la  miseria. 


i 


92 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


DICEÓPOLIS. 

¿Quién  te  denuncia?  Ag-oránomos,  ¿por  qué  no 
arrojáis  del  mercado  á  los  delatores?— ¿Cómo  quieres 
alumbrarnos  sin  linterna?  (1). 

EL  DELATOR. 

¿No  puedo  denunciar  á  los  enemigaos? 

DICEÓPOLIS. 

A  costa  de  tu  pellejo,  si  no  te  larg'as  á  otro  sitio 
con  tus  delaciones. 

EL  MEGARENSE . 

íQué  peste  para  Atenas! 

DICEÓPOLIS. 

Animo,  Meg-arense;  aquí  tienes  el  precio  de  tus 
lechoncillos;  toma  los  ajos  y  la  sal.  Y  pásalo  bien. 

EL  MEGARENSE. 

Ya  no  es  costumbre  entre  nosotros. 

DICEÓPOLIS. 

Cierto,  he  dicho  una  tontería.  ¡Caiga  la  culpa 
sobre  mil 

EL  MEGARENSE. 

Id,  lechoncillos  mios,  y,  lejos  de  vuestro  padre, 
ved  si  hay  quien  os  dé  de  comer  tortas  con  sal. 
(Vame  los  dos.) 


CORO. 


Este  hombre  (2)  es  muy  feliz.  ¿No  has  oido  cuan 
provechosa  le  ha  sido  su  determinación?  Se  g-ana 


(1)  La  voz  griega  significa  alumbrar  y  delatar. 

(2)  Diceópolis. 


LOS   ACARMENSES. 


93 


la  vida  sentado  tranquilamente  en  la  plaza;  y  si  se 
presenta  Ctesias  ó  algún  otro  delator,  les  obligará 
á  tomar  asiento  doloridos.  Nadie  te  engañará  en  la 
compra  de  comestibles;  Prépis  (1)  no  te  manchará 
con  su  inmundo  contacto;  Cleónimo  no  te  dará  em- 
pellones; cruzarás  por  entre  la  multitud  vestido  de 
fiesta  sin  temor  de  que  te  salga  al  encuentro  el 
pleitista  Hipérbolo,  ni  de  que,  al  pasear  por  el 
mercado,  se  te  acerque  Cratino  (2),  pelado  ala  ma- 
nera de  los  libertinos,  ó  aquel  perversísimo  Arte- 
mon  (3),  en  cuyas  axilas  se  esconden  chivos  apesta- 
dos (4) .  Tampoco  se  burlarán  de  tí  en  la  plaza  ni 
el  perdido  Pauson  (5)  ni  Lisístrato  (6),  oprobio  de 
los  Colargienses;  ese  que  impregnado  de  todos  los 
vicios,  como  el  paño  en  la  púrpura  que  le  tiñe,  pa- 
dece hambre  y  frío  más  de  treinta  dias  al  mes. 


(i)    Alusión  á  SUS  prácticas  infames. 

2  El  Escoliasta  dice  que  este  Cratino,  poeta  lí  ico  de 
costumbres  depravadas,  no  debe  confundirse  con  e  poeta 
cómico  de  igual  nombre,  atacado  también  por  Aristófanes 
en  varias  de  sus  comedias. 

13)  Anacreonte,  en  un  fragmento  conservado  Por  Me- 
neo (xii.  434.  e.  f.  ,  habla  de  un  Artemon,  al  cual  llama 
TtepicpopTixo;  fcircunveciüiusj,  adjetivo  cambiado  por  Aris- 
tófanes en  ¿ptTTÓvrjpo;  (como  si  dijéramos  aMnbon), 
Plutarco  fVida  de  Perides.  Ti)  habla  de  otro  Ariemon,  ha- 
bil  mecánico,  que  ayudó  Feríeles  en  el  sitio  de  Sámos, 

empleando  máquinas  de  guerra.  no,M'f,»n«íQ  nai-í» 

(4)  Los  poetas  latinos  usan  también  esta  perífrasis  pai  a 
indicar  el  mal  olor  vulgarmente  llamado  á  sobaquma. 

(5)  Pintor  extremadamente  pobre  y  desvergonzado. 

b  Parásito,  natural  del  demo  de  Colarges;  su  pobreza 
y  descaro  eran  extraordinarios.  (Vid.  Los  Caballeros,  1.265; 
Las  Ams^as,  787,  y  el  frag.  4  de  Los  DetaUmes.) 


94 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  ACARNIENSES. 


9S 


|i 


UN   BEOCIO. 

iPor  Hércules!  ¡Cómo  me  duele  el  hombro.— Is- 
ménico,  descarga  con  cuidado  el  poleo  (1);  y  vos- 
otros, flautistas  tebanos,  soplad  con  vuestras  flau- 
tas de  hueso  por  el  ag^ujero  mayor  de  esta  piel  de 
perro  (2). 

DICEÓPOLIS. 

¡Callad,  malditos!  ¿Si  habrán  echado  raíces  en  mi 
puerta  semejantes  moscones?  ¿De  dónde  vendrán 
esos  discordantes  flautistas,  dig-nos  discípulos  de 
Quéris?  (3). 

EL  BEOCIO. 

Por  lolao  (4),  ¡con  qué  placer  les  veria  irse 
al  infierno!  Desde  Tébas  vienen  soplando  detras  de 
mí,  y  me  han  arrancado  todas  las  flores  del  poleo. 
Extranjero,  ¿quieres  comprarme  pollos  ó  lan- 
gostas? 

DICEÓPOLIS. 

Salud,  amigo  Beocio,  gran  comedor  de  paneci- 
llos. ¿Qué  traes? 

UN  BEOCIO. 

Cuanto  de  bueno  hay  en  Beocia;  orégano,  poleo, 
esterillas,  mechas  para  lámparas,  ánades,  grajos, 
francolines,  pollas  de  agua,  reyezuelos,  mergos... 


(i)  Hierba  tónica  y  astringente,  muy  abundante  en 
Beocia. 

(2j  Osseis  tihUs  Ínflate  canis  culum.  Las  flautas  á  que 
alude  eran  parecidas  á  nuestras  gaitas  gallegas. 

(3)  Mal  flautista,  ya  citado. 

(4)  Héroe  muy  respetado  en  Beocia.  Ayudó  á  Hércules 
en  su  combate  con  la  hidra  de  Lerna.  (V.  Pausanias, 
1.  IX,  23.) 


DICEÓPOLIS. 

De  modo  que  entras  en  el  mercado  á  manera  de 
huracán  que  abate  las  aves  contra  el  suelo. 

EL   BEOCIO. 

También  traigo  gansos,  liebres,  zorras,  topos, 
erizos,  gatos,  píctidas,  nutrias,  anguilas  del  Co- 
páis... (1) 

DICEÓPOLIS. 

iOh  qué  deliciosísimo  bocado  acabas  de  nom- 
brar! Sí  traes  anguilas,  déjame  que  las  salude. 

EL   BEOCIO. 

Sal,  tú,  la  mayor  de  las  cincuenta  vírgenes  Co- 
paidas,  á  regocijar  con  tu  presencia  á  este  extran- 
jero (2). 

DICEÓPOLIS. 

¡Querida  mia,  por  tanto  tiempo  deseada,  al  fin 
has  venido  á  satisfacer  los  deseos  de  los  coros  có- 
micos, y  los  del  mismo  Moricos!  (3). -Esclavos, 
traedme  el  fuego  y  el  aventador.  Mrad,  mucha- 
chos, esta  hermosa  anguila,  que  al  fin  viene  á  vi- 
sitarnos después  de  seis  años  de  espera  (4).  Salu- 
dadla, hijos  mios.  Llevadla  adentro.— Ni  aun  la 


(1)  Lago  de  Beocia,  cuyas  anguilas  eran  muy  grandes 

V  anreciadas. 

(2)  Parodia  de  Esquilo  y  Eurípides. 

3)  Poeta  trágico,  fué  embajador  en  la  corte  de  Persia, 
y  gastrónomo  famoso,  una  especie  de  Lúculo  ateniense. 

(4)  Porque  durante  la  guerra  del  Peloponeso  estuvie- 
ron interrumpidas  las  relaciones  mercantiles  con  Beocia, 
y  no  podian  presentarse  en  el  mercado  ateniense  sus  re- 
nombradas anguilas. 


«í 


96 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LOS   ACARNIEiNSES. 


97 


í 

■i 


muerte  podrá  separarme  de  tí  (1),  como  te  cuezan 
con  acelg-as. 

EL  BEOCIO. 

¿Y  cuánto  me  vas  á  pag-ar  por  ella? 

DICEÓPOLIS. 

Esta  me  la  darás  por  derechos  de  entrada.  ¿Quie- 
res vender  algnina  otra  cosa? 

EL  BEOCIO. 

Sí,  por  cierto;  todo. 

DICEÓPOLIS. 

Vamos  á  ver,  ¿cuánto  pides?  ¿O  prefieres  cam- 
biar por  otras  tus  mercancías? 

EL  BEOCIO. 

Bien,  me  llevaré  de  Atenas  lo  que  no  hay  en 
Beocia. 

DICEÓPOLIS. 

Entonces  querrás  anchoas  del  Falero  (2)  y  ca- 
charros. 

EL  BEOCIO. 

i  Anchoas!  iCacharros!  De  sobra  los  tenemos.  Sólo 
quiero  llevarme  cosas  que  no  hay  allí,  y  aquí  se 
encuentran  en  abundancia. 

DICEÓPOLIS. 

Ahora  caig-o  en  la  cuenta:  llévate  un  delator  per- 
fectamente empaquetado  como  si  fuese  una  vasija. 


1)    Verso  367  de  la  Alcéstes  de  Eurípides. 

(i)  Puerto  de  Atenas.  Barthelemy,  apoyado  en  AA  an- 
tiguos dice  quejas  sardinas  que  en  sus  inmediaciones  se 
pescaban  merecían  presentarse  en  la  mesa  de  los  dioses. 
(V.  VoyagedujeutieAmcharis,  t.  ii,  cap.  25) 


1. 


i 


EL  BEOCIO. 

iPor  los  Dioscuros!  (1)  Ese  sí  que  sería  un  neg-o- 
cio  redondo:  cargar  con  un  mico  lleno  de  malicias. 

DICEÓPOLIS. 

Muy  oportunamente  lleg-a  Nicarco  á  delatar  á 
alguno. 

EL  BEOCIO. 

¡Qué  pequeño  es! 

DICEÓPOLIS. 

Pero  todo  veneno. 


NICARCO. 

¿De  quién  son  estas  mercancías? 

EL  BEOCIO. 

Mias;  traídas  de  Beocia:  por  Júpiter  lo  juro. 

NICARCO. 

Pues  yo  las  denuncio  por  enemig^as. 

EL  BEOCIO. 

¿Qué  furia  te  mueve  á  declarar  la  g-uerra  á  las 
aves? 

NICARCO, 

También  á  tí  te  denunciaré. 

EL  BEOCIO. 

¿Qué  daño  te  he  hecho  yo? 

NICARCO.. 

Te  lo  diré  en  obsequio  de  ios  presentes:  tú  traes 
mechas  del  país  enemigo. 

(1)  Juramento  muy  usado  por  los  Espartanos,  entre  los 
cuales  Castor  y  Pólux  recibían  culto  especial.  (V.  La  Paa^ 
214,  28S;Zm5¿.,81,  86.) 

7 


Oí 


98 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFA^ES. 


LOS   ACaRMENSES. 


99 


EL  BEOCIO. 

i;,Eres  por  tanto  un  denunciador  de  mechas? 

NICARCO. 

Cna  sola  puede  incendiar  la  flota. 

EL   BEOCIO. 

¡Una  mecha  incendiar  la  flota!  ¿Cómo?  ¡Soberano 
Júpiter! 

NICARCO. 

Cualquier  Beocio  enciende  una  mecha,  la  ata  á 
un  insecto  alado,  y,  aprovechando  un  momento  en 
que  el  Bóreas  sople  con  más  violencia,  la  lanza  so- 
bre la  flota  por  medio  de  un  tubo;  si  el  íueg-o  pren 
de  en  cualquier  navio,  es  seguro  que  se  abrasará 
en  seguida  toda  la  flota. 

DICEÓPOLIS. 

¡Canalla  sin  vergüenza!  ?.De  modo  que  para  re- 
ducir á  cenizas  la  escuadra,  bastan  una  mecha  y 
un  insecto?  (Le  pegaj. 

NICARCO. 

iSed  testigos!  ¡Favor! 

DICEÓPOLIS. 

Tápale  la  boca:  dame  bálago  y  mimbres  para  en- 
volverle y  podérmelo  llevar  como  una  vasija  sin 
que  se  rompa. 

CORO. 

Buen  hombre,  ata  bien  tan  delicada  mercancía, 
no  se  te  quiebre  en  el  camino. 

DICEÓPOLIS. 

Eso  á  mi  cargo  queda;  aunque  deja  oir  un  cru- 
jido como  si  se  hubiera  rajado  en  el  horno.  ¡Cru- 
jido odioso  á  los  inmortales! 


. CORO. 

¿Qué  hará  con  él? 

DICEÓPOLIS. 

Me  servirá  para  todo:  de  recipiente  de  los  males; 
de  mortero  para  majar  pleitos;  de  linterna  para  es- 
piar á  los  recaudadores,  y  de  barreño  donde  se  en- 
turbien todas  las  cosas. 

CORO. 

¿Pero  quién  se  atreverá  á  usar  un  vaso  cuyos 
crujidas  resuenan  incesantemente  en  la  casa? 

DICEÓPOLIS. 

Es  sólido,  amigo  mió,  y  no  se  quebrará  fácil- 
mente si  se  le  cuelga  de  los  pies,  cabeza  abajo. 

CORO. 

Ya  está  bien  embalado. 

EL  BEOCIO. 

Voy  á  segar  mi  cosecha. 

CORO. 

Excelente  forastero,  carga  con  ese  paquete,  llé- 
vate á  ese  delator,  bueno  para  cualquier  cosa,  y 
arrójalo  donde  te  agrade. 

DICEÓPOLIS. 

Trabajo  me  ha  costado  el  empaquetar  á  ese  per- 
dido. Ea,  amigo,  toma  tu  vasija  y  llévatela. 

EL   BEÜCIO. 

Isméiiico,  cárgatela  sobre  tus  duros  hombros. 

DICEÓPOLIS. 

Procura  llevarla  con  cuidado.  Aunque  no  llevas 
nada  de  bueno,  sin  embargo,  es  fácil  que  salgas 
ganancioso  con  tu  carga:  serás  feliz  por  gracia  de 
los  delatores.  fVáse  el  Beocio.) 


100 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANE*^. 


LOS   ACARMENSES. 


iOl 


UN   CRIADO   DE  iAmACO. 

iDiceópolisI 

DICEÓPOLIS. 

^.Quién  va?  ¿Qué  me  quieres? 

EL   CRIADO. 

Lámaco  te  suplica  que  le  des,  mediante  este 
dracma,  alamos  tordos,  para  celebrar  la  fiesta  de 
las  Copas  (1);  y  que  por  otros  tres  le  vendas  una 
au^ila  del  Gópais. 

DICEÓPOLIS. 

^.Quién  es  ese  Lámaco  que  desea  la  anguila? 

EL    CRIADO. 

Aquel  terrible  sufridor  de  trabajos,  que  lleva  una 
Gorgona  en  el  escudo,  y  sobre  cuyo  casco  se  agita 
un  penacho  triple. 


(4)  Fiesta  que  se  celebraba  el  segundo  día  de  las  An- 
téstenos.  Hé  aquí  su  oiMgen,  según  el  Escoliasta:  cuando 
Oréstes  vino  á  Atenas,  después  de  haber  vengado  el  ase- 
sinato de  su  padre  Agamenón  con  el  de  su  madre  Clitena- 
nestra,  Pandion,  rey  entonces  del  Ática,  hallábase  presi- 
diendo un  banquete  en  honor  de  Baco.  No  queriendo  ni 
excluir  á  Orésies  ni  que  sus  convidados  se  contaminasen 
bebiendo  en  el  mismo  vaso  que  el  parricida,  distribuyó  á 
cada  uno  una  copa,  de  modo  que  al  hacer  las  libaciones 
no  hubiese  necesidad  de  pasarla  de  mano,  como  era  eos- 
La  tradición  de  este  piadoso  procedimiento  conservóse 
en  las  fiestas  de  Baco.  Lo  característico  de  la  de  las  copas 
era  la  lucha  de  bebedores,  en  la  cual  para  ser  declarado 
vencedor  era  preciso  apurar  una  copa  (x^Oc)  cuyo  conte- 
nido era  de  más  de  tres  litros.  El  que  primero  la  vaciaba 
recibía  en  recompensa  una  corona  y  un  pellejo  de  vino. 

Al  fin  de  la  comedia  veremos  á  Diceópolis  triunfante  en 
este  certamen  báquico. 


DICEÓPOLIS. 

No  le  venderé  nada,  por  Júpiter,  aunque  me  dé 
su  escudo:  en  vez  de  comer  pescado,  entreténg-ase 
en  agitar  su  penachos.  Si  se  alborota,  llamaré  á 
los  Ag-oránomos.  Ahora,  recog-iendo  mis  compras, 
entraré  en  mi  casa  «sobre  las  alas  de  los  mirlos  y 
los  tordos.»  (1) 


CORO. 


¿No  veis,  ciudadanos,  no  veis  la  extremada  pru- 
dencia y  discreción  de  ese  hombre,  que,  después 
de  haber  pactado  sus  treg-uas,  puede  comprar 
cuantas  cosas  suelen  traer  los  mercaderes,  útiles 
unas  á  la  casa,  y  gratísimas  otras  al  paladar? 

Todos  los  bienes  penetran  por  sí  mismos  en  su 
morada. 

Nunca  admitiré  en  mi  casa  al  belicoso  Marte; 
jamás  cantará  en  mi  mesa  el  himno  de  Harmo- 
dio  (2),  porque  es  un  ser  cuya  embriag-aez  es  te- 
mible. Arrojándose  sobre  nuestros  bienes,  descargó 
sobre  nosotros  todos  los  males,  la  ruina,  la  des- 
trucción y  la  muerte;  en  vano  le  decíamos  amable- 

(4)    Parodia  de  alguna  canción  popular. 

(2)  En  honor  de  Harmodio,  que,  unido  á  Aristogiton, 
mató  al  tirano  Hiparco,  se  compuso  un  Escolio  ó  canto  de 
sobremesa,  conservado  por  Ateneo  (lib.  45,  c.  45).  Cantar 
el  Hanrcdto  con  alguno,  significaba  lo  mismo  que  comer 
en  su  compañía.  La  canción  aludida  principiaba: 

«Llevaré  mi  espada  cubierta  con  hojas  de  mirto,  como 
Harmodio  y  Aristogiton,  cuando  mataron  al  tirano  y  resta- 
blecieron en  Atenas  la  igualdad  de  las  leyes.» 


102 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


mente:  «Bebe,  acompáñanos  en  la  mesa,  acepta 
esta  copa  de  amistad,»  porque  entonces  atizaba 
con  más  violencia  el  incendio  de  nuestros  rodrig-o-. 
nes,  y  derramaba  el  vino  de  nuestras  cepas. 

Abundante  mesa  es  la  de  Diceópolis;  envanecida 
con  su  suerte,  arroja  en  los  umbrales  de  su  casa 
esas  plumas,  indicio  de  su  reg-alada  vida. 

¡Oh  Paz ,  compañera  de  la  hermosa  Venus  y  de 
sus  amig-as  las  Gracias!  ¿Cómo  he  podido  descono- 
cer tanto  tiempo  tu  sin  par  belleza? 

i  Ojalá  me  despose  contig-o  un  Amor  coronado 
de  rosas  como  el  que  está  allí  pintado!  (1)  ¿Me  crees 
acaso  demasiado  viejo?  Pues  si  me  enlazo  á  tí  po- 
dré, aunque  anciano,  hacer  tres  cosas  en  obsequio 
tuyo:  abrir  en  primer  lugar  un  larg-o  surco  para  la 
vid  (2);  poner  después  junto  á  él  tiernos  retoños  de 
higruera,  y  plantar  luég-o  el  vig-oroso  sarmiento; 
cercando,  por  fin,  todo  mi  campo  de  olivos,  con 
cuyo  aceite  podamos  mutuamente  ung-irnos  en  las 
Neomenias. 


UN  HERALDO. 

Pueblos,  escuchad:  conforme  á  la  costumbre  pa- 
tria, bebed  en  vuestras  copas,  ai  son  de  las  trom- 


(i)  Se  cree  que  Aristófanes  alude  á  un  Amor  coronado 
de  rosas  y  radiante  de  hermosura  que  Zéuxis  había  pin- 
tado en  el  templo  de  Venus,  en  Atenas. 

(-2)    In  his  turpiuscula  latent  (boissonade.). 


LOS   ACARNIENSES. 


103 


ii 

I 


petas;  el  que  primero  haya  apurado  su  vaso  reci- 
birá en  premio  un  odre  de  Ctesifon  (1). 

DICEÓPOLIS. 

Muchachos,  mujeres,  ¿no  habéis  oido?  ¿Qué  ha- 
céis? ?.No  habéis  oido  el  pregón?  Coced  las  viandas, 
asadlas;  retirad  pronto  las  liebres  de  los  asadores; 
tejed  las  coronas;  dadme  asadorciUos  para  los 
tordos  (2). 

CORO. 

Celebro  tu  suerte,  ami^o  mió,  y  más  que  todo 
esa  tu  discreción  admirable  por  la  cual  gozas  de 
tan  delicioso  banquete. 

DICEÓPOLIS. 

¿Pues  qué  diréis  cuando  veáis  cómo  se  asan  mis 
tordos? 

CORO. 

También  creo  que  tienes  razón  en  eso. 

DICEÓPOLIS. 

Atizad  el  fuego. 

CORO. 

¿Veis  cómo  dispone  su  comida,  á  modo  de  un 
cocinero  hábil  y  experimentado? 

UN  LABRADOR. 

¡Infeliz  de  mi! 

DICEÓPOLIS. 

Por  Hércules,  ¿quién  es  este? 


(4)    Epigrama  contra  Ctesifon,  que  era  muy  grueso  y 

^"ir'^Los  tordos  eran  muy  estimados,  en  Atenas,  coma 
lo  prueban  varios  pasajes  del  mismo  Aristófanes. 


,/ 


104 


COMEDIAS   DE   ARlSTÓFA.\Eí). 


LOS   ACARNIENSES. 


105 


EL   LABRADOR. 

ün  hombre  desgTacia(?o. 

DICEÓPOLIS. 

Pues  sig-ue  tu  camino. 

EL  LABRADOR. 

mítlT*"!!"""  *°''^°'  y^  "l""  ^^'  ''^^^^  «e  han 
pactado  sólo  para  tí,  cédeme  ,m  poco  de  tu  paz 

aunque  no  sea  má.s  que  por  cinco  años.  ' 

DICEÓPOLIS. 

¿Qué  te  aflige? 

EL   LABRADOR. 
DICEÓPOLIS. 

¿Cómo'^ 

EL   LABRADOR. 

Los  Beocios  me  los  quitaron  en  la  toma  de  Fila  (1). 

DICEÓPOLIS. 

blinco?"^'  ^^'^'  °'^'''''*  '^  ^""^  ^^'  ^^^^"^  ^^ 

EL   LABRADOR. 

1«  ^r'.  r^.  ^'^"'"'^  ^^^''^^'-  ^^  niantenian  en 
ia  más  deliciosa  abundancia  (2). 

DICEÓPOLIS. 

4Quó  necesitas  ahora? 

EL    LABRADOR. 

Me  he  estropeado  los  ojos  Uorando  aquellos  bue- 
(1)    Demo  del  Ática. 


yes.  Si  alg-un  interés  te  merece  Dercéles  de  Fila, 
frótame  pronto  los  ojos  con  el  bálsamo  de  la  paz. 

DICEÓPOLIS. 

Pero,  desdichado,  yo  no  soy  médico  público  (1). 

EL   LABRADOR. 

Por  piedad,  hazlo,  para  ver  si  puedo  recobrar  mis 
bueyes. 

DICEÓPOLIS. 

Me  es  imposible;  vete  con  tus  lágrimas  á  los  dis- 
cípulos de  Pítalo  (2). 

EL   LABRADOR. 

Pónme  siquiera  una  g-ota  de  paz  en  esta  cañita. 

DICEÓPOLIS. 

Ni  el  átomo  más  imperceptible.  Vete  á  llorar 
donde  quieras. 

EL   LABRADOR. 

¡Desdichado  de  mí!  ¡Sin  bueyes  para  la  labranzal 


CORO. 

Este  hombre  ha  conseguido  con  su  tratado  mu- 
chas ventajas,  de  las  cuales,  al  parecer,  no  quiere 
hacer  partícipe  á  nadie. 

DICEÓPOLIS. 

Pon  esos  callos  con  miel:  asa  los  calamares. 

CORO. 

¿Oís  cómo  levanta  la  voz? 

DICEÓPOLIS. 

Asad  las  anillas. 


(1)  Habia  en  Atenas  médicos  encargados  de  prestar 
gratuitamente  sus  servicios  á  los  pobres. 

(2)  Médico  de  Atenas. 


106 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANFS. 


LOS  ACARNIENSES. 


107 


\ 


li 


CORO. 

Nos  vas  á  matar  de  hambre;  y  á  tus  vecinos  con 
el  humo  y  las  voces. 

DICKÓPOLLS. 

Asad  esa  con  cuidado;  que  quede  doradita. 


UN  PARANINFO    (1). 

¡Diceópolis!  ¡Diceópolis! 

DICEÓPÜLIS. 

¿Quién  llama? 

EL  PARANINFO. 

Un  recien  casado  te  envia  esta  parte  de  su  con- 
vite de  boda. 

DICEÓPOLIS. 

Es  muy  amable,  sea  quien  quiera. 

EL  PARANINFO. 

Te  suplica  que  en  cambio  de  estas  viandas,  le 
eches  en  este  vaso  de  alabastro  una  copita  de  paz, 
para  que  pueda  eximirse  de  la  milicia  y  quedarse 
en  casa  disfrutando  de  los  placeres  del  amor. 

DICEÓPOLIS. 

Llévate,  llévate  tus  viandas,  y  nada  me  des,  pues 
no  le  cederla  una  g'ota  por  mil  dracmas. — ¿Pero 
quién  es  esa  mujer? 

EL  PARANINFO. 

Es  la  madrina  de  la  boda.  Quiere  hablarte  á  tí 
solo,  de  parte  de  la  novia. 


(1)    Dábase  este  nombre  ni  mozo  que  flcompanaba  al 
recien  casado  cuando  se  dingia  á  su  casa  con  su  esposa. 


V  \ 


DICEÓPOLIS. 

Vamos,  ¿qué  tienes  que  decirme?...  —  ¿Dioses  in- 
mortales! Qué  ridicula  es  la  pretensión  de  la  novia. . . 
Me  pide  que  hag*a  de  modo  que  permanezca  en  la 
casa  una  parte  del  cuerpo  de  su  esposo  (1).  Ea, 
veng-a  aquí  el  tratado;  á  ella  sola  le  daré  parte,  en 
consideración  á  que  siendo  mujer  no  debe  sufrir 
las  molestias  de  la  g-uerra.  Tá  fA  la  madrimj, 
buena  mujer,  acerca  el  frasco...  ¿Sabes  cómo  se  ha 
de  usar?  Dile  á  la  desposada  que  cuando  se  hagu 
la  leva  de  los  soldados,  unte  con  esto  esa  parte  del 
cuerpo  de  su  marido  que  desea  conservar.  Llévate 
el  tratado.  Traed  el  cacillo  para  que  llene  de  vino 
las  copas. 

CORO. 

Ahí  se  acerca  uno  con  el  entrecejo  fruncido, 
como  si  nos  fuera  á  anunciar  alguna  desgracia. 


MENSAJERO  L" 

¡Oh  trabajos  y  combates!  ¡Oh  Lámacos!  (2) 

LÁMACO. 

jj.Quién  mueve  tanto  estrépito  en  torno  de  esta 
casa  hermoseada  por  ornamentos  de  bronce?  (3). 

MENSAJERO  L° 

Los  Estrategas  ordenan  que,  reuniendo  á  toda 
prisa  tus  batallones  y  penachos,  partas  hoy  mismo, 
á  pesar  de  la  nieve,  á  custodiar  la  frontera.  Han 


(4)     Tó  Tcáoí. 

(2)    Juego  de  palabras  sobre  (i-á^^ai  y  AáuLa^^ot. 

(3J    Parodia  del  estilo  trágico. 


/ 


d08 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


sabido  que  los  bandidos  Beocios  pensaban  invadir 
nuestro  territorio,  en  ocasión  de  estarse  celebrando 
la  fiesta  de  las  copas  y  las  ollas  (1). 

LÁMACO. 

|0b  Estrategas,  cuantos  más  sois  peores!  ¿No  es 
terrible  el  no  poder  ni  siquiera  celebrar  esta 
fiesta? 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh  ejército  bélico -lamacaico!  (2). 

LÁMACO. 

¡Oh  desgracia!  ¿Ya  te  burlas  de  mí? 

DICEÓPOLIS. 

¿Quieres  luchar  con  este  Gerion  de  cuádruple 
penacho?  (3). 

LÁMACO. 

lAy!  ¡Ay!  iqué  noticia  tan  triste  me  ha  traído 
este  mensajero! 

DICEÓPOLIS. 

¡Oh!  íOh!  iqué  agradable  es  la  que  me  trae  este 
otro! 


¡Diceópolis! 
¿Qué  hay? 


MENSAJERO  2." 
DICEÓPOLIS. 


LOS   ACARNIENSES. 


109 


•,J 


(V 


MENSAJERO  2.® 

Corre  al  festín  y  lleva  una  cesta  y  una  copa, 
pues  te  invita  el  sacerdote  de  Baco  (1):  pero  apre- 
súrate: los  convidados  te  esperan.  Ya  está  todo 
preparado,  los  triclinios,  los  cojines,  los  tapetes,  las 
coronas,  los  perfumes  y  los  postres:  hay  allí  corte- 
sanas, y  galletas,  pasteles,  tortas  de  sésamo,  ros- 
quillas, y  hermosas  bailarinas,  delicias  de  Harmo- 
dio  (2);  pero  corre,  corre  cuanto  puedas. 

LÁMACO. 

¡Infeliz  de  mí! 

DICEÓPOLIS. 

i  Infeliz  tú,  cuando  te  pavoneas  con  la  gran  Gor- 
gona  de  tu  escudo!  Cerrad  la  puerta  y  preparad  la 
comida. 

LÁMACO. 

¡Esclavo!  ¡esclavo!  Tráeme  la  maleta. 

DICEÓPOLIS. 

¡Esclavo!  ¡esclavo!  Tráeme  la  cesta. 

LÁMACO. 

Trae  sal  mezclada  con  tomillo,  y  cebollas. 

DICEÓPOLIS. 

Y  á  mí  peces;  me  cansan  las  cebollas. 

LÁMACO. 

Tráeme  aquel  rancio  guiso  envuelto  en  su  hoja 
de  higuera. 


(i)  El  tercer  dia  de  las  Anlesterias  se  llamaba  la  tiesta 
de  las  ollas. 

(2)  Expresión  burlesca. 

(3)  El  Escoliasta  supone  que  el  nombre  de  Gerion  se  lo 
da  burlescamente  Diceópolis  á  un  insecto  de  cuatro  alas 
que  revolotea  sobre  la  cabeza  de  Lámaco. 


\(\ 


(1)  Que  solia  dar  un  gran  festín  para  celebrar  la  fiesta 
del  dios. 

(2)  Es  decir  del  banquete. 


110 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFAWES. 


LOS  AGaRNIEMSES. 


111 


DICEÓPOLIS. 

Y  á  mí  aquel  reden  hecho  [1):  ya  lo  coceré  yo. 

LÁMACO. 

Tráeme  las  plumas  de  mi  casco. 

DICEÓPOLIS.  \ 

Tráeme  pichones  y  tordos.  ; 

LÁMACO.  ' 

¡Qué  hermosa  y  qué  blanca  es  esta  pluma  de 
avestruz! 

DICEÓPOLIS. 

¡Qué  hermosa  y  qué  dorada  está  la  carne  de  este 
pichón! 

LÁMACO. 

Amigo,  deja  de  burlarte  de  mi  armadura. 

DICEÓPOLIS. 

Amigo,  deja,  si  puedes,  de  mirar  mis  tordos. 

LÁMACO. 

Dame  la  caja  de  mi  triple  cimera. 

DICEÓPOLIS. 

Dame  ese  embutido  de  carne  de  liebre. 


(1)  Este  guiso  recibía  el  nombre  de  OptSv,  hoja  de  hi- 
guera. Los  había  de  muchas  clases;  vayan  por  muestra  dos 
recetas  para  confeccionar  este  sabroso  plito.  Se  mezclaba 
manteca  de  cerdo  derretida  con  leche,  hasta  formar  una 
masa  esp-isa;  añadíase  queso  fn  seo,  yemas  de  huevus,  y 
sesos;  envolvíase  la  pasta  en  una  hoja  de  higuera,  y  se  po- 
nía á  cocer  en  un  caldo  de  aves  ó  de  cabrito.  Después  se 
retiraba  del  fuego,  se  separaba  la  hoja  y  se  sumergía  en 
una  cazuela  llena  de  miel  hirviendo.  El  manjar  se  servia 
después  de  cuajada  la  tnezcla.  Ütra  menos  complicada:  se 
mezclaban  un  trozo  de  tocino,  harina  de  trigo  común,  le- 
che, y  una  yema  de  huevo,  y  se  envolvía  la  pasta  en  hojas 
de  higuera. 


\ 


L  AMAGO. 

¡Cómo  han  devorado  las  polillas  mis  penachos! 

DICEÓPOLIS. 

¡Cómo  voy  á  devorar  embutidos  de  liebre  antes 
del  banquete! 

LÁMACO . 

Amigo,  ¿no  puedes  dejar  de  hablarme? 

DICEÓPOLIS. 

No  te  hablo;  disputo  hace  tiempo  con  mi  escla- 
vo. —  ¿Quieres  apostar  (Lámaco  decidirá  la  cues- 
tión) si  son  más  sabrosos  los  tordos  que  las  lan- 
gostas? 

LÁMACO. 

Estás  muy  insolente. 

DICEÓPOLIS. 

Dice  que  son  más  sabrosas  las  langostas. 

LÁMACO. 

Esclavo,  esclavo,  saca  la  lanza  y  tráemela. 

DICEÓPOLIS. 

Esclavo,  esclavo,  saca  aquella  morcilla  del  fuego 
y  tráemela. 

LÁxVIACO. 

Ea,  sujeta  bien  la  lanza  mientras  yo  tiro  de  la 
vaina. 

DICEÓPOLIS. 

Ten  tú  también  firme  y  no  lo  sueltes  (1). 

LÁMACO. 

Saca  las  abrazaderas  de  mi  escudo. 


(1)    Se  supone  que  para  sacar  las  carnes  del  asador 


142 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


) 


lito 


DICEÓ  POLIS. 

Saca  del  horno  los  panes,  abrazaderas  de  mi  es- 
tómag-o. 

LÁMACO. 

Tráeme  el  disco  del  escudo  que  tiene  unaGorg-ona. 

DICRÓPOLIS. 

Tráeme  el  disco  de  aquel  pastel  que  tiene  un 
queso. 

LÁMACO. 

¿No  es  éste  un  burlón  sin  gracia? 

DICRÓPOLIS. 

¿No  es  éste  un  pastel  delicioso? 

LÁMACO. 

Echa  aceite  en  el  escudo.  Veo  en  él  la  imagen 
de  un  viejo  que  será  acusado  de  cobardía  (1). 

DICRÓPOLIS. 

Echa  miel  al  pastel.  Veo  en  él  la  imagen  de  un 
viejo  que  hace  rabiar  al  peuachudo  Lámaco. 

LÁMACO. 

Esclavo,  tráeme  la  coraza  de  batalla. 

DICRÓPOLIS. 

Esclavo,  tráeme  mi  coraza,  es  decir,  mi  copa. 

LÁMACO. 

Con  esto  defenderé  mi  pecho  contra  los  enemigos. 

DICRÓPOLIS. 

Con  esto  defenderé  mi  pecho  contra  los  bebedo- 
res (2). 


(1)  Era  una  de  las  acusaciones  públicas,  lo  mismo  que 
la  deserción. 

(2)  El  verbo  O'opViaírü)  significa:  ponerse  una  coraza^  y 

embriagarse. 


\ 


LOS  A  Carmen  SES. 


{  V. 


)  . 


N: 


H3 


LAMACO. 

Sujeta  esas  correas  á  mi  escudo. 

DICRÓPOLIS. 

Sujeta  los  platos  á  la  cesta. 

LÁMACO. 

Cog-eré  esta  maleta  y  la  llevaré  yo  mismo. 

DICRÓPOLIS. 

Yo  cogeré  este  vestido  y  me  marcharé. 

LÁMACO. 

Toma  el  escudo  y  anda.-jOh  Júpiter!  ¡Está  ne- 
vando] Tengo  que  hacer  una  campaña  de  invierno. 

DICRÓPOLIS. 

Recoo-e  las  viandas.  Tengo  que  cenar.    fSalen 
ambos.  ¡ 

CORO. 

Id  alegremente  á  la  guerra.  ¡Qué  caminos  tan 
diversos  seguís.'  Aquel  beberá,  coronado  de  flores; 
til  harás  centinela  medio  helado;  aquél  dormirá  con 
una  hermosísima  joven...  Lo  digo  de  veras:  jojalá 
Júpiter  confunda  al  hijo  de  Psácas,  á  Antímaco, 
poetastro  infeliz,  que,  siendo  Corega  (1)  en  las  fies- 
tas Lencas,  me  mandó  á  mi  casa  sin  cenar!  ¡Ojalá 
le  vea  yo  alg-un  día  deseoso  de  comer  un  calamar, 
y  cuando  esté  ya  frito,  chirriando  en  la  sartén,' 
servido  en  la  mesa,  y  aderezado  con  sal,  en  el  mo- 

InilLtnc  íío?^?  ^^  n^  ^  ^"  ^^^^^  °^^^"^'*  PO^  su  cuenta 
mnn^n  i  1   teatpales.  Parece  que  Antímaco  trató  mezquina- 

rp^pn^hh-^'?,'-^^""^^'*^*^^  ^P^'^^^^i'  "n  decreto  en 
que  se  prohibía  á  los  poetas  cómicos  poner  en  escena  con 

su  propio  nombre  á  los  ciudadanos  atenienses;  por  lo  cual 

cirln«T!'a^i"'i-'-??."'"^''''  comedias,  y  quedaron  redu- 
cíílos  a  la  mendicidad  gran  parte  de  los  constas. 

8 


142 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LOS   ACaRNIENSES. 


DICEO  POLIS. 

Saca  del  homo  los  panes,  abrazaderas  de  mi  es« 
tómag-o. 

LÁMACO. 

Tráeme  el  disco  del  escudo  que  tiene  unaGorg-ona. 

DICEÓPOLIS. 

Tráeme  el  disco  de  aquel  pastel  que  tiene  un 
queso. 

LÁMACO. 

¿No  es  éste  un  burlón  sin  gracia? 

DICEÓPOLIS. 

¿No  es  éste  un  pastel  delicioso? 

LÁMACO. 

Echa  aceite  en  el  escudo.  Veo  en  él  la  imagen 
de  un  viejo  que  será  acusado  de  cobardía  (1). 

DICEÓPOLIS. 

Echa  miel  al  pastel.  Veo  en  él  la  imág-en  de  un 
viejo  que  hace  rabiar  al  penachudo  Lámaco. 

LÁMACO. 

Esclavo,  tráeme  la  coraza  de  batalla. 

DICEÓPOLIS. 

Esclavo,  tráeme  mi  coraza,  es  decir,  mi  copa. 

LÁMACO. 

Con  esto  defenderé  mi  pecho  contra  los  enemigos. 

DICEÓPOLIS. 

Con  esto  defenderé  mi  pecho  contra  los  bebedo- 
res (2). 


113 


(1)  Era  una  de  las  acusaciones  públicas,  lo  mismo  que 
la  deserción. 

(2)  El  verbo  O'^pi^acrü)  significa:  'ponerse  una,  coraza^  y 
embriagarse. 


<s 


! 


'        i  i 


LÁMACO. 

Sujeta  esas  correas  á  mi  escudo. 

DICEÓPOLIS. 

Sujeta  los  platos  á  la  cesta. 

LÁMACO. 

Cog-eré  esta  maleta  y  la  llevaré  yo  mismo. 

DICEÓPOLIS. 

Yo  cogeré  este  vestido  y  me  marcharé. 

LÁMACO. 

Toma  el  escudo  y  anda.— ¡Oh  Júpiter!  ¡Está  ne- 
vando! Tengo  que  hacer  una  campaña  de  invierno. 

DICEÓPOLIS. 

Recoge  las  viandas.  Tengo  que  cenar.    CSale/i 
a/nbos.J 

CORO. 

Id  alegremente  á  la  guerra.  jQué  caminos  tan 
diversos  seguís!  Aquel  beberá,  coronado  de  flores; 
til  harás  centinela  medio  helado;  aquél  dormirá  con 
una  hermosísima  joven...  Lo  digo  de  veras:  jojalá 
Júpiter  confunda  al  hijo  de  Psácas,  á  Antímaco, 
poetastro  infeliz,  que,  siendo  Corega  (1)  en  las  fies- 
tas Lencas,  me  mandó  á  mi  casa  sin  cenar!  [Ojalá 
le  vea  yo  algún  día  deseoso  de  comer  un  calamar, 
y  cuando  esté  ya  frito,  chirriando  en  la  sartén, 
servido  en  la  mesa,  y  aderezado  con  sal,  en  el  mo- 

(1)  El  Corega  tenía  á  su  cargo  ordenar  por  su  cuenta 
los  gastos  teatrales.  Parece  que  Antímaco  trató  mezquina- 
mente á  los  artistas.  Además  hizo  aprobar  un  decreto  en 
que  se  prohibia  á  los  poetas  cómicos  poner  en  escena  con 
su  propio  nombre  á  los  ciudadanos  atenienses;  por  lo  cual 
nubieron  de  retirarse  muchas  comedias,  y  quedaron  redu- 
cidos á  la  mendicidad  gran  parte  de  los  coristas. 

8 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


i44 ^ 

mentó  de  Uevarlo  á  la  boca,  un  perro  se  lo  arrebate 

y  escape  con  él! 

Además  de  ese  mal,  le  deseo  otra  aventura  noc- 
turna. ¡Ojalá  al  volver  febril  á  su  casa,  después  de 
la  equitación,  se  tropiece  con  Oréstes  (1)  borracho, 
y  éste  enfurecido  le  rompa  la  cabeza;  y  que  pen- 
sando tirarle  una  piedra,  coja  en  la  oscuridad  un 
excremento  reciente,  y  al  lanzarlo  conímpetu  como 
si  fuera  un  g-uijarro,  yerre  el  golpe  y  le  pe^e  á 
Cratino!  (2). 

UN  CRIADO  DE  LÁMACO. 

¡Esclavos  de  Lámaco,  pronto,  pronto,  calentad 
a^a  en  un  pucherillo!  Preparad  trapos,  ungüento, 
lana  virgen  y  vendas,  para  atarle  el  tobillo.  Al  sal- 
tar una  zanja  se  ha  herido  con  una  estaca,  se  ha 
dislocado  un  pié  y  se  ha  roto  la  cabeza  contra  una 
peña;  la  Gorgona  saltó  del  escudo,  y  al  ver  el  héroe 
su  formidable  penacho  caido  entre  las  piedras, 
entonó  estos  versos  terribles: 

Por  la  postrera  vez,  astro  brillante, 
Te  ven  mis  ojos;  desfallezco  y  muero  (3) 

Dicho  esto,  cae  en  una  zanja,  levántase,  se  arroja 
sobre  los  fugitivos,  persigue  á  los  bandoleros,  los 
hostiliza  con  su  lanza.  Pero  helo  aquí;  abrid  pronto 
la  puerta. 

(4)    Ladrón  de  vestidos.  o*o  ««n  a1 

(2)  Este  Cratino  es  el  mismo  del  verso  849,  y  no  el 

poeta  cómico.  . 

(3)  Parodia  de  algún  poeta  trágico. 


LOS   ACARNIEWSES. 


115 


LÁMACO. 

íAy,  ay,  ayl  ¡qué  agudos  doloresl  ¡qué  frió!  /Yo 
muero,  triste  de  mí,  herido  por  una  lanza  enemiga! 
Pero  aun  será  mas  terrible  mi  desgracia  si  Diceó- 
polis  viéndome  en  este  estado,  se  burla  de  mi  in- 
fortunio. 

DiCEÓPOLis  fmi  dos  cortesanas  del  brazo), 
lAy!  ¡ay!  ¡ay!  ¡Vuestro  turgente  seno  tiene  la 
dureza  del  membrillo!  Dadme  un  beso,  tesoro  mió, 
un  beso  dulce  y  voluptuoso.  Pues  yo  he  sido  el  que 
he  bebido  la  primera  copa. 

LÁMACO. 

¡Oh  suerte  funesta!  ¡Oh  dolorosísimas  heridas! 

DICEÓPOLIS. 

¡Ah!  ¡ah!  salud,  caballero  Lámaco. 

LÁMACO . 

¡Infeliz  de  mí! 

DICEÓPOLIS. 

¡Qué  desdichado  soy! 

LÁMACO. 

¿Por  qué  me  besas? 

DICEÓPOLIS. 

¿Por  qué  me  muerdes? 

LÁMACO. 

¡Infortunado!  ¡Qué  duro  escote  he  pagado  en  el 
combate! 

DICEÓPOLIS. 

¿Pues  qué  se  paga  escote  en  la  fiesta  de  las 
copas?  (1) 

(1)    Los  invitados  á  las  fiestas  solemnes  no  pagaban 
escote. 


116 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LÁMACO. 

¡Oh  Pean!  ¡Pean!  (1) 

DICEÜPÜLIS. 

Hoy  no  3e  celebran  las  fiestas  de  Pean. 

LÁM\CO. 

Levantadme,  levantadme  esta  pierna.  ¡ Ay,  ami- 
gos mios,  sostenedme! 

DICKüPüLIS. 

Vosotras,  amigas  mias,  sostenedme  también  (2). 

LÁMACü. 

La  herida  de  la  cabeza  me  da  vértigos  y  me 
tnrba  la  vista. 

DICHÓPOLIS. 

Yo  qmero  acostarme;  no  puedo  más:  necesito 
descanso  (3). 

LxVMACO. 

Llevadme  á  casa  -le  Pítalo,  cuyas  manos  son 
émulas  de  las  de  Peón  ¡4). 

DICEÓPOLIS. 

Llevadme  ante  los  jueces.  ^.Dónde  está  el  Rey'^ 
Dadme  el  odre  señalado  como  premio. 

LÁMACO. 

Una  lanza  terrible  se  lia  clavado  en  mis  huesos. 

DICEÓPOLIS. 

Mirad  esta  copa  vacía.  ¡Victoria!  iVictoria! 


(!)    Sobrenombre  ae  Apolo,  honrado  como  dios  d-    la 

"^V^^'^^Meiim penem  amhce  médium prehendÜt^^ 

3      Tentigine  rmíipor,  et  in  tenebns  futiiere  gestto. 
(4)    Dios  de  la  medicina. 


LOS  ACARNIENSES. 


117 


CORO. 

¡Victoriai  Anciano,  pues  así  lo  deseas,  clamemos 
ivictorial 

DICEÓPOLIS. 

He  llenado  mi  copa  de  vino  y  la  he  apurado  sin 
respirar. 

CORO. 

iVictoria!  recoge  tu  odre,  ilustre  vencedor. 

DICEÓPOLIS. 

Seguidme  cantando:  ¡Victoria!  ¡Victoria! 

CORO. 

Te  seguiremos  cantando  ¡victoria!  ¡victoria!  á  tí 
y  á  tu  odre. 


PIN  DE  LOS  ACAH>ÍIENSBS. 


LOS  CABALLEROS, 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Al  establecer  Solón  el  principio  de  la  soberanía 
nacional,  dando  al  pueblo  reunido  en  asamblea 
amplias  facultades  leg-isladoras  y  administrativas, 
no  dejó  de  comprender  el  grave  peligro  que  la  nave 
del  Estado  correrla  si  de  su  dirección  se  encarg-aba 
una  multitud  ligera,  frivola,  olvidadiza,  fácilmente 
impresionable,  apasionada  en  sus  decisiones,  ig'no- 
rante  y  perpetuamente  inexperta  como  la  ate- 
niense. Entre  los  infinitos  escollos  que  el  sabio  le- 
g-islador  debió  prever,  presentábasele  indudable- 
mente como  uno  de  los  más  formidables  el  de  los 
nombramientos  para  las  altas  mag-istraturas  encar- 
g-adas  de  importantísimas  funciones.  Pues  si  pri- 
vaba á  la  asamblea  del  derecho  electoral,  exponíase 
á  hacer  ilusorios  todos  los  otros,  dejándola  á  mer- 
ced de  sus  enemigaos  declarados;  y  si  no  limitaba 
de  alg-un  modo  el  ejercicio  de  esta  prerog-ativa, 
¿cómo  impedir  que,  captándose  el  aura  popular 
mediante  halageos  y  promesas,  escalasen  los  más 


íff 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


altos  puestos  hombres  sin  ilustración  ni  patrio- 
tismo, ávidos,  rapaces  y  predispuestos  al  soborno 
y  la  venalidad?  Sabido  es  que  Solón  resolvió  el  con- 
flicto dejando  á  la  asamblea  general  la  facultad  de 
nombrar  los  magistrados  y  de  exigirles  cuenta  de 
su  administración,  mas  prescribiendo  que  la  desig- 
nación para  altos  cargos  únicamente  pudiera  re- 
caer sobre  los  ricos.  Al  efecto,  adoptando  como 
base  la  riqueza  y  prescindiendo  de  la  aristocracia 
de  la  sangre,  dividió  á  los  Atenienses  en  cuatro 
clases,  á  saber:  Pentacosiomedimms^  que  tenian 
una  renta  anual  de  500  medimnas;  Caballeros,  cuya 
cosecha  era  de  300  á  500;  ZeugUas,  que  recogían 
de  200  á  300;  y  Tetas  {^fi'^^<i),  todos  los  demás.  Es- 
tos últimos,  con  arreglo  á  la  constitución  de  Solón, 
no  tenian  más  derechos  políticos  que  el  de  emitir 
su  voto  en  la  Asamblea  y  formar  parte  de  los  tribu- 
nales de  justicia,  mientras  las  tres  clases  primeras 
constituían,  por  decirlo  así,  el  cuerpo  de  electores- 
elegibles. 

Pero  las  guerras  módicas  antes,  y  la  del  Pelopo- 
neso  después,  dieron  al  traste  con  tan  sabias  pre- 
cauciones, siendo  causa  del  desastroso  estado  en 
que  la  administración  de  Atenas  se  encontraba 
cuando  Aristófanes  escribió  Los  Caballeros.  Arísti- 
des  fué  quien  dio  el  primer  paso  en  tan  funesto 
camino,  haciendo  aprobar  después  de  la  batalla  de 
Platea  un  decreto  por  el  cual  los  ciudadanos  de  la 
última  clase  podían  aspirar,  en  concurrencia  con 
los  de  las  otras,  á  las  altas  magistraturas:  agravóse 
más  tarde  el  mal  cuando  el  gobierno  consignó  un 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


123 


salario  para  los  asistentes  á  las  públicas  delibera- 
ciones y  empezaron  á  hacerse  distribuciones  de 
trigo:  la  clase  pobre  rehuyó  entonces  el  trabajo;  el 
aliciente  del  trióbolo  la  arrastró  en  masa  al  Pnix; 
la  holgazanería  fomentó  su  humor  inquieto  y  no- 
velero; la  miseria  la  hizo  esclava  del  que  prometía 
más;  y  rechazando  el  blando  freno  de  la  ley  y  la 
prudencia  con  que  los  buenos  ciudadanos  intenta- 
ban sujetarla,  los  alejó  furiosa  del  gobierno,  y  se 
echó  ciegamente  en  brazos  de  los  ambiciosos  de- 
magogos. Figuraba  como  el  principal  de  éstos 
Gleon,  heredero  de  la  influencia  de  Feríeles  y  acér- 
rimo partidario  de  la  guerra:  Tucídides  nos  le 
pinta  audaz,  arrebatado  y  violento  (1),  idolatrado 
por  el  pueblo  ateniense,  cuyo  apoyo  se  procuraba 
medíante  larguezas  esquilmadoras  del  tesoro  y 
lisonjeros  discursos  en  que  trataba  de  inspirarle  un 
soberano  desprecio  á  las  fuerzas  de  Lacedemo- 
nía  (2).  Cuéntase  que,  deseando  dar  uno  de  esos 
golpes  de  efecto  que  seducen  á  la  muchedumbre, 
reunió  un  día  á  todos  sus  amigos  y  les  manifestó 
que,  hallándose  á  punto  de  administrar  la  repú- 
blica, veíase  obligado  á  renunciar  á  todo  género 
de  afecciones  para  ajustar  sus  actos  sólo  al  más 
puro  criterio  de  justicia.  Les  hechos  desmintieron 
bien  pronto  estas  palabras;  pero  la  multitud,  obsti- 
nada y  ciega,  continuó  favoreciéndole  hasta  el 
punto  de  tolerar  sus  burlas  é  insolencias,  y  aun  de 


(4)    Eist.,  III,  36. 
(2)    /á.,IV,  28. 


1^4 


NOTiaA  PRELIMLNAR. 


aplaudirlas,  como  las  de  un  niño  mimado  (1).  Sin 
embarco,  como  el  pueblo  ateniense  era  voluble  y 
tornadizo  si  los  hubo,  empezaba  ya  á  eclipsarse  y 
palidecer  la  estrella  de  Cleon,  cuando  un  aconteci- 
miento singular,  reciente  al  ponerse  en  escena  Zo5 
Caballeros,  vino  á  prestarle  nuevos  y  más  vivos 
resplandores.  Refiriéndose  constantemente  la  co- 
media de  Aristófanes  á  este  suceso,  preciso  es  que 
sobre  el  mismo  dig-amos  algo. 

Corria  el  año  sétimo  de  la  guerra  del  Peloponeso 
(425  antes  de  J.  C).  Demóstenes,  general  atenien- 
se, en  una  expedición  á  la  Laconia,  ocupó  á  Pilos, 
pequeña  ciudad  marítima,  situada  en  la  antigua 
Mesenia,  á  400  estadios  de  Esparta,  y  la  hizo  amu- 
rallar en  la  espectativa  de  un  ataque  de  los  Lace- 
demonios.  Dieron  éstos  al  principio  muy  poca  im- 
portancia á  la  dicha  ocupación,  considerando  cosa 
fácil  el  recobrar  una  plaza  fortificada  á  la  ligera, 
defendida  sólo  por  un  puñado  de  hombres  y  mal 
aprovisionada  por  añadidura.  En  esta  confianza 
marcharon  contra  Pilos;  pero  no  creyendo  inútiles 
ciertas  precauciones,  situaron  sus  hoplitas  en  la 
isla  Esfacteria,  que  extendiéndose  delante  de  aquel 
puerto  sólo  permite  llegar  á  él  por  dos  estrechos 

(1)  Plutarco,  en  la  Vida  de  Nietas,  refiere  que  en  una 
ocasión,  esperando  la  Asamblea  á  Cleon  con  impaciencia 
para  tratar  de  un  asunto  interesante,  el  insolente  dema- 
gogo presentóse  al  fin,  suplicando  á  ios  concurrentes  que 
dejasen  la  discusión  para  otro  dia,  porque  teniendo  convi- 
dados á  unos  extranjeros,  no  tenía  entonces  tiempo  para 
dedicarse  á  los  negocios  del  Estado.  El  pueblo  se  levanto, 
aplaudió  á  Cleon  y  continuó  favoreciéndole. 


NOTICIA    PRELIMIIVAR. 


125 


pasos,  cuya  angostura  dificulta  sobremanera  toda 
maniobra  naval.  Pensaban,  pues,  sin  combate  ma- 
rítimo y  sin  grave  riesgo,  apoderarse  de  una  plaza 
casi  desguarnecida.  Sin  embargo ,  de  tal  modo  se 
arreglaron  las  cosas  que,  contra  lo  que  esperaban, 
fueron  vencidos  los  Lacedemonios  en  un  combate, 
y  viéronse  obligados  á  abandonar  en  Esfacteria 
420  soldados  de  las  más  distinguidas  familias  es- 
partanas. Con  objeto  de  librarlos,  enviaron  á  los 
Atenienses  una  embajada;  pero  Cleon,  cuyo  ascen- 
diente sobre  el  pueblo  no  tenía  entonces  límites, 
imposibilitó  todas  las  negociaciones  con  exigen- 
cias irritantes,  y  la  guerra  continuó  alrededor  de 
Pilos  con  más  encarnizamiento  que  nunca. 

Prolongábase  el  bloqueo  indefinidamente;  los 
Atenienses  carecían  de  víveres  y  sufrían  toda  clase 
de  privaciones,  mientras  los  Lacedemonios  conse- 
guían, aunque  á  duras  penas ,  introducir  vituallas 
en  la  isla.  El  pueblo  de  Atenas  irritóse  con  estas 
dilaciones  y  empezó  á  murmurar  de  Cleon  á  quien 
cabia  grave  responsabilidad  en  el  asunto.  El  audaz 
demagogo  culpó  de  lo  que  ocurría  á  la  ineptitud  y 
morosidad  de  los  generales  Nícias  y  Demóstenes, 
dejándose  decir  públicamente  que  si  se  le  confiaba 
el  mando  del  ejército,  se  apoderaría  de  Esfacte- 
ria en  menos  de  veinte  días.  Cogióle  la  palabra 
Nielas  y  le  puso  en  grave  aprieto  dimitiendo  su 
cargo:  el  pueblo,  viendo  defenderse  á  Cleon  con 
evasivas,  le  obligó  á  partir  por  uno  de  esos  movi- 
mientos familiares  á  la  multitud  ateniense. 

Demóstenes  en  tanto  había  puesto  fuego  á  un 


426 


NOTIOA   PRELIMINAR. 


montecillo  de  la  isla,  desde  el  cual  su  grente  era 
muy  hostilizada.  Quemado  el  monte  era  fácil  apo- 
derarse de  Esfacteria  sin  necesidad  de  refuerzos. 
Lleg-ó  á  poco  Cleon,  y  acompañado  de  Demóstenes 
oblig-ó  á  rendirse  á  la  guarnición  lacedemonia,  y 
volvió  triunfante  á  Atenas  con  los  trescientos  pri- 
sioneros hechos  en  la  isla,  atribuyéndose  toda  la 
gloria  de  aquella  hazaña.  No  es  decible  cuánto  au- 
mentó su  crédito  con  esto;  las  turbas  Herrón  á 
adorar  en  él,  con  lo  cual  el  insolente  demag-og-o 
dio  rienda  suelta  á  su  audacia  y  vejó  más  que 
nunca  á  todos  sus  enemig-os  (1). 

A  raíz  de  estos  sucesos  compuso  Aristófanes  su 
comedia  intitulada  Los  Caballeros  ('Iitirti?)  que  es 
una  violentísima  sátira  contra  Cleon  y  sus  se- 
cuaces. El  poeta  le  azota  sin  piedad;  saca  á  pú- 
blico espectáculo  sus  violencias  y  sus  crímenes; 
acumula  sobre  su  cabeza  cuantas  acusaciones  pue- 
den hacer  á  un  hombre  odioso  y  despreciable,  y  se 
ensaña  con  una  virulencia  de  que  no  hay  otro 
ejemplo  en  los  anales  literarios.  Como  si  no  le  bas- 
tase haber  apurado  todo  el  diccionario  de  los  ultra- 
jes y  dicterios,  lleg-a  hasta  inventar  palabras  nue- 
vas para  denig-rarlo :  Cleon  en  Los  Caballeros  es 
insolente,  adulador,  sicofanta,  concusionario,  ve- 
nal, impudente,  cobarde,  calumniador,  canalla, 
bribón,  infame,  recaudador  sin  conciencia,  mina 
de  latrocinios  y  abismo  de  perversidad:  las  prendas 
corporales  marchan  en  armonía  con  las  del  espí- 

(1)      TüCÍDIDES,  JV,  3,  4i. 


NOTICIA   PRELIMINAR. 


\Tl 


ritu;  su  continente  es  tosco  y  soez ,  su  voz  atrona- 
dora y  desentonada,  su  faz  ceñuda,  sus  ojos  aviesos 
y  feroces,  y  todo  su  cuerpo,  en  fin ,  sucio  y  pesti- 
lente. Para  apreciar  en  su  justo  valor  la  verdad  de 
todo  este  neg'rísimo  retrato,  téngase  en  cuenta 
que  en  Aristófanes  hablaban  á  un  tiempo  el  odio 
de  partido  y  los  resentimientos  personales.  Tucí- 
dides,  no  obstante  estar  afiliado  también  á  la  aris- 
tocracia, trata  á  Cleon  con  mucho  menos  encono; 
pero  ya  vimos  en  Los  Acarmemes  que  luég-o  de 
representados  Los  B^hilomos^  Cleon  habia  acusado 
á  Aristófanes  en  la  persona  de  CaUstrato  de  haber 
entreg'ado  el  pueblo  al  ludibrio  de  los  extranjeros 
y  luego  habia  tratado  de  disputarle  su  condición 
de  ciudadano. 

El  poeta  después  de  estos  ataques  creyóse  auto- 
rizado á  todo,  y  desafiando,  como  nos  dice  el  mismo, 
el  huracán  y  las  tetripestades  (1),  lanzó  contra  el 
hombre  más  poderoso  de  su  tiempo  los  dardos 
de  su  burla  inexting-uible.  Pero  en  medio  de  las 
personalidades  que  afean  Los  Caballeros^  no  puede 
menos  de  aplaudirse  el  ardiente  patriotismo  de 
Aristófanes ,  que  con  valor  rayano  en  temerario  le 
anima  á  decir  á  sus  conciudadanos  las  más  amar- 
gas verdades:  en  esta  comedia  ataca,  en  efecto,  vi- 
gorosamente todos  los  vicios  que  iban  minando  la 
constitución  de  Atenas  y  acelerando  el  dia  de  su  per- 
dición cuales  eran:  la  debilidad  del  Senado,  la  im- 
pudencia de  los  oradores,  la  frivolidad  y  presunción 


(1)    Los  Cab.,  v.  511. 


128 


NOTICIA    PRELIMINAR 


del  pueblo,  las  concusiones  de  los  funcionarios  pú- 
blicos, las  calumnias  de  los  sicofantas,  el  desorden 
de  la  administración,  la  manía  de  los  procesos,  la 
creciente  inmoralidad  de  las  costumbres  y  la  fu- 
nesta oposición  á  la  paz. 

El  pueblo  ateniense  está  en  Los  CaUlleros  per- 
sonificado en  AfiJioí  viejo  chocho  y  ^uñon,  de 
áspero  é  irascible  carácter.  Dos  de  sus  esclavos, 
Nícias  y  Demóstenes,  los  generales  de  que  acaba- 
mos de  hablar,  se  quejan  amargamente  de  que  uno 
de  sus  camaradas,  como  perro  zalamero,  á  fuerza  de 
adulaciones  y  servilismo  ha  logrado  sorber  el  sexo 
al  buen  anciano,  y  gobernar  á  su  antojo  toda  la 
casa.  Este  tal  es  Cleon,  al  cual  nunca  llaman  por  su 
propio  nombre,  sino  con  los  apodos  de  Paflagonio 
ó  curtidor.  Buscando  un  modo  de  librarse  de  tan 
odiosa  tiranía,  consiguen  apoderarse  de  un  oráculo, 
en  el  cual  se  predice  que  debe  ser  suplantado  por 
un  choricero.  Apenas  han  concluido  de  enterarse 
de  la  preciosa  profecía,  aparece  uno  de  aquel  oficio 
en  la  plaza  pública :  Nielas  y  Demóstenes  se  apre- 
suran á  anunciarle  su  futura  gloria,  y  logran  ven- 
cer sus  escrúpulos  y  resistencia.  «¿Pero  cómo  yo. 
simple  choricero,  les  dice,  puedo  llegar  á  ser  un 
gran  personaje V— Por  eso  mismo,  porque  eres  un 
canalla,  audaz  y  salido  de  la  hez  del  pueblo.— Si 
no  he  recibido  la  menor  instrucción;  si  sólo  sé  leer, 
y  eso  mal...»  alega  batiéndose  ya  en  retirada.  A  lo 
lo  cual  replican:  «Precisamente  lo  único  que  te 
perjudica  es  saber  leer,  aunque  mal,  porque  has 
de  tener  presente  que  el  gobierno  popular  no  per- 


NOTICIA    PRELIMINAR. 


429 


tenece  á  los  hombres  ilustrados  y  de  intachable 
conducta,  sino  á  los  ignorantes  y  perdidos.»  Con 
tan  sangrienta  ironía  ataca  Aristófanes  á  la  de- 
mocracia. 

Cleon  aparece  entonces  vomitando  calumnias,  y 
á  su  vista  el  Choricero  huye  despavorido:  el  coro, 
formado  de  Caballeros,  acude  á  socorrerle,  y  lanza 
una  granizada  de  denuestos  sobre  el  Paflagonio;  el 
choricero  se  anima  poco  á  poco;  entáblase  entre 
ambos  contendientes  un  certamen  sobre  cuál  es 
más  bribón,  des  vergonzado  y  canalla,  y  el  Choricero 
vence.  Cleon  acude  al  Senado  y  al  Pueblo,  y  su  ri- 
val consigue  nuevos  triunfos ,  hasta  que  al  fin  se 
presenta  con  el  anciano  Demo,  completamente  re- 
mozado y  embellecido,  y  con  firmes  propósitos  de 
enmendarse.  Para  probar  su  arrepentimiento  el 
Pueblo  arroja  al  Paflagonio  de  su  presencia ,  y  ce- 
lebra las  dulzuras  de  la  paz. 

Respecto  á  la  dificultad  de  apreciar  el  mérito  li- 
terario de  Los  Caballeros,  dice  el  Sr.  Camus:  «Dos 
circunstancias  de  gran  bulto  hacen  que  no  poda- 
mos recrearnos  con  esta  pieza  tanto  como  se  re- 
crearon los  espectadores  atenienses:  es  la  primera 
el  ningún  interés  que  para  nosotros  tiene  el  perso- 
naje satirizado  por  el  poeta,  y  por  tanto,  no  tienen 
ya  el  efecto  cómico  que  hubieron  de  tener  entonces 
las  mordaces  alusiones  á  sus  rasgos  personales;  y 
la  segunda,  que  por  estar  erizado  su  estilo  de  enig- 
mas y  anécdotas  de  aquel  tiempo,  por  grande  que 
sea  nuestra  erudición,  por  grande  que  sea  nuestro 
conocimiento  de  las  cosas  de  aquella  época  por 

9 


í 


130 


NOTICIA   PRELIMINAR. 


NOTICIA  PREUMINAR. 


i3i 


siempre  memorable,  nunca  llegaremos  á  compren- 
derlas todas  lo  bastante  para  poder  disfrutar  de 
toda  la  gracia  que  contienen,  quedando  siempre 
algo  ininteligible  y  oscuro  (1).»  Mas  á  pesar  de 
todo,  se  nota  en  esta  comedia  que  el  vigor  del 
ataque,  la  seria  indignación  que  hervia  en  el  alma 
del  poeta,  y  tal  vez  el  convencimiento  de  los  pe- 
ligros á  que  le  dejaba  expuesto  su  filípica  teatral, 
hacen  sin  duda  que  en  ella  no  se  encuentren  con 
la  ordinaria  abundancia  la  inagotable  inventiva, 
la  vis  cómica,  las  sabrosas  sales,  las  ingeniosas 
alegorías,  las  chispeantes  burlas,  la  ática  ironía 
características  del  teatro  aristofánico.  La  realidad 
se  ve  demasiado  clara,  y  la  verdad  se  muestra 
demasiado  al  desnudo,  sin  que  el  velo  de  la  ficción, 
tan  necesario  en  todo  poema  dramático,  suavice  la 
dureza  de  sus  contornos  y  dulcifique  la  acritud  de 
su  colorido;  «sólo  al  fin,  dice  un  traductor  de  Aris- 
tófanes (2),  cuando  el  poeta  ha  desahogado  ya  su 
bilis  contra  Cleon  su  enemigo,  vuelve  á  aparecer  la 
inextinguible  vena  de  sus  chistes  en  la  lucha  de 
adulaciones  y  zalamerías  que  el  Choricero  y  el 
Curtidor  entablan  para  granjearse  el  afecto  del 
Pueblo.»  Es  también  de  admirar  en  Los  Caballeros 
la  pericia  de  consumado  general  con  que  Aristófe- 
nes  previene  los  peligros  y  consecuencias  de  su 


(1)  Estudios  de  lit.  griega,  publicados  en  la  Revista  de 
la  Universidad  de  il/a¿r¿á.— Segunda  época,  tomo  I,  pa- 
gina 645.  .       o_-j 

(2)  Poyard:  AristophaTie,  trad.  nomelU.  París,  loi», 

pág.  44. 


agresión,  ligando  á  su  propia  causa  la  de  los  acau- 
dalados propietarios,  de  entre  los  cuales  formó  el 
coro,  no  designando  nunca  por  su  nombre  á  Cleon, 
por  más  que  se  le  vea,  dice  Brumoy  (1),  detras  de 
una  alegoría  de  gasa;  y  por  último,  Msonjeando  los 
instintos  de  la  multitud,  abofeteada  en  la  persona 
de  Pueblo,  con  su  regeneración  y  embellecimiento 
final. 

El  hecho  de  no  haber  querido  ningún  actor  en- 
cargarse del  papel  de  Paflagonio  ni  haberse  encon- 
trado en  Atenas  artista  alguno  que  quisiera  hacer 
su  máscara,  demuestra  elocuentemente  la  necesi- 
dad de  estas  precauciones:  el  mismo  Aristófanes  con 
la  cara  embadurnada  tuvo  que  representar  al  pe- 
ligroso personaje. 

Los  Oaballeros  se  pusieron  en  escena  en  las  fies- 
tas Lemas,  á  raíz  de  los  acontecimientos  de  Pilos, 
el  425  antes  de  Jesucristo,  habiendo  obtenido  el 
primer  premio. 


(4)    Le  Thmredes  Orees.  París.  4749.  Tom.  VI,  p.  295. 


PERSONAJES. 


Demóstenes. 

NfCIAS. 

Un  Choricero  llamado  Aco- 

RÁCRITO. 


Gleor. 

Coro  de  Caballeros. 
Pueblo,  personificado  en  ua 
anciano. 


La  escena  pasa  delante  de  la  casa  del  anciano  Pueblo. 


LOS    CABALLEROS. 


DEMÓSTENES. 

íOh  qué  calamidad!  ¡Ojalá  confundan  los  dioses 
á  ese  recien  venido  Paflag'onio  (1)  y  á  sus  malditos 
consejos!  Desde  que,  en  mal  hora,  se  introdujo  en 
esta  casa  (2),  no  cesa  de  apalear  á  los  esclavos. 

NÍCIAS. 

íOjalá  perezca  desastradamente  con  sus  infames 
calumnias! 

DEMÓSTENES. 

¿Cómo  lo  pasas,  desdichado? 

NÍCIAS. 

Muy  mal,  lo  mismo  que  tú. 


(1)  Cleon.  Le  llama  PaJlagoniOf  no  por  que  fuese  de 
Paflagonia,  región  del  Asia  menor,  sino  para  indicar  su  pro- 
nunciación defectuosa  y  sus  desentonados  gritos.  Pues 
dicho  apodo  se  deriva  del  verbo  icacpXá^ca,  designativo  del 
rumor  que  produce  el  agua  al  hervir,  y  que  en  otra  acep- 
ción significa  también  tartajear  ó  tartamudear. 

(2)  Es  decir,  se  mezcló  en  la  administración  de  la  Re- 
pública. 


436 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


DEMOSTENES. 

Ven  acá:  mezclemos  nuestros  g-emidos,  imitando 
los  cantos  plañideros  de  Olimpo  (1). 

DEMOSTENES  Y  NÍCIAS. 

Mumu,  mumu,  mumu,  mumu,  mumu,  mumu. 

DEMOSTENES. 

ik  qué  lamentos  inútiles?  ¿No  convendría  más 
buscar  otro  medio  de  mejorar  nuestra  suerte,  y  de- 
jamos de  llantos? 

NÍCIAS. 

¿Cuál  podrá  ser  ese  medio?  Dímelo. 

DEMOSTENES. 

Dímelo  tú;  no  quiero  disputar  contigo. 

NÍCIAS. 

No,  ¡por  Apolo!  no  he  de  ser  yo  el  primero;  habla 
sin  temor;  después  hablaré  yo. 

DEMOSTENES. 

«¡Ojalá  me  dijeses  lo  que  debo  decir!»  (2) 

NÍCIAS. 

No  me  atrevo.  ¿Cómo  haré  para  decir  eso  discre- 
tamente, á  la  manera  de  Eurípides? 

DEMOSTENES. 

¡Aparta,  aparta,  no  me  llenes  de  verdolagas!  (3) 
Más  vale  que  inventes  un  canto  de  libertad  (4). 


(1)  Músico,  discípulo  de  Márpsias,  que  compuso  melo- 
días, con  acompañamiento  de  flauta,  que  expresaban  per- 
fectamente el  dolor. 

(1)    Verso  345  del  Hipólito  de  Eurípides. 

(3)  Alusión  al  oficio  de  la  madre  de  Eurípides.  El  verbo 
8(a9xav8cxíC(*>  es  invención  de  Aristófanes. 

(4)  Lit.:  un  canto  de  faga  de  la  casa  de  nuestro  amo. 


LOS  CABALLEROS. 


137 


NICIAS. 

Bi,  pues,  de  una  vez:  pasemos  (1). 

DEMOSTENES. 

Sea;  ya  ^go  pasemos. 

NÍCIAS. 

Añade  d  él  k  pasemos, 

DEMOSTENES. 

Á  él. 

NÍCIAS. 

Perfectamente.  Ahora,  como  si  te  arrascases,  di 
primero  despacito:  Pasemos,  y  repítelo  después, 
aprisa,  añadiendo  á  él. 

DEMOSTENES. 

Pasemos,  pasemos  á  él,  pasemos  á  él. 

NÍCIAS. 

¡Eh!  ¿No  es  delicioso? 

DEMOSTENES. 

Sin  duda;  pero  temo  que  este  oráculo  sea  funesto 
á  nuestra  piel. 

NÍCIAS. 

¿Por  qué  motivo? 

DEMOSTENES. 

Porque  arrascándose  suele  arañarse  la  piel  (2). 

(4)  La  palabra  griega  {jLÓXwfjiev  se  decia  con  particulari- 
dad de  los  esclavos  y  desertores.  Quiza  Aristófanes  supone 
en  Nícias  y  Demóstenes  intención  de  pasarse  al  enemigo. 

(2)  Sobre  la  mterpretacion  de  este  pasaje,  dice  discre- 
tamente el  Sr.  Camus: 

«Brunck  en  su  traducción  latina  (Argentorati,  apud  Socios 
Bibliop.  Bauer  et  Treuttel,  1781)  y  todos  los  que  le  siguen, 
como  Artaüd,  Poyard  y  otros  en  lenguas  vulgares,  creen 
üallar  aquí  una  obscenidad  repugnante;  pero  hartas  sucie- 
dades tiene  el  original  para  que  los  eruditos  se  tomen  el 


138 


COMEDUS  DE  ARISTÓFANES. 


NÍCIAS. 

En  el  actual  estado  de  las  cosas,  creo  que  lo  me- 
jor será  acercarnos  suplicantes  á  la  estatua  de  cual- 
quier dios. 

DEMÓSTENES. 

¿A  qué  estatua?  ¿Acaso  crees  que  hay  dioses? 

NÍCIAS. 

Yo  sí. 

DEMÓSTENES. 

¿En  qué  te  fundas? 

NÍCIAS. 

En  que  soy  aborrecido  por  ellos.  ¿No  tengo  razón? 

DEMÓSTENES. 

Me  has  convencido. 

NÍCIAS. 

Pero  hablemos  de  otra  cosa. 

DEMÓSTENES. 

¿Quieres  que  manifieste  todo  el  asunto  á  los  es- 
pectadores? 

NÍCUS. 

No  será  malo:  pero  antes  roznémosles  que  con 
la  expresión  de  su  fisonomía  muestren  si  les  son 
gratos  nuestros  argumentos  y  palabras  (1). 

trabajo  excusado  de  acrecentar  su  número,  á  todas  luces 
lamentable;  lo  que  no  es  necesario  á  fé  para  demostrar  la 
travesura  sin  íreno  del  ingenio  del  poeta.  El  verbo  óécpw  en 
8U  acepción  recta  si^'nifica  rascar,  y  también  amasar^  como 
se  prueba  en  la  Odyss.,  lib.  xii,  v.  48:  Kyjpóv  6E(pn»a< 
u,tkúU^,cera  malassaía  dulci (Estudios  de  literatura gríeaa. 
C(media,  publicados  en  la  Revista  de  la  Universidad  de 
Madrid.  Segunda  época.  Tom.  ii,  pág,  648).» 

(i)  Probablemente  el  público  manifestaria  su  aproba- 
ción por  medio  de  aplausos. 


LOS  CABALLEROS. 


43^ 


DEMÓSTENES. 

Principio  ya.  Tenemos  un  amo,  selvático,  voraz 
por  las  habas  (1),  irascible,  tardón  y  algo  sordo;  se 
llama  Pueblo  Pniciense.  El  mes  último  compró  un 
esclavo,  zurrador  pañagonio,  lo  más  intrigante  y 
calumniador  que  puede  imaginarse.  El  tal  Paflago- 
nio,  conociendo  el  carácter  del  viejo,  empezó,  como 
perro  zalamero,  á  hacerle  la  rosca,  á  adularle,  k 
acariciarle  y  á  sujetarle  con  sus  correillas  (2),  di- 
ciéndole:  «¡Dueño  mió!  vete  al  baño,  que  ya  es  bas- 
tante trabajo  el  sentenciar  un  pleito;  toma  un 
bocadillo,  echa  un  trago,  come,  cobra  los  tres  óbo- 
los (3).  ¿Quieres  que  te  sirva  la  comida?»  Y  arreba- 
tando después  lo  que  cada  uno  de  nosotros  habia 
dispuesto  para  sí,  se  lo  ofrecía  generosamente  al 
viejo.  Últimamente  le  habia  yo  preparado  en  Pi- 
los (4)  un  pastel  lacedemonio;  pues  bien,  no  sé  de 


(1)  Las  habas  se  empleaban  para  votar  en  las  asambleas; 
además,  ios  jueces,  para  no  dormirse  en  el  tribunal,  solian 
entretenerse  en  mascullarlas.  De  modo  que  el  epíteto  de 
Aristófanes  es  intencionadísimo,  pues  satiriza  á  un  tiempo 
las  dos  manías  capitales  de  los  Atenienses:  la  afición  á  la 
política  y  á  los  pleitos.  Por  esto  mismo  la  abstención  de 
comer  habas,  que  prescribía  Pitágoras  á  sus  discípulos, 
significaba  su  retraimiento  de  los  negocios. 

(2)  Cleon  era  hijo  de  un  curtidor  y  habia  ejercido  el 
oficio  de  su  padre. 

(3)  Salario  de  los  jueces.  Perícles  fué  quien  introdujo 
la  costumbre  de  pagar  un  óbolo  á  los  ciudadanos  que  con- 
currían á  la  asamblea  ó  formaban  parte  de  los  tribunales. 
Cleon,  para  hacerse  popular,  elevó  su  sueldo  á  tres. 

(4)  Alusión  á  la  victoria  de  Pilos,  que  se  atribuyó  á 
Cleon,  aunque  Demóstenes  lo  hizo  todo.  (Véase  la  Noticia 
preliminar  y  Tugídides,  lib.  iv,  páginas  28  y  siguientes). 


440 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


qué  manera  se  las  arregló  ese  bribón;  pero  el  caso 
es  que  me  lo  escamoteó  y  se  lo  ofreció  al  amo  como 
cosa  suya.  Nos  aparta  cuidadosamente  del  anciano 
Pueblo  y  no  nos  permite  servirle.  Armado  de  su 
mosquero  de  correas  (1),  se  coloca  junto  á  su  señor 
cuando  cena,  y  espanta  á  los  oradores  y  pronuncia 
oráculos,  y  le  ha  llenado  al  viejo  la  cabeza  de  pro- 
fecías. Cuando  le  ve  ya  chocho,  pone  manos  á  la 
obra.  Acusa  y  calumnia  á  todos  los  de  la  casa  y 
nos  muelen  á  g-olpes.  El  mismo  Paflagonio  corre  ai- 
rededor  de  los  criados,  les  pide,  les  acosa,  les  ar- 
ranca regalos,  diciéndoles:  «¿Veis  cómo  por  mi 
causa  le  sacuden  á  Hilas?  ¡Si  no  hacéis  lo  que  quiero, 
moriréis  hoy  mismo!»  Y  nosotros  le  damos  cuanto 
pide,  pues  sino,  pateados  por  el  viejo,  aflojarianos 
ocho  veces  más  (2).  Tratemos,  pues,  cuanto  antes, 
amigo  mió,  del  camino  que  debemos  seguir  y  á 
dónde  debemos  ir  á  parar. 

NÍCUS. 

Lo  mejor  será  lo  que  antes  hemos  dicho;  huir. 

DEMÓSTENES. 

Pero  si  nada  puede  hacerse  sin  que  lo  vea  ese 
maldito  Paflagonio:  él  mismo  lo  inspecciona  todo. 
Tiene  un  pié  en  Pilos  y  el  otro  en  la  asamblea.  Esta 
inmensa  separación  de  sus  piernas  hace  que  sus 
nalgas  caigan  sobre  Caonia,  mientras  sus  dos  ma- 


(i)  Cambiando  ixop^tvTjv  en  pupalvtiv,  el  poeta  sustituye 
la  rama  de  mirto  que  los  esclavos  usaban  para  espantar  las 
moscas  por  unas  discipUnas  de  cuero,  alusivas  al  oficio  de 
Cleon. 

('2)    Octuplum  cacamtu. 


LOS  CABALLEROS 


i4i 


nos  están  pidiendo  en  Etolia  y  su  imaginación  ro- 
bando en  Clopidia  (1). 

NÍCIAS. 

Lo  mejor  será  morir.  Mas  procura  que  muramos 
como  valientes. 

DEMÓSTENES. 

¿Cómo  nos  arreglaremos  para  morir  como  va. 
lientes? 

NÍCIAS. 

Lo  mejor  será  beber  sangre  de  toro.  ¿Hay  muerte 
más  apetecible  que  la  de  Temistocles-^  (2). 

DEMÓSTENES. 

Sangre  no,  por  mi  vida;  mejor  será  vino  del  Buen 
Genio.  Quizá  se  nos  ocurra  alguna  idea  excelente. 

NÍCIAS. 

íAh!  i  vino!  Luego  se  trata  de  beber.  ¿Pero  qué 
idea  buena  puede  ocurrirsele  á  un  hombre  ebrio? 

DEMÓSTENES. 

Pues  ya  lo  creo;  bebes  tanta  agua  que  sólo  acier- 
tas á  decir  necedades.  ¿Te  atreves  á  acusar  al  vino 


(1)    Lit.  C'ulus  est  Ohaonim,  manus  utraque  JEtolm^  mens 
vero  in  tribu  Clopidum. 

Alusión  á  las  infamias  y  rapacidad  de  Cleon,  Chaonia 
guia  podex  ejus  hiat;  JEtolia,  de  ahéu),  pedir;  Clopidia 
(xAsjrTü),  robar) ^  región  imaginaria,  sinónima  úq  país  de  los 
ladrones.  «Los  espectadores  esperaban  oir  en  vez  de  este 
último  nombre  el  de  Crópides,  demo  de  la  tribu  Leóntida.» 
(Esc.  Cab.,  79.) 

(í2)  Tucídides  (lib.  i,  138)  no  menciona  esta  particula- 
ridad de  la  muerte  de  Temístocles,  y  asegura  que  murió  de 
enfermedad,  aunque  apunta  el  rumor  de  que  se  suicidó; 
pero  Cicerón  (De  claris  Orat.,U)  y  Plutarco  fVida  de  Te- 
místocles)  dicen  lo  mismo  que  Aristófanes. 


442 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


de  que  turba  la  razón?  ¿Acaso  hay  nada  de  más 
eficaces  resultados?  Escucha:  los  hombres  cuando 
beben  son  ricos,  afortunados  en  sus  negocios, 
ganan  los  pleitos  y  son  felices  y  útiles  á  sus  ami- 
gas. Ea,  tráeme  pronto  una  copa  de  vino  para  que 
riegue  mi  espíritu  y  diga  alguna  gracia. 

NÍCIAS. 

I Ay  de  mí!  ¿Qué  vamos  á  sacar  de  que  tú  bebas? 

DEMÓSTENES. 

Mil  ventajas;  pero  trae  la  copa:  voy  á  recostarme 
aquí.  Si  llega  á  alegrarme  el  vino,  ya  verás  cómo 
inundo  estos  contomos  de  conceptitos,  sentencitas 
y  argumentillos. 

(Entra  un  momento  en  la  casa  y  vuelve  con  el  vino.) 

NÍCIAS. 

¡Qué  suerte!  nadie  me  ha  sorprendido. 

DEMÓSTENES. 

íDí!  ¿Qué  hace  el  Pañagonio? 

NÍCIAS. 

Harto  de  vino  y  panes  denunciados,   el  muy 
bribón  ronca  tendido  sobre  sus  cueros. 

DEMÓSTENES. 

Entonces  escancíame  vino  con  mano  pródiga, 
como  si  fuera  para  una  libación. 

NÍCIAS. 

Toma  y  haz  una  libación  en  honor  del  Buen  Ge- 
nio (1);  bebe,  bebe  el  vino  del  genio  de  Pramnio  (2). 

(i)  Se  cree  que  era  la  copa  que  se  bebia  al  fin  de  la  co- 
mida. Otros  suponen  que  era  la  primera. 

(2)  Comarca  del  Asia  menor,  junto  á  Esmirna,  célebre 
por  sus  vinos. 


LOS  CABALLEROS. 


143 


DEMÓSTENES. 

íOh  Buen  Genio!  esta  idea  no  es  mía,  sino  tuya. 

NÍCIAS. 

iCómo!  ¡habla  pronto!  ¿qué  se  te  ha  ocurrido? 

DEMÓSTENES. 

Entra  en  la  casa  mientras  duerme,  y  escamo- 
téale sus  oráculos  al  Paflagonio. 

NÍCIAS. 

Lo  haré.  Mas  temo  que  esa  idea  te  la  haya  inspi- 
rado un  mal  Genio. 

DEMÓSTENES. 

Anda.  En  tanto  llenaré  yo  mismo  la  copa.  Tal 
vez  este  riego  haga  germinar  en  mi  cerebro  algu- 
na buena  idea. 

(Entra  en  la  casa  Nietas  y  vuelve  en  seguida.) 

NÍCIAS. 

íCon  qué  furia  ronca  y  se  desahoga  el  Pañago- 
nio! Así  es  que  le  he  sustraído  sin  dificultad  aquel 
sagrado  oráculo  que  guardaba  cuidadosamente. 

DEMÓSTENES. 

iTu  destreza  no  tiene  rival!  dámelo  para  que  lo 
lea.  En  tanto  échame  vino  á  toda  prisa.— Veamos  lo 
que  dice.  ¡Oh,  qué  precioso  hallazgo!  Dame,  dame 
pronto  la  copa. 

NÍCIAS. 

Toma.  ¿Qué  dice  el  oráculo? 

DEMÓSTENES. 

Lléname  otra. 

NÍCIAS. 

¡Oómol  ¿El  oráculo  dice:  «lléname  otra?* 


144 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


DEMÓSTENES. 

¡Oh  Bácis!  (1). 

NÍCIAS. 

¿Pero  qué  es  ello? 

DEMÓSTENES. 

Dame  pronto  la  copa. 

NÍCIAS. 

Sin  duda  Bácis  menudeaba  los  tragos. 

DEMÓSTENES. 

¡Maldito  Paflagonio!  ¡Por  eso  guardabas  hace 
tanto  tiempo  este  oráculo  que  se  refiere  á  ti! 

NÍCIAS. 

¿Cómo? 

DEMÓSTENES. 

Aquí  se  dice  cómo  ha  de  perecer. 

NÍCIAS. 

Pero  ¿cómo? 

DEMÓSTENES. 

¿Cómo?  El  oráculo  dice  terminantemente  que  pri- 
mero habrá  un  vendedor  (2)  de  estopas  que  gober- 
nará la  república. 

NÍCIAS. 

Ya  hemos  tenido  el  vendedor.  ¿Y  después? 


(i)  Antiguo  y  famoso  adivino  griego,  natural  de  Beo- 
cia.  El  Escoliasta  menciona  dos  más  del  mismo  nombre, 
uno  Ateniense  y  otro  Arcado. 

(2)  Eucrátes  (alias  Estopa),  demagogo  influyente  en 
Atenas  antes  de  Cleon.  Vióse  obligado  á  esconderse  bajo  un 
montón  de  salvado  para  librarse  de  sus  enemigos.  Parece 
que  además  de  comerciante  en  estopas  lo  era  también  en 
trigo  y  harinas. 


LOS  CABALLEROS. 


145 


DEMÓSTENES. 

Será  el  segundo  un  tratante  en  ganado  (1). 

NÍCIAS. 

Ya  van  dos  comerciantes.  Y  á  ése  ¿qué  le  su- 
cederá?, 

DEMÓSTENES. 

Mandará  hasta  que  aparezca  otro  hombre  más 
perverso  que  él.  Caerá  entonces,  reemplazándole 
un  Paflagonio,  comerciante  en  pieles,  ladrón,  al- 
borotador y  de  voz  ensordecedora  como  la  del  tor- 
rente Ciclóboro  (2). 

NÍCIAS. 

¿El  tratante  en  ganado  debia,  pues,  ser  derribado 
por  el  comerciante  en  pieles? 

DEMÓSTENES. 

SÍ,  por  cierto. 

NÍCIAS. 

¡Infeliz  de  mil  ¿Dónde  podremos  encontrar  otro 
comerciante? 

DEMÓSTENES. 

Aun  hay  otro  de  astucia  extraordinaria. 

NÍCIAS. 

¿Quién?  Por  favor,  ¿quién  es? 

DEMÓSTENES. 

¿Lo  diré? 

NÍCIAS. 

Sí,  por  Júpiter. 


ií\    ií^^^'y  demagogo  como  el  anterior. 
(2)    Torrente  del  Ática. 


iO 


44b 


COMEDIAS   DE    ARISTÓFANES. 


DEMÓSTENES. 

Un  choricero  será  quien  le  derribe. 

NÍCIAS. 

¡Un  choricero!  (1)  ¡Nobilísimo  oficio,  por  Nep- 
tuno!  ¿Pero  dónde  hallaremos  á  ese  hombre? 

DEMÓSTENES. 

Busquémosle. 

NÍCTAS. 

Ahora  entra  uno  en  el  mercado;  los  dioses  nos 
le  envían. 


(Entra  él  Choricero  con  wia  tabla  llena  de  embu- 
tidos,) 

DEMÓSTENES. 

¡Ven,  ven,  choricero  dichoso!  ¡adelante,  hombre 
querido,  á  quien  está  reservada  nuestra  salvación 
y  la  de  la  república! 

EL  CHORICERO. 

¿Qué  es  esto?  ¿Por  qué  me  UamaisV 

DEMÓSTENES. 

Ven  acá,  y  escucha  tu  feliz  y  afori;unado  destino. 

NÍCIAS. 

Ea,  cógele  el  tablero  y  entérale  del  oráculo  del 
dios  j  de  su  contenido.  Yo  voy  á  ver  lo  que  hace 
el  Paflagonio. 

DEMÓSTENES. 

Vamos,  deja  primero  en  el  suelo  tus  mercancías, 
y  adora  después  á  la  tierra  y  á  los  dioses. 


(1)    El  choricero  se  cree  que  es  Hipérbolo. 


LOS  CABALLEROS. 


147 


EL  CHORICERO. 

Heme  aquí.  ¿Qué  es  ello? 

DEMÓSTENES. 

¡Mortal  bienaventurado!  ¡mortal  opulento,  que 
hoy  no  eres  nada,  y  mañana  lo  serás  todol  ¡Oh  jefe 
de  la  afortunada  Atenas ! 

EL  CHORICERO. 

¿Por  qué,  buen  hombre,  te  burlas  de  mí  y  no  me 
dejas  lavar  estas  tripas  ni  vender  estos  chorizos? 

DEMÓSTENES. 

¿Qué  tripas?  ¡Insensato!  mira  allí.  ¿Ves  esas  filas 
de  ciudadanos?  (1). 

EL  CHORICERO. 

Las  veo. 

DEMÓSTENES. 

Pues  bien,  tú  serás  su  jefe,  y  el  jefe  del  mercado, 
y  de  los  puertos  y  de  la  Asamblea;  pisotearás  al 
Senado;  destituirás  á  los  g^enerales,  les  cargarás 
de  cadenas,  los  reducirás  á  prisión  y  establecerás 
tu  mancebía  en  el  Pritáneo. 

EL  CHORICERO. 

¿Yo? 

DEMÓSTENES. 

Sí,  tá;  y  aun  no  lo  ves  todo.  Súbete  sobre  ese  ta- 
blero y  mira  todas  las  islas  del  rededor  (2). 

EL  CHORICERO. 

Las  veo. 

DEMÓSTENES. 

Bueno;  ¿y  los  mercados  y  las  naves  de  carga? 

(4)    Señala  á  los  espectadores. 

(2)    'Ev  xúxX(jj,  en  círculo.  Se  refiere  á  las  Cicladas. 


148 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


449 


EL  CHORICERO. 

También. 

DEMÓSTENES. 

¿Puede  haber  fortuna  mayor?  Dirige  ahora  el  ojo 
derecho  á  Caria  y  el  otro  á  Calcedonia  (1). 

EL  CHORICERO. 

¿De  modo  que  mi  gran  fortuna  va  á  ser  quedarme 
bizco? 

DEMÓSTENES. 

No;  tú  venderás  (2)  todo  eso.  Porque  llegarás  á 
ser,  como  el  oráculo  lo  dice,  un  gran  personaje. 

EL  CHORICERO. 

¿Pero  cómo  yo,  que  soy  im  choricero,  llegaré  á 
ser  un  personaje? 

DEMÓSTENES. 

Por  eso  mismo  llegarás  á  ser  un  grande  hombre; 
porque  eres  un  canalla  audaz,  salido  de  la  hez  del 
pueblo. 

EL  CHORICERO. 

Me  creo  indigno  de  ser  grande. 

DEMÓSTENES. 

¡Pobre  de  mi!  ¿De  qué  te  crees  indigno?  parece 
que  aun  abrigas  algún  buen  sentimiento.  ¿Acaso 
perteneces  á  una  clase  honrada? 

EL  CHORICERO. 

No,  por  los  dioses ;  pertenezco  á  la  canalla. 


i\\    La  Caria  estaba  al  Sur  del  Asia  Menor,  y  la  Calcedo- 
nia, al  Norte;  de  ahí  los  temores  de  estrabismo  que  asaltan 

(f)^'^  Venderái,  ^ov gobernarás',  alusión  á  la  mala  admi- 
nistración de  Atenas. 


DEMÓSTENES. 

¡Oh  mortal  afortunado!  ¡de  qué  felices  dotes  de 
gobierno  te  ha  colmado  la  naturaleza! 

EL  CHORICERO. 

Pero,  buen  amigo,  si  no  he  recibido  la  menor 
instrucción;  si  sólo  sé  leer,  y  eso  mal. 

DEMÓSTENES. 

Precisamente  lo  único  que  te  perjudica  es  saber 
leer,  aunque  sea  mal.  Porque  el  gobierno  popular 
no  pertenece  á  los  hombres  instruidos  y  de  inta- 
chable conducta,  sino  á  los  ignorantes  y  perdidos. 
No  desprecies  lo  que  los  dioses  te  prometen  en  sus 
predicciones. 

EL  CHORICERO. 

Veamos;  ¿qué  dice  ese  oráculo? 

DEMÓSTENES. 

Se  expresa  muy  bien,  por  los  dioses,  y  con  una 
alegoría  elegante  y  no  muy  oscura.  «Pero  cuando  el 
águila  pelambrera,  de  ganchudas  uñas,  por  la  ca- 
beza sujete  al  estúpido  dragón  bebedor  de  sangre, 
entonces  la  salmuera  con  ajos  de  los  Paflagonios 
perecerá,  y  el  Numen  á  los  tripicalleros  concederá 
insigne  gloria;  á  no  ser  que  prefieran  continuar 
vendiendo  embutidos»  (1). 

EL  CHORICERO. 

¿Qué  tiene  eso  que  ver  conmigo?  Explícamelo  . 

DEMÓSTENES. 

El  águila  pelambrera  es  nuestro  Paflagonio. 


(4)    Parodia  del  estilo  ampuloso  é  intrincado  de  los 
oráculos. 


150 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


EL  CHORICERO. 

¿Qué  si^ifica  eso  «de  ganchudas  uñas?» 

DEMÓSTENES. 

Eso  quiere  decir  que  con  sus  manos  todo  lo  arre- 
bata y  se  lo  lleva. 

EL  CHORICERO. 

¿Y  lo  del  dragón? 

DEMÓSTENES. 

Eso  está  clarísimo.  El  dragón  e3  largo  y  el  cho- 
rizo también.  Y  el  chorizo  y  el  dragón  se  llenan  de 
sangre.  Así  es  que  el  dragón,  dice  el  oráculo,  po- 
drá vencer  al  águila  pelambrera  si  no  se  deja  en- 
gañar por  palabras. 

EL  CHORICERO. 

Me  lisonjean,  por  vida  mia,  sus  vaticinios;  mas 
no  acierto  á  comprender  cómo  puedo  ser  apto  para 
los  negocios  políticos. 

DEMÓSTENES. 

Muy  fácilmente.  Haz  lo  mismo  que  ahora:  em- 
brolla y  revuelve  los  negocios  como  acostumbras 
á  hacer  con  los  intestinos,  y  conquista  el  cariño  3el 
pueblo  engolosinándole  con  proposiciones  culina- 
rias. Tus  cualidades  son  las  únicas  para  ser  un  de- 
magogo á  pedir  de  boca:  voz  terrible;  natural  per- 
verso; impudencia  de  plazuela ;  en  fin ,  cuanto  se 
necesita  para  gobernar  la  república.  Los  oráculos 
y  el  mismo  Apolo  -Pitio  te  designan  para  ello.  Ea, 
ponte  una  corona,  híiz  una  libación  á  la  Necedad  (1) 
y  ataca  á  tu  rival  denodadamente. 


(1)    Como  pudiera  decir  á  Júpiter  ó  á  las  Musas. 


LOS  CABALLEROS. 


i51 


EL  CHORICERO. 

^.Y  quién  me  ayudará?  Los  ricos  le  temen;  la  po- 
bre plebe  tiembla  en  su  presencia. 

DEMÓSTENES. 

Pero  hay  mil  honrados  caballeros  (1)  que  le  de- 
testan y  que  te  defenderán;  en  tu  auxilio  vendrán 
todos  los  ciudadanos  buenos  y  probos,  todos  los 
espectadores  sensatos  y  yo  con  ellos,  y  hasta  los 
mismos  dioses.  No  temas;  ni  siquiera  verás  su  ros- 
tro, pues  ningún  artista  se  ha  atrevido  á  esculpir 
su  máscara.  Sin  embargo ,  ya  se  le  conocerá;  los 
espectadores  no  son  lerdos. 


(Sale  Cleon.J 

EL  CHORICERO. 

¡Desdichado  de  mí!  Ya  sale  el  Paflagonio. 

CLEON. 

No  quedará  impune,  lo  juro  por  los  doce  gran- 
des dioses,  la  conspiración  que  estáis  tramando 
dontra  el  pueblo  hace  tanto  tiempo.  ¿Qué  hace  aquí 
esta  copa  de  Cálcis?  (2)  No  cabe  duda  de  que  tra- 
tabais de  sublevar  á  los  Calcidenses.  Pereceréis, 
moriréis  sin  remedio,  pareja  de  malvados. 


(1)  Segunda  clase  del  Estado.  (V.  Noticia  preliminar.) 

(2)  Ciudad  de  Tracia,  sometida  entonces  á  Atenas  y 
que  trataba  de  sacudir  el  yugo  de  la  metrópoli.  Cleon  al 
ver  una  copa  de  Cálcis  en  manos  de  Demóstenes  sospecha 
que  es  un  regalo  enviado  para  sobornarlo.  Otros  creen 
que  se  trata  de  Cálcis  de  Eubea,  emancipada  del  protecto- 
rado de  Atenas  pocos  años  después  (Tuc.  vui,  5),  y  muy 
conocida  por  sus  obras  de  Cerámica. 


15^2 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


153 


DEMÓSTENES. 

íEh,  tú!  ¿Por  qué  huyes?  Quédate,  ilustre  chori- 
cero. No  abandones  la  empresa.  Acudid,  Caballe- 
ros: Uegró  la  hora.  Simón,  Panecio,  colocaos  en 
el  ala  derecha.  Ya  se  acercan.  Persiste  tú  también 
y  dale  cara  de  nuevo.  El  polvo  que  levantan  te 
anuncia  que  ya  Ueg-an;  resístele,  acométele,  hazle 
que  huya. 


CORO    DE   CABALLEROS. 

Hiere,  hiere  á  ese  canalla  enemig-o  de  los  Caba- 
lleros, recaudador  sin  conciencia,  abismo  de  per- 
versidad, mina  de  latrocinios,  y  canalla  y  cien 
veces  canalla;  y  siempre  canalla,  nunca  me  can- 
saré de  decírselo,  pues  lo  es  más  cada  dia.  Pero 
sacúdele,  sigúele,  zarandéale,  expulsa  á  ese  bri- 
bón; maldícele  como  nosotros  y  persígnele  g-ri- 
tando.  Cuidado  no  se  te  escabulla;  mira  que  sabe 
los  caminos  por  donde  Eucrátes  se  escapó  al  sal- 
vado (1). 

CLEON. 

Ancianos  Heliastas  (2),  cofrades  del  trióbolo,  á 
quienes  yo  alimento  con  mis  justas  é  injustas  de- 
nuncias, socorredme:  estos  hombres  se  han  conju- 
rado para  sacudirme. 

(1)  Véase  la  nota  sobre  Eiícpátes. 

(2)  Llamábanse  así  los  jueces  del  'HXtaaxtxóv,  tribunal 
de  Atenas,  situado  al  Mediodía  y  al  aire  libre.  Cleon  cuenta 
con  la  ayuda  de  los  Heliastas,  que  eran  500,  por  el  sueldo 
de  tres  óbolos  que  por  iniciativa  suva  se  les  habia 
asignado. 


CORO. 

Y  nos  sobra  razón,  porque  tú  te  apoderas  de  los 
bienes  de  todos  y  los  consumes  antes  de  que  sean 
distribuidos;  y  después  tanteas  y  oprimes  á  los  que 
han  de  dar  las  cuentas,  como  se  tantea  "in  hig'o 
para  ver  si  está  verde  ó  maduro;  y  cuando  ves  al- 
gnno  de  carácter  débil  y  pacífico,  le  haces  venir 
del  Quersoneso  (1),  le  ag-arras  por  la  cintura,  le 
echas  los  brazos  al  cuello,  le  armas  la  zancadilla, 
y  después  de  arrojarlo  al  suelo  te  lo  tragpas  de  un 
sólo  bocado  (2).  Tú  siempre  estás  acechando  á  los 
ciudadanos  sencillos  y  mansos  como  ovejas,  hon- 
rados y  enemigros  de  pleitos. 

CLEON. 

¿Todos  os  subleváis  contra  mí?  Y  sin  embarg'o, 
ciudadanos,  por  vuestra  causa  soy  apaleado,  pues 
iba  á  proponer  en  el  Senado  que  se  construyese  en 
la  ciudad  un  monumento  conmemorativo  de  vues- 
tro valor. 

CORO. 

¡Qué  hablador  y  qué  astuto!  Mira  como  se  arras- 
tra á  nuestro  alderedor  y  trata  de  engañarnos 
como  si  fuéramos  unos  viejos  chochos.  Mas  si 
vencepor  estos  medios,  con  ellos  será  castig'ado; 
si  se  inclina  hacia  aquí,  le  plantaré  un  puntapié. 

(1)  El  Quersoneso  de  Tracia ,  tributario  entonces  de 
Atenas  y  muy  maltratado  por  Cleon. 

(2)  Aristófanes  después  de  una  serie  de  metáforas  to- 
madas de  los  combates  cuerpo  á  cuerpo,  vuelve  á  su  pri- 
mera comparación  de  los  higos.  La  idea  es  que  Cleon 
arruina  con  sus  calumniosas  delaciones  á  los  débiles  ó 
tímidos. 


i54 


comedías   de   ARISTÓFANES. 


CLEON  (apaleado). 
¡Oh  pueblo!  ¡Oh  ciudadanos!  ¡Qué  fieras  me  pa- 
tean el  vientre! 

CORO. 

¿También  tú  gritas,  destructor  de  la  república? 

EL  CHORICERO. 

Yo  me  comprometo  á  ahuyentarle  al  punto  con 
mis  gritos. 

CORO. 

Si  tus  gritos  son  mayores,  te  proclamaremof; 
vencedor;  si  le  sobrepujas  en  desvergüenza,  nues- 
tra será  la  victoria. 

CLEON. 

Yo  delato  á  ese  hombre,  y  sostengo  que  ha  lle- 
vado la  salsa  de  sus  mercancías  á  las  naves  pelo- 
ponesias  (1). 

EL  CHORICERO. 

Y  yo,  voto  á  brios,  acuso  á  este  de  haber  ido  al 
Pritáneo  con  el  estómago  vacío,  y  haber  vuelto  de 
él  con  el  vientre  lleno  (2). 

DEMÓSTENES. 

Y  además,  saca  de  allí  cosas  prohibidas,  carne, 
pan  y  pescado,  lo  cual  nunca  consiguió  ni  el 
mismo  Feríeles. 

CLEON. 

Los  dos  vais  á  morir. 

EL  CHORICERO. 

Gritaré  tres  veces  más  que  tú. 


(4)    Con  quienes  Atenas  estaba  en  guerra  entonces, 
(-2)    Alusión  al  súbito  enriquecimiento  de  Cleon. 


LOS  CABALLEROS. 


155 


CLEON. 

Te  aturdiré  con  mis  voces. 

EL  CHORICERO. 

Te  ensordeceré  con  mis  gritos. 

CLEON. 

Te  acusaré  cuando  seas  general. 

EL  CHORICERO. 

Te  deslomaré  como  á  un  perro. 

CLEON. 

Ya  te  cortaré  los  vuelos. 

EL  CHORICERO. 

Ya  te  atajaré  el  camino. 

CLEON. 

Mírame  de  frente. 

EL  CHORICERO. 

También  yo  me  he  criado  en  la  plaza. 

CLEON. 

Si  resuellas,  te  hago  trizas. 

EL  CHORICERO. 

Si  hablas,  te  cubro  de  estiércol . 

CLEON. 

Yo  confieso  que  soy  un  ladrón:  tú  lo  niegas. 

EL  CHORICERO. 

Por  Mercurio,  dios  del  mercado,  lo  negaré  con 
juramento  aunque  me  cojan  infraganti. 

CLEON. 

í-Juieres  adornarte  con  méritos  ajenos.  Te  acu- 
saré ante  los  Pritáneos  (1)  de  que  tienes  vientres 


(1)  Los  Pritáneos  eran  cincuenta  individuos  del  Senado 
ó  Consejo  de  los  quinientos,  encargados  de  la  vigilancia  y 
presidencia  de  las  asambleas  durante  treinta  y  cinco  dias. 


156 


COMEDIAS  DE  ARISTOKANES. 


de  víctimas  que  no  han  pag^ado  su  diezmo  á  los 
dioses. 

CORO. 

ilnfame,  bribón,  bocaza;  tu  audacia  llena  toda 
la  tierra,  toda  la  asamblea,  las  oficinas  de  recauda- 
ción, los  procesos,  los  tribunales!  ¡Removedorde 
fango,  tubas  enturbiado  la  limpieza  de  la  repú- 
blica, y  ensordecido  á  Atenas  con  tus  estentóreos 
clamores:  tú  desde  lo  alto  del  poder  acechas  las 
rentas  públicas,  como  desde  un  peñasco  acecha  el 
pescador  los  atunes ! 

CLEON. 

Ya  só  yo  donde  se  ha  adobado  (1)  esta  conspi- 
ración. 

EL   CHORICERO. 

Si  tú  no  supieses  adobar  pieles,  yo  no  sabria  ha- 
cer embutidos;  tú  que  vendías  á  los  labradores  la 
piel  de  un  buey  enfermo ,  curtida  de  suerte  que 
parecía  más  gruesa,  y  apenas  la  hablan  llevado  un 
dia  se  estiraba  dos  palmos. 

DEMÓSTENES. 

¡A.  mí  me  jugó  la  misma  mala  pasada!  ¡Cuánto 
se  burlaron  mis  compañeros  y  vecinos !  Antes  de 
llegar  á  Pergaso  (2)  ya  nadaba  en  mis  zapatos. 

CORO. 

¿No  has  hecho  desde  el  principio  ostentación  de 
desvergüenza,  arma  única  de  los  oradores?  Tú,  que 
eres  el  jefe  de  esa  impudente  gavilla,  sonsacas  á 


(4)    Término  tomado  de  su  oficio  de  pelambrero. 
(2)    Demo  de  Atenas. 


LOS  CABALLEROS. 


i57 


los  extranjeros  opulentos;  por  eso  el  hijo  de  Hipo- 
damo  (1)  llora  cuando  te  mira;  pero  ha  aparecido, 
¡cuánto  me  alegro !  otro  hombre  más  bribón  que 
tú,  que  te  arrojará  del  puesto,  y,  á  lo  que  parece, 
te  vencerá  en  audacia,  intrigas  y  maquinaciones. 
fAl  Choricero  J  Tú,  que  te  has  criado  aquí  (2),  de 
donde  salen  los  hombres  que  valen  algo,  demués- 
tranos cuan  inútil  es  una  educación  honrada. 

EL   CHORICERO. 

Escuchad,  pues,  quién  es  este  ciudadano. 

CLEON. 

¿  No  me  dejarás  hablar  ? 

KL    CHORICERO. 

No  por  cierto;  también  yo  soy  un  canalla. 

CORO. 

Si  eso  no  le  convence,  dile  que  también  fueron 
canallas  tu  padre  y  tu  madre. 

CLEON. 

¿No  me  dejarás  hablar? 

EL    CHORICERO. 

No. 

CLEON. 

Si. 


(1)  Hipodamo  de  Mileto  fué  un  arquitecto  célebre; 
contribuyó  mucho  al  embellecimiento  de  Atenas,  dividién- 
dola en  calles,  plazas  y  barrios.  Cedió  al  Estado  una  casa 
de  su  propiedad  en  el  Pireo.  Su  hijo  Arqueptolemo,  afi- 
liado á  la  aristocracia  y  enemigo  de  Cleon,  y  partidario  de 
)a  paz,  después  de  la  caida  de  los  cuatrocientos  y  del  res- 
tablecimiento de  la  democracia,  fué  acusado  de  traición  y 
condenado  á  muerte. 

(2)  Es  decir,  en  el  mercado,  escuela  de  desvergüenza 
y  malas  artes. 


158 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL    CHORICERO. 

No,  por  Neptuno.  Discutamos  antes  para  ver  á 
qyién  le  corresponde  hablar  el  primero. 

CLEON. 

íOh,  voy  á  estallar! 

EL    CHORICERO. 

No  te  dejaré. 

CORO. 

Déjale,  por  los  dioses  te  lo  pido;  déjale  que  es- 
talle. 

CLEON. 

¿En  qué  confias  para  creerte  digfno  de  contrade- 
cirme? 

EL     CHORICERO. 

En  que  sé  hablar  y  hacer  chorizos. 

CLEON. 

¡Hablar!  Será  bueno,  si  se  te  presenta  slgun 
asunto,  ver  cómo  lo  haces  picadillo  y  lo  embutes 
sin  dificultad.  ¿A  que  sé  lo  que  te  ha  pasado?  Lo 
mismo  que  á  otros  muchos.  Sin  duda  has  granado 
tm  pleito  contra  algiin  infeliz  extranjero  domici- 
liado (1)  á  fuerza  de  soñar  con  tu  defensa  toda  la 
noche,  de  hablar  á  solas  en  las  calles,  de  beber 
agua,  y  ensayarte  cien  veces  con  g^ran  molestia 
de  tus  amig-os;  y  sin  más  te  crees  ya  un  elocuente 
orador.  ¡Qué  estupidez! 


(1)  Los  metecos  ó  extranjeros  domiciliados  no  gozaban 
de  los  derechos  políticos;  estaban  sujetos  á  tributos  espe- 
cíales y  á  multitud  de  vejaciones:  su  condición  era,  pues, 
muy  inferior  á  la  de  los  ciudadanos. 


LOS  CABALLEROS. 


159 


EL    CHORICERO. 

¿Y  tú  qué  licor  has  bebido  para  hacer  callar  con 
tu  charlatanería  á  toda  la  ciudad? 

CLEON. 

¿Y  habrá  quien  se  atreva  á  oponérseme?  A  mí, 
que  después  de  comer  una  caliente  tajada  de  atún, 
y  de  beber  una  copa  de  buen  vino,  soy  capaz  de 
hacer  un  corte  de  mangas  á  todos  los  g-enerales 
de  Pilos. 

EL     CHORICERO. 

Yo,  que  después  de  trag-arme  todos  los  tripaca- 
Uos  de  un  buey  y  el  vientre  de  un  cerdo,  y  de  be- 
berme  encima  la  salsa,  soy  capaz  de  estrang-ular 
á  todos  los  oradores  y  de  volver  turulato  al  mismo 
Nícias. 

CORO. 

Me  parece  bien  cuanto  has  dicho;  sólo  me  des- 
agrada el  que  pienses  beberte  toda  la  salsa. 

CLEON. 

¿A  que  no  te  atreves  con  los  Milesios  (1),  sólo  por 
comer  percas  de  mar? 

EL     CHORICERO. 

¿A  que  si  me  cómo  un  lomo  de  buey  recobro  las 
minas?  (2). 


(1)  Las  costas  de  Mileto  abundaban  en  rica  pesca,  es- 
pecialmente en  el  pez  llamado  XáSpaJ,  especie  de  perca, 
gobio  ó  locha  á  que  los  romanos  dieron  el  nombre  de 

(2)  Se  refiere  á  las  minas  de  oro  y  plata  de  Laurium, 
montaña  próxima  á  Atenas:  el  impuesto  sobre  sus  rendi- 
mientos proporcionaba  al  Estado  una  pingüe  renta.  Per- 
tenecían á  particulares  ricos. 


160 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CLEON. 

¿A  que  si  me  arrojo  sobre  el  Senado  lo  trastorno 
todo'^ 

EL     CHORICERO. 

¿A  que  hag^o  una  morcilla  con  tu  intestino  recto'^ 

CLEON. 

¿A  que  te  aplico  un  puntapié,  y  sales  de  cabezal 

EL  CORO. 

|Eh!  por  Neptuno,  para  que  ese  salgti  tienes  que 
echarme  á  mi  antes. 

CLEON. 

¡En  ané  cepo  de  madera  (1)  te  voy  á  meter! 

EL    CHORICERO. 

Te  acusaré  de  cobardía. 

CLEON. 

Cubriré  sillas  con  tu  piel. 

EL     CHORICERO. 

Te  desollaré  para  hacer  un  zurrón  de  bandidos. 

CLEON. 

Te  clavaré  en  el  suelo. 

EL    CHORICERO. 

Te  haré  picadillo. 

CLEON. 

Te  arrancaré  los  párpados. 

EL    CHORICERO. 

Te  reventaré  el  buche. 

DEMÓSTENES. 

íPor  Júpiter!  Metámosle  un  palo  en  la  cabeza 


(i)    A  los  criminales  se  les  sujetaba  con  cepos  de  ma- 
dera. 


LOS  CABALLEROS. 


161 


como  hacen  los  cocineros,  arranquémosle  la  len- 
grúa,  y  mirando  á  placer  por  el  agnijero  del  ano, 
veamos  si  tiene  lamparones  (1). 

CORO. 

Hay,  pues,  otras  cosas  más  ardientes  que  el  fue- 
g-o,  y  en  la  ciudad  palabras  más  desverg-onzadas 
que  la  desverg-üenza  misma.  No  hay  que  despre- 
ciar este  asunto.  Empújale,  derríbale,  nada  hag^s 
á  medias:  en  cuanto  consigras  que  flaquee  en  el 
primer  encuentro,  verás  que  es  un  cobarde.  Nos- 
otros le  conocemos  bien. 

EL     CHORICERO. 

Siempre  lo  ha  sido,  y  sin  embarg-o,  ha  pasado 
por  valiente,  sin  más  que  por  haberse  dado  maña 
á  recog-er  la  cosecha  ajena.  Ahora  deja  que  se  se- 
quen en  las  prisiones  aquellas  espigas  y  pretende 
venderlas  (2). 

CLEON. 

No  os  temo  mientras  exista  el  Senado,  y  el  Pueblo 
continúe  siendo  estúpido. 

CORO. 

iQué  desverg-onzado  es  en  todo!  ¡Ni  siquiera  se 
le  muda  el  color!  Si  no  te  aborrezco,  permita  Júpi- 
ter que  sirva  á  Cratino  de  colchón  (3)  y  que  teng-a 


(i)  Operaciones  que  se  practicaban  con  los  cerdos 
para  certificarse  de  su  buen  estado. 

(2)  Alusión  á  la  victoria  de  Pilos,  conseguida  en  reali- 
dad por  Demóstenes,  y  cuya  gloria  se  apropió  Cleon;  y 
después  á  los  prisioneros  de  Esfacteria,  por  los  cuales  se 
exigía  á  los  Lacedemonios  un  crecido  rescate,  y  que  al  fin 
murieron  de  miseria  en  las  prisiones  de  Atenas. 

(3)  Célebre  poeta  cómico.  Su  afición  al  vino,  que  Aris- 


462 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


i  63 


que  aprender  á  cantar  toda  una  tragedia  de  Mor- 

simo  (1). 

¡Y  tú,  que  como  la  abeja  que  va^  de  flor  en  flor 
andas  pidiendo  reg-alos  á  todos  en  todas  partes, 
ojalá  los  devuelvas  con  la  misma  facilidad  que  los 
adquieres!  Entonces  podremos  cantar:  «Brinda, 
brinda  á  la  buena  fortuna»  (2).  Entonces  hasta  el 
hijo  de  Julio  (3),  ese  viejo  acaparador  de  trig-o, 
cantará  alegremente  al  dios  Pean  y  á  Baco. 

CLEON. 

¡Os  juro  por  Neptuno  que  no  me  excederéis  en 
desvergüenza!  de  otra  suerte,  permita  el  cielo  que 
no  asista  á  los  sacrificios  de  Júpiter,  protector  del 
mercado  (4). 

EL     CHORICERO. 

Y  yo  juro  por  los  infinitos  puñetazos  que  por 
mil  tunantadas  diversas  me  han  sacudido  desde  la 
niñez,  y  por  mis  cien  cuchilladas,  que  espero 
vencerte  en  esta  contienda,  ó  si  no,  me  será  inútil 
esta  corpulencia  adquirida  á  fuerza  de  comer  mi- 


tófanes  le  echa  en  cara  varias  veces,  le  hizo  contraer  una 
incontinencia  de  orina. 

(4)  Trágico  detestable.  Su  padre  Filócles  y  su  hijo  As- 
tidámas  eran  también  muy  malos  poetas.  Aristófanes  le 
cita  á  menudo.  (V.  Paz,* 803;  Ranas,  ií>d.) 

(2)  Así  empezaba  una  canción  de  Simónides. 

(3)  Sobre  el  epíteto  Ttupoicívijv,  acaparador  de  trigo, 
dado  al  hijo  de  Julio,  véase  Feuillemorte,  Comedies  d^Aris- 
íopkane,  tomo  i,  pág  290,  nota.  Paris,  4864. 

(4)  Lit.  Júpiter  forense  á^opatóc:,  sin  duda  por  la  esta- 
tua que  tenía  en  la  Agora  ó  mercado. 


gajones  destinados  á  limpiarse  la  grasa  de  los 
dedos  (1). . 

CLEON. 

íMig^jones,  como  un  perro!  ^j  tú,  miserable, 
que  te  has  alimentado  como  un  perro,  quieres  reñir 
con  un  cinocéfalo?  (2). 

EL     CHORICERO. 

¡Eh,  por  Júpiter!  también  yo  cometía  mis  frau- 
des cuando  chico.  Engañaba  á  los  cocineros  dición- 
doles:  «Mirad,  muchachos,  ^.no  veis?  ya  viene  la 
primavera,  la  g-olondrina  (3).»  Ellos  miraban,  y 
mientras  tanto  yo  les  atrapaba  muy  buenas  ta- 
jadas. 

CORO. 

¡Astucia  admirable!  ¡lntelig*encia  precoz!  Como 
los  aficionados  á  comer  or tigras  (4),  hacias  tu  cose- 
cha antes  de  volver  las  gfolondrinas. 

EL    CHORICERO.    • 

La  mayor  parte  de  las  veces  no  me  velan;  pero 
si  alguno  lo  notaba,  escondia  la  carne  entre  los 
muslos,  y  juraba  por  todos  los  dioses  que  nada  te- 

(i)  En  vez  de  servilletas  se  usaban  rebanadas  de  pan 
para  limpiarse  los  dedos. 

(2)  Especie  de  mono.  Cinocéfalo  quiere  decir  Cabeza 
de  perro,  esto  es,  desvergonzado,  ó  conservando  la  etimo- 
logía, cínico. 

(3)  La  aparición  de  las  golondfinas  era  en  Grecia  señal 
de  la  vuelta  de  la  primavera.  Se  celebraba  mucho  su  ve- 
nida. Ateneo  nos  ha  conservado  una  canción  de  los  niños 
de  Rodas,  titulada  Quelidonismo,  cuya  traducción  incluí 
en  mi  artículo  sobre  los  cantos  populares  griegos,  publica- 
dos en  El  Ateneo  de  Vitoria. 

(4)  Se  cogían  al  aproximarse  el  buen  tiempo. 


i^i 


COMEDIAS   DK   ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


165 


nía.  Por  lo  cual  dijo  un  orador  que  me  vio:  «Es  im- 
posible que  ese  muchacho  no  llegue  á  gobernar  la 
república.» 

CORO. 

Acertó  en  su  pronóstico.  Claro  está  en  qué  se 
fundaba:  en  que  negabas  descaradamente  el  hurto, 
mientras  lo  escondías  entre  las  nalgas. 

CLEON. 

Yo  reprimiré  tu  audacia,  ó  más  bien,  la  de  los 
dos.  Me  arrojaré  sobre  tí  con  ímpetu  horrendo,  y, 
á  modo  de  violento  torbellino,  revolveré  los  mares 
y  la  tierra. 

EL  CHORICERO. 

Pero  yo  formaré  con  mis  chorizos  una  balsa,  y 
encomendándome  sobre  ella  á  las  olas  propicias, 
te  daré  que  sentir. 

DEMÓSTENES. 

Y  yo  vigilaré  en  la  sentina,  por  si  acaso  se  raja. 

CLEON. 

No,  por  Céres  lo  juro;  no  has  de  disfrutar  impu- 
nemente de  los  talentos  que  has  robado  á  Atenas. 

CORO. 

Cuidado,  amaina  un  poco  las  velas;  empieza  á 
soplar  un  viento  de  calumnias  y  delaciones. 

EL  CHORICERO. 

Me  consta  que  has  sacado  diez  talentos  de  Po- 
tidea  (1). 


(1)  Ciudad  tpibularia  de  Atenas:  al  principio  de  la  guer- 
ra del  Peloponeso  se  declaró  independiente,  y  fué  reducida 
á  la  obediencia  después  de  un  largo  asedio  (V.  Tuc,  i,  59, 
64;  II,  58,  70). 


CLEON. 

¿Quién?  ¡Yo!  ¿Quieres  uno  por  callar? 

CORO. 

Con  gusto  lo  tomaría.  Pero  tá  ya  desamarras. 

EL  CHORICERO. 

El  viento  cede. 

CLEON. 

Voy  á  hacer  que  te  formen  cuatro  causas  de  cien 
talentos  cada  una  (1). 

EL  CHORICERO. 

Y  yo  á  tí  veinte  por  deserción,  y  más  de  mil  por 
robo. 

CLEON. 

Yo  digo  que  desciendes  de  los  profanadores  de  la 
Diosa  (2). 

EL  CHORICERO. 

Y  yo,  que  tu  abuelo  fué  uno  de  los  satélites... 

CLEON. 

¿De  quién?  Di. 

EL  CHORICERO. 

De  Birsina,  esposa  de  Hípias  (3). 

CLEON. 

Eres  un  impostor. 


(i)  El  acusador  debia  fijar  la  multa  á  que  habia  de  ser 
condenado  el  reo,  caso  de  probarse  el  delito. 

(2)  A  lusion  á  un  antiguo  sacrilegio  cometido  en  el  tem- 
plo de  Minerva. 

(3)  La  mujer  de  Hípias,  tirano  de  Atenas  é  hijo  de  Pi- 
sístrato,  se  llamaba  Mirrina  ó  Mirsina;  pero  Aristófanes 
la  da  el  nombre  de  Birsma,  aludiendo  al  primer  oficio  de 
Cleon:  Birsa,  significa  cuero. 


166 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


EL  CHORICERO. 

Y  tá  un  bandido. 

CORO. 

¡Dale  duro! 

CLEON. 

¡Ay,  ay!  Los  conspiradores  me  matan  á  palos. 

CORO. 

Dale,  dale  duro;  azótale  el  vientre  con  manojos 
de  intestinos;  castígale  sin  piedad. 

¡Oh  admirable  corpulencia!  ¡Oh  esforzado  cora- 
zón, salvador  de  la  república  y  de  los  ciudadanos! 
¡Con  qué  hábil  oratoria  has  sabido  vencerle!  ¡Ojalá 
pudiéramos  alabarte  como  deseamos! 

CLEON. 

No  se  me  ocultaba,  por  Céres,  esta  fábrica  de 
intrigas:  bien  sabía  yo  que  aquí  se  encolaban 
todas  (1). 

CORO. 

¿Y  tú  no  le  dirás  algún  término  de  constructor 
de  carretas? 

EL  CHORICERO. 

Tampoco  se  me  oculta  lo  que  está  fraguando  en 
Argos.  Finge  que  trata  de  concillarnos  su  alianz?j 
y  celebra  en  tanto  conferencias  secretas  con  los  La- 
cedemonios.  Sé  para  qué  se  atiza  este  fuego;  para 
forjar  las  cadenas  de  los  cautivos. 

CORO. 

¡Bravo,  bravo!  forja  tú  mientras  él  encola. 


(4)    Parodia  de  las  metáforas  bajas  y  vulgares  que  algu- 
nos oradores  empleaban  para  hacer  efecto  en  el  populacho. 


LOS  CABALLEROS. 


167 


EL  CHORICERO. 

Allí  tienes  hombres  que  te  ayudan  en  la  obra  (1); 
mas  nunca,  aunque  me  des  todo  el  oro  y  plata  del 
mundo  y  me  envies  á  todos  mis  amigos  para  que 
me  calle,  nunca  conseguirás  que  yo  oculte  la  ver- 
dad á  los  Atenienses. 

CLEON. 

Iré  al  punto  al  Senado  y  delataré  á  todos  vuestra 
conjuración,  vuestras  reuniones  nocturnas  contra 
la  república,  vuestra  connivencia  con  el  rey  persa, 
y  ese  negocio  con  los  de  Beocia  que  tratáis  de  que 
cuaje. 

EL  CHORICERO. 

jiPues  qué  precio  tiene  el  queso  de  Beocia?  ¡2) 

CLEON. 

¡Por  Hércules,  te  Voy  á  desollar  vivo! 

CORO. 

Ea,  demuéstranos  ahora  ingenio  y  valor;  tú, 
que,  como  acabas  de  confesarlo,  escondías  en  otro 
tiempo  la  carne  entre  los  muslos.  Corre  al  Senado 
sin  perder  un  instante,  pues  ese  va  á  calumniarnos 
á  todos,  vociferando  como  acostumbra. 

EL  CHORICERO. 

Voy  allá;  pero  antes  permitidme  que  deje  aquí 
estas  tripas  y  cuchillos. 


(1)  Quizá  estas  palabras  se  dirigieran  á  cierta  clase  de 
espectadores. 

(2)  La  pregunta  del  Choricero,  está  motivada  por  la 
metáfora  de  Cleon.  Demóstenes  (Discurso  sobre  la  Embaja- 
da mal  desempeñada)  empleó  una  frase  análoga,  xupeúetv 
xaxáavceuac. 


!6« 


COMEDIAS    UR    ARISTÓFANES. 


CORO. 

Lleva  sólo  esa  enjundia  para  untarte  el  cuello  y 
poder  escurrirte  si  la  calumnia  te  ag'arra  (1). 

EL  CHORICKRO. 

Buen  consejo;  así  se  acostumbra  en  la  palestra. 

CORO. 

Toma,  y  cómete  también  esos  ajos  (2). 

EL  CHORICERO. 

^.Para  qué? 

CORO. 

Para  que  al  combatir  harto  de  ajos,  tengas  más 
tuerza,  amigo  mió.  Pero  anda  pronto. 

EL  CHORICERO. 

Ya  voy. 

CORO. 

Procura  morderle  y  derribarlo;  arráncale  la 
cresta,  y  no  vuelvas  sin  haberte  comido  su  papa- 
da (3).  Parte  alegre  y  triunfa  como  es  mi  deseo. 
¡Que  el  Júpiter  del  mercado  te  guarde,  y  vuelvas 
vencedor  y  cubierto  de  coronas! 


(El  choricero  sale;  el  coro  qiieda  solo  por  pri- 
/nera  vez  en  la  escena  y  se  vuelve  á  los  especladores 
para  principiar  laparábasis.) 

Pero  vosotros,  que  estáis  acostumbrados  á  todo 


(4)  A  imitación  de  los  atletas,  que  se  untaban  el  cuer- 
po de  aceite  para  escurrirse  con  más  facilidad  entre  las 
manos  de  su  adversario. 

(2)  Véase  la  nota  al  verso  166  de  Los  Acarnienses. 

(3)  Alusión  á  las  riñas  de  gallos. 


LOS  CABALLEROS. 


169 


género  de  poesías,  escuchad  nuestros  anapes- 
tos (1). 

Si  alguno  de  vuestros  antiguos  poetas  cómicos 
nos  hubiese  pedido  que  recitáramos  sus  versos  en 
el  teatro,  le  hubiera  sido  difícil  conseguirlo;  pero 
el  autor  de  esta  comedia  es  digno  de  que  lo  haga- 
mos en  su  obsequio.  Ya  porque  odia  á  los  mismos 
que  nosotros  aborrecemos,  ya  porque  desafiando  in- 
trépido al  huracán  y  las  tempestades,  no  le  atemo- 
riza el  decir  lo  que  es  justo.  Como  miichos  se  le  han 
acercado  admirándose  de  que  desde  hace  tiempo 
no  haya  solicitado  un  coro,  y  pregun  tádole  la  causa 
de  ello,  el  poeta  nos  manda  que  os  manifestemos 
el  motivo.  No  ha  sido  sin  razón,  dice,  el  haber  tar- 
dado tanto,  sino  por  conocer  que  el  arte  de  hacer 
comedias  es  el  más  difícil  de  todos,  hasta  el  punto 
de  que  de  los  muchos  que  lo  solicitan,  pocos  logran 
dominarlo.  Sabe  además  desde  hace  tiempo  cuan 
inconstante  es  vuestro  carácter,  y  con  qué  facili- 
dad abandonáis,  apenas  envejecen,  á  los  poetas 
antiguos.  No  ignora,  en  primer  lugar,  la  suerte  que 
cupo  á  Mágnes  (2)  cuando  le  empezaron  á  blan- 
quear los  cabellos.  Aunque  habia  conseguido  mu- 
chas victorias  en  los  certámenes  cómicos;  aunque 
recorrió  todos  los  tonos  y  presentó  en  escena  cita- 
ristas, aves,  Lidios  y  cínifes;  aunque  se  pintó  el 


(4)    Metro  usado  en  la  parábasis. 

(2)  Poeta  cómico,  al  principio  muy  del  gusto  de  los 
Atenienses,  que  premiaron  sus  piezas  once  veces.  Aristófa- 
nes enumera  algunas  de  sus  comedias.  Ateneo  (xv,  690,  c.) 
cita  Los  Citaristas,  Los  Cínifes  y  Los  Lidios. 


no 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


rostro  del  color  de  las  ranas,  no  pudo  sostenerse, 
sino  que  en  la  edad  madura  y  no  en  la  juventud  le 
abandonasteis,  porque  con  los  años  habia  perdido 
aquella  ^acia  que  os  hacia  reir.  También  se  acuer- 
da de  Cratino,  que  en  sus  buenos  tiempos,  en  el 
apog-eo  de  su  gloria,  coriia  impetuosamente  por 
los  llanos,  y  desarraig-ando  plátanos  y  encinas,  los 
arrastraba  con  sus  adversarios  vencidos;  entonces 
no  se  podia  cantar  en  los  banquetes  otra  cosa  que: 
Daro,  la  de  las  saíulalias  de  higuera  (1),  y  Autores 
de  himnos  elegantes  (2);  ¡tan  floreciente  estaba! 
Pero  ahora  cuando  le  veis  chochear  no  os  compa- 
decéis de  él:  desde  que  á  su  lira  se  le  caen  las  cla- 
vijas, se  le  saltan  las  cuerdas  y  se  le  pierden  las 
armonías,  el  pobre  anciano  vaga  lo  mismo  que 
Gonnas  (3),  ceñida  la  frence  de  una  seca  corona  y 
muerto  de  sed,  él  que  por  sus  primeros  triunfos  me- 
recía beber  (4)  en  el  Pritáneo,  y  en  vez  de  delirar 


(i)  Principio  de  un  canto  de  Cratino,  que  era  una  sá- 
tira contra  la  venalidad  y  la  delación. 

(2)  Principio  de  otro  canto  de  Cratino. 

(3)  Músico  que  tenía  el  vicio  de  embriagarse;  su  po- 
breza era  extremada,  pues  las  coronas  de  olivo  con  que  le 
premiaron  en  los  juegos  olímpicos  eran  toda  su  hacienda. 
Solia  decir:  «que  estaba  bien  coronado,  pero  mal  bebido.» 

(4)  Cratino  era  extremadamente  aficionado  á  la  bebida. 
Horacio  hace  mérito  de  este  vicio  (Epist.  i,  19): 

Prisco,  si  credis,  Míecenas  docte,  Cratino 
Nulla  placeré  diu,  nec  vivere  carmina  possunt, 

Quae  scribuntur  aquae  potoribus 

Dícese  que,  sin  duda  mortificado  por  la  alusión  de 
Aristófanes,  Cratino  compuso  á  los  noventa  y  siete  años 
de  edad,  y  al  siguiente  de  la  representación  de  Los  Caba- 


laos CABALLEROS. 


Í7I 


en  la  escena,  presenciar  perfumado  el  espectáculo, 
sentado  junto  á  la  estatua  de  Baco  (1).  ¿Y  Grates  (2), 
cuántos  insultos  y  ultrajes  vuestros  no  sufrió  á 
pesar  de  que  os  alimentaba,  á  tan  poca  costa,  mas- 
ticando en  su  boca  delicada  los  más  ing-eníosos 
pensamientos?  Y,  sin  embarg-o,  este  fué  el  único 
que  se  sostuvo,  ya  cayéndose,  ya  levantándose. 

Temeroso  de  esto  nuestro  autor,  se  ha  contenido 
repitiéndose  á  menudo:  «es  preciso  ser  remero 
antes  de  ser  piloto,  y  gfuardar  la  proa  y  observar 
los  vientos  antes  de  dirig-ir  por  sí  mismo  la  nave.» 
En  g-racia  de  esta  modestia,  que  le  ha  impedido 
deciros  necedades,  tributadle  un  aplauso  que  ig-ua- 
le  al  estruendo  de  las  olas,  honradle  en  estas  fies- 
tas Lencas  (3)  con  jubilosas  aclamaciones,  para 
que,  satisfecho  de  su  triunfo,  se  retire  con  la  frente 
radiante  de  aleg-ría  (4). 

Neptuno  ecuestre  (5),  que  te  complaces  oyendo  el 
relincho  de  tus  corceles  y  el  resonar  de  sus  ferra- 
dos cascos;  potente  numen  á  quien  agrada  ver  las 


llerot,  una  comedia  titulada  La  botella  de  mimbres,  que 
ganó  el  primer  premio:  alarde  de  vigor  intelectual,  que  no 
es  único  en  el  teatro  ateniense,  pues  también  Sófocles 
compuso  su  Edipo  en  Colona  á  los  ochenta  y  tantos  años. 
(4)    Habia  asientos  de  honor  en  el  teatro. 

(2)  Poeta  cómico.  Principió  por  ser  actor  y  representar 
las  obras  de  Cratino.  El  Escoliasta  asegura  que  compraba 
los  votos  de  los  especladores. 

(3)  Véanse  Los  Acarnienses. 

(4)  Aristófanes  parece  aludir  á  su  espaciosa  calva. 

(5)  En  su  disputa  con  Minerva  sobre  quién  habia  de 
dar  su  nombre  á  la  ciudad  de  Atenas,  Neptuno  produjo  el 
caballo,  de  donde  el  epíteto  que  se  lee  en  el  texto. 


47-i 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


triremes  (1)  mercenarias  hender  rápidas  los  mares 
con  azulada  proa,  y  á  los  jóvenes,  enardecidos  por 
esa  pasión  que  les  arruina,  dirigir  sus  carros  en  el 
reñido  certamen,  asiste  á  este  coro,  deidad  de 
áureo  tridente,  rey  de  los  delfines,  adorado  en  Su- 
nio  (2)  y  en  Geresta  (3),  hijo  de  Saturno,  protector 
de  Formion  (4),  y  ahora,  para  Atenas,  el  más  pro- 
picio de  los  dioses. 

Queremos  elogiar  á  nuestros  padres,  héroes  dig- 
nos de  su  patria  y  de  los  honores  del  peplo  (5),  que, 
vencedores  siempre  y  en  todas  partes  en  combates 
terrestres  y  marítimos,  cubrieron  de  gloria  á  la 
repúbUca;  que  nunca  al  encentrar  los  enemigos 
se  ocuparon  en  contarlos,  pues  su  corazón  estaba 


[i)  Las  triremes  (tpiTípTic)  eran  naves  de  tres  filas  de 
remeros. 

(2)  Promontorio  del  Ática  consagrado  á  Neptuno. 

(3)  Promontorio  de  Eubea,  junto  al  cual  habia  un  tem- 
plo de  Neptuno. 

(4)  General  ateniense,  jefe  de  la  escuadra,  y  famoso 
por  sus  recientes  victorias  navales.  Era  de  costumbres  muy 
austeras.  No  habiendo  podido  pagar  á  causa  de  su  honrada 
pobreza  la  cantidad  de  cien  minas,  por  la  que  estaba  en 
descubierto  con  el  tesoro  público,  «fué  condenado  como 
insolvente  y  se  retiró  al  campo.»  Más  tarde  le  rehabilitó  el 
pueblo  ateniense.  (V.  La  Paz,  347;  Tuc.  ii,  68,  85,  92.) 

(5)  El  peplo  (itéirXoí;)  era  una  especie  de  manto  cortado 
en  redondo,  de  una  tela  muy  fina,  consagrado  con  espe- 
cialidad á  Minerva  en  concepto  de  patrona  de  Atenas;  en 
él  se  hallaba  representado  el  gigaste  Encelado,  muerto 
por  la  diosa.  Cada  cinco  años,  en  hs grandes Pa^iateneas^  se 
le  ofrecía  un  peplo  en  el  cual  figuraban  la»  acdones  y  los 
nombres  de  los  ciudadanos  dignos  de  recordarse.  (V.  Winc- 
KELMANN,  Hüt.  dc  V Art  ckez  les  Anciens;  tom.  i,  pág.  517. 
Paris,  4802;  Escoliasta,  Los  Cab.,  56H.) 


LOS  CABALLEROS. 


173 


siempre  dispuesto  al  ataque.  Si  alguno  llegaba  á 
caerse  por  casualidad  en  la  batalla,  limpiábase  el 
polvo,  y  negando  su  caida,  volvia  á  la  carga  con 
más  ardor.  Jamás  los  generales  de  entonces  hubie- 
ran pedido  á  Cleéneto  (1)  que  se  les  alimentase  á 
costa  del  Estado;  pero  ahora,  si  no  tienen  esta  pre- 
rogativa  y  la  de  asiento  distinguido  (2),  se  niegan 
á  combatir.  Nosotros  deseamos  pelear  valiente- 
mente y  ún  sueldo  por  la  patria  y  nuestros  dioses: 
nada  pedimos  en  pago,  sino  que  cuando  se  haga 
la  paz  y  cesen  las  fatigas  de  la  guerra  nos  permi- 
táis llevar  largo  el  cabello  (3)  y  cuidar  de  nuestro 
cutis. 

Veneranda  Palas,  diosa  tutelar  de  Atenas  que 
reinas  sobre  la  tierra  más  religiosa  y  fecunda  en 
poetas  y  guerreros,  ven  y  trae  contigo  á  la  victoria, 
nuestra  compañera  en  los  ejércitos  y  batallas,  esa 
fiel  amiga  del  Coro,  que  combate  á  nuestro  lado 
contra  nuestros  enemigos.  Preséntate  ahora:  hoy 
más  que  nunca,  sea  como  quiera,  es  preciso  que 
nos  otorgues  el  triunfo.  Queremos  también  publi- 
car lo  bueno  que  sabemos  de  nuestros  caballos  (4): 
dignos  son  de  alabanza.  Muchas  veces  nos  ayudá- 


is) Autor  de  un  decreto  sobre  el  derecho  de  los  gene- 
rales á  obtener  de  la  República  una  subvención.  El  padre 
del  demagogo  Cleon  se  llama  Cleéneto,  pero  no  está  bien 
averiguado  si  es  el  mismo  á  quien  cita  Aristófanes. 

(2)  Uno  de  los  honores  más  apreciados  era  el  tener 
asiento  de  distinción  en  el  teatro  y  otros  lugares  públicos. 

(3)  Los  caballeros  llevaban  el  cabello  largo. 

(4)  El  Coro  tributa  á  sus  caballos  los  elogios  que 
no  quiere  dirigirse  á  sí  mismo. 


474 


COMEDIAS    DK    ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


175 


ron  en  las  excursiones  y  combates;  mas  nunca  nos 
admiraron  tanto  con  lo  que  en  tierra  hicieron, 
como  cuando  se  lanzaron  intrépidamente  á  las 
naves  (1)  con  toda  su  carga  de  vasos  de  campaña, 
ajos  y  cebollas;  y  apoderándose  de  los  remos,  como 
si  fueran  hombres,  gritaban:  « ¡Hippapai!  (2)  ¿Quién 
remará  con  más  brío?  ¿Qué  hacemos?  ¿No  remarás 
tú,  oh  Sánfora?  (3))>  También  bajaron  á  Corinto:  los 
más  jóvenes  se  hicieron  allí  un  lecho  con  sus  cascos 
ó  iban  en  busca  de  cobertores,  y  en  vez  de  forraje 
de  la  Media,  comían  los  cang^rejos  que  se  descuida- 
ban en  salir  á  la  playa,  y  aun  los  buscaban  en  lo 
profundo  del  mar.  Por  eso  Teoro  dijo  que  un 
cangrejo  había  hablado  así:  «Terrible  es,  oh  Neptu- 
no,  no  poder,  ni  en  el  fondo  del  abismo,  ni  en  la 
tierra,  ni  en  el  mar,  escapar  de  los  Caballeros»  (4). 


f Vuelve  EL  CHORICERO.) 
CORO. 

jOh,  el  más  querido  y  valiente  de  los  hombres, 
cuan  inquieto  nos  ha  tenido  tu  ausencia!  Ya  que 
vuelves  sano  y  salvo,  cuéntanos  cómo  te  las  has 
arreglado. 


(i)  Los  Atenienses  enviaron  una  expedición  contra  Co- 
rinto después  de  la  victoria  de  Pilos,  tantas  veces  aludida 
en  esta  comedia.  (V.  Tuc,  iv,  42,  43.) 

(2)  Grito  de  los  marineros. 

(3)  Nombre  de  un  caballo. 

(4)  Pasaje  lleno  de  alusiones  oscuras  para  nosotros. 
Sobre  Teoro,  véanse  los  Arcanienses. 


EL  CHORICERO. 

¿Qué  he  de  deciros,  sino  que  he  conseg'uido  la 
victoria  en  el  Senado? 

CORO. 

¡Ahora  es  ocasión  de  prorumpir  todos  en  excla- 
maciones de  júbilo!  Tú,  que  hablas  tan  bien,  pero 
que  superas  á  las  palabras  con  las  obras,  cuénta- 
noslo  todo  circunstanciadamente;  con  gnisto  em- 
prenderíamos un  larg'o  viaje  sólo  por  oirte.  Por 
tanto,  hombre  excelente,  habla  sin  miedo;  todos 
nos  aleg-ramos  de  tu  triunfo. 

EL  CHORICERO. 

Escuchad,  pues  la  cosa  merece  la  pena.  En 
cuanto  salió  de  aquí,  le  seg-uí  pisándole  los  talones; 
apenas  entró  en  el  Senado,  empezó  con  su  voz  es- 
tentórea á  tronar  contra  los  Caballeros,  acumulán- 
doles calumnias  portentosas,  acusándoles  de  cons- 
piradores y  amontonando  palabras  sobre  palabras, 
que  empezaban  á  ser  creídas.  El  Senado  le  escu- 
chaba y  tan  fácilmente  se  apacentó  de  aquellas 
falsedades,  que  crecían  prodig'iosamente  como  la 
mala  hierba,  que  ya  lanzaba  miradas  severas  y 
fruncía  el  entrecejo.  Pero  yo,  cuando  comprendí 
que  sus  palabras  producían  efecto  y  que  conseg-uia 
engañar  á  su  auditorio,  exclamé:  «Oh  dioses  pro- 
tectores de  la  lujuria  y  del  fraude,  de  las  chocarre- 
rías y  desverg-üenzas  (1);  y  tú.  Mercado,  en  donde 


(1)  Todas  las  divinidades  invocadas  por  el  Choricero 
son  inventadas  por  Aristófanes:  SxlxaXot,  demonios  de  la  lu- 
jwHa;  <I>¿vaxe<;,  del  fraude  (de  cpéva^,  engañador);  Bepsa^^eOol, 


17(> 


COMEDIAS    DE    ARISTÓFANES, 


LOS  Caballeros. 


i77 


se  educó  mi  niñez,  dadme  audacia,  lengnia  expedi- 
ta é  impudente  voz.»  Cuando  pensaba  en  esto,  un 
bardaje  se  desahogó  (1)  á  mi  derecha,  y  yo  me  pros- 
terné en  actitud  de  adoración;  después,  empujando 
la  barrera  con  la  espalda,  grité  abriendo  una  boca 
enorme:  uSenadores,  soy  portador  de  buenas  noti- 
cias, y  quiero  ser  el  primero  en  anunciároslas 
desde  que  estalló  la  g'uerra,  nunca  han  estado  más 
baratas  las  anchoas.»  Al  punto  la  serenidad  brilló 
en  todos  los  semblantes,  y  en  seg'uida  me  decreta- 
ron una  corona  por  la  fausta  nueva.  Yo  en  cambio 
les  enseñé  en  pocas  palabras  un  secreto  para  com- 
prar muchas  anchoas  por  un  óbolo:  que  era  el  re- 
cog-er  todos  los  platos  á  los  fabricantes.  Todos 
aplaudieron  y  me  miraban  con  la  boca  abierta. 
Advirtiendo  esto  el  Paflagonio,  que  conoce  muy 
bien  el  modo  de  engatusar  al  Senado,  dijo:  «Ciuda- 
danos, propongo,  ya  que  tan  buenas  nuevas  acaban 
de  anunciarnos,  que  para  celebrarlas  inmolemos 
cien  bueyes  á  Minerva.»  Y  el  Senado  se  puso  otra 
vez  de  su  parte:  yo,  viéndome  entonces  humillado 
y  vencido,  le  cogí  la  vuelta,  proponiendo  que  se 
sacrificasen  hasta  doscientos,  y  además  mil  cabras 
á  Diana,  si  al  dia  siguiente  se  vendían  las  sardinas 
á  un  óbolo  el  ciento;  con  esto  el  Senado  se  inclinó 
de  nuevo  á  mi  favor;  y  el  Paflagonio,  aturdido,  em- 
pezó á  decir  necedades:  los  arqueros  y  Pritáneos  le 
sacaron  fuera  y  se  formaron  grupos  en  que  se  tra- 

de  la  estupidez;  Ko?á/ot,  de  la  chocarrer{a\  Mó6wv,  exclavo 
insolente. 
(1)    Pepedit. 


taba  de  las  anchoas.  Él  les  suplicaba  que  esperasen 
un  momento:  «Escuchad,  exclamaba,  lo  que  va 
á  decir  el  enviado  de  Lacedemonía:  viene  á  tratar 
de  la  paz.»  Entonces  gritaron  todos  á  una:  «¿Ahora 
de  la  paz?  lEstiipido!  ¿Después  que  han  sabido  lo 
baratas  que  tenemos  las  anchoas?  No  necesitamos 
paz,  siga  la  guerra.»  Y  mandaron  á  los  Pritáneos 
que  levantasen  la  sesión.  En  seguida  saltaron  las 
verjas  por  todas  partes.  Yo  me  escapé  y  corrí  á 
comprar  cuanto  cilantro  y  puerros  había  en  el 
mercado,  y  los  distribuí  luego  gratis  á  todos  los  que 
lo  necesitaban  para  sazonar  las  anchoas.  Ellos  no 
hallaban  palabras  con  que  elogiarme  y  me  colma- 
ban de  caricias,  hasta  el  punto  de  que  por  un  solo 
<>bolo  de  cilantro  me  he  hecho  dueño  del  Senado. 

CORO. 

Has  conseguido  cuanto  te  proponías  como  hom- 
bre favorecido  por  la  fortuna.  Aquel  bribón  ha  tro- 
pezado con  otro  que  le  da  quince  y  raya  en  tunan- 
tadas, astucia  y  zalamerías.  Procura  terminar  el 
combate  con  igual  felicidad:  ya  sabes  hace  tiempo 
que  somos  tus  benévolos  auxiliares. 

KL  CHORICERO. 

Ahí  viene  el  Paflagonio  turbando  y  arremoli- 
nando las  olas  delante  de  sí,  como  si  tratara  de 
tragarme.  ¡Dioses!  ¡qué  audacia! 


CLEON. 

íQue  me  muera  si  no  te  hago  añicos,  por  pocas 
de  mis  antiguas  mentiras  que  me  resten! 


178 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


EL  CHORICERO. 

Me  g-usta  oir  tus  amenazas  y  reirme  de  tus 
humos;  de  miedo  que  me  das,  bailo  y  ^rito  ¡qui- 
quiriquí! 

CLEON. 

¡Por  Céres,  perezca  ahora  mismo  si  no  te  devorol 

EL  CHORICERO. 

¿Si  no  me  devoras?  ¡Asi  me  muera  si  no  te  sorbo 
de  un  solo  tra^o  y  reviento  después  de  haberte 
sorbido! 

CLEON. 

Te  mataré,  lo  juro  por  el  asiento  de  honor  que 
srané  con  lo  de  Pilos. 

EL  CHORICERO. 

¡Ya  salió  el  asiento  disting-uido!  ¡Bah!  pronto 
pienso  verte  releído  de  aquel  primer  asiento  á  los 
últimos  bancos  del  teatro. 

CLEON. 

Juro  por  cuanto  hay  que  jurar,  aplicarte  el  tor- 
mento. 

EL  CHORICERO. 

¡Qué  furioso  estás!  Vamos,  ¿qué  te  daré  de  comer? 
¿Qué  es  lo  que  más  te  gusta?  ¿Una  bolsa? 

CLEON. 

Te  voy  á  arrancar  las  tripas  con  las  uñas. 

EL  CHORICERO. 

Ya  te  cortaré  yo  esas  uñitas  con  que  atrapas  los 
víveres  del  Pritáneo. 

CLEON. 

Te  arrastraré  ante  el  pueblo  para  que  me  haga 
justicia. 


LOS  CABALLEROS. 


479 


EL  CHORICERO. 

También  yo  te  arrastraré  y  te  acusaré  de  mil 
crímenes. 

CLEON. 

íMiserable!  á  tí  no  te  cree,  y  yo  me  burlo  de  él 
cuando  quiero. 

EL  CHORICERO. 

¡Qué  segTiro  estás  de  dominar  al  pueblo! 

CLEON. 

Es  que  sé  con  qué  guisos  se  le  ceba. 

EL  CHORICERO. 

Y  le  alimentas  mal  como  las  nodrizas;  pues  con 
el  pretexto  de  masticar  antes  la  comida  te  tragas 
tres  veces  más  de  lo  que  á  él  le  presentas  (1). 

CLEON. 

iPor  Júpiter,  con  mi  destreza  yo  puedo  ensanchar 
o  estrechar  el  pueblo  á  mi  gusto  (2). 

EL  CHORICERO. 

¡Vaya  un  lance!  también  lo  sé  yo. 

CLEON. 

Pobre  hombre,  no  pienses  que  me  has  de  jugar 
otra  pasada  como  la  del  Senado:  acudamos  al 
pueblo. 

EL  CHORICERO. 

Nádanos  lo  impide:  adelante,  no  haya  tardanza. 

CLEON. 

jOh  pueblo!  ¡sal  aquí! 


(4)    Aristóteles  {ReL,  i  4)  hace  la  misma  comparación, 
(i)    Es  decir,  darle  mucho  ó  uoco  á  su  arhif r.n^ 


180 


COMEDIAS    DE    ARISTÓFANES. 


EL  CHORICERO. 

¡Sí,  por  Júpiter;  sal  aquí,  padre  mió! 

CLEON. 

¡Pueblecillo  mió  querido,  sal  para  que  veas  cuan 
indígenamente  me  tratan! 


PUEBLO. 

¿Quiénes  son  estos  alborotadores?  ¡fuera  pronto 
de  esta  puerta!  Me  habéis  tirado  el  ramo  de  olivo  (1). 
¿(juién  te  maltrata,  Paflag-onio? 

CLEON. 

Este,  y  esos  jóvenes  que  me  apalean  por  tu  causa. 

PUEBLO. 

^.Por  qué? 

CLEON. 

Porque  te  quiero,  oh  Pueblo,  y  estoy  enamorado 
de  tí. 

PUEBLO. 

Y  tú,  ¿quién  eres? 

EL  CHORICERO. 

Yo  soy  su  rival;  te  amo  ya  hace  tiempo,  y  con 
otros  muchos  buenos  y  honrados  ciudadanos  sólo 
anhelo  serte  útil.  Pero  éste  nos  io  impide.  Pues  tú 
te  pareces  á  esos  jóvenes  rodeados  de  amantes;  no 
quieres  á  los  buenos  y  honrados,  y  te  entregas  á 
los  vendedores  de  lámparas  (2),  y  á  los  zapateros, 
g-uarnicioneros  y  curtidores. 

(1)  Era  una  costumbre  piadosa  el  colgar  ramas  de  ár- 
boles á  las  puertas  de  la  casa. 

(2)  Alusión  á  Hipérbolo. 


LOS  CABALLEROS. 


181 


CLEON. 

Hace  bien;  porque  yo  sirvo  al  pueblo. 

EL  CHORICERO. 

¿En  quéf  ¿díme? 

CLEON. 

Fui  á  Pilos,  suplanté  á  los  g'enerales  cuando  á 
ella  se  dirig-ian,  y  me  traje  á  los  prisioneros  lace- 
demonios. 

EL  CHORICERO. 

También  yo,  estando  paseando,  robé  de  una 
tienda  la  olla  con  la  comida  que  otro  habia  puesto 
á  cocer. 

CLEON. 

Pueblo  mió,  convoca  cuanto  antes  una  asamblea 
para  que  sepas  quién  de  los  dos  te  quiere  más,  y 
decidas  quién  merece  tu  amor. 

EL  CHORICERO. 

Bueno,  bueno,  decide  entre  los  dos,  con  tal  que 
no  sea  en  el  Pnix  (1). 

PUEBLO. 

No  puedo  sentarme  en  otro  sitio;  pero  antes  es 
necesario  reunir  en  él  los  ciudadanos. 

EL  CHORICERO. 

¡Infeliz  de  mí!  ¡Soy  perdido!  Porque  este  viejo, 
que  en  su  casa  es  el  más  discreto  de  los  hombres, 
en  cuanto  se  sienta  en  esos  bancos  de  piedra  se 
está  con  la  boca  abierta,  como  el  que  al  colg'ar 
higos  se  le  quedan  los  cabos  en  la  mano  (2). 


(4)    Lugar  donde  se  reunía  la  asamblea  popular. 
(2)    Al  ponerlos  á  secar  al  sol. 


i82 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


CORO  (1). 

Ahora  es  necesario  que  despliegues  todas  las  ve- 
^as  y  desamarres  todos  los  cables;  ármate  de  valor 
y  de  astucia  y  de  capciosos  discursos  para  vencerle. 
El  enemigo  es  flexible  y  hábil  en  presentar  toda 
clase  de  obstáculos.  Procura,  pues,  arrojarte  sobre 
él  con  todas  tus  fuerzas;  mucho  cuidado;  antes  de 
que  él  te  ataque  levanta  los  pesos  que  has  de  arro- 
jarle y  adelanta  tu  nave  (2). 

CLKON. 

iOh  poderosa  Minerva,  protectora  de  la  ciudad! 
si  después  de  Lisíeles  (3),  Cinna  y  Salabaca  (4)  soy 
yo  el  que  más  amo  al  pueblo  ateniense,  concédeme 
que,  como  hasta  ahora,  sea,  por  no  hacer  nada,  ali- 
mentado á  costa  del  Estado.  Mas  si  te  aborrezco  y 
no  combato  por  ti,  aunque  me  vea  aislado,  que 
muera  y  me  sierren  vivo,  y  corten  en  correas  mi 
pellejo. 

EL  CHORICERO. 

¡Y  yo.  Pueblo  mió,  si  no  es  cierto  que  te  amo  y 
estimo,  permita  Júpiter  que  sea  cocido  y  hecho 
menudísimas  tajadas!  Si  no  crees  mis  palabras, 
consiento  en  ser  rallado  sobre  este  tablero,  mez- 
clado con  queso  para  hacer  un  almodrote  y  arras- 
trado con  un  g-ancho  al  Cerámico  (5). 

(1)  Cambio  de  decoración.  La  escena  debia  de  repre- 
sentar el  Pnix. 

(2)  Metáforas  lomadas  de  la  navegación. 

(3)  Lisíeles,  ya  citado  en  el  verso  i32. 

(4)  Cinna  y  Salabaca,  cortesanas  de  Atenas.  Como  se 
ve,  el  patriotismo  de  Cleon  no  era  excesivo. 

(o)    Demo  de  Atenas  en  que  eran  sepultados  los  guerre- 


LOS  CABALLEROS. 


183 


CLEON. 

¡Oh  Pueblo!  ¿Cómo  puede  haber  un  ciudadano 
que  te  ame  más  que  yo?  Desde  que  soy  tu  conseje- 
ro, he  enriquecido  tu  tesoro  atormentando  á  éstos, 
apurando  á  aquellos  y  pidiendo  á  otros,  sin  atender 
á  ning*un  particular  con  tal  de  serte  g'rato. 

EL  CHORICERO. 

Todo  eso,  oh  Pueblo,  nada  tiene  de  extraordina- 
rio; yo  haré  lo  mismo,  pues  robaré  panes  á  otros 
para  servírtelos.  No  creas  que  ese  te  ama  y  procura 
tu  bien  en  consideración  á  tu  persona,  sino  por  ca- 
lentarse á  tu  fueg'o.  De  otra  suerte,  ¿cómo  no  ve 
que  tú,  que  en  defensa  de  esta  tierra  desenvainaste 
en  Maratón  la  espada  contra  los  Persas  y  alcanzaste 
de  ellos  aquella  insigne  victoria  tantas  y  tantas 
veces  ponderada,  te  sientas  siempre  sobre  esas 
duras  piedrasi^  Nunca  se  le  ha  ocurrido  como  á  mí 
ofrecerte  un  cojin,  como  este  que  te  traiofo  cosido 
con  mis  propias  manos.  Ea,  levántate  y  siéntate 
sobre  él  cómodamente;  así  no  estarán  mortifica- 
dos esos  miembros  que  trabajaron  tanto  en  Sala- 
mina  (1). 

PUEBLO. 

¿Quién  eres,  amig-o  mío?  ¿Eres  acaso  de  la  raza 
de  Harmodio"^  Tu  obsequio  es  en  verdad  muy  po- 
pular y  delicado. 

ros  muertos  en  el  combate.  En  el  recinto  de  la  ciudad  habia 
un  lugar  del  mismo  nombre  habitado  por  las  cortesanas. 
Para  dar  más  fuerza  á  su  imprecación,  Agorácrito  dice 
por  dónde  ha  de  ser  enganchado:  tGv  ópytTréSwv,  correpüs 
testiculis. 
( !)    Nates  eorum  qui  remum  agebant. 


i8  4 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


185 


CLKON. 

Eso  es  muy  poco  para  que  ya  te  muestres  bené- 
volo con  él. 

ISL     CHORICIíRO. 

A  fe  que  tii  le  has  engranado  con  mucho  menos 
cebo. 

CLKÜN. 

Apuesto  la  cabeza  á  que  no  habido  nunca  unu 
que  combata  más  que  yo  por  tí,  ¡oh  Pueblo!  ni  que 
más  te  ame. 

EL     CHORIClíRO. 

¿Cómo  puedes  amarle  cuando  le  ves  hace  ocho 
años  vivir  en  cuevas  y  miserables  chozas,  y  lejos 
de  compadecerte  de  él  lo  dejas  que  se  muera  ahu- 
mado (1),  y  cuando  Arqueptólemo  vino  á  propo- 
nernos la  paz,  la  rechazaste  y  arrojaste  de  la  ciu- 
dad á  puntapiés  á  los  embajadores  encarg-ados  de 
pactar  las  ti^egifiasí^  (2). 

CLKON. 

Es  para  que  gobierne  á  todos  los  Grieg-os.  Por 
que  en  los  oráculos  se  dice  que  si  tiene  paciencia 
llegará  á  cobrar  en  la  Arcadia  cinco  óbolos  por  ad- 
ministrar justicia.  Así  es  que  yo  le  alimentaré  y 
cuidaré,  y  suceda  lo  que  suceda  siempre  le  pag-aré 
los  tres  óbolos  (3). 

(1)  Vid.  ia  Noticia  preliminar  de  los  Acarnienses. 

(2)  Los  Lacedemonios,  antes  de  la  toma  de  Pilos,  en- 
viaron á  Aleñas  una  embajada  solicitando  la  paz.  Arque- 
ptólemo, ciudadano  ateniense,  lué  el  encargado  de  presen- 
tarla; pero  Cleon  hizo  infructuosas  sus  gestiones.  (Vid. 
Tüc.  IV,  47,  n.)  ^ 

(3)  Salario  de  los  jueces.  Ya  hemos  visto  que  era  uno 


EL    CHORICERO. 

No  te  afanas  porque  éste  mande  en  Arcadia,  sino 
por  robar  más,  y  obtener  muchos  reg-alos  de  las 
ciudades  tributarias:  quieres  que  entre  el  remolino 
de  la  g-uerra  el  Pueblo  no  vea  tus  tunantadas,  y 
que  la  necesidad,  la  miseria  y  el  aliciente  del  esti- 
pendio le  oblig'ue  á  considerarte  como  su  única  es- 
peranza. Pero  si  alg-una  vez,  volviendo  al  campo, 
log-ra  vivir  en  paz,  y  reponer  sus  fuerzas  con  el 
trig-o  nuevo  y  las  sabrosas  olivas,  conocerá  los  bie- 
nes de  que  le  priva  tu  estipendio;  entonces,  irritado 
y  feroz,  te  acusará  ante  los  tribunales.  Tú  lo  sabes, 
y  por  eso  le  eng-anas  con  esperanzas  quiméricas. 

CLEON. 

¿No  es  intolerable  que  tú  dig-as  eso  de  mí  y  me 
calumnies  ante  los  Atenienses  y  el  Pueblo,  cuando, 
por  la  venerable  Céres  lo  juro,  he  prestado  á  la  Re- 
pública más  servicios  que  Temístocles'^ 

EL     CHORICERO. 

«iCiudad  de  Arg-os!  ¿escuchas  lo  que  dice?(l)»  ¿Tú 
ig-ual  á  Temístocles?  Nuestra  ciudad  estaba  ya  hen- 
chida de  riquezas,  y  él  añadió  tantas  que  se  desbor- 
daron como  el  ag-ua  de  un  vaso  lleno  hasta  la  boca; 
á  los  manjares  de  su  espléndida  mesa,  él  añadió  el 
Pireo  (2),  y,  sin  quitarnos  los  antig-uos  peces,  nos 

de  los  medios  empleados  por  Cleon  para  sostener  su  in- 
Imencia. 

(i)    Verso  de  Eurípides. 

(f2)  Puerto  de  Atenas  que  se  hizo  por  consejo  de  Te- 
niistocles,  quien  lo  unió  á  la  ciudad  por  medio  de  una  mu- 
ralla de  35  estadios.  (I'lutarco,  Vida  (le  Temístocles;  Cor- 
NELio  Nepote,  id,,  cap.  6.) 


\m 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CARALLEROS. 


187 


procuró  otros  nuevos!  ¡Tú  ig'ual  á  Temístocles, 
caando  no  has  hecho  más  que  estrechar  la  ciudad, 
dividirla  con  murallas  é  inventar  oráculos!  El,  sin 
embarg-o,  fué  desterrado,  y  tú  te  regulas  el  cuerpo 
á  nuestra  costa  (1). 


CLKON. 

¿No  es  insufrible,  oh  Pueblo,  tener  que  oir  estos 
dicterios  sólo  porque  te  amo? 

PUKBLO. 

Cállate,  basta  de  injurias.  Harto  tiempo  me  has 
engañado. 

EL     CHORICERO. 

¡Es  un  malvado,  Pueblecillo  mió!  Ha  cometido 
mil  iniquidades  mientras  te  ha  tenido  sorbido  el 
seso.  Se  ha  hecho  pagar  á  peso  de  oro  la  impuni- 
dad de  los  concusionarios,  y  metiendo  el  brazo 
hasta  el  codo  en  el  tesoro  de  la  República,  ha  ro- 
bado cuanto  ha  podido. 

CLEON. 

¡No  te  has  de  aleg-rar!  Yo  probaré  que  has  robado 
tres  mil  dracmas. 

EL    CHORICERO. 

¿Por  qué  te  revuelves?  ¿Por  qué  te  alborotas  sien- 
do el  hombre  peor  que  existe  para  el  pueblo  ate- 
niense? También  yo  probaré,  ó  si  nó  que  me  muera, 
que  recibiste  de  Mitilene  (2)  más  de  cuarenta  minas. 


(1)  Lit.  «Comes  las  tortos  de  Aquiles,w  frase  proverbiítl 
para  indicar  una  alimentación  exquisita. 

(2)  No  se  sabe  de  cierto  por  qué  motivo.  El  Escoliasta 
recuerda  lo  que  sobre  la  sublevación  de  los  Mitilenenses 
dice  Tucídides  (ni,  18,  36,  50).  Pero  el  haber  pedido 


CORO. 

Te  felicito  por  tu  elocuencia,  oh  mortal  que  apa- 
reces como  el  bienhechor  de  todos  los  hombres  (1). 
Si  así  continúas,  serás  el  más  g-rande  de  los  Grie- 
g-os,  y  único  dueño  de  la  República:  armado  del 
simbólico  tridente,  mandarás  á  los  aliados,  y  reuni- 
rás inmensas  riquezas  trastornando  y  confundién- 
dolo todo.  Pero  no  sueltes  á  ese  hombre,  ya  que  se 
ha  dejado  cog-er;  fácil  te  será  vencerle  con  seme- 
jantes pulmones. 

CLEON. 

Aun  no,  buena  g-ente,  aun  no  han  lleg-ado  las 
cosas  á  ase  extremo;  me  queda  todavía  por  decir 
una  hazaña  tan  ilustre  que  puedo  tapar  con  ella  la 
boca  á  todos  mis  adversarios,  mientras  se  conserve 
un  resto  de  los  escudos  cog-idos  en  Pilos  (2). 

EL     CHORICERO. 

Párate  en  los  escudos;  ya  me  has  dado  un  asi- 
dero (3).  Pues  por  precaución  no  debías,  ya  que 

Cleon  que  fuesen  pasados  á  cuchillo  todos  los  hombres  de 
la  ciudad  rebelde  y  reducidos  á  la  esclavitud  los  niños  y 
las  mujeres,  no  permite  suponer  que  hubiera  sido  com- 
prado en  esta  ocasión.  El  pueblo  ateniense,  compadecido 
de  la  mísera  suerte  de  tantos  infelices,  revocó  su  cruel 
decreto,  y  sólo  fueron  castigados  los  principales  culpables. 

(1)  Parodia  del  verso  614  del  Prometeo  de  Esquilo. 

(2)  Los  escudos  cogidos  ai  enemigo  se  colgaban  en 
los  templos  como  en  acción  de  gracias  á  los  dioses;  pero 
tomando  la  precaución  de  quitarles  las  correas  ó  abraza- 
deras para  evitar  el  que  pudieran  utilizarse  en  alguna  se- 
dición. A  esta  falta  de  precaución  alude  en  su  respuesta  el 
Choricero. 

(3)  Juego  de  palabras  sobre  Xa6/jv,  que  designa  también 
la  abrazadera  ó  asa  del  escudo. 


188 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLERO)!. 


189 


tanto  amas  al  pueblo,  permitir  que  fueran  suspen- 
didos en  el  templo  con  sus  abrazaderas.  Pero  lo  que 
hay  aquí,  Pueblo  mió,  es  una  maquinación  para 
que  no  puedas  castig-arle,  si  alguna  vez  lo  intentai=!. 
¿¡.Ves  esa  turba  de  jóvenes  curtidores  que  le  escolta. 
acompañada  por  esa  otra  de  vendedores  de  miel  y 
de  quesos?  Pues  todos  conspiran  al  mismo  fin.  Por 
tanto,  si  te  encolerizas  y  le  amenazas  con  el  ostra- 
cismo (1),  se  apoderarán  una  noche  de  esos  escudos 
y  correrán  á  apropiarse  de  nuestros  gfraneros. 

PUEBLO. 

(Infeliz  de  mi!  ^.Conque  aun  tienen  las  abraza- 
deras? [Infame,  cuánto  tiempo  me  has  tenido  en- 
gañado! 

CLEON. 

Querido  mió:  no  seas  tan  crédulo;  no  pienses  que 
has  de  encontrar  un  amig'o  mejor  que  yo:  yo  solo 
he  sofocado  todas  las  conspiraciones;  en  cuanto 
existe  la  menor  conspiración,  yo  te  la  denuncio  á 
g-ritos. 

EL  CHORICERO. 

Haces  lo  que  los  pescadores  de  anguilas.  Si  el 
lag")  está  tranquilo,  no  cogen  nada;  pero  cuando 
revuelven  el  cieno  arriba  y  abajo,  hallan  buena 
pesca.  Tú  también  pescas  cuando  revuelves  la 
ciudad  (2).  Pero  dime  una  sola  cosa:  tú  que  vende? 


(4)  Destierro  por  algunos  años  que  se  solia  decretar 
contra  los  ciudadanos  cuyo  poder  é  influencia  inspiraba 
temor  á  la  recelosa  democracia  ateniense. 

(2)  Nótese  la  semejanza  de  esta  comparación  con  nues- 
tro refrán:  «A  rio  revuelto  ganancia  de  pescadores.» 


tantos  cueros,  y  te  jactas  de  amar  tanto  al  pueblo, 
¿le  has  dado  nunca  una  suela  para  sus  zapatos? 

PUEBLO. 

¡No,  por  Apolo! 

EL  CHORICERO. 

Y  bien,  ¿vas  conociendo  á  ese  hombre?  Yo  te  he 
comprado  este  par  de  zapatos  y  te  los  doy  para  que 
los  gastes. 

PUEBLO. 

Ningún  hombre,  que  yo  sepa,  ha  sido  mejor  que 
tú  para  el  pueblo;  ni  más  celoso  por  el  bien  de  la 
República  y  de  los  dedos  de  mis  pies. 

CLEON. 

¿No  es  doloroso  que  des  tanta  importancia  á  un 
par  de  zapatos  y  te  olvides  de  todo  lo  que  he  hecho 
en  tu  favor?  Yo  corregí  á  los  lujuriosos,  borrando 
á  Grito  (1)  de  la  lista  de  los  ciudadanos. 

EL  CHORICERO. 

¿No  es  doloroso  también  que  te  metas  á  investi- 
gaciones de  cierto  g-énero  (2),  y  á  corregir  los  luju- 
riosos? Aunque  sólo  lo  hiciste  por  miedo  de  que  se 
convirtiesen  en  ora  lores  (3).  En  tanto,  ves  á  este 


(1)  Uno  de  los  Escoliastas  dice  que  este  Grito  era  un 
constante  parroquiano  de  los  lupanares  y  burdeles,  conde- 
nado á  muerte  por  Cleon.  Sin  embargo,  lo  probable  es  que 
no  sea  un  personaje  real.  Quizá  es  un  nombre  imaginario, 
formadode  yp\i,  porgiiena  de  lasuñas^  inventado  por  Aristó- 
fanes para  hacer  ridicula  la  importancia  de  la  pretendida 
corrección  de  costumbres  que  pondera  Cleon. 

(2)  Te  culos  guidem  inspectare. 

(3)  Aristófanes  alude  muchas  veces  á  la  disolución  de 
los  oradores. 


^' 


190 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALL'  ROS. 


i  94 


pobre  anciano  sin  túnica,  en  el  rig*or  del  invierno, 
y  no  has  sido  capaz  de  darle  una  con  dos  man- 
gas (1),  como  esta  que  yo  le  regíalo. 

PUEBLO. 

Hé  aquí  una  idea  que  nunca  se  le  ocurrió  á  Te- 
místocles.  No  cabe  duda  de  que  las  fortificaciones 
del  Pireo  son  una  gran  cosa,  pero  á  mí  me  parece 
mejor  la  ocurrencia  de  darme  esta  túnica. 

CLEON. 

íAy  de  mí!  jcon  qué  zalamerías  me  suplantas! 

EL  CHORICERO. 

Nada  de  eso:  hag-o  lo  que  los  convidados  cuando 
se  ven  apretados  por  una  necesidad;  así  como  ellos 
cogen  los  zapatos  ajenos  (2),  yo  me  valgo  de  tus 
añagazas. 

CLEON. 

Pues  á  zalamero  no  me  has  de  ganar.  Voy  á  cu- 
brirle con  este  manto.  Tú,  bribón,  rabia  ahora. 

PUEBLO. 

¡Puf!  ¡quita  allá!  apestas  á  cuero. 

EL  CHORICERO. 

Por  eso  te  ha  puesto  el  manto,  con  objeto  de  as- 
fixiarte. También  antes  lo  intentó:  ¿te  acuerdas  de 
aquella  corteza  de  laserpicio  (3)  que  vendia  tan 
barata? 


(i)  Las  túnicas  con  mangas  sólo  las  usaban  los  cin(gdi 
y  pueri  meritarü,  y  los  actores:  ¿habrá  en  la  promesa  de 
Cleon  alguna  alusión  satírica  al  pueblo  ateniense?  (Vid. 
WiNCKELMANN,  obra  citada,  tom.  i,  pág.  546.) 

(2)  Los  antiguos  se  descalzaban  para  recostarse  en  los 
triclinios,  ó  camas,  sobre  las  cuales  comían. 

(3)  El  (ji>^tov  rae  parece  que  debe  traducirse  laserpicio. 


PUEBLO. 

Sí  que  me  acuerdo. 

EL  CHORICERO. 

Procuró  que  se  vendiese  tan  barata  para  que  la 
compraseis  y  comieseis,  y  después  en  el  tribunal 
os  mataseis  los  jueces  unos  á  otros  con  vuestras 
ventosidades. 

PUEBLO. 

¡Por  Neptuno,  xmfemxtero  (1)  me  dijo  lo  mismo. 

EL  CHORICERO. 

¿Y  no  os  poníais  rojos  de  tanto  mal  olor? 

PUEBLO. 

Fué  en  verdad  una  idea  digna  de  Pirrandro  (2). 

CLEON. 

¡Canalla!  ¡con  qué  chocarrerías  intentas  per- 
derme! 

EL  CHORICERO. 

La  diosa  me  mandó  que  te  sobrepujase  en  pala- 
brería. 

CLEON. 

Pues  no  me  vencerás.  Yo  prometo,  oh  Pueblo, 


por  más  que  haya  escritores  que  entiendan  que  es  el  beti- 
juL  Era  una  hierba  notable  por  sus  cualidades  medicinales, 
y  sumamente  ventosa  y  laxante.  Su  olor  no  era  agradable 
para  todos.  Se  cosechaba  mucho  en  la  Cirenaica. 

(i)  Permítasenos  la  importación  de  esta  palabra  del 
catalán,  en  gracia  á  que  traduce  exactamente  el  y.ÓTtpetoc; 
del  original,  y  puede  además  derivarse  de  la  castellana 
^emo  ó  cieno. 

(2)  Pirrandro  quiere  decir  hombre  rojo,  aludiendo  al 
enrojecimiento  anterior.  Según  el  Escoliasta,  el  sujeto  ci- 
tado fué  un  delator  ó  sicofanta. 


19*2 


COMKltlAS  l>K  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


493 


darte  un  buen  plato:  tu  salario  de  juez  sin  trabajar 
nada. 

EE  CHORICERO. 

Y  yo  te  doy  esta  cajita  con  ung-üento  para  que  te 
cures  las  úlceras  de  las  piernas. 

CLEON. 

Yo   te    rejuveneceré,    quitándote   los   cabellos 
blancos. 

EL  CHORICERO. 

Toma  esta  cola  de  liebre  para  que  te  enjutes 
los  ojillos. 

CLEON. 

Cuando  te  suenes,  Pueblo  mió,  limpíate  los  dedos 
en  mi  cabeza. 

EL   CHORICERO. 

En  la  mia. 

CLEON. 

En  la  mia.  Haré  que  te  nombren  Trierarca  (1 
para  que  te  veas  oblig-ado  á  equipar  una  nave  á  tu 
costa;  ya  procuraré  darte  la  más  vieja,  y  de  ese 
modo  no  tendrán  fin  tus  g'astos  y  reparaciones. 
Las  velas  han  de  ser  podridas. 

EL   CORO. 

El  hombre  entra  en  ebullición  (2);  basta,  basta. 


(i)  El  cargo  de  Trierarca  era  sumamente  oneroso.  La 
República  sólo  proporcionaba  el  casco  de  la  nave,  y  el 
Trierarca  tenía  que  equiparla  á  su  costa.  Era  uno  de  los 
medios  de  que  se  valian  los  demagogos  para  vejar  á  sus 


enemigos 


(2)    üd^lisit,  de  donde  el  apodo  de  Paflagonio  dado  á 
CleoD. 


Mira  que  hierve  demasiado;  quita  un  poco  de  fuego 
para  disminuir  sus  espumarajos  de  rabia. 

CLEON. 

Ya  me  las  pag-arás  todas  juntas;  voy  á  hundirte 
á  contribuciones,  y  á  hacer  que  te  inscriban  en  el 
padrón  de  los  ricos. 

EL  CHORICERO. 

Yo  no  grastaré  el  tiempo  en  amenazas;  sólo  esto 
te  deseo:  que  cuando  la  sartén  llena  de  calamares 
esté  chirriando  en  el  fueg-o,  y  tú  disponiéndote  á 
hablar  por  los  Milesios  para  g-anar  un  talento  si 
consigues  que  su  proposición  sea  aprobada,  al  tra- 
tar de  engulHrte  á  toda  prisa  la  fritada,  antes  de 
acudir  á  la  asamblea,  se  presente  cualquiera  im- 
portuno, y  tú  por  no  perder  el  talento,  te  ahogues 
al  trag-ar  el  almuerzo. 

CORO. 

i  Muy  bien,  por  Júpiter,  Céres  y  Apolo» 

PUEBLO. 

A  mí  también  me  parece  fuera  de  duda  que  es 
un  buen  ciudadano,  y  de  esos  que  en  estos  tiempos 
no  se  venden  por  un  óbolo.  Tú,  Paflag-onio,  que 
tanto  alardeas  de  quererme,  me  has  irritado,  y  por 
tanto  devuélveme  mi  anillo  (1),  pues  desde  este 
instante  dejas  de  ser  mi  tesorero. 

CLEON. 

Tómalo.  Sin  embargo ,  bueno  es  que  sepas  que 
si  no  me  dejas  gobernar  la  repúbüca,  mi  sucesor 
será  peor  que  yo. 


(\)    Signo  de  mando. 


^'^ 


194 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


4í)5 


PUEBLO. 

No  es  posible  que  este  sea  mi  anillo;  me  parece, 
si  no  me  engaña  la  vista,  que  el  sello  es  diferente. 

EL  CHORICERO. 

Veamos,  ¿cuál  era  tú  sello? 

PUEBLO. 

Lina  hoja  de  higuera  untada  de  grasa  (1). 

EL   CHORICERO. 

No  es  ese. 

PUEBLO. 

¿No  es  la  hoja  de  higuera?  ¿  pues  qué  tiene? 

EL   CHORICERO. 

Un  cuervo  marino  (2),  con  el  pico  abierto,  aren- 
gando desde  una  piedra  (3). 

PUEBLO. 

¡  Desdichado  de  mi ! 

EL  CHORICERO. 

¿Qué  te  pasa? 

PUEBLO. 

Tíralo  lejos;  no  es  el  mió,  es  el  de  Cleónimo  (4). 
Toma  este  y  sé  mi  tesorero. 

CLEON. 

A  lo  menos,    dueño  mió,   escucha  antes  mis 
oráculos. 


(4)  Vuelve  á  mencionarse  el  Bprov^de  cuya  confección 
hablamos  en  la  ñola  al  verso  li02  cíe  Los  Acarnienses.  Hay 
además  en  el  original  un  equivoco  intraducibie,  basado  en 
la  casi  completa  semejanza  de  los  vocablos  Si^jxoí;,  pueblo, 
y  8tj{jió<;,  grasa. 

(-2)    Ave  voraz,  símbolo  de  la  codicia  de  Cleon. 

(3)  La  tribuna  desde  In  cual  hablaban  los  oradores. 

(4)  Alusión  á  su  rapacidad. 


EL  CHORICERO. 

Y  los  mios. 

CLEON. 

Si  le  crees,  tendrás  que  prestarte  á  sus  rapiñas. 

EL  CHORICERO. 

Si  le  crees,  tendrás  que  prestarte  á  sus  infa- 
mias (1). 

CLEON. 

Mis  oráculos  dicen  que  reinarás  en  todo  el  mundo 
coronado  de  rosas. 

EL   CHORICERO. 

Los  mios,  que  vestido  de  una  túnica  de  púrpura 
bordada  á  aguja,  y  ceñida  la  frente  con  una  coro- 
na, perseguirás  en  un  carro  de  oro  á  Esmicítes  (2) 
y  á  su  marido. 

PUEBLO. 

Vé  y  trae  los  oráculos  para  que  éste  los  oiga. 

EL   CHORICERO. 

Con  gusto. 

PUEBLO. 

Trae  tú  también  los  tuyos. 

CLEON. 

Voy. 

EL  CHORICERO. 

Vamos,  pues:  nada  nos  lo  impide. 

(i)     Verpumjejeri  necesse  est  usque  ad  pectinm. 

U)  Rey  de  Tracia,  aliado  de  los  Persas.  Aristófanes  lo 
convierte  en  mujer  y  al  decir  que  el  pueblo  perseglirál 
Esmicítes,  en  vez  de  añadir  y  á  su  ejército,  dice  yá^tt 
rtiarido  como  si  se  tratase  de  perseguir  en  iusticia  á  una 
"¡^^Zo  ""  P'''^''  '"'  demandada  en^nion  de  sí 


496 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANíS. 


CORO. 

Felicísimo  será  este  día  para  los  presentes  y  los 
que  han  de  llegar  (1),  si  en  él  acaece  la  pérdida  de 
Oleon;  aunque  he  oido  en  el  bazar  de  los  pleitos 
sostener  á  ciertos  viejos  tardones,  que  si  este  hom- 
bre no  hubiera  alcanzado  tanto  poder,  nos  falta- 
rían en  la  República  dos  útilísimos  enseres:  el 
mortero  y  la  espumadera  (2). 

Admiro  también  su  fosera  educación ;  los  mu- 
chachos que  con  él  asistían  á  la  escuela,  dicen 
que  nunca  pudo  templar  su  Ura  más  que  al  modo 
dóríco,  sin  querer  aprender  ning-un  otro;  por  lo 
cual  irritado  el  maestro  de  música  le  despidió,  di- 
ciendo: «ese  mozuelo  es  incapaz  de  aprender  otros 
tonos  que  aquellos  cuyo  nombre  signifique  re- 
galar» (3). 


CLEON. 

Aquí  tienes,  mira;  aun  no  los  traig^o  todos. 

EL  CHORICERO. 

¡Ah,  no  puedo  resistir  más!  (4)  y  aun  no  los 
traigo  todos. 


(1)    Los  habitantes  de  las  ciudades  aliadas. 

m  Quiere  decir  que  Cleon  desempeñaba  el  m;smo  pa- 
pel en  la  administración  del  Estado  que  el  mortero  y  la 
espumadera  en  la  cocina;  aplastando  á  sus  enemigos  y  re- 
volviéndolo todo.  ^,         ,    .  .     „  , 

(3)  Alusión  á  los  regalos  que  Cleon  admitía.  Hay  en  el 
original  un  juego  de  palabras  basado  en  la  semejanza  de 
dórico  y  oojpov,  recalo. 

(4)  Qtíum  mide  cacaturio. 


LOS  CABALLEROS. 


197 


PUEBLO. 

¿Qué  es  eso? 

CLEON. 

Oráculos. 

PUEBLO. 

¿Todos? 

CLEON. 

¿Te  admiras?  pues  aun  tengo  un  arca  llena. 

EL   CHORICERO. 

Y  yo  el  desván  de  mi  casa  y  otros  dos  contiguos. 

PUEBLO. 

Veamos,  ¿de  quién  son  esos  oráculos? 

CLEON. 

Los  mios  de  Bácis. 

PUEBLO. 

¿Y  los  tuyos? 

EL   CHORICERO. 

De  Glánis  (1),  hermano  mayor  de  Bácis. 

PUEBLO. 

¿De  qué  hablan? 

CLEON. 

f)e  Atenas,  de  Pilos ^  de  ti,  de  mi,  de  tjdas  las 
cosas. 

PUEBLO. 

Y  los  tuyos  ¿de  qué? 

EL  CHORICERO. 

De  Atenas,  de  lentejas,  de  Lacedemonia,  de  ala- 


(1)  Glánis  es  un  adivino  inventado  por  Agorácrito. 
Llamábase  así  un  pez  que  tenía  la  particularidad  de  co- 
merse el  cebo  sin  tragarse  el  anzuelo. 


i98 


COMEDIAS    UE    ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


199 


cha^  frescas ,  de  los  que  venden  en  la  plaza  mal  el 
grano,  de  tí,  de  mí.  ¡Chúpate  esa,  Paflaofonio!  (1). 

PUEBLO. 

Leédmelos,  leédmelos,  y  sobre  todo  aquel  que 
tanto  me  agrada  porque  vaticina  que  seré  un  águila 
cerniéndome  en  las  nubes. 

CLEON. 

Escucha,  y  fíjate  bien:  «Medita,  hijo  de  Erecteo, 
sobre  el  sentido  de  este  oráculo,  que  Apolo  pronun- 
ció desde  su  santuario  impenetrable,  por  medio  de 
los  trípodes  venerandos.  Te  manda  guardar  al  sa- 
grado can  de  agudísimos  dientes,  que  ladrando  y 
desgañitándose  por  tí,  defiende  tu  salario;  si  así  no 
lo  hicieres,  morirá.  Mil  grajos  envidiosos  graznan 
contra  él.» 

PUEBLO. 

Por  Cércs,  no  he  entendido  una  palabra  de  toda 
esa  jerigonza  ¿Qué  tiene  que  ver  Erecteo  con  los 
perros  y  los  grajos? 

CLEON  . 

Yo  soy  aquel  perro,  que  ladro  por  tí,  y  Apolo  te 
dice  que  me  guardes.  • 

EL  CHORICERO. 

No  dice  semejante  cosa;  pero  ese  perro  roe  los 
oráculos  lo  mismo  que  tu  puerta:  yo  tengo  uno  que 
canta  claro  respecto  á  ese  sagrado  can. 

PUEBLO. 

Dilo:  antes  voy  á  coger  una  piedra,  no  se  le  an- 
toje morderme  á  ese  oráculo  que  habla  del  perro. 


EL  CHORICERO. 

«Desconfía,  hijo  de  Erecteo,  del  Cancerbero  trafi- 
cante en  hombres,  que  mueve  la  cola  y  te  mira 
cuando  cenas,  dispuesto  á  arrebatarte  la  comida  si 
vuelves  la  cabeza  para  bostezar.  A  la  noche  pene- 
trará cautelosamente  en  la  cocina,  y  con  perruna 
voracidad  te  lamerá  los  platas  y  las  ollas.» 

PUEBLO. 

Oh  Glánis,  tus  oráculos  son  mucho  mejores. 

CLEON. 

Escucha,  amigo  mió,  y  juzga  después:  «hay  una 
mujer  que  parirá  en  la  sagrada  Atenas  un  león, 
que,  como  si  defendiese  sus  cachorros,  peleará  por 
el  pueblo,  contra  una  multitud  de  mosquitos;  guár- 
dalo y  construye  murallas  de  madera  y  ferradas 
torres.» 

¿Comprendes  lo  que  esto  significad 

PUEBLO. 

Ni  una  sola  palabra. 

CLEON. 

El  dios  te  ordena  bien  claro  que  me  conserves;  yo 
soy  para  tí  lo  que  el  león. 

PUEBLO. 

¿Cómo  te  has  convertido  en  león  sin  yo  saberloi? 

EL  CHORICERO. 

Te  oculta  de  intento  una  parte  esencial  del  vati- 
cinio: el  fatídico  Lóxias  (1)  ordena  en  efecto  que  lo 
guardes,  pero  ha  de  ser  encerrado  en  los  muros  de 
madera  y  ferradas  torres. 


(i)     Penem  iste  sibi  mordeal. 


(1)    Sobrenombre  de  Apolb,  cuando  profetizaba. 


-200 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


PUEBLO. 

íCómo!  ¿El  dios  dice  eso? 

EL  CHORICERO. 

Te  manda  sujetarlo  en  un  cepo  de  cinco  ag-u- 
jeros. 

PUEBLO. 

Me  parece  que  el  oráculo  se  empieza  á  cumplir. 

CLKON. 

No  lo  creas;  es  el  gTaznido  de  las  envidiosas  cor- 
nejas. A.ma  siempre  al  azor;  no  olvides  que  te  ha 
traido  los  cuervos  de  Lacedemonia  (1).  . 

EL  CHORICERO. 

Ese  peligro  lo  afrontó  el  Paflagonio  en  un  mo- 
mento de  embriaguez:  ¿y  lo  tendrás  p  jr  una  hazaña 
insig-ne,  atolondrado  Cecrópida?  (2)  Una  mujer  lle- 
vará fácilmente  un  fardo  si  le  ayuda  á  cargársele 
un  hombre;  pero  no  combatirá  en  la  guerra,  por 
que  si  combate,  apestará  (3). 

CLEON. 

Pero  fíjate  bien  en  lo  que  dice  de  Pilos;  escucha: 
«Pilos  está  delante  de  Pilos...» 

PUEBLO. 

¿Qué  significa  lo  de  «delante  de  Pilos?» 

EL  CHORICERO. 

Da  á  entender  que  ocupará  todas  las  pilas  de  los 
baños  (4). 


(1)  Una  clase  de  peces. 

(2)  Cécrope  fué  el  primer  rey  de  Atenas. 

(3)  Cacaverií.  Hay  en  el  original  un  juego  de  palabras, 
sobre  i¡.cl ¡(éuxizo  y  ^^iaatxo. 

(4)  Juego  de  palabras  que  hemos  podido  reproducir. 


LOS  CABALLEROS. 


201 


PUEBLO. 

De  modo  que  hoy  no  podré  lavarme,  puesto  que 
nes  roba  todas  las  pilas. 

EL  CHORICERO. 

Este  oráculo  mió  dice  de  la  escuadra  una  cosa  en 
la  que  te  conviene  fijar  mucho  la  atención. 

PUEBLO. 

Ya  atiendo;  lee,  pero  antes  dime  cómo  me  he  de 
arreg-lar  para  pag-ar  el  sueldo  á  los  marineros. 

EL  CHORICERO. 

«Hijo  de  Egeo,  cuidado  no  te  engañe  el  perro- 
zorro  (1);  mira  que  muerde  á  traición,  y  es  falaz, 
astuto  y  malicioso.» 

¿Sabes  quién  es  este"^ 

PUEBLO. 

Filóstrato  es  el  perro-zorro  (2). 

EL  CHORICERO. 

No.es  eso;  Cleon  te  pide  naves  ligeras,  para  co- 
brar los  tributos  insulares;  Apolo  te  prohibe  dá  - 
selas. 

PUEBLO. 

¿Pero  en  qué  se  parece  una  trireme  al  perro - 
zorro'^ 

EL  CHORICERO. 

¿En  qué  se  parece?  La  trireme  y  el  perro  son 
muy  veloces. 

PUEBLO. 

Y  ¿por  qué  al  perro  se  añade  el  zorro? 

(1^    Cinalopex,  especie  de  pero  de  caza.  (V.  Jenofonte, 
Cinegética.) 
(•2)    Rufián  conocido  por  el  apodo  que  le  da  el  texto. 


20-2 


COMEDIAS  l»E  ARISTOFA.NES. 


LOS  CABALLEROS. 


í2oa 


KL    CHORICERO. 

Porque  el  zorro  se  asemeja  á  1(js  soldados  en  que 
roba  las  uvas  de  las  viñas. 

PUEBLO. 

Sea;  ¿¡.mas  dónde  está  el  sueldo  para  esos  raposi- 
nos'^ (1). 

KL    CHORICERO. 

Yo  lo  proporcionaré  en  el  término  de  tres  dias. 
Kscucha  también  este  oráculo  en  que  el  hijo  de 
Latona  te  manda  evitar  á  Cilene  y  sus  engaños. 

PUEBLO. 


¿(jiié  Cilene^ 


EL     CHORICERO. 


Da  á  entender  la  mano  de  Cleon,  porque  está  di- 
ciendo siempre  «Kcha  en  Cile»  (2). 


(1)  El  sueldo  era  la  preocupación  constante  de  los 
Atenienses. 

(2)  Es  decir,  «en  el  hueco  de  la  mano.»  Feuillemorte 
(Comedies  d'Aristophane,  tom.  i,  pág.  342)  comenta  asi 
este  verso:  «Cilene  (que  es  necesario  no  confundir  con  la 
montaña  del  mismo  nombre  situada  al  Sur  de  la  Acaya,  al 
Norte  de  la  Arcadia,  tenida  por  los  antiguos  como  morada 
de  los  mirlos  blancos)  era  el  principal  puerto  de  la  Elida  en 
el  mar  de  Sicilia.  Quizá  su  nombre  es  denigrado  por  el 
oráculo,  que  la  personifica  como  un  agente  de  fraudes  y 
tunanterías,  no  sólo  á  causa  de  la  analogía  de  su  nombre 
con  el  que  en  griego  significa  hueco  de  la  mano,  ó  garra^  de 
que  va  á  hablar  luego,  sino  porque  en  aquella  ciudad  ha- 
bia  nacido  Mercurio,  dios  de  los  ladrones  fPomponio  Mela, 
ii,  2,  3).  Esta  explicación  es  aplicable  también  á  la  Cilene 
de  Arcadia,  pues  Virgilio  (Eneida,  viii,  438)  coloca  en 
esta  montaña  la  cuna  de  Mercurio,  y  Pausanias  (Arcad.) 
•Iice  que  en  ella  habia  un  antiguo  templo  consagrado  á 
:iquei  dios.» 


CLlíON. 

Te  equivocas.  Febo  al  hablar  de  Cilene  (1)  se  re- 
fiere á  la  mano  de  Diópito  (2).  Pero  aun  tengpo  un 
oráculo  alado,  que  se  refiere  á  tí.  «Serás  un  ág-uila 
y  reinarás  en  toda  la  tierra.» 

EL    CHORICERO. 

Yo  teng-o  otro:  «administrarás  justicia  en  la  tier- 
ra, en  el  mar  Eritreo  y  en  Ecbatana,  y  comerás 
manjares  deliciosos»  (3). 

CLEON. 

Yo  he  tenido  un  sueño,  y  en  él  me  ha  parecido 
ver  á  la  misma  diosa  derramando  sobre  el  pueblo 
la  salud  y  la  riqueza. 

EL     CHORICERO. 

Y  yo  también,  por  Júpiter,  y  en  él  me  ha  pare 
cido  ver  á  la  misma  diosa  bajar  de  la  cindadela  con 
una  lechuza  (4)  sobre  sus  cabellos,  y  derramar  de 
un  ancho  vaso  sobre  tu  cabeza,  loh  Pueblo!  la  am- 
brosía, y  sobre  la  de  ese  (5)  salmuera  con  ajos. 

PUEBLO. 

¡Oh!  joh!  nadie  aventaja  á  Glánis  en  sabiduría. 
Me  encomiendo  á  tí  para  que  seas  el  báculo  de  mi 
vejez,  y  me  eduques  como  á  un  niño  (6). 

(1)  Ciudad  de  Mésenla. 

(2)  Adivino,  amigo  de  Nícias,  orador  fogoso  y  arreba- 
tado, acusado  de  ladrón.  Frínico,  Eupolis,  Amípsias  y  Te- 
léclides  le  atacaron  también.  Aristófanes  vuelve  á  ocu- 
parse de  él  en  Las  Aves,  988,  y  en  Zas  Avispas,  380. 

(3)  Alusión  á  la  manía  de  juzgar  de  los  Atenienses. 

(4)  La  lechuza  estaba  consagrada  á  Minerva,  patrona 
<le  Atenas. 

(o)    Cleon. 

(6)    Parodia  del  Peleo  de  Sófocles. 


204 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS . 


"205 


CLEON. 

Aun  no;  por  favor,  espera  un  instante;  yo  te 
daré  todos  los  dias  trig-o  y  alimentos. 

PUEBLO. 

No  quiero  oir  hablar  de  granos;  tú  y  Teófano  (1) 
me  habéis  engañado  ya  muchas  veces. 

EL    CHORICERO. 

Yo  te  daré  la  harina  preparada. 

CLEON. 

Yo  tortitas  muy  bien  cocidas  y  peces  asados;  no 
tf*ndrás  más  que  comerlos. 

PUEBLO. 

Apresuraos  á  cumplir  lo  que  prometéis.  Entre- 
garé las  riendas  del  Pnix.  al  que  me  trate  mejor. 

CLEON. 

Yo  seré  el  primero. 

EL    CHORICERO. 

¡Cá'  el  primero  seré  yo. 

fFdnse  corriendo.) 


CORO. 


¡Oh  Pueblo!  tu  poder  es  muy  grande;  todos  los 
hombres  te  temen  como  á  un  tirano;  pero  eres  in- 
constante y  te  agrada  ser  adulado  y  engañado  (2): 
en  cuanto  habla  un  orador  te  quedas  con  la  boca 
abierta,  y  pierdes  hasta  el  sentido  común. 


(4)  Teófano  debía  ser  algún  demagogo  que  prometía  al 
pueblo  repartos  de  trigo. 

(-2)  Sobre  la  facilidad  con  que  el  pueblo  ateniense  era 
engañado  por  los  oradores,  véase  en  Tucídídes  el  discurso 
de  Cleon  (lib.  m,  38). 


PUEBLO. 

No  habrá  un  átomo  de  sentido  común  bajo  vues- 
tros cabellos  si  eréis  que  obro  sin  juicio:  me  hago 
el  loco  porque  me  conviene.  A  mi  me  gusta  estar 
bebiendo  todo  el  dia,  alimentar  á  un  dueño  ladrón, 
y  matarlo  cuando  está  bien  gordo. 

CORO. 

Discretamente  obras,  si  según  aseguras  haces  las 
cosas  con  esa  intención;  si  los  engordas  en  el  Pnix 
como  públicas  víctimas,  y  luego,  cuando  hay  falta 
de  provisiones,  eliges  el  más  gordo,  lo  matas  y  te 
lo  comes. 

PUEBLO. 

Considerad,  pues,  si  veré  claros  los  manejos  de 
esos  que  se  tienen  por  muy  listos  y  creen  engañar- 
me. Yo  los  observo  cuando  roban,  y  finjo  no  ver 
nada,  después  les  obligo  á  vomitar  todo  cuanto  me 
han  robado,  echando  por  su  garganta  á  guisa  de 
anzuelo  una  acusación  pública. 


CLEON. 

¡Afuera,  en  hora  mala! 

EL    CHORICERO. 

¡Vete  tú,  so  bribón! 

CLEON. 

¡Oh  Pueblo!  hace  ya  mucho  tiempo  que  estoy 
aquí  dispuesto  á  servirte. 

EL    CHORICERO. 

Y  yo  hace  diez  veces  más  tiempo,  y  doce  veces 
más  tiempo,  y  mil  veces  más  tiempo,  y  mucho  más 
tiempo,  mucho  más  tiempo,  mucho  más  tiempo. 


Í06 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LOS  CAI5ALLER0S. 


-207 


PURBLO. 

Y  yo  hace  treinta  mil  veces  más  tiempo  que  os 
espero,  y  os  maldig-o,  y  muchísimo  tiempo,  mu- 
chísimo tiempo  más. 

EL    CHORrCERO. 

¿Sabes  lo  que  has  de  hacer? 

PUEBLO. 

iSi  no  lo  sé,  tú  me  lo  dirás. 

EL    CHORICERO. 

Mándanos  que  disputemos  á  quién  te  sirve  mejor. 

PUEBLO. 

Que  me  place.  Alejaos. 

CLEON. 

Ya  estamos. 

PUEBLO. 

Corred. 

EL  CHORICERO. 

No  me  adelantarás. 

PUEBLO. 

Gracias  á  estos  dos  adoradores,  voy  á  ser  hoy  el 
más  feliz  de  los  mortales,  á  no  ser  que  me  las  eche 
de  interesante. 

CLEON. 

¿Ves?  yo  soy  el  primero  que  te  traig'o  una  silla. 

EL  CHORICERO. 

Pero  no  una  mesa;  y  yo  la  he  traído  muchísimo 
antes. 

CLEON. 

Mira;  aquí  tienes  esta  tortita  hecha  con  aquella 
harina  que  traje  de  Pilos. 


EL  CHORICERO. 

Toma  estos  panecillos  que  la  misma  diosa  ha  so- 
cavado con  su  mano  de  marfil  (1) 

PUEBLO. 

¡Qué  dedos  tan  larg-os  tienes,  Minerva  veneranda: 

CLEON. 

Toma  estos  puches  de  g-uisañtes,  cuyo  hermoso 
color  y  buen  gusto  abre  el  apetito:  los  lia  colado  la 
misma  Palas,  mi  protectora  en  Pilos. 

EL  CHORICERO. 

¡Oh  Pueblo!  no  hay  duda  que  la  diosa  te  proteg-e; 
ahora  extiende  sobre  tu  cabeza  esta  olla  llena  de 
salsa. 

PUEBLO. 

¿Crees  tú  que  hubiera  podido  vivir  tanto  tiempo 
en  esta  ciudad  si  la  diosa  no  hubiese  tenido  real- 
mente la  olla  extendida  sobre  nosotros?  [2) 

CLEON. 

Este  plato  de  peces  te  lo  regíala  la  diosa,  terror 
de  los  ejércitos. 

EL  CHORICERO. 

La  hija  del  poderoso  Júpiter  te  envia  esta  carne 
cocida  en  salsa,  y  este  plato  de  tripa-callos  é  in- 
testinos. 

PUEBLO. 

Bueno  es  que  se  acuerde  delpeplo(3)  que  la  reg-alo. 

(1)  Era  costumbre  quihiral  i>;ui  !;i  i)iip:;i  y  ocluir  en  el 
hueco  salsa  ó  legumbres.  L;i  mimo  di*  m;ir-i¡l  íihide  á  1;» 
magnifica  estatua  de  Minerva  liecliM  por  Kidiys.  y  colocada 
en  la  Ciududela. 

(2)  Kn  vez  de  su  mnno  probuitorfi. 

(3)  Vid.  la  'JOta  al  verso  .'Ȓ)G. 


■■       ^ 


208 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


LOS   CABALLEROS. 


209 


CLEON. 

La  diosa  temible  por  la  Gorg-ona  de  su  casco,  te 
manda  comer  esta  torta  prolong-ada,  para  que  pue- 
das alarg'ar  más  fácilmente  los  remos. 

EL  CHORICERO. 

Toma  también  esto. 

PUEBLO. 

¿Y  qué  haré  de  estos  intestinos? 

EL  CHORICERO. 

La  diosa  te  los  envia  de  intento,  para  componer 
las  tripas  de  las  naves:  no  pierde  de  vista  nuestra 
escuadra.  Bebe  también  este  vaso  con  dos  partes 
de  vino  y  tres  de  agna. 

PUEBLO. 

¡Oh  Júpiter!  ¡Qué  vino  tan  g-rato!  ¡Qué  buen 
g-usto  le  dan  las  tres  partes  de  agna  (1). 

EL  CHORICERO. 

La  misma  Tritonia  (2)  ha  hecho  la  mezcla. 

CLEON. 

Acepta  este  pedazo  de  torta  untado  con  manteca. 

EL  CHORICERO. 

Toma  esta  torta  entera. 

CLEON. 

Pero  tú  no  tienes  liebre  para  darle,  y  yo  sí. 


(i)  Los  Griegos  no  solian  beber  el  vino  puro,  sino  mez- 
clado con  agua. 

(2)  En  el  original  hay  un  juego  de  palabras  intraduci- 
bies que  versa  sobre  la  semejanza  de  sonido  entre  el  or- 
dinal -c^'/coí  (tercero)  que  ocurre  al  hablar  de  las  tres  partes 
de  agua  mezcladas  á  eos  de  vino,  y  Tpixoyevf,^,  sobrenom- 
bre de  Minerva,  por  haber  nacido  de  la  cabeza  de  Júpiter  á 
los  tres  dias  de  concebida,  (3  á  la  margen  del  lago  Tritón. 


EL  CHORICERO. 

¡Ay!  es  verdad.  ¿En  donde  encontraré  liebre 
ahora?  Ingenio  mió,  discurre  alguna  estrata- 
gema. 

CLEON. 

¿Ves  esta  liebre,  pobre  hombre? 

EL  CHORICERO. 

Nada  se  me  importa.  ¡Calla!  aquellos  se  dirigen 
ámí. 

CLEON. 

¿Quiénes  son? 

EL  CHORICERO. 

Unos  embajadores  con  bolsas  repletas  de  dinero. 

CLEON. 

¿Dónde?  ¿dónde? 

EL  CHORICERO. 

¿Qué  se  te  importa?  ¿no  has  de  dejar  en  paz  á  los 
extranjeros?  (Al  volmr  la  cabeza  Cleo/i,  le  quita  la 
liebre  y  se  la  ofrece  d  pueblo.;  Pueblecillo  mío,  ¿ves 
la  liebre  que  te  traigo?  • 

CLEON. 

¡Ay  desdichado!  me  la  has  robado  á  traición. 

EL  CHORICERO. 

Por  Neptuno,  tú  hiciste  lo  mismo  en  Pilos. 

PUEBLO. 

Dime,  dime:  ¿de  qué  estratagema  te  has  valido 
para  robársela? 

EL  CHORICERO. 

La  estratagema  es  de  la  diosa;  el  hurto  mió. 

CLEON. 

Me  ha  costado  mucho  trabajo  el  cazarla. 

i4 


ÍIO 


COMEDIAS  DE  AKISTOFANES  . 


EL  CHORICERO. 

Y  á  mí  el  asarla. 

PUEBLO. 

Vete;  yo  sólo  sé  quién  me  la  ha  servido. 

CLEON. 

¡Infeliz  de  mí!  ¡Me  vence  en  desvergüenza! 

EL  CHORICERO. 

¿Por  qué  no  decides,  oh  Pueblo,  quién  de  los  dos 
ha  servido  mejor  á  tí  y  á  tu  vientre? 

PUEBLO. 

¿De  qué  medio  me  valdré  para  demostrar  á  los 
espectadores  la  justicia  de  mi  elección? 

EL  CHORICERO. 

Voy  á  decírtelo.  Anda,  reg-istra  en  silencio  mi 
cesta  y  la  del  Paflagonio;  mira  lo  que  contienen,  y 
después  podrás  juzgar  con  acierto. 

PUEBLO. 

Corriente,  voy  á  examinar  la  tuya. 

EL  CHORICERO. 

¿No  ves,  padrecfto  mío,  que  está  vacía?  Todo  te 
lo  traje. 

PUEBLO. 

Es  una  cesta  verdaderamente  popular. 

EL  CHORICERO. 

Aproxímate  á  la  del  Paflag-onio.  ¿La  ves? 

PUEBLO. 

¡Hola!  ¡qué  repleta  está!  ¡qué  torta  tan  grande 
96  ha  guardado!  ¡y  á  mí  me  dio  un  pedacillo! 

EL    CHORICERO. 

Siempre  ha  hecho  lo  mismo;  te  daba  un  trocito 
de  lo  que  cogía,  y  él  se  guardaba  la  mejor  parte. 


LOS  CABALLEROS. 


m 


PUEBLO. 

¡Ah,  infame!  ¿así  me  robabas;  así  me  engañabas? 
Y  «yo  te  llené  de  coronas  y  presentes»  (1). 

CLEON. 

Yo  robaba  por  el  bien  de  la  República. 

PUEBLO. 

Quítate  al  instante  esa  corona  para  que  se  la 
ciña  á  tu  rival. 

EL     CHORICERO. 

Quítatela  pronto,  bergante. 

CLEON. 

De  ninguna  manera:  tengo  un  oráculo  de  Délfos 
que  declara  quién  debe  ser  mi  vencedor.    ' 

EL     CHORICERO. 

Dice,  y  muy  claro,  que  he  de  ser  yo. 

CLEON. 

Examinaré  antes  si  las  palabras  del  dios  pueden 
referirse  á  tí;  dime  en  primer  lugar,  ¿á  qué  escuela 
acudiste  de  niño? 

EL     CHORICERO. 

Me  educaron  á  puñetazos  en  las  cocinas. 

CLEON. 

¿Qué  dices?  ¡Ah,  este  oráculo  me  mata!...  Prosi- 
gamos... ¿Qué  aprendiste  con  el  maestro  de  gim- 
nasia? 

EL    CHORICERO. 

A  robar,  á  negar  el  robo  y  á  mirar  á  los  testigos 
cara  á  cara. 


(1)    Verso  tomado  de  los  Eilotas  coronando  á  Neptum 
tragedia  de  autor  desconocido.  Está  en  dialecto  dóríc(». 


212 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LOS   CABALLEROS. 


2i3 


CLEON. 

¡Oh  Febo!  ¡Oh  Apolo,  dios  de  Licia!  (1)  ¿qué  vas  á 
hacer  de  mi?  Y  de  adulto  ¿á  qué  te  has  dedicado? 

EL    CHORICERO. 

A  la  venta  de  chorizos  y  al  libertinaje. 

CLEON. 

¡Oh  desdicha!  Soy  perdido;  una  tenue  esperanza 
me  sustenta.  Dime  esto  no  más:  ¿vendías  los  cho- 
rizos en  el  mercado  ó  en  las  puertas? 

EL     CHORICERO. 

En  las  puertas,  donde  se  vende  la  pesca  salada. 

CLEON. 

¡Infortunado!  la  predicción  se  ha  cumplido  (2). 
Llevad  adentro  á  este  infeliz.  Adiós,  corona  mia. 
Bien  á  mi  pesarte  abandono:  otro  te  poseerá  no 
más  ladrón  que  yo,  aunque  más  afortunado  (3). 


EL     CHORICERO. 

Tuya  es  la  victoria ,  Júpiter ,  protector  de  la 
Grecia. 

DEMÓSTENES. 

Salud,  ilustre  vencedor;  acuérdate  de  que  yo  te 
he  hecho  hombre.  Bien  poco  te  pido  en  recom- 
sa:  nómbrame  escribano  de  actuaciones,  como  lo 
es  ahora  Fános  (4). 

(\)    Verso  del  Tele/o  de  Eurípides. 

(2)  Parodia  de  un  verso  del  Belerofonte  de  Eurípides. 

(3)  Parodia  de  los  versos  181  y  182  de  la  Alceste  de 

Eurípides.  ,       .       ,    ■,     . 

(4)  Fano  (etimológicamente  el  delator)  se  duda  si  era 
un  agente  de  Cleon,  ó  un  nombre  inventado  por  Aristófa- 
nes. Se  le  cita  también  en  La$  Avispas,  v.  i.220. 


PUEBLO  (al  Choricero.) 
Dime  cómo  te  llamas. 

EL     CHORICERO. 

Agrorácrito,  porque  me  crié  en  el  mercado  en 
medio  de  los  pleitos. 

PUEBLO. 

Póng'ome,  pues,  en  manos  de  Agorácrito  (1),  y 
le  entreg-o  á  ese  Paflag-onio.  fB/i  este  momento  Cleon, 
que  había  per tnanecido  en  la  escena,  era  llevado  aden- 
tro). 

AGORÁCRITO. 

Y  yo.  Pueblo,  te  cuidaré  con  tal  solicitud  que  ten- 
drás que  confesar  que  nunca  has  visto  un  hombre 
más  adicto  á  la  república  de  los  papanatas. 

fVanse.J 


CORO. 


«¿Hay  nada  más  hermoso  que  principiar  y  con- 
cluir nuestros  cantos  celebrando  al  conductor  de 
rápidos  corceles»  (2),  en  vez  de  herir  con  ultrajes 
g-ratuitos  á  Lisistrato  ó  á  Teomántis  (3)  privado 
hasta  de  hog-ar"^  Este,  divino  Apolo,  derramando 
lág'rimas  arrancadas  por  el  hambre,  se  abraza  su- 


(1)  Nombre  compuesto  de  áYopá,^?aza;?M5^¿c«,  merca- 
do, y  xptxi^c,  juez. 

(2)  Los  tres  primeros  versos  de  este  coro  están  toma- 
don  literainr.cnte  de  Píndaro. 

(3)  Sobre  Lisistrato,  véase  Los  Acamienses,  nota  al  ver- 
so 855.  Teomántis  era  un  adivino  sumament»!  pobre.  Aris- 
tófanes  vuelve  á  citarle  en  Las  Aves,  v.  1.406. 


!214 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


plicante  á  tu  carcaj  en  Délfos  para  evitar  el  rigor 
de  la  miseria. 

Nadie  critica  que  se  censure  á  los  malvados; 
todos  los  hombres  discretos  lo  consider  an  como  un 
tributo  á  la  virtud.  Si  la  persona  cuyas  infamias  voy 
á  delatar  fuese  muy  conocida,  no  baria  mención  de 
otro  amigo.  Nadie  ignora  quién  es  Arignoto  (1),  á 
menos  de  no  saber  distinguir  lo  bl  anco  de  lo  negro, 
ni  el  modo  Ortio  de  los  demás.  Pero  éste  tiene  un 
hermano  que  no  lo  es  ciertamente  en  las  costum- 
bres, el  infame  Arifrades  (2),  perverso  á  sabiendas, 
y  no  sólo  perverso  (si  así  fuese  nada  diria),  ni  sólo 
perversísimo,  sino  inventor  de  nefandas  torpezas.. 


Quien  no  deteste  con  toda  su  alma  á  semejante 
hombre,  no  beberá  jamás  en  nuestra  copa. 

Muchas  veces  medito  durante  la  noche  sobre  la 
causa  de  la  voracidad  de  Cleónimo.  Dicen  que  de- 
vorando como  un  animal  los  bienes  de  los  ricos,  no 
pueden  apartarle  de  la  cesta  del  pan,  viéndose  obli- 
gados á  decirle:  «V  ete,  por  piedad;  déjanos  algo  en 
la  mesa.» 


(4)  Músico  muy  estimado  por  los  Atenienses.  Sobre  el 
modo  Ortio,  véase  la  nota  al  v    16  de  Los  Acarnienses. 

(2)  Hermano  de  Arignoto  y  de  costumbres  horrible- 
mente depravadas.  Aristófanes  las  expone  á  la  pública  in- 
dignación, aunque  más  valiera  que  nunca  lo  hubiera  he- 
cho. Tan  repugnante  es  la  descripción  que  de  ellas  hace, 
que  ni  encubiertas  con  el  velo  de  la  lengua  latina  pueden 
reproducirse.  En  nuestra  traducción  omitimos  en  su  con- 
secuencia la  de  los  versos  1.284-1.287. 


LOS  CABALLEROS. 


215 


Cuentan  que  el  otro  día  se  reunieron  las  naves 
para  tratar  de  sus  asuntos,  y  que  la  más  vieja  de 
todas  dijo:  «¿Habéis  oido,  amigas  mias,  lo  que  pasa 
en  la  ciudad'^  Un  tal  Hipérbolo  (1 ;,  ciudadano  per- 
verso é  inútil  como  el  vino  picado,  ha  pedido  cien 
de  nosotras  para  una  expedición  á  Calcedonia»  (2). 
Dicen  que  esto  pareció  insoportable  á  las  triremes, 
y  que  una  de  ellas,  virgen  todavía,  exclamó:  «Por 
todos  los  dioses,  antes  consentirá  Naufante,  hija  de 
Nauson,  ser  roída  por  la  carcoma  y  pudrirse  de 
vieja  en  el  puerto,  que  tener  por  dueño  á  un  hom- 
bre semejante.  ¡Tan  cierto  como  estoy  hecha  de  ta- 
blas y  de  brea!  si  los  Atenienses  aprueban  esa  pro- 
posición, no  nos  resta  más  recurso  que  navegar  con 
rumbo  al  templo  de  Teseo  ó  al  de  las  Euméni- 
des  (3),  y  detenernos  allí.  De  este  modo  no  le  vere- 
mos insultar  á  la  República  mandando  la  escuadra; 
vayase  á  los  infiernos,  botando  al  agua  aquellos  ca- 
jones en  que  vendía  lámparas.» 


AGORA  GRITO. 

Guardad  el  silencio  sagrado,  plegad  los  labios  y 
absteneos  de  citar  testigos:  ciérrense  las  puertas  de 
los  tribunales,  delicias  de  la  República,  y  retumbe 

(1)  Demagogo  muy  influyente,  varias  veces  citado. 
Después  de  la  muerte  de  Cleon  su  poder  no  tuvo  límites, 
hasta  que  Nícias  y  su  partido  consiguieron  que  se  le  con- 
denase al  ostracismo. 

(2)  Ciudad  de  Tracia,  próxima  á  Bizancio. 

(3)  El  templo  de  Teseo  y  el  de  las  Euménides  gozaban 
del  derecho  de  asilo. 


216 


COMeOlAS   DE  ARISTÓFANES. 


en  todo  el  teatro  un  jubiloso  pean  (1)  en  celebridad 
de  las  nuevas  felicidades. 

CORO. 

I  Antorcha  de  la  sagrada  Atenas,  salvador  de 
nuestras  islas!  ¿qué  fausta  nueva  nos  anuncias'^ 
¿Qué  dicha  es  esa  que  llenará  nuestras  plazas  con 
el  humo  de  los  sacrificios? 

AGORÁCRITO. 

He  regfenerado  á  Pueblo  (2),  y  lo  he  hermoseado. 

CORO. 

Y  ahora  ¿dónde  está,  ¡oh  inventor  de  cambio 
tan  prodig'ioso! 

AGORÁCRITO. 

Habita  en  la  antig-ua  Atenas,  coronada  de  vio- 
letas. 

CORO. 

¿Cuándo  le  veremos?  ¿Qué  vestido  tiene?  ¿Cómo 
es  ahora? 

AGORÁCRITO. 

Es  lo  que  era  antes,  cuando  tenía  por  comensa- 
les á  Milciades  y  Arístides.  Vais  á  verle ;  pues  ya 


(i)  El  Pean,  himno  dedicado  primeramente  á  celebrar 
á  Apolo,  recibió  este  nombre  de  iraúetv  (cesar)  porque  se 
\{i  dirigia  al  dios  para  obtener  la  terminación  de  alguna 
calamidad,  como  la  guerra  ó  la  peste.  Después  llegó  á  de- 
signar, como  aqní,  todo  canto  de  alegría.  En  este  sentido 
dice  Calímaco  (Himno  II,  v.  20  y  21): 

'OnTTÓx  IH  UAiHON  IH  DAIHON  a/.oúan- 

(2)  Lit.:  recoxiy  aludiendo  sin  duda  al  remozamiento 
ae  Eson  por  Medea. 


LOS    CABALLEROS. 


217 


resuenan  las  puertas  de  los  Propileos  (1).  Regoci- 
jaos; saludad  con  ruidosas  aclamaciones  á  la  ad- 
mirable y  celebrada  Atenas;  miradla  qué  bella  pa- 
rece, recobrado  su  antig-uo  esplendor,  y  habitada 
por  un  pueblo  ilustre  2). 

CORO. 

¡Oh  hermosa  y  brillante  ciudad  coronada  de  vio- 
letas! (3),  muéstranos  al  único  señor  de  este  país 
y  de  la  Helada. 

AGORÁCRITO. 

Vedle  con  las  cabellos  adornados  de  cig-arras  (4) , 
con  su  esplendido  traje  primitivo,  oliendo  á  mirra 
y  á  paz,  en  vez  de  apestar  á  mariscos  (5). 

CORO. 

Salud,  rey  de  los  Grieg*os;  contig-o  nos  cong-ra- 
tulamos;  sobre  ti  ha  derramado  la  Fortuna  dones 
dig-nos  de  esta  ciudad  y  de  los  trofeos  de  Maratón. 


(i)  Magnífico  edificio  construido  por  orden  de  Feríeles 
conforme  á  los  diseños  del  arquitecto  Mnesícles.  Era  de 
mármol  y  del  majestuoso  y  severo  orden  dórico.  Princi- 
pióse el  437  antes  de  J.  C,  y  se  concluyó  cinco  años  des- 
pués. El  importe  de  esta  suntuosa  fábrica  ascendió  á  dos 
mil  doce  talentos,  suma  que  excedia  al  presupuesto  anual 
de  ingresos  de  Atenas.  Su  nombre  DpoTtúXaitúv,  vale  tanto 
como  vestíbulos. 

(2)  Probablemente  un  cambio  de  decoración  permitiria 
ver  el  pórtico  de  los  Propileos. 

(3)  Epíteto  tradicional  de  Atenas.  Vid.  Acarnienses,  637. 

(4)  La  cigarra,  á  la  que  se  creia  nacida  de  la  tierra, 
era  un  símbolo  de  autoctonía  para  los  habitantes  de  Ate- 
nas. Los  antiguos  habitantes  del  Ática,  acostumbraban  á 
recoger  sus  cabellos  con  cigarras  de  oro.  (Tucid.,  í,  6). 

(5)  Los  jueces  emitían  sus  votos  por  medio  de  conchas. 
Esta  es  la  etimología  de  ostracismo. 


2i8 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


LOS   CABALLEROS 


2i9 


PUlíBLO. 

¡Oh  queridísimo  ami^o!  acércate,  Ag-orácrito. 
¡Cuánto  bien  me  has  hecho  transformándome! 

AGORÁCRITO. 

¿Yo?  Pero,  buen  hombre ,  aun  no  sabes  lo  que 
eras  antes  y  lo  que  hacías;  de  otra  suerte  me  cree- 
rías un  dios. 

PUEBLO. 

¿Pues  qué  hice  antes?  dime,  ^icómo  era? 

AGOKÁCRITÜ. 

Antes,  sí  alg-uno  decía  en  la  asamblea:  «Oh  Pue- 
blo, yo  soy  tu  amigo,  yo  te  amo  de  veras,  yo  soy 
el  único  que  velo  por  tus  intereses,»  al  punto  te 
levantabas  del  asiento  y  te  pavoneabas  arrogante. 

PUEBLO. 

¿YoV 

AGORÁCRITO. 

Y  después  de  engranarte  se  marchaba. 

PUEBLO. 

;  Qué  dices?  ¿Eso  hicieron  conmig^o,  y  yo  nada 
conocí? 

AGORÁCRITO. 

No  es  extraño :  tus  orejas  se  extendian  unas  ve- 
ces, y  otras  se  pleg-aban  como  un  quitasol. 

PUEBLO . 

¡Tan  imbécil  y  chocho  me  puso  la  vejez! 

AGORÁCRITO. 

Además,  si  dos  oradores  trataban,  uno  de  equi- 
par las  naves  y  el  otro  de  pag-ar  á  los  jueces  su 
salario,  siempre  se  retiraba  vencedor  el  que  habló 
del  sueldo,  y  derrotado  el  que  propuso  armar  la 


escuadra.— ¿Pero  que  haces?  ¿Por  qué  bajas  la  vis- 
ta? ¿No  puedes  estarte  quieto? 

PUEBLO. 

Me  averg-üenzo  de  mis  faltas  pasadas. 

AGORÁCRITO. 

Pero  no  te  aflijas;  no  es  tuya  la  culpa,  sino  de 
los  que  te  engañaron.  Ahora  contéstame:  si  alg-un 
abogado  chocarrero  te  dice:  «Jueces,  no  tendréis 
pan  si  no  condenáis  á  este  acusado,»  ¿qué  le  harás? 

PUEBLO. 

Lo  levantaré  en  alto  y  lo  arrojaré  al  Báratro  (1), 
colgándole  del  cuello  á  Hipérbolo. 

AGORÁCRITO. 

¡Hola!  en  esto  ya  andas  acertado  y  discreto.  Pero, 
y  los  otros  asuntos  de  la  república  ¿cómo  los  arre- 
glarás? 

PUEBLO. 

En  cuanto  lleguen  al  puerto  los  remeros  de  los 
navios  de  guerra  les  pagaré  íntegro  su  sueldo  (2). 

AGORÁCRITO. 

Providencia  grata  á  muchas  asendereadas  posa- 
deras. 

PUEBLO. 

Después  mandaré  que  ningún  ciudadano  inscrito 
en  la  lista  de  los  hoplítas  (3)  pueda  pasar  por  reco- 

(1)  Precipicio  al  cual  eran  arrojados  los  criminales.  La 
frase  de  Aristófanes  es  mucho  más  graciosa  en  el  texto 
original,  por  cuanto  el  nombre  propio  Hipérbolo  es  tam- 
bién un  adjetivo  con  el  cual  se  designaba  la  piedra  que 
servía  para  la  ejecución. 

(í2)    El  sueldo  de  los  remeros  era  de  un  dracma  diario. 

(3)    La  infantería  ateniense  se  componía  de  tres  clases 


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220 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LOS  CABALLEROS. 


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mendacion  á  otro  orden;  cada  cual  estará  en  la 
lista  donde  se  le  apuntó  al  principio. 

AGüRÁCRITO. 

Eso  va  derecho  contra  el  escudo  de  Cleónimo  (1). 

PUEBLO. 

Ningpun  imberbe  podrá  hablar  en  la  asamblea. 

AGORÁCRITO. 

¿Y  dónde  perorarán  Clístenes  y  Estraton?  (2) 

PUEBLO. 

Hablo  de  esos  jovenzuelos  que  frecuentan  las 
tiendas  de  perfumes,  donde  charlan  asi:  «¡Qué 
docto  es  Feax!  (3)  ¡Cuan  acertada  ha  sido  su  educa- 
ción! Se  apodera  del  ánimo  de  sus  oyentes  y  los 
conduce  á  su  fin:  es  sentencioso,  sabio,  y  muy 
diestro  en  mover  las  pasiones  y  en  dominar  un  tu- 
multo.» 

AGORÁCRITO. 

¿Acaso  estás  apasionado  de  esos  charlatanes? 


áe  so\á3iáos:  i. \\os  ffoplüas,  cuyas  armas  eran:  casco, 
coraza,  escudo,  grebas,  pica  y  espada;  2.^  los  Psiles,  ó 
infantería  ligera,  destinados  á  lanzar  dardos,  y  aun  pie- 
dras; 3.**,  los  Peltastas,  que  recibían  este  nombre  del  pe- 
queño escudo  llamado  pelta  (ttAttí)  de  que  iban  armados. 
(i)  Aristóranes  moteja  su  cobardía  en  casi  todas  sus 
comedias. 

(2)  Ya  citados  en  Los  Arcanienses. 

(3)  Orador  diserto  pero  no  elocuente.  Los  cómicos  le 
acusaban  de  pederaslia.  Parece  que  era  muy  hábil  abogado, 
pues  consiguió  eludir  con  un  discurso  la  pena  de  muerte 
que  iba  á  imponérsele  inevitablemente,  por  haber  sido  co- 
gido infraganti  en  un  delito  que  la  merecia.  El  elogio  de 
Aristófanes  tiene  visos  de  irónico. 


PUEBLO. 

No,  por  cierto;  á  todos  les  obligaré  á  irse  de  caza, 
en  vez  de  hacer  decretos. 

AGORÁCRITO. 

Con  esa  condición,  toma  esta  silla,  y  este  robusto 
muchacho  para  que  la  lleve;  si  te  agrada,  puedes 
sentarte  sobre  él  (1). 

PUEBLO. 

iQué  felicidad  recobrar  mi  antiguo  estado! 

AGORÁCRITO. 

Eso  lo  podrás  decir  cuando  te  entregue  las  tre- 
guas por  treinta  años.  ¡Hola,  Treguas  (2),  presen- 
taos pronto! 

PUEBLO. 

¡Júpiter  supremo!  ¡Qué  hermosas  son!  Dime,  por 
los  dioses:  ¿puede  tratarse  con  ellas?  ¿dónde  las 
encontraste? 

AGORÁCRITO. 

Pues  qué,  ¿no  las  tenía  guardadas  el  Pañagonio 
para  que  tú  no  las  hallases?  Yo  te  las  doy;  vete  al 
campo  y  llévatelas. 

PUEBLO. 

¿Qué  castigo  vas  á  imponer  á  ese  Paflagonio  que 
ha  hecho  tanto  mal? 


{\)  Casi  todas  estas  palabras  y  las  de  las  contestaciones 
siguientes  tienen  un  doble  sentido  obsceno. 

(2)  Personifica  las  Treguas  convirtiéndolas  en  cortesa- 
nas. Después  de  la  muerte  de  Cleon  y  Brásidas  (Tuc,  v,  iO) 
se  pactó  una  tregua  de  30  aííos,  que  se  rompió  muy 
pronto. 


252 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


AGORACRITO. 

Uno  pequeño.  No  le  impondré  más  que  el  de 
ejercer  mi  antiguo  oficio:  vender  chorizos  en  las 
puertas,  y  picar  carnes  de  perros  y  burros  (1). 
Cuando  se  embriague,  reñirá  con  las  prostitutas, 
y  no  beberá  más  agua  que  la  de  las  bañeras. 

PUEBLO. 

Excelente  idea:  nadie  más  digno  que  él  de  des- 
trozarse á  denuestos  con  los  bañeros  y  prostitutas. 
En  recompensa  de  tantos  beneficios  te  invito  á  ve- 
nir al  Pritáneo  y  á  ocupar  en  él  la  silla  de  aquel 
miserable.  Sigúeme  y  coge  esa  túnica  verde-rana. 
Conducid  al  Paflagonio  al  sitio  donde  ha  de  ejercer 
su  oficio,  para  que  lo  vean  los  extranjeros  á  quie- 
nes solia  ultrajar. 


(4)    Como  se  vé,  cierta  clase  do  fraudes  tienen  un  anti- 
quísimo abolengo. 


FIN  DE  LOS  CABALLEROS. 


LAS  NUBES, 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


«El  año  último  dirigió  el  poeta  sus  ataques  con- 
tra esos  vampiros  que,  pálidos  abrasados  por  in- 
cesante fiebre,  estrangrulaban  en  las  tinieblas  á 
vuestros  padres  y  abuelos,  y  acostados  en  el  lecho 
(le  los  ciudadanos  pacíficos  enemigos  de  cuestio- 
nes, amontonaban  sobre  ellos  procesos,  citaciones  y 
testigos,  hasta  el  punto  de  que  muchos  acudieron 
aterrados  al  polemarca.  Y  esto  no  obstante,  el  año 
pasado  abandonasteis  al  intrépido  defensor  que 
puso  todo  su  ahinco  en  purgar  de  tales  monstruos 
a  la  patria,  precisamente  cuando  sembraba  pen- 
samientos de  encantadora  novedad,  cuyo  creci- 
miento impedísteis  por  no  haberlos  comprendido 
bien.  Sm  embargo,  el  autor  jura  á  menudo,  entre 
estas  Ubaciones  á  Baco,  que  jamás  oísteis  mejores 
versos  cómicos.  Vergonzoso  es  que  no  compren- 
dieseis de  seguida  su  intención  profunda;  pero  al 
poeta  le  consuela  el  no  haber  desmerecido  en  la 
opimon  de  los  doctos,  aunque  se  hayan  estreUado 


^26 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


SUS  esperanzas  por  vencer  en  audacia  á  sus  ri- 
vales.» 

Así  explica  Aristófanes,  en  la  Parábasts  de  Las 
Avispas,  el  objeto  de  Las  Nuks,  y  el  elevado  con- 
cepto que  tenía  formado  de  esta  comedia,  una  de 
las  más  hermosas  cieaciones  de  su  fantasía.  Las 
Nubes  son,  en  efecto,  una  sátira  ingeniosa  y  tras- 
cendental de  los  viciosjiieenla  educación  iban  in- 
troduciéndose merced,  especialmente,  á  la  influen- 
cia de  los  sofistas,  ídolo  entonces  de  la  juventud, 
que  frecuentaba  solícita  sus  escuelas.  Los  sofistas 
babian  aparecido  en  Atenas  en  tiempo  de  Feríeles, 
y,  abusando  de  la  invención  de  Zenon  el  eleático, 
esg-rimieron  las  armas  de  la  dialéctica  para  satis- 
facer sus  miras  interesadas  y  ambiciosas.  En  sus 
disciu-sos,   exornados  con  todas  las  galas  de  la 
oratoria,  no  se  proponían  como  objeto  principal  la 
demostración  científica  de  un  sistema  de  verdades, 
sino  el  deslumhrar  á  sus  oyentes,  sosteniendo,  con 
aquellos  falaces  ar- umentos  que  de  ellos  han  reci- 
bido el  nombre  de  sofismas,  las  más  absurdas  con- 
clusiones y  extrañas  paradojas. 

Ensoberbecidos  con  su  ingenie,  disputaban  atre- 
vidamente de  oami  re  scibili,  y  sostenían  indistin- 
tamente el  pro  y  el  contra  en  todas  las  cuestiones, 
llegando,  por  este  funesto  modo  de  filosofar,  á 
convertir  la  varonil  elocuencia  antigua  en  un  arte 
de  disputar  artificiosamente,  á  llevar  las  inteligen- 
cias al  escepticismo  y  á  la  negación  de  los  dioses, 
y  á  relajar  los  más  fuertes  vínculos  sociales  con  la 
predicación  de  una  moral  cuyo  único  móvil  era  el 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


227 


carpe  diem  y  el  placer.  «El  talento  de  hacer  justo 
^oim^\,,^^\X¡^^f^^^^^^^  queorgullosamente  se 
atribman  debía  de  ser,  dice  Schoell,  siguiendo  á 
Heeren  (1),  extremadamente  peligroso  en  sus  re- 
¡aciones  con  la  vida  civil;  pero  aun  producía  un 
mal  mayor,  cual  es  el  de  echar  por  tierra  el  sen- 
timiento de  la  verdad,  que  deja  de  ser  respetable 
desde  el  momento  en  que  se  la  considera^discu- 
tibie.» 

Aristófanes,  que  siempre  estaba  con  el  látig-o  le- 
vantado contra  todo  abuso  y  todo  error    lo  des- 
cargó también  sobre  estos  maestros  aí¿s^anos 
e  mmorales^impulsado  por  el  nobleríerantado  v 
patriSTico  pensaniiento  de  restaurar  aquel  sistema 
de  enseñanza  que  formó  los  héroes  de  Maratón  é 
hizo  remar  en  las  costumbres  la  modestia  y  la  vir- 
tud; pero  al  hacerlo  cometió  la  imperdonable  falta 
de  elegir  como  blanco  de  sus  tiros  y  personifica- 
ción de  los  sofistas  la  ven£rabte«gmilde.a(icrales 
que  era  precisamente  el  más  declarado  de  sus  ene^ 
raig-os.  ¿Qué  motivo  pudo  impulsar  á  Aristófanes 
á  semejante  elección  y  á  acumular  sobre  la  cabeza 
del  virtuoso  filósofo  los  anatemas  con  que  quiere 
confundir  la  nueva  educación?  ¿P.or  qué  acusar  de 
corEuiiíat4e.la  juventud  al  que  sólo  pretendía  di- 
ng-irla  al  bien,  de  ^teísmo  al  hombre  más  piadoso 
de  a^ariciaal  más  grenSFosS  y  desprendido,  y  de 
perderse  en  nebulosas  especulaciones  al  que  sen- 

1824,  l!^í'p%t  '"  ^''''^''('''"  Srecgue  profane.  Paris, 


•«j 


228 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


229 


Íij| 


taba  toda  su  filosofía  sobre  la  base  práctica  de  la 
./moral?  Digámoslo  en  dos  palabras:  por  la  misma 
\ popularidad  de  Sócrates  y  su  especial  manera  de 
Vnseñar.  Sócrates,  que  no  explicaba  dentro  del  re- 
cinto de  una  escuela,  sino  en  los  lug-ares  más  con- 
curridos; que  empleaba  todos  los  recursos  de  su 
natural  ^acejo  en  la  disputa  y  en  la  exposición 
de  sus  doctrinas,  era  indudablemente  el  filósofo 
más  conocido  de  los  Atenienses,  y  sin  duda  por 
eso  lo  eligió  Aristófanes  para  personificar  en  él 
toda  la  filosofía  de  su  tiempo,  obedeciendo  á  la  ne- 
cesidad de  dar  unidad  á  su  comedia  y  de  no  con- 
vertirla en  una  polémica  insípida  ó  pedante. 

Es  preciso,  además,  tener  en  cuenta,  que  Sócra- 
tes, como  todos  los  genios,  quizá  no  lo  apareciera 
ante  los  ojos  de  sus  contemporáneos  hasta  que  su 
muerte  depuró  en  él,  por  decirlo  así ,  toda  aquella 
especie  de  imperfección  que  empequeñece,  cuando 
se  las  mira  de  cerca,  las  más  grandes  figuras. 
Desde  luego ,  aun  los  más  furiosos  detractores  de 
Aristófanes  no  podrán  menos  de  confesar  que  ha- 
bía motivo  para  engañarse  al  apreciar  las  miras 
del  mártir  de  la  cicuta ,  cuando  se  le  veía  discutir 
con  chistes  y  cuentecillos  entre  la  plebe  menos 
ilustrada,  ó  dar  consejos  de  arte  amandi  á  la  bella 
cortesana  Teodota. 

Esta  singular  conducta  cuando  sus  altos  fines  no 
eran  bien  conocidos,  se  prestaba  indudablemente 
aLndíeHlü;.XPO^  ^^^  Sócrates,  que  despreciaba  las 
vulgares  preocup"aciones  que  acerca  de  él  existían, 
fué  el  blanco,  como  dice  Séneca,  de  las  envenena- 


das burlas  de  los  cómicos.  Porque  no  fué  sólo  Aris- 
tófanes quien  le  escarneció  en  el  teatro;  Eupólis  y 
Amípsias  le  llamaron  vanidoso,  mendigo  y  ladrón, 
y  es  de  creer  que  también  otros,  dada  la  declarada 
guerra  que  entre  poetas  cómicos  y  filósofos  y  trá- 
gicos existia. 

No  pretendemos  con  esto  justificar  á  Aristófa- 
nes, sino  hacer  constar  que  al  componer  Las  Nu- 
bes, aparte  de  lo  indisculpable  de  la  sátira  perso- 
nal y  calumniosa,  procedió  de  buena  fe,  aunque 
con  criminal  ligereza,  por  haber  confundido  á  Só- 
crates con  la  turba  de  sofistas^cuya  peligrosa  en- 
señanza quería  desterrar. 

De  todos  modos,  sus  insultos  no  hallaron  eco, 
por  esta  vez,  en  el  público  de  Atenas,  que,  acov 
tumbrado  á  la  extremada  licencia  de  los  cómicos, 
tomaba  á  risa  sus  ultrajes  y  calumnias,  ó  los  consi- 
deraba como  grandes  exageraciones.  Pues  sólo  así 
se  comprende  que  aplaudiese  á  un  mismo  tiempo 
los  ataques  de  Aristófanes  á  Eurípides  y  su  sistema 
dramático,  y  las  tragedias  del  inspirado  poeta.  Só- 
crates, según  lirrecusables  testimonios,  continuó 
después  de  representadas  Las  Nubes  siendo  querido 
y  respetado,  y  no  pareció  guardar  resentimiento 
alguno  contra  su  calumniador.  Platón  y  Jenofonte, 
sus  más  afectos  discípulos,  tampoco  tienen  para  él 
ni  una  palabra  de  censura:  al  contrario,  el  primero 
compuso  en  su  honor  un  lisonjero  dístico  y  le  pre- 
sentó en  el  Banquete^  conversando  amigablemente 
con  el  maestro  sobre  las  interesantes  teorías  del 
arte,  la  belleza  y  el  amor. 


230 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


En  vista  de  estos  elocuentes  hechos  y  de  haber 
trascurrido  nada  menos  que  veinticuatro  años  en- 
tre la  primera  representación  de  Las  Nithes  y  la 
muerte  de  Sócrates,  ha  caido  ya  en  descrédito  la 
opinión  de  que  la  comedia  aristofánica  fué  la  causa 
principal  de  la  injusta  condena  del  filósofo.  Verdad 
es  que  sus  enemig-os  presentaron  contra  él  las  mis- 
mas acusaciones  que  en  Las  Nubes  se  le  hacen; 
pero  también  es  cierto  que  no  pasaron  de  ser  pretex- 
tos especiosos  acogfidos  por  un  tribunal  decidido  á 
condenar  á  muerte  al  que  habia  osado  censurar  la 
tiranía  de  los  Treinta,  y  los  atropellos  de  Nielas  (1). 

Quitado  de  Las  Nuhes  el  nombre  de  Sócrates,  que- 
da esta  comedia  como  una  de  las  más  perfectas  de 
Aristófanes.  Muy  lisonjeros  juicios  se  han  formu- 
lado sobre  ella;  pero  como  entre  los  más  acertados 
fi^ra  el  que  mi  particular  amig-o  D.  Fermin  Her- 
ran  tuvo  la  bondad  de  poner  al  frente  de  mi  versión 
en  el  año  1875,  lo  inserto  á  continuación,  aprove- 
chando esta  oportunidad  de  agradecerle  los  ama- 
bles é  inmerecidos  elog'ios  de  que  entonces  me 
colmó. 

«El  argumento  de  Las  Nubes  es  sencillísimo;  pa- 
í>récese  en  esto  á  alg'unos  de  nuestros  autos  sacra- 
;í mentales  en  que  la  acción  se  desenvuelve  sin  tro- 
mpiezo, sin  incidentes  que  la  compliquen,  ni  episo- 
»dios  que  la  armonicen;  lig-era,  sencilla  y  fácilmen- 
*te  comprensible. 


(i)    Véase  sobre  Las  Nubes,  y  la  multitud  de  trabajosa 
que  han  dado  lugar,  Muller,  Hüt.  de  la  litt.  grecqMy  t.  ii. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


231 


»Estrepsíades,  personaje  que  Aristófanes  nos 
^presenta  como  la  personificación  del  fraude,  tipo 
»que  excita  la  repug'nancia,  sin  dejar  de  interesar 
*por  eso,  es  un  hombre  que  agfobiado  de  deudas  y 
»no  teniendo  con  qué  pagarlas,  discurre  los  medios 
»de  burlar  á  sus  acreedores  dejando  á  salvo  su  res- 
mponsabilidad,  única  cosa  que  le  atemoriza,  no  por 
»la  nota  que  sobre  él  podrá  echar,  sino  por  la  mate- 
»rialidad  del  pago  á  que  se  vería  oblig-ado.  Y  en 
mvez  de  recurrir  á  la  economía,  disminuyendo  sus 
^gastos,  deshaciéndose  de  lo  superfino,  ó  arbitrando 
^recursos  de  cualquiera  manera,  cree  haber  resuelto 
»la  cuestión  enviando  á  su  hijo  Fidípides  á  la  es- 
«cuela  de  Sócrates,  donde  debía  aprender  á  con- 
»vencer  con  su  elocuencia  á  los  más  rehacios  de 
»sus  acreedores,  logrando  de  este  modo,  y  en  caso 
»de  ser  citado  á  juicio,  g-anar  el  pleito  obteniendo 
^sentencia  favorable,  para  lo  cual  habia  de  llevar 
aprevenidos  dos  discursos,  uno  justo  y  otro  injusto. 
*Pero,  en  un  principio,  su  hijo  Fidípides,  que  está 
»muy  lejos  de  ser  uñ  modelo  de  respeto  y  cariño 
»filial,  se  nieg-a  á  ir  á  la  escuela,  pretextando  la  an- 
»tipatía  que  siente  por  aquellos  sabios,  viéndose 
»Estrepsiades  obligado  á  presentarse  él  mismo  en 
»la  escuela,  donde  es  admitido,  empezando  á  recibir 
j>las  lecciones  de  Sócrates,  que  renuncia  á  sacar 
apartido  de  un  discípulo  tan  estúpido  y  desmemo- 
x>riado  que  sólo  recuerda  de  lo  que  le  enseñan 
^aquello  que  tiene  relación  con  la  manía  que  le 
í>ocupa.  Viendo  que  por  sí  m/smo  nada  consig-ue, 
*logra,  si  no  convencer,  persuadir  á  su  hijo  á  en- 


232 


NOTICIA  PREUMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


»trar  en  la  escuela,  de  donde  sale  con  los  conoci- 
»mientos  que  deseaba,  los  cuales  emplea,  no  en 
)>salvar  á  su  padre  de  los  rig*ores  de  una  sentencia 
)>inminente,  sino  en  cohonestar  con  arg*ucias  ó  so- 
j>fismas  su  conducta  depravada;  lo  que  obliga  á 
*Estrepsiades  á  renegar  del  talento  de  su  hijo  y 
^maldecir  la  hora  en  que  abrigó  la  idea  de  que  lo 
»adqiiiriese.  Ansiando  tomar  venganza  de  loa  auto- 
»re3  de  su  mal,  quema  la  casa  de  Sócrates,  y  ter- 
)>mina  la  comedia. 

»Como  se  ve,  la  acción  marcha  por  si  sola,  sin 

»que  nada  la  detenga  ni  precipite;  y  la  moral, 

»aunque  un  poco  tergiversada,  es  clara  y  prove- 

»chosa,  y  pudiera  condensarse  en  estas  palabras: 

(;"¿del  mal  no  puede  venir  el  bien.» 

»Por  el  argumento  no  podria  llamarse  á  Aristó- 
»fanes  notable  dramático,  toda  vez  que  el  ingenio 
»más  mediano  es  capaz  de  concebir  un  asunto  tan 
»sencillo;  pero  hay  circunstancias  que  le  avaloran 
a>y  engrandecen,  poniendo  á  su  autor  en  elevado 
»lugar. 

)>E1  diálogo,  siempre  vivo  y  animado,  se  hace 
^notable  é  interesa  por  la  oportunidad  de  las  ró- 
)>plicas  y  agudeza  de  las  observaciones.  La  sátira 
» punzante  que  encierra,  las  transparentes  alusio- 
»nes  que  pone  en  boca  de  sus  personajes  le  reco- 
í>miendan  y  enaltecen,  y  los  chistes  en  que  abunda 
»hacen  la  acción  amena  é  interesante  en  sumo 
»grado:  la  intervención  del  coro  podria  hacerla  pe- 
nsada y  algo  monótona,  pero  es  necesaria,  toda  vez 
)í>que  el  comentario  puesto  en  su  boca  hace  las  veces 


233 


»de  n^oraleja,  ilustración  del  texto,  y  explicacio- 
*nes  de  los  pas^eiTadeiSás  de  que,  dáHas  las  cos- 
^tumbres^  entonces  en  aquel  país,  no  podia  pres- 
»cindirse  de  él. 

»Cuanto  de  ridículo  tienen  algunos  personajes  de 
»la  comedia  está  sacado  á  luz  con  tanta  gracia, 
»con  tal  oportunidad,  que  á  pesar  de  reconocer 
»muchas  veces  la  injusticia  y  encono  de  los  tiros, 
»se  aplaude  la  puntería  en  gracia  del  chiste. 

^En  los  episodios,  en  ciertas  escenas,  en  deter- 
»minadas  situaciones,  luce  esplendorosa  la  habili- 
»dad  del  autor  de  Zas  Nubes.  El  diálogo  entre  lo 
^Juslo  y  lo  Injusto  es  admirable  y  verdadera  obra 
»maestra  de  ática  ironía.  El  poner  en  boca  del  hijo, 
»niño  mimado  é  insolente,  los  sofismas  que  para 
»defender  lo  contrario,  ó  al  menos  lo  distinto,  ha 
)>expuesco  el  padre,  bonachón  y  débil,  es  de  éxito 
)>grande  y  efecto  oportuno,  como  lo  es  la  famosa 
)>escena  entre  el  viejo  y  el  filósofo,  cuya  irónica 
agracia,  cuya  petulancia  é  intención  son  muy  su- 
»periores  á  todo  encarecimiento. 

»Sintetizando:  argumento  sencillo,  lenguaje  se- 
»lecto,  diálogos  chispeantes  y  animados,  caracteres 
»bien  dibujados  y  correctos,  episodios  divertidos  é 
^interesantes.»  *         / 

La  representación  de  Las  Nubes  tuvo  lugar,  se- 
gún la  opinión  más  probable,  el  año  primero  de  la 
Olimpiada  ochenta  y  nueve,  ó  sea  el  424  a.  J.  C.  El 
mismo  Aristófanes  lo  indica  al  lamentarse  de  su 
mal  éxito  en  la  parábasis  de  Las  Avispas,  repre- 
sentadas el  423,  y  al  hablar  en  aquella  comedia  de 


234 


NOTIOA  PREU MINAR. 


Cleon,  como  si  viviese  todavía,  siendo  asi  que  el 
célebre  demag'og'o  murió  en  el  año  décimo  de  la 
guerra  del  Peloponeso,  que  corresponde  al  se- 
^ndo  de  la  Olimpiada  ochenta  y  nueve. 


PERSONAJES. 


ESTREPSÍADES. 
FiDÍPIDBS. 

Un  esclavo  de  Estrepsíades. 
Discípulos  de  Sócrates. 
Sócrates. 
Cono  DE  Nubes. 


El  Razonamiento  justo. 
El  Razonamiento  injusto. 
PAsias,  acreedor. 
Un  testigo  de  Pásias. 
A  MINIAS,  acreedor. 

QUEREFON. 


J 


LAS  NUBES. 


La  escena  representa  el  dormitorio  de  Estrepsíades.  Este  aparees 
en  su  lecho,  y  próximos  á  él  duermen  su  hijo  y  los  esclavos. 


ESTREPSÍADES. 

¡Oh  Júpiter  supremo!  ¿.Es  acaso  interminable  la 
duración  de  las  noches?  ¿Nunca  se  hará  de  dia? 
Mucho  tiempo  ha  que  he  oido  el  canto  del  ^allo,  y 
sin  embarg'o,  los  esclavos  aun  están  roncando:  an- 
tes no  sucedía  esto.  Maldita  sea  la  g-uerra,  que  me 
impide  hasta  el  castig'ar  á  mis  esclavos  (1).  Este 
buen  mozo  no  despierta  en  toda  la  noche,  y  duer- 
me profundamente  (2),  envuelto  en  las  cinco  man- 
tas de  su  lecho.  Pero  probemos  á  imitarle... 

¡Pobre  de  mí!  no  puedo  conciliar  el  sueño.  ¿Cómo 
he  de  dormir,  si  me  atormentan  los  glastos,  la  ca- 


li) Sin  duda  por  el  temor  de  que  evitasen  los  malo» 
tratamientos  pasando  al  campo  enemigo.  En  La  Paz  (ver- 
so 454)  se  indica  esto  mismo  con  más  claridad.  La  guerra 
á  que  alude  Aristófanes  es  la  del  Peloponeso. 

(2)     Verumpedit, 


Í38 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


LAS    NUBES. 


439 


balleriza  y  las  deudas  que  he  contraído  por  causa 
de  este  hijo?  El  cuida  su  cabellera ,  cabalga ,  gtiia 
un  carro  y  sueña  con  caballos;  y  yo  me  siento  mo- 
rir cuando  Ueg-a  el  dia  veinte  del  mes,  porque  se 
acerca  el  momento  de  pagar  los  intereses...  (1). 
Muchacho,  enciende  la  lámpara  y  tráeme  el  libro 
de  cuentas,  para  que  examine  los  g-astos ,  y  ave- 
rigTiando  á  quiénes  debo,  calcule  los  intereses... 
Ea,  veamos,  ?.  cuánto  debo  ?  «Doce  minas  á  Pá- 
sias  (2).»  ¿Y  por  qué  doce  minas  á  PásiasV  ¿En  qué 
las  he  g-astado?  Cuando  compré  el  Coppatia  (3). 
¡Desdichado  de  mí!  ; Ojalá  me  hubiesen  vaciado  an- 
tes un  ojo  de  una  pedrada!  (4). 

FiDÍpiDEs  fsoñandoj. 
Filón,  g-uias  mal:  tu  carro  debe  segiiir  á  éste. 

RSTREPSÍADES. 

Hé  aquí  el  mal  que  me  mata:  hasta  durmiendo 
sueña  con  caballos. 

FIDÍPIDES  (SO mido). 

¿Cuántas  carreras  es  necesario  dar  en  el  cer- 
tamen? 

ESTREPSÍADES. 

A  tu  padre  sí  que  le  haces  dar  carreras...  ¿Pero 
qué  deuda  contraje  (5)  después  de  la  de  Pásias? 

(4)  Los  intereses  de  las  cantidades  tomadas  á  préstamo 
se  pagaban  á  fin  de  mes. 

(2)  Cantidad  equivalente  á  4.479  reales  69  céntimos. 

(3)  Nombre  do  un  caballo,  derivado  del  coppa  (90)  sig- 
no de  la  numeración  griega,  que  marcado  en  la  piel,  desig- 
naria  su  precio. 

(4)  Porque  entonces  no  lo  hubiera  comprado. 

(5)  Parodia  de  Eurípides,  según  el  escoliasta. 


Veamos:  «tres  minas  á  Aminias  (1)  por  el  carro  y 
las  ruedas.» 

FIDÍPIDES  (soñando). 
Lleva  el  caballo  á  la  cuadra  y  revuélcalo  antes 
en  la  arena. 

ESTREPSÍADES. 

[Infeliz!  tú  si  que  das  vuelco  á  mi  fortuna ;  unos 
me  tienen  ya  citado  á  los  tribunales,  otros  me  pi- 
den que  les  garantice  el  pag-o  de  los  intereses  (2). 
FIDÍPIDES  (despertando), 

Pero,  padre,  ¿qué  te  ang-ustia  que  no  haces  más 
que  dar  vueltas  toda  la  noche*? 

ESTREPSÍADES. 

Me  muerde  cierto  Demarco  (3)  de  las  camas. 

FIDÍPIDES. 

Por  favor,  querido,  déjame  dormir  un  poco. 

ESTREPSÍADES. 

Duerme  en  hora  buena,  pero  sabe  que  todas  estas 
deudas  caerán  sobre  tu  cabeza...  i  Oh!  así  perezca 
miserablemente  aquella  casamentera  que  me  im- 
pulsó á  contraer  matrimonio  con  tu  madre!  Pjrque 
yo  tenía  una  vida  dulcísima,  sencilla,  grosera, 
descuidada  y  abundante  en  panales,  ovejas  y  acei- 


(4)  Se  cree  que  bajo  este  nombre  Aristófanes  alude  á 
Aminias,  hijo  de  Pronápos,  autor  de  un  decreto  que  prohi- 
bía á  los  poetas  cómicos  burlarse  de  los  magistrados. 

(2)  Por  medio  de  prendas  ó  hipotecas. 

¡3)  Demarco  se  llamaba  al  jeie  de  un  demo  ó  cantón 
del  Ática;  uno  de  sus  deberes  era  llevar  un  registro  de  las 
deudas  de  sus  administrados,  y  apoderarse  de  los  deudo- 
res morosos.  Estrepsíades  alude  á  ellos  ai  quejarse  de  las 
pulgas  de  su  lecho. 


240 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES 


LAS    NUBES. 


Ui 


te.  Después,  aunque  era  hombre  del  campo,  me 
casé  con  la  nieta  de  Megécles,  hijo  de  Meg^cles, 
ciudadana  soberbia,  amig-a  de  los  placeres,  con  las 
mismas  costumbres  que  Cesira  (1).  Después  del  ma- 
trimonio, cuando  nos  acostábamos,  yo  no  olia  más 
que  á  mosto,  hig-os  y  lana  de  mis  ovejas;  ella  por 
el  contrario,  apestaba  á  pomadas  y  esencias,  y 
sólo  deseaba  besos  amorosos,  lujo,  comilonas  y  los 
placeres  de  Venus  (2).  No  diré  que  fuese  holgazana, 
sino  que  tejía;  y  muchas  veces,  enseñándola  esta 
capa,  le  decia  con  tal  pretexto:  «Esposa  mia,  aprie- 
tas (3)  demasiado  los  hilos. » 

UN  ESCLAVO. 

No  tiene  aceite  la  lámpara. 

ESTREPSÍADES. 

¡Ay  de  mi!  ^.por  qué  has  encendido  una  lámpara 
tan  bebedora*^  Acércate  para  que  te  haga  llorar. 

EL  ESCLAVO. 

Y  ¿por  qué  he  de  llorar? 

ESTREPSÍADES. 

Por  haber  puesto  una  mecha  muy  g*orda...  Des- 
pués, cuando  nos  nació  este  hijo ,  disputamos  mi 


(1)  Mujer  de  Alcmeon,  que  se  hizo  famosa  por  su  extra- 
ordinario lujo. 

(2)  Nos  valemos  de  este  rodeo  para  traducir  ías  pala- 
bras Ku)Xtá8o<  y  revexuXXiSo;.  Ambos  son  sobrenombres  de 
Venus,  tomados,  el  primero  del  promontorio  Cólias,  sobre 
el  cual  tenía  un  templo;  y  el  seguHdo  del  acto  de  la  gene- 
ración. Bajo  el  primero  se  oculta  un  equívoco  obsceno  que 
autoriza  más  nuestra  versión.  « 

(3)  El  verbo  aira8áa>  significa  i2ímh\en prodigar  y  dila- 
pidar. 


buena  mujer  y  yo  acerca  del  nombre  que  habría- 
mos de  ponerle.  Ella  le  posponía  á  todos  los  nom- 
bres el  de  caballo ,  queriendo  que  se  llamase  Jan- 
tipo,  Caripo  ó  Calípides(l).  Yo  le  llamaba  Fidó- 
nides  (2),  como  su  abuelo.  Tras  larg-o  debate, 
adoptamos,  por  fin,  un  término  medio  y  le  llama- 
mos Fidípides  (3).  Su  madre,  tomándole  en  brazos, 
solia  decirle  entre  caricias:  «iCuándo  te  veré,  hecho 
un  hombre,  venir  á  la  ciudad,  ricamente  vestiao  y 
dirig-iendo  tu  carro,  como  tu  abuelo  Meg-ácles!...» 
Y  yo  le  decia  :  «i Cuándo  te  veré,  vestido  de  pieles, 

traer  las  cabras  del  Feleo  (4)  como  tu  padre !>> 

Pero  nunca  hizo  caso  de  mis  palabras.  Y  su  afición 
á  los  caballos  (5)  me  ha  perdido.  Después  de  haber 
meditado  toda  la  noche,  he  encontrado  un  maravi- 
lloso expediente,  que  me  salvará  si  consig-o  per- 
suadir á  mi  hijo.  Mas,  antes  de  todo,  quiero  desper- 
tarle. ¿Cómo  haré  para  despertarlo  dulcemente? 
¿Cómo?  íFidípides,  querido  Fidípides!  (6). 


(i)  Nombres  en  cuya  composición  entran  el  sustantivo 
YTcitoc  (caballo)  y  los  adjetivos  JavGó?  (rubio),  XoLpkia  (gra- 
cioso y  KaXXóc  (hermoso).  V         /»      í'    *.  lg»d 

(2)  Significa  económico. 

(3)  Nombre  compuesto  de  (petSó?  (económico)  é  limlc 
(dimmutivo  de  caballo).  /  '* 

(4)  Monte  del  Ática.  V.  Acarnienses,  273. 

(5)  Iirrepoí,  enfermedad  del  caballo  (morbus  equinus) 
palabra  formada  por  Aristófanes  á  semejanza  de  üSepoa 
txtepoc.  ^     * 

(6)  <I>ec8tir7ti$t(pov,  diminutivo  de  Fidípides,  imposible  de 
lormarse  bien  en  nuestra  lengua,  por  lo  cual  nos  valemos 
pe  un  apelaUvo  cariñoso  equivalente:  Fidipidillo  sería 
interminable. 


¡«" 


M 


542 


COMEOIAS    DE    ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


243 


FIDÍPIDES. 

¿Qué,  padre  mió? 

ESTREPSÍADES. 

Bésame  y  dame  tu  mano  dereclia. 

FIDÍPIDES. 

Hela  aquí.  ¿Qué  ocurre? 

ESTREPSÍADES. 

Di:  ¿me  amas? 

FIDÍPIDES. 

Si,  por  Neptuno  ecuestre. 

ESTREPSÍADES. 

Por  favor,  no  me  recuerdes  nunca  á  ese  domador 
de  caballos;  es  la  causa  de  todos  mis  males.  Si  me 
amas  de  todo  corazón,  hijo  mío,  compláceme. 

FIDÍPIDES. 

¿Y  en  qué  quieres  que  te  complazca? 

ESTREPSÍADES. 

Cambia  pronto  de  costumbres,  y  vé  á  aprender 
donde  yo  te  mande. 

FIDÍPIDES. 

Explícate  ya:  ¿qué  quieres? 

ESTREPSÍADES. 

¿Y  me  obedecerás? 

FIDÍPIDES. 

Te  obedeceré,  por  Baco. 

ESTREPSÍADES. 

Mira  á  este  lado,  ¿Ves  esa  puertecita  y  ésa  ca- 
sita? 

FIDÍPIDES. 

Las  veo.  ¿Pero  qué  quiere  decir  esto? 


ESTREPSÍADES. 

Esa  es  la  escuela  (1)  de  las  almas  sabias.  Ahí  ha- 
bitan hombres  que  hacen  creer  con  sus  discursos 
que  el  cielo  es  un  horno  que  nos  rodea,  y  que  nos- 
otros somos  los  carbones  (2).  Los  mismos  enseñan, 
§1  se  les  pag-a,  de  qué  manera  pueden  ganarse  las 
buenas  y  las  malas  causas. 

FIDÍPIDES. 

Y  ¿quiénes  son  esos  hombres? 

ESTREPSÍADES. 

No  sé  bien  cómo  se  llaman.  Son  personas  buenas 
dedicadas  ala  meditación. 

FIDÍPIDES; 

I  Ah,  los  conozco,  miserables]  ¿Hablas  de  aquellos 
charlatanes  pálidos  y  descalzos,  entre  los  cuales  se 
encuentran  el  perdido  Sócrates  y  Querefon  (3). 

ESTREPSÍADES. 

íEh!  calla :  no  dignas  necedades.  Antes  bien,  si  te 
conmueven  las  aflicciones  de  tu  padre,  sé  uno  de 
ellos  y  abandona  la  equitación. 


(1)  La  palabra  griega  cppovtKxxTnptov  tiene  una  irracia  in- 
traducibie: literalmente,  significa  un  pensadero.     '^ 

(2)  Doctrina  de  Hippon  de  Sámos".  El  escoliasta  de  Aris- 
tohint'S  dice  que  en  esta  opinión  fué  también  ridiculizada 
por  el  poeta  Grates.  En  Las  Aves  (v.  101)  se  pone  en  boca 
del  geómetra  Aleton. 

(3)  Querefon  era  uno  de  los  discípulos  más  apídnos  de 
Sócrates  según  Platón.  (Apología.)  Diógenes  Laercio 
{iib.  w  Sócrates,  46;  dice  que  á  él  dio  la  Pitonisa  aquel 
(•onocido  oráculo:  Sócrates  es  el  sabio  entre  los  hombres 
Arist()lanes  le  llama  vuxtspíí,  murciélago,  (Aves,  v.  429f> 
y  1od4.) 


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II 


Al  I 
^♦1 


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li 


I 


244 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


.LAS   NUBES 


245 


FIDÍPIDES. 

No  lo  haré ,  por  Baco ,  aunque  me  dieses  todos 
los  faisanes  que  cria  Leóg-oras  (1). 

ESTREPSÍADKS. 

¡Oh!  por  favor,  queridísimo  hijo,  vé  á  la  es- 
cuela. 

FIDÍPIDES. 

Y  ¿qué  aprenderé"^ 

ESTREPSÍADES. 

Dicen  que  enseñan  dos  clases  de  discursos :  uno 
justo,  cualquiera  que  sea,  y  otro  injusto  (2);  con  el 
,  segundo  de  éstos  afirman  que  pueden  granar  hasta 
las  causas  más  inicuas.  Por  tanto ,  si  aprendes  el 
discurso  injusto,  no  pagaré  ni  un  óbolo  (3)  de  las 
deudas  que  tengo  por  tu  causa. 

FIDÍPIDES. 

No  puedo  complacerte.  Me  seria  imposible  mirar 
á  un  jinete  si  tuviese  el  color  de  la  cara  tan  per- 
dido. 

ESTREPSÍADES. 

Por  Céres,  no  comeréis  ya  á  mis  espensas  ni  tú, 
ni  tu  caballo  de  tiro,  ni  tu  caballo  de  silla  (4) ;  sino 
que  te  echaré  de  casa  enhoramala  (5). 


(i)    Célebre  glotón,  padre  del  orador  Andócídes. 

(2)  Literalmente  mejor  ^^  peor. 

(3)  Valia  próximamente  tres  cuartillos  de  nuestro  real 

de  vellón. 

(4)  ^«{jupópa;  designa  un  caballo  marcado  con  la  letra 
sigma,  circunstancia  que  parece  designar  un  caballo  de 

lujo. 

(5)  Literalmente  á  los  cuervos  (le  xópaxac.) 


FIDÍPIDES. 

Mi  tio  Megácles  no  me  dejará  sin  caballos.  Me 
voy,  y  no  hago  caso  de  tus  amenazas. 


(Aquí  debe  haber  miUacion  de  escena^  puesto  que 
Estrepsiades  va  á  llamar  en  la  puerta  de  Sócrates.) 

ESTREPSÍADES. 

Sin  embargo,  aunque  he  caido,  no  he  de  perma- 
necer en  tierra  (1),  sino  que  invocando  á  los  dioses 
iré  á  esa  escuela  y  recibiré  yo  mismo  las  lecciones. 
Pero  ¿cómo,  siendo  viejo,  olvidadizo  y  torpe,  podré 
aprender  discursos  llenos  de  exquisitas  sutilezas? 
Marchemos.  ¿Por  qué  me  detengo  y  no  llamo  á  la 
puerta?  ¡Esclavo!  lEsclavo! 

UN  DISCÍPULO. 

¡Vaya  al  infierno!  ¿Quién  golpea  la  puerta? 

ESTREPSÍADES. 

Estrepsiades,  hijo  de  Fidon,  del  cantón  de  Ci- 
cinno  (2). 

EL  DISCÍPULO. 

jPor  Júpiter!  campesino  hablas  de  ser  para  gol- 
pear tan  brutalmente  la  puerta  y  hacerme  abor- 
tar (3)  un  pensamiento  que  habia  concebido. 

ESTREPSIADES. 

Perdóname ,  porque  habito  lejos  de  aquí ,  en  el 


(i)    Quiere  decir  que  no  se  da  por  vencido. 

(2)  Uno  de  los  cantones  del  Ática. 

(3)  Alusión  al  oficio  de  partera  que  tenía  la  madre  de 
Sócrates.  Este  solia  llamarse  comadrón  de  las  almas. 


246 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS    NUBES. 


247 


campo;  pero  dime :  ¿cuál  es  el  pensamiento  que  te 
he  hecho  abortar? 

EL  DISCÍPULO. 

'No  me  es  permitido  decirlo  más  que  á  los  discí- 
pulos. 

ESTREPSÍADES. 

Dímelo  sin  temor,  porque  vengo  á  la  escuela 
como  discípulo. 

EL  DISCÍPULO. 

Lo  diré:  pero  ten  en  cuenta  que  esto  debe  de  ser 
un  misterio.  Preguntaba  ha  poco  Querefon  á  Só- 
crates cuántas  veces  saltaba  lo  larg'o  de  sus  patas 
una  puig-a  que  habia  picado  á  Querefon  en  una 
ceja  y  se  habia  lanzado  luego  á  la  cabeza  de  Só- 
crates (1). 

ESTREPSÍADES. 

Y  ¿cómo  ha  podido?... 

EL  DISCÍPULO. 

Muy  ingeniosamente.  Derritió  un  poco  de  cera,  y 
cogiendo  la  pulga  sumergió  en  ella  sus  patitas. 
Cuando  se  enfrió  la  cera,  quedó  la  pulga  con  una 
especie  de  borceguíes  pérsicos  (2) .  Se  los  descalzó 
Sócrates  y  midió  con  ellos  la  distancia  recorrida 
por  el  salto. 

ESTREPSÍADES. 

íSupremo  Júpiter,  qué  inteligencia  tan  sutil! 


(1)  Burla  sobre  las  espesas  cejas  de  Querefon  y  la  cal- 
va de  Sócrates. 

(2)  Calzado  de  mujer.  Vid.  Lisístrata,  229;  Las  Fiesta» 
de  CéreSj  734;  Las  Junteras^  319. 


EL  DISCÍPULO. 

¿Pues  qué  dirás  si  te  cuento  otra  invención  de 
Sócrates? 

ESTREPSÍADES. 

¿Cuál?  Dímela,  te  lo  ruego. 

EL  DISCÍPULO. 

El  mismo  Querefon  Esfetiense  le  preguntó  si 
creía  que  los  mosquitos  zumbaban  con  la  trompa  ó 
con  el  trasero. 

ESTREPSÍADES. 

¿Y  qué  dijo  de  los  mosquitos? 

EL  DISCÍPULO. 

Dijo  que  el  intestino  del  mosquito  es  muy  an- 
gosto ,  y  que  á  causa  de  su  estrechez  el  aire  pasa 
con  gran  violencia  hasta  el  trasero,  y  como  el  ori- 
ficio de  éste  comunica  con  el  intestino ,  el  trasero 
produce  el  zumbido  por  la  violencia  del  aire. 

ESTREPSÍADES. 

Por  lo  tanto ,  el  trasero  de  los  mosquitos  es  una 
trompeta,  i  Oh  tres  veces  bienaventurado  el  autor 
de  tal  descubrimiento!  Fácilmente  obtendrá  la  ab- 
solución de  un  reo  quien  conoce  tan  bien  el  intes- 
tino del  mosquito. 

EL  DISCÍPULO. 

Poco  ha  ima  salamandra  le  hizo  perder  un  gran 
pensamiento. 

ESTREPSÍADES. 

Dime:  ¿de  qué  manera? 

EL  DISCÍPULO. 

Observando  de  noche  el  curso  y  las  revoluciones 
de  la  luna,  miraba  al  cielo  con  la  boca  abierta,  j 


ii-i» 

T 


.1 


248 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


LAS   NUBES. 


249 


entonces  una  salamandra  le  arrojó  su  excremento 
desde  el  techo. 

ESTREPSÍADES. 

iLinda  salamandra  que  hace  sus  necesidades  en 
la  boca  de  Sócrates! 

EL  DISCÍPULO. 

Ayer  por  la  tarde  no  teníamos  cena. 

ESTREPSÍADES. 

¡Hem!  ¿Y  qué  inventó  para  encontrar  comida? 

EL  DISCÍPULO. 

Extendió  polvo  sobre  la  mesa,  dobló  una  barrita 
de  hierro  (1),  y  recog'iendo  después  el  compás,  es- 
camoteó un  vestido  de  la  palestra. 

ESTREPSÍADES. 

¿Por  qué  admiramos  ya  á  Tales?  (2)  Abre,  abre 
prontamente  la  escuela ,  y  preséntame  á  Sócrates 
cuanto  antes.  Me  impaciento  por  ser  su  discípulo. 
¡Vivo!  abre  la  puerta.— ¡Oh  Hércules!  ¿De  qué  país 
son  estos  animales?  (3). 

EL  DISCÍPULO. 

¿De  qué  te  admiras?  ¿Con  quiénes  les  encuentras 
semejanza? 

ESTREPSÍADES. 

Con  los  Lacedemonios  hechos  prisioneros  en  Pi- 
los (4).  ¿Pero  por  qué  miran  esos  á  la  tierra? 


(i)    Como  para  hacer  una  demostración  de  geometría. 

(2)  Célebre  filósofo,  el  primero  de  los  sabios  de  Grecia 
y  fundador  de  la  escuela  jónica.  (Vid.  Dióg.  Laercio,  lib.  i.) 

(3)  Esta  transición  indica  que  la  puerta  se  abre  y  se  ve 
el  interior  de  la  escuela. 

(4)  Alude  al  mal  aspecto  que  éstos  debieron  presentar 


EL  DISCÍPULO. 

Investigan  las  cosas  subterráneas. 

ESTREPSÍADES. 

Entonces  buscan  cebollas.  No  os  cuidéis  más  de 
eso :  yo  sé  dónde  las  hay  hermosas  y  g-randes.— ¿Y 
qué  hacen  esos  otros  con  el  cuerpo  inclinado? 

EL  DISCÍPULO. 

Investigan  los  abismos  del  Tártaro. 

ESTREPSÍADES. 

¿Para  qué  mira  al  cielo  su  trasero? 

EL  DISCÍPULO. 

Es  que  aprende  astronomía  por  su  parte.  Pero 
entrad,  no  sea  que  el  maestro  nos  sorprenda. 

ESTREPSÍADES. 

No,  todavía  no:  que  estén  aquí;  tengo  que  comu- 
nicarles un  asuntillo  mió. 

EL  DISCÍPULO. 

Es  que  no  pueden  permanecer  largo  tiempo  al 
aire  y  en  el  exterior. 

ESTREPSÍADES. 

¡En  nombre  de  los  dioses !  ¿qué  son  estas  cosas? 
Decídmelo. 

EL  DISCÍPULO. 

Esa  es  la  astronomía. 

ESTREPSÍADES. 

¿Y  ésta? 

EL  DISCÍPULO. 

La  geometría. 


V  'f 

i 


y 


á  causa  del  hambre  sufrida  durante  el  sitio  de  aquella  ciu- 
dad. Vid.  Caballeros,  passim.  Tucidides,  IV,  45,  29-38. 


•i 


-250 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LAS    NUBES. 


251 


i 


ESTREPSIADES. 

¿Para  qué  sirve  la  g-eometría? 

EL  DISCÍPULO. 

Para  medir  la  tierra. 

ESTREPSIADES. 

¿La  que  se  distribuye  á  la  suerte? 

EL  DISCÍPULO. 

No.  Toda  la  tierra. 

ESTREPSIADES. 

í  Gracioso  dicho !  Hé  aquí  una  idea  muy  popular 
y  útil  (1). 

EL  DISCÍPULO. 

Hé  aquí  todo  el  circuito  de  la  tierra.  ¿Ves?  Aquí 
está  Atenas. 

ESTREPSIADES. 

¿Qué  dices?  No  te  creo.  No  veo  á  los  jueces  en  se- 
sión (1). 

EL  DISCÍPULO. 

Sin  embarg-o,  este  es  verdaderamente  el  territorio 
del  Ática. 

ESTREPSIADES. 

¿Y  dónde  están  los  Cicinenses  mis  compatriotas? 

EL  DISCÍPULO. 

Helos  aquí;  y  mira  también  la  Eubea,  que,  como 
ves,  es  muy  larga. 


(i)  Plutarco  (Vida  de  Feríeles,  3i.)  asegura  que  Fe- 
ríeles calmó  la  irritación  del  pueblo  contra  la  guerra  pro- 
metiendo distribuir  los  campos  conquistados.  Después  de 
la  toma  de  Mitilene,  realizó  esta  promesa,  dividiéndola  en 
tres  mil  lotes.  (Tuc.  iii ,  50.) 

(2)  Alusión  á  la  manía  de  juzgar  de  los  Atenienses,  cri- 
ticada en  Las  Avispas. 


ESTREPSIADES. 

Lo  sé:  Pericles  y  vosotros  la  habéis  sometido 
á  mil  torturas  (1).  Pero  ¿dónde  está  Lacede- 
monia? 

EL  DISCÍPULO. 

¿Que  dónde  está?  Hela  aquí. 

ESTREPSIADES. 

jCuán  cerca  de  nosotros!  Meditad  sobre  esto  y 
alejadla  todo  lo  que  se  pueda. 

EL  DISCÍPULO. 

Por  Júpiter,  eso  es  imposible. 

ESTREPSIADES. 

Pues  ya  os  pesará.— ¡Calla!  ¿y  quién  es  ese  hom- 
bre suspendido  en  el  aire  en  un  cesto? 

EL  DISCÍPULO. 

Él. 

ESTREPSIADES. 

¿Quién  es  él? 

EL  DISCÍPULO. 

Sócrates. 

ESTREPSIADES. 

¡Sócrates!  Anda  y  llámale  fuerte. 

EL  DISCÍPULO. 

Llámale  tú;  que  yo  no  teng-o  tiempo. 

ESTREPSIADES. 

iSócrates!  [Sócrates! 


(\ )  El  verbo  griego  irapaTEfvoj  significa  extendí  y  tortu- 
rar. La  isla  de  Eubea  (Negro  ponto)  es  de  desproporciona- 
da longitud  y  habia  sufrido  mucho  durante  la  guerra  del 
Peloponeso. 


'4. 


II 


il 


252 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


253 


SÓCRATES. 

Mortal  (1).  ¿Por  qué  me  llamas? 

ESTREPSIADES. 

Ante  todo ,  te  rueg*o  que  me  dig^s  qué  es  lo  que 
haces  ahí. 

SÓCRATES. 

Camino  por  los  aires  y  contemplo  el  Sol. 

ESTREPSIADES. 

Por  tanto,  ^.miras  (2)  á  los  dioses  desde  tu  cesto  y 
no  desde  la  tierra?  Si  no  es  que... 

SÓCRATES. 

Nunca  podría  investig'ar  con  acierto  las  cosas 
celestes  si  no  suspendiese  mi  alma  y  mezclase  mis 
pensamientos  con  el  aire  que  se  les  parece  (3).  Si 
permaneciera  en  el  suelo,  para  contemplar  las  re- 
g'iones  superiores,  no  podria  descubrir  nada  por- 
que la  tierra  atrae  á  si  los  jug-os  del  pensamiento : 
lo  mismo  exactamente  que  sucede  con  los  berros. 

ESTREPSIADES. 

¿Qué  hablas?  ¿El  pensamiento  atrae  la  humedad 
de  los  berros?  Pero,  querido  Sócrates,  baja,  para 
que  me  enseñes  las  cosas  que  he  venido  á  aprender. 

SÓCRATES. 

¿Qué  es  lo  que  te  ha  hecho  venir? 


(1)  La  palabra  griega  es  mucho  más  enfática ,  y  literal- 
mente traducida  s\^n\ñc2i  efímero. 

(2)  'ritepíppovéto  significa  mirar  dealto  á  bajo  (despicere) 
y  también  menospreciar. 

(3)  Alusión  á  las  ideas  de  Anaxímenes  Milesio,  que  de- 
cía eran  principio  de  todas  las  cosas  el  aire  y  el  infinito 
(DioG.  Laer.,  lib.  ii)  y  que  el  alma  se  parecía  á  aquel  primer 
elemento. 


ESTREPSIADES. 

El  deseo  de  aprender  á  hablar.  Los  usureros,  los 
acreedores  más  intratables  me  persig-uen  sin  des- 
canso y  destruyen  los  bienes  que  les  he  dado  en 
prenda. 

SÓCRATES. 

¿Cómo  te  has  llenado  de  deudas  sin  apercibirte? 

ESTREPSIADES. 

Me  ha  arruinado  la  enfermedad  de  los  caballos, 
cuya  voracidad  es  espantosa.  Mas  enséñame  uno 
de  tus  dos  discursos,  aquel  que  sirve  para  no  pa- 
g^r.  Sea  cual  fuere  el  salario  que  me  pidas ,  juro 
por  los  dioses  que  te  lo  he  de  satisfacer. 

SÓCRATES. 

¿Por  qué  dioses  juras?  En  primer  lug^r,  es  preci-) 
so  que  sepas  que  los  dioses  no  son  ya  moneda  cor-> 
riente  entre  nosotros.  J 

ESTREPSIADES. 

¿Pues  por  quién  juráis?  Acaso  por  las  monedas 
de  hierro,  como  en  Bizancio . 

SÓCRATES. 

¿Quieres  cono'cer  perfectamente  las  cosas  divinas 
y  saber  sin  eng-año  lo  que  son? 

ESTREPSIADES. 

Sí,  por  Júpiter,  á  ser  posible. 

SÓCRATES. 

Y  ¿hablar  con  las  Nubes,  nuestras  divinidades? 

ESTREPSIADES. 

Mucho  más. 

SÓCRATES. 

Siéntate,  pues,  en  el  lecho  sacado. 


254 


COMEDIAS   DE    ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


255 


ESTREPSIADES. 


Ya  estoy  sentado- 


SÓCRATES. 


Cog'e  esta  corona. 

ESTREPSIADES. 

?.Para  qué  la  corona?  jAy  de  mí!,  Sócrates,  no 
me  sacrificarás  como  á  Atámas  (1). 

SÓCRATES. 

No:  hacemos  todas  estas  ceremonias  con  los  ini- 
ciados. 

ESTREPSIADES. 

[J  qué  ganaré  con  estol? 

SÓCRATES. 

Lleg-arás  á  ser  un  inolino  de  palabras,  un  verda- 
dadero  cascabel,  fino  como  la  flor  de  la  harina: 
pero  no  te  muevas. 

ESTREPSIADES. 

No  me  encañas,  por  Júpiter;  si  continúas  em- 
polvándome  de  ese  modo  me  convertiré  pronto  en 
flor  de  harina  (2). 


SÓCRATES. 

Es  necesario  g-uardar  silencio,  anciano,  y  escu- 
char atentamente  mis  súplicas.  Soberano  señor, 
Aire  inmenso  que  rodeas  la  sublime  tierra,  Éter  lu- 
minoso, y  vosotras.  Nubes,  diosas  venerables,  que 
eng-endrais  los  rayos  y  los  truenos,  levantaos,  so- 
beranas mias,  y  mostraos  al  filósofo  en  las  alturas. 

ESTREPSIADES. 

No,  todavía  no,  hasta  que  me  cubra  la  cabeza 
con  el  manto  doblado,  no  sea  que  me  moje.  [Pobre 
de  mí!  haber  salido  de  casa  sin  mi  montera  de  piel 
de  perro. 

SÓCRATES. 

Venid  pues,  oh  Nubes  venerables,  y  mostraos  á 
éste,  ora  ocupéis  la  sagrada  cumbre  del  nevado 
Olimpo,  ora  forméis  con  las  Ninfas  la  danza  sa- 
grada en  los  jardines  del  padre  Océano,  ora  reco- 
jáis en  urnas  de  oro  las  ag-uas  del  Nilo,  ora  resi- 
dáis en  la  lag-una  Meótis,  ó  sobre  las  nevadas  rocas 
del  Mimas;  oidme,  aceptad  mi  sacrificio  y  mirad 
complacidas  estas  sagradas  ceremonias. 


(i)  Alusión  á  una  traejedia  de  S'ífocles  en  que  Atámas 
era  llevado  al  sacníicio  coronado  de  flores.  Atámas  aban- 
donó á  su  mujer  Né/ele  (la  Nube),  que  se  refugias  en  el 
Cielo,  haciendo  sufrir  una  prolongada  sequía  al  país  de  su 
marido.  Esto,  para  evitar  tamaño  azoto,  se  ofreció  á  sí  mis- 
mo en  sacrificio;  pero  en  el  momento  de  ir  á  ser  inmolado, 
fué  salvado  por  Hércules.  El  recuerdo  de  Atámas,  con  pre- 
ferencia á  otra  víctim:;,  es  muy  natural  en  esta  comedia  por 
la  circunstancia  de  ser  marido  de  la  Nube. 

(2)  Sócrates  (según  el  escoliasta)  esparcía  harina  sobre 
la  cabeza  do  Estrepsíades,  como  se  acostumbraba  á  hacer 
con  las  tortas  de  los  sacrificios. 


CORO  DE  NUBES. 

Del  seno  mug-iente  del  Océano,  nuestro  padre, 
levantémonos.  Nubes  eternas,  lig-eras  por  nuestra 
naturaleza  vaporosa,  á  las  altas  cumbres  de  los 
montes  coronados  de  árboles  seculares.  Desde  ellas 
veremos  á  lo  lejos  el  horizonte  montuoso,  la  tierra 
sagrada,  madre  de  los  frutos,  el  curso  de  los  nos 
divinos,  y  el  mar  que  murmura  profundamente. 


256 


I 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


Puesto  que  el  ojo  infatig*able  del  Éter  brilla  siem- 
pre con  resplandeciente  luz,  disipemos  la  niebla 
oscura  que  nos  rodea,  y  mostrémonos  á  la  tierra 
con  todo  el  esplendor  de  nuestra  belleza  inmortal. 

SÓCRATES. 

Indudablemente,  habéis  escuchado  mis  votos  ¡oh 
Nubes  venerables!  ¿Has  oido  tú  su  voz  acompañada 
de  los  mug^idos  del  trueno? 

ESTREPSIADES. 

Yo  también  os  adoro,  santas  Nubes,  y  quiero  res- 
ponder á  vuestros  truenos  (1);  á  ello  me  oblig-an  el 
miedo  y  el  temblor;  así  es  que,  sea  ó  no  lícito, 
quiero  desahog-arme  (2). 

SÓCRATES. 

No  te  burles,  ni  hag^s  lo  que  esos  cómicos  mi- 
serables (3). — ¡Silencio!  Una  multitud  de  diosas  se 
adelantan  cantando. 

CORO. 

Vírg-enes  imbríferas  (4),  vamos  á  visitar  el  pin- 
^e  territorio  de  Palas  y  la  amable  tierra  de  Cé- 
crope,  patria  de  tan  grandes  hombres,  donde  se 
celebra  el  culto  de  los  sagrados  misterios,  se  ven 
el  santuario  místico  de  las  santas  iniciaciones  (5), 
las  ofrendas  á  los  habitantes  del  Olimpo,  les  ele- 


(1)  Ves  trisque  voló  tonitrubus  oppedere. 

(2)  Voló  cacare. 

(3)  Literalmente  tiznados  con  heces  de  vino. 

(4)  Empleamos  este  adjetivo,  que  tal  vez  parecerá  de- 
masiado poético,  porque  ningún  otro  traduce  con  tanta 
exactitud  el  ¿(ji^pocpópoi  del  original. 

(5)  El  templo  de  Céres  en  Eléusis. 


Las  nubes. 


257 

vados  templos  y  las  estatuas  de  los  dioses,  las  pro- 
cesiones  religiosas,  los  sacrificios  á  las  coronadas 
divinidades  y  los  festines  de  todas  las  estaciones; 
y,  cuando  con  la  primavera  vuelve  la  fiesta  de 
Baco,  los  certámenes  de  los  resonantes  coros,  v  el 
grrave  sonido  de  las  nautas. 

ESTREPSIADES. 

íPor  Júpiter!  Sócrates,  dime:  ¿Quiénes  son  aque- 
Has  mujeres  que  han  cantado  con  tanta  majestad'? 
¿Son  alg-unas  heroínas? 

SÓCRATES. 

No;  estas  son  las  celestes  Nubes,  grandes  diosas 
de  los  hombres  ociosos;  que  nos  dan  el  pensa- 
nuento,  la  palabra  y  la  inteligencia,  el  charlata-  * 
nismo,  la  locuacidad,  la  astucia  y  la  comprensión! 

ESTREPSIADES. 

Hó  aquí  por  qué  al  oirías  parece  que  mi  alma  va 
á  volar,  y  ya  desea  discutir  sobre  sutilezas,  hablar 
del  humo,  contradecir  y  oponer  arg-umentos  con- 
fra  argumentos.  Así  es  que  desearía,  si  fuese  posi- 
ble,  verlas  personalmente. 

SÓCRATES. 

Mira  hacia  aquel  lado,  hacia  el  monte  Parneto. 
Yo  las  veo  descender  con  lentitud. 

ESTREPSIADES. 

¿Donde?  Enséñame. 

SÓCRATES. 

Míralas;  vienen  oblicuamente  en  gran  número, 
á  través  de  los  valles  y  los  bosques. 

ESTREPSIADES. 

Pero  ¿qué  es  esto?  sino  las  disting-o. 

17 


•  'j 


256 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


Puesto  que  el  ojo  infatig-able  del  Éter  brilla  siem- 
pre con  resplandeciente  luz,  disipemos  la  niebla 
oscura  que  nos  rodea,  y  mostrémonos  á  la  tierra 
con  todo  el  esplendor  de  nuestra  belleza  inmortal. 

SÓCRATES. 

Indudablemente,  habéis  escuchado  mis  votos  ¡oh 
Nubes  venerables!  ^.Has  oido  tú  su  voz  acompañada 
de  los  mugidos  del  trueno? 

ESTRKPSIADES. 

Yo  también  os  adoro,  santas  Nubes,  y  quiero  res- 
ponder á  vuestros  truenos  (1);  á  ello  me  obligan  el 
miedo  y  el  temblor;  así  es  que,  sea  ó  no  lícito, 
quiero  desahogarme  (2). 

SÓCRATES. 

No  te  burles,  ni  hagas  lo  que  esos  cómicos  mi- 
serables (3). — ¡Silencio!  Una  multitud  de  diosas  se 
adelantan  cantando. 

CORO. 

Vírgenes  imbríferas  (4),  vamos  á  visitar  el  pin- 
güe territorio  de  Palas  y  la  amable  tierra  de  Cé- 
crope,  patria  de  tan  grandes  hombres,  donde  se 
celebra  el  culto  de  los  sagrados  misterios,  se  ven 
el  santuario  místico  de  las  santas  iniciaciones  (5), 
las  ofrendas  á  los  habitantes  del  Olimpo,  les  ele- 


las  nubes. 


(1)  Ves  trisque  voló  tonitruhus  oppedere. 

(2)  Voló  cacare. 

(3)  Literalmente  tiznados  con  heces  de  vino. 

(4)  Empleamos  este  adjetivo,  que  tal  vez  parecerá  de- 
masiado poético,  porque  ningún  otro  traduce  con  tanta 
exactitud  el  ójippocpópot  del  original. 

(5)  El  templo  de  Céres  en  Eléusis. 


vados  templos  y  las^tuas  de  los  dioses,  las  pro- 
cesiones  religiosas,  los  sacrificios  á  las  coronadas 
divinidades  y  los  festines  de  todas  las  estaciones- 
y,  cuando  con  la  primavera  vuelve  la  fiesta  dé 
Baco,  los  certámenes  de  los  resonantes  coros  v  el 
grave  sonido  de  las  flautas. 

ESTREPSÍADES. 

«Por  Júpiter!  Sócrates,  dime:  ¿Quiénes  son  aque- 
lias  mujeres  que  han  cantado  con  tanta  majestad^ 
¿fcjon  algunas  heroínas? 

SÓCRATES. 

No;  estas  son  las  celestes  Nubes,  grandes  diosas 
de  los  hombres  ociosos;  que  nos  dan  el  pensa- 
miento, la  palabra  y  la  inteligencia,  el  charlata-  ' 
nismo,  la  locuacidad,  la  astucia  y  la  comprensión! 

ESTREPSÍADES. 

Hó  aquí  por  qué  al  oírlas  parece  que  mi  alma  va 
a  volar,  y  ya  desea  discutir  sobre  sutilezas,  hablar 
oel  humo,  contradecir  y  oponer  argumentos  con- 
fra  argumentos.  Así  es  que  desearía,  si  fuese  posi- 
We,  verlas  personalmente. 

SÓCRATES. 

Mira  hacia  aquel  lado,  hacia  el  monte  Parneto. 
Yo  las  veo  descender  con  lentitud. 

ESTREPSÍADES. 

¿Donde?  Enséñame. 

SÓCRATES. 

Míralas;  vienen  oblicuamente  en  gran  número 
á  través  de  los  valles  y  los  bosques. 

ESTREPSÍADES. 

Pero  ¿qué  es  esto?  sino  las  distingo. 

17 


^58 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS   NUBES. 


259 


SÓCRATES. 

Ahí,  junto  á  la  entrada. 

ESTREPSÍADES. 

Al  fin  la3  entreveo. 

SÓCRATES. 

Ahora  las  verás  perfectamente  si  no  tienea  tela- 
rañas en  los  ojos  (1). 

ESTREPSÍADES. 

Sí,  por  Júpiter:  ¡oh  diosas  venerables!  ya  ocu- 
pan toda  la  escena. 

SÓCRATES. 

¡Y  tá,  que  inorabas  su  existencia  y  no  las  tenias 
por  diosas! 

ESTREPSÍADES, 

No  por  cierto:  pero  las  creia  niebla,  humo  ó 
rocío. 

SÓCRATES. 

Por  Júpiter,  ¿no  sabes  que  éstas  alimentan  á  mul- 
titud de  sofistas,  á  los  adivinos  de  Turium,  á  los 
médicos,  á  los  holgazanes  que  no  se  ocupan  mas 
que  de  sus  uñas,  sortijas  y  cabellos,  á  los  autores 
de  ditirambos  y  á  los  charlatanes  de  vaciedades 
sublimes?  A  todos  éstos  los  alimentan  porque  las 
celebran  en  sus  cantos. 

ESTREPSÍADES. 

¿Por  eso  cantan  en  sus  versos  el  ímpetu  veloz  de 
las  húmedas  Nubes  que  lanzan  deslumbradores  re- 
lámpag"os,  los  cabellos  erizados  de  Tifón,  el  de  las 
cien  cabezas,  y  las  tempestades  furiosas  como  aves 


de  rapiña,  que  vuelan  por  el  éter,  nadando  por  el 
aire  y  los  torrentes  de  lluvia  que  derraman  las  Nu- 
bes? (1)  Y  en  premio  de  estos  versos  se  comen  los 
más  gandes  peces. y  la  carne  delicada  de  los 
tordos. 

SÓCRATES. 

¿Por  causa  de  ellas,  no  es  justo? 

ESTREPSÍADES. 

Pero  dime,  si  en  realidad  son  Nubes,  ¿en  qué  con- 
siste que  parecen  mujeres  y  sin  embargfo  no  lo  son? 

SÓCRATES. 

¿Pues  qué  son  entonces? 

ESTREPSÍADES. 

No  lo  sé  bien:  ahora  me  parecen  copos  de  lana, 
pero  de  ning-una  manera  mujeres.  Estas,  sin  em- 
bargro,  tienen  narices. 

SÓCRATES. 

Vamos,  responde  á  mis  preg^untas. 

ESTREPSÍADES. 

Preg-unta  lo  que  quieras. 

SÓCRATES. 

¿No  has  visto  alg'una  vez,  mirando  al  cielo,  una 
Nube  parecida  á  un  centauro,  á  un  leopardo,  á  un 
lobo  ó  á  un  toro? 

ESTREPSÍADES. 

Sí,  en  verdad;  y  ¿á  qué  viene  esto?  * 

SÓCRATES. 

A  probarte  que  se  transforman  como  quieren. 


(i)    Nisi  gramica  m  oculis  hahes  instar  cucurHtos . 


(1)    Parodia  del  estilo  hincbado  é  incdierente  que  so- 
lian  emplear  los  malos  poetas  ditirámbicos. 


Í60 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS  NUBES. 


261 


Así,  cuando  ven  á  un  hombre  de  larg^a  cabellera  y 
pecho  velludo  como  el  hijo  de  Jenofante,  se  burlan 
de  su  locura,  cambiándose  en  centauros. 

ESTREPSÍADES. 

Y  ¿qué  hacen  cuando  ven  á  Simón,  ladrón  del 
tesoro  público? 

SÓCRATES. 

Para  poner  de  manifiesto  sus  costumbres,  se 
transforman  en  lobos. 

ESTREPSÍADES. 

Por  eso  es  que  ayer  al  distinguir  á  Cleónimo,  que 
arrojó  su  escudo  para  huir,  al  verle  tan  cobarde  se 
cambiaron  en  ciervos. 

SÓCRATES. 

Y  ¿ves  ahora?  al  mirar  á  Clístenes  se  han  trans- 
formado en  mujeres. 

ESTREPSÍADES. 

¡Salud,  oh  diosasl  Si  alguna  vez  lo  habéis  hecho 
por  un  mortal,  romped  vuestro  silencio  y  dejad  oir 
vuestra  celeste  voz,  reinas  omnipotentes. 

CORO. 

Salud,  investigador  de  la  sabiduría:  y  tú,  sacer- 
dote de  las  vaciedades  más  inútiles,  di  para  qué  nos 
necesitas.  Porque  á  ningún  sofista  de  los  que  in- 
vestigan las  cosas  del  cielo  escuchamos  con  tanto 
placer  como  á  tí,  excepto  á  Pródico  (1):  á  éste  le 


(1)  Sofista  de  grande  ingenio  muy  elogiado  por  su  ale- 
goría del  Vicio  y  la  Virtud  disputándose  el  alma  de  Hér- 
cules. Jenofonte  (Memorias  de  Sócrates^  lib.  ii)  hace  de 
ella  una  magnífica  exposición,  y  San  Basilio  habla  de  él 
con  mucho  aprecio  recomendando  á  los  jóvenes  su  lectura. 


atendemos  por  su  ingenio  y  por  su  ciencia;  á  tí 
por  tu  andar  arrogante,  por  tu  mirar  desdeñoso,  tu 
sufrimiento  en  caminar  desnudo,  y  la  majestad 
que  imprimes  á  tu  fisonomía. 

ESTREPSÍADES . 

íOh  Tierra,  qué  voz  tan  sagrada,  venerable  y 
prodigiosa! 

SÓCRATES. 

Es  que  ellas  son  las  únicas  diosas;  todas  las  de- 
más son  pura  ficción. 

ESTREPSÍADES. 

Pero  entonces,  dime,  por  la  sagrada  Tierra:  ¿Jú- 
piter olímpico  no  es  dios? 

SÓCRATES. 

¿Cuál  Júpiter?  tú  te  burlas.  No  hay  tal  Júpiter. 

ESTREPSÍADES.  ^^ 

¿Qué  estas  diciendo?  ¿pues  quién  hace  llover? 
Demuéstrame  esto  antes  de  todo. 

SÓCRATES. 

Ellas:  y  voy  á  demostrarlo  con  grandes  razones. 
¿Has  visto  alguna  vez  que  Júpiter  haga  llover  sin 
Nubes?  Si  fuese  él,  sería  necesario  que  lloviese  es- 
tando el  cielo  sereno  y  después  de  haberlas  disi- 
pado. 

ESTREPSÍADES. 

Perfectamente:  por  Apolo,  tu  argumento  me  ha 
convencido.  Yo  creia  antes,  como  cosa  cierta,  que 
Júpiter  para  hacer  llover  orinaba  en  una  criba. 
Pero  dime:  ¿quién  produce  el  trueno?  Esto  me  hace 
temblar. 


II 


Wi 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LAS   NUBES. 


263 


i 


SÓCRATES. 

Las  Nubes  truenan  cuando  se  revuelven  sobre  sí 
mismas  (1). 

ESTREPSÍADES. 

¿De  qué  manera,  hombre  audaz? 

SÓCRATES. 

Cuando  están  muy  llenas  de  a^a  y  se  ponen 
en  movimiento  arrastradas  por  su  propio  peso,  al 
V  caer  se  entrechocan  y  rompen  con  estrépito. 

ESTREPSÍADES. 

Pero  ¿quién  las  empuja  para  que  se  entrecho- 
quen? ¿acaso  Júpiter? 

SÓCRATES. 

De  ningún  modo:  las  empuja  el  Torbellino  etéreo. 

ESTREPSÍADES. 

¿El  Torbellino?  En  verdad,  ignoraba  que  Júpiter 
no  existia  y  que  reinaba  por  él  el  Torbellino.  Pero 
nada  me  has  enseñado  todavía  del  fragor  de  los 
truenos. 

SÓCRATES. 

iNo  me  has  oido  decir  que  cuando  las  Nubes  lle- 
nas de  agua  caen  unas  sobre  otras  producen  ese 
fragor  á  causa  de  su  densidad? 

ESTREPSÍADES. 

¿Y  cómo  he  de  creer  eso? 

SÓCRATES. 

Observando  lo  que  á  tí  mismo  te  sucede,  como 


(1)  Epicuro  explicaba  la  formación  de  la  lluvia,  el  rayo 
y  el  trueno  con  las  mismas  razones  que  Aristófanes  pone 
en  boca  de  Sócrates.  ^Vid.  Diog.  Laert.  lib.  X.  Epicuro. J 


voy  á  demostrarte.  Cuando  en  las  Panateneas  (1) 
cenas  tanto  que  se  te  desarregla  el  vientre,  ¿no  has 
notado  que  este  produce  de  repente  algunos  rui- 
dos? 

ESTREPSÍADES. 

SÍ  á  fe  mia:  y  en  seguida  me  atormenta,  y  se 
revuelve,  ruge  como  el  trueno,  y  después  estalla 
con  estrépito.  Primero  hace,  con  ruido  apenas  per- 
ceptible, pax-,  Inégo papax,  enseguida papappaXy  y 
cuando  hago  mis  necesidades  es  un  verdadero 
trueno  pappappaXy  lo  mismo  que  las  Nubes. 

SÓCRATES. 

Considera  el  gran  ruido  que  haces  con  tu  peque- 
ño vientre;  ¿será,  pues,  inverosímil  el  que  el  aire 
inmenso  truene  con  estrepitoso  fragor?  Por  eso  las 
palabras  trueno  y  ventosidad  son  semejantes. 

ESTREPSÍADES. 

Pero  dime:  ¿de  dónde  provendrá  el  rayo  resplan- 
deciente que  á  unos  los  reduce  á  cenizas  y  á  otros 
los  toca  sin  matarlos?  Evidentemente  Júpiter  es 
quien  lo  lanza  contra  los  perjuros. 

SÓCRATES. 

¡Pobre  tonto,  más  viejo  que  el  tiempo,  la  luna 
y  el  pan!  ¿Cómo,  si  hiere  á  los  perjuros,  no  ha 
abrasado  ni  á  Simón,  ni  á  Cleónimo,  ni  á  Teoro? 
Estos  son  no  poco  perjuros.  Sin  embargo,  vemos 
que  hiere  á  su  propio  templo,  al  promontorio  Su- 
nio,  y  á  las  gigantescas  encinas.  ¿Por  qué  causa? 
una  encina  jamás  es  perjura. 


•/I 


(i)    Fiestas  en  honor  de  Minerva. 


264 


COMEDIAS  DK    ARISTÓFANES. 


\ 

^ 


ESTREPSIADES. 

No  lo  sé,  pero  me  parece  que  discurres  bien.  Mas 
dime:  ¿qué  es  el  rayo? 

SÓCRATES. 

Si  un  viento  seco  se  eleva  y  se  encierra  dentro 
de  las  Nubes,  las  hincha  como  si  fueran  una  vejig-a; 
después  cuando  su  misma  fuerza  las  revienta  se 
escapa  violentamente  comprimido  por  su  densidad, 
y  el  ímpetu  terrible  con  que  estalla  hace  que  se 
encienda  á  sí  mismo. 

ESTREPSIADES. 

En  verdad,  lo  mismo  me  sucedió  una  vez  en  las 
fiestas  de  Júpiter.  Asaba  para  mi  familia  un  vien- 
tre sin  liaber  tenido  la  precaución  de  hacerle  alg*u- 
nas  incisiones ;  se  habia  hinchado  mucho,  y  de 
repente  reventó  por  medio  y  me  saltó  á  los  ojos  su 
interior  quemándome  la  cara. 

CORO. 

íOh  tú  que  deseas  aprender  los  arcanos  de  la 
ciencia,  cuan  dichoso  serás  entre  los  Atenienses  y 
los  demás  Grieg-os,  si  tienes  memoria  y  aplicación 
y  un  alma  constante  para  el  sufrimiento;  si  no  te 
cansas  ni  de  permanecer  quieto,  ni  de  caminar; 
si  no  te  hace  mella  el  frió,  ni  deseas  comer;  si  te 
abstienes  del  vino,  de  los  ejercicios  g*imnástico3  y 
de  otras  necedades,  y  piensas  que  es  lo  mejor  y  lo 
más  propio  de  un  hombre  digno  el  sobresalir  en 
las  obras,  en  los  consejos  y  en  los  combates  de  la 
palabra! 

ESTREP.SÍADES. 

Si  te  hace  falta  un  alma  dura  é  insensible  á  los 


LAS    NUBES. 


265 


desveladores  cuidados,  y  un  estómago  frugal  acos- 
tumbrado á  las  privaciones  y  capaz  de  alimentar- 
se con  ajedrea,  puedes  contar  conmig-o;  mi  cuerpo 
es  tan  duro  como  uu  yunque, 

SÓCRATES. 

Promete  también  no  reconocer  ya  más  dioses  que 
los  que  nosotros  veneramos  en  concepto  de  tales; 
á  saber:  el  Cáos^JasNubes^^la  Lengua;  hé  aquí    «/ 
las  tres  divinidades.  " 

ESTREPSIADES. 

Nunca  hablaré  de  otras  aunque  me  tropezase  con 
ellas,  ni  las  honraré  con  sacrificios,  libaciones  ni 
incienso. 

CORO. 

Pide  ahora  confiadamente  lo  que  deseas  de  nos- 
otras, y  lo  obtendrás,  si  nos  honras,  nos  admiras  y 
procuras  ser  hombre  hábil. 

ESTREPSIADES. 

¡Oh  dioses!  lo  que  os  pido  es  lo  menos  que  puede  * 
pedirse;  haced  tan  sólo  que  sea  el  más  elocuente  de  / 
los  Griegos. 

CORO. 

Concedido:  ningún  hombre  de  estos  tiempos  te 
superará  en  hacer  bellos  discursos. 

ESTRFPSTADES. 

No:  eso  no  es  lo  que  deseo,  porque  á  mí  jamás  se 
me  ocurre  pronunciar  grandes  sentencias.  Tan  so- 
lo quiero  resolver  en  mi  favor  los  pleitos  y  escapar 
de  las  manos  de  los  acreedores. 

CORO. 

Se  cumplirá  lo  que  deseas,  pues  no  apeteces  cosas 


266 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


26T 


imposibles.  Ponte  confiadamente  en  manos  de  uno 
de  nuestros  sacerdotes. 

ESTREPSÍADES. 

Haré  lo  que  me  mandáis,  pues  la  necesidad 
aprieta  por  causa  de  los  caballos  y  el  matrimonio» 
que  me  han  perdido.  Hagan  estos  de  mí  ahora  todo 
cuanto  les  plazca;  yo  les  entreg-o  mi  cuerpo  para 
que  lo  destrocen  á  fuerza  de  g-olpes,  hambre,  sed, 
calor  y  frió,  y  si  quieren  conviertan  mi  piel  en  una 
bota,  con  tal  que  no  pague  mis  deudas  y  pase  por 
hombre  atrevido,  charlatán,  temerario,  sin  ver- 
güenza, costal  de  mentiras,  inventor  de  frases, 
trillado  en  los  pleitos,  litigante  perpetuo,  molino 
de  palabras,  zorro  astuto,  penetrante  barreno,  cor- 
rea flexible,  disimulado,  escurridizo,  fanfarrón,  in- 
sensible como  el  nudo  de  las  maderas,  impuro, 
veleta,  y  parásito  impudente.  Si  todos  los  que  me 
encuentren  llegan  á  saludarme  con  todos  estos  ca- 
lificativos, hagan  mis  maestros  cuanto  les  agrade 
de  mi  persona;  y  si  les  gusta,  por  Céres,  embutan 
mis  intestinos  y  sírvanselos  á  los  filósofos. 

CORO. 

Este  hombre  tiene  una  voluntad  pronta  y  valien- 
te. Ten  entendido  que  la  ciencia  que  te  vamos  á 
enseñar  te  hará  conseguir  tal  gloria  entre  los  mor- 
tales, que  te  levantará  hasta  el  cielo. 

ESTREPSÍADES. 

Y  ¿qué  me  sucederá? 

CORO. 

Que  mientras  vivas,  gozarás  con  nosotras  una 
existencia  extremadamente  feliz. 


ESTREPSÍADES. 

¿Acaso  llegaré  á  ver  eso? 

CORO. 

Habrá  constantemente  muchos  sentados  á  tu 
puerta,  deseando  consultarte,  hablar  contigo  y 
deliberar  sobre  infinitos  pleitos  y  negocios  en  lo» 
que  se  cruzarán  sumas  inmensas.  (A  Sócrates)  Pero 
enseña  al  viejo  algunas  de  tus  lecciones,  sondea  su 
espíritu  y  explora  los  alcances  de  su  ingenio. 

SÓCRATES. 

Ea,  dime  qué  clase  de  carácter  tienes,  para  que, 
una  vez  conocido,  pueda  dirigir  contra  él  nuevas 
máquinas. 

ESTREPSÍADES. 

¡CJómoI  ¿Acaso  piensas  asaltarme  como  si  fuera 
una  muralla? 

SÓCRATES. 

No:  solamente  quiero  hacerte  algunas  breves 
preguntas.  En  primer  lugar,  ¿tienes  memoria? 

ESTREPSÍADES. 

Sí,  por  cierto,  y  de  dos  clases.  Si  me  deben,  ten- 
go una  memoria  excelente;  pero  si  debo,  ¡pobre  de 
mil  soy  muy  olvidadizo. 

SÓCRATES. 

¿Tienes  alguna  disposición  natural  para  la  elo- 
cuencia? 

ESTREPSÍADES. 

Para  la  elocuencia  no,  pero  sí  para  el  fraude. 

SÓCRATES. 

Entonces,  ¿cómo  podrás  aprender? 


i\ 


^ 


268 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    NUBES. 


269 


ESTREPSÍADES. 

Perfectamente,  no  te  inquietes  por  eso. 

SÓCRATES. 

Ea,  manos  á  la  obra;  en  cuanto  yo  te  propong^a 
alg'una  cuestión  sobre  las  cosas  celestes,  te  apoderas 
de  ella  inmediatamente. 

ESTREPSÍADES. 

I  Qué!  ¿es  preciso  atrapar  la  sabiduría  como  un 
perro  arrebata  una  tajada? 

SÓCRATES. 

iVaya  un  hombre  ig-norante  y  bárbaro!  Me  pa- 
rece, anciano,  que  vas  á  necesitar  algam  correctivo. 
Vamos  á  ver,  ¿qué  haces  cuando  alg-uno  te  apalea? 

ESTREPSÍADES. 

Me  dejo  apalear;  después  tomo  testig-os;  en  se- 
guida ejercito  mi  acción  ante  el  tribunal. 

SÓCRATES. 

Ea,  quítate  el  vestido. 

ESTREPSÍADES. 

¿Te  he  ofendido  en  algo? 

SÓCRATES. 

No;  pero  la  costumbre  es  entrar  desnudo  (1). 

ESTREPSÍADES. 

Yo  no  veng'o  aquí  á  buscar  ninguna  cosa  ro- 
bada (2). 

SÓCRATES. 

Abajo  el  vestido.  ¿A  qué  decir  tantas  sandeces? 


(4)    Como  en  los  misterios. 

(2)  El  que  penetraba  en  una  casa  para  buscar  un  objeto 
que  le  habla  sido  robado  y  que  suponía  se  hallaba  escon- 
dido, debia,  para  evitar  fraude,  despojarse  de  sus  vestidos. 


ESTREPSÍADES. 

Dime  solo  una  cosa.  Si  soy  muy  aplicado  y  es- 
tudio con  g-rande  afán  ¿á  cuál  de  tus  discípulos  me 
pareceré? 

SÓCRATES. 

Serás  enteramente  semejante  á  Querefon. 

ESTREPSÍADES. 

íAy  desgrraciado  de  mí!  Entonces  seré  un  cadá- 
ver ambulante. 

SÓCRATES. 

No  charles  tanto.  Apresúrate  y  sígneme  hacia 
ese  lado. 

ESTREPSÍADES. 

Dame  antes  una  torta  de  miel,  porque,  al  entrar 
ahí,  siento  tanto  miedo  como  si  bajase  á  la  cueva 
de  Trofonio  (1). 

SÓCRATES. 

Anda:  ¿por  qué  te  detienes  en  la  puerta? 

CORO.       - 

Marcha  reg'ocijado,  sin  que  disminuya  tu  valor 
por  eso.  Ojalá  tenga  feliz  éxito  la  empresa  de  este 
hombre,  que  en  edad  provecta  ilustra  su  inteli- 
gencia con  ideas  nuevas  y  cultiva  la  sabiduría  (2). 

Expectadores,  os  diré  francamente  la  verdad;  lo 
juro  por  Baco,  de  quien  soy  discípulo  (3).  Así  salgfa 

(i)  Con  objeto  de  impedir  el  que  pudieran  ser  recono- 
cidos los  resortes  de  la  cueva  de  este  célebre  oráculo,  los 
que  penetraban  en  ella  llevaban  las  manos  ocupadas  con 
tortas  de  miel  para  evitar,  según  decían  los  sacerdotes, 
las  mordeduras  de  las  serpientes. 

(2)  Principia  la  paráhasis. 

(3)  Tanto  la  tragedia  como  la  comedia  tuvieron  su  orí- 


Í70 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS   NUBES. 


271 


yo  vencedor  y  sea  tenido  por  sabio,  como  es  cierto 
que  creyéndoos  personas  de  buen  ^sto,  sometí 
por  primera  vez  á  vuestra  aprobación  esta  come- 
dia, la  mejor  de  las  mias,  trabajada  con  exquisito 
esmero.  Y  sin  embarg'o,  á  pesar  de  no  merecer  tal 
deshacía,  fui  vencido  por  rivales  ineptos  (1).  Por 
esto  me  quejo  de  vosotros,  ilustrados  jueces,  á 
quienes  dediqué  mis  trabajos.  Mas  no  por  tal  mo- 
tivo he  de  recusar  la  opinión  de  los  doctos,  ante 
quienes  es  tan  agradable  comparecer,  y  que  oye- 
ron con  tanta  complacencia  á  mi  Prudente  y  mi 
Deshonesto  (2),  cuando  yo,  (virg-en  aún  porque  no 
me  era  lícito  parir)  (3)  expuse  el  fruto  de  mi  ingenio, 
que  recogido  por  otra  madre  (4)  fué  educado  libe- 
ralmente  por  vosotros;  desde  lo  cual  creia  tener 
asegurada  vuestra  benevolencia.  Ahora,  pues,  se 
presenta  mi  Comedia  como  una  nueva  Electra  bus- 
cando con  la  vista  á  aquellos  sabios  espectadores; 
y  de  seguro  que  reconocerá,  en  cuanto  lo  vea,  el 


gen  en  las  fiestas  de  Baco,  por  lo  cual  era  este  considera- 
do como  el  dios  de  los  poetas  dramáticos.  En  todos  los 
teatros  la  tímela  recordaba  el  altar  donde  primitivamente 
se  sacrificó  á  Baco  (V.  la  Introducción). 

[\)  Uno  de  estos  fué  AmípsiaSy  del  cual  nos  ha  con- 
servado Diógenes  Laercio  algunos  versos  ( Vtda  de  Sóc,  9). 

(2)  Personajes  de  la  primera  comedia  de  Aristófanes, 
Los  Detalenses. 

(3)  Era  necesario  tener  treinta  ó  cuarenta  años  de 
edad  para  poder  presentar  comedias  en  el  teatro.  Los  au- 
tores que  no  los  tenian  las  presentaban  con  el  nombre 

de  otro. 

(4)  Alude  á  Filónides  y  Calístrato,  que  presentaron  co- 
mo suya  la  primera  comedia  de  Aristófanes. 


rizo  de  su  hermano  (1).  Reparad  la  decencia  de 
sus  costumbres.  Es  la  primera  que  aparece  en  la 
escena  sin  venir  armada  de  un  instrumento  de 
cuero,  rojo  por  la  punta,  grueso  y  á  propósito  para 
hacer  reír  á  los  niños  (2);  que  no  se  burla  de  los 
calvos  ni  baila  el  cordax  (3);  que  no  introduce  un 
viejo  golpeando  con  su  bastón  á  todos  los  que  en- 
cuentra para  disimular  la  grosería  de  sus  chistes, 
ni  asalta  la  escena  agitando  una  antorcha  y  gri- 
tando lio!  ¡lo!;  ni  confia  más  que  en  sí  misma  y 
sus  vversos.  Y  yo,  que  soy  su  autor,  ciertamente 
que  no  me  enorgullezco  (4)  por  tal  cosa,  ni  pro- 
curo engañaros,  presentándola  dos  y  tres  veces. 
Sino  que  siempre  invento  comedias  nuevas,  que 
no  se  parecen  entre  sí  y  son  todas  bellas  é  inge- 
niosas. Cuando  Cleon  estaba  en  todo  su  poder  yo  le 
he  atacado  frente  á  frente  (5),  pero  en  cuanto  cayó 
cesé  de  insultarle.  Los  demás  poetas,  desde  que  Hi- 
pérbolo  dio  el  ejemplo,  atacan  sin  cesar  al  desgra- 
ciado sin  perdonar  ni  á  su  madre.  El  primero  de  to- 
dos fué  Eupólis,  el  cual  presentó  en  escena  su  Ma^ 
ricas  que  no  era  otra  cosa  que  un  mal  arreglo  de 
mis  Caballeros-^  sólo  añadió  una  vieja  embriagada 


(4)  Alusión  al  reconocimiento  de  Electra  y  Oréstes,  en 
las  Coéforas  de  Esquilo. 

(2)  Descripción  del  falo.  (V.  Los  Acarnienses.) 

(3)  Baile  lascivo  usado  en  la  comedia  antigua, 

(4)  El  verbo  x'  jjtáü)  significa  enorgullecerse  y  tener  híte- 
nos cabellos.  Aristófanes  era  calvo,  por  lo  cual  esta  palabra 
es  muy  graciosa  en  sus  labios. 

(5)  Literalmente;  «Le  he  herido  en  el  vientre.»  Alude 
á  Los  Caballeros, 


272 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS    ísUBES. 


que  bailase  el  cordax,  personaje  inventado  mucho 
tiempo  hace  por  Frinico  (1),  que  la  exponia  á  la 
voracidad  de  un  monstruo  marino.  Después  Her- 
mipo  presentó  á  Hipérbolo;  y  todos  los  demás  ca- 
yeron sobre  Hipérbolo  imitando  mi  comparación 
de  las  ang-uilas.  ¡Ojalá  los  que  rien  en  sus  come- 
dias no  se  diviertan  con  la?  mias!  En  cuanto  á  vos- 
otros, que  os  deleitáis  con  mi  persona  é  invencio- 
nes, seréis  considerados  en  el  porvenir  como  per- 
sonas de  buen  gnsto. 

SEMICORO. 

Invoco  primeramente  en  favor  de  este  coro  al 
gran  Júpiter,  rey  del  cielo  y  señor  de  los  dioses; 
después  al  prepotente  numen  cuyo  tridente  irre- 
sistible conmueve  la  tierra  y  los  salados  mares;  y 
á  tí,  nuestro  ilustre  padre,  venerable  Éter,  alma 
de  todas  las  cosas;  y  á  tí,  oh  Sol,  domador  de  cor- 
celes, que  vivificas  la  tierra  con  tus  brillantes  ra- 
yos, y  eres  una  divinidad  poderosa  entre  los  inmor- 
tales y  los  hombres. 

CORO. 

Sabios  espectadores,  parad  en  esto  la  atención. 
Nos  quejamos  de  la  injusticia  con  que  nos  tratáis; 
puesto  que  recibiendo  de  nosotras  vuestra  ciudad 
más  beneficios  que  de  todos  los  demás  dioses,  sin 
embarg-o  ni  sacrificáis   ni  hacéis   libaciones  en 


(i)  El  Frinico  á  quien  alude  Aristófanes  es  probable- 
mente un  poeta  cómico  contemporáneo  suyo,  y  no  el  per- 
feccionador  de  la  tragedia.  Sus  comedias  carecían  de  in- 
vención, y  adolecían  de  defectos  de  versificación  y  len- 
guaje. 


honor  de  vuestras  conservadoras.  Si  se  decreta  al- 
guna expedición  insensata,  inmediatamente  tro- 
namos ó  llovemos.  Cuando  elegisteis  general  al 
zurrador  Paflagonio   (1),  enemigo  de  los  dioses 
fruncimos  las  cejas  y  dimos  muestras  de  grande 
mdignacion;  brilló  el  rayo  acompañado  de  los  es- 
tellidos  del  trueno;  la  luna  abandonó  su  acostum- 
brado  camino;  y  el  sol  (2),  retirando  su  antorcha, 
negó  sus  resplandores  á  la  tierra  si  Cleon  era  ge- 
neral. Sm  embargo,  le  elegisteis,  y  desde  entonces 
dicen  que  todas  vuestras  determinaciones  son  des- 
acertadas, pero  que  los  dioses  convierten  en  bue- 
na3  las  faltas  que  cometéis.  Os  enseñaremos  fácil- 
mente la  manera  de  aprovecharos  de  esto:  apode- 
raos de  Cleon  (3),  de  esa  paviota  voraz,  y,  después 
de  condenarle  por  ladrón  y  sobornador,  encabres- 
tadlo  y  ahorcadlc  contra  una  viga:  de  esta  manera 
reparareis  vuestra  falta  y  conseguiréis  que  pro- 
duzca resultados  en  favor  de  la  República. 

SEMICORü. 

Acude  tú  también,  Febo  soberano,  dios  de  Délos, 

(1)  '^leoD,  célebre  demagogo,  ob¡etod<»  ln<;  vír.i^ní.r. 
ataques  de  Aristófanes  en  loí  Caballeros  Íu^^^^^^^^ 
gon.o,  no  es  porque  hubiera  nacido  en  esa  región  del  Asia" 

^S?'\';?l'r'"^""^^  ^  '".'?  ^"^'-^^  y  desentonada 

(2)  Aristófanes  parece  aludir  al  eclipse  que    seeun  Tn 

cídides,  tuvo  lu-ar  el  año  octavo  de  la  guerra  ddPdonn 
oeso  á  la  hora  del  medio  dia.  ^  ^^^  *^^'^P^- 

(3)  Nótese  que  Aristófanes  habla  en  este  pasaje  de 
Cleon  como  si  viviese  todavía,  cuando  poco  antes  ha  hecho 
mención  de  su  muerte  Esta  contradicdon  hace  creer  íue 
e  texto  de  las  Nubes  está  formado  con  los  dTva  4s  edf 
Clones  de  la  misma.  ^^**^®  ^^^' 

i8 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


474 

habitante  délas  elevadas  y  rocallosas  cumbres  del 
Cintio-  y  tú,  Diana  inmortal,  que  tienes  en  Efeso  un 
templo  de  oro,  donde  te  sirven  magníficamente  las 
hijas  de  los  Lidios;  y  tú,  Minerva,  diosa  de  nuestra 
patria,  señora  de  la  é-ida,  patrona  de  esta  ciudad; 
V  tú  alegre  Baco,  que  va-as  por  la  cima  del  Par- 
naso, al  resplandor  de  las  teas,  entre  las  bacantes 
de  Délíbs. 

CORO. 

Cuando  íbamos  á  marchar,  la  luna  se  ha  acer- 
cado  á  nosotros  y  nos  ha  encar-ado  en  primer  lu- 
ffar  que  saludemos  h  los  Atenienses  y  á  sus  aliados. 
Después  se  ha  mostrado  enojada  por  la  manera 
atroz  con  que  la  habéis  tratado,  cuando  ella  os 
presta  mil  servicios  no  de  palabra  sino  de  obra. 
Primeramente  os  economiza  lo  menos  un  dracma 
de  luz  cada  mes;  puesto  que  todos  los  que  salen  al 
oscurecer  dicen  á  su  criado:  «No  compres  antorchas 
porque  la  luz  de  la  luna  es  muy  hermosa.»  Tam- 
bién dice  que  os  hace  otros  muchos  beneficios. 
Vosotros,  en  cambio,  alteráis  de  un  modo  lamenta- 
ble  el  orden  de  los  dias  (1).  Así  es  que  en  todos  ellos 
tiene  que  sufrir  las  quejas  de  los  dioses  cuando 
vuelven  á  sus  palacios  frustradas  sus  esperanzas 
de  una  cena,  que  debia  ofrecérseles  se-un  el  pri- 
mitivo orden  de  los  dias.  Cuando  es  ocasión  de  ha- 
•    cer  sacrificios,  os  halláis  ocupados  en  los  tribuna- 


({)  Eslc  pasaje  alude  probablemente  ala  confusión 
que  se  inlpodujo  en  el  calendario  griego  por  causa  del  arre- 
glo hecho  por  el  astrónomo  Meton. 


les.  Cuando  uno  ayuna  llorando  la  muerte  deMem- 
non  ó  de  Sarpedon  (1),  otros  rien  y  beben.  Por  eso 
nosotras  hemos  arrebatado  su  corona  á  Hipérbolo. 
cuando  desig-nado  por  la  suerte,  acudía  este  año  a 
la  asamblea  de  los  Anfictiones.  Así  aprenderá  á 
arreg-lar  los  dias  conforme  á  las  revoluciones  de 
la  luna. 


SüCRATlíS. 

Juro  por  la  respiración,  por  el  caos  y  por  el  aire, 
no  haber  visto  nunca  un  hombre  tan  grosero! 
tan  estúpido  y  tan  olvidadizo.  Las  sutilezas  más; 
sencillas  las  olvida  antes  de  haberlas  aprendido 
Sin  embarg-o,  le  llamaré  á  la  luz  del  dia.  iHola,  K*^- 
trepsíades!  Sal  aquí  y  tráete  la  cama. 

RSTRRPSÍADES. 

No  me  dejan  llevarla  las  chinches. 

SÓCRATKS. 

Colócala  pronto  y  préstame  atención. 

ESTREPSÍADES. 

Heme  aquí. 

SÓCRATKS. 

lEa!  dime:  ¿cuál  de  las  cosas  que  ig-noras  quieres 
aprender  primero:  los  versos,  la  medida  ó  el  ritraoV 

ESTUEPSÍADES. 

La  medida.  Precisamente  un  comerciante  de  ha- 
rina me  defraudó  el  otro  dia  dos  kénices  (2). 


'i 


(1)    fíiios  de  Júpiter. 

(-2^    El  kémce  ático  (yorvij)  valia  litros  1,08. 


276 


COMEDIAS  DE  ARlSTÓFAiNES. 


SÓCRATES. 

Ko  te  pregunto  eso;  sino  qué  medida  te  parece 
más  hermosa,  la  de  tres  ó  la  de  cuatro  (1). 

ESTREPSIADES. 

Nln^na  hay  mejor  que  el  semisextario  (2). 

SÓCRATES. 

¡Pobre  hombre!  sólo  dices  necedades. 

ESTttEPSÍADES. 

¿Quó  apuestas  á  que  el  semisextario  es  la  medida 
de  cuatro? 

SÓCRATES. 

¡Vé  enhoramala!  ¡Cuidado  que  eres  díscolo  y 
grosero!  Vamos  á  ver  si  aprendes  con  más  facili- 
dad algo  del  ritmo. 

ESTREPSIADES. 

¿i,De  qué  me  servirá  el  ritmo  para  vivir? 

SÓCRATES. 

Serás  amable  y  chistoso  cuando  conozcas  el  rit- 
mo enoplio  Í3)  y  el  del  dáctilo. 

ESTREPSIADES. 

¿El  del  dáctilo?  Por  Júpiter,  ya  le  conozco. 

SÓCRATES. 

Pues  dilo. 


íl)    Literalmente  el  trímetro  ó  el  tetrámetro.  Sócrates 
habla  de  la  medida  de  los  versos,  y  Estrepsíades  entiende 

'"  Tift  ',SU  Wufsxxov)  valia  euatro  kénices,  lo 

que  en  sentir  del  viejo  equivale  al;»^^^»"^,e^^^\.  .¡Iaq  v  un 
(3)    El  ritmo  eiwplio  se  componía  de  dos  dáctilos  y  un 

espondeo. 


LAS   NUBES. 


277 


ESTREPSIADES  (1). 

Este.  Cuando  era  joven  me  servia  de  este  otro. 

SÓCRATES. 

•  Eres  tonto  y  grosero. 

ESTREPSIADES. 

Pero,  desdichado,  ¡si  yo  no  quiero  aprender  nin- 
guna de  esas  cosas! 

SÓCRATES. 

^.Pues  cuáles  quieres? 

ESTREPSIADES.  .  / 

Aquel,  aquel  razonamiento  injusto.  / 

SÓCRATES. 

Pero  antes  es  necesario  aprender  otras  cosas.  En 
primer  lugar,  tienes  que  saber  cuáles  son  los  cua- 
drúpedos machos. 

ESTREPSIADES. 

^.Pues  no  lo  sé,  ó  acaso  estoy  loco?  El  carnero,  el 
cabrón,  el  toro,  el  perro,  el  faisán...  (2). 

SÓCRATES. 

^.Ves  lo  que  haces?  llamas  faisán  á  la  hembra  lo 
mismo  que  al  macho. 

ESTREPSIADES. 

?.Cómo  es  eso? 

SÓCRATES. 

^.Cómo?  faisán  y  faisán. 


[i)  Dáctilo  significa  dedo.  Estrepsíades  usa  esta  palabra 
en  un  doble  sentido,  que  debia  comprenderse  por  medio  de 
la  acción. 

(í2)  En  griego,  áXsxTpuf'ov  (gallo).  Hacemos  esta  va- 
riación para  que  se  entienda  con  más  facilidad  lo  si- 
guiente. 


278 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


279 


ESTREPSIADE3. 

Verdad  es  lo  que  dices,  por  Neptuno.  ¿Mas  de 
qué  modo  llamaré  á  la  hembra? 

SÓCRATES. 

Faisana;  y  al  otro  faisán  (1). 

ESTREPSÍADES. 

Faisana.  Tienes  razón,  por  el  Aire.  Sólo  por  eso 
he  de  llenar  de  trig-o  tu  troj  (2). 

SÓCRATES. 

Nueva  falta.  Haces  masculino  un  nombre  feme- 
nino. 

ESTREPSÍADlíS. 

lG6mo  hag-o  masculina  la  troj? 

SÓCRATES. 

Lo  mismo  que  diciendo  Cleon  (3). 

ESTREPSÍADES. 

¿Por  qué  razón?  explícate. 

SÓCRATES. 

Dices  tro  jiO  mismo  que  Cleon. 

ESTREPSÍADES. 

Pero ,  querido  ,  si  Cleon  no  tenia  troj  y  amasaba 
la  harina  en  un  mortero  redondo.  Acabemos.  ¿Cómo 
deberé  decir? 

SÓCRATES. 

¿Cómo?  diciendo  ¿/'oja  como  dices  Sóstrata. 


(i)     'AXsxxpjatvav  TÓv  o'sxEpov  ócXÉxxopa. 

(2)  Lit.:  ue  harina  lu  artesa.  Como  lodos  los  argumen- 
tos de  Sócrates  se  fundan  en  tener  xápooTio;  (artesa)  ter- 
minación masculina  no  obstante  ser  del  género  íemenino, 
hemos  tenido  que  buscar  un  equivalente,  para  hacer  inteli- 
gible el  pasaje. 

(3)  El  texto  original  dice:  Cléonimo, 


¡Troja! 

Así  está  bien. 


ESTREPSÍADES. 
SÓCRATES. 


ESTREPSÍADES. 

De  modo  que  debe  decirse  troja ,  Cleona. 

SÓCRATES. 

También  debes  aprender  á  disting-uir  en  los  nom- 
bres de  las  personas  cuáles  son  masculinos  y  cuá- 
les femeninos. 

ESTREPSÍADES. 

Conozco  perfectamente  los  que  son  femeninos. 

SÓCRATES. 

Di  alg*unos. 

ESTREPSÍADES. 

Lisila,  Filina,  Clitág-ora,  Demetria. 

SÓCRATFíS. 

¿Y  qué  nombres  son  masculinos? 

ESTREPSÍADES. 

Muchísimos.  Filóxeno,  Meléxias,  Amínias. 

SÓCRATES. 

Pero,  tonto,  esos  no  son  masculinos. 

ESTREPSÍADES. 

¿No  son  masculinos  para  vosotros? 

SÓCRATES. 

De  ning"una  manera.  ¿Cómo  dirás  para  llamar  á 
Amínias? 

ESTREPSÍADES, 

¿Cómo  diré?  así:  ¡Amlnia!  ¡Aminia!  (1). 

(1)  El  vocativo  de  Amínias  tiene  en  griego  terminación 
femenina. 


480 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS  Nl!BES. 


284 


SÓCRATES. 

¿Lo  ves?  Ya  llamas  á  Amínias  como  si  fuera  una 
mujer. 

ESTREPSÍADIíS. 

Y  ¿no  es  justo  llamar  asi  al  que  no  va  al  ejército? 
Mas  ¿para  qué  aprendo  lo  que  todos  sabemos? 

SÓCRATES. 

Para  nada,  en  verdad.  Pero  acuéstate  ahí... 

ESTREPSÍADES. 

¿Qué  hago? 

SÓCRATES. 

Pensar  un  poco  en  tus  asuntos. 

ESTREPSÍADES. 

Por  favor,  no  me  mandes  tenderme  en  esa  cama. 
Si  es  de  todo  punto  preciso  el  acostarse,  déjame 
meditar  sobre  el  duro  suelo. 

SÓCRATES. 

Eso  es  imposible. 

ESTREPSÍADES. 

ílnfeliz  de  mí,  cuánto  me  van  á  atormentar  hoy 
las  chinches! 

SÓCRATES. 

Medita  y  reflexiona;  reconcentra  tu  espíritu,  y 
hazle  discurrir  en  todos  sentidos.  Cuando  tropieces 
con  alg-una  dificultad,  pasa  inmediatamente  á  otro 
asunto,  y  así  el  dulce  sueño  huirá  de  tus  párpados. 

ESTdEPSÍADES. 

íAy!  íAy!  ¡Ay! 

SÓCRATES. 

¿Qué  te  pasa?  ¿Qué  te  aflige? 


ESTREPSÍADES. 

r 

Perezco  miserablemente;  las  chinches,  que  bro- 
tan de  esta  cama,  me  muerden,  me  desgarran  los 
costados,  me  chupan  la  sangre,  me  ulceran  todo  el 
cuerpo  (1)  y  me  matan. 

SÓCRATES. 

No  te  quejes  tan  fuerte. 

ESTREPSÍADES. 

Cómo  no  he  de  gritar  si  he  perdido  mis  bienes, 
mi  sangre,  mi  alma  y  mis  zapatos,  y  para  colmo 
de  males,  voy  á  perder  aquí  lo  poco  que  me  queda. 

SÓCRATES. 

íHe,  tú!  ¿qué  haces?  ¿No  meditas? 

ESTREPSÍADES. 

Sí,  por  Neptuno. 

SÓCRATES. 

Y  ¿en  qué  piensas? 

ESTREPSÍADES. 

Pienso  en  si  dejarán  algo  de  mí  las  chinches. 

SÓCRATES. 

Te  perderás  sin  remedio. 

ESTREPSÍADES. 

¡Pero,  buen  hombre,  si  ya  estoy  perdido! 

SÓCRATES. 

No  desfallezcas,  y  envuélvete  bien.  Es  preciso 
discurrir  algún  fraude,  algún  paliativo. 

ESTREPSÍADES. 

lAy!  ¿quién  me  arrojará  como  paliativo  una  piel 
de  carnero? 


(1)    Et  testículos  evellunt,  et  cutum  perfodiunt. 


582 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


283 


SÓCRATES. 

Ea,  veré  primeramente  lo  que  hace  éste.  ¡Hola I 
¿duermes? 

ESTREPSÍADES. 

No,  por  Apolo. 

SÓCRATES. 

¿Tienes  algo? 

ESTREPSÍADES. 

Nada  tengo. 

SÓCRATES. 

¿Nada  absolutamente? 

ESTREPSÍADES. 

Nada  más  que  esto  (1). 

SÓCRATES. 

Cúbrete  y  discurre  algo. 

ESTREPSÍADES. 

¿Sobre  qué?  contesta,  Sócrates. 

SÓCRATlíS. 

Di  tú  lo  que  quieres  hallar  primeramente. 

ESTREPSÍADES. 

¿No  lo  has  oído  mil  veces?  quisiera  hallar  el  me- 
dio de  no  pagar  los  intereses  á  ningún  usurero. 

SÓCRATES. 

Pues  manos  á  la  obra,  cúbrele,  fija  tu  inteligen- 
cia en  un  pensamiento  sutil  y  estudia  minuciosa- 
mente el  asunto,  distinguiendo  bien  sus  diferentes 
partes  y  reflexionando  sobre  ellas. 

ESTREPSÍADES. 

¡Ay  de  mil 


(i)    Nihil^  nisi^enem  hunc,  quem  teneo  dextera. 


SÓCRATES. 

Tranquilízate;  si  tropiezas  con  alguna  dificultad, 
sepárate  de  ella;  y  en  seguida  vuelve  al  mismo 
pensamiento  y  reflexiona  sobre  él. 

ESTREPSÍADES. 

lAy,  queridísimo  Sócrates! 

SÓCRATES. 

¿Qué  pasa,  anciano? 

ESTREPSÍADES. 

Yahedado  con  un  medio  de  no  pagar  los  intereses. 

SÓCRATES. 

Manifiéstalo. 

ESTREPSÍADES. 

Di:  ¿si  yo  comprase  una  hechicera  de  la  Tesalia, 
que  hiciera  bajar  de  noche  á  la  luna  y  la  guardase 
después  encerrada  en  una  caja  redonda,  como  si 
fuera  un  espejo...? 

SÓCRATES. 

¿Para  qué  puede  servirte...? 

ESTREPSÍADES. 

¿Para  qué?  si  la  luna  no  volviese  á  salir,  yo  no 
tendría  que  pagar  más  intereses. 

SÓCRATES. 

¿Cómo? 

ESTREPSÍADES. 

Porque  los  intereses  se  pagan  cada  mes. 

SÓCRATES. 

Perfectamente.  Pero  yo  voy  á  proponerte  otra 
astucia.  Dime,  si  se  dicta  contra  tí  una  sentencia 
que  te  condena  al  pago  de  cinco  talentos,  ¿cómo  te 
arreglarás  para  que  desaparezca? 


i 


i 


Í84 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS    NUBES. 


"m 


ESTREPSÍADES. 

¿Cómo?  ¿cómo?  no  sé :  pero  es  preciso  hallar  un 
medio. 

SÓCRATES. 

No  concentres  siempre  el  pensamiento  dentro  de 
tí  mismo;  dale  suelta  y  déjale  volar  como  un  esca- 
rabajo á  quien  se  ata  un  hilo  al  pié  para  que  no  se 
escape. 

ESTREPSÍADES. 

He  hallado  un  medio  ing-eniosisimo  para  anular 
la  sentencia;  tu  vas  á  ser  de  mi  opinión. 

SÓCRATES. 

¿Chiál? 

ESTREPSÍADÍíS. 

i  Has  visto  alguna  vez  en  la  tienda  de  los  dro- 
guistas una  piedra  hermosa  y  diáfana,  que  sirve 
para  encender  fueg*o? 

SÓCRATES. 

¿Hablas  del  cri^ítal? 

ESTREPSÍADES. 

Del  mismo. 

SÓCRATES. 

Y  bien,  ¿qué  barias? 

ESTREPSÍADES. 

Cogería  el  cristal ,  y  cuando  el  escribano  escri- 
biera la  sentencia,  yo,  permaneciendo  bastante  se- 
parado, derretirla  (1)  al  sol  el  documento  que  me 
condenaba. 


(i)    Se  escribía  sobre  tablas  cubiertas  de  una  ligera 
capa  de  cera. 


SÓCRATES. 

•  Ingfeniosísimo,  por  las  Gracias. 

ESTREPSÍADES. 

I  Qué  placer,  borrar  una  sentencia  que  me  con- 
dena al  pagfo  de  cinco  talentos! 

SÓCRATES. 

Vamos  á  ver  si  encuentras  pronto  esto. 

ESTREPSÍADES. 

¿Qné? 

SÓCRATES. 

El  modo  de  contradecir  la  petición  del  deman- 
dante en  un  juicio,  cuando  ya  vas  á  ser  condenado, 
por  falta  de  testig'os. 

ESTREPSÍADES. 

Eso  es  sumamente  fácil. 

SÓCRATES. 

Veamos. 

ESTREPSÍADES. 

Cuando  no  quedase  por  sentenciar  más  que  un 
pleito  antes  del  mió,  correría  á  ahorcarme. 

SÓCRATES. 

Eso  nada  vale. 

ESTREPSÍADES. 

¿Pues  no  ha  de  valer?  Por  los  dioses  ,  ¿quién  me 
pondría  pleito  después  de  mi  muerte? 

SÓCRATES. 

Desvarías.  Vete  de  aquí;  no  quiero  enseñarte 
más. 

ESTREPSÍADES. 

Por  los  dioses,  querido  Sócrates,  dime  la  causa. 


i'i      I 


286 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


287 


SÓCRATES. 

Porque  olvidas  al  instante  todo  cnanto  se  te  en- 
seña. Y  si  no,  dime:  ¿qué  era  lo  que  has  aprendido 
primeramente? 

ESTRRPSIADRS. 

Veamos:  ¿qué  era  lo  primero?  ¿qué  era  lo  pri- 
mero?. . .  ¿qué  era  aquello  en  que  g-uardábamos  el 
trig-o?...  jAy  de  mí!  ¿qué  era? 

SÓCIIATKS. 

Vaya  enhoramala  el  más  desmemoriado  y  el  más 
estúpido  de  todos  los  viejos. 

KSTRKPSIADKS. 

jAh  desdichado!  ¿qué  será  de  mí?  Soy  perdido, 
por  no  haber  aprendido  á  manejar  bien  la  leng-ua. 
Vosotras,  oh  Nubes,  dadme  alg-un  buen  consejo. 

CORO. 

Nosotras,  anciano,  te  aconsejamos  que  si  tienes 
educando  á  alg-un  hijo,  lo  envíes  para  que  estudie 
por  tí. 

ESTRKinSADKS. 

Ten^o  un  hijo  buen  )  y  hermoso;  pero  no  quiere 
estudiar.  ¿Qué  haré? 

CORO. 

Y  ¿tú  toleras  eso^ 

líSTRHPSlADRS. 

Es  vig-oroso  y  de  buena  constitución,  y  desciende 
por  parte  de  madre  de  la  noble  familia  de  Oesira. 
Me  dirig-iré  á  él,  y  si  se  nieg'a ,  no  cómo  pan  hasta 
que  no  lo  eche  de  casa.  Mntra,  tú,  adentro  y  espé- 
rame un  poco. 


CORO. 

¿Reconoces  (1)  que  nosotras  te  proporcionamos 
más  bienes  que  todos  los  demás  dioses?  Porque  ese 
está  dispuesto  á  hacer  todo  cuanto  le  mandes.  El 
pobre  hombre  queda  atónito  y  deslumhrado  por  tu 
ingenio;  procura  sacar  de  él  todo  cuanto  puedas,  y 
que  sea  pronto,  porque  no  suelen  durar  mucho  tan 
buenas  disposiciones. 


líSTREPSIADES. 

No,  no  permanecerás  más  en  esta  casa,  lo  juro 
por  la  Niebla:  lárg-ate,  y  cómete  las  columnas  (2)  de 
tu  tío  Meg-ácles. 

FIDIPIDES. 

jDesg-raciado!  ¿Qué  te  pasa,  padre  mió?  Por  Jú- 
piter olímpico,  tú  has  perdido  el  seso. 

ESTREPSIADES. 

jMira,  mira  «Júpiter  olímpico!»  jQué  estupidez! 
¿á  tu  edad  crees  en  Júpiter  olímpico? 

FHHPIDES. 

¿De  qué  te  ríes? 

ESTREPSIADES. 

De  verte  tan  chiquillo  dando  crédito  á  todas  esas 
vejeces.  Acércate  y  sabrás  muchas  cosas;  y  aun  te 
diré  algnma  que  en  cuanto  la  sepas  te  sentirás  con- 
vertido en  hombre;  pero  no  se  la  dig-as  á  nadie. 


(i^    Dirigiéndose  á  Sócrates. 

(2)    Por  ser  lo  único  que  le  resta  de  su  antigua  opu 
lencia. 


9S8 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS  NUBES. 


289 


FIDIPIDES. 

Heme  aqai.  ¿Qué  es  ello? 

ESTREPSIADES. 

Acabas  de  jurar  por  Júpiter. 

FIDIPIDES. 

Es  cierto. 

ESTREPSIADES. 

¡Mira  que  bueno  es  estudiar!  No  existe  Júpiter, 
querido  Fidípides. 

FIDIPIDES. 

¿Pues  quién? 

ESTREPSIADES. 

Reina  el  Torbellino,  que  ha  expulsado  á  Jápiter. 

FIDIPIDES. 

¿Qué  estás  disparatando? 

ESTREPSIADES. 

Sabe  que  es  como  te  digo. 

FIDIPIDES. 

¿Quién  dice  eso? 

ESTREPSIADES. 

Sócrates  el  Méllense  (1),  y  Querefon,  que  conoce 
las  huellas  de  una  pulga. 

FIDIPIDES. 

¿Tan  adelante  has  ido  en  tu  locura  que  das  cré- 
dito á  esos  atrabiliarios? 

ESTREPSIADES. 

Conten  la  lengua,  y  no  murmures  de  esos  hom- 
bres hábiles  é  inteligentes  que,  por  economía,  ni 


(I)    Sócrates  era  de  Atenas;  pero  Aristófanes  le  llama 
Meliense,  porque  el  ateo  Diógorus  era  natural  de  Mélos. 


se  rasuran,  ni  se  perfuman,  ni  van  nunca  al  baño 
para  lavarse;  mientras  que  tú  disipas  mis  bienes 
como  si  ya  hubiese  muerto.  Pero  vé  cuanto  antes  v 
aprende  por  mí. 

FIDIPIDES. 

¿Qué  cosa  buena  puede  aprenderse  de  ellos? 

ESTREPSÍADES. 

Toda  la  sabiduría  humana.  Tú  mismo  has  de  co- 
nocer lo  ignorante  y  estúpido  que  eres.  Pero  espé- 
rame aquí  un  momento  (1). 

FIDIPIDES. 

íAh!  ¿qué  haré?  Mi  padre  está  loco.  ¿Le  argüiré 
de  demencia  en  los  tribunales,  ó  noticiaré  su  enfer- 
medad  á  los  confeccionadores  de  ataúdes? 

ESTREPSÍADES. 

Vamos  á  ver:  ¿cómo  llamas  á  este  pájaro? 

FIDIPIDES. 

Faisán. 

ESTREPSÍADES. 

Bien,  ¿y  á  esta  hembra? 

FIDÍPmES. 

Faisán. 

ESTREPSÍADES. 

¿Los  dos  lo  mismo?  eso  es  ridículo.  En  ade- 
lante no  hables.  Llama  á  ésta  faisana  y  á  aquél 
faisán. 


I  (i)  Entra  un  momento  en  la  casa,  de  donde  sale  con  un 
gallo  y  una  gallina  en  la  mano,  que  aquí  sustituimos  por 
una  pareja  de  faisanes,  y  repite  la  lección  que  antes  reci- 
pió  de  Sócrates.  . 

i9 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


29i 


FIDÍPIDES. 

¿Faisana  dices?  ¿Esas  son  las  grandes  cosas  que 
has  aprendido  de  los  hijos  de  la  Tierra? 

ESTREPSÍADES. 

Y  otras  muchas;  pero  á  causa  de  mis  años  cuan- 
do aprendia  algo  se  me  olvidaba  en  seguida. 

FIDÍPIDES. 

¿Por  eso  has  perdido  tu  vestido? 

ESTREPSÍADES. 

No  lo  he  perdido;  lo  he  dejado  en  la  escuela. 

FIDÍPIDES. 

¿Y  qué  has  hecho  de  tus  zapatos,  pobre  tonto? 

ESTREPSÍADES. 

Los  he  perdido,  como  Feríeles  (1),  en -lo  que  era 
necesario.  Ea,  anda,  marchemos:  si  obedeces  á  tu 
padre,  podrás  delinquir  sin  cuidado  alguno.  No  ha- 
biascumplido  seis  años,  y  aun  balbuceabas,  cuando 
yo  te  compré  en  las  fiestas  de  Júpiter  un  carrillo 
con  el  primer  óbolo  que  gané  administrando  justi- 
cia en  el  Heliástico. 

FIDÍPIDES. 

Algún  dia  te  pesará  lo  que  haces. 

ESTREPSÍADES. 

•  Bien,  ya  me  obedeces.  iHe!  Sócrates,  sal  aquí 
pronto;  te  traigo  á  mi  hijo,  á  quien  he  convencido 
á  duras  penas. 


(1)    Alusión  á  la  frase  análoga  de  P^rícles  al  dar  cuenU 
délos  diez  talentos  gastados  en  sobordar  á  los  ^lf¡?\^\ 
espartanos.  (Plutarco,  Vida  de  Feríeles,  c.  XXII,  XXIU.)    , 


SÓCRATES. 

Este  es  un  mozo  inexperto  y  w  acostumhníMio  á 
nuestros  cestos  colgantes. 

FIDÍPIDES. 

Más  acostumbrado  estarías  tú  si  te  colgases. 

ESTREPSÍADES. 

¿No  te  irás  al  infierno?  estás  insultan,djO  á  te  pro- 
fesor. 

SÓCRATES. 

iSi  te  colgases,  ha  dicho!  iQué  horrible  pronun- 
ciación! ¡qué  abrir  la  boca!  ¿Cómo  podrá  aprender 
éste  la  manera  de  ganar  un  pleito,  de  entablar 
una  demanda  y  de  destruir  los  argumentos  del 
contrario?  Hipérbolo  aprendió  todo  esto  por  un  ta- 
lento. 

ESTREPSÍADES. 

No  te  apures  y  enséñale:  porque  tiene  disposición 
natural.  Cuando  era  pequeñito,  ya  construía  casas, 
esculpía  naves,  fabricaba  carritos  de  cuero  y  ha- 
cía ranas  de  cascaras  de  granada.  Enséñale  los  dos 
razonamientos,  el  bueno,  cualquiera  que  sea,  y  el 
malo,  que  triunfa  del  bueno  por  medio  de  la  injus- 
ticia; ó,  por  lo  menos,  enséñale  el  razonamiento  [/ 
injusto. 

SÓCRATES. 

Lo  aprenderá  de  los  mismos  razonamientos. 

ESTREPSÍADES. 

Yo  me  retiro.  Acuérdate  de  ponerle  en  estado  de 
refutar  todos  los  argumentos  justos. 


•^m 


292 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


293 


CORO. 

(Falta  el  canto  del  coro.) 


EL  RAZONAMIENTO  JUSTO  (1). 

Sal  aquí  y  muéstrate  á  los  espectadores,  th  que 
eres  tan  descarado. 

EL  RAZONAMIENTO  INJUSTO. 

Sea  como  ^stes;  al  fin  te  derrotaré  con  más  fa- 
cilidad hablando  ante  la  multitud. 

EL  JUSTO. 

¿Tú  derrotarme?  ¿Quién  eres.^ 

EL  INJUSTO. 

ün  razonamiento. 

EL  JUSTO. 

Si,  pero  débil. 

EL  INJUSTO. 

Pues  te  venceré,  aunque  te  crees  más  fuerte. 

EL  JUSTO. 

¿De  qué  modo? 

EL  INJUSTO. 

Inventando  pruebas  nuevas. 

EL  JUSTO. 

Eso  está  boy  de  moda,  gracias  á  esos  necios. 

EL  INJUSTO. 

Di  más  bien  á  esos  sabios. 

EL  JUSTO. 

Yo  te  derrotaré  vergonzosamente. 

(4)  El  Razonamiento  justo  y  el  injusto  eran  traídos  á  la 
escena  en  jaulas  de  mimbre  como  dos  gallos  preparados 
para  reñir. 


EL  INJUSTO. 

¿Cómo? 

EL  JUSTO. 

Diciendo  lo  que  sea  justo. 

EL  INJUSTO. 

Yo  lo  echaré  todo  por  tierra  contradiciéndote. 
En  primer  lug^r,  nieg-o  que  haya  justicia. 

EL  JUSTO. 

¿Dices  que  no  hay...? 

EL  INJUSTO. 

Claro;  y  si  no,  ¿dónde  está? 

EL  JUSTO. 

Entre  los  dioses.  ^ 

EL  INJUSTO.  / 

Si  la  justicia  existe,  ¿cómo  es  que  Júpiter  no  p( 
recio  cuando  encadenó  á  su  padre? 

EL  JUSTO. 

íCómo!  ¿Hasta  ese  extremo  llega  el  mal?  iQií& 
asco!  traedme  una  jofaina. 

EL  INJUSTO. 

Eres  un  viejo  chocho  é  imbécil. 

EL  JUSTO. 

Y  tú  un  bardaje  sin  vergüenza. . . ! 

EL  INJUSTO. 

Como  si  me  cubrieras  de  rosas. 

EL  JUSTO. 

¡Payasol... 

EL  INJUSTO. 

Me  coronas  de  lirios. 

EL  JUSTO. 

Y  parricida. 


294 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


295 


EL  INJUSTO. 

Pero  ¿no  conoces  que  me  empolvas  con  oro? 

EL  JUSTO. 

En  otro  tiempo  esto  te  parecía  plomo. 

EL  INJUSTO. 

Pues  ahora  me  sirve  de  adorno. 

EL  JUSTO. 

iQué  desverg'onzado! 

EL  INJUSTO. 

¡Qué  estúpido! 

EL  JUSTO. 

Por  tí  no  frecuenta  ning-un  joven  las  escuelas:  ya 
conocerán  al^n  día  los  Atenienses  lo  que  enseñas 
á  esos  necios. 

EL  INJUSTO. 

Tu  suciedad  me  repug-na. 

EL  JUSTO. 

Ahora  eres  rico,  pero  no  há  mucho  pedias  limos- 
na, y  te  comparabas  á  Telefo  de  Misia,  teniendo 
por  única  comida  las  sentencias  de  Pandelótes  que 
llevabas  en  tu  alforja. 

EL  INJUSTO. 

iQuó  gran  sabiduría. . . ! 

EL  JUSTO. 

¡Qué  gran  locura. . . ! 

EL  INJUSTO. 

iMe  estás  recordando. . . ! 

EL  JUSTO. 

La  tuya  y  la  de  Atonas  que  alimenta  al  corruptor 
de  la  juventud. 


EL  INJUSTO. 

¿Pretendes  educar  á  este  joven,  viejo  chocho? 

EL  JUSTO. 

Claro  está  que  sí,  á  no  ser  que  quiera  perderle  y 
ejercitarse  sólo  en  la  charlatanería. 

EL  INJUSTO. 

Acércate  aquí  y  déjale  que  delire. 

EL  JUSTO. 

Te  arrepentirás  si  le  tiendes  la  mano. 

CORO. 

Dejaos  de  riñas  y  de  injurias;  y  declarad,  tú  lo 
que  enseñabas  á  los  hombres  de  otra  época,  y  tú  la 
nueva  doctrina;  para  que  este  joven,  oído  y  sen- 
tenciado vuestro  pleito,  se  decida  por  lo  que  mejor 
le  parezca. 

EL   JUSTO. 

Me  place. 

EL  INJUSTO. 

A  mí  también. 

CORO. 

Ea,  ¿quién  hablará  primero? 

EL   INJUSTO. 

Concedo  que  principie  éste;  cuando  haya  ha- 
blado, yo  me  encargo  de  destrozar  sus  dichos  con 
palabras  y  pensamientos  nuevos,  agudos  como 
flechas;  y  por  último,  si  aun  se  atreve  á  respirar, 
los  rasgos  de  mi  elocuencia  le  darán  muerte,  pi- 
cándole toda  la  cara  y  los  ojos,  como  si  fueran  tá- 
banos. 

CORO. 

Vais  á  demostrar  ahora  por  medio  de  artificiosas 


\11IIJL 


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COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


\ 


LAS    NUBES. 


297 


palabras,  sutiles  pensamientos  y  profundas  sen- 
tencias cuál  de  vosotros  es  más  hábil  en  el  arte 
oratoria.  Hoy  se  debaten  grandes  asuntos  de  la 
filosofía,  por  la  cual  mis  amig-os  libran  un  gran 
combate.  Tú,  que  inspiraste  á  los  antiguos  tan  bue- 
nas costumbres,  levanta  la  voz  en  defensa  de  tu 
causa  favorita,  y  danos  á  conocer  tu  carácter. 

EL  JUSTO. 

Voy  á  decir  cuál  era  la  educación  antig-ua,  en 
los  tiempos  florecientes  en  que  yo  predicaba  la 
justicia,  y  la  modestia  reinaba  en  las  costumbres. 
En  primer  lugar,  era  necesario  que  ning*un  niño 
pronunciase  imperfectamente.  Los  que  vivian  en 
un  mismo  barrio,  iban  á  casa  del  maestro  de  mú- 
sica, recorriendo  modestamente  las  calles  desnudos 
y  en  buen  orden,  aunque  la  nieve  cayese  tan  es- 
pesa como  la  harina  del  cedazo:  después  se  senta- 
ban con  las  piernas  separadas  y  se  les  enseñaba  ó 
el  canto  «Temible  Palas,  destructora  de  ciudades,» 
ó  el  que  principia  «Grito  resonante  á  lo  lejos,»  con- 
servándoles el  aire  que  les  hablan  dado  sus  ante- 
pasados. Si  alguno  de  ellos  trataba  de  hacer  alguna 
payasada,  ó  cantar,  imitando  los  modos  de  Ejos  y 
Sifnios,  con  las  muelles  inflexiones  inventadas  por 
Frínis  (1),  y  que  hoy  gozan  de  tanta  popularidad, 
era  inmediatamente  castigado  con  sendos  azotes 
por  enemigo  de  las  Musas.  En  el  g'imnasio  debian 
sentarse  con  las  piernas  extendidas  para  no  ense- 


ñar ninguna  indecencia;  y  cada  cual  al  levantarse 
debia  remover  la  arena,  cuidando  de  no  dejar  álos 
amantes  ning-una  huella  de  su  sexo.  NingTin  niño 
se  ungia  entonces  más  abajo  del  ombligo,  flore- 
ciendo en  sus  vergüenzas  un  vello  suave  como  el 
de  las  manzanas;  ni  se  ofrecía  por  sí  mismo  á  un 
amante  con  dulces  inflexiones  de  voz  y  miradas 
lascivas.  No  les  era  permitido  comer  rabanas,  ni 
el  anís,  reservado  á  los  viejos,  ni  apio,  ni  peces,  ni 
tordos  (1),  ni  poner  una  pierna  sobre  otra  (2). 

EL   INJUSTO. 

Todo  esto  es  antiquísimo  y  coetáneo  de  las  fies- 
tas Diipolias  (3),  llenas  de  cigarras  (4),  del  poeta 
Cécidas  (5)  y  de  las  Eufonías. 

EL  JUSTO. 

Sin  embargo,  esta  fué  la  educación  que  formó 
los  héroes  que  pelearon  en  Maratón.  Tú  en  cambio 
les  enseñas  á  envolverse  en  seguida  en  sus  vestidos; 
así  es  que  me  indigno,  cuando,  si  les  es  necesario 
bailar  en  las  Panateneas,  veo  á  algunos  cubrién- 
dose con  el  escudo,  sin  cuidarse  de  Minerva.  Por 
lo  tanto,  joven,  decídete  por  mí  sin  vacilar;  y  apren- 


(1)    Tañedor  de  lira,  que  obtuvo  el  primer  premio  en 
las  Panateneas,  siendo  arconte  Cálias. 


(1)  Esta  prohibición  reconocia  por  causa  la  virtud  afro- 
disiaca de  todos  esos  alimentos. 

(!2)  Esta  postura  era  muy  indecente  entre  los  Griegos. 
Su  prohibición  á  los  niños  debia  obedecer  á  motivos  aná- 
logos al  de  la  anterior. 

(3)  Las  fiestas  Diipolias  y  Bufonias  eran  una  misma  en 
honor  de  Júpiter  Polieus  6  protector  de  la  ciudad. 

(4)  Alude  á  una  moda  antigua  de  Atenas,  que  consistía 
en  sujetar  los  cabellos  con  una  cigarra  de  oro. 

(5)  Poeta  ditirámbico  muy  anttguo. 


-Si 


298 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


LAS   NUBES. 


299 


derás  á  aborrecer  los  pleitos,  á  no  acudir  á  los  ba- 
ños públicos,  á  avergonzarte  de  las  cosas  torpes, 
¿  indignaarte  cuando  se  burlen  de  ti,  á  ceder  tu 
asiento  á  los  ancianos  que  se  te  acerquen,  á  con- 
ducirte bien  con  tus  padres,  y  á  no  hacer  nada 
deshonesto,  porque  debes  de  ser  la  imagen  del  pu- 
dor; á  no  extasiarte  ante  las  bailarinas,  no  sea  que 
mientras  las  miras  como  un  papanatas,  alguna 
meretriz  te  arroje  su  manzana  (1),  con  detrimento 
de  tu  reputación;  á  no  contradecir  á  tu  padre,  ni, 
burlándote  de  su  vejez,  recordar  los  defectos  del 
que  te  ha  educado. 

EL  INJUSTO. 

Cree  lo  que  este  dice,  y,  por  Baco,  te  parecerás  á 
los  hijos  de  Hipócrates  (2),  y  te  llamarán  el  tonto. 

EL   JUSTO. 

Brillarás  en  los  gimnasios;  no  charlarás  sande- 
ces en  la  plaza  pública,  como  hacen  los  jóvenes  del 
dia;  ni  entablarás  pleitos  por  la  cosa  más  pequeña, 
cuando  pueden  arruinarte  las  calumnias  de  tus  ad- 
versarios. Sino  que,  bajando  á  la  Academia,  te  pa- 
searás con  un  sabio  de  tu  edad  bajo  los  olivos  sa- 
grados, ceñidas  las  sienes  con  una  corona  de  caña 
blanca,  respirando  en  la  más  deliciosa  ociosidad 
el  perfume  de  los  tejos  y  del  follaje  del  álamo  blan- 
co, y  gozando  de  los  hermosos  dias  de  primavera, 
en  los  que  el  plátano  y  el  olmo  confunden  sus  mur- 
mullos. 


(i)    Como  prenda  de  amor. 

(-2)    Eran  tres,  tan  notables  por  su  estupidez,  que  tue- 
ron  objeto  de  la  burla  de  ios  poetas  cómicos. 


Si  haces  lo  que  te  digo,  y  sigues  mis  consejos, 
tendrás  siempre  el  pecho  robusto,  el  cutis  fresco, 
anchas  las  espaldas,  corta  la  lengua,  gruesas  las 
nalgas,  y  proporcionado  el  vientre  (1).  Pero  si  te 
aficionas  á  las  costumbres  modernas,  tendrás  muy 
pronto  color  pálido,  pecho  débil,  hombros  estre- 
chos, lengua  larga,  nalgas  delgadas,  vientre  des- 
proporcionado, y  serás  gran  litigante.  El  otro  te 
educará  de  tal  modo  que  te  parecerá  torpe  lo  ho- 
nesto, y  honesto  lo  torpe,  y  por  último,  serás  tan 
infame  como  Antímaco. 

CORO. 

iQué  grato  perfume  de  virtud  exhalan  tus  pala- 
bras, cultivador  de  la  más  sólida  y  elevada  filo- 
sofía! ¡Dichosos  hombres  los  que  vivieron  en  la 
época  de  tu  esplendor!  Tú,  que  posees  todos  los 
recursos  de  la  oratoria,  es  preciso  que  digas  algo 
nuevo  contra  éste,  que  se  ha  hecho  digno  de  ala- 
banza. Necesitas  ciertamente  emplear  recursos  ex- 
traordinarios contra  tu  adversario,  si  quieres  ven- 
cerle y  no  ser  blanco  de  la  burla  de  todos. 

EL  INJUSTO. 

Hace  tiempo  que  me  abrasa  la  impaciencia,  y 
ardo  en  deseos  de  echar  por  tierra  todos  sus  argu- 
mentos. Los  filósofos  me  llaman  injusto,  porque 
soy  el  primero  que  he  descubierto  la  manera  de 
contradecir  las  leyes  y  el  derecho;  pero  ¿no  es  una 
habilidad  inestimable  la  de  salir  vencedor  en  la 
causa  más  débil?  Verás  cómo  refuto  su  decantado 


(1)    Penem. 


300 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


30  i 


J 


sistema  de  educación.  En  primer  lug^r,  te  prohibe 
los  baños  calientes.  ¿En  qué  te  fundas  para  vitu- 
perar los  baños  calientes? 

EL   JUSTO. 

En  que  son  perjudiciales  y  debilitan  al  hombre. 

EL  INJUSTO. 

Alto:  ya  estás  cog-ido  y  no  te  escaparás.  Dime, 
¿cuál  de  los  hijos  de  Júpiter  ha  sido  el  más  esfor- 
zado y  ha  llevado  á  cabo  más  trabajos? 

EL  JUSTO. 

Creo  que  ning*uno  sobrepuja  á  Hércules. 

EL   INJUSTO. 

Y  ¿dónde  has  visto  baños  fríos  bajo  la  advoca- 
ción de  Hércules?  (1)  Sin  embarg-o,  ¿quién  era  el 
más  esforzado? 

EL  JUSTO. 

Esas  son  las  razones  que  los  jóvenes  tienen  siem- 
pre en  la  boca,  y  gracias  á  ellas  los  baños  están 
llenos  y  desiertas  las  palestras. 

EL  INJUSTO. 

También  vituperas  la  costumbre  de  hablar  en  la 
plaza  pública.  Yo  la  alabo.  Porque,  si  eso  fuese 
perjudicial,  Homero  no  hubiera  hecho  orador  á 
Néstor,  ni  á  todos  los  demás  sabios.  Pasemos  al 
ejercicio  de  la  leng*ua:  dice  que  los  jóvenes  no  de- 
ben cultivarla;  yo  dig-o  lo  contrario.  También  re- 
comienda la  modestia.  En  total,  dos  malos  con- 
sejos. Porque  ¿á  quién  has  visto  que  haya  conse- 


guido bien  alguno  por  medio  de  la  modestia?  Ha- 
bla, refútame. 

EL  JUSTO. 

He  visto  muchos:  por  causa  de  ella  recibió  Pe- 
leo (1)  una  espada. 

EL  INJUSTO. 

íüna  espada!  iLinda  g-anancia  tuvo  el  desdicha- 
do! Ahí  tienes  á  Hipérbolo,  que  gracias  á  su  malicia 
y  nó  á  su  espada,  ha  granado  muchos  talentos  ven- 
diendo lámparas. 

EL  JUSTO. 

El  mismo  Peleo,  por  ser  modesto,  se  casó  con  la 
diosa  Tétis. 

EL  INJUSTO. 

Que  se  marchó  muy  pronto  y  le  dejó  solo;  por- 
que no  era  un  hombre  violento,  capaz  de  pasar 
toda  la  noche  en  dulces  luchas  de  amor,  que  es  lo 
que  agrada  á  las  mujeres.  Pero  tú  eres  un  viejo 
chocho. 

Considera,  joven,  todas  las  contrariedades  de  la 
modestia,  y  de  qué  placeres  te  privará;  de  los  mu- 
chachos, de  las  mujeres,  de  los  jueg-os  (2),  de  los 
pescados,  de  beber  y  de  reir.  ¿Para  qué  quieres  la 
vida,  privada  de  estos  placeres?  Basta  de  esto.  Paso 
ahora  á  las  necesidades  de  la  naturaleza.  Has  de- 
linquido, has  amado,  has  cometido  alg^un  adulte- 


(1)    Las  fuentes  de  aguas  termales  se  llamaban  baños 
de  Hércules. 


(1)  Peleo  recibió  una  espada  de  los  dioses,  cuando  fué 
expuesto  sin  armas  al  furor  de  las  fieras,  á  causa  de  la  ca- 
lumnia de  Hipólita. 

(2)  Aristófanes  nombra  el  Cótabo,  por  toda  clase  de 
juegos. 


/ 


302 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS  NUBES. 


303 


rio  y  eres  cogido  iafra^anti;  ya  eres  hombre  muerto 
porque  no  sabes  defender  ta  causa.  Pero,  conmi- 
go, goza  sin  cuidado  de  la  vida,  baila,  rie,  y  nada 
te  avergüence.  Si  eres  sorprendido  con  la  mujer 
ajena,  asegura  al  marido  que  no  has  faltado;  ecba 
la  culpa  á  Júpiter,  que  también  fué  vencido  por  el 
amor  y  las  mujeres.  Tú,  siendo  mortal,  ¿cómo  pue- 
des ser  más  fuerte  que  el  padre  de  los  dioses? 

EL  JUSTO. 

Y  si  siguiendo  tus  lecciones,  es  condenado  al 
castigo  de  los  adúlteros  (1):  ¿encontrará  entonces 
algún  argumento  para  demostrar  que  no  es  un 
bardaje? 

EL   INJUSTO. 

Y  aunque  sea  un  bardaje,  ¿qué  mal  hay  en  ello? 

EL  JUSTO. 

» 

¿Puede  haber  mal  mayor? 

EL  INJUSTO. 

¿Qué  dirás  si  también  te  venzo  en  este  punto? 

EL  JUSTO. 

Me  callaré;  ¿qué  podria  hacer? 

EL  INJUSTO. 

Ea,  dime,  ¿á  qué  clase  pertenecen  los  oradores? 

EL  JUSTO. 

A  la  de  los  bardajes  (2) . 

EL  INJUSTO. 

Lo  creo.  ¿Y  los  poetas  trágicos? 


(1)  Véase  el  Escoliasta.  (Las  Nuhes.  1083;  Pluto,  168. 
De  este  castigo,  que  producía  la  euriproctia,  se  libraba  el 
culpable  mediante  el  pago  de  una  multa. 

(2)  EJ  eüpu7rp(í)xx(«)v. 


EL  JUSTO. 

A.  la  de  los  bardajes. 

EL  INJUSTO. 

Tienes  razón.  ¿Y  los  demagogos? 

EL  JUSTO. 

A  la  de  los  bardajes. 

EL  INJUSTO. 

¿Ves  cómo  yo  no  hablaba  tan  neciamente?  Mira 
ahora  á  qué  clase  pertenecen  la  mayoríade  los  es- 
pectadores. 

EL  JUSTO. 

Ya  miro. 

EL  INJUSTO. 

¿Qué  ves? 

EL  JUSTO. 

Por  los  dioses,  veo  que  los  más  son  bardajes.  Es- 
te que  yo  conozco,  ese,  y  aquel  de  los  largos  ca- 
bellos. 

EL  INJUSTO. 

¿Qué  dices  ahora? 

EL  JUSTO. 

Somos  vencidos.  ¡Bardajes,  recibid  mi  manto;  me 

paso  á  vosotros! 

fSe  retiran  J 


SÓCRATES. 

Y  bien,  ¿quieres  llevarte  á  tu  hijo,  ó  dejarle  para 
que  le  enseñe  el  arte  de  hablar? 

ESTREPSÍADES. 

Enséñale,  castígale,  y  no  te  olvides  de  afilar  bien 


304 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


SU  lengua,  de  modo  que  uno  de  sus  dos  filos  le  sirva 
para  los  neg-ocios  de  poca  monta,  y  el  otro  para  los 
de  mucha  importancia. 

SÓCRATES. 

Pierde  cuidado;  te  le  enviaré  hecho  im  completo 
sofista. 

FIDÍPIDES. 

Bien  pálido,  me  parece,  y  bien  miserable. 

CORO. 

Id,  pues;  creo  que  te  arrepentirás  algún  dia. 
(Entran  en  la  escicela  de  Sócrates.)  Queremos  deci- 
ros, jueces,  lo  que  ganareis  si  nos  otorgáis  la  pro- 
tección merecida.  En  primer  lugar,  al  principio  de 
la  primavera,  cuando  queráis  labrar  vuestras  tierras 
lloveremos  antes  para  vosotros  y  en  seguida  para 
los  demás;  después,  cuando  vuestras  viñas  tengan 
ya  racimos,  cuidaremos  de  que  no  las  perjudiquen 
ni  la  sequía  ni  la  excesiva  humedad.  Pero,  si  algún 
mortal  nos  ofende,  piense  en  los  muchos  males 
que  le  reserva  nuestra  venganza.  No  recogerá  de 
su  campo  vino  ni  fruto  alguno;  cuando  principien 
á  brotar  sus  vides  y  sus  olivos,  los  devastaremos  y 
los  destruiremos  por  medio  del  huracán;  si  le  ve- 
mos fabricar  ladrillos,  lloveremos  y  romperemos 
con  redondo  g-raniz o  las  tejas  de  su  casa;  cuando  él 
ó  alguno  de  sus  parientes  ó  amigos  contraiga  ma- 
trimonio, lloveremos  á  torrentes  toda  la  noche  (1), 


LAS   NUBES. 


305 


(\)    Para  apagar  las  antorchas  á  cuya  luz  era  conducida 
la  novia  á  casa  de  su  marido. 


de  modo  que  preferirá  haber  estado  en  Eg-ipto  á 
haber  juzgado  injustamente. 


fEstrepsiades  sale  de  su  casa  con  un  saco  de  Jmrina 
y  se  dirije  á  la  de  Sócrates  J 

ESTREPSIADES. 

Aun  faltan  cinco  dias;  después  cuatro,  tres, 
dos,  y  por  último  viene  luego  á  toda  prisa  el  que 
más  temo,  detesto  y  abomino,  el  dia  treinta  del 
mes  (1).  Todos  mis  acreedores  hacen  el  depósito 
necesario  para  entablar  un  pleito  y  juran  arruinar- 
me y  perderme:  sin  embargo,  mis  proposiciones 
son  moderadas  y  justas.  «Amigo  mió,  digo  á  cada 
uno,  no  me  exijas  por  ahora  esta  cantidad;  dame 
próroga  para  pagarte  esta  otra;  perdóname  aque- 
lla.» Pero  ellos  dicen  que  así  no  cobrarán  nunca, 
me  insultan  llamándome  injusto,  y  dicen  que  van 
á  procesarme.  iQue  me  procesen!  poco  me  impor- 
ta, si  Fidípides  aprende  el  arte  de  hablar  bien. 
Pronto  lo  sabré;  llamemos  á  la  puerta  de  la  es^ 
cuela.  ¡Esclavo!  ihola,  esclavo! 


SÓCRATES. 

Salud  á  Estrepsíades. 


(i)  EvTi  xa  v¿a  significa  literalmente  el  viejo  y  el  nue- 
vo porque  Solón  le  consideró  común  al  mes  que  termina- 
R^n  L.  A"^  ^^^^  principio.  (Plutarco,  vida  de  Solón,  c.  25.) 
En  este  día  se  pagaban  los  intereses.  ^ 

20 


7" 


306 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


ESTREPSÍADES. 

Salud  á  Sócrates.  Por  lo  pronto,  toma  esto  (1). 
Es  justo  regalar  alg-una  cosa  al  maestro.  Di,  ¿ha 
aprendido  mi  hijo  el  famoso  razonamiento? 

SÓCRATES. 

Lo  ha  aprendido. 

ESTREPSIADES. 

¡Bien,  oh  Fraude  omnipotente! 

SÓCRATES. 

Podrás  ^anar  todos  los  pleitos  que  quieras. 

ESTRE3ÍADES. 

¿Aunque  haya  habido  algún  testiguo  cuando  yo 
tomé  el  préstamo? 

SÓCRATES. 

Aunque  haya  habido  mil. 

ESTREPSIADES. 

De  modo  que  podré  gritar  en  alta  voz:  ¡Ay  de 
vosotros,  usureros!  ahora  pereceréis  con  vuestro 
capital  y  los  intereses  de  los  intereses;  no  me  veja- 
reis más,  porque  en  esa  escuela  se  educa  un  hijo 
mió,  armado  de  una  lengua  de  dos  filos,  que  será 
mi  defensor,  el  salvador  de  mi  casa,  el  azote  de  mis 
enemigos,  el  que  libertará  á  su  padre  de  infinitos 
cuidados  y  molestias.  Llámale  pronto  afuera.  ¡Hijo 
mió,  hijo  mió!  ¡Sal  de  la  casa!  ¡Atiende  á  tu  padre! 

SÓCRATES. 

Helo  aquí. 


4 
í 


LAS  NUBES. 


307 


ESTREPSIADES. 

¡Oh,  amigo  mió!  ¡amigo  mió! 

SÓCRATES. 

Parte,  y  llévatelo. 

(Sócrates  entra  en  su  casa,) 


ESTREPSIADES. 

¡Oh,  hijo  mió!  ¡Ah!  ¡Ah!  ¡Cuánto  me  alegro  al 
ver  tu  color!  Tu  rostro  indica  que  estás  dispuesto 
primero  á  negar,  después  á  contradecir,  y  que  te  es 
muy  familiar  esta  frase:  «¿Qué  dices  tú?»  y  el  fin- 
girte injuriado,  cuando  injurias  y  maltratas  á  los 
demás.  Hasta  en  tu  semblante  brilla  la  mirada  áti- 
ca. Ahora  date  maña  á  salvarme,  ya  que  me  has 
perdido. 

FIDÍ  PIDES. 

¿Qué  te  atemoriza? 

ESTREPSIADES. 

El  dia  viejo  y  nuevo. 

FIDÍPIDES. 

¿Hay  acaso  algún  dia  viejo  y  nuevo? 

ESTREPSIADES. 

En  él  dicen  que  van  á  hacer  sus  depósitos  para 
procesarme. 

FIDÍPIDES. 

Pues  perderán  los  depositantes;  porque  un  dia  no 
puede  ser  dos  dias. 

ESTREPSIADES. 

¿Que  no  puede  ser? 


(1)    La  harina  que  le  prometió  antes. 


308 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


FIDÍPIDES. 

¿Cómo?  á  menos  que  la  misma  mujer  pueda  ser 
á  un  tiempo  vieja  y  joven. 

ESTREPSÍADES. 

La  ley  así  lo  dispone. 

FIDÍPIDES. 

Indudablemente  no  comprenden  bien  el  espíritu 
de  la  ley. 

ESTREPSÍADES. 

¿Cuál  es  su  espíritu? 

FIDÍPIDES. 

El  viejo  Solón  era,  por  carácter,  ami^o  del  pueblo. 

ESTREPSÍADES. 

Eso  no  tiene  nada  que  ver  con  el  dia  nuevo  y 
viejo. 

FIDÍPIDES. 

Y  fijó  dos  días  para  la  citación  á  juicio,  el  viejo  y 
el  nuevo,  á  fin  de  que  los  depósitos  fuesen  hechos 
el  dia  del  novilunio. 

ESTREPSÍADES. 

¿Y  por  qué  añadió  el  viejo? 

FIDÍPIDES. 

¿Pre^ntas  por  qué,  fatuo?  Con  objeto  de  que  los 
que  hayan  sido  citados  tengan  un  dia  para  arre- 
glar ami^blemente  el  asunto;  y  de  lo  contrario, 
para  que  pueda  reclamárseles  en  la  mañana  misma 
del  novilunio. 

ESTREPSÍADES. 

Entonces,  ¿por  qué  los  magistrados  no  reciben 
los  depósitos  el  dia  primero  de  mes,  sino  en  el  an- 
terior, en  el  dia  nuevo  y  viejo? 


LAS   NUBES. 


309 


,  FIDÍPIDES. 

f  Me  parece  á  mí  que  hacen  lo  que  los  g-lotones, 
adelantan  un  dia  para  disfrutar  más  pronto  de  los 
depósitos  de  los  litigantes. 

ESTREPSÍADES. 

íBien!  Pobres  tontos  que  servís  de  juguete  á  nos- 
otros los  sabios,  porque  sois  como  piedras,  como  un 
rebaño  de  imbéciles,  como  borregos  aglomerados 
al  acaso  cual  si  fuerais  tinajas.  Preciso  es  que  yo 
entone  un  himno  de  alabanza  en  honor  mío  y  de 
mi  hijo. 

«íFeliz  Estrepsíades,  cuan  sabio  eres,  y  qué  hijo 
has  educado!»  Tales  serán  las  palabras  de  mis  ami- 
gos y  conciudadanos  cuando  me  feliciten  por  ha- 
ber ganado  mis  pleitos  con  tu  elocuencia.  Pero 
entra,  que  antes  quiero  darte  una  buena  comida. 

(E)htran  en  la  casa,) 

pÁsiAs  ((Ungiéndose  al  testigo  que  viene  con  él), 
¿Conviene  perder  alguna  vez  los  bienes  propios 
en  provecho  de  los  demás?  Nunca  seguramente. 
Yo  debí  hace  tiempo  deponer  toda  vergüenza  y  me 
hubiera  ahorrado  estos  disgustos.  Ahora,  para  re- 
cobrar mi  dinero,  tengo  que  traerte  como  testigo, 
y  convertir  en  enemigo  un  conciudadano.  Pero  su- 
ceda lo  que  suceda,  jamás,  mientras  viva,  me  he 
de  mostrar  indigno  de  mi  patria  (1).  Citaré  á  Es- 
trepsíades... 

(Sale  Bstrepsiades.) 
I  (i)    Alude  á  la  afición  á  pleitear  de  los  Atenienses. 


i 


/ 


310 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


ESTREPSIADES. 

¿Quién  es  este? 

PÁSIAS. 

Para  el  dia  viejo  y  nuevo. 

ESTREPSIADES. 

Sed  testig-os  de  que  ha  indicado  dos  dias  á  la 
vez.  ¿Por  qué  me  citas? 

PÁSIAS. 

Por  las  doce  minas  que  te  presté  cuando  com- 
praste el  caballo  tordo. 

ESTREPSIADES. 

¿Un  caballo?  ¿No  le  oís  todos  vosotros  que  sabéis 
cuÁnto  aborrezco  la  equitación? 

PÁSIAS. 

Y  juraste  por  los  dioses  que  me  las  hablas  de  res- 
tituir. 

ESTREPSIADES. 

¡Por  Júpiter!  entonces  mi  hijo  Fidipides  aun  no 
habla  aprendido  el  razonamiento  irresistible. 

PÁSIAS. 

¿Y  piensas  por  eso  negar  ahora  tu  deuda? 

ESTREPSIADES. 

¿Qué  otro  provecho  he  de  sacar  de  aquella  ense- 
ñanza? 

PÁSIAS. 

¿Y  te  atreverás  á  negarla  ante  los  dioses  cuando 
yo  te  exija  el  juramento? 

ESTREPSIADES. 

¿Qué  dioses? 

PÁSIAS. 

Júpiter,  Mercurio,  Neptuno... 


\ 


LAS  NUBES. 


311 


ESTREPSIADES. 

Sin  duda;  y  aun  añadiré  tres  óbolos  por  el  gusto 
de  que  me  hagas  prestar  juramento. 

PÁSIAS. 

¡Ojalá  castiguen  tu  desvergüenza! 

ESTREPSIADES. 

Si  á  este  hombre  le  restregasen  con  sal  estaría 
mejor  (1). 

PÁSIAS. 

¡Ah,  te  burlas! 

ESTREPSÍADES. 

Caben  en  él  seis  congios  (2). 

PÁSIAS. 

¡Por  el  gran  Júpiter  y  por  todos  los  dioses!  no  te 
burlarás  de  mí  impunemente. 

ESTREPSIADES. 

Me  estás  dando  risa  con  tus  dioses.  Júpiter,  por 
quien  juras,  excita  la  hilaridad  de  las  personas 
ilustradas. 

PÁSIAS. 

Algún  dia  serán  castigadas  tus  blasfemias.  Pero 
contesta  si  me  pagarás  ó  nó;  despáchame  pronto. 

ESTREPSIADES. 

Ten  paciencia.  En  seguida  te  voy  á  contestar 
claramente. 

(Entra  en  su  casa.) 

PÁSIAS. 

¿Qué  te  parece  que  hará? 


(i)    Para  hacer  de  él  un  pellejo  de  vino. 


(2)    El  congio  (xoo;)  era  una  medida  de  capacidad  que 
contenia  doce  cotilas.  La  cotila  equivale  á  27  centilitros. 


342 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL  TESTIGO. 

Me  parece  que  te  restituirá  lo  que  le  prestaste. 

ESTREPSIADES. 

¿Dónde  está  el  que  reclama  el  dinero?  Di,  ¿qué 

es  esto? 

písias. 
¿Qué  es  eso?  Una  pequeña  troj  (1). 

ESTREPSIADES. 

¿Y  te  atreves  á  reclamar  tu  dinero  siendo  tan 
rudo?  No;  jamás  devolveré  ni  un  óbolo  á  quien  lla- 
ma troj  á  la  troja. 

PÁSIAS. 

¿Conque  no  me  pagarás? 

ESTREPSIADES. 

Nó,  que  yo  sepa.  ¿Pero  te  marchas,  ó  piensas 
echar  raíces  en  la  puerta? 

PASTAS. 

Me  voy.  Mas  ten  presente  que  ó  me  muero,  ó 
ha^o  el  depósito  leg-al  para  demandarte. 

ESTREPSIADES. 

Será  una  nueva  pérdida  que  tendrás  que  añadir 
á  la  de  las  doce  minas.  De  todas  maneras,  siento 
que  te  suceda  eso  por  haber  llamado  neciamente 
troj  á  la  troja. 


AMINIAS. 


¡Ay,  pobre  de  mí! 


(\)    Lit:  una  artesa. 


LAS   NUBES. 


313 


ESTREPSIADES. 

íHolal  ¿Quién  es  este  que  se  queja?  ¿Acaso  ha 
hablado  alg-uno  de  los  dioses  de  Carcino?  (1) 

AMÍNIAS. 

¿Quién  soy?  ¿Quieres  saber  quién  soy?  Soy  un 
hombre  desgfraciado. 

ESTREPSIADES. 

Sigue  entonces  tu  camino. 

AMÍNIAS. 

íOh,  triste  suerte  mia!  ¡Oh  fortuna,  que  has  roto 
las  ruedas  de  mis  carros!  jOh  Palas,  tú  me  has  per- 
dido! (2) 

ESTREPSIADES. 

¿Pues  qué  daño  te  ha  causado  Tlepólemo? 

AMÍNIAS. 

No  te  burles  de  mí,  amig-o  mío;  manda  más 
bien  á  tu  hijo  que  me  devuelva  el  dinero  que 
me  debe,  hoy  principalmente  que  estoy  en  la  des- 
gracia. 

ESTREPSIADES. 

¿De  qué  dinero  hablas? 

AMÍNIAS. 

Del  que  le  presté.    . 

ESTREPSIADES. 

TÚ  no  estás  bueno,  á  lo  que  parece. 


(1)  Poeta  que  en  alguna  de  sus  tragedias  introdujo 
dioses  que  se  lamentaban. 

(2)  Parodia  de  una  tragedia  de  Jenócles,  hijo  de  Car- 
cino, en  la  que  Alcmena  lamenta  en  iguales  términos  la 
muerte  de  su  hermano  Licinmio  á  manos  de  Tlepólemo. 


3i4 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


AMÍNIAS. 

Es  verdad,  me  he  caido  al  hacer  ^lopar  los  ca- 
ballos. 

ESTREPSIADES. 

Pues  no  se  conoce,  porque  deliras  como  si  nunca 
te  hubieras  caido  del  asno  (1). 

AMÍNIAS. 

¡Conque  deliro  porque  quiero  cobrar  lo  que  se 
me  debe! 

ESTREPSIADES. 

Es  imposible  que  estés  en  tu  sano  juicio. 

AMÍNIAS. 

¿Por  qué? 

ESTREPSIADES. 

Me  parece  que  tienes  el  cerebro  algo  perturbado. 

AMÍNIAS. 

Por  Mercurio,  te  citaré  á  juicio,  si  no  me  devuel- 
ves el  dinero. 

ESTREPSIADES. 

Dime:  cuando  llueve  ¿crees  tú  que  Júpiter  hace 
siempre  caer  agua  nueva,  ó  bien  que  es  la  misma 
suspendida  en  el  aire  por  el  calor  del  sol? 

AMÍNIAS. 

No  lo  sé,  ni  me  importa  saberlo. 

ESTREPSIADES. 

Entonces,  ¿cómo  ha  de  ser  justo  el  pagarte  si  no 
tienes  ning-una  noción  de  meteorología? 


(4)  La  frase  griega  significaba  al  mismo  tiempo  caer 
en  demencia,  porque  en  la  pronunciación  se  confimdian, 
áic'  5vou  y  ítcó  voO.  Hemos  tratado  de  sustituirla  con  una 
frase  española  equivalente. 


LAS  NUBES. 


315 


AMÍNIAS, 

Si  te  encuentras  apurado,  pág-ame  al  menos  el 
interés. 

'  ESTREPSIADES. 

¿El  interés?  ¿Qué  animal  es  ese? 

i  AMÍNIAS. 

Es  el  dinero  que  va  creciendo  más  y  más  cada 
dia,  á  medida  que  trascurre  el  tiempo. 

1  ESTREPSÍADES. 

Muy  bien  dicho.  Pero  contesta:  ¿crees  tú  que  el 
mar  es  ahora  más  gfrande  que  antes? 

AMÍNIAS. 

i       No,  por  Júpiter,  siempre  es  igual:  porque  el  mar 
no  puede  aumentarse. 

ESTREPSIADES. 

¿Y  cómo,  gran  canalla,  si  el  mar  no  crece  á 
pesar  de  los  ríos  que  en  él  desembocan,  preten- 
des tú  aumentar  incesantemente  tu  dinero?  A 
ver  si  te  largas  pronto  de  esta  casa.  ¡Prontol  Un 
palo  (1). 

AMÍNIAS. 

Sed  testigos  de  esto. 

ESTREPSIADES. 

iLargo  de  aquí!  ¿qué  esperas?  ¿No  te  moverás? 

AMÍNIAS. 

¿No  es  esto  una  injuria? 

ESTREPSIADES. 

¿Te  mueves,  ó  me  obligas  á  que  te  pinche  como 


(1)    Literalmente  «un  aguijón.» 


3i6 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


á  un  caballo  de  tiro?  ¿Huirás?  (Sale)  Ya  iba  yo  á 
removerte  con  tus  ruedas  y  tus  carros. 
fEstrepsíddes  entra  en  la  casaj 


CORO. 

jLo  que  es  aficionarse  á  las  malas  obras!  Este 
viejo,  que  las  ama  con  pasión,  quiere  defraudar  á 
sus  acreedores  el  dinero  que  le  prestaron;  pero  es 
imposible  que  hoy  no  le  sobrevengíi  alg-una  des- 
gracia, y  que  este  sofista,  en  castig-o  de  sus  tramas, 
no  sea  victima  de  alg"un  mal  imprevisto.  Creo  que 
muy  pronto  conseg-uirá  lo  que  deseaba,  y  su  hijo 
sabrá  oponer  hábiles  arg-umentos  contra  la  justi- 
cia, y  vencerá  á  todos  sus  adversarios  aun  cuando 
defienda  las  peores  causas.  Pero  quizá  llegue  á  de 
sear  que  su  hijo  sea  mudo. 


ESTREPSÍADES   (Salieudo  predpUadamente). 
¡Ay!  ¡Ay!  Vecinos,  parientes,  ciudadanos,  so- 
corredme  con  todas  vuestras  fuerzas!  ¡Me  apalean! 
íAy  mis  mandíbulas!  ¡Infame!  ¿no  ves  que  es  á  tu 
padre  á  quien  maltratas? 

FIDÍPIDES. 

Lo  confieso,  padre  mió. 

ESTREPSÍADES. 

¿Oís?  confiesa  que  me  maltrata. 

FIDÍPIDES, 

Sin  duda. 


LAS   NUBES. 


3i7 


ESTREPSÍADES. 

¡Perverso!  ¡parricida!  ¡horadador  de  murallas! 

FIDÍPIDES. 

Dime  otra  vez  esas  injurias,  y  añade  otras;  ¿sa- 
bes que  teng-o  el  mayor  gusto  en  escucharlas? 

ESTREPSÍADES. 

¡Infame! 

FIDÍPIDES. 

Me  estás  cubriendo  de  rosas. 

ESTREPSÍADES. 

Maltratas  á  tu  padre. 

FIDÍPIDES. 

Y,  por  Júpiter,  he  de  demostrar  que  teng-o  razón 
en  peg-arte. 

ESTREPSÍADES. 

¡Perversísimo!  ¿Acaso  puede  nunca  haber  razón 
para  peg-ar  á  su  padre? 

FIDÍPIDES. 

Yo  te  lo  demostraré  y  te  convenceré  con  mis  pa- 
labras. 

ESTREPSÍADES. 

¿Qae  me  convencerás? 

FIDÍPIDES. 

Hasta  la  evidencia  y  muy  fácilmente.  Elig-e  cuál 
de  los  dos  razonamientos  he  de  emplear. 

ESTREPSÍADES. 

¿Cuáles  razonamientos? 

FIDÍPIDES. 

El  fuerte  ó  el  débil. 

ESTREPSÍADES. 

A  la  verdad,  querido  mío,  daré  por  bien  emplea- 


t 


348 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS   NUBES. 


319 


dos  mis  afanes  para  enseñarte  á  contradecir  la 
justicia,  si  consig'iies  persuadirme  que  es  bueno  y 
justo  que  los  hijos  g-olpeen  á  sus  padres. 

FIDÍ  PIDES.  I, 

Pues  creo  que  te  persuadiré  de  tal  manera,  que 
en  cuanto  me  hayas  oido  no  tendrás  nada  que  re- 
plicarme. 

ESTREPSIADES. 

Teng^o  granas  de  oirte. 

CORO. 

A  tí  te  corresponde,  anciano,  el  encontrar  un 
medio  de  reducirle  á  la  obediencia;  porque  no  esta- 
rla tan  soberbio  si  dudase  de  su  triunfo.  Por  tanto, 
hay  algima  cosa  que  le  hace  insolente  como  hom- 
bre confiado  en  sus  propias  fuerzas.  Pero  primera- 
mente conviene  que  dig^s  al  Coro  cómo  ha  tenido 
lug^r  vuestra  disputa.  Esto  es  lo  que  debes  hacer 
antes  de  todo. 

ESTREPSIADES. 

Os  diré  cómo  comenzó  nuestra  reyerta.  Después 
que  hubimos  comido,  como  sabéis,  le  mandé  en 
primer  lugar  tomar  su  lira  y  cantar  la  canción  de 
Simónide^  «Cuando  el  carnero  fué  trasquilado.»  Y 
en  seguida  rae  replicó  que  era  una  necedad  cantar 
de  sobremesa  acompañado  de  la  citara,  como  una 
mujer  ocupada  en  moler  trigo. 

FIDÍPIDES. 

¿Y  no  era  motivo  para  golpearte  y  patearte  el  que 
me  hubieses  mandado  cantar  como  si  tuvieras  ci- 
garras convidadas? 


ESTREPSIADES. 

Ahora  no    hace  más  que  repetir  lo   que  me 
dijo  en  casa:  también  aseguró  que  Simónides  era 
un  mal  poeta.  Me  contuve  al  principio,  aunque 
con  trabajo,  y  le  mandé  que,  tomando  la  rama  de 
mirto,  me  recitase  algún  trozo  de  Esquilo.  <c¡Está 
muy  bien!  me  contestó;  precisamente  yo  conside-  \ 
ro  á  Esquilo  el  primero  de  nuestros  poetas,  como  / 
que  es  desordenado,  enfático,  estrepitoso  y  des/ 
igual.»  Con  estas  palabras,  considerad  como  esta-/ 
ría  mi  corazón;  pero  reprimiendo  la  ira,  le  dije: 
«Ea,  recita  sino,  alg-unos  pasajes  de  los  poetas  mo- 
dernos que  son  los  más  doctos.»  Y  en  seguida  cantó 
un  fragmento  de  Eurípides,  en  el  que  un  hermano 
¡justo  cielo!  viola  á  su  hermana  de  madre  (1).  En- 
tonces yo  no  pude  contenerme  y  le  dirigí  los  más 
terribles  insultos,  y  después,  como  suele  suceder, 
acumulamos  injurias  sobre  injurias;  y  por  último, 
éste  se  lanza  sobre  mí,  me  g'olpea,  me  maltrata, 
me  sofoca  y  me  mata. 

FIDÍPIDES. 

Muy  justamente.  ¿Por  qué  no  elog-ias  al  doctísi- 
mo Eurípides? 

ESTREPSIADES. 

¡El  doctísimo:  i  Ah! . . .  ¿Cómo  diré  yo?  Pero  seré  de 
nuevo  maltratado. 


(i)  Una  ley  de  Solón  permitía  el  matrimonio  con  los 
hermanos  de  padre,  pero  entre  hermanos  uterinos  estaba 
prohibido.  Estrepsíades  alude  á  una  tragedia  de  Eurípides, 
Bl  Bolo,  en  que  Macareo  viola  á  su  hermana  Canace. 


3á0 


COMEDIAS    DE    ARISTÓFANES. 


LAS    NUBES. 


:m 


FIDÍPIDES. 

Sí,  por  Júpiter,  y  justísimamente. 

ESTREPSIADES. 

iJustísimameate,  desverg-onzadol  ¡k  mí  que  te 
he  educado  con  tanto  cariño,  que  adivinaba  los 
deseos  que  manifestabas  con  voz  todavía  balbu- 
ceante.' Si  decías  «brin,i>  te  comprendía,  y  te  daba 
al  punto  de  beber.  Si  decías  «manman,»en  seg-uida 
te  traía  pan.  Apenas  habías  dicho  «cacean»  te  sa- 
caba fuera  y  te  sostenía  para  que  hicieras  tus  ne- 
cesidades (1).  Ahora,  aunque  yo  clame  y  g'ríte,  es 
bien  seg-uro,  bribón,  que  no  me  sacarás  fuera,  ni 
me  sostendrás.  Al  contrario,  me  sofocas  y  me  obli- 
gas á  desahog-ar  me  aquí  mismo. 

CORO. 

Creo  que  el  corazón  de  los  jóvenes  palpita  impa- 
ciente por  escuchar  lo  que  va  á  decir.  Y  si  logra 
demostrar  que  obró  justamente  al  perpetrar  tai 
crimen,  no  doy  un  comino  (2)  por  la  piel  de  los 
viejos.  Ahora,  g-ran  inventor  y  removedor  de  pala- 
bras, busca  arg-umentos  convenientes  para  justifi- 
car tu  causa. 

FIDÍPIDES. 

iQuó  grato  es  vivir  entre  cosas  nuevas  é  ing-enio- 
sas  y  poder  despreciar  las  leyes  establecidas! 
Cuando  me  ocupaba  sólo  de  la  equitación,  no  podía 
pronunciar  tres  palabras  seguidas  sin  equivocar - 


(i)    Parodia  del  admirable  discurso  de  Fénix  en  la  Mia- 
da. Lib.  IX. 
(2)    Lit.:  un  garbanzo. 


me;  pero  desde  que  este  hombre  me  ha  hecho 
abandonar  mis  aficiones  predilectas,  y  me  he  acos- 
tumbrado á  los  pensamientos  sutiles,  á  los  discur- 
sos y  á  las  meditaciones,  me  siento  capaz  de  probar 
que  he  obrado  bien  maltratando  á  mi  padre. 

KSTRKPSÍADES. 

Síg-ue  con  la  equitación,  por  Júpiter.  Prefiero 
mantener  cuatro  caballos  á  ser  molido  á  g-olpes. 

FIDÍPIDES. 

Reanudo  mi  discurso  en  donde  tú  lo  has  inter- 
rumpido, y  principio  por  preg-untarte:  ¿Me  pegaste 
cuando  era  chico? 

ESTRlíPSÍADES. 

Sí,  porque  te  quería  y  miraba  por  tu  bien. 

FIDÍPIDES. 

Dime,  ¿no  será  justo  que  ahora  mire  yo  ig-ual- 
inente  por  tu  bien,  y  te  peg-ue,  puesto  que  el  peg-ar 
á  uno  es  mirar  por  su  bien?  ¿Es  razonable  que  tu 
cuerpo  esté  exento  de  palos  y  el  mío  no?  ¿No  nací 
yo  de  tan  libre  condición  como  tú?  Lloran  los  hi- 
jos, y  ¿no  han  de  llorar  los  padres?  ¿Crees  que  los 
padres  no  deben  llorar? 


¿Por  qué? 


líSTREPSIADKS. 


I-'IDIPIDES. 


TÚ  dü-ás  que  la  ley  tolera  que  el  niño  sea  castig-a- 
do,  y  yo  replicaré  que  los  viejos  son  dos  veces 
niños,  y  que  es  más  justo  castig-ar  á  los  viejos  que 
á  los  jóvenes,  por  cuanto  sus  faltas  son  menos  ex- 
cusables. 


21 


320 


COMEDIAS    DE   ARISTÓFANES. 


FIDÍPIDES. 

Sí,  por  Júpiter,  y  justísimamente. 

ESTREPSIADES. 

iJustísimameate,  desverg-onzadol  ¡A  mí  que  te 
he  educado  con  tanto  cariño,  que  adivinaba  los 
deseos  que  manifestabas  con  voz  todavía  balbu- 
ceante! Si  decías  «brin,»  te  comprendía,  y  te  daba 
al  punto  de  beber.  Si  decías  «manman,»en  seg-uida 
te  traía  pan.  Apenas  habías  dicho  «cacean»  te  sa- 
caba fuera  y  te  sostenía  para  que  hicieras  tus  ne- 
cesidades (1).  Ahora,  aunque  yo  clame  y  g^rite,  es 
bien  seg-uro,  bribón,  que  no  me  sacarás  fuera,  ni 
me  sostendrás.  Al  contrario,  me  sofocas  y  me  obli- 
gáis á  desahogarme  aquí  mismo. 

CORO. 

Creo  que  el  corazón  de  los  jóvenes  palpita  impa- 
ciente por  escuchar  lo  que  va  á  decir.  Y  si  logra 
demostrar  que  obró  justamente  al  perpetrar  tal 
crimen,  no  doy  un  comino  (2)  por  la  piel  de  los 
viejos.  Ahora,  g-ran  inventor  y  removedor  de  pala- 
bras, busca  arg-umentos  convenientes  para  justifi- 
car tu  causa. 

FIDÍPIDES. 

iQuó  grato  es  vivir  entre  cosas  nuevas  é  ingenio- 
sas y  poder   despreciar  las    leyes  establecidas! 
Cuando  me  ocupaba  sólo  de  la  equitación,  no  podía 
pronunciar  tres  palabras  seguidas  sin  equivocar- 


(4)    Parodia  del  admirable  discurso  de  Fénix  en  la  lUa- 
da,  Lib.  IX. 
(2)    Lit.:  un  garbanzo. 


LAS   NUBES. 


mí 


me;  pero  desde  que  este  hombre  me  ha  hecho 
abandonar  mis  aficiones  predilectas,  y  me  he  acos- 
tumbrado á  los  pensamientos  sutiles,  á  los  discur- 
sos y  á  las  meditaciones,  me  siento  capaz  de  probar 
que  he  obrado  bien  maltratando  á  mi  padre. 

ESTREPSIADES. 

Sigue  con  la  equitación,  por  Júpiter.  Prefiero 
mantener  cuatro  caballos  á  ser  molido  á  golpes. 

FIDÍPIDES. 

Reanudo  mi  discurso  en  donde  tú  lo  has  inter- 
rumpido, y  principio  por  preguntarte:  ¿Me  pegaste 
cuando  era  chico? 

ESTREPSIADES. 

Sí,  porque  te  quería  y  miraba  por  tu  bien. 

FIDÍPIDES. 

Dime,  ¿no  será  justo  que  ahora  mire  yo  igual- 
mente por  tu  bien,  y  te  pegue,  puesto  que  el  pegar 
á  uno  es  mirar  por  su  bien?  ¿Es  razonable  que  tu 
cuerpo  esté  exento  de  palos  y  el  mío  no?  ¿No  nací 
yo  de  tan  libre  condición  como  tú?  Lloran  los  hi- 
jos, y  ¿no  han  de  llorar  los  padres?  ¿Crees  que  los 
padres  no  deben  llorar? 

KSTREPSÍADES. 

¿Por  qué? 

FIDÍPIDES. 

TÚ  dirás  que  la  ley  tolera  que  el  niño  sea  castiga- 
do, y  yo  replicaré  que  los  viejos  son  dos  veces 
niños,  y  que  es  más  justo  castigar  á  los  viejos  que 
á  los  jóvenes,  por  cuanto  sus  faltas  son  menos  ex- 
cusables. 


2i 


H-2-2 


COMEDIAS    DE    ARISTÓFANES. 


ESTREPSÍADES. 

Pero  ning-una  ley  establece  que  el  padre  sea  cas- 
tig'ado. 

FIDÍ  PIDES. 

¿No  era  hombre  como  tú  y  como  yo  el  que  prime- 
ramente presentó  aquella  ley,  y  persuadió  á  los 
antig-uos  á  que  la  aprobasen"?  Pues  bien;  ¿qué  se 
opone  á  que  yo  haga  una  nueva  por  la  cual  los  hijos 
puedan  á  su  vez  castig-ar  á  los  padres?  De  buen 
^ado  os  perdonamos  los  g'olpes  recibidos  antes  de 
la  promulg-acion  de  esta  ley,  y  consentimos  el  ha- 
ber sido  maltratados  impunemente.  Mira  cómo  los 
gallos  y  los  demás  animales  se  vuelven  contra  sus 
padres:  sin  embargo,  ¿se  diferencian  de  nosotros 
en  otra  cosa  que  en  no  redactar  decretos? 

ESTREPSÍADES. 

Ya  que  imitas  á  los  gallos  en  todo,  ¿por  qué  no 
comes  estiércol  y  duermes  en  un  palo? 

FIDtPIDES. 

No  es  lo  mismo,  querido;  Sócrates  no  admitirla 
ese  argumento. 

ESTREPSÍADES. 

No  me  pegues,  pues  te  perjudicarás  tú  mismo. 

FIDÍPIDES. 

¿Por  qué? 

ESTREPSÍADES. 

Porque  lo  justo  es  que  yo  te  castigue;  y  que  tú 
castigues  á  tu  hijo,  si  alguno  te  nace. 

FIDÍPIDES. 

¿Y  si  no  me  nace?  Habré  llorado  en  vano,  y  tú 
morirás  burlándote  de  mí. 


LAS    MIÍJES. 


3^23 


ESTUKPSÍAD13S. 

En  verdad,  amigos  mios,  voy  creyendo  que  tiene 
razón,  y  que  se  les  debe  conceder  lo  que  es  equita- 
tivo. Justo  es  que  seamos  castigados  si  ho  andamo.-í 
derechos. 

FiDÍpri)i:s. 
Escuclia  otro  argumento  todavía. 

E.STREPSÍADKS. 

Soy  hombre  muerto. 

FIDÍPiniíS. 

Quizá  te  alegres  de  haber  sido  maltratado. 

estri:psíadi:s, 
¿Cómo?  díme  qué  ganancia  sacaré. 

FIDÍPIDES. 

Maltrataré  también  á  mi  madre. 

ESTREPSÍADES. 

¿Qué  dices?  ¿Qué  dices?  ¡Eso  es  mucho  peor! 

FIDÍPIDi:s. 

¿Qué  dirás,  si  te  pruebo  por  medio  de  aquel  ra- 
zonamiento que  es  necesario  maltratar  á  la  ma- 
dre? 

ESTRIOPSÍADIÍS. 

Si  haces  eso,  nada  se  opondrá  á  que  te  arrojes  ai 
Báratro  (1)  con  Sócrates  y  su  maldito  razonamien- 
to. Por  vosotras,  Nubes,  me  sucede  esto;  por  vos- 
otras á  quienes  encomendé  todos  mis  asuntos. 

couo. 

Tú  tienes  la  culpa  de  todo  por  liaber  seguido  la 
senda  del  mal. 


(4)    Precipicio  al  que  eran  ai'rojad')S  los  criminales. 


324 


COMEIHAS  DK  ARISTÓFANES. 


ESTREPSÍADES. 

í¡.Por  qué  n )  me  lo  advertisteis  antes,  en  vez  de 
engañar  á  un  pobre  viejo  campesino? 

CORO. 

Siempre  obramos  de  esa  manera  cuando  conoce- 
mos que  alguno  se  inclina  al  mal,  hasta  enviarle 
una  desgracia,  para  (^ue  aprenda  á  respetar  á  los 
dioses  (1). 

ESTREPSÍADRS. 

¡Ay!  doloroso  es  el  castigo,  ¡oh  Nubes!  pero  jus- 
to. Pues  no  debia  haber  negado  á  mis  acreedor  es 
el  dinero  que  me  prestaron.  Ahora,  hijo  mió  queri- 
do, acompáñame  para  que  nos  venguemos  del 
infame  Querefon  y  de  Sócrates,  que  nos  han  enga- 
ñado. 

FIDÍPIDES. 

Nunca  maltrataré  á  mis  maestros. 

ESTREPSÍADES. 

Respeta  á  Júpiter  paternal. 

FIDÍPIDES. 

¡Júpiter  paternal!  ¡qué  tonto  eres!  ?.Hay  acaso 
algún  Júpiter? 

ESTREPSÍADES. 

SI. 

FIDÍPIDES. 

No  hay  tal;  pues  reina  el  Torbellino  que  ha  des- 
tronado á  Júpiter. 

ESTREPSÍADES. 

No  lo  ha  destronado;  pero  entonces  creía  que 


(i)    Este  parece  ser  el  fin  moral  de  la  Comedia. 


LAS   NUBEb. 


325 


ese  Torbellino  era  Júpiter.  ¡Pobre  de  mí,  que  tomé 
por  un  dios  á  un  vaso  de  arcilla!  (1). 

FIDÍPIDES. 

Quédate  ahí  diciendo  necedades. 

(Se  Ddj 

ESTREPSÍADES. 

¡Funesto  delirio!  ¡Qué  necio  fui  al  negar  los  dio- 
ses, persuadido  por  Sócrates!  Pero,   queridísimo 
Mercurio,  no  te  encolerices  conmigo:  no  me  ani- 
quiles; perdona  á  un  pobre  hombre  fascinado  por 
la  charlatanería  de  los  sofistas;  sé  mi  consejero: 
¿qué  te  parece?  ¿entablaré  contra  ellos  un  proceso 
ó  adoptaré  otra  resolución?...   ¡Excelente  conse- 
jo! (2)  dices  que  no  espere  la  tardía  determinación 
de  una  sentencia  é  incendie  cuanto  antes  la  casa 
de  esos  habladores.  ¡Hola,  Jántias!  ven  acá,  trae 
una  escalera  y  un  azadón,   sube  en  seguida  al  te- 
jado de  la  escuela;  y  si  amas  á  tu  dueño,  sacude  de 
firme  hasta  que  el  techo  se  desplome  sobre  los  ha- 
bitantes. Dadme  también  una  antorcha  encendida; 
quiero  vengarme  de  esos  infames  á  pesar  de  tgda 
su  arrogancia. 

DISCÍPULO    PIIIMEUO. 

¡Ay!  ¡Ay! 


(4)  Estrepsíades  parece  dirigirse  á  un  vaso  de  arcilla 
que,  según  Brunck,  debia  haber  en  el  teatro,  delante  de 
la  casa  de  Sócrates,  sustituyendo  á  la  columna  en  honor 
de  Apolo  que  los  Atenienses  acostumbraban  á  colocar  en 
e\  vestíbulo. 

(2)    Se  supone  inspirado  por  Mercurio. 


3!26 


COMEDIAS   1»E   ARISTÓFANES. 


ESTRI'Psf.VDES. 

Antorcha  mia,  lanza  una  llama  devoradora. 

DISCÍPULO    PRIMERO, 

¡En!  tú:  ¿qué  estás  haciendo? 

ESTREPSÍADES. 

¿Qué  ha^o?  Disputo  sobre  sutilezas  con  las  vig-a» 
de  la  casa. 

DISCÍPULO    SEGUNDO. 

¡Ah!  ¿Quién  incendia  nuestra  casa? 

ESTREPSÍADES. 

Aquel  á  quien  habéis  cogido  la  capa. 

DISC í PULO  SEGUNDO . 

;Que  nos  vas  á  matar!  ¡Que  nos  vas  á  matar! 

ESTREPSÍADES. 

No  quiero  otra  cosa,  con  tal  que  el  azadón  no 
defraude  mis  esperanzas  ó  que  antes  no  me  des- 
nuque  cayéndome  de  lo  alto. 

SÓCRATES. 

Hola,  ¿qué  haces  en  el  tejado?  ^ 

ESTREPSÍADES. 

Camino  por  el  aire  y  contemplo  el  sol. 

SÓCRATES. 

:Ay  de  mí!  intentas  asfixiarme. 

QUEREFON  ¡1). 

¡Desgraciado!  voy  á  morir  quemado  vivo. 


(1)  ^EKGK  (Aristophanis  Comoedias.  Upme,  d867,  vo- 
lumen I,  pág.  XVllj  dice  que  las  palabras  de  Querefon  de- 
ben atribuirse  al  Discípulo,  pues  si  el  poeta  hubiera  queri- 
do que  interviniera  en  la  acción,  indudablemente  hubiera 
dado  también  más  importancia  á  su  papel.  Cree  asimismo 
que  los  Discípulos  de  Sócrates  debe  entenderse  que  son 
uno  solo. 


LAS   NUBES. 


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VI  i 


ESTREPSÍADES. 

¿Quién  os  mandaba  ultrajar  á  los  dioses,  y  con- 
templar el  lugar  de  la  luna?  Sigue  (1),  arranca, 
destroza,  paguen  así  todas  sus  culpas,  y  principal- 
mente su  impiedad. 

CORO. 

Retirémonos;  pues  el  Coro  ha  trabajado  bas- 
tante. 


( I)    Estas  palabras  van  dirigidas  á  Jántias. 


FIN   DE  LAS  NUBES. 


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ÍNDICE 


Págs. 

Cuatro  palabras  acerca  del  Teatro  griego  en  España.  v 

Introducción | 

Los  Acarnienses «),i 

Los  Caballeros .|  jí| 

v^Las  Nubes -22H 


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(ÜT11060  DE  IOS  AUTORES  (¡RIEGOS  Y  limOS  QUE  COMPREiWRl 

LA  BIBLIOTECA  CLASICA. 

CLÁSICOS  GRIEGOS.  CLÁSICOS  LATINOS. 


Tomos. 

Hbbodoto. — Los  nueve  li- 
bros de  la  Historia 2 

TocÍDiDEs  .—Historia  de  las 

g-uerras  del  Peloponeso      1 
Jenofonte.  —Obras  com- 
pletas       3 

POLYBio.— Historia 3 

Plutarco.— Vidas  parale- 
las       5 

Flavio   Josepo.  —  Obras 

completas tJ 

Apiano. — Historia  romana.      3 
Arbiano.— Expediciones  de 

Alejandro l 

DióGENBS  Labroio.— Vidas 

de  los  filósofos 2 

DiODOBO  SíCüLO.— Biblio- 
teca histórica 4 

Homero.  —  Obras   comple- 
tas       5 

HESipDO.— Las  obras  y  los 

dias.— LaTeog-onía 1 

POBTAS  BUCÓLICOS  fTeócri- 

to.  Mosco  y  BionJ 1 

Poetas  líricos   fPindaro, 

Anacreonle,  Safo,  etc  ).      2 
Esquilo  .  —Teatro  completo      1 

SÓFOCLES.— ídem,  id 2 

Eurípides.- ídem,  id 4 

Aristófanes. -ídem.  id...      3 
Platón.— Obras  completas    10 
Aristóteles.— Obras  esco- 
gidas     11 

Tbofrastro  . — Caracteres  \ 

Cbbes.— Tabla ¡      \ 

Epictbto.— Manual ) 

Hipócrates.- Obras  esco- 
gidas       1 

Dbmóstbnes.— Discursos. .  2 

IsóOBATES.- Discursos 1 

Oradores  áticos  f  Lisias, 

Ipérides,  etc) 1 

Luciano.— Obras  completas  3 

Hbliodoro.— Teag-enes  y\ 

Coriclea |      i 

Longo.— Dafnia  y  Cloe.. . . ) 


1 


Tomos. 

Julio  César.— Obras  com- 
pletas       2 

Salustio.— Obras  comple- 
tas       1 

Tito  Livio. —Historia  ro- 
mana       5 

Tácito.— Obras  completas.      3 

Sübtonio.  —Los  doce  Cé- 
sares       1 

Quinto  Cürcio.— Vida  de 
Alejandro 1 

Vele  YO  Paterculo.— His-i 
toria  Romana f 

CoRNELio  Nepote.  — Bío-í 
g-rafías ) 

Virgilio.— Eneida 

—  Las  Eg-log-as / 

—  Las  Geórg-icas.  \ 

Lucrecio.— De  la  natura- 
leza de  las  cosas 2 

LuCANO .  —La  Farsalia 1 

Estacio.— La  Tebaida 1 

Valerio  Flacco.— La  Ar- 

g-onáutica 1 

SiLio  Itálico.— Guerra  pú- 
nica   1 

Horacio.— Obras  comple- 
tas   4 

Ovidio.— Obras  completas.  3 

Catulo.— Poesías i 

TiBüLO.— Eleg-ías ¡  1 

Propebcio— Elegías ) 

Juvenal.- Sátiras j  , 

Persio.— Sátiras |  * 

Marcial.— Epig-ramas 1 

Plauto.— Teatro  completo  4 
Terencio.  —  Teatro   com- 
pleto   I 

Séneca  el  Trágico.— Tea- 
tro completo 8 

Cicerón.— Obras  completas  10 

Séneca.— Obras  completas  4 

Plinio  el  Joven.— Cartas ¿  i 
—  Paneg-írico  de  Trajanoj 

CoLUMELA.   De  ag-ricultura  I 

Petronio.— El  satiricen. . .  1 

Apuleyo.— Elasno  deoro.  I 


COLUMBIA  UNIVERSITY  LIBRARY 


This  book  is  due  on  the  date  indicated  below,  or  at  the 
expiration  of  a  definite  period  af ter  the  date  o^  borrowing, 
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SONo'íSÜ 


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C2S(239)MI00 


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DATE  BORROWED 


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DATE  DUE 


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COLUMBIA  UNIVE 


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Aristophanes 


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AUG     5  1940 


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(ttolumbia  Hntorstíg 
Iltbrarg 

BORN   1835-DIED   1903 

FOR   THIRTY   YEARS    CHIEF   TRANSLATOR 

DEPARTMENT  OF   STATE,  WASHINGTON,  D.  C. 

LOVER   OF   LANGUAQES   AND    LITERATURE 

HIS    LIBRARY    WAS   6IVEN    AS   A    MEMORIAL 

BY    HIS   SON   WILLIAM   S.  THOMAS,  M.  O. 

TO  COLUMBIA    UNIVERSITY 

A.  D.  1905 


♦• 


V- 


BIBLIOTECA     CLÁSICA 


TOMO    XXXIV 


COMEDIAS 


DE 


ARISTÓFANES 


TRADUCIDAS  DIRECTAMENTE  DEL  GRIEGO 


POR 


D.  FEDERICO  BARÁIBAR  Y  ZÜMÁRRAGA 


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.  .  .     TOMO. 11 .    . 

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MADRID 

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NAVARRO,   EDITOR 

COLEGIATA,     NÚM.     6 

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LAS    AVISPAS 


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NOTICIA  PRELIMINAR. 


A  deplorable  estado  lleg-ó  la  administración  de 
justicia  en  Atenas  durante  los  primeros  años  de  la 
guerra  del  Peloponeso.  Contribuían  á  ello  grande- 
mente de  un  lado  la  defectuosa  organización  de  los 
tribunales,  y  de  otro  la  manía  de  juzgar,  litigar  y 
perorar  en  público,  desarrollada  en  los  Atenienses 
con  una  furia  de  que  no  hay  otro  ejemplo.  Entre 
los  principales  vicios  de  aquel  sistema,  aparece 
desde  luego  como  de  más  bulto  el  de  la  multi- 
pl'cidad  de  los  tribunales.  Basta,  en  efecto,  lecor- 
dar  los  nombres  del  Areópago,  el  Heliástico,  el 
Epipaladio,  el  Epidelfinio,  el  Enfreacio,  el  Epipri- 
táneo,  el  Epitalacio  y  las  Curias  del  Arconte-epó- 
nimoj  del  Arconte-rey,  del  Polemarca,  de  los  Tes- 
motetas,  de  los  Once,  de  lus  Catademos,  de  los  Dia- 
tetas y  de  los  Nautódicos,  con  sus  mal  definidas  y 
á  veces  encontradas  atribuciones,  para  compren- 
der á  cuántos  abusos  y  entorpecimientos  daria 


NOTICIA  PRELIMINAR . 


NOTICIA    PRELIMINAR. 


lug-ar  complicación  semejante.  Y,  sin  embarg-o, 
leemos  con  asombro  en  Jenofonte  que  con  ser  tan- 
tos los  tribunales  y  dotados  de  personal  numeroso, 
no  eran  todavía  bastantes  para  dar  solución  á  las 
infinitas  cuestiones  que  á  su  decisión  se  sometían. 
«Muchos  particulares,  dice,  vense  oblig-ados  á  espe- 
rar todo  un  año  antes  de  poder  presentar  su  deman- 
da al  Senado  ó  al  pueblo,  porque  la  multitud  de  ne- 
gocios es  tal,  que  impide  dar  audiencia  á  todo  el 
mundo  (1).»  Pero  el  oríg-en  y  verdadera  fuente  de  las 
infamias  y  abusos  que  los  jurados  ateniensco  co- 
metieron debe  buscarse,  sin  duda  alg-una,  en  la  ley 
de  Solón  que,  equiparando  la  administración  de 
justicia  al  ejercicio  de  los  derechos  políticos,  per- 
mitía á  todo  ciudadano  de  treinta  años  formar 
parte  de  los  tribunales;  pues,  como  para  el  altísimo 
cargo  de  juzgar  no  se  exig'ia  circunstancia  alguna 
de  moralidad  ni  ilustración,  los  jueces  eran  fácil- 
mente engañadlos  por  los  oradores,  que,  ó  tergiver- 
sando los  hechos,  ó  falseando  la  ley,  ó  enterne- 
ciendo al  tribunal  con  peroraciones  elocuentes,  le 
hacían  pronunciar  fallos  á  todas  luces  injustos. 
Así  se  explican  hechos  como  el  del  anciano  Tu- 
cidides  (2),  envuelto  por  la  elocuencia  de  un  hábil 
abogado,  y  condenado,  no  obstante  su  inculpabili- 
dad, á  una  crecida  multa:  así  se  explica  también, 
dice  el  citado  Jenofonte  (3),  que  tantos  inocentes 


(1)  República  ateniense^  iii. 

(2)  V.  Aristófanes,  Los  Acarnienses,  parábasis. 

(3)  Apología  de  Sócrates. 


pereciesen  víctimas  de  su  altivez,  mientras  muchos 
criminales  conseguían  la  absolución  libre.  Y  si 
esto  ocurría  cuando  los  jueces  eran  ignorantes  sin 
dejar  de  ser  honrados,  calcúlese  á  qué  extremo  lle- 
garían los  abusos  cuando  las  ag'ítacíones  políticas  y 
la  guerra  crearon  tal  estado  de  cosas,  que  el  so- 
borno, la  venalidad  y  la  falta  de  independencia 
llegaron  á  ser  lo  más  corriente  y  ordinario. 

Ya  en  Los  Acarmemes  y  Los  Caballeros  pudimos 
observar  que  los  campesinos  refugiados  en  Atenas 
al  verificarse  la  primera  incursión  lacedemonia, 
invadieron  los  tribunales  é  hicieron  un  modo  de 
vivir  de  la  profesión  de  juez.  Faltos  de  ocupación 
y  víctimas  de  una  miseria  que  las  escasas  distri- 
buciones de  víveres  no  podían  remediar,  tenían  su 
único  recurso  en  los  tres  óbolos  que  el  Estado  pa- 
gaba por  sesión:  expuestos  por  su  penuria  á  la  ve- 
nalidad y  al  soborno,  sucedía  que  en  los  neg-ocíos 
privados  daban  su  voto  al  rico  particular  que  se  lo 
compraba,  y  en  los  asuntos  de  ínteres  común  obe- 
decían dócil  y  ciegamente  al  demagogo,  de  cuya 
voluntad  dependía  el  cobrar  ó  no  su  sueldo. 

A  aumentar  el  desconcierto  y  escandalosos  abu- 
sos de  los  tribunales,  contribuía  no  poco  aquella 
extraña  afición  de  los  Atenienses  á  todo  lo  que 
fuera  litigio,  proceso  y  discusión,  avivada  por  los 
odios  de  partido  que  dividían  su  democracia. 

A  este  propósito  dice  discretamente  Artaud:  «Los 
debates  entre  particulares  fácilmente  se  transfor- 
maban en  Atenas  en  públicas  acusaciones;  todo 
hombre  distinguido  era  pronto  sospechoso  de  as- 


KOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


pirar  á  la  tiranía;  el  derecho  de  acusar,  conce- 
dido á  todo  ciudadano,  secundaba  las  animosida- 
des, las  veng-anzas,  y  sobre  todo,  esas  pasiones  en- 
vidiosas y  malig'nas  de  que  adolecen  los  g*obiernos 
populares;  la  delación  era  ya  un  oficio,  y  el  que 
denunciaba  á  un  conspirador  era  bien  acog-ido  con 
seg-uridad:  hé  aquí,  pups,  una  fuente  abundante  de 
procesos.  En  fin,  el  pasar  la  vida  entera  en  la  calle 
y  en  la  plaza,  producía  una  continua  necesidad 
de  diversiones  y  pasatiempos;  los  oradores,  los  so- 
fistas, los  retóricos,  cuya  única  ocupación  era  el 
perorar,  encontraban  siempre  una  multitud  de 
ociosos,  ávidos  de  escucharles:  los  discursos  de  los 
abordos  en  los  tribunales  no  se  oian  con  menos 
afán  que  las  arengas  políticas;  era  esto  una  diver- 
sión como  otra  cualquiera,  y  todos  los  dias  el 
pueblo  se  apiñaba  alrededor  de  la  maroma  que 
marcaba  el  recinto  de  ios  jueces  en  la  plaza  de 
Helia  (1).» 

Tantos  abusos  y  ridiculeces  no  podían  pasar  sin 
correctivo  ante  la  cáustica  musa  de  Aristófanes, 
pronta  á  azotar  con  el  látigro  de  una  sátira  impla- 
cable todo  lo  que  le  parecía  injusto  ó  perjudicial. 
Así  es  que  después  de  haberse  desatado  en  Las  Nu- 
bes contra  los  sofistas  y  sus  doctrinas  funestas 
para  la  juventud,  trata  de  correg-ir  en  Las  Avispas 
los  vicios  que  acabamos  de  reseñar. 

En  esta  comedia  volvemos  á  encontrar  en  Filo- 
cleon  una  nueva  personificación  del  pueblo  ate- 

(i)    Comedies  d'Aristophane,  i.  i,  pág.  206. 


niense^i  aunque  sólo  bajo  su  aspecto  de  xua[Aoxp('o{, 
mascuUador  de  habas,  es  decir,  entregado  á  la  ta- 
rea de  juzgar,  que  casi  lo  ha  vuelto  loco.  Bdeliclem 
(enemigo  de  Cleon),  hijo  del  maniático  juez,  le  re- 
tiene en  casa  con  ánimo  de  curarle;  pero  burlando 
la  vigilancia  de  dos  esclavos  que  guardaban  la 
puerta  de  Filocleon,  trata  de  evadirse,  primero  por 
el  cañón  de  la  chimenea,  y  después  por  el  tejado, 
y,  por  último,  parodiando  á  Ulises,  escondido  bajo 
la  panza  de  su  asno.  Frustradas  todas  sus  tentati- 
vas, auméntase  su  furor  cuando  ve  llegar  á  sus 
colegas,  que,  vestidos  de  Avispas,  le  llaman  para 
ir  al  tribunal:  este  disfraz  es  un  emblema  de  su 
carácter  irascible  y  feroz.  Filocleon  implora  el  so- 
corro de  sus  amigos,  y  pronto  se  traba  una  con- 
tienda entre  ellos  y  sus  guardianes.  Por  fin  hay 
un  momento  de  tregua  en  que  Bdelicleon  refuta 
las  quiméricas  ventajas  de  ser  jueces,  y  logra  atraer 
á  su  partido  al  irritado  enjambre. 

Su  padre  cede  también,  pero  con  la  condición  de 
establecer  en  su  casa  una  especie  de  tribunal.  El 
primer  acusado  es  el  perro  Labes,  reo  sorprendido 
infraganti  delito  de  hurto  de  un  queso  siciliano.  La 
causa  se  instruye  con  toda  rapidez  y  formalidad,  y 
al  dar  la  sentencia  Filocleon  absuelve  al  reo  por 
una  equivocación.  El  haber  dejado  libre  á  un  cul- 
pable le  llena  de  desesperación,  hasta  que  su  hijo 
se  la  hace  olvidar  llevándole  á  fiestas  y  banquetes. 

Al  llegar  á  este  punto,  el  asunto  de  la  comedia 
cambia  por  completo;  el  carácter  del  juez  se  trans- 
forma en  el  de  un  viejo  alegre,  insolente  y  alboro- 


a 


NOTICrA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


tador,  y  la  acción  se  reduce  á  las  reclamaciones  á 
que  da  lugar  su  intemperancia  y  á  un  certamen 
coreográfico  á  que  provoca  el  transformado  he- 
liasta  á  todos  los  danzantes  que  se  quieran  pre- 
sentar. 

Respecto  al  mérito  de  esta  Comedia  debemos 
decir  que  no  es  ciertamente  de  las  obras  más  in- 
teresantes de  Aristófanes,  bajo  el  punto  de  vista 
literario;  no  abundan  en  ella  tanto  como  en  otras 
aquellas  inagotables  gracias  qne  les  dan  tanta 
amenidad;  la  acción  se  arrastra  lánguida  y  des- 
mayadamente, y  carece,  además,  de  la  unidad  ne- 
cesaria, condición  sin  la  cual  toda  obra  artística 
deja  mucho  que  desear. 

En  cambio,  bajo  el  punto  de  vista  histórico  y  ju- 
rídico tiene  una  importancia  inmensa,  pues  sir- 
ve para  completar  la  historia  interna  de  Atenas, 
y  da  curiosas  noticias  sobre  el  procedimiento  y 
los  tribunales  en  aquella  ciudad. 

Es  digna  también  de  mencionarse,  al  hablar  de 
Las  Avispas^  la  famosa  imitación  que  de  ella  hizo 
Hacine  en  sus  Plaidems,  aunque  no  sea  más  que 
por  ser  única  en  su  género.  El  célebre  trágico  con- 
servó en  Los  litigantes  muchos  chistes  y  algunos 
episodios  de  Aristófanes;  pero  su  comedia,  como 
no  podia  menos,  difiere  esencialmente  de  las  del 
poeta  griego,  no  sólo  en  la  forma,  sino  en  la  inten- 
ción, pues  se  limita  á  pintar  e»  Dauclin  el  carácter 
de  un  juez  maniático,  sin  la  significación  univer- 
sal y  política  que  tiene  Filocleon. 
Las  Avispas  se  representaron  un  año  después  de 


Las  Nubes^  es  decir,  el  423  antes  de  nuestra  era, 
noveno  de  la  guerra  del  Peloponeso.  No  se  sabe  si 
fueron  premiadas,  porque  el  Escoliasta  no  nos  lo 
dice,  y  es  de  notar  la  modestia  con  que  el  autor 
habla  de  sí  mismo  en  la  PardbasiSy  en  cuya  parte 
suele  de  ordinario  encarecer  sus  medios  de  agradar. 


PERSONAJES. 


Sosias,  i  Esclavos  de  Filo- 
JántiasJ    cleon. 
Bdeligleon.  . 

FlLOClSON. 

Coro  de  anoanos  vestidos  de 
Avispas. 


Niños. 
Un  perro. 
Una  panadera. 
Un  acusador. 


(La  escena  en  Atenas,  delante  de  la  casa  de  Filocleon.  La  acción 
principia  alg-o  antes  de  amanecer.) 


LAS    AVISPAS. 


SOSIAS. 

¡Hola!  ¿Qué  haces,  desdichado  Jántias? 

JÁNTIAS. 

Procuro  descansar  de  esta  maldita  centinela  (1). 

SOSIAS. 

¿Tan  á  mal  estás  con  tus  costillas?  ¿O  no  sabes 
la  casta  de  fiera  que  guardamos? 

JÁNTIAS. 

Lo  sé;  pero  quiero  dormir  un  poco. 

SOSIAS. 

Peligroso  es,  mas  puedes:  hacerlo:  yo  también 
siento  que  sobre  mis  párpados  pesa  un  sueño  dul- 
císimo (2). 


(i)    Es  decir,  trata  de  dormirse.  ,     ^     , 

(2)  Parece  extraño  que  Sosias  que  acaba  de  despertar 
á  su  camarada,  trate  de  imitarle.  Pero  esta  contradicción 
se  explica  perfectamente,  conocido  el  carácter  de  no  dar- 
seles  nada  por  nada,  que  Aristófanes  suele  presentar  en 
los  esclavos  de  sus  piezas. 


14 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


15 


JANTIAS. 

^.Estás  loco  Ó  frenético  como  un  Coribante?  (1) 

SOSIAS. 

No,  el  sopor  que  de  mí  se  apodera  proviene  de 
Sabacio  (2). 

JÁNTIAS- 

Entónces  adoras  como  yo  á  Sabacio;  porque  hace 
un  instante  cayó  también  con  sueño  profundísimo 
sobre  mis  párpados,  á  modo  de  enemigo  persa;  y 
he  tenido  un  ensueño  maravilloso. 

SOSIAS. 

Y  yo  he  tenido  otro,  como  nunca.  Pero  cuenta 
primero  el  tuyo. 

JANTIAS. 

Vi  á  un  águila  muy  grande  bajar  volando  á  la 
plaza  pública,  y  arrebatando  en  sus  garras  un  es- 
cudo de  bronce  (3),  elevarse  con  él  hasta  el  cielo; 
después  vi  á  Cleónimo  (4)  que  arrojaba  aquel  mismo 
escudo. 

SOSIAS. 

De  modo  que  Cleónimo  es  un  verdadero  logo- 
grifo  (5).  ¿Cómo,  preguntará  algún  convidado,  una 


(1)  Nombre  de  los  sacerdotes  de  Cibeles.  Al  celebrar 
los  misterios  de  la  diosa,  entrechocaban  sus  armas,  batían 
estrepitosamente  los  tambores  y  se  herían  hasta  derramar 
sangre  en  medio  del  mayor  frenesí. 

(i)  Sobrenombre  de  Baco.  De  modo  que  hablando  en 
plata,  el  sueño  de  Sosias  es  producido  por  el  vino. 

(3)    La  palabra  aaizU.  significa  escudo  y  serpiente. 

(A)    Cleónimo  arrojó  su  escudo  en  una  batalla. 

(5)  Los  convidados  solían  proponerse  de  sobremesa 
enigmas  y  cuestiones  para  entretenerse. 


misma  fiera  puede  arrojar  su  escudo  en  el  mar,  en 
el  cielo  y  en  la  tierra? 

jíntias. 
lAy  de  mí!  ¿Qué  desgracia  me  anunciará  seme- 
jante sueño? 

SOSIAS. 

No  t3  dé  cuidado:  ningún  mal  te  sucederá:  te  lo 
aseguro. 

JÁNTIA8. 

Sin  embargo,  es  terrible  agüero  el  de  un 
hombre  aiTojando  su  escudo.  Pero  cuenta  tu 
sueño. 

SOSIAS. 

El  mió  es  grand'oso:  se  refiere  á  toda  la  nave 
del  Estado. 

JÁXTIAS. 

Examina,  pue.4,  pronto  la  quilla  del  asunto. 

SOSIAS. 

Creí  ver  en  mi  primer  sueño,  sentados  en  el  Pnix 
y  celebrando  una  asamblea,  una  multitud  de  car- 
neros, con  báculos  (1)  y  mantos  burdos;  después  me 
pareció  que  entre  ellos  hablaba  una  omnívora  ba- 
llena, cuya  voz  parecía  la  de  un  cerdo  á  quien  es- 
tán chamuscando. 

JANTIAS. 

¡Puf! 

SOSIAS. 

¿Qué  te  sucede? 


(i)    Este  era  el  distintivo  de  los  jueces. 


46 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


17 


JAXTIAS. 

Basta,  basta;  no  cuentes  más;  ese  sueño  apesta 
á  cuero  podrido  (1). 

SOSIAS. 

Aquella  maldita  ballena  tenía  una  balanza  en  la 
cual  pesaba  grasa  de  buey  (2). 

JÁNTIAS. 

lOh  desgracia!  Quiere  dividir  nuestro  pueblo  (3). 

SOSIAS. 

A  su  lado  creí  distinguir  á  Teoro  (4),  sentado  en 
el  suelo  con  cabeza  de  cuervo,  y  Alcibiádes  (5)  me 
dijo  tartajeando:  «Mila,  Teolo  tiene  cabeza  de 
cueivo. 

JÁNTIAS. 

Nunca  ha  balbuceado  más  oportunamente  Alci- 
biádes (6). 

SOSIAS. 

¿Y  no  es  un  mal  ag-üero  el  haberse  convertido  en 
cuervo  Teoro? 

JÁNTIAS. 

Nada  de  eso;  es  excelente. 


(1)  Cleon. 

(2)  Alusión  al  oficio  de  curtidor  de  Cleon. 

(3)  Hay  en  griego  un  equívoco  intraducibie,  basado  en 
la  casi  absoluta  semejanza  de  las  palabras  que  significan 
grasa  y  pueblo.  Ya  lo  hicimos  observar  en  la  nota  al  verso 
953  de  Los  Cahalleros. 

(4)  Vid.  Los  Acarnienses^  134-166,  Zoí  .ahalleros,  608, 
Las  Nubes,  399. 

(o)  Alcibiádes  era  algo  tartajoso  y  no  podia  pronunciar 
bien  la  r,  convirtiéndola  en  1. 

(6)  KópaJ,  cuervo,  al  transformarse  la  I  en  r,  significa 
en  griego  adulador. 


SOSIAS. 

¿Cómo? 

JÁNTIAS. 

¿Que  cómo?  ¿era  hombre  y  de  repente  se  ha 
convertido  en  cuervo?  ¿No  puede  conjeturarse  sin 
dificultad,  que  nos  abandonará  para  irse  á  los 
cuervos  (1)? 

SOSIAS. 

¿Y  no  te  he  de  dar  dos  óbolos  de  salario,  siendo 
tan  hábil  para  interpretar  los  sueños? 

JÁNTIAS. 

Ag"uarda,  quiero  áuteí;  exponer  el  asunto  á  los 
espectadores  y  hacerles  alg*unas  breves  adverten- 
cias. No  esperéis  de  nosotros  nada  grandioso,  ni 
siquiera  una  risa  robada  á  Meg-ara  (2).  No  teuemos 
ni  esclavos  que  arrojen  de  su  cesta  nueces  á  los 
concurren  ees  (3);  ni  un  Hércules  (4),  furioso  por  su 
cena  frustrada;  ni  siquiera  Eurípides  (5)  será  otra 


(1)  Esta  frase  ya  hemos  visto  que  equivalia  á  la  nues- 
tra «irse  al  diablo»  ó  «al  infierno.» 

(-2)  Los  Megarenses  eran  de  gusto  poco  delicado  en  sus 
diversiones,  y  sus  poetas  cómicos  empleaban  para  hacer- 
les reir  medios  vulgares  y  groseros.  Esto,  á  pesar  de  que 
según  la  opinión  de  Aristóteles  (Poética,  iii),  la  comedia 
principió  á  cultivarse  en  Megara. 

(I)j  Aristófanes  indica  alguno  de  los  recursos  de  mala 
ley  empleados  por  los  poetas  vulgares.  En  el  Piulo,  v.  797, 
vuelve  á  aludir  á  esta  costumbre  de  arrojar  á  los  especta- 
dores nueces  y  golosinas. 

(4)  La  glotonería  de  Hércules  era  un  tema  inagotable 
para  los  cómicos  griegos.  En  la  Lisistrata,  Las  Aves  ^  Las 
Ranas,  Aristófanes  la  hace  también  objeto  de  sus  burlas. 

(o)  Lo  fué  en  Los  Acarnienses,  y  Aristófanes  volvió  á  la 
carga  en  Las  Fiestas  de  Veres,  Las  Ranas, '^ía. 


TOMO   II. 


2 


18 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


19 


vez  implacablemente  censurado;  ni  sacaremos 
de  nuevo  á  relucir  con  su  sal  y  pimienta  á  Cleon  (1), 
por  más  que  le  haya  elevado  tanto  la  fortuna. 
Pero  tenemos  un  ar^mento  bastante  racional,  no 
superior  ciertamente  á  nuestros  alcances,  pero  sí 
más  discreto  que  el  de  cualquiera  insustancial 
comedia.  Nuestro  dueño,  hombre  poderoso,  que 
duerme  en  la  habitación  que  está  bajo  el  tejado,  nos 
ha  mandado  que  guardemos  á  su  padre,  á  quien 
tiene  encerrado  para  que  no  sal^.  Este  se  halla 
atacado  de  una  enfermedad  tan  extraña,  que  difí- 
cilmente la  podríais  conocer  vosotros,  ni  aun  figu- 
rárosla, sino  03  dijéramos  cuál  era.  ?,No  lo  creéis'? 
pues  tratad  de  adivinarlo.  Aminias  (2),  el  hijo  de 
Pronapo,  dice  que  es  la  afición  al  juego;  pero  se 
-equivoca. 

SOSIAS. 

¡Ya  lo  creo!  se  le  figura  que  los  demás  tienen  sus 
vicios. 

JÁNTIAS. 

No;  el  mal  tiene  su  raíz  en  otra  afición...  Ahí 
está  Sosias  que  le  dice  á  Dercilo  (3)  que  es  la  afi- 
ción á  la  bebida. 


(1)  Hnrto  asendereado  quedó  en  Los  Caballeros. 

(2)  Aristófanes  vuelve  á  citar  á  este  Amínias  en  el 
verso  1.2G7  de  esta  comedia,  pero  llamándole  Ir.jo  de 
Selo;  sin  embargo,  parece  que  ambas  personas  son  una 
misma,  porque  llamábase  así  á  todo  hombre  pobre  y  vani- 
doso, por  concurrir  estas  circunstancias  en  Esquines,  nijo 

de  aquél.  ,  , 

(3)  Se  ignora  si  era  un  comediante,  un  tabernero  o  un 

borracho. 


SOSIAS. 

No  por  cierto;  esa  es  una  afición  de  personas 
decentes. 

JÁNTIAS. 

Nícostrato  (1),  el  de  Escambónides  (2),  asegura 
que  es  la  afición  á  los  sacrificios  ó  á  la  hospita- 
lidad. 

SOSIAS. 

Nícostrato,  te  lo  juro  por  el  perro  (3);  no  es  la 
afición  á  la  hospitalidad;  basta  que  el  nombre  im- 
púdico de  Filóxeno  (4)  suene  á  hospitalidad,  para 
que  él  la  deteste, 

JÁNTIAS. 

En  vano  os  cansáis;  no  daréis  en  ello.  Mas  si  lo 
deseáis  saber,  callad  y  yo  os  diré  el  mal  que  aqueja 
á  mi  dueño:  es  amante  del  tribunal  como  nin- 
guno (5);  su  pasión  por  juzgar  le  vuelve  loco;  se 
desespera  si  no  se  sienta  el  primero  en  el  banco  de 
los  jueces.  Durante  la  noche  no  disfruta  ni  un  ins- 
tante de  sueño:  si  por  casualidad  se  le  cierran  un 
momento  los  ojos,  ya  su  pensamiento  revolotea 
en  el  tribunal  alrededor  de  la  Clepsidra  (6),  y 
acostumbrado  á  tener  la  piedrecilla  de  los  votos  (7), 


(1)  Ateniense  supersticioso. 

(2)  Del  nombre  de  un  demo  del  Ática. 

(3)  Exclaip.acion  ordinaria  de  Sócrates. 

(4)  Filóxeno  significa  amigo  de  la  hospitalidad. 
(o)    Lit.r  es  fileliasta  como  nadie. 

(6)  Reloj  de  agua,  que  servia  para  medir  el  tiempo 
concedido  á  los  oradores  v  abogados  para  sus  arencas  y 
defensas. 

(7)  Se  volaba  por  medio  de  piedrecitas 


20 


COMEDIAS   PE  ARISTÓFANES- 


se  despierta  con  los  tres  dedos  apretados,  como 
quien  ofrece  incienso  á  los  dioses  en  el  novilunio. 
Si  ve  escrito  en  alg'una  puerta  :  «Hermoso  Demo, 
hijo  de  Pirilampo»;  en  seg-iüda  pone  al  lado:  «Her- 
mosa urnaíD  de  las  votaciones.»  Habiendo  cantado 
su  gtillo  al  anochecer,  dijo  que  sin  duda  le  hablan 
sobornado  los  criminales  para  que  le  despertase 
tarde  (2).  En  cuanto  cena,  pide  á  g-ritos  los  zapatos; 
corre  al  tribunal  antes  de  amanecer,  y  duerme  allí 
recostado  y  pej^ado  como  una  lapa  á  una  de  las  co- 


(1)  Af^uLOí  (Demo);  xtijjióí  (urna) .  Demo  era  un  hermoso 
ióven  (V  Platón,  Górgias).  Kúpolis  habln  de  él  también  en 
sus  coir.edias.  Las  muchas  inscripciones  de  su  nombre  que 
en  las  paredes  se  leían,  atestiguaban  el  gran  e  ecto  que  su 
hermosura  causaba.  Era  costumbre  escribir  el  nombre  del 
ser  amado  en  los  muros,  puertas  y  otros  objetos  como  ya 
vMmos  en  Los  Xcarniemes.  v.  141.  En  la  Antología,  aluden 
á  este  uso  muchos  epigramas.  Véase  uno  de  Petronio: 

Al  plantar  los  perales  y  manzanos. 
Grabé  tu  amado  nombre  en  la  corteza, 
Cr^^cen  ellos,  so  cubren  de  inscripciones, 
Y  con  ellos  mi  amor  crece  y  se  aumenta. 

(2)    Este  chiste  ha  sido  imitado  por  Plauto  y  Racine: 

Obtrunco  gallum,  t'urem  manifestarium, 
Credo  ledepol  illi  mercedem  gallo  poUicitos  coquos, 
Si  id  palam  fecisset. 

fAulularia,  m,  4, 10.) 

l!  fit  couper  la  tete  ?i  son  coq,  de  colére, 
Püur  l'avoir  éveillé  plus  tard  qu'a  Tordmaire. 
11  disait  qu'un  plaideur,  dont  Taflaire  allait  mal, 
Avail  graissé  la  pate  íi  ce  pauvre  animal . 

(Les  Plaideurs,  Acto  i,  esc.  i.") 


LAS    AVISPAS. 


u 


lumnas.  Su  severidad  le  hace  trazar  siempre  sobre 
las  tablillas  la  línea  condenatoria  (1),  de  suerte  que 
siempre,  como  las  abejas  ó  los  záng-anos,  vuelve  á 
su  casa  con  las  uñas  llenas  de  cera.  Temeroso  de 
que  le  falten  piedrecltas  para  las  votaciones,  man- 
tiene ahí  dentro  un  banco  de  grava.  Tal  es  su  ma- 
nía (2);  cuanto  más  se  trata  de  correg-irle,  más  se 
empeña  en  juzg'ar.  Ahora  le  tenemos  encerrado  con 
cerrojos  para  que  no  salg*a,  pues  su  hijo  siente  en 
el  alma  tal  enfermedad.  Primero  trató  de  persua- 
dirle con  afables  palabras  á  que  no  llevase  el  manto 
burdo,  ni  saliese  de  casa,  mas  no  cambió  por  eso. 
Luég-o  le  bañó  y  purgró;  y  sierapr :•  lo  mismo.  Des- 
pués trató  de  curarle  con  los  ejercicios  de  los  Oo- 
ribantes,  y  el  buen  viejo  se  escapó  con  el  tambor 
y  se  presentó  á  juzg-ar  en  el  tribuna!.  Viendo  la 
ineficacia  de  estos  medios,  lo  llevó  á  Eg'ina  y  le 
hizo  acostarse  una  noche  en  el  templo  de  Escula- 
pio (3).  Mas  en  el  momento  de  amanecer  apareció 
ante  la  cancela  del  tribunal.  Desde  entonces  no  le 
dejábamos  salir;  pero  como  se  nos  escapaba  por  las 
canales  y  buhardillas,  tuvimos  que  tapar  y  cerrar 
con  paños  todos  los  ag-ujeros.  Mas  él,  clavando 
palitos  en  la  pare  I,  saltaba  de  uno  á  otro  como  un 
g-rajo.  Por  último,  hemos  tenido  que  rodear  con 
una  red  todo  el  patio,  y  así  le  g'uardamos.  El  viejo 


(i)    Para  condenar  se  trazaba  sobre  una  tablilla  cu- 
bierta de  cera  una  línea  larga. 

(2)  Parodia  de  la  Estenóhea,  de  Eurípides. 

(3)  Sobre  esta  costumbre  véase  el  Pluto,  v.  411  y  si- 
guientes. 


22 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


ge  llama  Filocleon  (1);  ningún  nombre,  por  Jú- 
piter, le  está  más  propio:  su  hijo  se  llama  Bdeli- 
cleon  (2),  y  trata  de  corregir  el  feroz  carácter  de 

su  padre. 

BDELiCLEON  fasomáudose  d  la  ventana). 
lEh,  Jántias,  Sosias!  ¿estáis  durmiendo? 

JÁNTIAS. 

¡Oh! 

SÓ3IA.S. 

¿Qué  hay? 

JÁNTIAS. 

*Bdelicleon  se  ha  despertado. 

BDELICLEON. 

A  ver,  pronto  aquí  uno  de  vosotros.  Mi  padre  ha 
entrado  en  la  cocina  y  está  royendo  no  se  qué 
como  un  ratón  dentro  del  agujero.  Tú,  mira  no  se 
escape  por  el  tubo  de  los  baños;  y  tú  recuéstate 
contra  la  puerta. 

SOSIAS. 

Está  bien,  señor. 

JÁNTIAS. 

lOh  poderoso  Neptuno!  ¿Quién  hace  tanto  ruido 
en  la  chimenea?  ¡Eh,  tú!  ¿quién  eres? 


(\)  Filocleon  sisjnifica  amigo  de  Cleon,  porque  este  de- 
maeoeo  tenía  graii  partido  entre  la  gente  que  constituía 
los  tribunales,  por  el  triúbolo  que  les  hacía  pagar. 

m  Bdelicleon,  significa  que  detesta  á  Cleon:  de  suerte 
que  la  lucha  entre  ambos  personajes  representa  perfecta- 
mente la  que  entót  ees  sostenían  en  Atenas  el  famoso  de- 
magogo Cleon,  apoyado  por  el  pueblo  mediante  el  trió- 
bolo,  y  el  partido  aristocrático. 


LAS    AVISPAS. 


23 


FILOCLEON. 

Soy  el  humo  que  salgo. 

BDELICLEON. 

lEl  humo!  ¿De  qué  leña? 

FILOCLEON. 

De  higuera  (1). 

BDELICLEON. 

Ya  se  conoce,  por  Júpiter,  pues  es  la  que  des- 
pide humo  má<=i  acre.  Ea,  adentro  pronto.  ¿Dónde 
está  la  tapa  de  la  chimenea?  Adentro  he  dicho. 
Encima,  para  mayor  seguridad,  pondré  esta  vi- 
gueta. Busca  ahora  otra  salida;  soy  el  más  desdi- 
chado de  los  hombres :  mañana  podrán  llamarme 
el  hijo  del  ahumado!  (2) 

SOSIAS. 

Empuja  la  puerta.  Aprieta  ahora  mucho  y  iner- 
te. Allá  voy  yo  también.  Ten  sumo  cuidado  de  la 
cerradura  y  el  cerrojo,  no  vaya  á  roer  el  pestillo. 

FILOCLEON. 

¿Qué  hacéis?  ¿no  me  dejais  salir  á  juzgar,  gran- 
dísimos bribones,  y  Dracóntides  (3)  será  absuelto? 


(1)  El  humo  producido  por  la  leña  de  higuera  es,  según 
el  Escoliasta,  de  los  más  irritantes  y  molestos,  lo  cual 
pinta  bien  el  carácter  intratable  de  Filocleon.  Ademas,  en 
el  hecho  de  mencionar  esa  especie  de  combustible,  hay 
una  alusión  álos  ^tco/awí ai  ó  delatores,  nombre  en  cuya 
composición  entra  la  raíz  del  de  higuera. 

(2)  Kairvla;.  Este  sobrenombre  se  le  dió  á  Ecfantides, 
poeta  cómico  contemporáneo  de  Cratino,  por  la  oscuridad 
de  su  estilo  y  el  embrollo  de  sus  argumentos. 

(3)  Ateniense  de  mala  fama,  condenado  muchas  veces. 
Parece  que  después  de  la  representación  í^q  Las  Avisjms, 
llegó  á  ser  uno  de  los  treinta  tiranos. 


24 


COMEDIAS  r»E  ARISTÓFANES. 


BDELICLEON. 

¿Y  eso  te  causará  mucha  pena? 

FILOCLEON.  * 

Apolo,  á  quien  consulté  en  Délfos ,  me  pre- 
dijo que  morirla  cuando  se  me  escapase  un  acu- 
sado (1). 

BDKLICLEON. 

¡Olí  Apolo,  patrono  nuestro,  vaya  un  oráculo! 

FILOCLEON. 

Vamos,  por  piedad,  déjame  salir  ó  estallo. 

BDELIGLICON. 

Nunca,  Filocleon,  nunca;  lo  juro  por  Neptuno. 

FILOCLEON. 

Bueno,  romperé  la  red  á  mordiscos. 

BDELICLEON. 

Si  no  tienes  dientes. 

FILOCLEON. 

íOh,  qué  desdicha!...  ¿Cómo  podria  motarte? 
¿Cómo?  Tracdme  pronto  mi  espada,  ó  la  tablilla 
condenatoria. 

BDELICLEON. 

Este  hombre  maquina  alg-una  mala  pasada. 

FILOCLEON. 

No,  yo  te  lo  aseg'uro:  sólo  deseo  salir  á  vender 
el  asno  con  su  albarda:  hoy  es  el  día  de  la  luna 
nueva  (2). 

BDELICLEON. 

Y  dime,  ¿no  lo  podria  yo  vender  lo  mismo? 


(i)    Sin  condenarle. 
(2)    Dia  de  mercado. 


LAS     AVISPAS. 


U 


FILOCLEON. 

No  tan  bien  como  yo. 

BDELICLEON. 

Muchísimo  mejor,  por  Júpiter.  Ea,  trae  el  asno. 

(Filocleon  vaseen,  busca  del  asm.) 

JÁNTIAS. 

¡Qué  buen  pretexto  ha  imag'inado  para  que  le 
sueltes! 

BDELICLEON. 

Pero  no  he  trag'ado  el  anzuelo:  en  seguida  he  co- 
nocido á  dónde  iba  á  parar.  Voy  á  llevar  yo  mismo 
el  asno,  y  así  el  viejo  no  conseg-uirá  salir.— ¡Pobre 
borriquillo!  ¿Por  qué  te  quejas?  ¿porque  vas  á  ser 
vendido?  Vamos  pronto;  ¿por  qué  gimes?  ¿Llevas 
acaso  algún  Ulíses? 

JÁNTIA.S. 

Sí,  por  Júpiter;  lleva  uno  atado  al  vientre  (1). 

BDELICLEON. 

¿Quién?  Veamos. 

JÁNTIAS. 

Es  él. 

BDELICLEON. 

¿Qué  es  esto?  ¿quién  eres ,  buen  hombre? 

FILOCLEON. 


Ninguno,  por  Júpiter. 


(1)  Parodia  del  episodio  del  Cíclope  en  la  Odisea, 
Canto  IX.  Con  esle  asunto  se  compusieron  varios  dramas 
satíricos,  de  los  cuales  sólo  se  ha  conservado  El  Ciclope 
de  Eurípides,  cuya  primera  traducción  al  castellano  esta- 
mos publicando  qü  El  Ateneo  de  Vitoria. 


26 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


27 


BDELICLEON. 

¿Ninguno  tú'^  ¿y  de  qué  tierra? 

FILOCLEON. 

De  Itaca,  de  la  familia  fugitiva. 

BDELICLEON. 

Por  vida  mia,  ya  sentirás  el  haberte  llamado  nin- 
guno. Sácalo  cuanto  antes.  ¡Oh  desdichado,  dónde 
se  habia  metido!  ¡Si  parece  un  pollino  escondido 
debajo  de  su  madre! 

FILOCLEON. 

Si  no  me  soltáis,  litigaremos. 

BDELICLEON. 

¿Por  qué? 

FILOCLEON. 

Por  la  sombra  del  asno  (1). 

BDELICLEON. 

No  vales  para  ello,  á  pesar  de  tu  extremada  au- 
dacia. 

FILOCLEON. 

iQue  no  valgo!  es  que  no  sabes  tod&vía  lo  que  yo 
soy;  ya  lo  sabrás  cuando  comasj  lo  que  te  deje  el 
anciano  juez  (2). 

BDELICLEON. 

Entra  con  el  asno  en  casa. 


FILOCLEON. 

¡Oh  jueces  compañeros  mios,  y  tú,  Oleon,  socor- 
redme! 

BDELICLEON. 

Grita  adentro  á  puerta  cerrada.— Pon  tú  una  por- 
ción de  piedras  en  la  entrada;  echa  de  nuevo  el  cer- 
rojo; atraviesa  esa  tranca;  y,  para  mayor  seguri- 
dad, afiánzala  con  ese  gran  mortero. 

SOSIAS. 

¡Ayl  ¿de  dónde  me  ha  caido  este  terroncillo? 

JÁNTIAS. 

Quizá  te  lo  haya  arrojado  algún  ratón. 

SOSIAS. 

¿ün  ratón?  ¡Cá!  es  ese  maldito  juez  que  se  des- 
liza por  entre  las  tejas. 

JÁNTIAS. 

¡Oh  desgracia!  Ese  hombre  se  ha  convertido  en 
pájaro.  Va  á  volar.  ¿Dónde  está,  dónde  esta  la  red? 
(Gomo  quien  espanta  m  pájaro. J—\Eh\  ¡Pchist! 
¡Pchist!  ¡fuera  de  ahí!  ¡Pchist. 

BDELICLEON. 

Por  Júpiter,  más  quisiera  guardar  á  Escione  (1) 
que  á  mi  padre. 

SOSIAS. 

Puesto  que  le  hemos  espantado,  y  ya  no  puede 


(4)  Expresión  proverbial  para  indicar  personas  que  dis- 
putan sobre  cualquier  necedad.  Del  texto  de  Aristófanes 
puede  deducirse  tal  vez  que  el  célebre  cuento  de  Demos- 
tenes  del  litigio  sobre  la  sombra  del  asno,  no  fué  inven- 
ción del  elocuente  orador,  bastante  posterior  al  poeta. 

(2)    Es  decir,  su  herencia. 


(i)  Ciudad  de  Tracia,  que  por  innuencia  de  Brásidas  se 
reveló  contra  Atenas,  uno  ó  dos  años  antes  de  la  repre- 
sentación de  Zaj  ^üú^ja* .  Los  Atenienses  la  sitiaron  y  la 
desmantelaron  para  que  no  volviese  á  inquietarles  en  lo 
sucesivo  (V.  TudDiDES,  iv,  120, 130,  431;  v,  48,  32). 


28 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPA^ 


29 


escapársenos  furtivamente,  ^.por  qué  no  dormimos 
un  poco? 

BDELICLEON. 

Pero,  desdichado,  ¿no  ves  que  dentro  de  poco  ven- 
drán á  llamarle  sus  compañeros  de  tribunal? 

SOSIAS. 

¿Qué  dices?  Si  aún  no  ha  amanecido. 

BDELICLEON. 

Es  verdad;  hoy  se  levantan  más  tarde  de  lo  acos- 
tumbrado, porque  suelen  venir  con  sus  linternas  á 
media  noche,  y  le  llaman  cantando  dulces  versos 
de  las  Fenicias  del  antig-uo  Frínico  (1). 

SOSIAS. 

Pues,  si  hay  necesidad,  los  apedrearemos. 

BDELICLEON. 

Pero,  temerario,  esa  casta  de  viejos,  cuando  se  la 
enfurece  es  como  la  de  las  avispas;  pues  en  la  raba- 
dilla tienen  un  ag-uijon  ag'udisimo  con  el  cual  pi- 
can, y  saltan  gritando,  y  lo  lanzan  como  una  cen- 
tella (2). 

SOSIAS. 

Pierde  cuidado;  teng^  yo  piedras,  y  dispersaré 
todo  un  enjambre  de  jueces. 

(Entran  en  la  casa  y  llega  el  coro.) 


(i)  Antiguo  poeta  trágico,  que  floreció  en  542  antes  de 
Jesucristo.  Para  elogiarle  Aristófanes  forja  la  enorme  pa- 
labra áp/aio{j.eAiat5ü)voíj.puvi)^TjpaTa. 

(2)  Alusión  al  traje  con  que  van  á  presentarse  los 
jueces. 


CORO. 

Adelante,  paso  firme.  ¿Te  retrasas  Gomias?  Por 
Júpiter,  antes  no  eras  asi;  al  contrario,  eras  más 
duro  que  una  correa  de  perro:  ahora  Carínades  te 
gana  á  andar.  lOh  Estrimodoro  de  Contilo  (1),  el 
mejor  de  los  jueces!  ¿están  ahí  por  casualidad 
Everg'ides  y  Cabes  de  Flios?  ¡Diantre,  diantrel  aquí 
se  halla  cuanto  queda  de  aquella  juventud  que 
florecia  cuando  tú  y  yo  hacíamos  centinela  en  Bi- 
zancio:  entonces  en  nuestras  correrías  nocturnas 
le  robamos  su  artesa  á  aquella  panadera;  la  hici- 
mos astillas,  y  cocimos  unas  verdolag-as.    Pero 
apresurémonos,  amig-os;   hoy  es  el  juicio  de  La- 
ques (2);  todos  dicen  que  tiene  su  colmena  llena  de 
dinero.  Por  eso  Cleon,  nuestro  patrono,  nos  mandó 
ayer  que  acudiéramos  temprano  provistos  para 
tres  dias  de  terrible  cólera  contra  él  (3),  á  fin  de 
vengarnos  de  sus  injurias.  Ea,  aprisa,  compañe- 
ros, antes  de  que  amanezca.  Marchemos  mirando 
á  todas  partes  con  ayuda  de  las  linternas  (4),  no 
caigamos  por  falta  de  precaución  en  algún  lazo. 


(1)  Aldea  del  Ática. 

(2)  General  ateniense  que  mandó  la  escuadra  enviada 
á  Sicilia  en  auxilio  de  los  Leontinos  (Tucídides,  m,  86).  Fué 
reemplazado  por  Sófocles  y  Pitódoro,  y  tuvo  que  dar 
cuenta  de  su  conducta.  La  intención  de  Aristófanes  es  la 
de  revelar  las  infames  calumnias  con  que  Cleon  perseguia 
á  sus  enemigos  políticos. 

(3)  Alusión  á  la  provisión  ordinaria  de  los  soldados. 
(V.  Los  Acarnienses.) 

(4)  Como  aun  no  ha  amanecido,  los  niños  les  preceden 

con  linternas. 


30 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


3i 


UN  MÑO. 

Padre,  padre,  cuidado  con  ese  lodazal. 

CORO. 

Coge  esa  pajita  del  suelo,  y  espabila  la  linterna. 

EL  NIÑO. 

No,  ya  la  espabilaré  con  el  dedo. 

CORO. 

Niño,  ¿no  ves  que  con  el  dedo  vas  á  alargar  la 
mecha,  ahora  que  anda  tan  escaso  el  aceite?  ¡Ya 
se  conoce  que  tú  no  lo  compras! 

EL  NIÑO. 

Por  Júpiter,  si  continuáis  amonestándonos  á  pu- 
ñetazos, apagamos  las  linternas  y  nos  vamos  á 
casa.  Entonces  os  quedaréis  á  oscuras  y  andaréis 
removiendo  lodos,  como  si  fueseis  patos. 

CORO. 

Yo  castigo  á  otros  mayores.  Pero  me  parece  que 
voy  pisando  barro.  Mucho  será  que  á  lo  más  den« 
tro  de  cuatro  dias  no  Hueva  copiosamente.  ¡Tanto 
crece  el  pábilo  de  mi  lám paral  Este  suele  ser  signo 
de  gran  lluvia.  Además,  los  frutos  tardíos  están 
pidiendo  el  agua  y  el  soplo  del  Bóreas.  Pero  ¿qué  le 
habrá  sucedido  al  colega  que  vive  en  esa  casa,  que 
no  sale  á  reunirse  con  nosotros?  A  fe  que  antes  no 
habia  que  sacarle  á  remolque;  él  iba  delante  de 
nosotros  cantando  versos  de  Frínico,  pues  el  amigo 
es  aficionado  á  la  música.  Pienso,  compañeros, 
que  debemos  pararnos  aquí,  y  llamarle  cantando; 
quizá  la  melodía  de  mi  canción  le  haga  salir. 

¿Por  qué  no  se  presenta  el  viejo  delante  de  su 
puerta  y  ni  siquiera  nos  responde?  ¿Habrá  perdido 


ios  zapato.V?  ¿Se  habrá  dado  algún  golpe  en  el  pie 
andando  á  oscuras  y  tendrá  hinchado  el  tobillo? 
•.Tendrá  quizá  algún  bubón?  Pues  era  el  más  acér- 
rimo de  nosotros  y  el  único  inexorable.  Si  alguno 
le  suplicaba,  le  decia  bajando  la  cabeza:  «Cueces 
un  guijarro»  (1).  Puede  que  haya  tomado  á  pecho 
el  habérsenos  escurrido  con  mentiras  aquel  acu- 
sado, proclamándose  amigo  de  los  Atenienses,  y 
primer  revelador  de  lo  ocurrido  en  Sámos  (2);  quizá 
esto  le  tenga  con  fiebre,  porque  el  hombre  es  así. 
Vamos,  amigo  mió,  levántate,  no  te  dejes  consu- 
mir por  la  ira.  Hoy  va  á  ser  juzgado  un  hombre 
opulento  de  los  que  entregaron  á  Tracia  (3).  Vén  á 

condenarlo. 
Anda  adelante,  muchacho,  anda  adelante. 

EL  NIÑO. 

Padre,  ¿me  darás  lo  que  te  pida? 

CORO. 

Sí,  hijito  mío.  ¿Qué  cosa  buena  quieres  que  te 
compre?  Creo  que  vas  á  pedirme  un  juego  de  tabas. 

EL   NIÑO. 

No,  papá  mió;  higos,  que  me  gustan  más. 

í\)    Es  decir:  intentas  un  imposible.  ,    .     •    * 

2  El  hecho  á  que  alude  Aristólanes  es  el  siguiente: 
Los  Atenienses  aliados  de  los  Milesios,  atacaron  á  Samos 
vestablecieron  en  ella  el  gobierno  democrático.  Los  de  Sa- 
ínos, para  sacudir  el  yugo  de  Atenas  entraron  en  negocia- 
ciones secretas  con  los  Persas,  que  fueron  reveladas  por 
un  tal  Caristion.  Los  Atenienses  se  apoderaron  de  la  ciudad 
y  destruyeron  sus  murallas  (V.  Tucid.,  i,  115,  592;  Dion. 
Sicxii  -27,  199;Plut.,  Fií/íiú?<?PmWS.;  .  .  .  ,^ 
(3)  Quizá  aluda  á  Gleon,  que  murió  el  ano  siguiente 
delante  de  Anfípolis. 


32 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


33 


CORO. 

Eso  no,  aunque  te  ahorques. 

EL  NIÑO. 

Bien;  pues  no  te  acompaño. 

CORO. 

Con  mi  mezquino  sueldo  de  juez  teng-o  que  com- 
prar pan,  leña  y  c^rne,  ¿y  aún  me  pides  higos? 

EL  NIÑO. 

Y  bien,  padre  mió,  si  al  arconte  se  le  antoja  que 
no  haya  hoy  tribunal,  ¿dónde  compraremos  la  co- 
mida?  ¿Puedes  darme  alg-una  nueva  esperanza  ó 
sólo  designarme  el  sagrado  camino  de  Heles?  (1) 

CORO. 

¡Ay!  ¡ay!  no  sé  en  verdad  cómo  cenaremos. 

EL  NIÑO. 

¿Por  qué  me  pariste,  madre  infelic,  si  tanto  ha- 
bia  de  costarme  sostener  mi  vida?  (2) 

CORO. 

Saquito  mió,  eres  un  adorno  inútil  (3). 

EL  NL\0. 

íAy!  gemir  es  nuestra  suerte. 


(-I)  Es  decir,  el  suicidio,  arrojándose  al  mar.  Heles,  al 
atravesar  los  aires  sobre  el  vellocino  de  oro,  se  espantó 
del  ruido  de  las  olas  al  atravesar  el  mar,  y  cayó  en  el  es- 
trecho, que  recibió  el  nombre  de  Helesponto.  Hay  en  el 
texto  una  alusión  á  Píndaro. 

(2)  Tomado  del  Teseo  de  Eurípides.  Estas  palabras  las 
decian  los  jóvenes  enviados  á  servir  de  pasto  al  Minotauro, 
entre  los  cuales  se  hallaba  Hipólito,  hijo  de  Teseo. 

(3)  Este  apostrofe  se  dirige  al  saco  donde  habia  de  He- 
var  á  su  casa,  de  regreso  del  tribunal,  los  víveres  com- 
prados con  su  salario  de  juez. 


FiLOCLEON  faso?mndose  d  la  ventmiaj. 
Hace  rato,  amigos  mios,  que  os  oigo  desde  esta 
ventana  y  deseo  responderos;  pero  no  me  atrevo  á 
cantar.  ¿Qué  haré?  Estos  me  tienen  cerrado  porque 
quiero  ir  cf^n  vosotros  á  las  judiciales  urnas  para 
hacer  alguna  de  las  mias.  ¡Oh  Júpiter,  truena  con 
furia,  y  conviérteme  de  repente  en  humo  (1),  ó  en 
Proxénides,  ó  en  el  hijo  de  Selo  (2),  charlatán  in- 
fatigable! Compadecido  de  mi  suerte,  otórgame 
esta  gracia,  Numen  poderoso,  ó  si  no,  redúceme  á 
cenizas  con  tu  ardiente  rayo,  ó  arrástrame  con  tu 
impetuoso  viento  á  una  salmuera  acida  ó  hirviente, 
o  trasfórmame  en  aquella  piedra  sobre  la  cual  se 
cuentan  los  votos. 

CORO. 

Pero  ¿quién  te  detiene  y  te  cierra  la  puerta?  Di, 
ya  sabes  que  hablas  con  amigos. 

FILOCLEON. 

Mi  hijo;  pero  no  gritéis;  duerme  en  la  parte  ante- 
rior de  la  casa:  hablad  más  bajo. 

CORO. 

Pero,  tonto,  ¿qué  pretende  impedir  al  hacer  eso? 

FILOCLEON. 

El  que  juzgue  y  condene,  amigos  mios:  por  lo 
demás,  trata  de  regalarme;  pero  yo  no  quiero. 

(1)  En  las  Suplicantes  de  Esquilo  (v.  779)  hay  una  im- 
I  precación  idéntica  que  Aristófanes  parece  parodiar. 

(2)  Prosénides  y  el  hijo  de  Selo  (Esquines)  eran  dos  há- 
biles charlatanes  capaces  con  su  locuacidad  de  salir  de  lo» 

I  trances  más  apurados. 

TOMO  II  S 


34 


COMEDIAS  DE  AHISTOFANES. 


LAS    AVISPAS. 


35 


COBO. 

¿Eso  se  ha  atrevido  á  decir  ese  tuno,  ese  orador  á 

lo  Gleon? (1) 

Nunca  hubiera  tenido  tal  osadía  ese  hombre  si  no 
estuviera  comprometido  en  alg-una  conspiración. 
Mas  ya  que  esto  sucede,  tienes  que  intentar  alg-una 
nueva  estratag-ema  para  bajar  aquí  sin  que  te  vea 
tu  carcelero. 

FILOCLEON. 

¿Cuál  puede  ser?  Inventadla  vosotros;  á  todo  es- 
toy dispuesto;  ital  deseo  me  abrasa  de  recorrer  los 
bancos  con  mi  concha!  (2). 

CORO. 

¿Hay,  di,  alg-un  agiijero  que  puedas  ensanchar 
por  dentro,  para  escurrirte  por  él  cubierto  de  an- 
drajos como  el  prudente  Ulíses?  (3) 

FILOCLEON. 

Todos  están  cerrados;  no  puede  salir  ni  un  mos- 
quito. Buscad,  buscad  otro  medio:  ese  es  imprac- 
ticable. 

CORO. 

¿Te  acuerdas  cuando  en  la  toma  de  Náxos,  es- 
tando de  servicio,  te  escapaste  clavando  en  la 
muralla  unos  asadores  que  habías  robado?  (4) 


(1)  Hay  una  laguna  en  el  texto,  que  se  ha  tratado  de 
llenar  con  una  frase  cuya  traducción  es  «porque  dices  sin 
rebozo  la  verdad  sobre  las  naves.» 

(2)  Para  emitir  su  voto. 

(3)  Alusión  á  la  Hécuha  de  Eurípides,  donde  la  madre 
de  Héctor  recuerda  el  dia  en  que  Ulíses  penetró  en  Troya 
como  espía. 

(4)  El  Escoliasta  cree  que  Aristófanes  alude  á  la  toma 


FILOCLEON. 

Ya  me  acuerdo;  pero  ¿y  qué?  Ahora  no  es  lo 
mismo.  Entonces  era  joven,  y  lleno  de  vigor  y 
energía  para  robar;  además,  nadie  me  custodiaba, 
y  podía  huir  seguramente.  Ahora  hombres  arma- 
doj  hasta  los  dientes  están  apostados  en  todas  las 
salidas:  dos  de  ellos,  colocados  junto  á  la  puerta, 
me  observan  con  asadores  en  las  manos  como  á  un 
gato  que  ha  robado  carne. 

CORO. 

Pues  inventa  cuanto  antes  otro  medio,  dulce 
amigo:  ya  despierta  la  aurora. 

FILOCLEON. 

Lo  mejor  será  roer  mi  red.  Perdóneme  este  des- 
trozo Dictina  (1),  diosa  de  las  redes. 

CORO. 

Eso  es  obrar  como  hombre  que  busca  su  salva- 
ción. Dale  duro  á  las  mandíbulas. 

FILOCLEON. 

Ya  está  roido:  chito,  no  gritéis:  mucho  cuidado, 
no  nos  oiga  Bdelicleon. 

CORO. 

Nada  temas,  amigo  mío,  nada  temas;  si  chista,  le 
obligaré  á  morderse  su  propio  corazón  y  á  comba- 
tir por  su  existencia,  para  que  entienda  que  no  se 
conculcan  impunemente  las  leyes  de  las  venera- 


de  Náxos  por  Pisístrato;  pero  es  más  probable  que  se  re- 
liara á  la  del  tiempo  de  Cimon,  cincuenta  años  antes  de  la 
representación  de  Las  Avispas,  pues  así  era  posible  la  aven- 
tura de  Filocleon. 
(i)    Sobrenombre  de  Diana. 


36 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


37 


bles  diosas  (1).  Ata  una  cuerda  á  la  ventana,  sujé- 
tate con  ella,  y  baja  henchido  el  espíritu  del  furor 
de  Diopítes  (2). 

FILOCLEON. 

Mas,  decidme;  si  mis  g-uardianes  notan  lo  que 
ha^o,  y  tiran  de  la  cuerda  para  llevarme  adentro, 
¿qué  es  lo  que  haréis? 

CORO. 

Te  defenderemos  y  reuniremos  todas  nuestras 
fuerzas  para  que  no  consigan  su  intento:  eso  es  lo 
que  pensamos  hacer. 

FILOCLEON. 

Haré  lo  que  decís  confiado  en  vosotros;  mas  acor- 
daos, si  alguna  desgracia  me  sucede,  de  levan- 
tarme c jn  vuestras  manos,  y,  después  de  regarme 
con  vuestras  lágrimas,  sepultadme  bajo  la  cancela 
del  tribunal. 

CORO. 

Nada  te  sucederá,  no  temas;  vamos,  mi  buen 
amigo,  descuélgate  sin  miedo  invocando  los  dioses 
de  la  patria  (3). 


(i)  Céres  y  Proserpina.  La  profanación  de  sus  miste- 
rios era  una  de  las  acusaciones  más  frecuentes  y  graves 

^^m  "Adivino,  amigo  de  Nicias,  acusado  de  robo  al  erario 
Dúblico,  orador  íuribundo  censurado  como  tal  por  Frinico 
(en  el  Saturno).  Eupólis,  Teléclides  y  Amipsias.  (V.  Los 
Caballeros,  \Mr>',  Las  Aves,  ^m.) 

(3)  Apolo  V  Júpiter  eran  los  dioses  tutelares  de  Atenas, 
pero  Aristófanes  supone  que  lo  es  Lico,  hyo  de  Pandion, 
cuya  estatua  se  elevaba  junto  al  sitio  donde  se  pagaba  a 
los  jueces  el  irióbolo. 


FILOCLEON. 

¡Oh  Lico,  mi  señor,  héroe  vecino  mió;  tú,  como 
yo,  te  deleitas  con  las  lágrimas  perpetuas  y  los  la- 
mentos de  los  acusados;  por  oirlos,  sin  duda,  has 
elegido  ese  lugar,  siendo  el  único  de  los  héroes 
que  has  querido  vivir  junto  á  los  desgraciados:  ten 
compasión  de  mí  y  salva  á  este  tu  vecino  fiell 
Nunca,  te  lo  juro,  nunca  mancharé  tu  verja  de 
madera  con  ninguna  inmundicia  (1). 

BDELICLEON. 

¡Eh,  tú,  alerta! 

SOSIAS. 

¿Qué  ocurre? 

BDELICLEON. 

Oigo  sonar  una  voz  en  torno  mió. 

SOSIAS. 

¿Se  escmTirá  el  viejo  por  alguna  parte? 

BDELICLEON. 

No,  por  Júpiter;  se  descuelga  atado  con  una 
cnerda. 

SOSIAS. 

¿Qué  haces  desdichado?  no  bajes. 

BDELICLEON. 

Sube  corriendo  á  la  otra  ventana  y  pégale  con 
este  ramo  (2),  á  ver  si  con  tus  golpes  consigues  ha- 
cerle retroceder. 


(1)  \ÁL:  nec  mingan  nec  ventrem  exoneraba  cum  stre- 
pitu. 

(2)  Sin  duda  echan  mano  de  la  rama  que  era  costumbre 
colgar  delante  de  las  puertas. 


38 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


39 


FILOCLEON. 

¿No  me  socorréis,  Esmicition,  Tisíades,  Cremon, 
Feredípes  (1),  j'  cuantos  habéis  de  entender  en  los 
procesos  de  este  año?  ¿Cuándo  me  auxiliaréis  si  no 
es  ahora,  antes  de  que  me  arrastren  allá  dentro? 

CORO. 

Decidme:  ¿por  qué  tardamos  en  remover  aquella 
bilis  que  hierve  furiosa  contra  todo  el  que  ofende 
á  nuestro  enjambre?  Enderecemos  el  aguijón  ven- 
gador. Muchachos,  pronto,  arrojad  vuestro  manto; 
corred,  ^itad,  advertid  á  Cleon  lo  que  sucede.  De- 
cidle que  venga  y  que  castigue  á  ese  hombre  ene- 
migo de  la  república  y  digno  del  último  suplicio, 
pues  se  atreve  á  sostener  la  inconveniencia  de  los 
juicios  y  procesos. 

BDELICLEON. 

Amigos  mios,  oid  lo  que  ha  ocurrido  y  no  gritéis. 

CORO. 

Pondremos  el  grito  en  el  cielo,  y  no  abando- 
naremos á  nuestro  colega.  ¿No  es  esto  intolera- 
ble y  tiránico  á  todas  luces?  ¡Oh  ciudadanos!  ¡Oh 
Teoro  (2),  despreciador  de  los  dioses!  ¡Oh  adulado- 
res que  nos  presidís! 

jÁNTiAs  fA  Bdelicleon), 

¡Diantre!  tienen  aguijones.  ¿No  los  ves,  señor? 

BDELICLEON. 

Son  los  que  atravesaron  á  Filipo,  el  hijo  de  Gór- 
gias. 


(1)  Nombres  de  amigos  de  Filocleon. 

(2)  Véase  la  nota  al  verso  134  de  Los  Acarnietises, 


CORO. 

Y  los  que  te  atravesarán  á  ti.  Ea,  dirijámonos 
todos  contra  él;  acometámosle  con  el  aguijón  des- 
envainado, en  buen  orden,  llenos  de  ira  y  de  furor, 
para  que  conozca  al  fin  á  qué  enjambre  ha  irritado. 

JÁNTIAS. 

Por  Júpiter,  el  negocio  se  pone  serio,  si  hay  que 
reñir;  tiemblo  cuando  veo  sus  aguijones. 

CORO. 

Suelta  á  nuestro  amigo;  si  no,  yo  te  aseguro  que 
has  de  envidiar  á  las  tortugas  la  dureza  de  su 
concha. 

FILOCLEON. 

Ea,  compañeros,  rabiosas  avispas,  precipitaos 
unos  con  furia  sobre  sus  nalgas;  picadle  otros  los 
ojos  y  los  dedos. 

BDELTCLEON. 

¡Midas,  Frigio,  Masíntias  (1),  acudid!  ¡sujetadle 
y  no  le  soltéis  por  nada  del  mundo;  si  no,  ayuna- 
réis en  el  cepo.  Ya  sé  yo  que  casi  siempre  es  más 
el  ruido  que  las  nueces  (2). 

CORO. 

Si  no  le  sueltas,  te  clavaré  el  aguijón. 

FILOCLEON. 

Heroico  Cécrope  (3),  rey  nuestro,  cuyo  cuerpo 

(i)    Nombres  de  esclavos. 

(2)  Lit.:  «He  oido  muchas  veces  en  el  fuego  los  estaUí- 
dos  de  las  hojas  de  higuera.»  Proverbio  equivalente  al  cas- 
llano,  y  empleado  por  Bdelicleon  para  manifestar  que  no 
le  asustan  las  amenazas  del  Coro. 

(3)  Fundador  de  Atenas.  Su  cuerpo  termmaba  en  cola 
de  dragón,  lo  cual  parece  significar  lo  mucho  que  hizo 


40 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


41 


termina  en  drag'on,  ¿consentirás  que  así  me  traten 
estos  bárbaros,  á  quienes  he  enseñado  á  llevar  su 
quénice  con  cuatro  medidas  de  lágrimas  (1). 

CORO. 

¡Qué  temibles  males  aflig-en  á  la  vejez!  Ahora 
esos  dos  bribones  sujetan  á  viva  fuerza  á  su  an- 
ciano señor,  y  no  se  acuerdan  de  las  pieles  y  pe- 
queñas tánicas  que  les  compró  en  otro  tiempo,  ni 
de  las  monteras  de  piel  de  perro,  ni  del  cuidado 
que  tenia  para  que  en  el  invierno  no  se  les  enfria- 
sen los  pies;  pero  en  su  impudente  mirada  no  se 
ve  el  menor  agradecimiento  por  los  viejos  zapatos. 

FILOCLEON. 

¿No  me  soltarás,  bestia  feroz?  ¿No  te  acuerdas  de 
cuando  te  sorprendí  robando  uvas  y  te  até  á  un 
olivo  y  te  vapuleé  de  lo  lindo,  hasta  el  punto  de 
que  daba  envidia  verte? — Pero  eres  un  ingrato, 
suéltame  tú;  y  tú  también,  antes  de  que  veng-a  mi 
hijo. 

CORO. 

Pronto  y  bien  vais  á  pagar  vuestro  atrevimiento; 
asi  comprendereis,  bribones,  que  os  las  habéis  con 
hombres  justicieros,  iracundos,  de  terrible  mirada. 

BDELICLEON. 

Sacúdeles,  sacúdeles  Jántias;  arroja  de  casa  estas 
avispas. 


progresar  á  los  hombres  suavizando  sus  costumbres,  sal- 
vajes hasta  él. 

(1)  En  vez  de  decir  á  amasar  cuatro  panes  por  quénice. 
Esta  palabra  designa  una  medida  de  capacidad  y  los  cepos 
en  que  se  aprisionaba  á  los  esclavos. 


JÁNTTAS. 

Eso  estoy  haciendo;  ahuyéntalas  tú  con  una 
densa  humareda  (1). 

SOSIAS. 

¿No  03  iréis  al  infierno?  lAh!  ¿no  os  largáis?  Buen 
palo  en  ellos. 

JÁNTIAS. 

Echa  tú  al  fuego  para  hacer  humo  á  Esquines, 
Mjo  de  Selarcio  (2).  Por  fin  os  hemos  ahuyentado. 

BDELICLEON. 

No  lo  hubieras  conseguido  tan  fácilmente,  si  hu- 
biesen comido  versos  de  Filócles  (3). 

CORO. 

¿No  está  claro  como  la  luz  que  la  tiranía  se  ha 
introducido  para  los  pobres,  aprovechándose  de 
nuestro  descuido?  Y  tú,  perverso,  y  arrogante  se- 
cuaz de  Amínias,  nos  arrebatas  las  leyes  que  rigen 
la  repúbüca,  y,  como  dueño  absoluto,  ni  siquiera 
disculpas  tu  usurpación  con  un  pretexto  ó  con 
una  elegante  arenga. 

BDELICLEON. 

¿No  podríamos  sin  golpes  ni  alharacas  conferen- 
ciar como  buenos  amigos,  y  hacer  las  paces? 

CORO. 

¿Conferenciar  contigo,  enemigo  del  pueblo,  par- 


(i)  Medio  empleado  para  alejarlas.  Virgilio  hablando  de 
las  abejas  {Qeórg.  iv,  230)  dice:  ai^'wmoí  ^etende  seqmces.^^ 

(%  Selarcio  en  lugar  de  Sélos.  Véase  la  nota  del  veiso 
324  de  esta  misma  comedia. 

(3)  Poeta  trágico,  cuyos  versos  eran  muy  duros,  á  lo 
cual  parece  aludir  la  frase  de  Aristófanes. 


42 


LAS    AVISPAS. 


43 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


tidario  de  la  monarquía,  amigo  de  Brásidas  (1), 
que  llevas  franjas  de  lana  y  no  te  cortas  la 
barba?  (2) 

BDELICLEüN. 

Ciertamente  me  valdría  más  abandonar  á  mi  pa- 
dre, que  sufrir  todos  los  dias  semejantes  borrascas. 

CORO. 

Pues  esto  son  todavía  tortas  y  pan  pintado  (3), 
como  dice  el  proverbio  vulg-ar.  Hasta  ahora  no  tie- 
nes por  qué  quejarte;  pero  ya  verás,  ya  verás, 
cuando  el  acusador  público  te  eche  en  cara  todos 
esos  crímenes  y  cite  y  emplace  á  tus  conjurados  (4). 

BDELICLEON. 

¿Pero  no  os  iréis,  por  todos  los  dioses?  Mirad  que 
si  no,  estoy  resuelto  á  moleros  á  palos  todo  el  dia. 

CORO. 

No,  nunca,  jamás,  mientras  me  quede  un  soplo 
de  vida.  Bien  claro  veo  tus  aspiraciones  á  la  ti- 
ranía. 

BDELICLEON. 

Es  fuerte  cosa  que  sea  grande  ó  pequeño  el  mo- 
tivo, á  todo  lo  hemos  de  llamar  tiranía  y  conspira- 


(i)  General  lacedemonio.  Murió  al  año  siguiente  de  la 
representación  de  Las  Avisj^as  en  el  mismo  combate  que 
Cleon. 

(2)  Los  Lacedemonios,  enemigos  de  los  Atenienses,  se 
dejaban  crecer  la  barba. 

(3)  Lit.:  «Pues  aun  no  estás  en  el  apio  ni  en  el  camino.» 
El  apio  servia  para  marcar  los  bordes  de  las  sendas  en 
los  jardines.  El  proverbio  se  aplicaba  á  los  que  aun  no  es- 
taban más  que  al  principio  de  un  grave  negocio. 

(4)  Las  acusaciones  de  aspirar  á  la  restauración  de  la 
tiranía  eran  frecuentes  en  Atenas. 


cion.  Durante  cincuenta  años,  ni  una  sola  vez  ol 
este  dichoso  nombre  de  tiranía;  pero  ahora  es  más 
común  que  el  del  pescado  salado,  y  en  el  mercado 
no  se  oye  ya  otra  cosa.  Si  uno  compra  orfos  y  no 
quiere  membradas,  el  que  vende  estos  peces  en  el 
puesto  inmediato,  ^rita  al  momento:  «Ese  hombre, 
quiere  reg-alarse  como  durante  la  tiranía»  (1).  Si 
otro  pide  puerros  para  sazonar  las  anchoas,  la  ver- 
dulera, mirándole  de  soslayo,  le  dice:  «¿Puerros, 
eh?  ¿Quieres  restablecer  la  tiranía?  ¿Oh ,  piensas 
que  Atenas  te  ha  de  pag'ar  los  condimentos?» 

JÁNTIAS. 

Sin  ir  más  lejos,  yo  entré  ayer  al  mediodía  en 
casa  de  una  cortesana;  y  porque  la  propuse  ciertos 
ejercicios  hípicos,  me  preg-untó  furiosa  si  quería 
restablecer  la  tiranía  de  Hípias. 

BDELICLEON. 

Eso  le  adrada  al  pueblo:  y  á  mí,  porque  quiero 
que  mi  padre  cambie  de  costumbres,  y,  dejándose 
de  delaciones,  y  pleitos  y  miserias,  no  sal^a  de  casa 
al  amanecer  y  viva  espléndidamente  como  Morsí- 
cos  (2),  me  acusan  de  conjuración  y  tiranía. 

FILOCLEON. 

Y  se  te  está  muy  bien  empleado;  pues  yo  ni  por 
todas  las  delicias  del  mundo  dejaría  este  género  de 
vida  de  que  pretendes  apartarme.  A  mí  no  me  gus- 
tan las  rayas  ni  las  anguilas;  un  pleito  pequeñito 


(1)  Tan  delicado  gusto  despertaba  sus  sospechas. 

(2)  Poeta  trágico,  gran  gastrónomo,  citado  en  los 
Acarnienses  (v.  8S7). 


44 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


cocido  en  su  correspondiente  tartera,  me  agrada- 
ría más. 

BDELICLEON. 

Claro  está,  como  que  te  has  acostumcrado  á 
ello  (1);  mas  si  puedes  callar  y  escuchar  con  pacien- 
cia lo  que  te  digo,  creo  que  te  demostraré  cuan 
engañado  estás. 

FILOCLEON. 

¿Me  engaño  cuando  juzgo? 

BDELICLEON. 

¿No  conoces  que  se  burlan  de  tí  esos  hombres  (2) 
á  quienes  rindes  culto  y  adoración?  ¿Que  no  eres 
más  que  un  esclavo? 

FILOCLEON. 

¡Esclavo  yol  Yo,  que  mando  á  todo  el  mundo. 

BDELICLEON. 

No  lo  creas:  te  haces  la  ilusión  de  que  mandas, 
y  eres  un  esclavo;  y,  si  no,  díme,  padre:  ¿qué  honra 
obtienes  de  disfrutar  todos  los  tributos  de  la 
Grecia? 

FILOCLEON. 

Muchísima:  apelo  al  testimonio  de  esos  amigos. 

BDELICLEON. 

Acepto  el  arbitraje:  soltadle,  esclavos. 

FILOCLEON. 

Dadme  una  espada.  Si  tus  argumentos  me  ven- 
cen, me  atravesaré  con  ella. 


(4)    Flechazo  á  la  manía  de  los  Atenienses  por  los  pro- 
cesos. 
(2)    Los  demagogos  y  oradores. 


LAS  AVISPAS. 


45 


BDELICLEON. 

Y  si  no,  ¿te  conformas  con  la  sentencia  de  esos 
arbitros? 

FILOCLEON. 

No  beberé  jamás  vino  en  honor  del  buen  ge- 
nio (1). 

COBO. 

Ahora,  adalid  nuestro,  es  preciso  que  encuentres 
nuevas  razones,  á  fin  de 

BDELICLEON. 

Traedme  aquí  cuanto  antes  unas  tablillas;  pero 
tú  ¿qué  opinión  piensas  sustentar  cuando  le  inci- 
tas asi? 

CORO. 

no  hablar  como  pudiera  hacerlo  esejóven(2). 

Ya'ves  la  inmensa  importancia  del  certamen,  y  que 
lo  perderemos  si  (lo  que  Dios  no  quiera)  este  sale 
vencedor. 

BDELICLEON. 

Iré  apuntando  todo  cuanto  diga,  para  que  nada 
se  me  olvide. 

FIL0CLÍ:0N. 

¿Qué  me  decís  si  este  sale  vencedor? 

CORO. 

La  turba  de  los  viejos  no  servirá  para  nada.  En 
todas  las  calles  se  burlarán  de  nosotros  llamando- 
nos  talóforos  (3)  y  mondaduras  de  pleitos.  Tú,  que 


M\    Vírase  la  nota  al  verso  106  de  Los  Caballeros, 
2     Ele^ro  contLú^  la  interrumpida  frase  de  Filoc  leo.. 
(3)    Designábanse  con  el  nombre  de  Taló/oros  los  an- 


46 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS 


47 


vas  á  defender  nuestra  soberanía,  desplieg-a,  pues, 
atrevidamente  todos  los  recursos  de  tu  lengua. 

FILOCLEON. 

Empezaré  por  probar  desde  las  primeras  pala- 
bras que  nuestro  poder  no  es  menor  que  el  de  los 
reyes  más  poderosos.  Pues,  ¿quién  más  afortunado, 
quién  más  feliz  que  un  juez?  ¿Hay  vida  más  deli- 
ciosa  que  la  suya?  ¿Existe  alg-un  animal  más  temi- 
ble, sobre  todo  si  es  viejo?  Para  cuando  salto  del 
lecho,  ya  me  están  esperando  unos  hombrones  de 
cuatro  codos  que  me  escoltan  hasta  el  tribunal: 
apenas  me  presento,  una  mano  delicada,  que  fué 
esquilmadora  del  erario,  estrecha  blandamente  la 
mia:  los  acusados  abrazan  suplicantes  mis  rodi- 
llas, y  me  dicen  con  lastimera  voz:  «Ten  compa- 
sión de  mí,  padre  mió;  yo  te  lo  pido  por  los  hurtos 
que  hayas  podido  cometer  en  el  ejercicio  de  alg-una 
mag-istratura  ó  en  el  aprovisionamiento  del  ejér- 
cito.» Pues  bien,  este  á  quien  me  refiero  no  sabría 
siquiera  si  yo  existia  si  no  le  hubiera  absuelto  la 
primera  vez. 

BDELICLEON. 

Tomo  nota  de  lo  que  dices  sobre  los  suplicantes. 

FILOCLEON. 

Entro  después,  abrumado  de  súplicas,  y  calmada 
mi  cólera  suelo  hacer  en  el  tribunal  todo  lo  con- 
trario de  lo  que  habia  prometido;  pero  escucho  á 
una  muchedumbre  de  acusados  que  en  todos  los 


tonos  piden  la  absolución.  ¡Oh!  iCuántas  palabras 
de  miel  pueden  oir  allí  los  jueces!  Unos  lamentan 
su  pobreza,  y  añaden  males  fingidos  á  los  verdade- 
ros hasta  lograr  que  sus  desgracias  igualen  á  las 
nuestras:  otros  nos  recitan  fábulas:  éstos  nos  refie- 
ren alguna  gracia  de  Esopo  (1):  aquellos  dicen  un 
chiste  para  hacerme  reír  y  desarmar  mi  ira. 
Cuando  tales  recursos  nonos  vencen,  se  presentan 
de  pronto  trayendo  sus  hijos  é  hijas  de  la  mano: 
yo  presto  atención:  ellos,  desgreñado  el  cabello, 
prorumpen  en  berridos;  el  padre,  temblando,  me 
suphca  como  á  un  Dios  que  le  absuelva  siquiera 
por  eUos.  «Si  te  es  grata  la  voz  de  los  corderos, 
dice,  compadécete  de  la  de  mi  hijo.»  «Si  te  gusta 
más  la  de  las  puerquecillas  (2),  procura  conmoverte 
con  la  de  mi  hija.»  Entonces  disminuimos  un  poco 
nuestro  furor.  ¿No  es  esto,  decidme,  un  g-ran  poder 
que  nos  permite  despreciar  las  riquezas? 

BDELICLEON. 

Nota  segunda:  el  desprecio  de  las  riquezas.  Dime 
ahora  cuáles  son  esas  ventajas  por  las  cuales  te 
crees  señor  de  la  Grecia. 

FILOCLEON. 

También  cuando  se  examina  la  edad  de  los  niños 
tenemos  el  privilegio  de  verlos  desnudos  (3).  Si 


Glanos  que  llevaban  ramas  de  olivo  en  las  grandes  Panate- 
neas,  y  también  los  que  sólo  servian  para  esta  función. 


(1)  Este  Esopo  no  es  el  célebre  fabulista,  sino  el  autor 
cómico  muy  en  boga  entonces.  ,      ,       .        • 

(2)  Se  reproduce   el  equívoco  de    Los  Acarmenses, 

470  y  siguientes.  ,      •   ,  j 

(3)  Al  ser  inscritos  en  el  registro  de  ciudadanos,  se 
sometía  á  los  niños  á  una  inspección  de  su  sexo. 


48 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


49 


EagTO  (1)  es  citado  ajuicio,  no  consigrae  salir  ab- 
suelto  hasta  después  de  haberuos  recitado  el  más 
hermoso  trozo  de  la  Níobe  (2).  Si  g^na  un  flautista 
el  pleito,  en  pag'o  de  la  sentencia  se  pone  delante 
de  la  boca  la  correa  (3),  y  nos  toca  al  salir  del  tri- 
bunal una  marcha  primorosa.  Cuando  muere  un 
•  padre  disponiendo  con  quién  ha  de  casarse  su  hija 
y  única  heredera,  nosotros  hacemos  caso  omiso  del 
testamento  y  de  la  Conchita  (4)  que  con  tanta  g-ra- 
vedad  cubre  su  sello,  y  entregamos  la  hija  á  quien 
ha  sabido  ganarnos  con  sus  súplicas.  Y  todo  esto 
sin  la  menor  responsabilidad.  Cítame  otro  cargo 
que  teng^  este  privilegio. 

BDEUCLEON. 

Te  felicito  por  ese  privilegio,  que  hasta  ahora  es 
el  único;  pero  eso  de  anular  el  testamento  de  la 
única  heredera,  me  parece  injusto. 

FILOCLEON. 

Además,  cuando  el  Senado  y  el  pueblo  no  saben 
qué  decidir  sobre  algún  grave  asunto,  dan  un 
decreto  para  que  los  acusador  comparezcan  ante 
los  jueces.  Entonces  Evatlo  (5),  y  el  ilustre  Cleó- 
nimo  (6),  garande  adulador  y  arrojador  de  escudos, 


(1)  Célebre  actor  trágico. 

(2)  Tragedia  de  Esquilo  en  que  Eagro  hacía  el  papel 
principal. 

(3)  Costumbres  de  los  flautistas. 

(4)  Se  cubria  el  sello  con  la  valva  de  un  molusco  para 
conservarlo  mejor. 

(5)  Orador  de  mala  reputación.  ( Véase  Zm  hcarnien" 
ses,  710.) 

(6)  El  mismo  citado  varias  veces. 


juran  no  abandonamos  nunca  y  combatir  por  la 
muchedumbre.  Y  dime,  ¿ante  el  pueblo  ha  podido 
nunca  orador  alguno  hacer  prevalecer  su  opinión 
si  no  ha  dicho  antes  que  los  jueces  deben  retirarse 
en  cuanto  hayan  sentenciado  un  solo  pleito?  El 
mismo  Cleon,  que  todo  lo  avasalla  con  sus  alari- 
dos, no  se  abreve  á  mordemos;  al  contrario,  vela 
por  nosotros,  nos  acaricia  y  nos  espántalas  mos- 
cas. ¿Has  hecho  tú  eso  ni  una  vez  siquiera  por  tu 
padre?  Pues,  hijo  mió,  Teoro,  el  mismo  Teoro, 
íiunque  no  vale  menos  que  el  ilustre  Eufemio  (1), 
coge  una  esponja  del  barreño  y  nos  limpia  los  za- 
patos. Considera,  pues,  de  qué  bienes  quieres  ex- 
cluirme y  despojarme:  mira  si  esto  es  servidumbre 
y  esclavitud,  como  decias. 

BDELICLEON. 

Desahógate  á  gusto;  dia  llegará  en  que  conozcas 
que  esa  tu  decantada  autoridad  se  parece  á  un  tra- 
inero, siempre  suc'.o  por  más  que  se  le  lave. 

FILOCLEON. 

Pero  se  me  olvidaba  lo  más  delicioso:  cuando 
entro  en  casa  con  el  salario,  todos  corren  á  abra- 
zarme atraídos  por  el  olorcillo  del  dinero;  enseg-uida 
mi  hija  me  lava,  me  perfuma  los  pies  (2)  y  se  in- 
clina sobre  mi  para  basarme;  me  llama  «papá  que- 
rido» y  me  pesca  con  la  lengua  el  trióbolo  que 
llevo  en  la  boca  (3).  Después  mi  mujercita,  toda 

(1)  Vil  adulador. 

(2)  Costumbre  que  también  se  observa  en  el  lluevo 
testamento. 

(3)  Aristófanes  alude  varias  veces  á  esta  costumbre  de 
llevar  monedas  en  la  boca. 


TOMO  n. 


50 


COMEDÍAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA«i  AVISPAS. 


51 


mimos  y  halagos,  me  presenta  una  torta  riquí- 
sima, se  sienta  á  mi  lado  y  me  dice  cariñosa:  «Come 
esto,  prueba  esto  otro.»  Lo  cual  me  deleita  infinüo, 
y  me  libra  de  miraros  á  la  cara  á  ti  ni  al  mayor- 
domo, para  ver  cuando  os  dignaréis  servirme  la 
comida,  gruñendo   y  maldiciéndome.   Mas  para 
cuando  mi  mujer  no  me  trae  pronto  la  torta,  tengo 
este  quita-pesares  (1),  muralla  en  que  se  estrellan 
todos  los  dardos.  Por  si  no  me  das  de  beber,  he 
traido  este  soberbio  porrón  con  dos  asas  á  modo  de 
orejas  de  asno  (2).  .Cómo  rebuzna  cuando  inclinán- 
dome hacia  atrás  apuro  su  contenido!  Sus  terribles 
cloqueos  ahogan  el  ruido  de  tus  odres.  Mi  poder  es 
por  lo  menos  igual  al  iel  padre  de  los  Dioses;  pues 
hablan  de  mí  como  del  propio  Júpiter.  Cuando 
nos  alborotamos  suelen  decir  todos  los  transeún- 
tes: «Jove  soberano,  cómo  truena  el  tribunal.»  Y 
cuando  lanzo  el  rayo  de  mi  indignación,  ¡oh!  en- 
tonces es  de  ver  cómo  me  halagan  todos,  y  cómo 
el  terror  descompone  el  vientre  á  los  más  ricos  y 
soberbios.  Tú  mismo  me  temes  más  que  ningún 
otro;  sí,  tú,  por  Céres.  Yo,  en  cambio,   que  me 
muera  si  te  tengo  miedo. 

CORO. 

Nunca  habíamos  oído  discutir  con  tanta  preci- 
sión y  habilidad. 

(i)    Su  salario  de  juez. 

(Y)  "Ovo;  significa  vasija  y  asno\  de  aquí  un  juego  de 
palabras  intraducibie.  Literalmente  traducido  este  pasaje, 
es:  Tum  si  mihi  vinum  sitienti  non  infuderis,  asinum  Aití 
adtuli  vino  plenum;...  Ule  auíem  hians  rudit  et  conin 
tuum  turbiiMm  graiide  et  horrendum  pedit. 


FILOCLEON. 

No;  es  que  esperaba  vendimiar  una  viña  aban- 
donada (1);  pues  ya  conoce  bien  mi  superioridad 
en  la  materia. 

CORO. 

¡Qué  bien  lo  ha  dicho  todo!  ¡De  nada  se  ha  olvi- 
dado! Al  oirle  me  sentia  crecer.  Ya  pensaba  estar 
administrando  justicia  en  las  Islas  Afortunadas. 
¡Tal  es  el  encanto  de  su  elocuencia! 

FILOCLEON. 

¡Cómo  se  entusiasma!  ¡Ya  no  cabe  en  el  pellejo! 
Infeliz,  dentro  de  poco  todo  se  le  van  á  antojar 
garrotes. 

CORO. 

Si  quieres  salir  vencedor,  preciso  es  que  emplees 
todos  tus  ardides.  Difícil  es  templar  mi  cólera, 
sobre  todo  hablando  en  contra  mia.  Por  tanto,  si 
nada  bueno  tienes  que  decir,  ya  puedes  buscar 
una  muela  buena  y  recien  cortada  para  quebrantar 
nuestra  ira 

BDELICLEON. 

Ardua,  atrevida  y  superior  á  las  fuerzas  de  un 
poeta  cómico  es  ciertamente  la  empresa  de  des- 
arraigar de  la  ciudad  un  vicio  tan  inveterado.  Pero 
padre  mío,  hijo  de  Saturno...  (2). 

FILOCLEON. 

No  me  des  ese  nombre.  Porque  si  sobre  la  niar- 


(1)  Frase  proverbial  para  indicar  el  abandono  de  ua 
pleito. 

(2)  Es  decir,  viejo  estúi)ido. 


5-2 


COMEDIAS  PE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


53 


cha  no  me  manifiestas  que  soy  un  esclavo,  no  ha- 
brá para  ti  medio  de  librarte  de  la  muerte,  aunque 
me  vea  privado  de  participar  de  los  festines  en  los 
sacrificios  (1). 

BDKLICLEON. 

Escucha,  pues,  padrecito  mió,  y  degarrug:a  un 
poco  tu  fruncido  ceño.  Principia  por  calcular  no 
con  piedrecillas,  sino  con  los  dedos  (la  cuenta  no  es 
difícil),  cuál  es  el  total  de  los  tributos  que  nos  pa- 
gan las  ciudades  aliadas;  á  ellos  agreg-a  los  im- 
puestos personales,  los  céntimos,  las  rentas,  los 
derechos  de  los  puertos  y  mercados  y  el  producto 
de  los  salarios  y  confiscaciones.  En  junto  sumarán 
unos  dos  mil  talentos.  Cuenta  ahora  el  sueldo 
anual  de  los  jueces,  que  son  seis  mil,  pues  nunca 
excedieron  de  este  número,  y  hallarás  que  asciende 
á  ciento  cincuenta  talentos  (2). 


(1)  Por  el  delito  de  homicidio. 

(2)  Artaud  (Comedies  iP Aristopliane ,  traduites  du 
Grec,  t.  I.)  formaliza  esta  cuenta  del  moUo  siguiente,  te- 
niendo presente  que  cada  juez  recibia  tres  óbolos  diarios: 

6.000  jueces,  á  tres  óbolos  al 

dia,  hacen 540.000  óbolos  al  mes. 

Valiendo  seis  óbolos  cada  drac- 

ma,  son 90.000  dracmas,  id. 

Valiendo    400    dracmas    cada 

mina    son 900  minas,       id. 

Valiendo  60  minas  cada  talento 

son 15  talentos,    id. 

De  suerte  que  cada  año  de  iO 

meses,  por  que  los  otros  dos 

estaban  cerrados  los  tribu- 
nales, el  sueldo  de  los  jueces 

asciende  á i50  talentos. 


FILOCLEON. 

De  modo  que  nuestro  sueldo  no  lle^a  á  la  dé- 
cima parte  de  las  rentas  (1) 

BDELICLEON. 

Justamente. 

FILOCLEON. 

¿A  dónde  va  á  parar  todo  lo  demás? 

BDELICLEON. 

A  esos  que  están  diciendo,  siempre:  «nunca  ha- 
remos traición  al  pueblo  ateniense;  siempre  com- 
batiremos por  la  democracia.»  Tú,  padre  mió,  en- 
«•aüado  por  sus  palabra3,  dejas  que  te  dominen. 
Ellos  en  tanto  arrancan  á  los  aliados  los  talentos 
por  cincuentenas,  aterrándoles  con  estas  amena- 
zas: «O  me  pag-ais  tributo,  dicen,  ó  no  dejo  piedra 
sobre  piedra  en  vuestra  ciudad.»  Y  tú  te  contentas 
con  roer  los  zancajos  que  les  sobran.  A  los  aliados, 
en  tanto,  viendo  que  la  multitud  ateniense  vive 
miserablemente  de  su  salario  de  juaz,  se  les  im- 
porta tanto  de  tí,  como  del  voto  ae  Comió;  mas  á 
ellos  les  traen  á  porfía  orzas  de  conservas,  vino, 
tapices,  queso,  miel,  sésamo,  cojines,  frascos,  tú- 
nicas preciosas,  coronas,  collares,  copas,  en  fin 
cuanto  contribuye  á  la  salud  y  á  la  riqueza;  y 
áti,  que  mandas  en  ellos,  después  de  tus  infini- 
tos trabajos  en  mar  y  tierra,  ni  siquiera  te  dan 


(i)  El  total  de  las  rentas  ascendía  á  2.000  talentos, 
<íuya  décima  parte  son  200;  y  el  sueldo  de  los  jueces  sólo 
importaba  150. 


54 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


55 


una  cabeza  de  ajos  para  guisar  tus  pececiUos. 

FILOCLEON. 

Efectivamente,  yo  mismo  he  tenido  que  enviará 
casa  de  Eucárides  (1)  á  por  tres  ajos.  Pero  me  con- 
sumes no  probándome  esa  pretendida  esclavitud. 

BDELICLEON. 

¿No  es  esclavitud,  y  grande  el  ver  á  todos  esos 
bribones  y  á  sus  aduladores  ejerciendo  las  prmci- 
pales  magistraturas  y  cobrando  sueldos  soberbios^ 
¡Tú,  con  tal  que  te  den  los  tres  óbolos  ya  estás  tan 
contento!   ¡Tú,  que  has  ganado  para  ellos  todos 
esos  bienes,  peleando  por  mar  y  tierra  y  sitiando 
ciudades!  Pero  lo  que  más  me  irrita  es  que  te  obh- 
onien  á  asistir  al  tribunal  de  orden  ajena,  cuando 
In  jovenzuelo  disoluto,  el  hijo  de  Quéreas,  por 
ejemplo,  ese  que  anda  con  las  piernas  separadas  y 
aire  afeminado  y  lascivo,  entra  en  casa  y  te  manda 
que  vayas  á  juzgar  muy  temprano  y  á  la  hora 
fijada,  porque  todo  el  que  se  presente  después  de 
la  señal  no  cobrará  el  trióbolo.  Él  en  cambio,  aun- 
que llegue  tarde  cobra  un  dracma  como  abogado 
públicol2).  Después,  si  un  acusado  le  da  algo,  hace 
participe  de  ello  á  3u  colega,  y  ambos  procuran 
arreglar  como  puedan  ei  negocio.  Entonces  es  de 
ver  cómo  á  modo  de  aserradores  de  leña,  uno  lo 


(I)    Músico  derrochador,  que  se  había  arruinado  con 

'"^rtol^'S  recibían  un  dracma  diario,  cuando 
es  aban  encarcadüs  de  alguna  defensa.  Constituían  una 
especie  de  magistratura  anual,  compuesta  de  diez  ciudada- 
nos  elegidos  á  suerte. 


suelta  y  otro  lo  toma;  y  cómo  tú  te  estás  con  la 
boca  abierta  y  con  los  ojos  tijos  en  el  pagador  pú- 
blico, sin  notar  sus  manejos. 

FILOCLEON. 

¡Eso  hacen  conmigo'  ¡  Ah!  ¿Qué  dices?  Me  destro- 
zas el  corazón.  Ya  no  sé  ni  lo  que  pienso  ni  lo  que 
digo. 

BDELICLEON. 

Considera,  pues,  que  tú  y  todos  tus  colegas  po- 
díais enriqueceros  sin  dificultad,  si  no  os  dejaseis 
arrastrar  por  esos  aduladores  que  están  siempre 
alardeando  de  amor  al  pueblo.  Tú,  que  imperas 
sobre  mil  ciudades  desde  la  Cerdeña  al  Ponto,  sólo 
disfrutas  del  miserable  sueldo  que  te  dan,  y  aun  ese 
te  lo  pagan  poco  á  poco,  gota  á  gota,  como  aceite 
que  se  exprime  de  un  vellón  de  lana;  en  fin,  lo  pre- 
ciso para  que  no  te  mueras  de  hambre.  Quieren 
que  seas  pobre,  y  te  diré  la  razón:  para  que  reco- 
nociéndoles por  tus  alimentadores,  estés  dispuesto 
á  la  menor  instigación  á  lanzarttj  como  un  perro 
furioso  sobre  cualquiera  de  aus  enemigos.  Como 
quieran,  nada  les  será  más  fácil  que  alimentar  al 
pueblo.  ¿No  tenemos  mil  ciudades  (1)  tributarias? 
Pues  impóngase  á  cada  una  la  carga  de  mantener 
veinte  hombres,  y  veinte  mil  ciudadanos  (2)  vivirán 


(1)  Algunos  entienden  que  este  número  determinado- 
está  por  otro  indeterminado.  ^«  «^^  i      v  v*«« 

(2)  Demóstenes  calcula  también  en  20.000  los  balitan- 
tes de  Atenas;  Aristófanes  en  Za^  Ju7iteras,\.  i  Aliólo 
hace  ascender  á  30.000,  pero  incluyendo  los  habitantes 
extranjeros. 


56 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


57 


deliciosamente,  comiendo  carne  de  liebre,  llenos 
de  toda  clase  de  coronas,  bebiendo  la  leche  más 
pura  (1),  gozando,  en  una  palabra,  de  todas  las 
ventajas  á  que  les  dan  derecho  nuestra  patria  y  el 
triunfo  de  Maratón.  En  vez  de  eso,  como  si  fuerais 
jornaleros  recolectores  de  aceituna,  seguís  al  paga- 
dor de  sueldos. 

FILOCLEON. 

¡Ay!  súbito  hielo  entorpece  mi  mano;  no  puedo 
sostener  la  espada;  me  siento  desfallecer  (2). 

BDELICLEON. 

Esos  intrigantes  cuando  cobran  miedo  os  dan  la 
Eubea  y  prometen  distribuir  cincuenta  celemines 
de  trigo:  nunca  te  han  dado,  bien  lo  sabes,  más  de 
cinco  celemines,  y  esos  con  mil  molestias,  midién- 
dolos uno  por  uno,  y  exigiéndoLe  previa  justifica- 
ción de  no  ser  extranjero.  Ahí  tienes  por  qué  te 
tengo  encerrado  siempre,  deseando  mantenerte  yo 
mismo  y  librarte  de  insolentes  burlas.  Resuelto  es- 
toy á  darte  cuanto  quieras,  menos  ese  maldito  sa- 
lario. 

CORO. 

¡Cuan  sabio  era  el  que  dijo:  «No  juzgues  sin  ha- 
ber oido  á  ambas  partes!  fA  BdelicleouJ  Ahora  me 
parece  que  tú  tienes  sobrada  razón.  Mi  cólera  se 
calma,  y  lirrojo  estos  garrotes.  fA  Füocleo/i.J  Cede, 


(1)  Lii.:  calostra  et  lac  decoctum.  Llamábase  calostro  la 
primera  leche  de  las  rases  recien  paridas. 

(2)  Parodia  del  verso  tiSQ  de  la  Andrómaca  de  Eurí- 
pides. 


cede  á  sus  consejos,  colega  y  contemporáneo  nues- 
tro; no  seas  obstinado,  ni  hagas  alarde  de  tenacidad 
inflexible.  ¡Ojalá  tuviera  yo  un  pariente  ó  amigo 
que  así  me  aconsejase!  Hoy,  que  se  te  aparece  un 
dios  para  socorrerte  y  colmarte  de  favores,  recíbe- 
los propicio. 

BDELICLEON. 

Sí,  yo  le  mantendré  y  ie  daré  cuanto  un  anciano 
puede  desear:  ricos  puches,  blancas  túnicas,  un 
fino  manto  y  una  cortesana  que  le  frote  los  ríño- 
nes (1).  Pero  se  calla  y  no  dice  esta  boca  es  mía. 
Mala  espina  me  da. 

CORO. 

Es  que  recobra  la  razón  en  el  mismo  punto  que 
lahabia  perdido:  reconoce  su  culpa,  y  se  arrepiente 
de  haber  desoído  tanto  tiempo  tus  exhortaciones 
Quizá  ahora,  más  cuerdo,  se  propone  mudar  de 
costumbres  y  obedecerte  en  todo. 

FÍLOCLEON. 

¡Ay  de  mí! 

BDELICLEON. 

¿Por  qué  esa  exclamación? 

FILOCLEON. 

Déjate  de  promesas;  lo  que  yo  quisiera  era  estar 
allí,  sentarme  allí  donde  el  heraldo  grita:  «El  que 
no  haya  emitido  todavía  su  voto,  que  se  levante.» 
¡Ahí  ¿porqué  no  me  he  de  encontrarjuntoálas 
urnas  y  depositar  en  ellas  el  último  mi  voto?  ¡Apre- 
súrate, alma  mia!  Alma  mía,  ¿dónde  estás?  «Ti- 


(1)    Quaepenem  ei  lumhosque  fricahit. 


$s 


COMEDIAS  I)E  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


99 


nieblas,  abridme  paso»  (1).  ¡Ohl  por  Hércules  lo 
juro,  mi  más  vehemente  deseo  es  sentarme  hoy 
entre  los  jueces  y  convencer  de  robo  á  Cleon. 

BDELICLEON. 

En  nombre  de  los  dioses,  padre  mió,  cede  á  mis 
ruegos. 

FILOCLEON. 

¿Qué  deseas?  Pídeme  cuanto  quieras,  menos  una 
cosa. 

BDELICLEON. 

¿Qué  cosa  es  esa?  Di. 

FILOCLEON. 

Que  no  juzgue;  antes  de  consentirlo,  Pluton  ha- 
brá pronunciado  mi  sentencia» 

BDELICLEON. 

Sea,  ya  que  tanto  te  gusta  administrar  justicia; 
pero  cuando  menos  no  acudas  ya  al  tribunal;  qué- 
date en  casa  y  juzga  á  los  criados  (2). 

FILOCLEON. 

¿Sobre  qué?  ¡Tú  deliras! 

BDELICLEON. 

Haciendo  en  casa  lo  mismo  que  allí:  si  la  criada 
abre  clandestinamente  la  puerta,  la  condenas  á 
una  simple  multa;  es  decir,  exactamente  igual  que 


(4)    Verso  del  Belerofonte  de  Eurípides. 
(2)    Racime  (Les  Piaideurs,  act.  ii,  esc.  xiii)  pone  en 
boca  de  Leandro  igual  proposición. 

Si  pour  vous,  sans  juger,  la  vie  est  un  supplice, 
Si  vous  étes  pressé  de  rendre  la  justice, 
II  ne  faut  point  sortir  pour  cela  de  chez  vous: 
Exercez  le  talent,  et  jugez  parmi  nous. 


en  el  tribunal.  Todo  lo  demás  se  hará  también  como 
allí  se  acostumbra:  cuando  caliente  el  sol,  juzga- 
rás desde  la  mañana  sentado  al  sol;  y  cuando  nieve 
ó  hueva,  sentado  ante  el  hogar:  asi  aunque  te  le- 
vantes al  mediodía,  ningún  tesmoteta  (1)  te  prohi- 
birá  la  entrada  en  el  tribunal. 

FILOCLEON. 

Eso  me  agrada. 

BDELICLEON. 

Además,  si  un  orador  habla  mucho  tiempo,  no 
tendrás  que  esperar  rabiando  de  hambre  á  que  con- 
cluya,  con  gran  tormento  tuyo  y  del  acusado  que 
temetufuror(2). 

FILOCLEON. 

¿Pero  podré  lo  mismo  que  hasta  ahora  conocer 
perfectamente  el  asunto,  si  cómo  en  el  intervalo.^ 

BDELICLEON. 

Mejor  que  en  ayunas.  ¿No  has  oido  decir  á  todo  el 
mundo  que,  cuando  los  testigos  mienten,  los  jue- 
ces sólo  pueden  comprender  el  asunto  á  fuerza  de 
rumiarlo? 

FILOCLEON. 

Me  has  convencido.  Mas  aun  no  me  has  dicho 
quién  me  pagará  los  honorarios. 

BDELICLEON. 

Yo. 

FILOCLEON. 

Bueno,  asi  recibiré  yo  sólo  mi  paga,  y  no  en  com- 

(4)    De  los  nueve  arcontes,  seis  se  llamaban  tesmole- 
tas,  y  presidian  los  tribunales  de  Justicia. 
(2)    Exacerbado  por  la  pesadez  del  abogado. 


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COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


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pañía  de  otro:  porque  hace  poco  ese  bufón  de  Lisís- 
trato  (1)  me  jug-ó  la  más  mala  pasada  que  puede 
imaginarse.  Había  recibido  un  dracma  para  los 
dos,  y  fuimos  á  la  pescadería,  donde  lo  cambio  en 
monedas  de  cobre  (2);  luég-o,  en  vez  de  darme  mi 
parte,  me  puso  en  la  mano  tres  escamas;  yo,  cre- 
yendo que  eran  tres  óbolos,  las  escondí  en  la  boca; 
pero  ofendido  por  el  olor  las  arrojé  en  seguida  y  le 
citó  á  juicio. 

BDELICLEON. 

¿Y  qué  dijo? 

FILOCLEON. 

?.Qué  dijo?  que  yo  tenía  estómag-o  de  grallo.  «Di- 
gieres fácilmente  el  dinero,»  repetía  riéndose. 

BDELICLEON. 

?.Ves  cuánto  vas  ganando  hasta  en  esto? 

FILOCLEON. 

No  poco,  es  verdad.  Pero,  anda,  haz  lo  que  has 
prometido. 

BDELICLEON. 

Espera  un  momento;  en  seg-uida  vuelvo  aquí  con 
todo. 

FILOCLEON. 

¡Mirad  cómo  se  cumplen  los  oráculos!  Yo  había 
oído  que  llegaría  día  en  que  cada  Ateniense  admi- 
nistraría justicia  en  sil  propia  casa,  y  construiría 
en  el  vestíbulo  un  pequeño  tribunal,  como  esas  es- 

(i)  Citado  en  Los  Acarnienses,  V.  854;  v  en  Los  Caba- 
lleros, V.  1.16!>. 

(2)  Como  el  dracma  valía  seis  óbolos,  solía  darse  uno 
para  cada  dos  jueces. 


tatúas  de  Hécate  que  se  colocan  delante  de  las 
puertas. 

BDELICLEON. 

Heme  aquí:  ¿qué  tienes  que  decir?  traigo  todo  lo 
que  te  dije  y  mucho  más.  Este  bacín  puede  col- 
garse á  tu  lado  para  cuando  lo  necesites  (1). 

FILOCLEON. 

iFelíz  ocurrencia!  ¡Excelente  remedio  para  pre- 
servar á  un  viejo  de  la  retención  de  orina! 

BDELICLEON. 

Aquí  traigo  además  un  hornillo  con  una  escu- 
dilla llena  de  lentejas,  por  sí  se  te  ocurre  comer. 

FILOCLEON. 

Muy  bien,  muy  bien;  de  modo  que  cobraré  mi 
salario,  aunque  tenga  calentura,  y  podré  comer 
lentejas  sin  moverme  de  aquí.  Mas  ¿para  qué  me 
traes  ese  gallo? 

BDELICLEON. 

Para  que  si  te  duermes  durante  la  defensa  de  una 
causa,  te  despierte  cantando  encima  de  tí. 

FILOCLEON. 

Sólo  echo  de  menos  una  cosa;  todo  lo  demás  me 
satisface. 

BDELICLEON. 

¿Cuál? 

FILOCLEON. 

¿Sí  pudieras  traer  la  estatua  de  Lico?  (2) 


(1)  Si  mingere  velis. 

(2)  Véase  la  nota  al  verso  389  de  esta  comedia.. 


62 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


63 


BDELICLEON. 

Hela  aquí;  parece  el  mismo  héroe. 

FTLOCLEON. 

¡Oh  héroe  mi  señor!  ¡Cuan  terrible  es  tu  aspecto; 
es  el  retrato  de  Cleónimo. 

SOSIAS. 

Por  eso,  aunque  es  un  héroe,  no  tiene  armas  (1). 

BDELICLEON. 

Si  te  sientas,  someteré  en  seguida  á  tu  decisión 
una  causa. 

FILOCLEON. 

Venga  al  punto:  hace  cien  años  que  estoy  sen- 
tado. 

BDELICLEON. 

Veamos;  ¿por  qué  causa  principiaremos?  ¿habrá 
faltado  alguno  de  los  criados?  ¡Ah!  Trata  (2),  que 
hace  poco  se  dejó  quemar  el  puchero... 

FILOCLEON. 

¡Eh!  detente:  me  has  puesto  al  borde  del  abis- 
mo. ¿Cómo  pretendes  que  actúe  el  tribunal  sin  ba- 
laustrada^ Precisamente  es  para  nosotros  lo  má? 
sagrado. 

BDELICLEON. 

Es  verdad,  por  Jíipiter.  Corro  á  casa  y  la  traigo 
volando.  ¡Lo  que  es  la  costumbre! 


(i)    Alusión  á  la  cobardía  de  Cleónimo,  que  huyó  arre- 
ando las  íirmas. 
(2)    Nombre  de  una  esclava. 


JÁNTIAS. 

¡Diántre  de  animal!  ¿Es  posible  que  demos  de 
comer  á  semejante  perro? 

BDELICLEON. 

¿Qué  pasa? 

JÁNTIAS. 

Nada,  que  Labes  (1),  tu  perro,  ha  entrado  en  la 
cocina,  ha  robado  un  magnífico  queso  de  Sicilia,  y 
se  lo  ha  engullido. 

BDELICLEON. 

Ya  tenemos  la  primera  causa  en  que  ha  de  en- 
tender mi  padre.  fA  Jántias.)  Comparece  tú  como 
acusador. 

JÁNTIAS. 

Yo  no,  por  vida  mia;  otro  perro  dice  que  presen- 
tará la  acusación,  si  se  instruye  el  proceso. 

BDELICLEON. 

Bueno;  tráete  acá  los  dos. 

JÁNTIAS. 

Es  lo  que  hay  que  hacer. 

FILOCLEON. 

¿Qué  es  eso? 

BDELICLEON. 

La  gamella  de  los  cerdos  consagrados  á  Vesta  (2) . 

FILOCLEON. 

¿Osas  poner  sobre  ella  tus  sacrilegas  manos? 


(1)  Con  el  perro  Labes  se  alude  á  Laques,  de  quien  an- 
tes se  h^  hecho  mención.  Aristófanes  parece  acusarle  de 
haberse  dejado  ganar  por  los  Sicilianos.  ,...„, 

(2)  La  trae  para  que  sirva  de  balaustrada  al  tribunal. 


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COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


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BDELICLEON. 

Ino;  principiando  por  sacrificar  á  Vesta  (1),  tri- 
turaré á  mi  adversario. 

FTLOCLEON. 

Vamos,  vamos,  principia  pronto  la  acusación; 
yo  ya  sé  cuál  castig-o  ha  de  imponerse. 

BDELICLEON. 

Deja  que  te  traig-a  las  tablillas  y  el  estilo. 

FILOCLEON. 

¡Oh!  ¡Me  mueles  y  me  asesinas  con  tus  dilacio- 
nes! Lo  mismo  me  era  escribir  en  la  arena. 

BDELICLEON. 

Ten. 

FILOCLEON. 

Cita,  pues. 

BDELICLEON. 

Ya  estoy. 

FILOCLEON. 

¿Quién  es  ese  primero? 

BDELICLEON. 

¡Oh,  qué  memoria  la  mia!  Esto  es  atroz.  ¿Pues 
no  se  me  han  olvidado  las  urnas  de  los  votos? 

FILOCLEON. 

Eh,  tú,  ¿á  dónde  vas? 

BDELICLEON. 

A  por  las  urnas. 

FILOCLEON. 

Es  inútii;  me  serviré  de  estos  cacharros. 


BDELICLEON. 

Muy  bien;  ya  tenemos  todo  lo  necesario,  excepto 
la  clepsidra. 

FILOCLEON. 

¿No  puede  pasar  por  clepsidra  este  bacin? 

BDELICLEON. 

Eres  ingenioso  para  proporcionarte  los  útiles 
precisos  y  acostumbrados.  Pronto,  traed  fuego, 
mirtos  é  incienso  para  que  principiemos  por  invo- 
car á  los  Dioses. 

CORO. 

Durante  vuestras  libaciones  uniremos  nuestros 
votos  á  loá  vuestros,  congratulándonos  de  que  una 
reconciliación  tan  generosa  haya  seguido  á  vues- 
tras disputas  y  querellas. 

BDELICLEON. 

Principiad,  pues,  por  g-uardar  un  silencio  reli- 
gioso. 

CORO. 

¡Oh  Febo!  ¡Oh  Apolo  Fitio!  Haz  que  el  neg-ocio 
que  va  á  resolverse  delante  de  esa  puerta,  sea  para 
bien  de  todos  nosotros,  Kbres  ya  de  nuestros  er- 
rores. ¡Oh  Pean! 

BDELICLEON. 

¡Oh  Dios  poderoso,  Apolo  Agieo  que  velas  ante 
el  vestíbulo  de  mi  casa!  (1)  Acepta  este  nuevo  sacri  - 
ficio  que  te  ofrezco  para  que  te  di^es  suavizar  el 


(i)    Frase  proverbial  como  la  de:  Al  Jove principium. 


(i)  Ante  las  puertas  de  las  casas  se  colocaban  altares, 
columnas  ó  conos  en  honor  de  Apolo,  llamado  Affieo^ 
'Ayuieú<;;  que  preside  las  calles. 


TOMO  II. 


66 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


67 


humor  áspero  é  intratable  de  mi  padre.  ¡Oh  rey! 
endulza  con  alg-unas  g-otas  de  miel  su  avinagrado 
corazón;  que  sea  en  adelante  clemente  con  los 
hombres;  más  compasivo  con  los  reos  que  con  los 
acusadores;  sensible  á  las  súplicas,  y  que  pierda  su 
carácter  esa  furia,  dolorosa  para  el  que  se  acerca, 
como  las  ortigas. 

CORO. 

Nosotros  unimos  á  los  tuyos  nuestros  votos  en 
favor  del  nuevo  magistrado.  Pues  te  queremos, 
Bdelicleon,  desde  qr^e  nos  has  dado  á  conocer  que 
amas  al  pueblo  como  ningún  otro  joven. 

BDELICLEON. 

Si  hay  algún  juez  fuera,  que  entre;  pues  en 
cuanto  se  principie  la  vista  no  se  dejará  entrar  á 
nadie. 

FILOCLEON. 

¿Quién  es  ese  acusado^  ¡Qué  condena  le  aguarda! 
BDELICLEON  (1)   (coí/w  acmadoi'J. 

Oid  el  acta  de  acusación  (2).  La  suscribe  un 
perro  üidatenense  contra  Labes  de  Exona,  al  que 
acusa  de  haberse  comido  él  sólo,  contra  toda  razón 
y  derecho,  un  queao  de  SiciUa.  La  pena  una  argo- 
lla de  higuera. 

FILOCLEON. 

o  la  muerte  canina  si  se  le  prueba. 


(1)  Otras  ediciones  ponen  la  acusación  en  boca  de 

Jántias.  ,     -, 

(2)  Aristófanes  observa  en  toda  esta  escena  las  fürmu- 

las  forenses. 


BDELICLEON. 

Aquí  está  Labes  e^  acusado. 

FILOCLEON. 

[Ah  maldito!  ¡Qué  traza  de  ladrón  tienes!  ¿Si 
creerá  que  me  va  á  engañar  apretando  los  dientes? 

BDELICLEON. 

¿Dónde  está  el  querellante,  el  perro  Cidate- 
nense?  (1) 

EL  PERRO. 

¡Guau!  jGuau! 

BDELICLEON. 

Aquí  está. 

FILOCLEON. 

Ese  es  otro  Labes,  bueno  sólo  para  ladrar  y  lamer 
ollas. 

BDELICLEON  (2)  (kacíendo  de  heraldo). 
Calla  y  siéntate.  Tú  (á  Jántias)^  sube  y  acusa. 

FILOCLEON. 

Vamos,  en  tanto  voy  á  servirme  y  sorberme  las 
lentejas. 

JÁNTIAS  ('acmadorj. 

Ya  habéis  oido,  oh  jueces,  el  escrito  de  acusa- 
ción que  he  presentado  contra  Labes:  ha  cometido 
contra  mí  y  los  marinos  la  más  indigna  felonía;  se 
metió  en  un  rincón  oscuro,  robó  un  enorme  queso 
de  Sicilia,  y  atracándose  en  las  tinieblas...  (3) 


(i)    Cidatene  era  una  aldea  ó  demo  del  Ática. 

(2)  En  otras  ediciones  Sosias  hace  el  papel  de  he- 
raldo. 

(3)  Hay  en  todo  esto  alusiones  continuas  á  la  conducta 
de  Laques'. 


LAS  AVISPAS. 


69 


68 


COMEDIAS  PE  AUl  TÓFANES 


FILOCLEON. 

Baf^ta,  tasta;  el  hecho  está  probado:  el  ^n 
canalla  acaba  de  soltar  junto  á  mis  nances  un 
eructo  que  apesta  á  queso. 

JÁNTIAS. 

...Se  negó  á  darme  la  parte  que  le  pedia-  Ahora 
bien;  ^.podrá  prestaros  servicio  alg-uno  quien  no  da 
nada  á  vuestro  perro  leal? 

FILOCLEON. 

^.No  ha  dado  nada? 

JÁNTIAS. 

¡Nada  á  mí,  á  su  compañero! 

l'ILOCLEON. 

Se  conoce  que  el  mezo  tiene  los  cascos  tan  calien- 
tes como  estas  lentejas. 

liDELICLEON. 

Por  favor,  padre  mió;  no  sentencies  antes  de 
haber  escuchado  á  los  dos. 

FILOCLEON. 

Pero,  querido,  si  la  cosa  está  clara;  si  está  cla- 
mando justicia. 

JÁNTIAS. 

No  le  absolváis:  es  el  perro  más  egoísta  y  voraz; 
recorre  en  un  instante  todo  el  molde  de  un  queso, 
y  se  engalle  la  costra  que  le  recubre  (1). 

FILOCLEON. 

Ni  siquiera  me  ha  dejado  con  que  cerrar  las  grie- 
tas de  mi  urna. 


(1)  El  doble  sentido  de  las  palabras  griegas  hace  me 
tod./  cuanto  so  dice  del  perro  Labes  pueda  aplicarse  á  la 
rapacidad  de  Laques  y  á  sus  concusiones  en  biciua. 


JÁNTIAS. 

Castigadle;  una  sola  casa  no  puede  mantener  dos 
ladrones;  yo  no  quiero  ladrar  con  el  estómago  va- 
cío; castigadle,  pues,  ó  dejaré  de  ladrar. 

FILOCLEON. 

¡Oh!  ¡Oh!  ¡Cuántas  maldades!  El  mozo  es  ladrón 
de  veras.  ^.No  te  parece  lo  mismo,  gallo  mió?  ¡ Ah! 
sí,  se  adhiere  á  mi  opinión.  ¡Eh,  Tesmoteta!  ¿Dónde 
estás?  Dame  el  bacin. 

BDELICLEON. 

Cógelo  tú,  que  yo  estoy  llamando  los  testigos. 
Testigos  de  Labes,  compareced:  son  un  plato,  una 
mano  de  mortero,  un  cuchillo,  unas  parrillas,  una 
olla  y  otros  utensilios  medio  quemados.  ¿Acabas  de 
hacer  aguas?  ¿Ó  no  va3  á  sentarte  nunca? 

FILOCLEON. 

Aún  no;  pero  creo  que  ese  pasará  hoy  á  ma- 
yores (1). 

BDELICLEON  fd  FllOCleOIbJ, 

¿Serás  siempre  duro  ó  intratable  con  los  reos? 
¿Cebarás  siempre  en  ellos  tu  furor?  (Ai  musddoj 
Sabe  y  defiéndete.  ¿Por  qué  te  callas?  Habla. 

FILOCLEON. 

Parece  que  no  tiene  nada  que  alegar. 

BDELICLEON. 

Sí  que  tiene,  pero  se  me  figura  que  le  pasa  lo 
que  á  Tucídides  (2)  en  otra  ocasión,  cuando  la  sor- 


(i)     Cacaturum. 

(2)    Sobre  Tucídides  y  el  hecho  á  que  se  alude,  véase  la 
nota  á  la  Parábasis  de  Los  Acamienses. 


70 


COMEDIAS  DK  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


71 


presa  le  cerró  la  boca.  Retírate:  yo  rae  encarg-o 
de  tu  defensa.  Ya  comprendereis,  oh  jueces,  lo 
comprometido  que  es  defender  á  un  perro  acu- 
sado de  crimen  tan  atroz.  Hablaré  no  obstante.  En 
primer  lug'ar,  es  valiente  y  ahuyenta  los  lobos. 

FILÜCLEON. 

Pero  es  ladrón  y  conspirador. 

BDELICLEON. 

No,  por  Júpiter;  es  el  mejor  de  los  perros,  capaz 
de  ^lardar  el  rebaño  más  numeroso. 

FILÜCLEON. 

¿Qué  importa  si  se  come  el  queso? 

BDlíLICLEON. 

Pero  en  cambio  te  defiende,  te  guarda  la  puerta, 
y  tiene  otras  inmejorables  cualidades.  Si  cometió 
alg-un  hurto,  hay  que  perdonárselo.  ¿No  ves  que  es 
un  ignorantón  que  ni  aun  tocar  la  lira  sabe? 

FILÜCLEON. 

¡Ojalá  tampoco  supiera  escribir!  asi  no  hubiera 
redactado  su  defensa. 

BDELICLEON. 

Oye,  honrado  juez,  ámis  testigos.  Acércate,  buen 
cuchillo,  y  declara  en  voz  alta.  Tú  eras  entonces 
pagador.  Responde  claro.  ¿No  partiste  las  porciones 
que  debían  ser  distribuidas  á  los  soldados?  —  Dice 
que  sí  las  partió. 

FILOCLEON. 

Pues  miente  el  bellaco. 

BDELICLEON. 

lOh  compasivo  juez,  ten  piedad  de  su  infortunio! 
El  infeliz  Labes  siempre  come  espinas  y  cabezas  de 


pescados;  no  para  un  momento  en  un  sitio:  ese 
otro  sólo  sirve  para  guardar  la  casa  (1);  y  ya  sabe 
lo  que  se  hace;  así  reclama  una  parte  de  todo  lo  que 
traen,  y  al  que  no  se  la  da,  le  clava  el  diente. 

FILÜCLEON. 

¡Ih,  estoy  enfermo!  ¡Se  me  figura  que  blandeo! 
¡Oh  desgracia!  ¡Yo  enternecido! 

BDELICLEON. 

Yo  te  lo  ruego,  padre  mió,  compadeceos  de  él, 
no  le  condenéis  (2).— ¿Dónde  están  sus  hijos?  Acer- 
caos, infelices.  Aullad,  suplicad,  llorad  sin  con- 
suelo. 

FILOCLEON. 

Baja,  baja,  baja,  baja  (3). 

BDELICLEON, 

Bajaré,  aunque  esa  palabra  «baja»  ha  engañado 
á  muchos.  No  obstante,  bajaré. 

FILÜCLEON. 

¡Vete  al  infierno!  ¿por  qué  habré  comido  esas 
lentejas?  ¿Pues  no  he  llorado?  Creo  que  esto  no  me 
hubiera  sucedido  si  no  me  hubiera  atracado  de  esas 
malditas  lentejas. 

BI>ELICLEON. 

¿Será,  pues,  absuelto? 

FILOCLEON. 

No  he  dicho  tal  cosa. 


(4)    Alude  á  Cleon,  acusador  de  Laques. 

(2)  Habla  en  plural,  como  ante  un  tribunal  contípleto. 

(3)  De  la  tribuna.  La  frase  de  Filocleon  indica  que  da 
por  terminada  la  vista. 


72 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


73 


BDELICL^ÍON. 

Vamos,  parlrecito  mió,  sé  más  humano.  Cog-e  tu 
voto;  da  un  paso  atrás;  écíia'o  en  la  seg'unda 
urna  (1),  cerrando  un  poco  lo.i  ojos.  Absuélvelo, 
padro  mió. 

FILOCLEON. 

No:  tampoco  jo  sé  tocar  la  lira. 

BDSLTCLSON. 

Vén,  te  llevaré  yo  mismo. 

FILOCLlíON. 

¿Es  esta  la  primera  urnaV  (2). 

BDEUCLEON. 

Esa. 

FILOCLEON. 

Pues  aquí  hecho  mi  voto. 

BDELICLEON. 

Cayó  en^eljazo,  y  lo  absolvió  sin  saberlo  (3j. 

FILOCLEüN. 

Veamos;   vuelve  la  urna.  ¿Cuál  es  el  resultado? 

BDELTCLEÜN. 

Míralo.  Labes,  has  sido  absuelto.  ¡Padre!  ¡padre 
¿qué  te  pasa?  ¡Ag-ua,  ag'ua!  vamos,  recóbrate. 

FILOCLEON. 

Dime,  ¿de  veras  ha  sido  absuelto? 

BDELICLEON. 

Sí. 


(1)  La  de  absolución.  En  el  tribunal  se  colocaban  dos 
urnas:  en  la  que  estaba  delante  se  echaban  los  votos  con- 
denatorios, y  en  la  de  atrás  los  de  la  absolución. 

(2)  Es  decir,  la  de  absolver. 

¡3)    Estas  palabras  laa  dice  Bdelicleon  aparte. 


FILOCLEON. 

¡Ah,  soy  perdido' 

BDELICLEON. 

Valor,  padre  mió,  no  te  aflijas. 

FILOCLEON. 

¿Cómo  podré  resistir  la  pena  de  haber  absuelto  á 
uu  criminal?  ¿Qué  va  á  ser  de  mí?  ¡Oh  santos  dio- 
ses, perdonadme;  lo  hice  á  pesar  mió;  esa,  yd  lo 
sabéis,  no  es  mi  costumbre! 

BDELICLEON. 

No  lo  tomes  taa  á  pecho,  padre  mió;  yo  te  daré 
uaa  vida  reg'alada;  te  llevaré  á  cenas  y  convi- 
tes; vendrás  conmig-o  á  todas  las  fiestas,  y  pasarás 
dLilcemente  el  resto  de  tu  existencia:  ya  no  se  bur- 
lará de  tí  Hipérbolo.  Pero  entremos. 

FILOCLEON. 

Haz  lo  que  gfustes. 


CORO. 


Id  alegres  á  donde  queráis.  Escuchad,  en  tanto, 
innumerables  espectadores,  nuestros  prudentes 
consejos,  y  procurad  que  no  caig*an  en  saco  roto: 
esa  falta  es  propia  de  un  auditorio  ig-noraate;  vos- 
otros no  la  podéis  cometer  (1). 

Ahora,  si  amáis  la  verdad  desnuda  y  el  leng-uaje 
sin  artificios,  prestadme  atención,  oh  pueblo.  El 
poeta  quiere  haceros  alg-unos  carg'os.  Está  quejoso 
de  vosotros,  que  antes  le  acogisteis  tan  bien, 


(1)    El  coro  se  vuelve  para  recitar  la  Pardbasis. 


74 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES. 


LAS   AVISPAS. 


75 


caando  imitando  unas  veces  al  espíritu  profético 
oculto  en  el  vientre  de  Burieles  (1),  liizo  que  otros 
poetas  os  presentasen  muchas  comedias  suyas  (2), 
y  afrontando  otras  cara  á  cara  el  peli^o  dirigió 
por  su  mano  sin  ajeno  auxilio  los  vuelos  de  su 
Musa.  Colmado  por  vosotros  de  g-loria  y  honores, 
como  ning-un  otro  vate,  no  creyó,  sin  embargo, 
haber  llegado  á  la  cúspide  de  la  perfección,  ni  se 
enorgulleció  por  ello,  ni  recorrió  las  palestras  para 
corromper  á  la  juventud  díslumbrada  por  sus 
triunfos  (3).  Noblemente  resuelto  á  que  las  Musas 
que  le  inspiran  no  descienda-,  jamás  al  oficio  de 
viles  alcahuetas,  ha  desoldó  las  reclamaciones  del 
amante,  quejoso  de  ver  ridiculizado  el  objeto  de 
su  torpe  pasión.  Ya  en  el  extremo  de  su  carrera 
dramática  no  luchó  con  hombres,  sino  que  mane- 
jando intrépido  la  clava  de  Hércules,  hubo  de  ata- 
car á  los  mayores  monstruos.  Principió  (4)  por 
acometer  audazmente  á  aquella  horrenda  fiera,  de 
dientes  espantosos,  ojos  terribles,  ñameantes  como 
los  de  Cinna  (5),  rodeado  de  mil  infames  adulado- 


(4)  Adivino  ventrílocuo,  que  respondía  á  las  consultas 
haciendo  creer  que  no  ero  él  quien  hablaba,  sino  un  genio 
misterioso  oculto  en  su  vientre.  Llegó  á  generalizarse  su 
sistema  hasta  darse  el  nombre  de  Euríclides  á  sus  imita- 
dores. En  tiempo  de  Plutarco  los  nombres  Burieles  y  adi- 
vino eran  y:i  sinónimos. 

(2)  Aristófanes  presentó  varias  de  sus  comedias  coQ 
los  nombres  de  los  autores  Filónides  y  Calistrato. 

(3)  Esto  se  cree  dirigido  contra  Eupólis. 

(4)  En  Los  Caballeros  (passim),  donde  tan  denodada  y 
rabiosamente  atacó  á  Cleon,  que  es  la  fiera  descrita. 

(5)  Meretriz  ateniense. 


res  que  á  porfía  le  lamen  la  cabeza;  de  voz  estruen- 
dosa como  la  de  destructor  remolino;  de  olor  á  foca 
y  de  partes  secretas,  que  por  lo  inmundas  recuer- 
dan las  de  los  camellos  (1)  y  las  lamias  (2).  A  la  vista 
de  semejante  monstruo  el  miedo  no  le  arrancó  re- 
galos para  apaciguarle;  ai  contrario,  sintió  aumen- 
tarse su  valor  para  defenderos.  Así,  el  año  último 
dii-igió  de  nuevo  sus  ataques  contra  esos  vampi- 
ros (3)  que,  pálidos,  ab/asados  por  incesante  fie- 
bre, estrangulaban  en  las  tinieblas  á  vuestros 
padres  y  abuelos,  y  acostados  en  el  lecho  de  los 
ciudadanos  pacíficos  enemigos  de  cuestiones, 
amontonaban  sobre  ellos  procesos,  citaciones  y 
testigos,  hasta  el  punto  de  que  muchos  acudieron 
aterrados  al  Polemarca  (4).  Esto  no  obstante,  el 
ano  pasado  abandonasteis  al  denodado  defensor 
que  puso  todo  su  ahinco  en  purgar  de  tales  males  á 
la  patria,  y  le  abandonasteis  precisamente  cuando 
sembraba  pensamientos  de  encantadora  novedad, 

(1)  Lit.:  illolos  LamicB  coleos,  culum  cameli. 

(2)  Lamia,  hija  de  Belo  y  Libia,  fué  amada  por  Júpiter. 
Juno,  celosa,  mató  á  todos  los  hijos  de  esta  unión,  lo  cual 
produjo  tal  furor  á  Lamia,  que  se  precipitaba  sobre  cuan- 
tos niños  veia  para  hacerles  sufrir  la  misma  suerte  que  á 
los  suyos.  Júpiter  le  permitió  tomar  todas  las  formas  que 
quisiera  para  saciar  su  rabia.  Esta  idea  que  los  antiguos 
lenian  de  Lamia,  como  de  un  monstruo  indefinido,  movió 
quizá  á  Aristófanes  á  escogerla  para  representar  á  Cleon. 

(3)  Los  sofistas  atacados  en  Las  Nub^s  fpassimj. 

(4)  El  tribunal  presidido  por  el  Polemarca,  nombre  del 
tercer  arconte,  entendia  en  todos  los  negocios  relativos  á 
domiciliados  y  extranjeros.  La  cualidad  de  extranjero  y 
la  privación  de  los  derechos  de  ciudadano  que  traia  con- 
sigo, eran  motivo  de  frecuentísimos  pleitos  en  Atenas. 


76 


COMKDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


77 


cayo  crecimiento  impedisteis  por  no  haberlos  com- 
prendido bien(l);  el  autor,  sinembar^^o,  jura  á  me- 
nudo entre  estas  libaciones  á  Baco,  que  jamás 
oisteis  versos  cómicos  mejores  que  ios  suyos.  Ver- 
gonzoso es  que  no  entendieseis  de  seguida  su  inten- 
ción profunda;  pero  al  poeta  le  consuela  el  no 
haber  desmerecido  en  la  opinión  de  los  doctos, 
aunque  se  haya  estrellado  su  esperanza  por  vencer 
en  audacia  á  sus  rivales. 

En  adelante,  queridos  Atenienses,  amad  y  hon- 
rad más  á  los  poetas  que  procuran  deleitaros  con 
nuevas  invenciones:  recoged  sus  pensamientos  y 
guardadloLí  en  vuestras  arcas  como  manzanas  olo- 
rosas. Si  asi  lo  hiciereis,  vuestros  vestidos  exhala- 
rán todo  el  año  un  sua/e  perfume  de  sabiduría. 

En  otro  tiempo  éramos  infatigables  en  la  danza, 
infatigables  en  la  guerra,  infatigables,  sobretodo, 
ea  las  lides  amorosas.  ¡Todo,  todo  ha  pasado!  La 
blancura  de  nuestros  cabellos  vence  ya  á  la  del 
cisne;  fuerza  será,  sin  embargo,  reanimar  en  estos 
restos  el  vigor  juvenil;  pues  mi  vejez,  según  creo, 
vale  más  que  los  rizos,  adornos  y  disolutas  cos- 
tumbres de  muchos  jovenzuelos. 

Espectadores;  si  alguno  de  vosotros  se  asombra 
al  vemos  vestidos  do  avispas  y  no  comprende  el 
objeto  de  nuestro  aguijón,  fácilmente  disiparé  su 
ignorancia.  Nosotros,  á  quienes  veis  asi  armados 
por  d*etras,  somos  la  gente  ática  única  verdadera- 


mente noble  y  autóctona;  raza  valerosísima  que 
tan  insignes  servicios  prestó  á  la  república  cuando 
el  bárbaro,  ganoso  de  arrojarnos  de  nuestras  col- 
menas, invadió  este  territorio  llevando  delante  de 
sí  el  incendio  y  la  desolación.  Al  punto  corrimos  á 
su  encuentro,  y  armados  de  escudo  y  lanza  (1),  les 
atacamos.  La  ira  hervía  en  nuestros  pechos;  nos 
tocábamos  hombre  con  hombre;  nos  mordíamos 
los  labios  de  coraje,  y  una  nube  de  dardos  oscure- 
cía el  cielo  (2):  por  fin,  con  ayuda  de  los  Dioses  los 
derrotamos  á  la  caída  de  la  tarde.  Antes  del  com- 
bate una  lechuza  había  pasado  sobre  nuestro  ejér- 
cito (3).  Después  les  perseguimos,  clavándoles 
nuestro  aguijón  como  furiosos  tábanos;  ellos 
huían  y  nosotros  les  picábamos  las  mejillas  y  la 
frente;  así  es  que  para  los  bárbaros  nada  hay  ya 
tan  temible  como  la  avispa  ática. 

Terribles  éramos  en  aquel  tiempo:  nada  nos 
amedrentaba:  á  bordo  de  las  tríremes  extermina- 
mos los  enemigos.  No  nos  cuidábamos  entonces 
de  perorar  elegantemente,  ni  de  calumniar  á  nadie; 
toda  nuestra  ambición  se  cifraba  en  ser  el  mejor 
remero.  De  este  modo  ganamos  á  los  persas  mu- 


(i)    Se  refiere  á  Las  Nubes,  cuya  primera  representa- 
ción tuvo  mala  acogida. 


(i>    Alusión  á  la  batalla  de  Maratón. 

(2)  Alusión  á  la  frase  de  Leónidas,  contestando  al  men- 
sajero que  le  decia  que  los  dardos  de  los  persas  oscure- 
cían el  sol:  «Mejor,  así  pelearemos  á  la  sombra.» 

(3)  El  paso  de  una  lechuza,  ave  consagrada  á  Minerva, 
se  consideraba  como  un  augurio  Oe  victoria.  La  circuns- 
tancia mencionada  por  Aristófanes  es  histórica.  (Plut., 
Vida  de  Temíst,.  xv.i 


78 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


79 


chas  ciudades  (1).  Y  á  nuestro  valor  se  deben  prin- 
cipalmente 3S0S  tributos  que  hoy  derrochan  los 
jóvenes  (2). 

Si  nos  miráis  con  detención,  observaréis  que 
somos  semejantes  á  las  avispas  en  nuestras  cos- 
tumbres y  modo  de  vivir.  En  primer  liig^r,  cuando 
se  nos  irrita  no  hay  animal  más  colérico  é  intrata- 
ble; y  en  todo  lo  demás  hacemos  lo  que  ellas.  Re- 
unidos en  enjambres  nos  repartimos  en  diferentes 
avisperos:  unos  vamos  á  juzgar  con  el  Arconte  ¡3^, 
otros  al  Odeon  (4J,  otros  con  los  Once  (5),  y  otros, 
pecados  á  la  pared  (6)  con  la  cabeza  baja  y  sin 
moverse  apenas,  nos  parecemos  h  las  larvas  encer- 
radas en  su  capullo.  El  procurarnos  la  subsistencia 
nos  es  sumamente  fácil,  pues  nos  basta  para  ello 


(i)  Los  Atenienses  se  hicieron  entonces  dueños  de  las 
islas  de  Lésbos,  Náxos,  Paros,  Sámos  y  otrí»s  menos  im- 
portantes. 

(2)  Los  demngogos,  que  gastaban  las  rentas  del  Estado 
en  dádivas  y  sueldos  para  nnanfener  su  influencia. 

(3)  El  tribunal  del  Arconte  epónimo,  al  que  parece  re- 
ferirse Arisiüfanes,  entendia  da  las  tutelas  y  pleitos  entre 
parientes. 

(4)  En  el  Odeon,  magnífico  teatro  construido  por  Ferí- 
eles, donde  tenian  lugar  los  certámenes  musicales,  se 
hacían  las  distribuciones  de  harina,  lo  cual  daba  lugar  á 
disputas  que  exigían  la  presencia  de  los  magistrados. 

(5)  El  tribunal  de  los  Once  entendia  en  "los  robos  co- 
metidos de  día  que  no  excediesen  de  cincuenta  dracmas 
y  de  todos  los  de  noche.  Sus  miembros  tenian  á  su  cargo 
la  custodia  de  las  prisiones  y  la  ejecución  de  las  sentencias 
de  muerte.  Sócrates  desde  su  condena  quedó  bajo  la  vigi- 
lancia de  los  Once. 

(6)  Parece  referirse  á  los  zttyottoioX,  magistrados  en- 
cargados de  la  construcción  y  reparación  de  las  murallas. 


picar  al  primero  que  se  presenta.  Pero  hay  entre 
nosotros  zánganos  desprovistos  de  ag-uijon,  que  se 
comen  sin  trabajar  el  fruto  de  nuestros  afanes.  Y 
es  doloroso,  ciudadanos,  que  quien  nunca  peleó, 
quien  nunca  se  hizo  una  ampolla  manejando  el 
remo  ó  la  lanza  en  defensa  de  la  república,  se  apo- 
dere así  de  nuestro  salario.  Por  tanto,  opino  que 
en  adelante  quien  no  teng-a  aguijón  no  cobre  el 
trióbolo. 


FILOCLEON. 

No,  jamás  mientras  viva  dejaré  de  llevar  este 
manto,  al  que  debí  la  sal7acion  en  aquella  batalla 
cuando  el  Bóreas  se  desencadenó  furioso  (1). 

BDELICLEON. 

¿No  deseas  tu  comodidad? 

FILOCLEON. 

¡Por  vida  de  Júpiter,  no  hay  más  que  hacerse 
hermosos  trajes!  El  otro  dia  me  ensucié  tanto  atra- 
cándome de  peces  fritos,  que  tuve  que  pagar  tres 
óbolos  al  quita-manchas. 

BDELICLEON. 

Una  vez  que  te  has  puesto  en  mis  manos,  ensaya 
este  nuevo  género  de  vida,  y  déjame  cuidarte. 

FILOCLEON. 

Bueno,  ¿qué  quieres  que  haga? 


(1)    Alusión  ú  la  deshecha  borrasca  que  desbarató  la  es- 
cuadra persa  cerca  de  Artemísium. 


80 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


81 


BDELICLEON. 

Quítate  ese  manto  ordinario,  y  ponte  en  su  lugar 
este  más  fino. 

FILOCLEON. 

Valía  la  pena  de  engendrar  y  criar  hijos  para 
que  éste  pretenda  ahora  asfixiarme  (1). 

BDELICLEON. 

Ea,  póntelo  y  calla. 

FILOCLEON. 

Por  los  dioses,  ^.qué  especie  de  vestido  es  este? 

BDELICLEON. 

Unos  le  llaman  pérsida,  otros  pelliza  (2). 

FILOCLEON. 

Yo  creí  que  era  una  manta  (3)  de  las  que  hacen 
en  limeta. 

BDELICLEON. 

No  es  extraño;  como  nunca  has  ido  á  Sardes.  Si- 
no, ya  la  hubieras  conocido. 

FILOCLEON. 

^.Yo?  No,  por  Júpiter;  pero  ?e  me  fig*ura  que  á  lo 
que  más  se  parece  es  al  saco  peludo  de  Morícos  (4). 

BDELICLEON. 

Ni  por  pienso:  esto  se  teje  en  Ecbatana. 


(1)  Por  el  mucho  calor  que  le  va  á  dar  el  nuevo  traje. 

(2)  Vestidos  usados  por  los  persas,  que  se  vendían  en 
Sí^rües  (Lidia)  y  se  fabricaban  en  Ecbatana.  Eran  de  mu- 
cho abrigo. 

(3)  Especie  de  capote  de  pieles  que  servia  de  manta  en 
el  lecho;  labricábase  en  limeta,  demo  del  ática. 

(4)  Poeta  ya  citado  por  su  glotonería  y  molicie.  (Los 
Acarnienses,  é4,  887;  Las  Avispas ,  506.^ 


FILOCLEON. 

¿Hay,  pues,  allí  intestinos  de  lana? 

BDELICLEON. 

No,  hombre,  no,  esto  lo  fabrican  los  bárbaros  sin 
perdonar  g-asto.  Quizá  en  esta  túnica  haya  entrado 
un  talento  de  lana. 

FILOCLEON. 

Entonces  debia  llamársela  pierde4am,  más  bien 
que  pelliza. 

BDELICLEON. 

Vamos,  padre  mío,  estáte  quieto  un  instante  y 
póntela. 

FILOCLEON. 

íOh!  ¡Qué  calor  tan  horrible  me  da  esta  maldita 

tánica! 

BDELICLEON. 

¿Te  la  pones  ó  qué? 

FILOCLEON. 

No,  por  piedad;  prefiero,  si  es  preciso,  que  me 
metas  en  un  horno. 

BDELICLEON. 

Vamos,  ya  te  la  pondré  yo:  vén  acá. 

FILOCLEON. 

Coge  siquiera  ese  gancho. 

BDELICLEON. 

¿Para  qué? 

FILOCLEON. 

Para  sacarme  antes  de  que  me  derrita. 

BDELICLEON. 

Quítate  esos  infames  zapatos,  y  ponte  este  cal- 
zado lacedemonio. 


TOMO  II. 


6 


82 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


83 


FILOCLEON. 

¡Cómo!  ¡yo  sufrir  en  mis  pies  unos  zapatos  he- 
chos por  mis  enemig-os! 

BDELICLEON. 

Entra  el  pié  y  aprieta  fix'me  á  la  suela  lacede- 
monia. 

FILOCLEON. 

No  está  bien  que  me  oblig-ues  á  poner  el  pié  en 
suelo  enemigo. 

BDELICLEON. 

Entra  ahora  el  otro. 

FILOCLEON. 

De  ninguna  manera:  uno  de  estos  dedos  aborrece 
á  los  Lacedemonios  como  el  que  más. 

BDELICLEON. 

No  hay  otro  remedio. 

FILOCLEON. 

¡Infeliz  de  mi,  no  voy  á  tener  sabañones  en  la 
vejez! 

BDELICLEON. 

Vamos  pronto;  ahora  imita  el  paso  afeminado  y 
muelle  de  los  ricos...  Asi,  como  yo. 

FILOCLEON. 

Sea.  Di,  ¿á  quién  de  los  ricos  me  parezco  más  en 
el  andar? 

BDELICLEON. 

¿A  quién?  A  un  divieso  cubierto  de  un  emplasto 
de  ajos  (1). 

(1)  Frase  que  se  empleaba  para  indicar  dos  cosas  que 
braman  de  verse  juntas.  Sin  duda  Filocleon  no  tenía  ufli 
aire  muy  elegante,  á  pesar  de  su  nuevo  vestido. 


FILOCLEON. 

¡Ah,  cuánto  deseo  pasear  moviendo  las  caderas! 

BDELICLEON. 

Veamos  otra  cosa,  ¿sabrás  seguir  una  conversa- 
ción seria  delante  de  hombres  doctos  y  bien  edu- 
cados? 

FILOCLEON. 

Sí  por  cierto. 

BDELICLEON. 

¿De  qué  hablarás? 

FmOCLEON. 

De  muchas  cosas.  Primero,  de  cómo  Lamia,  al 
verse  cogida,  produjo  un  ruido  sospechoso  (1). 
Después,  de  cómo  Cardopion  (2)  y  su  madre... 

BDELICLEON. 

Déjate  de  fábulas  y  habíanos  de  cosas  humanas, 
de  asuntos  frecuentes  en  las  conversaciones  de  fa- 
milia. 

FILOCLBON. 

También  estoy  fuerte  en  el  género  familiar:  ha- 
bia  en  otro  tiempo  un  ratón  y  una  comadreja... 

BDELICLEON. 

«Estúpido  é  ignorante,»  como  decia  furioso  Teó- 
g-enes  á  un  limpia-letrinas.  ¿Te  atreverás  á  hablar 
entre  hombres  de  ratones  y  comadrejas? 

FILOCLEON. 

¿Pues  de  qué  hay  que  hablar? 


pnííino^^^  cuentos  de  lamias  tenían  alguna  semejanza 
con  los  cuentos  de  brujas.  ' 

(2)    Personaje  desconocido. 


84 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


85 


BDELICLEON. 

Sólo  de  grandezas:  por  ejemplo,  de  la  excelentí- 
sima diputación,  en  la  que  fuiste  parte  con  Cli3té- 
nes  y  Andrócles  (1). 

FILOCLEON. 

¡En  diputación!  ¡Si  jamás  he  ido  á  ninguna  par- 
te, como  no  haya  sido  á  Paros,  lo  cual  me  valió  dos 
óbolos! 

BDELICLEON. 

Cuenta  por  lo  menos  cómo  Efudion  luchó  al  pan- 
cracio  valerosamente  con  Ascóndas  (2);  y  aunque 
viejo  encanecido,  sin  embargo  conservaba  puños  y 
ríñones  de  hierro,  robustos  costados  y  una  Tortí- 
sima coraza. 

Fn^OCLEON. 

Basta,  basta;  no  sabes  lo  que  te  dices.  ¿Dónde  se 
ha  visto  luchar  al  pancracio  (3)  con  coraza? 

BDELICLEON. 

Pues  asi  suelen  hablar  los  sabios.  Ahora  dime 
otra  cosa.  Cuando  estés  en  un  festín  con  extranje- 


(\)  Andrócles  y  Clislénes  son  citados  burlescamente 
nara  censurar  la  falta  de  acierto  de  que  adolecían  los  Ate- 
nienses en  la  elección  de  sus  embajadores.  Andrócles  era 
un  mendigo  esclavo,  y  escamoteador  de  bolsas,  sacado  a 
Dública  vergüenza  en  el  teatro  por  Cratmo,  Ecfántides  y 
Teléclides.  Clistenes  era  un  asqueroso  bardaje,  muchas  ve- 

^^?2)'  Efudion  v  Ascóndas  se  inclina  á  creer  el  escoliasta 
flue  son  dos  nomVes  fingidos  por  el  poeta.  Sin  embargo, 
hay  memoria  de  un  ^/í*¿¿(Wvecendor  en  los  juegos  olim- 

^*^(3)  '^Enefpancrácio  los  atletas  luchaban  completamente 
desnudos. 


ros,  ¿qué  hazaña  de  tu  juventud  preferirás  con- 
tarles? 

FILOCLEON. 

lOhl  lya  sé,  ya  sé!  Mi  más  famosa  hazaña,  cuando 
robé  á  Ergasion  (1)  los  rodrig*ones. 

BDELICLEON. 

¡Vete  al  infierno  con  tus  rodrig'onesl  Eso  es  ri- 
dículc.  Lo  mejor  es  que  hables  de  tus  cacerías  de 
liebres  ó  jabalíes,  ó  de  alguna  carrera  de  antor- 
chas (2)  en  que  tomaste  parte;  en  fin,  de  cualquier 
hecho  que  revele  tu  valor  juvenil. 

FILOCLEON. 

Ahora  me  acuerdo  de  uno  de  los  más  atrevidos: 
siendo  todavía  un  rapazuelo,  demandé  á  Failo  (3) 
el  andarín  por  injurias,  y  le  vencí  por  dos  votos. 

BDELICLEON. 

Basta;  recuéstate  ahí  para  que  aprendas  la  ma- 
nera de  conducirte  en  los  banquetes  y  conversa- 
ciones. 

FILOCLEON. 

¿Cómo  me  recuesto?  Vamos,  dime  pronto. 

BDELICLEON. 


Con  elegrancia. 


lAsí? 


FILOCLEON. 


BDELICLEON. 


Nó. 


(1)  Nombre  de  un  labrador. 

(2)  En  la  carrera  de  las  antorchas  salla  vencedor  el  que 
llegaba  con  la  suya  sin  apagar  á  la  meta  señalada. 

(3)  Véase  la  nota  al  verso  245  de  £os  Acarnienses. 


86 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


87 


FILOCLEON. 

¿Pues  cómo? 

BDELICLEON. 

Estira  las  piernas  y  déjate  caer  blandamente  so- 
bre los  almohadones  como  un  lig-ero  g'imnasta: 
elog-ia  después  los  vasos  de  bronce  que  haya  por 
allí;  admira  las  cortinas  del  patio  (1).  En  esto  pre- 
sentan ag'ua  para  las  manos;  traen  las  mesas,  co- 
memos; nos  lavamos;  principian  las  libaciones...  (2) 

FILOCLEON. 

¿Pero  acaso  estamos  cenando  en  sueños? 

BDELICLEON. 

La  flautista  preludia:  los  convidados  son  Teoro, 
Esquines,  Fano,  Cleon,  Acéstor,  y  al  lado  de  éste 
otro  á  quien  no  conozco.  Tú  estás  con  ellos.  ¿Sa- 
brás continuar  las  canciones  principiadas?  (3) 

FILOCLEON. 

Ya  lo  creo;  mejor  que  cualquiera  montañés  (4). 


(4)  Era  de  buen  tono  no  ponerse  inmediatamente  á  la 
mesa.  (Véase  Ateneo,  lib.  iv.) 

(±)  Descripción  abreviada  de  una  comida  en  Atenas. 
Para  más  detalles,  puede  verse  la  que  hace  Darthelemy 
(voy.  dujeutie  Anach.,  tom.  n,  pág.  5!26),  basado  en  autores 
antiguos,  de  un  gran  banquete  en  casa  de  un  rico  ate- 
niense. 

(3)  Era  costumbre  cantar  al  fin  de  las  comidas.  Estas 
canciones  de  sobremesa  se  llamaban  escohos;  el  primero 
que  cantaba  designaba  á  su  sucesor,  entrei^ándole  la  rama 
de  mirto  ó  de  laurel.  Era  difícil,  al  ser  cogido  de  impro- 
viso, continuar  la  canción  sin  tener  la  especial  aptitud  por 
la  cual  pregunta  Bdelicleon  á  su  padre. 

(4)  Antes  de  la  división  de  los  Atenienses  en  cuatro 
clases,  según  su  fortuna  (Véanse  Les  Caballeros,  Noticia 
preliminar),  los  ciudadanos  se  dividían  en  tres:  Ribereños 


BDELICLEON. 

Veamos;  yo  soy  Cleon;  el  primero  canta  el  Har- 
modio  (1);  tú  continuarás:  «Nunca  hubo  en  Atenas 
un  hombre...» 

FILOCLEON. 

«Tan  canalla  ni  tan  ladrón...» 

.  BDELICLEON. 

¿Eso  piensas  contestar,  desdichado?  ¿No  vea  que 
te  confundirá  á  g-ritos  y  jurará  perderte,  aniqui- 
larte y  expulsarte  del  país? 

FILOCLEON. 

Pues  yo  responderé  á  sus  amenazas  con  esta  otra 
canción:  «En  tu  loca  ambición  del  supremo  mando, 
acabarás  por  arruinar  la  república,  que  ya  empieza 
á  vacilar  (2).» 

BDELICLEON. 

Y  cuando  Teoro,  acostado  á  tus  pies,  cante  co- 
ciéndole la  mano  á  Cleon:  «Amig'o,  tú  que  conoces 
la  historia  de  Admeto,  estima  á  los  valientes;»  ¿qué 
contestarás?  ^ 

FILOCLEON. 

Lo  siguiente:  «Yo  no  puedo  ser  zorro  y  procla- 
marme ami^o  de  los  dos  partidos.» 

BDELICLEON. 

A  continuación,  Esquines,  hijo  de  Selo,  hombre 
docto  y  único  diestro,  cantará:  «Bienes  y  riqueza» 


(Parelios),  habitantes  del  llano  (Pedíanos),  montañeses 
(Acrios  ó  Superacrios). 

(1)  Véase  la  nota  al  verso  980  de  Los  Acarnienses. 

(2)  Parodia  de  Alceo. 


88 


COMEDIAS  DK   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


89 


á  Cntágora  (Ij,  á  mí  y  á  los  Tesalios »  (2) 

FILOCLEON. 

«Muchas  hemos  derrochado  tú  y  yo.» 

BDELICLEON. 

Esto  lo  entiende'5  bien;  mas  ya  es  hora  de  ir  á 
cenar  á  casa  de  Filoctemon.— ¡Muchacho!  jmucha- 
cho!  jCrisolpon  nuestra  ración  en  una  cesta  (3);  hoy 
queremos  beber  de  largo. 

FILOCLEON. 

No,  no;  es  muy  peligroso  el  beber;  después  del 
vino  se  rompen  las  puertas  y  llueven  bofetones  y 
pedradas,  y  al  dia  siguiente,  cuando  se  han  dor- 
mido los  tragos,  se  encuentra  uno  qué  hay  que 
pagar  los  excesos  déla  víspera. 

BDELICLEON. 

No  temas  semejante  cosa  tratando  con  hombres 
honrados  y  corteses.  O  te  excusan  ellos  mismos  con 
el  ofendido,  ó  tú  aplicas  á  lo  ocurrido  algún  chis- 
toso cuento  esópico  ó  sibarítico  (4)  de  los  que  has 
oído  en  la  mesa:  la  cosa  se  toma  h  risa,  y  no  pasa 
adelante. 


(i)  Poetisa  lacedemonia  (Lisütrata,  4.237)  cayos  ver- 
sos eran  preferidos  por  algunos  bebedores  al  canto  de  Te- 
lamón, compuesto  por  Píndaro.  El  escoliasta  (en  Las  Avis- 
pas, i. 245)  dice  que  era  de  Tesalia. 

(2)  Canción  compuesta  cuando  los  de  Tesalia  auxilia- 
ron á  los  Atenienses  contra  los  Pisistrátidas. 

(3)  Era  frecuente  al  ir  á  comer  á  casa  de  otro  llevar  su 
ración. 

(4)  Cuentecillos  muy  cortos  que  solían  referirse  en  los 
banquetes.  Sus  personajes  eran  humanos  y  su  intención 
política,  en  contraposición  á  las  fábulas  esópicas,  cuya 
intención  era  filosófica,  y  la  acción  pasaba  entre  animales. 


FILOCLEON. 

Pues  ya  merece  la  pena  de  aprender  muchos 
cuentos  eso  de  poder  librarme  con  uno  de  pagar 
cualquiera  daño  que  cause.  Ea,  vamos;  que  nadie 


nos  detenga. 


CORO. 


Muchas  veces  he  dado  prueba  de  agudo  ingenio, 
y  jamás  de  estupidez;  pero  me  gana  Aminías  (1), 
ese  hijo  de  Selo,  perteneciente  á  la  raza  copetuda  (2), 
á  quien  vi  un  dia  ir  á  cenar  con  Leógoras  (3),  lle- 
vando por  junto  una  manzana  y  una  granada,  y 
cuenta  que  es  más  hambriento  que  Antifon  (4).  Ya 
fué  de  embajador  á  Farsalia  (5);  pero  allí  sólo  se 
reunía  á  los  Penestas  (6),  padeciendo  él  mayor  pe- 
nuria que  ninguno. 

[Afortunado  Autómenes  (7),  cuánto  envidiamos 
tu  felicidad!  Tus  hijos  son  los  más  hábiles  artistas. 
El  primero,  querido  de  todos,  canta  admirable- 
mente al  son  de  la  cítara,  y  la  gracia  le  acompaña; 
el  segundo  es  un  autor  cuyo  mérito  nunca  se  pon- 


(1)  Recuérdese  lo  dicho  en  la  nota  al  verso  74  de  esta 
comedia. 

(2)  Quizá  por  la  forma  especial  de  su  peinado. 

(3)  Lúculo  Ateniense.  (Véase  la  nota  al  verso  109  de 
Las  Nubes). 

(4)  Rico  arruinado. 

(5)  Ciudad  de  Tesalia. 

(6)  Penestas  se  llamaban  unos  mercenarios  tesalien- 
ses:  este  nombre  significa  también  j»o$r<?  y  miserable,  pues 
tiene  \^  misma  raíz  qne  penuria.  Amínias  no  habla  sabido 
enriquecerse  en  su  embajada. 

(7)  Sobre  Autómenes  y  sus  hijos,  véase  la  nota  al 
verso  1.281  de  Los  Caballeros. 


90 


COMEDIAS  DE   AP.ISTOFA>ES. 


derará  bastante;  pero  el  talento  del  último,  de  Ari- 
frades  dig-o,  deja  muy  atrás  al  de  los  otros.  Su  pa- 
dre jura  que  lo  ha  aprendido  todo  por  sí  propio, 
sin  necesidad  de  maestro,  y  que  sólo  á  su  talento 
natural  debe  la  invención  de  sus  inmundas  prácti- 
cas en  los  lupanares.  Alg-uuos  han  dicho  que  yo 
me  habia  reconciliado  con  Cleon  porque  me  perse- 
guía encarnizadamente  y  me  martirizaba  con  sus 
ultrajes.  Ved  lo  que  hay  de  cierto:  cuando  yo  lan- 
zaba dolorosos  gritos,  vosotros  os  reíais  á  placer,  y 
en  vez  de  compadecerme,  sólo  anhelabais  que  la 
ang-ustia  me  inspirase  alg-un  chiste  mordaz  y  di- 
vertido. Al  notar  esto,  cejó  un  poco  y  le  hice  algu- 
nas caricias.  Hé  ahí  por  qué  «á  la  cepa  le  falta 
ahora  su  rodrig-on.»  (1) 

JÁNTIAS. 

¡Oh  tortug-as  tres  veces  bienaventuradas!  ¡Cuánto 
envidio  la  dura  concha  que  defiende  vuestro 
cuerpo!  ¡Qué  sabias  y  previsoras  fuisteis  al  cubri- 
ros la  espalda  con  un  impenetrable  escudo!  í  Ay,  un 
nudoso  g-arrote  ha  surcado  la  mía! 

CORO. 

¿Qué  sucede,  niño?  porque  hasta  al  más  anciano 
hay  derecho  para  llamarle  niño,  cuando  se  deja 
pegar. 

JÁNTIAS. 

Sucede  que  nuestro  vií  jo  es  la  peor  de  las  cala- 
midades. Ha  sido  el  más  procaz  de  todos  los  convi- 


(1)    Proverbio  que  se  decia  de  los  que  habian  visto 
frustradas  sus  esperanzas. 


LAS  AVISPAS. 


91 


dados,  y  cuenta  que  allí  estaban  Hipilo,  Antifon, 
Lico,  Lisístrato,  Teofrasto,  y  Frínico;  pues  sin  em- 
bargo, á  todos  ios  dejó  tamañitos  su  insolencia.  En 
cuanto  se  atracó  de  los  mejores  platos,  empezó  á 
bailar,  á  saltar,  á  reír,  á  eructar  como  un  pollino 
harto  de  cebada,  y  á  sacudirme  de  lo  lindo,  gri- 
tándome: «í esclavo!  ¡esclavo!»  Lisístrato,  al  verlo 
así,  le  lanzó  esta  comparación:  «Anciano,  pareces 
un  piojo  resucitado  ó  un  burro  que  corre  á  la  paja.» 
Y  él,  atronándonos  los  oidos,  le  replicó  con  esta: 
«Y  tú  te  pareces  á  una  langosta,  de  cuyo  manto  se 
pueden  contar  todos  los  hilos  (1)  y  á  Estenelo  (2) 
despojado  de  su  guardar  opa.»  Todos  aplaudieron, 
menos  Teofrasto,  que  se  mordió  los  labios  come 
hombre  bien  educado.  Entonces  encarándosele 
nuestro  viejo,  le  dijo :  «Di  tú,  ¿á  qué  te  das  tanto 
tono,  y  te  las  echas  de  persona?  Ya  sabemos  que 
vives  á  costa  de  los  ricos  á  fuerza  de  bufonadas.» 
Así  continuó  dirigiendo  insultos  semejantes  á  to- 
dos, diciendo  los  chistes  más  groseros,  cantando 
historias  necias  é  importunas.  Después  se  ha  diri- 
gido hacia  aquí,  completamente  ebrio,  pegando  á 
cuantos  encuentra.  Mirad,  ahí  viene  haciendo  eses. 
Yo  me  largo,  para  evitar  nuevos  golpea. 

FILOCLEON  (3). 

Dejadme:  marchaos.  Voy  á  dar  que  sentir  á  al- 


(i)    Por  lo  usado  y  raido. 

(2)  Actor  trágico,  cuyo  guardaropa  fué  vendido  por 
sus  acreedores. 

(3)  Entra  acompañado  de  una  flautista  y  seguido  de  las 
personas  á  quienes  ha  maltratado. 


92 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVISPAS. 


9a 


gunos  de  los  que  se  obstinan  en  perseg'uirme.  ¿Os 
largaréis,  bribones?  Si  no,  os  tuesto  con  esta  an- 
torcha. 

BDELICLEON. 

A  pesar  de  tus  baladronadas  juveniles,  te  juro 
que  mañana  nos  has  de  pagar  tus  atropellos.  Ven- 
dremos en  masa  á  citarte  á  juicio. 

FILOOLEON. 

iJa!  ¡ja!  ¡A  citarme!  ¡Qué  vejeces!  ¿No  sabéis  que 
ya  ni  puedo  oír  hablar  de  pleitos?  ¡Ja!  ¡ja!  Ahora 
tengo  otros  gustos:  tirad  las  urnas.  ¿No  os  vais? 
¿Dónde  esta  el  juez?  decidle  que  se  ahorque.  (A  la 
cortesana,)  Sube,  manzanita  de  oro,  sube  agarrada 
á  esta  cuerda;  cógela,  pero  con  precaución,  que  está 
algo  gastada;  sin  embargo  aun  le  gusta  que  la  fro- 
ten. ¿No  has  visto  con  qué  astucia  te  he  sustraído 
á  las  torpes  exigencias  de  los  convidados?  Debes 
probarme  tu  gratitud.  Pero  no  lo  harás,  demasiado 
lo  sé;  ni  siquieras  lo  intentarás;  me  engañarás  y  te 
reirás  en  mis  narices  como  lo  has  hecho  con  tantos 
otros.  Oye,  si  me  quieres  y  me  tratas  bien,  cuando 
muera  mi  hijo  me  comprometo  á  sacarte  del  lupa- 
nar y  tomarte  por  concubina,  amorcito  mió.  Ahora 
no  puedo  disponer  de  mis  bienes;  soy  joven  y  me 
atan  corto:  mi  hijito  no  me  pierde  de  vista;  es  gru- 
ñón, insoportable  y  tacaño  hasta  partir  en  dos  un 
comino  y  aprovechar  la  pelusilla  de  los  berros. 
Su  único  miedo  es  el  que  me  eche  á  perder,  pues 
no  tiene  más  padre  que  yo.  Pero  ahí  está:  se  di- 
rige apresuradamente  hacia  nosotros.  Hazle  frente: 
coge  esas  teas:  voy  á  jugarle  una  partida  de  mu- 


chacho, como  él  á  mi  antes  de  iniciarme  en  los 
misterios. 

BDELICLEON. 

¡Hola!  ¡hola!  viejo  verde,  parece  que  nos  gustan 
los  lindos  ataúdes.  Mas  lo  juro  por  Apolo,  no  ha- 
rás eso  impunemente. 

FILOCLEON. 

¡Ah!  tú  te  comerlas  á  gusto  un  proceso  en  vi- 
nagre. 

BDELICLEON. 

¿No  es  una  indecencia  burlarme  de  e?e  modo,  y 
arrebatar  su  flautista  á  los  convidados? 

FILOCLEON. 

¿Qué  flautista?  ¿Has  perdido  el  juicio,  ó  sales  de 
alguna  tumba? 

BDELICLEON. 

Por  Júpiter,  esa  Dardaniense  (1)  que  está  con- 
tigo. 

FILOCLEON. 

¡Cá!  3i  es  una  antorcha  encendida  en  la  plaza  en 
honor  á  los  dioses  (2). 

BDELICLEON. 

¿Una  antorcha? 

FILOCLEON. 

Sí,  una  antorcha  (3).  ¿No  ves  que  es  de  diversos 
colores? 


(1)  Muchas  mujeres  de  Dardania  se  dedicaban  á  la  mú- 
sica. 

(2)  Los  antiguos  encendian  también  antorchas  en  honor 
de  sus  dioses. 

(3)  Se  daba  este  nombre  á  las  cortesanas,  pues  esta 


I 


94 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


BDELICLEON. 

¿Qué  es  eso  negro  que  tiene  en  medio? 

FILOCLEON. 

La  pez  que  se  derrite  al  quemarse. 

BDELICLEON. 

Y  eso  en  la  parte  posterior.  ¿No  es  su  trasero? 

FILOCLEON. 

No,  es  el  cabo  de  la  antorcha  que  sobresale. 

BDELICLEON. 

¿Qué  dices?  ¿Cuál  cabo?  Vamos,  ven  acá. 

FILOCLEON. 

¡Eh,  Gb!  ¿Qué  intentas? 

BDELICLEON. 

Llevármela  y  quitártela:  estás  ya  gastado  é  im- 
potente. 

FILOCLEON. 

Escucha  un  momento.  Asistía  yo  á  los  juegos 
olímpicos  cuando  Efudion  (1),  aunque  viejo,  luchó 
valerosamente  con  Ascóndas,  concluyendo  el  an- 
ciano por  hundir  de  un  puñetazo  al  joven.  Sírvate 
de  aviso,  por  si  se  me  ocurriese  reventarte  un  ojo. 

BDELICLEON. 

|Por  Júpiter!  Conoces  bien  á  Olimpia. 


UNA  PANADERA.  fA  BdeUcUon.) 
Socórreme,  en  nombre  de  los  dioses.  Ese  hombre 


clase  de  mujeres  han  tenido  siempre  el  triste  privilegio  de 
ser  designadas  con  mil  variados  apelativos. 

(1)    Antes  citado.  Filocleon  pone  en  ppáctica  las  leccio- 
nes de  su  hijo. 


LAS    AVISPAS. 


95 


me  ha  arruinado;  al  pasar,  agitando  á  tontas  y  á  lo- 
cas su  antorcha,  me  ha  echado  á  rodar  por  la  plaza 
diez  panes  de  á  óbolo,  y  además  otros  cuatro. 

BDELICLEON. 

¿Ves  lo  que  has  hecho'^  Tu  dichoso  vino  nos  va  á 
llenar  de  pleitos  la  casa. 

FILOCLEON. 

No  lo  creas;  un  cuentecillo  alegare  lo  arreglM'á 
todo:  verás  cómo  me  reconcilio  con  ésta. 

LA  PANADERA, 

Te  juro  por  las  dos  diosas  (1)  que  no  te  reirás  im- 
punemente de  Mirtia,  hija  de  Ancilion  y  de  Sós- 
trata,  después  de  haberle  echado  á  perder  sus  mer- 
cancías. 

FILOCLEON. 

Escucha,  mujer:  voy  á  contarte  una  fábula  muy 
chistosa. 

LA  PANADERA. 

¿Fabulitas  á  mí,  viejo  chocho? 

FILOCLEON. 

Al  volver  una  noche  Esopo  de  un  banquete  le 
ladró  atrevida  cierta  perra  borracha:  «¡Ah  perra, 
perra,  le  dijo  entonces,  si  cambiases  tu  maldita 
lengua  por  un  poco  de  trigo,  me  parecerías  más 
sensata!» 

LA  PANADERA. 

¡Cómo!  ¿Te  burlas  de  mí?  Pues  bien;  quienquiera 
que  seas,  te  cito  ante  los  inspectores  del  merca- 


(!)    Céres  y  Proserpina,  juramento  ordinario  de  los 
Atenienses. 


96 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    AVISPAS. 


97 


do  (1),  para  que  me  indemnices  daños  y  perjuicios. 
Querefon  (2),  que  está  ahí,  será  mi  testig-o. 

FILOCLEON. 

Pero,  por  mi  vida,  oye  á  lo  menos  lo  que  voy  á 
decirte:  quizá  te  agrade  más.  Laso  (3)  y  Simónides 
tenian  en  cierta  ocasión  un  certamen  poético,  y 
Laso  dijo:  uPoco  me  importa.» 

LA   PANADERA. 

íMuy  bien!  como  tú,  ¿verdad? 

FILOCLEON. 

¿Y  ti\,  Querefon,  vas  á  ser  testig-o  de  esa  mujer 
amarilla  (4),  de  esa  Ino  (5)  precipitándose  desde 
una  roca  á  los  pies  de  Eurípides? 

BDELICLEON. 

Ahí  se  acerca  otro:  según  parece,  también  á  ci- 
tarte, pues  viene  con  un  testigo. 


UN  ACUSADOR. 

¡Qué  desdichado  soy!...  Anciano,  te  demando 
por  injurias. 

BDELICLEON. 

¿Por  injurias?  lAhl  no  por  piedad,  no  lo  deman- 
des. Yo  te  pagaré  cuanto  pidas,  y  aun  así  te  que- 
daré agradecido. 


(4)  Los  Agopámonos. 

(2)  Discípulo  de  Sócrates.  (V.  las  Nules,  505.) 

(3)  Poeta  lírico,  natural  de  Hermione,  en  el  Pelopo- 
neso,  al  cual  se  atribuía  la  invención  de  los  coros.  Fué  ri- 
val de  Simónides. 

(4)  Alusión  á  la  palidez  de  Querefon. 

(5)  Título  y  asunto  de  una  tragedia  de  Eurípides. 


FILOCLEON 

Yo  también  quiero  reconciliarme  con  él:  confieso 
francamente  que  le  he  pegado  y  r.pedreado.  fAl 
acusador,)  Pero  acércate  más:  ¿me  permites  que 
yo  sólo  señale  la  cantidad  que  debe  dársete  como 
indemnización,  y  que  en  adelante  sea  amigo  tuyo, 
ó  prefieres  fijarla  tú? 

EL   ACUSADOR. 

Habla  tú,  pues  detesto  los  pleitos  y  negfocios. 

FILOCLEON. 

Cierto  Sibarita  se  cayó  de  un  carro  y  se  infirió 
una  grave  herida  en  la  cabeza:  es  de  advertir  que 
no  entendía  g-ran  cosa  de  equitación.  Acercósele 
entonces  uno  de  sus  amigos,  y  le  dijo:  «Ejercítese 
cada  cual  en  el  prte  que  sepa;»  por  tanto,  corre  á 
curarte  en  casa  de  Píttalo(l). 

BDELICLEON  (á  FüocleonJ, 

Persistes  en  tus  costumbres. 

EL  ACUSADOR  fol  tesUgo). 

Acuérdate  de  su  respuesta. 

FILOCLEON. 

Oye,  no  te  vayas.  En  cierta  ocasión  rompió  una 
mujer  en  Síbaris  el  cofre  de  los  procesos... 
EL  ACUSADOR  ful  tesUgoJ. 
También  te  tomo  por  testiguo  de  lo  que  dice. 

FILOCLEON  fal  acusador). 
...El  cual  cofre  hizo  atestiguar  el  hecho;  pero  la 
Sibarita  le  contestó:  «iPor  Proserpina,  déjate  de 


(1)    Médico  de  Atenas  (V.  los  Acarnienses,  1.032.) 

TOMO  11.  7 


98 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


testigos  y  cómprate  cuanto  antes  una  ligadura;  eso 
tendrá  más  sentido  común.» 

EL  ACUSADOR  (á  Filocleotí,) 
¡Búrlate!  ¡búrlate!   ¡Ya  veremos  cuando  el  ár- 
cente mande  traer  á  la  vista  tu  causa! 

'        BDELICLKON   (d   FUoCleOUj. 

¡Por  Céres,  no  estarás  aquí  más  tiempo!  Voy  á 
llevarte  ala  fuerza. 

FILOCLEON. 

¿Qué  haces? 

BDELICLEON. 

¿Qué  hago?  Llevarte  adentro.  De  otro  modo  no 
va  á  haber  testigos  suficientes  para  los  infinitos  que 
te  demandan. 

FILOCLEON. 

Un  díalos  de  Délfos...  (1) 

BDELICLEON. 

«Poco  me  importa.» 

FILOCLEON. 

...Acusaron  á  Esopo  de  haber  robado  un  vaso 
de  Apolo;  entonces  él  contó  que  una  vez  el  esca- 
rabajo... (2). 

BDELICLEON. 

lOh,  vete  al  infierno!  me  matas  con  tus  esca- 
rabajos. 

f  Bdelicleoii  se  Uevd  d  su  padre]. 


(i)    Mientras  se  le  lleva  su  hijo,  continúa  contando  su 

12)  Los  Delfenses  irritados  por  las  críticas  de  Esopo  le 
acusaron  de  haber  sustraído  una  copa  sagrada.  El  fabulista 
les  recitó  entonces  el  apólogo  á  que  se  refiere  Anstuianes. 


LAS  AVISPAS. 


99 


CORO. 

Envidio  tu  felicidad,  anciano.  ¡Qué  cambio  en  su 
áspera  existencia!  Sig-uiendo  prudentes  consejos, 
va  á  vivir  entre  placeres  y  delicias.  Quizá  los  des- 
atienda,  porque  es  difícil  cambiar  el  carácter  que 
se  tuvo  desde  la  cuna.  Sin  embarg^o,  muchos  lo 
consig-uieron;  consejos  ajenos  han  logrado  modi- 
ficar á  veces  nuestras  costumbres.  ¡Cuántas  ala- 
banzas no  alcanzará  por  esto,  en  mi  opinión  y  en 
la  de  los  sabios,  el  hijo  de  Filocleon,  tan  discreto 
y  cariñoso  con  su  padre!  Jamás  he  visto  un 
joven  tan  comedido,  de  tan  amables  costumbres. 
Ning-uno  me  ha  reg-ocijado  como  él.  En  todas  las 
respuestas  que  daba  á  su  padre  resplandecía  la 
razón  y  el  deseo  de  inspirarle  más  decorosas  afi- 
ciones. 


JÁNTIAS. 

I  Por  Baco!  sin  duda  alg-un  Dios  ha  revuelto  y 
embrollado  nuestra  casa.  El  viejo,  después  de  ha- 
ber bebido  y  haber  oído  larg-o  rato  tocar  la  flauta, 
ebrio  de  placer,  repite  toda  la  noche  las  antig-uas 
danzas  que  Tespis  (1)  hacía  ejecutar  á  sus  coros. 
Pretende  demostrar,  bailando  incesantemente,  que 
los  tráficos  modernos  son  todos  unos  lelos  sin  sus- 
tancia. 


(1)  Antiguo  poeta  trágico.  El  escoliasta  supone  que  Ján- 
tias  no  se  refiere  aquí  al  poeta,  sino  á  un  citarista  del 
mismo  nombre,  muy  popular  en  tiempo  de  Aristófanes. 


i  00 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


FiLOCLEON  (declamando), 
¿Quién  se  sienta  á  la  entrada  del  vestibuloV  (1) 

JÁNTIAS. 

La  calamidad  se  aproxima. 

FILOCLEON. 

Apartad  las  vallas.  Va  á  principiar  el  baüe... 

JÁNTIA.S. 

Mejor  dirás  la  locura. 

FILOCLEON. 

Que  aligera  mi  peolio  con  su  impetuosidad. 
¡Cómo  mugen  mis  narices!  ¡Cómo  suenan  mis  vér- 
tebras!... 

JÁ.NTL\S. 

Bien  te  vendría  una  toma  de  heléboro  (2). 

FILOCLEON. 

rrinico  (3)  se  asusta  como  un  gallo... 

JÁNTIAS. 

Pongámonos  en  salvo. 

FILOCLEON. 

...Que  agita  sus  patas  en  el  aire. 

JÁNTIAS. 

¡Eli!  mira  dónde  pisas. 

FILOCLEON. 

¡Con  flexibiüdad  juegan  todos  mis  miembrosl 


il)    Parodia  de  una  obra  perdida. 

(-))    Ueiiiedio  contra  la  locura. 
3     Frínico,  á  causa  de  haber  renovado  en  su  tragedia 
Latomade  Mileto  el  dolor  de  los  ALcnieiis^es  por  esta pci'- 
dida,  fué  condenado  á  una  multa  de  1.000  dracmas.  Su 
desgracia  se  hizo  proverbial. 


LAS  AVISPAS. 


lOi 


JANTIAS. 

Nada,  está  visto,  es  una  verdadera  locura. 

FILOCLEON. 

Ahora  desafío  á  todos  mis  rivales.  Si  hay  algún 
trágico  que  se  precie  de  danzar  bien,  venga  por 
acá  y  tendremos  un  certamen  coreográfico...  ¿Se 
presenta  alguno? 

BDELICLEON. 

Este  sólo. 

FILOCLEON. 

^.Quién  es  ese  desgraciado? 

BDELICLEON. 

El  hijo  segundo  de  Carcino  (1). 

FILOCLEON. 

Pronto  lo  anonadaré;  voy  á  molerle  á  puñetazos 
acompasados;  pues  no  entiende  una  palabra  de 
ritmos. 

BDELICLEON. 

Pero  ¡infeliz!  ahí  viene  su  hermano,  otro  trágico 
carcinita. 

FILOCLEON. 

Voy  haciendo  provisiones  para  el  almuerzo. 

BDELICLEON. 

Sí,  pero  sólo  de  cangrejos  (2);  por  que  ahí  llega 
un  tercer  hijo  de  Carcino. 


(1)  Carcino  era  un  mal  poeta  trágico,  cuyos  hijos  te- 
nían pequeña  estatura  y  ejecutaban  danzas  trágicas.  Otra 
llamado  Jenócles  compuso  tragedias  y  ganó  un  premio  en 
certamen  con  Eurípides.  Aristófanes  vuelve  á  ocuparse  do 
ellos  en  La  Paz,  289,  778,  790;  y  en  Las  Ranas,  86. 

(2)  Juego  de  palabras,  por  significar  Carcino,  cangrejo. 


10-2 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


FILOCLEON. 

¿Qué  es  eso  que  se  arrastra?  ¿Es  una  araña  ó  una 
vinagrera?  (1) 

BDELICLEON. 

Es  un  cangrejillo;  el  más  pequeño  de  la  familia. 
También  poeta  trágico. 

FILOCLEON. 

¡Oh  Carcino,  padre  feliz  de  tan  hermosa  familia! 
¡Qué  banda  de  reyezuelos  (2)  desciende  sobre  mil 
Fuerza  es,  ¡ay  triste!  que  me  bata  con  ellos.  Pre- 
parad la  salmuera,  por  si  salgo  vencedor. 

CORO. 

Ea,  apartémonos  un  poco,  para  que  puedan  ha- 
cer  sus  pruebas  delante  de  nosotros. 

Ea,  ilustres  hijo3  de  un  habitante  del  mar  (3), 
hermanos  de  los  langostinos,  danzad  sobre  la  arena 
en  la  orilla  del  estéril  piélago.  Moved  en  círculo 
vuestros  pies;  levantad  las  piernas  como  Frínico, 
y  al  verlas  en  el  aire,  lanzarán  gritos  de  asombro  los 

espectadores. 

Gira  sobre  tí  mismo,  da  vueltas;  levanta  la 
pierna  hasta  el  cielo;  trasfórmate  en  un  torbellino. 
Ahí  se  adelanta  el  mismo  rey  del  mar,  el  padre  de 


(1)  Las  vinagreras  tenian  una  forma  aproximadamente 
esférica,  y  debian  de  ser  de  pequeñas  dimensiones,  porque 
los  antiguos  usaban  el  vinagre  muy  concentrado.  Con  el 
trípode  que  las  sostenía  debian  parecerse  á  una  arana  le- 
vantándose sobre  sus  palas,  y  á  un  cangrejo,  por  le  cual 
Filocleon  halla  en  el  hijo  de  Carcino  esa  triple  semejanza. 

(2)  'Opx(Xo;,  reyezuelo  (ave),  tiene  la  misma  raíz  que 
danzante  ó  bailarín. 

(3)  Carcino. 


LAS  AVISPAS. 


103 


tus  rivales,  orgulloso  de  sus  hijos.  Mas  si  tenéis 
gusto  en  danzar,  hacednos  salir  cuanto  antes,  pues 
nunca  hasta  ahora  se  ha  visto  terminar  la  comedia 
con  un  baile  del  coro  (1). 


(1)    El  coro  bailaba  al  presentarse  en  escena,  pero 
nunca  al  retirarse. 


FIN   DE  LAS  AVISPAS. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Gleon  y  Brásidas,  generales  de  Atenas  y  Lacede- 
monia,  murieron  en  un  mismo  combate;  aquél  al 
retirarse  fug-itivo,  y  éste  en  brazos  de  la  victoria. 
«Después  de  la  derrota  de  los  Atenienses  ante  An- 
fipolis,  dice  Tucidides  (1),  y  de  la  muerte  de  Brási- 
das y  Cleon,  los  más  ardientes  partidarios  de  la 
guerra,  el  primero  porque  la  debia  sus  triunfos  y 
su  gloria,  y  el  segundo  porque  no  dejaba  de  pre- 
ver que  en  tiempos  normales  serian  más  patentes 
sus  prevaricaciones  y  menos  atendidas  sus  calum- 
nias, los  hombres  que  en  ambas  ciudades  aspira- 
ban á  desempeñ&r  el  principal  papel,  Pliatoanax, 
hijo  dePausánias,  rey  de  Esparta,  y  Nícias,  hijo 
de  Nicerato,  el  general  afortunado  como  ningu- 
no, se  declararon  en  favor  de  la  paz.  Pactóse 


(1)    Lib.  V,  16. 


108 


NOTICIA   PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


109 


está  por  cincuenta  años  tras  larcas  negociacio- 
nes, aunque  la  reconcilie cion  de  las  dos  repúbli- 
cas enemig-as  siempre  tuvo  más  de  aparente  que 
de  real.»  Alcibiades,  cuya  desmedida  ambición 
era  un  continuo  peli^o,  pues  aspiraba  no  méno3 
que  á  recocer  la  herencia  de  Feríeles,  y  atro- 
pellando  por  todo,  trataba  de  comprometer  á  su 
patria  en  una  nueva  guerra,  atizó  con  sus  intrigas 
los  enconados  odios  que  en  el  corazón  de  ambas 
ciudades  se  revolvían ;  y  tal  maña  se  dio,  que  en 
el  año  420  antes  de  nuestra  era,  decimotercio  de 
la  guerra  del  Peloponeso,  era  ya  imminente  una 
nueva  ruptura  de  hostilidades.  Para  contener,  si 
era  posible,  tan  espantoso  mal,  escribió  La  Paz 
Aristófanes,  comedia  cuyo  objeto,  indéntico  al  de 
Los  Acar ilienses ,  es  inspirar  al  pueblo  profunda 
aversión  á  una  guerra  desastrosa  y  funesta,  y  con- 
firmarle en  el  amor  á  las  dulzuras  del  estado  pací- 
fico, que  apenas  habia  empezado  á  saborear.  Para 
lograr  tan  levantado  ñn,  acude  el  poeta  tanto  á 
su  inagotable  imaginación  como  á  la  audaz  ener- 
gía de  que  tan  elocuente  muestra  son  sus  Caballe- 
ros, pues  á  un  tiempo  que  pinta  con  poético  colo- 
rido las  ventajas  de  la  paz  y  da  existencia  y  vida 
á  las  más  inanimadas  abstracciones,  levanta  con 
atrevida  mano  el  hipócrita  velo  con  que  se  encu- 
brían los  enemigos  del  reposo  público,  mostrando 
al  desnudo  sus  miras  interesadas,  sus  bajas  inten- 
ciones y  su  sospechosa  ambición.  Los  dos  partidos 
que  entónc3s  dividian  á  Atenas  aparecen  en  La 
Paz  tras  una  alegoría  transparente:  el  populacho, 


los  demagogos,  las  gentes  que  no  teniendo  nada 
que  perder  se  agrupaban  alderredor  de  Alcibia- 
des, en  aquella  jarcia  de  comerciantes  de  lanzas, 
cascos  y  escudos;  y  las  personas  sensatas  y  since- 
ramente amantes  de  su  país,  en  el  noble  coro  de 
labradores  que  ayuda  al  audaz  Trigeo  en  la  peli- 
grosa tarea  de  libertar  á  la  patria.  Veamos  cómo 
desarrolla  Aristófanes  la  acción. 

Trigeo  ó  viMdory  condolido  de  los  males  que  afli- 
gen á  su  patria,  se  propone  subir  al  Olimpo  en  de- 
manda de  la  Paz;  el  único  medio  que  para  ello  se 
le  ocurre,  es  alimentar  un  enorme  escarabajo,  re- 
cordando la  fábula  de  Esopo  en  que  aquel  anima- 
lejo  consigue  llegar  hasta  el  regazo  del  padre  de 
los  dioses.  Caballero  en  el  nuevo  Pegaso,  lánzase 
atrevidamente  á  los  aires,  desoyendo  las  adverten- 
cias de  su  atiibulada  familia.  Llega  por  fin  al  cie- 
lo, donde  Mercurio,  despu3s  de  un  recibimiento 
descortés,  se  aviene  á  indicarle  el  modo  de  des- 
enterrar á  la  Paz.  Aparécese  en  esto  la  Guerra 
acompañada  del  Tumulto,  y  pone  á  la  vista  sus  vio- 
lencias majando  en  un  inmenso  mortero  ciudades 
y  regiones,  mientras  la  Paz  permanece  relegada 
al  fondo  de  una  caverna,  obstruida  por  enormes 
peñascos.  Trigeo  trata  de  darla  libertad  y  convoca 
al  efecto  á  ciudadanos  de  todos  los  países,  princi- 
palmente labradores,  que  aparecen  armados  de  ca- 
bles y  palancas.  íío  todos  ponen,  sin  embargo, 
igrual  ahinco  en  la  consecución  de  la  obra,  pues 
mientras  los  Atenienses  y  Lacedemonios  tiran  con 
todas  sus  fuerzas,  los  de  Meg'ara  blandean  por  el 


íiO 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


KOTICIA  PRELIMINAR. 


Ui 


hambre,  y  los  de  Ar^os  y  Beocia  tratan,  fingiendo 
ayuda,  de  anular  sus  esfuerzos  con  ánimo  de  obte- 
ner durante  la  guerra  pingües  subsidios  de  todos 
los  belig'erantes.  Por  fin  la  cautiva  aparece,  y  con 
ella  Opora  y  Teoría,  personificaciones  de  la  abun- 
dancia y  de  las  fiestas  anejas  á  la  Paz.  En  medio  del 
mayor  jiibilo  se  ofrece  á  la  deidad  rescatada  un  sa- 
crificio, turbado  sólo  por  las  pretensiones  de  Hieró- 
cles,  sacerdote  famélico,  y  las  quejas  de  los  vende- 
dores de  armas,  á  los  que  el  nuevo  orden  de  cosas 
va  á  arruinar. 

La  comedia  concluye  con  las  bodas  de  Trigeo  y 
la  Abundancia,  celebradas  por  un  alegre  y  estrepi- 
toso canto  de  Himeneo. 

Adolece  esta  pieza  de  im  defecto  capital,  y  es 
que  la  ficción  admirablemente  sostenida  hasta  que 
la  Paz  sale  de  la  caverna ,  decae  desde  este  mo- 
mento y  se  arrastra  lánguidamente  hasta  el  final. 
Ni  los  más  picantes  chistes,  ni  multitud  de  encan- 
tadores detalles,  parecidos,  como  dice  Pierron  (1), 
á  islotes  de  pura  poesía  sobrenadando  en  un  mar 
de  obscenidades  y  bajezas;  ni  el  diálogo  siempre 
intencionado  y  vivo,  bastan  para  disimular  la  po- 
breza de  la  acción,  que  desde  el  verso  520  (2),  es  de- 
cir, mucho  antes  de  la  mitad  de  la  comedia,  queda 
reducida  á  los  preparativos  necesarios  para  el  ofre- 
cimiento de  un  holocausto  y  la  celebración  de  unas 
bodas.   A  esto  se  agrega,  observa  Brumoy  (3),  el 

(I)    Historia  de  la  literatura  griega,  t.  ii,  pág.  71. 

(-2)    La  Paz  tiene  i.3o6  versos. 

(3)    Le  Théatre  des  Qrecs,  t.  vi,  pág.  i. 


hallarse  llena  La  Paz^  más  que  otras  comedias,  de 
enigmas,  alusiones,  metáforas  y  figuras  de  toda 
especie,  cuyo  gusto,  aunque  no  lo  podamos  apre- 
ciar con  la  debida  precisión,  sin  embargo,  no  era 
de  los  más  selectos,  pues  fué  ya  objeto  de  acerbas 
críticas  por  parte  de  los  contemporáneos  de  Aris- 
tófanes (1),  hasta  tal  punto  que  éste,  según  la  opi- 
nión más  probable,  los  corrigió  en  una  segunda 
edición,  en  la  cual  la  Paz,  personaje  mudo  en  la 
conservada,  debía  de  intervenir  en  el  diálogo  y  la 
acción  con  su  compañera  la  Agricultura. 

La  Paz  se  representó  el  año  13  de  la  guerra  del 
Peloponeso,  420  antes  de  nuestra  era,  cuya  fecha 
fija  suficientemente  Aristófanes  en  el  verso  998  de 
la  misma  (2),  y  obtuvo  en  el  certamen  el  segundo 
lugar.  «  Quizá,  observa  un  discreto  intérprete  (3), 
al  negarle  los  jueces  la  primera  corona,  quisieron 
castigar  al  poeta  por  haber  tenido  razón  contra  la 
ceguera  popular.» 

(1)  Eupolis  en  Los  Aduladores,  y  Platón,  el  cómico, 
en  Las  Victorias,  se  burlaron  mucho  de  la  imagen  colosal 
de  la  Paz,  que  sale  de  su  prisión  para  no  decir  una  pala- 
bra en  toda  la  comedia. 

(2)  Trigeo  se  congratula  en  él  de  volver  á  ver  á  la  Paz 
después  de  trece  años  de  ausencia. 

(5)    PoYARü.  Aristophane,  pág.  200. 


a 


PERSONAJES. 


Dos  ESCLAVOS  DE  TrIGEO. 

Trigeo. 

Muchachas,  hijas  de  Trigeo. 

Mercurio. 

La  Guerra. 

El  Tumulto. 

Coro  de  labradores. 

HiÉROciEs,  adivino. 

ÜN  FABRlCAiNTE  DE  HOCES. 
Un  FABRICANTE  DE  PENACHOS. 


Un  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 
Un  FABRICANTE  DE  TROMPETAS. 

Un  fabrig^vnte  de  cascos. 

Un  FABRICANTE  DE  LANZAS. 

Un  hjjo  de  Lámaco. 
Un  hijo  de  Cleónimo. 
La  Paz. 


Opora  ó  la  ABUN-'PeisonaJes 

DANCIA.  (     ^^^^d0«- 

Teoría.  1 


La  acción  pasa  al  principio  delante  de  la  casa  de  Trigreo. 


TOMO  II 


8 


LA    PAZ. 


ESCLAVO  PRIMERO. 

Vamos,  vamos,  trae  pronto  su  pastelito  al  esca- 
rabajo. 

ESCLAVO  SEGUNDO. 

Toma,  dáselo  á  ese  maldito.  ¡Ojalá  no  coma 
otro  mejori 

ESCLAVO    PRIMERO. 

Dale  otro  de  excremento  de  asno. 

ESCLAVO  SEGUNDO. 

Ahí  lo  tienes  también.  ¿Pero  dónde  está  el  que 
le  trajiste  hace  un  momento?  ¿Se  le  ha  comido  ya? 

ESCLAVO  PRIMERO. 

¡Pues  ya  lo  creo!  me  lo  arrebató  de  las  manos,  le 
dio  una  vueltecilla  entre  las  patas,  y  se  lo  trag^ 
enterito.  Hazle,  hazle  otros  más  grandes  y  espesos. 

ESCLAVO   SEGUNDO. 

¡Oh  limpia-letrinas,  socorredm3en  nombre  de 
los  dioses,  si  no  queréis  que  me  asfixie! 


446 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


ESCLAVO  PRIMERO. 

Otro,  Otro,  confeccionado  con  excrementos  de 
bardaje;  ya  sabes  que  le  gusta  la  masa  muy  mo- 
lida. 

ESCLAVO  SEGUNDO. 

Toma;  lo  que  me  consuela  es  hallarme  al  abrigo 
de  una  sospecha:  nadie  dirá  que  me  cómo  la  pasta 
al  amasarla. 

ESCLAVO    PRIMERO. 

¡Puf:  venga  otro,  otro,  y  otro;  no  ceses  de  amasar. 

ESCLAVO  SEGUNDO. 

¡Imposible!  no  puedo  resistir  ya  el  olor  de  esta 
letrina.  Voy  á  llegarlo  todo  adentro. 

ESCLAVO  PRIMERO. 

Idos  al  infierno  ella  y  tú. 

ESCLAVO    SEGUNDO. 

¿No  me  dirá  alguno  de  vosotros  que  lo  sepa, 
dónde  podré  comprar  una  nariz  sin  agujeros"^  Por 
que  es  el  más  repugnante  de  los  oficios,  esto  de 
ser  cocinero  de  un  escarabajo.  Al  fin  un  cerdo  ó 
un  perro  se  tragan  nuestros  excrementos  tal  y 
como  se  los  encuentran,  mas  este  animal  anda 
siempre  en  repulgos,  y  ni  aun  se  digna  tocarlos, 
si  no  me  he  estado  amasando  un  día  entero  la 
bolita,  como  si  hubiera  de  ofrecerse  á  una  joven 
delicada.  Pero  veamos  si  ha  concluido  de  comer; 
voy  á  entreabrir  un  poquito  la  puerta,  para  que 
él  no  me  distinga.  ¡Traga,  traga,  atrácate  hasta 
que  revientes!  ¡Cómo  devera  el  maldito!  Mueve 
las  mandíbulas  como  un  atleta  sus  membrudos 
bracos:  luego  agita  la  cabe::a  y  las  patas,  como  los 


LA  PAZ. 


447 


que  enrollan  cables  en  las  naves  de  carga.  ¡Qué 
animal  tan  voraz,  fétido  é  inmundo!  No  sé  qué 
dios  nos  ha  enviad j  semejante  regalo,  pero  segu- 
ramente no  han  sido  ni  Venus  ni  las  Gracias. 

ESJLAVO   PRIMERO. 

¿Pues  cuál? 

ESCLAVO   SEGUNDO. 

Sólo  ha  podido  ser  Júpiter  fulminante  (1).  Pero 
sin  duda  algún  espectador,  alguno  de  esos  jóvenes 
presumidos  de  sabios,  estará  diciendo  ya:  ¿Qué  es 
esto?  ¿Qué  significa  ese  escarabajo?  Y  un  Jonio  (2) 
sentado  á  su  lado,  estoy  seguro  de  que  le  res- 
ponde: Todo  esto,  si  no  me  engaño,  se  refiere  á 
Cleon,  pues  es  el  único  que  no  tiene  reparo  en  ali- 
mentarse de  basura  (3).  Pero  voy  á  dar  agua  al 
escarabajo. 


ESCLAVO  PRIMERO. 

Y  yo  voy  á  explicar  el  asunto  á  los  niños,  á  los 
mozos,  á  los  hombres,  á  los  viejos,  y  álos  que  han 


(1)  Es  decir,  irritado.  Tratando  de  explicar  este  epíteto, 
dicen  unos  que  es  para  comparar  la  voracidad  del  escara- 
bajo al  rayo  que  lodo  lo  consume;  y  otros,  teniendo  en 
cuenta  que  el  xaxaéáxou  del  original  significa  bajar,  yen  en 
él  una  alusión  á  la  bajeza  de  aquel  animal.  Ambas  explica- 
ciones, como  se  ve,  son  demasiado  sutiles  para  ser  ver- 
daderas. 

(2)  La  circunstanciado  asistir  un  extranjero  á  la  repre- 
sentación, hace  creer  que  La  Paz&e  puso  en  escena  en  las 
grandes  dionisiacas. 

(3)  SnaxíXri  significa  liquida  alvei  egestio^  y  raeduras 
de  cuero.  Alusión  al  oficio  de  Cleon. 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


118 

traspasado  el  término  ordinario  de  la  vida.  Mi  se- 
ñor tiene  una  rara  locura,  no  la  vuestra  (1),  si  no 
otra  completamente  nueva.  Todo  el  dia  se  lo  pasa 
mirando  al  cielo,  con  la  boca  abierta,  é  increpando 
á  Júpiter  de  este  modo:  ¡Oh  Júpiter!  ¿Qué  intentas? 
Depon  tú  escoba,  no  barras  la  Grecia. 


LA  PAZ. 


119 


TRiaKO  (2)  (dentro;^ 
¡Ay!  ¡Ay! 

ESCLA.V0  PRIMERO. 

Callemos.  Se  me  figura  haber  oido  su  voz. 

TRIOEO. 

•Oh  Júpiter!  ¿Qaé  intentas  hacer  de  nuestra  pa- 
tria? ¿.No  ves  que  se  despueblan  las  ciudades? 

ESCLAVO  PRIMERO. 

Hó  ahí  la  manía  de  que  acabo  de  hablaros.  Esas 
palabras  pueden  daros  una  idea  de  ella;  yo  os  diré 
las  que  pronunciaba  cuando  principió  á  revolvér- 
sele la  bilis.  Hablando  aquí  mismo  á  solas,  excla- 
maba:  «¿Cómo  podría  yo  ir  derecho  á  Júpiter?» 
Construyó  al  efecto  escalas  muy  ligeras,  por  las 
cuales  sirviéndose  de  pies  y  manos,  trataba  de  su- 
bir al  cielo,  hasta  que  se  cayó,  rompiéndose  la  ca- 
beza \yer  se  fué  corriendo  á  no  sé  dónde,  y  vol- 
vió á  casa  con  este  enorme  esca.-abajo,  ligero  como 


(i)    Refiérese  sin  duda  á  la  manía  de  los  procesos  cri- 

'^?  El  no^'.br'eT  rw,..  (derivado  de  xpú,.,  vendimia) 
significa  viñador 


un  caballo  del  Etna  ¡1),  obligándome  á  ser  su  pa- 
lafrenero. Mi  amD  le  acaricia  como  si  fuese  un  po- 
tro, y  le  dice:  «Pegasillo  mío,  generoso  volátil,  llé- 
vame de  un  vuelo  hasta  el  trono  de  Júpiter  (2).» 
Pero  voy  á  ver  por  esta  rendija  lo  que  hace.  ¡Oh  des- 
graciado! [favor!  ¡favor,  vecinos!  ¡Mi  dueño  sube 
por  el  aire  montado  en  el  escarabajo! 


TRiGEo  fen  la  escena). 
Despacio,  despacio;  poco  á  poco,  escarabajo  mió; 
refrena  algo  tu  fogosidad;  no  confíes  demasiado  en 
tu  fuerza;  aguarda  á  que,  después  de  sudar,  el  rá- 
pido movimiento  de  las  alas  haya  dado  agilidad  á 
tus  remos.  Sobre  todo,  no  despidas  ningún  mal 
olor;  si  estás  dispuesto  á  hacerlo,  más  vale  que  te 
quedes  en  casa. 

ESCLAVO  PRIMERO. 

¡Oh  dueño  mío!  ¿Estás  loco? 

TRIGEO. 

¡Silencio!  ;  silencio! 

ESCLWO   PRIMERO. 

¿Pero  á  dónde  diriges  tu  vuelo,  temerario? 

TRiaeo. 
Vuelo  para  hacer  la  felicidad  de  todos  los  Grie- 


(1)  Los  caballos  de  Etna  (Sicilia)  eran  famosos  por  su 
velocidad.  Además,  según  el  Escoliasta  el  Etna  era  nota- 
ble por  la  gran  variedad  de  escarabajos  que  en  él  se  cria- 
ban. Los  de  una  de  sus  especies,  al  decir  de  Platón  el  Có- 
mico, llegaban  á  ser  tan  grandes  como  un  hombre. 

(2)  Parodia  del  BeUforonte  de  Eurípides. 


420 


COMEDIAS  I>E  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


421 


g'os;  por  ellos  llevo  á  cabo  esta  nueva  y  atrevida 
empresa. 

ESCLAVO  PRIMERO. 

Mas  ¿qué  intentas?  lOh,  qué  inútil  locural 

TRIGEO. 

Nada  de  palabras  de  mal  agüero.  Al  contrario, 
pronúncialas  favorables.  Manda  callar  á  todos; 
haz  que  cubran  con  nuevos  ladrillos  las  letrinas  y 
cloacas,  y  que  se  pongan  un  tapón  en  el  tra- 
sero (1). 

ESCL.WO   PRIMERO. 

No,  no  callaré,  si  no  me  dices  á  dónde  enderezas 
el  vuelo. 

TRIGEO. 

?.A  dónde  he  de  ir  sino  al  cielo,  á  ver  á  Júpitef^ 

ESCLAVO  PRIMERO. 

¿CJon  qué  intención? 

TRIGEO. 

Con  la  de  preguntarle  qué  piensa  hacer  de  todos 
los  Griegos. 

ESCLAVO  PRIMERO. 

¿Y  si  no  te  lo  dice? 

TRIGEO. 

Le  citaré  á  juicio  y  le  acusaré  de  hacer  traición 
á  los  Griegos  en  favor  de  los  Persas  (2). 

ESCLAVO  PRIMERO. 

Por  Baco,  no  harás  eso  mientras  yo  viva. 


(4)  Por  miedo  de  que  algún  mal  olor  atraiga  al  escara- 
bajo. ,        ,      T» 

(2)  Esta  acusación  era  frecuente  en  Atenas.  Los  Persas 
velan  con  placer  las  disensiones  de  los  Griegos. 


TRIGEO. 

Pues  no  es  posible  otra  cosa. 

ESCLAVO   PRIMERO. 

íAy!  ¡ay!  ¡ayl  Chiquitas,  que  vuestro  padre  os 
abandona  marchándose  al  cielo  de  tapadillo.  ¡Ahí 
suplicadle,  suplicadle,  pobrecitas  huérfanas. 

LA  MUCHACHA. 

¡Padre,  padre!  ¿será  verdad,  como  acaban  de  de- 
cirnos, que  nos  abandonas  para  ir  á  perderte  con 
las  aves  en  la  reg-ion  de  los  cuervos?  Di,  padre  mió, 
¿es  verdad?  Respóndeme,  si  me  amas. 

TRIGEO. 

Si;  me  marcho.  Cuando  me  pedís  pan,  hijas 
mias,  llamándome  papá,  se  me  parte  el  corazón  al 
no  hallar  en  toda  la  casa  ni  la  sombra  de  un  óbo- 
lo. Si  salg'o  bien  de  la  empresa,  tendréis  siempre 
que  queráis  una  gran  torta,  sazonada  con  un  buen 
bofetón  (1). 

LA    MUCHACHA. 

Mas  ¿cómo  vas  á  hacer  ese  viaje?  No  hay  navio 
que  pueda  conducirte. 

TRIGEO. 

Iré  sobre  este  corcel  alado;  no  necesito  embar- 
carme. 

LA   MUCHACHA. 

Pero,  padre,  ¿cómo  se  te  ha  ocurrido  subir  al 
cielo  montado  en  un  escarabajo? 


(i)    Frase  proverbial  que  se  dirigía  á  los  que  se  meten 
en  lo  que  no  les  importa. 


I 


I 


m 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


423 


TRIGEO. 

Las  fábulas  de  Esopo  (1)  dicen  que  es  el  único 
volátil  que  ha  llegado  hasta  los  dioses. 

L\  MUCHACHA.. 

iPadre  mió!  ¡padre  mió!  eso  es  un  cuento  increi- 
ble.  ¿Cómo  ha  podido  llegar  hasta  los  dioses  un 
animal  tan  inmundo? 

TRIGEO. 

Subió  por  la  enemistad  que  tuvo  con  el  águila,  y 
se  vengó  haciendo  una  tortilla  con  sus  huevos. 

LA  MUCHACHA. 

¿No  era  mejor  que  montases  el  alígero  Pegaso  y 
te  presentases  á  los  dioses  con  más  trágico  conti- 
nente?  (2) 

TRIGEO. 

Tontuela,  ¿no  conoces  que  hubiera  necesitado 
doble  provisión?  Mientras  así  éste  se  aumentará 
con  lo  que  yo  haya  digerido. 

LA  MUCHACHA. 

Y  Si  cae  del  piélago  en  los  hilmedos  abismos  (3\ 
¿cómo  podrá  salir  á  flote  un  animal  ala'io? 

TRIGEO. 

Llevo  un  timón  (4)  que  emplearé  si  hay  necesi- 
dad; todo  quedará  reducido  á  que  me  sirva  de  nave 
un  escarabajo  de  Náxos  (5). 

(1)    Véase  la  fábula  de  Samaniego  El  Águila  y  el  Es- 

^(V'^Alusion  al  Belero/onte  áe  Eurípides. 
(3)    Parodia. 

5     Juego  de  palabras:  xavOapoc,  escarabajo  era  también 
el  nombre  que  se  daba  á  unas  naves  construidas  en  Naxos. 


LA   MUCHACHA. 

Después  del  naufragio  ¿qué  puerto  te  acogerá? 

TRIGEO. 

¿Pues  no  hay  en  el  Píreo  el  puerto  del  Escara- 
bajo? (1) 

LA   MUCHACHA. 

Ten  mucho  cuidado  de  no  tropezar  y  caer.  Si  te 
quedas  cojo,  darás  asunto  á  Eurípides  para  una 
tragedia,  de  la  cual  serás  protagonista  (2). 

TRIGEO. 

Eso  es  cuenta  mía.  Adiós.  fÁ  los  espectadores,) 
Vosotros,  en  cuyo  obsequio  sufro  estos  trabajos, 
absteneos  durante  tres  días  de  todo  desahogo,  só- 
lido ni  fluido  (3):  pues,  si  al  cernerse  en  las  altu- 
ras percibe  mi  corcel  algún  olor,  se  precipitará  so- 
bre la  tierra  y  burlará  mis  esperanzas.  Adelante, 
Pegaso  mío;  haz  resonar  tu  freno  de  oro,  endereza 
las  orejas.  ¡Oh!  ¿qué  haces?  ¿qué  haces?  ¿por  qué 
vuelves  la  cabeza  hacia  las  letrinas?  Levántate 
atrevidamente  de  la  tierra,  y  desplegando  tus  ve- 
loces alas,  vuela  en  línea  recta  al  palacio  de  Júpi- 
ter. Aparta  por  hoy  el  hocico  de  la  basura,  y  de 
todos  tus  alimentos  cotidianos.  ¡Eh,  buen  hombrel 
¿qué  haces  ahí?  A  ti  te  digo,  que  haces  tus  necesi- 
dades en  el  Píreo,  junto  al  Lupanar.  ¿Quieres  que 
me  mate?  ¿quieres  que  me  mate?  Ocúltalo  pronto, 
cúbrelo  con  un  gran  montón  de  tierra,  planta  en- 


(1)  Uno  de  los  tres  puertos  del  Píreo  tenía  ese  nombre. 

(2)  Véase  Zos  Acarnienses^  donde  Diceópolis  echa  en 
cara  á  Eurípides  la  cojera  de  sus  héroes. 

(3)  Ne  visite  ne  cácate  triduo. 


9 


\u 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


1-25 


cima  serpol  y  rié^lo  con  perfumes,  pues  si  llego 
á  caer  ahí  y  á  causarme  grave  daño,  en  castigo 
de  mi  muerte  tendrá  qae  pagar  cin:o  talentos  la 
ciudad  de  Qiüos  (1)  por  tu  condenado  trasero.  ¡Ay! 
¡ay!  ¡qué  miedo!  ¡ya  no  tengo  ganas  de  bromas! 
Mucha  atención,  maquinista.  Un  viento  rebelde 
gira  alderredor  de  mi  ombligo:  sino  tienes  suma 
precaución,  voy  á  cebarle  un  pienso  al  escara- 
bajo (2).  Mas  no  debo  estar  lejos  de  los  dioses,  pues 
ya  distingo  la  morada  de  Júpiter.  ¿Quién  es  ese 
que  está  en  la  puerta?  Abrid. 

fia  esce.'ia  caiMa  y  represmta  el  cielo,) 


MERCURIO. 

Se  me  figura  que  huelo  á  hombre  (viendo  d  Tri- 
geo).  lOh  Hércules!  ^qué  monstruo  es  ese  que  veoV 

TRIGEO. 

ünhipocántaro(3). 

MERCURIO. 

Infama,  atrevido,  desvergonzado,  bribón,  rebri- 
bon,  bribón  más  que  todos  los  bribones  juntos, 
¿cómo  has  subido  hasta  aquí?  ¿Cómo  te  llamas? 
¡pronto! 

TRIGEO. 

Bribón. 


(4)    Alusión  á  las  disolutas  costumbres  de  los  habitan- 
tes de  Qítt'y*,  ciudad  aliada  de  Atenas. 

(2)  Por  efecto  de  su  temor. 

(3)  Es  decir,  un  escarabajo  que  sirve  de  caballo.  Alu- 
sión al  liipocentauro. 


MERCURIO. 

¿De  c'ónde  eres?  contesta. 

TRIGEO. 

Bribón. 

MERCURIO. 

¿Quién  es  tu  padre? 

TRIGEO. 

¿El  mió?  Bribón. 

MERCURIO. 

¡Por  la  Tierra!  vas  á  morir  si  no  me  dices  tu 
nombre. 

TRIGEO. 

Soy  Trigeo  el  Atmonense  ¡1),  viñador  honrado, 
enemigo  de  pleitos  y  delaciones. 

MERCURIO. 

¿A  qué  has  venido? 

TRIGEO. 

A  traerte  estas  viandas. 

MERCURIO. 

¡Oh  pobrecillo!  ¿qué  tal,  qué  tal  el  viaje?  (2) 

TRIGEO. 

Glotonazo,  ¿ya  no  te  parezco  bribón?  Ea,  vete 
á  llamar  á  Júpiter. 

MERCURIO. 

¡Ay!  ¡ay!  ¡ay!  No  creas  que  estás  cerca  de  los 
dioses.  Ayer  mismo  emigraron. 

TRIGEO. 

¿A  qué  lugar  de  la  Tierra? 

(1)  Atmon  era  una  aldea  del  Ática. 

(2)  Al  aspecto  de  los  comestibles,  la  glotonería  hace 
ablandarse  á  Mercurio. 


Ii6 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


127 


MERCURIO. 

I  Oh!  ¿de  la  Tierra? 

TRIGEO. 

En  fin,  ¿á  dónde? 

MERCURIO. 

Lejos,  muy  lejos,  al  sitio  más  escondido  y  apar- 
tado  de  los  cielos. 

TRIGEO. 

¿Cómo  te  has  quedado  aquí  solo? 

MERCURIO. 

Para  g-uardar  la  vajilla  restante,  los  puclierillos, 
las  tablillas  y  las  pequeñas  ánforas  (1). 

TRIGEO. 

¿Pero  por  qué  han  emigrado  los  dioses? 

MERCURIO. 

Por  odio  á  los  Griegos.  En  los  lugures  que  les  es- 
taban destinados  han  alojado  á  la  guerra  dándole 
amplios  poderes  para  que  os  trate  á  su  antojo. 
Ellos  se  han  retirado  muy  lejos,  por  no  presenciar 
vuestros  combates  ni  oir  vuestras  súplicas. 

TRIGEO. 

¿Por  qué  razón  nos  tratan  asi?  dime. 

MERCURIO. 

Porque  habéis  preferido  la  guerra  á  la  paz  con 
que  os  han  brindado  mil  veces.  Los  Lacedemonios, 
si  llegaban  á  conseguir  alguna  pequeña  ventaja, 
exclamaban  en  seguida:  «Por  los  Dióscuros  (2),  nos 


(i)    Luciano  se  burla  también  de  estos  oficios  de  Mer- 
cui-io.  (Diálogos  de  los  Muertos.  Mercurio  y  Maya.) 
(2)    Exclamación  ordinaria  de  los  Lacedemonios. 


la  han  de  pagar  los  Atenienses.»  Por  el  contrario, 
si  los  Atenienses  salláis  algo  mejor  librados  y  los 
Lacedemonios  venian  á  tratar  de  la  paz,  la  contes- 
tación ya  se  sabía  que  habia  de  ser:  «Por  Miner- 
va (1),  no  nos  la  pegáis;  por  Júpiter,  no  hay  que 
darles  crédito;  ellos  volverán  mientras  tengamos 
á  Pilos  (2).» 

TRIGEO. 

Cierto,  ese  es  nuestro  lenguaje. 

MERCURIO. 

Por  lo  cual  no  sé  si  volvereis  á  ver  á  la  Paz 

TRIGEO. 

¿Pues  á  dónde  se  ha  ido? 

MERCURIO. 

La  Guerra  la  hundió  en  una  profunda  caverna. 

TRIGEO. 

¿En  cuál? 

MERCURIO. 

ühí,  en  ese  abismo;  ¿no  ves  cuántos  peñascos  ha 
amontonado  encima  para  que  nunca  podáis  reco- 
brarla? 

TRIGEO. 

Y  dime,  ¿qué  calamidad  nos  prepara? 

MERCURIO. 

Lo  ignoro;  sólo  sé  que  ayer  á  la  tarde  trajo  un 
mortero  de  prodigioso  tamaño. 

TRIGEO. 

¿Qué  hará  con  ese  mortero? 


(1)  Exclamación  favorita  de  los  Atenienses. 

(2)  Véase  Los  Caballeros. 


428 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


d29 


MERCURIO. 

Piensa  machacar  en  él  las  ciudades.  Pero  me 
marcho;  si  no  me  engaño,  va  á  salir;  ¡cómo  albo- 
rota  ahí  dentro! 

TRIGEO. 

¡Ah,  pobre  de  mi!  ¡huyamos!  yo  también  oigo  el 
estruendo  del  mortero  bélico. 


L\  GUERRA  (trayendo  íui  e/iorme  mortero; 
iGuay  mortales,  mortales,  desdichados  morta- 
les! ¡Temblad  por  vuestras  mandíbulas! 

TRIGEO. 

¡Oh  poderoso  Apolo,  qué  inmenso  mortero!  ¡Qué 
daño  hace  la  sola  vista  de  la  Guerra!  ¡Ese,  ese  es 
el  monstruo  sanguinario  y  cruel  del  cual  huimos! 
¡Oh,  cómo  se  apoya  sobre  sus  piernas!  ¡1) 

LA  GUERRA. 

¡Oh  Prasies,  Prasies  (2),  y  una,  y  cien,  y  mil  ve- 
ces desgraciada,  hoy  feneces  para  siempre! 

TRIGEO. 

Hasta  ahora,  ciudadanos,  nada  va  con  vosotros; 
ese  golpe  cae  sobre  Lacedemonia. 


(i)  Esta  parece  la  versión  más  verosímil  de  las  pala- 
bras ó  xa-á  xoTv  axeXorv  que  han  dado  lugar  á  muchas 

conjeturas.  . ,  ,      ...      ^^    . 

A)  Ciudad  de  Laconia  destruida  por  los  Atenienses  el 
año  segundo  de  la  guerra  del  Peloponeso.  (Tucíd.,  ii,  5b}^ 
Habia  también  otra  población  del  mismo  nombre  en  el 
Ática.  La  Guerra,  fingiendo  arrojarla  al  mortero,  echaba  un 
puerro,  en  griego  rpáaov,  por  el  parecido  de  este  nombre 
con  el  de  Prasies. 


LA  GUKRRA. 

I  Ah  Megara,  Megara,  cómo  te  voy  á  majar!  Toda 
vas  á  ser  reducida  á  menudo  picadillo, 

TRIGEO. 

¡Oh,  ohl  ¡Cuántas  y  cuan  amargas  lágrimas  para 
los  Megarenses!  (1). 

LA  GUERRA. 

¡Ah  Sicilia,  también  tú  pereces! 

TRIGEO. 

¡Míseras  ciudades,  vais  á  ser  ralladas  como 
queso! 

LA  GUERRA. 

Ea,  mezclemos  un  poco  de  miel  del  Ática  (2). 

TRIGEO. 

¡Eh!  no,  te  aconsejo  que  emplees  otra;  esa  cuesta 
á  cuatro  óbolos;  economiza  la  miel  del  Ática. 

LA   GUERRA. 

¡Hola!  ¡eh,  Tumulto! 


EL   TUMULTO. 

¿Qué  me  quieres? 

LA   GUERRA. 

¡Macho  ojo!  ¿Te  estás  mano  sobre  mano,  éhí 
pues  toma  esta  puñada. 

TRIGEO. 

¡Soberbio  golpe! 


(i)  La  Guerra  echa  en  el  mortero  ajos  y  queso,  como 
emblema  de  Megara  y  Sicilia  respectivamente. 

C'Á)  En  representación  de  Atenas,  '.a  miel  del  Ática  era 
muy  celebrada. 


i!  I 


í 


*» 


I 


TOMO    11 


130 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL   TUMULTO. 

lAy!  señora. 

TRIGEO. 

¿Qué?  ¿Se  habia  untado  el  puño  con  ajos?  (1) 

LA.   GUERRA.. 

Traéme  volando  una  mano  de  morterr 

EL   TUMULTO. 

Pero,  dueña  mia,  si  no  tenemos  nin^ma:  como 
sólo  estamos  aquí  desde  ayer... 

LA   GUERRA. 

Vete  á  buscar  una  en  Antenas;  pero  ¡vivo,  vivo! 

EL   TUMULTO. 

Ya  corro.  ;Pobre  de  mí,  si  no  la  traigo! 

TRIGEO. 

Ea  ¿qué  haremos,  miseros  mortales?  Ya  veis  qué 
espantoso  peli^o  nos  amenaza.  Si  vuelve  con  la 
mano  de  mortero,  ésta  va  á  entretenerse  en  tntu- 
rar  á  su  gusto  las  ciudades.  ¡Olí  Baco,  que  muera 
antes  de  traerla! 

LA  GUERRA  (2). 


¿Qué? 


EL  TUMULTO. 
Lk   GUERRA.. 


¿Cómo? 
¿No  la  traes? 

EL   TUMULTO. 

¡Qué  he  de  traer!  Los  Atenienses  han  perdido  la 


(4)    Para  hacer  más  doloroso  el  puñetazo. 
(2)    Al  Tumulto  que  regresa. 


LA  PAZ. 


431 


mano  de  su  mortero,  aquel  curtidor  que  revolvia 
toda  la  Grecia  (1). 

TRIGEO. 

¡Oh,  dicha!  ¡veneranda Minerva!  ¡con  qué  opor- 
tunidad ha  muerto  para  la  República!  Antes  de 
servirnos  su  g-uisado. 

LA.  GUERRA. 

^yorre,  pue?,  á  buscar  otra  en  Lacedemonia,  y 
concluyamos  de  una  vez. 

EL  TUMULTO. 

Allá  voy,  señora. 

LA   GUERRA. 

•Te  recomiendo  la  vuelta! 

TRIGEO. 

¿Qué  va  á  ser  de  vosotros,  ciudadanos?  Lleg-ó  el 
momento  crítico.  Si  por  casualidad  al^no  de  vos- 
otros está  iniciado  en  los  misterios  de  Samotra- 
cia  (2),  ahora  es  ocasión  de  desear  un  buen  retor- 
tijón de  pies  al  portador  de  la  mano. 


EL  TUMULTO  (de  vueltaj, 
¡Ay  qué  desg-raciadc  soy!  ¡ay,  y  mil  veces  ay! 

LA  GUERRA. 

¿Qué  es  eso?  ¿Tampoco  traes  nada  ahora? 


(4)f2Ci.E0N,  muerto  en  la  batalla  de  Anfípolis.  (V.  la 
Noticia  preLiminar.) 

(2)  Los  que  querian  evitar  algún  mal  se  iniciaban  en 
los  misterios  de  Samotracia,  isla. del  Egeo,  famosa  por  el 
culto  de  Hécale  y  los  dioses  Cabiros.  La  ininiaiiipn  se  con- 
sideraba como  un  seguro  preservativo,  y  como  medio  de 
conseguir  cuanto  se  deseaba. 


132 


COMKDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


133 


EL   TUMULTO. 

También  los  Lacedemonios  uan  perdido  la  mana 
de  su  mortero. 

LA  GUERRA. 

¿Y  cómo,  gran  canalla'? 

EL   TUMULTO. 

Se  la  habían  prestado  á  otros  en  Tracia,  y  la  han 
perdido  (1). 

TRIGKO. 

¡Bien,  muy  bien  va,  oh  Dioscuros!  perfectamente 
bien;  cobrad  ánimo,  mortales. 

LA   GUERRA. 

Co^  esos  vasos  y  vuélvelos  á  llevar;  yo  entro 
también  para  hacer  una  mano  de  mortero. 


TRIGEO. 

Llegó  el  momento  de  repetir  lo  que  cantaba  Dá- 
tis  [2],  arrascándose  sin  pudor  (3)  en  medio  del 
dia:  «¡Qué  gusto!  ¡qué  placer!  ¡qué  delicia!»  Ahora, 
oh  Griegos,  llegó  la  oca?ion  oportuna  de  olvidar 
querellas  y  combates,  y  de  libertar  á  la  Paz  á  quien 
todos  amamos,  antes  de  que  nos  lo  impida  algima 
nueva  mano  de  mortero  (4).  Labradores,  mercade- 


(1)  Brásidas,  ítiiicrto  en  la  misma  batalla  que  Cleon. 

(2)  General  persa  en  tiempo  de  Darío. 

(4)  AlSTsegun  se  cree,  á  Alcibiados,  que  en  el 
miimo  año  (Tl-cíd.^  v.  5^2)  excitó  á  los  If  ^'tantes  de  Pá- 
tras  á  extender  sus  forlifi.  aciones  hasta  el  mar,  e  iba  pre- 
parando los  ánimos  á  una  nueva  guerra,  con  objeto  de 
desarrollar  sus  planes  ambiciosos. 


Tes,  fabricantes,  obreros,  metecos,  extranjeros,  in- 
sulares, hombres  de  todos  los  países,  acudid  pron- 
to, armaos  de  azadones,  palancas  y  maromas .  Por 
fin  podremos  beber  la  copa  del  Buen  Genio  (1). 


CORO, 


Acudamos  todos  á  trabajar  por  la  común  salva- 
ción. Pueblos  de  la  Grecia,  libres  de  guerras  san- 
grientas y  combates,  prestémonos  hoy,  como  nun- 
ca, mutuo  socorro.  Este  dia  amaneció  en  mal  hora 
para  Lámaco  (2).  fA  Trigeo.}  Vamos,  di  lo  que  hay 
que  hacer;  dispon,  ordena,  manda.  Estamos  deci- 
didos á  trabajar  sin  descanso,  con  máquinas  y  pa- 
lancas, hasta  volver  á  la  luz  á  la  más  grande  de 
las  diosas,  á  la  protectora  más  solícita  de  nuestras 
vidas. 

TRIGEO. 

¡Silencio!  ¡silencio!  No  vayan  á  despertar  á  la 
Guerra  los  gritos  que  os  arranca  la  alegría. 

CORO. 

Nos  ha  regocijado  ese  edicto  mandando  libertar 
á  la  Paz.  ¡Oiián  distintos  de  esos  otros  que  nos  han 
ordenado  tantas  veces  acudir  con  víveres  para  tres 
días! 

TRIGEO. 

Cuidado  con  aquel  cerbero  (3),  que  está  ahora  en 


(i)    Que  se  acostumbraba  á  beber  á  fin  de  las  comidas. 

(2)  General  partidario  de  la  guerra  (  V.  Lqb  Acar- 
nienses. 

(3)  Cleon. 


ni 


i  li 


fl 


LA  PAZ. 


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134 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


los  infiernos;  sus  ladridos  y  aúllos  podrían,  coma 
en  vida,  impedirnos  libertar  á  la  diosa. 

CORO. 

Ts^o  hay  nadie  capaz  de  arrebatármela,  como  lle- 
gue á  estrecharla  entre  mis  brazos.  ¡Ay!  ¡ay!  ¡qué 
gozo! 

TRIGEO. 

Por  piedad,  silencio,  amigos  mios,  si  no  deseáis 
mi  perdición.  Como  la  Guerra  llegue  á  observar 
algo,  saldrá  y  echará  por  tierra  de  un  golpe  todos 
nuestros  planes. 

CORO. 

Aunque  lo  revuelva,  pisotee  y  arruine  todo,  hoy 
no  puedo  contener  la  alegría. 

TRIGEO. 

¿Pero  estáis  locos?  ¿Qué  os  sucede,  ciudadanos? 
Por  todos  los  dioses  os  lo  pido,  no  echéis  á  perder 
con  vuestros  saltos  la  más  hermosa  empresa. 

CORO. 

Si  yo  no  quiero  bailar;  mi  alegría  es  tanta,  que, 
sin  quererlo  yo,  mis  piernas  saltan  de  gozo. 

TRIGEO. 

No  máo;  terminad,  terminad  el  baile. 

CORO. 

Ea,  ya  está  terminado. 

TRIGEO. 

Lo  dices,  pero  no  lo  haces. 

CORO. 

Vamos,  permíteme  hacer  esta  figura,  y  nada  más. 

TRIGEO. 

Bueno,  esa  sola;  pero  cese  en  seguida  la  danza. 


CORO. 

Si  te  podemos  servir  en  algo,  no  danzaremos. 

TRIGEO. 

¡Pero,  malditos,  si  no  acabáis! 

CORO. 

Déjame  lanzar  al  aire  la  pierna  derecha,  y  te 
juro  concluir. 

TRIGEO. 

Os  lo  permito  para  que  no  me  importunéis  más. 

CORO. 

Pero  justo  es  que  la  pierna  izquierda  haga  lo 
mismo.  Hoy  no  quepo  en  mí  de  júbilo;  rio  y  albo- 
roto; para  mí  el  dejar  el  escudo  es  tan  grato  como 
despojarme  de  la  vejez  (1). 

TRIGEO. 

No  os  alegréis  todavía;  aun  no  es  segura  vues- 
tra felicidad.  Cuando  la  hayamos  libertado,  ale- 
graos entonces,  reíd  y  gritad.  Porque  entonces 
sí  que  podréis  á  vuestro  antojo  navegar  ó  per- 
manecer en  casa,  entregaros  al  sueño  ó  al  amor, 
asistir  á  las  fiestas  ó  á  los  banquetes,  jugar  al  có- 
tabo  (2),  vivir  como  verdaderos  Sibaritas  y  excla- 
mas: ¡lu!  ¡lu! 

(i)  En  el  texto  hay  un  juego  de  palabras  intraducibie, 
porque  "ítipa;  significa  vejez  yla^ttf¿  ó  camisa  de  las  ser- 
pientes, y  átTTcí;  escudo  y  áspid. 

(2)  Diversión  de  los  asistentes  á  un  festin,  que  consistía 
en  arrojar  á  un  recipiente  los  restos  del  vino  de  sus  copas; 
del  ruido  que  el  liquido  producía  al  caer,  deducía  cada  ju- 
gador el  cariño  que  su  amante  le  profesaba.  Habia  dos  es- 
pecies de  cótabo.  Hé  aquí  cómo  los  describe  el  Escoliasta: 
Primero,  clavábase  en  tierra  un  palo,  á  cuya  extremidad 
superior  se  adaptaba  por  medio  de  una  correa  una  barra 


43o 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


437 


CORO. 

¡Ojalá  lle^ífue  á  ver  ese  día!  Muchos  trabajos  he 
sufrido,  y  iQuchas  veces,  como  Formion  (1),  he  dor- 
mido sobre  la  dura  tierra  Ya  no  seré  para  ti,  como 
antes,  un  juez  intratable  y  severo  de  duro  y  as- 
pero  carácter,  sino  mucho  más  afable  ó  indul- 
gente, en  c^-.anto  me  vea  libre  de  las  molegtias  de 
la  guerra.  Sobrado  tiempo  há  que  nos  destrozan 
y  matan  haciéndonos  ir  y  venir  al  Liceo  (2)  con 
lanza  y  escudo.  Pero  di  en  qué  podemos  compla- 
certe, pues  una  suerte  feliz  ha  hecho  que  seas 
nuestro  jefe. 

TRIGEO. 

Procuremos  separar  estas  piedras. 


movible  que  sostenía  dos  platillos,  colgados  de  sus  brazos 
como  de  los  de  una  balanza,  y  debajo  de  estos  platillos  se 
ponían  dos  vasijas  con  agua:  cada  jugadorlanzaba  una  copa 
(le  vino  sobre  un  platillo,  que  al  llenarse  descendía  y  cho- 
caba con  la  cabeza  de  una  eslatuita  de  bronce  puesta  en 
la  vasija  con  agua  de  que  se  ha  hablado:  cuando  este  cho- 
que  se  verificaba  sin  ningún  derramamiento  del  liquido,  el 
meadorera  proclamado  vencedor,  y  se  le  auguraba  buena 
suene  en  las  lides  de  Cupido.  Segundo,  colocábase  una 
vasija  con  agua,  sobre  la  cual  ílolaban  otras  mas  pequeñas: 
el  juego  consistía  en  sumergir  una  de  éstas,  arrojando  brus- 
camente el  vino  que  quedaba  en  el  fondo  de  las  copas. 

(1)  Ilustre  general  ateniense  (V.  la  nota  al  verso  56-2 

de  Los  Caballeros].  .  i  „  e/^l 

(2)  Gimnasio  de  Atenas  donde  se  ejercitaban  los  sol- 
dados y  se  ponían  á  prueba  antes  de  una  expedición  mili- 
tar los'hombres  capaces  de  resistir  sus  fatigas. 


MERCURIO. 

Bribón  temerario,  ¿qué  pretendes  hacer? 

TRIGEO. 

«Nada  malo,»  como  Cilicon  (1). 

MERCURIO. 

¡Te  has  perdido,  desdichado! 

TRIGEO. 

Si  lleg*a  á  haber  sorteo  (2)  no  lo  dudo,  pues  ha- 
biendo de  dirig-irlo  tú,  ya  sé  lo  que  resultará. 

MERCURIO. 

¡Te  has  perdido!  ¡vas  á  morir! 

TRIGEO. 

?.En  qué  dia? 

MERCURIO. 

Ahora  mismo. 

TRIGEO. 

Aun  no  he  comprado  nada,  ni  harina,  ni  queso, 
para  marchar  á  morir  (3). 

MERCURIO. 

Date  por  molido. 


(4)  Respuesta  que  se  habia  hecho  proverbial.  Cilicon 
de  Wileto  entregó  sus  patria  á  los  habitantes  de  Priene, 
respondiendo  á  los  que  le  preguntaban  qué  intentaba  ha- 
cer: Nada  malo.  Después  de  su  traición  se  refugió  en  Se- 
rnos, donde  uno  de  sus  compatriotas,  de  oficio  carnicero, 
le  cortó  una  mano  para  castigar  su  perfidia. 

(2)  Alusión  á  una  costumbre  judicial.  Cuando  habia  va- 
rios criminales  condenados  á  la  pena  capital  se  ejecutaba 
uno  cada  dia,  sorteándolos  al  efecto. 

(3)  Se  refiere  á  las  municiones  de  boca  que  tenían  que 
adquirir  los  soldados  al  partir  á  una  expedición. 


138 


COMEDIAS  DK  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


439 


TRIGEO. 

¡Imposible!  ¿No  habia  de  haber  advertido  tanta 
feUcidad?  (1) 

MERCURIO. 

¿Ignoras  que  Júpiter  ha  amenazado  con  la  muer- 
te á  todo  el  que  sea  sorprendido  desenterrando  á 
esa  infeliz'^ 

TRIGEO. 

¿Es  por  consi^iente  de  absoluta  necesidad  que 
yo  muera"^ 

MERCURIO. 

Sí  por  cierto. 

TRIGEO. 

Pues  préstame  tres  dracmas  para  comprar  un 
lechoncillo:  debo  iniciarme  antes  de  morir  (2). 

MIíRCURIO. 

¡Oh  Júpiter  tonante!... 

TRIGEO. 

¡Oh  Mercurio!  por  todos  los  dioses  te  lo  pido:  no 
nos  delates. 

MERCURIO. 

No  puedo  callarme. 

TRIGEO. 

¡Te  lo  ruego  por  las  viandas  que  te  he  traido 
con  tan  buena  voluntad! 


(1)    Trigeo  toma  las  palabras  de  Mercurio  en  su  acep- 
ción obscena.  ^^  __^^^  ^^  ^^  ^^^^ 

sacrificio.  Los  iniciados  gozaban  después  de  su  muerte  de 
una  suerte  más  leliz.  (V.  Las  Ranas,  454.) 


MERCURIO. 

Pero,  desdichado,  Júpiter  me  aniquilará  si  no  te 
delato  á  gritos  (1). 

TRIGEO. 

¡Oh,  por  piedad,  Mercurio  mió!  ¡Qué  hacéis  vos- 
otros? ¿Estáis  atónitos"^  Hablad,  desdichados.  ¿No 
veis  que  va  á  denunciarme? 

CORO. 

¡No,  poderoso  Mercurio,  no,  no,  no  lo  harás!  si 
algún  recuerdo  conservas  del  placer  con  que  co- 
miste el  lechoncillo  que  te  ofrecí,  ten  en  cuenta 
mi  grata  oblación. 

TRIGEO. 

Deidad  poderosa,  ¿no  escuchas  sus  palabras  li- 
sonjeras? 

CORO. 

lOh,  no  cambies  en  ira  tu  bondad,  tú  el  más  hu- 
mano y  generoso  de  los  dioses!  Si  detestas  el  ceño 
y  los  penachos  de  Pisandro  (2),  acoge  propicio 
nuestras  súplicas  y  déjanos  libertar  á  la  Paz.  Así 
te  inmolaremos  sin  cesar  sagradas  víctimas  y  hon- 
raremos tus  altares  con  .sacrificios  espléndidos. 

TRIGEO. 

Vamos,  cede  á  sus  ruegos,  pues  ahora  observan 
tu  culto  más  fielmente  que  nunca. 


(1)  Parodia. 

(2)  Ironía.  Pisandro  era  sumamente  cobarde;  Eupó- 
lis  dice  de  él:  «Que  hizo  la  expedición  de  Pactólo,  pero 
que  su  falta  de  valorle  mantuvo  siempre  en  la  retaguardia.» 
Contribuyó  el  año  20  de  la  guerra  del  Peloponeso  á  der- 
ribar la  democracia.  Cuando  cayó  el  gobierno  de  ios  Cua- 
trocientos se  refugió  en  Decelia. 


LA  PAZ. 


141 


140 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


MERCURIO. 

Como  que  nunca  han  si(V)  más  ladrones  (1). 

TRIGEO. 

En  cambio,  te  revelaré  una  vasta  y  terrible  cons- 
piración que  se  fragua  contra  todos  los  dioses. 

MERCURIO. 

Vamos,  habla,  quizá,  me  hagas  ceder. 

TRIGEO. 

La  Luna  y  ese  canalla  de  Sol  os  tienden  lazos 
liace  tiempo  y  entregan  la  Grecia  á  los  bárbaros. 

MERCURIO. 

¿Por  qué  hacen  eso? 

TRIGEO. 

Porque  nosotros  os  ofrecemos  sacrificios,  y  á 
ellos  ce  los  ofrecen  los  bárbaros  (2).  Asi  es  que  es 
muy  natural  que  deseen  vuestra  desaparición, 
para  recibir  ellos  solos  todas  las  oblaciones. 

MERCURIO. 

í  Ah!  ahora  comprendo  por  qué  de  algún  tiempo 
acá,  el  uno  nos  roba  parte  dia,  y  la  otra  nos  pre- 
senta su  disco  carcomido  (3). 

TRIGEO. 

Es  la  verdad.  Por  tanto,  querido  Mercurio,  ayú- 


(\)    Mercurio  era  el  protector  de  los  ladrones,  y  ladrón 
él  mismo.  (Véase  el  Himno  á  Mercurio,  atribuido  á  Home- 
ro.) Horacio  dice  en  su  elogio  (lib.  i,  od.  x): 
Callidum,  quidquid  placuit,  jocoso 
condere  furto. 

(2)  Los  Persas  respetaron  por  este  motivo  á  Délos  y 
Efeso,  célebres  por  el  culto  de  Apolo  y  Diana. 

(3)  Alusión  ó  varios  eclipses  de  sol  y  luna  ocurridos 
durante  la  guerra  del  Peloponeso. 


danos  con  todas  tus  fuerzas  á  desenterrar  la  Paz. 
En  adelante  las  grandes  Panateneas,  y  todas  las 
demás  fiestas  religiosas,  las  Diipolias,  las  Adonias, 
los  Misterios,  se  celebrarán  en  tu  honor;  todas  las 
ciudades,  libertadas  de  sus  males,  sacrificarán  á 
Mercurio  preservador;  y  otros  mil  bienes  lloverán 
sobre  tí.  Como  una  muestra,  principio  por  regalar- 
te este  precioso  vaso,  para  que  hagas  libaciones. 

MERCURIO. 

lAhl  los  vasos  de  oro  me  enternecen.  Manos  á  la 
obra,  mortales:  entrad  y  removed  las  piedras  con 
azadones. 

CORO. 

Dispuestos  estamos.  Tú,  el  más  ingenioso  de  los 
dioses,  dirige  nuestros  trabajos  como  hábil  arqui- 
tecto, y  manda  cuanto  gustes;  ya  verás  que  no  so- 
mos flojos  para  el  trabajo. 

TRIGEO. 

Venga  pronto  la  copa:  inauguremos  nuestro  tra  - 
bajo  con  una  invocación  á  los  dioses.  La  libación 
principia;  guardad,  guardad  un  silencio  religioso. 
Ruguemos  á  los  dioses  que  en  este  dia  empiece 
para  todos  los  Griegos  una  era  feliz:  pidámosles 
que  jamás  tengan  que  embrazar  el  escudo  cuantos 
de  buen  grado  secunden  nuestra  empresa. 

CORO. 

Sí,  por  Júpiter;  y  que  pase  en  paz  la  vida,  en 
brazos  de  mi  amada,  revolviendo  los  carbones  (1). 


(1)    La  palabra  carbones  tiene  un  sentido  obsceno,  sig- 
nificando TÓ  •^WMY.ZXO'^  ttlSoTov. 


442 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


443 


TRIGEO. 

¡Que  todo  el  que  prefiera  la  guerra,  nunca  acabe, 
oh  divino  Baco,  de  extraer  de  sus  codos  las  pun- 
tas de  las  flechas! 

CORO. 

Si  algún  aficionado  á  mandar  batallones  se  nie- 
ga, oh  Paz,  á  devolverte  la  luz,  ¡sucédale  en  los 
combates  lo  que  á  Cleónimo!  (1) 

TRIGEO. 

Si  algún  fabricante  de  lanzas  ó  revendedor  de 
escudos  desea  la  juerra  para  vender  mejor  sus 
mercancías,  ique  le  secuestren  unos  bandidos  y  no 
coma  más  que  cebada! 

CORO. 

Si  alguno,  ambicionando  ser  general,  se  niega  á 
ayudarnos,  ó  algún  esclavo  se  dispone  á  pasarse  al 
enemigo,  sea  atado  á  la  rueda  y  muerto  á  palos; 
para  nosotros  todos  los  bienes;  ¡lo!  ¡Pean!  ¡lo!  (2) 

TRIGEO. 

Suprime  el  Pean,  y  di  solamente:  ¡lol 

CORO. 

¡lo!  ¡lo!  ya  no  digo  más  que  ¡lo! 

TRIGEO. 

A  Mercurio,  á  las  Gracias,  á  las  Horas,  á  Venus, 
á  Cupido. 

CORO. 

¿Y  á  Marte? 


(i)    Que  arrojó  el  escudo. 

(2)    Himno  á  Apolo.  Era  también  un  canto  guerrero,  lo 
cual  motiva  la  respuesta  de  Trigeo. 


No. 

¿Y  á  Belona?  (1) 

No. 


TRIGEO. 

CORO. 

TRIGEO. 


CORO. 

Tirad  todos:  arranquemos  las  piedras  con  los  ca- 
bles. 

MERCURIO. 

¡Venga! 

CORO. 

¡Venga  más! 

MERCURIO. 

¡Venga! 

CORO. 

¡Venga  más,  más! 

MERCURIO. 

¡Venga!   ¡venga! 

TRIGEO. 

Pero  no  todos  arrastran  igualmente.  ¡Tirad  to- 
dos á  una!  ¡Eh!  vosotros  fingís  que  trabajáis.  ¡Ah 
Beocios,  Beocios!  lo  habéis  de  sentir  (2). 

MERCURIO. 

¡Venga,  pues! 

TRIGEO. 

¡Venga! 


(1)  Lit.:  á  Enialio,  sobrenombre  de  Marte  en  Homero, 
pero  aquí  debe  de  ser  una  deidad  diferente,  aunque  tam- 
bién guerrera,  por  lo  cual  hemos  traducido  Belona. 

(2)  Da  á  entender  que  no  querian  la  Paz. 


i44 


COMEDIAS    DE  ARiSTÓFANES. 


LA  PAZ. 


445 


CORO. 

Ea,  tirad  tambiea  vosotros. 

TRIGEO. 

Pues  qué,  ¿no  tiro  yo'^  ¿No  estoy  coleado  de  la 
cuerda  y  haciendo  los  mayores  esfuerzos? 

CORO. 

¿Entonces  por  qué  no  adelanta  la  obra? 

TRIGEO. 

¡Ah  Lámaco!  nos  estorbas  estándote  alii  sentado. 
¿Qué  necesidad  tenemos  de  tu  Gorgona?  (1) 

MERCURIO. 

Tampoco  tiran  esos  Argivos;  es  verdad  que  hace 
mucho  tiempo  que  se  rien  de  nuestras  desgrracias; 
especialmente  desde  que  obtienen  subsidios  de  am- 
bos bandos  (2). 

TRIGEO. 

Pero  los  Lacedemonios,  amigo  mió,  tiran  con  to- 
das sus  fuerzas. 

CORO. 

Mirad,  los  únicos  que  trabajan  son  los  que  ma- 
nejan el  azadón,  y  los  armeros  se  lo  estorban. 

MERCURIO. 

Tampoco  los  Meg-arenses  hacen  nada  de  prove- 
cho; sin  embargo  tiran  abriendo  enormemente  la 
boca,  como  los  perros  cuando  roen  un  hueso;  pero 
los  pobres  están  desmayados  de  hambre  (3). 


(i)    Vid.  Los  Acarnienses.  ,.   ,      ,     n 

(-2)    Los  de  Argos  fueron  unas  veces  aliados  de  Lspana 

y  otras  de  Atenas  durante  la  guerra  del  Peloponeso. 
(3)    Ya  vimos  en  Los  Acarnienses  el  extremo  a  que  na- 

bia  llegado  én  Megara  la  miseria  pública. 


TRIGEO. 

Amigos,  nada  adelantamos;  reunamos  nuestros 
esfuerzos,  y  tiremos  á  una. 

MERCURIO. 

iVengal 

TRIGEO. 

¡Venga  másí 

MERCURIO- 

iVengal 

TRIGEO. 

¡Más,  por  vida  de  Júpiter! 

MERCURIO. 

Poco  adelantamos. 

TRIGEO. 

¿Habrá  infamia  como  esta?  Unos  tiran  á  un 
lado,  y  los  otros  al  contrario.  ¡Argivos,  Argivosl 
¡que  va  á  haber  palos! 

MERCURIO. 

¡Venga,  pues! 

TRIGEO. 

¡Venga! 

CORO. 

¡Qué  canallas  son  algunos! 

TRIGEO. 

Vosotros,  que  deseáis  ardientemente  la  Paz,  ti- 
rad con  fuerza. 

CORO. 

Hay  algunos  que  nos  lo  impiden. 

MERCURIO. 

¿No  os  iréis  al  infierno,  Megarenses?  La^diosa  os 
detesta,  recordando  que  fuisteis  los  primeros  en 

TOMO  II.  10 


146 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


447 


untarla  con  ajos  (1).  Vosotros.  Atenienses,  no  tiréis 
ya  de  ese  lado;  está  visto  que  sólo  podéis  ocuparos 
de  procesos.  Pero  si  queréis  libertar  á  la  Paz,  retí- 
raos  hacia  el  mar  un  poco  (2). 

CORO. 

Ea,  amibos  labradores,  demos  fin  á  este  tra- 
bajo. 

MERCURIO. 

La  cosa  va  mucho  mejor,  ciudadanos. 

CORO. 

Dice  que  la  cosa  marcha;  ea,  redoblemos  todos 
nuestros  esfuerzos. 

TRIGEO. 

Sólo  los  labradores,  y  nadie  más,  hacen  adelan- 
tar  la  obra. 

CORO. 

¡Firme,  pues!  ¡Firme  todo  el  mundo!  ¡Ya  nos 
acercamos!  No  hay  que  ceder.  ¡Animo!  ¡Animo!  Ya 
está  concluido.  Ahora,  ¡ven^a!  ¡venga!    ¡venga! 
¡venga!  ¡venga,  todos  á  una! 
{La  Paz  sale  de  la  caverna  acompañada  de  Opora 

y  Teoría,) 


TRIGEO. 

¡Oh  Diosa  venerable  que  nos  prodigas  las  uvas, 


i\\  Ya  hemos  visto  que  el  ajo  era  la  producción  más 
abundante  en  l«egara,  y  que  se  le  atribuía  la  virtud  ac 
enardecer  los  ánimos  y  atizar  los  instintos  belicosos. 

m  Aristófanes  da  á  los  Atenienses  el  mismo  consejo 
que  Temístócles.  (Vid.  Plutarco,  Fute  d^  TemUtoclss.J 


iqné  oración  te  dirigiré'?  ¿Dónde  podré  hallar  para 
saludarte  palabras  equivalentes  á  diez  mil  ánfo- 
ras? (1)  No  tengo  ninguna  en  casa.  Salud,  Opora, 
y  tá  también.  Teoría  (2).  ¡Qué  hechicero  es  tu  ros- 
tro. Teoría!  ¡Qué  perfume  se  exhala  de  tu  seno!  Es 
dulce  y  delicado  como  la  exención  de  la  milicia, 
ó  el  más  precioso  aroma. 

MERCURIO. 

¿No  es  un  olor  semejante  al  de  la  mochila  mi- 
ütar? 

CORO. 

¡Oh  enemigo  detestable,  tu  morral  asqueroso 
me  da  náuseas!  Apesta  á  cebollas;  mientras  que  al 
lado  de  esta  amable  Diosa  todo  se  vuelven  sazona- 
dos frutos;  convites,  Dionisiacas,  flautas,  poetas, 
cómicos,  cantos  de  Sófocles,  tordos,  versitos  de 
Eurípides... 

TRIGEO. 

¡Desdichado!  no  la  calumnies.  ¿Cómo  ha  de  amar 
á  ese  fabricante  de  sutilezas  y  sofismas? 

(1)  Es  decir,  que  expresen  la  abundancia  de  vinos  que 
con  la  paz  se  van  á  recoger. 

(2)  Compañeras  de  la  Paz.  Opora  es  el  otoño  ó  la  abun- 
dancia, que  principiaba  para  los  Atenienses  hacia  la  mitad 
de  nuestro  mes  de  Julio,  es  decir,  cuando  maduran  mieses 
y  frutas.  Teoría  era  el  nombre  de  las  comisiones  ó  emba- 
jadas que  tenían  por  objeto  reglamentar  las  fiestas  religio- 
sas y  los  espectáculos  y  diversiones.  De  modo  que  ambas 
compañeras  de  la  Paz  se  presentan,  la  primera  para  in- 
demnizar de  sus  pérdidas  á  los  campesinos,  y  la  segunda 
para  alegrar  á  los  ciudadanos.  Es  de  advertir  que  los  dos 
nombres  recuerdan  los  de  unas  cortesanas,  célebres  en 
Atenas,  por  lo  cual  sin  duda  aparecían  en  escena  con  el 
traje  de  tale?. 


I 


LA  PAZ. 


449 


448 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CORO. 

.  hiedras,  coladores  de  vino,  baladoras  ovejas, 
mujeres  campesinas  de  bella  ^r^nla,  la  esclava 
ebria,  el  ánfora  derribada  y  otras  mil  cosas  buenas. 

MERCURIO. 

Mira,  mira  cómo  hablan  unas  con  otras  las  ciu- 
dades y  se  rien  de  todo  corazón;  sin  embargo,  todas 
tienen  terribles  heridas  y  enormes  ampollas. 

TRIGEO. 

Mira  también  álos  espectadores;  por  el  semblan- 
te de  cada  cual  conocerás  su  oficio. 

MERCURIO. 

¡ Ah!  ¿no  ves  á  ese  fabricante  de  penachos  cómo 
se  arranca  los  cabellos?  Aquél  que  hace  azadones 
se  ríe  en  las  barbas  de  un  fabricante  de  espadas  (1). 

TRIGEO. 

¿Ves  tú  cómo  se  regocija  ese  otro  fabricante  de 
hoces,  y  señala  con  el  dedo  á  un  fabricante  de 
lanzas? 

MERCURIO. 

Ea,  manda  á  los  labradores  que  se  retiren. 

TRIGEO. 

Pueblos,  escuchad:  vuelvan  cuanto  antes  á  los 
campos  los  labradores  con  sus  aperos,  dejándose 
de  lanzas,  espadas  y  flechas:  la  antigua  Paz  rema 
ya  en  estos  lugares.  Vuelvan,  pues,  todos  á  las  nós- 
ticas faenas,  después  de  entonar  un  jubiloso  Pean. 

CORO. 

¡Oh  dia  deseado  por  los  hombres  de  bien  y  los 


(4)    La  frase  griega  es  más  gráfica:  oppedit. 


campesinos!  ¡Con  qué  placer  tornaré  á  ver  mis 
viñas  y  á  saludar,  después  de  tantos  tiempos,  las 
frondosas  higueras  plantadas  en  mi  juventud! 

TRIGEO. 

Principiemos,  amigos  míos,  por  adorar  á  la  diosa 
que  nos  ha  libertado  de  Gorgonas  y  penachos,  y 
corramos  después  á  nuestros  campos,  provistos  de 
sabroso  almuerzo. 

MERCURIO. 

lOh  Neptuno,  cómo  alegra  la  vista  ese  batallón 
de  labradores,  apretados  como  la  masa  de  una  tor- 
ta, ó  los  convidados  en  un  banquete  público! 

TRIGEO. 

¡Sí;  mirad  cómo  brillan  las  palazadas!  jcómo  los 
zarcillos  de  tres  dientes  relucen  al  sol!  ¡Qué  dere- 
chos surcos  va  á  trazar  esa  turba  feliz!  Yo  también 
deseo  marchar  al  campo  y  remover  aquellas  pocas 
tierras,  tanto  tiempo  abandonadas.  lAcordaos,  ami- 
gos  mios,  de  nuestra  antigua  vida,  regocijada  con 
los  dones  que  la  diosa  entonces  nos  dispensaba! 
¡Acordaos  de  aquellas  cestas  de  higos  secos  y  fres- 
cos; acordaos  de  los  mirtos,  del  dulce  mosto,  de  las 
violetas  ocultas  en  las  orillas  de  la  fuente  y  de  las 
aceitunas  tan  deseadas!  Por  tan  inmensos  beneficios 
adoremos  á  la  Diosa. 

CORO. 

¡Salve,  salve,  deidad  querida,  tu  vuelta  llena  de 
regocijo  nuestras  almas!  Lejos  de  ti  me  abrumaba 
el  dolor,  me  consumía  el  ardiente  afán  de  volver 
á  mis  campos.  Tú  eres  para  todos  el  mayor  de  los 
bienes,  la  más  anhelada  dicha.  Tú  el  único  sosten 


i  50 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


de  los  que  viven  cultivando  la  tierra.  Bajo  tu  im- 
perio, sin  dispendios  ni  fatigas,  disfrutábamos  de 
mil  dulces  placeres;  tú  eras  nuestro  pan  cotidiano, 
nuestra  salud,  nuestra  vida.  Por  eso  las  vides  y 
jóvenes  hig'ueras  y  todas  nuestras  plantaste  acogen 
jubilosas,  y  sonríen  á  tu  venida.  fA  Mercurio,) 
Pero  tú,  el  más  benévolo  de  los  dioses,  dínos  dónde 
ha  estado  encerrada  tanto  tiempo. 

MERCURIO. 

Sabios  labradores,  escuchad  mis  palabras,  si 
queréis  saber  cómo  la  habéis  perdido.  La  desgracia 
deFídias  (1)  fué  la  primera  causa;  en  seguida  Peri- 
cles,  temeroso  de  la  misma  suerte,  desconfiando  de 
vuestro  carácter  irritable,  creyó  que  el  mejor  modo 
de  evitar  el  peligro  personal  era  poner  fuego  á  la 
República.  Su  decreto  cDutra  Megara  fué  la  peque- 
ña chispa  que  produjo  la  vasta  conñagracion  de  una 
guerra,  cuyo  humo  ha  arrancado  tantas  lágrimas 
á  todos  los  Griegos,  á  los  de  aquí  y  á  los  de  otras 
comarcas.  Al  primer  rumor  de  ese  incendio,  cru- 
jieron á  su  pesar  nuestras  cepas;  la  tinaja,  brusca- 


(i)  El  célebre  escultor  Fídias,  amigo  de  Feríeles,  re- 
cibió el  encargo  de  hacer  la  estatua  de  Minerva,  y  fué  acu- 
sado do  haber  sustraído  parte  del  oro  que  al  efecto  se  le 
dio.  Condenado  al  destierro,  se  retiró  á  Elis,  donde  hizo  la 
estatua  de  Júpiter  Olímpico.  Feríeles,  temeroso  de  igual 
suerte,  y  cómplice  tal  vez  del  artista,  hizo  decretar  la 
guerra  contra  Megara  para  distraer  la  atención  pública  de 
tan  peligroso  asunto.  Y  esta  fué,  según  el  Escoliasta,  la 
causa  de  la  guerra  del  Peloponeso,  que  no  admiten  algu- 
nos autores,  fundados  en  que  el  destierro  de  Fídias  fué 
muy  anterior  á  este  acontecimiento. 


LA  PAZ. 


i51 


mente  removida,  chocó  contra  la  tinaja;  nadie  po- 
día ya  contener  el  mal,  y  la  Paz  desapareció. 

TRIGEO. 

Hé  ahí,  por  Apolo,  cosas  completamente  ignora- 
das; yo  á  nadie  habla  oido  que  Fídias  estuviese  re- 
lacionado con  la  Diosa. 

CORO. 

Ni  yo  tampoco  hasta  ahora.  Sin  duda  la  Paz 
debe  su  hermosura  á  su  alianza  con  él.  ¡Cuántas 
cosas  ignoramos! 

MERCURIO. 

Entonces,  conociendo  las  ciudades  sometidas  á 
vuestro  mando  que,  exasperados  unos  contra  otros, 
estabais  próximos  á  despedazaros,  pusieron  en 
práctica  todos  los  medios  para  eximirse  del  pago 
de  los  tributos  y  ganaron  á  fuerza  de  oro  á  los  La- 
cedemonios  principales.  Estos,  como  avaros  que 
son  y  despreciadores  de  todo  extranjero,  muy  pron- 
to arrojaron  ignominiosamente  á  la  Paz,  y  se  decla- 
raron por  la  Guerra.  La  fuente  de  sus  ganancias 
lo  fué  de  ruina  para  los  pobres  labradores;  pues 
bien  pronto  vuestras  triremes  fueron,  en  represa- 
lias, á  comerse  sus  higos. 

TRIGEO. 

Muy  bien  hecho.  También  ellos  me  cortaron  á 
mí  una  higuera  negra  que  yo  mismo  habla  plan- 
tado y  dirigido. 

CORO. 

Sí,  muy  bien  hecho,  por  Júpiter;  á  mí  también 
me  rompieron  de  una  pedrada  una  medida  con 
seis  medimnas  de  trigo. 


i52 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


153 


MERCURIO. 

Los  trabajadores  del  campo,  reunidos  después 
en  la  ciudad  (1),  se  dejaron  comprar  como  los  otros; 
echaban  de  menos,  es  cierto,  sus  uvas  y  sus  hig'os, 
pero  en  cambio  oian  á  los  oradores.  Estos,  cono- 
ciendo la  debilidad  de  los  pobres,  y  la  extremada 
miseria  á  que  estaban  reducidos,  ahuyentaron  á  la 
Paz  á  fuerza  de  clamores,  como  si  fueran  horqui- 
llas, siempre  que,  arrastrada  por  su  amor  á  este 
país,  apareció  entre  nosotros:  vejaban  á  los  más 
poderosos  y  opulentos  de  nuestros  aliados,  acusán- 
dolos de  ser  partidarios  de  Brásidas.  Y  vosotros  os 
arrojabais  como  perros  sobre  el  infeliz  calum- 
niado y  lo  despedazabais  rabiosamente;  pues  la  re- 
pública, pálida  de  hambre  y  temerosa,  aevoraba 
con  feroz  placer  cuantas  victimas  le  presentaba  la 
calumnia.  Los  extranjeros,  viendo  los  terribles  gol- 
pes que  asestaban  estos  oradores,  les  tapaban  la 
boca  con  oro,  de  suerte  que  los  enriquecieron, 
mientras  la  Grecia  se  arruinaba  sin  que  lo  advir- 
tieseis. El  autor  de  tantos  males  era  im  cur- 
tidor (2). 

TRIGEO. 

Cesa,  cesa.  Mercurio,  de  recordarme  á  ese  hom- 
bre; déjale  en  paz  en  los  infiernos,  donde  sin  duda 
está:  ya  no  es  nuestro,  sino  tuyo  (3);  por  consi- 


(1)  Al  principiar  la  guerra  los  campesinos  se  refugiaron 
en  la  capital.  (V.  Los  Acarnienses,  noticia  preliminar.) 

(2)  Cleon. 

(3)  Uno  de  los  ministerios  de  Mercurio  era  llevar  al 
infierno  las  almas  de  los  difuntos. 


guíente,  cuanto  digas  de  él,  aunque  en  vida  haya 
sido  canalla,  charlatán,  delator,  revoltoso  y  tras- 
tornador,  recaerá  sobre  uno  de  tus  subditos.  fA  la 
Paz.)  Pero  ¿por  qué  callas,  oh  Diosa? 

MERCURIO. 

No  conseguirás  que  revele  á  los  espectadores  la 
causa  de  su  silencio;  está  muy  irritada  por  lo  que 
le  han  hecho  sufrir. 

TRIGEO. 

Pues  que  te  diga  á  tí  siquiera  algunas  palabras. 

MERCURIO. 

Amiga  querida,  dime  cuál  es  tu  ánimo  respecto 
á  éstos.  Habla,  mujer  la  más  enemiga  de  los  escu- 
dos. BÍQXi,ydi,Q^Q,ViC\io. (Supone que  le  habla  al  oído.) 
Esas  son  tus  quejas;  comprendo.  [A  los  espectado- 
res.) Oíd  vosotros  sus  acusaciones.  Dice  que  cuan- 
do después  de  los  sucesos  de  Pilos  (1)  se  presentó 
ella  voluntariamente  con  una  cesta  llena  de  trata- 
dos, la  rechazasteis  tres  veces  en  la  asamblea  po- 
pular. 

TRIGEO. 

Es  verdad,  faltamos  en  eso;  pero  perdónanos: 
nuestra  inteligencia  estaba  entonces  rodeada  de 
cueros  (2). 

MERCURIO. 

Escucha  ahora  la  pregunta  que  acaba  de  hacer- 
me.  «¿Quién  de  vosotros  era  su  mayor  enemi- 


(1)  Véase  log  Caballeros. 

(2)  Alusión  á  la  influencia  omnipotente  de  Cleon  en 
aquella  época. 


454 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


iS5 


go?  ¿Quién  trabajó  má3  por  la  terminación  déla 
fierra?» 

TRIGEO. 

Su  más  fiel  amigo  era  sin  duda  alguna  Cleónimo. 

MERCURIO. 

¿Y  qué  tal  era  ese  Cleónimo  en  punto  á  guerra? 

TRIGEO. 

Lo  más  intrépido,  sólo  que  no  es  hijo  de  quien  se 
decia,  pues  eu  cuanto  va  al  ejército,  prueba  sufi- 
cientemente, arrojando  las  armas,  que  es  un  hijo 
supuesto  (1). 

MERCURIO. 

Escucha  lo  que  acaba  de  preguntarme.  ¿Quién 
manda  ahora  en  la  tribuna  del  Pnix? 

TRIGEO. 

Hipérbolo  (2)  es  el  dueño  absoluto.  fA  la  Paz.) 
¡Ah!  ¿qué  haces?  ¿por  qué  vuelves  la  cabeza? 

MERCURIO. 

Aparta  el  rostro  indignada  de  que  el  pueblo  haya 
aceptado  tan  perverso  jefe. 

TRIGEO. 

iBueno!  ya  no  lo  emplearemos  más;  el  pueblo, 
viéndose  sin  guía  y  en  completa  desnudez,  se  ha 
servido  de  ese  hombre  como  de  una  copa  encon- 
trada por  casualidad. 

(1)  Juego  (le  palabras  sin  sentido  en  castellano,  basado 
en  la  semejanza  de  áitogat^i-aToí,  que  pierde  sus  armas,  y 
6ico6o>Jtxaro;,  hijo  supuesto.  ^     ,     .  „        .      .     p.  .„  ^ 

(2)  Demagogo,  heredero  de  la  influencia  de  C  eon  y 
ob  eto  de  los  continuos  ataques  de  f  ¡J^ofanes  V  Xoí 
Acarnienses,  846.)  Eupólis  y  Platón  el  Cómico  también  le 
persiguieron  con  sus  burlas  é  invectivas. 


MERCURIO. 

La  Paz  quiere  saber  las  ventajas  que  eso  traerá 
á  la  república. 

TRIGEO. 

Lo  veremos  todo  más  claro. 

MERCURIO. 

¿Por  qué? 

TRIGEO. 

Porque  es  comerciante  de  lámparas  (1),  Antes 
dirigíamos  todos  los  negocios  á  tientas  en  la  oscu- 
ridad; ahora  los  resolveremos  á  la  luz  de  una  lám- 
para. 

MERCURIO. 

íOhl  ¡oh!  ¡lo  que  me  manda  preguntarte! 

TRIGEO. 

¿Sobre  qué? 

MERCURIO. 

Sobre  mil  antiguallas,  que  dejó  al  partir.  Lo  pri- 
mero que  desea  saber  es  qué  hace  Sófocles. 

TRIGEO. 

Lo  pasa  muy  bien;  pero  le  ha  sucedido  una  cosa 
extraordinaria. 

MERCURIO. 

¿Cuál? 

TRIGEO. 

De  Sófocles  se  ha  convertido  en  Simónides  (2). 

MERCURIO. 

íEn  SimónidesI  ¿Cómo? 


(1)    Vid.  ¿as  Nubes,  nota  al  v.  1.065. 


[2)    Simónides  fué  el  primer  poeta  que  se  hizo  pagar 
sus  versos. 


i56 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


TRIGEO. 

Achacoso  y  viejo,  es  capaz  por  ganarse  un  óbolo 
de  navegar  sobre  un  zarzo. 

MERCURIO. 

lY  el  sabio  Cratino  (1)  vive  todavía? 

TRIGEO. 

Murió  cuando  la  invasión  de  los  Lacedemo- 
nios  (2). 

MERCURIO. 

¿Qué  le  sucedió? 

TRIGEO. 

¿Qué?  Se  desfalleció,  no  pudiendo  resistir  á  la 
pena  que  le  produjo  el  ver  romperse  una  tinaja 
llena  de  vino.  ¿Cuántas  desgracias  como  esta  crees 
que  han  afligido  á  esta  ciudad?  Así  es  qae  en  ade- 
lante, señora,  nada  podrá  apartarnos  de  tí. 

MERCURIO. 

En  ese  supuesto,  te  entrego  á  Opora  por  mujer; 
vote  á  vivir  con  ella  en  el  campo,  y  producid  ricas 
uvas  (3). 

TRIGEO. 

Acércate,  amada  mia ,  y  dame  un  dulce  beso. 
Dime,  poderoso  Mercurio:  ¿me  vendrá  alg^un  daño 


(\)    Poeta  cómico.  , 

(2)  Cratino  murió  el  año  423  antes  de  nuestra  era,  y  la 
última  invasión  lacedemonia  tuvo  lugar  cuatro  años  antes. 
Aristófanes  se  reíiere  á  la  comedia  de  Patón  titulada 
Aoíxwvec,  los  Lacedemonios,  en  que  se  censuraba  la  afición 
de  Cratino  á  la  bebida. 

(3)  Opora  ya  hemos  visto  que  indica  el  otoño  y  sus 

frutas. 


LA  PAZ. 


157 


de  holgarme  con  Opora  después  de  tan  larg^  abs- 
tinencia? 

MERCURIO. 

No,  como  en  seg-uida  tomes  una  infusión  de  po- 
leo (1).  Pero  ante  todo  acompaña  á  Teoría  al  Senado, 
su  antigua  morada. 

TRIGEO. 

¡Oh  Senado,  qué  dichoso  vas  á  ser  alber^ndo 
bajo  tu  techo  á  tan  amable  huésped!  iCuánta  salsa 
sorberás  en  estos  tres  dias!  (2)  jQué  de  carnes  y 
entrañas  cocidas  no  comerás!  Adiós,  pues,  mi  que- 
rido Mercurio. 

MERCURIO . 

í Adiós,  honrado  Trig-eo;  que  lo  pases  bien  y  que 
te  acuerdes  de  mí! 

TRIGEO. 

¡Escarabajo  mió,  volemos,  volemos  á  casal 

MERCURIO. 

Si  no  está  aquí,  amigo  mió. 

TRIGEO. 

¿Pues  adonde  se  fué? 

MERCURIO. 

Está  uncido  al  carro  de  Júpiter  y  es  portador  del 
rayo  (3). 

TRIGEO. 

Pero  ¿dónde  hallará  el  infeliz  sus  alimentos? 


(4)    Yerba  astringente  y  tónica  propinada  contra  los 
cólicos  producidos  por  comer  mucha  fruta. 

(2)  Duración  ordinaria  de  las  fiestas. 

(3)  Verso  del  Belerofonte  de  Eurípides. 


458 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


159 


MERCURIO. 

Comerá  la  ambrosía  de  Ganimédes  (1). 

TRIGEO. 

Y  yo,  ¿cómo  bajaré? 

MERCURIO. 

No  tengas  miedo,  por  aquí...  junto  á  la  Diosa. 

TRIGEO. 

Ea,  lindas  muchachas ,  seguidme  pronto ;  son 
muchos  los  que  os  esperan  enardecidos  por  el 
amor  (2). 


CORO. 


Vete  contento.  Nosotros  entre  tanto  encomenda- 
mos á  nuestros  servidores  la  custodia  de  estos  ob- 
jetos (3),  pues  no  hay  lu^r  menos  seguro  que  la 
escena :  alrededor  de  ella  andan  siempre  escondi- 
dos muchos  ladrones,  acechando  la  ocai3Íon  de 
atrapar  algo.  fA  los  criados.]  Guardadnos  bien  todo 
eso,  mientras  nosotros  explicamos  álos  concurren- 
tes el  objeto  de  esta  obra,  y  la  intención  que  nos 
anima.  Merecerla  ciertamente  ser  apaleado  el  poeta 
cómico  que,  dirigiéndose  á  los  espectadores,  se  elo- 
giase á  sí  propio  en  los  anapestos  (4).  Pero  si  es 
justo,  oh  hija  de  Júpiter,  el  tributar  todo  linaje  de 


(4)    Véase  al  principio  de  la  comedia  cuál  era  el  ali- 
mento favorito  del  escarabajo. 

(2)  Vos  expectant  cupidi,  arrecto  pene. 

(3)  Los  que  les  han  servido  para  libertar  á  la  Paz. 

(4)  Metro  empleado  en  la  parábasis,  que  el  coro  na 
principiado  á  recitar. 


honores  al  más  sobresaliente  y  famoso  en  el  arte 
de  hacer  comedias,  nuestro  autor  se  considera  dig 
no  de  los  mayores  elogios.  En  primer  lugar,  es  el 
único  que  ha  obligado  á  sus  rivales  á  suprimir  sus 
gastadas  burlas  sobre  los  harapos,  y  sus  combates 
contra  los  piojos;  además  él  ha  puesto  en  ridículo 
y  ha  arrojado  de  la  escena  á  aquellos  Hércules  (1), 
panaderos  hambrientos,  siempre  fugitivos  y  bella- 
cos, y  siempre  dejándose  apalear  de  lo  lindo;  y  ha 
prescindido,  por  último,  de  aquellos  esclavos  que 
era  de  rigor  saliesen  llorando,  sólo  para  que  un 
compañero,  burlándose  de  sus  lacerias,  les  pregun- 
tase riendo:  «Hola,  pobrecillo.  ¿Qué  le  ha  pasado  á 
tu  piel?  ¿Acaso  un  puerco- espin  ha  lanzado  sobre 
tu  espalda  un  ejército  de  púas,  llenándola  de  sur- 
cos?» Suprimiendo  estos  insultos  é  innobles  bufona- 
das, ha  creado  para  vosotros  un  gran  arte,  parecido 
aun  palacio  de  altas  torres,  fabricado  con  her- 
mosas palabras,  profundos  pensamientos,  y  chis- 
tes no  vulgares.  Jamás  sacó  á  la  escena  particula- 
res oscuros  ni  mujeres;  antes  bien,  con  hercúleo 
esfuerzo  arremetió  contra  los  mayores  monstruos, 
sin  arredrarle  el  hedor  de  los  cueros  ni  las  amena- 
zas de  un  cenagal  removido.  Yo  fui  el  primero  que 
ataqué  audazmente  á  aquella  horrenda  fiera  de  es- 
pantosos dientes,  ojos  terribles,  flameantes  como  los 
de  Cínna,  rodeada  de  cien  infames  aduladores  que 
le  lamían  la  cabeza,  de  voz  estruendosa  como  la 


(i)    El  Escoliasta  cree  que  Aristófanes  alude  á  Eupólis 
y  Cratino,  poetas  cómicos  rivales  suyos. 


460 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


i6i 


de  destructor  remolino,  de  olor  á  foca,  y  de  partes 
secretas  que,  por  lo  inmundas,  recuerdan  las  de 
las  lamias  y  camellos  (1).  La  vista  de  semejante 
monstruo  no  me  atemorizó;  al  contrario,  salí  á  su 
encuentro  y  peleé  por  vosotros  y  por  las  islas.  Mo- 
tivo es  este  para  que  premiéis  mis  servicios  y  no 
es  olvidéis  de  mí.  Además,  en  la  embriag-uez  del 
triunfo,  no  he  recorrido  las  palestras  seduciendo  á 
los  jóvenes  (2);  sino  que,  recogiendo  mis  enseres,  me 
retiraba  al  punto,  después  de  haber  molestado  á 
pocos,  deleitado  álos  más,  y  cumplido  en  todo  con 
mi  deber.  Por  tanto,  hombres  y  niños  han  de  de- 
clararse á  mi  favor;  y  hasta  los  calvos  deben  por 
propio  interés  contribuir  á  mi  victoria;  pues  si  salg'o 
vencedor,  todos  dirán  en  la  mesa  y  en  los  festines: 
«Llévale  al  calvo;  dale  esta  confitura  al  calvo;  no 
neg-ueis  nada  á  ese  nobilísimo  poeta,  ni  á  su  bri- 
llante frente  (3). 

SEMICORO. 

Oh  Musa,  ahuyenta  la  guerra  y  ven  conmigo 
á  presidir  las  danzas,  á  celebrar  las  bodas  de  los 
dioses,  los  festines  de  los  hombres  y  los  banquetes 
de  los  bienaventurados.  Estos  son  tus  placeres.  Si 
Carcino  (4)  viene,  y  te  suplica  que  bailes  con  sus 


(4)    Véase  la  nota  á  la  Parábasis  de  las  Avispas,  donde 
se  encuentra  repetido  este  pasaje  relativo  á  Cleon. 

(2)  Invectiva  contra  Eu polis,  repetición  de  la  que  le 
dirigió  en  Las  Avispas,  4.Ü06. 

(3)  Aristófanes  era  calvo. 

(4)  Véase  la  nota  sobre  Carcino  y  sus  hijos  al  fin  de 
Las  Avispas. 


hijos,  no  le  atiendas  ni  le  ayudes  en  nada;  consi- 
dera que  son  unos  bailarines  de  delg-ado  cuello  á 
modo  de  codornices  domésticas,  enanos  chiquiti- 
tos,  como  excrementos  de  cabra;  en  fin,  poetas  de 
tramoya  (1).  Su  padre  dice  que  la  única  de  sus 
piezas  que,  contra  toda  esperanza,  tuvo  éxito,  fué 
estrangulada  á  la  noche  por  una  comadreja  (2). 

SEMICORO, 

Tales  son  los  himnos  que  las  Gracias  de  hermosa 
cabellera  inspiran  al  docto  poeta  cuando  la  prima- 
veral g-olondrina  gorjea  entre  el  follaje;  y  Morsino 
yMelantio  (3)  no  pueden  obtener  un  coro:  este 
me  desnfdrró  los  oidos  con  su  desentonada  voz, 
cuando  consig-uieron  su  coro  trágico,  él  y  su  her- 
mano, dos  g-lotones  como  las  Arpías  y  Gorg-onas, 
devoradores  de  rayas,  amantes  de  las  viejas,  Impu^ 
ros,  que  apestan  á  chivo,  y  son  el  azote  de  los  pe- 
ces. .Oh  Musa!  envuélvelos  en  un  inmenso  g-ar- 
gfajo,  y  ven  á  celebrar  la  fiesta  conmig-o. 


TRIGEO. 

¡Qué  empresa  tan  difícil  erii  la  de  Ueg-ar  hasta 
los  dioses!  Tengro  como  magnilladas  las  piernas. 
!Qué  pequeñitos  me  parecíais  desde  allá  arriba; 

(1)  Jenócles,  uno  de  los  hijos  de  Carcino,  que  compuso 
tragedias,  abusaba  en  estas  de  la  maquinaria,  fiando  en  re- 
curso í  extraños  al  arte  el  éxito  de  sus  dramas. 

(2)  Se  cree  que  Aristófanes  alude  á  alguna  pieza  de  Je- 
nócles tJtulada  el  ratón,  que  tuvo  mal  éxito. 

(3)  Sobre  Morsino  y  Melantio,  véase  la  nota  corresoon- 
diente  al  verso  401  de  Los  Caballeros. 


TOMO  II. 


11 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


462 

Cierto  que  iiü^d¡rd¡sde  el  cielo  parecéis  bastante 
malos,-  pero  desde  aquí  mucho  peores! 

UN    ESCLA.V0. 

¿Estás  aquí,  señor? 

TRIGEO. 

Eso  he  oído  decir. 

EL    ESCLAVO. 

^.Cómo  te  ha  ido? 

TRIGEO. 

Me  duelen  las  piernas:  ¡el  camino  es  tan  lax^ol 

BL    ESCLAVO. 

Vamos,  dime... 

TBIGEO. 

¿Qué? 

EL    ESCLAVO. 

¿Has  visto  al^un  otro  hombre  vagando  en  la  re- 
gion  del  cielo? 

TRIGEO. 

No:  sólo  he  visto  dos  ó  tres  almas  de  poetas  di- 
tirámbicos  (1). 

EL  ESCLAVO. 

¿Qué  hacian? 

TRIGEO. 

Trataban  de  coger  al  vuelo  preludios  líricos, 
perdidos  en  el  aire. 

EL  ESCLAVO. 

¿Has  averiguado  si  es  verdad,  como  se  dice,  que 

^mT  Aristófanes  censura  á  menudo  la  ampulosidad  é 
K-inL.nn  dP  Pstilo  de  los  autores  de  ditirambos.  En  Lat 
K  i  37^  i  m  vuelve  á  ridiculizarlos  en  la  persona  de 

emesias. 


LA  PAZ. 


463 

después  de  muertos  n¡s~¡¡^^¡^g  en  estrellas? 

TRIGEO. 

Sí  por  cierto. 

EL   ESCLAVO. 

¿Qué  astro  es  aquel  que  se  distingue  allí? 

TRIGEO. 

Ion  de  Qaios  (1),  el  autor  de  una  oda  que  princi- 
piaba: «Oriente.»  En  cnanto  pareció  en  el  cielo  to- 
dos le  llamaron:  «Astro  Oriental.» 

BL    ESCLAVO. 

¿Quiénes  son  esas  estrellas  que  corren  dejando 
im  rastro  de  luz?  "^ 

TRIGEO. 

Son  estrellas  de  ios  ricos  que  vuelven  de  cenar 
llevando  una  linterna  y  en  ella  una  luz.  Pero 
concluyamos:  llévate  cuanto  antes  á  casa  á  esta 
Joven  (2);  limpia  la  bañera;  calienta  el  a^iia  v 
prepara  para  eUa  y  para  mí  el  lecho  nupdal  Én 
cuanto  concluyas,  vuelve  aquí.  Mientras  tanto 
devolveré  esta  otra  (3)  al  Senado.  ' 

EL   ESCLAVO. 

¿De  dónde  traes  estas  mujeres? 


(i)  Ion  de  Quios,  poeta  ditirámbico,  autor  de  una  nñ-, 
enque  seelogu.ba  la  belleza  del  lucero  matutino- compuso 
tímbien  cotnedia.s,  epigramas  y  otras  poesías  veanrti^ 
premio  en  un  certamen  Irágico.  En  a2rarip..hnf;'.,r.,^  f} 
á.sus  jueces,  los  Atentensef ,  una  g41.  ca„t  dJd  i^f  ít^'}.^ 
sito  v,„o  de  su  patria.  Su  no.nbre  "sYrve  de  uíuio  á  uírdl 

(2)"  ofon.'  '""'"•  '"'''''"''  '«  -'"-  en  Z«' Za/ 
(3)    Teoría. 


464 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


465 


TRIGEO. 

¿De  dónde?  del  cielo. 

EL  ESCLAVO. 

Pues  no  doy  un  óbolo  por  los  dioses,  si  se  dedi- 
can á  rufianes  como  los  hombres. 

TRIGEO. 

No  lo  son  todos;  pero  hay  alanos  que  viven  de 
ese  oficio. 

EL    ESCLAVO. 

Vamos,  pues.  ¡Ahí  dime,  ¿le  daré  algo  de  comer? 

TRIGEO. 

Nada,  no  querrá  comer  ni  pan  ni  pasteles,  pues 
está  acostumbrada  á  beber  la  ambrosia  con  los 
dioses. 

EL    ESCLAVO. 

Habrá,  pues,  que  prepararle  algo  de  beber  (1). 

[Vase.J 


CORO. 

Ese  anciano,  al  parecer,  es  sumamente  feliz. 

TRIGEO. 

¿Qué  diréis  cuando  me  veáis  adornado  para  la 
boda? 

CORO. 

Rejuvenecido  por  el  amor,  perñimado  con  ex- 
quisitas exencias,  tu  felicidad  es  envidiable,  an- 
ciano. 


TRIGEO. 

Es  verdad.  ¿Y  cuando,  acostado  con  ella,  bese 
su  seno! 

CORO. 

Serás  más  feliz  que  esos  trompos,  hijos  de  Car- 
cino. 

TRIGEO. 

¿No  merecia  esta  recompensa  el  haber  salvado  á 
los  Griegos,  montado  en  mi  escarabajo?  Gracias  á 
mí,  todos  pueden  vivir  en  el  campo  y  gozar  tran- 
quilamente del  amor  y  del  sueño. 


EL  ESCLAVO  fde  vueltdj. 
La  joven  se  ha  lavado,  y  todo  su  cuerpo  está  res- 
plandeciente de  hermosura;  la  torta  está  cocida, 
amasado  el  sósamo  (1)  y  preparado  todo  lo  demás; 
sólo  falta  el  esposo  (2). 

TRIGEO. 

Ea,  apresurémonos  á  llevar  á  Teoría  al  Se- 
nado. 

EL   ESCLAVO. 

¿Qué  dices?  ¿es  esa  Teoría  aquella  muchacha  con 


(4)    Hay  en  el  original  un  equívoco  indecentísimo. 


(4)  Planta  de  la  familia  de  los  Bignoniaceas,  que,  sin 
duda  por  su  abundancia  de  semillas,  era  tenida  en  Grecia 
como  emblema  nupcial.  A  los  recién  casados  se  les  coro- 
naba de  hojas  de  sésamo  y  se  les  ofrecía  un  panecillo 
hecho  con  su  harina.  Todavía  en  los  tiempos  presentes  se 
le  amasa  en  Levante  con  almidón  y  miel,  formando  unas 
tortas  que  se  venden  en  Esmirna. 

(2)    Sed  pene  opus  est. 


i66 


COMEDIAS   DE  AUISTÓFANES. 


la  cual  fuimos  una  vez  á  Brauron  (1)  á  beber  y  á 
refocilamos? 

TRIGEO. 

La  misma;  no  me  ha  costado  poco  el  cog-erla  (2). 

EL    ESCLAVO. 

íOh  señor,  qué  placeres  nos  proporciona  cada 
cinco  años! 

TRIGEO. 

lEa!  ¿quién  de  vosotros  es  de  ñar?  ¿Quién  d3  vos- 
otros se  encarg-a  de  gnardar  esta  joven  y  de  llevarla 
al  Senado?  ¡Eh,  tú!  ¿Qué  dibujas  ahí? 

EL   ESCLAVO. 

El  plano  de  la  tienda  que  quiero  levantar  en  el 
Istmo  (3). 


(1)  Dcmo  del  Ática.  Celebrábanse  en  él  cada  cinco 
años  fiestas  en  honor  de  Diana.  La  causa  de  la  institu- 
ción de  las  Brauronias  lué  !a  siguiente,  según  una  tradi- 
ción referida  por  el  Escoliasta:  allliíenia,  hija  de  Agamenón» 
iba  á  ser  sacrificada  en  Brauron  y  no  en  Aulide,  según  la 
opinión  más  admitida,  cuando  Diana  la  sustituyó  por  una 
osa.  En  recuerdo  de  esta  intervención  se  instituyeron  las 
fiestas  aludidas.  Según  otros,  lué  para  apaciguará  la  diosa, 
irritada  por  la  muerte  de  una  osa,  adscripta,  digámoslo 
así,  á  su  templo,  y  favorita  suya.  En  conmegaoracion  de 
uno  ú  otro  suceso,  ninguna  joven  ateniense  podia  casarse 
sin  habu*  sido  consagrada  á  Diana  de  Brauron. 

(2)  En  el  original  hay  una  porción  de  equívocos  basa- 
dos en  la  doble  acepción  en  que  se  toma  á  Teoría,  signifi- 
cando unas  veces  una  nmjer  y  siendo  otras  una  denomina- 
ción común  á  todas  las  fiestas. 

(3)  Los  que  asistían  á  los  Juegos  olímpicos  ó  ístmicos 
llevaban  tiendas  para  acampar  al  aire  libre,  pues  la  mucha 
concurrencia  impedia  hallar  habitaciones.  Hay  una  alusión 
obscena,  que  hacía  patente  un  gesto  del  actor:  isthmum, 
nempe  pudendum  muliebre  puellce  quam  subagitare  cupit 


LA  PAZ. 


467 


TRIGEO. 

Vamos,  ¿ninguno  quiere  encarg-arse  de  g-uar- 
darla?  fA  Teoria).  Ven  acá;  te  colocaré  en  medio 
de  ellos. 

EL  ESCLAVO. 

Ese  hace  señas. 

TRIGEO. 

¿Quién? 

EL  ESCLAVO. 

¿Quién?  Arifrádes  (1)  te  suplica  que  se  la  lleves. 

TRIGEO. 

No  por  cierto:  pronto  la  dejaría  extenuada  (2). 
Vamos,  Teoría,  deja  ahí  todo  eso  (3). 

Senadores  y  Pritáneos ,  contemplad  á  Teoria: 
ved  los  infinitos  bienes  que  con  ella  os  entrego; 
podéis  al  instante  levantar  las  piernas  de  esta  víc- 
tima y  consumar  el  sacrificio.  Mirad  qué  hermoso 
es  este  fogón;  el  hollín  lo  ha  ennegrecido;  en  él, 
antes  déla  guerra,  solia  el  Senado  colocar  sus  ca- 
cerolas. Mañana  podremos  emprender  con  ella  de- 
liciosas contiendas,  luchar  en  el  suelo,  ó  á  cuatro 
pies,  ó  inclinados,  ó  apoyándonos  sobre  la  rodilla 
echarla  de  costado,  y,  ungidos  como  los  atletas  en 
el  pancracio,  atacarla  denodadamente  con  los  pu- 
ños y  otros  miembros.  Al  tercer  dia  empezaréis  las 


et  qmd  domicilium  peni  sao  ailudit,  sen  dígito,  seu  phallo 
in  aere  scribit. 

(i)    V.  la  no'-a  al  verso  1.281  de/oár  Caballeros. 

(-2)    Succum  ejus  lambendo  kauriet  irruens. 

(3)    Sus  vestidos. 


168 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


169 


carreras  de  caballos;  cada  jinete  empujará  á  su  ad- 
versario; los  tiros  de  los  carros,  derribados  unos 
sobre  otros  y  relincliando  jadeantes,  se  darán  sa- 
cudidas mutuas;  mientras  otros  aurigas,  rechaza- 
dos de  su  asiento ,  rodarán  al  suelo  cerca  de  la 
meta  (1).  Pritáneos,  recibid  á  Teoría.  ¡Oh,  con  qué 
gozo  la  acompaña  ése!  No  hubieras  estado  tan  solí- 
cito para  llevarla  al  Senado,  si  se  tratase  de  un 
asunto  gratuito  (2):  no  hubiera  faltado  el  pretexto 
de  las  ocupaciones. 

CORO. 

ün  hombre  c3mo  tú  es  útilísimo  á  la  república. 

TBIGEO. 

Cuando  vendimiéis,    conoceréis  mejor  lo  que 
valgo. 

CORO. 

Ya  lo  has  demostrado  bastante,  siendo  el  salva- 
dor de  todos  los  hombres. 

TRIGEO. 

Me  dirás  todo  eso  cuando  bebas  el  vino  nuevo. 

CORO. 

Siempre  te  creeremos  el  ser  más  grande  después 
de  los  dioses. 

TRIGEO. 

Mucho  me  debéis  á  mí,  Trigeo  el  Atmonense; 
pues  he  libertado  de  gravísimos  males  á  la  pobla- 


(1)  Hay  en  toda  esta  descripción  de  las  fiestas  una  por- 
ción de  equívocos  obscenos,  que  nos  creemos  dispensados 
de  señalar. 

(2)  Los  Priláneos  debían  de  presentar  al  Senado  á  los 
que  lo  necesitaban,  pero  parece  que  no  lo  bacian  de  balde. 


cion  rústica  y  urbana,  y  he  reprimido  á  Hipérbolo. 

CORO. 

Dínos  lo  que  debemos  hacer  ahora. 

TRIGEO. 

¿Qué  cosa  mejor  que  ofrecer  á  la  Paz  unas  ollas 
llenas  de  legumbres?  (1) 

CORO. 

¡Ollas  de  legumbres,  como  al  pobre  Mercurio  que 
las  encuentra  tan  poco  nutritivas! 

TRIGEO. 

¿Pues  qué  queréis?  ¿Un  buey  cebado? 

CORO. 

iün  buey!  no,  de  ningim  modo;  habría  quizá  que 
socorrer  á  alguno  (2). 

TRIGEO. 

¿Un  puerco  grande  y  gordo? 

CORO. 

No,  no. 

TRIGEO. 

¿Por  qué? 

CORO. 

Por  miedo  á  Isñ  porquerías  de  Teágenes. 


(1)  Sacrificio  que  se  ofrecía  á  las  divinidades  de  se- 
gundo orden.  Se  ofrecian  á  Mercurio  ollas  de  legumbres 
en  recuerdo  de  una  oblación  igual,  hecha  después  del  di- 
luvio por  los  hombres  que  de  él  se  salvaron,  para  aplacar 
á  Mercurio  sobre  la  suerte  de  los  fallecidos. 

(2)  Bot,  bíiey,  es  la  primera  parrte  de  poT,0eTv,  socorrer. 
El  coro  no  quiere  oir  hablar  de  bueyes,  porque  esta  pala- 
bra le  recuerda  los  socorros  militares  de  que  está  tan 
harto.  Tomo  se  ve,  el  juego  de  palabras  que  resulta  es  in- 
traducibie. 


no 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


171 


TRIGEO. 

¿Pues  cuál  víctima  queréis? 

CORO. 

Una  oveja. 

TRIGEO. 

¿Una  oveja? 

CORO. 

Si. 

TRIGEO. 

Pero  pronuncias  esa  palabra  como  los  Jonios(l). 

CORO. 

De  intento;  asi,  si  en  la  Asamblea  dice  alguno: 
«es  preciso  hacer  la  guerra;»  los  asistentes  espan- 
tados gritarán  en  jónico:  «¡Oi!  ¡Oi!» 

TRIGEO. 

Perfectamente. 

CORO. 

Y  serán  pacíficos.  De  esta  manera  seremos  unos 
con  otros  como  corderos,  y  mucho  más  indulgen- 
tes con  los  aliados. 

TRIGEO. 

Ea,  traed  cuanto  antes  una  oveja:  en  tanto  pre- 
pararé yo  el  altar  para  sacrificarla. 

CORO. 

¡Qué  bien  sale  todo,  con  la  ayuda  de  los  dioses  y 
el  favor  de  la  fortuna!  ¡Qué  oportunamente  llega 
todo! 


(1)  Para  comprender  este  pasaje,  es  preciso  tener  pre- 
sente que  la  palabra  oT,  oveja,  la  pronunciaban  las  Jonios 
of,  deshaciendo  el  diptongo  y  resultando  la  exclamación 
de  desaprobación  y  disgusto  de  que  habla  después  el  coro. 


TRIGEO. 

Es  la  pura  verdad;  porque  ya  está  el  altar  en  la 
puerta. 

CORO. 

Apresuraos,  pues,  mientras  los  dioses  encadenan 
el  soplo  inconstante  de  la  guerra.  Evidentemente 
una  divinidad  cambia  en  bienes  nuestras  miserias. 

TRIGEO. 

Aquí  está  la  cesta,  con  la  salsa  mola  (1),  la  co- 
rona y  el  cuchillo :  también  el  fuego;  de  modo  que 
solo  falta  la  oveja.' 

CORO. 

Apresuraos,  apresuraos;  porque  si  os  ve  Qué- 
ris  (2),  vendrá  sin  que  se  le  llame,  y  tocará  la  flauta 
hasta  que  os  veáis  obligados  á  taparle  la  boca  con 
algo,  para  premiar  sus  fatigas. 

TRIGEO. 

Vamos,  coge  la  cesta  y  el  agua  lustral,  y  da 
cuanto  antes  una  vuelta  por  la  derecha  alrededor 
del  ara. 

EL   ESCLAVO. 

Ya  he  dado  la  vuelta;  manda  otra  cosa. 

TRIGEO. 

Aguarda  á  que  sumerja  este  tizón  en  el  agua. 
Tú  rocía  el  altar;  tú  dame  un  poco  de  salsa  mola; 
purifícate  y  alárgame  después  el  vaso;  y  luego  es- 


(1)  Harina  tostada,  espolvoreada  de  sal,  que  se  em- 
pleaba en  los  sacrificios,  bien  sola,  bien  para  esparcirla 
sobre  las  víctimas. 

{"■I)  Sobre  Quéris  véase  la  nota  al  principio  de  los  Acar- 
nienses. 


i72 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


473 


parce  sobre  loi  espectadores  el  resto  de  la  cebada. 

EL  ESCLAVO. 

Ya  está. 

TRIGEO. 

¿Ya  la  has  arrojado? 

EL   ESCLAVO. 

Sí  por  cierto;  ning-uno  de  los  espectadores  deja 
de  tener  su  porción  de  cebada  (1). 

TRIGEO. 

Pero  las  mujeres  no  la  han  recibido. 

EL  ESCLAVO. 

Sus  maridos  se  la  darán  á  la  noche. 

TRIGEO. 

Oremos.  ¿Quién  está  aquíV  ¿Dónde  está  esa  muí-, 
titud  de  hombres  de  bien? 

EL  ESCLAVO. 

Ag'uarda  á  que  les  dé  á  estos;  son  muchos  y 
buenos. 

TRIGEO. 

¿Los  crees  buenos? 

EL   ESCLAVO. 

¿Cómo  no,  si  á  pesar  de  haberles  rociado  de  lo 
lindo  están  firmes  y  plantados  en  su  puesto? 

TRIGEO* 

Oremos,  pues,  cuanto  antes;  ¡oremos  ya! 

¡Augusta  reina,  diosa  venerable,  oh  Paz,  que 
presides  las  danzas  é  himeneos,  digrnate  aceptar 
nuestro  sacrificio! 

(1)  Vos  grceca  ahordeumy^  notatetiam  virile  membrum. 
Lo  cual  explica  la  contestación  siguiente. 


EL  ESCLAVO. 

Acéptalo,  oh  la  más  honrada  de  las  diosas,  y  no 
hagas  como  esas  mujeres  que  engañan  á  sus  mari- 
dos. Esas,  digo,  que  miran  por  la  puerta  entre- 
abierta, y  cuando  alguno  se  fija  en  ellas,  se  reti- 
ran; después,  si  se  aleja,  vuelven  á  mirar.  ¡Oh,  no 
hagas  eso  con  nosotros! 

TRIGEO. 

Al  contrario,  como  una  mujer  honrada,  mués- 
trate sin  rebozo  á  tus  adoradores  que  hace  trece 
anos  nos  consumimos  lejos  de  tí.  Pon  término  á 
las  luchas  y  tumultos,  y  merece  el  nombre  de  Li- 
símaca  (1);  corrige  esta  suspicacia  3»"  charlatanería, 
que  engendra  nuestras  mutuas  calumnias;  une  de 
nuevo  á  los  Griegos  con  los  dulces  yínculos  de  la 
amistad,  y  predisponlos  á  la  benignidad  y  á  la  in- 
dulgencia; haz,  en  fin,  que  en  nuestra  plaza  abun- 
den  las  mejores  mercancías,  rastras  de  ajos,  co- 
hombros  tempranos,  manzanas,  granadas,  y  pe- 
queñas túnicas  para  los  esclavos;  que  afluyan  á 
ella  los  Beocios  cargados  de  gansos,  ánades  y  alon- 
dras; que  vengan  con  cestos  de  anguilas  del  Co- 
páis (2),  y  amontonados  en  torno  de  ellas,  luche- 
mos entre  la  turba  de  compradores,  con  Morícos, 
Téleas  y  Glaucétes  (3)  y  otros  glotones  ilustres;  y 
que  Melantio,  llegando  el  último  al  mercado,  y 
viéndolo  todo  vendido,  se  lamente  y  exclame  como 


(1)    Nombre  que  significa:  ^ow^/?t  á  los  combates. 

(á)    Lago  de  Beocia. 

(3)    Atenienses  famosos  por  su  glotonería. 


174 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LA  PAZ. 


475 


en  su  Medea:  «¡Yo  muero!  Me  han  abandonado  las 
que  se  esconden  entre  las  acelg-as!»  (1)  y  que  to- 
dos se  rian  de  su  desgracia.  Concédenos,  Diosa  ve- 
neranda, esto  que  te  pedimos. 

EL   ESCLAVO. 

Co^  el  cuchillo  y  deg'üella  la  oveja,  como  un 
cocinero  consumado. 

TRIGEO. 

Eso  no  es  lícito. 

EL  ESCLAVO. 

¿Por  qué? 

TRIGEO. 

La  Paz  aborrece  la  matanza,  y  por  eso  nunca  se 
ensangrienta  su  altar.  Por  lo  tanto,  llévate  adentro 
la  víctima,  mátala  y  trae  las  dos  piernas;  de  este 
modo  la  oveja  se  gnardará  para  el  Corega. 
(El  esclaw  entra  en  la  casa.) 


CORO. 


Tú,  que  permaneces  aquí,  reúne  pronto  las  as- 
tillas y  todo  lo  necesario  para  el  sacrificio. 

TRIGEO. 

¿No  os  parece  que  dispong-o  el  hogtir  como  el 
más  experto  adivino? 

CORO. 

¿Por  qué  no?  ¿Acaso  ignoras  al^o  de  cuanto  un 
sabio  debe  conocer?  ¿No  prevés  todo  lo   que  un 

(1)  Las  anguilas  solian  aderezarse  con  acelgas.  Las  pa- 
labras que  Aristófanes  pone  en  boca  de  Melanlio  son  vero- 
símilmente una  parodia  de  ias  de  Jason  en  la  Medea. 


hombre  de  reconocida  habilidad  y  audacia  afor- 
tunada debe  prever? 

TRIGEO, 

El  humo  de  las  astillas  incomoda  á  Estílbides  (1). 
Traeré  una  mesa  y  me  pasaré  sin  criado. 

CORO. 

¿Quién  no  ensalzará  á  un  hombre  que,  anos- 
traudo  infinitos  pelig-ros,  salvó  la  ciudad  sagrada? 
Jamás  dejará  de  ser  admirado  por  todos. 


EL  ESCLAVO  (de  vmlta). 
Cumplí  tus  órdenes.  Toma  las  piernas  y  ponías 
sobre  el  fuego:  yo  voy  á  buscar  las  entrañas  y  la 
torta. 

TRIGEO. 

Eso  corre  de  mi  cuenta;  pero  necesitaba  que  vi- 
nieses. 

EL   ESCLAVO. 

Pues  aquí  estoy.  ¿Te  parece  que  he  tardado? 

TRIGEO. 

Asa  bien  eso.  Pero  ahí  se  acerca  uno  coronado 
de  laurel.  ¿Quién  es  ese  hombre? 

EL   ESCLAVO. 

iQué  arrogante  parece!  Sin  duda,  algún  adivino. 


(1)  Se  compara  á  Estílbides,  famoso  adivino  que  acom- 
pañó á  los  Atenienses  en  su  expedición  á  Sicilia.  Su  nom- 
bre etimológicamente  considerado  significa  brillar^  lucir, 
y  por  eso  se  le  ocurre  á  Trigeo  en  el  momento  de  encen- 
derse la  llama  para  el  sacrificio. 


i  76 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


177 


TRIGEO. 

No,  por  Júpiter,  es  Hierócles  (1). 

EL   ESCLAVO. 

jAli!  ese  charlatán  de  oráculos,  habitante  de 
Orea  (2).  ¿Qué  nos  querrá  decir? 

TRIGEO. 

Claro  está  que  vendrá  á  oponerse  á  la  Paz. 

EL    ESCLAVO. 

No,  lo  que  le  atrae  es  el  olor  de  las  viandas. 

TRIGEO. 

Hagamos  como  que  no  le  vemos. 

EL   ESCLWO. 

Tienes  razón. 


HIERÓCLES. 

¿Qué  sacrificio  es  este  y  á  qué  dios  lo  ofrecéis? 

TRIGEO  (3). 

Asa  eso  callando;  cuidado  con  los  ríñones. 

HIERÓCLES. 

¿Pero  no  me  diréis  á  qué  dios  sacrificáis? 

TRIGEO. 

La  cola  tiene  buena  traza. 

EL  ESCLAVO. 

Muy  buena,  oh  Paz  veneranda  y  querida. 


(1)  Adivino  poco  perspicaz  criticado  por  su  arrogan- 
cia. Eúpolis  se  ocupó  también  de  él  en  su  comedia  Las 
Ciudades.  . ,    . 

(2)  Ciudad  de  Eubea,  cuyos  habitantes  eran  partidarios 

de  la  guerra .  ,       ^  . 

(3)  La  conversación  de  Trigeo  con  el  esclavo  debe  en- 
tenderse que  es  aparte. 


HIERÓCLES. 

Vamos,  corta  ya  y  ofrece  las  primicias. 

TRTGEO. 

Antes  ha  de  asarse  bien. 

HIERÓCLES. 

Ya  está  bien  asada. 

TRIGEO. 

Quienquiera  que  seas,  eres  demasiado  curioso. 
Corta:  ¿dónde  está  la  mesa?  Trae  las  libaciones. 

HIERÓCLES. 

La  lengrua  se  corta  aparte. 

TRIGEO. 

Lo  sabemos;  ¿sabes  tú  lo  que  debias  hacer? 

HIERÓCLES. 

Si  me  lo  dices. 

TRIGEO. 

No  hablarnos  ya  una  palabra,  porque  sacrifica- 
mos  á  la  santa  Paz. 

HIERÓCLES. 

¡Oh  desaichados  ó  imbéciles  mortales...! 

TRIGEO. 

íCaig-an  sobre  tí  tus  maldiciones! 

HIERÓCLES. 

...Que  no  entendiendo,  en  vuestra  ceguedad, 
la  voluntad  de  los  dioses,  os  aliáis  con  esos  feroces 
monos...  (1). 

TRIGEO. 

iJá!  íjál  íjá! 


(1)    Los  Lacedemonios. 

TOMO  II. 


i2 


178 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


HIERÓCLES. 

¿De  qué  te  ries? 

TRIGEO. 

Tienen  gracia  tus  feroces  monos. 

HIERÓCLES. 

Estúpidas  palomas,  que  os  fiáis  de  los  zorros  de 
falso  corazón  y  pensamientos  falsos. 

TRIGEO. 

¡Ojalá,  cliarlatan  arrogante,  se  ponga  tus  pul- 
mones tan  calientes  como  estas  entrañas! 

HIEEÓCLES. 

Si  las  Ninfas  no  engañaron  á  Bácis  (1);  si  los  mor- 
tales no  fueron  engañados  por  Bácis,  m  Bácis  por 
las  Ninfas... 

TRIGEO. 

¡Confúndante  los  dioses  si  no  dejas  de  hablar  de 
Bácis! 

HIERÓCLES. 

No  habrían  decretado  los  hados  que  se  rompiesen 
las  cadenas  de  la  Paz;  pero  antes... 

TRIGEO. 

Hay  que  echar  sal  á  eso. 

HIERÓCLES. 

No  place  &  los  dioses  inmortales  que  desistamos 
de  la  guerra,  mientras  el  lobo  paree  con  la  oveja. 

TRIGEO. 

¿Acaso,  charlatán  maldito,  el  lobo  pareará  jamás 
con  la  oveja? 


W 


Adivino  mencionado  en  Los  Caballeros,  123. 


HIERÓCLHS. 

Mientras  la  chinche  de  campo  exhale  al  huir  un 
ría  rL  """'  *''^^°'' ''°  "*  ^^  P^°^' 

TRIGEO. 

¿Pues  qué  debíamos  hacer? ¿Continuarla^erra? 
¿Echar  suertes  sobre  quién  habia  de  llorar  mis 
cuando  podíamos,  uniéndonos  por  un  tratado,  maní 
dar  en  común  sobre  la  Grecia? 

HIERÓCLES. 

Nunca  conseguirás  que  el  cangrejo  ande  en  lí- 
Dea  recta. 

TRIGEO. 

J:pradí  '^ " ''  "'^^"^^  ^'^'  "^  ^'^  p-^^*" 

HIERÓCLES. 

Nmica  suavizarás  la  piel  áspera  del  erizo. 

TRIGEO. 

¿No  acabarás  nunca  de  engañar  á  los  Atenienses? 

HIERÓCLES. 

¿En  virtud  de  qué  oráculo  habéis  ofrecido  ese  sa- 
cnficio  á  los  dioses? 

TRIGEO. 

De  este,    que  Homero  expresó  en  tan  bellas 

irases: 

La  negTa  nube  de  la  odiosa  guerra 
Disipamos  así,  y  en  dulce  abrazo 

pÍÍ'o  ^?^  ?jJ'vinos,  especialmente  en  tiempo  de  eiierra 
eran  sostenidos  en  el  Pritáneo  á  cuenta  deTrepúbS' 


180 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


Estrechando  á  la  Paz,  cien  sacrificios 
Le  ofrecimos  gustosos.  Cuando  el  fuego 
Devoró  de  las  victimas  las  piernas, 
Nosotros  sus  entrañas  consumimos 
E  hicimos  libaciones;  dirigía 
La  fiesta  yo;  mas  nadie  presentaba 
Al  adivino  la  brillante  copa  (1). 

HIERÓCLES. 

Eso  nada  tiene  que  ver  conmigo:  nos  lo  ha  dicho 
la  Sibüa. 

TRIGEO. 

Pero  el  sabio  Homero  dijo  muy  bien: 

Que  ni  casa,  ni  hogar,  ni  patria  tiene 
El  que  las  guerras  intestinas  ama 
Siempre  dañosas  (2). 

HIERÓCLES. 

Ten  cuidado  no  te  arrebate  el  müano  la  carne 

con  una  de  las  suyas... 

TRIGEO  (al  esclavo). 
Sí,  ten  cuidado:  ese  oráculo  amenaza  nuestras 
viandas.  Haz  la  übacion  y  trae  parte  de  los  intes- 
tinos. 

HIERÓCLES. 

Si  os  parece,  voy  á  servirme  yo  mismo  mi  por- 
cion. 

THIGEO. 

¡La  libación,  la  libación! 

"m)    El  oráculo  de  Trigeo  eslá  formado  fe  fragmento» 
tomados  de  la  IUada,i,  467;  xvi,  301;  xvn,  273,  y  de  la 

""T'^iJ^'A  6*-  (Trad.  de  HermosiUa.) 


LA  PAZ. 


481 


HIERÓCLES. 

Échame  á  mí  también,  y  dame  una  porción  de 
los  intestinos. 

TRIGEO. 

Eso  no  place  á  los  dioses  inmortales,  sino  el  que 
primero  hadamos  nosotros  las  libaciones  y  tú  te 
marches.  ¡Oh  veneranda  Paz,  permanece  á  nues- 
tro lado  toda  la  vida! 

HIERÓCLES. 

Tráeme  aquí  la  lengua. 

TRIGEO. 

Tráeme  la  tuya. 

HIERÓCLES. 

¡La  libacionl 

TRIGEO  fal  esclavo).  • 
Llévate  esto  con  la  libación. 

HIERÓCLES. 

¿Nadie  me  dará  algo  de  los  intestinos? 

TRIGEO. 

No  podemos  darte  nada  hasta  que  el  lobo  se  paree 
con  la  oveja. 

HIERÓCLES. 

¡Ah,  por  favor!  yo  te  lo  pido  por  tus  rodillas. 

TRIGEO. 

Tus  ruegos  son  inútiles,  amigo  mió;  no  lograrás 
suavizar  «al  áspero  erizo.»  Ea,  espectadores,  acom- 
pañadnos á  comer  intestinos* 

HIERÓCLES. 

¿Y  yo? 

TRIGEO. 

Cómete  á  la  Sibila. 


482 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


i  83 


HIERÓCLES. 

No,  por  la  tierra,  no  os  lo  comeréis  solos;  si  no 
me  dais,  os  lo  quito;  esto  es  para  todo  el  mundo. 

TRiGEO  fal  esclavo). 
Sacúdele,  sacúdele  á  Bácis. 

HIEBÓCLES. 

¡Sed  testigos!... 

TRTGEO. 

De  que  eres  un  glotón  y  un  impostor.  ¡Firme: 
echa  de  aquí  á  bastonazos  á  ese  charlatanl 

EL  ESCLAVO. 

Cuida  de  esto;  yo  voy  á  quitarle  las  pieles  de  las 
victimas  que  nos  ha  escamoteado.  ¡Suelta  esas  pie- 
les, adivino  infernall  ¿Oyes'^  ¿Qué  especie  de  cuervo 
es  éste  que  nos  ha  venido  de  Orea?  Ea,  pronto,  em- 
prende  el  vuelo  hacia  Elimnio  (1). 


CORO. 

¡Qué  alegría!  ¡qué  alegría!  ¡ya  no  más  cascos, 
quesos  ni  cebollas!  Los  combates  para  quien  los 
quiera:  á  mí  sólo  me  gusta  beber  con  mis  buenos 
amigos,  junto  al  hogar  donde  con  viva  llama  arde 
y  chisporrotea  la  leña  cortada  en  el  rigor  del  estío, 
y  tostar  garbanzos  sobre  las  ascuas,  y  asar  bello- 
tas entre  el  rescoldo,  y  hurtar  un  beso  á  Trata  (2), 

(i)  Flimnio  era,  según  el  Escoliasta  un  templo  de 
Eubéa.  Otros,  apoyados  en  un  fragmento  de  ^^^P^f^J^^ 
Sófocles,  creen  que  era  un  escollo  próximo  á  la  isla,  donde 
ocurrían  frecuentes  naufragios. 

("2)    Nombre  de  esclava. 


mientras  se  baña  mi  esposa.  Después  de  hecha  la 
siembra,   cuando  la  riega  Júpiter  con  benéfica 
lluvia,  nada  hay  tan  agradable  como  el  hablar  así 
con  un  vecino:  «Dime,  ¿qué  hacemos  ahora,  querido 
Comarquida?  Yo  quisiera  beber,  mientras  el  cielo 
fecunda  nuestro  campo.  Ea,  mujer,  mezcla  un 
poco  de  trigo  con  tres  quénices  de  habichuelas,  y 
ponías  á  cocer,  y  danos  higos  secos.  Que  Sira  haga 
volver  á  Manes  del  campo;  hoy  no  es  posible  po- 
dar las  vides,  ni  desterronar,  pues  la  tierra  está  su- 
mamente húmeda.  Que  me  traigan  el  tordo  y  los 
dos  pinzones.  También  debe  de  haber  en  casa  ca- 
lostro y  cuatro  tajadas  de  liebre,  si  ayer  noche  no 
las  robó  el  gato,  porque  oí  en  la  despensa  un  ruido 
sospechoso.  Muchacho,  trae  tres  pedazos,  y  dale  el 
otro  á  mi  padre.  Pide  á  Esdúnada  ramas  de  mirto 
con  sus  bayas;  y,  ya  que  te  coge  de  camino,  dileá 
Carinádes  que  venga  á  beber  con  nosotros,  mientras 
el  cielo  benéfico  fecunda  los  sembrados.»  Cuando 
entona  la  cigarra  su  dulce  cantinela  (1),  me  gusta 


(1)  El  canto  ó  estridulacion  de  la  cigarra  era  muy 
agradable  para  los  Griegos.  Anacreoxte  compuso  una  oda 
en  honor  de  este  insecto,  y  Homero  [litada,  iri,  525)  cali- 
fica de  armoniosa  su  voz.  Esopo  la  pondera  igualmente  en 
esta  fábula: 

Un  asno  oyó  cantar  á  las  cigarras, 

Y  de  su  bella  voz  quedó  prendado. 
—¿El  qué  coméis,  les  preguntó  envidioso, 
Para  sacar  tan  agradable  canto? 

— Solo  rocío,  contestaron  ellas. 

Y  el  asno  con  artístico  entusiasmo, 
— Sólo  rocío  comeré,  se  dijo. 

Y  al  cabo  de  ocho  dias  le  enterraron. 


484 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


LA  PAZ. 


485 


ver  si  las  uvas  de  Lémnos  principian  á  madurar, 
pues  son  las  más  tempranas;  y  no  menos  me  adrada 
mirar  cómo  van  hinchándose  los  hi^os,  y  comerlos 
cuando  están  maduros,  y  exclamar,  saboreándolos: 
«Deliciosa  estación.»  Después  bebo  una  infusión 
de  tomillo  machacado,  y  lo^o  asi  eng-ordar  en  el 
estío,  mucho  más  que  viendo  á  uno  de  esos  ta- 
xiarcos  (1),  aborrecidos  por  los  dioses,  pavoneán- 
dose con  su  triple  penacho  y  su  clámide  teñida  de 
un  rojo  deslumbrador  que  pretende  hacer  pasar 
por  púrpura  de  Sardes.  Pero  cuando  ocurre  pelear, 
él  mismo  se  encarda  de  darle  una  mano  de  azafrán 
cicense.  Y  después  huye  veloz  el  primero  como  un 
^allo,  altando  sus  amarillas  crestas,  mientras  yo 
guardo  mi  puesto.  Cuando  están  en  Atenas  estos 
valentones  hacen  cosas  insufribles;  inscriben  á 
unos  en  las  listas  y  borran  á  otros,  dos  y  tres  ve- 
ces, seg-un  su  capricho.  «Mañana  es  la  marcha,» 
oye  decir  á  lo  mejor  un  ciudadano  que  no  ha 
comprado  víveres  porque  nada  sabía  al  salir  de 
su  casa,  y  luég-o,  al  pararse  delante  de  la  estatua 
de  Pandion  (2),  ve  su  nombre  inscrito  en  la  lista; 
se  aturde,  y  echa  á  correr  llorando.  Así  nos  tratan 
á  los  pobres  campesinos;  á  los  ciudadanos  ya  les 
tienen  más  consideraciones  esos  cobardes  aborre- 
cidos de  los  dioses  y  los  hombres.  Pero  si  el  cielo  lo 


(4)  El  Taxiarco  venía  á  ser  una  especie  de  jefe  de  di- 
visión, j    .  1      p« 

(2)  Una  de  las  doce  estatuas  en  cuyo  pedestal  se  lija- 
ban las  listas  de  los  ciudadanos  que  debían  tomar  las 
armas. 


permite,  ya  tendrán  su  merecido.  Mucho  daño  me 
han  hecho  esos  taxiarcos,  leones  en  la  ciudad  y 
zorros  en  el  combate. 


TRIGEO. 

lOh!  íoh!  ícuánta  g-enle  viene  al  banquete  de 
boda'  Limpia  las  mesas  con  ese  penacho;  ya  no 
sirve  para  otra  cosa.  Trae  en  seg-uida  los  pasteles  y 
los  tordos,  liebre  en  abundancia  y  panes. 

UN   FABRICANTE   DE    HOCES. 

¿Dónde  está  Trigreo?  ¿Dónde? 

TRIGEO. 

Estoy  cociendo  tordos. 

EL   FABRICANTE   DE    HOCES. 

íOh  queridísimo  Trig-eo,  cuánto  bien  nos  has  he- 
cho procurándonos  la  paz!  Antes  no  habia  quien 
diese  un  óbolo  por  una  hoz;  ahora  vendo  las  que 
quiero  á  cincuenta  dracmas.  Este  amig-o  vende  á 
tres  los  toneles  para  el  campo.  Vamos,  Trig-eo,  es- 
coge de  estas  hoces  y  de  todo  lo  demás  cuanto 
quieras,  y  llévatelo  g-rátis.  Todo  esto  que  vendemos 
y  que  nos  produce  ping-ües  ganancias  te  lo  ofrece- 
mos como  reg-alo  de  boda. 

TRIGEO. 

Bueno,  bueno ;  dejadlo  ahí  todo,  y  entrad  á  ce- 
nar cuanto  antes.  Ahí  se  acerca  un  armero  con 
una  cara  más  triste  que  un  funeral. 


186 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  PAZ. 


i  87 


EL  FABRICANTE  DE  PENACHOS. 

¡Ay,  Trigeo,  me  has  arruinado  completamentei 

TRIGEO. 

¿Qué  te  pasa,  desdichado?  ¿Acaso  te  salen  pena- 
chos en  la  cabeza"^ 

EL  FABRICANTE  DB  PENACHOS. 

Nos  has  quitado  el  trabajo  y  la  subsistencia  á 
mi  y  á  este  otro,  fabricante  de  dardos. 

TRIGEO. 

Vamos,  ¿cuánto  quieres  por  esos  dos  penachos? 

EL  FABRICANTE  DB   PENACHOS. 

¿Cuánto  ofreces? 

TRIGEO. 

¿Que  cuánto  ofrezco?.  Me  da  verg-üenza  el  decirlo. 
Sin  embarco,  como  el  trenzado  está  hecho  con 
gran  primor,  te  daré  tres  quénices  de  higos  secos  y 
me  servirán  para  limpiar  esta  mesa. 

EL  FABRICANTE  DE  PENACHOS. 

Vengan  los  higos:  más  vale  poco  que  nada. 

TRIGEO. 

Vete  al  infierno  con  tus  penachos;  tienen  lacia  la 
cerda,  no  valen  un  pito.  No  daria  una  higa  por  to- 
dos ellos. 


EL  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

¡ Ay  de  mí!  ¿Qué  haré  con  esta  coraza  tasada  en 
diez  minas  y  trabajada  con  tanto  esmero? 

TRIGEO. 

No  se  te  irrogará  perjuicio  alguno;  dámela  en  su 
precio;  podrá  ser  un  bacin  elegantísimo. 


EL  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

No  te  burles  de  mí  y  de  mis  mercancías. 

TRIGEO. 

Con  ella...  y  tres  buenos  guijarros  (1),  ¿no  ten- 
dremos cuanto  para  el  caso  hace  falta? 

EL  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

¿Pero  cómo  te  limpiarás,  imbécil? 

TRIGEO. 

Perfectamente.  Mira,  paso  una  mano  por  la  aber- 
tura del  brazo,  y  la  otra... 

EL  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

iCómo!  ¿Con  las  dos  manos? 

TRIGEO. 

Pues  claro,  para  que  no  me  acusen  de  defraudar 
al  Estado  tapando  los  agujeros  de  los  remos  (2). 

EL  VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

¿Y  te  atreverás  á  usar  un  bacin  de  mil  dracmas? 

TRIGEO. 

¿Quién  lo  duda,  miserable?  Crees  que  ni  por  diez 
mil  vendería  yo  mi  trasero. 

EL   VENDEDOR  DE  CORAZAS. 

Vamos,  venga  el  dinero. 

TRIGEO. 

lAy!  Querido,  tu  coraza  me  destroza  las  nalgas. 
Llévatela;  no  la  compro. 


(i)  Lapillis  usosfuisse  veteres  ahstergendis  natibus 
postquam  alvum  exonerassent,  ostendü  etiam  Pluti  locus, 
v.  817. 

(2)  Alusión  á  los  trierarcas,  que  mandaban  cerrar  va- 
rios agujeros  en  las  naves  para  beneficiarse  con  el  suelda 
de  los  correspondientes  remeros  suprimidos. 


LA  PAZ. 


189 


188 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


EL  FABRICANTE  DE   TROMPETAS* 

¿Qué  haré  de  esta  trompeta  que  me  costó  sesenta 
dracmas? 

TRIGEO. 

Echa  plomo  en  su  cavidad;  atraviesa  encima  una 
vara  un  poco  larg-a,  y  tendrás  un  cótalo  (1)  en  equi- 
librio. 

EL  FABRICANTE  DE  TROMPETAS. 

í  Ayl  te  burlas  de  mí. 

TRIGEO. 

otra  idea.  Échale  plomo,  como  te  he  dicho;  añade 
un  platillo  colgado  de  unas  cuerdecitas,  y  tendrás 
una  balanza  para  pesar  en  el  campo  los  higos  que 
has  de  distribuir  á  tus  esclavos. 


EL  FABRICANTE   DE  CASCOS. 

¡Maldita  suerte!  ¡Estoy  arruinado!  Yo,  que  en  otro 
tiempo  pag-ué  una  mina  pf^r  estos  cascos.  ¿Quién 
me  los  comprará  ahora? 

TRIGEO. 

Vete  á  venderlos  á  los  Egipcios:  son  los  únicos 
para  medir  sirmea  (2). 


EL   FABRICANTE  DE    LANZAS. 

¡Ay,  mi  buen  fabricante  de  cascos,  qué  desgra- 
ciada es  nuestra  suertel 


(1)  Véase  la  nota  al  verso  343  de  esta  comedia. 

(2)  Planta  purgante  que  se  criaba  en  Egipto,  aunque 
otros  dicen  que  astringente. 


TRIGEO  (al  fabriccrnte  de  lamas). 
La  suya  no  lo  es. 

EL  FABRICANTE  DE  LANZAS. 

Pues  qué,  ¿habrá  todavía  quien  necesite  cascos? 

TRIGEO. 

Como  sepa  ponerles  dos  asas,  los  podrá  vender 
mucho  más  caros. 

EL  FABRICANTE  DE  CASCOS. 

Vamonos,  fabricante  de  lanzas. 

TRIGEO. 

No,  no;  le  voy  á  comprar  esas  picas. 

EL  FABRICANTE  DE  LANZAS. 

¿Cuánto  das  por  ellas'^ 

TRIGEO. 

Si  las  cortas  por  la  mitad,  para  que  puedan  servir 
de  rodrigones,  te  pagaré  á  dracma  el  ciento. 

EL   FABRICANTE  DE  LANZAS. 

Este  hombre  se  burla  de  nosotros.  Vamonos, 
amigo. 


TRIGEO. 

Muy  bien  hecho;  pues  ya  salen  á  orinar  los  hijos 
de  los  convidados,  y  si  no  me  engaño,  á  preludiar 
sus  cantos.  Eh,  muchacho,  si  piensas  cantar,  en- 
sáyate antes  delante  de  mí. 

EL  HIJO  DE   LÁMACO. 

Celebremos  ahora 
Los  valientes  guerreros...  (1). 


(4)    Versos  de  los  Epígonos^  poema  atribuido  á  Homero* 


490 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


TRIGEO. 

Maldita  criatura,  deja  de  cantar  los  valientes 
guerreros;  ahora  estamos  en  paz.  Eres  un  bribon- 
zuelo  mal  enseñado. 

EL  HIJO  DE  lAmACO. 

Con  furia  aterradora 
Acométense  fieros; 
Se  aplastan  sus  combados 
Escudos (1). 

TRIGEO. 

¡Escudos!  ¿No  acabarás  con  tus  escudos? 

EL  HIJO   DE  LÁMACO. 

alaridos 

De  triunfo  alborozados 
Se  escuchan,  y  gemidos... 

TRIGEO. 

¡Gemidos!  Me  parece  que  quien  va  á  gemir  aquí 
eres  tú,  si  continúas  con  tus  gemidos  y  tus  es- 
cudos combados. 

EL  HIJO   DE  LÁMACO. 

¿Pues  qué  he  de  cantar?  ¿Qué  es  lo  que  te  gusta? 

TRIGEO. 

«Se  comian  de  buey  sendos  tasajos»  O  cosas  por 

el  estilo. 

Disponían  alegres  el  banquete 
Y  cuantos  platos  hay  apetecibles. 

EL  HIJO  DE  LÁMACO. 

Se  comian  de  buey  sendos  tasajos; 


LA  PAZ.  491 

Los  sudorosos  brutos  desuncían; 
Hartos  de  pelear 

TRIGEO. 

Eso  es:  «hartos  de  pelear,  se  pusieron  á  comer.» 
Canta,  canta  lo  que  comieron  después  de  hartarse. 

EL  HIJO  DE  LÁMACO. 

Después  de  terminada  la  comida, 
Acorázanse  el  vientre 

TRIGEO. 

Con  buen  vino,  ¿verdad? 

EL  mJO   DE   LÁMACO. 

De  las  corres 
Se  precipitan.  Alarido  inmenso 
Surca  entonces 

TRIGEO. 

Que  Júpiter  te  confunda  con  tus  batallas,  bríbon- 
zuelo;  no  sabes  más  que  cantos  de  guerra.  ¿De 
quién  eres  hijo? 

EL  HIJO  DE  LÁMACO. 

¿Yo? 

TRIGEO. 
Sí,  tú. 

EL  HIJO  DE  LÁMACO. 

De  Lámaco. 

TRIGEO. 

¡Oh!  ¡oh!  ya  se  me  figuraba  que  debías  de  ser 
hijo  de  algún  aficionado  á  combates  y  heridas  (1); 


(4)    Versos  tomados  de  Homero,  con  ligeras  altera- 
ciones. 


(4)    La  palabra  combate  (lax^  ^^^^^  ^^  ^^  composicioa 
de  Lámaco. 


492 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


de  alg^un  Boulómaco  ó  Clausímaco  (1).  Larg*o  de 
aquí.  Vete  á  entonar  tus  canciones  á  los  lanceros. 
¿Dónde  está  el  hijo  de  Cleónimo?  Ven  acá;  canta 
alg-o  antes  de  entrar  en  casa.  Ya  estoy  seg-uro  de 
que  tus  cantares  no  serán  belicosos.  Tu  padre  es 
prudentísimo. 

EL  HIJO  DE  CLEÓNIMO. 

ün  habitante  de  Sais 
Ostenta  el  brillante  escudo, 
Que  abandoné  mal  mi  grado 
Cabe  un  florecido  arbusto  (2). 

TRIGEO. 

Dime,  pequeño,  ¿cantas  eso  por  tu  padre? 

EL  HIJO  DE  CLEÓNIMO. 

«Salvé  mi  vida...» 

TRIGEO. 

Pero  deshonraste  tu  linaje.  Mas  entremos;  de- 
masiado sé  que  el  hijo  de  tal  padre  no  olvidará 
nunca  lo  que  acaba  de  cantar  sobre  el  escudo.  Vos- 
otros los  que  os  quedáis  al  festín  ya  no  tenéis 
que  hacer  otra  cosa  más  que  comer  y  consumir  to- 
das las  viandas  y  menear  sin  descanso  las  mandí- 
bulas. Lanzaos  sobre  todos  los  platos,  y  comed  á 
dos  carrillos.  ¡Desdichados.'  ¿para  qué  sirven,  sino 
es  para  comer,  los  buenos  dientes? 


(1)  Nombres  caya  composición  envuelve  la  idea  de 
consejo  y  lágrimas,  unidos  á  guerras  y  combates. 

(2)  Versos  de  Arquíloco,  que  huyó  en  un  combate  arro- 
jando su  escudo,  y  después  celebró  él  mismo  su  hazaña. 
Cleónimo  hizo  lo  mismo. 


LA  PAZ. 


193 


CORO. 

Eso  queda  á  nuestro  carg-o;  nos  has  dado  un  buen 
consejo. 

TRIGEO. 

Vosotros,  que  ayer  estabais  hambrientos,  saciaos 
ahora  de  liebre;  no  todos  los  dias  se  encuentran 
pasteles  abandonados.  Devoradlos,  pues,  que  si  no, 
tal  vez  sintáis  mañana  no  haberlo  hecho. 

CORO. 

Silencio,  silencio,  va  á  presentarse  la  novia;  co- 
ged las  antorchas  (1):  que  todo  el  pueblo  se  reg*o- 
cije  y  dance.  Después,  cuando  hayamos  bailado,  y 
bebido  y  expulsado  á  Hipérbole,  llevaremos  de 
nuevo  al  campo  nuestro  luirailde  ajuar,  y  pelire- 
mos  á  los  dioses  que  otorguen  á  los  Griegos  oro  en 
abundancia,  y  á  nosotros  riquísima?  cosechas  de 
cebada  y  vino,  dulces  higos  y  esposas  fecundas. 
Así  podremos  recobrar  los  perdidos  bienes  y  abo- 
lir para  siempre  el  uso  del  acoro  homicida. 

TRIGEO. 

Querida  esposa,  ven  al  campo  á  embellecer  mi 
lecho. 

CORO. 

¡Oh  mortal  tres  veces  feliz  con  tu  merecida  di- 
chai ¡Oh  Himeneo]  ¡Himeneo!  ¿Qué  le  haremos? 
¿qué  le  haremos?  ¡Gocemos  de  su  belleza!  ¡g-oce- 
mos  de  su  belleza!  Nosotros  ios  hombres  colocados 
en  la  primera  fila  levantemos  al  novio  y  llevé- 
moslo en  triunfo!  ¡Himeneo!  ¡Himeneo: 


(4)    Nupciales. 

TOMO  II. 


i3 


194 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


TRIGEO. 

Tendréis  una  linda  casa,  viviréis  sin  molestias  y 
cogeréis  hi^s.  ¡Oh  Himeneo!  ¡Himeneo! 

CORO. 

Aquél  tiene  uno  grande  y  grue'ío;  éste,  otro  dul- 
císimo. Después  de  comer  y  beber  sendos  tragos, 
exclamarás:  \0h  Himeneo!  iHimeneoI 

CORO. 

Adiós,  adiós,  amigos  mios.  Los  que  me  sigan  co- 
merán  pasteles. 


LAS   AVES, 


PIN  DE   LA  PAZ. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Dos  ciudadanos  atenienses,  Evólpides  y  Piste- 
tero,  como  si  dijéramos.  Buena -esperanza  y  Fiel- 
amig-o,  hartos  de  desórdenes,  de  pleitos,  cabalas  ó 
iutrig-as,  y  tomando  al  pié  de  la  letra  la  expresión 
irse  á  los  eneróos,  análog-a,  como  hemos  visto,  á  la 
nuestra  irse  al  diablo  ó  á  otra  cosa,  si  no  peor, 
más  sucia,  huyen  de  Atenas  y  se  encaminan  al 
país  de  las  aves  en  busca  de  la  Abubilla,  en  otro 
tiempo  Tereo,  rey  de  Tracia.  Aceptada  por  el  ex- 
monarca-pájaro  la  idea  de  construir  una  ciudad  en 
los  aires,  convoca  una  asamblea  de  todas  las  ra- 
zas aladas,  que  acudiendo  en  ^an  número,  se 
preparan  en  el  primer  momento  á  embestir  y  des- 
pedazar á  los  temerarios  mortales  que  Lan  osado 
penetrar  en  sus  dominios:  calmados  por  la  Abubi- 
lla, cambiase  pronto  su  furia  en  indescriptible  en- 
tusiasmo, cuando  Pistetero  desenvuelve  un  plan 


i98 


^OTICIA  PREUMIÍfAR. 


NOTÍCIA  PRELIMINAR. 


199 


para  devolver  á  los  volátiles  el  cetro  del  mundo 
que  antes  les  habla  pertenecido.  Los  dos  Atenien- 
ses son  naturalizados  inmediatamente:  la  nueva 
ciudad,  llamada  Nefelecocigia,  es  construida  en 
un  abrir  y  cerrar  de  ojos,  y  dos  embajadores  son 
enviados  al  cielo  y  á  la  tierra.  Apenas  se  empieza 
á  ofrecer  el  sacrificio  de  consagración,  acuden  á 
Nefelecocigia  toda  clase  de    gentes:   un  pobre 
Poeta,  que  versifica  en  honor  de  la  nueva  ciudad 
para  conseguir  un  manto  y  una  túnica;  un  Adivino 
cargado  de  oráculos;  Meton  el  geómetra;  un  Ins- 
pector y  un  Vendedor  de  decretos,  que  son  apalea- 
dos en  castigo  de  sus  impertinencias.  Iris,  mensa- 
jera de  los  dioses,  es  hecha  prisionera  al  intentar 
atravesar  los  aires;  sometida  á  un  apremiante  in- 
.  terrogatorio,  vese  obligada  á  manifestar  que  Jú- 
piter la  envia  á  los  hombres  para  que  ofrezcan  los 
acostumbrados  sacrificios,  y  tiene  que  retirarse  mal- 
parada oyendo  de  boca  de  Pistetero  que  no  hay 
más  dioses  que  las  aves,  y  que  el  paso  al  través  de 
la  nueva  ciudad  queda  prohibido  hasta  nueva  or- 
den á  las  divinidades  olímpicas.  Preséntase  des- 
pués un  Mensaj  n-o,  anunciando  que  los  hombres 
han  decretado  una  corona  de  oro  al  fundador  de 
Nefelecocigia,  y  que  las  aves  se  han  puesto  de 
moda  y  hacen  tal  furor  en  Atenas,  que  pronto  se 
verá  llegar  una  multitud  ormtomamaca  pidiendo 
alas  y  plumajes.  No  tarda  efectivamente  en  pre- 
sentarse un  joven,  con  intentos  parricidas,  que  re- 
cibe entre  equívocos  y  chistes  consejos  prudentísi- 
mos, y  al  cual  siguen  Cinesias,  poeta  ditirámbico, 


ganoso  de  atrapar  entre  las  nubes  las  sublimes 
vaciedades  de  sus  versos  y  un  sicofanta  ó  dela- 
tor, que  así  como  el  poeta,  lleva  con  una  paliza  su 
justo  merecido.  Prometeo,  que  llega  después,  re- 
vela á  Pistetero  el  hambre  canina  que  aflige  á  los 
inmortales,  indicándole  el  medio  de  explotar  la  mi- 
seria del  Olimpo,  y  retirándose  con  todo  género  d  e 
precauciones  para  no  ser  visto  por  Júpiter. 

Una  embajada,  compuesta  deNeptuno,  Hércules 
y  un  Tribalo,  presenta  por  fin  sus  proposiciones  á 
la  gente  alada,  y  vencidas  las  dificultades  se  esti- 
pulan la  paz  y  el  paso  libre  por  Nefelecocigia, 
con  la  condición  de  entregar  Júpiter  su  cetro  á  las 
aves  y  á  Pistetero  la  mano  de  la  Soberanía. 

La  comedia  concluye,  como  La  Paz^  con  un  ju- 
biloso canto  de  himeneo. 

Tal  es  el  argumento  de  Las  Aves.  ¿Cuál  es  su  ob- 
jeto? Hé  aquí  una  pregunta  á  la  cual  se  han  dado 
muy  diferentes  contestaciones.  Unos  (1)  han  dicho 
que  su  autor  se  limitaba  á  censur  ar  la  afición  á  las 
lides  judiciales,  sin  considerar  que  Aristófanes  sólo 
se  ocupa  de  esta  manía  de  Atenas  á  la  ligera  y 
muy  de  paso;  otros  (2)  que  su  fin  es  nada  menos 
que  promover  cambios  radicales  en  el  carácter 
ateniense,  en  el  culto,  en  la  religión,  en  la  consti- 
tución de  la  república  y  en  el  personal  de  sus  ma- 
gistrados,  sin  parar  mientes  que  tales  proposicio 

(i)  El  Anónimo  del  Prefacio  3.0  de  las  Aves.  Scholia 
^%?  '"/"slophanem,  Parisiis,  ed.  Didot,  1855,  pág.  209. 

(i)  Otpo  Anónimo  autor  del  Prefacio  2.«  de  las  mismas. 
Ídem,  ibidem. 


200 


NOTICIA    PRELI»II1NAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


20  i 


nes,  aun  hechas  de  burlas,  costaban  la  vida  al  te- 
merario que  las  aventuraba:  quiénes  (1)  (por  más 
que  nada  autorice  á  suponerlo)  sólo  ven  en  su  fan- 
tástico desarrollo  una  animada  censura  de  las  pere- 
grinas invenciones  de  los  tráficos  y  sus  increíbles 
fábulas;  y  no  han  faltado  alg-unos  (2)  que,  saltando 
por  encima  de  un  flamante  anacronismo,  la  con- 
ceptúan una  g-raciosa  parodia  de  la  República  que 
Platón  soñó  muchos  años  más  tarde. 

La  explicación  de  M.  Paulmier,  desenvuelta 
luego  por  el  P  Brumoy,  es  indudablemente  la  más 
ingeniosa,  careciendo  sin  embarco  del  debido  fun- 
damento. El  erudito  jesuíta,  teniendo  presente  que 
poco  antes  de  la  representación  de  esta  comedia, 
Alcibíadcs,  Üamado  á  Atenas  para  defenderse  del 
crimen  de  sacrileg'io,  había  huido  á  Esparta  y  ex  - 
hortaba  á  los  Laccdemonios  á  fortificar  á  Decelia, 
ciudad  del  Ática  que  más  adelante  molestó  mucho 
á  los  Atenienses,  opina  que,  aunque  con  el  pulso 
y  delicadeza  que  la  gravedad  del  asunto  reque- 
ría, trató  Aristófanes  en  Las  Aves  de  llamar  la 
atención  del  pueblo  sobre  los  preparativos  de  una 
rival  ambiciosa,  y  decidirle  á  traer  de  Sicilia  sus 
tropas  y  g*aleras.  Pero  sólo  un  pasaje  en  que 
se  habla  de  la  galera  Salami/H^  y  al^^unas  otras 


(i)    Citados  por  el  escritor  de  la  nota  precedente. 

(2)  Artaud  (Comedien  iVArütophine,  t.  ii,  p.  5,  nota) 
mencioní»  esta  hipótesis.  El  mismo,  citaniio  á  Diógenks 
]>AERcio  (I ib.  IX,  Protágoras,  4.)  cita  el  tratado  de  la  Repú- 
blica de  Protáfforits.  único  que  podia  haber  sugerido  á 
Aristófanes  !a  idea  refutada  en  el  texto. 


indicaciones  remotísimas  confirman  la  interpreta- 
ción de  Brumoy,  que  cae  ante  la  consideración  de 
que  Aristófanes  cuando  alude  lo  hace  clara  y  di- 
rectamente, y  si  á  veces  encubre  su  propósito,  hay 
que  confesar  que  se  vale  siempre  del  velo  de  una 
aleg-oría  transparente.  Sin  ir  tan  lejos,  dice  Artaud, 
ni  perderse  en  cavilaciones  sistemáticas,  podemos 
hallar  la  explicación  del  enig-ma.  A  una  lectura  un 
poco  atenta,  vese  en  Las  Aoes  una  especie  de  utopía 
cómica,  una  república  imaginaria  como  la  de  Pla- 
tón, realizada  de  una  manera  burlesca.  Todo  lo 
que  precede  á  la  fundación  de  la  ciudad  no  es  más 
que  el  preámbulo  de  la  acción.  Sin  el  lazo  de  esta 
idea  general,  la  pieza  px^esentaria  solamente  una 
serie  de  escenas  inintelig-ibles.  Pero  mirada  bajo 
este  prisma,  es  un  cuadro  ingenioso  en  que  el  es- 
píritu del  poeta  se  solaza  á  placer  y  pasa  revista  á 
todos  los  ridículo^.  Un  hijo  que  desea  la  muerta  de 
su  padre  recibe  de  las  cig^üeñas  una  lescion  de 
amor  filial.  El  autor  ataca  sucesivamente  la  pe- 
dantería de  los  sabios  y  filósofos,  la  ig-norancia  y 
avidez  de  los  sacerdotes  y  adivinos,  las  pretensio- 
nes de  los  poetas,  la  venalidad  de  los  mag-istrados, 
las  infamias  de  los  delatores  y  las  charlatanerías 
de  toda  especie. 

Para  explicarse  ciertas  sinaalaridades  de  esta 
comedia,  como  la  de  componer  el  coro  de  perso- 
najes alados,  no  hay  necesidad  tampoco  de  acudir 
ala  hipótesis  de  que  las  aves  sean  representantes 
de  los  Laccdemonios,  y  los  hombres  y  los  dioses  de 
los  Atenienses  y  de  los  demás  pueblos  g-rieg-os; 


(  r 


jl 


202 


NOTICJA  PRELIMINAR. 


NOTiaA  PRELIMINAR. 


203 


pues  para  dar  amenidad  al  espectáculo  y  ocupa- 
ción á  las  máquinas  teatrales,  eran  cosa  corriente 
entre  los  cómicos  tan  peregrinas  invenciones;  y 
por  otra  parte,  quien  habia  puesto  en  escena  Nu- 
bes, Avis::as  y  Escarabajos  no  puede  decirse  que  se 
excediera  á  si  mismo  al  presentar  un  coro  de  volá- 
tiles. Es  más;  en  mi  humilde  opinión,  la  elección 
del  poeta  fué  sobremanera  acertada,  pues  debió 
dar  así  una  animación  extraordinaria  á  la  come- 
dia, falta  de  acción  como  todas  las  de  Aristófanes, 
con  tantas  idas  y  venidas,  tantos  «-iros  y  revolo- 
teos, tanta  variedad  de  plumajes,  y  esa  encanta- 
dora aleg-ría,  patrimonio  de  los  pájaros,  que  son 
naturalmente,  como  dice  Leopardi  (1),  las  criatu- 
turas  más  reg-ocijadas  de  la  creación. 

La  elección  de  estos  alados  personajes  permite 
además  al  autor  dar  rienda  suelta  á  su  fantasía  por 
los  amenos  campos  de  la  fábula,  y  presentar  sin 
sombra  de  pedantería,  y  con  aquella  frescura  y 
sencillez  de  colorido  del  poeta  predilecto  de  las 
Gracias,  multitud  de  leyendas  curiosas,  entreteni- 
dos detalles,  mordaces  chistes  y  picantes  sales,  al- 
ternando con  brillantes  himnos  de  elevación  ver- 
daderamente pindárica.  «De  este  modo,  dice  Po- 
yard,  Las  Aves  son  una  obra  sin  ejemplo  y  sin 
rival,  un  g-énero  aparte  aun  dentro  del  teatro  aris- 
tofánico,  una  fantasmagoría  alegre,  viva,  seduc- 
tora, llena  de  maravillosas  sorpresas,  chispeando 
poesía,  desenvolviéndose  aérea  y  alada,  y  burlán- 


dose con  sátira  ligrera  y  divertida,  sin  las  virulen- 
cias ordinarias.;í> 

Esta  comedia  se  representó  elaño  415  antes  de  Je- 
sucristo, décimo  octavo  de  la  guerra  del  Pelopo- 
neso,  habiendo  obtenido  el  premio  segimdo:  Los 
Bebedores  de  Amípsias  consig-uieron  el  primero;  y 
el  tercero  fué  otorg-ado  al  MomHropos  (el  Moroso) 
de  Frínico. 


(1)     Prose.  Milano,  1876,  p.  137.  Elogio  degli  Uccelli. 


Ú 


PERSONAJES. 


EVÉLPIDÍS. 
PlSTETERO. 

El  Reyezuelo,  criado  de  la 

Abubilla. 
La  Abubilla. 
Coro  de  Aves. 
El  Femcóptero. 
Heraldos. 
IÍN  Sacerdote. 
Un  Poeta. 
liN  Adivino. 
Meton,  geómetra. 


ÜN  Inspector. 

Un  vendedor  de  decretos. 

Mensajero. 

Iris. 

Un  Parricida. 

Cinesias,  poeta  ditii'ámbico. 

Un  delator. 

Prometeo. 

Neptino. 

Tribalo. 

Hércules. 

Un  criado  de  Pistetero. 


t  • 


País  agreste,  lleno  de  piedras  y  zarzas.  En  el  fondo  una  selva 
á  un  lado  una  roca,  morada  de  la  Abubilla.  ' 


LAS   AVES. 


EvÉLPiDEs  fal  grajo  que  le  sirve  de  guia). 
¿Me  dices  que  vaya  en  línea  recta  hacia  aquel 

pisTETERo  (á  la  coruja  qm  trae  en  U  mano). 
iPeste  de  avechuchol  Ahora  grazna  que  retroce- 
damos. 

EVÉLPIDES. 

Pero,  infeliz,  ¿á  qué  caminar  arriba  y  abajo?  Con 
estas  idas  y  venidas  nos  derreng-amos  inútilmente. 

PISTETEBO. 

íQué  imbócü  he  sido  en  dejarme  guiar  por  esta 
corneja!  Me  ha  hecho  correr  más  de  mil  estadios  (1). 

EVÉLPIDES. 

¿Mayor  desdicha  que  la  de  llevar  de  g-uía  á  este 
grajo,  que  me  ha  destrozado  todas  las  uñas  de  los 
dedos? 


(4)    i85  kilómetros. 


208 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


PISTETERO. 

Ni  siquiera  sé  en  qué  lugar  de  la  tierra  estamos. 

EVKLPIDES. 

^.No  podrias  hallar  desde  aquí  tu  patria? 

PISTETERO. 

No  por  cierto:  ni  Execestides  (1)  la  suya. 

EVÉLPIDlíS. 

lAy! 

PISTETERO. 

Toma  esa  senda,  amig-o  mió. 

EV  ÉL  PIDES. 

¡Qué  terriblemente  nos  ha  eng-añado  Filócra- 
tes  (2),  ese  atrabiliario  vendedor  de  pájaros!  Nos 
aseguró  qtie  estas  dos  aves  no3  guiarían  mejor 
que  ninguna  otra  á  la  morada  de  Tereo  la  Abubi- 
lla, que  fué  transformado  en  pájaro;  y  nos  vendió 
este  grajo,  hijo  de  Tarrélides  (3),  por  un  óbolo,  y 
por  tres  aquella  corneja,  que  sólo  saben  darnos  pi- 
cotazos. (Al  grajo.)  ¿Por  qué  me  miras  con  el  pico 
abierto?  ¿Quieres  precipitarnos  desde  esas  rocas? 
Por  ahí  no  hay  camino. 

PISTETERO. 

Ni  senda  tampoco. 

EVÉLPIDES. 

¿No  dice  nada  tu  corneja? 


{{)    Extranjero   que  quería  pasar  por  Ateniense.  Era 
oriundo  de  Caria  y  (le  baja  extracción. 

(2)  No  se  sabe  de  Filócrales  más  que  lo  que  dice  Aris- 
tófanes. 

(3)  Vendedor  de  pájaros.  Era  de  pequeña  estatura  y  pa- 
recido á  un  grajo. 


LAS  AVES. 


209 


PISTETERO. 

Nada  absolutamente;  grazna  ahora  como  antes. 

EVÉLPIDES. 

Pero,  ea  fin,  ¿qué  dice  de  nuestra  ruta? 

PISTETERO. 

¿Qué  ha  de  decir  sino  que  á  fuerza  de  roer  aca- 
bará por  comérseme  ios  dedos? 

EVÉLPIDES. 

íEsto  es  insoportable!  Queremos  irnos  á  los  cuer- 
vos (1);  ponemos  para  conseg-uirlo  cuanto  está  de 
nuestra  mano,  y  no  logramos  hallar  el  camino. 
Porque  habéis  de  saber,  oyentes  mios,  que  nuestra 
enfermedad  es  completamente  distinta  de  la  que 
aflige  á  Sáccas:  éste,  no  siendo  ciudadano  se  obs- 
tina en  serlo,  y  nosotros  que  lo  somo?,  y  de  fami- 
lias disting-uidas,  aunque  nadie  nos  expulsa,  hui- 
mos  á  toda  prisa  de  nuestra  patria.  No  es  que  abor- 
rezcamos á  una  ciudad  tan  célebre  y  afortunada, 
y  abierta  siempre  á  todo  el  que  desee  arruinarse 
con  litig-ios;  porque  es  una  triste  verdad  que  si  las 
cig-arras  sólo  cantan  uno  ó  dos  meses  entre  las  ra- 
mas de  los  árboles,  en  cambio  los  Atenienses  can- 
tan toda  la  vida  posados  sobre  los  procesos.  Esto 
es  lo  que  nos  ha  oblig-ado  á  emprender  este  viaje  y 
á  buscar,  carg-ados  del  canastillo,  la  olla  y  las  ra- 
mas de  mirto  (2),  un  país  libre  de  pleitos,  donde 
pasar  tranquilamente  la  vida.  Nos  dirig-imos  con 

,  (i)    Ya  hemos  visto  que  esta  frase  equivale  á  la  nuestra 
«irse  al  infierno»  ó  «al  diablo.» 

(2)    Al  inaugurarse  una  ciudad  se  ofrecían  sacrificios 
Evélpides  y  Pistetero  llevan  los  útiles  necesarios. 


TOMO  II 


44 


2i0 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


tal  objeto  á  Tereo  la  Abubilla,  para  preguntarle  si, 
en  las  comarcas  que  ha  recorrido  volando,  ha  visto 
al^ma  ciudad  como  la  que  deseamos. 


¡Eh,  tú! 
¿Qué  hay? 


PISTETERO. 
EVBLPIDES. 


PISTETERO. 

La  corneja  hace  rato  que  me  indica  que  hay  al^o 
arriba. 

EVÉLPmES. 

También  mi  ^rajo  mira  con  el  pico  abierto  en  la 
misma  dirección,  como  si  quisiera  oeñalarme  al- 
guna cosa:  no  puede  menos  de  haber  aves  por 
aquí.  Pronto  lo  sabremos  haciendo  ruido. 

PISTETERO. 

¿Sabes  lo  que  has  de  hacer?  Dar  un  golpe  con  la 
rodilla  en  esa  peña. 

EVÉLPIDES. 

Y  tú,  con  la  cabeza,  para  que  el  ruido  sea  doble. 

PISTETERO. 

Vamos,  coge  esa  piedra  y  llama. 

EVÉLPIDES. 

Está  bien;  ¡esclavo!  ¡esclavo! 

PISTETERO. 

Pero  ¿qué  haces?  Para  llamar  á  una  Abubilla, 
gritas  ¡esclavo!  ¡esclavo!  En  vez  de  ¡esclavo!  debes 
gritar:  ¡Epopoi!  ¡Epopoi!  (1). 


(i)    Grito  que  ¡mita  al  de  la  Abubilla. 


LAS  AVES- 


21  i 


EVÉLPIDES. 

¡Epopoi!  Tendré  que  llamar  otra  vez.  ¡Epopoi! 

EL  REYEZUELO  (1). 

¿Quién  va?  ¿Quién  llama  á  mi  dueño? 

EVÉLPIDES. 

¡Apolo  nos  asista!  ¡qué  enorme  pico!  (2). 

EL    REYEZUELO. 

¡Horror!  ¡Son  cazadores! 

EVÉLPIDES. 

El  miedo  qne  me  causa  no  es  para  dicho. 

EL  REYEZUELO. 

¡Moriréis! 

EVÉLPIDES. 

Pero  si  no  somos  hombres. 

EL  REYEZUELO. 

¿Pues  qué  sois? 

EVÉLPIDES. 

Yo  soy  el  Tímido^  ave  africana. 

EL   REYEZUELO. 

¡A  otro  con  esas! 

EVÉLPIDES. 

Pregúntaselo  á  mis  pies  (3). 

EL    REYEZUELO. 

Y  ese  otro,  ¿qué  pájaro  es?  Contesta. 


(4)  El  Reyezuelo  es  un  pajarito,  notable  por  una  her- 
mosa corona  color  de  aurora,  orlada  de  negro  por  ambos 
lados;  vive  en  los  bosques  de  Europa .  ^ 

(2)  Los  actores  salían  con  máscaras  y  trajes  imitando 
á  las  aves  que  representaban.  ""Hduao 

J}1  .^*V¿^/^  pr^  timore  cacasse,  et  defluente  merda 
pedes  tnqmnatos  habere.  En  Las  Ranas  le  acontece  á  Baco 
una  aventura  semejante.  ^^^ 


Sis 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PISTETERO. 

El  Ensuciado^  ave  de  Fásos  (1). 

EVÉLPIDES. 

Y  tú,  ¿qué  animal  eres! 

EL  REYEZUELO. 

Yo  soy  un  pájaro  esclavo. 

EVÉLPIDES. 

¿Te  ha  vencido  algfun  g-allo?  (2). 

EL  REYEZUELO. 

No;  pero  cuando  mi  dueño  fué  convertido  en 
Abubilla  quiso  que  yo  también  me  transformase  en 
pájaro,  para  tener  quien  le  sigfuiera  y  sirviese. 

EVÉLPmES. 

Pues  qué,  ¿las  aves  necesitan  criados? 

EL  REYEZUELO. 

Este  sí^  tal  vez  porque  fué  antes  hombre.  Cuando 
se  le  antojan  auiíhoas  del  Falero  (3),  yo  cojo  una 
escudilla  y  corro  á  por  anchoas;  cuando  quiere  co- 
mer puches,  como  se  necesitan  una  cuchara  y  una 
olla,  corro  á  por  la  cuchara. 

EVÉLPIDES. 

Por  las  señas,  este  pájaro  es  un  Confector  (4).  ¿Sa- 


(4)  Juego  de  palabras  sobre  Fagos,  que  envuelve  el 
sentido  de  delación.  (V.  nota  al  verso  726  de  Los  Acar- 
nie,ues.) 

(2)  El  gallo  era  un  animal  originario  de  Persia.  Las  ri- 
ñas de  gallos,  á  que  alude  el  poeta,  no  se  introdujeron  en 
Atenas  basta  después  de  las  guerras  Médicas. 

(3)  Puerto  do  Atenas. 

(4)  Tpój^iXoí,  reyezuelo^  tiene  la  misma  raíz  que  xp¿xw, 
correr. 


LAS  AVES. 


243 


bes  lo  que  has  de  hacer.  Reyezuelo?  Llamar  4  tu 
señor. 

EL  REYEZUELO. 

Pero  si  acaba  de  dormirse,  después  de  haber  co- 
mido bayas  de  mirto  y  alg-unos  gusanos. 

EVÉLPIDES. 

No  importa,  despiértale. 

EL   REYEZUELO. 

Aunque  estoy  seg-uro  de  que  se  va  á  enfadar,  lo 
haré  por  complaceros. 

(VáseJ 


PISTETERO  (al  Reyezuelo), 
Que  el  cielo  te  confunda:  no  me  has  dado  mal 
susto  (1). 

EVÉLPIDES. 

lOh  desgppacial  ¡de  miedo  se  me  ha  escapado  el 
grrajol 

PISTETERO. 

¡Grandísimo  cobarde  I  te  has  dejado  escapar  el 
grajo  de  miedo. 

EVÉLPIDES. 

Y  tú,  ¿no  te  has  dejado  marchar  la  corneja  al 
caer? 

PISTETBRO. 

No  por  cierto. 

EVÉLPIDES. 

¿Pues  dónde  está? 


(i)    Sin  duda  con  el  ruido  de  sus  alas. 


214 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PISTETEBO. 

Voló. 

EVÉLPIDES. 

^Y  no  se  te  ha  escapado?  ¡Vaya  el  valentón! 


LA   ABUBILLA. 

Abre  la  selva  para  que  salga  (1). 

EVÉLPIDES. 

¡Por  Hércules,  ¿qué  animal  es  ese?  ¡Qué  alas! 
¡Qué  triple  cresta!  (2). 

LA   ABUBILLA. 

¿Quién  preg-unta  por  mí? 

EVÉLPIDES. 

Sin  duda,  los  doce  grandes  dioses  te  han  mal- 
tratado. 

LA  ABUBILLA. 

¿Acaso  os  burláis  de  la  forma  de  mis  alas?  Sabed, 
extranjeros,  que  antes  he  sido  hombre. 

EVÉLPIDES. 

No  nos  burlamos  de  tí. 

LA   ABUBILLA. 

¿Pues  de  qué? 


(i)  Los  nombres  griegos  de  selva  y  puerta  sólo  difieren 
en  una  letra. 

(2)  La  Abubilla  es  notable  por  su  hermoso  copete  ion-- 
gitudinal,  compuesto  de  dos  hileras  de  plumas  que,  al  ele- 
varse, forman  un  penacho  color  de  oro  con  orla  negra, 
sumamente  lindo. 


LAS  AVES. 


215 


PISTETERO. 

Tu  pico  nos  da  risa  (1). 

LA  ABUBILLA. 

Pues  de  esta  facha  representó  ignominiosamente 
Sófocles  en  sus  tragedias  á  Tereo  (2). 

EVÉLPIDES. 

¿Pero  eres  Tereo,  ó  un  ave,  ó  un  pavo  real? 

LA  ABUBILLA. 

Soy  un  ave. 

EVÉLPIDES. 

¿Y  las  alas? 

LA  ABUBILLA. 

Se  me  han  caidc. 

EVÉLPIDES. 

¿Alguna  enfermedad? 

'  LA  ABUBILLA. 

No;  pero  en  el  invierno  mudan  todas  las  aves,  y  les 
salen  después  nuevas  plumas.  Y  vosotros  ¿qué  sois? 

EVÉLPIDES. 

¿Nosotros?  mortales. 

LA  ABUBILLA. 

¿De  qué  país? 

EVÉLPIDES. 

Bel  de  las  hermosas  triremes  (3). 


(1)  El  pico  de  la  Abubilla  es  muy  largo,  relativamente 
á  su  cuerpo. 

(2)  Sófocles  en  su  Tereo  presentó  la  transformación  del 
protagonista  en  pájaro,  y  es  de  creer  que  el  personaje  de 
Aristófanes  trajese  una  máscara  y  traje  parecidos  á  los  del 
héroe  trágico. 

(3)  Atenas  acababa  de  equipar  una  flota  para  enviarla  á 
Sicilia. 


^16 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  ABUBILLA. 

¿Seréis  jueces?  (1). 

EVÉLPIDES. 

Nada  de  eso;  antijueces  (2). 

LA  ABUBILLA. 

/Se  siembra  allí  ese  grano? 

EVÉLPIDES. 

Rebuscando  en  todo  el  campo,  hallaréis  un  po- 
quito. 

LA  ABUBILLA. 

¿Qué  os  trae  aquí? 

EVÉLPIDES. 

El  deseo  de  hablarte. 

LA  ABUBILLA. 

¿Para  qué? 

EVÉLPIDES. 

Porque  en  otro  tiempo  fuiste  hombre,  como  nos- 
otros; en  otro  tiempo  tuviste  deudas,  como  nos« 
otros;  y  en  otro  tiempo  te  gfustaba  el  no  pag'arlas, 
como  á  nosotros:  después,  cuando  fuiste  transfor- 
mado en  ave,  recorriste  en  tu  vuelo  todos  los  ma- 
res y  tierras,  y  ileofaste  á  reunir  la  experiencia 
del  pájaro  y  la  del  hombre.  Esto  nos  trae  á  tí 
para  suplicarte  que  nos  indiques  alg-una  pacífica 
ciudad  donde  podamos  vivir  blanda  y  sosegada- 
mente, como  el  que  se  acuesta  sobre  mullidos  co- 
jines. 


(1)    Alusión  á  la  manía  censurada  en  las  Avispas. 
42)    Es  decir,  enemigos  de  procesos. 


LA<«  AVES. 


247 


LA  ABUBILLA. 

¿Buscas,  pues,  una  ciudad  más  grande  que  la  de 
Cranao?  (IJ 

EVÉLPIDES. 

Más  grande  no,  más  agradable  para  nosotros. 

LA  ABUBILLA. 

Claro  está  que  buscas  un  país  aristocrático. 

EVÉLPIDES. 

¿Yo?  ni  por  pienso:  si  detesto  al  hijo  de  Escé- 
lias  (2). 

LA  ABUBILLA. 

¿Pues  en  qué  ciudad  queréis  vivir? 

EVÉLPIDES. 

En  una  donde  los  negocies  más  importantes  sean, 
por  ejemplo,  venir  muy  de  mañana  á  mi  puerta  un 
amig-o  y  decirme:  «Te  ruego  por  Júpiter  olímpico 
que  al  salir  del  baño  vengáis  á  mi  casa  tú  y  tus 
hijo?.,  pues  voy  á  dar  un  banquete  de  bodas.  ¡Cui- 
dado con  faltan  ¡Como  no  vengas,  no  tienes  que 
poner  los  pies  en  mi  casa  hasta  que  me  abandone 
la  fortuna!  (3). 

LA  ABUBILLA. 

Vamos,  veo  que  tienes  afición  á  las  desgracias 
¿Y  tú? 


(1)  Atenas. 

(2)  Juego  de  palabras:  el  hijo  de  Escélias  se  llamaba 
Ártstócrates:  fué  uno  de  los  principales  partidarios  del 
gobierno  oligárquico,  llamado  de  los  Cuatrocientos,  que  se 
estableció  en  Atenas  tres  años  después  de  la  representa- 
ción de  Las  Aves.  (V.  TucIdides,  vm,  89.) 

(3)  Aristófanes  supone  irónicamente  lo  contrario  del 
doñee  eris  felúc  mullos  numerabis  árnicas. 


^218 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


249 


PISTETERO. 

Teng'o  los  mismos  gaistos. 

LA  ABUBILLA. 

¿Cuáles? 

PISTETERO. 

Quisiera  una  ciudad  en  la  que  al  verme  el  padre 
de  un  hermoso  muchacho,  me  dijese  como  si  le 
hubiera  ofendido:  «¡Muy  bien,  muy  bien,  Estilbóni- 
des!  Te  encontraste  ayer  con  mi  hijo  que  volvia  del 
baño  y  del  gimnasio,  y  no  fuiste  para  darle  un  beso^ 
ni  hablarle,  ni  acariciarle  (1).  ¿Quién  dirá  que  eres 
amigo  mío?» 

LA  ABUBILLA. 

¡Hola,  hola!  Pues  no  es  nada  las  desdichas  que 
apeteces,  buen  hombre.  En  la  costa  del  Mar  Rojo 
hay  una  ciudad,  afortunada  como  la  que  deseáis. 

EVÉLPIDES. 

¡A.hl  no  me  hables  de  ciudades  marítimas;  el  me- 
jor dia  amanecería  la  galera  Salamiiia  (2)  trayendo 
un  alguacil.  ¿No  puedes  decirnos  alguna  ciudad 
griega? 


{\)    Ñeque  testículos  attrecíasti, 

(2)  La  galera  Salamina  sólo  se  empleaba  en  las  nece- 
sidades más  apremiantes.  Destinábase  principalmente  ú 
traer  á  Atenas  los  ciudadanos  fugitivos  que  habian  de  sei* 
juzgados.  En  esta  nave  se  vio  obligado  á  regresar  de  Si- 
cilia Alcibiades,  para  responder  á  la  acusación  de  sacrile- 
gio por  baber  mutilado  las  estatuas  de  Mercurio.  Sabido 
es  que  se  escapó  en  el  camino.  (Tuc,  vi,  61.)  Este  pasaje 
de  Aristófanes  sirve  al  P.  Brumoy  para  apoyar  su  conje 
tura  sobre  la  intención  de  Zas  Aves^  de  que  se  ha  hecho 
mérito  en  la  Noticia  preliminar. 


LA  ABUBILLA. 

¿Por  qué  no  emigráis  á  Lepreo,  en  Elida? 

EVÉLPiDES. 

¡Por  todos  los  dioses!  aunque  no  he  visto  á  Le- 
preo, lo  aborrezco  ya  á  causa  de  Melantio  (1). 

LA  ABUBILLA. 

Hay  también  en  la  Lócrída  la  ciudad  de  Opun- 
cio,  donde  podréis  vivir  muy  bien. 

EVÉLPIDES. 

No  quisiera  ser  Opuncio  (2)  ni  por  un  talento  de 
oro.  ¿Pero  qué  tal  pasan  la  vida  los  pájaros?  Tú  de- 
bes saberlo  bien. 

LA  ABUBILLA. 

La  vida  no  es  desagradable;  en  primer  lugar, 
hay  que  prescindir  de  la  bolsa. 

EVÉLPIDES. 

Pues  con  eso  habéis  suprimido  la  ocasión  de  mu- 
chos fraudes. 

LA  ABUBILLA. 

Comemos  en  los  jardines  sésamo  blanco,  mirto, 
amapolas  y  menta. 

EVÉLPIDES. 

¿De  modo  que  vivís  como  recien  casados  (3). 

PISTETERO. 

¡Ohí  oh!  .Qué  magnífica  idea  se  me  ha  ocurrido 


W    ^?^í?^^';^g'po»  que  padecía  de  lepra. 


aSV  '  h%  ^^^^'*'  '"®**'^*»  porque  Opuncio/contemporáneo 
de  Aristófanes,  tenía  este  deftícto.  '^         '  f         " 

(3)  Los  recien  casados  se  coronaban  de  esas  plantas 
y  comían  tortas  de  sésamo.  Véase  la  nota  al  verso  869  de 
x»«  Faz, 


no 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


m 


para  la  gente  aladal   ¡Seréis  omnipotentes  si  me 
obedecéis! 

LA  ABUBILLA. 

¡Obedecerte!  ¿en  qué? 

PISTETERO. 

¿En  qué?  Primero  en  no  andar  revoloteando  por 
todas  partes  con  el  pico  abierto:  eso  es  indecoroso. 
Entre  nosotros,  cuando  vemos  á  uno  de  esos  bota- 
rates que  no  paran  un  instante,  acostumbramos 
á  preguntar:  «¿Quién  es  ese  chorlito?»  Y  Téleas  (1) 
responde:  «Es  un  inconstante;  tiene  siempre  la  ca- 
beza á  pájaros;  no  está  un  momento  en  un  sitio.» 

LA  ABUBILLA. 

Tienes  razón,  por  Baco.  ¿Qué  hemos  de  hacer? 

PISTETERO. 

Fundad  una  ciudad. 

LA  ABUBILLA. 

¿Qué  ciudad  hemos  de  fundar  las  aves? 

PISTETERO. 

A  la  verdad,  tu  pregunta  es  necia  si  las  hay. 
Mira  abajo. 

LA  ABUBILLA. 

Ya  miro. 

PISTETERO. 

Ahora  arriba. 

LA  ABUBILLA. 

Ya  miro. 

PISTETERO. 

Ahora  vuelve  la  cabeza  á  todos  lados. 


(1)    Citado  en  La  Paz  (v.  1.008)  por  su  glotonería. 


LA  ABUBILLA. 

¿  Qué  voy  á  sacar  de  retorcerme  así  el  pes- 
cuezo? (1) 

PISTETERO. 

¿Ves  algo? 

LA  ABUBILLA. 

Sí,  las  nubes  y  el  cielo. 

PISTETERO. 

¿No  es  ese  el  polo  de  las  aves? 

LA  ABUBILLA. 

¿El  polo?  ¿qué  es  polo? 

PISTETERO. 

Como  si  dijéramos  el  país;  se  llama  polo  (2)  por- 
que  gira  y  atraviesa  todo  el  mundo.  Si  fundáis  en 
él  una  ciudad  y  la  rodeáis  de  murallas,  en  vez  de 
polo  se  llamará  población  (3);  entonces  reinaréis 
sobre  los  hombres,  como  ahora  sóbrelas  langostas; 
y  mataréis  á  los  dioses  de  hambre  canina  (4). 

LA  ABUBILLA. 

¿Cómo? 

PISTRTERO. 

El  aire  está  entre  el  cieloy  la  tierra,  y  del  mismo 

semejaifte.^*'"  ^''^'^^''''  ^^'"«s  visto  un  juego  escénico 
(2)    Polo,  de  Tto^ctv,  girar. 

rtp^ilicVí*;  ^^  ^^^'^''^  méllense,  frase  corriente  en  tiempo 
nrfiTf  '  ^vP^'l^'T^^'''"""  necesidad  extremnda.Su 
origen  fue  el  hambre  horrible  que  sufrieron  los  habitantes 
de  Melos  durante  el  asedio  de  los  Atenienses  en  el  año 
diez  y  seis  de  la  guerra.  (V.  Tuc. ,  v.  446.) 


ir 


i 


222 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


modo  que  cuando  nosotros  queremos  ir  á  Délfos 
pedimos  permiso  á  los  Beocios  para  pasar,  así  vos- 
otros, cuando  los  hombres  hag'an  sacrificios  á  los 
dioses,  si  éstos  no  os  pag^n  tributo,  podréis  impe- 
dir que  el  humo  de  las  víctimas  atraviese  vuestra 
ciudad  y  vuestro  espacio. 

LA.   ABUBILLA. 

¡Oh!  ¡oh!  lo  juro  por  la  tierra,  las  nubes,  los  la- 
zos y  las  redes,  jamás  he  oido  una  idea  más  inge- 
niosa! Estoy  dispuesto  á  fundar  contig-o  esa  ciu- 
dad, si  las  demás  aves  son  de  mi  opinión. 

PISTETERO. 

¿Quién  les  dará  á  conocer  el  proyecto? 

LA  ABUBILLA. 

TÚ  mismo.  Antes  eran  bárbaros,  pero  en  el 
largo  tiempo  que  he  estado  en  su  compañía  les  he 
enseñado  á  hablar. 

PISTETERO.     ^ 

¿Pero  cómo  las  vas  á  convocar? 

LA  ABUBILLA. 

Muy  fácilmente.  Voy  á  entrar  en  esa  espesura; 
despertaré  á  mi  Procne  (1)  y  las  llamaremos;  en 
cuanto  oioran  nuestra  voz  acudirán  sin  detenerse. 


223 


(1)  El  original  dice:  «á  mi  ruiseñor,»  porque  el  nom- 
bre de  este  pájaro  es  femenino  en  griego.  No  traducimos 
Filomena^  porque  Aristófanes,  así  como  Anacreonte,  opi- 
naba que  la  convertida  en  ruiseñor  después  de  la  catás- 
trofe de  Itis  fué  Procne,  y  no  su  hermana  Filomela,  como 
suponia  la  tradición  aceptada  por  Virgilio /^G^^or^.,  iv)  y 
Ovidio  (Metam.^  i,  6),  y  por  la  generalidad  de  los  escri- 
tores antiguos. 


PISTETERO. 

íNo  te  detengas,  queridísimo  pájaro!  Por  favor, 
entra  pronto  en  esa  espesura  y  despierta  á  tu  ama- 
ble compañera. 

LA    ABUBILLA. 

Despierta,  dulce  compañera  de  mi  vida;  entona 
esos  himnos  sagrados  que,  como  armoniosos  suspi- 
ros, brotan  de  tu  garganta  divina  cuando  con  meló- 
diosa  y  pura  voz  deploras  la  triste  suerte  de  nues- 
tro llorado  Itis.  Tu  sonoro  canto  sube,  atravesando 
los  copudos  tejos,  hasta  el  trono  de  Júpiter;  junto 
al  cual  Febo,  de  áurea  cabellera,  responde  con  los 
acordes  de  su  lira  de  marfil  á  tus  plañideras  ende- 
chas, y  reúne  los  coros  de  los  dioses,  y  de  sus  bo- 
cas inmortales  brota  un  celestial  aplauso  (1). 
(Se  oye  um  flauta  dentro,) 

PISTETERO. 

íJúpiter  soberano!   iqué  garganta  la  de  ese  pa- 
janllo!  Ha  llenado  de  miel  toda  la  espesura. 

EVÉLPIDES. 

íEh!  íTú! 


¿Qué  hay? 
¿No  callarás? 
¿Por  qué? 


PISTETERO. 

EVKLPIDES 

PISTETERO. 


foilP«  vf^J^l^A'^''  ^^  imitación  ó  parodia  de  otros  de  Só- 
focles y  Eurípides,  en  que  se  ponderaba  el  canto  del  rui- 


f  ; 


2á4 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


EVÉLPIDES. 

La  Abubilla  se  prepara  á  entonar  nuevos  cantos. 

LA  ABUBILLA. 

Esopo,  pepo,  popo,  popo,  popoí  ¡io!   ¡io!  venid, 
venid,  venid,  venid,  alados  compañeros.  Todos 
cuantos  taláis  las  fértiles  campiñas,  tribus  innume- 
rables que  recog-eis  y  devoráis  los  granos  de  ceba- 
da, catervas  infinitas  de  rápido  vuelo  y  melodioso 
canto,  acudid,  acudid;  vosotros,  los  que  posados  en 
un  terrón  os  complacéis  en  gorjear  débilmente 
entre  los  surcos:  tio,  tio,  tio,  tio,  tio,  tio,  tio  tio; 
los  que  en  los  jardines  saltáis  sobre  las  yedras,  ó 
en  las  montañas  picoteáis  el  madroño  y  la  silvestre 
aceituna,  acudid  á  mi  voz:  trioto,  trioto ,  toto  brix. 
Vosotros   también,  los  que  devoráis  punzadores 
mosquitos  en  los  valles  pantanosos;  los  que  pobláis 
los  prados  húmedos  de  rocío  y  el  campo  ameno  de 
Maratón;  francolines  de  matizadas  alas;  aves  que 
revoloteáis  con  los  alciones  sobre  las  alborotadas 
olas  del  mar,   venid  á  escuchar  la  grata  nueva: 
congrég-uense  aquí  las  aves  de  larg'o  cuello.  Sabed 
que  ha  venido  un  anciano  ingenioso,  autor  de  una 
nueva  idea;  que  pretende  realizar  nuevos  proyec- 
tos. Venid  to  los  á  deliberar  aquí.  Torotorotorotoro- 
tix.    Kicc'ibau,  kiccabau.  Torotorotorotorolililix. 


LAS  AVES. 


PISTETERO. 

¿Ves  algún  pájaro  ? 

EVELPIDES. 

Nmguno,  por  Apolo,  aunque  estoy  mirando  al 
cielo  con  la  boca  abierta.  mirando  a] 

PISTETERO. 

Me  parece  que  ha  sido  inútil  que  la  Abubüla 
imitando  al  pardal  (1),  se  haya  metido  en  ei  b^^^^^^^^ 
como  á  empollar  huevos.  •  ^  ® 

UN  FENICÓPTERO    (2) 

Torotix,  torotix. 

PISTETERO. 

Ah,  querido,  ya  viene  alguna  ave. 

EVÉLPIDES. 

bí,  una  ave,  ¿pero  cuál?  ¿Es  el  pavo  real?  (31 

PISTETERO. 

Ese  nos  lo  dirá.  ¿Qué  ave  es  esa? 

LA  ABUBILLA. 

JíSt '"  '""^  "'^  *^'" '''  •"-=  -  -a  ave 

PISTBTERO. 

íOh  qué  hermoso  color  de  púrpura  fenicia! 


A  ^^'■''"  ■í"'  ""'=«  «"  °Wo  en  los  agujeros  de  las 

W    Zancuda,  notable  ñor  el  hprmncn  „^-    ^ 
maje,  alternando  con  un  blanco  áe'lTX.T  c^  '"  P^"" 
vulgar  esjamenco  «eslumbrador.  Su  nombre 

«>.  como  animales  rarofvéLp'i/n^.f"''K  *'*''?  P^""  1'n«- 
«a  ¿01  Acarnünses  ^  ""'*  '"""■«  «'  Particular 


TOMO  II. 


i& 


226 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


Las  aves. 


LA  ABUBILLA. 

Es  verdad,  por  eso  se  llama  el  Fenicóptero. 

EVÉLPIDKS. 

¡Ehl  ¡eh!  ;Tú! 

PISTF.TERO. 

^.Por  qué  gritas"? 

EVÉLPIDES. 

Otra  ave. 

PISTETERO. 

Cierto-  otra  ave,  y  exótica  al  parecer.  ¿Cómo  se 
llama  esa  av^  mo^ltlñesa  (1)  de  aspectotan  solemne 
como  estúpido'? 

LA    ABUBILLA. 
PISTETERO. 

jEl  Meda:  ¡Hércules  poderoso!  ¿Cómo  siendo  el 
Meda  'na  venido  sin  camello?  (3). 

EVÉLPILES. 

Ahí  se  presenta  otra  ave  copetuda. 

PISTETERO. 

¿Qué  prodigio  es  este?  No  eres  tá  la  única  Abu- 
billa,  puesto  que  hay  esa  otra. 

LA  ABUBILLA. 

Esa  Abubilla  es  hijo  de  Filócles ,  que  J  su 
vez  es  hijo  de  la  Abubilla;  yo  soy  su  abuelo 
;:Lno;    es  como   si   dijeras:   Hipónico,  hoo 


(1)  Alusión  á  una  tragedia  '^^  ,^^^"1'° '^«/^¿^^oVi.'inano 

(2)  El  Escoliasta  cree  qut  es  fl  gallo,  por  ser  on^iu.» 

(3)  Montura  ordinaria  de  los  Persas. 


227 

PISTETERO. 

¿Lue^oCáiias  es  im  pájaro?  ¡Oh,  y  cómo  se  le 
caen  las  plumas!  (3). 

LA   ABUBILLA. 

Es  generoso;  por  eso  los  delatores  le  despluman 
y  las  mujeres  le  arrancan  las  alas. 

PISTETERO. 

iOh  Neptuno!  ün  nuevo  pájaro  de  diversos  coló- 
res.  ¿Cómo  se  llama  ese? 

LA   ABUBILLA. 

El  g-Ioton  (4). 


(1)    Para  descifrar  este  aparente  n-alimatías  p<;  n^A^ic. 

a)    li":'*  T  "f'>  ^'•'■"'■''ado  por  ,nala  conducta . 

bp/thoió    D      "'"-^"•í"'*''^»  tle^'""'  que  come  con  la  ca- 
feza  baja.  Pajaro  granívoro,  según  Suidas. 


258 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


249 


PISTETERO. 

¿Hay,  pues,  otro  glotón  además  de  Cleónimo? 

EVÉLPIDES. 

¿Crees  que  si  fuese  Gleóniíno  hubiera  podido  con- 
servar el  penacho?  (1). 

PISTETERO. 

¿Pero  qué  si^ifi  mn  todas  esas  crestas?  ¿Quizá 
acuden  estas  aves  á  disputar  el  premio  del  doble 
estadio?  (2). 

LA  ABUBILLA. 

Son  como  los  Carlos  (3),  que  no  abandonan  las 
crestas  de  las  montanas  para  estar  más  seguros. 

PISTETERO. 

¡Oh  Neptuno!  ¡Mira,  mira  qué  terrible  multitud 
de  aves  se  reúne! 

EVÉLPIDES. 

¡Soberano  Apolo!  ¡Qué  nube!  ¡Oh!  ¡oh!  Sus  alas 
no  dejan  ver  la  entrada  de  la  escena. 

PISTETERO. 

Esa  es  la  perdiz;  aquel  el  francoün;  ese  el  pené- 
lope;  el  otro  el  alción. 


(\)  AUisiones  á  la  voracidad  y  cobardía  de  Cleónimo, 
que  como  vamos  viendo,  nunca  escapa  sin  su  corres- 

PT2H'osTue'¿o??ían  en  el  diaulo  ó  ^oUe  estadio  lle- 
vaban un  penacho.  Este  juego,  que  era  uno  de  los  olímpi- 
cos  consistía,  como  indica  su  nombre,  en  recorrer  dos 

veces  toda  la  extensión  del  campo.  ,0.0^..  on  «np 

(3)  Jueco  de  palabras  insustancial,  basado  en  que 
Xóioi  significa  cresta  y  colina.  Se  atribula  a  los  Cários, 
pulblo  belicoso,  la  invención  délos  penachos.  (Herod., 
MisL,  1, 171.) 


EVÉLPIDES. 

¿Y  aquel  que  viene  detras  del  alción? 

PISTETERO. 

¿Ese?  el  barbero  (1). 

EVÉLPIDES. 

¿Cómo?  ¿el  barbero  es  pájaro? 

PISTETERO. 

¿Pues  no  lo  es  Espórg-ilo,  y  de  cuenta?  (2).  Ahí 
viene  la  lechuza. 

EVÉLPIDES. 

¿Qué  dices?  ¿quién  trae  una  lechuza  á  Atenas?  (3). 

PISTETERO. 

Mira,  mira,  la  urraca,  la  tórtola,  la  alondra,  el 
eleas,  la  hipotímis,  la  paloma,  el  nerto,  el  azor, 
la  torcaz,  el  cuco,  el  eritropo,  la  ceblepiris,  el 
porfirion  (4),  el  cernícalo,  el  somormujo,  la  am- 
pélis,  el  quebrantahuesos,  el  pico. 

EVÉLPIDES. 

jOh!  ¡oh!  ¡Cuántas  aves!  ¡Oh  cuántos  mirlos. 
iCómo  pían  y  corren  con  estrépito!  Pero  qué,  ¿nos 
amenazan?  jAyl  cómo  abren  los  picos  y  nos  mii:anl 

PISTETERO. 

Me  parece  lo  mismo. 


ri^L.^^*'**^^'."^'"?^®,^®  P^j^''^'  <^"ya  »*aíz  significa  rasu- 
,\F  ],^^  cual  alude  el  poeta  á  Espórgilo. 

Hp  molo  f  ^'^®^^  ^^  ^^n?^^'  ^"y<^  establecimiento  gozaba 
de  mala  fama,  según  Platón  el  Cómico  en  £os  Sofistls. 

agua  al  rio^f,  Proverbial  equivalente  á  la  nuestra  allevpr 

lihltl  A  ?^^f^  *w^^«w«-  el  nombre  griego,  aceptado  en  los 
lloros  de  historia  natural,  es  más  expresivo  y  exacto. 


230 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


234 


cono. 
¿Po  po  po  po  po  po  por  dónde  anda  el  que  me 
llamó?  ¿En  qué  lugar  se  encuentra? 

LA  ABUBILLA. 

Estoy  aquí  hace  tiempo;  yo  nunca  abandono  á 
lOB  amigos. 

CORO. 

¿Ti  ti  ti  ti  ti  ti  ti  tienes  algo  bueno  que  decirme? 

LA  ABUBILLA. 

ün  asunto  de  interés  común,  seguro,  justo,  agra- 
dable, útil.  Dos  hombres  de  sutil  ingenio  han  ve- 
nido á  buscarme. 

CORO. 

¿Dónde?  ¿CJómo?  ¿Qué  dices? 

LA  ABUBILLA. 

Digo,  que  dos  ancianos  han  venido  del  país  de 
los  hombres,  á  proponernos  una  empresa  prodi- 
giosa. 

CORO. 

I  Oh  tú  que  perpetraste  el  mayor  crimen  de  que 
he  oido  hablar  en  mi  vida!  ¿qué  es  lo  que  estás  di- 
ciendo? 

LA  ABUBILLA. 

No  te  asustes  de  mis  palabras. 

CORO. 

¿Qué  has  hecho? 

LA  ABUBILLA. 

Acoger  á  dos  hombres  que  desean  vivir  con  nos- 
otros. 

CORO. 

¿Y  te  has  atrevido? 


LA  ABUBILLA. 

Y  cada  vez  me  alegro  más. 

CORO. 

¿Y  están  ya  entre  nosotros? 

LA  ABUBILLA. 

Como  yo. 

CORO. 

lAy,  estamos  vendidos;  somos  víctimas  de  la 
traición  más  negra!  Nuestro  amigo,  el  que  partía 
con  nosotros  el  fruto  de  los  campos,  ha  hollado 
nuestras  antiguas  leyes,  ha  quebrantado  los  jura- 
mentos de  las  aves;  nos  ha  atraído  á  un  lazo,  nos 
ha  puesto  en  manos  de  una  raza  impía  con  la  que 
estamos  en  guerra  desds  que  vimos  la  luz.  Tú, 
traidor,  no 3  darás  luego  cuenta  de  tus  actos;  mas 
primero  castiguemos  á  esos  hombres.  ¡Ea!  ¡á  des- 
pedazarlos! 

PISTETERO. 

¡Somos  perdidos! 

EVELPIDES. 

TÚ  solo  tienes  la  culpa  de  lo  que  nos  sucede. 
¿Para  qué  me  trajiste? 

PISTETERO. 

Para  tenerte  á  mi  lado. 

EVELPIDES. 

Mejor  para  hacerme  llorar  á  mares. 

PISTETERO. 

Tú  deliras:  ¿cómo  has  de  llorar  cuando  te  hayan 
sacado  los  ojos?  (1) 

(i)  Alusión  á  los  trágicos,  que  hacian  derramar  lágri- 
mas á  Edipo  después  de  haberse  arrancado  los  ojos. 


232 


COMEDÍAS  DE  ARISTÓFANES. 


CORO. 

¡lo!  ¡lo!  ¡al  ataque!  precipítate  sobre  el  ene- 
mig'o;  hiérele  mortalmente;  despliega  tus  alas;  en- 
vuelve con  ellas  á  eso3  hombres;  que  pagnen  su 
culpa  y  den  alimento  á  nuestros  picos.  Nada  podrá 
librarles  de  mi  furor;  ni  las  sombrías  montañas, 
ni  las  etéreas  nubes,  ni  el  piélag'o  espumoso.  ¡Ea, 
caig-amos  sobre  ellos  y  desg-arrémosles  sin  tardan- 
za! ^.Dónde  está  el  taxiarco?  Que  haga  avanzar  el 
ala  derecha  (1). 

EVÉLPIDES. 

Lleg'ó  el  momento  supremo.  ¿A  dónde  huiré,  in- 
feüz? 

PISTETERO. 

¡Eh!  firme  en  tu  puesto. 

EVÉLPIDES. 

¿Para  qué  me  hagan  trizas? 

PISTETERO. 

¿Pues  cómo  piensas  escaparte? 

EVÉLPIDES. 

No  lo  sé. 

PISTETERO. 

Pues  yo  te  di^-o  que  es  preciso  combatir  á  pié 
firme  y  cog^er  las  ollas. 

EVÉLPIDES. 

¿De  qué  nos  servirá  la  olla? 

PISTETERO. 

La  lechuza  no  nos  acometerá  (2). 

(i)    Nótese  la  semejanza  de  esta  escena  con  las  análo- 
gas de  Los  Acarnienses  y  Las  Avispas. 
(2)    Reconociéndoles  por  Atenienses. 


LAS  AVES. 


233 


EVÉLPIDES. 

¿Y  contra  esas  de  granchudas  uñas? 

PISTETERO. 

Coge  el  asador  y  ponió  en  ristre. 

EVÉLPIDES. 

¿Y  los  ojos? 

PISTETERO. 

Defiéndelos  con  un  plato  ó  con  la  vinagrera. 

EVÉLPIDES. 

¡Qué  ing-enio!  ¡qué  habilidad  dig-na  de  un  g-ene- 
ral  consumado !  Sabes  más  estrateg-ia  que  Ni- 
elas (1). 

CORO. 

Adelante,  adelante  (2),  con  el  pico  bajo:  no  re^ 
trabarse.  Pica,  desg-arra,  hiere,  arranca,  rompe 
primero  la  olla. 

LA  ABUBILLA. 

Deteneos:  decidme,  animales  cruelísimos,  ¿por 
qué  queréis  matar  y  despedazar  á  dos  hombres  que 
ningún  mal  os  han  hecho  y  que  son  además  de  la 
misma  tribu  y  familia  que  mi  esposa?  (3J. 

CORO. 

Pues  qué,  ¿se  perdona  á  los  lobos?  ¿No  son  nues- 
tros más  feroces  enemig-os?  Nunca  encontraremos 
otros  más  dig-nos  de  castigo. 


.  (1)    Las  estpatagenias  empleadas  recientemente  por  Ní- 
cias  en  el  sitio  de  Mélos  le  habían  dado  celebridad 

(2)  Lit.:  ¡Eleleleu!  grito  de  guerra. 

(3)  De  la  tribu  de  Pandion,  de  quien  fué  hija  Procne 
esposa  de  Tereo. 


234 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA.  ABUBILLA. 

Si  la  naturaleza  los  hizo  enemig-os,  su  intención 
les  hace  amigaos,  y  vienen  aquí  á  darnos  un  con- 
sejo útil. 

CORO. 

¿Qué  consejo  útil  pueden  darnos  ni  decimos  los 
enemigaos  de  nuestros  abuelos? 

L\  ABUBILLA. 

Los  sabios  aprenden  muchas  cosas  de  sus  ene- 
mig-os.  La  desconfianza  es  la  madre  de  la  seg*uri- 
dad.  Con  un  amig-o  jamás  aprenderíamos  á  ser 
cautos,  al  paso  que  un  enemig-o  nos  obliga  á  serio; 
las  ciudades  en  un  principio  aprendieron  de  sus 
enemigos,  y  no  de  sus  amigos,  á  rodearse  de  altas 
murallas,  y  á  construir  largas  naves,  y  con  esta 
lección  á  defender  hijos,  casas  y  haciendas. 

CORO. 

Sea:  me  parece  que  podrá  ser  útil  el  oírles  antes; 
puede  recibirse  alguna  buena  lección  de  un  ene- 
migo. 

PISTETERO. 

Su  cólera  parece  calmarse.  Retrocede  un  paso. 

LA  ABUBILLA. 

Es  muy  justo;  debéis  de  estarme  agradecidos. 

CORO. 

En  ninguna  otra  cosa  íe  hemos  sido  con- 
trarios. 

PISTETERO. 

Cada  vez  se  manifiestan  más  pacíficos;  por  con- 
siguiente, deja  en  el  suelo  la  olla  y  los  platos: 
ahora  con  la  lanza  terciada,  digo,  con  el  asa- 


LAS  AVES. 


235 


dor,  paseémonos  dentro  del  campamento,  junto 
á  la  olla,  y  sin  perderla  de  vista.  No  debemos 
huir. 

EVÉLPIDES. 

Tienes  razón.  Y  si  morimos,  ¿dónde  nos  enter- 
rarán? 

PISTETERO. 

En  el  Cerámico  (1).  Para  ser  sepultados  á  cuenta 
del  Estado,  diremos  que  hemos  muerto  peleando 
con  los  enemigos  junto  á  Orneas  (2). 

CORO. 

Todo  el  mundo  á  su  puesto:  depongamos  nues- 
tra cólera  como  el  soldado  sus  armas;  pregunte- 
mos quiénes  son,  de  dónde  vienen  y  qué  proyec- 
tBQ.  lEh,  AbubiUal  Ven  acá. 

LA  ABUBILLA. 

¿Qué  deseas  saber? 

CORO. 

¿Quiénes  son  esos  hombres,  y  de  dónde 
vienen? 

LA  ABUBILLA. 

Son  extranjeros,  venidos  de  Grecia,  la  patria  de 
los  sabios. 


W  Lugar  en  que  se  verificaban  los  enterramientos. 
Había  dos  Cerámicos;  uno  exterior,  donde  eran  sepultados 
los  que  hablan  muerto  en  el  campo  de  batalla,  y  otro 
dentro  de  la  ciudad,  en  el  cual  estaban  los  lupanares. 

(2)  Ciudad  del  Peloponeso,  entre  Corinto  y  Sicione, 
cuyo  nombre  si^^mücdi pájaro.  Poco  antes  de  la  representa- 
ción de  Las  Aves,  los  Atenienses  hablan  sido  derrotados  en 
sus  inmediaciones. 


236 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


COBO. 

¿Qaé  les  ha  inducido  venir  á  buscaraos? 

LA  ABUBILLA. 

La  afición  á  vuestra  vida  y  costumbres,  y  el 
deseo  de  participarla  y  vivir  con  nosotros. 

CORO. 

íSerá  verdad!  ?.y  cuáles  son  sus  proyectos? 

LA  ABUBILLA. 

Increíbles,  inauditos. 

CORO. 

¿Hallan  aJg'una  ventaja  en  habitar  aquí,  ó  espe- 
ran que  viviendo  con  nosotros  podrán  vencer  á  su 
enemigfo  y  favorecer  á  sus  amigaos? 

LA  ABUBILLA. 

Nos  anuncian  una  felicidad  inmensa,  indecible 
é  increíble,  y  demuestran  con  irrefutables  arg'u- 
mentos  que  cuanto  hay  aquí  y  allí,  y  en  todas 
partes,  todo  nos  pertenece. 

CORO. 

¿Estarán  locos? 

LA  ABUBILLA. 

Su  discreción  no  es  para  dicha. 

CORO. 

¿Tienen  talento? 

LA  ABUBILLA. 

Son  dos  zorros  redomados,  la  astucia  personifi- 
cada, gente  muy  corrida  é  ing-eniosa. 

CORO. 

Diles,  diles  que  veng-an  á  hablarnos.  Sin  más 
que  oir  tus  palabras,  ya  vuelo  de  g'ozo. 


LAS  AVES. 


237 


LA  ABUBILLA  (1). 

Recogred  vosotros  esas  armas  y  colgfadlas  de 
nuevo  en  la  cocina,  junto  al  hogar  (2),  bajo  la  pro- 
tección de  los  dioses  domésticos.  fA  PistekroJ  Ex- 
pon y  demuestra  á  la  asamblea  el  objeto  para  el 
cual  ha  sido  convocada. 

PISTETERO. 

No,  por  Apolo;  nada  diré  mientras  no  prometan, 
como  aquel  mono  armero  á  su  mujer,  no  morder- 
me, ni  desgarrarme,  ni  taladrarme... 

CORO. 

¿El...?  Nada  temas. 

PISTETERO. 

No,  los  ojos. 

CORO. 

Lo  prometo. 

PISTETERO. 

Júralo. 

CORO. 

Lo  juro,  y  si  cumplo  mi  promesa,  que  obtenga  el 
premio  por  el  voto  unánime  de  todos  los  jueces  y 
espectadores. 

PISTETERO. 

Convenido. 

CORO. 

Y  si  no  la  cumplo,  que  la  gane  por  un  solo  voto. 

PISTETERO. 

¡Pueblos,  escuchad!  Recojan  los  soldados  sus  ar- 


fl)    Dirigiéndose  á  los  esclavos. 
(2)    En  Los  Acarnienses,  279,  hemos  visto  indicada  la 
misma  costumbre  de  colgar  las  armas  junto  al  hogar. 


238 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


239 


mas  y  vuelvan  á  sus  hog-ares,  é  infórmense  de  las 
órdenes  que  se  fijen  en  ios  tablones  (1). 

CORO. 

El  hombre  es  un  ser  siempre  y  en  todo  falso;  ha- 
bla tú,  sin  embarg-o.  Quizá  me  reveles  alg-un  pro- 
yecto que  te  parezca  útil,  ó  un  medio  de  aumentar 
mi  poder  que  á  mi  se  me  ha^'a  pasado  por  alto  y 
que  tú  hayas  visto.  Habla;  en  intelig'encia  de  que 
lo  haces  para  el  bien  g-eneral,  porque  los  bienes 
qne  me  procures  los  dividiré  contig-o.  Manifiesta 
confiadamente  los  proyectos  que  te  han  traido 
aquí,  pues  por  ning-nn  pretexto  romperé  la  tregua 
que  contigo  he  pactado. 

PISTETERO. 

No  deseo  otra  cosa:  la  masa  de  mi  discurso  está 
ya  dispuesta  y  sólo  me  falta  sobarla.  Esclavo, 
tráeme  una  corona  y  ao-ua  pnra  las  manos;  pero 
pronto. 

EVKLPIDRS. 

?. Vamos  á  cenar  ó  quév  2). 

PISTETRUO. 

No,  por  Júpiter;  estoy  buscando  alg-unas  nala- 
bras  mag-níficas  y  sustanciosas  para  ablandar  sus 
ánimos  {Dmníéiidoí^e  al  Coral  Sufro  tanto  por  vos- 
otros que  en  ctro  tiempo  fuisteis  reyes... 

CORO. 

:No«^otros  reyes!  ^i.De  quién? 


H)    Fórmula    emplonda  «irtra  la   promulgación  de  las 

(-i)    Los  preparativos  pnra  pronunciar  un  discurso  v  po- 
nerse á  la  mesa  eran  idénticos. 


PISTETERO. 

Reyes  de  todo  cuanto  existe;  de  mi,  en  primer 
lug-ar;  de  éste;  del  mismo  J  úpiter;  porque  sois  an- 
teriores á  Saturno,  á  los  Titanes  y  á  la  Tierra. 

CORO. 

ik  la  Tierra? 

PISTETERO. 

Sí,  por  Apolo. 

CORO. 

No  habia  oido  semejante  cosa. 

PISTETERO. 

Es  que  sois  ignorantes  y  descuidados  y  no  ha- 
béis manoseado  á  Esopo.  Esopo  dice  que  la  alondra 
nació  antes  que  todos  los  seres  y  que  la  misma 
Tierra:  su  padre  murió  de  enfermedad,  cuando  la 
Tierra  aun  no  existia;  permaneció  cinco  dias  inse- 
pulto, hasta  que  la  alondra,  ingeni  )sa  por  la  fuerza 
de  la  necesidad,  enterró  á  su  padre  en  su  cabeza. 

EVÉLPTDES. 

Por  eso  el  padre  de  la  alondra  yace  ahora  en  Cé- 
fale(l). 

LA  ABUBILLA. 

;.De  modo  que  si  las  aves  son  anteriores  á  la 
Tierra  y  á  los  dioses,  á  ellas  les  pertenecerá  el 
mando  por  derecho  de  antigüedad? 

EVÉLPIDES. 

Esa  es  la  verdad:  procura,  por  tanto,  fortificar 
tu  pico,  pues  Júpiter  no  devolverá  así  como  quiera 
su  cetro  al  pito  real. 


(1)    Nombre  de  un  demo  del  Ática,  que  significa  cabeza. 


240 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


PISTETERO. 

Hay  infinitas  pruebas  de  que  las  aves,  y  no  los 
dioses,  reinaron  sobre  los  hombres  en  la  más  re- 
mota antig-üedad.  Principiaré  por  citaros  al  g-allo, 
que  fué  rey  y  mandó  á  ios  Persas  antes  que  todos 
sus  monarcas,  antes  que  Darío  y  Meg-abíses;  y  en 
memoria  de  su  reinado  se  le  llama  todavía  el  ave 
pérsica. 

EVÉLPIDES. 

Por  eso  es  la  única  de  las  aves  que  anda  majes- 
tuosamente, como  el  g-ran  rey,  con  la  tiara  recta 
sobre  la  cabeza  (1). 

PISTETERO. 

Fué  tan  grande  su  poder  y  tan  respetada  su  au- 
ridad,  que  hoy  mismo,  como  un  vestig-io  de  su  dig- 
nidad antigua  ,  en  cuanto  canta  al  amanecer,  cor- 
ren al  trabajo  y  se  calzan  en  la  oscmidad  todos  los 
herreros,  alfareros,  curtidores,  zapateros,  bañeros, 
panaderos,  y  fabricantes  de  liras  y  de  escudos. 

EVÉLPIDES. 

Pregúntamelo  á  mí;  precisamente  un  gallo  ha 
tenido  la  culpa  de  que  perdiese  un  ñno  manto  de 
lana  frigia.  Estaba  yo  en  la  ciudad  convidado  á  un 
banquete  que  se  daba  para  celebrar  el  acto  de  po- 
ner nombre  á  un  niño;  bebí  algo  y  empecé  á  da 
mitar;  en  esto,  y  antes  de  que  los  demás  convida- 
dos se  sentasen  á  la  mesa,  se  le  ociu're  cantar  á  un 
gallo:  creyendo  que  era  de  día,  marcho  en  direc- 


(1)    Los  demás  personajes  la  llevaban  inclinada. 


Clon  á  Ahmunte  (1);  apenas  salgo  extramuros,  un 
adron  me  asesta  en  la  espalda  un  terrible  Sr? 
üizo;  caigro  al  suelo;  voy  á  pedir  socorro;  pío^¡ 
tarde,  ya  habia  desaparecido  con  mi  manto 

PISTETERO. 

G„^S!''°"  '"'  ^"^"a'nente  jefe  y  rey  de  los 

LA  ABUBILLA. 

¿De  los  Griegos? 

,  PISTETERO. 

E   fué  durante  su  reinado  quien  les  enseñó  á  ar 
rodillarse  á  la  vista  de  los  milanos  (2) 

EVÉLPIDES. 

cia  deTnor^r  ""^  ^"'  ""'  P™^*«™^  «°  P'^^e^^" 
cia  de  uno  de  ehos,  me  eché  al  suelo  con  la  boca 

W  con'mif  °""'  '?  ''"'°  ^'^'  P- '"  -«^  -^^ 
d  casa  con  mi  saco  vacío  (4), 

PISTETERO. 

JL'Z  ?^  7  ^'^  ^'^'^  y  ^'  ^^  I-  Fenicia; 
Iban  al  campo  i  segar  el  trigo  y  la  cebada. 

EVÉLPIDES. 

De  ahí  sin  duda  viene  el  proverbio:  iCúcu' los 
circuncidados  al  campo  (5).  i^ucu.  ios 

(1)    Demo  del  Ática. 

«^SJVZZ"  "''"'"'  '"  '"  """''  ''Sm  costumbre 

(4)  Sin  duda  el  saco  que  llevaba  nana  ir.ja>  i-  i,„  • 
comprada  con  el  óbolo  Iragado  '^  ^^  '"  """""^ 

(5)  Los  Egipcios  y  Fenicios  practicaban  la  circuncisión. 

TOMO  li- 


le 


242 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


243 


PIS  TETERO. 

Tan  grande  fué  el  poder  de  la  gente  alada,  que 
los  reyes  de  las  ciudades  griegas,  Agamenón  y 
Menelao,  llevaban  en  el  extremo  de  su  cetro  una 
ave  que  participaba  de  sus  presentes. 

EVÉLPIDES. 

No  sabia  yo  eso;  asi  e^  que  me  admiraba  cuando 
Priamo  se  presentaba  en  las  tragedias  con  un  pá- 
jaro que  observaba  fijamente  á  Lisicrátes  (1)  y  los 
regalos  con  que  se  deja  sobornar. 

PISTETERO. 

Pero  oid  la  prueba  más  contundente.  Júpiter, 
que  ahora  reina,  lleva  sobre  su  cabeza  un  águila, 
atributo  de  su  soberanía;  su  hija  lleva  una  lechu- 
za; y  Apolo,  su  ministro,  un  azor. 

EVÉLPIDES. 

¡Es  verdad,  por  la  venerable  Géres!  ¿Mas  para 
qué  llevan  esas  aves? 

PISTETERO. 

Para  q-je  en  los  sacrificios,  cuando,  según  el 
rito,  se  ofrecen  las  entrañas  á  los  dioses,  ellas  re- 
ciban su  parte  antes  que  Júpiter.  Entonces  ningún 
hombre  juraba  por  los  dioses,  sino  todos  por  las 
aves;  y  hoy  mismo  cuando  Lampón  engaña  á  al- 
guno suele  jurar  por  el  ganso  (2).  ¡En  tanta  estima 


(4)  General  ateniense,  ambicioso  y  venal.  Aristófanes 
86  burla  en  otros  pasajes  de  su  fealdad  y  de  su  manía  de 
teñirse  los  cabellos  (Las  Junteras^  630,  736). 

(2)  En  griego  no  hay  más  diferencia  que  de  una  letra 
entre  el  nombre  de  Júpiter  y  el  del  ganso,  Zijva  y  x'i^='- 
Lampón  era  un  adivino. 


y  veneración  tenían  entonces  á  los  que  ahora  sois 
considerados  como  imbéciles  y  esclavos  viles!  Hoy 
os  apedrean  como  á  los  dementes;  hoy  os  arrojan 
de  los  templos;  hoy  infinitos  cazadores  os  tien- 
den  lazos  y  preparan  contra    vosotros  varetas, 
cepos,  hilos,  redes  y  pihuelas;  hoy  os  venden  á 
granel  después  de  cogidos,  y  ¡oh  colmo  de  igno- 
minia! los  compradores  os  tantean  para  ver  si  estáis 
gordos.  í  Y  si  se  contentasen  á  lo  menos  con  asaros! 
pero  hacen  un  menudo  picadillo  de  silfio  y  queso, 
aceite  y  vinagre;  le  agregan  otros  condimentos 
dulces  y  crasos,  y  derraman  sobre  vosotros  esta 
salsa  hirviente  como  si  fueseis  carnes  corrom- 
pidas. 

CORO. 

Acabas  de  hacernos,  hombre  querido,  un  triste, 
tnstísimo  relato.  iCuánto  deploro  la  incuria  de  mis 
padres  que,  lejos  de  trasmitirme  los  honores  here- 
dados  de  sus  abuelos,  consintieron  que  fuesen  abo- 
hdos!  Pero  sin  duda  algún  numen  propicio  te  en- 
vía para  que  me  salves;  á  tí  me  entrego,  pues,  con- 
fiadamente con  mis  pobres  poUuelos.  Dínos  lo  que 
hay  que  hacer;  porque  seríamos  indignos  de  vivir, 
si  por  cualquier  medio  no  reconquistáramos  nues^ 
tra  soberanía. 

PISTETERO. 

Opino  primeramente  que  todas  las  aves  se  re- 
unan  en  una  sola  ciudad,  y  que  las  llanuras  del 
aire  y  de  este  inmenso  espacio  se  circunden  de  un 
muro  de  grandes  ladrillos  cocidos,  como  los  de  Ba- 
bilonia. 


244 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


Las  aves. 


245 


LA  ABUBILLA. 

¡Oh  Cebrion,  oh  Porfirion  (1),  qué  terrible  plaza 
fuerte! 

PTSTRTERO. 

Cuando  hayáis  construido  esa  muralla,  reclama- 
réis el  mando  á  Júpiter;  si  se  nie^  y  no  quiere 
acceder,  obstinado  en  su  sinrazón,  declaradle  una 
^erra  sagrada  y  prohibid  á  los  dioses  que  atravie- 
sen como  antes  vuestros  dominios  y  que  desciendan 
á  la  tierra  enardecidos  por  su  adúltero  amor  á  las 
Alcmenas,  Alopes  y  Semeles;  y  si  se  presentan,  po- 
nedles  en  estado  de  no  gozarlas  más  (2).  Enviad  en 
seguida  otro  alado  embajador  á  los  h:mbres  para 
que  les  haga  entender  que,  siendo  las  aves  dueñas 
del  mundo,  á  ellas  deben  ofrecer  primero  sus  sa- 
crificios y  después  á  los  dioses,  y  que  deberán  agre- 
gar á  cada  divinidad  el  ave  que  le  convenga;  si, 
por  ejemplo,  sacrifican  á  Venus,  ofrecerán  al  mismo 
tiempo  cebada  á  la  picaza  marítima;  si  matan  una 
oveja  en  honor  de  Neptuno,  presentarán  granos 
de  trigo  al  ánade;  si  un  buey  á  Hércules,  tortas 
con  miel  á  la  gaviota;  si  inmolan  un  carnero 
en  las  aras  de  Júpiter  rey,  rey  es  también  el  re- 
yezuelo, y  por  consiguiente  habrá  de  consagrár- 
sele, antes  que  al  mismo  Júpiter,  un  mosquito 
macho. 


(4)    Nombres  de  pájaros  y  de  gigantes. 

(2)     Ut  mentulam  eis  amulo  consíringatis,  ne  amjpim 

illas  futuant. 


EVÉLPIDES. 

Me  agrada  ese  sacrificio  de  un  mosquito.  ¡Que 
truene  ahora  el  gran  Júpiter! 

LA  ABÜBIILLA. 

¿Pero  cómo  nos  tendrán  los  hombres  por  dioses, 
y  no  por  grajos,  al  ver  que  volamos  y  tenemos  alas? 

PISTlíTERO. 

No  sabes  lo  que  dices.  Mercurio,  siendo  todo  un 
dios,  tiene  alas  y  vuela,  y  lo  mismo  otras  muchas 
divinidades:  la  Victoria  vuela  con  alas  de  oro,  el 
Amor  tiene  las  suyas,  y  Homero  compara  á  íris 
con  una  tímida  paloma  (1). 

LA  ABUBILLA. 

¿No  tronará  Júpiter'^  ¿No  lanzará  contra  nosotros 
su  alígero  rayo? 

PISTETERO. 

Si  los  hombres  en  su  ceguedad  se  obstinan  en 
despreciaros,  y  en  tener  por  dioses  sólo  á  los  del 
Olimpo,  lanzad  sobre  la  tierra  una  nube  de  gorrio- 
nes que  arrebaten  de  los  surcos  las  semillas:  vere- 
mos si  Céres  baja  á  distribuir  trigo  á  los  ham- 
brientos. 

EVÉLPIDES. 

No  lo  hará,  de  seguro:  veréis  cómo  alega  mil 
pretextos. 

PISTETERO. 

Además,  que  los  cuervos,  para  probar  que  sois 
dioses,  saquen  los  ojos  á  los  bueyes  de  labranza  y 

(1)  La  comparación  de  Homero  se  refiere  á  Juno  y  Mi- 
nerva y  no  á  Iris.  Sin  duda  esta  es  una  de  las  correcciones 
que  ha  sufrido  el  texto  do  la  Uiada, 


t 


246 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


á  otros  gttnados,  y  que  en  seguida  los  cure  Apolo, 
que  es  médico;  para  eso  le  pagan. 

EVÉLPIDES. 

¡Eh,  no!  aguarda  á  que.baya  vendido  mi  parejita. 

PISTETERO. 

Por  el  contrario,  si  los  hombres  os  tienen  á  tí  por 
un  dios,  á  ti  por  la  vida,  á  tí  por  Saturno,  á  tí  por 
Neptuno,  lloverán  sobre  ellos  todos  los  bienes. 

LA  ABUBILLA. 

Dime  siquiera  uno  de  ellos. 

PISTETERO. 

En  primer  lugar,  las  langostas  no  devorarán 
las  flores  de  sus  viñas,  porque  un  solo  escuadrón 
de  lechuzas  y  cernícalos  dará  buena  cuenta  de 
ellas.  Después  sus  higos  estarán  libres  de  mosqui- 
tos y  cínifes,  que  serán  devorados  por  un  escua- 
drón de  tordos. 

LA  ABUBILLA. 

¿Cómo  les  daremos  las  riquezas,  que  es  lo  que 
más  quieren? 

PISTETERO. 

Cuando  consulten  á  las  aves,  indicaréis  al  adi- 
vino las  minas  más  ricas  y  los  trancos  más  lucra- 
tivos; ni  un  marino  perecerá. 

LA  ABUBILLA. 

¿Por  qué  no  perecerá? 

PISTETERO. 

Porque  cuando  consulte  los  auspicios  sobre  la 
navegación  no  faltará  nunca  un  ave  que  le  diga: 
«No  te  embarques;  habrá  tempestad;»  ó  «embár- 
cate; tendrás  ganancias.» 


LAS  AVES. 


247 


EVELPIDES. 

Compro  un  navio,  y  me  lanzo  al  mar;  no  quiero 
ya  vivir  con  vosotros. 

PISTETERO. 

Revelaréis  también  á  los  hombres  el  lugar  donde 
3e  ocultan  los  tesoros  enterrados  por  sus  padres; 
porque  todas  lo  sabéis.  De  aquí  el  proverbio:  «Na- 
die sabe  dónde  está  mi  tesoro,  como  no  sea  algún 
pájaro.» 

EVÉLPIDES. 

Vendo  mi  barco;  compro  un  azadón,  y  ¡¿  desen- 
terrar ollas  de  oro! 

LA  ABUBILLA. 

¿Y  cómo  darles  la  salud  que  vive  entre  los 
dioses? 

PISTETERO - 

¿Qué  mejor  salud  que  la  felicidad?  Créeme,  un 
hombre  desgraciado  nunca  está  bueno. 

LA  ABUBILLA. 

¿Pero  como  llegarán  á  la  vejez?  porque  como 
ésta  habita  en  el  Olimpo,  habrán  de  morir  en  la  in- 
fancia. 

PISTETERO. 

Todo  lo  contrario,  las  aves  prolongaréis  su  vida 
trescientos  años. 

LA  ABUBILLA. 

¿De  quién  los  tomaremos? 

PISTETERO. 

¿De  quién?  de  vosotros  mismos.  ¿Ignoras  que  la 
graznadora  corneja  vive  cinco  vidas  de  hombre? 


248 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


LAS  AVES. 


249 


EVÉLPIDES. 

í  Ah,  cuánto  más  grato  será  su  imperio  que  el  de 
Júpiter! 

PISTETERO. 

l,Quién  lo  duda?  En  primer  lug*ar,  no  tendremos 
que  consagrarles  templos  de  piedra  cerrados  con 
puertas  de  oro,  porque  habitarán  entre  el  follaje 
de  las  encinas:  un  olivo  será  el  templo  de  las  aves 
más  veneradas;  además  para  ofrecerles  sacrificios 
no  habrá  que  hacer  un  viaje  á  Délfos  ó  Amnon  (1). 
sino  que  parándonos  delante  de  los  madroños  y 
acebuches,  les  presentaremos  un  puñado  de  trigo 
ó  de  cebada,  suplicándoles,  con  las  manos  exten- 
didas, que  nos  concedan  parte  de  sus  bienes,  y  los 
conseguiremos  sin  más  dispendios  que  un  poquillo 
de  g'rano. 

CORO. 

¡Oh  anciano,  que  después  de  haberme  sido  tan 
odioso  me  eres  ahora  tan  querido,  nunca  por  mi 
voluntad  me  apartaré  de  tus  consejos!  Animado 
por  tus  palabras  he  prometido  y  jurado,  que  si  tú, 
fiel  á  tus  santas  promesas,  te  unes  á  mí,  sin  dolo 
alguno,  para  atacar  á  los  dioses,  éstos  no  conser- 
varán mucho  tiempo  el  cetro  que  me  pertenece. 
Todo  lo  que  dependa  de  la  fuerza,  queda  á  nues- 
tro cargo;  y  al  tuyo  lo  que  exija  habilidad  y 
consejo. 

LA  ABUBILLA. 

¡Por  Júpiter!  no  es  tiempo  de  dormirse  y  dar 
(i)    Templo  y  opáculo  de  Júpiter  en  Libia. 


largas  á  la  manera  de  Nielas  (1),  sino  de  obrar  con 
energía  y  rapidez.  Entrad  en  mi  nido  de  pajas  y 
ramaje,  y  decidnos  vuestros  nombres. 

PISTETERO. 

Es  fácil:  me  llamo  Pistetero. 

LA  ABUBILLA. 

¿Y  ese? 

PISTETERO- 

Evélpides,  de  la  aldea  de  Cria. 

LA  ABUBILLA. 

Saluda  entrambos. 

PISTETERO. 

Aceptamos  el  augurio. 

LA  ABUBILLA. 

Entrad,  pues. 

PISTETERO. 

Vamos,  dirígenos  tú. 

LA  ABUBILLA. 

Venid. 

PISTETERO. 

¡Ah  cielos!  ven,  vuelve  acá.  ¿Cómo  éste,  y  yo  que 
no  tenemos  alas,  os  hemos  de  seguir  cuando  voléis? 

LA  ABUBILLA. 

Muy  fácilmente. 

PISTETERO. 

Piénsalo  bien:  mira  que  Esopo  dice  en  sus  fá- 
bulas que  á  la  zorra  le  causó  g-rave  perjuicio  su 
alianza  con  el  águila  (2). 

(4)    Tenía  fama  de  moroso  en  sus  operaciones  militares. 
(V.  Tüc.  VI,  25,  y  Plutarco,  Vida  delicias.) 
(2)    Se  conserva  un  fragmento  de  Arquíloco  sobre  esta 


250 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA  ABUBILLA. 

Nada  temas;  hay  una  raíz,  que  en  cuanto  la  co- 
máis os  saldrán  alas. 

PISTETERO. 

Entremos  con  esa  condición.  Ea,  Jántias,  y  tú, 
Maaodoro  (1),  coged  nuestro  equipaje. 

CORO. 

¡Hola!  ¡eh,  Abubilla!  á  tí  te  llamo. 

LA  ABUBILLA. 

¿Qué  me  quieres? 

CORO. 

Llévate  á  esos  y  dales  bien  de  comer;  pero  déja- 
nos á  la  melodiosa  Procne,  cuyos  cantos  son  dig*- 
nos  de  las  musas:  hazla  salir  para  que  nos  divirta- 
mos con  ella. 

PISTETERO. 

Sí,  cede  á  sus  deseos:  hazla  salir  de  entre  las  flo- 
ridas cañas.  Por  los  dioses  te  pido  que  la  llames 
para  que  contemplemos  también  nosotros  al  rui- 
señor. 

LA  ABUBILLA. 

Puesto  que  lo  deseáis,  fuerza  es  obedeceros:  sal, 
Procne,  y  muéstrate  á  nuestros  huéspedes. 

(Sale  Procne  J  (2) 


fábula.  (V.  Apraiz,  Estudios  tobre  la/ábula,  publicados  en 
Bl  Ateneo,  tom.  i,  p.  143  ) 

(4)    Nombres  de  esclavos. 

(2)  SeguQ  el  Escoliasta,  el  atavio  de  Procne  imitaba  el 
traje  de  las  cortesanas  y  el  plumaje  del  ruiseñor. 


LAS  AVES. 


254 


PISTETERO. 

¡Oh  venerado  Júpiter!  iQuó  hermosa  avecilla! 
¿Qué  tierna!  ¡Qué  brillante! 

EVELPIDES. 

¿Sabes  que  la  estrecharía  con  gusto  entre  mis 
brazos'^  (1) 

PISTETERO. 

¡Cuánto  oro  trae  sobre  sí!  Parece  una  doncella. 

EVELPIDES. 

Tentado  estoy  de  darle  un  beso. 

PISTETERO. 

Pero,  desdichado,  ¿no  ves  qne  tiene  por  pico  dos 
asadores? 

EVELPIDES. 

¿Qué  importa?  ¿Hay  más  que  quitarle  la  cascari- 
lla que  le  cubre  la  cabeza  como  si  fuese  un  huevo, 
y  besarla  después. 

LA  ABUBILLA. 

Vamos. 

PISTETERO. 

Guíanos  en  hora  buena. 


CORO. 

Amable  avecilla,  el  más  querido  de  mis  alados 
compañeros,  mi  señor,  que  presides  nuestros  can- 
tos; al  fin  viniste  á  mi  presencia;  viniste  para  de- 
jar oir  tu  suavísimo  gorjeo.  Tú,  que  en  la  nauta  ar- 
moniosa tañes  primaverales   melodías,  preludia 


(4)    Quam  ipsi  erura  lubens  divaricarem. 


252 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


nuestros  anapestos  (1).  Ciégaos  humanos,  semejan- 
tes á  la  hoja  lig-era,  impotentes  criaturas  hechas 
de  barro  deleznable,  míseros  mortales  que,  priva- 
dos de  alas,  pasáis  vuestra  vida  fug'az  como 
vanas  sombras  ó  ensueños  mentirosos,  escuchad  á 
las  aves,  seres  inmortales  y  eternos,  aéreos,  exen- 
tos de  la  vejez,  y  ocupados  siempre  en  pensamien- 
tos perdurables;  nosotros  os  daremos  á  conocer  los 
fenómenos  celestes,  la  naturaleza  de  las  aves, 
y  el  verdadero  origen  de  los  dioses,  de  los  rios,  del 
Erebo  y  del  Caos;  con  tal  enseñanza  podréis  cau- 
sar envidia  al  mismo  Pródico  (2).  En  el  prin- 
cipio sólo  existían  el  Caos  y  la  Noche,  el  negro 
Erebo  y  el  profundo  Tártaro;  la  Tierra,  el  Aire  y 
el  Cielo  no  hablan  nacido  todavía;  al  fin,  la  Noche 
de  negras  alas  puso  en  el  seno  infinito  del  Erebo 
un  huevo  sin  gormen,  del  cual,  tras  el  proceso  de 
largos  siglos,  nació  el  apetecido  Amor  con  alas  de 
oro  resplandeciente,  y  rápido  como  el  torbellino. 
El  Amor,  uniénd:^se  en  los  abismos  del  Tártaro  al 
Caos  alado  y  tenebroso  engendró  nuestra  raza,  la 
primera  que  nació  á  la  luz.  La  de  los  inmortales 
no  existía  antes  de  que  el  Amor  mezclase  los  gér- 
menes de  todas  las  cosas;  pero,  al  confundirlos, 
brotaron  de  tan  sublime  unión  el  Cielo,  la  Tierra, 
el  Océano,  y  la  raza  eterna  de  las  deidades  bien- 
aventuradas. Hé  aquí  cómo  nosotros  somos  mu- 
chísimo más  antiguos  que  los  dioses.   Nosotros 


(4)    Sigue  la  Paralasis. 

(2)    FilósofocitadoenZa*iVí*5tf*.  (V.  lanotaalv.   364.) 


LAS  AVES. 


253 


somos  hijos  del  Amor;  mil  pruebas  lo  confirman; 
volamos  como  él,  y  favorecemos  &  los  aman- 
tes. ¡Cuántos  lindos  muchachos  habiendo  jurado 
ser  insensibles,  se  rindieron  á  sus  amantes  al  de- 
clinar su  edad  florida,  vencidos  por  el  regalo  de 
una  codorniz,  de  un  porfirion,de  un  ánade  ó  de  un 
gallo!  Nos  deben  los  mortales  sus  mayores  bienes. 
En  primer  lugar,  anunciamos  las  estaciones;  la  pri- 
mavera, el  invierno  y  el  otoño:  la  'grulla  al  emigrar 
á  Libia  advierte  al  labrador  (1)  que  siembre;  al  piloto 
que  cuelgue  el  timón  (2)  y  se  entregue  al  descanso; 
á  Ores  tes  (3)  que  se  mande  tejer  un  manto,  para 
que  el  frió  no  le  incite  á  robárselo  á  los  transeún- 
tes. El  milano  anuncia,  al  aparecer,  otra  estación  y 
el  momento  oportuno  de  trasquilar  los  primavera- 
les vellones;  y  la  golondrina  dice  que  ya  es  pre- 
ciso abandonar  el  manto  y  vestirse  una  túnica  li- 
gera.  Las  aves  reemplazamos   para   vosotros  á 
Anmon,  á  Délfos,  á  Dedona  y  á  Apolo.  Para  todo 
negocio  comercial,  ó  compra  de  víveres,  ó  matri- 
monios nos  consultáis  previamente  y  dais  el  nom- 
bre de  auspicios  á  todo  cuanto  sirve  para  revelaros 
el  porvenir:  una  palabra  es  un  auspicio (4);  un  estor- 
nudo es  un  auspicio;  un  encuentro  es  un  auspicio; 


(\)    Estos  pronósticos  se  encuentran  en  Las  obras  y  los 
dias  de  Hesiodo  (v.  45,  448,  629.) 

(2)  El  timón  se  separaba  de  la  nave  cuando  no  estaba 
en  el  mar. 

(3)  Famoso  caco  ateniense.  (Vid.  Acarnienses,  4.167  > 

(4)  U{.:  wn  pájaro.  Empleamos  la  palabra  auspicio  qx\ 
cuya  composición  entra  el  nombre  de  Ave. 


254 


COMEDIAS  DE  AKISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


255 


una  voz  (1)  es  un  auspicio;  el  nombre  de  un  es- 
clavo es  un  auspicio;  un  asno  es  un  auspicio. 
¿No  está  claro  que  somos  para  vosotros  el  fatí- 
dico Apolo?  Si  nos  reconocéis  por  dioses,  hall3,réi3 
en  nosotros  las  Musas  proféticas,  los  vientos  sua- 
ves, las  estaciones,  el  invierno,  el  estío,  un  calor 
moderado;  no  iremos  como  Júpiter  á  posarnos  or- 
gruUosos  sobre  las  nubes,  sino  que,  viviendo  á  vues- 
tro lado,  dispensaremos  á  vosotros  y  á  vuestros 
hijos,  y  á  los  hijos  de  vuestros  hijos,  riquezas  y  sa- 
lud, felicidad,  larg^  vida,  paz,  juventud,  risas, 
danzas,  banquetes,  delicias  increíbles  (2);  en  fin, 
tal  abundancia  de  bienes,  que  Ueg'aréis  á  saciaros. 
¡Tan  ricos  seréis  todos! 

Musa  silvestre  de  variados  tonos,  tío  tío  tío  tio  tio 
tío  tio  tix  (3),  yo  canto  contiguo  en  las  selvas  y  en  la 
cumbre  de  los  montes,  tio  tio  tio  tio  tix,  posado  en- 
tre el  follaje  de  un  fresno  copudo,  tio  tio  tio  tio  tix, 
exhalo  de  mi  delicada  g^rg^anta  himnos  sag'rados, 
tio  tio  tio  tix  que  se  unen  en  las  montanas  á  los  au- 
gfustos  coros  en  honor  de  Pan  y  la  maare  de  los 
dioses,  to  to  to  to  to  to  to  to  to  tix.  En  ellos,  á  modo 
de  abeja,  liba  Frínico  el  néctar  de  sus  inmortales 
versos  y  de  sus  dulcísimas  canciones,  tio  tio  tio 
tio  tix. 

Espectadores,  si  algnno  de  vosotros  quiere  pa- 
sar dulcemente  su  existencia  viviendo  con  las  aves. 


(1)  Oída  pop  casualidad,  se  entiende. 

(2)  Lit.:  leche  de  pájaros,  que  es  como  si  dijéramos  una 
vida  de  Jauja. 

l3)    Imitaciones  del  canto  de  varias  aves. 


que  acuda  á  nosotros.  Todo  lo  que  en  la  tierra  es 
torpe  y  se  halla  prohibido  por  las  leyes,  goza  én- 
trela g-ente  alíg'era  de  no  pequeño  honor.  Entre  los 
hombres,  por  ejemplo,  es  un  crimen  odioso  el  pe- 
g-ar  á  su  padre;  entre  las  aves  nada  más  bello  que 
acometerle  gritando:  si  riñes,  coge  tu  espolón.  El 
siervo  prófug-o,  marcado  con  infamante  estig*- 
ma  (1),  pasa  aquí  por  pintado  francolín:  un  bárbaro, 
un  frigio,  tal  como  Espíntaro,  será  entre  nosotros 
el  frigilo,  de  la  familia  de  Filemon  (2):  un  esclavo 
de  Caria,  Execéstides  (3),  por  ejemplo,  podría  pro- 
veerse entre  las  aves  de  abuelos  y  parientes.  ¿Qué 
más?  ¿Quiere  el  hijo  de  Písias  (4)  abrir  las  puertas 
á  los  infames?  pues  trasfórmese  en  perdiz,  digno 
hijo  de  su  padre,  que  por  acá  no  es  deshonroso 
escaparse  como  la  perdiz. 

ASÍ  los  cisnes,  tio  tio  tio  tio  tio  tio  tio  tix,  uniendo 
sus  voces  y  batiendo  las  alas,  cantan  á  Apolo  tio 
tio  tio  tix;  deteniéndose  en  ias  orillas  del  Hebro  (5), 
tio  tio  tio  tix,  sus  acentos  atraviesan  las  etéreas 
nubes;  escúchanlos  las  fieras  arrobadas  y  el  mar 
serenando  sus  olas,  to  to  to  to  to  to  to  to  to  tix; 
todo  el  Olimpo  resuena:  los  Dioses  inmortales,  las 
Musas  y  las  Gracias  repiten  gozosos  aquella  melo- 

(1)    Se  hacía  una  marca  en  la  frente  á  los  esclavos  fugi- 
tivos. 

("2)    Abuelo  de  Espíntaro,  á  quien    echa  en  cara  su 
cualidad  de  extranjero. 

(3)  Véase  la  nota  al  verso  11  de  esta  comedia. 

(4)  Se  cree  fué  uno  de  los  que  mutilaron  las  estatuas  de 
Mercurio  la  víspera  de  la  expedición  á  Sicilia. 

(5)  Rio  de  Tracia  (hoy  Marizzaj. 


|l 


256 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


^7 


día,  tio  tio  tio  tix.  Nada  hay  mejor,  nada  hay  más 
agradable  que  tener  alas.  Si  uno  de  vosotros  las 
tuviese,  podría,  cuando  asistiendo  impaciente  y 
mal  humorado  á  una  interminable  trag^edia  se 
siente  desfallecer  de  hambre,  volar  á  su  casa,  co- 
mer, y  regresar  satisfecho  su  apetito.  Si  Patrócli- 
des  se  viera  acosado  en  el  teatro  por  una  apre- 
miante necesidad,  no  tendría  que  ensuciar  su  man- 
to, pues  volaría  á  otra  parte,  y  después  de  desaho- 
g'arse,  tornarla  á  su  asiento  recobradas  las  fuerzas. 
Aún  más:  si  alguno  de  vosotros,  no  importa  quién, 
abrasado  por  adúltera  llama,  disting-uia  al  mando 
de  su  amante  en  las  gradas  de  los  Senadores,  po- 
dría extendiendo  sus  alas  trasladarse  á  la  amorosa 
cita,  y  satisfecha  su  pasión  volver  á  su  puesto. 
¿Comprendéis  ahora  las  inmensas  ventajas  de  ser 
alado?  Por  eso  Díi trefes  (1),  aunque  sólo  tiene  alas 
de  mimbre,  ha  sido  nombrado  filarco  primero;  des- 
pués hiparco;  y  de  hombre  de  nada,  se  ha  conver- 
tido en  grran  personaje,  y  hoy  es  ya  el  gallito  de 
su  tribu. 

PISTETERO   (2). 

Ya  está  hecho.  ¡Por  Júpiter!  no  he  visto  nunca 
cosa  más  ridicula. 

BVELPIDES. 

¿De  qué  te  ríes? 


(1)  Cestero,  que  se  enriqueció  fabricando  botellas  de 
mimbre. 

(2)  Pistetero  y  Evélpides  vuelven  provistos  de  alas. 


PISTETERO. 

De  tus  alas.  ¿Sabes  lo  que  pareces  con  ellas?  un 
gtinso  pintado  de  brocha  g-orda. 

EVÉLPIDES. 

Y  tú  un  mirlo  con  la  cabeza  desplumada. 

PISTETERO. 

Nosotros  lo  hemos  querído;  y  como  Esquilo  dice: 
«No  son  plumas  de  otro,  sino  nuestras»  (1). 

LA  ABUBILLA. 

íEa!  ¿qué  debemos  hacer? 

PISTETERO. 

Lo  primero  dar  á  la  ciudad  un  nombre  ilustre  y 
pomposo;  después  ofrecer  un  sacrificio  á  los  dioses. 

EVÉLPIDES. 

Opino  lo  mismo. 

LA  ABUBILLA. 

Pues  veamos  el  nombre  que  ha  de  ponérsele. 

PISTETERO. 

¿Queréis  que  le  demos  uno  ma^ífico  tomado  de 
Lacedemonia?  ¿Queréis  que  la  llamemos  Esparta? 

EVÉLPIDES. 

íPor  Hércules.'  ¿Esparta  mi  ciudad?  Cuando  ni 
siquiera  consiento  que  sea  de  esparto  (2)  mi  lecho, 
aunque  sólo  teng-a  una  estera  de  junco. 

PISTETERO. 

¿Pues  qué  nombre  le  daremos? 


(i)    Verso  de  los  Mirmidones  de  Esquilo,  tragedia  de 
la  cual  sólo  se  conservan  fríígmentos.  ^ 

nS-^A   "^^  ®"  ^'  original  el  juego  de  palabras  que  hemos 
podido  conservar  en  la  traducción. 


TOMO   II. 


47 


258 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


EVÉLPIDES. 

Uno  mag-nífico,  tomado  de  las  nubes  y  de  es- 
tas elevadas  regiones. 

PISTET13R0. 

¿Qué  te  parece  Nefelococigia?  (1) 

LA.  ABUBILLA. 

fihl  ¡oh!  ese  sí  que  es  bello  y  grandioso. 

EVÉLPIDES. 

¿No  es  en  Nefelococig-ia  donde  están  todas  las 
grandes  riquezas  de  Teógencs  y  Esquines?  (2). 

PISTETERO. 

No,  donde  están  es  en  el  llano  de  Flegra  (3),  en  el 
que  los  dioses  aniquilaron  la  arrogancia  de  los  gi- 
gantes. 

EVÉLPIDES. 

Será  una  ciudad  hermosísima.  ¿Pero  cuál  será  su 
divinidad  protectora?  ¿Para  quién  tejeremos  el  pe- 
plo?  (4). 

PISTETERO. 

¿Por  qué  no  escogemos  á  Minerva  Pollada? 

EVÉLPIDES. 

¿Podrá  estar  bien  arreglada  una  ciudad  en  que 
una  mujer  vaya  completamente  armada  y  Clíste- 
nes  se  dedique  á  hilar? 

PISTETERO. 

¿Quién  guardará  el  muro  pelárgico?  (5). 

(1)  Significa  ciudad  de  las  nubes  y  los  cucos. 

(2)  Ciudadanos  que  se  jactaban  de  tenei*  riquezas, 
siendo  pobrisimos. 

(3)  OtPO  lugar  imaginario. 

(4)  Véase  la  ñola  al  verso  56-2  de  Los  Oaballeros. 

(5)  Pelárgico  en  vez  de  Pelásgico.  Se  llamaban  así  los 


LAS  AVES. 


259 


LA  ABUBILLA. 

Uno  de  los  nuestros  oriundo  de  Persia,  que  se 
proclama  el  más  valiente  de  todos,  un  pollo  de 
Marte  (1). 

EVÉLPIDES. 

lOh  pollo  señor!  ¡Es  un  dios  á  propósito  para  vi- 
vir  sobre  las  piedras! 

PISTETRRO. 

Ea,  vete  al  aire,  á  ayudar  á  los  albañiles  que 
construyen  la  muralla:  llévales  morrillos;  desnú- 
date y  haz  mortero:  sube  la  gamella;  cáete  de  la 
escala;  pon  centinelas;  guarda  el  fuego  bajo  la  ce- 
niza; ronda  con  tu  campanilla  (2),  y  duérmete;  en- 
vía luego  dos  heraldos,  uno  arriba  á  los  dioses, 
otro  abajo  á  los  hombres,  y  después  vuelvo  á  mi 
lado. 

EVÉLPIDES. 

TÚ  quédate  aquí,  y  revienta  (3). 

PISTETERO. 

Anda,  amigo  mío,  á  donde  te  envío;  nada  de 
cuanto  te  he  dicho  puede  hacerse  sin  tí.  Yo  voy  á 
ofrecer  un  sacrificio  á  los  nuevos  dioses,  y  á  llamar 
al  sacerdote  para  que  presida  la  procesión.  ¡Eh, 


antiguos  muros  de  la  ciudadela  de  Atenas.  Además  este  ad- 
jetivo recuerda  en  griego  el  nombre  de  las  cigüeñíis. 

(i)  El  gallo.  Alusión  á  la  metamorfosis  de  Alectrion, 
criado  de  Marle,  en  gallo,  por  no  haberle  avisado  á  tiempo 
la  venida  de  Vulcano,  cuando  estaba  entretenido  en  amo- 
rosos hurtos  con  la  diosa  Venus. 

(2)  Los  que  nacían  la  ronda  por  las  murallas  llevaban 
una  campanilla,  á  la  cual  debían  responder  los  centinelas. 

(d)    En  vez  de  x^rpe,  adm,  le  dice  oíjxwCs,  llora. 


560 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


tú,  esclavol  trae  el  canastillo  y  la  sagrada  va- 
sija (1). 

COBO. 

Yo  uno  á  las  tuyas  mis  fuerzas  y  mi  voluntad,  y 
te  exhorto  á  dirigir  á  los  dioses  súplicas  esplén- 
didas y  solemnes,  y  á  inmolar  una  victima  en 
acción  de  gracias.  Entonemos  en  honor  del  dios 
canciones  piticas  acompañadas  por  la  flauta  de 
Quéris. 


pisTETKRO  (al  flautista). 
Deja  de  soplar,  Hércules.  ¿Qué  es  eso?  Por  Júpi- 
ter, muchos  prodigios  he  visto,  pero  nunca  á  un 
cuervo  con  bozal  (2).  Sacerdote,  cumple  tu  deber, 
y  sacriñca  á  los  nuevos  dioses. 

EL  SACERDOTE. 

Lo  haré.  ¿Dénde  está  el  que  tiene  el  canastillo? 
Rogad  á  la  Vesta  de  las  aves,  al  milano  protector 
del  hogar,  y  á  todos  los  pájaros,  olímpicos  y  olím- 
picas, dioses  y  diosas... 

PISTETERO. 

¡Salve,  gavilán  protector  de  Sunio,  rey  pelás- 
firicol  (3) 


(4)  Con  el  agua  lustral .  Véanse  en  La  Paz  ceremonias 
idénticas. 

(2)  Los  flautistas  se  colocaban  una  correa  delante  de  la 
boca. 

(3)  En  esta  oración  burlesca  van  mezclados  nombres 
de  dioses  y  aves.  El  poeta  dice  Souviápaxe  en  vez  de 
SouviápaTE,  áioi  adorado  en  Sunio,  epiteto  de  Neptuno. 


LAS  AVES. 


261 


KL   SACERDOTE. 

Al  cisne  Pítico  y  Delio,  á  Latona  madre  de  las 
codornices  (1),  á  Diana  jilguero... 

PISTETERO. 

En  adelante  no  habrá  Diana  Colénis  (2),  sino 
Diana  jilguero. 

EL  SACERDOTE. 

A  Baco  pinzón,  á  Cibeles  avestruz,  augusta  ma- 
dre  de  los  dioses  y  los  hombres... 

pístete  HO. 

iOh  poderosa  Cibeles  avestruz,  madre  de  Cleó- 
crito  (3). 

EL   SACERDOTE. 

Que  den  salud  y  felicidad  á  los  Nefelococigios 
y  á  sus  aliados  de  Quíos  (4). 

PISTETERO. 

Me  gusta  ver  en  todas  partes  á  los  de  Quíos. 

EL   SACERDOTE. 

A  los  héroes,  á  las  aves,  á  los  hijos  de  los  héroes, 
al  porfirion,  al  pelícano,  al  pelecino,  al  fléxide  al 
tetraon,  al  pavo  real,  al  elea,  á  la  cerceta,  al  el¿a, 
a  la  garza,  al  mergo,  al  becafigo,  al  pavo... 

PISTETERO. 

Acaba,  hombre  infernal;  acaba  tus  invocacio- 

J^}  A^i^'^T^rí^J-^'-  que  significa,  madre  de  las  codorniz 
ees  I  de  la  isla  Orttgia  6  Délos  que  acogió  á  Latona. 

(2)  bobrenombre  de  Diana. 

(3)  Alude  á  la  traza  de  avestruz  de  Cleócrito 

AilnL  uT  ^"•'''  ^^*  ,""^  ^^  '^«  ^íí^das  «las  fieles  de 

favor  1a i^rf'^H^V^^      ^"''"^'"^'^  ^^°  í^  f^''"i»'«-  «en 
tdvor  de  Atenas  y  de  Quios,»  que  el  sacerdote  añade  á  su 

suphca  como  por  la  fuerza  de  la  costumbre. 


262 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


263 


nes.  Desdichado,  ¿á  qué  víctimas  llamas  á  los  bui- 
tres y  á  las  águilas  de  mar?  ¿No  ves  que  un  milano 
basta  para  devorar  estas  viandas?  ¡Lárgate  de  aquí 
con  tus  ínfulas!  Ya  ofreceré  yo  solo  el  sacrificio. 

EL  SA.CERDOTE. 

Es  preciso  que  para  la  aspersión  entone  un  nueva 
himno  sacro  y  piadoso,  é  invoque  á  los  dioses,  k 
uno  siquiera,  si  es  que  tenéis  bastantes  provisio- 
nes, pues  vuestras  decantadas  víctimas  veo  que  se 
reducen  á  barbas  y  cuernos. 

PISTETERO. 

Oremos  al  sacrificar  á  los  dioses  alados. 


UN    POETA. 

Celebra,  oh  Musa,  en  tus  himnos  y  canciones  á 
la  feliz  Nefelococigia. 

PISTETERO. 

¿Qué  significa  esto?  Di,  ¿quién  eres? 

EL    POETA. 

Yo  soy  un  cantor  melifluo  ,  un  celoso  servidor 
de  las  musas,  como  dice  Homero. 

PISTETERO. 

Si  eres  esclavo,  ¿cómo  llevas  largo  el  cabello?  (1) 

EL  POETA. 

No  es  eso;  todos  los  poetas  somos  celosos  servi- 
dores de  las  Musas,  al  decir  de  Homero. 


(1)  Los  esclavos  llevaban  el  cabello  rapado.  La  cabe- 
llera larga  era  signo  de  ingenuidad  y  nobleza.  En  cuanto 
á  los  poetas  de  cierta  índole,  parece  que  también  en  aque- 
llos tiempos  eran  melenudos. 


PISTETERO. 

Ya  no  me  asombro:  tu  manto  demuestra  muchos 
aüos  de  servicio.  Pero,  desdichado  poeta,  ¿qué  mal 
viento  te  ha  traido  aquí? 

EL   POETA. 

He  compuesto  versos  en  honor  de  vuestra  Nefe- 
lecocig-ia,  y  muchos  hermosos  ditirambos  y  par- 
ténias  (1),  en  el  estilo  de  Simónides. 

PISTETERO. 

¿Y  cuándo  los  has  compuesto? 

EL   POETA. 

Hace  mucho  tiempo,  mucho  tiempo,  que  yo 
canto  á  esta  ciudad. 

PISTETERO. 

¿Pero  si  en  este  instante  celebro  la  fiesta  de  su 
fundación,  j  acabo  de  ponerla  un  nombre  como  á 
los  niños  de  diez  dias!  (2) 

EL  POETA. 

íQué  importa!  La  voz  de  las  Musas  vuela  como 
los  más  rápidos  corceles.  ¡Oh  tú,  padre  mió,  fun- 
dador del  Etna,  tú  cuyo  nombre  recuerda  los  di- 
vinos templos,  otórgame  propicio  los  bienes  que 
para  tí  desearías! 

PISTETERO. 

No  nos  vamos  á  quitar  de  encima  esta  calami- 

(i)  Llamábanse  pariénias  los  versos  cantados  por  co- 
ros de  doncellas. 

(2)  A  los  diez  días  de  su  nacimiento  se  ponia  nombre 
á  los  niños,  celebrándose  este  suceso  con  un  banquete. 
Aristófanes,  al  mismo  tiempo  que  parodia  el  estilo  y  versi- 
ncacion  de  la  poesía  lírica,  intercala  unos  versos  de  Pín- 
aaro  sobre  Hieron,  fundador  del  Etna,  en  Sicilia. 


f64 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


2fi5 


dad,  si  no  le  damos  alg'ana  cosa.  Tá  (1),  que  tie- 
nes ese  abrig'o  sobre  la  túnica,  quítatelo  y  dáselo 
á  este  discretísimo  poeta. — Toma  este  abrigo;  pues 
me  parece  que  estás  tiritando. 

EL  POETA. 

Mi  Musa  acepta  reg-ocijada  este  presente.  Escu- 
cha tú  estos  versos  pindáricos...  (2). 

PISTETERÜ. 

¿No  se  marchará  nunca  este  importuno? 

EL   POETA. 

Sin  vestido  de  lino 
Vaga  Estraton  en  el  confín  helado 
Del  errabundo  Escita: 
Burdo  manto  le  han  dado, 
Pero  aun  túnica  ñna  necesita  (3). 
¿Comprendes  lo  que  quiero  decir? 

PISTETERO. 

Vaya  si  comprendo:  quieres  que  te  regale  una 
túnica.— Quítatela:  es  preciso  obsequiar  á  los  poe- 
tas.— Tómala,  márchate. 

EL  POETA. 

Me  voy,  y  al  irme  compongo  estos  versos  en  ho- 
nor de  vuestra  ciudad: 

Numen  de  áureo  trono, 
Celebra  esta  ciudad 
Que  tirita  á  los  soplos 
De  un  céfiro  glacial. 


(1)    Dirigiéndose  á  uno  de  los  presentes. 
yi)    Hieron  habia  regalado  á  Píndaro  un  tiro  de  muías, 
y  el  poeta  le  pedia  además  un  carro. 
(3)    Galimalías  poético,  parodia  del  estilo  ditirámbico. 


Yo  su  campiña  fértil, 
Vengo  de  visitar, 
Alfombrada  de  nievo. 
¡Traíala,  traíala! 

fVaseJ 

PISTETERO. 

Sí,  pero  te  escapas  de  estos  helados  campos  con 
una  buena  túnica.  Jamás  hubiera  creído,  Júpiter 
soberano,  que  ese  maldito  poeta  pudiera  adquirir 
tan  pronto  noticias  de  esta  ciudad.  fAl  sacerdote  J 
Coge  la  vasija  y  da  vuelta  al  altar. 


EL    SACERDOTE. 

iSiienciol 

UN  ADIVINO. 

No  inmoles  el  chivo  (1). 

PISTETERO. 

¿Quién  eres  tú? 

EL  ADIVINO. 

¿Quién  soy?  un  adivino. 

PISTETERO. 

iVéte  en  hora  malai 

EL  ADIVINO. 

Amigo  mió,  no  desprecies  las  cosas  divinas:  hay 
una  profecía  de  Bácis  (2)  que  se  refiere  claramente 
á  Nefelococigia. 


(1)  Que  el  sacerdote  iba  á  sacrificar. 

(2)  Adivino  cilado  varias  veces  {los  Caballeros,  123; 
la  Pai,  1.070). 


266 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES, 


26T 


PISTtíTERO. 

¿Por  qué  no  me  hablaste  de  ese  oráculo  antea  de 
fundar  la  ciudad? 

EL   ADIVINO. 

Un  dios  me  lo  impedía. 

PISTETERO. 

No  hay  inconveniente  en  que  oigamos  el  vaticinio. 

EL   ADIVINO. 

«Cuando  los  lobas  y  las  encanecidas  cornejas  ha- 
bitaren juntos  en  el  espacio  que  separa  á  Corinto 
deSicione...:^{l). 

PISTETERO. 

¿Pero  qué  tenemos  que  ver  con  los  Corintios? 

EL   ADIVINO. 

Bácís,  al  expresarse  de  ese  modo,  se  referia  al 
aire.  «Sacrificad  primeramente  á  Pandora  un 
blanco  vellocino;  y  después  reg-alad  al  profeta  que 
interprete  mis  oráculos  un  buen  vestido  y  zapatos 
nuevos...» 

PISTETERO. 

¿Están  también  los  zapatos? 

EL  ADIVINO. 

Toma  y  lee.  «Y  dadle  además  una  copa  y  un 
buen  trozo  de  las  entrañas  de  la  victima.» 

PISTETERO. 

¿También  hay  que  darle  un  trozo  de  las  entrañas? 

EL   ADIVINO. 

Toma  y  lee.  «Joven  divino,  si  obedecieres  mis 


mandatos,  serás  un  águila  en  las  nubes:  si  no  le 
das  nada,  ni  tórtola,  ni  ág'uila,  ni  pito  real,» 

PISTETERO. 

¿También  está  eso? 

EL  ADIVINO. 

Toma  y  lee. 

PISTETERO. 

Pero  tu  oráculo  en  nada  se  parece  á  otro  que 
escribí  yo  mismo  bajo  la  inspiración  de  Apolo. 
^rCuapdo,  sin  que  nadie  le  llame,  veng-a  un  charla- 
tán á  molestarte  mientras  estás  ofreciendo  un  sa- 
crificio, y  pida  una  porción  de  las  entrañas,  debe- 
rás molerle  las  costillas  á  palos.» 

EL  ADIVINO. 

Tú  deliras. 

PISTETERO. 

Toma  y  lee.  «Y  no  le  perdones,  aunque  sea  un 
águila  en  las  nubes,  aunque  sea  Lampón,  aunque 
sea  el  gran  Diopítes.»  (1) 

EL  ADIVINO. 

¿También  está  eso? 

PISTETKRO. 

Toma  y  lee,  íy  lárgate  al  infierno! 

EL  ADIVINO. 

lAy,  pobre  de  mí! 

PISTETERO. 

Pronto,  pronto,  vete  á  profetizar  á  otra  parte 


(4)    Que  era  el  sitio  que  ocupaba  Orneas,  de  que  antes 
se  ha  hablado. 


(1)    Personas  ya  citadas. 


f6« 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


%9 


METON   (1). 

Vengo  á... 

PISTETERO. 

Otro  importuno.  ¿Qué  te  trae  aquí?  ¿Cuáles  son 
tus  proyectos?  ¿Qué  te  propones  viniendo  tan  enco- 
petado con  tus  coturnos? 

METON. 

Quiero  medir  las  llanuras  aéreas,  y  dividirlas  en 
calles. 

PISTETERO. 

En  nombre  de  los  dioses,  ¿quién  eres? 

METON. 

¿Quién  soy?  Meton,  conocido  en  toda  la  Grecia  y 
en  la  aldea  de  Colona  (2). 

PISTETERO. 

Dime,  ¿qué  es  eso  que  traes  ahí? 

METON. 

Reglas  para  medir  el  aire.  Pues  todo  el  aire,  en 
su  forma  general,  es  enteramente  parecido  á  un 
horno  (3).  Por  tanto,  aplicando  por  arriba  esta  li- 
nea curva  y  ajustando  el  compás...  ¿Comprendes? 

PISTETERO. 

Ni  una  palabra. 


(4)  Célebre  astrónomo  y  geómetra,  autor  del  ciclo  de 
diez  y  nueve  años,  destinado  á  armonizar  el  año  solar  y  el 
lunar.  La  aceptación  de  este  ciclo  produjo  algunas  altera- 
ciones en  el  calendario  ateniense,  deque  ya  se  ocupó  Aris- 
tófanes en  Las  Nubes, 

(2)  La  aldea  de  Colona  debia  á  Meton  el  establecimiento 
de  una  fuente. 

(3)  Comparación  atribuida  al  pitagórico  Hippon.  (V.  Lea 
iVwíw,  95.)  ^^      ^ 


METON. 

Con  esta  otra  regla  trazo  una  línea  recta,  ins- 
cribo un  cuadrado  en  el  círculo,  y  coloco  en  su 
centro  la  plaza;  á  ella  afluyen  de  todas  partes  ca- 
lles derechas,  del  mismo  modo  que  del  sol,  aunque 
es  circular,  parten  rayos  rectos  en  todas  direc- 
cienes. 

PISTETERO. 

íEste  hombre  es  un  Tales...  Metonl 

METON. 

¿Qué? 

PISTETERO. 

Ya  sabes  qué  te  quiero;  pues  bien,  voy  á  darte 
un  buen  consejo:  márchate  cuanto  antes. 

METON. 

¿Pues  qué  peligro...? 

PISTETERO. 

Aquí,  como  en  Lacedemonia  (1),  es  costumbre 
expulsar  á  los  extranjeros,  y  en  la  ciudad  llueven 
^rrotazos. 

METON. 

¿Hay  alguna  sedición? 

PISTETERO. 

Nada  de  eso. 

METON. 

e,Pues  qué? 

PISTETERO. 

Hemos  tomado  por  unanimidad  la  resolución  de 
echar  á  todos  los  charlatanes. 

{\)    Alusión  á  la  ley  de  lenelasia,  vigente  en  Lacede^ 
moma. 


270 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


METON. 

Pues  huyo. 

PISTETERO. 

Creo  que  ya  es  tarde:  la  tempestad  estalla.  (Le 
pega.) 

MKTON. 

¡Desdichado  de  mil  (Huye.) 

PISTETEBO. 

¿No  te  lo  decía  hace  tiempo?  Vote  con  tus  medi- 
das á  otra  parte. 


-271 


UN  INSPECTOR. 

¿Dónde  están  los  próxenos?  (1) 

PISTETERO. 

¿Quién  es  este  Sardanápalo? 

EL  INSPECTOR. 

Soy  un  Inspector  (2)  designado  por  la  suerte 
para  vigilar  en  Nefelococigia. 

PISTETERO. 

¡Un  Inspector!  ¿Quién  te  ha  enviado? 

EL  INSPECTOR. 

Un  maldito  decreto  de  Teleas  (3). 

PISTETERO. 

¿Quieros  recibir  tu  sueldo,  y  marcharte,  sin  to- 
marte la  menor  molestia? 


(1)  Magistrados  encargados  de  recibir  á  los  extranjeros 
que  venian  á  Atenas.  Cada  ciudad  extranjera  tenía  en  Ate- 
nas sus  próxenos,  cuyas  funciones  se  parecían  algo  á  las 
de  nuestros  cónsules. 

(2)  Los  inspectores  estaban  encargados  de  vigilar  las 
ciudades  tributarias  de  Atenas. 

(3)  Citado  antes,  y  en  La  Paz,  4.008. 


EL   INSPECTOR. 

Sí  por  cierto;  precisamente  tenía  hoy  necesidad 
de  estar  en  Atenas  para  asistirá  la  asamblea:  ten^o 
un  asunto  de  Farnáces  (1). 

PISTETKRO. 

Toma  y  llévate  esto;  este  será  tu  sueldo  (Le 
pega,) 

EL  INSPECTOR. 

¿Qué  es  esto? 

PISTETERO. 

Es  la  asamblea  en  que  has  de  defender  á  Far- 
naces. 

EL  INSPECTOR. 

iSed  testigos  de  que  me  peg-a!  ¡á  mí!  ¡á  un  Ins- 
pector! 

PISTETERO. 

¿No  te  irás  con  tus  malditas  urnas  judiciales? 
Esto  es  insoportable;  ¡enviar  inspectores  á  una  ciu- 
dad antes  de  haberse  ofrecido  el  sacrificio  de  con- 
sagración! 


UN  VENDEDOR  DE   DECRETOS. 

«El  Nefelococigio  que  faltase  á  un  Ateniense...^ 

PISTETERO. 

¿Qué  nueva  calamidad  es  esta,  cargada  de  per- 
gaminos? 

EL     VENDEDOR  DE  DECRETOS. 

Soy  un  vendedor  de  decretos,  y  vengo  á  vende- 
ros leyes  nuevas. 


(4)    Sátrapa  persa. 


^n 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


PISTETERO. 

¿Cuáles? 

EL     VENDEDOR  DE    DECRETOS. 

«Los  habitantes  de  Nefelococi^a  tendrán  las 
mismas  leyes,  pesos  y  medidas   que  los   Olofi- 

xios  (1). 

PISTETERO. 

Ahora  vas  á  conocer  las  de  los  Ototixios  (2). 

EL    VENDEDOR    DE   DECRETOS. 

Eh,  ¿qué  haces? 

PISTETERO. 

¿No  te  larg-as  con  tus  decretos?  Pues  te  voy  á 
aplicar  unos  bien  crueles. 

EL  INSPECTOR  (volviendoj. 

Cito  por  injurias  á  Pistetero  para  el  mes  Mu- 
niquion  (3). 

PISTETERO. 

¡Cómo!  ¿aún  estabas  ahí? 

EL  VENDEDOR   DE   DECRETOS. 

«El  que  expulsare  á  un  magistrado  y  no  le  reci- 
biese como  prescribe  el  edicto  fijado  en  la  co- 
lumna...» 


(1)  Habitantes  de  Olofixo,  ciudad  situada  al  pié  del 
monte  Ates,  dependientes  de  Atenas.  Nefeloeocigia  es  coi.- 
siderada  por  los  Atenienses  como  una  colonia  suya,  y  por 
eso  tratan  de  imponerle  las  leyes  de  la  metrópoli. 

(2)  Pueblo  de  invención  de  Aristófanes,  cuya  radical 

significa  «llorar.»  •  ,    j 

(3)  El  mes  Muniquion  principiaba  según  el  ciclo  de 
Harpalo  el  6  de  Mayo,  y  según  el  de  Meton  el  28  de  Marzo. 
Llamábase  así,  por  las  fiestas  Muniquias  en  honor  de  Dia- 
oa  y  en  conmemoración  de  la  batalla  de  Salamina  en  Chi- 
pre, que  se  celebraban  en  él. 


^i^'TETEm(AlÍJispector). 
iOh,  desdicha!  ¿Ahí  estabas  también  tú? 

EL  INSPECTOR. 
PISTETERO. 

Yo  haré  pedazos  tus  urnas. 

EL   INSPECTOR. 

¿Te  acuerdas  de  aquella  tarde  en  que  hicistP  fn. 
necesidades  junto  á  la  columna  de  ZtlT 

PISTETERO. 

isa,  echadle  mano  á  í^s^p    Rnior  ,« 
te  quedas.  ^™^'  ^^^^^-  ^^^  no 

,,,        ^  ,  EL     SACERDOTE. 

fVanse  lodos.) 


COBO. 

i  que  con  mi  vista  abarco  el  mundo  entem  ^ 

rS;?;/"*"  ?  ^°^'  «^estruyeado  laTÜ 
as  castas  de  animales  que,  en  el  seno  de  la  tierra 

e le'hr'l''  'T  '''^''''  1°«  <i«™  án^ 

eSirA  'r^'"  '"''  «»  í-^tido  contacto  los 
perfumados  huertos;  y  todos  los  reptiles  y  veneno- 
«os  sapos  mueren  al  golpe  de  mis  LudL Xs 

Hoy  que  se  pregona  principalmente  este  edicto: 

TAHin  II 


TOMO  II. 


18 


CCMEOtAS  r>E  ARISTÓFANES. 


274 

«El  que  matase  á  Diágoras  Meliense  (1),  recibirá 
»un  talento:  el  que  matase  á  uno  de  los  tiranos 
«nuestros  (2),  recibirá  un  talento,»  queremos  nos- 
otros promulgar   también  este  decreto:  «El  que 
,>matare  á  Filócrates  el  pajarero,  recibirá  un  ta- 
»lento;  cuatro  el  que  lo  traiga  vivo:  él  es  qmen 
»ata  los  pinzones  de  siete  en  siete  y  los  vende  por 
»un  óbolo;  él  es  quien  atormenta  á  los  tordos  in- 
»flánd¿los  para  que  parezcan  más  gordos;  él  atra- 
»vlesa  con  plumas  el  pico  de  los  mirlos;  él  reúne 
«palomas  y  las  encierra  obligándolas  á  reclamar  á 
«otras  v  atraerlas  á  sus  redes.  Este  es  nuestro 
«edicto:"^  mandamos  además  que  todo  el  que  tenga 
«aves  encerradas  en  su  patio,  las  suelte  inmediata- 
«mente.  El  que  no  obedeciere  será  apresado  por 
«las  aves,  y  servirá  cargado  de  cadenas  para  se- 
«ñuelo  de  otros  hombres.» 

¡Oh  raza  afortunada  la  de  las  aves!  ni  en  invierno 
tenemos  necesidad  de  túnicas,  ni  en  estío  nos  mo- 
lestan los  abrasadores  rayos  de  un  sol  canicular. 


I-AS  AVES. 


íi)  Diáeoras,  después  de  la  destrucción  deMélos.su 
Da  r  a  se  eslablcció  en  Aleñas,  distinguiéndose  por  su  .m- 
nfedad  divu  gando  los  misterios  de  Eleusis  y  tratando  de 
8  dir  ilorCudadanos  de  i" .  ¡"¡«¡"«'«"^  C<)n  este  m  - 
tivo  tué  acusado  y  tuvo  que  huir,  Perec'«n"„""  "'" 
íragio.  Los  Atenienses  pusieron  precio  á  su  fbeza .  Como 
una  orueba  de  su  irreligiosidad  se  cita,  que  no  teniendo 
S  para  hacer  la  comida,  echó  al  fuego  una  estatua  de 
Hércules  diciendo:  «Debes  hacer  en  obsequio  mío  un 
"éc  motercerolrabajo,que  será  el  de  focer  estas  entejas.» 

(2)  Vimos  va  en  Las  Avispas  que  «s  Atenienses  prodi- 
gaban las  acusaciones  de  tiranía.  Aristófanes  se  burla  de 
los  oradores  que  las  presentaban. 


27S 

En  los  valles  floridos,  á  la  sombra  del  tupido  fo- 
llaje, hallo  fresco  reposo,  mientras  la  diSnac^ 
garra,  enfurecida  por  el  calor  del  mediodía  deTa  o¡; 
su  agudo  canto:  cuevas  profundas,  en  que  jacSeteo 
con  las  monteses  ninfas,  me  abrigan  en  invierno 

ba:zrmS  '"'*"  ^"  ''^°'=^^  y  -¿"s 

Gracias  '  ^  ■""^''"' '''  huertecíllos  de  las 

Queremos  decir  á  los  jueces  una  palabra  sobre  el 

cirdé  IZ  \''^"''^^"' '''  otorgaremos'    d 
Clase  de  bienes;  biene.?  más  preciosos  que  los  an^ 

recib.6  el  mismo  París  (1).  En  primer  hígar  cosa 

rón  den  rnH?       f  ^^«"^onarán  jamás;  habita- 
rán dentro  de  vuestras  casas,  anidarán  en  vuestros 
bolsilIos,yempolIarán  enello.s  pequeñas  monSs 
Además  vuestras  habitaciones  parecerán  temnin.; 
magníficos,  porque  elevaremosTuTíetos  en  for 
ma  de  alas  de  águila  (3J.  Si  conseguís  una  miS- 
to^atura  y  queréis  robar  algo,  armaremos  v^es¿as 
manos  comas  garras  veloces  del  azor.  yS^S 
un  banquete,  os  proveeremos  de  espaciosos  buXs 
'^^"  ^'  °°  °°^  afeáis  el  premio,  ya  podéis 

ielirntT.TitT'''''''^'^''^  P^'»  '»  adjudicación 

ae?eUu^a"Ktl„?;aSaroV;^,ff  =•  ""/  «^"^ 
asi  como  entre  nosoir<v!  ^i  m?5h     5*"^  "amarse  leeAuzas, 

cucos  sirve  para  des^narUrZ/'i*^  Pelucona*  y  perros 
<te  5  cernimos  de  S  "  "'"  ^  "'  ™°"«'ías 

(3)    En  griego  «T¿;,'signiflca  águila  y  frontón. 


276 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES, 


proveeros  de  sombrillas  como  las  de  las  estatuas  (1); 
que  el  que  no  la  lleve  nos  las  pagfará  todas  juntas. 
Pues  cuando  salga  ostentando  su  túnica  blanca, 
todas  las  aves  se  la  mancharemos  con  nuestras  in- 
mundicias. 


PISTETERO. 

Aves,  el  sacrificio  ha  sido  favorable;  pero  me  ex- 
traña que  no  venga  de  la  muralla  ningún  mensa- 
jero para  anunciamos  cómo  va  la  obra.  |Ah!  ahí 
viene  uno  corriendo  sin  aliento  (2). 

MENSAJERO   PRIMERO. 

¿Dónde,  dónde  está"?  ¿dónde,  dónde,  dónde  está? 
¿dónde,  dónde,  dónde  está?  ¿dónde  está  Pistetero, 
nuestro  jefe? 

PISTETERO. 

Aquí  estoy. 

MENSAJERO   PRIMERO. 

Tus  murallas  están  construidas. 

PISTETERO. 

Muy  bien. 

MENSAJERO  PRIMERO. 

Es  una  obra  soberbia  y  hermosísima:  la  anchura 
del  muro  es  tan  grande,  que  si  Proxénides  el  fan- 


(i)  Era  costumbre  colocar  sobre  las  estatuas  unas  cu- 
biertas de  metal  para  librarlas  de  las  inmundicias  de  los 

pájaros.  ^  .... 

(2)  Lit.:  Alpheumspimns,  frase  que  quiere  mdicar  que 
venía  con  el  sobrealiento  de  los  que  acaban  de  correr  en 
estadio  olímpico  que  estaba  á  la  orilla  del  Alfeo. 


277 

farron  y  Teógenes  (1)  se^^^^^^i^^^~^^^^ 
giendo  dos  carros  tirados  por  caballos  tan  grandes 
como  el  de  Troya,  pasarían  sin  dificultad  (2). 

PISTETERO. 

íMagníficoi 

MENSAJERO   PRIMERO 

bmzVsX'  ^^'°  '"''"''  ^^ '''  '^'^'^"^  ''  ^'  ''^'' 

PISTETERO. 

íPor  Neptuno,  qué  largura!  ¿Quiénes  han  cons- 
truido  tan  gigantesca  muralla? 

MENSAJERO  PRIMERO 

Las  aves   y  nadie  más  que  las  aves;  allí  no  ha 
habido  m  albañilea  egipcios,  ai  canteros;  todo  lo 
han  hecho  por  sí  mismas  con  una  habilidad  asom- 
brosa. De  África  vinieron  cerca  de  treinta  mil  gru- 
lias  que  descargaron  su  lastre  de  piedras  (4)  las 
cuales,  después  de  arregladas  por  el  pico  de  los'ras- 
cunes,  han  servido  para  los  cimientos.  Diez  mil  ci- 
güeñas fabricaron  los  ladrillos.  Los  chorlitos  v  de- 
mas  aves  fluviales  subían  a!  aire  el  agua  de  la 
tierra. 

PISTETERO. 

?.Quiénes  traían  el  mortero? 


(2)    f n?.m  c'í''  \  '^^í?'""' '''» «'do  «"''dos  antes, 
en  Atenas  "''     '"'"'"  ''  '=°"°'^''"'  '^«  andaluzadas 

niitros."  '''*''  '""^^''*'  '""  «•J"'^a'en  próximamente  á  185 

(4)    Las  grullas  se  lastran  con  piedras,  dice  el  Esco- 
liasta para  no  ser  arrastradas  por  el  viento  v  nara  ronn 
cer  al  arrojarlas  si  vuelan  sobre  el  mar  úso'líe'  ¡a  tierra: 


I 


278 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


279 


MENSAJERO   PRIMERO. 

Las  g-arzas,  en  g-amellas. 

PISTETERO. 

¿Pero  cómo  pudieron  echarlo  en  las  g-ameilas? 

MENSAJERO   PRIMERO. 

¡Olí,  es  una  invención  ingeniosísima!  Losg-ansos 
revolvian  con  sus  patas,  á  guisa  de  paletas,  el  mor- 
tero, y  después  lo  echaban  en  las  gamellas. 

PISTETERO. 

^,Qué  no  harán  los  pies?  (1). 

MENSAJERO   PRIMERO. 

Era  de  ver  cómo  traian  ladrillos  los  ánades.  Tam- 
bién ayudaban  á  la  faena  las  golondrinas  trayendo 
mortero  en  el  pico  y  la  llana  en  la  cola,  como  si 
fuesen  niños. 

PISTETERO. 

Qué  necesidad  habrá  ya  de  pagar  operarios?  Pero 
dime:  ¿quiénes  labiaroa  las  maderas  necesarias? 

MENSAJERO   PRIMERO. 

Los  pelícanos,  como  habilísimos  carpinteros, 
arreglaron  con  sus  picos  las  jambas  de  las  puertas: 
cuando  desbastaban  las  maderas,  se  oía  un  ruido 
parecido  al  de  los  arsenales.  Ahora  está  ya  todo 
cerrado  con  puertas  y  cerrojos  y  cuidadosamente 
guardado:  las  rondas  recorren  el  recinto  con  sus 
campanillas:  hay  centinelas  en  todas  partes,  y  an- 
torchas en  las  xorres.  Pero  yo  corro  á  lavarme:  a 
tí  te  toca  terminar  la  obra.  ^ 


CORO. 


Vamos,  ¿qué  haces^  ¿Te  admiras  de  la  prontitud 
CDn  que  el  muro  ha  sido  construido? 

PISTETERO. 

Sí  por  cierto;  la  cosa  es  digna  de  admiración; 
parece  una  fábula.  Pero  ahí  viene  uno  de  los  cen- 
tinelas de  la  ciudad  con  marcial  continente. 


(1)    Parodia  del  proverbio:  «¿Qué  no  harán  las  manos?'> 


MENSAJERO   SECUNDO. 

jOhl  ¡oh,-  ¡oh! 

PISTETERO. 

¿Qué  ocurre? 

MENSAJERO   SEGUNDO. 

Una  cosa  indigna.  Uno  de  los  dioses  de  la  corte 
de  Júpiter  ha  atravesado  las  puertas  y  ha  pene- 
trado en  el  aire  burlando  la  visriiancia  de  los  gra- 
jos que  dan  la  guardia  de  día. 

PISTETERO. 

jOh  indigno  y  criminal  atentado!  ¿Qué  dios  es? 

MENSAJERO   SEGUNDO. 

Lo  ignoramos;  sólo  sabemos  que  tiene  alas. 

PISTETERO. 

¿Por  que  no  habéis  lanzado  en  seguida  guardias 
en  su  persecución? 

MENSAJERO    SEGUNDO. 

Hemos  enviado  tres  mil  azores,  arqueros  de  ca- 
ballería: todas  las  aves  de  ganchudas  uñas,  cer- 
nícalos, gerifaltes,  buitres,  águilas  y  gavilanes 
vuelan  en  su  busca,  haciendo  resonar  el  aire  con  el 
rápido  batir  de  sus  alas.  El  dios  no  debe  estar  lejos; 
si  no  me  engaño,  helo  ahí. 


<l 


280 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


LAS  AVES. 


-i81 


PISTETERO. 

I  Armémonos  de  la  honda  y  el  arco!  Aquí,  mis 
amiopos;  disparad  todos  vuestras  saetas;  dadme  una 
honda. 

CORO. 

Declárase  una  guerra,  una  guerra  nefanda  entre 
nosotros  y  los  dioses.  Hijos  del  Erebo,  guardad 
cuidadosos  el  aire  y  las  nubes  que  le  entoldan 
para  que  ningún  dios  las  atraviese:  vigilad  todo 
el  circuito.  Ya  se  oye  cerca  un  ruido  de  alas,  como 
el  de  un  inmortal  cuando  vuela. 

(iris  aparece  volando  y  es  dete)ddaj 


PISTETERO. 

¡Eh,  tú!  ¿á  dónde  vuelas'^  Estáte  quieta,  inmó- 
vil, i  Alto!  detente.  ?. Quién  eres"^  ¿De  qué  país'^  Es 
preciso  que  digas  de  dónde  vienes. 

ÍRIS. 

Vengo  de  la  mansión  de  los  dioses  olímpicos. 

PISTETERO. 

¿Cómo  te  llamas,  navio  ó  casco?  (1) 

IRIS. 

La  rápida  iris. 

PISTETERO. 

¿La  Páralos,  ó  la  Salamina?  (2) 

(d)  Navio,  por  las  alas  que  le  sirven  de  velas  ó  de  re- 
mos; y  casco,  por  el  penacho. 

(2)  Pistetero  continúa  fijo  en  su  idea  de  que  Iris  es  una 
nave.  La  Páralos  y  la  Salamina  eran  las  dos  galeras  sa- 
gradas, célebres  por  su  velocidad.  Véase  antes  la  nota  so- 
íre  la  Salamina. 


IRIS. 

¿Qué  dices? 

PISTETERO. 

¿No  habrá  un  gerifalte  (1)  que  emprenda  el  vue- 
lo y  se  lance  sobre  ella? 

IRIS. 

¿Que  se  lance  sobre  mí?  ¿Qué  significan  estos  ul- 
trajes? 

PISTETERO. 

Vas  á  llorará  mares. 

ÍRIS. 

Pero  esto  es  absurdo. 

PISTETERO. 

¿Por  qué  puerta  has  penetrado  en  la  ciudad 
gran  malvada?  ' 

ÍRIS. 

¿Por  qué  puerta?  No  lo  sé,  por  vida  mia. 

PISTETERO. 

¿OÍS  cómo  se  burla  de  nosotros?  ¿Te  has  pre- 
sentado al  capitán  de  los  grajos?  Responde. 
¿Traes  un  pase  autorizado  con  el  sello  de  las  ci- 
güeñas? 

ÍRIS. 

¿Qué  es  esto? 

PISTETERO. 

¿No  lo  traes? 

IRIS. 

¿Estás  en  tu  juicio? 


(1)    Escoge  esta  ave  por  ser  hene  coleatus,  'zplopxoc. 


282 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


í28a 


PISTETERO, 

¿No  te  ha  enviado  un  salvo-conducto  algún  jefe 
de  las  ave3V 

ÍRIS. 

Nadie  me  ha  enviado  nada,  imbécil. 

PISTETERO. 

¿Y  te  has  atrevido  á  atravesar  en  silencio  el  aire 
y  una  ciudad  extrañad 

ÍRIS. 

¿Pues  por  dónde  hemos  de  pasar  ios  dioses.^ 

PISTETERO. 

No  lo  sé;  pero  no  por  aqui.  Lo  cierto  es  que  tú 
has  delinquido.  ¿Sabes  que  si  te  aplicase  la  pena 
merecida  nos  ap9deraríamos  de  ti  y  moriría  la 
bella  iris? 

ÍRIS. 

Soy  inmortal. 

PISTETERO. 

No  por  eso  dejarlas  de  morir.  Esto  es  insopor- 
table; mandamos  en  todos  los  seres  del  mundo, 
y  ahora  nos  vienen  los  dioses  echándoselas  de 
insolentes  y  neg-ándose  á  obedecer  á  los  más 
fuertes.  Vamos,  contesta:  ¿á  dónde  dirigías  tu 
vueloy 

IRIS. 

¿Yo?  llevo  encargo  de  mi  padre  de  ordenar  á  los 
hombres  que  ofrezcan  victimas  á  los  dioses  del 
Olimpo;  que  inmolen  bueyes  y  ovejas,  y  llenen  las 
calles  con  el  humo  de  los  sacrificios. 

PISTETERO. 

¿Qué  dices?  ¿á  qué  diosesa 


IBIS.  » 

¿A  qué  dioses?  á  nosotros,  á  los  dioses  del  cielo. 

PISTETERO. 

¿Pero  vosotros  sois  dioses.^ 

ÍRIS. 

¿Pues  qué,  hay  otros? 

PISTETERO. 

Las  aves  son  ahora  los  dioses  ae  los  hombres;  y 
á  ellas,  por  vida  mia,  han  de  ofrecerse  los  sacrifi- 
cios y  no  á  Júpiter. 

ÍRIS. 

¡Ah,  insensato,  insensato!  no  provoques  las  gra- 
ves iras  de  los  dioses;  g-uarda  que  la  Justicia,  ar- 
mada del  terrible  azadón  de  Júpiter,  no  extirpe  de 
raíz  toda  tu  raza;  teme  que  sus  rayos  vengadores 
te  reduzcan  á  cenizas  con  todos  tus  palacios.  (1) 

PISTETERO. 

Oye,  déjate  de  palabras  campanudas,  y  estáte 
quieta.  Dime,  ¿crees  que  me  vas  á  espantar  con  ese 
lenguaje,  como  si  fuese  algún  esclavo  lidio  ó  de  la 
Frigia?  (2;.  ¿Sabes  que  si  Júpiter  me  molesta  más, 
enviaré  águilas  igníferas  que  incendien  su  morada 
y  el  palacio  de  Anfión  (3).  ¿Sabes  que  puedo  man- 
dar al  cielo  contra  él  más  de  seiscientos  alados 
porfiriones  (4)  cubiertos  con  pieles  de  leopardos?  Y 


(1)  Parodia  del  estilo  tpágico. 

(2)  Parodia  del  verso  686  de  la  Alceste  de  Eurípides. 

(3)  Tomado  de  la  Niobe  de  Esquilo. 

(4)  Nombre  de  un  pájaro  y  de  un  gigante.  Su  denomi^ 
nación  vulgar  es  polla  sultana.  Sabido  es  en  qué  grave 
aprieto  pusieron  los  gigantes  á  Júpiter. 


284 


COMEDIAS  DE  ARISTOF.\>ES. 


cuenta  que  uno  solo  le  dio  mucho  que  hacer.  Y  á 
tí,  bella  mensajera,  como  me  incomodes,  te  ag'arro 
y  te  doy  á  conocer,  con  asombro  tuyo,  que,  aunque 
viejo,  pocos  me  ganan  en  las  lides  amorosas. 

iRIS. 

¡Ojalá  revientes,  estúpido,  con  tus  dicharachos! 

PISTETERO. 

¿Te  marchas  ó  no'^  ¡Larg'o  pronto!  ¡Cuidado  con 
los  g-olpes! 

ÍRIS. 

¡Ahí  mi  padre  castig-ará  tu  insolencia. 

PISTETERO. 

¡Vaya  un  susto!  ¡Vuela,  vuela,  vete  á  llenar  con 
el  humo  y  el  hollín  de  tus  rayos  á  otros  más  jóve- 
nes que  yo! 

CORO. 

Queda  prohibido  á  los  dioses,  hijos  de  Júpiter, 
el  paso  por  nuestra  ciudad;  prohíbese  también  á 
los  mortales  cuando  les  ofrezcan  sacrificios  el  que 
heg^an  atravesar  por  aquí  el  humo  de  sus  víctimas. 

PISTETERO. 

Temo  que  no  acabe  de  volver  el  heraldo  que  en- 
vié á  los  hombres. 


LAS  AVES. 


^285 


UN  HERALDO* 

¡Oh  feliz  Pistetero!  ¡Oh  sapientísimo!  ¡Oh  cele- 
bérrimo! ¡Oh  sapientísimo!  ¡Oh  hermosísimo!  ¡Oh 
felicísimo!  ¡Oh...  Vamos,  apunta  (1). 


(1)    El  Escoliasta  dice  que  la  frase  aparte  debe  enten- 


PISTETERO. 

¿Qué  estás  diciendo? 

EL  HERALDO. 

Todos  los  pueblos,  admirados  de  fcu  sabiduría,  te 
ofrecen  esta  corona  de  oro. 

PISTETERO. 

La  acepto;  pero  ¿por  qué  los  pueblos  me  decretan 
tan  señalado  honor? 

EL   HERALDO. 

Til  no  sabes,  ilustre  fundador  de  una  ciudad 
aérea,  la  inmensa  estimación  en  que  te  tienen  los 
mortales,  y  la  afición  extraordinaria  que  se  ha  des- 
arrollado por  este  país.  Antes  de  que  echases  los 
cimientos  de  esta  célebre  ciudad,  todos  los  hom- 
bres atacados  de  la  lacomanía  se  dejaban  crecer 
el  cabello,  ayunaban,  iban  sucios,  vivían  socráti- 
camente (1),  y  llevaban  bastones  espartanos;  ahora 
ha  cambiado  la  moda  y  les  domina  la  manía  por 
las  aves,  complaciéndose  en  imitar  su  modo  de  vi- 
vir. En  cuanto  apunta  el  alba  saltan  todos  á  la  vez 
del  lecho  y  vuelan,  como  nosotros,  á  su  pasto  ha- 
bitual; después  se  dirigen  á  los  carteles  y  se  atracan 
de  decretos.  Su  manía  por  las  aves  es  tan  garande, 
que  muchos  llevan  nombres  de  volátiles:  un  taber- 
nero cojo,  se  llama  perdiz;  Menipo,  g-olondrina; 
Opuncio,  cuervo  tuerto;  Filócles,  alondra;  Teó- 
g-enes,  g'anso-zorro;  Licurg-o,  ibis;  Querefon,  mur- 
ciélago;  Siracosio,  urraca;  y  Midias  se  llama  codor- 

derse:  «hazme  callar.»  Boissonade  propone  la  interpreta- 
ción que  seguimos.  ^ 
(1)    V.  Las  Nubes,  v.  835. 


286 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   AVES. 


287 


niz,  porque,  en  efecto,  tiene  toda  la  traza  de  una 
codorniz  muerta  de  un  porrazo  en  la  cabeza  (1).  La 
pasión  por  las  aves  hace  que  se  canten  versos, 
donde  es  de  ri^or  hablar  de  g-olondrinas,  de  pené- 
lopes,  de  ^nsos,  de  palomas,  ó  por  lo  menos  alg-o 
de  plumaje.  Así  anda  la  cosa.  lAh!  te  advierto 
que  pronto  vendrán  aquí  más  de  diez  mil  personas 
pidiéndote  alas  y  g'arras  g'anchudas;  por  tanto,  ya 
puedes  hacer  provisión  de  plumas  para  los  nuevos 
huéspedes. 

PI?TETERO. 

Entonces  no  hay  tiempo  que  perder.  Anda,  llena 
de  alas  todos  los  cestos  y  cestillos,  y  di^e  á  Ma- 
nes (2)  que  me  los  trai^  aquí.  Yo  me  encarg-o  de 
recibir  á  los  que  ven^n. 

CO.10. 

Esta  ciudad  va  á  ser  pronto  muy  populosa. 

PISTETERO. 

Si  la  fortuna  nos  favorece. 

CORO. 

El  amor  á  nuestra  ciudad  se  propag-a. 

PISTETERO  (Al  esclavo). 
Trae  eso  pronto. 

CORO. 

¿Qué  falta  en  ella  de  cuanto  puede  hacer  g-rata 
su  mansión?  Aquí  se  encuentran  la  Sabiduría,  el 
Amor,  las  Gracias  inmortales,  y  el  plácido  sem- 
blante de  la  querida  Paz. 


(i)    Habia  en  Atenas  riñas  de  codornices  á  semejanza 
de  las  de  gallos. 
(2)    Nombre  de  esclavo. 


PISTETERO. 

jQué  calma,  justo  cielo!  Trae  eso  pronto. 

CORO. 

Sí,  traed  pronto  un  cesto  lleno  de  alas;  y  tú  hazle 
moverse  á  palos,  como  lo  hag-o  yo:  es  más  pesado 
que  un  asno. 

PISTETERO. 

Sí,  Manes  es  un  perezoso. 

CORO. 

Tú,  pon  en  orden  esas  alas,  las  musicales  (1),  las 
proféticas  (2),  las  marítimas  (3).  Procura  después 
que  cada  uno  se  lleve  las  que  le  conveng^an. 

PISTETERO  (A  Manes). 

;Ah,  lo  juro  por  los  cernícalos!  esta  no  te  la  per- 
dono, si  continúas  tan  perezoso  y  tardón. 


UN  PARRICIDA. 

¡Quién  fuera  el  ágnila  de  altísimo  vuelo,  para 
cernerse  sobre  las  ondas  cerúleas  del  estéril 
mar!  (4). 

PISTETERO. 

Veo  que  el  mensajero  dijo  la  verdad;  ahí  viene 
no  sé  quién  cantando  á  las  ág-uilas. 

EL  PARRICIDA.. 

íOh,  nada  hay  tan  delicioso  como  volar!  Yo  adoro 


(i)    Es  decir,  de  ruiseñores,  de  alondras,  de  cisnes  y 
demás  aves  cantoras. 

(2)  De  águilas,  cornejas,  etc. 

(3)  De  porfiriones,  gaviotas,  mergos,  etc. 

(4)  Parodia  del  Enomao  de  Sófocles. 


288 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


las  leyes  de  los  pájaros;  la  afición  á  las  aves  me 
vuelve  loco;  yo  vuelo,  yo  quiero  vivir  con  vosotros, 
soy  apasionado  por  vuestras  leyes. 

PISTETERO. 

¿Por  cuáles?  pues  las  aves  tienen  muchas  cla- 
ses (1). 

EL  PARRICIDA. 

Por  todas;  más  principalmente  por  esa  en  virtud 
de  la  cual  es  licito  á  un  pájaro  morder  á  su  padre  y 
retorcerle  el  pescuezo. 

PISTETERO. 

Es  verdad,  nosotros  tenemos  por  muy  valiente 
al  que,  pollito  aún,  peg-a  á  su  padre. 

EL  PARRICIDA. 

Por  eso  he  emigi'ado  á  esta  reg'ion;  deseo  estran- 
gulará mi  padre  para  heredar  toaos  sus  bienes. 

pistí:tero. 

Pero  tenemos  también  otra  ley  inscrita  en  la  co- 
lumna de  edictos  de  las  cigüeñas:  «Cuando  la  ci- 
»güeña  haya  criado  sus  hijos  y  los  haya  puesto  en 
» disposición  de  volar,  éstos  tendrán  á  su  vez  obli- 
j>gacion  de  alimentar  á  sus  padres.» 

el  parricida. 

jPues  bastante  he  ganado  con  venir,  si  tongo 
que  sostener  á  mi  padre! 

PISTETERO. 

No,  no;  ya  que  con  tan  benévolas  intenciones 
has  acudido  á  nosotros,  te  emplumaré  como  con- 


(1)    La  palabra  que  en  griego  significa  ley,  sólo  se  dife- 
rencia en  el  acento  de  la  que  significa  pasto. 


289 

ven,  te  daré  un  buen  conseje,  que  aprendí  en  mi 
mnez.  No  maltrates  á  tu  padre;  coge  esta  ala  en 
una  mano  y  ese  espolón  en  la  otra;  figúrate  que 
tienes  una  cresta  de  gallo,  y  haz  guardias,  vete  á 
!f  ™'  ^'^'  ^"  *"  estipendio,  y  deja  en  paz  á  tu 

C  /í  ^^'  'T  *^^  ^'^^'"^^»  ^'^'^^^  t^  vuelo  á 
Tracia  (2),  y  combate  allí. 

EL   parricida. 

¡PorBacoItu  consejo  me  parece  excelente,  y  lo 
seguiré.  '  ^ 

PISTETERO 

Obrarás  discretamente. 


CINESIAS. 

Vuelo  al  Olimpo  con  ligeras  alas  (3^; 
Y  á  su  batir  resuelto  voy  cruzando  ' 
Las  sendas  de  la  gaya  poesía... 

PISTETERO. 

Este  va  á  necesitar  un  fardo  entero  de  alas. 

CINESIAS. 

Otras  nuevas  buscando, 

Mi  cuerpo  y  mi  indomable  fantasía... 


m    t^n^T  ^•''^""  P^í'^^  "^"'«do  el  huérfano. 
Aristófanes.  anchado   y  pretencioso  parodia 


TOMO  II. 


19 


*290 


COMEDIAS  I)E  ARISTÓFANES. 


PI3TETER0. 

Un  abrazo  á  Cinesias,  el  Tilo  (1).  ¿A  qué  vienen 
dando  vueltas  á  tu  pié  cojo? 

CINESIAS. 

Quiero,  ansio  ser  ave, 

Ser  ruiseñor,  y  con  gorjeo  suave... 

PISTETERO. 

Basta  de  música,  y  explícame  tus  deseos. 

CINESIAS. 

Pónme  alas;  pues  anhelo  subir  por  los  aires  y  re- 
coger  de  las  nubes  nuevos  cantos,  aéreos  y  caligi- 
nosos. 

PISTETERO. 

^.Cantos  en  las  nubes? 

CINESIAS. 

Sí;  en  ellas  estriba  hoy  todo  nuestro  arte.  Los 
más' brillantes  ditirambos  son  aéreos,  caliginosos, 
tenebrosos,  alados.  Pronto  lo  verás;  escucha. 

PISTETERO. 

No,  no  oigo  nada. 

CINESIAS. 

Pues  oirás,  mal  que  te  pese: 

En  forma  de  volátil, 
Cuyo  ondulante  cuello 
Surca  del  éter  fúlgido 
La  azul  inmensidad, 
Recorreré  los  aires, 


(í)  Cinesias  era  muy  alto  y  delgado.  El  epiteto//*mí' 
(de  tilo)  que  Aristófanes  le  da,  puede  significar  largo  y  es- 
trecho como  una  percha. 


íHopí  (1). 


LAS  AVES. 

Que  te  obedecen  ya. 

PISTETERO. 


291 


CINESIAS. 

í Ahí  íquién  con  vuelo  rápido 
Al  hálito  vehemente 
Cediendo  de  los  ímpetus 
De  indómito  Aquilón, 
Pudiera  sobre  el  piélago 
Cernerse  bramador! 

PISTETERO. 

.Ya  reprimiré  yo  tus  hálitos  é  ímpetus. . . ! 

CINESIAS. 

Y  ora  hacia  el  Noto  cálido 
Enderezando  el  vuelo 
Ora  á  la  región  frígida 
Del  Bóreas  glacial, 
El  oleaje  férvido 
Del  éter... 

1  vaya  una  hábil  e  ingeniosa  invención! 

PISTETERO. 

¿No  deseabas  volar? 

CINESIAS. 

¿Así  tratas  á  un  poeta  ditirámbico  que  se  disnu- 
tan  todas  las  tribus?  ^ 

PISTETERO. 

¿Quieres  quedarte  con  nosotros  y  enseñar  á  la 
loi  remeíos"  '""  ^"'  '"  '''  "'"''  ''  '"^«^«^^  ^^^tenerse  á 


292 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LaS  aves. 


293 


tribu  Ceropia  un  coro  de  aves  voladoras,  tan  li- 
gero como  el  espirituado  Leotrófides  (1). 


CINESIAS. 


Te  burlas  de  mi,  está  claro.  Pero  no  importa;  ten 
presente  que  no  descansaré  un  momento  basta 
que  surque  los  aires,  transformado  en  pájaro. 


UN  DELATOR. 

Di,  golondrina  de  alas  esplendentes 
Por  la  Febea  luz  tornasoladas, 
^.Quiénes  son  esas  aves  indigentes 
De  tan  varios  plumajes  adornadas?  (2) 

PISTETERO. 

El  mal  toma  serias  proporciones.  Otro  se  acerca 
zumbando. 

EL    DELATOR. 

«Por  la  Febea  luz  tornasoladas,»  repito. 

PISTETERO. 

Creo  que  esa  canción  la  dirige  á  su  manto,  por- 
que parece  que  tiene  necesidad  urgente  de  la  vuelta 
de  la  golondrina  (3). 

EL    DELATOR. 

¿Quién  distribuye  alas  á  los  recien  llegados? 

PISTETERO. 

Yo  mismo;  pero  es  preciso  decir  para  qué.  . 


(i)    Leotrófides  era  un  poeta  ditipámbico  notable  por 
su  flacura  y  palidez. 

(2)  Versos  tomados  de  Alceo, 

(3)  Es  decir,  de  la  primavera,  porque  su  raido  manto 
no  le  podia  librar  del  frió. 


EL  DELATOR. 

íAlas!  íNeoesito  alas!  (1)  No  me  preguntes  más. 

PISTETERO. 

¿Acaso  quieres  volar  en  línea  recta  á  Pelene?  (2) 

EL    DRLATOR. 

No;  soy  acusador  de  las  islas  (3),  delator... 

PISTETERO. 

¡Buen  oficio! 

EL    DELATOR. 

E  investigador  de  pleitos.  Quiero  tener  alas,  para 
prar  con  rapidez  mi  visita  á  las  ciudades  y  citar  á 
los  acusados. 

PISTETERO. 

¿Los  citarás  mejor  teniendo  alas? 

EL    DELATOR. 

No,  por  Júpiter;  pero  podré  librarme  de  ladro- 
nes,  y  volveré  como  las  grullas,  trayendo  por  las- 
tre infinitos  procesos. 

PISTETERO. 

¿Y  esa  es  tu  ocupación?  jCómo!  ¿Siendo  joven  y 
robusto,  te  dedicas  á  delator  de  extranjeros? 

EL    DELA.TOR. 

¿Qué  he  de  hacer?  No  sé  cavar. 


(1)  Parodia  del  verso  de  Los  Mirmidones  de  Esauilo- 
«íArmas!  ¡necesito  armas!  ¡necesito  armas'» 
/tnii  ^'"ííad  de  Acaya,  notable  por  los  mantos  de  abrieo 
que  en  ella  se  fabrican.  Era  la  PaUncia  de  los  griegos 
JntLní!fi.o^®"'f  "'^^  obligaban  á  sus  aliados  insulares  v 
mPírS-''^ r  '  ^'"^^  '"'  "^«^^'^«  ^  'os  tribunales  de  la 
m^ho'-  ^''?'  ^"^  ^'^  ""  ^^J^™^"  írravísimo,  lo  defiende, 
sm  embargo,  Jenofonte  en  su  República  Ateniense 


S94 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


HSTETERO. 

Pero,  por  Júpiter,  hay  otras  ocupaciones  con  las 
cuales  un  he  mbre  de  tu  edad  puede  ganarse  hon- 
radamente la  vida,  sin  acudir  al  vil  oficio  de  zur- 
cidor  de  procesos. 

EL    DELATOR. 

Amigo  mió,  no  te  pido  consejos,  sino  alas. 

PISTETERO. 

Ya  te  doy  alas  con  mis  palabras. 

EL   DELATOR. 

¿Cómo  puedes  con  palabras  dar  alas  á  un  hombre'^ 

PISTETERO. 

Las  palabras  dan  alas  á  todos. 

EL    DELATOR. 

¿A  todos*^ 

PISTETERO. 

¿No  has  oido  muchas  veces  en  las  barberías  á  los 
padres  decir  hablando  de  los  jóvenes:  «Son  terri- 
bles las  alas  para  la  3quitacion  que  le  han  dado 
á  mi  hijo  las  palabras  de  Diitréfes  (1).»  «Pues  yo, 
dice  otro,  tengo  un  hijo  que  en  alas  de  la  imagina- 
ción ha  dirigido  su  vuelo  á  la  tragedia.» 

EL  DELATOR. 

¿Luego  las  palabras  dan  alas? 

PISTETERO. 

Ya  te  he  dicho  que  sí:  ellas  elevan  el  espíritu,  y 
levantan  al  hombre.  He  ahí  por  qué  con  mis  útiles 


(1)  Diitréfes  era  un  rico  que  tenía  muchos  caballos.  Ya 
hemos  visto  en  Las  Nubes  que  la  afición  á  lo  equitación  era 
muy  común  y  ruinosa  en  los  jóvenes  atenienses. 


LAS  AVES. 


295 


consejos  pretendo  yo  levantar  tu  vuelo  á  una  pro  - 
fesion  más  honrada. 

EL    DELATOR. 

Pero  yo  no  quiero. 

PISTETERO. 

¿Pues  qué  harás? 

EL    DELATOR. 

No  quiero  desmerecer  de  mi  raza:  el  oficio  de  de- 
lator está  vinculado  á  mi  familia.  Dame,  pues,  rá- 
pidas  y  ligeras  alas  de  gavilán  ó  cernícalo,  para 
que,  en  cuanto  haya  citado  á  los  isleños,  pueda 
regresar  á  Atenas  á  sostener  la  acusación,  y  volar 
en  seguida  á  las  islas. 

PISTETERO. 

Comprendo:  á  fin  de  que  el  isleño  sea  condenado 
aquí,  antes  de  llegar. 

EL    DELATOR. 

Precisamente. 

PISTETERO. 

Y  después,  mientras  él  navega  en  esta  dirección,, 
volar  tú  allá  y  arrebatarle  todos  sus  bienes. 

EL     DELATOR. 

Exacto.  Deseo  ser  un  verdadero  trompo. 

PISTETERO. 

A  propósito  de  trompos:  tengo  aquí  excelentes 
alas  de  Corcira  (1). 

EL   DELATOR. 

iPobre  de  mí!  jEs  un  azotel 


{i)    Esto  se  lo  dice  enseñándole  unos  azotes  de  cuero. 
Los  de  Corcira  tenían  fama. 


296 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


297 


PISTETERO. 


íFuera  áe  aquí  volando!  ¡Lárofate  pronto,  canalla 
insoportable!  Ya  te  haré  yo  sentir  lo  que  se  g^na 
corrompiendo  la  justicia.  fAl  esclavo. J  Recojamos 
las  alas  y  partamos. 


CORO. 


En  nuestro  vuelo  hemos  visto  mil  maravillas, 
mil  increibles  prodig-ios.  Hay  lejos  de  Cardias  (1)  uu 
árbol  muy  extraño  llamado  Cleónimo,  completa- 
mente inútil,  aunque  grande  y  tembloroso.  En  pri- 
mavera produce  siempre,  en  vez  de  yemas,  dela- 
ciones; y  en  invierno,  en  vez  de  hojas,  deja  caer 
escudos.  Hay  también  un  país,  junto  á  la  reg'ion 
de  las  sombras  en  los  desiertos  oscuros,  donde  los 
hombres  comen  y  hablan  con  los  héroes,  excepto 
á  la  noche;  cuando  ésta  llegu,  su  encuentro  es  peli- 
groso. Pues  si  algrun  mortal  tropezare  entonces 
con  Oréstes  (2),  sería  despojado  dé  sus  vestidos,  y 
molido  á  palos  de  pies  á  cabeza. 


PROMETEO. 

iQué  desgraciado  soy!  Procuremos  que  no  me 
vea  Júpiter.  ¿Dónde  está  Pistetero? 


(1)  Cardias  era  una  ciudad  de  Tracia  cuyo  nombre 
significa  corazón  ó  valor.  Esto  y  lo  siguiente  son  burlas  so- 
bre la  cobardía  de  Cleónimo,  tantas  veces  mencionada. 

(2)  Célebre  ladrón,  cuyo  encuentro  era  peHi^roso  de 
noche.  Véase  la  nota  al  verso  i.i67  de  ¿os  Acamienses. 


PISTETERO. 

íOh!  ¿qué  es  esto?  ¿Un  hombre  tapado? 

PROMIíTEO. 

¿Ves  algrun  dios  detras  de  mí? 

PISTETERO. 

Ning-uno,  por  vida  mía.  ¿Pero  quién  eres? 

PROMETEO. 

¿Qué  hora  es? 

PISTETERO. 

¿Qué  hora?  Un  poco  más  del  medio  dia.  ¿Pero 
quién  eres? 

PROMETEO, 

¿Es  el  declinar  del  dia  ó  más  tarde? 

PISTETERO. 

íOh,  qué  fastidioso! 

PROMETEO. 

¿Qué  hace  Júpiter?  ¿Disipa  ó  amontona  las  nu- 
bes? (1). 

PISTETERO. 

¡Vete  al  infiemoí 

PROMETEO. 

Entonces,  me  descubriré. 

PISTETERO. 

íOh,  querido  Prometeo! 

PROMETEO. 

iCuidadoI  ¡cuidado!  ¡no  grites! 

PISTETERO. 

¿Qué  ocurre? 


(i)    Trata  de  saber  si  está  el  cielo  cubierto  ó  despejado. 


1 1  vi 


298 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


299 


PROMETEO. 

iSilencio!  no  pronuncies  mi  nombre;  soy  perdido 
si  Júpiter  me  lleg-a  á  ver  aquí.  Si  me  cubres  la  ca- 
beza con  esta  sombrilla,  para  que  no  me  vean  los 
dioses,  te  contaré  todo  lo  que  pasa  en  el  Olimpo. 

PISTETRRO. 

¡Ah,  ja,  ja!  idea  excelente  y  dig'na  de  Prometeo. 
Métete  pronto  aquí  debajo,  y  habla  sin  temor. 

PROMETEO. 

Escucha,  pues. 

PISTETERO. 

Soy  todo  oidos:  habla.  • 

PRDMETEO. 

Júpiter  está  perdido. 

PISTETERO. 

¿Desde  cuándo? 

PROMETEO. 

Desde  que  habéis  fundado  esta  ciudad  en  el  aire. 
Ningún  mortal  ofrece  ya  sacrificios  á  los  dioses, 
y  no  sube  hasta  nosotros  el  humo  de  las  víctimas. 
Privados  de  todas  sus  ofrendas,  ayunamos  como  en 
las  fiestas  de  Céres  (1).  Los  dioses  bárbaros,  enfure- 
cidos por  el  hambre,  g'ritan  como  los  Ilirios,  y  ame- 
nazan bajar  contra  Júpiter,  si  no  hace  que  vuelvan 
á  abrirse  los  mercados,  para  que  puedan  introdu- 
cirse las  entrañas  de  las  víctimas, 

PISTETERO. 

¿Luég-o  hay  dioses  bárbaros  que  habitan  encima 
de  nosotros? 


PROMETEO. 

¿Pues  si  no  hubiese  dioses  bárbaros,  cuál  podría 
ser  el  patrón  de  Execéstides?  (1). 

PISTETERO. 

¿Y  cómo  se  llaman  esos  dioses? 

PROMETEO. 

¿Cómo?  Tribalos  (2). 

PISTlíTERO. 

Comprendo.  De  ahí,  sin  duda,  viene  la  frase: 
«Ojalá  te  trituren»  (3) . 

PROMETEO. 

Está  claro.  Te  asegruro  que  pronto  bajará  para 
estipular  las  condiciones  de  paz  una  embajada  de 
Júpiter  y  de  los  Tribalos  superiores;  pero  vosotros 
no  debéis  hacer  pacto  alg-uno  mientras  Júpiter  no 
restituya  el  cetro  á  las  aves,  y  te  dé  por  esposa  á 
la  Soberanía. 

PISTETERO. 

¿Quién  es  la  Soberanía? 

PROMETEO. 

Una  hermosísima  doncella  que  maneja  los  rayos 
de  Júpiter  y  á  cuyo  carg-o  están  todas  las  demás 
cosas:  la  prudencia,  la  equidad,  la  modestia,  la 
marina,  las  calumnias,  la  tesorería,  y  el  pag-o  del 
trióbolo. 


(A)    Duraban  cinco  días  y  se  ayunaba  el  tercero. 


(1)  Apolo  era  el  patrono  de  los  ciudadanos  de  Atenas 
como  Execéstides  era  extranjero,  su  patrono  debia  de 
serlo  también. 

(2)  Nombre  de  un  pueblo  de  Tracia. 

(3)  'EitexpiSítj  c,  tiene  cierta  semejanza  con  Tribalo, 


300 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


301 


PISTETERO. 

De  modo  que  es  un  administrador  universal. 

PROMETEO . 

Precisamente.  De  suerte  que  si  te  la  otor^,  se- 
rás dueño  de  todo.  He  venido  para  darte  este  conse- 
jo, pues  siempre  he  querido  mucho  á  los  hombres. 

PISTETERU. 

Es  verdad;  tú  eres  el  único  dios  á  quien  debe- 
mos los  asados  (1). 

PROMETEO. 

Sabes  también  que  aborrezco  á  todos  los  dioses. 

PISTETERO. 

Sí,  tú  fuiste  siempre  su  enemig-o. 

PROMETEO. 

ün  verdadero  Timón  (2)  para  ellos.  Pero  dame 
la  sombrilla  para  que  me  vaya  cuanto  antes;  si  Jú- 
piter me  ve  asi  desde  el  cielo,  creerá  que  voy  si- 
gniendo  á  una  Canéfora  (3). 

PISTETERO. 

Para  fing-ir  mejor,  cog^e  este  asiento  y  llévatelo 
con  la  sombrilla. 


CORO. 


En  el  país  de  los  Esciápodas  (4)  hay  un  pantano 


(1)  Prometeo  regaló  el  fuego  á  los  hombres,  incur- 
riendo por  esto  en  el  enojo  de  Júpiter. 

(2)  Célebre  misántropo. 

(3)  Ya  hemos  vjsto  en  Los  Acarnünses  que  era  costum- 
bre llevar  un  quitasol  detras  de  las  Canéforas. 

(4)  Seres  fabulosos  que  habitaban  en  la  zona  tórrida. 
Sus  pies  eran  más  grandes  que  el  resto  del  cuerpo,  de 


donde  evoca  los  espíritus  el  desaseado  Sócrates; 
allá  fué  también  Pisandrc  (1),  pidiendo  ver  su  alma 
que  le  habia  abandonado  en  vida;  traía  un  camello 
por  víctima  en  vez  de  un  cordero,  y  cuando  lo  de- 
golló, dio  un  paso  atrás  como  Ulíses  (2):  después 
Querefon  (3),  el  murciélag-o,  subió  del  Orco  para 
beber  la  sangre. 


NEPTÜNO. 

Estamos  á  la  vista  de  Nefelococigfia,  á  cuya  ciu- 
dad venimos.  fAl  THhalo.)  ;Eh,  tú!  ¿qué  haces?  ¿Te 
echas  el  manto  sobre  el  hombro  izquierdo?  ¿No 
lo  cambias  al  derecho?  (4)  í  Cómo !  desdichado, 
¿tendrás  el  mismo  defecto  que  Lespódias?  (5) 
jOh  democracia!  ¿á  dónde  vamos  á  parar?  ¡Verse 
los  dioses  obligados  á  elegir  semejante  emba- 
jador! 


suerte  que  cuando  el  calor  se  dejaba  sentir  con  exceso 
adoptaban  la  posición  cuadrúpeda  y  se  servian  de  uno  de 
sus  pies,  como  de  quitasol,  de  donde  les  vino  el  nombre 
de  esciápodas.  Aristófanes  coloca  á  los  filósofos  socráticos 
en  este  país,  para  indicar  su  constitución  física  empobre- 
cida por  las  cavilaciones,  y  su  poca  policía. 

(1)  Este  orador  era  notable  por  su  cobardía.  El  mismo 
Jenofonte,  de  ordinario  inofensivo,  dice  de  él  en  el  Ban- 
quett,  que  no  se  atrevía  á  mirar  de  frente  una  lanza.  fVéase 
La  Paz.  395.  nota.)  ^ 

(2)  Vid.  Homero,  Odisea,  ix. 

(3)  Véase  la  nota  correspondiente  en  Las  Nubes. 

(4)  Lo  ordinario  era  recoger  el  manto  sobre  el  hombro 
izquierdo,  como  nuestros  embozos. 

(5>  General  que  para  cubrirse  las  úlceras  de  las  piernas 
se  dejaba  caer  el  manto. 


302 


COMKDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


303 


EL  TRIBALO. 


Déjame  en  paz. 


NEPTUNO. 

¡Peste  de  estúpido!  No  he  visto  dios  más  bárbaro. 
Díme,  Hércules,  ?.qué  haremos? 

HÉRCULES. 

Ya  lo  has  oido;  mi  intención  es  estran^lar, 
sea  el  que  sea,  á  ese  hombre  que  nos  ha  bloqueado. 

NEPTUNO. 

Pero,  amigo  mió,  si  hemos  sido  enviados  á  tratar 
de  la  paz. 

HÉRCULES. 

Razón  de  más  para  estrang'ularle. 

PISTETERO  (1). 

Alárgpame  el  rallador;  trae  silfio;  dame  queso; 
atízalos  carbones. 

HÉRCULES  (2). 

Mortal,  tres  dioses  te  saludan. 

PISTETERO. 

Lo  cubro  de  silfio. 

HÉRCULES. 

¿Qué  carnes  son  esas? 

PISTETERO. 

Son  unas  aves  que  se  han  sublevado  y  conspi- 
rado contra  el  partido  popular. 

HÉRCULES. 

¿Y  las  cubres  primero  de  silfio? 


(1)  Fingiendo  no  haberlos  visto. 

(2)  Dulcificando  la  voz  á  la  vista  de  los  preparativos 
culinarios. 


PISTETKRü. 

¡Salud,  oh  Hércules!  ¿Qué  ocurre? 

HÉRCULES. 

Venimos  enviados  por  los  dioses  para  cortar  la 
guerra. 

UX  CRIADO. 

No  hay  aceite  en  la  alcuza. 

PISTETERO. 

Pues  estos  pajarillos  tienen  que  estar  bien  re- 
hog-ddos. 

HÉRCULES. 

Nosotros  nada  granamos  con  hacer  la  ^erra;  y 
vosotros,  si  sois  nuestros  amigos,  tendréis  siempre 
agua  de  lluvia  en  las  balsas  y  disfrutaréis  de  dias 
serenos.  Venimos  perfectamente  autorizados  para 
estipular  sobre  este  punto. 

PISTETERO. 

Nunca  hemos  sido  los  agresores,  y  ahora  mismo 
estamos  dispuestos  á  hacer  la  paz  que  deseáis  si 
os  avenís  á  una  condición  equitativa:  tal  es  la  de 
que  Júpiter  nos  devuelva  el  cetro  á  las  aves.  Des- 
pués de  arreglado  este  particular,  invito  á  los  em- 
bajadores á  comer. 

HÉRCULES. 

Por  mí  eso  basta,  y  declaro.. . 

NEPTUNO. 

¿Qué?   ídesdichado!  Eres  glotón  é  imbécil.  ¿Así 
piensas  despojar  del  mando  á  tu  padre? 

PISTETERO. 

Te  equivocas.  ¿Acaso  no  seréis  más  poderosos  si 
las  aves  reinan  sobre  la  tierra?  Ahora,  ai  abrigo  de 


304 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


las  nubes  y  bajando  la  cabeza,  los  mortales  perju- 
ran impunemente  de  vosotros;  pero  si  tuvieseis 
por  aliadas  á  las  aves,  cuando  alguno  jurase  por  el 
cuervo  y  por  Júpiter,  el  cuervo  se  acercaría  furti- 
vamente al  perjuro,  y  le  saltarla  un  ojo  de  un  pi- 
cotazo. V 

NEPTUNO. 

¡Bien  dicho,  por  Neptuno!  (1). 

HÉRCULES. 

Me  parece  lo  mismo. 

piSTETRRO  fAl  Tríbalo). 
Y  tú,  ¿qué  opinas? 

EL   TRIBALO. 

Nabaisatreu  (2). 

PISTETERO. 

¿Lo  ves?  es  de  la  misma  opinión.  Oid  otra  de  las 
ventajas  que  nuestra  alianza  os  proporcionará.  Si 
un  hombre  ofrece  un  sacrificio  á  alg'uno  de  vos- 
otros, y  después  difiere  su  realización  diciendo: 
«Los  dioses  tendrán  paciencia,»  y  por  avaricia  no 
cumple  su  voto,  nosotros  le  obligaremos. 

NEPTUNO. 

¿Cómo?  ¿De  qué  manera? 

NEPTUNO. 

Cuando  nuestro  hombre  esté  contando  su  di- 
nero, ó  sentado  en  el  baño,  un  gavilán  le  arreba- 
tará, sin  que  lo  note,  el  precio  de  dos  ovejas  y  se  lo 
llevará  al  dios  burlado. 


305 


(4)    Neptuno  jura  burlescamente  por  sí  mismo. 
(í)    Jerga  ininteligible. 


'  HÉRCULES. 

Confirmo  mi  declaración  de  que  debe  devolvér- 
sele el  cetro. 

NEPTUNO. 

Pregninta  á  Tríbalo. 

HÉRCULES. 

íÉh,  Tríbalo!  ¿quieres...  una  paliza? 

EL    TRIBALO. 

Saunaca  bactaricrousa. 

HÉRCULES. 

Dice  que  con  mucho  gusto. 

NEPTUNO. 

Si  ambos  sois  de  esa  opinión,  yo  me  adhiero 
4  ella. 

HÉRCULES. 

Consentimos  en  la  devolución  del  cetro. 

PISTETERO. 

íPor  vida  mia,  si  me  olvidaba  de  otra  condicionl 
Dejo  á  Júpiter  su  Juno;  pero  exijo  que  me  dé  por 
esposa  á  la  joven  Soberanía. 

NEPTUNO. 

Está  visto  que  no  quieres  la  paz.  Retirémonos. 

PISTETERO. 

Poco  me  importa.—  Cocinero,  que  esté  sabrosa 
la  salsa. 

HÉRCULES. 

i  Qué  particular  es  este  Neptuno !  ¿  A  dónde 
vas?  ¿Hemos  de  emprender  la  guerra  por  una 
mujer? 

NEPTUNO. 

¿Pues  qué  hemos  de  hacer? 

TOMO  II.  20 


306 


COMEDIAS  DE  «ARISTÓFANES. 


I-AS  AVES. 


HÉRCÜLEá. 

¿Qué?  la  paz. 

NEPTUNO. 

¡Cómo!  ¿No  conoces,  imbécil,  que  te  está  en^- 
ñando?  Tú  mismo  te  arruinas.  Si  Júpiter  muere 
después  de  haberle  entregado  el  mando,  quedarás 
reducido  á  la  miseria,  pues  á  ti  han  de  pasar  todos 
los  bienes  que  tu  padre  deje  &  su  muerte. 

PISTETERO. 

¡Ah,  desdichado!  ¡Cómo  trata  de  confundirte! 
Vén  acá  y  te  diré  lo  que  hace  al  caso.  Tu  tio  te  en- 
o-aña,  pobre  ami^o;  según  la  ley,  no  puedes  here- 
dar ni  un  hilo  de  los  bienes  paternos,  porque  eres 
hijo  bastardo  y  no  leg-ítimo 

HÉRCULES. 

¿Yo  bastardo?  ¿Qué  dices? 

PISTETERO. 

La  pura  verdad:  por  ser  hijo  de  una  mujer  ex- 
tranjera. Y  si  no,  dime:  ¿cómo  Minerva,  siendo 
hembra,  pudiera  ser  única  heredera  de  Júpiter,  si 
tuviera  hermanos  leg-ítimos? 

HÉIICULES. 

¿Y  si  mi  padre  al  morir  me  leg-a  la  parte  corres- 
pondiente á  los  bastardos? 

PISTETERO. 

La  ley  no  se  lo  permite.  El  mismo  Neptuno  que 
ahora  te  provoca  será  el  primero  en  disputarte 
la  herencia  paterna,  aleg-ando  su  cualidad  de 
hermano  legítimo.  Escucha  el  texto  de  la  ley  de 
Solón:  «El  bastardo  no  puede  heredar  si  hay  hijos 
legítimos.  Si  no  hay  hijos  legítimos,  la  herencia 


307 

debe  pasar  á  los  colaterales  más  próximos»  (1). 

HÉRCULES. 

¿Luego  ningún  derecho  tengo  á  suceder  á  mi 
padre? 

PISTETERO. 

Ninguno  absolutamente.  Dime:  ¿tuvo  tu  padre  cui- 
dadode  inscribirteen el  registrode  alguna  tribu? (2). 

HÉRCULES. 

No  por  cierto;  y  á  la  verdad  esto  me  admiraba. 

PISTETERO. 

Déjate  de  miradas  feroces  y  de  amenazas  al 
cielo.  Vive  con  nosotros,  que  yo  te  nombraré  rey 
y  te  procuraré  una  vida  á  pedir  de  boca. 

HÉRCULES. 

Pues  bien,  creo  justa  tu  petición  de  la  doncella 
y  te  la  concedo. 

PISTETERO. 

Y  tú  ¿qué  dices? 

NEPTUNO. 

Yo  me  opongo. 

PISTETERO. 

La  resolución  del  asunto  depende  del  Tribalo 
?.Que  opinas  tú? 

EL  TRIBALO. 

La  grande  y  hermosa  doncella  la  Soberanía,  al 
pajaro  la  concedo  (3). 


0)    El  texto  déla  ley  está  en  prosa . 
^.^2^  lormahdad  que  sólo  se  llenaba  con  los  hijos  legí- 

bpis^de^Tliifnin'V"''  'I  ''"^^'^^  ^^  '•'^«  incorrectas  pala- 
ms  del  Tiibalo.  Sus  colegas  no  le  comprenden  bien. 


308 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  AVES. 


309 


HÉRCULES. 

Dice  que  la  concede. 

NEPTUNO. 

No  por  Júpiter,  no  dice  que  se  la  concede  sino 
en  caso  de  que  emigre  como  las  golondrinas. 

PISTETERO. 

Lueg-o  d:ce  que  es  necesario  concedérsela  á  las 
golondrinas.  Arreglaos  les  dos  como  podáis,  y  es- 
tipulad las  condiciones:  yo,  puesto  que  asi  os 
agrada,  me  callaré. 

HÉR";ULES  . 

Nos  place  concederte  cuanto  pides.  Vente  pronto 
con  nosoiros  al  cielo,  y  te  se  entregará  la  Sobera- 
nía y  todo  lo  demás. 

PISTETERO. 

Estas  aves  han  sido  muertas  con  mucha  oportu- 
nidad para  las  bodas. 

HÉRCULES. 

¿Queréis  que  entretanto  me  quede  yo  á  asarlas? 
Vamos,  idos. 

NEPTUNO. 

¿Tú  abarlas?  Eres  muy  glotón.  ¿No  vienes  con 
nosotros.^ 

HÉRCULES. 

¡Qué  bien  lo  hubiera  pasadol 

PISTETERO. 

Traedme  un  vestido  nupcial. 


CORO. 

En  Fánes  (1),  junto  á  la  Clepsid-a,  vive  la  per- 
fida  nación  de  los  Englotogastros  (2),  que  siegan, 
siembran,  vendimian  y  recogen  los  higos  (3)  con 
la  lengua;  son  de  raza  bárbara,  y  entre  ellos  se  en- 
cuentran los  Górgiasy  Filipos  (4).  Estos  Filipos 
Englotogastros  han  sido  la  causa  de  que  se  intro- 
dujese en  el  Ática  la  costumbre  de  cortar  aparte  la 
lengua  de  las  victimas  (¿)). 


UN  MENSAJERO. 

jOh  vosotros  cuya  dicha  no  puede  expresarse  con 
palabras;  raza  de  las  aves  tres  veces  feliz,  recibid 
al  nuevo  rey  en  vuestras  afortunadas  mansiones.' 
Ya  se  acerca  á  su  palacio  resplandeciente  de  oro, 
rodeado  de  un  esplendor  que  envidiarían  los  as- 
tros: el  claro  sol  no  ha  bríllado  nunca  tanto  como 
la  esposa  que  trae  coasigo,  beldad  incomprensible 
en  cuya  diestra  vibra  el  alado  rayo  de  Júpiter:  los 
más  deliciosos  perfumes  suben  hasta  el  cielo.  ¡Es- 


(1)  Nombre  de  un  puerto  en  la  isla  de  Quios.  Envuelve 
la  idea  de  delación  y  es  una  alusión  á  los  sicofantas  v  ora- 
dores . 

(2)  Palabra  compuesta  de  dos  que  significan  lengua  y 
vientre,  es  decir,  los  que  viven  del  producto  de  su  lengua. 

(3)  La  palabra  aOxov,  higo,  entra  en  la  composición  de 
sicofanta  ó  delator. 

(4)  Gorgias,  célebre  retórico  y  sofista.  Platón  dio  su 
nombre  á  uno  de  sus  más  bellos  diálogos.  Filipo  se  cree 
que  era  un  delator. 

(5)  V.  la  Paz,  verso  1.060. 


3i0 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS  AVES. 


341 


pectáculo  encantador!  Una  nube  de  perfumes  im- 
pulsada por  los  Céfiros  se  eleva  en  ondulante  co  - 
lumna.  Hele  ahí.  Musa  divina,  abre  tus  sagra- 
dos labios,  y  entona  cantos  propicios. 


SRMICORO. 

¡Atrás!  ¡A  la  derecha!  lA  la  izquierda!  jadelan- 
tel  (1)  ¡revolotead  en  torno  de  ese  mortal  feliz,  que 
la  fortuna  colme  de  sus  bienes.  ¡Ahí  ¡qué  g'racia! 
¡qué  hermosura!  ¡Oh  matrimonio  dichoso  para  esta 
ciudad!  ¡Gloria  á  ese  hombre!  Él  ha  abierto  nue- 
vos é  inmensos  horizontes  á  las  aves.  Saludadle 
con  el  canto  nupcial;  saludad  también  á  su  es- 
posa la  Soberanía. 

SEMICORO. 

Entre  semejantes  himnos  enlazaron  las  Parcas  á 
la  olímpica  Juno  con  el  rey  de  los  dioses,  de  su- 
blime trono.  ¡Oh  Himeneo!  ¡Himeneo!  El  sonrosado 
Amor  de  áureas  alas  tenía  las  riendas  y  dirig-ia  el 
carro  en  las  bodas  de  Júpiter  y  la  celeste  Juno. 
¡Oh  Himeneo!  ¡Himeneo! 

PISTETERO, 

Me  deleitan  vuestros  himnos,  me  complacen 
vuestros  cantos,  me  hechizan  vuestras  palabras. 
Celebrad  ahora  el  mu^r  de  los  truenos  subterrá- 
neos, los  relámpag'os  brillantes  del  nuevo  Júpiter, 
y  sus  terribles  y  deslumbradores  rayos. 


CORO. 

¡Oh  áureo  fulg-or  del  relámpaofo!  ¡Oh  dardos  in- 
flamados de  Júpiter!  ¡Oh  mugidos  subterráneos  y 
retumbantes  truenos,  nuncios  de  la  lluvia!  En  ade- 
lante, por  orden  de  nuestro  rey,  haréis  temblar  la 
tierra.  A  la  posesión  de  la  bella  Soberanía  debe  este 
poder  inmenso.  ¡Oh  Himeneo!  ¡Himeneo! 

PISTETERO. 

Aves  de  toda  especie,  seguidme  al  palacio  de 
Júpiter  y  al  tálamo  nupcial.  Dame  la  mano,  es- 
posa querida.  Cógeme  de  las  alas,  y  bailemos.  Yo 
te  elevaré  por  los  aires. 

CORO. 

¡Ea!  ¡ea!  ¡Pean!  jViva  el  ilustre  vencedor!  ¡Viva 
el  más  grande  de  los  dioses! 


FIN  DE  LAS  AVES. 


(4)    Tecnicismo  coreográfico. 


LISÍSTRATA 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Lisistrala,  como  quien  dice  Pacifica,  pues  la 
etimología  de  esta  palabra  hace  pensar  en  el  li- 
cénciamiento de  las  tropas  (1),  es  un  nombre  muy 
adecuado  á  la  protagonista  de  ana  comedia  cuyo 
objeto,  como  el  de  Los  Acamiemes,  Las  Aves  y  La 
Paz,  es  apartar  á  los  Atenienses  de  una  guerra 
interminable  y  desastrosa. 

Lisistrata,  esposa  de  uno  de  los  ciudadanos  más 
influyentes  de  Atenas,  harta  de  los  males  de  la 
guerra  que  afligen  á  su  patria,  y  viendo  el  nin- 
gún ínteres  que  el  pueblo  manifiesta  por  termi- 
narlos, decídese  á  hacerlo  por  sí  misma,  reuniendo 
al  efecto  á  las  mujeres  de  su  país  y  de  los  demás 
pueblos  beligerantes,  y  comprometiéndolas  solem- 
nemente á  abstenerse  de  todo  trato  con  sus  man- 


i  íífl    A^'  '"  !"*""'  ®'  An'^nimo  autor  de  su  Drefacio- 


316 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


317 


dos  mientras  éstos  no  estipulen  la  deseada  paz.  Al 
mismo  tiempo  que  se  pacta  esta  resistencia  pasiva, 
otras  mujeres  se  apoderan  de  la  cindadela  y  se  ha- 
cen car^o  del  tesoro  en  ella  custodiado,  persuadi- 
das de  que  la  falta  de  recursos  contribuirá  no  me- 
nos que  los  estímulos  del  amor,  á  la  pacificación  de 
Grecia.  En  efecto,  el  miedo  de  perder  su  salario  de 
jueces  trae  pronto  á  las  puertas  de  la  cindadela 
una  turba  de  viejos  animados  de  proyectos  incen- 
diarios, que  son  rechazados  mediante  un  diluvio  de 
a^a  y  otro  de  desvergüenzas,  que  las  sitiadas  y 
el  refuerzo  de  otra  legión  mujeril  arrojan  sin  con- 
sideración sobre  todos  ellos. 

Un  magistrado  que  acude  después,  es  también 
victima  del  descoco  femenino,  y  ve  arrollados  y  s> 
papeados  por  la  nata  y  ñor  de  las  verduleras  ate- 
nienses á  todos  los  arqueros  de  su  guardia. 

No  obstante  este  triunfo,  la  situación  va  hacién- 
dose insostenible  dentro  y  fuera  de  la  cindadela. 
A  Lisistrata  le  cuesta  un  trabajo  infinito  evitar  la 
deserción  de  sus  soldados,  que  inventan  mil  pre- 
textos especiosos  para  volver  á  sus  casas;  mien- 
tras los  hombres  no  aciertan  á  vivir  más  tiempo 
separados  desús  mujeres. 

En  esto  llega  un  heraldo  de  Lacedemonia,  pin- 
tando con  vivos  colores  los  males  que  también  allí 
afligen  al  sexo  feo;  en  vista  de  lo  cual,  hay  mutuo 
envío  de  embajadores  entre  ambas  ciudades,  y  se 
llega  por  fin  á  estipular  la  paz.  Una  vez  aceptado 
este  acuerdo,  ábrense  las  puertas  de  la  cindadela, 
las  mujeres  se  reúnen  á  sus  esposos,  y  las  ciuda- 


des rivales  olvidan  sus  rencores,  entre  cantos,  dan- 
zas y  festines,  himnos  á  los  dioses,  burlas  y  alga- 
zara. 

Lo  que  más  llama  la  atención  en  esta  comedia  es, 
además  de  la  libertad  con  que  el  poeta  trata  en  ella 
de  los  asuntos  más  graves  del  Estado,  la  obsceni- 
dad abominable  que  en  ella  domina,  tanto  en  el 
asunto,  como  en  los  cuadros  y  detalles. 

^  Ya  en  las  otras  piezas  de  Aristófanes  habrán  po- 
dído  observar  nuestros  lectores  cuan  poco  se  res- 
peta el  pudor  y  la  decencia  en  el  teatro  griego, 
por  más  que  hemos  tratado  de  disimular  sus 
desnudeces  con  el  velo  de  una  púdica  perífrasis; 
pero  en  la  Lisistrata  esta  precaución  es  imposi- 
ble, porque  estando  basada  toda  la  comedia  en  la 
singular  tortura  decretada  contra  los  hombres,  to- 
das las  pinturas  son  de  una  libertad  escandalosa, 
digna  del  obsceno  pincel  de  Petronio,  Marcial, 
Apuleyo  y  Casti.  Así  es  que,  después  de  haber 
vacilado  mucho  tiempo  sobre  si  debíamos  verter 
al  castellano  sus  impúdicas  escenas,  sólo  nos  he- 
mos decidido  á  hacerlo  ante  la  consideración  de 
que  los  lectores  tienen  derecho  á  conocer  por  com- 
pleto el  teatro  de  Aristófanes;  y  aun  con  todo,  nos 
hemos  visto  obligados  á  poner  en  latín  las  escenas 
de  más  subida  obscenidad,  por  si  esta  versión, 
destinada,  como  todos  los  libros  de  esta  especie, 
sólo  á  personas  ilustradas  y  maduras,  llegase  á 
caer  en  manos  inexpertas. 

Aparte  de  este  defecto  capital,  que  afea  la  Lisis- 
trata,  no  puede  monos  de  reconocerse  que  bajo  el 


318 


NOTICIA    PRELIMINAR. 


punto  de  vista  puramente  literario  abundan  ea  ella 
bellezas  estimables. 

El  carácter  de  la  protag-onista  está  muy  bien 
trazado  y  sostenido,  observándose  en  él  cierto  de- 
coro y  dig'nidad  que  contrasta  agradablemente  con 
las  indecencias  de  la  comedia.  La  primera  escena, 
dice  Brumoy,  es  digna  del  arte  más  depurado,  y 
no  lo  son  menos  todas  aquellas  en  que  se  ponen  en 
juego,  con  admirable  verdad,  todos  los  recursos 
de  la  coquetería  y  la  astucia  femeniles.  Es  de  no- 
tar también  el  leng'uaje  rudo  y  leal  de  los  Em- 
bajadores de  Esparta,  y  tampoco  puede  menos  de 
verse  con  agrado  el  valor  y  puro  patriotismo  que 
revelan  en  Aristófanes  la  energía  con  que,  de- 
safiando las  iras  del  populacho  inconstante,  se 
atreve  á  decirle  sin  rodeos  las  verdades  más 
amargas. 

La  representación  de  la  Lisistraia,  seg'un  se  de- 
duce de  varios  de  sus  pasajes  (1)  y  afirma  rotunda- 
mente uno  de  sus  prefacios,  tuvo  lugar  el  año  412 
antes  de  nuestra  era,  ó  por  lo  menos  entre  el  vigé- 
simo y  vigésimotercero  de  la  Guerra  del  Pelopo- 
neso. 


(1)  Lisistrata  se  qut-ja  (v.  104)  de  que  su  marido  hace 
siete  meses  que  eslá  de  guarnición  en  Pilos,  que  fué  reco- 
brado por  los  Lacedeinonios  el  año  23  de  la  guerra;  habla 
después  de  la  defección  de  los  Milenios  (v.  108),  que  tuvo 
lugar  al  principio  del  año  vigtsimo  de  la  guerra.  La  alu- 
sión á  desastres  recientes  (v.  586)  só',o  puede  referirse  á 
los  de  Sicilia,  y  ¡a  liberlMd  con  que  habla  de  l'isandro  hace 
suponer  que  estaba  ya  abolido  el  gobierno  oligárquico  de 
los  Cuatrocientos,  que  cayeron  en  el  año  21  de  la  guerra 
(Véase  Tucídides,  viii). 


PERSONAJES. 


LiSÍSTRATA. 

Calónice. 

MÍRRINA. 

Lámpito. 

Coro  de  ancianos. 
Coro  de  mujeres. 
Estratílis. 
In  Magistrado. 


'  Algunas  mujeres. 
Cinesias. 
Un  muchacho. 

In  Heraldo  de  Lacedemonia. 
Embajadores  de  Lacedemonia. 
Algunos  Curiosos. 
Un  Ateniense. 
Arqueros. 


La  escena  en  Atenas:  plaza  pública, 


LISÍSTRATA. 


LISfSTRATA  (sola). 

¡Ahí  si  se  las  hubiese  citado  á  una  fiesta  de 
Baco,ódePan  ó  de  Venus  Colíade  ó  Genetílide  (1), 
la  multitud  de  tambores  no  permitiría  transitar 
por  las  calles.  Ahora  no  viene  ninguna,  excepto 

Ionice"^"*  ^^"^^  *^"^  ^^^  ^^  ^"^  °*'*-  ^^^"'^'  *^*- 

CALÓNICB. 

Salud,  Lisístrata.  ¿Qué  es  lo  que  te  aflig-e?  Serena 

(1)    Las  divinidades  citadas  dop  í  ¡«jktrato  n»n«  #  a 
favorables  á  la  crápula  y  la  disolu^cl  K  '  ifcap  iíf 
brenombre  de  CoHade,  dado  á  Venus/ el  Esco^Kcn/n?» 

t^^i  ^  ^1""*' ''"«  ««  """<5  loUade,  del  nombre  de  lo^ 
miembros  desatados.  Sóbrela  advocación  ris^l./V-S 
véase  Las  Nubes,  nota  al  verso  52  ™"'"'"  ''e  ffm«ftrf,f 


i 


TOMO  U. 


SI 


322 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


tu  frente,  hija  mia;  no  te  sienta  bien  ese  fruncido 
ceño. 

LISÍSTRATA. 

Calónice,  me  hierve  la  sangre.  Me  avergüenzo  de 
mi  sexo;  los  hombres  pretenden  que  somos  astutas. . . 

CALÓNICE. 

.    Y  lo  somos,  por  Júpiter. 

LISÍSTRATA. 

Y  cuando  se  las  dice  que  acudan  á  este  sitio, 
para  tratar  de  un  importante  asunto,  duermen  en 
vez  de  venir.  • 

CALÓNICE. 

Ya  vendrán,  querida:  las  mujeres  no  pueden  sa- 
lir tan  fácilmente  de  casa.  Una  está  ocupada  con 
su  marido;  otra  despierta  á  su  esclavo;  otra  acuesta 
á  su  hijo;  aquella  le  lava  ó  le  da  de  comer. 

LISÍSTRATA. 

Más  graves  son  estos  cuidados. 

CALÓNICE . 

Pero  sepamos  para  qué  nos  convocas.  ¿Qué  cosa 
es?  ¿Es  grande? 

LISÍSTRATA. 

Es  grande. 

CALÓNICE. 

¿Es  gruesa? 

LISÍSTRATA. 

Es  gruesa. 

CALÓNICE. 

¿Pues  cómo  no  hemos  venido  todas? 

LISÍSTRATA. 

No  es  lo  que  te  figuras,  pues  de  serlo  ni  una  hu- 


LISÍSTRATA.  jgS 

biera  faltado.  Se  trata  de  uu  plan  que  yo  he  tra- 
zado y  revuelto  en  todos  sentidos  durante  mis 
insomnios.  ^^ 

CALÓNICE. 

Precisamente  habrá  de  ser  muy  sutil  para  darlo 
vuelta  en  todos  sentidos. 

LISÍSTRATA. 

«f?K  '°*'I  ''"^  '*  '*^^^'=^°'^  ^^  la  Grecia  entera 
estriba  en  las  mujeres. 

CALÓNICE. 

¿En  las  mujeres?  Liviano  es  su  fundamento. 

LISÍSTRATA. 

En  nosotras  está,  ó  el  salvar  la  república,  ó  el 
destruir  completamente  á  losPeloponesios.... 

CALÓNICE. 

m,?y  Men.^""^"  °'  "°"  ^"^  muestra;  me  parece 

LISÍSTRATA. 

Y  aníquüar  á  todos  los  Beocios. 

CALÓNICE. 

A  todos  no;  perdona  siquiera  á  las  anclas  (1). 

LISÍSTRATA. 

A  Atañas  no  la  desearé  semejante  cosa;  pero  se 

ZiZ7  Í'ÍV'^''-  ^'  ''  ^°^  ^^''^'"^  todas  las 
mujeres  del  Peloponeso  y  la  Beocia,  quizá,  aunando 

nuestros  esfuerzos,  pudiéramos  salvar  á  ¿retía 

CALÓNICE. 

¿Pero  acaso  las  mujeres  pueden  Uevar  á  cabo 
Cojiis.^"  """"'  ^'''^  '*»  "*"'»'"'»«  <I««  eran  las  del  lago 


324 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


empresa  alguna  ilustre  y  sensata?  Nosotras,  que 
nos  pasamos  la  vida  encerradas  en  casa,  muy  pin- 
tadas y  adornadas,  vestidas  de  túnicas  amarillas  y 
flotantes  cimbéricas  (1),  y  calzadas  con  elegantes 
peribárides  (2). 

LISÍSTRATA. 

Precisamente  en  eso  tengo  yo  puestas  mis  espe- 
ranzas de  salvación;  en  las  tánicas  amarillas,  en  los 
perfumes,  en  el  colorete,  en  las  peribárides,  en  los 
vestidos  transparentes. 

CALÓNICE. 

¿Cómo? 

LISÍSTRATA. 

De  suerte  que  ninguno  de  los  hombres  de  hoy 
dia  levantará  su  lanza  contra  los  otros... 

CALÓNICE. 

Por  las  dos  diosas,  me  teñiré  de  amarillo  una  tú- 
nica. 

LISÍSTRATA. 

Ni  embrazará  el  escudo... 

CALÓNICE. 

Me  pondré  una  cimbérica. 

LISÍSTRATA. 

Ni  empuñará  la  espada. 

CALÓNICE. 

Compraré  unas  peribárides. 

LISÍSTRATA. 

¿Pero  no  debían  ya  estar  aquí  todas  las  mujeres? 


LISÍSTRATA. 


325 


(1)    Especie  de  túnica  que  no  se  sujetaba  coQ  ceñidor, 
^2)    Especie  de  calzado. 


CALÓNICE. 

Volando  debían  de  haber  venido  hace  tiempo. 

LISÍSTRATA. 

íAy  amiga  mía!  Has  de  ver  que  llegan  dema- 
siado  tarde  como  verdaderas  Atenienses.  No  se  dis- 
üngue  mngana  mujer  de  la  costa  ni  de  gala- 

CALÓNICE. 

Pues  de  esas  ya  sé  que  se  han  embarcado  muy 
de  madrugada  (1).  ^ 

LISÍSTRATA. 

Tampoco  vienen  las  Acarnienses,  que  yo  es- 
peraba  y  confiaba  que  estarían  aquí  las  prime- 
ras  {^j. 

CALÓNICE. 

Pues  la  mujer  de  Teógeaes  (3),  sin  duda  pen- 
sando  acudir,  consultó  ayer  la  estatua  de  Hécate 

í^'  7!.   T^  ^'^•"'^'''  y  °*'*^«'  y  ^t"-»"-  ¡Toma! 
itoma!  ¿de  dónde  son?  ^ 

LISÍSTBATA. 

DeAjiagriro(4). 

««o ^dHos  equívocos  indecentes  de  ";^e  ^^^74^^ 

«J}}J^'}  ^"^^'  P'"',^"^  habiendo  sido  su  país  muv  castí. 

farseía  plz.®'"""*'''  '^''"'"  ^'  '''  ■»*«  soUcTas  en^rocu- 

(3)    Teógenes  era  un  hombre  rico  y  suDerslicioso  «..p 

t.tnn.^T"  '"«'•«encia  vulgar,  de  los  honores  y  la  buen¿ 


326 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CALÓNICE. 

Es  verdad;  parece  que  todo  Anagii'o  se  nos  viene 
encima. 


MÍKRINA. 

¿Quizá  llegamos  tarde,  Lisístrata?  ¿Qué  dices? 
¿por  qué  no  respondes? 

LISÍSTRATA. 

No  he  de  elogiar,  Mirrina,  tu  falta  de  puntuali- 
dad en  tan  importante  asunto. 

MÍRRINA. 

¡Si  me  vi  y  me  deseé  para  hallar  mi  ceñidor  á 
oscuras!  Mas,  ya  que  la  cosa  urge,  aquí  nos  tie- 
nes, habla. 

LISÍSTRATA. 

No,  esperemos  un  poco  á  que  lleguen  las  muje- 
res Beocias  y  Peloponesias. 

MÍRRINA . 

Tienes  razón:  mira,  ahí  viene  Lámpito. 


LISÍSTRATA. 

Salud,  Lámpito,  mi  querida  Lacedemonia.  ¡Qué 
bella  eres,  dulcísima  amiga!  iQué  buen  color!  ¡Qué 
robustez!  podrías  estrangular  un  toro. 

LÁMPITO  (1). 

Ya  lo  creo,  por  los  Dióscuros  (2);  como  que 

(1)  Lámpito  era  hija  de  Leotíquides,  mujer  de  Arquida-^ 
mo,  y  madre  de  Agis,  los  tres  reyes  de  Lacedemonia. 

(2)  Juramento  ordinario  de  los  Espartanos.  Todo  lO' 


LISÍSTRATA. 


327 


hago  gimnasia,  y  me  doy  con  los  talones  en  las 
nalgas  (1). 

LISÍSTRATA. 

¡Oh  qué  turgente  seno! 

LÁMPITO. 

Me  estáis  tanteando  como  á  las  víctimas  (2). 

LISÍSTRATA. 

¿De  dónde  es  esa  otra  joven? 

LÁMPITO. 

Por  los  Dióscuros,  es  de  una  de  las  principales 
familias  de  Beocia. 

LISÍSTRATA, 

¡Por  Júpiter,  mi    querida  Beocia!  pareces  un 
florido  jardín. 

CALÓNICE. 

Y  muy  limpio:  le  han  arrancado  todo  el  poleo  (3). 

LISÍSTRATA. 

¿Y  aquella  otra  niña? 

LÁMPITO. 

Es  muy  buena,  por  mi  vida;  pero  es  de  Co- 
rinto  (4). 


que   dicen  Lámpito  y  las  demás  Lacedemonias  está   en 
dialecto  dórico. 

(i)  En  una  especie  de  danza  llamada  Mbasis.  Alusión  á 
los  ejercicios  gimnásticos  que  los  jóvenes  de  ambos  sexos 
hacían  en  Esparta. 


(2)    Para  ver  si  están  gordas. 


(3)  El  poleo  crecia  espontáneamente  y  con  mucha 
abundancia  en  Beocia.  La  Irase  alude  á  una  costumbre  del 
tocador  griego. 

(4)  Célebre  por  sus  muchas  y  bellas  cortesanas,  que  se 
hacían  pagar  muy  caros  sus  favores;  de  donde  vino  el  pro- 
verbio: No  todos  pueden  ir  d  Corinto, 


328 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LiSfSTRATA . 


LISISTRATA. 

Comprendo,  será  buena  como  todas  las  de  allí. 

LÁMPITO. 

¿Pero  quién  ha  convocado  esta  asamblea  de  mu- 
jeres? 

LISÍSTBATA. 

Yo  misma. 

LÁMPITO. 

Pues  dinos  lo  que  deseas. 

LISÍSTRATA. 

Sí  por  cierto,  queridísima  amigfa. 

MÍBRINA. 

Sepamos,  por  fin,  cuál  es  el  gran  negfocio. 

LISÍSTRATA. 

Voy  á  decíroslo;  pero  antes  permitidme  una  sola 
pregimta. 

MÍRRINA. 

Cuantas  quieras. 

LISÍSTRATA. 

¿No  sentís  que  los  padres  de  vuestros  hijos  se 
hallen  lójos  de  vosotras  en  el  ejército?  pues  dema- 
siado sé  que  todas  tenéis  los  maridos  ausentes. 

CALÓNICE. 

El  mío  ipobrecillo!  hace  ya  cinco  meses  que  está 
enTracia  vigilando  á  Eúcrates  (1). 


329 


(i)  General  ateniense,  cuya  lealtad  á  la  república  era 
sospechosa.  Parece  que  las  tropas  de  Atenas  estaban, 
cuando  se  representó  la  Lisütrata^  vigilando  á  los  pueblos 
de  la  Tracia,  y  no  muy  seguros  de  su  general  Eúcrates. 


LISÍSTRATA. 

Siete  hace  que  está  el  mió  en  Pilos  (Ij. 

LÁMPITO. 

El  mió,  cuando  vuelve  alguna  vez  del  ejército, 
descuelga  en  seguida  el  escudo  y  se  marcha  vo- 
lando. 

LISÍSTRATA. 

¡No  queda  un  amante  para  un  remedio,  y  con  la 
defección  de  los  Milesios  se  acabaron  todos  los  re- 
cursos para  consolar  nuestra  viudez!  (2)  Pues  bien, 
si  yo  encontrase  un  medio  de  poner  fin  á  la  guerra,' 
¿querríais  secundarme? 

MÍRRINA. 

Sí,  por  las  dos  diosas,  aunque  tuviese  que  dar  en 
prenda  mi  vestido  y  beberme  el  dinero  el  mismo 

dia  (3). 

CALÓNICE. 

Pues  yo,  aunque  me  tuviese  que  dejar  partir  en 


(1)  En  la  Noticia  preliminar  ^  Los  Caballeros,  Vmos 
que  los  Atenienses  se  habian  apoderado  de  esta  plaza 
luerte  de  los  Lacedemonios:  éstos  no  consiguieron  reco- 
brarla hasta  dos  años  después  de  la  representación  de  la 
^tsmraía,  ó  sea  en  el  22  de  la  guerra  del  Pdoponeso. 

(2)  Lit:  Sed  nec  moechi  relicta  est  scintüla.  Ex  ano 
enm  nos  prodiderunt  Milesii,  ne  olisbum  quidem  vidi  octo 
aigilos  longum  qui  nobis  esselcoriaceum  auxilium.  El  Re- 
verendo P.  Lobineau  hizo,  según  M.  Artaud,  un  sabio  co- 
mentario sobre  tan  resbaladiza  materia.  La  defección  de 
los  Miiesios,  por  consejo  de  Alcibíades,  tuvo  lugar  el  ano 
Vigésimo  de  la  guerra  (Véase  Tuc,  vm,  17). 

(3)  Aristófanes  echa  en  cara  á  menudo  á  las  mujeres  su 
afición  á  la  bebida.  ^ 


330 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LlSiSTRATA. 


331 


dos,   como  un  rodaballo,  y  dar  la  mitad  de  mí 
misma  (1). 

LÁMPITO. 

Yo  subirla  ¿  la  cumbre  del  Taigeto  (2),  si  allí 
hubiese  de  ver  á  la  Paz. 

LISÍSTRATA. 

Pues  bien,  os  lo  diré:  ya  no  bay  para  qué  ocul- 
taros nada.  Oh  mujeres,  si  queremos  oblig-ar  á  los 
hombres  á  hacer  la  paz,  es  preciso  abstenernos... 

MÍRRINA. 

iDe  qué?  habla. 

LISÍSTRATA. 

¿Lo  haréis? 

MÍRHINA. 

Lo  haremos,  aunque  nos  cueste  la  vida. 

LISÍSTRATA. 

Es  preciso  abstenernos  de  los  hombres...  (3) 
¿por  qué  me  volvéis  la  espalda?  ¿Adonde  vais?  ¡Eh, 
vosotras!  ¿por  qué  os  mordéis  los  labios  y  meneáis 
la  cabeza?  ¡Cómo!  ¡Se  os  muda  el  color!  ¡Una  lá- 
grima correl...  ¿Qué  decís?  ¿lo  haréis  ó  no  lo  ha- 
réis? 

MIRRINA. 

Yo  no  puedo,  que  siga  la  guerra. 


(i)  En  el  Banquete  de  Platón,  usa  nuestro  poeta  la 
misma  comparación,  al  desenvolver  su  peregrina  teoría 
sobre  la  belleza  y  el  amor. 

(2)  Monte  de  la  Laconia. 

(3)  Lil:  AbsCitie/idum  está  pene.  La  proposición  de  L¡- 
sístrata  produce  malísimo  efecto  en  su  auditorio. 


CALÓNICB. 

Yo  tampoco,  que  siga  la  guerra. 

LISÍSTRATA. 

¿Eso  dices,  mi  valiente  rodaballo?  ¿tú  que  hace 
un  instante  te  dejabas  partir  en  dos? 

CALÓNICE. 

Sí,  todo  menos  eso.  Mándame  si  quieres  andar 
entre  llamas.  Pero,  querida  Lisístrata,  semejante 
abstinencia...  ¡Eso  á  nada  puede  compararse! 

LISÍSTRATA . 

¿Y  tú? 

MIRRINA. 

También  yo  prefiero  andar  entre  llamas. 

LISÍSTRATA. 

¡Oh  sexo  disoluto!  ¡Y  luego  nos  admiraremos  de 
ser  maltratadas  en  las  tragedias!  Sólo  servimos 
para  el  amor  (1).  Pero,  querida  Lacedemonia,  se- 
cunda mis  proyectos;  que  como  tú  me  ayudes,  aun 
podremos  salvarlo  todo. 

LÁMPITO. 

Muy  triste  es  á  la  verdad  dormir  sin  compañía, 
pero  no  hay  más  remedio;  es  preciso  conseguir  la 
paz  á  todo  trance. 

LISÍSTRATA. 

¡Oh  amiga  queridísima!  ¡única  mujer  digna  de 
este  nombre! 


(i)  Lit:  «No  somos  más  que  Neptuno  y  barca.»  Expre- 
sión proverbial,  cuyo  equivalente  es  el  indicado  en  eí 
texto. 


332 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


33$ 


CALÓNICE. 

Pero  si,  lo  que  Dios  no  quiera,  nos  abstenemos 
completamente  de  lo  que  dices,  ¿consegruiremos 
por  eso  más  pronto  la  paz? 

LISÍSTRATA. 

Mucho  más  pronto,  por  las  diosas.  Permanezca- 
mos en  casa,  bien  pintadas,  y  sin  más  vestidos  que 
una  transparente  túnica  de  Amórgos  (1),  y  los 
hombres  arderán  en  amorosos  deseos.  Si  entonces 
resistimos  á  sus  instancias,  estoy  seg-ura  de  que 
harán  en  seguida  la  paz  (2). 

LÁMPITO. 

Por  eso,  sin  duda,  cuando  Menelao  vio  el  seno 
desnudo  de  Helena,  arrojó  la  espada  (3). 

CALÓNICE. 

Pero,  desdichada,  ¿y  si  nos  abandonan  nuestros 
maridos? 

LISÍSTRATA. 

Entonces,  como  dice  Ferécrates,  «desollaremos 
un  perro  desollado»  (4). 


(1)  Amórgos  era  una  de  las  Cicladas  entre  Náxos  y  Cos. 
Se  fabricaban  en  ella  telas  finísimas,  casi  transparentes,  y 
de  gran  precio.  Algunos  suponen  que  estas  telas  se  llama- 
ban así,  ó  á  causa  de  su  color,  ó  por  la  planta  de  que  es- 
taban hechas.  (V.  SviDxs,  Etym.   «la^n  ;  Pollüx,  vii,  16.) 

(2)  Siempre  que  se  trata  del  amor,  usa  Aristófanes  ex- 
presiones de  una  obscenidad  intraducibie,  aunque  muy 
gráficas. 

(3)  Alusión  á  la  Andrdmaca  de  Eurípides,  v.  620. 

(4)  Este  proverbio  se  aplicaba  á  los  que  se  loman  un 
trabajo  inútil.  Intelligit  femina  venem  coriaceum  de  quo 
supra.  Ferécrates  era  un  poeta  Ci5mico  contemporáneo  de 
Aristófanes  que  citó  ese  proverbio  en  alguna  de  sus  piezas. 


CALÓNICE. 

Esos  simulacros  nada  valen;  ¿y  si  nos  cog'en  y 
nos  arrastran  á  su  alcoba? 

LISÍSTRATA. 

Agárrate  á  la  puerta. 

CALÓNICE. 

¿Y  si  nos  peg-an? 

LISÍSTRATA. 

Cede,  pero  de  mala  gana;  no  puede  haber  placer 
SI  hay  violencia,  i^demás  podemos  atormentarlos 
de  mil  modos.  No  temas ,  pronto  se  cansarán;  es 
imposible  un  goce  no  recíproco. 

CALÓNICE. 

Si  es  esa  vuestra  opinión,  me  adhiero  á  ella. 

LÁMPITO. 

Nosotras  quedamos  en  decidir  á  nuestros  mari- 
dos á  firmar  una  paz  leal  y  franca.  ¿Pero  quién  será 
capaz  de  hacer  otro  tanto  con  el  populacho  ate- 
niense, tan  enamorado  de  la  guerra? 

LISÍSTRATA. 

No  tengas  cuidado;  nosotras  le  persuadiremos. 

LÁMPITO. 

No  lo  conseguirás,  mientras  estén  apasionados 
de  sus  naves  y  se  guarde  en  el  templo  de  Minerva 
aquel  inmenso  tesoro  (1). 

LISÍSTRATA. 

Todo  eso  está  previsto;  hoy  mismo  nos  apodera- 
remos de  la  cindadela.  Las  mujeres  de  más  edad 

(i)  En  él  había  de  reserva  mil  talentos.  El  templo  de 
Mmerva  estaba  en  la  ciudadela. 


334 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


están  encargadas  de  ocuparla  con  pretexto  de  ofre- 
cer un  sacrificio,  mientras  nosotras  nos  concerta- 
mos aquí. 

LÁMPITO. 

Todo  irá  bien,  pues  todo  está  perfectamente  tra- 
zado. 

lisístbata.. 

Entonces,  Lámpito  ¿por  qué  no  nos  compromete- 
mos con  un  juramento  inquebrantable? 

LÁMPITO. 

Pronuncia  tú  la  fórmula,  y  nosotras  juraremos. 

LISÍSTRATA. 

Tienes  razón.  ¿Dónde  está  la  mujer  escita?  (1)  ¿A 
dónde  miras?  Poned  aquí  un  escudo  sobre  la  cara 
convexa,  y  traedme  las  victimas. 

CALÓNICE. 

¿Qué  juramento  vamos  á  prestar,  Lisístrata? 

LISÍSTRATA. 

¿Qué  juramento?  En  Esquilo  se  deg'üella  una 
oveja  y  se  jura  sobre  un  escudo  (2);  nosotras  hare- 
mos lo  mismo. 

CALÓNICE. 

Pero,  Lisístrata  mia,  ¿cómo  hemos  de  jurar  sobre 
un  escudo,  cuando  se  trata  de  la  paz? 

LISÍSTRATA. 

¿Pues  qué  juramento  haremos? 


335 


(1)  Los  alguaciles  y  arqueros  de  Atenas  eran  casi  to- 
dos Escitas;  y  Lisístrata  quiere  conformarse  con  la  cos- 
tumbre. 

(2)  Alusión  á  Los  Siete  contra  Te'bas,  donde  los  jefes 
prestan  un  juramento  en  la  forma  indicada  por  Lisístrata. 


CALÓNICE. 

Cojamos  un  caballo  blanco  (1);  sacrifiquémosle 
y  juremos  sobre  su  cadáver .  ' 

LISÍSTRATA. 

¿Y  dónde  vas  á  hallar  un  caballo  blanco^ 

CALÓNICE. 

¿Pues  cómo  juraremos? 

LISÍSTRATA. 

Voy  á  decírtelo.  Coloquemos  aquí  una  g-ran 
copa  neg^ra  (2),  inmolemos  en  ella  un  cántaro  de 
vino  de  Tásos,  y  juremos  no  mezclarle  ni  una  ffota 
de  asfua. 

LÁMPITO. 

íOh  qué  hermoso  juramento!  No  hay  palabras 
para  elogiarle  bastante. 

LISÍSTRATA. 

Que  me  traigfan  una  copa  y  un  cántaro. 

CALÓNICE. 

Queridísimas  amigras,  ¡qué  enorme  cántaro!  icon 
qué  placer  lo  iremos  vaciando! 

LISÍSTRATA . 

Déjalo  aquí,  y  pon  la  mano  sobre  la  víctima  (3) 
lOh  soberana  Persuasión,  y  tú,  copa  de  la  amistad^ 
aceptad  este  sacrificio  y  sed  propicias  á  las  muje-' 
res!  (4).  '* 


eiíltrü'dM^T.    *'"'"'■'•  '^  "'"^"^ ^'^'•«'  *^'»'-''  ?«* 

(2)  Parodia  de  Esquilo. 

(3)  Para  jurar  se  poníala  roano  sobre  la  víctima- eos- 
tumbre  que  se  ha  conservado.  vicuma,  eos- 

(4)  Dice  esto  echando  vino  en  ]  copa. 


336 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LlSiSTRATA. 


CALÓNICE. 

¡Qué  hermoso  color  tiene  la  sangre!  iqué  bien 
corre!  (1). 

LÁMPITO. 

¡Por  Castor,  qué  buen  olor  despidel 

LISÍSTRATA. 

Amigas  mias,  dejadme  jurar  la  primera  (2). 

CALÓNICE. 

No,  por  Venus,  que  decida  la  suerte  (3). 

LISÍSTRATA. 

Vamos,  Lámpito,  y  vosotras  extended  la  mano 
sobre  la  copa;  después,  que  una  sola,  en  nombre  de 
todas,  repita  mis  palabra?;  asi  prestaréis  el  mismo 
juramento  y  os  comprometeréis  á  guardarlo. 

Ningún  amante^  ningún  esposo.,. 

CALÓNICE. 

Ningún  amante^  ningún  esposo... 

LISÍSTRATA. 

Podrá  acercárseme  enardecido  de  amor,..  Repite. 

CALÓNICE. 

Podrá  acercárseme  enardecido  de  amor...  ¡Ay!  Li- 
sístrata,  me  siento  desfallecer. 

LISÍSTRATA. 

Viviré  castamente  en  mi  casa... 


337 


CALÓNICE. 

Viviré  castamente  en  mi  casa. 

LISÍSTRATA. 

CuMerta  sólo  de  un  transparente  vestido  azafra- 
nado, g  adornada... 

CALÓNICE. 

Cubierta  sólo  de  un  transparente  oestido  azafra- 
nado,  y  adornada... 

LISÍSTRATA. 

A  ande  inspirar  d  mi  esposo  más  ardientes  deseos... 

CALÓNICE. 

Áfinde  inspirará  mi  esposo  más  ardientes  deseos... 

LISÍSTRATA. 

Pero  nunca  cederé  de  buen  grado  á  sus  instancias. .. 

CALÓNICE. 

Pero  nunca  cederé  de  buen  grado  á  sus  instancias... 

LISÍSTRATA. 

y  si,  contra  mi  voluntad,  m  obligase... 

CALÓNICE. 

Y  si,  contra  ?m  voluntad,  me  obligase... 

LISÍSTRATA. 

Permaneceré  inanimada  en  sus  brazos...  (IJ 

CALÓNICE. 

Permaneceré  inanimada  en  sus  brazos...  (2) 


(4)    Esta  circunstancia  era  de  buen  agüero  en  los  sa- 
crificios. 

(2)  La  primera  que  jurase  debia  beber  también  la  pri- 
mera. 

(3)  En  los  festines  parece  que  se  echaban  suertes  para 
fijar  el  orden  en  que  habían  de  beber  los  convidados. 


(1)  Maligne  ei  prabebo  et  motus  non  addam. 

(2)  Hemos  eliminado  la  traducción  de  dos  versos 
cuya  versión  latina  es:  mn  tollam  calceos  sursum  ad  la- 
cunar.  Non  conquiniscam  instar  lecBna  in  culíri  manubrio. 

TOMO  II.  ^2 


338 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 

¡Que pueda  beber  este  vino,  si  cumplo  mi  jura- 
mento!,., 

CALÓNICE. 

¡Qtcepiceda  beber  este  vino,  si  cumplo  mi  jura- 
ynento!,,, 

LISISTRATA. 

¡Y  si  no  lo  cumplo,  que  se  me  llene  esta  copa  de 
agual.,, 

CALÓNICE. 

¡Y  si  no  lo  cumplo,  que  se  me  llene  esta  copa  de 
agua!.,* 

LISISTRATA. 

¿Juráis  todas?  % 

MRRINA. 

Sí,  por  Júpiter. 

LISISTRATA. 

Voy,  pues,  á  sacrificar  la  víctima. 

(Bebe.) 

CALÓNICE. 

Déjame  un  poco,  querida  mia,  para  que  conso- 
lidemos nuestra  amistad. 

LÁMPITO. 

¿Qué  gritos  son  esos? 

LISISTRATA. 

Lo  que  hace  poco  te  decia.  Son  las  mujeres  que 
se  apoderan  de  la  cindadela.  Tú,  Lámpito,  parte  á 
arreg'lar  tus  cosas,  y  déjanos  á  esas  en  rehenes. 
Corramos  nosotras  á  encerrarnos  en  el  alcázar  y  & 
defenderlo  con  las  demás  compañeras,. 


LfSÍSTRATA. 


339 


CALÓNICE. 

¿Crees  que  los  hombres  vendrán  pronto  á  ata- 
camos? 

LISISTRATA. 

Nada  se  me  da  de  ellos.  Ni  el  incendio,  ni  todas 
sus  amenazas,  me  harán  abrir  jamás  aquellas 
puertas,  si  no  aceptan  la  condición  convenida. 

CALÓNICE. 

Nunca,  por  Venus:  de  otro  modo  sería  inmere- 
íadas   ''^''''''''  ^'^  "^""^ '"''"  ^'^''^'^  ^^  ^^^^^  y  °'^^- 


CORO  DE  VIEJOS  (1). 

Anda  Dráces;  guíanos  con  precaución,  aunque' 
te  quebrante  el  hombro  ese  pesado  haz  de  oUvo 
verde.  jQuó  cosas  tan  inesperadas  se  ven  cuando 
se  vive  muchos  añosl  ikj,  Estrimodoroí  ¿Quién  hu- 
Diera  imaginado  nunca  que  habia  de  llegar  un  dia 
en  que  las  mujeres,  esa  peste  de  nuestras  casas, 
aumentadas  por  nosotros  con  tanto  regalo,  se  apo- 
derarían de  la  estatua  de  Minerva,  y  ocuparían  mi 
ciudadela,  y  atrancarian  sus  puertas  con  barras  y 
cerrojos?  Pero  corramos,  corramos  al  alcázar, 
amigo  Filurgo;  rodeemos  de  un  muro  de  faginas  á 
las  inventoras  y  ejecutoras  de  tan  execrable  haza- 

(i)  Acuden  á  los  gritos  de  las  mujeres  carffadn«í  há 
!  emar  á  «f  i„P\^ '"'*'"'1j«^  laspuerJsde  laSadelay 
c.-a  enérgica  *^"'''^  aprestan  á  una  resisten! 


3-iO 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LISISTRATA. 


344 


ña;  hagamos  una  sola  pira,  y  con  nuestras  propias 
manos  abrasemos  á  todas  sin  excepción,  y  á  la  es- 
posa de  Licon  la  primera  (1). 

íNo,  por  Céres,  mientras  yo  viva  no  se  burlarán 
de  nosotros!  Pues  ni  Cleómenes  (2),  cuando  en  otro 
tiempo  se  apoderó  de  la  cindadela,  pudo  dejarla 
con  honor;  á  pesar  de  sus  humos  lacedemonios, 
vióse  obligado  á  capitular  y  á  retirarse  sin  armas, 
sin  más  vestidos  que  una  pequeña  túnica,  lleno  de 
andrajos,  escuálido,  hecho  un  oso  sucio,  como  si  en 
seis  años  no  se  hubiese  lavado.  ¡Oh  qué  sitio  aquel! 
Nuestros  soldados,  coloc  ados  de  diez  y  siete  en  fon- 
do, cerraban  la  salida,  y  no  se  relevaban  ni  para 
dormir.  ¿Y  no  reprimiré  con  mi  sola  presencia  la 
audacia  de  esas  mujeres  aborrecidas  por  Eurípides 
y  todos  los  dioses'^  Si  tal  sucede,  consiento  que 
sean  derribados  mis  trofeos  de  la  Tetrápolis  (3). 

Mas  para  llegar  á  la  cindadela,  aun  tengo  que 
subir  esa  pendiente;  procuremos  arrastrar  estos 
haces,  sin  acudir  á  las  bestias  de  carga;  ¡ay!  las 
leñas  me  destrozan  los  hombros. 

Sin  embargo,  es  necesario  subir,  y  soplar  el 
fuego,  no  vaya  á  apagársenos  y  á  faltarme  al  final 


(4)  Se  cree  que  sea  Lisístrata.  Licon  era  un  demagogo 
que  entregó  Naupacta  á  los  enemigos.  Los  demás  nom- 
bres de  esta  primera  parte  del  coro  son  de  pura  inven- 
ción. 

(2)  Rey  de  Lacedemonia,  que  un  siglo  antes  de  la  re- 
presentación de  la  Lisístrata  consiguió  apoderarse  de  la 
ciudadela.  Tuvo  que  capitular.  (V.  Herod.,  v.  62.) 

(3)  Distrito  del  Ática,  llamado  así  porque  lo  formaban 
cuatro  aldeas:  Maratón,  Enoe,  Probalnito  y  Tricoriso. 


de  la  jornada.  ¡Fú!  ¡fú!  (soplando),  Justo  cielo,  qué 
humo!  Al  salir  del  brasero  se  lanza  sobre  mí,  y  me 
muerde  los  ojos  como  un  perro  rabioso.  Es  fuego 
de  Lémnos  (1),  no  me  cabe  duda;  de  otro  modo  no 
atacaría  tan  cruelmente  mis  ojos  legañosos.  Va- 
mos, Lagnes,  corramos  á  la  ciudadelf»,  y  auxilie- 
mos á  la  diosa.  ¿Cuándo  habrá  ocasión  mejor  de 
socorrerla?  iFú!  ifúl  fsopUndo)]  ¡justo  cielo!  ¡qué 
humo! 

Este  fuego  está  vivo  y  arde  por  la  gracia  de  los 
dioses.  Mas  ¿por  qué  no  depositamos  aquí  nuestros 
haces?  ¿No  sería  mejor  encender  en  el  brasero  un 
manojo  de  sarmientos  y  lanzarlo  contra  las  puer- 
tas, á  modo  de  ariete?  Si  las  mujeres  no  desatran- 
can cuando  se  lo  mandemos,  será  preciso  incendiar 
las  puertas  y  asfixiarlas  con  el  humo.  Dejemos  ya 
la  carga.  jOh!  ioh!  ¡qué  humareda!  ¿No  habrá  por 
ahí  algún  jefe  de  la  expedición  de  Sámos  (2)  que 
me  ayude  á  descargar?  ¡Ah!  por  fin  se  ven  libres 
mis  hombros.  Vamos,  brasero  mío,  atiza  el  fuego, 
y  enciéndeme  cuanto  antes  esta  tea.  Ayúdame,  di- 


(1)  Las  mujeres  de  Lémnos  asesinaron  en  cierta  oca- 
sión á  sus  maridos:  más  tarde,  los  habitantes  de  aquella 
isla,  para  vengarse  de  los  Atenienses  que  les  habian  inju- 
riado, les  arrebataron  muchas  de  sus  mujeres  y  mataron 
los  hijos  que  nacieron  de  este  concubinato.  Todo  esto 
hacía  que  los  isleños  de  Lémnos  tuviesen  malísima  repu- 
tación, formándose  como  expresión  de  esta  idea  la  frase 
Kaxóv  XrifjLvtov,  peste  de  Lémnos,  para  indicar  las  cosas 
peores. 

(2)  Es  decir,  partidario  de  la  democracia,  cuyo  go- 
bierno acababa  de  establecerse,  en  Sámos.  (V.  Tuc,  vm.) 


342 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


vina  Victoria;  castigruemos  la  audacia  de  las  mu- 
jeres dueñas  de  la  ciudadela,  y  erijamos  un  trofeo 
triunfal. 


CORO    DE   MUJERES    (1). 

Amig-as  mias,  creo  disting'uir  humo  y  llamas: 
parece  un  incendio:  acudamos  á  toda  prisa.  Vue- 
la, vuela,  Nicódice,  antes  de  que  Gálica  y  Cristila 
perezcan  asfixiadas,  víctimas  de  las  leyes  más 
crueles  y  de  esos  malditos  viejos!  Pero,  veneran- 
das diosas,  ¿llegaré  demasiado  tarde?  Al  amanecer 
ya  estaba  yo  en  la  fuente,  y  á  duras  penas  con- 
seguí llenar  esta  vasija:  jtanta  era  la  confusión,  el 
tumulto  y  el  estrépito  de  los  cántaros!  A  empello- 
nes con  las  criadas  y  viles  esclavos,  conseguí  salir 
con  mi  agua,  y  ahora  me  apresuro  á  socorrer  á 
mis  amenazadas  compañeras.  Me  han  dicho  que 
unos  viejos  chochos,  cargados  con  haces  de  cerca 
de  tres  talentos  de  peso,  como  para  calentar  un 
baño,  se  dirigían  hacia  aquí  con  desusada  furia, 
gritando,  entre  terribles  amenazas,  que  es  preciso 
tostar  á  las  pérfidas  mujeres.  Pero,  venerable  Mi- 
nerva, haz  que,  en  vez  de  ser  pasto  de  las  llamas, 
consigan  librar  á  la  Grecia  y  á  sus  ciudadanos  de 
los  horrores  de  la  guerra.  Con  este  objeto  ocuparon 
tu  templo,  santa  patrona  de  refulgente  casco  de 


(1)  Distinto  del  primero,  y  compuesto  de  mujeres  que 
acuden  cou  cántaros  de  agua  en  auxilio  de  sus  compa> 
ñeras.  ^ 


USISTRATA. 


343 


oro.  Yo  invoco  tu  auxilio,  ¡oh  Tritogenia!  Si  algún 
hombre  quiere  abrasarlas,  ven  á  traer  agua  con 
nosotras. 

íEh!  ¡eh!  deteneos  (1).  ¿Qué  es  eso,  grandísimos 
canallas?  Los  hombres  honrados  y  piadíJsos  no 
obran  de  esa  manera. 

CORO  DE   VIEJOS. 

¡Ahí  lié  ahí  una  cosa  con  la  cual  no  contábamos: 
un  enjambre  de  mujeres  defiende  el  exterior  de  la 
ciudadela. 

CORO  DE  MUJERES. 

¿Por  qué  nos  teméis?  ¿acaso  os  parecemos  mu- 
chas? Pues  no  veis  ni  la  diezmilésima  parte. 

CORO    DE  VIEJOS. 

Fédrias,  ¿las  permitiremos  charlar  de  ese  modo? 
¿no  convendrá  romperles  un  garrote  en  las  cos- 
tilas? 

CORO  DE  MUJERES. 

Dejemos  en  el  suelo  nuestros  cántaros;  así  no 
nos  estorbarán,  si  alguno  trata  de  sentarnos  la 
mano. 

CORO   DE  VIEJOS. 

Si  las  hubiesen  dado  dos  ó  tres  bofetadas,  como 
á  Búpalo  (2),  no  chillarían  tanto. 


(i)  Otras  ediciones  ponen  estas  palabras  en  boca  de 
Estratílis. 

(2)  Alusión  á  un  verso  en  que  Hippónax  amenazaba  á 
Búpalo.  Este  Búpalo  era  un  escultor  célebre,  que  repre- 
sentó á  Hippónax  con  toda  su  deformidad  natural,  por  lo 
cual  el  poeta  escribió  contra  él  tan  violenta  sátira,  que  el 
escultor  se  ahorcó  desesperado. 


344 


COMEDIAS   DE   ARISTÓFANES, 


LlSÍSTa.^TA. 


CORO  DE  MUJERES. 

Anda,  pég'arae;  aquí  te  espero;  pero  te  aseguro 
que  en  adelante  no  te  ag-arrará  otra  perra  (1). 

CORO  DE  VIEJOS. 

Si  no  callas,  este  g-arrote  se  encarg-ará  de  que  no 
lleg-ues  á  vieja. 

CORO  DE  MUJERES, 

A  ver;  toca  con  un  solo  dedo  á  Estratílis. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Y  si  te  derreng-o  á  puñetazos?  ¿qué  harás  en- 
tonces? 

CORO  DE  MUJERES. 

Te  arrancaré  á  mordiscos  los  pulmones  y  las  en- 
trañas. 

CORO  DE  VIEJOS. 

íAh!  Eurípides  es  el  más  sabio  de  los  poetas:  sí, 
tiene  razón;  la  mujeres  el  animal  más  desverg'on- 
zado. 

CORO  DE  MUJERES. 

Cojamos  nuestros  cántaros,  Rodipa. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Para  qué  traes  esa  agrua,  mujer  aborrecida  de 
los  dioses? 

CORO  DE  MUJERES. 

¿Y  tú  ese  fuego,  cadáver  ambulante?  ¿es  para 
quemarte  á  tí  mismo? 

CORO  DE  VIEJOS. 

Para  encender  una  hoguera  y  quemar  átus 
amigas. 

(i)  Be  nunqmm  alh  canis  íesticulis  te  prehendet; 
dando  á  entender,  quia  ego  iibiprius  avellam. 


345 


con  esta 


CORO  DE  MUJERES. 

Pues  yo  para  apagar  tu  hoguera. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Tú  apagarás  mi  fuego? 

CORO  DE  MUJERES. 

Pronto  lo  verás. 

CORO  DE  VIEJOS. 

No  Sé  Cómo  no  la  tuesto  á  fuego  lento 
lámpara. 

CORO  DE  MUJERES. 

Si  estás  sucio,  te  daré  un  baño. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Tú  á  mí  un  baño,  puerca? 

CORO  DE  MUJERES. 

Sí,  un  baño  nupcial. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Oís  sus  desvergüenzas? 

CORO  DE  MUJERES. 

Por  que  soy  libre. 

CORO  DE  VIEJOS. 

Ya  reprimiré  tus  gritos. 

CORO  DE  MUJERES. 

Yo  haré  que  no  juzgues  más  en  el  Heliástico. 

CORO  DE  VIEJOS. 

Quémale  el  pelo. 

CORO  DE  MUJERES. 

Agua  (1),  cumple  tu  deber,  f Arrojan  el  contenido 
de  sus  ca7itaros  sobre  los  mejos.J 


I 


(i)    Lit.:  Aqueloo,  nombre  de  un  rio. 


346 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


CORO  DE  VIEJOS. 

¡Ay  desdicbadol 

CORO  DE  MUJERES. 

¿Estaba  caliente? 

COBO  DE  VIEJOS. 

¡Sí,  caliente!  Acaba,  ¿qué  haces? 

CORO  DE  MUJERES. 

Te  rieg-o  para  que  reverdezcas. 

CORO  DE  VIEJOS. 

Ya  estoy  seco  y  tiritando. 

CORO  DE  MUJERES. 

Caliéntate,  puesto  que  tienes  fuego. 


UN  MAGISTRADO  (1)- 

¿Las  mujeres  no  han  manifestado  ya  suficiente- 
mente su  licencia  con  tanto  estruendo  de  tambo- 
res, con  tantas  bacanales,  y  con  sus  interminables 
lamentaciones  sobre  los  terrados  en  las  Ado- 
rnas? (2).  El  otro  dia  las  oí  yo  desde  la  asamblea. 


(1)  En  griego  np¿SouXo<;.  Las  atribuciones  de  estos 
magistrados  no  están  bien  definidas:  unos  creen  que  eran 
una  especie  de  jefes  de  policía;  otros  que  su  misión  se  re- 
ducía á  preparar  los  asuntos  que  habían  de  discutirse  en 
el  Senado;  y  otros,  en  fin,  opinan  que  era  un  cargo  ex- 
traordinario creado  en  épocas  críticas,  como  en  tiempo  de 
la  invasión  de  Jérjes  v  después  de  las  derrotas  en  Sicilia. 

h)  Fiestas  en  honor  de  Adonis  que  duraban  dos  días  y 
eran  celebradas  sólo  por  las  mujeres.  En  el  primero  la- 
mentaban su  muerte  dando  gritos  sobre  los  terrados  de  las 
casas;  y  en  el  segundo,  se  regocijaban  como  si  hubiese 
vuelto  á  la  vida. 


Demóstrato  (IJ,  es7¡r¡^r  que  Júpiter  conf^ 
proponía  una  expedición  á  Sicilia;  y  s^S 
danzando  .gritaba;  «;Ayi  ^ayl  íAdónisl/DemóSo 
proponía  después  que  se  hiciera  una  leva  en  Za 
cinto,  y  su  mujer,  ya  beoda,  gritaba  en  el  t  Ld^: 
.^Lamentad  á  Adonisí»  Y  el  maldito  Colocí  ^3(2)* 
aborrecido  por  los  dioses,  se  des^aüitaba  parí  ha- 
cerse oír.  Ved  á  dónde  Ile^a  su  desorden? 

CORO  DE  VIEJOS. 

cutó?  Después  de  mil  injurias,  han  arrojado  sobre 

ir.rh  K  r  ^'  '''''"''  '^'^««t™^  ^««tíd°s.  como  si 
nos  hubiésemos  orinado. 

EL  MAGISTRADO. 

¡Bien  hecho,  por  Neptuno!  Nosotros  mismos  fa- 
vorecemos la  perversidad  de  las  mujeres,  y  les 
damos  lecciones  de  disolución,  cuyo  fruto  soi  cons- 

tienda  y  dice  el  artífice:  «Platero,  bailando  ayer  & 
^  tarde  se  le  salió  á  mi  mujer  de  su  sitio  el  bro- 
che de  aquel  collar  que  le  hiciste;  yo  tengo  que 
embarcarme  hoy  para  Salamina;  si  tienes  tiempo! 
haz  todos  los  posibles  por  ir  al  anochecer  á  mí 
casa  y  encajarle  el  broche.»  Otro  se  dirig-e  á  un 


348 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 


34^ 


zapatero  joven  y  vigoroso  (1),  y  le  dice:  «una  de 
las  correas  le  lastima  á  mi  mujer  el  dedo  peque- 
ño, que  es  muy  delicado;  vete  al  mediodía,  y 
procura  estirársela;»  y  asi  andan  las  cosas  tales, 
que  yo,  provisor,  al  necesitar  dinero  para  pagar  á 
los  remeros  ajustado?,  me  encuentro  con  que  las 
mujeres  me  cierran  las  puertas  (2).  ¿Pero  qué  gano 
estándome  así?  Pronto,  traedme  unas  palancas,  y 
yo  castigaré  su  atrevimiento.  ¿A  qué  te  quedas  con 
la  boca  abierta,  bribón?  Y  tú,  ¿qué  miras?  Sin  duda 
tratas  de  ver  alguna  taberna.  Pronto,  derribad  esas 
puertas  con  las  palancas.  Yo  también  pongo  ma- 
nos en  la  obra. 


LISISTRATA. 

No  derribéis  nada;  aquí  me  tenéis.  ¿Para  qué  laí=« 
palancas?  No  es  eso  lo  que  os  hace  falta,  sino  sen- 
tido común. 

EL  MAGISTRADO. 

¿De  veras,  mujer  abominable?  ¿Dónde  está  el 
arquero?  Cógela  y  átale  las  manos  á  la  espalda. 

LISISTRATA. 

Como  llegue  á  tocarme  nada  más  que  con  la 
punta  de  un  dedo,  por  Diana  lo  juro,  aunque  sea 
un  funcionario  público,  me  las  pagará. 


(1)     Qui  penem  hahet  haud  quaquam  jmerile. 
\%    De  la  ciudadela,  donde  se  guardaba  el  dinero  del 
Estado. 


EL  MAGISTRADO.   (Al  avqueroj 
iCómo!  ¿Tienes  miedo?  Sujétala  por  la  cintura. 
Ayúdale  tú  también,  y  atadla  entre  los  dos. 

MUJER  PRIMERA. 

íPor  Pandrosal  (Ij.  Si  llegas  á  tocarla,  te  pateo 
las  tripas  (2). 

EL    MAGISTRADO. 

íAhl   ¡las  tripas!  ¿Dónde  está  el  otro  arquero? 
Prendedme  también  á  esa  que  habla. 

MUJER  SEGUNDA. 

¡Por  la  fulgente  luna,  si  la  tocas  con  un  dedo, 
pronto  necesitarás  una  venda!  (3). 

EL    MAGISTRADO. 

¿Qué  significa  esto?  ¿Dónde  está  el  arquero?  de- 
tenía. Ya  os  cerraré  yo  todas  las  salidas. 

MUJER  TERCERA. 

íPor  Diana  de  Táuride,  si  te  acercas  á  ella,  te 
arranco  todos  los  cabellos,  aunque  te  deshagas  en 
llanto! 

EL   MAGISTRADO. 

lOh  desdicha!  mis  arqueros  me  abandonan. 
iCómo!  ¿Nos  dejaremos  vencer  por  unas  mujeres? 
Adelante,  Escitas,  estrechad  vuestras  filas,  y  aco- 
metedlas. 

LISISTRATA. 

íPor  las  diosas,  os  las  vais  á  ver  con  cuatro  va- 
lientes batallones  de  mujeres  bien  armadas  que 
tengo  adentro. 

{{)    Hija  de  Cécrope,  por  la  cual  juraban  las  Atenienses. 
(S)    Mox  cacabis  calcatiis. 
(3)    Para  curarse  las  heridas.^ 


i 


350 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL  MAGISTRADO. 

jEscitas,  atadles  las  manos! 

LISISTBATA. 

Salid,  valientes  compañeras;  vendedoras  de  le- 
gTimbres,  puches,  ajos  y  verduras;  panaderas  y 
taberneras,  derribadlos,  pegedles,  desg*arradlos^ 
multiplicad  vuestros  insultos;  haced  ^la  de  des- 
verg-üenza  (1).  Basta,  retiraos;  no  despojéis  á  les 
vencidos. 

EL    MAGISTRADO. 

¡Ah,  qué  mal  lo  han  pasado  mis  arqueros! 

LISISTRATA. 

¿Pues  qué  se  te  figuraba?  ¿Creias  que  te  las  ibas 
á  haber  con  unas  esclavas?  ¿Piensas  que  no  hay 
.valor  en  las  mujeres? 

EL  MAGISTRADO. 

Sí,  sí,  demasiado  valor;  sobre  todo  cuando  están 
cerca  de  la  taberna. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¡Magistrado,  estás  perdiendo  el  tiempo  en  pala- 
bras! ¿A  qué  entras  en  contestaciones  con  esas  fie- 
ras!? ¿Ig^noras  el  baño  sin  lejía  que  acaban  de  dar- 
nos, estando  completamente  vestidos? 

CORO  DE  MUJERES. 

Es  que,  amigo  mió,  á  nosotras  nadie  nos  sienta 
así  como  así  la  mano:  hazlo,  y  verás  cómo  te  salto 
un  ojo.  A  mi  me  g'usta  estarme  encerrada -en  casa. 


(I)    La  legión  femenina  da  una  buena  soba  á  ios  ai*- 
queros. 


LISÍSTRATA. 


351 


como  una  doncellita,  sin  hacer  mal  á  nadie,  ni  si- 
quiera menear  una  paja;  pero  como  alguno  me  ir- 
rite, soy  una  avispa. 

CORO  DE  VIEJOS. 

lOh  Júpiter:  ¿Qué  haremos  con  estas  fieras?  ¡esto 
es  insoportable!  (Al  Magistrado.;  Te  es  preciso 
averiguar  con  nosotros  la  causa  de  este  mal,  y  lo 
que  pretenden  al  apoderarse  de  la  ciudadela  de 
Cranao,  de  esa  fortaleza  inaccesible,  y  su  venerado 
templo.  Interrógales  y  no  las  creas;  pero  reúne 
todos  los  indicios.  Sería  vergonzosa  negligencia 
no  esclarecer  tan  importante  asunto. 

EL  MAGISTRADO. 

Lo  primero  que  deseo  que  me  digáis  es  la  in- 
tención con  que  os  habéis  encerrado  en  la  ciu- 
dadela. 

LISISTRATA. 

Con  la  de  poner  á  salvo  el  tesoro  y  evitar  la 
causa  de  la  guerra. 

EL  MAGISTRADO. 

Pues  qué,  ¿el  dinero  es  la  causa  de  la  guerra? 

LISISTRATA. 

Y  de  todos  los  demás  desórdenes.  Pisandro  (1)  y 
otros  ambiciosos  amotinan  continuamente  las  tur- 
bas, sin  más  objeto  que  el  de  robar  á  favor  de  la 
confusión.  Ahora,  ya  pueden  hacer  lo  que  se  les 
antoje;  porque  lo  que  es  de  este  dinero  no  han  de 
tocar  ni  un  óbolo. 


(1)    Véanse  £a  Paz,  395;  las  Aves,  1.55«,  nota. 


352 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


EL  íklAGISTRADO. 

¿Pues  qué  harás? 

LISISTRATA. 

¡Vaya  una  pregunta!  administrarlo  nosotras. 

EL   MAGISTRADO. 

¿Administrar  vosotras  el  tesoro? 

LISISTRATA. 

No  comprendo  tu  asombro.  ¿Acaso  no  adminis- 
tramos los  gastos  de  nuestras  casas? 

EL  MAGISTRADO. 

Pero  no  es  lo  mismo. 

LISISTRATA. 

¿Por  qué  no  es  lo  mismo? 

EL  MAGISTRADO. 

Ese  dinero  se  destina  á  la  guerra, 

LISISTRATA. 

La  guerra  ya  no  es  necesaria. 

EL  MAGISTRADO. 

iCómo!  ¿Y  la  defensa  de  la  república? . 

LISISTRATA. 

Nosotras  la  defenderemos. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Vosotras? 

LISISTRATA. 

Si,  nosotras. 

EL  MAGISTRADO. 

Eso  es  indigno. 

LISISTRATA. 

Pues  te  defenderemos,  mal  que  te  pese. 

EL  MAGISTRADO. 

¡Qué  atrocidad! 


LISISTRATA. 


353 


LISISTRATA. 

¿Te  enfadas,  eh?  Pues,  amigo  mió,  no  hay  más 
remedio. 

EL  MAGISTRADO. 

Pero  es  inicuo,  por  Céres. 

LISISTRATA. 

Pues  se  te  defenderá. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Y  si  no  quiero? 

LISISTRATA. 

Con  más  motivo. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Pero  de  dónde  os  ha  venido  la  idea  de  ocuparos 
de  la  guerra  y  de  la  paz? 

LISISTRATA. 

Os  lo  diremos. 

EL  MAGISTRADO. 

Habla  pronto,  ó  si  no,  habrá  lágrimas. 

LISISTRATA. 

Escucha;  y  quietecitas  las  manos. 

EL  MAGISTRADO. 

No  puedo;  es  tal  mi  ira,  que  me  es  difícil  conté, 
nerla. 

UNA   MUJER. 

Entonces  á  ti  te  tocará  llorar. 

EL  MAGISTRADO. 

íCaiga  sobre  ti  el  oráculo  que  acabas  de  graz- 
nar, vejestorio!  fA  Lisistmta.J  Habla  tú. 

LISISTRATA. 

Voy.  En  la  guerra  anterior  sobrellevábamos  con 
paciencia  ejemplar  todo  lo  que  hacíais  los  hom- 


TOMO  II. 


23 


354 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


bres,  porque  nonos  permitíais  abrir  la  boca.  Vues- 
tros proyectos  no  eran  muy  agradables  que  diga- 
mos: nosotras  los  conocíamos,  y  más  de  una  vez  os 
vimos  en  casa  tomar  desacertadas  resoluciones  en 
los  más  graves  asuntos.  Entonces,  disimulando  con 
una  sonrisa  nuestro  interno  dolor,  os  preguntába- 
mos: «¿Qué  resolución  sobre  la  paz  habéis  tomado 
hoy  en  la  asamblea?»  «¿Qué  te  importa?  decía  mi 
marido:  cállate;»  y  yo  callaba. 

UNA   MUJER. 

Pues  yo  no  me  hubiera  callado. 

EL  MAGISTRADO. 

Pueshubieras  llorado  por  no  callar. 

LISISTRATA. 

Yo  me  callaba;  otra  vez  oyendo  que  habíais  to- 
mado una  funestísima  determinación,  le  pregunté: 
ífMarido  mío,  ¿en  qué  consiste  que  obráis  tan  sin 
sentido?»  Y  él,  mirándome  de  reojo,  contestó:  «Teje 
tu  tela,  si  no  quieres  que  la  cabeza  te  duela  mucho 
tiempo:  la  guerra  es  asunto  de  hombres»  (1). 

EL  MAGISTRADO. 

Y  tenía  razón,  por  vida  mía. 

LISISTRATA. 

¿Cómo  que  tenía  razón?  ¡miserable!  ¿No  hemos 
ae  poder  daros  un  buen  consejo  cuando  vemos  que 
adoptáis  resoluciones  funestas?  Cansadas  ya  de  oír  á 
unos  preguntar  á  gritos  en  las  calles:  «¿No  hay  uu 
hombre  en  este  país?»  y  á  otros  responder:  «No, 


LISISTRATA. 


355 


(1)    Las  últimas  palabras  se  las  dirige  Héctor  á  Andró- 
maca  en  la  llíacía,  vi. 


m  uno;»  las  mujeres  hemos  tomado  el  partido  de 
reunimos  y  salvar  entre  todas  á  la  Grecia.  ¿A  qué 
habíamos  de  esperar  más?  Por  consiguiente,  s^*  que- 
réis escuchar  nuestros  buenos  consejos,  y  callaros 
á  vuestra  vez,  como  nosotras  entonces,  conseguí- 
remos  arreglaros. 

EL  MAGISTRADO. 

¡Vosotras  á  nosotros!  Vamos,  jesto  ya  no  puede 
tolerarse!  • 


íCalla! 


LISISTRATA. 


EL   MAGISTRADO. 

¡Yol  íCallarme  yo,  porque  tú  meló  mandes,  des- 
ieng-uada!  ¡Yo  obedecer  á  quien  lleva  un  velo  en  la 
cabeza!  ¡Antes  morir! 

LISISTRATA. 

Si  no  tienes  más  inconveniente  que  ese,  toma 
mi  velo,  rodéatelo  á  la  cabeza,  y  calla.  Toma  tam- 
^len  este  canastillo;  ponte  un  ceñidor,  y  dedícate  á 
hilar  lana,  mascullando  habas  (1):  la  g-uerra  será 
asunto  de  mujeres. 

CORO  DE  MUJERES. 

Mujeres,  dejad  vuestros  cántaros,  para  que  por 
nuestra  parte  ayudemos  también  á  nuestras  ami- 
bas. Yo  jamás  me  rendiré  de  bailar,  ni  el  cansan- 
cio hará  flaquear  mis  rodillas.  Quiero  hacer  causa 
común,  y  afrontar  todos  los  riesg-os  con  esas  com- 
pañeras tan  valientes,  tan  ing-eniosas,  tan  bellas, 
tan  atrevidas  y  discretas,  raro  conjunto  de  patrio- 

(1)    Es  decir,  en  juzgar.  (V.  los  Caballeros,  44.) 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


356 

tismo  y  valor.  Tú,  intrépida  Lisistrata,  y  vosotras 
sus  aliadas,  no  depon-ais  vuestra  cólera;  sed  siem- 
pre como  un  manojo  de  ortigas:  los  vientos  son  fa- 
vorables. 

LISISTRATA. 

Si  el  amable  Cupido  y  la  diosa  de  Chipre  (1)  der- 
raman sobre  nuestro  seno  los  atractivos  del  amor, 
é  inspiran  á  los  hombres  ardientes  y  dulcísimos 
deseos  (2),  espero  que  los  Griegos  llegarán  á  Ua- 
marnos  las  Lisítnacas  (3). 

EL  MAGISTRADO. 

¿Y  por  qué? 

LISISTRATA. 

Por  haber  puesto  término  á  sus  locuras  y  paseos 
con  armas  en  el  mercado. 

UNA  MUJER. 

Muy  bien,  por  Venus  de  Páfos. 

LISISTRATA. 

Pues  ahora  se  les  ve  recorrer  armados  de  punta 
en  blanco,  como  frenéticos  coribantes,  la  pla^a  en 
que  se  venden  ollas  y  legumbres. 

EL  MAGISTRADO. 

Cierto,  por  que  eso  es  propio  de  valientes. 

LISISTRATA. 

Pero  es  ridiculo  ver  comprando  pececillos  á  un 
hombron  en  cuyo  escudo  se  ostenta  una  cabeza  de 
Gorgona. 


LISÍSTRATA. 


357 


(2)    Vi'Zris  tentiginem  jucundam  ingeneraverint,  ui 
'%  totb?;;"e  S^;ias  terminadoras  de  la  guerra. 


UNA  MUJER. 

El  otro  dia  vi  yo  á  todo  un  filarconte  (1)  de  largos 
cabellos,  echar  en  su  casco  de  bronce,  sin  apearse 
siquiera,  las  puches  que  una  vieja  acababa  de  ven-  • 
derle.  Otro  Tracio,  agitando  su  escudo  y  su  dardo, 
como  Tereo  (2),  aterraba  á  una  vendedora  de  hi- 
gos, y  se  le  comia  los  mejores. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Pero  cómo  podréis  vosotras  arreglar  la  enma- 
rañada madeja  de  la  cosa  pública  en  este  país? 

LISISTRATA. 

Facilísimamente. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Cómo?  dímelo. 

LISISTRATA. 

Mira,  cuando  se  nos  enreda  el  hilo,  lo  cogemos 
así  y  lo  sacamos  del  huso,  tirando  á  un  lado  y  á  otro; 
pues  bien,  como  nos  dejen,  desenredaremos  igual- 
mente la  guerra,  enviando  embajadas  á  un  lado  y 
á  otro. 

EL   MAGISTRADO. 

Por  tanto,  imbéciles,  pensáis  arreglar  los  más 
peligrosos  negocios  con  los  husos,  el  hilo  y  la  lana. 

LISISTRATA. 

Si  tuvieseis  un  átomo  de  sentido  común,  segui- 
ríais en  política  el  ejemplo  que  os  damos  al  traba- 
jar la  lana. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Cómo?  Sepamos. 


(1)  Jefe  de  caballería  de  una  tribu. 

(2)  Tereo  reinó  en  Tracia. 


358 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 

Asi  como  nosotras  principiamos  por  lavar  la 
lana  para  separarla  de  toda  suciedad,  vosotros  de- 
bíais empezar  por  expulsar  á  palos  de  la  ciudad  á 
los  malvados,  y  separar  la  mala  hierba;  luego  di- 
vidir á  todos  esos  que  se  coligan  y  apelotonan  para 
apoderarse  de  los  cargos  públicos,  y  arrancarles  la 
cabeza;  después  amontonar  en  un  canasto,  para  el 
bien  común,  los  metecos,  los  extranjeros,  los  ami- 
gos y  los  deudores  al  Estado,  y  cardarlos  sin  distin- 
cion.  A  las  ciudades  pobladas  por  colonos  de  este 
país  debíais  de  considerarlas  separadamente,  como 
otros  tantos  pelotones  colocados  delante  de  nos- 
otras, y  en  seguida  sacar  un  hilo  de  cada  una  de 
ellas,  traerlo  hasta  aquí,  reunirlos  todos,  hacer 
un  grande  ovillo  y  tejer  con  ól  un  manta  para  el 
pueblo. 

EL   xMAGISTRADO. 

^.No  es  insufrible  que  pretenda  hilarlo  y  deva- 
narlo todo  quien  ninguna  participación  tiene  en 
la  guerraV 

LISISTRATA. 

Pero,  ¡maldito  de  Dios!  nosotras  tenemos  parte 
doble,  pues  primero  parimos  los  hijos,  y  después 
los  enviamos  al  ejército. 

EL  MAGISTRADO. 

Calla:  no  recuerdes  nuestros  desastres  (1). 

LISISTRATA. 

Después,  en  vez  de  gozar  en  la  flor  de  nuestra 


(1)    Alusión  á  la  reciente  derrota  de  Sicilia. 


LISISTRATA. 


359 


juventud  de  los  placeres  del  amor,  estamos  como 
viudas,  gracias  á  la  guerra;  y  por  nosotras,  pase; 
yo  me  aflijo  p  or  esas  pobres  doncellas  que  enveje- 
cen en  su  lecho  solitario. 

EL  MAGISTRADO. 

¿No  envejecen  también  los  hombres? 

LISISTRATA. 

¡Oh,  eso  es  muy  diferente!  Un  hombre,  al  volver 
de  la  guerra,  aunque  tenga  los  cabellos  blancos, 
se  casa  pronto  con  una  tierna  doncellita.  El  tiempo 
de  la  mujer  es  muy  corto,  y  si  no  lo  aprovecha,  ya 
nadie  la  quiere,  y  se  pasa  la  vida  en  consultar  los 
augurios  (1). 

EL  MAGISTRADO. 

Pero  todo  anciano  que  aun  conserva  algún 
vigor... 

LISISTRATA. 

¿Y  tú,  cuándo  te  piensas  morir?  Ya  es  tiempo; 
cómprate  un  ataúd;  mira,  te  voy  á  amasar  la  torta 
funeraria  (2).  Toma  esta  corona  y  cíñete  las  sienes. 

MUJER  PRIMERA. 

Toma  estas  cintas. 

MUJER   SEGUNDA. 

Ten  esta  otra  corona. 

LISISTRATA. 

í¡,Qué  te  falta?  ¿Qué  deseas?  Carente  (3)  te  espera; 
tu  tardanza  le  impide  darse  á  la  vela. 


(1)  Para  averiguar  cuándo  le  llegará  eí  turno. 

(2)  Para  ofrecerla  al  Cerbero,  según  el  rito  funerario, 

(3)  Barquero  del  infierno. 


360 


COMEDIAS  I)K  ARISTÓFANES. 


EL   MAGISTRADO. 

Estos  ultrajes  son  insufribles.  Voy  á  presentarme 
yo  mismo  á  mis  coleg'as  con  esta  facha. 

LISISTRATA. 

¿Te  quejas  porque  aun  no  te  hemos  expuesto?  (1) 
No  te  apure?;  dentro  de  tres  dias  iremos  de  madru- 
g-ada  á  ofrecerte  la  oblación  de  costumbre. 
fVame  Lisistmta  y  el  Magistrado,  Los  dos  coros 
quedan  solos  eti  la  escena.) 


CORO  DR  VIEJOS. 

Ya  no  puede  dormir  ning-un  ami^o  de  la  liber- 
tad. Ea,  dispong-ámonos  para  esta  grande  empre- 
sa. Sospecho  mayores  pelig^ros,  y  creo  percibir  un 
olor  á  tiranía  de  Hípias;  y  mucho  me  temo  que  al- 
gunos Lacedemonios  reunidos  en  casa  de  Olíste- 
nes,  hayan  sido  los  incitadores  de  estas  malditas 
mujeres  suafiriéndoles  la  idea  de  apoderarle  de 
nuestro  tesoro  y  del  salario  de  que  vivimos.  In  - 
dig'no  es,  por  vida  mia,  qne  se  entrometan  á  dar 
consejos  á  los  ciudadanos  y  á  hablar  de  cascos  de 
bronce,  y  á  tratar  de  la  paz  con  los  Lacedemonios, 
en  quienes  teng-o  menos  confianza  que  en  un  lobo 
hambriento.  Amibos,  no  cabe  duda,  todas  sus  tra- 
mas tienden  á  restablecer  la  tiranía.  Pero  jamás 
me  tiranizarán;  yo  tomaré  mis  precauciones,  y  lle- 
vando mi  espada  en  la  rama  de  mirto  (2),  estaró 

(4)    Era  costumbre  exponer  los  cadáveres  delante  de  la 
casa. 
(%    Verso  tomado  del  escolio  de  Harmodio.  Todo  este 


LISISTRATA. 


361 


sobre  las  armas  en  la  plaza  pública,  junto  á  la  es- 
tatua de  Aristog-iton.  Allí  permaneceré,  porque 
siento  un  vivo  deseo  de  darle  un  bofetón  á  esa 
maldita  vieja. 

CORO   DE   MUJERES. 

Cuando  vuelvas  á  tu  casa  no  te  conocerá  ni  la 
madre  que  te  parió  (1).  Pero,  queridas  ancianas, 
dejemos  esto  en  el  suelo;  nosotras,  oh  ciudadanos, 
vamos  á  principiar  un  discurso  muy  útil  á  la  re- 
pública; y  bien  lo  merece  por  haberme  criado  en 
el  seno  de  los  placeres  y  del  esplendor.  A  la  edad 
de  siete  años,  ya  llevé  las  ofrendas  misteriosas  en 
la  fiesta  de  Minerva;  á  los  diez  molia  la  cebada  en 
honor  de  la  diosa;  luég-o,  ceñida  de  flotante  túnica 
azafranada,  me  consagraron  á  Diana  en  las  Brauro- 
nias  (2);  y  por  último,  ya  doncella  nubil,  fui  cané- 
fora,  y  rodeé  mi  g^rg-anta  con  el  collar  de  hi- 
g'os  (3).  En  pag-o  de  tantas  distinciones,  ¿no  deberé 
dar  útiles  consejos  á  mi  patria?  Aunque  mujer, 
permitidme  proponer  un  remedio  á  nuestros  ma- 
les; que  al  fin  al  darle  mis  hijos,  también  pag'o  mi 
contribución  al  Estado.  Pero  vosotros,  miserables 
viejos,  ¿con  qué  contribuís?  Después  de  haber  con- 


coro tiende  á  ridiculizar  la  suspicacia  ateniense,  á  la  cual 
todo  se  le  antojaban  maquinaciones  para  restablecer  la 
tiranía. 

(1)  Amenaza  dirigida  á  los  viejos. 

(2)  UL:  fui  osa  en  las  Brauronias .  Véase  la  nota  al 
verso  874  de  La  Paz, 

(3)  Las  canéforas,  jóvenes  de  familias  distinguidas  que 
llevaban  los  canastillos  en  las  procesiones,  solían  llevar  un 
collar  de  higos. 


362 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFA.NES. 


LISJSTRATA. 


sumido  lo  que  se  llamaba  el  tesoro  de  los  Abue- 
los (1),  reunido  durante  las  g-uerras  médicas,  nada 
pag-ais;  y  todos  corremos  grave  riesgo  de  que  nos 
arruinéis.  ¿Qué  podéis  responder  á  esto?  Como  me 
incomodes  mucho,  te  siento  en  la  cara  este  cotur- 
no, y  ¡cuidado  que  pesa! 

CORO  DE   VUíJOS. 

¿Puede  haber  mayor  ultraje?  La  cosa  va  de  mal 
en  peor.  Todo  hombre  que  se  ten^a  por  tal,  tiene 
obligación  de  oponérseles.  Pero  quitémonos  la  tú- 
nica. El  hombre  debe  ante  todo  oler  á  hombre,  y 
no  estar  envuelto  en  sus  vestidos.  Ea,  todos  los  que 
en  nuestros  buenos  tiempos  nos  reunimos  en  Lip- 
sidrlon,  hombres  de  pies  desnudos,  hoy  es  preciso 
rejuvenecerse,  enderezar  el  cuerpo,  despojarnos 
de  la  vejez.  Si  dejamos  á  las  mujeres  el  menor  asi- 
dero, no  cejarcán  ni  un  punto  en  sus  esfaerzos,  y 
las  veremos  construir  naves,  pretender  dar  bata- 
llas navales  y  atacarnos  á  ejemplo  de  Artemisa  (2). 
Si  les  place  dedicarse  á  la  equitación,  licenciaremos 
á  nuestros  caballeros.  A  la  mujer  la  ^usta  mucho 
el  caballo;  sobre  él  ataca  vigorosamente,  y  no  se 
cae  por  mucho  que  galope:  testigos  las  Amazonas 
que  Micon  (3)  pintó  combatiendo  á  los  hombres. 


(1)  En  tiempo  de  las  guerras  médicas  cada  ciudadano 
contribuyó  según  sus  medios,  formándose  de  esta  manera 
un  gran  fondo  de  reserva. 

(2)  Reina  de  Caria:  acompañó  á  Jerjes  en  su  expedi- 
ción contra  Grecia  é  hizo  prodigios  de  valor.  (Véase  He- 

RODOTO,  VII,  99.) 

(3)  El  cuadro  del  combate  de  las  Amazonas  y  leseo 
estaba  en  el  Pecilo. 


363 

Por  lo  cual  es  preciso  que  nos  apoderemos  de  ésta, 
y  las  metamos  á  todas  el  cuello  en  el  cepo. 

CORO  DE  MUJERES. 

íPor  las  diosas!  Si  me  irritas,  suelto  las  riendas  á 
mi  cólera,  y  te  doy  una  tunda  que  te  obligo  á  pedir 
socorro  á  tus  vecinos.  Amigas  mias,  quitémonos 
también  nosotras  los  vestidos:  perciban  esos  car- 
camales el  olor  á  mujer  enfurecida.  Si  alguno  se 
acerca  á  mí,  yo  le  aseguro  que  no  ha  de  comer 
más  ajos  ni  habas  negras.  ¡Di  una  sola  palabra! 
Estoy  furiosa  y  te  trataré  como  el  escarabajo  al 
nido  del  águila.  Ningún  temor  me  dais  mientras  á 
mi  lado  estén  Lámpito  y  mi  querida  Ismenia,  no- 
ble tebana.  Aunque  des  siete  decretos,  no  podrás 
con  nosotras,  imiserable,  detestado  por  tus  vecinos 
y  por  todo  el  mundo!  Ayer  mismo,  para  celebrar 
la  fiesta  de  Hécate,  quise  traer  de  la  vecindad  una 
muchacha  buena  y  amable,  muy  querida  por  mis 
hijos,  una  anguila  de  Beocia  (1),  y  se  negaron  á 
enviármela  por  tus  malditos  decretos.  Y  nunca  ce- 
saréis  de  hacerlos,  hasta  que  alguno  os  coja  por  las 
piernas  y  os  precipite  cabeza  abajo. 

ÍÁ   Lisístmtaj.  Directora   de   esta  noble   em- 
presa (2),  ¿por  qué  sales  tan  triste  de  tu  morada? 


(1)  Estando  interrumpido  el  comercio  con  Beocia  por 
la  guerra,  no  venían  al  mercado  ateniense  sus  exauisilas 
anguilas. 

(•2)    Parodia  del  Telefo  de  Eurípides. 


364 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISISTR\TA. 

La  indigna  conducta  de  las  mujeres,  su  incons- 
tancia verdaderamente  femenil,  eso  es  lo  que  me 
agita  y  llena  de  angustia. 

CORO  DE   MUJERES. 

¿Qué  dices?  ¿qué  dices? 

LISISTRATA. 

La  verdad,  la  verdad. 

CORO  DE  MUJERES. 

¿Qué  desgracia  ocurre?  diselo  á  tus  amigas. 

LISISTRATA. 

Vergonzoso  es  decirlo,  y  difícil  callarlo. 

CORO  DE  MUJERES. 

No  me  ocultes  la  desgracia  que  nos  ocuiTC. 

LISISTRATA. 

Nos  abrasa  la  lujuria,  para  decirlo  de  una  vez. 

CORO  DE  MUJERES. 

¡Oh  Júpiter! 

LISISTRATA. 

¿A  qué  invocas  á  Júpiter?  Esta  es  la  pura  verdad 
No  puedo  privarles  más  tiempo  de  sus  maridos; 
pues  se  me  escapan.  La  primera  á  quien  sorprendí 
abriaun  agujero  junto  á  la  gruta  de  Pan  (1):  la  se- 
gunda se  descolgaba  por  medio  de  una  polea:  otra 
prepraba  su  deserción:  otra,  cogida  á  un  pájaro,  se 
disponía  volar  á  casa  de  Orsíloco  (2),  y  la  he  dete- 
nido por  los  cabellos;  en  fin,  discurren  todos  los 


(i)    Que  estaba  al  Norte  de  la  ciudadela. 
(2)    Hombre  de  mala  conducta. 


LISISTRATA. 


365 


pretextos  imaginables  para  volver  á  sus  hogares. 
Ahí  viene  una.  ¡Eh!  tú,  ¿á  dónde  vas  tan  de  prisa? 


MUJER  PRIMERA. 

Quiero  ir  á  nú  casa:  teng'o  allí  una  porción  de 
lana  de  Mileto,  que  se  la  está  comiendo  la  polilla. 

LISISTRATA. 

No  hay  polilla  que  valga.  ¡Atrás! 

MUJER    PRIMERA. 

Volveré  al  instante,  te  lo  juro  por  las  diosas;  vol- 
veré en  cuanto  la  haya  tendido  sobre  el  lecho. 

LISISTRATA. 

No  la  tiendas,  ni  te  muevas  de  aquí. 

MUJER  PRIMERA. 

¿Y  he  de  dejar  perderse  mi  lana? 

LISISTRATA. 

No  hay  más  remedio. 


MUJER   SEGUNDA. 

¡Desdichada!  ¡desdichada!  me  he  dejado  en  casa 
el  lino  sin  macear. 

LISISTRATA. 

Ya  tenemos  otra  que  quiere  ir  á  macear  su  lino. 
Entra  aquí. 

MUJER  SEGUNDA. 

iTe  lo  juro  por  Diana!  volveré  en  cuanto  lo  haya 
maceado. 


366 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 

No  lo  macearás;  porque  si  tú  principias,  otra 
querrá  hacer  otro  tanto. 


MUJER  TERCERA. 

Divina  Lucina,  retrasa  mi  parto  hasta  que  lle^e 
á  un  lug-ar  profano. 

LISISTRATA. 

¿Estás  loca? 

MUJER  TERCERA. 

Voy  á  parir  de  un  momento  á  otro. 

LISISTRATA. 

¿Pero  9i  ayer  no  estabas  en  cinta? 

MUJER    TERCERA. 

Pues  hoy  lo  estoy.  Déjame,  Lisístrata,  déjame 
salir  en  busca  de  la  comadre. 

LISISTRATA. 

fíQué  cuentos  son  esos?  ^Qué  cosa  dura  tienen 
aquí? 

MUJER   TERCERA. 

Un  niño  varón. 

LISISTRVTA. 

iCál  si  es  de  metal  y  hueca.  Veámosla.  ;0h, 
tiene  gracia!  ¿iTraes  el  casco  de  la  diosa,  y  decías 
que  estabas  en  cinta? 

MUJER  TERCERA. 

Sí,  por  Júpiter,  lo  estoy. 

LISISTRATA. 

¿Pues  por  qué  traías  esto)* 


LISISTRATA. 


367 


MUJER   TERCERA. 

Para  si  me  sobrevenía  el  parto  en  la  cindadela 
hacer  con  él  un  nido,  como  las  palomas. 

LISISTRATA. 

¿Qué  dices?  esos  son  pretextos:  la  cosa  está  clara. 
¿No  esperarás  aquí  el  dia  de  tu  puriñcacion?  (1). 

MUJER  TERCERA. 

No  puedo  dormir  en  la  cindadela  desde  que  he 
visto  la  serpiente  que  la  g-uarda  (2). 


MUJER   CUARTA. 

Yo,  infeliz  de  mí,  me  muero  de  fatig-a:  el  grito 
incesante  de  las  lechuzas  (3)  no  me  deja  conciliar 
el  sueño. 

LISISTRATA. 

íDesdichadas!  basta  de  fing-idos  terrores.  Quizá 
echáis  de  menos  á  vuestros  maridos.  ¿Creéis  que 
ellos  no  os  desean  también?  Yo  sé  que  pasan  no- 
ches crueles-  Pero,  amigas  mias,  resistios  sin  fla- 
quea?,  y  tened  ai'm  un  poco  de  paciencia:  un  oráculo 
nos  pronostica  el  triunfo,  si  no  nos  dividimos. 
Oidlo. 

CORO  DE  MUJKRES. 

Sí,  dínus  el  oráculo. 


(i)  Lit.:  anjídroraia,  ceremonia  que  consistía  en  dar 
vueltas  ali-ededor  del  altar  con  el  niño,  al  quinto  dia  de 
su  iiacimientu. 

(2)  Creian  los  Atenienses  que  una  gran  serpiente  ó 
dragón  estaba  encargado  de  guardar  el  templo  y  la  Acró- 
polis. 

(3)  Las  lechuzas  abundaban  muchísimo  en  Atenas. 


.   368 


COMEDIAS  HE  ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 


369 


LISISTRATA. 

Callad,  pues.  «Cuando  las  g-olondrinas,  huyendo 
de  las  abubillas,  se  reúnan  en  un  lugar,  y  se  abs- 
tengan de  los  machos,  entonces  concluirán  los 
males,  y  Júpiter  tonante  pondrá  lo  de  abajo  ar- 
riba... 

CORO   DE  MUJERES 

¿Nosotras  estaremos  encima? 

LISISTRATA. 

«Pero  si  las  divide  la  discordia,  y  las  golondrmas 
huyen  del  sagrado  templo,  no  habrá  otra  ave  más 
lasciva.» 

CORO  DE  MUJERES. 

El  oráculo  está  claro.  ¡  Oh  dioses!  no  hay  que 
desalentarse.  Entremos.  Vergonzoso  seria,  compa- 
ñeras, el  faltar  al  oráculo. 


CORO  DE  VIEJOS. 

Quiero  contaros  una  fábula  que  oí  siendo  niño. 
Es  asi:  Habia  un  joven  llamado  Melanion  (1),  que 
por  odio  al  matrimonio  se  fué  á  un  desierto;  vivia 
en  las  montañas;  cazaba  liebres,  hacia  lazos,  y  te- 
nía un  perro,  y  jamás  volvió  á  su  casa;  ¡tanto  abor- 
recía á  las  mujeres!  y  nosotros  también,  que  no  so- 
mos menos  discretos  que  Melanion. 


(1)  Jenofonte  (Cinegética,  i)  cita  un  Melanion,  que  con- 
siguió la  mano  de  Atalanta  como  premio  á  sus  esfuerzos 
en  la  caza.  Pero  la  fábula  cantada  por  el  coro  hace  sospe- 
char que  no  se  refiere  al  mismo. 


UN  VIEJO. 

Vieja  mia,  quiero  darte  un  beso... 

UNA   MUJER. 

Llorarás,  sin  comer  ajos. 

EL  VIEJO. 

Y  atizarte  un  puntapié. 

LA    MUJER. 

Tu  espesa  barba  es  buen  asidero. 

EL  VIEJO. 

Mirónides  era  negro  y  velludo  y  el  terror  de  to- 
dos sus  enemigos,  lo  mismo  queFormion  (1). 

CORO  DE  MUJERES. 

También  yo  quiero  contarte  una  fábula  en  res- 
puesta á  la  de  Melanion.  Habia  un  tal  Timón  (2), 
hombre  intratable,  inaccesible  como  si  estuviese 
erizado  de  espinas,  un  verdadero  hijo  de  las  Furias. 
El  tal  Timón,  lleno  de  odio,  huyó  de  vosotros  col- 
mándoos de  maldiciones.  iTanto  aborrecía  á  los 
hombres!  Sin  embargo,  era  apasionadísimo  por  las 
mujeres. 

UNA   MUJER. 

¿Quieres  que  te  sacuda  un  bofetón'^ 

UN  VIEJO. 

No,  no  te  tengo  miedo. 


(1)  Mirónides  era  un  general  que  ganó  la  batalla  de 
Enófilo  (Tuc,  I,  108).— Sobre  J^ortfMo^i  véase  la  nota  al 
verso  562  de  Los  Caballeros. 

(2)  Llamado  el  Misántropo.  Llevó  su  aborrecimiento  á 
los  hombres  al  extremo  de  que  habiéndose  roto  una  pierna 
dejó  que  se  le  gangrenase  la  herida  y  murió,  por  no  que- 
rer llamar  á  un  médico. 


lOMO  II. 


U 


370 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


L1SÍSTRATA. 


LA    MUJER. 

Pueg  te  daré  un  puntapié. 

EL  VIRJO. 

Se  te  verá  lo  que  no  debe  verse  (1). 

LA.    MUJER. 

No  se  verá  nada  sucio;  aunque  soy  vieja,  la  luz 
de  la  lámpara  me  sirve  de  depilatorio. 


LISISTRATA. 

|Eh!  ¡ehl  mujeres,  acudid  aprisa. 

MUJER  PRIMERA. 

¿Qué  ocurre?  di,  ¿por  qué  ems  gritos? 

LISISTRATA. 

Un  hombre,  un  hombre  se  acerca  enfurecido  por 
la  cólera  de  Venus.  ¡Diosa  reina  de  Chipre,  Citera 
y  Páfos,  no  te  desvies  del  principiado  camino! 

MUJER  PRIMERA. 

¿Dónde  está?  ¿Quién  es? 

LISISTRATA. 

Junto  al  templo  de  Céres  (2). 

MUJER   PRIMERA. 

En  efecto,  es  un  hombre.  ¿Pero  quién  podrá  ser? 

LISISTRATA. 

Mirad.  ¿Le  conocéis  alg-una  de  vosotras? 

MIRRINA. 

Yo  le  conozco:  es  mi  marido  Cinesias. 


(\)     Cunnum  osíendes. 

(2)     El  templo  de  Céres  Cloe  (Protectora  de  los  trigos 
verdes)  cstoba  próximo  ó  la  Acrópolis. 


371 


LISISTRATA  (A  MirHm), 
Procura  mortificarle  y  enardecerle  la  sangre  fin- 
gióndole  amor  y  desden,  y  concediéndole  todo 
cuanto  pida,  menos  lo  que  la  copa  (1)  te  prohibe. 

MIRRINA. 

Pierde  cuidado:  eso  corre  de  mi  cuenta. 

LISISTRATA. 

Me  quedo  para  ayudarte  á  engranarle  y  mortifi- 
carle. Vosotras,  retiraos. 


CINESIAS. 

i Ay  desdichado,  qué  horrible-  tormento!  (2).  Se 
me  figura  que  estoy  sobre  la  rueda. 

LISISTRATA. 

¿Quién  está  ahí,  más  acá  de  los  centinelas? 

CINESIAS. 

Yo. 

LISISTRATA. 

¿Un  hombre? 

CINESIAS. 

Sí,  un  hombre. 

LISISTRATA. 

¡Pronto,  fuera  de  ahí.' 

CINESIAS. 

¿Quién  eres  tú  para  despacharme? 

LISISTRATA. 

El  centinela  de  dia. 


/ol    ^!,^®^''*'  ^}  Juí'amento  que  sobre  la  copa  prestó. 
(-2)    ¡Quania  discrucior  convulsione  et  tentigenel 


372 


LISfSTRATA. 


COMEDIAS  I>£  AfiISrÓFAiN£S. 


373 


CINESIAS. 

Por  los  dioses  te  lo  pido,  llama  á  Mírrina. 

LISISTRATA. 

¡Me  gusta!  ¿que  llame  á  Miirina?  Y  tá  ¿quién 
eres? 

CINESIAS 

Su  marido  Cinesias  Peónides. 

LISISTRATA. 

Salud,  carísimo;  tu  nombre  no  nos  es  descono • 
cido,  porque  á  tu  mujer  nunca  se  le  cae  de  la  boca; 
si  coge  un  huevo  ó  una  manzana,  dice  siempre: 
«Esto  para  mi  Cinesias.» 

CINESIAS. 

¡Oh  soberanos  dioses! 

LISISTR\TA. 

Asi  es,  por  Venus.  Siempre  qne  se  hablada 
hombres,  tu  mujer  suele  decir:  uTodo  es  nada  en 
comparación  de  mi  Cinesias.» 

CINESIAS. 

Vamos,  llámala. 

LISISTRATA. 

¿Me  darás  algo  por  el  servicio? 

CINESIAS. 

Ya  lo  creo;  y  en  seguida,  si  quieres :  mira,  te 
daré  lo  que  tengo. 

LISISTRATA. 

Pues  bajo  á  llamarla. 


CINESIAS. 

Anda  lista.  La  vida  no  tiene  encanto  para  mí 
desde  que  abandonó  el  hogar;  entro  en  él  con  has- 
tío; la  casa  me  parece  un  desierto;  todos  los  man- 
jares insípidos:  ¡tal  es  mi  pena! 

MIRRINA. 

¡Le  amo,  sí,  le  amo!  pero  él  no  quiere  correspon- 
derme.  No  me  obligues  á  ir  á  verle. 

CINESIAS. 

¡Oh  dulcísima  Mirrinita!  ¿por  qué  haces  eso? 
Baja,  baja. 

MIRRINA. 

No  lo  creas. 

CINESIAS. 

¿Cómo,  Mírrina,  no  bajarás  llamándote  yo? 

MIRRINA. 

Me  llamas  sin  necesidad. 

CINESIAS. 

¿Sin  necesidad,  y  estoy  pereciendo? 

MIRRINA. 

Me  voy. 

CINESIAS- 

No,  por  piedad:  oye  siquiera  al  niño.  Vamos,  hijo 
mío,  ¿no  llamas  á  tu  mamá? 

EL  NIÑO. 

¡Mamá!  ¡mamá!  ¡mamá!  (1). 

CINESIAS. 

Vamos,  ¿qué  haces?  ¿No  te  compadeces  de  esta 


(1)    Maman  era  el  nombre  familiar  con  que  los  niños 
llamaban  á  sus  madres. 


374 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


pobre  criatura  que  hace  seis  dias  está  sin  madre 
que  le  asee? 

MIRRINA. 

Él  ya  me  da  lástima,  pero  su  padre  es  muy  des- 
cuidado. 

CINÉSUS. 

Baja,  loquilla,  por  amor  á  tu  hijo. 

MIRRINA. 

lAh!  jlo  que  es  haberlo  parido!  Vamos,  ya  bajo: 
¿qué  remedioi? 

CINESIAS. 

Me  parece  mucho  más  joven;  ¡qué  tierna  es  su 
mirada!  Sin  duda  su  desden  y  negativas  enarde- 
cen mi  amor. 

MIRRINA. 

Dulcísimo  niño,  hijo  de  un  mal  padre,  y  en- 
canto de  tu  mamá,  toma,  toma  este  beso. 

CINESIAS. 

¿Por  qué  haces  eso,  malvada,  sig-uiendo  el  ejem- 
plo de  otras  mujeres  con  gran  pena  tuya  y  mia? 

MIRRINA. 

Quietas  las  manos. 

CINESIAS. 

Todo  lo  que  hay  en  casa  se  está  perdiendo. 

MIRRINA. 

Poco  se  me  importa. 

CINESIAS. 

¿Se  te  importa  poco  que  las  gallinas  desgarren 
tus  telas? 

MIRRINA. 

Sí,  por  cierto. 


LISISTRATA. 


375 


CINESIAS. 

¡Tanto  tiempo  como  hace  que  no  has  celebrado 
las  fiestas  de  Venus!  ¿No  quieres  venir? 

MIRRINA. 

No,  mientras  no  hagáis  la  paz  y  concluyáis  la 
guerra. 

CINESIAS. 

Bien;  si  te  agrada,  lo  haremos. 

MIRRINA. 

Bien,  si  te  agrada,  volveré  á  casa;  pero  hasta 
entonces  estoy  comprometida  por  un  juramento. 

CINESIAS. 

Saltem  aliquantisper  mecum  decumbe. 

MYRRHINA. 

Non  sane:  etsi  non  posse  negari  te  a  me  amari. 

CINESIAS. 

Amas?  cur  ergo  non  decumbis,  Myrrhinula? 

MYRRHINA. 

O  ridende,  num  praesente  puerulo? 

CINESIAS. 

Non  hercle:  sed  tu,  o  Manes,  fer  eum  domum. 
Ecce  puerulus  jam  tibi  hinc  amotus :  tu  vero  non 
decumbes? 

MYRRHINA. 

Sed,  o  perdite.  ubi  id  fieri  potest? 

CINESIAS. 

Ad  Panos  sacellum  percommode. 

MYRRHINA. 

At  quomodo  in  arcem  casta  rediré  potero? 

CINESIAS. 

Facillume,  in  Clepsydra  si  laveris. 


376 


COMEDIAS  PP:   ARISTÓFANES. 


MYRRHINA. 

Scilicet,  O  perdite,  jarata  pejerabo? 

CINKSIAS. 

In  caput  meum  vertat.  De  jurejurando  no  sis 
soUicita. 

Ag'edum  ferara  lectulum  nobis. 

CINESIAS. 

Nequáquam:  sufficit  nobis  liumi  cubare. 

MYRRHINA. 

Ita  me  Apollo  juvet,  ut  eg'o  te,  quamvis  turg-en- 
tem  libídine,  non  reclinaverim  humi. 

CINESIAS. 

Amat  me  valde,  satis  apparet,  uxor. 

MYRRHIXA. 

En,  decumbe  properans,  et  ego  exuo  vestes.  At, 
perii,  teg-es  ef fe  renda  est. 

CINlíSIAS. 

Qiiae,  maliim,  teg'es?  Hand  mihi  quidem. 

MYRRHINA . 

Ita  mihi  Diana  propitia  sit:  turpe  enim  est  super 
loris  cubare. 

CINESIAS. 

Sine  deosculer  te. 

MYRRHINA. 

Eu. 

CINESIAS. 

Papae!  Reverteré  huc  erg-o  quam  celeriter. 

MYRRHINA. 

En  teg-es.  Decumbe:  jam  exuo  vestes.  Sed,  periií 
cervical  non  habes. 


USÍSTRATA. 


377 


CINESIAS. 

At  nihil  opus  est  mihi. 

MYRRHINA. 

At  ecastor  mihi. 

CINESIAS. 

Profecto  penis  hicce  uti  Hercules  hospitio  exci- 
pietur. 

MYRRHINA. 

Surgre,  subsulta. 

CINESIAS. 

Jam  omnia  habeo. 

MYRRHINA. 

Itane  omnia? 

CINESIAS. 

Ag'edum,  o  áurea. 

MYRRHINA. 

Jam  stropbium  solvo:  tu  vero  memento,  ne, 
quam  dedisti  de  pace  ineunda,  fidem  fallas. 

CINESIAS. 

Peream  hercle  prius. 

MYRRHINA. 

Sed  lodiccm  non  habes. 

CINESIAS. 

Nec  hercle  opus  est:  sed  futuere  voló. 

MYRRHINA. 

Ne  sis  sollicitus,    et   istud  facies :  cito  enim 
redeo. 

CINESIAS. 

Strag^ilis  perdet  me  hsec  femina. 

MYRRHINA. 

Erigiere. 


378 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


479 


CINESIAS. 

At  iste  jamdudum  erectas  est. 

MYRBHINA. 

Vin'ut  te  inungam? 

CINESIAS. 

Ne  hoc  Apollo  sirit. 

MYRRHINA. 

Per  Venerem,  velis  nolis,  inungere. 

CINESIAS. 

Utinam,  o  supremo  Júpiter,  effusum  fuisset  is- 
tuc  ungueatum! 

MYRRHINA. 

Porrige  manum,  sume  et  inungere. 

CINESIAS. 

Istuc  hercio  ung'uentum  mioime  et  suave,  nisi 
terendo  bonum  sit;  nec  concubitum  olet. 

MYRRHINA. 

Me  miseram!  Rhodium  unguentum  extuli. 

CINESIAS. 

Bonum  est:  mitte  hoc,  o  fatua. 

MYRRHINA. 

Nugaris. 

CINESIAS. 

Qui  illum  dii  omnes  perduint,  qui  primus  coxit 
unguentum! 

MYRRHINA. 

Cape  hoc  alabastrum. 

CINESIAS. 

Sed  aliud  habeo.  At  tu,  o  perdita,  decumbe,  et 
ne  fer  mihi  quidquam. 


MYRRHINA. 

Istuc  agram,  ita  me  Diana  amabit.  Calceos  ig'itur 
exuo.  Sed,  o  carissime,  vide  utdecernas  aliquid  de 
pace  facienda. 

CINESIAS. 

Consulam.  (Mynkim  imjugit.)  Perdidit  me  et 
attrivit  mulier  tum  alus  ómnibus,  tum  quod  me 
excoriatum  relinquens  abiit.  Hei  mihi!  quid  fa- 
cíame quem  futuam,  postquam  spe  excidi  po- 
tiundae  pulcherrimae?  quomodo  hancce  educabo?  (1) 
Ubi  Cynalopex?  (2)  loca  mihi  mercede  nutricem. 


CHORUS    SENUM. 

In  maxumis  maUs,  o  infelix,  et  auimi  ang'ore 
cruciaris;  et  me  tui  miseret.  Heu!  heu!  Quinam 
renes  possint  durare?  quis  animus?  qui  colei?  quis 
penis  intentus,  nec  mane  permolens  aliquam? 

CINESIAS. 

¡Oh  Júpiter,  qué  horribles  convulsiones! 

CORO  DE  VIEJOS. 

Cómo  se  te  ha  burlado  la  más  execrable  y  pér- 
fida de  las  mujeres! 

CINESIAS. 

Di  la  más  amada,  la  más  dulcísima. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¿Dulcísima?  No,  cruel,  muy  cruel!  ¡Oh  Júpiter, 


(1)  De  pene  loquitur  tamqmm  depuella  recenti  paríu 
edita,  cui  nutrice  opus  sit, 

(2)  Filóstrato.  Véase  Los  Caballeros,  1.069. 


I 


380 


COMEDIAS  DE    ARISTOFA>ES. 


envia  una  violenta  ráfag-a  que  la  levante  como  á 
paja  lionera,  y  después  de  hacerla  g-irar  arremoli- 
nada en  lo3  aires,  la  deje  de  repente  en  tierra  y  la 
clave...  donde  yo  me  sé!  (1). 


UX  HERALDO. 

¿Dónde  está  el  Senado  ateniense?  ¿dónde  están 
los  Pritáneos?  teng-o  que  comunicarles  una  no- 
ticia. 

EL  M.\GISTR\D0. 

¿Eres  un  hombre  ó  un  Príapo?  (2). 

EL  HERALDO. 

íSoy  un  heraldo,  imbécil!  te  lo  juro  por  Castor  y 
Pólux;  vengo  de  Esparta  para  hacer  la  paz. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Trayendo  una  lanza  escondida? 

EL    HERALDO. 

No  hay  tal. 

BL   MAGISTRADO. 

¿Adonde  te  vuelves?  ¿Por  qué  te  estiras  la  tá- 
nica? ¿Te  has  excoriado  de  tanto  andar? 

EL  HERALDO. 

Este  hombre  es  un  idiota 

EL  MAGISTRADO. 

Tu  porte  es  indecentísimo  (3). 


(i)    Deinie  in  mentulam  incidit,  et  inigatur. 

(2)  Lit.:  un  Conísalo,  especie  de  sátiro.  El  nombre  con 
que  le  sustituimos  excusa  una  nota  sobre  la  forma  de  pre- 
sentarse el  heraldo. 

(3)  Sed  arrigis,  o  impuHssime. 


LISISTRATA. 


381 


EL  HERALDO. 

Te  digo  que  no,  y  basta  de  bromas. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Qué  traes  ahí? 

EL  HERALDO. 

Una  escítala  (1)  iacedemonia. 

EL  MAGISTRADO. 

Pase  por  escítala;  pero  díme  la  verdad;  mira  que 
lo  sé  todo:  ¿cómo  andan  las  cosas  en  Lacede- 
monia? 

EL    HERALDO. 

Mal;  todas  en  el  aire,  lo  mismo  las  de  Lacede- 
monia  que  las  de  los  aliados;  Pelene  (2)  nos  es  in- 
dispensable. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Cuál  es  la  causa  de  esa  deplorable  situación? 
¿Quizá  Pan  (3)  irritado...? 

EL  HERALDO. 

No,  Lámpito,  según  creo,  fué  la  que  principió; 
y  en  seguida,  á  un  tiempo  y  unánimes,  todas  las 
Espartanas  se  han  separado  de  sus  maridos. 

EL  MAGISTRADO. 

¿Y  qué  tal  lo  pasáis? 

(i)  La  Escitala  era  un  bastón  cilindrico  y  prolongado 
que  los  Lacedemonios  entregaban  á  cada  general  que  par- 
tía á  la  guerra.  En  Lacedemonia  quedaba  otro  idéntico,  y 
cuando  querían  enviar  un  despacho  secreto  rollaban  una 
correa  al  basten  y  escribían  á  lo  largo;  después  la  desen- 
rollaban, de  suerte  que  lo  escrito  sólo  podia  ser  entendido 
por  el  general  que  volvia  á  colocar  la  correa  en  torno  de 
m  escitala. 

(2)  Nombre  de  una  ciudad  de  Acaya  y  de  una  cortesana. 

(3)  Dios  de  la  lascivia. 


382 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISrSTRATA. 


3S3 


EL  HERALDO. 

Horriblemente;  andamos  encorvados  por  las  ca- 
lles, como  si  lleváramos  linternas.  Las  mujeres 
han  resuelto  no  permitirnos  la  menor  caricia, 
hasta  que  por  unánime  consentimiento  hag'amos 
la  paz  con  toda  la  Grecia. 

EL   MAGISTRADO. 

Es  una  conspiración  tramada  por  las  mujeres 
de  todos  los  países.  Ahora  lo  comprendo.  Vete 
cuanto  antes,  y  di  á  los  Lacedemonios  que  man- 
den embajadores  con  plenos  poderes  para  tratar 
de  la  paz.  Yo  voy  á  decir  al  Senado  que  os  envié 
otros;  me  bastará  para  persuadirle  el  hacerle  ver 
nuestra  situación. 

EL  HERALDO. 

Voy  volando:  tu  idea  es  excelente. 


CORO   DE    VIEJOS. 

No  hay  bestia  feroz,  ni  incendio  más  indomable 
que  la  mujer.  La  pantera  es  menos  desverg'on- 
zada. 

CORO    DE  MUJERES. 

Si  sabes  eso,  ?.por  qué  te  ob=?tinas  en  hacerme  la 
guerra,  pudiendo,  gran  bribón,  ser  amig'o  mío? 

CORO  DV.  VIEJOS. 

No,  jamá^  dejaré  de  aborrecer  á  las  mujeres. 

CORO  DE  MUJERES. 

Como  quieras;  mas  por  de  pronto  no  puedo  con- 
sentir que  estés  desnudo.  ¡Si  vieras  lo  ridículo  que 
estás!  Vamos,  voy  á  ponerte  esta  túnica. 


CORO  DE  VIEJOS. 

En  eso  tenéis  razón,  por  vida  mía;  me  la  quité 
en  aquel  arrebato  de  cólera. 

CORO   DE  MUJERES. 

Ahora  siquiera  tienes  facha  de  hombre,  y  no 
haces  reir.  Si  no  me  hubieras  enojado  tanto, 
te  sacaría  también  un  animalito  que  tienes  en 
el  ojo. 

CORO  DE  VIEJOS. 

Sin  duda  era  eso  lo  que  me  mortificaba.  Toma 
este  anillo;  saca  el  insecto  y  enséñamelo.  Me  pica 
en  el  ojo  hace  un  buen  rato. 

CORO  DE  MUJERES. 

Lo  haré,  aunque  eres  el  hombre  más  gruñón... 
íOh  Júpiter,  qué  enorme  mosquito!  ¿Lo  ves?  Debe 
ser  de  Tricoriso  (1). 

CORO  DE  VIEJOS. 

í Ah,  qué  alivio  te  debo!  Me  estaba  abriendo  un 
pozo;  así  es  que  en  cuanto  lo  has  sacado,  me  flu- 
yen lág-rimas  en  abundancia. 

CORO  DE  MUJERES. 

Aunque  eres  muy  bribón,  yo  te  las  enjug'aré,  y 
además  te  daré  un  beso. 

CORO  DE  VIEJOS. 

No  me  beses. 

CORO  DE  MUJERES. 

Quieras  ó  no. 


(i)    Demo  del  Alica,  rodeado  de  bosques  y  pantanos. 
l5us  mosquitos,  á  lo  que  parece,  eran  de  marca  mayor. 


384 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LISiSTRATA. 


385 


cono  DE  VIEJOS. 

¡Mala  peste  os  lleve!  ¿Habráse  visto  qué  zala- 
meras son?  Con  razón  se  dice:  «Ni  con  esas  perver- 
sas, ni  sin  esas  perversas.»  Pero  hagamos  las  pa- 
ces, y  convengamos  en  no  causarnos  en  adelante 
ningún  mal;  ni  nosotros  á  vosotras,  ni  vosotras  á 
nosotros.  Sancionemos  nuestra  amistad,  uniendo 
nuestros  cantos. 


CORO  DE  MUJERES. 

No  pretendemos,  ciudadanos,  hablar  mal  de  nin- 
guno de  vosotros;  al  contrario,  os  deseamos  y  hare- 
mos todo  género  de  beneficios;  que  para  males,  los 
presentes  bastan  (1).  Acuda  á  nosotras  todo  hom- 
bre ó  mujer  que  necesite  dinero,  y  recibirá  tres 
minas;  pues  adentro  hay  oro  en  abundancia,  y 
nosotras  también  tenemos  bolsa.  Y  si  la  paz  llega  á 
hacerse,  nadie  tendrá  que  devolver  la  cantidad  re- 
cibida. Hemos  convidado  á  cenar  á  unos  Caris- 
tios  (2),  personas  buenas  y  valientes;  tenemos  pu- 
ches y  un  lechoncillo,  recientemente  inmolado, 
cuya  carne  será  tierna  y  sabrosa.  Venid,  pues,  hoy 
á  mi  morada,  y  venid  pronto,  después  del  baño, 
vosotros  y  vuestros  hijos;  entrad  sin  preguntar 
por  nadie;  seguid  todo  derecho,  como  en  vuestra 

(t)  Nueva  alusión  á  las  derrotas  en  Sicilia  y  á  la  de  Eri- 
trea  (Véase  Tucídides,  viii,  95). 

(2)  Habitantes  de  Carislio  en  Eubea,  que  tenían  fama  de 
malas  costumbres. 


casa,  sm  reparo  alguno;  porque  la  puerta  es- 
tará... cerrada. 


CORO  DE  VIEJOS. 

Ahí  vienen  los  embajadores  espartanos,  pisán- 
dose las  barbas;  parece  que  traen  una  gamella 
colgada  á  ia  cintura. 

íSalud,  en  primer  lugar,  Lacedemonios!  y  en 
seguida,  decidnos  qué  tal  os  encontráis. 

UN   LACEDEMONIO. 

¿Qué  necesidad  hay  de  largos  discursos?  Mirad 
y  ved. 

CORO  DE  VIEJOS. 

¡Oh!  el  mal  toma  serias  proporciones  y  va  cada 
vez  á  peor. 

EL    LACEDEMONIO. 

Es  indecible.  ¿A  qué  hablar  más?  Venga  cual- 
quiera,  y  ajustemos  la  paz  á  cualquier  precio. 

CORO  DE  VIEJOS. 

Atqui  et  istos  conspicor  indígenas,  tamquam 
luctatores  a  ventre  rejicientes  vestes,  ita  ut  athle- 
ticum  quid  hic  morbus  videatur. 

ATHENIENSIS. 

Quis  indicet  nobis  Lysistratam,  ubi  sit?  nam 
viri  adsumus  et  nos  hujuscemodi. 

CHORUS  SENUM. 

Etalter  hic  morbus  alteri  congruit.  Numquid 
mane  tentigo  vos  capit? 

ATHENIENSIS. 

Immo  hercle  perimus,  dum  hoc  experimur.  Qua- 


XOMO  II. 


25 


386 


COMEDIAS  HE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


re,  nisi  pacem  inter  no?  quis  ocius  conciliet,  fieri 
non  poterit,  quin  Clisthenem  futuamus. 

CHORUS   SRNÜM. 

Si  sapitis,  vestes  sumetis,  ut  nequis  eoram,  qui 
Hermos  truncant,  vos  videat . 

ATHENIENSIS. 

Recte,  ita  me  Júpiter  amet,  autumas. 

LACO. 

Ita  me  Castores,  recte  omnino.  Agredum  ami- 
ciamur. 

ATHENIENSIS. 

Sálvete,  o  Lacones:  turpeest,  quodnobis  accidit. 

LAGO. 

O  carissime,  male  utiqíie  nobis  fuisset,  si  vidis- 
sent  isti  viri  méntulas  nostras  erectas. 

EL   ATENIENSE. 

Ea,  Lacedemonios,  hablemos  con  franqueza.  ¿A 
qué  habéis  venido? 

EL   LACEDEMONIO. 

A  tratar  de  la  paz. 

EL  ATENIENSE. 

Muy  bien,  nosotro.-  á  lo  mismo.  ¿Mas  por  qué  no 
llamamos  á  Lisistrata?  Es  la  única  que  puede  ar- 
reg'larnos. 

EL  LACEDEMONIO. 

Bueno,  y  si  quieres  también  á  Lisistrato(l). 

CORO  DE  VIEJOS. 

Es  inútil  llamarla;  sin  duda  os  ha  oido,  y  sale. 


387 


(1)  Llamado  en  Los  Acarnienses  (885)  «Oprobio  de  los 
Colargicnses.»  Su  nombre,  como  el  de  Lisístrala,  significa: 
fTerminador  de  la  guerra.» 


íSalud,  mujer  esforzadísima!  Lleg-ó  la  ocasión  de 
mostrarte  valiente  ó  tímida,  buena  ó  mala,  severa 
ó  indulg-ente,  sencilla  ó  astuta.  Los  principales 
Gneg-os,  seducidos  por  tus  encantos,  se  confian  á 
tí,  y  esperan  que  des  fin  á  sus  agravios. 

LISÍSTRATA. 

No  es  cosa  difícil,  mientras  su  situación  no  les 
arrastre    á  excesos  nefandos.   Pronto   lo  sabré 
¿Dónde  está  la  Paz?  (i)  Tráeme  primero  á  los  La- 
cedemonios,  cogiéndoles  de  la  mano,  sin  dureza 
ni  altivez,  y  sin  aquella  grosería  con  la  cual  les 
recibían  nuestros  esposos  (2);  al  contrario,  mués- 
trales esa  afabilidad  adorno  de  la  mujer.  Si  se  nie- 
gan á  darte  la  mano,  cógelos  por  otra  parte  (3). 
Tráeme  asimismo  á  los  Atenienses,   cogiéndoles 
por  donde  quieran.— Lacederaon  ios,  colocaos  junto 
á  mí;  vosotros,  Atenienses,  á  este  lado;  ahora  pres- 
tadme atención.  No  soy  más  que  una  mujer,  pero 
tengo  sentido  común;  la  naturaleza  me  dotó  de  un 
criterio  claro,  que  las  lecciones  de  mi  padre  y  de 
otros  ancianos  acertaron  á  desenvolver.  Quiero 
principiar  por  echaros  en  rostro  faltas  comunes  á 
entrambos  y  censurables  con  sobra  de  razón.  Vos- 
otros que  en  Olimpia,  en  las  Termopilas,  en  Dél- 
íos  (ícuántos  lugares  pudiera  citar  si  quisiera  ex- 
tenderme!) rociáis  los  mismos  altares  con  igual 
agualustral,  y  formáis  una  sola  familia  ante  los 

JJi  Áí^''  ^.í^^-^.^^^'^^'  ^'•«^«^^  (AtaXXaYti),  personificada 
como  Opora,  Teoría,  etc. 

(2)    Cuando  el  negocio  de  Pilos,  principalmente. 
(.■«)    Méntula  prehensum  duc 


388 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISISTRATA. 


389 


bárbaros  enemigos,  arruináis  ahora  con  desola- 
dora guerra  la  Grecia  y  sus  ciudades.  Esto  es  lo 
primero  que  tenía  que  deciros. 

EL  ATENIENSE. 

Y  á  mi  me  mata  el  deseo. 

LISTSTRATA. 

Ahora,  Lacedcmonios,  me  dirijo  á  vosotros  en 
particular.  ¿No  os  acordáis  de  cuando  el  Espar- 
tano Periclides  (1)  lleg-ó  suplicante  al  pié  de  nues- 
tras aras,  pálido,  vestido  de  púrpura  (2),  pidiendo 
ék  los  Atenienses  tropas  auxiliares^  Porque  enton- 
ces la  Mésenla  os  ai)uraba,  y  Neptuno  estremecía 
vuestra  tierra  (3).  Cimon  panió  con  cuatro  mil  sol- 
dados, y  salvó  á  Lacedemonia.  ¡Y  después  de  ta- 
les beneficios  devastáis  los  campos  de  vuestros  li- 
bertadores! 

EL  ATENIENSE. 

Sí,  Lisístrata,  obraron  mal. 

EL   LACEDKMONIO. 

Obramos  mal:  pero  es  indecible  la  belleza  de 
esto  (4). 

LISISTRATA. 

¿Creéis,  Atenienses,  que  os  voy  á  absolver  de  toda 
culpa?  ¿No  recordáis  que  también  los  Lacedemo- 
nios,  cuando  vestíais  la  túnica  de  esclavos,  víníe- 


(4)    Véase  Tucídides,  i,  102. 

(9)    El  traje  mililar  de  los  Lacedemonios  era  de  color 

de  púrpura.  ^  , ,  „  j« 

(3)  Se  refiere  á  un  terremoto  y  j^  una  sublevación  de 
los  Mesemos  é  Hilotas.  (Véase  Tucídides,  id.) 

(4)  'O  uptDxxóí. 


ron  en  armas,  mataron  g-ran  número  de  Tesalíos 
y  de  amig-os  y  partidarios  de  Hipias,  y  fueron  los 
únicos  que  en  aquel  memorable  dia  os  devolvie- 
ron la  libertad  y  cambiaron  vuestra  túnica  servil 
por  el  manto  de  ciudadanos*^  (1). 

EL   LACl?DEMONIO. 

No  he  vi-íto  mujer  más  hermosa. 

EL  ATENIENSE. 

Yo  tampoco. 

LISISTRATA. 

Debiéndoos  mutuamente  tantos  y  tan  preclaros 
beneficios,  ¿por  quó  os  hacéis  la  g-uerra,  y  no  de- 
sistís de  vuestros  rencores?  ¿Por  qué  no  os  recon- 
ciliáis? Decid:  ¿quién  os  lo  impide? 

EL  LACEO  íMONIO. 

Nosotros  ya  queremos,  sí  se  nos  devuelve  nues- 
tro baluarte. 

LISISTRATA. 

¿Cuál?  amig-0. 

EL    LACEDEMONIO. 

Pilos,  que  reclamamos  y  apetecemos  hace 
tiempo. 

EL  ATENIENSE. 

¡Por  Neptuno!  nunca  lo  consegfuíreis. 

LISISTRATA. 

Cedédselo,  amig-os  míos. 


(i)  Hipias,  hijo  de  Pisístrato,  mandó  á  una  multitud  de 
Atenienses  desocupa  los  á  cultivar  las  tierras,  obligándo- 
les á  vestirse  la  túnica  corla  de  los  esclavos,  para  que  la 
vergüenza  les  impidiera  volver  á  la  ciudad. 


300 


COMEDIAS  DE  ARISTOFANIíS. 


LlSíSTRATA. 


391 


EL  ATENIENSE. 

Entonces,  ¿dónde  promoveremos  alborotos? 

LISISTRATA. 

Exig-id  otra  plaza  en  cambio. 

EL  ATENIENSE. 

Bueno,  dadnos  Equinonte,  el  g-olfo  Maliense 
que  la  baña,  y  los  muros  de  Me^^ara,  parecidos  á 
dos  piernas. 

EL    LACEDEMüNIO. 

No,  querido  mió,  no  todo  eso. 

LISISTHATA. 

Convenios,  no  disputeis  por  dos  piernas. 

EL  ATENIENSE. 

Yo  estoy  deseando  desnudarme,  y  arar  mis 
tierras. 

EL    LACEDEMÜNIO. 

y  yo  abonarlas  primero  (1). 

LISISTRATA. 

En  cuanto  se  ajuste  la  paz  liareis  todo  eso.  Si  la 
deseáis,  deliberad  sobre  el  asunto,  y  partid  á  co- 
municar vuestra  resolución  á  los  aliados. 

EL  ATENIENSE. 

¿A  qué  aliados,  amig'a  mia?  Nuestra  situación  es 
insostenible.  ¿Crees  que  á  nuestros  aliados  no  les 
pasará  lo  mismo? 

EL  LACEDEMOMO. 

A  los  mios,  si. 

EL  ATENIENSE. 

Pues  no  di^-o  nada  á  los  Caristios  (2) . 


LISISTRATA. 

Perfectamente.  Ahora  purificaos  para  que  las 
mujeres  os  recibamos  en  la  cindadela,  y  vaciemos 
en  obsequio  vuestro  nuestras  cestas.  Juraos  mutua 
fidelidad;  después  cada  uno  recobrará  su  esposa,  y 
se  marchará  con  ella. 

EL  ATENIENSE. 

Vamos  aprisa. 

EL  LACEDEMONIO. 

Llévame  adonde  quieras. 

EL  ATENIENSE. 

Sí,  sí,  volando. 


(i)    Hay  muchos  equívocos  en  el  texto. 
("1)    Aiusioü  á  sus  disolutas  costumbres. 


CORO  DE  MUJERES. 

Tapices  bordados,  túnicas  preciosas,  vestidos  ro- 
zag*antes,  vasos  de  oro,  todo  cuanto  teng-o  os  lo 
ofrezco  de  buena  voluntad,  para  que  lo  lleven 
vuestros  hijos,  ó  vuestra  hija,  si  lleg'a  á  ser  cané- 
fara.  A  todos  os  di^o  que  dispong-ais  de  mis  rique- 
zas y  cojáis  en  mi  casa  cuanto  os  agrade:  de  todo, 
por  bien  sellado  que  se  encuentre,  podéis  apodera- 
ros rompiendo  su  cerradura.  Mas  por  mucho  que 
miréis  no  veréis  nada,  á  menos  de  que  vuestros 
ojos  sean  más  perspicaces  que  los  mios.  El  que  no 
teng-a  comiíia  para  sus  esclavos  ó  numerosa  prole, 
encontrará  en  mi  casa  triodo  molido  y  un  enorme 
pan  de  un  quénice.  Todos  los  pobres  pueden  acu- 
dir á  mí  con  sacos  y  alforjas  para  recibir  g-ranos. 
Manes,  mi  esclavo,  se  lo  dará.  Sin  embarg'O,  que 
nadie  se  acerque  ámi  puerta;  cuidado  con  el  perro. 


392 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LISÍSTRATA. 


393 


UN  CURIOSO. 

Abre  la  puerta. 

UN   CRIADO. 

Retírate.  ¿Qué  hacéis  vosotros  ahí?  ¿Queréis  que 
09  abrase  con  psta  lámpara?  ¡Qué  g-ente  tan  mo- 
lesta! 

EL  CURIOSO. 

No  me  retiraré. 

EL  CRIADO. 

Bueno,  ya  que  os  empeñáis,  nos  ag-uantarómos 
aquí. 

EL  CLUIOSO. 

Y  nosotros  nos  aguantaremos  contigfo. 

EL  CRIADO. 

íAh!  ¿No  os  vais?  Vuestros  cabellos  lo  pag-arán, 
y  después  pondréis  el  grito  en  el  cielo.  ¿No  os  vais 
para  que  los  Lacedemonios  se  marchen  en  paz  des- 
pués del  festín? 


EL  ATENIENSE. 

Nunca  he  visto  un  banquete  semejante.  Los  La- 
cedemonios estaban  encantadores;  y  nosotros,  des- 
pués de  beber,  discretísimos. 

CORO    DE  VIEJOS. 

Tienes  razón,  porque  en  ayunas  desvariamos. 
Por  lo  cual,  si  los  Atenienses  me  creyesen,  debería- 
mos de  ir  siempre  beodos  á  todas  las  embajadas. 
¿Entramos  sin  beber  pu  Lacedemonia?  Pues  ya  sólo 
buscamos  motivos  de  discordia:  no  oimos  lo  que 
se  nos  dice:  lo  que  no  se  nos  dice  nos  inspira  sos- 


pechas; y  al  dar  cuenta  de  lo  ocurrido  desnatura- 
lizamos los  hechos.  Pero  hoy  estábamos  de  tan  buen 
talante,  que  si  hubiesen  cantado  el  escolio  de  Te- 
lamón (1)  en  vez  del  de  Clitágxiras,  hubiéramos 
aplaudido,  dispuestos  al  perjurio. 

EL  CRIADO. 

¿Ya  vuelven  otra  vez?  Larg-o  de  aquí,  gfrandísi- 
mos  desollados. 

EL   CURIOSO. 

Por  fin  salen  los  convidados. 


EL  LACEDEMONIO. 

Queridísimo  amig*o,  cog-e  las  flautas  para  que  yo 
baile  y  cante  en  honor  de  los  Atenienses  y  de  nos- 
otros mismos. 

EL  ATENIENSE. 

Sí,  coo*e  las  flautas,  por  todos  los  dioses;  nada 
me  divertirá  tanto  como  el  verte  bailar. 

CCRO  DE  LACEDEMONIOS. 

Inspira,  oh  Mnemosine  (2),  á  estos  jóvenes  y  á 
mi  Musa,  sabedora  de  nuestras  ilustres  hazañas  y 
de  las  de  les  Atenienses,  que  junto  á  Artemisio  (3) 
con  ímpetu  de  diosos  se  lanzaron  sobre  los  bajeles 
enemig-os  y  derrotaron  á  los  Medas.  Leónidas  nos 
llevaba  como  jabalíes  que  han  ag-uzado  sus  colmi- 


(1)  Canción  guerrera,  inoportuna  en  un  banquete  para 
solenonizar  la  paz. 

(2)  Madre  de  las  Musas. 

(3)  Promontorio  de  Kubea  junto  al  cual  los  Atenienses 
derrotaron  á  Jérjes. 


394 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


líos;  copiosa  espuma  cabria  nuestros  labios,  y  cor- 
ría por  todo  nuestro  cuerpo.  Porque  los  Persas  eran 
numerosos  como  las  arenas  del  mar.  ¡Cazadora 
Diana,  señora  de  las  selvas,  vir^^en  cele.-?tial,  ven  y 
patriocina  nuestra  alianza!  ¡Que  en  adelante  nos 
lig-ue  una  amistad  fraternal,  jamás  rota  por  la  per- 
fidia! ¡Senos  propicia,  doncella  cazadora! 

LISISTRATA. 

Ea,  ya  que  todo  lo  demás  ha  terminado  tan  fe- 
lizmente, Lacedemonios,  llevaos  vuestras  mujeres; 
y  vosotros,  Atenienses,  las  vuestras;  que  el  esposo 
esté  junto  á  su  esposa  y  la  esposa  junto  á  su  es- 
poso; 7  en  celebridad  de  tan  feliz  suceso,  dan- 
cemos en  honor  de  los  dioses  y  evitemos  las  reinci- 
dencias. 

CORO  DE   ATENIENSES. 

¡Que  se  presente  el  coro!  ¡Que  aparezcan  las  Gra- 
cias! Invocad  á  Diana,  invocad  á  su  hermano,  al 
benéfico  Pean,  director  de  las  danza¿;  invocad 
al  Hios  de  Nisa  ^1),  cuyos  ojos  centellean  al  fijarse 
en  las  Ménades:  invocad  á  Júpiter,  el  de  corus- 
cante rayo,  á  su  veneranda  esposa  y  á  todas  las 
deidades,  eternos  testig-os  de  esta  paz  ajustada  bajo 
los  auspicios  de  Venus.  ¡lo!  ¡io!  Pean  ¡bailad!  ¡lo! 
¡io!  saltad  como  para  celebrar  una  victoría.  ¡Evóe! 
Evóel  Lacedemonio,  entona  un  nuevo  canto. 

CORO  DE  LACEDEMONIOS. 

Desciende  otra  vez  del  amable  Taig^eto,  Musa 
lacedemonia,  y  ven  á  celebrar  conmigo  al  Ami- 


(1)    Baco. 


LISISTRATA. 


395 


cleo  (1)  Apolo,  á  Minerva  Calcieca  (2)  y  á  los  fuer- 
tes Tindáridas  (3)  que  se  ejercitan  en  la  márg-en 
del  Eurotas  (4). 

iOhi  ven,  tiende  hacia  mí  tu  rápido  vuelo,  y 
cantemos  á  Esparta,  amante  de  los  sagrados  coros, 
y  g-allardas  danzas  que  junto  al  Eurotas  ejecutan 
sus  doncellas,  saltando  con  la  ag-ilidad  de  jóvenes 
corceles,  hiriendo  el  suelo  con  lig-ero  pié,  y,  á  modo 
de  tirsíferas  Bacantes,  soltando  al  viento  la  des- 
trenzada cabellera.  La  casta  hija  de  Leda  (5)  las 
precede  radiante  de  hermosura.  Ea,  sujeta  con  una 
cinta  tus  flotantes  cabellos,  y  salta  como  ligera 
cierva;  arranca  esos  aplausos  que  animan  los  coros, 
y  celebra  á  Palas,  la  más  fuerte  y  guerrera  de  las 
diosas. 


(1)  Sobrenombre  de  Apolo,  por  el  magnífico  templo 
que  le  consagró  Amidas,  hijo  de  Lacedémon,  en  la  orilla 
derecha  del  Eurotas,  cerca  de  Esparta. 

(2)  Sobrenombre  tomado  del  templo  con  puertas  de 
bronce  (x«^xó<;)  que  Minerva  tenía  en  Eubea. 

(3)  Castor  y  Pólux. 

(4)  Rio  que  pasaba  por  Esparta. 

(5)  Diana,  y  no  Helena;  pues  ésta  ni  fué  diosa,  ni 
casta. 


FlN  Dé  LlBÍtíTKATA. 


»  I       »     » 


M       •         t 


ÍNDICE. 


PáglBM. 

Las  Avispas 1 

y^LaPaz 105 

^^Las  Aves 195 

Lisístrata 313 


II' 


COLUMBIA  UNIVERSITY  LIBRARY 

Tliis  book  is  due  on  the  date  indicated  below,  or  at  the 
expiration  of  a  definite  period  after  the  date  of  borrowing, 
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DATE  BORROWED 

DATE   DUE 

DATE  BORROWED 

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1^ 

OV   2  4    1950 

CS8(239)M100 

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BRITTLEDONQl! 
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AUQ     5  1940 


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MAIN 


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Bibliographic  IrregulanHes  in  thp  Original  Dociimpnt 
List  volumes  aiid  pages  affected;  include  ñame  of  instítution  if  filming  borrowed  text. 

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Other: 


íyf..j^í" 


(Columbta  Inta^rBíto 
Slibrarg 

^mx\i  Süningstnn  SIinmaB 

BORN    1835-DIED   1903 


FOR    THIRTY   YEARS   CHIEF   TRANSLATOR 

DEPARTMENT   OF   STATE,  WASHINGTON,  D.  C. 

LOVER   OF   LANGUAQES   AND    LITERATURE 

HIS    LIBRARY    WAS   GIVEN    AS   A    MEMORIAL 

BY    HIS   SON   WILLIAM  S.  THOMAS.  M.  O. 

TO   COLUMBIA   UNIVERSITY 

A.  D.  1905 


BIBUIOTECA     CLÁSICA 


^ 


íí^ 


h 


TOMO  XLII 


4' 


COMEDIAS 


DE 


ARISTÓFANES 


TRADUCIDAS    DIRECTAMENTE    DEL   GRIEGO 


POR 


D.  FEDERICO  BARÁIBAR  Y  ZÜMÁRRAGA 


I     I  1   >    I 


TOMO  III. 


xM  A  D  R  í  D 

LUIS    NAVARRO,    EDITOR 

COLEGIATA,     NlÍM.     6  • 

i88i 


3f- 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


t  f      I    •         •   .  • 


TOMO  lU. 


C 


595994 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Ya  en  Los  Acamiemes  habíase  burlado  ingenio- 
samente Aristófanes  de  las  innovaciones  dramáticas 
de  Eurípides,  criticando  el  falso  patético  que  tra- 
taba  de  obtener  presentando  á  sus  héroes  cojos  ó 
reducidos  á  la  mendicidad.  En  Las  Fiestas  de  Cares 
y  en  Las  Rams  le  veremos  nuevamente  encarni- 
zarse con  su  enemigro,  sacando  á  luz  todos  sus  de- 
fectos y  dando  la  voz  de  alerta  á  sus  contemporá- 
neos sobre  las  pelig^rosas  teorías  artísticas  y  mo- 
rales que  en  sus  trag-edias  abundaban.  No  puede 
desconocerse,  pues  de  otro  modo  no  se  compren- 
dería la  virulencia  y  ensañamiento  con  que  Aris- 
tófanes le  ataca,  que  entre  ambos  poetas  debía  de 
haber  motivos  de  resentimiento  personal;  pero  hay 
también  que  hacer  justicia  á  la  buena  fe  de  nues- 
tro poeta,  y  confesar  que  cuando  sus  censuras  se 
limitan  al  sistema  dramático  y  moral  de  Eurípi- 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


?<OTICIA  PRELIMINAR. 


des,  no  deja  por  io  comua  de  tener  razón.  Dejando 
para  el  prelimicar  de  Las  Rutas  el  estudio  de  los 
defectos  literarios  del  émulo  de  Sófocles  y  Esquilo, 
nos  limitaremos  á  decir  aquí  que,  en  Las  Fiestas^  de 
Céres,  Aristófanes  ataca  principalmente  á  Eurípi- 
des bajo  el  punto  de  vista  de  su  célebre  misoginia 
ó  aborrecimiento  de  la  mujer. 

Aunque  no  faltan  autox-esque  sinceran  á  Eurípi- 
des de  este  car-o,  explicando  sus  injurias  al  sexo 
bello  por  la  situación  de  los  personajes,  y  contra- 
poniendo  á  sus  Medeas,  Fedras  y  Estenoteas,  las 
Ingenias  y  Alcestes,  tipos  acabados  de  candor  y 
sacrificio  conyugal;  lo  cierto  es  que  hasta  la  tra- 
dición, apoyada  sin  duda  en  dates  de  verdad,  viene 
&  corroborar  la  fama  de  misógino  que  tenía  entre 
sus  contemporáneos.  Una  leyenda  suponía,   en 
efecto,  que  este  poeta,  como  en  otro  tiempo  Orfeo 
en  Tracia,  habla  muerto  en  Macedonia  á  manos  de 
las  mujeres  irritadas  por  los  ultrajes  dirigidos  á  su 

sexo. 

Las  Tesmofonazusas  (0£i[j.o<popi7j;ojiat),  pues  esxe 

es  el  título  de  la  comedia,  reunidas  con  motivo  de 
celebrarse  las  fiestas  de  Céres  y  Proserpina,  á  las 
que  ellas  sólo  tenían  derecho  á  asistir,  tratan  de 
aprovechar  esta  ocasión  para  decretar  contra  su 
enemigo  un  castigo  ejemplar.  Eurípides,  sabedor 
de  lo  que  pasa  y  queriendo  conjurar  la  tormenta, 
suplica  á  su  amigo  Agaton  que,  á  favor  de  su  as- 
pecto mujeril,  se  introduzca  en  la  asamblea  feme- 
nina y  trate  de  apartarlas  de  su  propósito.  Ante  la 
negativa  de  Agaton,  Mnesíloco,  suegro  de  Eurípi- 


des, se  decide  á  pr3starle  este  servicio  y  acude  al 
sitio  de  la  fiesta.  Pero  ni  defender  á  su  yerno  dé- 
jase arrastrar  imprudentemente  por  su  pasión,  y 
vomita  contra  el  sexo  bello  las  má^  espantosas  in- 
jurias. Hácese  sospechoso  con  esto,  y  cuando  An- 
tístenes  llega  á  toda  prisa  anunciando  que  un  hom- 
bre se  ha  introducido  en  el  Tesmofórion  disfrazado 
de  mujer,  todas  las  miradas  caen  sobre  Mnesíloco 
que  es  sometido  inmediatamente  á  un  reconoci- 
miento riguroso.  Descubierto  el  sacrilego  fraude, 
es  condenado  á  morir  aí-ado  á  un  poste,  bajo  la  vi- 
gilancia de  un  Escita. 

Eurípides  acude  en  su  socorro,  ora  fingiéndose 
Menelao,  ora  Perseo,  ora  la  ninfa  Eco,  pero  todos 
sus  esfuerzos  son  inútiles,  hasta  que,  después  de 
hacer  las  paces  con  las  mujeres  mediante  la  con- 
dición de  no  hablar  mal  de  ellas,  consigue  evadirse 
con  el  infeliz  Maesíloco,  burlando  al  arquero  que 
le  guardaba,  con  una  estratagema  de  mala  ley. 

Respecto  al  mérito  literario  de  esta  comedia,  es 
de  notar  que  en  ninguna  otra  de  Aristófanes  se  en- 
cuentra  un  plan  tan  bien  trazado  y  seguido,  ni 
tampoco  más  viveza  y  animación.  Abundan  en 
ella  parodias  de  muchos  pasajes  de  Eurípides  cuya 
gracia  se  ha  perdido  para  nosotros;  y,  lo  que  es 
peor,  la  afean  á  cada  momento  indecencias  y  obs- 
cenidades reveladoras  de  tan  repugnantes  vicios, 
que  hemos  tenido  que  dejarlas  en  griego,  por  no 
atrevernos  á  presentarlas  ni  aun  bajo  el  velo  del 
latín. 

Las  Fiestas  de  Céres,  según  se  deduce  de  varios 


NOTICIA   PRELIMINAR. 


pasajes  de  las  mismas  (1),  debieron  representarse 
el  año  412  antes  de  Jesucristo,  sin  que  tuvieran  al 
parecer  favorable  acogida.  Aristófanes  las  retocó; 
pero  la  nueva  edición  tuvo  tan  poca  fortuna  como 
la  primera  (2). 


(i)  Son  los  s¡£?u¡entes:  i.*'  Alusión  á  la  derrota  naval  de 
Carmino  (v.  80o)!  -2.«  Censura  de  los  Senadores  del  ano 
anterior,  que  se  dejaron  desposeer  por  los  cuatrocientos  y 
sustituir  la  democracia  por  la  oligarquía,  cuyos  sucesos 
tuvieron  ambos  lugar  en  el  dño  41S  antes  de  Cristo,  vigé- 
simo de  la  uuerra,  debiendo  por  consiguiente  haberse  re- 
presentado  ¿as  fiestas  de  teres  en  el  siguiente,  ó  sea  el  412 
antes  de  nuestra  era. 

(2)    La  edición  que  poseemos  es  la  primera. 


PERSONAJES. 


Mnesíloco,  suegro  de  Eurí- 
pides. 
Eurípides. 

Un  Criado  de  Agaton. 
Agaton. 

Coro  de  Agaton. 
Un  Heraldo. 


Coro  de  Mujeres,  celebran- 
do las  fiestas  de  Céres  y 
Proserpina. 

Varias  Mujeres. 

ClÍ  SIENES. 

Un  Pritáneo. 

Un  Escita,  arquero. 


I 


La  acción  pasa  primero  delante  de  la  casa  de  Ag-aton,  y  luego 
junto  al  templo  de  Céres. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPISA. 


# 


1 


MNESILOCO. 

¡Oh  Júpiter?  ¿Cuándo  aparecerá  la  g'olondri- 
na?  (1)  Este  hombre  va  á  acabar  conmig'o  hacién- 
dome correr  desde  el  amanecer.  ?.Podré,  antes  de 
que  mi  bazo  (2)  estalle,  saber  adonde  me  condu- 
ces, Eurípides? 

EURÍPIDES. 

No  debes  oír  lo  que  pronto  has  de  ver  (3). 

MXESÍLOCO. 

¿Cómo  dices?  repítelo.  ¿No  debo  de  oir...? 

EURÍPIDES . 

Lo  que  pronto  vas  á  ver... 


(1)  Locución  proverbial.  Como  la  golondrina  indicaba 
la  vuelta  de  la  primavera,  la  estación  más  deseada  del 
año,  la  frase  del  texto  equivale  á  «cuándo  vendrá  el 
tiempo  que  esperamos.» 

(2)  Por  la  agitación  y  el  cansancio. 

(3)  VBvoá'vé  áe\  Ores  íes,  V.  81.  Aristófanes  no  cesa  de 
burlarse  del  tono  sentencioso  de  Eurípides,  y  de  sus  pen- 
samientos alambicados  y  conceptuosos. 


10 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


li 


MNESILOCO. 

¿Tampoco  deberé  ver...? 

EURÍPIDES. 

No,  lo  que  Inégo  has  de  oir. 

MNESÍLOCO. 

¿Qué  es  lo  que  me  aconsejas?  Confieso,  sin  em- 
barg"©,  que  hablas  muy  bien.  ¿Dices  que  no  debo  oir 
ui  ver? 

EURÍPIDES. 

Esas  dos  funciones  son  en  efecto  distintas;  una 
cosa  es  no  ver,  y  otra  no  oir;  tenlo  entendido. 

MNESÍLOCO. 

¿Cómo  distintas? 

EURÍPIDES. 

Escucha.  Cuando  el  Éter  principió  á  separarse 
del  caos  y  eng'endró  los  animales  que  en  su  seno  se 
agitaban,  con  objeto  de  que  viesen,  les  hizo  pri- 
mero los  ojos  redondos  como  el  disco  del  sol,  y 
después  les  abrió  los  oidos  en  forma  de  embudo. 

MNESÍLOCO. 

¿Y  por  causa  del  embudo,  ni  oig-o  ni  veo?  ¡Cuánto 
me  alegro  de  haber  aprendido  estas  cosas!  ¡Qué 
bueno  es  conversar  con  los  sabios! 

EURÍPIDES. 

Yo  puedo  enseñarte  otras  muchas  parecidas. 

MNESÍLOCO. 

¡Ojalá  entre  ellas  me  enseñaras  el  modo  de  qui- 
tarme la  cojera!  (1) 


(1)  Hay  en  esto  alguna  alusión  á  los  muchos  héroes  de 
Eurípides  que  tenían  igual  defecto,  como  Belerofonte, 
Ficloctéles  y  otros. 


EURÍPIDES. 

Acércate  y  atiende. 

MNFSÍLOOO. 

Heme  aquí. 

EURÍPIDES. 

¿Ves  esa  puertecita? 

MNESÍLOCO. 

Sin  duda;  digo,  creo  verla. 

EURÍPIDES. 

Calla. 

MNESÍLOCO. 

¿Qué  calle  yo  la  puerta? 

EURÍPIDES. 

Escucha. 

MNESÍLOCO. 

¿Qué  yo  escuche  y  calle  la  puerta? 

EURÍPIDES. 

Agaton  (1),  famoso  poeta  trágico,  vive  ahi. 

MNESÍLOCO. 

¿Qué  Agaton  es  ere? 

EURÍPIDES. 

Es  un  cierto  Agaton... 


(i)  Poeta  que,  siendo  aún  muy  joven,  consiguió  el 
premio  en  la  tragedia  ties  años  antes  de  la  representación 
de  Las  Fiestas  de  Ceres.  Con  este  motivo  obsequió  á  su 
maestro  Sócrates  y  á  sus  amibos  con  el  suntuoso  banque- 
te que  dió  su  nombre  al  famoso  diálogo  de  Platón,  en  el 
cual  Aristófanes  tiene  parte  muy  principal.  Los  cómicos 
censuraban  sus  modales  afemmados,  y  el  excesivo  tiempo 
que  dedicaba  al  tocador.  ^ 

Se  citan  entre  sus  tragedias,  de  las  cuales  sólo  se  con- 
servan fragmentos  insignificantes,  el  Telefo  y  el  Ttéstes, 


12 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


MNE3ÍL0C0. 

Moreno  y  robusto,  ¿verdad? 

EURÍPIDRS. 

No,  es  otro;  ¿no  lo  has  visto  nunca? 

MNESÍLOCO. 

¿Tiene  una  gran  barba? 

EURÍPIDES. 

¿Pero  no  lo  has  visto  nunca? 

MNESÍLOCO. 

No,  que  yo  sepa. 

EURÍPIDES. 

Pues  estuviste  con  él  (1),  aunque  quizá  sin  cono- 
cerlo. Pero  apartémonos,  porque  sale  uno  de  sus 
criados,  trayendo  fueg-o  y  ramas  de  mirto:  sin 
duda  va  á  ofrecer  un  sacrificio  para  el  buen  éxito 
de  sus  poesías. 


EL  CRIADO. 

Guarda,  oh  pueblo,  un  silencio  religioso;  cierra 
tu  boca;  el  coro  saí^rado  de  las  Musas  entona  sus 
himnos  en  la  morada  de  mi  señor  (2).  Refrene  el 
Éter  apacible  el  soplo  de  los  vientos:  cese  el  rumor 
de  las  cerúleas  ondas. . . 

MNESÍLOCO. 

Bombax  (3). 


h)    Es  decir  que  Agaton  está  haciendo  una  tragedia. 

(3)  Palabra  que  imita  el  zumbido  de  un  insecto,  para 
indicar  que  las  enfáticas  expresiones  del  criado  están  va- 
cias de  sentido. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


13 


EL  CRIADO. 

Duerma  la  g'ente  alada;  párese  el  correr  de  las 
feroces  alimañas  en  las  selvas... 

MNESÍLOCO. 

Bómbalo  bombax. 

EL  CRIADO. 

Porque  Agaton  nuestro  amo,  el  poeta  de  armo- 
niosa lira,  se  prepara..- 

MNESÍLOCO. 

ik  prostituirse?  (1). 

EL  CRIADO. 

¿Quién  ha  hablado? 

MNESÍLOCO. 

El  Éter  apacible. 

EL  CRIADO. 

A  colocar  el  armazón  de  un  drama;  para  lo  cual 
redondea  nuevas  formas  poéticas,  tornea  unos  ver- 
sos, suelda  otros,  forja  sentencias,  inventa  metá- 
foras, funde,  modela  y  vierte  en  el  molde  el  asun- 
to, que  en  sus  manos  es  como  blanda  ceia. 

MNESÍLOCO. 

Y  se  dispone  á  una  infamia  (2). 

EL  CRIADO. 

¿Qué  patán  se  aproxima  á  este  recinto? 

MNESÍLOCO. 

Uno  que  para  perforar  tu  recinto  jr  el  del  poeta  de 
armoniosa  lira,  trae  un  excelente  instrumento  (3). 


(i)    Mav  p'.veTaOxt. 
(3)    Obscano  sensu. 


44 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


15 


EL  CRIADO. 

Anciano,  en  tu  juventad  debiste  ser  muy  inso- 
lente. 

EURÍPIDES. 

(A  Míiesiloco.)  Vamos,  déjale  en  paz.— /'^^  cria- 
do.)  Y  tú,  vete  á  llamar  á  Agaton  sin  perder  un 
instante. 

EL  CRIADO. 

No  hay  necesidad;  mi  amo  vendrá  muy  pronto, 
porque  ha  principiado  á  componer  versos,  y  en  el 
invierno  no  es  fácil  redondear  las  estrofas  sin  sa- 
lii*  á  tomar  el  sol  (1). 

(Vase,) 

MNESÍLOCO. 

Y  yo,  ¿qué  haré? 

EURÍPIDES. 

Espera;  ya  sale.  ¡Oh  Júpiter!  ¿Qué  suerte  me  re- 
servas hoy? 

MNESÍLOCO. 

Por  los  dioses,  quiero  saberlo  que  te  pasa.  ¿Por 
qué  grimes?  ¿Por  qué  te  lamentas?  Siendo  mi  yerno, 
no  debes  tener  secretos  para  mi. 

EURÍPIDES. 

Me  amenaza  una  gran  desg-racia. 

MNESÍLOCO. 

¿Cuál? 

EURÍPIDES. 

Hoy  se  decidirá  si  Eurípides  ha  de  vivir  ó  morir. 


MNESÍLOCO. 

¿Cómo  es  posible,  no  habiendo  hoy  sesioa  en  los 
tribunales  ni  en  el  Senado,  por  ser  el  tercer  día  de 
la  fiesta,  el  día  del  medio  de  las  Tesmoforias?  (1) 

EURÍPIDES. 

Precisamente  eso  es  lo  que  me  hace  presentir  mi 
perdición.  Las  mujeres  se  han  conjurado  contra 
mí,  y  están  reunidas  en  el  templo  de  las  dos  dio- 
sas (2)  para  tratar  de  mi  muerte. 

MSESÍLOCO. 

¿Por  qué  motivo? 

EURÍPIDES. 

Porque  las  injurio  en  mis  tragedias. 

MNESÍLOCO. 

Por  Neptuno,  se  les  está  muy  bien  empleado.  ¿Y 
cómo  podrás  evitar  el  g-olpe? 

EURÍPIDES. 

Si  consi;3ro  que  el  poeta  trágico  Agraton  se  pre- 
sente en  la  fiesta. 

MNESÍLOCO. 

¿Pars  qué?  Dime. 


(1)    Las  Fiestas  de  Céres  se  celebraban  en  el  mes  Pia- 
nepson  (Noviembre). 


(1)  Las  fiestas  de  Céres  y  Proserpina  duraban  cinco 
día;,  según  se  deduce  de  este  pasaje.  Mucho  antes  las  mu- 
jeres se  preparaban  á  celebrarlas,  absteniéndose  de  los 
placeres  conyugales,  y  comiendo  con  la  mayor  sobriedad. 
El  objeto  de  eslHs  solemnidades  era  conmemorar  los  be- 
nelicios  que  Céres  Tesmófora  (ieííisiadora)  habla  conce- 
dido a  los  hombres  dictándoles  leyes  prudentes  y  sabias, 
solo  las  mujeres  libres  tenian  derecho  á  concurrir  á  estas 
liestas,  de  las  cuales  estaban  excluidas  las  esclavas  y  los 
nombres.  El  culto  de  Proserpina  se  asociaba  al  de  Céres  en 
recuerdo  del  amor  que  le  profesaba  su  madre. 

(2)  Céres  y  Proserpina. 


16 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


47 


EURÍPIDES. 

Para  que  asista  á  la  reunión  de  las  mujeres,  y 
me  defienda  si  hay  necesidad. 

MNESÍLOCO. 

¿Franca  ó  disimuladamente? 

EURÍPIDES, 

Disimuladamente,  disfrazado  de  mujer. 

MNESÍLOCO. 

Excelente  idea  y  muy  propia  de  tí.  Tratándose 
de  astucias,  el  triunfo  es  nuestro. 

EURÍPIDES. 

Calla. 

MNESÍLOCO. 

¿Pues? 

EURÍPIDES. 

Sale  A^aton. 

MNESÍLOCO. 

¿Dónde  está? 

EURÍPIDES. 

Míralo:  lo  traen  por  tramoya  (i). 

MNESÍLOCO. 

Sin  duda  estoy  cieg-o;  no  veo  ningún  hombre; 
sólo  veo  á  Cirene  (2). 

EURÍPIDES. 

Silencio;  ya  se  prepara  á  cantar. 


(1)  Aí-aton  era  introducido  sobre  la  máquina  destinada 
á  la  aparfcion  de  divinidades  Ya  vimos  en  Los  Acarmen- 
ses  un  juego  escénico  parecido.  ^ 

(2)  Famosa  cortesana.  Mnesíloco  toma  a  Agaton  por 
Cirene,  aludiendo  á  la  disolución  de  sus  costumbres. 


MNESÍLOCO. 

¿Va  á  entonar  una  marcha  de  hormig^as?  (1) 


AGATON  (2). 

Doncellas,  recibid  la  sagrada  antorcha  (3),  y  fes- 
tejad con  danzas  y  alaridos  á  las  diosas  infernales 
y  á  vuestra  libre  patria. 

CORO  DE  AG-ATON  (4). 

¿De  qué  deidad  se  celebra  hoy  la  fiesta?  Pronto 
estoy  siempre  á  adorar  á  los  dioses. 

AGATON. 

Canta,  oh  Musa,  á  Febo,  el  del  arco  de  oro,  que 
levantó  los  muros  de  la  ciudad  del  Simois  (5). 

CORO. 

iSalve,  Febo;  para  tí  mis  himnos  mejores,  pues 
tú  llevas  la  palma  en  el  sacro  certamen  de  las 
MusasI 

AGATON. 

Ensalzad  á  Diana,  la  virgen  cazadora,  errabunda 
por  montañas  y  bosques. 


(4)  Frase  proverbial  para  indicar  las  cosas  pequeñas  y 
de  poco  vigor. 

(2)  En  toda  la  escena  Agaton  habla  en  el  estilo  campa- 
nudo y  sesquipedálico  de  los  malos  poetas  trágicos  y  lí- 
ricos. 

(3)  En  recuerdo  de  la  antorcha  que  llevaba  Céres. 
buscando  á  Proserpina,  robada  por  Pluton. 

(i)  Este  coro  es  el  que  Agaton  ensayaba  para  repre- 
sentar en  sus  tragedias.  El  coro  propio  de  esta  comedia  es 
el  de  las  mujeres  celebrando  las  fiestas  Tesmoforias,  que 
se  presenta  más  tarde. 

i5)    Troya. 


TOMO  III. 


2 


CORO. 

Celebremos  á  porfía,  y  ensalcemos  &  la  casta 
Diana,  augusta  hija  de  Latona. 

AGATOV. 

Y  á  Latona  y  &  la  citara  asiática,  imitando  el 
ritmo  y  el  cadencioso  compás  de  las  Gracias  de 
Frigia  (1). 

CORO. 

Celebremos  á  la  augusta  Latona,  y  &  la  cítara 
madre  de  los  himnos,  para  que  nuestros  acen  os 
varoniles  hagan  con  fulgor  repentmo  brillar  los 
ojos  de  la  adorable  diosa.  ¡Ensalcemos  al  poderoso 
Apolo!  ¡Salve,  hijo  feliz  de  la  augusta  Latona! 

MNESÍLOCO. 

■Venerandas  Genetílides  (2),  qué  dulce  y  volup- 
tuosa melodía!  ¡Los  besos  son  menos  tiernc»  y  las- 
civos' ¡Todo  mi  cuerpo  se  ha  estremecido  de  pla- 
cer' (3).  Escucha,  muchacho,  quienquiera  queseas, 
pues  voy  á,  interrogarte  con  las  palabras  de  Es- 
quilo en  su  Lüurgo  (4).  iDe  dónde  ha  salido  ese 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


19 


M^    Aristófanes  supone  que  Agaton  debía  preferir  el 
modo  lidio,  por  ser  el  más  adecuado  á  sus  costumbres 

'^^(?) "  D.'v'inidades  protectoras  de  la  generación.  Vide  Li- 
sístraia,  al  principio,  nota.  ,  i-    •,  jv/v 

(3)    ha  ut  audienti  mihi  podicem  tpsum  subtent  tUt- 

^*  ai  Drama  satírico,  que  formaba  parte  de  una  tetralo- 
Kia  de  Esquilo,  titulada  ta  Licurgia.  Su  P"nci pal  personaje 
Ira  Licureo,  rey  de  los  Edonios,  que  se  atrevió  á  burlarse 
de  Baco  cSando  regresó  á  Tracia  vencedor  de  las  Indias. 
Su  falla  fué  severamente  castigada.  Los  títulos  de  Jas  iret, 
tragedias  eran  los  Edenes,  Los  Basandes  y  Los  Jóvenes. 


hombre  afeminado?^  ¿Cuál  es  su  patria  y  su  traje? 
¡Qué  contradicciones!  ¡Una  citara  y  una  tánica 
azafranada!  ¡Una  lira  y  un  tocado  de  mujer!  ¡Un 
frasco  de  g-imnasia  y  un  ceñidor!  ¿Hay  cosas  más 
opuestas?  ¡Un  espejo  y  una  espada!  Tú  mismo,  jo- 
venzuelo, ¿qué  eres?  ¿Eres  hombre?  Entonces  ¿dónde 
están  las  pruebas  de  tu  virilidad  (1),  y  el  manto  y 
el  calzado  propios  de  este  sexo?  ¿Eres  mujer?  En- 
tonces ^dónde  está  el  pecho  levantado?  ¿Qué  dices? 
¿Por  qué  callas?  Sea  como  quieras,  pero  te  advierto 
que  por  la  voz  te  conoceré  en  seguida. 

agaton. 
¡Anciano!  ¡anciano!  he  oido  el  silbido  de  la  envi- 
dia, sin  sentir  el  dolor  de  sus  mordeduras.  Yo 
llevo  un  traje  en  consonancia  con  mis  pensamien- 
tos. Pues  un  poeta  debe  tener  costumbres  análo- 
gas á  lo3  dramas  q:ie  compone.  Si  el  asunto  de  sus 
tragedias  son  las  mujeres,  su  persona  debe  imitar 
la  vida  y  el  porte  mujeril. 

MNESÍLOCO. 

¿De  suerte  que  al  componer  la  Fedra  montarás 
¿  caballo?  (2) 

AGATON. 

Si  los  asuntos  son  varoniles,  ya  tiene  en  su  cuer- 
po todo  lo  necesario.  Pero  lo  que  no  tenemos  por 
naturaleza,  preciso  es  adquirirlo  por  la  imitación. 


(i)    Atubipenis^ 

(2)  Hic  de  venérea  quadam  statura  agitur,  de  qua  sa^ 
pius  apud  Arislophanem.  Hay  ademós  una  alusión  satírica 
á  Eurípides,  que  pinta  á  Fedra  sumamente  aficionada  á  la 
caza  y  los  caballos. 


50 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


n 


MNESÍLOCO. 

Por  consiguiente,  cuando  escribas  dramas  saü- 
ricos  (1),  llámame  y  yo  me  pondré  detrás  de  tí  en 
la  actitud  requerida  (2). 

AGATON. 

Además  parecerá  muy  mal  un  poeta  grosero  y 
velludo.  Ibico  (3),  Anacreonte  de  Teos,  y  Alceo, 
tan  hábiles  en  la  armonía,  llevaban  mitras,  y  bai- 
laban las  voluptuosas  danzas  de  la  Jonia  (4);  el 
mismo  Frínico  (5),  de  quien  has  oido  hablar,  unia  á 
su  propia  hermosura  la  de  sus  vestidos;  así  es  que 
en  sus  dramas  todo  era  hermoso.  Cada  cual  impri- 
me á  sus  obras  su  propio  carácter. 

MNESÍLOCO. 

Por  eso  Filócles  (6),  que  es  feo,  compone  obras 


(\)  Sólo  se  conservan  de  este  género  de  dramas,  i>n- 
vativo  de  los  Griegos,  el  Ciclope  de  Eurípides,  cuya  tra- 
ducción al  castellano  hemos  publicado  en  este  mismo  ano. 

(2)  Arrecio  veretro.  Los  dramas  satíricos  eran  casi  fan 
licenciosos  como  las  comedias.  _ 

(3)  Ibico,  natural  de  Regium,  floreció  en  el  siglo  vi  an- 
tes de  nuestra  era,  y  se  distinguió  por  sus  poesías  líricas, 
con  tendencias  épicas,  como  las  de  Estesicoro.  ^ 

(4)  Horacio  nos  presenta  con  una  sola,  pero  magistral 
pincelada  las  costumbres  á  que  Aristófanes  alude. 

Motus  doceri  g av.de t  Iónicos. 
Matura  virgo  y  et  fingitur  artubus 
Jam  nunc  et  incestos  amores 
De  tener  o  meditatur  ungui. 

(OáaJ,  in,  6,  21.) 

(5)  Poela  trágico,  citado  ya  con  elogio  en  Las  Avts- 
ms.  220,  ^riO;  y  en  Las  Ates,  750. 

^  (6)    Véanse  Las  Avispas,  v.  462  y  nota;  y  Las  Aves, 

284, 1.293. 


feas;  Jenócles  (1),   que  es  malo,  malas;  y  Teóg- 
nis  (2),  que  es  frió,  Mas. 

AGATON. 

Es  de  absoluta  necesidad.  Y  sabiéndolo  yo,  he 
cuidado  de  mi  persona. 

MNESÍLOCO. 

¿Cómo,  por  los  dioses? 

EURÍPIDES. 

Cesa  de  ladrar.  Yo  era  lo  mismo  cuando  á  la 
edad  de  ése  principié  á  escribir. 

MNIÍSÍLOCO. 

¡Vaya  unos  modales,  amig-ol 

EURÍPIDES. 

Pero  déjame  decir  á  lo  que  he  venido. 

AGATON. 

Habla. 

EURÍPIDES. 

Ag'aton,  «es  de  hombres  sabios  el  decir  muchas 
<5osas  en  pocas  palabras.  Herido  poruña  desgracia 
nueva,  veng'o  á  suplicarte.»  (3) 

AGATON. 

¿Para  qué  me  necesitas? 

EURÍPIDES. 

Las  mujeres,  reunidas  en  el  templo  de  las  dos 
diosac,  han  resuelto  hoy  mi  perdición,  porque  ha- 
blo mal  de  ellas. 


(l)    Hijo  tle  Carcino.  Véanse  Las  Avispas,  1.510,  y  nota, 
y  La  Paz,  792. 
(i)    Véase  Los  Acarnienses,  v.  11  y  140. 
(3)    Verso  del  Eolo,  de  Eurípides. 


fi 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


^3 


AGATON. 

¿Y  qué  socorro  puedes  esperar  de  mí? 

EURÍPIDES. 

Uno  grandísimo.  Si  te  mezclan  furtivamente  en- 
tre las  mujeres  de  modo  que  parezcas  una  de  tan- 
tas, y  defiendes  mi  causa  elocuentemente,  conse- 
guirás salvarme.  Tú  eres  el  único  capaz  'Je  hablar 
dignamente  de  mí. 

AGATON. 

¿Por  qué  no  vas  á  defeudsrte  tú  mismo? 

EURÍPIDES. 

Te  lo  diré.  En  primer  lugar,  yo  soy  muy  cono- 
cido, y  además  cano  y  barbudo;  mientras  que  tú 
eres  de  hermosa  figura,  blanco,  imberbe;  tiene» 
voz  atiplada  y  aspecto  delicado. 

AGATON. 

Eurípides... 

EURÍPIDES. 

¿Qué? 

AGATON. 

¿No  has  dicho  en  alguna  parte:  «el  ver  la  luz  te 
alegra;  ¿crees  que  no  le  alegra  también  á  tu  pa- 
dre?» (1) 

EURÍPIDES. 

Cierto. 

AGATON. 

No  esperes,  por  tanto,  que  yo  me  exponga  en  tu 
lugar:  seria  una  locura.  Sufre,  como  es  natural,  tu 


propio  infortunio.  Las  desgracias  no  deben  sobre- 
llevarse con  astucia,  sino  con  paciencia. 

MNESÍLOCO. 

Así  es  como  tú  has  llegado  al  colmo  de  la  Icfa- 
mia:  á  fuerza  de  paciencia  (1). 

EURÍPIDES. 

¿Pero  por  qué  temes  ir  allá? 

AGATON. 

Me  tratarían  peor  que  á  tí. 

EURÍPIDES. 

¿Cómo? 

AGATON. 

¿Cómo?  pareceria  que  iba  á  robarles  sus  placeres 
nocturnos,  y  arrebatarles  su  Venus  intima. 

MNESÍLOCO. 

¡Mira!  ¿á  robarles?  di  más  bien  á  prostituirte  (2). 
¡Por  Júpiter!  ¡Vaya  un  pretexto! 

EURÍPIDES. 

En  qué  quedamos,  ¿lo  harás? 

AGATON. 

No  lo  esperes. 

EURÍPIDES. 

¡Desdichado  de  mí!  ¡Estoy  perdido! 

MNESÍLOCO. 

Eurípides,  mi  querido  yerno,  no  te  desalientes. 

EURÍPIDES. 

¿Qué  hacer? 


(i)    Fragmento  de  la  Álceste,  de  Eurípides. 


(i)     Obfc&fno  sensu. 
(2)     BiveTaOat  \kíy  oJv. 


n 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  tÉRES  Y  PROSERPLNA. 


23 


AGATON. 

¿Y  qué  socorro  puedes  esperar  de  mí? 

EURÍPIbES. 

Uno  grandísimo.  Si  te  mezcla^  furtivamente  en- 
tre las  mujeres  de  modo  que  parezcas  una  de  tan- 
tas,  y  defiendes  mi  causa  elocuentemente,  conse- 
güiras  salvarme.  Tú  eres  el  único  capaz  de  hablar 
dignamente  de  mí. 

AGATON. 

¿Por  qué  no  vas  á  defeTid2rte  t/i  mismo? 

EURÍPIDES. 

Te  lo  diré.  En  primer  lugar,  yo  soy  muy  cono- 
cido,  y  además  cano  y  barbudo;  mientras  que  tú 
eres  de  hermosa  figura,  blanco,  imberbe;  tiene» 
voz  atiplada  y  aspecto  delicado. 

AGATON. 

Eurípides... 

EURÍPIDES. 

¿Qué? 

AGATON. 

¿No  has  dicho  en  alguna  parte:  «el  ver  la  luz  te 
alegra;  ¿crees  que  no  le  alegra  también  á  tu  pa- 
dre?» (1) 

EURÍPIDES. 

Cierto. 

AGATON. 

No  esperes,  por  tanto,  que  yo  me  exponga  en  tu 
lu"^r:  sería  una  locura.  Sufre,  como  es  natural,  tu 


propio  infortunio.  Las  desgracias  no  deben  sobre- 
llevarse con  astucia,  sino  con  paciencia. 

MNESÍLOCO. 

Así  es  como  tú  has  llegado  al  colmo  de  la  Icfa- 
mia:  á  fuerza  de  paciencia  (1). 

EURÍPIDES. 

¿Pero  por  qué  temes  ir  allá? 

AGATON. 

Me  tratarían  peor  que  á  tí. 

EURÍPIDES. 

¿Cómo? 

AGATON. 

¿Cómo?  parecería  que  iba  á  robarles  sus  placeres 
nocturnos,  y  arrebatarles  su  Venus  intima. 

MNESÍLOCO. 

¡Mira!  ¿á  robarles?  di  más  bien  á  prostituirte  (2). 
jPor  Júpiterl  ¡Vaya  un  pretexto! 

EURÍPIDES. 

En  qué  quedamos,  ¿lo  harás? 

AGATON. 

No  lo  esperes. 

EURÍPIDES. 

¡Desdichado  de  mí!  ¡Estoy  perdido! 

MNESÍLOCO. 

Eurípides,  mi  querido  yerno,  no  te  desalientes. 

EURÍPIDES. 

¿Qué  hacer? 


(i)    Fragmento  de  la  Alceste,  de  Eurípides. 


(1)     Obscc^no  sensu. 
BtveTaOat  \ily  Ouv. 


«4 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


25 


MNESÍLOCO. 

Échale  á  ése  al  infierno,  y  dispon  de  mi  á  tu 
antxjjo. 

EURÍPIDES. 

Pues  tü  mismo  te  me  ofreces,  acepto.  Vamos 
qiútate  ese  vestido. 

MNESÍLOCO. 

Ya  está  en  el  suelo.  ¿Qué  intentas  hacer  de  mi*^ 

EURÍPIDES. 

Afeitarte  la  barba  y  quemarte  el  pelo  de  más 
abajo  (1). 

MSESÍLOCO. 

Haz  lo  que  gustes,  ya  que  me  he  ofrecido. 

EURÍPIDES. 

Agaton,  tú  siempre  llevas  navajas,  préstanos  una. 

AGATÜN. 

Cógela  de  ese  estuche. 

EURÍPIDES. 

Gracias.  Siéntate  é  hincha  el  carrillo  derecho. 

MNESÍLOCO. 

¡Ay! 

EURÍPIDES. 

¿Por  qué  gritas?  Te  voy  á  meter  un  tarugo  en  la 
boca,  si  no  callas. 

MNESÍLOCO. 

¡Ayl  ¡ay!  ¡ay!  ¡ay! 

EURÍPID3S. 

¿A  dónde  corres? 


MNESÍLOCO. 

Al  templo  de  las  Euménides  (1);  no,  por  Céres, 
no  me  he  de  estar  ahí  para  que  me  hagas  tajadas. 

EURÍPIDES. 

Se  van  á  reír  de  tí  al  verte  con  la  cara  medio 
afdtada. 

MNESÍLOCO. 

Poco  me  importa. 

EURÍPIDES. 

No  me  abandones,  por  los  dioses  te  lo  pido, 
ven  acá. 

MNESÍLOCO. 

¡Desdichado  de  mí! 

EURÍPIDES. 

Estáte  quieto  y  levanta  la  cabeza.  ¿Adonde  te 
vuelves? 

MNESÍLOCO. 

¡Mu!  ¡mu! 

EURÍPIDES. 

¿Por  qué  muges?  Ya  está  concluido  todo. 

MNESÍLOCO. 

¡Infeliz,  voy  á  pelear  armado  á  la  ligera!  (2) 

EURÍPIDES. 

No  pienses  en  eso.  Vas  á  estar  hermosísimo. 
¿Quieres  mirarte? 


(i )    Mos  eral  veteribus  b .  rbam  navacula  radere\  pudin- 
dorum  autem  pilos  admota  ñamraa  amburere. 


(\)  En  él  se  refugiaban  los  suplicantes.  Las  Euménides, 
ó  benéficas,  son  las  furias,  llamadas  así  después  del  juicio 
de  Oresles.  Su  templo  estaba  próximo  al  Areópago. 

(2)  En  el  original  hay  un  equívoco:  4"^ó<:  significa  afei- 
tado y  soldado  armado  á  la  libera. 


S6 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


MNESÍLOCO. 

Si,  dame  un  espejo. 

EURÍPIDES. 

¿Te  ves? 

MNESÍLOCO. 

A  mí  no,  á  Clístenes  (1). 

EURÍPIDES. 

Levántate  para  que  te  queme  el  vello;  ahora  iu- 
cKnate. 

MNESÍLOCO- 

íCielo  santo!  ¡Me  vas  á  chamuscar  como  á  un 
cerdo! 

EURÍPIDES. 

Traadme  una  antorcha  ó  una  lámpara.  Inclínate 
y  cuídate  sólo  de  una  cosa  (2). 

MNESÍLOCO. 

Ya  la  cuidaré,  por  Júpiter.  ¡Oh,  yo  me  abraso! 
¡Agua,  vecinos,  a^ua,  antes  de  que  la  llama  in- 
cendie mi  trasero! 

EURÍPIDES. 

Tranquilízate. 

MNESÍLOCO. 

¿Quién  puede  estar  tranquilo  cuando  le  están 
asando? 

EURÍPIDES. 

Ya  no  tienes  por  qué  inquietarte;  lo  peor  está 
hecho. 


(i)    Alusión  á  las  costumbres  afeminadas  de  Ciístenes, 
uno  de  los  personajes  de  esta  comedia. 
(2)     Cauda  cave  nunc  extrema. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


27 


MNESÍLOCO. 

lOh  qué  hollín!  Estoy  completamente  chamuscado 

EURÍPIDES. 

No  te  cuides  de  eso;  ya  se  te  lavará  con  una  es- 
ponja. 

MNESÍLOCO. 

íPobre  del  que  se  atreva  á  lavarme  el  trasero! 

EURÍPIDES. 

Agfaton,  ya  que  no  quieres  ayudarme,  préstame 
á  lo  menos  esa  túnica  y  ese  ceñidor;  no  puedes  de- 
cir que  no  los  tienes. 

AGATON. 

Con  mucho  g'usto;  tomad  y  usadlos. 

MNESÍLOCO. 

¿Qué  me  pongo? 

AGATON. 

Ponte  primero  esa  túnica  de  color  de  azafrán. 

MNESÍLOCO. 

¡Por  Venus,  qué  buen  olor  echa  á  hombre!  (1) 
Pónmela  pronto:  dame  el  ceñidor. 

EURÍPIDES. 

Toma. 

MNESÍLOCO. 

Ahora  dame  algo  para  adornarme  las  piernas  (2). 

EURÍPIDES. 

Necesitas  una  cinta  y  una  mitra  (3). 


(i)     Suavem  odorem  méntula  spirat. 

(2)  El  adorno  de  las  piernas  lo  constituían  generalmente 
anillos  de  más  ó  menos  círculos.  (Vid.  Winckelmann.  Ht$- 
toire  de  Vart  chez  les  anciens,  tom.  i,  pág.  544.) 

(3)  Tocado  de  mujer. 


! 


f8 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


AGATON. 

loma  mi  gorro  de  dormir. 

EURÍPIDES. 

Por  Júpiter,  es  lo  más  á  propósito. 

MNESÍLOCÜ. 

^.Me  caerá  bien? 

AGATON. 

Admirablemente. 

EURÍPIDES. 

Venga  el  manto. 

AGATON. 

Cógelo  de  encima  de  la  cama. 

MNESÍLOGO. 

Necesito  zapatos. 

AGATON. 

Ten  estos  mios. 

MNESÍLOGO. 

¿Me  vendrán  bien?  que  á  tí  te  gusta  el  calzado 
ancho  (1). 

AGATON. 

Pruébatelos.  T?a  tenéis  todo  cuanto  os  hace  falta. 
Llevadme  pronto  adentro  (2). 


EURÍPIDES. 

Pareces  completamente  una  mujer.  Cuando  ha- 
bles, ten  mucho  cuidado  de  imitar  la  voz  fe- 
menina. 


(\)    Alusión  obscena.  ,  .j  j 

(2)    Sobre  la  máquina  en  que  está  á  guisa  de  deidad. 


LAS  FIESTAS  Dí  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


29 


Lo  procuraré. 


MNESÍLOCO. 


EURÍPIDES. 


Vete  ya. 

MNESÍLOCO. 

No  por  cierto,  si  antes  no  me  juras... 

EURÍPIDES. 

¿Qué? 

MNESÍLOCO. 

Emplear  todos  los  medios  para  salvarme,  si  me 
ocurre  alguna  desgracia. 

EURÍPIDES. 

«Lo  juro  por  el  Éter,  morada  de  Júpiter»  (1). 

MNESÍLOCO. 

^No  era  mejor  que  jurases  por  la  familia  de  Hi- 
pócrates? (2). 

EURÍPIDES. 

Pues  bien,  juro  por  todos  los  dioses  sin  excepción. 

MNESÍLOCO. 

«Acuérdate  de  que  ha  jurado  el  corazón  y  no  la 
lengua:»  (3)  los  juramentos  de  ésta  no  los  quiero. 

(1)  Verso  de  la  Melanipe  de  Eurípides. 

(2)  De  diferente  manera  se  ha  entendido  esta  alusión. 
El  escoliasta  opina  que  Aristófanes  se  refiere  á  un  Hipó- 
crates ignorante,  padre  de  tres  hijos  cuyo  idiotismo  era 
casi  proverbial,  y  en  este  caso  la  frase  del  suegro  de  Eu- 
rípides equivale  á  decir,  que  tanto  se  le  importa  de  Jú- 
piter como  de  la  imbécil  familia  á  que  se  refiere.  Otros, 
siguiendo  áLittré  en  su  traducción  de  Hipócrates,  creen 
que  el  poeta  alude  al  célebre  médico,  que  había  em- 
pleado el  éter  como  medio  terapéutico. 

(3)  Parodia  del  verso  612  del  Hipólito  de  Eurípides, 
cuya  peligrosa  doctrina  causó  verdadero  escándalo  en 
Atenas:  La  lengua  ha  jurado,  el  alma  no. 


30 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


34 


EURÍPIDES. 

Anda  listo;  ya  se  ve  en  el  templo  de  Céres  la  se- 
ñal de  reunirse.  Yo  me  retiro. 
(Mutación  de  escena.  Apmce  el  templo  de  Céres  y 

Proserpina,) 

MNESÍLOCO  (1). 

Ven,  Trata,  sigúeme.  Mira,  Trata,  cuánto  humo 
despiden  las  antorchas.  ¡Oh  bellísimas  Tesmóforas, 
recibidme  y  despedidme  propicias!  Descárate  la 
cesta,  Trati,  y  saca  la  torta  para  que  se  la  ofrezca 
á  las  dos  diosas.  ¡Oh  augusta  divinidad,  Céres  adc- 
rada,  y  tú,  venerable  Proserpina,  permitidme  pre- 
sentaros muchas  veces  oblaciones  como  ésta  (y  so- 
bre todo  que  no  me  descubran).  Conceded  á  mi  hija 
un  esposo  rico,  aunque  sea  estúpido  y  necio,  para 
que  no  piense  masque  en  divertirse  (2).  ¿Dónde 
encontraré  un  sitio  para  poder  oir  á  los  oradores? 
Tú,  Trata,  márchate;  las  esclavas  no  pueden  asis- 
tir á  esta  reunión  (3). 


UNA   MUJER  HERALDO  (4). 

Guardad  el  silencio  religioso:  guardad  el  silen- 


(1)  Hablando  con  Trata,  esclava  de  que  se  hace  acom- 
pañar  Mnesiloco. 

(2)  Ád  phallum.  ^  ,  ^       , 

(3)  L«s  esclavas  esperaban  á  la  puerta  del  templo  para 
recibir  las  órdenes  de  sus  señoras,  como  se  desprende  de 
un  pasaje  posterior.  .  . 

'  (4)  Una  mujer  hace  de  heraldo,  porque  nmgun  hom- 
bre podia  intervenir  en  las  Tesmoforias.  Toda  la  siguiente 
escena  es  parodia  de  las  formalidades  observadas  en  la 
asamblea  popular. 


ció  religioso.  Orad  á  las  Tesmóforas  Céres  y  Pro- 
serpina, á  Pluto  (1),  á  Caligenia  (2),  á  Curótro- 
fe  (3),  á  la  Tierra,  á  Mercurio,  á  las  Gracias,  para 
que  esta  asamblea  nos  sea  propicia  y  útil  á  Atenas 
y  á  nosotras  mismas.  Pedidles  también  que  aque- 
lla que  por  sus  ilustres  hechos  y  discursos  merez^ 
ca  más  aplausos  del  pueblo  ateniense  y  de  las  mu- 
jeres, sea  la  vencedora.  Dirigidles  estas  suplirías, 
y  haced  votos  por  vuestra  propia  dicha.  ¡lo  Peanl 
lio  Pean!  Congratulémonos. 

CORO  DE  MUJERES. 

Esos  son  nuestros  votos.  ¡Dígnense  los  dioses 
acogerlos!  Omnipotente  Júpiter,  dios  de  la  lira  de 
oro,  adorado  en  Délos  (4);  y  tú,  invencible  diosa, 
doncella  de  cerúleos  ojos  y  áurea  lanza,  patrona 
de  la  más  floreciente  ciudad  (5),  acudid  á  mi  lla- 
mamiento; acude  tú  también,  hermoso  retoño  de 
Latona  (6),  la  de  fúlgida  mirada,  virgen  cazadora, 


(4)    Dios  de  las  riquezas. 

(2)  Nodriza  de  Céres:  otros  creen  que  es  un  sobre- 
nombre de  Céres,  y  otros  de  Proserpina,  sijínificativo  de 
su  influencia  en  el  buen  desarrollo  del  feto  durante  la  ges- 
tación. Llamábase  así  uno  de  los  cinco  días  de  las  Tesmo- 
forias. 

(3)  Sobrenombre  de  Céres,  que,  como  su  etimología 
indica  (xoopoc,  muchacho  xpáípEiv,  nutrir)^  presidia  al  des- 
arrollo del  i-.uerpo  en  los  niños  y  adolescentes  mediante 
los  alimentos  que  hace  producir  á  la  tierra. 

(4)  Apolo. 

(5)  Minerva.  Traducimos  ojos  cerúleos  el  célebre  y  tra- 
dicional epíteto  ^XauxGitic,  lil.:  ojos  de  lechuza.  Hermo- 
silla  traduce,  brillantes.  (Vid.  Su  versión  de  la  Illada  de 
Homero,  libro  iv.) 

(6)  uiana. 


m\ 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


f 


32 

adorada  bajo  cien  advocaciones;  y  tú,  venerable 
Nepümo,  soberano  de  las  olas,  abandonando  tu  lí- 
quido palacio  arremolinado  por  las  tempestades  y 
recorrido  por  los  peces,  ven  acompañado  de  las  hi- 
jas de  Nereo,  y  de  las  montañesas  ninfas.  Mézclense 
á  nuestras  oraciones  loa  acentos  de  la  dorada  lira, 
y  reine  el  orden  en  esta  asamblea  de  nobles  ma- 
tronas. 

EL  HERALDO. 

Orad  á  les  dioses  y  diosas  del  Olimpo,  de  Délfos, 
de  Délos,  y  é,  las  demás  deidades.  Si  hay  al^un 
malvado  que  conspire  contra  el  pueblo  femenino  ó 
que  ofrezca  á  Eurípides  (1)  ó  á  los  Medas  una  paz 
perjudicial  á  las  mujeres,  ó  que  aspire  á  la  tiranía, 
ó  se  proponga  restablecer  á  un  usurpador;  si  hay 
un  delator  que  denuncie  á  una  mujer  culpable  de 
suposición  de  prole,  ó  una  esclava  que  después  de 
haber  sido  alcahueta  de  su  señora  le  vaya  con  el 
cuento  al  marido,  y,  encargada  de  llevar  un  re- 
cado, traiga  falsas  noticias;  si  hay  algún  galan- 
teador que  engañe  á  una  mujer  y  después  no  la  dé 
lo  prometido;  si  hay  una  vieja  que  compra  sus 
amantes  ó  una  cortesana  que  por  los  regalos  de 
otro  abandona  á  su  querido;  si  hay  un  tabernero 
ó  tabernera  que  al  vendernos  un  congio  ó  una  co- 
tila (2)  nos  engaña  en  la  medida,  pedid  al  cielo  los 


(1)  Eurípides  es  citado,  al  lado  de  los  Medas,  como 
enemigo  irreconciliable.  .  . 

(2)  Medidas  de  capacidad.   El  yoO<,  congtM,  equivale 
á  3,24  litros;  y  la  xotíXti,  cotylus,  á  0,27. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


33 


confunda  á  todos,  con  toda  su  familia,  y  que  ai 
propio  tiempo  os  colme  de  bienes  á  vosotras. 

CORO. 

unánimes  pedimos  que  se  cumplan  nuestros  vo- 
tos en  favor  del  pueblo  y  la  república,  y  que,  como 
es  justo,  se  otorgue  la  victoria  á  las  que  den  mejo- 
res consejos.  Las  que  cometen  fraudes  y  violan 
los  más  sagrados  juramentos  en  provecho  propio  y 
daño  del  común;  las  que  tratan  de  derogar  las 
antiguas  leyes  y  decretos  promulgando  otros  nue- 
vos; las  que  revelan  nuestros  secretos  á  los  enemi- 
gos, é  introducen  á  los  Medas  en  nuestro  país 
para  arruinarlo,  esas  son  impías  y  enemigas  de  la 
patria.  Acoge  tú  nuestras  preces,  omnipotente  Jú- 
piter, para  que,  aunque  somos  mujeres,  nos  sean 
propicios  los  dioses. 

EL  HERALDO. 

Escuchad  todas.  «El  Consejo  de  las  mujeres, 
siendo  presidente  Timoclea,  secretario  Lisila,  y 
Sóstrata  orador  (1),  ha  decretado:  Que  mañana  dia 
del  medio  de  las  Tesmoforias,  por  ser  el  más  des- 
ocupado, se  destine  ante  todo  á  deliberar  sobre  el 
castigo  que  debe  imponerse  á  Eurípides,  por  sus 
ultrajes  á  todas.»  ¿Quién  pide  la  palabra?  (2). 

MUJER  PRIMERA. 

Yo. 

EL  HERALDO. 

Pnes  ponte  esa  corona  antes  de  hablar  (3).  Ca- 


(i)    Fórmula  de  los  decretos. 

(2)  Fórmula  ya  empleada  en  los  Acarnienses,  v.  45. 

(3)  Gomo  acostumbraban  á  hacerlo  los  oradores^ 

TOMO        •  3 


34 


COMKDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS   DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


35 


liad.  ¡Silencio!  ¡Atención!  Ya  escupe,  segan  acos- 
tumbran lo3  oradore??.  Parece  que  el  discurso  va  á 
ser  larg'o. 

MUJER  trímera. 

No  es  la  ambición  ¡olí  mujeres!  lo  que  me  mueve 
á  usar  de  la  palabra,  os  lo  juro  por  las  diosas.  Mué- 
veme solamente  la  indig-naciou  que  me  sofoca  al 
veros  vilipendiadas  por  Eurípides,  ese  hijo  de  una 
verdulera  (1).  ¿Qué  ultrajes  hay  que  no  nos  pro- 
di^ue'^  ¿Qué  ocasión  de  calumniarnos  desperdicia, 
en  cuanto  tiene  muchos  ó  pocos  oyentes,  actores  y 
coros'^  Nos  llama  adúlteras,  desenvueltas,  borra- 
chas, traidoras,  charlatanas,  inútiles  para  nada  de 
provecho,  peste  de  los  hombres;  con  lo  cual  cuan- 
do nuestros  maridos  vuelven  del  teatro  nos  miran 
de  reojo,  y  registran  la  casa  para  ver  si  hay  oculto 
al^un  amante.  Ya  no  nos  permiten  hacer  lo  que 
hacíamos  antes:  ¡tales  sospechas  ha  inspirado  ese 
hombre  á  los  esposos!  ¿Se  le  ocurre  á  una  de  nosotras 
hacer  una  corona"^  ya  la  creen  enamorada  (2).  ¿Se 
deja  otra  caer  una  vasija  al  correr  en  sus  domésticas 
faenase  el  marido  preg-u uta  en  seguida:  «¿En  ho- 
nor de  quién  se  ha  quebrado  esa  olla?  sin  duda  del 


(i)  Aristófanes  echa  continuamente  en  cara,  á  Eurípi- 
des el  luimiitje  oficio  de  su  madre. 

(2)  Era  costumbre  entre  los  enamorados  antiguos  el 
hacerse  regalos  de  coronas,  aves,  frutas,  mechoncitos  de 

cabellos,  etc. 

Amaba,  y  no  con  rosas  y  manzanas 
O  apios,  sino  con  furias  perniciosas, 

dice  Teócrito  para  pintar  la  profunda  pasión  del  Cíclope. 


extranjero  de  Corinto»  (1).  ¿Está  enferma  alg-una 
jéven?  su  hermano  dice  al  punto:  «No  me  g*usta  el 
color  de  esa  muchacha»  (2).  Si  una  mujer  que  no 
tiene  hijos  quiere  suponer  un  parto,  ya  no  puede 
hacerlo,  porque  los  hombres  nos  vig*ilan  de  cerca. 
Para  con  los  viejos  que  antes  contraían  matrimonio 
con  jóvenes,  también  nos  ha  desacreditado,  y  nin- 
g'uno  se  casa  después  de  haber  oído  aquel  verso: 

«La  esposa  es  reina  del  marido  anciano»  (3). 

El  es  asimismo  la  causa  de  que  nos  cierren  con 
cerrojos  y  sellos  (4),  y  teng-an  para  g-uardarnos 
esos  perrazos  molosos  (5),  terror  de  los  amantes.  Y 
esto,  pase;  pero  ahora  no  podemos,  como  antes,  sa- 
car nosotras  mismas  de  la  despensa  harina,  aceite 
y  vino;  pues  nuestros  maridos  llevan  siempre  con- 
signo no  sé  qué  condenadas  Uavecítas  lacedemo- 
nias  (6),  secretas  y  de  tres  dientes.  Sin  embarg-o, 
aun  hubiéramos  podido  abrir  las  puertas  más  se- 


(í)  Estenobeá  en  la  tragedia  de 'Eurípides  que  lleva 
este  título,  creyendo  muerto  á  Belorofonle,  decia  constan- 
temente, cuando  se  le  caia  alguna  cosa:  «Para  el  extran- 
jero lie  r.orinto.w  A  esto  alude  Aristófanes. 

(2)  Por  suponerla  en  cmta. 

(3)  Verso  del  Fénix  de  Eurípides,  tragedia  perdida. 

(4)  De  este  pasaje  se  deduce  que  los  maridos  celosos 
no  se  contentaban  con  echar  el  cerrojo  á  las  habitaciones 
de  sus  mujeres,  sino  que  además  sellaban  las  puertas. 

(o)  Perros  originarios  del  Epiro,  sumamente  corpu- 
lentos. 

(6)  Los  herreros  lacedemonios  tenian  fama  de  muy 
hábiles.  Planto  habla  también  de  una  llave  lacedemonia 
en  la  Moatellaria,  n,  i,  57. 


r 


36 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


37 


liadas,  mandándonos  hacer  por  tres  óbolos  un 
anillo  con  la  misma  marca;  pero  ese  maldito  Eurí- 
pides, perdición  de  las  familias,  ha  enseñado  á  lo» 
hombres  á  llevar  colgados  del  cuello  complicadísi- 
mos sellos  de  madera  (1).  Creo,  por  consiguiente, 
que  es  necesario  librarnos  á  toda  costa  de  ese  ene- 
migo, dándole  muerte  con  veneno  li  otro  media 
cualquiera.  Eso  es  lo  que  digo  en  alta  voz;  lo  de- 
mas  lo  haré  constar  en  el  registro  del  secretario. 


'O 

CORO. 


Nunca  he  visto  mujer  más  hábil  y  elocuente; 
todo  lo  que  dice  es  justo;  ha  examinado  la  cuestión 
bajo  todos  sus  aspectos  y  los  ha  pesado  todos.  Su 
argumentación  es  nutrida,  sagaz  y  selecta;  de 
suerte  que  si  al  lado  de  ella  perorase  Jcnócles  (2), 
hijo  de  Carcino,  os  parecería,  á  mi  modo  de  ver,, 
que  sólo  decia  vaciedades. 

MUJER   SEGUNDA. 

Habiendo  abarcado  perfectamente  la  preopinan- 
te todos  los  extremos  de  la  acusación,  diré  muy 
pocas  palabras,  concretándome  á  manifestaros  lo 
que  á  mí  misma  me  sucede.  Murió  mi  marido  en 
Chipre,  dejándome  cinco  hijos  pequeños,  á  los  que 
sostenía  á  duras  penas,  haciendo  coronas  en  la 
plaza  de  los  Mirtos  (3).  Con  este  recurso  vivia  así, 
asi,  es  verdad;  pero  al  fin  vivia:  pues  bien,  desde 
que  ese  hombre  en  sus  tragedias  ha  demostrado  al 


(1)  Difíciles  de  ser  falsificados. 

(2)  Varias  veces  citado,  v.  Las  Avispas,  i. 510. 

(3)  En  los  sacrificios,  banquetes  y  asambleas  se  hacía 
mucho  gasto  de  coronas. 


-público  que  no  existen  los  dioses  (1),  no  vendo  ni 
la  mitad  que  antes  (2).  Por  lo  cual  opino  y  os  acon- 
sejo que  no  dejéis  de  castigarle:  sobran  causas  para 
ello,  pues  siempre,  amigas  mias,  nos  está  ultra- 
jando con  la  grosería  propia  del  que  se  ha  edu- 
cado entre  legumbres.  Yo  voy  á  la  plaza;  tengo  que 
hacer  veinte  coronas  que  me  han  encargado. 

Coro. 
Sus  palabras  han  sido  más  mordaces  que  las  del 
primer  discurso.  ¡Qué  gracia!  ¡Qué  oportunidad! 
iQué  agudeza  y  qué  astucia!  Todo  es  claro  y  con- 
vincente. Si,  es  necesario  imponerle  una  pena 
ejemplar  por  sus  ultrajes. 

MNESÍLOCO. 

No  me  asombra,  oh  mujeres,  que  tales  acusacio- 
nes os  irriten  vivamente  contra  Eurípides,  y  hagan 
hervir  vuestra  bilis.  Yo  misma,  os  lo  juro  por  la 
«alud  de  mis  hijos,  yo  misma  detesto  á  ese  hombre, 
pues  seria  menester  estar  loca  para  no  aborrecerle. 
No  obstante,  conviene  que  tengamos  en  confianza 
algunas  explicaciones;  ahora  estamos  solas,  y  no 
hay  miedo  de  que  nuestras  palabras  se  divulguen. 
¿Por  qué  le  acusamos,  por  qué  le  hacemos  graví- 
simas inculpaciones  sólo  por  haber  revelado  dos  ó 
tres  de  nuestros  defectos,  cuando  los  tenemos  in- 
numerables? Yo  misma,  para  no  hablar  de  otras, 


(i)  Acusación  de  ateísmo  completamente  infundada. 
Si  los  personajes  de  Eurípides  vieilen  alguna  frase  im- 
pía, es  en  el  arrebato  de  una  pasión  que  la  hace  discul- 
pable. 

(2)    Por  que  ya  no  se  gastan  coronas  en  los  sacrificios. 


I 


38 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PBOSER!>INA. 


39 


me  reconozco  culpable  de  muellísimos  pecados;  el 
más  gTave  lo  cometí  á  los  tres  días  de  casada:  mi 
marido  dormía  á  mi  lado;  yo  tenía  un  amante,  que 
me  habia  seducido  á  la  edad  de  siete  años:  el  tal, 
arrastrado  por  su  amor,  vino  á  la  puerta  de  mi 
casa  y  la  arañó  suavemente.  Yo  comprendí  en  se- 
guida, y  bajé  con  precaución:  mi  marido  me  pre- 
guntó:  «¿Adonde  vas'?- ¿Adonde?  le  respondí; 
siento  dolores  y  retortijones  de  vientre  y  bajo  al 
excusado.  —Anda,  pues,»  me  dijo.  Él  se  puso  á 
majar  semillas  de  cedro,  anís  y  salvia  (1),  y  en 
tanto  yo,  después  de  tomar  la  precaución  de  mojar 
los  goznes  (2),  me  reuní  á  mi  amante,  y  apoyada 
sobre  el  altar  del  pórtico  (3),  y  agarrándome  al 
tronco  del  laurel,  me  entregué  á  sus  deseos.  Sin 
embargo,  notadlo  bien,  nunca  Eurípides  ha  ha- 
blado de  esto,  ni  de  nuestras  complacencias  con  los 
esclavos  y  muleteros  cuando  faltan  amantes,  ni  de 
que  después  de  haber  pasado  una  noche  de  liberti- 
naje, acostumbramos  á  comer  ajos  (4)  á  la  maña- 
na, para  que  al  volver  el  marido  de  su  guardia  no 
conciba  la  menor  sospecha.  ¿Lo  veis?  de  esto  nunca 

(4)    Remedio  contra  el  cólico. 

(2)  Para  que   no  hicieran  ruido.    En  Plauto  {(^urcu- 
lio,  i,  3)  se  lee  igualmente  : 

Placideegí^redere,  etsonitum  prohibe  forumet  ere  pitum  cardinum, 
ííe  quod  hk  agiraus  hirus  percipiat  fleri.  mea  Plaaesium. 
—Mane,  suffundam  aquam. 

(3)  A  la  entrada  de  las  casas  había  un  altar  en  forma 
de  columna,  consagrado  á  Apolo. 

(4)  Porque  el  perfume  no  es  el  mas  á  propósito  para 

galanteos. 


ha  dicho  na^la.  Si  maltrata  á  Fedra,  ¿qué  se  nos  ira- 
porta?  En  cambio  nunca  ha  hablado  de  e?as  muje- 
res que  despliegan  á  la  luz  un  gran  manto,  y 
mientras  el  marido  admira  los  primores  del  tra- 
bajo, el  galán  logra  escurrirse  á  favor  de  la  estra- 
tagema. Yo  conocí  á  una  que  estuvo  diez  días  fin- 
giendo dolores  de  parto  hasta  comprar  una  cria- 
tura. Su  esposo  en  tanto  corría  por  toda  la  ciudad 
en  busca  de  medicinas  para  acelerar  el  alumbra- 
miento. Una  vieja  le  trajo  al  fin,  metido  en  una  olla, 
un  niño  con  la  boca  tapada  con  cera  para  que  no 
gritase:  entonces  á  una  señal  de  su  cómphce,  la 
mujer  empezó  á  gritar:  «Vete,  marido  mío,  vete 
que  ya  voy  á  parir.»  La  criatura,  en  efecto,  pegaba 
pataditas  en  el  vientre...  déla  olla.  El  se  retiró  tan 
contentí);  ella  le  quitó  el  taponcillo  de  cera,  y  el 
niño  principió  á  llorar.  Entonces  la  maldita  vieja 
que  lo  habia  traido,  corrió  al  esposo  y  le  dijo  son- 
riendo: «Un  león,  un  león  te  acaba  de  nacer;  es  tu 
vivo  retrato,  se  te  parece  en  todo»  (1).  ¿No  es  ver- 
dad que  cometemos  estas  perfidias?  Sí,  por  Diana. 
¿Entonces  á  qué  irritarnos  contra  Eurípides  por 
que  dice  de  nosotras  menos  de  lo  que  en  realidad 
hacemos?  (2) 

CORO. 

¡No  vuelvo  de  mi  asombro!  ¿De  dónde  ha  sacado 
esas  invenciones?  ¿En  qué  país  se  ha  criado  esa 


(1)  Tum  etiam  méntula  tuce  similis,  tortuosa  instar  nu- 

camenti  pinei.  ,  ,  ^  ,  y.    ■,    «    -  •  ^  „ 

(2)  Parodia  de  un  fragmento  del  Tele/o  de  Eurípides. 


40 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉHES  Y  PROSERPINA. 


41 


desvergfonzada?  Nunca  hubiera  creído  que  niii' 
giina  mujer  se  atreviese  á  contar,  ni  aun  entre 
nosotras,  semejantes  atrocidades.  Pero  ya  puede 
esperarse  todo;  tiene  razón  el  proverbio  antiguo: 
«Es  necesario  mirar  debajo  de  todas  las  piedras,  no 
86  oculte  alg-un  orador  pronto  á  picarnos»  (1).  No 
hay  nada  peor  que  una  mujer  naturalmente  des- 
verg'onzada,  como  no  sea  otra  mujer. 

MUJER  TERCERA. 

Por  Ag-laura  (2),  amigas;  habéis  perdido  el  jui- 
cio, ó  estáis  hechizadas,  ú  os  sucede  otro  grave 
mal,  para  dejar  á  esa  peste  insultarnos  á  todas.  Si 
alguna  de  vosotras...  pero  no,  nosotras  y  nuestras 
criadas  nos  encargamos  de  vengarnos;  vamos  á 
coger  ceniza  de  cualquier  parte,  y  á  dejarla  sin  un 
pelo  (3).  Asi  aprenderá  ano  hablar  mal  de  las  mu- 
jeres en  lo  sucesivo. 

MNESÍLOCO. 

¡Oh,  no  hagáis  tal!  Si  en  una  asamblea  donde  to- 
das las  ciudadanas  podemos  exponer  con  toda  li- 
bertad nuestras  ideas  he  dicho  lo  que  me  parecía 


(1)  E'  proverbio  dice:  un  escorpión.  Aristófanes,  al 
sustituir  esla  palabra  por  orador,  da  á  entenfler  que  éstos 
eran  tan  venenosos  y  temibles. 

(2)  Hija  de  Cécrope  y  sacerdotisa  de  Minerva,  por  la 
cual  solian  jurar  las  Atenienses.  En  venganza  de  haber  es- 
torbado por  celos  los  amores  de  Mercurio  con  Hers3,  her- 
mana suya,  fué  transformada  en  piedra.  Hubo  otra  Aglaura, 
hija  de  Acleo,  rey  del  Ática,  la  cual  llevó  este  reino  en 
dote  á  su  esposo  Cécrope. 

(3)  Hujus  cCepilabimus  cunnum. — Ad  vulsuram  utuntur 
dnere,  ut  pUiJirmius  deprehendipossint. 


en  defensa  de  Eurípides,  ¿será  justo  que  me  con- 
denéis á  la  depilación? 

MUJER  TERCERA. 

¿Cómo  no  ha  de  ser  justo  castigarte?  Tú  eres  la 
única  que  te  has  atrevido  á  defender  á  un  hombre 
que  ha  colmado  de  oprobio  á  nuestro  sexo;  á  un 
hombre  que  escoge  de  intento  para  argumento  de 
sus  dramas  aquellos  asuntos  donde  hay  mujeres 
perversas,  Fédras  (1)  ó  Melanipes  (2),  y  nunca  se 
le  ocurre  escribir  sobre  Penélope  (3),  sólo  porque 
fué  casta. 

MXESÍLOCO. 

Yo  sé  el  motivo.  Entre  todas  las  mujeres  del  dia 
no  podréis  encontrar  una  Penélope,  y  sí  infinitas 
Fédras. 

MUJER  TERCERA. 

¿No  OÍS  lo  que  esa  bribona  vuelve  á  decir  de  nos- 
otras? 

MNESÍLOCO. 

Pero,  por  Júpiter,  si  aun  no  he  dicho  todo  lo  que 
sé.  ¿Queréis  más  todavía? 


(1)  Mujer  de  Teseo  que,  enamorada  de  su  hijastro  Hi- 
pólito, le  acusó  de  haber  atentado  á  su  honor,  causando  de 
este  modo  su  muerte.  Este  es  el  asunto  de  la  tragedia  de 
Eurípides  titulada  Hipólito,  que  Racine  presentó  con  el  de 
Fedra, 

(2)  Hija  de  Eolo,  seducida  por  Neptuno,  de  quien  tuvo 
dos  hijos.  Su  padre  para  castigar  su  debilidad  la  mandó 
sacar  los  ojos.  Este  era  el  asunto  de  otra  tragedia  de  Eurí- 
pides, en  la  cual  el  carácter  de  mujer  verdaderamente 
odioso  es  el  de  Teano,  hija  de  Metaponte,  rey  de  Icaria. 

(3)  Mujer  de  Ulíses,  cuya  proverbial  fidehdad  es  bien 
conocida  (V.  Odisea,  passim.) 


42 


COMEDIAS  DE  AKISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


43 


MUJER  TERCERA. 

No  puedes  decir  mág:  ya  has  vomitado  cuanto 
sabías. 

MNESÍLOCO. 

Ni  tampoco  la  diezmilésima  parte  de  lo  que  ha- 
cemos. No  he  dicho,  por  ejemplo,  que  formamos 
con  nuestras  diademas  una  especie  de  tubo  para 
sorber  el  vino. 

MUJER  TERCERA. 

¡Así  estalles! 

MNESÍLOCO. 

No  he  dicho  que  en  las  Apaturias  (1)  damos  las 
viandas  á  nuestros  amantes,  y  después  echamos  la 
culpa  al  ^ato... 

MUJER  TERCERA. 

lEso  es  insoportable!  No  sabes  lo  que  te  dices. 

MNEfiÍLOCO. 

Ni  que  una  mujer  mató  de  un  hachazo  á  su  es- 
poso, ni  que  otra  le  hizo  perder  la  razón  con  un  fil- 
tro, ni  que  debajo  de  la  bañera...  (2) 

•  MUJER  TERCERA. 

iQue  la  peste  te  lleve! 

MNESÍLOCO. 

Enterró  Acárnica  á  su  padre. 

MUJER  TERCERA. 

¿Hay  paciencia  para  oir  esto! 

(4)    Sobre  estas  Hestas  véase  la  nota  al  verso  146  de  Loi 

■  ^^r^B^ia  bañera  habia  un  hueco  bastante  grande  que 
se  llinaha  de  vapor  caliente,  para  mantenerla  tempera- 

tura  del  baño. 


MNESÍLOCO. 

Ni  que  habiendo  parido  tu  esclava  un  varón, 
supusiste  que  era  tuyo,  y  le  entreg'aste  tu  hija. 

MUJER  TERCERA. 

Por  las  diosas,  lo  que  es  eso  no  lo  dejo  yo  pasar: 
te  voy  á  arrancar  el  peb. 

MNESÍLOCO. 

iNo  me  tocarás  por  Júpiter! 

MUJER  TERCERA,  füdjidoleum  bo/eéadaJ 
iToma! 

MNESÍLOCO  (Coiitestáiidole  con  otra,) 
¡Toma  tú! 

MUJER  TERCERA. 

Recogfe  mi  manto,  Filista  (1). 

MNESÍLOCO. 

Acércate  nada  más,  y  por  Diana  yo  te... 

MUJER  TERCERA. 

.¿Qué  harás  tú? 

MNESÍLOCO. 

Te  haré  echar  (2)  la  torta  de  sésamo  que  has  co- 
mido. 

CORO. 

Basta  de  riñas;  una  mujer  se  dirige  hacia  nos- 
otras corriendo:  callad  antes  que  llegue,  para  oir 
con  sosiegfo  lo  que  va  á  decirnos. 


CLISTEXES. 

Queridas  mujeres,  á  quienes  imito'en  todo,  mis 


(1)  Para  reñir  con  más  desembarazo. 

(2)  Cacare. 


44 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFAI«ES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


4^ 


mejillas  imberbes  demuestran  la  afección  que  os 
tengo;  maniático  por  vosotras,  estoy  siempre  dis- 
puesto á  defenderos.  Hace  un  instante  he  oído  ha- 
bí ar  en  el  mercado  de  un  negocio  importantísimo 
qu'3  os  concierne,  y  vengo  á  revelároslo;  y  al  propio 
tiempo  á  aconsejaros  toméis  las  precauciones  ne- 
cesarias para  que  no  os  coja  desprevenidas  un 
grande  y  terrible  daño. 

COHO. 

¿Qué  hay,  niño  mió?  (Tienes  tan  tersas  las  meji- 
llas, que  bien  puede  llamársete  asi.) 

CLÍSTENES. 

Dicen  que  Eurípides  ha  enviado  boy  á  aquí  mis- 
mo á  un  anciano  pariente  suyo. 

CORO. 

¿Para  qué?  ¿Con  qué  objeto? 

CLÍSTENES. 

Para  que  se  entere  de  vuestros  discursos  y  le 
tenga  al  tanto  de  vuestros  proyectos  y  resoluciones. 

CORO. 

¿Pero  cómo  no  hemos  conocido  á  ese  hombre  en- 
tre tantas  mujeres? 

CLÍSTENES. 

Eurípides  le  ha  quemado  y  arrancado  los  pelos, 
y  lo  ha  disfrazado  completamente  de  mujer. 

MNESÍLOCO. 

¿Podéis  creer  eso?  ¿Hp  de  haber  un  hombre  tan 
estúpido  que  se  deje  pelar  de  esa  manera?  Yo  no 
!•  creo,  ;venerandas  diosas! 

CLÍSTENES. 

¿Qué  sabes  tú?  Yo  no  hubiera  venido  á  comuni- 


caros esa  noticia,  si  no  se  la  hubiera  oido  á  perso- 
nas que  tienen  motivos  para  saberla. 

CORO. 

Terrible  es  la  noticia.  Ea,  mujeres,  no  perdamos 
UQ  momento;  registremos,  busquemos  á  ese  hom- 
bre, y  veamos  dónde  ha  podido  ocultarse.  Ayúda- 
nos, Clístenes,  y  asi,  amigo  mió,  te  estaremos 
agradecidas  por  doble  concepto. 

CLÍSTENES. 

Bueno,  manos  á  la  obra.  ¿Quién  eres  tú,  la  pri- 
mera? 

MNESÍLOCO.  f Apar  te. J 
¿Dónde  me  esconderé? 

CLÍSTENES. 

Vais  á  ser  reconocidas. 

MNESÍLOCO.  (AparU.) 
¡Pobre  de  mí! 

MUJER  CUARTA. 

¿Quién  soy  yo,  preguntas?  La  mujer  de  Cleó- 
nimo. 

CLÍSTENES. 

¿Conocéis  á  esta  mujer? 

CORO. 

La  conocemos;  pasa  á  otras. 

CLÍSTENES. 

¿Quién  es  esa  que  lleva  un  niño? 

MUJER  CUARTA. 

Mi  nodriza,  por  Júpiter. 

MNESÍLOCO.  I  Aparte,) 
¡Perdido  soy!  (Hace  un  movimiento  para  huir,) 


46 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPIíNA. 


47 


CLÍSTENES.  fA  Miiesíloco.) 
¡Eh,  tú'  i.k  dónde  vas?  quieta  en  tu  puesto.  ?.Qué 
te  p^^a? 

MNESÍLOCO. 

Déjame  ir  á  orinar. 

CLÍSTENES. 

Eres  una  desvergonzada.  Anda;  aquí  te  aguardo. 

CORO. 

Ag-uárdala  y  no  la  pierdas  de  vista;  es  la  única 
k  quien  no  conocemos. 

CLÍSTENES. 

^,Vas  á  estar  orinando  eternamente? 

MNESÍLOCO. 

¡Ay!  si,  amigo  mió.  Ayer  comí  berros,  y  tengo 
retención  de  orina  (1). 

CLÍSTF.NjIS, 

¿Qué  estás  hablando  de  berros?  ^en  acá  pronto. 

M.NE^^ÍLOCO. 

¡Ab!  no  arrastres  así  á  una  pobre  enferma. 

CLÍSTENES. 

Responde;  ¿quién  es  tu  marido? 

MNFSÍLOCO. 

¿Dices  que  quién  es  mi  marido?  ¿Conoces  en  Co- 
tócides  (2)  acierto...? 

CLÍSTENES. 

¿Acierto...?  ¿Quién? 

MNESÍLOCO. 

'     ¿.\  aquel  á  quien  cierto  dia,  el  hijo  de  cierto...? 

(1)  Se  atribuía  á  los  berros  esta  propiedad. 

(2)  Demo  del  Ática,  donde  nació  el  orador  Esquines, 
rival  de  Demóstenes. 


CLÍSTENES, 

Tú  chocheas.  ¿Has  venido  aquí  antes  de  ahora? 

MNESÍLOCO. 

Sí,  todos  los  años. 

CLÍSTENES. 

¿Cuál  es  tu  compañera  de  tienda?  (1) 

MNIíSÍLüCO. 

Es  una  tal.. .  ¡Pobre  de  n^íl 

CLÍSTENES. 

¿No  contestarás? 

MUJlíR    QUINTA. 

Déjate,  voy  á  hacerle  varias  preguntas  sobre  la 
ceremonia  del  año  pasado;  retírate,  porque  como 
eres  hombre  no  debes  oirías.  Dime,  ¿cuál  fué  la 
primera  ceremonia  que  hicimos? 

MNESÍLOCO. 

¿Cuál  fué  a  primera  dices?  Beber. 

MUJER    QUINTA. 

¿Y  la  segunda? 

MNESÍLOCO. 

Brindar. 

MUJER    QUINTA.. 

Telo  habrá  dicho  alguno.  ¿Y  la  tercera? 

MNESÍLOCO. 

Jenila  pidió  una  copa;  porque  no  habla  orinal. 

MUJER    QUINTA. 

Eso  no  es  decir  nada.— Ven  acá,  Ch'stenes:  este 
es  el  hombre  de  que  hablabas. 

(1)  Durante  las  fiestas  de  Céres  las  mujeres  se  alojaban 
de  dos  en  dos  en  tiendas  levantadas  junto  al  tcaiplo  de  la 
diosa. 


m 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  HE  CERES  Y  PROSERPINA. 


49 


CLÍSTENES. 

¿Qué  ba^o? 

MUJER    QUINTA. 

Quítale  los  vestidos,  pues  contesta  mal  á  todo. 

MNESÍLOCO. 

¡Cómo!  ¿03  atrevéis  á  desnudar  á  una  madre  de 
nueve  hijov? 

CLÍSTENES. 

Suéltate  pronto  el  ceñidor,  desvergonzadísima. 

MUJER    QUINTA. 

íQué  fuerte  y  robusta  parece!  ¡Calla!  ¡y  no  tiene 
pecbos  como  nosotras! 

MNESÍLOCO. 

Es  que  soy  estéril,  y  nunca  be  tenido  bijos. 

MUJER    QUINTA. 

¿Abora   con  esas?  Hace  un  momento   tenías 
nueve. 

CLÍSTENES. 

Estáte  derecbo.  ¿Qué  veo?  (1) 

MUJER  QUINTA. 

No  cabe  duda  que  es  un  bombre  (2). 


(i)     Quo  penem  irudis  deorsum? 

(2)  Prominet,  el  opiimi  colorís  «/.—La  traducción  la- 
lina  de  lo  suprimido  en  el  texto  es: 

Clisth.      At  ubi  tst? 

MuLiER  V.  Rursus  in  anteriorem  partem  aoít, 

CusTH.       ütiqíie  kic  non  est. 

MuLiER  V.  Etenim  hiic  revorsus  est. 

Clisth  Isthmum  aliquem  hades  homo:  sursum  et  deor- 
swn  penem  trahis  retrahUgue  frequeniius  quam  Connthtu 


¡Ab  malvado!  por  eso  nos  llenó  ae  ultrajes  en 
su  defensa  de  Eurípides. 

MNESÍLOCO. 

¡Infeliz»  en  qué  bereng-enal  me  he  metido! 

MUJEK    QUINTA. 

¿Qué  hacemos? 

CLÍSTENES. 

Guardadlo  bien,  para  qne  no  se  escape.  Yo  voy 
á  dar  parte  de  lo  ocurrido  á  los  Pritáneos. 


CORO. 


Encendamos  las  lámparas,  quitémonos  los  man- 
tos, y  ceñida  al  cuerpo  la  tánica  de  una  manera 
viril,  veamos  si  por  casualidad  (1)  ha  entrado  otra 
hombre,  y  registremos  todo  el  Pnix  (2),  las  tiendas 
y  las  bocacalles. 

¡Ea!  partamos  con  pié  lig-ero,  y  examinémosla 
todo  sin  chistar;  correr  es  lo  que  importa;  no  hay 
tiempo  que  perder,  principiemos  por  hacer  la  ronda 
con  la  mayor  actividad.  ¡Ea!  registra,  explora  to- 
dos los  rincones,  para  ver  si  se  oculta  algún  otra 
traidor.  Dirige  la  vista  en  derredor,  á  la  derecha,, 
á  la  izquierda,  á  todas  partes;  que  nada  escape  á. 
tu  mirada  perspicaz.  El  impío  á  quien  sorprenda- 
mos, sufrirá  un  castigo  severo,  para  escarmiento» 


(1)  Estas  pesquisas  eran  un  motivo  para  que  el  cora 
ejecutase  las  danzas  de  costumbre. 

(2)  Nombre  de  la  plaza  donde  tenian  lugar  las  asam- 
bleas popu  ares,  aplicado  aquí  al  templo  de  Céres,  coma 
apelativo  de  todo  punto  de  reunión. 


■ 


tomo  III. 


50 


COMENAS  PE  ARISTÓFANES. 


de  insolentes  criminales  y  sacrilegos.  Reconocerá 
que  hay  diose->,  y  enseñará  á  los  demás  hombres  á 
venerarlos,  á honrarlos  como  es  debido,  á  obedecer 
á  las  leyes,  y  á  practicar  la  virtud.  Si  no  lo  hacen, 
oigan  la  pena  que  los  aguarda:  todo  horab?e  reo  de 
sacrilegio,  inflamado  por  su  rabia  y  loco  de  furor, 
será  para  las  mujeres  y  los  mortales  un  ejemplo 
viviente  de  que  ]a  venganza  del  cielo  cae  sin  tar- 
danza sobre  los  impíos.— Pero  ya  creemos  haber 
registrado  todo  perfectamente;  no  hallamos  nin- 
o'un  otro  hombr3  oculto  entre  nosotras. 


MUJER  SEXTA.. 

íEh!  ¡eh!  ?.Adónde  huyes'^  ¡Detente!  ¡O'i  desdi- 
chada! ¡desdichada!  se  escapa  después  de  haberme 
arrebatado  mi  hijo  del  pecho. 

mnesíloco. 

Grita  cuanto  quieras;  pero  éste  no  vuelve  á  ma- 
mar, mientras  no  me  soltéis:  aquí  mismo  le  abriré 
las  venas  con  este  cuchillo,  y  su  sangre  rociará  el 
altar  (1)* 

MUJER  SEXTA. 

¡Oh,  desdichada  de  mí!  ¡Socorredme,  amigas 
mias;  aterrad  con  vuestros  gritos  á  ese  monstruo; 
arrebatadle  su  presa;  no  permitáis  que  así  me  pri- 
ve de  mi  único  hijo! 

CORO. 

¡Oh  Parcas  venerandas!  ¿qué  nuevo  atentado 

(i)  Parodia  de  alguna  tragedia  de  Eurípides  El  altar 
es  el  de  Céres,  junto  al  cual  se  ha  refugiado. 


LAS  FIESTAS  DE  CRRES  Y  PROSERPINA. 


51 


miro?  Jamás  he  visto  ni  tanta  audacia,  ni  tanta 
desvergüenza.  ¡Qué  nuevo  crimen  ha  perpetrado, 
amigas!  ¡Qué  nuevo  crimen! 

MNESÍLOCO. 

Yo  sabré  refrenar  vuestra  insolencia. 

CORO. 

¿No  es  esto  el  colmo  de  la  indignidad? 

MUJER  SEXTA. 

Sí,  es  indigno  que  me  haya  arrebatado  mi  pe- 
queño. 

CORO. 

No  he  visto  cosa  igual ;  por  nada  se  aver- 
güenza. 

MNESÍLOCO. 

Pues  aun  no  he  concluido. 

MUJER   SRXTA. 

Vengas  de  donde  vengas,  no  te  escaparás;  no  te 
irás  sin  castigo,  para  que  luego  te  rias  á  nuestra 
costa  refiriendo  tu  atentado:  vas  á  morir. 

MNESÍLOCO. 

¡Que  jamás  se  cumpla  tu  deseo! 

CORO. 

?.Cuál  de  los  dioses  inmortales  vendrá  en  socorro 
de  un  hombre  tan  impío  como  tú? 

MNESÍLOCO. 

Vuestros  gritos  son  inútiles:  yo  no  suelto  este 
niüo. 

CORO. 

Por  las  dos  diosas,  tampoco  te  burlarás  impune- 
mente de  nosotras,  ni  dirás  más  impiedades.  A  tus 
sacrilegos  actos  opondremos  el  condigno  castigo. 


52 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


Pronto  un  cambio  de  fortuna  te  hará  sentir  sus  ri- 
gores.-Anda  con  esas  mujeres;  trae  leña  para 
quemar  á  este  malvado,  y  asarlo  vivo  sin  pér- 
dida de  tiempo. 

MUJER  SEXTA. 

Mánia  (1),  vamos  á  buscar  sarmientos.— r-^  Mne- 
siloco.)  Hoy  te  convierto  en  carbón. 

MNESÍLOCO. 

Asad,  quemad.— Pero  tú,  pobre  criaturilla,  quí- 
tate pronto  el  vestido  cretense  (2),  y  no  acuses  de 
tu  muerte  á  ning-una  otra  mujer  mas  que  á  tu  ma- 
dre. Mas  ¿qué  veo?  la  niña  se  ha  convertido  en 
un  odre  lleno  de  vino  con  zapatitos  pérsicos.  ¡Oh 
mujeres  astutas  y  borrachonas,  inag-otables  en  ar- 
dides para  beber!  ¡providencia  de  los  taberneros  y 
peste  de  los  maridos!  ¡polilla  de  nuestras  telas  y 
ajuares! 

MUJER  SEXTA. 

Trae  muchos  sarmientos,  Mánia. 

MNESÍLOCO. 

Sí,  trae.  Pero,  contéstame:  ¿dices  que  has  pa- 
rido este  muchacho? 

MUJER  SEXTA. 

Diez  meses  lo  llevé  en  mi  seno. 

MNESÍLOCO. 

¿Que  lo  llevaste? 

MUJER  SEXTA. 

Te  lo  juro  por  Diana. 


(1)  Nombre  de  una  esclava. 

(2)  Vestido  corto  y  de  tela  ligera. 


LAS  FIESTAS  DE  CEBES  Y  PROSERPINA. 


83 


MNESÍLOCO. 

¿Cog'e  tres  cotilas  ó  cuánto?  di. 

MUJER   SEXTA. 

¿Qué  has  hecho,  miserable?  ¿has  desnudado  á 
una  criatura  tan  pequeñita? 

MNESÍLOCO. 

¿Tan  pequeñita? 

MUJER  SEXTA. 

Cierto  que  es  pequeñita . 

MNESÍLOCO. 

¿Pues  cuántos  años  tiene?  ¿Ha  visto  tres  ó  cua- 
tro veces  la  fiesta  dalas  copas  (1). 

MUJER  SEXTA. 

iQué!  ¡si  nació  próximamente  cuando  las  últimas 
Dionisiacas!  Devuélvemelo. 

MNESÍLOCO. 

No,  te  lo  juro  por  ese  Apolo  (2). 

MUJIÍR   SEXTA. 

Paes  te  quemaremos. 

MNESÍLOCO. 

Quemadme  y  lo  deg-üello. 

MUJER    SEXTA. 

¡Oh,  no,  por  piedad!  prefiero  que  me  hagas  á  mí 
todo  el  mal  que  quieras. 

MNESÍLOCO. 

Me  pareces  una  buena  madre;  sin  embargo,  lo 
degollaré. 


(1)  La  fiesta  de  las  copas  y  las  Dionisiacas  estaban  con- 
sagradas á  Baco;  por  eso  prefiere  Mnesíloco  estas  solemni- 
dades á  otras  para  enterarse  de  la  edad  del  pellejo  de  vino. 

(2)  Sin  duda  habia  cerca  alguna  estatua  de  Apolo. 


54 


COMEDIAS  DE  ARISTOFANiiS. 


MUJER-  SEXTA. 

¡Hija  de  mi  corazón!  Dame  un  vaso,  Mánia,  para 
que  al  monos  pueda  recog-er  su  sangre. 

MNESÍLOCO. 

Pónlo  debajo:  te  concedo  esa  gracia  (i). 

MUJER   SEXTA. 

i  Que  el  cielo  te  confunda,  monstruo  feroz  ó  im- 
placable! 

MNESÍLOCO. 

Esta  piel  pertenece  á  la  sacerdotisa  (2). 

MUJER  SKXTA. 

¿Qué  es  lo  que  pertenece  á  la  sacerdotisa? 

MNESÍLOCO. 

Tómala  (3). 

MUJER   SÉTIMA. 

Mica  infortunada,  ¿quién  te  ha  quitado  tu  hi- 
ja"^ (4).  ¿Quién  te  ka  arrebatado  esa  idolatrada  cria- 
turaV 

MUJER  SEXTA. 

Ese  infame.  Ya  que  estás  aquí,  gTiárdalo  bien, 
en  tanto  que  yo  voy  con  Clístenes  á  denunciar  sus 
crímenes  á  los  Pritáneos. 


MNESÍLOCO. 

¡Ab!  ¿Cómo  salvarme?  ¿qué  intent  .ré?  ¿qué  ima- 


(1)  Al  decir  estas  palabras  desata  el  pellejo  y  corre  el 
vino. 

(2)  El  vestidillo  cretense.  Según  el  rito,  la  piel  de  la 
víctima  pertenecía  al  sacrificador. 

(3)  Le  arroja  el  vestido  que  envolvía  el  odre. 

(4)  Hay  en  griego  un  equívoco,  pues  la  frase  puede  en- 
tenderse: «¿quién  te  ha  quitado  la  virginidad?» 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  FROSERPINA. 


55 


ginaréí^  El  autor  de  todos  mis  males,  el  que  me 
metió  en  este  desventurado  neg-ocio,  no  se  pre- 
senta  todavía.  Veamos:  ¿cómo  podré  enviarle  un 
aviso'^..  ¡Ahí  Palamédes  (1)  me  enseña  un  expe- 
diente ingenioso.  Escribiré,  como  él ,  mi  infortunio 
en  un  remo,  y  lo  arrojaré  al  mar.  Pero  aquí  no  liay 
remos.  ¿Dónde  podré  encontrailos'^  ¿dónde?  iQué 
idea!  ¿Si  hiciese  astillas  esas  estatuas,  y  escribiese 
en  ellas  como  si  fuesen  remos?. . .  Sí,  será  mucho 
mejor.  Al  fin,  estatuas  y  remos  todo  es  madera.  Ea, 
manos  mías,  emprended  la  obra  de  salvación.  Ta- 
blillas pulimentadas,  nuncios  de  mi  infortunio, 
aprestaos  á  recibir  las  huellas  del  estilo.— ¡Oh! 
¡qué  U  tan  fea!  ¿adonde  va  á  parar?— Partid  ya  en 
todas  direcciones;  apresuraos,  tablillas  mías,  que 
mi  necesidad  es  apremiante. 


CORO. 


Volvámonos  háíia  los  espectadores  para  cantar 
nuestras  propias  alabanzas,  aunque  tolo  el  mundo 
hable  mal  de  nosotras  y  nos  llame  peste  (2)  del 
g-énero  humano,  y  causa  de  cuantos  pleitos,  riñas, 


(i)  Titulo  de  una  tragedia  de  Eurípides.  En  ella  Eax, 
hermano  de  Falaniédes  escribe  la  muerte  de  este  sobre 
unos  remos  y  los  arríja  al  mar,  esperando  que  alguno  de 
ellos  llegará  á  poder  de  su  padre  Nauplio,  y  le  hará  saber 
la  triste  noticia.  Aristófanes  se  burla  de  esta  clase  de 
correos. 

(-2)  í.a  palabra  xavcóv,  pesie  6  calamidad,  se  repite  tan- 
tas veces  parodiando  un  discurso  de  Hipólito  eu  la  trage- 
dia de  Eurípides  del  mismo  titulo.  (Versos  612  y  siguientes.) 


í)6 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


sediciones,  g-uerras  y  pesares  existen.  Pero  decid- 
nos: Si  somos  una  peste,  ¿por  qué  os  casáis  con 
nosotras'^  Si  somos  ima  peste,  ¿por  qué  nos  prohi- 
bís salir  de  casa  y  asomarnos  á  las  ventanas?  Si 
somos  una  peste,  ¿por  qué  si  sale  vuestra  mujer  y 
no  la  encontráis  en  casa  os  enfurecéis  como  ener- 
gúmenos, en  vez  de  regocijaros  y  dar  gracias  á  los 
dioses  de  que  la  peste  haya  abandonado  vuestro  ho- 
gar y  de  que  estáis  ya  libres  de  huésped  tan  enojo- 
áoV  Si  cansadas  de  jugar  nos  dormimos  en  casa  de 
una  amiga,  en  seguida  vais  á  buscar  á  vuestra  pes- 
te, y  rondáis  en  torno  de  su  lecho.  Si  nos  asomamos 
á  la  ventana,  tolo  el  mundo  se  detiene  á  ver  la  peste; 
si  ruborizadas  nos  retiramos,  aumenta  el  deseo  de 
que  la  peste  vuelva  á  presentarse.  Está,  pues,  fuera 
de  duda  que  somos  mucho  mejores  que  vosotros, 
como  lo  prueba  el  más  ligero  examen.  Compare- 
mos, si  no,  los  dos  sexos,  y  veamos  cuál  es  peor: 
vosotros  decís  que  el  nuestro,  y  nosotras  que  el  vues- 
tro. Examinémoslos  y  pongámoslos  en  parangón, 
oponiendo  uno  á  uno,  hombres  y  mujeres.  Car- 
mino (1)  es  inferior  á  Nausimaca;  los  hechos  son 
elocuentes.  Cleofon  (2)  está  muy  por  debajo  de  Sa- 


(1)  General  derrotado  en  una  batalla  naval,  cerca  de 
la  isla  Sime,  contra  el  lacedemonio  Astioco,  el  año  vigé- 
simo de  la  guerra.  Aristófanes  lo  opone  á  Nausimaca, 
nombre  de  una  cortesana,  escogido  de  intento,  por  signi- 
ficar, atendiendo  á  sus  raíces  componentes,  combate  naval 
(vaGc,  nave,  y  [aí/^tj,  combate). 

(2)  General  delestahle  y  mal  reputado.  Era  uno  de  los 
^demagogos  más  influyentes,  y  acérrimo  partidario  de  la 
guerra.  Platón  el  Cómico  dio  su  nombre  á  una  de  sus  pie- 


LA5  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSEHPINA. 


57 


labacca.  ConAristómaca,  la  heroína  de  Maratón,  ni 
con  Estratónice  (1),  hace  mucho  tiempo  que  nadie 
se  atreve  á  contender.  Entre  los  senadores  que  el 
año  último  abandonaron á  otros  sus  cargos,  ¿habrá 
alguno  que  pueda  compararse  con  Eubula  (2).  Ni 
ellos  mismos  se  atreverían.  Podemos,  pues,  gloriar- 
nos de  ser  mucho  mejores  que  los  hombres.  Tam- 
poco se  ve  á  ninguna  mujer  pasearse  por  la  ciudad 
en  un  carro  magnífico  después  de  haber  robado 
cincuenta  talentos  al  Tesoro;  nuestros  mayores 
hurtos  son  de  un  poco  de  trígo  á  nuestro  esposo,  y 
para  eso  se  lo  devolvemos  en  el  mismo  dia.  ¿Cuán- 
tos de  vosotros  pudiéramos  señalar  que  hacen  otro 
tantoyque  son  también  más  glotones  que  nosotras, 
y  chocarreros  y  ladrones  de  vestidos  y  de  esclavos? 
¿Cuántos  que  ni  siquiera  saben  cómo  las  mujeres 
conservan  la  herencia  paterna?  Nosotras,  en  efec- 
to, tenemos  todavía  nuestros  cilindros,  nuestras 
lanzaderas,  nuestros  canastillos  y  quitasoles;  al 
paso  que  muchos  de  nuestros  maridos  han  perdido 

zas,  en  que  se  le  hacía  hijo  de  una  muier  de  Tracia,  lla- 
mada Tratta.  En  Las  Ratias,  679,  681  y  1.532,  vuelve  á 
ser  citatJo.  Salabaccaera  una  cortesana,  con  la  cual  com- 
paró Aristófanes  á  Cleon.  (Véase  los  Caballeros.) 

(1)  Nombres  alegóricos  para  indicar  la  decadencia  de 
las  armas  atenienses.  Aristóma<ía  (ápiaxT),  excelente,  \xaL^-^ 
combate)  designa  la  gloriosa  batalla  de  Maratón;  y  Estra- 
tónice (atpáxoí;,  ejército,  víxri,  victoria)  vale  tanto  como 
victoria  del  ejército. 

(2)  Otro  nombre  alegórico  (su,  bien,  pouXri,  consejo)  for- 
jado para  poner  de  reli/ve  la  desacertada  conducta  de  los 
senadores  que  cedieron  ante  el  gobierno  de  los  Cuatro- 
cientos, 7  permitieron  la  abolición  de  la  democracia. 
(Véase  Tucídides,  vni,  68,  72.) 


58 


COMEDIAS  DE  AR1ST0FA^ES. 


unos  9US  lanzas,  el  asta  y  el  hierro  á  la  vez,  y 
otros  han  arrojado  en  el  combate  3U3  escudos. 

Muchísimos  careros  podemos  hacer  las  mujeres 
á  los  hombres,  pero  sólo  mencionaremos  el  más 
grave  de  todos.  Era  justo  que  cuando  una  de  nos- 
otras diera  á  luz  un  ciudadano  útil,  un  taxiarco  (1) 
ó  un  estráteja  (2),  fuese  honrada  con  alguna  dis- 
tinción, como,  por  ejemplo,  la  de  ocupar  el  primer 
puesto  en  las  Estenias  (3),  las  Esciras  (4)  y  otras 
fiestas  que  solemos  celebrar.  Por  el  contrario,  la 
madre  de  un  ciudadano  cobarde  é  inútil,  de  un 
trierarca  holgazán,  ó  de  un  piloto  imperito,  debe- 
ría colocarse  con  el  cabello  cortado  detras  de  la 
que  dio  á  luz  un  hombre  valeroso.  Porque,  decid- 
me, ciudadanos,  ¿no  es  injusto  de  veras  que  jun- 
to á  la  madre  de  Lámaco  (5)  se  siente  la  de  Hipér- 
bolo  (6),  vestida  de  blanco  y  flotante  el  cabello,  y 
que  siga  prestando  á  usura,  cuando  sus  deudores, 
en  vez  de  pagarle  el  ínteres  (7),  debieran  decirle. 


(i)  El  laxiarco  mandaba  ciento  veintiocho  hombres,  y 
era  el  jefe  del  batallón  que  suniinislraba  cada  tribu. 

(-2)  Llamábase  así  al  que  mandaba  un  cuerpo  de  ejér- 
cito- .     ,     ,  ,. 

(3)  Fiestas  que  se  celebraban  en  memoria  de  la  vuelta 

de  Céres. 

(4)  Fiestas  llamadas  así  del  ¡jxtpov,  dosel,  bajo  el  cual 
eran  llevadas  procesionalmenle  las  estatuas  de  Minerva, 
Cépes,  Proserpina,  el  Sol  y  Nepluno. 

(5)  El  mismo  general  oc  quien  se  >urló  en  Los  Acar- 
nienses  por  su  afición  á  la  guerra.  Aquí  le  hace  ya  justicia. 

(6)  El  demagogo  ex-vendedor  de  lamparas,  tantas  veces 
atacado  por  Aristófanes 

(7)  Tóxov  en  el  original  significa  interés  del  dinero  y 

feto. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


59 


llevándose  el  dinero:  «¡Vaya,  que  eres  digna  de 
que  se  te  pague  después  de  habernos  parido  tal 
alhaja!» 


AINESÍLOCO. 

Me  he  quedado  bizco  de  tanto  mirar  á  aquella 
parte,  y  Eurípides  no  parece,  ¿(¿uién  se  lo  impedi- 
rá'^ ¡Ah!  sin  duda  se  avergüenza  del  frío  Palamé- 
des!  ¿Con  qué  otro  drama  le  atraeré?  ¡Ya  di  en  ello! 
Voy  á  imitar  su  nueva  Helena.  Tengo  un  vestido 
de  mujer  completo. 

MUJER  SÉTIMA. 

?,Qué  intentas?  ¿qué  miras?  Me  parece  que  le 
arrepentirás  de  tu  Helena,  sí  no  te  estás  quieto 
hasta  que  venga  un  Pritáneo. 

MNKsÍLoco.  (Fingiéndose  Helena.) 

«Este  es  el  Nilo,  célebre  por  la  liermosura  de  sus 
Ninfas:  sus  aguas,  sustituyendo  al  agua  del  cielo, 
riegan  los  campos  del  blanco  Egipto  que  alimen- 
tan á  sus  habitantes  con  la  negra  sirmea»  (1). 

MUJER  SÉTIMA. 

¡Por  la  luciente  Hécate!  eres  un  costal  de  astu- 
cias. 


(i)  Dos  versos  están  tomados  textualmente  de  la  He^ 
Una  de  Eurípides;  el  tercero  está  parodiado.  —  La  sirmea 
era  una  planta,  que  se  duda  si  era  astringente  ó  purgan- 
te.—Llama  irónicamente  blanco  al  Egipto,  burlándose  del 
epíteto  de  negro  que  era  de  rigor  al  hablar  del  limo  del 
Nilo. 


60 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIEOTAS  DE  CRRES  Y  PROSERPINA. 


61 


MNESÍLOCO. 

«Mi  patria  no  carece  de  g-loria;  vi  en  Esparta  la 
luz,  y  Tindaro  es  mi  padre»  (1). 

MUJER  SÉTIMA. 

¡Tindaro  tu  padre,  perdido!  Frinóndas  (2)  sí  que 
loes. 

MNESÍLOCO. 

«Me  llamo  Helena»  (3). 

MUJER  SÉTIMA. 

¿Vuelves  á  fin^^irte  mujer,  sin  haber  sufrido  to- 
davía el  castig'o  por  el  primer  disfraz*^ 

MNESÍLOCO. 

«Mil  guerreros  murieron  por  mí  á  orillas  del  Es- 
camandro»  (4). 

MUJER  SÉTIMA. 

¡Ojalá  hubieses  muerto  tú  también! 

MNESÍLOCO. 

«Y  yo  estoy  en  estos  lug-ares;  ly  mi  esposo,  el 
mísero  Menelao  (5),  no  viene  todavíal  ¡Ah!  ¿Por  qué 
vivo  aún'^> 

MUJER  SÉTIMA. 

Por  la  cobardía  de  los  cuervos. 

MNESÍLOCO. 

«¿Pero  qué  dulce  presentimiento  hace  palpitar 


mi  corazón?   ¡Oh  Júpiter,  no  burles  mi  espe- 
ranza!» 


EURÍPIDES.  (Fingiéndose  Menelao J 
«¿Quién  es  el  dueño  de  esta  fortificada  man- 
sión? (1)  ¿Acog'erá  á  unos  náufrag-os  extranjeros, 
que  han  sufrido  sobre  las  olas  del  mar  todos  los 
horrores  de  la  borrasca?»  (2). 

MNESÍLOCO. 

«Este  es  el  palacio  de  Proteo»  (3). 

EURÍPIDES. 

¿De  qué  Proteo? 

MUJER  SÉTIMA. 

¿Habrá  mentiroso?  Proteo  (4)  ha  muerto  hace 
diez  años. 

EURÍPIDES . 

«¿A  qué  regfion  ha  arribado  mi  nave?» 

MNESÍLOCO. 

A  Egipto.     . 

EURÍPIDES. 

«íOh  infortunado!  ¡Adonde  nos  arrojó  la  tem- 
pestad!» 


(1)  Helena,  versos  46  y  47. 

(2)  Ateniense  de  myla  reputación.  Fué  también  atacado 
por  Aristófanes  en  el  Anfiarao,  y  por  Eupólis  en  sus  Demos. 

(3)  Verso  22  de  la  Helena  de  Eurípides. 

(4)  Helena,  52. 

(5)  Verso  49. 


(4)    Verso  68.  En  la  tragedia  de  Eurípides,  Teucro  y  no 
Menelao  es  quien  hace  esa  pregunta. 

(2)  Helena,  459.  Es  de  advertir  que  algunos  versos  es- 
tán ligeramente  parodiados. 

(3)  Rey  de  Egipto. 

.  W    La  mujer  cree  que  se  trata  de  Próteas,  general  ate- 
niense. 


65 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFADES 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


63 


MUJER   SÉTIM\. 

¿Pero  puedes  creer  las  necedades  que  te  cuenta 
ese  perdido*^  Estás  en  el  templo  de  Céres. 

EURÍPIDES. 

«^.Está  Proteo  en  su  palacio,  ó  fuera  del  alcance 
de  la  vistan  (1) 

MUJER   SÉTIMA. 

Por  faerza  estás  mareado  todavía.  Acabas  de 
oír  que  Proteo  ha  muerto,  y  preguntas  si  está  ó  no 
en  su  palacio. 

EURÍPIDES. 

«¡Ay,  murió!  ¿Dónde  descausan  sus  cenizas?» 

MNESÍLOCO. 

«¿Me  ves  sentada  sobre  su  tumba?»  (2). 

MUJER   SÉTIMA. 

¡Que  el  cielo  te  confunda!  ¿Pues  no  dice  que  el 
altar  es  un  sepulcro? 

EURÍPIDES. 

«¿Y  por  qué,  extranjera,  estás  sentada  sobre  ese 
mortuorio  monumento  envuelta  en  fúnebre  ropaje? 

MNESÍLOCO, 

«Quieren  oblig-arme  a  unir  mi  destino  al  del  hijo 
de  Proteo»  (3). 

MUJER    SÉTIMA. 

¿Por  qué  engañas  á  ese  infeliz  extranjero?— No  le 


(i)  Verso  467  de  la  Helena  lif?eramente  parodiado  me- 
dianití  la  agregación  de  la  palabra  ájwitioí;,  fuera  del  al- 
cance de  la  vista,  que  Eurípides  empleaba  con  cierta  fre- 


cuencia. 

(2)  Helena,  466. 

(3)  Helena,  62. 


creas;  es  un  bribón  que  se  ha  metido  entre  las  mu- 
jeres para  robarnos  las  joyas. 

MNESÍLOCO.  (A  Id  mujtr  séÜTna.) 
«Grita,  lléname  de  ultrajes.» 

EURÍPIDES. 

«Extranjera,  ¿quién  es  esi  anciana  que  te  in- 
sulta?» 

MNESÍLOCO. 

«Es  Teonoe,  hija  de  Proteo.» 

MüJEíl   SÉTIMA. 

íNo,  por  las  diosas!  Soy  Crítila,  hija  de  Antiteo. 
natural  de  Garg-étes  (1),  y  tú  un  canalla. 

MNESÍLOCO. 

«Inútiles  palabras;  jamás  me  casaré  con  tu  her- 
mano; jamás  seré  infiel  á  mi  Menelao,  que  combate 
bajo  las  murallas  de  Troya.» 

EURÍPIDES. 

«¡Mujer!  ¿qué  has  dicho?  Vuelve  hacia  mí  los 
rayos  de  tus  ojos.» 

MNESÍLOCO. 

«Mis  ultrajadas  mejillas  me  lo  impiden»  (2). 

EURÍPIDES. 

«¿Qué  miro?  La  voz  se  ahog-a  en  mi  g-arg-anta... 
iDiosesí  ¿Qué  facciones  contemplo?  Mujer,  ¿quién 
eres?» 

MNESÍLOCO. 

«Y  tú  ¿quién  eres? Mi  sorpresa  es  ig-ual  á  la  tuya.» 


(i)    Demo  del  Ática. 
^  (2)    La  respuesta  de  Mnesíloco  y  las  siguientes  de  Eu- 
rípides están  tomadas  de  la  Helena,  557  y  siguientes. 


64 


COMEDIAS  DE  ARISTÓF\NES. 


EURÍPIDES. 

«¿Eres  grieg'a  ó  indíg-ena?» 

MNESÍLOCO. 

«Griega;  pero  yo  anhelo  saber  tu  patria.» 

EURÍPIDE3. 

«Mujer,  te  pareces  extraordinariamente  á  He- 
lena.» 

MNESÍLOCO. 

«Y  tú  á  Menelao;  á  lo  menos  en  esos...  peri- 
follos» (1). 

EURÍPIDES. 

«El  mismo:  yo  soy  aquel  mortal  infortunado.» 

MNESÍLOCO. 

«¡Oh!  ¡Cuánto  has  tardado  en  venir  á  los  brazos 
de  tu  esposa!  Estréchame  contra  tu  corazón,  esposo 
mío;  ciñe  mi  cuello  con  tus  manos;  déjame  que  te 
bese.  Pronto,  pronto,  arráncame  de  estos  funestos 
lug'ares.» 

MUJER  SÉTIMA. 

¡Pobre  del  que  te  lleve!  Le  sacudiré  con  esta  an- 
torcha. 

EURÍPIDES. 

«¿Me  prohibes  que  me  lleve  á  Esparta  á  mi  es- 
posa, á  la  hija  deTlndaro?» 

MUJER    SÉTIMA. 

Me  vas  pareciendo  un  redomado  bribón,  cóm- 
plice de  ese  otro  canalla.  No  sin  razón  charlabais 


(i)    Helena,  verso  563,  parodiado  en  su  última  palabra 
para  aludir  al  oficio  de  la  madre  de  Eurípides. 


LAS  FIESTAS  DE  CE  RES  Y  PROSERPINA. 


65 


tanto  de  Egipto  (1).  Pero  ése  á  lo  menos  tendrá  su 
merecido.  Ya  vienen  el  Pritáneo  y  el  arquero. 

EUKÍPIDES. 

Esto  va  mal.  Tengo  que  retirarme  con  precau- 
ción. 

MNESÍLOCO. 

¿Y  qué  haré  yo,  infeliz? 

EURÍPIDES. 

Tranquilízate.  Mientras  me  quede  un  soplo  de 
vida,  no  te  desampararé,  á  menos  de  que  mis  in- 
finitos ardides  me  abandonen. 

MNESÍLOCO. 

En  este  anzuelo  no  ha  caído  nada. 


EL  PHITANEO. 

¿Es  ése  el  bribón  que  nos  ha  denunciado  Clíste- 
nes?  — ¡Eh,  tú,  no  te  escondao!-  Arquero,  átale  á 
ese  poste,  y  sujétalo  bien:  encárgate  de  su  guarda, 
y  no  permitas  que  nadie  se  le  acerque:  si  alguno 
se  aproxima,  hazle  huir  á  latigazos. 

MUJER  SÉTIMA. 

Excelente  orden;  pues  hace  un  instante  que  por 
poco  se  me  lo  lleva  otro  bribón. 

MNESÍLOCO. 

Oh  Pritáneo,  por  esa  diestra  que  tiendes  de  tan 
buena  gana  cuando  alguno  te  ofrece  dinero,  con- 
cédeme una  pequeña  gracia,  ya  que  voy  á  morir. 


(i)    La  palabra  griega  significa  también  «emplear  astu- 
cias,» porque  los  Egipcios  tenian  fama  de  pérfidos. 


TOMO   III. 


64 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFXIVES. 


EURÍPIDES. 

«¿Eres  griega  ó  indígena'^» 

MNESÍLOCO. 

«Griega;  pero  yo  anhelo  saber  tu  patria.» 

EURÍPIDES. 

«Mujer,  te  pareces  extraordinariamente  á  He- 
lena.» 

MNESÍLOCO. 

«Y  tú  á  Menelao;  á  lo  monos  en  esos...  peri- 
follos» (1). 

EURÍPIDES. 

«El  mismo:  yo  soy  aquel  mortal  infortunado.» 

MNESÍLOCO. 

«¡Oh!  ¡Cuánto  has  tardado  en  venir  á  los  brazos 
de  tu  espoáa!  Estréchame  contra  tu  corazón,  esposo 
mío;  ciñe  mi  cuello  con  tus  manos;  déjame  que  te 
bese.  Pronto,  pronto,  arráncame  de  estos  funestos 
lugares.» 

MUJER   SÉTIMA. 

¡Pobre  del  que  te  lleve!  Le  sacudiré  con  esta  an- 
torcha. 

EURÍPIDES. 

«¿Me  prohibes  que  me  lleve  á  Esparta  á  mi  es- 
posa, á  la  hija  deTlndaro?» 

MUJER    SÉTIMA. 

Me  vas  pareciendo  un  redomado  bribón,  cóm- 
plice de  ese  otro  canalla.  No  sin  razón  charlabais 


(4)    Helena,  verso  563,  parodiado  en  su  última  palabra 
para  aludir  al  oficio  de  la  madre  de  Eurípides. 


LAS  FIESTAS  DE  CE  RES  Y  PROSERPLNA. 


65 


tanto  de  Egipto  (1).  Pero  ése  á  lo  menos  tendrá  su 
merecido.  Ya  vienen  el  Prifcáneo  y  el  arquero. 

EURÍPIDES. 

Esto  va  mal.  Tengo  que  retirarme  con  precau- 
ción. 

MNESÍLOCO. 

¿Y  qué  haré  yo,  infeliz? 

EURÍPIDES. 

Tranquilízate.  Mientras  me  quede  un  soplo  de 
vida,  no  te  desampararé,  á  menos  de  que  mis  in- 
finitos ardides  me  abandonen. 

MNESÍLOCO. 

En  este  anzuelo  no  ha  caído  nada. 


EL  PRITÁNEO. 

¿Es  ése  el  bribón  que  nos  ha  denunciado  Clíste- 
nes?  — ¡Eh,  tú,  no  te  escondan!-  Arquero,  átale  á 
ese  poste,  y  sujétalo  bien:  encárgate  de  su  guarda, 
y  no  permitas  que  nadie  se  le  acerque:  si  alguna 
se  aproxima,  hazle  huir  á  latigazos. 

MUJER  SÉTIMA. 

Excelente  orden;  pues  hace  un  instante  que  por 
poco  se  me  lo  lleva  otro  bribón. 

MNESÍLOCO. 

Oh  Pritáneo,  por  esa  diestra  que  tiendes  de  tan 
buena  gana  cuando  alguno  te  ofrece  dinero,  con- 
cédeme una  pequeña  gracia,  ya  que  voy  á  morir. 


(1)    La  palabra  griega  significa  también  «emplear  astu- 
cias,» porque  los  Egipcios  tenian  fama  de  pérfidos. 


TOMO   III. 


66 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL  PUITÁNEO. 

¿Qué  gracia? 

MNESÍLOCO. 

Manda  al  arquero  que  me  desnude,  antes  de 
atarme  al  poste,  para  que  este  pobre  viejo  no 
cause  risa  con  su  túnica  azafranada  y  su  mitra  á 
los  mismos  cuervos  que  se  lo  han  de  comer. 

EL  PillTÁNEO. 

El  Senado  ha  dispuesto  que  se  te  expong-a  en  ese 
traje,  para  que  lo5  transeúntes  se  enteren  de  tu 
delito. 

MNESÍLOCO 

¡Oh  maldito  disfraz!  ¡á  qué  extremo  me  reduces! 
¡no  tengo  ya  esperanza  de  salvación! 


CORO. 

Ea,  divirtámonos,  como  es  mujeril  costumbre 
cuando  celebramos  los  misterios  de  las  diosas,  en 
estos  festivos  dias  qu^  Pauson  (1)  santifica  con 
ayunos,  rogando  á  las  dos  venerables,  que  los  mul- 
tipliquen en  consideración  á  su  persona. 

Lanzaos  con  pié  ligero;  formad  ruedas;  enlazad 
vuestras  manos;  saltad  acompasadamente,  con  vi- 
vos y  cadenciosos  movimientos;  girad  los  ojos  en 
torno  y  mirad  á  todas  partes.  Al  propio  tiempo  ce- 
lebre el  coro,  con  trasportes  de  religiosa  alexia, 
á  la  raza  de  los  dioses  celestiales. 


(i)    Hombre  arruinado  cuya  miseria  le  obligaba  á  ayu- 
nar mí^s  á  menú  lo  de  lo  que  quería. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


b7 


¡Cuan  engranado  está  quien  se  imagine  que,  por- 
que soy  mujer,  voy  á  hablar  mal  de  los  hombres 
en  el  templo.  Sólo  tratamos  de  ejecutar  por  primera 
vez,  como  el  baile  lo  exig'p,  una  armoniosa  rueda. 

Partid,  cantando  al  dios  de  la  sonora  lira,  y  á  la 
casta  deidad,  armada  del  arco  (1).  ¡Salve,  Apolo  de 
rápidas  ñechas,  danos  la  victoria!  Tributemos  un 
justo  homenaje  á  Juno,  directora  de  todas  las  dan- 
zas, g-uarla  de  las  llaves  del  dulce  himeneo. 

Mercurio,  dios  de  los  pastores.  Pan,  y  vosotras, 
amadas  Ninfas,  conceded  á  los  coros  una  sonrisa 
benévola. 

Ea,  partamos  con  nuevos  bríos,  y  animémonos 
con  vivos  palmoteos.  Divirtámonos,  oh  mujeres, 
según  es  costumbre,  y  guardemos  absoluto  ayuno. 
Vuélvete  ahora  hacia  ese  otro  lado;  marca  el  com- 
pás con  el  pió,  y  entona  variados  cántico?.  Guíanos 
tú,  Baco,  coronado  de  hiedra,  pues  en  mis  oantos  y 
danzas  te  celebro  á  tí.  ¡Oh  Evio!  ¡Oh  Dionisio!  ¡Oh 
Brcmio  (2),  hijo  de  Semele,  que  te  complaces  en 
mezclarte  en  las  montañas  á  bs  coros  de  las  ama- 
bles Ninfas,  concluyendo  tus  himnos  con  el  alegre 
¡Evios!  ¡Evios!  ¡Evoe!— Eco,  la  Ninfa  del  Citeron, 
repite  tus  acentos,  que  resuenan  bajo  las  opacas 

(i)    Apolo  y  Diana. 

i'l)  Sobrenombres  de  Baco.  Fmo(zl^  bien,  o'i,  hijo  mió), 
porque  Júpiter  le  animaba  con  esa  voz  en  la  guerra  de  los 
gigantes.  Después  fué  la  exclamación  de  las  Bacantes,  Evoel 
repetidas  muchas  veces  en  los  himnos  á  Baco.  Dionisio  se 
le  llamó  por  haber  sido  criado  enNisa,y^romo,  de  ppéfjto), 
hacer  ruido,  ó  por  haber  nacido  al  estampido  del  trueno,  ó 
por  el  estruendo  y  alboroto  con  (jiic  celebran  sus  fi'jstas. 


§8 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


bóvedas  del  espeso  follaje,  y  entre  los  peñascos  de 
la  selva;  en  torno  de  ti,  la  hiedra  enlaza  sus  ramos, 
cargados  de  flores. 


KL   ARQUERO. 

Vas  á  pasar  la  pena  negra,  aquí,  al  aire  libre  (1). 

MNESÍLOCO. 

Arquero,  3^0  te  suplico... 

EL   ARQUERO. 

Nada  me  pidas. 

MNESÍLOCO. 

Añoja  un  poco  ef?a  argolla. 

F.L    ARQUERO. 

Ya  voy  á  hacerlo. 

MNESÍLOCO. 

¡Ay!  ¡ay!  La  aprietas  más. 

EL    ARQUERO. 

^.Quieres  más  todavía? 

MNESÍLOCO. 

¡Ay!  que  el  cielo  te  confunda. 

EL    ARQUERO. 

Cállate,  pobre  viejo.  Voy  á  traer  un  estera,  para 
guardarte  con  comodidad  (2). 


(4)  El  arquero,  como  Escita,  se  expresa  en  un  £?rieiro 
Heno  de  barbarismos.  Como  se  comprende,  las  gracias  que 
de  esto  pudieran  resultar  son  intraducibies.  Y  el  tratar  de 
ofrecer  otras  equivalentes,  aun  dado  que  lo  consiguiéra- 
mos, sería  en  cierto  modo  falsificar  el  original. 

(2)    Tendido  á  su  lado. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


69 


MNESÍLOCO. 

jEstos  son  los  placeres  que  tengo  que  agradecer 
á  Eurípides!...  Pero,  ;oh  dioses  y  Júpiter  salvador! 
aun  tengo  esperanzas.  Parece  que  no  piensa  aban- 
donarme... 

Perseo  al  desaparecer  me  indicó  disimulada- 
mente que  me  fingiese  Andrómeda  (1);  ya  estoy 
atado  como  aquella  princesa  infeliz.  No  hay  duda 
que  vendrá  á  salvarme;  de  otro  modo  no  hubiera 
huido  volando  (2). 


EURÍPIDES.  {Fingiéndose  Perseo,) 
Ninfas  amadas,  si  pudiera  acercarme  sin  que  el 
Escita  me  viera...  ¿Me  oyes  tú,  moradora  de  los 
antros?  (3).  En  nombre  del  pudor,  permíteme  acer- 
carme á  mi  esposa. 

MNESÍLOCO  (4). 

I  Un  implacable  verdugo  ha  encadenado  al  más 
infeliz  de  los  mortales!  Logró  escapar  á  duras  pe- 
nas de  aquella  repugnante  vieja,  y  caí  en  un  nue- 


(1)  Título  de  una  tragedia  de  Eurípides,  uno  de  cuyos 
personajes,  conforme  á  la  conocida  fábula  en  que  estaba 
basada,  era  Perseo. 

(2)  Perseo  volvía  del  país  de  las  Gorgonas,  volando  so- 
bre el  caballo  Pegaso,  cuando  distinguió  encadenada  á  un 
escollo  á  Andrómeda, expuesta  á  la  voracidad  de  un  mons- 
truo marino.  Conmovido  por  su  desp;racia,  petrificó  al 
monstruo  presentándole  la  cabeza  de  Medusa,  y  libertó  á 
la  infeliz  princesa,  con  la  cual  se  casó. 

(3)  Implora  á  la  ninfa  Eco. 

(4)  Mnesíloco  habla  unas  veces  pop  cuenta  propia  y 
oirás  fingiéndose  Andrómeda. 


70 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


vo  infortunio:  ese  Escita  no  se  aparta  de  mi  lado: 
desprovisto  de  toda  defensa,  voy  á  servir  de  ban- 
quete á  los  cuervos.  ¿Lo  veis?  Ya  no  tomo  parte  en 
los  coros  de  las  doncellas,  ni  llevo  el  cestillo  de  los 
sufragólos;  cardada  de  prisiones,  me  veo  expuesta  á 
la  voracidad  de  la  ballena  Gláucetes  (1). 

¡Mujeres,  deplorad  mi  suerte  con  el  himno  de  la 
esclavitud,  y  no  con  el  del  himeneo!  ¡Ay!  ¡que  me 
agobian  infinitos  males!...  ¡Infeliz,  infeliz  de  mí!... 
¡é  infeliz  por  mis  parientes!  Presa  de  tormentos  in- 
justos, mis  ayes  son  capaces  de  arrancar  torrentes 
de  lágrimas  al  insensible  Tártaro.  \kyl  lay!  socór- 
reme, autor  de  mis  males,  tú,  que  me  rapaste 
primero  y  me  enviaste  después  vestido  de  ama- 
rilla túnica  al  templo  donde  estaban  reunidas  las 
mujeres.  ¡Oh  hado  inexorable!  ¡oh  cruel  destinol 
¿Quién  podrá  ver  sin  compadecerse  mi  espantosa 
desdicha?  ¡Ojalá  los  rayos  deslumbradores  del  Éter 
me  aniquilen...  á  ese  bárbaro!  (2)  Porque  ya  no  me 
es  grato  contemplar  la  eterna  luz,  desde  que  col- 
gado, estrangulado,  loco  de  dolor,  desciendo  por 
el  camino  más  corto  á  la  mansión  de  los  muertos. 


EURÍPIDES.  (Fingiéndose  la  ninfa  Eco.) 
¡Salud,  hija  querida!  ¡Que  los  dioses  confundan  & 
tu  padre  Cefeo  (3),  que  te  ha  expuesto  de  ese  modol 

(4)    Glotón  famoso. 

(2)  Señalando  al  Escita. 

(3)  Rey  de  Etiopía.  Vióse  obligado  á  exponer  á  su  hija 
Andrómeda,  para  aplacar  las  iras  de  Neptuno,  que  habia 


LAS  FIESTA-  DE  CERES  Y  PROSERPL\A. 


7Í 


MXESÍLOCo.  (Fingiéndose  Á/idró/nedaJ 
¿Quién  eres  tú  que  psí  te  compadeces  de  mis 
males? 

EURÍPIDES. 

Soy  Eco,  la  ninfa  q.:e  repite  fielmente  todas  las 
voces;  la  misma  que  el  año  pasado  presté  en  este 
lugar  mi  eficaz  ayuda  á  Eurípides  (1).  Pero,  hija 
mia,  lo  que  tú  debes  hacer  es  lamentarte  lastimo- 
samente. 

MNESÍLOCO. 

Y  tú  repetir  mis  gemidos, 

EURÍPIDES. 

Asi  lo  haré;  principia. 

MNIÍSÍLÜCO. 

¡Oh  noche  sagrada!  ¡Cuan  larga  es  tu  carreral 
¡Cuan  lento  rueda  tu  carro  por  la  estrellada  bó- 
veda de  los  cielos  y  el  venerando  Olimpo! 

EURÍPIDES. 

OUmpo. 

MNESÍLOCO. 

¿Por  qué  á  Andrómeda  le  han  tocado  con  prefe- 
rencia todos  los  males  en  suerte? 

EURÍPIDES. 

En  suerte. 

MNESÍLOCO. 

¡Muerte  miseral 

inundado  su  reino  y  enviado  un  mostruo  marino  para  de- 
vastarlo. El  motivo  de  estas  desgracias  fué  el  haberse  jac- 
tado su  mujer  Casiope  de  ser  más  hermosa  que  las  Nerei- 
das y  que  la  misma  Juno. 

(1)  Al  representarse  una  tragedia  en  la  cual  Eco  era 
uno  de  los  personajes. 


1t 


COMEriAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPINA. 


T3 


EURÍPIDES. 

¡Muerte  misera! 

MNESÍLOCO. 

Me  asesinas,  vieja  charlatana. 

EURÍPIDES. 

Vieja  charlatana. 

MNESÍLOCO. 

A  la  verdad,  estás  insoportable. 

EURÍPIDES. 

Insoportable. 

MNESÍLOCO. 

Amig'oinio,  déjame  lamentarme  solo,  y  me  da- 
rás gusto.  Basta  ya. 

EURÍPIDES. 

Basta  ya. 

MNESÍLOCO. 

¡Vete  al  infierno! 

EURÍPIDES. 

¡Vate  al  infierno! 

MNESÍLOCO. 


¡Qué  peste! 
¡Qué  peste! 
¡Qué  necedadl 
¡Qné  necedad! 
Lo  vas  á  sentir. 
Lo  vas  á  sentir. 


EURÍPIDES. 
MNESÍLOCO. 
EURÍPIDES. 
MNESÍLOCO. 
EURÍPIDES. 


MNESÍLOCO. 

Y  vas  á  clamar. 

EURÍPIDES. 

Y  vas  á  clamar. 

EL  ARQUERO. 

¡Eh,  tú!  ¿qué  charlas? 

EURÍPIDES. 

¡Eh,  tú!  ¿qué  charlas? 

EL  ARQUERO. 

Llamaré  á  los  Pritáneos. 

EURÍPIDES. 

Llamaré  á  los  Pritáneos. 

EL   ARQUERO. 

¡Es  extraño! 

EURÍPIDES. 

¡Es  extraño! 

EL   ARQUERO. 

¿De  dónde  sale  esa  voz? 

EURÍPIDES. 

¿De  dónde  sale  esa  voz? 

EL  ARQUERO. 

¿Hablas  tú? 
¿Hablas  tú? 
I  Cuidado! 
¡Cuidado! 


EURÍPIDES. 

EL  ARQUERO. 

EURÍPIDES. 


EL  ARQUERO. 


iTe  burlas  de  mí? 


74 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  ¡ROSERPrnA. 


75 


EURÍPIDKS. 

¿Te  burlas  de  mí? 

MNESÍLÜCO. 

Yo  no,  esa  mujer  que  está  junto  á  ti. 

EURÍPIDES. 

Que  está  junto  á  tí. 

EL   ARQUERO. 

¿Dónde  está  esa  bribona?  ¡Ah,  se  escapa!  ¿Adon- 
de, adonde  vas? 

EURÍPIDES. 

¿Adonde,  adonde  vas? 

EL   ARQUERO. 

No  te  escaparás. 

EURÍPIDES. 

No  te  escaparás. 

EL   ARQUERO. 

¿Aun  charlas? 

EURÍPIDES. 

¿Aun  charlas? 

EL    ARQUERO. 

Coged  á  esa  bribona. 

EURÍPIDES. 

Coged,  á  esa  bribona. 

EL  ARQUERO. 

iGámiIa  y  detestable  mujer! 

EURÍPIDES.  (Fingiéndose  Persea.) 

¡Oh  dioses!  ¿A  qué  bárbara  región  me  ha  traido 
mi  rápido  vuelo?  Yo  soy  Perseo,  que  surcando  el 
éter  con  mis  alados  piós,  me  encamino  á  Argos, 
llevando  la  cabeza  de  la  Gorgona. 


EL  ARQUERO. 

¿Qué  dices  de  la  cabe?:a  de  Gorgo  el  escri- 
bano? (1). 

EURÍPIDES. 

He  dicho  la  cabeza  de  la  Gorgona. 

EL   ARQUERO. 

Pues  bien,  de  Gorgo. 

EURÍPIDES. 

lAh!  ¿qué  veo?  ¿Una  doncella  semejante  á  las 
diosas  encadenada  á  ese  escollo  como  un  navio  en 
el  puerto?  (2). 

MNESÍL0::!0. 

Extranjero,  ten  piedad  de  esta  mísera,  desata 
mis  cadenas. 

EL  ARQUERO. 

Cállate.  ¡Habrá  audacia  como  la  suya!  ¡Está 
para  morir  y  aun  charla! 

EURÍPIDES. 

¡Oh  doncella!  muéveme  á  compasión  el  verte  en- 
cadenada. 

EL  ARQUERO. 

Si  no  es  doncella;  si  es  un  viejo  zorro,  ladrón  y 
canalla. 

EURÍPIDES. 

Tú  desbarras.  Escita;  esa  es  Andrómeda,  la  hija 
de  Cefeo. 

EL  ARQUERO. 

Míralo  bien;  ¿te  parece  todavía  una  doncella?  (3). 

(1)  Alusión  cuya  intención  no  aparece  clara. 

(2)  Comparación  frecuente  en  los  trágicos. 

(3)  Specía  penem  hunc;  num  Ubi  parvus  videtur? 


i  t 


í 


76 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CERES  Y  PROSERPINA. 


77 


EURÍPIDES. 

Escita,  dame  la  mano,  para  que  me  acerque  á 
esa  joven.  Todos  los  hombres  tenemos  nuestro  fla- 
co; el  mió  es  estar  enamorado  de  esa  virgen. 

EL   ARQülíRO. 

No  te  envidio  el  ji^-usto.  Puedes  hacer  de  él  lo  que 
quieras,  sin  que  tenga  celos. 

EURÍPIDES. 

iPoT  qué  no  me  permites  desatarla,  y  arrojarme 
en  los  brazos  y  en  el  tálamo  de  una  esposa  querida? 

EL   ARQUERO. 

Si  tan  furiosamente  adoras  á  ese  anciano,  esa  ta- 
bla no  debe  ser  obstáculo  á  tus  deseos  (1). 

EURÍPIDES. 

¡Ah!  voy  á  soltar  sus  ligaduras. 

EL   ARQUERO. 

Y  yo  á  majarte  á  palos. 

EURÍPIDES. 

Pues  lo  haré. 

EL  ARQUERO. 

Pues  te  cortaré  la  cabeza  con  mi  espada. 

EURÍPIDES. 

¡A^yl  ¿qué  hacer?  ¿qué  razones  emplear?  Ese  bár- 
baro no  las  comprendería.  Quien  á  ingenios  rudoí^ 
presenta  pensamientos  nuevos  é  ingeniosos,  pierde 
sin  fruto  el  tiempo  (2).  Busquemos  otro  medio 
apropiado  á  su  condición. 


(1)  Hay  en  el  original  expresiones  intraducibies,  por  lo 
obscenas. 

(2)  Pa'abras  de  Eurípides  en  la  Medea,  301. 


EL   ARQUERO. 

jZorro  maldito!  ¡cómo  trataba  de  engañarme.' 

MNESÍLOCO. 

No  olvides,  Perseo,  el  infortunio  en  que  me  dejas. 

EL   ARQUERO. 

Está  visto  que  quieres  llevar  unos  cuantos  lati- 
gazos. 

CORO. 

Palas,  amiga  de  los  coros,  yo  te  invoco  obede- 
ciendo al  sagrado  rito.  Ven,  casta  doncella,  libre 
del  yugo  de  himeneo,  protectora  de  nuestra  ciu- 
dad, única  guarda  de  su  poder  y  de  sus  puertas. 
Apareces  enemiga  natural  de  los  tiranos;  el  pueblo 
délas  mujeres  te  llama;  acude  en  compañía  de  la 
Paz,  amigra  de  las  fiestas.  § 

Vosotras  también,  diosas  augustas  (1),^ venid  be- 
uévolas  y  propicias  á  vuestro  sagrado  bosque, 
donde  la  vista  de  los  hombres  no  puede  escudriñar 
los  sagrados  misterios;  donde  á  la  luz  de  las  bri- 
llantes antorchas,  mostráis  vuestro  rostro  inmor- 
tal. Llegad,  acercaos,  os  lo  pedimos  humildemente, 
venerandas  Tesmóforas.  Si  alguna  vez,  accediendo 
á  nuestros  ruegos,  os  dignasteis  venir,  venid  ahora 
también  y  no  desoigáis  nuestros  votos. 


EURÍPIDES. 

Mujeres,  si  queréis  reconciliaros  conmigo,  con- 
(1)    Céres  y  Proserpina. 


78 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FIESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERt>INA. 


79 


siento  y  me  comprometo  á  no  hablar  mal  de  vos- 
otras en  adelante.  Estas  son  mis  condiciones  de  paz. 

CORO. 

¿Por  qué  motivo  nos  la  propones? 

EURÍPIDES. 

El  hombre  que  está  atado  á  ese  poste  es  mi  sue- 
gro. Si  me  lo  entregáis,  no  volveré  á  hablar  mal  de 
vosotras;  pero  si  no  accedéis,  me  propDngo  denun- 
ciar á  vuestros  maridos  á  su  regreso  de  la  í^uerra 
todas  vuestras  ocultas  maquinaciones. 

CORO. 

Por  lo  que  á  nosotras  toca,  q'iedan  aceptadas  tus 
condiciones;  pero  tienes  que  persuadir  á  ese  bár- 
baro. 

EÜRÍPIDlí.S. 

Esí^es  cuenta  mia.  fVueloe  disfrazado  de  vieja 
con  una  bailarina  ij  una  tañedora  defluda,)  Acuér- 
date, Elafion  (1),  de  hacer  lo  que  te  he  dicho  en  el 
camino.  Pasa  adelante,  y  recógete  el  vestido.— Tú, 
Teredon,  toca  la  flauta  al  modo  pérsico. 

EL  ARQUERO. 

¿Qué  sig-nifica  esa  música?  ¿Quién  trata  de  exci- 
tarme? 

EURÍPIDES.  (De  vieja,) 

Arquero,  esta  muchacha  necesita  ejercitarse, 
pues  tiene  que  ir  á  bailar  delante  de  unos  hom- 
bres. • 


(1)    Nombre  de  la  bailarina,  significativo  de  su  ligereza, 
pues  signiíic;!  cervatilo. 


EL   ARQUERO. 

Que  baile  y  se  ejercite;  yo  no  se  lo  he  de  impe- 
dir. íQué  ágfil  es!  ;salta  como  una  pulga  en  un  pe- 
llejo de  carnero! 

^  EURÍPIDES. 

Vamos,  hija  mia,  quítate  ese  vestido;  siéntate  en 
las  rodillas  del  Escita,  y  alárgfame  los  pies  para 
que  te  descalca  (1). 

EL   ARQUERO. 

Sí,  si,  siéntate,  niña  mia.  ¡Oh  qué  seno  tan  durol 

EURÍPIDES. 

Toca  pronto  la  nauta.  ¿Aun  te  da  miedo  el  Es- 
cita? 

EL   ARQUERO. 

¿Qué  hermosísima  es? 

EURÍPIDES. 

lórden,  amig*o  mío! 

EL  ARQUERO. 

Pues  no  quedaría  descontenta  (2). 

EURÍPIDES. 

Bien.  fA  la  dailarimj  Ponte  el  vestido:  ya  es 
hora  de  marchar. 

EL   ARQUERO. 

¿Sin  darme  un  be.?o? 

EURÍPIDES. 

Vamos,  bésale. 

EL   ARQUERO. 

lAjajá!  [qué  boquita  tan  dulce!  ni  la  miel  del 

(i)    Se  comprenderá  adonde  van  á  parar  todos  estos 
manejos  al  parecer  indiferentes. 
(2)    Attamen  pnlchra  est  species  arrecia  hujus  méntula. 


80 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  FÍESTAS  DE  CÉRES  Y  PROSERPI.XA. 


Ática.  Mas  ¿por  qué  no  ha  de  pasar  un  rato  con- 
migo? (1) 

EURÍPIDES. 

Adiós,  Arquero,  eso  no  es  posible. 

líL  ARQUERO.  ^ 

Si,  9Í,  viejecita  mia,  hazme  ese  favor. 

EURÍPIDES. 

¿Me  darás  un  dracma? 

EL  ARQUERO. 

Si,  si,  te  lo  daré. 

EURÍPIDES. 

Pues  ven^  el  dinero. 

EL   ARQUERO. 

No  tengo  un  óbolo,  pero  toma  mi  cai'caj. 

EURÍPIDES. 

Traerás  aquí  á  la  muchacha. 

EL   ARQUERO. 

Sigúeme,  hermosa;  tú,  viejecita  mia,  guarda  en 
tanto  á  ese  anciano.  ¿Cómo  te  llamas? 

EURÍPIDES. 

Artemisia. 

EL  ARQUERO. 

No  se  me  olvidará.  Artamuxia. 

fVase  con  la  bailarina  J 


EURÍPIDES. 

Astuto  Mercurio,  todo  sale  á  pedir  de  boca.  Corre, 
pobre  muchacho,  corre  con  la  bailarina,  mientras 


8i 


yo  le  desato. —Tú,  en  cuanto  te  suelte,  huye  á  toda 
prisa,  y  refugíate  en  casa,  entre  tu  mujer  y  tus 
hijos. 

MNESÍLOCO. 

Esa  es  cuenta  mia,  en  cuanto  me  vea  libre. 

EURÍPIDES. 

Ya  lo  estás.  Ahora  huye,  antes  de  que  venga  el 
arquero  y  te  sorprenda. 

MNESÍLOCO. 

Ya  lo  hago. 

fSe  van  Eurípides  y  MnesilocoJ 

EL   ARQUERO. 

Viejecita  mia,  ¡qué  hermosa  hijita  tienesl  ¡lo 
más  dócil,  lo  más  amable!...  ¿Dónde  está  la  vieja? 
¡iih!  ¡estoy  perdidot  ¿Adonde  se  ha  ido  el  viejo? 
Vieja,  viejecita  mia,  eso  no  está  bien  hecho.  Arta- 
muxia  me  ha  engañado.  Lejos  de  mí,  maldito  car- 
caj. Con  razón  te  llaman  así;  por  tí  me  ha  enga- 
ñado la  vieja  (1).  ¡Ay!  ¿Qué  haré?  ¿Dónde  está  la 
viejecita?  ¡Artamuxia! 

CORO. 

¿Preguntas  por  una  vieja  que  llevaba  una  lira? 

EL   ARQUERO. 

Sí,  sí.  ¿La  habéis  visto? 

CORO. 

Se  marchó  de  aquí  seguida  de  un  viejo. 


(1)    ¿Qmre  non  concumbit  mecum? 


(i)  En  el  original  hay  un  juego  de  palabras  intraduci- 
bie, no  sólo  por  no  tener  equivalente  en  castellano,  sino 
por  su  obscenidad. 


TOMO   III. 


82 


'COMEDIAS  DK  ARISTÓFANES 


EL   ARQUERO. 

¿Un  viejo  con  una  túi.ica  amarilla? 

CORO. 

Eso  69.  Aun  podrás  alcanzarlos  si  los  persignes 
por  ahí. 

EL   ARQUERO. 

¡Maldita  vieja!  ¿Por  cuál  camino  huyó?  ¡Arta- 
mu&ia! 

CORO. 

Sube  todo  derecho.  ¿Adonde    corres?  Vuelve 
atrás:  sigue  la  dirección  contraria. 

EL   ARQUERO. 

¡Pobre  de  mi!  Y  en  tanto  huye  Artamuxia. 

CORO. 

Corre,  corre.  ¡Ojelá  un  viento  favorable  se  te 
Ueve...  al  infierno!  Pero  ya  es  hora  de  que  cesen 
nuestros  juegos  y  de  retirarnos  á  nuestros  hoga- 
res.  ¡Plegué  alas  Tesmóf oras  sernos  propicias  en 
premio  de  nuestro  trabajo! 


LAS   RANA? 


FIN  DE  LAS  FIESTAS  DE  CKRBS  Y  PROSERPIÍ^A. 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


!^ 


Baco,  en  cuyo  honor  se  celebraban  los  certáme- 
nes trágicos  y  cómicos  por  haber  tenido  oríg'en  en 
sus  fiestas,  cansado  de  las  malísimas  trag-edias  que 
se  representaban  después  de  la  muerte  de  Sófocles 
y  Eurípides,  se  decide  á  descender  al  infierno  en 
busca  de  un  buen  poeta.  Para  conseguir  su  objeto, 
y  recordando  que  Hércules  habia  ya  realizado  em- 
presa tan  peligrosa,  llama  al  templo  de  este  héroe, 
y  después  de  adquirir  las  noticias  necesarias  para 
el  viaje,  parte  acompañado  de  su  esclavo  Jántias  y 
disfrazado  con  la  piel  de  león  y  la  clava  de  Alcídes. 

Al  llegar  á  la  laguna  Estigia,  Caronte  le  admite 
en  su  barca,  y  durante  el  trayecto  óyese  el  canto 
de  las  ranas,  que  graznan  á  su  sabor,  insultando 
con  su  estrepitosa  alegría  las  molestias  que  el  dios 
experimenta.  Este  episodio  completamente  desli- 
gado de  la  comedia  es,  sin  embargo,  el  que  le  da 
titulo. 


86 


COMEMAS  DE  ARISTÓFANES. 


Después  de  varias  peripecias  que  ponen  de  ma- 
nifiesto la  cobardía  de  Baco,  y  de  sufrir  éste  los  in- 
sultos y  malos  tratamientos  de  dos  taberneras  y 
Eaco,  que  le  confunden  con  Hércules,  penetra  en 
el  palacio  de  Pluton,  precisamente  cuando  todo  el 
infierno  se  halla  conmovido  por  una  terrible  dis- 
puta entre  Esquilo  y  Eurípides,  á  causa  de  preten- 
der éste  ocupar  el  trono  de  la  trag'edia.  Baco  es 
eleg-ido  juez,  y  ambos  rivales,  en  una  larga  escena 
interesantísima  bajo  el  punto  de  vista  de  crítica 
literaria,  se  echan  en  cara  todos  los  vicios  y  defec- 
tos de  sus  obras.  Cansado  Esquilo  de  las  sutilezas 
y  argucias  de  su  adversario,  propone  la  prueba 
decisiva  de  pesar  los  versos  de  uno  y  otro  en  una 
balanza,  y  consigue  un  triunfo  completo.  En  vista 
de  lo  cual,  Baco  se  lo  lleva  á  la  tierra,  desenten- 
diéndose del  compromiso  contraido  con  Eurípides; 
y  Esquilo,  al  partir,  entrega  el  cetro  trágico  á  Só- 
focles, que  ha  presenciado  la  discusión  con  un  si- 
lencio lleno  de  modestia. 

El  objeto  principal  de  La$  Ranas,  como  de  la 
breve  exposición  de  su  argumento  se  deduce,  es 
atacar  el  sistema^  totmáticg^  Eurípides,  en  el 
cual  veia  Aristófanes  inici^Ae  Ja  decadencia  d^  la 
tWLgedia.  Los  más  perspicaces  críticosTaoderüOs 
no  han  podido  menos  de  reconocer  lo  justificado 
de  sus  censuras,  que  en  esta  comedia  rara  vez  se 
apartan  de  aquella  decencia  y  miramiento  poco 
frecuentes  en  otras  del  mismo  autor.  Fuera,  en 
efecto,  de  alguna  que  otra  maligna  alusión  al  ofi- 
cio de  la  madre  de  Eiu-ípides  y  á  las  relaciones  de 


NOTICIA     PRELIMINAR. 


87 


Gefisofon  con  su  esposa,  y  de  cierta  violencia  en  la 
censura,  natural  en  boca  de  E^quil®,  á  quien  se 
pinta  terriblemente  irritado,  cuanto  se  dice  res- 
pecto  al  rebajamiento  de  los  caracteres,  del  estilo 
y  de  los  asuntos,  á  la  inmoralidad  de  muchas  de 
las  fábulas  y  sentencias,  al  alambicamiento  y  su- 
tileza de  los  pensamientos,  á  las  sofísticas  y  anti- 
trágicas  discusiones  y  á  la  poca  habilidad  y  vero- 
similitud en  la  exposición  y  desarrollo  de  la  acción, 
es  indudablemente  cierto,  y  como  tal  ha  sido  re- 
conocido por  los  más  entusiastas  admiradores  de 

Eurípides. 

Otra  de  las  cosas  que  llaman  la  ateuciün  en  Las 
Ranas  de  Aristófanes  es  lOürlajjue  en^dla je 
hace  de  vám^iyinidade5JldjQlimpi^^m.uy  es- 
^^^^^i^^^^m^S^B^^^^  se  solemnizaba 
conTarepresentacion  de  esta  comedia.  El  dios  tu- 
telar del  arte  dramático  aparece  cobarde  y  tan- 
farron,  y  sujeto  á  las  contingencias  del  más  débil 
íeM^iHilxsuliOT  el  esforzado  Alcí- 

desjaaiiu£§tras  de  aquella  glotonería,  por  la  cual 
ya  le  vimos  caracterizado  en  Las  Aves, 

A  pesar  de  que  el  objeto  de  Aristófanes  bien 
claro  está,  como  queda  dicho,  que  no  es  otro  que 
satirizarájiüsfi^.^^  algunos  han  querido 
encontrar  una  intención  política  más  piofanda  y 
trascendental  en  Las  Ranas,  creyendo  que  su  fin 
era^-cen^^uraLal  Gobierno  ateniense  porque  abría 

demagialQi^manoSSIO  ^^^"^-^^^  ^^ 

sí  jem  esclavos.j..e^anieros.  Mas  aunque  es 

cierto  que  el  poeta  toca  repetidas  veces  este  pun.o 


u 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


en  su  comedia,  no  lo  es  méuo?  que  lo  hace  sólo  de 
pasada,  sin  manifestar  que  su  intención  principal 
sea  esa. 

Zas  Ranas  se  representaron,  seg-un  indican  sus 
prolog-uistas  grieg-os  y  se  desprende  de  diferentes 
pasajes  (1)  de  la  misma,  el  año  406  antes  de  Jesu- 
cristo, corrrespondiente  al  vigésimosexto  de  la 
guerra.  Ag-radó  tanto  á  los  espectadores,  que,  no 
contentos  con  darle  la  preferencia  sobre  otras  dos 
de  Platón  y  Frínico,  le  concedieron  el  honor  raro  y 
singular  de  pedir  una  seg'unda  representación. 


(1)  Tales  son  los  versos  48,  19-2  y  70o,  que  mencionan 
como  peeientemente  ocurrida  la  batalla  de  los  Arginusas, 
ganada  á  los  Lacedemonios  el  año  vigésimosexlo  de  la 
guerra;  el  verso  418,  en  que  el  coro  ataca  á  Arquedemo 
como  jefe  del  partido  popular,  lo  cual  sucedia  en  el  mismo 
año.  El  verso  71),  que  habla  de  la  muerte  de  Sófocles,  acae- 
cida en  40G  antes  de  Jesucristo,  y  otros  que  se  harán  ob- 
servar en  las  notas. 


PERSONAJES. 


JAntias. 

Bago. 

Hércules. 

Un  Muerto. 

Caronte. 

Coro  de  Ranas. 

Coro  de  Iniciados. 


Eaco. 

Una  Criada  de  Proserpina. 

Dos  Taberneras. 

Eurípides. 

Esquilo. 

Plüton, 


La  escena  pasa  al  principio  en  el  camino  de  Atenas  á  los  Infier- 
nos; después  en  los  lañemos  mismos. 


LAS  RANAS. 


JANTIA.S. 

¿Diré,  dueño  mió,  alg-uno  de  esos  chistes  de  ca- 
jón que  siempre  hacen  reir  á  los  espectadores"^ 

BAGO. 

Di  lo  que  se  te  antoje,  excepto  el  consabido:  «No 
puedo  más»  (1).  Pues  estoy  harto  de  oirlo. 

JÁNTIAS. 

¿Y  al^n  otro  más  gracioso? 

BAGO. 

Con  tal  que  no  sea  el,  «estoy  hecho  pedazos.» 

JÁNTIAS. 

¿Entonces  no  he  de  decir  ning-una  agudeza? 

BAGO. 

Sí  por  cierto,  y  sin  ningún  temor.  Sólo  te  pro- 
hibo... 


(1)    Alusión  á  los  poetas  de  poca  vis  cómica,  que  usa- 
ban chistes  triviales  y  gastados. 


^ 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


93 


\ 


jantias. 
¿Qué? 

BAGO. 

Decir,  al  cambiar  el  hato  de  hombro,  que  no  pue- 
des aguantar  cierta  necesidad  (I). 

JÁNTIAS. 

^.Tampoco  que  si  alguno  no  me  alivia  de  este 
enorme  peso,  tendré  que  dar  suelta  á  algún 
gas?  (2). 

BAGO. 

Nada  de  eso,  te  lo  suplico:  á  no  ser  cuando  tenga 
que  vomitar. 

JÁNTIAS. 

No  sé  entonces  qué  necesidad  habia  de  echarme 
al  hombro  esta  carga,  para  no  poder  hacer  nin- 
guna de  aqaellas  cosas  tan  frecuentes  en  Fri- 
nico  (3),  Lícis  (4)  y  Amipsias  (5),  que  siempre  in- 
troducen  en  sus  comedias  mozos  de  cordel. 

BAGO. 

No  hagas  tal;  porque  cuando  yo  me  siento  en- 


(1)     üú  cacaturias, 
(i)    Pedan. 

(3)  Fdnico  era  un  poeta  cómico  que  concurrió  con 
Aristófanes  al  premio  cuando  hizo  representar  Las  Ranas. 
Su  poca  inventiva,  el  abuso  de  palabras  inusitadas,  y  los 
defectos  de  su  versificación  le  hicieron  pasar  por  extran- 
jero. No  debe  confundirse  este  Frínico  con  el  autor  de  tra- 
gedias. 

(4)  Poeta  cómico  contemporáneo  de  Aristófanes.  Su 
principal  defecto  era  la  frialdad. 

(5)  Otro  autor  de  comedias,  que  ganó  dos  veces  el 
premio  en  concurrencia  con  Aristófanes.  Su  Connos  fué 
prererido  á  Zas  Nubes. 


tre  los  espectadores  y  miro  invenciones  tan  vulga- 
res, envejezco  más  de  un  año. 

JÁNTIAS. 

¡Desdichado  hombro  mió!  Sufres  y  no  se  te  per- 
mite hacer  reir. 

BAGO. 

^.No  es  esto  el  colmo  de  la  insolencia  y  de  la  flo- 
jedad? Yo,  Baco,  hijo  del  ánfora  (1),  voy  á  pié  y  me 
fatigo,  mientras  le  cedo  á  ese  sibarita  mi  asno 
para  que  vaya  á  su  gusto  y  no  tenga  nada  que 
llevar. 

JÁNTIAS. 

Pues  qué,  ¿no  llevo  yo  nada? 

BAGO. 

¿Cómo  has  de  llevar  si  eres  llevado? 

jJLntias. 
Sí,  con  este  equipaje  encima. 

BAGO. 

¿Cómo? 

JÁNTIAS. 

Que  pesa  mucho. 

BAGO. 

¿Pero  dejará  de  llevar  el  asno  lo  que  tú  llevas? 

JÁNTIAS. 

Por  Júpiter,  lo  que  yo  llevo  no  lo  lleva  él. 

BAGO. 

Pero  ¿cómo  puedes  llevar  nada,  siendo  llevado 
por  otro? 


(i)    Como  dios  del  vino. 


94 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


95 


JAN  tías. 

No  lo  sé;  pero  lo  cierto  es  qae  mi  hombro  no 
puede  resistir  más. 

BAGO. 

Pueí=í  ase^^mras  que  el  asno  no  te  sirve  de  nada, 
cárgate  el  asno  y  llévalo  á  tu  vez. 

JAN  tías. 

¡Triste  de  mi!  ¿Por  qué  no  estuve  en  la  última 
batalla  naval?  (1).  Ya  me  hubieras  pagado  esabro- 
mita. 

BAGO. 

Apéate,  bribón;  voy  á  llamar  á  esta  puerta, 
donde  tengo  que  hacer  mi  primera  parada.  ¡Escla- 
vo! ¡Eh!  ¡Esclavo!  (2) 


HÉIIGULES. 

¿Quieres  derribar  la  puerta?  Quienquiera  que 
sea,  llama  como  un  centauro  (3).  Vamos  ¿qué 
ocurre? 

BAGO. 

¡JántiasI 


(4)  Fué  las  de  las  Arginusas  ganada  á  los  Lacedemon.os 
el  mismo  año  de  la  representación  de  Las  Ranas.  Algunos 
esclavos  que  pelearon  entonces  denodadamente  recibieron 
la  libertad  en  recompensa  de  su  valor.  Por  consiguiente,  si 
Jántias  hubiese  estado  en  aquella  batalla  podría  exigirá 
su  amo  una  satisfacción  como  emancipado  de  su  potestad. 

(2)  Llama  á  la  puerta  del  templo  de  Hércules,  que  es- 
taba cerca  de  Atenas,  en  el  demo  de  Melito. 

(3)  Monstruo  fabuloso,  mitad  hombre  y  mitad  caballo. 
Sus  procederes  eran  sumamente  brutales,  y  en  la  célebre 
lucha  con  los  Lapitas  dejaron  de  ello  buena  memoria. 


JÁNTIAS. 

BAGO. 
JÁNTIAS. 


¿Qué? 

¿No  has  advertido? 

¿El  qué? 

BAGO. 

El  miedo  que  le  he  dado. 

JÁNTIAS. 

¡Bah!  tii  estás  loco. 

HÉRGULRS. 

Por  Céres,  no  puedo  contener  la  risa;  por  más 
que  me  muerdo  los  labio.*:?,  gin  embargo  me  rio. 

BAG0« 

Acércate,  amigo  mió;  te  necesito. 

HÉRCULES. 

¡Oh!  me  es  imposible  no  soltar  la  carcajada,  al 
ver  una  piel  de  león  debajo  de  una  tánica  amari- 
lla (1).  ¿Qué  intentas?  ¿qué  tienen  que  ver  la  maza 
y  los  coturnos?  ¿por  qué  país  has  viajado? 

BAGO. 

Me  embarqué  en  el  Clístenes  (2). 

HÉRCULES. 

?,Y  diste  una  batalla  naval? 


(i)    Baco  traia  sobre  un  vestido  de  mujer  la  piel  de  león 
y  la  maza  que  constituían  el  atavio  característico  de  llér- 

cu  les. 

(2)    Habla  de  Clístenes  como  de  un  navio.  Hay  una  alu- 
sión á  las  costumbres  disolutas  de  Clístenes. 


96 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS  RAiNAS. 


97 


BaCO. 

Ya  lo  creo,  y  echamos  á  pique  doce  ó  trece  na- 
ves enemigas. 

HÉRCULES. 

¿Vosotros? 

BACO. 

Por  Apolo  te  lo  juro. 

HÉRCULES, 

Y  entonces  me  desperté  (1). 

BACO. 

Estaba  yo  en  la  nave,  leyendo  para  mí  la  Ahdro-' 
meda  (2),  cuando  de  repente  se  apodera  de  mi  co- 
razón un  vivo  deseo... 

HÉRCULES. 

¿Un  deseo?  ¿De  qué  especie? 

BACO. 

Pequeñito,  como  Molón  (3). 

HÉRCULES. 

¿De  una  mujer? 

BACO. 

No. 

HÉRCULES. 

¿De  un  muchacho? 

(i)  Con  esta  frase,  que  es  la  que  ordinariamente  se  em- 
plea para  concluir  la  narración  de  un  sueño,  da  á  entender 
Hércules  que  no  cree  una  palabra  de  cuanto  le  ha  dicho 
Baco.  —  Otras  ediciones  (la  de  Boissonade)  la  ponen  en 
boca  de  Jántias,  y  aun  del  mismo  Baco. 

(2)  Tragedia  de  Eurípides,  de  la  cual  sólo  se  conser- 
van fragmentos,  citada  y  parodiada  en  Las  Fietlas  d* 
Céres. 

(3)  Habia  dos  personas  de  este  nombre,  uno  autor  y 
otro  ladrón, pero  ambos  de  agigantada  estatura. 


BACO. 

Ni  por  pienso. 

HÉRCULES. 

¿Entonces  de  un  hombre? 

BACO. 

Eso  es. 

HÉRCULES. 

Como  estabas  con  Clistenes... 

BACO. 

No  te  burles,  hermano  mió;  me  siento  mal  de  ve- 
ras; el  tal  deseo  me  martiriza. 

HÉRCULES. 

Pero,  hermanito,  sepamos  cuál  es. 

BACO. 

No  puedo  revelártelo,  pero  te  lo  daré  á  entender 
por  medio  de  un  enig-ma.  Di,  ¿no  te  ha  asaltado  al- 
guna vez  un  repentino. deseo  de  comer  ^L^ches?    1 

HÉRCULES. 

¿De  puches?  Ya  lo  creo:  mil  veces  en  mi  vida  (1). 

BACO. 

¿Comprendes  bien?  ¿ó  me  explico  más? 

HÉRCULES. 

Lo  que  es  de  los  puches,  no  tienes  que  decir  más; 
lo  entiendo  perfectamente. 

BACO. 

Pues  bien,  tal  es  el  deseo  que  me  devora  por  Eu- 
rípides... 


a 


(1)    La  glotonería  de  Hércules  era  proverbial,  y  ya  is^ 

ridiculizó  Aristófanes  en  Zas  Aves. 


TOMO   III. 


98 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


HÉRCULES. 

¿Por  un  muerto?  (1). 

BAGO. 

Y  ning^un  hombre  me  disuadirá  de  que  vaya  á 
buscarle. 

HÉRCULES. 

¿A  los  profundos  infiernos? 

BACO. 

Y  más  abajo,  si  es  preciso. 

HÉRCULES. 

Pero,  ¿para  qué  lo  necesitas? 

BACO. 

Me  hace  falta  un  buen  poeta  (2),  y  no  hay  nio- 
guno,  pues  los  vivos  todos  son  detestables. 

HÉRCULES. 

¡Cómo!  ¿.Ha  muerto  Isfun?  (3) 

BACO. 

Ese  es  el  único  bueno  que  resta;  si  es  que  él  es  el 
bueno,  pues  tengo  mis  dudas  sobre  el  particular. 


(i)  Eurípides  había  muerto  un  año  antes  de  represen- 
ta se  Las  Ranas,  en  la  corte  de  Arquelao,  rey  de  Macedo- 
Dia,  despedazado  por  un  .  jauría  de  perros,  que  se  echaron 
sobre  él  en  un  lugar  solitario. 

(2)  E!  interés  de  Buco  se  explica,  porque  las  tragedias 
se  representaban  en  sus  fiestas  y  habían  nacido  con  oca- 
sión de  las  mismas. 

(3)  Hijo  de  Sófocles,  que  en  vida  de  su  padre,  muerto 
poce  tiempo  antes  de  ponerse  en  escena  Las  Ranos,  había 
ganado  una  vez  el  premio  en  un  certamen  trágico.  Había 
sospechas  de  que  la  obra  laureada  no  era  suya,  sino  de  su 
padre;  y  por  eso  Baco  se  reserva  para  juzgarle  á  que  pre- 
sente una  nueva  tragedia. 


LAS  RANAS. 


99 


HERCULES. 

Ya  que  tienes  absoluta  necesidad  de  sacar  algún 
poeta  de  los  infiernos,  ¿por  qué  no  te  llevas  á  Sóío-' 


cíes,  que  es  superior  á  Eurípides?   ^^^.  -  ^^  ^ 

BACO.  t 

No,  antes  quiero  probar  á  lofon  y  ver  lo  que 
puede  hacer  sin  Sófocles.  Además,  como  Eurípides 
es  muy  astuto,  despleg-ará  todos  su  5  ardides  para 
escaparse  conmigfo,  mientras  que  el  otro  es  tan 
sencillote  allí  como  aquí  (1). 

HÉRCULES. 

Y  Agaton  (2),  ¿dónde  está? 

BACO. 

Aquel  buen  poeta  y  amigo  querido  me  abandonó 
y  partió. 

HÉRCULES. 

¿Adonde  se  fué  el  mísero? 

BACO. 

Al  banquete  de  los  bienaventurados  (3). 

HÉRCULES. 

¿Y  Jenócles?  (4). 

BACü. 

iQué  el  cielo  le  confunda! 


(1)  Aristófanes  hace  justicia  á  la  modestia  de  Sófocles, 
virtud  rarísima  en  los  poetas.  . 

(2)  Poeta  trác;ico  y  cómico,  uuo  de  los  personajes  de 
Las  Fiestas  de  Céres. 

(3)  A  la  corte  de  Arquelao,  gran  protector  de  los  lite- 
ratos y  artistas  de  su  época.  Otros  entienden  que  A^-aton 
había  muerto. 

(4)  Poeta  trágico,  hijo  de  Carcino,  repetidas  veces  ci- 
tado. 


400 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


HÉaCULES, 

¿Y  Pitángelo?  (1). 

JÁNTIAS. 

¡De  mí  ni  una  palabra!  y  se  me  está  hundienda 
el  hombro  (2). 

HÉRCULES. 

¿.Pero  no  componen  también  tragedias  otros  diez 
mil  mozal vetes  infinitamente  más  habladores  que 
Eurípides? 

BAGO. 

Esos  son  ramillos  sin  savia,  verdaderos  poetas- 
g-oloudrinas,  gárrulos  é  insustanciales,  peste  del 
arte,  que  en  cuanto  la  Musa  trágica  les  concede 
el  más  pequeño  favor  lanzan  de  una  vez  todo  su 
talento,  y  caen  extenuados  de  fatiga.  ¡Oh!  por  mu- 
cho que  busques,  no  hallarás  uno  de  esos  vates 
fecundos  que  seducen  con  sus  magníficas  palabras. 

HÉRCULES. 

¿Cómo  fecuní!os? 

BAGO. 

Sí,  fecundos  y  capaces  de  inventar  esfeis  atre- 
vidas expresiones:  «el  éter,  habitacioncita  de  Jú- 
piter» (3)  «el  pié  del  tiempo»  (4),  «el  corazón  uü 


II)    Poeta  trágico  desconocido. 
h)    Jántias  se  queja  de  que  Baco  y  Hércules  se  entre- 
tengan en  charla^  sin  ocuparse  para  nada  de  la  fatiga  que 

le  causa  su  liato.^  „    .  .j      .        v^  a^ 

(3)  Tomacfo  de  la  Melanipe  de  Eurípides,  tragedia  de 

la  cual  sólo  quedan  fragmentos. 

(4)  Parodia  del  Alejandro  de  Eurípides,  tragedia  per- 
dida. 


LAS  RANAS. 


101 


quiere  jurar  (1),  pero  la  lengua  perjiu*a  sin  la  com- 
plicidad del  corazón.» 

HÉRCULES. 

¿Y  eso  te  gusta? 

BACO. 

Estoy  más  que  loco  por  ellas. 

HÉRCULFS. 

Si  Ion  necedades,  tú  mismo  lo  conoces. 

BACO. 

«No  habites,  en  mi  espíritu :  ya  tienes  ti\  tu 


casa»  (2).     bv/.:í>-^A 

HÉRCULES. 

Pues  todo  eso  es  lo  más  detestable. 

BACO. 

En  comer  me  podrás  dar  lecciones  (3). 

JÁNTIAS. 

¡De  mí  ni  una  palabra!  (4) 

BACO. 

Escucha  ahora  la  razón  de  haberme  vestido 
como  tú.  Es  para  que  me  digas,  por  si  tengo  ne- 
cesidad, los  huéspedes  que  te  acogieron  cuando 
fuiste  á  bascar  al  Cerbero.  Indícamelos,  y  también 
los  puertos,  panaderías,  lupanares,  paradores,  po- 
sadas, fuentes,  caminos,  ciudades,  figones,  y  las 
tabernas  donde  haya  ménoj^  chinches. 


(1)    Verso  612  del  EipóUto  de  Eurípides,  muchas  veces 
crincado  y  parodiado. 
(-2)    Parodia  de  un  verso  de  la  AndrómacaáQ  Eurípides. 

(3)  Como  glotón,  debia  ser  maestro  en  gastronomía. 

(4)  Jántias  repite  su  lamentación. 


402 


COMEDIAS  DE  AHISTÓFANES 


JÁNTIA9    (1). 

¡De  mí  ni  una  palabra! 

HÉRCULES. 

¿Te  atreverás  h  ir,  temerario? 

BAGO. 

"  No  hables  una  palabra  en  contra  de  raí  proyec- 
to; indícame  solaments  el  camino  más  corto  nara 
ir  al  infierno:  un  camino  que  ni  sea  demasiado 
caliente,  ni  demasiado  frió. 

HÉRCULES. 

¿Cuál  camino  te  indicaré  el  primero?  ¿Cuál?  ¡Ahí 
este:  coges  un  banquillo  y  una  soga,  y  te  cuelgas* 

BACO. 

¡Otro!  ese  es  asfixiante. 

HÉRCULES. 

Hay  otro  camino  muy  corto  y  muy  trillado;  el 
del  mortero  (2). 

BACO. 

¿Te  refieres  á  la  cicuta? 

HÉRCULES. 

Precisamente. 

BACO. 

Ese  es  frío  y  glacial:  en  seguida  se  hielan  las 
piernas  (3). 

HÉRCULES. 

¿Quieres  que  te  diga  uno  muy  rápido  y  pendiente? 


(1)    rada  vez  más  impaciente  por  la  interminable  charla 

de  su  amo. 

'  m    En  que  se  majaba  la  ciouta. 

(3)    Alusión  á  los  efectos  de  la  cicuta.  Véase  el  Fedon 
de  Platón. 


LAS  RANAS. 


103 


BACO. 

Sí^  sí  por  cierto;  pues  no  soy  muy  andarín. 

HÉRCULES. 

Vete  al  Cerámico  ¡1). 

BACO. 

¿Y  después? 

HÉRCULES. 

Sube  á  lo  alto  de  la  torre... 

BACO. 

¿Para  qué? 

HÉRCULES. 

Ten  fijos  los  ojos  en  la  antorcha,  hasta  que  se 
dé  la  señal;  y  cuando  los  espectadores  te  manden 
que  la  tires,  te  arrojas  tú  mismo. 

BACO. 

¿Monde? 

HÉRCULES. 

Abajo. 

BACO. 

Y  me  romperé  las  dos  membranas  del  cerebro. 
No  me  gusta  ese  camino. 


HERCULES. 


¿Pues  cuál? 


(1)  Barrio  de  Atenas  donde  se  celebraban  las  Lampa- 
doforias,  fiestas  en  honor  de  Minerva,  Vulcano  y  Prome- 
teo, por  haber  dado  á  los  mortales  el  aceite,  las  lámparas 
y  el  fuego  respectivamente.  La  parte  principal  de  estas 
solemnidades,  á  la  que  se  refiere  el  texto,  consistía  en 
correr  con  antorchas  encendidas,  procurando  que  no  se 
apagasen  hasta  llegar  al  fin  de  la  carrera.  La  señal  de  par- 
tida se  daba  arrojando  una  antorcha  desde  lo  alto  de  la 
torre,  de  que  habla  luego  Hércules. 


i  04 


COMEDIAS  DE  AnrSTOFANES. 


LAS  RANAS. 


105 


•■■-.»  t 


•  r 


¡y-' 


BAGO. 

Aquel  por  donde  tú  fuiste. 

HÉRCULES. 

Pero  es  sumamente  larg-o.  Lo  primero  que  en- 
contrarás será  una  lag^una  inmensa  y  profundí- 
sima. 

BAGO. 

¿Cómo  la  atravesaré? 

HlíRGULES. 

ün  barquero  viejo  te  pasará  en  un  botecillo,  me- 
diante el  pa^o  de  dos  óbolos. 

^  \ji^  B\G0. 

av  v^^-Oh  qué  poder  tienen  en  todas  partes  los  dos  óbo- 
los! (1).  ¿Cómo  han  lleg-ado  basta  allí? 

p-AlJ^  HÉRCULES. 

Teseo  (2)  los  llevó.  Después  verás  una  multitud 
de  serpientes  y  monstruos  horrendos. 

BAGO. 

No  trates  de  meterme  miedo  y  aterrarme;  no  me 
disuadirás. 

HÉRCULES. 

Luég-o  un  vasto  cenagal,  lleno  de  inmundicias, 
y  sumerg-idos  en  él  todos  los  que  faltaron  á  los  de- 
beres de  la  hospitalidad,  los  que  negaron  el  salario 


(i)  El  barquero  Caronte,  según  los  mitógrafos,  sólo 
exigía  un  óbolo;  pero  Aristófanes  eleva  sus  derechos  á 
dos,  para  aludir  ai  salario  que  entonces  cobraban  los  jue- 
ces, y  que  osciló  de  uno  ó  tres  óbolos,  como  hemos  visto 
en  Los  Caballeros  y  Las  Avispas. 

(2)  Teseo  ba^ó  al  intierno,  acompañado  dePiriloo,  para 
robar  Proserpina. 


á  su  bardaje,  y  los  que  maltrataron  á  su  madre, 
abofetearon  á  su  padre,  ó  copiaron  algún  pasaje  de 
Morsimo  (1). 

BAGO. 

A  esos  deberian  agregarse  todos  los  que  apren- 
dieron la  danza  pírrica  de  Cinesia^;  (2). 

HÉRCULES. 

Más  lejos  encantará  tus  oídos  el  dulce  sonido  de 
las  flautas;  verás  bosquecillo?  de  mirtos  ilumina- 
dos por  una  luz  purísima  como  la  de  aquí;  encon- 
trarás grupos  bienaventurados  de  hombres  y  mu- 
jeres, y  escucharás  alegres  palmoteos. 

BAGO. 

Y  esos,  ¿quiénes  son? 

HÉRCULES. 

Los  iniciados...  (3) 

JÁNTIAS. 

Y  yo  el  asno  portador  de  los  misterios  (4);  pero, 
por  Júpiter,  no  los  llevaré  más. 

(i)  Detestable  poeta  trfigico,  ya  satiriz^ido  en  los  Ca- 
balleros, 401;  y  en  la  Puz,  803.  Según  el  Escoliasta,  era 
mejor  oculista  que  poeta. 

(2)  Autor  de  ditirambos,  repetidas  veces  citado  y 
puesto  en  escena.  Aquí  alude  á  sus  gesticulaciones  al  en- 
sayar los  coros  que  hablan  de  ejecutar  sus  cantos,  pues  la 
danza  pírrica  era  sumamente  rápida.  . 

(3)  Los  iniciados  en  los  misterios  de  Céres  se  creía  que 
gozaban  después  de  morir  de  una  vida  bienaventurada. 

(4)  Un  asno  trasportaba  de  Atenas  á  Eléusis  los  útiles 
necesarios  para  celebrar  los  misterios.  Parece  que  este 
rito  tenía  su  origen  en  la  circunstancia  de  haber  huido 
Tifón  sobre  un  asno,  después  de  su  derrota,  Por  locual 
este  animal  era  odiado  en  Egipto,  de  donde  se  introdujo 
en  el  Ática  el  culto  de  Céres  eleusinia. 


106 


COMEDIAS  DE  AAIST   FANES  . 


LAS  RANAS. 


107 


HÉRCULES. 

Que  te  dirán  todo  cuanto  necesites,  pues  habitan 
en  el  mismo  camino,  junto  á  la  puerta  del  palacio 
de  Pluton.  Conque,  hermano  mió,  feliz  viaje. 


BAGO. 

¡Adiós!  y  que  Júpiter  te  oig-a.  fAJántiasJ  Vuelve 
á  cargarte  el  hato. 

JÁNTIAS. 

¿Antes  de  habérmelo  descargado? 

BAGO. 

Y  á  escape. 

JÁNTIAS. 

No,  no,  te  lo  suplico:  más  vale  que  te  ajustes 
con  algún  muerto  de  los  que  necesariamente  tie- 
nen que  recorrer  este  camino. 

BAGO. 

¿Y  si  no  lo  encuentro? 

JÁNTIAS. 

Entonces  llévame. 

BAGO. 

Tienes  razón.  Ahí  traen  precisamente  aun  muer- 
to. ¡Eh,  tú,  á  ti  te  digo,  el  muerto!  ¿Quieres  llevar 
un  hatillo  á  los  infiernos? 


¿Es  pesado? 
Míralo. 


UN  MUERTO. 
BAGO. 


EL  MUERTO. 

¿Me  pagarás  dos  dracmas? 

BAGO. 

¡Oh,  no!  menos. 

EL   MUERTO. 

Adelante,  sepultureros. 

BAGO. 

Espera  un  poco,  amigo  mío,  para  ver  si  pode- 
mos arreglarnos. 

EL   MUERTO. 

a  no  me  das  dos  dracmas,  excusas  de  hablar. 

BAGO. 

Toma  nueve  óbolos  (1). 

EL   MUERTO. 

¡Antes  resucitarl 

JÁNTIAS. 

iQué  soberbio  es  el  maldito!  ¿Y  no  se  le  castigará? 
Iré  yo  mismo. 

BAGO. 

Eres  un  buen  muchacho.   Dirijámonos  á  la 
barca. 


CARONTB. 


JÁNTIAS. 


iHoopI  Aborda. 
¿Qué  es  eso? 


(1)    Recuérdese  que  cada  dracraa  valía  seis  -bolos;  de 
suerte  que  Baco ofrece  al  muerto  una  tercera  pártemenos. 


i08 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS  RANAS. 


109 


BAGO. 

Es  la  lag'una  de  que  no3  ha  hablado  Hércules; 
ya  veo  la  barca. 

JÁNTIAS. 

Por  Neptuno,  ese  es  Caronte. 

BAGO. 

¡Salud,    Caronte!   ¡Salud,  Caronte!  iSalud,  Ca- 
ronte! (1). 

GnRONTR. 

^    ¿Quién  viene  del  país  de  las  miserias  y  cuidados 
^y"  á  los  campos  del  reposo  y  del  Leteo,  á  trasquilarla 
A\io      r     ^^^^  ^^  ^^^  asnos  (2),  á  la  morada  de  los  Cerbe- 
'     T^f  *  rios  (3),  á  los  infiernos  y  al  Ténaro?  (4). 

K\r^        V*  BAGO. 

;^'       Yo. 

.  V    >*"   V  CARONTE. 


Entra  al  punto. 


BAGO. 


¿Adonde  nos  vas  á  llevar?  ¿al  infierno,  de  veras? 


(1)  BoissoNADE,  apoyado  en  un  escolio,  reparte  el  triple 
saludo  entre  Baco,  Jántias  y  el  Muerto.  Sin  embargo,  según 
indica  otro  escolio,  puesto  solamente  en  boca  de  Baco 
tiene  más  intención,  porque  es  parodia  de  una  repetición 
análoga  en  una  pieza  de  Aqueo. 

(2)  Con  esta  frase  da  á  entender  Aristófanes  que  no  cree 
una  palabra  de  las  fábulas  inventadas  por  los  poetas  res- 
pecto al  infierno. 

(3)  Es  decir,  al  pueblo  de  Cerbero,  perro  trifauce,  que 
guardaba  la  entrada  del  infierno. 

(4)  Promontorio  de  la  Laconia,  en  el  cual  habia  una 
caverna  tenida  poruña  de  las  bocas  del  infierno. 

Tañarías  etiam  fauces,  alta  ostia  Ditis. 

(ViRG.,  Oeorg.^  iv,  467. j 


GAUONTE. 

Sí,  por  Júpiter,  para  servirte.  Vamos,  entra. 

BAGO. 

Ven  acá,  muchacho. 

GARONTE. 

No  paso  al  esclavo  si  no  ha  combatido  en  alguna 
batalla  naval  por  salvar  el  pellejo  (1). 

JÁNTIAS. 

No  pude,  porque  tenía  entonces  los  ojos  malos. 

GARONTE. 

Pues  tienes  que  dar  la  vuelta  á  la  laguna . 

JÁNTIAS. 

¿Y  dónde  me  detengo? 

GARONTE. 

En  la  piedra  de  Aveno  (2),  junto  á  las  posadas. 
¿Has  entendido? 

JÁNTIAS. 

Perfectamente.  ¡Qué  desgraciado  soy!  Sin  duda 
al  salir  de  casa  tuve  algún  encuentro  de  mal 

agüero.  ' 

{Vase.) 


GARONTE. 

(Á  Baco.)  Siéntate  al  remo.— Si  hay  algún  otro 


(1)  Alusión  á  la  reciente  batalla  de  las  Arginusas,  ya 
cil'idi 

(2)  Lugar  imaginario,  inventado  por  Aristófanes  para 
ndicaí;  el  sitio  donde  se  secan  los  muertos  (de  auaívaaOat). 


jfc  ,fi«F*\ 


iiO 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


411 


que  desee  pasar,  que  se  apresure.— iEh,  tul  ¿Qué 
¿aces?  (1). 

BAGO. 

¿Qué  he  de  hacer?  Me  he  sentado  sobre  el  remo 
como  me  has  dicho. 

CARONTE. 

Colócate  ahí,  panzon. 

BACO. 

Ya  estoy. 

CARONTE. 

Adelanta  los  brazos;  extiéndelos. 

BAGO. 

Ya  están. 

CARONTE. 

¡Basta  de  tonterías!  Rema  vigorosamente. 

BACO. 

¿Cómo  he  de  poder  remar  si  no  conozco  este  ofi- 
cio, ni  he  estado  nunca  en  Salamina? 

CARONTE. 

Facilísimamente ;  porque  en    cuanto  cojas  el 
remo  vas  á  oir  bellísimos  cánticos. 

BACO. 

¿De  quién? 

CARONTE. 

De  las  ranas,  émulas  de  los  cisnes;  i  son  deli- 
ciosos! 

BACO. 

£a,  manda  la  maniobra. 


CARUNTE. 

ifioop,  op!  ¡Hoop,  opí 


LAS   RANAS  (1). 

Brekekekex,  coax,  coax;  brekekekex,  coax, 
coax.  Húmedas  hijas  de  los  pantanos,  mezclemos 
nuestro  cántico  sonoro  á  los  dulces  sonidos  de  las 
flautas,  coax,  coax;  repitamos  los  himnos  que  en 
honor  de  Baco  Ni3eo  (2),  hijo  ele  Júpiter,  entona- 
mos en  la  sng-rada  fiesta  de  las  ollas  (3),  cuando 
la  multitud  embriag-ada  se  dirig-e  á  nuestro  templo 
del  pantano  (4).  Brekekekex,  coax,  coax. 

BACO. 

Principian  á  dolerme  las  nalg-as,  carísima  coax, 
coax.— Pero  á  vosotras  no  se  os  importa  nada. 

LAS  RANAS. 

Brekekekex,  coax,  coax. 


(1)    A  Baco  que  se  ha  sentado  sobre  el  remo  en  vez  de 
echar  mano  á  éi. 


(i)  Este  coro  da  nombre  á  la  comedia,  aunque  es  pu- 
ramente episódico.  LiiS  Ranas,  según  el  Escoliasta,  no 
aparecían  en  escena,  aunque  en  una  sabia  Memoria  de 
M.  Russignol,  citada  por  Artaud,  se  pretende  probar  lo 
contrario. 

[i)  Sobrenombre  de  Baco,  que  entra  en  la  composición 
de  Dionisio,  nombre  con  que  generalmente  le  designaron 
los  Griegos. 

(3)  El  tercer  dia  de  las  Antesterias,  fiestas  de  que  se 
habló  en  Los  Acarnienses,  nota,  se  cocian  legumbres  de 
todas  clases  en  ollas  quj  se  ofrecian  á  Baco  y  Minerva. 

(i)  Baco  lenía  cerca  de  .\ténas  un  templo  junto  á  un 
pantano. 


H2 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


113 


BAGO, 

¡Así  reventéis  con  vuestro  coax!  ¡Siempre  coax., 
coax! 

LAS  RANAS. 

Y  con  razón,  imbécil.  Porque  yo  soy  la  favorita 
de  las  Musas,  hábiles  tañedoras  de  la  lira,  y  del 
cornípedo  Pan,  diestro  en  el  caramillo.  Me  ama 
también  el  citarista  Apolo,  porque  bago  crecer  en 
los  pantanos  cañas  para  los  puentes  de  sus  liras. 
Brekekekex,  coax,  coax. 

BAGO. 

Ya  se  me  han  hvantado  ampollas;  tengo  el  tra- 
sero inúndalo  de  sudor,  y  pienso  que  pronto  em- 
pezaré á  decir,  brekekekex,  coax,  coax.  Pero  ca- 
llad, raza  grazuadora. 

LAS   RANAS. 

¡Callar!  al  contrario,  cantaremos  más  fuerte.  Por- 
que á  nosotras  nos  deleita  en  los  dias  apacibles 
saltar  entre  el  fleos  (1)  y  la  juncia,  entonando  los 
himnos  que  solemos  cantar  cuando  nadamos;  ó 
bien,  cuando  Júpiter  vierte  la  lluvia,  sumergidas 
en  el  fundo  de  nuestras  moradas,  unir  nuestras  ági- 
les voces  al  ruido  de  las  gotas.  Brekekekex,  coax, 
coax. 

BAGO. 

Os  prohibo  cantar. 

LAS  RANAS. 

El  silencio  es  para  nosotras  insoportable. 


(i)    Planta  que  crece  en  los  pantanos  y  prados  hú- 
medos. 


BAGO. 

Más  insoportable  es  para  mí  el  destrozarme  re- 
mando. 

LAS  RANAS. 

Brekekekex,  coax,  coax. 

BAGO. 

¡Ojalá  reventéis!  poco  me  importaría. 

LAS  RANAS. 

Pues  nosotras  graznaremos  á  toda  voz,  desde  la 
mañana  hasta  la  noche,  brekekekex,  coax,  coax. 

BAGO. 

En  eso  no  me  ganaréis. 

LAS  RANAS. 

Ni  tú  á  nosotras. 

BAGO. 

Ni  vosotras  á  mí.  Graznaré,  si  es  preciso,  todo 
el  dia  hasta  dominar  vuestro  coax.  Brekekekex, 
coax,  coax.  Ya  sabía  yo  que  os  había  de  hacer 
callar. 

GARONTE. 

¡Eh!  para,  para.  Empuja  el  bote  á  la  orilla  coa 
el  remo.  Desembarca,  y  paga. 

BAGO. 

Ahí  tienes  dos  óbolos.  —  ¡ Jántias!  ¿Dónde  está 
Jántias?  ¡Eh,  JántiasI 


I 


¡Eh! 
Ven  acá. 

TOMO  III. 


JÁNTIAS. 
BAGO. 


i; 


8 


4U 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


iin 


JÁNTIAS. 

Salud,  amo  mió. 

BAGO. 

/,Qaé  es  lo  que  hay  ahí? 

JÁNTIAS. 

Tinieblas  y  cieno. 

BAGO. 

¿Has  visto  en  al^m  lug^rálos  parricidas  y 
perjuros  de  qne  aquél  nos  habló? 

JÁNTIAS. 

¿No  los  has  visto  tú? 

B\G0. 

Por  Neptuno,  ahora  los  veo  (1).  Ea,  ¿qué  ha- 
cemos? <4^   íc43j£/tXrv..-^V-\Ao 

JÁNTIAS. 

Lo  mejor  será  ir  más  adelante,  porque  esté  es  el 
sitio  donde  nos  dijo  que  estaban  los  monstruos 
horrendos. 

BAGO. 

¡Cómo  se  va  á  fastidiar!  nos  contaba  fábulas 
para  meterme  miedo;  fué  pura  envidia.  ¡CJomo 
sabe  que  yo  soy  lo  más  bravo...!  Hércules  es  muy 
arrog-ante.  Yo  quisiera  tener  algnn  encuentro,  al- 
guna ocasión  de  hacer  famoso  mi  viaje. 

JÁNTIAS. 

Por  Júpiter,  siento  no  sé  qué  ruido. 

BAGO  (asustado), 
¿Dónde?  ¿dónde? 


JÁNTIAS. 

BAGO. 
JÁNTIAS. 

BAGO. 


Detras. 
Anda  detras. 
No,  es  delante. 
Pues  anda  delante. 

JÁNTIAS. 

Por  Júpiter,  veo  un  monstruo  gigantesco. 

BAGO. 

¿Cómo  es? 

JÁNTIAS. 

¡Horrendo!  Toma  toda  clase  de  formas:  ya  es  un 
buey,  ya  es  un  mico,  ya  una  mujer  muy  hermosa. 

BAGO. 

¿Dónde  está?  ¡Oh!  voy  á  salirle  al  encuentro. 

JÁNTIAS. 

Ya  no  es  mujer;  ahora  es  un  perro. 

BAGO. 

Entonces  es  Empusa  (1). 

JÁNTIAS. 

Todo  su  rostro  está  lleno  de  fuego. 

BAGO. 

Tiene  una  pierna  de  bronce. 

JÁNTIAS. 

Y  otra  de  asno  (2).  Tenlo  por  seguro. 


(\)    Mirando  á  los  espectadores. 


(i)  Espectro  que  Hécate  enviaba  á  los  hombres  para 
aterrorizarlos.  Tomaba  diferentes  formas,  todas  horribles. 

(2)  Lit.  de  basura,  pues  tal  es  el  significado  de  poXf- 
Tivov.  Sin  embargo,  el  Escoliasta  dice  que  este  adjetivo 


Iri 


.»' 


I 


146 


COMEDIAS  OE  ARISTÓFANES  . 


LAS  RANAS. 


117 


V 


BAGO. 

^Adonde  me  escapo? 

JÁNTIAS. 

¿Y  yo? 

BAGO. 

¡Oh  sacerdote!  (1),  sálvame  para  que  pueda  be» 
ber  contig'o. 

JÁNTIAS. 

¡Estamos  perdidos,  Hércules  poderoso! 

BAGO. 

No  lo  mientes,  querido  mió;  no  pronuncies  su 
nombre. 

JÁNTIAS. 

Entonces  diré.  ¡Oh  Baco! 

BAGO. 

Menos  aún. 

JÁNTIAS. 

Sigue  todo  derecho.— Aquí,  aquí,  amo  mió. 

BAGO. 

¿Qué  pasa? 

JÁNTIAS. 

Tranquilízate:  la  cosa  va  bien;  ya  podemos  de- 
cir como  Hegéloco:  «Después  de  la  tempestad 
veo  la  calma  (2).»  Empusa  ha  desaparecido. 

era  equivalente  á  ¿voxcbXouc,  pata  de  asno,  y  así  lo  tra- 
ducimos, porque  hace  sentido  mejop. 

(1)  Se  dirige  al  sacerdote  de  Baco,  que  ocupaba  en 
las  fiestas  dramáticas  un  lugar  preferente. 

(2)  Alusión  á  la  mala  manera  con  que  el  actor  Hege- 
loco  pronunció  la  frase  citada,  que  es  del  verso  569  del 
Orestes  de  Eurípides,  dándole  un  sentido  ridículo,  que  es- 
tuvo á  punto  de  hacer  fracasar  la  tragedia;  pues  en  vez  de 


BAGO. 

Júramelo. 

JÁNTIAS. 

Lo  juro  por  Júpiter. 

BAGO. 

Júralo  otra  vez. 
Lo  juro  por  Júpiter. 

BAGO. 

Vuélmelo  á  jurar. 

JÁNTIAS. 

Lo  juro  por  Júpiter. 

BAGO. 

¡Oh,  cómo  he  palidecido  al  ver  esa  fantasma! 

JÁNTIAS. 

Pues  ese  otro  se  ha  puesto  rojo  de  miedo  (1). 

BAGO. 

¡Ay!  ¿Cuál  es  la  causa  de  todos  estos  males?  ¿A 
qué  dios  acusaré  de  mi  des^aciada  suerte?  «¿Al 
Éter,  habitacioncita  de  Júpiter,  ó  al  pié  del  Tiem- 
po?» (2).     l^Y''  ''■   '"'^"^'^   IM..    íajj^^'kAjaMj^    » 


¡Eh,  túI 
¿Qué  hay? 


JÁNTIAS. 
BAGO. 


decir  y^Xtív  (oxítono),  que  significa  calma,  pronuncio  ya^^v 
(perispómeno),  esto  es,  «después  de  la  tempestad  veo  el 
gato.» 

(1)  El  sacerdote  de  Baco,  que  sin  duda  honraba  á  su 
dios  más  de  lo  debido. 

(2)  Expresiones  de  Eurípides  ya  citadas. 


H8 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


¿No  has  oido? 
¿Qué? 
Las  flautas. 


JANTIAS. 

BAGO. 
JÁNTIAS. 

BAGO. 


Es  verdad,  también  ha  llegado  hasta  mí  el  per- 
fume  místico  de  las  antorchas.  Cállate  y  escuché- 
moslos escondidos. 


CORO  (1). 
¡laco,  oh  laco!  ¡laco,  oh  laco!  (2). 

JÁNTIAS. 

Eso  mismo  es,  dueño  mió;  son  los  juegos  de  los 
iniciados  de  que  nos  hablaba;  pu3S  cantan  á  laco, 
como  Diágoras  (3). 

BAGO. 

También  á  mí  me  lo  parece.  Por  lo  cual,  lo  me- 
jor es  guardar  silencio,  hasta  enterarnos  bien  de 
lo  que  sea. 

CORO. 

laco,  veneradísimo  laco,  oye  la  voz  de  los  que 
adoran  tus  misterios,  y  acude  á  este  prado,  tu  man- 

(1)  Este  es  el  verdadero  coro  de  la  comedia,  y  está 
compuesto  de  iniciados  en  los  misterios  de  Eléusis. 

(2)  Sobrenombre  de  Baco  en  los  misterios  Eleusinios, 
en  los  cuales  su  culto  iba  unido  al  de  Céres. 

(3)  Diágoras  de  Molos,  filósofo  acusado  de  ateísmo,  na- 
bia  sido  en  su  juventud  poeta  lírico  y  babia  compuesto  di- 
tirambos. 


LAS  RANAS. 


dl9 


sion  favorita,  para  dirigir  sus  coros;  ven,  y  ha- 
ciendo retemblar  sobre  tu  cabeza  la  corona  de  mir- 
to cuajado  de  bayas,  ejecuta  con  atrevido  pió 
aquella  suelta  y  regocijada  danza  llena  de  gracias, 
solemne  y  mística,  puro  encanto  de  los  iniciados. 

JÁNTIAS. 

Augusta  y  veneranda  Céres,_iquá- deliaoaa.Qbí 
á  carne  de  cerdo  ha  acariciado  mis  narices!  (1). 

BAGO. 

Vamos,  ¿será  necesario  darte  un  pedazo  para 
que  calles'^ 

CORO. 

Reanímala  luz  de  las  flameantes  antorchas, 
blandiéndolas  en  tus  manos.  ¡laco,  oh  laco,  fúl- 
gida estrella  de  la  iniciación  nocturna!  El  prado 
deslumhra  lleno  de  luces:  vigorlzanse  las  rodillas 
del  anciano;  disípanse  sus  penas,  y  aligérasele  la 
carga  de  los  años  para  poder  formar  parte  de  los 
sagrados  coros.  Guía  tú,  deidad  resplandeciente, 
sobre  esta  fresca  y  florida  alfombra  las  danzas  de 
la  garrida  juventud.  ¡Silencio!  lejos  de  aquí,  profa- 
nos, almas  impuras,  nunca  admitidos  á  las  fiestas 
y  danzas  de  las  nobles  Piérides,  ni  iniciados  en  el 
misterioso  lenguaje  ditirámbico  del  taurófago  Ora- 
tino  (2),  apasionados  de  los  versos  chocar reros  ó 
inoportunos  chistes.  Lejos  de  aquí  todo  el  que,  en 


(1)    A  Céres  se  le  ofrecían  cerdos  en  sacrificio. 

(i)  Poeta  cómico  y  ditirámbico,  citado  ya.  Alude  aquí 
Aristófanes  á  su  voracidad,  dándole  irónicamente  el  epíteto 
de  tauró/ago,  que  se  encuentra  aplicado  á  Baco  en  una 
tragedia  de  Sófocles  titulada  Tiro. 


420 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


121 


vez  de  reprimir  una  sedición  funesta  y  mirar  por 
el  bien  de  sus  conciudadanos,  atiza  y  exacerba  las 
discordias,  atento  sólo  á  saciar  la  propia  avaricia. 
Lejos  de  aquí  el  que,  estando  al  frente  de  una  ciu- 
dad agobiada  por  la  desgracia,  se  deja  sobornar  y 
entreg'a  una  fortaleza  ó  las  naves;  ó  el  que,  como 
ese  infame  Toricion  (1),  cobrador  de  vig-ésimas, 
exporta  de  Eg-ina  (2)  á  Epidauro  (3)  cueros,  lino, 
pez  y  demás  mercancías  prohibidas.  Lejos  de  aquí 
todo  el  que  aconseja  á  cualquiera  que  preste  á 
nuestros  enemig-os  dinero  para  la  construcción  de 
naves  (4),  ó  mancha  de  inmundicia  las  imág-enes  de 
Hécate,  mientras  entona  ditirambos  (5).  Lejos  de 
aquí  todo  orador  que  cercena  el  salario  á  los  poe- 
tas (6)  porque  le  pusieron  en  escena  en  las  fiestas 
nacionales  de  Baco.  A  todos  esos  les  dig-o,  una  y 
cien  veces,  que  dejen  libre  el  campo  á  les  rústicos 


(1)  Cobrador  de  contribuciones  en  Egina,  que  se  apro- 
vechaba de  su  cargo  para  ejercer  el  contrabando  de  que 
habla  el  lexlo,  defraudando  al  Estado  en  la  percepción  de 
los  derechos  de  aduana,  digámoslo  así,  que  subian  á  una 
vigésima. 

(-2)  Isla  próxima  al  Ática,  de  floreciente  comercio.  Los 
Atenienses  se  hablan  apoderado  de  ella  al  principio  de  la 
guerra. 

(3)  Ciudad  del  Peloponeso,  situada  en  la  costa  orien- 
tal, cerca  de  h  Argólida. 

(4)  Ahision  á  Alcibiádes,  que  se  decía  habla  conse- 
guido que  Ciro  el  joven  prestase  á  Lisandro  una  respeta- 
ble suma  para  equipar  la  flota  lacedemonia. 

(5)  Alusión  al  poeta  Cinesias,  acusado  de  haber  profa- 
nado (concacavisie)  el  pedestal  de  una  estatua  de  Hécate. 

(6)  En  LasJiinterws  se  cita  como  uno  de  estos  orado- 
res á  Agirrio. 


coros.  Vosotros,  elevad  vuestros  cantos  y  los  him- 
nos nocturnos  propios  de  estas  fiestas. 

Adelántese  cada  cual  osadamente  por  los  prados 
floridos  de  esta  profunda  mansión,  dando  rienda 
'  suelta  á  los  chistes,  burlas  y  dicterios.  ¡Basta  de 
festines!  ¡Adelante'  Celebrad  á  nuestra  divina  pro- 
tectoraJU,  que  ha  prometido  defender  siempre  este 
país,  á  pesar  de  Toricion. 

Ea,  principiad  ahora  otros  himnos  en  honor  de 
la  frugífera  Cares;  celebradla  en  religiosos  cantos. 

Oh  Céres,  reina  de  los  puros  misterios,  senos  pro- 
picia y  protege  á  tu  coro;  permíteme  entregarme 
en  todo  tiempo  á  los  juegos  y  á  las  danzas,  y  que 
mezclando  mil  donaires  y  discretas  razones,  llegue 
á  merecer  con  obra  digna  de  tus  fiestas  ser  ceñido 
por  las  bandas  triunfales. 

Ea,  invoca  ahora  en  tus  cantos  al  numen  jovial, 
eterno  compañero  de  estas  danzas. 

Veneradísimo  laco,  inventor  de  las  suavísimas 
melodías  que  en  estas  fiestas  se  cantan,  ven  á 
acompañarnos  al  templo  de  la  diosa,  y  prueba  que 
puedes  recorrer  sin  fatigarte  un  largo  camino  (2). 
laco,  amigo  del  baile,  guia  mis  pasos;  tú  has 
desgarrado  mis  sandalias  y  pobres  vestidos,  para 
que  causen  risa  y  me  permitan  danzar  con  más 
desenfado. 

laco,  amigo  del  baile,  guia  mis  pasos.  Mirando 

(i)    Minerva. 

(2)  Del  Cerámico,  barrio  de  Atenas,  á  Eleúsis  habia 
próximamente  cien  estadios  (18  kilómetros).  Este  era  el 
trayecto  que  recorría  la  procesión  de  los  iniciados. 


i  22 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


123 


de  reojo,  acabo  de  ver  una  hermosísima  doncella, 
por  cuya  tánica  desg-arrada  asomaba  indiscreta- 
mente parte  de  su  seno  (1);  laco,  amigo  del  baile, 
guia  mis  pasos.         ,^  p  ^^^--iv-^  i  >  1 1 

Sí,  á  mí  me  gusta  unirme  á  esos  coros,  y  desea 
bailar  con  ella. 


JANTIAS. 


Jirmii 


Yo  también.  . 

cono.  '^^"^yrtv 

¿Queréis  que  nos  burlemos  juntos  de  lirjpede- 
mp?  (2).  A  los  siete  años  no  era  todavía  ciudadana, 
y  ahora  es  jefe  de  los  muerdos  de  la  tierra  (3),  y 
ejerce  allí  el  principado  de  la  bribonería.  He  oido 
que  Clístenes  se  arranca  sobre  los  sepulcros  los  pa- 
los de  las  nalgas  y  se  araña  las  mejillas  (4):  ten- 
dido sobre  las  tumbas  gime,  llora  y  llama  desolado 
á  Sebine  de  Anaíiisto  (5).  También  cuentan  que 


(1)  Eslo  parece  sei*  una  alusión  á  la  tacañería  de  los 
coregas,  que  no  habían  hecho  trajes  nuevos  á  los  constas. 

(2)  Extranjero  que  había  conseguido  ponerse  al  ireuie 
del  partido  popular  en  Atenas.  Los  niños  eran  inscritos  a 
los  siete  años  de  su  edad  en  el  registro  de  la  tribu  a  que 
su  padre  pertenecía,  circunstancia  que  probaba  su  cuan- 
tidad de  ciudadanos. 

(3)  Los  Atenienses. 

(4)  Las  mujeres  en  los  funerales  se  arrancaban  los  ca- 
bellos y  hacían  las  demás  demostraciones  de  dolor  quQel 
poeta  atribuye  burlescamente  al  bardaje  Clistenes. 

(5)  Nombre  forjado  por  Aristófanes,  que  contiene  abu- 
siones obscenas:  Sebitio,  de  [itvórv,  coire;  Anaflisto,  demo 
del  Ática  que  tiene  la  radical  parecida  á  ivatpAáv. 


CáUas,  el  hijo  de  Hipobino  (1),  cubierto  de  una  piel 
de  león  (2),  se  entrega  sobre  sus  naves  á  un  com- 
bate amoroso. 

BACO. 

¿Podrías  decirnos  dónde  está  la  morada  de  Plu- 
toü?  Somos  unos  extranjeros  recién  llegados. 

coao. 

No  vayas  más  lejos,  ni  repitas  la  pregunta:  sa- 
bed que  estáis  en  su  misma  puerta. 

BAGO. 

Muchacho,  coge  de  nuevo  el  hato. 

JÁNTIAS. 

La  eterna  muletilla  de  «la  Corinto  de  Júpiter»  (3) 
86  repite  con  el  hato. 

CORO. 

Sobre  el  césped  de  este  florido  bosque  bailad  en 
rueda  en  honor  de  la  diosa  (4)  los  admitidos  á  esta 
piadosa  fiesta. 

BAGO. 

Yo  voy  á  ir  con  las  doncellas  y  matronas  al 

(\)  Calías  era  hijo  de  Hipónico,  cuyo  nombre  parodia 
obscenamente  Aristófanes  en  Hipobino  (qui  coit  cum 
equoj,  aludiendo  ala  disolución  de  sus  costumbres.  En  su 
casa  se  dio  el  banquete,  asunto  de  una  de  las  obras  de  Je- 
nofonte. ,   ,.     , 

(2)  Esto  equivale  á  llamarle  nuevo  Hércules,  aludiendo 
á  la  aventura  de  este  semidiós,  que  triunfó  en  una  sola 
noche  de  cincuenta  vírgenes. 

(3)  Los  Corintios  enviaron  á  Megara  un  embajador,  que 
para  ponderar  la  grandeza  de  su  ciudad  repetía  constan- 
temente: la  Corinto  de  Júpiter,  La  frase  se  hizo  prover- 
bial, y  se  aplicó  á  todos  los  que  decían  muchas  veces  una 
misma  cosa. 

i4)    Céres. 


LAS  RANAS. 


d25 


424 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


sitio  donde  se  celebra  la  velada  de  las  diosas, 
llevando  la  sagrada  antorcha  (1). 

CORO. 

Vamos  á  los  prados  floridos,  esmaltados  de  ro- 
sas, á  recrearaos,  seg'iin  costumbre,  en  esas  bri- 
llantes danzas  presididas  por  las  bienaventuradas 
Parcas.  El  sol  y  la  luna  sólo  lucen  para  nosotros 
los  iniciados,  que  durante  la  vida  fuimos  benéficos 
con  propios  y  extraños  ¡2). 


BAGO. 

¿Cómo  llamaré  á  esta  puerta?  ¿Cómo?  ¿De  qué 
manera  acostumbran  á  llamar  las  g^entes  de  este 
país? 

JÁNTIAS. 

No  pierdas  el  tiempo;  llama  con  la  fuerza  de 
Hércules,  para  no  estar  en  contradicción  con  tu 
disfraz. 

BAGO. 

¡Esclavo!  ¡Esclavo! 

EAGO. 

¿Quién  va? 

BAGO. 

Hércules  el  valeroso. 

EACO. 

jAh  infame,  atrevido,  sin  verg-üenza,  canalla, 


(i)  EneltemplodeCéres,  en  Atenas,  habia  una  esta- 
tua de  Baco  llevando  una  antorcha. 

(2)  Sólo  los  iniciados  se  creia  que  gozaban  de  la  bien- 
aventuranza después  de  la  muerte. 


más  canalla  que  todos  los  canallas  juntos,  tá  nos 
llevaste  nuestro  perro  Cerbero  retorciéndole  el 
pescuezo,  y  escapaste  con  él  estando  yo  encargado 
de  su  guarda.  Pero  ya  has  caido  en  mi  poder:  las 
negras  rocas  déla  Estigia,  y  el  peñasco  ensangren- 
tado del  Aqueron  te  cierran  el  paso;  los  perros  va- 
gabundos del  Cocito,  y  la  Hidra  de  cien  cabezas, 
te  desgarrarán  las  entrañas;  la  murena  Tarte- 
sia  (1)  devorará  tus  pulmones;  y  las  Gorg^onias  Ti-  -^ 
trasias  (2)  se  llevarán  entre  las  uñas,  revueltos  con 
los  intestinos,  tus  sanguinolentos  ríñones  (3).  ¡Ah! 
corro  á  llamarlas. 


JANTIAS. 

¡Puf I  ¿Qué  has  hecho? 

BAGO. 

Una  libación  (4);  invoca  al  dios  (5). 

JÁNTIAS. 

¡Qué  ridiculez!  levántate  pronto,  antes  de  que 
algún  extraño  te  vea. 


(I)  Se  suponía  nacida  de  la  unión  de  las  víboras  y  las 
murenas.  Su  mordedura  era  mortal. 

(-2)  Titrasio  era  un  lugar  de  la  Lidia  habitado  por  las 
Goi'ííonas;  otros  creen  que  era  un  demo  del  Ática. 

(3)  Todo  este  lujo  de  sangrientas  amenazas  es  una  pa- 
rodia de  la  poesía  de  Eurípides.  Para  demostrarlo,  el  Esco- 
|liasla  cita  tres  versos  del  Teseo,  tragedia  perdida. 

(4)  Cacavi;  de  miedo  á  las  amenazas  de  Eaco. 

(5)  Fórmula  usada  después  de  las  libaciones.  Comice 
his  verbis  signiñcat  Bacchus  se  omnem  ventris proluviem 
e/fudisse. 


Í26 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  BAÑAS 


127 


BAGO. 

\  Me  siento  desfallecer;  ponme  una  esponja  sobre 
^  corazón  (1). 

JÁNTIAS. 

Toma. 

BAGO. 

Acércate. 

jAntias. 

¿Dónde  está?  ¡Santos  dioses!  ¿Aquí  tienes  el  co- 
razón? 

BAGO. 

De  miedo  se  me  lia  caido  al  bajo  vientre  (2). 

JÁNTIAS. 

Eres  el  más  cobarde  de  los  dioses  y  los  hom- 
bres. 

BAGO. 

¡Yo  cobarde!  ¡y  te  he  pedido  una  esponja!  Nadie 
en  mi  lug^r  hubiera  hecho  otro  tanto. 

JÁNTIAS, 

¿Pues  qué? 

BAGO. 

Un  cobarde  hubiera  quedado  tendido  sobre  sn 
propia  inmundicia,  y  yo  me  he  levantado  y  me 
he  limpiado. 

JÁNTIAS. 

¡Gran  hazaña,  porNeptuno! 


(i)  Se  acostumbraba  á  hacer  esto  con  las  personas  des- 
mavadas  para  que  recobrasen  el  sentido. 

(2)  Isíiiddicens  famuli  manum,  spongiam  tenentm. 
sibi  ad  culum  adducit. 


BAGO. 

Ya  lo  creo,  por  Júpiter.  ¿No  has  temblado  tú  al 
oir  sus  gritos  y  formidables  amenazas? 

JÁNTIAS. 

No  se  me  importó  de  ellas  ni  un  comino. 

BAGO. 

Ea,  si  eres  tan  valiente  y  animoso,  haz  mi  papel, 
y  puesto  que  nada  te  hace  temblar,  toma  la  ciava 
y  la  piel  de  león;  yo  á  mi  vez  llevaré  el  hato. 

JÁNTIAS. 

Veng-a  al  momento;  es  necesario  obedecer.  Con- 
templa á  Hércules-Jántias,  y  mira  si  soy  un  co- 
barde y  si  me  parezco  á  tí. 

BAGO. 

A  mí  en  nada;  eres  el  vivo  retrato  del  bribón 
Melitense  (1).  Ea,  voy  á  carg-arme  el  equipaje. 


UNA  GRTAD\. 

¿Eres  tú,  querido  Hércules?  Entra,  entra.  En 
cuanto  ]a  diosa  (2)  ha  sabido  tu  venida  ha  mandado 
amasar  pan,  cocer  dos  ó  tres  ollas  de  leg-umbres  y 
puches,  asar  un  buey  entero,  y  preparar  tortas  y 
pasteles  (3);  vamos,  entra. 

JÁNTIAS. 

Gracias.  Es  mucho  honor. 


(1)  Melito  era  un  demo  del  Ática  donde  habia  un  mag- 
nífico templo  de  Hércules.  El  bribón  Melitense  es  Hércules 
representado  porJántias. 

(2)  Pposerpina. 

(3)  Lil.,co/rt/>o5,  pasteles  llamados  así  porque  seles 
daba  la  forma  de  una  clavija  de  templar  la  lira. 


128 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


429 


LA  CRIADA. 

íAh,  por  Apolo!  Note  dejaré  marchar.  Ha  cccido 
aves;  ha  frito  deliciosas  confituras  y  preparado  un 
vino  exquisito.  Vamos,  entra  conmigo. 

JÁNTIAS. 

Mil  gracias. 

LA  CRIADA. 

¿Estás  loco?  No  te  he  de  soltar.  Tiene  también  á 
tu  disposición  una  bellísima  tañedora  de  nauta  y 
dos  ó  tres  bailarinas. 

JÁNTIAS. 

¿Qué  dices?  ¿Bailarinas? 

LA  CRIADA. 

En  la  ñor  de  la  juventud,  y  recien  salidas  del  to- 
cador. Pero  entra;  el  cocinero  iba  ya  á  sacar  del 
fuego  los  peces,  y  á  llevarlos  á  la  mesa. 

JÁNTIAS. 

Sea;  vete  á  decir  á  esas  bailarinas  que  entro  al 
instante.  Tú,  muchacho,  sigúeme  con  el  hato  al 
hombro. 


BACO. 

¡Eh,  tú,  alto!  Sin  duda  has  tomado  en  serio  el 
papel  de  Hércules  que  yo  te  he  dado  en  broma. 
Basta  de  sandeces,  Jántias;  vuelve  á  cargarte  el 
hato. 

JÁNTIAS. 

¿Qué  es  esto?  Creo  que  no  pensarás  quitarme  lo 
que  me  has  dado. 


BACO. 

Es  más,  lo  hago,  y  al  momento.  ¡Pronto!  Venga 
esa  piel. 

JÁNTIAS. 

Pongo  á  los  dioses  por  testigos  y  les  encomiendo 
mi  venganza. 

BACO. 

¿A  qué  dioses?  ¿Habrá  necedad  é  insensatez  como 
la  tuya?  ¡Un  esclavo,  un  mortal  querer  pasar  por 
hijo  de  Alcmena! 

JÁNTIAS. 

iBien!  ¡Bien!  Toma  tu  traje.  Quizá  me  necesites 
algún  dia,  si  Dios  quiere. 

CORO. 

Todo  hombre  cuerdo,  sensato  y  experimentado 
sabe  buscar  el  costado  de  la  nave  que  se  sumerge 
menos,  en  vez  de  estarse  como  una  figura  pin- 
tada, siempre  en  la  misma  actitud;  pero  sólo  un 
hombre  hábil,  como  Terámenes  (1),  sabe  cambiar 
á  medida  de  su  conveniencia. 

BACO. 

¿No  sería  ridículo  ver  á  Jántias,  á  un  esclavo 
tendido  sobre  tapices  de  Mileto,  acariciar  á  una 
bailarina  y  pedirme  el  orinal,  mientras  yo  le  mi- 


(1)  Uno  de  los  treinta  tiranos,  famoso  por  su  versatili- 
dad Para  caractenzarsu  habilidad  enlos cambios  polílicos, 
le  llamaron  co/Mrwo,  calzado  que  por  ser  muy  holgado  ser- 
via para  lodos  los  pies.  Cuando  se  repreí5ent:iron  Las  Ra- 
nas, estaba  en  el  apogeo  de  su  poder,  pero  después  fué 
condenado  á  la  pena  capital  y  ejecutado  por  la  acusación 
de  Crílias,  otro  de  los  treinta. 


130 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


431 


raba  arrascándome  (1),  expuesto  á  que  ese  bribón 
me  saltase  de  un  puñetazo  los  dientes  de  delante? 


TABERNERA    PRIMERA. 

¡Platanal  ¡Platana'  (2)  ven  acá.  Ese  es  aquel  ca- 
nalla que  entró  un  dia  tn  nuestra  taberna  y  se  nos 
comió  diez  y  seis  panes. 

TABERNERA    SEGU'iDA. 

Justamente.  El  mismo. 

JÁNTIAS. 

Esto  va  mal  para  alg-uno. 

TABlíRNERA  PRIMERA. 

Y  además  veinte  tajadas  de  carne  cocida,  dea 
medio  óbolo  cada  una. 

JÁNTIAS. 

Algfuno  lo  va  á  pag^r. 

TABERNERA  PRIMERA. 

Y  ajos  sin  cuento. 

BAGO. 

Tú  deliras,  mujer;  no  sabes  lo  que  te  dices. 

T\BERNKRA  PRIMERA. 

¿Creias  que  no  t^  iba  á  conocer  porque  te  has 
puerto  coturnor.?  (3).  Pues  aun  no  he  dicho  nada  de 
aquella  enormidad  de  pescados. 

TABERNERA  SEGUNDA. 

Ni  de  aquel  queso  fresco  que  se  me  tra^ó,  ¡pobre 


(1)  ToÚpsSíveOU    'SpatTÓfASV. 

(2)  Noinhre  ele  la  iMbernppa  secunda. 

(3)  El  coturno  era  el  calzíido  de  Baco,  y  no  el  de  Hér- 
cules. 


de  raí!  con  cesto  y  todo;  y  cuando  le  exigí  el  pag*© 
me  lanzó  una  mirada  feroz  y  empezó  á  mugir. 

JÁNTIAS. 

Esas  son  cosas  suyas;  en  todas  partes  hace  lo 
mismo. 

TABERNERA  SEGUNDA. 

Y  desenvainó  su  espada  como  un  energúmeno. 

TABERNERA  PRIMERA. 

¡Ay!  sí. 

TABERNERA   SEGUNDA. 

Nosotras  espantadas  nos  subimos  de  un  salto  al 
sobradillo,  y  él  se  escapó  llevándosenos  las  cestas. 

JÁNTIAS. 

Eso  es  muy  propio  de  él.  Pero  no  debíais  de  ha- 
berlo dejado  asi. 

TABERNERA   PPIMERA. 

Anda,  llama  á  Cleon,  nuestro  prDtector. 

TABERNERA   SEGUNDA. 

Y  tú  trata  de  hallar  á  Hipérbolo  (1),  para  que 
nos  laspag-ue  todas  juntas  ese  bribón. 

TABERNERA   PRIMRRA. 

¡Maldito  gaznate!  ¡Mi  mayor  placer  seria  ma- 
jarte con  un  canto  esas  muelas  con  que  devoraste 
mis  provisiones. 

TABERNERA   SEGUNDA. 

Yo  quisiera  arrojarte  al  Báratro  (2). 

TABERNERA  PRIMERA. 

Y  yo  segarte  con  una  hoz  esa  condenada  gar- 

(i)  Cleon  é  llipérbolo  hablan  muerto,  y  Aristí^fwnes  les 
conserva  en  el  iníi  írno  el  mismo  carácter  y  aficiones  que 
que  en  vida. 

('2)    Precipicio  al  cual  eran  arrojados  los  criminales. 


in 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


i3S 


ganta,  por  donde  pasaron  mis  ricos  tripacallos. 
Voy  en  busca  de  Cleon  para  que  te  cite  hoy  misma 
¿  juicio  y  desenrede  este  embrollo. 

fVanseJ 


BACO. 


Que  me  muera,  si  no  es  verdad  que  quiero  á  Ján- 
tias  como  á  las  niñas  de  mis  ojos. 

JÁNTIAS. 

Te  veo,  te  veo.  Excusas  de  hablar  más.  No  quiero 
hacer  de  Hércules. 

BACO. 

¡Oh,  no  digas  eso,  Jántias  mió! 

JÁNTIAS. 

^,Pero  cómo  he  de  poder  pasar  por  el  hijo  de  Alc- 
mcna,  yo,  un  esclavo,  un  mortal? 

BACO. 

Vamos,  ya  sé  que  estás  enfadado  y  no  te  falta  ra- 
zón: aunque  me  pegases  no  te  replicaría.  Mira,  si 
en  adelante  vuelvo  á  quitarte  e3tos  atavíos,  haga  el 
cielo  que  seamos  exterminados  yo,  mi  mujer,  mis 
hijos,  toda  mi  casta,  y  el  legañoso  Arquedemo  (1). 

JÁNTI\S. 

Recibo  tu  juramento,  y  acepto  el  papel  de  Hér- 
cules con  esa  condición. 

CORO. 

Ahora,  después  de  haber  vestido  de  nuevo  tn 
traje  de  Hércules,  tienes  que  aparentar  juvcnile3 


bríos  y  lanzar  torbas  miradas  á  ejemplo  del  dios 
que  representas;  pues  si  representas  mal  tu  papel 
y  te  muestras  flojo  ó  cobarde,  volverás  á  cargar 
con  el  hato. 

JÁNTIAS. 

Os  agradezco  el  consejo,  amigos  mios;  pero  eso 
ya  lo  tenia  yo  pensado.  Si  la  cosa  va  bien,  ya  veréis 
cómo  quiere  volver  á  desnudarme;  lo  tengo  pre- 
visto; sin  embargo,  no  por  eso  dejaré  de  manifes- 
tarme fuerte  y  arrogante,  y  de  mirar  con  el  gesto 
avinagrado  del  que  mastica  orégano.  Llegó  á  lo 
que  parece  el  momento  de  obrar,  pues  oigo  rechi- 
nar la  puerta. 


^  EACo.  fA  sus  esclavos.) 

Atadme  pronto  á  ese  ladrón  de  perros  (1),  para 
castigarle;  despachad. 

BACO. 

Esto  va  mal  para  alguno. 

JÁNTIAS. 

iAy  del  que  se  acerquel 

EACO. 

iCómo!  ¿te  resistes?  ¡Eh,  Di  tilas,  Escéblias,  Pár- 
docas  (2),  avanzad  y  combatid  con  óll 

BACO. 

¿No  es  insufrible  que  después  de  robar  á  otros 
trate  todavía  de  maltratarles? 


(1)    Antes  citado. 


(1)  Hércules  había  robado  el  Cerbero. 

(2)  Nombres  de  esclavos  de  Tracia. 


i34 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


*-% 


JANTIAS. 

Eso  pasa  ya  de  la  raya. 

EACO. 

Sí,  63  insufrible  é  intolerable. 

JÁNTIAS. 

Aniquíleme  Júpiter  si  jamás  he  venido  aquí  ó  te 
he  robado  el  valor  de  un  cabello.  Quiero  darte  una 
prueba  de  g-enerosidad;  apodérate  de  ese  esclavo; 
somételo  al  tormento  (1),  y  si  llegfas  á  averiguar 
algo  contra  mí,  dame  la  muerte. 

EACO. 

¿A  qué  tormento  le  someteré? 

JÁNTIAS. 

A  todos;  átalo  á  una  escalera,  dale  de  palos,  de- 
suéllalo, tortúralo,  échale  vinagre  en  las  narices, 
cárgale  de  ladrillos;  en  fin,  emplea  todos  los  met 
dios,  menos  el  de  azotarle  con  ajos  ó  puerros  ver- 
des (2). 

EACO. 

Muy  bien  dicho;  mas  si  estropeo  á  tu  esclavo, 
¿me  exigirás  los  daños  y  perjuicios? 

JÁNTIAS. 

No  lo  temas;  puedes  llevártelo  y  someterlo  á  la 
tortura. 


(i)  Era  costumbre  en  el  procedimiento  ateniense  so- 
meter al  tormento  á  los  esclavos  paro  que  declarasen  coa- 
Ira  sus  señores. 

(-2)  iMenciona  las  torturas  más  crueles.  Las  madres 
griegas  solían  azotar  á  sus  hijos  con  tallos  de  ajos  y  cebo- 
llas para  amedrentarles  sin  hacerles  daño. 


LAS  RANAS. 


EACO. 


135 


Lo  haré  aquí  mismo,  para  que  hable  delante  de 
ti.-Tú,  deja  la  carga,  y  cuidado  con  mentir. 

BACO. 

Prohibo  que  nadie  me  atormente;  yo  soy  inmor- 
tal; si  lo  haces,  todo  el  mal  caerá  sjbre  tí. 

EACO. 

¿Qué  dices? 

BACO. 

Digo  que  yo  soy  un  inmorial ,  Baco,  hijo  de  Jú- 
piter" y  que  ése  es  un  eixlavo. 

EACO.  (A  JíuUias.) 

¿Has  oído? 

JÁNTIAS. 

Perfectamente;  por  lo  mismo  hay  que  azotarle 
.  más  fuerte;  si  es  un  dios,  no  sentirá  los  golpes. 

BACO. 

¿Por  qué,  pues,  ya  que  pretendes  pasar  por  un 
inmortal,  no  has  de  someterte  también  á  la  fusti- 
gación? 

JÁNTIAS. 

Tienes  razón.  Aquel  que  llore  antes,  ó  se  mues- 
tre sensible  á  los  palos,  es  señal  de  que  no  es  dios. 

EACO. 

Eres  indudablemente  un  hcmbre  generoso:  no 
rehuyes  nada  de  lo  que  es  justo.  Ea,  desnudaos. 

JÁNTIAS. 

¿Cómo  nos  darás  tormento  conforme  á  justicia? 

EACO. 

iNada  más  fácil;  se  os  distribuirán  los  golpes  al- 
ternativamente. 


im 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


JANTIAS. 

íFeliz  ideal 

EACO. 

¡Toma!  fPe¿fa  á  JdntiasJ 

JÁNTIAS. 

Observa  si  me  muevo. 

EACO. 

Pues  ya  te  he  pegado. 

JANTIAS. 

No  por  cierto. 

EACO. 

Parece  que  no  los  has  sentido.  Ahora  voy  á  sa 
cudirle  á  este  otro. 

BACO. 

¿Cuándo? 

EACO. 

Sí,  ya  te  he  pegado. 

•     ■     .      'MACO,  .         . .     ,     ^ 

¿Cómo  y  ¿si  ni  siquiera  me  has  hecho  estor- 
nudar? (1) 

EACO. 

Lo  ignoro;  repetiré  con  el  otro. 

JANTIAS. 

Anda  listo.  ¡Ayl  jayl  layl 

EACO. 

¡Hola!  ¿Qué  signitlca  ese  ay,  ay,  ayl  Due- 
le, ¿eh? 


(i)    Es  decir,  «ni  siquiera  me  ha  producido  ta  golpe  el 
ligero  cosquilleo  que  hace  estornudar.» 


LAS  RAMAS. 


137 


JANTIAS. 

iCal  estaba  pensando  en  la  fiesta  de  Hércules, 
que  se  celebra  en  Diomea  (1). 

EACO. 

¡Qué  hombre  tan  piadoso!  Volvamos  al  otro. 

BACO. 

íOh,  ohl 

EACO. 

¿Qué  te  pasa? 

BACO. 

Veo  caballeros  (2). 

EACO. 

¿Y  eso  te  hace  llorar? 

BACO. 

No,  es  que  he  olido  cebollas. 

EACO. 

¿No  se  te  importan  nada  los  palos? 

;  BACO. 

Nada  absolutamente. 

EACO. 

Volvamos  á  éste>H , 

JÁNÍIAS. 

í  Ay  de  mil 

EACO. 

¿Qué  te  pasa? 

JÁNTIAS. 

Sácame  esta  espina. 


(1)  Demo  del  Ática  donde  habia  un  templo  dedicado  á 
Hércules.  Los  que  concurrian  á  la  fiesta  lanzaban  en  honor 
atl  dios  el  grito  que  el  dolor  arranca  á  Jántias. 

(2)  Finge  que  su  grito  no  es  de  dolor,  sino  de  asombro. 


138 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


3i> 


■ 


EACO. 

¿Qué  significa  eso?  Ahora  al  otro. 

BAGO. 

.  «¡Apolo  adorado  en  Délo3  y  Délfos!»  (1) 

JÁNTIAS. 

Ya  le  duele.  ¿No  has  oido? 

BAGO. 

No,  es  que  me  he  acordado  de  un  verso  de  Hi- 
pónax. 

JÁNTU3. 

No  adelantas  nada;  pej^a  en  los  costados. 

EAGO. 

Es  verdad;  vamos,  presenta  el  vientre. 

BAGO. 

¡OhNeptuno!... 

JÁNTIAS. 

Alguien  se  lamenta. 

BAGO. 

«...Qae  reina  sobre  los  promontorios  del  Egeo» 
ó  sobre  el  salado  abismo  del  cerúleo  mar»  (2). 

EAGO. 

Por  Géres,  no  puedo  conocer  cuál  de  vosotros  es 
dios.  Entrad;  mi  amo  y  Proserpina,  que  son  tam- 
bién dioses,  os  podrán  reconocer. 


(4)  Este  verso  es  atnbuiclo  á  Ananio,  poeta  con  el 
cual  se  ha  confundido  frecuenlemenleá  Hipónax.  El  tbto- 
liastadice  que  Daco  se  equivoca  por  el  dolor  que  le  iw 
causado  el  latigazo.  ^    n,r    ^ 

(2)    Fragmento  del  Laocoonte  de  Sófocles. 


BAGO. 

Tienes  razón.  Pero  eso  debia  de  habérsete  ocur- 
rido antes  de  azotarme. 


GORÜ  (1). 

Musa,  asiste  á  nuestros  sag-rados  coros;  ven  á 
deleitarte  con  mis  versos  y  á  contemplar  esa  infi- 
nita muchedumbre,  entre  la  cual  hallarás  muchos 
hábiles  ciudadanos  más  noblemente  ambiciosos 
que  ese  Cleofon  (2),  de  cuyos  gárrulos  labios  se  es- 
capa incesantemente  un  sonido  ingrato,  como  el 
de  la  golondrina  de  Tracia,  posada  sobre  un  ramo 
en  aquella  bárbara  reg'ion:  ahora  grazna  ya  los  la- 
mentables cantos  del  ruiseñor,  porque  va  á  morir, 
aun  cuando  en  la  votación  resulte  empate  (3). 

Justo  es  que  el  sagrado  coro  dé  á  la  República 
consejos  y  enseñanzas.  Nuestra  primera  atención 
debe  ser  establecer  la  igualdad  entre  los  ciudada- 
nos y  librarlos  de  temores;  después,  si  alguno  faltó, 
engañado  por  los  artificios  de  Frínico  (4),  creo  que 
debe  permitírsele  defenderse  y  justificarse,  pues 


(i)    Parábasis. 

(2)  Orador  de  mala  reputación,  ya  citado.  Véanse  Las 
fiestas  de  Céres,  805,  nota.)  Se  le  acusaba  de  ser  origina- 
rio de  Tracia.  La  predicción  burlesca  de  AiisUJÍones  se 
cumplió  pronto,  pues  murió  en  una  sedición  el  año  406 
antes  de  J.  C. 

(3)  Guando  había  empate  el  acusado  quedaba  absuelto. 

(4)  General  ]ue  se  opuso  á  la  vuelta  de  Alcibiádes 
(TucíD.,  VIII,  50).  Contribuyó  al  establecimiento  del  go- 
bierno oligárquico  de  los  Cuatrocientos,  y  fué  asesinado  en 
la  plaza  pública. 


140 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


i  41 


til 


es  vergonzoso  que  á  los  que  tomaron  parte  una  vez 
en  una  batalla  naval  (1)  los  equiparéis  á  los  Pla- 
teenses,  convirtiéndolos  de  esclavos  en  seQores.  No 
es  que  yo  halle  esto  censurable;  al  contrario,  lo 
aplaudo  y  pienso  que  es  lo  único  en  que  estuvisteis 
acertados;  pero  entiendo  que  seria  ig'ualmente  justo 
que  los  que  tantas  veces,  lo  mismo  ellos  que  sus 
padres,  pelearon  en  el  mar  con  nosotrog  y  nos  es- 
tan  unidos  por  su  nacimiento,  obtuvieran  el  perdón 
de  su  única  falta  (2).  Aplacad,  pues,  un  poco  vues- 
tra indignación,  discretísimos  Atenienses,  y  pro- 
curemos que  cuantos  combatieron  en  nuestras  ga- 
leras formen  una  sola  familia,  y  alcancen  con  su 
rehabilitación  el  pleno  goce  de  los  derechos  de  ciu- 
dadanos: el  mostrarnos  tan  altivos  y  soberbios  en  la 
concesión  de  la  ciudadanía,  sobre  todo  ahora  que 
fluctuamos  á  merced  de  las  olas  (3),  es  una  impru- 
dencia de  que  en  el  porvenir  nos  arrepentiremos. 
Si  soy  hábil  en  conocer  la  vida  y  costumbres  de  los 
que  habrán  de  arrepentirse  de  su  conducta,  me  pa- 
rece que  no  está  lejos  la  hora  del  castigo  del  pe- 
queño Clígenes  (4),  ese  mico  revoltoso  que  es  el 


lili 


(1)  La  de  las  Arginusas.  Los  esclavos  quiten  ella  toma- 
ron parte  fueron  declarados  ciudadanos.— L^s  Plateenses 
gozaban  de  este  derecho  en  Atenas. 

(2)  Se  cree  que  Aristófanes  intercede  aquí  por  alguno 
de  los  generales  condenados  con  motivo  de  la  batalla  de 
las  Arginusas.  , 

(3)  Los  negocios  de  la  República  iban  empeorando 
cada  dia.  Dos  años  después  de  la  representación  de  Las 
Ranas,  Lisandro  se  apoderó  de  Atenas. 

(4)  Demagogo,  de  quien  no  se  tienen  más  noticias  que 
las  que  da  Aristófanes. 


peor  de  cuantos  bañeros  mezclan  á  la  ceniza  falso 
nitro  y  tierra  de  Cimolia  (1).  Él  ya  lo  conoce;  y  por 
eso  va  armado  siempre  de  un  grueso  garrote,  rece- 
loso de  que,  al  encontrarle  ebrio,  le  despojen  de  sus 
vestidos. 

Muchas  veces  he  notado  que  en  nuestra  ciudad 
sucede  con  los  buenos  y  malos  ciudadanos  lo 
mismo  que  con  las  piezas  de  oro  antiguas  y  mo- 
dernas. Las  primeras  no  falsificadas,  y  las  mejores 
sin  disputa,  por  su  buen  cuño  y  excelente  sonido, 
son  corrientes  en  todas  partes  entre  Griegos  y 
Bárbaros,  y  sin  embargo  no  las  usamos  para  nada, 
prefiriendo  esas  detestables  piezas  de  cobre,  re- 
cientemente acuñadas,  cuya  mala  ley  es  noto- 
ria (2).  Del  mismo  modo  despreciamos  y  ultrajamos 
á  cuantos-€Í4iáa;4aftoa-^abefft03-^p^son jQobl^  mo- 
destos, iustosjiuenos.  honrados,  hábiles  en  la  pa- 
lestra,  en  las  danzas  y  en  la  hiúsica,  y  preTerimos 
para  todos  los  isargos  á  hombres  sin  ve^jienza 
extrajijeros,  6fíclavoi^,-"b]TbonJBÍ3e3SI2^  ad- 
venedizos, que  antes  la  Repúbliea-no^hubiera  admi- 
tido ni  para  víctimas  expiatorias.  Ahora,  pues,  in- 
sensatos, mudad  de  costumbres  y  utilizad  de  nuevo 
á  las  gentes  honradas,  paes  de  esta  suerte,  si  os  va 
bien,  seréis  elogiados,  y  si  algan  mal  os  resulta,  al 
menos  dirán  bs  sabios  que  habéis  caido  con  honra. 


(4)  Materias  empleadas  para  blanquear  la  ropa.  Címo- 
los  era  una  de  las  Cicladas. 

(4)  Alusión  á  una  reciente  acuñación  de  moneda  becha 
durante  el  arcontado  de  Antígenes. 


442 


COMEDIAS  PE  ARISTÓFANES . 


EACO. 

¡Por  Júpiter  salvador,  tu  amo  es  todo  un  exce- 
lente sujeto! 

JÁNTIAS. 

¿Un  excelente  sujeto?  Ya  lo  creo,  no  sabe  más 
que  beber  y  amar. 

EACO. 

Lo  que  me  asombra  es  que  no  te  haya  castigado 
por  haberte  fingido  el  amo  siendo  el  siervo. 

JÁNTIAS. 

Es  que  se  hubiera  arrepentido. 

EACO. 

En  eso  obraste  como  buen  esclavo;  á  mí  me 
gusta  hacer  lo  mismo. 

JÁNTIAS. 

Te  gusta  hacer  eso,  ?.eh? 

EACO. 

Yo  soy  feliz  cuando  digo  pestes  de  mi  dueño  sin 
que  él  me  oiga. 

JÁNTIAS. 

^.Y  cuando  te  marchas  gruñendo  después  de  ha- 
ber recibido  una  paliza? 

EACO. 

También  estoy  satisfecho. 

JÁNTIAS. 

¿Y  si  te  metes  en  lo  que  no  te  importa? 

EACO. 

"No  conozco  nada  más  grato. 

JÁNTIAS. 

¡Oh  Júpiter!  ¿Y  si  escuchas  la  conversación  de 
los  amos? 


LAS  RANAS. 


443 


EACO. 

Me  vuelvo  loco  de  júbilo. 

JÁNTIAS. 

¿Y  cuando  se  la  cuentas  á  los  vecinos? 

EACO. 

¡Oh,  con  eso  no  hay  placer  comparable!  (1) 

JÁNTIAS. 

¡Oh  Apolo!  dame  tu  mano,  amigo,  y  permíteme 
que  te  abrace.  Ahora,  en  nombre  de  Júpiter  vapu- 
leado (2),  di  me  qué  significan  ese  estruendo,  ese 
griterío  y  eoas  disputas  que  se  oyen  allá  dentro. 

EACO. 

Son  Esquilo  y  Eurípides. 

JÁNTIAS. 

¿Cómo? 

E^CO. 

Se  ha  promovido  una  contienda,  una  gran  con- 
tienda entre  los  muertos,  una  verdadera  sedición. 

JÁNTIAS. 

¿Por  qué  motivo? 

EACO. 

Hay  aquí  establecida  una  ley,  en  virtud  de  la 
cual  todo  hombre  superior  á  sus  émulos  en  las 
artes  más  nob^es  é  importantes,  tiene  derecho  á  ser 
alimentado  en  el  Pritáueo  y  á  sentarse  junto  á 
Pluton... 


(t)    La  frase  grioga  tiene  una  energía  intraducibie: 

xixjjLtafvojiae. 

{">■)  Invocación  burlesca.  Así  como  los  extranjeros  su- 
plicaban á  Júpiter  hospitalario,  Jántiasque  era  apaleado 
á  menudo,  se  dirige  a'  padre  de  los  dioses  bajo  la  advo- 
cación de  vapuleado. 


444 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


Entiendo. 


JÁNTIAS. 


eaco. 


Hasta  que  ven^a  otro  más  hábil  en  el  mismo 
arte:  entonces  el  primero  debe  ceaerle  el  puesto. 

JÁNTIAS. 

¿Y  eso  por  qué  le  alborota  á  Esquilo? 

EACO. 

Porque,  como  principe  en  el  género,  ocupaba  el 
trono  de  la  tragedia. 

JÁNTIAS. 

Y  ahora  ¿quién? 

EACO. 

Cuando  Eurípides  descendió  á  estos  lugares,  dio 
una  muestra  de  sus  versos  á  los  rateros,  cortadores 
de  bolsas,  parricidas  y  horadadores  de  paredes  que 
pululan  en  el  infierno:  toda  esta  canalla  en  cuanto 
oyeron  sus  dimes  y  diretes,  sus  discreteos  y  suti- 
lezas, enloquecieron  por  él,  y  le  proclamaron  el  sa- 
bio délo  ^  sabios.  Entonces  Eurípides,  hinchado  de 
orgullo,  se  apoderó  del  trono  que  ocupaba  Esquilo. 

JÁNTIAS. 

¿Y  no  le  han  apedreado? 

EACO. 

Al  contrario,  la  multitud  clamaba  por  un  juicio 
en  que  se  decidiese  cuál  de  los  dos  era  el  mejor 
poeta. 

JÁNTIAS. 

¿Aquella  multitud  de  bribones? 

EACO. 

¿Y  con  qué  gritos?  Llegaban  hasta  el  cielo. 


LAS  RANAS. 


145 


JÁNTIAS. 

¿Pero  Esquilo  no  tenía  defensores? 

EAGü. 

Aquí  como  ahí  (1),  el  numero  de  loa  buenos  es 

.KÁNTIA^. 

¿Qué  piensa  hacer  Plutcn? 

EACO. 

Abrir  cuanto  antes  un  certamen,  para  probar  y 
decidir  sobre  el  mérito  de  cada  uno. 

JÁNTIAS. 

¿Y  cómo  es  que  Sófocles  no  ha  reclamado  el 
trono? 

EACO. 

íOh!  ése  es  muy  distinto.  En  cuanto  llegó  abrazó 
á Esquilo  y  le  tendióla  mano,  dejándole  en  pose- 
sión pacífica  del  trono.  Ahora,  como  dice  Clidémi- 
des  (2),  está  de  reserva;  si  vence  Esquilo,  perma- 
necerá en  su  puesto;  pero  si  es  vencido,  disputará 
con  Eurípides. 

JÁNTIAS. 

¿Cuándo  va  á  ser  eso? 

EACO. 

Dentro  de  muy  poco  va  á  principiar  aquí  mismo 
el  gran  combate.  Su  ingenio  poético  va  á  ser  pe- 
sado en  una  balanza. 

JÁNTIAS. 

íGómo!  ¿Se  pesan  las  tragedias? 

(1)  Señalando  á  los  espectadores. 

(2)  Hijo  de  Sófocles.  Otros  sostienen  que  era  uno  de 
los  actores  que  representaban  sus  tragedias. 


TOMO  III. 


10 


i4H 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


147 


EACO. 

Traerán  rerr^as,  y  varas  de  medir  versos,  y  mol- 
des cuadriláteros,  como  lo-;  de  los  ladrillos,  diáme- 
tros y  cuñas.  Pues  Eurípides  dice  que  ha  de  exa- 
minar  las  tragedias  verso  por  \5ers0. 

JÁNTIAS 

Esquilo,  á  mi  ver,  llevará  todo  eso  muy  á  mal. 

EACO. 

Bajábala  cabeza  y  lanzaba  miradas  furiosas. 

JÁNTIAS. 

^.Y  quién  será  juez? 

EACO. 

Ahí  estaba  la  dificultad,  porque  hay  gran  cares- 
tía  de  hombres  sensatos.  AEsquilono  le  agradaban 
los  Atenienses. 

JÁNTIAS. 

Quizá  porque  veía  entre  ellos  muchos  ladrones. 

EACO. 

Y  además  no  les  creía  muy  aptos  para  apreciar 
el  ingenio  délos  poetas.  Por  fin,  encomendaron  el 
asunto  á  tu  señor,  como  perito  en  la  materia.  Pera 
entremos;  pufs  cuando  los  amos  tienen  gran  inte- 
rés por  alguna  cosa,  suelen  pagarlo  nuestras  eos 
tillas. 


CORO. 

¡Oh,  qué  horrenda  cólera  hervirá  en  el  pecho  del 
grandilocuente  poeta,  cuando  vea  á  su  facundo 
enemigo  aguzar  pro/ocfiti^amente  sus  diente>! 
íQué  terribles  miradas  le  hará  lanzar  el  furor!  ¡Que 


lucha  entre  las  palabras  de  penachudo  casco  y  on-  . 
dulante  cimera  y  las  sutilezas  artificiosas!   ¡Qué  ] 
combate  de  gigantescos  períodos  con  frases  atreví-  / 
das  y  pigmeas!  Veráse  al  titán  erizando  las  crines  í 
de  su  espesa  melena  y  frunciendo  espantosamente  y 
el  entrecejo,  rugir  con  poderoso  aliento  versos  com-  ■ 
pactos  como  la  tablazón  de  un  navio;  mientras  el 
otro,  tascando  el  freno  de  la  envidia,  pondrá  en 
movimiento  su  ágil  y  afilada  lengua,  y  arrojándose 
sobre  las  palabras  de  su  rival,  desmenuzará  su  en- 
tilo, y  reducirá  á  polvo  el  producto  de  su  inspira- 
ción vigorosa  (1). 


EURÍPIDES. 

No  te  empeñes;  no  he  de  ceder  el  trono,  porque 
le  soy  superior  en  la  poesía. 

BAGO. 

?.Por  qué  te  callas.  Esquilo?  Ya  entiendes  lo  que 
ha  dicho. 

EURÍPIDES. 

Primero  se  estará  callando  con  gravedad;  es  una 
especie  de  charlatanería  peculiar  á  sus  tragedias. 

BAGO. 

No  tanta  arrogancia,  amigo  mío. 

EURÍPIDES. 

¡Sí,  le  conozco  hace  tiempo!  ¡y  conozco  también 
sus  caracteres  feroces,  y  su  lenguaje  altivo,  des  ♦ 


(1)    Este  pasaje  caracteriza  la  irrandezay  majestad  del 
'•engiiaje  de  Esquilo,  aunque  parodiándolo  un  poco. 


i 


148 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


149 


enfrenado,  desmedido,  sin  reg-la,  enfático  y  cua- 
jado de  palabras  hinchadas  y  vacias! 

ESQUILO. 

¿Y  eres  tú,  hijo  de  una^ústica  diosa  {Vu  tú,  co- 
lector  de  necedades,  fabricante  de  mendigos  y  re- 
mendón de  andrajos,  quien  se  atreve  á  decirme...? 
Pero  tu  audacia  no  ha  de  quedar  impune. 

BAGO. 

Basta,  Esquilo;  no  te  dejes  arrebatar  por  la  ira. 

ESQUILO - 

No  callaré  sin  haber  demostrado  hasta  la  evi- 
dencia lo  que  vale  ese  insolente  con  todos  sus 
cojos  (2). 

BAGO. 

iEsclavos,  traed  una  oveja,  una  oveja  negra  (3), 
pues  la  tempestad  va  á  estallar! 

ESQUILO. 

¿No  te  avergüenzas  de  tus  monólogos  cretenses 
y  de  los  incestuosos  himeneos  que  has  introducido 
\  en  el  arte  trágico'^  (4). 

'  BAGO. 

Modérate,  venerable  Esquilo.— Tú,  mi  pobre  Eu- 
rípides, déjate  de  temeridades  y  escapa  de  esta 
granizada,  no  te  acierte  en  la  sien  con  alguna  de 


(i)    La  madre  de  Eurípides  era  verdulera. 

(2)  Belerofonte,  Telefo  y  Filocléles. 

(3)  Virgilio  hace  mención  do  la  costumbre  de  sacriii- 
car  una  oveja  negra  para  conjurar  las  tempestades. 

Nioram  hiemi  pecadem,  Zephyris  felicibm  albam. 
^  (^N.,  III,  4-20.) 

(4)  Alusión  á  Fedra,  natural  de  Creta,  y  al  Eoío,  en  que 
Macario  viola  á  su  hermana. 


esas  grandiosas  palabras  que  haga  saltar  á  tu  Te- 
lefo.—Vamos,  Esquilo,  calma;  no  discutas  con  esa 
furia.  Los  poetas  no  deben  injuriarse  como  si  fue- 
sen panaderas;  tú  gritas  desde  el  principio,  como 
una  encina  á  la  que  se  prende  fuego. 

EURÍPIDES. 

Estoy  dispuesto  á  luchar;  yo  no  retrocedo:  lo 
mismo  me  da  atacar,  que  ser  atacado;  admito  dis- 
cusión sobre  cuanto  quiera;  sobre  los  versos,  el 
diálogo,  los  coros,  el  nervio  trágico,  el  Peleo^  el 
Bolo,  el  Meleagro,  y  hasta  sobre  el  mismo  Te- 
lefo (1). 

BAGO. 

¿Y  tú,  Esquilo,  qué  piensas  hacer? 

ESQUILO. 

Yo  no  hubiera  querido  combatir  aquí;  pues  en- 
tre los  dos  la  lucha  es  desigual. 

BAGO. 

¿Por  qué? 

ESQUILO. 

Porque  mis  tragedias  me  han  sobrevivido  (2),  y 
las  suyas  murieron  con  él;  de  suerte  que  puede 
utüizarlas  contra  mí.  Sin  embargo,  ya  que  lo  de- 
seas, hay  que  obedecerte. 

BAGO. 

Ea,  traedme  fuego  ó  incienso;  antes  de  la  con- 
tienda, quiero  suplicar  á  los  dioses  que  me  inspi- 

(\)    Títulos  de  tragedias.  . 

(2)  Los  Atenienses  decretaron  que  se  suministrase  un 
coro  al  que  quisiera  poner  en  escena  las  tragedias  de  es- 
quilo, después  de  la  muerte  de  este  poetas. 


I 


i 


LAS  RANAS 


151 


150 


COMEmAS  DE  ARIST0FA!;ES. 


ren  una  decisión  acertada  sobre  este  certamen. 
Vosotros,  entonad  un  himno  á  las  Musas. 

CORO. 

Hijas  de  Júpiter,  castas  Musas,  que  leéis  en  la 
mente  ing-eniosa  y  sutil  de  los  forjadores  de  sen- 
tencias, cuando,  ag-uzando  su  talento  y  desple- 
gando todos  sus  artificiosos  recursos,  descienden  á 
combatir  sobre  la  arena  de  la  discusión,  venid  á 
contemplar  la  fuerza  de  estos  dos  robustos  atletas, 
y  otorgad  al  uno  grandiosas  frases,  y  al  otro  lima- 
duras de  versos.  El  gran  certamen  de  ingenio  va 
á  principiar. 

BACO. 

Orad  también  vosotros,  antes  de  recitar  vuestros 
versos. 

ESQUILO. 

¡Oh  Céres,  que  has  formado  mi  inteligencia, 
hazme  digno  de  tus  misteriosl  (1). 

BAGO.  fÁ  Eurípides J 
Quema  tú  también  incienso. 

EURÍPIDES. 

Gracias,  yo  dirijo  mis  oraciones  á  otros  dioses. 

BAGO. 

¿Dioses  particulares  tuyos  y  recien  acuñados? 

EURÍPIDES. 

Precisamente. 

BAGO. 

Invoca,  pues,  á  esos  dioses  tuyos. 

(i)  Esquilo  era  natural  de  Eleusis;  por  eso  invoca  á  la 
diosa  titular  de  aquella  comarca. 


EURÍPIDES. 

Éter,  de  que  me  alimento,  volubilidad  de  la  len- 
gua, ingenio  sutil,  olfato  finísimo,  haced  que  tri^ 
ture  los  argumentos  de  mi  adversario. 

CORO. 

Deseosos  estamos  de  saber,  doctos  poetas,  qué 
terreno  vais  á  elegir  para  principiar  la  lucha. 
Vuestra  lengua  empieza  ya  á  desencadenarse,  y 
ni  á  vuestro  pecho  le  falta  valor,  ni  energía  á  vues- 
tra mente.  Debemos,  pues,  esperar  que  el  uno  ata- 
cará con  lenguaje  limado  y  puUdo;  y  que  el  otro, 
lanzándole  inmensas  palabras,  pulverizará  sus  m- 
finitas  triquiñuelas. 

BAGO. 

Vamos,  principiad  cuanto  antes,  pero  en  estilo 
elegante,  sin  figuras  ni  vulgaridades. 

EURÍPIDES. 

Hablaré  en  último  término  de  mí  y  del  carácter 
de  mi  poesía;  pues  lo  primero  que  me  propongo  de- 
mostrar es  que  ese  es  un  charlatán  y  un  impos- 
tor, que  engañaba  á  su  grosero  auditorio  con  re- 
cursos pobres,  aprendidos  en  la  escuela  de  Frí- 
nico  (1).  Por  ejemplo,  presentando  en  escena  un 
personaje  velado,  como  Aquíles  ó  Níobe  (2),  que  se 


(1)  Uno  de  los  más  antiguos  poetas  t''JS^of '  íl»^^^^ 
recio  á  fines  del  siglo  vi,  cuando  el  arte  estaba  todavía  cb 
su  infancia.  Esquilo  le  imitó  q^  Los  Pjrsas. 

(2)  El  autor  griego  de.  la  vida  de  Esqudo  cita  entre  sus 
tragedias  la  Níohe  y  las  Frigias  6  el  Rescate  de  Befren 
las  cuales  aparecían  los  personajes  mudos  de  que  ñama 
Eurípides. 


45^ 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


153 


pavon^flubaii  sin  mostrar  el  ^iflaJxQjii  pronunciar 
una^Mkfebbwk^. 

BA.CO. 

Es  verdad,  por  Júpiter. 

^  EURÍPIDES. 

[     El  coro  endilg-aba  en  tanto  cuatro  tiradas  de 
\yersos,y  ellos  se  estaban  sin  decir  esta  boca  es  mia. 

BAGO. 

A  mí  me  ag-radaba  más  aquel  silencio  que  la 
charla  que  hoy  emplean. 

EURÍPIDES.        • 

Porque  eres  un  estúpido;  tenlo  por  cierto. 

BAGO. 

Asi  lo  creo;  pero  ¿por  qué  lo  hacia? 

EURÍPIDES. 

Por  charlatanismo;  así,  el  espectador  esperaba 
sin  moverse  á  que  Níobe  hablase  alg-o,  y  mientras, 
el  drama  iba  adelante. 

BAGO. 

¡Malvado!  ¡Cómo  me  engranaba!  (A  Esquilo.) 
/.Por  qué  te  agitas  é  impacientas? 

EURÍPIDES. 

Porque  le  confundo.  Después  de  haberse  pasado 
la  mitad  de  la  tragedia  con  estas  vaciedades,  sol- 
taba una  docena  de  palabrotas  campanudas,  muy 
fruncidas  de  entrecejo  y  empenachadas,  verdade- 
ros espantajos  que  aterraban  á  los  espectadores 
asombrados. 

ESQUILO. 

¡Oh  rabia! 


BAGO.  (A  Esquilo.) 
¡Silencio! 

EURÍPIDES. 

Y  no  decía  nada  inteligible... 

B\Go.  [A  Esquilo.) 
No  rechines  los  dientas. 

EURÍPIDES. 

Pues  todo  se  volvían  Escamandros,  y  fosos,  y  en- 
señas de  escudos,  y  águilas -grifos  de  bronce ,  y 
palabras  ampulosas,  difíciles  de  comprender. 

BAGO. 

Es  verdad;  yo  me  pasé  en  claro  toda  una  noche 
tratando  de  averiguar  qué  pájaro  era  su  grajL^aÜJo 
amarillo  (1).  "*- — ■ — 

"       ^  ESQUILO. 

llgnoranton!  es  la  figara  que  se  pone  en  la  popa 
délas  naves. 

BAGO. 

Pues  yo  creía  que  era  Eríxis  (2),  hijo  de  Fi- 
lóxeno. 

EURÍPIDES. 

¿Qué  necesidad  habia  de  gallos  en  las  tragedias? 

ESQUILO. 

Y  tú,  enemigo  de  los  dioses,  ¿qué  has  hecho? 

EURÍPIDES. 

No  he  presentado  en  mis  dramas  grandes  gallos  ni 
Wrcociervos  como  los  que  se  ven  en  los  tapices  de 


(1)  SquOóv  I7t7ia>.extpu6va,  expresión  empleada  por  Es- 
quilo en  los  Mirmidones,  tragedia  perdida. 

(2)  Famoso  por  su  fealdad. 


o 


J 


154 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


155 


Persia.  Yo  habia  recibido  de  tus  manos  la  tragedia 
cargada  de  inútil  y  pomposo  fárrago,  y  principié 
por  aUviarla  de  su  molesto  peso,  y  curar  sn  hincha- 
zón por  medio  de  versitos,  digrfíñionfíS  .sutile^  co 
cimientos  de  acelgas  blancaall),  yjugos  peHecta- 
mente  filtrados  de' filosóficas  vaciedades;  después 
la  alimenté  de  ¡jioaólagps,  mezclados  con  algo  de 
Cefisofon  (2);  y  jamás  dije  á  la  ventura  cuanto  se 
me  ocurría,  ni  lo  revolví  todo  sin  distinción:  el 

primer  personaje  qiie^g-^rgSSHÍ?:^  ^^' 

p1ipn,h:i  pfr^T-^^tr^r  y  eljiacnniento  del  dranía. 

ESQUILO. 

Mejor  era  eso  que  decir  el  tuyo  (3). 

EURÍPIDES. 

Después,  desde  los  primeros  versos,  cada  perso- 
naje desempeñaba  su  papel;  y  hablaban  todos,  la 
mujer,  el  esclavo,  el  dueño, -la-jóven  y  la  vieja  (4). 

"^  ESQUILO. 

¿No  merecería  la  muerte  tal  atrevimiento'^ 

EURÍPIDES. 

Al  contrario,  mi  objeto  era  agradar  al  pueblo. 

baco. 
Déjate  de  eso,  amigo;  ese  es  tupunto  flaco. 


(1)  Con  esto  quiere  indicar  Aristófanes  la  insipidez  de 
algunas  sentencias  de  Eurípides. 

(i)  Amigo,  criado  ó  actor  de  Eurípides.  Se  dice  que  le 
ayudaba  en  sus  obras,  y  que  todo  era  común  entre  ellos, 
hasta  el  tálamo  conyugal.  ,    „    ,  . , 

(3)    Alusión  á  la  liumilde  cuna  de  Eurípides.- 
4)    Censura  Aristófanes  el  haber  introducido  Eurípides 
en  la  tragedia  personajes  de  todas  clases,  rebajando  su 
majestad. 


EURÍPIDES. 

Luego  enseñó  á  los  espectadores  el  arte  de  hablar. 

ESQUILO. 

Lo  reconozco;  ¡ojalá  hubieras  reventado  ántesl 

EURÍPIDES. 

Y  el  modo  de  usar  las  palabras  en  linea  recta,  6 
en  ángulo,  y  el  arte  de  discurrir,  ver,  entender, 
engañar,  amar,  intrigar,  sospechar,  pensar  en 
todo... 

ESQUILO. 

Lo  reconozco  también. 

EURÍPIDES. 

Puse  en  escena  la  vida  de  familia  y  las  cosas 
más  usuales  y  comunes,  lo  cual  es  atrevido,  pues 
todo  el  mundo  puede  emitir  sobre  ellas  su  opinión; 
no  aturdí  á  los  espectadores  con  incomprensible  y 
fastuosa  palabrería;  ni  los  aterré  con  Cienos  (1)  y 
Memnones  (2),  guiando  corceles  llenos  de  campa- 
nillas y  penachos.  Ved  sus  discípulos  y  los  mios= 
Los  suyos  son  Formisio y  Megenétes  (3),  de  Mag- 
nesia, armados  de  lanzas,  cascos,  barbas  y  sarcás- 
ticas  sonrisas;  los  míos,  Clitofon,  y  el  elegante  Te- 
raménes. 

BAGO. 

¿Teraménes?  ¿Ese  hombre  astuto  y  bueno  para 


(i)  No  se  sabe  en  qué  tragedia  de  Esquilo  intervenía 
Cieno. 

[i]  En  la  lista  de  las  tragedias  de  Esquilo  hay  una  titu- 
lada Memnon, 

(3)  Formisio  y  Megenétes  no  eran  poetas,  y  sí  notables 
por  su  desaseo  y  grosería.— En  el  texto  hay  palabras  colo- 
sales, parodia  de  las  empleadas  por  Esquilo. 


\ 


i  56 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


457 


todo,  que  cuando  cae  en  al^un  mal  negocio  y  le 
velas  orejas  al  lobo,  suele  escurrir  el  bulto,  di- 
ciendo que  no  es  de  Quios,  sino  deCeos?  (i). 

EURÍPIDES. 

Asi  he  conseg-uido  perfeccionar  la  inteligencia 
de  los  hombres,  introduciendo  en  mis  dramas  el 
radodnio  y  la_  meditacion¡_  de  suerte  que  ahora 
todo  lo  comprenden  y  penetran,  y  han  llegado  á 
administrar  mejor  que  antes  sus  casas,  inspeccio- 
nándolo todo,  y  diciendo:  «¿En  qué  anda  tal  asun- 
to? ¿Dónde  está  tal  cosa?  ¿Quién  ha  cogido  esta 
otra?»  \\ 

BAGO. 

•  V^Es  verdad;  ya  en  cuanto  un  Ateniense  entra  en 
^ '"  ^  -Ju'casa  llama  á  sus  esclavos  y  les  pregunta:  «¿Dónde 
y   está  la  olla?  ¿Quién  se  ha  comido  la  cabeza  de  sar- 
^     dina?  El  plato  que  compré  el  año  pasado  ¿ha  fene- 
^         cido?  ¿Dónde  está  el  ajo  de  ayer?  ¿Quién  ha  mor- 
disqueado la  aceituna?»  (2).  Y  antes  se  estaban  he- 
chos unos  bobos,  con  la  boca  abierta,  como  imbéci- 
les papanatas. 

CORO. 

«Tú  lo  ves,  ínclito  Aquíles»  (3).  Vamos,  ¿qué 
dices  tú  á  todo  eso?  Procura  que  la  ira  no  te  arras- 
tre más  allá  de  la  meta,  pues  te  ha  dicho  cosas 
terribles.  Noble  Esquilo,  no  le  respondas  con  fero- 


(4)    Frase  proverbial  que  se  aplicaba  á  las  personas 
versátiles 

(2)  Crítica   de  los  detalles  familiares  á  que  Eurípides 

hizo  descender  la  tragedia. 

(3)  Verso  de  los  Mirmidones  de  Esquilo. 


cidad,  recoge  tus  velas  y  deja  sólo  alg-unos  cabos  á 
merced  de  los  vientos;  dirige  con  circunspección 
tu  nave,  y  no  avances  hasta  conseguir  una  brisa 
leda  y  apacible.  Vamos,  tú  que  fuiste  el  primero 
de  los  Griegos  en  dar  pompa  (1)  y  elevación  al  es- 
tilo exornando  la  Musa  trágica,  abre  atrevida- 
mente tus  esclusas. 

ESQUILO. 

Esta  lucha  me  enfurece;  sólo  al  considerar  que 
tengo  que  disputar  con  él,  hierve  mi  bilis.  ¡Mas 
que  no  crea  haberme  vencido!  Respóndeme:  ¿qué 
es  lo  que  se  admira  en  un  poeta? 

EURÍPIDES. 

Los  hábiles  consejos  que  hacenjnejor  á  los  ciu- 
dadanos. 

"*"  ESQUILO. 

Y  si  tú,  lejos  de  obrar  así,  los  has  hecho  malísi- 
mos, deuobles  y  buenos  que  eran  antes,  ¿cuál  cas- 
tigo merecerás? 

BAGO. 

La  muerte;  no  lo  preguntes. 

ESQUILO. 

Pues  bien,  mira  cómo  te  los  dejé  yo:  valientes, 
de  elevada  estatura  (2),  sin  rehuir  las  públicas  car- 


(1)  La  frase  griega  equivalente  es  ^^J^'^f^^^.^^^ 
aunque  intraducibie  á  la  letra:  nupYcodac;,  ^difícando  tor- 
res.- Antípatro  de  Tesalónica,  en  un  epigrama  a  ,MuilOj 
la  adopta  para  caracterizar  la  elocución  magnilica  dei 

^^%]^ul\  de  cmtro  codos.  El  codo  tenia  cuarenta  y  cinco 
centímetros. 


158 


COMEDUS  DR  ARHTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


459 


^s  (1),  no  holgazanes,  charlatanes  y  bribones 
como  los  de  hoy,  sino  apasionados  por  las  lanzas, 
las  picas,  los  cascos  de  blancas  cimeras,  las  grevas 
y  corazas,  verdaderos  corazones  de  hierro,  defen- 
didos por  el  sep tupie  escudo  de  Ayax  (2). 

EURÍPIDES. 

El  mal  va  en  aumento:  me  va  á  aplastar  bajo  el 
peso  de  tantas  armas. 

B.\CO. 

^.Ycómo  conseguiste  hacerlos  tan  valientesHIes- 
ponde,  Esiuilü,  y  modera  tu  arrogante  jactancia. 

ESQUILO. 

Componiendo  nn  drami  lleno  del  espíritu  de 
Marte. 

BAGO. 

^.Cuál? 

ESQUILO. 

Los  Siete  solm  Téhas  (3).  Todos  los  espectadores 
salían  llenos  de  bélico  furor. 

BAGO. 

En  eso  obraste  mal;  pues  hiciste  que  los  Tebanos 
fueran  mucho  más  atrevidos  para  la  guerra,  lo 
cual  merece  castigo. 

ESQUILO. 

Vosotros  podíais  también  haberos  dedicado  '^ 


(i)  Alusión  i\  los  contemporáneos  de  Aristófanes,  que 
no  querían  euciir'^^Misíj  d»'  iiás  mngisíralupas  que  las  que 
profiucian  wVzwn  inoro,  rclinyondo  aquellas  en  que  podian 
serútiles al  Kstridn. 

{±)     Vé;ise  Homero,  Illa  la,  vii. 

(3)    Tragedia  dt;  Ksquilo. 


ello,  pero  no  quisisteis.  Después  con  Los  Persas,  mi 
obra  maestra,  os  inspiré  un  ardiente  deseo  de  ven- 
cer siempre  á  los  enemigo??::  --^ 

"  B\CO. 

Es  verdad;  me  alegré  mucho  á  la  noticia  de  la 
muerte  de  Darlo  (1);  y  el  coro  palmoteo  al  punto, 
exclamando:  ¡Victoria! 

ESQUILO. 

Estos  son  los  asuntos  que  deben  tratar  los  poe- 
tas: «Considerad,  si  no,  qué  servicios  prestaron  los 
más  ilustres  desde  la  antigüedad  más  remota:  Or- 
feo  (2)  no^  enseñó  las  iniciaciones  y  el  horror  al 
homicidio;  Museo  (3),  los  remedios  de  las  enfermie- 
dades  y  los  oráculos;  Hesiodo  la  agricultura  y  el 
tiempo  de  las  sementeras  y  recolecciones  (4);  y  al 
divino  Homero,  ¿de  dónde  le  ha  venido  tanta  glo- 
ria, sino  de  haber  en  señíuio^^iisa»- -útiles,  ia-estra- 
tegia,  Jasjñrtudei.^^M  profesión  tie  las 

armas':? 


(1)  En  la  trac^edia  de  Esquilo  no  se  da  tal  noticia,  por 
lo  cual  este  pHSMJe  ha  preocupado  mucho  á  los  comenta- 
dores. Para  explicarlo,  han  supuesto  unos  que  t-sqmlo 
compuso  otros  Persas,  cuvo  nsunto  era  la  batalla  de  1  la- 
tea, y  otros  que  en  vez  d(í  Darío  debia  rnlenderse  Jerj<  s. 

(í>í    Silvestres  homines  sacer  inlerpresque  deorum, 
Cadibus  etvictufísh  dtterruit  Orpheus. 

(HoBACio,  Art.  Poet.,  391.) 

{'\\  Discípulo  do  Orfeo,  ir;icio  dt-  nación,  cuya  exisleu- 
cia  es  dudosa,  pues  más  bien  parece  un  mito  que  un  per- 
sonaje histórico.  El  Eseo'iasta  dice  que  compuso  un  poema 
tobre  los  misterios. 

(4)    En  su  poema  Las  obras  y  los  días. 


ím 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


161 


BAGO. 

Sin  embarg-o,  no  ha  podido  instruir  en  nada  al 
architonto  de  Pantácles  (i);  hace  poco  debia  de  ip 
al  frente  de  una  procesión,  y  después  de  haberse 
atado  el  casco,  se  acordó  de  que  no  le  habia  puesto 
la  cimera. 

ESQUILO. 

En  cambio  ha  educado  á  otros  mil  valientes,  en- 
tre ellos  el  héroe  Lámaco  (2).  Inspirándose  ea  él 
mi  fantasía,  representó  las  hazañas  de  los  Patro- 
clos  (3)  y  los  Teneros  (4),  bravos  como  leones,  para 
excitar  á  imitarlos  á  todos  los  ciudadanos  en  cuanto 
resuena  el  béUco  clarin.  Nunca  puse  en  escena  Fe- 
dras  ni  impúdicas  Kstenobeas  (5);  y  nadie  podrá 
decir  que  he  pintado  en  mis  versos  una  mujer 
qXS      encorada  (6) . 

A'A.t^>^\^)  'El  Escoliasta  dice  que   era   un  hombre  completa- 
V-  mente  inepto,  y  cita  una  tVase  de  la  *ídad  de  Oro  de  Eu- 

^^  polis,  en  que  le  llama  (y>cató<;,  torpe. 

(-2)  Nótese  el  cambio  de  Aristólanes  respecto  a  Lauraco. 
En  Los  Acarnienses  le  ridiculizó  terriblemente,  y  ya  ea 
las  fiestas  de  Céres  le  tributó  elogios,  merecidos  por 
cierto,  pues  Lámaco  era  un  valiente  y  entendido  general. 

(3)  Amigo  de  Aquíles,  cuya  muerte  á  manos  de  Héctor 
sacó  aquel  héroe  de  su  retraimiento  para  combatir  en  el 
asedio  de  Troya  (Vid.  Homero,  Ilíada,  passim.) 

(4)  Hijo  de  Telamón,  rey  de  Salamina  y  hermano  ue 

(5)*  Mujer  de  Preto,  rey  de  Argos.  Enamorada  ciega- 
mente de  iielerofonte,  que  se  habia  refugiado  en  su  corle, 
y  viendo  despreciada  su  pasión,  le  acusó  de  haber  alen- 
tado á  su  honor,  y  procuró  que  su  marido  le  diese  muer- 
te. Habiendo  huido  Belerofonte,  se  suicidó  Estenobea. 

(6)  Esto  no  es  del  todo  exacto,  pues  en  el  Agamenón 
de  Esquilo,  Clitemnestra  aparece  enamorada  de  Egisto. 


EURÍPIDES. 

Es  verdad,  jamás  has  conocido  &  Venus. 

ESQUILO. 

Ni  la  quiero  conocer;  en  cambio,  por  tu  mal,  tú 
y  los  tuyos  la  conocéis  demasiado. 

BACü. 

Cierto,  cierto;  los  delitos  que  imputaste  alas 
mujeres  de  otros  los  viste  en  la  tuya  propia  (1). 

EURÍPIDES.  """"^"^ 

Pero,  importuno,  ¿qué  mal  hacen  á  la  república 
mis  Estenobeas? 

ESQUILO. 

Las  nobles  esposas  de  los  ciudadanos  nobles  han 
bebido  la  cicuta  arrastradas  por  la  vergüenza  que 

les  han  cau.-i.lo  tus  Belerofontes  (2)^ 

KUifíi'ÍDIíS. 

¿He  cambiado  en  lo  más  mínimo  la  historia  de 
Fedra? 

ESQUILO. 

Es  verda'l,  no  la  has  cambiado;  pero  un  buen 
pietadebe  ocultar  el^  vicio  y  no  sacarlo  á  luz  y 
ponerlo 'en  escealTiFfp'ics  ha  de  ser  para  los  s^áal- 
tos  l(rT^nT"para"Tos  niños  los  iiíaestros.  Nuestra 

^>h''Áj;  (Ol  Jii  es  eii-.Q^££__SüIo  el  jien. 

EUUÍPIDlI^T: — 

¿Y  cuan  lo  tú  hablas    Í3  \)^    Licabetos  y  de  las 


(I)  L;ís  d).  ¡mijíM'fs  con  .¡'¡iones  esliivo  casado  Eurí{»i- 
"l;is  liü  t'ii''i'  Hi  iiiodcit  litj  í'*siii1;mí  co«  yniial . 

(;i)  Lsiiecif,  (|uo  h:»n  in;ii:ido  :i  Fsí.'iioben,  sintiendo 
;iii  on  s  fuiriiieros  y  enveiienáii'lí'SO  como-  MiiucUa  princesa. 

(8)    Precepto  digno  de  Itucrííe  tn  cuenta. 


TOMO  m. 


\\ 


462 


COMEDIAS  DI  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


46S 


/  Ritas  cumbres  del  Parnaso  (1),  nos  enseñas  el  bien? 
*  \¿Por  qué  no  empleas  un  lenj^uaje  humano? 

\  ESQUILO. 

Pero  desdichado,  las  expresiones  deben  ser  pro- 
porcionadas  á  la  elevación  de  las  sentencias  y  pen- 
/femientos.  El  lenguaje  de  los  semidioses  debe  ser 
\  sublime,  lo  mismo  que  sus  vestiduras  deben  ser 
jmás  ostentosas  que  la3  nuestras.  Lo  que  yo  enno- 
blecí, tú  lo  has  degradado. 

EURÍPIDES. 

¿Cómo? 

ESQmLO. 

r    En  primer  lugar,  vistiendo  de  harapos  á  los  re- 
\  yes  para  que  inspirasen  más  profunda  compasión. 

Vw  EURÍPIDES. 

¿Qué  mal  hay  en  eso? 

ESQUILO. 

Por  culpa  tuya  ningim  rico  quiere  armar  ya  & 
8u  costa  una  galera;  pues  para  librarse  del  com- 
promiso  se  cubre  de  andrajos,  llora  y  dice  que  es 
pobre. 

^BACO. 

Es  verdad,  por  Céres;  y  debajo  lleva  una  túnica 
de  lana  fina;  y  después  de  habernos  engañado  se 
le  ve  aparecer  en  la  pescadería...  (2) 


(1)    Montañas  del  Ática  y  la  Fócida.   Alusión  a^  pom- 

%V"s^lotsSídian  regalarse  con  pescado  fresco 
Ya  hemos  visto  la  eHimacion  y  alto  precio  á  que  se  ven- 
dian  las  anguilas  del  Copáis. 


ESQUILO. 

En  segundo  lugar,  tú  has  inspirado  tal  afición  & 
la  charlatanería  y  las  argucias,  que  las  palestras 
estéin  abandonadas,  los  jóvenes  corrompidos  (1),  y 
los  marineros  se  atreven  á  contradecir  á  sus  co- 
mandantes; en  mis  tiempos  no  sabían  más  que 
pedir  su  ración  de  pan  y  gricar  «¡Rippape!»  (2). 

BAGO. 

¡Oh!  pues  ahora,  ya  saben  lanzar  un  ñato  (3)  á  la 
boca  del  remero  del  banco  inferior  y  embrear  & 
sus  compañeros;  y  cuando  desembarcan,  robar  los 
vestidos  al  primer  transeuute,  y  pasarse  el  tiempo 
en  discusiones,  sin  cuidarse  de  remar,  dejando  que 
la  nave  bogue  á  la  ventura. 

ESQUILO. 

¿De  qué  crímenes  no  es  autor?  ¿No  ha  puesto 
en  escena  alojhuetíLS^jnuieres  que^m^  en  sa- 
grado (4),  hermanas  incestuosas  (5),  y  otras  que  di- 
cénqííTa  vida  noesla  vida  (6)?  Así  es  que  nues- 
tra düdSíd'^  se  ha  plagado  de  escribanos  y  bufones, 
especie  de  monos  que  tienen  al  pueblo  constan- 
temente  engañado;  mientras  que  ya  nadie  sabe 


(1)    Aristófanes  acusa  de  pederastía  á  los  oradores  y 
maestros  de  retórica. 
{%    Grito  de  los  marineros. 

4  Auge,  seducida  por  Hércules,  dióá  luz  un  hijo  en 
el  templo  de  Minerva.  Se  ignora  en  qué  tragedia  de  Euii- 
pides  tenía  lugar  este  hecho. 

g  Efde^h.  ti  enU^lienen  en  discusiones  filosóncas. 
La  frase  parodiada  se  encontraba  en  el  Frtso. 


164 


COMKDIAS  PE  ARISTÓFANES. 


llevar  una  antorcha  (1),  por  falta  de  ejercicio. 

BAGO. 

Nadie,  es  ver(la<1;  asi  eg  que  en  1?  s  Panateneas 
me  faltó  poco  para  morir  de  rira  viendo  á  un  hom- 
bre blanco,  g-ordo  y  pesado  que  corria  encorvado  y 
con  un  trab'fijo  iníinito^  mU' ho  más  atrás  q':e  los 
otros.  En  la  puerta  del  Cerámico,  los  espectadores 
le  peinaron  en  el  vientre,  en  el  pecho,  en  los  costa- 
dos y  en  las  nal.^^as,  ha'sta  que,  en  vista  de  aquella 
lluvia  de  palmadas,  mi  hombre  soltó  un  flato  (2) 
con  el  cnal  apag-ó  la  antorch-t  y  se  escapó. 

CÜHÜ. 

F.l  neííocio  es  importante;  la  disputa  veliem3nte; 
grave  la  ¡xncvrsL.  Difícil  será  el  fcrmar  opii  ion, 
pues  si  el  uno  ataca  vi^n^rosamente,  el  otro  huye 
el  cuerpo  c m  agililad  y  rcsi)oude  con  destreza. 
No  permanezcáis  siempre  en  el  unsrao  terreno:  te- 
neis  abiertos  muchos  caminos  é  infinitas  arí^-ucias. 
Decid,  OKpí.n.  =1,  nrrr'fe^^tal  todos  vnesti-os  recnr- 
sos  viej'x^  /  nuevos;  avcnlurnd  aiinmos  ar  unien- 
tes alMiiiirCnln-.  ó  iníí'enio^os.  Ni  trraiis  que  la 
ignoríUH'i     '  ^)r^c!:adores  no  pueda  oinpr^n- 

der  V  a^  sutileza^;  lejos  le  =íer  ^'-eiite  ru  Vi.  to- 
dos =■>  :i  ejercitarlo,  y  cada  cual  iene  su  libro 
doud'^  !r.  rer.tle^ábiaslceciore?;  además  su  natural 
ingenio  «^-^  V  hoy  más  anfíizudíj  que  nunca.  Nal  a 
temáis,  '.  ui.j.uad  todos  io.^  m-^ídio^,  pncs  e'=;tais  auto 
un  público  iliFítralo. 

Mi     \  i¡      ■    \  Lns  Lampo dndrow tas  ÍVéa«o  l:i  t  (,i..  al 
ii)     PfdeH'Jf). 


LAS  RANAS. 


165 


EUUÍPiDlíS. 

Empecemos  por  sus  prologeos;  siendo  lo  primero 
que  se  encuentra  en  una  tra;?edia,  es  natural  que 
principiemos  por  ellus  el  estudio  de  erjte  hábil  poe- 
ta. Era  osQjüX.Q.,ea-ia.^e-^posicion  de  sus  aauatys. 

BAGO. 

^.Ouál  de  sus  prólogos  vas  á  examinar? 

EURÍPIOES. 

Muchos.  Recítame  por  de  pronto  el  de  la  Ores- 
tiada  (1). 

BAGO. 

Silencio  todos.  Recita  tú.  Esquilo. 

ESQUILO. 

«Subterráneo  Mercurio,  que  vigilas 
Sobre  el  paterno  reino,  dame  ayuda; 
Vengo  ai  fin  á  mi  patria  y  entro  en  ella»  (2). 

BAGO. 

¿Hallas  alguna  falta  en  esus  versos? 

EURÍPIDES. 

Más  de  doce. 

BAGO. 

Pero  si  no  son  más  que  tres  versos. 

EURÍPIDES. 

Es  que  cada  uno  tieae  veinte  faltas. 


(1)  Tetralogía  compuesta  de  tres  tragedias:  Agamnony 
Las  loéforas  y  Las  Euménides,  y  de  un  drama  salifico,  el 

Proteo.  .         1       j^ 

(i)  Palabras  que  Oréstes  pronuncia  ante  el  sepu  ero  ae 
su  padre,  al  volver  á  su  patria,  en  el  principio  de  Las 
Coeforas. 


166 


COMEDIAS  DI  ARISTÓFANES, 


BAGO. 


Esquilo,  te  aconsejo  que  te  calles:  si  no,  además, 
de  esos  tres  yambos,  te  censurará  otros  muchos. 

ESQUILO. 

¿Yo  callarme  delante  de  ése?  # 

BAGO. 

Si  me  haces  caso. 

EURÍPIDES. 

En  el  principio  ha  cometido  ya  una  falta  enorme. 

ESQUILO.  (A  BacoJ 
¿Noves  que  no  tienes  razón? 

BAGO. 

Sea.  A  mi  poco  me  importa. 

ESQUILO.  (A  Eurípides.) 
¿Dónde  dices  qtie  está  la  falta? 

EURÍPIDES. 

Kepite  desde  el  principio. 

ESQUILO. 

Mercurio  subterráneo,  que  vigilas 
Sobre  el  paterno  reino... 

EURÍPIDES. 

Eso  lo  dice  Oróstes  ante  la  tumba  de  su  padre, 
¿verdad? 

ESQUILO. 

No  lo  niego. 

EURÍPIDES. 

¿De  suerte  que  quiere  decir  qae  Mercurio  velaba 
por  su  padre,  para  que  cayendo  en  un  pérfido 
lazo  fuese  vilmente  asesinado  por  su  mujer? 

ESQUILO. 

No  es  al  dios  de  la  astucia,  sino  al  Mercurio  be- 


LAS  RANAS- 


167 


néfico  al  que  llama  subterráneo;  y  lo  prueba  di- 
ciendo  que  recibió  esa  misión  de  su  padre. 

EURÍPIDES. 

Entonces  el  yerro  es  más  grande  de  lo  que  yo 
pretendía;  pues  si  recibió  de  su  padre  aquella  mi- 
sion  subterránea... 

B^GO. 

Es  que  su  padre  le  había  nombrado  enterrador. 

ESQUILO. 

¡ Ay  Baco!  tu  vino  no  está  perfumado  '  1). 

BAGO. 

Recita  el  otro  verso;  y  tú  acecha  sus  faltas. 

ESQUILO. 

« dame  ayuda; 

Vengo  al  fin  á  mi  patria  y  entro  en  ella.» 

EURÍPIDES. 

El  sabio  Esquilo  nos  dice  dos  veces  la  misma 
cosa. 

BAGO. 

¿Cómo  dos  veces? 

EURÍPIDES. 

Examina  esa  frase  y  te  haré  ver  la  rep». 
«Vengo  al  fin  á  mi  patria,»  dice,  y  entro  en  eUa.» 
Vengo  es  enteramente  lo  mismo  que  entro. 

BAGO. 

Entiendo;  es  como  si  uno  ^ii-ajt  ^ J^*^^ 
no:  «Préstame  la  artesa,  ó  si  quieies  ei  arca 

amasar.» 


U) 


Esto  es:  tus  chistes  son  de  muy  mal  gusto. 


i6n 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LAS  RAXaS. 


169 


ESQUILO. 

Xo  63  lo  mismo,  charlatán;  mi  verso  es  inmejo- 
rable. 

BAGO. 

íiíJómo?  pruébamclo. 

ESQUILO. 

Todo  el  que  g"oz^  do  los  derechos  de  ciudadanía 
puede  ve.iir  á  su  patria,  porq»ie  víe/ie  sin  haber 
experimentado  antes  ning-un  infoi-tiinia;  pero  el 
desterrado  lie/ie  y  entra  (1). 

BAGO. 

íMuy  bien,  por  Apolo!  ¿Qué  dices  á  eso,  Eurí 
pides? 

EURÍPIDES. 

Dig-o  que  Orestes  no  eutró  en  su  patria,  porque 
viuo  secretamente,  sin  haber  obtenido  la  compe- 
tente autorización  de  los  que  entonces  ejercían  el 
m  indo. 

BAGO. 

¡Muy  bien,  por  Mercurio!  Pero  no  te  comprendo. 

EURÍPIDES. 

Recita,  pues,  otro. 

BAGO. 

Vamos,  Esquilo,  recítalo  pronto.  Tá  acecha  las 
faltas. 


(1)  El  verbo  tlolzí p/oikai  se  decia  con  especialidad  de 
la  vuelta  de  los  deslenados.  Como  se  vo,  t  idas  estas  dis- 
cusiones se  quiebran  de  puro  sutiles  y  sirven  para  poner 
de  relieve  los  vicios  capitales  que  Aristófanes  encuentra 
eii  el  estilo  de  Eurípides,  y  en  nada  perjudican  al  de  Es- 
quilo. 


ESQUILO. 

Invocando  los  manes  de  mi  padre 
Sobre  su  propia  tumba,  que  se  di^ne 
Oírme  y  escucharme  le  suplico  (1). 

EURÍPIDES. 

Otra  repetición;  oir  y  escuchar  son  dos  cosas 
iléuticas. 

BAGO. 

Pero,  desdichado,  ¿no  ves  que  estaba  hablando 
con  los  muertos,  á  los  que  no  basta  invocar  tres 

veces?  (2). 

ESQUILO. 

^  tú,  ¿cómo  hacías  los  prólogos? 

EURÍPIDES. 

Te  lo  voy  á  decir;  y  si  encuentras  una  sola  repe- 
tición, ó  un  solo  ripio,  me  doy  por  vencido. 

BAGO. 

Empieza  ya:  mi  deber  es  escucharte;  veamos  qué 
hermosos  son  los  versos  de  tus  prólogos. 

EURÍPIDES. 

«Edipo,  que  al  principio  era  dichoso»  (3). 

ESQUILO. 

De  ningún  modo;  su  sino  era  la  desgracia,  pues 
ya  antes  de  ser  eng-endrado,  Apolo  predijo  que 
matariaá  su  padre,  y  aun  no  habia  nacido.  ¿Cómo, 
pues,  al  principio  era  dichoso? 


(i)    Las  Coéforas,  4  y  5.  , 

(^2)    En  las  invocaciones  á  los  muertos  se  les  llamaDa 

tres  veces  por  su  nombre.  „    ,    •,  ,      „j:„ 

(3)    Principio  de  la  AnHffom  de  Eurípides,  tragedia 

perdida. 


k 


170 


COMEDIAS  DE  ARIST ''PANES , 


LAS  RANAS. 


171 


KURÍPIDES. 

«¡Mortal  infelicísimo  fué  luego.» 

ESQUILO. 

De  nin^n  modo,  repito.  No  dejo  de  ser  lo  que 
era^demás  esa  felicidad  fué  imposible.  Apenas 
nació  ya  le  expusieron  metido  en  una  olla  (1)  en  el 
ri^r  del  invie-no,  para  que  no  llegase  á  ser  el  ase- 
sino  de  su  padre;  después,  por  desgracia  suya, 
llegó  al  palacio  de  Pólibo,  con  los  pies  hmcha- 
dos  (2);  luego,  joven  todavía,  se  casó  con  una 
vieja,  que  por  añadidura  era  su  madre  (3),  y  por 
último  se  sacó  los  ojos. 

BACO. 

¡Feliz  él  si  hubiera  mandado  la  escuadra  coq 
Erasínides  (4). 

EURÍPIDES. 

Desbarras,  mis  prólogos  son  buenos. 

ESQUILO. 

Por  Júpiter,  no  pienso  ir  desmenuzando  tus  ver- 
sos  palabra  por  palabra,  sino  con  la  ayuda  dalos 
dioses  aniquilar  tus  prólogos  sin  más  que  con  uaa 
pequeña  alcuza. 


í\)    Cuando  se  exponía  un  niño  en  Atenas  se  le  meiia 
en  una  olla  ó  especi¿  de  cuna  de  barro  que  empleaban  las 

clases  pobres. 

(2)    Esta  es  la  etimología  de  Edtpo. 

3)    Yocasta,  viuda  de  Layo,  rey  de  Tébas. 

Í4     Uno  de  los  generales  que  mandaban  la  í^ota  aie 
Biense  en  la  batalla  de  las  AÍginusas;  fué  cond^^^^^^^^^^ 
muerte  con  sus  colegas,  por  no  haber  dado  sepultuia  á  lo» 
soldados  muertos  en  el  combate. 


EURÍPIDES. 

jCoü  una  alcuza? 

ESQUILO. 

SI,  con  una  sola;  pues  tus  yambos  son  de  tal 

naturaleza  que  se  les   puejie._añadir lo  ^ue  se 

¿ira,  unpellejijo^urmalcucita,unsaqu^ 
te  lo  demostraré  en  seguida. 

EURÍPIDES. 

¿TÚ  demostrarme  eso? 

ESQUILO. 

SI,  yo. 

BAGO. 

Vamos,  recita. 

EURÍPIDES. 

Cuando,  según  la  fama  más  creída. 
Con  sus  cincuenta  hijas  llegó  Egipto 
De  Argos  á  la  región...  (1). 

ESQUILO. 

Perdió  su  alcuza  (2). 

EURÍPIDES. 

4Qué  alcuza?  ¡Así  te  muerasl 

BAGO. 

Becitaotro  prólogo,  y  veamos. 

EURÍPIDES. 

Baco,  que  armado  del  pomposo  tirso 
TT^^^del  Arquelao,  tragedia  de  Eurípides  que 

'^'rSov  4.ri>X.a.Jrase  análoga  ala  latina  o¿^^ 
p^dJllrabajo  perdido),  con  cuya  adición  á  lo  versos 
que  recita  Eurípides  da  á  entender  su  "'«f "  ^^^^^^        le. 
ía  perdido  lastimosamente  el  tiempo  y  el  tranajo  que 
ha  costado  el  componerlos.. . 


LAS  RANAS. 


ín 


íii 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


Y  cubierto  de  pieles  de  cervato, 

Danza  en  las  cumbres  del  Parnaso  agreste 

De  antorchas  ai  fulgor...  (1). 

ESQUILO. 

Perdió  su  alcuza. 

BAGO. 

De  nuevo  nos  sacuie  con  su  alcuza. 

EURÍPIDES. 

Kj  nos  fastidiará  más,  puesá  este  prólogo  no  le 
podrá  colgar  la  alcuza. 

No  existe,  no,  felicidad  completa; 
Tal  de  ilustre  familia,  es  pobre;  y  otro 
De  modesta  extracción...  (2). 

ESQUILO. 

Perdió  su  alcuza. 

BACO. 

;EurípidesI 

EURÍPIDES. 

^.Quéhay? 

BAGO. 

Recoge  velas;  pues  esta  alcuza  va  á  convertirse 
en  huracán. 

EURÍPIDES. 

Poco  se  me  importa,  í)or  Céres;  ya  verás  cómo  se 
hago  soltar  de  las  manos. 

BAGO. 

Continúa  recitando,  y  mucho  ojo  con  la  alcuza. 


(1)  Prólogo  de  la  Hipsipile,  tragedia  de  Eurípides  que 
S  tlia  perdido. "  ^        ^ 

(2)  Prólogo  de  la  Estenobea. 


EURÍPIDES. 

La  ciudad  de  Sidon  abandonando 
Cadmo,  hijo  de  Agenor...  (1). 

ESQUILO. 

Perdió  su  alcuza. 

BAGO. 

¡Ay,  amigo  mic !  Cómprale  e?a  bendita  alcuza, 
I  pues,  si  no,  nos  va  á  echar  á  pique  todos  los  pró- 

I  logos. 

EURÍPIDES. 

iGómo!  ¿yo  comprársela^ 

BAGO. 

Si  me  haces  caso. 

EURÍPIDES. 

No  por  cierto.  Puedo  citnrle  una  porciím  de  pró- 
logos, á!o3  que  no  podrá  aplicarles  la  alcuza, 
Pélope,  hijo  de  Tántalo,  par  lien  l3 
Para  Pisa,  animando  los  corceles 
De  su  carro  veloz...  (2). 

ESQriLO. 

Perdió  ¿íu  alcuza. 

BACO. 

?Lo  ves?  de  nuevo  le  ha  colga<lo  su  alcuza.  Va- 
|m»s,  E>|iiiln,  véndeíícla  á  ciíaLiiiicr  precin;  que  tú 
|por  im  tbolo  podrás  comprar  otra  hermosísima. 

KURÍPI!)^=í. 

Te  Jigo  que  no;  aun  rae  quedan  muchos. 
Éneo  en  su  heredad. ..  (3). 


|l)    iN-'h'.;o  «if]  Friíco. 

{i)    PiN'in-o  ('o  la  Ifigfiiia  en 

(;■!,)    P'ólogo  del  Mekagro. 


'e. 


\ 


474 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


175 


ESQUILO. 

Perdió  su  alcuza. 

EURÍPIDES. 

Déjame  acabar  el  primer  verso. 
Éneo  en  su  heredad,  habiendo  un  dia 
Pingüe  cosecha  recogido  y  de  ella 
Ofrecido  á  los  dioses  las  primicias 
En  piadosa  oblación... 

ESQUILO, 

Perdió  su  alcuza. 

BAGO. 

¡Durante  el  sacrificio!  ¿Quién  se  la  quitó? 

EURÍPIDES. 

Permíteme,  amigo   mió,  que  pruebe  con  este 

verso: 

Jove  (la  verdad  misma  lo  asegura)  (1). 

BAGO. 

Estás  perdido;  en  seguida  va  á  añadir:  «Perdió 
su  alcuza.»  Porque  la  tal  alcuza  se  adhiere  á  tus 
prólogos  como  el  orzuelo^á  los  párpados.  Pero,  por 
todoslos  dioses,  pasa  ya  á  ocuparte  de  la  parte  lí- 
rica de  sus  dramas. 

EURÍPIDES. 

Puedo  demostrar  hasta  la  evidencia  que  sus  can- 
tos son  perversos  y  llenos  de  las  mismas  repeti- 
ciones. 

CORO. 

¿En  qué  parará  esto?  Ansioso  estoy  de  saber  quéj 
censuras  se  atreverá  á  presentar  contra  sus  infim- 


(1)    Prólogo  de  la  Melanipe. 


tos  y  bellisisimos  cantos,  tan  superiores  á  los  de  los 
poetas  del  dia;  no  acierto  á  comprender  en  qué 
podrá  motejar  á  este  rey  de  las  fiestas  de  Baco  (1),  y 
lo  auguro  una  derrota. 

EURÍPIDES. 

¡Sí!  ¡admirables  cantos  líricos!  Ahora  se  verá, 
pues  voy  á  reanirlos  todos  en  uno. 

BAGO. 

í  yo  á  llevar  la  cuenta  con  estas  piedrecitas. 

EURÍPIDES. 

Aquíles  (2),  rey  le  Ftia,  ¿por  qué,  si  oyes 
El  estruendo  feral  de  la  matanza, 
A  aliviar  sus  trabajos,  di,  no  vuelas?  (3) 
Nosotros,  habitantes  de  este  lago. 
Culto  rendimos  al  sagaz  Mercurio, 
Egregio  fundador  de  nuestra  raza, 
Y°á  aliviar  sus  trabajos  tú  no  corres  (4). 

BAGO. 

Ya  tienes  dos  trabajos,  Esquilo. 

EURÍPIDES. 

¡Oh,  el  más  ilustre  aqueo,  ínclito  Atrida, 
Jefe  de  muchos  pueblos  poderosos  (5), 
¿A  aliviar  sus  trabajos  tú  no  corres? 

(1)    Es  decir,  de  la  tragedia.  Véase  cómo  Aristófanes 

hace  justicia  al  mérito  de  Esquilo.  o^n^Hn  ni 

m    Reunión  de  fracmentos  que  no  forman  sentido  ci- 
tados pop  Eurípides  pai^a  demostrar  que  su  adversario  m- 
curre  en  muchas  repeticiones. 
(■\)    Versos  de  Los  Mirmidones  de  Esquilo. 
•     (4)    Tomado  de  Los  Psicagogos    (conductores    de  las 

*  7^)    No  se  sabe  si  este  fragmento  pertenecía  al  TeUfo  ó 
á  la  I/igenia,  tragedias  de  Esquilo. 


176 


COMEblAS  DE  ARISTÓFANES- 


LAS    RANAS. 


477 


BAGO. 

Va  el  tercer  trabajo,  Esquilo. 

EURÍPIDES. 

Silencio:  las  proféticas  Melisas  (1) 
De  Diana  van  á  abrir  ol  templo  ai^^iisto, 
¿Y  á  aliviar  sus  trabajos  tú  no  vuelas? 
Yo  puedo  proclamar  que  los  £?-'.errero3  (2) 
Partieron  con  auspicios  la  victji  ia, 
A  ulivisr  sus  trabajos  tú  no  corres. 

BAGO. 

¡Soberano  Júpiter!  ¡qué  infinidad  de  traba,  )s! 
;iuiero  ir  á  bañarme;  pues  con  tantos  trabajos,  se 
me  han  iii ñamado  l(-s  ríñones. 

EURÍPIDES. 

Por  favor,  no  te  vayas  antes  de  o'r  este  canto  ar- 
reglado para  cítara. 

BACU. 

Sea;  pero  pronto  y  sin  /     '/  .'  >'. 

EÜRÍPIDIÍS  ¡3), 

¿Por  qnó  los  dos  monarcas  qu3  comandan 

La  ardieiüe  juventud  de  los  Iqueos, 
•    Flato  trato-ña totrafc, 


(1)  Snc>  rdoti^as  de  b'mv.h  Dñbn-^e  osle  nomtreá  to- 
das lus  líiujcrcs  ins|iirad;is,  üídicutias  ;»l  cuidado  de  ios 
templos. 
(-2)  Vcpso  lOi  del  Agamen'  a  do,  í'squilo, 
(;^)  La  lirada  k\xí  versi^s  <|'i^'  í'  <-'!'  K;iri|>ides  eslá  com- 
piu\<tade  frairmenlos  toiüa';  ••  «liver^as  ohras  de  Ks- 
qui'G,  como  'a  Fsfinrje,  el  Agaiiítiixt.  y  ios  TrarAos .  Kl  ri- 
dículo {^>i\'.h\\\o^/tatotr,-tojla(it  'U  t  s  piíi-a  intilai*  el  ira- 
queleo  de  alfiiinas  frases  de  Iv^aido,  cuyo  seutiuo  no  se 
penetra  con  facilidad. 


La  aterradora  Esfing-e  han  enviado, 

Perro  factor  de  negros  infortunios? 

Flato  trato-flatotrat , 

Vibrando  el  asta  en  la  potente  g-arra 

El  ave  que  impetuosa  y  vengadora, 

Flatotrato- flato  trat. 

Entrega  al  crudo  diente  de  los  perrus, 

Osados  vagabundos  de  los  aires, 

Flatotrato-flatotrat, 

Los  que  se  inclinan  al  partido  de  Ayax, 

Flatotrato- ñatotrat. 

BAGO. 

¿Qué  es  ese  flatotrat?  ¿En  Maratón,  ó  dónde  has 
recogido  ese  canto  de  aguadores? 

ESQUILO. 

No;  yo  di  á  lo  que  era  ya  bueno  una  forma  igual- 
mente bella,  para  que  no  se  dijese  que  cogía  en  el 
jardín  sagrado  de  las  Musas  las  mismas  flores  que 
Frínico  (1).  Pero  Eurípides,  para  tomar  sus  can- 
tos, acude  á  los  de  todas  las  meretrices,  y  á  los  es- 
colios de  Meleto  (2),  á  los  aires  de  la  flauta  caria^  á 
los  acentos  doloridos,  y  á  los  himnos  coreográficos, 
como  os  lo  voy  á  demostrar  sobre  ia  marcha. 
Traedme  una  lira.  ¿Pero  qué  necesidad  hay  de  lira 
para  este?  ¿Dónde  está  ia  mujer  que  toca  las  cas- 
tañuelas? Ven,  oh  Musa  de  Eurípides.  Tú  eres  la 
única  digna  de  modular  sus  canciones. 


(1)  Parece  natural  que  sea  el   poeta  traiiico;  (tero  el 
Escoliasta  dice  que  Esquilo  se  retitM-e  al  Ih'kío. 

(2)  Poeta  trágico  y  lírico  de  rdn^uii   mériio.  Se  cree 
<iue  es  el  mismo  que  sostuvo  la  acusación  cof"';*  Sócrates. 

42 


178 


COMEKIAS  DE  ARISTÓFANES. 


BAGO 

^.No  ha  imitado  nunca  esa  Musa    á  las  Les- 
benses?;!). 

ESQUILO   (2). 

Alciones  que  gorjeáis  sobre  lan  olas 

Infinitas  del  piélag-o  salado, 

Con  g'otas  titilantes 

De  rocío  menudas  y  cambiantes 

El  nítido  plumaje  salpicado; 

Arañas  que  en  los  lóbreg-os  rincones 

De  las  habitíiciones 

Hi'i-i  lais  (3)  la  trama  prodigiosa 

Con  la  pata  ligera, 

Y  con  la  reseñante  lanzadera.     • 

El  delfín  cautivado 

Por  el  son  de  las  flautas  delicadas, 

A'igurando  un  buen  viaje, 

Salta  regocijado 

En  torno  de  las  proas  azuladas. 

Adorno  de  la  vid,  crespo  follaje, 

Sostén  lozano  del  racimo  bello, 


í  I)    Eü  sus  nefynd;ts  torpezas. 

(2)  Ceiilon  de  versos  tomados  i]e  h  ffipsípile,  a' Me- 
leagro,  la  Ifigenia  en  Tauride.  y  la  hiedra  de  Eurípides, 
sin  t-nlace  ninguno  y  citad'>s  sin  más  objeto  que  demos- 
trar defectos  de  ritnio  que  no  podemos  apreciar  los  mo- 
dernos. 

(3)  Esla  repetición  de  una  misma  vocal  es  una  burla 
que  ei  poeta  hace  de  la  costumbre  de  cantar  varias  notas 
solre  una  misma  silaba  que  iba  introduciéndose  en  la 
melopea;  lal  vez  serian  una  especie  de  grupetli  djio- 
ritwri. 


LAS    RANAS. 


179 


Enlaza,  hijo,  tus  brazos  á  mi  cuello. 
¿Ves  tú  el  ritmo? 


Lo  veo. 


iCómo!  ¿Lo  ves? 


Lo  veo. 


BAGO. 


ESQUILO. 


B\Cü. 


ESQUILO. 

¿Y  tú,  autor  de  semejantes  versos;  tú  que  imitas 
al  componerlos  las  doce  posturas  de  Cirene  (1),  te 
atreves  á  censurar  los  míos?  Tales  son  sus  cantos 
líricos:  examinemos  ahora  sus  monólogos  (2): 
Oscuridad  profunda  de  la  noche, 
Del  fondo  de  tu  abismo  tenebroso 
¿Qué  ensueño  pavoroso 
Envías  á  mi  mente  conturbada? 
Sin  duda  es  un  aborto  del  averno, 
,    Un  alma  inanimada, 

De  horrible  aspecto  y  de  letal  mirada. 
Un  hijo  de  la  no^he  y  del  infierno, 
De  uñas  de  acero  y  veste  rozagante. 
La  lámpara  brillante. 
Esclavas,  encended,  y  al  cristalino 
Rio  hurtadle  la  linfa  en  vuestras  urnas; 
Calentadla  y  podré  de  este  divino 


(1)  Famosa  cortesana  qum  dmdecim  venéreas  staturat 
prq/itehatur.  Esquilo  increpa  de  nuevo  á  Eurípides  sobre 
la  inmoralidad  de  sus  dramas. 

(2)  Parodia  del  monólogo  de  Hécuba,  en  la  tragedia  de 
este  título,  y  de  otros  pasajes  desconocidos  para  nosotros. 


480 


COMEDIAS  I)E  ARISTÓFANES. 


Sueño  purificarme, 

Que  en  las  horas  nocturnas 

Ha  venido  espantoso  á  atormentarme. 

¡Oh  Neptuno!  ¿Qué  es  esto? 

El  prodigio  funesto 

Ved,  mis  consortes  en  destino  impío, 

lAh!  Glice  sin  entrañas 

Huye,  huye,  y  se  lleva  el  g^Uo  mió! 

¡Ninfas  de  las  montañas, 

Y  tú,  Mánia,  prended,  prended  á  Glicel 
Yo  que  estaba  ¡infelice! 

A  mi  labor  atenta 

El  blanco  lino  hi-i-i-i  ilando 

Que  mi  rueca  cubría, 

Y  el  ovillo  formando 
Que  al  despuntar  el  dia 
En  la  plaza  pensaba 

A  buen  precio  vender;  mas  él  volaba 
¡Ayi  volaba  (1)  y  con  alas  incansablps 
Por  el  éter  cruzaba; 

Y  penas,  penas  jay!  interminables, 
Me  dejó  solamente, 

Y  tristezas  y  enojos, 

Y  convertidos  en  perenne  fuente 
De  lágrimas,  de  lágrimas  mis  ojos! 
Cretenses,  acudil;  hijos  del  Ida, 
Con  el  arco  homicida 


(1)  Esta  repetición  y  las  siguientes  se  encuentran  en 
el  texto  oiú'inal,  y  son  parodia  del  estilo  de  Eurípides,  en 
que  eran  muy  frecuentes. 


LAS   RANAS. 


181 


En  mi  auxilio  volad,  cercad  la  casa;  • 

Divina  cazadora, 

Diana  gentil,  acude  con  tus  canes 

Y  registra  los  últimos  desvanes. 

Hécate,  hija  de  Júpiter,  enciende 

Dos  antorchas,  y  guía 

A  la  mansión  de  la  ladrona  Glice; 

Quizá,  quizá  á  su  luz,  ¡ay  iafelice! 

Pueda  encontrar  la  pobre  hacienda  mia. 

BAGO. 

Basta  de  coros. 

ESQUILO. 

Si,  basta.  Ahora  quiero  traer  una  balanza,  pues 
es  el  único  medio  de  aquilatar  el  valor  de  nuestra 
poesía,  y  calcular  el  peso  de  nuestras  palabras. 

BAGO. 

Vamos,  venid.  Me  veo  reducido  á  vender  por  li- 
bras  el  numen  de  los  poetas,  como  si  fuese  queso  (1). 

GORO. 

Las  gentes  de  talento  son  muy  ingeniosas.  Hé 
ahí  una  idea  peregrina,  admirable  y  extraña  que 
antes  á  nadie  se  le  habia  ocurrido.  Yo,  si  alguno 
me  lo  hubiese  contado,  no  le  hubiera  dado  crédito 
pensando  que  deliraba. 

BAGO. 

Ea,  acercaos  á  los  platillos.. . 

ESQUILO  Y   EURÍPIDES. 

Ya  estamos. 


(1)    Se  acerca  á  una  gran  balanza  que  acaban  de  traer 
á  la  escena. 


i82 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


BAGO. 

Recitad  teniéndolos  cogidos,  cada  uno  un  verso, 
y  no  los  soltéis  hasta  que  yo  dig-a:  ¡Cucúl 

ESQUILO  Y  EURÍPIDES. 

Ya  están  cogidos. 

BAGO. 

Decid  ya  un  verso  sobre  la  balanza. 

EURÍPIDES. 

«¡Oh,  si  el  Argos  jamás  volado  hubiera!...»  (1) 

ESQUILO. 

€¡0h  lio  Esperquio!  ¡oh  pastos  de  los  torosl...»  (2). 

BAGO. 

¡Cucú!  Soltad.  ¡Oh!  el  verso  de  Esquilo  baja  mu- 
cho más. 

EURÍPIDES. 

¿Por  qué? 

BAGO. 

Porque,  á  ejemplo  de  los  vendedores  de  lana,  ha 
mojado  su  verso,  poniendo  en  él  un  rio,  y  tú  le  has 
aligerado  poniéndole  alas. 

EURÍPIDES. 

Que  recite  otro  y  lo  pese. 

BAGO. 

Coged  de  nuevo  los  platillos. 

ESQUILO  Y  EURÍPIDES. 

Ya  están. 


(4)  Verso  primero  de  la  Medea  de  Eurípides.  El  Argoi 
es  el  novio  en  el  cual  hicieron  los  héroes  griegos  su  ex- 
pedición á  laCólquide. 

(t>)  Verso  del  Filoctétet  de  Esquilo.  El  Esperquio  era 
un  rio  de  Tesalia  que  nacía  en  el  Pindó  y  desembocaba  ea 
el  golfo  Maliaco. 


LAS   RANAS. 


isa 


BAGO.  (A  Eurípides,) 


Di. 


EURÍPIDES. 

«De  la  Persuasión  dulce  es  la  elocuencia 
El  único  santuario...»  •!). 

ESQUILO. 

«Sólo  la  muerte  es  la  deidad  que  no  ama 
Las  oblaciones  pías...»  (2). 

BAGO. 

Soltad,  soltad.  De  nuevo  la  balanza  cae  hacia  d 
lado  de  Esquilo;  y  es  porque  ha  echado  en  el  plato 
la  Muerte,  que  es  el  más  pesado  de  los  males. 

EÜRÍl'IDES. 

Y  yo  la  Persuasión;  mi  verso  es  inmejorable. 

BAGO. 

Pero  la  Persuasión  es  cosa  ligera  y  de  poco  peso. 
Vamos,  busca  entre  tus  versos  más  pesados  uno 
muy  robusto  y  vigoroso  que  incline  la  balanza  a 
tu  favor. 

EURÍPIDES. 

¿Pero  dónde  encontrarlo?  ¿dónde? 

BAGO. 

Yo  te  lo  diré:  «Aquiles  ha  sacado  dos  y  cua- 
tro» (3).  Recitad;  esta  es  la  última  prueba. 


iW    Verso  de  la  Antigona  de  Eurípides.  El  sentido  es 
que  Vara  persuadir  no  es  preciso  decir  la  verdad,  s.uo 

hablar  bien.  .    ,   ^      •, , 

m    Verso  de  la  Mohe  de  Esquilo. 
3     Verso  del  Telefo  de  ^ur  pules  Aqul.sug.baea 

es  a  tragedia  á  los  dados,  cuya  «'•■-«"fVífil  silbada 
pWmirse  en  otra  representac.on,  por  haber  sido  silbada. 


i  84 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EURÍPIDES. 

«Se  apoderó  de  una  ferrada  maza...»  (1). 

ESQUILO. 

«El  carro  sobre  el  carro,  y  el  cadáver 
Sobre  el  cadáver...»  (2) 

BACo.  fA  Eurípides). 
Otra  vez  te  ha  vencido. 

EURÍPIDES. 

^Cónjo'^ 

baco. 
Ha  puesto  dos  carros  y  dos  cadáveres,  cayo  peso 
no  podrían  levantar  ni  cien  Egfipcios  (3). 

ESQUILO. 

Dejémonos  de  disputar  verso  por  verso:  póng-ase 
Eurípides  en  un  plato  de  la  balanza,  coa  sus  hijos, 
su  mujer,  Cefisofon  (4)  y  todos  sus  libros,  y  yo 
pondré  solamente  dos  versos  en  el  otro. 

B\C0. 

Ambos  poetas  >on  amig-o^  míos,  y  no  quiero  de- 
cidir la  cuestión,  pues  sentiría  enemistarme  con 
uno  de  ellos.  El  uno  me  parece  muy  diestro;  el 
otro  me  encanta. 


PLUTON. 

Entonces  no  has  logrado  el  objeto  de  tu  viaje. 


(1)    Verso  del  JiWiJff^ro  de  Eurípides. 
(i)     Verso  del  Glauco úq  Esquilo. 

(3)  Muchos  de  los  mozos  de  cordel  y  cargadores  de 
Aleñas  eran  Egipcios. 

(4)  Amigo  de  Eurípides  ya  citado. 


LAS    RANAS. 


185 


BACO. 

fj  SÍ  soutencio? 

PLUTON. 

Te  llevarás  al  que  prefieras;  y  no  habrás  hecho 
en  balde  el  viaje. 

BACO. 

ciracias,  Pluton.  Ahora,  escuchadme;  yo  he  ba- 
jado aquí  en  busca  de  un  poeta... 

EURÍPIDES. 

/Para  qué? 

BAGO. 

Para  que  la  ciudad,  una  vez  libre  de  peligros  (1), 
hag-a  representar  sus  tragedias.  Estoy  resuelto  á 
llevarme  aquel  de  vosotros  que  me  dé  un  buen 
consejo  para  la  república.  Decidme:  ¿qué  pensáis 
de  Alcibiádes?  Esta  es  cuestión  que  ha  puesto  á 
parir  á  Atenas  (2). 

EURÍPIDES. 

¿Y  qué  piensa  de  él? 

BAGO. 

;.Qué  piensa?  Le  desea,  le  aborrece  y  no  puede 
pasarse  sin  él.  Vamos,  decid  vuestra  opinión. 

EURÍPIDES. 

Detesto  al  ciudadano  lento  en  ayudar  á  su  pa- 
tria, pronto  en  hacerla  daño,  hábil  para  el  propio 
interés,  torpe  páralos  del  Estado. 


(1)  La  situación  de  Atenas  era  al  representarse  La9 
Ranas  sumamente  crítica. 

(^2)  Alcibiádes  estaba  entonces  fugitivo  de  Atenas,  y 
muclias  pei*8onas  trabajaban  para  que  volviese. 


ú^ 


i86 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


BAGO. 

¡B'en,  por  Neptuno!  Sepamos  ahora  tu  parecer. 

ESQUILO. 

No  conviene  criar  en  la  ciudad  al  cachorro  del 
león.  Lo  mejor  es  esto;  pero  una  vez  criado,  es  ne- 
cesario someterse  á  sus  caprichos. 

BAGO. 

Por  Júpiter  salvador,  quedo  en  la  misma  inde- 
cisión; el  uno  habló  con  ingenio  y  el  otro  con  cía- 
ridad.  Decidme  ambos  vuestra  opinión  sobre  los 
medios  de  salvar  la  repáblica. 

EURÍPIDES. 

Poniendo  á  Cinesias,  á  molo  de  alas,  sobre  Cleó- 
crito  (l),de  suerte  que  el  viento  se  llevase  á  ambos 
sobre  las  olas  del  mar... 

BAGO. 

La  idea  es  chistosa,  pero  ¿á  dónde  vas  á  parar? 

EURÍPIDES. 

Cuando  hubiera  una  batalla  naval  podrían  echar 
vinagre  á  los  ojos  de  nuestros  enemigos.  Pero  voy 
á  deciros  otra  cosa. 

BAGO. 

Di. 

EURÍPIDiíS. 

Si  confiamos  en  lo  que  ahora  desconfiamos,  y 
desconfiamos  en  lo  que  ahora  confiamos... 


LAS   RANAS. 


187 


BAGO. 


¿Cómo?  No  entiendo.  Dilo  más  llana  y  compren - 
giblemeate. 

EURÍPIDl^S. 

Si  desconfiamos  de  los  ciudadanos  en  que  lioy 
confiamos,  y  empleamos  á  los  que  tenemos  en  ol- 
vido, quizá  nos  salvaremos.  Pues  si  con  aqutiios 
somos  infelices,  ¿no  conseguiremos  ser  felices  em  • 
picando  á  sus  contrarios? 

BAGO. 

¡Admirable!  Eres  el  hombre  más  ingenioso,  un 
verdadero  Palamédes  (1).  Dime,  ¿esa  idea  es  tuya 
ódeCefisofon?(2). 

EURÍPIDES. 

Es  mía;  la  del  vinagre  es  de-^efifiofoii:     "      -*  ^^r'  ^^ 


BAGO. 


„-#- 


¿Qué  dices  tú?  '      >"' 

ESQUILO.  ^  .  ,      1 

Díme  antes  á  quiénes  emplea  la  república.  ¿A."" ' 
los  hombres  de  bien? 

BAGO. 

No;  los  aborrece  de  muerte. 

ESQUILO. 

¿Le  agradan  los  malos? 


f    if 


(1)  Cinesias  era  sumamente  flaco,  y  Cleócnto  muy  alto 
y  grueso.  A  éste  le  Uamaban  el  avesiruz,  por  su  elevada 
estatura. 


({)    Tenía  talento  inventivo.  Se  le  atribuyen  la  inven- 
ción de  los  pesos,  las  medidas,  los  juegos  de  dados  y  de 

las  cuatro  letras  ©,  f,  +,  X.-  .    -   .     ■    n  c 

(2)    Alusión  á  la  participación  que  se  decía  tenia  Ceíiso- 

fon  en  las  tragedias  de  Eurípides. 


188 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS  RANAS. 


189 


BaCU. 

Tampoco;  pero  la  necesidad  ie  obliga  á  echar 
mano  de  ellos. 

ESQUILO. 

^.Qué  medios  de  salvación  puede  haber  para  una 
ciudad  que  no  quiere  paño  fino  ni  burdo"^  (1). 

BAGO. 

Por  favor,  Esquilo,  discurre  alguno  que  nos  sa- 
que del  abismo. 

ESQUILO. 

En  la  tierra  te  lo  diré;  aquí  no  quiero. 

B.\  Cü. 

De  ningún  modo;  envíales  desde  aquí  la  feli- 
cidad. 

ESQUILO. 

Se  salvarán  cuando  crean  que  la  tierra  de  sus 
enemigos  es  suya,  y  la  suya  de  sus  enemigos;  y 
que  sus  naves  son  sus  riquezas,  y  sus  riquezas  su 
ruina  (2). 

BAGO. 

Muy  bien;  pero  los  jueces  lo  devoran  todo.  (3). 

PLUTON.  'A  Baco.) 
Sentencia. 


(4)     Es  decii\  que  no  le  agrada  ni  el  partido  aristocrá- 

licu  ni  el  democrático.  ■    j    n    -  i«e 

•  H)  Aristófanes  reproduce  el  sabio  consejo  de  Peritles, 
que'consideraba  que  la  verdadera  fuerza  de  Atenas  estaba 
en  la  marina,  y  que   nada  importaba  fuese  devastado  su 

territorio.  ,  .      r  .  d««>.. 

(3)  Alusión  á  su  salario,  que,  al  representar  LJiKanaSy 
era  de  dos  óbolos,  y  que  absorbia  grandes  sumas  que  po- 
dian  ser  destinadas  al  mantenimiento  de  la  flota. 


BAGO. 

Sentenciad  vosotros.  Yo  elijo  al  predilecto  de  mi 
corazón. 

EURÍPIDES. 

Tomaste  á  los  dioses  por  testigos  de  que  me  lle- 
varlas. Sé  fiel  á  tu  juramento  y  elige  á  tus  amigos. 

BAGO. 

«La  lengua  ha  jurado»  (1),  pero  escojo  á  Esquilo. 

«rr:  EURÍPIDES. 

¿Qué  has  hecho,  miserable? 

BAGO.  ■' 

¿Yo?  Declarar  vencedor  á  Esquilo.    ¿Por  qué  no? 

EÜRÍPlDTíS. 

¿Y  áan  te  atreves  á  mirarme  á  la  cara  después 
de  tu  vergonzosa  felonía? 

BAGO. 

¿Hay  algo  vergonzoso  mientras  el  auditorio  no 
lo  tenga  por  tal? 

EURÍPIDES. 

Cruel,  ¿me  vas  k  dejar  éntrelos  muertos? 

B^GO. 

¿Quién  sabe  si  el  vivir  es  morir,  si  el  respirar  es 
comer,  si  el  sueño  es  nn  vellón?  (2). 

PLUTOV. 

Entrad.  Baco,  ven  conmigo. 

UAGO. 

¿Para  qué? 


(4)    Frase  del  Ilipóliti  do  Eurípides,  muchas  veces  ci- 
tada. 
(2)    Parodia  de  varios  p.-isajt^s  de  Eurípides. 


190 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   RANAS. 


191 


PLÜTON. 

Para  que  os  dé  hospitalidad  antes  de  que  partáis. 

BAGO. 

Bien  dicho,  por  Júpiter;  eso  me  agrada  más. 


CORO. 


¡Feliz  el  poseedor  de  toda  la  sabiduría!  Mil 
pruebas  lo  demuestran.  Esquilo,  gracias  á  su  in- 
genio y  habilidad,  vuelve  á  su  casa  para  dicha  de 
sus  conciudadanos,  amigos  y  parientes.  Guardó- 
monos  de  charlar  con  Sócrates,  despreciando  la 
música  y  demás  accesorios  importautes  de  las  Mu- 
sas trágicas.  El  pasarse  la  vida  en  discursos  enfá- 
ticos y  vanas  sutilezas,  es  haber  perdido  el  juicio. 


PLUTON. 

Parte  gozoso,  Esquilo;  salva  nuestra  ciudad  con 
tus  buenos  consejos  y  castiga  á  los  tontos:  ¡hay 
tantos!  Entrega  esta  caerda  (1)  á  Cleofon  (2),  esta 
á  los  recaudadores  Mirmex  y  Nicómaco  (3),  y  ésta 
á  Arquénomo  (4),  y  diles  que  se  vengan  por  aquí 
pronto  y  sin  tardar.  Pues  si  no  bajan  en  seguida,  los 
agarro,  los  marco  á  fuego  (5),  y  atándolos  de  pies 


(1)  Para  que  se  ahorquen. 

(2)  Extranjero  inflnvcn'.e,  enemigo  de  la  paz. 

(3;    Rt' cauda  (lo  res  concusionarios.  Contra  Nicómaco  se 
ha  conservado  un  alegato  de  Lisias. 
(4)    Desconocido. 
(."))    Como  á  los  esclavos  fugitivos. 


y  manos  con  Aümante  (1),  hijo  de  Leucólofo,  los 
precipito,  hechos  un  fardo,  á  los  infiernos. 

ESQUILO. 

Cumpliré  tas  órdenes:  coloca  tú  en  mi  trono  & 
Sófocles  para  que  me  lo  conserve  y  guarde,  por  si 
acaso  vuelvo;  porque  después  de  mí,  le  creo  el 
más  hábil.  En  cuanto  á  ese  intrigante,  impostor  y 
chocarrero,  haz  que  jamás  ocupe  mi  puesto,  aun 
cuando  quieran  dárselo  contra  su  voluntad. 

PLUTON.  fAl  Coro.J 

Alumbradle  con  vuestras  sagradas  antorchas,  y 
acompañadle  cantando  sus  propios  himnos  y  coros. 

CORO. 

Dioses  infernales,  conceded  un  buen  viaje  al 
poeta  que  retorna  á  la  luz,  y  á  nuestra  ciudad 
grandes  y  sensatos  pensamientos.  De  esta  suerte 
nos  libraréis  de  los  grandes  males  y  del  horrible 
estruendo  de  las  armas.  Cleofon  y  los  que  como  él 
piensan,  vayanse  á  pelear  á  su  patria  (2). 


(1)    General  ateniense  que  mandaha  parle  d.;  la  flota. 
(Í2)    Da  á  entender  que  son  extranjeros.  ^ 


FIN  DE  LAS  RANAS. 


I 


LAS  JUNTERAS. 


TOMO  ni. 


43 


IB 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


¥t 


Protág-oras,  y  después  Platón,  en  sus  tratados  de 
Repiíbllca,  hablan  sentado  teorías  peligrosas,  que 
el  mág-ico  estilo  del  seg-undo  hacía  más  de  temer. 
Aparte  de  mil  innovaciones  en  lo  relativo  al  g*o- 
bierno  y  administración  de  los  Estados,  las  ideas 
más  repug'nautes  á  la  naturaleza  humana,  que  des- 
cuellan en  la  repúbKca  del  fundador  de  la  Acade- 
mia, son  las  relativas  á  la  comunidad  de  bienes,  y 
sobre  todo  á  la  de  hijos  y  mujeres,  reglamentada 
con  detalles  dig-nos  de  una  ley  para  el  fomento  de 
la  cria  caballar (1).  Aristófanes,  que  ya  habla  com- 
batido euérg-icamente  á  los  filósofos  en  Las  Nubes, 
vuelve  á  la  carg-a  contra  ellos  en  Las  Jiirderas  (2), 
cubriendo  de  ridículo  sus  hipótesis  y  quimeras  so- 


(1)  V.  La  República,  lib.  v. 

(2)  Esla  nos  parece  la  traducción  más  breve  y  exacta 
del  'Ey.y.XT¡7iiCoujat.  Otros  traducen  Las  Arengadoras  (Ru- 
bio y  Ors.'  Apuntes  para  una  Hist.  de  la  Sat.^  p.  í27),  ó  el 
Congreso  de  las  Mujeres.  (Camús,  Estudios  de  lit,  griega^ 
ya  citados.) 


í 

I 


NOTICIA  PRELIMISAB. 


197 


COMEDIAS  OE  ARISTÓFANES  . 


196 

bre  los  do?  puntos  principales  que  acabamos  de  in- 
dicar-  y  mostrando  con  una  serie  de  cuadros  y  de 
escenal  llenas  de  colorido  y  de  verdad,  los  extre- 
mos  á  que  conducirla  el  planteamiento  de  un  co- 
munismo absurdo. 

El  poeta  se  vale  en  Las  Jmleras  como  en  La  Li- 
sistmta  del  sexo  femenino  para  lograr  su  objeto, 
presentándonos  una  nueva  conspiración  mujeril. 
Las  Atenienses,  capitaneadas  por  Praxáfrora,  re- 
suelven introducir  cambios  fundamentales  en  la 
constitución  de  la  República.  Disfrazadas  de  hom- 
bres armadas  de  bastones  lacedemonios,  envuel- 
tas en  los  mantos  de  sus  maridos,  y  oculto  el  ros- 
tro en  sendas  barbas  postizas,  invaden  el  Pnis  ilu- 
tes de  amanecer,  no  sin  haber  tenido  un  ensayo 
de  oratoria.  Aprovechándose  de  la  pereza  de  los 
ciudadanos  y  de  lo  que  les  retrasa  el  no  hallar  sus 
vestidos,  hacen  aprobar  una  by  establscienlo  la 
comunidad  más  completa  en  los  bienes  y  en  los 
ffoces  del  amor.  Sigúese  una  admirable  escena  del 
mi==mo  corte  de  la  del  Justo  y  el  Lijuslo  en  Las 
Nubes,  en  la  cual  Aristófanes  pinta  de  mano  maes- 
tra esos  dos  eternos  tipos  del  bueno  y  del  mal  ciu- 
dadano, del  hombre  amante  déla  justicia  y  del  que 
sólo  atiende  á  su  particular  interés.  Vienen  después 
otras  en  que  varias  viejas  y  una  muchacha  se  dis- 
putan, con  arreglo  á  las  disposiciones  recientes, 
el  amor  de  un  hermoso  joven,  descendiendo  en 
ellas  la  Musa  aristofánica,  como  lo  resbaladizo  del 
asunto  hace  suponer,  á  su  acostumbrada  licencia 
y  obscenidad. 


En  esta  comedia  no  hay  que  buscar  el  desarrollo 
de  la  acción,  nudo,  intriga  ni  desenlace ,  pues  no 
es  como  casi  todas  las  de  Aristófanes,  especial- 
mente Las  Rmas  y  La  Paz,  mis  que  una  serie  de 
cuadros  y  animadas  pinturas  llenas  de  alegría,  de 
chistes,  de  sales  cómicas  y  de  verdad.  Entre  los 
especiales  méritos  de  Las  Junteras,  es  de  notar  la 
elevación  y  gracia  de  su  estilo,  que  en  casi  todas 
sus  escenas  tiene,  al  decir  de  Brumoy  (1),  un  aire 
tráo-ico,  parodia  del  de  L%  Memlipe  de  Eurípides, 
en  que  éste  delineaba  el  tipo  de  la  mujer-filósofo, 
Y  que  en  las  arengas  preparatorias  presenta  bur- 
lescas imitaciones  de  los  discursos  que  solían  pro- 
nunciarse en  el  Pnix. 

Las  Junteras,  según  el  dato  nada  más  que  pro- 
bable que  su  verso  194  nos  proporciona,  deburon 
representarse  el  año  393  antes  de  Jesucristo,  pues 
la  aUanza  de  que  dicho  pasaje  hace  mención,  se 
cree  fuera  la  de  los  Atenienses  con  los  de  Corinto, 
Beocia  y  Argólida,  en  contra  de  Esparta,  la  cual 
se  pactó  en  el  referido  año. 

En  esta  comedia  falta  la  parábasis,  sin  duda  por- 
que, después  de  la  toma  de  Atenas  por  Lisandro,  el 
gobierno  de  los  Treinta  prohibió  á  los  poetas  có- 
micos hacer  alusiones  personales  y  atacar  la  polí- 
tica, reduciéndolesá  los  limitesdeli  sátira  general. 

(1)    Le  Ihéatre  des  Orees,  t.  vi.  pág.  313. 


i 


PERSONAJES. 


PraxAgoka. 
Varias  Mujeres. 
Coro  de  Mujeres. 
Blépiro. 
Un  Hombre. 
Crémes. 

Ciudadano  l.^   que  aporta 
sus  bienes  al  común. 


Ciudadano  2.°,  que  no   los 

aporta. 
Un  Heraldo. 
Varias  Viejas. 
Una  Joven. 
Un  Joven. 
Una  Cki^da. 
El  dueño. 


La  acción  pasa  en  la  plaza  pjííblica  de  Aténa». 


LAS  JUNTERAS. 


• 


f 


PBAxiGoaA.  (Adelantándose  con  una  lámpara  en  la 

m%río,) 
¡Brillante  resplandor  de  mi  lámpara  de  arci- 
lla (1),  que  desde  esta  altura  atraes  todas  las  mira- 
das; tú,  cuyo  nacimiento  y  aventuras  quiero  ce- 
lebrar, hija  de  la  rápida  rueda  del  alfarero,  émula 
del  sol  por  el  fulg-or  radiante  de  tu  pábilo,  haz  con 
los  movimientos  de  tu  llama  la  convenida  señal! 
Tú  eres  la  única  confidente  de  nuestros  secretos, 
y  lo  eres  con  motivo,  pues  cuando  en  nuestros  dor- 
mitorios ensayamos  las  diferentes  posiciones  del 
amor,  sola  nos  asistes,  y  nadie  te  rechaza  por  tes- 
tiguo de  sus  voluptuosos  movimientos.  Tú  sola,  al 
abrasar  su  veg-etacion  feraz,  iluminas  nuestros  re- 
cónditos encantos  (2).  Tú  sola   nos   acompañas 


(1)  Parodia  de  algunos  prólogos  de  tragedia. 

(2)  In  arcanos  usque  feminum  recessus  deustulans  pullu- 
lantes  pilos.  Sobre  esta  costumbre  véase  Za*  Fiestas  d» 
Céres,  216,  242,  291;  Lisístrata,  821. 


• 


202 


COMEDIAS  DE  ARISTOFXNES. 


cuando  furtivamente  penetramos  en  las  despensas 
llenas  de  báquicos  néctares  y  sazonadas  frutas;  y, 
aunque  cómplice  de  nuestras  fechorías,  jamás  se 
las  revelas  á  U  vecindad.  Justo  es,  por  tanto,  que 
sepas  también  los  actuales  proyectos  aprobados 
por  las  mujeres  mis  amibas  en  las  fiestas  de  los 
Esciros  (1).  Pero  ning-una  de  las  que  deben  acudir 
se  presentí,  y  empieza  ya  á  clarear  el  dia  y  de  un 
momento  á  otro  dará  principio  la  asamblea.  Es 
necesario  apoderarnos  de  nuestros  puestos,  que, 
como  yo  recordaréis,  dijo  el  otro  dia  Firómaco  (2), 
deben  ser  los  otros  (3),  y  una  vez  sentadas,  man- 
tenernos ocultas.  ¿Qué  les  ocurrirá?  ¿Quizá  no 
habrán  podido  ponerse  las  barbas  postizas  como 
quedó  acordado?  ¿Les  será  difícil  apoderarse  de  los 
trajes  de  sus  maridos?  —  ¡Ah!  allí  veo  una  luz  que 
se  aproxima.  Voy  á  retirarme  un  poco,  no  sea  un 
hombre. 


MUJER  PRIMERA. 

Ya  es  hora  de  marchar:  cuando  salíamos  de 


(i)  Estas  fiestas  se  celebraban  en  el  mes  Escirofórion, 
que  de  ellas  tomaba  nombre,  correspondiente  á  nuestro 
Junio.  Paseábanse  en  ellas  las  estatuas  de  los  dioses  bajo 
doseles  ó  palios  llamados  (7/.^po<. 

(2)  Desconocido. 

(3)  Sin  duda  Firómaco,  después  de  hablar  de  los  asien- 
tos que  las  mujeres  debian  ocupar  en  los  espectáculos, 
llamó  á  los  d3  los  hombres  ti;  sxspK,  los  otros.  Praxágora 
trata,  pues,  de  apoderarse  de  éstos  para  realizar  sus  pla- 
nes. Este  pasaje  ha  suscitado  muchas  dificu'tadcs  para  su 
inteligencia,  por  haberse  leido  por  muchos  editores  xá< 
IxaípQc;,  las  cortesanas. 


LAS  JUNTERAS. 


205 


casa,  el  heraldo  ha  cantado  por  segunda  vez  (1). 

PRAXÁGORA. 

Yo  he  pasado  toda  la  noche  en  vela  esperándoos. 
Aguardad,  voy  á  llamar  á  esta  vecina  arañando 
suavemente  su  puerta;  porque  es  preciso  que  su 
marido  nada  note. 

MUJER   SEGUNDA. 

Ya  he  oído,  al  ponerme  los  zapatos,  el  ruido  de 
tus  dedos,  pues  no  estaba  dormida;  pero  mi  esposo, 
que  es  un  marinero  de  Salamina,  no  me  ha  dejado 
descansar  en  toda  la  noche;  en  este  mismo  mo- 
mento he  podido  por  fin  apoderarme  de  sus  ves- 
tidos. 

MUJER  PRIMERA. 

Ya  vienen  Clináreta,  Sóstratay  su  vecina  Filéneta. 

PRAXÁGORA. 

¡Apresuraos!  Glice  ha  jurado  que  la  que  Ueg'ue 
la  última  pagará  en  castigo  tres  congrios  de  vino 
y  un  quénice  de  g'arbanzos. 

MUJER  PRIMERA. 

¿Ves  á  Melística,  la  mujer  de  Esmicition,  que 
viene  con  los  zapatos  de  su  marido?  Esa  es  la 
única,  á  mi  parecer,  que  se  ha  separado  sin  difi- 
cultad de  su  esposo. 

MUJER  SEGUNDA. 

Mirad  á  Gensístrata,  la  mujer  del  tabernero,  con 
su  lámpara  en  la  mano,  acompañada  de  las  espo- 
sas de  Filodoreto  y  Querétades. 


■I 

i' 


\\ 


(i)    Este  heraldo  es  un  gallo. 


^04 


COMEDIAS  DE  AHI3TÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


205 


PRAXÁGORA.. 

Veo  también  á  otras  muchas,  ñor  y  nata  de  la 
ciudad,  que  se  dirigen  hacia  nosotras. 

MUJER  TERCERA. 

Querida  mia,  me  ha  costado  un  trabajo  infinito 
el  poder  escaparme  de  casa  sin  que  me  vieran.  Mi 
marido  ha  estado  tosiendo  toda  la  noche  (1)  por 
haber  cenado  demasiadas  sardinas. 

PRAXÁGORA. 

Sentaos;  y  ya  que  estáis  reunidas,  decidme  si 
habéis  cumplido  ó  no  lo  que  acordamos  en  la  fiesta 
de  los  Esciros. 

MUJER   CUARTA. 

Yo  sí.  Lo  primero  que  hice,  como  convinimos, 
fué  ponerme  los  sobacos  más  hirsutos  que  un  ma- 
torral. Después,  cuando  mi  marido  se  iba  á  la  pla- 
za, me  untaba  con  aceite  de  pies  á  cabeza,  y  me 
tostaba  al  sol  durante  todo  el  dia  (2). 

MUJER  QUINTA. 

Yo  también  he  suprimido  el  uso  de  la  navaja  (3) 
para  estar  completamente  velluda,  y  no  parecer 
mujer  en  nada  absolutamente. 

PRAXÁGORA. 

¿Traéis  las  barbas  con  que  acordamos  presen- 
tarnos todas  en  la  asamblea? 

MUJER   CUARTA. 

¡Por  Hécate!  yo  teng-o  una  hermosísima. 

(1)     Tota  menocte  usque,  et  usque  agitavit  en  stragulis. 
m    Para  tener  el  culis  más  moreno  y  varonil. 
(3)    Para  afeitarse.  Oti-as  veces  empleaban  una  lam- 
para coa  el  mismo  objeto. 


MUJER    QUINTA. 

Y  yo  otra  más  bella  que  la  de  Epícrates  (1). 

PRAXÁGORA. 

Y  vosotras  ¿qué  decís? 

MUJER  CUARTA. 

Hacen  señas  afirmativas. 

PRAXÁGORA. 

También  veo  que  os  habéis  provisto  de  lo  de- 
mas;  pues  traéis  calzado  lacedemonio,  bastones  y 
trajes  d^  hombre,  como  dijimos. 

MUJER  SEXTA. 

Yo  traig'o  el  bastón  de  Lamia,  á  quien  se  lo  he 
quitado  mientras  dormía. 

PRAXÁGORA. 

Es  uno  de  aquellos  bastones  bajo  cuyo  peso  se 
doblega  (2). 

MUJER    SEXTA. 

iPor  Júpiter  salvador!  si  ese  hombre  se  pusiera 
la  piel  de  Argos  (3),  sería  el  único  para  adminis- 
trar la  cosa  pública. 

PRAXÁGORA. 

Ea,  mientras  hay  todavía  estrellas  en  el  cielo 


(])  Orador  dema^os^o.  Su  barba  era  tan  espesa  y  cre- 
cida que  le  bajaba  hasta  la  cintura,  cubriéndole  todo  el  pe- 
cho á  guisa  de  escudo,  por  lo  cual  se  le  llamaba  aaxEcr- 
«opo;. 

/fi)\     Pedit 

3  Pasí^je  difícil  de  comprender  por  aludirá  alguna 
circunstancia  que  nos  es  desconocida.  La  conjetura  mjs 
probable  es  la  de  que,  si  Lamia  tuviera  ingenio  Y  P^'^P  ' 
cacia,  como  audacia  y  fuerza,  sena  un  demagogo  muy 
influyente. 


Í06 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


207 


dispongamos  lo  que  debemos  hacer;  pues  la  asam- 
blea, para  la  cual  venimos  dispuestas,  principiará 
con  la  aurora. 

MÍJJER  PRIMERA. 

¡Por  Júpiter!  tú  debes  tomar  asiento  al  lado  de 
la  tribuna,  frente  á  los  Pritáneos. 

MUJER  SÉTIMA. 

Yo  me  he  traido  esta  lana  para  carmenarla  du- 
rante la  asamblea. 

PRAXÁGORA. 

¿Durante  la  asamblea?  ¡desdichada!      • 

MUJER  SÉTIMA. 

Sin  g-énero  de  duda,  j; Dejaré  de  oir  porque  esté 
cardando?  Tengo  á  mis  hijitos  desnudos. 

PRAXÁGORA. 

¡Esta  quiere  cardar  cuaado  es  preciso  no  dejar 
ver  á  los  asistentes  ning*una  parte  de  nuestro 
cuerpo!  ¡Estarla  bonito  que  en  medio  de  la  multi- 
tud una  de  nosotras  se  lanzase  á  la  tribuna,  y  se 
dejase  ver  al  natural!  (1).  Por  el  contrario,  si  en- 
vueltas en  nuestros  mantos  ocupamos  los  primeros 
puestos,  nadie  nos  reconocerá;  y  si  además  saca- 
mes  fuera  del  embozo  nuestras  soberbias  barbas  v 
las  dejamos  extenderse  sobre  el  pecho,  ¿quien  será 
cai>az  de  no  tomarnos  por  hombres?  Ag-irrio  (2), 


(i)  Os  tendere  t  Phornissium,  Este  general  era  muy 
veiludo:  significat  inde  Praxigora  pudendum  muliebre. 

(2)  General  ateniense,  de  coslumbres  depravadas  que, 
sin  duda  para  aparecer  más  respetable  se  dejaba  crecer  la 
barba.  Fué  objeto  de  muchos  ataques  de  los  poetas  có- 
micos, cuyos  derechos  suprimió.  (Véase  Jenofonte,  Be- 
lén,, s,  8,  31.) 


^acias  á  la  barba  de  Prónomo  (1),  engañó  á  todo 
el  mundo:  antes  era  mujer,  y  ahora,  como  sabéis, 
ocupa  el  primer  puesto  en  la  ciudad.  Por  tanto,  yo 
03  conjuro  por  el  dia  que  va  á  nacer,  á  que  acome- 
tamos esta  audaz  y  garande  empresa  para  ver  si 
logramos  apoderarnos  del  g-obierno  en  pro  de  la 
república;  porque  al  presente  ni  á  remo  ni  á  vela 
se  mueve  la  nave  del  Estado. 

MUJER  SÉTIMA. 

¿Pero  cómo  podrán  encontrarse  oradores  en  una 
junta  de  mujeres? 

PRAXÁGORA. 

Nada  más  fácil.  Es  cosa  corriente  que  los  jóvenes 
más  disolutos  sean  en  g-eneral  los  de  mejor  pala- 
bra; y,  por  fortuna,  esta  condición  no  nos  falta  á 

nosotras. 

MUJER  SÉTIMA. 

No  só,  no  sé;  la  inexperiencia  es  peligrosa. 

PRAXÁGORA. 

Por  eso  mismo  nos  hemos  reunido  aquí,  para 
preparar  nuestros  discursos.  Vamos,  poneos  pronto 
las  barbas,  tú  y  todas  las  que  se  han  ejercitado  en 
hablar. 

MUJER  OCTAVA. 

Pero,  loca,  ^.quién  de  nosotras  no  sabe  hablar? 

PRAXÁGORA. 

Ea,  ponte  la  barba  y  conviértete  cuanto  antes  en 
hombre.  Aquí  dejo  las  coronas  (2);  ahora  me  voy  á 


(1)  Flautista  notable  por  su  hermosa  barba. 

(2)  Que  se  ponian  los  que  hablaban  en  público  . 


208 


COMEDIAS  PE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


209 


plantar  yo  también  la  barba,  por  si  acaso  tengo 
necesidad  de  decir  alg*o. 

MUJER  SEGUNDA. 

Querida  Praxá^ora,  imira,  mira  qué  ridiculez! 

PRAXÁGORA. 

¿CkSmo  ridiculez? 

MUJER    9RGUXDA. 

Nuestras  barbas  parecen  una  sarta  de  calamares 
asados. 

PRAXÁGORA. 

Purificador,  da  vuelta  con  el  g-ato  (1):  adelante: 
silencio.  Arifrádes  (2),  pasa  y  ocupa  tu  puesto. 
¿Quién  quiere  usar  do  ia  palabra? 

MUJER   OCTAVA. 

Yo. 

PRAXÁGORA. 

Ponte  esa  corona  (3),  y  buena  suert 

MUJER  OCTAVA. 

Ya  está. 

PRAXÁGORA. 

Principia,  pues. 

MUJER  OCTAVA. 

¿Antes  de  beber? 

PRAXÁGORA. 

¿Cómo  beber? 


(1)  En  vez  del  cochinillo,  con  cuya  sangre  se  purificaba 
ei  recifitode  la  asamblea.  (Véase  Los  Acamienses.) 

(2)  Sus  impurezas  fueron  analemalizadas  en  Los  Caba- 
lleros, Aquí  lo  mezcla  entre  las  mujeres  por  sus  costum- 
bres afeminadas. 

(3)  Estas  coronas  eran  generalmente  de  olivo  verde. 


MUJER  OCTAVA. 

Pues  si  no,  necia,  ¿para  qué  necesito  la  corona? 

PRAXÁGORA. 

Vete;  quizá  allí  nos  hubieras  hecho  lo  mismo. 

MUJER  OCTAVA. 

¿Pero  suelen  beber  los  hombres  en  la  asamblea? 

PRAXÁGORA. 

¡Vuelta  al  beber.' 

MUJER  OCTAVA. 

Sí,  por  Diana,  y  de  lo  más  puro.  Por  eso,  á  los 
que  los  examinan  y  estudian  detenidamente  les 
parecen  sus  insensatos  decretos  resoluciones  de 
borrachos.  Además,  si  no  hubiese  vino,  ¿cómo  ha- 
rían las  libaciones  á  Júpiter,  y  demás  ceremonias? 
Por  otra  parte,  suelen  maltratarse  como  personas 
que  han  bebido  demasiado,  y  los  arqueros  se  ven 
obligrados  á  llevarse  de  la  asamblea  á  más  de  un 
borracho  revoltoso. 

PRAXÁGORA. 

Vete  y  siéntate;  no  sirves  para  nada. 

MUJER   OCTAVA. 

Para  eso,  maldita  la  falta  que  me  hacía  el  haber- 
me puesto  la  barba:  la  sed  me  abrasa  las  entrañas. 

PRAXÁGORA. 

¿Hay  algfuna  otra  que  quiera  hablar? 

MUJER  NOVENA. 

Yo. 

PRAXÁGORA. 

Pues  ponte  la  corona:  la  cosa  marcha.  Procura 
pronunciar  un  discurso  bello  y  vig-oroso,  apoyán- 
dote con  majestad  sobre  tu  báculo. 


TOMO  III. 


44 


240 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LAS  JUNTERAS. 


214 


MUJER    NOVENA. 

«Hubiera  deseado  ciertamente  que  cualquiera  de 
los  que  están  avezados  á  las  lides  oratorias  me  hu- 
biera permitido  con  lo  excelente  de  sus  proposi- 
ciones permanecer  tranquilo  en  mi  lugar;  mas  no 
puedo  consentir,  por  lo  que  á  mí  respecta,  que  en 
las  tabernas  se  construyan  aljibes  (1).  ¡No,  por 
las  dos  diosas!...» 

PRAXÁGORA. 

¡Por  las  dos  diosas!  (2)  ¿En  qué  estás  pensando, 
desdicbada? 

MUJER  NOVENA. 

¿Qué  hay?  todavía  no  te  he  pedido  de  beber. 

PRAXÁGORA. 

Es  verdad;  pero,  siendo  hombre,  has  jurado  por 
las  dos  diosas:  lo  demás  ha  estado  bien. 

MUJER  NOVENA. 

Tienes  razón,  por  Apolo. 

PRAXÁGORA. 

¡Basta!  no  doy  un  paso  para  ir  á  la  asamblea 
sin  que  todo  quede  perfectamente  arreg-lado. 

MUJER  NOVENA. 

Dame  la  corona:  voy  á  arengar  de  nuevo.  Ahora 
ya  creo  que  lo  he  pensado  bien.  «En  cuanto  á  mí, 
oh  mujeres  aquí  reunidas » 

PRAXÁGORA. 

¡Desdichada!  ahora  dices  «mujeres»  en  vez  de 
hombres. 


(4)    Donde  los  antiguos  conservaban  el  vino. 
(2)    Era  un  juramento  peculiar  á  las  mujeres. 


MUJER  NOVENA. 

Epígrono  (1)  tiene  la  culpa.  Le  estaba  mirando,  y 
he  creido  que  hablaba  delante  de  mujeres. 

PRAXÁGORA. 

Retírate  átu  asiento.  Yo  misma  hablaré  por  vos- 
otras y  me  ceñiré  la  corona,  pidiendo  antes  á  los 
dioses  que  concedan  un  éxito  feliz  á  nuestra  em- 
presa. 

«La  felicidad  de  este  país  me  interesa  tanto  como 
á  vosotros,  y  me  conduelen  y  lastiman  los  desórde- 
nes de  nuestra  ciudad.  Véola,  en  efecto,  siempre 
gobernada  por  perversos  jefes;  y  conüdero  que  si 
uno  lleg-a  á  ser  bueno  un  solo  dia,  luég-o  es  malo 
otros  diez.  ¿Queréis  encomendar  á  otro  el  g-obicrno? 
de  seg*uro  que  será  peor.  Difícil  es,  ciudadanos,  cor- 
reg'ir  ese  vuestro  descontentadizo  hu  mor,  que  os  hace 
temer  á  los  que  os  aman,  y  suplicar  incesantemente 
á  los  que  os  detestan.  Hubo  un  tiempo  en  que  no 
teníamos  asambleas,  y  pensábamos  que  Ag'irrio(2) 
era  un  bribón;  hoy  que  las  tenemos,  el  que  recibe 
dinero  no  tiene  boca  para  ponderarlas;  mas  el  que 
nada  recibe,  juzg-a  dig-nos  de  pena  capital  á  los 
que  trafican  con  las  públicas  deliberaciones.» 

MUJER  PRIMERA. 

¡Muy  bien  dicho,  por  Yénus! 

PRAXÁGORA. 

¡Infeliz,  has  nombrado  á  Venus!  Nos  dejarás  lu- 
cidas si  sales  con  esa  pata  de  g-allo  en  ia  asamblea. 


(i)    Bardaje  desconocido. 
(í2)    Citado  poco  antes. 


212 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


LAS  JUNTERAS. 


2d3 


MUJER  PRIMERA. 

Pero  no  lo  diré. 

PRAXÁGORA. 

Bueno  es  que  no  te  acostumbres. 

«Cuando  deliberábamos  sobre  la  alianza  (1),  todo 
el  mundo  decía  que  era  inminente  la  perdición  de 
la  república  si  no  se  lle^faba  á  hac  er:  bízose  por  fin, 
y  todo  el  mundo  lo  llevó  tan  á  mal,  que  el  orador 
que  la  habla  aconsejado  buyo  y  no  ha  vuelto  á  pa- 
recer (2).  Es  necesario  armar  naves— sostienen  los 
pobres.— No  es  necesario— opinan  los  labradores  y 
los  ricos.— ¿Os  indisponéis  con  los  Corintios?  Ellos 
03  pa^n  en  la  misma  moneda.  Ahora,  pues,  que 
los  tenéis  amig-os,  sedlo  vosotros  también.  El  ar- 
givo  es  ignorante;  pero  Hierónimo  es  un  sabio  (3). 
¿Asoma  una  lig'era  esperanza  de  salvación?  (4)  en 
seguida  la  rechazáis...  Ni  el  mismo  Trasibulo (5) 
si  fuese  llamado  (6) 


(l)  Esta  alianza  es  la  de  los  Atenienses  con  los  Corin- 
tios, Beocios  y  Argivos,  contra  Lacedemonia.  (Véase  la  No- 
ticia preliminar,  nota.)  „  u-     ^. 

(-2)  Este  orador  fué  Conon  probablemente.  Habiendo 
pasado  al  Asia  menor,  fué  h^.clio  prisionero  y  encarcelado 
en  Sardes  por  Teribázes,  sátrapa  persa.  (Véase  Cornelio 
Nepote,   Vida  de  Go non.) 

(3)  General  al  cual  encomendó  Conon  el  mando  de 
la  Ilota,  al  partir  á  Persia.  (Véase  Diodoro  Sículo,  xiv,  81.) 
fcl  Escoliasta  toma  'ap-jsroc  por  nombre  propio.  El  elogio 
á  Hierónimo  es  irónico.      ,     ^      „  ,,/.-, 

(4)  Aristófanes  alude  á  la  batalla  naval  de  Cnido,  ga- 
nada por  Conon  á  los  Lacedemonios.  ,      ,  .   •, 

(5)  Éste,  que  libertó  á  Atenas  en  401,  estaba  alejado 
con  un  pretexto  honroso.  .    v.      a 

(6)  Falta  la  conclusión  del  discurso  de  Praxágora. 


MUJER  PHIMERA. 

¡Qué  hombre  tan  hábil! 

PRAXÁGORA. 

Ese  elogio  ya  está,  en  regla.  «iTú,  oh  pueblo, 
eres  la  causa  de  todos  estos  males!  Pues  te  haces 
pagar  un  sueldo  de  los  fondos  del  Estado,  con  lo 
cual  cada  uno  mira  sólo  á  su  particular  provecho, 
y  la  cosa  pública  anda  cojeando  como  Esimo  (1). 
Pero  si  me  atendéis,  aún  podéis  salvaros.  Mi  opi- 
nión es  que  debe  entregarse  á  las  mujeres  el  go- 
bierno de  la  ciudad,  ya  que  son  intendentes  y  ad- 
ministradores de  nuestras  casas.» 

MUJER  SEGUNDA.. 

¡Bravo!  ¡bravo!  ¡bravo!  Prosigue ,  amigo  mió, 
prosigue. 

PRAXÁGORA. 

«Os  demostraré  que  son  infinitamente  más  sen- 
satas que  nosotros.  En  primer  lugar,  todas,  según 
la  antigua  costumbre,  lavan  la  lana  en  agua  ca- 
liente, y  jamás  se  las  ve  intentar  temerarias  nove- 
dades. Si  la  ciudad  do  Atenas  imitase  esta  con- 
ducta y  se  dejase  de  innovaciones  peligrosas,  ¿no 
tendría  asegurada  su  salvación?  Se  sientan  para 
freir  las  viandas,  como  antes;  llevan  la  carga  en  la 
cabeza,  como  antes;  celebran  las  Tesmoforias,  como 
antes;  p  masan  las  tortas,  como  antes;  hacen  rabiar 
á  sus  maridos,  como  antes;  ocultan  en  casa  á  los 
galanes,  como  antes;  sisan,  como  antes;  les  gusta 


(1)    Personaje  desconocido,  que  además  de  ser  cojo  era 


igaorante. 


214 


COMEDIAS  DE  ARISTOFANiSS . 


el  vino  puro,  como  antes;  y  se  complacen  en  el 
amor,  como  antes.  Entreg-ándoles,  oh  ciudadanos, 
las  riendas  del  g-obierno,  no  nos  cansemos  en  in- 
útiles disputas,  ni  les  preguntemos  lo  que  van  á 
hacer;  dejémoslas  en  plena  libertad  de  acción,  con- 
siderando solamente  que,  como  son  madres,  pon- 
drán todo  su  empeño  en  economizar  sK)ldado3. 
Además,  ¿quién  les  suministrará  con  más  celo  las 
provisiones  que  la  que  les  parió?  La  mujer  es  inge- 
niosísima, como  nadie,  para  reunir  riquezas;  y  si 
llegan  á  mandar,  no  se  las  engañará  fácilmente, 
por  cuanto  ya  están  acostumbradas  á  hacerlo.  No 
enumeraré  las  demás  ventajas;  seguid  mis  conse- 
jos, y  seréis  felices  toda  la  vida.» 

MUJKR  PRIMERA. 

¡Divina,  admirable,  dulcísima  Praxágora!  ¿Dónde 
has  aprendido  á  hablar  tan  bien,  amiga  mia? 

PRAXÁGORA. 

En  el  tiempo  de  la  fuga  (1)  habité  con  mi  esposo 
en  el  Pnix,  y,  á  fuerza  de  oir  á  los  oradores,  he 
aprendido  á  arengar. 

MUJER  PRIMERA. 

Ya  no  me  extraña  que  seas  tan  hábil  y  elocuen- 
te. Tú  serás  nuestro  jefe:  procura  poner  en  prác- 
tica tus  proyectos.  Pero  si  Céfalo  (2)  se  lanza  so- 
bre tí  para  injuriarte,  ¿cómo  le  replicarás  en  la 
asamblea? 


(\)    Al  principio  de  la  guerra  del  Peloponeso,  cuando- 
los  habitiinies  del  campo  se  refugiaron  en  Atenas. 
(2)    Demagogo. 


LAS  JUNTERAS. 


21o 


PRAXÁGORA. 

Le  diré  que  delira. 

MUJER  PRIMERA. 

Eso  lo  sabe  todo  el  mundo. 

PRAXÁGORA. 

Que  es  un  atrabiliario. 

MUJER  PRIMERA. 

También  eso  se  sabe. 

PRAXÁGORA. 

Que   es   tan   buen    poUtico    como   mal   alfa- 
rero (1). 

MUJER  PRIMERA. 

¿Y  si  te  insulta  el  legañoso  Neóclides«  (2). 

PRAXÁGORA. 

A  ese  le  diré  que  vaya  á  mirar  por  el  trasero  de 
un  perro  (3). 

IkJUJER  PRIMERA. 

¿Y  si  te  empujan?  (4). 

PRAXÁGORA. 

Les  empujaré  yo;  en  ese  ejercicio  pocos  me  ga- 
narán. 

MUJER  PRIMERA. 

En  una  cosa  no  hemos  pensado:  si  se  te  llevan 
los  arqueros,  ¿qué  harás? 


(1)    El  padre  de  Gófilo  ejercia  este  oficio. 

(-2)    Aristófanes  vuelve  á  ocuparse  de  Neóclides  en  el 


Pluío, 


(3)    Frase  proverbial  que  se  decia  á  los  que  tenian  los 
°^^4)'"^Está  palabra  tiene  además  un  sentido  obsceno. 


216 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PRAXÁGOKA. 

Me  defenderé  poniéndome  así,  en  jarras,  y  no 
me  dejaré  coger  por  medio  del  cuerpo. 

MUJER  PRIMERA. 

Si  te  sujetan,  nosotras  les  diremos  que  te  suelten. 

MUJER  SEGUNDA. 

Todo  eso  está  perfectamente  dispuesto;  pero  de 
lo  que  no  nos  hemos  ocupado  es  de  la  manera  de 
levantar  las  manos  (1)  en  la  junta:  nosotras  que 
sólo  estamos  acostumbradas  á  levantar  las  pier- 
nas (2). 

PRAXÁGORA. 

Eso  es  lo  difícil;  y  siu  embarg'o  no  hay  más  re- 
medio que  alzar  las  manos,  descubriendo  el  brazo 
hasta  el  hombro.  Vamos,  levantaos  las  túnicas, 
y  poneos  pronto  los  zapatos  lacedemonios  como 
habéis  visto  que  lo  hacen  nuestros  maridos  todos 
los  dias  al  salir  ó  al  dirigirse  á  la  asamblea.  En 
cuanto  os  hayáis  calzado  perfectamente,  sujetaos 
las  barbas;  después  de  atadas  éstas  con  todo  es- 
mero, envolveos  en  los  mantos  sustraídos  á  vues- 
tros esposos,  y  marchad,  apoyándoos  en  los  basto- 
nes, y  entonando  alguna  vieja  canción  á  imitación 
de  los  campesinos. 

MUJER  SEGUNDA. 

Bien  dicho;  pero  cojámosles  la  delantera,  pues 
creo  que  otras  mujeres  vendrán  del  campo  al 
Pnix. 


(1)  Se  votaba  levantando  las  manos. 

(2)  Obsceno  sensu. 


LAS  JUNTERAS. 


217 


PRAXAGORA. 

Apresuraos;  ya  sabéis  que  los  que  no  están  en  el 
Pnix  desde  el  amanecer,  vuelven  sin  recibir  el  me- 
nor regalo. 

CORO. 

Llegó  el  momento  de  partir,  ¡oh  hombres!  (esta 
palabra  no  debe  caérsenos  nunca  de  la  boca  por 
temor  á  un  descuido,  porque  á  la  verdad  no  lo  pa- 
saríamos muy  bien,  si  se  nos  sorprendiera  fra- 
guando esta  conspiración  en  las  tinieblas).  Hom- 
bres, vamos  á  la  asamblea. 

El  Tesmóteta  (1)  ha  dicho  que  todo  el  que  á  pri- 
mera hora  y  antes  de  disiparse  las  tinieblas  de  la 
noche  no  se  haya  presentado  cubierto  de  polvo, 
contento  con  su  provisioncilla  de  ajos,  y  mirando 
severamente,  se  quedará  sin  el  trióbolo.  Caritímides, 
Esmicito,  Dráces,  apresuraos  y  procurad  no  olvi- 
dar nada  de  lo  que  es  necesario  hacer.  Cuando  ha- 
yamos recibido  nuestro  salario,  sentémonos  juntos 
para  votar  decretos  favorables  á  nuestras  amigas. 
¿Qué  estoy  hablando?  quería  decir  nuestros  amigos. 

Procuremos  expulsar  á  los  que  vengan  de  la  ciu- 
dad; antes,  cuando  sólo  recibían  un  óbolo  (2)  por 
asistir  á  la  asamblea,  se  estaban  de  sobremesa 
charlando  con  sus  convidados;  pero  ahora  la  con- 


(4)  Nombre  de  los  seis  últimos  arcontes,  entre  cuyas 
funciones  estaba  la  de  recoger  los  votos  en  la  asamblea. 

(2)  Pasaje  que  sirve  para  probar  que  el  salario  de  los 
asistentes  á  la  asamblea,  como  el  de  los  jueces,  varió 
durante  el  trascurso  de  la  guerra. 


248 


COMEDIAS  DE    ARISTÓFANES. 


LAS  ANTERAS. 


219 


currencia  es  extraordinaria.  Ea  el  arcontado  del 
valiente  Mirónides  (1)  nadie  se  hubiera  atrevido  á 
cobrar  sueldo  por  su  intervención  en  los  negocios 
públicos,  sino  que  todo  el  mundo  acudia  trayén- 
dose su  botita  de  vino  con  un  pedazo  de  pan,  dos 
cebollas  y  tres  ó  cuatro  aceitunas.  Hoy,  en  cuanto 
se  hace  algo  por  la  república,  en  seguida  se  re- 
clama el  trióbolo,  como  un  mercenario  albañil. 

,  ( Vítase.) 


BLÉPIRO. 

¿Qué  es  esto?  ¿Adonde  se  ha  marchado  mi  mujer? 
La  aurora  (pespunta  ya  y  no  parece  por  ninguna 
parte.  Largo  rato  hace  que,  atormentado  poruña 
perentoria  necesidad  (2),  ando  á  oscuras  buscando 
mi  manto  y  mis  zapatos;  pero,  á  pesar  de  mi  em- 
peño, no  he  podido  encontrarlos  á  tientas;  y  como 
el  ciudadano  excremento  llama  impaciente  á  mi 
puerta,  me  he  visto  obligado  á  coger  este  chai  de 
mi  mujer  y  á  calzarme  los  borceguíes  pérsicos. 
¿Mas  dónde  encontraré  un  lugar  limpio  en  que  po- 
der hacer  del  cuerpo?  ¡Eh!  de  noche  todos  los  sitios 
son  buenos,  y  nadie  me  verá.  ¡Pobre  de  mí!  ¡qué 
desgraciado  soy  por  haberme  casado  en  la  vejez! 
lOh!  ¡bien  merezco  ser  majado  á  golpes!  De  seguro 


(i)  General  muy  estimado.  Tucidides  (i,  105,  408)  re- 
fiere muchas  victorias  ganadas  por  él.  Fué  contemporáneo 
de  Feríeles. 

(2)     Caca  tur  iens. 


que  no  habrá  salido  para  nada  bueno.  Pero  sea  lo 
quesea,  desahoguémonos  (1). 

ÜN  HOMBRE. 

¿Quién  va?  ¿no  es  mi  vecino  Blépiro?  ¡Por  Júpi- 
ter! el  mismo.  Díme,  ¿qué  es  eso  de  color  rojo?  ¿Ci- 
nesias (2)  te  ha  llenado  quizá  de  inmundicia? 

BLÉPIRO. 

No,  he  salido  de  casa  con  el  vestido  de  color  d© 
azafrán  que  suele  ponerse  mi  mujer. 

EL   HOMBRE. 

¿Pues  dónde  está  tu  manto? 

BLÉPIRO. 

No  lo  sé:  lo  he  estado  buscando  mucho  tiempo 
sobre  la  cama,  y  no  lo  he  podido  hallaiji 

EL  HOMBRE. 

¿Y  por  qué  no  has  dicho  á  tu  mujer  que  te  lo 
buscase? 

BLÉPIRO. 

¡Si  no  está  en  casa!  ¡si  se  ha  escurrido  yo  no  sé 
cómo!  Por  lo  cual  temo  no  me  esté  jugando  alguna 
mala  partida. 

EL  HOMBRE. 

Por  Neptuno,  entonces  te  pasa  lo  mismo  que  á 
mí.  También  mi  mujer  ha  desaparecido  lleván- 
doseme el  manto  que  suelo  usar;  y  no  es  eso  lo 
peor,  sino  que  también  me  ha  cogido  los  zapatos, 

pues  no  he  podido  encontrarlos  en  ninguna  parte. 

-  I 

(1)  Cacandum  est  tamen. 

(2)  En  Las  Ranas  vimos  que  se  acusaba  á  Cinesias  de 
haber  profanado  las  estatuas  de  Hécate,  llenándolas  de 
inmundicia. 


no 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


2S4 


BLÉPIRO. 

Por  Baco,  ni  yo  mi  calzado  lacedemonio;  y  como 
apremiaba  la  necesidad,  me  he  puesto  á  toda  prisa 
sus  coturnos,  por  no  ensuciar  la  colcha,  que  está 
recienlavada 

EL  HOMBRE. 

¿Qué  podrá  ser  esto?  ¿Le  habrá  convidado  á  co- 
mer alguna  de  sus  amig'as? 

f  BLÉPIRO. 

Eso  creo  yo;  porque  no  es  mala,  que  yo  sepa. 

EL  HOMBRE. 

¿Pero  estás  haciendo  so^as?  (1).  Ya  es  hora  de  ir 
á  la  asamblea;  pero  ten^o  que  hallar  mi  manto, 
pues  no  tei^o  más  que  uno. 

BLÉPIRO. 

Yo  también,  en  cuanto  acabe.  Una  maldita  pera 
silvestre  me  obstruye  la  salida. 

EL   HOMBRE. 

Será  la  misma  que  se  le  atravesó  á  Trasíbulo  (2) 
con  motivo  de  los  Lacedemonios. 

BLÉPIRO. 

iPor  Baco,  no  hay  quien  la  arranque!  ¿Qué  haré? 
porque  no  es  sólo  el  mal  presente  lo  que  me  aflig'e, 
sino  el  pensar  per  dónde  habrá  de  salir  lo  que 
coma.  Este  maldito  Acradusio  (3)  ha  cerrado  la 


(\)    At  tu  funem  cacas.  • 

(2)  Este  Trasíbulo,  distinto  del  restaurador  de  la  de^ 
mocracia  en  Atenas,  habiendo  prometido  hablar  contra  los 
Lacedemonios  que  proponían  una  tregua,  se  disculpó  di- 
ciendo que  estaba  ronco  por  haber  comido  peras  silvestres. 

(3)  Nombre  formado  de  «xpá?,  pera  silvestre. 


puerta  á  cal  y  canto.  ¿Quién  me  traerá  un  médico? 
¿y  cuál?  ¿Cuál  es  el  más  entendido  en  esta  especia- 
lidad de  la  obstetricia'?  ¿Quizá  Aminon?  (1);  pero 
no  querrá  venir.  Buscadme  á  Antistenes  (2)  á  toda 
costa:  á  juzg-ar  por  sus  suspiros  debe  ser  práctico 
en  esto  de  estreñimientos.  ¡Augusta  Lucina  (3),  no 
me  dejes  morir  de  esta  obstrucción  para  ser  después 
juguete  de  los  cómicos!  (4). 


CREMES. 

¡Eh,  tú!  ¿qué  haces?  ¿Tus  necesidades? 

BLÉPIRO. 

¿Yo?  no;  me  levanto:  ya  he  concluidp. 

CRÉMES. 

¿Te  has  puesto  el  vestido  de  tu  mujer? 

BLÉPIRO. 

Lo  he  cogido  sin  saber,  en  la  oscuridad.  ¿De 
dónde  vienes  tú? 

CRÉMES. 

De  la  asamblea. 

BLÉPIRO. 

Pues  qué  ¿se  ha  concluido? 

CRÉMES. 

Ya  lo  creo,  al  amanecer.  Por  Júpiter,  no  me  he 


(1)  Era  un  orador  de  los  que  Aristófanes  designa  en 
Zas  Nubes  con  el  dicterio  de  £upurpoy.xoí,  por  lo  cual  in- 
voca su  auxilio  Blépiro. 

(2)  Bardaje  inmundo. 

(3)  Diosa  protectora  de  los  alumbramientos. 

[A)  Si  llega  alguno  á  sorprenderle  en  tan  ridicula  po- 
sición. 


222 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


reido  poco  viendo  la  pintura  roja  (1)  extendida  con 
profusión  por  todo  el  recinto. 

BLÉPIRO. 

¿Habrás  recibido  el  trióbolo? 

C  REMES. 

¡Ojalá!  lleg'ué  tarde:  eso  es  lo  que  siento:  vol- 
verme á  casa  con  el  zurrón  vacío  (2). 

BLÉPIBO. 

¿Cómo  ha  sido  eso? 

CRÉMES. 

Ha  habido  en  el  Pnix  ^jua  concurrencia  de  hom- 
bres como  no  hay  memoria.  Al  verles,  les  tomamos 
á  todos  por  zapateros  (3),  pues  sólo  se  veian  ros- 
tros blancos  en  aquella  muchedumbre  que  llenaba 
la  asamblea;  por  eso  no  he  cobrado  el  trióbolo,  y 
como  yo,  otros  muchos. 

BLÉPIUO. 

¿De  suerte  que  yo  tampoco  lo  cobraría  aunque 
fuera? 

CRÉMES. 

No  por  cierto;  aunque  hubieses  ido  al  segundo 
canto  del  g-allo. 

BLÉPIRO. 

¡Infeliz  de  mi!   «¡Oh  Antíloco!  llórame  más  vivo 


(4)  Se  refiere  á  la  cuerda  teñida  de  rojo,  que  servia 
para  manchar  á  los  morosos  y  no  pagarles  el  trióbolo 
como  á  los  puntuales.  (Véase  Los  Acarnienses.) 

(2)  En  el  cual  pensaba  traer  las  provisiones  compradas 
con  el  trióbolo. 

(3)  Porque  trabajando  dentro  de  sus  talleres  no  teniae 
el  cutis  tan  moreno  como  los  de  otros  oficios. 


LAS  JUNTERAS. 


223 


sin  pl  trióbolo  que  muerto  con  él:  perdido  soy  (1).» 
¿Pero  por  qué  acudió  e^a  multitud  tan  temprano? 

CRÉMES. 

LosPritáneos  habían  resuelto  abrir  un  debate 
sobre  el  medio  de  salvar  la  república.  Al  instante 
se  plantó  el  primero  en  la  tribuna  el  legañoso  Neó- 
clides  (2);  y  al  punto  gritó  el  pueblo  en  masa  (ya 
puedes  figurarte  con  qué  fuerza):  «¿No  es  una  in- 
dig-nidad  que,  tratándose  de  la  salvación  de  la  re- 
pública, S3  atreva  á  areng-arnos  ese  que  ni  siquiera 
ha  podido  salvar  sus  pestañas?»  Entonces  Neócli- 
des,  replicando  y  mirando  en  derredor:  «¿Pues  qué 
debia  hacer?»  (3)  ha  dicho. 

BLÉPIRO. 

«Machacar  ajos,  con  jug-o  de  laserpicio  y  eufor- 
bio de  LacGdemoniay  untarte  con  ello  los  párpados 
á  la  noche»,  le  contesto  yo,  si  estoy  presente. 

CRÉMES. 

Después  de  Neóclides,  el  ingenioso  Eveon  (4)  se 
ha  presentado  desnudo,  según  creían  los  más  (5), 
aunque  él  aseguraba  que  llevaba  manto,  y  ha  pro- 
nunciado un  discurso  lleno  de  espíritu  popular.  «Ya 
veis,  decía,  que  yo  mismo  tengo  necesidad  de  ser 
salvado,  y  que  me  hacen  falta  precisa  diez  y  seis 


(1)  Parodia  de  un  verso  de  Lo$  Mirmidones  de  Esquilo. 

(2)  Citado  en  el  verso  254. 

(8)     Parodia  del  verso  551  del  Oréstes  de  Eurípides. 

(4)  Ciudadano  sumamente  pobre  á  quien  se  daba  ese 
nombre  por  antífrasis,  (eo  attbv,  buena  vida  ) 

(5)  Perífrasis  para  indicar  el  deplorable  estado  de  su 
vestido. 


294 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


225 


dracmas  (1);  sin  embarg'o,  no  por  eso  dejaré  de 
hablar  de  los  medios  de  salvar  á  la  república  y 
á  los  ciudadanos.  En  efecto,  si  al  principiar  el 
invierno  los  bataneros  suministrasen  mantos  de 
abrig'o  á  los  necesitados,  ninguno  de  nosotros  oería 
atacado  nunca  por  la  pleuresía.  Además,  propongfo 
que  los  que  carezcan  de  carnas  y  de  colchas,  se 
vayan  después  del  baño  á  dormir  á  casa  de  un  cur- 
tidor, el  cual,  si  se  niega  á  abrir  la  puerta  en  in- 
vierno, debe  ser  condenado  á  pagar  tres  pieles  de 
multa.» 

BLÉPIRO. 

íExcelente  idea!  pero  hubiera  debido  añadir  (y 
de  seguro  que  nadie  le  contradice)  que  los  vende- 
dores de  harina  tendrán  obligación  de  dar  tres  qué- 
nices  á  los  indigentes  bajo  las  más  severas  pe- 
nas; asi,  al  menos,  Nausícides  (2)  podría  ser  útil  al 
pueblo. 

CRÉMES. 

Luego  ha  subido  á  la  tribuna  un  hermoso  jo- 
ven (3),  muy  blanco  y  parecido  á  Nícias  (4),  y  ha 
principiado  por  decir  que  convenia  entregar  á  las 
mujeres  el  gobierno  de  la  república.  Entonces  la 
muchedumbre  de  zapateros  (5)  empezó  á  alboro- 


(i)    Sin  duda  para  comprarse  un  manto. 

(2)  Rico  comerciante  en  harinas. 

(3)  Praxágora. 

(4)  Se  cree  que  este  Nícias  sea  un  nieto  del  ilustre  ge- 
neral del  mismo  nombro,  que  murió  en  la  expedición  á  Si- 
cilia, doce  años  antes  de  representarse  Las  Junteras, 

(h)    Es  decir,  las  gentes  de  cutis  blanco. 


tarse  y  á  gritar  que  tenía  razón;  pero  los  habitan- 
tes del  campo  se  opusieron  vivamente. 

BLÉPIRO. 

Y  les  sobraban  motivos,  ipor  Júpiter! 

CRÉMES. 

Pero  eran  menos.  En  tanto  el  orador  continuaba 
vociferando  más  y  mejor,  haciendo  mil  elogios  de 
las  mujeres  y  diciendo  tempestades  de  tí. 

BLÉPIRO. 

¿Pues  qué  dijo? 

CRÉMES. 

Primero,  que  eras  un  bribón. 

BLÉPIRO. 
CRÉMES. 

No  me  preguntes  todavía...  Después,  un  ladrón. 

BLÉPIRO. 

iYo  sólo? 

CRÉMES. 

Sí,  por  cierto;  y  un  delator. 

BLÉPIRO. 

iYo  sólo? 

CRÉMES. 

TÚ,  y  toda  esa  turba. 

BLÉpmo. 
¿Quién  dirá  lo  contrario? 

CRÉMES. 

«Las  mujeres,  proseguía,  están  llenas  de  discre- 
ción y  dotadas  de  especial  aptitud  para  atesorar: 
las  mujeres  no  divulgan  jamás  los  secretos  de 
las  Tesmoforias;  al  paso  que   tú  y  yo  (anadia) 

TOMO  III.  45 


n$ 


COMEDIAS  DE  ABISTÓFaNES  . 


LAS  JUNTERAS. 


m 


revelamos  siempre  las  decisiones   del  Senado.» 

BLÉPIRO. 

Y  no  mentía,  ¡por  Mercurio! 

CRÉMES. 

«Las  mujeres,  continuaba,  se  prestan  unas  á 
otras  vestidos,  alhajas,  plata,  vasos,  á  solas,  sin 
testio-os,  y  se  lo  devuelven  todo  religiosameute,  sm 
engtóarse  nunca,  lo  cual  no  hacemos  la  mayor 
parte  de  los  hombres.» 

BLÉPIRO. 

¡Por  Neptuno!  es  cierto;  y  aunque  haya  habido 
testigos. 

CRÉMES. 

«Las  mujeres  jamás  delatan  ni  persiguen  á  na- 
die en  justicia,  ni  conspiran  contra  el  gobierno 
democrático.»  En  fin,  concluyó  concediéndoles  to- 
das las  buenas  prendas  imaginables. 

BLÉPIRO. 

¿Y  qué  se  resolvió  por  último? 

CRÉMES. 

Encomendarlas  la  dirección  del  Estado:  es  la  úni- 
ca novedad  que  no  se  habia  ensayado  en  Atenas. 

BLÉPIRO. 

¿Eso  se  decretó? 

CRÉMES. 

Yo  te  lo  aseguro. 

BLÉPIRO. 

¿De  modo  que  quedan  á  cargo  de  las  mujeres  to- 
das las  cosas  que  antes  estaban  al  nuestro? 

CRÉMES. 

Eso  es. 


BLEPIRO. 

¿Y  en  vez  de  ir  yo,  será  mi  mujer  la  que  vaya  al 
tribunal? 

CRÉMES. 

Y  tu  mujer  y  no  tú  será  la  que  en  adelante  ali- 
mente á  los  hijos. 

BLÉPIRO. 

¿Y  no  tendré  que  bostezar  desde  el  amanecer? 

CRÉMES. 

No  por  cierto,  todo  es  ya  cuidado  de  las  muje- 
res; tú  te  quedarás  en  casa  con  entera  comodidad . 

BLÉPIRO. 

Sólo  una  cosa  es  de  temer  para  las  personas  de 
nuestra  edad,  y  es  que  en  cuanto  se  apoderen  de 
las  riendas  del  gobierno, no  nos  obliguen... 

CRÉMES. 

¿A  qué? 

BLÉPIRO. 

A  pagarles  el  débito. 

CRÉMES. 

¿Y  si  no  podemos? 

BLÉPIRO. 

No  nos  darán  de  comer. 

CRÉMES. 

Pues  bien,  arréglatelas  de  modo  que  comas  y 
pagues. 

BLÉPIRO. 

Siempre  es  odioso  lo  que  se  hace  por  fuerza. 

CRÉMES. 

Pero  cuando  el  bien  de  la  república  lo  exige,  de- 
bemos resignarnos:  ya  sabes  que  de  antiguo  se  dice 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


428 ^_^_ 

que  nuestros  más  insensatos  y  descabellados  de- 
cretos  son  los  que  suelen  darnos  resultados  mejo- 
res.  ¡Augusta  Palas  y  demás  diosas,  haced  que  así 
sea.— Yo  me  voy.  Pásalo  bien. 

BLÉPIRO. 

Igualmente,  Crémes. 

fVanse.J 


CORO. 

En  marcha,  adelante.  ¿Nos  sigue  algún  hom- 
bre?  Vuélvete  y  mira;  ten  mucho  cuidado,  porque 
hay  una  multitud  de  redomados  bribones,  que  es- 
pian  por  detrás  nuestro  talante.  Haz  al  andar  el 
mayor  ruido  posible.  Seria  para  todas  la  mayor 
vergüenza  el  ser  sorprendidas  por  los  hombres.  En- 
vuélvete  bien,  mira  á  todas  partes,  á  la  derecha,  á 
la  izquierda,  no  fracase  nuestra  empresa.  Apreté- 
mos  el  paso:  ya  estamos  cerca  del  lugar  de  donde 
partimos  para  la  asamblea;  ya  se  ve  la  casa  de 
nuestra  generala,  la  atrevida  autora  del  decreto 
aprobado  por  los  ciudadanos.  Vamos,  no  hay  que 
retrasarse  y  dar  tiempo  á  que  alguno  nos  sorprenda 
con  barbas  postizas  y  nos  denuncie.  Retiremo- 
nos  á  la  sombra,  detras  de  esa  pared,  y.  mirando 
con  precaución,  cambiémonos  de  traje  y  vistámo- 
nos con  el  ordinario.  No  hay  que  tardar.  Mirad, 
ya  viene  de  la  asamblea  nuestra  generala.  Apre- 
suraos  todas;  es  ridículo  el  tener  aún  puestas  estas 
barbas,  mucho  más  cuando  aquellas  companeras 
vuelven  ya  con  su  habitual  vestido. 


LAS  JUNTERAS. 


229 


PRAXÁGORA. 

¡Oh  mujeres !  todos  nuestros  proyectos  se  han 
visto  coronados  por  el  éxito  más  favorable.  Antes 
de  que  ningún  hombre  os  vea,  arrojad  los  mantos, 
quitaos  ese  calzado,  desatad  las  correas  lacedemo- 
nias  y  dejadlos  bastones.  Encárgate  tá  del  tocado 
de  esas  mujeres;  yo  voy  á  entrar  con  precaución 
en  casa  antes  de  que  me  vea  mi  marido,  y  á  poner 
el  manto  y  demás  prendas  en  el  sitio  de  donde  las 


cogí. 


CORO. 


Ya  están  cumplidas  todas  las  órdenes;  sólo  falta 
que  ahora  nos  digas  lo  que  debemos  hacer  para 
demostrarte  nuestra  sumisión,  pues  nunca  he  visto 
mujer  más  hábil  y  enérgica  que  tú. 

PRAXÁGORA. 

Quedaos  para  que  me  aconsejéis  sobre  el  ejerci- 
cio de  la  autoridad  de  que  acabo  de  ser  investida. 
Ya  en  medio  del  tumulto  he  tenido  ocasión  de  ob- 
servar vuestra  energía  para  los  más  arduos  ne- 
gocios. 

BLÉPIRO. 

lEh,  Praxágora!  ¿de  dónde  vienes? 

PRAXÁGORA. 

¿Qué  se  te  importa,  querido  mió? 

BLÉPIRO. 

¿Qué  se  me  importa?  ¡vaya  una  pregunta! 

PRAXÁGORA. 

Al  menos  no  dirás  que  vengo  de  los  brazos  de  un 
amante. 


230 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


231 


BLÉPIRO. 

No  de  uno  solo,  quizá. 

PRAXÁGORA. 

Puedes  averiguarlo. 

BLÉPIRO. 

¿Cómo? 

PRAXÁGORA. 

Mira  si  mi  cabeza  huele  á  perfumes. 

BLÉPIRO. 

¿Pues  qué,  los  perfumes  son  indispensables  para 
esas  cosas? 

PRAXÁGORA. 

Para  mi  si  lo  son. 

BLÉPIRO. 

¿Adonde  has  ido  tan  temprano  y  tan  callandito 
llevándote  mi  manto? 

PRAXÁGORA. 

Me  ha  enviado  á  llamar  una  de  mis  amigas,  que 
estaba  con  dolores  de  parto. 

BLÉPIRO. 

¿Y  no  podias  habérmelo  dicho   antes  de  mar- 
charte? 

PRAXÁGORA. 

Pero,  marido  mió,  ¿habia  de  dejarla  sin  asisten- 
tencia  en  una  necesidad  tan  urgente? 

BLÉPIRO. 

Bastaba  una  palabra.  Aquí  hay  gato  encerrado. 

PRAXÁGORA. 

iNo,  por  las  dos  diosas!  fui  como  e^^taba,  porque 
me  decia  que  acudiera  á  toda  prisa. 


BLÉPIRO. 

¿Y  por  qué  no  llevaste  tus  vestidos?  Lejos  de  eso 
te  apoderas  de  los  mios,  me  echas  encima  la  túni- 
ca, y  te  largas  dejándome  como  á  un  cadáver^ 
salvo  las  coronas  y  los  perfumes. 

PRAXÁGORA. 

Hacía  frió  y  yo  soy  débil  y  delicada,  y  te  cogí  el 
manto  por  llevar  más  abrigo:  además,  marido  mió, 
te  dejó  bien  calentito  bajo  las  colchas. 

BLÉPIRO. 

¿Y  los  zapatos  lacedemonios  y  el  bastón,  para 
qué  te  los  llevaste? 

PRAXÁGORA. 

Para  defender  el  manto,  cambié  mis  zapato» 
por  los  tuyos,  y  me  fui  á  imitación  tuya  pisando 
con  gran  fuerza  y  golpeando  las  piedras  con  el 
bastón. 

BLÉPIRO. 

¿Sabes  que  te  has  perdido  un  sextario  de  trigo, 
que  me  hubieran  dado  en  la  asamblea? 

PRAXÁGORA. 

No  te  apures;  ha  tenido  un  niño. 

BLÉPIRO. 

¿La  asamblea? 

PRAXÁGORA. 

No,  hombre,  la  mujer  que  me  ha  llamado.  ¿Pero 
de  veras  ha  habido  asamblea? 

BLÉPIRO. 

Sí  por  cierto;  ¿no  te  acuerdas  que  te  lo  dijeayert- 

PRAXÁGORA. 

Sí,  ahora  recuerdo. 


232 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


BLEPIRO. 

¿Sabes  lo  que  se  ha  resuelto  en  ella? 

PRAXÁGORA. 

No. 

BLÉPIRO. 

Pues,  hija  mía,  en  adelante  ya  puedes  tratarte  á 
cuerpo  de  rey.  Dicen  que  se  03  ha  encomendado  la 
república. 

PRAXÁGORA. 

¿Para  qué?  ¿para  hilar? 

BLÉPIRO. 

No,  para  administrar. . . 

PRAXÁGORA. 

¿El  qué? 

BLÉPIRO. 

Todos  los  asuntos  del  Estado. 

PRAXÁGORA. 

¡Por  Venus!  la  república  será  feliz  en  adelante. 

BLÉPIRO. 

¿Por  qué? 

PRAXÁGORA. 

Por  mil  razones.  No  se  permitirá  á  los  atrevidos 
mancharla  con  torpes  atentados,  ni  levantar  falsos 
testimonios,  ni  hacer  calumniosas  delaciones... 

BLÉPIRO. 

Dening-un  modo  hagas  eso,  por  todos  los  dioses; 
¿no  veis  que  os  vais  á  quitar  los  medios  de  vivir?  (1) 

CORO. 

Querido  mió,  deja  hablar  á  tu  mujer. 

(1)  En  Aleñas  vivían  muchos  del  producto  de  las  de- 
laciones. 


LAS  JUNTERAS. 


233 


PRAXÁGORA. 

Ni  robar,  ni  envidiar  á  los  vecinos,  ni  estar 
desnudo,  ni  ser  pobre,  ni  injuriar,  ni  tomar  pren- 
das á  los  deudores. 

CORO. 

¡Por  Neptuno!  grandes  promesas,  si  no  son  men- 
tira. 

PRAXÁGORA. 

Yo  las  realizaré;  tú  (Al  Coro)  me  harás  justicia; 
y  tú  {A  Blépiro)  tendrás  que  callar. 


CORO. 

Ahora  es  la  ocasión  de  poner  en  juego  los  recur- 
sos de  tu  ingenio,  y  de  probar  tu  amor  al  pueblo 
y  lo  que  sabes  hacer  en  favor  de  tus  amigas.  Ahora 
es  la  ocasión  de  desplegar  en  provecho  de  todos 
esa  hábil  inteligencia  que  colme  de  infinitas  pros- 
peridades la  vida  de  un  pueblo  culto,  demostrando 
su  inagotable  poder.  Ahora  es  sí  la  ocasión,  porque 
nuestra  república  necesita  de  un  plan  sabiamente 
combinado.  Pero  tengamos  cuidado  de  hacer  cosas 
nunca  hechas  ni  dichas;  porque  nuestros  hombres 
aborrecen  lo  que  están  acostumbrados  á  ver.  No 
tardes;  pon  en  seguida  manos  á  la  obra.  La  pron- 
titud es  singularmente  grata  á  los  espectadores. 

PRAXÁGORA. 

Yo  confio  en  la  bondad  de  mis  consejos;  pero 
mucho  temo  que  los  espectadores  no  quieran  acep- 
tar mis  novedades,  y  se  aferren  á  las  antiguas  y 


234 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


235 


acostumbradas  prácticas :  esto  es  lo  que  me  in- 
quieta. 

BLÉPIRO. 

No  temas  por  tus  innovaciones;  al  contrario,  el 
apetecerlas  y  aceptarlas  es  nuestro  flaco,  asi  como 
el  despreciar  lo  antiguo. 

PRAXÁGORA. 

Pues  bien,  que  nadie  me  contradiga  ni  inte- 
nimpa  antes  de  conocer  mi  sistema  y  de  haberme 
oido.  Quiero  que  todos  los  bienes  sean  comunes,  y 
que  todos  tengan  igual  parte  en  ellos  y  vivan  de 
los  mismos;  que  no  sea  este  rico  y  aquel  pobre;  que 
no  cultive  uno  un  inmenso  campo  y  otro  no  tenga 
donde  sepultar  su  cadáver;  que  no  haya  quien 
lleve  cien  esclavos,  y  quien  carezca  de  un  solo  ser- 
vicio; en  una  palabra,  establezco  una  vida  común 
é  igual  para  todos. 

BLÉPIRO. 

¿Ckimo  ha  de  ser  común? 

PRAXÁGORA.. 

comiendo  tú  estiércol  antes  que  yo  (1). 

BLÉPIRO. 

¿También  será  común  el  estiércol? 

PRAXÁGORA. 

¡No  por  cierto!  Pero  me  has  interumpido.  Iba  á 
decir  que  haré  primero  comunes  los  campos,  el 
dinero  y  las  demás  propiedades.  Y  después,  con 


f4\  fímedes  stercus  era  una  frase  análoga  á  nuestro 
4a  JXf¿mo.X,  que  se  decia  á  los  que  interrumpían 
intempestivamente. 


todo  este  acervo  de  bienes  os  alimentaremos,  admi- 
nistrándolos económica  y  cuidadosamente. 

BLÉPIRO. 

¿Y  el  que  no  posee  tierras,  sino  dinero,  dári- 
cos  (1)  y  otras  riquezas  que  no  están  á  la  vista? 

PRAXÁGORA. 

Las  aportará  al  acervo  común,  y  si  no,  será  reo 
de  perjurio. 

BLÉPIRO. 

Como  que  por  ese  medio  las  ha  ganado. 

PRAXÁGORA. 

Pero  no  le  servirán  absolutamente  de  nada. 

BLÉPIRO. 

¿Porqué? 

PRAXÁGORA. 

Porque  la  pobreza  no  obligará  á  trabajar  á  na- 
die. Todo  será  de  todos;  panes,  pescados,  pasteles, 
tánicas,  vinos,  coronas,  garbanzos.  ¿Qué  provecho 
obtendría  por  tanto  de  no  aportar  á  la  comunidad 
sus  bienes?  Dínos  tu  opinión  sobre  esto. 

BLÉPIRO. 

¿Los  que  disfrutan  de  todas  esas  cosas  no  son  los 
ladrones  más  grandea? 

PRAXÁGORA. 

Antes  sí,  amigo  mió,  bajo  el  antiguo  régimen; 
mas  ahora  que  todo  será  común,  ¿qué  provecho 
podrá  haber  en  no  traer  su  parte? 


(i)  Moneda  de  oro  que  recibió  este  nombre  por  haber 
sido  acuñada  primeramente  por  Darío.  Pasó  después  á  Gre- 
cia. Valia  veinte  dracmas  de  plata. 


S36 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


BLÉPIRO. 

Si  alguno  ve  á  una  linda  machacha  y  ce  le  an- 
toja gozar  de  sus  encantos,  con  los  bienes  reserva- 
dos podrá  hacerla  un  obsequio,  y  de  este  modo  ob- 
tener su  amor,  sin  dejar  de  percibir  su  parte  de  loa 
bienes  comunes. 

PRAXÁGOEA.. 

Es  que  lo  podrá  obtener  gratis.  Pues  yo  haré 
que  las  mujeres  sean  también  comunesy  den  hijos 
al  que  los  quiera. 

BLÉPIRO. 

¿Pero  no  ves  que  todos  se  dirigirán  á  la  más  her- 
mosa? 

PBAXÁGORA. 

Las  más  feas  é  imperfectas  estarán  junto  á  las 
más  lindas,  y  todo  el  que  solicite  á  una  de  éstas, 
deberá  antes  consumir  un  turno  con  las  primeras. 

BLÉPIRO. 

¿Pero  no  ves  que,  conforme  á  tu  sistema,  los  ya 
machuchos  estaremos  exánimes  (1)  cuando  llegue- 
mos á  las  hermosas? 

PRAXÁGORA. 

Tampoco  se  resistirán. 

BLÉPIRO. 

¿A  qué? 

PRAXÁGORA. 

Tranquilízate,  no  se  resistirán. 

BLÉPIRO. 

Pero  ¿á  qué,  te  digo? 


( l)    Nonne  deñciet  penis? 


LAS  JUNTERAS. 


237 


PRAXAGORA. 

Al  amor.  Esto  por  lo  que  á  vosotros  respecta. 

BLÉPIRO. 

En  cuanto  á  vosotras  está  muy  bien  entendido  j 
pues  habéis  tomado  todas  las  precauciones  para 
que  ninguna  carezca  de  galán  (1)  Pero,  ¿y  los  hom- 
bres? ¿Qué  haremos?  Pues  las  mujeres  rechazarán 
á  los  feos  y  se  entregarán  á  los  hermosos. 

PRAXÁGORA. 

Los  hombres  feos  acecharán  á  los  hermosos  al  sa- 
lir de  los  banquetes  y  en  los  sitios  públicos;  y  no 
se  permitirá  tampoco  á  las  mujeres  cohabitar  con 
los  buenos  mozos  sin  haber  cedido  antes  á  las  ins- 
tancias de  los  deformes  y  chiquituelos. 

BLÉPIRO. 

De  suerte  que  ahora  la  nariz  de  Lisícrates  (2) 
hará  la  competencia  á  los  más  gallardos  mancebos. 

PRAXÁGORA. 

íEso  es,  por  Apolo!  Esta  decisión  es  eminente- 
mente popular.  I  Mira  que  será  mortificación  para 
uno  de  esos  vanitontos  que  llevan  los  dedos  carga- 
dos de  sortijas,  cuando  un  viejo  calzado  con  grue- 
sos zapatones  le  diga:  «Amigo  mió,  paso  al  más 
anciano;  espera  á  que  yo  haya  concluido;  resíg- 
nate á  ser  plato  de  segunda  mesa!» 

BLÉPIRO. 

Pero  si  vivimos  de  esa  manera,  ¿cómo  podrá  cada 
cual  reconocer  á  sus  hijos? 


(4)    Ne  cujus  femincB  foramen  vacuum  sit? 

(2)    Según  el  Escoliasta  y  Suidas,  Lisícrates  era  romo. 


238 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PRAXÁGORA. 

¿Y  qué  necesidad  hay?  Los  jóvenes  creerán  que 
son  sus  padres  todas  las  personas  de  más  edad. 

BLÉPIRO. 

¿Pero  entonces,  so  color  de  inorarlo,  no  estran- 
gularán sin  ningún  empacho  á  todo  viejo  ^  (1), 
cuando  ahora  lo  hacen,  sabiendo  á  ciencia  cierta 
que  son  sus  padres. 

PR^XÁGORA. 

Los  presentes  no  lo  permitirán.  Antes  á  nadie  le 
importaba  que  apaleasen  á  los  padres  ajenos;  pero 
ahora  todo  el  mundo,  en  cuanto  oiga  que  ha  sido 
maltratado  un  anciano,  le  defenderá  en  la  duda 
de  si  será  su  propio  padre. 

BLÉPIRO. 

En  eso  no  andas  descaminada.  Pero  te  aseguro 
que  pasaría  un  mal  rato  si  Epicuro  ó  Leucólo- 
fas  (2)  se  me  acercasen  llamándome  papá. 

PRAXÁGORA. 

Peor  rato  pasarías. .. 

BLÉPIRO. 

¿Cómo? 

PRAXÁ.G0RA. 

Si  Arístilo  (3)  te  diese  un  beso  llamándote  su 
padre. 

BLÉPIRO. 

¡Pobre  de  él,  si  se  atrevía! 


(4)     Non  tune  eum  nitro  concacahunt? 

(2)  Ciudadanos  de  malas  costumbres. 

(3)  Bardaje  que  usaba  muchos  perfumes,  pero  ordi- 
narios. 


LAS  JUNTERAS. 


239 


PRAXÁGORA. 

Pero  tú  olerías  á  calamento (1).  Además,  como  ha 
nacido  antes  del  decreto,  no  tienes  que  temer  sus 
ósculos. 

BLÉPIRO. 

No  podría  aguantarlo.  ¿Pero  quién  cultivará  la 
tierra? 

PRAXÁGORA. 

Los  esclavos.  Tú  no  tendrás  más  quehacer  que 
acudir  limpio  y  perfumado  al  banquete  cuando  sea 
de  diez  pies  la  sombra  del  cuadrante  solar  (2). 

BLÉPIRO. 

¿Quién  nos  proporcionará  los  vestidos?  Quisiera 
saber  esto. 

PRAXÁGORA. 

Usad  por  de  pronto  los  que  tenéis;  después  ya  os 
haremos  otros. 

BLÉPIRO. 

Una  sola  pregunta:  Si  los  magistrados  condenan 
á  uno  á  una  multa,  ¿de  dónde  tomará  el  dinero 
para  pagarla?  No  es  justo  que  sea  del  tesoro  común. 

PRAXÁGORA. 

Pero  no  habrá  ya  procesos. 

BLÉPIRO. 

¡Cuánto  les  pesará  á  muchos! 

(4)  Especie  de  menta  de  olor  muy  fuerte  y  desagra- 
dable. ,      .  , 

(2)  Este  cuadrante  se  componía  de  una  ancha  piedra 
en  la  cual  estaba  clavada  verticalmente  una  barra  de 
hierro,  que  proyectaba  una  sombra  mayor  ó  menor,  según 
la  altura  del  sol  sobre  el  horizonte.  Como  se  ve,  este  reloj 
no  podia  ser  más  sencillo  é  imperfecto. 


240 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


Uí 


PRAXÁGORA. 

Así  lo  he  decidido.  Además,  ami^o  mió,  ¿para 
qué  habia  de  haberlos? 

BLÉPIRO. 

¡Para  mil  cosas,  por  Apolo!  En  primer  lu^r^ 
para  el  caso  de  negarse  una  deuda. 

PRAXÁGORA. 

Siendo  todos  los  bienes  comunes,  ¿de  dónde  ha- 
bla de  sacar  dinero  el  prestamista?  Sería  un  ladrón 
manifiesto. 

BLEPIRO. 

¡Muy  bien,  por  Céres!  a  otra  cosa.  Los  que  des- 
pués de  bien  bebidos  maltratan  k  los  transeúntes, 
¿con  qué  pagarán  la  indemnización  correspondien- 
te? Esto  sí  que  no  lo  resuelves. 

PRAXÁGORA. 

Con  su  ordinaria  pitanza:  con  este  castigo  de 
estómago  no  volverán  á  excederse  así  como  quiera. 

BLÉPIRO. 

¿No  habrá  ya  ladrones? 

PRAXÁGORA. 

¿Quién  ha  de  robar  siendo  comunes  los  bienes? 

BLÉPIRO. . 

¿No  despojarán  á  la  noche  á  los  transeúntes? 

PRAXÁGORA. 

No  por  cierto.  Lo  mismo  si  duermes  en  tu  casa, 
que  si  duermes  fuera  de  ella,  como  sucedía  antes, 
todo  el  mundo  tendrá  con  que  vivir.  Si  alguno 
quiere  despojar  de  sus  vestidos  á  otro,  éste  se  los 
cederá  de  buen  grado;  ¿á  qué  ha  de  oponerse?  Ya 
sabe  que  ha  de  recibir  del  Estado  otros  mejores. 


BLEPIRO. 

¿No  habrá  juegos  de  azar? 

PRAXÁGORA. 

¿Qué  se  ha  de  ganar  jugando? 

BLÉPIRO. 

¿Qué  género  de  vida  vas  á  establecer? 

PRAXÁGORA. 

ün  comunismo  perfecto.  Atenas  será  como  una 
sola  casa,  en  que  todo  pertenecerá  á  todos,  hasta  el 
punto  de  que  se  podrá  pasar  libremente  de  una  ha~ 
bitacion  á  otra. 

BLÉPIRO. 

¿Dónde  se  darán  las  comidas? 

PRAXÁGORA. 

Todos  los  pórticos  y  tribunales  se  convertirán 
en  comedores. 

BLÉPIRO. 

¿Y  la  tribuna  para  qué  servirá? 

PRAXÁGORA. 

Para  colocar  las  cráteras  y  los  cántaros  de  agua; 
un  coro  de  niños  celebrará  desde  ella  la  gloria  de  los 
valientes  y  el  oprobio  de  los  cobardes;  así,  si  hay  al- 
guno de  éstos,  se  retirará  de  la  mesa  avergonzado. 

BLÉPIRO. 

íBuenaidea,'por  Apolo!  ¿Y  dónde  colocarás  las 
urnas  de  ios  sorteos? 

PRAXÁGORA. 

Las  pondré  en  la  plaza  pública  y  junto  á  la  es- 
tatua de  Harmodio  (1);  iré  sacando  de  ellas  los 


(4)  .Estaba  en  el  centro  de  la  Agora. 

TOMO   III. 


16 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


¡¡^¡í¡^d¡b¡d^^  que  todos  se  va- 

van  contentor,  sabiendo  la  letra á  que  les  hato- 
Jado  ir  á  comer  (1);  así,  el  heraldo  f  egonará  que 
los  de  la  letra  Beta  vayan  á  comer  al  pórtico  Basí- 
lico;  los  de  la  Zeta,  al  de  Teséo,  y  los  de  la  Rapj^a, 
al  mercado  délas  harinas. 

BLE  PIRO. 

¿Para  atracarse  de  trigo'^ 
No,  para  cenar. 

BLÉPIRO. 

Y  al  que  no  le  toque  en  suerte  nin-una  letra  para 
cenar,  se  le  arrojará  de  todas  partes. 

PR\XÁG0RA. 

Eso  no   sucederá;  porque  tendremos  especial 
cuidado  en  dar  copiosamente  de  todo  á  todos;  de 
manera  que  cada  cual  se  refirará  del  banquete, 
S  con' su  corona  y  su  antorcha.  Entónces  las 
muieres  os  saldrán  al  encuentro,  cuando  volváis 
del  festin,  diciéndoos:  «Ven  acá,  tenemos  una  her- 
Isa  muchacha.»  Aquí  hay  unahennosa  y  blanca 
como  la  nieve,  os  gritará  otra  desde  un  piso  alto 
pero  antes  es  preciso  que  compartas  mi  tálamo^ 
Los  hombres  feos  seguiréis  á  los  jóvenes  gallardos 
exclamando:  «lEh,  tú!  ¿á  qué  tanta  prisa?  M 
de  conseguir  nada  por  mucho  que  corras;  la  ley 
nos  ha  concedido  á  los  feos  el  derecho  de  prela- 


LAS  JUNTERAS. 


243 


(i)  \lusion  á  la  costumbre  de  sacar  todos  los  años  por 
suerte  los  nombres  de  los  ciudadanos  que  habían  de  ejer- 
cer  la  judicatura. 


cion;  y  en  tanto  podéis  entreteneros  en  el  vestí- 
bulo, jugpando  con  las  hojas  de  higuera»  (1).  Va- 
mos, dime,  ¿no  te  agorada  este  sistema? 

BLÉPIRO. 

Muchísimo. 

PRAXÁGüRA. 

Ahora  ten^o  que  ir  á  la  plaza  á  recibir  los  bie- 
nes que  vayan  depositándose,  y  á  escoger  por  he- 
raldo una  mujer  de  buena  voz.  Es  un  deber  inelu- 
dible que  me  impone  mi  cualidad  de  jefe  y  la  ne- 
cesidad de  proveer  á  la  mesa  común,  si  he  de  da- 
ros hoy,  como  pienso,  el  primer  banquete. 

BLÉPIRO. 

¿Desde  hoy  ya? 

PRAXÁGORA. 

Sin  duda.  En  seguida  voy  á  suprimir  las  corte- 
sanas. 

BLÉPIRO. 

¿Por  qué? 

PRAXÁGORA. 

A  la  vista  está:  para  que  no  se  nos  lleven  la  flor 
de  la  juventud.  No  es  justo  que  unas  esclavas  bien 
adornadas  roben  sus  placeres  á  las  mujeres  libres. 
Cohabitarán  sólo  con  los  esclavos,  y  sólo  para  ellos 
emplearán  sus  deleites  (2) . 

BLÉPIRO. 

Anda,  yo  te  acompañaré,  para  que  me  miren 


(1)  Ohsccsno  sensu. 

(2)  Ounno  Catomcadepilato.  La  Catonace  era  el  vestido 
de  los  esclavos. 


244 


COMEDIAS  tE  ARISTÓFAXSS. 


LAS  JUNTERAS. 


245 


los  transeúntes  y  digan:  mirad  el  marido  de  nues- 
tra generala. 

( Vanse  Blépiro  y  Praxdgora.) 

(Falta  el  Coro.) 


CIUDADANO  PKMEKO. 

Voy  á  preparar  mis  enseres  para  llevarlos  i  la 
plaza,  y  &  hacer  inventario  de  toda  mi  hacienda. 
Ven  hermosa  zaranda,  tú  eres  mi  bien  más  pre- 
cioso; ven,  llena  aún  de  la  harina  de  la  cual  has 
cernido  tantos  sacos,  á  servir  de  Canéfora  (1¡  en  la 
procesión  de  mis  muebles.  ¿Dónde  está  la  porta- 
sombrilla?  (2).  Esta  olla  hará  sus  veces:  ¡qué negra 
está,  justo  cielo!  no  lo  estarla  más  si  en  ella  se  hu- 
biesen cocido  las  drogas  con  que  Lisicrates  (3)  se 
tiñe  las  canas.  Ponte  á  su  lado,  lindo  tocador;  y  tu, 
trípode,  desempeña  las  funciones  dehidriáfora  (4); 
á  tí  oh  gallo,  cuyo  canto  matinal  me  ha  desper- 
tado tantas  veces  para  ir  á  la  asamblea,  te  reservo 
el  papel  de  citarista.  Adelántate,  escacéfora  (5), 


n\    Parí  ranéforas  se  etegian  las  jóvenes  más  hermo- 
s,i  y  armejores  S.as.  Por  eso  escoge  la  zaranda,  que 

72)  %^t;a'sVe"ra"ca:S  iba  un  esclavo  con  un  q«i- 

11  £!S"e  a'r.V."í."  i'^Sanieros  do- 
mi^dliadT  Se  tenian  obligación  de  ¡te- ^^^^^^ 
Henos  de  agua  en  la  procesión  de  las  taneioras  ^uopta, 

cántaro, íP3pu, //ícar).  «««-.nn  mií»  llAvaha  una 

(5)    Dábase  este  nombre  á  la  mujer  que  üevaDa  una 

vasija  con  miel  para  los  sacrificios. 


con  el  gran  cuenco  de  la  miel  cubierto  por  entre- 
lazadas ramas  de  olivo,  y  tráete  también  los  dos 
trípodes  y  la  alcuza  (1).  Los  pucheros  y  demás  me- 
nudencias que  se  queden  ahí. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Yo  entregar  mis  bienes?  ¡Qué  insensatez!  ¡qué 
locural  Jamás  lo  haré,  por  Neptuno.  Veamos  antes 
lo  que  pasa,  y  después  meditemos  mucho  sobre  la 
tal  medida.  Pues  qué,  ¿he  de  sacrificar  sin  más  ni 
más  el  fruto  de  mis  sudores  y  economías  antes  de 
saber  á  fondo  todo  lo  que  hay?— ¡Eh,  tú!  ¿qué  sig- 
nifican esos  muebles?  ¿con  qué  objeto  los  has  saca- 
do? ¿vas  á  mudarte  de  casa,  ó  los  llevas  á  empeñar? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

No. 

CIUDADANO   SEGUNDO, 

¿Pues  para  qué  has  puesto  en  fila  todo  tu  ajuar? 
iílnvias  una  procesión  á  leron  el  pregonero? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

No,  por  Júpiter;  voy  á  depositarlo  en  la  plaza 
pública  conforme  á  la  última  ley. 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

¿A  depositarlo? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Si. 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

iPor  Júpiter  salvador,  tú  estás  loco! 


(1)    Todo  esto  recuerda  las  ceremonias  de  los  Pana- 
teneas. 


246 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS    JUNTERAS. 


247 


CIUDADANO    PRIMERO. 

¿Cómo? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Cómo?  á  la  vista  está. 

CIUDADANO    PRIMERO. 

Pues  qué  ¿no  debo  cumplir  las  leyes? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Cuáles?  ¡Desdichado! 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Las  promulgadas. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Las  promulgadas?  ¡  Qué  imbécil  eres! 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Imbécil? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Sí,  amigo;  y  el  más  tonto  de  todos  los  tontos  ha- 
bidos y  por  haber. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

¿Porque  cumplo  las  prescripciones  legales? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Pues  qué,  un  hombre  honrado  tiene  ese  deber? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Es  el  principal. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

I  Estúpido  rematado! 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Pero  tú  no  piensas  depositar  tus  bienes? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Me  guardaré  muy  bien,  antes  de  ver  la  resolu- 
ción que  adopta  la  mayoría. 


CIUDADANO    PRIMERO. 

¿Puede  ser  otra  que  la  de  llevar  al  acervo  común 
todos  los  bienes? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Cuando  lo  vea,  lo  creeré. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Por  las  calles  no  se  habla  de  otra  cosa. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Se  hablará. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Todos  dicen  que  van  á  llevar  su  parte. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Se  dirá. 

CIUDADANO    PRLMERO. 

Me  matas  con  tu  desconfianza. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Se  desconfiará. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¡Que  Júpiter  te  confundal 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Se  te  confundirá.  ¿Crees  que  todo  ciudadano  que 
tenga  un  átomo  de  juicio  ha  de  llevar  nada?  No 
estamos  acostumbrados  á  dar:  sólo  nos  gusta  reci- 
bir, en  lo  cual  imitamos  á  los  dioses.  Para  conven- 
certe, no  tienes  más  que  mirarles  á  las  manos:  sus 
imágenes,  cuando  les  pedimos  dones  y  mercedes, 
nos  alargan  las  manos  vueltas  hacia  arriba;  no  en 
actitud  de  dar,  sino  de  recibir. 

CIUDADANO    PRIMERO. 

¡Miserable!  déjame  cumplir  con  mi  deber.  ¿Dónde 
está  mi  correa? 


248 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


U9 


CIUDADANO  SEGUNDO. 

4Pero  de  veras  lo  vas  á  llevar? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Sí,  por  cierto;  mira,  ya  he  atado  este  par  de  trí- 
podes. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

iQué  locura!  ¿por  qué  no  esperas  á  ver  lo  que 
hacen  los  demás,  y  después...? 

aUDADANO   PRIMERO. 

Después,  ¿qué? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Esperar  de  nuevo  y  dar  tiempo. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿A  qué? 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

A  que  haya  un  terremoto  ó  un  relámpag-o  de 
mal  agüero,  ó  á  que  pase  una  comadreja,  y  verás, 
imbécil,  cómo  nadie  lleva  nada  al  depósito  (1). 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Tendría  gracia  que  por  estar  esperando  no  en- 
contrase dónde  depositar  mis  cosas. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

No  te  apures  por  eso,  y  sí  de  cómo  las  has  de  re- 
cuperar. Aunque  tardes  un  mes,  hallarás  sitio  de 
sobra. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

¿Cómo? 


(i)    Aprovechándose  del  pretexto  que  les  da  el  mal 
agüero. 


CIUDADANO  SEGUNDO. 

Yo  los  conozco  perfectamente.  En  seguida  dan 
un  decreto,  y  después  no  lo  cumplen. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Todos  aportarán  sus  bienes,  amigo. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Y  si  no  los  aportan? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

No  te  quepa  duda,  los  aportarán. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

iJ  si  no  los  aportan,  qué? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Les  obligaremos. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Y  si  son  más  fuertes? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Dejaré  mis  muebles  y  me  iré. 

CIUDADADO  SEGUNDO. 

¿Y  si  te  los  venden,  qué? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

íOjalá  revientes.' 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Y  si  reviento,  qué? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Harás  perfectamente. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿De  modo  que  persistes  en  llevarlos? 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Sí,  por  cierto;  pues  ya  veo  á  mis  vecinos  que  se 
disponen  á  llevar  los  suyos. 


250 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUMERAS. 


251 


CIUDADANO    SEGUNDO. 

¿Quién?  ¿Antístenes?  (1)  Prefiriria  mil  veces  el 
estarse  treinta  dias  seguidos  sentado  en  un  bacin. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

¡Vete  al  infierno! 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

y  Calimaco  (2)  el  maestro  de  coros,  ¿qué  llevará 
á  la  comunidad? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Más  que  Cálias  (3). 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¡Este  hombre  quiere  arruinarse! 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¡Maldiciente! 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

¿Maldiciente?  ¿Pues  no  estamos  viendo  todos  los 
dias  decretos  semejantes?  ¿No  te  acuerdas  de  aquel 
que  se  dio  sobre  la  sal?  (4) 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Me  acuerdo. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

¿Y  de  aquel  otro  sobre  las  monedas  de  cobre? 
¿Te  acuerdas  ? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Ya  lo  creo,  ¡como  que  me  causó  poco  perjuicio 
aquella  maldita  moneda!  Con  la  venta  de  mis  uvas 

(4)    Avaro,  que  además,  según  dice  Bothe,  durum  ca- 

cahat, 

(^1\    Era  extremadamente  pobre. 

(3     Ya  citado.  Sus  prodigalidades  le  habían  arruinado. 

(4)    Alusión  á  un  decreto  bajando  el  precio  de  la  sai, 
que  no  fué  llevado  á  efecto. 


me  había  llenado  la  boca  de  monedas  de  cobre,  y 
me  dirigí  al  mercado  á  comprar  harina:  tenía  ya 
abierto  el  saco,  para  recibirla,  cuando,  hete  aquí 
que  el  pregonero  grita:  «Nadie  4ebe  recibir  en  ade- 
lante la  moneda  de  cobre;  sólo  será  corriente  la  de 
plata»  (1).  " 

CIUDADANO  SKGUNDO. 

Y  hace  poco  ¿no  jurábamos  todos  que  el  im- 
puesto de  la  cuadragésima,  ideado  por  Eurípi- 
des (2),  proporcionaría  quinientos  talentos  al  Es- 
tado? No  había  quien  no  pusiese  en  las  nubes  al 
inventor;  pero  cuando,  vista  la  cosa  con  deteni- 
miento, se  comprendió  que  era,  como  suele  decirse: 
«laCorinto  de  Júpiter»  (3),  y  que  no  producía  nada, 
todo  el  mundo  se  desató  contra  Eurípides. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Las  circunstancias  han  variado.  Entonces  gober- 
nábamos nosotros,  y  ahora  las  mujeres. 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

|Por  Neptuno,  ya  tendré  buen  cuidado  de  que  no 
se  orinen  en  mis  barbas! 


(i)  Se  refiere  á  la  moneda  acuñada  durante  el  arcon- 
tado  de  Anligenes,  catorce  años  antes  de  representarse 
Las  Junteras.  Se  la  llamó  de  cobre,  aunque  era  de  oro, 
por  la  mucha  liga  que  en  ella  entraba.  Foresto  mismo,  sin 
duda,  se  prohibió  su  circulación  hacia  el  año  406,  con 
grave  perjuicio  de  muchos  ciudadanos. 

(2)  Este  Eurípides  era  hijo  ó  hermano  menor  del  céle- 
bre poeta.  La  contribución  de  que  habla  Aristófanes  con- 
sistía en  entregar  cada  ciudadano  al  tesoro  público  la  cua- 
dragésima parte  de  sus  bienes. 

(3)  Como  si  dijéramos:  «música  celestial.»  Sobre  el  orí- 
gen  de  la  frase  proverbial  del  texto,  véase  lo  dicho  antes. 


252 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


253 


CIUDADANO  PRIMERO. 

No  sé  qué  sandeces  dices.— Esclavo,  cárgfate  ese 
fardo. 


EL    HERALDO  (1). 

Ciudadanos,  acudid  todos,  pues  principia  á  plan- 
tearse la  nueva  ley;  presentaos  á  nuestra  g'ene- 
rala,  para  que  la  suerte  designe  el  lu^r  donde 
cada  uno  debe  comer;  ya  están  las  mesas  dispues- 
tas y  cargadas  de  manjares  exquisitos,  y  los  le- 
chos adornados  de  colchas  y  tapices;  ya  el  agua  y 
el  vino  se  mezclan  en  las  cráteras  junto  á  la  fila 
de  las  mujeres  encargadas  de  los  perfumes ;  ya  se 
asan  pescados,  se  clavan  liebres  en  los  asadores, 
se  tejen  coronas  y  se  frien  pastelillos;  las  jóvenes 
cuidan  los  puches  de  habas  que  hierven  en  las 
ollas,  y  entre  ellas  Esmeo  (2),  con  su  uniforme  de 
caballería,  friega  los  platos  de  las  mujeres;  Ge- 
ron  (3),  con  una  hermosa  túnica  y  finos  zapatos  (4), 
se  presenta  riendo  con  otro  jovencito;  ya  se  ha  des- 
prendido de  su  manto  y  grueso  calzado.  Venid,  el 
panadero  os  espera;  ejercitad  bien  vuestras  man- 
díbulas. 


(1)  Es  una  mujer. 

(2)  Bardaje  del  peor  género.  Las  palabras  que  a  él  se 
refieren  tienen  un  doble  sentido  repugnante. 

(3)  Viejo  elegante  que  quería  pasar  por  joven. 

(4)  Era  costuniDre  dejarlos  á  la  puerta  de  la  sala  del 
festín. 


CIUDADANO    SEGUNDO. 

Sí,  iré.  ¿Por  qué  me  habia  de  retrasar  cuando  la 
república  lo  manda? 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Adonde  vas  sin  haber  depositado  tus  bienes? 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

Al  banquete. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

Si  las  mujeres  tienen  un  átomo  de  juicio,  no  lo 
consentirán  antes  de  que  hagas  el  depósito. 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Ya  lo  haré. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Cuándo? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Te  aseguro  que  habrá  otros  menos  solícitos  que  yo, 

CIUDADANO  PRIMERO. 

Y  mientras  tanto,  ¿vas  á  comer? 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

¿Pues  qué  he  de  hacer?  Todo  hombre  sensato 
debe  prestar  su  apoyo  á  la  república. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Y  si  te  prohiben  entrar? 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

Bajaré  la  cabeza  y  entraré. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Y  si  te  apalean? 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

Las  citaré  á  juicio. 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿Y  si  se  rien  de  tí? 


254 


COMEDIAS    DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


255 


CIUDADANO  SEGUNDO. 

Me  apostaré  ala  puerta... 

CIUDADANO  PRIMERO. 

¿.Y  qué  harás? 

CIUDADANO   SEGUNDO. 

Y  arrebataré  al  paso  los  manjares. 

CIU<>ADANO   PRIMERO. 

Anda,  pues;  pero  detrás  de  mí.  Vosotros,  Sicon  y 
Parmenou  (1),  cargad  con  mis  enseres. 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

Vamos,  yo  te  ayudaré  4  llevarlos. 

CIUDADANO   PRIMERO. 

¿TÚ"?  de  ning-iin  modo.  Me  temo  que  ante  nues- 
tra generala  dig-as  que  son  tuyos  los  muebles  que 
yo  deposito. 

CIUDADANO  SEGUNDO. 

¡Por  Júpiter!  yo  necesito  hallar  un  medio  de 
conservar  mis  bienes  y  participar  de  la  comida 
común.— i Ah,  excelente  idea!  ¡Pronto,  pronto,  á 
comer! 

fVase,J 


(A  las  ventanas  de  dos  casas  próximas  se  asoman 

una  vieja  y  mía  joven.) 

VIEJA  PRIMERA. 

¿Cómo  no  vendrá  ningún  hombre?  Pues  ya  es 
hora  pasada.  Yo  me  estoy  aquí  llena  de  albayalde, 
vestida  de  amarillo,  cantando  entre  dientes,  lo- 


queando, y  dispuesta  á  arrojarme  en  brazos  del 
primer  transeúnte.  ¡Oh  Musas!  descended  á  mis 
labios  é  inspiradme  una  voluptuosa  canción  al 
modojonio(l). 

UNA  JOVEN. 

¿Te  has  asomado  á  la  ventana  antes  que  yo, 
vieja  podrida?  Creías ,  sin  duda,  que  estando  yo 
ausente  ibas  á  vendimiar  la  viña  abandonada  y  á 
atraer  alguno  con  las  canciones.  Sí  tú  haces  eso, 
yo  también  cantaré;  pues  aunque  álos  espectado- 
res les  parecerá  gastado  y  fastidioso  el  procedi- 
miento, no  dejarán  de  encontrarlo  algo  cómico  y 
divertido. 

VIEJA  PRIMERA. 

Habla  con  ese  carcamal  y  llévatelo.— Tú,  mí  jo- 
ven flautista,  coge  tus  instrumentos  y  toca  una 
melodía  digna  de  tí  y  de  mí.  Quien  ame  el  placer, 
debe  buscarlo  en  mis  brazos.  Las  jovencitas  care- 
cen de  la  experiencia,  dote  de  las  ya  maduras. 
Ninguna  sabe  querer  como  yo  á  mí  amigo;  á  todas 
les  gusta  volar  de  flor  en  flor. 

LA    JOVEN. 

No  hables  mal  de  las  jóvenes:  el  placer  reside  en 
su  cuerpo  delicado  y  florece  en  su  blanco  seno.  Tú, 
vejestorio,  estás  expuesta  y  embalsamada;  sólo  la 
muerte  te  llamará:  «amor  mió.» 

VIEJA  PRIMERA. 

¡Ojalá  pierdas  la  sensibilidad!  ¡Ojalá  no  encuen- 


(4)    Esclavos. 


(1)    Leseamos  de  Jonia  participaban  de  la  voluptuosi- 
dad de  sus  habitantes. 


256 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


LAS   JUNTERAS. 


257 


tres  el  lecho  cuando  quieras  entre^rte  á  un  hom- 
bre! (1)  ¡Ojalá  al  ir  á  besarle  estreches  una  víbora 
contra  tu  corazón! 

Lk  JOVEN. 

íAy!  lay!  ¿qué  haré?  No  viene  mi  amig-o:  estoy 
sola;  mi  madre  ha  salido,  y  de  las  demás  me  im- 
porta poco.  —  Nodriza  mia  (2),  llama  á  Ortág-o- 
ras  (3),  para  que  goces  de  los  derechos  de  ta  edad. 

VIEJA  PRIMERA. 

Pobrecilla,  eres  apasionada  como  una  Jonia  (4), 
y  no  me  pareces  novicia  en  los  placeres  de  Les- 
bos  (5).  Pero  no  podrás  arrebatarme  mis  placeres, 
ni  robarme  un  solo  instante  de  las  deliciosas  horas 
que  me  pertenecen. 

LA  JOVEN. 

Canta  cuanto  quieras  y  alarga  ei  hocico  por  la 
ventana  como  una  gata;  á  pesar  de  to  lo,  nadie 
entrará  en  tu  casa  antes  que  en  la  mia. 

VIEJA  PRIMERA. 

Si  entran,  será  para  llevarte  á  enterrar. 

LA   JOVEN. 

Seria  una  cosa  nueva,  vieja  podrida. 

VIEJA  PRIMERA. 

No,  por  cierto. 

LA  JOVEN. 

Claro,  fique  puede  decirse  de  nuevo  á  una  vieja? 

(i)  Las  expresiones  griegas  tienen  una  crudeza  intra- 
ducibie. 

(2)  Designa  así  irónicamente  á  la  vieja. 

(3)  Inde  signijicatur  méntula  arrecía, 

(4)  Pruris  iónico  more. 

(5)  Videris  et  Xa^jiSoa  secundum  Lesbios. 


VIEJA   PRIMERA. 

Mi  vejez  no  te  causará  perjuicio. 

LA  JOVEN. 

¿Pues  qué?  ¿tu  colorete  ó  tu  albayalde? 

VIEJA   PRLMERA. 

¿Por  qué  me  hablas'^ 

LA  JOVEN. 

¿Por  qué  miras? 

VIEJA  PRIMERA. 

¿Yo?  le  canto  á  solas  á  Epígenes,  mi  amante. 

LA  JOVEN. 

¿Tienes  más  amante  que  Géres?  (1). 

VIEJA  PRIMERA. 

El  mismo  Epígenes  te  lo  probará:  va  á  venir 
dentro  de  poco.  Míralo,  ahí  está. 

LA  JOVEN. 

Pero  no  piensa  en  tí,  vieja  bribona. 

VIEJA  PRIMERA. 

Sí,  por  cierto,  apestada. 

LA  JOVEN. 

Él  mismo  nos  lo  probará:  yo  me  retiro  de  la 
ventana. 

VIEJA  PRIMERA. 

Y  yo  también,  para  que  veas  que  no  me  en- 
gaño. 

EL  JOVEN. 

iOh,  si  pudiese  estrechar  entre  mis  brazos  á  la 
joven,  sin  sufrir  antes  las  caricias  de  la  vieja!  Esto 
es  intolerable  para  un  hombre  libre. 


(1)    Bl  viejo  antes  citado. 


TOMO  ni. 


47 


258 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES 


LAS   JUNTERAS. 


259 


VIEJA  PRIMERA. 

iPor  Júpiter!  las  sufrirás,  mal  que  te  pese.  No 
creas  que  esta  es  una  vejez  caída  en  desuso  (1).  La 
ley  ha  de  cumplirse,  pues  vivimos  bajo  un  régi- 
men democrático.  Me  retiro  para  observar  sus  mo- 
vimientos. 

EL  JOVEN. 

¡Ojalá,  oh  dioses,  encuentre  sola  á  aqueUa  linda 
muchacha!  El  vino,  que  me  enardece,  me  hace  ve- 
nir  á  buscarla. 

LA   JOVEN. 

He  eng-anado  á  la  maldita  vieja.  Se  retiró,  cre- 
yendo que  yo  me  iba  á  ester  en  casa. 

VIEJA   PRIMERA. 

Es  el  mismo,  el  mismo  de  quien  hablamos.— Ven 
acá,  dueño  mió,  ven  á  pasar  la  noche  entre  mis  bra- 
zos Los  bucles  de  tus  cabellos  me  tienen  loca  de 
amor-  una  pasión  frenética  arde  en  mi  pecho  y  me 
consume.  Oye  mis  súplicas.  Cupido,  y  haz  que 
ven^  á  compartir  mi  tálamo. 

EL   JOVEN. 

Ven  acá,  ven  acá,  baja  á  abrir  la  puerta,  si  no 
quieres  verme  morir  en  su  dintel.  ¡Oh  amada  mía! 
quiero  embriagarme  con  tus  caricias  (2)  ¡Oh  Ve- 
nus! ¿Por  qué  me  inspiras  este  frenético  deseos- 
Oye  mis  súplicas.  Cupido,  y  haz  que  venga  á  com- 
partir mi  tálamo.  ¡Qué  impotente  es  la  palabra  para 


(1)  Lit.:  «esto  no  es  del  tiempo  de  Canxena,»  que  e^ 
como  si  dijéramos  «de  cuando  el  rey  que  rabió.» 

(2)  In  tuo  sim  voló  lascmre  cum  tms  natious. 


pintar  mi  pasión!  Abre  la  puerta,  dulce  amigu: 
estréchame  entre  tus  brazos;  pon  fin  á  mi  tormen- 
to. Idoio  mió,  hija  de  Venus,  abeja  de  las  Musas, 
alumna  de  la  g'racia,  vivo  retrato  del  placer  (1), 
abre  la  puerta,  estréchame  entre  tus  brazos;  pon 
fia  á  mi  tormento. 

VIEJA   PRIMERA. 

lEh,  tú!  ¿por  qué  llamas"^  ¿me  buscas? 

EL  JOVEN. 

No. 

VIEJA  PRIMERA. 

Sin  embarg-o,  llamabas. 

EL  JOVEN. 

¡Antes  morir! 

VIEJA  PRIMERA. 

¿Por  qué  vienes  con  esa  antorcha? 

EL  JOVEN. 

Busco  á  un  hombre  de  Anaflisto  (2). 

VIEJA  PRIMERA. 

¿Cuál? 

EL  JOVEN. 

NoesSebino  (3),  á  quien  tal  vez  esperas. 

VIEJA  PRIMERA. 

iSí,  por  Venus!  quieras  ó  no. 

EL  JOVEN. 

No  entendemos  de  lo  que  cuenta  sesenta  años,  y 


(4)    Piropos  desusados. 

[V  Demo  del  Ática,  cuya  etimología  da  lugar  á  un 
equívoco  obsceno  (de  ávxcpXáív.)  (V.  Las  Ranas,  428.) 

Í3)  Equívoco  del  mismo  género  que  el  anterior.  Tov 
Scmvov,  eum quite  ineat. 


260 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


lo  dejamos  para  más  adelante;  sólo  juzg'amos  de 
lo  que  tiene  menos  de  veinte  (1). 

VIEJA   PRIMERA. 

Eso  era  bajo  el  antig-uo  régimen,  querido  mío; 
pero  ahora  es  preciso  que  nos  juzguéis  á  nosotras 
primero. 

EL  JOVEN. 

Si  quiero,  segnin  la  ley  del  jueg"0  de  damas. 

VIEJA   PRIMERA. 

Cuando  comes  no  es  la  ley  segiin  el  juego  de 
damas  (2). 

EL    JOVEN. 

No  te  entiendo;  voy  á  llamar  á  esa  puerta. 

VIEJA   PRIMERA. 

Después  de  haber  llamado  á  la  mia. 

EL   JOVEN. 

Por  ahora,  no  tengo  necesidad  de  criba. 
(La  vieja  baja  y  sale  de  la  casa,) 

VIEJA  PRIMERA. 

Sé  que  me  amas;  sólo  que  estás  asombrado  de 
verme  fuera;  vamos,  dame  un  beso. 

EL  JOVEN. 

Pero,  amiga  mia,  tengo  miedo  á  tu  amante. 

VIEJA   PRIMERA. 

¿A.  cuál? 


(\)  Alusión  á  la  lentitud  en  administrar  justicia.  La 
frase  tiene  doble  sentido. 

(2)  Quiere  decir  que  la  ley  debe  cumplirse  en  todas 
sus  partes. 


LAS   JUNTERAS. 


261 


EL  JOVEN. 

A  aquel  excelente  pintor  (1) . 

VIEJA  PRIMERA. 

¿Quién  es? 

EL  JOVEN. 

Uno  que  pinta  vasos  sobre  los  féretros.  Entra 
pronto,  no  vaya  á  verte  en  la  puerta. 

VIEJA   PRIMERA. 

Ya  sé,  ya  sé,  lo  que  tú  quieres. 

EL  JÓVEfí. 

También  se  yó  lo  que  quieres  tú. 

VIEJA  PRIMERA. 

Mas  te  juro  por  Venus,  que  me  ha  favorecido, 
que  no  te  he  de  soltar. 

EL  JOVEN. 

Chocheas,  viejecita  mia. 

VIEJA  PRIMERA. 

Y  tú  te  chanceas;  pero  tendrás  que  compartir 
mi  lecho. 

EL  JOVEN. 

¿Qué  necesidad  hay  de  comprar  ganchos  para 
sacar  los  cubos  de  los  pozos?  Con  echar  esta  vieja, 
se  conseguirá  el  mismo  objeto. 

VIEJA  PRIMERA. 

Déjate  de  burlas,  pobre  muchacho,  y  sígneme. 

EL  JOVEN. 

Ninguna  obligación  tengo,  á  no  ser  que  hayas 


(1)    Elogio  irónico.  Porque  los  pintores  del  jaez  de  los 
que  habla  eran,  como  diríamos  hoy,  de  panderetas. 


262 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


263 


pagado  ala  república  la  quiDgentésima  (1)  de  tus 
años. 

VIEJA  PRIMERA. 

Por  Venus,  sigúeme:  á  mí  nada  me  complace 
tanto  como  el  amor  de  los  muchachos  detu  edaa. 

EL    JOVEN. 

Pues  á  mí  nada  me  desagrada  tanto  como  el 
amor  de  tus  coetáneas;  jamás  podré  quererlas. 

VIEJA  PRIMERA. 

¡Por  Júpiter!  esto  te  obligará. 

EL  JOVEN. 

¿Qué  es  eso?  * 

VIEJA   PRIMERA. 

Un  decreto  con  arreglo  al  cual  tienes  que  en* 
trar  en  mi  casa. 

EL  JOVEN. 

Dílo  y  veamos. 

VIEJA  PRIMERA. 

Escucha:  «Han  resuelto  las  mujeres  que  cuando 
un  joven  ame  á  una  doncella  no  podrá  gozar  de 
BUS  favores  sin  haber  otorgado  previamente  loe 
suyos  auna  anciana:  si  atento  sólo  á  supasion;por 
la  joven  se  negase  á  cumplimentar  el  precitado  re- 
quisito, las  mujeres  de  avanzada  edad  tendrán  de- 
recho á  prenderle  y  á  arrastrarle  impunemente  por 
donde  más  lo  sienta»  (2). 


(i)    Parece  que  este  impuesto   lo  pagaban  los  amos 
respecto  al  valor  de  sus  esclavos.  j 

(2)    Méntula  prehenswm.  ^ 


EL  JOVEN. 

¡  Ay  de  mí!  voy  á  ser  un  nuevo  Procusto  (1). 

VIEJA  PRIMERA. 

Es  necesario  obedecer  nuestras  leyes. 

EL  JOVEN. 

¿Y  si  alguno  de  mis  amigos  ó  conciudadanos  vi- 
niese á  rescatarme? 

VIEJA   PRIMERA. 

Ningún  hombre  puede  disponer  de  cosa  alguna 
cuyo  valor  exceda  al  de  una  medimna. 

EL   JOVEN. 

^.No  puedo  oponerme? 

VIEJA  PRIMERA. 

Todos  los  rodeos  están  prohibidos. 

EL   JOVEN. 

Alegaré  que  soy  comerciante  (2). 

VIEJA  PRIMERA. 

Y  yo  haré  que  te  arrepientas  de  haberlo  alegado. 

EL   JOVEN. 

¿Qué  debo  hacer? 

VIEJA  PRIMERA. 

Entrar  en  mi  casa. 

EL  JOVEN. 

¿Indispensablemente? 

VIEJA  PRIMERA. 

Como  si  Diomédes  (3)  lo  ordenase. 


(i)    Los  comerciantes  estaban  exentos  del  servicio  mi- 

litar 
(2)    Célebre  bandido.  (V.  Plutarco,  Vida  de  TeseoJ 
h)    Bandido  de  Tracia,  en  los  tiempos  heroicos,  que 

obligaba  á  los  viajeros  á  compartir  el  tálamo  con  sus  m- 


*-i' 


264 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES, 


EL   JOVEN. 

Pues  bien,  extiende  una  capa  de  orégano  sobre 
cuatro  ramas;  cíñete  de  bandas  la  cabeza,  y  co- 
loca junto  á  tí  los  vasos  de  perfumes,  y  en  la 
puerta  el  cántaro  de  ag^ua  lustral  (I). 

VIEJA   PRIMERA. 

También  me  comprarás  una  corona. 

EL    JOVEN. 

iSí,  por  Júpiter!  con  tal  que  sea  de  cirios  (2), 
pues  creo  que  espirarás  en  cuanto  entres  en  tu 
casa. 


LA  JOVEN. 

¿Adonde  arrastras  á  ese  joven? 

VIEJA  PRIMERA. 

A  mi  casa;  porque  es  mío. 

LA  JOVEN. 

Es  una  locura.  Es  demasiado  joven  para  tí;  me- 
jor puedes  ser  su  madre  que  su  esposa  Con  ese 
sistema  vais  á  llenar  el  mundo  de  Edipos  (3). 

VIEJA  PRIMERA. 

OaUa,  sierpe.  La  envidia  te  hace  hablar  así;  pero 
la  has  de  pagíir. 


^EéTciÉes  ^^°^  ^^  ^^^  devorados  por  sus  caballos.  Lo  mató 
(4)    Aparato  con  que  se  exponían  los  cadáveres   El 

(|)    Se  hacían  con  juncos  recubiertos  de  cera. 

[d)    Que  se  casó  con  su  madre  Yocasta,  sin  conocerla. 


LAS   JUNTERAS. 


265 


LA    JOVEN. 

¡Por  Júpiter  salvador!  ¡qué  g'ran  servicio  me 
has  prestado  librándome  de  esa  vieja.  ¡Esta  noche 
te  probaré  mi  ardiente  gratitud  (1). 


VIEJA  SEGUNDA. 

íEh,  eh!  ¿adonde  te  llevas  á  ese?  Segnin  la  ley, 
mi  derecho  á  sus  abrazos  es  preferente. 

EL   JOVEN. 

lOh  desdichal  ¿De  dónde  sales,  vieja  condenada? 
Esta  es  mil  veces  peor  que  la  primera. 

VIEJA  SEGUNDA. 

Ven  acá. 

EL  JOVEN.  fA  la  joven.) 
¡Por  todos  los  dioses!  no  dejes  que  esa  vieja  me 
obligrue  á  segruirla. 

VIEJA  SEGUNDA. 

La  ley  te  obliga,  yo  no. 

EL  JOVEN. 

Di  más  bien  una  Empusa  (2)  con  todo  el  cuerpo 
plagado  de  úlceras  hediondas. 

VIEJA    SEGUNDA. 

Sigúeme,  corazoncito  mió,  y  déjate  de  charla. 

EL  JOVEN. 

Déjame  ir  á  hacer  una  necesidad,  para  que 
pueda  recobrarme  un  poco;  si  no,  el  miedo  me 
obligará  á  pintar  de  rojo  el  dintel  de  esa  puerta. 


(1)  Gh'atiam  tibi  magnam  et  crassam  referam. 

(2)  Fantasma  infernal.  (V.  Las  Ranas,  294.) 


56(í 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


267 


VIEJA    SEGUNDA. 

Ven,  no  temas;  en  casa  lo  harás  (1). 

EL  JOVEN. 

¡Ob!  temo  hacer  más  de  lo  que  quiero;  déjame,  te 
daré  dos  buenos  fiadores. 

VIEJA  SEGUNDA. 

No  los  admito. 


VIEJA  TERCERA. 

¡Eb  tú!  ¿adonde  vas  con  esa  vieja? 

EL    JOVEN. 

No  voy,  me  llevan.  Quienquiera  que  seas,  ojalá 
te  colme  el  cielo  de  bendiciones,  por  venir  á  ayu- 
darme en  este  apuro  (2).  ¡Ob  Hércules!  job  Panes! 
¡ob  Coribantes!  ¡oh  Dióscuros!  ese  monstruo  es  in- 
finitamente más  horrible.  ¿Pero  qué  es,  Júpiter  po- 
deroso? ¿Es  una  mona  rebozada  en  albayalde,  ó  el 
espectro  de  una  vieja  vuelta  de  los  infiernos? 

VIEJA   TERCERA. 

No  te  burles,  y  sigúeme  por  aquí. 

VIEJA  SEGUNDA. 

No,  por  aquí. 

VIEJA    TERCERA. 

Nunca  te  soltaré. 

VIEJA    SEGUNDA. 

Yo  tampoco. 


(1)  Cacabis. 

(2)  Al  decir  esto,  vuelve  la  cabeza  y  ve  á  una  tercera 
vieja  más  horrible  que  las  dos  primeras. 


EL   JOVEN. 

Mq  vais  á  descuartizar,  viejas  malditas. 

VIEJA  SEGUNDA. 

La  ley  manda  que  me  sigas. 

VIEJA  TERCERA. 

Como  no  se  presente  otra  vieja  más  fea. 

EL   JOVEN. 

Pero  si  me  matáis  así,  ?.cómo  he  de  poder  acer- 
carme &  aquella  hermosa? 

VIEJA   TERCERA. 

Arréglatelas  como  puedas;  por  de  pronto  obe- 
déceme. 

EL   JOVEN. 

¿Con  cuál  de  vosotras  debo  cumplir  primero? 

VIEJA  SEGUNDA. 

¿No  lo  sabes?  Ven  conmigo. 

EL  JOVEN. 

Pues  que  me  suelte  esta  otra. 

VIEJA  TERCERA. 

No,  ven  conmigo. . 

EL  JOVEN. 

Iré,  si  ésta  me  suelta. 

VIEJA    SEGUNDA. 

Pues  yo  no  te  suelto. 

VIEJA  TERCERA. 

Ni  yo. 

EL  JOVEN. 

Sois  muy  malas  barqueras. 

VIEJA  SEGUNDA. 

¿Por  qué? 


^s 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LAS  JUNTERAS. 


269 


EL  JOVEN. 

Porque  haréis  pudazos  á  los  pasajeros  tirando  á 
un  lado  y  á  otro. 

VIEJA  SEGUNDA. 

Galla,  y  ven  por  aquí. 

VIEJA  TERCERA. 

No,  por  aquí. 

EL  JOVEN. 

Estamos  en  el  caso  del  decreto  de  Cannónos  (1), 
pues  teiig-o  que  partirme  en  dos  para  daros  gusto. 
¿Pero  cómo  he  de  poder  manejar  dos  remos  á  un 
mismo  tiempo? 

VIEJA    SEGUNDA. 

Muy  fácilmente,  comiéndote  un  puchero  de  ce- 
bollas (2). 

EL  JOVEN. 

jAy  de  mí!  iya  estoy  junto  á  la  puerta! 

VIEJA  TERCERA.  fA  la  Vieja  segunda,) 
Nada  conseguirás,  porque  entraré  contigo. 

EL  JOVEN. 

No,  por  todos  loa  dioses :  mejor  es  un  mal 
que  dos. 

VIEJA  TERCERA. 

Por  Hécate,  quieras  ó  no,  así  ha  de  ser. 

.     EL  JOVEN. 

iNegro  infortuniol  ¡Permanecer  todo  el  día  y 
toda  la  noche  en  brazos  de  una  vieja  hedionda,  y 


(1)  Este  decreto  mandaba  que  cuando  hubiera  varias 
personas  acusadas  del  mismo  crimen,  se  formase  pieza  se- 
parada de  lo  relativo  á  cada  una  de  ellas. 

(2)  Como  afrodisiaco. 


para  fin  de  fiesta  caer  de  nuevo  entre  los  de  esa 
rana  cuyas  mejillas  parecen  dos  alcuzas  (1).  ¿Hay 
desgracia  como  la  mia?  Sin  duda  nací  con  mal 
sino,  pues  tengo  que  nadar  entre  estos  monstruos. 
Si  algún  mal  me  sucede  al  navegar  sobre  estas  fé- 
.tidas  letrinas,  acordaos  de  sepultarme  bajo  el 
mismo  dintel  de  la  puerta;  y  á  la  que  me  sobreviva 
untadle  todo  el  cuerpo  de  hirviente  pez.  Cubridla 
hasta  el  tobillo  de  fundido  plomo,  y  colocadla  so- 
bre mi  tumba,  á  guisa  de  lámpara  funeraria  (2). 


UNA  CRIADA  (3).  ^ 

¡Qué  felicidad  la  del  pueblo  ateniense!  ¡Qué  feli- 
cidad la-mia!  ¡y  sobre  todo  qué  felicidad  la  de  mi 

señora! 

¡Felices  todos  vosotros,  vecinos  y  conciudadanos, 
y  cuantos  estáis  á  nuestras  puertas;  y  feliz  con 
ellos  yo,  simple  sirvienta,  que  he  llenado  mi  ca- 
bellera de  perfumes!  ¡Y  qué  exquisitos,  Júpiter 
soberano!  Pero  el  perfume  de  las  ánforas  llenas  de 
vino  de  Tásos  es  más  exquisito  todavía;  este  aroma 
se  conserva  largo  tiempo,  los  otros  se  desvanecen 
en  seguida.  ^Sí,  excelsos  dioses,  el  perfume  de  las 
ánforas  es  mil  y  mil  veces  preferible!  ¡Echadme 
vino!  Echadme;  pues  alegra  toda  la  noche  á  la 


(i)    El  X^>cueo>  del  texto,  solia  estar  pintado  de  negro 
sobre  fondo  rojo. 

(2)  Hay  en  esta  lamentación  del  joven  muchas  pala- 
bras de  doble  sentido. 

(3)  Saliendo  del  festin. 


«70 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


LAS   JUNTERAS. 


271 


que  ha  sabido  eleg-irlo.— Pero,  amibas,  decidme 
dónde  está  mi  dueño,  el  marido  de  mi  señora. 

COBO. 

Si  te  quedas  ahí,  me  parece  que  lo  encontrarás. 

LA   CKIADA. 

Tenéis  razón;  ya  viene  á  cenar.  ¡Oh  dueño  miol 
íHombre  feliz!  ¡Hombre  mil  veces  feliz! 

EL  DÜBÑO. 

¿Yo? 

LA  CRIADA. 

Sí,  tú,  y  más  feliz  que  ning'uno,  por  Júpiter. 
¿Puede  haber  nadie  más  dichoso  que  tú,  que  en  una 
población  de  más  de  treinta  mil  ciudadanos  eres  el 
único  que  no  ha  cenado. 

CORO.  . 

Es  verderamente  un  hombre  feliz  . 

LA  CRIADA. 

¿Adonde,  adonde  vas? 

EL   DUEÑO. 

A  cenar. 

LA  CRIADA. 

Serás  el  último,  por  Venus.  Sin  embargo,  mi 
señora  me  ha  dicho  que  te  lleve,  y  contigo  á  esas 
muchachas.  Aun  queda  mucho  vino  de  Quíosy  otras 
mil  cosas  buenas.— ¡Ea,  no  tardemos!  Los  especta- 
dores que  nos  favorecen,  y  los  jueces  imparciales, 
pueden  venir  también:  les  daremos  de  todo.  Asi, 
pues,  di  generosamente  á  todo  el  mundo,  sin  omi- 
tir á  nadie,  invitando  á  viejos,  jóvenes  y  niños, 
que  tendrán  cena  dispuesta  para  todos...  si  van  á 
sus  casas. 


CORO. 

Corro  al  festín,  llevando  mi  antorcha  con  gra- 
cia. ¿Qué  esperas  tú^  ¿Por  qué  no  vienes  con  esas 
muchachas?  Mientras  bajas  con  ellas,  yo  entonaré 
un  canto  á  propósito  para  abrir  el  apetito.  Pero 
antes  quiero  dar  al  jurado  un  pequeño  consejo.  Que 
los  sabios  me  juzguen  por  lo  que  en  esta  comedia 
hay  de  sabio,  y  los  que  gusten  de  chistes  por  los 
muchos  chistes  que  en  ella  he  derramado.  Así,  si 
no  me  engaño,  me  someto  al  parecer  de  todos.  No 
me  perjudique  el  haberme  tocado  en  suerte  ser 
el  primero  (1);  no  lo  olvidéis;  y  fieles  á  vuestro 
juramento,  juzgad  siempre  con  rectitud  á  los  co- 
ros; no  seáis  como  esas  viles  cortesanas  que  sólo 
se  acuerdan  de  lo  último  que  han  recibido. 

SEMI -CORO. 

i  Ya  es  hora,  amigas  mias!  Ya  es  hora,  si  quere- 
mos concluir,  de  dirigirnos  al  banquete  danzando. 
Partid  y  ajustad  vuestros  pasos  al  ritmo  cretense. 

SEMI-CORO. 

Así  lo  hago. 

CORO. 

Marchad  vosotras,  ligera  y  acompasadamente. 
Pronto  se  van  á  servir  ostras,  cecina,  rayas,  lam- 
preas, pedazos  de  sesos  en  salsa  picante,  silfio, 
puerros  empapados  en  miel,  tordos,  mirlos,  palo- 
minos torcaces,  palomas,  crestas  de  galio  asadas, 


(1)  Como  cada  dia  se  representaban  varias  piezas,  se 
sorteaba  el  orden  en  que  habla  de  verificarse.  Era  venta- 
joso ser  de  los  últimos,  porque  la  impresión  era  más  viva, 
como  más  reciente. 


k 


272 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


chochas,  pichones,  liebres  cocidas  en  arrope,  y 
sustancia  de  alones  (1).  Ya  lo  sabéis;  pronto,  ami- 
gas mias,  cog'ed  un  plato,  y  en  se^ida  un  vaso, 
y  á  comer. 

SE  MI-CORO. 

Las  otras  devoran  ya. 

CORO. 

iSaltemos!  ¡bailemos!  jEa!  ¡ea!  jAl  festín!  lEa! 
lea!  ¡victoria!  ¡victoria! 


(i)  Esta  enumeración  de  manjares  constituye  en  el 
original  un  enorme  vocablo  de  setenta  y  cuatro  sílabas, 
que  puede  dar  una  idea  de  la  maravillosa  flexibilidad  del 
griego  para  formar  palabras  compuestas.  Voss  lo  tradujo 
al  alemán  en  otro  de  setenta  y  nueve,  cuya  pronunciabi- 
lidad,  si  así  puede  decirse,  nos  parece  dudosa.  Por  lo  de- 
mas,  el  pasaje  de  Aristófanes  es  una  parodia  áe\  Banquete 
de  Filóxeno  de  Citera,  poeta  lírico  de  alguna  fama  por 
aquel  entonces. 


■ 


í 


PLUTO. 


I 


FIN  DE  LAS  JUNTERAS. 


r-. 


TOMO  m. 


i$ 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


Después  de  haber  combatido  en  Las  Junteras  los 
absurdos  de  ciertas  teorías  comunistas,  vuelve 
Aristófanes  en  el  Pluto  á  tratar  por  medio  de  una 
ingeniosa  aleg-oría  la  gran  cuestión  del  pauperis- 
mo y  de  la  desigual  ó  injusta  distribución  de  las 
riquezas. 

Pluto,  el  dios  del  oro,  está  ciego  y  distribuye 
sus  bienes  al  azar,  enriqueciendo  á  todos  los  bri- 
bones é  intrigantes,  y  dejando  en  la  miseria  á  los 
hombres  virtuosos  y  trabajadores.  Cremilo,  hon- 
rado labrador,  le  encuentra  en  tan  lastimoso  es- 
tado, y,  obedeciendo  á  un  oráculo  de  Apolo,  trata 
de  devolverle  la  vista  venciendo  la  resistencia  del 
dios,  á  quien  tiene  atemorizado  una  amenaza  de 
Júpiter.  Después  de  sostener  Cremilo  una  violenta 
discusión  con  la  Pobreza,  en  que  ésta  se  presenta 
<5omo  la  causa  de  todos  los  bienes  y  la  fuente  de 
toda  felicidad,  lleva  á  Pluto  al  templo  de  Escula- 
pio, donde  recobra  la  vista.  Una  multitud  inmensa 


276 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


se  agolpa  en  derredor  del  dios,  deseosa  de  conse- 
guir sus  favores,  pero  él  los  reserva  para  los  hom- 
bres de  bien,  hasta  entonces  desdeñados.  Un  dela- 
tor, una  vieja  verde,  Mercurio  y  el  sacerdote  de 
Júpiter  aparecen  sucesivamente  lamentando  la  si- 
tuación á  que  les  ha  reducido  la  curación  de  Pluto, 
y  la  comedia  acaba  con  una  procesión  para  insta- 
lar al  dios  en  su  antiguo  puesto,  detrás  del  templo 

de  Minerva. 

Aunque  velado  por  la  multitud  de  sofismas,  ale- 
gorías ,  narraciones  burlescas,  alusiones  satíricas 
y  discusiones  y  chistosos  incidentes  que  constitu- 
yen la  trama  de  esta  comedia,  se  ve  que  el  remedio 
eficaz,  en  concepto  de  Aristófanes,  para  la  pobreza 
pública  no  era  el  dejar  á  todos  los  ciudadanos  en 
una  holgazanería  llena  de  abundancia,  ideal  de 
los  pueblos  antiguos,  sino  el  trabajo,  condición  ne- 
cesaria de  nuestra  naturaleza  y  cuya  conveniente 
utiüdad  sostiene  la  Pobreza  para  llegar  al  qnod  sa- 
tis est  y  á  la  áurea  tmdiocrUas,  que  constituyen 
nuestra  felicidad  relativa,  demostrando  que  el  oro 
por  sí  mismo  no  constituye  la  riqueza. 

Lo  que  más  llama  la  atención  en  el  PMo  y  le 
distingue  de  las  otras  comedias  de  Aristófanes,  es 
su  lenguaje  comedido  y  casi  limpio  de  las  obsce- 
nidades y  bufonadas  que  afean  el  de  otras  piezas; 
la  sátira  es  además  mucho  menos  cáustica  y  mor- 
dad,  y  el  sangriento  sarcasmo  está  sustituido  casi 
siempre  por  una  agradable  ironía.  El  coro  desem- 
peña un  papel  monos  importante,  y  las  alusiones 
personales  escasean:  falta  además  la  Parábasis,  ca- 


NOTICIA  PRELIMINAR. 


277 


racterística,  como  hemos  visto,  de  la  comedia  an- 
tigua, por  lo  cual  muchos  escritores  consideran  el 
Pluto  como  perteneciente  á  la  llamada  media.  Por 
esto  mismo,  hallándose  desprovista  del  interés  po- 
lítico, el  poeta  pu3o  sin  duda  mayor  cuidado  en  el 
desarrollo  de  su  plan,  desenvolviéndolo  con  un  arte 
parecido  al  de  Las  Nubes,  y  embelleciéndole  con 
chistes  espirituales  y  de  buen  gusto. 

El  PliUo  se  representó  en  dos  épocas  distintas: 
la  primera  vez  en  el  año  408  ó  el  409  antes  de  Je- 
sucristo; y  la  segunda  en  390,  aunque  entonces 
con  el  nombre  de  Araros,  hijo  de  nuestro  poeta. 

La  edición  que  hasta  nosotros  ha  llegado  no  es, 
según  todas  las  apariencias,  ni  la  primera  ni  la  se- 
gunda, sino  una  refundición  de  ambas,  hecha  quizá 
por  algún  gramático,  tomando  trozos  de  una  y 
otra.  Pues  la  falta  de  Parábasis  y  diferentes  alu- 
siones á  sucesos  políticos  posteriores  al  409  de- 
muestran que  no  puede  ser  la  representada  en  esta 
fecha,  al  paso  que  aquellos  pasajes  en  que  se  ataca 
personalmente  á  varios  ciudadanos  infiuyentes  no 
pertenecen  á  la  de  390,  en  cuya  época  los  Treinta 
hablan  prohibido  á  los  cómicos  el  satirizar  á  nadie 
por  su  nombre. 


PERSONAJES. 


Carion. 

Crjemilo. 

Plüto. 

Coro  de  Labradores. 

Blepsidemo. 

La  Pobreza. 

La  mujer  de  Cremilo. 


Un  hombre  honrado. 

Un  Delator. 

Una  Vieja. 

Un  Joven. 

Mercurio. 

Un  Sacerdote  de  Júpiter. 


(La  acción  pasa  delaate  de  la  casa  de  Cremilo.) 


PLUTO. 


CARION. 

¿Oh  Júpiter!  ¡Oh  dioses!  ¡qué  terrible  cosa  es  ser- 
vir á  uu  amo  demente!  Si  el  esclavo  dalos  mejores 
consejos  y  al  dueño  no  se  le  antoja  seg^uirlos,  no 
por  eso  deja  de  participar  de  su  desgracia.  Porque 
la  fortuna  no  nos  permite  disponer  de  este  cuerpo 
que  es  nuestro  y  muy  nuestro,  y  se  lo  da  al  que  lo 
ha  comprado.  ¡Asi  anda  el  mundo!  Teng-o  que  di- 
ri^r  á  Apolo,  al  dios  cuya  pitonisa  profetiza  desde 
el  áureo  trípode,  una  justa  acusación:  siendo  mé- 
dico y  hábil  adivino,  seg-un  se  asegura,  ha  dejado 
salir  de  su  templo  á  mi  amo  loco,  obstinado  en  se- 
guir á  un  cieg-o  y  empeñado  en  oponerse  al  buen 
sentido,  según  el  cual  quien  tiene  buenos  ojos 
debe  guiar  al  que  carece  de  ellos;  pero  á  mi  señor 
no  hay  medio  de  hacérselo  comprender,  y  se  va 
detrás  del  ciego,  y  por  añadidura  me  obliga  á  ir 
también,  sin  responder  á  mispreguntas.  No,  dueño 
mió,  yo  no  puedo  callar  si  no  me  dices  por  qué  se- 


282 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


gruimos  á  ese  hombre;  te  atormentaré,  ya  que  gra- 
cias á  mi  corona  (1)  no  puedes  castigarme. 

CREMILO. 

Pero  si  me  fastidias  mucho,  te  quitaré  la  corona 
y  te  sacudiré  de  lo  lindo. 

CARION. 

¡Como  si  callarasI'No  pienso  dejarte  en  paz  hasta 
que  me  dig^s  quién  es  ese.  Ten  presente  que  te  lo 
preg-unto  por  tu  propio  interés. 

CREMILO. 

Bueno,  no  te  lo  ocultaré,  aunque  sólo  sea  porque 
eres  el  más  fiel  y  el  más  ladrón  de  mis  criados  (2). 
To,  siendo  piadoso  y  justo,  era  pobre  y  desgra- 
ciado. 

CARION. 

Losé. 

CREMILO, 

Y  otros,  sacrileg'os,  oradores,  delatores  (3)  y  mal- 
vados, se  enriquecían. 


(1)  Los  que  volvían,  como  Carion,  de  consultar  el 
oráculo  de  Apolo  en  Délfos  traían  una  corona  de  laurel, 
que  les  daba  una  especie  de  inviolabilidad. 

(2)  Contraste  chistoso. 

(3)  Sicofantas.  Sobre  el  origen  de  este  nombre,  que  se- 
gún su  etimología  quiere  decir  denunciadores  de  higos 
(<Tüx?¡,  higo,  cpaívcü,  denunciar),  se  dan  distintas  explicacio- 
nes. Plutarco /"  Fiúía  í/(?  Solón),  supone  que  una  antigua 
ley  prohibía  la  exportación  de  higos,  y  á  los  que  delataban 
á  ios  contraventores  se  les  llamaba  sicofantas,  habiéndose 
después  generalizado  esta  denominación  á  cualquier  de- 
nunciador. El  Escoliasta  de  Aristófanes  (Piulo,  31)  dice 
que  en  tiempo  de  hambre  ésta  obligó  á  algunos  á  robar  el 
fruto  de  las  higueras  consagradas  á  los  dioses,  concitán- 
dose la  ira  de  éstos  y  siendo  denunciados  los  sacrilegos. 


PLUTO. 


283 


CARION. 

Lo  creo. 

CREMILO. 

En  vista  de  esto  ful  á  consultar  al  dios,  no  por 
mí,  que  ^eo  ya  agotarse  mi  triste  vida,  sino  por 
mi  único  hijo,  si  convendría  que,  cambiando  de 
conducta,  se  hiciese  canalla,  injusto  y  malvado, 
puesto  que  éste  parece  ser  el  camino  de  la  fortuna. 

CARTÓN. 

¿Y  qué  ha  respondido  Apolo  en  medio  de  sus  co- 
ronas"^ 

CREMILO. 

Vas  á  saberlo.  En  términos  claros  y  precisos  me 
mandó  seguir  al  primero  que  me  encontrase  al  sa- 
lir del  templo,  y  que  no  me  separase  de  él  hasta 
llevarlo  á  mi  casa. 

CARION. 

¿Quién  fué  el  primero  que  encontraste? 

CREMILO. 

Ese. 

CARION. 

¡Imbécil!  ¿no  has  comprendido  el  espíritu  del 
oráculo  que  te  ordena  educar  á  tu  hijo  á  la  usanza 
del  país? 

CREMILO. 

¿De  qué  lo  infieres? 

CARION. 

Está  claro,  hasta  para  un  ciego,  que  hoy  dia  lo 


Ya  hemos  visto  en  otra  ocasión  que  muchas  gentes  no  vi- 
vían en  Atenas  de  otra  cosa  que  del  producto  de  sus  de- 
nuncias contra  malos  é  inocentes. 


284 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLVTO. 


285 


más  provechoso  es  prescindir  de  todo  honrado 
pensamiento. 

CREMILO. 

No  puede  ser  ese  el  espíritu  del  oráculo,  sino  otro 
más  noble  y  elevado.  Si  ese  hombre  nos  dijera 
quién  es  y  por  qué  ha  venido,  quizá  pudiéramos 
comprender  el  sentido  misterioso  del  oráculo  en 
cuestión. 

CARION,   fA  Pinto.) 

íElí,  tú!  dínos  quién  eres,  antes  de  que  el  efecto 
sig-a  á  la  amena/a.  ¡Vamos,  pronto,  prontol 

PLUTO. 

iVéte  al  infierno! 

CARION. 

¿Has  oído  cómo  te  dice  quién  es? 

CREMILO. 

Eso  va  contig'o  y  no  conmigo,  porque  le  pre- 
guntas de  un  modo  g-rosero  y  brutal. — Amigo  mió, 
si  te  agrada  la  conversación  de  los  hombres  honra- 
dos, respóndeme. 

PLUTO. 

¡Ahórcate! 

CaRION. 

I  Va  ya  un  hombre  y  un  agüero  que  te  envia  el 
diosl 

CREMILO.  (A  Piulo  O 
¡Por  Oéres,  no  has  de  seguir  burlándote! 

CARION. 

Si  no  declaras  tu  nombre,  te  hago  añicos. 

PLÜTO. 

Amigos,  dejadme  en  paz. 


CREMILO. 

Nunca, 

CARION. 

No  hay  medio  mejor,  dueño  mío;  voy  á  matar  á 
ese  tunante.  Lo  llevaré  al  borde  de  un  abismo,  y 
lo  abandonaré  allí,  para  que  se  precipite  y  se  rompa 
la  cabeza. 

CREÓLO. 

Llévatelo  cuanto  antes.     . 

PLUTO. 

¡No!  ¡no! 

CREMILO. 

¿Responderás? 

PLUTO. 

Pero  cuando  os  diga  quién  soy,  sé  muy  bien  que 
me  maltrataréis;  no  me  dejaréis  marchar. 

CREMILO. 

iPor  los  dioses!  en  cuanto  quieras. 

PLUTO. 

Principiad  por  soltarme. 

CREMILO. 

Ya  estás  suelto. 

PLUTO. 

Oid,  pues,  ya  que  es  preciso  revelaros  lo  que  ha- 
bla resuelto  ocultar.— Yo  soy  Pluto  (1). 

CREMILO. 

¡Grandísimo  bribón!  ¿Eres  Pluto  y  lo  callabas? 

CARION. 

¡TÚ  Pluto  en  tan  miserable  estadol 


(1)    Dios  de  las  riquezas. 


286 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CRBMILO. 

¡Oh  Apolo!  íOh  dioses!  ¡Oh  genios!  ¡Oh  Júpiter! 
¿Qué  dices?  ¿Es  verdad  que  eres  tú? 

PLÜTO. 

Sí. 

CBEMILO. 

¿El  mismo? 

PLUTO. 

El  mismísimo  (1). 

CREMTLO. 

¿Pero  de  dónde  vienes  tan  puerco? 

PLüTO. 

De  casa  de  Patroclo  (2),  que  no  se  ha  lavado  (3) 
en  toda  su  vida. 

CREMILO. 

¿Y  tu  enfermedad  de  dónde  procede?  Responde. 

PLUTO. 

Me  la  ha  producido  Júpiter,  por  odio  á  los  hom- 
bres. Yo,  desde  jovencito,  le  habia  amenazado  con 
visitar  solamente  la  casa  de  las  personas  justas, 
sabias  y  modestas,  y  él  me  dejó  cieg-o  para  que  no 
las  conociese.  ¡Tanto  detesta  á  las  gentes  hon- 
radas! 


(1)  A'JxóxaTo;,  lo  niismo  que  Plauto  ipsissimus  (Tri- 
nummus,  iv,  2.146). 

(2)  Ateniense  muy  rico,  pero  tan  misepable,  que  la 
frase  «más  avaro  que  Patroclo»  se  hizo  proverbial.  Para 
evitar  gastos  imitaba  á  los  Lacedemonios,  comiendo  muy 
frugalmente,  dejándose  crecer  barba  y  cabellos,  y  abste- 
niéndose de  bañarse. 

(3)  Los  Atenienses  se  lavaban  muy  á  menudo  las  ma- 
nos y  todo  el  cuerpo. 


PLUTO. 


287 


CREMILO. 

Pues  la  verdad  es  que  sólo  los  hombres  buenos 
y  justos  le  reverencian. 

PLUTO. 

Tienes  razón. 

CREMILO. 

Y  díme,  ¿si  recobrases  de  la  vista  huirlas  de  los 
malos? 

PLUTO - 

Sí  por  cierto. 

CREMILO. 

¿Y  visitarlas  á  los  buenos? 

PLUTO. 

Seguramente:  ¡hace  tanto  tiempo  que  no  los  he 
visto! 

CREmLO. 

No  tiene  nada  de  particular;  yo  ten^o  buenos 
ojos  y  tampoco  los  veo. 

PLUTO. 

A^hora  dejadme;  ya  os  lo  he  dicho  todo. 

CREMILO. 

No  por  cierto:  ahora  te  retendremos  con  más 
motivo. 

PLUTO. 

¿No  decia  yo  que  habláis  de  atormentarme? 

CREMILO. 

Vamos,  te  lo  suplico,  déjate  convencer  y  no  me 
abandones.  No  encontrarás,  por  mucho  que  bus- 
ques, un  hombre  mejor  que  yo.  No,  por  Júpiter, 
no  hay  otro  como  yo. 


288 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 

Lo  mismo  dicen  todos;  pero  en  cuanto  me  po- 
seen y  se  hacen  ricos,  su  perversidad  no  tiene  li- 
mites. 

CREMILO. 

Es  verdad,  pero  no  todos  son  malos. 

PLUTO. 

Todos  sin  excepción. 

CARIüN. 

Yate  volveré  esa  palabrita  al  cuerpo. 

CREMILO. 

Pero  á  lo  menos  debes  saber  las  ventajas  que 
conseguirás  estando  con  nosotros:  préstame  aten- 
ción. Yo  espero,  con  ayuda  de  los  dioses,  curarte 
la  ceguera  y  devolverte  la  vista. 

PLUTO. 

No  harás  tal;  no  quiero  recobrarla. 

CREMILO. 

¿.Qué  dices? 

CARION. 

Este  hombre  se  complace  en  su  infortunio. 

PLUTO. 

Júpiter  (lo  sé  muy  bien),  en  cuanto  supiese  que 
hablas  hecho  esa  locura,  me  pulverizarla. 

CREMILO. 

¿No  lo  hace  ya,  dejándote  ir  á  tientas  expuesto  á 
mil  peligros? 

PLUTO. 

Lo  ignoro;  pero  le  tengo  un  miedo  cerval. 

CREMILO. 

Pero  díme,  ¡oh  el  más  cobarde  de  todos  los  dio- 


PLUTO. 


289 


sesl  ¿Crees  que  el  poder  de  Júpiter  y  sus  rayos 
valdrían  un  comino  si  recobrases  la  vista,  aunque 
sólo  por  poco  tiempo? 

PLUTO. 

¡Oh,  no  digas  eso,  desdichado! 

CREMILO. 

Tranquilízate;  yo  te  demostraré  que  eres  mu- 
cho más  poderoso  que  Júpiter. 

PLUTO. 

¿Yo? 

CREMILO. 

Sí,  por  el  cielo.  ¿Quién  da  á  Júpiter  su  poder  so- 
bre los  demás  dioses? 

PLUTO. 

El  dinero;  porque  tiene  muchísimo. 

CílEMILO. 

Y  bien,  ¿quién  le  suministra  ese  dinero? 

CARION. 

Pluto. 

CREMILO. 

Y  el  mismo  Júpiter,  ¿á  quién  débelos  sacrificios 
que  se  le  ofrecen?  ¿No  es  á  Pluto? 

CARION. 

Es  verdad,  se  le  pide  sin  rebozo  la  riqueza. 

CREMILO. 

Por  tanto,  siendo  Pluto  la  causa  de  esos  sacrifi- 
cios, ¿no  pudiera  darles  también  tínsi  se  le  antojara? 

PLUTO. 

¿Cómo? 

CREMILO. 

Ningún  hombre  podría  en  adelante  ofrecer  en 

TOMO  III.  19 


290 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


PLÜTO. 


291 


sacrificio  ni  un  buey,  ni  una  torta,  ni  nada  abso- 
lutamente contra  tu  voluntad. 

PLUTO. 

¿Cómo? 

CREMILO. 

¿Cómo?  Porque  nadie  podría  comprar  nada  si 
tú  no  le  dabas  el  dinero;  por  consiguiente,  en  tu 
mano  está  el  anular  el  poder  de  Júpiter  el  dia  en 
que  te  incomode. 

PLUTO. 

¿Qué  dices?  ¿Por  mi  le  ofrecen  sacrificios? 

CREMILO. 

Y  lo  repito;  cuanto  hay  de  brillante,  de  gracioso 
y  de  bello  entre  los  hombres  se  te  debe  á  tí;  pues 
todo  depende  de  la  riqueza. 

CARION. 

Yo,  por  ejemplo,  soy  esclavo  por  un  poco  de  di- 
nero; si  hubiera  sido  rico,  sería  libre. 

CRÉDULO. 

¿Y  no  sabes  lo  que  se  cuenta  de  las  cortesanas  de 
Corinto?  (1).  Cuando  se  les  acerca  un  pobre,  ni  si- 
quiera le  miran;  pero  como  sea  un  rico,  no  le  ha- 
cen esperar  un  momento  (2). 

CARION. 

Lo  mismo  hacen  los  muchachos;  el  interés  y  no 
el  amor  les  guía. 


(1)  Las  cortesanas  de  Corinto  eran  célebres  por  su 
belleza  y  por  lo  caros  que  vendían  sus  favores,  de  donde 
vino  el  proverbio:  Non  cuivis  homini  contigit  adire  Co- 
rinthum. 

(2)  Clunes  extemplo  eas  hmc  ohvertere. 


CREMILO. 

No  los  honrados,  sino  los  que  se  prostituyen  á 
cualquiera;  los  primeros  no  piden  dinero. 

CARION. 

¿Pues  qué  piden? 

CREMILO. 

Uno,  un  buen  caballo;  otro,  perros  de  caza. 

CARION. 

Les  da  vergüenza  exigir  dinero,  y  mudan  de 
nombre  á  su  vileza. 

CREMILO. 

A  tí  se  debe  el  nacimiento  de  todas  las  artes  y 
délas  invenciones  más  ingeniosas  de  los  hombres. 
Por  tí,  y  sólo  por  ti,  uno  corta  cueros  sentado  en 
su  taller;  otro  forja  el  bronce;  otro  trabaja  en  ma- 
dera; otro  refina  el  oro  que  de  tí  ha  recibido;  otro 
roba  en  las  calles;  otro  horada  paredes;  otro  es  ba- 
tanero; otro  lava  pieles;  otro  las  curte;  otro  vende 
cebollas;  otro,  sorprendido  en  adulterio,  sufre,  por 
tí  también,  la  depilación  (1). 

PLUTO. 

iTriste  de  mí!  ¡Cuánto  tiempo  he  estado  sin  sa- 
berlo! 

CARION. 

¿No  es  él  quien  ensoberbece  al  gran  rey?  (2). 
¿No  es  él  quien  convoca  á  la  asamblea  á  los  ciuda- 


(1)  Sobre  el  castigo  de  los  adúlteros,  que  tenía  más  de 
ridículo  ¿infamante  que  de  doloroso,  véase  la  nota  cor- 
respondiente en  Las  Nubes. 

(2)  Llamábase  así  al  de  Persia,  dueño  de  inmensos  te- 
soros. 


292 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


293 


danos? (1).  ¿No  es  él  quien  equípalos  triremes?  (2). 
¿No  es  él  quien  mantiene  nuestros  mercenarios  de 
CJorinto?  (3).  ¿No  es  él  quien  hará  desesperar  á  Pan- 
filo (4),  y  con  Panfilo  al  comerciante  de  aguja??  (5). 
¿No  es  él  quien  da  tantos  humos  á  Agirrio?  (6).  ¿No 
es  él  quien  incita  á  Filepsio  (7)  á  recitar  sus  fábulas? 
¿No  es  él  quien  envia  auxiliares  al  Egipto?  (8).  ¿No 
es  por  él  por  quien  Lais  (9)  ama  á  Filónides?  (10). 
¿No  es  él  por  quien  la  torre  de  Timoteo?...  (11). 

CREMiLO.  (A  Carion.) 
Que  ojalá  te  aplaste.— ^il  Pinto.)  En  una  palabra, 

(4)    Para  cobrar  el  trióbolo. 

(2)  Este  encargo  se  daba  á  los  ciudadanos  más  ricos 
nombrándoles  trierarcas.  La  república  sólo  les  proporcio- 
naba el  armazón  de  la  nave. 

(3)  Hicimos  mención  en  Las  Junteras  de  la  alianza  en- 
tre Atenienses,  Beodos,  Argivos  y  Corintios.  Para  socor- 
rer á  estos  últimos,  Atenas  habia  enviado  una  guardia  de 
algunos  miles  de  soldados  mercenarios. 

(4)  Usurero  famoso;  ó.  según  creen  otros,  demagogo 
que  habiendo  defraudado  al  Erario  fué  desterrado,  confis- 
cándesele  sus  bienes. 

(5)  Parásito  de  Panfilo,  ó  cómplice  de  sus  concusiones. 

(6)  Rico  insolente. 

(7)  Se  ganaba  la  vida  refiriendo  cuentos  en  las  calles. 
Se  parecía  en  esto  algo  á  los  ciegos  que  cantan  y  recitan 
romances  y  espeluznantes  historias  en  nuestras  plazuelas. 

(8)  Se  tiene  por  problable  que  el  poeta  a  uda  aquí  al 
socorro  de  doscientos  navios  que  los  Atenienses  enviaron 
á  los  Egipcios  cuando  éstos  se  sublevaron  contra  Persia 
proclamando  rey  á  Inaro.  (V.  Tucídides,  i,  104-11-2,  y  el 
Escoliasta.) 

(9)  Célebre  cortesana  siciliana  establecida  en  Corinto. 

(10)  Rico  imbécil. 

(11)  Ostentoso  edificio  construido  por  Timoteo,  hijo  de 
Conon.  Era  un  general  hábil  y  afortunado  y  niuy  joven  al 
representarse  el  Pluto. 


por  tí  se  hace  todo.  Tú  eres  la  causa  de  todos  nues- 
tros males  y  de  todos  nuestros  bienes;  tenlo  enten- 
dido. 

CAftION. 

En  la  g'uerra  la  victoria  se  inclina  siempre  del 
lado  donde  tú  pesas. 

PLUTO. 

¿Yo  solo  puedo  hacer  tantas  cosas? 

CREMILO. 

Y  otras  muchas  más,  ¡por  Júpiter!  Asi  es  que 
nadie  se  cansa  de  ti.  Todas  las  demás  cosas  llegan 
á  saciar:  el  amor... 

CARION. 

El  pan. 

CREMILO. 

La  música. 

CARION. 

Las  golosinas. 

CREMILO. 

Los  honores. 

CARION. 

Las  tortas. 

CREMILO. 

La  virtud. 

CARION, 

Los  higos.  é 

CREMILO. 

La  ambición. 

CARION. 

Las  puches. 

i 


294 


COMEDIAS  DE  ARISTO  FANES. 


CREMILO. 

Los  grados  militares. 

CARION. 

Las  lentejas. 

CREMILO. 

Pero  de  tí  nunca  se  ha  saciado  nadie.  Si  se  tie- 
nen trece  talentos  (1),  se  desea  con  mayor  afán 
reunir  diez  y  seis.  ¿Se  consig-uen  los  diez  y  seis? 
pues  se  apetecen  cuarenta,  y  se  dice  que  no  hay 
con  que  vivir. 

PLUTO. 

Me  parece  muy  bien  todo  lo  que  decís;  sólo  me 
inquieta  una  cosa. 

CREMILO. 

¿Cuál? 

PLUTO. 

El  cómo  conseguiré  hacerme  dueño  de  ese  poder 
que  decís  que  tengo. 

CREMILO. 

íPor  Júpiter!  Con  muchísima  razón  dice  todo  el 
mundo  que  la  riqueza  es  la  cosa  más  cobarde. 

PLUTO. 

No  por  cierto;  me  ha  calumniado  un  ladrón.  Ha- 
biendo penetrado  un  dia  en  mi  casa,  no  pudo  lle- 
varse nada,  porque  todo  lo  encontró  cerrado;  y  en 
despecho  llamó  cobardía  ¿  mi  previsión. 

CREMILO. 

No  tengas  ningún  cuidado;  si  estás  dispuesto  á 


(4)    El  talento  valía  5.560  pesetas. 


PLUTO. 


295 


secundar  mi  empresa,  te  volveré  una  vista  más 
penetrante  que  la  de  Linceo  (1). 

PLUTO. 

¿Cómo  podrás  hacer  eso  siendo  un  simple  mortal? 

CREMILO. 

Tengo  buenas  esperanzas  por  lo  que  me  dijo  el 
mismo  Apolo  agitando  el  laurel  de  la  pitonisa. 

PLUTO. 

¿De  modo  que  también  aquél  lo  sabe? 

CREMILO. 

Seguramente. 

PLUTO. 

Cuidado  no... 

CREMILO. 

Nada  temas,  querido  mió;  yo  estoy  decidido, 
tenlo  bien  presente,  á  conseguir  mi  objeto,  aunque 
deba  morir  en  la  demanda. 

CARION. 

Y,  si  quieres,  yo  también. 

CREMILO. 

Además  nos  ayudarán  en  nuestra  empresa  todos 
los  hombres  honrados,  que  carecen  hasta  de  un 
bocado  de  pan. 

PLUTO. 

¡Ay,  qué  pobres  son  esos  auxiliares! 

CREMILO. 

No  lo  serán  cuando  se  hagan  ñQOñ,—fA  Cañón  J 
Corre  á  todo  correr... 


(i)  Veia  á  tiavés  de  los  cuerpos  opacos,  y  distinguía 
hasta  lo  que  pasaba  en  los  infiernos.  Fué  uno  de  los  argo- 
nautas. Se  le  atribuye  el  descubrimiento  de  los  metales. 


296 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CARION 

¿Qué  hag^o?  di. 

CRE-\nLO. 

Llama  ¿  nuestros  compañeros  los  labradores  (es- 
toy seguro  de  que  los  hallarás  en  el  campo  en  su 
penosa  faena),  para  que  vengan  á  participar  con 
nosotros  de  los  dones  de  Pinto. 

CARION. 

Voy;  pero  es  preciso  que  alguno  se  encargue  de 
llevar  á  casa  este  tasajo  de  carne  (1). 

CREMILO. 

Yo  me  encargo  de  eso:  corre.— Tú,  Pinto,  el  más 
poderoso  de  los  dioses,  entra  conmigo  en  mi  mo- 
rada. Esa  es  la  casa  que  hoy  has  de  colmar  de  ri- 
quezas bien  ó  mal  adquiridas. 

PLUTO. 

Pongo  por  testigos  á  los  dioses  de  que  nunca  he 
entrado  á  gusto  en  ninguna  casa  extraña;  porque 
jamás  lo  he  pasado  bien  en  ninguna.  Pues  si  por 
casualidad  me  alojo  en  la  habitación  de  un  avaro, 
en  seguida  me  mete  debajo  de  tierra,  y  cuando  al- 
gún honrado  amigo  le  viene  á  pedir  prestado  un 
poquito  de  dinero,  dice  que  jamás  me  ha  visto.  Si, 
al  contrario,  es  la  de  un  pródigo  sin  juicio,  me  en- 
trega al  punto  á  los  juegos  de  azar  y  á  las  corte- 
sanas, y  en  pocos  momentos  me  veo  en  la  puerta 
de  la  calle  completamente  desnudo. 


(1)  Parte  de  la  víctima  que  Cremilo  habia  sacrificado  á 
Apolo.  Era  costumbre  obsequiar  con  ella  á  los  parientes  y 
amigos. 


PLUTO. 


297 


CREMILO. 

Es  que  nunca  has  tropezado  con  un  hombre  mo- 
derado como  yo  lo  soy  en  todas  mis  acciones.  A  mi 
me  gusta  como  á  nadie  la  economía,  pero  también 
el  gastar,  cuando  es  necesario.  Pero  entremos, 
pues  quiero  que  te  vean  mi  mujer  y  mi  Vmico  hijo, 
el  ser  á  quien  más  amo  después  de  ti. 

PLUTO. 

Lo  creo. 

CREMILO. 

jA  qué  te  habia  de  ocultar  la  verdad? 
(Entran  en  la  casa,) 


CORO. 


(FaltaJ 

CARION. 

Amigos  y  paisanos,  laboriosos  agricultores  que 
tantas  veces  habéis  comido  ajos  con  mi  señor,  ve- 
nid, apresuraos,  corred,  no  hay  que  perder  un  ins- 
tante, acudid  en  nuestro  auxilio. 

CORO. 

¿No  ves  que  ya  nos  apresuramos  cuanto  es  posi- 
ble á  unos  hombres  débiles  y  viejos?  ¿Crees  tú  que 
debo  de  correr  antes  de  haberme  dicho  por  qué 
nos  llama  tu  amo? 

CARION. 

¿No  te  lo  he  dicho  hace  un  año?  Sin  duda  te  has 
vuelto  sordo.  Mi  dueño  quiere  anunciaros  que  en 


298 


COMEDIAS  DE   ARISTÓFANES. 


adelante  nadaréis  todos  en  la  abundancia,  libres  de 
esa  vida  ruda  y  miserable. 

CORO. 

Pero  ¿de  qué  se  trata,  ó  de  dónde  procede  eso 
que  nos  dice? 

CARION. 

Se  ha  presentado  aquí,  mis  pobres  amig'os,  con 
un  viejo  sucio,  encorvado,  miserable,  calvo,  lleno 
de  arrugas,  sin  dientes,  y,  por  Júpiter,  creo  que 
hasta  circuncidado  [i). 

CORO. 

¡Es  una  noticia  preciosa!  ¿Qué  nos  cuentas?  Re- 
pítelo. ¿Querrás  decir  que  se  ha  traido  un  montón 
de  dinero? 

CARION. 

Sí,  un  montón  de  achaques  de  la  vejez  (2). 

CORO. 

¿Crees  que  si  nos  engranas  te  vas  á  ir  impune, 
teniendo  yo  un  garrote  en  la  mano? 

CARION. 

¿Por  tan  desvergonzado  me  tenéis  que  me  juz- 
gáis incapaz  de  hablaros  formalmente? 

CORO. 

I  Qué  impávido  es  el  gran  bellacol  Sus  piernas 
gritan  ya:  ¡ay!  ¡ay!  y  piden  á  voz  en  grito,  los  ce- 
pos y  las  cuñas. 


(1)  Los  Griegos  despreciaban  á  los  pueblos  que  practi- 
caban la  circuncisión. 

(2)  Planto  (Mercator,  ni,  se.  iv,  v)  dice  también: 

Non  hominem  mihi,  sed  thesaurumnescio  quem  memoras  mali. 


PLUTO 


29» 


CARION. 

La  letra  (1)  que  te  ha  tocado  en  suerte  te  designa 
para  ir  á  juzgar  en  el  ataúd;  ¿por  qué  no  vas?  Ca- 
rón te  dará  las  insignias  (2). 

CORO. 

I  Así  revientes!  ¡Qué  mal  intencionado  y  fasti- 
dioso empeño  de  burlarnos,  y  de  no  acabar  de  de- 
cimos para  qué  nos  llama  tu  señor!  Habla,  ya  ves 
que,  aunque  rendidos  de  fatiga  y  escasos  de  tiem- 
po, hemos  acudido  á  toda  prisa,  pasando  á  través 
de  innumerables  ajos  (3). 

CARION, 

No  03  lo  ocultaré  más  tiempo:  mi  amo,  amigos 
mios,  ha  venido  con  Pluto  en  persona,  que  os  enri- 
quecerá. 

CORO. 

¿De  veras?  ¿Seremos  todos  ricos? 

CARION. 

Seguramente;  y  también  seréis  Midas  (4),  si  os 
salen  orejas  de  asno. 


(i)  Vimos  en  Las  Junteras  que  se  sorteaban  por  medio 
de  letras  los  ciudadanos  que  debian  de  formar  parte  de 
ios  tribunales  cada  año.  Carion  quiere  decir  que  en  vez  de 
pensar  en  castigarle,  el  coro  debia  de  pensar  en  arreglar 
sus  cosas  para  bien  morir. 

(2)  La  insignia  del  juez  era  un  bastón  ó  vara  (dxfiírrpoy) 
que  devolvían  al  Pritáneo  al  finalizar  cada  sesión,  reci- 
biendo entonces  el  trióbolo. 

(3)  Y  resistiendo  sin  duda  á  la  tentación  de  arrancar 
algunas  cabezas. 

(4)  Conocida  es  la  fábula  que  de  Midas  se  refiere.  Era 
éste  un  rey  que  devolvió  á  Baco  su  ayo  y  pedagogo  Si- 
leno;  en  recompensa  de  cuyo  favor  el  dios  le  concedió  la 


300 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CORO. 

íQué  alegría!  iqué  placer!  Voy  á  bailar  de  gusto, 
si  es  verdad  lo  que  dices. 

CARION. 

Yo  también,  trettanelo  (1),  quiero,  imitando  al 
Ciclope  (2),  haceros  andar  á  puntapiés.  Ea,  gfritad, 
hijos  mios;  dad  balidos  melodiosos,  como  las  ove- 
jas ó  las  cabras  de  penetrante  olor,  y  seguidme  á 
guisa  de  chivos  lujuriosos  enardecidos  de  amor  (3). 

CORO. 

Nosotros  también  trettanelo  queremos,  cuando 
balando  encontremos  al  Cíclope  (4),  es  decir,  á  tí 
mismo,  lleno  de  basura,  con  una  alforja  atestada 
de  verdolagas  cubiertas  de  rocío,  pastoreando 
borracho  tus  ovejas,  y  dormido  en  el  primer  sitio 
donde  el  sueño  te  rinda,  coger  un  inmenso  y  en- 
cendido tizón  y  dejarte  ciego. 


merced  que  le  pedia,  que  era  convertir  en  oro  cuanto  to- 
case. Midas  hubiera  muerto  de  hambre  si  Baco  no  hubiera 
revocado  el  funesto  don.  En  otra  ocasión,  habiendo  dicho 
que  la  flauta  de  Pan  era  más  armoniosa  que  la  lira  de  Apo- 
lo, éste  le  castigó  haciéndole  salir  dos  soberbias  orejas  de 
asno.  De  suerte  que  Midas  era  el  prototipo  de  los  avaros  y 
de  \os  pseudo-dilettanti  mitológicos. 

(i)  Palabra  onomatopéyica  para  imitar  el  sonido  de 
la  lira. 

(2)  Alusión,  según  el  Escoliasta,  al  Ciclope  de  Filóxeno 
en  el  cual  Polifemo  apacentaba  sus  rebaños  ai  son  de  la 
lira.  Se  conserva  un  drama  satírico  de  Eurípides  con 
igual  título. — Carion  se  finge  el  pastor  del  Etna,  y  consi- 
dera al  coro  como  su  rebaño. 

(3)  Arrectis  verelrU,  hircorum  instar  lascivUate, 

(4)  Alusión  á  la  aventura  de  Ulíses  y  Polifemo.  (Véase 
Odisea  ix,  y  Eurípides,  el  Ciclope.) 


PLUTO. 


301 


CARION. 

Yo  he  de  imitar  en  todo  á  la  hechicera  Circe, 
cuyos  mág-icos  brebajes  hicieron  en  Corinto  que 
los  compañeros  de  Filónides  se  atracasen,  como 
cerdos,  de  excrementos  por  ella  preparados.  Vos- 
otros, gruñendo  de  alegría,  seguid  á  vuestra  ma- 
dre, marrranillos  (1). 

CORO. 

Nosotros,  imitando  en  nuestro  júbilo  al  hijo  de 
Laertes  (2),  nos  apoderaremos  de  Circe  (3),  la  de 
los  mágicos  brebajes,  y  mal  olientes  pomadas,  y 
te  colgaremos  de  donde  más  te  duela  (4);  te  unta- 
remos la  narices  de  estiércol  como  á  un  chivo;  y 
al  relamerte,  cual  otro  Arístilo  (5),  los  entreabier- 
tos labios,  exclamarás:  «Seguid  á  vuestra  madre, 
marranillos.» 

CARION. 

¡Ea,  cesen  los  jocosos  insultos!  Entonad  otro  gé- 
nero de  versos.  Yo  voy  á  entrar  en  casa  y  á  coger, 
á  escondidas  de  mi  amo,  un  poco  de  pan  y  carne: 
en  cuanto  lo  coma  volveré  al  trabajo. 


(1)  Alusión  á  las  orgías  de  Lais  y  Filónides,  y  á  las  su- 
cias complacencias  de  éste  con  aquella  cortesana  de  Co- 
rinto, comparada  á  Circe  la  hechicera.  (V.  Homero,  Odisea, 
y  Lope  de  Vega,  La  Circe.) 

(2)  Ulíses. 

(3)  Es  decir,  de  Carion. 

(4)  A  testiculis.  Castigo  dado  por  Ulíses  á  Melantio, 
uno  de  los  procos  ó  pretendientes  de  Penólope.  (Odi- 

seUy  xxii.)  .  ,,        , 

(5)  Bardaje  del  jaez  de  Arífrades.  (V.  Los  Caballeros.) 


302 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


CREMILO. 

El  deciros  salud ,  conciudadanos  mios,  es  una 
fórmula  vieja  y  muy  gtistada;  prefiero,  pues,  abra- 
zaros cordialmente  por  la  prontitud  y  buena  vo- 
luntad con  que  habéis  acudido.  Procurad  ayudar- 
me con  ig-ual  eficacia  en  todo  lo  demás,  y  lograre- 
mos entre  todos  salvar  al  dios. 

CORO. 

Pierde  cuidado.  Verás  brillar  en  mis  ojos  la  mi- 
rada de  Marte.  Sería  absurdo,  en  efecto,  que  los 
que  por  tres  óbolos  nos  estrujamos  diariamente  en 
la  asamblea,  nos  dejáramos  arrebatar  á  Pinto  en 
persona. 

CREMILO. 

Veo  á  Blepsidemo  que  se  acerca  á  nosotros.  Su 
andar  precipitado  me  demuestra  que  ha  oido  al^o 
de  lo  que  ocurre. 


BLEPSIDEMO. 

¿Qué  sucede?  ^.Cómo  y  cuándo  se  ha  enriquecido 
Cremilo  tan  de  súbito?  Yo  no  lo  creo;  sin  embarg-o, 
los  habituales  concurrentes  á  las  barberías  (1)  no 
hablan  de  otra  cosa  quede  su  repentino  enrique- 
cimiento. Pero  aun  me  admira  más  el  que,  á  pesar 
de  su  próspera  fortuna,  mande  llamar  á  los  ami- 
gos: esto  es  apartarse  de  todos  los  usos  y  cos- 
tumbres. 


(1)    Eran  el  punto  de  reunión  de  los  desocupados. 


PLUTO. 


303 


CBEMILO. 

Por  los  dioses,  todo  lo  diré  sin  rebozo.  Sí,  Blep- 
sidemo, mi  situación  actual  es  mejor  que  la  de 
ayer;  quiero  hacerte  partícipe  de  mi  suerte,  como 
á  uno  de  mis  amigos. 

BLEPSIDEMO. 

¿De  veras  eres  rico  como  dicen? 

CREMILO. 

Lo  seré  muy  pronto,  si  Dios  quiere.  Pero  hay  to- 
davía un  riesgo  que  correr. 

BLEPSIDEMO. 

¿Cuál? 

CREMILO. 

El  de  que... 

BLEPSIDEMO. 

Acaba  de  decir. 

CREMLO. 

Si  logramos  nuestro  objeto,  seremos  perpetua- 
mente felices;  pero  si  no  lo  conseguimos,  nuestra 
ruina  será  total. 

BLEPSIDEMO. 

Me  parece  que  te  has  metido  en  un  mal  nego- 
cio; esto  me  da  mala  espina.  Enriquecerse  súbi- 
tamente, y  andarse  después  con  temores,  demues- 
tra qae  no  se  ha  obrado  bien. 

CREMILO. 

¿Cómo  que  no  he  obrado  bien? 

BLEPSIDEMO. 

Tal  vez  has  robado  plata  ú  oro  en  el  templo  del 
dios  á  quien  has  consultado,  y  te  arrepientes  de  tu 
acción. 


304 


PLUTO. 


305 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


CREMILO. 

Nunca.  ¡Apolo  me  libre  de  ello! 

BLEPSIDEMO. 

Déjate  de  rodeos,  ami^o  mió;  está  claro  como 
la  luz. 

CREMILO. 

No  sospeches  de  mi  semejante  cosa. 

BLEPSIDEMO. 

I  Ahí  ¡no  hay  un  solo  hombre  honrado!  Todos  son 
esclavos  del  dinero. 

CREMILO. 

¡Por  Céres!  ¿Tú  has  perdido  el  juicio? 

BLEPSIDEMO. 

¡Qué  cambio  de  costumbres* 

CREMILO. 

Pero,  amigo  mió,  tú  estás  loco. 

BLEPSIDEMO. 

Su  semblante  está  agitado  ó  intranquilo,  prueba 
evidente  de  que  ha  perpetrado  algún  crimen. 

CREMILO. 

¡  Oh!  ya  comprendo  adonde  van  á  parar  tus 
declamaciones:  supones  que  he  hurtado  alguna 
suma  para  exigirme  una  parte. 

BLEPSIDEMO. 

¿Yo  una  parte?  ¿de  qué? 

CREMILO. 

Pero  no  es  eso,  sino  cosa  muy  distinta. 

BLEPSIDEMO. 

¿Acaso  en  vez  de  hurto  ha  sido  robo? 

CREMILO. 

Decididamente  estás  dejado  de  la  mano  de  Dios. 


BLEPSIDEMO. 

¿Pero  no  has  hecho  daño  á  nadie? 

CREMILO. 

No. 

BLEPSIDEMO. 

¡Oh  Hércules!  ¿Qué  medio  emplearé?  Está  visto 
que  no  quieres  confesar  la  verdad. 

CREMILO. 

¡Si  me  acusas  antes  de  oirmel 

BLEPSIDEMO. 

Amigo  mió,  antes  de  que  el  asunto  se  divulgue, 
yo  lo  arreglaré  á  poca  costa,  tapando  la  boca  á  los 
oradores  con  algún  dinero. 

CREMILO. 

Tienes  toda  la  traza,  querido  mió,  de  gastar  tres 
minas  en  el  negocio  y  presentarme  una  cuenta  de 
doce. 

BLEPSIDEMO* 

Se  me  figura  ver  á  alguno  (1)  sentado  al  pié  del 
tribunal  con  su  mujer  y  sus  hijos  y  el  ramo  de 
olivo  de  los  suplicantes  en  la  mano,  enteramente 
parecido  á  los  Heráclidas  de  Panfilo  (2). 

CREMILO. 

No,  pobre  hombre,  yo  enriqueceré  solamente  & 


(1)  A  Cremilo. 

(2)  Célebre  pintor,  maestro  de  Apeles.  Fundó  una  es- 
cuela de  pintura  en  Sicione,  donde  se  hacía  pagar  honora- 
rios crecidísimos,  pues  no  admitia  menos  de  diez  talentos 
(56.600  pesetas).  En  un  cuadro  expuesto  en  el  Pecilo  ha- 
bia  representado  á  los  Heráclidas  acudiendo  en  demanda 
de  auxilio  contra  Euristeo  á  los  Atenienses. 


TOMO  III. 


20 


306 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


los  hombres  honrados,   ingeniosos   y  modestos. 

BLEPSIDEMO. 

¿Qué  dices?  j|.tanto  has  robado? 

CREMILO. 

¡Oh,  me  matas  con  tus  injurias'. 

BLEPSIDEMO. 

Tá  mismo  corres  á  la  muerte,  segfun  creo. 

CREMILO. 

No  por  cierto,  imbécil:  Pluto  está  en  mi  casa. 

BLEPSIDEMO. 

¿Cuál  Pluto? 

CREMILO. 

£1  mismo  dios. 

BLEPSIDEMO. 

¿Y  dónde  está? 

CREMILO. 

Ahí  dentro. 

BLEPSIDEMO. 

¿Dónde? 

CREMILO. 

En  mi  casa. 

BLEPSIDEMO, 

¿En  tu  casa? 

CREMILO. 

Sí. 

BLEPSIDEMO. 

¡Vete  al  infierno!  ¿Pluto  en  tu  casa? 

CREMILO. 

Te  lo  juro  por  los  dioses. 

BLEPSIDEMO. 

¿Pero  es  verdad? 


PLUTO. 


307 


CREMILO. 

Es  verdad. 

BLEPSIDEMO. 

Júralo  por  Vesta. 

CREMILO. 

Y  por  Neptuno. 

BLEPSIDEMO. 

¿Por  el  dios  del  mar? 

CREMILO. 

Y  por  otro  Neptuno,  si  hay  otro. 

BLEPSIDEMO. 

¿Y  no  lo  envias  á  casa  de  tus  buenos  amigos? 

CREMILO. 

Aun  no  estamos  en  ese  caso. 

BLEPSIDEMO. 

¿Qué  dices?  ¿no  habrá  partición? 

CREMILO. 

No.  Antes  es  necesario... 

BLEPSIDEMO. 

¿Qué? 

CREMILO. 

Devolverle  la  vista. 

BLEPSIDEMO. 

¡La  vi8ta!  ¿A  quién? 

CREMILO. 

A  Pluto;  es  indispensable,  sin  perdonar  medio. 

BLESIDEMO. 

jPero  está  ciego  de  veras! 

CREMILO. 

Sí,  por  el  cielo.  - 


308 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLÜTO. 


369 


BLEPSIDEMO. 

Ya  no  me  admira  que  nunca  haya  venido  &  mi 
casa. 

CREMILO. 

Ahora  ya  irá,  si  place  á  los  dioses. 

BLEPSIDEMO. 

¿No  convendría  llamar  á  algún  médico? 

CREMILO. 

¿Qué  médico  hay  ahora  en  la  ciudad?  Donde  na 
hay  recompensa  no  hay  talento  (1). 

BLEPSIDEMO. 

Sin  emhargo,  veamos. 

CRElVnLO. 

No  hay  nin^no. 

BLEPSIDEMO. 

Lo  mismo  creo. 

CREMILO. 

No,  por  Júpiter;  lo  mejor  será,  como  yo  hahia 
pensado,  llevarle  á  dormir  al  templo  de  Escula- 
pio (2). 

BLEPSIDEMO. 

Esees,  sin  duda,  el  más  eficaz  remedio.  ¡Ea!  no 
tardes;  procura  concluir  pronto. 

CREMILO. 

Ya  voy. 


(í)  Los  médicos  estaban  mal  pagados  en  Atenas,  y 
los  de  notable  ciencia  se  iban  á  ejercerla  á  otros  países. 

(2)  Muchos  enfermos  eran  llevados  al  templo  de  Lscu- 
lapio,  donde  pasaban  la  noche,  suponiendo  que  el  dios  le» 
visitaba  en  la  oscuridad  y  les  ponia  ea  el  estado  de  reco- 
hrar  la  salud. 


Corre. 
Eso  hago. 


BLEPSIDEMO. 
CREMILO. 


LA  POBREZA.. 

¡Atrevidos,  miserables,  sacrilegos!  ¿Qué  inten- 
táis, débiles  y  temerarios  mortales?  ¿Monde  huís? 
Deteneos. 

BLEPSIDEMO. 

¡Oh  Hércules! 

LA  POBREZA. 

íPerversos,  yo  os  daré  vuestro  merecido!  Osáis 
llevar  á  cabo  un  proyecto  intolerable,  un  proyecto 
como  nunca  lo  han  intentado  los  hombres  ni  los 
dioses;  moriréis  sin  remedio. 

CREMILO. 

¿Pero  quién  eres?  ¡Qué  espantosa  palidez! 

BLEPSIDEMO. 

Es  quizá  una  furia  de  teatro  (1);  hay  en  su  mi- 
rada algo  de  trágico  y  feroz. 

CREMILO. 

Pero  no  tiene  antorchas. 

BLEPSIDEMO. 

Pues  pagará  su  audacia. 


(1)  Como  las  que  aparecieron  en  las  Bumémdes  de 
Esquilo  llenando  de  terror  á  los  espectadores,  entre  los 
cuales  hubo  un  «sálvese  el  que  pueda»  general. 


310 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


311 


LA  POBREZA. 

¿Quién  pensáis  que  soyl 

CREMILO. 

Una  tabernera  ó  una  vendedora  de  huevos.  De 
otro  modo  no  te  hubieras  lanzado  con  tan  des- 
templadas voces  sobre  nosotros,  que  en  nada  te 
hemos  ofendido. 

LA  POBREZA. 

¿De  veras,  eh?  ¿Os  parece  que  todavía  es  poco  el 
tratar  de  echarme  de  todas  partes? 

CREMILO. 

¿No  te  queda  el  Báratro?  (1)  ¿Pero  quién  eres? 
Vamos,  dínoslo  pronto. 

LA  POBREZA. 

Yo  soy  quien  os  castigará  hoy  mismo  por  haber 
pretendido  expulsarme  de  aquí. 

BLESIPDEMO. 

¿Si  será  esa  tabernera  de  la  vecindad  que  siem- 
pre me  engaña  en  la  medida? 

lA  POBREZA. 

Yo  soy  la  Pobreza,  que  vivo  con  vosotros  hace 
muchos  años. 

BLEPSIDEMO. 

iSoberano  Apolo!  ¡Dioses  inmortales!  ¡Adonde 
me  escapo? 

CREMILO. 

¿Adonde  vas?  ¡Cobarde!  ¿No  te  quedarás  ahí? 

BLEPSIDEMO. 

Ni  por  cuanto  hay. 


(1)    Precipicio  al  cual  eran  arrojados  los  criminales.. 


CREMILO. 

¿No  te  quedas?  ¿Y  dos  hombres  hemos  de  huir  de 
una  mujer? 

BLEPSIDEMO. 

¡Desventurado!  ¡Es  la  Pobreza!  El  monstruo 
más  horrendo  y  pestilente. 

CREMILO. 

Quédate,  por  favor;  quédate. 

BLEPSIDEMO. 

No  y  no. 

CREMILO. 

Pero,  amigo,  comprende  que  cometeremos  un 
crimen  infinitamente  mayor  si  huimos,  abando- 
nando cobardemente  al  dios,  sin  intentar  siquiera 
la  lucha. 

BLEPSIDEMO. 

¿Y  con  qué  armas?  ¿Con  qué  fuerzas?  ¿Hay  co- 
raza ó  escudo  que  esa  maldita  no  haya  llevado  á 
empeñar? 

CREMILO. 

Tranquilízate;  el  dios  sin  más  que  sus  propios 
recursos  la  vencerá. 

LA   POBREZA. 

¿Aun  os  atrevéis  á  chistar,  desalmados,  después 
de  haber  sido  cogidos  in  fraganti  del  más  abomi- 
nable delito? 

CREMILO. 

Y  tú,  mujer  que  el  cielo  confunda,  ¿por  qué  nos 
insultas  no  habiéndote  ofendido  en  nada? 

LA  POBREZA. 

¿En  nada,  eh?  ¿Se  os  figura  que  no  me  per- 


312 


COMEDIAS  DE  ARISTOF\NES. 


judicais  tratando  de  devolver  la  vista  á  Pluto? 

CRB\flLO. 

¡Cómo!  ¿es  perjudicarte  el  colmar  de  bienes  á  to- 
dos los  hombres? 

LA   POBREZA. 

¿Qué  proyectáis  para  su  felicidad? 

CRE^HLO. 

¿Qué?  Por  de  pronto  expulsarte  de  Grecia. 

LA   POBREZA. 

¿Expulsarme?  ¿Pudierais  hiacer  un  mal  mayor  á 
los  hombres? 

CREMILO. 

¿Un  mal  mayor?  Sí...  el  no  realizar  nuestro  pro- 
yecto. 

LA  POBREZA. 

Ea,  consiento  en  explicaros  las  razones  que  so- 
bre el  particular  me  asisten:  os  demostraré  que  yo 
soy  la  causa  única  de  todos  vuestros  bienes,  y  el 
único  sostén  de  vuestra  vida:  sino  consigo  probá- 
roslo, podréis  hacer  lo  que  queráis. 

CRBMILO. 

¿Te  atreves  á  decir  eso,  desollada? 

LA   POBREZA.  ' 

Déjame  hablar;  pues  creo  facilísimo  demostrarte 
que  vas  por  muy  errada  senda  al  tratar  de  enri- 
quecer ¿  los  buenos. 

CREMILO. 

¡Vergas  y  garrotes!  ¿Para  cuándo  os  guar- 
dáis? 

LA  POBREZA. 

No  te  quejes  y  alborotes  antes  de  escucharme. 


PLUTO, 


313 


CREMILO. 

¿Quién  puede  callar  al  oir  semejantes  desatinos? 

LA  POBREZA. 

Todo  el  que  esté  en  su  sano  juicio. 

CREMILO. 

¿Qué  multa  quieres  que  te  imponga  si  pierdes  tu 
pleito? 

LA  POBREZA. 

La  que  te  parezca. 

CREMILO. 

Está  bien. 

LA   POBRBZA. 

En  cambio,  vosotros,  si  sois  vencidos,  quedaréis 
sujetos  á  las  mismas  condiciones. 

BLEPSIDEMO- 

¿Crees  que  bastarán  veinte  muertes? 

CREMILO. 

Para  ella,  sí;  para  nosotros,  con  dos  sobra. 

LA  POBREZA. 

Vuestra  perdición  es  inevitable.  ¿Qué  podréis 
oponerme? 

CORO. 

Buscad  ingeniosas  razones;  aducid  sólidos  argu- 
mentos que  la  confundan;  no  hay  que  cejar  un 
punto. 

CREMILO. 

Teniendo  por  verdad  evidente  y  umversalmente 
reconocida  la  justicia  de  que  todos  los  hombres  de 
bien  vivan  prósperamente  y  sufran  la  suerte  con- 
traria los  impíos  y  malvados,  y  anhelando  ver 
cumplido  nuestro  propósito,  hemos  hallado,  por 


3U 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


315 


fin,  un  bello,  g'eneroso  y  útilísimo  modo  de  reali- 
zarlo. En  efecto,  si  Pluto  recobra  la  vista  y  deja  de 
caminar  á  tientas,  se  dirigirá  á  las  personas  hon- 
radas para  no  abandonarlas  nunca,  huyendo  siem- 
pre de  los  impíos  y  malvados.  Ahora  bien;  ¿qué  se 
conseg"uirá  con  esto?  Se  conseg-uirá  que  todos  los 
hombres  sean  buenos,  ricos  y  piadosos.  ¿Creéis  que 
pueda  encontrarse  nada  mejor? 

BLEPSIDEMO. 

Nada;  aquí  estoy  yo  para  atestiguarlo;  no  se  lo 
pregpintes  á  esa. 

CREMILO. 

Estando  arreglada  de  esta  suerte  la  humana  vida, 
¿quién  no  creerá  que  todo  es  locura,  ó  más  bien 
frenesí?  Los  más  de  los  hombre**,  que  son  los  per- 
versos, nadan  en  las  riquezas  injustamente  acu- 
muladas; mientras  muchos  otros  de  intachable 
honradez,  arrastran  una  vida  llena  de  privaciones 
y  miserias,  sin  tener  en  casi  todo  el  decurso  de  su 
existencia  más  compañera  que  tú.  Por  tanto,  si 
Pluto  recobra  la  vista  y  abandona  este  camino, 
¿quién  duda  que  podrá  seguir  otro  infinitamente 
mejor  para  los  hombres? 

LA  POBREZA. 

Estos  dos  ancianos  se  dejan  alucinar  como  nadie 
en  el  mundo,  y  deliran  y  desbarran  al  unísono  con 
pasmosa  unanimidad.  Pero  yo  os  aseguro  que,  si 
vuestros  deseos  se  realizan,  ningún  provecho  sa- 
caréis. Porque  si  Pluto  recobra  la  vista  y  distri- 
buye sus  favores  con  igualdad,  nadie  querrá  dedi- 
carse á  las  artes  ni  á  las  ciencias.  Y  una  vez  su- 


primidas estas  dos  condiciones  de  existencia,  ¿ha- 
brá quien  quiera  forjar  el  hierro,  construir  naves, 
coser  vestidos,  hacer  ruedas,  cortar  cueros,  fabri- 
car ladrillos,  lavar,  curtir,  arar  los  campos,  segar 
los  dones  de  Céres,  pudiendo  todos  vivir  en  la  hol- 
ganza y  desdeñar  el  trabajo? 

CREMILO. 

jNecedades!  Todos  esos  oficios  que  acabas  de  de- 
cir los  ejercen  los  esclavos. 

LA  POBREZA. 

¿Y  cómo  tendrás  esclavos? 

CREMILO. 

Los  compraremos. 

LA   POBREZA. 

¿Y  quiénes  serán  los  primeros  vendedores  si  to- 
dos tienen  dinero? 

CREMILO. 

Cualquier  codicioso  comerciante  á  su  vuelta  de 
Tesalia,  donde  hay  muchos  traficantes  en  esclavos. 

LA  POBREZA. 

Es  que,  según  tu  propio  sistema,  no  habrá  ningún 
mercader  de  esclavos.  ¿Qué  hombre  rico  arriesgará 
su  vida  en  semejante  tráfico?  Por  consiguiente, 
viéndote  obligado  á  cavar  la  tierra  y  á  otros  tra- 
bajos igualmente  penosos,  pasarás  una  vida  mu- 
cho más  angustiada. 

CREMILO. 

íOjalá  la  pases  t\\l 

LA  POBREZA. 

No  podrás  dormir  sobre  una  cama,  porque  no 
las  habrá;  ni  sobre  colchas,  ¿quién  querrá  tejer- 


í 


346 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


247 


las  sobrándole  el  oro?  Cuando  te  cases  con  una 
hermosa  joven,  no  tendrás  ni  esencias  para  perfu- 
marla, ni  trajes  ricos  en  colores  y  bordados  con 
que  vestirla.  ¿De  qué  servirá,  pues,  la  riqueza,  ca- 
reciendo de  todas  estas  cosas?  Por  el  contrario, 
gracias  á  mi,  tenéis  á  mano  cuanto  os  hace  falta. 
Yo  soy  una  adusta  señora  que  con  el  temor  de  la 
indigencia  y  del  hambre  obligo  al  artífice  á  ga- 
narse la  vida. 

CREMILO. 

¿Qué  cosa  buena  puedes  darnos  tú,  como  no  sean 
quemaduras  en  los  baños  (l),y  turbas  de  chiquillos, 
y  viejecitas  hambrientas,  y  nubes  infinitas  de  chin- 
ches, pulgas  y  piojos,  que  pululando  con  molesto 
zumbido  sobre  nuestra  cabeza,  nos  despiertan  gri- 
tando: «Tendrás  hambre,  pero  levántate»  Y  ade- 
más, por  vestido  unos  jirones;  por  lecho,  un  jer- 
gón de  junco,  plagado  de  chinches,  enemigas  del 
sueño;  por  colcha,  una  estera  podrida;  por  almo- 
hada, una  piedra  grande;  por  pan,  raices  de  mal- 
vas; por  pasteles,  hojas  de  rábanos  secos;  por  es- 
cabel, la  tapa  de  una  tinaja  rota;  por  artesa,  las 
costillas  de  una  cuba,  y  para  eso  rajada.  ¿No  que- 
dan perfectamente  enumerados  los  bienes  que  pro- 
porcionas á  los  hombres? 

LA.  POBREZA. 

No  has  descrito  mi  vida,  sino  la  délos  mendigos. 


(4)  En  el  invierno  se  permitía  á  los  pobres  entrar  á  los 
baños  para  calentarse.  A  veces  se  acercaban  tanto  al  hor- 
nillo que  se  quemaban,  como  indica  el  texto. 


CREMILO. 

La  pobreza  y  la  mendicidad  son  hermanas  car- 
nales. 

LA   POBREZA. 

Para  vosotros,  que  tenéis  por  iguales  á  Dionisio  y 
Trasíbulo  (1);  pero  mi  vida  ni  es  ni  será  nunca 
asi.  La  vida  del  mendigo  que  acabas  de  pintar  con- 
siste en  vivir  sin  poseer  nada;  la  del  pobre  en  vivir 
con  economía,  en  trabajar,  en  no  tener  nada  super- 
fino ni  carecer  de  lo  necesario. 

CREMILO. 

¡Por  Céres!  ideliciosa  vida!  leconomizar  y  traba- 
jar sin  descanso  para  no  dejar  á  nuestra  muerte 
con  que  pagar  el  entierro! 

LA   POBREZA. 

Te  ríes  y  te  burlas  en  lugar  de  hablar  formal- 
mente, sin  comprender  que  yo  perfecciono  el  es- 
píritu y  el  cuerpo  de  los  hombres  mucho  más  que 
Pluto.  Con  él  son  gotosos,  ventrudos,  pesados,  ex- 
traordinariamente gruesos;  conmigo  delgados,  es- 
beltos como  avispas,  terror  de  sus  adversarios. 

CREMILO. 

Quizá  á  fuerza  de  hambre  les  das  esa  esbeltez  de 
avispas. 

LA  POBREZA. 

Ahora  os  hablaré  de  la  templanza,  y  os  demos- 
traré que  la  modestia  vive  conmigo  y  no  con  Pluto. 


(4)    Es  decir,  las  cosas  más  opuestas.  Dionisio  era  ti- 
rano de  Siracusa,  y  Trasíbulo  libertador  de  Atenas. 


318 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


319 


CREMILO. 

Debe  ser  muy  modesto  el  hurtar  y  el  horadar 
paredes. 

BLEPSIDEMO. 

¿Quién  lo  duda?  Todas  esas  cosas  se  hacen  escon- 
diéndose. ¿Quieres  más  modestia? 

LA  POBREZA.. 

Fíjate  en  lo  que  pasa  con  los  oradores:  mientras 
son  pobres,  son  justos  con  la  república  y  el  pue- 
blo; pero  en  cuanto  se  enriquecen  á  costa  del  Es- 
tado, se  hacen  injustos,  venden  ala  multitud  y 
atacan  al  gobierno  democrático. 

CREMILO. 

Tus  cargos  son  exactos,  aunque  tu  lengua  sea 
viperina;  pero  no  te  ensoberbezcas  por  eso,  que  te 
has  de  arrepentir  del  temerario  arrojo  con  que  pre- 
tendes probamos  las  ventajas  de  la  pobreza. 

LA.   POBREZA. 

Como  no  puedes  refutar  mis  argumentos,  albo- 
rotas y  dices  necedades  (1). 

CREMILO. 

¿Cómo,  pues,  huyen  todos  de  tí? 

LA  POBREZA. 

Porque  mejoro  sus  costumbres.  Más  claramente 
vemos  lo  mismo  en  los  muchachos;  huyen  de  sus 
padres,  que  sólo  anhelan  su  dicha.  ¡Tan  difícil  es 
distinguir  lo  que  es  justol 


CREMILO. 

Dirás  también  que  Júpiter  no  sabe  distinguir  lo 
que  es  bueno,  porque  tiene  riquezas  (1). 

BLEPSIDEMO. 

Y  nos  envia  la  pobreza. 

LA   POBREZA. 

íQuó  telarañas  tenéis  en  los  ojos,  carcamales  del 
siglo  de  Saturno!  (2)  Júpiter  también  es  pobre;  y 
voy  á  probároslo .  Si  fuese  rico,  ¿cómo  en  los  jue- 
gos Olímpicos  por  él  establecidos,  al  reunir  cada 
cinco  años  toda  la  Grecia  habia  de  contentarse  con 
dar  á  los  vendedores  una  sencilla  corona  de  olivo? 
De  oro  se  la  daría,  si  fuese  rico. 

CREMILO. 

Prueba  eso  mismo  la  grande  estimación  en  que 
tiene  las  riquezas.  Por  economía,  por  evitar  gastos, 
regala  á  los  vencedores  coronas  de  ningún  valor,  y 
se  guarda  las  riquezas. 

LA  POBREZA. 

Mil  veces  más  vergonzosa  que  la  pobreza  es  esa 
avaricia  sórdida  é  insaciable  que  le  supones. 

CREMILO. 

íQue  Júpiter  te  confunda  con  tu  corona  de 
olivo! 

LA  POBREZA. 

¡Atreverse  á  decir  que  la  pobreza  no  es  el  ma- 
nantial de  todos  los  bienes! 


(1)    Como  decimos  nosotros:  ^Mucho  gritas,  poca  razón 
tienes.» 


(1)    Lit. :  «por  que  tiene  á  Pluto.» 
{i)    Esto  es:  «viejos  chochos.» 


320 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


32! 


CREMJLO. 

Pregnntemos  á  Hécate  (1)  qué  es  mejor,  ser  rico, 
ó  indigente:  por  orden  suya,  todos  los  que  viven 
con  desahogo  ofrecen  mensualmente  una  comida, 
y  los  pobres  se  la  arrebatan  antes  de  haberla  ser- 
vido. Así,  vete  al  infierno  y  no  chistes  más  pala- 
bra, porque  no  me  convencerás,  aunque  me  hayas 
convencido. 

LA  POBREZA. 

«¿oís  lo  que  dice,  habitantes  de  Argos?»  (2). 

CRfiMILO. 

Invoca  á  Pauson,  tu  comensal  (3). 

LA   POBREZA. 

¡Triste  de  mí!  ¿Qué  haré? 

CREMILO. 

Irte  al  infierno,  y  quitarte  pronto  de  delante. 

LA  POBREZA. 

¿Adonde  iré? 

CREMILO. 

A  la  horca;  pero,  ¡pronto,  pronto! 

LA  POBREZA. 

Algún  dia  me  llamaréis. 


(1)  En  las  encrucijadas  de  tres  calles  colocábanlos 
Griegos  estatuas  de  Hécate,  á  causa  de  la  triple  advocación 
de  Febea,  Diana  y  Hécate  bajo  la  cual  era  adorada.  Los  ri- 
cos ofrecían  á  la  diosa  cada  novilunio  el  sacrificio  de  una 
comida,  compuesta  generalmente  de  huevos  y  queso,  que 
era  dejada  al  pié  de  sus  imágenes.  Los  pobres  se  la  co- 
mían, colgándole  el  milagro  á  la  diosa. 

(2)  Verso  del  2>/<?/b  de  Eurípides.      ,   ^.   ^    , 

(3)  Pintor  pobrísimo,  cuya  miseria  se  había  hecho  pro- 
verbial. 


CREMILO. 

Entonces  volverás;  ahora  márchate.  Prefiero  ser 
rico,  mal  que  te  pese. 

BLEPSIDEMO. 

Y  yo,  por  Júpiter,  en  cuanto  me  enriquezca 
quiero  comer  espléndidamente  con  mi  mujer  y 
mis  hijos,  salir  del  baño  limpio  y  reluciente,  y  reír- 
me en  las  barbas  de  los  trabajadores  y  la  pobreza. 


CREMILO. 

Por  fin  se  fué  esa  condenada.  Llevemos  al  dios 
cuanto  antes  al  templo  de  Esculapio,  para  que  se 
acueste  en  él. 

BLEPSIDEMO. 

Sin  perder  un  instante,  no  venga  algún  otro  á 
impedirnos  hacer  todo  lo  necesario. 

CREMILO. 

¡Eh!  Carion,  es  preciso  traer  las  colchas,  y  llevar 
á  Pinto  como  el  ritual  prescribe;  no  se  te  olvide 
nada  de  lo  que  hay  preparado  (1). 


CORO. 


•      (Falta.) 
CARION. 

¡Ancianos  que  en  las  fiestas  de  Teseo  (2)  empa- 

(1)  Los  manjares  para  obsequiar  al  dios  á  su  regreso 
del  templo. 

(2)  Se  celebraban  el  8  de  cada  mes,  en  memoria  de 


TOMO  III. 


21 


322 


COMEPIAS  de  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


323 


pais  mendru^uillos  de  pan  en  la  salsa  de  los  po- 
bres, cuan  grande  es  vuestra  felicidad!  ¡Qué  afor- 
tunados sois  vosotros  y  todos  los  hombres  de  bien! 

CORO. 

¿Qué  ocurre,  buen  amigo?  Pareces  portador  de 
una  noticia  agradable. 

CARTÓN. 

¡Qué  dicha  la  de  mi  amo,  ó,  por  mejor  decir,  la 
de  Pluto!  Era  ciego  y  ha  recobrado  la  vista;  sus 
ojos  lanzan  brillantes  destellos,  gracias  á  la  soli- 
citud de  Esculapio. 

CORO. 

¡Oh  gratísima  nueva!  ¡Oh  colmo  de  felicidad! 

CARION. 

Es  preciso  alegrarse  aunque  no  se  quiera. 

CORO. 

Con  resonante  voz  celebraré  al  hijo  del  ilustre 
Júpiter,  á  Esculapio,  astro  que  vivifica  á  los  mor- 
tales. 


LA  MUJER  DE  CREMILO. 

¿Qué  significan  esos  gritos?  ¿Hay  alguna  buena 
noticia?  Te  esperaba  dentro  de  casa,  llena  de  im- 
paciencia. 


haber  reunido  á  los  habitantes  dispersos  por  el  campo  en 
la  ciudad.  En  la  comida  que  en  ellas  se  daba,  la  mesa  de 
los  ancianos  de  que  habla  Canon  estaba  muy  mal  servida 
á  causa  de  su  pobreza,  y  se  veian  obligados,  faltos  de  cu- 
charas y  escudillas,  á  comer  la  salsa  del  plato  común  en 
pedazos  de  pan. 


CARTÓN. 

Pronto,  pronto,  saca  vino,  señora  mia;  también 
tú  beberás:  ya  sabemos  que  te  gusta.  Te  traigo  en 
compendio  todos  los  bienes . 

LA  MUJER. 

¿Dónde  están? 

CARION. 

En  mis  palabras,  lo  vas  á  ver. 

LA    MUJER. 

¡Vamos!  acaba  de  explicarte. 

CARION. 

Escucha,  pues:  voy  á  contarte  todo  el  negocio 
desde  los  pies  á  la  cabeza. 

LA   MUJER. 

¿A  la  cabeza?  (1).  No,  cuidado  con  ella. 

CARION. 

Luego  no  aceptas  los  bienes  que  se  te  meten  en 
casa. 

LA  MUJER. 

,Lo  que  no  quiero  son  negocios  (2). 

CARION. 

En  cuanto  llegamos  al  templo  con  el  dios  enton- 
ces tan  miserable  y  ahora  dichoso  y  feliz  como 
ninguno,  nuestro  primer  cuidado  fué  llevarle  al 
mar  y  en  seguida  bañarle  (3). 


(1)  Juego  de  palabras:  éar  xtív  xecpaXT^v  era  una  especie 
de  maldición. 

(2)  Es  decir,  barullos,  confusiones. 

(3)  Para  purificarle. 


324 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


LA   MUJER. 

¡Por  Júpiter!  ¡Vaya  una  felicidad!  Meter  á  un 
"viejo  en  agua  fría  (1). 

CARION. 

Luego  volvimos  al  santuario  de  Esculapio,  y  co- 
locamos sobre  el  altar  tortas  y  otras  ofrendas,  en- 
tregamos harina  de  flor  á  la  devoradora  llama  de 
Vulcano,  acostamos  á  Pluto  con  las  solemnidades 
de  costumbre,  y  después  cada  cual  se  arregló  un 
,    lecho  de  hojas. 

LA    MUJER. 

¿Habia  más  gente  implorando  al  dios? 

CARION. 

Un  tal  Neóclides  (2),  ciego,  pero  que  en  robar 
aventaja  á  los  de  mejor  vista,  y  otros  muchos 
atacados  de  toda  clase  de  enfermedades.  Después, 
el  sacerdote  apagó  las  lámparas  y  nos  mandó  dor- 
mir, encargándonos  el  silencio,  aunque  oyésemos 
cualquiera  ruido.  Todos  nos  acostamos  tranquila- 
mente. Pero  yo  no  po(1ia  conciliar  el  sueño:  una 
olla  de  puches,  colocada  á  la  cabecera  de  una  vie- 
ja, me  tentaba  el  apetito,  y  deseaba  ardientemente 
darle  un  asalto.  En  esto,  levantando  los  ojos,  veo 
que  el  sacerdote  despojaba  de  tortas  é  higos  secos 
la  sagrada  mesa.  Después  giró  una  visita  de  ins- 


(i)  Los  Griegos  tenían  sin  duda  la  misma  idea,  vulgar 
entré  nosotros,  de  no  ser  conveniente  los  baños  á  los  vie- 
jos. «De  cincuenta  para  arriba,  no  te  mojes  la  barriga,^ 

dice  un  refrán.  ,  »  ^     „ 

(2)    Orador  concusionario  y  sicofanta,  antes  citado,  y 

en  Las  Junteras^  255. 


PLUTO. 


325 


peccion  á  todos  los  altares,  y  cuantos  paaes  hablan 
quedado  en  ellos,  se  los  guardó  santamente  en  un 
saquito. — Convencido  de  lo  religioso  de  la  ceremo- 
nia, depuse  ya  todo  escriipulo  y  avancé  hacia  la  olla. 

LA    MUJER. 

¡ Ah  grandísimo  canalla!  ¿No  temías  al  dios? 

CARTÓN. 

Sí,  temia  que  con  sus  coronas  llegase  á  la  olla 
antes  que  yo;  su  sacerdote  me  habla  abierto  los 
ojos.  La  viejecita,  al  oir  un  ruido,  extendía  ya  la 
mano  para  apartar  la  olla;  entonces  yo,  imitando 
á  la  ><erpiente  pareas  (1),  di  un  silbido  y  la  mordí. 
La  vieja  retiró  vivamente  la  mano;  se  acurrucó  en 
su  lecho,  se  tapó  con  la  colcha  y  lanzó  de  miedo 
un  ñato  más  pestilente  que  el  de  una  comadreja. 
Entonces  yo  me  atraqué  de  puches,  y  volví  bien 
repleto  á  mi  cama. 

LA    MUJER. 

Y  el  dios,  ¿no  aparecía? 

CARION. 

* 

Aún  no.  Luego  hice  otra  de  las  mías:  al  acer- 
carse el  mismo  Esculapio  solté  una  estrepitosa  des- 
carga, pues  tenía  el  vientre  lleno  de  aire. 

LA    MUJER. 

¿Sin  duda  le  darías  asco? 

CARION. 

íCá!  laso  (2),  que  le  seguía,  fué  quien  se  rubo- 


(1)  Serpiente  no  venenosa,  consagrada  á  Esculapio. 
Había  muchas  en  el  templo  de  este  dios. 

(2)  Hija  de  Esculapio,  diosa  de  la  curación.  laso  viene 
de  ISaBat,  curarse. 


326 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


rizó,  y  Panacea  (1)  se  apartó  tapándoselas  narices, 
porque  yo  no  huelo  á  incienso. 

LA    MUJER. 

¿Y  el  dios? 

CARION. 

No  Mzo  caso. 

LA    MUJEH. 

De  modo  que  le  crees  un  grosero. 

CARION. 

No;  le  creo  aficionado  á  la  basura  (2]  y  nada  más. 

LA    MUJER. 

lAh,  bellaco! 

CARION. 

Después  me  metí  en  el  lecbo  lleno  de  temor;  el 
dios  g-iró  su  visita ,  examinando  con  orden  é  interés 
á  todos  los  enfermos,  y  luego  un  esclavo  le  trajo 
un  matraz  de  piedra  con  su  mano  correspondiente 
y  una  cajita. 

LA    MUJER. 

¿De  piedra? 

CARION. 

iPor  Júpiter!  la  caja  no. 

LA    MUJER. 

Pero,  bribón,  ¿cómo  podias  verlo  si  estabas  ta- 
pado? 


(\)  Otra  hija  de  Esculapio.  Su  nombre  está  compuesto 
de  Tcav,    /odTo,  y  áxetaOat,   curar. 

(1)  Merdivorura.  Alusión  á  la  inspección  ae  los  excre- 
mentos que  hacían  los  médicos  para  enterarse  del  estado 
de  los  enfermos  en  ciertas  dolencias. 


PLUTO. 


327 


CARION. 

Por  los  ag-ujeros  del  manto,  que  no  son  pocos  á 
fe  mia.  Lo  primero  que  preparó  fué  un  ungüento 
para  Neóclides;  puso  en  el  matraz  tres  cabezas  de 
ajos  de  Ténos  (1),  y  las  majó  mezclándolas  goma  y 
cebollas  albarranas;  humedeció  la  masa  con  vina- 
gre de  Esfeto  (2),  y  se  la  aplicó  al  paciente  sobre 
los  ojos,  habiéndole  vuelto  antes  los  párpados  para 
que  fuese  el  dolor  más  vivo.  Neóclides  grita,  au- 
lla, salta  del  lecho  y  quiere  huir;  pero  el  dios  le 
dijo  sonriendo:  «Quédate  alií  con  tu  ungüento;  así 
no  podrás  presentarte  en  la  asamblea  y  hacerla 
cómplice  de  tus  perjurios.» 

LA    MUJER. 

¡Qué  amante  de  la  república  y  qué  discreto  es  ese 
diosí 

CARION. 

Después  se  sentó  junto  al  lecho  de  Pluto:  tocóle 
primero  la  cabeza;  luego  le  limpió  los  párpados 
con  un  lienzo  muy  fino;  Panacea  le  cubrió  el  crá- 
neo y  toda  la  cara  con  un  velo  de  púrpura;  por  úl- 
timo, Esculapio  silbó,  y  dos  inmensas  serpientes 
se  lanzaron  del  fondo  del  santuario. 

LA    MUJER. 

¡Soberanos  dioses! 

CARION. 

Deslizáronse  suavemente  bajo  el  velo  de  púrpu- 


(1)  Una  de  las  Cicladas.  Probablemente  sus  ajos  serían 

muy  cáusticos.  ,,        /.  u  •    u 

(2)  Demo  del  Ática.  El  vinagre  que  en  él  se  fabricaba 

era  sumamente  fuerte. 


328 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


ra,  y  á  lo  que  me  pareció,  le  lamieron  I03  párpados, 
y  en  menos  tiempo  que  el  que  tú  necesitas  para  be- 
berte  diez  cotilas  de  vino,  Pluto,  señora  mia,  se  le- 
vantó con  vista  ya.  Loco  de  júbilo,  palmoteo  y  des- 
perté á  mi  dueño:  el  dios  y  las  serpientes  se  escon- 
dieron al  punto  en  el  interior  del  santuario.  Pero  los 
que  teuian  sus  lechos  junto  al  de  Pluto  le  abrazaron 
con  indescriptible  cariño,  y  estuvieron  despiertos 
toda  la  noche  hasta  que  amaneció.  Yo  daba  al 
dios  las  g'racias  más  expresivas  por  haber  sanado 
tan  pronto  á  Pluto  y  aumentado  la  ceg'uera  de 
Neóclides. 

LA    MUJER. 

¡Oh  Esculapio,  qué  grao  de  es  tu  poder!  Pero, 
díme,  ¿dónde  está  Pluto'? 

CARION. 

Ya  viene.  Pero  le  rodeaba  una  inmensa  multi- 
tud. Los  hombres  de  bien,  reducidos  hasta  ahora  á 
una  existencia  mezquina,  le  abrazaban  y  le  salu- 
daban en  la  efusión  del  más  completo  reg-ocijo:  los 
antes  ricos  y  po.  eedores  de  una  gran  fortuna  ma- 
lamente adquirida,  fruncían  el  ceño  y  dejaban  tras- 
lucir su  temor  en  la  inquietud  de  sus  miradas. 
Los  primeros  le  seguían  ceñidos  de  guirnaldas, 
risueños  y  decidores,  y  la  tierra  resonaba  bajo  el 
acompasado  andar  de  los  ancianos.  Ea,  ordenad  el 
baile,  saltad,  constituid  los  coros;  y  nunca  volve- 
reis á  oir  al  entrar  en  vuestra  casa  la  terrible  frase: 
«No  hay  harina  en  el  saco.» 

LA   MUJER. 

¡Por  Hécatel   en  albricias  de  tu  buena  nue- 


PLUTO. 


329   • 


va   voy   á  ponerte  una   corona  de   pastelillos. 

CARION. 

No  tardes,  porque  ya  se  acercan  á  la  puerta. 

LA    MUJER. 

Ea,  voy  adentro  á  disponer  las  oblaciones  de  cos- 
tumbre para  celebrar  la  entrada  de  esos  ojos  re- 
cientemente adquiridos  parala  luz  (1). 

CARION. 

Y  yo  á  salirles  al  encuentro. 


CORO. 


(Falta.) 
PLUTO. 

iYo  te  saludo,  oh  sol!  jYo  te  saludo  también,  in- 
dita tierra  (Je  Palas,  generoso  país  de  Cécrope,  que 
me  has  dado  hospitalidad!  Me  avergüenzo  de  mi 
suerte  infeliz.  ¡Yo,  sin  saberlo,  haber  vivido  con 
semejantes  hombres!  ¡Yo,  ignorante  de  todo,  haber 
huido  de  los  únicos  acreedores  á  mi  amistadl  í  Ay 
triste!  ¡Cuan  errados  eran  mis  caminos!  Pero  cam- 
biaré de  conducta,  y  demostraré  á  todos  los  hom- 
bres que  al  entregarme  á  los  perversos  lo  hice 
contra  mi  voluntad. 

CREMILO. 

¡Idos  al  infierno!  ¡Qué  fastidiosos  son  todos  estos 

(1)  Habla  de  los  ojos  de  Pluto  como  si  fuesen  un  es- 
clavo recien  comprado  que  viniese  por  primera  vez  á  su 
casa.  Entonces  era  costumbre  esparcir  en  torno  del  hogar 
nueces,  higos,  pasas,  etc.,  emblemas  de  la  abundancia. 


330 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


amigos  que  le  asedian  á  uno  en  cuanto  mejora  de 
fortuna!  ¡Cómo  me  codean  y  me  martirizan  las 
piernas  á  fuerza  de  querer  demostrarme  su  cariño! 
¿Quién  ha  dejado  de  saludarme?  ¡Qué  muchedum- 
bre de  ancianos  me  rodeó  en  la  plaza! 

LA    MUJER. 

¡Salud  al  más  querido  de  los  hombres!  ¡Salud 
también  á  vosotros!  ¡Oh  Pluto,  permíteme,  como 
es  costumbre,  ofrecerte  estos  dones  de  bien- 
venida! 

PLUTO. 

No.  Esta  casa  es  la  primera  que  visito  después 
de  mi  curación,  y  de  ella  nada  debo  llevarme;  al 
contrario,  debo  traerla  mis  dones. 

LA    MUJER. 

¿Rehusas  estos  regalos? 

PLUTO. 

Los  aceptaré  dentro,  junto  al  hogar,  como  es 
costumbre.  Así  evitaremos  además  una  escena 
ridicula.  No  está  bien  que  el  poeta  haga  reír  á 
los  espectadores  arrojándoles  golosinan  é  higos  se- 
cos (1). 

LA    MUJER. 

Tienes  razón.  Tklira,  ya  se  habia  levantado  Dexf- 
nico  (2)  para  atrapar  los  higos  en  el  aire. 
(Entran  todos  en  la  casa. ) 


(1)  Ya  censuró  esta  misma  costumbre  en  Las  At?«" 
;?«*,  58;yenZaPa2,962-965. 

(2)  Hombre  sumamente  pobre  y  glotón. 


PLÜIO. 


331 


CORO. 


(Falta.) 
CARION. 

¡Qué  agradable  es,  amigos  míos,  la  felicidad,  so- 
bre todo  cuando  nada  cuesta!  Un  montón  de  bie- 
nes se  ha  colado  de  rondón  en  nuestra  casa,  sin  que 
hayamos  hecho  mal  á  nadie!  ¡De  este  modo  sí  que 
es  buena  la  abundancia!  La  artesa  está  llena  de 
blanca  harina,  y  las  tinajas  de  rojo  y  perfumado 
vino;  el  oro  y  la  plata,  ¡parece  increíble!  no  caben 
en  los  cofres;  la  cisterna  se  halla  atestada  de 
aceite;  los  frascos  de  perfumes,  y  el  frutero  de 
higos.  Las  vinagreras,  las  escudillas  y  las  ollas  son 
todas  de  bronce;  de  plata,  las  fuentes  semipodridas 
en  que  antes  servíamos  la  pesca;  en  fin,  hasta  el 
sillico  (1)  se  ha  hecho  de  marfil,  repentinamente. 
Los  esclavos  jugamos  á  pares  ó  nones  con  mone- 
das de  oro,  y,  ¡oh  refinamiento  de  sensualidad! 
usamos  para  limpiarnos  (2)  tallos  le  ajo,  en  vez  de 
piedras.  En  este  instante,  mi  amo,  con  su  corres- 
pondiente corona,  está  sacrificando  un  cerdo,  un 
carnero  y  un  chivo;  el  humo  me  ha  obligado  á  salir; 
no  podia  parar  dentro  de  casa.  ¡Tanto  me  picaban 
los  ojos! 


(1)  Brunck  propone  que  se  lea  Ttio;,  ratonera,  en  el 
texto,  en  vez  de  Itcvóc,  lección  seguida  por  Dindorf,  Bergck, 
Boissonade  y  otros.  Esie  litvóc  se  traduce  generalmente 
lámpara  ó  linterna^  pero  la  interpretación  que  le  damos 
es  más  cómica.  (V.  La  Paz,  841,  y  el  escolio  al  verso  815 
del  Pinto.) 

(2)  Nates. 


232 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


333 


UN  HOMBRE  HONRADO. 

Síg-ueme,  niño;  vamos  en  busca  del  dios. 

CREMILO. 

¡Hola!  ¿Quién  va? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Un  hombre,  hace  poco  infeliz  y  ahora  afortu- 
nado. 

CREMILO. 

Tú  eres  á  lo  que  veo  un  hombre  de  bien. 

EL  HOMBRE   HONRADO. 

Seguramente. 

CREMILO. 

íY  qué  deseas? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Dar  gracias  al  dios  por  sus  inmensos  beneficios. 
Habiendo  heredado  de  mi  padre  una  fortuna  bas- 
tante regnlar,  me  dediqué  á  aliviar  las  necesidades 
de  mis  amig-os,  creyendo  que  esto  era  lo  mejor  que 
puede  hacerse  en  la  vida. 

CREMILO. 

¿Y  te  arruinaste  muy  pronto? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Por  completo. 

CREMILO. 

lY  quedaste  en  la  miseria? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Más  completa.  Yo  pensaba  que  los  amig'os  nece- 
tados  á  quienes  habia  socorrido  continuarían  sién- 
dolo en  la  desgracia,  pero  ¡ay!  se  apartaban  de  mi, 
y  fingían  no  verme. 


CREMILO. 

í  hasta  se  burlarían  de  tí;  estoy  seguro. 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Completamente.  La  pobreza  de  mi  ajuar  me  ha 
perdido. 

CREMILO. 

Pero  ya  no  es  asi. 

EL   HOMBRE  HONRADO. 

Precisamente  eso  me  hace  venir  á  tributar  al 
dios  una  adoración  merecida. 

CREMILO. 

¿Y  qué  tiene  que  ver  con  el  dios  el  manto  aguje- 
reado del  esclavo  que  te  acompaña? 

EL   HOMBRE  HONRADO. 

Lo  traigo  con  intención  de  dedicárselo. 

CREMILO. 

¿Es  el  que  llevabas  cuando  te  iniciaste  en  los 
grandes  misterios?  (1). 

EL  HOMBRE  HOMRADO. 

No;  pero  me  he  helado  con  él  durante  trece  años. 

CREMILO. 

¿Y  esos  borceguíes? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

También  sufrieron  conmigo  ios  rigores  del  in- 
vierno. 

CREMILO. 

¿Los  traes  para  consagrárselos? 


(1)  Era  costumbre  consagrar  á  los  dioses  después  de 
haberlos  usado  los  vestidos  que  se  llevaban  al  ser  iniciado 
en  los  misterios  de  Eléusis.  Muchos  no  los  ofrecian  hasta 
que  no  podían  gastarlos  ya  de  puro  viejos. 


334 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


EL  HOMBRE  HONRADO. 

Sí  por  cierto. 

CREMILO. 

¡Magníficas  ofrendas  vas  á  presentar  al  dios! 


UN  DELATOR. 

I Ay  infeliz!  ¡estoy  arruinado,  perdido!  ¡Oh  suerte 
tres  y  cuatro  y  cinco  y  doce  y  diez  mil  veces  in- 
fortunada! ¡Ay,  me  ag-obiau  desdichas  sin  número! 

CREMILO. 

¡Oh  Apolo  preservador!  ¡Oh  dioses  tutelares! 
¿qué  desgracia  le  habrá  sucedido  á  ese  hombre? 

EL   DELATOR. 

¿No  es  insoportable  lo  que  me  sucede?  ¡Todo  lo 
he  perdido!  Ese  dios  me  ha  despojado  de  todos  mis 
bienes.  ¡Oh,  ya  volverá  á  quedarse  ciego,  si  hay 
justicia  en  el  mundo! 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Empiezo  á  comprender;  es  sin  duda  un  hombre 
arruinado;  no  tiene  traza  de  ser  de  moneda  cor- 
riente. 

CREMILO. 

Tienes  razón;  pero  su  ruina  es  justa. 

EL  DELATOR. 

¿Dónde  está,  dónde  está  el  dios  que  había  pro- 
metido enriquecernos  á  todos  en  cuanto  recobrase 
la  vista?  Lo  que  ha  hecho  ha  sido  arruinar  á  al- 
gunos. 

CREMILO. 

¿A  quién  ha  maltratado  de  ese  modof 


PLÜTO. 


335 


EL  DELATOR. 

A  mí  mismo. 

CREMILO. 

¿Eras,  por  tanto,  un  malhechor,  un  ladrón? 

EL    DELATOR. 

Vosotros  lo  seréis,  ¡por  Júpiter!  No  me  cabe 
duda  de  que  ambos  guardáis  mi  dinero. 

CARION. 

¡Por  la  venerable  Céres,  qué  insolente  se  pre- 
senta el  delator!  Debe  azuzarle  el  hambre. 

EL    DELATOR. 

Vas  á  comparecer  sin  perder  un  instante  en  la 
plaza  pública;  la  rueda  y  el  tormento  te  obligarán 
á  confesar  tus  crímenes. 

CARTÓN. 

¡Mucho  ojo!  mala  pécora. 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

¡Oh,  por  Júpiter  salvador,  qué  agradecidos  de- 
berán estar  á  Pluto  todos  los  Griegos,  si  les  libra 
de  esta  peste  de  delatores! 

EL   DELATOR.  ' 

¡Oh  rabia!  ¿También  tú  te  burlas?  ¡Tú  eres  cóm- 
plice de  su  robo!  Y  si  no,  contesta:  ¿de  dónde  has 
sacado  ese  vestido  nuevo?  Ayer  te  vi  hecho  un  an- 
drajo. 

EL  HOMBRE    HONRADO. 

No  te  temo,  gracias  á  este  anillo  que  le  compré 
á  Eudemo  (1)  por  un  dracma. 


(4)  Hechicero  que  vendía  anillos  mágicos,  especie  de 
amuletos  que  se  creia  preservaban  de  la  mordedura  de 
animales  venenosos. 


336 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES . 


PLUTO. 


337 


CREMILO. 

No  hay  anillo  qiie  vaíg-a  contra  la  mordedura  de 
un  delator. 

EL   DELATOR. 

.  ¿Puede  haber  mayor-ultraje?  Os  burláis;  pero  aún 
no  habéis  dicho  lo  que  aquí  hacéis;  seg-uramente 
que  no  es  nada  bueno. 

CREMTLO. 

Nada  bueno  para  ti;  tenlo  presente. 

EL    DELATOR. 

Vais  á  comer  á  mis  expensas,  por  Júpiter. 

CRE\UL0. 

¡Impostor!  ¡Ojalá  revientes  tú  y  tu  testigo  sin 
haberos  desayunadol 

EL   DELATOR. 

¿Podéis  negarlo,  bribonea?  Hasta  aquí  llega  el 
olor  de  los  peces  y  de  los  asados;  ¡hu!  ¡hu!  íhu! 
íhu!  ¡hu!  ¡hu!  (Olfatea,) 

CREMILO. 

¿Hueles  algo,  canalla? 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Es  el  frío  sin  duda.  ¡Cómo  lleva  tan  raído  el 
manto! 

EL  DELATOR. 

¡Vive  Dios!  jEsto  no  puede  tolerarse!  ¡burlarse 
de  mi  esa  gentuza!  ¡Qué  indignidad!  ¡verse  tratado 
así  un  hombre  honrado,  un  buen  ciudadano! 

CREMILO. 

¿Tú  hombre  honrado  y  buen  ciudadano? 

EL  DELATOR. 

Como  ninguno. 


CREMILO. 

¡Pues  bien!  responde  á  mis  preguntas. 

ÉL  DELATOR. 

¿Cuáles? 

CREMILO. 

¿Eres  labrador? 

EL  DELATOR. 

¿Por  tan  loco  me  tienes? 

CREMILO. 

¿Comerciante? 

EL  DELATOR. 

Paso  por  tal,  cuando  me  hace  falta  (1). 

CREMILO. 

Por  último,  ¿has  aprendido  algún  oficio? 

EL  DELATOR. 

No  por  cierto. 

CREMILO. 

¿Pues  de  qué  vivías  si  no  hacías  nada? 

EL  DELATOR. 

Velo  sobre  todos  los  asuntos  públicos  y  pri- 
vados. 

CREMILO. 

¿Tú«  ¿Y  por  qué? 

EL  DELATOR. 

Porque  quiero. 

CREMILO. 

¿Cómo  has  de  ser  un  hombre  honrado,  grandí- 


(1)  Cuando  le  convenia  para  librarse  de  ciertos  gravá- 
menes de  que  los  comerciantes  estaban  exentos.  En  estas 
exenciones  era  la  más  importante  la  del  servicio  militar. 


TOMO  ni. 


338 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


339 


simo  ladrón,  haciéndote  odioso  á  todo  el  mundo 
por  meterte  en  lo  que  no  se  te  importa? 

EL  DELATOR. 

¿No  ha  de  importarme,  imbécil,  el  servir  á  mi 
patria  con  todas  mis  fuerzas? 

CREMILO. 

¿Pues  qué,  el  meterse  en  camisa  ajena  es  servir 
á  la  patria? 

EL  DELATOR. 

Sí,  y  el  mantener  las  leyes  establecidas  y  el  no 
permitir  que  nadie  las  quebrante. 

CREMILO. 

¿No  tiene  para  eso  la  república  sus  tribunales? 

EL    DELATOR. 

¿Y  quién  acusa? 

CREMILO. 

El  que  quiere  (1). 

EL  DELATOR. 

Pues  bien,  ese  soy  yo;  por  eso  todos  los  negocios 
del  Estado  son  de  mi  competencia. 

CREÓLO. 

¡Buen  magistrado,  vive  Dios!  ¿Pero  no  preferi- 
rlas vivir  tranquilamente  sin  hacer  nada? 

EL  DELATOR. 

No  ocuparse  de  nada  es  vivir  como  un  borrego. 

CREMILO. 

¿No  quieres  mejorar  de  vida? 


EL    DELATOR. 

No,  aun  cuando  me  des  á  Pinto  en  persona  y  el 
silfio  de  Bato  (1). 

CREÓLO. 

Quítate  el  vestido. 

CARION. 

lEh!  á  tí  te  dice. 

CREMILO. 

En  seguida,  descálzate. 

CARION. 

Todo  eso  va  contigo. 

EL    DELATOR. 

Acerqúese  quien  se  atreva. 

CARTÓN. 

Yo  me  acerco. 

EL    DELATOR. 

¡Oh,  me  desnudan  en  pleno  dia! 

CARION. 

Consecuencias  de  meterse  en  negocios  ajenos  y 
comer  á  costa  del  prójimo. 

BL   DELATOR.    fA  UTh  tesUgo.) 

¿No  ves  lo  que  me  hacen?  Sé  testigo. 

CARION. 

Tu  testigo  ha  puesto  pies  en  polvorosa. 

EL    DELATOR. 

¡Ayl  ¡estoy  solo,  y  cogido! 

CARION. 

¿Ahora  gritas? 


(i)    El  derecho  de  acusar  era  público  en  asuntos  de  ín- 
teres general. 


(i)  Quiere  decir,  «la  cosa  más  preciosa.»  El  silfio  ppa 
sumamente  apreciado  y  se  pagaba  á  peso  de  oro.  Bato  fué 
el  fundador  de  Cirene,  que  comerciaba  mucho  en  silfio. 


340 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLÜTO. 


341 


EL  DELATOR. 

¡Ay  de  mí!  repito. 

CARION. 

Alárgame  ese  manto  destrozado  y  se  lo  pondré 
á  este  delator. 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

No,  no,  está  hace  tiempo  consagrado  á  Plato. 

CARION. 

.Dónde  podrá  estar  mejor  que  sóbrelos  honibros 
de  este  infame  bandido?  A  Pinto  es  necesario  dedi- 
carle vestidos  mejores. 

EL  HOMBRE  HONRADO. 

Y  con  los  zapatos,  ¿qué  hacemos? 

CARION. 

Voy  á  clavárselos  en  la  frente,  como  si  fuese  un 
acebnche  sagrado  (1) . 

EL    DELATOR. 

Me  marcho,  porque  conozco  q"«  P^^^^^^^^^^ 
vo  oero  como  encuentre  un  auxiliar,  siquiera  sea 
SCmo  una  tabla  de  higuera  (2),  me  he  de  ven- 
dar de  ese  dios  tan  poderoso  que,  por  su  sola  au- 
£  ¿d.  sin  consultar  previamente  ni  al  Senado  m 
S  pueblo,  echa  por  tierra  la  democracia. 

BL  HOMBRE  H0NRA.D0. 

Ahora  que  vas  cubierto  con  mi  armadura  (3), 
^m    Era  costumbre  colgar  las  ofrendas  de  los  árboles 

'''■jg^ttasi  asúmanlo  y  sus  zapatos. 


corre  á  los  baños,  y  para  calentarte,  apodérate  del 
primer  puesto,  que  yo  durante  tanto  tiempo  he 
ocupado  (1). 

CREMILO. 

Pero  el  bañero,  agarrándole  por  donde  más  le 
duela  (2),  le  pondrá  bonitamente  en  la  calle;  pues  á 
la  primera  ojeada  comprenderá  que  es  un  bribón. 
Entremos  nosotros,  para  que  adores  al  dios. 


CORO. 


(Falta.) 
UNA  VIEJA. 

Buenos  ancianos,  ¿he  llegado  á  la  casa  donde  ha- 
bita el  nuevo  dios,  ó  he  equivocado  el  camino? 

CORO. 

Estás  á  su  puerta,  hermosa  niña  (3],  tu  pregunta 
es  oportunísima. 

LA  VIEJA. 

Voy  á  llamar  á  alguno  de  la  casa. 

CREMILO. 

No  es  necesario:  aquí  me  tienes;  ¿qué  es  lo  que 
te  trae?  Habla. 

LA  VIEJA. 

Soy  víctima,  amigo  mió,  de  la  acción  más  iní- 


(1)  Véase  la  nota  al  verso  535  de  esta  comedia. 

(2)  Prehensum  tesiiculis. 

(3)  Piropo  irónico. 


342 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


PLÜTO. 


343 


cua  ó  infame  desde  que  ese  dios  ha  recobrado  la 
vista;  mi  existencia  es  insoportable. 

CKEMILO. 

¿Cómo?  ¿Serás  acaso  un  delator -bembra? 

LA  VIEJA. 

No  por  cierto. 

CREMILO. 

¿Te  habrá  correspondido  mala  letra  en  el  sorteo 
para  be'oer? 

LA  VIEJA. 

Tú  te  ries,  y  yo  ¡infeliz:  muero  devorada  por 
una  pasión. 

CBEMILO. 

Vamos,  acaba  de  decir  cuál  es  la  pasión  que  te 
devora 

LA  VIEJA. 

Escucha:  yo  amaba  á  un  jóren  pobre;  ¡pero  tan 
hermoso,  tan  bien  formado,  tan  bueno!  Todo  cuanto 
le  pedia  me  lo  daba  con  la  mayor  soücitud  y  ca- 
riño; y  o  á  mi  vez  no  le  negaba  nada. 

CREMILO. 

¿Y  qué  solia  pedirte? 

LA  VIEJA. 

Poca  cosa;  era  conmigo  lo  más  verg-onzoso... 
Unas  veces  veinte  dracmas  para  comprarse  un  tra- 
je; otras,  ocho  para  unos  zapatos;  ya  me  decia  que 
regalase  túnicas  á  sus  hermanas  y  un  vestidillo  á 
su  madre;  ya  necesitaba  cuatro  medimnas  de  trigo. 

CREMILO. 

No  es  mucho  á  la  verdad;  su  discreción  es  ad- 
mirable. 


LA  VIEJA. 

Y  aun  eso,  según  solia  decirme,  no  me  lo  pedia 
por  vil  interés,  sino  por  pura  amistad.  Por  ejem- 
plo, un  vestido  regalado  por  mi  era  un  constante 
recuerdo. 

CREMILO. 

Ese  hombre  te  quería  extraordinariamente. 

LA  VIEJA. 

Pero  ahora  no  es  así.  ¡Cómo  se  ha  cambiado  el 
pérfido!  Hoy  le  habia  enviado  este  pastel  con  otras 
golosinas  que  ves  en  este  plato,  indicándole  que  á 
la  noche  iría... 

CREMILO. 

¿Y  qué  ha  hecho? 

LA  VIEJA. 

Me  ha  devuelto  mis  regalos,  y  además  este  otro 
pastei,  con  la  condición  de  que  no  pusiese  los  piés^ 
en  su  casa,  añadiendo  este  insulto: 

«Eran  en  otro  tiempo  los  Milesios 
Varones  esforzados »  (1). 

CREMILO. 

Pues  no  es  tan  malo  el  muchacho :  ahora  que  es 
rico  no  le  gustan  las  lentejas  (2);  antes  la  necesidad 
le  obligaba  comer  de  todo. 


(1)  Este  verso  es  atribuido  por  uno  de  los  Escoliastas 
á  Anacreonte,  aunque  no  se  sabe  si  en  boca  de  este  poeta 
era  también  cita  de  un  oráculo  dado  á  Poiícrates,  tirano  de 
Sámos.Al  aplicárselo  á  la  vieja  el  joven,  la  da  á  entender 
que  su  belleza  habia  ya  caducado. 

(2)  Proverbio  que  se  aplicaba  á  los  enriquecidos  de  re- 
pente. 


344 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


PLÜTO. 


345 


LA  VIEJA. 

Por  las  dos  diosas  te  lo  juro,  antes  estaba  conti- 
nuamente á  la  puerta  de  mi  casa. 

CREMILO. 

¿Para  llevarte  á  enterrar? 

LA  VIEJA. 

No,  sino  por  el  gusto  de  escuchar  mi  voz. 

CREMILO. 

Ya  sería  por  ver  si  le  dabas  algo. 

LA   VIEJA. 

Cuando  estaba  triste  me  llamaba  con  ternura: 
«patito  mió,  palomita  mia». 

CREMILO. 

Y  después  te  pedirla  dinero  para  unos  zapatos. 

LA  VIEJA. 

Habiendo  ido  en  carro  (1)  á  la  celebración  de  los 
grandes  misterios,  porque  me  miró  por  casualidad 
no  sé  quién,  lo  tomó  tan  á  pecho,  que  me  estuvo 
pegando  todo  el  dia.  ¡Tan  celoso  era  el  pobrel 

CREMILO. 

Sin  duda  deseaba  comer  solo. 

LA  VIEJA. 

Solia  decirme  que  mis  manos  eran  hermosísimas. 

CRE^HLO. 

Cuando  le  alargaban  veinte  dracmas. 

LA  VIEJA. 

Que  mi  cutis  exhalaba  un  olor  suavísimo... 

CREMILO. 

Cuando  le  servias  vino  de  Tasos. 


(i)    Las  mujeres  ricas  iban  en  carruaje  á  Eléusis. 


LA  VIEJA. 

Ponderaba  la  ternura  y  brillantez  de  mis  ojos. 

CREMILO. 

No  era  lerdo  el  mozo.  iQué  bien  sabía  explotar  á 
una  impúdica  vieja! 

LA   VIEJA. 

Creo,  por  tanto,  querido  mío,  que  Pluto  obra  muy 
mal  al  conducirse  así,  después  de  haber  prometido 
su  constante  ayuda  á  las  víctimas  de  cualquiera 
injusticia. 

CREMILO. 

¿Qué  quieres  que  haga?  dílo,  cumplirá  tu  deseo. 

LA   VIEJA. 

Es  muy  justo,  por  Júpiter,  obligar  al  que  de  mí 
ha  recibido  tantos  favores,  á  hacérmelos  á  su  vez: 
de  otro  modo,  no  es  digno  dedisfrutar  del  bien  más 
pequeño. 

CREMILO. 

¿No  te  manifestaba  su  reconocimiento  todas  las 
noches? 

LA  VIEJA. 

Pero  me  prometía  no  abandonarme  jamás  mien- 
tras viviera. 

CREMILO. 

Muy  bien;  pero  creerá  que  ya  no  existes. 

LA    VIEJA. 

í  Ay,  amigo  de  mi  alma,  estoy  consumida  por  el 
pesar! 

CRElVnLO. 

Más  aún;  me  parece  que  has  entrado  ya  en  pu- 
trefacción. 


346 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES  . 


PLUTO. 


347 


LA  VIEJA. 

Podría  pasar  por  ua  anillo  (1). 

CREMILO. 

Con  tal  que  ese  anillo  fuese  el  aro  de  una  criba. 

LA   VIEJA. 

¿Qué  veo?  ahí  viene  el  joven  de  quien  me  estaba 
quejando:  tiene  traza  de  dirigirse  á  una  orgía. 

CREMILO. 

Está  claro:  lleva,  en  efecto,  una  coronay  una  tea. 


EL  JOVEN. 
LA  VIEJA. 


jSalud! 
¿Qué  dice? 

EL    JOVEN. 

Mi*anciana  amiga,  ¡qué  pronto  has  encanecido! 
¡Es  asombroso! 

LA  VIEJA. 

¡Triste  de  mi!  ¡Cuántos  insultos! 

CREMILO. 

Sin  duda  bace  mucho  tiempo  que  no  te  ha  visto. 

LA  VIEJA. 

¡Mucho  tiempo!  ayer  estuvo  conmigo. 

CRE-NULO. 

Le  pasa  lo  contrario  que  á  otros  muchos:  el  vino, 
según  parece,  le  acbra  la  vista. 

LA  VIEJA. 

No;  siempre  es  un  desvergonzado. 


EL   JOVEN. 

¡Oh  Neptuno,  rey  del  mar!  ¡oh  vetustas  divini- 
dades, cuántas  arrugas  tiene  en  la  caral 

LA  VIEJA. 

¡Eh!  ¡eh!  aparta  la  antorcha. 

CREMILO. 

Tiene  razón;  si  le  salta  una  sola  chispa,  arderá 
como  un  tronco  de  olivo  seco. 

EL  JOVEN. 

¿Quieres  jugar  un  momento  conmigo? 

LA  VIEJA. 

¿En  dónde,  pérfido? 

EL  JOVEN. 

Aquí,  con  nueces. 

LA  VIEJA. 

¿A  qué  juego? 

EL  JOVEN. 

A  adivinar  cuántos  dientes  conservas. 

CREMILO. 

Yo  adivinaré  también;  le  quedan  tres  ó  cuatro. 

EL  JOVEN. 

Has  perdido;  no  tiene  más  que  una  muela. 

LA   VIEJA. 

¡Hombre  infame!  ¿has  perdido  el  juicio  para  sa- 
carme los  trapos  á  la  colada  (1)  delante  de  tanta 
gente? 

EL  JOVEN. 

No  te  vendría  mal  una  buena  jabonadura. 


(1)    Tan  delgada  se  supone. 


(1)    Lit.:  lavarme  la  cabeza. 


348 


LOMEDIAS  de  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


349 


CREMILO. 

Te  equivocas;  ahora  está  perfectamente  pintada, 
y  si  la  lavases  se  le  quitarla  el  albayalde  y  se  pon- 
drian  de  manifiesto  todas  sus  arrufas. 

LA.  VIEJA. 

Para  ser  tan  viejo,  me  pareces  muy  poco  formal. 

EL   JOVEN. 

lAh!  te  hace  carantoñas  y  te  abraza  la  cintura 
creyendo  que  nadie  le  ve. 

LA  VIEJA. 

iNo,  por  Venus!  ¡no,  infame! 

CREMILO. 

Hécate  me  preserve  de  tal  locura.  Pero,  mi  joven 
amigo,  yo  no  puedo  consentir  que  aborrezcas  á 
esta  muchacha. 

EL  JOVEN. 

Si  la  idolatro. 

CREMILO. 

Sin  embargo,  te  acusa... 

EL  JOVEN. 

¿De  qué? 

CREMILO. 

De  que  eres  un  insolente,  que  le  has  dicho: 
«Eran  en  otro  tiempo  los  Milesios 
Varones  esforzados » 

EL  JOVEN. 

Vamos,  no  quiero  disputártela. 

CREMILO. 

¿Por  qué? 

EL  JOVEN. 

Por  respeto  á  tu  edad:  á  otro  nunca  se  lo  hu- 


biera consentido.  Vete  en  paz  con  la  muchacha. 

CREMILO. 

Entiendo,  entiendo:  no  quieres  vivir  ya  con  día. 

LA   VIEJA. 

¿Y  quién  lo  consentirá? 

EL  JOVEN. 

Yo  no  puedo  tener  relaciones  con  una  vieja  que 
cuenta  trece  mil  años  de  amoríos. 

CREMILO. 

Sin  embargo,  pues  no  te  desdeñaste  de  beber  el 
vino,  justo  es  que  apures  la  hez. 

EL  JOVEN. 

Pero  esta  es  sumamente  rancia  y  corrompida. 

CREMILO. 

Pásala  por  la  manga  y  se  purificará. 

EL   JOVEN. 

Pero  entra:  yo  te  sigo  para  ofrecer  al  dios  estas 
coronas. 

LA   VIEJA. 

Yo  también,  porque  tengo  que  decirle  una  cosa. 

EL  JOVEN. 

Entonces,  no  entro. 

CREMILO. 

Tranquilízate:  no  te  violará. 

EL  JOVEN. 

Tienes  razón;  harto  tiempo  la  he  manejado  á  mi 

antojo  (1). 

LA  VIEJA. 

Entra;  yo  te  sigo. 


(1)    Satis  multo  tempore  eam  tublevi. 


350 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLÜTO. 


351 


CREMILO. 

lOh  Júpiter!  la  viejecilla  se  pe^  al  mozo  con  la 
insistencia  de  una  lapa. 

(Entran  todos.) 


CORO. 


(Falta.) 
CARION. 

¿Quién  va?  ^.quién  llamaV  ¿Qué  es  esto?  no  distin- 
go á  nadie;  sin  duda  la  puerta  ha  rechinado  sin  que 
ninguno  la  toque. 

MERCURIO. 

¡Hola!  Carion:  aguarda. 

CARION. 

¿Eras  tú  el  que  tan  estrepitosamente  golpeaba  la 
puerta? 

MERCURIO. 

No,  pero  me  disponía  á  llamar  cuando  has  abier- 
to. Ea,  corre  y  advierte  á,  tu  amo  que  sin  perder  un 
instante  se  me  presente  con  su  mujer,  sus  hijos, 
sus  criados,  su  perro,  tú  y  su  marrano. 

CARION. 

¿Pues  qué  ocurre? 

MERCURIO. 

Júpiter,  gran  bribón,  quiere  aderezaros  á  todos 
en  la  misma  cazuela  y  arrojaros  al  Báratro. 

CARION. 

¡Cuidado  con  la  lengua,  pregonero  de  desgra- 
cias! Mas,  ¿por  qué  piensa  tratarnos  de  ese  modo? 


MERCURIO. 

Porque  habéis  cometido  el  crimen  más  horrendo. 
Desde  que  Pluto  ha  recobrado  la  vista  nadie  nos 
ofrece  á  los  dioses  ni  incienso,  ni  laureles,  ni  tor- 
tas, ni  victimas,  ni  nada,  en  fin. 

CARION. 

Ni  se  os  ofrecerán  nunca:  nos  gobernabais  muy 
mal. 

MERCURIO. 

De  los  otros  dioses  poco  se  me  importa;  pero  yo 
me  siento  desfallecer  y  morir. 

CARION. 

iQué  discreción! 

MERCURIO. 

Antes,  de  par  de  mañana,  me  ofrecían  ya  en  los 
figones  toda  clase  de  deliciosos  manjares,  sopa  en 
vino,  miel,  higos  secos,  y  en  fin,  cuanto  es  digno  de 
mi  paladar;  pero  ahora,  muerto  de  inanición,  me 
estoy  echado  todo  el  dia,  con  los  pies  en  el  aire. 

CARION. 

Y  se  te  está  muy  bien  empleado:  ¿por  qué  deja- 
bas multar  á  los  que  te  trataban  tan  á  cuerpo  de 
rey?(l). 

MERCURIO. 

íAy  triste  de  mí!  i  Ay  torta  querida  que  me  ama- 
saban el  cuatro  de  cada  mes!  (2). 

CARION. 

«Tu  amor  está  ausente;  inútilmente  le  llamas.» 

(i)    Se  imponían  frecuentes  multas  á  los  taberneros  por 
falta  en  la  medida  ó  por  mala  calidad  del  vino. 
(2)    Que  estaba  consagrado  á  Mercurio. 


I 


352 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


MERCURIO. 

¡ly  sabrosa  pierna  que  yo  devoraba! 

CARTÓN. 

Pues  bien;  salta  sobre  un  pié  en  ese  odre  para 
distraerte  (1). 

MERCURIO. 

I  Ay  intestinos  calientes  que  yo  cornial 

CARION. 

Sin  duda  los  tuyos  están  atormentados  por  un 
cólico. 

MERCURIO. 

í  Ay  deliciosa  copa,  mitad  vino  y  mitad  aguai 

CARION. 

Bébete  eso  (2),  y  lárdate  volando. 

MERCURIO. 

¿Querrás  hacerme  un  favor,  amigo  mió? 

CARION. 

Si  puedo,  con  mucho  gusto. 

MERCURIO. 

¿No  podrías  darme  un  pan  bien  cocido,  y  una 
gran  tajada,  de  las  víctimas  que  estáis  sacrifi- 
cando en  casa? 

CARTÓN. 

Pero  es  un  sacrilegio  el  sacarlas. 

MERCURIO. 

Ya  sabes  que  cuando  le  robabas  alguna  cosa  á 
tu  dueño,  yo  siempre  procuraba  que  no  lo  supiese. 

(\)  Juego  usado  en  las  fiestas  de  Baco.  El  que  lograba 
mantenerse  en  pié  sobre  el  odre  ganaba  el  premio.  Tenia 
cierta  analogía  con  algunas  de  nuestras  cucañas. 

(2)    E<BC  dicens,  pedit. 


PLütO. 


353 


CARION. 

Con  la  condición  de  partir  los  provechos,  ladrón 
redomado;  porque  casi  siempre  recibías  una  ex- 
quisita torta* 

MERCURIO. 

Que  te  la  comias  tú  solo. 

CARION. 

¿Acaso  participabas  tú  de  mis  golpes,  cuando  yo 
era  sorprendido? 

MERCURIO. 

Olvida  los  pasados  males,  ya  que  has  tomado  á 
File  (1).  En  nombre  de  los  dioses,  recibidme  en 
vuestra  casa. 

CARION. 

¿Y  abandonarás  á  los  dioses  por  habitar  con 
nosotros? 

MERCURIO. 

Vuestra  vida  es  mucho  mejor. 

CARION. 

¿Cómo?  ¿Crees  honrosa  semejante  deserción? 

MERCURIO. 

«Patria  es  todo  país  donde  se  vive  bien»  (2). 

CARION. 

gPero  qué  ocupación  podemos  darte  aquí? 


(4)  Cuando  los  Atenienses,  mandados  por  Trasibulo,  se 
apoderaron  de  File,  fortaleza  que  estaba  en  la  frontera  del 
Ática,  juraron  no  acordarse  del  mal  y  proclamar  una  am- 
nistia  general  (V.  Jenofonte,  Helénicas^  ii,  4.).  La  frase 
pijotxaxerv  se  hizo  proverbial. 

(2)    Verso  tomado  de  alguna  tragedia  perdida. 

TOMO  m.  23 


I 


354 


COMEDIAS   DE  ARISTÓFANES. 


IVIERCÜRIO. 

Nombradme  portero  (1). 

CARTÓN. 

¿Portero?  Maldita  falta  nos  hace  la  chismogra- 
fía porteril. 

MERCURIO. 

Comerciante. 

CARION. 

Si  somos  ricos,  ¿para  qué  hemos  de  mantener  un 
Mercurio  revendedor? 

MERCURIO. 

Agente  de  intrigas  (2). 

CARTÓN. 

¿Intrigas?  quita  allá.  Sencillez  de  costumbres  es 
lo  que  hace  falta. 

MERCURIO. 

Guia. 

CARION. 

El  dios  ve  perfectamente,  y  ya  no  necesita  guia. 

MERCURIO. 

Pues  bien,  seré  presidente  de  los  juegos.  ¿Qué 
dirás  ahora?  Pluto  debe  instituir  certámenes  escé 
nicos  y  gímnicos  (3). 

CARTÓN. 

¡Qué  bueno  es  tener  muchos  nombresl  así  ha  en- 
contrado el  medio  de  ganarse  la  vida.  No  sin  ra- 


íl)   Mercurio  va  mencionaiido  los  difefentes  cargos  que 
se  le  atribuian. 

(2)  AóXtov,  astuto. 

(3)  Como  hacían  los  ciudadanos  ricos. 


PLUTO. 


355 


zon  todos  los  jueces  se  afanan  por  ser  inscritos  en 
varios  tribunales  (1). 

MRRCURIO. 

¿De  modo  que  me  admitiréis  para  ese  empleo? 

CARION. 

Vete  al  pozo  á  lavar  estas  entrañas  de  las  vícti- 
mas,  para  que  sobre  la  marcha  nos  demuestres  que 
entiendes  de  servir. 


UN  SACERDOTE  DE  JÚPITER. 

¿Quién  podrá  decirme  dónde  está  Cremilo? 

CREMILO. 

¿Qué  ocurre,  buen  amigo? 

EL  SACERDOTE. 

Nada  de  bueno.  Desde  que  Pluto  ha  recobrado  la 
vista,  me  muero  de  hambre;  yo,  todo  un  sacerdote 
de  Júpiter  salvador,  no  tengo  que  comer. 

CREMILO. 

Por  los  dioses,  ¿cuál  es  la  causa  de  tu  laceria? 

EL    SACERDOTE. 

Nadie  ofrece  el  menor  sacrificio. 

CREMILO. 

^.Por  qué? 

EL    SACERDOTE. 

Por  que  todos  son  ricos.  Antes,  cuando  nada  te- 
nian,  el  mercader  que  regresaba  sano  á  su  casa,  y 
el  reo  que  conseguía  la  absolución,  nunca  dejaban 


.  (i)    Fraude  muy  generalizado  para  cobrar  salario  doble 
o  triple, 


I 


356 


COMEDIAS  DE  ARISTÓFANES. 


PLUTO. 


357 


de  ofrecer  alguna  víctima.  Cuando  allano  ofrecía 
un  sacrificio  favorable,  era  derigor  que  el  sacerdote 
asistiese  al  festin;  pero  ahora  nadie  sacrifica,  na- 
die entra  en  el  templo,  como  no  sea  millares  de 
personas  para  atestarlo  con  sus  excrementos. 

CREMILO. 

00  tomas  también  tu  parte  de  esas  ofrendas? 

EL  SACERDOTE. 

De  modo  que  espontáneamente  me  he  despedido 
de  Júpiter  salvador,  para  establecerme  aquí. 

CREMILO. 

Tranquilízate;  pues,  dios  mediante,  todo  saldrá  á 
pedir  de  boca.  Júpiter  salvador  está  aquí;  ha  ve- 
nido también  espontáneamente. 

EL    SACERDOTE, 

¡Oh,  qué  buena  noticia! 

CREMILO. 

Aguarda  un  poco;  vamos  á  colocar  á  Pluto  en  el 
luo^r  que  antes  ocupaba,  como  guardián  perpetuo 
del  tesoro  de  Minerva  (1).  ¡Eh!  vengan  las  antor- 
chas encendidas. -Tú  las  llevarás  delante  del  dios. 

EL    SACERDOTE. 

Está  muy  bien  dispuesto. 

CREMILO. 

Llamad  á  Pluto. 


(1)  Detras  del  templo  de  Júpiter  Poliade  había  en  la 
Acrópolis  un  edificio  donde  se  guardaba  el  tesoro  publico. 
Pluto,  ó  sea  la  riqueza,  había  dejado  de  habitarle,  porque 
se  había  agotado  con  los  enormes  gastos  de  la  guerra. 


LA  VIEJA. 

Y  yo,  ¿qué  hago? 

CREMILO. 

Ponte  sobre  la  cabeza  esas  ollas  (1)  consagradas, 
al  dios,  y  llévalas  con  majestad  y  decoro;  precisa- 
mente tienes  un  vestido  de  diversos  colores  (2). 

LA   VIEJA. 

¿Y  el  asunto  que  me  ha  traido? 

CREMILO. 

Todo  se  arreglará.  El  joven  irá  á  tu  casa  esta 
noche. 

LA   VIEJA. 

Si  me  respondes  de  que  vendrá,  llevaré  las  ollas. 

CREMILO. 

Sucede  en  estas  ollas  lo  contrario  que  en  las  de- 
mas.  Ordinariamente  la  tez  arrugada  (3)  se  forma 
encima;  pero  en  éstas  la  tez  arrugada  va  debajo. 

CORO. 

Tampoco  nosotros  debemos  permanecer  aquí; 
preciso  es  que  nos  retiremos  y  marchemos  can- 
tando tras  la  procesión. 


(1)  Era  costumbre  ofrecer  ollas  de  legumbres  cocidas 
en  la  inauguración  de  la  estatua  de  una  divinidad. 

(2)  Vestido  usado  en  las  festividades.  La  vieja  se  habia 
adornado  con  otro  objeto. 

(3)  La  palabra  ^pao?  significa  vieja,  y  esa  tez  rugosa  que 
se  forma  sobre  la  leche  y  otros  comestibles  sometidos  á  la 


cocción. 


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FIN  DE  PLUTO. 


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índice 


vkúa, 

'  Las  Fiestas  de  Céres  y  Proserpina 1 

Las  Ranas , . . .  83 

Las  Junteras 193 

Pluto 273 


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