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Full text of "Don Ramón y el señor Ramón : comedia en tres actos, en prosa"

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in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://archive.org/details/donramnyelseorra2195gasp 


DON   RAMÓN 


EL   SEÑOR   RAMÓN. 


OBRAS  DEL  MISMO  AUTOR. 


Corregir  al  que  yerra Comedia  original  y  en  verso 

El  onceno  no  estorbar Id.  Id.            Id. 

LA  ESCALA  DEL  MATRIMONIO Id.  Id.                Id. 

Candidito  (Segunda  edición) Id.  Id.            Id. 

No  lo  quiero  saber Id.  Id.            Id. 

¡  Pobres  mujeres  !  (Segunda  edi- 
ción)   Id.  Id.            Id. 

El  piano  parlante Id.  Id.            Id. 

El  sueño  de  un  soltero Id.  Id.            Id. 

Moneda  corriente Id.  Id.             Id. 

Cuestión  de  forma Id.  Id.            Id. 

El  jugador  de  manos Id.  arreglada  del  francés 

Las  circunstancias Id.  original  y  en  prosa, 

La  chismosa Id.  Id.     y  en  verso, 

La  levita  (Segunda  edición) Id.  Id.     y  en  prosa, 

Don  ramón  y  el  señor  ramón.  .  Id.  Id.     Id. 


1  acto. 

1  acto. 

3  actos 

1  acto. 

1  acto. 

1  acto. 

3  actos 

1  acto. 

3  actos 

3  actos 

s  3  actos 

3  actos 

3  actos 

3  actos 

.   3  actos 

DON    RAMÓN 


EL  SEÑOR  RAMÓN 


COMEDIA  EN  TRES  ACTOS,  EN  PROSA 


ORIGINAL  DE 


DON  ENRIQUE  GASPAR 

Estrenada  en  Madrid,  en  el  teatro  Español,  el  23  de  Febrero  de  1869,  á  beneficio 
del  primer  actor  de  carácter  anciano,  D.  Francisco  Oltra. 


MADRID 

IMPRENTA   DE  T.   FORTANET 

CALLE    DE    LA    LIBERTAD,    NL'M.    29 
1869 


AL    SEÑOR 


DON   VIGENTE    BELLMONT, 


Esta  es  la  obra  que  más  quiero,  la  más  difícil  de  cuantas  he  escrito  y 
la  que  más  me  lia  aplaudido  el  público. 

Ignoro  si  es  la  más  teatral ;  pero  creo  que  es  la  de  más  trascendencia. 

Y  como  eres  el  amigo  á  quien  más  quiero,  y  el  que  más  soporta  mis 
impertinencias,  aunque  más  mereces,  te  la  dedico  y nada  más. 


ENRIQUE. 


612344 


Á    LOS   ARTISTAS. 


Fieles  intérpretes  de  mi  obra ,  á  ustedes  debo  sin  duda  alguna  la  mi- 
tad del  éxito  que  ha  obtenido.  Me  congratulo,  por  lo  tanto,  al  hacer  este 
público  aunque  insignificante  testimonio  de  mi  gratitud,  permitiéndo- 
me de  paso  dar  las  gracias  á  Doña  Matilde  Diez,  de  cuya  buena  amistad 
he  conseguido  que  Doña  Aleja ,  á  pesar  de  su  insignificante  cometido, 
haya  alcanzado  la  importancia  que  con  su  talento  imprime  á  cualquier 
creación  esa  joya  del  español  proscenio. 


PERSONAJES. 


ACTORES. 


DONA  ALEJA Doña  Matilde  Diez. 

CLOTILDE Clotilde  Lombia. 

ROBUSTIANA Mariana  Chafino. 

SEÑOR  RAMÓN Don    Manuel  Catalina. 

DON  RAMÓN Francisco  Oltra. 

ANTONIO Juan  Casañer. 


Esta  obra  es  propiedad  de  su  autor,  y  nadie  podrá,  sin  su  permiso, 
reimprimirla  ni  representarla  en  España  y  sus  posesiones  de  Ultramar, 
ni  en  los  países  con  quienes  haya  celebrados  ó  se  celebren  en  adelante 
tratados  internacionales  de  propiedad  literaria. 

Los  comisionados  de  las  Galerías  Dramáticas  y  Líricas  de  los  señores 
Gullon  ¿Hidalgo,  son  los  exclusivos  encargados  del  cobro  de  los  dere- 
chos de  representación  y  de  la  venta  de  ejemplares. 

Queda  hecho  el  depósito  que  marca  la  ley. 

Se  reserva  el  derecho  de  traducción. 


DON  RAMÓN 


EL    SEÑOR     RAMÓN. 


ACTO  PRIMERO. 


Gabinete  reducido,  coquetísimamente  amueblado,  con  puerta  en  el 
fondo  y  otra  lateral  en  la  izquierda.  Enfrente  de  ésta  una  ventana  ó 
balcón  en  que  el  señor  Ramón  está  acabando  de  colocar  unas  persia- 
nas. Algunas  virutas  esparcidas  por  la  escena,  y  sobre  una  silla  blanca 
de  enea,  una  espuerta  con  útiles  de  carpintería.  A  la  derecha  y  en 
primer  término  del  proscenio  una  mesita  cubierta  á  la  que  están  sen- 
tados Clotilde  y  Don  Ramón,  tomando  café,  servido  por  un  criado  que 
á  su  tiempo  retirará  la  mesa  con  el  servicio. 


ESCENA  PRIMERA. 

CLOTILDE,  DON  RAMÓN  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 


SEÑOR    RAMÓN. 


Vamos,  ya  encajan  perfectamente.  (Abriendo  y  cerrando  las 
persianas.)  Se  habían  hinchado  un  poco  de  la  humedad.  ¿Qué 
otra  cosa  me  ha  dicho  usted  que  había  que  componer? 


DON    RAMÓN. 


La  puerta  de  mi  despacho;  pero  ya  se  hará  luego.  Des- 
canse usted,  hombre,  que  no  parece  sino  que  le  pagan  á 
destajo. 


10  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué  quiere  usted?  ¡La  sangre !  Yo  no  sé  estar  parado  ni 
un  momento. 

CLOTILDE. 

¿Le  sirvo  á  usted  una  tacita  de  café? 

SEÑOR   RAMÓN. 

No,  señorita;  tantas  gracias:  es  una  bebida  que  no  me 
gusta. 

CLOTILDE. 

Pues  es  muy  estomacal  y  entona  mucho. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Para  entonarse  no  hay  como  una  copita  de  aguardiente. 

DON    RAMÓN. 

Hombre,  no;  eso  es  nocivo. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Pues  á  mí  nunca  me  ha  hecho  daño.  Todo  es  la  costum- 
bre. Yo ,  el  dia  que  no  tomo  la  sosiega ,  creo  que  me  falta 
algo. 

DON   RAMÓN. 

¿Quiere  usted  que  le  hagan  de  almorzar? 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Cá!  No,  señor. 

CLOTILDE. 

Sí;  en  un  momento  está  listo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Deje  usted ,  deje  usted ,  que  ya  me  he  traído  yo  mi  pienso 

( Sacando  de  la  espuerta  un  pedazo  de  pan  relleno  de  magras.) 


ACTO  PRIMERO.  II 

DON   RAMÓN. 

¿Cómo? 

SEÑOR   RAMÓN. 
¿Ustedes  gustan?  (Comiendo  á  bocado  redondo.) 

DON   RAMÓN. 

(A  su  hija.)  ¿Pero  tú  ves?  si  el  Señor  Ramón  merece  cual- 
quier cosa. 

CLOTILDE. 

Efectivamente. 

SEÑOR   RAMÓN. 

¿Por  qué? 

DON   RAMÓN. 

Hombre ,  porque  me  hace  usted  una  ofensa. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Pues  será  por  ignorancia. 

DON   RAMÓN. 

Siempre  que  se  origina  en  casa  alguna  compostura  no 
me  manda  un  oficial,  sino  que  sube  usted  en  persona,  y 
sobre  no  consentir  en  cobrar  jamás  un  cuarto,  hasta  se 
viene  provisto  del  almuerzo ,  como  si  no  cupiera  usted  en 
mi  mesa. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Vamos ,  Don  Ramón ,  deje  usted  á  un  lado  esas  tonterías; 
usted  sí  que  es  el  que  me  ofende  con  sólo  pensar  en  pa- 
garme mi  trabajo. 

DON    RAMÓN. 

Y  al  fin  tendré  que  hacerlo,  como  si  se  tratase  de  un  ex- 
traño. 


12  DON  RAMÜN  Y  EL  SENOIl  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Muchas  gracias.  Es  decir,  que  de  nada  sirve  el  haber  ju- 
gado juntos  cuando  pequeños;  el  vivir  cerca  de  treinta  años 
en  la  misma  casa ;  el  que  hayamos  visto  nacer  á  nuestros 
hijos  casi  en  un  mismo  dia,  y  hasta  el  haber  llevado  á  la  par 
el  luto  por  nuestras  pobrecitas  mujeres!  ¡Vaya  !  Calle  usted, 
calle  usted ,  que  hay  cosas  en  la  vida  que  no  pueden  olvi- 
darse nunca. 

CLOTILDE. 

Por  eso  mismo  debiera  usted  tenerlas  en  consideración 
para  tratarnos  con  la  franqueza,  á  que  más  que  de  amigo, 
de  individuo  de  nuestra  familia  le  dan  derecho  las  circuns- 
tancias que  en  este  caso  concurren. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Señorita  Clotilde,  usted  sabe  mucho,  pero  á  mí  no  me 
envuelve  con  sus  retóricas.  Lo  que  es  franqueza,  bien  sabe 
usted  que  la  he  tenido  siempre  con  su  papá ,  y  que  cuando 
el  uno  ha  necesitado  del  otro,  poco  ha  tardado  en  encon- 
trarle. ¿Es  verdad,  ó  no  es  verdad,  Don  Ramón? 

DON    RAMÓN. 

Sí ,  ciertamente. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿A  ver  quién,  si  no  usted,  ha  dirigido  la  educación  de 
Antonio?  ¿Por  quién  me  lo  encuentro  hecho  hoy  todo  un 
señor  abogado? 

DON    RAMÓN. 

Naturalmente ,  he  tomado  por  su  carrera  el  interés  que 
exigía  nuestra  amistad ,  si  bien  no  ignora  usted  la  resisten- 
cia que  puse  á  su  determinación. 


ACTO  PRIMERO.  13 

SE -ÑOR    RAMÓN. 

¿Y  quién  me  quita  á  mí  el  gustazo  de  ver  á  mi  Antonio 
hecho  un  hombre  de  provecho,  sacándose  cada  discurso 
que  hace  palmotear  á  los  señores  de  la  Academia,  y  dando 
ocasión  á  que  los  periódicos  se  ocupen  de  él  todos  los  días? 

CLOTILDE. 

Por  cierto ,  que  el  que  pronunció  en  la  licenciatura  fué 
magnífico. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Se  acuerda  usted?  De  memoria  me  lo  sé  yo.  ¡Qué  ma- 
nera de  aplaudirle  cuando  aquello  del  final!  (Como  diciendo 
un  discurso.)  «El  hombre  es  perfectible  y  su  perfección  la 
» meta  á  que  deben  converger  todas  sus  aspiraciones  como 
«cumplimiento  de  su  misión  sobre  la  tierra.» 

ESCENA  II. 

dichos  y  ANTONIO. 

ANTONIO. 

¿Están  ustedes  ocupándose  de  mí? 

CLOTILDE. 

Sí ,  haciendo  tu  apología. 

DON    RAMÓN. 

Tu  padre  nos  estaba  recordando  el  discurso  de  tu  licen- 
ciatura que  conoce  al  dedillo. 

CLOTILDE. 

Por  cierto  que  no  sé  cuando  vas  á  regalarnos  el  ejemplar 
que  nos  tienes  ofrecido. 


tí  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

Hija,  aún  no  los  he  recibido;  por  consiguiente,  la  recri- 
minación carece  de  fundamento. 

CLOTILDE. 

Una  tacita.   (Sirviéndole  á  Antonio  una  taza  de  café.) 

ANTONIO. 
Gracias.  (Tomándola.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Contemplando  á  su  hijo.)  Ahí  le  tiene  usted  hecho  todo  un 
hombre.  Me  parece  que  no  podrá  tener  queja  de  mí.  Él 
viste  como  un  marqués,  su  padre  nunca  le  escatima  una 
onza  para  que  quede  bien  en  cualquier  parte,  y  el  dia  que 
yo  cierre  los  ojos  no  le  ha  de  faltar  para  comer.  Con  que 
á  ver  qué  más  puede  ambicionar. 

DON    RAMÓN. 

Verdaderamente,  nada. 

ANTONIO. 

Bien  sabe  usted  cuánto  se  lo  agradezco. 

DON   RAMÓN. 

(Intencionalmente.)  ¡  De  modo  que  él  no  sabrá  vivir  ni  un 
momento  separado  de  su  padre !  (Antonio,  comprendiendo  la 
intención  de  Don  Ramón  ,  se  ruboriza.) 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Ca!  No,  señor;  al  contrario;  sólo  le  tengo  á  las  horas  de 
comer  y  de  dormir.  Es  lo  que  yo  le  digo :  «  Chico ,  tú  pare- 
ces un  huésped  en  la  casa.»  Verdad  es  que  como  tiene  tan- 
tas ocupaciones ,  el  pobre  no  puede  aunque  quisiera.  Mire 
usted ,  lo  menos  hace  tres  años  que  no  he  podido  conseguir 
que  cenemos  juntos  una  noche. 


ACTO  PRIMERO.  1S 

DON   RAMÓN. 

Eso  se  explica  fácilmente;  como  toma  el  té  con  nosotros... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Ya  sé  que  él  se  encuentra  aquí  perfectamente.  (Sonriéndose.) 

DON   RAMÓN. 

Así  parece. 

ANTONIO. 

Me  guardan  ustedes  tales  atenciones... 

SEÑOR   RAMÓN. 

Mira  á  usted  como  SU  segundo  padre.  (Sonriendo  con  mali- 
cia y  mirando  á  Clotilde.)  Luego  ve  aquí  ciertas  cosas  que  no 
tiene  allá  abajo. 

DON   RAMÓN. 

Sí.  (A  Antonio.)  ¿Cuál  fué  el  tema  de  tu  disertación  en  la 
investidura? 

ANTONIO. 

(Turbado,  conociendo  la  importancia  de  la  pregunta.)  La  educa- 
ción en  sus  relaciones  con  el  Código. 

DON   RAMÓN. 

Bonito  punto. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Y  qué  bien  lo  hizo! 

DON   RAMÓN. 

¿Según  eso,  usted  ha  profundizado  el  discurso  de  An- 
tonio? 

SEÑOR   RAMÓN. 

No,  no,  señor;  me  refiero  á  la  mímica  y  al  accionado. 


16  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

¡Profundizar!  ¡Ca!  Don  Ramón,  s¡  la  mitad  de  las  palabras 
yo  no  las  alcanzo. 

DON    RAMÓN. 

Eso  equivale  á  decir  que  su  hijo  habla  un  lenguaje  que 
usted  no  comprende,  lo  cual  no  quita,  sin  embargo,  para 
que  usted  sepa  el  discurso  de  memoria. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí;  todo,  todo. 

DON   RAMÓN. 

¿Cómo  es  aquel  párrafo  que  nos  recitaba  usted  antes? 

ANTONIO. 

¿Para  qué?... 
¿Cuál? 


SEÑOR  RAMÓN. 


DON  RAMÓN. 

El  que  empieza:  «El  hombre  es  perfectible... 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Ah!  Sí,  sí. — (Recitando.)  «El  hombre  es  perfectible,  y  su 
perfección  la  meta  á  que  deben  converger  todas  sus  aspira- 
ciones, como  cumplimiento  de  su  misión  sobre  la  tierra. 
Destruyanse  los  malos  instintos  al  calor  de  la  educación  so- 
cial, y  os  prometo  que  los  Códigos  morirán  de  inacción.  Vea 
yo  convertidos  en  escuelas  todos  esos  templos  donde  se 
rinde  culto  á  la  embriaguez,  y  os  juro  que  la  pena  de  muerte 
correrá  avergonzada  á  sepultarse  en  el  panteón  de  los 
anacronismos.  Porque  reasumiendo,  señores.  (Declamando.) 
¡Esto  sí  que  lo  dijo  bien!  (Recitado.)  Tal  es  el  dominio 
de  la  inteligencia  sobre  la  ignorancia,  que  los  libros,  vis- 
tiendo la  honrosa  toga  de  la  magistratura  forman  los  tribu- 
nales donde  se  analiza  la  gota  de  vino  que  rebosa  al  fer- 


ACTO  PRIMERO.  47 

mentar  en  el  cerebro,  gota  que  acaso  es  la  única  capaz  de 
dirigir  la  mano  del  más  grosero  de  los  criminales,  y  á 
quien  la  ley  señala  también  con  el  más  denigrante  de  sus 
dictados,  «el  parricida.» 

DON   RAMÓN. 

¡ Bravo !  ¡  Bravo ! 

SEÑOR   RAMÓN. 

Eso  es  lo  que  decían  en  el  Paraninfo.  Todos  tocaban  pal- 
mas, y  yo  aplaudia  también  sin  saber  por  qué. 

DON    RAMÓN. 

Lo  creo,  pues  de  otro  modo  se  hubiera  usted  abstenido 
de  hacerlo. 

SEÑOR  RAMÓN. 

¿Y  eso? 

DON  RAMÓN. 

Por  ser  el  padre  del  graduando. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Vamos!  así  es  que  todos  me  miraban,  pero  yo  por  si  era 
de  envidia,  palmoteaba  más  fuerte,  y  es  que  ellos  estarían 
diciendo:  «Ese  pobre  hombre  es  el  padre  del  que  acaba  de 
decir  esas  palabras. » 

DON    RAMÓN. 

Justo. 

ANTONIO. 

Basta,  padre,  hablemos  de  otra  cosa. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Quieres  que  me  vaya?  ¿Es  que  tienes  prisa  de  que  oiga 
Don  Ramón  ese  otro  discurso  que  le  quieres  echar? 

2 


18  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN 

DON    RAMÓN. 


Cómo! 
No  es  nada. 


ANTONIO. 


SEÑOR    RAMÓN- 


SÍ,  nada.  (Sonriendo.)  De  lijo  que  será  el  mejor  de  todos, 

porque desde  chiquito  que  está  estudiándolo En  fin, 

pronto  lo  oirá  usted. 

DON    RAMÓN. 

Bueno,  yo  le  daré  mi  opinión  con  la  franqueza  de  siempre. 

ESCENA  III. 

dichos  y  DOÑA  ALEJA. 

ALEJA. 

¿Se  puede  pasar  adelante? 

don  ramón. 
¿Quién?  ¡Ah!  ¿Qué  tal  va,  señora? 
(El  criado  retira  el  velador  con  el  servicio.) 

ALEJA. 

Muy  bien.  ¿Y  la  niña? 

CLOTILDE. 

Buena,  gracias. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  hagas  caso  de  los  pobres,  Aleja. 

ALEJA. 

Chico,  bien  puedes  perdonar,  no  te  habia  visto.  ¿Cómo 
estás,  Ramón? 


ACTO  PRIMERO.  19 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  tan  bien  como  tú;  pero  vamos  tirando. 

ALEJA. 

¡Anda,  anda,  Antoñuelo  también  por  aquí!  pues  toda  la 
vecindad  nos  hemos  reunido. 

DON    RAMÓN. 

Tome  usted  asiento,  señora. 

ALEJA. 

Tantas  gracias ,  no  se  moleste  usted. 

(Se  sientan  todos  y  el  señor  Ramón  lo  hace  en  la  silla  de  enea.) 
Vengo  sólo  á  traerle  á  usted  el  recibito.  (Dándoselo.) 

DON    RAMÓN. 

(Tomándolo.)  ¡Ah!  sí,  pues  si  se  espera  V.  un  instante. 

(Como  yendo  á  buscar  dinero.) 

ALEJA. 

(Deteniéndole.)  Quieto,  quieto,  ya  me  lo  mandará  usted,  don 
Ramón,  no  corre  prisa. — ¡Si  más  bien  es  un  pretexto  para 
venir  á  ver  cómo  siguen  ustedes! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Déjela  usted,  déjela  usted,  que  á  esa  no  le  hacen  falta  las 
peluconas.  ¡  Bien  nos  podia  rebajar  los  alquileres ! 

ALEJA. 

Sí,  buenos  están  los  tiempos  para  andar  con  rebajas. 

SEÑOR    RAMOX. 

Pero  tú  eres  rica. 


20  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 


¡Pobrecito!  pues  puede  que  necesites  tú  limosnas  de 
nadie. 

DON    RAMÓN. 

¡Si  lo  dijera  yo,  que  sólo  tengo  mi  paga  de  magistrado ! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Aleja  es  propietaria. 

ALEJA. 

Sí,  porque  por  ser  propietaria,  compro  yo  los  duros  á 
cuatro" pesetas.  Para  cierta  clase  de  personas,  todos  aque- 
llos de  quienes  dependen  son  unos  tiranos.  No  hay  casero 
que  no  sea  verdugo  para  el  inquilino,  ni  mancebo  que  no 
esté  esclavizado  por  su  principal,  ni  amo  de  casa  que  no 
ejerza  despotismo  con  sus  criados,  y  es  que  la  envidia  se 
nos  come.  No  tienen  más  remedio  los  que  están  encima  que 
pedir  á  Dios  paciencia  para  aguantar  á  los  que  están  debajo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  que  los  de  arriba  se  creen  muchas  veces  más  altos  de 
lo  que  realmente  están. 

aleja . 

Hombre,  peor  para  ellos;  pero  de  todos  modos  no  creo 
que  lo  digas  eso  por  mí. 

señor  ramón. 

Tu  chinita  te  toca. 

aleja. 
Tú  te  explicarás. 

señor  ramón. 

Chica,  no  tienes  más  que  hacerte  unos  cuantos  años  atrás 


ACTO  PRIMERO.  21 

y  dime  si  eres  hoy  la  misma  que  entonces.  Cuando  pusiste 
la  taberna  y  nos  despachabas  las  rondas  al  mostrador,  ves- 
tías aparejo  redondo  y  todos  te  llamábamos  la  seña  Aleja. 
(Léase  señal ej  a.) 

Ahora  llevas  en  el  vestido  más  cola  que  entra  en  un  ar- 
mario, el  café  te  le  regenta  un  mancebo,  no  sales  de  casa 
sin  tus  guantes  y  todos  te  llaman  doña  Aleja. 

ALEJA. 

¿Tú  crees  haber  dicho  algo,  verdad? 

DON    RAMÓN. 

Esto  es  una  discusión  en  debida  forma,  de  la  que  puede 
sacarse,  como  de  todas,  algún  provecho. 

C  LOTILDE  . 

Efectivamente. 

ALEJA. 

Pues  en  último  resultado  has  venido  á  decir,  que  lo  me- 
jor es  lo  más  bueno,  y  que  á  todos  nos  gusta  lo  mejor.  ¿Te 
niego  yo  mi  pasado? 

SEÑOR    RAMÓN. 

No ;  pero  parece  que  no  te  gusta  el  que  te  lo  recuerde. 


Nada  de  eso.  Lo  que  me  pasa  es  que  me  indigno  de  haber 
estado  toda  mi  juventud  patrocinando  borracheras,  cuando 
ahora  que  empieza  mi  vejez  conozco,  gracias  á  mi  hija  que 
me  ha  enseñado  lo  que  son  libros,  que  la  vida  no  la  cons- 
tituye sólo  el  ser  honrados  para  comer  y  dormir,  sino  que 
hay  que  hacerla  agradable  por  medio  de  la  educación. — 
¿Cómo  he  de  negarte  yo  que  he  servido  la  taberna,  cuando 
mil  veces  has  entrado  en  ella  con  tu  hijo  á  echar  unas  co- 
pas? ¿Verdad,  Antonio? 


DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 


(Confundido.)  Si  señora. 


a  L  e  i  A  , 


Hombre,  dispensa  mi  indiscreción.  Ya  sé,  y  lo  aplaudo, 
que  ahora  tomas  café  en  el  Suizo.  En  cambio  tu  padre  no 
ha  perdido  la  costumbre  de  la  sosiega.  Pues  bien,  yo  que 
me  encontraba  con  un  mediano  talento  natural,  con  una 
hija  de  ardiente  imaginación,  y  con  medios  de  fortuna, 
¿tiene  algo  de  extraño  que  pusiera  á  la  niña  en  un  colegio 
donde  aprendiese  siquiera  á  leer? 

DON    RAMÓN. 

Era  muy  justo. 

A  l  e  i  A . 

Al  poco  tiempo  empecé  á  notar  que  la  niña  hablaba  de 
otro  modo,  sus  modales  eran  distintos,  sus  atenciones  ha- 
cia mí  delicadísimas,  rechazaba  el  trato  de  los  que  frecuen- 
taban mi  tienda,  y  sobre  todo  sabia  más  que  yo.  Un  dia  de 
eclipse  total  de  sol,  en  que  el  vulgo,  y  yo  con  él,  pensaba 
que  iba  á  ser  el  último  del  mundo,  mandé  por  ella  al  cole- 
gio momentos  antes  de  verificarse  el  fenómeno...  y  al  entrar 
en  mi  cuarto,  donde  me  hallaba  de  rodillas  ante  una  imagen 
de  la  Virgen  de  la  Paloma,  alumbrada  por  dos  velas  del  mo- 
numento, se  echó  á  reir  como  una  tonta,  y  trayendo  de  la 
despensa  tres  manzanas,  me  dijo:  «Esta  es  el  sol,  esta  la 
luna,  y  esta  la  tierra,  lo  que  va  á  pasar  no  es  más  que 
esto.  Y  empezó  á  explicármelo  prácticamente.  Mire  usted, 
don  Ramón,  cuando  vi  que  las  nieblas  se  disipaban,  que  el 
sol  lucia  como  de  ordinario,  y  que  todos  vivíamos  como 
antes,  fué  tal  la  vergüenza  que  pasé  considerando  que  aquel 
renacuajo  sabia  más  que  su  madre,  que  al  dia  siguiente  al- 
quilé un  cuarto,  di  un  adiós  al  cafetín,  y  me  encerré  con 


ACTO  PRIMERO.  23 

mi  hija,  porque  me  parecía  que  todos  me  señalaban  con  el 
dedo  por  ignorante. 

DON    RAMÓN. 

Muy  bien  hecho. 

ALEJA. 

Desde  entonces,  siempre  que  encuentro  á  alguno  de  mis 
contertulios ,  digo  para  mí  con  cierta  satisfacción :  «  Ese  no 
sabe  lo  que  es  un  eclipse.» 

TODOS. 
Ja,  ja.  (Riendo.) 

SEÑOR   RAMÓN. 

Gracias,  Aleja. 

ALEJA. 

Pues  bien,  ahora  sea  usted  juez.  (A  Don  Ramón.)  El  señor 
Ramón  me  supone  engreída ,  porque  en  lugar  de  arracadas 
de  perlas  hasta  los  hombros,  y  saya  corta,  visto  con  la  sen- 
cillez de  quien  no  necesita  hacer  ridículo  alarde  de  riqueza; 
porque  prefiero  á  un  polo  ó  unas  malagueñas  cantadas  á  la 
guitarra,  un  dúo  entre  la  Patti  y  Tamberlik ;  porque  aprendo 
de  mi  hija  á  trinchar  un  ave  en  vez  de  enseñarle  cómo  se 
refrescan  las  cañas;  y  porque  logro,  en  fin,  aunque  tarde, 
gozar  un  poco  del  mundo  y  de  la  satisfacción  de  que  mi 
Adela  viva  feliz  á  mi  lado,  sin  avergonzarse  de  su  madre. 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡  Poco  á  poco !  Con  eso  das  á  entender  que  mi  hijo  se  aver- 
güenza de  mí. 

ANTONIO. 

Padre,  nadie  dice... 

SEÑOR   RAMÓN. 

Es  que  si  tal  supiera,  te  abría  la  cabeza  de  un  martillazo. 


U  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ALEJA. 

(Aparte  á  Don  Ramón.)  El  eclipse,  el  eclipse. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Yo  soy  un  artesano  honrado  y  harto  he  hecho  con  darle 
la  educación  que  tiene;  no  estoy  obligado  á  más. 


Cuarenta  años  tengo:  treinta  los  he  pasado  en  la  creencia 
de  que  para  comer  no  habia  más  que  abrir  y  cerrar  las 
mandíbulas;  y  hasta  hace  diez,  no  he  sabido  que  comer  era 
otra  cosa. 

SEÑOR    RAMÓN. 


ALEJA. 

Nada.  ¿Tú  crees  haber  hecho  todo  lo  que  debías  con  ser 
honrado  y  costear  los  estudios  de  tu  hijo? 

SEÑOR   RAMÓN. 

Sí. 

ALEJA. 

(Levantándose.)  Pues  vaya,  que  te  alivies  y  hasta  la  vista. 

DON   RAMÓN. 

¿Se  va  usted  ya? 

ALEJA. 

Sí ;  tengo  que  hacer. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Vaya  usted  con  Dios ,  doña  Aleja. 

ALEJA. 

Agur,  hija  mia, 


ACTO  PRIMERO.  25 

CLOTILDE. 

Que  usted  lo  pase  bien. 

ALEJA. 

Antoñito... 

ANTONIO. 

¡ Señora ! 

ALEJA. 

Hijo ,  no  te  digo  nada,  tú  has  estudiado  astronomía.  (Váse.) 

ESCENA  IV. 

dichos  menos  DOÑA  ALEJA. 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Luego  quiere  que  no  la  digan  que  tiene  humos  de  mar- 
quesa! 

DON   RAMÓN. 

Pues  sepa  usted  que  discurre  con  mucho  acierto. 

señor  ramón. 

No  falta  más  sino  que  usted  la  alabe.  ¡Avergonzarse 
de  mí! 

ANTONIO. 

Vamos,  padre,  no  se  preocupe  usted  con  esa  idea,  cuando 
de  sobra  conoce  el  cariño ,  la  gratitud  y  el  respeto  que  us- 
ted me  inspira. 

CLOTILDE. 

No  debe  usted  dudarlo. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Como  ella  ha  tenido  siempre  esas  pretensiones,  mira  con 


26  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

desprecio  al  que  como  yo  nunca  ha  querido  salirse  de  su 
esfera. 

DON    RAMÓN. 

Permítame  usted  que  le  diga ,  señor  Ramón ,  que  todos 
en  el  mundo  tenemos  aspiraciones  dignas  de  aplauso  cuando 
no  son  exageradas. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Yo  no  las  he  tenido  nunca.  Por  eso,  aunque  soy  rico, 
gasto  y  trabajo  lo  mismo  que  cuando  era  pobre. 

DON    RAMÓN. 

Pero  usted  empezó  siendo  aprendiz  en  su  oficio;  luego 
aspiró  á  llamarse  oficial,  y  á  no  tener  ambición,  no  con- 
cibo por  qué  con  tanta  alegría  recibió  usted  el  título  de 
maestro. 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Toma!  Por  la  consideración,  y  por  ser  esa  la  manera  de 
poder  hacer  una  fortuna  como  la  que  hoy  tengo. 

DON   RAMÓN. 

Y  si ,  como  usted  dice ,  su  hijo  cuenta  ya  con  una  carrera 
con  que  vivir  independiente,  y  las  necesidades  de  usted  son 
escasas,  ¿á  qué  codiciar  esa  fortuna?  ¿Por  qué  no  la  ha  in- 
vertido en  procurarse  otros  títulos ,  toda  vez  que  tanto  es- 
tima la  consideración,  y  que  por  ella  salió  de  la  esfera  de 
aprendiz  para  elevarse  á  la  de  maestro?  Si  no  ha  comprado 
usted ,  ni  siquiera  libros  con  que  dar  de  comer  á  su  inteli- 
gencia ,  ¿á  qué  amontonar  onza  sobre  onza?  ¿No  comprende 
usted  que  tanto  significa  tener  en  metálico  esa  riqueza, 
como  que  la  hubiera  usted  empleado  en  sotanas  y  manteos 
por  si  alguna  vez  le  hacían  cura? 


ACTO  PRIMERO.  27 

SEÑOR   RAMÓN. 

No  señor,  porque  aunque  mi  hijo  no  necesita  de  mí, 
siempre  es  bueno  que  cuente  con  algo.  Y  luego,  que  el  di- 
nero es  el  todo. 

DON   RAMÓN. 

En  el  caso  de  usted,  nada;  y  lo  prueba  el  que  si  mañana 
les  robasen  á  entrambos,  Antonio  conservada  consigo  el 
capital  de  su  inteligencia,  mientras  que  usted,  según  sus 
teorías,  lo  perdería  todo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Para  eso  tengo  un  hijo  que  cuidaria  de  mí. 

DON    RAMÓN. 

Convenido;  pero  si  hoy  es  usted  quien  le  da  una  onza 
para  que  la  gaste  en  superfluidades ,  en  el  caso  supuesto, 
seria  Antonio  quien  se  la  procuraría  á  usted  para  que  no 
careciera  de  lo  necesario. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  haria  más  que  cumplir  con  su  deber. 

DON    RAMÓN. 

Corriente;  pero  probaria  con  ello,  que  desprovisto  de  la 
fortuna  material,  es  más  rico  el  hombre ,  cuanto  mayores 
son  su  educación  y  su  inteligencia.  Luego  no  censure  usted 
al  que  sin  necesidad  de  salirse  de  su  círculo  tiene  aspira- 
ciones como  doña  Aleja,  porque  ella  cambia  oro  por  ins- 
trucción;  mientras  usted  no  es  más  que  un  pobre  con  di- 
nero. 

SEÑOR    RAMÓN. 

En  fin,  usted  sabe  mucha  filosofía ;  pero  oiga  el  discurso 


28  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

que  le  va  á  echar  mi  hijo,  y  veremos  si  no  camhia  de  pa- 
recer. 

ANTONIO. 

¡Qué  tenacidad! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Anda,  anda,  yo  entre  tanto  voy  á  repasar  aquella  puerta. 

(Se  lleva  la  espuerta  de  las  herramientas.) 

DON    RAMÓN. 

Repito  á  usted  que  le  daré  con  franqueza  mi  opinión. 

(Vase  el  señor  Ramón. ) 

ESCENA  V. 

DICHOS  MENOS  EL  SEÑOR  RAMÓN. 
ANTONIO. 

(A  Don  Ramón.)  Suplico  á  usted  que  perdone  la  impaciencia 
de  mi  padre. 

DON    RAMÓN. 

Calla,  hombre,  tus  excusas  están  fuera  de  lugar  cono- 
ciendo su  carácter.  Empieza  cuando  gustes. 

CLOTILDE. 

Yo  me  retiro  para  que  podáis  consultar  libremente. 

DON    RAMÓN. 

Nada  de  eso;  quédate,  hija  mia,  porque  ó  mucho  me 
equivoco  ó  Antonio  desea  oir  también  tu  parecer.  ¿No  es 

así? 

ANTONIO. 

Efectivamente. 

CLOTILDE. 

Ya  escucho. 


ACTO  PRIMERO.  29 

ANTONIO. 

Ante  todo  reclamo  indulgencia,  por  si  encuentra  usted 
atrevida  mi  pretensión. 

DON    RAMÓN. 

Adelante. 

ANTONIO. 

Creo  que  al  buen  talento  de  usted  no  debe  haberle  pa- 
sado desapercibido,  que  bien  por  razón  del  trato  constante, 
ó  por  otras  causas  de  no  difícil  explicación ,  existe  entre 
Clotilde  y  yo  cierta  inteligencia,  que  aunque  mal  reprimida 
á  los  ojos  de  usted,  no  nos  hemos  permitido,  sin  embargo, 
publicar  hasta  este  momento. 

DON   RAMÓN. 

Tu  revelación  ciertamente  no  me  causa  sorpresa,  por- 
que, aun  antes  de  despertarse  en  vosotros  ese  sentimiento, 
tenia  yo  la  previsión  de  lo  que  habia  de  suceder. 

ANTONIO. 

Pues  bien ;  hoy  que  al  cariño  de  Clotilde  puedo  corres- 
ponder con  un  título  de  que  ayer  carecía,  y  con  una  posi- 
ción social  digna  de  ella,  en  mi  concepto,  excuso  dar  á  us- 
ted más  explicaciones  sobre  el  objeto  que  aquí  me  conduce. 

DON   RAMÓN. 

Tienes  razón.  Principio  por  suponer  que  entrambos,  y 
especialmente  Clotilde,  estaréis  firmemente  persuadidos  de 
que  os  amáis  por  convicción. 

ANTONIO. 

Me  atrevo  á  responder  de  los  dos. 

CLOTILDE. 

Sin  duda  alguna. 


30  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

Por  muy  sensible  que  me  sea  el  separarme  de  mi  hija, 
comprendo  que  más  tarde  ó  más  temprano  ha  de  suceder, 
y  por  lo  tanto  cierro  los  ojos  ante  una  decisión,  que  sobre 
ser  producida  por  el  cariño,  no  puede  ni  debe  en  justicia 
rechazarse.  Pero  como  el  matrimonio  es  la  llave  de  la  feli- 
cidad ó  de  la  desgracia  eternas,  y  en  ambas  nos  cabe  á  los 
padres  una  gravísima  responsabilidad,  vas  á  permitirme 
que  sin  intención  de  inclinar  la  balanza  á  un  lado  ú  á  otro, 
le  exponga  á  mi  hija  las  ventajas  y  los  inconvenientes  de 
esta  boda,  para  que  compulsados  razonablemente,  ratifi- 
que ó  rectifique  su  determinación. 

ANTONIO. 

Es  muy  justo. 

DON   RAMÓN. 

(A  Clotilde.)  Antonio  es  un  muchacho  próximamente  de 
tu  edad,  tiene  talento,  una  carrera  literaria  honrosísima, 
una  envidiable  posición  social,  y  parece  quererte.  Hasta 
aquí  las  ventajas  que,  en  honor  de  la  verdad,  rara  vez  se 
presentan  en  tal  cúmulo. 

ANTONIO. 

Gracias. 

DON   RAMÓN. 

No  me  las  des,  pues  te  consta  que  soy  justo  hasta  la 
crueldad.  Vamos  ahora  á  los  inconvenientes,  que  por  pe- 
queños que  parezcan,  no  deben  dejarse  pasar  desapercibi- 
dos. Tu  padre  ha  cometido  la  indiscreción  de  sacarte  á  vo- 
lar á  otra  atmósfera  sin  procurar  remontarse  á  tu  altura 
para  que  el  abismo  que  os  separa  no  fuera  tan  insondable. 

ANTONIO. 

No  debo  contestar  sobre  ese  punto. 


ACTO  PRIMERO.  31 

DON   RAMÓN. 

Ya  sé  que  puedes  decirme  que  mi  hija  es  contigo  y  no 
con  tu  padre  con  quien  se  casa;  pero  vivimos  en  el  mundo, 
y  hay  que  respetar  los  caprichos  de  una  sociedad  que,  aun- 
que imperfecta  en  su  mayor  parte,  es  la  que  juzga  los  actos 
de  la  sensata  minoría.  Mañana,  aunque  yo  fuera  prego- 
nando tus  cualidades  y  los  nombres  de  los  contrayentes, 
acaso  me  rechazara  porque ,  miope  y  superficial,  no  veria 
en  vuestra  unión  la  de  dos  jóvenes  amantes,  sino  la  de  la 
hija  de  un  magistrado  con  el  hijo  de  un  carpintero. 

CLOTILDE. 
(Turbada.)  ¿Cómo?  (Su  padre  analiza  todas  sus  impresiones.) 

ANTONIO. 

Sin  querer,  me  hace  usted  daño. 

DON   RAMÓN. 

Antonio,  es  preciso.  Debes  comprender  que  para  contra- 
restar  las  iras  del  ridículo,  se  necesita  un  alma  superior,  y 
yo  estoy  convencido  de  que  la  que  abriga  un  amor  verda- 
dero participa  de  esta  cualidad.  ¿Es cierto,  Clotilde?  (Mirán- 
dola y  estudiándola.) 

CLOTILDE. 
Sí...  (Confundida  y  pensativa.) 

ANTONIO. 

(Aparte.)  (¿Qué  es  esto?) 

DON    RAMÓN. 

Pero  aun  prescindiendo  del  mundo,  que  es  bastante 
prescindir,  hay  ciertas  razones  privadas  tan  poderosas  ó 
más,  en  mi  concepto,  que  las  del  dominio  público.  Yo  que 
quiero  á  tu  padre  entrañablemente ,  como  se  quiere  á  un 


32  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

hermano,  al  hacerle  entrar  en  mi  familia  había  de  ser  para 
vivir  en  continuo  contacto  con  él,  y  participar  juntos  de 
todos  esos  pequeños  detalles  que  constituyen  la  vida  ínti- 
ma, lo  cual,  y  dicho  sea  de  paso,  no  nos  hemos  permitido 
nunca  hasta  ahora,  á  pesar  de  nuestra  amistad  vetusta. 
Para  ello,  con  el  fin  de  evitarle  toda  violencia  por  su  parte, 
dada  su  educación,  yo  prescindiría  gustoso  de  todos  aque- 
llos amigos  míos  que  no  se  acomodaran  á  mi  determinación 
sin  motejarla,  pero  así  y  todo,  ¿crees  tú  que  podria  haber 
verdadera  expansión  entre  los  dos?  ¿No  diferiríamos  nota- 
hlemente  en  la  forma  de  nuestras  manifestaciones?/Esa 
,  homogeneidad  tan  necesaria  para  la  armonía  de  los  carac- 
I teres ,  ¿cómo  había  de  despertar  la  simpatía,  empeñándose 
en  hacerla  producto  de  tan  heterogéneos  eIementos?/Tú 
mismo,  á  pesar  del  cariño  que  profesas  á  tu  padre,  ¿no 
buscas  instintivamente  otro  ambiente  en  que  respirar,  por- 
que en  tu  casa  te  ahogas?  Pues  si  esto  hace  un  hombre, 
justo  es  que  mi  hija  compulse  sus  fuerzas  para  que  mañana 
no  pueda  decirnos  que  ha  sido  sorprendida  por  ignorancia. 
Repito,  sin  embargo,  que  esto  no  es  ejercer  presión,  sino 
simplemente  exponer  los  hechos.  (Mirando  á  su  hija.)  Y  que 
una  pasión  verdadera  todo  lo  vence.  Hasta  aquí  los  incon- 
venientes: hasta  aquí  yo.  Ahora  vosotros. 

ANTONIO. 

Mi  posición,  ya  difícil  de  suyo,  no  me  permite  hablar 
por  temor  de  que  mis  palabras  se  traduzcan  como  una  exi- 
gencia. Tú,  Clotilde,  di  lo  que  espontáneamente  te  dicten 
tus  sentimientos. 

CLOTILDE. 

(Anonadada.)  Antonio...  puedes  estar  persuadido...  de  mi 
amor  hacia  tí...;  pero  creo...  que  no  hay  para  qué  precipi- 
tar... los  hechos...  cuando... 


ACTO  PRIMERO.  33 

DON   RAMÓN. 

¡  Ah  !   (Adivinando  á  su  hija  y  aparte.) 

ANTONIO. 
(Herido  en  el  fondo  de  su  alma.)  Basta.   He  venido  á  dar  este 
paso  contando  con  tu  asentimiento. 

CLOTILDE. 

Pero  si...  yo... 

ANTONIO. 

Siento  haberme  equivocado.  ( Saluda  y  váse.) 

ESCENA  VI. 

CLOTILDE  y  DON  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

Me  has  engañado.  Clotilde;  tú  no  amas  á  Antonio. 

CLOTILDE. 

Sí,  papá,  le  amo;  pero  tus  observaciones  han  influido 
sobre  mí  de  un  modo... 

DON    RAMÓN. 

Que  no  me  explico.  Porque  si  yo  al  presentártelas  he  tra- 
tado de  sondearte  para  analizar  la  solidez  de  tu  amor,  tú 
debiste  rechazarlas  cuando  para  ello  te  expuse  que  la  fuerza 
de  la  pasión  puede  neutralizar  los  efectos  de  la  forma.  Tu 
proceder  es  poco  digno,  mayormente  cuando  se  trata  de 
un  pobre  muchacho  que  busca  en  tí  consuelo  para  su  aflic- 
tiva situación. 

CLOTILDE. 

Pero  tú  me  aconsejaste... 


U  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

Yo  no  te  he  aconsejado  nada ;  expuse  mis  razones  para 
darle  á  entender  á  Antonio  que  tu  cariño  le  debía  satisfa- 
cer, cuando  atrepellabas  por  todos  los  inconvenientes,  y 
ver  al  propio  tiempo  si  obedecías  á  este  sentimiento  ó  aca- 
riciabas una  simple  quimera.  Desgraciadamente  be  sor- 
prendido lo  último. 

CLOTILDE. 

No;  yo  le  amo  y  soportaría  los  errores  de  su  padre;  pero 
tú  mismo  dices  que  para  contrarestar  las  burlas  del  mundo 
se  necesita  una  fuerza  superior. 

DON    RAMÓN. 

Enhorabuena  que  diga  eso  yo,  que  ninguna  compensa- 
ción recibo ;  ¡  pero  tú  que  á  cambio  de  atropellar  por  una 
pueril  preocupación  vas  á  adquirir  la  felicidad  de  toda  tu 
vida !... 

CLOTILDE. 

A  tanta  costa... 

DON    RAMÓN. 

Has  hecho  bien.  Veo  que  no  amas  á  Antonio,  y  hubieras 
sido  poco  feliz;  pero  también  contemplo  con  mucha  pena, 
que  porque  tu  padre  tiene  cuatro  sillas  tapizadas  y  se  ha 
esmerado  en  tu  educación,  has  dado  al  olvido  que  eres  po- 
bre y  se  ha  apoderado  de  tí  el  orgullo. 

CLOTILDE  . 

No,  papá. 

DON    RAMÓN. 

Sí,  el  orgullo;  temes  que  te  señalen  con  el  dedo,  y  el 
amor  propio,  la  vanidad  ha  sucedido  á  lo  que  llamabas 


ACTO  PRIMERO.  3S 

equivocadamente  cariño.  En  fin,  yo  me  tengo  la  culpa, 
pero  es  muy  triste  tocar  un  resultado  tan  distinto  del  que 
me  proponía  al  educarte  así. 

ESCENA  VIL 

dichos  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Como  hablando  al  paño  con  Antonio.)  Tú  espérame  ahí  en  el 
despacho  y  chito. 

DON    RAMÓN. 

(A  Clotilde.)  ¿Ves?  ya  viene  su  padre  á  pedirme  cuentas. 

CLOTILDE. 

( ¡  Qué  he  hecho ,  Dios  mío ! ) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Señorita  Clotilde,  haga  usted  el  favor  de  dejarnos  solos. 

CLOTILDE. 

Papá... 

DON    RAMÓN. 
Vete.  (A  Clotilde.) 

ESCENA  VIII. 

DON  RAMÓN  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Usted  se  ha  figurado  que  mi  hijo  es  hijo  del  verdugo? 

(Toda  la  escena  la  dice  el  señor  Ramón  alborotado.) 
DON    RAMÓN. 

No  señor. 


36  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  sepa  usted ,  que  su  padre  es  un  hombre  muy  hon- 
rado que  suda  la  sota  gorda  para  ganarse  el  pan  que  come, 
y  que  tiene  un  corazón  que  se  lo  juega  con  el  de  todos  los 
ricos  juntos. 

DON    RAMÓN. 

Señor  Ramón,  si  es  que  ha  venido  usted  con  ganas  de 
armar  camorra  ,  le  advierto  que  no  estoy  de  humor  de  oír 
sandeces. 

SEÑOR     R  A  M O  N . 

¡Qué  sandeces!  no  señor,  son  cosas  muy  serias.  Usted  le 
ha  negado  á  mi  hijo  el  consentimiento  para  su  boda  ;  y  si 
es  que  se  ha  figurado  que  es  algún  perdido,  sepa  usted  que 
á  su  padre  no  le  faltan  cuarenta  mil  duros  para  que  ponga 
carretelas  y  se  dé  tono;  porque  como  los  he  ganado  muy 
honradamente... 

DON    RAMÓN. 

Nadie  le  ha  negado  ni  concedido  consentimiento  alguno; 
se  le  han  expuesto  simplemente  ciertas  razones,  que  no  le 
dan  á  usted  derecho  á  que  se  sulfure  de  ese  modo. 

SEÑO  R    R  A  M  O  N  v 

¡Digo!  —  ¡Que  no  tengo  derecho  1  Sí  señor,  yo  tengo  de- 
recho á  todo,  lo  mismo  que  usted,  porque  como  dice  mi 
periódico,  todos  los  hombres  somos  iguales. 

DON    R  A  M  O  N . 

Su  periódico  de  usted  no  puede  decir  una  atrocidad,  y  lo 
es  el  halagar  los  instintos  populares  con  errores.  Le  dirá  á 
usted  que  todos  somos  iguales  ante  la  ley,  pero  no  que  us- 
ted,  que  tiene  una  zalea  en  la  cabeza,  vale  tanto  como  yo 
que  me  he  quedado  calvo  de  estudiar.  Y  sobre  todo,  no  le 


ACTO  PRIMERO.  37 

enseñará  á  usted  á  exigir  derechos  mientras  ignore  la  ma- 
nera de  cumplimentar  sus  deberes. 

SEÑOR     RAMÓN. 

Oiga  usted ,  es  que  yo  no  debo  á  nadie  ni  un  céntimo ,  y 
soy  un  ciudadano  honrado  que  tiene  cuarenta  mil  duros  de 
capital. 

DON     RAMÓN. 

Pues  yo  no  tengo  más  que  cuarenta  mil  reales  de  sueldo. 
y  también  soy  ciudadano  honrado. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  que  yo  puedo  presentar  mis  manos  llenas  de  callos  y 
con  mucho  orgullo,  porque  soy  un  jornalero  que  come  con 
su  sudor,  y  un  hijo  del  pueblo  vale  más  que  todos  ustedes 
los  aristócratas. 

DON     RAMÓN. 

¡Siempre  la  maldita  soberbia  de  la  humildad!  Homhre, 
cállese  usted,  que  para  ustedes  los  que  no  discurren,  con 
tener  las  manos  callosasjolor  á  sudor,  no  peinarse  nunca 


'y  llevar  las  uñas  ribeteadas  como  las  tarjetas  de  lutoj  ya 
_se  tienen  adquiridos  títulos  ala  consideración  de  todos. 


Pues  sepa  usted  que  yo/que  me  labo,  que  no  sudo,  que  me 
)eino  yrfjue  no  tengo' callos  más  que  aquí  (Por la  cabeza.)  de 


estudiar,  soy  tan  honrado,  tan  trabajador,  tan  digno,  y  tan 
pueblo  como  usted  y  como  el  aristócrata  que  sea  útil  á  su 
país.  Y  haga  usted  el  favor  de  que  por  una  tontería  no  va- 
yamos á  perder  una  amistad  que  data  de  la  infancia,  y  que 
tiene  por  cimiento  el  recuerdo  de  nuestros  padres. 

SEÑOR     RAMÓN. 

Es  claro;  usted  algo  ha  de  decir.  Pero  yo  no  olvido  tan 
fácilmente  la  ofensa  que  á  mí  y  mi  chico  nos  han  hecho. 
Algo  creo  que  merece  Antonio. 


38  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

Es  que  entre  hacerle  concesión  de  lo  que  merece,  y  que 
usted  me  exija  lo  que  no  le  corresponde,  hay  mucha  dis- 
tancia. 

SEÑO  R    RAMÓN. 

¡Ah!  ¿No  es  digno  de  su  hija  de  usted? 

DON     RAMO  N . 

Si  señor,  lo  es  y  mucho  por  lo  que  en  si  vale;  pero  no  lo 
es  desde  el  momento  que  usted  convierte  en  derecho  pro- 
pio el  que  sólo  le  asiste  á  su  hijo. 

SEÑOR     RAMÓN. 

Es  que  yo  soy  un  jornalero  honrado. 

DON    RAMÓN. 

Sí,  señor,  y  tiene  usted  cuarenta  mil  duros,  ya  me  lo  ha 
dicho;  y  lo  primero  le  honra  á  usted  más  que  lo  segundo, 
pero  como  aquí  adolecemos  del  defecto  de  hacer  las  cosas 
á  saltos  en  lugar  de  ascender  progresivamente,  usted  par- 
ticipando del  vicio  general,  ha  venido  sin  querer  á  motivar 
esta  cuestión  y  ser  la  causa  de  la  desgracia  de  su  hijo. 

SEÑOR     RAMÓN. 

¿Cómo  que  soy  yo  la  causa  de  la  desgracia  de  mi  hijo? 

DON     RAMÓN. 

Si  señor,  porque  en  vez  de  hacer  de  Antonio  un  indus- 
trial con  conocimientos  teóricos  y  prácticos  para  que  él  á 
su  tiempo  convirtiera  á  su  hijo  en  un  ingeniero  mecánico, 
y  de  este  modo  se  verificase  progresivamente  en  las  gene- 
raciones el  desarrollo,  le  ha  dado  usted  una  carrera  litera- 
ria, lo  cual  aplaudo,  le  ha  obligado  á  respirar  otra  atmós- 
fera, y  también  es  muy  laudable  esta  idea  de  progreso: 


ACTO  PRIMERO.  39 

pero  le  ha  separado  usted  de  sí,  y  esto  es  lo  altamente  cen- 
surable, puesto  que  no  ha  tenido  la  previsión  de  irle  si- 
guiendo en  su  vuelo,  y  hoy  le  ve  usted  agitándose  en  un 
infierno  de  afectos  contrarios,  luchando  con  su  ayer  y  bas- 
tardeando sus  propios  instintos  para  no  dar  á  la  naturaleza 
el  espectáculo  de  un  hijo  que  se  avergüenza  de  su  padre. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Enfurecido.)  ¿Qué  está  usted  diciendo?  ¡Avergonzarse  An- 
tonio de  mí ! 

DON    RAMÓN. 

Si  pudiera  sin  faltar  á  la  ley  natural,  lo  haria,  si  señor. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Ese  si  que  es  el  mayor  de  los  insultos.  Sepa  usted  que 
mi  hijo  es  feliz  á  mi  lado.    . 

DON    RAMÓN. 

Por  necesidad,  como  el  pájaro  á  quien  le  cortan  las  alas. 

SEÑOR     RAMÓN. 

No  señor,  no,  él  no  es  orgulloso;  porque  no  le  he  edu- 
cado como  usted  á  su  hija  que  no  tiene  más  que  humo  en 
la  cabeza. 

DON    RAMÓN. 

Sea  orgullo  lo  de  Clotilde,  sea  una  abusiva  satisfacción  de 
la  educación  que  ha  recibido,  lo  cierto  es  que  el  comple- 
mento de  su  felicidad  la  tiene  junto  á  mí,  al  paso  que  An- 
tonio busca  fuera  de  su  casa  lenitivo  á  su  sorda  pena. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Mentira.  Mi  hijo  no  cambiaría  su  posición  por  la  de  un 
grande  de  España.  Eso  dígaselo  usted  á  su  hija,  que  algo 


40  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

daría  por  tener  un  padre  acaudalado  como  yo  para  satisfa- 
cer sus  caprichos. 

DON     RAMÓN. 

¿Qué  dice  usted? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Ella  es  orgullosa,  sí  señor;  y  lo  prueba  lo  que  acaba  de 
hacer  con  Antonio.  (Don  Ramón  se  ensimisma  como  quien  com- 
prende á  su  pesar  la  razón  de  lo  que  le  dicen.)  Y  usted  que  de  tan 
recto  y  tan  justo  se  precia,  (Llorando.)  debía  antes  de  herir  á 
los  demás  en  sus  sentimientos  de  padre,  castigarse  á  sí  pro- 
pio, cuando  tanto  motivo  tiene  para  ello.  Porque  la  culpa  la 
tiene  usted,  sí  señor,  usted  que  la  ha  criado  como  una  mar- 
quesa. En  fin,  Dios  le  perdone  el  daño  que  me  ha  hecho, 
y...  hasta  nunca... 

DON    R  A  M  O  N . 

Señor  Ramón,  el  que  mi  hija  sea  orgullosa  (Enternecido.) 
no  destruye  el  que  Antonio  no  viva  feliz  á  su  lado. 

SEÑOR     RAMÓN. 

¡  Me  ha  matado  usted  ! 

DON    RAMÓN. 

Como  para  usted  las  razones  están  demás... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Nunca  bay  razones  para  un  padre.  ¡Censurarme  porque 
he  tratado  de  que  mi  hijo  sea  algo  en  el  mundo,  ya  que  yo 
no  he  podido  serlo!  Pues  hombre,  ¿cómo  se  ha  de  adelan- 
tar entonces?  No  digo  yo  abogado,  general  me  parecería 
aún  poco  para  él. 

DON    RAMÓN. 

Señor  Ramón,  si  usted  supiese  lo  que  son  teorías,  le  diria 


ACTO  PRIMERO.  41 

que  como  principio  no  puedo  ni  debo  oponerme  á  una  de- 
terminación en  que  va  envuelta  la  idea  del  progreso  intelec- 
tual; pero  que  como  correctivo  de  un  abuso,  protestaré  siem- 
pre de  ella  enérgicamente,  porque  hacer  que  un  niño 
adquiera  instrucción  sólo  para  halagar  la  vanidad  paterna, 
y  que  este  niño ,  ya  hombre ,  en  vez  de  agitarse  en  su  ele- 
mento gima  bajo  la  férula  de  la  ignorancia ,  sopeña  de  re- 
belarse contra  el  derecho  natural,  es  tan  censurable  y  digno 
de  reproche,  como  si  emplease  usted  veinte  años  de  solí- 
cito afán  en  devolver  la  vista  á  un  ciego  de  nacimiento  para 
sacarle  los  ojos  apenas  tuviese  idea  de  lo  que  es  luz. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Y  qué  es  lo  que  ha  hecho  usted  con  Clotilde"? 

DON    RAMÓN. 

No  es  lo  mismo;  hay  una  enorme  diferencia  en  los  efec- 
tos. Mi  hija  experimenta  una  abusiva  satisfacción,  mientras 
que  Antonio  reclama  una  necesidad  imperiosa. 

SEÑOR     RAMÓN. 

En  mi  lenguaje,  lo  que  tiene  Clotilde  se  llama  orgullo. 

PON    RAMÓN. 

Lo  sé  y  harto  me  pesa. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Entonces,  ya  que  usted  me  echa  en  cara  el  haber  sepa- 
rado de  mí  á  Antonio,  deje  usted  que  le  diga  que  Clotilde 
ha  medido  su  posición  por  el  valor  de  sus  trajes,  y  que  us- 
ted la  ha  engañado  dándola  seda  por  percal. 

DON    RAMÓN. 

Algo  puede  haber  de  verdad  en  ello:  pero 


42  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑO  R    RAMO  N . 

No  he  concluido.  Ya  que  supone  usted  que  Antonio  olvi- 
daría todos  los  lazos  que  á  mí  le  unen  por  cambiar  de  po- 
sición, no  extrañe  usted  que  en  justo  desquite,  suponga  yo 
que  Clotilde  tampoco  le  ama  á  usted  y  que  trocaría  sus  be- 
sos por  un  puñado  más  de  oro  con  que  comprarse  blondas. 

DON    RAMÓN. 

Señor  Ramón,  eso  no  es  verdad. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Y  por  último,  señor  magistrado,  ya  que  mi  periódico  dice 
que  todos  somos  iguales  ante  la  ley,  no  se  divierta  usted 
en  hacerme  añicos  el  corazón  sin  que  también  le  alcance  á 
usted  alguna  cuchillada. 

DON    RAMÓN. 

Acaba  usted  de  tocarme  la  fibra  más  sensible,  la  de  la 
rectitud  y  la  justicia.  íntima,  inmensa  es  la  amistad  que 
nos  une,  y  francamente  ,  no  quisiera  que  la  perdiésemos, 
más  que  todo,  porque  para  usted  las  teorías  están  demás, 
y  quedaría  sin  convencerse  de  su  error. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Enséñemelo  usted  prácticamente. 

DON     RAMÓN. 

Pues  bien,  ya  que  todos  somos  culpables  y  necesitamos 
correctivo ,  voy  á  aprovechar  este  momento  de  vértigo, 
pues  de  otro  modo  me  seria  imposible,  para  probarle  á  us- 
ted con  hechos  prácticos  que  la  educación  forma  una  se- 
gunda naturaleza,  que  sólo  se  satisface  con  los  recursos 
que  de  ella  misma  dimanan. 


ACTO  PRIMERO.  43 

SEÑOR   RAMÓN. 

¿Qué  quiere  usted  hacer? 

DON    RAMÓN. 

Valerme  de  mi  exacerbación  para  batirnos  frente  á  frente 
como...  como  dos  padres.  ¿Quiere  usted  que  nos  someta- 
mos á  la  prueba?  ¿Confia  usted  en  lo  que  yo  haga? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Para  convencerme  de  que  mi  hijo  no  se  avergüenza  de 
mí?  Sí,  señor. 

DON    RAMÓN. 

Pues  bien,  vamos  á  pasar  unas  horas,  sólo  unas  horas 
mortales;  pero  á  todos  nos  reportará  un  inmenso  beneficio. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Me  asusta  usted,  Don  Ramón. 

DON    RAMÓN. 

Pronto,  llame  usted  á  su  hijo.  (Llamando.)  ¡Clotilde,  Clo- 
tilde! 

SEÑOR    RAMÓN. 

(En  el  foro.)  Tú,  entra. 

(Don  Ramón  está  como  vertiginoso  y  precipitando  los  sucesos  por 
temor  de  retroceder. —  El  señor  Ramón  le  contempla  con  extrañeza.) 


14  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ESCENA  ÚLTIMA. 

dichos.  CLOTILDE  v  ANTONIO. 

DON    RAMÓN. 

I  Aparte,  después  de  titubear  un  instante.)  (Debe  ser.)  (Alto.) 
¡Hijos,  venid  acá!  Por  razones  que  no  podemos  revelaros 
aún,  ni  son  ahora  del  caso,  entrambos  habéis  estado  vi- 
viendo en  un  error. 

TODOS. 

¡Cómo! 

DON    R  A M O  N . 

A  todos  nos  será  muy  doloroso  prescindir  de  antiguos  y 
dulces  hábitos,  pero  no  hay  más  remedio.  (Llevando  á  Clo- 
tilde á  los  brazos  del  señor  Ramón.)  Clotilde,  este  es  tu  verdadero 
padre. 

CLOTILDE. 

¡  All  !  (Aterrada,  mirando á  Don  Ramón,  concluye  por  cubrirse  el 
rostro  con  las  manos.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué? 

DON    R  A  M  O  N . 
¡Antonio,  hijo  Illio  !   (Abrazándolo.) 
ANTONIO. 

¿Cómo?  ¡  Usted !... 

SEÑO  R    R  A  M  O N . 

(Aparte  á  Don  Ramón.)  Pero  Don  Ramón...  esto...  es  muy 
duro. 


ACTO  PRIMERO.  45 

DON    RAMÓN. 

(Descansando  de  la  lucha  y  aparte  al  señor  Ramón.)  'Ya  está 
hecho.) 

SEÑOR     R  A  MO\. 
(Es  que...  esta  lucha...;   (Aparte  á  Don  Ramón.) 

DON    R  A  M  O  N . 

(Aparte  al  señor  Ramón.)  Se  llama  la  lucha  del  error  con  la 
verdad.  Adelante. 

ANTONIO. 

(Desde  el  momento  de  la  revelación  está  ensimismado,  como  quien 
busca  la  explicación  racional  de  lo  que  ocurre,  y  por  último,  adivi- 
nando la  verdad ,  exclama  aparte.)  ¡Ah!...  ¡Sí!...  Todo  lo  com- 
prendo. Ahora  yo. 


FIN    DEL   ACTO    PRIMERO. 


ACTO  SEGUNDO. 


El  teatro  representa  uno  de  los  cuartos  interiores  de  casa  del  señor 
Ramón.  Puertas  laterales  y  en  el  foro,  algunos  lienzos  de  la  pared 
adornados  con  herramientas  y  útiles  de  carpintería.  Casi  en  el  centro 
del  proscenio  una  camilla,  con  su  mantel,  vajilla  ordinaria,  dos  cu- 
biertos de  plata,  una  botella  con  vino,  un  jarro  con  agua,  dos  vasos. 
y  un  plato  con  aceitunas.  El  resto  del  mueblaje  en  perfecta  armonía 
con  el  carácter  general  de  la  habitación. 


ESCENA  PRIMERA. 

Clotilde,  muy  abatida,  se  encuentra  sentada  á  un  lado  del  proscenio, 
mientras  Robustiana  se  ocupa  en  acabar  de  poner  la  mesa.  Robustiana 
vestirá  una  saya  de  arpillera  recogida  atrás,  un  jubón  con  los  brazos 
remangados,  y  un  delantal  de  lienzo  crudo.  El  resto  de  su  tocado  y  su 
manera  de  hablar,  trascenderán  á  la  Alcarria;  de  modo  que  el  conjunto 
sintetice  una  criada  de  siete  pesetas  mensuales. 

CLOTILDE    y   ROBUSTIANA. 

ROBUSTIANA. 

A  fe  á  fe  que  va  usted  á  tener  una  comida  que  ni  una 
princesa.  ¡Yo  no  sé  las  cosas  que  ha  traido  el  señor  Ramón! 
Miste,  solo  de  pluma  son  cuatro  piezas,  ¡y  qué  hermosas! 
La  gallina  quita  un  pesar :  sus  mantecas  parecían  las  de  un 
pavo.  ¡Pues  no  digo  nada  de  la  ternera!  todo  sin  hueso; 
cada  magra  es  así,  perdonando  el  modo  de  señalar.  (Seña- 
lando la  mano  por  la  muñeca.)  No,  no ;  lo  que  es  para  un  dia  que 
la  convida  á  usted,  bien  ha  echado  la  casa  por  la  ventana. 


48  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

CLOTILDE, 

(Aparte.)  (¡Un  dia!) 

ROBl'STI  ANA  . 

¡Pero  está  usted  triste!  ¿La  duele  á  usted  algo? 

C LO TI LDB . 

No,  Robustiana;  estoy  bien. 

ROBUSTIANA. 

Sí,  sí,  bien,  y  las  lagrimitas  se  la  caen  sin  sentir.  ¿Es  que 
su  papá  no  la  deja  tener  amores? 

CLOTl LDE . 

No.  [Con  indiferencia.) 

ROBUSTIANA. 

¿Es  que  no  ha  tenido  noticias  del  novio? 

CLOTILDE. 

¡Robustiana! 

R  O  B  U  S  T  I  A  N  A  . 

Pues  ello  es  algo.  ¿Es  que  no  la  gusta  á  usted  el  arroz  con 
almejas,  que  tenemos  hoy? 

CLOTILDE. 

No  insista  usted   en  sus  preguntas  ,  porque  todo  será 
inútil. 

ROBUSTIANA. 

Miste,  yo  lo  hago  por  su  bien  ;  porque .  pongo  por  caso, 
una  no  vale  nada;  pero  á  veces,  puede  servir  de  algo;  y... 

CLOTILDE. 

Le  agradezco  á  usted  mucho  su  interés. 


ACTO  SEGUNDO.  49 

KOBUSTIANA. 

Pues  no  tiene  usted  masque  decirme  esto  tengo,  y  yo... 

CLOTILDE. 

Cuando  callo  mis  pesares ,  es  porque  no  quiero  que  se 
sepan ;  y  aun  cuando  no  fuese  así,  debe  reflexionar  que  no 
iria  á  hacerla  á  usted  confidente  de  ellos.  Haga  usted  el  fa- 
vor de  dejarme  sola. 

ROBUSTIANA. 

Oiga  usted,  ya  me  voy.  ¡Pues  no  tiene  pocos  humos! 
¡Después  que  una  se  mete  en  lo  que  no  la  importa  por  ha- 
cer un  favor !  ¡Vaya!  ¡Pues  bien  rico  es  también  mi  amo  y 
no  tiene  á  menos  el  contarme  lo  que  le  pasa  todas  las  no- 
ches en  la  taberna! 

CLOTILDE. 

¡Robustiana! 

ROBUSTIANA. 

¡Ya  me  voy,  ya  me  voy!  (Aparte.)  (¡Vamos!  ¡el  demonio  de 
la  mujer!) 

ESCENA  II. 

CLOTILDE   y   Á    poco   ANTONIO. 

CLOTILDE . 

I  Qué  diferencia!  (Llorando.)  ¡Todo  me  parece  un  sueño; 
y  sin  embargo,  es  la  desnuda  realidad!  Imposible  va  á  ser- 
me soportar  esta  existencia.  (Viendo  á  Antonio.)  ¡Ah!  ¡Él! 

ANTONIO. 

¡Sola!  Duéleme  lastimar  su  corazón  ;  mas  no  me  es  dado 
retroceder  en  mi  camino.  (Avanza  lentamente  hasta  colocarse 
ante  Clotilde,  sin  pronunciar  una  sola  frase.) 

4 


50  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

CLOTILDE. 

(Tras  larga  pausa.)  Es  la  primera  vez  que  una  lágrima  rueda 
por  mi  mejilla ,  sin  que  á  contenerla  acuda  una  palabra  de 
consuelo. 

ANTONIO. 

¿Qué  pena  te  aflige? 

CLOTILDE. 

Ninguna,  tienes  razón. 

ANTONIO. 

Cuando  acabas  de  estrechar  á  un  padre  entre  tus  brazos; 
cuando  debiera  experimentar  tu  alma  las  más  gratas  emo- 
ciones del  amor  filial ,  ¿pedir  palabras  de  consuelo  á  un 
hombre  que  tanto  sufre,  una  mujer  que  también  conoce  lo 
egoísta  que  es  el  dolor? 

CLOTILDE. 

Antonio,  si  un  sentimiento,  que  no  puede  caber  en  tí,  te 
induce  á  acariciar  la  idea  de  unos  nuevos  lazos,  yo  protesto 
enérgicamente  contra  un  proceder,  que  sin  justificarse  á 
mis  sentidos,  me  hace  añicos  el  corazón. 

ANTONIO. 

(Aparte.)  Duda ;  pero  conviene  que  por  ahora  ignore  la 
verdad.  En  los  errores  de  todos  ellos  debo  cimentar  mi  obra 
de  regeneración. 

CLOTILDE. 

Respóndeme  sin  mentir.  ¿Cuántos  besos  ha  tenido  tu 
boca  para  el  que  fué  mi  padre? 

ANTONIO. 

¡Clotilde! 


ACTO  SEGUNDO.  51 

CLOTILDE. 

Ninguno. 

ANTONIO. 

Tus  frases  envuelven  una  sospecha  que  no  debieras 
abrigar. 

CLOTILDE. 

Sí ,  en  tanto  que  no  me  la  destruyan. 

ANTONIO. 

¿Puedes  suponer  que  nos  abandonaran  á  las  consecuen- 
cias de  semejante  revelación  sin  un  fundamento  lógico? 
¿Con  qué  fin?  Esto  es  más  inexplicable  que  tus  dudas.  Si 
el  silencio  de  nuestros  padres  no  se  rompe,  debemos  aca- 
tar los  hechos  por  sumisión  filial  y  por  respeto  á  lo  grave 
de  la  causa. 

CLOTILDE. 

¡  Ay !  Que  tú  no  lloras  con  mis  ojos  ,  y  la  realidad  parece 
mentira  cuando  no  satisface  nuestros  deseos. 

ANTONIO. 

Sin  embargo,  todo  conspira  en  corroboración  de  la  ver- 
dad. El  cariño  que  esos  dos  hombres  se  profesan,  bien  ha 
podido  servir  de  tumba  al  profundo  secreto  con  que  hoy 
venimos  á  darnos  la  explicación  de  nuestras  respectivas  po- 
siciones ;  tú  recibiendo  el  beneficio  de  una  educación  á  que 
nunca  podias  aspirar,  dadas  las  condiciones  de  tu  verdadero 
padre,  y  yo  agitándome  en  la  atmósfera  que  al  abrazar  al 
mió  habia  de  constituir  necesariamente  mi  natural  ele- 
mento. 

CLOTILDE. 

Podrá  ser  cierto  cuanto  dices;  pero  nada  veo,  porque 


52  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

miro  con  los  ojos  arrasados  de  lágrimas.  Todo,  todo  lo  he 
perdido  en  un  momento. 

ANTONIO. 

¿Por  qué? 

CLOTILDE. 

Porque  respiro  un  ambiente  que  no  es  el  mió;  porque  la 
costumbre  me  daba  calor  en  unos  brazos  que  en  vano  la 
naturaleza  se  empeña  en  sustituir;  porque,  ¿á  qué  ocul- 
tarlo? Ya  no  puedo  aspirará  tu  cariño,  cuando  te  amo  más 
desde  que,  colocada  en  tu  situación,  alcanzo  á  comprender 
los  sufrimientos  de  toda  tu  vida. 

ANTONIO. 

(Aparte  y  con  satisfacción.)  (Ya  empiezo  á  recoger  frutos. 
Adelante.)  (Alto.)  Dudas  de  mi  amor  y  haces  mal. 

CLOTILDE. 

(Llena  de  júbilo.)  ¡Antonio!  Piensa  lo  que  dices,  porque 
puedes  hacerme  mucho  daño. 

ANTONIO. 

¿Has  renunciado  al  tuyo  por  negarme  tu  mano  hace  unas 
horas? 

CLOTILDE. 

Nunca;  pero  olvida  mis  palabras;  ignoraba  lo  que  de- 
cía. ¿No  me  guardas  rencor? 

ANTONIO. 

Tus  sentimientos  pueden  ser  en  esta  ocasión  intérpretes 
de  los  mios. 

CLOTILDE. 

¿Cómo?  Explícate. 


ACTO  SEGUNDO.  33 


ANTONIO. 

Que  no  es  tan  fácil  destruir  un  afecto  que  ha  crecido  con 
nosotros,  infiltrándose  en  nuestro  ser  para  formar  parte 
de  nuestra  propia  naturaleza. 

CLOTILDE. 

I  Ah  !  No. 

ANTONIO. 

Que  no  puede  olvidarse  en  un  solo  dia  el  último  beso  de 
la  niñez  con  que  el  rubor  colorea  el  primero  de  la  pasión 
desuniendo  dos  inocentes  labios  para  juntar  dos  corazones 
amantes.   (Con  mucha  emoción.) 

CLOTILDE. 

Jamás. 

ANTONIO. 

Jamás,  aunque  las  circunstancias  nos  impidan  darnos  el 
título  con  que  el  amor  se  sanciona. 

CLOTILDE. 

¡Qué! 

ANTONIO. 

Que  el  cariño  no  es  la  conveniencia.  Las  iras  del  ridículo 
son  difíciles  de  contrarestar,  y  hay  que  transigir  con  el 
mundo. 

CLOTILDE. 

¡  Ah  !  ¿Eres  vengativo? 

ANTONIO. 

No,  Clotilde. 

CLOTILDE. 

Entonces,  ¿te  domina  el  orgullo? 


54  ÜUN  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

( Muy  poseído.)  Es  que  el  amor  está  hoy  en  razón  directa 
de  las  jerarquías  sociales,  y  los  corazones  cabalgan  en  el 
inflexible  dedo  con  que  la  opinión  pública  señala  nuestros 
actos.  Es  que  la  juventud,  en  vez  de  destruir  los  antiguos 
errores  con  nuevas  ideas,  es  una  planta  parásita  que  ab- 
sorbe el  jugo  de  la  caduca  sociedad,  y  piensa,  juzga  y  obra 
con  el  corazón  ,  el  criterio  y  las  preocupaciones  de  una  ge- 
neración que  se  va. 

CLOTILDE. 

Tus  palabras  son  hijas  del  despecho. 

ANTONIO. 
¡  Clotilde  !   (Con  agitación  creciente  hasta  el  fin  de  la  escena.) 

CLOTILDE. 

i  Tú  también  me  engañas  ! 

ANTONIO. 

No. 

CLOTILDE. 

Estáis  de  acuerdo  todos. 

ANTONIO. 

¿Puedes  creer?.. 

C  LO  TILDE. 

Niégamelo. 

ANTONIO. 

Nada  sé. 

CLOTILDE. 

Júramelo. 


ACTO  SEGUNDO.  55 

ANTONIO. 

Basta ,  Clotilde. 

CLOTILDE. 

No  ;  júramelo  por  nuestro  amor. 

ANTONIO. 

Pero... 

CLOTILDE. 

Por  el  santo  recuerdo  de  tu  madre. 

ANTONIO. 

Silencio ,  vienen. 

CLOTILDE. 

(Aparte.)  ( ¡  Ah!  ¡  No  me  ama  ! ) 

ESCENA  III. 

dichos  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 
¡  Hijo  ,  abrázame  !   ( Echándose  en  brazos  de  Antonio.) 

ANTONIO. 

¡ Padre ! 

SEÑOR   RAMÓN. 

Así,  así,  fuerte.  Caramba,  que  parecía  que  me  faltaba 
algo  por  unas  horas  que  no  te  he  visto. 

ANTONIO. 

¡Es  tan  natural! 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Verdad,  hijo?  Porque  yo  no  puedo  dejar  de  darte  este 
nombre. 


56  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

Le  asiste  á  usted  un  derecho  de  toda  la  vida. 

SEÑOR     RAM  O  N . 

¡Yaya  si  tengo  derecho!  Pero  déjame,  déjame  que  te 
mire.  Me  parece  que  te  veo  después  de  un  viaje  muy  largo, 
muy  largo. 

ANTONIO. 

;  Mi  huen  padre! 

S  E  Ñ  0  B     R  A  M  O  N  . 

(;  Cómo  se  llena  la  boca  llamándome  su  padre!  ¡Y  que 
aun  diga  don  Ramón!...;  'Alto.;  Otro  abrazo.  Antonio;  otro. 

(Se  abrazan.) 

CLOTILDE. 

¡Dios  mió!  (Dejándose  caer  en  una  silla.; 

ANTONIO. 
¡Clotilde!...  (Señalando  á  Clotilde.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte.)  '¡Pobre  muchacha!  (Alto.)  Hija,  bien  puedes  per- 
donarme; pero  ya  ves.  tantos  años  juntos,  y  luego...  el  pri- 
mer dia  que  nos  hemos  separado...  Pero  no  tensas  celos; 
tu  padre  te  quiere  mucho,  y  ya  verás  cómo  con  la  costum- 
bre del  trato...  (Aparte.)  Xo  sirvo  yo  para  hacer  de  padre  con 
hijos  de  otro. 

CLOTILDE. 

Xo  se  esfuerce  usted  en  persuadirme;  encuentro  muy 
natural  esa  predilección. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  entonces,  sécate  los  ojos  y  vamos  á  comer,  que  ya 
debes  tener  hambre. 


ACTO  SEGUNDO.  57 

CLOTILDE. 

No,  gracias. 

SEÑOR   RAMÓN. 

¿Porqué  no  comes  con  nosotros"?  Anda,  sí,  hijo,  quédate. 

ANTONIO. 

Con  mucho  gusto  lo  haría;  pero  usted  mismo  compren- 
derá que  hoy  no  me  es  posible. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  verdad,  paciencia. 

ANTONIO. 

Yo  entre  tanto  haré  la  lista  de  los  ejemplares  que  tengo 
que  mandar  de  mi  discurso. 

SEÑOR  RAMÓN. 

¿Y  el  mió? 

ANTONIO. 

Prometí  que  sería  el  primero,  y  aquí  está.  (Entregándole 

uno  que  saca  del  bolsillo.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Anda,  anda,  no  han  puesto  los  forros  con  grecas.  ¡Y  qué 
papel  tan  gordo!  ¿Por  qué  no  los  han  echado  de  ese  que  re- 
luce? Tampoco  han  dorado  las  hojas  como  te  dije.  ¡Pues 
hombre!  ¿si  habrán  creído  que  eres  algún  pobreton? 

ANTONIO. 

No,  padre;  es  que...  yo  no  me  acordé  de  advertirlo  en  la 
imprenta...  Hasta  luego. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿  Pero  es  que  ya  te  vas? 


58  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

Aquí  á  mi  cuarto.  (Vase.) 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Ah!  bien.  (Aparte.)  (¡Qué  buen  mozo  es  mi  hijo!)  (Contem- 
plándole.) 

ESCENA  IV. 

CLOTILDE ,  el  SEÑOR  RAMÓN ,  Á  poco  DOÑA  ALEJA ,  y 
DESPUÉS  RORUSTIANA  que  entra  y  sale  sirviendo  la  mesa 
según  lo  indica  el  diálogo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Vamos,  Clotilde,  vamos;  ten  reflexión,  ó  vas  á  hacerme 
creer  que  te  pesa  el  haber  sabido  que  eres  mi  hija.  Anda, 
sécate  las  lágrimas  y  á  comer. 

CLOTILDE. 

No,  deje  usted. r. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí,  en  seguida  te  voy  dejando.  (Obligándola  á  levantarse.) 

CLOTILDE. 

Pero  si... 

SEÑOR   RAMÓN. 

Ven,  que  aquí  hablaremos.  (Llamando.)  ¡Robustiana!  la 
comida.  (Ocupa  el  señor  Ramón  el  sitio  de  la  mesa  que  da  frente  al 
público,  y  Clotilde  se  deja  caer  en  la  silla  que  hay  á  la  derecha  de  aquél.) 

CLOTILDE. 

(Aparte.)  (Es  imposible.) 

ALEJA. 

Según  lo  que  he  oido,  llego  á  tiempo. 


ACTO  SEGUNDO.  59 

CLOTILDE. 

(Aparte.)  (¡Ah!) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Hola,  Aleja;  adelántate,  siéntate.  ¿Quieres  pizcar  algo? 

ALEJA. 

(Sentándose  ala  izquierda  del  señor  Ramón,  separada  un  tanto  de  la 
mesa.)  Gracias,  Ramón;  ¿pero  y  esto?  ¡Clotilde  por  aquí! 

SEÑOR   RAMÓN. 

(Turbado.)  Esto  es...  que...  que  su  papá  me  prometió  de- 
jarla comer  un  dia  conmigo,  y...  la  tengo  hoy  convidada. 

ALEJA. 

¡Cómo!  ¿á  tu  mesa? 

SEÑOR   RAMÓN. 

Pues  es  claro.  ¿Qué  tiene  eso  de  particular? 

ALEJA. 

No,  nada.  (Aparte.)  (Buen  convite  va  á  tener  la  pobre 
niña...) 

SEÑOR   RAMÓN. 

En  cambio  Don  Ramón  se  me  ha  llevado  á  Antonio. 

ALEJA. 

¡Ah!  ¿No  come  Anlonio?...  (Aparte.)  (Aquí  pasa  algo.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Se  escancia  un  vaso  de  vino  que  apurade  una  vez:  y  desdoblando  una 
servilleta  muy  tiesa  se  limpia  con  ella  repetidas  veces,  teniendo  pre- 
sente dejarla  caer  á  menudo  en  el  trascurso  de  la  escena,  y  recogerla 
después  de  pisotearla,  para  que  al  poco  rato  tenga  toda  la  apariencia  de 
una  rodilla.)  Ea;  la  introducción. 


60  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ALEJA. 

Hombre,  ¿y  no  te  hace  daño  el  beber  antes  de  la  comida? 

S  E  Ñ  O  K    I1AMON. 

¡Cá!  ¡Si  todos  los  dias  me  zampo  yo  una  botella!  Me  gus- 
ta ponerme  asi  alegrito  cuando  como;  porque  ¡qué  demo- 
nio! bastantes  penas  tiene  uno. 

ALEJA. 

Sí,  bien  hecho,  bien  hecho. 

ROBUSTIANA. 

(Con  una  cazuela  que  pone  en  la  mesa.)  A  ver,  ponga  usted  allí 
un  plato  para  que  no  se  ensucie  el  mantel. 

ALEJA. 

(Por  las  trazas  de  la  criada,  y  aparte.)  (Anda,  hasta  criados  con 
librea.) 

SEIS  O  II    RAMÓN. 

Huele  bien.  (Sirviendo  en  un  plato  y  dirigiéndose  á  Clotilde.)  Us- 
ted avisará,  señorita  Clotilde. 

CLOTILDE. 

Gracias;  no  me  sirva  usted,  no  tengo  ganas. 

se  Ñon   RAMÓN. 
Es  arroz  con  almejas. 

CLOTILDE. 

No  importa. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿De  veras?  (El  señor  Ramón  se  pone  á  comer  tomando  las  almejas 
con  los  dedos,  dejando  las  conchas  sobre  el  mantel,  y  bebiendo  vino 
sin  cesar.) 


ACTO  SEGUNDO.  61 

CLOTILDE. 

Sí,  señor. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  que  traigan  el  cocido. 

CLOTILDE. 

No,  tampoco. 

ALEJA. 

(¡Pues  señor,  aquí  pasa  algo!) 

ROBUSTIAN'A. 

(Aparte.)  (¡  El  demonio  de  la  remilgada! ) 

SEÑOR   RAMÓN. 

(A  Robustiana.)  Pues  mira  ,  tráete  el  estofado  de  perdices. 
De  eso  sí  que  comerá  usted. 

CLOTILDE. 

Créame  usted  ,  no  tengo  apetito. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Sí ,  sí;  ya  verá  usted  qué  bien  las  hace  ésta.  Anda  ,  Ro- 
bustiana ,  tráete  las  chochas. 

ROBUSTIANA. 

(Aparte.)  ( ¡  Jesús  !  ¡  Parece  doña  sin  gustos  ! )  ( Váse.) 

ESCENA  V. 

dichos  menos  ROBUSTIANA. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Mi  hijo  llama  á  ese  guiso  su  plato  predilecto. 


62  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ALEJA. 

Sí,  le  tendrá  aficcion.   (Clotilde  se  sonríe.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Mucha.  Vamos,  que  ya  se  rie  la  señorita  Clotilde:  ¡gra- 
cias á  Dios!  Que  tenia  una  cara  más  mustia...  Así ,  así  la 
quiero  yo  ver  á  usted.  Aún  tomará  usted  un  poquito  de 
arroz. 

CLOTILDE. 

No;  se  lo  suplico  á  usted. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí ,  SÍ.  (Metiendo  en  la  cazuela  la  misma  cuchara  con  que  come  y 
disponiéndose  á  servirla  arroz  con  elia  ) 

ALEJA. 
(¡Chist!  Espera,  Ramón.)  (Reparando  en  ello  y  aparte  á  Ramón.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué? 

ALEJA. 

(Aparte  á  Ramón.)  (Que  sin  duda  distraído  ibas  á  servir  á 
Clotilde  con  la  misma  cuchara  con  que  estás  comiendo,  y... 
no  parece  que  está  bien.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Titubeando.)  Con  la...  sí...  Pues  mira,  ha  sido  una  dis- 
tracción. 

ALEJA. 

Por  supuesto.  Si  sabrás  tú... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Nada,  distraído. 


ACTO  SEGUNDO.  63 

ALEJA. 

(Tomando  el  ejemplar  que  está  sobre  la  mesa.)  ¡  Hola  !    ¡  El  dis- 
curso de  Antonio ! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí;  ya  te  regalaré  uno. 

ALEJA. 

¡Ah!  ¡es  precioso!  especialmente  el  final. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Aquello  de  «El  hombre  es  perfectible.» 

ALEJA. 

Sí.  (Volviéndolo  á  dejar  sobre  la  mesa.) 

SEÑOR   RAMÓN. 

Lo  sé  de  memoria. 

ALEJA. 
(Intencionalinente.)  Ya,  ya  lo  veo. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Di,  ¿tú  venias  á  cobrar  el  alquiler? 

ALEJA. 

Déjate,  volveré  otro  dia. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí,  porque  ahora  ya  ves  que  estoy  ocupado...  (Reparando 

en  Clotilde  que  quiere  servirse  agua  del  jarro.)    ¿Que    quiere  usted? 
CLOTILDE. 

Un  poco  de  agua ,  si  me  hace  usted  el  favor. 


64  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Agua?  ¡cá!  vino,  vino.  (Toma  la  botella  y  la  escancia  medio 
vaso;  Clotilde  impide  que  lo  llene.) 

CLOTILDE. 

Do  veras;  nunca  le  bebo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Bueno;  pero  le  va  á  usted  á  bacer  daño.  (Coge  el  vaso  para 
tirar  al  suelo  el  vino  por  el  lado  de  doña  Aleja;  ésta  le  contiene.) 

A  LEJA. 

(Aparte  á  Ramón.)  No,  Ramón,  espera;  que  distraído  olvidas 
que  cuando  se  come  no  se  tira  nada  en  el  suelo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

En  el...  (Algo amostazado.)  Si  yo  no  le  iba  á  tirar...  ¡Pues 
hombre,  si  no  sabrá  uno  lo  que  se  hade  hacer!  ¡Vaya! 
(Echa  el  vino  en  su  vaso  y  llena  de  agua  el  de  Clotilde.)  Tome  usted, 
señorita. 

ALEJA. 

(¡Jesús!  la  está  haciendo  pasar  las  penas  del  purgatorio; 
y  á  mí  unas  se  me  van  y  otras  se  me  vienen.)  (A  Ramón.) 
(¿Pero  cómo  quieres  que  beba  la  criatura,  si  la  sirves  agua 
en  un  vaso  que  tenia  vino?) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(A  Aleja.)  ¡  Ah !  ¿También  está  mal  hecho? 

ALEJA. 

( No ;  es  de  muy  buen  tono. ) 

SEÑOR   RAMÓN. 

(¡Y  es  verdad  que  no  bebe!)  (A  Clotilde.)  Qué,  ¿no  tiene  us- 
ted ya  sed  ? 


ACTO  SEGUNDO.  65 


CLOTILDE. 

Sí,  señor;  pero  espero  á...  tomar  algo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte  á  Aleja.)  ¿Ves  cómo  no  era  eso?  (A  Clotilde  ofrecién- 
dole una  aceituna  que  toma  con  los  dedos  y  que  manosea  mucho.] 

Una  aceituna.  ¡Qué  hermosas  son!  Mire  usted,  mire  usted 
esta  que  dura. 

ALEJA. 

(Aguarda,  Ramón.) 

S  E  Ñ  OH    RAMO  N . 

(¡Qué!  ¿me  he  vuelto  á  distraer?) 


No,  sino  que  me  parece  mejor  esta  otra.  (Tomando  una  con 
el  tenedor  y  presentándosela  á  Clotilde.) 

CLOT ILDE. 
(Aceptándola.)  Mil  gracias. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(A  Aleja  incomodado.)  Ya  sé  que  se  pinchan  con  el  tenedor, 
pero  no  lo  he  hecho  por  no  m;inchar  á  la  señorita  ,  porque 
(Queriendo  tomar  una  con  el  suyo  y  desparramándolas  todas.) 
¿ves?  saltan.  (Siempre  me  sucede  lo  mismo.)  (Como  indigna- 
do consigo  propio.) 


66  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ESCENA  VI. 
dichos  y  ROBUSTIANA. 

ROBUSTIANA. 

A  ver,  haga  usted  el  favor.  (Introduciendo  el  plato  de  estofado 
por  el  lado  de  doña  Aleja.) 

ALEJA. 

Voy  á  salir  de  aquí  como  una  iglesia  llena  de  lámparas. 
(Robustiana  cofre  por  el  borde  la  cazuela  de  arroz  y  la  retira ;  pero  al 
servir  las  perdices,  que  lo  hace  al  mismo  tiempo  con  la  otra  mano,  ladea 
el  plato  y  vierte  la  salsa  manchando  los  manteles  y  el  discurso.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Despacio,  animal;  ya  me  has  manchado  el  discurso.  (Lim- 
pia todo  lo  manchado  con  la  servilleta.) 

ROBUSTIANA. 

¡Si  están  ustedes  todos  en  un  pelote! 

ALEJA. 

(¡Pohre  servilleta!)  (Nótase  en  el  señor  Ramón  algún  indicio  de 
embriaguez.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Si  miraras  lo  que  haces! 

ROBUSTIANA. 

i  Pues  buen  cuidado  tengo  ! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Chito. 

ROBUSTIANA. 

¡Vaya!  (Coloca  sobre  la  cazuela  los  platos  sucios  para  retirarlos, 
sustituyéndolos  con  otros  limpios  que  toma  de  una  pila  que  habrá  en 
la  mesa ) 


ACTO  SEGUNDO.  67 

CLOTILDE. 

(Después  de  mirar  el  suyo  con  prevención.)  ¿Me  querría  usted 
hacer  el  favor  de  otro  plato? 

ROBUSTIANA. 

Ese  es  limpio. 

CLOTILDE. 

Sí,  pero... 

ROBUSTIANA. 

¿A  ver  que  tiene?  ¡Jesús!  Por  una  miajica  de  nada... 
¡Pues  es  usted  poco  asquerosa!  (Tomando  el  plato.) 

SEÑOR   RAMÓN. 

(Riñéndola.)  ¡  Robustiana ! 

ROBUSTIANA. 

La  pitiminí  esta... 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Tomándola  el  plato.)  Traiga  usted  ese  plato,  insolente,  y 
vaya  usted  á  la  cocina ,  si  no  quiere  besar  los  hornillos  de 
un  bofetón.  ¡Estamos  bien!  (Robustiana se  va  dando  un  respingo.) 

ESCENA  VIL 

dichos  menos  ROBUSTIANA. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Perdone  usted,  hija,  porque  estas  zafiotas  no  conocen  la 
educación,  ni  por  el  forro. 

ALEJA. 

(Aparte.)  (Pero  en  cuanto  él  la  dé  unas  lecciones...) 


68  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

i  Digo !  Aun  tiene  grasa  de  ayer.  (Limpiando  el  plato  con  su 
servilleta  y  ofreciéndoselo  á  Clotilde.)  Vamos,  ya  está  limpio. 

ALEJA. 

(Que  ha  estado  siguiendo  con  la  vista  los  movimientos  del  señor  Ra- 
món ,  no  pudiendo  contenerse,  se  levanta  cubriéndose  la  cara  con  las 

manos.)  Adiós,  Ramoncito,  adiós. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué  es  eso?  ¿Qué  repente  te  ha  dado? 

ALEJA. 

Ninguno ,  que  me  voy. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  no,  con  franqueza,  si  es  que  hecho  alguna  barbari- 
dad, dilo;  ya  que  tú  eres  maestra  de  ceremonias. 

ALEJA. 

Pues  bien.  Sí,  no  puedo  contenerme;  acabas  de  cometer 
una  indiscreción  de  las  de  mayor  calibre. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Por  lo  del  plato? 

ALEJA. 

Precisamente. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Me  parece  que  lo  he  limpiado  con  la  servilleta. 

ALEJA. 

Suponiendo  que  esté  bien  hecho,  que  no  lo  está,  no  es 
lo  grave  que  lo  hayas  limpiado  con  la  servilleta,  sino  que 
sea  esta  la  servilleta  con  que  lo  has  limpiado.     (Tomándola  y 


ACTO  SEGUNDO.  69 

extendiéndola  para  poner  de  manifiesto  las  manchas.)  Y  franca- 
mente, convidar  á  tu  mesa  á  una  señorita,  para  darla  en 
vez  de  convite  una  tortura,  no  creo  que  es  obrar  con  pru- 
dencia. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Pues  puede  que  se  denigre! 

CLOTILDE. 

¡  Por  favor !  (Suplicante.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Está  en  casa  de  un  hombre  muy  honrado. 

ALEJA. 

Siempre  á  vueltas  con  tu  honradez,  como  si  la  honradez 
fuese  patrimonio  exclusivo  de  la  ignorancia. 

SEÑOR    RAMÓN. 

La  amistad  de  su  padre  me  da  derecho. 

ALEJA. 

Ese  es  el  error,  que  conoces  y  haces  valer  el  derecho  que 
te  asiste  á  sentar  en  tu  mesa  á  la  hija  de  un  amigo;  pero 
ignoras  el  deber  que  tienes  de  tratarla  con  las  consideracio- 
nes y  la  cortesía  que  su  educación  exige. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡  Si  llamas  cortesía  á  esas  monadas ! 

ALEJA. 

¡Si  tú  llamas  monadas  á  la  cortesía! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Porque  es  asi. 


70  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 


Calla,  blasfemo.  Las  conveniencias  sociales  y  la  educa- 
ción hacen  adquirir  insensiblemente  al  hombre  nuevos  há- 
bitos que  concluyen  por  modificar  hasta  sus  instintos, 
dentro  de  una  nueva  naturaleza. 

S  E  Ñ  O  R    II  A  M  O  N  . 

Tú  busca  esto  sano,  (Por  el  corazón.)  que  lo  demás... 

ALEJA . 

En  fin,  no  nos  podemos  entender,  nos  separa  un  abismo 
insondable;  pero  es  muy  doloroso  que  cuando  la  clase  hu- 
milde, á  la  que  me  honro  de  pertenecer,  teniendo  un 
fondo  tan  bello,  podia  aspirar  á  todas  las  consideraciones 
y  respeto  sociales,  sin  más  que  dar  á  su  cabeza  algo  de  lo 
que  le  sobra  en  el  corazón,  vea  cercenados  sus  más  legíti- 
mos derechos  por  faltar  al  cumplimiento  de  los  deberes  en 
que  aquellos  se  cimentan. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  te  entiendo. 

ALEJA. 

Pues  más  claro  y  en  resumen,  que  para  mí  siempre  será 
un  crimen  que  el  hombre  se  contente  con  ser  bueno .  mien- 
tras puede  ser  mejor.  He  dicho.  (Váse.) 

ESCENA   VIII. 
CLOTILDE  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  decir,  que  de  nada  sirve  el  que  uno  sea  hombre  de  bien 
si  no  sabe  hacer  media  docena  de  farsas. 


ACTO  SEGUNDO.  71 

CLOTILDE. 

No  es  eso. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Que  nada  valen  los  buenos  sentimientos,  que  importa 
poco  que  la  madera  esté  podrida  con  tal  de  que  la  corteza 
nos  disimule  sus  faltas. 

CLOTILDE  . 

De  ningún  modo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  explícamelo  si  sabes. 

CLOTILDE. 

Quiere  decir  que  cuando  los  instintos  son  buenos  ó  están 
modificados,  ya  que  no  delitos,  simples  faltas  corrige  la 
educación. 

SEÑOR    RAMO  N . 

¿Cómo  es,  pues,  que  mi  hijo  no  me  ha  echado  jamás  en 
cara  ni  la  más  insignificante"? 

CLOTILDE. 

Porque,  ó  le  ha  enmudecido  el  respeto,  ó  tiene  una 
gran  superioridad  para  dominar  sus  inclinaciones. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  porque  esto  ,  (Por el  corazón.)  es  hermoso  en  él,  y  aun- 
que nunca  me  ha  llamado  papá,  sino  padre,  estoy  seguro 
de  que  sin  olvidar  mi  cariño,  no  le  habrá  negado  á  Don  Ra- 
món las  caricias  ni  el  nombre  que  en  vano  estoy  espe- 
rando de  tí. 

CLOTILDE. 

¡Dios  mió! 


72  DUN  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Y  hoy  que  más  lo  ambiciono,  que  por  verte  á  mi  lado 
satisfecha  y  feliz  daría  lo  que  me  pidieran,  que  he  hecho 
todo  cuanto  sé  para  conseguirlo,  porque  parece  que  me 
haya  jugado  la  vida  en  ello. 

C  L  O  T I L 1)  E  . 

¡  Padre  !  (Acercándose  llorosa.) 

SEÑO  R    RAMÓN. 

No,  eso  es  mentira. 

CLOTILDE. 

Y  bien,  ¿prefiere  usted  que  le  engañe?  ¿Cree  usted  posi- 
ble que  olvide  en  un  momento  todo  mi  pasado?  ¿Es  por 
ventura  la  de  Antonio  mi  situación? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  puede  que  la  envidies. 

G  L  O  T  I  L  fi  E  . 

¡Ay  padre!  que  la  salud  no  la  aprecia  más  que  el  en- 
fermo, y  usted  no  ha  perdido  la  suya. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pero  mi  hijo.... 

CLOTILDE. 

Se  agita  en  la  atmósfera  que  constituye  su  verdadero 
elemento,  y  rota  la  valla  que  limitaba  sus  legítimas  aspi- 
raciones, cede  hoy  al  orgullo  para  rechazar  mi  amor,  y  no 
conservar  acaso  para  usted  más  que  un  sentimiento  de 
gratitud. 


ACTO  SEGUNDO.  73 

SEÑOR    R  A  M O  X . 

¡Mentira!...  Mira,  Clotilde,  te  perdono  que  no  me  ames, 
que  me  odies,  todo  menos  lo  que  supones  de  mi  hijo. 

CLOTILDE . 

¿Y  cómo  no  creerlo  si  me  desprecia,  siendo  el  amor  el 
único  lazo  que  separa  á  los  hijos  de  los  padres? 

SEÑOR  R  A  M  O  X  . 

(Vertiginoso.)  Puede  que  por  venganza.... 

c:  l  o  t  i  L  d  e  . 
No,  ensoberbecido. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Imposible! 

CLOTILDE. 

¿Pues  por  qué  si  yo  dudo,  á  despecho  de  la  naturaleza, 
no  duda  él? 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Qué!  ¿Antonio? 

CLOTILDE. 

Cree... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Basta. 

CLOTILDE . 

Ansia  engañarse  á  sí  propio. 

SEÑOR    R  A  M  O  X . 

(Fuera  de  sí.)  ¡  Clotilde  ! 

CLOTILDE. 
(Aterrada.)   ¡Ah! 

SEÑOR    RAMOX. 

No  puede  ser.  ¡Si  me  llamó  su  padre!  (Serenándose.) 


74  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ESCENA  IX. 

dichos  y  DON  RAMÓN. 

CLOTILDE. 

(Corriendo  á  los  brazos  ríe  Don  Ramón  y  aparte  )   (  ¡  All !   Papá  de 

mi  alma,  por  lo  que  más  ames  en  el  mundo,  llévame  al 
instante  de  aquí,  te  lo  suplico  de  rodillas. ) 

DON    RAMÓN. 

(Cálmate,  hija  mía;  estás  junto  á  mí,  y  puedes  libre- 
mente dar  suelta  á  tu  quebranto.) 

CLOTILDE. 

(Pues  bien,  salgamos  de  esta  casa  y  yo  te  explicaré.) 

DON    RAMÓN. 

(Espera.)  (Aparte.)  (Hemos  ido  demasiado  lejos,  pero  el 
deber  de  un  padre  es  corregir  los  defectos  de  sus  hijos.) 
(Alto.)   ¡  Señor  Ramón ! 

SEÑOR    RAMÓN. 
(Secándose  una  lágrima.)   ¡Eh  !  ¿Qué? 

DON    RAMÓN. 

Está  usted  lloroso.  ¿Qué  le  pasa? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué  quiere  usted  que  tenga?  (Buscando  pretexto  á  su  verda- 
dera aflicción.)  Que  no  es  nada  grato  para  un  padre  que  en- 
cuentra á  su  hija,  el  ver  que  á  ésta  no  le  satisface  su  cariño. 

CLOTILDE. 

¡Dios  de  mi  alma! 


ACTO  SEGUNDO.  75 

DON  RAMÓN. 

¡Qué!  ¿Clotilde?... 

SEÑOR  RAMÓN. 

Sí,  señor,  Clotilde  me  ha  pagado  con  la  más  negra  de  las 
ingratitudes  el  amor  con  que  ha  sido  recibida;  y  usted, 
usted  solo  sabe  si  yo  tenia  interés  en  que  le  fuesen  agrada- 
bles mis  brazos.  Calcule  usted  lo  que  habré  hecho  para 
conseguirlo.  Yo  me  he  ido  á  la  plazuela  y  he  traído  lo  mejor 
que  he  encontrado  para  que  nada  echase  de  menos  en  la 
mesa;  yo  me  he  esmerado  en  todo,  y  no  señor,  de  nada  ha 
servido. 

CLOTILDE. 

(Llorando.)  Ya  le  he  dicho  á  usted...  que  la  costumbre... 
el  trato...  modificarían  el  efecto  de  la  impresión,  pero  que 
olvidar  en  un  momento... 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  es  que  la  educación  te  ha  hecho  esclava  de  las  exte- 
rioridades, y  el  orgullo  se  te  ha  comido  el  corazón. 

DON     RAMÓN. 

(¡Ah!)  (Aparte.) 

CLOTILDE. 
(Llorando.)   Nunca. 

SEÑOR     R  A  M  O  N  . 

Y  por  recuperar  los  muebles  y  los  cachivaches  que  te 
rodeaban,  me  dejarías  ahora  mismo. 

CLOTILDE. 

¡Oh! 

DON    RAMÓN. 

Señor  llamón,  eso  no  es  posible.  (A Clotilde.)  ¡Abandonar 


76  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

á  tu  padre,  cuando  después  de  tantos  años  de  silencio  le 
estrecha  entre  sus  brazos  para  llamarle  por  primera  vez  su 
hija! 

CLOTILDE. 

Ya  no  puedo  más.  ¿Y  qué  razón  hay  que  justifique  ese 
silencio?  ¿Por  qué  si  un  dia  habia  de  romperse,  hacerme 
alimentar  ilusiones  que  hoy  veo  desvanecidas?  ¿Por  qué, 
en  fin,  una  vez  roto,  no  darme  la  explicación  á  que  con 
tanto  derecho  me  juzgo?  (Con  mucha  dignidad.) 

DON    RAMÓN. 

(¡Eh!)  (Aparte.) 

S  E  Ñ  O  R    RAMO  N . 

(Viendo  que  Clotilde  se  dirige  á  él.)  Por...  eso  que  lo  diga  Don 
Ramón. 

DON     R  A  M  O  N  . 

Si  tú...  (Titubeando.)  la  exiges,  no...  no  se  le  puede  ne- 
gar... pero  para  ello,  tal  vez  tengamos  que  evidenciarle 
faltas  que  nos  rebajan  á  tus  ojos... 

CLOTILDE. 

(Humillada  y  dignamente.)  Basta.  Los  padres  son  el  Evange- 
lio de  los  hijos,  donde  una  sola  duda  mataría  la  fe.  No  debo 
saber  más.  (Váse.) 

DON    RAMÓN. 

(Aparte.)  (¡Hija  mia!j 

SEÑOR    RAMÓN. 
(Aparte.)  (¡Hombre!  ¡Me  ha  gustado!)   (Con  satisfacción.) 


ACTO  SEGUNDO.  77 

ESCENA  X. 

DON  RAMÓN  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

¿Lo  está  usted  viendo  ,  señor  Ramón"? 

S  E Ñ O  R    RAMÓN. 

Lo  que  yo  veo  es  que  me  ha  pillado  usted  de  sorpresa, 
pues  de  otro  modo  no  es  posible  que  me  hubiera  usted  hecho 
dar  un  paso  tan  atrevido. 

DON    RAMÓN. 

Verdaderamente  hemos  obrado  con  precipitación  expo- 
niéndonos á  graves  consecuencias:  pero  una  vez  dominado 
el  efecto  de  la  impresión,  debemos  ir  adelante,  porque  el 
problema  que  tratamos  de  resolver,  bien  merece  por  su 
importancia  un  pequeño  sacrificio. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pero  Don  Ramón ,  es  demasiado  duro  estar  viendo  llorar 
á  una  hija  y  no  confesarle  el  engaño. 

DON     RAMÓN. 

Clotilde  es  orgullosa,  me  dijo  usted,  y  como  en  ello  pu- 
diera haber  algún  fondo  de  verdad,  quiero  corregirla  de  este 
defecto,  para  que  sepa  apreciar  mejor  después  lo  que  vale 
la  educación  y  cuáles  son  sus  límites. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Eso  está  bien  hecho. 

DON    RAMÓN. 

Algo  daria  ella  por  tener  un  padre  acaudalado  como  yo 


78  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

para  satisfacer  todos  sus  caprichos,  me  dijo  usted  también; 
y  los  hechos  vienen  á  demostrarle,  señor  Ramón,  por  las 
lágrimas  de  mi  hija ,  que  todo  el  oro  del  mundo  no  basta  á 
sustituir  un  átomo  de  cultura. 

SEÑOR     RAMÓN. 

No,  Don  Ramón  ,  lo  que  es  con  eso  no  estoy  conforme; 
ella  misma  lo  ha  dicho  bien  claro.  No  es  posible  perder  en 
un  momento  la  costumbre  de  toda  la  vida. 

DON    RAMÓN. 

¡Ay!  ¡amigo  mió!  que  nosotros  en  un  momento  de  vér- 
tigo hemos  dado  este  paso  sin  calcular  que  necesariamente 
nuestros  hijos  nos  exigirían  una  explicación. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Sí,  señor,  ya  lo  sé. 

DON    RAMÓN. 

Pero  no  ha  reparado  usted,  sin  duda,  en  que  la  exigencia 
ha  partido  de  una  mujer  que  ha  apelado  á  ese  último  re- 
curso de  imaginación  antes  de  abandonarse  al  desaliento  de 
una  realidad  que  le  es  repulsiva. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  señor,  no;  lo  ha  hecho  porque  era  natural  que  se  le 
ocurriera  esa  duda. 

DON    RAMÓN. 

Pues  si  tan  natural  lo  encuentra  usted,  ¿cómo  se  explica, 
que  siendo  Antonio  el  más  difícil  de  engañar,  dadas  sus 
condiciones  de  hombre  y  de  jurisconsulto,  no  haya  formu- 
lado aún  la  menor  queja? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Porque...  no  se  le  habrá  ocurrido. 


ACTO  SEGUNDO.  79 

DON    RAMÓN. 

O  porque  teme  provocar  una  explicación  que  no  le  satis- 
faga, y  destruya  el  encanto  de  una  posición  que  le  halaga 
y  que  el  misterio  le  da  derecho  á  acariciar  como  legítima. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Don  Ramón!  (Exasperado.)  Le  advierto  á  usted  que  los 
sucesos  de  hoy,  y  la  circunstancia  de  no  haber  comido 
apenas,  han  hecho  que  un  poco  que  he  bebido  no  me  haya 
sentado  bien;  por  lo  tanto,  haga  usted  el  favor  de  no  exas- 
perarme ,  porque  sin  querer  puedo  cometer  alguna  barha- 
ridad...  y  luego  me  arrepentiría. 

DON    RAMÓN. 

Más  que  el  arrepentimiento  valdría  la  previsión. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(■Reprimiéndose  á  pesar  suyo.)  Mire  usted  ,  deshagamos  lo  he- 
cho y  no  tengamos  un  disgusto,  Don  Ramón. 

DON    RAMÓN. 

Si,  está  usted  convencido  ya... 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Ca!  eso  no  señor. 

DON    RAMÓN. 

Si  es  que  teme  usted  someterse  á  la  prueba... 

SEÑOR  RAMÓN. 
¡Qué!  (Indignado.) 

DON  RAMÓN. 

Porque  desconfía  del  resultado. 


80  DON  RAMÓN  Y  EL  SENOK  RAMÓN. 


SEÑOR    RAMÓN. 


¡Dudar  yo  de  Antonio!  Hombre,  primero  dudaría  de 
Dios.  Ahora  soy  yo  quien  dice  «  Adelante.  » 

DON    RAMÓN. 

Enhorabuena. 

SEÑOR    RAMÓN. 

La  herida  ha  de  ser  de  muerte,  porque  la  lucha  es  ter- 
rible. 

DON    RAMÓN. 

Tanto,  que  es  el  resumen  de  las  luchas  sociales;  y  entre 
usted  y  yo  estamos  compendiando  la  historia  de  la  huma- 
nidad. 

ESCENA  XI. 

dichos  y  DOÑA  ALEJA. 

ALEJA. 

(Desde  el  foro.)  ¿Estorbo?  ¡Señores! 

DON    RAMÓN. 

(Aparte  al  señor  Ramón.)  (Disimulemos.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte.)  (¡Qué  otra!)  (Alto.)  Adelante. 

ALEJA. 

Sentiría  venir  á  interrumpir  á  ustedes. 

DON    RAMÓN. 

Nada  de  eso,  señora.  Acaso  mi  presencia  sea  aquí  la  in- 
oportuna. 


ACTO  SEGUNDO.  81 

ALEJA. 

De  ningún  modo,  puede  usted  oir  lo  que  vengo  á  decir  á 
Ramón. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué  se  te  ofrece? 

ALEJA. 

Hombre,  creo  que  antes  he  estado  contigo  un  poco  in- 
conveniente, y  como  el  confesar  un  error  no  denigra,  vengo 
á  suplicarte  que  me  dispenses  aquel  arranque  involuntario 
de  mi  genio. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Si  tú  confiesas  que  me  has  faltado... 

ALEJA. 

Ramón ,  esa  frase  que  yo  he  vertido  parece  de  tan  mal 
efecto  repetida  por  tí... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  que  me  faltaste. 

ALEJA. 

Pero... 

DON     RAMÓN. 

Señores,  aunque  ignoro  el  motivo... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Todo  ha  sido  que... 

ALEJA. 

(Interrumpiéndole.)  Permítanos  usted  que  le  ocultemos  la 
causa. 

DON    RAMÓN. 

Respeto  esa  decisión.  Iba  á  decir  que  ciertas  discordias 

6 


82  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

no  pueden  tener  cabida  entre  antiguos  amigos  ,   y  ustedes, 
según  creo,  lo  son. 

se Ñon    RAMÓN. 

Mire  usted,  á  los  dos  años  de  viudo  yo,  puso  esta  la  ta- 
berna en  la  esquina. 

DON    RAMÓN. 

Pues  ya  ve  usted. 


Y  que  nuestra  amistad,  aunque  no  cultivada  por  un  trato 
constante,  ha  sido  siempre  sincera. 

SEÑOR  RAMÓN. 

No  digas  eso,  porque  bien  hubo  una  época  en  que  no  sa- 
liamos  vivos  ni  muertos  de  tu  casa  Antonio  y  yo. 

A  l  e  i  a  . 

(Sonriendo.)  Ya,  sí ;  cuando  los  chicos  se  hacían  corrococos 
y  pensábamos  emparentar. 

n  o  N   r  a  M  o  n  . 

¡Ah!  Yo  ignoraba!...  Pues  hubiesen  hecho  una  deliciosa 
pareja. 

A  L  E  1  A  . 

En  honor  de  la  verdad .  no  crea   usted  que  dejaba  de 
halagarme. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Yo  lo  creo!  ¿Qué  más  hubieras  tú  querido? 

k  L  E  I  A  . 

Hombre,  me  parece  que  la  desventaja  tampoco  hubiera 
estado  de  tu  parte. 


ACTO  SEGUNDO.  83 


SEÑOR    R  A  H O  N 


Pues  que;  ¿se  te  figura  que  yo  hubiera  dado  mi  consen- 
timiento? 

ALEJA. 
¿Por  qué  no?  (Extrañada.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Pero  lo  dices  formalmente? 

ALEJA. 

Sí. 

DON    RAMÓN. 

( Con  alegría.)  (Le  presiento.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Ja!  ja!  ja!  (Riendo.)  Vaya,  vaya,  que  vosotros  los  que  os 
remontáis  asi  como  los  globos,  tenéis  unas  pretensiones! 
¿Pues  te  parece  á  tí  que  yo  iria  hacer  de  Antonio  todo  un 
señor  abogado,  y  darle  la  posición  que  tiene  para  que  se 
casara  con  tu  hija? 

aleja . 
Pero... 

SEÑOR     RAMÓN. 

¿Con  la  hija  de  una  tabernera? 

DON    RAMÓN. 

(Aparte.)  (Ya  está  ahí.j 
(Doña  Alejase  reprime.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Vamos,  calla  mujer,  calla. 


DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 


Haciendo  caso  omiso  de  lo  que  otra  tomaría  por  un  in- 
sulto, debo  decirte  que  si  tú  has  hecho  de  Antonio  un  abo- 
gado, yo  he  hecho  de  mi  hija  una  mujer  virtuosa  y  per- 
fectamente educada  para  que  todos  la  guarden  respeto;  y 
que  en  cuanto  á  mí  he  ganado  como  tú  la  subsistencia 
honradamente,  con  la  ventaja  sobre  tí  de  no  ignorar  las 
conveniencias  sociales. 

SEÑOR    R  A  JION. 

Calcule  usted  (A  Don  Ramón.)  el  papel  que  haría  el  chico 
con  sus  buenas  relaciones  y  con... 

DON    RAMÓN. 

¿Tiene  usted  por  ahí  su  periódico? 

SEÑOR    RAMO  N . 

¿Para  qué? 

DON    RAMÓN. 

Para  que  me  leyera  usted  aquello  de  que  todos  somos 
¡guales. 

SEÑO  R    R  A  M  O  N . 

¡Ah!  Ya  sé  por  donde  va  usted;  pero  en  esta  ocasión  mal- 
dita la  razón  que  tiene. 

DON    RAMÓN. 

Huella  usted    sus  principios. 

SEÑOR    RAMO  N . 

(Trabucándose.)  No  señor,  porque  mi  hijo...  No  es  que  yo 
me  oponga,  sino  que  ya  ve  usted...  sus  conocimientos.  Y 
luego  Aleja. 


ACTO  SEGUNDO.  85 

DON    RAMÓN. 

Usted  divaga.  Se  trabuca. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Ca!  á  mí  no  me  envuelve  usted,  no  señor;  porque  lo  cier- 
to es...  (Excitado.) 

DON  RAMÓN. 

Que  usted  desprecia  las  gerarquías  sociales  que  no  están 
á  tiro  de  su  mano,  y  promulga  comodaticiamente  las  que 
consigo  se  relacionan. 

SEÑOR    R  A  M  O  N . 

Es  claro,  usted  con  sacar  cuatro  palabrotas  de  esas  que 
nadie  entiende....  (Desconcertarlo. 1 

DON     RAMÓN. 

No  es  culpa  mia  si  usted  las  ignora. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No.  si  yo  las  entiendo;  ¡vaya!  Pero  es  el  caso  que... 

I)  O  N    R  A  M  O  N  . 

Que  usted  con  su  ignorancia  ha  insultado  á  una  señora 
que  sabe  más  que  usted,  cuando  suya,  y  muy  suya,  debiera 
ser  la  honra  de  que  ella  se  dignara  aceptar  esos  lazos  de 
parentesco. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Así,  así,  tuerte,  ¡cómo  se  conoce  que  usted  ve  los  toros 
desde  la  barrera!  A  fe  que  no  diria  usted  eso  si  se  tratara 
de  un  hijo  suyo. 

DON    RAMÓN. 

Lo  mismo. 


SG  DON  RAMÓN  V  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SE  ÑOH    RAMÓN. 

¿Lo  mis...?  ¡Ca  hombre!  ¡ca  hombre!  ¿qué  había  usted 
de  decir? 

1)  0  \    RAMÓN. 

Siempre. 

S  B Ñ  O  B    RAMÓN. 

¡Pues!  ¡Y  con  sus  humos! 

DON    RAM O N . 
Señor  Ramón.  (Agriamente.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(En  un  rato  de  fascinación.)  Pues  ea,  Aleja,  Antonio  no  es  mi 
hijo. 

I)  O  N  R  A  M  O  N  . — A  L  E  1  A  . 

¡Qué! 

SEÑOR    RAMÓN. 

Es  hijo  de  este  señor. 

DON    RAMÓN. 

(Aparte.)  Imprudente. 

SEÑOR     RAMÓN. 

(Aparte  )  (Que  se  las  componga  como  pueda.) 

A  L  E  .1  A  . 

fAparte.)  (¡Cosa  más  rara!  Ahora  me  explico  por  qué 
Clotilde...) 

DON    UAMON. 

Veo  con  disgusto  que  no  se  ha  alimentado  usted  en  pro- 
porción de  lo  que  ha  bebido  y  el  alcohol  ha  hecho  su 
efecto. 


ACTO  SEGUNDO.  87 

SEÑOR  RAMÓN. 
(Sobrecogido  y  aparte.)  (¡Qué!  ¿Será  verdad?) 

D O  X    RAMÓN. 

Pero  toda  vez  que  usted  imprudentemente  ha  revelado 
este  secreto  de  familia ,  cuya  explicación  no  nos  es  posible 
dar,  señora... 

A  l  E  i  a  . 

(Se  sienta  á  la  mesa  y  hojea  el  discurso  de  Antonio.)  Yo  respeto... 

U  O  X     R  A  M  O  X  . 

(Al  señor  Ramón.)  Voy  á  cumplirle  á  usted  la  satisfacción 
que  me  ha  pedido.  Sepa  usted  que  amándose  entrambos,  no 
dudaría  un  momento  en  bendecir  esa  unión:  porque  si  usted 
erróneamente  ha  supuesto  que  la  alcurnia  de  la  persona 
influye  en  mí,  debo  decirle  que  sólo  reconozco  dos  denomi- 
naciones en  el  orden  gerárquico:  luz,  y  oscurantismo;  jor- 
naleros de  la  inteligencia  y  magnates  de  la  ignorancia. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Basta,  basta  ya!  Es  demasiado  sufrir.  (Llamando.)  ¡Clo- 
tilde! ¡Antonio ! 

1)  o  N    r  a  m  o  x . 
¿Qué  va  usted  á  hacer? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Quiero  respirar. 

00 X    RAMÓN. 

¿Le  faltan  á  usted  las  fuerzas? 

SEÑOR     R  A  M  O  X . 

He  dicho  adelante,  y  lucharé  hasta  sucumbir. 


88  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ESCENA  XII. 

dichos,  CLOTILDE  y  ANTONIO. 

SEÑO  R    l¡  A  M  O  N  . 

Hijos,  acercaos.  Aquí  estamos  sufriendo  todos  un  tor- 
mento infinito,  y  siquiera  por  caridad  debernos  darnos 
algún  consuelo. 

TODOS. 

¿Qué? 

SEÑOR     RAMÓN. 

Que  la  situación  es  violenta,  que  poco  á  poco  nos  será 
menos  sensible  el  cambio,  y  que  callando  todos  lo  que  sa- 
bemos, decidimos  volver  á  recobrar  nuestros  lazos  antiguos. 

C  L  O  T  I  h  D  E  . 

¡  Ay ;  sí,  sí,  papá  de  mi  alma ! 

ALEJA. 

(Aparte.)  ( ¡Es  incomprensible  esto! ) 

DON    RAMÓN. 

¿Ve  usted  toda  la  elocuencia  de  esa  alegría?  (Al  señor  Ra- 
món por  su  hija.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte  á  Don  Ramón.)  (Es  natural...  la  costumbre...  Verá 
usted  mi  hijo. ) 

DON  RAMÓN. 

(Aparte.)  (No  ve. ) 

SEÑOR  RAMÓN. 

Antonio,  mis  brazos  te  esperan. 


ACTO  SEGUNDO.  89 

ANTONIO. 

(Voy  á  herir  su  corazón  ,  pero  es  preciso. ) 

S  E  Ñ  O  R    RAMO  N . 

(Asombrado.)  ¿Qué  eseso?  ¿callas? 

ANTÓN  I  O. 

¡Padre! 

S  E  Ñ  O  It     R  A  M  O  N  . 

Pronto. 

ANTONIO. 

Mi  gratitud,  mi  reconocimiento  hacia  usted  serán  eter- 
nos; pero  los  vínculos  que  acabo  de  estrechar  son  indes- 
tructibles. 

SEÑOR    R  A  M O  N . 
¿Qué"?  (Vertiginoso.) 

ANTONIO. 

El  deber  de  un  hijo  es  no  abandonar  á  su  padre. 

S  E  Ñ  O  R    R  A  M  O  N  . 

(Llorando.)  Pero  si  tu  padre  no  es... 

DON     RAMÓN. 

(Aparte  á  Ramón.)  ( Silencio ,  desgraciado. 
(Todos  contemplan  absortos  la  escena.) 

SEÑOR     RAMÓN. 

Es  decir,  que  de  nada  sirven  los  afanes  de  toda  la  vida, 
los  desvelos  de  mi  cariño ,  los  sacrificios  que  tan  á  gusto 
llevé  á  cabo  por  labrar  tu  corazón  para  mí ,  para  mí  solo. 
¡  Oh  ingratitud  !  ¡  Oh  perfidia  !  ¿Y  estos  son  los  hijos,  este  es 
el  pago  que  nos  dan  en  la  vejez?...  (Fuera  de  sí  toma  de  la  mesa 
un  cuchillo,  y  se  avalanza  á  Antonio  esgrimiéndole.)  ¡  Miserable  ! 
(Todos  le  contienen.) 


90  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

C  LOT  I  LDB. 

¡Padre! 

A  L  K  I  A . 

¡  Ramón ! 

,\  n  ton  i  o. 

¡  Ah ! 

I)  O  N    I!  A  M  O  N . 

¡No! 

(Estas  cuatro  exclamaciones  deben  decirse  simultáneamente.) 

SEÑO  R    R  A  M  O  N  . 

(Sin  querer  mirarle.)  Vele,  idos;  dejadme  solo. 
DON    RAMÓN. 

(Llevándose. á Antonio.)  Antonio,  ¿qué  has  hecho? 

A  NTON  LO. 

(Aparte  á  Don  Ramón  con  intención.)  Dentro  de  poco  lo  sabrá 
usted. 

DON    RAMÓN. 

¡  Hija!   (Indicándole  que  le  siga.) 

"     C  L  O  T  I  L  D  K  . 

Mi  puesto  está  aquí. 

DON     RAMÓN. 

Vamos.   (Obedece  lo  que  su  hija  decide,  y  tomando  á  Antonio  de  la 
mano,  gana  con  él  el  foro.) 


ACTO  SEGUNDO.  91 


ESCENA  ÚLTIMA. 

EL  SEÑOR  RAMÓN  en  la  silla  que  ocupó  Doña  Aleja  en  la  escena  IV. 
CLOTILDE  en  el  centro  de  la  mesa,  Y  DOÑA   ALEJA  á  su  derecha. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡  Se  olvida  de  mí!  ¡  me  deja!  ¡  Yo  me  ahogo,  me  ahogo  ! 

(Clotilde  va  á  dar  al  señor  Ramón  un  vaso  de  agua,  pero  Aleja  se  anti- 
cipa y  le  presenta  uno  con  vino,  que  Ramón  toma. ) 

ALEJA. 
Toma  ,  bebe.  (Le  observa  mucho,  porque  se  propone  un  fin.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

iHecho  un  mar  de  lágrimas.)  ¿Con  que  es  decir  que  la  voz  de 
la  naturaleza  es  muda,  que  le  aleja  de  mí  la  soberbia,  que 
me  le  roba  el  orgullo? 

ALEJA. 

No  ,  Ramón;  tú  le  separas  de  tu  lado. 
SEÑOR   R  a  m o  n . 

¿Yo? 


Tú,  cuyos  hábitos  no  son  los  suyos  ;  tú ,  que  al  sacarle  á 
volar  á  otro  espacio,  no  has  remontado  tu  vuelo  para  se- 
guirle de  cerca  ;  tú,  que  envuelto  en  la  corteza  de  la  hon- 
radez, no  lias  dejado  paso  á  los  pequeños  detalles  de  la 
forma,  que  como  un  abismo  insondable  te  dividen  de  tu 
hijo;  tú,  en  fin,  que  de  memoria  recitas  este  fragmento 
sin  encontrar  en  él  mas  que  un  juego  de  palabras.  (Aleja lee 


92  DON  RAMÓN  V  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

el  último  párrafo  del  discurso  de  Antonio.  El  señor  Ramón,  conmovido, 
indica  con  su  fisonomía  que  por  vez  primera  aprecia  su  intención;  y 
Clotilde,  espiando  sus  movimientos,  deja  correr  su  llanto.) 

«  El  hombre  es  perfectible,  y  su  perfección  la  meta  á  que 
deben  converger  todas  sus  aspiraciones  como  cumplimiento 
de  su  misión  sóbrela  tierra.  Destruyanse  los  malos  instin- 
tos al  calor  de  la  educación  social,  y  yo  os  prometo  que  los 
códigos  morirán  de  inacción.  Vea  yo  convertidos  en  escue- 
las todos  esos  templos  donde  se  rinde  culto  á  la  embria- 
guez, y  os  juro  que  la  pena  de  muerte  correrá  avergonzada 
á  sepultarse  en  el  panteón  de  los  anacronismos.  Porque 
reasumiendo:  tal  es  el  dominio  de  la  inteligencia  sobre  la 
ignorancia .  que  los  libros,  vistiendo  la  honrosa  toga  de 
la  magistratura .  forman  los  tribunales  donde  se  analiza 
la  gota  de  vino  que  rebosa  al  fermentar  en  el  cerebro: 
(El  señor  Ramón  mira  con  horror  el  vaso  que  tiene  en  la  mesa.)  gota 
que  acaso  es  la  única  capaz  de  dirigir  la  mano  del  más  gro- 
sero de  los  criminales .  y  á  quien  (El  señor  Ramón  se  fija  en  el 
cuchillo  que  aún  lleva  en  la  mano.)  la  ley  señala  también  con  el 
más  denigrante  de  sus  dictados.  ¡El  parricida!»  (El  señor 
Ramón  desde  que  se  fijó  en  el  cuchillo  ,  deja  el  vaso  sobre  la  mesa  y  va 
levantándose  sobre  la  silla,  contemplando  el  arma  con  febril  ansiedad, 
y  al  oir  « ¡  El  parricida! » la  arroja  de  sí  con  vertiginosa  repulsión.) 

SEÑOR    RAM  O  N . 

¡El  parricida!  ¡Si!  ¡yo!  (Se  le  ve  tragar  con  dificultad:  Doña 
Aleja  le  brinda  de  nuevo  con  el  vino  mirándole  de  hito  en  hito.) 


Bebe.  bebe. 


u:.\'OR  r a mon. 


(Toma  el  vaso,  y  al  llevárselo  á  la  boca  le  mira,  le  rechaza,  y  anepado 
en  llanto  y  suplicante  dice  á  Aleja.)  No  ,  ¡  agua  ,  agua  !  (  Aleja  le  da 
el  vaso  de  ac'ua.) 


ACTO  SEGUNDO.  93 

CLOTILDE. 
¡  Padre  ni  i  o  !  (Echándose  en  sus  brazos.) 

ALEJA. 

(En  eí  colmo  ríe  la  alegría  y  esU'echánrlole  las  manos.)  ¡  Bien  ,   Ra- 
món ;  bien  !  Ya  vas  comprendiendo  lo  que  es  un  eclipse. 


FIN   DEL   ACTO   SEGUNDO. 


ACTO  TERCERO. 

La  misma  decoración  que  en  el  primero. 


ESCENA  PRIMERA. 

DON    RAMÓN. 

Allí  está  mudo  y  reflexivo.  Es  natural;  su  conciencia  se 
rebela  contra  su  conducta,  que  no  obstante  de  lisonjear 
mi  amor  propio,  me  entristece  porque  me  hace  descubrir 
una  verdad  desgarradora  .  que  el  orgullo  es  su  sentimiento 
que  obedece  á  la  menor  pulsación  de  su  fibra,  y  del  cual 
hacemos  tributarias  á  las  demás  manifestaciones  de  nues- 
tra sensibilidad.  Esta  situación  es  insostenible;  á  mí  propio 
me  hace  daño,  y  es  fuerza  ponerle  término  en  gracia  si- 
quiera de  ese  desventurado  padre  víctima  de  sus  errores. 
¡Ah!  ¡él!  con  mi  hija! 

ESCENA  II. 

dicho,  CLOTILDE   v  el  SEÑOR  RAMÓN,  que  entran 
muy  abatidos;  éste  enjuga  una  lágrima  que  se  le  salta  al  entrar. 

DON     RAMÓN. 

¡Vamos,  señor  Ramón! 


96  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  deje  usted,  no  es  nada;  sino  que  al  entrar  aquí  me 
lie  acordado  de  lo  feliz  que  era  hace  unas  horas,  y  sin  que- 
rer se  me  han  saltado  las  lágrimas.  (Dominándose.)  Ea,  ya 
pasó. 

DON    H  A  M O  N . 

Crea  usted  que,  á  poder  evitar  su  llanto,  lo  haría  á  costa 
del  mayor  sacrificio. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Lo  creo,  Don  Ramón,  lo  creo;  pero  qué  hacer...  las  cosas 
deben  tomarse  conforme  vienen,  y  en  las  penas,  en  las 
aflicciones  es  cuando  se  ve  la  grandeza  de  alma. 

D  O  N     R  A  M  O  N  . 

¿Y  á  qué  hacer  ahora  ese  alarde  que  usted  calilica  de  su- 
perioridad, cuando  el  dolor  está  pugnando  por  asomarse  á 
los  ojos?  Llore  usted,  hombre,  llore  sin  avergonzarse,  y  ali- 
vie de  ese  peso  al  corazón. 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Llorando.)  Pues  bien,  sí  señor,  tengo  herida  el  alma;  y 
aunque  el  llanto  no  consuela,  al  menos  desahoga. 

CLOTILDE. 

(Al  señor  Ramón.)  Padre,  padre,  salgamos  de  aquí ;  yo  debo 
oponerme  á  los  designios  de  usted. 

DON  RAM  O  N . 

¿Cómo? 

SEÑOR  RAMÓN. 

Nunca. 


ACTO  TERCERO.  97 


CLOTILDE 


Trata  usted  de  imponerse  un  nuevo  martirio  obligándome 
á  cometer  una  falta  que  nunca  me  perdonaría. 

DON    RAMÓN. 

¿Pero  qué  es  ello? 

CLOTILDE  . 

Que  soy  harto  débil  para  someterme  á  tan  duras  pruebas; 
que  mi  razón  se  extravia  en  averiguación  de  una  conducta 
que  cuadre  á  mi  situación;  que  decidida  á  cumplir  con  los 
deberes  que  la  naturaleza  me  dicta,  se  me  niega  hasta  el 
derecho  de  enjugar  unas  lágrimas  que  yo  misma  he  pro- 
vocado ;  que  esta  lucha ,  en  fin,  es  inhumana  y  voy  á  vol- 
verme loca. 

d  o  n   R  a  M  o  N  . 

Por  favor,  hable  usted  ó  hablo  yo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Don  Ramón,  si  un  hombre  que  se  llamó  mi  hijo,  por 
quien  he  velado  veintitrés  años,  con  quien  he  compar- 
tido todas  mis  alegrías,  y  á  quien  he  callado  todos  mis  pe- 
sares, me  rechaza  hoy,  y  es  desgraciado  por  causa  mia, 
según  dicen  ustedes,  no  quiero  que  sean  dos  á  maldecirme. 
A  mí  un  poco  más  de  pena,  no  me  ha  de  matar.  Déjenme 
pues  sufrir  solo,  devolviéndole  á  usted  esta  pobre  criatura 
que  será  muy  feliz  á  su  lado, 

D  O  N     RAMÓN. 

¡  Señor  Ramón  ! 

C  L  O  T  I  L  D  E . 

Padre,  no  le  comprendo  á  usted.  ¿Me  llama  su  hija  y 
quiere  que  le  abandone  en  medio  de  su  amargura?  ¡  Sufre 
usted  por  la  decepción  de  un  hombre  á  quien  sólo  le  liga- 


98  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ban  los  vínculos  de  la  costumbre,  y  me  rechaza  espontá- 
neamente á  mí,  ala  única  que  tiene  derecho  á  exigir  de 
usted  cariño!  Dios  me  perdone  la  duda  ;  pero  usted  no  es 
mi  padre. 

SEÑOR   RAMÓN. 


DON    RAMÓN. 

¡Clotilde! 

CLOTILDE. 

Aquí  se  abusa  de  mi  sumisión  haciéndome  víctima  do 
un  engaño  incomprensible. 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  sino  que...  Pues  bien,  sábelo... 

CLOTILDE. 

¿Que? 

DON     RAMÓN. 

(interrumpiéndole.)  Retírate,   Clotilde;   déjanos  solos  un 
instante. 

CLOTILDE. 

No,  hablen  ustedes,  por  favor.  (Con  ansiedad.) 

DON     RAMÓN. 

Más  tarde,  vete.   (Aparte  al  señor  Ramón.)  (Ayúdeme  usted.) 
SEÑOR    RAMÓN. 

Sí,  luego... 

CLOTILDE. 


Es  que  .. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Basta,  te  lo  manda  tu  padre. 


ACTO  TERCERO.  99 

CLOTILDE. 
¡Oh!  (Cediendo  al  tono  imperativo  del  señor  Ramón.) 

DON   RAMÓN. 

No,  tu  padre  te  lo  suplica.  (Besándole  la  frente  con  ternura.) 

CLOTILDE. 

i  Ay  !  ( Reprimiendo  un  grito  de  alegría  al  comprender  la  ver- 
dad ,  y  besando  sin  ser  vista  del  señor  Ramón  las  manos  de  su  padre.) 
Ya  soy  feliz  ,  obedezco.  (Aparte  á  Don  Ramón.)  (  Te  has  ven- 
dido ,  te  has  vendido. )  (Vase.) 

ESCENA  III. 

DON  RAMÓN  y  el  SEÑOR  RAMÓN. 

DON     RAMÓN. 

Ya  lo  está  usted  viendo,  señor  Ramón,  las  sospechas 
cunden,  la  situación  es  cada  vez  más  difícil ,  y  á  mí  mismo 
me  es  violento  sostenerla. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Mire  usted ,  yo  no  veo  más ,  sino  que  en  pocas  horas  he 
perdido  mi  reposo  y  todo  lo  que  más  amaba  en  el  mundo. 

DON   RAMÓN. 

Pues  bien,  ya  que  está  usted  convencido  de  su  error  y 
suficientemente  castigado,  confesemos  la  verdad,  y... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Poco  á  poco.  ¿De  qué  me  ha  convencido  usted? 

DON     RAMÓN. 

Señor  Ramón,  es  usted  incomprensible. 


100  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Lo  incomprensible  es  la  conducta  de  usted,  que  por  cor- 
regir el  orgullo  de  Clotilde  me  expone  á  quedarme  sin  mi 
hijo,  echando  mano  de  una  estratagema  que  no  sé  á  qué 
ha  venido. 

DON    RAMÓN. 

Dígole  á  usted  que  nos  hemos  lucido  con  nuestra  obra, 
si  después  de  tantos  sinsabores  no  hemos  de  recoger  el 
fruto. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Aquí  no  hay  más  fruto,  sino  que  usted  le  negó  á  Antonio 
la  mano  de  Clotilde. 

DON    RAMÓN. 

Distingo.  No  se  la  negué  ni  se  la  concedí.  Ella  fué  la  que 
en  virtud  de  mis  observaciones  rehusó  dar  una  contestación 
definitiva. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Y  toda  esa  farsa  ¿para  qué?  ¿para  probarme  que  no  tiene 
nada  de  extraño  que  mi  hijo  me  rechace? 

DON    RAMÓN. 

Precisamente. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Ca,  hombre  !  pues  si  eso  no  tiene  viso  de  fundamento. 

DON    RAMÓN. 

Entonces  no  comprendo  por  qué  se  afligió  usted  tanto  no 
hace  mucho. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Toma!  me  afligí,  porque  me  ponía  en  el  caso  de  que  pu- 
diera ser  verdad;  pero  bien  pensado... 


ACTO  TERCERO.  101 

DON    RAMÓN. 

¿Qué? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿Qué  ha  de  hacer  el  chico  si  le  dicen  que  usted  es  su 
padre?  ¿Le  ha  de  volver  las  espaldas?  No,  le  seguirá  ,  aun- 
que allá  en  el  fondo  de  su  corazón  lo  sienta. 

DON    RAMÓN. 

¿Es  decir,  que  no  cree  usted  que  lo  hace  porque  le  halaga? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Hombre  ,  eso  no  se  le  pregunta  nunca  á  un  padre. 

DON     RAMÓN. 

Entonces,  si  no  está  ensoberbecido,  si  no  es  que  lo  mejor 
lo  considera  como  lo  más  bueno,  y  según  supone  usted  se 
limita  á  cumplir  con  el  deber  natural,  ¿aceptará  gustoso  la 
mano  de  Clotilde  considerándola  hija  de  usted? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Puede  que  la  rechace  por  venganza. 

DON   RAMÓN. 

No,  no;  salvado  el  inconveniente  del  despecho. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Es  que... 

DON    RAMÓN. 

Concretémosla  cuestión.  ¿Cree  usted  que  el  hijo  de  Don 
Ramón  el  magistrado,  accederá  sin  resistencia  á  casarse 
con  la  hija  del  señor  Ramón  el  carpintero? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pero  sin  titubear,  usted  se  ha  figurado  que  á  mi  hijo  se 
le  come  el  orgullo.  Y  ha  de  saber  usted  que  yo... 


102  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

DON    RAMÓN. 

Nada,  nada,  á  usted  hay  que  darle  las  cosas  mascad  i  las. 
Va  usted  a  pedirle  su  mano  para  Clotilde,  y  si  no  se  opone, 
le  hago  á  usted  concesión  de  cuantos  derechos  le  dé  la 
gana  de  exigirme. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  prepárese  usted  á  perder. 

DON    RAMÓN. 

Pero  si  ocurriese  lo  contrario,  ¿confesará  usted  que  su 
error  es  manifiesto  y  me  otorgará  la  razón? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Oh!  si  así  fuese...  le  mata... 

DON    RAMÓN. 

¿Qué? 

SEÑOR    RAMÓN. 

No,  me  moriría  de  pena. 

DON   RAM  ON. 

Pues  no  más  dilaciones,  acahemos. 

SEÑOR   RAMÓN. 

Sí,  pero  para  siempre. 

ESCENA  IV. 

dichos  y  DOÑA  ALEJA. 

DON   RAMÓN. 

(Aparte  viendo  á  Aleja.)  ( ¡  Ah  !  ) 

SEÑOR    RAMÓN. 

'Aparte)  (Esta  mujer  parece  mi  sombra. 


ACTO  TERCERO.  103 

ALEJA. 

Señores,  dispénsenme  ustedes  si  les  interrumpo;  pero 
testigo  de  una  escena  que  hubiera  querido  evitar ,  me  veo 
en  la  precisión  de  tomar  parte  activa  en  el  asunto. 

DON   RAMÓN". 

Su  intervención  de  usted  es  siempre  oportuna. 

ALEJA. 

Se  trata  de  una  confidencia  hecha  por  Clotilde,  cuya  re- 
velación puede  ser  nuncio  de  algún  lenitivo  ásus  pesares. 
Clotilde  que  ama  á  Antonio  con  la  fe  y  el  entusiasmo  de  la 
pasión  primera,  ve  marchitarse  hoy  sus  ilusiones  ante  la 
indiferencia  glacial  del  hombre  que  ayer  la  tuvo  por  dueño 
de  su  albedrío. 


¿Qué? 
Prosiga  usted. 


SEÑOR   RAMÓN. 


DON    RAMÓN. 


ALEJA. 


Tan  profundo  desengaño,  unido  á  su  situación  excepcio- 
nal, le  ha  sumido  en  tal  abatimiento,  que  temo  por  su  sa- 
lud si  ese  hombre  no  la  restituye  lo  que  es  el  alimento  de  su 
alma.  ¡Pobre  niña! 

DON    RAMÓN. 

Ofrezco  á  usted  exigir  á  Antonio  estrecha  cuenta  de  su 
conducta;  pero  desearia  conocer,  si  usted  la  sabe,  la  causa 
que  ha  influido  en  su  determinación. 

(Mirando  al  señor  Ramón,  este  le  contempla  con  estrañeza.) 

ALEJA. 

Duéleme  herir  la  susceptibilidad  de  un  padre. 


104  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

DON     II  A  M  O  N  . 

No  importa. 

ALEJA. 

Sin  duda  su  repentino  encumbramiento. 

SEÑOR    RAM  O N . 

¡Cómo! 

ALEJA. 

Ha  ofuscado  su  razón  y  ensoberbecido.... 

SEÑOR     RAMÓN. 

¡  Mentira ! 

ALEJA. 

¿Qué? 

SEÑOR    RAMÓN. 

Le  be  criado  yo,  y  conozco  á  fondo  sus  sentimientos. 

ALEJA. 

Sin  embargo,  la  escena  de  hace  poco  en  tu  casa,  parece 
que  ratifique  mi  opinión. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Mira,  Aleja,  si  es  venganza  por  lo  que  te  dije  antes  sobre 
sus  amoríos  con  tu  chica,  te  advierto  que  esta  ocasión 
no  es... 

A  l  e  i  a  . 

Ramón,  no  soy  tan  pobre  de  espíritu;  sino  que  la  conse- 
cuencia del  cambio  de  posición  es  natural. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Pues  no  le  encontrabas  á  Antonio  esos  defectos  no  hace 
mucho. 


ACTO  TERCERO.  103 

ALEJA. 

Explícate. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Cuando  Don  Ramón  se  brindaba  á  ser  tu  consuegro. 

ALEJA. 

¡Jesús!  ¡Puede  que  creas!... 

SEÑOR   RAMÓN. 

De  menos  nos  hizo  Dios. 

ALEJA. 

Ciertamente,  este  caballero  me  hacia  un  honor  que  estoy 
muy  lejos  de  merecer. 

DON    RAMÓN. 

¿Oye  usted,  señor  Ramón"?  ¿Pues  no  dice?... 

SEÑOR   RAMÓN. 

(Turbado.)  Sí,  sí,  ya  lo  he  oido. 

DON    R  A  M  O  N . 

Hoy  señora,  somos  todos  acreedores  á  los  mismos  de- 
rechos. 

ALEJA. 

Permítame  usted  que  le  arguya;  pero  entre  su  posición  y 
la  mia  hay  una  distancia  que,  por  mi  parte,  seria  temerario 
saltar. 

DON     RAMO  N . 

¿Pero  no  oye  usted,  hombre? 

SEÑOR     RAMÓN. 


Sí,  señor ,  ya  oigo. 


106  DON  RAMÓN  Y  KL  SEÑOR  RAMÓN. 

ALEJA. 

Y  aun  cuando  usted  se  dignase  descender  hasta  mí,  yo 
me  vería  en  la  precisión  de  rechaza  r  su  honroso  ofrecímien  lo. 

SEÑOR    RAMO  N . 

¡Cómo!  ¿Por  qué? 

A  L  B  I  A . 

(Al  señor  Ramón.)  Porque  siendo  Antonio  hijo  tuyo,  la  ar- 
monía era  perfecta,  los  chicos  podrían  ser  felices;  al  paso 
que  tú  y  yo  no  teníamos  porque  hacer  la  historia  de  nues- 
tros antecedentes.  Pero  al  entrar  en  la  familia  de  Don 
Ramón.... 

SEÑOR   RAMÓN. 

¡Qué!  ¡Pues  puede  que  valga  más  que  la  mía! 

ALEJA. 

Hombre,  tú  eres  muy  honrado,  muy  bueno;  pero  entre 
hacer  un  balcón  ó  fallar  una  causa.... 

SEÑOR    RAMÓN. 

Todo  es  trabajar. 

ALEJA. 

Convengo:  sólo  que  un  carpintero  se  hace  en  dos  años, 
y  un  abogado  cuesta  trece  ó  catorce. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Eso  no  es  razón. 

DON    RAMÓN. 

Efectivamente,  yo  opino  como  mi  tocayo. 

ALEJA. 

¿Pero  dejarán  ustedes  de  convenir  en  que  la  forma  seria 


ACTO  TERCERO.  107 

más  homogénea  entre  nosotros  dos?  (Por  el  señor  Ramón  y  ella.) 
Al  casarse  los  muchachos,  es  lo  natural  que  nuestro  trato 
fuese  muy  íntimo,  y  hasta  tal  vez  que  habitásemos  bajo  el 
mismo  techo.  Pues  si  en  mis  contertulios  de  antaño,  miro 
unos  hombres  de  bien,  de  cuya  amistad  no  debo  prescindir 
por  la  sola  razón  de  saber  algo  más  que  ellos,  ¿cómo  es  po- 
sible que  mientras  usted  recibía  al  Regente,  al  Gobernador, 
ó  al  General  H.  y  se  ocupaban  de  asuntos  de  estado  ó  de 
jurisprudencia,  me  empeñase  yo  en  hacer  armonizar  con 
ellos  al  tío  Gazapo,  ó  á  Juana  la  Pelucona? 

SEÑOR    RAMO  n . 

Puede  que  esos  valgan  más  que  los  otros. 

DON     RAMO  N . 

¡Ah!  sí  señora.  Ya  no  hay  gerarquías.  Ni  la  inteligencia 
ni  la  educación  sirven  para  estos  señores,  que  tan  lastimo- 
samente confunden  los  derechos  individuales  con  los  dones 
del  Espíritu  Santo. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Ya  ha  salido  usted  con  sus  palabrotas,  ya  hemos  acabado. 

(Tratando  de  irse.) 

DON   RAMÓN. 

Venga  usted  acá  á  defender  sus  teorías. 

SEÑO  R    RAMÓN. 

Yo  no  sé  lo  que  son  esas  cosas:  pero  sí  digo  que  Aleja  no 
tiene  razón  en  no  querer  emparentar  con  usted  y  sí  con- 
migo. Tanto  vale  uno,  como  otro.  ¡Ea!  voyá  llevar  esta  silla 
á  la  cocina.  (Tomando  la  de  enea  que  liay  delante  del  balcón.) 

ALEJA. 

(Deteniéndole.)  Espera,  hombre  práctico.  ¿Esta  silla  no  es 
para  sentarse? 


108  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

S  B  Ñ  O  R    B  A  M  O  N  . 

Sí. 

ALEJA. 

¿Está  útil?  ¿Está  limpia? 

SEÑOR   RAMÓN. 

Sí. 

ALEJA. 

Pues  ¿por  qué  te  la  quieres  llevar? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Bonito  papel  baria  entre  todas  esas  tapizadas! 

ALEJA. 

¡Ab!  Pues  por  eso  rae  opondría  á  emparentar  con  el  se- 
ñor Don  Ramón  ;  porque  yo,  entre  los  suyos,  no  baria  otro 
papel  que  el  de  la  silla  de  enea. 

DON    RAMÓN. 

¡Silencio!  Antonio  viene.  ¡Clotilde!  (Llamando.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Ali!  Tiemblo  verle  junto  á  mí. 

DON    RAMÓN. 

(Aparte  al  señor  Ramón.)   ¡  Adelante ! 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Resuelto.)   ¡  Adelante ! 

DON    RAMÓN. 

Pues  á  consumar  la  obra.  (Haciendo  que  el  señor  Ramón  tome 
de  la  mano  á  Clotilde.) 


ACTO  TERCERO.  109 

ESCENA  ÚLTIMA. 

dichos,  CLOTILDE  v  ANTONIO. 

ANTONIO. 

(Aparte.)  (Esperemos.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte.)  (Valor.)  (Alto  á  Antonio.)  Señorito...  Antonio... 

ANTONIO. 

¿Me  cree  usted,  por  ventura,  indigno  de  más  cariñoso 
nombre? 

SEÑOR    RAMÓN. 

No  lo  sé  aún.  Si  el  amor  que  hasta  hoy  ha  profesado  us- 
ted á  Clotilde ,  no  se  ha  borrado  en  un  momento  como  se 
ha  borrado  otro  que  tenia  más  profundas  raíces;  si  per- 
dona usted  la  ofensa  que  insensatamente  le  ha  inferido  esta 
mañana ;  si  la  pasión  que  por  usted  la  devora  satisface  sus 
aspiraciones,  conteste  usted  á  este  pobre  viejo  que  viene  á 
pedirle  con  su  mano  la  salud  de  su  hija,  que  es  lo  único 
que  le  queda  en  el  mundo. 

ANTONIO. 
¡Señor  Ramón  !  (Haciéndose  una  resolución.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

(Aparte.)  (¡Ah!) 

ANTONIO. 

No  debe  usted  dudar  de  mi  cariño  por  Clotilde.  La  amo 
como  siempre. 

SEÑOR    RAMÓN. 
(Aparte  á  Don  Ramón.)    (¿Oye  usted?) 


110  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

Poro  me  os  imposible  llamarla  mia. 

CLOTILDE. 

(Aparte.)  (¡Cielos!) 

DON    RAMÓN. 
(Aparte  al  señor  Ramón.)  (Oiga  usted.) 

SEÑOR    RAMÓN. 
¿Y...  porqué?  (Con  ansiedad.) 

ANTONIO. 

Porque  hoy  no  me  pertenezco  á  mí  solo;  estoy  unido  á 
mi  padre,  cuya  posición  me  impone  deberes  que,  aunque 
penosos,  quedo  obligado  á  satisfacer. 

DON    RAMÓN. 

(Aparte  al  señor  Ramón.)    (¡He  triunfado !) 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡  Me  abandonas,  me  rechazas,  te  avergüenzas  de  mí !  ¡  In- 
fame! Yo  humillaré  tu  soberbia.  Has  edificado  tu  orgullo  en 
el  aire.  Sabe  que  todo  ha  sido  una  farsa. 

ALEJA. 

¿Qué"? 

CLOTILDE. 
¡  Ah  !  ¡  Padre  mió !    (Abrazando  á  su  padre.) 

SEÑOR    RAMÓN. 

Tú,  eres  mi  hijo;  sí,  el  hijo  del  carpintero  Ramón,  que 
en  mal  hora  te  separó  de  su  lado,  sembrando  cariño  para 
cosechar  vanidades  é  ingratitudes.  Y  ahora  mismo  vas  á 
quitarte  esa  levita,  que  yo  haré  añicos,  para  que,  con  la 


ACTO  TERCERO.  1 1 1 

sierra  en  la  mano,  aprendas  en  el  taller  á  fundar  la  sober- 
bia en  el  sudor  de  tu  frente,  derramándole  tan  copioso 
como  el  desventurado  padre  de  quien  reniegas. 

DON   RAMÓN. 

Calma,  señor  Ramón.  Cumpliéronse  mis  profecías. 

SEÑOn    RAMÓN. 

(A  Antonio.)  Baje  usted  esa  cabeza. 

ANTONIO. 

Nunca;  porque  puedo  llevarla  muy  erguida. 

TODOS. 

¡  Cómo ! 

ANTONIO. 

¿Hoy,  por  ventura,  se  engaña  impunemente  á  la  juven- 
tud? No,  padre  mió.  Le  he  dado  á  usted  el  primer  disgusto 
de  mi  vida,  por  ayudarles  á  ustedes  á  plantear  ese  oscuro 
problema  que  aquí  vamos  á  resolver. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Qué!  ¿Tú  sabias...? 

ANTONIO. 

Todo. 

DON   RAMÓN. 

¿Tú? 

SEÑOR    RAMÓN. 

¿De  modo,  que  me  amas? 

ANTONIO. 

¡Padre!  Con  toda  mi  alma.  (Abrazándole.) 


112  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Antonio!  (Respirando.)  ¡  Ah  !  ¡Ya  no  me  muero  nunca! 

DON    RAMÓN. 

Ha  1)1  a,  di. 

ANTONIO. 

Acaso  hiera  alguna  susceptibilidad,  pero  ante  la  impor- 
tancia de  la  idea  nada  significan  las  personalidades.  Padre, 
hay  en  nuestra  sociedad  una  clase  que  usted  simboliza ,  que 
pletórica  de  sensibilidad  y  escasa  de  inteligencia ,  no  ve  más 
horizonte  que  el  que  limita  con  su  mano.  Ensoberbecida 
con  los  derechos  de  que  disfruta  en  su  humildad  ,  confunde 
la  igualdad  política  con  la  estirpacion  de  los  privilegios  del 
talento  y  la  fortuna ;  mira  con  prevención  cuanto  se  eleva 
sobre  su  nivel,  y  concluye  apellidándose  pobre,  como  si 
este  dictado  fuese  el  único  título  á  la  consideración.  No,  pa- 
dre; el  jornalero ,  el  industrial,  el  bracero,  deben  respeto 
y  sumisión  al  que  más  sabe,  al  que  más  tiene,  ya  que  de 
ellos  dimanan  la  luz  y  el  trabajo.  Las  gerarquías  son  inabo- 
libles,  porque  nunca  la  azada  puede  tener  la  importancia 
del  buril,  ni  el  cincel  las  consecuencias  del  libro;  y  sólo 
respetando  se  conquista  el  respeto;  pues  los  derechos  del 
hombre  no  son  más  que  sus  propios  deberes  ejercidos  por 
otro.  Mi  conducta  le  ha  patentizado  á  usted,  que  sin  ins- 
trucción, sin  cultura,  los  lazos  más  indisolubles  pueden 
romperse  abriendo  una  sima  entre  el  corazón  de  un  padre 
y  un  hijo.  Pues  bien,  luz,  inteligencia  y  criterio,  abolirán 
las  preocupaciones  sociales;  defenderán  las  gerarquías,  y 
ni  el  derecho  será  la  tiranía  impuesta,  ni  el  deber  la  envi- 
lecida servidumbre. 

DON    RAMÓN. 

Esas  son  mis  teorías. 


ACTO  TERCERO.  1 13 

ANTONIO. 

Ahora  á  usted.  La  confusión  de  las  clases  es  un  error  pe- 
culiar de  los  que  nada  tienen  en  el  cerebro ;  pero  de  las 
preocupaciones  sociales,  tan  ridiculas  como  hipócritas,  sólo 
son  responsables,  ustedes  los  que  militan  en  las  filas  del 
saber;  ustedes  que  las  combaten  en  teoría,  pero  que  no  las 
rechazan  en  la  práctica.  ¿A  qué  ese  clamor  continuo  con 
que  se  pide  la  ilustración  del  pueblo  para  hacerle  partícipe 
á  conciencia  de  sus  omnímodos  derechos,  si  al  descender 
al  terreno  práctico,  los  apóstoles  encargados  de  la  predi- 
cación esconden  la  mano  vergonzosamente  tendida,  ense- 
ñan el  libro  por  las  guardas,  y  extinguen  la  tea  propagan- 
dista que  puede  disipar  las  tinieblas?  El  que  tiene,  debe  dar 
limosna  al  que  necesita,  para  que  el  pobre  viva  agradecido 
al  rico;  del  mismo  modo  el  que  sabe  debe  difundir  la  inte- 
ligencia entre  los  que  ignoran,  para  que  éstos  comprendan 
la  superioridad  de  aquél.  Cooperar  con  sus  fuerzas  á  la  re- 
generación social,  agruparse,  confundirse,  amalgamarse; 
y  una  vez  practicada  la  fraternal  unión  que  establezca  los 
límites  naturales  del  deber  y  del  derecho,  habremos  conse- 
guido el  equilibrio  social  y  cimentado  la  ancha  base  en  que 
han  de  tomar  asiento  las  libertades  humanas. 

SEÑOR    RAMÓN. 

¡Rravo!  ¡Bravo!  hijo  de  mi  alma.  Ven  acá  te  deshago.  (Le 
abraza.)  Todo ,  todo  lo  he  entendido.  ¿Qué  dice  usted,  Don 
Ramón? 

DON    RAMÓN. 
¿Qué  digo?  (Conmovido  une  á  Clotilde  y  á  Antonio.)   ¡Esto!    y 
que  nosotros  ya  no  somos  de  moda.  Doña  Aleja,  usted  lo 
ha  entendido,  convirtiéndose  en  discípula  de  su  Adela. 

SEÑOR    RAMÓN. 

Hijo,  yo  quiero  aprender.  ¿Me  enseñarás? 


114  DON  RAMÓN  Y  EL  SEÑOR  RAMÓN. 

ANTONIO. 

¡ Padre  mió! 

ALEJA. 

No  hay  más  remedio;  nuestra  generación  se  va  empujada 
por  la  generación  que  viene.  Triste  es  para  nosotros  confe- 
sarlo; pero  hay  que  lanzar  el  grito  de:  «¡Viejos,  paciencia 
y  atrás!  »  Plaza,  plaza  al  elemento  joven. 


FIN.