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Full text of "El fundador de Caracas, Don Diego de Losada, teniente de gobernador y capitán general en estas provincias. 1513?-1569, siglo XVI"

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in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://archive.org/details/elfundadordecaraOOrion 


EL  FUNDADOR  DE  CARACAS 

Don  Diego  de  Losada, 

Teniente  de  Gobernador 

y 

Capitán  General  en  estas  Provincias. 


1513?  -1569 

SIGLO  XVI 


BIOGRAFÍA 


COMPUESTA    POR 

FRAY  FROILAN  DE  RIONEGRO 

F.  M.  CAPUCHINO 


k 


CARACAS 

Imprenta   Nacional 

1914 


Si  Autor  se  reserva  los  derechos  legales. 


FRAY  FROILAN  DE  RIONEGRQ 

F.  M.  CAPUCHÍKO 


Librar. 
Norí1 

Memento  díerum  antiquorum,  cogita  generationes  singulas:  interroga  patrem 
tuum. .  .majores  tuos  et  dicent  tibí.   (Deut.  Cap.  32.  VII). 

Laudemus  viros  gloriosos,  et  parentes  nostros  in  generatione  sua.  .Homines 
magni  virtute..  .Qui  de  illis  nati  sunt,  reliquerunt  nomen  narrandi  laudes eorutni 

...Cum  semine  eorum  permanent  bona.  Hereditas   sancta  nepotes   eorum et 

fitíi  eorum  propter  illos  usque  in  aeternum  -manent:  semen  eorum  et  gloria 
eorum  non  derelinquetur.  .  .et  nomen  eorum  vivit  in  generationem  et  genera- 
tionem.  Sapientiam  ipsorum  narrent  populi,  et  laudem  eorum  nuntiet  ecclesia! . . 
Ideo  jurejurando-  dedit. .  .hereditare  illos  a  mare  usque  ad  mare.  {Ecclesst, 
Cap.  44). 

Acuérdate  de  los  tiempos  antiguos,  recorre  de  una  en  una  todas  las  genera- 
ciones; pregunta  a  tu  padre. .  .a  tus  antepasados  y  te  lo  dirán.  (Deuteronomio 
Capítulo  32  Versículo  VII). 

Alabemos  a  los  varones  ilustres,  a  nuestros  padres,  a  quienes  debemos  el 
ser. .  .hombres  grandes  por  su  fortaleza. . .  A  les  que  de  ellos  nacieron  les  deja- 
ron materia  para  celebrar  sus  alabanzas. .  .Con  sus  descendientes  permanecen 
los  bienes  que  ellos  les  dejaron.  Sus  nietos  son  una  sucesión  digna  o  pueblo  san- 
to y  su  posteridad  se  mantuvo  constante  en  la  alianza  con  Dios;  y  por  el  mérito 
suyo  durará  para  siempre  su  descendencia. .  .y  vivirá  su  nombre  por  todos  Jos- 
siglos.  Celebren  los  pueblos  su  sabiduría  y  repítanse  sus  alabanzas  en  las  asam- 
bleas sagradas. .  .pues  su  posteridad  tendrá  por  herencia  el  continente  de  mar 
a  mar.    (Ecclesiástico.  Capítulo  44). 


/atiQé  'loó  pu&atQá  eápañauiA    ¿le.    (Jutné^iica^ 

\£>i¿si<ip,*a     41   Kyccxincci;    &án&e<i{3i£fne<n¿e.  <i  toó 
¿te    y&M^€tetci     aice  ¿uetan  ^truJutílaÁ;     iia- 


\  41  &i¿a*t<1.4Ztl-Z 


¿jrau  Kjpoilán  ae  %Jvíoneqro. 


¿s.    *y/¿.   i^apítc/íu 


Concejo  Municipal. 

En  la  sesión  ordinaria  del  veintiocho  de  julio  de  mil  no- 
vecientos trece  el  Secretario  leyó  el  informe  y  el  proyecto 
de  Acuerdo  que  publicamos  en  seguida,  los  cuales  fueron 
aprobados  a  propuesta  del  Concejal  Raúl  Capriles. 

Ciudadano  Presidente: 

"La  Comisión  designada  por  usted  para  estudiar  la  soli- 
citud dirigida  al  Concejo  por  Fray  Froilán  de  Rionegro,  en 
la  cual  pide  que  se  acuerde  por  cuenta  del  Tesoro  Municipal 
la  publicación  de  la  Biografía  del  Capitán  don  Diego  de  Lo- 
sada, fundador  de  Caracas,  que  tiene  escrita,  ha  cumplido  el 
encargo  y  como  resultado  de  su  labor  expone  las  siguientes 
consideraciones : 

Juzgada  a  piori  la  materia  que  informa  la  solicitud  mere- 
ció, desde  luego,  el  concepto  favorable  de  la  Comisión,  de  la 
misma  manera  y  por  razones  idénticas  a  las  que  obraron  en  el 
ánimo  de  nuestros  colegas  en  el  Concejo  para  acogerla  con  ex- 
presiones de  agasajo  cuando  se  leyó  en  Cámara. 

Es  evidente  la  conveniencia  de  publicar  en  un  libro  la  his- 
toria de  la  vida  y  hazañas  del  Conquistador  Español  que  a 
fuerza  de  valor  y  de  constancia,  en  lucha  sin  tregua  con  los 
obstáculos. de  la  naturaleza  y  con  la  resistencia  heroica  de  los 
Caciques  indígenas,  pudo  echar  los  cimientos  de  la  Villa  de  San- 
tiago de  León,  protegerla  con  su  espada  y  fomentar  su  desa- 
rrollo, sin  pensar  en  que,  al  correr  de  los  tiempos,  sería  ella 
la  cuna  de  Bolívar,  el  Conquistador  de  la  libertad  surameri- 
cana,  y  el  Ayuntamiento  de  Caracas  el  primero  en  proclamar 
su  independencia  en  la  América  Española. 

Pero  había  que  averiguar  si  a  la  nobleza  del  propósito  co- 
rrespondía el  éxito  de  su  ejecución,  y,  al  efecto,  la  Comisión 
obtuvo  del  postulante  los  manuscritos  de  su  obra,  a  los  que 
acompañó  un  dictamen  favorable  emitido  por  la  Academia  Na- 
cional de  la  Historia,  que  termina  declarando  la  referida  bio- 
grafía merecedora  del  honor  de  la  publicidad  en  el  Boletín  de 
tan  docta  Corporación. 


—  10- 

Leídos  los  originales  encontramos  en  ellos  la  narración 
clara  de  los  principales  hechos  realizados  por  don  Diego  de 
Losada,  en  una  bien  compilada  exposición,  que  su  autor  ilus- 
tra con  citas  precisas  de  historiadores  antiguos  y  con  referen- 
cias originales  para  hacer  interesante  la  obra. 

Por  las  razones  apuntadas  la  Comisión  opina  que  sería 
útil  y  conveniente  publicar  en  un  libro  la  expresada  Biografía, 
con  el  fin  de  que,  a  la  vez  que  se  divulguen  las  proezas  del 
fundador  de  la  ciudad,  hoy  Capital  de  Venezuela,  se  haga  per- 
durable la  obra  y  pueda  circular  fácilmente  en  el  país  y  en  el 
exterior. 

A  la  consecución  de  estos  fines  tiende  el  proyecto  de 
Acuerdo  que,  como  resultado  del  encargo  que  usted  nos  con- 
fió, tenemos  la  honra  de  someter  a  la  ilustrada  consideración 
del  Cuerpo: 

EL   CONCEJO    MUNICIPAL    DEL    DISTRITO  FEDERAL 

Considerando  : 
Que  Fray  Froilán  de  Rionegro  ha  escrito  la  Biografía   de 
don  Diego  de  Losada,   fundador  de   Caracas,    y   solicita  del 
Concejo  que  acoja  la  obra  y  disponga  su  publicación  en  forma 
de  libro,  ; 

Considerando : 
Que  la  biografía  en  referencia  ha  merecido  juicio  favora- 
ble a  su  mérito  de  la  Academia  Nacional  de  la  Historia  y  de 
la  Comisión  nombrada  por  el  Presidente  del  Concejo  para  estu- 
diarla, y  que  se  rendiría  justo  y  debido  homenaje  a  don  Die- 
go de  Losada  publicando  su  historia, 

Acuerda: 

Artículo  Primero.  Recomendar  muy  encarecidamente  al 
Ciudadano  Gobernador  del  Distrito  la  Biografía  de  don  Die- 
go de  Losada  escrita  por  Fray  Froilán  de  Rionegro,  para 
que  disponga  su  publicación  en  número  de  ejemplares  que 
crea  conveniente. 

Artículo  Segundo.  Trascribir  el  presente  Acuerdo  al 
Ciudadano  Gobernador  y  comunicarlo  a  Fray  Froilán  de  Rio- 
negro,  como  resultado  de  su  solicitud. 

Dado  ut  supra. 

Luis   F.  Blanco. — Teófilo    Rodríguez. — Juan   Bta.    Chaves. — 
Demetrio  Los sada  Días. — V.  M.  Rada". 


GOBIERNO  DEL  DISTRITO  FEDERáL 

Decreto  por  el  eoal  se  dispone  proceder  a  la  pnblieaeión  en  forma  de  libro  de  la  Bio- 
grafía de  don  Diego  de  Losada  por  i'ray  Froilán  de  Rionegro. — « Gaceta  Ofieial». 
—Estados  Unidos   de  Venezuela.— Año  XLII— Húmero  12.283.— Folio  88.587. 


GENERAL  JUAN  G.  GÓMEZ, 

Gobernador  del  Distrito  Federal, 

Considerando: 

Que  el  Cqncejo  Municipal  del  Distrito  Federal,  en 
Acuerdo  sancionado  el  28  de  julio  de  1913,  recomienda  a  este 
Gobierno  la  publicación  de  la  Biografía  de  don  Diego  de  Lo- 
sada, escrita  por  el  R.   P.  Fray  Froilán  de  Rionegro; 

Considerando : 

Que  con  la  publicación  de  esta  obra  se  rinde  justiciero 
homenaje  a  la  memoria  del  Fundador  de  Caracas  y  se  ofrece 
una  valiosa  contribución  al  acervo  de  la  historia  de  Venezuela. 

Por  disposición  del  ciudadano  Presidente  Provisional  de 
la  República; 

Decreta  : 

Artículo  Io  Procédase  a  hacer  la  publicación  en  forma 
de  libro  de  la  Biografía  de  don  Diego  de  Losada  por  Fray 
Froilán  de  Rionegro,  en  edición  de  mil  ejemplares. 

Artículo  2o  Los  gastos  que  ocasione  el  cumplimiento 
de  este  Decreto  se  harán  por  la  Administración  General  de 
Rentas  Municipales  de  la  asignación  destinada  a  impresiones 
oficiales. 

Artículo  3o  Dése  cuenta  al  Concejo  Municipal  y  publí- 
quese. 


—  12  — 

Dado  en  el  Palacio  de  Gobernación  y  Justicia  del  Distrito 
Federal,  y  refrendado  por  ei  Secretario  del  Despacho,  en  Ca- 
racas, a  veintiuno  de  julio  de  mil  novecientos  catorce. — Año 
1059  de  la  Independencia  y  56°  de  la  Federación. 

Juan  C.  Gómez. 
Refrendado. 
El  Secretario  de  Gobierno, 

A.  M.  Delgado  Briceño. 


—  13  — 

Residencia  de  los  Padres  Capuchinos. — La  Merced. — 
Caracas:  21  de  Junio  de  1914. 

Excmo.  y  Revmo.  Señor  Carlos  Pietropaoli,  Arzobispo  de  Cálcide, 
Enviado  Extraordinario  de  la  Santa  Sede  y  Delegado  Apostólico 
en  Venezuela. 

Caracas. 
Excmo.  Señor: 

Conociendo  que  Vuestra  Excelencia  es  uno  de  los  que 
más  estiman  los  estudios  históricos,  en  los  cuales  se  ha  ocupado 
ventajosamente,  me  es  grato  remitir  a  Usía  los  originales  de  la 
Biografía  del  Fundador  de  Caracas,  don  Diego  de  Losada*  no 
tan  sólo  para  conocer  el  juicio  que  le  merezca  la  obra  sino, 
muy  principalmente,  para  someter  todo  lo  escrito  por  mi¡  impreso 
o  inédito,  a  las  enseñanzas  y  al  juicio  de  la  Santa  Sede>  asimismo 
cuanto  escribiere  en  adelante,  como  fiel  católico,  apostólico  y 
romano,  obediente  siempre  a  la  Iglesia  Romana  y  a  la  Santa 
Sede. 

Precisamente  a  la  Santa  Sede  debe  el  Nuevo  Mundo  del 
famoso  terciario  franciscano,  Almirante  de  las  Indias  y  del  mar 
Océano,  don  Cristóbal  Colón,  gran  parte  del  descubrimiento 
y  toda  la  civilización  cristiana;  Autoridad  esa  a  la  cual  somos 
también  deudores  los  Misioneros  Capuchinos  por  lo  mucho 
que  nos  ayudó  en  estos  países,  en  todo  lo  concerniente  al 
buen  régimen  y  gobierno  de  los  centros  de  Misiones  y  rege- 
neración de  los  aborígenes;  regeneración  y  amparo  que  toda- 
vía son  necesarios,  no  sóio  para  los  pobres  indígenas  que  per- 
manecen en  las  tinieblas  y  sombras  de  la  muerte,  privados  aún 
de  la  civilización  y  de  la  luz  del  Evangelio,  sino  para  el  bien 
general  de  las  almas  y  para  la  paz,  bienestar  y  progreso  de  esta 
querida  República  de  Venezuela,  hija  nobilísima   de  España. 

Humildemente  me  encomiendo  a  los  santos  sacrificios  y 
oraciones  de  V.  S.  y  pido,  con  la  debida  reverencia,  la  bendi- 
ción a  V.  E  Rvma. 


Muy  devotamente. 


Fray  Froilán  de  Rionegro. 

(Capuchino) . 


~-  14  _ 

Caracas:  19  de  Agosto  de  1914. 
Estimado  y  Reverendo  Padre: 

Al  avisarle  recibo  de  su  atenta  carta,  fechada  el  día  vein- 
tiuno de  junio  próximo  pasado,  con  la  cual  acompaña  el  ma- 
nuscrito de  su  Historia  del  Fundador  -de  Caracas,  cúmpleme 
agradecerle  las  frases  muy  amables  y  finas  que  ha  tenido  a  bien 
dirigirme. 

Ya  su  obra  no  necesita  mi  aprobación,  puesto  que  ha  me- 
recido las  de  las  dignas  autoridades  eclesiásticas  ordinarias; 
pero  el  haberla  V.  P.  sometido  al  Representante  de  la  Santa 
Sede,  a  la  cual  pertenece  el  supremo  juicio  respecto  a  la  doc- 
trina, es  cosa  muy  laudable  y  honrosa  para  un  hijo  de  San 
Francisco  de  Asís.  Me  es  placentero,  pues,  felicitarle  y  asegu- 
rarle que  no  he  encontrado  nada  en  la  dicha  obra  que  no  esté 
conforme  con  la  enseñanza  de  la  Iglesia. 

Por  loque  se  refiere  a  mi  juicio  particular,  aunque  pudiera 
darlo,  él  sería  de  ninguna  importancia.  Las  múltiples  y  graves 
ocupaciones  del  ministerio  episcopal  y  después  el  cargo  que 
ejerzo  no  me  han  permitido,  desde  mucho  tiempo,  volver  a 
mis  estudios  predilectos  de  historia.  Sin  embargo,  es  para  mí 
satisfactorio  certificar  que  la  Biografía  de  don  Diego  de  Losada 
denota  en  su  autor  grande  amor  a  la  verdad,  espíritu  imparcial 
y  sereno,  y  diligencia  en  investigar  documentos.  Usted  no 
afirma  solamente,  sino  que  la  narración  fortifica  con  pruebas; 
lo  que  es  y  debe  ser  el  carácter  de  la  Historia  verdadera. 
Además,  tiene  el  mérito  su  Biografía  de  evidenciar  los  tras- 
cendentales merecimientos  de  la  católica  España,  bajo  la  inspi- 
ración y  dirección  de  los  Pontífices  de  Roma,  de  haber  civili- 
zado a  Venezuela  por  medio  de  los  Misioneros.  Dios  quiera 
que  todos  lo  reconozcan  y  sepan  también  apreciar  las  hazañas 
de  los  frailes  que  fueron  los  sinceros  y  grandes  amigos  del 
Nuevo  Mundo,  y  que  hasta  hoy  lo  ilustran  con  sus  virtudes 
y  sus  obras  piadosas  y  civilizadoras. 

Al  repetirle,  Reverendo  Padre,  mis  felicitaciones,  le  ben- 
digo y  hago  votos  porque  su  historia  alcance  no  solo  la  admira- 
ción, sino  también  la  gratitud  y  el  cariño  de  Venezuela  a  la 
gloriosa  Orden  franciscana. 

De  usted  atentamente, 

f  Carlos  Pietropaoli. 

Arzobispo  de  Cálcide.    Enviado  Extraordinario  de  la  Santa  Sede. 
Al  Reverendo  Padre  Fray  Froilán  de  Ríonegro.—  (Capuchino). — Caracas. 


—  15  - 


Gracias. 


Las  damos  muy  cumplidas  al  Excmo,  Señor  Presidente 
Provisional  de  la  República,  Doctor  Victorino  Márquez  Bus- 
tillos,  al  Señor  Comandante  en  Jefe  del  Ejército  nacional, 
General  Juan  Vicente  Gómez,  al  Señor  Gobernador  del  Dis- 
trito Federal,  General  Juan  Crisóstomo  Gómez,  al  Secretario 
y  Primer  Oficial  de  Administración,  al  Concejo  Municipal  de 
la  Ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  a  la  Ilustre  Aca- 
demia Nacional  de  la  Historia,  al  Doctor  José  Tomás  Sosa 
Saa,  quien  llevó  en  peso  la  corrección  tipográfica,  y  demás 
personas  que  generosamente  nos  han  ayudado. 


Al  curioso  lector. 


El  orden,  el  bien  común,  y  aun  el  particular,    parece  que  , 
exigen    que   todas  las  ciencias,    artes   y    oficios   los   enseñen 
personas  entendidas  o,  por  lo  menos,  versadas  en  tales  asuntos. 
Un  libro  en  el  que  se  contienen  para  el  porvenir  aigunos 
conocimientos,  debieran  éstos  estar  garantizados  -por  la  gente 
que  ¿tí¿<?-porque  los  errores  o   inexactitudes   son    perjudiciales 
tanto  al  individuo,  como   al  cuerpo  social;    por  lo  tanto,   en 
gramática,  debiera  revisarlo  la  Academia  de   la  Lengua,   a  fin 
de  purgar  la  obra  de  las  faltas    gramaticales:   en    Historia,    la 
Academia   de  ésta;  en   cuestiones    militares,    nadie  mejor  lo 
haría  que  sus  académicos  y,  finalmente,  si  se  trata  de    Artes   y 
Oficios,  indudablemente  que  tienen  autoridad  los   que  de  ello 
entienden:  y,  si  de  Religión  y  Moral,  tenemos  autoridades  se- 
ñaladas que  saben   lo  que  es  malo  y  lo  que  es  bueno,   lo   que 
daña  y  perjudica,  lo  mismo  al  individuo  que  a   la  sociedad  en. 
general. 

Deseosos,  pues,  de  ser  útiles  al  lector  benévolo,  volunta- 
riamente entregamos  por  cuenta  nuestra  todas  estas  páginas 
a  un  literato  para  asegurarte  de  la  verdad  gramatical,  cuanto 
fuere  posible  al  arte ;  en  asuntos  militares  nos  ayudó  grande- 
mente un  experto  militar;  y  en  Historia  no  poco  nos  han 
dirigido  algunos  académicos  y  otros  entendidos  en  ella. 

Principalmente,  en  religión  y  moral,  por  ser  éstas  de  im- 
ponderable duración  y  suprema  importancia,  pues  sin  religión 
y  sin  moral  no  existe  bondad  ni  orden  ni  justicia,  hemos 
tenido  gusto  de  someter  los  originales  a  la  revisión  oficial 
de  las  autoridades  de  la  Orden  de  los  Frailes  Menores  Capuchi- 
nos, como  alumnos  de  ella,  y  a  las  más  altas  de  la  Santa  Iglesia 
de  Nuestro  Señor  Jesucristo  en  comunión  con  la  Santa  Sede 
Apostólica,  de  donde  dimana  la  palabra  de  Dios  que  resuena 
perpetuamente  en  las  alturas,  como  dice  Donoso  Cortés.    (1) 

(1)  Ensayo  sobre  el  Catolicismo,  el  Liberalismo  y  el  Socialismo.  Madrid, 
1880,  obra  que  recomendamos  a  la  juventud  estudiosa,  lo  mismo  que  El  Criterio, 
por  Balmes. 

2 


—  18  — 

Dicho  esto  y  sabiendo  que  las   fuentes  históricas   son  del  in- 
signe autor  de  Varones  Ilustres,  presbítero  don  Juan  de  Cas- 
tellanos ;    del     acucioso     franciscano,     Fray    Pedro    Simón, 
autor  de  las  Noticias  Historiales-,   y  del   famoso  don  José   de 
Oviedo  y  Baños,  quien  escribió  sobre  la  Conquista  y  Población 
de  la  Provincia  de  Venezuela,  y  de   cuyas  expresiones  felices 
nos  valemos  a  menudo;  y,  finalmente,    de  otros  autores  v  ar- 
chivos que  se  citan,   nos  contentaría  que  leyeses  algo  de  lo  que 
cada  uno  de  ellos  dijo  en  su  prólogo;   yesque,    según  Cas- 
tellanos, allá  en  su  tiempo  había   muchos   que  "se   dolían    de 
ver  hazañas  esclarecidas  quedarse   para   siempre   encarceladas 
en  las  escuridades  del  olvido,  sin    haber  persona   que   movida 
de  este  justo  celo  procurase  sacallas  a  luz,    para   que   con   la 
libertad  que  ellas  merecen,  corrieran  por  el   mundo   y   fueran 
a  dar  noticia  de  sí  a  los  deseosos  de  saber   hechos   célebres   y 
grandiosos".   A  la  vez   manifiesta   Fray  Pedro  Simón  en   el 
suyo  que  él  escribió  para  "llenar  los  deseos  de  los   curiosos   y 
que  quisieran  saber  estas  cosas,  en  especial,  dice,  los  que   han 
nacido  y  habitan  estas  tierras  están  atormentados  no   hallando 
camino  por  donde  cumplirlos  y  no  saber  las  cosas  de  sus  ante- 
pasados, de  quienes  ellos  descienden"  y,  finalmente,  Oviedo  y 
Baños  asegura    que  aplicó  su  desvelo  para  sacar  a  luz  los  me- 
morables acontecimientos  de  la  Conquista  cuya   noticia,    sin 
razón,  ha  tenido  hasta  ahora  recatada   el  culpable   descuido  de 
sus  hijos,  sin  que  entre  tan  soberanos  ingenios  como  produce, 
haya  habido  uno  que  se  dedique  a  tomar   por  su   cuenta  esta 
tarea. — Después  de  esto,  fiando  «que  no  desdeñarás  la  cortedad 
de  tan  humilde  servicio»,  abandonamos  el  libro  en  tus  manos, 
«aunque  desnudo  de  aquel  precioso  ornamento   de   elegancia 
y    erudición  de  que   suelen  andar   vestidas   las   obras   que  se 
componen  en  las  casas  de  los    hombres  que  saben»  y,  nos  des- 
pedimos, sin  rogirte,  como  otros  hacen,  que  le  recibas  agrada- 
blemente y  que  perdones  o    disimules   las   faltas   que    vieres; 
al   contrario,  acuérdate   que  tienes  tu    alma   en    tu    cuerpo, 
y  que  eres  libre,  y  que  sólo  has  de  dar  cuenta  a    Dios  de    tu 
vida,  y  que  no  tienes  obligación  alguna  para  tal  libro,  y   que 
estás  en  tu  casa,  o  fuera  de  ella,  leyéndolo 'a  tu  gusto,  como  es 
de    suponer,  y  "puedes  decir  de   la  historia  todo  aquello  que 
te  pareciere,  sin  temor  que     te    calumnien   por   el    mal   ni  te 
premien  por  el  bien  que  dijeres  de  ella".  Y  que  Dios  te  dé  su 
luz,  estudioso  lector,  y  a  los  demás  no  nos  olvide. — Vale. 


—  19  — 


CAPITULO    I 

Ojeada  general  a  la  Provincia  de  Zamora  y  situación  de  Río 
Negro,  cuna  del  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Cara- 
cas, Diego  de  Losada. 

§  I 

Zamora,,  llamada  también  Numancia,  fortificada  en  el  si- 
glo IX,  celebérrima  en  la  historia  de  España  y  de  América 
por  los  hombres  notables  que  le  dio  la  Provincia,  «está  asen- 
tada sobre  las  orillas  del  ancho  Duero  que  le  sirve  de  claro 
espejo  por  el  lado  del  mediodía;  su  magnífico  puente  que 
abre  a  las  aguas  diez  y  seis  arcos  ojivos  y  encima  de  los  estri- 
bos otros  tantos  huecos  de  medio  punto»,  cuyas  almenas  y 
famosas  torres  fueron  "invicto  baluarte  del  Trono  de  Isabel 
la  Católica",  sirve  de  pintoresca  entrada  en  la  ciudad  y  capital 
de  la  provincia  que  lleva  su  nombre. 

En  conjunto  "aparece  coronada  por  las  antiguas  y  nume- 
rosas torres  de  sus  parroquias  y,  como  principal  florón,  el  bi- 
zantino cimborrio  de  la  catedral,  asentada  sobre  cuestas  que 
al  oriente  bajan  en  suave  declive  y  terminan  al  poniente  en 
quebradas,  rocas  y  precipicios,  rodeada  de  arrabales  que  be- 
san y  ocultan  su  pedestal".  "Pocas  catedrales  como  las  de 
Zamora  pueden  ostentar  en  escultura  los  bustos  de  patriar- 
cas y  profetas  que  hay  en  los  respaldos  de  la  sillería  baja,  los 
santos  de  uno  y  otro  sexo  entallados  en  la  alta,  y  el  Reden- 
tor y  los  Apóstoles  que  ocupan  el  muro  del  testero".  Como 
recuerdos  se  conservan  la  casa  del  Cid  Campeador,  la  de 
Doña  Urraca  y  la  Cruz  donde  fue  herido  el  Rey  Don  San- 
cho por  el  atrevido  Vellido  Dolfos,  natural  de  Valladolid,  va- 
sallo del  Rey,  según  unos,  y  según  otros  de  Galicia.    ( 1 ) 

En  vano  desde  los  muros,  presintiendo  la  notable  alevo- 
sía, los  sitiados  avisaban  a  gritos  al  sitiador  que  se  guardara 
del  Vellido: 


(1)     Quadrado,  folio  545.     Valladolid,  Paíencia  y  Zamora. 


—  20  — 

Guarte,  guarte,  Rey  Don  Sancho! 
No  digas  que  no  te  aviso, 
Que  de  dentro  de  Zamora 
Un  alevoso  ha  salido 
Llámase  Vellido  Dolfos 
Hijo  de  Dolfos  Vellido; 
Cuatro  traiciones  ha  fecho 
Y  con  esta  serán  cinco. 
Si  fue  gran  traidor  el  padre 
Mayor  traidor  es  el  fijo. 

Pero  más  famoso  es  todavía  el  reto  de  Diego  Ordoñez 
contra  todos  los  zamoranos  por  semejante  acción  del  Vellido, 
cuando  se  presenta  a  lidiar  en  lugar  del  Cid  Campeador,  tan 
admirado,  que  eclipsaba  al  mismo  Rey  hasta  el  punto  casi  de 
anularle,  y  el  que  había  jurado  no  hacer  armas  contra  Zamo- 
ra. Dice  así  Diego  de  Ordoñez  con  toda  su  bravura  de  estilo, 
según  el  romancero  antiguo: 

Por  eso  riepto  a  los  hombres, 
Por  eso  riepto  a  los  niños; 
Riepto  el  pan,  riepto  las  aguas, 
Riepto  las  carnes  y  el  vino, 
Desde  las  yerbas  del  monte 
Hasta  las  piedras  del  río.     (1) 
En  el  portal  del  Ayuntamiento   se   conserva    una   lápida 
antiquísima  que  dice  así: 

VÍ3C0 

M-  AtiSiiis 
SíIobIs 

mi  süq 

Ex  voto 

Al  hablar  de  Zamora  no  es  posible  olvidar  a  su  hermana 
la  ciudad  de  Toro;  no  sólo  por  las  relaciones  históricas  sino 
también  por  las  semejanzas  de  fisonomía;  "distantes  no  más 
de  cinco  leguas  entre  sí,  sentadas  sobre  la  margen  derecha 
del  mismo  río  e  inseparablemente  unidas  en  unas  mismas 
páginas  de  la  historia". 

Es  célebre  Toro  por  sus  Cortes  y  por  sus  Leyes,  por 
sus  tempranas  y  abundosas  frutas,  por  sus  vinos  y  por  sus 
trigos;  donde  parece  que  vertió  la  Naturaleza  el  cuerno  de  la 


(1)       Glorias    españolas.    Tomo  I.   folio  580,  por  Carlos    Mendoza.    Edición 
de  Barcelona. 


—  21  — 

abundancia  y  en  donde  se  conserva  un  antiguo  convento  de 
Capuchinos  que  dio  al  mundo  religiosos  notabilísimos  en  el 
saber  y  en  todo  género  de  virtudes. 

Media  legua  hacia  el  sur  de  esta  ciudad  se  encuentra  la 
ermita  de  Nuestra  Señora  de  Soterraña,  asiento  de  una  an- 
tigua Cofradía  en  la  cual  se  inscribió  Juan  II,  agradecido  por  la 
fecundidad  inesperada  de  su  segunda  esposa  Isabel,  sin  saber 
todavía  que  aquel  fruto  de  bendición  "había  de  ser  la  gran 
Reina  Católica  por  excelencia,  llamada  Isabel,  inmortal  rege- 
neradora de  España"  y  de  América. 

En  Toro,  finalmente,  el  once  de  enero  de  mil  quinientos 
cinco  se  celebraron  las  famosas  Cortes  "al  mes  y  medio  de  falle- 
cida la  Reina  Católica,  y  leído  su  testamento  juraron  por  Reyes 
a  Doña  Juana,  y  como  esposo  de  ésta,  a  D.  Felipe,  ausentes  a  la 
sazón  en  Flandes;  por  administrador  de  los  Reinos  a  Don  Fer- 
nando, a  quien  suplicaron,  en  atención  a  la  enfermedad  mental 
de  su  hija,  que  no  los  desamparase". 

Si  él  lector  quiere  formarse  idea  de  la  provincia  donde 
nació  el  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  don  Die- 
go de  Losada,  visite  por  sí  mismo  el  territorio  cortado,  aun- 
que no  igualmente,  por  el  caudaloso  Duero,  que  recorre  de 
este  a  oeste  la  anchura  de  dicha  provincia,  júntasele  el  Tormes 
por  el  ángulo  del  sudoeste  y  baja  del  norte  el  Orbigo  que  se 
funde  en  el  Esla,  a  quien  se  une  el  Tera,  con  las  aguas  que  le 
da  el  Río  Negro,  por  el  lado  del  nordoeste,  al  nordeste  el  Val- 
deraduey  y  el  Pisuerga,  "famoso  por  la  mansedumbre  de  su 
corriente"  con  otros  afluentes  y  arrovos  que  parece  que  hacen 
cierto  el  dicho  popular:  Soy  el  Duero  que  todas  las  aguas 
bebo. 

§  II 

— Divídese  el  referido  territorio  en  dos  países  de  muy  dis- 
tinta naturaleza,  uno  quebrado  y  montuoso  a  la  derecha  del 
Esla,  compuesto  de  los  Distritos  judiciales  de  Sanabria  y  Al- 
cañices,  llano  y  feracísimo  el  que  se  extiende  a  la  izquierda  por 
las  comarcas  de  Benavente,  Villalpando,  Zamora  y  Toro. 
Tierra  del  pan  y  del  vino  ( 1 ),  según  su  preferente  cosecha,  se 
denominaban  estas  vastas  campiñas.  Comprende  la  última 
allende  el  Duero,  el  onduloso  término  de  Fuente  Saúco,  céle- 
bre por  sus  garbanzos,  de  magnitud  extraordinaria,    según    el 


(1)     La  rúente  del  vino,  es  llamada  por  otros. 


—  22  — 

común  desús   granos;    el   de  Sayago,  todavía   más  desigual,, 
puede  calificarse  de  serranía. 

De  la  cordillera  que  por  el  sur  separa  la  provincia  de  las 
de  Salamanca,  bajan  numerosos  riachuelos  que  fecundan  los 
valles  de  Fuente  Saúco  y  se  unen  al  Guareña  para  rendir  tri- 
buto también  al  Duero;  ricos  viñedos  visten  el  pie  de  sus 
lomas,  densos  bosques  y  matorrales  sus  cimas,  y  algunas  villas 
no  insignificantes  pueblan  sus  cañadas:  tales  son  la  capital 
del  partido,  amurallada  en  otro  tiempo,  Fuente  de  la  Peña, 
notable  por  su  frondosa  arboleda,  calles  rectas  y  espaciosas  y 
bella  iglesia  parroquial  de  tres  naves. 

No  lejos  de  este  lugar  se  encuentra  otro  que  no  desme- 
rece el  título  hermoso  de  Valparaíso,  en  donde  se  levantó  un 
monasterio  de  religiosos  Bernardos  por  el  santo  Rey  Fernan- 
do, terciario  franciscano,  "en  memoria  de  haber  nacido  pun- 
tualmente en  aquel  sitio  el  año  de  mil  ciento  noventa  y  ocho, 
cuando  era  todavía  desierto  monte,  donde  a  la  insigne  Beren- 
guela,  sobrecogieron  en  un  viaje  los  dolores  del  parto." 

Encierran  la  comarca  de  Sayago  por  el  norte  y  oeste  el 
Duero,  por  el  sur  el  Tormes,  metidos  en  profundos  cauces. 
Abundantes  pastos  alimentan  en  sus  valles  copiosísimo  ganado, 
cuya  lana  constituye  la  industria  del  país. 

En  el  ya  desmantelado  castillo  de  Fermoselle  tremoló 
aún  después  del  desastre  de  Villalar  el  Estandarte  comunero 
sostenido  por  los  Porras,  notable  familia  zamorana. 

Sobre  las  márgenes  del  Duero  se  dilata  en  el  centro  de 
la  Provincia  el  distrito  de  la  Capital  más  fecundo  en  vino  por 
un  lado,  más  pingüe  en  mieses  por  otro,  y  limitado  al  occi- 
dente por  el  rápido  curso  del  Esla. 

En  Moreruela  erigió  San  Froilán  un  monasterio  (1), 
reuniendo  cerca  de  doscientos  monjes,  monasterio  que,  pro- 
tegido por  la  Reina  Teresa,  esposa  de  Alfonso  IX,  elevó  la 
población  a  un  grado  de  esplendor  de  que  apenas  permiten 
ya  formar  idea  sus  escombros.  Villafáfila,  situada  a  la  izquier- 
da del  Esla,  y  célebre  por  unas  lagunas  salitrosas,  en  mil 
quinientos  seis  vio  al  Rey  Católico  firmar  Ja  avenencia  por  la 
cual  entregaba  a  su  impaciente  yerno  Felipe  de  Austria  el 
Gobierno  de  Castilla. 


(1)  En  Tábara  fundó  el  santo  otro  monasterio,  con  dos  divisiones,  en  el 
que  se  juntaron  seiscientos  individuos.  Véase  el  Año  Cristiano,  día  cinco 
de  octubre. 


—  23  — 

§  III 

— A  la  otra  parte  del  Esla  varía  completamente  el  as- 
pecto del  país:  fragosas  montañas,  densos  bosques  de  robles  y 
encinas,  enmarañados  járrales,  copiosas  fuentes  y  arroyos  que 
motivan  el  escaso  verdor  del  suelo:  entre  el  expresado  río  y  la 
imponente  Sierra  de  la  Culebra  y  la  frontera  de  Portugal,  for- 
ma el  abrupto  partido  de  Alcañices  un  triángulo  cuyo  vértice  se 
apoya  en  el  Duero,  y  a  las  espaldas  de  la  sierra  que  acabamos  de 
nombrar  se  encrespan  al  norte  otras  aun  más  formidables» 
como  la  Segundera,  la  Gamoneda,  la  Peña  Negra,  de  donde 
nace  el  Río  Negro,  cuyas  sierras  cruzándose  en  varias  direc- 
ciones y  trazando  los  límites  de  León,  Galicia  y  Portugal,  for- 
man probablemente  el  punto  culminante  de  Castilla  la  Vieja,  y 
comprenden  en  sus  rápidas  vertientes  y  profundos  valles  el 
ameno  jardín  de  la  tierra  de  Sanabria,  con  algunos  nombres, 
tales  como  Ungilde  y  Hermisende  que  despiertan  la  memoria 
de  sus  pobladores  godos. 

No  lejos  de  la  capital  del  partido,  en  lo  más  áspero  y 
frondoso  de  aquellas  breñas,  se  elevaba  el  monasterio  de  San 
Martín  de  Castañeda  (1)  con  su  profundo,  bello  y  anchuroso 
lago  donde  se  precipita  a  corta  distancia  de  su  nacimiento  el 
Tera  y  de  donde  vuelve  a  salir  para  recorrer  en  toda  su  longi- 
tud el  distrito,  juntándose  con  el  Río  Negro  en  la  jurisdicción 
y  límite  de  la  villa  de  este  nombre,  después  de  atravesar  a  la 
mitad  de  su  camino  la  Puebla  de  Sanabria,  adornada  con  en- 
hiesto castillo  que  domina  la  comarca,  famosa  "por  una  pacífi- 
ca e  importante  conferencia  tenida  a  veinte  de  julio  de  mil  qui- 
nientos seis  entre  Fernando  el  Católico  y  el  Archiduque,  rece- 
loso y  bien  escoltado  yerno,  inerme  y  apacible  el  suegro,  con 
singulares  muestras  de  cordialidad  y  abnegación. 

Dos  horas  hablaron  a  solas  dentro  de  la  ermita  de  ISTues- 


(1)  El  monasterio  de  San  Martín  de  Castañeda  existía  ya  en  mil  ciento 
cincuenta,  bien  que  hasta  mil  doscientos  cuarenta  y  cinco  no  abrazó  la  regla  del 
Cister.  Hállase  dicho  monasterio  dentro  de  los  confines  de  la  provincia  de  Zamora, 
a  orillas  del  lago  de  Sanabria  que  forma  la  cascada  del  río  Tera  dos  leguas 
más  abajo  de  su  nacimiento.  Según  la  antigua  lápida  transcrita  por  Morales, 
después  de  permanecer  por  largo  tiempo  derruido,  tal  vez  desde  la  época  de  los 
godos,  lo  reedificó  desde  los  cimientos  el  abad  Juan,  venido  de  Córdoba,  y  en 
dos  años  y  tres  meses  se  terminó  la  obra,  non  imperialibus  jussis  sed fratrum  vigi- 
lantia:  la  fecha  expresa  que  fué  en  el  reinado  de  Ordoño,  y  conforme  leyó  Mora- 
les: era  novies  centena  novies  dena  corresponde  al  año  novecientos  cincuenta  y 
dos  en  tiempo  del  III,  otros  la  reducen  al  del  II,  interpretando  de  diverso  modo 
las  letras  borradas  (D.    J.    M.  Quadrado,  Asturias  y  León,  folio  634). 


—  24  — 

tra  Señora  de  los  Remedios  en  Remesal,  a  igual  distancia  de  la 
Puebla  y  de  Asturianos  donde  tenían  sus  respectivos  aloja- 
mientos, sirviéndoles  de  portero  el  gran  Cisneros,  fraile  fran- 
ciscano, quien,  cerrada  la  puerta  y  sentado  en  un  poyo,  mantu- 
vo los  grandes  a  respetable  distancia". 

No  muy  lejos  de  estos  lugares  siguiendo  el  naciente  del 
sol,  y  construida  sobre  un  piso  roqueño,  en  la  margen  derecha 
de  Río  Negro,  y  a  unos  cinco  kilómetros  de  donde  une  sus 
aguas  con  las  del  Tera,  junto  al  largo  puente  de  Carballeda, 
que  casi  roza  con  el  célebre  Santuario,  se  halla  situada  la  pe- 
queña población  de  Rionegro,  (España,  Provincia  de  Zamora, 
Obispado  de  Astorga,  Partido  judicial  de  la  Puebla  de  Sana- 
bria),  cuna  del  Fundador  de  Caracas,  Diego  de  Losada. 

Dirigiéndose  desde  Sanabria  al  oriente,  al  llegar  a  tierra 
de  Carballeda,  Mombuey,  Rionegro,  y  Villar  de  Ciervos, -en- 
sánchanse  las  cañadas  y  suavízase  insensiblemente  el  terreno,  de 
suerte  que  al  dejar  aquellas,  y  antes  de  entrar  el  Tera  en  el 
Partido  de  Be n avente,  riega  una  fértil  y  deliciosa  vega  sem- 
brada de  pueblos  que  en  el  siglo  X  eran  otros  tantos  monas- 
terios. 

Con  ella  confluyen  a  su  izquierda  el  Valle  de  Vidríales,  a 
su  derecha  el  de  Valverde,  surcado  por  arroyuelos ;  del  lado 
del  norte  baja  el  Orbigo  reunido  con  el  Eria,  que  después  de 
cruzar  los  campos  de  Polvorosa,  teatro  de  las  victorias  de  Al- 
fonso III,  rinde  al  Esla  sus  caudales  algo  más  arriba  que  el 
Tera. 

En  el  mismo  desagua  el  Cea  por  la  parte  oriental,  donde 
se  encuentra  Castro  Gonzalo  con  restos  de  castillo  y  un  puen- 
te de  veintisiete  ojos  sobre  el  Esla,  memorable  por  diversas 
batallas  y  cuya  antigüedad  pretende  remontarse  a  los  celtas. 

Hacia  la  confluencia  de  estos  rios,  el  Orbigo  y  el  Esla,. 
se  asienta  la  Villa  de  Benavente  cercada  de  amenísimas  huer- 
tas y  lozanos  plantíos,  coronada  por  el  Alcázar  de  sus  Condes 
y  rica  en  iglesias  monumentales. 

Fernando  el  Santo,  firmó  allí  con  sus  hermanas  Sancha  y 
Dulce,  hijas  del  primer  matrimonio,  la  concordia  que  le  allanó 
pacífica  senda  al  trono  de  León,  ''comprándoles  con  la  renta 
de  treinta  mil  doblas  de  oro  la  renuncia  de  sus  derechos"  : 
operación  preferible  a  las  guerras  que  consumen  el  oro  y  la 
vida  de  los  hombres. 

En  lo  mas  alto  de  la  Villa  y  mirando  hacia  el  sur,  en  la 
meseta  apellidada  La  Mota,,  asoman  los  restos  del  palacio  Seño- 


Ruinas  del  Castillo  de  los  Pínteles. 

Benavente  Zamora-España.  (I) 

(1)  En  esta  Casa  señorial  vivió  durante  sus  primeros  años  juveniles  el  fundador 
de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  Diego  de  Losada. 

Ei  lomas  alto  de  la  Villa  de  Benavente,  al  extremo  meridional  de  una  me- 
seta que  se  apellida  La  Mota  asoma  reducido  casi  a  esqueleto  el  palacio  se* 
norial  de  los  Pimenteles,  cuyos  muros,  arcos,  torres  coronadas  de  almenas 
y  matacanes,  redondas  unas,  cuadradas  otras. . .  .parecen  aumentar  todavía 
sus  vastas  dimensiones.  En  alguna  de  sus  lorres  mejor  conservadas  apare- 
cen ventanas  góticas  de  la  decadencia,  y  da  vista  al  río  una  galería  de  arqui- 
tos  semicirculares  y  algo  reentrantes  al  estilo  arabesco  con  antepeche  aba- 
laustrado. Hoy  quedan  solamente  las  vistas  que  ofrecemos  del  edificio  y  los 
espaciosos  jardines  de  los  famssos  Condes.  —  (Quadrado,  fol.  664). 


*  * 


—  25  — 

rial,  construcción  antiquísima,  probablemente  del  siglo  XIII 
o  XIV,  del  cual  quedan  solamente  algún  trozo  y  ventanales 
que  dan  vista  al  río,  escasa  parte  que  revela  su  primitiva  gran- 
deza, y  donde  vivió  por  algún  tiempo  nuestro  fundador  du- 
rante los  primeros  años  de  su  juventud.  (1)  Todavía  se 
conservan  restos  de  sus  espaciosos  jardines  y  más  allá  la  de- 
hesa de  los  Tamarales,  cercada  de  densísima  arboleda;  queda, 
en  fin,  el  delicioso  panorama  que  forman  a  los  pies  de  aquella 
altura:  por  un  lado,  bosques  interminables,  por  otro,  huertas 
de  frutales  salpicadas  de  casas  y  molinos,  y  surcadas  por  las  si- 
nuosas corrientes  del  Esla,  el  Orbigo  y  el  Tera,  que  bri- 
llan con  blanco  esmalte  sobre  el  opaco  verdor. 

Queda  aún  la  renaciente  pompa  de  la  naturaleza  que 
avergüenzajas  caducas  y  deleznables  glorias  del  arte  y  el  estéril 
e  irresucitable  polvo  de  los  monumentos  grandiosos;  queda 
la  sonrisa  perenne  de  la  creación,  que  desafía  al  tiempo,  indi- 
ferente a  las  vicisitudes  de  la  historia  e  insensible  a  la  desola- 
ción de  las  grandezas  humanas. — 

En  el  estudio  que  acabamos  de  hacer  sobre  la  referida 
provincia,  hemos  encontrado,  con  verdadera  fruición  y  gusto, 
muchos  apellidos  pertenecientes  a  ilustres  familias  nacidas 
en  Venezuela,  y  que  señalan  su  distinguido  origen  de  la  coloni- 
zación española,  como  puede  verse  en  la  obra  España — Sus 
Monumentos  y  Artes.  Su  Naturaleza  e  Historia,  por  D. 
José  M$  Ouadrado,  Valladolid,  Palencia  y  Zamora.  Edic. 
de  Barcelona,  1885,  fol.  531-664. 


(!)  En  lo  más  alto  de  la  Villa  de  Benavente,  al  extremo  meridional  de 
una  meseta  que  se  apellida  La  Mota  asoma  reducido  casi  a  esqueleto  el  palacio 
señorial  de  los  Pimenteles  cuyos  muros,  arcos,  torres  coronadas    de   almenas  y 

matacanes,  redondas  unas,  cuadradas  otras parecen  aumentar  todavía  sus 

vastas  dimensiones.  En  alguna  de  sus  torres  mejor  conservada  aparecen  ven- 
tanas góticas  de  la  decadencia,  y  da  vista  al  río  una  galería  de  arquitos  semi- 
circulares y  algo  reentrantes  al  estilo  arabesco  con  antepecho  abalaustrado. 
(Quadrado,  folio  664) . 


26  — 


CAPITULO  II 

Importancia  social,  moral  y  religiosa  de  la  célebre  Hermandad 
de  Nuestra  Señora  de  Carballeda,  con  algunas  menciones 
muy  interesantes  acerca  de  Losada. 

En  los  últimos  territorios  que  acabamos  de  nombrar  es 
famosa  la  escasa  población  de  Ríonegro  por  su  antiquísimo 
Santuario  dedicado  a  Nuestra  Señora  de  Carballeda,  y  por  ser 
la  propia  cuna  de  la  Hermandad  llamada  de  los  "Falifos" 
(palabra  ésta  equivalente  a  los  mejores  vestidos, — los  mejores  tra- 
jes y  prendas) — riquísima  en  otros  tiempos  hasta  la  usurpa- 
ción de  los  bienes  eclesiásticos. 

Poseía  numerosos  hospitales  en  todo  aquel  país,  princi- 
palmente en  el  camino  de  Santiago,  para  el  servicio  de  los 
enfermos  y  multitud  de  peregrinos  que  visitaban  el  Sepulcro 
del  Apóstol ;  levantaba  puentes  de  piedra  y  de  madera  en  los 
pasos  de  mayor  peligro,  rellenando  los  lugares  pantanosos; 
proporcionaba  dote  suficiente  para  facilitar  el  matrimonio  a  las 
jóvenes  pobres  o  menesterosas;  recogía,  alimentaba,  vestía  y 
educaba  así  a  los  huérfanos  como  a  los  desamparados,  aunque 
éstos  fueran  de  padres  conocidos,  lo  mismo  que  a  los  hijos  de  los 
Cofrades  o  Hermanos,  cuando  eran  pobres,  hasta  que  pudieran 
mantenerse  por  sí  mismos;  por  tanto  dispuesta  estaba  a  pro- 
porcionarles más  tarde  honesta  colocación;  daba  suficiente 
congrua  a  dos  sacerdotes  que  habían  de  ejercer  su  ministerio 
en  el  propio  Santuario.  En  la  actualidad  sólo  conserva   uno. 

Según  el  Estatuto  estos  sacerdotes  tienen  la  particular 
obligación  de  celebrar  cada  día  el  Santo  Sacrificio  de  la  Misa 
por  los  Cofrades  o  Hermanos,  vivos  y  difuntos,  cantar  un 
nocturno  por  éstos,  y  hacer  la  procesión  de  Responsos  los  do- 
mingos por  la  tarde  y  decir  misa  (cantada)  los  lunes;  rezar  ca- 
da día  el  rosario  en  el  propio  Santuario,  cuidar  del  aseo  y  lim- 
pieza del  templo,  fomentar  el  culto  divino  y  la  devoción  a  la 
Santísima  Virgen ;  finalmente,  los  párrocos  de  Carballeda,  Sa- 
nabria  y  Cabrera,  con  todo  su  Clero,  y  los  Alcaldes  y  Procu- 
radores de  los  pueblos  juntábanse  en  Cabildos  generales  para 
enterarse  de  las  altas  y  bajas  del  personal  de  la  Hermandad, 
discutían  los  negocios  pendientes,  organizaban  las  cuantiosas 
rentas  y  celebraban  con  la  mayor  solemnidad  los  Divinos  Ofi- 
cios. 


—  27  — 

Al  lector  le  será  agradable  conocer  que  todavía  se  conser- 
va, con  cierto  esplendor,  parte  de  estas  vigorosas  costumbres. 

Una  de  las  principales  obligaciones  de  los  capellanes  es 
decir  misa  (cantada)  a* Nuestra  Señora  todos  los  sábados  y  ce- 
lebrar, con  el  mayor  esplendor  posible,  las  fiestas  de  la  Santísi- 
ma Virgen  en  el  referido  Santuario. 

Llama  la  atención,  singularmente,  que  todas  estas  obras 
insignes  de  religión,  caridad  y  beneficencia  se  consolidasen 
por  tantos  siglos,  tan  sólo  con  el  producto  del  "Falifo"  ofren- 
dado por  cada  uno  de  los  Hermanos  o  Cofrades  que  morían. 

Todavía  esta  celebérrima  Hermandad  a  la  cual  sin  duda 
perteneció  Diego  de  Losada,  y  cuyo  origen  y  fundación 
es  tan  antiguo  que  se  pierde  en  los  tiempos  de  la  historia, 
conserva  mucho  de  su  primitivo  prestigio  y  grandeza  encon- 
trándose monumentos  que  lo  atestiguan. 

Los  Romanos  Pontífices  la  decoraron  soberanamente 
concediendo  de  modo  perpetuo  gracias  excelentísimas  en  favor 
de  los  Cofrades  o  Hermanos,  tan  bienhechores  de  la  humani- 
dad y  aun  de  la  misma  República. 

Clemente  VI  (1342)  confirmó  las  gracias  hechas  antes 
por  otros  Sumos  Pontífices  a  esta  Hermandad  otorgando  su 
Bendición  Apostólica  y  admitiendo  la  célebre  Cofradía  bajo 
la  protección  de  la  Santa  Sede;  Eugenio  IV  en  1446  dio  a 
todos  los  Hermanos  la  Apostólica  Bendición  con  otros  privi- 
legios e  indulgencias;  Paulo  II  en  146S  concede  facultada  to- 
dos los  Hermanos  para  que  pudieran  elegir  confesor  aprobado 
y  ser  absueltos,  por  una  vez,  de  todos  sus  pecados,  ratificando 
esta  concesión  generosa  Sixto  IV  en  1482;  Paulo  III  en  1538, 
•cuarto  de  su  Pontificado,  supliendo  todos  los  defectos  de  hecho 
y  de  derecho  que  pudieran  tener  la  erección  y  fundación  de  esta 
Cofradía  o  "Hermandad"  hace  relación  del  estado  de  ella  en 
aquel  tiempo,  expresando  los  hospitales  y  otras  obras  caritati- 
vas, y  confirmándola,  aprobándola  y  prohibiendo  que  se  erigie- 
se el  Santuario  de  Carballeda  en  iglesia  parroquial,  y  por  otra 
Bula  de  la  misma  fecha,  encarga  su  Santidad  a  los  Sres.  Obispos 
Casertino  y  de  Astorga  que  protejan  esta  Cofradía  sin  permitir 
que  se  le  haga  violencia  ni  agravio  en  el  uso  de  su  instituto  y  que 
hagan  guardar  los  Estatutos ;  Paulo  V  en  1605,  primero  de 
su  Pontificado,  la  colmó  de  privilegios  e  indulgencias;  Pío 
IV  en  1706  concedió  que,  cuando  algún  sacerdote  celebrase 
misa  en  el  altar  de  dicha  Hermandad  por  el  ánima  de  algún 
Cofrade,  o  Hermano,  muerto  en  la  divina  gracia,    esa   ánima 


—  28  — 

consiguiese  del  Tesoro  de  la  Iglesia  indulgencia  por  modo  de 
sufragio ;  y  que  los  que  visitaran  el  Santuario  en  los  días  ex- 
presados rogando  a  Dios  por  la  paz  entre  los  príncipes  cristia- 
nos, extirpación  de  las  heregías  y  exaltación  de  la  Santa  Madre 
Iglesia,  pudiesen  ganar  todas  y  cada  una  de  las  indulgencias, 
remisión  de  los  pecados  y  perdón  de  penitencias  que  podrían 
alcanzar  si  personalmente  visitaran  en  los  mismos  días,  todas 
las  iglesias  de  Roma  destinadas  para  lucrar  la  indulgencia  pro- 
pia de  estación.  Este  Sumo  Pontífice  se  preocupó  tanto  de 
esta  célebre  Hermandad  que  expidió  siete  Breves  a  su  favor 
enriqueciéndola  constantemente. 

Finalmente,  la  Sagrada  Congregación  del  Concilio  en  ocho 
de  junio  de  mil  setecientos  veintiséis  decretó  que  en  cin- 
cuenta leguas  del  contorno  al  Santuario  de  Carballeda  no  se 
permitiera  la  práctica  del  "Falifo,"  sino  a  dicha  Her- 
mandad, y  en  mil  setecientos  cuarenta  y  siete  y  mil  sete- 
cientos sesenta  y  uno  se  revisaron  todas  estas  Bulas  y  Decretos 
Pontificios  que  se  hallaron  conformes  en  todas  sus  partes.    ( 1 ) 

No  en  vano  hemos  hecho  notar,  demasiado  extensamen- 
te, esta  notabilísima  institución  popular  junto  con  el  célebre 
Santuario  de  la  Virgen  de  Carballeda;  pues,  como  veremos 
más  adelante,  fueron  objeto  preferente  de  la  atención  de  Lo- 
sada, quien  al  efecto  perpetuó  el  nombre  de  tan  Veneranda 
Patrona  en  el  primer  puerto  de  Caracas,  Nuestra  Señora  de 
Carballeda,  a  dos  leguas   de  La  Guaira. 


(1)    Breve  Compendio  histórico  de  la  Hermandad   de  Ntra.  Sra.  de  Car- 
balleda.    Valladolid,   1892. 


—  29  — 

CAPITULO  III 

Algunas  noticias  sobre  ios  ascendientes  de  Diego  de  Losada 
y  del  nacimiento,  crianza,  juventud  y  carácter  del  fun- 
dador de  Santiago  de  León,  de  Caracas. 

1513   ?   1532 

Casi  frente  al  famoso  Santuario  que  acabamos  de  nombrar, 
en  su  parte  norte,  se  levanta,  ya  en  muy  mal  estado  de  con- 
servación, una  casa  solariega  adornada  con  escudo  propio: 
tiene  delante  una  ancha  plaza,  que  servía  de  jardín,  según  la 
tradición,  a  la  morada  solariega  del  señor  de  Rionegro,  cuyo 
segundo  hijo  fué  el  destinado  por  la  Divina  Providencia  para 
ser  el  fundador  de  la  bella  y  gentil  Ciudad  Mariana  de  Cara- 
cas, en  la  provincia  española  de  Venezuela,  y  después  capital 
de  la  noble  Nación  independiente,  Hija  de  España,  o  mejor, 
la  misma  España,  engrandecida  y  continuada  por  sus  fami- 
lias, por  sus  tradiciones  y  costumbres  morales,  por  su  religión  y 
por  su  lengua,  por   sus   virtudes   y   defectos  sociales. 

No  hemos  podido  descubrir  los  nombres  de  los  proge- 
nitores del  fundador  de  Caracas,  Diego  de  Losada;  pero  sí 
podemos  afirmar  que  sus  ascendientes  fueron  de  los  Home-Ricos 
de  Castilla,  y  creemos  que  estuvo  el  primitivo  solar  de  sus  ma- 
yores en  Limia,  hermoso  país  de  Galicia,  por  el  año  mil  ciento 
cincuenta  y  cuatro.      ( 1 ) 

Hagamos  mención  solamente  de  doña  Elvira  Pérez  de 
Losada,  señora  de  esta  casa,  y  la  que  casó  con  el  poseedor  de 
la  de  Quiroga  y  Losada;  de  otro  caballero  que  acompañó  y 
sirvió  al  Rey  don  Fernando  en  todas  sus  empresas  y  quien, 
por  sus  hechos  y  buenos  servicios,  mereció  el  titulo  honroso 
de  Home-Rico  de  Castilla,  hijo  de  doña  Elvira  Pérez  de  Lo- 
sada, llamado  Vasco  Pérez  de  Losada  y  Quiroga. 

Recordemos  a  doña  Teresa  Pérez  de  Losada,  casada  con 
Rui  Vázquez  de  Quiroga;  a  Lope  Pérez  de  Losada  y  a  Pedro 
Alvarez  de  Losada,  quienes  fueron  señores  de  la  puebla  de  Sa- 
nabria,  (provincia  de  Zamora),  "después  que  fué  confiscada 
a  Men  Rodríguez  de  Sanabria"  y  de  quienes  "descienden  los. 

(1)     Véase.  Armas  y  triunfos  de  Galicia,  por  el  Padre  Fray  Felipe  de   Gán- 
dara, folio  185  (citado  por  Ms.  de  la  Casa  de  Losada). 


■    —  30  — 

señores  de  Cubillos,  los  de  Rionegro,  Marqueses  de  Vianza» 
en  el  Reino  de  León",  y  también,  los  de  Villar  de  Ciervos" 
y  las  casas  de  la  Mezquita,  la  de  Freiría  y  otras  de  grandes 
caballeros  en  Galicia".    (1) 

También  encontramos  la  casa  de  Losada  unida  con  las  de 
los  Osorios  (2) y  Escobares:  pues  hallamos  que  Juan  de  Losa- 
da Osorio  y  Escobar  fué  Señor  de  Cubillos;  y  Oviedo  y  Baños 
hace  mención  de  un  sobrino  del  fundador  de  Caracas  llamado 
Gonzalo  Osorio,  de  quien  tendremos  ocasión  de  hablar  más 
adelante,  por  ser  con  su  tío,  Diego  de  Losada,  fundador 
de  toda  la  provincia  española  de  Caracas,  y  uno  de  los  prime- 
ros Alcaldes  de  Santiago  de  León. 

Finalmente,  estas  casas  o  familias,  originarias  de  un  mis- 
mo tronco,  dieron  al  mundo  grandes  personajes,  colonizado- 
res, pobladores,  conquistadores  y  capitanes  insignes,  princi- 
palmente en  Chile,  Perú,  Méjico,  Venezuela  y  España,  dis- 
tinguiéndose todos  ellos  por  su  religión  y  piedad,  al  par  que 
por  su  heroísmo  y  desinterés,  acompañando  sus  grandes  accio- 
nes con  el  noble  manto  de  la  humildad,  rectitud,  prudencia  y 
caridad  hacia  el  prójimo.   (3) 

Oviedo  y  Baños  dice  que  don  Diego  fue  natural  del 
Reino  de  Galicia  (4) ;  y,  para  mejor  conocimiento  déla  His- 
toria, debemos  indicar  que:  "la  antigua  Galicia  comprendía 
(ad  litteram)  gran  parte  de  Castilla  la  Vieja  y   de    León,    has- 


(1)  Documentos  de  la  Casa  de  Losada,  Ms. 

(2)  No  ha  mucho  tiempo  se  conservaban  en  Astorga  los  restos  de  esta 
Casa  Señorial:  en  un  grabado  que  tenemos  a  la  vista  sus  ruinas  "atesti- 
guan era  aquella  una  grandiosa  fábrica  que  podía  competir  con  las  mejores  en 
su  linea.  Sus  muros  se  encuentran  terraplenados;  dos  cubos  guarnecidos  de 
almenas  y  canecillos  de  poco  vuelo  flanquean  el  lienzo  de  su  entrada,  sobre  la 
cual,  una  lápida  ceñida  con  un  cordón  y  encerrada  dentro  de  un  marco  de  fo- 
llajes del  postrer  estilo  gótico,  contiene  en  bordadas  letras  de  relieve  los  si- 
guientes versos  divisa  de  los  Osorios: 

Do  nuevo  lugar  posieron 
Moverla  jamás  podieron. 

Más  arriba  aparece  el  escudo  de  armas  coronado  de  tres  veneras,  en  medio 
de  dos  pedestales  o  arranques  de  garitas,  que  avanzan  en  forma  de  conos  inver- 
sos bocelados  en  espiral  y  sembrados  de  hilos  de  perlas  en  sus  estrias". 

(España,  sus  monumentos  y  artes  etc.,  por  D.  J.  M.  Quadrado-Asturias  y 
León-fol.  617.) 

(3)  Ibid.  Ms.    ' 

(4)  Oviedo  y  Baños,  primera  Edic.  Part.     I.   Lib.  V.  Cap.    XIV  y  Libro  II. > 
Cap.  VI. 


Ruinas  del  Castillo  de  los  Osorios. 

Astorga- León-España.  (1) 

(1)  Gonzalo  Osorio,  sobrino  de  Diego  de  Losada,  fué  el  primer  Alcalde  de  la 
Ciudad  de  Santiago  de  León  de  Caracas. 

Los  restos  de  esta  Casa  Señorial  atestiguan  era  aquella  una  grandiosa  fábri- 
ca que  podía  competir  con  las  mejores  de  su  línea.  Sus  muros  se  encuentran 
terraplenados;  dos  cubos  guarnecidos  de  almenas  y  canecillos  de  poco  vue- 
lo, flanquean  en  el  lienzo  de  su  entrada,  sobre  la  cual,  una  lápida  ceñida  con 
un  cordón  y  encerrada  dentro  de  un  marco  de  follajes  del  postrer  estilo  gó- 
tico, contiene  en  bordadas  letras  de  relieve  los  siguientes  versos  divisa  de 
los  Osorios: 

DO  NUEVO  LUGAR  POSIERON 
MOVERLA  JAMAS  PODIERON 

Mas  arriba  aparece  el  escudo  de  armas  coronado  de  tres  veneras  en  medio 
de  dos  pedestales  o  arranques  de  garitas  que  avanzan  en  forma  de  conos  in- 
versos bocelados  en  espiral  y  sembrados  de  hilos  de  perlas  en  sus  estrias.— 
(España,  sus  monumentos  y  artes  etc,  por  don  J.  M.  Quadradn — Asturias  y 
León— fol.  617). 


—  31  — 

ta  Aragón,  cerca  de  Soria  y  las  Asturias  y  tierras  de  Canta- 
bria". (1) 

En  ]a  imposibilidad  de  dar  con  los  nombres  del  padre  y 
de  la  madre  de  Diego  de  Losada,  nos  vemos  precisados  a  de- 
cir solamente  que  fué  el  segundo  hijo  del  Señor  de  Rionegro 
y  que  nació,  probablemente,  por  los  años  de  mil  quinientos 
trece. 

Según  podemos  colegir,  aunque  no  con  absoluta  certeza, 
de  la  obra  "España,  sus  monumentos  y  artes;  su  naturaleza 
e  historia — por  Don  José  María  Quadrado — Valladolid,  Paten- 
cia y  Zamora".  Edic.  de  Barcelona — 1885 — fol.  660.  llamábase 
el  padre  del  fundador  de  Caracas,  don  Diego  de  Losada  (2); 
pero  lamentamos  vernos  precisados  a  pasar  en  silencio  el  nom- 
bre de  su  madre,  creemos  que  de  apellido-Gallego,-(según 
la  relación  de  Rodrigo  Navarrete)  (3)  y  que  fué,  sin  duda,  la 
que  mejor  modeló  el  corazón  de  nuestro  héroe;  lamentamos 
de  igual  modo  no  poder  hablar  de  las  virtudes  cristianas  de 
ambos  progenitores  y  de  los  primeros  años  de  nuestro  funda- 
dor, transcurridos  a  la  sombra  bonancible  y  bajo  las  suaves  im- 
presiones religiosas  del  Santuario  de  la  Virgen  Santísima  de 
Carballeda,  percibiendo  de  lleno,  y  a  la  continua,  ya  el  movi- 
miento febril  de  sus  grandes  romerías,  ya  la  apacible  tranquili- 
dad de  sus  vecindarios  y  campos. 

Todos  los  historiadores  son  parcos  de  noticias  sobre  la  ju- 
ventud de  Diego  de  Losada.  Oviedo  y  Baños,  de  quien  po- 
díamos esperar  más,  se  contentó  con  decirnos  que  fué  muy 
ilustre  caballero,  hijo  segundo  del  Señor  de  Rionegro  (4)  y 
persona  en  quien  concurrían  además  de  la  nobleza  heredada, 
las  prendas  del  valor.  (5):  "fué,  dice,  de  gallarda  disposición 
y  amable  trato,  muy  reposado  y  medido  en  sus  acciones,  de 
una  conversación  muy  agradable  y  naturalmente  cortesano, 
propiedades  que  le  grangearon  siempre  la  dicha  de  ser  bien 
quisto".    (6) 

(1)  Véase  la  Obra — Monarquía  de  España— por  el  Dr.  Don  Pedro  Salazar 
de  Mendoza.  Tom.  I  Lib.  II.  Cap.  2.  fcrl.  93,  Edición  de  Madrid,  año  de  1770, 
existente  un  ejemplar  en  la  Biblioteca  de  los  Padres.  Franciscanos -Capuchinos 
de  Caracas-Venezuela.  * 

(2)  Véase  la  nota  última  de  este  capítulo. 

(3)  Véase  Relación  de  las    Provincias,  dt   dicho  autor,  Archivo  de  Indias. 

(4)  Edic.  primera  de  Oviedo  y  Baños  part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XIV.  y  Lib.  II. 
Cap.  IX. 

(5)  Ibid.  part.  I  Lib.  V  Cap.  I. 

(6)  Id.  Edic.  1»  part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XIV. 


—  32  - 

El  Licenciado  Tolosa,  en  el  informe  oficial  que  dio  al 
Real  Consejo  de  Indias,  al  hablar  de  Losada  tan  solo  dice 
que:  "es  un  caballero  de  cerca  de  Benavente,  muy  esforza- 
do" (1)  El  Gobernador  don  Pedro  Ponce  de  León  en  el 
suyo  únicamente  dice  al  Rey:  "para  la  cual  jornada  (de  los 
Caracas)  nombré  por  Capitán  a  Diego  de  Losada,  hijodalgo 
y  uno  de  los  primeros  pobladores  de  la  tierra  (Arch.  Geni,  de 
Indias,  Caj.  4  Leg.  15). 

En  cambio  el  autor  de  Varones  Ilustres,  nos  le  presenta 
como  bien  formado,  animoso  y  fortísimo  (2) ;  bien  puesto, 
dice,  y  muy  valiente  y  que  estuvo  algún  tiempo  en  la  casa  del 
Señor  de  Benavente  (3),  acaso,  según  era  costumbre  entre 
los  grandes  de  su  tiempo  enviar  los  hijos  fuera  de  la  suya 
para  completar  su  educación. 

A  la  sazón  eran  los  Pimenteles  Condes  de  Benavente,  quie- 
nes brillaban  ante  la  Corte  de  los  Reyes  Católicos  con  inusi- 
tado esplendor.     (4) 

Fray  Pedro  Simón  nos  dejó  pormenores  interesantí- 
simos acerca  de  la  juventud  y  carácter  del  fundador  de 
Caracas;  por  él  sabemos  que  Diego  de  Losada  llegó  al 
Nuevo  Mundo  siendo  aún  jovencito;  pues  hace  notar  que 
"aunque  era  de  poca  edad,  se  conocía  bien  en  sus  nobles 
acciones,  ser  hijo  de  su  padre,  a  lo  que  acompañaba  conocidas 
virtudes".  (5) 

Con  verdadero  interés  hemos  trabajado  por  conseguir 
mayores  noticias  ya  de  sus  padres,  ya  de  sus   primeros   años; 


(1)  Oviedo  y  Baños.  Edición  de  Fernández  Duro,  Tom.  II  fol.221.  Bena- 
vente pertenece  a  la  provincia  de  Zamora,  lo  mismo  que  la  puebla  de  Sanabria 

(2)  Eleg.  XII.  Cant.  II. 

(3)  Eleg.  XII.  Cant.  II. 

(4)  ''De  mil  cuatrocientos  sesenta  y  uno  a  mil  cuatrocientos  no- 
venta y  nueve  llegó  a  su  apogeo  la  pujanza  de  los  Pimenteles,  mer- 
ced a  la  gratitud  de  losReyesCatolicos.de  quienes,  contra  toda  esperanza, 
se  declaró  el  campeón  más  decidido,  cayendo  en  Baltanas  prisionero  de  los 
portugueses.  Recompensáronle  entre  muchas  mercedes  con  la  donación  de  la 
Puebla  de  Sanabria  y  de  la  tierra  de  Carballeda  que  perdió  Diego  de  Losada  por 
su  deslealtad:  pero  la  resistencia  de  los  pueblos  frustró  más  de  una  vez  las  con- 
cesiones reales. .. .  Alfonso  Pimentel,  quinto  de  los  Condes,  fué  uno  de  los 
primeros  grandes  que  desnudaron  el  acero  contraías  rebeldes  Comunidades..-.. 
Los  Pimenteles  continuaron  en  la  primera  grada  del  trono,  con  consideración 
poco  menos  que  de  príncipes,  prevaleciendo  siempre  sobre  las  heredadas  coro- 
nas ducales,  la  primitiva  condal  de  Benavente  (D.  J.  M.  Cuadrado,  Vallado- 
¡id,  Palencia,  Zamora,  foí.  660  y  661.) 

(5)       Fray  Pedro  Simón,  Noticias  Historiales  4*  N.  Cap.  21. 


-  33  — 

pero  no  es  poco  poder  manifestar  las  condiciones  de  su  carácter, 
esforzado  y  valiente,  noble  y  virtuoso. 

Sospechamos  que  pueda  encontrarse  el  árbol  genealógica 
de  la  familia  de  Losada  en  los  archivos  de  la  madre  patria. 
Provincia  de  Zamora,  tal  vez  en  el  de  la  casa  de  los  Condes 
de  San  Bernardo,  quienes,  según  creemos,  son  los  herederos 
del  patronato  de  la  iglesia  parroquial  de  Santiago  Apóstol  en? 
Rionegro. 


CAPITULO  IV 

Diego  de  Losada  llega  a  Puerto  Rico  y  pasa  a  Tierra  Firme. 
En  Maracapana  se  le  nombra  Maestre  de  Campo  del 
ejército  de  Cedeño, 

1533-1542 

Por  el  año  de  mil  quinientos. treinta  y  tres  encontramos  ai 
Diego  de  Losada  en  la  isla  de  San  Juan  de  Puerto  Rico,  lo  cual 
no  esperábamos,  pues  que  no  sabíamos  cuando  y  en  qué  oca- 
sión había  salido  de  su  pueblo  natal.  Acompañábale  un  joven, 
amigo  suyo,  hijo  del  Señor  de  Autillo,  y  en  cuya  compañía- 
vivió  en  la  casa  del  Señor  de  Benavente.  Sobre  las  brillantes: 
cualidades  de  ambos  habla  muy  bien  Castellanos  cuando  dice: 

Eran  Reinoso  y  Diego  de  Losada 
bien  puesto  cada  cual  y  muy  valiente 
y  fueron  ambos  de  una  camarada 
criados  del  Señor  de  Benavente  (1) 

Hay  jóvenes  que  se  adelantan  a  su  edad  por  sus  grandes 
acciones,  por  lo  cual  se  granjean  la  confianza  de  los  hombres 
mas  avisados  y  prudentes.  Algo  parecido  observamos  en  Die- 
go de  Losada:  alistóse  en  el  ejército  del  General  Antonio  Ce- 
deño,  con  ánimo  de  explorar  el  río  Meta  y  sus  extensas  pro- 
vincias ribereñas,  embarcóse  al  efecto  junto  con  ciento  cuaren- 
ta hombres  y  cuarenta  caballos,  distribuidos  en  dos  embarca- 
ciones, a  las  órdenes  del  Capitán  Juan  Bautista,  y  llegaron  en 
pocos  días,  y  sin  novedad,  al  puesto  de  Maracapana. 

Cedeño,  mientras  tanto,  quedaba  en  Puerto  Rico  alistan- 
do mayor  número  de  gente,  municiones  y  caballos. 


(1)     Eleg.XII.Cant.il. 


—  34  - 

El  Presbítero  Juan  de  Castellanos  tratando  de  estos  asun- 
tos dice : 

Cedeño  en  estos  tiempos  y  sazones 
dentro  de  Puerto  Rico  ya  tenía 
copia  de  excelentísimos  varones 
caballos,  munición,  artillería 
vino  con  esta  gente  Juan  Bautista 
y  el  animoso  Diego  de  Losada 
tortísimo  varón  en  la  conquista  (1) 

No  lejos  de  Maracapana  encontraron  a  Jerónimo  Ortal, 
primer  poblador  del  territorio,  y  comunicándose  amigable- 
mente los  jefes,  convinieron  en  no  promover  disensiones  ni 
estorbarse  unos  a  otros  (2),  pacto  que  no  duró  mucho 
tiempo. 

Los  recién  llegados  siguieron  luego  al  interior  y  cruzando 
por  los  pueblos  del  Cacique  Guaramentd.1  se  detuvieron  en  los 
de  Oromacay  en 'donde  pasaron  el  tiempo  de  las  aguas;  visita- 
ron después  a  Mabiare,  Albergóte,  Ivuarare,  Neverí  y  Cu- 
managote,  sosteniendo,  a  las  veces,  reñidos  encuentros  con  los 
indios,  y  en  los  cuales  dio  muestras  de  valor  Diego  de  Lo- 
sada (3). 

Después  de  estas  excursiones  previas, 

El  Reinoso  y  Diego  de  Losada, 
Antón  García  y  Alvaro  de  Sejas, 
Un  Medina  y  un  García  de  Montalvo 

y  el  Bautista 
Volvieron  a  Maracapana 
esperando  por  horas  y  momentos 
Al  Cedeño  y  al  resto  de  su  gente  (4) 

No  habían  transcurrido  los  últimos  meses  del  año  de  mil 
quinientos  treinta  y  seis  cuando  llegó  Cedeño  a  Maracapana 
con  más  refuerzos  y  provisiones,  resuelto  a  pasar  dé  segui- 
daal  interior  hasta  descubrir  el  rio  Meta  y  sus  provincias 
limítrofes. 

Antes  de  ponerse  en  marcha  organizó  todo  el  ejército  y 
nombró  a  Losada  su  Maestre  de  Campo  (5). 


0) 

Eleg.  XII.  Cant.  V. 

(2) 

Fray  Pedro  Simón  4^  n.  cap. '4. 

(3) 

Fray  Pedro  Simón  n.  4*  cap.  VI  y  X. 

(4) 

Eleg.  X.  C.  VI. 

(5) 

Eleg.  XII.  Cant.  I. 

—  35  — 

Muchos  autores,  entre  ellos  Juan  de  Castellanos,  dicen  que 
en  este  viaje  se  extralimitó  bastante  Cedeño;  lo  cierto  es  que, 
bien  fuera  por  intrigas  o  por  otras  causas,  amanecieron 
ahorcados  en  el  campamento  el  Capitán  Ochoa  y  Juan 
Martínez: 

Y  aun  dicen  que  a  Losada  matar  quiso 
pero  él  siempre  vivió  con  gran  aviso  (1) 

No  mucho  tiempo  después,  al  llegar  a  Los  Tiznados,  mu- 
rió el  propio  Cedeño,  por  efecto  de  un  veneno  que  le  hizo  to- 
mar, disimulada  y  traidoramente,  una  esclava  que  llevaba  pa- 
ra el  servicio  (2). 

Su  cuerpo  fue  enterrado  en  el  mismo  campo. 

Do  el  río  de  Tiznados  desencierra 
Su  licor  a  los  llanos  convertido 
yendo  por  la  falda  de  la  sierra;  * 

a  la  sombra  de  un  árbol  extendido 
dieron  estos  varones  a  la  tierra 
el  valeroso  cuerpo  fallecido 
Y  en  la  corteza  lisa,  por  su  muerte 
Una  letra  pusieron  de  esta  suerte: 
Hic  requiescit  Cedeñus  corpore  parvus 
rebus  at  in  cundís  pectore  magnus  erat 
Aquí  de  su  brío  falto 
Reposa  Antonio  Cedeño 
que  fué  de  cuerpo  pequeño 
y  en  el  ánimo  muy  alto.  (3) 

Todos  lloraron  la  muerte  de  su  General  y  tributaron  a 
sus  tristes  despojos  honores  religiosos  y  militares,  previen- 
do que  la  falta  de  cabeza  autorizada  les  habría  de  traer  fatales 
consecuencias. 

Reunidos  varias  veces  los  capitanes  y  soldados  para  ele- 
gir sucesor,  todas  las  miradas  se  dirigieron  hacia  Losada;  pero 
a  causa  de  su  poca  edad  nombraron  Capitán  General  a  Pedro 
de  Reinoso  quien  le  llevaba  algunos  años  (4)  confirmando 
a  Diego  de  Losada  por  su  Maestre  de  Campo  (5).  Castellanos 
hace  notar  también  que: 


(!)     Eleg.XII.Cant.il. 

(2)  Fray  Pedro  Simón   N*  4.  cap.  XXI. 

(3)  Varones  Ilustres:  Eleg.  XII.  cant.  II. 

(4)  Fray  Pedro  Simón  N*  4.  Cap.    XXI. 
(5)     Ibid. 


—  36  — 

Martin  Fernández  buenamente, 

quiso  gobernar  toda  la  gente: 

muchos  se  sujetaron  a  su  mando 

pareciéndoles  cosa  convenible; 

por  ser  ya  viejo,  cuerdo,  venerando 

y  haber  allí  gastado  su  posible 

en  esto;  pero  fueron  concordantes 

en  dejarle  su  cargo  como  antes. 

Más  los  que  sujetaron  el  armada, 

mandaban  y  regían  esta  gente 

eran  Reinoso  y  Diego  de  Losada, 

bien  puesto  cada  cual  y  muy  valiente  . . . 

Losada  siempre  fué  singular  hombre 

y  tuvo  por  allí  claro  renombre  (1) 
Sobreponiéndose  a  la  común  desgracia  emprendieron  de 
nuevo  la  jornada.  El  nuevo  general  ordenó  a  su  Maestre  de 
Campo,  Diego  de  Losada  que  se  apartase  con  su  ejército  de 
la  sierra  y  se  fuesen  a  los  Llanos,  efectuado  lo  cual  viéronse 
sometidos  a  enormes  trabajos  y  dificultades;  ya  por  el  calor  y 
las  tierras  bajas  que  encontraron ;  ya  también  por  la  escasez  de 
poblaciones.  A  pesar  de  todo  esto,  Antón  González  y  Pedro 
Martel  (2),  en  medio  de  aquel  piélago  inmenso  de  llanuras  y 
montes,  no  dejaron  de  tomar  la  altura,  valiéndose  para  ello  de 
instrumentos  marinos,  hasta  que,  hambrientos  todos  y  desfalle- 
cidos, llegaron  a  un  caudaloso  río,  probablemente  el  Apure, 
en  donde  encontraron  gran  número  de  indígenas  quienes  vi- 
vían sin  casas,  debajo  de  los  árboles,  y  quienes  les  recibieron  de 
paz  y  facilitaron  comidas  por  ser  abundantísimo  el  pescado  (3). 
Llamó  la  atención  de  nuestros  antepasados,  los  españoles,  la 
salud  e  industria  de  estos  aborígenes,  los  cuales,  sin  labranzas 
ni  otros  recursos,  vivían  sin  enfermedades,  y  llegaban  hasta 
ciento  y  más  años  de  edad;  manteníanse  de  pescados  que  se- 
caban al  sol ;  lo  mismo  hacían  con  las  raíces  y  tubérculos;  y 
convirtiendo  ambas  especies  en  harinas  formaban  después  los 
panes  que  les  servían  de  ordinario  sustento. 

Animoso  hasta  lo  heroico,  prosigue  Losada  caminando, 
siempre  en  la  avanzada,  por  íos  Llanos,  sustentando  su  gente 
con  la  caza  que  encontraba.  Pocos  días  después  llegaron  a  otro 
caudaloso  río  que  desagua  en  el  Orinoco  y  cuyo  nombre  no 
pudieron  conocer,  seguramente  fué  el  Meta;    notificados   por 

(1)  E'.eg.  XI!.  Cant.  II. 
f?<      Fies.  XII.  Cant.  IIÍ. 

(2)  Fray  Pedro  Simón  N*  4.  Ca?.  XXIII. 


—  37  - 

un  indio  que  se  hallaba  en  la  playa,  de  que  más  abajo, 
en  una  serranía,  abundaba  la  gente  y  los  víveres,  se  acordó 
volver  al  campamento  para  informar  a  Reinoso  de  las  noticias 
recibidas.    (1) 

Contentísimos  por  la  grata  nueva,  y  deseando  descubrir, 
cuanto  antes,  la  rica  provincia,  ordenó  el  general  que  Losada  - 
se  adelantase  con  treinta  hombres,  según  era  costumbre  en 
todos  los  descubrimientos;  mas,  apenas  había  caminado  tres- 
leguas,  se  levantó  un  motín  entre  la  gente  de  Reinoso  y  co- 
giendo de  improviso  los  mejores  caballos,  en  la  madrugada, 
dieron  sobre  nuestro  héroe,  haciendo  lo  mismo  que  en  el- 
campamento  general,  y  aun  prendiendo  a  algunos  de  los 
soldados.  « 

Tamaño  desafuero  no  era  justo  consentir,  e  incontinenti 
salió  Reinoso  en  persecución  de  los  amotinados,  y  trabándose 
un  recio  ataque  al  encontrarse,  fueron  presos  los  cabecillas  del 
motín  y  decapitados  Guerrero  y  Copete.  Vióse  libre  de 
igual  pena  Montalvo  por  intercesión  de  Losada.  Murieron 
con  este  motivo  más  de  treinta  españoles,  y  porque  a  todos 
convenía,  se  hicieron  allí  mismo  las  paces.  Sucedió  esto  a 
fines  de  mil  quinientos  treinta  y  nueve. 

Una  vez  abierta  la  llaga  difícilmente  se  cierra;  y  recelán- 
dose unos  de  otros,  Reinoso  ordenó  que  fuesen  los  amotinados 
a  Ja  costa,  y  él  se  dirigió  al  valle  de  Barquisimeto  en  donde 
encontró  al  Capitán  Lope  Montalvo  de  Lugo,  quien  al  verle 
sin  órdenes  del  Rey,  después  de  la  muerte  de  Cedeño,  y  por 
otras  dificultades  sobrevenidas  le  hizo  llevar  a  Coro,  de  donde 
pasó  a  Santo  Domingo,  se  casó  y  obtuvo  una  ilustre  descen- 
dencia.   (2) 

Mientras  sucedían  estas  cosas,  Losada  invernó  en  Cur- 
baquiba,  por  abundar  allí  los  víveres,  y  porque  recibió  noticias  fe 
hacientes  de  todo  cuanto  pasaba  con  Reinoso,  desanduvo  más 
de  cien  leguas,  y  volviendo  a  Maracapana,  en  donde  distribuyó- 
su  gente  para  las  islas  de  Margarita  y  Cubagua,  dirigióse  en 
persona  a  Coro  para  indagar  lo  que  se  podría  hacer  ordena- 
damente, y  adonde  le  seguiremos  también  nosotros  por  ver 
más  de  cerca  sus  prudentes  resoluciones  en  favor  de  la  civili- 
zación de  España  y  de  Venezuela. 


(1)  Fray  Pedro  Simón  N.  4?,  Cap.  XXIII. 

(2)  Oviedo  y  Baños. 


Admiremos  con  el  poeta,  entre  tanto,  las  altas  cualidades 
de  Diego  de  Losada : 

Capitán  valeroso  y  esforzado 
Varón  en  gaerra  y  paz  de  gran  recato 
Gran  hombre  de  a  caballo  y  agraciado,    (1) 

También  añade: 

Losada  fué  singular  hombre 

Y  tuvo  por  allí  claro  renombre.    (2) 

Y  en  otra  parte : 

Traté  mucho  con  este  caballero 

Y  a  grandes  hechos  suyos  me  vi  junto 
Hombre  guerrero  fué,  cuyos  valores 

Se  pueden  comparar  con  los  mejores.  (3) 

A  pesar  de  estas  alabanzas,  el  mismo  Presbítero  Juan  da 
Castellanos  censura  a  nuestro  héroe  asegurando  que  él  y  Rei- 
noso  obraron  con  interés  al  no  dirigir  el  ejército  hacia  la  Sie. 
rra,  como  él,  según  parece,  opinaba;  y  le  acusa  de  haber  com- 
prado y  vendido  indígenas,  (4)  reprobándoselo  como  es  justo- 

Finalmente,  Oviedo  y  Baños  afirma  que  Losada  tuvo 
"algunas  diferencias"  con  su  amigo  Pedro  de  Reinoso,  por 
motivos,  dice,  que  no  hace  a  nuestro  asunto  el  referir.  (5) 
Para  nosotros,   en  cambio,    sería  muy  interesante  conocerlos. 


en 

Eieg. 

XII.  Cant.  III. 

(2) 

Eleg. 

XII.  Cant.  II. 

(3) 

Pare. 

II.  Eieg,  III.  Cant.  IV. 

C4) 

Eleg. 

III.  Cant.  Part.  II. 

(5) 

Part. 

I.  Lib.  II.  Cap.  VI. 

39 


CAPITULO  V 


£n  que  se  trata  del  viaje  que  Dieg  o  de  Losada  hizo  a  Coro  5' 
de  su  vuelta  por  Eos  Llanos  a  Cumaná  y  Cubagua,  para 
asegurar  (a  fundación  de  aquella  primera  ciudad,  con 
otras  particularidades  interesantes. 

1543-1545 

La  jurisdicción  de  los  Belzares  extendíase  enormemente,, 
desde  los  confines  de  la  Gobernación  de  Santa  Marta  hasta 
Maracapana.  Acabamos  de  notar  que  Diego  de  Losada  se 
dirigió  al  centro  del  Gobierno  que  se  había  fijado  por  los 
alemanes  en  Coro  a  nombre  del  Rey  de  España,  del  poderoso 
Carlos  I  de  España  y  V  de  Alemania,  (naciones  unidas  por 
vínculo  de  familia),  siendo  recibido  con  grande  cortesía  por  el 
propio  Gobernador  interino,  Enrique  Remboldt,  quien  le 
nombró  su  Teniente,  como  veremos  en  seguida. 

.  En  este  tiempo,  y  por  causas  que  no  nos  toca  referir, 
trataron  los  vecinos  de  Coro  de  retirar  sus  familias  a  las  pro- 
vincias vecinas,  mas  se  opuso  a  esta  determinación  Diego  de 
Losada;  ya  alegando  la  fertilidad  del  terreno  y  las  abundantes 
comodidades  que  prometía  para  el  porvenir;  ya  poniendo  a  la 
vista  el  descrédito  de  abandonar  lo  que  con  tanto  tesón  se  había 
•obtenido  (la  situación  de  la  sede  episcopal  en  esa  ciudad) ;  y 
luego,  perder  en  un  momento,  todos  los  beneficios  adquiri- 
dos; por  lo  tanto  se  esforzó  Losada  en  sosegar  los  ánimos  y 
en  pasar  a  Cubagua  y  a  Cumaná  para  atraer  gente,  aumentar 
la  población  y  prestarse  mutua  ayuda.  (1) 

No  deseaba  otra  cosa  el  alemán  Enrique  Remboldt,  y  acep- 
tó muy  gustoso  tan  feliz  y  atinada  idea,  comisionando  a  Lo- 
sada para  la  empresa. 

Juan  de  Castellanos  resume  estas  circunstancias  diciendo 
de  Losada  lo  siguiente: 

Micer  Enrique  Remboldt  que  la  regía 
y  por  los  alemanes  fué  teniente, 
recibióle  con  grande  cortesía, 
y  toda  la  demás  antigua  gente: 

(i)     Véase  Oviedo  y  Eaños.  Part.  I.  Lib.  ÍI-.  Cap.  XII. 


—  40  — 

El  Diega  de  Losada  persuadía 
al  alemán  ya  dicho  grandemente, 
enviase  a  tomar  las  posesiones 
hasta  Maracapana  y  sus  ancones; 
porque  según  se  veía  por  escrito 
por  cédulas  del  Rey  y  provisiones, 
de  su  gobernación  y  su  distrito 
eran  todas  aquestas  poblaciones.   (1) 

No  había  pasado  el  mes  de  marzo  de  mil  quinientos 
-cuarenta  y  tres  cuando  Losada  y  Villegas  salieron  de  Coro  por 
Ja  costa,  con  veinte  hombres  de  escolta,  hasta  el  puerto  de 
.Borburata:  y  pasada  la  sierra,  entraron  animosos  por  los  Lla- 
nos: y  atravesaron  más  de  doscientas  leguas  de  caminos  incul- 
tos, tan  poblados  de  bárbaras  naciones  y  otros  peligros  que 
aún  en  el  día  de  hoy,  (mil  novecientos  trece)  repetimos  con 
Oviedo  y  Baños,  se  hacen  intransitables  al  corazón  más  atre- 
vido (2)  notable  ejemplo  este  de  resolución  y  valor  digno  de 
encomio  en  todos  los  tiempos. 

Todo  lo  vencieron  aquellos  hombres  con  el  tesón  y  el 
sufrimiento  propio  de  la  raza  española,  hasta  llegar,  al  fin,  a 
Cumaná  (3)  y  a  Cubagua  sin  otra  novedad  que  podamos 
señalar. 


(1)  Eleg.  Xll.  Cant.  113. 

(2)  Oviedo  y  Baños.  Cap.  XII.  part.  1.  Lib.  II. 

(3)  Cumaná:  nombrada  Nueva  Toledo,  y  apellidada  la  Primogénita  del 
Continente,  fundóla  Gonzalo  de  Ocampo  en  mil  quinientos  veinte  sobre  la  boca 
del  río  Cumaná,  hoy  Manzanares.  Al  ario  siguiente,  mil  quinientos  veintiuno, 
acordóse  que  fuese  la  Capital  de  la  Provincia  de  Mueva  Andalucía,  cuyo  territo- 
rio abarcaba  toda  la  parte  oriental  y  sur  del  Orinoco;  reedificada  en  un  llano  de 
la  parte  oriental  del  Cerro  Colorado,  con  el  nombre  de  Nueva  Córdoba  en  mil 
quinientos  veintitrés  por  Jácome  Castellón;  se  trasladó,  por  razones  de  sanidad 
■e  higiene,  y  por  haberla  destruido  un  terremoto  en  mil  quinientos  treinta,  al  lugar 
que  hoy  ocupa.  El  Acta  de  su  fundación  por  Diego  Fernández  de  Zerpa,  se  le- 
vantó en  la  misma  Nueva  Córdoba  el  día  veinticuatro  de  noviembre  de  mil  qui- 
nientos sesenta  y  nueve,  con  el  consentimiento  de  las  diez  y  siete  familias  que  la 
habitaban.  Es  célebre  Cumaná  por  su  inmensa  bahía,  por  su  gran. golfo  y  salina 
de  3a  Punta  de  Araya;  por  los  muchos  castillos  con  que  la  defendieron  nuestros 
antepasados  los  españoles;  por  haber  comenzado  por  sus  lares  la  civilización 
cristiana  de  Tierra  Fírme;  ilustre  por  la  moralidad  de  sus  costumbres  que  se  han 
perpetuado  en  las  familias  españolas  que  la  habitan,  y  por  haber  dado  al  mundo 
español  de  entrambos  hemisferios  uno  de  sus  mas  grandes  hombres,  el  Ma- 
riscal de  Ayacucho,  don  Antonio  José  de  Sucre,  ¡lustre  descendiente  de  los  Go- 
bernadores españoles  de  Cumaná  y  Guayana.  Entre  las  familias  actuales,  de 
ilustre  y  castiza  cepa  españole,  sobresalen  por  su  posición  y  virtudes  cristianas, 
las  de  los  hermanos  Berrizbeitia,  siendo  de  muy  grata  memoria  el  caballero  don 
Emilio  [Q.  S.  G.  H.];  don  José  Manuel,  doctor  en  medicina,  de  sólida  e  ilustra- 
da piedad  y  aventajada  inteligencia  en   el  Arte;     don  Mauricio,  doctor  en  leyes, 


—  41  — 

El  primer  acto  de  entrambos  Capitanes  fué  presentarse  a 
las  autoridades  de  Cubagua  y  mostrar  los  documentos  de  la 
Comisión  que  tes  llevaba  y  además  hacer  ver  hasta  donde  lle- 
gaba la  jurisdicción  de  la  Provincia,  Ja  cual  era  hasta  Maraca- 
pana,  en  consecuencia  tomaron  posesión  del  territorio  por  ante 
el  Escribano  o  Notario  de  Cubagua,  y  ejerció  Villegas  la  juris- 
dicción civil  y  criminal  mediante  los  títulos  presentados. 

Concluida  felizmente  esta  obra  faltábalo  principal  de  su 
cometido;  pero  antes  recordaremos  al  lectoría  personalidad  de 
Losada,  su  práctica  y  conocimientos  de  las  gentes,  por  haber 
sido  Maestre  de  Campo  y  Cabo  Superior  de  muchos  de  ellos, 
lo  mismo  que  su  reconocida  autoridad,  junto  con  la  venera- 
ción que  se  había  conquistado,  para  que  comprenda  fácilmente 
cuan  cierta  es  la  frase  de  Oviedo  de  que:  "seria  bastante  su 
respeto    para  conseguirlo  iodo."  (1) 

En  breve  tiempo  juntaron  noventa  y  seis  hombres  y  cien- 
to diez  y  siete  caballos,  con  los  cuales  se  volvieron  para  Coro, 
adonde  llegaron  en  septiembre  de  mil  quinientos  cuarenta 
y  cuatro,  no  sin  haber  tenido  algún  rozamiento  entre  ambos 
capitanes;  y  encontraron  la  población  muy  desunida  a  causa 
de  los  abusos  cometidos  por  los  Alcaldes  ordinarios,  Bernardi- 
no  Marcio  y  Juan  de  Bonilla. 

Recelando  estos  dos  Alcaldes  de  su  mal  gobierno  y  te- 
miendo la  autoridad  de  los  recién  llegados,  o  porque  ya  la 
Audiencia  conocía  de  sus  violencias  e  injusticias,  huyeron, 
en  una  noche,  con  tal  secreto  que  jamás  se  tuvo  noticias  de 
ellos.  (2) 

Ministro  que  fué  de  Relaciones  Exteriores  en  1858,  Embajador  de  Venezuela  en 
Inglaterra  y  Francia,  bien  conocido  en  la  Madre-Patria  España,  hombre  de  hon- 
radez y  justicia,  de  verdadera  y  sólida  piedad  y  de  poderosa  inteligencia;  don  En 
rique,  don  Pedro,  don  Eduardo  y  don  Santos  Berrizbeitia,  quien  de  su  propio  pe- 
culio ha  hermoseado  la  ciudad  del  Manzanares  y  de  Ocampo,  reparado  los  muros 
del  castillo  español  de  Santa  María  de  la  Cabeza;  y  rellenado  su  ámbito,  ha  levan- 
tado sobre  tan  sólida  obra  una  capilla  de  orden  dórico  a  la  Reina  de  Cumaná,  la 
Santísima  Virgen  María;  lo  cual  ha  transformado  ese  castillo  en  hermoso  jardín 
de  donde  se  divisa  un  panorama  delicioso,  por  sus  cocoteros,  sus  llanuras  y  sus 
montes,  por  su  mar,  su  río  y  su  golfo,  que  aumentan  la  fama  de  que  goza  por 
sus  recuerdos  históricos  y  porque  en  él  se  leyeron,  los  escritos  del  Monarca  es- 
pañol en  los  que  éste  dictaba  sus  ordenes  al  Nuevo  Mundo,  y  se  elevará  ahora 
al  Cielo  la  humilde  oración  que  llena  de  consuelo  a  los  corazones  v  afligidos, 
sirviendo,  a  la  par,  de  solaridad  fraternal,  descanso  y  honesto  solaz.  Los  mi- 
sioneros Capuchinos  tuvieron  en  esta  ciudad  una  importantísima  residencia  o 
Casa-Misión  para  la  civilización  del  Oriente. 

(1)  Oviedo  y  Baños,  Part.  I.  Lib.  II.  Cap.  XII. 

(2)  Oviedo  y  Baños.  Part.  1.  Lib.  II.  Cap.  XII. 


—  42  — 

Mientras  •  tanto  los  pequeños  rozamientos  entre  los  dos 
héroes  fueron-  agrandándose  hasta  llegar  por  parte  de  Villegas 
a  la  enemistad  con  Losada;  pero  éste,  como  más  hombre,  jamás 
perdió  la  serenidad  ni  el  ánimo;  pues  además  de  ser  buen  cris- 
tiano, dice  eí  padre  Fray  Pedro  Simón :  "era  Diego  de  Lo- 
sada un  caballero  de  condición  cortesana,  reportado  en  sus 
acciones,  bien  hablado  y  afable  y  de  todos  bienquisto.'1  (1) 
Siempre  los  grandes  hombres  suelen  tener  estas  condiciones 
que  les  sirven  de  relieve,  y  aparecen  como  son  en  toda  su 
magnitud  y  grandeza. 

A  principios  de  mil  quinentos  cuarenta  y  cinco  llegó  ai 
puerto  de  Paraguaná  el  Relator  de  la  Audiencia  de  Santo 
Domingo,  Juan  de  Carvajal,  a  quien  traía  por  su  Teniente 
General  el  Fiscal  Frías,  con  alguna  prevención  de  gentes, 
armas  y  caballos;  y  noticioso  Villegas  de  su  llegada  quiso 
ser  el  primero  en  obsequiarle  para  atraerle  e  impresionarle  en 
contra  de  Losada. 

Observemos  ahora  a  Oviedo  y  Baños  como  relata  esté 
incidente,  sin  perder  de  vista  a  Carvajal     ni  la  obra  de  Villegas: 

Llegado  a  Coro,  como  iba  Carvajal  revestido  de  los 
apasionados  informes  de  Villegas,  puso  cuidado  en  observar  los 
más  mínimos  movimientos  de  Losada  y  muy  pronto  conoció 
las  cualidades  propias  de  su  persona,  lo  afable  de  su  condición, 
lo  cortesano  de  su  trato,  y  io  bienquisto  o  querido  que  era 
en  la  ciudad,  gozando  particular  dominio  en  la  voluntad  de 
todos ;  por  esto  mismo  estuvo  cauteloso  y  se  receló  de  él  por 
comprender  que  un  hombre  de  tan  grandes  cualidades  y  pren- 
das era  para  él  un  estorbo;  pero  no  atreviéndose  a  romper  con 
Losada,  sin  causa  aparente,  con  refinada  malicia  le  preparó 
varios  lazos  en  que  pudiese  caer. 

Pronto  conoció  los  depravados  intentos  de  Carvajal, 
Diego  de  Losada,  y  "gobernándose  por  aquella  prudencia  su- 
perior con  que  le  dotó  el  Cielo,"  (2)  antes  que  sufrir  menos- 
cabo en  su  reputación  y  persona,  se  valió  de  algunos  pretextos 
que  le  ofrecían  las  circunstancias  y  se  marchó  de  la  provincia 
para  ver  desde  lejos  la  tempestad  que  se  cernía  sobre  Coro, 
causada  por  semejantes  personas. 


(1)  Fray  Pedro  Simón.  N.  5^  Cap,  IV. 

(2)  Oviedo  y  Baños,  pag.  I.  Lib.  íí.  Cap.  XIII. 


43  — 


CAPITULO  IV 

Diego  de  Losada  se  dirige  a  La  Española  y  vuelve  a  Coro  comí 
ei  Gobernador  Toiosa  para  la  organización  del  Tocuyo, 
con  otros  sucesos  importantes. 

1546 

Después  de  .  haber  admirado  el  relato  de  este  incidente 
nos  vemos  precisados  a  poner  en  claro  el  siguiente  punto  his- 
tórico de  la  vida  de  Losada  sobre  el  cual  Oviedo  y  Baños  no 
encontró  los  documentos,  que  hoy  la  suerte  pone  en  nuestras 
manos;  pues  mientras  el  sabio  y  querido  autor  dice  que  enterado 
Frías  del  mal  camino  que  tomaba  Carvajal  en  su  Gobierno, 
"pasó  a  Coro  a  principios  del  año  de  mil  quinientos  cuarenta 
y  sejs  llevando  en  su  compañía  a  Diego  de  Losada"  quien  se 
había  retirado  a  Cubagua,  (1)  el  Licenciado  Toiosa,  en  el 
informe  que  dio  de  su  Gobierno,  dice  terminantemente: 
"envié  a  Diego  de  Losada  que  conmigo  vino  en  esta  jornada, 
que  es  un  caballero  de  cerca  de  Benavente,  muy  esforzado, 
isleño  antiguo  y  diestro  en  la  guerra  de  los  indios."  (2) 

Y  el  autor  de  Varones  Ilustres  dijo : 

Había  de  Castilla  ya  llegado 

a  gobernar  persona  virtuosa, 

varón  prudente,  bien  intencionado, 

enemigo  de  gente  sediciosa; 

y  este  Gobernador  y  Licenciado, 

se  decía  Juan  Pérez  de  Toiosa: 

pasó  por  la  España  cuando  vino, 

do  halló  guía  para  su  camino; 

con  él  se  vino  Diego  de  Losada 

bastaba  ser  persona  señalada 
•  y  ser  allí  de  todos  respetado.  (3) 
Apenas  llegaron  a  Coro  (mil  quinientos  cuarenta  y  seis) 
el  Fiscal  Frías  enteró  al  nuevo  Gobernador,  Juan  Pérez  de 
Toiosa,  de  todos  los  excesos  y  maldades  cometidas  por  Car- 
vajal;por  lo  cual  éste  se  apresuró  a  salir  para  el  Tocuyo  con  la 
gente  que  pudo  conseguir. 

(1)  Oviedo  y  Baños,  nág.  I.  Lio.  III.  Cap.  IV. 

(2)  Oviedo  y  Baños.  Edición  de  Fernández  Duro.  Tomo  2.  fol.  221. 

(3)  Parte  II.  Eleg.  III.  Cant.  II. 


—  44  — 

Oigamos   al   autor   de   Varones   Ilustres   como   relata  la 
actividad  de  Tolosa: 

Juntó  luego  la  (gente)  más  calificada 
de  los  varones  de  consorcio  viejo, 
y  en  la  disposición  de  la  jornada, 
habido  cuerdamente  su  consejo, 
el  Maese  de  Campo  fué  Losada, 
Capitán  de  la  Guardia  fué  Valle  jo, 
Juan  Roldan  Capitán  de  Infantería 
por  la  gran  experiencia  qué  tenía. 
Aderezada,  pues,  la  Compañía 
de  comunes  pertrechos  de  Vulcano, 
la  vuelta  del  Tocuyo  hace  vía 
con  recato  y  aviso  no  liviano, 
por  ser  mucha  la  gente  que  tenía 
Carvajal  debajo  de  su  mano: 
topó  ciertos  soldados  de  buen  peso 
que  al  factor  San  Martín  traín  preso,  « 

esta  gente  se  hizo  luego  llana, 
y  de  lo  que  pasaba  fué  testigo; 
y  porque  conoció  ser  gente  sana 
teniendo  por  común  al  enemigo, 
pues  hace  muchas  veces,  que  no  una 
dos  amigos  de  enemigos  la  fortuna; 
procuran  de  hacer  el  paso  presto 
con  toda  la  posible  vigilancia 
hasta  que  se  pusieron  en  un  puesto, 
una  legua  sería  de  distancia: 
por  cubierta  tomaron  un  recuesto 
y  el  arboleda  de  su  circunstancia; 
allí  gran  rato  descansó  la  gente 
para  salir  a  hora  competente. 
Antes  de  separar  nocturno  velo 
pareciéndoles  ya  ser  algo  tarde, 
con  el  guión  delante  por  señuelo 
camino  por  buen  orden  el  alarde: 

Carvajal  vivía  con  recelo 
que  su  conciencia  dice  que  se  guarde; 
y  así  hace  velar  los  que  él  alcanza 
ser  hombres  de  valor  y  confianza. 

Como  mas  el  guión  se  fué  llegando, 
uno  de  los  que  veía  pudo  vello, 
y  estaba  por  aquel  cuartel  velando 
un  cierto  portugués  dicho  Coello: 
y  ansí  como  lo  vio  vuelve  bramando: 


—  45  — 

''Arma!  Arma!  que  vein  pendón  bermello!" 
Entra  luego  diciendo  la  campaña, 
"¡Gobernador,  Gobernador  de  España!" 

El  pueblo  todo  fué  sobresaltado: 
toda  la  gente  de  él  está  suspensa: 
rancho  del  malhechor  es  rodeado 
sin  acudir  favor  a  su  defensa; 
piensa  ser  socorrido  y  ayudado 
pero  no  le  sucede  como  piensa; 
Al  fin  en  pago  de  sus  sinrazones 
le  pusieron  gravísimas  prisiones.  (1) 

No  se  contentó  Tolosa  con  la  prisión  de  Carvajal,  sino 
que  también  mandó  hacer  lo  mismo  con  el  Teniente  General 
Juan  de  Villegas. 

Acabada  felizmente  esta  faena,  el  nuevo  Gobernador  reu- 
nió a  todos  los  vecinos  para  notificarles  las  órdenes  del  Em- 
perador y  el  nuevo  orden  de  cosas,  y  a  la  vez  para  aquietar  los 
ánimos,  insinuándoles  también  que  no  se  asustasen  por  la  pri- 
sión de  Carvajal  y  su  Teniente;  pues  a  todos  oiría  en  justicia, 
y  que  en  cuanto  estuviera  de  su  parte  se  mostraría  benévolo 
con  ellos;  pues  su  intención  era  mirar  por  el  bien  de  todos, 
por  la  mayor  utilidad  y  conveniencia  de  los  vecinos. 

Entre  tanto  tomó  posesión  de  su  cargo,  sin  ningún  incon- 
veniente, y  para  asegurar  completamente  el  orden  despachó  a 
Diego  de  Losada  con  una  buena  compañía  de  soldados,  hacia 
los  Valles  de  Humocaro,  adonde  pocos  días  antes  había  en- 
viado Carvajal  sesenta  hombres  de  toda  su  confianza  al  man- 
do del  Capitán  Juan  de  Ocampo  con  el  fin  de  estudiar  y  des- 
cubrir  aquella  región. 

Según  testimonio  de  Fray  Pedro  Simón  en  sus  Noticias  His- 
toriales (2)  supo  Losada  arreglarse  tan  cuerda  y  felizmente,  que 
no  sólo  le  obedecieron  todos,  sino  que  se  alegraron,  volviendo 
amistosamente  al  Tocuyo,  en  donde  fueron  recibidos  con  mu- 
cha afabilidad  por  el  Gobernador,  quien  asegurado,  comenzó 
a  organizar  el  proceso  contra  Carvajal  y  su  Teniente,  según 
las  normas  del  Derecho:  acusólos  el  fiscal  en  toda  forma  es- 
pecificando sus  delitos,  cometidos  con  premeditación  y  alevosía; 
y  notificándoles  los  cargos,  recibieronselesjos  descargos;  y, 
después  de  oídos,  fué  sentenciado  el  primero  a  la  última  pena,' 
quedando  absuelto  su  Teniente  Villegas: 


(1)  Part.  II.  Eleg.  III.  Cant.  II. 

(2)  Not.  5*  Cap.  XIII. 


—  46  — 

•  'Fulminóse  por  orden  el  proceso 

del  cual,  después  de  ser  bien  sentenciado, 

resuelta  tal  maldad  y  tal  exceso 

que  mereció  por  él  ser  ahorcado 

a  la  rama  de  un  árbol 

y  algunos  dicen  que  se  secó  luego 

Dícenme  mucha  gente  conocida 

que  fué  mejor  su  muerte  que  su  vida 

Después  que  ya  Carvajal  fué  muerto 

reformóse  mejor  aquel  asiento, 

pusiéronse  las  cosas  en  concierto 

y  nombróse  justicia  y  regimiento; 

dióse  de  lo  que  estaba  descubierto 

al  nuevo  morador  repartimiento; 

finalmente  Tolosa  con  buen  pecho 

a  cada  cual  guardaba  su  derecho  (1). 
Efectivamente,  ejecutada  la  sentencia,  comenzó  Tolosa 
a  dar  nueva  forma  y  seguridad  al  Tocuyo,  pudiendo  llamarse 
su  fundador  y  padre:  organizó  ios  oficios  públicos,  distri- 
buyéndolos entre  la  gente  buena,  haciendo  lo  mismo  con  la 
propiedad  y  dando  a  cada  cual  el  título  de  cuanto  poseía. 
¿Qué  más  se  puede  pedir  para  la  colonización  y  formación 
de  un  nuevo  pueblo?  resta  solo  el  trabajo.  (Nótese  el  sistema 
de  colonización)  (2) 

(1)  Part.  II.  Eleg.  III.   Cant.  II. 

(2)  Entre  los  pobladores  de  la  Ciudad  de  Nuestra  Señora  de  la  Concep- 
ción del  Tocuyo  (mil  quinientos  cuarenta  y  cinco)  fueron  los  primeros:  Diego 
Ruiz  Vallejo,  Esteban  Mátenos,  Damián  del  Barrio,  Juan  de  Guevara,  Juan  de 
Quincoces  de  la  Llana,  Luis  de  Narvaez,  Gonzalo  de  los  Ríos,  Sancho 
-del  Villar,  Cristóbal  de  Aguirre,  Licenciado  Hernán  Pérez  de  la 
Muela,  Alonso  de  Campos.  Cristóbal  López,  Juan  Sánchez  More- 
no, Antonio  del  Barrio,  Domingo  del  Barrio,  Tomás  de  Ledes- 
ma,  Amador  Montero,  Cristóbal  Ruiz,  Diego  de  Montes,  Gonzalo  Ma- 
nuel de  Ayala,  Diego  de  Morales,  Bartolomé  García,  Francisco  Sánchez,  Juan 
de  Villegas,  Francisco  de  Villegas,  Luis  de  Castro,  Diego  de  Ortega,  Francisco 
de  Vergara,  Blas  Martín,  Juan  de  :-alamanca,  Melchor  Gurbel,  Leonardo 
Gurbel,  su  hijo;  Diego  de  Escorcha  Diego  de  Leyva,  Juan  Matehos.  Bernardo 
de  Madrid;  Francisco  de  Madrid,  Bartolomé  Suárez,  Juan  de  Cisneros,  Juan 
Cataño,  Vasco  de  Mosquera,  Gonzalo  Martel,  Pedro  Hernández,  Ju  n  Muñoz, 
Pedro  Alvarez,  Luis  Tani  de  Miranda,  Juan  de  Tordesillas,  Hernando  Alonso, 
Toribio  Ruiz,  (sacerdote);  Francisco  Muñoz,  Francisco  López  de  Triana,  Juan 
Roldan,  Pedro  de  Li  npias,  Cristóbal  Rodríguez,  Sebastián  de  Almarcha,  Al- 
varo Vaez  y  Francisco  de  San  Juan,  de  los  cuales  nombró  Carvajal  por  prime- 
ros Regidores  a  Damián  del  Barrio,  Juan  de  Guevara,  Alonso  de  Campos  y 
Bartolomé  García;  por  Alguacil  Mayor  a  Luis  de  Narvaez,  quienes  reunidos 
en  Cabildo  o  Ayuntamiento,  eligieron  por  Alcaldes  a  Esteban  Matehos  y  a 
Juan  de  Antillano.  Con  esta  misma  gente  en  mil  quinientos  cuarenta  y  siete 
el  Gobernador  Juan  Pérez  de  Tolosa  organizó  definitivamente  y  sobre  bases 
sólidas  la  población  del  Tocuyo,  como  dejamos  referido. — Oviedo  y  Baños,. 
Part.  I.  Cap.  III  y  IV. 


—  47  — 

Quedaban  vacantes  los  bienes  y  encomiendas  que  se  había 
adjudicado  el  intruso  Carvajal;  y  suplicándole  los  vecinos  que 
tomase  para  sí  la  encomienda  del  Valle  de  Cubiro,  no  quiso 
consentirlo  su  verdadera  modestia,  y  contentándose  con  algunas, 
familias  de  encomendados  adjudicó,  con  aceptación  de  todos,  a 
*Diego  de  Losada  los  indios  de  la  referida  encomienda  de 
Cubiro.  — 

Bueno  es  hacer  notar  que  esta  fué  la  única  remuneración 
que  recibió  Losada  en  premio  de  todos  sus  servicios  ''pre- 
sentes, pasados  y  futuros"  en  Venezuela,  cuando  por  la  co- 
mún estimación  de  todos  y  continuos  trabajos  por  el  bien  pú- 
blico, se  hacía  digno  de  los  mayores  premios.      (1) 


CAPITULO   VII 

De  ¡os  grandes  trabajos  que  Diego  de  Losada  y  los  españoles 
pasaron  en  descubrir  camino  entre  Venezuela  y  Colom- 
bia, para  utilidad  de  la  República. 

1547-1549 

Habían  llegado  los  primeros  días  de  febrero  de  mil 
quinientos  cuarenta  y  siete  y  haciendo  notar  Cristóbal 
Rodríguez  la  grande  utilidad  que  traería  encontrar 
nuevos  caminos  para  llevar  ganado  mayor  desde  Ve- 
nezuela hasta  Santa  Fe  de  Bogotá,  por  la  mucha  ne- 
cesidad que  allí  había  y  los  altos  precios  que  alcanzaba,  por  ser 
esta  medida  de  provecho  para  entrambos  países,  determinó 
el  Gobernador  español  de  Venezuela  enviar  a  su  hermano 
Alonso  Pérez  de  Tolosa  con  cien  hombres  a  fin  de  investi- 
gar el  asunto  y  examinar,  de  paso,  las  tierras  nevadas,  cuyas 
elevadas  cimas  fueron  divisadas  a  mano  izquierda  en  todas  las 
entradas  hechas  por  los  llanos;  de  paso  podían  dar  noticias 
de  nuevos  pueblos  y  naciones  de  indios,  si  por  fortuna  los 
hubiese;  más  para  esta  empresa  era  imprescindible  Losada, 
y  al  efecto  fué  nombrado  Maestre  de  Campo  de  esta  expe- 
dición, tan  útil  y  necesaria,  como  dificultosa  y  atrevida. 

(1)       Oviedo  y  Baños.  Part.  I  Lib.  III.  Cap.  V. 


—  48  — 

El  autor  de   Varones  Ilustres  explica  también   otro   fin 
grande  en  esta  jornada;  pues  hablando   de  Losada   dice   que: 

"Luego  puso  por  obra  que  su  hermano 
sacase  buena  copia  de  varones; 
para  poblar  lugar  que  más  a  mano 
hallase  con  algunas  poblaciones;  ' 

para  que  la  lumbre  del  Cristiano 
gozasen  estas  bárbaras  naciones; 
luego  se  despachó  y  en  la  jornada 
ei  Maese  de  Campo  fué  Losada".  (1) 

"A  ruego  del  Gobernador,  dice  también  el  autor  de  las 
Noticias  Historiales,  iba  el  Capitán  Diego  de  Losada,  más 
por  consejero  y  para  que  le  ayudara  en  el  gobierno  de  la  gente 
y  estuviera  siempre  cerca  de  su  hermano,  que  por  soldado; 
pues  por  ser  persona  noble  y  de  larga  experiencia,  se  prome- 
tía buenos  sucesos  (2)"  y  cuyo  parecer,  por  orden  expresa 
del  Gobernador,  se  había  de  seguir  en  todo  cuanto  pudiera 
ofrecerse  en  la  jornada.  (3) 

Sin  dilación  emprenden  su  camino  dirigiéndose  por  el 
río  Tocuyo  arriba,  hasta  tocar  a  sus  fuentes  y  atravesando 
las  montañas,  hacia  el  oeste,  salieron  al  Zazaribacoa  que  da  sus 
aguas  ai  de  Guanaguanare,  siguiendo  por  el  "piélago  inmenso 
de  los  llanos"  hasta  el  Apure,  donde  hicieron  alto,  para  des- 
cansar de  tan  largo  y  penoso  viaje.  Llevaban  algunos  días 
de  descanso,  cuando  una  madrugada  les  atacaron  valiente- 
mente los  indígenas,  matando  a  un  español  e  hiriendo  a 
veinte;  pero  "quedaron  tan  escarmentados  los  indios  que  en 
adelante  no  se  atrevieron  ni  aun  a  gritar  a  los  españoles  desde 
lejos".     (4) 

Curados  los  heridos,  y  entregados  a  la  tierra  los  despo- 
jos del  caído,  entraron  por  las  cabeceras  del  mismo  río  Apure, 
y  después  de  visitar  a  los  indios  Tovoros,  prosiguieron  su 
viaje  buscando  el  río  Uribante,  que  baja  del  Valle  de  San- 
tiago y  en  donde  se  pobló,  más  tarde,  a  fines  del  año  de 
mil  quinientos  sesenta,  la  Villa  de  San  Cristóbal  por  el  Capi- 
tán Juan  Maldonado. 

Tuvieron  noticias  los  indígenas  de  la  venida  de  ios  españo- 
les (mil  quinientos  cuarenta  y  siete),  y  saliendo  a   un    estrecho 

(1)  Parí.  II.  Eleg.  III.  Cant.  II. 

(2)  Not.  5?  Cap.  XVI. 

(3)  Oviedo  Part.  I  Lib.  ÍII.  Cap.  V. 

(4)  Not.  5?  Cap.  XVI. 


—  49  — 

formado  por  dos  cerros,  los  aguardaron  con  las  armas  en  la  ma- 
no; pero  al  ver  el  traje  y  el  orden  del  reducido  ejército,  sus  pe- 
rros y  caballos,  sé  "embebieron  en  el  paisaje",  dice  gráficamente 
Oviedo,  y  no  acertaron  a  la  defensa;  pasaron  después  a  Tá- 
riba  y  atravesando  las  Lomas  del  Viento,  por  Capacho,  re- 
corrieron el  gran  Valle  de  Cúcuta  donde  todo  el  monte  es  ore- 
gano  (1)  y  en  donde  los  indios  se  defendieron  valientemente; 
prosiguieron  después  hasta  llegar  al  río  Zulia,  que  ellos 
llamaron  Batatas,  por  haberse  hallado  algunas  en  sus  márge- 
nes; y  pasando  después  a  la  banda  del  poniente,  llegaron  a  los 
Motilones,  cuya  raza  aun  perdura;  y  porque  no  encontraron  gen- 
te allí  desanduvieron  siete  u  ocho  jornadas  y  retornaron  a  Cú- 
cuta, en  donde  descansaron  de  sus  fatigas. 

Repuestos  del  hambre  y  del  cansancio  emprendieron  de 
nuevo  la  marcha  volviendo  valle  abajo,  hacia  el  lago  de 
Maracaibo,  y  al  llegar  a  la  junta  de  tres  ríos  que  desembocan 
en  la  laguna  (2),  prosiguieron  sus  descubrimientos  con  inde- 
cibles trabajos  hasta  dar  con  los  llanos  que  llaman  de  la  Lagu- 
na, en  donde  está  el  puerto  de  San  Pedro,  y  llegaron  a  Gibral- 
tar,  después  de  haberse  encontrado  con  los  afables  bobures.  (3) 

Rodearon  por  algún  tiempo  el  gran  lago  de  Maracaibo 
(4)  con  ánimo   de  volverse  al  Tocuyo,   pero  encontraron  una 

(1)  Fray  Pedro  Simón  Not.  5*  Cap.  XVtl. 

(2)  Fray  Pedro  Simón  Not.  5^  Cap.  XVIIL 

(3)  Los  indios  bobures  eran,  sin  duda  alguna,  muy  humanitarios,  otros  di- 
cen que  pusilánimes;  los  intrumentos  de  guerra  que  ellos  usaban  consistían  so- 
lamente en  cañas,  cerbatanas* o  cañutos,  en  donde  introducían  unas  pequeñas 
flechas,  las  que  hacían  salir  impetuosamente,  en  soplándolas  con  violen- 
cia por  una  de  sus  extremidades,  causando  efectos  maravillosos  en  los  heridos 
con  ellas. 

Poseían  estos  indígenas  el  secreto  de  una  hierba  de  virtud  singu- 
lar, que  impregnaban  sus  flechas,  y  según  Oviedo,  al  que  llegaban  a  he- 
rir con  ellas  quedaba  al  instante  como  muerto,  privado  de  sentido  por  dos  o 
tres  horas,  que  era  el  tiempo  de  que  ellos  necesitaban  para  ponerse  en  salvo 
sin  peligro;  y  pasado  aquel  término,  volvían  los  heridos  a  su  acuerdo,  quedando 
sin  otra  lesión  ni  daño.  (Ibid.  Part.  I.  Lib  I'II.  Cap.  IV).  Según  parece,  por 
estos  mismos  lugares,  se  trata  de  levantar  un  gran  Central  azucarero,  promovi- 
do por  el  laborioso  venezolano  Don  Juan  Evangelista  París. 

(4)  Maracaibo:  fundada  en  mil  quinientos  setenta  y  uno  por  el  Capitán 
Alonso  Pacheco  con  el  nombre  de  Nueva-Zamora  (en  obsequio  a  la  capital 
de  la  Provincia  española  de  este  nombre,  de  donde  él  era  nativo)  y  en  el  mis- 
mo sitio  en  que  Alfinger  había  levantado  un  depósito,  mientras  recorría  el 
Gran  Lago  en  mil  quinientos  veintitrés. 

Oviedo  y  Baños  dice  que  desde  el  año  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho 
tenía  encomendado  el  Gobernador,  don  Pedro  Ponce  de  León,  al  Capitán 
Alonso  Pacheco,  entonces  vecino  de  Trujillo,  la  fundación  de  la  ciudad  de  Nue- 
va-Zamora, hoy  Maracaibo.     Alonso  Pacheco  fabricó  en    Moporo   dos   bergan- 


—  50  — 

extensa  ciénaga  que  atravesaba  hasta  la  sierra,  y  como  de  dos 
kilómetros  de  ancho,  la  cual  no  pudieron  vadear  en  el  espa- 
cio   de  seis  meses. 


tines  y  después  de  equipados  recorrió  con  ellos  las  costas  del  gran  L2go,  en  el 
que  entran  cerca  de  doscientos  ríos,  necesitando  tres  años  para  subyugar, 
a  fuerza  de  armas,  a  los  indios  Zaparas,  Aliles,  Toas  y  Quiriquires.  Conse- 
guida la  paz  el  día  veinte  de  enero  de  rnil  quinientos  setenta  y  uno  fun- 
dó la  ciudad  seis  leguas  distante  de  la  Barra.  Nueva-Zamora  o  Maracaibo  es 
de  temperamento  cálido,  pero  muy  sana,  muy  industrial  y  muy  rica  por  su  po- 
sición geográfica  admirable.  Su  comercio  y  movimiento  industrial  comenzó  en 
los  días  de  la  Madre  Patria-EsPAÑA-;  pues  se  extendía  hasta  Méjico,  Santo  Do- 
mingo, Cartagena,  islas  Canarias  y  otras  Provincias  ultramarinas.  Por  la 
seguridad  de  su  puerto  e  increíble  abundancia  de  maderas  excelentes,  conti- 
nuamente estaban  "embarazados  sus  astilleros";  y  si  los  españoles,  dice  Ovie- 
do y  Baños  (mil  setecientos  veintitrés)  "supiéramos  aprovechar  las  utilidades 
que  encierra  la  hermosura  de  la  Laguna,  fueran  continuados  jardines  sus  márge- 
nes, y  se  hubiera  poblado  un  Reino  en  sus  orillas"  y  a  no  haber  sido  los  piratas  o 
ladrones  franceses  que  la  saquearon  y  robaron,  cuando  hacían  sus  correrías  por 
estos  mares,  lo  cual  causó  perjuicios  enormes  a'  la  civilización  de  estos 
países,  "fuera  una  de  las  buenas  ciudades  que  tuviera  la  América"  española. 
El  mismo  Oviedo  y  Baños  dice  que  en  su  tiempo  los  edificios  eran  de  piedra, 
alegres  y  capaces  y  bien  dispuestos;  la  iglesia  parroquial,  de  obra  moderna,  añade, 
es  gallarda  en  su  fábrica,  y  bien  proporcionada  en  su  planta  (hoy  es  catedral) 
cuyo  primer  Obispo,  llustrísimo  Señor  don  Francisco  Marvez,  fué  varón  pia- 
dosísimo y  gran  apreciador  de  los  Misioneros  Capuchinos.  En  esta  iglesia 
que  hoy  hace  de  catedral,  "se  venera  una  devota  imagen  de  un  Milagroso 
Crucifijo,  a  quien  los  indios  Quiriquires,  en  el  año  de  mil  seiscientos 
con  sacrilega  impiedad  hicieron  blanco  de  sus  harpones,  dándole  seis 
flechazos,  cuyas  señales  se  conservan  todavía  en  el  santísimo  bulto;  y 
es  tradición  asentada  y  muy  corriente,  dice  Oviedo,  que  teniendo  esta 
Imagen  la  cara  levantada,  (por  ser  de  la  Expiración)  como  lo  com- 
prueba el  no  tener  llaga  en  el  costado,  al  clavarle  una  de  las  flechas  que 
le  tiraron  sobre  la  ceja  de  un  ojo.  inclinó  la  cabeza  sobre  el  pecho,  dejándola 
en  aquella  postura  hasta  el  día  de  hoy".  Esta  imagen  estaba  antes  en  Gibral- 
tar,  población  muy  comercial  en  tiempo  de  la  Ma^re  Patria,  España,  y  allí 
fué  donde  los  referidos  indios  en  el  año  que  dejamos  dicho,  se  levantaron  con- 
tra nuestros  antepasados  los  españoles,  saquearon  y  quemaron  la  ciudad  en 
cuya  iglesia  estaba  colocada  la  imagen.  Los  maracaiberos,  a  pesar  de  ser  tan 
solícitos  y  patriotas,  aun  no  se  han  acordado  de  levantar  una  estatua  en  honor 
del  Fundador  de  Nueva  Zamora  de  Maracaibo!  Es  curiosa  la  historia  y  defen- 
sa de  la  ciudad  y  ella  debe  a  los  vecinos  de  Trujillo  el  haberse  librado  de  los 
temibles  indios;  de  donde  se  deduce  que  los  antiguos  españoles  estaban  tan 
unidos  unos  con  otros  que  el  dsño  que  recibían  unos  lo  recibían  los  de- 
más como  si  fuera  hecho  a  ellos  mismos.  Es  curioso  saber  la  risa  y  chacota 
que  se  hicieron  unos  españoles  con  otros  por  ese  motivo;  pues,  mientras  que 
los  de  Nueva  Zamora  se  reían  de  los  de  Trujillo  porque  venían  a  pelear  con 
los  indígenas  del  Lago,  los  de  Trujillo  se  reían  después  de  los  de  Nueva  Za- 
mora, cuando  estos  vieron  venir  a  los  trujillanos  con  los  indios  presos,  convir- 
tiéndose en  satisfacción  de  todos  lo  que  antes  había  sido  materia  de  chistes  y 
de  bromas.  Maracaibo  posee  adsmás  la  devotísima  imagen  de  Nuestra  Señora 
de  Chiquinquirá.  que  es  como  el  centro  d?  la  devoción  y  unión  de  todos  los 
nativos.  Un  terciario  franciscano,  el  Oo.?tor  Pedro  Guzmán,  hombre  de  a>to  in- 
genio y  de  grandes  intentos  tiene  páginas  impresas  muy  curiosas  acerca  de  la 
Nueva  Zamora  de  Maracaibo;  sigue  a  éste  el  insigne  Doctor  Tulio  Febres 
Cordero,  y  se  recuerda  con    gran  afecto  al    Doctor   y   polemista   católico    don 


—  51  — 

Agotáronse  las  municiones  de  boca  y  les  fué  forzoso  dar 
la  vuelta,  otra  vez,  a  Cúcuta,  en  donde  abundaban  los  víve- 
res; no  sin  enviar  al  Tocuyo  uno  de  los  Capitanes  para  dar 
cuenta  al  Gobernador  de  lo  que  habían  visto  y  de  los  resulta- 
dos que  habían  obtenido,  cargándose  hacia  las  tierras  fragosas 
de  la  izquierda,  en  donde  perecieron  veinticuatro  soldados  y 
muchos  indios  de  pura  hambre  (1). 

En  medio  de  tanta  desgracia,  este  retorno  hacia  Cúcuta 
fue  una  de  las  causas  por  las  cuales  se  vino  a  hallar  el 
camino,  por  tanto  tiempo  deseado,  y  con  tanto  trabajo 
buscado  para  el  comercio  y  tráfico  de  ganados  entre  Vene- 
zuela y  Colombia,  (antes  Nuevo  Reino  de  Granada). 

Repuestos  del  hambre  y  del  cansancio,  los  exploradores 
atravesaron  nuevamente  las  Lomas  del  Viento,  y  sin  detener- 
se en  el  Valle  de  Santiago,  donde  está  fundada  hoy  San 
Cristóbal,  llegaron  otra  vez  al  Apure  y  de  allí  al  Sarare,  para 
proporcionarse  alivio  por  algunos  días,  en  las  márgenes  del 
río  Horo. 

Celebérrimo  es  este  lugar  en  los  fastos  de  la  colonización 
de  Venezuela  y  Colombia;  porque  en  él,  después  de  madura 
discusión,  de  común  acuerdo  se  dividió  el  corto  ejército, 
dirigiéndose  algunos  exploradores  por  la  falda  de  la  sierra,  has- 
ta  llegar   al  río  Casanare,    quienes,   siguiendo    aguas   arriba, 


José  María  Alegretti  y  a  los  varones  ilustres  Doctores  Trinidad  Montiel,  Manuel 
Dagnino,  Francisco  Óchoa,  Candelario  Oquendo,  los  D'Empaire,  Antonio  Puchi 
Fonseca,  don  José  Jugo  Ramírez,  Silvino  Ángulo  y  tantos  otros  (y  fami- 
lias, que  en  estos  momentos  no  recordamos,  de  apellidos  netamente  españo- 
les como  los  Curuceagas  etc.,)  cuyo  talento,  moralidad  y  buenas  costumbres 
formaron    época  del  bien  en  Nueva  Zamora  de  Maracaibo. 

Los  habitantes  de  la  Nueva  Zamora,  hoy  Maracaibo,  (que  son  los  continua- 
dores de  la  ilustre  raza  española)  de  tal  modo  los  ha  favorecido  la  naturaleza, 
según  afirma  un  historiador,  que  con  ligera  instrucción  elemental  desarrollan 
sus  facultades,  lo  que  no  consigue,  dice,  la  misma  raza  en  Europa  sino  a  costa 
de  largo  estudio  y  de  buenos  profesores. 

Frecuentemente  se  oye  decir  a  los  extranjeros  que  los  españoles  ameri- 
canos tienen  mucha  habilidad  para  todas  las  ciencias,  artes  e  industrias,  sor- 
prendiéndoles no  sólo  tantas  y  tan  bellas  cualidades  sino  hasta  el  airoso  tono  y 
buen  gusto  que  ordinariamente  se  encuentra  en  la  generalidad  de  ambos  sexos. 
Nada  hay  en  todo  eso  que  pueda  causar  sorpresa  sino  la  admiración  d<=  'os  mis- 
mes,  los  cuales  no  se  dan  cuenta  de  que  estos  pueblos  y  familias  españolas  son 
tan  españoles  como  los  pueblos  y  familias  de  la  península;  mejor  dicho,  es  el 
mismo  pueblo,  la  misma  familia  nacida  de  un  mismo  tronco;  pues  el  .cambio 
de  gobierno  en  las  numerosas  colonias  españolas  de  América  no  ha  trocado  la 
religión,  la  lengua,  ni  la  raza,  templos,  ni  haciendas,  ciudades,  ri  pueblos, 
que  son  hoy  tan  españoles  como  antes  de  la  nueva  política  del  Gobierno  parti- 
cular de  las  colonias-ESPAÑoLAS. 

(1)     Fray  Pedro  Simón  Not.  5?  Cap.  XVIII. 


—  52  - 

llegaron  al  Cocui  y  La  Chita,  en  los  términos  deTunja,  y  des- 
cubrieron, por  fortuna,  el  camino  que  con  tanto  empeño  bus- 
caban. 

Tolosa  y  Losada  habían  nombrado  por  caudillo  de  esta 
división  a  Pedro  Alfonso  de  los  .Hoyos. 

La  otra  división,  siguiendo  de  nuevo  el  Apure,  llegó 
al  río  de  Barinas  y  continuó  su  camino  en  dirección  al  Tocu- 
vo,  en  donde  entró  en  el  mes  de  enero  de  mil  quinientos 
cincuenta,  después  de  haber  pasado  dos  años  y  seis  meses  de 
indecibles  trabajos  y  penalidades  para  legar  a  los  venideros, 
como  fruto  de  su  exploración,  un  nuevo  camino  útil  para  la 
industria  y  el   comercio. 

Tan  grandes  trabajos  dudamos  que  puedan  agradecerse 
suficientemente. 

Juan  de  Castellanos  acusa  a  los  expedicionarios,  princi- 
palmente a  Losada,  de  no  haber  impedido  que  los  soldados  mal- 
tratasen en  cierta  ocasión  a  los  indígenas  ( 1 )  de  quienes  ha- 
bían recibido  favores;  lo  que,  a  ser  verdad,  fue  a  todas  luces 
injusto. 


(í)     Part.  II.  Eieg.  III.  Cant.  II. 


oó  — 


CAPITULO  VIII 

» 

Fundación  de  nuevas  ciudades  por  nuestros  antepasados  los 
españoles  y  en  particular  de  Nueva  Se^ovia  de  Barqui- 
simeto, cuyos  vecinos  eligen  a  Losada  uno  de  sus  pri- 
meros Alcaldes.  Refiérense  los  adelantos  de  la  colo- 
nia y  algunas  curiosidades  de  los  indios. 

15  50-15  52 

Apenas  habían  descansado  de  tan  continuos  trabajos, 
cuando  para  evitar  el  ocio,  que  es  la  mayor  calamidad  en  todos 
Jos  órdenes,  y  la  aglomeración  del  personal  (1),  por  los  explo- 
radores recién  llegados,  se  disponían  a  perfeccionar  la  con- 
quista entrando  en  la  Nación  de  los  Omeguas;  pero  conocien- 
do que  era  necesario  para  la  colonización  la  fundación  de  al- 
gunas ciudades  que  afianzasen  las  formadas  y  en  marcha,  a 
principios  de  mil  '  quinientos  cincuenta  y  uno,  mandó  Juan 
de  Villegas,  a  petición  de  todos  los  vecinos  del  Tocuyo, 
examinar  las  tierras  que  mediaban  entre  el  Tocuyo  y  Taca- 
rigua,  (hoy  laguna  de  Valencia),  destinando  para  estos  tra- 
bajos a  Damián  del  Barrio,  quien  en  su  excursión  encontró 
primero  algunas  pepitas  de  oro,  y  reconociendo  mejor  el 
país,  halló  una  mina  del  precioso  metal. 

Llamáronla  el  Real  de  Minas  de  San  Felipe  de  Buria  (2) 
y  debido  a  esta  nueva  fuente  de  ingresos,  determinaron  fun- 
dar otra  población  en  el  Valle  de  Barquisimeto,  sitio  interme- 
dio entre  el  Tocuyo  y  la  mina  referida. 

Juan  de  Villegas,  como  tributo  de  afecto  a  la  patria  de  su 
recuerdo,  la  nombró  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  (3)  y  se 
efectuó  su  fundación  a  fines  del  mes  de  junio  o  a  mediados 
del  año  mil  quinientos  cincuenta  y  dos,  según  Oviedo  y 
Baños,  siendo  Diego  de  Losada  uno  de  sus  primeros  veci- 
nos, quienes  reunidos  en  Conse;o  eligieron  a  Losada  uno 
de   sus   primeros  Alcaldes;    (4)    pero    la  referida   población 

(1)     Fray  Pedro  Simón  Not.  5*  Cap.  XIX. 

1 2)      Fray  Pedro  Simón  dice  que  llamaron  a  estes  veneros  de  ero.  "Minas  de 
San  Pedro"  Not.  5*  Cap.  XIX.     Otrcs  dicen  que  ::r.  minas  distintas. 

(3)  Oviedo  y  Baños,  Lib.  III.  Cap.  VIII  Par:.  I. 

(4)  Oviedo  y  Baños  Lib.  III.  Cap.  VIH. 


—  54  - 

se  trasladó,  desde  El  Tejar,  que  fué  donde  la  fundó  Villegas, 
a  lugar  mas  sano  y  alegre  como  lo  era  el  que  hasta  hoy  ocupa. 
Es  de  advertir  que  sus  naturales  son  "descendientes  de  caba- 
lleros ilustres  y  conocida  prosapia,  de  agudos  y  claros  enten- 
dimientosy  cortesanos  con  política,  y  afables  con  urbanidad", 
según  testimonio  del  ilustre  don  José  de  Oviedo  y  Baños.  (1) 
Hemos  querido  dar  a  conocer  estas  cosas  en  memoria  de 
aquellos  hombres  sanos  y  vigorosos,  y  primeros  españoles 
colonizadores  de  Venezuela,  para  recordarlos  y  ponerlos  ante 
la  nueva  generación  a  fin  de  que  se  sienta  orgullosa  y  contenta 
de  ver  su  estirpe  y.  su  raza;  y  estime  en  su  justo  precio 
la  memoria  de  sus  antepasados,  quienes  dieron  a  Venezuela 
todo  cuanto  tenían.  Lógico  es  esperarlo,  siguiendo  aquello 
del  viejo  y  nuevo  aforismo: 

quien  te  dio  lo  que  tienes 
te  dará  lo  que  te  falta. 

Como  buenos  colonos,  no  olvidaron  la  agricultura,  lle- 
gando a  cosechar,  principalmente  en  los  valles  del  Tocuyo, 
Quíbor  y  Barquisimeto  (que  en  todo  corren  casi  igual  for- 
tuna),   (2)  trigo  en  tanta  abundancia  que  además  de   surtirse 

(1)  Fray  Pedro  Simón  asegura  que  Villegas  fundó,  primeramente,  so- 
bre el  río  llamado  Buria  a  Nueva  Segovia  en  el  año  mil  quinientos  cin- 
cuenta y  uno;  más  viendo  los  vecinos  que  no  llenaba  aquel  sitio  todas 
las  condiciones  de  sanidad  e  higiene,  determinaron  mudarlo  en  tiem- 
po del  Gobernador  Villacinda,  quien  sucedió  al  famoso  Licenciado  Tolosa, 
dos  leguas  más  cerca  de!  Tocuyo,  escogiendo  un  sitio  más  limpio 
y  de  aires  menos  nocivos;  en  este  lugar  lo  encontró  Lope1  de  Aguirre  y  fue 
donde  halló  su  muerte;  pero  no  estando  aún  contentos,  sin  duda  por  razones  de 
higiene,  lo  trasladaron  nuevamente  a  otro  lugar,  algo  más  desahogado  y  am- 
plio, situado  entre  dos  ríos  llamados  el  uno  Claro  y  el  otro  Turbio;  porque  a  la 
sazón  así  los  encontraron,  denominando  a  la  población  Nueva  Segovia  de  Barqui- 
simeto, en  tiempo  del  Gobernador  Pablo  Collado.  Más  tarde,  en  tiempo  del  Gober- 
nador Manzanedo,  por  haber  notado  mucho  polvo,  harto  perjudicial  a  la  salud, 
determinaron  mudarlo  de  nuevo  a  unas  sabanas  altas  y  limpias  y  de  mejores 
aires,  en  donde  hoy  permanece.   (Na.  5^  Cap.  XIX.) 

El  Gobernador  y  Licenciado  Pedro  de  Villacinda,  suplió  al  Gobernador  in- 
terino Juan  de  Villegas  desde  mil  quinientos  cincuenta  y  cuatro  a  mil  quinien- 
tos cincuenta  y  seis.  Pablo  Collado  gobernó  desde  mil  quinientos  cincuen- 
ta y  nueve  a  mil  quinientos  sesenta  y  dos.  Alonso  Manzanedo  murió  poco  tiem- 
po después  de  haber  tomado  posesión  en  el  año  mil  quinientos  sesenta  y  cuatro. 

(2)  Entre  los  pobladores  de  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  (1552)  de- 
bemos contar  a  Diego  de  Losada,  Esteban  Matehos,  Diego  García  de  Paredes, 
hijo  de  aquel  otro  que  por  sus  hazañas  fue  asombro  de  Italia;  Damián  del  Ba- 
rrio, Pedro  del  Barrio,  su  hijo;  Luis  de  Narvaez,  Gonzalo  Marte!,  Juan  de 
Quincoces  de  la  Llana,  Francisco  de  Villegas,  Melchor  de  Guruel,  (alemán); 
Cristóbal  de  Antillano,  Francisco  López  de  Triana,  Diego  García,  Hernando  de 
Madrid,  Francisco  Sánchez  de  Santa  Olaya,  Pedro  Suárez  del  Castillo,  Basco 
Mosquera,  Gonzalo  de  los  Ríos,    Bartolomé  de   Hermosilla,    Pedro    Hernández, 


—  55  - 

ampliamente,  entre  sí,  exportaban  las  harinas  a  Coro,  Ca- 
rora,  Maracaibo,  isla  de  Santo  Domingo  y  Cartagena  de 
Indias;  sin  contar  las  uvas,  higos,  granadas,  melones  y  toda 
clase  de  hortalizas  de  España  y  los  demás  frutos  tropicales: 
plátanos,  guayabas,  mameyes  y  otros  que  les  ofrecía  pródiga- 
mente el  terreno.      ( 1 ) 

Por  este  tiempo,  mil  quinientos  cincuenta,  se  fomentó  la 
industria  de  tejidos  de  algodón  en  el  Tocuyo  y  aun  la  de 
lanas,  pues  los  colonos  españoles  se  habían  interesado  gran- 
demente en  la  ganadería,  aumentándose  progresivamente  el 
vacuno,  ovino  y  de  cerda,  hasta  el  punto  de  llegar  muy  pronto 
a  exportar  ambas  clases  de  tejidos,  hechos  "con  primor"  para 
el  Ecuador  y  Perú,  donde  se  vendieron  a  buen  precio:  por  lo 
que  asegura  Fray  Pedro  Simón  que  esta  fue  la  primera  po- 

Pedro  Suárez,  Cristóbal  López,  Diego  de  Ortega,  Esteban  Martín,  Juan  de  Za- 
mora, Juan  Hidalgo,  Pedro  González,  Juan  García,  Sebastián  González  de 
Arévalo,  Francisco  Sánchez  de  Utrera,  Cristóbal  Gómez,  Diego  Brabo,  Diego 
de  la  Fuente,  Francisdo  Tomás,  Pedro  Viltre,  (alemán):  Sancho  Briceño,  Jor- 
ge de  Paz,  Diego  Matehos,  Pedro  Mátenos,  Jorge  Lans,  Francisco  Graterol  y 
otrcs:  de  los  cuales  nombró  Villegas  por  primeros  Regidores  a  Gonzalo  Mar- 
tel  de  Ayala,  Francisco. López  de  Triana,  Cristóbal  de  Antillano,  Diego  García 
de  Paredes,  Hernando  de  Madrid  y  Francisco  Sánchez  de  Santa  Olaya,  y  por 
Escribano  de  Cabildo  a  Juan  de  Quincoces  de  la  Llana,  los  que  reunidos  en 
Ayuntamiento,  eligieron  por  primeros  Alcaldes  Ordinarios  a  Diego  de  Losada 
y  Damián  del  Barrio,  y  per  Procurador  General  a  Pedro  Suárez  del  Castillo. 

Más  tarde,  en  mil  quinientos  noventa  y  dos,  honró  a  Nueva  Segovia  de 
Barquisimeto  el  Rey  Prudente,  Don  Felipe  II,  con  el  título  de  Muy  Noble  y  Leal, 
confirmando  este  privilegio  en  mil  seiscientos  ochenta  y  siete  Don  Carlos,  se- 
gundo de  su  nombre.  Don  Fray  Gaspar  de  Villarroel,  Arzobispo  de  las  Char- 
cas, nació  en  esta  ciudad,  honrando  admirablemente  a  su  Patria.  Véase  Oviedo 
y   Baños.  Part.  I.   Lib.  III.  Cap.  VIH. 

No  sabemos  que  los  hijos  de  la  '"Muy  noble  y  Muy  leal"  Nueva  Segovia  de 
Barquisimeto  hayan  honrado  a  su  insigne  fundador  Juan  de  Villegas  con  algún 
monumento. 

El  diez  y  seis  de  febrero  de  mi!  novecientos  trece,  después  de  varios  años 
de  recomendado  por  el  que  esto  escribe,  se  inauguró  el  Instituto  La  Salle,  debido 
a  las  gestiones  del  llustrísimo  y  Reverendísimo  Doctor  don  Aguedo  Felipe  Alva- 
rado,  actual  Obispo  de  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto,  y  a  repetidas  instancias 
de  los  padres  de  familia  de  aquella  ilustre  ciudad  y  al  Gobierno  presidido  por  el 
General  Juan  Vicente  Gómez,  quien  ala  sazón  era  Presidente  de  la  República.  El 
referido  Instituto  está  regentado  por  los  Hermanos  de  las  Escuelas  Cristianas,  a 
quienes  tenemos  y  consideramos  por  los  mejores  educadores  de  la  infancia:  nos 
congratulamos  con  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  y  con  Venezuela  toda  por 
tan  grande  adquisición  a  favor  de  la  enseñanza  de  sus  hijos.  En  este  año,  mil 
novecientos  catorce,  ha  subido  el  número  de  alumnos,  a  doscientos.  Estos  Her- 
manos atienden  a  las  necesidades  de  los  países  y  a  los  deseos  de  las  familias  pa- 
ra la  enseñanza  de  las  lenguas,  dándoles  la  debida  preferencia  conforme  a  los 
adelantos  de  los  tiempos;  en  la  actualidad,  debido  a  la  proximidad  del  canal  de 
Panamá,  fomentan  los  conocimientos  del  inglés,  sin  olvidar  el  alemán  &. 

(1)       Fray  Pedro  Simón  Not.  5*  Cap.  VIII. 


--  56  — 

elación  de  Tierra  Firme  que  se  dedicó  a  esta  clase  de  ne- 
gocios. .   (1) 

Tampoco  olvidaron  las  medidas  de  sanidad  y  de  higie- 
ne, pues  conociendo  que  enfermaba  la  gente  por  falta  de  las 
brisas  que  antes  oreaban  al  Tocuyo,  mandó  el  Gobernador 
limpiar  las  malezas  de  los  alrededores,  por  espacio  de  media 
legua,  gozando  en  adelante  de  la  salud  que  anteriormente 
disfrutaban;  (2)  debiéndose  al  estiércol  de  los  ganados  la 
frondosidad  de  tantas  malezas  y  cardones  aglomerados,  que 
impedían  la  renovación  del  aire. 

Juan  de  Castellanos  explica  muy  bien  el  adelanto  de  la 
colonización  por  este  tiempo,  cuando  dice: 

Y  fue  de  su  remedio  lo  primero 
Darse  todos  a  buena  grangería, 
Para  poder  sacar  algún  dinero 
De  cosas  que  la  tierra  producía; 
Pues  ya  tenían  en  aquellos  años 
De  ganados  allí  buenos  rebaños .... 
Viendo  que  cabra,  oveja,  yegua,  vaca, 
Sería  de  grandísima  ganancia 

Si  por  los  Llanos 

Se  pudiese  hallar  alguna  entrada 
A  este  nuevo  Reino  de  Granada. 
Luego  Valle  jo,  como  bien  cursado, 
Con  soldados  que  trajo  de  buen  tino 

Y  no  pequeña  copia  de  ganado . . 
Que  con  brevedad  al  Reino  vino 
Vendieron  principal  y  multiplicos, 

Y  a  su  morada  se  volvieron  ricos. 

Y  aunque  les  pareció  vender  barato 
Según  suele  quien  usa  mercancía 
Algunos  perseveran  en  el  trato 

Y  enriquecen  con  esta  grangería  . . . 
De  manera  señor,  que  del  regalo 
Que  puede  dar  un  territorio  bueno, 
A  los  regaladísimos  igualo    . 

Los  hombres  que  poblaron  aquel  seno.   (3) 

Finalmente,  antes  de  dar  a  conocer  otros  hechos  que  vi- 
nieron a  entorpecer  la  buena  marcha  de  la  colonización,  séanos 
permitido  manifestar   la  industria  principal,  y   según   parece, 

(1)  Fray  Pedro  Simón,  Not.  5^  XIX. 

(2)  Fray  Pedro  Simón,  Not.  4?  Cap.  XIX. 

(3)  Part.  II.  Eleg.  III.  Cant.  III. 


—  57  — 

la  única  de  los  indios  Curariguas,  Atariguas,  Coyones,  Qui- 
bores,  Barquisi nietos  y  otros,  los  cuales  vivían  sin  pueblos, 
y  sin  casas,  cobijándose  debajo  de  los  árboles,  y  lo  que  es  más, 
sin  sementeras  ni  labranzas:  se  alimentaban  de  frutas  silves- 
tres, especialmente,  con  "datos",  (sic)  y  otras  frutas  lla- 
madas en  Quíbor  lefarias,  frutas  que  se  dan  durante  todo 
el  año,  muy  parecidas  a  los  higos  tiernos,  o  mejor,  a  las  (bre- 
vas, y  de  la  caza  de  conejos  y  venados,  siendo  muy  de  notar 
la  manera  de  prepararlos:  extraían  solamente  los  intestinos 
de  los  animales  conseguidos,  y  calentando  fuertemente  un 
hoyo,  con  leña  o  paja,  sacaban  las  brasas  o  cenizas  e  introdu- 
cían en  él  la  caza  sin  desollarla;  cerraban  la  boca  del  hoyo, 
que  hacía' de  horno,  y  a  las  dos  horas  ks  sacaban,  y  limpiando 
el  cuero  de  su  pilamento,  lo  comían  junto  con  la  carne.  Otro 
tanto  hacían  con  los  tallos  de  cocuiza:  dividíanlos  en  tro- 
zos y  los  asaban  del  mismo  modo,  chupándolos  después  para 
extraerles  el  abundante  jugo  que  contienen  y  cuyo  sabores  algo 
parecido  a  la  miel  de  caña.   ( 1 ) 

Continuaremos  ahora  de  nuevo  el  estudio  sobre  Losada. 


(i)       Fray  Pedro  Simón,  Not.  5*  Ca?.  XIX. 


CAPITULO  IX 

De  varios  sucesos  ocurridos  en  las  minas  de  Buria  y  graves 
peligros  de  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  de  Sos  cuaíes 
9a  libró  Diego  de  Losada. 

1553 

Todo  iba  viento  en  popa  al  amparo  de  la  paz  y  del  tra- 
bajo, cuando  el  espíritu  del  mal  "que  todo  lo  añasca,"  como 
dice  Cervantes,  promovió  un  serio  alboroto  que  llegó  a  tomar 
caracteres  alarmantes  para  la  incipiente  colonia. 

Oigamos  a  Juan  de  Castellanos  relatar  este  suceso : 

Ciento  y  cincuenta  negros  son  de  guerra, 
gente  feroz  bien  puesta  y  arriscada, 
y  en  áspera  quebrada  de  la  Sierra 
hicieron  una  fuerte  palizada: 
pusieron  en  temor  toda  la  tierra 
por  ser  la  nuestra  poca  y  apartada 
y  cada  cual  guardaba  sus  asientos 
esperando  los  negros  por  momentos 
porque  juraron  Rey  solemnemente 
puestos  en  el  lugar  que  les  aplico: 
aqueste  fué  Miguel,  negro  valiente, 
criollo  de  San  Juan  de  Puerto  Rico; 
y  el  Rey  negro  nombró  lugar-teniente 
creyendo  ya  valerse  por  su  pico; 
finalmente,  solteros  y  casados, 
estaban  todos  atemorizados.  (1) 

También  es  justo  indicar  las  causas  de  este  levantamiento: 
corría  el  año  mil  de  quinientos  cincuenta  y  tres  cuando  cierto 
día  uno  de  ios  mineros  determinó  castigar  a  un  negro  esclavo 
de  Pedro  del  Barrio,  llamado  Miguel,  "resabido  en  toda  suer- 
te de  maldad"  (2)  quien  en  cuenta  de  las  terribles  penas  de 
aquella  época,  se  armó  de  una  espada  que,  al  acaso,  encon- 
tró a  mano,  para  defenderse  con  ella  del  mayordomo;  formó- 
se, por  tanto,  el  natural  alboroto  que  él  aprovechó  para  esca- 
parse internándose  en  el  monte. 


(U      Part.  II.  Eleg.  III.   Cant.  IV. 

(2)     Fray  Pedro  Simón,  Not.  5*  Cap.  XX. 


-  59  — 

No  pudieron,  o  no  les  pareció  bien,  seguirle  por  enton- 
ces, y  aprovechando  las  noches  conferenciaba,  a  escondidas, 
con  sus  compañeros;  y  persuadiéndolos  a  vivir  en  libertad 
logró  atraer  a  sus  consejos  hasta  veinte  de  ellos,  con  los  cuales, 
repentinamente  atacó  al  personal  de  las  minas,  matando  algu- 
nos mineros  y  aprisionando  a  otros,  para  quitarles  la  vida  len- 
tamente, con  prolongado  martirio  y  crudelísimos  tormentos. 
Y  por  no  parecerle  esto  bastante,  soltó  algunos  más  con  el 
encargo  malévolo  de  que  avisasen  a  los  de  Nueva  Segovia  de 
Barquisimeto  para  que  le  esperasen  armados,  porque  inten- 
taba acabar  con  ellos  y  apropiarse  de  sus  haciendas  y  mujeres. 

Mientras  tanto  '  continuaba  aumentando  el  número  de 
prosélitos,  y  llegó  a  contar  hasta  ciento  treinta  hombres, 
a  los  que  armó  como  pudo,  incluso  de  lanzas  de  madera 
con  puntas  tostadas  al  fuego :  además,  sentó  su  campamento 
en  lo  mas  áspero  de  la  sierra  y  viéndose  temido  y  respetado  por 
los  suyos  determinó  coronarse  por  Rey,  llamándose  en  ade- 
lante El  Señor  Rey  Miguel,  y  a  una  amiga  suya,  llamada 
Guiomar,  también  negra,  con  quien  tenía  un  hijo,  la  hizo  co- 
ronar por  Reina,  y  al  negrito  le  hizo  jurar  por  príncipe  here- 
dero, creando  además  todos  los  ministros  y  oficiales,  que, 
según  sus  noticias,  tenían  en  sus  palacios  los   reyes. 

Fuera  de  esto,  nombró  Obispo  por  cuenta  propia,  ( la) 
escogiendo  a  uno  de  sus  negros  compañeros  que  le  pareció 
mas  hábil  y  de  mejores  costumbres,  y  a  quien,  por  apodo,  en 
Jas  minas  llamaban  El  Canónigo,  por  sus  muchas  letradu- 
rías,  como  dice  Oviedo  y  Baños,  levantando  una  iglesia  y  pre- 
dicando "Jo  que  producía  su  ignorancia;  con  todos  los  desa- 
tinos que  se  le  ocurrían  y  celebrando  de  pontifical  todos  los 
días."    (Ib) 

Animado  El  Señor  Rey  Miguel  con  los  buenos  suce- 
sos de  su  incipiente  reinado,  determinó  atacar  a  Nueva  Se- 
govia de  Barquisimeto,  que  estaba  habitada  por  unos  cuarenta 
vecinos  solamente;  aprovechóla  obscuridad  de  la  noche  y  los 
acometió  repentinamente  por  dos  lados;  pegó  fuego  a  las  casas  y 
puso  en  confusión  a  los  descuidados  moradores.  Quedaron 
muertos  en  el  asalto  un  sacerdote  y  otros  dos    o  tres  vecinos. 

(la)  Esto  nos  recuerda  a  muchos  personajes  modernos  tan  altos  como  es- 
te Señor  Rey  Migue!,  quienes  traen  siempre  en  jaque  a  la  Iglesia  Católica,  a 
los  sacerdotes  y  a  los  Obispos  y  parroquias,  a  frailes  y  a  monjas,  los  cuales  no 
llevan  más  armas  que  el  rosario  y  la  lengua. 

(Ib)     Part.  I.  Lbií.  II.  Cap.  VIII, 


—  60  — 

Los  españoles  previniéndose  a  la  carrera,  echaron  mano 
a  las  armas  y  formando  al  momento  un  solo  cuerpo,  acome- 
tieron denodadamente  a  los  negros,  mataron  a  unos,  hirie- 
ron a  otros  y  les  hicieron  huir  a  todos  hasta  refugiarse  en  el 
monte. 

Asombrados  de  tamaño  atrevimiento  los  vecinos  de  Nue- 
va Segovia  de  Barquisimeto  se  prepararon  a  la  defensiva.  In- 
formaron de  lo  sucedido  a  sus  hermanos  los  españoles  del  To- 
cuyo, pidiéndoles  ayuda  inmediata,  para  no  dejar  sin  defensa 
la  nueva  población  al  poder  tomar  la  ofensiva,  y  aquellos,  ni 
lerdos  ni  sordos,  juntaron  sin  dilación  la  gente  que  pudieron, 
y  nombrando  por  capitán  a  Diego  de  Losada,  le  ordenaron  par- 
tiese en  seguida  a  Nueva  Segovia,  para  socorrerlos  y  ayu- 
darlos oportunamente : 

—Por  se  hallar  en  esta  coyuntura 
gente  del  nuevo  Reino  de  Granada, 
y  llegar  a  tal  punto  fué  ventura 
según  iba  la  cosa  mal  parada: 
Pero  Rodríguez  fué  de  Salamanca 
con  gente  para  guerra  nada  manca 
y  Cabrera  de  Sosa  varón  digno 
de  serle  la  fortuna  favorable .... 
Estos  con  otras  gentes  de  sustancia 
habían  ido  por  comprar  ganado 
para  poblar  el  campo  y  el  estancia 
del  Reino  que  tenían  conquistado: 
pues  como  fuera  hecho  de  importancia 
subyectar  el  esclavo  revelado, 
determinaron  una  y  otra  gente 
de  deshacer  aquel  inconveniente. 
Treinta  fueron  de  gente  bien  cursada 
en  desmallar  las  lorigadas  redes, 
en  ánimo  y  valor  tan  extremada 
que  pueden  del  vivir  hacer  mercedes; 
El  valeroso  Diego  de  Losada, 
y  allí  Diego  García  de  Paredes, 
valiente  y  esforzado  caballero 
y  de  paternas  fuerzas  heredero.  (1) 


(1)  Según  parece  este  caballero  es  hijo  de  aquel  otro  Diego  García  de 
Paredes  del  cual  dice  Cervantes,  terciario  franciscano,  en  su  obra  "Don  Qui- 
jote de  la  Mancha" — Part.  I.  Cap.  XXXII:  "Y  este  Diego  García  de  Paredes 
fué  un  principal  caballero,  natural  de  la  ciudad  de  Trujillo,  en  Extremadura, 
valentísimo  sPidado,  y  de  tantas  fuerzas  naturales,  que  detenía  con  un  dedo 
una  rueda  de  molino  en  la  mitad  de  su  furia,  y  puesto  con   un    montante  en   la 


—  61  — 

Apenas  llegaron  a  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto, 
los  de  esta  colonia  nombraron  también  a  Losada  "por  su  mu- 
cha experiencia  militar  y  conocido  valor,  Cabo  de  su  gente," 
e  incorporando  una  con  otra  resultaron  unos  cincuenta,  los 
que  salieron  aceleradamente  en  busca  de  los  alzados  y  ene- 
migos : 

Por  la  aspereza  del  camino 
.   '  todos  iban  a  pié  como  romeros; 

sirven  las  alpargatas  de  rocino 
a  los  que  son  más  diestros  caballeros; 
bajan  con  el  recato  que  convino 
por  asperísimos  despeñaderos; 
más  antes  de  podelles  ver  la  frente 
adelantóse  Diego  de  la  Fuente, 

negro  de  quien 

en  cualquier  bandera  y  estandarte 
acostumbró  hacer  cosas  extrañas; 
y  agora  sin  favor  de  ageno  Marte 
ansímismo  se  dio  tan  buenas  mañas, 
que  trajo  para  guía  del  cercado 
un  poderoso  negro  maniatado. 

Maravillóse  nuestra  compañía 
de  ver  tan  a  su  salvo  tan  buen  hecho 
porque  según  lo  que  se  pretendía, 
fué  para  lo  demás  de  gran  provecho: 
el  negro  preso,  pues,  sirvió  de  guía 
para  llevar  camino  más  derecho, 
hasta  que  ya  tomaron  la  ribera 
que  de  frondosas  arboledas  era. 

Vieron  aquellas  playas  blanqueando 
con  lienzos  que  tenían  extendidos 
y  cantidad  de  negras  que  lavando 
estaban  sus  camisas  y  vestidos; 
por  algunos  que  están  atalayando 
no  pudieron  dejar  de  ser  sentidos 

Tragos  son  de  dolor  y  amargura 
viéndose  salteados  de  repente (1) 


entrada  de  una  puente,  detuvo  a  todo  un  innumerable  ejéicito  que  no  pasase  por 
-ella,  y  fizo  otras  tales  cosas,  que  si  como  éHas  cuenta  y  las  escribe  él  asimis- 
mo con  la  modestia  de  caballero  y  de  cronista  propio,  las  escribiera  otro  libre 
y  desapasionado,  pusieran  en  olvido  las  de  los  Héctores,  Aquiles  y  Roldanes." 
Según  este  famosísimo  autor  se  encuentra  escrita:  La  Historia  del  Gran  Capitán 
Gonzalo  Hernández  de  Córdova  con  la  vida  de  Diego  García  de  Paredes. 
(1)     P.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


62 


CAPITULO  X 

Prosigue  el  mismo  asunto.  Menciónanse  las  nuevas  poblacio- 
nes de  nuestros  antepasados  los  españoles:  Nirgua, 
Nueva  Valencia  del  Rey,  Borburata  y  Trujiüo  adonde  se 
dirige  Losada  con  el  fin  de  pacificar  a  ios  indígenas. 

1553-1557 

Pero  no  desmayaron  los  negros  viéndose  acometidos  de 
los  nuestros,  antes  empuñando  sus  armas  y  siguiendo  a  su 
Señor  Rey  Miguel,  intentaron  resistir  con  brío  la  entrada 
de  su  fortaleza;  pues  como  dice  Juan  de  Castellanos: 

En  un  ancón  fuera  de  la  quebrada 
tenían  bien  compuesta  su  manida:  x 
por  la  parte  de  tierra  palizada 
para  se  defender  fortalecida; 
por  el  arroyo  va  peña  tajada 
que  por  ninguna  parte  da  subida, 
y  el  cercado  tenían  con  dos  puertas, 
mas  entrambas  a  dos  están  abiertas 
Sosa  y  Diego  García  van  delante 
ocupando  primero  la  primera; 
pasó  Pedro  Rodríguez  más  avante 
tomando  la  que  cae  más  afuera; 
Luego  la  demás  gente  litigante 
acude  donde  más  menester  era, 
todos  de  sus  escudos  bien  cubiertos 
porque  contrarios  tiros  vienen  ciertos .... 

Vieron  al  Rey  Miguel  de  los  primeros, 
Miguel  que  de  león  es  un  trasunto; 
requeríanle  nuestros  caballeros 
después  que  ya  llegaron  a  tal  punto: 

Date,  date  Miguel,  de  buena  suerte, 
si  no  quieres  morir  de  mala  muerte .... 

Luego  con  uno  de  ellos  hizo  tiro 
con  fortaleza  de  Sabino  Siró 
y  aun  con  aquel  furor  y  de  tal  arte 
que  tiro  de  sulfúrea  candela, 
pues  que  le  traspasó  de  parte  a  parte 
al  buen  Pedro  Rodríguez  su  rodela; 


—  63  — 

reparan  al  entrar  del  baluarte 
y  cada  cual  del  golpe  se  recela, 
porque  luego  con  increíble  ira 
y  con  las  mismas  fuerzas  otro  tira 
y  en  un  madero  de  los  del  cercado 
entró  la  dura  punta  del  cuchillo 
no  menos  en  el  palo  soterrado 
que  si  fuera  con  golpes  de  martillo, 
tanto  que  brazo  muy  aventajado 
fué  poca  parte  para  desasillo . . . .  (1) 
Entretanto,  dice  el  autor  de  las  Noticias  Historiales:  "La 
Reina   Negra  y  el  Príncipe  Negrito*  con  todas  sus  damas,  que 
no   eran   pocas,    se  estuvieron  dentro  del  pueblo  a  la  mira  de 
la   batalla,   sin   hacer   movimiento,  con  mucha  autoridad,  por 
las   ciertas   esperanzas   que  tenían  de  la  victoria  que  habían  de 
alcanzar  los  negros."  (2) 

Ordénanse  los  negros  dentro  de  la  plaza  y  cada  uno  con 
el  mayor  vigor  se  defiende  comenzando  con  mayor  furor  la 
pelea  en  las  últimas  trincheras: 

Arma  Diego  de  Escorcha  la  ballesta 
que  por  blanco  tomaba  negra  cara; 
en  la  cureña  rasa  tiene  puesta 
con  acerado  hierro  diestra  jara; 
apunta  como  diestro  ballestero 
para  hacer  su  tiro  mas  certero. 

Aunque  tiene  delante  mucha  gente, 
procura  desarmar  en  el  caudillo: 
la  puntería  fue  tan  excelente 
antes  fue  tal  el  golpe  de  la  frente 
que  traspasó  también  el  colodrillo: 
la  vista  de  Miguel  quedó  perdida 
quedando  perdidoso  de  la  vida 

Faltando  la  malilla  de  este  juego, 
se  jugaron  después  muy  pocas  manos, 
porque  por  las  dos  puertas  entran  luego, 
con  gran  brío  y  valor  nuestros  hispanos: 
muchos  negros  de  sí  hacen  entrega 
otros  mueren  allí  como  romanos.    (3> 
Finalmente,  sin  suceder  desgracia  alguna  a  los   nuestros 
se  volvieron  a  Nueva  Segovia  de  Barquisimsto,  llevando  con- 
sigo los  indios  y  negros  que  pudieron  coger   vivos:    Castella- 
nos lo   describe  clásicamente, cuando  dice: 

(1)  Eleg.  III.  Cant.  IV. 

(2)  Fray  Pedro  Simón   Not.  5?  Cap.  XXI. 
(3-     Eleg.  III.  Cant.  IV. 


—  64  — 

Regocijados  con  tan  buen  efecto 
se  volvieron  a  Barquisimeto 
y  a  su  Nueva  Segovia,  do  salieron; 
cuyos  vecinos  libres  del  aprieto 
con  gran  solemnidad  los  recibieron 
teniendo  por  negocio  del  momento 
el  deshacer  aquel  encatamento  (1 )-. 

Los  indios  de  la  teerra,  después  de  esto,  cargaron  sobre 
los  que  lograron  escapar,  matando  a  unos  y  obligando  a  otros 
a  volver  al  lugar  de  donde  habían  huido  (2). 

Libres  ya  de  estos  apuros,  aunque  los  amenazaban  muchos 
otros,  nuestros  mayores  se  dedicaron  a  perfeccionar  por  todos 
los  medios  la  conquista,  estableciendo  nuevas  poblaciones: 
recordemos  la  ciudad  de  Nirgua,  tan  rica  de  esperanzas  por 
lo  abundante  de  sus  minas,  (desde  aquellos  años  perdidas), 
llamada  primeramente  el  "Real  de  minas  de  San  Felipe  de 
Buria"  en  mil  quinientos  cincuenta  y  uno,  por  Damián  del 
Barrio;  trasladada  por  Diego  de  Montes  a  las  riberas  de  un  río 
que  atravesaba  un  hermoso  palmar  y  nombrada  después,  por  es- 
ta causa,  la  Villa  de  las  Palmas,  probablemente  en  mil  quinientos 
cincuenta  y  cuatro;  poblada,  otra  vez,  por  Diego  de  Paradas 
con  el  nombre  de  Nirgua,  en  mil  quinientos  cincuenta  y  cinco; 
destruida  de  nuevo  por  los  indios  y  vuelta  a  poblar  por  Diego 
Romero  "en  el  mismo  Real  que  había  sido  de  las  Minas,  con 
el  nombre  de  Villa-Rica  en  mil  quinientos  cincuenta  y  siete; 
y  mudada  en  tiempo  del  Gobernador  Pablo  Collado  a  las 
orillas  del  río  Nirgua,  con  el  nombre  de  Nueva  Jerez,  hasta 
mil  quinientos  sesenta  y  ocho;  reedificada  el  año  siguiente 
por  Juan  de  Mora;  y  destruida  de  nuevo  por  los  indios 
Giraharas,  hasta  que  en  mil  seiscientos  veintiocho  la  pobló,  en 
el  mismo  sitio  en  que  hoy  permanece,  don  Juan  de  Meneses  y 
Padilla  con  el  nombre  de  Nuestra  Señora  de  la  Victoria 
del  Prado  de  Talavera".  N.  H.  53  Cap.  XXII.  O v.  P.  I. 
Lib.  III.  Cap.  IX. 

Sobre  Valencia,  (3)  Nueva  Valencia  del  Rey,  cúmplenos 
decir  que  el  primer  Auto  de  fundación  diólo  Juan  de  Villegas 
el  veinticuatro  de  diciembre  de  mil  quinientos  cuarenta  y  siete, 
ante  el  Escribano  público,  Francisco  de  San  Juan,  Jo  cual  no 
pudo  verificarse  hasta  mil  quinientos  cincuenta  y  cinco  en  que 

(1)  Eleg.  III.  Cant.  IV. 

(2)  Fray  Pedro  Simón  N.  H.  Na.  5*  Cap.  XXI. 

(3)  Oviedo  y  Baños  Part.  I.  Lib.  III.  Cap.  V. 


—  65  - 

el  Gobernador  Villacinda,  enviado  por  la  hija  de  los  Reyes 
Católicos,  ordenó  su  población  encomendando  su  fun- 
dación y  trazado  al  insigne  y  valeroso  español  Alonso  Díaz 
Moreno,  quien  después  de  haber  reconocido  y  estudiado 
mejor  el  sitio  y  vista  la  conveniencia  que  ofrecía  la  hermosura 
y  fertilidad  de  su  territorio,  edificó  la  ciudad  en  un  hermoso 
llano,  distante  poco  más  de  media  legua  de  la  famosa  laguna 
de  Tacarigua,  la  que  podría  ser  muy  rica  y  opulenta  por  la 
buena  posición  en  que  está  colocada,  si  no  la  hubieran  robado, 
saqueado  y  después  quemado  unos  corsarios  o  ladrones  fran- 
ceses. (1). — La  fundación  de  Nueva  Valencia  del  Rey  se  debe 
no  solamente  a  la  idea  de  colonización  del  territorio,  sino  tam- 
bién a  la  de  preparar  la  conquista,  colonización  y  civilización 
de  los  indígenas  y  otras  nuevas  poblaciones  entre  los  aguerridos 
Caracas. 

Nueva  Valencia  fue  poblada  por  los  vecinos  y  solda- 
dos de  las  tres  ciudades  de  Coro,  Tocuyo  y  Nueva  Segovia, 
bajo  la  dirección  y  órdenes  de  Alonso  Díaz  Moreno,  vecino 
entonces  de  Borburata  (Mil  quinientos  cincuenta  y  uno). 
Entre  los  descubridores  de  la  gran  Laguna  de  Tacarigua 
(hoy  laguna  de  Valencia)  salidos  del  Tocuyo  por  el  mes  de 
septiembre  de  mil  quinientos  cuarenta  y  siete,  encontramos 
los  siguientes: 

Juan  de  Villegas,  Teniente  General;  Luis  Narváez,  Pe- 
dro Al  varez  (veedor  déla  Real  Hacienda),  Pablo  Suárez,  Al- 
guacil mayor  del  Campo;  Juan  Domínguez,  Gonzalo  de  los 
Ríos,  Sancho  Briceño,  Hernando  del  Río,  Juan  Ximénez, 
Cristóbal  López,  Esteban  Martínez,  Juan  de  Zamora,  Mi- 
guel Muñoz,  Pedro  González,  Antonio  Sarmiento,  Juan 
Sánchez  Choque,  Luis  González  de  Rivera,  Bartolomé  Nu- 
ñez,  Juan  Sánchez  Moreno,  Pedro  de  Gámez,  Alvaro  Váez, 
Juan  de  Escalante,-  Diego  de  Escorcha,  Antonio  Cortés,  Pe- 
dro Suarez,  Alonso  Vela  León,  Rodrigo  Castaño,  Juan  Díaz 
Marillán,  Jorge  Turpi,  Vicente  Díaz,  Francisco  de  San  Juan, 
y  otros  hasta  el  número  de  ochenta;  entre  ellos  iban  como 
especialistas  en  mineralogía  los  expertos  Hernando  Alonso, 
Juan  Ximénez  y  Juan  Sánchez  Moreno.  (2) 

Quienes  deseen  gozar  de  un  delicioso  panorama  en  Nue- 
va Valencia  del  Rey    suban  al  cerro  del  Calvario  al  declinar  el 

(1)  Oviedo  P.  I.  L.  III.  C.  IX. 

(2)  Oviedo  y  Baños  Part.  I.  Lib.  III.  Cap.  Véase. 

5 


-  m  — 

sol  -y  podrán  admirar  el  espléndido  paisaje  que  forma  la  la- 
guna, los  montes  y  llanuras;  de  paso  podrán  visitar  el  peque- 
ño monumento  dedicado  por  los  descendientes  españoles  en 
honor  de  la  Madre  de  Dios. 

Con  motivo  del  Centenario  XVI  de  la  aparición  de  la 
santa  Cruz  al  Gran  Constantino  y  de  la  paz  otorgada  a  la 
Iglesia,  se  ha  levantado  en  el  monte  más  alto  de  Nueva  Va- 
lencia del  REY-hoy  Valencia-un  gran  monumento  en  ho- 
nor del  Signo  de  nuestra  Redención,  cuya  obra  se  entregó 
solemnemente  al  Municipio  para  que  cuidase  de  ella,  no  sólo 
como  de  ornato  público,  sino  como  de  tesoro  sagrado  y  testi- 
monio de  3a  fe  de  nuestros  mayores,  legado  a  las  generaciones 
venideras  como  símbolo  de  la  fe  presente,  igual  a  la  de 
aquellos. 

Un  seglar,  católico,  apostólico,  romano,  el  Doctor  Jesús 
María  Briceño  Picón,  cuyo  nombre  guarda  con  interés  esta 
Historia  en  premio  de  su  fe,  que  es  la  nuestra,  dirig'do  por 
el  Presbítero  Doctor  Víctor  Julio  Arocha  y  Ojeda^  Protonotario 
Apostólico  y  vicario  foráneo  del  Partido,  dio  forma  al  monu- 
mento; a  cuya  inauguración,  efectuada  el  día  quince  de  sep- 
tiembre de  mil  novecientos  trece,  asistieron  el  Gobierno,  el 
Clero  y  más  de  diez  mil  personas,  quienes,  a  pesar  délos 
síntomas  de  mal  tiempo,  besaron  reverentemente  e!  Signo 
de  la  Santa  Cruz  y  admiraron  de  paso  las  hermosas  vistas 
panorámicas  que  se  descubren  encantadoras  desde  aquellas 
alturas. 

El  viajero  que  visite  a  Valencia  y  no  ascienda  al  referido 
lugar,    puede  decirse  que  no  ha  llenado  su  deseo. 

Borburata,  (1)  Nuestra  Señora  de  la  Concepción  de  la 
Borburata,  cuyo  primer  Auto  ele  fundación  está  fechado  ef 
veinticuatro  de  febrero  de  mil  quinientos  cuarenta  y  ocho 
por  Juan  de  Villegas,  ante  el  Escribano  Público,  Francisco 
de  San  Juan,  y  la  que,  hubo  de  abandonarse  por  la  muerte 
del  Gobernador  Tolosa,  para  atender  mejor  a  las  necesida- 
des de  la  colonización  y  la  que  se  fundó  de  nuevo  sobre  el 
mismo  Auto,  el  veintiséis  de  mayo  de  mil  quinientos  cuaren- 
ta y  nueve,  por  el   poblador  Pedro  Alvarez. 

Fueron  los  primeros  pobladores  de  Borburata,  en  mil 
quinientos  cuarenta  y  nueve:  Pedro  Alvarez,  Capitán  Pobla- 
dor,  Veedor   de   la  Hacienda  Real;  Alonso   Pacheco;  Alon- 


(1)     Véase  Oviedo  y   Baños  Part.  1,  Lib.  III,  Cap.  V  y  VH. 


—  67  — 

so  Díaz  Moreno;  Vicente  Díaz;  Sebastián  Ruiz;  Fran- 
cisco de  Madrid;  Andrés  Hernández;  Pablo  Suárez;  Juan  de 
Escalante;  Luis  González  de  Rivera;  Alonso  Vela  León; 
Pedro  Gámez;  Juan  de  Zamora;  Francisco  de  San  Juan; 
Antonio  Sarmiento  y  otros  hasta  el  número  de  sesenta,  los 
cuales  el  día  veintiséis  de  mayo  de  mil  quinientos  cuarenta  y 
nueve  dieron  principio  a  su  población,  y  se  nombraron  Regi- 
dores a  Francisco  de  Madrid,  Alonso  Pacheco,  Juan  de  Es- 
calante y  Alonso  Vela  de  León,  quienes  eligieron  por  primeros 
Alcaldes  Ordinarios  a  Vicente  Díaz  y  Alonso  Díaz  Moreno, 
"por  lograr,  dice  Oviedo,  la  hermosura  , de  aquel  puerto,  ca- 
paz con  desahogo  para  más  de  cien  navios,  seguro  de  todos  los 
vientos  ,  y  tan  fondable,  que  con  planchas  pueden  descargar 
en  tierra' ' . 

Esta  ciudad  fundada  "a  la  lumbre  del  agua"  fué  aban- 
donada en  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  según  veremos  más 
adelante,  por  sus  moradores ;  a  pesar  del  buen  sitio,  puerto 
magnífico,  minas  de  oro  cercanas  y  las  activas  diligencias  que 
hizo  el  Gobernador  para  impedirlo;  debiéndose  esta  resolu- 
ción de  los  vecinos  a  las  molestias  de  los  corsarios  que  enton- 
ces infestaban   las  costas. 

Trujillo,  llamada  por  los  antiguos  Ja  Ciudad  portátil 
por  los  diferentes  lugares  adonde  la  mudaron,  fué  fundada 
por  Diego  García  de  Paredes  en  mil  quinientos  cincuenta  y 
seis,  la  abandonaron  al  año  siguiente  (mil  quinientos  cincuen- 
ta y  siete)  a  causa  del  cerco  temible  en  que  la  pusieron  los 
indios;  reedificada  en  mil  quinientos  cincuenta  y  ocho, 
(Fray  Pedro  Simón  N9-  H.  53-  Cap.  XXI).  en  el  mismo 
lugar,  por  Francisco  Ruiz  con  el  nombre  de  Miravel; 
cambiado  el  nombre,  durante  este  mismo  año,  volvió  a 
llamarla  Trujillo-  Diego  García  de  Paredes;  y  trasladada 
por  este  mismo  a  las  riberas  del  río  Boconó  mudáronla  des- 
pués los  vecinos  a  una  sabana  llamada  de  Los  Truenos 
a  las  orillas  del  río  Motatán;  y  vuelta  a  trasladar  cuatro  le- 
guas más  abajo  del  mismo  río,  y  otra  vez  llevada  seis  leguas 
más  al  este  al  valle  de  Pampán,  hasta  que  conociendo  la  in- 
salubridad de  su  terreno,  determinaron  fijarla  en  otro  valle  de 
clima  sano  y  muy  templado,  el  cual  corre  de  norte  a  sur  unos 
cinco  kilómetros;  de  este  a  oeste  es  muy  estrecho.  Oviedo 
y  Baños  asegura  que  muchos  de  sus  vecinos  eran  de  notoria 
calidad  y  conocida  nobleza.  Esta  ciudad  llegó  a  ser  muy 
opulenta   y  poderosa  hasta  mil    seiscientos   setenta  y  ocho  en 


—  68^- 

que  la  robaron,  saquearon  y  finalmente  quemaron  los  piratas 
o  ladrones  franceses  sin  que  le  moviese  a  compasión  lo  sun- 
tuoso de  sus  fábricas. 

Trujillo  llegó  a  ser  una  ciudad  eminentemente  agrícola, 
pecuaria  e  industrial;  producía  multitud  de  ganado  vacuno, 
de  lana  y  de  cerda;  pavos,  gallinas  y  otras  aves;  cacao,  algodón 
y  granos; trigo  en  abundancia; cebada,  maíz,  garbanzos ; azúcar 
y  exquisitas  conservas ;  repollos  y  verduras  durante  todo  el  año ; 
más  todas  las  frutas  de  América  y  las  mejores  de  Europa,  co- 
mo uvas,  manzanas,  membrillos,  higos  y  granadas  etc.:  no  fal- 
tando, como  dice  Oviedo,  de  cuanto  podía  apetecer  el  regalo 
"y  cuyos  pobladores  tomaron  por  Patrona  a  la  Virgen  de  la 
Paz,  y  sólo  por  cumplimiento  nombraban  autoridades;  pues  ni 
sabían  lo  que  eran  pleitos  ni  conocían  la  discordia,  y 
bastaba  saber  que  eran  naturales  de  Trujillo  para  que'  se  les 
considerase  y  tuviese  por  personas  de  noble  trato,  de  natural 
afable  y  de  intención  sana  y  recta". 

Tales  fueron  aquellos  vigorosos  colonos  españoles  que 
supieron  cambiar  los  montes  en  ciudades  y  pueblos,  pene- 
trar en  las  selvas,  abrir  caminos,  roturar  terrenos  y  preparar 
los  campos  para  vivir  en  sana  paz  y  en  abundancia  de 
bienes. 

Pero  no  es  justo  detenernos  en  estudiar  Ja  colonizació't 
de  Venezuela,  cuando  sólo  es  nuestro  propósito  investigar  la 
vida  de  Losada:  dejemos  para  otros  ese  riquísimo  estudio  se- 
guros como  estamos  de  que  ha  de  sorprenderles  la  abundan- 
cia de  los  frutos. 

Corrían  ya  los  años  de  mil  quinientos  cincuenta  y  siete 
a  mil  quinientos  cincuenta  y  ocho  cuando  Diego  García  de 
Paredes/después  de  poblar  a  Trujillo,  (1)    envió   al   Tocuyo 

(1)  Entre  los  pobladores  de  la  ciudad  de  Trujillo,  en  la  segunda  época 
(mil  quinientos  cincuenta  y  ocho)  debemos  hacer  mención  de  su  segundo  po- 
blador Francisco  Ruiz,  (el  primero  fue  Diego  García  de  Paredes,  hijo  de  aquel 
otro  que  fue  asombro  del  mundo  por  sus  grandes  fuerzas  naturales) ;  era  Fran- 
cisco Ruiz,  a  la  sazón,  vecino  del  Tocuyo,  y  salió,  por  orden  del  Gobernador 
Gutiérrez  de  la  Peña,  con  ochenta  hombres  escogidos,  los  más,  entre  los  que 
habían  poblado  con  Paredes,  penetrando  por  los  Cuicas  "hasta  el  Valle  de  Bo- 
conó,  donde  hizo  alto,  con  el  fin  de  componer  las  armas",,  y  prepararse  para 
la  guerra;  pues  había  notado  demasiada  inquietud  en  los  indios  después  que 
los  españoles  abandonaron  el  campo. 

Según  Oviedo  y  Baños  acompañaban  a  Francisco  Ruiz-Alonso  Pacheco, 
Francisco  Graterol,  Bartolomé  Escoto,  Alonso  Andrea  de  Ledesma,  Tomás  de 
Ledesma,  su  hermano,    Sancho   Briceño,    Gonzalo  Osorio,    Francisco   Infante, 


•  —  69  — 

por  mayor  número  de  gente..para  que  le  ayudasen  a  perfec- 
cionar en  aquella  parte  la  conquista  y  poner  en  paz  la  co- 
marca. 

Al  tiempo  questa  gente  ya  llegaba 
con  despachos  y  cartas  de  creencia, 
Gutiérrez  de  la  Peña  gobernaba 
por  provisión  de  la  Real  Audiencia, 
el  cual  según  ,las  fuerzas  alcanzaba, 
apercibió  con  suma  diligencia 
a  cierta  gente  bien  aderezada 
y  fue  con  ella  Diego  de  Losada . 
Apaciguó  la  tierra  circunstante 
cuya  ferocidad  andaba  suelta, 
pero  mirando  bien  que  la  restante 
en  no  dar  sujeción  está  resuelta, 
para  traer  ejército  bastante 
determinaron  todos  dar  la  vuelta 
pareciéndoles  ser  intentos  locos 
querer  domar  a  muchos  siendo  pocos.   (1) 


Francisco  ds  la  Bastida,  Jerónimo  de  Carmona,  Gaspar  Cornieles,  Diego  de  la 
Peña,  Juan  de  Segovia,  Lucas  Mejía,  Agustín  de  la  Peña,  Pedro  Gómez  Ca- 
rrillo, Luis  de  Villegas,  Juan  de  Aguirre,  Francisco  Ruiz,  Juan  de  Baena, 
Francisco  Moreno,  Gaspar  de  Lizana,  Lope  de  Encira,  Luis  de  Castro,  Juan 
Benitez,  Francisco  Terán,  Andrés  de  San  Juan,  Vicente  Rivero,  Juan  de  Mi- 
randa, Rodrigo  Castaño,  Francisco  Xarana,  Pedro  García  Carrasco,  Luis  Que- 
bradas, Juan  de  Bonilla,  Herán  Velázquez,  Francisco  Palacios.  Pedro  Gonzá- 
lez de  Santa  Cruz,  Juan  de  Miranda,  Esteban  de  Viana,  Gregorio  García  y 
otros  cuyos  nombres  no  recuerda  la  historia,   (c) 

(c)     Part.  I.  Lib.  III.  Cap.  XII. 

(1)     Par.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


70  — 


CAPÍTULO  XI 

Dificultades  enormes  de  la  conquista  y  colonización  de  la 
Provincia  de  Caracas:  progresos  y  fracasos  de  Fajardo. 

1558-1559 

Después  de  esta  operación  no  hemos  po.dido  averiguar 
cuales  fueron  las  ocupaciones  de  Losada  durante  los  años  de 
mil  quinientos  cincuenta  y  ocho  a  mil  quinientos  sesenta  y  cin- 
co en  que  el  Gobernador  Pablo  Bernáldez,  después  de  la 
muerte  de  Manzanedo,  le  nombró  Capitán  General  para  la 
colonización  y  conquista  de  los  Caracas. 

Sospechamos  que  se  dedicó  a  la  organización  de  los  in- 
dios de  Cubiro,  los  que  habían  sido  encomendados  a  su  soli- 
citud y  cuidado  por  el  Gobernador  y  Licenciado  Tolosa  en 
mil  quinientos  cuarenta  y  seis,  y  al  fomento  de  la  agricultura, 
déla  ganadería  y  de  la  industria.    ( 1 ) 

Pero  antes  de  tratar  este  asunto,  bueno  será  recordar  las 
dificultades  que  ofrecía  la  empresa  y  los  fracasos  de  otros  va- 
lientes caudillos  y  esforzados  capitanes. 

Habitaba  en  aquel  tiempo  esta  provincia  de  Caracas 
"innumerable  multitud  de  Bárbaros"  según  decir  de  Oviedo  y 
Baños  (2),  los  cuales  vivían  sin  religión,  sin  artes  y  sin  leyes 
que  los  guiaran  a  un  bien  común,  sabiamente  concebido  y  pru- 
dentemente organizado;  no  sabían  uncir  los  bueyes  ni  ayu- 
darse de  los  animales  para  hacer  más  fácil  la  vida;  no  cono- 
cían el  arte  de  fabricar  las  casas  ni  tenían  ciudades  ni  pue- 
blos formales;  ni  caminos  apropiados;  no  conocían  la  cari- 
dad; y  aun  las   leyes   naturales   con  facilidad   eran  violadas; 

(1)  Ya  escrito  el  texto,  podemos  añadir,  en  obsequio  del  lector,  lo  siguien- 
te:— Después  de  esto  nunca  más  hicieron  entrada  los  conquistadores  sino 
poblar  y  descubrir  minas  y  criar  ganados;  de  manera  que  en  este  tiempo  habría 
en  esta  tierra  entre  yeguas  y  caballos  más  de  mil  y  mucha  cantidad  de  vacas 
(más)  de  tres  mil,  y  más  de  doce  mil  ovejas  y  mucha  cantidad  de  cabras,  y 
muchos  puercos  lo  que  prueba  que  la  tierra  está  abundosa  de  comida  y  van  des- 
cubriéndose cada  día  minas  y  poblándose  la  tierra. . . .  —  (Relación  de  diferentes 
gobernadores  nombrados  con  destino  a  Venezuela  desde  mil  quinientos  treinta 
a  mil  quinientos  cincuenta  y  cinco  con  expresión  de  sus  principales  hechos. 
Manuscritos  copiados  de  los  Archivos  de  la  Madre-Patria,  España.  Véase — ■ 
Orígenes  Venezolanos,  N9  49. — en  la  Academia  de  la  Historia  de  Venezuela.) 

(2)  Part.  I.  Lib.  III.  Cap.  X. 


—  71  — 

sus  costumbres  eran  salvajes,  sin  otra  cohesión  entre  sí  que  la 
impuesta  por  el  más  fuerte;  las  naciones,  a  veces  con  lenguaje 
diferente,  se  componían  meramente  de  parentelas  más  o  me- 
nos numerosas;  entre  otras,  la  historia  nos  hace  mención  de 
los  Teques,  capitaneada  por  el  valiente  Guaycaypuro,  una  de 
las  mas  aguerridas  y  más  fuertes ;  la  de  los  Tarmas  y  Taramai- 
nas,  vecinos  de  éstos  por  el  norte :  los  Caracas  que  ocupaban 
parte  de  la  costa  y  el  valle  del  mismo  nombre:  los  Manches 
que  habitaban  las  tierras  altas  del  este  de  Petare ;  los  Taraco- 
tos,  Chagaragotos,  Chava  varos  y  Meregotos;  los  Arbacos, 
los   Mayas,  Tamanacos,  Quiriquiresy  Tomuzas  etc. 

Corría  el  año  de  mil  quinientos  cincuenta  y  cinco  cuando 
Francisco  Fajardo,  (hijo  de  un  hombre  noble,  de  su  mismo 
nombre  y  apellido,  y  de  .doña  Isabel,  india  cacica  de  la  na- 
ción Guayquerí,  y  nieta  de  Charayma,  cacique  de  los  Ma- 
yas, quienes  habitaban  parte  de  la  costa),  hombre  de  espíri- 
tu elevado,  de  corazón  magnánimo,  de  una  sagacidad  impon- 
derable, y  quien  hablaba  todas  las  lenguas  de  la  costa,  determi- 
nó colonizar  esta  provincia,  ya  célebre  por  la  fertilidad  de  su 
suelo,  la  suavidad  y  benignidad  de  su  clima  primaveral,  lo 
apacible  de  su  temperatura  y  la  abundancia  y  riqueza  de 
sus  quebradas  y  aguas. 

Este  hombre  celebérrimo,  con  veinte  indios  y  otros  tres 
naturales  de  la  isla  de  Margarita,  hijos  (je  '  españoles,  y  con 
muy  pocos  regalos  o  rescates,  embarcados  en  dos  piraguas, 
salió  de  la  referida  isla  por  el  mes  de  abril  de  mil  quinientos 
cincuenta  y  cinco,  y  costeando  la  provincia  de  Cumaná  do- 
bló el  Cabo  Codera  y  llegó  al  río  Chuspa  donde  desem- 
barcó felizmente.  Apenas  se  dieron  cuenta  de  su  llegada 
los  naturales,  bajaron  a  la  playa  los  caciques  Sacama  y  Niscoto, 
acompañados  de  cien  indios,  movidos  por  la  novedad  y  por 
ver  gente  extranjera;  Fajardo  les  habió  en  su  propia  lengua  y 
aficionados  los  caciques  al  buen  trato  y  cariñoso  agrado  con 
que  les  hablaba,  hicieron  algunos  canjes  de  hamacas  y  víveres, 
joyas  y  granos  de  oro;  asegurada  la  amistad  con  estos  caci- 
ques, pasó  después  a  visitar  a  Guaymacuare  y  después  a  Nai- 
guatá,  tío  de  su  madre,  y  no  bien  se  dio  a  conocer,  cuando  se 
hizo  dueño  de  la  voluntad  de  todos,  hasta  el  punto  de  no  dis- 
ponerse cosa  alguna  sin  su  parecer  y  consejo. — (1) 


(1)     Oviedo.  Part.  I.  Lib.  III.  Cap.  XI. 


—  72  — 

De  genio  pronto  y  de  entendimiento  muy  vivo,  hizo 
amistad  con  los  caciques  de  esta  otra  parte  de  la  sierra  del 
Avila  y  se  enteró  ampliamente  de  todo  cuanto  encerraba  el 
país,  y  volvióse  en  el  mismo  año  de  mil  quinientos  cin- 
cuenta y  cinco  a  la  isla  de  Margarita,  donde  permaneció  hasta 
mil  quinientos  cincuenta  y  siete  preparándose  para  3a  segunda 
entrada  que  hizo  en  compañía  de  su  madre,  más  cien  indios 
guayqueríes,  sus  vasallos,  y  once  españoles  que  le  seguían. 
Al  volver  se  detuvieron  en  el  puerto  ele  Píritu,  de  cuyo  terri- 
torio eran  caciques  dos  indios  que  ya  habían  recibido  eí 
bautismo,  uno  de  los  cuales  también  quiso  acompañar  a 
Fajardo  y  a   su  madre,  con  otros  cien  indios. 

Habiendo  doblado  el  Cabo  Codera  llegó  a  tomar  tierra 
en  el  sitio  llamado  El  Panecillo,  algo  más  a  sotavento  de  Chus- 
pa, y  en  donde  vinieron  a  visitarle  los  caciques  Paysaná, 
Guaymacuare  y  otros  circunvecinos  ele  la  costa,  quienes  ofre- 
cieron a  Fajardo  y  a  doña  Isabel  todo  el  Valle  del  Panecillo 
(1)  para  que  pudieran  fijar  allí  su  residencia. 

No  deseaba  él  otra  cosa  y  desde  luego  aceptó  la  oferta 
hecha  por  los  caciques;  mas  por  no  atreverse  a  poblar  sin  el 
consentimiento  del  Gobernador,  se  dirigió  a  Borburata  para 
dar  cuenta  al  Cabildo  de  su  asunto;  y  luego  pasó  al  Tocuyo, 
en  donde  halló  al  Gobernador  Gutiérrez  de  la  Peña,  el  cual  le 
dio  plenos  poderes  nombrándole  su  Teniente  desde  Borburata 
hasta  Maracapana,  con  autorización  y  facultad  para  fundar 
todas  las  villas  y  lugares  que  le  pareciesen  convenientes,  a  fin 
de  asegurar  mejor  sus  trabajos.  Nótese  este  procedimiento  de 
colonización  en  Venezuela. 

No  bien  llegó  del  Tocuyo  fundó  en  la  misma  ranchería 
del  Panecillo  una  villa  llamada  de  El  Rosario,  con  muy  escaso 
número  de  vecinos. 

Resfriados  los  caciques  de  la  primera  amistad  con  Fajar- 
do, a  causa  del  mal  comportamiento  de  su  tropa,  reuniéronse 
aquellos  en  Junta  para  deliberar  y  disponer  la  expulsión  de 
Fajardo  por  medio  de  las  armas;  Guaymacuare  optó  porque 
se  rogase  a  Fajardo  se  retirase  a  Margarita,  haciéndole  presentes 
las  incomodidades  que  ocasionaba  su  gente;  pero  el  cacique 
Paysaná  determinó  pasar  luego  a  la  venganza,  trabándose  am- 
bos de  palabras  con  este  motivo;  y  echando  mano  a  las  maca- 

(1)     Muy  curioso  sería  conocer  el  lugar  geográfico  y  el  nombre   actual   de 
este  valle. 


—  73  — 

ñas  por  defender  cada  uno  su  opinión,  hubo  de  separarlos 
otro  de  ios  caciques  allí  presentes.  Como  se  ve,  el  duelo  es 
una  parte  del  salvajismo  o  de  gentes  incultas,  por  más  que 
estén  adornadas  de  lujosos  vestidos  y  doradas  prendas. 

Guaymacuare  avisó  fielmente  a  Fajardo,  pues  había  po- 
blado con  el  consentimiento  de  todos,  y  enterado  éste  de  la 
actitud  resuelta  de  Paysaná  se  previno  lo  mejor  que  pudo  es- 
perando los  acontecimientos  y,  efectivamente,  a  los  pocos  días 
Paysaná  acometió  con  denuedo  a  la  villa;  pero  tuvo  que  huir 
con  pérdida  de  los  mejores  hombres;  enfurecido  con  la  derro- 
ta, envenenó  las  aguas  de  unos  pozos  de  donde  se  surtían  los 
sitiados 

Fajardo  trató  de  volver  a  Margarita,  pero  se  halló  im- 
posibilitado por  haberse  avenado  y  maltratado  las  embarca- 
ciones por  el  tiempo  y  la  carcoma,  haciéndose  inútiles  para  el 
viaje;  y  recelando  de  su  adversario  resolvió  dejar  veinte  indios 
para  escolta  de  su  madre,  y  los  demás,  en  el  silencio  de  la  no- 
che cayeron  sobre  Paysaná  ensangrentándose  horrorosamente 
las  manos,  pues  los  cogieron  dormidos  y  acabaron  con  lo  me- 
jor que  restaba  de  su  gente;  ni  aun  con  esto  Paysaná  hizo  re- 
tirar a  Fajardo;  mas  porque  no  se  atrevía  a  esperar  un  nuevo 
ataque  de  éste,  el  cacique  levantó  aquella  misma  noche  el  resto 
de  sus  mermados  combatientes. 

Libre  Fajardo  del  cerco,  se  disponía  a  volver  a  Margarita; 
ya  porque  se  calmasen  los  indios ;  ya  porque  inficionadas  las. 
aguas  por  el  veneno  morían  repentinamente  sus  tropas,  y  el 
mismo  Oviedo  y  Baños  dice  que  de  ello  murió  también  doña 
Isabel,  madre  de  Fajardo,  aunque,  como  veremos  más  adelan- 
te, no  se  puede  afirmar;  pues  la  encontraremos  pleiteando 
ante   la  Audiencia  contra  el  Alcalde  Alonso  Cobos. 

Ya  estaba  disponiendo  su  partida  y  el  abandono  de  la 
villa,  cuando  Paysaná  envió  una  embajada  a  Fajardo  mani- 
festándole su  arrepentimiento  de  lo  hecho  y  pidiéndole  licen- 
cia para  hablarle.  Concediósela  él  libremente  y  sin  prevención 
alguna;  pero  cuando  entraba  Paysaná  con  sesenta  indios  en  la 
villa,  Guaymacuare  hizo  prevenir  a  Fajardo  manifestándole 
que  no  se  fiase  de  la  simulación  de  Paysaná  porque  quería  ma- 
tarle; alteróse  tanto  Fajardo  con  esta  noticia  que  en  seguida 
mandó  prender  a  Paysaná  y  a  toda  su  gente  y  le  hizo  ahorcar 
en  la  cumbrera  de  la  casa  con  otros  diez  indios  que  le  parecie- 
ron los  más  principales  y  puso  a  los  demás  en  libertad.  ¡Ac- 
ción indigna  de  un  corazón  magnánimo,  y  que  amengua  gran 


—  74  —     ' 

parte  de  su  fama!  pues  faltó  a  la  fe  de  su  palabra,  teniendo  a 
mano  otros  medios  para  librarse  ( 1 ) .  Después  de  esto,  y  dis- 
puestas las  embarcaciones  se  volvió  para  Margarita  casi  a  fines 
de  mil  quinientos  cincuenta  y  ocho. 

No  decayó  el  ánimo  de  Fajardo  por  estas  circunstancias 
adversas,  pues  reunidos  de  nuevo  doscientos  indios  con  doce 
españoles  pasó  otra  vez  a  encontrar  a  su  amigo  Guaymacuare, 
y  aunque  no  le  agradó  su  tercera  visita  le  halló  fiel  a  su  amistad; 
Guaymacuare  hizo  ver  á  Fajardo  el  peligro  que  corría,  pero 
despreció  los  temores  del  cacique  y  dejando  el  resto  de  su  gen- 
te al  abrigo  de  aquél  atravesó  la  sierra  del  Avila  con  sólo  cinco 
hombres  pasando  por  los  Arbacos,  hasta  llegar  a  los  altos  de 
Lagunetas  en  donde  le  salió  al  encuentro  su  cacique  Terepay- 
ma  con  el  fin  de  quitar  la  vida  a  los  pocos  y  atrevidos  españo- 
les que  con  él  iban ;  pero  hablándoles  Fajardo  en  arbaco  y 
diciéndoles  quienes  eran  les  trataron  con  amistad  y  les  acompa- 
ñaron hasta  las  sabanas  de  Guaracarima  de  donde  siguieron 
con  felicidad  a  Valencia:  pasó  luego  al  Tocuyo  en  donde  es- 
taba el  nuevo  Gobernador  Pablo  Collado  a  quien  propuso  lo 
que  pretendía;,  nombróle  éste  su  Teniente  General  con  toda 
clase  de  poderes  y  socorrióle  además  con  treinta  hombres 
para  que  le  ayudasen  en  su  empresa  y  volvióse,  sin  pérdida 
de  tiempo,  por  Valencia  en  donde  le  facilitaron  los  colonos 
españoles  bastante  ganado  vacuno  y  otras  cosas  necesarias  pa- 
ra alivio  de  su  gente;  regresó  después  por  la  loma  de  Las  Cocui- 
zas, estableció  la  paz  con  Terepaima,  regalóle  una  vaca  y  se 
dirigió  hasta  el  Valle  del  Gayre  o  Guayre,  que  se  extendía  de 
oeste  a  este  y  al  que  puso  por  nombre  el  Valle  de  San  Fran- 
cisco. 

Pero  antes  de  pasar  adelante  justo  es  que  el  lector 
conozca  el  país  donde  se  estableció  Fajardo,  en  mil  quinientos 
sesenta,  con  el  fin  de  adelantar  el  estudio  para  cuando  lleguemos 
a  tratar  clel  fundador  de  Caracas,  Diego  de  Losada.  Clásica- 
mente encontramos  este  trabajo  hecho  por  don  Rafael  María 
Baralt  cuando  dice :  — Si  se  quieren  visitar  las  tierras  que  ha- 
bitaban los  Caracas,  menester  es  seguir  gran  parte  de  camino 
llano  entre  el  Lago  de  Tacarigua  (Laguna  de  Valencia)  y 
los  altos  montes  de  Guararayma  por  un  lado  y  Ja  cordillera 
del  litoral  por  otro,  con  dirección  aproximada  a!  oriente  hasta 
el  punto  del    Mamón.     Aquí    el  Tuy   que   baja   de    la   gran 


(1)     Véase  Oviedcfy  Baños.  Cap,  X  y  XI,  Part.  I.  Lib.  III. 


—  75  — 

cordillera  inclinándose  al  sur,  tuerce  su  camino  i  hacia  el 
oriente,  recorre  los  espaciosos  valles  de  Ocumare  y  de  Cau- 
cagua  y  muere  en  la   marina   donde  decimos  Río  Chico. , 

Ahora  guiando  al  norte  del  Mamón  hemos  de  atravesar 
un  vallecico  estrecho  (El  Valle  del  Miedo)  por  el  que  el  Tuy 
corre  entre  cerros  de  pobre  vegetación  hasta  llegar  a  Las  Co- 
cuizas, pie  meridional  de  unas  altas  montañas  que  sirven  de 
división  entre  los  Valles  de  Aragua,  en  ellos  moraban  mu- 
chas tribus  distintas  por  las  costumbres  y  las  lenguas.  Desde 
aquí  hasta  la  cumbre  de  esos  montes  llamados  de  La  Laguneta 
vivían  los  Arbacos  belicosos,  regidos  por  Terepaima,  cacique 
prudente  y  de  gran  brío;  y  es  la  tierra  elevada,  agria  y  frago- 
sa. En  pasándola  caemos  al  Valle  de  San  Pedro  por  el  cual 
corre  un  río  del  mismo  nombre  que  separa  las  montañas  de 
Las  Lagunetas  de  otro  grupo  de  montañas  llamadas  del  Hi- 
guerote. 

A  la  hondonada  de  San  Pedro  se  une  la  de  Los  Teques, 
nombre  de  la  tribu  indiana,  señora  entonces  de  esa  tierra. 
Luego  pasando  el  Sari  Pedro  y  trasmontando  el  Higuerote  se 
baja  a  las  Juntas,  donde  el  río  que  acabamos  de  dejar,  des- 
pués de  un  largo  rodeo  se  une  al  Macarao.  Ambos  pierden 
aquí  el  nombre  y  continúan  con  el  de  Guaire  al  nordeste 
por  tierra  amena  y  deleitosa  que  da  entrada  al  verdadero  Valle 
de  los  Caracas,  o  de  San  Francisco,  en  tiempo  de  Fajardo, 
valle  poco  ancho  que  se  prolonga  cuatro  leguas  al  oriente 
y  se  forma  entre  los  montes  altísimos  del  Avila  en  la  gran 
cordillera  y  una  línea  de  cerros  áridos  que  corren  frente  a  ella 
la  vuelta  del  sur.  (1) 

Pronto  conoció  Fajardo  que  este  valle  era  a  propósito 
para  la  cría  de  ganado  vacuno  por  lo  que  organizó  aquí  su 
Hato  y  destinó  parte  de  la  gente  que  traía  consigo  para  cuidar 
de  los  animales,  de  los  cuales  esperaba  que  fueran  una  base  pa- 
ra la  colonización  del  territorio. 

Mientras  organizaba  el  Hato  estableció  las  paces  con  los 
indios  vecinos,  principalmente  con  los  Teques,  Taramaynas  y 
Chagaragotos,  pasó  después  a  la  costa  en  donde  fundó  una  villa 
a  la  que  denominó  El  Collado  (mil  quinientos  sesenta)  nom- 
bró Regidores,  y  éstos  pusieron  de  primeros  Alcaldes  a  Lázaro 
Vázquez  y  Martín  de  Jaén:  Fajardo  volvió  a  los  pocos  días 
a  su  Hato  y  Valle  de  San  Francisco  y  se  dedicó  a  examinar  jas 


(1)       Baralt.  Hist.  Cap    X  fol.  186. 


—  76  — 

tierras  en  busca  de  minas  y  tuvo  la  fortuna  de  descubrir  una 
de  oro  muy  abundante  y  de  subidos  quilates,  seis  leguas 
al  suroeste  (1)  del  Valle  de  San  Francisco  y  a  seis  leguas  de 
su  Hato.  Alegre  por  haber  encontrado  tan  ricos  y  abun- 
dantes veneros  de  oro  avisó  al  Gobernador,  remitiéndole 
muestras  de  los  metales  para  su  comprobación  y  examen; 
éste  resolvió  enviar  para  el  laboreo  de  Jas  minas  gente  de  su 
confianza,  temeroso  acaso  de  que  las  buenas  partes  de  Fajar- 
do, su  sagacidad  y  recato  le  hiciesen  competidor  suyo  en  el 
Gobierno,  o  que  valido  del  respeto  y  amor  con  que  le  trataban 
los  indios,  pudiera  ocasionar  graves  daños  a  la,  colonia. 


CAPITULO  XII 

Dificultades  y  fracaso  de  Pedro  de  Miranda  y  del  valentísimo 
Juan  Rodríguez  Suárez,  con  la  relación  de  varios  Siechos. 

1.560 

Sea  por  estos  recelos  que  acabamos  de  mentar  o  por  cau- 
sas que  no  conocemos,  el  Gobernador  nombró  su  Tenien- 
te General  a  Pedro  de  Miranda  (celebérrimo  apellido  en 
Jos  fastos  de  Venezuela)  el  cual  llegado  al  Collado  remitió  a 
Fajardo  con  escolta  a  Borburata  y  éste  pasó  luego  al  Tocuyo 
para  exponer  sus  quejas  directamente  al  Gobernador,  quien 
reconoció  que  eran  justas,  y  nombróle  Justicia  mayor  de  la 
villa  que  había  fundado  sobre  el  mar  con  el  nombre  de  "El 
Collado"  ;    pero  cesaba  en  el  cargo  de  Teniente  General. 

Pedro  de  JVtiranda  llevó  consigo  veinte  y  cinco  sol- 
dados y  algunos  trabajadores  y  se  dedicó  a  explotar  las  mi- 
nas, que  eran  riquísimas;  mientras  el  nuevo  Teniente 
del  Gobernador  atendía  a  las  minas,  mandó  recorrer  la  pro- 
vincia a  Luis  de  Seijas  quien  entró  hasta  los  Manches,  donde 
Sunaguto  se  le  enfrentó  con  sus  valientes  flecheros  consiguien- 
do casi  rodearle;  pero  lograron  defenderse  a  espaldas  de  una 
quebrada,  hasta  que  llegó  la  noche  en  la  que  se  retiraron  los 
indio?. 


(1)     "Sudueste  dice  textualmente  Oviedo' 


—  77  - 

Apenas  habían  aparecido  las  primeras  luces  de  la  siguien- 
te mañana  cuando  los  indios  renovaron  el  ataque  y  Seijas, 
dejándolos  acercar  lo  que  quisieron,  y  al  parecerle  oportuno, 
mandó  descargar  un  pequeño  cañón  que  destrozó  a  los  más 
valientes,  entre  ellos  a  Sunaguto,  y  los  demás  pensando  que 
provenía  aquello  de  una  causa  superior,  se  echaron  en  el  suelo 
entregándose  a  la  muerte;  entre  tanto  los  Teques  también 
dieron  señales  de  sublevación;  ignorábase  la  causa  de  esta 
nueva  resolución,  pues  estos  habían  hecho  tratado  de  amistad 
y  de  paz  con  Fajardo:  Seijas  o  Ceijas  se  juntó  con  el  Tenien- 
te Miranda,  y  de  común  acuerdo  abandonaron  las  minas  y  con 
gran  cantidad  de  oro  en  polvo  se  dirigieron  al  Collado.  Luego 
Miranda  se  volvió  al  Tocuyo  para  informar  al  Gobernador 
Pablo  Collado.  Entre  tanto  los  asuntos  fueron  encomendados 
a  Fajardo. 

Tan  pronto  como  Miranda  llegó  al  Tocuyo  e  informó 
al  Gobernador  de  cuanto  pasaba,  éste  reconoció  que  para 
llevar  a  cabo  la  colonización  entre  los  Caracas  era  necesaria 
una  persona  de  valor  y  de  experiencia;  hallábase  a  la  sazón 
en  el  Tocuyo  Juan  Rodríguez  Suárez,  Capitán  poblador  de 
Mérida  (l),  reconocido  por  todos  como   uno   de  los   más  va- 


(1)  El  Acta  de  Fundación  de  Mérida  fué  extendida  por  el  Notario  o  Es- 
cribano Público,  Martín  Zurbidán,  en  los  primeros  días  del  mes  de  octubre  de 
mil  quinientos  cincuenta  y  ocho  a  petición  de  los  soldados  que  acompañaban  al 
Capitán  Juan  Rodríguez  Suárez.  Fué  edificada,  como  dice  Fray  Pedro  Simón, 
sobre  una  mesa  alta,  limpia,  de  lindas  aguas,  vista,  aires  y  temple;  al  efecto  se 
señalaron  cuadras,  se  repartieron  solares  entre  todos,  y  se  nombraron  Justicia 
y  Regimierto,  según  costumbre  en  todas  las  nuevas  poblaciones. 

Entre  los  pcb'.adores  de  la  ciudad  de  Mérida,  que  fueron  unos  cien  espa- 
ñoles, la  Historia  nos  recuerda  los  nombres  siguientes:  Capitán  Juan  Rodrí- 
guez Suárez,  Martín  Zurbidán,  Notario  o  Escricano  Público;  el  Capitán  San 
Remo,  Francisco  Montoya,  Marcos  de  Heredia,  Juan  Esteban,  Agustín  Del- 
gado, Juan  López,  Juan  Corso,  Alonso  Vázquez,  Pedro  Esteban,  Alonso  Gon- 
zález, Martín  Garnica,  Diego  de  Luna,  Juan  Andrés  Várela,  Pedro  de  Castro, 
Juan  de  Morales,  Luis  de  Malcienda.  Juan  Lorenzo  y  otros.  Más  tarde  el 
Capitán  Juan  Maldonado,  yerno  del  Gobernador  de  Pamplona,  fundó  cinco  le- 
guas más  ai  norte  la  ciudad  con  el  nombre  de  Santiago  de  los  Caballeros; 
pero  este  título  no  agradó  a  los  colonos.  En  el  viaje  que  hizo  Juan  Rodrí- 
guez Suárez  encontraron  los  españoles  en  un  valle  que  llamaron  San  Barto- 
lomé unas  famosas  minas  de  cobre  purificado,  en  pedazos  de  a  diez  y 
catorce  arrobas,  de  ahí  abajo  (sic)-(*).  Y  caminando  siempre  hacia  el  norte, 
tres  leguas  antes  de  llegar  a  Lagunillas,  de  donde  sacan  el  urao,  en- 
contraron estanques  en  donde  los  indígenas  recogían  el  agua  de  lluvia 
para  regar  sus  labranzas  en  tiempo  de  sequía;  y  en  el   informe    que    dio    Juan 

(*)  Cerca  de  San  Juan  Bautista  de  Duaca,  Barquisimeto,  encontraron  los 
colonrs  otra  gran  cantidad  de  cobre,  por  el  estilo  de  éste,  de  donde,  por  largo 
tiempo,  fueron  cortando  según  lo  necesitaban. 


—  78  — 

lientes  de  la  época  y  de  más  práctica  en  los  quehaceres  de  los 
indios;  por  estas  especiales  condiciones  fue  nombrado  Te- 
niente General  de  la  provincia,  de  Caracas  el  cual  luego  se  di- 
rigió hacia  este  lugar  con  treinta  y  cinco  hombres,  atrave- 
só el  país  de  los  Arbacos  y  entró  por  Los  Teques,  desde 
donde  avisó  a  Fajardo  y  obtuvo  su  cooperación  para  la  em- 
presa. 

Juan  Rodríguez  trató  de  asegurar  la  paz  con  Guaycaypu- 
jro,  cacique  de  los  Teques;  pero  envalentonado  el  héroe  con 
la  retirada  de  Miranda  y  el  abandono  de  las  minas,  atacó  por 
cinco  veces  las  tropas  españolas'  con  tan  mala  suerte,  que  en 
todas  quedó  derrotado  y  muertos  sus  mejores  indios,  por  lo 
cual  pidió  rendidamente  la  paz,  otorgósela  generosamente  Ro- 
dríguez, y  el  cacique,  agradecido,  convino  en  vivir  tranquilo 
con  los  nuestros.  Fiado  en  esta  resolución  de  Guaycaypuro  y 
en  las  pruebas  que  daba  de  sumisión,  Juan  Rodríguez  or- 
ganizó los  trabajos  de  las  minas  para  su  explotación,  y  dejó 
allí  tres  hijos  pequeñitos  que  trajo  consigo  y  se  dirigió  hacia 
los  indios  Quiriquires,  en  las  riberas  del  Tacata,  y  siguiendo 
al  Tuy  llegó  a  los  Manches,  con  ánimo  de  pasar  hasta  la  Costa 
y  recorrer  la  provincia.  No  encontró  oposición  en  parte  al- 
guna, antes  bien  era  recibido  con  admiración  y  espanto  por  las 
derrotas  continuas  que  había  causado  a!  más  valiente  de  los 
caciques  llamado  Guaycaypuro  y  de  quién  ya  dejamos  he- 
cha mención  y  la  haremos  también  en  seguida. 

Es  el  caso  que  al  salir  de  los  Manches  y  entrar  en  el 
Valle  de  San  Francisco  un  indio  que  huyendo  de  las  minas  había 
andado  por  caminos  extraviados  durante  doce  días,    se  pre- 

Rodríguez  Suárez,  fechado  el  catorce  de  octubre  de  mil  quinientos  cincuenta  y 
ocho,  h^ce  notar  la  numerosa  población  indígena  que  vivía  por  Mérida— en 
donde  había  tantos  edificios  como  en  Rima  (salvo  que  ^ran  de  pija)— y  que 
había  hallado  las  mayores  esteras  de  esparto  que  se  habían  visto  en  el  Reino, 
y  Fray  Pedro  Simón  asegura  que  él  vio  tierras  dobladas  tan  encrespadas  y 
de  tan  temeroso  acceso,  que  parece  imposible  poder  subir  por  ellas  hombres 
aun  gateando,  todas  labradas  y  hechos  poyos  a  trechos;  donde  sembraban  las 
raíces  y  maíz  para  su  sustento. . . .  Cuando  Juan  de  Maldonado  persiguió  por 
orden  de  su  suegro  el  Gobernador,  a  Juan  Rodríguez  Suárez  y  éste  se  libró  de 
la  cárcel,  huyéndose  con  otro  compañero,  fué  recibido  en/Trujillo  por  su  funda- 
dor Diego  García  de  Paredes,  quien  le  nombró  su  Teniente  y  cuando  vinieron  a 
buscarle  para  llevarlo  a  Santa  Fé  de  Bogotá  y  presentaron  los  documsntos  de 
prisión,*los  de  Trujillo  dijeron  al  enviado  que  ellos  no  sabían  leer  sino  el  Ave 
María  y  que  se  fuera  al  lugar  de  donde  había  venido,  agregándole  que  Juan  Ro- 
dríguez no  había  faltado  en  cosa  alguna  para  que  se  le  pudiera  perseguir;  pues, 
al  contrario,  merecía  ser  premiado  por  sus  grindes  servicios  y  buen  compor- 
tamiento. Véase  Noticias  de  las  Conquistas  de  Tierra  Firme  por  Fray  "Pedro 
Simón,  franciscano,  Na,  7..  Cap   XVI  y  XVII. 


—  79  - 

sentó  a  Rodríguez  Suárez  todo  sudado  y  desfigurado  el  ros- 
tro;  al  notar  la  excitación  del  indio  detiene  su  caballo  Juan 
Rodríguez  y  reconociéndole  le  dice:  hijo,  ¿que  ha  sucedido 
en  Los  Teques? 

El  indio  entre  lágrimas  y  gemidos  le  responde:  "Señor: 
tus  hijos  son  muertos;  y  a  cuantos  dejaste  en  las  minas  los  ha 
muerto  Guaycayp uro".  Atravesado  por  el  dolor  de  tan  te- 
rrible desgracia,  "echó  mano  a  la  barba,  asegura  Oviedo,  y 
dijo:  ¡Ah  Guaycaypuro,  Guaycaypuro,  con  cuántas  ventajas 
te  has  vengado!  ...  .y  dando  prisa  a  los  soldados  se  dirigió 
valle  arriba  hasta  llegar  al  hato  de  Fajardo,  en  donde  este  te- 
nía las  vacas  que  le  habían  dado  los  industriosos  españoles  de 
Valencia;  pero  lo  encontró  todo  deshecho :  las  casas  quema- 
das: muerta  la  gente  del  servicio,  destrozados  y  diseminados 
por  el  campo  sus  cadáveres ;  y  el  ganado  atravesado  a  flecha- 
zos: Paramaconi,  cacique  dé  los  Taramaynas,  instado  por 
Guaycaypuro,  había  terminado  con  la  incipiente  colonización 
del  Valle  de  San  Francisco  de  Caracas. 

No  era  justo  que  los  colonos,  nuestros  mayores  y  con- 
quistadores españoles,  dejasen  impunes  estos  hechos,  ni  tam- 
poco que  Guaycaypuro  violase  la  amistad  y  la  paz  que  habia 
jurado;  en  adelante  seria  considerado  como  traidora  la  amis- 
tad y  al  orden    convenido  y  por  tantas  veces  estipulado. 

Dedicáronse  a  enterrar  los  muertos  y  a  recoger  el  ganado 
que  había  quedado  vivo;  mientras  tanto,  Juan  Rodríguez 
pasó  con  sólo  dos  infantes  a  conferenciar  con  Fajardo,  dejando 
el  campo  encomendado  a  don  Julián  de  Mendoza;  aun  no 
habían  caminado  treinta  minutos  cuando  se  dejó  ver  Parama- 
coni por  el  lado  de  Catia  acompañado  de  seiscientos  flecheros: 
comenzóse  muy  pronto  la  batalla  y  queriendo  cuatro  de  aca- 
ballo  romper  a  punta  de  lanzas  con  el  escuadrón  de  los  indios, 
se  vieron  envueltos  en  una  nube  de  flechas  y  próximos  a  pere- 
cer; pero  socorridos  de  la  infantería,  que  estaba  al  abrigo  de 
los  corrales,  a  espada  desnuda  penetraron  en  medio  de 
los  enemigos  con  ánimo  de  defender  a  don  Julián  que  había 
caído  al  suelo  sin  sentido,  y  a  quien  los  indios  pretendían 
llevarse,  lo  cual  recrudeció  la  pelea  con  notable  valor  de  unos 
y  otros;  pero  libre  ya  el  Capitán  y  recibida  nueva  gente  los 
indios,  retiráronse  los  españoles  a  tiempo  que  Paramaconi  can- 
taba la  victoria;  ufanos  los  indios  con  esta  retirada  cargaron 
tan  de  golpe  sobre  los   corrales  que  oprimido   el    ganado  por 


—  80  - 

todas  partes  rompió  la  palizada  y  saliendo   de  tropel  arrolló  a 
los  indios,  hiriendo  a  unos  y  derribando  a  otros.    (1) 

Aprovechando  esta  confusión  los  españoles  cargaron  de 
nuevo  sobre  los  indios,  y  en  pocos  momentos  sembraron  el 
campo  de  cadáveres,  perdió  asi  Paramaconi  los  mejores 
combatientes  y  retiróse  vencido  para  el  Rincón  de  Catia; 
pero  dejando  muy  fatigados  y  con  muchos  heridos  a  los  nues- 
tros; fueron  notables  en  esta  acción,  don  Julián  de  Mendo- 
za, Antonio  de  Albornoz,  Payares,  Fraga,  Juan  Ramírez  y 
Castillo.  Juan  Rodríguez  Suárez  al  recibir  aviso  de  lo  que 
pasaba,  sin  detenerse  a  conversar  con  Fajardo,  volvió  en  ayu- 
da de  los  suyos. 

Entre  tanto  sucedió   uno  de  los  casos  más  raros  que  pue- 
den darse  en  las  guerras  y  que  merece   consignarse  para  admi- 
rar hasta  donde  puede   llegar  la   valentía   y   el   coraje   de   los ' 
hombres. 

"Retirado  Paramaconi,  Juan  Ramírez  quiso  ver  si  entre 
los  indios  muertos  estaba  uno  quien  se  apoderó  de  la  lanza 
de  Payares  y  se  defendía  y  ofendía  admirablemente  con  ella 
a  quien  él  (Ramírez)  logró  derribar  de  una  estocada  por  el 
pecho:  pensó  reconocerle  por  algunas  señales  observadas, 
y  salió  con  otros  soldados  a  reconocer  el  sitio  en  que  se 
ció  la  batalla".  Preocupado  en  esta  diligencia  se  levantó  de 
entre  los  muertos  un  indio  quien  sentándose  en  el  suelo  por  no 
poderse  poner  en  pié,  pues  tenía  las  dos  piernas  partidas,  co- 
menzó a  llamarle,  para  que  llegase  donde  estaba;  acercóse  Juan 
Ramírez,  movido  de  curiosidad,  y  preguntóle  ¿  qué  quería  ? 
El  indio  le  respondió:  sólo  mataros,  llegaos  a  pelear  conmigo; 
un  indio  solo  es  quien  desafía;  y  diciendo  esto  aprestó  el  arco 
a  una  flecha  con  tan  buena  puntería  que  se  la  clavó  en  la 
frente  a  uno  de  los  soldados,  dejándole  mal  herido. 

Juan  Ramírez  mandó  a  dos  indios  vasallos  de  Guayma- 
quare  que  castigasen  su  atrevimiento  dándole  la  muerte ;  pero 
el  indio  se  preparó  de  nuevo  tan  ligero  que  estirando  bien  el 
arco  disparó  dos  flechas  y  atravesó  a  uno  los  dos  muslos  y  par- 
tió el  corazón  al  otro:  irritado  un  soldado  español  llamado 
Castillo  por  esta  acción,  echóse  un  sayo  de  armas  sobre  el  que 
llevaba  puesto,  y  embistió  con  él  para  acabarle  a  estocadas;  pero 
el  indio  se  hizo  firme  sobre  el  arco  para  mantener  el  cuer- 
po, y  le  tiró  tantos  flechazos,  que  a  no  estar  bien  prevenido,  le 


(1)     Oviedo  y  Baños  Part.  I.  Lib,  III.  Cap,  XIV, 


-.-  81  — 

hubiera  costado  caro  el  querer  vengar  duelos  ajenos;  pero  al 
fin,  le  atravesó  el  pecho  con  la  espada  y  le  dejó  sin  aliento; 
aún  con  ésto,  hallándose  en  los  últimos  momentos,  se  agarró  de 
la  espada  con  las  manos  é  hizo  cuanto  pudo  por  coger  entre 
los  brazos  a  su  homicida  con  ánimo  de  ahogarle.  (Oviedo  y 
Baños,  Parte  I.  Lib.  III.  Cap.  XIV). 

Al  referir  estas  cosas,  no  es  que  olvidemos  el  estudio  de 
las  acciones  de  Diego  de  Losada;  muy  al  contrario,  lo  que 
hacemos  es  preparar  el  ánimo  del  observador  para  que  más 
tarde  pueda  comprender  las  dificultades  que  tuvo  que  vencer 
con  el  fin  de  afianzar  la  colonización  de  la  provincia  y  preparar 
la  fundación  de  Caracas.  Temeroso  don  Julián  de  Mendoza 
deque  volviese  sobre  ellos  Paramaconi  con  nuevos  refuerzos, 
hizo  cargar  a  los  heridos  en  hamacas  y  en  aquella  misma  noche 
emprendieron  el  camino  para  El  Collado;  no  habían  caminado 
mucho  tiempo  cuando  encontraron  a  Juan  Rodríguez  quien 
venía  con  urgencia  a  su  socorro  y  porque  le  pareció  mal  la  reti- 
rada, y  para  no  envalentonar  a'los  indios,  resolvió  volver  al 
Hato  con  ánimo  de  establecerse  de  fijo. 

Así  lo  hizo  poblando  en  el  propio  sitio  en  que  había  estado 
el  Hato  de  ganado  una  Villa  con  el  nombre  de  San  Francisco, 
en  mil  quinientos  sesenta  y  uno:  repartió  la  tierra  entre  los 
vecinos;  como  primera  providencia  nombró  Alcaldes  y  Regi- 
dores y  se  propuso  sujetar  con  las  armas  a  los  caciques  del 
contorno. 

Es  de  notar  que  el  primitivo  Hato  de  la  Colonia  y  la 
Villa  de  San  Francisco  estaban  situados  en  el  mismo  lugar  en 
donde  Losada  fundó  después  a  Santiago  de  León,  de  Caracas; 
el  Hato  y  la  Villa  vinieron  a  desaparecer  totalmente  en  este 
mismo  año,  mil  quinientcs  sesenta  y  uno,  como  muy  pronto 
veremos. 

A  los  pocos  días  de  haber  poblado  la  Villa  de  San  Fran- 
cisco determinó  Juan  Rodríguez  indagar  la  actitud  de  los  in- 
dios, al  efecto  montó  por  la  mañana  a  caballo  junto  con  Juan 
Jorge  de  Quiñones  llevando  consigo  además  ocho  hombres 
de  infantería;  subió  por  la  loma  que  está  al  otro  lado  del  río 
Caroata  hasta  subir  a  la  cumbre  y  viéndoles  Paramaconi,  des- 
de su  retiro,  acompañado  de  Toconáy  determinó  salirles  al 
encuentro,  bien  armados  con  fuertes  lanzas  engastadas  en  dos 
medias  espadas,  que  les  regaló  Guaycaypuro  de  las  que  había 
cogido  en  las  minas ;  iban  adornados  con  penachos  de  plumas 
en  la  cabeza  y  llevaban  colgadas  a  las  espaldas  una  piel  de 
6 


tigre  y  además  el  arco  con  el  carcax  lleno  de  flechas;  de  esta 
manera  salieron  llenos  de  venganza,  y,  ganada  por  un  lado 
la  cumbre  de  la  loma,  cayeron,  de  vuelta  encontrada,  sobre 
Juan  Rodríguez  y  Quiñones  quienes  se  habían  adelantado  mu- 
cho trecho  a  los  infantes:  viéndose  provocados  espolearon  los 
caballos  para  atravesarlos  con  la  lanza;  pero  los  indios  fijaron 
de  seguidas  las  suyas  en  el  suelo  para  recibirlos  con  las  pun- 
tas; Jo  que  advertido  por  los  jinetes  desviaron  la  carrera  pa- 
sando a  lo  largo  para  que  no  pereciesen  los  caballos:  al  mo- 
mento soltaron  las  lanzas  de  las  manos  y  empuñaron  las  fle- 
chas y  el  arco  disparándoles  antes  de  parar  la  carrera. 

Picados  de  esta  acción  tan  feliz  de  los  indios  por  segunda 
y  tercera  vez,  vuelven  a  media  rienda  sobre  ellos,  hallando 
todas  las  veces  en  los  indios  tal  ligereza  en  el  manejo  de  las 
armas  que  se  valían  casi  a  un  mismo  tiempo  del  arco  y  de  la 
lanza,  tomando  diferentes  actitudes,  por  lo  que  frustraban  los 
golpes  de  los  jinetes,  con  tanta  habilidad,  que,  cuando  pare- 
cía amenazaban  con  una,  daban  el  golpe  con  la  otra,  hasta 
que  llegando  la  infantería  se  retiraron  poco  a  poco,  en  dife- 
rentes direcciones. 

Paramaconi  se  internó  entre  las  breñas  disparando  hasta 
la  última  flecha,  y  Toconay  quiso  bajar  a  la  quebrada;  siguió- 
le Quiñones  a  rienda  suelta,  lo  que  conocido  por  Toconay  le 
hizo  frente  y  al  tiempo  que  iba  a  dar  el  golpe  cogió  el  indio 
la  lanza,  con  tanta  tuerza,  que  temiendo  Juan  jorge  se  lo  lle- 
vara tras  de  ella,  se  arrojó  del  caballo  yendo  a  combatir  cuerpo 
a  cuerpo  con  el  indio  valentísimo  a  quien  quitó  la  vida  con  el  ar- 
ma blanca  que  llevaba.  Juan  Rodríguez  quiso  seguir  a  Parama- 
coni; pero  se  hallaba  fatigado  ele  un  flechazo  que  le  hirió  en 
el  costado  izquierdo  y  los  compañeros  le  obligaron  a  retirarse 
al  campamento  para  atender  a  su  curación ;  libre  muy  pronto 
de  la  herida  determinó  sacar  su  gente  a  campaña,  al  efecto  se 
dirigió  a  Los  Teques  en  busca  ele  Guaycaypuro;  quien  se 
ocultó  de  tal  manera  que  aunque  sus  indios  tuvieron  diferentes 
encuentros  con  Juan  Rodríguez  jamás  pudo  éste  conseguir 
noticia  alguna  del  lugar  clónele  aquel  estaba. 


—  83  — 


CAPITULO  XIII 

Continuación  del  mismo  asunto;  y  relación  de  la  muerte  del 
valentísimo  Capitán  Juan  Rodríguez  Suárez,  según  Oviedo 
y  Castellanos. 

1561 

Por  este  tiempo  sucedía  un  terrible  contratiempo  a  los 
colonos  españoles  con  motivo  de  la  tiranía  de  Aguirre,  hom- 
bre desalmado  y  criminal  en  lo  extremo:  Juan  Rodríguez  al 
oír  que  pasaba  de  Margarita  a  Borburata,  Valencia  y  Nueva 
Segovia  de  Barquisimeto,  determinó  arriesgar  su  vida  por 
dar  muerte  al  tirano  que  no  respetaba  autoridad,  ni  vidas, 
honores  ni  haciendas;  al  efecto,  salió  de  la  Villa  de  San  Fran- 
cisco con  solo  seis  hombres  bien  escogidos  y  preparados.  No 
se  ocultó  a  Guaycaypuro  esta  determinación  arrojada;  llenó 
de  espías  los  sitios  principales  y  se  concertó  con  Terepaima, 
cacique  de  los  Arbacos,  para  que  le  interceptase  el  camino, 
mientras  él  atacaría  con  los  suyos  a  los  siete  españoles  por 
la  espalda. 

Ignoraba  Juan  Rodríguez  la  estrategia  de  los  indios; 
pasó  la  noche  en  el  río  de  San  Pedro,  y  cuando  a  la  maña- 
na siguiente  llegó  a  la  loma  de  las  Lagunetas  la  encontró  ocu- 
pada por  los  Arbacos  al  mando  de  Terepaima,  en  hábito  gue- 
rrero, y  con  penachos  de  plumas  en  sus  cabezas;  entre  tanto 
le  seguía  Guaycaypuro  por  el  río  con  todos  los  suyos  picando 
la  retaguardia  de  los  nuestros. 

Rodeados  los  siete  españoles  de  una  multitud  que  les 
cercaba  por  todas  partes,  se  miraron  mutuamente,  recono- 
ciéronse unos  a  otros  valor  para  vencer  o  morir  y  rompieron 
por  en  medio  de  los  indios  ocasionando  en  cada  amago  un 
destrozo  y  en  cada  golpe  una  muerte;  pero,  como  la  multi- 
tud aumentaba,  cubiertos  de  saetas  sus  escudos,  les  fué  pre- 
ciso retirarse  al  abrigo  de  un  peñón  para  asegurar  las  espaldas; 
embestidos  de  nuevo  por  los  indios  pelearon  con  valor  hasta 
llegada  la  noche.  Cercaron  los  indios  el  peñón  con  fuego,  que 
alimentaron  toda  la  noche,  y  con  gritos,  tambores  y  fo- 
tutos los  velaron  continuamente,  sin  dejarles  reposar  un 
momento:     llegada   la   mañana  renovaron    el  ataque;    pera 


-  84  — 

les  salió  el  atrevimiento  tan  costoso  que  todos  cuantos  se 
acercaban  perdían- allí  mismo  la  vida,  hasta  que  advertidos  de 
tan  grande  daño  se  conformaron  con  sostener  el  cerco,  desde 
lejos,  dejándoles  descansar  algún  tanto  dé  tan  enormes  fa- 
tigas. 

Juan  Rodríguez,  dejando  cuatro  para  guardar  el  peñón, 
salió  por  la  noche  a  caballo  con  otros  dos  compañeros,  con 
ánimo  de  recorrer  el  campo  y  descubrir  a  Guaycaypuro,  sin 
poder  conseguir  noticias  de  su  paradero;  para  esto  tuvieron 
necesidad  de  romper  el  cerco  varias  veces,  llevándose  en  cada 
una  nueve  o  diez  indios  por  delante,  y  aun  habría  pasado  a 
más  aquel  héroe  si  no  hubiera  visto  herido  su  caballo  derra- 
mando sangre  a  la  continua;  por  lo  que  determinó  volverse 
al  refugio  del  peñón  a  tiempo  que  Terapaima  le  iba  a  cerrar 
el  paso. 

En  semejantes  apuros  resolvieron  por  la  noche,  que  uno 
se  arriesgara  a  pasar  a  Nueva  Valencia  del  Rey  a  fin  de  conse- 
guir socorro:  el  escogido  para  el  caso  pereció  al  día  siguiente; 
mientras  tanto  los  demás  determinaron  desamparar  el  peñón 
y  abrirse  camino  por  las  armas:  hacía  dos  días  que  no  comían; 
el  cansancio,  la  sed  y  el  hambre  los  tenían  como  muertos:  solo 
el  corazón  les  latía  en  medio  de  la  tormentosa  lucha;  imposi- 
ble era  sostenerse  y  debilitados  por  el  hambre  y  la  sed,  poco 
a  poco  fué  extinguiéndoseles  la  vida,  atravesados  a  flecha- 
zos y  separados  unos  de  otros;  sólo  Juan  Rodríguez  tuvo 
aliento  para  hacerse  más  formidable  a  los  indios  y  supliendo 
a  sus  compañeros,  acabó  con  más  de  cincuenta  indios  que 
murieron  a  sus  manos. 

Admirados  los  indios  del  estrago  hecho  por  un  hombre 
solo,  y  temerosos  de  su  arrojo,  pedíanle  por  favor  que  se  reti- 
rase y  los  dejase  tranquilos;  pero  él  teniendo  a  menos  la  vida 
cuando  la  habían  perdido  sus  amigos,  aun  cuando  ya  estaba 
libre  de  peligros,  por  no  seguirle  los  indios,  volvió  otra  vez 
contra  ellos,  y  no  pudiendo  sostenerse  a  caballo  por  la  mu- 
cha debilidad,  se  desmontó  para  tomar  aliento  y  descansar  un 
rato,  y  oprimido  de  congoja  y  sofocado  de  fatiga  y  de 
sed  se  quedó  muerto,  sin  haber  recibido  ni  una  herida,  según 
dice  Oviedo  y  Baños. 

Los  indios  no  se  atrevían  a  llegar  a  él  temiendo  que  estu- 
viese vivo,  hasta  que  asegurados  de  su  muerte,  le  despojaron 
de  los  vestidos  y  dividieron  su  cuerpo  en  pedazos,  repartién- 
doselo como  señal  de  victoria  y  de  triunfo. 


—  85  — 

Oigamos  también  a  Juan  de  Castellanos  relatar  este  suceso: 

Juan  Rodríguez  Suárez  el  valiente 
Capitán  valeroso  y  esforzado 
Era  pues  éste,  Dios  le  dé  su  gloria, 
Capitán  en  Caracas,  de  indios  fieros 
Usados  a  salir  eon  la  victoria 
De  grandes  y  magnánimos  guerreros, 

Y  él  hizo  hechos  dignos  de  memoria 
Ayudado  de  pocos  compañeros 
Mandó  que  solo  siete  le  siguiesen, 

Y  los  otros  soldados  se  quedasen; 
Con  que  del  nuevo  pueblo  no  saliesen; 
Antes  con  gran  cuidado  lo  velasen; 

Y  dicho  lo  que  más  le  convenía 
En  abreviar  jornadas  importuno, 

Sin  ponérsele  cosa  por  delante 

Y  de  términos  tímidos  ayuno, 
Caminó  por  la  sierra  circunstante 

Su  derrota  guió  por  Terepaima,  * 
El  imperio  del  cual  es  absoluto, 
Hasta  los  términos  de  Barataima 

Y  otro  cacique  no  menos  astuto 
Que  dicen  proceder  de  Pariaima 

Y  allí  suelen  llamar  Guaycamacuto; 
Aquellos  dos  con  otros  dos  aliados 
De  su  venida  fueron  avisados. 

Ansí  fueron  las  flechas  que  caían 
Encima  del  cristiano  caballero 

Y  aquesto  visto  todos  revolvían 
Pugnando  cada  cual  de  ser  primero: 
Pero  cómodamente  no  podían 

Y  por  las  partes  diestras  y  siniestras 
Había  cantidad  de  gentes  diestras. 

Las  furias  de  los  indios  más  cercanos 
Andaban  de  temor  tan  apartados 
Que  los  quieren  tomar  vivos  a  manos, 
Más  no  lo  consentían  las  espadas: 
Las  cuales  pocos  golpes  daban  vanos, 
Pues  hendían  cabezas  y  quijadas, 

Y  con  esfuerzo  de  ventura  falto 
Procuraban  volver  a  lo  más  alto. 

Terepaima  con  cierta  confianza 
De  le  salir  a  bien  lo  comenzado, 
Tiró  de  dura  palma  larga  lanza, 

Y  a  Carpió  traspasó  por  el  costado : 


—  86  — 

Faltóle  de  vivir  el  esperanza, 
Del  caballo  cayó  desalentado, 
Con  el  cuerpo  carnal  la  tierra  mide 

Y  el  alma  de  las  carnes  se  despide. 

Suárez  por  los  indios  se  metía 
Con  impetuosísimos  furores 

Y  a  los'otrcs  que  restan  les  decía: 
"Ea  mis  compañeros  y  señores: 
Que  hoy  según  que  vemos  es  el  día 

Do  conviene  mostrar  nuestros  valores" 

Hacia  tales  cosas  el  Suárez 

Que  le  hacían  francos  los  lugares. 

El  mancebo  Fajardo  de  Guevara 
También  iba  haciendo  maravillas, 
No  cesa,   no  reposa,  nunca  para, 
Rompiendo  por  los  impías  cuadrillas 
Más,  de  las  infinitas,  una  jara 
Le  traspasó  las  armas  y  ternillas 
Andaba  todavía  muy  experto 
Más  a  cabo  de  poco  cayó  muerto. 

En  este  mismo  punto  se  desmanda 
Un  escuadrón  de  gente  bien  armada 
A  cercar  el  caballo  de  Miranda, 
Que  estaba  casi  muerto  de  cansado; 

Y  no  teniendo  fuerzas  de  su  bando, 
De  quien  allí  poder  ser  ayudado, 
Una  larga  macana  se  adereza 
Que  le  hizo  pedazos  la  cabeza. 

Con  tan  vivo  calor  el  sol  ardía 
Que  los  humanos  cuerpos  abrasaba: 
Aquel  ardor  mortal  los  afligía 

Y  la  terrible  sed  los  fatigaba: 
Remedio  de  su  daño  no  se  veía, 
Socorro  de  Dios  solo  se  esperaba; 

Y  estaban  ya  los  vivos  de  manera 
Que  cada  cual  de  vida  desespera. 

Aunque  de  indios  hay  muchos  sin  vidas, 
Acudían  por  puntos  a  nubadas, 

Y  en  lo  alto  mujeres  prevenidas 

Que  de  flechas  también  iban  cargadas 

Y  en  vasos  cantidad  de  sus  bebidas 
Para  tales  calores  apropiadas: 
Mientras  los  unos  andan  en  el  juego 
Los  otros  en  beber  toman  sosiego 


87 


Más  el  beber  en  la  salvaje  gente 
Eran  tragos  mortales  en  nosotros, 
Faltándoles  vigor  que  los  aliente 

Y  los  ligeros  huellos  de  sus  potros; 
Ni  les  daba  lugar  la  sed  ardiente 
Para  poder  hablar  unos  con  otros; 
Flaca  la  resistencia  que  se  prueba 
Porque  siempre  venía  gente  nueva. 

Llegaron  pues  algunas  ordenanzas, 
Cuyos  cuerpos  y  caras  van  pintados, 
Con  grandísimo  número  de  lanzas 
De  puntas  muy  agudas  y  tostadas; 
Prometiéndose  ciertas  esperanzas 
De  dar  fin  a  las  guerras  comenzadas; 
Guaycamacuto  guía  la  hilera 

Enristradas  las  puntas  penetrantes 
Con  ímpetu  feroz  arremetieron, 
No  siendo  poderosos  ni  bastante 
A  resistir  la  fuerza  que  pusieron: 

Y  ansi  mataron  todos  los  restantes, 

A  Juan  Rodríguez  no,  que  no  pudieron, 
El  cual  se  derribó  de  su  caballo, 

Y  fué  porque  no  pudo  meneallo. 

De  si  solo  haciendo  la  reseña 
Necesidad  le  hace  que  despierte, 
Tomando  por  espaldas  una  peña 
Que  fue  detenimiento  de  su  muerte; 

Y  con  aquel  amparo  les  enseña 
De  cuanto  valor  es  un  brazo  fuerte 
De  cuando  en  cuando  del  lugar  salía, 

Y  hecho  mucho  daño  se  volvía. 

Por  cierto  no  serán  cuentos  inciertos 
Si  por  verdades  ciertas  os  declaro, 
Tener  delante  tantos  indios  muertos 
Que  casi  le  servían  de  reparo  : 
Pues  sus  indios  ladinos  descubiertos 
Contaron  lo  que  cuento  muy  al  claro, 

Y  también  como  antes  que  muriese 
Le  decían  todos  que  se  fuese. 

Pero  ya  lamentaba  su  pecado 
Al  tiempo  que  decían  de  la  ida 
El  pecho,  según  dicen,  traspasado 

Y  en  los  postreros  trances  de  su  vida  : 


Quedóse  pues  enhiesto  y  arrimado 
El  alma  de  las  carnes  despedida, 
Y  aunque  veían  que  no  se  meneaba 
De  temor  ningún  indio  le  tocaba 

El  fuerte  Capitán,  leal  vasallo 

Murió  con  los  intentos  que  llevaba (1) 


CAPITULO  XIV 

Fracaso  de  Naryáes.  Guaycamacuto  instigado  por  Guaycay- 
puro  hace  traición  a  Fajardo,  con  el  nuevo  fracaso  y 

eiyerte  de  este  g rande  hombre,  según  el  autor  de  Varo- 
nes SSistres. 

1561-1562 

Estos  trabajos,  casi  increibles,  de  Jos  españoles  nuestros 
antepasados  en  favor  de  la  colonización  de  Caracas  y  Venezuela 
merecen  el  primer  puesto  de  honor  en  la  historia  y  el  agrade- 
cimiento de  cuantos  recibimos  los  beneficios,  no  sólo  conservan- 
do Ja  colonización  que  nos  legaron,  sino  mejorándola  y  perfec- 
cionándola, alampare  de  la  paz  y  del  trabajo,  con  todos  los 
adelantamientos  modernos,  uniéndonos  espiritualmente  a  la 
Madre  España,  a  3a  Madre  que  nos  dio  el  ser  que  tenemos, 
sobre  la  base  déla  independencia  ya  reconocida  por  ella. 

Mientras  sucedía  3o  que  acabamos  de  referir  en  el  capí- 
tulo pasado  el  tirano  Aguirre  destruía  los  ganados  de  los  veci- 
nos de  Nueva  Valencia  de]  Rey  y  les  robaba  las  caballerías  y 
cometía  toda  clase  de  crímenes,  que  era  precisamente  lo  que 
deseaba  evitar  Juan  Rodríguez  Suárez,  y,  a  causa  de  lo  cual 
vino   a  perder  la  vida,  según  lo  dejamos  escrito. 

Envalentonados  los  indios  con  la  muerte  de  Juan  Ro- 
dríguez Suárez  determinaron  caer  sobre  los  dos  pueblos  de  la 
colonia,  de  San  Francisco  y  El  Collado,  para  destruirlos  y  lan- 
zar del  territorio  a  los  colonos,  en  contra  de  la  fe  y  alianza 
convenida:  no  se  ocultó  a  Fajardo  la  determinación  de  los 
indios  capitaneados  por  Guaycaypuro  y  Terepaima,  y  valién- 
dose de  su  natural  agrado,   procuró    sosegar  a  los    Caciques; 

0)     Varones  Ilustres,  Eleg.  XIV.  Cant.  VII. 


—  89  — 

más,  al  conocer  que  eran  inútiles  sus  gestiones,  avisó  al  Go- 
bernador por  medio  del  práctico  Juan  Alonso,  el  cual  salió  por 
el  mar  en  una  piragua,  llegó  a  Borburata  y  siguió  a  Nueva 
Segovia  de  Barquisimeto,  allí  encontró  al  Gobernador,  don 
Pablo  Collado,  quien  enterado  de  la  necesidad,  alistó  breve- 
mente cien  hombres  al  mando  del  Capitán  Luis  de  Narváez, 
natural  de  Antequera,  quien  a  la  sazón  era  Alguacil  Mayor  del 
Tocuyo  y  pertenecía  a  la  nobleza. 

Provisto  éste  de  todo  lo  necesario  y  con  numerosa  gente 
de  servicio  a  principio  de  enero  de  mil  quinientos  sesenta  y 
dos  salió  de  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  y  se  dirigió  hacia 
los  indios  Arbacos,  pasando  antes  por  los  Meregotos,  que 
habitaban  las  sabanas  de  Guaracarima  y  las  orillas  del  río  Ara- 
gua  y  quienes  avisaron  a  aquéllos  haciéndoles  notar  que  los  sol- 
dados traían  liadas  las  armas  sobre  las  bestias,  y  que  camina- 
ban muy  cómodamente  los  conquistadores. 

Cuando  Narváez  llegó  de  esta  manera  al  alto  de  Las 
Mostazas  encontró  aquel  campo  lleno  de  indios  adornados 
con  sus  vestidos  guerreros. 

Narváez  quiso  evitar  la  guerrra  y  les  habló  largamente 
de  la  paz  y  de  "sus  ventajas  poniéndoles  delante  los  males 
que  ocasionaban  las  peleas  y  combates ;  pero  ellos,  con  gritos 
y  algazaras,  empuñaron  ios  arcos  y  macanas  y  pusieron  en 
confusión  a  los  desprevenidos  marañones.  Cuando  Narváez, 
como  hombre  de  valor,  quiso  poner  remedio  a  tan  enorme 
descuido,  herido  de  muerte,  en  los  primeros  encuentros, 
cayó  del  caballo  en  tierra,  donde,  atravesado  a  flechazos, 
perdió  lastimosamente  la  vida;  los  demás,  turbados  por  la 
muerte  de  su  Jefe,  incluso  la  gente  de  servicio,  fueron  traspa- 
sados por  la  flechas :  sólo  quedaron  para  contar  lo  sucedido 
Juan  Serrano,  Pedro  García  Camacho  y  Francisco  Freiré, 
quienes  huyeron  por  los  montes  y  llegaron,  los  dos  primeros,  al 
pueblo  de  San  Francisco  en  donde  esperaba  Fajardo  los  re- 
fuerzos. 

En  cuanto  oyó  Fajardo  la  relación  de  los  hechos,  pensó 
que  era  imposible  defender  las  dos  poblaciones,  y  antes  que 
llegasen  los  indios,  despobló  la  Villa  de  San  Francisco  y  se 
retiró  con  toda  su  gente  al  Collado. 

Así  fué  como  desapareció  la  colonización  de  este  Valle  tan 
felizmente  iniciada  por  Fajardo  con  la  formación  de  un  hato 
de  ganado,  situado  en   donde,    cinco  años  más  tarde,  Losada 


—  90  — 

fundó  la  hermosa  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas, 
hoy,  como  ayer,  capital  de  Venezuela. 

Francisco  Freiré  se  encaminó  para  Valencia  del  Rey  y 
como  se  encontró  con  la  retirada  cortada  por  los  indios,  se 
arrojó  por  un  precipicio  tan  alto  que  causa  horror  el  mirarlo, 
por  lo  que  quedó  aquel  lugar  con  el  nombre  de  El  Salto  de  Freiré 
y  ahora  por  corrupción  es  llamado  de  El  Fraile,  siendo  tan  feliz 
en  su  caída  que  no  recibió  lesión  alguna:  repuesto  de  la  con- 
moción natural  del  salto,  caminó  por  una  quebrada  abajo  y 
salió  a  las  orillas  del  Tuy,  donde  se  encontró  con  unos  indios 
Meregotos,  a  quienes  pidió  que  tuviesen  compasión  de  su  des- 
gracia, pero  sin  hacer  caso  de  sus  ruegos,  le  dieron  algunos  gol- 
pes de  macana,  lo  que  irritó  de  tal  manera  su  ánimo  que,  echan- 
do mano  a  un  mal  espadín  que  llevaba,  hirió  a  los  que  más  le 
molestaban,  y  todos  le  dejaron  paso  franco.  Después  de 
algunos  días  llegó  a  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto,  y  refirió 
la  muerte  de  Narváez  y  de  su  gente.  Tal  desgracia  causó  triste- 
za generala  los  colonos,  quienes  la  atribuyeron  a  la  justicia  de 
Dios;  pues  estos  soldados  habían  cometido  muchos  crímenes  en 
compañía  del  tirano  Aguirre;  asila  Divina  Providencia  cas- 
tiga, aun  en  este  mundo,  Jas   maldades  de  los  perversos. 

Fajardo  entre  tanto  sin  dejar  las  armas  de  la  mano  se 
sostenía  en  El  Coliado,  conservándose  fiel  a  su  palabra  y 
al  tratado  de  paz  y  amistad  solamente  Guaycamacuto  y  los 
demás  caciques  de  la  costa  quienes  se  defendían  he- 
roicamente de  los  Arbacos,  de  los  Teques,  Tarmas  y 
demás  confederados  en  un  fuerte  de  madera,  desde  donde 
inutilizaban  los  colonos  las  fieras  acometidas  de  los  ene- 
migos. 

No  se  ocultaba  a  Guaycaypuro  que  era  inútil  atacar  a 
Fajardo  defendido  como  estaba  por  la  fortaleza,  por  lo  que 
trató  de  que  Cuaycamacuto  faltase  al  tratado  de  amistad, 
discurriendo  la  mayor  traición  y  felonía  contra  los  nuestros. 
Una  mañana  aparecieron  las  fuerzas  indígenas  en  los 
campos  de  Guaycamacuto  y  llegándose  este  a  Fajardo  le 
dijo  que  "por  ser  amigo  suyo  intentaban  los  confede- 
rados destruir  la  ranchería  y  talar'  las  sementeras  de  su 
gente";  entre  tanto  emboscaron  los  mejores  indios  pa- 
ra caer  sobre  los  colonos  que  saliesen  a  socorrerlos; 
ajenos  de  esta  traición  salen  treinta  infantes  con  tres 
de  a  caballo,  al  mando  de  Juan  Jorge  Quiñones;  y  al  entrar 
en  la  montaña,    como  práctico  notó  el   engaño  que   le  tenían 


—  91  — 

preparado  por  lo  que  ordenó  cargar  doblemente  los  arcabuces ; 
inmediatamente  se  vio  rodeado  por  mas  de  cinco  mil  indios: 
unos  y  otros  pelearon  desesperadamente:  a  los  colonos  les 
fue  preciso  echar  mano  a  las  espadas  con  las  que  segaban  Ja 
garganta  a  los  indios,  llevando  por  delante  los  tres  de  a  ca- 
ballo a  cuantos  topaban  con  sus  lanzas,  y  así  llenaron  de  ho- 
rror y  de  sangre  la  montaña.   (Oviedo). 

Tres  horas  llevaban  de  combate,  peleando  treinta  y  tres 
hombres  solamente  contra  más  de  cinco  mil  y  como  Juan 
Jorge  Quiñones  persuadiese  a  los  soldados  a  que  renovasen  el 
ataque,  para  volver  a  la  playa  en  retirada,  vino  a  compren- 
derlo Guaycaypuro,  y  con  este  motivo  se  peleó  más  brava- 
mente por  ambas  partes. 

En  este  tiempo  Juan  Jorge  divisó  a  Pararían,  indio  muy 
valiente,  y  quiso  atravesarle  con  la  lanza,  pero  tropezó  su 
caballo  y  cayó  sobre  unas  piedras  donde  perdió  la  vida 
atravesado  por  el  (  vientre  con  la  guatea  del  mismo  a  quien 
intentaba  clavar;  por  fortuna  a  este  tiempo  llegaba  Fa- 
jardo del  Collado  avisado  por  uno  de  los  soldados  lo  que  evitó 
la  pérdida  total  de  sus  enviados,  aun  así  perdieron  once  co- 
lonos la  vida;  quedando  bien  heridos  los  demás:  délos  in- 
dios confederados  murieron  más  de  setecientos  sin  hacer 
mención  de  los  heridos. 

Guaycaypuro  y  Guaycamacuto  presentaron  de  nuevo 
siete  mil  combatientes  indígenas  contra  Fajardo  y  conociendo 
que  se  terminarían  pronto  las  municiones  de  boca  y  de 
guerra,  antes  que  esto  sucediese  embarcó  su  gente  en  varias 
piraguas  y  se  dirigieron  unos  para  Borburata  y  otros  con  él 
para  Margarita,  jurando  castigar  la  traición  en  cuanto  les  fue- 
se posible,  sin  pensar  que  se  acercaba  el  término  de  su  exis- 
tencia. 

Castellanos  relata  el  final  de  Fajardo  después  de  esto,  de 
la  manera  siguiente: 

Los  indios 

Dieron  en  el  Fajardo  de  tal  suerte 
Que  le  cumplió  desamparar  el  puesto; 
A  Cu  maná  Fajardo  se  convierte 
Donde  el  Alcalde  Cobo,  mal  experto 
En  cosas  de  justicia,  mal  la  hizo 
Y  por  términos  malos  del  mestizo. 


92 


La  madre  pareció  por  su  presencia 
A  pedir  el  agravio  recibido 
Delante  los  señores  de  la  Audiencia, 
Donde  fue  su  negocio  bien  reñido: 
Vióse  la  causa,  dióse  la  sentencia, 
Cada  cual  defendía  su  partido; 
Más  la  india  no  pleiteó  de  balde 
Pues  hizo  que  ahorcasen  al  Alcalde  (1) 


CAPITULO  XV 

üefiérese  la  muerte  del  famoso  Dieg ©  (Garda  de  Paredes  y  ef 
desastre  del  Gobernador  y  del  MariscaE,  con  otros  por- 
menores interesantes. 

1563-1564 

Con  el  fin  de  comprender  mejor  las  grandes  dificultades 
que  había  para  la  colonización  y  conquista  de  3a  Provincia  de 
Caracas  queremos  hacer  notar  a  la  vez,  lo  ocurrido  en  mil 
quinientos  sesenta  y  tres  con  Diego  García  de  Paredes,  el 
mismo  que  derrotó  al  Tirano  Aguirre  en  Nueva  Segovia  de 
Barquisimeto  y  el  primer  fundador  de  Trujillo. 

Volvía  este  caballero  de  la  Madre  Patria,  España,  con  el 
Gobierno  y  Capitanía  General  de  la  Provincia  de  Popayán  en 
premio  de  sus  proezas,  y  deseaba  saber  de  su  grande 
amigo  Luis  de  Narváez,  quien  había  salido  del  Tocuyo  casi  al 
mismo  tiempo  que  él  para  socorrer  a  Fajardo,  por  lo  que 
recaló  en  el  puerto  de  Catia,  cerca  de  La  Guaira,  y  echó 
anclas  en  aquel  puerto;  era  cacique-  del  contorno  Gua- 
nauguta,  uno  de  los  que  más  ayudaron  a  Guaycaypuro  contra 
Fajardo.  Guanauguta  emboscó  más  de  doscientos  indios 
y  empezó  a  llamar  desde  la  playa  a  los  del  navio,  tremolando 
al  aire  una  banda  blanca;  presumiendo  Diego  García  de  Pare- 
des qUe  sin  duda  era  su  amigo  Narváez,  saltó  a  tierra  acom- 
pañado de  cuatro  caballeros  extremeños  y  seis  marineros. 

Recibióle  el  indio  con  mil  demostraciones  de  cariño,  le 
aseguró  que  Narváez  estaba  en  la  villa  de  San  Francisco  y 
que   le  llamaría    inmediatamente,    por   lo   tanto    que    pasase 

(1)     Parte  II.  Eleg.   III.  Cant.  IV. 


—  93  - 

a  su  ranchería  en  donde  quería  obsequiarle;  receló  García  de 
Paredes  y  comunicó  a  los  compañeros  sus  sospechas;  pero 
éstos  creyeron  infundada  su  desconfianza,  dando  lugar  a  que 
salieran  los  indios  de  su  emboscada  y  les  atacasen  cuando 
más  descuidos  estaban ;  defendiéronse  resueltamente  y  asegura 
Fray  Pedro  Simón  en  sus  Noticias  Historiales  (1)  que  solo 
Diego  García  de  Paredes  mató  más  de  ochenta  indios  por  sus 
manos,  animando  a  sus  compañeros  a  la  justa  defensa,  y  aun- 
que tuvo  ocasión  de  huir  no  lo  quiso  hacer  por  no  desam- 
parar a  los  suyos;  más  como  los  indios  eran  muchos,  todos 
cuantos  españoles  saltaron  a  tierra  perdieron  la  vida,  menos 
un  marinero  que  pudo  escapar,  y  referir  cuanto  había  su- 
cedido. 

Juan  de  Castellanos  asegura  no  fué  la  única  vez  que  estos 
indios  se  valieron  de  estas  mañas  para  sorprender  incautamente 
a  nuestros  ascendientes ;  por  lo  que  censura  con  franqueza, 
que  se  tuviese  confianza  en  los  indios,   diciendo: 

Tan  gran  error,  en  un  tan  buen  soldado 
A  todos  nos  causó  gran  maravilla 
Sabiendo  bien  Narváez  ser  entrado    (a  los  Caracas) 
A  tiempo  quéi  se  fué  para  Castilla 
A  fin  de  castigar  al  rebelado 

Y  ser  aquella  gente  no  sencilla; 
Más  el  pensó  que  io  tenía  llano, 

Y  ser  verdad  haber  pueblo  cristiano! 

Y  fué  demasiada  la  ceguera, 
Pues  debiera  tener  por  cosa  clara, 
que  si  cristiana  población  hubiera 
de  gente  conocida,  no  faltara 
quien  paseara  bien  esta  frontera; 
y  aun  fuérale  mejor  que  lo  dejara 
e  ir  adonde  le  llamaba  la  demanda 
sin  ver  a  Catalina  de  Miranda  (2) 
Al  fin  él  se  mostró  poco  discreto 
en  se  meter  allí  sin  certidumbre 
metiendo  muchos  otros  en  aprieto 

de  muerte,  con  inmensa  pesadumbre, 
y  con  las  crueldades  que  en  efecto 
estos  bestiales  tienen  de  costumbre.  (3) 


(1)  Not.  7?  Cap.  I. 

(2)  Nótese  la  expresión  equivalente  a  curiosear,  según  parece. 

(3)  Part.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


—  94  — 

Efectivamente,  según  Oviedo  y  Baños,  los  indios  por 
escarnio  empalaron  los  cadáveres  de  aquellos  nobles  varones 
en  la  playa  y  suspendiéndolos  en  alto,  se  entretenían  en  ha- 
cerlos blanco  de  sus  crueles  saetas,  y  como  era  imposible  por 
entonces  remediarlo  los  demás  españoles  se  hicieron  a  la  vela, 
por  no  ver  aquellos  actos  salvajes.  ( 1 ) 

Para  este  tiempo  ya  estaba  hecho  cargo  del  Gobierno  de 
Venezuela  Pablo  Bernaldez,  quien  había  llegado  al  Tocuyo 
en  agosto  de  mil  quinientos  sesenta  y  dos  y  remitió  preso  a 
España  a  su  antecesor  el  Gobernador  don  Pablo  Collado, 
por  acusaciones  de  los  colonos. 

Felices  tiempos  aquellos  en  los  que  estaban  sujetos  a 
responsabilidad  efectiva  los  grandes  de  la  política,  los  goberna- 
dores de  los  pueblos. 

A  la  sazón  había  también  llegado  de  la  Madre  Patria  Espa- 
ña Gutiérrez  de  la  Peña,  (el  mismo  que  era  Gobernador  cuando 
la  derrota  de  Aguirre)  con  el  título  de  Mariscal  de  esta  Pro- 
vincia y  de  Regidor  Perpetuo  de  todas  las  ciudades  que  la 
componían ;  los  dos  determinaron  salir  del  Tocuyo  en  persona 
para  restaurar  lo  perdido  en  la  Provincia  de  Caracas,  acompaña- 
dos de  cien  hombres;  el  Gobernador  nombró  General  a 
Gutiérrez  de  la  Peña,  célebre  por  su  ponderada  experiencia 
militar. 

El  Gobernador,  no  obstante  el  nombramiento  refe- 
rido, pretendía  dirigir  la  campaña  y  requerir  a  los  indios 
según  el  estilo  judicial ;  el  Mariscal  aseguraba  que  era  un  camino 
inútil,  pues,  envalentonados  los  indígenas,  sólo  el  rigor  po- 
dría domeñarlos:  en  estas  conferencias  llegaron  a  las  sabanas 
de  Guaracarima,  donde  los  naturales  les  esperaban  con  las 
armas  en  la  mano. 

Los  Arbacos  y  Meregotos,  tan  pronto  como  supieron 
que  venía  el  Gobernador  en  persona,  llamaron  a  los  Qui- 
riquires,  los  que  subieron  por  las  orillas  del  Tuy  hasta  el  río 
Tiquire:  era  tanta  la  multitud  de  indios  que  ocupaba  todos 
los  altos  y  montañas,  que  no  se  descubrían  por  todas  partes  en 
las  alturas  sino  sus  penachos  encopetados. 

A  persuasiones  del  Mariscal  se  internaron  en  un  valle 
angosto  por  cuyo  centro  corría  el  Tuy  y  al  que  llamaron 
Valle  del  Miedo  y  en  donde  reconocidas  de  cerca  las  posiciones 

(1)     Part.  I.  Libro  IV.  Cap.  XII. 


-   95  — 

de  los  indios  optaron   por  volver   a   las  sabanas  de  Guaracari- 
ma  y  prevenirse  con  mayores  refuerzos. 

El  Gobernador,  acompañado  del  Mariscal  Gutiérrez  de 
la  Peña,  dejó  la  gente  a  cargo  de  Francisco  de  Madrid  con  el 
nombramiento  de  Cabo  Superior  y  recorrieron  ambos  todas 
las  ciudades  sin.poder  conseguir  ni  un  solo  hombre,  para 
continuar  la  conquista  de  los  indios  Caracas,  a  cuyas  manos 
habían  perdido  la  vida  heroicos  capitanes  y  soldados.  El 
mismo  Francisco  de  Madrid  quien  se  veía  acometido  a  la  con- 
tinua de  los  indígenas,  dejó  en  su  lugar  a  Antonio  Rodríguez 
Galán  y  pasó  al  Tocuyo  con  el  fin  de  conocer  las  disposiciones 
del  Gobernador;  pero  éste  le  ordenó  que  volviese  a  Guara- 
carima  para  que  se  retirasen  los  soldados  y  se  abandonó  el 
proyecto  comenzado,  hasta  poderlo  emprender  con  mayor 
seguridad  más  adelante. 

De  todas  veras  hubiéramos  deseado  pasar  en  silencio  lo 
que  directamente  no  se  refiere  a  Losada;  pero,  ¿cómo  podría 
el  lector  darse  cuenta  exacta  de  la  gran  empresa  que  llevó  a 
cabo  sin  que  se  le  diese  a  conocer  antes  las  dificultades  que 
tenía  que  vencer  para  los  fines  de  la  colonización  en  el 
valle  de  los   Caracas? 

Comenzaba  ya  en  la  colonia  un  gran  movimiento  agríco- 
la, se  fomentaba  la  cría  de  ganados,  las  industrias  tomaban 
asiento,  lo  mismo  que  el  comercio  y  las  transacciones  mer- 
cantiles de  varios  géneros;  pero  los  indios,  de  quienes  habla- 
mos, retardaban  el  bienestar  común  de  los  colonos,  amena- 
zaban continuamente  a  los  otros  indios  amigos  y  envalentona- 
dos por  sus  victorias  "atrevidamente,  dice  Fray  Pedro  Si- 
món,   se  alargaban  a  asaltar,  robar  y  matar".    (1) 

Entremos  ahora  de  lleno  en  el  estudio  de  las  acciones  de 
Losada  en  esta  última  etapa  de  su  vida,  la  más  brillante  para  el 
bienestar  de  la  colonia  española  de  Venezuela;  afortunada- 
mente casi  nos  da  hecho  el  trabajo  Oviedo  y  Baños,  a  quien 
seguiremos  en  nuestra  labor,  sin  dejar  de  citar  oportunamente 
los  demás  autores  que  tratan  de  estos  asuntos  y  que  hemos 
tenido  a  la  mano,  y  señalamos  como  fuentes  históricas;  pues 
la  historia  no  se  inventa,  sino  que  es  la  relación  de  los  hechos. 


(1)     Not.  7*  Cap.  III. 


—  96  — 


CAPÍTULO  XVI 

Conquista  y  colonización  de  la  Provincia  de  Caracas  por  Dief  o 
de  Losada,  con  varias  relaciones  muy  interesantes  y  la 
lista  de  sus  tropas,  gentes,  ganados  y  armas. 

1565-1566 

A  fines  de  mil  quinientos  sesenta  y  cinco.,  pasado  poco 
más  de  un  año  después  que  el  Mariscal  y  el  Gobernador  se 
retiraron  a  Guaracarima,  determinó  éste  hacer  nueva  entrada 
a  la  Provincia  de  Caracas,  y  al  efecto  nombró  por  General  a 
Diego  de  Losada,  entonces  vecino  del  Tocuyo. 

— Era  Losada,  dice  Oviedo  y  Baños,  persona  en  quien 
concurrían,  además  de  la  nobleza  heredada,  las  prendas  del 
valor  y  experiencia  adquirida  en  muchas  de  las  funciones  mili- 
tares en  que  se  había  encontrado,  así  siendo  Maestre  de 
Campo  del  Gobernador  Cedeño,  como  asistiendo  por  Cabo 
Principal  en  diferentes  conquistas,  manifestando  en  todas  las 
acciones  los  valerosos  alientos  de  su  noble  espíritu.  —  (1.) 

Como  hombre  de  reflexión  y  prudencia  conoció  el  peli- 
gro de  su  reputación  y  de  su  vida  en  marchar  donde  habían 
perecido  capitanes  tan  aguerridos  como  Juan  Rodríguez, 
Luis  de  Narváez  y  Diego  García  de  Paredes,  sin  olvidar  las 
retiradas  de  Fajardo  y  del  mismo  Gobernador  y  del  Mariscal 
de  la  Provincia,  Gutiérrez  de  la  Peña;  y  presentó  por  ex- 
cusa los  motivos  de  salud  y  otros  que  le  proporcionaban  la 
ocasión  y  el  tiempo;  pero  el  Gobernador  Pablo  Bernaldez 
conoció  que  en  la  elección  de  tal  caudillo  llevaba  asegurados 
los  aciertos  de  la  empresa,  le  obligó  con  ofertas  y  honores,  y 
logró  que  aceptase  el  nombramiento  y  tomara  el  asunto  por 
su  cuenta. 

Por  este  tiempo,  dice  Juan  de  Castellanos: 
A  gobernar  aquella  tierra  vino 
Don  Pedro  Ponce  de  León,  el  año 
ya  de  sesenta  y  seis  (1566)  varón  que  digno 
era  de  gobernar  mayor  rebaño, 
y  así  pasó  muy  bien  aquel  camino; 
luego  como  llegó  puso  la  frente 
en  sujetar  aquella  brava  gente  (1) 

(1)     Part.  í.  Lib.  V.  Cap.  I. 

(1)     Part.  II.  Ele?.  III.  Cant.  V. 


—  97  — 

Era  don  Pedro  Ponce  de  León,  rama  ilustre  de  Ja  casa 
de  Arcos,  caballero  de  mucha  experiencia,  ejercitado  en  em- 
pleos correspondientes  a  su  noble  sangre:  traía  don  Pedro 
apretadas  órdenes  del  Rey,  el  gran  Felipe  II,  para  que  procu- 
rase con  todo  esfuerzo  conquistar  la  Provincia  de  Caracas; 
pronto  conoció  el  nuevo  Gobernador  el  acierto  con  que  su 
antecesor  Pablo  Bernaldez  había  trazado  las  primeras  lineas 
por  lo  que  de  seguida  confirmó  el  nombramiento  de  General  a 
Diego  de  Losada,  y  le  dio  nuevos  poderes  para  poblar  y  re- 
partir encomiendas.    ( 1 ) 

Y  Castellanos  dice: 

Para  hacer  mejor  la  tal  jornada, 
Puso,  por  ser  persona  conocida. 
Los  ojos  en  el  Diego  de  Losada, 
Al  cual  antes  que  haga  su  partida 
La  comisión  que  pide  le  fué  dada, 
Y  tal  que  fué  su  boca  la  medida, 
Con  deseos  de  ver  duros  castigos 
En  tan  desvergonzados  enemigos  (2) 

Y  a  fin  de  que  resaltase  mas  la  grande  confianza  que  de- 
positaba en  Losada  entregó,  para  que  militaran  bajo  su 
mando,  tres  hijos  que  trajo  consigo  de  España,  llamados  don 
Francisco,  don  Rodrigo  y  don  Pedro ;  lo  que  sirvió  para  dar 
mayores  seguridades  a  los  vecinos  de  toda  la  Provincia, 
quienes  voluntariamente  se  alistaban  como  soldados  para  la 
magna  empresa. 

Juan  de  Salas,  vecino  de  la  isla  de  Margarita,  que  estaba 
a  la  sazón  en  El  Tocuyo  ocupado  en  negocios  particulares  y 
era  una  de  los  íntimos  amigos  de  Losada,  conoció  la 
importancia  del  asunto,  y  se  le  ofreció  con  cien  indios  guaique- 
ríes,  seguro  de  conseguirlos  en  la  referida  isla;  eran  estos  in- 
dios ya  prácticos  entre  los  Caracas,  por  haber  servido  a  las 
órdenes  de  Fajardo  en  años  anteriores,  y  se  esperaba  de  ellos 
que  fueran  muy  útiles  para  la  colonización  y  conquista;  entre 
tanto  tocaba  a  su  fin  el  año  de  mil  quinientos  sesenta  y  seis  y 
convenido  el  tiempo  para  juntarse  en  el  puerto  de  Borburata, 
Juan  de  Salas  salió  con  dirección  a  Margarita,  quedando  Lo- 
sada satisfecho  de  lo  bien  que  marchaban  los  asuntos. 


(1)  Oviedo.  Lib.  V.  Cap;  I.   Part.   I. 

(2)  Part.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


—  98  — 

Sin  perder  tiempo  y  ocupado  Losada  en  equipar  com- 
pletamente su  ejército,  se  pasó  todo  el  año  de  mil  quinientos 
sesenta  y  seis  en  el  que  se  proveyó  de  armas,  municiones  y 
pertrechos  de  todo  género.      ( 1 ) 

Ningún  obstáculo  encontramos  que  se  le  presentase  en 
todo  ese  tiempo  y  llegados  los  primeros  días  de  enero  de  mil 
quinientos  sesenta  y  siete  salió  del  Tocuyo  y  pasó  con  toda 
su  gente  a  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto  en  donde  se  le 
unieron  cuantos  tenía  prevenidos,  e  inmediatamente  se  diri- 
gieron a  Villa  Rica,  llamada  más  tarde  la  ciudad  de  Nirgua; 
jaquí  se  entretuvo  por  algún  tiempo  Losada;  ensayó  la  mo- 
vilización de  las  fuerzas,  mezclando  lo  agradable  con  lo  útil; 
pues  supo  organizar  corridas  de  toros  y  cañas,  con  otros  tor- 
neos y  ejercicios  militares,  y  formó  cuadrillas  entre  caballeros 
armados  y  bandos  que  batallaban  entre  sí,  imitando  una  re- 
ñida batalla  y  otras  escaramuzas;  con  esto,  ademas  de  diver- 
tirse, se  preparaban  para  las  luchas  que  esperaban  y  se  ejerci- 
taban los  caballos. 

Además,  sin  olvidar  la  religión,  en  donde  estriba  la  for- 
taleza de  jefes  y  soldados,  para  el  día  veinte  del  referido  mes 
(enero  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete)  celebró  con  los  caba- 
lleros de  su  campo  la  fiesta  de  San  Sebastián  mártir,  y  lo 
escogió  por  patrono  de  la  empresa  y  por  abogado  delante  de 
Dios  contra  el  temible  y  mortífero  veneno  de  las  flechas: 
'según  Oviedo  y  Baños  esta  fiesta  se  celebraba  con  esplendor  to- 
dos los  años  en  la  catedral  de  Caracas ;  bien  merecen  conservarse 
las  tradiciones  que  recuerdan  los  beneficios  que  recibieron  de 
Dios  nuestros  antepasados.  El  elemento  militar  de  Venezuela 
debiera  renovarla;  pues  es  parte  de  su  tradición  y  de  su  his- 
toria. 

Terminadas  estas    fiestas   religiosas,    civiles  y   militares, 
organizó  Losada    sus    huestes   y    nombró    caudillo  a    Fran- 

t  (1)  En  un  manuscrito  muy  antiguo  e  interesantísimo  que  nos  mostró 
nuestro  buen  amigo,  señor  don  Felipe  Francia,  encontramos  que  Diego  de  Lo- 
sada, a  pesar  de  tantas  ocupaciones,  tuvo  tiempo  en  este  mismo  año  de  mil 
quinientos  sesenta  y  seis,  para  cumplir  con  todos  los  buenos  sentimientos  de 
amistad  y  religión  católica,  apostólica,  romana;  por  él  sabemos  que  el  fundador 
de  Caracas  honró  a  los  nobles  esposos,  Alonso  Andrea  y  Francisca  Matheos 
(muy  probablemente  en  El  Tocuyo,  cuando  menos  en  Nueva  Segovia  de  Barqui- 
simeto), y  les  sirvió  de  padrino  en  el  bautismo  solemne  de  una  niña  llamada 
Francisca,  hija  legítima  de  los  mismos;  y  que  le  acompañó  de  madrina,  en  tan 
grande  acto   religioso,    dcña    Beatriz    Gutiérrez. 

Acaso  el  lector  estimará  esta  curiosa  noticia  del  compadrazgo  del  fundador 
de  Caracas  con  los  legítimos  esposos  Alonso  Andrea  y  Francisca  Matheos  y 
hasta  saber  el  nombre  de  su  ahijada. 


San  Sebastián  Mártir 


El  veinte  de  enero  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete  celebro  Losada  junto  con  los 

caballeros  de  su  campo  la  fiesta  de  San  Sebastián  mártir  escogiéndole  por  pa- 
trono de  la  empresa  y  por  abogado  ante  Dios  contra  el  mortífero  veneno  de 
las  flechas. 


—  99  — 

cisco  Maldonado  a  quien  dio  orden  de  marchar  a  Nueva  Va- 
lencia del  Rey,  hoy  Valencia,  y  proseguir  hasta  el  valle  de 
Guacara,  en  donde  le  había  de  esperar:  mientras  tanto  el  gene- 
ral arregló  sus  asuntos  en  Nueva  Valencia  del  Rey  y  acom- 
pañado de  Pedro  Galeas  y  Francisco  Infante,  pasó  aBorburata, 
en  donde  se  detuvo  quince  días  para  aguardar  a  Juan  de  Salas, 
quien  no  llegó,  según  habían  convenido,  ¡con  los  guaique- 
ríes  de  la  isla  de  Margarita,  a  pesar  de  haber  transcurrido 
más  tiempo  del  prefijado. 

Por  esto  determinó  incorporarse  de  nuevo  a  las  fuerzas, 
que  cuidadosas  por  su  tardanza,  habían  pasado  hasta  el 
Valle  de  Mariara,  lugar  este  célebre  por  haberse  organi- 
zado en  él  completamente  el  equipo  y  el  ejército,  y  en  donde 
se  detuvieron  por  ocho  días,  se  revisaron  todas  las  armas, 
se  preparó  todo  cuanto  se  necesitaba,  y  se  hizo  el  recuento 
de  la  gente,  municiones  y  víveres;  cuyo  resultado  fué  el  si- 
guiente : 

Veinte  hombres  de  caballería 20 

Cincuenta  de  arcabuces 50 

Ochenta  rodeleros 80 


Total,  ciento  cincuenta  hombres  de  guerra.  .  .        150  (1) 


Todos  ellos    bien  apercibidos   con  las   armas    necesarias. 

La  caballería  iba  al  mando  del  Capitán  don  Francisco 
Ponce,  hijo  del  Gobernador,  y  bajo  las  órdenes  de  Losada. 

Además,  para  el  servicio,  llevaba  Losada  ochocientas  per- 
sonas indígenas;  doscientas  bestias  de  carga;  cuatro  mil  car- 
neros y  una  porción   de  cerdos. 

De  los  cuatro  mil  carneros,  mil  quinientos  fueron  dados 
a  su  costa  por  el  Teniente  de  Gobernador  de  Nueva  Valencia 
del  Rey,  en  donde  abundaban  los  ganados;  y  quedó  el  Ge- 
neral muy  contento  al  ver  la  buena   disposición   de  las   cosas. 

Antes  de  relatar  la  marcha  del  ejército  con  toda  su  impe- 
dimenta, queremos  poner  la  lista  de  los  ciento  cincuenta 
compañeros  de  Losada  que  le  ayudaron  en  tan  magna  empre- 
sa, para  consuelo  y  satisfacción  de  todos  sus  descendientes, 
que  encontrarán  en  sus  apellidos  la  mejor  razón  de  su  origen 
y  también,  para  que  reconozcan  los  sublimes  alientos    de  tan 

(1)  Los  arcabuceros  llevaban  armas  de  fuego;  los  rodeleros  eran  llama- 
dos así  por  la  rodela  que  llevaban  en  el  brazo  izquierdo  para  defender  el  pecho,  y 
peleaban  con   espada  y  picas  o  al  arma  blanca,  como  hoy  se  dice 


—  100  — 

nobles  corazones  españoles,  que  se  lanzaban  a  la  muerte  para 
dejar  a  sus  venideros,  historia,  hogar  y  patria  en  países  in- 
cultos. 

Debemos  esta  relación,  aunque    incompleta,  a    Oviedo  y 
Baños,    quien  asegura  fueron  los  siguientes: 

Don  Diego  de  Losada,  General  en  Jefe   y   segundo   Go- 
bernador, natural  de  Río  Negro. 

Capellanes  del  Ejercito: 

Don  Blas  de  la  Puente.     Sacerdote. 

Fray  Baltasar  de  García,    fraile,  de  la  orden  de  San  Juan. 
Sacerdote. 

Personal  del  Ejército: 

Don  Francisco  )       a     •  ,       u  ,,    -       .  ••      j  i  r> 

r^      r>    j  -  {       Capitanes  de  caballería  e  hilos  del  Go- 

Don  Rodrigo  v  >         ¿        \  J 

t>»       o  j      r»  "  í  bernador. 

Don  redro  ronce  ) 

Gonzalo  Osorio Sobrino  de  Losada. 

Gabriel  de  Avila Alférez  mayor  del  campo. 

Francisco  Maldonado  de  Almendariz (de  Navarra). 

Francisco  Infante (de   Toledo). 

Sebastián  Díaz (de  San  Lucar). 

Diego  de  Paradas (del  Almendralejo,  de  Extremadura), 

Agustín  de  Ancona (de  la  Marca). 

Pedro   Alonso  Galeas (del   Almendralejo). 

Francisco  Gudiel .  .  (de  Santa  Olaya,  arzobispado  de  Toledo), 

Alonso  Andrea  de  Ledesma.  )  ,  / ,    T     ,  » 

r^       •■  j     t    j  /-hermanos,  (de  Ledesma).    . 

I  orne  de  Ledesma j  ' 

Francisco  de  Madrid, (de   Villacastín). 

Bartolomé    de   Almao.  * 

Sancho  del  Villar 

Cristóbal  Gómez. 

Miguel  de  Santa  Cruz. 

Juan   de  Gámez. 

Martín   Fernández , (de  Antequera). 

Marcos   Gómez (de  Cascajales). 

Cristóbal  Cobos. 

Diego  de  Montes (de  Madrid). 

Francisco   Sánchez (de    Córdoba). 

Martín  de  Gámez. 

Pedro   de   Montemayor. 

Don   Julián   de    Mendoza. 

Miguel  Díaz (de  Ronda). 


— 101  — 

Andrés  Pérez. 

Rodrigo  deJ  Río. 

Rodrigo  Alonso. 

Francisco    Ruiz. 

Pedro  Rafael. 

Juan    Gallegos. 

Pedro  Cabrera. 

Cristóbal    Gil. 

Alonso  Ortiz Escribano  del  Ejército  (Notario  Público). 

Alonso  de  Salcedo. 

Juan  Alvarez. 

Vicente  Díaz. 

Pedro    Mateos. 

Antonio   Rodríguez. 

Francisco  Román    Coscorrilla. 

Martín  Alfonso. 

Alonso   de   León,      * 

Alonso    Ruiz  Vallejo (de  Coro). 

Melchor   Gallegos. 

Juan    Castaño. 

Gonzalo  Rodríguez. 

Bartolomé    Rodríguez. 

Cristóbal   de    Losada ...  (de   Lugo). 

Francisco  de  Vides. 

Üstebán  Martín. 

Diego  de  Antillano. 

Pedro  García  Camacho. 

Domingo  Baltasar. 

Gonzalo    de  Clavijo. 

Miguel   Fernández 1  u 

ó  ¿f   -     ü      v    ,  -  hermanos. 

Baltasar  b  ernandez J 

Gregorio   Ruiz. 

Juan  Serrano. 

Diego  de  Henares. 

Juan  Ramón    Barriga. 

Simón  Giraldo. 

Lope  de  Benavides. 

Juan  Fernández  de  León.    * 

Alonso  Gil. 

Juan  de  San  Juan. 

Duarte   de   Acosta. 

Damián  del  Barrio (de  Coro). 


—  102  — 

Gaspar  Tomás. 
Andrés   de   San  Juan. 
Juan  Fernández  Trujillo. 
Pedro  García   de   Avila. 
Melchor   Hernández, 
Alonso  de  Valenzuela. 
Domingo   Giral. 
Pedro   Serrata. 
Juan  García  Casado. 
Juan   Sánchez. 
Fernando   de  la  Cerda. 
Pablo  Bernaldes. 
Pedro  Alvarez  Franco. 
Antonio  de   Acosta. 
Juan    Bautista  Melgar. 
Sebastián    Romo. 
Juan   de  Burgos. 
Francisco  Márquez. 
Alonso  Viñas. 
Andrés    Hernández. 
Francisco  Agorreta. 

Antonio  Pérez (africano,    de  Oran). 

Gaspar  Pinto. 
Diego  Méndez. 
Juan  Catalán. 
Alonso  Quintana. 
Jerónimo   de  Tovar. 
Juan   García  Calado. 
Francisco  Guerrro. 
Francisco  Román. 
Gonzalo  Pérez. 
Pedro   Hernaldos. 
Andrés   González. 
Gregorio  Gil. 
Francisco   Rodríguez. 
Manuel  López. 
Francisco  Pérez. 
Francisco  de  Saucedo. 
Juan  de  Ángulo. 
Francisco  de  Antequera. 
Antonio   Pérez   Rodríguez. 
Gregorio  Rodríguez. 


—  103  — 

Maese  Francisco   Gen  oves. 
Francisco  Tirado. 
Antonio  Olías. 
Melchor  de  Losada. 

Jerónimo  de  la    Parra \  hermanos 

uan  de  la  Parra j 

Justo  de  Cea. 

Pedro  Maldonado. 

Abrahan  de  Cea. 

Francisco   de  Neira. 

Francisco   Romero. 

Manuel  Gómez. 

Jerónimo  de  Ochoa. 

Bernabé  Castaldo. 

Maese  Bernal,  (italiano). 

Juan  Suarez,  (a  quien  llamaban  el  Gaitero). « 


CAPITULO  XVII 

Diego  de  Losada,  organizados  los  servicios  religiosos,  se  pre- 
para para  entrar  en  combate,  y  se  dicen  la  disposi- 
ción y  resultados  de  los  primeros  choques,  con  otras 
particularidades. 

1S67 

Pasados  ocho  días  y  todo  dispuesto  en  orden,  levantó 
Losada  su  campo  del  Valle  de'Mariara  y  tres  días  después  llegó 
ál  Valle  del  Miedo,  (1)  que  eran  las  primeras  tierras  señaladas 
para  su  conquista:  ya  a  las  puertas  del  peligro  y  organizados 
los  servicios  religiosos,  se  confesó  y  comulgó  toda  su  gente,  y 
se  previnieron,  como  buenos  soldados,  para  comparecer  ante 
la  Divina  justicia;  con  esto,  desechados  todos  los  temores  de 
la  muerte,  se  disponían  a  lanzarse  como  leones  al  combate; 
Losada  les  dio  también  alto  ejemplo. 

Entre  tanto  no  descuidaba  los  restantes  deberes  militares, 
sino  que  enlazando  la  religión  con  el  arte  militar,  envió  a 
Pedro  García  Camacho,    con   treinta  hombres  para  descubrir 

(1)  Creemos  que  es  el  valle  por  donde  baja  el  Tuy  antes  de  llegar  a  El  Conse- 
'o;  los  más  peritos  en  la  geografía  del  país  deberían  señalárnoslo  fijamente. 


-104  — 

el  campo  y  con  orden  de  copar  algunos  indios  para  informar- 
se del  estado  de  los  demás  y  de  sus  fuerzas; pero  se  vieron  pre- 
cisados a  regresar,  después  de  tres  días,  sin  lograrlo  que  desea- 
ban por  más  diligencias  que  hicieron. 

Apenas  había  llegado  Pedro  García  Camacho  a  presencia 
de  Losada  para  darle  cuenta  de  las  gestiones  realizadas, 
"cuando  por  todas  partes  descubieron  escuadrones  que  sin 
llegar  a  tiro,  con  su  acostumbrada  vocería  desafiaban  a  los 
nuestros,  haciendo  alarde  de  su  fiereza"  :  esta  circunstancia 
obligó  a  Losada  a  no  dormirse;  pasó  la  noche  con  cautela 
y  confió  la  guardia  a  los  primeros  cabos:  al  día  siguiente 
levantó  su  campo  haciéndose  cargo  de  la  vanguardia  en 
compañía  de  su  alférez  Gabriel  de  Avila  y  de  Francisco  Infan- 
te ;  la  retaguardia  fué  encomendada  a  don  Francisco  Ponce, 
Pedro  Alonso  Galeas  y  Diego  de  Paradas. 

En  esta  disposición  empezó  a  subir  Ja  Loma  de  Tere- 
paima,  hoy  de  Las  Cocuizas,  llevando  todos  las  armas  en  la 
mano,  con  la  mayor  precaución,  por  tener  a  la  vista  al  enemi- 
go; no  se  engañó  Losada  al  caminar  con  estas  prevenciones; 
pues  apenas  entraba  el  ejército  en  un  lugar  fragoso  y  lleno  de 
maleza,  los  indios  hicieron  sonar  sus  caracoles  y  fotutosy  pro- 
vocaron a  la  pelea  y  se  entabló  el  combate. 

Una  de  las  dificultades  que  tuvo  el  ejército  en  esta  oca- 
sión fué  el  alboroto  del  ganado  de  cerda  que  se  desmandó 
por  el  monte,  causando  algún  desorden  en  la  marcha,  por  las 
diligencias  que  hacía  el  servicio  para  recogerlo:  los  indígenas 
aprovecharon  este  incidente  para  disparar  un  diluvio  de  fle- 
chas, y  se  recrudeció  el  combate  por  ambas  partes,  pero  cono- 
cieron muy  pronto  los  indios  el  estrago  que  les  hacían  las 
armas  de  fuego,  por  lo  que  tocaron  a  recoger  sus  escuadrones,  y 
dejaron  el  paso  libre  a  nuestros  mayores,  los  españoles,  quie- 
nes llegaron  sin  novedad  a  lo  alto  de  la  loma,  donde  había 
unas  sabanas  limpias  y  en  donde  determinó  Losada  pasar  la 
noche,  por  ser  ya  tarde,  estar  la  gente  fatigada  y  por  haber  en- 
contrado agua  corriente  y  buena. 

Castellanos  refiere  esta  circunstancia  clasicamente  cuando 
dice: 

Por  Terepaima  guía  su  camino 
no  menos  industrioso  que  valiente: 
por  donde  deste  bárbaro  vecino 
era  la  mayor  fuerza  de  la  gente. 


—  105  — 

Embisten  con  el  campo  peregrino, 
más  el  Losada  fué  tan  diligente 
que  con  pesar  de  toda  la  ralea 
el  alto  de  la  Loma  señorea. 
Para  hacer  al  indio  más  confuso, 
donde  más  pueblos  hay  allí  se  queda  (1) 

Durante  la  noche,  sin  que  lo  supiera  el  General,  con  no- 
table osadía  y  quebrantamiento  del  orden  y  disciplina,  salieron 
del  alojamiento  Francisco  Maldonado,  Pedro  García  Cama- 
cho,  Juan  de  Burgos,  Francisco  Márquez  y  un  negro  llama- 
do Juan,  portugués,  deseando  coger  algunos  patos  y  otras 
aves  que  habían  visto  en  unas  chozas  al  pie  de  la  montaña. 
Mientras  se  ocupaban  en  recoger  las  aves  y  antes  de  que  pu- 
diese tener  lugar  la  resistencia,  salieron  de  la  emboscada  los 
indios  y  cayeron  sobre  los  desmandados;  Burgos  salió 
herido  en  el  rostro,  Pedro  García  Camacho  atravesado  con 
una  flecha  por  la  espalda,  y  Francisco  Márquez,  partida  la  ca- 
beza por  el  golpe  de  una  macana,  quedó  muerto  en  el 
acto. 

Como  Maldonado  quedaba  a  retaguardia,  disparó  su 
arma  de  fuego  repetidas  veces  sobre  los  indios,  lo  que  sirvió 
de  aviso  para  socorrer  a  los  culpados;  pues  en  cuanto  oyó  Losa- 
dalos  tiros  continuados  y  sin  conocer  de  qué  se  trataba,  apresu- 
radamente mandó  a  Francisco  Infante,  Esteban  Martín  y 
Francisco  Sánchez  de  Córdoba,  los  tres  de  caballería,  con 
otros  diez  infantes,  para  investigar  lo  que  pasaba,  quienes  se 
dirigieron  con  presteza  hacia  donde  se  oía  el  alboroto,  llegando 
a  tiempo  para  facilitar  la  retirada;  pero  informados  de  que 
habían  muerto  a  Márquez  no  quisieron  dejar  el  cadáver  en 
manos  de  los  enemigos,  bajaron  de  nuevo  al  valle  y  lograron 
recuperarlo,  no  sin  derramar  sangre,  y  con  la  pérdida  del 
caballo  de  Francisco  Infante;  de  esta  manera,  movidos 
a  piedad,  acreditaron  su  valor  y  nobleza,  que  no  se  encuentra 
sino  en  los  corazones  piadosos;  y  poco  tiempo  después,  entra- 
ron triunfantes  en  el  campamento  con  el  cadáver  a  cuestas  y 
le  dieron  sepultura :  por  lo  que  hasta  hoy  se  llama  aquel  lu- 
gar el  Sitio  de  Márquez. 

Llegaban  los  últimos  días  del  mes  de  febrero  de  mil  qui- 
nientos sesenta  y  siete  y  sin  detenerse  más  que  aquella  noche, 
pasada   en  estos   apuros,  emprendió  Losada   su  viaje    nueva- 

(1)     Part.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


—  106  - 

mente  y  encomendó  la  retaguardia  aquel  día  a  Diego  de  Para- 
das, y  dio  orden  a  Pedro  Alonso  Galeas  para  que  separado 
del  ejército  fuese  en  toda  ocasión  sobresaliente,  dispuesto 
para  acudir  al  socorro  en  aquella  parte  donde  las  circunstancias 
del  momento  lo  requiriesen ;  de  esta  manera  y  con  algunos 
indios  a  la  vista  caminó  sin  novedad  hasta  llegar  ai  sitio  en 
donde  fué  derrotado  Narváez  con  su  gente,  y  se  encontra- 
ron con  los  huesos  insepultos  de  los  mismos  conquistadores; 
lo  cual  renovó  en  todos  el  sentimiento  y  la  pena  consiguientes. 

Seguros  los  indígenas  de  que  aquel  lugar  era  desgraciado 
para  los  españoles;  primeramente,  dieron  fuego  a  la  sabana, 
llena  de  pajonales,  para  dificultarles  la  defensa  y  en  seguida 
acometieron  la  retaguardia;  difícil  en  extremo  fué  para  Losa- 
da semejante  acción;  ya  por  el  fuego  que  les  rodeaba,  ya  por 
la  estrechez  del  lugar,  ya  también  por  los  precipicios  de  las 
abruptas  laderas  que,  casi  perpendicularmente,  se  cortan  for- 
mando barrancos  temerosos ;  pero  la  valentía  y  la  pericia  de 
todos  no  dio  lugar  a  un  desastre.  Veamos  cómo  resolvieron 
estas  dificultades. 

Diego  de  Paradas  hizo  alto  en  Ja  retaguardia  y  volvió 
la  cara  al  enemigo,  disparando  sus  tiros  por  dos  horas  sin  ce- 
sar; de  esta  manera  se  mantuvo  firme  y  resistió  con  valor 
el  ímpetu  de  los  indios,  quienes  les  enviaban  una  nube  de  fle- 
chas; entre  tanto  Diego  de  Losada  llegaba  al  campo  abierto 
y  dio  orden  a  Paradas  de  retirarse  con  las  precauciones  debi- 
das ;  asi  lo  hizo,  y  con  tanto  arte,  con  tanta  prudencia  y  tino 
como  le  enseñaba  la  experiencia:  preparó  una  emboscada 
sobre  un  pequeño  monte  que  había  a  la  mano  izquierda  del 
camino,  de  este  modo  aseguraba  la  retirada,  aunque  los  indios 
quisieran  seguirle;  disposición  admirable  que  le  valió  un 
triunfo  completo  sobre  ellos;  pues  alentados  los  indios  al  ver 
que  se  retiraba  avanzaron  hasta  llegar  a  la  emboscada;  pero 
hicieron  alto  y  destacaron  solo  tres  fornidos  indígenas,  los 
cuales,  ignórase  si  temerosos  o  avispados,  "con  gentil  denue- 
do" y  caladas  sus  flechas  en  los  arcos,  apuntaban  al  lugar  en 
donde  se  ocultaban  los  nuestros;  pronto  conocieron  estos  que 
habían  sido  descubiertos,  por  lo  que  embisten  fieramente  sobre 
ellos;  de  tal  modo  que  Alonso  Ruiz  Vallejo,  de  un  solo  revés, 
cortó  el  arco,  flecha  y  brazo  de  uno,  y  le  terminó  a  estocadas; 
Juan  de  la  Parra  hizo  lo  mismo  con  otro  que  le  tocó  en 
suerte;  y  quedaron  los  demás  tan  temerosos  que  se  retiraron 
desfilando  por  una  ladera  abajo. 


—  107  — 

Entonces  sucedió  una  de  tantas  particularidades  como 
suelen  ocurrir  en  los  combates,  y  fué  que  estando  a  la  vista 
de  cuanto  pasaba  Juan  Serrano,  picó  con  las  espuelas  a  un 
brioso  caballo  "cuatralbo  castaño' '  que  montaba  y  arremetió 
contra  los  indios,  de  tal  modo  que  pasó  con  lanza  al  primero 
que  se  puso  por  blanco;  pero  con  tan  grande  peligro  de 
su  vida  que  solo  le  valió  ser  gran  jinete;  porque  al  correr  cues- 
ta abajo,  y  al  dar  el  golpe  contra  el  indio  quedó  balanceando  el 
caballo,  "entre  el  parar  y  caer"  ;  pero  siendo  dócil  al  freno,  hizo 
fuerza  sobre  las  patas  delanteras  y  resistió  el  empuje  de  la 
carrera  sin  otra  novedad;  y  así  dejó  al  caballero  "libre  de  la 
fatiga  y   del  susto".     Los  indios   se  retiraron  por   entonces. 

Losada  para  dar  alivio  a  su  gente,  fatigada  por  los  tra- 
bajos de  aquel  día,  determinó  pasar  Ja  noche  a  la  entrada  de 
las  montañas  que  llaman  de  Lagunillas,  sin  lograr  lo  que  de- 
seaba; pues  los  indios,  aprovechando  la  obscuridad,  salieron 
de  las  quebradas  y  se  cubrieron  con  la  misma  paja  de  la  saba- 
na, que  estaba  seca  y  crecida,  y  llegaron  hasta  el  mismo  cam- 
pamento sin  ser  vistos ;  por  esto  ocasionaron  con  sus  flechas, 
notable  daño  en  la  gente  del  servicio,  la  que  se  encontraba 
herida  sin  saber  por  donde  le  tiraban ;  hasta  que  Diego  de 
Henares,  subió  a  un  árbol  y  descubrió  el  movimiento  que 
tenían  aquellos  bultos  de  paja,  apuntó  a  uno  de  ellos  con 
su  arcabuz,  lo  dejó  tendido  en  el  suelo  y  huyeron  los  demás 
indios.   ( 1 ) 


(1)   Oviedo.  Part.  I.  Lib.  V.  Capítulo  I. 


— 108  — 


CAPITULO  XVIII 

Terrible  batalla  de  Los  Teques  en  eS  río  de  San  Pedro  y  lle- 
gada de  Losada  al  Valle  de  San  Francisco,  con  Sa  situa- 
ción probable  del  campamento  español  sobre  un  plano 
importantísimo  de  una  parte  de!  Valle  de  los  Caracas, 
antes  de  la  fundación  de  la  ciudad. 

1567 

Losada  se  entretuvo  algunos  días  en  recorrer  la  distancia 
que  media  entre  Lagunillas  y  las  fuentes  del  río  de  San  Pe- 
cb*o,  jurisdicción  de  Los  Teques;  y  el  veinticinco  de  marzo 
de  mil  quinientos  sesenta  y  siete  comenzó  a  bajar  este  río, 
y  se  encontró  "con  la  más  hermosa  perspectiva  que  pudo 
tener  Marte  en  sus  campañas;  pues  coronados  todos  sus  con- 
tornos de  banderas  y  penachos,  se  halló  con  más  de  diez  mil 
indios  acaudillados  por  el  valiente  Cacique  Guaycaypuro  que 
al  batir  de  sus  tambores  y  resonar  de  sus  fotutos,  le  presenta- 
ban altiva  batalla". 

Losada  hasta  esta  ocasión  solo  había  encontrado  oposi- 
ción en  los  indios  Arbacos,  pues  dada  Ja  premura  con  que 
supo  entrar  en  el  país,  no  pudieron  juntarse  todas  las  parcia- 
lidades de  indios  para  impedirle  el  paso;  más  ahora  todos 
juntos  le  daban  la  batalla;  la  situación  era  sencillamente  terri- 
ble: detengámonos  para  examinar  la  actitud  del  General  en 
estos  momentos. 

Primeramente  hizo  alto  con  su  gente;  de  seguida,  consi- 
derando el  peligro  en  que  se  hallaban,  convocó  los  Cabos  a 
consulta,  no  faltaron  quienes  votaran  la  retirada,  ni  quienes 
hicieran  ver  el  peligro  inminente  que  corrían  "si  se  exponían  a 
dar  una  batalla  con  fuerzas  tan  desiguales;  pero  Losada,  en 
cuyo  corazón  magnánimo  jamás  halló  acogida  el  temor  ni  el 
miedo,  despreció  las  desconfianzas  de  los  suyos,  y  manifestó  la 
resolución  en  que  se  hallaba  de  abrirse  camino  con  las  espadas, 
diciendo  que  quería  más  bien  aventurar  la  vida  en  brazos  de  la 
temeridad,  que  afianzar  la  seguridad  en  la  retirada  con  visos 
de  cobardía"  (1)  y  como  no  había  tiempo  que  perder,  animó 
a  los  suyos  más  con  el  ejemplo  que  con  palabras,  y  se  dispuso 

(1)     Oviedo  Part.  I.  Libr.  V.  Cap.  I. 


—  109  — 

al  combate;  y  hallada  oportunidad  para  empezar  la  batalla, 
alzó  la  vo¿  apellidando  a  "Santiago"  a  cuyo  grito  esforzados 
los  jinetes  rompieron  por  la  vanguardia  en  donde  estaban 
colocados  los  más  valientes  guerreros  indígenas,  cubiertos  de 
penachos  y  pavesas,  quienes  intentaron  resistir  valientemente 
el  empuje  de  la  caballería,  aunque  sin  resultado;  pues  se 
vieron  atropellados  cuando  más  invencibles  se  juzgaban,  y 
tanto,  que  se  olvidaron  de  las  armas,  y  se  valieron  de  la  con- 
fusión para  escaparse;  a  la  sazón  la  infantería  empleaba  a 
su  salvo  los  aceros  en  los  desnudos  cuerpos  que  por  el  campo 
rodaban,  envueltos  en  su  propia  sangre,  sin  perdonar  estra- 
gos y  con  furores  de  muerte. 

Con  todo,  lo  que  no  pudieron  resistir  los  Teques, 
lo  sostuvieron  valerosamente  los  Tarmas  y  Mariches; 
tanto  que  dio  lugar  a  que  se  rehicieran  los  Teques,  unos 
y  otros  despedían  tanta  multitud  de  flechas  y  piedras  que 
cubrían  el  cielo  y  embarazaban  la  tierra,  como  dice  Ovie- 
do   y  Baños. 

Cuando  así  se  peleaba,  diez  hombres  de  acaballo 
llamados  don  Francisco  Ponce,  Pedro  Alonso  Galeas,  Fran- 
cisco Infante,  Sebastián  Díaz,  Alonso  Andrea,  Francisco 
Sánchez  de  Córdoba,  Juan  Serrano,  Pedro  García  Camacho, 
Juan  de  Gámiz  y  Diego  de  Paradas,  quienes  por  orden  de 
Losada  subieron  por  la  cuchilla  de  una  loma,  atacaron  a 
los  indios  por  la  espalda,  y  renovaron  tan  fieramente  el  com- 
bate, por  ambas  partes,  que  los  indios  se  metían  por  entre  las  es- 
padas y  lanzas  sin  temor  a  la  muerte,  y  nuestros  mayores,  se 
cansaban  de  ejecutarlos  y  les  dolían  los  brazos  de  tantos  gol- 
pes como  daban  y  recibían  de  los  indios,  lo  que  manifestaba  bien 
el  desaliento  con  que  manejaban  las  armas. 

Muy  pronto  conoció  Losada  que  la  debilidad  en  aquellos 
momentos  era  preludiar  la  derrota,  y  encendido  en  aquella 
cólera  española  con  que  estaba  enseñado  a  quedar  siempre 
victorioso,  vuelto  a  los  suyos  les  animaba  diciendo:  "ahora 
es  el  tiempo  de  conseguir  el  triunfo  y  vengar  la  sangre  españo- . 
la  vertida  por  ellos  tantas  veces";  al  oírlo,  sin  acordarse  de 
las  fatigas  presentes,  intrépidos  renovaron  la  pelea,  e  hicieron 
tal  estrago  en  los  contrarios,  que  "solo  se  miraban  por  el  cam- 
po arroyos  de  sangre  en  que  rodaban  los  destrozados  cadá- 
veres de  los  indios".  (1) 


(1)     Oviedo,  Parte  I.  Lib.  V.  Cap.  III. 


— 110  — 

Guaycaypuro  en  vista  de  tanto  daño  temió  el  exterminio' 
total  de  su  ejército,  por  lo  que  tocó  sus  caracoles  a  retirada  y 
abandonó  en  el  campo  los  cadáveres  por  asegurar  los  restos 
de  su  gente. 

Distingiéronse  en  esta  batalla  de  San  Pedro  el  invencible 
Diego  de  Paradas,  Francisco  de  Vides,  Martín  de  la  Parra, 
Pedro  Alonso  Galeas  y  Francisco  Infante,  quien  tuvo  muy 
en  peligro  su  vida  por  haber  tropezado  y  caído  en  un  hoyo 
su  caballo  en  lo  más  ardiente  de  la  batalla,  quedando  él  debajo, 
expuesto  a  perecer  a  no  haberle  socorrido  don  Francisco  Pon- 
ce  y  Alonso  Viñas,  quienes  se  hallaban  inmediatos,  sin  em- 
bargo resultó  estropeado  de  una  pierna  de  la  que  padeció 
después  por  muchos  días. 

A  pesar  de  haberse  retirado  Guaycaypuro,  no  quiso  Losa- 
da detenerse  más  en  aquel  sitio  no  obstante  estar  su  gente  cansa- 
da y  fatigada  en  extremo;  "porque experimentado  de  la  ven- 
taja con  que  le  acometían  los  indios  en  la  montaña,  deseaba 
salir  lo  más  pronto,  a  tierra  llana"  ;  por  esto  caminó  dos  leguas 
adelante,  y  llegó  donde  se  une  el  río  San  Pedro  con  el  Guaire, 
en  el  pueblo  del  cacique  Macarao ;  y  en  donde  fueron  recibidos 
por  estos  indios  pacificamente  y  con  entera  sumisión ;  acaso 
porque  temiesen  que  los  españoles  talasen  las  sementeras  que 
tenían  en  flor  por  entonces. 

Losada  se  hizo  cargo  de  una  paz  tan  repentina  y  disi- 
muló todas  las  cosas ;  pero  como  prudente,  les  dio  a  entender 
el  gusto  que  tenía  en  concederles  su  amistad,  y  Jes  aseguró  que 
"su  entrada  en  la  provincia  no  era  para  hacer  daño  a  quien  no 
provocase  su  enojo  con  la  guerra"  ;  a  este  fin  prohibió  a  sus  tro- 
pas que  les  hiciesen  hostilidad  alguna  en  sus  casas  y  sembrados; 
por  ver  si  a  fuerza  de  beneficios,  dice  Oviedo  y  Baños,  podía 
grangear  amigos,  domesticando  la  bárbara  altivez  de  aquella 
gente' ';  y  sin  detenerse  en  este  sitio,  emprendió  su  camino  al 
amanecer  del  día  siguiente  en  dirección  al  valle  de  San  Fran- 
cisco, distante  solo  tres  leguas,  siguiendo  el  río  Guaire;  pero 
temió  las  emboscadas  de  los  indios  y  torció  a  la  derecha  por 
los  pueblos  o  rancherías  del  cacique  Guaricao,  y  siguió  hasta 
llegar  a  un  valle  tan  alegre  como  fértil,  distante  solo  una  le- 
gua del  Valle  de  San  Francisco,  bañado  por  el  río  Turmero,  en 
donde  abundaban  los  víveres  y  determinaron  pasar  lo  restante 
de  la   Semana  Santa  y  los  días  de  Pascua. 

El  tres  de  abril  de  mil  quinientos^sesenta  y  siete  salió  Lo- 


—  111  — 

sada  del  valle  que  llamaron  de  La  Pascua,  (1)  y  se  dirigió  con  su 
gente  al  de  San  Francisco,  distante  solo  una  legua,  como  acaba- 
mos de  decir;  entre  tanto  dejó  preparada  una  emboscada  con 
veinticinco  hombre  escogidos,  a  fin  de  tomar  algunos  indios, 
por  cuya  mediación  se  pudiese  entablar  la  paz  con  los  caciques, 
y  descansar,  lo  más  pronto,  de  la  guerra;  pues  ya  conocía  que 
era  asunto  difícil  sujetar  aquella  multitud  indomable  (Oviedo). 

Antes  de  referir  el  resultado  de  esta  emboscada  al  lector 
le  será  grato  conocer  la  situación  probable  del  alojamiento  de 
Diego  de  Losada  en  el  Valle  de  San  Francisco;  al  efecto  he- 
mos consultado  con  personajes  ententendidos  entre  los  cuales 
se  cuenta  el  señor  Vicente  Lecuna,  ingeniero  civil  y  militar, 
quien  con  la  fina  galantería  que  le  distingue,  heredada  de  sus 
mayores,  ha  puesto  a  nuestra  disposición  Jas  reglas  militares  de 
alojamiento  usadas  por  nuestros  antepasados  los  españoles  en 
el  siglo  XVI,  cuando  el  campamento  se  establecía  por  larga 
duración;  por  ellas  se  descubre  la  ilustración  militar  de  uno  de 
los  descendientes  de  españoles  que  honran  tanto  a  Venezuela 
como  a  España,  la  Madre  Patria;  pues  honor  es  de  la  madre 
los  conocimientos  de  los  hijos;  honor  es  de  España  los  progre- 
sos de  sus  colonias  que  forman,  para  su  contento  y  bienestar — 
Legión  de  Naciones. 

He  aquí  las  reglas  militares  de  referencia  usadas  en  la  épo- 
ca de  la  fundación  de  Caracas,  por  ella  comprenderemos  más 
fácilmente  la  situación  probable  del  campamento  de  Losada, 
cuando  el  lugar  que  hoy  ocupa  la  capital  de  Venezuela  no 
era  sino  inculto  monte,  o  como   dijo  el  poeta: 

Parte  rasa,  limpia  de  arboleda. 

"El  paraje  debe  tener  cerca  agua,  forrajes  y  leña.  De- 
ben talarse  las  inmediaciones  para  evitar  sorpresas  o  que  el 
enemigo  destruya  el  campo,  incendiando  los  bosques. 

No  debe  haber  grandes  barrancos  que  dividan  el  campo; 
porque  en  un  ataque  brusco  de  los  enemigos,  costaría  traba- 
jo a  una  parte  socorrer  a  la  otra. 

El  campo  no  debe  ser  estrecho,  tener  diferentes  retiradas 
y  fortificarse. 


(1)  Es  "El  Valle":  los  antiguos  Libros  parroquiales  le  llaman  "El  Valle  de 
La  Pascua",  Somos  deudores  de  este  informe  al  Presbítero  don  Martín  Arana- 
ga,  cura  de  esta  parroquia,  quien  nos  permitió  examinar  los  libros  del  antiguo 
archivo  para  cerciorarnos  si  realmente  este  Valle  era  el  de  La  Pascua;  efectiva- 
mente se  llamaba:  Valle  de  La  Pascua  de  Nuestra   Señora   de   la   Encarnación. 


—  112  — 

Entre  las  tiendas  y  el  atrincheramiento  debe  quedar  buena 
porción  de  terreno  desocupado :  "Luego  que  llegues  al  cam- 
pamento en  que  discurras  establecerte  por  algún  tiempo,  te 
fortificarás  lo  mejor  que  puedas  aunque  te  halles  superior  a  los 
enemigos  pues  si  haces  un  grueso  destacamento,  como  tal 
vez  repentinamente  se  ofrecerá  ejecutar,  quedará  asegurado  el 
residuo  de  tropas,  bagajes  etc.  ( 1 ) 

"Se  debe  campar  según  se  marcha  y  marchar  según  se 
pelea' ' . 

"Lo  primero  camine  en  la  vanguardia  la  manga  en  la  ar- 
cabucería de  la  derecha". 

.    Luego  la  guarnición  de  la  arcabucería  de  la  misma  mano; 
tras  desta  vayan  las  picas  (o  lanzas)  (2) 

Detras  de  las  picas  vaya  luego  la  guarnición  de  la  arcabu- 
cería de  la  mano  siniestra,  y  última,  y  en  retaguardia  irá  la 
manga  de  la  arcabucería  siniestra".  (3) 

A  estas  importantísimas  notas  debemos  añadir  su  verda- 
dero complemento  con  estas  otras  reflexiones :  sin  atrever- 
nos a  trazar  el  campo  que  debió  estar,  seguramente,  entre  las 
quebradas  indicadas  (véase  el  plano  de  la  situación  probable  del 
campamento  de  Losada  en  el  Valle  de  Caracas)  y  el  cual  quizá 
tuvo  obras  de  defensa  hacia  el  norte  y  sur,  para  resistir  un 
asalto;  pues  las  quebradas  eran  las  mejores  trincheras  al  este 
y  oeste. 

Aunque  nuestros  antepasados,  los  españoles,  eran  pocos 
tenían  unos  ochocientos  indios  auxiliares  de  servicio,  y  todos 
debían  caber  dentro.  Los  vigías  estarían  seguramente  distan- 
tes en  todas  direcciones:  en  El  Calvario  etc;  el  ganado  pasta- 
ría hacia  el  sur,  fuera  del  campamento. 

Dejemos  estas  apreciaciones  al  estudio  de  los  más  acuciosos 
y  digamos  ahora  lo  ocurrido  en  el  Valle  de  La  Pascua,  que  dis- 
taba  una  legua  del  alojamiento  de  Losada. 


(1)  Marqués  de  Santa  Cruz.  Pag.  145.  (Aunque  Santa  Cruz  es  poste- 
rior, su  obra  es  una  recopilación  de  los  métodos  antiguos  y  se  refiere  a  la  época 
de  Losada). 

(2)  La  rodela:  es  una  especie  o  variedad  de  escudo,  tenia  pequeño  diáme- 
tro y  se  usaba  a  pié,  embrazada  a  la  izquierda,  en  el  combate  con  espada  (a): 
es  la  guarnición  de  cobre,  hierro  u  otro  metal,  la  que  se  ponía  alrededor  del  escu- 
do o  pavés  para  sujetar  la  tablazón  y  resistir  los  golpes  de  las  armas  blancas    (b) 

(a)  Almirante  pág.  981. 

(b)  Clonard.     Historia  orgánica  Tomo    I.    pág.    422  citada  por  Almirante. 

(3)  Valdés  fol.  46  vuelto. 


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—  113  — 


CAPÍTULO  XIX 

Refiérese  ío  ocurrido  en  el  Valíe  de  la  Pascua  y  cómo  Losada 
envió  una  expedición  a  Chacao,  con  otras  particularida- 
des muy  curiosas. 

1.567 

Apenas  había  pasado  una  hora  de  la  salida  de  Losada, 
cuando  ochenta  indios  de  los  Teques,  entraron  en  el  lugar  de 
la  emboscada  sin  haberles  sentido  los  españoles,  y  se  trabó 
"una  pelea  que  pudiera  pasar  plaza  de  batalla". 

En  este  momento  hallábase  Diego  de  Paradas  sólo  y 
"apartado  de  su  gente  el  monte  adentro  obligado  de  algo  que 
necesitaba'  y  oyendo  el  fragor  de  la  pelea,  sin  detenerse,  lleva- 
do de  aquel  ardiente  espíritu  con  que  estaba  acostumbrado  a 
ser  el  primero  en  los  combates,  montó  a  caballo  y  echóse  a  los 
hombros  el  sayo  de  armas,  sin  que  la  prisa  que  le  daba  el  deseo 
de  socorrer  a  los  suyos  le  permitiera  lugar  para  abrochárselo  al 
pecho,  ¡fatal  descuido  que  le  costó  la  vida!  pues  apuntándole 
uno  de  los  indios  le  atravesó  el   costado   con  una  flecha".  (1) 

Al  sentirse  herido  terció  la  lanza,  clavó  las  espuelas 
al  caballo*  acometió  furiosamente  a  su  homicida  y  lo  dejó 
muerto  en  el  acto  y  al  primer  golpe:  intentó  proseguir  en  la 
común  defensa;  pero  falto  de  fuerza  por  la  mucha  sangre  que 
vertía  por  la  herida  y  oprimido  por  el  dolor  vehemente,  se 
desmontó  del  caballo  y  se  sentó  en  el  suelo  para  tomar  algún 
descanso,  mientras  que  sus  compañeros,  llenos  de  enojo  y 
sentimiento,  vibraron  a  un  lado  y  a  otro  sus  espadas  y  los 
pasaron  a  cuchillo;  menos  a  un  joven  de  poco  más  de  veinte 
años,  llamado  Guayauta,  a  quien  perdonaron  la  vida,  pagados 
de  su  valor;  porque  después  de  haber  hecho  maravillas  en  su 
defensa,  quedó  peleando  él  solo  con  Gonzalo  Rodríguez,  y 
huía  el  cuerpo  a  la  espada,  con  tanta  destreza,  que  sin  darle 
tiempo  para  poder  herirle,  el  indígena  le  disparó  tres  flechas, 
y  se  las  clavó  en  la  cara;  acudieron  los  demás  al  ver  la  sangre 
y  la  fatiga  de  Rodríguez,  y  todavía  el   indio  "intentó  hacerles 

(1)     Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  IV. 


—  114  — 

rostro  manteniendo  la  tela  contra  todos  y  con  dificultad  pu- 
dieron rendirle,  sin  hacerle  daño,  pidiendo  él  mismo  que  le 
matasen". 

Más  no  era  esa' la  intención  de  los  españoles,  pues  desea- 
ban presentarlo  a  Losada;  cuando  llegaron  al  campamento,  el 
Genera]  le  hizo  curar  las  heridas  y  le  obsequió  con  algunos 
regalos  para  que  volviese  a  los  suyos;  pero  no  quiso  efectuarlo 
en  más  de  un  año;  "por  la  vergüenza  que  tenía  de  parecer 
con  vida  delante  de  los  suyos,  cuando  todos  sus  compañeros 
la  habían  perdido". 

JVÍuy  duros  parece  que  estuvieron  en  esta  ocasión  nuestros 
antepasados  al  matar  a  tantos  infelices;  pues  debieron  calmar 
su  enojo  y  no  segar  las  vidas  de  setenta  y  nueve  indios  cuando 
ellos  estaban  mejor  armados,  pudiéndose  decir  que,  más  bien 
fué  esto  una  venganza  que  legítima  defensa. 

Como  atenuación  debemos  decir  que  los  españoles  eran 
solo  veinticinco. 

Terminada  esta  operación,  acudieron  sus  compañeros  a 
Diego  de  Paradas,  quien  rendido  por  la  violencia  de  los  dolo- 
res y  postrado  por  la  hemorragia  de  la  herida,  se  hallaba  en  los 
últimos  momentos  de  la  vida;  aplicáronle  los  preservativos 
que  tenían  a"1a  mano  y  llevado  en  hombros  de  sus  compañeros, 
llegaron  presurosos  al  campamento  de  Losada  quien  ya  esta- 
ba en  e|  Valle  de  San  Francisco,  y  en  donde  "intentó  la  cirujía 
hacer  ostentación  de  los  primores  de  su- arte" ;  pero  al  sexto 
día,  nueve  de  abril  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  entregó 
su  espíritu  al  Creador  "con  sentimiento  general  de  todos  y 
muy  particular  de  Diego  de  Losada",  pues  figuró  entre  los 
militares  mejores  de  su  tiempo  "y  fue  uno  de  los  treinta  y 
nueve  varones  memorables  que  derrotaron  al  ejército  numero- 
so de  quince  mil  combatientes  de  los  Omeguas". 

Enterrado  el  cadáver  de  Diego  de  Paradas  con  la  mayor 
solemnidad  posible  y  habiendo  descansado  el  ejército  por 
diez  días,  Losada  mandó  a  Juan  de  Gámez  a  Chacao,  distante 
como  una  legua  del  campamento,  con  treinta  hombres,  y 
con  orden  de  copar  algunos  indios,  por  medio  de  los  cuales 
pensaba  entablar  nuevas  negociaciones  de  paz  con  los  caci- 
ques, deseando  conseguir  su  conquista  por  medios  pacíficos, 
en  que  fué  singular  este  célebre  caudillo,  pues  "jamás  desen- 
vainó la  espada  que  no  fuese  en  los  últimos  lances  del  aprieto" 
(Oviedo  y  Baños). 


—  115  — 

Apenas  había  caminado  Juan  de  Gámez  como  una  legua 
del  alojamiento,  llegó  al  pueblo  del  cacique  Chacao,  y  en- 
contró abandonada  la  ranchería  y  bien  provista  ;de  víve- 
res, cuando  "'alcanzaron  a  ver  por  la  sabana  inmediata  algu- 
nos indios  e  indias  que  se  retiraban  a  prisa  buscando  abrigo  en  la 
profundidad  de  una  quebrada,  prosiguieron  a  su  alcance,  y 
después  de  una  ligera  resistencia,  consiguieron  aprisionar  al- 
gunos,   entre  ellos,  al  mismo  principal  Chacao". 

No  queremos  privar  al  lector  de  referirle  un  episodio  del 
caso;  hallábase  cerca  de  la  quebrada  un  indiecillo,  de  ocho 
o  nueve  años  de  edad,  y  viendo  que  entre  las  personas  que 
aprisionaban  iba  una  hermanita  suya,  no  pudo  contenerse  y 
poniendo  en  salvo  a  otro  hermanito  que  tenía  en  sus  brazos, 
tomó  su  arco  y  sus  flechas,  salió  al  encuentro  de  los  nuestros 
con  ánimo  de  librar  a  su  hermanita  y  con  denuedo  y  reso- 
lución imponderables,  como  dice  Oviedo  y  Baños,  con  la 
voz  y  con  las  obras  manifestaba  su  enojo,  prorrumpió  en 
oprobios  y  disparó  todas  las  flechas  que  llevaba,  hiriendo, 
aunque  levemente,  por  falta  de  fuerza,  a  dos  soldados. 

Al  verle  Juan  de  Gámez,  admirado  de  la  valentía  del 
niño,  mandó  que  no  le  hicieran  daño  y  procurasen  cogerle; 
rodeáronle  los  españoles  y  le  tomaron  en  brazos,  aun  así 
batallaba  el  pequeño  por  desprenderse  y  se  defendía  cuan- 
to le  era  posible,  hasta  que  rendido  por  el  cansancio  se  dio 
por  vencido,  más  por  la  fatiga  que  le  asistía,  que  por  el 
valor  que  le  faltaba;  y  vuelto  Gámez  con  el  cacique  Cha- 
cao  y  demás  prisioneros,  al  campamento  de  donde  había 
salido,  informó  a  Losada  de  las  acciones  increíbles  del  mu- 
chacho, complacióse  tanto  el  General  con  la  relación  expre- 
sada, que,  después  de  haberle  acariciado  y  regalado  abundan- 
tamente,  deseaba  y  procuró  inclinarle  a  quedarse  en  su  compa- 
ñía; pero  el  indiecito  no  quiso,  instando  siempre  por  la  liber- 
tad de  su  hermana,  para  volverse  a  Chacao;  asintió  Losada 
de  muy  buen  grado,  y  dejó. en  libertad,  no  solo  al  niño  y  a 
la  hermana,  sino  también  al  cacique  Chacao  con  toda  su  gen- 
te; hacía  esto  Losada  por  atraer  a  los  indios  y  porque  deseaba 
emplear  todos  los  medios  pacíficos  antes  que  los  rigurosos  de 
la  guerra  para  perfeccionar  la  conquista. 

El  cacique  Chacao  antes  de  separarse  de  Losada  le  pro- 
metió una  amistad  firme  y  sincera;  más,  apenas  salió  del  cam- 
pamento,'flechó  todos  los  caballos  que  pudo  y  se   internó  por 


—  116  — 

los  cerros  del   Avila,  molestando   a  la  gente   de   servicio   en 
cuantas  ocasiones  se  le  ofrecían. 

Sucedió  este  hecho  en  la   segunda   quincena  del   mes  de 
abril  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete. 


CAPITULO  XX 

Expedición  de  Losada  a  Los  Manches,  con  oíros  sucesos  im- 
portantes. 

1.567 

Al  saber  la  acción  del  cacique  Chacao,  conoció  Losada 
que  no  podía  sostenerse  por  medios  pacíficos,  por  lo  que  dejó 
su  campo  a  cargo  de  Francisco  Maldonado  y  salió  en  persona 
con  ochenta  hombres  hacia  los  Manches,  que  habitaban  en  las 
tierras  altas  al  este  del  campamento,  caminó  tres  leguas  por  el 
valle  abajo  y  llegó  al  primer  pueblo  de  la  nación  que  buscaba; 
pero  los  indios  anticipadamente  abandonaron  ia  ranchería,  de- 
jando en  la  retirada  una  anciana  que  no  pudo  seguirles;  por 
esta  circunstancia  llamaron  a  este  lugar  los  españoles:  Quebra- 
da de  la  Vieja. 

Más  tarde,  Cristóbal  Gil  mudó  este  pueblo  a  la  Rin- 
conada de  Petare.  (1) 

Cuando  los  indios  vieron  desde  Ja  sierra  ocupada 
su  ranchería  por  los  nuestros,  prorrumpieron  en  gran- 
de vocería  con  lo  que  intentaban  amedrentar  a  los  colo- 
nos; mostrábanles  además,  unas  camisas  blancas,  asegurando 
que  los  Taramaynas  habían  destrozado  el  campamento;  pero 
Diego  de  Losada,  muy  práctico  en  el  trato  con  Jos  indígenas, 
prosiguió  su  camino,  no  sin  haber  organizado  antes  una 
emboscada  en  los  mismos  ranchos  de  los  indios: a  poco  de  ha- 
ber salido  el  ejercito  bajaron  diez  de  los  más  valientes  a  la  ran- 
chería y  cayeron  de  lleno  en  ella. 

Los  de  la  emboscada,  después  de  esto,  siguieron  los  pa- 
sos a  Losada  alcanzándole  muy  pronto,  por  tener  los  indios 
interceptadas  las  veredas;  tanto  que,  en  tres  días,  solo  pudie- 
ron caminar  los    nuestros    cuatro   leguas. 

Así  llegaron  hasta  la  ranchería  del  cacique  Aricabuto 
colocada  "en  la  otra  banda  de  una  quebrada  muy  honda   que 

(1)     Oviedo 


—  117  — 

se  ofrecía  por  delante  guarnecida  de  dos  peñones  altos  y  pei- 
nados, (1)  lugar  en  el  cual  se  había  fortificado  con  mil  indios 
de  los  mas  valientes  y  esforzados  que  conocía",  los  cuales  ape- 
nas divisaron  a  los  nuestros  poblaron  el  aire  de  flechas;  "para 
que  conociesen  las  dificultades  que  tendrían  que  vencer  si 
pasaban  la  quebrada",  pero  Losada  les  atacó  sobre  la  marcha, 
con  resolución  y  brío,  ordenando  que  disparasen  sin  cesar  los 
arcabuces  y  que  le  siguiesen  de  uno  en  uno,  y  en  fila. 

Losada,  acompañado  de  Juan  Ramos,  picó  con  las  espuelas 
al  caballo  y  tomando  la  delantera  "empezó  a  subir  por  una  me- 
dia ladera  que  salía  a  lo  alto  de  los  peñones",  a  cuyo  poderoso 
ejemplo  los  demás  siguieron  la  misma  senda,  sin  que  la  mul- 
titud de  flechas  que  disparaban  los  indios  impidiera  a  los 
nuestros  descargar  sus  armas  de  fuego;  por  lo  que,  amedren- 
tados los  indígenas,  repentinamente  abandonaron  la  fortaleza, 
y  dejaron  el  vecindario  a  disposición   de  los  colonos. 

Mientras  peleaba  con  Aricabuto  fué  herido  Diego  de  Lo- 
sada levemente  en  la  cabeza  por  debajo  de  la  celada  que  llevaba 
puesta  y  en  el  momento  de  conseguir  la  victoria  recibió  aviso  de 
Maldonado,  por  medio  de  un  indio  amigo,  que  peligraba  el 
campamento;  pues  se  hallaba  sitiado  por  dos  mil  combatientes, 
sin  bastar  el  valor  con  que  peleaba  ni  el  arte  militar  con  que  se 
defendía,  por  encontrarse  sin  víveres:  al  oirlo  Losada  aban- 
donóla victoria  y  "con  celeridad"  voló  al  socorro  de  los  su- 
yos. 

Fué  tan  feliz  Losada  en  esta  operación  de  guerra  y  era 
tan  grande  su  fama  entre  los  indígenas  "que  sin  llegar  a  las 
manos,  dice  Oviedo,  y  solo  a  la  voz  de  su  venida  levantaron 
el  sitio  los  dos  mil  hombres,  y  se  retiraron  los  indios  a  las 
montañas   vecinas". 

Con  esto  "gozaron  los  nuestros  de  algún  alivio,  descan- 
sando de  la  molesta  fatiga  de  las  armas"  por  algún  tiempo; 
pero  continuaba  y  aumentaba  la  escasez  de  víveres  "a  causa  de 
haber  talado  los  indios  las  sementeras  inmediatas",  por  lo  que 
les  era  preciso  acudir  cuanto  antes  a  tamaña  necesidad. 

Los  Tarmas  y  Taramaynas  habían  causado  grandes 
perjuicios  a  los  primeros  colonos  españoles  y  conociendo 
Losada  que  le  podrían  ayudar  ahora  con  víveres  mandó  a 
don  Rodrigo    Ponce  con  cuatro  hombres  de  caballería   y    cua- 

(1)     Sería  muy  curioso  conocer  este  lugar    geográficamente   y    grabar  so- 
bre los  peñones  algunas  letras  que  guardasen  para  ia  posteridad  el  recuerdo. 


—  118  — 

renta  de  infantería  y  con  bastante  número  de  indios,  para  que 
recorriese  las  rancherías  del  oeste  del  campamento,  principal- 
mente las  serranías  que  se  extienden  junto  al  mar,  con  el  fin 
de  remitir  los  víveres  que   pudiese. 

Apenas  llegó  don  Rodrigo  con  su  gente  "a  la  me- 
dianía de  una  loma,  cuando  descubrió  en  las  vegas  que 
formaba  una  quebrada  algunas  sementeras  abundantes 
de  maiz,  yuca  y  otras  clases  de  raíces"  o  tubérculos  y 
luego  dio  orden  de  bajar  a  ella  quedándose  él  con  los 
cuatro  de  caballo  en  lo  alto  de  la  loma  para  guardar  la 
retirada;  al  mismo  tiempo  por  la  ladera  de  una  cuchilla  déla 
loma  salieron  cinco  indios,  quienes  "coronados  de  penachos  y 
embarnizados  de  viia,  armados  de  arcos  y  de  flechas,  con  biza- 
rra resolución  provocaron  acómbate  a  los  cinco  de  a  caballo". 

Hallábase  entre  estos  indios  guerreros  .uno  de  los  tara- 
maynas  llamado  Carapayca,  quien  teniendo  a  menos  pelear 
donde  no  podían  llegar  los  caballos,  salió  valerosamente  a 
campo   raso  dando  cara   a  los  cinco. 

Don  Rodrigo  intentó  acabar  con  el  valiente  y  quiso 
llevarle  por  delante  con  la  lanza;  pero  el  indio  se  manejó 
admirablemente  "echando  atrás  el  pie  derecho,  y  disparándole 
una  flecha"  se  la  clavó  en  la  celada;  "al  mismo  tiempo  don 
Rodrigo  le  traspasó  la   muñeca  del  brazo  izquierdo". 

Encendido  de  furor  el  indio  echó  mano  a  la  lanza  y  tiró 
de  ella  con  tal  furia  que  arrastraba  tras  de  sí  al  jinete  e  inten- 
taba sacarle  de  la  silla,  tanto  que  don  Rodrigo  tuvo  por  mejor 
partido  cedérsela;  de  lo  que,  "vanaglorioso  el  gentil,  quedó 
haciendo  ostentación  de  su  victoria  enarbolando  la  lanza  como 
despojo  del  triunfo". 

Entre  tanto  no  tenían  poco  que  hacerlos  compañeros; 
pues  acosados  por  todas  partes  de  más  de  trescientos  indios- 
armados,  quienes  habían  ocupado  la  cuchilla  de  la  loma,  les 
daban  tan  repetidos  disparos  de  flechas,  y  en  parte  donde  no 
podían  los  nuestros  valerse  de  los  caballos,  que  se  vieron  pre- 
cisados a  unirse  con  los  que  se  hallaban  en  Jas  vegas,  desde 
donde  volvieron  a  subir  por  la  loma,  formando  un  solo  cuerpo 
para  recobrar  la  lanza,  adueñarse  del  campo  y  restaurar  algo 
de  la  opinión  perdida;  pero  Carapayca,  que  gobernaba  a  los 
indios,  astuto  y  cauteloso,  sin  esperar  el  combate  abandonó  la 
loma.   (1) 

(1)     Véase  Oviedo  y  Baños  Part,  I,  Lib,  V,  Cap,  VI, 


— 119  — 

Hay  una  máxima  en  la  milicia  que  dice :  "al  enemigo 
que  huye,  puente  de  plata"  y  acaso  confiado  don  Rodrigo 
en  ella,  se  volvió  a  la  quebrada,  tomaron  los  víveres  y  em- 
prendieron su  regreso  al  Valle  de  San  Francisco,  con  ánimo 
de  llegar  lo  más  pronto  al  campamento;  pero  como  la  retira- 
da de  Carapayca  había  sido  una  operación  militar,  llegó  a  éste 
con  mayores  fuerzas  de  refresco,  y  como  práctico  del  terreno 
"tomando  por  sendero  una  ladera,  se  descolgó,  sin  ser  visto 
de  los  nuestros,  hasta  que  habiéndoles  cogido  las  espaldas, 
atacó  de  repente  la  batalla,  poniendo  en  confusión  la  reta- 
guardia". 

Detengámonos  por  un  momento  para  ver  la  solución 
de  este  combate. 

Don  Rodrigo,  al  verse  acometido,  cuando  menos  lo  es- 
peraba, hizo  alto  con  su  gente,  y  volvió  la  cara  al  enemigo; 
pero  este,  apenas  dio  la  primera  descarga  de  flechas  se  dividió 
en  pelotones  y  ocupó  por  todas  partes  la  quebrada  y  las 
bases  de  la  loma;  con  esto  obligaron  a  los  nuestros  a  dividirse 
también  en  grupos  para  la  defensiva  y  ofensiva  y  "oponerse  a 
la  multitud  que  les  acometía,  trabándose  de  esta  suerte  en 
diferentes  partes  la  batalla,  que  se  llamó:  déla  quebrada". 

Francisco  Infante  con  otros  dos  de  caballería  guardaba 
la  retaguardia  de  la  infantería  y  descubriendo  una  cuadrilla  de 
indios  que  bajaban  de  refresco,  se  lanzó  sobre  ellos,  y  les  hizo 
volver  loma  arriba;  pero  sin  darse  cuenta  "se  halló  ata- 
jado entre  unas  altas  barrancas,  que  ajenas  de  humana  huella 
negaban  el  paso  a  la  salida,  al  tiempo  que  acobardados  algunos 
de  los  soldados  no  pudiendo  sostener  el  ímpetu  de  los  indios, 
ni  la  multitud  de  sus  flechas  empezaron  a  retirarse",  precisa- 
mente, "hacia  donde  se  encontraba  Francisco  infante,  acon- 
gojado por  no  poder  salir  a  socorrer  a  los  suyos,  el  cual  vien- 
do entre  los  que  huían  a  Alonso  Ruiz  Vallejo,  hijo  del  Con- 
tador Diego  Ruiz  Vallejo  y  de  una  india  de  Coro,  arrebatado 
de  cólera  le  dijo:  ¡Ah,  indio!  ¿cómo  huyes  infamando  la 
sangre  de  tu  padre?  Si  eres  hijo  de  Diego  Ruiz  Vallejo,  no 
heredaste  de  él  ser  cobarde"  !  (1) 

Inflamado  el  corazón  de  Alonso  Ruiz  con  esta  filípica, 
embrazó  la  rodela,  tomó  la  espada  y  recordando  sus  obligacio- 
nes bajó  de  nuevo  en  busca  de  los  contrarios  y  determinado 
a   morir  se  encontró    con  Carapayca,    el  que   con  la   lanza  de 

(1)     Ibid, 


—  120  — 

don  Rodrigo  en  la  mano,  infundía  aliento  a  sus  escuadrones; 
al  verle  Alonso  Ruiz  se  lanzó  sobre  él  para  quitarle  la  lanza, 
sin  querer  valerse  de  la  espada,  pelearon  cuerpo  a  cuerpo, 
y  asidos  el  uno  al  otro  en  la  lucha  fueron  rodando  juntos  por 
un  barranco  abajo  hasta  caer  en  la  quebrada. 

Veinte  indios  se  juntaron  de  seguida  para  socorrer  a  su 
jefe  Carapayca,  y  Alonso  Ruiz,  sin  perder  el  aliento,  se  defen- 
día valerosamente  de  ellos,  a  pesar  de  tener  hecha  pedazos 
la  rodela  por  los  golpes  de  macana,  hallarse  atormentado 
de  la  caída  y  con  tres  heridas  profundas. 

"Hubiera  sucumbido  a  no  ayudarle  dos  indios  amigos 
llamados  el  uno  Juan  y  el  otro  Diego  que  habían  venido  de 
Nueva  Segovia  con  los  nuestros,  los  cuales  el  uno  con  esto- 
que y  otro  con  una  lanza  dejaron  muertos  ocho  de  los  con- 
trarios, haciendo  retirar  a  los  demás,  cuando  por  todas  partes 
eran  derrotados  los  indios  y  se  cantaba  por  los  nuestros  la 
victoria":  así  llegaron,  sin  otra  novedad,  con  los  víveres  al 
campamento.  (1) 

Sucedió  esto  muy  probablemente  por  el  mes  de  junio  de 
mil  quinientos  sesenta  y  siete. 


(1)     Ibid. 


-  121 


CAPITULO  XXI 

Fundación  de  la  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  por 
Diego  de  Losada ;  su  posición  y  oíros  pormenores  anti- 
guos muy  interesantes. 

1.567 

§  I 

No  se  ocultaba  a  Diego  de  Losada  la  actitud  de  los  in- 
dígenas y  enterado  suficientemente  de  cuanto  acabamos  de 
referir,  aunque  había  estado  siempre  sin  ánimo  de  poblar  has- 
ta conseguir  la  completa  pacificación  de  la  provincia,  viendo 
cuan  largo  iba  el  asunto,  determinó  colonizar,  con  gran  sen- 
tido práctico,  ya  para  mayor  comodidad  general,  ya  también 
para  asegurar  la  retirada  en  casos  adversos,  y  resolvióse  a 
fundar  en  el  propio  lugar  de  su  alojamiento ;  a  cuyo  fin,  des- 
pués de  recorrido  el  Valle  de  San  Francisco  junto  con  algu- 
nos españoles,  y  examinado  con  detenimiento  el  sitio,  pareció 
a  todos  lugar  a  propósito,  y  conveniente;  por  tener  las  cualida- 
des necesarias  de  sanidad  e  higiene,  comodidades,  defensa  etc. 

Al  efecto  se  hizo  el  trazo  que  hoy  tiene  (1)  y  el  día  vein- 
ticinco de  julio  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  Diego  de 
Losada  fundó  la  ciudad 

(1)  El  trazado  de  Santiago  de  León,  de  Caracas  se  hizo  por  manzanas 
cuadradas  de  ciento  treinta  a  ciento  cincuenta  metros  de  lado;  tirando  las  calles 
rectas  de  norte  a  sur  y  de  este  a  oeste,  de  diez  metros  de  ancho.  La  situación 
de  la  ciudad  es:  Latitud  Norte  10°  30'  24"  4.  Longitud  al  oeste  del  meridiano  de 
Greenwicb,  en  arco,  66° 55'  49"  o  sea  en  tiempo:  4  hs.  25  ms.  4  s.  La  altura  del 
pié  de  la  Catedral  sobre  el  nivel  del  mar  es  de  novecientos  veintidós  metros,  la 
de  la  Silla  del  Avila,  dos  mil  seiscientos,  y  la  del  Pico  de  Naiguatá  dos  mil  sete- 
cientos ochenta  y  dos.  La  variación  anual  de  la  temperatura  en  su  máxima  abso- 
luta es  de  29°  y  su  mínima  de  13°  39';  siendo  su  media  de  19'  33.  La  presión  at- 
mosférica y  lluvia  (anual)  es  la  siguiente:  presión  media,  barómetro  a  0o  684 
milímetros.  Cantidad  de  lluvia  en  milímetros,  788'6  y  las  horas  de  lluvia  145  hs. 
50  ms.  El  área  actual  de  la  ciudad  es  de  cuatro  millones,  doscientos  setenta  y 
dos  mil  metros  cuadrados  y  la  parte  edificada,  mil  doscientos  cincuenta  hectá- 
reas. El  Valle  de  los  Caracas  tiene  en  su  extensión  diez  y  siete  kilómetros  de 
largo,  en  la  dirección  de  este  a  oeste  por  cinco  de  ancho  de  norte  a  sur. 

Estos  datos  nos  los  suministró  el  Doctor  Agustín  Aveledo.  Director  del  Cole- 
gio de  Santa  María,  instituto  el  mas  antiguo  de  Caracas  por  haber  alcanzado  ga- 
llardamente cincuenta  y  cinco  años  de  existencia:  el  dos  de  octubre  de  mil  no- 
vecientos nueve  celebraron  sus  discípulos    agradecidos  su  Aniversario  de   Oro. 

El  Dojtor  Aveledo  fundó  además,  el  veinticuatro  de  julio  de  mil  ochocientos 
setenta  y  ocho,  el  Asilo  de  Huérfanos,  el  cual  ampara  hace  treinta  y  seis  años  a 
los  niños  desvalidos. 


-- 122  - 

EN  PARTE  RASA,   LIMPIA  DE  ARBOLEDA  (1) 

y  la  I 'amó  "Santiago  de  León,  de  Caracas";  a  la  sazón 
gobernaba  el  inmenso  imperio  español  el  gran  Felipe  II,  (2) 
en  cuyos  dominios  jamás  se  ocultaba  el  sol  en  su  carrera. 

Al  hablar  de  la  hermosa  ciudad  de  Santiago  de  León, 
de  Caracas,  echamos  de  menos  el  acta  de  su  fundación;  por 
ella  conoceríamos  muchos  pormenores  que  permanecerán  ve- 
lados hasta  el  día  que  aparezca,  y  suponemos  pueda  encon- 
contrarse;  mientras  tanto  solo  podemos  ofrecer  al  curioso  lector 
una  débil  idea  del  grandioso  acto  de  la  fundación  y  estableci- 
miento de  ia  nueva  ciudad  que  llegaría  a  ser  muy  pronto 
capital  de  la  colonia  española  de  Venezuela  antes  y  después 
de  su  independencia  de  la  Madre-Patria:  España. 

Para  el  establecimiento  de  nuevas  poblaciones  hallamos  que 
era  costumbre  entre  nuestros  antepasados  colocar  el  Padrón, 
que  venía  a  ser  una  columna  o  pilar  con  una  lápida  o  inscrip- 
ción que  recordaba  el  notable  suceso :  otras  veces  colocaban 
la  piedra  fundamental  de  la  ciudad,  piedra  que  servía  de 
Mojón,  Rollo  o  Padrón  de  arranque  para  la  distribución  de 
las  tierras  entre  los  primeros  pobladores  (3)  revistiendo  el  acto 
trascendental  de  gran  solemnidad  religiosa  y  cívico-militar. 
Un  pregonero  publicaba  los   poderes   necesarios   para  la 

(1)  Castellanos-Part.  [I,  Eleg.  III.  Cant.  IV. 

(2)  Felipe  II  fué  íntimo  y  buen  amigo  de  todos  los  santos  de  su  tiempo,  y 
pertenecía  a  la  Venerable  Orden  Tercera  franciscana.  Se  dice  de  éique  jamás 
dispuso  de  los  bienes  de  la  nación  para  él  ni  para  su  familia  y  que  jamás  se  sen- 
tó a  la  mesa  sin  haber  ganado  personalmente  su  sustento,  unas  veces  sacaba 
copias  de  códices  antiguos  y  otras  se  dedicaba  a  la  carpintería  y  ebanistería,  cu- 
yo producto  hacía  vender  en  el    mercado,  ignorándose  su  procedencia. 

Se  acusa  a  nuestros- antepasados  los  españoles,  reyes  y  subditos,  de  que  su 
mayor  afán  era  conseguir  oro  y  mas  oro  en  el  Nuevo  Mundo  descubierto  por 
ellos.  "No  dudo  yo  que  los  conquistadores  de  América  no  desearan  el  oro.  Lo 
deseaban,  y  no  podía  dejar  de  ser:  pero  sabían  que  mucho  más  arriba  del  oro  hay 
una  esfera  en  que  el  hombre  se  engrandece  sirviendo  a  Dios  y  ala  humanidad: 
deseaban  gloria  y  deseaban  propagar  la  religión,  que,  en  medio  de  la  flaqueza  de 
la  pobre  humanidad,  amaba  con  ardor  España.  A  Felipe  II  se  aconsejaba  que 
abandonase  Las  Filipinas  (islas  llamadas  así  en  obsequio  de  su  nombre) ,  porque 
ocasionaban  grandes  gastos,  sin  dejar  provecho  a  la  corona,  y  su  respuesta  fué: 
"¿Hay  hombres  bautizados  e  iglesias  edificadas?  Pues  no  permita  Dios  que  falte 
a  la  obligación  de  amparar  y  llevar  esto  adelante,  aunque  en  esto  se  g*aste  todo 
lo  que  rindan  mis  demás  reinos."  (limo.  Sr.  Herrera,  Obispo  de  Arequipa). 
Este  famoso  rey  ha  merecido  por  su  rectitud  y  ánimo  esforzado  el  odio  de  todos 
los  males  y  perversos,  aun  después  de  muerto  y  son  varios  los  autores  que  llenan 
de  dicterios  a  nuestro  grande  y  antiguo  soberano.  Véase  también  ej  Apéndice 
III  de  este  volumen. 

(3)  Gomara,  López  de. 


Appdo, 


Don  Diego  de  Losada 

Fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas. 


—  123  — 

fundación  en  presencia  de  los  pobladores  y  testigos  que  ha- 
bían de  firmar  el  acta:  luego  se  contaba  con  la  libre  voluntad 
de  los  vecinos  que  "querían  poblar  e  bien  y  con  seguridad" 
en  tal  parte  y  sitio  determinado;  hecho  esto  se  imponía  el 
nombre  que  debía  de  llevar  la  población  en  adelante  y  fijan- 
do el  Padrón  se  declaraba  establecida  y  fundada  la  ciudad  en 
nombre  de  Su  Majestad  el  Rey  de  España  y  de  la  nación  es- 
pañola y,  finalmente,  se  señalaban  allí  mismo  los  límites  del 
terrritorio  o  provincia.  Nótese  el  sistema  de  fundación  y  co- 
lonización. 

Arbolado  el  rollo,  el  Capitán  echaba  mano  a  la  espada  y 
delante  de  testigos  y  pobladores  tocaba  por  dos  veces  el  padrón 
retando  a  los  presentes  en  estos  o  parecidos  términos:  "Si 
alguno  es  tan  osado  y  villano  que  contradijere  este  muy  grande 
acto  por  el  cual  tomo  posesión  de  este  territorio  y  provincia 
en  nombre  de  Su  Majestad  el  Rey  de  España,  que  Dios  guar- 
de, v  para  gloria  de  Dios  nuestro  Señor,  que  comparezca  y  lo 
diga ". 

Por  tres  veces  se  repetían  estas  frases  de  rigor  en  tales 
casos;  y  se  hacía  constar  en  el  Acta  que  fué  "quieto  e  pacífico 
poseedor  sin  contradición  de  persona  alguna"  en  presencia 
del  escribano,  y,  finalmente,  se  pregonaba  en  público  que 
ninguna  persona  fuera  osada  a  quitar  el  padrón,  rollo,- mojón, 
columna  o  piedra  fundamental  "sopeña  de  muerte  e  de  perdi- 
miento de  todos  sus  bienes"  para  el  fisco;  de  tamaña  impor- 
tancia consideraban  el  asunto;  terminando  con  dar  fe  y  tes- 
timonio público  de  lo  actuado  en  presencia  del  escribano  o 
notario   y  de  los  testigos  que  firmaban. 

En  Santiago  de  León,  de  Caracas,  no  se  «conoce  el  mo- 
jón, rollo,  columna  o  piedra  fundamental  de  la  fundación  de 
Ja  ciudad;  pero  existe  una  quebrada  llamada  de  Los  Padro- 
nes: y  sospechamos  que  pueda  tener  relación  con  la  fundación 
de  referencia. 

Réstanos  decir  que  a  veces  el  rollo  o  padrón  era  hecho 
de  un  trozo  de  madera  de  dura  consistencia. 

El  lector  sabe  que  Diego  de  Losada  llamó  la  nueva  ciu- 
dad Santiago  de  León,  de  Caracas,  o  Santiago  de  León,  sola- 
mente, según  se  lee  en  los  manuscritos  y  documentos  anti- 
guos, correspondiendo  el  nombre  de  Caracas  tan  solo  a  la  Pro- 
vincia, y  ahora  debemos  añadir  que  señaló  sitio  para  iglesia, 
repartió  solares  a  los  vecinos  y  nombró  regidores  a  Lope  de 
Benavides,   Bartolomé  de  Almao,  Martín  Fernández  de  Ante- 


—  124  — 

quera  y  Sancho  del  Villar,  y  estos,  reunidos  en  cabildo  eligie- 
ron por  primeros  Alcaldes  a  Gonzalo  de  Osorio,  sobrino  de 
Losada,   y  a   Francisco  Infante. 

Todas  las  actuaciones  fueron  hechas  por  el  escribano  o 
notario  público  llamado  Alonso  Ortiz. 

No  se  ha  conocido  fijamente  el  día  de  la  fundación  de 
Caracas,  tal  vez  porque  Losada  llevó  consigo  el  acta  de  funda- 
ción para  El  Tocuyo;  pero,  según  la  cronología  expuesta  por 
el  mismo  Oviedo  y  Baños,  es  cierto,  moralmente,  que  la  referi- 
da fundación  se  hizo  el  día  veinticinco  de  julio  de  mil  quinien- 
tos sesenta  y  siete,  cuyas  tres  fechas  aparecen  con  plena  certeza 
moral  y  seguras  en  el  humano  discurso,  mientras  documentos 
mejores  no  las  destruyan. 

Para  mayor  seguridad  en  nuestras  apreciaciones  presenta- 
mos un  estudio  a  la  ilustre  Academia  de  la  Historia  de  Vene- 
zuela sobre  los  antecedentes  y  consiguientes  a  la  fundación  de 
Santiago  de  León,  de  Caracas,  con  algunas  observaciones  crí- 
ticas, siendo  su  autorizado  parecer  semejante  al  nuestro,  como 
se  podrá  ver  en  el  Apéndice  primero.     (1) 

Una  de  las  mayores  satisfacciones  de  los  hombres  estu- 
diosos es  ver  y  considerar  las  cosas  antiguas  mirándolas  de 
presente:  la  historia  las  acerca  suavemente,  y  con  notable 
descanso  vemos  pasar  por  delante  de  nosotros  los  personajes 
y   los  mismos  sucesos. 

Admiremos  ahora  la  descripción  que  hace  Oviedo  y  Ba- 
ños de  la  hermosa  situación  de  Santiago  de  León,  de  Caracas, 
en  su  primera  edición,  hecha  el  año  de  mil  setecientos  vein- 
titrés, con  ligeras  variaciones  de  estilo. 

(1)  Oviedo  y  Baños  parece  que  se  inclinó  al  año  de  mil  quinientos  sesenta 
y  ocho;  pero  lo  corrigió  al  imprimir  su  obra;  dice  asi  en  el  original,  (según  se 
cree) . 

"El  año  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  siendo  Gobernador  y  Capitán  Ge- 
neral de  esta  Provincia  don  Pedro  Ponce  de  León  fundó  y  pobló  la  ciudad  de 
Caracas,  el  General  Diego  de  Losada  desde  cuyo  día  hasta  el  año  de  mil'  qui- 
nientos ochenta  y  ocho  inclusive  que  fué  el  tiempo  que  gobernaron  la  Provin- 
cia el  dicho  don  Pedro  Ponce  de  León,  don  Juan  Pimentel,  y  don  Luis  de  Ro- 
xas,  no  se  halla  en  el  Archivo  Libro  Capitular,  papel  ni  razón  alguna  de  las 
operaciones  de  aquel  tiempo  así  por  descuido  délos  pobladores,  como  por  el  mal- 
trato de  los  papeles,  pues  aunque  en  el  Archivo  está  un  libro  pequeño,  que  com- 
prende parte  del  Gobierno  de  don  Juan  Pimentel  con  el  trascurso  del  tiempo 
está  tan  maltratado  y  roto  que  no  son  inteligibles  sus  decretos". 

Con  mucho  gusto  hacemos  notar  que  debemos  este  documento  al  buen 
compañero  de  estudios  señor  Francisco  Jiménez  Arraiz.  Documento  que  ya  ha- 
bíamos visto  y  que  puso  en  3913  en  nuestras  manos  el  señor  Secretario  de  la 
Academia  de  la  Historia,  señor  General  don  Pedro  Arismendi  Brito.  (q.  e.  p.  d.) 


Muros  defendidos  valientemente  por  Alvaro  Osorio  en  la  Ilustre  Villa  de  Bena- 
vente,  Provincia  de  Zamora  (España).  Uno  de  los  Osorios  GONZALO 
OSORIO,  sobrino  de  don  Diego  de  Losada,  fué  el  primer  Alcalde  de  San- 

l  tiago  de  León,  de  Caracas,  y  fundador  con  su  Tío  de  la  ciudad  que  después 
fué  capital  de  la  Provincia  española  de  Venezuela,  hoy  como  ayer,  capital 
de  la  Repúolica. 


—  125  — 

i  II 

En  un  hermoso  valle,  dice,  tan  fértil  como  alegre,  y  tan 
ameno  como  deleitable,  que  de  poniente  a  oriente  se  dilata  por 
cuatro  leguas  de  largo  y  poco  más  de  media  de  ancho,  en 
diez  grados  y  medio  septentrional,  al  pie  de  unas  altas  sierras 
que  con  distancia  de  cinco  leguas  la  separan  del  mar,  en  el 
recinto  que  forman  cuatro  ríos  que  la  cercan  por  todas  partes, 
para  que  no  la  falte  circunstancia  de  parecerse  al  paraíso,  "sin 
padecer  sustos  deque  la  aneguen",  está  fundada  la  ciudad  de 
Santiago  de  León,  de  Caracas. 

Al  hablar  de  su  clima  y  temperatura  dice:  tiene  su  situa- 
ción la  ciudad  de  Caracas  en  un  temperamento  tan  del  cielo 
que  sin  competencia  es  el  mejor  de  cuantos  tiene  la  América; 
pues  además  de  ser  muy  saludable,  parece  que  lo  escogió  la 
primavera  para  su  habitación  continua,  pues  en  igual  templan- 
za todo  el  año,  ni  el  frío  molesta,  ni  el  calor  enfada,  ni  los 
bochornos  del  estío  fatigan,  ni  los  rigores  del  infierno  afligen. 

Sus  aguas  son  muchas,  (l)  claras  y  delgadas,  pues  los 
cuatro  ríos  que  la  rodean  a  competencia  le  ofrecen  sus  cris- 
tales, y  brindan  al  apetito  con  su  regalo;  pues  sin  reconocer 
violencias  del  verano  en  el  mayor  rigor  de  la  canícula  mantie- 
nen su  frescura,  pasando  en  diciembre  a  más  que  frías. 

Sus  calles  son  anchas,  (2)  largas  y  derechas  con  salida  y 
correspondencia  en  igual  a  todas  partes,  y  como  están  pen- 
dientes y  empedradas,  ni  mantienen  polvo,  ni  consienten 
lodo:  sus  edificios  los  más  son  bajos,  por  recelo  de  los  temblo- 
res, algunos  de  ladrillos  y  lo  común  de  tapias,  pero  bien  dis- 
puestos y  repartidos  en  su  fábrica:  las  casas  son  tan  dilatadas 
en  los  sitios  que  casi  todas  tienen  espaciosos  patios,  jardines 
y  huertas,  que  regadas  con  diferentes  acequias,  que  cruzan 
la  ciudad  saliendo  encañadas  del  río  Catuche,  producen  tanta- 
variedad  de  flores,  que  admii-a  su  abundancia  todo  el  año: 
hermoséanla  cuatro  plazas,  las  tres  medianas,  y  la  principal 
bien  grande  y  en  proporción  cuadrada". 

En  tiempo  del  historiador  Oviedo  (mil  setecientos  vein- 
titrés) habitaban  esta  población  de  Caracas  (sin  contar  la  in- 
numerable gente  de  servicio)  mil  vecinos  españoles  y  "entre 
«líos  dos  títulos  de  Castilla   que  la   ilustraban,  y  otros  muchos 

(1)  Talas  y  quemas  palpablemente  perjudiciales  han  disminuido  la  flora  y 
con  ella  las  aguas. 

(2)  Para  el  tráfico  moderno  resultan  estrechas. 


—  126  — 

caballeros  de  conocidas  prosapias,"  que  la  ennoblecían. 
Hoy  tiene  la  población  de  ochenta  a  cien  mil  habitantes.  (1) 
"Sus  criollos  son  de  agudos  y  prontos  ingenios,  corteses, 
afables  y  políticos;  hablan  la  lengua  castellana  con  perfección, 
sin  aquellos  resabios  con  que  la  vician  en  los  demás  puertos  de 
las  Indias;  y  por  lo  benévolo  del  clima  son  de  airosos  cuerpos 
y  gallardas  disposiciones,  sin  que  se  halle  uno  contrahecho 
ni  con  fealdad  disforme,  siendo  en  general,  de  espíritus  biza- 
rros y  corazones  briosos  y  tan  inclinados  a  todo  lo  que  es  edu- 
cación y  política  que  hasta  los  negros,  siendo  criollos,  se  desde- 
ñan de  no  saber  leer  ni  escribir:  y  en  lo  que  más  se  extreman 
es  en  el  agasajo  con  que  tratan  a  la  gente  forastera,  siendo  el 
agrado  con  que  la  reciben  atractivo  con  que  la  detienen ;  pues 
el  que  llegó  a  estar  dos  meses  en  Caracas  no  acierta  después  a 
salir  de  ella:  las  mujeres  son  hermosas  con  recato,  y  afables 
con  señorío,  tratándose  con  tal  honestidad  y  tan  gran  recogi- 
miento, que  de  milagro  entre  la  gente  ordinaria,  se  ve  alguna 
de  cara  blanca  de  vivir  escandaloso  y  esa  suele  ser  venida  de 
otras  partes,  y  recibe  por  castigo  de  su  defecto  el  ultraje  y 
desprecio  común  con  que  la  tratan  las  otras". 

Hemos  querido  engarzar  esta  descripción  en  nuestro  tra- 
bajo no  sólo  para  darlo  a  la  publicidad,  sino  también  para 
hacer  revivir  el  recuerdo  de  la  colonia  española  y  para  que  no 
se  entibie  ni  decaiga  el  cariño  filial  a  nuestros  antepasados, 
prolongando  la  existencia  de  su  recuerdo  tanto  como  el  tiem- 
po; pues  nadie  olvida  su  origen  ni  su  descendencia  y  familia 
que  lleva  su  sangre  y  su  carne,  sus  hábitos  y  costumbres. 

A  esta  descripción  hemos  de  añadir  otra  del  mismo  Ovie- 
do en  la  que  pone  de  manifiesto  los  grandes  adelantos  de  los 
colonos  en  el  año  que  acabamos  de  referir. 

—  Su  comarca  es  fértil  y  abundante  de  cuanto  se  puede 
apetecer  para  el  regalo:  produce  excelentes  verduras  de  cuan- 
tas especies  hay  con  abundancia  y  todo  el  año  frutas,  cuantas 
conoce  por  naturales  suya  la  América  y  muchas  que  ha  tras- 
plantado la  curiosidad  desde  Europa,  granadas  excelentes, 
sazonados  membrillos,  manzanas,  higos,  uvas,  limas,  naran- 
jas, limones  y  sandías,  tan  perfectas  todas   en  el  gusto  como  si 

(1)  La  población  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  en  mil  quinientos  se- 
senta y  ocho  era  de  unos  cincuenta  o  sesenta  vecinos:  en  mil  quinientos  no- 
venta y  tres  llegaban  a  cuatrocientos,  con  unos  d©s  mil  habitantes,  y  en  mil  seis- 
cientos ochenta  y  dos  subían  estos  aproximadamente  a  seis  mil. 

(2)  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  VIL 


—  127  — 

no  tuvieran  nada  de  extranjeras,  pues  las  sazona  el  terreno  co- 
mo si  fueran  propias:  lábrase  azúcar,  mucha  y  de  buen  tem- 
ple, de  que  se  hacen  muchas  y  regaladas  conservas. 

Sus  cosechas  rinden  a  centenares  las  fanegas  (1)  y  sus  pas- 
tos multiplican  a  millares  los  ganados;  y  añadiendo,  a  las  exce- 
lencias referidas,  el  continuo  comercio  con  México  o  Nueva 
España,  islas  de  Canarias  y  de  Barlovento,  y  otras  partes, 
para  donde  se  trafica  porción  considerable  de  cacao,  tabaco, 
cueros,  curtidos  y  sin  curtir,  brasilete  y  otras  mercancías; 
son  partes  que  constituyen  un  todo  para  hacer  celebrada  esta 
ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  fundada  por  Diego 
de  Losada,  como  una  de  las  mejores  de  las  ciudades  españolas 
de  América,  (2)  que  crecen  y  se  aumentan  llenas  de  vigor, 
independientes  hoy  de  la  Madre  Patria-España-que  las  fundó 
y  dio  vida,  civilización   y    cultura. 

Tampoco  ellas  olvidan  su  origen  y  muestran  siempre  el 
cariño  de  buenas  hijas  que  enseñan  con  gozo  a  la  madre  los 
adornos  y  adelantos  de  su  nuevo  hogar. 

Queremos  hacer  notar  un  asunto  importantísimo  y  es 
que  en  la  fundación  y  colonización  de  los  pueblos  nuevos, 
nuestros  antepasados  españoles,  por  primera  providencia  se- 
ñalaban sitio  para  iglesia,  bien  persuadidos  de  que  la  religión 
es  la  base  de  todos  los  conocimientos  y  por  tanto  de  todo  ade- 
lantamiento; además,  bien  cimentados  los  ánimos  en  la  reli- 
gión, fácil  es  promover  el  trabajo,  la  moralidad  y  las  buenas 
costumbres  en  los  individuos,  haciéndoles  útiles  para  sí  mis- 
mos y  para  el  común  de  las  gentes. 


(1)  Una  observación  muy  notable  debemos  a  Fray  Pedro  Simón,  con  re- 
lación a  las  mieses  y  cosechas  de  trigo:  dice  asi  el  laborioso  observador:  "hay 
dos  inviernos  y  dos  veranos.  El  invierno  comienza  desde  la  menguante  de  marzo, 
cuando  comienza  el  sol  a  descubrir  su  rostro  por  encima  de  la  linea  equinocial  a 
nuestro  hemisferio,  y  dura  hasta  principio  de  junio,  y  el  otro  desde  principio  ¿e 
octubre  hasta  todo  el  de  diciembre. 

Los  veranos  son  los  intermedios  de  éstos  y  asi  las  mieses  que  se  dan  délas  se- 
millas de  Castilla,  aunque  tienen  alguna  orden  en  su  sazón  y  cosecha,  no  es  tan 
del  todo  que  no  suceda  muchas  veces  estar  segando  una  haza  de  trigo  y  junto  a 
ella  estar  otro  naciendo,  otro  en  verza,  otro  en  flor  y  otro  granando;  lo  que  tam- 
bién sucede  a  los  árboles  que  se  han  traído  de  Castilla;  y  en  febrero  tenemos 
muy  buenos  higos  verdes,  membrillos,  melones,  manzanas,  duraznos  etc." 
N*  1.  Cap.  IV. 

(2)  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  VIII. 


128 


CAPITULO  XXII 


le  la  primera  iglesia  de  Santiago  de  León,  de  Ca- 
racas, por  Diego  de  Losada  y  dícense  oíros  pormenores 


1.567 

Losada,  corno  buen  colono  y  fundador,  como  buen  Ge- 
neral y  Jefe  público,  primeramente  señaló  sitio  para  levan- 
tar una  capilla  o  ermita  y  la  dedicó  a  San  Sebastián,  már- 
tir, cuya  imagen  también  se  venera  en  su  pueblo  natal,  recor- 
dando  de  esta  manera  los  afectos  religiosos  conocidos  desde 
su  niñez.  Oviedo  y  Baños  asegura  que  la  referida  ermita 
la  edificó  Losada  luego  que  pobló  esta  ciudad  en  cumplimien- 
to del  voto  que  hizo  al  Santo  mártir  estando  en  Villa  Rica, 
cuando  venía  a  su  conquista  y  colonización  "escogiéndolo  por 
patrono  contra  el  veneno  de  las  flechas". 

También  hace  notar  que  "en  mil  quinientos  sesenta  y 
nueve,  padeciendo  esta  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Ca- 
racas, una  plaga  de  langostas,  el  Ayuntamiento,  según  acuer- 
do que  hemos  visto  en  su  archivo,  escogió  ante  Dios  por  abo- 
gado contra  la  voracidad  de  los  insectos  a  San  Mauricio,  edi- 
ficándole una  iglesia,  la  que  se  quemó  por  un  descuido  en  mil 
quinientos  setenta  y  nueve,  y  habiendo,  por  esta  causa,  colo- 
cado la  imagen  de  San  Mauricio  en  la  iglesia  dedicada  a  San 
Sebastián,  perdió  su  advocación  legítima  llamándola  el  pueblo 
desde  entonces  San  Mauricio,  haciendo  notar  el  mismo  Ovie- 
do y  Baños  que  este  cambio  de  nombre  fué  "sin  razón". 

Por  todas  estas  coincidencias,  aun  hoy  podemos  saber 
fijamente,  en  donde  estuvo  colocada  la  iglesia  de  San  Sebas- 
tián, levantada  por  el  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Ca- 
racas, Diego  de' Losada;  más  adelante,  e  independiente  la 
colonia,  en  el  mismo  lugar  en  que  existió  dicha  iglesia, 
se  levantó  la  Santa  Capilla,  de  estilo  gótico  y  en  donde  diaria- 
mente se  expone  el  Santísimo  Sacramento  y  concurren  todos 
los  días  a  su  adoración  la  mayor  parte  de  las  familias ;  pu- 
diéndose decir  que  Dios  eligió  el  mismo  lugar  señalado  por 
Losada  para  ser  adorado  por  todas  las  generaciones  que  se 
han  sucedido  desde  entonces  hasta  ahora. 


—  129  — 

Muy  probablemente  en  este  mismo  solar  se  dijo  tam- 
bién la  primera  misa  en  Caracas. 

Réstanos  decir  que  desde  el  año  mil  quinientos  setenta  y 
nueve  quedaron  colocados  los  dos  gloriosos  Mártires,  San 
Sebastián  y  San  Mauricio,  en  el  altar  mayor,  como  tutelares  y 
dueños  de  la  iglesia;  y  a  cuya  fiesta,  según  Oviedo  y  Baños, 
asistía'  todos  los  años  el  Cabildo. 

Nada  decimos  de  la  Sede  Episcopal  trasladada  de  Coro  a 
Santiago  de  León,  de  Caracas,  en  mil  setecientos  treinta  y 
siete,  por  el  Ilustrísimo  Señor  Obispo  Donjuán  López  Abur- 
to  de  la  Mata,  cuya  santa  iglesia  catedral  está  dedicada  a  San- 
tiago Apóstol  y  consta  de  cinco  naves,  ni  de  las  cuatro  capi- 
llas que  por  el  lado  de  la  epístola  casi  forman  otra  nave  separa- 
da; pero  sí  queremos  recordar  a  sus  fundadores,  conformán- 
donos con  Oviedo. 

La  una  dedicada  a  la  Santísima  Trinidad  edificada  y  do- 
tada por  el  Proveedor  Pedro  Jaspe  de  Montenegro,  natural 
del  Reino  de  Galicia  en  España  y  Regidor  que  fué  de  esta 
ciudad. 

En  esta  capilla  están  sepultados  los  cristianos  padres  y 
la  esposa  del  Libertador  Simón  Bolívar,  pertenecientes  a  la 
nobleza  española.  (1) 

En  otra  se  venera  el  portento  de  los  Milagros,  San  Nico- 
lás de  Bari,  colocado  en  ella  por  la  devoción  que  le  profesó 
doña  Melchora  Ana  de  Tovar,  viuda  de  Juan  Ascanio  Gue- 
rra, Caballero  del    Orden  de  Santiago.    (2) 

(1)  Encuéntranse  aun  muchos  restos  déla  Nobleza  Española  en  Venezue- 
la; pero  el  ilustre  apellido  de  los  Bolívares,  "Marqueses  de  San  Luis"  merecía  os- 
tentarse más:  esta  familia,  como  veremos  más  adelante,  fué  muy  esclarecida 
desde  el  principio  de  la  Colonia  Española  en  Caracas  y  es  de  sentir  que  no  se 
vea  figurar  después  de  la  Independencia. 

Los  restos  de  la  Nobleza  Española  perduran  en  todo  Venezuela,  no  solo  en 
los  varios  edificios  que  ostentan  todavía  sus  escudos,  sino  principalmente  en  las 
muchas  familias  que  conservan  sus  hábitos  honorables  y  honestísimas  costum- 
bres, su  nobleza  de  sentimientos,  su  hidalguía,  pureza  de  religión  y  recto 
criterio;  hasta  su  aspecto  señorial;  el  culto  por  las  nobles  acciones  y  grandes 
hechos  y  el  recuerdo  inextinguible  de  sus  ascendientes,  que,  junto  con  los  vie- 
jos pergaminos  y  árboles  genealógicos,  se  conservan  como  ricas  joyas  que  les 
descubren,  sin  arribajes,  su  ilustre  procedencia,  y  forman  una  de  las  fuentes 
más  ricas  de  la  Historia  de  España  y  de  Venezuela;  historia  que  se  entrelaza  y 
confunde  en  unas  mismas  páginas,   en  una  familia   y  en  unos  mismos  hombres. 

(2)  Lástima  es  que  esta  Orden  celebérrima,  majestuosa,  sana  y  brillante, 
de  pura  hechura  español*  y  tan  neta  y  caballeresca,  como  la  raza,  que-  repre- 
senta, se  encuentre  ahora  solo  en  la  Península,  cuando  debiera  abrazar  en  su 
seno  a  todos  los  Caballeros  españoles  de  ambas  Américas.  Francamente,  de-*¿ 
searíamos  para  Santiago  de  León,  de  Caracas,  lo  mismo  que  para  todas  las  re- 
públicas  españolas,  la  gloriosa  institución  de-  los  caballeros  de  santiago. 

9 


—  130  - 

La  de  Nuestra  Señora  del  Pilar  de  Zaragoza,  que  dotó  y 
mandó  fabricar  el  Bachiller  don  José  Melero,  Dean  que  fué 
de  esta  Catedral.  Y  la  de  Nuestra  Señora  del  Pópulo,  funda- 
ción del  Ilustrísimo  Señor  Obispo  don  Diego  de  Baños  y  So- 
tomayor,  quien  la  dotó  pingüemente  y  en  donde  descansan 
sus  venerados  restos. 

Entre  las  parroquias,  además  de  la  Catedral,  se  con- 
taban en  aquel  tiempo,  la  de  Altagracia;  la  de  San  Pablo, 
primer  Ermitaño,  que  era  juntamente  hospital  para  toda  cla- 
se de  enfermos,  dotado  por  la  iglesia  con  abundantes  recursos 
y  cuya  fundación  data  de  mil  quinientos  ochenta,  habiéndole 
escogido  el  Cabildo  por  patrono  ante  Dios  en  "una  rigurosa 
peste  de  viruelas  y  sarampión  que  consumió  más  de  la  mitad 
de  los  indios  de  la  Provincia"  (1)  y,  cesado  el  contagio,  la 
República  agradecida  quiso  perpetuar  su  reconocimiento  de- 
dicándola al  culto  de  su  bienhechor,  y  se  celebraba  su  fiesta  todos 
los  años  con  asistencia  del  Cabildo  el  día  quince  de  enero:  esta 
iglesia  arruinada  se  reedificó  más  grande  y  se  adornó  con  una 
hermosa  torre  por  el  Depositario  General,  Domingo  de  Vera 
y  su  hermano  don  Diego  de  Adames,  vecinos  principales  y 
bisnietos  del  Conquistador  y  Colono  Sebastián  Díaz,  y  Maria- 
na Rodríguez  de  Ortega  su  esposa. 

Independiente  ya  la  colonia  fué  destruido  este  templo  y 
profanado  el  lugar. 

En  esta  iglesia  se  veneraba  una  copia  milagrosa  de  Nues- 
tra Señora  de  Copacavana  a  quien  tenían  por  patrona  ante 
Dios  en  las  sequías,  segúh  el  historiador  citado,  "pues  lo  mis- 
mo es  acudir  a  buscar  el  consuelo  en  su  piedad  que  desatar- 
se las  nubes  en  diluvios  de  agua". 

Nuestra  Señora  de  la  Candelaria,  entonces  a  extramuros 
de  la  ciudad,  la  edificaron  en  mil  setecientos  ocho  los  colo- 
nos de  las  Islas  Canarias  ayudados  por  el  venerable  sacerdote 
don  Pedro  de  Vicuña,  en  recuerdo  de  su  Patrona  de  Tenerife. 

El  Hospital  de  Caridad,  dedicado  exclusivamente  para  cu- 
rar las  enfermedades  de  la  mujer  y  el  que  servia  a  la  vez  de  reclusión 
a  las  escandalosas,  fue  fundado  y  dotado  suficientemente  por 
doña  María  Marín  de  Narváez,  señora  rica  y  virtuosa  que  vivió 
sin  tomar  estado  y  convirtió  toda  su  hacienda  en    el    beneficio 

(1)  Calcúlase  que  asciende  a  unos  ochenta  mil  indios  infieles  el  número 
ée  indígenas  que  existen  todavía  en  Venezuela;  y  completamente  civilizados  se 
encuentran  con  mucha  frecuencia  por  el  interior.  Tiene  América  del  Sur  dos 
millones  de  infieles:  de  estos,  trescientos  cincuenta  mil  son  del  Perú;  del  Ecua- 
dor doscientos  cincuenta  mil,  y  seiscientos  mil  del  Brasil.  ( 


—  131  — 

común  de  tan  piadosa  obra.      ¡Lástima   grande   que   se  haya 
perdido  semejante  institución  caritativa! 

El  Convento  de  Santo  Domingo,  que  mantenía  cuarenta 
religiosos  y  en  cuya  iglesia  se  veneraba  una  imagen  devotísima 
de  Nuestra  Señora  del  Rosario  regalo  del  Rey  Prudente,  don 
Felipe  Segundo.  Hoy  profanado  el  lugar,  allí  se  encuentra 
el  mercado  público. 

El  Convento  de  San  Francisco  de  Asís  que  sustentaba 
cincuenta  religiosos,  los  cuales  con  su  regular  observancia, 
aseo  del  templo  y  seguimiento  continuo  de  su  Coro  eran  la 
edificación  de  la  República;  conservaban  "un  pedazo  de  la 
"Cruz  donde  murió  nuestro  Divino  Salvador,  con  el  que  lo 
"enriqueció  don  Martín  Robles  Villafañate,  y  una  imagen  de 
"Nuestra  Señora  de  la  Soledad,  de  tan  perfecta  escultura  que 
"roba  Jos  corazones  su  ternura,  y  mueve  a  compasión  solo  el 
"mirarla". 

En  este  convento  se  encuentran  actualmente  la  Uni- 
versidad Central,  la  Academia  de  la  Historia  de  Venezue- 
la, la  Academia  de  la  Lengua  correspondiente  a  la  Española 
y  la  Biblioteca  Nacional. 

El  Convento  de  Nuestra  Señora  de  las  Mercedes,  funda- 
do en  el  año  de  mil  seiscientos  treinta  y  ocho  y  cuyo  patrón 
fué  el  General  Rui  Fernández  de  Fuenmayor,  Gobernador  de 
la  provincia,  y,  después  de  éste,  su  nieto  don  Rui  Fernán- 
dez de  Fuenmayor  y  Tovar:  este  convento  se  trasladó  en 
mil  seiscientos  ochenta  y  uno  a  parte  más  cercana  mantenien- 
do diez  y  seis  religiosos  aunque  con  pocas  rentas  y  "sin  las 
conveniencias  que  la  República  desea"  (Oviedo),  y  en  don- 
de el  famoso  filólogo  venezolano,  don  Andrés  Bel!o,  durante 
la  colonia  recibió  de  los  mismos  religiosos  los  primeros  rudi- 
mentos  de  gramática  castellana  y  de  latín. 

Él  Colegio  Seminario  de  Santa  Rosa  de  Lima,  fué  fundado 
en  mil  seiscientos  sesenta  y  cuatro  junto  a  la  plaza  mavor,  por 
el  Ilustrísimo  señor  don  Fray  Antonio  González  de  Acuña, 
celebre  religioso  dominicano,  quien  dotó  a  Caracas  de  agua  po- 
table, y  terminado  por  el  Ilustrísimo  señor  Obispo  don  Diego 
de  Baños  y  Sotomayor,  en  donde  se  enseñaba  la  Filosofía, 
Teología  y  otras  clases  accesorias,  principalmente  gramá- 
tica castellana,  latín  y  humanidades,  "donde  cultivados  los 
-ingenios,  como  por  naturaleza  son  claros  y  agudos,  se  crían 
supuestos  muy  cabales,  asi  en  lo  escolástico  y  moral  como  en 
lo  expositivo". 


—  132  — 

Hoy  está  en  su  lugar  el  Concejo  Municipal,  ia  Gober- 
nación del  Distrito  Federal  y  el  Palacio  de  Justicia,  siendo  de 
notar  que  en  la  capilla  de  este  Seminario  firmaron  los  Colo- 
nos españoles  el  acta  de  su  Independencia  de  la  madre  patria. 

"Pero  la  joya  más  preciosa  que  adorna  esta  ciudad  y  de  la 
"que  puede  gloriarse  con  razón,  teniéndola  por  prenda  de  su 
"mayor  felicidad,  es  el  Convento  de  Monjas  de  la  Concepción, 
"verjel  de  perfecciones,  y  cigarral  de  virtudes:  no  hay  cosa  en 
"él  que  no  sea  santidad,  y  todo  exhala  la  fragancia  del  Cielo". 
(Oviedo  y  Baños). 

Para  dotar  este   convento  y   su   fabricación  donó  toda  su 
rica  hacienda   doña   Juana   de   Vilella,  natural  de  Palos,  en  el 
Condado  de    Niebla,   viuda   del   Capitán  Lorenzo   Martínez, 
natural  de  Villa-Castm,  vecino  encomendero  que  fué  en   esta 
ciudad,    y    doña  Mariana   de  Vilella,   su  hija,  viuda  del   Re- 
gidor  Bartolomé    de   Masabel    (mil  seiscientos  diez  y   siete). 
Fué  su   primera   abadesa,    en    mil  seiscientos   treinta  y  siete, 
doña  Isabel  de  Tiedra,  quien  vino  del  Convento  de  Santa  Clara 
de  la  isla  de  Santo  Domingo,    "por    Maestra  y  Hortelana  de 
este  plantel",    y    se   impuso  la   clausura   por   el    Ilustrísimo 
ñor  Obispo  don  Juan  López  Aburto  de  la  Mata   en  la   vis- 
era de  la  Inmaculada  Concepción,  dando   el   hábito   en   ese 
i  ía  "a  las    primeras  azucenas   que  se   consagraron  a  Dios  en 
u  recogimiento",  con  un  sublime   adiós  al   mundo  y   pasmó 
al  infierno  o  espíritu  del  mal. 

Fueron  llamadas  por  Dios  las  siguientes: 

Doña  Mariana  de  Vilella,  fundadora,  y  escogidas  por  estas: 

"  Francisca  de  Vilella. " 

"  Ana  de  Vilella 

"  María  de  Vilella )-  Sobrinas  suyas. 

"  Juana  de  Ponte    | 

"  Lucía  de    Ponte J 

"  María  de  Urquijo. 

"  Inés  de  Villavicencio. 

"  Elvira  de  Villavicencio. 

Cuando  Oviedo  y  Baños  escribió  su  obra,  en  mil  setecien- 
tos veintitrés,  mantenía  este  convento  sesenta  y  dos  ángeles, 
como  él  dice  "en  otras  tantas  religiosas  de  velo  negro,  que 
en  continuas  vigilias  y  mortificaciones  vivían  tan  en  Dios  y 
ajenas  de  lo  que  es  mundo,    que  a  cualquiera  hora  de  la  noche 


—  133  - 

que  se  pasara  por  las  puertas  de  su  iglesia  se  oían  los  ecos  de 
su  áspera  penitencia,  y  Jos  tiernos  suspiros  con  que  clama- 
ban al  cielo   desde  el   coro". 

Independiente  ya  la  colonia  fueron  inicuamente  despo- 
jadas de  sus  rentas  las  religiosas  y  con  escándalo  expulsadas 
de  su  convento,  en  lugar  del  cual  se  levantó  el  Capitolio. 

La  iglesia  de  Santa  Rosalía  de  Palermo,  fué  fundada  por  el 
Ilustrísimo  señor  Obispo  don  Diego  de  Baños  en  el  mil  seis- 
cientos noventa  y  seis  en  acción  de  gracias  a  Dios  por  haberse 
librado  la  ciudad  de  una  cruel  epidemia  de  fiebre  amarilla,  que 
duró  diez  y  seis  meses   consecutivos.   (1) 

Después  de  esto  tenemos  que  añadir  la  fundación  del 
Convento  de  los  Franciscanos  Capuchinos  que  llegaron  a  Cuma- 
ná  y  Píritu  en  mil  seiscientos  cincuenta  y  ocho  y  se  dedicaron  a 
la  predicación  y  moralización  de  los  colonos  y  a  la  colonización 
y  evangelización  de  los  indios  y  de  otros  pueblos  de  españoles 
y  negros,  formados  y  puestos  bajo  el  amparo  y  protección  de 
íos  referidos  Misioneros  Capuchinos,  los  cuales  según  datos 
fehacientes,  fundaron  multitud  de  pueblos,  (2)  y  dieron  a  la 
Iglesia  y  a  la  sociedad  muchísimas  leguas  de  terreno  aptas  para 
la  civilización  y  vida  religiosa  "haciendo  surgir  en  medio  de 
selvas  impenetrables  y  malsanas,  poblaciones  florecientes"  (3) 
y  hermosas. 


(1)  Véase  Oviedo,  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  VII. 

(2)  La  Historia  de  Venezuela  se  halla  tan  íntimamente  ligada  con  la  de  la 
Orden  franciscana,  especialmente  con  la  de  los  Franciscanos- Capuchinos,  que 
no  se  puede  escribir  la  una  sin  hacerlo  de  la  otra;  porque  la  mayoría  de  los  pue- 
blos fueron  fundados  por  estos  misioneros. 

Tan  solo  en  la  Provincia  de  Caracas,  dice  una  Cédula  Real,  extendieron  su 
jurisdicción  con  las  misiones  por  rr.ás  de  ciento  cincuenta  leguas:  los  pueblos  de 
los  Llanos,  Barquisimeto  y  Yaracuy  están  fundados  y  colonizados  por  los  Capu- 
chinos, en  su  mayor  parte;  sin  contar  los  de  Maracaibo,  los  de  Cumaná,  Maturín 
y  la  Guayana,  en  donde  florecían  ampliamente  las  industrias  y  las  artes,  junto 
con  otras  instituciones  económicas  de  reciprocidad,  producción  y  ahorro — mil 
setecientos  cincuenta  y  cinco — Simancas  S.  de  E.  Legajo  siete  mil  trescientos 
noventa.  Fol.  doce.  Informes  por  don  Eugenio  de  Alvarado.   (Véase). 

Actualmente,  en  Colombia  ios  Capuchinos  han  fundado  diez  y  nueve  pue- 
blos con  centenares  de  kilómetros  de  carreteras  y  difundido  la  enseñanza  de  la 
agricultura,  ganadería,  artes  y  oficios.  En  el  vecino  Brasil,  sobre  el  río  Marañón. 
los  Capuchinos  tienen  dos  Granjas  que  subviene  el  Gobierno  de  aquella  Repúbli- 
ca con  doce  mil  pesetas  la  primera  y  con  diez  y  ocho  mil  la  otra.   (Véase  la  obra 

-LAS  GRANDES  INSTITUCIONES  DEL    CATOLICISMO-por     SEVERINO  AZNAR,   Madrid,     Calle. 

San  Bernando,  número    noventa    y  dos.   Edición  de   mil    novecientos  doce  fol. 
doscientos  sesenta  y  tres  y  doscientos  sesenta  y  cinco) . 

(2)  Severino  Aznar:  "Las  grandes  Instituciones  del  Catolicismo"  Cap. 
XIX  fol.  391.  Edición  de  Madrid  1212. 


—  134  — 

Los  Franciscanos  Capuchinos  fueron  deudores  en  mif 
seiscientos  sesenta  y  cuatro  a  doña  María  de  Vera  y  Vargoien 
esposa  de!  Sargento  Mayor  don  García  de  Vera,  de  un  gran 
solar  y  huerta  que  poseía  en  esta  ciudad,  que  linda  dice,  por  un 
lado  con  las  casas  de  su  morada  y  por  otro  con  solar  de  Juan 
•de  Arévalo  Vallesteros,  Alcalde  de  la  Santa  Hermandad  de  ella,. 
y  por  frente  la  Calle  Real,  al  mediodía  con  solar  del  Capi- 
tán Francisco  Br¿a  Lezama:  el  Superior  délos  padres  Fran- 
ciscanos Capuchinos,  Fray  Lorenzo  de  Magallón,  había  nom- 
brado al  señor  don  Pedro  de  Torres  y  Toledo,  Caballero 
de  la  Orden  de  Santiago,  Gobernador  y  Capitán  General  de 
esta  provincia  de  Venezuela,  Síndico  Apostólico  para  recibirlo 
en  nombre  de  su  Santidad  el  Papa.    ( 1 ) 

Más  adelante  explicaremos  la  altura  a  que  llegó  Caracas 
en  tiempo  de  la  colonia;  no  sin  recordar  al  antiguo  Convento 
de  Monjas  Carmelitas,  ocupado  hoy  por  el  Ministerio  de  Ha- 
cienda, y  el  Oratorio  de  San  Felipe  Neri,  hoy  Teatro  Mu- 
nicipal, con  el  de  otras  religiosas,  hoy  Casa  de  Beneficencia  etc. ; 
pues  no  son  estos  los  únicos  valores  y  propiedades  de  la  cris- 
tiandad que  usufructúa  el  Estado  (creemos  que  con  la  debida 
anuencia  de  la  Santa  Sede). 

En  la  actualidad  se  encuentran  en  Caracas  los  siguientes 
templos:  La  Catedral,  Santa  Ana,  Altagracia,  Santa  Rosalía, 
Candelaria,  San  Juan,  en  donde  estuvo  el  primer  hospicio  o 
residencia  de  los  padres  Capuchinos,  La  Pastora  edificada  de 
nueva  planta  y  embellecida  por  el  Padre  Capuchino  Fray  Ole- 
gario de  Barcelona,  y  San  José,  todas  estas  como  parroquias 
principales;  y  las  filiales  de  San  Fancisco,  La  Merced,  resi- 
dencia hoy  de  los  Misioneros  Capuchinos,  Santa  Capilla,  Co- 
razón de  Jesús,  La  Trinidad,  el  Calvario,  Nuestra  Señora  de 
Lourdes,  María  Auxiliadora,  de  los  Padres  Salesianos,  María 
Auxiliadora,  (esquina  de  Los  Isleños)  Santa  Rosa,  de  Quebra- 
da Honda,  Rincón  del  Valle,  y  Capilla  de  Catia;  hay  otras 
capillas  tales  como  la  del  Hospital  Vargas,  Beneficencia,  y  Ma- 
nicomio, asistidas  por  las  Hermanas  de  Caridad,  Hospital  Mi- 
litar, Capilla  del  Presidente  de  la  República,  Capilla  del  Ce- 
menterio y  otros  oratorios  como  el  del  Santo  Niño  de  Praga, 
el  de  Nuestra  Señora  del    Buen    Consejo,    Hermanitas  de  los 


(1)      Biblioteca  Nacional  de  Madrid  S.  Mns.  N?  tres  mil  quinientos  sesenta 
y  uno.  fol.  ciento  cuarenta  y  cuatro. 


—  135  — 

Pobres,  Asilo  de  Mendigos,  Hermanas  Franciscanas,  El  Pa- 
raíso, Hijos  de  la  Inmaculada,  Seminario  Metropolitano  y 
otros  particulares  de  familias  principales.    (1) 


CAPÍTULO  XXIII 

Terrible  conflagración  organizada  por  el  Cacique  Guaycay- 
puro  para  aniquilar  y  destruir  la  nueva  población  de 
Santiago  de  León,  de  Caracas;  Losada  la  protege  y  fibra 
del  exterminio. 

1567-1569 

Después  de  habernos  entretenido  en  referir  varios  por- 
menores de  ia  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  de- 
bemos continuar  el  estudio  de  los  hechos  de  su  fundador, 
Diego  de  Losada. 

Pocos  días  habían  pasado  después  de  haberla  poblado 
cuando  llegó  de  la  isla  de  Margarita  el  Capitán  Juan  de  Salas, 
de  quien  hicimos  mención  más  atrás,  y  quien,  aunque  no  pudo 
llegar  a  tiempo  a  Borburata,  cumplió  su  palabra;  ''cono- 
ciendo que  su  venida  sería  en  cualquier  ocasión   muy   estima- 


(1)  El  diez  y  nueve  de  Abril  de  mil  ochocientos  diez,  encontrarnos  que 
nuestros  antepasados  los  españoles  nos  habían  legado,  solamente  en  Caracas,, 
las  siguientes  iglesias  e  institutos  de  beneficencia  e  instrucción,  puestos  bajo 
el  amparo  y  protección  de  la  Iglesia  Católica:  La  Santa  iglesia  Catedral  y  su 
adjunta  parroquia:  San  Sebastián. y  San  Mauricio:  parroquial  de  N.  Señora 
de  Altagracia:  parroquial  de  San  Pablo:  parroquial  de  N.  Señora  de  Cande- 
laria: iglesia  de  la  divina  pastora,  patrona  de  las  Misiones  de  los  Padres  Francis- 
canos-Capuchinos: iglesia  de  la  Santísima  Trinidad:  iglesia  de  Santa  Rosalía: 
Ermita  del  Calvario:  Capilla,  Universidad  y  Seminario  de  Santa  Rosa  de  Lima: 
Capilla  y  Real  Hospital  de  San  Lázaro:  Capilla  y  Hospital  de  Caridad  para  mu- 
jeres: Capilla  y  Casa  de  San  José  para  los  huérfanos:  Convento  de  los  Padres 
de  la  Merced:  Convento  de  San  Jacinto:  Oratorio  de  los  Padres  de  San  Felipe 
de  Neri:  iglesia  y  convento  de  San  Francisco;  iglesia  y  convento  de  Dominicas: 
iglesia  y  Convento  de  las  Monjas  franciscanas  de  Santa  Clara,  o  Concepcionis- 
tas:  Iglesia  y  convento  de  las  Monjas  Carmelitas:  Capilla  y  Palacio  Arzobispal; 
Real  Hospital  de  San  Pablo:  Casa  de  Misericordia  para  ancianos  y  desampara- 
dos: Casa  de  Ejercicios  Espirituales:  Casa  de  Educandas  y  de  niñas  pobres: 
Prisión  para  eclesiásticos:  Campo  Santo;  Cementerio  de  la  Santa  Iglesia  Ca- 
tedral; de  Altagracia;  de  Santa  Rosalía;  de  Candelaria  y  de  San  Pedro  de  los 
Canónigos.  Quedándonos  por  decir  el  Lazareto,  el  Hospital  Militar  y  la  iglesia 
del  Hospicio. — Residencia  de  los  Padres  Misioneros  Franciscanos-Capuchinos, 
dedicada  a  San  Juan  Bautista,  hoy  parroquia  de  San  Juan,  y  quizá  algún  otro 
instituto  o    capilla  de   que  no  ros  acordamos. 


—  136  — 

da",  como  así  fué  en  efecto;  pues  traía  consigo  sesenta  y 
cinco  hombres  de  guerra,  en  cuatro  piraguas,  entre  ellos  quin- 
ce españoles,  los  demás  eran  indios  guayqueríes,  y  buena  can- 
tidad de  víveres,  "bien  necesarios  por  la  falta  que  de  ellos 
padecían";  entre  los  españoles  "venían  Andrés  Machado, 
Melchor  López  y  Lázaro  Vázquez,  uno  de  los  que  acompa- 
ñaron a  Fajardo;  los  guayqueríes  sirvieron  con  gran  valor 
y  lealtad  en  todo  cuanto  se  ofreció' ' :  por  aquel  tiempo  Mel- 
chor López,  cabo  de  una  de  las  cuatro  piraguas,  se  fingió 
comerciante,  y  al  llegar  a  la  co,sta  logró  aprisionar  a  uno  de 
los  caciques  llamado  Guaypatá,  quien  le  ofreció  por  su  liber- 
tad todo  cuanto  tenía,  pero  Melchor  López  tuvo  la  galantería 
de  presentarlo  a  Losada :  '  'galantería  que  salió  tan  acertada 
que  de  ella  se  originaron  los  primeros  movimientos  de  la  pa- 
cificación ;  pues  llegado  el  cacique  a  presencia  de  Losada  va- 
liéndose este  de  aquel  agrado  que  era  natural  en  sus  acciones, 
después  de  haberle  puesto  en  libertad  le  pidió  que  solicitase 
con  los  demás  caciques  que  le  admitiesen  por  amigo,  sin  dar 
lugar  a  que  prosiguiendo  con  la  guerra,  les  obligase  a  con- 
ceder por    las  armas    lo  que    negaban  al  ruego. 

El  indio  agradecido  por  su  libertad,  retornó  a  su  ranche- 
ría y  a  los  ocho  días  volvió  con  otros  dos  caciques  jurando  paz 
con  Losada,  la  que  mantuvieron  después  firmes,  sin  visos  de 
deslealtad". 

Mientras  sucedía  lo  referido  en  la  noche  del  siete  al  ocho 
de  setiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  fué  atacada  y 
robada  la  ciudad  de  Coro  por  unos  corsarios  o  ladrones  fran- 
ceses, quienes  cometieron  increíbles  desafueros  con  nuestros 
antepasados,  los  infelices  colonos,  que  luchaban  con  toda  clase 
de  dificultades,  y  dejaron  "tan  destruida  la  ciudad  que  en  mu- 
chos años  después  no  pudo  volver  a  lo  que  era  antes",  como 
dice  Oviedo,  y  el  Padre  Fray  Pedro  Simón  asegura  que  "fué 
tal  el  estrago  con  que  quedó  la  tierra  en  esta  ocasión,  que  hoy 
(mil  seiscientos  veintiséis)  no  ha  podido  levantar  cabeza".  (2) 

No  podía  resistir  Guaycaypuro  la  invencible  constancia 
de  los  colonos  españoles :  y,  en  cuanto  se  dio  cuenta  de  que  Lo- 
sada había  poblado  de  firme,  a  fines  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  convocó  a  todos  los  caciques  del  contorno,  con  ánimo  de 


(1)  Oviedo  Part.   I.   Lib.  V.   Cap.  VIII. 

(2)  Notas  Historiales  N*  7.  Cap.   III. 


-  137- 

aniquilar  la  nueva  población  de  Santiago  de  León,  de  Caracas, 
por  Ja  fuerza  de  las  armas;  pero  "como  la  determinación  de- 
bía de  ser  de  muchos"  no  pudieron  todos  acordararse  y  pre- 
venirse  para  la  guerra  tan  pronto  como  lo  deseaban. 

"Entretanto  había  llegado  el  año  de  mil  quinientos  sesen- 
ta y  ocho,  en  cuyos  principios,  ajustado  entre  todos  el  llevar 
la  materia  a  fuerza  de  armas,  determinaron  que  para  cierto 
día,  con  el  mayor  número  de  tropas  que  pudiese  alistar  cada 
cacique,  concurriesen  todos  los  interesados  al  sitio  de  Ma- 
racapana,  que  es  una  sabana  alta  al  pié  de  la  serranía  inme- 
diata a  la  ciudad,  y  echando  el  resto  a  la  desesperación,  aco- 
meter a  Losada,  fiando  al  lance  de  una  batalla  los  buenos 
resultados  que  esperaba  de  su  valor  y  fortuna".    (Oviedo). 

Oportuno  parece  decir  ahora  los  nombres  de  los  caciques 
principales  y  el  número  de  combatientes  que  juntaron  unos  y 
otros  para  el  día  convenido:  fueron  de  los  primeros  Naigua- 
tá,  Anarigua,  Uripatá,  Guaycamacuto  y  Mamacuri,  Ouere- 
quenare,  señor  de  Torre-quemada,  Prepocunate,  Araguayre  y 
Guaraifguta,  quienes  vinieron  con  siete  mil  indios  de  la  costa  y 
serranías  inmediatas:  Aficabuto  y  Aramaypuro,  que  llegaron 
con  tres  mil  flecheros:  Chacao  y  Baruta,  con  la  gente  de 
su  ranchería:  Guaycaypuro,  con  dos  mil  guerreros  esco- 
gidos entre  los  más  valientes  de  sus  Teques,  el  cual  venía 
por  Capitán  General  de  todos  los  confederados  y  a  cuyos  es- 
cuadrones debían  unirse  en  el  camino  dos  mil  Tarmas  acau- 
dillados por  Paramaconi,  Urimaure  y  Parnamacay,  "pero 
estas  dos  naciones,  de  los  Teques  y  los  Tarmas,  no  pu- 
dieron llegar  al  sitio  señalado  a  unirse  con  los  demás,  por 
una  casualidad  bien  impensada  en  lo  que  consistió  librarse 
la  ciudad  de  tempestad  tan  horrible,  como  la  que  amenazaba 
en  conjuración  tan  formidable"  de  más  de  catorce  mil  hom- 
bres de  combate. 

Nuestros  colonos  ignoraban  la  fatal  conjuración  de  tantos 
enemigos;  pero  no  vivían  desprevenidos,  y  Losada  ordenó  a 
Pedro  Galeas  que  con  sesenta  hombres  recorriese  las  lomas 
y  quebradas  de  los  Tarmas  con  el  fin  de  recoger  los  víveres 
que  encontrase:  aprovechando  una  madrugada,  salió  Pedro 
Alonso  con  su  gente  y  "a  las  ocho  de  la  mañanase  encontra- 
ron con  los  indios  Teques  que  reunidos  ya  con  los  Tarmas 
marchaban  presurosos  ai  asalto;  pero  al  encontrarse  con  los 
nuestros  donde  no  esperaban,  algo  atemorizados,  se  empeza- 
ron a   dividir  en  mangas  por  los  cerros". 


— 138  - 

El  mismo  Pedro  Alonso  se  víó  perplejo  en  aquellos  mo- 
mentos sin  saber  qué  hacerse ;  pero  como  práctico  se  portó 
admirablemente ;  "como  si  supiera  lo  que  importaba,  por  en- 
tonces, divertir  aquellas  tropas,  entreteniéndolas  todo  el  día, 
sin  permitirles, dar  paso  adelante,  hasta  que  llegada  la  noche 
se  retiraron  confundidos  al  abrigo  de  sus   pueblos". 

Los  demás  confederados  reunidos  en  Maracapana  espera- 
ban la  llegada  de  los  Teques  y  Tarmas  sin  explicarse  la  causa  de 
su  tardanza;  "pues  había  pasado  el  medio  día  sin  saber  de  ellos 
razón  por  la  cual  algunos  desconfiaron  del  éxito  y  empezaron  a 
desunirse  los  caciques,  retirándose  algunos  con  sus  tropas"  ; 
tanto  más,  cuanto  que  se  confiaba  el  mando  general  a  Guay- 
caypuro,  quien  no  estaba  presente:  los  otros,  en  cambio,  no 
quisieron  desistir  de  su  empresa  y  movieron  sus  escuadrones 
y  se  acercaron  a  la  nueva  población  de  Caracas  con  ánimo  y 
firme  propósito  de  destruirla. 

Veamos  ahora  cuál  fué  la  actitud  de  Losada  para  conser- 
var la   ciudad  que  había  fundado   y  librarla   del   exterminio. 

"Hallábase  Losada  ala  ocasión  en  cama  algo  indispuesto, 
y  dándole  noticia  de  la  multitud  de  bárbaros  que  venía  mar- 
chando a  la  ciudad,  con,  aquel  sosiego  natural  que  siempre 
tuvo,  dice  Oviedo,  sin  alterarse  en  nada,  empezó  a  vestirse, 
mandando  que  le  ensillasen  el  caballo  y  cuando  le  pareció 
tiempo  acomodado  salió  de  la  ciudad,  llevando  en  su  com- 
pañía, de  los  jinetes:  a  Gabriel  de  Avila,  Francisco  Maído- 
nado,  Antonio  Pérez,  Francisco  Sánchez  de  Córdoba,  Se- 
bastián Díaz,  Alonso  Andrea  y  Juan  de  Gámez,  total  ocho 
deacaballo;  y  de  los  infantes:  a  Miguel  de  Santa  Cruz,  Juan 
Gallego,  Juan  de  San  Juan,  Alonso  Ruiz  Vallejo,  Gaspar 
Pinto  y  otros  hasta  el  número  de  treinta,  dejando  a  los  de^ 
más  en  guarda  de  las  casas,  para  que  los  indios  con  la  con- 
fusión no  las  quemasen,  y  apellidando  a  Santiago  acome- 
tió al  enemigo  en  la  sabana,  abriéndose  camino  con  las  lan- 
zas, que  en  aquella  confusa  muchedumbre,  ni  erraban  golpe, 
ni  perdonaban  vida". 

La  infantería  por  su  parte,  embrazadas  las  rodelas  blan- 
dían los  aceros  y  tronchaban  como  leñadores,  aquellos  cuer- 
pos desnudos  de  los  que  pretendían  aniquilar  la  nueva  pobla- 
ción, hasta  que  los  indios  se  pusieron  en  desorden  y  finalmen- 
te, atropellandose  unos  a  otros,  se  retiraron  para  asegurar 
sus  vidas,  de  manera  que  en  poco  tiempo  quedó  peleando 
uno  solo  llamado  Tiuna,  natural  de  Curucutí,  el  cual  se  portó 


—  139  — 

valientemente  contra  los  nuestros,  y  desafió  a  Losada  repeti- 
das veces. 

Oyóle  Francisco  Maldonado,  que  estaba  cerca  él,  "y  no 
pudiendo  sufrir  su  atrevimiento  picó  con  las  espuelas  al  caba- 
llo llevando  la  lanza  baja  para  embestirle",  pero  el  indio  supo 
defenderse  con  tai  arte,  que  Maldonado  pasó  la  carrera  de  lar- 
go sin  tocarle,  mientras  tanto  el  indio  le  tiró,  con  la  media  es- 
pada que  traía  enhastada  en  su  guayca,  un  bote  tan  violento, 
que  le  traspasó  las  armas  y  atravesó  un  muslo,  por  lo  que  le 
derribó  del  caballo,  y  antes  de  levantarse  le  aseguró  con  otro  y 
le  hizo  otra  herida  en  un  brazo. 

Juan  Gallego,  Gaspar  Pinto  y  Juan  de  San  Juan,  que  veían 
el  aprieto  de  Maldonado,  temieron  no  le  matase  el  indio,  y 
se  apresuraron  a  socorrerle,  "pero  el  Tiuna  sin  desmayar  en 
su  aliento"  hizo  cara  a  los  tres  "con  tan  linda  ligereza,  com- 
pases y  movimientos"  que  se  defendió  admirablemente,  hi- 
rió a  Juan  Gallego  en  la  frente,  le  privó  del  sentido,  y 
simulando  acometer  a  Gaspar  Pinto  descargó  sobre  Juan  de 
San  Juan,  y  logró  atravesarle  un  brazo  y  le  hizo  soltar  la  es- 
pada; en  esto,  otro  indio  de  los  amigos  disparó  sobre  el 
Tiuna  una  certera  flecha*  que  le  atravesó  el  corazón  y  cayó  en 
seguida  muerto,  dejando  a  los  tres,  en  recompensa  de  sus  he- 
ridas, un  idolillo  de  oro  del  largo  de  un  geme,  que  traía  pen- 
diente  al  cuello  y  unos  brazaletes  de  lo  mismo". 

Losada  no  quiso  seguir  a  los  derrotados  y  se  retiró  a  la 
ciudad  para  dar  descanso  a  su  gente,  contentándose  de  la 
facilidad  con  que  deshizo  "aquella  conjuración  tan  poderosa" 
sin  exponerse  a  perderlo  todo.   ( 1) 


(1)     Part.  I.  Lib.'V.Cap.  IX. 


—  140 


CAPITULO  XXIV 

Fundación  del  primer  puerto  de  la  Provincia  de  Caracas  y  de 
la  ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carvalleda  y  otras  ex- 
cursiones de  Losada  para  conocer  el  país  y  disponer  las 
encomiendas,  con  algunas  peripecias  ocurridas  durante* 
ese  tiempo. 

L568 

§  I 

A  principios  del  año  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  según 
opinamos,  los  españoles  abandonaron  a  Borburata  por  las- 
muchas  incomodidades  que  pasaban  los  vecinos  en  aquel, 
puerto  con  las  invasiones  de  los  corsarios;  y  se  fueron  a  vivir, 
unos  a  Nueva  Valencia  del  Rey,  y  otros,  que  fueron  los  más, 
a  Santiago  de  León,  de  Caracas,  los  cuales  vinieron  por  mar 
en  piraguas  y  canoas,  para  fomentar  la  colonización,  y  se  incor- 
poraron a  Losada  "quien  hallándose  con  el  aumento  de  fuer- 
zas que  le  causó  este  socorro,  y  el  que  de  la  Margarita  le  ha- 
bía conducido  Juan  de  Salas",  determinó  bajar  personalmente 
a  la  costa  con  sesenta  hombres,  y  después  de  examinar  los 
puertos  y  asentado  paces  con  los  caciques  Mamacuri,  Guay- 
camacuto  y  los  demás  circunvecinos  que  se  le  ofrecieron  en 
esta  ocasión  voluntariamente,  parecióle  mejor  sitio  el  mis- 
mo donde  Fajardo  tuvo  fundado  El  Collado,  distante  unas 
siete  leguas  de  la  ciudad  de  Santiago  y  el  día  ocho  de  septiem- 
bre de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  (según  Oviedo  y  Baños, 
Par.  I.  Lib.  V.  Cap.  X)  pobló  en  él  otra  ciudad  que  llamó 
Nuestra  Señora  de  Carbaíieda,  en  honor  de  la  patrona  de  su 
pueblo  natal  cuyo  santuario  se  conserva  en  Rionegro,  para 
facilitar  el  tráfico  comercial  y  servir  de  abrigo  a  las  embarca- 
ciones. 

Nosotros  creemos  que  Diego  de  Losada  fundó  la 
nueva  ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carbaíieda  a  principios 
de  febrero  del  mismo  año.  ( 1 ) 

En  efecto  después  de  señalar  treinta  vecinos  que  habían 
de  quedar   en    ella,  nombró  por  Regidores  a   Gaspar  Pinto, 


(1)     Remitimos  el  estudioso  lector  a  lo  que  decimos  en  ei  Capítulo  XXV. 


—  141  — 

Duarte  de  Acosta,  Alonso  de  Valenzuela,  y  Lázaro  Vázquez", 
los  cuales,  reunidos  en  cabildo,  eligieron  por  primeros  Alcaldes 
ordinarios  a  Andrés  Machado  y  Agustín  de  Ancona. 

Juan  de  Castellanos  al  hablar  de  ambas  ciudades  organiza- 
das por  Losada  dice : 

Fundó  Ciudad,  según  el  común  uso 
En  parte  rasa  limpia  de  arboleda, 
y  "Santiago  de  León"  le  puso. 
Otro  en  la  mar  llamó  Carballeda: 
son  fértiles  asientos  y  elegantes 
y  cuatro  leguas  estarán  distantes. 

Al  bárbaro  feroz  nada  le  plugo 
De  ver  la  población  de  los  cristianos, 
Mas  Losada  les  hizo  que  den  jugo 
Sacando  de  sus  minas  ricos  granos;  (i) 

Y  tienen  por  mejor  sufrir  el  yugo 
Que  venir  con  los  nuestros  a  las  manos: 
Finalmente  la  gente  castellana 
Aquella  tierra  toda  tiene  llana. 

Están  en  el  servir  muy  adelante 

Y  es  de  un  natural  aquella  gente 
En  sus  disposiciones  elegantes, 
Gallarda,  .limpia,  suelta,  deligente: 
La  tierra  rica,    fértil,  abundante. 

Y  para  la  salud  muy  excelente.   (2) 


(1)  En  la  relación  de  las  provincias  hecha  por  el  año  de  mil  quinientos 
sesenta  y  ocho  por  Rodrigo  Navarrete  hemos  encontrado  lo  siguiente: 

Todas  estas  serranías  son  muy  pobladas  de  naturales  gente  muy  belicosa 
y  grandes  herbolarios  de  la  yerba  con  que  flechan;  han  sido  redomados  ya  dos 
veces  porque  han  muerto  al  Capitán  Juan  Rodríguez  Suárez,  y  otra  vez  mataron 
al  Capitán  Rodrigo  de  Narváez  con  más  de  sesenta  soldados,  habrá  ocho  años; 
tornó  a  poblarla  Diego  de  Losada  Gallego,  el  cual  pobló  la  tierra  adentro  cinco 
leguas  de  la  mar,  el  pueblo  de  Santiago  de  León:  había  en  el  pueblo  como  cin- 
cuenta o  sesenta  vecinos,  es  tierra  fértil  y  muy  sana  y  de  ricas  minas  de  oro 
muy  subido,  que  pasa  de  veintitrés  quilates;  los  vecinos  son  pobres  y  los  indios  sir- 
ven mal  por  ser  muy  belicosos;  en  todas  las  sierras  hay  muchas  minas.  (Rela- 
ción de  las  provincias  etc.,  hecha  por  el  año  mil  quinientos  sesenta  y 
ocho.  Ms.  del  Archivo  de  Indias  cuya  copia  se  encuentra  en  la  Academia  de  la 
Historia,  número  cuarenta  y  dos  de  los  Orígenes  Venezolanos,   Tomo  II). 

Según  esta  relación  no  sería  extraño  que  pudiésemos  descubrir  el  segundo 
apellido  del  fundador  de  Caracas  en  la  familia  del  famoso  y  clásico  poeta,  Pres- 
bítero don  Juan  Nicasio  Gallego,  hijo  de  don  Felipe  Gallego  y  doña  Francisca 
Hernández  de!  Crespo,  de  acreditada  nobleza  en  cuanto  al  linaje,  y  aun  más  dig- 
nos de  alabanza  por  sus  virtudes  y  rectitud,  o  sanidad  de  principios  morales  y 
religiosos  y  radicada  en  la  misma  Provincia  de  Zamcra.  Véase  el  Capítulo  III 
página  31 . 

(2)  Parte  II.  Elegía  III.  Cant.  IV. 


—  142  — 

Fundada  la  ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carballeda  bajo 
tan  buenos  auspicios,  demás  está  decir  que  prometía  grandes 
aumentos,  y  dispuestas  por  Losada  aquellas  cosas  precisas 
para  su  conservación,  con  firmes  esperanzas  de  una  segura 
consistencia,  dio  la  vuelta  a  la  Ciudad  de  Santiago  para  remu- 
nerar en  algo  los  trabajos  de  cuantos  le  habían  acompañado 
en  la  conquista. 

Más  adelante  tendremos  ocasión  de  dar  al  lector  las  últi- 
mas noticias   de  la  Ciudad  de  Nuestra   Señora  de  Carballeda. 

§11 

Hacía  tiempo  que  deseaba  Losada  conocer  personalmente 
el  país  para  enterarse  de  la  cualidad  de  los  terrenos,  de"  las  par- 
cialidades y  número  de  indios,  y  también  de  los  caciques  que 
los  gobernaban,  a  fin  de  prepararlas  encomiendas:  ''para  ello 
salió  con  setenta  hombres"  y  se  dirigió  en  persona  hacia  Los  Te- 
ques,  distrito  en  el  cual  hizo  alto  "en  la  loma  que  llamó  de  Los 
Caballos,  por  los  muchos  que  los  indios  les  mataron  en  ella"  ; 
"vivía  en  aquel  contorno  el  cacique  Anequemocane",  quien 
recibió  a  Losada  de  paz  y  le  "enviaba  todos  los  días  algunos 
de  sus  vasallos  con  diferentes  regalos  y  comestibles,  entrando, 
con  ese  pretexto,  en  el  campamento  sin  llamar  la  atención,  pues 
dejaba  escondidas  las  armas";  pero  en  saliendo,  si  hallaban 
ocasión  de  que  no  les  viesen  los  españoles,  flechaban  a  cuantos 
caballos  encontraban  pastando  por  el  campo;  hacían  este  daño 
los  indios  a  nuestros  antepasados  con  tanto  disimulo  que  tar- 
daron seis  días  en  ser  descubiertos  los  culpados. 

Losada  no  podía  tolerar  semejante  acción  por  lo  que 
trató  de  conocer  a  los  autores  y  preparó  al  efecto  "una  embos- 
cada en  la  parte  más  cercana  al  lugar  de  los  forrajes". 

"Al  día  siguiente  vino  en  traje  disfrazado  el  mismo  caci- 
que Anequemocane,  acompañado  de  otros  ocho,  cargados  de 
aves,  aguacates  y  batatas". 

Losada  agradeció  el  obsequio  sin  darle  quejas  sobre  el  daño 
que  recibían  los  caballos  y  creyeron  todos  que  no  se  descubría 
su  traición  por  loque  salieron  del  alojamiento  muy  confiados; 
"pero  al  llegar  donde  estaban  los  animales,  empezaron  a  fle- 
charlos", en  ese  mismo  instante  los  acometieron  los  de  la  em- 
boscada y  confuso  Anequemocane  al  ver  descubierta  su  mal- 
dad, no  halló  otro  remedio  que  la  fuga,  con  velocidad  tan  pre- 
surosa, dice  Oviedo  y  Baños,    que  aunque  Juan  Catalán  le  dio 


—  143  - 

una  cuchillada  que  le  partió  el  casco,  sacándole  un  pedazo, 
no  fué  bastante  para  que  dejara  de  escaparse,  si  bien  Je  quedó 
toda  la  vida  muy  en  la  cabeza  este  suceso,  pues,  con  las  señas 
y  casco  menos,  sirvió  después  muchos  años  a  Lázaro  Vázquez, 
a  quién  se  lo  dio   Losada  en  encomienda". 

Los  otros  ocho  indios  siguieron  a  su  cacique  y  se  metieron 
por  el  monte  y  turbados  por  el  asalto  subieron  a  los  árboles 
para  defenderse;  pero  fueron  descubiertos  por  los  nuestros  y 
sin  querer  rendirse,  aunque  les  aseguraban  las  vidas,  dispa- 
raron todas  sus  flechas  con  ánimo  tan  soberbio  que  habiéndo- 
seles acabado  se  arrancaban  del  cuerpo  las  que  los  indios  del 
servicio  les  tiraban  desde  abajo  y  armándolas  en  los  arcos  con 
los  pedazos  de  carne  asidos  en  los  arpones  las  volvían  a  dispa- 
rar contra  sus  dueños,  hasta  que  indignados  los  españoles  al 
ver  barbaridad  tan  temeraria  los  derribaron  a  balazos. 

Ocho  días  permaneció  Losada  en  la  Loma  de  los  Caba- 
llos y  prosiguiendo  su  viaje  por  la  provincia  de  los  Teques, 
después  de  haber  caminado  todo  el  día,  "llegó  hacer  noche  a 
otra  loma  alta  y  limpia  de  montaña  poblada  de  diferentes  ca- 
seríos", pero  los  encontró  sin  gente:  como  llegase  la  nuestra 
fatigada  y  sedienta  por  el  calor  "Alonso  Quintano,  Pedro 
Serrato  y  Diego  Méndez,  que  iban  los  delanteros,  sin  esperar 
a  los  otros"  bajaron  a  un  arroyo  en  donde  precisamente  Jos 
indios  estaban  emboscados:  bien  "descuidados  del  mal  que  les 
esperaba  y  experimentaron  luego;  pues  Serrato  quedó  allí 
mismo  atravesado  el  pecho  por  una  flecha  y  Méndez  con 
otra  por  las  entrañas"  ;  ambos  sufrieron  lo  indecible  antes  de 
morir;  pues  estaban  envenenadas. 

Alonso  Quintano  ál  verse  en  tan  grande  peligro  "hin- 
có la  rodilla  en  tierra,  y  encogió  el  cuerpo  cuanto  pudo, 
se  abroqueló  con  la  rodela  que  llevaba,  y  la  presentó  por 
blanco  a  aquel  diluvio  de  flechas  que  disparaban  sobre  él, 
hasta  que  llegaron  los  demás  a  socorrerle,  se  retiraron  los 
indios,  y  dejaron  libre  el  arroyo,  quedando  Losada  sentidísi- 
mo por  la  desgracia  sucedida  con  la  muerte  de  sus  dos  sol- 
dados.   ( 1) 

Esta  emboscada  fué  preparada  por  el  indio  Guayauta,  el 
único  superviviente  de  los  setenta  y  nueve  que  atacaron  a  los 
españoles  en  el  Valle,  cuando  fué  herido  Diego  de  Paradas  de 
cuyas  resultas  murió  en  el  campamento  del  valle  de  San  Fran- 

(1)      Castellanos-Part  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 


---144  — 

cisco:  este  indio,  que  había  estado  en  compañía  de  los  nues- 
tros más  de  un  año,  era  natural  de  los  caseríos  arriba  dichos  y 
con  licencia  de  Losada  estaba  ya  con  los  suyos,  "sin  haber  sido 
poderosa  la  comunicación,  con  los  agasajos  y  buen  trato  que 
había  experimentado  en  ellos,  para  apagar  el  incendio  de  su 
vengativo  pecho". 

Aquella  misma  noche  mandó  Losada  a  Jerónimo  de  To- 
bar "que  con  cuarenta  hombres  se  emboscase  en  la  encrucijada 
que  formaban  dos  caminos  que  bajaban  de  la  loma,  dispo- 
niendo la  gente  con  tal  arte  que  cogiendo  la  frente  de  todas 
cuatro  veredas,  ocupase  el  paso  de  cualquiera  de  ellas  por 
donde  los  indios  intentasen  hacer  su  acometida"  cumplió 
fielmente  Tobar  las  órdenes  recibidas  "y  al  romper  alba"  del 
siguiente  día  se  divisaron  unos  quinientos  indios  "que  bajaban 
por  uno  de  los  caminos  que  venían  a  parar  en  la  emboscada", 
a  quienes  dejo  acercar  convenientemente,  "y  viendo  que  hasta 
cincuenta  de  ellos  estaban  ya  metidos  en  parte  que  no  podían 
escapar"  ordenó  Tobar  el  ataque  repentino  sobre  ellos,  ataque 
en  el  que  perecieron  todos,  menos  un  cacique  "que  libró  la 
vida  por  su  mucha  ligereza  llamado  Popuere,  el  cual  huyó  lle«¿' 
vando  partido  un  hombro  por  un  tajo  que  le  dio  Miguel  de 
Santa   Cruz". 

Los  demás  "al  principio  intentaron  defenderse  con  osa- 
día" ;   pero  se  retiraron  con  temor  muy  pronto. 

Terminada  esta  operación  de  guerra  Losada  "no  quiso 
detenerse  más  en  aquel  sitio"  atravesó  el  paraje,  al  que  Juan  Ro- 
dríguez puso  el  nombre  de  Salamanca,  y  el  Valle  de  los  Locos, 
y  finalmente  salió  a  unos  pueblos  o  rancherías  que  llamó  Los  Es- 
taqueros  por  haber  encontrado  los  caminos  llenos  de  estacas 
y  púas  envenenadas:  los  indios  habían  desamparado  sus 
bohíos  con  tal  precipitación  que  abandonaron  sus  haberes  y 
dejaron  "las  casas  al  arbitrio  de  los  huéspedes;  y  como  en 
una  de  ellas  entrasen  ocho  de  los  nuestros"  encontraron  una 
olla  puesta  al  fuego  llena  de  pedazos  de  carne  y  de  batatas. 

"Por  no  malograr  la  conveniencia  del  banquete  que  ha- 
blaban prevenido,  dice  Oviedo,  se  sentaron  con  gran  brío  a 
"satisfacer  sus  buenas  ganas,  saboreándose  en  la  olla  (sic)  como 
"pudieran  en  el  manjar  más  bien  guisado,  hasta  que  uno  de 
"ellos  sacó  unos  dedos  con  uñas  y  un  pellejo  con  una  oreja 
"pendiente  y  conociendo  por  las  señas  que  era  lo  que  habían 
"comido,  carne  humana,    fué  tal  el   asco  y   el  horror  que  con- 


—  145  — 

"cibieron    que   con   mil  ansias  y  trasudores  volvían  a  lanzar 
*'con  fatiga,  lo  que  habían  gustado  con  ganas".  (1) 

Hemos  transcrito  este  terrible  episodio  para  dar  a  cono- 
cer las  costumbres  salvajes  de  estos  indios  y  también  para  pro- 
bar lo  grande  que  fué  por  todos  conceptos,  la  obra  civiliza- 
dora de  nuestros  antepasados  los  españoles  en  este  país  y 
contornos  de  Caracas,  y  también  en  alabanza  de  Losada,  quien 
con  su  valor,  táctica  militar  y  prudencia,  exterminó  por  com- 
pleto semejantes    costumbres    inhumanas  o  antropófagas. 

"Losada  dejó  el  país  de  los  Estaqueros  para  entrar 
en  la  provincia  de  los  Manches  y  al  pasar  por  el  pueblo  del 
cacique  Tapyaracay,  que  estaba  como  los  demás  despoblado, 
un  soldado,  Francisco  Guerrero,  se  quedó  rancheando  muy 
despacio  acompañado  solamente  de  un  indio  que  le  servía, 
mientras  que  los  demás  pasaron,  sin  detenerse,  al  Valle  de 
Noroguto". 

Muy  pronto  se  percataron  los  indígenas  de  que  quedaba 
solo  un  español  en  sus  ranchos  y  dando  la  presa  por  segura 
"salieron  más  de  doscientos  indios"  del  monte  con  propósito 
de  cogerle  vivo:  sin  perder  el  ánimo,  Francisco  Guerrero 
hizo  frente  a  los  indios  "con  una  escopeta  y  un  fino  pistolete" 
que  llevaba  y  disparando  un  arma  "mientras  el  indio  le 
cargaba  la  otra,"  sin  dejar  que  los  bárbaros  se  le  pusieran  cer- 
ca se  retiró  hasta  ponerse  en  salvo,  no  sin  dejar  muertos 
a  cinco  de  sus  contrarios  y  así  logró  llegar  sano  y  salvo  aque- 
lla noche  a  Noroguto  "con  admiración  de  todos  los  soldados 
que  le  juzgaban  por  muerto". 

Era  este  valiente  o  temerario  natural  de  Baeza,  en  Andalu- 
cía, de  más  de  sesenta  años  de  edad,  estuvo  cautivo  por  los 
turcos  en  Constantinopla  veintitrés  años  y  oprimido  por  la 
esclavitud  renegó  de  la  fé,  pensando  hallar  alivio  y  mejor 
posición  entre  los  moros;  pero  martirizado  por  su  propia 
conciencia  se  levantó  con  otros  cristianos  en  las  playas  de  Cal- 
cedonia con  una  galeota  de  turcos  y  logró  pasar  los  Darda- 
nelos  sin  ser  conocido  por  la  perfección  con  que  hablaba  el 
árabe  y  fingiendo  que  iba   de  viaje  a  Navarino. 

En  Italia  se  reconcilió  con  la  Iglesia  "llorando  arrepentido 
su  pecado",  se  encontró  en  la  expugnación  de  Rodas  y  en  el 
formidable  sitio  de  Viena,  ganó  sueldo  como  soldado  en  el  ejér- 


(1)     Part.   I.  Libr.  V.  Cap.  XI. 
10 


—  146  — 

cito  del  turco  Solimán  y  fué  tan  afortunado  que  jamás  usó  arma 
defensiva  ni  más  prevención  para  resguardo  de  su  persona  que 
un  sayo  de  raya  vieja,  asistió  a  diferentes  batallas  y  reen- 
cuentros en  el  Asia,  Europa  y  América,  y  nunca  fué  herido 
sino  en  una  ocasión  que  andando  en  estas  conquistas  le  hizo 
vestir  Diego  de  Montes  un  sayo  de  armas,  y  en  ese  día  le 
dieron  un  flechazo  en  una  pierna  que  lo  dejó  baldado  para 
siempre". 

Ya  que  hemos  nombrado  a  Diego  de  Montes,  el  lector 
nos  perdonará  que  aprovechemos  la  ocasión  para  decir  algo  de 
este  soldado  de  quien  asegura  Oviedo  y  Baños  que  fué  hombre 
tan  singular  y  de  tan  raras1  habilidades  que  así  por  ellas,  como 
por  su  respetable  ancianidad  adornada  de  grande  experien- 
cia y  superior  talento,  alcanzó  conseguir  el  renombre  de  Ve- 
nerable "llegando  a  apreciarse  sus  palabras  como  si  fueran 
oráculos". 

Entre  otras  habilidades  se  cuenta  que  aunque  no  enten- 
día de  cirugía  determinado  a  curar  a  Felipe  Urre  que  había 
sido  herido  por  un  indio  de  los  Omeguas  con  una  lanza  "en- 
tre las  costillas"  y  no  sabiendo  si  la  herida  "había  lastimado 
las  telas  del  corazón"  hizo  la  anatomía  en  uno  de  los  indios 
introduciendo  otro  la  lanza  por  la  rotura  del  mismo  sayo  de 
armas;  encontró  que  la  herida  era  superior,  rompióle  más  a 
Urre  con  un  cuchilllo  para  dejarla  manifiesta,  le  hizo  "ciertos 
lavatorios  con  agua  de  arrayán  y  otros  componentes  y  mecien- 
do al  enfermo  de  una  parte  a  otra  expelió  la  sangre  coagulada 
y  quedó  sano  del  todo  en  pocos  días,  con  notable  admiración 
del  cacique  y  demás  indios,  que  absortos,  ponderaban  el 
sufrimiento  y  valor  con  que  el  paciente  toleró  los  martirios, 
de  la  cura".    (1) 

Losada  después  de  haber  empleado  en  la  recorrida  treinta 
días  dio  la  vuelta  a  la  ciudad  desde  el  Valle  de  Noroguto  sin. 
haber  ocurrido  ninguna  otra  novedad  en  ese  tiempo;  pero 
no  tenía  de  qué  alegrarse:  Jos  indios  se  mostraban  rebeldes; 
la  seguridad  y  fijeza  de  la  nueva  población  de  Santiago  de 
León,  de  Caracas,  dependía  únicamente  de  las  armas  y  el  pe- 
ligro era  constante ;  por  otra  parte,  si  los  caciques  ofrecían  la 
paz,  era  fingida  y  acaso  más  peligrosa  que  el  propio  estado 
de  guerra,  y  esta  hacía  casi  inútil  el  valor  y  esfuerzo  de  nues- 
tros mayores;  "pues  ayudándose  los  indios  de   las   fragosida- 


(1)     Véase  Oviedo  y  Baños.  Parte  I.  Lib.  III.   Cap.  I. 


—  147  — 

des  de  el  país,  era  imposible  reducirlos  a  sujeción  por  la 
facilidad  con  que  huyendo  el  cuerpo  a  los  encuentros  se  reti- 
raban   a  los  montes". 

Ayudado  Losada  por  estas  reflexiones  comprendió 
mejor  el  camino  que  había  de  seguir  para  asegurar  la  co- 
lonización y  civilización  del  país  y  la  estabilidad  de  las  nuevas 
poblaciones.  Conocer  bien  las  dificultades  es  el  mejor  camino 
para  poder  resolverlas.  En  el  Capitulo  XXVI  encontrará  e 
lector  lo  referente  a  este  asunto. 


CAPITULO  XXV 

Pénese  el  texto  de  un  notable  documento  suscrito  por  bkg o 
de  Losada  en  la  ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carvalleda, 
con  algunas  observaciones  importantes. 

1568 

Nuestros  lectores  agradecerán  les  demos  a  conocer  el  es- 
tilo de  las  encomiendas  otorgadas  por  Losada. 

Un  Acta  de  esta  clase  que  se  conserva  con  esmero  en  el 
Salón  del  Concejo  Municipal  de  Caracas,  fechada  en  la  ciudad 
de  Nuestra  Señora  de  Carballeda  en  mil  quinientos  sesenta  y 
ocho  nos  k>  da  a  conocer  ampliamente.   (1 ) 


(!)  UN  MANUSCRITO  IMPORTANTE 

En  El  Tiempo  de  veinte  de  junio  de  mil  ochocientos  noventa  y  nueve 
publiqué  un  estudio  titulado  "La  Fecha  de  la  Fundación  de  Caracas",  y  entre 
otras  pruebas  que  aduje,  dije; 

"En  el  archivo  de  la  Oficina  principal  de  Registro  de  esta  capital,  existe 
una  sección  de  documentos  titulada  "Encomiendas  de  Indios",  y  en  uno  de  los 
paquetes  correspondientes  a  los  años  de  mil  seiscientos  a  mil  seiscientos  uno 
está  un  pequeño   expediente,  cuya  carátula  copiada  literalmente  dice  así: 

"1.601. — Visita  de  los  Indios  de  la  Encomienda  de  Doña  María  de  Vbierna 
biuda  del  capitán  gaspar  camacho  rravelo  que  posee  en  el  Valle  de  patanemo 
costa  de  la  mar  jurisdicción  de  la  nueva  valencia  del  rrey  en  primera  bida. 

"Y  data  a  Vbierna. 

"Indios". 

Entre  los  documentos  agregados  a  tal  expediente,  están  los  siguientes  por 
este  orden: 

"Dos  cédulas  de  la  Vbierna  firmados  por  Bartolomé  Carcía,  Teniente  det 
Gobernador,  en  Caraballeda  el  veintiséis  de  Marzo  y  el  once  di  Junio  de  mii 
quinientos  setenta. 

"Otra  firmada  por  Francisco  Calderón  en  Caraballeda  mismo  el  diez  de 
Octubre  de  mil  quinientos  setenta  y  dos;  y 


—  148  — 

He  aquí  el  texto  hasta  donde  ha  sido  posible  interpre- 
tarlo, sin  responder  del  todo  de  la  exactitud  del  traslado: 

Yo  Diego  de  Losada  Teniente  de  Gobernador  y  Capitán 
General  de  estas  provincias  de  Caracas  de  Caracas  hasta  Mara- 
capana  por  el  Ilustre  Señor  Don  Pedro  Ponce  de  León  Gober- 
nador y  Juez  de  residencia  en  esta  Gobernación  de  Venezuela 


''Otro  documento  importantísimo  firmado  en  Nuestra  Señora  de  Carballeda  el 
catorce  de  Febrero  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  por  el  General  Don  Diego 
de  Losada,  fundador  de  Caracas,  y  refrendada  por  Alonzo  Ortiz  escribano  del 
ejército". 

Habiendo  leído  mi  estudio  inserto  en  El  Tiempo  el  señor  general  Andrade, 
Presidente  entonces  de  la  República,  ordenó  a  su  Ministro  de  Relaciones  In- 
teriores, que  lo  era  el  general  Zoilo  Bello  Rodríguez,  que  se  dirigiera  al 
Registrador  Principal,  quien  debía  desglosar  tan  precioso  documento  y  remi- 
tirlo al  Gobierno,  sustituyéndolo  en  el  expediente  con  la  nota  del  Ministro.  Así 
se  hizo  y  yo  mismo  lo  llevé  al  Ministerio,  que  lo  envió  al  Concejo  Municipal 
del  Distrito  Federal  para  su  conservación,  y  aquel  Cuerpo  dictó  el  Acuerdo  si- 
guiente: 

"ÉL  CONCEJO  MUNICIPAL  DEL  DISTRITO  FEDERAL, 

Considerando: 

Que  el  documento  firmado  por  Don  Diego  de  Losada,  fundador  de  la  ciudad 
de  Caracas,  enviado  por  el  ciudadano  Presidente  de  la  República  a  esta  Corpo- 
ración por  órgano  del  Ministro  de  Relaciones  Interiores  y  del  Comisionado  al 
efecto,  ciudadano  general  Manuel  Landaeta  Rosales,  debe  por  su  importancia 
ser  conservado  cuidadosamente, 

acuerda: 

l9  Colocar  el  precioso  documento  en  un  cuadro,  en  el  Salón  donde  celebra 
sus  sesiones. 

2°  Significar  su  agradecimiento  al  Supremo  Magistrado  de  la  Unión  por 
el  valioso  donativo  y  avisar  el  recibo  al  ciudadano  Ministro  de  Relaciones  Inte- 
riores de  su  atenta  comunicación,  de  tres  de-  julio  último  sobre  la  materia. — 
Dado  en  el  Salón  del  Palacio  Municipal,  en  Caracas,  a  quince  de  Agosto  de  mil 
ochocientos  noventa  y  nueve. — Amo  89?  de  de  la  Independencia  y  4i<>  de  la  Fe- 
deración. 

El  Presidente, 

Anfiloquio  Level.    ■ 
Ei  Secretario  Municipal, 

L.  Torres  Abandero. 

Estados  Unidos  de   Venezuela. — Gobierno   del    Distrito    Federal, — Caracas:    16 
de  Agosto  de  1892.— 89í  y4l<? 

Cúmplase  y  cuídese  de  su  ejecución. 

Anfiloquio  Level. 
El  Secretario  de  Gobierno, 

J.  I.  A  mal. 

(Gaceta  Oficial  N°  7701,  de  diez  y  siete  de  Agosto  de  mil  ochocientos  no- 
venta y  nueve). 


—  149  — 

por  la  Rea]  Majestad  e  por  virtud  de  los  poderes  que  para  ello 
tengo  del  dicho  Señor  Gobernador  que  por  ser  de  todos  notorio 
no  van  aquí  insertos  e  por  cuantos  vos  Justo  de  Cea  soys  una  de 
las  personas  que  bien  y  fielmente  habéis  servido  a  Su  Majestad 
en  estas  partes  de  Indias  e  donde  quiera  que  habéis  resedido 
con  cargo  de  Teniente  de  Gobernador  y  de  otros  cargos  pre- 
minentes  y  especialmente  habéis  servido  a  Su  Majestad  en 
estas  conquistas  y  pacificaciones  de  Caracas  y  uno  de  los  pri- 
meros pobladores  en  ellas  con  vuestras  armas  y  caballo  a  vues- 
tra costa  y  pensión  y  atento  de  que  sois  casado  y  tenéis  mujer  y 
hijos  y  queréis  permanecer  en  la  tierra  y  porque  Su  Majestad 
manda  a  los  que  en  semejantes  cargos    y  oficios   le  sirven  les 

El  precioso  documento  permaneció  por  motivo  de  la  guerra  de  entonces 
en  una  gaveta  sin  montarse  en  marco,  hasta  que  en  las  fiestas  del  diez  y  nueve 
de  abril  de  de  mil  novecientos  cuatro  se  publicó  por  la  Gobernación  del  Distrito 
Federal,  un  folleto  de  aquellos  actos  conmemorativos  y  en  él  se  colocó  el  fac- 
símil del  documento  de  Losada,  tirado  en  fotograbado,  pero  sin  saberse  su  con- 
tenido por  falta  de  un  entendido  en  paleograña-y  el  original  está  en  el  Salón 
Municipal. 


En  meses  pasados  el  general  Lino  Duarte  Level,  se  dirigió  al  señor  Doctor 
Santos  Dcmínici,  residente  en  España,  donde  solicita  documentos  para  nuestros 
anales,  por  encargo  del  Gobierno  de  Venezuela,  para  que  se  sirviera  hacer  tra- 
ducir aquel  importante  manuscrito  con  un  paleógrafo,  y  recibió  Duarte  Leve! 
la  copia  que  tuvo  a  bien  mostrarme;  pero  a  la  vez  vi  la  que  el  Padre  Fray 
Froilán  de  Río  Negro,  Misionero  capuchino  de  los  Franciscanos  de  las  Mer- 
cedes, de  esta  ciudad,  había  descifrado  sin  saber  que  existía  la  obtenida  por 
el  general  Level;  y  se  han  confrontado,  y  con  poca  diferencia  son  casi  iguales 
es  decir,  el  documento  es  una  Encomienda  de  indígenas  que  el  general  Diegc 
de  Losada  dá  al  conquistador  Justo  de  Zea,  fechada  en  Carballeda  (y  no  Cara 
balleda)  el  catorce  de  febrero  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho,  de  las  tierras 
llamadas  "El  Valle  de-  Francisco  Marques",  refrendado  el  documento  por 
Alonzo  Ortiz. 

Zea  fué  de  los  que  entró  con  Losada  a  descubrir  y  fundar  a  Caracas. 

Francisco  Marques  fué  uno  de  los  compañeros  de  Losada  que  murió  en  el 
sitio  que  aún  lleva  su  nombre,  cuyas  tierras  le  dieron  a  Zea;  y  Alonzo  Ortiz  era 
el  Escribano  del  Ejército  de  Losada,   todo  según  el  historiador  Oviedo. 

Este  documento  pone  de  manifiesto,  que  Losada  era  general  y  no  capitán 
como  muchos  han  creído  y  que  Caracas  fué  fundada  en  mil  quinientos  sesenta 
y  siete  cuando  ya  aquel  fechaba  en  Carballeda  al  año  siguiente  dando  Enco- 
miendas de  Indios . 

No  copiamos  aquí  tan  importante  manuscrito,  por  ser  muy  laboriosa  su 
impresión  y  por  no  desflorar  el  trabajo  de  Fray  Froilán  de  Río  Negro,  que  va  a 
dar  a  luz  pública  ¡a  vida  del  conquistador  y  fundador  de  Caracas,  general  don 
Diego  de  Losada,  y  en  elia  insertará  aquél. 

Damos  las  gracias  a  ambas  personas  que  por  distintos  caminos  obtuvieron 
la  descifrada  del  documento  que  tuve  la  suerte  de  encontrar  en  nuestro  rico 
Archivo  Nacional. 

Manuel  Landaeta  Rosales. 

Caracas:  26  de  marzo  de  19 13. 


— 150  - 

sea  remunerado  en  algo  sus  servicios  por  ende  acatando  lo 
susodicho  en  nombre  de  Su  Majestad  encomiendo  en  vos 
Justo  de  Cea  por  Su  Majestad  (1)  el  capitanejo  Caraucane  y 
el  principal  Guaratil  platero  con  todos  los  Indios  y  capitanes 
a  el  sujetos  con  Maqute  e  armas  el  principal  Qucarimá  que 
vive  hazía  la  sierra  con  todos  sus  principales  y  capitanejos  y 
Indios  a  el  sujetos  con  las  aguas  e  tierras  e  términos  que  los 
dichos  cacique  y  Indios  a  ellos  sujetos  tienen  e  poseen  según 
y  como  ellos  lo  tenían  de  costumbre  y  se  contiene  en  la  dicha 
encomienda  la  quebrada  de  cagua  con  el  cacique  Majuachati 
con  todos  los  principales  y  capitanejos  que  hubiere  en  la  dicha 
quebrada  y  Indios  que  a  ellos  estuvieren  sujetos  según  y  como 
sabéis  que  lo  tenia  e  tiene  (2)  por  título  de  encomienda  dejando 
como  dejo  su  ser-vicio  hasta  dicha  quebrada  (3)  en  donde  estuvie- 
ron los  caciques  o  principales  Indios  a  ellos  sujetos  quien 
tenia  encomendados  Lope  de  Benavides  según  y  como  el 
dicho  Lope  de  Benavides  los  tenia  y  poseía  los  cuales  son  ago- 
ra de  Pedro  Maldonado  y  los  tiene  por  título  de  encomienda 
y  Jos  dichos  Indios  y  cacique  que  asi  vos  doy  en  la  dicha 
quebrada  vos  hayáis  con  todas  sus  aguas  y  tierra  y  términos 
según  y  como  los  dichos  las  tienen  y  poseen  el  día  de  hoy  y 
entre  ellos  es  costumbre  todos  los  cuales  dichos  Indios  vos 
doy  como  dicho  es  para  que  los  tengáis  por  titulo  de  enco- 
mienda como  libres  vasallos  de  Su  Majestad  y  como  tal  enco- 
mendero podáis  llevar  de  ellos  las  demoras  frutos  e  aprove- 
chamientos que  los  dichos  Indios  buenamente  os  pudieran 
dar  sin  ser  a  ello  apremiados  hasta  tanto  uséis  tasa  e  modera- 
ción por  dichas  justicias  de  Su  Majestad  y  os  encargo  indus- 
tries a  los  dichos  Indios  en  las  cosas  de  nuestra  santa  Fe  cató- 
lica según  que  de  ello  soys  obligado  y  con  vuestra  concien- 
cia descargo  la  de  Su  Majestad  y  la  mia  y  en  su  real  nom- 
bre mandéis  a  cualquiera  justicias  de  esta  Gobernación  vos 
metan  y  amparen  en  la  dicha  posesión  de  los  dichos  Indios 
y  yo  desde  agora  vos  doy  cometido  y  amparado  en  ella  y  de 
ella  no  seáis  desposeído  hasta  ser  oydo  conforme  a  Ley  (4)  sope- 
ña de  quinientos  pesos  para  la  cámara  de  Su   Majestad   que  es 


(1)  Acaso  quiera  decir:  "El  Sitio  Maqute"   o    "Márquez".     Véase  la    nota 
"Un  Manuscrito  importante"  de  este  mismo  capítulo. 

(2)  Con  fijeza  no  sabemos  interpretarlo. 

(3)  Casi  ilegible,  ut  supra. 

(4)  Ut  supra. 


—  151  — 

fecha  en  esta  ciudad  de  nuestra  Señora  de  Carballeda  en  ca- 
torce días  del  mes  de  Febrero  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho 
años. 

Diego  de  Losada. 

Por  mandato  del  señor  General. 

Alonso  Ortiz  Escribano. 

Hemos  querido  conservar  el  sabor  antiguo  de  este  impor- 
tante documento  e  interpretar  su  escritura  con  la  mayor  fide- 
lidad posible,  y  de  propósito  subrayamos  los  puntos  más 
difíciles  que  dejamos  a  la  investigación  de  los  más  peritos; 
para  mayor  seguridad  hemos  consultado  con  varios  personajes. 
Quedamos  agradecidos  a  todos  por  su  cooperación  y  compa- 
ñerismo. 

Varios  pormenores  nos  han  llamado  la  atención  en  el 
texto  de  este  importante  documento: 

Primeramente,  la  importancia  que  daban  los  colonos  a  la 
cuestión  e  institución  divina  del  matrimonio  y  de  la  familia, 
declarándolo  por  estas  palabras:  "atento  de  que  sois  casado  y 
tenéis  mujer  y  hijos". 

Segundo:  el  interés  por  la  colonización  del  país  cuando 
añade:    "y  queréis  permanecer  en  la  tierra". 

Tercero:  la  conservación  de  las  costumbres  referentes  a 
la  jurisdicción  de  los  indígenas,  cuando  dice:  "vos  hayáis 
(la  encomienda)  con  todas  sus  aguas  y  tierras  y  términos  según 
y  como  los  dichos  (indios)  las  tienen  y  poseen  el  día  de  hoy 
y  entre  ellos  es  costumbre". 

Cuarto:  la  libertad  individual  al  considerar  a  los  indíge- 
nas "como  libres  vasallos  de  su  Majestad"   o  de  España. 

Quinto:  que  pudiera  recibir  de  los  indios  "lo  que  bue- 
namente  os  pudieran  dar". 

Sexto :  el  buen  trato  que  se  había  de  dar  a  los  indígenas, 
añadiendo:    "sin  ser  a  ello  apremiados". 

Séptimo:  que  tendría  la  encomienda,  "hasta  tanto  uséis 
tasa  e  moderación". 

Octavo:  el  interés  por  la  religión  para  bien  de  las  almas, 
cuando  dice  "os  encargo  industriéis  a  los  dichos  Indios  en 
las  cosas  de  nuestra  Santa  Fe  Católica  según  como  a  ello  soys 
obligado". 

Noveno:  el  obrar  conforme  a  las  reglas  de  la  moral,  con- 
minándole  con  la  responsabilidad  de  sus  actos  delante   de   la 


—  152  — 

.mirada  interna  de  Dios  diciendo:  "con  vuestra  conciencia 
descargo  la  de  Su  Majestad  y  la  mía"  ;  y,  últimamente,  la  fiel 
administración  de  justicia  y  la  seguridad  judicial  cuando  aña- 
de: "y  de  ella  (la  encomienda)  no  seáis  desposeído  hasta  ser 
oydo  conforme  a  Ley  so  pena  de  quinientos  pesos". 

Otra  cosa  casi  tan  grave  como  las  anteriores  nos,  descu- 
bre este  antiquísimo  documento  y  es  que  estando  fechado, 
según  parece,  el  catorce  de  febrero  de  mil  quinientos  sesenta 
y  ocho,  resulta  errada  la  cronología  en  Oviedo  y  Baños,  el 
cual  asegura  que  fué  fundada  la  ciudad  de  Nuestra  Señora  de 
Carballeda  el  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y 
ocho:  hemos  llegado  a  dudar  si  el  referido  documento  está 
fechado  en  septiembre  o  febrero;  pues  las  abreviaturas  de 
septiembre  tienen  bastante  parecido  en  los  escritos  anti- 
guos con  las  de  febrero. 

Finalmente  este  documento  nos  enseña  el  verdadero 
nombre  del  que  fué  primer  puerto  de  Caracas  Nuestra  Señora 
de   Carballeda  y  no  Caraballeda,  como   vulgarmente  se   dice. 


CAPÍTULO  XXVI 

Cómo  morid  Guaycayptiro,  ú  mayor  enemigo  de  Sa  ciudad 
de  Sasitiago  de  Ledo,  de  Caracas. 

1568 

A  unas  cinco  leguas  al  oeste  de  Santiago  de  León,  de  Ca- 
racas, vivía  el  cacique  Guayeaypuro,  quien  en  mil  quinientos  se- 
senta había  hecho  tratado  de  amistad  y  de  paz  con  los  españoles 
en  la  persona  de  Fajardo,  y  quebrantada  ésta,  se  vio  precisado 
a  pedirla  de  nuevo  a  Juan  Rodríguez  Suárez,  quien  se  la 
otorgó  generosamente,  a  pesar  de  haberle  éste  derrotado  por 
cinco  veces  continuas;  pero  Guayeaypuro  violó  de  nuevo  el 
convenio  amistoso  con  los  españoles,  asesinó  a  cuantos  esta- 
ban empleados  en  el  laboreo  de  las  minas  y  con  ellos  a  tres  hi- 
jos pequeñitos  del  mismo  Rodríguez  Suárez  que  él  había  traí- 
do consigo  (Véase  el  Capítulo  XII  página  78),  y  auxi[ió  con 
armas  a  Paramaconi  y  Toconay,  quienes  llegaron  a  destruir 
por  completo  la  incipiente  colonia  en  mil  quinientos  sesenta 
y  uno.  Por  todas  estas  razones,    al  mismo  tiempo  que  era  con- 


-  153  — 

siderado  por  los  nuestros  como  un  valiente  y  tenacísimo  gue- 
rrero, era  tenido  por  traidor  a  la  amistad  y  al  orden  convenido 
y  estipulado  varias  veces. 

Además,  Losada  conocía  muy  bien  la  terrible  conjura- 
ción de  Guaycaypuro  pues  había  concitado  a  todos  los  caciques 
del  contorno  para  destruir  y  aniquilar  la  población  de  Santiago 
de  León,  de  Caracas,  a  los  pocos  meses  de  haber  sido  fundada; 
y  aun,  en  la  presente  ocasión,  continuaba  siendo  la  "manilla" 
del  estado  de  guerra  en  que  todos  se  encontraban ;  por  esto 
mandó  a  Francisco  Infante  que  saliese  con  ochenta  hombres 
en  persecución  del  terrible  cacique,  y  ordenó  que  le  copase  vivo 
o  muerto:  hechos  todos  los  preparativos  de  la  guerra,  Fran- 
cisco Infante  acompañado  de  guías  fieles  y  seguros,  que  lo 
condujesen  al  lugar  donde  se  ocultaba  Guaycaypuro,  salió 
de  la  ciudad  una  tarde  al  ponerse  el  sol  y  caminando  hasta 
la  media  noche  llegó  a  ocupar  el  alto  de  una  sierra  a  cuya 
falda  estaba  el  pueblo  o  caserío  que  servía  de  retiro  al  famoso 
cacique. 

Francisco  Infante,  como  buen  militar,  primeramente  ase- 
guró la  retirada,  quedándose  con  veinticinco  hombres  de  re- 
serva y  entregó  los  demás  al  mando  de  Sancho  del  Villar  a 
quienes  ordenó  que  bajasen  al  pueblo  para  ejecutar  la  pri- 
sión  de   Guaycaypuro  "antes  que  fuesen  sentidos". 

Dada  esta  orden  cada  uno  deseaba  manifestar  las  veras  de 
su  aliento  y  fortaleza  de  ánimo  y  empezaron  a  bajar  con  tal 
porfía  que  procuraba  cada  cual  ser  el  primero;  pero  adelan- 
táronse Fernando  de  la  Cerda,  Francisco  Sánchez  de  Córdova, 
Melchor  Gallegos,  Bartolomé  Rodríguez  y  Juan  de  Gámez, 
los  que  conducidos  por  los  guías  llegaron  a  la  puerta  de  la 
casa  donde  estaba  Guaycaypuro:  muy  pronto  oyeron  den- 
tro el  ruido  y  alboroto  consiguiente,  señal  de  que  se  les  había 
sentido ;  y  no  atreviéndose  a  entrar,  esperaron  que  llegasen 
los  demás:  ya  juntos,  por  asegurar  al  temido  cacique,  unos 
cercaron  la  casa  y  otros  se  abalanzaron  a  ocuparla;  pero  Guay- 
caypuro, con  aquella  ferocidad  de  ánimo  que  siempre  tuvo 
para  menospreciar  los  peligros,  empuñó  un  estoque  de  siete 
cuartas,  que  había  sido  de  Juan  Rodríguez,  y  ayudado  de 
veintidós  flecheros  que  tenía  consigo,  defendió  la  entrada  de 
tal  suerte  que  cuantos  intentaron  violentarla  volvieron  para 
atrás  muy  mal  heridos. 

Alborotado  todo  el  caserío  con  las  voces  y  rumor  de  la 
pelea   volaban    los  indios  para  defender  a  su  cacique,    menos- 


—  154  — 

preciando  las  vidas ;  pues  empuñando  las  macanas  se  entraban 
por  las  espadas,  donde  los  más  perecían;  todo  era  confusión, 
bramidos,  estragos,  ayes  y  lamentos;  aquella  originada  por  las 
tinieblas  y  horrores  de  la  noche,  y  estos  causados  por  las 
mujeres  que  huian  y  los  hombres  que  peleaban,  hasta  que 
cansados  los  nuestros  de  ver  tan  grande  defensa  y  temerosos 
de  que  se  Jes  fuera  de  las  manos  el  valeroso  cacique  prendie- 
ron fuego  a  la  casa. 

En  esto  Guaycaypuro  llegó  a  la  puerta  y  con  el  esto- 
que en  las  manos,  embistió  contra  Juan  de  Gámez,  a  quien 
atravesó  un  brazo  y  traspasó  el  hombro;  lleno  de  ira  y  echan- 
do llamas  de  furor,  salió  inmediatamente,  tiró  con  el  mismo 
estoque  a  todas  partes  y  se  arrojó  desesperado  en  medio 
de  las  espadas  que  manejaban  los  nuestros,  donde  perdió  la 
vida  temerariamente  junto  con  los  veintidós  indios  que  le  es- 
coltaban. 

Los  colonos  abandonaron  el  cadáver  del  valeroso  Guay- 
caypuro y  se  retiraron  hasta  llegar  a  incorporarse  con  Fran- 
cisco Infante  en  lo  alto  de  la  loma,  de  donde  se  volvieron  a 
Ja  ciudad,  la  que  en  adelante  estaría  segura  y  podría  prospe- 
rar a  la  sombra  del  trabajo  y  de  la  paz,  según  esperaban  y 
como   sucedió  en  efecto. 

Oviedo  y  Baños  al  relatar  este  suceso  dice  que  Diego  de 
Losada  despachó  mandato  de  prisión  contra  Guaycaypuro  y  que 
para  justificar  mejor  su  acción  procedió  contra  él  por  vía  jurí- 
dica, haciéndole  proceso  de  todos  sus  delitos,  muertes  y  re- 
beldías.  (1) 

Pasados  algunos  días  después  de  la  muerte  del  intrépido  ca- 
cique no  aparecía  algún  indio  ni  de  paz  ni  de  guerra  al  rede- 
dor de  la  ciudad  y  entrado  el  año  de  mil  quinientos  sesenta  y 
nueve  ya  Losada  tenía  hecho  el   reparto  de   las  encomiendas. 


(i)     Véase  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XII. 


155  — 


CAPITULO  XXVII 

Cómo  fenecieron  varios  caciques  de  los  Mariches:  refiérese 
la  acción  heroica  de  uno  de  los  indios. 

1569 

"Sabiendo  los  Manches  que  Losada  había  hecho  reparti- 
miento" quisieron  conocer  a  su  Encomendero  y  se  juntaron 
hasta  quinientos  de  los  más  esforzados  y  valientes,  los  cuales, 
separados  y  por  cuadrillas,  entraron  de  paz  en  Santiago  de 
León,  de  Caracas:  muchos  de  los  españoles  sospecharon  de 
la  mala  fe  de  estos  indios  al  ver  tantos  reunidos,  y  desconfiaron 
tanto,  que  en  las  acciones  más  casuales  de  ellos  hallaban  cir- 
cunstancias para  confirmar  la  sospecha  por  muy  cierta,  y  de- 
seando prevenir  y  atajar  los  daños  que  temían  "acudieron  a 
Losada  para  que  castigase  la  traición  que  juzgaban    evidente". 

Losada  conocía  muy  bien  la  emulación  de  algunos  es- 
pañoles y  "gobernándose  con  aquella  prudencia,  nacida  de 
su  experiencia",  no  quiso  tomar  parte  en  el  asunto,  por  no 
encontrar  plena  justificación  del  delito,  cuyas  pruebas  no  se 
fundaban,  al  parecer,  sino  en  el  temor;  a  pesar  de  esto  "hu- 
yendo por  todos  lados  el  cuerpo  a  la  censura"  y  a  los  incon- 
venientes que  podrían  sobrevenir,  comisionó  a  los  Alcaldes 
ordinarios  de  aquel  año,  don  Pedro  Ponce  de  León  y  Mar- 
tín Fernandez  de  Antequera  "para  que  procediesen  a  la 
averiguación  por  vía  jurídica"  y  al  efecto  fueron  "examina- 
dos testigos  y  tomadas  las  declaraciones  y  ajustada  la  su- 
maria". 

Según  el  proceso,  dice  Oviedo  y  Baños,  "era  el  ánimo 
"de  los  indios  asegurar  a  los  nuestros  con  la  familiaridad 
"de  su  asistencia,  y  en  viéndolos  descuidados,  procurar  es- 
conderles una  noche  las  armas  y  los  frenos  de  los  caballos, 
"para  que  cogiéndoles  desprevenidos  no  hallasen  resistencia 
"en  el  acometimiento  que  habían    de  intentar". 

Fuese  esto  verdad  o  nó,  pues  quedó  siempre  en  opiniones, 
según  el  mismo  Oviedo,  resultó  justificarse  el  delito  y  pa- 
saron a  poner  en  prisión  a  veintitrés  caciques  y  capitanes 
que  parecieron  ser  los  más  culpados,  los  cuales  fueron  conde- 
nados a  muerte  y  entregados   aquellos   infelices    "a  los    indios 


---156  — 

del  servicio  para  que  les  quitasen  la  vida  a  su  arbitrio,  y  ellos, 
como  bárbaros,  vengativos  y  crueles,  "les  dieron  un  género 
de  muerte  tan  atroz  que  solo  pudiera  ocurrírseles  a  sí  mismos". 
Los  condenados  a  muerte,  ''sufrieron  con  gran  valor5'  tanto 
martirio  de  mano  de  sus  paisanos  indígenas  y  hasta  con  estoica 
pasibilidad  "clamando  al  cielo  volviese  por  la  inocencia  de 
su  causa". 

Libres  ya  del  modo  de  ser  de  aquella  época,  hemos  de 
confesar  paladinamente  que  en  esta  ocasión  parece  que  "se 
olvidaron  nuestros  antepasados  de  las  obligaciones  de  cató- 
licos y  de  los  sentimientos  humanos*  pues  faltando  a  los 
respetos  de  la  piedad,  entregaron  aquellos  miserables  a  los 
indios"  los  cuales,  como  salvajes  al  fin,  dieron  a  sus  paisanos 
una  muerte  bárbara  y  sanguinaria:  llenos  de  horror  no  nos 
atravemos  a  consignarla;  pues  angustiase  el  corazón  solo  en 
pensar  que  los  empalaron. 

Apartemos  la  vista  de  cuadro  tan  desgarrador  y  traigamos 
a  la  mente  uno  de  los  hechos  más  nobles  y  generosos  que 
con  tan  doloroso  motivo  registra  la  historia  y  el  que  queremos 
referir  aquí  para  admirar  las  grandes  acciones;  y  fué 
que  al  llevar  "ya  al  patíbulo  al  cacique  llamado  Chicuramay, 
un  indio,  vasallo  suyo,  "con  intrepidez  bizarra  y  resolución 
más  que  magnánima",  dice  Oviedo  que  salió  al  encuentro, 
y  les  dijo:  deteneos,  y  no  quitéis  la  vida  a  un  inocente;  a 
vosotros  os  han  mandado  matar  a  Chicuramay,  y  como  no  te- 
néis conocimiento  de  las  personas,  engañados  habéis  aprisio- 
nado a  quien  no  tiene  culpa  alguna  ni  se  llama  de  esa  suerte; 
yo  soy  Chicuramay,  quien  cometió  el  delito  que  decis,  dadme 
la  muerte  que  merezco  y  poned  en  libertad  a  quien  no  ha  dado 
motivo  para  que  en  él  se  ejecute". 

Engañados  los  indígenas  "pensando  era  verdad  lo  que 
decía"  sufrió  aquel  magnánimo  vasallo  la  muerte,  "sacrifi- 
cando su  vida  por  librar  la  de  su  príncipe"  quien  se  retiró 
con  los  suyos  a  las  montañas.  Llamábase  este  héroe  indígena 
Quaricurian.  (2) 


(1)     Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  VIII. 
(1)     Ibid. 


-  157 


CAPITULO  XXVIII 

.Sustitución  de  Losada  y  muerte  del  fundador  de  Santiago  de 
de  León,  de  Caracas,  en  el  Tocuyo. 

1569 

Como  en  el  reparto  de  las  encomiendas  cada  cual  de  los 
conquistadores  esperase  lo  mas  pingüe  "pareciéndole  que  sus 
méritos  eran  superiores  a  los  de  los  otros,  no  pudo  ser  el 
tanteo  y  regularización  que  hizo  Losada  tan  a  satisfacción  de 
todos  y  muchos  se  sintieron  agraviados  en  la  graduación  del 
premio". 

Francisco  Infante  que  desde  el  principio  de  la  conquista 
tuvo  con  Losada  algunos  desabrimientos  "empezando  por 
quejas  particulares  y  secretas  e  interviniendo  después  chismes 
y  cuentos  se  fueron  aumentando  de  suerte  que  vinieron  a 
parar  en  sentimientos  declarados"  y  públicas  demostraciones; 
dividiéronse  los  ánimos  en  parcialidades,  con  el  apoyo  que 
el  mismo  Francisco  infante  prestaba  a  los  descontentos  fo- 
mentando, con  malvado  interés,  la  enemistad  y  la  discordia 
entre  los  conquistadores,  cuando  las  acciones  de  Losada,  co- 
mo dice  Oviedo  y  Baños,  "eran  gobernadas  por  las  reglas 
de  su  natural  prudencia  y  jamás  excedieron  los  límites  de  una 
moderación  justificada".   (1) 

Rota  la  concordia  y  quebrantada  la  paz,  cada  uno  justi- 
fica su  modo  de  obrar,  incluso  las  mayores  aberraciones  y 
crímenes;  algo  asi  sucedió  en  esta  ocasión  con  Francisco  Infan- 
te, el  cual  "conociendo  que  su  séquito  no  podía  prevalecer 
mientras  Losada  se  hallase  con  el  carácter  de  Superior,'  pues 
el  quererle  hacer  oposición  declarada  era  exponerse  él  y  los  su- 
yos" ;  para  quitarse  tamaña  dificultad  "consultada  la  mate- 
ria con  los  amigos  de  su  mayor  confianza,  tomó  una  resolu- 
ción bien  temeraria"  sin  reparar  en  los  peligros. 

Acompañado  solo  de  Baltasar  García,  de  Domingo  Gi- 
ral  y  Francisco  Román  Coscorrillo,  soldados  de  resolución 
y  de  valor,  al  anochecer  de  cierto  día  salió  de  la  ciudad,  y 
camino  con  el  secreto  posible  para  no  ser  sentido  de  los 
indios,   llegó  a  entrar  en  la   montaña  que   llaman  de  Laguni- 

(1)     Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XIV. 


—  158  - 

]]as,  atravesó  la  loma  de  Terepayma,  poblada  de  tantos 
enemigos,  donde,  con  la  obscuridad  de  la  noche  aumen- 
tada con  lo  imponente  de  los  árboles  y  bosques,  perdió 
la  senda,  y  hallóse  en  un  laberinto  lleno  de  confusión 
"sin  poder  acertar  con  el  camino  por  cuantas  partes  lo  bus- 
caba".   (1) 

Las  amarguras  que  Francisco  Infante  y  sus  compañeros 
pasaron  en  aquella  noche,  no  son  para  descritas ;  pues  además 
de  la  angustia  y  aflicción  que  les  proporcionaba  aquella  in- 
certidumbre,  era  inminente  el  peligro  de  sus  vidas  "si  ama- 
necía" antes  de  pasar  la  loma. 

Todos  los  hombres  ante  el  peligro  de  su  vida  por  ins- 
tinto son  religiosos  y  éstos  no  se  olvidaron  de  pedir  "favor 
al  Cielo,  encomendándose  a  la  Santísima  Virgen  de  quien 
Infante  se  confesaba  devoto,  a  tiempo,  que,  se  le  puso  por 
delante,  como  a  distancia  de  quince  pasos  un  ave  parecida  a 
un  pato  grande  que  despedía  una  luz  resplandeciente  y  de- 
jándose guiar  por  aquella  casualidad  prodigiosa,  salió  fuera  de 
la  montaña". 

Los  indios  aseguraban  que  había  en  aquel  sitio  una  espe- 
cie de  aves  nocturnas,  "a  quien  adornó  naturaleza  con  la 
propiedad  de  despedir  de  sí  rayos  de  luces",  aves  que  jamás 
vieron  los  españoles,  según  afirma  Oviedo  y  Baños,  quien 
se  contenta  con  referir  el  caso  y  hacer  notar  las  propie- 
dades  de  las   luciérnagas    o   cocuyos. 

Debemos  también  al  referido  historiador  la  noticia  de 
que  por  el  año  de  mil  seiscientos  noventa  y  nueve  "vio  en  esta 
ciudad  un  madero  que  en  una  creciente  arrojó  el  Guaire  a  sus 
orillas,  y  que  de  noche  o  puesto  de  día  en  parte  obscura, 
como  si  estuviera  puesto  en  llamas,  despedía  de  sí  los  res- 
plandores", filosofando  que  "si  la  Providencia  puso  esta 
virtud  en  lo  vegetable,  la  pudo  poner  también  en  lo  sensitivo" 
(sic)  añadiendo  que  cumple  con  el  oficio  de  historiador  en 
referirlo.  (2) 

Apenas  rayaba  el  alba  desparramando  las  primeras  luces 
del  día  cuando  llegaron  a  las  orillas  del  río  Tuy  en  donde 
fueron  sentidos  por  los  indios  Arbacos,  sesenta  de  los  cuales 
bajaron  en  persecusión  de  Infante  y  sus  compañeros;  al  ver 
la  actitud   de  los  indígenas   este  y  Francisco  Román  detuvie- 

(1)  Ibid. 

(2)  Véase  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XIV. 


—  159  — 

ron  sus  caballos  y  esperaron  que  llegasen  cerca  para  embes- 
tirles: "Domingo  Giral,  queriendo  hallarse  más  desahogado, 
se  desmontó  del  suyo  y  escogió  pelear  a  pie,  y  cuando  les 
pareció  oportuno  rompieron  por  los  Arbacos,  ayudándose  los 
tres  unos  a  otros,  con  tal  destreza  y  prontitud  que  en  breve 
rato  dejaron  muertos  a  diez  y  siete"  y  huyeron  los  demás  por  las 
márgenes  del  río;  Giral  quiso  seguirlos  siempre  a  pie;  por 
entre  los  cañaverales;  pero  "se  encontró  en  un  atolladero 
donde  por  salir  dejó  su  calzado  de  alpargatas"  ;  además,  en 
aquel  momento,  le  llamaron  sus  compañeros  que  se  hallaban 
apuradísimos  con  otra  porción  de  indios  que  "les  acometían 
por  la  espalda". 

Francisco  Infante  divisó  uno  de  ellos  "que  sobresalía 
entre  todos  adornada  la  cabeza  con  una  corona  de  plumas, 
que  era  el  que  los  acaudillaba"  hizo  diligencia  para  encontrarse 
con  él  y  logró  atravesarle  de  parte  a  parte  con  la  lanza; 
apenas  cayó  muerto,  los  indios  formaron  una  confusa  vo- 
cería, cargaron  con  el  cuerpo,  se  pusieron  en  huida,  y  de- 
jaron libres  a  nuestros  caminantes,  quienes  sin  otra  dificul- 
tad salieron  a  las  sabanas  de  Guaracarima,  desde  donde 
pasaron  a  Nueva  Segovia  de  Barquisimeto,  para  dar  sus  que- 
jas  contra   Losada  al  Gobernador  don  Pedro  Ponce. 

Recordará  el  lector  que  este  mismo  Gobernador  tenía 
tres  hijos  en  compañía  de  Losada;  pues  bien,  muy  difícil- 
mente la  carne  y  la  sangre  permiten  a  los  Gobernantes  la  sere- 
nidad que  necesitan  para  gobernar  justamente;  añádanse  las 
quejas  que,  como  dice  Oviedo,  "las  dictaba  la  pasión  yene- 
mistad  concebida  en  Francisco  Infante  contra  Losada  y  se 
comprenderá  que  subieron  tan  de  punto  las  calumnias,  que  las 
acciones  más  prudentes  y  justificadas  pasaron  por  delitos  muy 
enormes,  los  que  ponderados  con  eficacia  por  Francisco  Infan- 
te, y  apoyados  con  desafecto  por  Baltasar  García,  de  la  Orden 
de  San  Juan,  obligaron  al  Cobernador  a  tomar  una  resolu- 
ción tan  intempestiva  y  arrojada  que  puso  las  cosas  de  Cara- 
cas en  contingencia  de  perderse,  pues  sin  más  motivo  que  dar 
crédito  a  una  relación  apasionada ,  revocó  los  poderes  que  tenía 
dados  a  Losada  y  sin  oirlo  despachó  nuevo  título  para  que 
gobernase  en  su  lugar  y  prosiguiese  la  conquista,  su  hijo 
don  Francisco  Ponce,  que  se  hallaba  en  la  ciudad  de  San- 
tiago". 

Esta  resolución  llegó  a  Caracas  cuando  su  fundador  me- 
nos lo  esperaba;    "porque  jamás  se  persuadió   llegase  a  tener 


—  160  — 

efecto  la  intención  de  sus  émulos",  cuando  sus  grandes 
servicios,  su  prudencia  e  ilustre  sangre  y  buen  comportamiento 
le  hacían  acreedor  a  los  mayores  premios;  con  todo,  "dando 
cuantas  ensanchas  pudo  al  sufrimiento  obedeció  el  despacho, 
y  entregado  el  Bastón  de  mando  a  don  Francisco  Ponce,  salió 
de  la  provincia  de  Caracas"  dejando  la  ciudad  huérfana  de 
su  amparo,  por  intrigas  y  malas  informaciones  y  sin  que  el 
referido  Gobernador  tomase  el  trabajo  de  oir  ambas  partes, 
gravísima  falta  en  los  encargados  de    administrar  justicia. 

Muchos  de  sus  compañeros  de  armas,  "por  no  militar 
debajo  de  otra  mano,  ni  aprobar  con  su  consentimiento  el 
agravio  hecho  a  su  General"  Diego  de  Losada,  retiráronse  a 
vivirá  otras  ciudades;  "accidente  que  dejó  tan  debilitadas 
las  fuerzas  de  las  dos  nuevas  ciudades  de  Santiago  de  León, 
de  Caracas,  y  de  Cárballeda  que  estuvieron  a  punto  de  des- 
poblarse".  (1) 

Losada  no  quiso  por  entonces  verse  con  el  Gobernador 
por  no  propasarse  en  los  términos  de  respeto  que  se  debe 
a  un  Superior  y  sin  entrar  en  Nueva  Segovia  de  Barquisime- 
to  pasó  de  largo  a  su  antigua  asistencia  del  Tocuyo  en 
donde  determinó  sufrir  a  solas  tanto  desaire  y  mala  corres- 
pondencia a  los  muchos  servicios,  que  tenía  hechos  a  la  con- 
quista, colonización  y  civilización  de  Venezuela. 
,,.< .No  mucho  tiempo  después,  acaso  en  los  últimos  meses 
del  año  mil  quinientos  sesenta  y  nueve,  reinando  Felipe  II, 
y  a  causa  de  pertinaz  calentura  y  general  postración  de 
•  íuerzas,  bajó  al  sepulcro  Diego  de  Losada,  a  los  cincuenta 
_  y  seis  años  de  edad  muy  probablemente,  en  la  referida  po- 
.  Diación,  más  no  antes  de  fortalecer  su  espíritu  para  entrar  en 
^íá-iéernidad : 

-••  /  ¡\    Perdón  de  sus  pecados  demandando 
¿  t     Al  sumo  Hacedor  de  tierra  y  cielo.  (2) 

¡a  (i{ff{£}trft  conocer  su  muerte  fué    general    el   desconsuelo    hasta 

'  de   sus  mismos  enemigos,  pues  jamás  pudo  la  ciega  emulación 

[ffltfJt'  *    v_de   sus  contrarios  negar   aquel    conjunto    de    prendas   que  le 

í'^wCieron  siempre  amable.   (3) 


r&$& 


"Casi  al  mismo  tiempo  que  falleció  Losada   en  El   Tocuyo \ 


7X 

■"    (1)  Part.   I.  Lib.  V.  Cap.    XIV. 

(2)  Castellanos  Par.  II.  Eleg.  III.  Cant.  IV. 

(3)  Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  XIV. 


- 


-161- 

murió  también   en  Barquisimeto   el    Gobernador,  don    Pedro 
Ponce  de  León,    de    disentería".   (1) 

Venezuela  y  España  ignoran  todavía  el  lugar  donde 
fué  enterrado  Losada,  más  opinamos  que  pudiera  encontrarse  la 
sepultura  de  nuestro  héroe  en  el  solar  de  alguna  iglesia,  con- 
vento o  capilla  antigua  del  Tocuyo  (o  Cubiro),  y  bien  mere- 
cen los  restos  del  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas, 
ocupar  uno  de  los  primeros  puestos  en  el  panteón  de  varo- 
nes ilustres  de  Venezuela  o  de  España,  pues  "es  noble  erigir 
sobre  los  huesos  de  nuestros  civilizadores  la  columna  de  ho- 
nor que  les  haga  presentes  en  todas  Jas  edades"  (2)  y  gene- 
raciones venideras,  "principalmente  cuando  fueron  tan  útiles  y 
pusieron  la  primera  piedra  de  un  nuevo  pueblo  a  costa  de 
tantos  sacrificios"  y  no  solo  la  primera  piedra  de  un  nuevo 
pueblo,  sino  la  primera  piedra  de  una  historia  y  de  una  patria 
nobilísima ! 


CAPITULO  XXIX 

Noticias  de  (a  Ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carbalíeda  y  de 
ía  fundación  de  La  Guaira,  con  otras  particularidades 
antiguas  de  la  colonización  y  de  Santiago  de  León,  de 
Caracas. 

1.570-1.597 

Poco  tiempo  después  de  haber  fallecido  Diego  de  Lo- 
sada en  el  Tocuyo  los  caribes  atacaron  la  ciudad  de  Nues- 
tra Señora  de  Carbalíeda,  los  cuales  venían  de  la  isla  de 
Granada  en  catorce  piraguas,  destruyendo  cuanto  encontra- 
ban a  su  paso  con  el  fin  de  saciar  su  bárbaro  apetito  de 
comer  carne  humana,  como  dice  Oviedo  y  Baños,  a  cuyo 
efecto  prendían  a  cuantos  indios  podían  coger  en  los  puertos 
donde  tocaban. 

•  Los  españoles  supieron  que  los  caribes   intentaban  asaltar 
la  ciudad  de   Carbalíeda,  sin  creer  apenas  lo   que  oían;  y  "se 

(i)    Ibid. 

(2)     Doctor  Inocencio  Osorio.      Discurso  (Maracaibo,   1.913)  folios  7  y  8. 

11 


—  162- 
contentaron  con  poner  aquella  noche  un  centinela   algo  apar- 
tado del  pueblo". 

No  se  tomó  en  vano  esta  corta  precaución ;  pues  trescien- 
tos caribes  saltaron  a  tierra  con  ánimo  de  dar  el  asalto  al  ama- 
necer, mientras  que  los  restantes  con  las  piraguas  pensaban 
atacar  por  el  puerto ;  apenas  los  sintió  el  centinela,  ya  muy 
cerca  de  sí  y  entró  en  la  ciudad  tocando  alarma,  cuando  por 
todas  partes  resonaba  el  rumor  de  aquella  oleada  salvaje:  los 
nuestros,  aprovechándose  de  la  misma  confusión  con  que  los 
caribes  se  dedicaban  al  pillaje  y  aprisionaban  algunos  indios  del 
•servicio,  se  juntaron  luego  en  número  de  veinte  a  que  llegaban 
los  únicos  habitantes  de  aquel  lugar,  se  reunieron  en  escuadra  y 
"echando  el  resto  al  valor  embistieron  a  los  caribes,  llevándose 
al  filo  de  las  espadas  cuantas  vidas  encontraba  su  resolución,  a 
lo  que  ayudó  con  más  que  varonil  esfuerzo  una  mujer  lla- 
mada— bien  merece  que  la  historia  de  Venezuela  y  de  España 
conserve  su  nombre — Leonor  de  Cáceres,  la  que  tomó  una 
rodela  "y  esgrimiendo  una  macana  que  quitó  a  un  caribe  de 
las  manos  hacía  en  la  común  defensa  maravillas".      (1) 

i  Coincidencia  singular!  Otra  mujer  también  de  apellido 
Cáceres,  doña  Luisa  Cáceres  de  Arismencli,  fue  una  de  las 
heroínas  de  la  guerra  de  la.  Independencia. 

Los  caribes,  al  ver  muertos  sus  más  valientes  guerreros, 
se  retiraron  hacia  la  playa  al  abrigo  de  sus  piraguas,  a  tiempo 
que  entre  la  confusión  de  los  que  huían,  Gaspar  Tomás  llegó 
a  conocer  la  señora  de  Duarte  de  Acosta,  quien  pedía  a  gritos 
socorro  a  los  hombres  y  al  cielo,  "cautiva  entre  los  brazos  de 
un  bárbaro". 

Gaspar  Tomás  apuntó  con  su  arma  de  fuego  a  la  cabeza 
del  caribe,  partiósela,  hízole  soltar  con  la  vida  la  inocente  pre- 
sa que  llevaba,  y  la  dejó,  mal  de  su  agrado,  sana  y  salva;  este 
mdio  caribe  era  uno  de  sus  caciques  principales;  los  demás 
tomaron  aceleradamente  las  piraguas  y  se  hicieron  mar  afuera 
para  continuar  sus  festines  de  caníbales,  y  emplear  su  bravura 
con  los  miserables  indios  que  caían  en  sus  manos  por  la 
costa.  (2) 

En  medio  de  estas  dificultades  llegó  el  año  de  mil  quinien- 
tos ochenta  y  seis,  cuando  ya  estaban  terminadas  todas  las  ex- 


i\)     Oviedo  y  Baños:  Part.  1  Lib.  Vi  Cap.  ¡I. 
(2)      Part.  I.  Lib.  VI.  Cap.  lí. 


— p§3  - 

pediciones  militares  que  fueron  necesarias  para  la  total  conquista 
y  pacificación   de  la  provincia.     (1) 

La  sinrazón  del  Gobernando^,  odon  Luis  de  Rojas,  vino 
a  malograr  los  buenos  fundamentos  con  que  había  empezado 
población  tan  necesaria  y  la  fecunda  labor  y  actividad  de 
Losada  en  la  ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carballeda,  pues 
quiso  elegir  por  sí  mismo  los  Alcaldes  para  la  administración 
de  justicia  ordinaria,  contra  la  costumbre  o  privilegias  conce- 
didos, y  aquellos  recios  colonos  españoles  no  soportaron  pasar 
por  el  absolutismo  del  Gobernador  y  convinieron  todos  en 
abandonar  la  población  antes  que  abdicar  de  sus  derechos  y  se 
retiraron  con  sus  familias  unos  a  Santiago  de  León,  de  Caracas, 
y  otros  a  Nueva  Valencia  del  Rey,  hoy  Valencia. 

Resentido  el  Gobernador  con  semejante  protesta  acusó 
por  cómplices  y  consejeros  de  tan  inesperada  resolución  a  va- 
rios vecinos  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  entre  ellos  al 
Capitán  Juan  de  Guevara  "persona  de  autoridad,  y  que  por 
su  nobleza,  méritos  y  caudal  era  de  los  que  hacían  cabeza  en 
la  República". 

Este,  para  defenderse  de  la  acusación  envió  a  España  al 
mestizo  Juan  de  Urquijo  con  poder  suficiente  para  que  le  re- 
presentara ante  la  Corte,  y  acusó  al  Gobernador  de  injusto; 
cuando  Urquijo  llegó  a  España  ya  el  Rey  había  nombrado  por 
nuevo  Gobernador  a  don  Diego  de  Osorio,  (no  sabemos  si  pa- 
riente cercano  del  fundador  de  Caracas  y  de  Gonzalo  de  Osorio 
sobrino  de  Don  Diego  de  Losada)  quien  ocupaba  el  cargo  de 
General  de  las  Galeras  que  guardaban  las  costas  de  Santo 
Domingo. 

El  Rey  de  España  aprovechó  la  permanencia  del  mestizo 
Juan  de  Urquijo  en  la  Corte  para  que  volviese  a  buscar  a  don 
Diego  de  Osorio,  le  entregara  los  despachos  de  su  manoy  que 
éste,  sin  perder  tiempo,  pasase  a  su  gobierno  deVenezuela,  co- 
mo lo  ejecutó  y  tomó  posesión  de  él  en  Caracas  a  fines  de  mil 
quinientos  ochenta  y  siete. 

(1)  Garci-Gonzalez  de  Silva,  "Persona  noble,  de  valor  y  de  mucha  auto- 
ridad para  con  todos"  por  su  actividad  y  prudencia  militar  fue  el  destinado  por 
la'Divina  Providencia  para  consolidar  la  obra  de  Losada,  la  seguridad  y  estabi- 
lidad de  la  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas. 

Debido  a  la  reverencia  y  a  las  excitaciones  paternales  de  un  May  Ilustre 
descendiente  de  este  grande  héroe,  nos  proponemos  estudiar,  si  fuere  posible, 
los  hechos  del  pacificador  de  la  Provincia  de  Caracas,  del  ncble.  valiente  y  fa- 
moso conquistador  español  Garci-Gonzalez  de  Silva  quien  vino  a  ccm-nletar  la 
-obra  de  Losada. 


—  184  — 

Luis  de  Rojas  entregó  su  mando  al  nuevo  Gobernador, 
y  terminado  el  pleito  a  favor  de  los  españoles-caraqueños,  mo- 
vido de  compasión  el  mismo  Juan  de  Guevara  cuando  vio  a  su 
enemigo  en  grande  necesidad,  "con  generosidad  mas  que  pia- 
dosa, le  dio  quinientos  doblones  para  que  se  fuese  a  España; 
acción  por  cierto  propia  de  un  corazón  hidalgo;  pues  siendo 
el  más  agraviado  no  le  embarazaron  sus  sentimientos  para 
que  obrase  como  noble,  y  perdonase  como  cristiano",  al 
mismo  tiempo  que  se  defendió  prudentemente.     (1) 

El  nuevo  Gobernador  don  Diego  de  Osario  en  cuanto 
solucionó  el  asunto  de  su  antecesor  trató  de  renovar  la  despobla- 
da ciudad  de  Nuestra  Señora  de  Carballeda,  ya  por  considera- 
ción a  Diego  de  Losada,  su  fundador,  ya  por  ser  entonces 
el  mejor  puerto  de  la  costa,  y  por  asegurar  convenientemente 
al  comercio  la  carga  y  descarga  de  las  naves;  pero  nuestros  ante- 
pasados los  españoles  habían  quedado  tan  disgustados  con  la 
usurpación  de  sus  derechos  o  costumbres,  que  no  fue  posible 
reducirlos  buenamente  «a  que  volviesen  a  poblar»  en  aquel  sitio 
«dando  por  escusa  la  poca  seguridad  con  que  vivían,  expuestos 
a  la  continua  hostilidad  de  los  piratas"  ;  mas  corno'  era  forzoso 
para  el  comercio  y  comunicación  exterior  habilitar  un  puerto 
cualquiera,  Osorio  escogió  la  rada  de  la  Guaira,  casi  dos  leguas 
a  sotavento  de  Carballeda  y  a  unas  cinco  leguas  de  Santiago 
de  León,  de  Caracas,  comenzando  su  construcción  por  almace- 
nes que  servían  parala  conservación   de  los  depósitos. 

Poco  a  poco  levantaron  algunas  casas  para  el  Res- 
guardo; y  se  agregaron  algunos  vecinos  v  así  pronto  "llegó 
a  ser  un  razonable  lugar"  con  varias  iglesias  y  hospitales, 
"coronado  de  artillería  y  guarnecido  de  ciento  treinta  plazas 
de  presidio"  :  gobernábase  en  tiempo  del  historiador  Oviedo, 
"por  la  dirección  de  un  castellano,  que  siendo  cabo  militar  de 
las  fuerzas,  ejercía  juntamente  Ja  jurisdicción  ordinaria,  como 
Justicia  Mayor  del  puerto" ;  este  Cabo  o  jefe  militar  de  ía 
plaza  de  La  Guaira  era  nombrado  por  el  Gobernador  y 
recibido  por  el  Cabildo  de  la  ciudad  de  Santiago  de  León,  de 
Caracas,  por  donde  se  alcanza  a  ver  la  participación  directa  del 
Municipio,  origen  de  la  grandeza  de  la  raza  española  en  el  go- 
bierno de  los  asuntos  públicos,  en  el  tiempo  de  la  colonia  y 
de  la  Madre  Patria,  nuestra  querida  España. 

La  Guaira,  a  pesar  de  su  grandeza  actual,    todavía  no  ha 

(1)     Oviedo  part.  I.  Lib  VII.  Cap.  VIII. 


—  165  — 

sabido  honrar  a  su  fundador,  sin  embargo  de  que  todos  sus  "au- 
mentos los  debe  aquel  lugar  a  las  primeras  líneas  que  tiró  pa- 
ra su  fundación  don  Diego  de  Osorio,  a  cuyo  gran  talento  y 
don  particular  de  gobernar  se  confiesa  obligada  esta  provin- 
cia" (1),  hoy  República  de  Venezuela. 

Corría  el  año  de  mil  quinientos  ochenta  y  nueve,  cuan- 
do los  colonos  españoles  de  Venezuela  entraban  en  un  segun- 
do período  de  prosperidad  y  adelantamiento,  por  lo  que  nece- 
sitaban facultades  especiales. 

El  Gobernador,  de  acuerdo  siempre  con  el  Ayuntamien- 
to o  Cabildo  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  quien  "por  su 
parte  deseaba  coadyuvar  en  lo  que  tanto  importaba",  nom- 
bró al  Procurador  General  de  la  provincia,  Simón  de  Bolívar, 
para  que  pasase  a  España  y  representara  al  Rey  y  a  su  Conse- 
jo de  Gobierno  las  cosas  necesarias  al  bienestar  de  la  Colonia 
Española,  pidiese  los  despachos,  decretos  o  Reales  Cédulas 
que  solicitaba  el  Gobernador  de  Venezuela,  don  Diego  de 
Osorio,   y  el  Ilustre  Ayuntamiento    de  Caracas. 

El  español  Simón  de  Bolívar,  primer  ascendiente  del  Li- 
bertador Simón  Bolívar  en  Venezuela,  llegó  ya  entrado  el  año 
de  mil  quinientos  noventa  a  la  Corte  de  Castilla  en  donde 
consiguió  muy  fácilmente  todo  cuanto  deseaba  la  Colonia  en 
Venezuela  y  aun  "otras  muchas  gracias  y  mercedes  que  fueron 
de  grande  consecuencia  a  la  provincia"  (2)  española  de 
este  lado  del  Atlántico. 

Apenas  llegó  el  Procurador  General  de  Venezuela  a  San- 
tiago de  León,  de  Caracas,  y  puso  de  manifiesto  al  Cabildo 
el  feliz  éxito  de  sus  gestiones  en  la  Corte  de  España  y  ante 
el  Real  Consejo  de  Indias,  cuando  el  Gobernador,  don  Die- 
go de  Osorio,  habilitado  como  se  hallaba  para  poder  obrar  lo 
que  deseaba,  empezó  a  poner  en  planta  los  acertados  dictáme- 
nes que  tenía  premeditados;  pues  aplicando  su  desvelo  a  po- 
ner forma  en  la  provincia,  como  dice  Oviedo:  "repartió  tie- 
rras ",  por  ser  este  el  primer  punto  de  partida  para  la  más  se- 
gura y  eficaz  colonización,  "señalo  Ejidos"  ¡  o  tierras  comunes 
del  Municipio,  que  es  el  segundo  punto  esencial  para  facilitar 
el  desarrollo  de  los  diversos  pueblos,  "asignó  propios",  y  dio 
a  cada  uno  el  correspondiente  título  para  que  en  todo  tiem- 
po constase  la  propiedad  particular;  "entabló  archivos,,  formó- 

(1)  Oviedo  y  Baños  Part.  I.  Lib.  VIL  CaD.  IX. 

(2)  Ibid. 


—  166- 

ordenanzas,  congregó  ios  indios  en  pueblos  y  partidos,  y,  final- 
mente, podemos  con  verdad  asegurar,  que  de  un  Embrión  in- 
forme en  que  se  hallaba  todo,  lo  redujo  su  actividad  a  las  forma- 
lidades de  un  ser  político".  (1)  Nótese  el  método  de  co- 
lonización que  acabamos  de  glosar. 

Diego  de  Osorio,  en  mil  quinientos  noventa  y  tres  orde- 
nó a  Juan  Fernández  de  León  que  poblase  la  ciudad  del  Es- 
píritu Santo  de  Guanare  para  facilitar  el  aumento  de  gana- 
dos por  los  llanos:  llegó  a  ser  célebre  esta  ciudad  por  "te- 
ner en  su  iglesia  colocada  la  milagrosísima  imagen  de  Nues- 
tra Señora  de  Coromoto,  portento  de  maravillas  y  prodigio  de 
milagros,  a  cuya  piedad,  dice  Oviedo,  que  acuden  en  devotas 
romerías  de  todas  las  provincias  circunvecinas,  unos  a  buscar 
remedio  en  sus  necesidades,  y  otros  a  cumplir  promesas  agra- 
decidos". 

Para  mil  quinientos  noventa  y  cuatro,  Diego  de  Osorio, 
con  el  fin  de  obviar  algunos  inconvenientes  o  enredos  "que 
traían  consigo  las  elecciones,  estableció  en  los  Cabildos  los 
Regimientos  perpetuos  para  lustre  mayor  de  las  ciudades, 
y  se  vieron  favorecidos:  Garcí  González  de  Silva,  Deposita- 
rio General;  Simón  de  Bolívar,  Oficial  Real  de  la  provincia, 
con  preeminencias  de  Regidor  y  voz  y  voto  en  Cabildo,  se- 
gún las  Reales  Cédulas,  y  a  imitación  de  estos  y  por  el  mismo 
estilo  de  erogaciones  para  el  tesoro  público  fueron  nom- 
brados : 

Diego  de  los  Ríos,  Alférez  Mayor. 

Don  Juan  Tostado  de  la  Peña,  Alguacil  Mayor,  y  los  re- 
gimientos ordinarios,  fueron  obtenidos  por  Jos  colonos: 

Nicolás  de  Peñalosa. 

Antonio  Rodríguez. 

Martín  de  Gámez. 

Diego  Díaz  Becerril. 

Mateo  Díaz  de  Alfaro. 

Bartolomé  de  Masabel  y 

Rodrigo  de  León. 

Las  ventajas  o  desventajas  de  este  nuevo  y  viejo  sistema 
pueden  explicarlas  los  economistas  y  políticos;  solo  queremos 
notar  los  tiempos,  los  lugares,  necesidades  y  personas,  para 
ayudarles  en  la  investigación,  únicamente. 

(1)     Oviedo,  Part.  í.  Lib.  VII.  Cap.  IX. 


—  167  — 

Diego  de  Osorio,  tuvo  el  desconsuelo  de  ver  en  este 
tiempo  "asoladas  las  sementeras"  poruña  plaga  de  gusanos 
"sin  que  pudiese  reservar  la  Providencia  humana  ni  aun  gra- 
nos de  semilla  para  volver  a  sembrar";  con  este  motivo  se 
desarrolló  una  hambre  general  sin  que  los  colonos  nuestros  an- 
tepasados pudiesen  hallar  remedio  humano  para  extinguir  la 
devoradora  plaga.  "Acudieron  a  la  piedad  Divina,  por  in- 
tercesión del  Glorioso  Mártir  San  Jorge  a  quien  escogieron 
por  patrón  (según  acuerdo  que  hemos  visto  en  el  Archivo 
Municipal),  y  consiguieron  extinguirla:  y  agradecidos  a  Dios 
se  obligaron  por  voto  los  labradores  de  la  Ciudad  de  Santiago 
a  fabricarle  una  Capilla". 

En  mil  quinientos  noventa  y  cinco,  don  Diego  de  Oso- 
rio  visitó  la. provincia  a  fin  de  que  su  presencia  en  todas  las 
ciudades  cimentase  lo  establecido,  para  el  bien  común;  y  cuan- 
do se  hallaba  en  Maracaibo,  un  corsario  inglés,  Amias  Preston, 
entró  por  Guaica-Macuto  y  saqueó  la  ciudad  de  Santiago 
de  León,  de  Caracas,  derribó  algunas  casas  y  quemó  las  demás, 
mientras  que  los  colonos  sitiaron  a  los  corsarios  por  ocho  días 
dentro  de  la  misma  ciudad  ocasionándoles  muchos  muertos  y 
heridos,  pudiendo  salvar  todas  las  familias  y  parte  de  sus  cau- 
dales. 

En  esta  ocasión  Alonso  Andrea  de  Ledesma,  uno  de  los 
compañeros  de  Losada,  ya  anciano,  tuvo  a  menoscabo  de  su 
reputación  el  volver  la  espalda  al  enemigo,  sin  hacer  demos- 
tración de  su  valor,  y  aconsejado  más  de  la  temeridad  que  del 
esfuerzo,  montó  a  caballo,  y  con  su  lanza  y  adarga  salió  a  en- 
contrar al  corsario  que  marchaba  con  las  banderas  desplegadas, 
y  avanzaba  sobre  la  ciudad,  y  aunque  aficionado  el  Capitán  a 
la  bizarría  de  aquella  acción  tan  honrosa,  dio  orden  expresa  a 
sus  soldados  de  que  no  le  matasen;  sin  embargo,  ellos  al  ver 
que  haciendo  piernas  al  caballo  procuraba  con  repetidos  gol- 
pes de  la  lanza  acreditar  a  costa  de  su  vida  el  aliento  que  lo 
metió  en  el  empeño,  le  dispararon  algunos  arcabuces,  de  que 
cayó  luego  muerto".      (1). 

Hemos  querido  conservar  el  sabor  antiguo  de  este  relato 
para  admirar  más  de  cerca  el  grandioso  esfuerzo  de  ánimo  de 
un  soldado  de  edad  cansada:  los  demás  colonos  habían  tomado 
sus  posiciones  en  el  camino  de  la  Marina,  como  llamaban  en- 
tonces al  de  La  Guaira  por  el  cerro,  de  donde  se  volvieron  pa- 


(1)     Part.  I.  Lib.  VIL  Cap.  X. 


—  168  —       , 

ra  sitiar  a  los  enemigos  de  la  colonia   de  Venezuela  y   de   Es- 
paña. 

El  Gobernador  Osorio  supo  en  Trujillo  lo  ocurrido, 
aceleró  los  negocios  que  traía  entre  manos,  y  se  volvió  para 
Santiago  de  León,  de  Caracas,  lo  más  pronto  que  pudo  y  a 
donde  llegó  a  principios  de  mil  quinientos  noventa  y  seis,  a 
fin  de  rehacer  con  su  presencia  los  daños  ocasionados  por  los 
corsarios.  Este  grande  hombre  fué  promovido,  por  sus  muchos 
méritos,  el  año  siguiente,  de  mil  quinientos  noventa  y  siete,  a 
la  presidencia  de  Santo  Domingo  y  sucedióle  en  tan  impor- 
tante cargo  Gonzalo  Pina  Lidueña,  quien  había  fundado  a  Gi- 
braltar  y  "vivía  retirado  en  Mérida",  según  hace  notar  Ovie- 
do y  Baños. 


CAPITULO  XXX 

Homenaje,  de  gratitud  de  3a  dudad  de  Santiago  de  León,  de 

Caracas,  a  su  Fundador  don  Diego  de  Losada. 

Interesados  tanto  como  el  que  más  en  los  honores  que  se 
deben  tributar  al  insigne  fundador  de  Santiago  de  León,  de 
Caracas,  don  Diego  de  Losada,  nos  propusimos  investigar 
su  vida  y  cuanto  fué  de  nuestra  parte  contribuimos  con  un  ín- 
timo amigo,  gran  patriota  venezolano,  amante  de  las  tradicio- 
nes españolas  y  de  nuestros  antepasados,  para  interesar  al  Con- 
cejo Municipal  de  Caracas  en  favor  de  los  honores  que  deben 
tributarse  a  Losada;  cumpliendo  admirablemente  su  cometi- 
do al  remitir  la  siguienfe  carta  que  dice: 

Señor  Presidente  y  demás  Miembros  del  Concejo  Municipal  del  Dis- 
trito Federal. 

Señores: 

Diego  de  Losada,  fundador  de  la  ciudad  capital  y  metró- 
poli de  Venezuela,  fué  el  segundo  hijo  del  señor  de  Río  Ne- 
gro, donde  se  conserva  la  casa  señorial,  cerca  de  Benavente, 
Provincia  de  Zamora,  Obispado  de  Astorga,  partido  judicial 
de  la  puebla  de  Sanabria,  reino  de  España. 


—  169  — 

Muy  joven,  el  año  de  mil  quinientos  treinta  y  tres  (1533) 
vino  de  España  a  la  isla  de  Puerto  Rico,  de  donde  pasó  a  tie- 
rra firme,  a  Maracapana,  oriente  de  Venezuela,  y  allí  obtuvo 
el  cargo  de  Maestre  de  Campo  del  Ejército  de  Cedeño;  pasó 
a  Santa  Ana  de  Coro,  que  en  mil  quinientos  veinte  y  siete  ha- 
bía fundado  Juan  de  Ampúes,  estuvo  en  El  Tocuyo,  y  fué 
uno  de  los  primeros  Alcaldes  ordinarios  y  vecinos  de  Nueva 
Segovia,  hoy  Barquisimeto,  la  que  defendió  de  graves  pe- 
ligros. 

El  Gobernador,  Licenciado  don  Pablo  Bernáldez,  prime- 
ro, y  después  don  Pedro  Ponce  de  León,  quien  llegó  de  Espa- 
ña con  órdenes  terminantes  del  Rey  para  llevar  la  civilización 
a  la  Provincia  de' Venezuela,  le  dieron  poder  general,  en  mil 
quinientos  sesenta  y  cinco  (1565)  para  fundar  en  este  último 
territorio. 

Empleó  el  siguiente,  mil  quinientos  sesenta  y  seis  ( 1 566) 
en  preparativos,  y  después  de  pasar  muchos  trabajos  y  vencer 
grandes  dificultades,  a  mediados  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  (1567)  fundó  a  Santiago  de  León,  de  Caracas,  en  el  lugar 
del  hato  y  caserío  de  San  Francisco,  destruido  por  el  vale- 
roso cacique  Paramaconi,  que  es  el  mismo  que  hoy  ocupa  la 
metrópoli  venezolana. 

El  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho 
(1  568)  fundó  el  primer  puerto  de  la  nueva  ciudad  y  provincia 
que  llamó:  Nuestra  Señora  de  Carballeda,  en  honor  déla 
patrona  de  su  pueblo  natal,  cuyo  santuario  todavía  se  conser- 
va en  Río  Negro  (ut  supra). 

La  imprudente  resolución  de  un  superior,  dada  por  in- 
trigas miserables  del  tiempo,  le  privó  del  mando  en  el  que  vi- 
no a  sustituirle  don  Francisco  Ponce  de  León,  hijo  del  Go- 
bernador, quedando  Santiago  de  León,  de  Caracas,  privada 
de  su  amparo.  Herido  en  sus  más  caros  sentimientos  de  fun- 
dador, desengañado,  convencido  de  lo  que  es  la  grandeza  y  la 
vanidad  humanas,  se  retiró  al  Tocuyo,  la  ciudad  de  don  Juan 
de  Carvajal  y  de  Tolosa,  donde  bajó  al  sepulcro  poco  tiempo 
después. 

Hasta  hoy  lo  único  que  se  ha  hecho  en  honor  de  su  me- 
moria es  el  pequeño  retrato  al  óleo  que  decora  el  salón  de  ese 
Concejo  Municipal,  antigua  capilla  del  seminario  tridentino  de 
Santa  Rosa  y  después  de  la  Real  y  Pontificia  Universidad, 
donde  se  reunió    el  Congreso  que    declaró   nuestra  indepen- 


—  170  — 

dencia  nacional.  Toca  a  esta  generación  reparar  tan  injusto 
olvido,  ser  agradecida:  por  lo  que  propongo  a  los  honorables 
Presidente  y  Miembros  del  Concejo  Municipal  del  Distrito 
Federal,  la  compra  del  solar  que  forma  la  esquina  de  Maturín, 
ángulo  en  que  se  cruzan  las  calles,  Norte  ly  Este  3,  donde 
existió  su  casa,  como  lo, dice  la  lápida  que  la  señala;  formar  en 
él  una  plazoleta  o  una  plaza  compuesta  de  toda  la  manzana, 
elevándose  en  el  centro  de  dicha  antigua  casa  la  estatua  de 
bronce  del  ilustre  fundador,  digna  de  su  memoria  y  de!  home- 
naje que  se  le  rinde. 

Y  que  el  Ilustre  Concejo  Municipal,  como  un  estímulo  a 
los  amantes  de  la  Historia  y  de  las  Letras  patrias,  organice  un 
concurso,  bajo  los  auspicios  del  señor  Presidente  Constitucio- 
nal de  la  República  y  del  señor  Gobernador  del  Distrito  Fede- 
ral, en  el  que  se  premie  a  quien  presente  la  mejor  Biografía 
del  fundador  de  esta  ciudad,  que  en  el  andar  del  tiempo  había 
de  ser  cuna  de  la  Independencia  Nacional  y  capital  de  esta 
República. 

De  ustedes,  señor  Presidente  y  Miembros  del  Ilustre 
Concejo  Municipal, 

atento,  seguro  servidor 

José  Tomás  Sosa  Saa. 
Caracas:  viernes  22  de  noviembre  de  1912. 


El  periódico  La  Religión  del  lunes  nueve  de  diciembre 
de  mil  novecientos  doce,  N°  6.214,  con  motivo  de  esta  comu- 
nicación y  con  el  título  de  "El  fundador  de  Caracas"   dijo: 

Con  mucho  gusto  traemos  a  nuestras  columnas  de  honor 
la  carta  abierta  que  nuestro  estudioso  y  patriota  amigo  Doctor 
José  Tomás  Sosa  Saa  dirige  al  Concejo  Municipal  de  esa  ilus- 
tre ciudad  en  la  que  propone  un  homenaje  para   su  fundador. 

Creemos  de  mucha  justicia  ese  homenaje  a  través  de  los 
siglos  a  don  Diego  de  Losada,  quien  penetró  en  el  Valle  del 
Miedo  y  plantó  la  ciudad  que,  andando  los  tiempos,  había  de 
ser  la  capital  de  la  Capitanía  General,  primero,  y  luego  de  la 
República  de  Venezuela. 


—  171  — 

Ya  que  el  Gobierno  se  ocupa  con  laudable  empeño  en 
embellecer  la  ciudad  con  sus  buenas  calles  y  calzadas  y  con  ca- 
rreteras que  la  comuniquen  con  sus  centros  productores  y 
con  su  puerto,  bien  está  que  volvamos  la  vista  al  origen  y 
reparemos  el  olvido  en  que  hemos  tenido  a  nuestro  fundador, 
quien  actualmente  sólo  tiene  un  retrato  en  el  Salón  Municipal 
y  una  lápida  conmemorativa  en  la  esquina  de  Maturín. 

Ojalá  sea  tenida  en  cuenta  la  notable  carta  del  Dr.  Sosa 
Saa,  y  que  el  actual  Concejo  Municipal  trace  páginas  de  gloria 
honrando  a  quien  fundó  la  ciudad,  que  es  hoy  cabeza,  cerebro, 
núcleo  de  la  vida  nacional  y  admiración  y  encanto  del  extran- 
jero. 

Y  El  Tiempo  en  su'NQ  3.832  dice: 

Una  Buena  Idea. 

El  señor  Doctor  José  Tomás  Sosa  Saa  asoma  en  una 
comunicación  enviada  por  el  a  la  Municipalidad  de  Caracas,  la 
siguiente  idea   en  honor   del  fundador  de  Caracas: 

"Que  se  compre  el  solar  que  forma  la  esquina  de  Matu- 
rín, ángulo  formado  por  las  calles  Norte  1  y  Este  3,  donde 
existió  su  casa,  como  lo  dice  la  lápida  que  lo  señala,  formar  en 
él  una  plazoleta  o  una  plaza  de  toda  la  manzana,  elevándose 
en  el  centro  de  dicha  antigua  y  destruida  casa  una  estatua  de 
bronce,  digna  de  la  memoria  y  del  homenaje  al  ilustre  fun- 
dador. 

Y  que  el  Ilustre  Concejo  Municipal,  como  estímulo  a  los 
amantes  de  la  Historia  y  de  las  Letras  patrias,  organice  un 
concurso,  bajo  los  aupicios  del  señor  Presidente  Constitucio- 
nal de  la  República  y  del  señor  Gobernador  del  Distro  Fede- 
ra], en  el  que  se  premiaría  a  quien  presentase  la  mejor  Biografía 
del  Fundador  de  la  Capital  de  la  República  y  cuna  de  la 
Independencia  Nacional. 

Como  se  sabe  comunmente  la  precitada  casa  fué  la  primera 
edificada  en  Caracas. 

La  comunicación  del  Doctor  Sosa  Saa  es  una  notable  bio- 
grafía de  Diego  de  Losada". 

A  otros  hemos  oído  decir  que  deberían  figurar  en  el 
bronce  los  nombres  de  los  fundadores  o  primeros  pobladores  de 
Santiago  de  León,  de  Caracas. 


172 


Inscripcción  y   facsímile  de  una   lápida  de 
mármol  colocada  en  los  días  de  la  cele- 
bración del  primer  Centenario   de  la 
Independencia  de  Venezuela,  año 
de  mil  novecientos  once,  en  la 
casa  número   361  del   án- 
gulo nordeste  de  la  es- 
quina de   Maturín, 
donde  se  cruzan  las  calles 
Norte  uno  (1)  y  Este 
tres  (3) 


173 


CAPITULO  XXXI 

Grandeza  y  porvenir  de  la  capital  de  Venezuela,  Santiago  de 
León,  de  Caracas,  fundada  por  Diego  de  Losada. 

Según  hemos  visto,  nuestros  antepasados  los  españoles 
dieron  alta  importancia  a  la  ciudad  de  Santiago  de  León  y 
a  la  Provincia  de  Caracas;  no  solamente  los  Reyes  de  España 
y  los  gobernadores,  sino  también  los  colonos,  todos  compren- 
dían la  abundancia  y  riqueza  de  su  suelo  y  subsuelo,  y  sobre 
todo,  llamaba  la  atención  su  invariable  clima:  "que  parece  lo 
escogió  la  primavera  para  su  habitación  continua",  según  la 
feliz  expresión  de  Oviedo  y  Baños.    ' 

Muy  pronto  la  Madre  patria,  España,  la  dio  "el  primer 
lugar"  entre  todas  sus  esplendentes  colonias,  y  escogió  a  San- 
tiago de  León,  de  Caracas,  por  capital  de  la  Gobernación,  Ca- 
pitanía General  e  Intendencia  de  Venezuela. 

Después  del  período  de  formación  regíase  por  un  Gober- 
nador y  Capitán  General,  que  lo  era  de  toda  Venezuela,  nom- 
brado por  el  Rey  y  su  Consejo  de  las  Indias  por  tiempo  de 
cinco  años.     (1) 


(1)  Pensamos  que  agradará  al  lector  conocer  cuales  eran  las  atribuciones 
y  deberes  de  los  Capitanes  Generales  españoles  en  Venezuela, 

El  Capitán  general  de  Venezuela  duraba  ordinariamente  siete  años,  tenía  de 
sueldo  nueve  mil  pesos  fuertes  sin  contar  las  obvenciones  que  le  tocaban  como 
Juez  de  primera  instancia  y  otras  de  su  oficio,  que  por  lo  menos  duplicaban 
aquella  cantidad,  según  afirma  Baralt.  Entraba  en  la  política  española  que 
no  ejerciese  una  autoridad  absoluta.  No  podían  tener  más  de  cuatro  escla- 
vos en  toda  la  extensión  de  la  Provincia,  ni  comerciar,  ni  casarse  ellos, 
ni  sus  hijos  ;  tampoco  concurrir  a  bodas  o  entierros,  ni  presentar  a  nadie  como 
padrinos  para  recibir  el  sacramento  del  bautismo.  Concluido  el  término  de  su 
administración,  daban  cuenta  de  ella  antes  de  salir  del  territorio  en  un  juicio 
que  se  llamaba  de  residencia,  el  cual  seguía  por  lo  común  un  letrado  a  quien  el 
Rey  escogía  para  el  caso,  entre  tres  sujetos  idóneos  que  le  presentaba  el 
Consejo  de  Indias.  Por  sesenta  días  consecutivos  oía  el  comisionado  las 
quejas  que  sobre  abuso  de  autoridad  quisiesen  poner  en  su  conocimiento 
contra  el  Capitán  General  los  ciudadanos  de  todas  las  clases,  y  a  éstos  se  adver- 
tía de  antemano  por  bandos  y  edictos  el  día  en  que  debía  empezar  la  residencia. 
Dada  una  queja,  se  tomaba  el  Juez  otros  sesenta  días  para  averiguar  la  verdad 
y  juzgar  de  elia,  remitiendo  seguidamente  el  proceso  al  Consejo  de  Indias,  que 
debía  fallar  definitivamente.  Macho  tiempo  estuvieron  sujetas  a  este  juicio 
todas  las  Autoridades  que  tenían  algún  cargo  en  Venezuela;  en  mil  setecientos 
noventa  y  nueve  se  dispuso  que  sólo  continuase  en  observancia  respecto  de  los 
Virreyes,  Capitanes  Generales,  Presidentes,  Gobernadores  políticos   y    milit  tres 


—  174  - 

Dividíase  el  territorio  en  provincias  modelándose  el  go- 
bierno por  las  admiradas  Leyes  de  Indias  que  levantaron  e\ 
país  a  un  alto  grado  de  prosperidad,  riqueza  y  bienestar  pú- 
blico, con  bellas  y  notables  ciudades,  con  caminos  ordinarios 
y  algunos  empedrados,  cuyos  restos  son  hoy  admiración  de 
propios  y  extraños,  principalmente  el  que  conducía  al  puerto 
de  la  Guaira  y  otro  que  seguía  a  Barlovento,  con  todos  los 
adelantos  de  aquella  época,  sin  contar  los  iniciados  entre  Mé- 
rida  y  Pedraza,  vía  del  Quinó,  y  por  otras  partes  de  la  Repú- 
blica. 

Para  la  administración  ordinaria  tenía  Santiago  ele  León, 
de  Caracas,  dos  Alcaldes  elegidos  todos  los  años  por  el  Ca- 
bildo congregado. 

En  tiempo  del  historiador  Oviedo,  el  Cabildo  de  Santiago 
de  León  se  componía  de  doce  Regimientos,  cuatro  oficios 
principales  de  Alférez  Mayor,  Alguacil  Mayor,  Provincial  de 
la  Hermandad  y  Depositario  General:  "empleos  que  siempre 
ocupan  los  caballeros  más  ilustres  déla  República,  autorizando 
con  su  nobleza  y  respeto  los  actos  públicos".     (1) 

Por  Real  Cédula  de  Felipe  II  dada  en  San  Lorenzo  del 
Escorial  a  cuatro  de  septiembre  de  mil  quinientos  noventa  y 
uno  y  a  pedimento  del  español  don  Simón  de  Bolívar,  pro- 
curador General  de  la  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Cara- 
cas, ante  el  Consejo  del  Rey,  o  de  la  nación  española,  y 
primer  Regidor  perpetuo  de  Caracas:  "esta  tiene  por  Armas 
en  campo  de  plata  un  León  de  color  pardo  puesto  en  pié, 
teniendo  entre  sus  brazos  una  venera  de  oro,  con  la  Cruz  roja 
de  Santiago  y  por  timbre  un  coronel  de  cinco  puntos  de  oro" 
(Oviedo). 

Más  tarde  fue  modificado  por  Carlos  III  el  trece  de 
marzo  de  mil    setecientos  sesenta   y  seis,    con  una   orla  que 


Intendentes  de  Ejército  y  Corregidores.  Y  era  en  tal  manera  necesario,  que  sin 
una  certificación  de  haberlo  sufrido  victoriosamente,  ninguna  persona  podía 
tomar  posesión  de  nuevo  empleo.  Tal  era  el  Gobierno  de  España  en  Vene- 
zuela según  el  testimonio  de  Rafael  María  Baralt.  (Resumen  de  la  historia  de 
Venezuela,  Pag.  286).  Las  Audiencias,  agrega,  tenían  el  privilegio  de  represen- 
tar directamente  al  Rey.  proponiéndole  cuanto  juzgasen  conveniente  en  mat-ria 
de  Gobierno  y  de  justicia.  A  ellas  se  dirigían  de  ordinario  el  Monarca  y  el  Con- 
sejo de  Indias  para  obtener  noticias  sobre  asuntos  en  que  estaban  comprcmeti- 
d  s  los  Virreyes,  Presidentes  o  Capitanes  Generales,  siendo  las  audiencias  una 
Autoridad  intermedia,  colocada  entre  el  pueblo  y  los  delegados  del  poder  supre- 
mo para  impedir  la  opresión  del  uno  y  la  usurpación  del  otro.(Ibid.  Pag.  288). 
(1)     Part.  I.  Lib.  V.  Cap.  VIII. 


í,\.  I¡\\Á 


03L.Í,   *- 


Escudo  de  la  Ciudad  de  Santiago  de  León  de  Caracas. — 1766. 


SANTIAGO  DE  LEÓN,  de  Caracas,  fué  decorada  con  este  Escudo  por  la  MADRE  PATRIA- ESPAÑA  y  cod 

el  título  honroso  de  MUY  NOBLE  Y  LEAL  CIUDAD,  tratamiento  de  SEÑORÍA  y  preeminencia  de 

GRANDE  por  ser  Cabeza  y  Metrópoli  de  la  Provincia  española  de  VENEZUELA. 

(Año  de  mil  setecientos  sesenta  y  seis). 


—  175  — 

lleva  la  siguiente  inscripción:  Ave  m  a  ría  santísima  sin  pe- 
cado GONCEBIDA  EN  EL  PRIMER  INSTANTE  DE    SU    SER     NATURAL. 

Felipe  íl  a  quien  debe  Ja  América  española  la  fundación  de 
muchas  e  importantísimas  ciudades,  concedió  a  la  de  San- 
tiago de  León,  de  Caracas,  el  título  de  Mu  y  noble  y  leal 
Ciudad  con  tratamiento  de  Señoría  y  privilegio  y  preeminen- 
cia de  Grande,  como  cabeza  y  metrópoli  de  la  Provincia  de 
Venezuela. 

La  Madre  patria,  España,  no  olvidó,  por  entonces, 
las  líneas  tra?adas  por  la  Reina  Isabel  la  Católica  y  su  es- 
poso don  Fernando  sobre  las  colonias:  era  el  propósito  expre- 
sado y  bien  definido  de  que  cuando  estuvieran  formadas  las 
poblaciones,  Iglesias  y  escuelas,  hospitales,  cárceles,  hacien- 
das, caminos  y  puertos,  y  cuando  se  aumentase  la  gente,  era 
necesario  que  las  extensas  provincias  españolas  de  las  In- 
dias  Occidentales*  se  gobernasen  cada  una  por  sí  misma  y 

QUE  SE  LES  DIESE  UN  PRÍNCIPE  DE  LA  FAMILIA  REAL  DE  SU  SAN- 
GRE y,  finalmente,  que  en  pago  de  tantos  favores  como  estos 
países  recibieron  de  España  pagasen  un  pequeño  tributo  a  la 
Madre  patria.     Esta  era   la  idea  de   los  Reyes  Católicos. 

Fijos,  sin  duda,  en  ese  pensamiento  los  Reyes  de  Es- 
paña, que  formaban  el  Ejecutivo  del  Gobierno  español,  con- 
cedieron a  los  Alcaldes  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  el 
poder  gobernar  por  sí  toda  la  provincia  y  ejercer  la  Capitanía 
General  de  ella,  siempre  que  por  cualquier  causa  estuviese  vacante 
el  cargo  de  Gobernador  o  Capitán  General  de  Venezuela,  hasta 
que  se  provea  por  el  Rey  directamente,  sin  que  la  Audiencia 
de  Santo  Domingo,  por  ningún  motivo,  pueda  atender  a  ese 
cargo,  ni  siquiera  interinamente.  El  decreto,  o  real  cédula  de 
referencia,  está  fechado  por  Carlos  II  en  Madrid  a  diez  y  ocho 
de  septiembre  de  mil  seiscientos  setenta  y  seis. 

Con  esto,  España  preparaba  a  ésta  su  provincia  de  Vene- 
zuela para  ejercitar  el  difícil  arte  de  gobernar  a  los  pueblos  y 
asentaba  las  primeras  bases  para  la   razonable  independencia. 

La  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  debido  a  su 
clima,  siempre  primaveral,  y  a  la  hermosa  posición  que  ocupa 
está  llamada  a  ser  una  de  las  mejores  ciudades  de  la  América 
Española. 

Sus  quebradas  y  ríos  hacen  posible  su  salubridad  com- 
pleta y  pueden  aprovecharse  sus  grandes  zanjas  para  fines 
diversos;  con  una  sencilla  y  conveniente  organización  de  la 
ciudad  por  el  Gobierno  N  acional,  el  del  Distrito  Federal  o  por 


—  176  — 

el  Municipio  pueden  trazarse  sus  calles  rectas  hacia  Sabana 
Grande,  Chacao  y  Petare  y  formar  una  grandiosa  ciudad,  que 
clama  por  tal  ensanche;  a  los  dueños  de  terrenos  particu- 
lares sería  conveniente  dejarlos  en  amplia  libertad  para  formar 
las  calles,  según  el  trazo  dispuesto  y  aun  inclinarles  a  ello 
haciéndoles  comprender  las  enormes-  riquezas  quepodrían  des- 
arrollar por  la  valorización  de  los  terrenos,  venta  de  sola- 
res, o  fabricación  de  casas  de  recreo,  con  amplias  vías,  ala- 
medas y  paseos  públicos  cubiertos  de  arboledas ;  de  esa  ma- 
nera llegaría  Caracas  a  ser  una  de  las  más  bellas  poblaciones, 
que  atraería  las  gentes  acomodadas  no  solo  del  interior  de 
la  República  sino  también  de  otras  naciones. 

La  ciudad  de  Losada  pensamos  que  está  destinada  a  ser 
una  de  las  más  hermosas  que  servirán  de  honor  a  España, 
la  madre  colonizadora.        •  , 

Con  las  aguas  de  las  quebradas  que  bajan  del  Avila  po- 
drían acumularse  algunos  millones  de  litros  capaces  de  surtir 
a  un  gran  número  de  habitantes,  y  aun  sería  fácil  aprovechar 
sus  caídas  para  las  industrias:  la  enorme  cabidad  de  las 
hoyas  naturales  que  se  pueden  llenar  en  Gaíipán  y  Mece- 
dores y  otras,  hasta  el  frente  de  Petare,  con  las  aguas  co- 
rrientes que  descienden  de  las  alturas  de  la  sierra  y  aun  las 
que  pudieran  venir  de  Naiguatá,  según  afirman  algunos,  sin 
contar  con  las  del    Guaire,  parece  que  no  dan  lugar   a   duda. 

La  replantaron  de  los  cerros,  con  árboles  apropiados 
a  sus  terrenos,  embellecería  más  la  ciudad,  aumentaría  las 
aguas  y  proporcionaría  abundantes  maderas  de  construcción, 
principalmente,  si  se  aclimatan  los  pinos,  robles  etc.      * 

Las  mismas  compañías  de  tranvías  y  de  otros  locomóviles 
facilitarán  el  tráfico,  que  pronto  crearía  nuevas  y  provechosas 
industrias  a  todos  sus  moradores,    abaratando  los  transportes. 

Algunas  veces  hemos  oído  hablar  de  un  bosque  de  eu- 
caliptos en  los  terrenos  de  Catia,  lo  que  contribuiría  a  em- 
bellecer la  entrada  de  Caracas  por  el  ferrocarril  de  La  Guaira 
y  aun  a  la  higiene  pública:  también  hemos  oído  proponer 
una  gran-vía  suficientemente  ancha  desde  Caracas  a  Petare  y 
una  grande  alameda  por  Catia  de  los  Frailes  la  cual  debía 
de  extenderse  por  las  faldas  del  Avila. 

Fuera  de  esto  no  está   tan  lejos   de   Caracas   el    río  Tuy, 
que  es  en  gran   parte  navegable,    con  su  notable   volumen  de  - 
agua,    la  que,    convenientemente  dirigida,    podría  sumar  ma- 
yores cantidades  de  fuerza  para  el  servicio  doméstico  e  indus- 


—  177  — 

trial  de  la  hermosa  capital  de  Venezuela,  hija  de  España; 
pero  nada  de  esta  grandeza  se  hará,  si  no  se  fomenta  la  paz  y 
no  llegan  a  persuadirse  los  pueblos  con  que  es  preferible- 
un  mal  gobierno  a  las  buenas  revoluciones  y  guerras  fra- 
tricidas, en  las  que  perecen  los  inocentes,  mientras  que  los 
más  audaces  se  apoderan  de  los  altos  puestos,  acaso  sobre  la 
sangre   de  sus   víctimas. 


CAPITULO  XXXII 

Observaciones  sobre  Sas  provincias  españolas  de  aquende  los 
mares,  su  independencia,  y  del  regionalismo  de  la  raza 


§1 

Hemos  llegado  al  final  de  nuestro  estudio  sobre  la  vida 
del  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  Diego  de 
Losada;  por  este  modesto  trabajo  hemos  podido  admirar 
la  obra  de  España  y  de  los  españoles  que  colonizaron  estos 
países  de  América,  llamados  por  un  juicioso  escritor  España 
ultramarina  y  por  otros  España  nueva,  y  estimamos  que  los 
hijos  de  españoles,  que  colonizaron  y  civilizaron  un  mundo 
entero,  deben  velar  por  el  honor  de  sus  antepasados,  mucho 
más  que  los  hijos  de  españoles  que  permanecieron  en  España, 
en  la  península  Ibérica;  y  a  la  manera  que  la. madre  patria, 
con  sus  admirables  leyes,  supo  conservar  la  paz,  casi  por  tres- 
cientos años,  desde  la  Florida  y  California  hasta  el  Cabo 
de  Hornos,  excediéndose  a  sí  misma,  asi  las  naciones  espa- 
ñolas, imbuidas  en  la  insuperable  Legislación  de  Indias,  (1)  acer- 

(1)     Bolívar  el  hombre  de  las  profundas  visiones  del  porvenir,  lleno  de  luces 
y  desengaños  dijo  en   una   desús  cartas:   "son  distintos  el  inglés   americano  y 

EL  AMERICANO  ESPAÑOL  ...  ESTE  ES  EL  CÓDIGO  QUE  DEBEMOS  CONSULTAR"  (el  de  In- 
dias) y  en  otra  parte:  "Todavía  tengo  menos  inclinación  a  tratar  del  Gobierno 
Federal;  semejante  forma  social  es  una  anarquía  regularizada,  o  más  bien, 
es  la  ley  que  prescribe  implícitamente  la  obligación  de  disociarse  y  arruinar 
el  estado  con  todcs  sus  individuos.  Yo  pienso  que  mejor  sería  para  la  Amé- 
rica adoptar  el  Coran  que  el  gobierno  de  los  Estados  Unidos  a  pesar  de  ser 
el  mejcr  de  todos. 

Y  en  otra  parte  asegura  que  "Los  Estados  Unidos  parecen  destinados  a  pla- 
gar la  América  de  miserias  a  nombre  de  la  libertad". 

Y  en  otra  dijo:  "Los  venezolanos. ..  .no  aman  sus  leyes  porque  estas  son 
fuente  del  mal":  "América  todo  lo  recibía  de  España;  y  al  desprenderse  déla. 
Monarquía  española, . .  .nosotros  ni  aun  conservamos  los  vestigios  de  lo  que  fui- 

12 


—  178  — 

taran  a  conservarse  tranquilas  y  preparar  siglos  de  glorifi- 
cación a  la  madre  patria-España,  que  si  sufrió,  como  ma- 
dre, la  separación  de  sus  hijas  nobilísimas  del  regazo  mater- 
nal, sufre,  más  todavía,  al  verlas  intranquilas  y  llenas  de  pe- 
ligros, sólo  por  el  mal  consejo  de  interesados  en  perder  a  la 
madre  y  a  su  numerosa  prole,  las  naciones  españolas  que  son 
sus  hijas. 

Dicen  algunos  que  España  no  inició  a  los  salvajes  en  los 
misterios  de  la  filosofía,  y  se  indignan  por  esto  algunos  mo- 
dernistas; muchas  otras  cosas  tiene  que  hacer  la  madre  antes 
de  poder  disponer  de  las  facultades  del  hijo  hasta  llegar  ese 
tiempo,  pero  aun  "mirando  a  lo  pasado  de  las  colonias  españo-- 
las  (según  Mr.  Chevalier,  citado  por  Carlos  Mendoza,  tomo 
"III  fol.  530)  eran  una  cosa  prodigiosamente  adelantada ,  puesto 
"que  en  materia  de  civilización  los  indios  estaban  a  diez  o 
"doce  siglos  de  la  era  cristiana.  Transportarlos  a  los  princi- 
"pios  del  siglo  XVII,  y  aun  de  los  del  XVIII,  era  un  resul- 
tado muy  glorioso. 

"He  aquí  lo  que  lo  que  los  españoles  hicieron  y  lo  que 
"ellos  solo  en  el  mundo  han  tenido  poder  de  ejecutar,  por 
"todo  lo  cual  la  raza  india  les  debe  un  reconocimiento 
"eterno".  (1) 


mos  en  otro  tiempo"  "Hemos  arado  en  el  mar  al  arrancar  de  España  el  poder 
sobre  la  America";  y  finalmente  añade:  'Desprendida' de  la  monarquía  española 
la  América  se  dividirá  y  subdividirá  formando  Estados  que  regirán  pequeños 
tiranuelos  y  las  naciones  europeas  no  tendrán  siquiera  la  dignación  de  conquistar- 
los, (Véase  Colección  de  O'Leary,  1819  a  1829  y  la  Gaceta  de  los  Museos  Na- 
cionales, Tomo  I.  fol.  370  y   375  y  Tom.    II.  W  2<?  y  3°  fol.  58)'. 

(1)  Después  de  un  siglo  de  República,  todavía  no  hemos  tenido  tiempo 
de  /pensar  en  la  suerte  de  tantos  infelices  ni  en  la  paulatina  colonización 
de  nuestro  inmenso  territorio!  La  obra  de  las  Misiones  malamente  interrum- 
pida desde  el  año  diez  y  siete  del  siglo  pasado,  cuando  a  las  márgenes  del  Ca- 
roní  fueron  vilmente  ultimados  los  misioneros  Capuchinos,  todavía  no  se  ha 
podido  restablecer,  y.  sin  embargo,  ella  seria  la  alborada  de  esa  obra  civiliza- 
dora y  humana,  que  nos  reclaman  a  una  la  Religión  y  la  Patria.  En  esas  vastas 
regiones  inexplotadas,  que  acaso  ocultan  en  sus  entrañas  los  más  valiosos  te- 
soros, la  civilización  apenas  ha  comenzado  sus  trabajos:  es  la  Cruz  la  que  déte 
penetrar  primero,  en  manos  del  Misionero,  como  antorcha  luminosa,  a  con- 
quistar palmo  a  palmo  esa  tierra  de  promisión.  Lo  poco  que  hoy  tenemos  lo 
debemos  a  la  Cruz.  Solo  el  Fraile  iba  tejiendo  con  su  invencible  paciencia  y 
mansedumbre  evangélica  la  red  de  ios  pueblos  que  de  un  extremo  a  otro  deí 
Continente  se  alzan  hoy  en  Sur  América.  El  Misionero (  es  la  única  esperanza 
para  esas  vastísimas  regiones  y  salvajes  comarcas.  Debemos  observar  que  Es- 
paña se  ocupó  con  ahinco  de  la  civilización  de  la  raza  aborigen  y  que  si  no 
hubiera  sido  por  la  remora  de  la  guerra  civil,  que  fué  sin  duda  alguna  la  de  la 
emancipación,  los  indios  tendrían  hoy  otro  grado  de  cultura.  España  hizo  cuan- 
to le  fué  posible  por  colonizar  a  conciencia  sus  dominios  de  Indias.  (Véase 
"El  Tiempo''  número  4.092). 


—  179  — 

"Antes  de  los  españoles  los  indios  iban  por  un  camino 
"que  conducía  a  un  rincón  sin  salida:  los  españoles  les  hicie- 
"ron  pasar  a  la  gran  carretera  de  la  civilización  europea  y  les  . 
"enseñaron  a  caminar  directamente  por  ella.  Los  españoles 
"cogieron  a  los  indios  en  estado  de  caníbales,  y  de  caníbales 
"los  convirtieron  en  labriegos,  y  si  se  hallan  en  el  buen  ca- 
"mino,  y  marchan,  no  les  faltan  medios  para  salvar  las  distan- 
"cias,  como  los  tienen  los  labriegos  rusos,  alemanes,  irlande- 
ses y  hasta  los  franceses,  que  también  estos  se  hallan  doscien- 
tos años  atrasados" .    (Mr.  Chevalier). 

"Tarea  fué  muy  grande  y  hermosa  para  una  nación 
católica  llevar  los  beneficios  de  la  religión  y  de  la  civilización 
cristiana  a  los  hombres  hasta  entonces  salvajes,  errantes  por 
los  desiertos,  caníbales  muchos  de  ellos,  y  entre  los  cuales  los 
más  civilizados  se  contentaban,  según  sus  mismos  admirado- 
res, con  inmolar  todos  los  años  a  sus  sanguinarios  dioses  algu- 
nas víctimas  humanas.  España  cumplió  noblemente  esta 
faena. 

Las  otras  naciones,  acostumbradas  a  juzgarlo  todo  por  la 
razón  individual,  así  en  religión  como  en  política,  fijaron 
como  único  objeto  de  la  sociedad  la  satisfacción  material  de 
cada  uno  de  los  miembros,  subordinándola  misma  religión 
y  moral  a  la  razón  privada  y  a  los  caprichos  particulares  de 
la  mayoría.  Los  indios  les  incomodaban  y  por  esto  los  rechaza- 
ron o  se  deshicieron  de  ellos  por  medio  de  licores  fuertes'"  (1) .  .  .  . 
expresión  curiosísima  para  decir  que  acabaron  con  ellos. 

Los  Norte  Americanos,  que  ha^n  estudiado  la  primitiva 
civilización  en  el  sudeste  de  la  Unión,  en  el  Yucatán  y  otras 
regiones,  tales  como  Lumis  y  Bandellier  y  Biakmar,  aseguran 
que  "el  heroísmo,  la  abnegación  y  la  sabiduría  de  los  espa- 
ñoles" se  dio  a  conocer  desde  los  primeros  instantes  de  su 
.  llegada  al  Nuevo  Mundo. 

Imposibilitados  de  reunir  en  corto  espacio  todo  cuanto 
dijeron  aquellos  sabios  tan  solo  anotamos  que  según  ellos 
"la  solución,  dada  por  la  España  colonizadora  al  problema 
indio  está  iu§tifieada  por  sus  resultados  y  por  el  aumento  de 
población  indígena  en  los  últimos  trescientos  años,  por  la 
pléyade  de  escritores  indios .  ."  como  si  dijeran:  "población  y 
cultura,  valor,  vida,  religión,  fuerza,  virtud,  sabiduría  y  ri- 
queza",  esa  es  la  obra  española  en  el  Nuevo  Mundo. 

(1)     Carlos  Mendoza  "Glorias  Epañolas'*  Tomo  III.  íol.  531. 


—  180  — 

Reclús,  uno  de  los  escritores  más  radicales,  al  hablar  de  la 
emancipación  de  las  colonias,  hace  notar  que  "bajo  el  régimen 
español  jamás  ios  indios  habían  intentado  rebelarse,  por  más 
que  en  doscientos  años  las  tropas  españolas  se  compusiesen 
solo  de  la  guardia  del  Virrey,  y  en  los  últimos  tiempos  el  ejérci- 
to de  ocupación  en  Méjico  no  excedió  nunca  de  seis  mil 
hombres....  y  la  revolución  empezó  en  Méjico  por  un  le- 
vantamiento de  indios  al  grito  de  ¡Viva  la  Religión  y  viva 
Fernando  VII" 

Bandellier,  dice  textualmente:  que  en  el  Nuevo  Mundo 
"Los  caballeros  de  capa  y  espada  se  fueron  con  virtiendo  gra- 
dualmente en  agricultores  e  industriales,  y  el  gobierno  de 
España  (Carlos  V  y  Felipe  II)  empezó  a  dictarla  serie  de 
disposiciones  legislativas  que  elevaron  al  indio  al  grado  más 
alto  que  ha  ocupado  hasta  el  día   en  la  escala  del   progreso". 

Ese  fué  el  espíritu  que  infundió  en  América  la  madre 
España,  por  medio  de  la  religión  y  de  la  institución  político- 
católica  que  los  siglos  hicieron  cabeza  al  pueblo  español  en 
toda  la  tiera. 

Para  comprender  mejor  la  obra  de  España  en  sus  nume- 
rosos centros  de  colonización  debemos  hacer  constar  que  vemos 
en  cada  uno  de  ellos  un  gobierno  constituido,  con  libertades 
municipales  propias,  iguales  a  los  municipios  de  Castilla: 
como  en  España,  los  cabildos  españoles  de  América,  junto 
con  la  nobleza  y  con  el  clero,  formaban  asambleas  para  discu- 
tir los  intereses  de  la  ciudad  y  del  territorio,  organizaron  los 
Ayuntamientos,  según  el  tipo  español,  bajo  la  dependencia 
del  Supremo  Consejo  de  Indias,  igual  en  poder  al  Consejo  de 
Castilla  y  demás  de  la  Corona  de  España;  y  no  sin  razón  le  fué 
otorgado  este  poder,  pues  los  colonos  españoles  supieron  y  pu- 
dieron formar  tan  grande  número  de  pueblos  y  ciudades  y 
provincias  españolas  en  América  que  vino  a  prolongarse  y 
ensancharse  la  nación  española  por  todo  el  mundo  descu- 
bierto haciéndola  más  grande.  (1) 


(1)  Cremos  agradará  al  lector  le  demos  a  conocer  el  cuantioso  legado 
español  que  nos  dejaron  nuestros  padres  y  antepasados:  reclamando  para  la 
raza  española,    como  sea  justo,  los  mismos  territorios  y  provincias: 

ORGANIZACIÓN  DE     LAS  ANTIGUAS    PROVINCIAS  ESPAÑOLAS  EN  AMERICA 

I.  Audiencia  de  Santo  Domingo-Principales  Gobiernos  y  Correximientos. 
Santo  Domingo:  Cuba:  Puerto-Rico:  Hamaica:  La  Florida:  Luisiana;  pertene- 
cientes también  a  dicha  Provincia  primitivamente:  Isla  Trinidad:  Margarita: 
Cubagua:    San  Martín:    Cumaná:    Caracas:  Venezuela. 

II.  Audiencia  de  México-Principales  Gobiernos  y  Correximientos.     Méxi- 


—  181  - 

Al  igual  que  en  la  península,  nuestros  antepasados  daban 
a  Dios  y  a  la  Iglesia  los  mejores  hijos,  levantaban  templos  y 
hospitales,  dotándolos  ampliamente:  formaban  escuelas,  cole- 
gios y  universidades  para  sus  hijos  y  para  los  indígenas;  (1) 
construían  ciudades  y  pueblos  a  montón;  más  toda  clase  de 
haciendas  y  hatos  de  ganado;  completando  su  obra  con  puertos 
y  caminos  suficientes  para  el  tráfico  y  comunicación  de  unas 
regiones  con  otras,    según  la  posibilidad. 

co:  Veracruz;    Puebla  de  los  Angeles:  Guaxaca:    Yucatán:  Acapulco:   Mechoa- 
can:  Tabasco. 

III.  Audiencia  de  Guatemala-Principales  Gobiernos  y  Correximientos. 
Guatemala:  Costa  Rica:  Soconusco:  Nicaragua.  Honduras:  Comayagua  (o 
Valladolid)    San  Salvador. 

IV.  Audiencia  de  Guadalajara-Principales  Gobiernos  y  Corregimientos. 
Guadalajara:  Zacatecas:  Durango:  Zayula:  Analco:  Nueva  Vizcaya:  Arispe: 
Provincias  internas:   California:  Sonora:  Monterey. 

V.  Audiencia  de  Filipinas-Principales  Gobiernos  y  Correximientos.  Manila. 

VI.  Audiencia  de  Panamá-Principales  Cobiernos  y  Correximientos.  Pa- 
namá: Nombre  de  Dios:  Darien:  Porto- Velo:  Isla  Santa  Catalina:  Veragua: 
Alanxe:  Chagre. 

VII.  Audiencia  de  Lima-Principales  Gobiernos  y  Correximientos.  Lima: 
Callao:  Truxillo:  Castro-Vireyna:  Guancavelica:  Guamanga:  Arica:  Cañete: 
Chachapella:  Condesnios:  Piura:  Caxamarca:  Hauxa:  Castambo:  Urubamba: 
Huaillas:    Cuzco  (en  época  más  moderna  tuvo  Audiencias). 

VIII.  Andiencia  de  Santa  Fé-Principales  Gobiernos  y  Correximientos. 
Cartaxena:  Caracas  (antes  Santo  Domingo):  Pcpayán  (antes  Quito)  Maracai- 
bo:  Guayana:  Cumaná  (antes  Santo  Domingo):  Santa  Marta:  Antioquia:  Mari- 
quita; Isla  Margarita  (antes  Santo  Domingo):  Isla  Trinidad  (ídem):  Chocó: 
Tunxa:  Pasco:  Panchez. 

IX.  Audiencias  de  Charcas-Principales  Gobiernos  y  Correximientos: 
Plata:  Córdoba  de  Tucumán:  Paraguay:  Santiago  del  Estero:  Arica:  Potosí. 
Santa  Cruz  de  la  Sierra:  Tucumán:  Moxos:  Chiquitos:  Puno:  Atacama:  Apo- 
lobamba:  Asuagaro:  Carabaia:  Pacaxes:  Omasuyos:  Suaxica:  Comina:  Buenos- 
Aires  (formó  desde  mil  setecientos  setenta  y  siete,  capital  de  un  Virreinato  y 
Audiencia) . 

X.  Audiencia  de  Quito-Principales  Gobiernos  y  Correximientos.  Quito: 
Popayán:  Calí:  Guayaquil:  Mainas:  Pasto:  Caunga:  Cuenca:  Haen  de  Braca- 
moros:  Esmeralda  so  Alacranes:  Macas:  Riobamba;  Loxa:  Hibaro:  Chimbo: 
Ambato. 

XI.  Audiencia  de  Chile-Principales  Gobiernos  y  Correximientos.  Concep- 
ción: Valdivia:  Valparaíso:  Chiloe:  o  Islas  Malvinas:  Isla  de  Juan  Fernández: 
Colchagua:  Aconcagua:  Copiapó;  Cuyo  (después  Buenos  Aires,:  Coquimbo: 
Chillan:  Melipilla:  Guillota. 

(Organización  de  las  antiguas  provincias  españolas  en  AMÉRiCA-Archivo  de 
Indias-Copia  existente  en  la  Academia  Nacional  de  la  Historia  de  Venezuela: 
Manuscrito  de  Orígenes  Venezolanos,   Tom.  III.    N°  1 15,  sin  fecha). 

(1)  En  el  famoso  tratado  o  discurso  leído  ante  la  Real  Academia  de 
Ciencias  exactas,  física';  y  naturales,  po;  el  Exmo  s=ñor  don  Acisclo  Fer- 
nández Vallin,  sobre  la  Cultura  Científica  de  España  en  el  siglo  xvi.  fol. 
294,  se  dice  de  Caracas  que  fue  "fundada  esta  Ciudad  en  mil  quinientos 
sesenta  y  siete  y  creadas  por  entonces  muchas  escuelas":  y  en  el  'fol.  292 
dice :  que  las  Leyes  de  Indias  establecieron  esta  igualdad  absoluta  desde  los 
primeros   años   de  la   conquista,   para  la   educación  de  españoles  e  indios. .. . 


— 182  - 

La  riqueza  privada  y  !  riqueza  pública,  junto  con  la  paz 
casi  de  trescientos  años  (J00)  crecía  de  día  en  día,  con 
sólidos  fundamentos;  aumentándose  el  bien  general. 

en  los  colegios  españoles  de  ambas  Américas.  A  este  propósito  hemos  de 
recordar  al  lector  que  la  Madre  Patria — España  ha  fundado  diez  y  seis  Uni- 
versidades en  América,  nueve  en  Italia,  dos  en  Holanda  y  una  en  Filipi- 
nas. En  la  península  eran  tan  nutridas  las  Universidades  que  solo  la  de  Al- 
calá de  Henares,  levantada  por  un  fraile,  tenía  más  de  seis  mil  alumnos  y 
la  de  Salamanca  siete  mil.  No  sabemos  que  en  la  actualidad  haya  en  el 
mundo  entero  algún  solo  centro  de  enseñanza  que  frecuenten  sus  aulas 
siete   mil   alumnos.  Véase-V&llm   lugar   citado. 

Es  curioso  saber  que  "en  Cabildo  celebrado  en  Santiago  de  León,  de 
Caracas,  a  seis  de  julio  del  año  mil  quinientos  noventa  y  uno  presentó 
una  petición  Luis  de  Cárdenas  Saavedra,  por  la  cual  se  obligó  a  enseñar  a 
leer  y  escribir  a  los  niños  de  esta  ciudad,  haciéndosele  algún  partido  con 
que  poder  mantenerse,  y  enseñando  de  balde  a  los  muchachos  huérfanos 
de  padre  y  madre ;  y  en  su  vista  decretaron  que  por  cuanto  esta  ciudad 
no  tiene  propios  con  que  suplir  su  costo  se  sometió  al  Alcalde  ordinario 
Alonzo  Díaz  Moreno  y  a  Lorenzo  Martínez,  Regidor,  para  que  pidan  entre 
los  vecinos  hasta  la  cantidad  de  cincuenta  pesos  de  a  ocho  reales  por  un  año, 
para  que  se  le  den  al  dicho  Maestro,  además  del  salario  que  los  muchos 
niños    que    enseñare   le  han  de  dar". 

Cabildos  celebrados  desde  el  día  nueve  de  septiembre  de  mil  quinientos 
ochenta  y  nueve,  hasta  el  diez  y  siete  de  dicho  mes  de  septiembre  de  mil 
quinientos  noventa  y  tres,  fol.  917  y  sig.  Volum.  I. 

Más  curioso  es,  si  cabe,  el  siguiente  documento,  aunque  posterior  (mil  qui- 
nientos noventa  y  cuatro)  ;  pero  importantísimo  por  su  claridad  e  ingenua 
sencillez ;  de  tonos  tan  candidos  como  de  paloma,  y  tan  cautos  como  llenos  de 
prudencia.     Dice  así: 

"En  la  Ciudad  de  Santiago  de  León,  Provincia  de  Caracas,  Indias  y 
Tierra  firme  del  Mar  Occeano,  a  nueve  días  del  mes  de  Febrero  de  mil 
quinientos  noventa  y  cuatro  años,  se  juntaron  a  hacer  Cabildo,  según  lo 
han  de  uso  y  costumbre,  en  las  Casas  Reales  que  para  ello  están  edifi^ 
cadas ;  para  tratar  cosas  convenientes  al  servicio  del  Rey  Nuestro  Señor 
y  bien  de  esta  República,  conviene  a  saber :  el  Capitán  Sebastián  Díaz  y 
Guillermo  de  Loreto  Alcaldes  ordinarios ;  y  Francisco  Gómez  de  Uvierna  y 
Antonio  Rodríguez, Alonso  Andrea,  Nicolás  de  Peñalosa,  y  Jerónimo  de  Ante- 
quera, Regidores  Cada-añeros;  y  lo  que  es  en  este  Cabildo  se  proveyó,  por 
ante   mí,  Alonso  García  Pineda,    fue   lo   siguiente : 

(Siguen  varios  asuntos  y  a  continuación  dice)  : 

En  este  Cabildo  pareció  Simón  de  Vazauri,  Maestro  de  Escuela,  y  pre- 
sentó la  petición  siguiente  :  Simón  de  Vazauri  estante  en  esta  Ciudad  de 
Santiago  de  León,  digo  :  que  habrá  diez  días,  poco  mas  o  menos,  que  yo 
puse  en  esta  Ciudad  Escuela  para  enseñar  a  leer  escribir  y  contar;  y  por 
haber  poca  gente  en  esta  Ciudad,  y  acudir  pocos  muchachos  a  ser  ense- 
ñados, y  la  mitad  de  los  que  acuden  ser  pobres,  y  no  pueden  pagarme, 
y  los  enseño  por  amor  de  Dios,  y  por  esta  razón,  yo  no  me  puedo  susten- 
tar, usando  dicho  oficio'  de  Maestro,  con  lo  que  los  muchachos  me  pagan; 
y  a  esta  Ciudad  se  le  sigue  notable  provecho  que  en  ella  haya  Maestro 
suficiente  para  enseñar  a  leer,  escribir  y  contar,  y  que  atienda  a  ello  con 
las  veras  necesarias;  si,  Vuestras  Mercedes,  no  me  hacen  merced  de  se- 
ñalarme algún  salario  para  ayuda  de  costa,  atento  que  yo  no  me  puedo 
sustentar  con  solo  lo  que  los  muchachos  me  dan,  respecto  de  ser  pocos, 
pretendo  a  no  usar  el  dicho  Oficio.  A  Vuestras  mercedes  pido  y  suplico 
sean  servidos   de  mandarme   señalar  salario   para   ayuda   de   costa,  per  cada 


\8Í 

—  183  —  ¡A  * 
■l\   ■ 

El  mismo  bienestar  común  del  que  disfrutaban  ios  nietos  y 
descendientes  de  los  conquistadores,  pobladores  7  fundadores 
de  pueblos,  ciudades  y  provincias,  les  dio  ánimo  para  no  caer, 
en  momentos  críticos,  a  manos  de  la  gloriosa  Francia,  que  ilusa 
o  ignorante  del  carácter  hispano,  pretendió  uncir  a  su  carro  los 
pueblos  españoles  de  aquende  y  allende  los  mares. 

Por  eso,  el  pueblo  español  de  Venezuela  determinó  fir- 
mar su  Independencia  para  "no  reconocer  ni  someterse  a 
otra  potestad  que  no  fuese  la  de  los  genuinos  Reyes  de  Cas- 
tilla" (1)  mientras  que  los  españoles  de  las  península  morían 
al  pié  de  los  cañones  por  librarse,  también,  de  la  gloriosa 
Nación,  llamada  por  unos,  el  cerebro  del  mundo,  y  por  otros 
la  Loca  de  Europa  (2);  asunto  este  en  el  que  no  nos  metemos. 

Lo  cierto  es  que  el  grupo  que  proclamó  la  Independen- 
cia de  los  pueblos  y  provincias  españolas  de  Venezuela  "fué 
un  grupo  esencialmente  español"   (3),  y  de  las  clases  más  ele- 


un  año  que  usaré  de  dicho  Oficio  de  Maestro  ;  porque  además  de  hacerme 
merced  a  mí,  la  República  recibe  notable  provecho  ;  porque  de  no  señalarme 
ayuda  de  costa,  yo  pretendo  dejar  el  dicho  Oficio,  y  no  ha  de  haber  en 
la  Ciudad  Quien  lo  haga  como  yo  :  y  en  lo  hacer  como  pido,  demás  del 
provecho  que  se  le  sigue  a  la  Ciudad,  lo  recibiré  yo  en  particular  merced. 

Simón  de  Vazauri. 

Y  vista  la  dicha  petición  por  el  dicho  Cabildo,  Justicia  y  Coreximiento, 
dijeron  que  señalaban  y  señalaron  al  dicho  Simón  de  Vazauri,  Maestro,  veinte 
pesos  de  oro  f.no,  da  ayuda  de  costa  por  un  año,  los  cuales  se  le  pagarán, 
no   habiendo    otra   cosa,    del    Estanco   del   vino.     (Sigue  otro    asunto)    

Y  con  esto  se  cerró  este  Cabildo  y  lo  firmaron  de  sus  nombres.:  Se- 
bastián Díaz  :  Guillermo  de  Loreto  :  Francisco  Gómez  de  Uvierna  :  Antonio 
Rodríguez  :    Alonzo  Andrea  :  Nicolás  de  Peñalosa  y  Jerónimo  de  Antequera, 

Cabildos  celebrados  desde  el  primero  de  enero  de  mil  quinientos  no- 
venta y  cuatro  hasta  el  diez  y  nueve  de  octubre  de  mil  quinientos  noventa 
y  seis.     Volum.  II.  fol.  26  al  30  vlts.  existentes  en  la  Academia  de  la  Historia. 

Los  interesados  en  estos  estudios  sabrán  dispensarnos  que  no  hayamos  con- 
servado la  ortografía  antigua  en  obsequio  a  los  menos  entendidos  en  ella. 

(1)  Dr.  Ángel  César  Rivas,    fol.   113. 

(2)  Temen  algunos  que  la  gloriosa  nación  se  la  repartan  Inglaterra  y  'Ale- 
mania (lo  que  debería  evitarse),  y  lo  peor  es  que  no  carece  de  probabilidad  este 
aserto  porque  han  pretendido  sus  gobernantes  arrojar  a  Dios  del  mundo  y  del 
gobierno  de  ¡os  hombres,  por  la  desmoralización  creciente  y  por  el  analfabetis- 
mo que  comenzó  a  cundir  con  motivo  de  la  bárbara  expulsión  de  ios  más  sanos 
y  competentes  educadores  y  la  falta  de  libertad  en  la  enseñanza  y  casi  total  ex- 
clusión de  la  cultura  moral  y  religiosa,  a  lo  que  debe  agregarse  la  persecución 
jacobina  contra  la  Iglesia  y  los  indefensos  frailes  y  monjas,  quienes  no  tienen' 
más  armas  que  el  rosario  y  la  lengua;  añádase,  finalmente,  el  descarado  robo  a 
las  comunidades  católicas  y  la  antipatriótica  exclusión  del  ejército  a  los  mejores 
caballeros  franceses,  los  militares  católicos.  (El  lector  debe  saber  que  la  presen- 
te nota  eít  iba  escrita  hace  ya  casi  dos  años.  Hoy  nadie  ignora  que  el  Gobierno 
radical  francés  se  ha  visto  precisado  a  utilizar  sus  servicios). 

(3)  Véase  fol.  121. 


—  184 


Víidas  y  aristocráticas  inspiradas  en  las  más  altas  consideracio- 
nes de  raza  y  de  ideales"  (1),  precisamente  "cuando  surgiera 
el  peligro  de  una  conquista  extranjera"  (2)  repulsiva  al  carác- 
ter español  de  ambos  mundos.  (3) 


(1)  Véase  fol.  104. 

(2)  Véase  fol.  119. 

(3)  El  insigne  zamorano  don  Juan  Nicasio  Gallego,  individuo  de  la  Real 
Academia  Española,  y  don  Bernardo  López  García  nos  dejaron  bien  carac- 
terizado el  hervor  de  aquella  época  cuando  los  pueblos  españoles  de  ambos 
mundos  rechazaban  a  los  franceses  con  la  fuerza ;  y  más  todavía  con  el 
innato  movimiento  de  execración,  que  late  aun  en  aquellas  páginas  de  la 
historia,  tan  sensible  como  gloriosa  para,  todos  los  hispanos ;  para  toda  la 
raza   española.    Dijo  el  señor  López  García : 


Oigo  Patria  tu  aflicción  .... 
Lloras  porque  te  insultaron. . . , 
A  tí,  a  quien  siempre  temieron 
Porque  tu  gloria  admiraron  ; 
A  tí  por  quien  se  inclinaron 
Los  pueblos  de  zona  a  zona ; 
A  tí....     ' 

Que  libre  de  extraño  yugo 
No  has  tenido  más  verdugo 
Que  el  peso  de  tu  corona. 

En  tu  suelo  virginal 

No  arraigan  extraños  fueros  ; 

Y  cuando  en  hispana  tierra 
Pasos  extraños  se  oyeron, 
Hasta  las  tumbas  se  abrieron 
Gritando  "Venganza  y  guerra" 


La  virgen  con  patrio  ardor 
Ansiosa  salta  del  lecho  ; 
El  niño  bebe  en  el  pecho 
Odio  á  muerte  al  invasor  ; 
La  madre  mata  su  amor 

Y  cuando  calmado  está, 
Grita  al  hijo  que  se  va : 
"Pues  que  la  Patria  lo  quiere. 
Lánzate  al  combate  y  muere  ;• 
Tu  madre  te  vengará .... 

Y  van  roncas  las  mujeres 
Empujando  los  cañones 

Y  el  vil  invasor  se  aterra 

Y  al  suelo  le  falta  tierra 
Para  ¡cubrir  tanta  tumba. 


Y  don  Juan  Nicasio  Gallego  exclama 

...  .¿Quién  el  sempiterno 
Clamor  con  que  los  ecos  importuna 

La  Madre  España 

Podrá  atajar  ? 

Después  dirigiéndose  a  Francia  pro- 
rrumpe con  esta  clásica  figura  : 

Te  abrí  mis  brazos,  te  cedí  mi  lecho, 
Templé  tu  sed  y  me  llamé  tu  amigo: 
¿Y  hora  pagar  podrás  nuestro  hospedaje 
Sincero,  franco,  sin  doblez  ni  engaño, 
Con  dura  muerte  y  con  indigno  ultraje? 

1  Ay  !  sus  funestas  alas 

Por  la  Opresa  Metrópoli  tendiendo, 

La  yerma  asolación. . 

Allí  en  padrón  cruento 
De  oprobio  y  mengua  que  perpetuo  dure 


La  vil  traición 

Y  altar  eterno  sea 

Donde  todo  español  al  monstruo  jure 
Rencor  de  muerte  que  en  sus  venas  cunda 

Y  a  cien  generaciones  se  difunda. 

El  mismo  autor  en  otro  lugar  (Oda  a 
Buenos-Aires)  dijo  en  1807,  con  moti- 
vo de  querer  apoderarse  de  aquella  re- 
gión española  los  ingleses : 

Y  ora  vosotros  sucesión  valiente 
De  Pizarro  y  Almagro  envilecidos 
Ante  el  tirano  doblaréis  la  frente? 

I  Oh  !  nunca  sea 

Que  América  infeliz  con  viles  hierros 
Al  carro  de  su  triunfo  atar  se  vea! 
"Nó  jamás  se  verá  ;  que  en  noble  saña 
Siento  inflamarse  ya  los  fuertes  pechos. 
De  los  hijos  magnánimos  de  España. . . 


-  185  — 

§  II 

El  lector  quedará  gratamente  sorprendido  si  por  fortuna 
llegare  a  leer  el  discurso  del  señor  Doctor  don  Ángel  César 
Rivas,  pronunciado  en  la  Academia  Nacional  de  la  Historia 
con  motivo  de  su  recepción  pública  en  tan  ventajoso  Centro, 
el  día  seis  dejunio  de  mil  novecientos  nueve,  por  el  que  afianza 
sólidamente  y  en  gran  parte  el  justo  criterio  histórico  iniciado 
en  Venezuela  por  don  Antonio  Ignacio  Picón.  Véase  la  obra 
"El  gran  pecado  de  Venezuela"  segunda  edición  hecha  en 
Maracaibo  (año  de8  mil  ochocientos  noventa  y  ocho,  Imprenta 
católica  de  Felipe  Briceño  Méndez). 

Este  justo  criterio  histórico  merece  señalarse  en  obsequio 
del  fundador  de  Caracas  y  demás  españoles  colonizadores, 
nuestros  antepasados. 

"Desde  que  con  algún  espíritu  crítico  me  dediqué  a  es- 
tudiar los  sucesos  que  determinaron  la  separación  de  la  Capi- 
tanía General  de  Venezuela  de  su  antigua  Metrópoli,  me 
pareció  que  sólo  como  arma  de  propaganda  y  de  lucha  o  como 
medio  de  alentar  a  los  renuentes,  pudo  llegarse  a  afirmar  que 
la  obra  de  libertad  realizada  por  nuestros  mayores  no  obedeció 
a  otro  objeto  que  al  de  poner  fin  a  un  vasallaje  inicuo.  .  .  .  Más 
extraño  se  me  presentó  la  corriente  y  sonada  creencia  de  que  el 
movimiento  emancipador  lo  hubiera  hecho  nacer  el  deseo  o  la 
necesidad  de  vengar  a  los  aborígenes  de  América".   (1) 

"Marcadísima  ha  sido  la  tendencia  a  presentar  la  con- 
quista y  colonización  española  como  una  empresa  de  pillaje, 
de  exterminio  y  opresión.    (2)  Notable  ha  sido  igualmente  el 

(1)  Véase  fol.  11. 

(2)  El  Doctor  Rafael  AcevedoPaz  Castillo  publicó  en  El  Cojo  Ilustrado,  nú- 
mero 485,  correspondiente  al  quince  de  enero  de  mil  novecientos  once,  un  inte- 
resante estudio  relativo  al  Proceso  del  Gobernador  y  Capitán  General  Guevara  y 
Vasconcellos  contra  las  señoras  de  Arenilla  y  de  Rivero,  que  existe  en  el  archivo 
del  Registro  Público  de  Caracas.     Dice  así  el  notable  crítico:      \ 

Relatar  los  sucesos  que  el  hallado  expediente  nos  refiere  es  nuestro  objeto 
primordial;  y  si  algún  juicio  emitimos  acerca  de  los  funcionarios  que  en  su  rea- 
lización intervinieron,  habrá  de  verse  cómo  nos  circunscribimos  a  los  límites  de 
la  imparcialidad,  tan  poco  acatada  cuando  se  trata  de  historiar  la  época  del  domi- 
nio colonial  en  América,  pues,  casi  siempre,  supeditan  al  razonamiento  tenden- 
cias y  prejuicios  hostiles,  que  ya  no  deben  privar  y  que  irán  desapareciendo  ca- 
da vez  más,  a  medida  que  el  estudio  minucioso  y  sensato,  y  el  conocimiento  de 
nuestros  casi  inexplorados  archivos,  vayan  sacando  a  la  luz  la  realidad. 

A  tal  fin  hemos  procurado  no  dejarnos  aconsejar  por  esos  sentimientos  tenaz- 
mente anti-coloniales,  o,  mejor  dicho,  anti-españoles,  que,  si  fueron  explicables 
en  los  americanos  de  las  épocas  inmediatas  a  la  magna  contienda,  porque  influían 
en  ellos  resentimientos  personales  próximos,  originados  en  las  represalias  de  la 


—  186  — 

propósito  de  atribuir  a  los  anglo-sajones  y  a  los  holandeses 
mayor  grado  de  humanidad,  de  ciencia  y  de  previsión  en  sus 
fundaciones  coloniales.  Y  esa  doble  corriente  que  sirvió  de 
ariete  a  los  rivales  europeos  de  España  con  el  fin  de  precipitar 
su  ruina,  fué  admitida  sin  reparo  por  los  ibero-americanos, 
no  solo  en  los  días  de  la  revolución  sino  aun  después  de 
alcanzada  la  Independencia.     (1) 

Escasos  son,  por  lo  tanto,  los  que   se  han  dado  a   desva- 
necer la  secular  e  inveterada  propaganda  que   con  la  fuerza  de 


guerra  y  en  los  abusos  de  fuerza  que  el  hombre  de  poder  difícilmente  sabe  econo- 
mizar en  tales  casos,  y  porque  tampoco  habían  llegado  a  disponer  de  términos  de 
comparación  para  distinguir,  apreciar  y  juzgar  con,,  equidad,  son  esos  sentimien-, 
tos  hoy  exóticos  y  tan  sólo  propios  de  sectarismos  injustos   y  tercos  o  de  la  lige- 
reza del  concepto,  inaceptable  para  la  seriedad  y  la  nobleza  de  la  Historia. 

(1)  En  un  estudio  que  se  titula  Por  los  fueros  de  la  Historia  publi- 
cado en  Horizontes,  revista  mensual  de  Ciudad  Bolívar,  N?  1 14,  encontra- 
mos algunas  ideas  bien  inspiradas.  En  el  orden  de  los  conocimientos  histó- 
ricos es  preciso  no. confundir  los  hechos  generales  con  los  particulares,  como 
desgraciadamente  han  hecho    memísimos   escritores. 

Primeramente,  a  propósito  de  un  libro,  hace  notar  el  señor  Tavera-Acosta 
que  lá  Vieja  escuela  está  plagada  de  errores  y  llena  de  inexactitudes,  y  afir- 
ma que  ella  ha  hecho  daño  al  Criterio  Histórico  de  las  modernas  genera- 
ciones venezolanas,  cuando  hace  años  se  han  abierto  archivos  y  han  apa- 
recido otros  libros  que  ■  rectifican  muchas  de  las  inexactitudes  en  que  sus 
autores,  acaso  sin  intención,  han  incurrido  ;  y  asegura  que  la  Vieja  Es- 
cuela en  asuntos  de  Historia  anda  entre  cendales  de  caprichosa  fantasía 
( fol.  1.611)  y  que  el  pensador  o  crítico  ha  de  estudiar  serenamente  la 
época  en  que  se  desarrollaron  los  sucesos  y  conocer  los  personajes  a  quienes  se 
refiere,  sin  dejarse  imbuir  por  las  páginas  basadas  en  las  de  las  plumas  puestas 
incondicionalmente  al  servicio  del  individualismo,  con  detrimento  de  la  ver- 
dad histórica,  que  es  el  camino  que  deben  trillar  siempre  los  que  tienen  idea  y 
exacta  noción  de  la  verdad  y  de  la  justicia  ;  sin  quedarse  mirando,  como  la 
mujer  de  Lot,  a  los  viejos  narrador-es;  sin  acordarse  como  se  escribe  la  Historia 
en  determinados  momentos  de   la  historia  de    los  pueblos  (fol.   1.612) 

Con  el  criterio  de  la  Vieja  Escuela  la  ignorancia  de  los  hechos  es  casi 
completa,  debido  a  nuestros  primeros  historiógrafos,  que  no  supieron,  o  no 
pudieron  hacerse   cargo  de  elia    (fol.    1617). 

Finalmente  dice:  ya  cansan  tales  dislates  de  la  Vieja  Escuela  traídos  y 
llevados  por  los  repletos  de  prejuicios  o  por  los  ignaros  en  asuntos  de  esta 
índole ;  porque  para  hacer  resaltar  las  glorias  legítimas  del  excelso  Liber- 
tador, no  es  necesario  amenguar  las  de  los  demás  (fol,  1.612):  Recomienda 
leer  y  estudiar  los  Archivos,  que  son  fuentes  más  legítimas ;  prescindiendo, 
dice,  de  ciertos  libros  deplorables,  escritos  sin  ningún  criterio  o  candor 
histórico  ;  con  alteración  maliciosa  de  los  hechos  ;  llenos  de  relumbrones 
y   de   falso   brillo  ;    donde    nombres,    datos,    hechos,    casi     todo  es    inexacto, 

falso   e    impudentemente    cargado    de    ficciones Lea,    termina   diciendo, 

estudie,    y   verá,    si   su  clara   inteligencia  no   está  empañada  por  el   prejuicio, 
como  fácilmente  rectificará  tantos  errores. 

Veinte  años  atrás  quien  estas  líneas  escribe,  dice  el  señor  Tavera  Acosta, 
pensaba  del  mismo  modo. . .  por  ser  eso  lo  que  nos  enseñan  en  los  bancos  es- 
colares "i (fol.  1.618)   Véase   el  referido  estudio   del  cual  entresacamos  las 

ideas   que  pudiéramos   denominar — madres. 


—  187  — 

las  cosas  prejuzgadas  casi  nos  hizo  renegar  de  nuestro  origen, 
y  hasta  nos  obligó  a  que  contemplásemos  en  el  pasado  colonial 
norte-americano  (1)  la  fuente  exclusiva  de  toda  libertad,  el 
ejemplo  más  elevado  de  la  exaltación  del  hombre  al  bienestar, 
a  la  dignidad,  al  honor.  Cierto  es  que  entre  los  españoles 
(nuestros  antepasados  y  mayores)  no  escasearon  los  tempera- 
mentos brutales,  dice  eí  doctor  Rivas,  que  los  siglos  medios 
engendraban;  pero  también  lo  es  que  el  indio  no  fué  siempre 
tan  humilde,  ni  tan  manso,  como  se  complacieron  en  evocado, 
los  primeros  muchos  de  los  mismos  españoles  de  corazón  ge- 
neroso y  blando. 

No  habría  exageraciones  en  afirmar  que  los  crímenes  de 
que  se  acusa  a  los  castellanos  son  inferiores  a  los  realizados  du- 
rante la  misma  época  por  los  demás  colonizadores  europeos. 

No  ha  querido  estudiarse,  y  apenas  unos  cuantos  han  pa- 
rado mientes  en  ello,  que  esos  mismos  Castellanos,  en  el  escaso 
período  de  un  siglo,  exploraron  la  superficie  del  continente  y 
que,  no  obstante  su  considerable  inferioridad  numérica,pusieron 
bajo  la  soberanía  española  a  los  aborígenes .  .  y  que  con  los  útiles 
del  trabajo  y  de  la  industria  europea  importados  por  ellos  los 
colocaron  mediante  el  auxilio  de  leyes,  de  magistrados,  de  clé- 
rigos y  maestros  en  ciencias  y  artes  al  nivel  de  las  ciudades  y 
pueblos  de  donde  provenían.     (2) 

Difícil  me  pareció  en  verdad  que  los  nietos  de  los  con- 
quistadores, a  cuyo  bienestar  propendieron  las  órdenes  legales 
emanadas  del  Soberano  de  España,  que  los  sucesivos  reto- 
ños de  los  hombres  que  en  las  Indias  implantaron  la  simiente 
moral  y  política  traídos  de  un  mundo  adelantado  en  cultura, 
pudiesen  de  repente  sentirse  desposeídos  de  bienes  que  les 
pertenecieron  o  se  sintieran  dominados  por  extrañas  y  enemi- 
gas gentes.     (3) 

(1)  Ciento  cuatro  años  antes  de  haber  imprenta  en  los  Estados  Unidos, 
puso  (España)  en  letras  de  molde  muchos  Vocabularios  y  Artes.  .(1536)  en  el 
Continente  Americano — (Cultura  científica  de  España  en  el  Siglo  XVI  por 
don  Acisclo  Fernández  Vallin)  Madrid,    1293,  íol.  293. 

(2)  Véase   fol.   20. 

(3)  Por  curiosidad,  no  queremos  privar  a  nuestros  lectores  de  la  es- 
trofa, parte  de  una  Oda  del  Duque  de  Frías,  estrofa  que  vivirá  tanto  como 
viva  la  lengua  de  Castilla,  dice  así :  » 

Gentes  que  alzáis  incógnita  bandera 
Contra  la  Madre  Patria!  En  vano  el  mundo 
De  Colón,  de  Cortés  y  de  Pizarro 

España  intenta  arrebatar  la  gloria 
De  haber  sido  español;  jamás  ¡as  leyes 


—  188  — 

Inexplicable  era  para  mí  que  los  poseedores  de  tierras 
americanas  se  hubieran  imaginado  los  vengadores  de  Guay- 
caypuro  y  Paramaconi,  los  herederos  de  los  indios,  pero  ni 
menos  explicable,  ni  menos  extraño  fué  para  mí  como  sin 
duda  lo  es  a  la  hora  presente  para  muchos  dados  a  estos  estu- 
dios, que  en  los  tres  siglos  de  obscurantismo  y  de  esclavitud, 
como  de  ordinario  se  califica  al  ciclo  del  régimen  español, 
hubiesen  nacido  los  varones  ilustres  que  acometieron  la  gran- 
diosa empresa  de  constituir  nuevos  Estados"  (1),  como  Mi- 
randa,  (2)  Bolívar,  (3)  Sucre,  Madariaga,  Andrés   Bello,  San 

Los  ritos  y  costumbres  que  guardaron 
Entre  oro  y  plata,  y  entre  aroma  y  pluma, 
Los  pueblos  de  Atahualpa  y  Motezuma 

Y  que  vuestros  mismos  padres  derribaron, 
Restablecer  podréis  ;  odio,  venganza 
Nos  juraréis  cual  pérfidos  hermanos, 

Y  ya  del  indio  esclavos  o  señores, 
Españoles  seréis,  no  americanos, 

Mas  ahora  y  siempre  el  argonauta  psado 
Que  del  mar  arrostrare  los  furores, 
Al  arrojar  el  áncora  pesada 
En  las  playas  antípodas  distantes, 
Verá  la  cruz  del  Gol  gota  plantada 

Y  escuchará  la  lengua  de  Cervantes. 

A  este  propósito  debemos  de  manifestar  que  no  es  la  más  pequeña  gloria  de 
la  Madre-Patria  haber  extendido  el  reinado  de  la  fé  por  medio  desús  familias, 
misioneros  y  capitanes  insignes  en  los  nuevos  países  descubiertos :  el  grande 
orador  y  famoso  católico  don  Ramón  Nocedal,  varias  veces  Diputado  y  Se- 
nador del  Reino  español,  lo  dejó  estampado  en  uno  de  sus  discursos  sobre  El 
pontificado  y  su  poder  temporal:  "España,  dice,  fue  quien  llevó  al  otro  lado 
de  los  mares  y  dilató  por  todo  un  mundo  nuevo  el  imperio  del  Papa  sobre 
las  almas  ;  y  tan  arraigados  dejó  allí  la  fé  de  Cristo  y  el  amor  a  su  Vicario  y 
todos  sus  derechos,  que  después  de  tantos  años  y  tantos  trastornos  y  tantas 
catástrofes,  todavía  la  semilla  sembrada  por  España  produce  cristianos  y  már- 
tires como  García  Moreno  ;  cuya  voz,  eco  glorioso  de  la  antigua  fe  española, 
fue  la  única  voz  soberana  que  resonó  sobre  el  concierto  infernal  de  las  naciones 
apóstatas  protestando  por  el  Ecuador  con  nombre  genuinamente  español  y 
en  la  lengua  de  Cervantes,  contra  el  sacrilego  despojo  del  poder  temporal  del 
Papa.  (Obras  de  don  Ramón  Nocedal.  Tom.  I.  Discursos,  fol.  15  y  16.  Ed. 
Madrid.    1907. 

(1)  Ángel  César  Rivas,    véase  Discurso  precitado,   fol.   12. 

(2)  Miranda  vio  quizá  con  mejor  penetración  que  nadie  el  porvenir  y 
la  evolución  de  Venezuela;  parece,  dice,  que  el  momento  de  nuestra  emanci- 
pación política  nos  es  confiado  por  la  Providencia.  EL  ÚNICO  PELIGRO  QUE 
PREVEO  ES  LA  INTRODUCCIÓN  DE  LOS  PRINCIPIOS  FRANCESES  QUE 
ENVENENARÍAN  NUESTRA  LIBERTAD  EN  SU  CUNA",  (citado  por  el 
Contra-Almirante  don  Miguel  Lobo.  Tom.  I.  Lib.  III.  Cap.  I.  fol.  325  y  326  en 
la  nota — (Resumen  de  la  Historia  de  Venezuela  por  Baralt,  Tom.  I.  fol  22  y  23) 
y  nosotros  añadimos:  Una  vez  que  ese  veneno  circula  es  necesario  el  contra-ve- 
neno que  hace  sanables  las  naciones:  Fides  Petri. 

(3)  El  General  español  Morillo,  que  combatió  a  Bolívar,  nos  dejó  el  siguien- 


-  189  — 

Martín,  O'Higins,  Belgrano,  Hidalgo,  Morelos  etc.  todos 
educados  por  la  madre  patria,  y  otros,  como  Bolívar,  muy 
cerca  de  los  Reyes  españoles. 

Además  "España  había  creado  en  Venezuela  las  riquezas, 
sin  las  cuales  hubiera  sido  ilusorio  el  esfuerzo  de  los  libertado- 
res; había  amamantado  y  formado  aquella  legión  de  varones 
ilustres,  capitanes,  estadistas,  diplomáticos,  hacendistas,  ma- 
gistrados y  escritores  que  afianzaron  el  nuevo  Estado. 

De  España  recibieron  la  urdimbre  social,  y  su  legislación 
civil  vigente  continuó  siendo  la  garantía  de  los  derechos 
privados,  de  la  famila  y  del  hogar".     (4) 

Últimamente  el  lítmo  y  Rmo  señor  Arzobispo  de 
Caracas  y  Venezuela,  Doctor  don  Juan  Bautista  Castro,  ilustre 
Académico  correspondiente  de  la  Real  Española,  en  uno  de 
sus  recientes  discursos  pronunciado  en  La  Victoria,  con  motivo 
del  centenario  de  la  batalla  librada  en  esta  ciudad  por  el  vale- 
roso guerrero,  General  en  Jefe,  José  Félix  Rivas,  quien  hizo 
voto  de  celebrar  todos  los  años  la  fiesta  de  la  Inmaculada  Con- 
cepción si  conseguía  el  triunfo,  señala  otra  causa,  Ja  que  gus- 
tosamente damos  a  conocer  por  su  autorizada  palabra  y  salu- 
dables enseñanzas: 

Hay  que  reconocer,  dice,  que  Dios  se  propuso  en  aquellos 
acontecimientos  infligir,  primero,  a  nuestra  madre  España 
castigo  merecido  porque  había  empezado  a  serle  infiel,  destro- 
zando su  unidad  católica,  y  abriendo  ancha  puerta  a  las  nega- 
ciones sacrilegas  de  la  herejía.     Desde  entonces,  aquel  imperio 


te  retrato  del   Héroe". 

"Nada  es  comparable  a  la  incansable  actividad  de  este  Caudillo.  Su  arrojo 
y  su  talento  son  sus  títulos  para  mantenerse  a  la  cabeza  de  la  revolución  y  de 
la  guerra ;  pero  es  cierto  que  tiene  de  su  noble  estirpe  española  y  de  su 
educación  también  española  rasgos  y  cualidades  que  le  hacen  muy  superior  a 
cuanto  le    rodea''. 

Bolívar  murió  a  los  cuarenta  y  siete  años  de  edad  el  día  diez  y  siete  de 
diciembre  de  mil  ochocientos  treinta,  después  de  haber  sacrificado  a  la  Revo- 
lución, (dice  La  Quotidienne  de  París,  21  de  febrero  de  1831)  un  patrimo- 
nio considerable .  España,  la  Madre-Patria  acaba  de  honrarle  como  a  uno  de 
sus  más  ínclitos  guerreros  del  Mundo  Español  levantándole  una  estatua  en  la 
capital  del  Señorío  de  Vizcaya,  nativo  solar  de  sus  mayores.  El  hermoso 
paseo  del  Arenal,  en  Bilbao  (España),  ostentará  la  simpática  figura  de  uno 
de  los  más  fuertes  ejemplares  de  la  Raza  Española,  dejando  a  la  posteridad 
-en  Simón  Bolívar-un  ejemplo  de  constancia  y  actividad  casi  increíbles.  España 
cumple  y  llena  con  esta  acción  generosa  el  orgullo  de  Madre  ante  la  fuer- 
za de  sus  hijos,  nuevos  Cides  que  consolidan  la  raza  ibera,  la  raza  española 
en  ambos  Mundos. 

(4)     Véase  Ángel  César  Rivas  fol.   12. 


—  190  — 

que  jamás  vieron  los  tiempos,  donde  no  se  ponía  el  sol,  em- 
pezó a  desmoronarse  en  la  misma  proporción  en  que  progre- 
saban las  infidelidades  y  traiciones  de  aquella  hija. tan  amada, 
España,  que  no  debió  sus  inauditas  grandezas  sino  a  Jesucristo, 
cuya  fe  y  amor  fueron  su  fuerza  y  escudo.  Por  esto  se  deshi- 
cieron sus  inmensos  dominios.  .  .  . 

Por  esto  el  grito  de  independencia  se  propagó,  como  el 
rayo,  por  todos  los  ámbitos  de  la  América". 

§  III 

Otra  razón  final  se  nos  ofrece  y  es  el  innato  regionalismo 
de  la  raza.   Todos  eran  uno. 

Los  españoles-americanos  muy  linajudos  y  bizarros: 
y  los  españoles-peninsulares  no  menos  arrogantes.  La  dife- 
rencia, si  alguna  había,  estaba  en  que  los  hijos  de  españo- 
les-americanos eran  más  generosos,  o  malgastaban  a  menudo 
sus  caudales,  confirmándose  el  dicho  común:  "español  rico 
nieto  pobre' ';  dando,  los  más,  al  traste  (y  en  poco  tiempo) 
con  las  grandes  fortunas  que  les  habían  legado  sus  mayores; 
en  cambio,  los  españoles-peninsulares  recién  llegados,  a  fuerza 
de  economía  y  laboriosidad,  y  no  acostumbrados  al  derroche, 
aumentaban  prodigiosamente  sus  riquezas,  y,  lo  mismo  que 
hoy  sucede  en  Cuba  y  aun  en  el  Norte,  por  su  trabajo  y 
honradez,  llegaban  a  competir,  relativamente  pronto,  con 
los  más  ilustres,  nacidos  en  estas  regiones,  entre  los  cuales 
muchos  no  acertaban  a  comprender  cómo  habiendo  llegado 
aquellos  tan  pobres,  y  siendo  de  más  baja  estirpe  pudieran 
gozarían  pronto  del  respeto  y  consideraciones  generales; 
pero  los  nietos  de  estos  volvían  a  la  generosidad  ya  dicha. 

Por  otra  parte,  las  familias  españolas  en  América,  hacien- 
do justicia  a  la  virtud,  constancia  en  el  trabajo  y  economía  de 
algunos  peninsulares  se  honraban  con  su  amistad  y  a  veces  la 
preferían  ala  de  los  elegantes  y  más  linajudos;  lo  que,  natu- 
ralmente, podría  irritar  y  excitaba  al  nativo  pundonor  de  los 
españoles-americanos,  que  se  sentían  postergados,  siendo 
ellos  tanto,  o  más  bien  nacidos,  y  cuando  menos  lo  mismo 
que  los  que  llegaban  de  nuevo.  Era  la  lucha  por  la  vida  en 
lo  que   tiene  de  mas  prosaico. 

Don  Jorje  Juan  y  Ulloa,  en  su  interesantísima  obra 
noticias  SECRETAS-dice:  "Las  parcialidades  y  bandos  entre 
europeos  y  criollos  que  se  notan  en   todo,    proceden  de  la  de- 


—  191  — 

masiada  presunción  y  vanidad  de  estos  últimos,  y  del  mise- 
rable estado  en  que  comunmente  llegan  los  europeos.  Como, 
a  pesar  de  esto,  con  la  ayuda  de  amigos  y  parientes  y  a  costa 
de  su  trabajo  y  aplicación  se  ponen  presto  en  estado  de  ca- 
sarse con  las  señoras  más  encopetadas,  los  criollos  que  se 
suponen  de  las  mejores  familias  de  España,  murmuran  y 
estas  murmuraciones  dan  lugar  a  que  se  saque  a  íelucir  el 
verdadero  origen    de  los  murmuradores". 

Generalmente,  dice  Baralt,  los  peninsulares  catalanes  y 
vizcainos  eran  exactos  en  sus  pagos,  fieles  en  sus  promesas, 
modelos  de  honradez  y  de  severas  costumbres.  Tan  sobresa- 
lientes cualidades,  y  el  ser  más  industriosos,  sobrios  y  econó- 
micos que  los  americanos,  fácilmente  les  ganaban  el  afecto.  .  , . 
Hecho  indudable  es  este,  que  refieren  los  viajeros  que  en 
diversas  épocas  han  visitado  la  América,  que  las  tradiciones 
demuestran  y  que  hoy  mismo  hacen  patente  las  costumbres. 
(Véase  Baralt,  Historia  antigua  de  Venezuela.  Edición  del 
año  1841,  fol.  304). 

Nosotros  con  la  distancia  del  tiempo  podemos  apreciar 
debidamente  que  aquellas  distinciones  de  parte  de  la  comuni- 
dad estaban  vinculadas  en  la  constancia,  en  el  amor  al  trabajo 
y  en  la  honradez  inteligente  que  llevaba  a  la  riqueza  y  al 
bienestar  al  recién  llegado;  pero  muchos  no  veían  sino  el 
adelanto  de  aquel  que  venía,  tal  vez  haraposo  y  hambriento, 
o  con  escaso  caudal,  y  que  después  de  algunos  años,  por  su 
incansable  labor  y  grandes  economías,  lograba  introducirse 
con  decoro  en  la  sociedad  y  hasta  ser  muchas  veces  preferido 
en  los  enlaces  (1)  con  la  ventaja  inmensa  para  el  país  deque 
se  establecían  de  fijo  y  consolidaban  la  raza  y  la  familia  espa- 
ñola en  América. 

Prácticamente  lo  mismo  sucede  en  todas  partes  y  lo  hemos 
visto  recientemente  en  Cuba  adonde  llegan  los  jóvenes  y 
familias  muy  pobres  y  algunos  después  de  varios  años  de 
trabajo  y  de  constante  economía,  logran  una  buena  posición 
en  la  sociedad,  sin  desdeñarse  las  familias  más  ilustres  de 
ofrecerles  toda  su  consideración  y  respeto;  concuerda  con  lo 
que  allí  se  decía  sotto  vocee  por  las  mismas  familias  de  la  alta 
sociedad,  y  es  que:    "la  guerra  la  ganaron  ellos  y  la  perdieron 


(1)  Véase  Coroleu,  don  Josa)  América,  Historia  de  su  Colonización,  Do- 
minación e  Independencia;  Tom.  II.  Cap.  XXXI.  fol.  174.  Edición  de  Barcelona. 
A.  1895. 


—  192  — 

ellas"  lo  que  no  deja  de  enseñarnos  un  poco  de  filosofía! 
¡  Tanta  es  la  fuerza  que  en  todas  partes  se  da  a  la  actividad, 
a  la  constancia,  a  la  virtud,  inteligencia,  trabajo  y  economía, 
sobre  todo,  por  la  mitad  de  la  humanidad  que,  por  su  condi- 
ciónde   madres,  llevan  más  de  la  mitad  del  peso  del  mundo! 

Júntese  a  esto  los  muchos  abusos  que  sin  duda  cometieron 
los  gobernantes  de  entonces,  que  no  eran  santos  ni  buenos, 
pocos  lo  han  sido,  y  se  comprenderá  que  entre  unos  y  otros, 
entre  españoles-americanos  y  españoles-peninsulares  tenía 
que  venir  una  grande  división  regional,  como  llegó,  y  de  una 
manera  violenta,   para  mal  y    para  bien   ("?")  de  unos  y  otros. 

Aun  en  la  misma  península  los  españoles,  entre  unas  re- 
giones con  otras,  no  saben  sustraerse  a  esa  clase  de  luchas, 
aunque  sin  olvidar  por  ello  el  amor  al  conjunto  y  dispuestos 
siempre  todos  a  borrar  las  diferencias  regionales  ante  el  pe- 
ligro  de  la  unidad  amenazada. 

El  señor  Doctor  Francisco  González  Guiñan  en  su  obra 
-Historia  Contemporánea-hace  notar  que  al  instalarse  el  Con- 
greso del  diez  y  nueve  de  abril  de  mil  ochocientos  diez 
"procedió  animado  de  un  irresistible  sentimiento  regional" 
y  es  notorio  que  el  referido  Congreso  se  inició  y  terminó 
bajo  la  autoridad  de  la  Monarquía  Española  representada 
■en  Fernando  VII. 

"El  regionalismo,  dice  el  mismo  autor,  es  la  base  del 
patriotismo,  es  amor  filial,  es  cariño  entrañable  a  la.  tierra  en 
que  se  nace,  al  primer  horizonte  que  contemplaron  nuestras 
miradas,  al  templo  donde  fuimos  bañados  con  las  aguas  bau- 
tismales, a  la  luz  primera  que  vieron  nuestros  ojos"  (Ibid. 
fol.  21). 

Y  uno  de  los  más  grandes  regionalistas  de  la  raza  lo  hizo 
notar,  muy  gráficamente,  cuando  dijo:  que  a  los  españoles- 
americanos  había  que  meterles  la  libertad  a  tiros  (Simón  Bo- 
lívar). Tan  unitaria  es  la  fuerza  de  la  raza.  La  libertad, 
según  opinamos,  era  tomada  en  el  sentido  de  separación,  por 
el  grande  héroe  (1). 


(1)  Es  una  verdad  incontrovertible  que  en  el  corazón  de  la  generalidad 
de  los  venezolanos  estaba  profundamente  arraigado  el  amor  a  la  española  tierra 
y  para  comprobar  esta  aserción  basta  solamente  recordar  la  espantosa  lucha 
efl  que  por  más  de  doce  años  se  extremaron  los  defensores  del  Rey  y  los  de 
la  patria  de  Guaycaypuro,  en  horribles  hecatombes,  en  valor  y  heroísmo,  en 
lealtad  y  en  crueldades,  virtudes  e  infamias. .  .  .sin  que  ninguno  quedara  a  deber 
nada  al  otro.     (A  través  de  la  Historia,  por  Tavera  Acosta,  fol.  179.  Tom.  I). 


—  193  — 

Finalmente,  vernos  que  cada  una  de  las  regiones  españo- 
las de  América  formaron  para  sí  una  Constitución,  lo  mismo 
que  cada  una  de  las  Regiones  de  la  Península  formaron  un 
fuero  a  su  gusto:  Constituciones,  Fueros  y  Libertades  muy 
propias  de  españoles  doquiera  se  encuentren;  más  no  por  esto 
se  ha  de  creer  que  ha  muerto  el  amor  al  Conjunto-español  en 
ambos  mundos;  antes  al  contrario,  vemos  que  los  dolores  y 
triunfos  de  unos  españoles  son  dolores  y  triunfos  de  los  otros, 
en  cualquiera  región  que  habiten,  y  sabemos  que,  cuando  la 
necesidad  extrema  les  obligue,  no  habrá  linderos  ni  se  acorda- 
rán de  diferencias  regionales  ni  de  Constituciones  ni  de 
Fueros  ni  de  Libertades  ante  el  peligro  común,  puesto  que 
la  lengua,  la  religión  y  las  sanas  costumbres  se  conservan  ínte- 
gras, puras  y  piadosas,  y  sin  desdoro  alguno  tendiendo  a  me- 
jorarse los  ordinarios  defectos;  además,  como  dice  la  Acade- 
mia, el  habla  de  la  raza  es  agente  eficacísimo  de  su  gloria, 
prenda  de  su  independencia  y  signo  de  su  carácter. 

Por  esto :  '  'si  un  día  el  furor  de  las  pasiones  dio  origen  al  de- 
nuesto y  a  la  recriminación,  tales  sentimientos  no  deben  ser  el  crite- 
rio del  historiador,    ( 1 )  ni  estaría  bien  que  albergasen  a  la  hora 


(1)  Un  publicista  de  la  patria  de  Olmedo  aboga  porque  sean  suprimidas, 
de  los  himnos  americanos  las   palabras  deprimentes  para  España. 

Es  noble  el  propósito  del  escritor  ecuatoriano,  dice  el  señor  Manuel  Eufrasio 
Beroes,  y  merece  el  apoyo  de  los  pueblos  de  origen  español  y  el  aplauso  de  to- 
dos sus  pensadores 

En  toda  la  efervescencia  de  la  homérica  lucha  Bolívar  y  Morillo  se  abra- 
zan, y  a  nosotros  toca  prolongar  ese  abrazo  a  través  de  la  distancia  y  de  los 
lustros. 

España  es  nuestra  madre,  y  merecedora,  como  tal,  de  todo  nuestro  afecto 
y  gratitud.  Ella  nos  sustrajo  del  fondo  de  los  mares  y  tuvo  a  orgullo  mostrar 
engarzadas  a  su  corona,  la  más  resplandeciente  que  han  contemplado  los  siglos, 
un  enjambre  de  perlas  desconocidas;  ella  puso  sobre  la  virginidad  de  nuestras 
playas  el  símbolo  de  la  Cruz,  ese  leño  que  vio  romperse  el  Olimpo  y  caer  sobre 
la  tierra  espantada,  hechos  fragmentos,  los  dioses  del  paganismo;  ella,  en  fin, 
nos  dio  la  sonoridad  de  su  hermosa  lengua. 

España,  la  de  todo  Hispano-Americano,  debe  ser  la  que  pone  en  manos  de 
Colón,  (terciario  franciscano) ,  las  joyas  de  Isabel  (otra  terciaría  de  la  Orden 
franciscana)  y  lo  manda  a  completar  el  mundo;  laque  hace  subir  a  Vasco  Nú- 
ñez  de  Balboa  sobre  las  cimas  de  Los  Andes  para  descubrir  el  Pacífico;  que 
Cortés  conquiste  el  Imperio  de  Motezuma:  que  Jiménez  de  Quesada,  el  futuro 
gran  solitario  de  Mariquita,  baje  las  aguas  del  Magdalena  y  plante  el  lábaro  de 
Cristo  sobre  los  valles  de  la  ciudad  de  los  Zippas;  que  las  brisas  del  Coquivacoa 
hinchen  las  velas  délas  naves  de  Ojeda;  que  el  aliento  dt  fuego  del  Chimborazo 
se  condense  en  ondas  enrojecidas  para  saludar  el  estandarte   de  Pizarro. 

Si;  España,  la  de  todos  los  que  sintamos  latir  dentro  de  las  paredes  del  pe- 
cho el  alma  fuerte  y  noble  de  la  raza,  debe  ser  la  que  envía  a  Francisco  de  Mi- 
randa, Teniente  de  Cadetes  (españoles)  a  hacer  sus  primeros  disparos  por  la  li- 

13 


—  194  — 

presente  en  nuestros  corazones"  (1).  Los  extranjeros  han 
explotado  habilísimamente  esas  mismas  pasiones;  tanto  para 
su  bien  y  provecho  común  y  particular  como  para  mal  y  da- 
ño nuestro,  particular  y  común  de  la  raza,  de  Venezuela  y  de 
España;  tanto  en  contra  de  la  misma  madre  patria,  como  en 
contra  de  las  mismas  hijas;  pero  el  criterio  se  ha  impuesto, 
fecundo  en  resultados  prácticos,  ante  la  razón  y  el  conocimien- 
to de  la  historia,  que,  si  lo  es,  ha  de  ser  verdadera. 

Acontece  en  las  naciones  como  en  las  familias  que  al  sen- 
tirse la  prole  con  ánimo  para  formar  hogar,  la  inexperta  joven, 
por  ejemplo,  llega  a  resentirse  con  la  madre  cuando  ésta  le 
advierte  las  grandes  dificultades  de  la  vida;  y  más  tarde  al 
sentirlas,  comprende,  por  sí  misma  la  grande  alarma  de  la  ma- 
dre; volviendo  a  la  progenitura  de  sus  días  llena  de  ternura  y 
de  esperanzas. 

A  este  propósito  hemos  de  recordar  al  lector  que  en  carta 
fechada  en  Cartagena  (Colombia)  el. día  veinticinco  de  septiem- 
bre de  mil  ochocientos  treinta,   el  Libertador  Simón  Bolívar, 


bertad,  la  que  lucgo  presta  al  mismo  Ilustre  Iniciador  los  colores  de  su  bandera 
para  forjar  el  iris  que  como  una  gran  flor  de  gloria  recibió  en  su  broche  el  pol- 
vo de   todos  los  llanos  y  la  escarcha  de  todos  los  páramos. 

España,  la  que  reconoce  la   Independencia   (de  sus  Provincias),,  acata  sus- 
representantes,  y  como  antes  se  enorgulleció    de   las  perlas   engarzadas  en   su 
corona,  se  gloría  ahora  de  mostrar  al  mundo  sus  hijas  ya  crecidas  y  exornadas 
con  la  vestidura  de  la  República. 

Esa  debe  ser  nuestra  España,  ia  que  enaltece  a  Bello,  a  S  rmiento,  a  Ca- 
ro, a  Baralt,  a  Garcia  de  Quevedo  y  a  Rufino  José  Cuervo;  la  que  abre  a  nues- 
tros pensadores  las  puertas  de  sus  Academias  y  Ateneos;  la  que  manda  ...  a 
traernos  mensajes  de  simpatía  mental;  laque  celebra  y  pregona  nuestros  progre- 
sos en  todas  las  esferas;  España,  en  fin,  que  ve  en  nosotros  a  sus  hijos,  y  nos 
tiende  la  mano  y  nos  llama  a  la  solidaridad,  preciosa  tabla  de  salvación  en  esta 
época  en  que  se  discuten  graves  problemas  de  predominios  de  pueblos  y  hege- 
monías de  razas. —  (Véase  El  Tiempo,  NQ  3.973,  Caracas). 

Y  el  Ilustrísimo  señor  Arzobispo  de  Caracas,  Doctor  Juan  Bautista  Castro, 
terminó  su  brillante  discurso  pronunciado  en  la  santa  iglesia  metropolitana,  ante 
los  lltmos  Obispos  de  Venezuela,  del  señor  Presidente,  de  la  República  y  Emba- 
jadores y  Representa  rites  de  las  naciones  amigas,  el  primero  de  julio  de  mil  no- 
vecientos once  en  la  fiesta  del  primer  centenario  de  la  independencia,  con  estas 
palabras: 

Y  ahora,  señores,  un  saludo  entusiasta  para  España,  para  nuestra  madre 
Patria,  que  nos  abrió  la  send<  de  la  civilización  cristiana,  que  disipó  las  tinieblas 
del  paganismo  y  de  la  barbarie  en  nuestra  América  y  nos  preparó  para  que  fué- 
semos una  nación  culta  y  digna:  que  les  vínculos  que  a  ella  nos  unen  se  estre- 
chen siempre  más  y  más  y  hagan  de  la  América  española  pueblos  fuertes,  uni- 
dos por  los  vínculos  de  la  sangre,  de  la  fe  y  del  patriotismo.  Otra  vez.  señores, 
nuestro  aplauso  mas  entusiasta  y  sincero  para  España. 

(1)     Ángel  César  Rivas.     (Véase  folio  123; . 


—  195  — 

dice  ad  litteram :  nunca  he  visto  con  buen  ojo  las  insurrec- 
ciones, Y  ÚLTIMAMENTE  HE  DEPLORADO  HASTA  LA  QUE  HEMOS 
HECHO  CONTRA  LOS  ESPAÑOLES 

Estas  palabras  en  boca  de  SIMÓN  BOLÍVAR  son  el 
pleito-homenaje  más  grande  y  más  noble  que  pudo  rendir  el 
Libertador  a  la  madre  patria;  pues  significan  la  veneración, 
respeto,  sumisión,  afecto  y  consideración  a  España  ante  la  cual 
rinde  generosamente  la  espada  como  Juez  y  Actor  de  Justicia. 
Bolívar  fué  también  grande  en  los  últimos  momentos.  (1) 
(Véase  la  "Gaceta1  de  los  Museos  Nacionales  de  Venezuela", 
Tomo  I.  fol.  305,  año  1913)  Id.  Tora.  II.  N?  4.576  fol.  131. 


(i)  Bolívar  murió  cristianamente  y  recibió  la  bendición  papal  de  manos 
del  Ilustrísimo  señor  Doctor  José  María  Esteves,  Obispo  de  Santa  Marta,  junto 
con  los  santos  sacramentes  de  Penitencia,  Viático  y  Extremaunción  y  fué  uno 
de  los  más  sagaces  gobernantes  que  conocieron  a  fondo  lo  funesto  y  pernicioso 
de  la  secta  secreta,  como  institución  hebrea  o  judía,  para  el  bienestar  délos 
pueblos  cristianos:  suya  es  la  célebre  frase:  ¡a  la  sombra  del  misterio  no  traba- 
ja sino  el  crimen!.  Es  famoso  el  Decreto  que  promulgó  contra  ia  referida  secta 
el  grande  hombre.     Dice  así: 

SIMÓN  BOLÍVAR, 

LIBERTADOR  PRESIDENTE  DE  LA  REPÚBLICA  DE    COLOMBIA  ETC. 

Habiendo  acreditado  la  experiencia,  tanto  en  Colombia  como  en  otras  na- 
ciones, que  las  sociedades  secretas  sirven  especialmente  para  Dreparar  los  tras- 
tornos políticos,  turbando  la  tranquilidad  pública  y  el  orden  establecido:  que  ocul- 
tando ellas  todas  sus  operaciones  con  el  velo  del  misterio  hacen  presumir  funda- 
damente que  no  son  buenas  ni  útiles  a  la  sociedad,  y  por  lo  mismo  excitan  sos- 
pechas y  alarman  a  todos  aquellos  que  ignoran  los  objetes  de  que  se  ocupan, 
oído  el  dictamen  del  Consejo  de  Ministros: 

Decreto  : 

Art.  Io  Se  prohiben  en  Colombia  (hoy  Colombia,  Venezuela  y  Ecuador,  o 
la  Gran  Colombia)  todas  las  sociedades  o  confraternidades  secretas,  sea  cual 
fuere  la  denominación  de  cada  una. 

Art.  29  Los  Gobernadores  de  las  Provincias,  por  sí  o  por  medio  de  los  Je- 
fes de  Policía  de  los  Cantones,  disolverán  e  impedirán  las  reuniones  de  las  so- 
ciedades secretas,  averiguando  cuidadosamente  si  existen  algunas  en  sus  res- 
pectivas Provincias. 

Art.  3?  Cualquiera  que  diere  o  arrendare  su  casa  o  local  para  una  socie- 
dad secreta  incurrirá  en  la  multa  de  doscientos  pesos,  ycadaunode  los  que 
concurrieren,  en  las  de  cien  pesos  por  la  primera  y  segunda  vez,  por  la  tercera 
y  demás  será  doble  la  multa:  los  que  no  pudieren  satisfacer  la  multa  sufrirán  por 
la  primera  y  segunda  vez  dos  meses  de  prisión,  y  por  la  tercera  y  demás  será 
doble  la  pena.  > 

§  1?  Los  Gobernadores  o  Jefes  de  Policía  aplicarán  ia  pena  a  los  contra- 
ventores haciéndolo  breve  y  sumariamente  sin  que  ninguno  pueda  alegar  fuero 
en  contrario. 

§  2?  Las  multas  se  destinan  para  gastos  de  Policía,  bajo  la  direc;ión  de 
los  Gobernadores  de  las  Provincias. 


—  196  — 

•  De  hecho  lejos  de  romperse  el  vínculo  que  une  a  los  pue- 
blos españoles  de  América  con  los  pueblos  españoles  de  Ibe- 
ria, cada  día  es  más  grande  el  amor  y  el  afecto  que  las  hijas 
profesan  a  España,  la  Madre  Patria,  y  se  miran  siempre  con 
cariñoso  orgullo  de  Madre  y  de  Hijas. 

En  los  momentos  de  angustia  vuelven  a  ella  sus  ojos  y  en 
las  horas  de  gloria  y  de  triunfo  los  muestran,  también,  alegres 
y  gozosos  a  la  fecunda  Madre;  corriendo  parejas  los  temores 
y  las  justas  esperanzas  de  España  y  de  las  naciones  españolas; 
juzgando  con  seguro  criterio,  interno  y  externo,  que  quien  les 
dio  lo  que  tienen,  les  dará  lo  que  les  falta;  por  los  mismos  ideales 
propios  de  la  raza  (grandes  y  santos). 

Aquí  desearíamos  terminar;  pero  necesitamos  men- 
cionar la  grandeza  de  España  por  aquellos  tiempos  en  capí- 
tulo aparte,  para  mejor  inteligencia  de  cuanto  dejamos  escri- 
to y,  también,  para  mayor  conocimiento  y  honra  de  la  raza  es- 
pañola que  ocupa  ¡a   mayor  parte  del  mundo  de   Colón. 


El  Ministro  Secretario  de  Estado  del  Despacho  de  Interior  queda  encargado 
de  la  ejecución  de  este  Decreto. 

Dado   en  Bogotá,    a   ocho  de    noviembre   de  mil  ochocientos   veintiocho. 

SIMÓN  BOLÍVAR. 

El  Ministro  Secretario  de  Estado  del  Despacho  del  Interior, 

J.  Manuel  Restrepo. 

(Memorias  del  General  O'Leary,  Tomo  XXVI,  N?  660,— Del  Archivo, 
folio  422  y  No  690,  fol.  537). 

Nota. — Este  Decreto  es  distinto  y  complemento  de  otro  dado  por  el  Libertador 
Simón  Bolívar  el  veinte  y  cuatro  de  noviembre  de  mil  ochocientos  veinte  y  seis 
y  se  encuentra  en  las  Memorias  del  mismo  General  O'Leary,  Tomo  24,  folio  525 
(NQ  del  Archivo  83). 


197  — 


CAPITULO    XXXIIÍ 

En  donde  se  hace  mención  de  la  grandeza  de  España,  la 
Madre-Patria,  y  se  corrobora  So  expuesto  sobre  las  Pro- 
vincias españolas  del  Nuevo  Mundo,  con  lo  dicho  por  el 
limo,  y  Rmo.  señor  Arzobispo  de  Ancud  (Chile)  en  el 
acto  de  presentar  las  banderas  de  fas  naciones  españo- 
las de  América  a  la  Santísima  Virgen  del  Pilar  de  Za- 
ragoza. 

§  I 

Después  de  haber  recorrido,  con  verdadera  fruición  y 
mayor  complacencia,  los  tiempos  de  la  conquista  y  primitiva 
colonización  de  Venezuela,  y  vista  Ja  rápida  formación  de  las 
Provincias  españolas  en  América,  y  también  algo  de  su  des- 
envolvimiento y  cambio  -no  de  gente-  sino  de  Gobierno,  reco- 
nocido legalmente  por  la  Madre  Patria,  debemos  dejar  asenta- 
do que  no  en  vano  se  sacrificó  España-  nunca  nos  cansaremos 
de  repetir  su  nombre-  por  formar  y  dar  vida  a  sus  numerosas 
Provincias,  consumiéndose  por  alimentarlas,  al  igual  que  la 
madre  se  deja  extraer  amorosamente,  el  jugo  dulce  y  sabroso 
de  su  augusto  pecho,  mientras  acaricia  al  mismo  que  la  con- 
sume y,  con  el  tiempo,  es  posible  la  dé  más  de  un  disgusto; 
sobre  todo,  al  separarse  de  su  regazo  violentamente,  para 
formar  nuevo  hogar  y  subir  al  rango  de  "Naciones"  .  . 

Si  honor  es  de  los  hijos  la  honra  de  sus  padres,  y  es 
honor  de  aquellos  mirar  por  el  bienestar  de  éstos,  y  tanto, 
cuanto  en  más  grandes  necesidades  se  encuentren,  no  olvidan 
las  naciones  españolas  que  España,  la  Madre-  Patria,  al  esta- 
blecer v  fomentar  sus  colonias,  capacitándolas  para  el  Gobier- 
no propio,  "era  la  primera  Potencia  marítima  de  Europa  (I) ; 

(1)  La  grandeza  mercantil  e  industrial  de  España,  aun  durante  la  Edad 
Media  era  reconocida  en  toda  Europa,  siendo  nuestra  nación  arbitra  del 
comercio  que  compartía  con  Pisa  y  Genova,  y  poseyendo  Barcelona  una 
marina  que  ya  en  el  siglo  IX  le  permitía  armar  escuadras  de  guerra.  A'lí 
se  dictó  en  el  siglo  XIII  un  acta  de  navegación  y  se  formaron  más  tarde  las 
primeras  ordenanzas  mercantiles  y  marítimas  y  ya  dentro  del  siglo  XVI 
florecía  la  agricultura  con  los  riegos  de  Valencia,  de  Murcia  y  de  Granada; 
y  era  tal  el  desarrollo  de  la  industria,  que  sólo  Sevilla  llegó  a  contar  más 
de  diez  y  seis  mil  telares  de  tejidos  de  seda,  Segovia  daba  ocupación  a 
treinta  y  cuatro  mil  operarios,  empleando  cada  año  más  de  cuatro  millones 
y  medio   de  'libras   de  lana  ;   Cuenca  abastecía  de   bayetas   al  Oriente  ;    Cor- 


—  198  — 

que  dedicó  sus  esfuerzos  a  una  grande  obra  de  la  cual  podía 
muy  bien  dispensarse  y  lo  que  muchos  no  han  comprendido 
siquiera":  no  olvidan  las  naciones  españolas  que  hubo  un 
tiempo  en  el  que  ocupaban  el  territorio  de  la  Península  Ibérica 
"cerca  de  Cuarenta  millones  de  subditos"  (2)  y  que  por  la 
formación  de  ellas  vino  a  quedar  en  Siete  millones  de  habi- 
tantes. ¿No  podrá  decirse  que  los  treinta  y  tres  millones  res- 
tantes extendieron  y  prolongaron  la  nación  española  por  todo  el 
Nuevo  Mundo  descubierto?,  y  tampoco  olvidan  "que  la  san- 
gre de  sus  hijos  se  ha  derramado  durante  un  combate  de  ocho 
siglos  contra  los  enemigos  del  nombre  cristiano  y  de  la  civiiit 
zación  europea".    (3). 

No  olvidan  las  naciones  "Hijas  de  España",  principal- 
mente Venezuela,  que  deben  sus  hermosas  ciudades  e  impor- 
tantes poblaciones  a  los  hidalgos  fundadores,  cuyos  apellidos 
y  sangre  y  continuación  de  familias  conservan  con  honor  y 
nobleza,  junto  con  la  religión,  la  lengua  y  las  buenas  costum- 
bres españolas  formando  parte  de  la  grande,  numerosa  y  no- 
bilísima familia  hispana. 

Un  sabio  alemán  hace  notar  que  "España  se  encontraba 
en  una  situación  social  y  económica  admirable  y  que  veía 
brillar  su  Edad  de  Oro  en  la  política,  en  la  táctica  militar,  en  el 
arte  y  en  la  literatura.  En  aquella  época,  añade,  el  español 
era  la  lengua  de  todas  las  personas  instruidas,  la  lengua  de 
la  Corte  y  de  los  Diplomáticos.      (4) 


doba  era  célebre  por  sus  cueros,  Ocaña  por  sus  guantes,  Toledo  por  sus 
armas,  Valiadolid  por  sus  obr?s  de  platería,  y  muchas  otras  poblaciones 
por  sus  vidriados  y  mil  diversas  industrias.  Acudían  los  mercaderes  de  las  más 
lejanas  regiones  de  Europa  a  las  ferias  de  Burgos  y  de  Medina  del  Campo, 
donde  en  mil  quinientos  sesenta  y  tres  ascendió  la  circulación  de  letras, 
metálico  y  lingotes  a  más  de  dos  mil  quinientos  millones  de  reales  ;  con- 
tando entonces  la  marina  mercante  con  más  de  mi!  quinientos  buques  de 
cabotaje  y  otros  mil  de  navegación  de  altura,  cifra  verdaderamente  extraordi- 
naria para  aquella  época  y  que  permitió  a  Felipe  II  organizar  en  brevísimo  plazo 
su  famosa  armada  contra  la  Gran  Bretaña.  (Don  Acisclo  Fernández  Vallin 
Fol.   162). 

(2)  Glorias  españolas,  por  Carlos  Mendoza,  Tom.  III.  fol.  531.  Edic. 
de  Barcelona. 

(3)  Id.   Id. 

(4)  El  autor  del  Diálogo  de  las  lenguas,  escrito  por  los  años  de  mil  qui- 
nientos cuarenta,  dice  que  en  Italia  se  hizo  tan  de  moda  nuestra  lengua 
que  asi  entre  damas  como  caballeros  pasaba  por  gentileza  y  galanía  saber 
hablar  castellano" — -Y  el  Gobierno  de  Francia  concedía  en  mil  quinientos 
cincuenta  y  cinco  a  Eartolomé  Gravie  el  privilegio  de  imprimir  un  ''Arte  para 
enseñar  la  lengua  española",  probándose  la  necesidad  que  generalmente  se 
advertía  de  aprender  la  lengua  de  Castilla,  por  ser  la  más  común  y  la  más 
extendida   por  Europa,   puesto   que  en  español  se  habla  ¡o    mismo    en    las  mar- 


—  199  — 

España,  agrega,  imponía  la  moda  en  los  trajes,  la  etiqueta 
y  la  literatura;  un  viaje  a  España  parecía  casi  indispensable 
para  terminar  la  educación  del  que  aspiraba  al  título  de 
hombre  distinguido.  En  aquellos  tiempos,  llamados  dz  obscu- 
rantismo, el  entusiasmo  por  la  bella  literatura  era  tan  grande 
en  España,  que  las  universidades  españolas  se  vieron  en  la  ne- 
cesidad de  publicar  un  edicto,  prescribiendo  a  los  estudiantes 
que  no  pasasen  más  de  cinco  años  en  el  estudio  de  la  Filosofía 
y  de  la  Poesía,  y  que  se  aplicasen  después  a  los  estudios  que 
les  permitiesen  ganarse  la  vida  ( 1 ) .  .  ¡  Cuántos  profesores  de 
nuestras  Universidades  harían  hoy  la  señal  de  la  cruz  si  pudie- 
sen comprobar  solamente  la  quinta  parte  de  este  entusiasmo 
en  su' auditorio !  (2)  Asi  se  expresa  este  sabio  alemán. 

El  lector  verá  con  gusto  los  siguientes  pormenores  acerca 
de  la  grandeza  española:  "Su  marina  con  su  ejército  era  la 
mayor  del  mundo  dotada  con  excelentes  Almirantes,  Pilotos, 
y  Marineros:  contaba  con  más  de  doscientos  buques  de  gue- 
rra, sesenta  y  seis  de  línea  y  cincuenta  y  ocho  Fragatas,  cien 
Vergantines,  más  de  mil  quinientos  Buques  de  Cabotaje  y  otros 
mil  de  navegación  de  altura,  etc .  .  . .  Más  de  ochenta  y  tres 
mil  Oficiales  con  despacho  del  Rey  o  de  sus  Virreyes  y  más 
de  trescientos  sesenta  mil  con  autorización  de  los  Ministros 
de  España;  su  ejército  era  el  más  formidable  y  el  más  bien 
ordenado  de  la  tierra:  en  una  simple  revista  de  tropas  hecha 
en  las  Llanuras  Castellanas  se  reunieron  cuarenta  mil  caballos 
y  ciento  treinta  y  cinco  mil  infantes  sin  contar  los  tercios  fa- 
mosos y  más  de  setenta  mil  carros  de  provisiones  que  ocu- 
paban a  más  de  ciento  veinte  mil  caballerías,  sin  contar  las  de 
a  lomo;  todo  esto  da  un  idea  de  España  en  aquel  tiempo 
en  el  que  desahogadamente  podía  disponer,  en  cualquier 
circunstancia,  de  ciento  veinte  mil  caballos  briosos,  cuatro- 
cientos mil  infantes  y  doscientos  mil  carros  con  sus  tiros  y  equi- 
pos  correspondientes. 

Además  de  ésto,  en  una  fábrica  sola  de  tejidos,  situada 
en  Segovia,    treinta   y   cuatro  mil  obreros  se   empleaban,    sin 

genes  del  Tiber  que  en  las  del  Sena  y  el  Danubio  ;  la  misma  en  las  alegres 
calles  de  Ñapóles  y  de  Milán,  que  en  las  brumosas  de  Bruselas,  Brujas  y 
Gante" — (Cultura  científica  de  España  en  el  Siglo  XVI  por  don  Acisclo  Fer- 
nandez Vallín,    fol.  157. 

(1)  Alvarez    Gómez,   De  Rebus    gestis   Franc.   Ximen,  I-Hispan,  illustr. 
Francof— 1603,  1606).  citado  por  Weiss.  O.  P. 

(2)  Albert.  M.  Weiss,   Apología  de  cristianismo   (VI)  Part.    III.   Tom.    II. 
fol.   174.  Edic  de  Barcelona,  1906). 


—  200  — 

cesar,  en  primorosas  labores;  tan  solo  Sevilla,  reina  ele!  Gua- 
dalquivir, contaba  más  de  diez  y  seis  mil  telares  de  seda;  mil 
diversas  industrias  engrandecían  a  la  Nación  y  en  cada  feria 
celebrada  en  Medina  sabemos  que  se  giraron  en  letras  de  cam- 
bio etc.,  mas  de  dos  mil  quinientos  millones  de  reales. 

Aun  más,  para  la  beneficencia  tenía  España  cuatrocientos 
mil  hospitales;  trescientos  mil  hospicios  para  viajeros  y 
peregrinos;  veinte  mil  asociaciones  para  socorrer  al  desva- 
lido y  doscientas  cincuenta  mil  congregaciones  para  la  en- 
señanza; cuarenta  y  seis  mil  conventos  de  varones  ;y  trescien- 
tos mil  quinientos  de  mujeres;  seiscientos  noventa  obispa- 
dos; sesenta  arzobispados;  once  mil  cuatrocientas  abadías; 
nueve  mil  doscientas  treinta  catedrales  y  colegiatas  y  ciento 
veintinueve  mil  parroquias,  sin  contarlos  anexos.  .  .  .y,  final- 
mente, nueve  mi!  escritores  públicos;  ochocientos  de  Juris- 
prudencia tan  solo;  cuatrocientos  de  Medicina  y  ciencias 
accesorias  y  una  pléyade  de  poetas"  :  consiguiendo  todo  esto 
la  Madre-Patria  en  el  mayor  apogeo  de  su  catolicismo 
y  fervor  religioso.  ¡Tan  cierto  es  que  la  religión  todo  lo 
ilustra,  todo  lo  purifica  y  todo  lo  ilumina  y  engrandece! 

Durante  ese  periodo  de  ^grandeza,  la  Madre-Patria, 
España,  no  consideraba  la  América  sino  como  la  continuación 
y  prolongación  de  sí  misma  y  de  su  Gobierno  basado  en  fas 
admirables  Leyes  de  Indias,  superiores  a  toda  otra  legislación 
civil,  y  llegó  a  conservar  la  paz  pública  por  espacio  de 
trescientos  años,  logrando  preparar,  en  ese  mismo  periodo, 
al  Nuevo  Mundo  de  Colón  para  gobernarse,  defenderse, 
aumentarse  y  vivir  lleno  de  Paz,  de  Fé,  de  Riqueza  y  de 
Progreso. 

Si  las  Provincias  españolas  de  América  no  han  acertado, 
dolorosamente,  a  conservarse  en  paz,  no  ha  sido  por  la  falta 
que  antes  tuvieron  de  ella,  sino  por  haberse  olvidado  del  cami- 
no de  la  paz,  que  es  el  Temor  de  Dios,  a  quien  los  ignoran- 
tes han  pretendido  negar  su  dominio  perpetuo  en  el  gobierno 
de  los  pueblos  y  en  el  destino  temporal  y  eterno  del  hombre; 
por  haber  abandonado  el  espíritu  que  informa  las  Leyes  de 
Origen  y  por  haber  dado  oídos,  neciamente,  a  la  corruptora 
de  naciones  y  pueblos,  cuyo  nombre,  llenos  de  amargura,  no 
queremos  ni  mentar;  pues  nos  duelen  tantas  lágrimas  y 
sangre  española  derramada,  todavía  hoy — mil  novecientos 
trece — en  las  Provincias  españolas  de  América  después  del 
cambio  de  gobierno  político,  reconocido  por  la  Madre-Patria: 


—  201  — 

cambio  de  Gobierno,  repetimos,  y  no  de  sangre  ni  de  familias 
ni  de  ciudades  ni  de  gentes  ni  de  pueblos.  .  .  . 

¡  Ojalá,  que  volviendo  de  lleno  hacia  el  origen,  fecundo 
en  todo  genero  de  iniciativas  y  de  grandezas,  y  desechados 
los  serviles  plagios  de  leyes  infecundas  para  la  raza  española, 
para  el  pueblo  español  de  ambos  mundos,  podamos  gozar  de 
la  paz  que  tiene  su  propio  asiento  y  cimiento  en  el  Evan- 
gelio de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  cuya  voz  legítima  se  oye 
por  medio  de  la  Santa  Madre  Iglesia,  a  cuyos  pechos  se  ali- 
mentó siempre  la  hidalga  raza  ibera,  la  hidalga  raza  española, 
elevándose  a  la  mayor  grandeza  que  jamás  pueblo  alguno 
poseyó  sobre  la  tierra. 

Mr.  Roosevelt,  cuya  historia  tal  vez  pueda  declararle  el 
mayor  enemigo  de  nuestra  raza,  en  reciente  discurso  ha  pro- 
clamado la  grandeza  de  España  amaestrada  por  la  iglesia 
Católica,  Apostólica,  Romana,  y  el  carácter  de  los  españoles 
católicos  ante  los  mismos  reformistas  o  protestantes. 

"Yo  no  comprendo  ninguna  institución  humana  sin  re- 
ligión; yo  entiendo,  dice,  por  religión  la  Católica;  no  sólo 
reconozco  que  la  Religión  Católica  Romana  es  la  directa  intér- 
prete de  las  enseñanzas  del  Redentor,  que  a  ella  debemos  la  im- 
plantación de  aquella  gran  luz  en  la  llamada  Roma  de  los  Cé- 
sares, dueña  del  mundo,  como  ahora  lo  es  del  mundo  de  las 
almas  creyentes,  sino  que  esa  Iglesia  por  su  disciplina,  por  su 
penetración  en  el  palacio  y  en  la  choza,  por  su  continua  propa- 
ganda espiritual  y  personal,  nunca  deja  a  sus  fieles  expuestos  a 
dudas  fundamentales,  ni  deja  una  hendidura  en  la  red  mística, 
por  donde  podamos  escaparnos  los  sofistas  vacilantes,  para, 
contra  la  sentencia  de  Jesucristo,  adorar  falsos  dioses,  sostener 
doctrinas  sociales  equivocadas,  ni  divorciarse,  ni  materializarse, 
ni  aún  alucinarse  con  el  excesivo  amor  a  la  ciencia".   • 

"Yo  digo  esto,  añade,  y  me  fijo  sólo  en  la  Iglesia  Ca- 
tólica, no  sólo  por  su  universalidad  o  catolicidad,  sino  preci- 
samente, porque  entre  los  muchos  que  me  oyen,  muy  pocos 
son  católicos  y  todos  estáis  acostumbrados  a  oir  la  calumnia. 
Y  para  que  veáis  lo  que  es  esa  Iglesia  en  sus  ministros, 
os  citaré  unas  muestras  de  lo  que  eran  en  cuestión  de  ciencia 
aquellos  frailes  tan  vilipendiados  que  intervinieron  en  Sala- 
manca en  el  asunto  del  descubrimiento  de  América  por  Co- 
lón". "Nosotros,  le  dijeron  los  sabios  españoles,  no  discu- 
timos la  factibilidad  de  llegar  a  las  costas  orientales  de  las  In- 
dia: pero  lo  que  decimos  es  que,    de  extenderse    el    Atlántico 


—  202- 

tanto  como  usted  asegura,  ha  de  existir  una  tierra  interpuesta 
por  Dios  entre  la  meta  que  busca  y  la  de  Europa,  pues  no 
nos  parece  posible  que  el  Atlántico  y  el  otro  mar  que  usted 
busca  sea  uno  mismo  con  diferentes  nombres". 

"Es  decir,  que  los  frailes  aquellos  presintieron  la  existen- 
cia de  estos  continentes  que  el  mismo  Colón  que  descu- 
brió las  islas  Occidentales  murió  sin  saber,  y  que  por  eso  se 
llaman  América  en  honor  de  quien  resolvió  el  problema,  Amé- 
rico  Vespucio.  Y  me  decís  que  estoy  defendiendo  a  la  Iglesia 
en  el  terreno  de  la  ciencia.  ¡  Ah !  es  que  sólo  así  es  posible  el 
ataque  aunque  inútilmente,  pues  en  lo  práctico,  sin  ocuparme 
ahora  de  su  obra  sin  rival  en  los  hogares,  yo  os  narraré  un 
poco  de  lo  que  esa  iglesia  ha  hecho  en  las  naciones  que  la 
siguen' ' . 

"Ella,  en  España,  inspiró  aquella  espléndida  era  de  los 
Reyes  Católicos,  llena  de  energías  intelectuales  y  morales, 
más  exuberante  de  vida  que  los  bosques  vírgenes  de  esta 
América.  Ella,  la  iglesia  Católica,  creó  ese  carácter  español, 
superior  al  espartano,  viril,  robusto,  noble  y  generoso,  grave 
y   altivo    y  también  valiente  hasta  la  temeridad" 

"Esa  Iglesia  Católica  dio  a  los  mismos  españoles  esos 
sentimientos  caballerescos  que  les  hicieron  raza  potente  de 
héroes,  sabios,  santos,  guerreros,  que  nos  parecen  legendarios; 
de  aquellos  corazones  indomables,  de  aquellas  voluntades  de 
hierro;  de  aquellos  aventureros,  nobles  y  plebeyos,  que  en 
pobres  barcos  de  madera  corrían  a  doblar  la  tierra  y  a  ensan- 
char los  espacios,  limitando  esféricamente  al  globo  y  comple- 
tando el  planeta,  abriendo  a  través  del  Atlántico  nuevos  cielos 
y  nuevas  tieras,  donde  los  ríos  son  mares,  y  el  territorio  ínte- 
gro otro  mundo,  iluminado  por  astros  que  soñó  Ptolomeo; 
esa  Iglesia  Católica,  en  fin,  movió  a  esa  raza  española  a  hacer 
lo  que  no  ha  hecho  ni  hará  ningún  otro  pueblo:  descubrir  un 
mundo  y  ofrecerlo  a  Dios  que  se  lo  concedió.  A  Dios  como 
altar  y  a  Dios  como  trono.  ...  "Y  fué  un  fraile,  Bartolomé 
de  Las  Casas,  el  que  inspiró  leyes  paternales,  las  Leyes  de 
Indias,  para  implantar  una  civilización  sin  precedente  en  la 
historia,  muy  distinta  de  otros  pueblos  conquistadores  que 
matan  y  esclavizan  razas,  como  han  hecho  los  franceses  y  los 
ingleses  y  nosotros  mismos  con  los  indios  de  Norte  America". 

"Y  por  último,  cuando  os  cuenten  patrañas  de  esa  tan 
mal  comprendida  Inquisición,  sabed  que  jamás  se  ha  probado 
históricamente   que  la    Iglesia  quemase    ningún  sabio   ni  artista 


de  valor.  La  Iglesia  española  entregó  a  sus  sacerdotes  após- 
tatas, a  los  asesinos,  astrólogos,  brujos  y  embaucadores  al 
I  tribunal  seglar  que  efectuó  el  castigo  según  las  penas  de  en- 
tonces, como  quemaron  nuestros  padres  puritanos  aquí,  en 
esta  misma  plaza  donde  estoy   hablando,    a   sus  enemigos". 

"Mirad  la  labor  de  la  Iglesia  Católica.  Educa  gratis  a  los 
niños  protestantes  en  sus  escuelas,  y  en  ellas  pagan  los  católi- 
cos, y  nosotros  les  pagamos  esa  labor  cobrándoles  por  escuelas 
nacionales  que  no  usan". 

Queremos  añadir  el  testimonió  del  insigne  polemista, 
Excelentísimo  señor  don  Ramón  Nocedal,  quien  dice  lo  si- 
guiente : 

"En  aquel  tiempo  no  había  en  España  masones,  ni  após- 
tatas, ni  herejes,  sino  católicos  y  españoles  íntegros,  .y  Espa- 
ña era  la  más  grande  en  todas  las  cosas  sobre  todas  las  nacio- 
nes, y  tanta  vida  tenía,  tan  grande  era  su  progreso  y  tales 
eran  su  riqueza  y  poderío,  que  en  pocos  años  cubrió  el 
Nuevo  Mundo  de  populosas  ciudades,  emporios  de  civi- 
lización y  cultura.  Sobre  la  bandera  española  se  levantaba 
la  cruz  de  Jesucristo,  al  amparo  de  gobernadores  probos 
y  leyes  admirables,  insignes  prelados  y  sacerdotes  y  misio- 
neros difundían  y  conservaban  la  luz,  la  paz  y  las  virtudes 
del  Evangelio,  y  asi  vivieron  tres  siglos  bajo  el  cetro  de 
España,  prósperos  y  florecientes,  tranquilos  y  felices,  reinos 
imperios  dilatadísimos.  Pero  llegaron  los  días  de  los 
Ministros  absolutistas  y  masones.  ..  .expulsaron  de  América 
los  misioneros  y  enviaron  a  oprimirla  y  esquimarla  gober- 
nadores enciclopedistas,  lobos  rapaces  y  tigres  sanguinarios, 
su  sombra  penetró  y  prosperó  en  América  la  masonería; 
y  en  las  logias  aprendieron,  no  los  indios,  sino  los  espa- 
ñoles y  los  hijos  de  españoles,  a  aborrecer  y  ser  traidores  a  la 
JMadre- Patria.  ..  .para  acabar  de  perder  a  España  mien- 
tras América,  se  perdía"  en  fratricida  lucha.  (La  Iglesia 
y  la  Masonéría-Querella-fol.  157.  Madrid,  1903). 
I  Después  de  esto  creemos  que  el  restablecimiento  de  la 
unidad  española  en  los  grandes  órdenes  científico,  económico, 
moral,  social  y  religioso  haría  a  nuestra  raza  el  primer  pueblo 
culto  de  la  tierra;  decimos  en  los  grandes  órdenes  científico, 
moral,  social  y  religioso  y  no  en  la  unidad  política,  porque 
esta  ni  conviene  a!  conjunto  hispano,  demasiado  grande 
y  extendido  por   el  mundo.  , 

Confúndanse,   en  cambio,  todas   las   regiones   españolas 


—  204  - 

en  un  lazo  familiar,  en  la  verdad  histórica,  en  el  trato  íntimo,, 
religioso,  científico,  moral,  social  y  económico,  juntando  la.  ¡ 
juventud  de  las  nuevas  regiones  y  sus  Gobiernos  legítimos, 
con  el  noble  y  siempre  nuevo  tronco  nacional  hispano  y, 
por  último,  establézcase  una  corriente  ordenada  y  caudalosa; 
de  todas  las  fuerzas  vivas  de  la  raza,  que  lleve  a  toda  ella  el 
diálogo  délos  corazones  y  de  las  inteligencias  y  la  fecundi- 
dad de  la  verdad  y  del  bien  en  todas  sus  fases,  para  honor 
del  pueblo  español  de  ambos  mundos  y  salud  del  género 
humano. 


Finalmente,  creemos  que  agradará  al  lector  si  ve  corrobo- 
rado lo  expuesto  con  lo  dicho  por  uno  de  los  más  grandes  ora- 
dores de  la  raza  española-el  sabio  y  virtuoso  Obispo  de  Ancud 
(Chile)  Ilustrísimo  señor  don  Ramón  Ángel  Jara-con  motivo 
de  la  recepción  solemne  de  las  banderas  españolas  de  Amé- 
rica en  el  acto  de  ser  presentadas  a  la  Santísima  Virgen  deí 
Pilar   el  veintinueve  de  noviembre  de  mil    novecientos   ocho. 

— En  nombre  de  la  Iglesia  Hispano-Americana,  un  grupo 
de  sus  Obispos,  dice  elocuentemente,  deseábamos  llegar  con 
religioso  silencio  a  la  histórica  ciudad  de  Zaragoza  para  depo- 
ner ante  las  aras  de  la  Virgen  María  del  Pilar  los  sagrados  pa- 
bellones  de  nuestros  queridos  diocesanos. 

Y  he  aquí,  señores,  (Rmos  Arzobispos  y  Obispos  espa- 
ñoles, hermanos  nuestros,  Excelentísimo  señor  Capitán  Ge- 
neral, Gobernador  Civil  etc. )  que  nos  habéis  sorprendido- 
saliendo  al  encuentro  para  honrar  las  gloriosas  banderas  def 
suelo  Hispano-Americano,  con  tal  lujo  de  cortesía  y  de  mag- 
nificencia, que  hoy  arranca  lágrimas  a  nuestros  ojos  y  que 
mañana  arrancará  un  estruendoso  aplauso  a  todas  las  naciones 
del  mundo  de  Colón. 

Como  se  agita  alborozado  el  corazón  de  la  madre  al  ver 
llegar,  después  de  larga  ausencia,  los  hijos  idolatrados  al  seno 
del  hogar,  asi  el  corazón  de  España  palpita  de  alegría  en  estos 
instantes  al  ver  que  después  de  cuatrocientos  años  arriban  a 
sus  playas  aquellas  mismas  naciones  que  son  sus  hijas,  porque 
ella  las  engendró  a  la  doble  vida  de  la  civilización  y  de  la  fe. 
Y  como  se  engalana  la  casa  paterna,  en  horas  de  tan  justo  re- 
gocijo, asi  hoy  nos  abre  las  puertas  y  sus  brazos  para  recibir' 
las  banderas  gloriosas  de  las  diez  y  nueve  repúblicas  herma- 
nas.     (Hijas  de  una  misma  madre-España). 


—  205  — 

Para  ello  ha  congregado  a  sus  egregios  Pastores  y  a  sus 
esclarecidos  Magistrados ;  ha  reunido  a  sus  sacerdotes  y  a  su 
pueblo ;  ha  formado  en  columna  de  honor  a  sus  guerreros ; 
teje  guirnaldas  con  las  preciadas  flores  de  sus  hogares;  decora 
«us  plazas  y  sus  calles;  con  potente  voz  entonan  himnos  gue- 
rreros sus  bronces  militares,  y,  en  medio  de  estos  vítores  y 
aplausos,  que,  a  manera  de  una  tempestad  de  amor,  viene 
sacudiendo  nuestro  espíritu.  .  .  .  Acabamos  de  ver  que  la  au- 
gusta bandera  de  España,  aquella  que  tenia  el  sol  clavado  en 
sus  dominios,  ha  bajado  hoy  de  su  alto  solio,  siempre  Reina 
|f  Soberana,  para  recibir  en  su  seno  el  beso  de  respeto  y  de 
cariño  con  que  en  estos  estandartes  le  envian  sesenta  millo- 
nes  de  Españoles-Americanos  que  la  reconocen  por  madre .  . 

j  Que  Dios  os  pague,  hidalgos  hermanos  españoles,  este 
despliegue  de  nobles  sentimientos  con  que  habéis  querido  sa- 
ludar nuestros  pabellones,  antes  de  suspenderlos  en  presencia 
"de  la  sacra  efigie  de  la  Virgen  del  Pilar!  En  nombre  de  mis 
hermanos  en  el  Episcopado  y  de  toda  la  América-Española, 
os  doy  infinitas  gracias;  y  vuelvo  a  repetirlas,  porque  habéis 
recibido  nuestras  banderas,  como  si  se  tratara  de  recibir  a  los 
mismos  Soberanos ....  Veníamos  a  cancelar  una  deuda  con 
intereses  de  cuatro  siglos,  y  resulta  que  nos  despedís  ahora 
'con  doblada  obligación   de  cariño  y  gratitud. 

Bien  se  ve  en  lo  cordial  y  espontáneo  de  esta  espléndida 
manifestación,    que  os    habéis  dado  cuenta  de  que   el  Episco- 
pado  de   la  América  española  envía   con  nosotros  una  ofren- 
Ida,    hija   del  corazón  y  de  la  fe  cristiana. 

La  Iglesia  hispano-americana,  obligada  como  nadie  a  dar 
ejemplo  de  armonía  y  de  paz,  trae  hoy  sus  banderas  enlazadas, 
como  emblemas  de  una  gran  familia,  a  dar  público  y  durade- 
ro testimonio  de  su  gratitud  a  la  Madre  de  Dios,  que  con  los 
dones  de  la  fe  le  abrió  los  cielos,  y  a  la  Madre  España,  que 
•  con  los  tesoros  de  la  civilización  redimió  de  ía  barbarie  el 
mundo  de  Golón.    ( 1 ) 

a)     "El  Diario  de  la  Marina"  de  La   Habana,    con  el    epígrafe:  El  áia  de  la 
,  Raza,  habla  déla  conveniencia  de  celebrar  en  todos  los  pueblos   de  América  y  de 
España,  como  fiesta  nacional,  la  fecha  del   descubrimiento   del  Nuevo   Mundo; 
con  gusto   nos  hacemos  voceros  de  esta  idea  poniendo  a  continuación  las  mis- 
mas palabras: 

ELDIADEL4R4ZA 

"El  Consejo  de  Secretarios  ha  acordado  tomaren  consideración  la  iniciativa 
de  la  Asociación  Ibero-Americana  de  hacer  fiesta  nacional  en  todos  los  pueblos 
de  América  y  en  España  el  día  doce  de  octubre  de  cada  año,  en  conmemoración 


—  206  — 

A  costa  de  titánicas  empresas,  rayanas  en  leyendas  de 
tiempos  fabulosos,  España  consumió  por  espacio  de  trescientos 
años,  en  el  descubrimiento  y  en  la  conquista  de  América, 
millares  de  vidas,  riquezas  imponderables,  soldados  y  misio- 
neros, esfuerzos  y  energías,  que  pudieron  debilitarla,  más  no 
postrarla.     Las  tradiciones  gloriosas,  los  magnánimos  proyec- 

del  descubrimiento  de  América.     Y  hay  la  seguridad   de   que  este   ejemplo  será 
imitado  en  todas  las  Repúblicas  de  la  América  Latina. 

No  nos  ocuparemos  en  hacer  el  elogio  de  esta  fiesta,  en  determinar  su  al- 
cance, en  notar  que  no  es  una  fiesta  de  un  país,  sino  fiesta  de  todos  los  países 
en  que  las  diferencias  de  carácter,  de  gobierno,  de  costumbres  están  soldados  y 
llenas  por  el  mismo  caudal  espiritual  y  la  memoria  de  una  historia  misma;  en  ;¡ 
precisar  que  se  trata  de  una  fiesta  de  ie  raza,  necesitada — ahora  más  que  nun-  ¡ 
ca — de  solidaridad  y  de  contacto  entre  ¡os  diversos  pueblos  en  que  se  halla  re- 
partida. 

El  día  doce  de  octubre  recuerda  en  el  orden  humano  el  hecho  más  grande 
que  registran  los  anales  de  la  historia  del  mundo.  Realmente,  tampoco  la  fiesta 
que  se  proyecta  debiera  ser  exclusiva  de  una  raza;  debieran  celebrarla  todas 
las  razas.  Ei  mundo  que  aquel  día  descubrieron  tres  pobres  carabelas  españo- 
las, abrióse  a  todas  las  razas,  a  todas  ofreció  asilo  y  con  todas  se  pobló  y  engran- 
deció. En  este  recuerdo  excelso  debieran  reunirse  en  un  abrazo  todos  los  pue- 
blos que  saben  lo  que  es  la  gratitud  y  la  hermandad.  Habría  un  día  común  al 
universo,  en  que  se  celebraría  la  abneg  iciph  y  el  valor  de  quienes  realizaron  la 
maravillosa  empres i  y  la  aparición  de  un  continente    en  medio  del  océano. 

Pero  si  esto  no  es  posible,  los  pueblos  de  un  mismo  origen  y  de  una  histo- 
ria común  deben  fijar  ese  día;  deben  aprovecharlo  en  algo  práctico,  que  contri- 
buya a  afirmar  la  personalidad  de  cada  uno  y  sirva  de  ocasión  para  hacer  ver 
la  fusión  de  sus  aspiraciones  y  el  engrandecimiento  que  los  une  con  la  nación 
que  echó  al  mar  las  tres  pobres  cárabe  as  descubridoras  de  un  mundo.  El 
ideal  déla  Unión  Ibero-Americana  el  día  doce  de  octubre  de  cada  año  puede 
ganar  una  piedra  que  contribuya  a  asegurar  su  base. 

América  ha  comenzado  a  vera  España  como  es,  sin  velos  que  se  la  encu- 
bran y  sin  leyendas  que  la  disfiguren.  La  desgracia  de  España  ha  sido  siempre 
la  de  vivir  envuelta  en  las  leyendas  que  sobre  su  carácter  se  han  forjado.  No 
hay  apenas  escritor  que  haya  pisado  un  día  Ja  Península  y  que  ya  no  se  crea 
autorizado  para  discurrir  sobre  ella  como  un  visionario  loco.  Feuillet,  el  mis- 
mo Feuillet,  tan  serio  y  tan  comed  do,  vio  un  i  vez  en  las  calles  de  Madrid  pe- 
nitentes que  marchaban  en  procesión  con  los  brazos  atravesados  por  espadas 
y  con  una  cruz  a  cuestas  y  descubrió  que  Valencia  era  patria  de  todos  los  tore- 
ros. Sobre  la  tiranía,  el  despotismo,  la  falta  de  libertad  y  la  ignorancia  españo- 
la se  han  escrito  volúmenes  famosos. 

Y  hoy  empieza  a  conocerse  todo  lo  que  hay  de  bufo  en  esas  obras,  y  em- 
pieza a  pregonarse  que  España  es  uno  de  los  países  en  que  la  libertad  es  más 
completa.  El  profesor  Altamira  preguntó  a  un  profesor  alemán  lo  que  sucede- 
ría en  una  universidad  alemana  si  expusieran  en  la  cátedra  ¡días  contrarias  al 
Kaiser  o  a  la  política  del  Kaiser.  "Quien  lo  hiciera — le  dijo — sería  expulsa- 
do inmediatamente  de  la  Universidad".  En  las  Universidades  españolas  hay 
profesores  ultrarradicales  que  atacan  implacablemante  las  más  altas  institucio- 
nes y  no  se  les  coarta  ni  se  les  molesta.  La  libertad  en  España  -nás  peca  por 
exceso  que  por  defecto;  y  de  todos  los  pecados  que  se  les  han  atribuido  se  pue- 
de hacer  la  misma  apreciación. 

Así  lo  hacen  actualmente  todos  los  que  van  a  España,  y  por  eso  recomenda- 
mos con  tanto  empeño  el  fomento  del  turismo  entre  España  y  la  América  lati- 
na..    Sobre  el  terreno  pueden  hacerse  y  se  hacen  las    rectificaciones:   sobre  el 


207 


tos,  las  jornadas  atrevidas,  los  servicios  generosos  prestados 
a  la  humanidad,  las  proezas  militares,  la  alteza  de  miras,  los 
bríos  entusiastas  de  la  Sangre,  y  más  que  todo  la  firmeza  in- 
contrastable para  conservar  siempre  vivo  el  culto  de  la  religión 
y  de  la  patria,  son  tesoros,  que  pesados  en  la  balanza  justi- 
ciera de  la  Historia,  inclinarán   siempre  el   respeto  y  la  admi- 


terreno  puede  verse  y  se  ve  que  España  no  es  tenebrosa,  sino  clara  como  el 
sol;  que  aparte  de  la  España  de  leyenda  que  han  hecho  los  escritores,  está  la 
España  real,  libre,  estudiosa,  vigorosa,  fuerte  y  con  caudal  tan  amplio  de  ener- 
gías que  ha  sido  un  escritor  americano  el  que  después  de  verlas  y  tocarlas,  es- 
cribió estas  palabras  admirables:  es  un  pueblo  primitivo.  Su  hisioria  no  acabó 
yá:  su  historia  todavía  está  empezando 

Con  esta  España,  la  única,  la  de  hoy,  es  con  la  que  apetecemos  que  la 
América  se  funda;  \*/  lo  pide  su  personalidad  espiritual  y  la  de  todos  los  pueblos 
en  que  ella  grabó  su  nombre  y  desparramó  sus  gentes.  Más  que  el  sentimenta- 
lismo, que  al  fin  siempre  sería  una  razón,  lo  requiere  el  interés.  El  día  doce  de 
octubre,  día  de  fiesta  nacional  en  España  y  en  America,  en  todas  las  naciones 
de  igual  raza  debe  ser  día  de  abrazos  y  día  de  formar  planes  y  de  llevar  a  Espa- 
ña americanos  que  H conozcan  bien  y  que  la  amen,  y  de  traer,  a  América  espa- 
ñoles que  digan  la  buena  nueva  y  que  hablen  a  su  regreso  de  la  labor  y  del 
amor  de  América  hacia  todas  las  causas  levantadas". 

(*)  No  opinamos  con  el  autor  de  este  razonado  artículo:  hay  fundamentos 
esenciales  para  la  vida  de  las  colectividades  humanas,  y  el  fundamento  de  la  co- 
lectividad y  de  la  vida  española  es  el  sincero,  leal  y  caballeroso  respeto  y  obedien- 
cia al  Creador  de  la  humanidad  y  a  la  Iglesia  de  Jesucristo,  Redentor  y  Salvador 
del  género  humano,  Dios  y  hombre  verdadero:  bien  lo  manifiestan,  no  solo  el  Fue- 
ro Juzgo  y  las  Siete  Partidas  del  Rey  Sabio,  sino  la  incomparable  legislación  de 
Indias.  Este  es  el  patrón' de  toda  la  raza  española,  y  rió  el  histérico  de  hoy  y  ex- 
tranjerizo hecho  por  mendigantes   legisladores. 

En  asuntos  grandes  y  verd-deros  como  este  del  Día  de  la  Raza  debe  ponerse 
por  fundamento  a  Dios  y  a  la  humanidad,  sin  obligar  a  nadie;  pero  sin  ocultar 
ni  empequeñecer  la  influencia  decisiva  de  la  religión  en  el  descubrimiento  del 
Nuevo  Mundo.  ¡Terciario  franciscano  fué  Cristóbal  Colón,  a  quien  se  debe  la 
hazaña  grandiosa  de  su  descubrimiento! 

Todo  pensamiento  es  pequeño  donde  no  se  encuentra  a  Dios,  que  es  la  suma 
grandeza  y  vive  y  reina  en  el  cielo  y  en  la  tierra;  estériles  nos  parecen  los  deseos 
grandes  de  los  hombres  cuando  están  fuera  de  la  realidad  pura,  y  la  realidad  Su- 
prema.perpétua,  universal  y  eterna  es  la  Divinidad;  los  hombres  y  las  ideas  pasan, 
solo  Dios  perdura  y  reina  en  todas  las  generaciones  y  por  todos  los  siglos:  por 
lo  tanto  el  Día  de  la  Raza  y  la  unión  espiritual  y  económica  que  se  pretende  debe 
tener  por  fundamento  claro  y  definido  el  mismo  manantial  inagotable  y  fecundo 
del  cristianismo,  la  dirección  moral  y  religiosa  de  la  Iglesia  Romana  y  de  la  Santa 
Sede,  la  fe  de  los  mismos  descubridores,  conquistadores  y  civilizadores  del  Nuevo 
Mundo:  o,  como  dijo  Bolívar:  Los  pueb'os  españoles-americanos  deben  tener 
por  Patrón,  el  "Código  de  las  Leyes  de  Indias",  que  es  uno  de  los  monumentos 
más  grandes  de  la  Raza. 

En  uno  de  los  últimos  discursos  del  maravilloso  y  sublime  orador  de  los 
¡tiempos  modernos,  Excmo  señor  don  Juan  Vázquez  de  Mella,  Diputado  a  Cortes 
en  la  Madre  Patria,  (discursos  que  recomendamos  con  interés  a  los  jóvenes 
lectores)  encontramos  que  "Bismarck  lanzó  ante  varios  amigos  y  un  periodista, 
que  la  hizo  circular,  esta  terrible  frase,  hablando  de  los  pueblos  latinos  concita- 
dos contra  su  política:  "ES  PRECISO  FOMENTAR  EN  ELLOS  EL  PARLA- 
MENTARISMO Y  DEBILITAR  EL  CATOLICISMO,  QUE  ES  LA  ÚNICA 
FUERZA  VIRIL  QUE  LES  QUEDA". 


—  208  — 

ración  de  todas  las  gentes  y  de  todas  las  edades.  Y  este  es 
el  lote  de  la  fortuna  discernido  por  Dios  a  la  querida  España, 
que  la  hace  única  entre  todas  las  naciones  y  que  nadie  podrá 
arrebatarle  jamás.  Es  verdad  qué  el  Imperio  Romano  em- 
puñó el  cetro  del  mundo;  pero  ¿qué  le  resta  de  su  antiguo 
poderío?  ¿ Dónde  están  los  pueblos  que  le  rinden  el  vasallaje 
del  amor? 

No  así  tú,  nobilísima  nación  hispana,  madre  fecunda 
de  santos  y  de  sabios,  cuna  de  intrépidos  conquistadores  y 
de  invictos  capitanes,  jardín  inagotable  de  artistas  y  poetas, 
arsenal  de  genios  para  las  ciencias  y  las  letras.  Álzate  ufana 
a  recoger  el  tributo  debido  a  las  acciones  heroicas  y  a  tus 
ingentes  sacrificios.  Porque  has  dado  a  luz  un  mundo,  tu 
sangre,  tu  religión  y  tu  lengua  vivirán  en  tus  descendientes, 
y  no  habrá  fuerza  capaz  de  romper  esa  triple  cadena  que  man- 
tiene unido  a  tus  entrañas  el  Continente  Americano .... 

Con  legítimo  orgullo  podemos  acercar  al  corazón  de  Es- 
paña nuestras   banderas  enaltecidas  por  iguales  triunfos. 

O'Higgins  y  San  Martín,  Bolívar  y  Belgrano,  Sucre  y 
Artigas,  gemelos  son,  por  la  audacia  y  el  valor,  de  los  bravos 
campeones  de  Iberia;  también  nuestras  naciones  han  dado 
santos  extraordinarios  a  los  altares,  sabios  ilustres  a  las  Uni- 
versidades de  ambos  continentes,  pastores  esclarecidos  a  la 
Iglesia,  varones  preclaros  a  la  Magistratura,  vares  inspirados 
al  Parnaso,  genios  superiores  a  las  artes  y  brazos  infatigables 
a  las  industrias  y    al  comercio. 

Jóvenes  y  vigorosas  las  cristiandades  de  la  América-es- 
pañola, no  solo  suspenden  hoy  sus  banderas  ante  las  aras  de 
la  Madre  del  Pilar,  como  expresión  de  la  unidad  de  nuestra 
fe,  sino  también  como  amigas  mensajeras  de  que  nuestros  puer- 
tos, nuestras  ciudades  y  mercados  tienen  sus  puertas  abiertas 
a  las  industrias  y  al  comercio  de  la  Metrópoli  Española. 
Nuestro  anhelo  mayor  es  ver  llegar  sus  productos  a  nuestras 
playas,  no  bajo  banderas  extrañas  ni  con  marcas  extranjeras, 
sino  con  la  honrosa  contraseña  de  haber  sido  elaborados  en 
los  talleres  y  fábricas  de  España.  .  .  .en  los  talleres  y  fábricas  de 
la  Madre-España! 

Tal  es  el  risueño  porvenir  que  nos  brinda  este  abrazo. 
A  la  ciudad  de  Granada  cupo  la  suerte  de  recibir  las  primicias 
del  suelo  americano,  traídas  a  los  Soberanos  de  España  por 
eJ  descubridor  del  Nuevo  Mundo.  Y  esas  primicias  fueron 
las  pintadas  aves   de  nuestros   bosques,    las   gayas   flores   de 


—.209  — 

nuestras  praderas  y  los  preciosos  metales  de  nuestras  monta- 
ñas. Más  feliz  ahora  la  ciudad  de  Zaragoza,  ve  llegar  después 
de  cuatro  siglos,  hasta  el  trono  de  su  Reina,  que  es  la  Virgen 
del  Pilar,  no  los  frutos  variados  de  la  tierra,  sino  estos  sagra- 
dos estandartes  que  forman  la  síntesis  de  diez  y  nueve  na- 
ciones ricas  de  progreso  y  bienestar.  A  cada  uno  de  esos  pa- 
bellones corresponde  una  historia  de  sublimes  sacrificios  y 
magníficos  triunfos 

Desahogada  ya  la  gratitud  de  nuestras  almas  para  con  la 
Noble  España,  sigamos  hasta  deponer  nuestras  Banderas  de- 
lante del  Altar.  Santificadas  están  ya  por  la  mano  augusta 
del  Vicario  de  Jesucristo,  y,  como  reliquias  venerandas  ellas 
pueden  abrirse  paso  hasta  el  Santuario  del  Señor.  Pero  a 
este  cortejo  de  Pontífices,  de  Magistrados  y  de  guerreros  es 
menester  que  preceda  otra  legión  formada  por  aquellos  mag- 
níficos Monarcas  españoles,  invictos  Conquistadores  y  após- 
toles abnegados  que  mecieron  con  sus  manos  la  cuna  de  la 
fé,  de  la  verdadera  libertad  y  de  la  civilización  americana. 
Si;  que  alcen  su  frente  de  la  almohada  de  piedra  en  que 
duermen  en  Granada  el  sueño  de  la  muerte,  Isabel  y 
Fernando,  los  católicos  Soberanos,  para  que  contemplen 
gozosos  el  fruto  de  sus  magnánimas  empresas;  descienda 
de  su  solio  el  inmortal  Cristóbal  Colón  y  llegue  hasta 
nosotros  ese  hombre  extraordinario,  que  empezó  por  pa- 
recer un  insensato  mendigo  y  acabó  por  ser  el  descubri- 
dor de  un  Mundo;  vengan  con  él  formándole  séquito  de 
honor,  esos  hombres  de  acero,  Hernando  de  Cortés,  aquel 
que  prendía  fuego  a  sus  naves  para  no  encontrar  otro  camino 
que  la  muerte  o  el  triunfo;  Pizarro  y  Almagro,  los  vencedo- 
res del  Imperio  de  los  incas;  Ponce  de  León  y  Ovando, 
los  navegantes  impertérritos;  Pedro  de  Valdivia,  el  infatiga- 
ble conquistador  de  Chile;  Díaz  de  Solís,  descubridor  de  las 
regiones  del  Plata;  Balboa  descubridor  afortunado  del  gran 
Océano;  Magallanes  que  sorprende  el  estrecho  en  que  se 
abrazan  nuestros  mares;  y  ocupen  sitio  de  honor  aquellos 
santos  Obispos  misioneros,  que  como  Mogrovejo  y  Mede- 
llín,  las  Casas  y  Valdivia,  fueron  los  primeros  apóstoles  y  los 
protectores  cariñosos  de  nuestras  tribus  indígenas 

Así  asociados  con  esos  viejos  españoles  que  fueron  nues- 
tros padres,  marchemos  a  ese  Santuario  bendito  del  Pilar, 
donde  todos  los  pobladores  de  América,  al  amparo  del  mayor 
de  los  Santiagos,  el  padre  de  nuestra  fe  cristiana,   alzaron  sus 

14 


—  210  — 

plegarias  y  encomendaron  sus  empresas,  antes  de  lanzarse  a 
dilatar  los  dominios  de  Jesucristo  en  las  almas  y  de  los  Re- 
yes Castellanos  en  ignotos  territorios.  Obispos  y  americanos: 
sigamos  nuestra  jornada  hasta  dejar  suspendidas  nuestras  ban- 
deras a  manera  de  una  imperial  diadema  s5bre  la  frente  de 
María 

Y  vosotros,  Pastores  de  la  Iglesia  hispana,  Magistrados  y 
pueblo  de  la  ciudad  de  Zaragoza,  sed  testigos  de  la  entrega 
que  hago,  por  honrosa  comisión,  del  acta  de  esta  ofrenda  sus- 
crita por  el  Episcopado  de  la  América- Española  en  manos  del 
dignísimo  Arzobispo  de  esta  Sede,  como  delegado  que  es  en 
este  instante  del  Eminentísimo  Cardenal  de  Toledo,  Prima- 
do de  las  Españas  y  Patriarca  de  las  Indias 

Sí;  guardad  la  memoria  de  este  día  porque  es  anillo  de  oro 
que  deja  abrazados  para  siempre  a  los  hijos  y  a  los  nietos  de  la 
vieja   España  sobre  el  corazón  de  la  vírgen  del   pilar. — (1). 

Con  esta  idea  solemne,  y  casi  divina,  convenía  dar  fin 
a  este  escrito;  pero  no  antes  de  añadir  una  observación,  y  es 
que  en  mil  novecientos  trece,  en  pleno  Congreso  Catequístico 
de  Valladolid  (España),  otro  Ilustrísimo  y  Reverendísimo  Se- 
ñor Obispo  (el  de  Lugo)  pedía  "que  se  borre,  para  siempre, 
de  nuestra  lengua  y  de  nuestras  costumbres,  la  palabra  euro- 
peizarse; y  sobre  todo,  que  no  se  considere  esa  aspiración  co- 
mo el  ápice  supremo  de  nuestra  grandeza". 

"Nuestros  mayores,  dice  con  verdadera  elocuencia,  no 
tuvieron  tan  mezquino  ideal,  pues  se  propusieron  más  bien  es- 
pañolizar al  mundo,  y  lo  consiguieron ". 

Esa  debe  ser  la  aspiración  de  los  pueblos  españoles;  esos 
son  los  ideales  grandes  de  la  Raza  en  todos  los  polos ;  y  no 
los  fementidos  sistemas  que  se  apartan  radicalmente  del  nues- 
tro, asazmente  colonizador,  difusivo  y  compenetrante,  que  sa- 
be iniciarse  en  todos  los  climas  y  en  todas  las  razas  atrayéndo- 
las al  conglomerado  español,  fundiéndolas  en  una  sola  España, 
en  una  alma-mater,  sin  que  le  sirva  de  estorbo  la  multiplicidad 
de  sus  Gobiernos  legítimos;  antes  al  contrario,  cada  uno  de 
ellos  le  sirve  de  sostén  y  apoyo  al  conjunto  hispano. 

Forse  altri  cantera  con  miglior  plettro. 

FÍNIS 


(1)  Los  que  deseen  conocer  e?te  importante  discurso,  pueden  leerlo  com- 
pleto en  la  obra  "Ontología  de  Oratoria  Sagrada",  por  el  Doctor  Calpena,  Tomo 
IV.  fol.  764  al  771,  Ed.  de  Madrid:  pues  solo  extractamos  aquí  lo  que  hace  a  nues- 
io  propóiito. 


APÉNDICES 


213 


APÉNDICE  I 


Estudio  crítico  sobre  eí  día,  mes  y  año  de  (a  fundación  de 
SANTIAGO  DE  LEÓN,  de  Caracas,  con  el  importante  pa- 
recer de  ía  Ilustre  Academia  nacional  de  ía  Historia. 


IFUJKID)J^(DE(S)H  m>M  CJ^MJ5,CJ^§> 


Informe  de  la  Academia  de  la  Historia  a  Fray  Froilán 
de  Rionegro 

Señor  Presidente  de  la  Academia  de  la  Historia  de  Venezuela. 

Caracas. 

Señor: 

Estimando  que  Diego  de  Losada  es  uno  de  los  más  alto, 
personajes  en  la  Historia  de  la  Colonización  de  Venezuelas 
me  propuse  estudiar  su  vida,  para  llegar  a  conocer  el  día, 
mes  y  año  de  la  fundación  de  Caracas,  siguiendo,  paso  a 
paso,  los  días  de  Losada. 

Con  la  más  alta  consideración  debida  a  la  Academia  de 
la  Historia,  ilustre  y  ventajosa  Institución  nacional,  me  es 
grato  someter  a  su  decisión,  el  más  competente  y  autorizado 
parecer, — los  Antecedentes,  y  Consiguientes  a  la  fundación 
de  Caracas,  con  algunas  observaciones  críticas — para  señalar, 
fijamente,  las  fechas  de  la  referida  fundación  con  plena  cer- 
teza moral. 

De  Ud.  y  de  la  Academia  que  dignamente  preside 

Muy  atentamente 

Fray    Froilán  de  Rionegro. 

Misionero    Capuchino. 
Caracas:  19  de  noviembre  de  1912. 


—  214  — 

Caracas:  24  de  diciembre  de  1912. 

Señor  Director  de  la  Academia  Nacional  de  la  Historia. 

Presente. 

Los  suscritos,  comisionados  por  la  Academia  para  infor- 
mar acerca  del  trabajo  del  Reverendo  Padre  Froilán  de  Rio 
negro,  Misionero  Capuchino,  relativo  a  la  fundación  de  Cara- 
cas, cumplimos  nuestro  cometido  exponiendo  que  dicho  traba- 
jo es  interesante  y  merece  publicarse  en  el  Boletín.  Las  ra- 
zones aducidas  por  el  autor  para  fijar  la  fecha  que  indica, 
como  de  la  fundación  de  Caracas,  son  muy  sólidas,  pero  cree- 
mos que  la  Academia  debe  abstenerse  de  decretar  que  se  ten- 
ga por  averiguada  esa  fecha,  mientras  no  aparezcan  docu- 
mentos que  esclarezcan  definitivamente  el  punto. 

Somos  de  Ud.  atts.  ss.  y  colegas, 

Teófilo  Rodríguez. 

F.  Tosta  García. 

P.  M.  Arcaya.  - 


—  215  — 

Antecedentes  a  la  Fundación  de  Caracas 
I 

19  En  mil  quinientos  sesenta  y  cinco  llegó  de  España, 
por  Gobernador  de  esta  provincia  don  Pedro  Ponce  de 
León  «con  apretadas  órdenes  del  Rey»  para  la  colonización  y 
conquista  de  Los  Caracas,  confirmando  el  nombramiento  de 
General  a  Diego  de  Losada,  quien  había  sido  nombrado  ya  por 
su  antecesor  Pablo  Bernaldes.  (Oviedo  y  Baños  Lib.  V.  Cap.  I). 

29  Todo  el  año  de  mil  quinientos  sesenta  y  seis  lo  pasó 
Diego  de  Losada  preparando  gente,  armas  y  pertrechos  para 
la  conquista  de  Caracas  la  cual  se  le  había  encomendado. 

39  A  principios  de  enero  de  mil  quinientos  sesenta  y  sie- 
te salió  Losada  del  Tocuyo  pasando,  con  su  gente,  a  Barqui- 
simeto. 

49  El  día  veinte  de  enero  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  estaba  Losada  en  Villa-rica  «Nirgua, »  en  donde  hicie- 
ron grandes  fiestas  Religioso-Militares  y  eligieron  á  San  Se- 
bastián, Mártir,  por  Patrono  de  su  empresa. 

59  En  Villa-rica,  ó  Nirgua,  el  ejército  quedó  a  cargo  de 
Francisco  Maldonado,  quien  se  dirigió  a  Valencia  con  la  gente, 
para  esperar  a  Diego  de  Losada  en  Guacara;  pues  este  fue  a 
Borburata,  acompañado  de  Pedro  Alonso  Galeas  y  Francisco 
Infante,  en  donde  estuvo  quince  días  esperando  a  Juan  de  Sa- 
las, quien  no  llegó,  según  lo  convenido,  con  los  Guayqueríes  de 
Margarita. 

69  Cuando  Losada  llegó  a  Guacara,  todos  habían  pasado 
a  Mariara,  en  donde  se  detuvieron  ocho  (8)  días;  organizá- 
ronse los  servicios  religiosos,  confesando  y  comulgando  todos, 
dándoles  ejemplo  Diego  de  Losada,  el  cual  traía  consigo  dos 
Capellanes  para  servicio  del  ejército:  prepararon  todas  las 
armas,  haciendo  el  recuento  de  gente,  municiones  y  víveres; 
contándose  con  los  siguientes  hombres  de  guerra:  Caballería 
veinte:  Arcabuceros,  cincuenta:  Rodeleros,  ochenta.  Total: 
ciento  cincuenta  hombres.  Además,  para  el  servicio,  encon- 
tró Losada:  personas,  ochocientas:  bestias  de  carga,  doscien- 
tas: carneros,    cuatro  mil:   cerdos — la  mar. 

79  El  veinticinco  de  marzo  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  estaba  Losada  en  la  jurisdicción  de  Los  Teques  con  toda 
su  gente  e  impedimenta. 


—  216  — 

8?  El  miércoles  tres  de  abril  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  después  de  algunos  días  de  descanso  en  el  Valle  de  la 
Pascua,  levantó  Losada  el  campamento  para  llegar,  aquél 
mismo  día,  al  Valle  de  San  Francisco  de  Caracas,  distante 
solo  una  legua,  y  casi  á  la  hora  de  haber  salido  fue  herido 
Diego  de  Paradas,  muriendo  á  los  seis  días  (6)  en  el  campa- 
mento general  del  Valle  de  San  Francisco  (Nueve  de  abril  de 
mil  quinientos  sesenta  y  siete) . 

9?  Con  motivo  de  esta  muerte,  tan  sensible  para  Losada, 
permanecieron  descansando  todos  en  el  Valle  de  San  Francisco 
de  Caracas,  hasta  el  diez  y  nueve  de  abril  de  mil  quinientos 
sesenta  y  siete,  día  en  el  cual  mandó  Losada  a  JuandeGámez 
al  Chacao  con  treinta  hombres. 

10?  Después  de  esto,  conociendo  Losada  que  no  podía  soste- 
nerse por  medios  pacíficos,  salió  en  persona  con  ochenta  hom- 
bres hacia  los  Mariches;  caminando  solo  cuatro  leguas  en  tres 
días,  y  mientras  peleaba  con  Aricabuto  recibió  aviso  de  que 
peligraba  el  campamento;  por  esto  abandonóla  victoria,  que 
tenía  alcanzada,  y  se  volvió  al  Valle  ele  San  Francisco,  para 
defenderlo  de  los  indios. 

11?  A  -su  llegada  retiráronse  los  indios  que  amenazaban 
el  campamento,  y  aunque  descansaron  de  las  armas  y  moles- 
tias de  la  guerra,  carecían  de  bastimentos,  por  haber  talado 
los  indios  las  sementeras  inmediatas.  Losada  envió  a  don  Ro- 
drigo Ponce  con  cuarenta  infantes  y  cuatro  jinetes  hacia 
los  Tarmas  y  Taramaynas,  en  busca  de  víveres,  consiguién- 
dolos muy  difícilmente. 

129  Viendo  Losada—  lo  largo  que  iba  el  asunto— y  aunque 
no  pretendía  poblar  hasta  pacificar  la  provincia;  sin  embargo, 
para  comodidad  general,  y  asegurar  la  retirada  en  casos  ad- 
versos, resolvió  fundar  una  ciudad,  estableciéndose  de  fijo  en 
el  Valle  de  San  Francisco  de  los  Caracas. 

13?  El  día  veinticinco  de  julio  de  mil  quinientos  treinta  ( ?) 
según  testimonio  del  Maestro  Gil  González,  en  su  Teatro  Ec- 
cles,  Diego  de  Losada  fundó  la  ciudad,  y  la  llamó:  Santiago  de 
León,  de  Caracas:  señaló  sitio  para  la  iglesia:  repartió  solares 
a  los  vecinos:  nombró  Regidores,  y  éstos  en  Cabildo  eligieron 
por  primeros  alcaldes  a  Gonzalo  Osorio,  sobrino  de  Losada,  y 
a  Francisco  Infante. 

Estos  son  los  antecedentes  al  día,  mes  y  año  de  la  fundación 
de  Caracas:  yeamos,  ahora,  los  consecuentes  a  la  fundación. 


217  - 


Consecuentes  a  ía  Fundación  de  Caracas 

II 

Io  «Pocos  días  después  de  haber  poblado  Losada»  llegó  el 
Capitán  Juan  de  Salas  de  Margarita  con  víveres  y  refuerzos. 
Melchor  López,  quien  vino  en  esta  expedición,  logró  aprisio- 
nar uno  de  los  Caciques  de  la  Costa  llamado  Guaypatá,  y  lo 
condujo  a  la  Presidencia  de  Losada  quien  lo  puso  en  libertad; 
el  indio  agradecido  volvió  a  los  ocho  días,  con  otros  dos  caci- 
ques de  la  Costa,  e  hizo  juramento  de  paz  a  Diego  de  Lo- 
sada. 

2?  A  tiempo  que  pasaba  lo  referido,  en  la  noche  del  sie- 
te al  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete  fue 
atacada  y  robada  la  ciudad  de  Coro  por  unos  corsarios  o  la- 
drones franceses. 

3?  En  conocimiento  Guaycaypuro  de  que  Losada  había 
poblado  de  firme,  en  mil  quinientos  sesenta  y  siete  convocó 
á  los  Caciques  para  destruir  y  aniquilar  la  nueva  población 
de — Santiago  de  León,  de  Caracas — ;  pero  siendo  muchos  no 
pudieron  prepararse  todos  para  la  guerra  hasta  principio  de 
mil  quinientos  sesenta  y  ocho. 

4?  A  mediados  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete  los  es- 
pañoles abandonaron  á  Borburata,  y  fueron  a  vivir,  unos  a 
Valencia  del  Rey  y,  otros,  a  Caracas. 

5o  Diego  de  Losada,  con  la  nueva  gente  llegada  de  Bor- 
burata y  los  de  Margarita,  determinó  bajar,  personalmente, 
a  la  Costa  llevando  consigo  sesenta  hombres,  y  examinados 
los  puertos,  el  día  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesen- 
ta y  ocho,  pobló  a  las  Orillas  del  mar  una  Ciudad  que  llamó: 
«Nuestra  Señora  de  Carballeda»,  para  facilitar  el  tráfico  co- 
mercial y  servir  de  abrigo  a  las  embarcaciones. 

Estos  son  los  Consiguientes  al  día,  mes  y  año  de  la  funda- 
ción de  Caracas;  confrontemos,  ahora,  los  Antecedentes  y 
Consiguientes  a  la  fundación  a  fin  de  apreciar  mejor  los  resul- 
tados de  la  crítica. 


—  218 


Confrontación  Crítica  entre  los  Antecedentes  y  Consecuentes 

al  día,  mes  y  año  de  ia  fundación  de 

Santiago  de  León,  de  Caracas. 

III 

19    Que  el  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y . 
ocho  se  fundó  Carballeda  y  para  ese  tiempo  ya  estaba  fundada 
Santiago  de  León,  de  Caracas 

29  Que  a  mediados  de  mil  quinientos  sesenta  y  ocho, 
cuando  los  españoles  abandonaron  a  Borburata,  ya  estaba 
fundada  Caracas. 

3?  Que  a  últimos  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  cuan- 
do Guaycaypuro  hizo  Junta  de  los  Caciques  para  destruir  y 
aniquilar  la  nueva  población  de  Santiago  de  León,  de  Cara- 
cas, ya  estaba  fundada. 

4?  _  Que  el  Maestro  Gil  González  pone  como  segura  la 
fundación  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  en  un  día  vein- 
ticinco de  julio  de  (mil  quinientos  treinta?) 

59  Que  el  ocho  de  septiembre  de  mil  quinientos  sesenta  y 
siete  ya  estaba  fundada  Caracas,  según  parece;  pues  «pocos 
días  de  haber  poblado  Losada»— llegó  Juan  de  Salas— y  «al 
tiempo  que  pasaba  esto»  los  corsarios  o  ladrones  franceses 
robaron  a  Coro,  en  la  noche  del  siete  al  ocho  de  septiembre  de 
mil  quinientos  sesenta  y  siete. 

69  Aun  muchos  días  después  del  diez  y  nueve  de  abril 
de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  no  estaba  fundada  Santiago 
de  León,  de  Caracas  Véanse  los  N03'  10,  11,  y  12  de  los  An- 
tecedentes a  la  fundación. 

7*?  Queda  pues,  con  toda  seguridad  moral,  la  fundación 
de  Caracas  entre  los  meses  de— abril — y  septiembre — entre 
los  días  diez  y  nueve  de  abril  y  el— ocho  de  septiembre — de 
mil  quinientos  sesenta  y  siete. 

89  Fijando  Gil  González  la  fundación  de  Caracas  el  día 
veinticinco  de  julio — Teatro  Eccles — entre — abril — y — sep- 
tiembre— precisamente,  debe  llamarnos  mucho  la  atención 
esta  coincidencia. 

99  Cierto  es  que  el  Maestro  Gil  González  se  equivoca 
en  el  año;  pues  pone  mil  quinientos  treinta?,  mas  de  esto  no 
se  sigue  equivocación  del  día,  ni  del  mes,  como  afirma  Oviedo 


—  219  — 

y  Baños,  con  verdadera  injusticia;  bien  pudo  equivocarse  en 
una  fecha  sobre  el  año,  y  quedar  acertado  en  el  mes  y  en  el 
día;  con  tanta  mas  razón  podemos  asegurar  que.  son  legítimas 
las  fechas  del  día  veinticinco  y  del  mes  de  julio,  cuando  con- 
cuerdan  perfectamente  con  el  mes  que  cae  entre — abril — y 
— septiembre — (mil  quinientos  sesenta  y  siete) 

b)  Además:  ¿quién  no  sabe  las  costumbres  españolas  de 
inaugurar  o  solemnizar  los  grandes  acontecimientos  en  las  fies- 
tas patronales  y  onomásticas?  Pues  teniendo  tan  cerca  el  vein- 
ticinco de  julio  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete  bien  pue- 
de suponerse  en  hombre  tan  religioso  como  Diego  de  Losada, 
que  quiso  obsequiar  al  Patrón  de  España — y  al  de  su  Pueblo 
natal — y  el — propio  de  su  onomástico — organizando  la  funda- 
ción para  el  mismo  día  veinticinco  de  julio;  tanto  mas,  cuanto 
que  a  la  misma  población  la  daba  el  propio  nombre  del  Santo 
Apóstol — Santiago — de  León,  de  Caracas . 

c)  Fuera  de  esto:  bien  puede  colegirse  un  error  de  im- 
prenta: error  no  corregido,  y  aun  deberíamos  examinar  La  Fé 
de  erratas,  sise  consiguiera  el  libro:  a  la  vez,  pudo  ser  error 
material  «lapsus  cálami»  muy  lejos  del  ánimo  de  escritor  tan 
«clasico»  como  Gil  González. 

d)  Y  finalmente,  bueno  es  recordar  los  peligros  de  la 
copia,  y,  hasta  la  ligereza  del  pendolista. 


220  — 


Conclusión 
IV 

Resulta  pues,  realmente  que,  según  la  cronología  del 
mismo  Oviedo  y  Baños,  la  fundación  de— Santiago  de  León, 
de  Caracas — debería  fijarse  el  día  veinticinco  del  mes  de  ju- 
lio del  año  de  mil  quinientos  sesenta  y  siete,  cuyas  tres  fe- 
chas parecen  terminantes  y  claras,  y  con  plena  certeza  moral, 
seguras  en  el  humano  discurso,  mientras  documentos  mejores 
no  las  destruyan. 

Caracas:  siete  de  octubre  de  mil  novecientos  doce. 

Fray  Froilán  de  Ríonegro. 

Misionero  franciscano  -Capuchino. 


Después  de  la  anterior  comunicación  uno  de  los  periódicos 
de  la  Capital  dijo:  (La  Religión:  17  de  Abril  de  1913). 

Labor  Histórica 

Con  motivo  de  nuestra  fecha  clásica  del  19  de  Abril,  nos 
ocurre  obsequiar  a  nuestros  lectores  con  el  trabajo  que  ha  lle- 
vado a  cumplido  término  el  Reverendo  Padre  Fray  Froilán  de 
Río  Negro,  y  cerca  del  cual  ha  recaído  dictamen  favorable  de 
la  Ilustre  Academia  Nacional  de  la  Historia. 

El  estudio  histórico  a  que  nos  referimos  representa  labor 
paciente  y  para  ello  ha  servido  la  biblioteca  que  los  Reveren- 
dos Padres  Capuchinos  han  formado  en  su  residencia  de  Las 
Mercedes. 

Agradecemos  al  estudioso  Misionero  su  labor  para  fijarla 
fecha  de  la  fundación  de  nuestra  ciudad,  siguiendo  los  pasos 
de  su  fundador. 

En  el  Concejo  Municipal  cursa  la  solicitud,  que  publica- 
mos, del  Doctor  José  Tomás  Sosa  Saa,  acerca  del  monumento 
al  fundador  de  Caracas  en  el  área  donde  estuvo  su  casa  en  la. 
esquina  de  Maturín  de  esta  Capital. 

En  días  de  paz,  de  justicia  postuma,  de  disquisiciones  his- 
tóricas, bien  está  que  recordemos  al  fundador  de  nuestra  ca- 
pital, qae  merece  particular  atención  del  Gobierno  y  de  los 
ciudadanos,  ya  que  es  lo  mas  notable  para  el  extranjero  que 
nos  visita. 


—  221  — 


APÉNDICE  II. 


Noticias  de  fa  isla  de  Cubagua,  de  sus  grandes  riquezas  y 

destrucción  de  NUEVA  CaDIZ  por  un  terremoto  en  mil 

quinientos  cuarenta  y  tres  y  elogio  de  la  isla  de 

MARGARITA,  con  varios  cuadros  de  costumbres 

la  época,  entresacados  de  Los  Varones  Ilustres  del 

Presbítero  Juan  de  Castellanos. 

1496-1 S43 


Cubagua— Descubierta  por  Colón  en  mil  cuatrocientos 
noventa  y  seis  llegó  en  pocos  años  a  tal  grado  de  riqueza  y 
esplendor  del  cual  apenas  podemos  formar  ya  una  idea;  funda- 
ron los  españoles  en  ella  la  ciudad  de  Nueva  Cádiz,  en  don- 
de, como  dice  Juan  de  Castellanos,  hubo  justicia  y  oficiales  y 
frecuentísimo  trato  de  navios: 

Veréis,  dice,  caminos  y  calzadas 
de  tráfagos,  contratos  y  bullicios, 
las  calles  y  las  plazas  ocupadas 
de  hombres  que  hacían  sus  oficios; 
veréis  levantar  casas  torreadas 
con  altos  y  soberbios  edificios, 
este  de  tapia,  aquel  de  cal  y  canto, 
sin  que  futuros  tiempos  den  espanto. 

No  vuelan  ni  concurren  tan  frecuentes 
las  palomas  en  índica  saona, 
para  hacer  sus  nidos  en  las  frentes 
que  miran  los  confines  en  la  zona; 
cuanto  todos  andaban  diligentes 
en  la  que  Nueva  Cádiz  se  pregona, 
con  tal  hervor  y  tal  desasosiego 
cuanto  por  secas  ramas  vivo  fuego. 

Ocurrió  grande  copia  de  ofic'ales 
a  la  nueva  ciudad  que  se  hacía, 
en  navios  traían  materiales 
y  cuanto  la  tal  obra  requería; 
porque  la  grosedad  de  los  cauda'es 
estas  cosas  y  mucho  mas  sufría, 


—  222  — 

y  con  salir  tan  caras  estas  cosas 
allí  se  hicieron  casas  suntuosas. 

Fue  la  de  Barrio  Nuevo  la  primera 
un  escudero  natural  de  Soria, 
fue  luego  la  de  Juan  de  la  Barrera, 
cuyo  valor  es  digno  de  memoria; 
y  luego  la  de  Pedro  de  Herrera 
de  quien  pudiera  yo  tejer  historia, 
y  la  de  Castellanos,  tesorero, 
que  fue  de  los  mejores  el  primero. 

La  de  Portillo  fue  con  tal  esmero 
que  podía  servir  de  fortaleza, 
otra  también  de  Diego  Caballero, 
Mariscal  y  señor  de  gran  riqueza; 
Un  Alvaro  Beltrán  varón  entero 
en  todas  buenas  partes  de  nobleza, 
un  Antón  de  Jaén,  Rojas  y  Niebla, 
con  otros  que  se  quedan  en  tiniebla. 

Y  Francisco  de  Reina  también  era 
un  varón  tan  cabal  y  tan  bastante 
que  con  justa  razón  yo  bien  pudiera, 
decir  de  sus  proezas  adelante; 
pero  la  brevedad  desta  carrera 
no  da  tanto  lugar  al  caminante; 
su  yerno  fue  Pedro  Euiz  de  Tapia, 
noble  de  condición  y  de  prosapia. 

Hijo  del  dicho  Reina  fue  Bautista, 
sacerdote  prudente  y  avisado, 
el  cual  es  de  estas  cosas  coronista 
y  en  ellas  vive  hoy  bien  ocupado; 
y  ansí  no  haré  yo  mas  larga  lista, 
dejando  para  el  este  cuidado, 
pues  yo  con  brevedad  añudo  gonces 
de  las  cosas  que  víamos  entonces. 

Lefia  y  agua  de  Cumaná  venía 
de  ríos  que  la  dan  en  abundancia, 
y  en  barcos  y  en  navios  se  traía 
con  pipas  siete  leguas  de  distancia: 
trataban  muchos  esta  mercancía,    _ 
teniéndola  por  próspera  ganancia, 
pues  el  Jaén  que  digo  hizo  daño 
de  cinco  mil  ducados  en  un  año.     (1) 


Castellanos  Varones  Ilustres  de  India?,   Elegía  XIV,  Canto  I. 


—  223  — 

A  todos  los  que  son  en  esta  era 
oyendo  los  que  no  les  fue  visible, 
no  parecerá  cosa  creedera 
gasto  de  leña  y  agua  tan  terrible; 
pero  mi  relación  es  verdadera, 
y  ansí  no  la  tengáis  por  imposible, 
y  aun  es  más  que  los  precios  señalados 
lo  que  va  de  los  pesos  a  ducados. 


( — Debemos  hacer  notar  acerca  de  Cubagua,  con  el  mismo 
Castellanos,  que  es  estéril  y  pequeña. 

sin  recurso  de  río,  ni  de  fuente, 
sin  árbol  y  sin  rama  para  leña 
sino  cardos  y  espinas  solamente) 


la  tierra  se  hallaba  toda  llana 
a  nuestros  españoles  obediente, 
y  de  diez  y  doce  leguas  de  Cubagua 
les  traían  comida,  leña  y  agua .... 


Después  vienen  contra  la  isla  y  moradores  españoles  los 
indios: 

de  yerba  pestilente  provehidos 
la  punta  de  la  flecha,  dardo,  lanza; 
el  agua  ya  les  era  defendida, 
perdida  de  la  paz  el  esperanza, 
y  esperar  les  parece  cosa  fea 


cual  dejaba  su  casa,  cual  su  tienda 
llena  de  sedas,  lienzos,  paño  fino, 
cual  la  pieza  mayor  de  su  vivienda 
arrumada  con  pipas  de  buen  vino; 


Más  adelante,  en  mil  quinientos  veintitrés,  sujetos  ya  los 
indios, 

vuelven  los  potentísimos  empleos, 
acuden  los  contratos  -y  bullicios, 
hay  fiestas,  regocijos,  hay  torneos, 
con  muchos  cortesanos  ejercicios: 
hay  damas,  hay  galanes,  hay  paseos, 
engrandécense  más  los  edificios; 
en  isla  tan  estéril  e  inamena 
nunca  jamás  se  vio  mesa  tan  llena. 


—  224  — 

Cuanto  más  el  ostial  se  frecuentaba 
tanto  mayor  riqueza  descubría, 
si  prosperidad  hoy  representaba 
mañana  más  grandeza  prometía: 
la  pesquería  se  multiplicaba, 
la  gente  y  el  contrato  más  crecía, 
con  cuya  grosedad  y  multiplico 
quien  más  pobre  llegó  salió  muy  rico. 

Finalmente  que  las  prosperidades, 
que  sin  escesos  vanos  os  alabo, 
crecían  en  tan  grandes  cantidades 
que  ningunos  pensaron  ver  el  cabo; 


Más  tarde,  en  mil  quinientos  cuarenta  y  tres;  sobrevino 
un  violentísimo  terremoto,  refiriéndonoslo  el  mismo  Castella- 
nos como  testigo  de  vista .... 

Cuando  cierta  señal  nos  representa 
bravos  y  furiosos  movimientos: 
siguióse  después  de  esto  tal  tormenta 
que  hizo  despertar  los  soñolientos, 
de  todos  vientos  rigurosa  guerra 
y  el  mar  mucho  más  alto  que  la  tierra 


Solo  de  Dios  se  tiene  confianza 
que  de  la  tierra  ya  nadie  se  fía. . . . 

Ya  solía  posar  en  una  casa 
que  bien  cercana  fué  de  la  marina, 
do  vivía  Pero  Ruiz  Barrasa 
y  su  mujer  Beatriz  de  Medina: 
tenía  por  delante  plaza  rasa, 
e  viendo  yó  henderse  cierta  esquina, 
agrandes  voces  dije:  "fuera,  fuera, 
que  ya  caen  las  rejas  y  madera" 

Oíamos  murmurios  y  bullicios, 
no  con  falaces  cantos  de  sirenas; 
aquí  y  allí  caían  edificios, 
las  altas  azoteas,  las  almenas, 
la  casa  de  los  santos  sacrificios, 
moradas  que  yo  vi  ricas  y  buenas 

Lo  mejor  y  lo  más  fortalecido 
con  la  gran  tempestad  viene  cayendo, 
la  trabazón  del  techo  más  asido 


—  225  — 

con  fuerza  del  temblor  se  va  rompiendo 
asombraba  la  furia  del  estruendo 
de  aquellas  derrumbadas  canterías 
y  quiebras  de  las  vigas  y  alf  agías .... 
la  más  gruesa  pared  de  cantería 
caía  con  los  altos  corredores .... 
cuyo  grave  ruido  nos  ponía 
grandísimos  espantos  y  temores: 
vieredes  las  doncellas  desmayadas 
dueñas  amortecidas  de  asombradas. 

Aquí  sonaba  doloroso  llanto 
del  niño  de  su  madre  divertido, 
allí  las  madres  hacen  otro  tanto 
lamentando  su  hijo  por  perdido; 
otras  por  acullá  con  gran  espanto 
colgadas  de  los  hombros  del  marido, 
hacen  mayores  ser  los  terremotos 
confusísimas  voces  y  alborotos 

Al  fin  cesó  la  fuerza  de  los  vientos 
y  llegaron  las  horas  de  bonanza: 
ninguno  muertos,  pero  discontentos 
determinados  a  hacer  mudanza 
por  no  tener  recurso  de  vivienda, 
eso  me  da  soltero  que  con  prenda 

y  ansí  barcos  de  Niebla  y  Juan  Cabello 

nos  traspasaron  a  la  Margarita .... 

en  esta  dicha  Isla  mayormente 
do  fui  mucho  tiempo  residente 

Y  al  tiempo  de  salir  desta  frontera, 
no  sin  dolor  de  damas  y  varones, 
acuerdóme  que  Jorje  de  Herrera 
compuso  ciertos  versos  y  canciones, 
y  en  un  alto  pilar  en  la  ribera 
también  mandó  poner  ciertos  renglones, 
que  si  memoria  tengo  de  aquel  día 
entre  ellos  huvo  letra  que  decía: 

Hic  populus  viguit  donis  dittissimus  olim: 
vix  tamen  erectus  concidit  ipse  miser. 
si  varios  mundi  gliscis  perpendere  casus, 
prxclaris  oculis  hic  satis  unus  erit. 

15 


-  226  — 

Aquí  fue  pueblo  plantado,  Quien  examinar  procura 

cuyo  próspero  partido  varios  casos  de  fortuna 

~voló  por  lo  más  subido,  puestos  en  humana  casta, 

más  apenas  levantado  aqueste  solo  le  basta 

cuando  del  todo  caído.  si  tiene  seso  y  cordura-  (1) 

Creemos  que  damos  a  conocer  bien  las  costumbres  de 
nuestros  antepasados  señalando  el  modo  de  vivir  que  tenían 
los  primeros  españoles  en  la  isla  de  Margarita,  según  el  mismo 
Castellanos,  testigo  ocular  de  los  hechos,  y  las  primeras  im- 
presiones de  los  conquistadores  cuando  llegaban  a  estos  países 
y  se  encontraban  los  recién  llegados  con  los  demás  españoles 
baquianos  y  aclimatados  en  la  tierra. 

§11 
ELOGIO  DE  LA  ISLA  MARGARITA 

Pues  dejamos  ya  menos  aflita 
la  gente  del  pasado  terremoto, 
tratemos  de  la  Isla  Margarita, 
en  cuya  descripción  tengo  yo  voto;. . . . 

Para  lo  cual  me  ponen  buen  talante 
muchos  amigos  míos  y  señores, 
aconsejándome  que  no  me  espante 
de  los  amarulentos  detractores, 
y  ansí  quiero  pasar  más  adelante 
sin  detener  mis  flacos  atenores, 
en  esta  dicha  Isla  mayormente 
do  fui  yo  mucho  tiempo  residente. . . . 

En  grados  es  la  misma  conveniencia 
de  Cubagua  que  tiene  al  medio  día, 
cuarenta  leguas  la  circunferencia 
y  poco  más  de  seis  la  travesía: 
tiene  de  sanidad  gran  excelencia, 
pues  ningunos  humores  malos  cría, 
hay  aguas  represadas  y  corrientes 
a  lo  menos,  en  valles  eminentes. 

El  de  Charaguaray  da  grande  parte 
a  la  parte  del  sur  do  va  su  proa, 
y  a  los  vapores  frígidos  del  norte 
el  de  Paraguachí  y  Arimacoa: 
el  valle  de  San  Juan,  dulce  consorte, 
por  ambas  parte,  goza  de  gran  loa, 
con  árboles  amenos  y  frescura 
y  de  savanas  muy  mayor  anchura. 

{1)     Véase  Elegía  XIII.  canto  I. 


—  227  — 

Mujeres  naturales  y  varones 
es  en  universal  gente  crecida, 
de  recias  y  fornidas  proporciones, 
a  nuestros  españoles  comedida: 
son  todos  de  muy  sanas  complexiones 
y  todos  ellos  viven  larga  vida, 
son  poco  curiosos  labradores, 
por  ser  cazas  y  pescas  sus  primores. 

Descubrióla  Colón,  y  este  le  puso 
aqueste  nombre  con  que  permanece, 
y  allí  Cubagua  luego  con  el  uso 
de  labor  la  cultiva  y  enriquece: 

El  mas  espeso  bosque  se  dispuso 
para  sembrar  maíces,  y  acontece 
después  de  cultivadas  estas  vegas 
acudir  por  Almud  hartas  hanegas. 

Hiciéronse  muy  buenas  heredades 
en  los  lugares  más  acomodados, 
y  tomáronse  muchas  propiedades 
de  sitios  para  hatos  de  ganados: 
trujáronse  de  España  variedades 
de  plantas  con  higueras  y  granados 
demás  de  muchos  frutos  naturales 
que  ella  de  suyo  tiene  principales. 

Hay  muchos  higos,  uvas  y  melones, 
dignísimos  de  ver  mesas  de  reyes, 
pitahayas,  guanábanas,  anones, 
guayabas,  y  guaraes  y  mameyes: 
hay  chica,  cotuprises,  caracueyes. 
con  otros  muchos  más  que  se  deshechan 
e  indios  naturales  aprovechan. 

De  aves,  de  conejos,  de  venados 
bastantísimamente  provenida, 
dan  abundantemente  sus  pescados 
gustosa  y  salubérrima  comida: 
es  la  carne  de  todos  sus  ganados 
en  sustancia  y  en  sabor  muy  escogida; 
demás  de  esto  la  mar  en  su  distancia 
cría  de  claras  perlas  abundancia. 

Aunque  los  bosques  tienen  aspereza 
y  espinas  y  escambrones  a  sus  trechos, 
produce  por  allí  naturaleza 
otras  muchas  maneras  de  provechos: 


—  228  — 

caballos  hay  de  mucha  ligereza, 
no  grandes,  más  trabados  y  bien  hechos, 
y  en  todos  los  trabajos  duran  tanto 
que  podría  decir  cosas  de  espanto. 

El  poblador  primero  de  estos  era 
el  noble  varón  Pedro  de  Alegría, 
fue  también  Pedro  Gallo  de  esta  era, 
y  el  que  Pedro  Moreno  se  decía; 
y  después  de  esto  Pedro  Herrera, 
más  principal  en  ser  y  valentía, 
pues  por  su  gran  valor  en  paz  y  guerra 
siempre  rigió  y  mandó  toda  la  tierra. 

También  Riberos  el  de  Salamanca, 
los  dos  Rojas,  el  Tío  y  el  Sobrino, 
Diego  Gómez  y  Juan  de  Villafranca, 
Diego  Díaz  Pinedo  su  vecino, 
con  el  hermano  ya  de  barba  blanca, 
Pero  Alvarez  Millán,  Andrés  Andino, 
Domingo  Alonso,  Juan  Guillen  Vilena, 
con  otra  mucha  gente  toda  buena. 

Pues  habia  de  punto  bien  altivo 
otros  valerosísimos  soldados, 
cuyo  número  es  tan  escesivo, 
que  no  pueden  ser  todos  memorados: 
demás  que  si  yo  no  los  escribo, 
es  por  que  aquí  no  estaban  arraigados, 
pero  cansados  de  la  guerra  dura 
tomaban  esta  isla  por  holgura. 

Y  es  ansí  que  los  hombres  conocidos 
que  por  la  tierra  firme  conquistaban, 
de  sustentar  las  armas  afligidos 
aqui  por  gran  regalo  se  pasaban 
y  de  trabajos  grandes  recibidos 
por  algunos  espacios  descansaban, 
a  donde  los  enfermos  y  los  sanos 
dormían  sin  las  armas  en  las  manos. 

Faltaban  los  barruntos  y  sospechas 
de  las  adversidades  de  fortuna, 
no  se  temían  asechanzas  hechas, 
hambre  ni  sed  a  todos  importuna: 
menos  temían  tiros  de  las  flechas 
al  tiempo  que  se  pone  ya  la  luna, 
sino  que  todos  reposaban  faltos 
de  pesadumbres  y  de  sobresaltos. 


-229  — 

Cualquiera  de  nosotros  allí  osa 
acostarse  quitadas  las  espuelas, 
y  sin  temor  de  yerba  ponzoñosa 
arrinconar  escudos  y  rodelas: 
no  recelábamos  fiera  rabiosa 
que  lleva  los  dormidos  y  las  velas, 
más  cada  cual  dormía  descuidado 
de  peligro  y  de  riesgo  tan  pesado. 

Allí  satisfacían  abundancias, 
la  hambre  del  entrada  do  venían, 
y  a  un  otros  consumían  la  ganancias 
con  juegos  y  con  damas  que  servían: 
frecuentábanse  bien  estas  estancias 
donde  hermosas  damas  residían, 
no  queriendo  vivir  estas  edades 
en  pueblos,  sino  por  sus  heredades. 

No  hallaban  lugar  cosas  molestas, 
ni  do  pesares  hagan  sus  empleos, 
todos  son  regocijos,  bailes,  fiestas, 
costosos  y  riquísimos  arreos, 
cuantas  cosas  desean  están  prestas 
para  satisfacelles  sus  deseos, 
los  amenos  lugares  frecuentando 
e  unos  a  los  otros  festejando. 

Pasaban  pues  la  vida  dulcemente 
todos  estos  soldados  y  vecinos, 
donde  la  fresca  sombra  y  dulce  fuente 
al  corriente  licor  abre  caminos: 
en  el  Val  de  San  Juan  principalmente 
eran  los  regocijos  más  continos, 
y  a  sombra  de  la  ceiba  deleitosa 
admirable  de  grande  y  de  hermosa. 

Con  cierta  cantidad  no  señalamos, 
por  increíble  cosa,  tronco  y  cepa, 
pues  toma  tal  espacio  con  sus  ramos 
que  dudo  que  mayor  otro  se  sepa: 
tan  bella,  tan  compuesta  la  pintamos, 
que  oja  de  otra  oja  no  discrepa; 
allí  con  el  frescor  del  manso  viento 
daba  cien  mil  contentos  un  contento. 

En  torno  de  la  cual  los  verdes  prados 
de  naturales  y  traspuestas  flores 
estaban  todos  tiempos  estampados 
de  pinturas  diversas  en  colores; 


—  230  — 

y  a  vistas  grande  copia  de  ganados 
que  rodeaban  rústicos  pastores, 
y  debajo  de  ramas  tan  amenas 
asientos  puestos  y  las  mesas  llenas. 

Donde  la  flava  Ceres  los  contenta 
con  liberalidad  de  franca  mano, 
allí  no  falta  índica  placenta 
ni  lo  que  llaman  pan  ortologano, 
con  otro  grano  de  diversa  cuenta, 
sustento  del  antiguo  baquiano, 
allí  las  carnes  vencen  en  sabores 
a  las  más  excelentes  y  mejores. 

No  la  Calabria,  ni  armentaria  Tracia 
mejor  carnero,  ni  tan  buena  vaca, 
cabritos  muy  mejores  que  en  Ambracia; 
y  por  atagen  y  ave  f asiaca 
otras  de  más  sabor  y  mejor  gracia 
que  por  allí  se  llama  guacharaca, 
domésticas  y  bravas  muchas  aves, 
ningunas  más  gustosas  ni  suaves. 

El  índico  pavón  allí  se  halla, 
capones  sobre  todos  excelentes, 
con  otra  grande  copia  que  se  calla 
de  cazas  en  sabor  no  diferentes, 
otro  mistillo  y  otro  taratalla, 
que  quisaban  con  otros  adherentes 
con  tal  primor  y  tanta  pulicia 
cuanto  cabal  concierto  requería. 

Sirven  mestizas  mozas  diligentes, 
instruidas  de  mano  castellana, 
lascivos  ojos,  levantadas  frentes, 
de  condición  benévola  y  humana; 
de  otro  número  grande  de  sirvientes, 
captivos  de  la  tierra  comarcana; 
ricas  toballas,  lúcida  bagilla, 
y  todo  lo  demás  a  maravilla. 

Allí  se  cuelgan  las  pendientes  camas 
a  donde  tiemplan  aires  los  calores, 
entre  las  espesuras  de  las  ramas, 
hay  cantos  de  suaves  ruiseñores; 
con  cuyo  son  las  damas  y  galanes 
encienden  más  los  pechos  en  amores; 
allí  mirar,  allí  la  dulce  seña 
que  el  ardieDte  deseo  les  enseña. 


—  231  — 

Allí  también  dulcísimo  contento 
de  voces  concertadas  en  su  punto, 
cuyos  conceptos  lleva  manso  viento 
a  los  prontos  oídos  por  trasunto: 
corre  mano  veloz  el  istrumento 
con  un  Ingenioso  contrapunto, 
enterneciéndose  los  corazones 
con  nuevos  villancicos  y  canciones. 

Porque  también  Polimnia  y  Erato, 
con  la  conversación  del  duro  Marte 
de  número  sonoro  y  verso  grato, 
tenían  de  este  tiempo  buena  parte: 
rara  facilidad,  suave  trato, 
y  en  la  composición  ingenio  y  arte, 
de  los  cuales  discípulos  y  alunos 
podríamos  aquí  decir  algunos. 

Y  aun  tú  que  sus- herencias  hoy  posees 
no  menos  preciarás  saber  quien  era 
Bartolomé  Fernandez  de  Virués, 
y  el  bien  quisto  Jorge  de  Herrera: 
y  con  otros  también  de  aquella  era, 
Fernán  Mateos,  Diego  de  Miranda, 
que  las  musas  tenían  de  su  banda. 

Allí  también  señoras  principales 
en  vida  marital  y  más  segura, 
asidas  con  los  ñudos  conyugales, 
frecuentaban  también  esta  holgura, 
en  aviso  y  belleza  tan  cabales 
que  nadie  tuvo  más  de  hermosura; 
pues  con  lo  menos  de  su  gracia  delías 
se  pudieran  algunas  decir  bellas. 

Catalina  de  Rojas,  que  señora 
fué  deste  dicho  Valle  y  pertenencia, 
y  de  sus  hijos  debe  ser  agora 
como  de  sucesores  por  herencia, 
tal  fué  que  la  mas  bella  se  desdora 
ante  su  graciosísima  presencia, 
pues  en  donaire,  gracia  y  en  talante, 
allí  no  vimos  cosa  semejante. 

La  otra  de  su  nombre  dicha  Ana, 
Ana  de  Rojas  digo,  cuya  cara 
podía  convencer  la  de  Diana, 
en  gracia,  resplandor  y  lumbre  clara: 


—  232  — 

más  ¡ay  dolor!  que  contra  la  tirana 
furia  su  pulcritud  no  lo  repara: 
pues  quien  domaba  tigres  y  leones, 
no  domó  los  humanos  corazones. 

Francisca  Gutiérrez,  que  de  Haro 
estirpe  tiene  clara  y  generosa, 
necesidad  no  tuvo  de  reparo 
para  ser  con  estremo  muy  hermorsa, 
suprema  discreción  aviso  raro, 
conversación  suave  y  amorosa, 
cuyas  gracias,  facecias,  cuyas  sales 
no  hallan  semejantes,  ni  aun  iguales. 

E  Isabel  de  Reina,  que  no  en  calma 
se  queda,  pues  podía  serlo  dellas, 
en  el  cuerpo  hermosa  y  en  el  alma, 
santas  costumbres,  proporciones  bellas,. 
claro  triunfo,  victoriosa  palma 
de  las  graciosas  dueñas  y  doncellas 
a  la  cual  Dios  en  juventud  florida 
sacó  de  los  peligros  desta  vida. 

Y  María  de  Lerma,  cuya  gracia 
esmero  parecía  de  natura, 
sino  fuera  cubierto  de  falacia 
el  rostro  de  la  humana  hermosura; 
pues  ya  sin  esta  fuerza  y  eficacia 
lo  come  la  terrena  sepultura, 
por  ser  al  fin  aqueste  el  paradero 
de  lo  cabal  y  de  lo  más  entero. 

Qué  podremos  deciros  de  su  hermana, 
Joana  de  Ribas  que  es  también  difunta, 
sino  que  allí  pintó  natura  humana 
cuanto  bueno  se  pinta  y  se  transunta?. 
virtud,  bondad,  honor,  intención  sana, 
honestidad  con  hermosura  junta, 
cabal  en  todos  dones  de  natura, 
y  no  menos  cabal  en  la  ventura. 

Otras  señoras  es  cosa  notoria 
haber  allí  de  punto  muy  altivo, 
que  por  no  retenellas  mi  memoria 
tan  en  particular  no  las  escribo; 
pero  por  el  discurso  de  la  Historia 
podría  ser  hacello,  si  yo  vivo, 
pues  he  de  ir  por  partes  diferentes 
donde  se  dividieron  estas  gentes  ... 


—  233  — 

§  III 

Por  otro  estilo  Fray  Pedro  Simón  nos  da  a  conocer  las 
primeras  impresiones  de  los  nuevos  conquistadores  cuando 
se  encontraban  con  los  mas  viejos  y  baquianos  en  estos  países 
de  América. 

Fijémonos  solamente  en  la  expedición  llevada  a  cabo  por 
don  Pedro  Fernandez  de  Lugo  y  encomendada  a  su  hijo  Alon- 
so Luis  Fernández  el  veintidós  de  febrero  de  mil  quinientos 
teeinta  y  cinco.  Era  don  Pedro  Fernández  de  Lugo,  Adelan- 
tado de  las  .Canarias,  caballero  de  gran  valor  y  de  conocidas 
virtudes  y  grandes  prendas,  hijo  legítimo  de  Alonso  Luis 
Fernandez  de  Lugo,  quien  por  los  años  de  mil  cuatrocientos 
noventa  y  dos,  el  mismo  en  que  don  Cristóbal  Colón  descubrió 
estas  Indias  Occidentales,  conquistó  las  Islas  de  las  Canarias, 
Tenerife  y  Las  Palmas, . . .  .reuniéronsele  en  España  para  la 
nueva  expedición  a  las  Indias,  más  de  mil  cien  soldados,  mu- 
chos de  ellos  caballeros  é  hijosdalgos  y  entre  otros  el  famoso 
Gonzalo  Jiménez  de  Quesada,  don  Diego  Sandoval,  Juan  de 
Orejuela,  Diego  de  Urbina,  Diego  de  Cardona,  Diego  López 
de  Haro,  Gonzalo  Suarez  Rondón,  Alonso  de  Guzmán,  Gómez 
del  Corral  y  Luis  Bernal;  todos  estos  y  otros  muy  principales, 
que  no  se  cuentan,  salieron  el  tres  de  noviembre  de  mil  qui- 
nientos treinta  y  cinco  de  Tenerife  y  a  los  cuarenta  días  de 
navegación  llegaron  al  puerto  de  Santa  Marta  que  limitaba  la 
Gobernación  de  los  Welzares  en  la  Provincia  de  Venezuela, 
con  la  particularidad  de  que  habiéndose  caído,  durante  el  via- 
je, en  el  mar  un  joven  malagueño  llamado  Gonzalo  de  Cabre- 
ra, cuando  llegaron  los  navios  el  trece  de  diciembre  ( 1535) , 
lo  encontraron  paseándose  en  la  playa  adonde  había  llegado 
dos  días  antes  que  ellos;  tomáronle  sus  compañeros  por  fan- 
tasma; pero  el  Gonzalo  hizo  ver  quien  era  y  atribuyó  su  sal- 
vación a  la  Santísima  Virgen  María,  quien  le  proporcionó 
otra  embarcación  que  le  recogió  de  entre  las  olas  (histórico). 

Al  acercarse  a  tierra  los  nuevos  conquistadores  empave- 
saron las  embarcaciones  con  gallardetes  y  fanales  (?),  se  vis- 
tieron con  los  mejores  trajes  de  variadísimas  tintas,  sonaron 
los  pífanos  y  tambores,  retumbaba  el  cañón  y  tremolaban  las 
banderas  desplegadas  por  estos  anchos  mares  y  tierras  vírge- 
nes de  América,  o  de  las  Indias,  como  ellos  las  llamaban. 

Los  que  llegaban  saltaron  a  tierra  en  el  Nuevo  Mundo 
descubierto  hacía  unos  cuarenta  y  tres  años,  todos  bien 
apuestos  y  arrogantes,  adornados  con  plumas  y  vestidos  fina- 
mente con  sedas  y  recamados,  todos  ellos  gordos,  colorados 
y  en  todo  muy  bien  parecidos  a  los  recién  llegados  de  los  re- 
galos de  España. 


—  234  — 

Los  baquianos  o  viejos  conquistadores,  quienes  ya  estaban 
esperándoles  en  la  playa,  los  recibieron  alegres  y  gozosos, 
vestidos  con  un  capotillo  de  dos  aguas  hecho  de  algodón  y 
puesto  sobre  la  camisa,  con  forros  de  lo  mismo:  los  gregüescos 
(pantalones?)  eran  de  la  misma  tela,  y  el  que  más  se  adelan- 
taba los  usaba  del  mismo  género  un  poco  mas  fuerte. 

Del  mismo  lienzo  llevaban  otros,  por  distinguirse  de  los 
demás,  camisetas  abiertas  por  la  espalda  y  las  llamaban  sal- 
tambarcas;  traían  medias  de  lo  mismo  y  por  calzado  la  im- 
prescindible alpargata;  traje  ordinario  y  completo  de  los  sol- 
dados o  conquistadores  en  jornada. 

Júntese  a  esto  que  todos  ellos  parecían  tostados  por  el  sol 
y  el  aire,  y  sus  colores  se  habían  tornado  como  de  carnes  tos- 
tadas en  barbacoa  o  medio  asada;  los  cuellos  largos,  las  pier- 
nas y  barriga  enjutas,  y  de  modo  que  no  les  apegaba  nada 
para  tomar  con  ligereza  un  alto,  cuando  iban  en  persecución 
del  enemigo. 

Este  era  el  aspecto  de  nuestros  mayores  ya  baquianos  del 
país  y  aclimatados  en  la  tierra. 

Ya  hemos  dicho  que  los  noveles  llegaban  gordos,  colora- 
dos y  en  todo  muy  bien  parecidos  a  los  recien  salidos  de  los 
regalos  de  España  :  una  vez  desembarcados  y  todos  reunidos 
en  la  playa,  como  se  veían  tan  diferentes  en  todo,  después 
de  saludarse  con  efusión  y  dado  y  recibido  miles  de  cortesías 
y  respetos,  comenzaban  los  de  más  buen  humor  a  festejar  el 
feliz  arribo  con  los  más  graciosos  y  amigables  dichos,  echán- 
dose pullas  y  donaires  entre  unos  y  otros. 

Los  recién  llegados,  regocijados,  alegres  y  admirados  de 
la  apostura  de  los  baquianos  les  preguntaban  y  decían;— Ami- 
gos, ¿cuánto  hace  que  os  han  sacado  de  curtido? — ¿Es  vivo  el 
molde  de  esos  pescuezos? — ¿Dónde  se  venden  esas  caras  que 
por  un  maravedí  lo  son?-r-¿  Y  dónde  está  la  carne  de  esas  pan- 
torrillas,  que  con  rayar  el  pellejo  de  las  canillas  y  piernas 
pueden  servir  para  flautas? — ¿Y  esa  moda  y  traza  de  los  ves- 
tidos, de  donde  la  habéis  sacado?— ¿Acaso  las  copiasteis  de 
las  muchas  que  pone  Lázaro  Boifio  en  su  LIBRO  DE  VES- 
TUARIO? 

A  estas  sales  respondían  los  conquistadores  bien  a  propó- 
sito con  otras  no  menos  graciosas  y  agudas,  especialmente  un 
Man  jarres  quien  les  constestaba  y  les  decía:  Amigos,  esas 
plumas  que  vosotros  traéis  son  señal  del  aire  que  hay  en  las 
frentes  donde  vienen  puestas,  con  ellas  estad  seguros  que  se- 
réis más  ligeros  que  el  caballo  Pegaso. 

Pedro  de  Madrid  quien  tenía  especial  aptitud  para  poner 
apodos  a  todo  ser  viviente,  ayudaba  a  la  común  jarana  y  alegre 
trisca;  por  donde  todos  quedaban  desagraviados  mutuamente. 


—  235  — 

Un  tal  Quiñones  echó  también  su  cuarto  a  espadas,  metió 
baza  en  la  corrida  y  aseguró  a  todos  que  si  vivían  habían  de 
llegar  a  donde  estaban  los  baquianos,  y  por  fin  les  dijo  que  se 
acabaran  las  burlas;  pues  otra  cosa  sentirían  en  las  veras; 
pues  ya  estaban  cerca. 

Terminados  estos  dichos,  los  baquianos  alojaron  a  los  re- 
cién llegados  lo  mejor  que  pudieron  a  cada  uno  en  sus  casas 
y  los  que  no  cupieron  se  acomodaron  bajo  toldos  y  barracas 
que  se  hicieron  en  la  misma  playa. 

De  esa  manera  comenzaban  luego  a  gozar  del  Nuevo 
Mundo  y  se  daban  cuenta  exacta  de  las  grandes  comodidades 
que  les  ofrecía  el  clima. 

Crecían  los  sentimientos  en  las  pobres  mujeres  cuando  se 
percataron  que  el  alivio  para  las  inclemencias  del  tiempo  y 
del  clima  era  solamente  una  pobre  tienda  de  campaña  adonde 
llegaban  los  de  la  ciudad  para  conversar  y  saber  cosas  de 
España. 

En  las  tiendas  de  campaña  se  reanudaban  los  festivos 
dichos,  principalmente  cuando  les  preguntaban  los  que  habi- 
taban en  ellas  por  las  cosas  de  la  ciudad  y  les  decían:— ¿Dónde 
tenéis  la  ciudad,  pues  de  tan  ruin  aun  no  la  hemos  visto?  ¿De 
qué  son  y  dónde  están  las  murallas?  ¿Dónde  están  la  bizarría, 
las  plumas  y  los  entorchados  de  los  Capitanes? 

Manjarrés  a  todo  les  contestaba  con  gracia  y  festivos  di- 
chos: la  ciudad,  les  decía,  es  invisible. — Las  murallas  son 
transparentes  o  de  sutilísimas  redes  para  que  no  impidan 
entrar  al  viento  y  refrescarlas. — Nosotros  aquí  no  usamos 
plumas  ni  entorchados,  porque  como  somos  caballeros  aven- 
tureros y  medio  encantados,  siempre  andamos  corriendo  por 
las  florestas,  y  las  plumas  nos  impedirían  caminar  al  topar 
con  los  árboles  y  por  lo  mismo  todos  usamos  alpargatas  con  el 
fin  de  andar  mas  ligeros  y  correr  con  facilidad  por  donde 
hubiere  aventuras  que  es  a  lo  que  suelen  acudir  los  caballeros 
andantes. 

Finalmente,  si  vosotros  buscáis  ésto  a  buena  tierra  habéis 
llegado:  pero  si  deseáis  otra  cosa  que  trabajos,  vuelvan  caras 
para  España,  que  en  estas  Indias  de  esto  se  vive. 

Así  entretenían  el  tiempo  durante  los  primeros  días,  con 
lo  que  se  consolaban  los  recién  llegados  de  las  amarguras  que 
les  proporcionaba  el  clima  y  el  mismo  lugar  de  su  primer 
campamento,  bien  enfadosas  por  cierto  para  los  recién  llega- 
dos a  quienes  llamaban  CHAPETONES.    (1) 


(i)   Fray  Pedro  Simón,    II.   Parí.  N.  de  ía  Conquistada  Tierra  Firme,  N  » 

;aP.  vii  >•  :x. 


—  236  — 


APÉNDICE 


Importante  cuestionario  propuesto  en  mil  quinientos  setenta 

y  tres  por  el  gran  rey  don   Felipe  15 :  Santa  Marta 

y  Venezuela  fueron  las  primeras  que  So  contestaron. 

En  la  Academia  de  la  Historia  de  Ja  Madre  Patria- 
España  se  conservan  las  famosas  Relaciones  de  América 
y  acaso  alguna  más  en  el  Archivo  de  Indias,  según  indica  el 
Excrno.  Sr.  Don  Acisclo  Fernández  Vallín— Discursos  leídos 
ante  la  Real  Academia  de  ciencias  exactas,  físicas  y  naturales 
en  la  recepción  pública  del  mismo — Madrid,  establecimiento 
tipográfico  de  los  Sucesores  de  Rivadeneira-Paseo  de  San  Vi- 
cente N<?  20-1893-fol.  235-de  donde  tomamos  el  siguiente  im- 
portantísimo documento;  pero  antes  debemos  hacer  notar  que, 
según  el  mismo  autor  de  Cultura  Científica  de  España  en 
el  siglo  xvi — Ibidem):  "por  acuerdo  del  Licenciado  Ovando, 
y  tres  años  antes  que  las  primeras  relaciones  topográficas  de 
Castilla  apareciesen,  se  hacían  las  histórico -geográficas  de  In- 
dias conforme  a  un  verdadero  interrogatorio  o  memoria  orde- 
nada, metódica  y  por  capítulos  numerados  que  llegaban  a  dos- 
cientos, reducidos  en  tres  de  julio  de  mil  quinientos  setenta  y 
tres  a  ciento  treinta  y  cinco,  y  más  tarde  a  solo  cincuenta  por 
iniciativa  del  cosmógrafo  cronista  de  Su  Majestad,  Juan  Ló- 
pez de  Velasco,  con  el  nombre  de  Instrucción  y  Memoria,  que 
juntamente  con  sus  ingeniosas  instrucciones  para  la  obser- 
vancia de  los  eclipses  de  luna. .  .y  verificar  por  ellos  las  altu- 
ras y  longitudes"  comenzaron  a  circularse  a  los  pueblos  de 
las  Indias  en  veinticinco  de  mayo  de  mil  quinientos  setenta  y 
siete,  elementos  todos  que  Ovando  se  proponía  aprovechar 
para  el  gran  Libro  de  la  descripción  de  las  Indias. 

Las  primeras  contestaciones  que  llegaron  al  Consejo  fue- 
ron las  de  Santa  Marta  y  Venezuela,  siguieron  las  de  Ocaña 
y  de  los  Reyes  del  Valle  de  Upar,  fechadas  en  marzo  y  abril  de 
mil  quinientos  setenta  y  ocho;  las  del  Tocuyo,  en  enero  de  mil 
quinientos  setenta  y  nueve,  y  fueron  de  este  mismo  año  y  del  si- 
guiente la  inmensa  mayoría  de  las  de  Nueva  España,  y  des- 
pués las  del  Nuevo  Reino  de  Granada  y  Tierra  Firme,  alcan- 
zando las  relaciones  más  modernas  de  estos  países  al  año  de 
mil  quinientos  ochenta  y  cuatro.  Las  de  Quito  son  de  mil 
quinientos  ochenta  y  dos,  y  casi  todas  las  del  Perú  propio,  de 
mil  quinientos  ochenta  y  seis. 


—  237  — 

Instrucción  y  memoria  de  las  relaciones  que  se  han  de  ha- 
zer,  para  la  descripción  de  las  Indias,  que  su  Majestad  manda 
hacer,  para  el  buen  govierno  y  ennoblecimiento  deltas.  (Lo  que 
sigue,  para  comodidad  del  lector,  hemos  puesto  lo  mas  difícil 
conforme  a  la  ortografía  moderna  respetando  en  todo  lo  posi- 
ble los    giros  peculiares  del  lenguaje  en  aquel  tiempo). 

Primeramente;  en  los  pueblos  de  los  españoles  se  diga 
el  nombre  de  la  comarca  o  provincia  en  que  están,  y  qué 
quiere  decir  el  dicho  nombre  en  lengua  de  indios,  y  por  qué 
se  llama  así. 

Quién  fue  el  descubridor  y  conquistador  de  la  dicha  pro- 
vincia, y  por  cuya  orden  y  mandado  se  descubrió  y  el  año  de 
su  descubrimiento  y  conquista,  lo  que  de  todo  buenamente  se 
pudiera  saber. 

Y  generalmente  el  temperamento  y  calidad  de  la  dicha  pro- 
vincia o  comarca,  si  es  muy  fría  o  caliente,  o  húmeda  o  seca, 
muchas  aguas  o  pocas,  y  cuándo  son  más  o  menos,  y  los  vien- 
tos que  corren  en  ella,  qué  tan  violentos  y  de  que  parte  son, 
y  en  que  tiempos  del  año. 

Si  es  tierra  llana,  o  áspera,  rasa,  o  montosa,  de  muchos,  o 
pocos  rios  o  fuentes,  y  abundosa,  o  falta  de  aguas,  fértil,  o 
falta  de  pastos,  abundosa,  o  estéril  de  frutos  y  de  manteni- 
mientos. 

De  muchos  o  pocos  indios,  si  ha  tenido  más  o  menos  en  otro 
tiempo  que  ahora,  y  las  causas  que  de  ello  se  supieren,  y  si 
los  que  hay  están  o  no  están  poblados  en  pueblos  formados  y 
permanentes,  y  el  talle  y  suerte  de  sus  entendimientos,  in- 
clinaciones y  modo  de  vivir,  y  si  hay  diferentes  lenguas  en  to- 
da la  provincia,  o  tienen  alguna  general  en  que  hablen  todos. 

El  altura  o  elevación  del  polo  en  que  están  los  dichos  pueblos 
de  españoles,  si  estuviere  tomada,  y  se  supiere  o  huviere  quien 
la  sepa  tomar,  o  en  qué  días  del  año  el  sol  no  echa  sombra 
ninguna  al  punto  del  medio  día. 

Las  leguas  que  cada  ciudad  o  pueblos  de  españoles  estuviere 
de  la  ciudad  donde  residiere  la  Audiencia  en  cuyo  distrito  ca- 
yere, o  del  pueblo  donde  residiere  el  gobernador  a  quien  estu- 
viere sujeta,  ya  qué  parte  de  las  dichas  ciudades  o  pueblos 
estuviere. 

Así  mismo  las  leguas  que  distare  cada  ciudad  o  pueblo  de 
españoles  de  los  otros  con  quien  partiere  términos,  declarando 
a  que  parte  cae  de  ellos,  y  si  las  leguas  son  grandes  o  pequeñas, 
y  por  tierra  llana  o  doblada,  y  si  por  caminos  derechos  o  tor- 
cidos, buenos  o  malos  de  caminar. 


—  238  — 

El  nombre  y  sobrenombre  que  tiene  o  huviere  tenido  cada 
ciudad  o  pueblo,  y  por  qué  se  huviere  llamado  así,  si  se  supie- 
re, y  quien  le  puso  el  nombre  y  fue  fundador  de  ella,  y  por 
cuya  orden  y  mandado  la  pobló,  y  el  año  de  su  fundación,  y 
con  cuantos  vecinos  se  comenzó  a  poblar  y  los  que  al  presente 
tiene. 

El  sitio  y  asiento  donde  los  dichos  pueblos  estuvieren,  si  es 
enalto  o  en  bajo,  o  llano,  con  la  traza  y  diseño  en  pintura  de 
las  calles  y  plazas  y  otros  lugares  señalados  de  monasterios  co- 
mo quiera  que  se  pueda  rascuñar  fácilmente  en  un  papel,  en 
que  se  declare  qué  parte  del  pueblo  mira  al  mediodía  o  al 
norte. 

En  los  pueblos  de  indios  solamente  se  diga  lo  que  distan 
del  pueblo  en  cuyo  corregimiento  o  jurisdicción  estuvieren,  y 
del  que  fuere  su  cabecera  de  Doctrina,  declarando  todas  las 
cabeceras  que  en  la  jurisdicción  huviere.  Y  los  sujetos  que 
cada  cabecera  tiene,  por  sus  nombres. 

Y  así  mismo,  lo  que  dista  de  los  otros  pueblos  de  indios  o 
de  españoles  que  en  torno  de  sí  tuvieren,  declarando  en  los 
unos  y  en  los  otros,  a  que  parte  de  ellos  caen,  y  si  las  leguas 
son  grandes  o  pequeñas,  y  los  caminos  por  tierra  llana  y  do- 
blada, derechos  o  torcidos. 

ítem,  lo  que  quiere  decir  en  lengua  de  indios  el  nom- 
bre de  dicho  pueblo  de  indios,  y  porqué  se  llama  así  si  hubie- 
re que  saber  en  ello,  y  cómo  se  llama  la  lengua  que  los  indios 
en  dicho  pueblo  hablan. 

Cuyos  eran  en  tiempos  de  su  gentilidad,  y  el  señorío  que 
sobre  ellos  tenían  sus  señores,  y  lo  que  tributaban,  y  las  ado- 
raciones, ritos  y  costumbres  buenas  o  malas  que  tenían. 

Cómo  se  gobernaban  y  con  quien  traían  guerra,  y  cómo 
peleaban  y  el  hábito  y  traje  que  traían,  y  el  que  ahora  traen, 
y  los  mantenimientos  de  que  antes  usaban  y  ahora  usan  y  si 
han  vivido  más  o  menos  sanos  antes  que  ahora  y  la  causa  que 
de  ello  se  entendiere. 

En  todos  los  pueblos  de  españoles  e  indios  se  diga:  el 
asiento  donde  están  poblados,  si  es  sierra  o  valle  o  tierra  des- 
cubierta y  llana,  y  el  nombre  de  la  tierra  o  valle  y  comarca 
do  estuvieren,  y  lo  que  quiere  decir  en  su  lengua  respectiva 
el  nombre  de  cada  cosa. 

Y  si  es  en  tierra  en  puesto  sano  o  enfermo,a  y  si  enfer- 
mo porqué  causa,  si  se  entendiere,  y  las  enfermedades  que 
comunmente  suceden  y  los  remedios  que  se  suelen  hacer  para 
ellas. 


—  239  — 

Qué  tan  lejos  o  cerca  está  de  alguna  sierra  o  cordillera 
señalada,  que  esté  cerca  de  él,  y  a  qué  parte  le  cae  y  cómo  se 
llama. 

El  río  o  ríos  principales  que  pasaren  por  cerca  y  que  tan- 
to apartados  de  él;  y  a  qué  parte,  y  que  tan  caudalosos  son, 
y  si  huviere  que  saber  alguna  cosa  notable  de  sus  nacimien- 
tos,, aguas,  huertas  y  aprovechamientos  de  sus  riberas,  y  si 
hay  en  ellas  o  podrían  haber  algunos  regadíos  que  fuesen  de 
importancia. 

Los  lagos,  lagunas,  o  fuentes  señaladas  que  huviere  en 
los  términos  de  los  pueblos  con  las  cosas  notables  que  hubie- 
re en  ellos. 

Los  volcanes,  grutas,  y  todas  las  otras  cosas  notables  y 
admirables  en  naturaleza  que  hubiere  en  la  comarca  dignas 
de  ser  sabidas. 

Los  árboles  silvestres  que  huviere  en  la  dicha  comarca 
comunmente,  y  los  frutos  y  provechos  que  de  ellos  y  de  sus 
maderas  se  saca,  y  para  lo  que  son  o  serían  buenas. 

Los  árboles  de  cultura  y  frutales  que  hay  en  la  dicha  tie- 
rra, y  los  que  de  España  y  de  otras  partes  se  han  llevado,  o 
se  dan  o  no  se  dan  bien  en  ella. 

Los  granos  y  semillas,  y  otras  hortalizas  y  verduras  que 
sirven  o  han  servido  de  sustento  a  los  naturales. 

Las  que  de  España  se  han  llevado,  y  si  se  da  en  la  tierra 
el  trigo,  cebada,  vino  o  aceite,  en  qué  cantidad  se  coge,  y  si 
hay  seda,  o  grana  en  la  tierra,  y  en  qué  cantidad. 

Las  yerbas  o  plantas  aromáticas  con  que  se  curan  los  in- 
dios, y  las  virtudes  medicinales  o  venenosas  de  ellas. 

Los  animales,  y  aves  bravos,  y  domésticos  de  la  tierra  y 
los  que  de  España  se  han  llevado,  y  cómo  se  crían  y  multi- 
plican en  ella. 

Las  minas  de  oro  y  plata  y  otros  mineros  de  metales,  o 
atramentos  (tintes)  y  colores  que  huviere  en  la  comarca  y  tér- 
minos de  dicho  pueblo. 

Las  canteras  de  piedras  preciosas,  jaspes,  mármoles  y 
otras  señaladas  y  de  estima  que  asimismo  huviere. 

Si  hay  salinas  en  el  dicho  pueblo-  o  cerca  de  él,  o  de  don- 
de se  proveen  de  sal,  y  de  todas  las  otras  cosas  de  que  tuvie- 
ren falta  para  el  mantenimiento,  o  el  vestido. 

La  forma  y  edificio  de  las  casas  y  los  materiales  que  hay 
para  edificarlas  en  los  dichos  pueblos  o  en  otras  partes  de 
donde  los  truxeren. 


—  240  — 

Las  fortalezas  de  los  dichos  pueblos,  y  los  puertos  y  lu- 
gares fuertes  e  inexpugnables  que  hay  en  sus  términos  y  co- 
marca. 

Los  tratos  y  contrataciones  y  grangerías  de  que  viven  y 
se  sustentan  así  los  españoles  como  los  indios  naturales,  y  de 
qué  cosas  y  en  qué  pagan  sus  tributos. 

La  diócesis  de  Arzobispado  u  obispado,  o  abadía  en  que 
cada  pueblo  estuviere,  y  el  partido  en  que  cayere  y  cuántas 
leguas  hay,  y  a  qué  parte  del  pueblo  donde  reside  la  catedral, 
y  la  cabecera  del  partido,  y  si  las  leguas  son  grandes  o  pe- 
queñas, por  caminos  derechos,  o  torcidos,  y  por  tierra  llana, 
o  doblada. 

La  iglesia  catedral  y  la  parroquial  o  parroquiales  que  hu- 
viere  en  cada  pueblo  con  el  número  de  los  beneficios  y  preven- 
das  que  en  ellas  huviere,  y  si  huviere  en  ellas  alguna  capilla 
o  dotación  señalada,  cuya  es  y  quien  la  fundó. 

Los  monasterios  de  frailes  o  monjas  de  cada  orden  que 
en  cada  pueblo  huviere,  y  por  quién  y  cuándo  se  fundaron,  y 
el  número  de  religiosos  y  cosas  señaladas  que  en  ellos  hu- 
viere. 

Así  mismo  los  hospitales,  colegios  y  obras  pías  que  hu- 
viere en  los  dichos  pueblos  y  por  quién  y  cuándo  fueron  ins- 
tituidos. 

Y  si  los  pueblos  fueren  marítimos,  demás  de  lo  susodicho 
se  diga  en  la  relación  que  de  ello  se  hiciere,  la  suerte  de  la 
mar  que  alcanza,  si  es  mar  blanda  o  tormentosa,  y  de  qué 
tormentas  y  peligros,  y  en  qué  tiempo  suceden    más  órnenos. 

Si  la  costa  es  playa  o  costa  brava,  los  arrecifes  señalados 
y  peligros  para  la  navegación  que  hay  en  ella. 

Las  mareas  y  crecimientos  de  la  mar  qué  tan  grandes 
son,  y  a  qué  tiempos  mayores  o  menores,  y  en  qué  días  y  ho- 
ras del  día. 

Los  cabos,  puntas,  ensenadas  y  bayas  señaladas  que  en 
la  dicha  comarca  huviere  con  los  nombres  y  grandeza  de 
ellos  cuanto  buenamente  se  pudiere  declarar. 

Los  puertos  y  desembarcaderos  que  hubiere  en  la  dicha 
costa,  y  la  figura  y  traza  de  ellos  en  pintura  como  quiera  que 
sea  en  un  papel,  por  donde  se  pueda  ver  la  forma  y  talle  que 
tienen. 

La  grandeza  y  capacidad  de  ellos,,  con  los  pasos  y  leguas 
que  tendrán  de  ancho  y  largo,  poco  más  o  menos,  como  se 
pudiere  saber,  y  para  que  tantos  navios  serán  capaces. 


-241  — 

Las  brazas  del  fondo  de  ellos,  la  limpieza  del  suelo,  y  los 
bajos  y  topaderos  que  hay  en  ellos  y  a  qué  parte  están,  si 
son  limpios  de  bromas  y  de  otros  inconvenientes. 

Las  entradas  y  salidas  de  ellos,  a  qué  parte  miran,  y  los 
vientos  con  que  se  ha  de  entrar  y  salir  de  ellos. 

Las  comodidades  y  descomodidades  que  tienen  de  leña^ 
agua  y  refrescos,  y  otras  cosas  buenas  y  malas  para  entrar, 
y  estar  en  ellos. 

Los  nombres  de  las  islas  pertenecientes  a  las  costas, 
y  porqué  se  llaman  así,  la  forma  y  figura  de  ellas  en  pinturar 
si  pudiere  ser,  y  el  largo  y  ancho  y  lo  que  boxa,  el  suelo,  pas* 
tos,  árboles  y  aprovechamientos  que  tuvieren,  las  aves  y  ani- 
males que  hay  en  ellas,  y  los  ríos  y  fuentes  señaladas. 

Y  generalmente  los  sitios  de  pueblos  de  españoles  despo- 
blados, y  cuándo  se  poblaron,  y  despoblaron,  y  lo  que  se  su- 
piere de  las  causas  de  haberse  despoblado. 

Con  todas  las  demás  cosas  notables  de  naturaleza,  y  efec- 
tos de  suelo,  aire  y  cielo  que  en  cualquiera  parte  hu viere,  y 
fueren  dignas  de  ser  sabidas. 

Y  hecha  la  dicha  relación,  la  firmarán  de  sus  nombres  las 
personas  que  se  huvieren  hallado  a  hacerla,  y  sin  dilación  la 
enviarán  con  esta  instrucción  a  la  persona  que  se  la  huviere 
enviado.     (*). 

Hemos  querido  dejar  estampado  este  notabilísimo  docu- 
mento en  obsequio  de  la  juventud;  pues  equivale  a  un  verda- 
dero monumento  que  prueba  la  cultura  de  nuestros  antepasa- 
dos, los  españoles,  en  aquella  época  el  año  de  mil  quinien- 
tos setenta  y  tres. 

No  ponemos  en  este  lugar,  por  ser  algo  larga,  la  ins- 
truction  Y  advertimiemtos  para  la  observación  de  los 
eclipses  de  las  sombras  que  su  Magestad  manda  hacer,  este 
año  de  mil  quinientos  setenta  y  siete  y  setenta  y  ocho,  en  las 
ciudades  y  pueblos  de  las  Indias  para  verificar  la  longitud 
y  altura  de  ellos,  aunque  para  el  efecto  sobredicho  tienen 
la  Astrología  y  Cosmografía  propuestos  muchos  y  diferentes 
medios  mathemáticos  etc. 


(*)  Para  conocer  los  grandes  adelantjs  de  la  madre  patria,  por  aquellos 
tiempos  el  lector  debe  estudiar  la  cultura  científica  de  España  en  el  siglo  xvp 
{Madrid)  Sucesores  de  Rivadeneira,  Paseo  de  San  Vicente,  N<>20. — Año  de  1893. 

16 


—  242  — 


Aprobaciones  de  !a  \g íesia  y  de  la  Orden 

En  virtud  del. nombramiento  de  Censor  con  que  fui  hon- 
rado por  su  Reverencia,  en  oficio  fechado  en  Valencia  el  día 
trece  de  abril  del  presente  año,  examiné  con  cuidado  y 
detención  la  obra  titulada:  "Vida  del  Fundador  de  San- 
tiago de  León,  de  Caracas,  Diego  de  Losada",  escrita  por  el 
Reverendo  Padre  Fray  Froilán  de  Rionegro,  religioso  de 
"nuestra  Orden,  Franciscano-Capuchino.  La  obra  no  contiene 
nada  contrario  ala  enseñanza  de  nuestra  santa  madre,  la 
Iglesia  Católica,  y  la  veo  escrita  con  criterio  sano  y  libre 
4e  tendencias  peligrosas. 

Tal  es  el  juicio  que  me  ha  merecido  la  lectura  de  dicha 
obra,  y  salvo  otro  juicio  mejor  que  el  mío,  creo  que  nada  obs- 
ta para  que  pueda  imprimirse,  si  su  Reverencia  lo  cree  así 
conveniente. 

Caracas  a  27  de  abril  de  1912 

fray  Estanislao  de  Peridiello. 

Muy  Reverendo  Padre  José  Manuel  de  Villaverde,  Custodio  Provincial. 

Sigilum  CustodiaB    FF.   MM.   Capuccinorum. — Venezuela. — 
Puerto  Rico  y  Cuba. 

R.  P.  Fray  Froilán  de  Rionegro,  Misionero  Capuchino. 

Caracas 
Reverendo  Padre: 

Por  lo  que  a  nos  toca,  concedemos  nuestro  permiso  para 
publicar  el  libro  titulado  '  'Vida  del  Fundador  de-Santiago  de 
León-de  Caracas,  Diego  de  Losada"  escrita  por  el  Reverendo 
Padre  Fray  Froilán  de  Rionegro,  Misionero  Capuchino  de 
nuestras  misiones  de  Castilla  en  Venezuela,  Puerto  Rico  y 
Cuba — ,  mediante  que  de  nuestra  orden  ha  sido  examinado  y 
no  contiene,  según  la  censura,  cosa  alguna  contraria  al  dog- 
ma católico  y  sana  moral. 

Caracas  28  de  Abril  de  1913 

(L.  S.) 

fray  José  Manuel  M^  de  Villaverde. 

Custodio  Provincial. 


—  243  - 

Arzobispado  de  Caracas  y  Venezuela. — Gobierno  Superior* 
Eclesiástico.  — Joannes  B.  Castro,  Dei  et  Apostólicas 
Sanctse  Sedis  Gratia  Archiepiscopus  Caracensis- — Ca- 
racas 29  de  abril  de  1913. 

Puede  imprimirse  la  obra  titulada  Vida  del  Fundador 
de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  escrita  por  el  Reverendo 
Padre  Fray  Froilán  de  Rionegro,  Religioso  de  la  Orden  Fran- 
ciscano-Capuchina. 


(L.  S.) 


f  Juan  Bautista 

Arzobispo  de  Caracas 


Visto 
Caracas,  20  de  julio  de  1914 


(L.  S.) 


t  Carlos  Prietropaoll 
Arzobispo  de  Cálcide 


Enviado  Extraordinario  y  Ministro  Plenipotenciario  de  la  Santa  Sede. 


ÍNDICE 


Páginas 


Dedicatoria 7 

Acuerdo  propuesto  por  Ja  Comisión  que  nombró  el 
Muy  Ilustre  Ayuntamiento  de  Santiago  de  León,  de  Ca- 
racas        9 

Decreto  del  Gobierno  del  Distrito  Federal  por  el  cual 
se  dispone  proceder  a  la  publicación  en  forma  de  libro  de 
la  Biografía  de  don  Diego  de  Losada  por  Fray  Froiián  de 
Rionegro 11 

Cartas  del  autor  y  del  Excelentísimo  señor  Delegado 
Apostólico  y  Enviado  Extraordinario  de  la  Santa  Sede  en 
Venezuela. .  . 13 

Gracias , 1 S 

Al  curioso  lector 17 

Capítulo  I. — Ojeada  general  a  la  provincia  de  Zamora 
y  situación  de  Rionegro,  cuna  del  fundador  de  Santiago 
de  León,  de  Caracas,  Diego  de  Losada 19 

Capítulo  II. — Importancia  social,  moral  y  religiosa  déla 
célebre  Hermandad  de  Nuestra  Señora  de  CarbalJeda,  con 
algunas  menciones  muy  interesantes  acerca  de  Losada.  .  .      26 

Capítulo  ///.—Algunas  noticias  sobre  los  ascendientes 
de  Diego  de  Losada  y  del  nacimiento,  crianza,  juventud 
y  carácter  del  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas. 
—¿1513?— 1532... 29 

Capítulo  IV. — Diego  de  Losada  llega  a  Puerto  Rico  y  pa- 
sa a  Tierra  Firme  y  es  nombrado  en  Maracapana  Maestre 
de  Campo  del  ejército  de  Cedeño. — 1533-1512.  ........     33 

Capítulo  V. — En  que  se  trata  del  viaje  que  Diego  de 
Losada  hizo  a  Coro  y  de  su  vuela  por  los  Llanos  a  Cuma- 
ná  y  Cubagua  para  asegurar  la  fundación  de  aquella  pri- 
mera ciudad,  con  otras  particularidades  interesantes. — 
1543-1545 39 

Capítulo  VI. — Diego  de  Losada  se  dirige  a  La  Española 
y  vuelve  a  Coro  con  el  Gobernador  Tolosa  para  la   orga- 


—  246  — 

Páginas 

nización  del  Tocuyo,  con  otros  sucesos  importantes. — 
1546 .... 43 

Capitulo  VIL — De  los  grandes  trabajos  que  Diego  de 
Losada  y  los  españoles  pasaron  en  descubrir  camino  entre 
Venezuela  y  Colombia,  para  utilidad  de  la  República. — 
1547-1549. 47 

Capítulo  VIII.  —  Fundación  de  nuevas  ciudades  por 
nuestros  antepasados  los  españoles  y  en  particular  de  Nue- 
va Segovia  de  Barquisimeto,  cuyos  vecinos  eligen  a  Losa- 
da uno  de  sus  primeros  alcaldes.  Refiérense  los  adelantos 
de  la  Colonia  y  algunas  curiosidades  de  los  indios. — 1550 
-1552 53 

Capítulo  IX. — De  varios  sucesos  ocurridos  en  las  mi- 
nas de  Buria  y  graves  peligros  de  Nueva  Segovia  de  Bar- 
quisimeto, de  los  cuales  la  libró  Diego  de  Losada. — 1553.     5 

Capítulo  X. — Prosigue  el  mismo  asunto.  Menciónan- 
se  las  nuevas  poblaciones  de  nuestros  antepasados  los  es- 
pañoles: Nirgua,  Nueva  Valencia  del  Rey,  Borburata  y 
Trujillo  adonde  se  dirige  Losada  con  el  fin  de  pacificar  a 
los  indígenas.  —1553-1557 62 

Capítulo  XI. — Dificultades  enormes  de  la  conquista  y 
colonización  de  la  provincia  de  Caracas:  progresos  y  fra- 
caso de  Fajardo. — 1558—1559 70 

Capítulo  XII. — Dificultades  y  fracaso  de  Pedro  de  Mi- 
randa y  del  valentísimo  Juan  Rodríguez  Suárez,  con  la 
relación  de  varios  hechos. — 1560 76 

Capítulo  XII I. -  -Continuación  del  mismo  asunto;  y  re- 
lación de  la  muerte  del  valentísimo  capitán  Juan  Rodríguez 
Suárez,  según  Oviedo  y  Castellanos. — 1561 83 

Capítulo  XIV. — Fracaso  de  Narváez^  Guaycamacuto 
instigado  por  Guaycaypuro  hace  traición  a  Fajardo,  con 
el  nuevo  fracaso  y  muerte  de  este  grande  hombre,  según 
el  autor  de  Varones  Ilustres. — 1561-1562 88 

Capítulo  XV. — Refiérese  la  muerte  del  famoso  Diego 
García  de  Paredes  y  el  fracaso  del  Gobernador  y  del  Ma- 
riscal, con  otros  pormenores  interesantes. — 1563-1564.  ..     92 

Capítulo  XVI. — Conquista  y  colonización  de  la  provin- 
cia de  Caracas  por  Diego  de  Losada,  con  varias  relaciones 
muy  interesantes  y  la  lista  de  sus  tropas,  gentes,  ganados 
y  armas.  — 1565-1566 96 


—  247  — 

Páginas 

Capítulo  XVII. — Diego  de  Losada,  organizados  los  ser- 
vicios religiosos,  se  prepara  para  entrar  en  combate,  y  se 
dicen  la  disposición  y  resultados  de  los  primeros  choques, 
con  otras  particularidades. — 1567 103 

Capítulo  XVIII. — Terrible  batalla  de  Los  Teques  en  el 
río  de  San  Pedro  y  llegada  de  Losada  al  Valle  de  San 
Francisco,  con  la  situación  probable  del  campamento  es- 
pañol sobre  un  plano  importantísimo  de  una  parte  del 
Valle  de  los  Caracas,  antes  de  la  fundación  de  la  ciudad. 
—1567 108 

Capítulo  XIX. — Refiérese  lo  ocurrido  en  el  Valle  de 
la  Pascua  y  cómo  Losada  envió  una  expedición  a  Chacao, 
con  otras  particularidades  muy  curiosas. — 1567 113 

Capítulo  XX. — Expedición  de  Losada  a  Jos  Mariches, 
con  otros  sucesos  importantes. — 1567 116 

Capítulo  XXI. — Fundación  de  la  ciudad  de  Santiago  de 
León,  de  Caracas,  por  Diego  de  Losada;  su  posición  y 
otros  pormenores  antiguos  muy  interesantes. — 1567 121 

Capítulo  XXII. — Fundación  de  la  primera  iglesia  de 
Santiago  de  León,  de  Caracas,  por  Diego  de  Losada  y 
dícense  otros  pormenores  antiguos  muy  curiosos.  —  1 567.   128. 

Capítulo  XXIII. — Terrible  conflagración  organizada 
por  el  Cacique  Guaycaypuro  para  aniquilar  y  destruir  la 
nueva  población  de  Santiago  de  León,  de  Caracas ;  Losada 
la  protege  y  libra  del  exterminio. —  1567-1568 135 

Capítulo  XXIV. — Fundación  del  primer  puerto  de  la 
Provincia  de  Caracas  y  de  la  ciudad  de  Nuestra  Señora 
de  Carballeda  y  otras  excursiones  de  Losada  para  cono- 
cer el  país  y  disponer  las  encomiendas,  con  algunas  peri- 
pecias  ocurridas  durante  ese  tiempo. — 1568., 140 

Capítulo  XXV. — Pónese  el  texto  de  un  notable  do- 
cumento subscrito  por  Diego  de  Losada  en  la  ciudad  de 
Nuestra  Señora  de  Carballeda,  con  algunas  observaciones 
importantes. — 1568 147 

Capítulo  XXVI. — Cómo  murió  Guaycaypuro,  el  ma- 
yor enemigo  de  la  ciudad  de  Santiago  de  León,  de  Cara- 
cas.—1568 ,.... _ 152 

Capítulo  XXVII. — Cómo  fenecieron  varios  Caciques  de 
los  Mariches;  refiiérese  la  acción  heroica  de  uno  délos  in- 
dios.—1569  155 


-248  — 

Páginas 

Capitulo  XXVIII. — Sustitución  de  Losada  y  muerte 
del  fundador  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  en  el  To- 
cuyo.—1569 157 

.  Capítulo  XXIX. — Noticias  de  la  ciudad  de  Nuestra  Se- 
ñora de  Carballeda  y  de  la  fundación  de  la  Guaira,  con 
otras   particularidades   antiguas   de    la   colonización  y  de 

Santiago  de  León  de  Caracas.— 1570-1597 161 

Capítulo  XXX. — Homenaje  de  gratitud  de  la  ciudad 
de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  a  su  fundador  don  Die- 
go de  Losada 168 

Capitulo  XXXI. — Grandeza  y  porvenir  de  la  capital 
de  Venezuela,  Santiago  de  León,  de  Caracas,  fundada  por 
Diego  de  Losada 173 

Capítulo  XXXII. — Observaciones  sobre  las  provincias 
españolas  de  aquende  los  mares,  de  su  independencia  y 
del  regionalismo  de  la  raza  española. 177 

Capítulo  XXXIII — Conclusión. — En  donde  se  hace 
mención  de  la  grandeza  de  España,  la  Madre-Patria,  y  se  , 
corrobora  Jo  expuesto  sobre  las  Provincias  Españolas  del 
Nuevo  Mundo,  con  lo  dicho  por  el  limo,  y  Rmo.  señor 
Arzobispo  de  Ancud  (Chile)  en  el  acto  de  presentar  las 
banderas  de  las  naciones  españolas  de  América  ala  Santí- 
sima Virgen  del  Pilar  de  Zaragoza 197 

Apéndice  I. — Estudio  crítico  sobre  el  día,  mes  y  año  de 
la  fundación  de  Santiago  de  León,  de  Caracas,  con  el  im- 
portante parecer  de  la  Ilustre  Academia  nacional  de  la 
Historia 213 

Apéndice  II. — Noticias  de  la  isla  de  Cubagua,  de  sus 
grandes  riquezas  y  destrucción  de  Nueva  Cádiz  por  un 
terremoto  en  mil  quinientos  cuarenta  y  tres  y  elogio  de  la 
isla  de  Margarita,  con  varios  cuadros  de  costumbres  de 
aquella  época,  entresacados  de  los  Varones  Ilustres  del 
Presbítero  Juan  de  Castellanos.— 1496-1543 221 

Apéndice  III. — Importante  cuestionario  propuesto  en 
1573,  por  el  gran  rey  don  Felipe  II:  Santa  Marta  y  Ve- 
nezuela fueron  las  primeras  que  lo  contestaron 236 

Aprobaciones  de  la  Iglesia  y  de  la  Orden  ele  los 
Capuchinos 242 

índice 246 

Fe  de  erratas ,„-. 251 


fií^íS*