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Full text of "El hijo de Don Juan : drama original en tres actos y en prosa"

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University  of  Illinois  Library 


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SOCIEDAD     DE    AUTORES     ESPAÑOLES 

COLECCIÓN  DE  OBRAS  DRAMÁTICAS 
::::::     Y    LÍRICAS     :::::: 


EL  HIJO  n  DON  JDÜN 

::::      DRAMA      :::: 
EN  TRES  ACTOS  Y  EN  PROSA,  ORIGINAL 


DB 


JOSÉ     ECHEGARAY 


OOOO^  «oooocooooo 

SEGUNDA    EDICIÓN 

o A OOOO OOO  OOOOOOO 


MADRID 


EL    HIJO    DE    DON    JUAN 


Esta  obra  es  propiedad  de  su 
autor,  y  nadie  podrá,  sin  su  per- 
miso, reimprimirla  ni  represen- 
tarla en  España  y  sus  posesio- 
nes, ni  en  loi  países  con  los 
cuales  haya  celebrados  o  se 
celebren  en  adelante  tratados 
internacionales  de  propiedad 
literaria. 

El  autor  se  reserva  el  derecho 
de  traducción. 

Los  representantes  de  la  So- 
ciedad de  Autores  son  los  exclu- 
sivamente encargados  de  con- 
ceder o  negar  el  permiso  de  re- 
presentación y  del  cobro  de  los. 
derechos  de  propiedad. 

Queda  hecho  el  depósito  que 
marca  la  Ley. 


EL  HIJO 
DE  DON  JUAN 

DRAMA  ORIGINAL  EN  TRES  ACTOS  Y  EN  PROSA 

Inspirado  por  la  lectura  de  la  obra  de  Ibsen  titulada 
GENGANGERE 

POR 

JOSÉ  ECHEGARAY 


Estrenada  en  el  TEATRO  ESPAÑOL  la  noche  del   29 
de  marzo  de  1892 


O 

SEGUNDA     EDICIÓN 

<^ 


TIP.    VAGUES 

CALLE  DEL  DOCTOH  POURQUBT,  NÚM.  4 

MADRID 


R,  E  F  A.  R   T  O 


PERSONAJES 

ACTORES 

CARMEN 

Srta. 

Calderón. 

DONA  DOLORES 

Sra. 
» 

Guillen. 

PACA 

Estrada. 

TERESA 

Srta. 

Alísedo. 

LÁZARO 

Don 

Ricardo  Calvo. 

DON  JUAN. 

» 

Donato  JíMenez. 

DON  TIMOTEO 

Sr. 

Díaz. 

EL  DOCTOR  BERMUDEZ.. 

» 

Pérez. 

JAVIER 

» 

Rivelles. 

DON  NEMESIO 

Don 

Fernando  Calvo. 

'J^ 


m  PALABRAS  A  MANERA  DE  PROLOGO 


Procurando  adivinar  el  pensamiento  de  mi  último 
drama  El  hijo  de  d^n  Juan,  han  dicho  los  críticos  va- 
rias cosas. 

Que  el  pensamiento  era  el  mismo  que  inspiró  a  Ibsen 
en  su  célebre  obra  titulada  Gengangere. 

Que  las  pasiones  que  en  él  se  agitan,  son  más  pro- 
pias de  aquellos  países  del  Norte,  que  de  nuestras  re- 
giones meridionales. 

Que  se  trata  del  problema  de  la  locura  hereditaria. 

Que  se  discute  la  ley  de  herencia. 

Que  es  tétrico  y  lúgubre,  sin  más  objeto  que  el  de 
producir  horror. 

Que  es  un  drama  puramente  patológico. 

Que  no  hay  en  él  más  que  el  proceso  de  una  locura. 

Que  desde  el  momento  en  que  se  adivina  que  Lázaro 
ha  de  volverse  loco,  acabó  el  interés  de  la  obra,  y  no 
queda  más  que  seguir  p_aso  a  paso  el  naufragio  del 
>  pobre  ser. 

Y  así  sucesivamente. 

Yo  creo  que  todo  esto  no  es  otra  cosa  que  una  serie 
de  lamentables  equivocaciones  de  los  grandes  y  peque- 
fioz  juzgadores  del  arte  dramático. 

No  es  ninguno  de  estos  el  pensamiento  de  mi  drama. 

Su  pensamiento  es  muy  otro,  pero  yo  no  lo  explicaré : 


¿para  qué?  en  todas  las  escenas  de  mi  obra,  en  todos 
sus  personajes,  casi  en  todas  sus  frases,  está  explicado. 

Además,  el  explicarlo  sería  peligroso :  podría  imagi- 
narse que  mi  propósito  era  defender  al  pobre  hijo  de 
don  Juan,  con  el  pretexto  de  explanar  la  idea  madre 
de  donde  ha  brotado. 

Yo  no  defiendo  nunca  mis  'difamas :  cuando  escribo 
su  última  palabra,  los  abandono  a  su  suerte.  Ni  los  de- 
fiendo material  ni  moralmente.  Concluyo  un  drama,  se 
lo  doy  a  la  empresa,  se  representa,  gusta  o  no  gusta  y 
a  la  gracia  de  Dios.  La  empresa  hace  lo  que  más  con- 
viene a  sus  intereses,  sin  que  yo  la  moleste :  los  ax;to- 
res  lo  representan  como  pueden,  casi  siempre  muy 
bien :  el  público  juzga  en  uno  o  en  otro  sentido,  según 
lo  que  siente  y  los  críticos  se  desahogan  a  satisfacción. 

No  quiero  ni  debo,  siquiera  por  buen  gusto,  defen- 
der mi  nuevo  drama ;  pero  hay  en  él  una  frase  que 
no  es  mía,  que  es  de  Ibsen,  y  esa  debo  defenderla  enér- 
gicamente, porque  me  parece  que  es  de  extraordinaria 
hermosura. 

«Madre,  dame  el  sol:»  dice  Lázaro.  Y  esta  frase  sen- 
cilla, infantil,  casi  cómica,  encierra  un  mundo  de  ideas, 
un  océano  de  sentimientos,  un  infierno  de  dolores,  una 
lección  cruel,  un  ¡alerta!  supremo  a  la  sociedad  y  a  la 
familia. 

Yo  así  lo  veo. 

Una  generación,  devorada  por  el  vicio ;  que  lleva 
abasta  en  los  huesos  el  virus  engendrado  por  el  amor 
impuro ;  con  la  sangre  corrompida,  que  arrastra  orga- 
nismos de  corrupción  mezclados  a  sus  glóbulos  rojos, 
ya  cayendo  y  cayendo  en  los  abismos  del  idiotismo :  el 
grito  de  Lázaro  es  el  último  crepúsculo  de  una  razón 
que  se  hunde  en  la  eterna  negrura  de  la  imbecilidad. 
Y  al  mismo  tiempo  la  naturaleza  despierta  y  el  sol  sale: 
otro  crepúsculo  que  será  bien  pronto  todo  luz. 

Y  los  dos  crepúsculos  se  encuentran,  y  se  cruzan,  y. 


se  saludan,  con  saludo  de  eterna  despedida,  al  concluir 
el  drama.  La  razón,  que  ee  precipita  empujada  por  la 
corrupción  del  placer.  El  sol,  que  brota  con  llamas  in- 
mortales, empujado  por  las  fuerzas  sublimes  de  la  na- 
turaleza. 

Abajo,  la  razón  humana,  que  se  aeabó :  arriba,  el 
sol  que  empieza  un  nuevo  día:  y  «dame  el  sol»  dice 
Lázaro  a  su  madre :  también  lo  pidió  don  Juan  por 
entre  los  cabellos  de  la  tarifeña. 

Sobre  esto  hay  mucho  que  decir :  esto  da  mucho  que 
pensar.  Porque  en  efecto,  si  nuestra  sociedad...  ¡pero 
en  qué  diablo  de  filosofías  voy  a  meterme  yo !  Que  allá 
cada  cu^al  se  las  componga  como  pueda  y  pida  el  sol  o 
pida  los  cuernos  de  la  luna  o  pida  lo  que  le  apetezca. 

¿Que  nadie  entiende  ni  se  interesa  por  estas  cosas? 
¿y  qué?  Esto,  cuando  más,  prueba  que  el  don  Juan 
moderno  va  dejando  muchos  hijos  por  el  mundo,  aun- 
que sin  el  talento  de  Lázaro. 

Saludemos  respetuosamente  a  los  hijos  de  don  Juan. 

José  Echegaray 


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ACTO     PRIMERO 


La  escena  representa  una  sala-despacho.  Decoración  ele- 
gante y  severa  con  alguna  nota  mundana,  represen- 
tada por  cualquier  objeto  artístico  que  indique  aficio- 
nes de  esta  clase.  A  la  izquierda  del  espectador,  una 
mesa  ligera  y  vistosa  para  tomar  té  tres  o  cuatro  per- 
sonas :  encima  de  la  mesa  una  vela  encendida  con 
pantalla  de  colores  claros.  Alrededor  tres  butacas  pe- 
queñas, o  butacas  y  sillas  de  fumar.  A  la  derecha 
una  mesa  de  despacho;  pero  no  muy  grande,  maciza 
y  severa ;  detrás  una  silla  o  butaca  de  escribir.  Al 
costado  de  la  mesa  una  gran  butaca  o  mejor  una 
chaise-longue.  Sobre  la  mesa  un  quinqué  encendido 
con  pantalla  obscura.  Sobre  la  mesa  tainbién,  en  mar- 
co de  caballete,  la  fotografía  de  Carmen.  A  la  izquier- 
da, primer  término,  un  balcón ;  a  la  derecha  una 
chimenea  con  fuego  muy  vivo ;  a  un  costado  una  gran 
pantalla  portátil.  En  puertas  y  balcón,  cortinajes  es- 
pesos y  severos.  Puerta  en  el  fondo  y  a  cada  lado 
una  puerta.  Si  es  posible,  en  el  fondo  también,  a  la 
derecha,  un  pequeño  estante,  obscuro  y  rico,  con  li- 
bros ;  a  la  izquierda,  haciendo  pendant,  una  vitrina, 
obscura  como  el  estante,  llena  de  objetos  artísticos. 
Si  esto  no  es  posible,  dos  muebles  equivalentes.  En 
suma,  una  habitación  que  indique  personas  ricas, 
aunque  no  opulentas,  y  sobre  todo  el  contraste  de  dos 
gustos :  uno  severo,  otro  alegre  y  mundano.  Es  de 
.  noche. 


—  10  — 

ESCENA   PRIMERA 
DON  JUAN,  DON  TIMOTEO  y  DON  NEMESIO 

Están  sentados  alrededor  de  la  mesa  de  té,  bebiendo 
licores  y  fumando.  Los  tres  son  viejos ;  pero  marcando 
tipos  diversos :  los  tres  llevan  el  sello  de  una  vida  de 
crápula.  En  don  Juan  todavía  se  conoce  que  habrá  sido 
gallardo. 


Juan  ¡Timoteo!... 

Timoteo    ¿Qué? 

Juan         Tpngo  una  sospecha. 

Timoteo    ¿Cuál? 

Juan          Que  nos  vamos  volviendo  viejos. 

Timoteo    ¿En  qué  lo  has  conocido? 

Juan  Te  diré :  hay  síntomas.  Cuando  cambia  el 
tiempo  me  duelen  todas  las  articulaciones. 
Cuando  quiero  mover  esta  pierna  con  gallar- 
día, me  cuesta  trabajo  y  al  fin  la  que  se  mue- 
ve es  la  otra.  Y  además,  la  vista  se  me  apa- 
ga: cuando  veo  una  morenilla  por  la  calle, 
me  parece  que  es  rubia,  y  si  es  rubia  se  me 
obscurece  de  modo  que  se  me  antoja  morena. 

Nemesio  Eso  es  debilidad :  hay  qu,e  entonarse.  {Bebe 
una  copa.) 

Juan  Mi  estómago  no  resiste  ya  el  alcohol :  bebo 
(«por  cumplir» ;  pero  sé  que  me  hace  daño. 

Timoteo    Porque  no  es  el  alcohol  de  nuestro  tiempo. 

Nemesio    Esto  es  solimán  alcoholizado. 

Timoteo  El  alcohol  es  el  que  se  ha  hecho  viejo.  Yo  me 
siento  joven  todavía.  (Contoneándose.)  ¡Ay!... 

Juan  ¿Qué  tienes? 

Timoteo  Al  hacer  un  movimiento,  pareo*  que  se  me  ha 
descoyuntado  toda  la  columna  vertebral.  ¡  De- 
monio!...  ¡demonio!... 

Nemesio  Se  habrá  salido  algo  de  su  sitio.  (Con  calma 
y  bebiendo.) 

Juan         Desengañaos:    llegamos  a   «Villa- Vieja».    ¡Por 


—  lí- 


vida de  la  vida  y  qué  corta  es  la  vida!  {Da 
un  puñetazo  en  la  butaca.)  ¡Ay! 

Timoteo    ¿Qué  te  pasa? 

Juan         Un  dolor  en  este  codo...  y  en  este  hombro... 

Nemesio  ¡El  t;empo!...  ¡está  muy  húmedo!...  (Be- 
biendo.) 

XiMOTEo    Si  tú,  Juanito,  no  has  sido  nunca  muy  fuerte. 

Ju.\N  ¿Que  yo  no  he  sido?...  ¿que  yo  no  he  sido?... 

Yo  he  sido  más  fuerte  que  todos  vosotros.  Yo 
he  estado  veinticuatro  horas  seguidas  tiran- 
do cartas,  y  he  estado  tres  días  seguidos,  en- 
cerrado coii  Luis  y  con  Pacorro,  vaciando  bo- 
tellas ;  y  mi  patrono  San  Juan  Tenorio,  desde 
el  cielo  en  donde  mora  en  compañía  de  doña 
Inés,  habrá  visto  cómo  me  he  portado  en  em- 
presas amorosas.  Vosotros  en  cambio  no  ha- 
béis sido  más  que  fanfarrones  del  vicio.  ¡Ho- 
la, con  los  estafermos! 

No  negamos  que  hayas  sido  más  loco  que  cual- 
quiera; pero  más  fuerte...  lo  que  se  Uama  un 
hombre  fuerte...    no  lo  has  sido. 
No  lo  hits  sido,  confiésalo. 
¡Qué  he  de  confesar  yo!... 
Si  a  ti  te  ha  pasado  lo  que  no  le  ha  pasado 
a  nadie. 

Ju.\N  ¿Qué  me  ha  pasado  a  mí? 

-Timoteo  Que  para  enderezarte  el  espinazo  tuvieron  que 
meterte  en  un  estuche  de  escayola...  y  te  col- 
gaban todos  los  días  dos  veces  por  el  pescuezo. 

Ne.mesio     ¡Es  verdad!    ¡Es  verdad!   (Riendo.) 

Ju.\N  Pero  fué  porque  en  la  Plaza  de  Toros  anduvi- 
mos a  palos  y  me  desgonzaron  dos  vértebras : 
eso  le  pasa  a  cualquiera. 

Timoteo  No,  no;  no  eras  como  nosotros.  ¿Te  acuerdas, 
Nemesio?  «¿Dónde  está  Juanito?» — «En  ca- 
ma.» «¿Dónde  está  Juanito?» — «En  Panticosa.» 
«¿Dónde  está  Juanito?» — «En  Archena.»  ((¿Dón- 
de está  Juanito?» — «Emparedado.»  «¿Dónde 
está  Juanito?»  «¡En  este  momento  deben  es- 
tarle ahorcando!»  ¡Ja,  ja!...  (Ríen  Timoteo  y 
Nemesio.  Don  Juan  les  mira  colérico.) 

Juan  ¡No  riáis  muy  fuerte,  que  vamos  a  tener  des- 

coyuntamiento general!  ¡Yo  he  sido  un  hom- 
bre y  vosotros  habéis  sido  unos  pobres  dia- 


Tl.MOTEO 


Nemesio 

Juan 

T1.MOTE0 


12  — 


Timoteo 


Nemesio 
Juan 


Timoteo 
Nemesio 
Juan 


Timoteo 

Juan 

Timoteo 


bles!  Tú,  (A  don  Timoteo.)  casaste  a  los  cua- 
renta: te  metiste  en  un  rincón  de  este  puebla 
con  tu  mujer,  ¡y  aquí  dio  fin  Timoteo!  Tú, 
(A  don  Nemesio.)  huyendo  como  un  cobarde 
de  la  borrasca  mundanal,  te  refugiaste  en  Ar- 
ganda,  donde  te  bebes  cada  año  la  cosecha 
de  vino  del  año  anterior.  {Dándose  tono.)  ¡Yo, 
en  cambio!...  ¡yo!...  es  verdad  que  también 
me  casé  a  los  cuarenta  y  dos ;  pero  esto  no 
es  una  prueba  de  debilidad.  Si  a  don  Juan 
Tenorio  le  hubiesen  dado  tiempo,  se  hubiera 
casado  con  doña  Inés,  y  aún  es  fama  que  en 
el  cielo  celebraron  bodas  místicas.  Pero  yo,  el 
otro  don  Juan,  me  casé  como  un  hombre  y 
como  un  ciudadano- libre ;  y  no  por  eso  aban- 
doné el  campo  del  honor.  ¡"Yo  en  mi  casa,  yo 
en  la  ajena!  ¡A  las  nueve  en  el  convento,  a 
las  diez  en  esta  calle!...  ¡Bueno;  pues  tuve  a 
mi  Lázaro!...  ¿eh?  ¡vaya  un  chico!...  ¡eso 
es  tener  un  hijo! 

¡Válgame    Dios    por    el    triunfo    glorioso!... 
¡Échate  a  la  calle  y  no  verás  un  prójimo  que 
no  sea  hijo  de  alguien!   Cada  individuo  tuvo 
un  padre. 
Por  lo  menos. 

Sí,  pero  yo  era  el  libertino;  el  que  apuró  la 
copa  del  placer  y  la  barrica  de  la  bodega;  el 
inválido  de  la  orgía.  «Ese  está  tísico,»  decían. 
«Ese  se  muere  cualquier  madrugada,»  pensa- 
bais vosotros.  ¡Y  de  pronto  resucité  con  Lá- 
zaro es  mi  resurrección!...  ¡Y  qué  robusto,  y 
qué  fuerte,  y  qué  talento!...  ¡un  prodigio!... 
un  Byron,  un  Espronceda,  un  Edgar-Poe,  un 
genio.  Eso  no  Ib  digo  yo :  lo  tenéis  escrito  en 
todos  los  periódicos  de  Madrid. 
Sí,  el  chico  vale. 
Vale. 

Pues  con  franqueza,  el  que  hizo  la  vida  que 
hice  yo...  y  cuando  dice:  «a  descansar  un 
rato»,  ¿tiene  un  hijo  como  Lázaro?  ese...  ¿no 
es  un  hombre? 

¡Bonita  jubilación  para  un  Tenorio! 
¿Cuál? 

La  tuya.  ¿Pues  no  resulta  que  eres  el  padre 
de  un  genio? 


13 


Ji AN  ¿Y  qué,  carcamades?  La  fuerza  es  fuerza  y  se 

traiisfornia :  vosotros  no  sabéis  esto.  Todo  el 
genio  de  Lázaro  lo  tenía  yo  sin  duda  agaza- 
pado en  algún  rincón  de  mi  cerebro ;  pero  co- 
mo no  le  di  tiempo  ni  ocasión,  no  pudo  dar 
mu-estras  de  sí.  Hasta  que  se  cansó  de  esperar 
y  dijo  un  día:  <cea,  me  voy  con  el  chico,  que 
con  el  padre  no  hago  carrera.»  (Riendo.) 

Timoteo  No  te  hagas  ilusiones,  Juanito.  El  talento  de 
Lázaro,  porque  en  efecto  parece  que  es  un 
talentazo,  no  lo  heredó  de  ti :  lo  heredaría  de 
su  madre.  La  herencia  paterna  habrá  sido  al- 
gún reuma,  alguna  neurosis. 

Nemesio  Sedin>entos  del  placer  y  residuos  de  alcohol. 
(Bebiendo.) 

Juan  ¡Mentecatos!...  Yo  me  eduqué  mal  y  viví  peor, 

pero  en-  mí  ¡había  algo! 

Timoteo  .  Todo  un  genio  enchufado  en  un  perdido. 

JLAN  Puede  ser. 

Nemesio    ¿Y  en  qué  lo  conociste? 

Timoteo    ¿Cuándo  fué  eso? 

Nemesio    ¿Y'  en  dónde? 

Juan  Fué  al  despertar  de  una  juerga. 

Timoteo  Ahora  que  vas  a  remontarte  a  lo  sublime,  no 
digas  juerga. 

Juan          Bueno,  pues  al  despertar  de  una  orgía. 

Nemesio  Eso  está  bien:  «a  Jarifa  en  una  orgía.»  Es- 
pronceda.   (Bebiendo.) 

Juan  Sí,  señor ;  pues  eso  mismo.  Sentí  una  vez  lo 

que  no  habéis  sentido  vosotros  jamás. 

Nemesio  Cuenta,  cuenta,  que  debe  ser  curioso.  Otra  co- 
pita,  Timoteo. 

Timoteo  Venga :  ¡  a  la  saliid  del  genio  molagrado !  (To- 
siendo.) 

Nemesio  Del  genio...  mal...  logrado...  (Bebiendo.  Don 
Juan  ha  quedado  pensativo.) 

Timoteo    Empieza. 

Juan  ¿Os   acordáis   de  la  temporada  que  pasamos 

en  mi  quinta  de  Sevilla...  allá  por  el  año... 
por  el  año?... 

Timoteo  ¡I>el  año  no  me  acuerdo...  de  la  quinta  mu- 
chísimo !  a  orillas  del  Guadalquivir :  con  un 
salón  orienta):  divanes:  alfombras...  ¡aque- 
llas célebres  alfombras! 

Nemesio    Es  verdad...  es  verdad...  siempre  que  andaba 


14  — 


por  ellas...  Aiiiceta,  la  gitariilla...  ¿os  acor- 
dáis?... gritaba:  «¡que  me  jundo,  que  me 
jundo!»  '' 

Timoteo  Es  verdad...  es  verdad...  y  como  era  tan  me- 
nuda... claro,    ¡.se  jundía! 

Nemesio  ¡Hermosos  tiempos!...  ¡La  quinta  de  don 
Juan!...  A.sí  la  llamábamos. 

Timoteo  A  mí  lo  que  más  me  gustaba  era  aquel  bal- 
cón corrido,  o  galería,  o  lo  que  fuese.  ¡Qué 
vista!  ¡el  Guadalquivir!...  y  daba  a  Oriente... 
se  veía  salir  el  sol...  un  encanto!...  -¿Te  has 
dormido?  (A  don  Juan,  que  está  pensativo.) 

Juan  ¿Yo?...  yo  no  duermo  nunca.  Eso  quisiera  yo: 

dormir.  Pues  si  me  paso  la  noche,  tira  de  este 
nervio,  tira  del  otro...  ¡  «El  dolorcillo»  que  está 
avencidado  en  el  codo,  que  sale  de  paseo!  La 
«to6))  que  se  asoma,  diciendo :  «buenas  no- 
ches, vecino.»  La  cabeza  que  grita :  «voy  a 
valsar  un  rato,  apartarse.»  Y  el  estómago  que 
salta:  ((no  por  Dios,  que  me  mareo.»  ¡Sí,  dor- 
mir!  diez  años  hace  que  no  duermo. 

Nemesio    ¿Pero  no  cuentas  la  historia? 

Juan  ¿Cuál?. 

TiMOTEO  Hombre, --la  del  chispazo  de  genio.  Cuando 
comprendiste  que  tenias  algo  dentro.  (Tocán- 
dose la  frente.)  Algo  sublime,  ¿eh? 

Nemesio  Ya  lo  creo  :  ¡sublimado  corrosivo!  ¡Ja...  ja!... 
¡Otra  copita! 

Timoteo  Venga.  Con  que  quedamos  en  que  tú  conocis- 
te, ((Cierta  \'ez»,  que  eras  un  ((genio  larvado»... 
¡como  las  ((pulmonías  larvadas»!... 

Juan  Lo  conocí :    no  hav  que  reírse. 

Nemesio    ¿En  tu  quinta  del  Guadalquivir? 

Juan         AUí  mismo. 

Timoteo  ¿En  el  salón  oriental?  ¿el  de  los  divanes,  bal- 
conaje a  Oriente  y  alfombra  de  Persia? 

Juan  Cabal. 

Timoteo    ¿En  una  noche  de  orgía? 

Juan  No;  a  la  mañana  siguiente...  al  despertar. 

Timoteo  ¡Al  despertar  de  la  orgía!...  ((¡Trae,  Jarifa, 
trae  tu  mano...  ven  y  pósala  en  mi  frente!»... 
(Cogiendo  la  mano  a  don  Nemesio.) 

Nemesio  (fíetirando  la  mano.)  ¡Buena  está  tu  frente!... 
¡ja...  ja...!  no  me  hagas  reir. 


15  — 


Nemesio 

Juan 

Nemesio 

Timoteo 


Juan 


Timoteo 


Nemesio 
Timoteo 
Juan 


Nemesio 

Juan 

Timoteo 
Juan 


Timoteo 
Nemesio 
Timoteo 
Nemesio 

Juan 


¡Pues  mira,  que  tu  mano!...   ¡sarmiento  pu- 
ro!... 

¿No  queréis  oirme? 
Ya  lo  creo.  Cuenta. 

Pero  lo  has  de  contar  «en  serio» :  solemne- 
mente, dramáticamente...  El  despertar  de  don 
Juan...  tras  una  noche  de  orgía. 
Pues  allá  va.  {Toman  don  Nemesio  y  don  Ti- 
moteo posición  cómoda  para  oirle.)  ¡Gran  no- 
che! ¡gran  cena!...  Eramos  ocho  y  empare- 
jados. Todo  el  mundo  borracho...  ¡hasta  el 
Guadalquivir!...  Aniceta  se  asomó  a  la  gale- 
ría y  se  puso  a  gritar :  (( ¡  río  estúpido,  desabo- 
río,  aguanoso,  bebe  una  vez  vino!»  y  le  tiró 
una  botella  de  manzanilla. 
¡Era  muy  salada  Aniceta!,  a  mí  también  me 
tiró  unavez  una  botellji  a  la  cabeza...  pero 
vacía. 

¿La  cabeza? 

La  botella.  Sigue,  sigue...  pero  en  serio,  ¿eh? 
Pues  yo  me  quedé  dormido  en  el  suelo,  sobre 
la  alfombra,  junto  a  un  diván.  Y  en  el  diván 
había  caído  con  uno  de  los  accidentes  de  cos- 
tumbre, la  ((tarifeña»...  ¡  Paca  la  tarif eña !  Na- 
die lo  notó...  y  en  el  diván  se  quedó  dormida. 
Entre  las  convulsiones  se  le  había  destrenza- 
do el  pelo...  ¡gran  madeja!...  y  en  ondas  se- 
dosas me  caía  encima...  ¡gran  madeja! 
¡Ni  la  de  Timoteo!  (Don  Timoteo  es  muij 
calvo.) 

¡Ni  la  de  Timoteo!    ¡Pero  si  me  interrumpís 
pierdo  la  inspiración. 
Sigue...  sigue  en  serio,  Juanito. 
Quedamos  en  que  yo  dormía  sobre  la  alfom- 
bra y  en  que  el  cabello  destrenzado  de  la  ta- 
rifeña me  caía  sobre  la  cabeza  y  sobre  el  ros- 
tro,   envolviéndome    espléndido    como    negro 
manto  de  perfumado  encaje.  ¿Lo  queréis  más 
en  serio? 
Así  va  bien. 
Mantente  a  esa  altura. 
¡A  la  altura  de  la  alfombra! 
Cada  uno  sube  a  la  altura  que  merece.  Ade- 
lante. 
¡Llegó  el  amanecer!...    ¡Era  verano!... 


—  16  — 


Timoteo    ¡Y  sin  embargo,  llovía! 

Juan  ¡No,    hombre!...    ¡Una  mañana  deliciosa:    el 

balcón  abierto  :  el  Oriente  con  espléndidos  cor- 
tinajes de  neblinas  y  de  nubecillas  arrebola- 
das :  el  cielo  azul  y  puro,  una  luz  muy  viva 
inflamando  el  lejano  horizonte!... 

Timoteo     ¡Así,  así...  a  esa  altura! 

Nemesio     ¡Muy  poético...  muy  poético!...  ¡no  decaigas! 

Ju.\N  Lentamente   salió   el    rojizo    globo...    abrí   los 

ojos  del  todo...  ¡y  vi  el  sol!  Lo  vi  por  entre 
la  revuelta  cabellera  de  la  tarifeña...  me  inun- 
dó con  su  luz...  y  tendí  la  mano  instinvamente 
para  cogerlo.  Algo  así,  como  una  nueva  clase 
de  amor,  como  un  nuevo  deseo  se  agitó  en 
mí.  ¡Mucha  claridad,  mucho  azul,  esferas 
muy  anchas,  aspiraciones  vagas,  pero  ardien- 
tes,' por  algo  muy  hermoso!  Durante  un  mi- 
:,  ñuto 'comprendí  que  hay  algo  más  que  el  pla- 
cer de  los  sentidos :  ¡  durante  un  minuto  me 
sentí  otro!  Mandé  un  beso  al  sol  y  separé 
irritado  el  cabello  de  la  chiquilla...  una  ma- 
raña se  me  pegó  a  los  labios...  me  rozó  en  el 
paladar  y  me  dio  bascas...  Tiré  del  mechón... 
despertó  la  tarifeña...  y  amaneció  el  vicio  en- 
tre los  restos  de  la  orgía,  como  el  sol  entre 
los  vapores  de  la  noche,  sus  neblinas  y  sus 
celajes. 

Timoteo     ¡  Bien  por  Juanito !  Conmovidos,'profundamen- 
te  conmovidos. 


Nemesio 
Timoteo 

Juan 

Timoteo 
Nemesio 
Juan 


Timoteo 
Juan 


Hondamente  conmovidos.  {Bebiendo  una  copa.) 
¿Ya  propósito  de  qué  nos  contabas  todo  eso, 
que  no  me  acuerdo? 

Para  demostraros  que  dentro  de  mí  han  exis- 
tido nobles  aspiraciones... 
¡Ah!    ¡sí,  anhelos  sublimes! 
¡Ansias  sobrehumanas! 

¡Justamente!  y  que  todo  eso,  que  en  mí  «o 
tuvo  ocasión  de  presentarse  o  que  se  agotó 
corriendo  por  otros  cauces,  en  mi  Lázaro  será 
talento,  inspiración,  genio,  alas  que  aletean, 
creaciones  que  brotan,  aplauso,  gloria,  inmor- 
talidad!... ¡Ya  veréis!...  ¡ya  veréis! 
Tu  chifladura  postrera. 
Mi  última  ilusión  y  la  más  pura...  no,  la  úni- 


17  — 


ca  ilu6ióii  pura  de  mi  existencia.  Y  tú  debes 
alegrarte  de  que  mi  chico  valga  tanto,  tunan- 
*«!    {Dándole  una  palmada  a  don  Timoteo.) 

Timoteo    ¿Yo?... 

Nemesio  ¡Ya,  ya...  os  comprendo!  Otra  copita  a  la  sa- 
lud de  los  novios. 

Juan  ¿Eh?  ¿qué  dices?  {A  don  Tim^oteo.) 

Timoteo  ¡Ah!  sí:  no  es  imposible.  Mi  pobre  Carmen 
está  muy  encariñada;  pero  no  sé  si  Lázaro... 

Juan  ¡Lázaro  está   loco  por  ella!...   El  es  bastante 

reservado,  pero  está  loco. 

Timoteo  Pues  mira,  si  el  hijo  ha  de  parecerse  al  papá, 
mucho  sentiría  que  emparentásemos :  franca- 
mente. 

Juan  Se  agradece,  v-enerable  abuelo. 

Nemesio    No ;   Lázaro  es  muy  formal. 

Timoteo  Es  que  mi  chica  es  muy  débil,  muy  delicada, 
¡una  sensitiva!  Su  pobre  pecho  se  angustia 
por  cualquier  cosa,  y  si  Lázaro  había  de  dar 
a  mi  pobrecita  Carmen  la  vida  que  tú  has 
dado  a  tu  mujer,  renuncio  al  parentesco  y  al 
honor  que  me  dispensas. 

Juan  ¡Poco  a  poco!...    ¡Yo  he  sido  un  esposo  irre- 

prochable ! 

Timoteo     ¡  Oh ! . . . 

Nemesio     ¡  Ah ! 

Juan  ¡Irreprochable!    ¡mi  esposa  ha  sido  para  mí 

«la  primera» ! 

Ti.moteo    Pero  tenías  «la  segunda»  y  la  «tercera»... 

Nemesio    Y  la  «cuarta»  y  la  «quinfa»... 

Juan  Esas  son.  exigencias  legítimas  del  sistema  de 
numeración. 

Nemesio  Paz  entre  los  futuros  consuegros.  Que  tanto 
vale  el  uno  como  el  otro ;  y  tan  gallardo  está 
el  uno  como  el  otro:  y  tan  buen  ((pater  fami- 
lias» ha  sido  el  otro  como  el  uno. 

Juan  ¡Si  valdrás  lo  que  no  valemos  nosotros!  ¡Si  tú 

•estás  alcoholizado  desde  tu  más  tierna  edad! 

Nemesio  Entre  la  botella  y  la  nmjer  me  quedo  con  la 
botella. 

Timoteo    Pues  yo  con"  la  muj^r. 

Juan  No  exageremos:  entre  la  mujer  y  la  botella... 

se  queda  uno  así  mismo...  entre  la  botella  y 
•la  mujer. 

Timoteo  Ya  no :  ya  nos  quedamos  en  casa  entre  la 
2 


18 


mujer  propia  y  la  botella  de  tisana :  dos  ti- 
sanas. 

Nemesio  Porque  sois  unos  carcamales :  yo  todas  las  no- 
ches al  teatro :  a  mi  palquito :  de  diez  a  doce 
^  me  consagro  al  arte.  ¡Han  venido  unas  bai- 
larinas drf  Madrid!...  ¡las  cefirinas!...  ¡cuatro 
céfiros!... 

Ju.\N  {En  voz  alta,  irguiéndose  como  un   gallo  vie- 

jo.) ¿Son  guapas? 

Timoteo    Que  te  va  a  oir  tu  mujer. 

Juan  (iJ ajando  exageradamente  la  voz.)   ¿Son  gua- 

pas? 

Nemesio  Cuatro  flores,  cuatro  astros,  cuatro  diosas,  los 
cuatro  puntos  cardinales  de  la  belleza.  ¡  Qué 
ojos!...  i  Qué  cinturas!...  ¡Qué  «nerviosidad»! 
¡Qué  cuerpo  aimohadillado ! 

Juan  ¿Almohadillado? 

Nemesio    Al  natural. 

Juan  ¿Al  natural?...  ¿Y  tú  vas  ahora  al  teatro? 

Nemesio  Allá  voy  a  concluir  la  noíjhe  como  Dios  man- 
da :  admirando  las  maravillas  de  la  creación. 
(Levantándose.) 

Timoteo  Pues  te  acompaño  y  las  admiraremos  los  dos. 
(Levantándose.) 

Juan  Pues  yo  no  me  quedo  en  casa.  Allá  voy  con 

vosotros  y  las  admiraremos  los  tres.  (Levan- 
tándose con  trabajo.) 

Nemesio    ¿A  estas  horas,  Juanito? 

Juan          A  estas  horas  vais  vosotros. 

Timoteo    ¿Y  qué  dirá  tu  mujer? 

Juan  Mi  mujer  hace  veinticinco  años  que  no  dice 
nada.  Además,  yo  mando.  ¡A  mí  no  se  me 
piden  cuentas!...  ¡Hola!  ¡'hola!...  Vengo  al 
momento.    ¡Hola!    ¡hola! 


19 


ESCENA    II 
ÜÜ.V  TIMOTEO  y  DON  NEMESIO 


Nemesio  Me  parece  que  el  pobre  Juan  no  tiene  cuerda 
para  mucho  tiempo.  ¿No  ves  cómo  anda?  ¿qué 
cosas  dice?  ¿qué  enternecimientos  eeniles? 

Timoteo    Pues  no  es  nmy  viejo. 

Nemesio  ¿Qué  ha  de  serlo?  Tendrá  poco  más  de  sesen- 
ta años.  Sesenta  años  los  tiene  toda  persona 
que  se  respeta.   {Contoneándose  algo.) 

Timoteo  Cabalmente :  los  tienes  tú,  los  tengo  yo,  los 
tiene  cualquier  persona  formal. 

Ne.mesio  ¡Pero  él  ha  -vivido!...  ¡cómo  ha  vivido!  Es  lo 
que  yo  digo :  se  pueden  hacer  locuríis :  las 
hiciste  tú,  las  hice  yo... 

Ti.moteo    y  las  hace  cualquier  persona  formal. 

Nemesio    Pero  hasta  cierto  punto. 

Timoteo    Hasta  cierto  punto. 

Nemesio  Si  el  pobre  Juan  era  viejo  a  los  cuarenta 
años.  Y  Lázaro...  no  es  lo  que  dice  su  padre... 
no,  señor. 

Timoteo  Pues  talento...  tiene  mucho  talento.  Todos  los 
periódicos  de  Madrid  lo  aseguran :  ya  ves  tú. 
¡Que  es  un  prodigio,  que  será  una  gloria  na- 
cional!... 

Nemesio  No  lo  niego.  Pero  ándate  con  cuidado  antes 
de  casarle  con  Carmencita. 

Timoteo  ¿Por  qué?...  ¡Demonio!  ¿Por  qué?...  ¿Es  co- 
mo el  padre?... 

Ne.mesio  No;  como  el  padre,  rito.  Alegre  de  cascos...  eso 
sí.  ¿Qué  había  de  ser  el  hijo  de  don  Juan? 

Timoteo  Alegre  de  cascos  lo  es  todo  el  mundo :  lo  eres 
tú,  lo  soy  yo... 

Nemesio  No  es  eso.^  Es  que  según  mis  noticias...  {Ba- 
jando la  voz.)  no  es  tan  robusto  como  el  papá 
supone.  Lázaro  padece  vértigos...  o  accidentes 
nerviosos...  qué  sé  yo:  algo  así.  De  tarde  en 
tarde,  ciertamente ;'  pero  aquella  cabeza  no 
eslá  firme.  Por  oso  hace  cosas  tan  estupendas, 


y  por  eso  dicen  que  es  un  genio.  No  te  fíes 
de  los  genios,  Timoteo.  Un  genio  va  por  la 
calle  y  todos  dicen  «¡el  genio!  ¡el  genio!»  Da 
la  vuelta  a  una  esquina  y  los  chiquillos  de  la 
otra  calle  corren  tras  él  gritando:  (c¡al  loco! 
al  loco!»  ¡Timoteo,  es  peligrosísimo  tener 
mucho  talento! 

Timoteo  ¡Dios  nos  libre!  ¡Oh!...  ¡En  e^o  he  tenido  yo 
siempre  nmcho  cuidado ! 

Nemesio  Y  yo  también.  No  ser  rematadamente  tonto  ; 
porque  eso  no  está  bien.  Pero  no  ser  un  genio. 

Timoteo     ¡Eso  rmnca!...  Ya  vuelve  Juan. 

Nemesio  No  le  digas  nada  de  lo  que  te  he  contado.  O 
no  conocen  las  dolencias  de  Lázaro...  o  las 
ocultan :  es  natural. 

ZiMOTEo    Ni  palabra ;  pero  bueno  es  saberlo. 


ESCENA   III 

DON    TIMOTEO,   DON  NEMESIO   y  DON  JUAN:    des- 
pués  TERESA 


Ju.4N  {En  traje  de  calle.)  ¿Estamos? 

Timoteo    Estamos. 

Jlan  Pues  en  marcha.  Oye:  (A  don  Timoteo.)  ¿vol- 
verás tú  por  Carm^en,  o  hay  que  llevarla? 

Timoteo    ¿Carmen? 

Juan  Sí,  Carmen.  ¿Ya  te  olvidaste  que  está  allá  den- 

tro con  Dolores? 

Timoteo    ¡Es  verdad! 

Ju.\N  ¡Qué  cabeza!...   ¡Ja,  ja!...  ¿Y  dices  que  yo?... 

¡Se  olvida  de  su  hija!  ¡Ya  era  fácil  que  yo 
me  olvidase  de  mi  Lázaro!  ¡Cómo  estás!... 
¡Cómo  estás!...  ¡Vaya  un  par  de  estafer- 
mos!... (Riendo.) 

Timoteo  ¡Joven  gallardo,  condúcenos  a  la  gloria  y  al 
placer!... 

Juan  Al  cementerio  voy  a  conduciros,  si  me  moles- 
táis mucho.  Con  que  ,  ¿qué  decides?  ¿Vuelves 
a  buscar  a  Carmen? 


21 


Timoteo 
ji  • 

í\f-:Vi...,lO 


Juan 

Teresa 

Juan 


Timoteo 
Nemesio 
Juan 
Timoteo 

Nemesio 
Juan 
Teresa 
Juan 


Volveré  y  con  eso  te  traeré  a  casa. 
¿Traer  tú?  Bueno  estás  para  traer  a  nadie. 
A  los  dos  os  traeré  yo.  Vamos,  dame  el  brazo, 
Juanito,   que  si   no,  no   bajas  tú  la  escalera. 
(Don  Juan  le  coge   del  brazo.) 
Teresa...  Teresila... 
(Por  el  fondo.)  Señor... 

Dile  a  Dolores...  a  la  señora...  que  me  voy.  Que 
espere  Carmen  hasta  que  vuelva  su  padre  a 
buscarla.  En  marcha.  Cógete  tú,  (A  don  Ti- 
moteo.) que  no  estás  nuiy  firme...  cógete  de  mí. 
En  marcha. 
En  marcha. 

¡Paso  marcial!...   Una...   dos...    • 
¡Cada  día  está  más  guapa   esta   chica!    {Mi- 
rando a  Teresa.) 
Y  más  fresca.    (Lo  iJiismo.) 
No  mires,  que  te  caes.  (A  don  Nemesio.) 
¿Adonde  va  usted,  señor? 

A  llevar  a  -estos  a  la  Sacramental.  (Salen  rien- 
do y  cogidos  del  brazo.) 


ESCENA    IV 

TERESA,  DOÑA  DOLORES  y  CARMEN;    las  dos  últi- 
mas por  la  derecha. 


Teresa  (Mirando  desde  el  fondo.)  ¡Pues  como  entréis 
en  ella,  no  os  dejan  salir!  ¿Adonde  irán  esas 
momias? 

Carmen      ¡Ay!...  No  están...  No  está  papá. 

Dolores    ¿Se  fueron? 

Teresa  Sí,  señora.  Pero  don  Juan  dejó  dicho  que  el 
papá  de  la  señorita  Carmen  volvería  a  bus- 
carla. (Carmen  tose.) 

Dolores  ¡Otro  golpe  de  tos!  No  debes  salir  de  noche:  te 
lo  ha  prohibido  el  médico.  No  te  cuidas :  eres 
una  locuela.  Los  niños  enfermos,  en  casita. 

Carmen  Cuando  me  quedo  sola,  me  quedo  muy  triste. 
Prefiero  toser  a  estar  triste. 


—  22  — 


Dolores    Eso,  no ;  yo  iré  a  hacerte  compañía.  Y  llevaré 
a  Lázaro.  Yo  no  quiero  que  sufra  melancolías 
la  niña  enferma  y  la  niña  mimada.   {Acari- 
ciándola:  Carmen  tose.)  ¡Otra  vez! 
Carmen     Esto  no  vale  nada. 

Dolores     ¡  Si  es  que  aquí  no  se  puede  respirar !    ¡  Qué 
atmósfera!...    ¡Qué  humo!...'  ¡Qué  olor  a  ta- 
baco 1 
Teresa      Estuvieron  toda  la  noche  los  tres  ctseñores  an- 
cianos» bebiendo,  y  fumando  y  riendo...  Ya  ve 
usted  cómo  lo  dejaron  todo. 
Dolores    Sí,  ya  lo  veo.  {Mirando  con  disgusto  la  mesi- 
ta,  que  está  llena  de  ceniza  y  puntas  de  ciga- 
rro, y  cubierta  de   botellas,   copas  y   bandeja 
con  pastas.)  Quita  eso...  limpíalo  todo...  abre 
el  balcón...  No  me  acostumbro...  y  en  veinticin- 
co años  debía  haberme  acostubrado...   (¡Poe- 
sías de  la  existencia ! )  {Riendo  con  amargura.) 
Carmen      ¿Por  qué  se   ríe  usted,   Dolores? 
Dolores    {Cambiando  de  todo  y  fingiendo  alegría.)  Por- 
que me  hacen  gracia,  mucha  gracia,  las  tra- 
vesuras de  esos  tres  respetables  ancianos. 
Carmen      ¡  Papá  no  es  todavía  anciano ! 
Dolores    ¡No  lo  es;  pero  como  ha  llevado  una  vida... 
{Conteniéndose.)  tan  trabajosa...  sus  asuntos... 
sus  negocios...  lo  mismo  que  Juan! 
Carmen      ¡Ya,  ya!...  Los  padres  son  todos  así,  matán- 
dose por  sus  hijos.   ¡Y  papá  es  más  bueno!... 
¡Me  quiere!...  ¡Dios  mío!  De  noche  se  levanta 
no  sé  cuántas  veces  para  escuchar  a  la  puer- 
ta de  mi  cuarto  a  oír  si  toso.  De  manera  que 
yo,  que  le  siento,  ahogo  la  tos  con  el  pañuelo 
o  coí;i  la  sábana...  pero  a"\^eces  no  puedo...  es 
que  me  ahogo.   {Tose.) 
Dolores    {A  Teresa,  que  entre  tanto  se  ha  llevado  bote- 
llas, ceniceros,  bandejas,  y  que  ha  entrado,  y 
salido  varias  veces.)  Abre  el  balcón :   que  en- 
tre  aire   fresco,   aire   puro...   No,   espera:    (.4 
Teresa.)   tú   no    podrías  sufrir  la   impresión, 
pobrexíilla.   (A  Carmen.)  Ven...  {Cogiéndola  de 
la  mano.) 

Carmen     ¿Adonde? 

Dolores    Mientras  se  ventila  la  habitación,  te  quedas 
quietecita  detrás  de  esta  cortina...   {Colocan- 


23 


dola  detrás  del  cortinaje  de  la  derecha.)  Quie- 
tecita,   ¿eh?...  En  seguida  entrarás. 

Carmen     ¿Me  deja  usted  castigada?   (Riendo.) 

Dolores  Castigada :  tu  papá  es  muy  mimoso ;  yo  muy 
severa. 

Carmen     Bueno ;  pero  que  no  dure  nmcho  el  castigo. 

Dolores  Muy  poco.  Vete...  (A  Teresa.)  abriré  yo.  (Sale 
Teresa.  Abriendo  el  balcón.)  ¡Así...  aire...  el 
^  aire  de  la  noche...  la  frescura...  el  espacio... 
lo  que  es  puro...  lo  que  es  grande...  lo  que  no 
repugna...  lo  que  dilata  los  pulmones...  lo  que 
dilata  el  alma!  ¡Tener  un  horizonte  muy  an- 
cho para  llenarlo  de  esperanzas  y  correr  hacia 
ellas!...  ¡Al  menos  la  esperanza!...  ¡la  espe- 
ranza!   ¡Oh!    yo  nd  puedo  quejarme;    ¿tengo 

'  a  mi  Lázaro?   ¡pues  lo  tengo  todo! 

Carmen  ¿Puedo  salir?  (Asomando  de  cuando  en  cuan- 
do la  cabeza  por  el  cortinaje.) 

Dolores  No  ;  todavía  no :  quietecita.  (Paseándose  del 
balcón,  a  la  chimenea.)  ¡Tener  a  mi  hijo!... 
.pero  sin  que  nunca  hubiese  tenido  padre... 
¡sobre  todo,  ese  padre!  ¡Que  mi  Lázaro  hu- 
biera brotado  espontáneamente  de  mi  amor!... 
Así...  ¡como  brota  la  ola  del  mar  o  la  luz  del 
sol!...  ¡Para  que  fuese  mío,  sólo  mío!  En  fin, 
no  me  quejo...  aunque  se  parezca...  ¡que  no 
se  parece!,  a  su  padre,  Lázaro  es  mío,  y  mío 
solamente.  ¡Qué  bueno!...  ¡qué  noble...  ¡qué 
inteligencia!...  ¡qué  corazón!  ¡Eso  es  tener 
un  hijo! 

Car.men      ¿Puedo  entrar? 

Dolores  ¡Ah!...  sí...  aguarda...  pero  antes  cerraré  el 
balcón.  (Lo  cierra.)  Entra. 

Carmen     Ya  es  otra  cosa.  (Respirando  a  gusto.) 

Dolores    ¿Te  sientes  bien? 

Carmen     Muy  bien. 

Dolores    ¿Qué  miras?    . 

Carmen  El  reloj,  para  ver  qué  hora  tenemos.  Va  sien- 
do tarde:   Lázaro  no  viene.  (Con  tristeza.) 

Dolores  No  es  tarde,  hija  mía.  Ven,  siéntate  junto  a 
mí. 

Carmen     Sí ;  es  tarde,  es  tarde. 

Dolores  Lázaro  vendrá  pronto.  Sabía  que  ibas  a  ve- 
nir esta  noche  v  no  faltará. 

Car.men     (Tristemente.)   Pues  haría  muy  mal  en  inco- 


24 


niodarse  por  mí.   Si   no  iiil'  ve  hoy,  me  verá 
otro  día. 

Dolores    Tontuela,  ¿estás  quejosa? 

Carmen     Eso  no,   ¡Dios  mío!  El  tiene  sus  ocupaciones, 
y  no  ha  de  sacrificarse  por  Carmen. 

Dolores    Carmen  lo  merece   todo ;   y  Carmen  \ü  sabe : 
no  seas  hipocritilla. 

Carmen     No,  señora.   Lo  digo  como  lo  creo,  y  esto  es 
lo  que  me  da  mucha  pena  y  me  hace  cavilar 
mucho.  Usted  me  minia  y  me  quiere,  como  si 
fuera  mi  propia  madre,  ya  que  no  la  tengo. 
Usted  protege  nuestro  cariño...  el  de  Lázaro 
y  el  mío...  Estoy  segura  que  le  dice  usted  a 
Lázaro  que  soy  de  este  modo  y  del  otro...   ¡en 
fin,  un  prodigio!   Y  a  mí  me  jura  usted  que 
Lázaro   está  loco   de  amor  por  su  Carmen... 
¿Pero   es    verdad    todo    esto?    ¿Puede    serlo? 
¿Merezco  yo  a  Lázaro?   ¿Sentirá,  un  hombre 
como  él,   la  pasión   que  usted   me  pinta  por 
una  pobre  criatura  como  yo? 
Vamos,    ¡que  me  enfado!...  No  se  dicen  -esas 
cosas.   ¿No  te  has  mirado  nunca  al  espejo? 
Sí,  muchas  veces :   todos  los  días. 
Y  el  espejo,   ¿qué  te  dice? 
Que  soy  muy  pálida,  que  soy  muy  flaca,  que 
tengo  los  ojos  muy  tristes,  y  que  más  me  pa- 
rezco a  una  Dolorosa  que  a  una  chica  de  diez 
y  ocho  años.  Eso  es  lo  que  me  dice,  ¡y  me  da 
cada  disgusto! 

¡Hay  espejos  muy  malvados,  y  ese  es  uno  de 
ellos!  {Co7i  tono  cómico.)  Se  abarquillan  para 
hacernos  larguiruchas :  se  empañan  para  dar- 
nos palideces :  se  manchan  para  sombrar  de 
pecas  nuestro  cutis,  y  cometen  todo  género 
de  maldades.  Tu  espejo  es  un  espejo  crimi- 
nal :  yo  te  mandaré  uno  en  que  te  veas  como 
eres  y  verás  un  ángel  asomado  a  una  venta- 
nita  de  cristal. 
Carmen  ¡  Sí,  ríase  usted !  Pero  aunque  yo  fuese  la  mu- 
jer más  hermosa;  del  mundo,  ¿podría  merecer 
a  Lázaro?  {Con  tristeza.)  ¡Un  hombre  como 
él !  ¡un  porvenir  como  el  suyo !  ¡ un  talento 
que  todos  admiran!...  Nada:  ¡un  ser  supe- 
rior!... Yo  le  quiero  mucho;  pero  me  da  mie- 
do y  vergüenza...  que  él  conozca...  que  yo...  le 


Dolores 

Carmen 

Dolores 

Carmen 


Dolores 


—  25  — 


quiero  tanto.   Me  parece   que   va  a  decirme : 
"¿pero  tú  quién  eres,  tontuela?   ¿qué  te  has 
figurado,  que  yo  estoy  para  una  chiquilla  in- 
sustancial, ignorante  y  enfermiza?»  {Con  tris- 
teza y  humildad.) 
Dolores'  Vamos,  Carmen,  si  no  quieres  que.  me  enoje, 
no  digas  esas  tonterías,  l'na  mujer  buena  vale 
más  que  todos  los  sabios  de  todas  las  Acade- 
mias. Y  si  además  de  ser  buena...  es  guapa... 
entonces...   entonces  se  acabó,    ¡no  hay  hom- 
bre que  la  merezca!  Los  hombres,  exceptuan- 
do a  Lázaro,  son  unos  pobres  diablos  o  unos 
miserables.   (Con  tono  rencoroso.) 
Carmen     Pues  papá  es  nmy  bueno  y  me  quiere  mucho. 
Dolores.    ¡  Ah!...  sí...  nmy  buena  persona...  Pero  si  tan- 
to había  de  quererte,  mejor  hubiera  hecho  en 
darte  pulmones  más  robustos. 
C.^R.MEN     Pero  el  pobre,   qué  culpa  tiene...   Si  Dios  no 

quiso... 
Dolores     ¡Ah!...  sí...  es  verdad.  Don  Timoteo  no  tiene 
la  culpa.  Dios  dispuso  que  Carmen  no  tuviese 
más  alientos  que  los  de  una  palomita,  y  hay 
que  resignarse. 

Carmen  Pues  eso  es  lo  que  yo  digo.  ¡Pero  Lázaro  no 
viene!...  Verá  usted  cómo  tengo  que  marchar- 
me ^ntes  de  que  venga.  Y  si  viene  y  se  pone 
a  trabajar,  tampoco  le  veo  está  noche. 

Dolores  No  :  hace  dos  días  que  no  escribe.  El  exceso 
•de  trabajo  le  ha  fatigado.  ¡  «El  pensar  siem- 
pre»... consume  mucho! 

Carmen     ¿Pero  está  enfermo?   (Con  mucha  ansiedad.) 

Dolores    No,  hija:  cansancio  y  nada  más. 

Car.men  Sí  :  ¡  está  enfermo !  Ya  notaba  yo  que  estaba 
triste,  preocupado...  pero  yo  pensé...  vaya,  es 
que  no  me  quiere,  y  no  sabe  cómo  decírmelo. 

Dolores  í  Qué  cosas  piensas  í  ni  lo  uno  ni  lo  otro.  ¡  En- 
fermo mi  Lázaro !  ¡  Crees  tú  que  si  lo  estu.vie- 
se  no  habría  puesto  yo  en  conmoción  todo  el 
proto-medicato  de  aquí,  y  de  Madrid  y  del  ex- 
tranjero! De  todas  maneras,  tienes  razón,  ¡es 
muy  tarde!   {Algo  inquieta.) 

CAR.MEN      ¿Se  fué  al  teatro? 

Dolores    No  :   a  comer  con  unos  amigos. 

Carmen     ¿Iba  Javier? 

Dolores    También  iba. 


—  26 


Carmen     Me  alegro:  Javier  es  muy  juicioso. 

Dolores    Lázaro  también  lo  es. 

Carmen  Ya  lo  creo ;  pero  nunca  está  demás  un  buen 
amigo;  y  Javier  tiene  por  Lázaro  admiración, 
cariño  y  respeto. 

Dolores  (Paseando  impaciente.)  Pues  va  siendo  tar- 
de... muy  tarde.  (Carmen  se  dirige  al  halcón.) 
¿Qué  vas  a  hacer? 

Carmen     Pues  asomarme  a  ver  si  viene  Lázaro. 

Dolores    (Separándola    del    balcón.)    No,    hija:    no    te 
acuerdas  de  tu  pobre  pecho,  ni  de  tu  tos  ter- 
'    quísima.  "Además,   la  noche  es  muy  obscura 
y  nada  podrías  ver.   Quita,   Carmen,  quita., 
me  asomaré  yo. 

Carmen     Si  yo  no  puedo  ver...  usted  tampoco  verá... 

Dolores    Probaré...  (Comienza  a  abrir  el  balcón.) 

Carmen  Espere  usted...  me  parece-  que  viene...  y  con 
Javier... 

Dolores    (Escuchando.)  Sí...  es  verdad. 

Carmen      ¿No  entran  aquí? 

Dolores  No  :  al  cuarto  de  Lázaro  se  fueron  directa- 
mente. Pero  descuida,  en  cuanto  sepa  que  es- 
tás... viene  a  verte. 

Carmen  A  no  ser  que  venga  pensando  en  alguna  gran 
escena  para  su  drama ;  o  en  algún  capítulo 
de  ese  libro  que  está  escribiendo  y  que  dicen 
que  ha  de  ser  un  asombro ;  o  en  algún  proble- 
ma muy  intrincado.  Ay,  Dios  mío,  por  más 
que  usted  diga,  un  hombre  como  él  no  ha  de 
preocuparse  gran  cosa  por  una  chiquilla  co- 
mo yo. 

Dolores     ¡Otra  vez! 

Carmen  Nada  sé,  nada  valgo,  nada  soy.  Yo...  ¿para 
qué  sirvo?  dígame  usted.  ¡Para  mirarle  como 
una  boba,  mientras  él  piensa  esas  cosazas! 
¡  Para  asomarme  al  balcón  a  ver  si  viene,  aun- 
que haga  frío  y  tosa  la  pobre  Carmen  sin  des- 
.canso!  ¡Para  Uorar  si  no  hace  caso  de  mí  o 
si  me  dicen  que  está  malo!  ¡No  hay  duda  que 
Carmencita  sabe  hacer  maravillas!  ¡Mirarle, 
esperarle,  Uorar  por  él! 

Dolores  ¿Y  qué  más  puede  hacer  una  mujer  por  un 
hombre?  Mirarle  siempre,  esperarle  siempre, 
llorar  por  él  siempre. 

€armen     ¿y  con  eso  basta? 


—  27 


Dolores  Tanto  peor  para  Lázaro  ei  no  le  bastase.  Pero 
.aguarda...  ya  está  aquí...  ¿no  te  decía?...  en 
cuanto  supo  que  estabas. 

Carmen      ¡Es  verdad!    {Con  alegría.)   ¡Qué  bueno  es!... 


ESCENA    V 
DOÑA   DOLORES,  CARMEN  y  JAVIER 


J.wiER  Felices  noches,  mi  doña  Dolores.  Felices,  Car- 
men. 

Dolores    Muy  buenas.     . 

CARMEN     Y  muy  felices...  pero...  Lázaro... 

Dolores    ¿No  viene  Lázaro? 

Carmen     ¿Está  malo? 

Dolores    ¡Ah!...  si  está  malo...  aUá  voy... 

Javier  (Deteniéndola.)  ¡No,  por  Dios!...  ¡qué  ha  de 
estar  malo!...  Óiganme  ustedes:  comimos  va- 
rios amigos  con  dos  escritores  de  Madrid... 
¡gente  de  pro!...  Hablóse  de  artes,  de  ciencias, 
de  política,  de  filosofía,  de  todo  lo  divino  y 
de  todo  lo  himiano.  Se  bebió,  se  brindo,  se 
pronunciaron  discursos,  -  se  leyeron  versos... 
¿Comprendes  ustedes?...  Y  estas  cosas  excitan 
extraordinariamente  el  sistema  nervioso  de 
Lázaro... 

Dolores    ¿Y  le  dio  algo?...  ¡Dios  mío! 

Carmen     Vaya  usted,  Dolores...    ¡vaya  usted! 

Javier  ¡Por  Dios  santo,  déjenme  ustedes  concluir! 
Estas  cosas,  digo,  sacuden  sus  nervios,  y  su 
imaginación  se  inflama,  descubre  de  pronto 
horizontes  luminosos,  las  ideas  acuden  en  tro- 
pel... ¿se  hacen  cargo?  Nada,  que  vino  con 
la  fiebre  de  la  inspiración,  quiso  aprovecharla 
y  por  eso...  por  eso  precisamente,  se  encerró 
en  su  cuarto  y  me  echó  a  mí. 

C.\RMEN     ¿No  se  lo  decía  yo?   (A  doña  Dolores.)   Ven- 
dría... y  a  trabajar.   (Tristemente.) 
Dolores    ¿No  sabe  que  está  Carmen? 

Javier        Ños  lo  dijeron  al  entrar ;   pero  él  no  atiende 


—  28 


Dolores 
Carmen 


Dolores 
Carmen 


Dolores 

Javier 

Dolores 

Carmen 


Dolores 


Javier 
Dolores 


a  nada  ni  a  nadie,  cuando  la  inspiración  y 
la  gloria...  y  el  arte  le  gritan:  aven,  que  te 
esperamos.» 

Sin  embargo...  {Queriendo  ir.) 
No  por  Dios...  (Deteniéndola.)  hay  que  dejarle 
trabajar...  ¡Si  por  mí  perdiera  alguna  de  esas 
grandes  ideas  que  ahora  le  acaricia!...  ¡qué 
pena  y  qué  remordimiento!...  Distraerle  para 
que  venga  a  hablar  conmigo...  no,  eso  no... 
¡No  soy  tan  egoísta!...  ¡No  faltaba  más!... 
De  ningún  modo...  no  lo  consiento...  (Abraza 
a  doña  Dolores  y  tose  y  casi  llora.) 
¿Qué  tienes?  (Con  solicitud.) 
(Fingiendo  alegria.)  Nada...  es  que  me  dio  risa 
y  me  dio  tos.  Me  dio  risa  porque  me  acordé 
de  un  cuento...  un.  cuento  muy  tonto...  pero 
vamos...  que  me  hizo  reir  y  que  viene  al  caso. 
Verás  ustedes.  Era  una  borriquilla  muy  mona,^ 
que  se  enamoró  de  un  genio  muy  hermoso, 
que  tenía  una  Uamitamuy  roja  en  la  frente 
y  unas  alas  muy  blancas...  y  el  geniecillo,  de 
pura  lástima,  le  acarició  las  orejas  a  la  borri- 
quilla... y  ella...  ¡al  fin  lo  que  era!...  ¡de  ale- 
gría empezó  a  dar  saltos  y  derribó  al  genio,, 
le  tronchó  las  alas...  y  no  pudo  volar-  más! 
Se  acabó  lo  azul  del  espacio  para  el  genio : 
ya  no  le  quedó  más  que  un  prado  muy  verde 

Suna  borriquilla  muy  buena...  pero  borriqui- 
a  al  fin.   j  No,  madre  mía,  no  quiero  yo  ser 
«la  del  cuento»!   Dejemos  volar  al  genio, 
¡Ve  usted  qué  critura!    (A  Javier.) 
¡Una  modestia  criminal! 
Pero  en  fin,  si  te  empeñas,  le  dejaremos  que 
trabaje. 

¿Le  parece  a  usted  que  le  dejásemos  libre  esta 
sala?...  aquí  tiene  sus  libros  predilectos...  y 
tiene  más  espacio...  y  puede  pasearse...  él  me 
ha  dicho  muchas  veces  que  compone  versos 
paseándose... 

¡Buena  idea!...  ¡Vamonos  a  mi  gabinete!  Dí- 
gale  usted   que   le    dejamos   el   campo   libre. 
(A  Javier.)  Y  que  puede  venir  sin  miedo. 
{Hiendo.)   ¡Noble  sacrificio! 
Pero  hay  que  avivar  la  chimenea ;  como  an- 


—  29  — 


Carmen 


Dolores 
Carmen 


Dolores 
Javier 


Carmen 
Dolores 


Carmen 

Dolores 

Carmen 


Dolores 
Carmen 


Dolores 
Carmen 

Dolores 

Javier 

Carmen 

Dolores 

Carmen 


tee  abrimos  el   balcón,    la   sala   ha  quedado 
muy  fría.   {Avivando  la  chimenea.) 
Es  verdad.  Pero  que  no  reciba  de  lleno  el  ca- 
lor. Hay  que  poner  delante  la  pantalla...  así. 
{La  pone.) 
Así  está  bien. 

{Pasando  al  balcón  y  levantando  la  cortina.) 
Mire  usted...  ¡mire  usted!...  el  cielo  se  ha  des- 
pejado un  poco  y  ha  salido  la  luna  de  entre 
nubes...  ¡Muv  hermoso!  ¡Muy  hermoso!...  ¡Hay 
que  correr  la  cortina  para  que  Lázaro  vea 
todo  eso  y  se  inspire  aún  más!  Yo  sé  que  le 
gusta  trabajar  mirando  ar cielo  de  cuando  en 
cuando. 

Tienes  razón :  en  todo  piensas.  {Corre  a  ayu- 
dar a  Carmen.) 

Pues  si  con  tantas  precauciones  y  tanto  mimo 
no  acude  la  inspiración,  descontentadiza  es  la 
inspiración  de  Lázaro. 
¿Está  ya  todo? 

Creo  que  sí.  Espera...  tu  retrato  escondidito 
en  la  sombra :  lo  pondremos  de  modo  que  lo 
ilumine  la  lámpara  para  que  también  le  ins- 
pire. 

¿Inspirarle  yo?...  Sí...  sí...  ¡quite  usted!... 
{Queriendo  retirarlo.) 

No  lo  consiento.  Déjalo  donde  lo  puse  y  va- 
monos. 

Si  usted  se  empeña...  Bueno,  pues  que  lo  vea. 
Pero  hay  poca  luz.  {Dando  más  luz  a  la  lám- 
para.) 

Llámele  usted...  que  venga.   (A  Javier.) 
Sí,   que  venga  y  que   escriba  cosas  muy  her- 
mosas.   Ya  entraré  yo  .un  momento...   a  des- 
pedirme. 

Hasta  luego :    ven,  Carmen. 
Y  usted  también  le  deja  solo :   no  ha  de  tener 
usted  más  privilegios  que  nosotras. 
¿Viene  usted  a  hacernos  compañía? 
En  seguida. 

¿Queda  todo  arreglado?  {Mirando  alrededor.) 
Me  parece  que  sí.    ¡.-Xdiós! 
¡Adiós!    {Salen   las  dos  medio  abrazadas  por 
la  izquierda.) 


—  30  — 


Javier 


El  campo  libre.    ¡Pobres   mujeres i    ■cán.n  i. 


ESCENA    VI 


í^'^Ófa.'uL'.f'f^^^^^^^^^^^^ 


Lázaro 
Javier 

Lázaro 


Javier 
Lázaro 


Javier 
Lázaro 

Javier 

Lázaro 


(Aso7nándose.)   ¿No  están "> 

6 Es  decir,  que  estás  mejor?  ^  P'^ciaas. 

ao.  [uienáo.)  La  cabeza  entre  nubes  v  el  <;iiAln 
de  algodón.   ¡Divino!  Así  debieraTstL  el  nni 
verso:  «acolchonado...  ¡Señor,  qSé  n  Sndo  hSn 
hecho  tan  tosco,  tan  duro,  taA  incómodo  f  Por 

pedfu£of  num?r"-"'^°  ^  ''  lastima  :'roc^t 
Ptíuruscos,  puntas,  pacos,  ángulos    v  esmiinaá 

^?fecto     nprn  ,  """""^  ^'-    ^°   redondo  es  lo 
periecto;    pero  un  inmenso  edredón  esférim 
Que  se  cae  un  ciudadano,  pues  siempre  cae 
en  blando...  ¡así-  (Dejándose  caer  !nf a  chai- 

To'davi'  V'  ^f-  ^?^^^«  «^  '«^^  ^«  /«  me.?) 
lodavia  no  estas  tú  firme 

^que"tüL."%fr^'-   '^^'^  ^"^  ^"•'-   ¡Más 

Juetf.?bfH"°.^^^^T'--   ^"«  te  hace  daño: 

que  tu  salud  esta  quebrantada 

¿yue   yo   estoy   quebrantado!...    ¿Yo?...    ¿Por 


31 


qué?...  No  he  sido  un  santo,  pero  no  he  sido 
un  loco.  Soy  joven:  he  creído  siempre  que 
era  fuerte : "  y  por  beber  dos  o  tres  copas,  fu- 
mar un  puro  y  reir  un  rato,  ¡convertirme  en 
un  eér  estúpido!...  Porque  ahora,  no  es  que 
esté  quebrantado  como  dices,  ni  que  esté  ebrio 
como  supones...  es  que  me  siento  sencillamen- 
te estúpido.  No,  pues  mira,  no  es  tan  desagra- 
dable ser  estúpido:  ¡siente  uño...  algo  así  co- 
mo alegría ! . . .  ¡  Por  eso  hay  tanta  gente  ale- 
gre! (Riendo.)  ¡Por  eso...  por  eso!...  ¡Ahora 
caigo  en  ello ! .  .  ¡  por  eso,  justamente ! 

Javilh  Atiéndeme  y  comprende  lo,  que  te  digo,  si  te 
hallas  en  estado  de  comprenderme. 

L.^ZARO  ¿Que  si  puedo  comprenderte?  Yo,  ¡ahora  lo 
comprendo  todo!  El  mundo  es  para  mí  trans- 
parente :  tu  cabeza  es  de  cristal  de  roca.  (Rien- 
do.) y  escrito  con  letras  muy  negras  y  muy 
retorcidas  leo,  tu  pensamiento.  ¡  Supones  que 
estoy  muy  malo!    ¡Pobre  Javier!   (Riendo.) 

Javier  No  digas'  semejantes  desatinos:  ni  yo  creo 
cosa  semejante,  ni  tú  estás  enfermo  de  veras. 
Fatiga,  cansancio...'  nada  más.  Has  vivido 
muy  aprisa  en  Madrid  estos  últimos  años : 
has  piensado  mucho,  has  trabajado  mucho, 
has  gozado  mucho  y  necesitas  unos  meses  de 
descanso...  aquí...  en  la  casa  paterna,  con  tu 
madre,  con  Carmen... 

LAZ.4R0  Carmen...  sí...  mírala...  (Señalaiido  a  la  foto- 
grafía.) Allí  está...  ¡qué  imagen  tan  triste,  tan 
poética,  tan  adorable!  ¡Quiero  vivir  para 
ella!  ¡Con  toda  la  gloria  que  conquiste  haré 
un  cerco  de  luz  para  esa  cabecita  tan  mona! 
(Manda  un  beso  al  retrato.)  ¡Viviremos  jun- 
titos  los  dos,  Carmencita,  y  seremos  muy  fe- 
lices! (Como  hablando  con  ella.)  ¡Porque  yo 
(juiero  vivir!  (Animándose  y  volviéndose  a  Ja- 
vier.) ¡Si  nunca  hubiese  vivido,  no  se  me  ocu- 
rriría seguir  viviendo  ;  pero  empecé  y  no  quie- 
ro acabar  tan  pronto!  ¡Eso  no!...  ¡no!...  ¡no 
ha  de  ser!...   ¡Vive  Dios! 

Javier        ¡Vamos,  Lázaro! 

L.AZARO  ¡Yo  soy  fuerte!  ¿Por  qué  no  he  de  serlo?  ¿Con 
qué  derecho  había  de  hacer  de  mí  la  natura- 
leza un  ser  débil  cuando  yo  quiero  ser  fuerte? 


—  32 


1/ 


¡Mi  pensamiento  arde!  ¡mi  corazón  salta! 
¡mis  venas  se  hinchan  con  plétora  de  vida! 
¡mis  deseos  abrasan!  ¡Meter  vapor  a  mil  at- 
mósferas en  una  caldera  vieja  y  oxidada!  ¡Oh, 
burla  infan>e! 

Javier  ¡Ea!  ¡ya  te  lanzaste!  ¡qué  vapor  ni  qué  cal- 
dera!...  ¡la  copita  de  <(champagne» ! 

L.AZARO  ¡Es  que  a  un  hombre  como  yo  no  se  le  ator- 
menta impunemente !  ¡  Ahí  tienes  el  mundo  : 
es  tuyo :  corre  alegre  por  sus  valles,  sube 
triunfal  a  sus  cumbres!...  ¡Pero  ni  correrás 
ni  subirás,  que  puse  reuma  en  tus  huesos! 
¡  Ahí  tienes  el  espacio  azul :  es  tuyo :  vuela 
por  sus  alturas,  devora  sus  horizontes!...  Pero 
no  volarás,  ¡que  arranqué  todo  el  plumaje  de 
tus  alas  y  eres  carcomido  caparazón!...  ¡Oh, 
escarnio!...  ¡Oh,  burla!...  ¡Oh,  crueldad!... 
¡Maldito  vino!  ¡qué  cosas  tan  extravagantes 
veo,  Javier!  Enmascarados  colosales  cruzan 
él  espacio ;  y  colgando  de  hilos  muy  lar- 
gos, pendientes  de  cañas  muy  largas,  llevan 
soles,  luceros  y  estrellas,  y  van  gritando :  ¡  al 
higuí,   al  higuí!   y  yo  quiero  alcanzarlo  todo 

Ír  no  puedo  alcanzar  ni  una  estrellita  con  mis 
abios!...  ¡grotesco,  muy  grotesco!  ¡cruel,  muy 
cruel!  ¡doloroso,  muy  doloroso!...  ¡Dios  mío!... 
¡Dios  mío!  (Oculta  el  rostro  entre  las  manos.) 

Javier  ¡Vamos,  Lázaro,  vamos!...  ¿Lo  ves?  ¡no  pue- 
des cometer  ni  el  menor  exceso! 

Lázaro  He  dicho  muchas  tonterías,  ¿verdad?  No  im- 
porta: nadie  me  oye  más  que  tú...  y  esto  me 
desahoga.  Mira,  ya  estoy  más  tranquilo.  Sien- 
to cansancio...  y' hasta  creo  que  tengo  sueño. 

Javier  Eso  sería  lo  mejor:  duerme,  duerme  y  que  no 
te  vean  así  ni  tu  madre  ni  Carmen. 

Laz-Aro  Mi  madre,  no  importa.  (Sonriendo.)  Pero  Car- 
men... no,  que  no  me  vea  Carmen  en  ridículo. 
¡La  pobre  que  imagina  que  soy  un  ser  supe- 
rior!....  ¡Pobrecilla,  qué  chasco!  (Lázaro  se 
.    tiende  en  el  sofá.) 

Javier  Bueno ;  pues  no  hables :  yo  tampoco  te  ha- 
blaré ;  y  procura  dormir :  con  media  hora  de 
sueño  pasó  todo. 

Lázaro      También  el  sueño  es  ridículo  a  veces...  si  es- 


33 


Javier 


Lázaro 
Javier 
Lázaro 
Javier 
Laz.\ro 
Javier 


Lázaro 
Javier 
Lázaro 
Javier 
Lázaro 

Javier 


Laz.\ro 
Javier 

L\ZARO 

Javier 

Laz.\ro 
Javier 


toy  muy  ridículo,  que  no  entre  Carmen...   o 
me  despiertas. 

No;  si  no  estás  bello  como  un  Endimión...  no 
entrará.  (Pausa.  Javier  se  pasea.  Lázaro  em- 
pieza a  dormirse.) 
Javier...  Javier... 
¿Qué? 

Ya  estoy...  casi  dormido...   ¿qué  tal  estoy? 
Muy  poético. 

Bueno...  gracias...  ¡muy  poético!  (Pausa.)    . 
No,   Lázaro   no  está  bueno.   Hablaré   con   su 
padre...  no,  con  don  Juan,  no.  Con  su  madre, 
que  es  la  única  persona  de  juicio  en  esta  casa. 
Javier... 
¿Qué  quieres? 

Pon  más  de  frente  el  retrato  de  Carmen. 
¿Así? 

Así...   para   ella...   la   luz...    para   Lázaro...   la 
sombra. 

(Paseándose  lentamente.)  Sí:  hablaré  con  su 
madre...  Y  no  me  acordaba,  j feliz  coinciden- 
•cia!,  el  célebre  doctor  Bermúdez,  especia- 
lista en  todo  lo  relativo  al  sistema  nervioso, 
ha  llegado  hace  unos  días...  Pues  a  él;  que 
consulten  con  él. 
¡Javier!  (Ya  casi  dormido.) 
¿Pero  no  duermes? 

Sí...  más  en  luz...  más  en  luz...   (Con  acento 
algo  doloroso.) 

Váínos...  (Acercando  el  retrato  a  la  lámpara.) 
Y  silencio... 
Sí...  Carmen... 

(Contemplándolo  un   rato.)   Gracias  a   Dios... 
dormido. 


ESCENA    VII 

LÁZARO  ij  JAVIER  ;  sin  pasar  de  la  puerta  del  fondo, 
DO^A   DOLORES,    CARMEN,    DON  JUAN   y   DON   TI- 
MOTEO 


Carmen  ¿Se  puede? 

J.AViER  i  Silencio ! 

Carmen  Era  para  despedirnos. 
3 


—  34  — 


Javier  Es  que  duerme.  Trabajó  un  rato ;  pero  estaba 
fatigado. 

Carmen  Entonces  no  le  molestemos.  Adiós,  Javier.  Le 
da  la  luz...  hay  que  bajar  la  pantalla.  Adiós... 
(Besando  a  doña  Dolores.)  Adiós,   don  Juan. 

Timoteo  Hasta  mañana...  (A  doña  Dolores.)  Hasta  ma- 
ñana...  (A  don  Juan.) 

Juan  De  mañana  no  pasa.  ¡Te  haré  una  visita  so- 
lemne!... Y  prepárate  tú,  picaruela... 

Carmen     ¿Yo?... 

Juan          Silencio...  que  duerme. 

Timoteo    Bueno...  bueno...  ea,  es  tarde...  adiós. 

Dolores  Adiós,  hija  mía.  (Todos  han  hablado  en  voz 
baja.  Salen  Carinen  y  Timoteo.) 


ESCENA    VIII 
LÁZARO,  DOÑA  DOLORES,  DON  JUAN  y  JAVIER 


Dolores 
Javier 

Juan 


Dolores 
Juan 


Dolores 


Juan 

Javier 
Juan 


(Acercándose  a  Javier.)   ¿Trabajó  mucho? 
Poco  tiempO' ;  pero  con  graTi  ahínco,  ¡  un  gran 
esfuerzo  intelectual ! 

(Acercándose  también  y  contemplando  a  Lá- 
zaro.) Señor,  ¡lo  que  va  a  ser  este  chico!... 
¡Si  la  cara  lo  dice!...  ¡La  aureola  del  talento! 
¡Está  muy  pálido!  ¡muy  pálido! 
¿Cómo  quieres  tú  que  esté?...  ¿Gordo  como  un 
tudesco  y  encarnado  como  uña  remolacha?... 
¡Entonces  no  sería* un  genio! 
Sin  embargo...  ¡tanta  palidez!...  (Están  incli- 
nados sobre  él  don  Juan  y  doña  Dolores,  con- 
templándole con  afán.) 

¡Decididamente  soy  el  padre  de  un  genio! 
Y  luego,  que  me  vengan  a  mí  con...  (A  Javier.) 
¿Con  qué? 

Con  nada.  (Aparte.)  (Con  sermones  morales,  y 
con  la  ley  de  herencia,  y  con  todas  esas  za- 
randajas... ¡El  padre,  un  calavera,  y  el  hijo, 
un  sabio!) 


35  — 


ÜOLORES  ¿Pero  no  se  puso  malo?  ¿No  fué  más  que 
cansancio? 

JAMER  Nada  más.  Pueden  ustedes  retirarse :  yo  me 
quedaré  hasta  que  despierte. 

Juan.  Yo  no  me  retiro,  ¡no  faltaba  más!  Aquí  me 
siento...  (Sentándose  al  otro  lado  de  la  mesa.) 
y  desde  aquí  velaré  el  sueño  de  Lázaro.  Uste- 
des en  pie,  ¡  honor  al  genio !  Quítense ;  quí- 
tense ustedes  de  delante,  que  no  me  dejan  us- 
tedes ver  a  mi  hijo. 

Dolores    Pues  el  sueño  no  es  muy  tranquilo. 

Juan  ¡Qué  ha  de  ser  tranquilo,, mujer!...  ¡Pues  ape- 

nas si  estará  soñando  cosazas! 

Dolores     ¡Mi  Lázaro! 

J.4VIER        (¡Pobre  Lázaro!)  (Aparte.) 

Juan  Don  Juan  Tenorio...  velando  el  sueño...  ¡Del 
hijo  de  don  Juan!...  (Riendo  con  risa  conte- 
nida.) Silencio...  silencio...  a  ver  si  oímos  al- 
,  go...  ¡al  hijo  de  don  Juan!  (Con  orgullo  y  ter- 

nura.) 


FIN  DEL  ACTO  PRIMERO 


ACTO     SEGUNDO 


La  misma  decoración  del  acto  primero.  Es  d£  dia.  So- 
bre la  musita,  flores. 


ESCENA  PRIMERA 
LÁZARO  y  DON  JUAN 


Don  JiMn,  sentado  junto  a  la  mesita  de  té.  Lázaro,  unas 
veces  pasea',  otras  se  sienta;  intenta  escribir,  tira  la 
pluma.  Abre  un  libro  y  lee  algunos  instantes,  lo  cierra 
con  enojo  y  vuelve  a  pasear.  Se  ve  que  está  inquieto  y 
nervioso.  Todo  esto  en  el  curso  de  la  escena;  don  .Juan 
le  sigue  c'on  la  vista  y  fuma  un  puro. 

Juan  ¿En  qué  piensas?...   ¡Ah!  perdona:   no  quiero 

■distraerte. 

Lázaro  No  me  distrae  usted,  padre.  No  pensaba  en 
nada  importante.  La  imaginación  vagaba  y 
yo  vagaba  tras  ella. 

Juan  Si  quieres  trabajar...  escribir...  leer...  y  te  mo- 
leeto,  me  voy.  Ea,  me  voy.  (Levantánodse.) 
¿Quieres  que  rne  vaya?...  Pues  ya  estoy  an- 
dando. 

Lázaro      No,  padre,    ¡por  Dios!...    ¡Molestarme  usted! 


—  38  — 


Juan 


Lázaro 
Juan 


Lázaro 

JUAJÍ 


Teresa 

Juan 

Teresa 
Juan 

Lázaro 


Juan 

Lázaro 
Juan 


{Volviendo  a  sentarse.)  Es  que  ya  ves  tú:  «lo 
que  hago»,  en  cualquier  parte  lo  puedo  hacer. 
En  substancia  «nada».  Pues  para  no  hacer 
«nada»,  ¡  cualquier  punto  del  espacio  es  bue- 
no! (Riendo.)  ¡Del  espacio!  Ya  se  me  van 
pegando  tus  arranques  filosóficos.  ¡El  padr& 
en  el  espacio!  ¡y  el  hijo  en  el  quinto  cielo! 
Por  eso  digo..:  si  estorbo... 
No,  padre.  No  se  marche  usted  y  hablemos 
de  lo  que  usted  quiera. 

j  Buen  provecho  sacarías  de  hablar  conmigo ! 
A  tus  librotes,  a  tus  papeles(  a  esas  cosas  que 
•espantan  por  lo  grandes  y  admiran  por  lo 
hermosas.  Sigue...  sigue...  Yo  te  veré  trabajar. 
Yo  también  me  ocuparé  en  algo.  (Toca  el  tim- 
bre.) 

Como  usted  quiera.  (Se  sienta  y  escribe  con 
intermitencias.  Entra  Teresa.) 
Teresita...  (Mirando  a  su  hijo  y  corrigiéndo- 
se.) Teresa,  tráeme  una  copa  de  Jerez  y  unos 
bizcochos :  yo  también  tengo  que  ocuparme 
en  algo.  Y  tráeme  los  periódicos  franceses : 
no,  nada  más  que  el  ((Fígaro»  y  el  «Gil  Blas». 
Con  que  a  trabajar  los  dos.  (A  su  hijo.)  Oye... 
(A  Teresa:  ésta  se  detiene.)  de  paso  me  traes 
aquella  novela  que  hay  en  mi  alcoba.  Tú  sa- 
bes leer,  ¿verdad? 
Sí,  señor. 

Bueno,  pues  un  libro  que  dice,  «Nana» :  ¿en- 
tiendes? 

Sí,  señor  Ná...  ná...  que  no  es  «ná». 
Es  algo,  chiquilla.  (Aparte.)  (Algo  que  tú  se- 
rás con  el  tiempo.)  (Teresa  sale.) 
(Se  levanta  y  se  pasea.)  (¡No  tengo  ideas!... 
¡hoy  no  tengo  ideas!...  ¡Sí,  tengo  muchas; 
pero  vienen  como  bandada  de  pájaros,  revo- 
lotean... y  se  van!) 

Pues  mira...  ¡no  puedo  con  las  novelas  inmo- 
rales ! 

¿Decía  usted? 

Nada:  pensé  que  decías  algo.  Yo  decía  que 
no  puedo  con  las  novelas  inmorales.  (Dándose 
aires  de  severidad.)  Las  leo,  y  leo  <(Nanái>,  por 
curiosidad,  ¡por  estudio!  pero  no  puedo  su- 
frirlas. La  literatura  está  perdida,  hijo  mío : 


39 


IRO 


Teresa 


Juan 


Teresa 

Lázaro 
Teresa 
Lázaro 


Teresa 

Lázaro 
Teresa 


Lázaro 


Teresa 
Lázaro 
Teresa 


ísía  perdida.  Me  prestó  Nemesio  ese  libro... 
«stoy  deseando  concluirlo. 
Zola*  €s  un  gran  escritor.  (Esto  es,  esto  es  lo 
que  yo  iba  buscando.)  (Se  sienta  y  escribe. 
Entra  Teresa,  con  una  bandeja,  una  botella  de 
Jerez,  una  copa  y  los  bizcochos  ;  Nana  y  los 
dos  periódicos.) 

Aquí  está  todo.  El  Jerez,  los  periódicos  recién 
llegados,  los  bizcochos  tiernecitos  y  la  «nenaw 
tiernecita  también.  (Se  queda  en  pie  mirando 
a  los  dos.) 

Acerca  el  Jerez,  Teresa.  Trabaja,  hijo,  traba- 
ja. No  hagas  caso  de  mi.  Trabaja,  que  así  se 
hacen  los  hombres  de  provecho.  Yo  también 
en  mi  juventud  he  trabajado  mucho.  Por  eso 
estoy  tan  aviejado.  {Mirando  a  Teresa  que  se 
ríe.)  (¿De  qué  se  ríe  esta  estúpida?)  Ya  pue- 
des irte:  no  te  necesito.  El  <cGil  Blas»...  (Lo 
desdobla  y  empieza  a  leerlo.)  Vamos  a  leer 
estos  periodiquillos...  {Afectando  desprecio.) 
He  dicho  que  te  marches.  (A  Teresa.)  Vamos 
a  ver...  vamos  a  ver...  (Lee.) 

Sí,  señor.   {Se  queda   un  rato  mirando  a  los 
dos  y  se  dirige  a  la  puerta  del  fondo.) 
{Levantándose.)  Teresa... 
Señorito... 

Venga  usted  y  hable  más  bajo:    no  incomo- 
demos al  señor  que  está  leyendo.   ¿Llevó  us- 
ted la  carta  que  le  di  esta  mañana? 
Sí,  señorito.  La  llevé  yo  misma.    ¡Cosa  que  el 
señorito  me  encarga!... 
Bueno.  Era  para  el  señor  Bermúdez,  ¿eh? 
Sí,  señorito.  Ese  médico  de  tantas  campanillas, 
que  ha  venido  de  Madrid  por  unos  días  a  cu- 
rar a  don  Luciano  Barranco,  que  dicen...  si 
está  loco...  si  no  está  loco...  {Riendo.) 
{Haciendo  un  movimiento:  luego  conteniéndo- 
se.)  ¡Ah!...  Sí...  Justo:   ese  mismo.  ¿Y  le  en- 
contró   usted?...    ¿Entregó   usted   la  carta?... 
¿Dio   él   contestación?...    ¡Dónde   está?...   Va- 
mos, pronto. 
Ay,  señorito... 
¡Vamos!... 
Di  la  carta:   no  estaba...  dijeron... 


—  4U  — 


Lázaro  Más  bajo.  (Mirando  a  su  padre,  que  se  ríe  le- 
yendo el  periódico.) 

Teresa  Dijeron  que  en  cuanto  volviese  le  entibarían 
la  carta.  No  tenga  cuidado  el  señorito...  ¡poco 
que  encargué  yo!...  Pues  si  no  me  faltó  más 
que... 

Lázaro  Bien  está,  gracias.  (Despidiéndola.)  ¡Ah!...  Si 
traen  la  contestación...  ¿eh?  ¡al  momento 
aquí ! 

Teresa  Al  momento  :  ya  lo  creo :  no  tenga  cuidado  el 
señorito. 

L.4ZAR0  Basta:  no  molestemos  a  mi  padre.  (Sale  Te- 
resa.) 

Ju.^N  ¡Ja,  ja,  ja!...  ¡Gracioso,  muy  gracioso!...  ¡Sa- 

lado,  muy    salado!...    ¡Picante  como   un    pi- 
miento de  la  Rio  ja!...    ¡Es  el  único  periódico' 
que  puede  leeersel... 

Lázaro  ¿Algún  artículo  interesante?- ¿Qué  es?...  ¿Qué 
dice?...  ¡A  ver!...  (Acercándose  y  exendiendo 
la  mano.) 

Juan  (Retirando   el  periódico.)    Un   articulillo   muy 

desvergonzado  y  sin  gracia.  Hay  que  guardar- 
lo. (Se  lo  mete  en  un  bolsillo  de  la  bata,  pero 
de  modo  que  se  vea.)  No  haga  el  diablo  que 
venga  Carmen  y  encuentre  el  periódico  y  se 
ponga  inocentemente  a  leerlo. 

-Lázaro  (Separándose.)  Es  verdad:  hace  usted  bien. 
(Se  pasea  nervioso.) 

Juan  (Pues  no    había  acabado  de   leerlo :    lo  leeré 

luego.  Vamos  con  ésta.)  (Coge  aNaná».)  (Tam- 
bién esto  es  bueno.  La  primavera  con  todos 
sus  verdores.)  Trabaja,  hijo,  trabaja. 

Lázaro  (Hablaré  con  el  doctor  hoy  mismo,  para  que 
me  tranquilice.  Yo  sé  que  rio  tengo  nada ;  pero 
quiero  que  un  especialista  me  lo  asegure.  Y 
ya  tranquilo...  a  mi-  drama,  a  mi  estudio  crí- 
tico-histórico, a  mis  teorías  estéticas  que  son 
nuevas,  completamente  nuevas...  y  a  mi  Car- 
men. Y  con  la  musa  a  un  lado,  contándome 
maravillas  al  oído  y  Carmen  al  otro  lado, 
apretada  contra  mi  corazón...  ¡a  gozar  de  la 
vida,  a  saborear  triunfos,  a  vivir  de  amores, 
a  saciar  ansias  en  eternos  misterios!) 

Juan         (¡Estupendo!     ¡monumental!     ¡Para   morirse 


41  — 


Lázaro 

JlAN 


Lázaro 

Juan 
Lázaro 

Juan 


Lázaro 
Juan 


do  risa!  Señor,  ¿para  qué  lee  uno?  Para  di- 
vertirse; puee  libros  que  diviertan.)  (Riendo.) 
¿Es  gracioso  ese  libro? 

{Cambiando  de  tono.)  Ps...  sí...  algo...  Pero 
estas  cosas  ligeras  al  cabo  cansan...  (Ve  ve- 
nir hacia  él  a  Lázaro,  y  se  guarda  uNanát^  en 
el  otro  bolsillo  del  bdtin.)  ¿Tienes  algo  de 
substancia  que  leer?  Pero  de  substancia. 
Tengo  muchos  librotes.  ¿De  qué  clase  lo  de- 
sea usted? 

Algo  serio :  qué  enseñe,  que  haga  pensar. 
(Acercándose  al  estante.)   ¿Quiere  usted   algo 
de  Kant? 

¿De  Kant?...  ¿Dices  de  Kant?...  Justamente: 
fué  mi  autor  favorito.  Cuando  era  joven,  to- 
das las  noches  me  dormía  leyendo  a  Kant. 
(Aparte.)  (¿Qué  será  eso?  ¡Suena  a  perro!) 
(Buscando  un  pasaje.)  Si  usted  quiere,  yo  le 
diré... 

No,  hijo :  por  cualquier  parte.  (Cogiendo  el 
libro.)  Si  esto  puede  leerse  por  cualquier  par- 
te. Tú  verás.  Y  no  te  ocupes  de  mí :  escribe, 
hijo,  escribe.  (Lázaro  se  sienta  y  trata  de  es- 
cribir. Don  Juan  lee.)  <(Bajo  el  aspecto  de  re- 
lación, tercer  momento  del  gusto,  lo  bello  nos 
aparece  como  la  forma  final  de  un  objeto,  sin 
representación  de  fin.»  ¡Demonio!...  (Alejan- 
do el  libro,  como  hacen  los  présbitas  y  con- 
templándolo con  terror.)  ¡Demonio!  «o  como 
una  finalidad  sin  fin.»  ¡Cualquiera  entiende 
esto!  «Porque  se  Uama  forma  final  a  la  cau- 
salidad de  cualquier  concepto  con  relación  al 
objeto.»  A  ver...  a  ver...  (Alejando  aún  más  el 
libro.)  «forma  final  a  la  causalidad...»  Yo  creo 
que  estoy  sudando.  (Se  limpia  la  frente.)  «La 
conciencia  de  esta  finalidad  sin  fin,  es  el  juego 
de  las  fuerzas  cognoscitivas.»  ¿Cómo  dice? 
«El  juego  de  las  fuerzas...  el  juego...»  Pues 
esto  del  juego  debía  entenderlo  yo.  «La  con- 
ciencia de  esta  causalidad  interna,  es  lo  que 
constituye  el  placer  estético...»  Si  sigo  me  da 
una  congestión.  ¡Jesús,  María  y  José!...  Y 
pensar  que  Lázaro  entiende  lo  de  la  finalidad 
sin  fin,  lo  de  la  causalidad  y  lo  del  juego  de 
las  fuerzas  cognoscitivas...  Válgame  Dios,  ¡qué 


—  42 


chico!...  (Sigue  leyendo.)  «El  principio  de  la 
conveniencia  formal  de  la  naturaleza,  es  el 
principio  trascendental  de  la  fuerza  del  jui- 
cio.» {Dando  un  ■puñetazo  en  la  mesa.)  ¡El 
mío  voy  a  perder  yo  si  sigo  leyendo!...  ¡Pero 
si  ese  chico  lee  estas  cosas  se  va  a  volver  loco! 

Laz.\ro      ¿Le  interesa  a  usted? 

Ju.\N  ¡Muchísimo!...     ¡Qué    profundidad!...    (Cinco 

minutos  hace  que  estoy  cayendo  y  no  he  lle- 
gado al  fondo...)  ¡Ya  lo  creo  que  me  interesa! 
Pero,  francamente,  prefiero... 

L.4Z\R0      ¿A  Hegel? 

Ju.\N  Justo...  (¡A  «Nana!)  Pero  tú,  hijo  mío,  no 
lees,  ni  escribes :  estás  caviloso,  ¿qué  tienes? 
¿Te  fatigó  la  cacería?  Pues  el  ejercicio  de  la 
caza  es  muy  sano  para  el  que,  como  tú,  se 
consume  sobre  los  libros.  ¿Estás  malo? 

Lázaro  No,  señor ;  no  estoy  malo.  Y  lo  pasé  muy  bien 
estos  tres  días  en  el  campo.  Pero  amaneció 
el  de  hoy  triste  y  lluvioso,  y  dije...  a  casa. 

Juan  Y  llegaste  cuando  yo  me  levantaba:  te  di  la 
gran  noticia:  al  pronto  mucha  alegría;  pero 
luego  caíste  en  preocupaciones  sublimes.  Po- 
bre Carmen,  ¡no  la  quieres  como  ella  a  ti! 
{Acercándose  a  él  y  en  secreto.) 

Lázaro  ¡  Con  toda  mi  alma !  ¡  Más  de  lo  que  usted  ima- 
gina! Yo  soy  como  soy:  reservado,  uraño, 
arisco...  pero  sé  querer. 

Juan  ¡Mejor   que  mejor!...    La  pobrecilla...   vamos, 

la  pobrecilla... 

Lázaro  ¿Y  por  qué  don  Timoteo  no  contestó  en  el 
•acto  que  aceptaba?  Cuando  usted  le  pidió  a 
su  hija  para  raí,  ¿por  qué  vaciló? 

JU.4N  ¡Qué  ha  de  vacilar!   Hacerlo  yo  la  honra  de 

pedir  para  mi  Lázaro  la  mano  de  Carmen  ¡y 
vacilar!  Le  estrangulaba  yo  a  ese  mamarra- 
cho. ¡  Casarse  con  un  hombre  como  tú !  ¡  que 
más  quisieran  todas  las  hijas  y  todos  los  pa- 
pas para  sus  hijas  respectivas! 

^iAZARo  ¿Pues  por  qué  aplazó  hasta  hoy  la  contesta- 
ción? 

Juan  Fórmulas  de  la  etiqueta  :  conveniencias  socia- 
les :  siempre  fué  muy  etiquetero.  ¡Que  con- 
sultaría con  Carmen!  ¡Figúrate  tú,  consultar 
con  Carmen !   j  Si  la  pobrecilla  está  como  alma 


43 


en  ¡>ena  y  tú  eres  su  cielo!...  ¡ya,  ya!  {Pden- 
do.) 

Lázaro      Tiene  usted  rEizón. 

Juan  Nada:  tu  mujercita,  tu  CEisa,  trabajar  mucho, 

alcanzar  mucha  gloria,  tener  mucho  juicio  y 
que  todo  el  mundo  diga :  ¡  Don  Lázaro  Mejía, 
hijo  de  don  Juan  Mejía!...    ¡Oh! 

Lázaro  Sí,  señor;  haré  lo  que  pueda...  y  querré  mu- 
cho a  mi  Carmen. 

Juan  Eso...  eso...  pero  tú  tienes  algo.  Estás  como 
distraído. 

Lázaro      Estoy  pensando...  en  mi  drama. 

Juan  Entonces  me  vov :  decididamente  hfie  voy.  Con 
mi  charla  insulsa  no  te  dejo  pensar.  ¡Oh,  el 
pensamiento!...  las...  las...  {Mirando  al  libro.) 
las  fuerzas  cognoscitivas...  La...  la...  (Mira7i- 
do  otra  vez.)  la  finalidad...  eso...  la  finalidad... 
Ea,  hasta  luego. 

L.AZARO      Pero  no  se  marche  usted  por  mí. 

Juan  ¡A  los  sabios  se  les  respeta!  (Riendo.)  Me  voy 

a  leer  a  mis  solas  el  libróte  que  me  has  pres- 
tado. (Cogiendo  una  flor  y  poniéndosela  en 
el  ojal  de  la  bata.)  Figúrate  tú  si  entre  Kant 
y  «Nana»  vacilaré  yo.   (Toca  el  timbre.) 

Laz-ARO      Como  usted  quiera. 

Ju.AN  Adiós,  hijo.  Al  drama...  al  drama...  y  no  pon- 
gas nada  inmoral.   (Entra  Teresa.) 

Teresa      Señor... 

Juan  Oye,  Teresa :  llévate  a  mi  cuarto  todo  eso.  Es- 
pera. (Se  echa  una  copa.  Tocándose  un  bol- 
sillo.) Aquí  el  «Qil  Blas»,  (Tocándose  el  otro.) 
aquí  «Nana» :  trincado  por  el  pescuezo  a 
Kant...  y  a  mi  cuarto.  Trabaja,  hijo,  trabaja. 
¡Haz  algo  grande!  ¡Deja  algo  en  el  mundo! 
Yo  te  dejaré  a  ti...  ¡me  parece!  (Bebiendo  la 
copa.)  Pues  esta  finalidad...  tiene  fin.  A  tra- 
bajar... a  trabajar...  Hasta  luego.  ¡Señor,  qué 
Lázaro  éste!  A 'mi  cuarto  todo  eso,  Teresita. 
(Sale  llevando  en  un  bolsillo  el  n Gil  Blasn,  en 
otro  uNaná»,  en  el  ojal  la  flor  y  muy  agarra- 
do el  libro  de  Kant.) 


—  44  — 


ESCENA    II 


LÁZARO;    TERESA,   preparándose   a  llevar  el  vino  y 
los  bizcochos. 


Lázaro  Teresa...  ¿no  han  traído  ninguna  carta  para 
iní? 

Teresa      No,  señor. 

Lázaro  Paciencia:  a  mi  madre  no  le  diga  usted  que 
he  escrito  a  ese   señor  Bermúdez. 

Teresa      No,  señor. 

L.'VZARo      ¿Se  levantó  mi  madre? 

Teresa  ¡Anda,  anda!...  Antes  de  que  usted  volviese 
esta  mañana  de  la  cacería,  ya  se  había  ido 
doña  Dolores  a  buscar  a  la  señorita  Carmen 
para  ir  a  misa  las  dos  juntas. 

Lázaro      Bueno. 

Teresa  Y  no  sé  cómo  se  levantó  tan  temprano  ni  cómo 
tuvo  ánimo  para  salir. 

Laz-ARO      ¿Por  qué? 

Teresa  Porque  anoche  estuvo  muy  mala;  ¡pero  muy 
mala! 

Lázaro      ¡Mi  madre!    (Levantándose.) 

Teresa  Sí,  señor.  Digo  yo  que  serían  los  nervios.  ¡  Qué 
llorar ;  qué  retorcerse  los  brazos !  Vamos,  co- 
mo que  yo  quise  mandarle  a  usted  un  propio 
para  que  volviese  usted  en  seguida. 

L.\ZARO  ¡Ay,  Dios  mío!  ¡mi  pobre  madre!  ¿y  por  qué 
no  me  avisaron?  ¡montaba  a  caballo  y  en 
una  hora...  aquí!     » 

Teresa  Porque  la  señora  no  quiso.  «Silencio,  ni  una 
palabra  a  nadie.»  Así:  como  ella  manda, 
cuando  manda. 

Lázaro  ¿Pero  cómo  es  posible?  Mi  padre  nada  me  ha 
dicho. 

Teresa  No  se  enteró  :  se  fué  al  teatro :  después  al  Ca- 
sino con  don  Timoteo  y  don  Nemesio ;  volvió 
tarde  y  como  la  señora  había  mandado... 
«¡que  a  nadie!»...  nada  se  le  dijo  y  nada  supo. 

Lázaro  ¿Pero  cómo  fué?  ¿Por  qué  fué?...  ¡Ella  que 
nunca  está  enferma!... 

Teresa  No  lo  sé :  si  no  lo  sé.  La  señora  comió  tem- 
prano y  sola.  Después  salió.  Volvió  a  las  diez, 
apenas  pudo  entrar  en  su  cuarto...  y  se  des- 


-    45 


plomó  en  seguida...  así  como  una  torre  que 
.se  cae... 

Lázaro  '  ¡Dios  mío!  ¡Dios  mío!...  ¡Y  usted  sin  avi- 
sarme ! 

Teresa  Pues  aliora  le  aviso.  Y  eso  que  ella  dijo :  «ni 
paJabra.»  Pero  a  usted...  yo  por  usted...  va- 
mos, tratándose  del  señorito...  {Lázaro  no  la 
atiende.)  Pero  no  se  apure:  esta  mañana  ya 
estaba  tan  fuerte  y  tan  buena:  eso  sí,  muy 
pálida  y  ¡con  unas  ojeras!  ¡pero  tan  fuerte! 
Las  mujeres  somos  así:  ahora  nos  morimos  y 
«  luego»  resucitamos :  nos  volvemos  a  moriV 
y  (ca  luego»  a  resucitar. 

L.^ZARO  ¿Es  decir,  que  ya  está  buena?...  ¿pero  buena 
por  completo? 

Teresa  ¿Pues  no  le  digo  que  está  como  si  tal  cosa? 
Tranquilícese  el  señorito.  (Lázaro  se  ha  pa- 
seado con  mucha  agitación.) 

Laz'.ro  Bueno,  bueno...  si  ya  pasó...  en  fin,  cuando 
vuelva  mi  madre,  me  avisa  usted. 

Teresa      ¿No  manda  otra  cosa? 

L.AZAR0  Nada.  (Suena  un  timbre  carias  veces.)  Mi  pa- 
dre está  llamando :  vaya  usted,  vaya  usted 
pronto  :  ¡  la  vibración  del  timbre  me  pone  ner- 
vioso!... 

Teresa  Es  para  que  le  lleve  esto.  (Recoge  las  ban- 
dejas.) 

Lázaro  (Sigue  sonando  el  timbre.)  ¡Lléveselo  usted 
pronto  por  caridad! 

Teresa      Al  momento...  ¡qué  súpito  es  aquel  buen  señor! 

L.«ARo  Y  6i  traen  la  contestación  del  señor  Bermú- 
dez... 

Teresa  En  seguida...  (Sigue  el  timbre.)  Ya  voy...  ya 
voy...  (Dice  esto  sin  gritar,  como  para  sí.  Sale 
Teresa.) 


ESCENA   III 
LÁZARO,  solo. 


¡Lo  que  me  ha  dicho  de  mi  pobre  madre,  me 
ha  descompuesto  todos  los  nervios!...  Yo  no 
estoy  bueno.  (Preocupado.)  ¡Bah!...  Yo  no  es- 
toy malo.   (Protestando.)   ¡Cómo  se  va  a  reir 


46  — 


de  mí  el  doctor  Bermúdez  cuando  consulte  con 
él!...    Es    que   soy   muy   aprensivo;    pero   me 
siento  fuerte :   me  dice  Javier  a  cada  instante 
«¡hijo,   no  taconees  tanto!»   Firme;    así,   Ar- 
me...  (Se  pasea,  pisa  de   talón  y  ríe.)  Ya  sé 
yo  en  qué  consiste :    es  que  soy  muy  feliz  y 
tengo  un  miedo  espantoso  de  perder  tanta  fe- 
licidad. ¡Muy  feliz!  {Contando  por  los  dedos.) 
«Mis  padree»,  tan  buenos ;  «Carmen»,  que  me 
adora ;  «yo»,  que  deliro  por  ella ;  «la  gloria», 
que  me  llama;  yo  que  respondo:  <(allá  va  Lá- 
zaro» ;  «mis  ojos»,  que  son  míos  y  no  se  har- 
tan de  beber  luz  y  colores ;  «mi  pensamiento», 
que  es  mío,   y  que  no  se  cansa  de  adivinar 
maravillas ;  «mi  vida»,  que  es  mía,  y  que  quie- 
re vivir  más!...  ¡vivir  más!...  ¡sí,  más!  (Pau- 
sa.) Dicen  que  la  vida  es  triste,  que  es  doloro^ 
sa...    ¡farsantes!...    ¿acaso  se   ha  descubierto 
nada  mejor?  ¿Será  mejor  ser  piedra,  que  no 
tiene    nervios    para   estremecerse    de    placer? 
¿será  mejor  ser  agua,   que  siempre   corre  la 
muy  estúpida  sin  saber  adonde  va?  ¿será  me- 
jor ser  aire  para  soplar  sin  motivo  y  Uenarse 
de  tierra  y  de  polvo  el  muy  sucio?    ¡No;  es 
mejor  ser  Lázaro ;  porque  Lázaro  tiene  unos 
padres  muy  buenos.  {Vuelve  a  contar  por  los 
dedos.)  y  tiene  a  Carmen;  y  tiene  la  gloria; 
y   tiene  sobre  todo   «la  vida» ;    y  tiene  sobre 
todo  el  pensamiento,  la  razón!...  Ea,  yo  tengo 
todo  esto ;  lo  tengo ;    ¡  qué  le  hemos  de  hacer 
,  si  lo  tengo!   {Se  sienta  un  poco  acurrucado.) 
¡Claro...  y  porque  todo  eso  es  tan  bueno,  y 
porque  lo  tengo  yo,  tengo  miedo  de  perderloj 
Tengo  miedo  como  un  chiquillo :    a  veces  me 
parece  que  soy  un  chiquillo,  y  siento  impul- 
sos de  buscar  a  mi  madre  y  de  acurrucarme 
en  su  falda.   ¡Un  hombre  que  casi  comprende 
a  Kant  y  a  Hegel ;  que  escribe  dramas,  muy 
aplaudidos,   sí,    señor,   muy  aplaudidos ;    que 
medita  obras  trascendentales!...   ¡Un  hombre, 
todo   un   hombre,   que    tuvo   desafíos   en   Ma- 
drid... y  algún  amorcillo  que  otro  (Riendo.)... 
¡y  muy  sabrosos!...   ¡la  razón  práctica,  no  de 
Kant,  de  Zola,  que  le  hace  cosquillas  a  la  ra- 
zón pura  de  Kant  y  que  hace  reír  a  la  buena 


47  — 


señora!...  ¡Bueno,  pues  este  formidable  Láza- 
ro a  veces  es  un  niño!...  ¡y  quisiera  abrazarse 
a  su  madre  y  que  le  comprase  juguetes!... 
¡Ser  niño...  si,  también  es  bueno  ser  niño!... 
¡Vaya...  a  mí  me  gustaría!...  {Riendo.)  ¡Qué 
disparates!  ¡Señor,  qué  disparates!...  {Queda 
acurrucado  en  el  sillón,  pensando  y  riendo 
muy  bajito.) 


ESECENA   IV 
LÁZARO   y   TERESA;    después  BERMUDEZ 


Teresa      Señorito,  un  caballero  me  ha  dado  esta  tarjeta. 

Lázaro  {Como  despertando.)  ¿Un  caballero?...  ¡a  ver! 
¡El  doctor  Bermúdez!...  ¿Pero  por  qué  se  ha 
incomodado?  ¡si  yo  hubiera  ido!...  Que  pase... 
que  pase...  {Sale  Teresa.)  Pronto,  mujer...  que 
pase...  Con  éste  hay  que  t^ner  mucha  pruden- 
cia, mucha  compostura,  mucha  calma.  ¡Dios 
mío !  ¡  Si  hubiese  oído  los  desatinos  que  he  di- 
cho... qué  miedo! 

{Anunciando.)    El   señor    Bermúdez.    {Después 
sale.) 

¿El  señor  don  Lázaro  Mejía?... 
Servidor  de  usted...  muy  servidor...  y  sintien- 
do en  el  alma  haber  molestado  a  una  persona 
como  usted...  ¡una  eminencia!...  ¡un  sabio!... 
{Con  mucha  cortesía,  pero  procurando  conte- 
nerse.) 

No  tanto...  no  tanto...  Recibí  su  carta... 
¡Dios  mío,  no  era  para  que  usted  se  molesta- 
se!... Le  rogaba  que  se  sirviese  señalarme  ho- 
ra y  yo  hubiera  ido  a  su  casa  de  usted...  Pero 
siéntese  usted...  no  puedo  consentir  que  per- 
manezca en  pie  ni  un  instante  más...  {Habién- 
dole sentar.)  Siéntese  usted...  aquí,  no;  aquí... 
axjuí  estará  mejor. 

Berm.        Mil    gracias...    es    usted    muy    amable...    {Se 

sienta.) 
Lázaro      Yo  no  sé  si  tengo  derecho  para  sentarme  ante 
un   hombre  como  usted:    ¡una  gloria  nacio- 
nal!... {Se  domina  d^e  modo  que  su  acento  es 


Teresa 

Berm. 
Laz.\ro 


Berm. 
Laz-^ro 


—  48 


natural :  si  acaso  peca  un  poco  por  exceso 
de^  cortesía.) 

Berm.         ¡Por  Dioe!... 

Lázaro      ¡Una  fama  europea!... 

Berm.  Usted  me  confunde...  yo  no  merezco...  (Es  muy 
simpático  este  joven ;  bien  decían  en  Madrid 
que  tiene  mucho  talento.) 

L.AZARO  ¡Que  usted  no  merece!...  ¡ah!  Tratándose  do 
una  celebridad  como  el  Doctor  Bermúdez,  la 
modestia...  en  todo  caso  tendrá  voz,  pero  no 
tiene  voto. 

Berm.         ¡Señor  de  Mejía!...  (¡qué  bien  habla!) 

Lázaro  ¡No  me  trate  usted  de  ceremonia!  ¡No  merez- 
co tanta  solemnidad!  «¡Señor  de  Mejía!» 
(Riendo.)  Llámeme  usted,  «Lázaro»;  yo  sí  que 
no  merezco  más:  tráteme  usted  como  el  maes- 
tro al  discípulo...  no  me  atrevo  a  decir  como 
un  buen  amigo  a  un  amigo  respetuoso. 

Berm.  Como  usted  guste...  y  será  para  mí  una  hon- 
ra.  ( ¡  Muy  simpático,  muy  simpático ! ) 

Lázaro  Pues  lo  repito,  siento  en  el  alma  haber  cau- 
sado a  usted  esta  molestia... 

Berm.  ^  De  ningún  modo.  Ya  le  dije  anoche  a  su  se- 
ñora madre,  que  si  otra  vez  me  necesitaba,  o 
si  quería  que  con  nuevos  datos  ampliase  mi 
opinión,  estaba  incondicionalmente  a  sus  ór- 
denes. Una  tarjeta  diciéndome :  «venga  us- 
ted» y  vendría  al  momento.  Así  es  que  al  re- 
cibir esta  mañana  la  carta...  figúrese  usted... 
dije :  «a  ponerme  a  los  pies  de  esa  señora  y 
a  conocer  personalmente  su  hijo,  ¡a  una  fu- 
tura gloria  nacional  y  a  una  futura  fama  eu- 
ropea! ...» 

Lázaro  ¡Señor  de  Bermúdez!...  (Declinando  la  honra 
con  el  ademán.  Aparte.)  (Mi  madre...  anoche... 
¿qué  dice?)  (Dominándose.)  Pues  mi  madre 
fué  anoche...  a  ver  a  usted...  porque... 

Berm.  Sí,  señor ;  ya  me  lo  explicó  todo.  Que  estaba 
usted  de  cacería  y  que  no  pensaba  usted  vol- 
ver en  toda  la  semana ;  que  le  habían  asegu- 
rado que  yo  regresaba  a  Madrid  hoy  mismo, 
y  que  había  querido  consultarme  sin  pérdida 
^e  momento  sobre  la  enfermedad  de  ese  po- 
bre joven...  un  primo  o  un  sobrino...  o  un  pa- 
riente... creo  que  es  un  sobrino  de  su  señora 


—  49  — 


cuyo  nombre  dijo:    Don  Luis...  Don 


ahí  tiene  usted, 
¿qué  pariente 
¡Dios  del  cielo!) 


madre. 
Luis... 

Laz.\ho      Justamente...   «un  sobrino» 

(Sonriendo.)  (¿Qué  es  esto?, 
es  ese?...  ¡si  no  es  verdad!... 
¡Un  sobrino!  ¡eso  es!  A  quien  Dios  no  le  da 
hijos,  el  diablo.!.  (Riendo.)  Sí,  pero  ella  ade- 
más me  tiene  a  mí...  ¡a  su  Lázaro!...  ¡a  su 
hijo! 

Ber.m.        y  debe  estar  orgullosa... 

L.AZ.\R0  Señor  de  Bermúdez...  ¡tenga  usted  compasión 
de  un  principiante!  Con  que  yo  quisiera  que 
usted  me  explicase  a  mí,  lo  qiie  tuvo  usted  la 
bondad  de  explicar  a  mi  madre...  porque  las 
señoras...  no  entienden  mucho  de  medicina... 
y  aunque  yo  tampoco  entiendo,  sin  embargo... 

Pf.rm.        Es  verdad'.,  es  distinto. 

L.*z.\RO  Es  distinto,  eso  es :  es  distinto.  Y  además,  yo 
conozco  con  más  intimidad  a  ese  pobre  jo- 
ven... el  pobre  Luis...  y  puedo  suministrar  a 
usted  nuevos  datos... 

Berm.  Oh!  los  de  su  señora  madre  fueron  muy  pre- 
cisos...  ¡es  un  espíritu  muy  observador! 

L.^ZARO  ¡Muchísimo!...  ¡no  lo  sabe  usted  bien!...  ¡un 
espíritu  muy  observador...  (Aparte.)  (¡Dios 
mío!...  mi  madre...  ¡y  al  volver  a  casa...  su 
llanto!...  ¡qué  dice  este  hombre!) 

Berm.  De  todas  maneras,  lo  mejor  sería  que  yo  vie- 
se al  pobre  joven...  pero  si  no  es  posible... 

Lázaro  Ya  lo  creo  que  es  posible,  y  eso  es  lo  mejor : 
le  verá  usted;  yo  mismo  le  llevaré  a  usted... 
a  su  casa...  sí,  señor...  a  su  casa...  sí,  señor. 

Berm.  Perfectamente.  Eso  fué  lo  que  yo  dije  a  su 
señora  madre ;  pero  ella  me  replicó  que  hasta 
no  Uegar  un  caso  extremo,  las  familias  tienen 
reparo...  lo  comprendo  y  lo  disculpo. 

Lázaro  Nada  de  eso :  ahora  mismo  podrá  usted  venir 
conmigo  a  ver  a  ese...  pobre  joven.  ¡Un  hom- 
Jbre  como  usted!  ¡un  hombre  como  usted  tiene 
derecho  a  ver  a  todo  el  mundo!...  ¡pues  no 
faltaba  más! 

Berm.        Pues  espero  sus  órdenes...   (Levantándose.) 

Lázaro  Permítame  usted,  amigo  mío,  mi  querido  ami- 
go... antes  quisiera  yo...  le  ruego  a  usted,  que 
me  diga  lo  que  mi  madre  le  explicó  y  lo  que 


50  - 


Berm. 


Lázaro 
Berm. 

Lázaro 

Berm. 

Lázaro 


Berm. 

Lázaro 

Berm. 


opinó  usted...  porque  aunque  ella  me  lo  ha 
referido  todo  esta  mañana,  me  agradaría  oír- 
lo de  sus  labios  de  usted...  ¡se  aprende  tanto 
oyendo  a  un  hombre  como  el  Doctor  Bermú- 
dez!...  {Con  tono  persuasivo.)  ¡Deseo  tanto 
que  usted  hable!...  ¡y  oirle  yo!...  ¡Pues  si  ha 
sido  la  ilusión  de  mi  existencia!...  ¡Hable  us- 
ted, hable  usted! 

¡Querido  Lázaro!...  (Decididamente  le  fasci- 
no!) Su  madre  de  usted  me  expuso  con  una 
gran  lucidez  todos  los  antecedentes  del  enfer- 
mo :  sus  dolencias  cuando  niño,  su  carácter, 
sus  estudios,  su  imaginación  exaltada,  los  pri- 
meros síntomas  de  la  enfermedad...  un  acci- 
dente débil...  otro  más  fuerte... 
Todo  eso  ya  lo  sé...  {Con  cierta  sequedad.) 
¡Adelante!...  ¡Adelante,  mi  querido  Bermú- 
dez!  {Con  cariño  algo  extremoso.) 
El  médico  es  algo  así  como  un  confesor,  y  su 
madre  de  usted  no  tuvo  inconveniente  en  re- 
ferirme la  juventud  del  padre...  del  padre  del 
joven. 

¡Ah!...  la  juventud...  Sí...  la  juventud...  ya... 
ya...  ¿y  qué? 

Su  conducta  viciosa,  su  desenfrenado  liberti- 
naje'... 

¡Libertinaje!...  {Exaltándose.  Conteniéndose.) 
Sí...  {Con  risa  forzada.)  ¡Locuras  de  la  edad! 
una  señora  siempre  exagera  estas  cosas.  Yo 
tampoco  he  sido  un  santo :  ni  usted  lo  habrá 
sido...  Doctor,  doctor,  usted  con  toda  su  cien- 
cia y  toda  su  formalidad...  ¡Dios  sabe!...  ¡Dios 
sabe!  ¡Ah,  estos  doctores!  {Dándole  una  pal- 
mada.) ¿Y  qué  más? 

¡  Somos  mortales  y  pecadores  somos,  amigo 
Lázaro!   {Riendo.) 

¡Y  tomamos  por  oro  fino  lentejuelas  de  tal- 
co!... Vamos,  vamos  al  talco. 
El  caso  es,  que  ese  buen  señor,  el  padre  del 
enfermo,  llegó  a  ser  hombre  formal,  y  no  fué 
hombre  formal  y  no  se  corrigió.  Su  esposa  pa- 
rece que  ha  sufrido  muchísimo.  ¿Es  exacto 
todo  esto  que  me  refirió  su  señora  madre  de 
usted?  Porque  si  es  exacto  hay  que  tomarlo 
en  cuenta.  Por  eso  lo  pregunto. 


—  51  — 


La/aro  (¡Mi  cabeza!  ¡Ay,  mi  cabeza!)  Mire  usted, 
querido  Doctor,  pormenores  son  esos  que  yo 
no  conozco.  {Logrando  dominarse  y  hablando 
con  naturalidad.)  Pero  si  mi  madre  lo  dice... 
verdad  será.  ¡Mi  madre  es  un  espíritu  supe- 
rior, y  un  alma  purísima  y  una,  madre  como 
ninguna!  Pero  no  hablemos  de  la  madre... 
sino  del  hijo...  es  decir,  del  hijo  de  la  otra 
madre...  con  que  a  ver,  a  ver.  ¿Qué  más  contó? 
liER.M.  Que  para  evitar  que  el  hijo  se  enterara  de  los 
desórdenes  del  padre,  porque  el  chico,  natu- 
ralmente, iba  creciendo,  tuvo  la  madre  que 
mandarlo  a  un  colegio  de  Francia. 
Laz.\ro  (¡Soy  yo!...  ¡soy  yo!...  ^Ah!...  ¡Ah!...  ¡cal- 
ma, "  calma ! )  ' 
Berm.        ¿Qué  dice  usted? 

Laz-ARo      Nada;   me  río  de  de  esas  tragedias  de  fami- 
lia... el  padre  calavera...  y  el  hijo...  y  como 
usted  me  infunde  tanto  respeto...   y   como  el 
asunto  es  tan  triste...  no  me  atrevía  a  reírme. 
¡Ay,  señor  de  Bermúdez!...  ¡qué  mundo  este! 
¡qué  mundo  este!...  Vamos...  vamos...   (Sere- 
nándose.) Sí,  señor;   la  historia,  en  la  parte 
que  yo  conozco,  es  completamente  exacta.  Lue- 
go le  mandaron  a  estudiar  a  Madrid,  a  ese 
desdichado...  desdichado...  mire  usted,  no  tan 
desdichado...  que  lo  pasó  en  grande. 
Berm.        Justamente...  y  el  padre  siempre  lo  mismo. 
Lázaro       ¡No  hablemos  del  padre!...  {Con  alguna  dure- 
za.)  ¿ya,  para  qué?    ¡Ya  el  hijo  está  por  el 
mundo...  pues  dejar  al  otro!...   {Conteniéndo- 
se.)   ¡Ah!...    ¡perdone  usted!...    ¡quiero  tanto 
a  mi  padre,  le  respeto  tanto...  que  esas  pala- 
bras que  usted  pronunció  me  hicieron  daño, 
mucho  daño !  Una  debilidad,  lo  reconozco :  un 
hombre    de  ciencia  no   conoce  esas   debilida- . 
des;    pero  los  poetas  somos  así.    ¡Ustedes... 
ustedes  se  elevan  por  encima  de  las  miserias 
humanas!  El  águila...  lo  mismo  vuela...  ¿eh? 
sobre  la  cúspide  de  granito  con  caparazón  de 
hielo...   ¿eh?...  que  sobre  la  charca  infecta... 
o  el  lodazal...  el   lodazal...    ¿eh?...    ¡pero  no 
todos  somoe  el   doctor  Bermúdez!...    {Cogién- 
dole la  mano.) 
Berm.         ¡  Respeto   sus  delicadezas   de  usted ;    pero   la 


—  52 


ciencia  es  implacable!  Un  padre...  {Lázaro  re- 
trocede en  su  asiento.)  que  ha  consumido  su 
vida  en  el  vicio,  que  ha  revolcado  todas  las 
energías  de  su  ser  en  el  lodazal  de  la  orgía, 
•  que  ha  caldeado  su  sangre  al  rescoldo  de  to- 
dos los  fuegos  impuros,  corre  el  peligro  de  no 
transmitir  a  su  hijo  más  que  gérmenes  de 
muerte  o  gérmenes  de  locura.  {Lázaro  se  en- 
coge más  y  más.)  Y  yo  le  digo  a  usted,  como 
le  dije  anoche  a  su  señora  madre,  sin  per- 
juicio de  rectificar  mi  opinión  cuando  exami- 
ne al  paciente,  si  la  pintura  que  ustedes  me 
han  hecho  es  exacta...  y  me  figuro  que  lo  es... 

Lázaro       ¡Lo  es!...   ¿y  qué? 
i-^>f^<      Ber.m.         ¡ Ah !   no  se  corrompen  impunemente  los  ma- 

" ^  "    nantíales  de  la  vida.    «El  hijo  de  ese  padre» 

acabará  muy  pronto  por  la  locura  o  por  el 
idiotismo.  ¡Loco  o  idiota!  ¡Tal  es  su  destino! 
{Dice  esto  Bermúdez  sin  mirarle,  con  solem- 
nidad, como  el  que  dicta  una  sentencia :  mi- 
rando de  frente  y  accionando  con  el  brazo  ha- 
cia Lázaro:) 

Lázaro  (Se  encoge  en  su  asiento  ?/  mira  a  Bermúdez 
con  horror.)  (¡Ah!...  ¡No!...  ¿Qué?...  ¡mi  pa- 
dre!... ¡yo!...  ¡mentira!...  ¡mentira!...  ¡es 
mentira!...)  {Oculta  el  rostro  entre  las  manos.) 

Berm.  ¿Qué  es  esto?...  ¡Lázaro!...  ¡Señor  de  Mejía! 
¿Se  siente  usted  malo?...  ¿Qué  dice  usted?... 
¡no  comprendo!  (Se  levanta  y  se  acerca.) 
¿Acaso?...  ¿Qué? 

Lázaro  ¡Que  yo  soy  el  loco!...  ¡silencio!...  ¡que  yo 
soy  ei  odiota!...  ¡silencio!...  ¡que  yo  soy! 
¡yo!  ¡Míreme  usted  bien:  estudíeme  usted 
bien ;  afirme  su  juicio ;  medite,  examine,  sen- 
tencie! {Bermúdez  en  pie,  Lázaro  sentado  y 
cogiéndole  por  un  brazo.) 

Berm.  ¡Pero  esto  no  es  leal,  señor  de  Mejía!...  ¡Esto 
no  es  correcto!...  ¡Por  Dios!...  ¡por  Dios  santo! 

Lázaro  ¿Lealtad...  corrección,  en  un  hombre  como  yo? 
¡Bermúdez!...  ¡Bermúdez!...  ¡Hice  mal,  lo 
confieso!...  ¡Un  idiota  que  presenta  sus  hu- 
mildísimas excusas  a  un  sabio!... '  ¡Sea  usted 
generoso,  perdóneme  usted!...  {Entre  cortesía, 
tristeza  y  algo  de  sarcasmo.) 

Berm.         ¡No  me  ha  comprendido  usted!    Yo  lo  siento 


—  53  - 


poj  usted,  Lázaro ;  porque  le  he  dado  a  us- 
ted... un  disgusto...  un  mal  rato,  sin  causa... 
créame  usted,  ¡sin  causa  ninguna!...  Válga- 
me Dios,  estos  autores  dramáticos...  ¡nada, 
que  no  está  uno  seguro  con  eUos!...  {Qicerien- 
¿lo  echarlo  a  broma.) 

L.AZ.ARO  ¡Calma!  ¡Calma!...  Quiero  la  verdad:  aún 
me  queda  alguna  luz  de  razón,  y  puedo  com- 
prender lo  que  usted  me  diga.  ¡Ea!...  ¡la  ver- 
ilad,  Bermúdez,  la  verdad!  ¡Es  la  última  ver- 
dad que  puedo  comprender,  y  quiero  sabo- 
rearla! {Levaniáiidose.)  ¿A  ver?...  ¡Todavía 
comprendo!...  ¡§í!...  ¡todavía! 

Berm.  Amigo  Lázaro...  ¡Por  todos  loe  santos  de  la 
corte  celestial! 

Lázaro  No,  ^i  aún  conservo  mi  juicio ;  si  yo  le  expli- 
caré todo  lo  que  ha  pasado.  Mi  madre,  fin- 
giendo que  prejguntaba  por  otro,  preguntó  por 
mí ;  yo,  fiingiendo  que  me  interesaba  por 
otro,  me  interesé  por  mí,  y  entre  una  pobre 
madre  y  un  pobre  diablo  han  burlado  a  un 
sabio.  ¡Ah!  burlar...  no;  perdone  usted.  Sa- 
ber la  verdad ;  nada  más ;  pero  como  la  ver- 
dad es  traidora,  a  veces  hay  que  arrancarla 
a  traición.  Yo  le  ruego  a  usted  humildemente 
que  nos  perdone  a  mi  madre...  y  a  mí. 

Berm.  ¡  Le  digo  a  usted  que  no  vuelvo  de  mi  sorpre- 
sa!... ¡que  me  duele  en  el  alma  haber  habla- 
do con  tanta  ligereza!...  Ya  les  anuncié  que 
mi  juicio  era  aventurado...  ¡muy  aventurado! 
sin  examinar  al  paciente.  {Buscando  por  dón- 
de irse.) 

Lázaro  ¡ Pues  aquí  está  el  paciente ! . . .  ¿No  le  digo  a 
usted  que  soy  yo?  ¡Oh,  no  tema  usted:  hom- 
bre soy,  capaz  de  mirar  cara  a  cara  a  la 
muerte,  y  de  contestar  a  la  mueca  de  la  lo- 
cura con  otra  mueca  aún  más  grotesca!  ¡Mien- 
tras me  quede  corazón,  obedecerá  la  cabeza! 

Berm.  ¡Por  Dios,  cálmese  usted!...  ¡Si  todo  esto  no 
es  serio! 

L^z.ARO  Si  estoy  en  perfecta  calma ;  si  todavía  soy  due- 
ño de  mí  mismo.  Siéntese  usted...  (Le  hace 
sentar.)  hablemos  con  tranquilidad...  Dígame- 
lo usted  todo...  pero  en  voz  baja,  que  no  se 
entere  mi  madre ;  que  no  se  entere.  ¡  Y  de  mi 


—  54  — 


padre,  niwia  palabra!...  De  mi  padre...  no... 
basta...  nada.  Yo  he  sido  en  Madrid  un  loco, 
de  suerte  que  la  locura  es  mía.  ¡  Toda  ella  es 
mía!  ¡Oh!  ¡me  lo  niega  usted  todo!  ¡Esto  no 
es  justo,  señor  de  Bermúdez !  ¡  Hágase  usted 
•cargo  que  no  es  justo!  ¡Me  niega  usted  mi 
propia  razón,  y  hasta  quiere  usted  quitarme 
mi  propia  locura!...  Diciendo...  diciendo...  que 
mi  padre...  ¡silencio!  Bueno,  mi  razón  no  me 
pertenecerá,  paciencia;  pero  mi  locura  me 
pertenece ;  le  juro  a  usted  que  me  pertenece, 
y  la  defenderé...  ¡la  defenderé,  Bermúdez! 
(Avanza  sobre  el  médico.  Conteniéndose.)  Y 
ahora,  hablemos  reposadamente  de  mí...  de 
mi  dolencia. 

Berm.  Señor  de  Mejía,  querido  Lázaro...  Cuanto 
anuncié  antes,  fué  puramente  hipotético;  aho- 
ra que  le  conozco  a  usted,  modifico  de  todo 
punto  mi  opinión. 

Lázaro  ¿De  veras?  (Con  sonrisa  burlona.)  Por  Dios, 
señor  de  Bermúdez :  loco,  pase ;  pero  todavía 
no  soy  un  idiota. 

Berm.  ¡Por  Dios,  señor  de  Mejía;  que  yo  sí  que  voy 
a  salir  de  esta  casa  o  idiota  o  loco ! 

Lázaro  ¿Cuándo  calcula  usted  que  sufriré  el  ataque 
definitivo,  el  último,  el  de  la  noche  eterna,  el 
que  nos  rodea  de  negrura  para  siempre?... 
¡Cómo  se  conoce  que  he  sido  poeta!  ¿eh?  ¡No- 
che eterna,  eterna  negrura!  ¿verdad?...  Con 
que  diga  usted,  ¿cuándo?  ¿Qué  plazo  me  con- 
cede usted?  ¿Un  año?  ¿tres  meses?  ¿o  es  in- 
mediato? Con  franqueza:  ya  ve  usted  que  to- 
davía oigo,  y  comprendo  y  aún  hablo  poéti- 
camente... ¡Eterna  negrura,  noche  eterna!... 
¿Con  que  a  ver...  a  ver?  Un  año,  ¿eh? 

Berm.  ¡Bien  se  conoce  que  es  usted  poeta!...  ¡Se  lan- 
za usted  a  las  regiones  fantásticas ! . . .  Mire  us- 
ted, su  sistema  nervioso  está  quebrantado,  al- 
go quebrantado,  no  lo  niego...  pero  yo  respon- 
do de  su  curación  de  usted,  ¿quiere  usted  más? 

Lázaro  Sí,  en  eso  estamos:  mi  curación:  ya  lo  creo. 
¿Pero  el  ataque  definitivo,  para  cuándo?  ¡Tal 
rae  siento  estos*  días,  que  yo  creo  que  está  muy 
próximo ! 

Berm.        ¡Locuras!  ¡locaras!...  ¡ esas  son  locuras !.. . 


55  — 


Lázaro  j  Precisamente !  ¡  Ah,  usted  lo  ha  dicho :  locu- 
ras!... ¡Vamos,  un  esfuerzo!  ¿Será  mañana, 
será  hoy? 

Berm.  Ni  hoy,  ni  mañana,  ni  en  veinte  años  si  tiene 
usted  juicio. 

Lázaro  ¡Si  tengo  juicio!...  ¡Ah,  es  usted  ingenioso!... 
«No  perderé  el  juicio  si  tengo  juicio...»  ¡Na- 
turalmente!... 

Berm.        Buena  señal ;   ya  bromeamos. 

Laz-aro  Si  estoy  muy  tranquilo.  ¡Al  pronto  sentí  una 
ola  de  sangre  en  el  cerebro!  ¡Después,  una 
ola  de  hielo  que  se  extendía  a  todo  mi  ser!... 
Y  ahora...  bien...  tranquilo...  cansado:  un 
poco  cansado ;  nada  más. 

Berm.        Bueno,  pues  descanse  usted,  tranquilícese  us- 
^  ted,  y  antes  de  mi  regreso  a  Madrid  volveré... 

y  he  de  convencerle. 

Lázaro  ¡Si  estoy  convencido!...  Oh,  Dios  mío,  no  quie- 
ro detener  a  usted  más...  bastante  he  abu- 
sado de  su  bondad  de  usted. 

Berm.  Entonces,  si  usted  me  permite...  {Haciendo 
ademán  de  retirarse.) 

Lázaro  Sí,  señor...  ¡ya  lo  creo!...  y  no  me  guardé  us- 
ted rencor.  (Acompañándole.) 

Ber.vi.        Por  Dios...  Con  que  amigo  mío... 

Lázaro  (Deteniéndole.)  ¡Un  momento!...  (Al  oído.) 
¿Para  cuándo?... 

Berm.         ¡Otra  vez!... 

Lázaro  No  ;  si  lo  único  que  deseo  que  me  diga  usted, 
es  esto:  «Lázaro,  no  hay  esperanza;  el  ata- 
que será  el  rnes.  que  vieiie,  o  la  semana  pró- 
xima, o  mañana,  o  esta  noche,  o  ahora  mis- 
mo...» en  fin,  cuando  sea.  Esto  es  lo  único 
que  ha  de  decirme  usted :   no  pido  más. 

Berm.  ¿Pero  cómo  quiere  usted,  que  a  sabiendas, 
diga  yo  desatinos? 

Lázaro  Porque  tiene  usted  el  deber  ineludible  de  de- 
cirme la  verdad.  (Con  energía.)  Por  áspera, 
por  amarga,  oor  dolorosa  que  sea,  debe  usted 
decírmela.  ¡  Es  cuestión  de  honra,  de  vida  o 
muerte!...  Ahora  me  comprenderá  usted.  (En 
voz  baja  al  oído.)  Yo  adoro  a  Carmen:  se  ha 
concertado  nuestra  boda ;  será  dentro  de  po- 
co, dentro  de  quince  días.  Y  ahora  responda 
usted:  en  conciencia,  ¿puedo  yo,  sin  cometer 


—  56  — 


Berm. 
Lázaro 


Berm. 
Lázaro 


Berm. 
Lázaro 


Berm. 
Lázaro 


Berm. 
Lázaro 


Berm. 


una  infamia,  ligar  a  mi  existencia  de  idiota 
la  existencia  de  Carmen? 
¡Qué  pregunta! 

Si  es  usted  hombre  de  honor...   ¡márchese  us- 
ted 6in  contestarme!  franco  tiene  usted  el  ca- 
mino... {Separándose.)  ¡Ea,  no  le  detengo! 
¡Por   Dios,   Lázaro! 

Pero  piense  usted,  aue  por  la  cobardía  de  un 
momento,  por  no  hablarme  usted  como  un 
hombre  habla  a  otro  hombre,  ¡  que  todavía  lo 
soy ! ,  va  usted  a  causar  mucho  daño.  ¡  Porque 
si  usted  no  me  dice :  «renuncia»,  yo  no  re- 
nuncio a  Carmen :  me  abrazo  a  ella  y  con 
ella  al  abismo!  ^ 

¡Mire  usted  que  no  puedo  más! 
i  Mire  usted  que  el  amor  es  vida !  ¡  oleaje  de 
vida  que  se  propaga!  ¿y  qué  será  nuestra  des- 
cendencia? Vamos,  dígalo  usted,  valor.  ¡Una 
manada  de  neuróticos,  de  idiotas,  de  demen- 
tes, de  criminales  quizá!  ¡Desaguadero  en  la 
muerte  de  los  desperdicios  de  la  humanidad! 
¡Franqueza,  valor,  dígalo  usted! 
¡Oh!  qué  cabeza!  ¡Vaya,  si  continúa  usted 
así,  yo  le  aseguro  a  ixsted  que  se  volverá  us- 
ted loco! 

¡Por  la  memoria  de  su  madre,  por  la  honra 
de  su  familia,  por  la  felicidad  de  sus  hijos, 
por  el  deber  sagrado  de  su  profesión,  por  su 
conciencia  de  hombre  honrado,  por  su  Dios 
de  usted,  por  piedad,  por  compasión.  ¿Si  tu- 
viera usted  una  hija,  consentiría  usted  que 
se  casase  conmigo? 
¡Hoy...  no!...  (Quiere  seguir.) 
Basta:  mañana,  tajnpoco.  Basta,  jamás.  ¡Gra- 
cias: mi  sentencia!...  ¡Carmen!...  ¡Carmen! 
{Cae  en  el  sillón.) 

¡Lázaro...  por  Dios...  no  me  ha  dejado  usted 
concluir!...  ¡Lázaro!  ¡Esta  criatura!...  ¡óiga- 
me usted!...  ¡Hay  que  llamar!  {Toca  el  tim- 
bre.) ¡Pierde  el  sentido!...  ¡Lázaro!...  {Tim- 
bre.) ¡Eh!...  ¡aquí!...  {Asomándose  a  la  puerta.) 


57 


ESCENA    V     , 
LÁZARO,  BERMUDEZ,  DOÑA  DOLORES  y  DON  JUAN 

Berm.        ¡Señora!... 

Dolores     ¡Bermúdez!...  {Corriendo  a  él.) 

Ju.*N  ¡Mi  Lázaro!...  (A  Bermúdez.) 

Dolores     ¡Mi  hijo!...  (A  Bermúdez.) 

Juan  ¿Pero  qué  es  esto?...  ¿Señor,  qué  ee  esto? 

i,.AZAR0  i  Nada-!  {Levantándose.)  Llamamos...  no  acu- 
dieron. Volvimos  a  llamar...  y  habéis  venido 
vosotros.  Y  llamé  porque  quería  presentaros 
a  mi  buen  amigo  el  Doctor  Bermúdez.  Mi 
madre...  {Presentándola.)  ya  ustedes  se  co- 
nocen... ¿No  es  verdad  que  se  conocen  uste- 
des? 

Dolores     ¡Hijo  mío!   {Abrazándose  los  dos.) 

L.\z.í.RO  No  lo  extrañe  usted.  (A  Bermúdez.)  Como  es- 
tuve de  cacería  una  semana  entera...  y  como 
no  nos  habíamos  visto  al  volver...  por  eso  nos 
abrazábamos. 

Berm.        Es  natural. 

L.az\ro  Mi  padre...  {Presentándole.)  A  mi  padre  ya  le 
había  visto  esta  mañana,  por  eso  no  le  abra- 
zo. {Don  Juan  le  mira  como  implorando.)  Sin 
embargo,  para  que  no  imagine  usted  que  le 
quiero  menos  que  a  mi  madre,  le  abrazaré 
también.    ¡Padre!... 

Ji"AN  ¡Lázaro!...     {Abrazándole.)     ¡Aprieta    más!... 

¡Más!...  ¡Aeí!  (A  doña  Dolores.)  (¿Lo  ves, 
Dolores?  ¿lo  ves?...  ¡si  tiene  una  fuerza!... 
¡casi  me  ha  quitado  el  aliento!...  ¡Todo  eso 
que  me  has  contado  es  una  tontería.)- 

Dolores    Sí...  es  verdad...  una  tontería... 

Juan  ¿Con  que  está  delicado  el   chico?   (A   Bermú- 

dez.) 

Berm.        Nada ;    en  substancia,  nada. 

Juan  ¿Lo  estás  oyendo?  (A  doña  Dolores.)  ¡Qué  ca- 

beza la  tuya! 

Lázaro  Tranquilizaos :  delicado,  un  ipoQO  delicado.  No 
te  apures,  madre. 

Dolores  ¡Lázaro!...  ¡hijo  mío!...  ¡mi  Lázaro!...  {Aca- 
riciándiole.) 


58  — 


Juan 


Lázaro 


¡Y  yo  he  de  apurarme  o  no!...  {Acercándose 
a  Lázaro  con  envidia.)^  ¡O  importa  poco  que 
yo  me  apure! 

No  6e  apure  usted  tampoco,  padre.  Si  no  hay 
motivo.  Estoy  perfectamente:  que  lo  diga  Ber- 
múdez.  Y  me  voy  a  trabajar  un  rato...  {Con 
angitstia.)  ¡porque  no  puedo  más!...  {Conté- 
niéndose.)  no  puedo  más  con  esta  ociosidad, 
¿eh?...  Y  con  el  régimen  que  usted  me  ha 
puesto...  y  siguiendo  sus  consejos...  dentro  de 
poco...  ¡la  resurrección  de  Lázaro!...  ¡Adiós, 
Bermúdez!...  ¡madre  mía!...  padre  y  señor... 
Doctor  insigne...  Lo  dicho...  lo  dicho...  ¡la  re- 
surrección de  Lázaro!...  ¡Ah!  ¡para  este  Lá- 
zaro no  hay  resurrección!    {Sale.) 


ESCENA  VI 
DOÑA   DOLORES,   DON  JUAN   y  BERMÚDEZ 


Juan  ¡Hable  usted,  por  Cristo  crucificado!   (A  Ber- 

múdez. )  ¡  Yo  sé  que  no  es  nada. . .  pero  quiero 
que  hable  usted!  Vamos,  ¿mi  Lázaro?  ¿qué?... 
¡Porque  ésta  dice  unas  cosas!...  ¡Jesús!... 
¡Jesús!...  ¡qué  mujer!  ¡Tú  siempre  has  sido 
así!...  ¡No  se  habla  a  la  ligera!...  ¡son  cosas 
muy  grandes!...  Con  que,  vamos...  (A  Ber- 
múdez.) a  ver...  a  ver... 

Berm.         ¡Señor  don  Juan,  usted  comprende!... 

Dolores    ¿Ha  cambiado  su  opinión  de  usted? 

Berm.        Susfancialmente  no  ha  cambiado. 

Dolores     ¡Dios  mío!...    ¡Dios  mío!...   {Se  arroja  sollo- 
zando en  un  sillón.) 

Berm.        Pero  es  preciso  tener  un  poco  de  calma...  ¡Se- 
ñora, por  Dios! 

Juan  ¡  Calma !    ¡  Ya  lo  creo,  como  que  no  es  posible 

lo  que  dicen  ustedes!...  ¡pues  no  faltaba  otra 
■cosa!...  Pues  no  hay  más  que  venirse  abajo 
un  genio  así  como  Lázaro...  y  de  pronto...  Si 
fuera  .yo...  bueno,  porque  yo...  señor  de  Ber- 
múdez, yo  me  chiflo  cualquier  día...  ¡pero 
Lázaro...  Lázaro...  mire  usted  bien  lo  que  dice, 
que  estas  cosas  son  muy  grandes!...    ¡Y  hay 


59  — 


que  pensarlas  despacio!  ¡muy  grandes!...  ¡pe- 
t  ro  muy  grandes ! 

Berm.  Tiene  usted  razón,  don  Juan.  Y  ahora...  dis- 
pénsenme ustedes...  estoy  profunda,mente  afec- 
tado... y  no  podría  coordinar  dos  ideas... 

Juan  ¿Lo  estás  oyendo?   (A  su   mujer.)   No  podría 

coordinar  dos  ideas...  (¡Digo,  digo,  para  que 
yo  me  fíe  de  él!) 

Berm.  Más  tarde...  mañana...  otro  día...  tendré  el 
gusto  de  saludar  a  ustedes  y  de  ver  a  Láza- 
ro... Ahora,  permítanme  ustedes  que  me  re- 
tire. 

D0LORE3  (Levantándose  y  corriendo  a  él.)  ¿Pero  toda- 
vía no  regresa  usted  a  Madrid?...  ¡No  por 
Dios! 

Berm.  No,  señora.  Todavía  permaneceré  aquí  quince 
o  veinte  días. 

Dolores  ¡Entonces,  vuelva  usted!...  ¡vuelva  usted!... 
¡Yo  se  lo  suplico! 

Jr.AN          Eso,  sí ;    vuelva  usted. 

Berm.        Sí,  señor ;  volveré. 

Dolores    ¿  Mañana  ? 

Ju.\N  Si  esfa  noche  se  diese  usted  una  vueltecita... 
¿eh?...  Tomaría  usted  café  con  nosotros:  ¡ten- 
go un  Jerez! 

Berm.        Esta  noche  no  puedo.  Vendré  mañana. 

Dolores  ¡Hasta  mañana,  Bermúdez!...  (Acompañán- 
dole.)   ¡Salve  usted  a  mi  hijo! 

Jr.\N  ¡Hasta   mañana,    señor   de    Bermúdez!...    ¡Y 

cuidado  con  lo  que  se  hace  con  mi  Lázaro! 

Berm.  ¡Hasta  mañana!...  Señora...  (Apretándole  la 
tnano.)   ¡Señor  mío! 


ESCENA    VII 

DO^A  DOLORES  y  DON  JUAN.  Doña  Dolores  cae  en 

un  sillón ;  don  Juan  se  pasea  con  dificultad,  pero  muy 

nervioso. 


Juan  Este  hombre  no  sabe  lo  que  se  dice.  Ya  le  has 
oído :  no  puede  coordinar  dos  ideas.  ¡  Esta- 
mos frescos !  ¡  Con  que  se  pierde  el  talento  y 
se  pierde  la  cabeza  como  se  pierde  un  som- 


—  60 


Dolores 
Juan 

Dolores 


Juan 


Dolores 
Juan 


Dolores 


Juan 
Dolores 

JlTAN 


brero!  ¡Aquí  me  dejé  el  sombrero,  aquí  me 
dejé  la  cabeza!  ¡Bah!  ¡bah!  Los  idiotas  lo 
6011  desde  chiquititos ;  no  digo  los  idiotas,  los 
tontos  lo  han  sido  toda  su  vida;  no  hay  na- 
die más  consecuente  que  un  tonto.  ¡Pero  un 
hombre  de  genio ! . . .  ¡  Oh ! . . .  ;  el  genio !  j  Des- 
atinos de  doctores!  ¡juzgar  él  a  mi  Lázaro! 
¡  él  que  no  puede  coordinar  dos  ideas,  a  Lá- 
zaro que  sabe  como  el  Padrenuestro  lo  de  la 
«finalidad  sin  fin»!  Vamos,  responde,-  ¿digo 
bien? 
I  Ojalá ! 

¿Pero  no  crees  tú  que  es  mentira  todo  lo  que 
ese  farsante  nos  ha  dicho? 
(Con  desesperación.)  ¿Y  si  fuese  verdad?...  ¡Si 
fuese  verdad?...  ¿Y  entonces?  Entonces,  ¿pa- 
ra qué  había  nacido  yo?  (AvaTizando  sobre 
don  Juan,  que  retrocede.)  ¡Perdidas  mis  ilu- 
siones por  ti!  ¡manchada  mi  juventud  por  ti! 
¡escarnecida  mi  dignidad  por  ti!  ¡Después 
de  veinte  -años  de  sacrificios  para  merecer  a 
ini  Lázaro!...  ¡Buena,  por  el!...  ¡leal,  por 
él!...  ¡resignada,  por  él...  ¡honrada,  por  él!... 
¡y  hoy!...  ¡No!...  ¡Tú  siempre  has  sido  un 
miserable ;  pero  esta  vez  tienes  razón !  \  Im- 
posible ! . . .  ¡ Imposible ! . . .  ¡No  puede  quererelo 
Dios ! 

¡Bueno,  he  sido  un  miserable!    ¡qué  má-s  da! 
Pero   no  te   acuerdes   de  todo  eso...    y  sobre 
todo,  no  lo  digas...  di  que  me  perdonas...  per- 
dóname,  Dolores. 
¿Qué  te  importa? 

¡Nos  importa  a  los  dos!  Si  tú  no  me  perdo- 
nas, y  a  Dios  se  le  ocurre  castigarme,  y  me 
castiga  en  mi  Lázaro...  ((¡pudo  ser  un  ge- 
nio... ahí  tienes  un  idiota!»  Estas  cosas  son 
muy  serias...  ¡Vamos,  vamos...  no  digas  eso! 
¡Qué  cosas  dices!...  Tú  también  desvarías... 
No  importa...  .por  si  acaso...  te  perdono  de 
todo  corazón. 

Gracias,  Dolores :  así  estamos  más  seguros. 
¡Pero  ayúdame  a  salvar  a  Lázaro!    {Cogién- 
dose a  él.) 

Con  mi  alma  entera.  Aunque  tenga  que  dar 
por  él  toda  la  vida  que  me  queda! 


61  - 


Dolores  ¡Dar  tu  vida!...  ¿Ya,  qué  tienes?...  ¡Toda  la 
.,  que  te  concedió  Dios,  debiste  darle ! 

Juan  ¡Dolores! 

Dolores  ¡Es  verdad!  Te  había  perdonado:  no  lo  vol- 
veré a  decir.   Pero  ¿que  hacemos? 

JiAN  Le  llevamos  a  Madrid   para  que  le  vean  los 

médicos  de  más  fama. 

Dolores    Bien  pensado. 

Juan  Y  luego  a  París:  consultaremos  con  todas  las 
eminencias. 

Dolores    Justo :   y  después  a  Alemania. 

Juan  Y  a  Inglaterra:    ¡los  ingleses  saben  mucho! 

¡  Bah !  ¡  si  hay  mucha  ciencia  esparcida  por 
el  mundo! 

Dolores    Pues  la  recogeremos  toda  para  Lázaro. 

Juan  ¡No  faltaba  más!    ¡Todo  para  él!    ¡para  él  lo 

que  me  queda  de  mi  fortuna!  ¡Mucho  derro- 
ché!, pero  aún  soy  rico. 

Dolores  Nunca  te  he  pedido  cuentas :  derrochaste  lo 
tuyo. 

Juan  No,  señora ;  no,  señora.  No  era  mío :  ahora 
lo  veo ;  era  de  Lázaro.  ¡  Pero  señor,  si  yo  no 
sabía  que  iba  a  tener  a  Lázaro!  Dolores,  ¡a 
salvarle ! 

Dolores  ¡Nos  asiremos  a  su  razón  como  dos  desespe- 
rados, para  que  no  huya!  ¿verdad?  (Aga- 
rrándole.) 

Ju.an  ¡Como  dos  deses.perados  y  como  dos  padres! 

¿verdad?  (Se  agarra  a  ella.)  Y  le  salvaremos, 
¿verdad?  ¡No  digas  que  no!  ¡no  digas  que 
no!  (Cae  en  un  sillón  llorando.)  ¡He  sido  ma- 
lo, pero  sin  mala  intención!  ¡Yo  no  sabía 
esto!  ¡que  me  lo  hubieran  dicho!...  ¡Lázaro! 
¡mi  Lázaro! 

Dolores  ¡No  te  aflijas!  ¡no  ves  que  no  tendrás  ener- 
gía para  luchar! 

Juan  ¿Que  yo  no  tengo  energía?  ¡Ya  verás!    ¡Hola, 

hola!...    ¡que  yo  no  tengo  energía! 

Dolores  ¡Así  te  quiero!...  y  créeme,  ¡ese  Bermúdez 
exagera ! 

Juan  ¡Es  un  fanático!...    ¡un  farsante!...    ¡un  loco 

que  no  puede  coordinar  dos  ideas!...  ¡Ah, 
mentecato!  (Ensenando  el  puño.)  ¡No  sé  có- 
mo tengo  la  cabeza!...    ¡mi  pecho  arde!    ¡mi 


—  62 


garganta  se  seca!  (Toca  el  timbre.)  ¡Tere- 
sa!...   ¡eh!...    ¡Teresa!... 

Dolores     ¡Teresa!...    (Llamando.)    ¿Qué    tienes?    (Vol- 
viendo a  don  Juan.) 

Juan  ¡Nada!...    ¡nada!... 

Teresa      ¿Señor? 

Juan         Tráigame  usted  una  copita  de  Jerez...  no,  un 
vaso  de  agua...  agua  sola. 

Teresa      Sí,  señor.    (Sale.) 

Juan  (Paseándose.)    ¡Desde    hoy   he   de   mortificar- 

me!... ¡a  pan  y  agua,  como  un  anacoreta... 
todo  por  Lázaro ! . . .  ¡  Vamos,  que  si  esto  no 
se  me  tiene  en   cuenta!... 

Dolores    Sí;   pero  mucha  prudencia...  que  nadie  sepa, 
tiada. 

Juan  Nadie:  nuestros  viajes  serán  viajes  de  recreo; 

viajes  artísticos,  para  que  Lázaro  vea  mundo 
y  se  instruya...  ¡si  todas  esas  son  aprensiones! 

Dolores     ¡Ni  una  palabra  a  nadie!... 

Juan  ¡  Ni  a  Carmen !  no  le  digas  nada  a  Carmen. 

Dolores     ¡  Pobre  Carmen !    ¡  pobre  ángel  mío !  pero  tie- 
nes razón ;   lo  primero  es  Lázaro. 

Juan  ¡Lo  primero!    ¡claro  está!...   ¡Pero  esa  chica 

no  viene  y  yo  me  ahogo! 


ESCENA    VIII 

DOÑA    DOLORES,    DON  JUAN,    TERESA    xj   DON    TI- 
MOTEO 


Teresa  (Anunciando  y  con  el  vOrSo  de  agiui.)  Aquí 
está   don  Timoteo. 

Juan          Que  pase... 

Teresa      Ya  pasa  él. 

Juan  ¡  Silencio,  y  a  fingir  indifí^rencia !  (A  doña  Do- 

lores.) 

Dolores  (¡Indiferencia  y  alegría!)  (Secándose  los  ojos. 
Don  Juan  bebe  un  vaso  de  agua.) 

Juan  ¿Quieres?...  ¡bebe,  mujer!...  ¡serénate!...  (Sale 
Teresa.) 

Dolores    Gracias :  ya  estoy  serena. 

Timoteo     ¡Mi  doña  Dolores!... 

Dolores     ¡Amigo  don  Timoteo! 


—  63  — 


Juan  ¡Mi  querido  Timoteo!    (Queriendo  abrazarle.) 

Timoteo  .  ¡No  me  abraces!...  ¿No  ves  que  vengo  casi  de 
etiqueta?   ¡todo  de  negro! 

Dolores     ¡De  negro!...  ¿por  qué? 

Ju.\N  ¿Por  qué? 

Timoteo  No  alarmarse :  no  es  luto,  sino  etiqueta.  Ven- 
go solemne.  Ahora  verás  ustedes.  ¿No  está 
por  ahí  Carmen? 

Dolores  Estuvimos  juntas  a  oir  misa...  conmigo  ha 
venido...  y  en  mi  gabinete  está  con  don  Neme- 
sio y  con  Javier...   ¡Tan  alegre! 

Timoteo  ¡Pues  que  venga  aquí  todo  el  mundo:  todo 
el  mundo!...  (Toca  doña  Dolores  el  timbre.) 
Menos  Lázaro:  ese  vendrá  después.  ¡Ah!... 
¡la  solemnidad!...  ¡la  solemnidad!...  (Riendo.) 

Teresa      Señora... 

Dolores  Que  tenga  la  bondad  de  venir  la  señorita  Car- 
men. 

Timoteo  Ella  y  todos :  todos.  Y  hasta  que  vengan  no 
hay  que  hablarme. 

Dolores    (¿No   adivinas?)    (Aparte  a  don  Juan.) 

Juan  (Sí.)  (A  doria  Dolores.) 

Timoteo  (Pausa.)  ¡Silencio  solemne!  ¡Silencio  precur- 
sor de  algo  muy  grave!...   ¡Ja,  ja!... 


ESCENA    IX 

DOÑA  DOLORES,   DON  JUAN,   DON   TIMOTEO,   CAR- 
MEN y  JAVIER 

Carmen     (Corriendo  hacia  su  padre.)  ¿Me  llamabas  tú? 

Timoteo  ¡Silencio,  chiquilla!  ¿No  ves  lo  graves  que  es- 
tamos todos? 

Carmen     Pero,  ¿qué  ocurre? 

Ti.MOTEo  Tú  te  acercas  a  Dolores.  (A  su  hija.)  Así : 
bueno.  (Movimiento  en  todos :  Carmen  se  abra- 
za a  doña  Dolores.) 

Dolores    ¡Hija  mía! 

Juan  (¡Válgame  Dios!) 

Nemesio     ¡Ya...  ya!... 

Javier        (A  don  Nernesio.)   ¡Boda  tenemos! 

Timoteo  ¡Silencio!  ¿Estamos?  Mucha  atención  y  mu- 
cha solemnidad...  que   voy  a  empezar.    ¡Ah! 


—  64 


Javier 

Carmen 
Dolores 

Timoteo 

Juan 

Timoteo 


Usted,  Javier,  que  es  el  más  joven,  sale  co- 
riendo  en  el  instante  oportuno  a  buscar  a  Lá- 
zaro... «¡Lázaro!...  ¡Lázaro!...»  ¿Comprende 
usted?...  Así,  así:  todos  calladitos;  pendien- 
tes de  mis  labios.  (Pausa.)  Señor  don  Juan 
Mejía...  (Con  solemnidad  cómica.)  muy  señor 
mío...  ¡Diablo,  parece  que  voy  a  escribir  una 
carta!...  ¡Juanito,  me  pediste  la  mano  de 
Carmen  para  Lázaro ;  consulté  con  la  chica, 
se  muere  por  el  chico  y  para  el  chico  te  traigo 
la  chica.  Y  digo  ante  todos...  ¡Cásalos,  demo- 
nio, cásalos!...  (Con  mucho  apuro.)  ¡El  pro- 
grama de  estos  casos...  señores,  el  progra- 
ma!... ¡El  rubor!...  ¡el  llanto!...  ¡la  sonri- 
sa!... ¡el  abrazo!...  (Todos  expontdneamente 
hacen  ¡o  preceptu/ido :  Carmen  y  doña  Dolo- 
res se  abrazan,  y  doña  Dolores  llora  angustio- 
samente ;  don  Nemesio  y  Javier  ríen  y  seña- 
lan los  dos  grupos.  Don  Timoteo  y  don  Ne- 
mesio se  abrazan  también.)  Javier....  (Como 
acordiándose.)  a  buscar  a  Lázaro...  ¡Á  escape, 
que  se  enfría  la  situación ! 
Ya  voy...  ya  voy...  ¡Lázaro!...  ¡Lázaro!... 
i  Madre ! 

¡Hija  mía!...   ¡hija  mía!...   ¡Dios  mío!    ¡Dios 
mío! 

¿Y  tú  no  dices  nada?  (A  don  Juxin.) 
¡Pues  no  faltaba  más!... 
¿Pero  no  viene? 


ESCENA  X 

DOÑA   DOLORES,   CARMEN,  DON  JUAN,   DON   TIMO- 
TEO y  DON  NEMESIO;  JAVIER,  trayendo  a  LÁZARO 

Lázaro  (Pálido,  descompuesto  y  arrastrado  material- 
mente por  Javier.)  ¿  Adonde  me  llevas?...  ¿.\ 
dónde?... 

Javier        ¡Ven,  hombre  de  Dios!...   ¡a  la  felicidad! 

Lázaro  ¿Qué  es  esto?...  ¿qué  me  quieren?...  ¿por  qué 
me  llaman? 

Timoteo  ¡«Tableau»!  ¡Que  Carmen  es  tuya!  ¡que  te 
la  traigo!    ¡que  os  casaréis!...   ¡Ea,  padre  de 


65  — 


Laz.\ro 

Dolores 

Juan 


Lázaro 


Juan- 
Lázaro 
Carmen 
Laz-^ro 

Carmen 


Dolores 
Timoteo 

Nemesio 
Javier 

JlAN 
LA2WR0 

Juan 

Laz-\ro 


alcornoque,  (A  don  Juan.)  diles  algo,  que  yo 
hice  todo  mi  papel! 

Carmen...  ella...  ¿es  verdad?...  ¡Mi  Carmen! 
Tu  Carmen...   es  tuya... 

¡Qué  demonio!...  ¡es  tuya!...  ¡sé  feliz!...  ¡y 
que  se  hunda  el  mundo!  ¡qué  me  importa  a 
mí  el  mundo! 

¡Mía!...  ¡mía!...  ¡puedo  llegar  a  ella!...  ¡es- 
trecharla en  mis  brazos!...  ¡abrasarla  con  mi 
aliento!...  ¡bebería  con  mis  ojos!...  ¡Puedo 
6i  quiero ! 

¡Sí!...   ¡basta  que  digas,  sí! 
¡Oh,  la  infamia!   ¡oh,  la  traición!...  ¡Carmen! 
\  Lázaro  1...    {Dirigiéji  do  se   a  él.) 
¡No!...  ¡aparta!...  ¿a  qué  vienes?...  ¡no  serás 
mía!...    ¡nunca!...   ¡nunca!...   ¡nunca! 
¡Me  rechaza!...   ¡me  rechaza!...    ¡ya  lo  sabía 
yo!...   ¡Madre!...   ¡madre!  {Cae  eñ  los  brazos 
d£  doña  Dolores.) 
¡Hija  del  alma! 

¡Mi  hija!...  ¿qué  has  hecho?...  ¡qué  has  he- 
cho! 

¡Pero  no  comprendo-! 

¡Yo  sí!  {Todos  se  precipitan  a  auxiliar  a  Car- 
inen.) 

¡Lázaro!...   ¡hijo  mío! 

{Abrazando  a  su  padre. i  ¡Padre!...  ¡padre!... 
eres  mi  padre,  sálvame! 
Sí,  te  salvaré...  ¡te  di  la  vida! 
¡  Me  diste  la  vida !  pero  no  es  bastante :  ¡  da- 
me más  vida  para  vivir,  para  amar,  para  ser 
feliz,  para  mi  Carmen!...  ¡Dame  más  vida,  o 
maldita  sea  la  que  me  diste!  {Cae  desplomado.) 


FIN  DEL  ACTO  SEGUNDO 


r^idll&AaRS-idlt-a.-3Sii-*iSe-^i^lbsaBS!Slfeaa 


ACTO     TERCERO 


La  escena  representa  una  sala  de  la  quinta  de  don  Juan, 
a  orillas  del  Guadalquivir,  tal  como  se  describió  en 
el  primer  acto,  escena  prim.era,  aunque  con  algunos 
muebles  de  época  posterior  y  de  gusto  más  severo. 
Quedan  todavia  algunos  divanes,  la  alfom.br a  y  va- 
rios objetos  artísticos.  Además  una  irúesita  y  una  silla 
baja.  En  el  fondú  un  gran  balconaje  o  terraza,  que  se 
supone  que  da  la  vuelta  al  edificio.  Se  ve  mucho  cielo 
y  mucho  horizonte.  Si  el  balcón  pueáe  estar  algo  ses- 
gado  hacia  la  izquierda,  tanto  mejor  para  la  escena 
final.  Una  puerta  a  la  derecha,  otra  a  la  izquierda. 
Una  butaca  a  la  derecha ;  a  la  izquierda  un  sofá  -.  un 
quinqué  encendido  sobre  cualquier  mesa  lateral  o  del 
fondo.  Es  de  noche :  el  cielo  azul  y  estrellado ;  a  me- 
dida que  avanza  el  acto  van  llegando  las  luces  del 
amanecer. 


ESCENA  PRIMERA 

DON   TIMOTEO,    JAVIER   y  PACA  ;    ésta  anda  por   el 
fondo  y  por  la  terraza  como  si  arreglare   algo :    viste 
traje  negro  o  muy  obscuro,  pañolón  negro  de  espumilla 
y  con  flecos. 

Timoteo    ¿Con  que  le  escribió  a  usted  Dolores? 

Javier        Sí,  señor.  Que  Lázaro  deseaba  verme ;  que  mi 
compañía  era  muy  necesaria  para  apresurar 
su  convalecencia  f  que  hablaba  constantemen- 
te de  mí...  y  al  cabo  dije :   «vamos  allá»  ;  tomé 
el  tren  y  hace  dos  horas  me   plantaba  a  la 


68  — 


puerta  de  «sta  quinta,  de  esta,  preciosa  quin- 
ta ;  que  debe  tener  vistas  admirables,  según 
he  podido  juzgar...  ¡a  la  escasa  luz  de  las  es- 
trellas ! 

Timoteo  ¿Pero  no  la  ronocía  usted?  ¿No  conocía  us- 
ted la  quinta  de  don  Juan? 

Javier        No,  señor. 

Timoteo  {Con  malicia.)  ¡Yo,  mucho!  Hace  muchos 
años  que  la  conozco.  La  conocí,  ¡allá,  cuando 
Juan  y  yo  éramos  jóvenes!...  Cuando  yo  le 
llamaba  Juanito,  y  él  mo  llamaba  Timoteíto. 
¡Ah,  ah!  {Con  misterio.)  ¡Cuántos  recuerdos 
me  despierta  este  recinto  venerable !  Todo  lo 
que  usted  ve  está  impregnado  de  amor  y  de 
locura,  de  alcohol  y  de  alegría.  Yo  pudiera 
decirle  a  usted :  en  "este  diván  se  cayó  un  día 
borracho  Juanito ;  en  aquel  rincón  me  caí  yo 
una  noche  en  idéntico  estado  ;  y  en  ese  balcón 
nos  caímos  los  dos  una  madrugada,  en  situa- 
ción parecida.  ¡Oh,  memorias  sacratísimas! 
"  ¡oh,  sombras  queridas!  ¿Qué  haces  ahí?  (.4 
Paca.) 

Pao  Lo  arreglo  todo,  señor.  {Puede  tener  acento 
andaluz.) 

Timoteo  Y  ya  verá  usted,  ¡qué  panorama!  Ese  balcón 
mira  a  Oriente,  y  se  ve  el  Guadalquivir...  «¡Se- 
villa, Guadalquivir,  cuál  me  atormentáis  mi 
mente!...»  Las  chicas  más  guapas  de  la  tierra 
sevillana  han  almorzado  aquí,  y  han  cenado 
aquí,  y  han  bailado  aquí  y  han  cantado  aquí... 
y  se  han  emborrachado  aquí. 

Javier  Ya,  ya...  que  aquí  se  divertían  ustedes  en 
grande.   {Paca  da  un  suspiro.) 

Timoteo  ¿Pero  no  acabas?  ¿no  acabas,  Paca?  (Vol- 
viéndose con  mal  humor.) 

Paca  Pues  me  quedé...  a  ver...  si  los  señores  nece- 
sitaban algo :   por  eso. 

Timoteo    Nada;  puedes  irte  a  la  cocina. 

Paca  Bien  está,  don  Timoteo:  a  la  cocina;  ¡ay. 
Dios  mío!  {Paca  lleva  una  silla  bajita  a  la 
terraza:  se  sienta  y  se  abanica.) 

Timoteo  Le  digo  a  usted  que  yo  no  puedo' mirar  nada 
de  lo  que  me  rodea  sin  conmoverme.  ¡Qué 
sevillanas,  qué  malagueñas,  qué  tarlfeñas ! . . . 
Hagamos  punto  final.  Le  estoy  pervirtiendo  a 


—  •69  — 

ust-ed,  joven :  y  a-  mi  edad  es  cosa  fea.  Pero 
es  que  había  unas  sevillanas,  y  unas  mala- 
.güeñas,  y  unas  gaditanas  y  unas  tarifeñas! 
{Paca  da  un  suspiro  muy  grande  en  el  bal- 
cón.) ¿Quién  suspira?...  ¡Demonio  de  mujer, 
no  es  pesada  que  digamos!  ¿Estás  ahí  toda- 
vía? 

Paca  Por  si  don  Timoteo  necesitaba  algo.  {Sin  le- 
vantarse y  d)esde  el  balcón.) 

TiMOTF.o  Sí  necesito  y  necesita  este  caballero:  que  nos 
traigas  unas  cañitas.  {Paca  se  levanta  y  se 
acerca.) 

J.wiER  Muchas  gracias:  me  dieron  de  cenar  hace 
rato;  es  ya  muy  tarde...  y  yo  no  tomo  nada 
a  estas  horas.  Por  mí  no  se  moleste  usted. 
(A  Paca.) 

Paca         Entonces... 

Timoteo  Entonces...  te  molestarás  por  mí.  Anda,  anda 
y  trae  eso. 

Paca  Sí,  señor,  sí ;  ya  voy,  don  Timoteo.  {Sale  len- 

tamente abanicándose.) 

Javier        ¡Por  Dios...  a  estas  horas  manzanilla!... 

Timoteo  Sí,  sí  :  ya  sé  que  es  usted  muy  formal.  Lázaro 
escribe  dramas :  usted  ((historia» ;  pero  ami- 
go, una  cañita  se  toma  en  cualquier  momento 
histórico. 


ESCENA    II 
DON  TIMOTEO  y  JAVIER 

Javier  ¿En  cualquier  momento  histórico?  Pero  la  una 
de  la  mañana,  aunque  sea  mañanita  de  ve- 
rano, ¿es  momento  histórico,  o  es  momento 
de  irse,  a  dormir? 

riMOTEO  Para  gustar...  ¿eh?...  para  gustar  un  poquito 
de  manzanilla,  las  veinticuatro  horas  del  día, 
y  las  veinticuatro  del  siguiente,  y  las  del  otro, 
son  las  que  se  marcan  en  todos  los  tratados, 
joven.  Diga  usted  que  ya  no  hay  jóvenes. 

Javier  ¡Qué  remedio!  hay  jóvenes  que  son  viejos  y 
hay  viejos  que  se  mueren  de  puro  jóvenes. 

Ti.MOTEo  Es  verdad,  desde  que  vine  hace  ocho  días  a 
la  quinta,  se  refrescaron  mis  recuerdos  y  es- 
toy como  si  tuviera  quince  años. 


70  — 


Javier 

Timoteo 
Javier 


Timoteo 


Javier 
Timoteo 


Javier 


Timoteo 


Javier 
Timoteo 


Javier 
Timoteo 


Y  dentro  de  algunos  más  s€  sentirá  usted 
como  si  tuviera  usted  quince  meses. 
¡Hola!  ¡hola!...  ¡ironía  se  llama  esa  figura! 
Una  ironía  respetuosa,  don  Timoteo.  Pero  no 
creí  encontrar  a  usted  en  la  quinta  áe  don 
Juan. 

Traje  a  Sevilla  a  la  pobre  Carmen,  que  está 
muy  delicada.  ¡Con  aquellos  disgustos!...  ¡con 
la  enfermedad  de  Lázaro!...  ya  ve  usted.  Con 
que  una  vez  en  Sevilla,  se  empeñó  Juanitx)  en 
que  viniésemos  aquí  a  pasar  unos  días.  Y  yo, 
por  dar  esa  alegría  a  Carmen,  y  por  contri- 
buir al  restablecimiento  de  Lázaro...  que  ase- 
guraban que  iba  muy  bien,  consentí  y  aquí 
estamos. 
Rejuvenecidos. 

Créame  usted,  Javier,  lo  que  le  dije  a  usted 
antes :  ya  no  hay  juventud ;  Carmen,  con  su 
pechito  oprimido  ;  Lázaro,  con  sus  nervios  des- 
compuestos ;  usted,  con  su  formalidad  y  sus 
jaquecas...  ¡Nosotros  éramos  otra  cosa! 
Quizá  porque  ustedes  fueron...  otra  cosa,  so- 
mos nosotros  de  este  modo.  Pero  variemos  el 
tema,  don  Timoteo.  ¿Con  que  reconciliación 
completa  y  boda  en  perspectiva? 
Le  diré  a  usted...  le  diré  a  usted...  ¡Pero  esa 
Paca  que  no  trae  las  cañitas !  (Miran-d^  a  ver 
si  viene.)  Realmente  no  había  motivo  para 
ofenderse.  Lázaro  dijo  lo  que  dijo...  ¡por  la 
fiebre!...  ¡usted  le  vio  caer  desplomado  a  los 
pies  de  Carmen!...  ¿Qué  diablos  fué  aquello? 
vaya  usted  a  saberlo.  En  mi  tiempo,  cuando 
un  hombre  se  caía  así,  de  fijo,  borarchera  o 
ataque  cerebral,  y  así  se  simplificaba  la  me- 
dicina y  estaba  al  alcance  de  todo  el  mundo. 
¡Pero  hoy,  averigüe  usted  lo  que  tiene  el  que 
se  cae! 

Muy  malo  estuvo  el  pobre  Lázaro.  Sin  embar- 
.go,  dicen  que  ya  está  perfectamente :  la  en- 
fermedad hizo  crisis... 

Eso  dicen  y  él  parece  muy  repuesto ;  pero  es 
siempre  un  ser  muy  extraño...  como  todos  los 
hombres  de  talento. 
¿De  modo  que  tendremos  boda? 
¡Hum!...   ¡boda!...  esa  es  harina  de  otro  eos- 


Javier 

Timoteo 


Javier 

Timoteo 
Javier 

Timoteo 


Javier 


Timoteo 

Javier 
Timoteo 


Javier 
Timoteo 


Javier 
Timoteo 


tal.  Yo  nada  digo  por  no  afligir  a  Carmen, 
por  no  disgustar  a  los  padres  y  porque  no  le 
idé  al  chico  otro  patatús.  Pero  ya  veremos,  ya 
veremos :  por  ahora  no  hay  prisa.  Si  Lázaro 
se  restablece  por  completo,  y  vuelve  a  ser  lo 
que  fué,  y  escribe  algo  que  nieta  mucho  ruido 
y  que  demuestre  que  su  razón  está  firme...  en- 
tonces claro  está...  ¿eh?  porque  Carmen...  la 
pobre  Carmen...  ¡Pero  esta  Paca  no  vuelve! 
¿Le  quiere  mucho  Carmen,  no  es  verdad?  - 
Yo  no  sé...  no  sé...  esa  chica,  ¡válgame  Dic>s¡!... 
Por  el  pronto  me  la  llevo :  dentro  de  cuatro 
o  cinco  horas  a  buscar  el  tren.  Y  antes  de 
marcharme  yo  hablaré  con  Bermúdez. 
No  he  visto  más  que  un  momento  a  Lázaro... 
j  me  ha  parecido... 
¿Qué? 

Mucho  mejor :  la  juventud  hace  milagros. 
( ¡  Pobre  Lázaro ! ) 

¡Es  verdad!    ¡es  verdad!  Yo  también  tuve  no 
sé  qué...  y  estuve...  así...  entontecido  más  de 
un  año...  mucho  más...  y  pasó... 
Pues  no  se  conoce...  digo  que  no  se  conoce  que 
haya  usted  tenido  nunca...  nada...  de  ese  gé- 
nero de  enfermedad...  ¿eh? 
Pues  lo  tuve,  lo  tuve...  creyeron  que  me  que- 
daba idiota... 
¡Jesús,  María  y  José! 

¡Pero  ese  demonio  de  mujer  que  no  viene! 
j  Se  enteró  de  que  las  cañitas  eran  sólo  para 
mí...  y  se  goza  en  mortificarme!  ¡Tiene  el 
alma  más  atravesada!  ¡Y  siempre  fué  lo  mis- 
mo: usted  no  sabe  lo  que  ha  sido  esa  mujer! 
¿Quién?  ¿la  que  estaba  aquí  hace  poco? 
i  Justo :  esa  fué  una  de  las  hembras  de  más 
rumbo  de  toda  Andalucía!  Se  llamaba  Paca 
la  tarifeña. 

Ya,  ya,   ¡quién  lo  diría! 

Lo  podría  dícir  yo,  y  lo  podría  decir  Juanito, 
y  lo  podría  decir  Nemesio  y  lo  podría  decir 
todo  el  mimdo.  ¡La  tarifeña!  ¡la  tarifeña!... 
La  que  en  esta  casa  sirve  hoy  como  criada  o 
poco  más,  hace  veinte  o  treíta  años  mandaba 
como  dueña.  Después...  lo  qtie  pasa...  rodó... 
rodó...     ¡y    adióe    hermosura,    adiós    gracia. 


72 


JAVIER 

Timoteo 


Javier 

Timoteo 


seria»,  los  tres  enemigos...  no  diré  del  alma, 
pero  sí  diré  del  cuerpo  de  las  niñas  guapas, 
se  ceharon  en  la  jacarandosa  tarifeña.  Juan 
hace  cinco  o  seis  años  lo  supo...  le  dio  lásti- 
ma... y  la  recogió  en  esta  quinta...  como  ama 
de  llaves...  o  coea  por  el  estilo.  En  fin,  ella 
sirve  en  la  quinta...  que  no  servirá  para  mu- 
cho, porque  fué  siempre  muy  jacarandosa; 
pero  muy  holgazana. 
¿Con  que  tan  guapa? 

¡Un  sol!...  Pero  las  mujeres  se  estropean 
pronto.  Los  hombres  nos  conservamos  mejor. 
¿Quién  diría  que  yo  tengo  cincuenta  y  ocho 
años? 

¡Nadie!...  Cualquiera  le  echa  a  usted...  (¡se- 
tenta y  cinco!) 

¡Ya  lo  creo!...  Hola...  me  parece  que  viene 
Lázaro. 


ESCENA    III 

JAVIER  y  DON  TIMOTEO;  LÁZARO  por  la  izquierda. 
Detrás  EL  DOCTOR  BERMUDEZ,  pero  a  cierta  distan- 
cia de  Lázaro,  como  observándole  y  estando  a  la  mira. 

Lázaro  (Mirando  a  don  Timoteo  y  Javier.)  Esta  no- 
che todos  velamos :  la  velada  de  la  despedida. 

Timoteo  Yo  lo  agradezco,  pero  no  era  preciso  que  os 
molestaseis.  Nos  dépedíamos  ahora ;  os  ibais 
a  la  cama;  y  Carmm  y  yo  al  amanecer,  muy 
callandito,  sin  despertar  a  nadie,  a  buscar  el 
tren. 

Lázaro  Así,  así :  muy  callandito,  sin  despertar  a  na- 
die, en  el  silencio  de  la  noche ;  así  quiere  us- 
ted robar  a  Carmen.  Así  se  roba  la  dicha,  ¡  a 
traición !  Pero  yo  velo  y  velaré :  Lázaro  resu- 
citó, y  ya  no  dormirá  nunca.  Los  ojos  muy 
•abiertos  -para  verlo  todo :  la  cabecita  de  mi 
Carmen,  (Con  ternura.)  la  cabezota  de  don 
Timoteo.  (Riendo.)  Para  ver  el  día  ¡con  sus 
luces!  ¡y  la  noche  con  sus  sombras!  (Aso- 
mándose al  balcón.)  ¡Qué  hermoea  es  la  es- 
trella de  la  mañaiía!  ¿verdad?  ¡Es  la  de 
siempre !  Parece  que  nos  hemos  dado  cita.  «Yo 


—  73  — 


me  asomaré  al  cielo»,  dice  eUa,  «y  tú  te  aso- 
mas al  balcón...  y  nos  miraremos.»  No  puedo 
mirarte,  perdona:  Carmen  tendría  celos.  No 
estando  ella  junto  a  mí,  no  quiero  mirar  a 
nadie,  no  quiero  ver  a  nadie...  {Se  separa  con 
enojo  del  balcón  y  ve  a  Bermúdez.)  ¡Hola, 
Doctor  queridísimo!  ¿Estaba  usted  ahí?  ¿Me 
siguió  usted?  ¿Le  maiidaron  a  usted  para  cui- 
darme? Pues  mire  usted,  me  molesta  tener 
siempre  un  centinela  de  vista...  (Conteniéndo- 
se y  cambiando  de  tono.)  siquiera  sea  tan  sim- 
pático como  mi  querido  Doctor.  (Viejien  todos 
al  primer  término.) 
Ber.m.  Vine  con  usted  para  rogarle  que  no  velase. 
Aho^a  se  acuesta  usted,  descansa...  y  al  ama- 
necer yo  le  despierto  a  usted  para  que  se  des- 
pida de  Carmen  y  de  don  Timoteo. 
L.AZ.ARO  ¡  Que  si  quieres !  Yo  no  soy  un  niño  :  a  mí  no 
se  me  engaña.  ¿Qué  sabe,  el  que  duerme,  lo 
que  encontrará  al  despertar?...  ¡Si  es  que  des- 
pierta'.. (Se  sienta.) 
Timoteo  Sin  enibargo...  (Acercándose.) 
Javier        Yo    te    doy    mi    palabra...    (Acercándose   aún 

más.) 
Berm.        Todos  le  prometemos  a  usted  solemnemente... 

(Todos  le  rodean.) 
Lázaro      ¡Es  inútil!...   ¡no  se  molesten  ustedes!...   ¡So- 
bre que  no  creo  a  nadie!    ¡ni  me  fío  de  na- 
die!... No  me  fío  de  mí,  y  estoy  siempre  ob- 
servándome por  si  acaso...  en  fin,  yo  me  en-  • 
tiendo ;    con  que   ¿cómo  había  de   fiarme   de 
ustedes?...  ¡Comprendan  ustedes  que  es  pedir 
demasiado!...    ¡Y  basta!'...    ¡basta!...    ¡he  di- 
cho que  no! 
Berm.        Como  usted  quiera,  Lázaro. 
Lázaro      ¡  Si  además  la  velada  es  deliciosa !   ¡  Qué  cielo ! 
¡qué  noche!   ¡qué  río!...  Estábamos  hace  poco 
abajo,  en  el  salón  que  da  al  jardín,  mi  madre, 
mi  padre,  Carmen,  el  Doctor,  yo...  (Contando 
por  los  dedx)s.)  y  Paca  también.  Todos  senta- 
dos :    todos  descansando,   y  algo  soñolientos, 
menos  Paca.    En  un   ángulo   un  quiqué ;   las 
puertas  de  par  en  par ;   el  cielo  a  lo  lejos ;  el 
jardín  metiéndose  con  sus  enredaderas  y  sus 
rosales  en  el  salón  como  para  hacernos  com- 


^ 


74  — 


pañía;  perfumes  penetrantes  del  azahar  y 
frescuras  del  río  impregJiando  la  atmósfera ; 
insectillas  de  todos  los  colores  y  algunas  niE^- 
riposas,  como  engendros  del  aire,  venían  de 
fuera  atraídas  por  el  quinqué  y  revoloteaban 
-  entre  la  luz  y  la  sombra,  como  me  revolotean 
aquí  dentro  las  ideas ;  y  Paca  revoloteando 
también  ^ntre  todos  nosotros...  (Pausa.)  ¿Qué, 
te  ríes?   (A  Javier.) 

Javier        No  me  río. 

Lázaro  Sí  ;  te  ríes,  porque  he  dicho  que  Paca  revo- 
loteaba entro  mi  padre,  mi  madre,  Carmen 
y  yo.  Pues  lo  sostengo;  ¿acaso  sólo  revolotean 
las  mariposas?  También  revolotean  las  mos- 
cas y  los  moscardones.  Y  así,  como  yo  estaba, 
con  los  ojos  medio  cerrados,  Paca,  con  su 
traje  negro  y  su  pañolón  negro  de  flecos,  me 
.  parecía  una  mosca  muy  grande.  Revoloteaba 
pesadamente  de  mi  padre  a  mi  madre,  sir- 
viendo a  mi  padre  Jerez  y  agua  helada  a  mi 
madre,  y  entre  Carmen  y  yo,  para  molestar- 
me con  preguntas  y  para  colocar  una  flor  en 
el  pelo  de  Carmencita,  rozándonos  a  los  dos 
con  su  pañolón  y  sus  flecos,  como  una  mosca 
roza  con  sus  aías  negruzcas  y  peludas.  Es 
una  buena  mujer,  pero  yo  sentí  repugnancia, 
y  disgusto,  y  frío  y  subí  para  ponerme  a  res- 
pirar en  ese  balcón. 

Javier       Y  para  contemplar  las  estrellas. 

Lázaro  Una,  nada  más  que  una.  ¡Y  qué  ideas  tan  ex- 
travagantes! Si  los  aprendices  de  poeta  so- 
mos así...  Tiene  usted  razón,  Bermúdez,  fnuy 
extravagantes...  ¡mucho!...  ¡mucho!  ¡Me  acor- 
daba de  Paca,  miraba  a  la  estrella  y  sentía 
un  deseo  insensato,  ridículo,  pero  invencible! 
Coger  uno  de  mis  floretes,  atravesar  con  él  el 
moscardón  del  pañuelo  de  flecos,  como  se  atra- 
viesa un  insecto  con  un  alfiler  y  quemarlo  a 
la  luz  de  aquella  estreUa  tan  hermosa.  ¿Qué 
tal?  ¡Podredumbre  humana  que  se  consume 
y  se  purifica  en  fuegos  celestes!  ¿A  que  no 
me  entiende  usted,  don  Timoteo? 

Timoteo  Hombre,  no  me  parece  que  tiene  mucho  que 
entender,  y  aunque  uno  no  sea  un  genio... 

Lázaro      ¡  No  se  enfade  usted  :   son  bromas ;  ofenderle 


yo  a  usted!  ¡al  padre  de  Carmen!  ¡cuando 
por  ella  soy  capaz  de  ponerme  de  rodillas  de- 
lante de  usted  y  de  declarar  que  es  usted  jo- 
ve'n,  y  guapo,  y  que  tiene  usted  talento  y  de 
obligar  a  todo  el  mundo  a  declararlo  así!  ¡Los 
brazos,  don  Timoteo!  ¡los  brazos!  (Se  abra- 
zan.) ¡No  me  guarda  usted  rencor!  ¿verdad? 
Timoteo    ¿Hombre,  por  qué? 

L-AZARO      ¡  Pues  no  se  lleve  usted   a  Carmen !    ¡  no  me 
separe  usted  de  ella!    ¡A  un  enfermo  se  le  da 
gusto  en  todo!    ¡y  me  pondría  peor...  que  lo 
diga  Bermúdez!  ¿Verdad  que  me  pondría  muy 
malo?  dígalo  usted...  dígalo  usted... 
Timoteo    Pero  si  ya  estás  bueno. 
Berm.        Completamente  bueno. 
L.4ZAR0      ¿Y  tú,  qué  dices? 
Javier        Hijo,  te  encuentro  como  si  \al  cosa. 
Timoteo    Y  yo  tengo  precisión  de  ir  a  Sevilla.  Pero  pron- 
to nos  volveremos  a  reunir.   Tú   no  eres   un 
convaleciente :    no  necesitas  quedarte  aquí.  A 
casa  y  a  trabajar. 
Lázaro      Entonces,   ¿cuándo  será  la  boda?  {Al  oído.) 
/Timoteo    Por  mí...  cualquier  día...  pero  eso,  que  lo  diga 
el  Doctor. 
Lázaro      ¡ Ese  no ! . . .   ¡ ese  no ! . . .    ¡ ah ! . . .   ¡le  conozco ! . . . 

y  si  no,  que  lo  diga. 
Berm.        Depende  del  juicio  que  usted  tenga;  si  tiene 

usted  juicio,  muy  pronto. 
Lázaro  Bueno,  pues  antes  de  que  se  lleve  usted  a  Car- 
men, tiene  que  decidirlo.  La  mañana  llega... 
faltarán  dos  o  tres  horas...  ¿ven  ustedes  aque- 
lla claridad?  ya  empieza  el  amanecer  y  de 
todas  maneras  velamos...  Con  que  se  van  us- 
tedes ahí,  a  ese  gabinete,  y  ustedes  fijan  la 
fecha.  Yo  no  estaré  delante :  ya  ven  ustedes 
que  no  puedo  hacer  más.  ¡  Pero  hay  que  decir 
cuándo!  ¡y  que  yo  lo  sepa!  sabiéndolo,  ya 
estoy  tranquilo.  Hoy  falta  un  día  menos ;  dos 
menos;  tres...  ya  falta  poco;  falta  poco;  fal- 
tan tres  días,  faltan  dos,  falta  uno,  es  maña- 
na, es  hoy...  ¡es  mía  Carmen  para  siempre!... 
¡es  mía!...  ¡ahora,  que  la  arranquen  de  mis 
brazos!  {Con  vehemencia.)  ¡Ah!  ¡ya  Carmen 
es  de  Lázaro!...  {Cambiando  de  tono.)  Estoy 
diciendo   lo   que   sucederá...    cuando   txstedes 


—  76  — 


Timoteo 

Berm. 
Lázaro 


Timoteo 
Berm. 

Lázaro 


Javier 
Lázaro 


Timoteo 

Javier 

Lázaro 


Berm. 

Timoteo 

Berm. 

Lázaro 

Berm. 


fijen  el  día...  porque  en  fijando  el  día...  ya 
no  faltan  más  que  dos,  ya  no  falta  más  que 
uno...  ya  llegó...  ¡todos  felices!...  (Abrazando 
a  don  Timoteo  y  a  Javier.)  ¡Verdad!...  ¡ver- 
dad!... Y  ahora,  allá  dentro. 
Por  mi  parte,  con  mucho  gusto,  y  me  parece 
muy  buena  idea.  ¿Quiere  usted,  Bermúdez?... 
Estoy  a  sus  órdenes...  y  si  Lázaro  se  empeña... 
Nada...  nada...  ustedes  entran...  ahí...  y  con 
toda  libertad...  Su  gabinetito...  el  balcón  abier- 
to... las  flores  de  esa  terraza  que  empiezan  a 
tomar  color...  el  Guadalquivir  que  empieza  a 
despertar  con  luces  plateadas...  Muy  bien, 
muy  bien...  van  ustedes  a  estar  i>erfectamen- 
te...  y  todo  esto  les  inclinará  a  la  benevolen- 
cia...' ¡Que  no  sean  ustedes  muy  crueles!... 
¡que  no  fijen  un  plazo  muy  largo!...  ¡porque 
en  este  mundo  lo  que  no  es  hoy,  no  es  nunca! 
¿Vamos? 

Sí,  señor.  (Se  dirigen  con  lentitud  y  hablando 
'en  voz  baja,  hacia  la  derecha.) 
¡Y  tú  vas  también!  (A  Javier  en  voz  baja  y 
enérgica.)  ¡No  me  fía  de  ellos!  ¡Los  misera- 
bles! ¡dirían  que  nunca:  anda,  anda  con 
ellos ! . . . 
Pero  yo... 

¡Eh!...  esperen...  (Ya  están  en  la  puerta.)  Ja- 
vier les  acompaña,  se  lo  he  rogado...  ¡porque 
yo  quiero  que  haya  uno  que  pida  por  mí  y 
por  Carmen!....  ¡Esto  no  me  lo  pueden  "uste- 
des negar!... 

¡Ya  lo  creo!...  venga  usted...  venga  usted... 
Si  te  empeñas... 

Allá  los  tres...  loe  tres...  y  luego  se  lo  conta- 
remos todo  a  mi  madre,   y  a  mi  padre  y  a 
Carmen...  Pronto...  pronto... 
Pasen  ustedes...  (En  la  puerta.) 
Pase  usted... 
¡De  ningún  modo!... 
¡Cualquiera!...    ¡que  estoy  esperando!... 
Pronto  terminaremos...  i  Calma,  Lázaro,  calmaí 


ESCENA    IV 
LÁZARO;  después  PACA,  con  la  manzanilla. 

Lázaro  Sí  ;  tiene  razón  :  mucha  calma.  Allá  fuera  todo 
está  en  calma;  ¿pues  por  qué  no  he  de  estar 
en  calma  yo  también?  Allá  fuera  un  crepúscu- 
lo... aquí  dentro  otro  crepúsculo...  (Oprimién- 
dose la  frente.)  ¡pero  aquél  concluirá  por  lle- 
narse de  luz!  ¿y  éste?...  ¿éste?...  ¡me  parece 
que  veo  tras  las  ráfagas  limiinosas  mucha 
sombra!  Allá  fuera,  mundos,  soles,  la  inmen- 
sidad ;  pues  todo  eso  no  me  importa  nada ; 
ahí  dentro,  tres  pobres  diablos,  y  esos  son  los 
que  van  a  decidir  mi  destino.  Estar  amena- 
zados de  que  uno  de  esos  globos  que  danzan 
por  el  espacio  nos  aplaste  a  Carmen  y  a  mí... 
¡esto  nos  engrandecería!  Pero  estar  amena- 
zados de  que  un  Doctor  y  un  necio  me  metan 
ten  una  jaula  y  a  Carmen  la  dejen  fuera,  ro- 
zando su  frente  pálida  contra  los  hierros 
fríos...  ¡esto  es  cruel!  ¡esto  es  humillante!... 
¡y  a  mí  nadie  me  himiilla!  Yo  valgo  más  que 
todos  ellos  juntos!...  ¡Yo  valgo  más  que  to- 
dos!... (Deteniéndose.)  ¡Más  que  Carmen,  no! 
¡Tampoco  valgo  más  que  mi  madre!  Y  mi 
padre...  mi  padre...  ¡me  quiere  mucho!  ¡más 
que  yo!...  ¡silencio!...  Pues  si  es  capaz  de 
querer  más  que  yo,  ¡entonces  vale  más  que 
yo!...  ¡Resulta  que  todo  el  mundo  vale  más 
que  Lázaro!...  ¿cómo  es  esto  posible?...  Se- 
ñor, ¿cómo  es  esto  posible?...  (Se  pasea  agi- 
tado. Entra  Paca  con  unas  cañas  de  manza- 
nilla.) ¿Quién  es?...  Sí,  Paca.  Va  a  resultar... 
lo  estoy  viendo...  que  hasta  esa  vale  más 
(jue  yo. 

Pma  ¿No  está  don  Timoteo?...  ¿pues  para  qué  pide 

nada?...  Pide  y  se  va... 

Lázaro      ¿A  quién  buscas? 

P.\CA  A  don  Timoteo :  me  pidió  unas  cahitas  y  se 
fué  sin  esperarme. 

Lázaro      Trae...  trae...  las  tomaré  yo.  Déjalas  ahí. 

Paca  (Poninédolas  en  una  mes'ita.)   ¿Usted,  señori- 

to? ¿y  si  le  hacen  a  usted  daño? 


—  78 


Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 
Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 
Lázaro 


Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 


Paca 

Lázaro 
Paca 


¡A  mí!...   ¡pobre  mujer!!...  mira...  (Bebe  una 
cat'ia.)  Yo  bebo  y  tú  revoloteas. 
¿Que  yo  revoloteo,  señorito?...  ¡Ay,  qué  cosas 
dice  usted! 
¿Qué  ves  allá  fuera? 
Nada. 

Justamente:  nada;  eso  es  lo  que  vemos  todos. 
¿Y  aquí  dentro,  qué  ves? 
Toma,  a  usted. 

Eso  es:  al  hijo  de  don  Juan,  bebiendo;  y  a 
Paca,  dando  vueltas  alrededor.  (Bebe  otra 
caña.) 

No   beba  usted  más,  señorito;    no  está  usted 
del  todo  bueno  y  le  hará  daño.  Y  se  apurara 
doña  Dolores  y  se  apurará  don  Juan. 
¡Y  j^o  apuraré  la  cañita!    ¿Y  tú,  no  te  apu- 
raras? 

Pues  sí,  señor ;  si  yo  le  quiero  bien  al  señorito. 
¡Resulta  que   también   me   quiere!    ¡Todo   el 
mundo  me  quiere  y  yo  no  quiero  a  nadie!... 
|Ah!  a  Carmen,  si;  y  a  mi  madre  también; 
y  a   mi   padre;    y  al   pobre  Javier...    ¡toma, 
pues  si  quiero  a  todo  el  mundo!...  Esto  hay 
que  aclararlo...   (Coge  mía  cañita.)  Vamos  a 
ponerlo  en  claro  los  dos.  (Dándole  una  caña.) 
(deteniéndole.)   ¡Señorito,  por  Dios! 
No  es  por  Dios...  es  por  mí. 
Si  usted  se  empeña...  (La  bebe.) 
Y  ahora,  yo.  (Coge  otra.) 
No;   usted,  no.  (Deteniéndole.) 
Pues  entonces,  tú. 

¡Ay!  por  la  Virgen  Santísima;  ¡mire  que  per- 
dí la  costumbre! 

Tonta,  si  esto  es  muy  sano.  ¡Da  fuerza!  ¡me 
siento  ya  capaz!...  Antes  te  veía  toda  fúne- 
bre... ahora  veo  tu  mantón  negro...  todo  sem- 
brado de  lentejuelas  de  oro...  y  de  pedazos  de 
iris...  como  las  alas  de  una  mariposa... 
¡Ay,  señorito,  lo  he  sido!...  pregúnteselo  us- 
ted... 

¿A  quién? 

A  nadie...  a  cualquiera...  ¡Uy,  qué  sofoco! 
(Deja  caer  el  pañuelo  negro  de  la  cabeza  so- 
bre los  hombros.)  Sí,  señorito...  ¡cuando  de- 
cían la  tarifeña!...   ¡se  acabó! 


Lázaro  ¡Se  acabó!  Pues  toma  otra  y  volverás  a  em- 
pezar. 

Paca  ¡Mire  que  nos  vamos  a  trastornar  los  dos!... 

(Toman  la  caña.) 

Lázaro  üye,  tarifeña...  sílfide  de  otros  tiempos...  sire- 
na encantadora  de  nuestros  mayores...  recuer- 
do apolillado  de  sus  alegrías...  ¿quieres  ha- 
cerme  un  favor? 

Paca  ¡Ya  lo  creo!  yo  tengo  ley  a  la  casa;  y  a  todo 

lo  que  es  de  la  casa ;  y  al  señorito,  porque 
os  de  la  casa. 

Lázaro  Bueno ;  y  a  los  que  no  son  de  la  casa,  no. 
Pues  ahí  dentro  hay  tres,  que  no  son  de  la 
casa :  don  Timoteo,  Bermúdez  y  Javier.  Y  esos 
están  tratando  de  que  no  me  case  con  Car- 
men. Que  estoy  enfermo,  que  soy  una  mala 
persona,  que  haría  nmy  desdichada  a  Car- 
mencita...  En  fin,  que  se  proponen  deshacer 
mi  boda.   ¡Ves  qué  infamia! 

Paca  Los  viejos  nunca  quieren  que  se  casen  los  jó- 

venes; los  viejos  son  muy  malos.  Al  contrario 
las  viejas:  las  viejas  quisiéramos  que  se  ca- 
sase todo  el  mundo;  ¿pues  para  qué  está  la 
gente?  para  casarse:  cabal.  ¡Y  usted  y  Car- 
mencita  harán  una  pareja!... 

Lázaro  Tú  eres  muy  buena...  muy  compasiva...  tú  no 
quieres  que  nadie  pene...  toma...  (Le  da  otra 
caña.) 

Paca  ¡Ay,  señorito!  aunque  me  esté  mal  el  decirlo... 

lo  que  es  compasiva...  ¡nunca  hice  penar  a 
nadie!... 

Lázaro  ¡Así  deben  ser  las  mujeres  de  b.uen  corazón! 
¡Toma!... 

Paca  ¡No  puedo  más!...   ¡no  puedo  máe!...  (Recha- 

zándolo.) 

Lázaro  Pues  escucha:  ese  gabinete  da  a  la  terraza... 
V  la  terraza  da  la  vuelta...  ¿comprendes?...  y 
la  ventana  que  da  a  la  terraza  está  de  par 
en  par...  de  manera  que  si  sales  por  ahí...  y 
te  acercas...  puedes  oirlo  todo...  y  si  quieren 
separarme  de  mi  Carmencita,  me  lo  cuentas 
y  yo  sabré  lo  que  tengo  que  hacer. 

Paca  (Riendo.)  ¡Qué  buenas  ideas  tiene  el  señorito! 

¡Ya  lo  creo  que  quiero!...  ¡Los  tunantes!... 
¿Pero  don  Juan  quiere  que  usted  se  case? 


bü  — 


Lázaro 


Paca 
Lázaro 


Paca 

Lázaro 

Paca 
Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 
Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 

Paca 

Lázaro 


¡Vaya  si  quiere!...  ¡El  que  no  quiere  es  don 
Timoteo;  y  el  que  quiere  llevarse  a  Carmen- 
cita  en  cuanto  amanezca,  es  él!  ¡Y  el  que  va 
a  exlrangular  a  todos  esos,  soy  yo!  ¡y  la  que 
ha  de  burlarlos,  eres  tú! 
Con  remuchísimo  gusto. 

Pero  antes,  bajas  al  jardín,  entras  en  el  sa- 
lón... mis  padres  estarán  dormitajido...  Car- 
men estará  despierta...  ¡Carmen  no  duerme!... 
Lo  sé  yo.  Y  sin  que  nadie  te  oiga  más  que 
ella,  le  dices...  que  la  espero,  que  suba,  que 
al  amanecer  se  la  Ueva  su  padre,  que  quiero 
despedirme...  ¿comprendes? 
Sí,  señorito...  ¡La  despedida!...  ¡Las  despedi- 
das son  muy  tristes!...  Yo  me  he  despedido 
muchas  veces...  ¡y  siempre  he  llorado! 
Bueno ;  pues  ahora  llorarás  también.  Llorare- 
mos todos. 

¡No  diga  usted  eso!... 

Sí,  tonta.  Si  el  llorar  descansa  mucho:    mira 
tú,  el  reir  cansa,  y  el  llorar,  descansa. 
¡  Pues  es  verdad !    ¡  Ay,  lo  que  sabe  usted,  se- 
ñorito ! 

Toma.    (Dándole   una   copa.)   Vamos   a  echar 
nosotros    también    nuestra   despedida:     ¡cho- 
ca!...   ¡choca,  ex  tarifeña! 
¡A  la  salud  de  la  señorita  Carmen! 
¡A  la  salud  del  hombre  que  más  hayas  que- 
rido... cuando  hayas  querido! 
Pues  a  la  salud...   ¡A  la  salud  de  toda  la  fa- 
milia! 

Mira,  ni  una  gota.   (Vaciando  la  caña.) 
Yo  ío  mismo. 

Y  ahora,  a  llamar  a  Carmen...  y  en  seguida, 
a  escuchar  lo  que  dicen  esos... 
Allá  voy...  déme  otra  para  tomar  aliento. 
¡Toma  hija,  toma!...  -- 

¡Verá  usted  quién  soy  yo!...  (Se  dirige  al  ga- 
binete.) 

No...  por  ahí  no...  te  he  dicho  por  la  terraza. 
(Haciéndola  salir  por  la  terraza.) 
Ya...   ya...    ¡si  conoceré  yo  todo  esto!....  ¡me 
quiere  enseñar  él  la  casa!   (Riendo.) 
Pues  despacha...  y  lo  priniero,  que  venga  Car- 
men. 


81 


Paca  Mucho...  mucho...  pero  no  la  haga  usted  llo- 
rar... ¡pobrecilla!...  ¡ pobrecilla!...  ¡a  los  hom- 
bres les  gusta  hacer  llorar  a  las  mujeres! 
pero  ella...  ella...  si  es  tan  poquita  cosa...  ¡Je- 
sús, qué  calor!    {Sale  por  la  terraza.) 


Lázaro 


Carmen 
Lázaro 


Carmen 

L.AZARO 

Carmen 
Lázaro 


ESCENA    V 
LÁZARO;  después  CARME^ 

¡Me  encuentro  máis  animado!...  ¡Siento  que 
acude  la  fuerza  a  mis  brazos!...  ¡Para  defen- 
der a  Carmen  necesito  tener  mucha  fuerza! 
¡Pues  ya  ia  tengo!...  ¡Todo  amanece!...  ¡todo 
resucita!...  ¡todo  vuelve!...  ¡La  luz  al  hori- 
zonte, la  vida  a  mis  músculos  y  Carmen  a 
mí!...  ¡Lázaro  ee  Lázaro!...  ¡Llegó  el  momen- 
to de  la  lucha!  ¡de  la  lucha  suprema!...  ¡Pero 
aquí  no  se  puede  luchar!  ¡todo  blando!...  ¡la 
alfombra,  blanda...  los  divanes,  blandos...  el 
Oriente,  lleno  de  gasas  y  de  copos  de  algo- 
dón... ¡Yo  necesito  roca  en  qué  apoyarme... 
espada  que  corte...  maza  que  aplaste...  dure- 
zas, ángulos,  metales  que  me  resistan!...  ¡y 
todo  reducirlo  a  polvo!...  ¡Yo  siento  sangre 
arremolinándose  en  las  sienes!  (Oprimiéndo- 
se el  pedio.)  ¡torniquetes  en  mis  brazos!... 
¡Carmen!...  (Carmen  aparece  en  la  terraza 
con  Paca  que  la  señala  a  Lázaro.  Luego  des- 
aparece Paca.) 
i  Lázaro ! 

(La  oprime  frenéticamente  entre  los  brazos.) 
¡Carmen,  Carmen  mía!...  ¡Ahora  que  digan 
lo  que  quieran  osos  imbéciles...  y  que  vengan 
a  buscarte! 

¿Pero  qué  tienes?.^..  ¡Dios  mío,  no  comprendo! 
¿No  comprendes?'  ¡que  te  quiero  más  que  a 
mi  vida!  ¡Y  que  nunca  te  lo  he  dicho! 
Sí ;  me  lo  has  dicho  muchas  veces. 
Pero  de  mala  manera:  fríamente,  torpemen- 
te... ¡si  es  que  no  hay  modo  de  decir  estas  co- 
sas! palabras  vulgares,  frases  vulgares...  ¡que 
te  quiero  más  que  a  mi  vida!  ¡más  que  a  mi 
alma!  ¡que  eres  mi  dicha!  ¡que  eres  mi  es- 
peranza, mi  ilusión!...   ¡psch!...   ¡Esto  lo  dice 


82 


Carmen 
Lázaro 

Carmen 
Lázaro 


Carmen 

Lázaro 

Carmen 
Lázaro 
Carmen 
Lázaro 


Carmen 


todo  el  mundo!...  Esto  se  ha  profanado  en 
todos  los  labios. 

¡  Cuando  te' lo  oía  decir,  me  parecía  que  eras 
lú  el  único  en  el  mundo  que  ha  dicho  esas 
cosas! 

¡No,  tontina!  ¡Si  lo  dicen  todos!...  ¡ y  yo  no 
quiero  decir  lo  que  dicen  todos!...  ¡Porque 
tú  no  eres  como  las  demás  y  para  ti  hay  que 
inventar  otras  cosas!...  Vamos  a  ver,  ¿qué 
inventaré? 

¡Lo  que  tú  quieras!  pero  mientras  las  inven- 
tas... puedes  seguir  diciendo  eso  que  decías... 
porque  a  mí  me  suena  bien...  y  si  a  ti  no  te 
molesta... 

Es  que  tú  no  habrás  comprendido  nunca  lo 
que  yo  te  quiero,  porque  yo  no  he  sabido  ex- 
plicarme :  ni  yo  mismo  lo  supe  hasta  hoy. 
¡Veía  a  mi  alrededor  un  horizonte  inmenso 
y  me  distraía  contemplándolo :  mundos,  ma- 
ravillas, resplandores,  sonidos,  melodías!  ¡Pe- 
ro ahora  todo  se  obscurece,  todo  se  estrecha: 
un  fondo  negro  que  se  cierra,  algo  así  como 
una  pupila  estupenda  que  se  encoge,  y  en  el 
centro,  no  queda  más  que  un  circulito  de  luz 
y  en  él  una  imagen :  la  tuya ;  ya  -se  borró 
todo,  ya  no  queda  más  que  Carmen,  y  en 
Carmen  reconcentro  todo  lo  que  me  resta  de 
\ida,  de  ansia,  de  pensamiento,  de  amor! 
i  Que  no  se  acabe  de  cerrar  la  pupila,  porque 
entonces  me  quedaré  en  tinieblas! 
¿De  modo  que  me  quieres  más  de  lo  que  yo 
pensaba?,  ¡qué  alegría! 

i  No   hay   motivo    para  estar   alegre ;    porque 
quieren  separarnos! 
¿Quiénes? 

¡Aquellos!...  (Señalando  el  gabinete.)  • 

¿Por  qué? 

Porque  no  he  sabido  explicarles  lo  que  eres 
tú  para  mí,  y  tú  tampoco  has  sabido ;  y  ellos 
creen  que  nos  consolaremos,  que  nos  resig- 
naremos, que  no  hay  más  que  decir:  «a  ence- 
rrar a  Lázaro,,  a  llevarse  a  Carmen.»  ¿Tú  con- 
sientes? 

Yo,  no,  nunca ;  no,  Lázaro,  no  me  resigno ; 
yo  no  puedo  hacer  más  que  una  cosa,  morir- 


-sa- 


me... pues  me  inoriré.  ¿Puedo  hacer  algo  más? 

Lázaro      No  ;  con  eso  está  bien  :   bastEu  con  eso. 

Carmen      ¡Pero  tú  puedes  defenderme! 

Lázaro  ¡Defenderte!...  ¿cómo?...  Sí...  te  defenderé... 
pero  ¿cómo? 

Carmen     Pero,  ¿quién  nos  amenaza? 

L.AZARO  ¡Yo  no  sé!...  ¡Yo  no  puedo  explicarlo  bien!... 
¡  yo  estoy  ahora  así  como  en  las  lindes  de  un 
desierto :  un  desierto  es  mucha  arena,  que  no 
acaba  nunca !  ¡  mucha  soledad,  que  no  se  Uena 
nunca!  ¡mucha  sed,  que  no  se  apaga  nunca! 
¡  y  un  cielo  que  ee  aplasta  en  el  centro  como 
si  se  fuese  a  caer...  y  que  no  se  cae  nunca!... 
¡  Si  al  menos  se  desplomase,   todo   acabaría! 

Carmen  Sí,  mucha  tristeza,  que  no  acaba  nunca:  así 
estaba  yo  cuando  dudaba  de  ti ;  es  verdad,  el 
mundo  era  un  desierto. 

Lázaro  ¡Pues  en  ese  desierto  coges  un  puñado  de 
arena  y  empiezas  a  contar  granillos...  uno, 
dos,  tres...  cientos,  miles  y  no  acabas  de  con- 
tar... Y  no  es  más  que  un  puñado...  y  coges 
otro...  y  coges  otros...  y  no  se  acaba  nunca 
el  arenal...  Y  corres  y  corres...  y  nada,  hasta 
el  horizonte  todo  colmado  de  arena ! 

CARMEN  ¿Pero  eso,  qué  quiere  decir?...  ¡no  lo  com- 
prendo !  ' 

Lázaro  Eso  quiere  decir...  es  bien  claro...  ¿lo'  ves?... 
a  mime  parece  claro  y  tú  no  lo  comprendes... 
Quiere  decir,  que  yo  que  soñé  con  los  aplau- 
sos, con  la  gloria,  con  mi  Carmen,  para  re- 
coger con  ella  gloria  y  aplausos,  voy  a  tener 
que  estar  contando  granillos  y  granillos,  pu- 
ñados y  puñados  de  arena,  días,  y  noches  y 
años...  ¡y  hasta  el  fin!...  ¡si  es  que  hay  fin!... 
¡  que  yo  no  sé  si  hay  fin ! 

Carmen  ¡Lázaro!...  ¡Lázaro!...  ¡no  digas  eso!...  ¡no 
mires  de  ese  modo! 

Lázaro  ¡Pues  sálvame!...  ¿Pues  para  qué  te  he  lla- 
mado, sino  para  que  me  salves? 

C.VRMEN      ¡Sí  te  salvaré!...   ¿Pero  cómo? 

L.AZARO  ¡Pues  discurre  si  me  quieres  tanto!...  Supon 
que  nos  vamos  a  despedir  para  siempre...  por- 
que estamos  al  borde  de  ese  desierto...  los  dos 
junto  a  una  fuentecilla,  ¡la  última!  Tiene 
agua  fresca,    ¡la  última!   Al  caer  el  caño  en 


—  84  — 


el  tazón,  forma  espumas,  ¡las  últimas!  y  quie- 
ro beber  pror  última  vez  y  refrescarme  el  ros- 
tro y  echarme  espumas  a  los  labios  para  que 
se  cuajen  en  sonrisas...  Ayúdame...  mírame... 
habla...  ríe...  canta...  llora...  ¡haz  algo,  Car- 
men!... que  ya  me  separo  de  ti...  que  ya  me 
voy  por  el  desierto...  ¡haz  algo!...  échame,  al 
menos,  con  las  manos  unos  paletazos  de 
agua...  ¡que  algunas  gotas  me  caerán  en  el 
rostro!...  {Carmen  le  estrecha  en  sus  brazos.) 

C.\RMEN  ¿Pero  por  qué  dices  eso?...  ¡No  te  compren- 
do!... ¿Estás  triste?...  ¿estás  enojado?...  ¿es- 
tás enferino?...  ¡Estos  días  anteriores...  esta 
misma  mañana  estabas  tan  bueno!...  ¡tan 
alegre ! . . .   ¡  Lázaro ! . . . 

L.\z.\Ro  Es  que  dicen  aquellos...  que  voy  a  olvidarte... 
que  ya  no  te  conoceré...  que  estarás  junto  a 
■mí,  y  yo...  sin  sospecharlo...  como  un  niño... 
como  un  idiota... 

Carmen      ¡No!...    ¡Eso  no!... 

Lázaro      ¿Pero  y  si  fuese? 

Carmen      ¡No  será! 

L.^ZARo  ¿Por  qué  no?  (Empieza  a  llagar  su  mirada 
y  apenas  oye  lo  que  sigue :  pone  cara  de  idio- 
ta y  se  le  caen  los  brazos.) 

Carmen  ¡Porque  yo  estaré  junto  a  ti!  ¿y  no  has  de 
verme?  Porque  yo  te  llamaré,  «¡Lázaro!»,  ¿y 
no  has  de  contestarme?  ¡Porque  yo  llorare 
mucho,  mis  lágrimas  caerán  sobre  ti!  ¿y  no 
has  de  sentirlo?  ¡  Soy  débil  como  un  ñiño, 
pero  los  niños  también  se  agarran  con  fuer- 
za! ¡Lázaro,  atiéndeme!  ¿no  atiendes  a  lo 
que  te  digo ?  ¡  Soy  Carmen  ! . . .  ¡  Mírame ! . . . 
¡Aquella  cabecita  pá.lida  que  tú  decías,  está 
tocando  tus  labios!...  ¡Mira,  te  sonrío!...  ¡ríe 
tú ! . . .  ¡  contéstame ! . . .  ¡  Lázaro ! . . .  ¡  Lázaro ! . . . 
¡despierta!...   ?Me  oyes?...    ¡Adonde  miras!... 

Lkzaro  Sí...  ya  lo  sé...  ya  lo  sé...  pero  Uama  a  mi 
madre... 

Carmen  ¡No!...  ¡yo  sola!...  ¡nos  separarían!...  ¡los 
dos  solos!...  ¿para  qué  quieres  que  venga  tu 
madre? 

Lázaro      Para  dormir. 

Carmen  (Mirando  á  todas  partes.)  Pues  reclínate  en 
raí...   ¡Duerme  en  mis  brazos!... 


85  — 


Lázaro  ¡Tontina,  no!...  ¡para  dormir,  en.  los  brazos 
de  mi  madre!...  ¡pues  para  eso  sirven  las  ma- 
dres!...  ¡Cuando  despierte,  te  llamaré!... 

C  AR  MEN      ¡  Láz  ar  o ! . . . 

Lázaro  ¡Llámala!...  ¿no  te  digo  que  la  llames?...  ¡obe- 
dece, egoísta!...  ¿tú  tampoco  quieres  que  des- 
canse? 

Carmen  ¡Sí!...  ¡la  llamaré!...  {Caminando  hacia  la 
puerta.)    ¡Dios  mío! 

Lázaro      ¿Vas,  o  no  vas?...  ¿o  tendré  que  ir  yo? 

Carmen  No...  espera...  es  que  yo  no  puedo...  {AsoTndn- 
dosfi  a  la  izquierda.)   ¡Dolores!...   ¡don  Juan! 

Laz.\ro  ¡He  dicho  a  mi  madre!...  ¡Sólo  quiero  una 
persona!...    ¡Una!... 

C.-^RMEN      ¡Pues  estaba  yo!... 

L.\z.\R0      ¡No,  ella!...   ¡A  tí  no  te  puedo  deci:r,  madre! 

Car.men      ¡Dolores!   (Llam-ando.) 

L.4ZAR0      {Yendo  tras  ella.)   ¡Madre!...  {Llamando.) 

Carmen      ¡  Ya  vienen ! 

Lázaro  ¡Vienen  muchos!...  ¡no  decía  yo  tantos!... 
Tendré  que  defenderme  y  para  defenderme... 
necesito  tener  buen  ánimo...  {Bebe  una  copa.) 

Carmen      ¡Pronto!...  ¡Aquí!...  ¡Dolores!... 


ESCENA    VI 

L.4Z.4ÍÍO,    CARMEN,    DONA    DOLORES    y   DON   JUAN 
Lázaro  en  pie. 

Dolores    ¿Por  qué  llamabas?...  ¿Acaso  Lázaro?... 

Juan  ¿Qué  tienes,  Lázaro? 

Lázaro  Nada:  se  asustó  Carmen...  no  sé  por  qué... 
y  llamó... 

Car.men-  Parece  que  está  mejor.  Lázaro,  ya  están  aquí. 
¿Quieres  que  me  quede  yo  también? 

Lázaro  ¿Por  qué  no?  Sí;  todo 'el  mundo  a  mi  alre- 
dedor. Como  estábamos  abajo.  Mi  madre,  mi 
«padre,  Carmencita,  yo...  falta  uno...  ¡Ah!... 
¡Paca!...  ¡Todavía  tengo  memoria!...  {Rien- 
do.) jPues  sí!  falta  Paca!...  ¡Ea!  a  sentar- 
nos como  antes,  y  a  esperar  que  Uegue  el  día. 
Ya  va  amaneciendo...  Miren,  miren  cuánta 
claridad  a  lo  lejos...  ¡Gran  velada!...  ¿v  por 
qué  velamos? 

Dolores     ¡Tú  lo  has  querido!... 


86 


Juan  ¡Sí,    hijo:    tú   fuiste   el  que  se   empeñó!...    y 

queriendo  tú  una  cosa,  ¿para  qué  estamos  to- 
dos sino  para  darte  gusto? 

Lázaro  Teníamos  que  despedir  a  Carmen :  una  des- 
pedida es  cosa  muy  solemne,  y  muy  triste,  y 
muy  desconsolada  y  yo  necesito  que  me  con- 
soléis ;  ven  tú,  madre,  a  este  lado ;  venga  us- 
ted también  (A  su  padre.),  a  ese  otro  lado;  yo 
entre  los  dos;  y  vosotros  me  decís  que  esta  se- 
paración es  pasajera,  que  pronto  nos  reunire- 
mos todos,  que  me  reuniré  a  Carmen  para 
siempre...  esas  cosas  que  se  dicen;  aunque 
no  sean  verdad,  se  dicen.  (Doña  Dolores  y 
don  Juan  ste  sientan  -a  uno  y  otro  lado  de 
Lázaro.) 

Dolores     ¡  Pero  si  es  verdad ! . . . 

Juan  ¡Pues    no    faltaba    otra   cosa!...    {Carmen   se 

acerca  al  grupo.) 

Carmen     Sí,  Lázaro ;   nos  reuniremos  muy  pronto. 

Lázaro      {Con  enojo.)   ¡Tú,  no  te  acerques!    ¡Tú,  lejos! 

Carmen      ¡Lázaro!...  {Alejándose  con  angustia  y  dolor.) 

Dolores    Lázaro,  mira  que  la  pobre  Carmen  se  aflige. 

Juan  Vamos,  ven,  hija  mía,  ven :  Lázaro  quiere  que 
vengas. 

Lázaro  ¡No  puede  ser!...  ¡Si  ella  se  va!...  ¡Si  ee  va, 
debe  estar  lejos,  señor!  Y  yo  desde  lejos  le 
digo:  «¡adiós,  Carmen!  ¡adiós,  te  quiero  mu- 
cho!» {Con  pasión.)  ¿Lo  ven  ustedes?,  no  es 
que  no  la  quiera,  es  que  las  cosas  deben  ser 
lo  que  son. 

Carmen  (¡No  es  posible!...  ¡no  es  posible!...  ¡mi  Lá- 
zaro!)  {Conteniendo  el  llanto.) 

Dolores    ¿Qué  tienes?  (A  su  hijo.) 

Juan  ¿Cómo  estás,  Lázaro? 

Lázaro  Muy  bien ;  entre  vosotros  muy  bien ;  como 
cuando  era  niño :  con  la  misma  tranquilidad 
y  la  misma  paz  que  entonces. 

Dolores    ¿Te  acuerdas? 

Lázaro  Sí  ;  ¡  pues  si  mi  cabeza  está  muy  firme !  [  Con 
qué  claridad  me  acuerdo  de  aquellos  tiempos ! 

JUAN  ¡Lo  ves!  (A  doña  Dolores.)  si  está  bueno:  co- 

mo todos  estos  días.  Es  que  Carmen  se  alar- 
mó sin  motivo. 

Carmen     Eso  es...  sin  motivo... 


—  87 


Juan  ¡  Su  cabeza  está  aún  más  segura  que  la  nues- 

tra!... Así,  entre  los  dos. 

Lázaro  No...  ahora  me  acuerdo  del  todo;  entre  los 
dos,  no :  estaba  solo  con  mi  madre ;  ¡  usted 
no  estaba!...  ¡quite  usted,  quite  usted!...  {Re- 
chnzdndolo  sin  violencia.) 

Juan  ¡Eso  no  lo  recuerdas  bien,  Lázaro!    (Con  hu- 

mildad.)   ¡Estábamos  los  dos  junto  a  ti  mu- 
.  chas  veces!    {Con  angustia.)   ¿No  es  verdad, 
Dolores?   (En  tono  de  súplica.) 

Dolores    Sí,  hijo  mío. 

LÁZARO  ¡No!...  ¡no  me  contradigan !.".  ¡Sólo  con  ella! 
(Abrazándola.) 

Dolores    ¡Hijo  mío! 

Juan  ¡Por  qué  me  rechaza!...  ¿Puedo  quererle  máfi 

de  lo  que  le  quiero? 

Laz.\ro      ¡Ah!...  sí...  pues  tiene  usted  razón,  padre... 

Ju.\N  ¿Lo  ves?...   i Etecía  yo  bien ! . . . 

L.KZARO  Sí,  una  vez  estuvimos  como  estaraos  ahora; 
¡ajajá! 

Juan  ¡Lo  mismo   que  ahora! 

Carmen      ¡Ay,  su  mirada...  su  mirada!... 

Lázaro  ¡Sch!...  ¡sch!...  Como  ahora,  no;  como  aho- 
ra, no.  Mi  madre  estaba  despeinada,  llorosa, 
pero  hermosísima...  y  usted  soberbio  y  desde- 
ñoso, pero  gallardo  y  elegante...  ¡vaya!  y 
elfa  llorando,  sollozando  y  usted  riendo...  ¡y 
reñían  ustedes!  ¡de  qué  modo!...  ¡daba  miedo! 

Ju.\N  ¡Eso  no! 

L.\ZARo      ¡Eso  sí!...   ¡Si  lo  estoy  viendo! 

Carmen.    (Su  mirada...   ¡cómo  busca  por  todas  partes!) 

Juan  No  te  enfades...  pero  no  lo  recuerdan  bien... 

L.\ZAR0  ¡No  me  contradigan!  (Colérico.)  ¡Reñían  us- 
tedes!... ¡Lo  sé  yo...  yo  lo  veo!...  ¡como  que 
siento  tadavía  aquel  miedo!... 

Ju.\N  ¡Lázaro!... 

Dolores     ¡Calla!   (A  don  Juan.) 

Juan  Bueno;  pues  reñíamos:    una  disputilla... 

L-AZARO  ¡No...  no...  no  era  una  disputilla!  (Riendo.) 
¡Era  una  lucha  desesperada!...  ¡reñían  a 
ustedes  a  muerte!.'..  ¡Y  usted,  padre,  quiso 
cogerme...  y  me  cogió  usted!...  ¡y  me  hizo 
usted  una  caricia!  (Riendo.)  ¡Vamos,  vamos, 
no  ha  sido  usted  tan  malo! 

Juan  ¿Lo  ves,  Lázaro?  ¿lo  ves?.. 


Lázaro  Pero  mi  madre  me  arrancó  de  esos  brazos  y 
me  apretó  entre  los  suyos,  y  le  dijo  a  usted... 
«¡quita,  vete:  vete  a  gozar,  vete  a  encharcar- 
te!   ¡Déjamelo  a  mí!» 

Juan  «No,  Lázaro...  me  parece  que  no...  ¡como  eras 
tan  niño,  no  lo  recuerdas! 

Dolores     ¡Silencio!    (A  don  Juan.) 

Lázaro  Y  usted  gritó :  « ¡  bueno,  pues  quédate  con  él 
y  buen  provecho !  ¡  buen  provecho ! ,  ¡  qué  des- 
precio!  ¡y  me  empujó  usted!...» 

Juan  ¡Eso  no!...  ¡eso  sí  que  no!.»,  ¡no  lo  hice  nuncal 

Lázaro         Sí...    ^ 

Juan  ¡No!... 

Lázaro       ¡Digo   que  sí!...    (Colérico.)    ¡Me  empujó    us- 
ted!...   ¡Déjeme  usted,   padre...   déjeme   usted 
»         sólo  con  mi  madre...  allá...   allá...  lejos...  le- 
jos,  con  Carmen!    (Rechazándole.) 

Juan  (Se  aleja  y  se  abraza  a  Carmen.)  ¡Ay,  mi  Lá- 

zaro ;  mi  Lázaro ! 

LAZ.ARO  ¡  Allá  están  los  desterrados :  en  su  valle  de 
lágrimas!   (St  lo  dice,  riendo,  a  su  madre.) 

Carmen  ¡  No  es  posible ! . . .  ¡  no  es  posible ! . . .  ¡  que  ven- 
gan... que  vengan...  que  le  salven! 

Juan  Sí...  que  le  salven!... 

Lázaro      ¡Ahora,  contigo!   (A  su  madre.) 

Dolores    ¡Conmigo...  conmigo  siempre! 

Lázaro  ¡Contigo  siempre!...  ¡No...  eso  tampoco  es  ver- 
dad! No  recuerdan  ustedes  nada,  señor;  aquí 

*  nadie  recuerda  más  que  yo.  Me  enviaste  fue- 

*  ra...  muy  lejos...  a  un  colegio  maldito...  Yo 
quería  quedarme  contigo  y  tú  dijiste:  «¡que 
se  lo  lleven,  que  se  lo  lleven!»  «El»:  (Seña- 
lando a  su  padre.)  ¡(quédate  con  esa»  y  se  va. 
Tú,  «que  se  lo  lleven»  y  te  quedas  sola.  Los 
dos,  los  dos  os  separasteis  de  mí.  ¡Oh,  de 
todo  esto  me  acuerdo  muy  bien  y  antes  no  me 
había  acordado  nunca!  ¡Parece  que  algo  va 
fundiéndose  dentro  de  mi  cerebro ;  que  algo 
va  barriendo  los  detritus  de  todas  las  ideas 
de  hoy,  y  como  en  terreno  que  arrastra  el  to- 
rente  brotan  a  la  Juz  las  antiguas  capas,  brota 
aquí   dentro   el  mundo   entero    de   mi   niñez! 

¡  Eso  es,  y  me  acuerdo  de  todo !  ¡  Sin  un  beso 
de  los  dos,  me  dormí  noches  y  noches !  ¡  Sin 
que  nadie  me  acariciara,  me  desperté  maña- 


89 


ñas  y  mañanas!...  Solo  viví...  solo  seguiré... 
vete.',  vete  con  aquellos,  madre...  {Rechazán- 
dola dulcemente.) 

Dolores  ¡Ah...  por  ti!...  (A  don  Juan.  Volviéndose.) 
¡Lázaro!... 

Lázaro  ¡He  dicho  que  quiero  estar  solo!...  Si  te  quie- 
ro mucno;  pero  háganse  ustedes  cargo  que 
las  cosas  han  de  ser  precisamente  como  son. 
{Se  reúnen  los  tres.  Doña  Dolores,  Carmen  y 
don  Jiuin  -.  Lázaro  los  contempla  con  sonrisa 
vaga.)  Así  estamos  bien.  Cada  cual  en  su  si- 
tio; a  cada  cual  Ip  suyo.  Pero  tampoco  quie- 
ro estar  tan  solo.  Que  venga  Paca...  ¡Paca!... 

JuA^•  ¿A  quién  llama? 

Lázaro      ¡A  ella!...  ¡Paca!... 

ESCENA   VII 

CARMEN,    DOÑA    DOLORES,    DON    JUAN,    LÁZARO 
y  PACA 


Paca 
Lázaro 


Dolores 
Paca 

Lázaro 

Juan 

Lázaro 


¡  Señorito  L.. 

Ven ;  aquí ;  muy  cerca.  Ya  no  estoy  solo.  (A 
los  demás.)  ¿Lo  ve  usted,  padre?  Ya  tengo 
compañía:  y  compañía  más  alegre  que  la  de 
ustedes,  que  están  tristes  y  sombríos  como  la 
muerte.  Toma  una  cañita,  Paca,  y  dame  otra, 
y  bebamos  como  antes. 
¡Lázaro!... 

¡Señorito!...   bebí  mucho...   y   ya  no  sé...    ya 
tengo  la  cabeza... 
Sí...  lo  mando...  tú  y  yo. 
¡No,   por  Dios! 

¿Por  qué?...  ¡Ah,  egoístas,  los  que  gozan  y 
no  quieren  que  gocen  los  demás!...  ¡Yo  quie- 
ro gozar  también!...  ¡Que  se  me  acaba  la 
vida  y  he  de  aprovecharla!...  ¡Bebe,  tarifeña, 
bebe;  y  ríe,  y  danza  y  revolotea!...  ¡Y  cuén- 
tame de  tus  alegres  juventudes;  algo  que  me 
regocije,  que  me  inflame  la  sangre,  que  ya 
siento  que  se  ^a  quedando  helada.  ¡Carcaja- 
das, orgías,  danzas,  amores ;  algo  que  sacuda 
mis  nervios,  que  yo  siento  que  se  acorchan! 
¡Vamos,  tarifeña,  dame  vida,  que  soy  joven 
y  quiero  vivir! 


—  90 


Juan 

Dolores 
Juan 

Lázaro 
Juan 
Lázaro 
Juan 


Lázaro 
Juan 

Lázaro 


Juan 
Lázaro 


Paca 

Lázaro 

IJuan 

Paca 

Carmen 

Juan 

Dolores 

Juan 

Paca 


Dolores 

Carmen 
Juan 

Paca 


jNo  más!...  ^no  más!...  ¡yo  no  puedo  ver  es- 
to!...  I  yo  no  puedo  oir  esto! 
¡Por  Dios! 

{Se  desaprende  <\e   todos  y  se  acerca  a  Paca, 
cogiéndola  por  un  brazo.)   ¡Vete! 
(Cogiéndola  también.)   ¡No  se  va! 
¡Yo  lo  mando! 
¡Y  yo  también! 

¡  Por  la  salvación  de  mi  alma,  'que  si  no  te 
vas  te  arrojo  por  ese  balcón  al  río!  ¡Mira  que 
tú  no  sabes  lo  que  yo  soy!    ¡Pronto! 
¡He  dicho  que  no!   {Con  ira.)  ¿Es  que  te  go- 
zas en  atormentarme? 

{Cayendo  de  rodillas  a  los  pies  de  su  hijo.) 
¡Lázaro,  deja  por  Dios  que  se  marche  esta 
mujer ! 

¡Ay,  los  cabellos  blancos! 
¡Y  está  llorando!...  ¡pobre- 
¡ya  ves  cómo  se  aflige!... 
.   ¡cómo  ha  de  ser!  (Se  ale- 


¡Pobre  hombre!. 
(Acariciándolos.) 
cilio!  ¡Bueno!... 
vete,  mujer,  vete 
ja  Paca.) 
¡Ay,  mi  Lázaro! 


¡mi  dicha!...  ¡mi  castigo! 
¡Si  no  quiero  castigarte!...  ¡si  no  quiero  cas- 
tigar a  nadie!...  ¡si  lo  que  deseo  es  que  todos 
estemos  alegres!...  Vamos,  mujer,  ya  ves  que 
no  te  quiere  nadie...  vete...  ¿no  lo  has  oído? 
¡Si  tengo  antes  que  decir  lo  que  dicen  aque- 
llos ;  si  usted  ilíe  lo  mandó ! 
¿Yo?   (Con  extrañeza.) 

¿Qué  dicen?  (5e  levanta:  todos  rodean  a  Paca.) 
¡Maldades!...    ¡Que  no  quieren  que  se  casen 
estos  dos! 
¡Dios  mío! 
¿Por  qué?...    ¡habla! 
¡Calla!... 
¡Dilo  bajo! 

Porque  al  señorito  le  va,  a  dar  ¡el  último!... 
y  sé  acabó ;  y  a  usted,  (A  Carmen.)  se  la  lleva 
su  padre. 

¡Ah!...  (Corre  a  abrazar  a  su  hijo  que  ha  se- 
guido con  la  mirada  al  grupo.) 
¡No!...    ¡Yo  con  él  siempre!.,.   (Desesperada.) 
¡Bermúdez!...   ¡aquí!...  (Precipitándose  al  ga- 
binete.) 
(Bueno  es  que  lo  sepan.)  (Aparte.) 


—  m 


ESCENA   VIII 

DOI^A    DOLORES,    CARMEN,    LÁZARO,     DON    JUAN, 
PACA,   BERMUDEZ,   DON   TIMOTEO   y  JAVIER 


Juan 


Dolores 


Timoteo 

Carmen 
Timoteo 
Carmen 
Lázaro 


Berm. 


Javier 
Berm. 

Jl^\N 


Bermúdez :    con 
Bermüdez,   ¡  una 


¡Bermúdez!...  salve  usted  a  mi  hijo  y  pídame 
usted  mi  alma,  mi  vida...  todo  lo  que  usted 
quiera...  ¡qué  no  le  daré  yo!...  ¡pero  sálveme 
usted  a  mi  Lázaro! 
(Corriendo  al  encuentro  de 
Lázaro  sólo  queda  Carmen.) 
esperanza!  ¡una  esperanza!  {Bermúdez  se- 
guido de  doña  Dolores  y  don  Juan  se  acerca 
a  Lázaro.  Don  Timoteo  se  acerca  a  Carmen. 
Javier  aparte.) 

Vamos,   Carmen:    hija  mía,   vamos.    Se   hace 
tarde. 

¡  No ! . . .    i  con  él ! . . .    ¡  Así  no  le  dejo ! . . . 
Es  preciso;  por  Dios,  hija.  (Separándola.) 
¡Lázaro,   nos  separan!... 

(Haciendo  un  esfuerzo  supremo  se  incorpora.) 
¿Quién?...  ¿Ese  viejo?  ¿esa  escoria?...  ¡esco- 
rias, al  montón  de  lo  inservible!...  ¡paso  a  la 
vida!  ¡paso  al  amor!...  ¡Carmen,  a  mis  bra^ 
zos!...  (Se  precipita  a  ella:  la  coge  y  la  lleva 
al  balcón.  Los  demás  les  siguen.)  ¡Mira,  qué 
horizonte!  ¡cuánta  luz!...  ¡Ven,  funde  tu  al- 
■  ma  con  la  mía,  retuerce  tu  cuerpo  con  el  mío 
y  a  meternos  entre  aquellas  llamaradas!  ¡Sí... 
ven...  Carmen...  ven!  (Les  separan  a  la  fuer- 
za, y  traen  a  Láoaro  que  se  desploma  al  fin 
en  el  sofá.) 

¡La  última  llamarada!   (La  disposición  dfi  los 
personajes  es  la  siguiente :   Lázaro  en  el  sofá 
de  la  derecha;    don  Juan,   vacilante,   cae   en 
el  sofá  de  la  izquierda  ocultando  el  rostro  en- 
tre las  manos ;  como  para  darle  ayuda  se  co- 
loca a  su  lado  Paca.  Hacia  la  izquierda,  don 
Timoteo  y  Carmen.  Javier  con  doña  Dolores 
en  el  centro.  Bermúdez  en  pie  contemplando 
a  Lázaro.  Pausa.  Lázaro  inmóvil.) 
(En  voz  baja  a  Bermúdez.)  ¿Está  muerto? 
¡Ojalá! 
¡Cuántas  mañanas  desperté  aquí  mismo! 


—  92  — 

Paca  ¡Es  verdad! 

Juan  ¡Silencio!...    ¡Y  mi  Lázaro  no  despierta! 

Dolores  (A  Bermúdez.)  ¡Pero  es  que  no  t^ngo  en  la 
vida  máfi  que  a  Lázaro!...  ¡Por  Dlts,  Bermú- 
dez, piense  usted  en  esto! 

Timoteo     ¡Carmen! 

Carmen      ¡Es  inútil,  padre!...    ¡No  le  dejo! 

Ber.m.  ¡Silencio!...  ¡silencio!...  Rompe  el  día...  el 
sol  empieza  a  salir...  Lázaro  parece  que  vuel- 
ve en  sí...  Levanta  la  vista...  la  fija  en  la  luz 
que  nace...  oigamos....  oigamos...  es  ¡ decisivo  1 

Juan  ¿A  ver  qué  dice?...  ¿Me  llamará?    -  > 

Dolores     ¡A  mí  es  a  quien  va  a  llamar! 

Carmen      ¡A  mí,  no  me  llamará! 

Lázaro      {Mirando  de  cara  al  sol  que  ivace.)  ¡Madre!... 

Dolores    {Corriendo  a  él  y  abrazándole.)   ¡Lázaro! 

Lázaro      {Señalando  el  sol.)   ¡Qué  bonito!... 

Juan  {Cayendo  de  rodillas  junto  al  sofá  y  levantan- 

do Los  brazos:  Paca  le  sostiene.)  ¡Señor!   ¡Se- 
ñor! 

Dolores     ¡  Lázaro ! . . . 

Lázaro  ¡Muy  bonito!...  ¡muy  bonito!...  ¡Madre...  da- 
me el  sol ! 

Dolores     ¡Ah!...   ¡Dios  mío! 

Lázaro       ¡El  sol...  el  sol...  quiero  el  sol! 

Juan  ¡Mi   hijo!...    {Siempre   de  rodillas   cae   contra 

el  sofá:   Paca  le  sostiene.) 

Dolores     ¡Hijo  mío!   {Abrazándole.) 

CARMEN  ¡Lázaro  de  mi  vida!  {Abrazándole  desespera- 
da a  su  padre  que  le  sujeta.) 

Berm.        ¡Para  siempre!  -^ 

Lázaro  ¡Madre...  el  sol...  el  sol!...  ¡Dame  el  sol!  {Bi- 
ce  esto  como  un  niño  y  con  cara  de  idiota.) 

Juan  Yo  también  lo  pedí...  Jesús,  ¡mi  Lázaro,  mi 
Lázaro ! 

Lázaro  ¡Dame  eL  sol!...  madre...  madre...  ¡el  sol! 
¡por  Dios!...  ¡por  Dios!...  ¡por  Dios  madre,, 
dame  el  sol! 


FIN    DEL   DRAMA 


OBRAS   DE   DON   JOSÉ  ECHEGARAY 


El  libro  talonario,  comedia  en  un  acto,  original  y  en  verso. 

La  esposa  del  vengador,  drama  en  tres  actos,  original  y  en  verso. 

La  última   noche,   drama  en  tres  actos  y  un  epílogo,  original  y  en 

verso. 
En  el  puño  de  la  espada,  drama  trágico  en  tres  actos,  original  y  en 

verso. 
Un  sol  que  nace  y  un  sol  que  muere,  comedia  en  un  acto,  original  y 

en  verso. 
Cómo  empieza  y  cómo  acaba,  dram.a  trágico  en  tres  actos,  original  y 

en  verso.  (Primera  parte  de  una  trilagía.) 
El  gladiador  de  Ravena,  tragedia  en  un  acto  y  en  verso,  imitación. 
O  locura  o  santidad,  drama  en  tres  actos,  original  y  en  prosa. 
Iris  de  paz,  comedia  en  un  acto,  original  y  en  v.erso. 
Para  tal  culpa  tal  pena,  drama  en  dos  actos,  original  y  en  verso. 
Lo  que  no  puede  decirse,  drama  en  tres  actos,  original  y  en  prosa. 

(Segunda  parte  de  la  trilogía.) 
En  el  pilar  y  en  la  cruz,  drama  en  tres  actos,  original  y  en  verso. 
Correr  en  pos  de  un  ideal,  comedia  original,  en  tres  actos  y  en  verso. 
Algunas  veces  aquí,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
Morir  por  no  despertar,  leyenda  dramática  original,  en  un  acto  y  en 

verso. 
En  el  seno  de  la  muerte,  leyenda  trágica  original,  en  tres  actos  y  en 

verso. 
Bodas  trágicas,  cuadro  dramático  del  siglo  XVI,  original,  en  un  acto 

y  en  verso. 
Mar  sin  orillas,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  verso. 
La  muerte  en  los  labios,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 


El  gran  galeoto,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  verso,  precedid» 

de  un  diálogo  en  prosa. 
Haroldo  el  normando,   leyenda  trágica  original,  en  tres  actos  y  ei 

verso. 
Los  dos  curiosos  impertinentes,  drama  en  tres  actos  y  en  veso.  (Tei 

cera  parte  de  la  trilogía.) 
Conflicto  entre  dos  deberes,  drama  en  tres  actos  y  en  verso. 
Un  milagro  en  Egipto,  estudio  trágico,  en  tres  actos  y  en  verso 
Piensa  mal...  ¿y  acertarás?,  casi  proverbio,  en  tres  actos  y  en  verse 
La  peste  de  Otranto,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  verso. 
Vida  alegre  y  muerte  triste,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  verse 
El  bandido  Lisandro,  estudio  dramático,  en  tres  cuadros  y  en  prost 
De  mala  raza,  drama   en  tres  actos  y  en  prosa. 
Dos  fanatismos,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 
El  conde  Lotarío,  drama  en  un  acto  y  en  verso. 
La  realidad  y  el  delirio,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 
El  hijo  de  carne  y  el  hijo  de  hierro,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 
Lo  sublime  y  lo  vulgar,  drama  en  tres  actos  y  en  verso 
Manantial  que  no  se  agota,  drama  en  tres  actos  y  en  verso. 
Los  rígidos,  drama  en    tres  actos  y  en  verso,  precedido  de  un  diálog( 

exposición  en   prosa. 
Siempre  en  ridiculo,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 
El  prólogo  de  un  drama,  drama  en  un  acto  y  en  verso. 
Irene  de  Otranto,  ópera  en  tres  actos  y  en  verso. 
Un  critico  incipiente,  capricho  cómico  en  tres,  actos  y  en  prosa. 

Comedia   sin   desenlace,   estudio  cómico-político,   en  tres   actos  y  e 

prosa. 
El  hijc  de  don  Juan,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa,  insf 

rado  por  la  lectura  de  la  obra  de  ibsen  titulada  Gengangere. 
Sic  vos  non  vobis  o  la  última  limosna,  comedia  rústica  original,  ( 

tres  actos  y  en  prosa. 
Mariana,  drama  original  en  tres  actos  y  un  epílogo,  en  prosa. 
El  poder  de  la  impotencia,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa. 
A  la  orilla  del  Mar,  comedia  en  tres  actos  y  un  epílogo,  en  prosa. 


La  rencorosa,  comedia  en  tres  actos  y  en  prosa. 

Maria*Rosa,  drama  trágico,  de  costtimBres  populares,  en  tres  actos  y 

eu  prosa.   (Traducción). 
Mancha  que  limpia,  drama  trágico,  en  cuatro  actos  y  en  prosa. 
Ei  primer  acto  de  un  drama,  cuadro  dramático,  en  verso. 
El  estigma,  drama  en  ires  actos  y  en  prosa. 

La  cantante  callejera,  apropósito  lírico,  en  un  cuadro  y  en  prosa. 
Semíramis  o  la  hija  del  aire  (refundición).  Drama  en  tres  jornadas  y 

en  verso. 
Tierra  baja,  drama  en  tres  actos  y  en  prosa.  (Traducción. 
La  calumnia  por  castigo,  drama  en  prosa,  en  tres  actos  y  un  prólogo. 
La  duda,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
El  hombre  negro,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
Silencio  de  muerte,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
El  loco  Dios,  drama  original,  en  cuatro  actos  y  en  prosa. 
malas  herencias,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
La  escalinata  de  un  trono,  drama  trágico  original,  en  cuatro  actos  y 

en  verso. 
La  desequilibrada,  drama  original,  en  tres  actos  y  en  prosa. 
A  fuerza  de  arrastrarse,  farsa  cómica,  original,  en  un  prólogo  y  tres 

actos,  en  prosa. 
Entre  dolora  y  cuenta,  monólogo. 
El   moderno  Endimión,   ídem. 
El  canto  de  la  sirena,  ídem. 
El  preferido  y  los  cenicientos,  drama  vulgar  o  escenas  de  familia,  en 

un  prólogo  y  dos  actos,  por  Librado  Ezguienza. 


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PUNTOS  DE  VENTA 


Los  ejemplares  de  esta  obra  se  hallan  de  venía  en  todas 
librerías  y  en  la  Sociedad  de  Autores  Españoles. 

Será  considerado  como  fraudulento  todo  ejemplar  que  care: 
de  sello  de  esta  Sociedad. 

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